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Full text of "Biblioteca de autores españoles, desde la formacion del lenguaje hasta nuestros dias"

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BIBLIOTECA 


AUTORES  ESPAÑOLES, 

DESDE  LA  FORMACIÓN  DEL  LENGUAJE  HASTA  NUESTROS  DÍAS. 


POETAS  líricos  DEL  SIGLO  XVIII. 


COLECCIÓN  FORMADA  E  ILUSTRADA 

Por  el  Excmo.  Sr.  D.  LEOPOLDO  AUGUSTO  DE  CUETO, 

DE  LA  ACADEMIA  ESPAÑOLA. 


TOMO  PRIMERO. 


MADRID, 

M.  RÍVADENEYRA  — IMPRESOR  — EDITOR, 


GALLE  DEL   DCQDE  DE   OSUNA,  O. 


1869 


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BOSQUEJO  IIISTÓRICO-CRÍTICO 


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LA  poesía  castellana  EN  EL  SIGLO  XVIII. 


CAPITULO   PRIMERO. 

Decadencia  política  de  España  al  terminar  la  dinastía  austríaca. — Postración  artística  é  intelectual. —  Corrupción 
de  la  poesía  lírica. — Carácter  análogo  que  toman  los  extravíos  literarios  en  las  decadencias  nacionales,  —  Sor 
Juana  Inés  de  la  Cruz. — Montoro. 

Carlos  II  espiró  el  dia  1."  de  Noviembre  de  1700. 

Por  una  coincidencia  harto  rara,  caminaron  esta  vez  rigorosamente  enlazadas  la  histo- 
ria j  sus  divisiones  cronológicas.  Al  fenecer  el  siglo  xvii  arrastró  consigo  ante  el  tribunal  de 
la  posteridad  á  la  casa  de  Austria,  que  pasó  sobre  España  como  espléndido  meteoro,  que  em- 
pieza deslumhrando,  y  acaba  destruyendo  y  aniquilando.  Ambiciosa  y  grande  primero ;  des- 
pués grande,  pero  recelosa  y  sombría;  más  adelante  irreflexiva  y  frivola;  y  al  cabo  indolente 
y  supersticiosa,  formó,  en  no  largo  espacio,  una  imagen  cabal  de  la  grandeza  y  de  la  postra- 
ción de  los  estados. 

Tal  vez  no  haya  ejemplo,  en  la  historia  de  las  decadencias  nacionales,  de  un  cuadro  más  des- 
venturado que  el  que  presenta  España  en  los  últimos  años  del  siglo  xvii  y  en  los  primeros 
del  XVIII.  No  hay  nación  algima  que  haya  expiado  tan  recia  y  apresuradamente  los  engrei- 
mientos de  su  pueblo  y  los  yerros  de  sus  monarcas.  La  casa  de  Austria ,  ciega  y  desalumbra- 
da con  los  triunfos  de  su  primer  período,  y  enredada  en  su  dominación,  tan  vasta  como  hete- 
rogénea, condujo  la  monarquía  española,  como  por  una  fatal  pendiente,  al  más  lastimoso  pa- 
radero. En  todo  el  siglo  xvii ,  y  singularmente  en  el  reinado  de  Carlos  II,  la  sociedad  española 
se  iba  disolviendo  lentamente ,  y  desmoronándose  piedra  á  piedra  el  magnífico  edificio  de  su 
grandeza  en  el  glorioso  siglo  XVl.  Dios ,  el  Rey,  el  honor,  las  tres  palancas  poderosas  que  remo- 
vían y  levantaban  los  ánimos  en  aquella  nación  de  soldados ,  de  caballeros  y  de  poetas ,  perdían 
su  fuerza  ó  torcían  y  desnaturalizaban  su  impulso.  Hasta  la  fe  no  era  ya  la  luz  divina  que 
tan  pura  y  vigorosa  habían  llevado  nuestros  conquistadores  á  las  inexploradas  regiones  de 
América  y  de  Asia  :  se  había  anublado  algún  tanto  con  escrúpulos  supersticiosos ,  de  esos  que 
ofuscan  el  entendimiento  y  turban  la  conciencia. 

Desviada  la  nación  de  la  senda  política  y  administrativa  que ,  en  el  movimiento  general  de 
la  civilización  europea,  le  señalaban  sus  peculiares  circunstancias,  no  perdió  su  vitalidad  na- 
tiva ,  porque  ésta  no  muere  fácilmente  en  razas  de  tan  robusto  temple ;  pero  quedó  en  aquel 
tiempo  como  embargada  y  adormecida. 

La  historia  literaria,  que ,  entonces  como  siempre ,  caminaba  al  lado  y  al  impulso  de  la  his- 
toria política ,  no  presenta  un  aspecto  menos  lamentable  y  vergonzoso.  La  esterilidad  intelec- 
tual ha  de  reinar  irremediablemente  allí  donde  la  sociedad  entera  ve  cegadas  las  fuentes  de  su 
acti\TÍdad  y  de  su  gloria.  Las  letras ,  pobres  y  desnaturalizadas  como  la  nación  que  las  produ- 
j,  Ps,-xviu,  a 


vi  BOSQUEJO  HISTÓiaCO-CRlTICO 

cia,  habían  caído  en  un  abismo  verdadero  de  afectación  y  de  artificio,  y  como  no  pedia  dejar 
de  suceder,  las  ciencias  y  las  artes  liaLian  venido  a  parar  al  mismo  lastimoso  estado  de  agonía 
en  que  se  hallaba,  herida  de  una  decrepitud  precoz  y  acelerada,  la  lozana  y  esplendorosa 
monarquía  de  Isabel  la  Católica,  de  Carlos  V  y  de  Felipe  II.  La  poesía  lírica,  flor  delicada 
de  épocas  tranquilas  y  risueñas,  ó  centella  ardiente  de  tiempos  borrascosos,  ¿cómo  había  de 
prosperar  en  una  atmósfera  sin  luz,  sin  vida  y  sin  calor?  No  canta  ya  los  sentimientos,  las 
ideas,  los  recuerdos  y  las  ilusiones  nacionales.  Había  quedado  reducida  á  un  enredado  y  mo- 
nótono laberinto  de  ridículos  conceptos ,  de  narraciones  chocarrerr.s ,  de  monstruosas  hipérbo- 
les, de  agudezas  sin  intención  ni  alcíince  moral,  de  alambicamientos  peregrinos,  expresados 
en  frase  más  peregrina  todavía.  Hasta  la  poesía  religiosa,  que  no  vive  sino  con  la  dignidad  del 
pensamiento,  con  la  sencillez  de  la  expresión,  con  la  magnificencia  de  las  imágenes,  se  halla- 
ba pervertida  y  ahogada  en  aquel  raudal  de  retruécanos  y  de  trivialidades.  De  ello  dan  claro 
testimonio  el  cúmulo  de  villancicos  chabacanos,  y  alguna  vez  indecorosos ,  que  inundaban  la 
nación  entera ,  y  las  poesías  sagradas  familiares  de  Montero  y  de  tantos  otros ,  que  lastiman 
la  majestad  de  la  religión  y  la  veneración  que  se  debe  á  las  cosas  del  cielo. 

Las  épocas  de  verdadera  grandeza  y  espontaneidad  literaria  son  raras  y  efímeras  en  la  historia 
de  todas  las  naciones.  Nuestra  alta  poesía  nacional ,  esencialmente  épica  y  dramática ,  pasó  con 
los  romanceros  y  con  el  opiúento  y  magnífico  teatro  español  del  siglo  de  oro.  La  nmsa  estric- 
tamente lírica,  salvas  escasas  excepciones ,  no  tuvo  nunca,  ni  aun  en  sus  más  brillantes  perío- 
dos ,  el  sello  de  la  creación  nativa ,  el  brioso  y  absoluto  desembarazo  que  acompañan  siempre 
á  la  literatura  profundamente  original.  La  antigüedad  pagana,  Pro  venza  y  Cataluña,  Italia, 
Francia  en  épocas  posteriores,  asoman,  en  más  ó  menos  embozada  manera,  en  casi  toda 
nuestra  poesía  lírica ,  y  hasta  en  aquellas  composiciones  que ,  inoculado,  por  decirlo  así ,  el 
gusto  extranjero  en  el  ánimo  del  poeta ,  están  revestidas  de  formas  tan  fáciles  y  natm-ales,  que 
parecen  á  los  inadvertidos  emanación  genuina  del  estro  castellano. 

Si  bien  con  agi'avantes  alteraciones ,  reinaba  cual  nunca  en  las  letras  españolas  el  deijrava- 
do  gusto  de  los  conceptistas  y  de  los  cultos,  que  tanto  habían  contribuido  á  arraigar  en  nues- 
tro suelo  Ledesma,  Gracian,  Góngora  y  otros  deliberadamente,  y  grandes  ingenios,  como 
Lope  de  Vega  (1),  Calderón  y  Quevedo,  que,  al  paso  que  condenaban  por  reflexión  é  ins- 
tinto tales  extravíos ,  se  rendiaii  de  cuando  en  cuando,  y  como  á  pesar  suyo ,  á  la  influencia 
invasora  del  contagio. 

Importante  sería  para  la  historia  literaria  de  nuestro  país  desentrañar  las  causas  masó  me- 
nos visibles  é  inmediatas  de  aquel  desvío  del  buen  gusto  y  del  recto  sentido;  desvío  que  tras- 
cendió con  seducción  irresistible  á  la  poesía ,  á  la  historia ,  al  pulpito ,  á  la  sociedad  entera. 

No  cuadra  á  nuestro  especial  objeto  entrar  ampliamente  en  este  interesante  examen  relati- 
vo á  épocas  anteriores.  No  podemos  menos,  sin  embargo,  de  hacer  notar  cuan  mal  compren- 
dida fué  en  las  contiendas  críticas  del  siglo  xviii  el  verdadero  origen  y  la  índole  peculiar  de 
aquella  corrupción  literaria,  cuya  eficacia  dejó  en  las  letras  españolas  rastros  tan  profundos, 
que  tal  vez  duran  todavía.  Al  recordar  las  ruidosas  polémicas  sustentadas  en  Italia  acerca  del 
cultismo  por  Bettinelli ,  Tiraboschi ,  los  abates  Andrés  y  Lampillas ,  y  otros  literatos  esclare- 
cidos ,  los  hombres  de  la  edad  presente  nos  soi'prendemos  del  fervor  exorbitante  que  se  em- 
pleaba en  tales  controversias ,  á  par  que  de  los  argmnentos ,  especiosos  ó  mal  asentados ,  que 
tomaban  el  carácter  sofístico  y  los  ímpetus  de  la  pasión. 

Errando  el  camino  de  la  verdadera  crítica  filosófica ,  y  olvidando  la  grave  y  severa  sencillez 
que  habian  manifestado  en  felices  tiempos  los  principales  escritores  españoles,  achacaban  los 
italianos  á  España  la  corrupción  del  buen  gusto  en  las  letras  europeas ,  desde  la  antigüedad 

(1)  Son  curiosos  documentos,  para  la  inteligencia  nares,  de  Segovia,  13  de  Noviembre  de  1624  ;  con 

de  esta  cuestión,  la  Cemura  de  Lope  de  Vega  Car-  la  replica  de  Lope  impresa  enZa  Circe,  año  de  1G24, 

pió,  impresa  en  su  Filomena  (1621),  sobre  la  poesía  y  la  contestación  de  aquél,  23  de  Abril  del  mismo 

culta ,  y  Reítpuesto  dd  licenciado  Diego  de  Colme-  año  de  1624. 


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DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  vn 

romana;  y  presentaban  esta  corrupción  como  una  dolencia  crónica,  inherente  al  suelo  y  al  clima 
de  España ,  que  habia  inficionado  á  Italia  en  la  época  de  su  dominación.  Voluminosos  libros 
se  escribieron  con  tan  estéril  y  enfadoso  designio.  Eéplicas  iorualmente  briosas  y  eruditas  se 
escribieron  asimismo,  mereciendo  la  palma  entre  ellas  las  del  abate  Andrés  y  del  jesuita  ca- 
talán don  Francisco  Javier  Lampillas.  Pero  ni  las  acriminaciones  intempestivas  ni  las  doctas 
investigaciones,  alcanzaron  á  iluminar  con  luz  clara  y  cabal  el  objeto  de  la  reñida  controversia. 
Los  italianos  se  empeñaban  sin  tino  en  atribuir  meramente  á  tendencias  nacionales  lo  que  sólo 
podia  y  debia  explicarse  por  las  leyes  ñitales  de  las  decadencias  literarias.  Por  aquellos  mismos 
tiempos  en  que  tan  preponderante  se  hallaba  en  España  la  perversa  manía  del  goi^goñsmo  la 
Inglaterra,  cuyas  influencias  de  raza,  de  clima  y  de  costumbres  difieren  tan  esencialmente  de 
las  influencias  análogas  de  España ,  se  hallaba  inundada  por  el  torrente  del  eufuismo,  gerigon- 
za  simbólica,  compuesta  de  metáforas  y  conceptos,  que  podia  disputar  á  los  conceptistas  italia- 
nos y  españoles  la  palma  de  la  extravagancia.  Escasos  hubieron  de  ser  á  la  sazón  el  roce  y  la 
comunicación  recíproca  de  las  literaturas  inglesa  y  castellana ,  y  sin  embaro-o,  llama  la  aten- 
ción la  semejanza  de  los  extravíos  en  que  ambas  cayeron,  caminando,  al  parecer,  por  distinto 
rmnbo.  El  famoso  Johu  Lilly  fué  en  Inglaterra  el  legislador  del  estilo  metafísico  y  figurado, 
como  lo  fué  Gracian  en  España,  como  lo  fué  en  Italia  el  Conde  Manuel  Thesauro  en  su  An- 
teojo Aristotélico.  El  pedantesco  libro  de  Lilly  Euphues  and  kis  England  {1) ,  si  bien  con 
forma  diferente,  es  digno  compañero  de  Agudeza  y  Arte  de  ingenio  y  otros  códigos  del  estilo 
culto. 

A  causas  generales ,  que  se  ven  patentes  en  ciertos  períodos  de  la  historia  literaria  de  todas 
las  naciones,  y  no  á  influencias  determinadas  y  locales,  hay  que  atribuir  los  grandes  vicios 
que ,  en  tiempos  infelices ,  alteran  y  depravan  las  letras. 

Entre  los  desvarios  tenebrosos  de  Licofron ,  el  Góngora  de  la  corte  de  los  Tolomeos ;  las 
afectadas  metáforas  de  los  poetas  de  Bizancio,  que  cultivaban  los  acrósticos,  y  otros  juegos  de 
forma  que  habrían  figurado  dignamente  en  la  Poética  de  Rengifo ;  el  lenguaje  alambicado  de 
Marcial ,  las  declamaciones  de  Ju venal ,  el  aparato  ostentoso  de  imágenes  y  de  relumbrantes 
palabras  de  Lucano  (2);  el  eufuisnio  de  Inglatera,  el  conceptismo  de  Ledesma,  el  culteranismo 
de  Góngora,  las  primorosas  y  cortesanas  sutilezas  del  caballero  Marini,  la  afectación  de  la  plé- 
yade francesa  del  tiempo  de  Luis  XIII;  y  por  último,  el  hel-esprit  de  las  précieuses  del  Hotel 
de  Rambouillet  y  de  la  refinada  corte  de  Sceaux,  hay  afinidades  incontestables,  lazos  visibles, 
que  los  hermanan  y  confunden.  Son  consecuencias,  más  ó  menos  semejantes,  de  una  de  dos 
causas:  ó  una  civilización  literaria  en  embrión,  ó  una  cidtura  intelectual  deofenerada.  La  hin- 
chazon  y  el  simbolismo  á  la  usanza  oriental  asoman  en  las  letras  griegas  cuando  pierden 
éstas  su  espontaneidad  y  su  fuerza.  Del  mismo  modo  la  literatura  enfática  é  hiperbólica  de  los 
árabes  deja  en  las  naciones  occidentales  un  rastro  tradicional  tan  hondo  y  tan  tenaz,  que  no 
sólo  reina  en  largos  é  importantes  períodos  del  renacimiento  y  de  la  era  moderna ,  sino  que, 
cuando  parece  borrado  irrevocablemente  por  el  gusto  y  el  buen  sentido,  renace  de  improviso 
en  la  lira  de  Víctor  Hugo  y  de  otros  poetas  de  imaginación  exuberante. 

Carlos  II,  juguete  de  ambiciosos  cortesanos,  caminando  en  todo  sin  norte  y  sin  constancia, 
indeciso,  obcecado,  moribundo,  fué  lamentable  emblema  de  su  propio  reinado.  En  esta  época 
de  transición  y  de  marasmo  no  hay  que  buscar  poesía  que  merezca  tal  nombre.  El  pensa- 
miento no  vuela  á  los  espacios  su])limes  del  idealismo;  no  entiende  ni  analiza  los  impídsos 
generales  de  la  humanidad ,  ni  los  privativos  de  la  patria ;  no  se  concentra  en  la  emoción  in- 
dividual ,  de  donde  brotan  el  placer,  el  éxtasis ,  el  llanto ;  no  sabe  siquiera  describir  con  since- 
ridad, pintar  la  naturaleza  con  los  colores  vigorosos  que  reflejan  la  admiración  y  el  entusias- 

(1)  Walter-Scott  da  clara  idea  de  las  extiavagau-  poésíe  de  l'époque.  (D.  Nisard,  Les  poetes  laiins  da 
cias  del  evfuismo  en  su  novela  El  Monasterio.  la  décadcnce.') 

(2)  Ces  contorsions  Uttéraires  qu'on  appelait  la 


vm  JBOSQUEJO  HISTÓRICO-CRÍTICO 

mo.  ¿Qué  lia  de  ser,  pues,  una  poesía  donde  no  hay  ni  pasión ,  ni  verdad,  ni  fantasía;  donde 
no  palpita  la  vida  humana  ni  en  sus  manirestacioncs  ahiertas  y  expansivas,  ni  en  su  movi- 
miento íntimo  y  personal?  Ha  de  convertirse  necesariamente  en  evoluciones  complicadas, 
de  falso  ino-enio  y  de  enredada  forma,  en  juegos  mecánicos  semejantes  á  primores  de  taracea. 
En  una  palabra,  no  es  la  poesía  de  las  imágenes  nohles  y  verdaderas,  de  los  arranques  del 
corazón ,  de  los  sentimientos  briosos  y  levantados ;  es  la  poesía  do  los  laberintos ,  de  los  acrós- 
ticos ,  de  los  ecos ,  de  las  paranomasias ,  de  los  retrógrados ,  y  de  otros  ruines  entretenimientos 
de  literaturas  estragadas  (1).  Las  literaturas  nacientes  adolecen  á  veces  de  esta  afición  á  los 
juegos  pueriles  de  la  forma.  Testimonio  dan  de  ello  las  canciones  de  los  trovadores  pro  venza- 
Íes  y  las  fihgranas  métricas  de  Baena,  de  A^illasandino  y  de  otros  poetas  castellanos  de  los 
siglos  XIV  y  XV  (2).  [¡Triste  semejanza  tienen  en  la  poesía  española  la  infancia  y  la  decre- 
pitud ! 

La  afición  al  lenguaje  metafórico,  que  en  los  tiempos  prósperos  del  cultismo  avasallaba  á  la 
Europa  literaria ,  habia  nacido  acaso  también ,  en  gi'an  ]iarte ,  de  los  afectados  refinamientos 
de  la  sociedad  cortesana,  animada  por  la  galantería  caballeresca,  que  el  renacimiento  habia 
creado  con  las  formas  exageradas,  propias  de  una  civilización  mieva,  que  pugna  por  romper 
apresuradamente  las  cadenas  de  la  barbarie.  El  culteranismo  y  el  conceptismo ,  antes  de  con- 
vertirse en  escuelas  literarias ,  estaban  ya  en  su  esencia  en  los  libros  de  caballería ,  y  Cer- 
vantes, al  ridiculizar  los  delirios  y  el  lenguaje  enfático  de  aquellos  libros  singulares,  ayu- 
daba grandemente  á  la  sana  crítica  literaria. 

Pero  aquellas  hipérboles  extravagantes,  aquellas  adulaciones  novelescas,  aquellas  frases 
hinchadas  y  campanudas  halagaban  la  imaginación  de  la  gente  cortesana,  así  en  la  Inglaterra 
de  Isabel  como  en  la  España  de  los  monarcas  austríacos.  El  estilo  figvu*ado  era  como  blasón 
de  personas  cultas  ó  encumbradas ,  y  éstas ,  no  contentas  con  metáforas  manoseadas ,  como 
las  de  volcan,  lumbres,  ébano,  para  expresar  el  corazón,  los  ojos,  los  cabellos,  se  afanaban  por 
dar  tormento  á  las  palabras  y  á  las  ideas,  á  trueque  de  pasar  por  elegantes  y  discretas.  Llamar 
las  cosas  por  su  nombre,  usar  frases  limpias  y  Uanas ,  llegó  á  pai-ecer  vulgaridad.  Los  poetas, 
que  nunca  se  sustraen  completamente  á  las  influencias  políticas  y  sociales,  se  rindieron  fá- 
cilmente á  las  seducciones  de  la  moda  aristocrática,  y  hasta  los  de  más  sano  instinto  pagaron 
tributo,  á  pesar  suyo,  á  aquella  dominación  bastarda.  A  la  forma  sencilla  y  pura  de  la  verdad 
y  de  la  belleza  se  sustituyeron ,  primero  con  el  ejemplo,  y  después  con  autoridad  doo-má- 
tica ,  voces  peregrinas ,  circunloquios  pomposos ,  intrincados  conceptos.  Góngora  y  Gracian 
creían  reformar  la  literatura ,  engrandecer  el  campo  de  las  ideas ,  ennoblecer  el  idioma  pa- 
trio ;  el  caballero  Marini  (3)  miraba  con  lástima  al  severo  y  cuerdo  Malherbe ;  y  lo  más 
extraño  es,  que  todos  se  juzgaban  innovadores ,  cuando  en  realidad  no  hacían  más  que  re- 
troceder á  épocas  más  ó  menos  remotas.  Naciones  habia,  que  blasonaban  de  ser  inventoras 
del  malhadado  estilo  culto.  Portugal  entre  ellas.  Manuel  de  Faria  y  Souza ,  el  comentador 
del  Camoens,  atribuía  esta  triste  gloria  nada  menos  que  al  Pey  don  Sebastian  (4).  Los  es- 

(1)  En  la  poesía  griega  y  latina  de  las  épocas  de  cuyo  extraño  mérito  consiste  sólo  en  que  con  sua 

decadencia  hay  ejemplos  increíbles  de  esta  extrava-  palabras  pueden  hacerse  3.628.800  combinaciones, 

gante  manía.  Símmias ,  de  Rodas ,  escribe  á  la  zam-  Podría  formarse  una  lista  interminable  con  ejem- 

poria^  y  cifra  todo  su  conato  en  que  los  versos  escri-  píos  de  extravagancias  semejantes. — (Véase  á  César 

to3  representen  la  figura  de  este  instrumento  pasto-  Cantú,  Documentos  de  filosofía  y  literatura. — Poe- 

ril.  Los  poetas  latinos  escriben  versos  anacíclicos,  mas  difíciles.') 

esto  es,  versos  cuyas  letras  dicen  lo  mismo  leídas  por  (2)  Véase  el  Cancionero  de  Baena. 

la  izquierda  que  por  la  derecha,  como  éste  :  (3)  De  Marini  decía  el  abate  don  Juan  Andrés  : 

jRoma  tibi  suuto  motihus  ibit  amor.  «^0  podrá  leer  Seguidamente  L'Adone  quien  no  ten- 
ga pervertidos  el  gusto  y  el  corazón.» 

Más  adelante  se  hicieron  versos  tan  ridículos  como  (4)  «e1  Rey  don  Sebastian  fué  el  primero  que  es- 

el  siguiente  :  cribió  en  el  estilo  que  hoy  llaman  culto,  como  cons- 

ítx,  rex,  )qI,  dux,/ofs,  lux,  mors,  sjies > pci.r , peira ,  Christm,  ta  de  algunas  composícioncg  SUyas  en  prosa  difícil.)) 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  13- 

tragos  del  mal  gusto  en  el  suelo  castellano  fueron  rápidos  é  irreparables.  La  violencia  del 
sentido  en  las  frases,  la  puerilidad  de  los  retruécanos,  lo  enmarañado  y  sutil  de  los  circun- 
loquios ,  liabian  llevado,  al  parecer,  la  poesía  cá  los  límites  extremos  de  la  depravación.  Y  sin 
embargo,  ¡  quién  lo  imaginara !  aun  caljia  mayor  degeneración  en  aquel  lamentable  estado. 
En  los  últimos  tiempos  del  siglo  xvii,  una  nueva  decadencia  vino  á  corromper  y  preci- 
pitar más,  si  era  posible,  la  decadencia  misma.  El  culteranismo  se  trasformó.  Ya  no  era 
la  secta  extra^■iada,  pero  ardiente  é  ingeniosa,  que  aspiraba  á  realzar  la  literatura  con  es- 
ñierzos  y  con  artificios ,  como  la  miijer  que ,  poco  confiada  en  sus  verdaderas  perfecciones 
intenta  acrecentarlas  con  afeites  y  complicados  atavíos.  Era  una  musa  envejecida,  que  ha 
perdido  la  belleza  y  el  donaire,  y  quiere  reemplazar  la  una  con  repugnantes  cosméticos  y  el 
otro  con  equívocos  y  descaro. 

Cáncer,  León  Marchante,  Montoro,  Sor  Juana  Inés  de  la  Cruz  son,  al  terminar  el  si- 
glo XVII,  los  más  célebres  representantes  de  esta  musa  degradada,  que  canta  porque  se  di- 
vierte, y  no  porque  siente  ó  porque  admira.  La  monja  de  Méjico  es,  entre  estos  poetas  la 
que  recibió  del  cielo  estro  más  puro  y  sensibilidad  más  delicada.  En  época  para  las  letras 
venturosa ,  habría  tal  vez  legado  á  la  posteridad  nobles  frutos  de  su  ingenio  y  de  su  corazón. 
Ahogado  su  numen  en  aquella  atmosfera  corrompida,  sólo  ha  dejado  en  el  cúmulo  de  sus 
versos  algunos  destellos  de  fantasía ,  algunos  rasgos  de  esa  agudeza  femenil  á  que  nunca  al- 
canza el  numen  de  los  hombres  (1). 

La  chocarrería  y  la  trivialidad  de  los  asuntos  que  solían  ser  objeto  de  los  cantos  líricos  de 
aquel  tiempo,  fueron  extremadas  ,  y  sólo  comparables  á  la  vulgaridad  del  estilo.  En  los  tiem- 
pos de  la  decadencia  romana,  los  asuntos  ridículos,  triviales,  monstruosos  ú  obscenos  fueron 
también  claras  señales  de  la  extravagancia  y  la  abyección  á  que  habían  llegado  las  letras.  01- 
.vidando  la  noble  verdad  y  la  ática  sencillez  que  resplandecen  en  los  poemas  del  siglo  de  Au- 
gusto, los  poetas  del  siglo  de  Nerón  gastan  todo  el  calor  natural  de  la  fantasía  en  frivolos  ó 
vergonzosos  pasatiempos  de  ingenio,  de  adulación  ó  de  procacidad.  Felicitaciones  lisonjeras, 
ejíitalamios  amanerados ,  insulsas  ofrendas  poéticas  en  las  saturnales ,  epigramas  eróticos, 
descripciones  de  recetas  médicas,  de  historia  natural,  de  festines,  de  geografía;  estos  y  otros 
asuntos  semejantes  constituían  el  fárrago  de  poesía  artificial  que  inundaba  á  Roma  cuando 
la  llama  de  su  civilización  prepotente  se  ahogaba  en  las  convulsiones  del  Imperio  degenerado. 
Los  poetas  españoles ,  recién  pasado  el  siglo  de  oro,  seguían  fatalmente,  y  sin  sospecharlo,  las 
tristes  huellas  de  la  poesía  romana  decadente  y  envilecida. 

Montoro  (2),  más  conceptiva  y  equivoquista  que  culto,  ingenio  mediano  y  hombre  cuerdo  y 
sincero,  demuestra  con  su  ejemplo  adonde  van  á  parar  las  letras  nacionales  en  el  descenso 
de  su  gloria.  Un  tomo  entero  de  sus  obras  está  consagrado  á  la  lírica  sagrada.  Todo  denota 
en  sus  versos  corazón  limpio  y  fe  sincera ,  y  sin  embargo ,  el  sentido  grave  de  la  religión , 
sus  inefables  misterios,  su  edificante  historia,  no  le  inspiran  sino  agudezas  y  discreteo.  Di- 
rige á  los  santos  sutilezas  festivas,  dedica  chocarrerías  conceptuosas  á  la  conversión  de  un 
hereje,  y,  lo  que  es  más  extraño,  no  le  ocuiTe,  para  cantar  el  origen  del  cristianismo,  esto 
es,  la  imponente  pasión  del  Hombre-Dios ,  una  forma  más  alta  y  adecuada  que  la  de  unas 
jácaras  chabacanas.  Dice  en  ellas ,  hablando  del  Señor : 

Sosegó  á  Pedro,  y  le  dijo  : 
«  Amigo,  vamos  á  espacio  ; 
Que  yo  sé  que  antes  de  mucho 
Te  ha  de  cantar  otro  gallo. » 

No  se  burla  Montoro  de  la  Pasión ,  y  sin  embargo,  el  mal  gusto  literario  y  el  trastorno 

(1)  En  el  tomo  xlh  de  la  Biblioteca  pueden  ver-  (2)  Don  José  Pérez  de  Montoro  nació  en  San  Fe- 

se  muestras  de  la  poesía  discreta  de  esta  mujer  ex-       lipe  de  Játiva,  el  afio  de  1627.  Murió  en  Dicicmbro 
traordinaria.  de  1694. 


f  BOSQUEJO  HISTÓRICO-CRÍTICO 

de  los  tiempos  le  hacen  incurrir  involuntariamente  en  una  verdadera  profanación.  ¡Jesucristo 
diciendo  chistes  y  equívocos  á  san  Pedro  en  el  momento  solemne  del  más  augusto  y  sublime 
de  los  sacrificios  !  ¡  Cuánto  han  debido  descaminarse  las  inspiraciones  de  la  fe  desde  las  me- 
ditaciones majestuosas  de  fray  Luis  de  Granada  y  los  arrobamientos  celestiales  de  fray  Luis 
de  León  I 

En  las  obras  que  Montoro  titula  líricas  humanas  es  algo  menos  vulgar  la  inspiración  (1).  Los 
asuntos  no  son  en  general  tan  sandios  y  triviales  como  en  otros  poetas ,  pero  algimas  veces 
desciende  á  la  más  vil  esfera  á  que  puede  llegar  el  pensamiento  del  poeta  (2).  Escribió  algu- 
nos versos  heroicos  de  ampuloso  linaje,  y  muchas  poesías  lisonjeras  y  cortesanas  dirigidas  á 
Felipe  IV,  á  la  Reina  Madre,  á  Carlos  II  y  á  varios  magnates  de  la  corte;  pero,  arrastrado 
por  el  impulso  general ,  consagró  principalmente  su  musa  á  ima  dama  que  se  sangró ,  á  otra 
gue  se  sacó  una  muela,  á  otra  que  se  durmió  después  de  cantar,  á  un  zapato,  á  cuatro  damas  que 
quisieron  liacerse  brujas,  á  la  Tarasca,  á  los  rigores  del  abanino,  y  á  otras  fruslerías  semejantes. 
Suelen  encontrarse  en  sus  obras  bellos  versos  y  trozos  de  entonación  robusta ;  pero  todo  lo  des- 
luce el  afán  de  desplegar  ingenio  á  todo  trance ;  pudiendo  con  razón  aplicarse  á  este  poeta, 
como  á  todos  los  de  esta  desventurada  escuela,  aquel  célebre  verso,  que  contiene  una  gran  ver- 
dad crítica ; 

Vesprit  qu'on  veut  avoir,  gáte  celui  qú'on  a. 


CAPITULO  II. 

Advenimiento  de  la  casa  de  Borbon. —  Felipe  V  quiere,  sin  conseguirlo,  identificarse  con  la  nación  española,- 

— En  artes  y  letras  prevalece  en  la  corte  el  espíritu  extranjero.—  Influencia  de  la  cultura  del  reinado  de 
Luis  XIV. —  No  llega  por  entonces  al  pueblo  español. —  Agonía  del  numen  lírico.  —  Destellos  de  la  entonación 
antigua,  perdidos  entre  los  delirios  del  mal  gusto  reiníintc. — Enciso. —  Bernaldo  de  Quirós.  —  Decadencia  en 
la  decadencia  :  lUtimos  limites. —  Poesía  rastrera  y  familiar. — Salazar  y  Hontiveros. 

A  tan  lamentable  estado  hablan  llegado  las  musas  castellanas  cuando  subió  al  trono  es- 
pañol ,  con  el  nombre  de  Felipe  V,  el  príncipe  francés  Duque  de  Anjou.  Preñada  á  la  sazón  la 
atmósfera  política  de  Europa  de  disturbios,  de  recelos  y  de  ambiciones,  no  presentaba  á  Es- 

(1)  Como    este  poeta  está  ya  olvidado,  juzgamos  Y  asi  errado  presume  el  poderoso 

oportuno  publicar  los  siguientes  versos  ,  copiados  de  ^  ^,  fortuna  duración  constante 

^  ^  1  ■  •      j  Pues  lo  que  mas  le  constituye  excelso, 

un  manuscrito,  como  muestra  de  su  ingenio,  de  su  en-  -^  asimismo  lo  que  le  hace  frágil. 

tonacion  firme   y  de   su  estilo  hiperbólico  y   COncep-  No  de  otra  suerte  en  pródigo  terreno 

tuoso  ■  Xrbol  fecimdo  á  quien  de  frutos  gravea 

Á  LAS  RUINAS  DEL  COLOSO  DE  RODAS.  La  abundancia  feliz  que  le  enriquece, 

Es  carga  lisonjera  que  le  abate. 
Taces,  [oh  maravilla  de  los  siglosl  ^^^  ^.j  ^^^^  ^^  ^, ,  p^^t^ado  asombro 

Mas  tan  sublime  en  f  js  ruinas  yaces .  ^^^¿^  ^¡^^p^^  ^^  ^^  ^.^^^  ,^^  ^^^^^^  ^ 

Que  por  las  bocas  que  te  abrió  el  estrago ,  p  ^^  ^^  condición  del  tiempo 

Desmientes  lo  abatido  con  .o  grande.  _  ,  ,  .  .    , 

Hacer  eterno  lo  que  juzga  infame. 
Causando  al  mundo  uji. versal  asombro, 

Fuiste  del  sol  estatua  venerable, 

Y  hoy,  reducido  á  lástima  el  respeto,  ^2)  Hav  un  Eoneto,  cuyo  asunto  no  nos  permiten 

Sólo  del  escarmiento  eres  imagen.  \         j  i  -l  j.      t>  i        mí- 

Cuanto  elevó  el  primor  de  muchos  años,  expresar  el  pudor  y  el  buen  gusto.  Raya  en  los  ulti- 

Precipitó  la  injuria  do  un  instante,  DIOS  limites  de  la  obscenidad  y  de  la  chocarrería,  y 

A  cuyo  golpe  estremecida  el  Asia,  sin  embargo,  ¡singular  cai'.dor  de  aquel  tiempo  I  las 

Dio  de  sorda  inquietud  claras  señales...  aprobaciones  oficiales  del  libro  declaran  que  no  se 

Acaso  para  mérito  íi  tus  triunfos  in  m  ,  ,^7  i. 

Deshizo  el  tiempo  tu  altivez  gigante ;  ^^^^^  «n  el  cosa  al-una  opuesta  á  la  modestia  cris- 

El  tiempo ,  aquel  cuya  ambición  hambrienta  liana. 

Los  bronces  come  y  los  escollos  lame.  Una  repugnante  composicion  de  Montero  está  ins- 

Mas  no ;  que  si  prodigio  te  erigieron,  -^^^          ^^^  dolencia  hemorroidal  que  padecía. 

Sólo  por  tu  excelencia  peligraste ;  ,,,        j  ,      ,      m  j^  n                      i      •             ^         •,  • 

Que,  ánn  sin  malicia  de  las  horas ,  siempre  ^^^  adelante  Taf alhx  se  complacia  en  descnbir  una 

Aáoleció  de  breve  lo  admirable ;  purga.Así  se  había  envilecido  la  poesía. 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  a 

paña  ima  perspectiva  de  sosiego  j  de  engrandecimiento  el  esclarecido  A'ástago  de  Borbon.  La 
nueva  dinastía  no  traia  en  verdad  á  la  nación  ni  el  es]:)lendor  del  poder,  ni  el  iris  de  la  paz* 
pero  venía  con  ella  la  luz  de  la  esperanza.  Hay  en  la  vida  de  las  naciones  épocas  de  tanta  es- 
terilidad y  desventura ,  que  es  forzoso  salir  de  ellas  á  cualquiera  costa  j  por  cualquier  camino. 
La  mayoría  del  pueblo  español  sentía  instintivamente  la  imperiosa  necesidad ,  v  recibió  al 
nuevo  rey  con  lealtad  profunda  y  júbilo  sincero,  como  una  solución  feliz  á  la  enmarañada  y 
aflictiva  situación  en  que  había  quedado  la  monarquía  al  fallecimiento  de  Carlos  II  (1). — No 
es  de  este  lugar  recordar  detalladamente  las  azarosas  visicitudes  de  aqiiel  reinado  borrascoso. 
La  gueiTa  de  sucesión  puso  á  prueba,  así  el  suírimiento  de  los  españoles  como  la  entereza  del 
Monarca.  Devorada  España  por  la  guerra  civil ,  combatida  por  casi  toda  la  Europa ,  desmem- 
brados sus  estados,  y  auxiliada  en  su  propio  seno  por  armas  extranjeras ,  lo  cual  es  siempre  una 
calamidad ,  no  decayó  jamas  el  vánimo  constante  de  esta  nación  guerrera  y  esforzada. 

No  merece  Felipe  V  el  desmedido  rigor  con  que  le  han  juzgado  varios  escritores  extranje- 
ros ,  y  señaladamente  algunos  de  su  propia  nación  (2).  La  posteridad  no  puede  conceder  á  este 
rey  la  condescendiente  admiración  que  le  tributaron  sin  tasa  muchos  escritores  contempo- 
ráneos ;  pero  sería  injusto  desconocer  que,  á  vueltas  de  sus  accesos  de  indolencia  y  de  hipocon- 
dría, y  á  pesar  de  no  ser  transcendental  el  alcance  de  su  entendimiento,  encerraba  su  alma 
prendas  de  alta  valía.  Su  denuedo  en  los  combates,  su  noble  constancia  en  las  horas  de  infor- 
tunio, la  pureza  de  sus  costumbres ,  y  su  sana  intención  en  favor  de  sus  pueblos,  son  títulos 
gloriosos,  de  que  la  historia  no  debe  prescindir.  Pasados  los  tiempos  borrascosos  de  la  guerra  do 
sucesión,  intentó  hacer  penetrar  en  España  aquella  cidtura  artística  y  literaria  que  en  su  mo- 
cedad había  visto  resplandecer  con  tan  radiosa  lumbre  en  la  atildada  corte  de  Versalles.  Él 
creó  la  Academia  Española  y  la  Academia  de  la,  Historia;  él  fomentó,  con  el  real  sitio  de  San 
Ildefonso,  las  artes  de  la  elegancia  y  del  buen  gusto. 

Pero,  con  todos  estos  laudables  esfuerzos ,  las  letras ,  que  viven  con  la  vida  de  la  inspiración 
y  del  libre  impídso  nacional ,  no  pudieron  florecer  en  el  reinado  de  Felipe  V.  Este  monarca, 
sin  embargo  de  su  firme  propósito  de  identificarse  con  la  nación  española ,  traia  involuntaria- 
mente consigo  un  vicio  mortífero  para  la  poesía :  el  espíritu  extranjero,  que ,  por  la  virtud 
misma  de  las  cosas  y  de  los  sucesos ,  hubo  de  ingerirse  gradualmente  en  el  corazón  de  las 
clases  cultas  y  aristocráticas.  El  roce  continuo  con  los  ejércitos  franceses  poco  ó  nada  altera- 
ba la  índole  peculiar  del  pueblo  español,  guardador  obstinado  de  sus  hábitos  y  de  sus  ideas. 
Pero,  eclipsada  por  una  parte  ,  á  los  ojos  de  la  crítica  victoriosa  entonces,  la  civilización  reli- 
giosa y  literaria  de  nuestro  siglo  de  oro,  y  admitida  con  favor  por  la  corte  la  influencia  de  la 
cultura  pomposa  y  deslumbradora  del  reinado  de  Luis  XIV,  que  toda  la  Europa  acataba  y 
remedaba  entonces ,  no  podia  dejar  de  abrirse,  si  bien  con  lucha  y  embarazo,  un  nuevo  camino 
á  la  actividad  intelectual  de  los  españoles.  Pocas  afinidades  tenía  en  verdad  esta  civilización^ 
esencialmente  artificial  y  acompasada,  con  el  espíritu  gallardo,  espontáneo  y  algún  tanto  indis- 
ciplinado que  habia  sido  alma  nati^  a  y  vigorosa  de  la  literatura  castellana.  Felipe  V  asoció 
con  noble  y  sincera  voluntad  á  la  nación  española  su  gloria,  su  porvenir  y  hasta  su  existencia, 
Pero  era  nieto  de  Luis  XIY  y  alumno  de  su  corte ,  y  mal  podia  perder  su  ánimo  los  recuer- 
dos y  dejos  seductores  de  la  edad  temprana  ,  y  asimilarse  en  cabal  manera  á  una  atmósfera  in- 
telectual de  tan  diferente  y  por  entonces  tan  inferior  linaje. 

Luis  XIV,  que ,  en  el  engreimiento  natural  de  su  poder  y  de  su  gloria ,  no  veia  en  la  coro- 
na de  España  sino  un  elemento  auxiliar  de  la  suya  ,  a;yTidaba  activamente  con  su  política  y  sus 
consejos  á  la  conservación  de  las  influencias  de  exótico  origen  que  preponderaban  en  la  corte 
española.  «  No  os  olvidéis  de  que   sois  príncipe  francés  »,  fué  la  primera  advertencia  que  el 

(1)  En  América,  donde  era  rnénos  conocida  la  in-  desdeñosa  y  áspera  concisión:  Un  petit  fiU  de 
capacidad  do  Carlos  II,  ñié  muy  deplorada  su  muerto  Lovis  XIV,  un  eleve  de  Fénélon,  avait  sommeillé  sur 

(2)  Monsieur  Villemain,  de  ordinario  tan  im-  le  tróne,  entre  d'insipides  frivolités  et  de  bizarres 
parcial  v  tan  moderado,  habla  de  Felipe  V  con  esta  ffianies^  sans  souci  de  rien  d'honorab¡e, 


5jjj  BOSQUEJO  HISTÓRI(X)-CRÍTICO 

gran  monarca  dirigió  en  tono  solemne  al  nuevo  rey  en  presencia  del  Embajador  de  España  (1). 
A  ser  dable  y  adecuada  al  carácter  dominador  de  Luis  XIV,  una  advertencia  en  contrario 
sentido  habria  sido  más  cuerda  y  más  conforme  á  la  razón  de  estado.  Todavía  duraban  en  la 
memoria  de  los  españoles  los  procederes,  ya  violentos ,  ya  tortuosos ,  ya  altivos,  que  Luis  XIV 
habia  empleado  contra  España  desde  aquella  desdicbada  guerra  á  que  puso  térniiuo  la  paz  de 
Nimet^a,  más  deplorable  para  nosotros  que  la  guerra  misma.  Aun  bumeaban,  por  decirlo  así, 
Barcclonca  y  Alicante,  bombardeadas  por  las  armas  francesas  (2).  Recientes,  inmediatos  es- 
taban los  famosos  convenios  de  EI-Haya  y  de  Londres  (3),  que  la  posteridad  calificó  de  infa- 
mes, en  los  cuales,  bajo  la  influencia  de  Luis  XIV,  y  sin  la  menor  anuencia  de  España ,  se 
repartía  caprichosamente  su  corona  como  vil  mercancía.  Si  la  postración  de  ánimo,  y  el  es- 
tupor mismo  que  producían  tan  repetidos  y  extraordinarios  golpes,  embotaban,  al  parecer,  la 
sensibilidad  de  la  nación,  no  apagaban  las  centellas  del  odio  intenso  que  en  aquellos  dias 
profesaban  los  españoles  á  la  nación  francesa.  Las  apremiantes  necesidades  de  la  existencia 
política  de  los  estados,  que  con  insuperable  fuerza  imponen  el  remedio,  fueron  la  causa  ver- 
dedera  de  que  los  españoles  recibieran  con  ánimo  franco  á  la  casa  de  Borbon.  Razones  de 
naturaleza  política,  hermanadas  con  sanas  prendas  geniales  del  Monarca,  fueron  parte  igual- 
mente para  que  Felipe  V  mirase  con  ínteres  y  afecto  por  el  común  provecho  del  noble  pvie- 
blo  que  se  había  echado  tan  confiadamente  en  sus  brazos ;  pero  el  apego  á  las  ideas  y  á  las 
costinnbres,  que  se  infvmden  en  el  alma  con  la  atmósfera  en  que  se  nace ,  así  como  la  involun- 
taria antipatía  que  inspira  cuanto  de  ellas  se  aparta,  ni  se  desvanecieron  en  el  ánimo  del 
príncipe  extranjero,  ni  se  entibiaron  por  entonces  en  el  espíritu  del  pueblo  castellano. 

Mozo  inexperto,  mal  dotado  por  la  Providencia  del  instijitode  observación  y  de  la  entereza 
necesarios  á  los  hombres  de  estado ,  y  rendido ,  muchas  veces  á  pesar  suyo ,  á  la  abrumadora 
protección  de  su  ilustre  abuelo,  no  pudo  Felipe  V  evitar  que  interviniesen  en  la  dirección, 
de  los  negocios  del  Estado  manos  extranjeras ,  con  mengua  de  nuestra  nacionalidad  y  de  nues- 
tra gloria.  Oscuros  extranjeros ,  levantados  con  escándalo  al  puesto  de  consejeros  de  la  coro- 
na (4) ;  los  altos  cargos  de  la  casa  real  otorgados  á  personas ,  francesas  ó  españolas ,  desig- 
nadas por  Luis  XIV ;  los  honores  más  elevados  y  de  índole  nacional  histórica  concedidos ,  sin 
reciprocidad  siquiera,  á  clases  enteras  de  la  nación  francesa  (5);  la  mal  embozada  predilec- 
ción del  monarca  español  á  los  franceses  (6) ;  la  admisión  pública  y  oficial  en  los  consejos  de 
la  corona  de  los  embajadores  franceses,  que  solian  creerse  verdaderos  gobernadores  de  la  mo- 
narquía :  todo  esto  constituía  una  de  las  tutelas  internacionales  más  tristes  y  más  vergonzo- 
sas en  que  ha  llegado  á  caer  nación  alguna.  La  Francia ,  sin  pensarlo,  y  llevada  por  el  tor- 
rente de  los  tiempos  y  de  las  trasformaciones  históricas ,  tomaba  ahora  amplio  desagravio  de 
aquella  era  en  que  España  regía  en  Francia  los  Estados  Generales  por  conducto  de  sus  em- 
bajadores. 


(1)  Este  consejo  fué  repetido  en  las  primeras  ins-  yó  indispenííable  poner  coto  á  este  abuso,  que,  con  su 
trucciones  escritas  que  dio  Luis  XIV  á  Felipe  V;  anterior  política,  habia  él  mismo  provocado.  Así  de- 
instrucciones, por  muchos  admiradas,  donde,  al  lado  cia  :  «Aparta  el  rey  Felipe  de  su  servicio  á  los  es- 
de  cuerdas  y  elevadas  lecciones,  campean  otras  por  pañoles,  á  causa  do  una  preferencia  sobrado  mani- 
demas  extrañas  ó  triviales.  fiesta  á  los  franceses.  Din'ase  que  sus  subditos  le  son 

(2)  Campañas  de  1691,  1694,  1697.  insoportal)les...  Es  necesiario  que  ponga  el  Rey  de 

(3)  11  de  Octubre  de  1698,  3  de  Marzo  de  1700.  España  todo  su  conato  en  ganar  la  voluntad  de  sus 

(4)  Orri,  Alberoni,  Kiperdá,  etc.  vasallos.  Si  estima  poco  á  los  españoles,  fuerza  ea 

(5)  La  medida  de  esta  clase  que  lastimó  más  hon-  que  lo  oculte  cuidadosamente...  Su  amistad  á  Fran- 
dameiite  el  orgullo  de  los  españoles  fue  la  que  alzó  cia  debe  inspirarle  el  deseo  de  que  vivan  en  la  más 
á  la  jerarquía  do  Grandes  de  España  á  todos  los  Pa-  estrecha  unión  españoles  y  franceses.  Si  prefiere  á 
res  de  Francia.  La  historia  no  ha  olvidado  la  enérgi-  éstos,  se  aumentará  el  odio  de  aquéllos,  y  harto  viva 
ca  protesta  del  Duque  de  Arcos,  la  cual  le  acarreó  la  es  ya,  por  desgracia,  la  antipatía.»  (Instrucciones  de 
severidad  del  Soberano  y  el  alejamiento  de  su  corte.  Luis  XIV  á  su  embajador  en  España ,  el  cardenal 

(6)  Llegó  á  tal  punto,  que  el  mismo  Luis  XIV  ere-  d-Estrées.) 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIII,  SIII 

La  influencia  francesa ,  si  bien  se  entronizaba  con  cierta  violencia  política  en  la  corte  es- 
pañola ,  no  se  infundia  aún  en  el  alma  de  la  nación ,  no  obstante  el  carácter  atractivo  y  sim- 
pático de  la  civilización  peculiar  de  la  corte  francesa  á  ])r¡uci¡)ios  del  siglo  último. 

La  Grandeza  protestaba  á  cada  paso  contra  aquella  invasión  de  allegadizos  elementos  de 
exótico  origen ,  que  apartaban  de  su  natural  asiento  j  camino  el  ser  moral  de  la  nación ,  y  el 
pueblo,  aunque  f*i  voz  era  entonces  inconsistente  y  flaco  contrapeso  á  la  acción  gubernativa 
de  la  corona ,  protestaba  también  en  vulgares  sátiras ,  y  á  veces  en  más  autorizados  docu 
mentes,  contra  aquella  preponderancia  extranjera,  que  repugnaba  á  sus  instintos  de  indepen 
dcncia  y  á  sus  gloriosas  tradiciones. 

Después  de  este  somero  cuadro,  ocioso  es  decir  que  la  literatura  patria ,  y  en  especial  la 
poesía,  á  la  sazón  gastada  y  corrompida,  no  podia  renacer  ahora  con  las  niievas  influencias 
que  traia  la  casa  de  Borbon.  El  revuelto  período  de  la  guerra  de  sucesión  no  era  tampoco 
tiempo  de  cantar;  era  tiempo  de  combatir.  El  pueblo  habia  olvidado  pulsar  la  lira,  pero  no 
manejar  las  armas ;  y  las  memorables  batallas  de  Villaviciosa  y  de  Almansa ,  y  la  creación 
casi  repentina  de  vigorosas  falanges  allí  donde  pnrccian  agotados  todos  los  medios  de  resis- 
tencia, demostraron ,  entonces  como  siempre,  que  la  raza  española  está  dotada  para  la  guerra 
de  una  vitalidad  poderosa,  que  ni  el  tiempo  gasta,  ni  los  reveses  amortiguan. 

Pero  la  decadencia  pública ,  los  desastres  de  la  guerra  civil ,  el  estruendo  de  las  armas  ex- 
tranjeras dentro  del  reino,  y  las  influencias  francesas  de  la  corte ,  no  podían  dar  vida  á  la  ins- 
})iracion  literaria  y  al  gusto  depurado  que  sabe  hermanar  lo  sencillo  con  lo  grande.  Las  artes 
de  ins])iracion  son  plantas  delicadas,  que  rara  vez  despliegan  toda  su  esplendorosa  lozanía  si 
no  las  mecen  las  auras  de  la  paz ,  si  no  las  calienta  el  sol  de  la  patria.  La  poesía  lírica,  en  vez 
de  robustecerse  y  acrisolarse,  descendió  entonces  al  más  pobre  y  abyecto  estado.  Puede  de- 
cirse que  murió  enteramente ,  pues  algunos  rasgos  de  ingenio,  como  al  azar  sembrados  en  tm 
caos  de  concej)tos  vulgares  y  de  juegos  pueriles  de  forma,  no  llegan  á  constituir  nunca  aquel 
armonioso  conjunto  de  altas  ideas,  de  emociones  sinceras,  de  formas  puras  y  concisas,  que 
pon  la  esencia  del  verdadero  numen  lírico.  Muchos  cultivaban  la  poesía;  algunos  demostra- 
ban ingenio  claro  y  desembarazado  y  fecundo;  el  torrente  del  mal  gusto,  unido  á  la  falta  de 
nnl)les  estímulos,  ahogaba  sus  prendas  naturales,  y  ni  uno  solo  llevó  á  sazón  los  frutos  do 
su  talento  (1). 

La  poesía  castellana,  en  sus  felices  tiempos,  tenía  hechizo  y  galas  cuando  no  tenía  inspi- 
ración. Ahora  ya  habia  perdido  inspiración  y  galas.  Sin  embargo,  antes  de  pasar  de  esta  época 
de  absoluta  degeneración  á  la  época  doctrinal ,  en  la  cual  nue\'as  tendencias  de  carácter  poco 
español  iban  á  enseñorearse  de  las  letras ,  algo  del  espíritu  nacional  se  conservaba  todavía  en 
los  romances  de  carácter  popular.  Véase,  por  ejemplo,  el  romance  á  los  triunfos  de  Felipe  V, 
que  empieza  así : 

Invicto  Alcídes  hispano,  Si  de  Alejandro  y  de  César 

En  cuyo  valiente  acero  Volúmenes  guarda  el  tiempo, 

La  fama  imprime  victorias,  Para  tus  triunfos  parece 

Y  la  justicia  escarmientos...  Que  son  los  siglos  estrechos. 

Este  y  otros  romances ,  como  todo  cuanto  se  escribía  entonces ,  están  Uenos  de  afectadas 
metáforas  y  de  alambicadas  frases ,  pero  no  puede  negarse  que  resuena  en  ellos  de  cuando  en 

(i)  Luzan  hace  del  padre  maestro  Pérez  de  los  tarea  de  reformador,  hubo  do  mirar  con  prevención 

Agonizantes  el  siguiente  elogio  :  A  principios  de  este  severa;  pero  sin  embargo,  sin  conocer  las  celebradas 

siglo  (xviii)  escribía  con  elegancia  y  gusto,  9/  es  las-  poesías,  no  nos  atrevemos  á  admitir  esta  excepción 

tima  que  sus  versos  no  se  hayan  dado  á  la  estampa.  al  fallo  consignado  en  la  presente  Introducción.  Ele- 

En  baldo,  aunque  con  suma  diligencia,  hemos  bus-  ganda  y  gusto  en  la  poesía  española,  á  principios  del 

cado  las  poesías  manuscritas  del  padre  maestro  Pe-  siglo  xvni,  serian  un  fenómeno  singular  de  historia 

rez  de  los  Agonizantes.  Grande  es  la  autoridad  de  literaria. 
Luzan  para  juzgar  aquel  triste  período,  que,  en  su 


K17  BOSQUEJO  HISTÓRICO-CRÍTICO 

cuando  como  un  eco  lejano  de  la  gallarda  entonación  de  Góngora  j  de  Calderón.  Hasta  en 
poetas  insignificantes,  preciados  de  cultivar  la  lírica  elevada,  se  advierten  nobles  rasgos, 
perdidos  en  un  fárrago  de  ridiculas  metííforas.  Uno  de  ellos ,  don  Juan  Enciso,  que  llega  al 
colmo  de  la  pedantería  llamando  á  la  prematura  muerte  de  Ciírlos  II  inmaturo  ocaso,  demues- 
tra, aun  en  su  estilo  enfático  y  alambicado,  que  tenía  prendas,  cuando  menos,  de  versi- 
ficador numeroso.  De  otro  tanto  da  indicios  don  Francisco  Bevnaldo  de  Quirós ,  en  un  canto 
al  adAcnimieiito  al  trono  del  rey  Fe]i]>c  V.  Cree  pi-esagio  feliz  el  nombre  de  Quinto,  y  saca 
á  plaza  ima  larga  serie  de  Quintos  esclarecidos:  Quinto  Fuloio,  Quinto  Fabio,  Quinto  Mételo, 
Alfonso  Fde  Es])aña,  Alfonso  Fde  Portugal,  Enrique  F  de  Inglaterra,  Boleslao  Fde  Po- 
lonia, Eurico  V  do  Dinamarca,  Carlos  Fde  Francia,  y  otros  varios  Quintos,  monarcas  y 
papas,  entre  los  cuales  olvida  á  Fio  V,  tal  vez  porque  este  santo  pontífice  no  habia  sido 
todavía  canonizado  á  la  sazón  en  que  Bemaldo  de  Quirós  escribía. 

Al  lado  de  insufrible  afectación  en  el  pensamiento  y  en  el  estilo,  campea  en  los  versos  do 
este  poeta  cierto  ambicioso  \-xielo,  que  denota  que  su  imaginación  no  era  de  índole  vulgar. 
Véase ,  por  ejemplo,  esta  octava ,  que  dirige  al  recien  coronado  monarca ,  que  no  habia  salido 
de  la  adolescencia  todavía  : 


De  Jove  y  joven  han  de  sei*  tus  prendas ; 
Que  acierto  y  juventud  no  están  reñidos  : 
El  genio,  y  no  la  edad ,  es  bien  que  entiendas 
Constituye  los  héroes  aplaudidos. 


Las  de  los  años  son  vulgares  sendas ; 
En  su  oriente  los  soles  son  lucidos ; 
Los  Hércules  que  mandan  la  fortuna, 
Doman  los  monstruos  en  la  misma  cuna. 


Este  discreteo,  en  que  se  combinan  el  alambicamiento  y  la  elevación ,  no  podia  desagradar 
a  unas  gentes  que  todavía  admiraban  los  delirios  grandilocuentes  de  Góngora.  Bon  Pedro 
Scoti  de  Agóiz,  cronista  y  autor  dramático  de  aquella  era,  escribió,  en  alabanza  de  las  octa- 
vas de  Bei^aldo  de  Quirós,  im  soneto,  en  el  cual,  al  través  del  falso  barniz  de  tan  relum- 
brante poesía,  asoma  algún  vigor  de  idea  y  de  entonación,  cosa  rarísima  en  aquellos  infeli- 
ces dias.  Así  dice  de  la  inspiración ,  en  el  primer  terceto  : 

Que  dar  alma  al  pincel ,  bulto  al  acento, 
Es  un  milagro  á  que  sin  alto  influjo 
Llegar  pudo  jamas  humano  aliento... 

Tales  fueron ,  en  fin ,  el  envilecimiento  del  gusto  y  el  desenfado  de  los  poetas ,  que  babia 
al<mnos  de  éstos  que  dedicaban  sus  versos  á  asuntos,  no  sólo  fiímiliares  y  rastreros,  no  sólo 
repugnantes ,  sino  de  aquellos  que  en  las  naciones  cultas  no  es  lícito  dar  á  la  estampa.  Entro 
infinitos  ejemplos ,  merece  mencionarse  la  especie  de  trova  ó  parodia ,  que  escribió  don  Juan 
José  de  Solazar  y  Hontiveros,  de  las  célebres  décimas  de  La  Vida  es  sueño,  con  motivo  do 
haber  adolecido  un  amigo  suyo  de  una  enfermedad  vergonzosa.  Salazar,  un  sacerdote  res- 
petable, muy  estimado  en  la  corte  de  Felipe  V,  y  admitido  en  la  intimidad  familiar  del  Prín- 
cipe de  Astiirias  (después  Fernando  VI)  y  de  su  hermano  el  infante  don  Carlos  (despuea 
Carlos  III),  se  atreve  candorosamente  á  imprimir  esta  composición  escandalosa,  en  la  cual, 
no  sólo  se  llama  por  su  nombre  á  las  cosas  más  feas  é  indecorosas ,  sino  que  \  cosa  singular  en 
aquel  tiempo!  escoge  á  un  fraile  como  uno  de  los  tipos  de  gente  libertina  que  mejor  cuadran 
al  extraño  asunto  de  su  inmunda  poesía  (1).  Las  letras,  pervertidas,  servían  como  de  abrigo  á 


(1)  Estos  tipos  son  \\n  fraile ,  un  alguacil  y  un 
paje.  Hé  aquí  la  tercera  décima  de  esta  chocarrera 
parodia : 

Nace  un  f  rail  3 ,  qne  no  naco 
Para  padre ,  y  con  la  bulla , 
Apenas  de  la  cogulla 


El  santo  temor  deshace , 
Cuando  d  todas  partes  haco 
Hipócritas  mogigangas, 
Y,  en  fin ,  logra  pegar  mangosi 
Sin  pegársele  un  desastre  ; 
T  yo,  con  ser  tan  gran  sastre , 
^0  puedo  hablar  bien  de  gangas 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIII.  xv 

este  trastorno  moral ,  que  á  favor  de  ellas  pasaba  inadvertido  ante  una  corte  morigerada  j  en 
una  sociedad  escrupulosa. 

Se  ha  repetido  que  en  aquel  período  habían  muerto  las  letras  castellanas.  Las  letras  dig- 
nas de  este  nombre ,  es  verdad ,  hablan  muerto.  Pero  no  ha  de  entenderse  por  esto  que  no  se 
cultivaba  la  literatura  en  España.  Para  una  Justa  poética  celebrada  en  Murcia ,  el  año  de  1727, 
en  honor  de  san  Luis  Gonzaga  j  san  Estanislao  de  Kostka,  escribieron  cinco  poetisas  j  más 
de  ciento  cincuenta  poetas ,  entre  ellos  los  célebres  cura  de  Fruime ,  don  Agustín  de  Montiano 
y  Lujando,  el  padre  Isla  y  el  Marqués  de  la  Olmeda,  vencidos,  por  cierto,  todos  cuatro,  en  el 
certamen,  por  poetas  oscuros,  aun  peores  que  ellos.  Brotaban  como  plaga  enlodas  partes  ver- 
sificadores j  copleros,  cual  suele  acontecer  en  las  decadencias  literarias.  No  faltaban  poetas; 
lo  que  faltaba  era  poesía. 


CAPITULO  III. 

Eocuerdos  del  estilo  encrespado  y  oscuro  de  Góngora.  —  Manifléstanle  afición  las  clases  ilustradas.  —  León  y 
Mansilla.  —  La  catedral  de  Salamanca,  —  Prevalece  la  poesía  conceptuosa  chabacana,  —  Otros  poetas  de  la 
extrema  decadencia  lírica.  —  Zamora.  —  Cañizares.  —  Bánces  y  Candamo,  —  Álvarez  de  Toledo  (don  Ignacio). 
Enriquez  Arana.  —  Benegasiy  Lujan  (don  Francisco). — Mística  poética.  —  SorGregoria  de  Santa  Teresa. — Sor 

María  del  Ciclo.  —  Prosadores  poetas. —  Torres.  — Feijóo.  — La  poesía  en  las  Indias.  —  Méjico.  —  El  Perú. 

El  Virey  Marqués  de  Castell-dos-Rius.  —  Monforte.  —  Peralta  Barnuevo.  —  El  Conde  de  la  Granja. 

«Pecaron  los  cultos,  decía  Forner  (1),  por  demasiado  poetas...  Luego  cayó  la  ambición 
de  la  fantasía,  y  pecó  por  vil  y  ruin,  como  antes  pecaba  por  encopetada  y  escabrosa,  d 

Hasta  el  sesudo  Forner,  hombre  de  severo  y  alto  criterio ,  llamando  demasiado  poetas  á  los 
poetas  extraviados ,  denota  la  fácil  indulgencia  con  que  suelen  ver  los  españoles  todo  empleo, 
siquiera  sea  exorbitante  y  descaminado,  de  la  imaginación. 

Degradada  la  poesía  cuanto  cabe  estarlo,  á  principios  del  siglo  anterior,  aun  se  encontra- 
ban en  España  personas  ilustradas  que ,  en  vez  de  caer  en  la  chocarrería  familiar  que  domi- 
naba entonces ,  intentasen  enaltecer  la  poesía ;  como  lo  habían  hecho  los  cultos ,  tomando  por 
elevado  lo  oscuro,  por  elegante  lo  ampuloso,  y  lo  extravagante  por  sublime.  Según  ya  hemos 
indicado,  Góngora  deslumhraba  todavía  con  su  gloria  y  con  su  ambicioso  y  exuberante  esti- 
lo,  y  no  faltó  quien  con  ciega  temeridad  se  juzgase  capaz  de  imitarle  y  de  seguir  sus  hue- 
llas. Un  oscuro  poeta  cordobés,  don  José  de  León  y  Mansilla,  creyendo  comi^letar  las  Soleda- 
des de  Góngora,  escribió  la  Soledad  tercera  (2).  Aunque  versificador  numeroso ,  faltaba  á 
León  el  fuego  sagitado  que  había  encendido  la  fantasía  de  su  modelo ,  y  no  acertó  á  ponerse 
al  nivel  de  éste ,  ni  en  el  brío  de  la  entonación ,  ni  en  el  color  descriptivo ,  ni  siquiera  en  el 
ímpetu  de  sus  delirios. 

Verdaderos  sabios ,  tales  como  el  famoso  deán  Martí,  imitaban  igualmente  en  lo  censura- 
ble al  gran  lírico  cordobés.  Corporaciones  enteras ,  de  las  mas  respetables  que  encerraba  Es- 
paña, se  manifestaban  entusiastas  del  relumbrante  y  metafórico  estilo.  Un  curioso  ejemplo 
demostrará  hasta  qué  punto  puede  avasallar  el  mal  gusto  á  las  clases  más  ilustradas ,  y  cuan 
difícil  es  sobreponerse  á  los  resabios  y  errores  que  son  tenidos  por  galas  y  aciertos  en  las  lite- 
raturas decadentes.  El  Cabildo  de  la  catedral  de  Salamanca ,  deseoso  de  celebrar  la  coloca- 
ción del  Santísimo  Sacramento  en  aquella  insigne  iglesia,  formó  varios  asuntos,  para  que  fue- 
sen cantados  por  los  más  famosos  poetas  de  la  época.  Cinco  de  estos  asuntos  fueron  encomen- 
dados á  Gerardo  Lobo,  de  quien  más  adelante  hablaremos.  El  primero  de  ellos,  la  descripción 

(1)  Carta  al  Duque  de  Montellano.  escritas  el  príncipe  de  los  poetas  líricos  de  España, 

(2)  Soledad  tercera;  siguiendo  las  dos  que  dejó      don  Luis  de  Góngora,  etc.— Córdoba,  1718. 


XVI  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

del  magnífico  templo ,  era  oportuno  y  poético ,  y  pndo  inspirar  dignamente  al  poeta  las  cna- 
renta  y  seis  octavas  qne  escribió,  algo  conceptuosas ,  pero  no  exentas  de  estro  y  de  grandeza. 
En  el  sef^undo  asunto  no  dejaron  los  comisarios  del  Cabildo  campo  abierto  al  gusto  y  á  la 
inspiración  particular  del  poeta.  Arrogándose  fueros  de  autoridad  doctrinal  que  tenian  su 
basa  en  la  poética  del  tiempo,  imponen  como  asunto  á  Gerardo  Lobo  una  serie  de  metáforas. 
Éstas  son  las  propias  palabras  del  Cabildu  : 

«  De  esta  nuestra  fábrica  (la  catedral)  se  pudiera  decir  que  forma  con  sus  piedras  un  pa- 
negírico visible  de  su  autor,  el  Cabildo  de  la  Santa  Iglesia,  imaginando  las  figuras  del  már- 
mol como  figuras  de  retórica ,  hipérboles  de  bulto,  alegorías ,  prosopopeyas ,  etc. » 

¡  Y  esto  lo  imaginaba  y  escribía  el  alto  clero  de  la  ciudad  donde  aun  duraba  el  eco  de  los 
sublime"  y  sencillos  cantos  de  fray  Luis  de  León!  El  poeta,  siempre  codiciador  de  fama  y 
aplauso,  ¿  cómo  había  de  sobreponerse  al  imperio  de  la  doctrina  literaria  que  con  tanta  auto- 
ridad se  le  presentaba  ?  La  metáfora  es  una  de  las  formas  del  pensamiento  que  requieren  ma- 
yor cordura  y  gusto  más  acendrado.  San  Agustín  pudo  decir  con  elocuencia  verdadera ,  en 
los  arranques  de  su  mística  admiración ,  que  la  fábrica  del  mnndo  es  un  poema  del  supremo 
Artífice.  Pero  Gerardo  Lobo ,  á  quien  trazan  de  antemano  el  rumbo  artificial  que  debe  se- 
guir su  entusiasmo,  ¿qué  ha  de  escribir,  sino  monstruosas  metáforas,  cuyo  éxito  habia  de  es- 
tar en  razón  directa  de  su  ridiculez  y  de  su  violencia  ?  Después  de  decir  que  el  templo  es  ora- 
dor de  si  mismo ,  y  que  se  lleva  la  cátedra  de  la  agudeza  retórica  con  sus  tropos,  sus  frases  y  sus 
figuras,  llama  á  la  cúpula  prosopopeya ,  y  á  la  iglesia  entera  sinécdoque  del  arte  y 

Catacresis  marmóreo  de  la  gloria ; 

y  no  contento  con  ver 

Un  Demóstenes  suyo  en  cada  peña  ^ 

quiere  lucir  los  artificios  del  equívoco ,  y  asegura  que  el  sagrado  monumento 

forma  con  espanto 

Un  cántico  de  Dios  en  cada  canto  (1). 

¡  Lamentables  desbarros  del  ingenio,  que  no  estaban  en  la  índole  de  la  inspiración  llana  y 
sincera  de  Gerardo  Lobo,  y  que  no  sólo  el  sentido  estético,  sino  hasta  la  sana  razón  condena! 

Sin  embargo  de  estos  conatos  de  falso  engrandecimiento  poético ,  prevaleció  por  completo 
la  escuela  conceptuosa  chabacana.  Tres  poetas  dramáticos,  don  Antonio  de  Zamora ,  don  Fran- 
cisco de  Bánces  y  Candamo ,  y  don  José  de  Cañizares,  últimas  glorias  de  nuestro  gran  teatro 
nacional,  escribieron  algunas  poesías  líricas.  Pero  éstas  son  tales,  que  todas  ellas,  inclusas 
las  de  Bánces  y  Candamo,  único  que  tenía  estro  lírico ,  pueden  ser  contadas  entre  los  testi- 
monios más  patentes,  que  ofrece  aquel  tiem2)o,  de  la  extrema  decadencia  poética. 

Zamora,  que  á  veces  imita  gallardamente  á  Calderón ,  y  que  en  El  Hechizado  por  fuerza , 
en  El  Convidado  de  piedra  y  en  otras  comedias  manifiesta  á  veces  tan  notables  prendas  de 
lenguaje ,  de  versificación  y  de  estilo ,  no  es  tolerable  siquiera  en  sus  composiciones  líricas. 
Las  más  son  de  carácter  oficial  y  cortesano.  Su  Fúnebre  numerosa  descripción  de  las  exequias 
de  Carlos  II,  su  Romance,  de  arte  mayor,  para  el  certamen  de  san  Ju:in  de  Dios  celebrado 
en  Madrid  (1691),  sus  composiciones  para  otro  certamen  en  honor  de  san  Juan  de  Mata 
(1722),  y  en  general  todas  sus  obras  líricas  son  lamentables  abortos  de  una  poesía  insulsa 
ó  pedantesca. 

El  mismo  desfavorable  juicio  puede  formarse  de  las  poesías  sueltas  de  Cañizares.  El  pre- 
sente Bosquejo,  especialmente  consagrado  al  examen  de  la  poesía  lírica  en  el  siglo  xviii ,  no 
ofrece  ocasión  para  tasar  detenidamente  el  mérito  de  Cañizares  como  poeta  dramático. 
Juzgar  á  Zamora  y  á  Cañizares  como  poetas  líricos ,  sin  recordar  que  no  es  éste  el  campo 
natural  de  su  vocación  y  de  su  fama ,  sería  hacerles  descender  de  su  glorioso  pedestal.  Imi- 

(1)  Canto,  en  la  acopciou  de  piedra. 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  XVU 

tador  feliz  de  Lope  de  Vega  y  de  Calderón ,  agudo  y  fácil  en  el  diálogo,  poeta  ingenioso,  fle- 
xible y  abundante,  y  no  escaso  de  inventiva  ,  aunque  á  menudo  tomaba  sus  fábulas  ,  sin  es- 
crúpulo ni  disimulo,  de  los  grandes  maestros  de  la  dramática  española,  fué  Cañizares  el  que 
mantuvo  por  más  tiempo  y  con  mejor  fortuna  la  palma  de  los  inmortales  creadores  del  teatro 
español ,  y  esto  en  una  época  en  que  estaba  moribundo  el  espíritu  antiguo  que  liabia  dado 
vida  y  pábulo  á  aquel  peregrino  teatro.  La  escena  española,  por  su  carácter  popular,  se  de- 
fendió con  más  éxito  y  vigor  contra  los  mortales  elementos  de  la  general  decadencia.  La  lí- 
rica elevada  Labia  muerto  del  todo,  y  los  pocos  versos  líricos  que  se  conservan  de  Ccuiizarcs, 
demuestran ,  como  los  de  Zamora ,  que  ni  el  ingenio  más  privilegiado  bastaba  ya  á  sacar  la 
poesía  del  abismo  en  que  se  hallaba  sepultada.  En  las  pocas  poesías  sueltas  de  Cañizares  que 
han  llegado  á  nuestros  dias ,  se  ve  joatente  cuánto  habia  ganado  el  contagio  de  la  afectación 
y  del  retruécano  al  celebrado  autor  de  El  Dómine  Lúeas.  A  su  escaso  mérito  como  j)oeta  lí- 
rico alude  probablemente  Jorge  Pitillas  en  estos  versos  : 

El  que  pintaba  al  Rhin  los  aladares 
En  versos  tan  malditos  y  endiablados, 
Como  pudiera  el  mismo  Cañizares. 

Cuando  llegó  á  enseñorearse  de  nuestra  escena  la  escuela  dramática  francesa ,  Zamora , 
Candamo  y  Cañizares  fueron  tratados  con  injusticia  y  hasta  con  menosprecio.  De  Cañizares , 
el  más  ilustre  y  aventajado  de  los  tres ,  habla  así  el  canónigo  Huarte  en  su  poema  La  Dul- 

ciada :  , 

Allí  vi  á  Cañizares ,  remendando 
Las  comedias  do  Lope  manuscritas, 
Que  después  fué  á  su  nombre  publicando 
Con  mil  faltas  groseras  y  malditas... 

No  era  Cañizares  un  mero  y  vil  plagiario ,  como  podiia  inferirse  de  estos  versos.  No  se 
imita  como  él  imitaba ,  acercándose  tanto  á  los  gTandes  modelos ,  sin  ingenio  propio,  fecun- 
do y  poderoso ;  y  en  muchas  de  sus  obras  campean ,  espontáneos  y  originales ,  la  fuerza  có- 
mica y  el  instinto  teatral.  A  haber  nacido  un  siglo  antes ,  acaso  hubiera  llegado  Cañizares  á 
colocarse  en  la  línea  de  los  primeros  dramáticos  de  la  libre  escuela  española.  Hasta  del  tor- 
rente de  la  moda  cidta,  hiperbólica  y  alambicada,  que  en  aquellos  tiempos  todo  lo  corrompe  y 
lo  afea ,  se  salva  á  veces  Cañizares  por  ese  mismo  impulso,  imitador  de  sus  ilustres  anteceso- 
res ,  que  no  era  acaso  más  que  el  noble  instinto  que  le  inducía  á  admirar  y  á  retratar  el  an- 
tiguo espíritu  nacional,  elevado  y  caballeresco,  del  cual  habían  sido  brillantes  ecos  los  Tirsos 
y  los  Moretes ,  los  Lopes  y  los  Calderones.  Diálogos  hay  en  las  obras  de  Cañizares  que  son 
dechados  de  elocución  dramática,  rápida,  propia  y  expresiva,  digna,  en  fin,  de  la  edad  do- 
rada del  teatro  español.  Moratin  y  Lista ,  á  pesar  de  las  prevenciones  de  la  reacción  doctri- 
nal ,  hacen  justicia  á  Cañizares.  E  ste  le  llama  calderoniano ;  aquél  aplaude  su  lenguaje ,  y 
califica  su  estilo,  en  las  comedias  no  heroicas,  de  «festivo,  epigramático  y  cldsposo.'» 

Olvidemos ,  pues ,  los  versos  líricos  de  Zamora  y  de  Cañizares  para  no  empañar  la  gloria 
de  estos  dos  simpáticos  ingenios. 

Bánces  y  Candamo ,  caballero  asturiano,  educado  en  Sevilla ,  cobró  allí  afición  á  la  poesía 
lírica,  que  cultivó  después  en  Madrid,  con  no  común  aplauso,  si  bien  inferior  al  que  le  gran- 
jeó la  poesía  dramática. 

Fui  ruiseñor  en  el  Bétis, 
Y  en  el  Manzanares  cisne , 

decía  Candamo  en  su  donairoso  estilo.  Gralan ,  agudo ,  valiente ,  desprendido,  de  dulce  trato 
y  de  airoso  porte ,  ganaba  fácilmente  la  voluntad  de  todos.  Se  inclinaba  á  la  sociedad  de  las 
clases  elevadas  ó  literarias ,  y  trabó  amistad  cordial  y  duradera  con  el  Duque  de  Alba ,  el 
Almirante  de  Castilla,  el  Duqiie  de  Alburquerque,  los  poetas  La  Hoz ,  Zamora ,  Cañizares  y 
otros  varones  de  cuenta,  ya  en  alcuraia,  ya  en  letras.  Gravemente  herido  en  el  pecho  en 


XV7II  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

un  encuentro,  cuja  causa,  de  amor  ó  de  honra,  quedó  escondida  en  el  misterio,  el  rey 
Carlos  II  demostró  tan  vivo  interés  por  la  vida  y  la  salud  del  poeta ,  que ,  no  satisfecho  con 
enviarle  sus  mejores  médicos,  mandó  atajar  la  calle  de  Alcalá,  donde  vivia  el  enfermo,  para 
que  no  le  molestase  el  ruido.  La  alta  nobleza  imitó  la  conducta  del  Rey,  manifestándose  muy 
deseosa  de  la  curación  del  brillante  y  simpático  mozo,  y  visitando  soh'cita  su  casa  con  este  moti- 
vo. Sabido  es,  asimismo,  que,  imprudente  á  causa  de  sus  pocos  años,  ó  desvanecido  con  el  fa- 
vor de  la  corte  y  de  la  aristocracia,  provocó  contra  sí  el  encono  de  poderosos  magnates,  con 
alusiones  satírico-políticas ,  en  su  aplaudida  comedia  El  Esclavo  en  grillos  de  oro,  y  que  con 
este  motivo  tuvo  que  defender  denodadamente  su  vida  con  la  espada ,  contra  hombres  envia- 
dos para  asesinarle.  La  atrevida  ó  impremeditada  conducta  del  poeta  dramático  le  acarreó 
amarguras  sin  cuento ;  pero  al  propio  tiempo  formó  en  esta  dura  escuela  su  experiencia  del 
movimiento  de  la  vida  humana  en  situaciones  escabrosas ,  y  de  ahí  nace  acaso  su  afición  á 
dar  color  filosófico  ó  satírico  á  las  ideas ,  y  cierta  elevación  de  caracteres  y  de  sentimientos , 
que  antej^one,  por  lo  común ,  al  donaire  cómico. 

En  la  poesía  lírica  carece ,  por  lo  general ,  de  inspiraciones  de  alta  ley ;  pero,  cuando  no 
vicia  su  estilo  la  manía  de  la  altisonancia  y  del  concepto,  es  fácil ,  ingenioso  y  ameno.  A  ve- 
ces, siguiendo  su  natural  tendencia,  escribía  trozos  de  lengiiaje  limpio,  noble  y  sencillo.  La 
idea  de  la  nobleza  heredada  le  era  simpática ,  y  al  recuerdo  de  ella  levantaba  el  espíritu  y  la 
entonación ,  como  cuando  dice  en  su  romance  Al  primer  Miiiistro  : 


Yo  me  Incliné  al  Almirdnte , 
No  al  que  dicen  que  es  valido ; 
Lo  que  podéis  amen  otros, 
Que  yo  lo  que  sois  estimo. 

Mi  nobleza  sólo  basta 
A  vivir  de  ella  impedido  ; 


Ni  pobre  parezco  honrado, 
Ni  honrado  puedo  ser  rico. 

Noble  cuna  me  dio  Asturias, 
En  el  solar  primitivo 
Donde  á  vuestros  ascendientes 
Hicieron  reyes  los  mioe. 


A  veces  hace  gala  de  espíritu  filosófico ,  como  cuando  dice ; 

Océanos  de  Dios  son  estas  ciencias ; 
Dios,  que  en  profundidades  infinitas, 
Siempre  dentro  de  sí,  por  más  que  gire, 
Se  vierte  en  onda  eterna  y  sucesiva. 

Otras ,  con  vanidoso  desenfado ,  entre  bui-las  y  veras ,   declara  la  ventajosa  opinión  que 

abriga  de  sí  mismo : 

Mi  consuelo  es  que  de  mí 
No  ha  de  sacarme  la  suerte ; 
El  Rey  puede  hacer  hidalgos, 
Pero  Candamos  no  puede. 

A  fuer  de  hombre  culto  y  fervorosamente  cristiano,  era  acérrimo  enemigo  de  las  corridas 
de  toros,  que  desde  la  incomparable  reina  Isabel  la  Católica  han  tenido  siempre  en  España 
graves  y  autorizados  antagonistas  (1).  Parecían  á  Candanio  estos  sangrientos  espectáculos 
vestigios  de  la  ferocidad  de  la  plebe  romana ,  y  es  curioso  verle  invocar  con  elocuente  acento 
los  nombres  de  doctores  que  escribieron  contra  los  espectáculos  de  la  gentilidad,  para  que  la 


(1)  Conocida  es  la  carta  de  la  reina  Isabel  á  su 
confesor  fray  Hernando  de  Talavera,  primer  arzo- 
bispo de  Granada ,  en  que  le  manifiesta  la  profunda 
aversión  que  le  causan  las  corridas  de  toros ,  y  su 
deseo  de  que  cesen  en  España.  Conocida  es  también 
la  súplica  de  las  Cóitee  de  Valladolid  (1555)  para  la 


abolición  de  las  corridas  de  toros,  de  que  se  seguían, 
muchas  veces  muertes  de  hombres  é  otros  muchos 
inconvenientes.  De  escritores  particulares  que  han 
condenado  estas  bárbaras  fiestas,  podría  foimarse 
un  largo  catálogo. 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  xrx 

comparación  sea  escarnio  y  escándalo  de  la  civilización  cristiana ,  que  tan  duras  costumbres 
autoriza  j  aplaude.  Hé  aquí  algunos  de  los  versos  consagrados  á  este  asunto  : 


Así  los  españoles,  con  romano 
Pecho  aplaudiendo  bárbaros  an'ojos, 
Tienen  por  regocijo  cortesano 
De  sangre  humana  y  bruta  hartar  los  ojos. 
I  Oh  Lactancio  !  ¡  oh  Crisóstomo  !  ¡  oh  Cipriano! 
¿Qué  dijerais  al  ver  cuan  sin  enojos, 
En  estas  fiestas  de  homicidios  feos, 
El  aplauso  y  la  vista  se  hacen  reos  ? 

¿Qué  dijerais  al  ver  que  tan  infando 
Espectáculo  todos  aplaudiendo, 


Del  bruto  están  la  saña  deseando, 

Y  el  riesgo  de  su  prójimo  riendo  ; 

Al  ver  lo  poco  que  se  alteran  cuando 
Comete  el  bruto  el  homicidio  horrendo, 

Y  que  prosiguen  ¡ali,  dolor  prolijo  1 
Con  ánimo  sereno  el  regocijo  ? 

Tratable  se  hace  así  la  misma  muerte, 
Haciéndola  espectáculo  festivo ; 
El  horror  se  le  pierde ,  y  de  esta  suerte 
Huye  la  compasión  del  pecho  altivo...,  etc.  (1). 


Estos  versos,  que  lionrarian  á  cualquier  poeta  por  su  espíritu  j  su  entonación,  pueden 
dar  alguna  idea  del  estilo  diserto  y  razonador  del  malogrado  Candamo  en  los  asuntos  gra- 
ves (2). 

Con  menos  títulos  gozaban  concepto  de  poetas  algunos  escritores  de  poca  monta ,  cuyo 
recuerdo  vamos  á  consignar,  sólo  por  respeto  á  la  historia. 

Era  uno  de  ellos  don  Ignacio  Álvarez  de  Toledo,  caballero  de  la  Orden  de  Santiago, 
hermano  mayor  del  ilustre  do7i  Gabriel,  de  quien  haremos  el  honroso  juicio  que  merece. 
Compuso  don  Ignacio  un  libro  titulado  Ocios  poéticos ,  que  contiene,  ademas  de  una  zarzuela, 
una  loa  y  dos  bailes,  muchas  poesías  líricas,  obra  de  las  mocedades  del  autor;  poesías  que 
contrastan  grandemente,  por  la  frivolidad  de  los  asuntos  y  de  la  entonación,  con  el  carácter 
elevado  y  grave  de  las  Poesías  postumas  de  don  Gabriel. 

En  sus  versos  refiere  don  Ignacio  algunas  circunstancias  de  su  azarosa  vida.  Recordare- 
mos ima  de  ellas.  Durante  Tin  viaje  que  hizo  á  Flándes  con  objeto  de  servir  al  Rey,  como 
una  tormenta  en  el  canal  de  la  Mancha ,  de  la  cual  escribió  más  adelante  una  descripción  en 
octavas.  De  éstas  sólo  merece  conservarse  la  siguiente ,  que  pinta  los  afanes  de  aquel  conflic- 
to bajo  im  aspecto  poético  y  generoso  : 


Cuál  del  padre  recuerda  la  ternura, 
Cuál  de  la  madre  el  cariñoso  anhelo. 
Cuál  de  la  amada  prenda  la  hermosura, 
Cuál  de  la  vida  el  mísero  desvelo ; 


Cuál  su  pobre  caudal  salvar  procura. 
Cuál  busca  en  lo  que  fué  más  desconsuelo, 
Y  del  airado  mar  en  los  abismos 
A  los  demás  recuerdan,  no  á  sí  mismos. 


Se  advierte  en  algunas  de  estas  poesías  de  don  Ignacio  el  intento  de  imitar  á  don  Gabriel, 
cuya  grande  autoridad  literaria  respetaba.  Adopta  á  veces  sus  asuntos  poéticos ,  pero  se  que- 
da siempre  á  mucha  distancia  de  su  hermano ,  y  se  nota  fácilmente  que  no  tenía  fantasía 
para  volar  á  las  regiones  místicas ,  donde  éste  se  espaciaba  y  se  complacía.  Sólo  en  ima  cosa 
le  aventaja  :  es  menos  conceptuoso  queden  Gabriel,  no  porque  estuviese  dotado  de  mejor 
instinto,  sino  acaso  porque  su  imaginación  era  de  suyo  humilde  y  llana. 


(1)  El  César  Africano;  Guerra  púnica  española. 
Poema  épico,  canto  primero. 

(2)  Murió,  á  los  cuarenta  y  dos  años  de  edad, 
de  una  enfermedad  violenta  y  repentina,  que  fué 
atribuida  á  envenenamiento.  Así  era  juzgado  Can- 
damo en  los  últimos  años  del  siglo  xv  ii :  «Inter- 
rumpió mi  lectura  un  anciano  (Bánces  Candamo)» 
vestido  á  la  española  antigua,  que  vi  salir  de  ima 
de  aquellas  cuevas.  Su  aspecto  era  venerable,  y  en 
medio  de  sus  canas,  prolongada  barba  y  arrugado 
rostro,  demostraba  en  la  viveza  de  sus  ojos  y  boca 
risueña,  alma  juvenil...  Me  llevó  junto  á  un  fres- 
co arroyo,  donde,  sentados,  me  habló  en  estas  ra- 
zones :  Por  dejarme   llevar  del   torrente   del  mal 


gusto  de  mi  siglo,  me  veo  privado  para  siempre 
de  entrar  eu  el  Parnaso.  Dichoso  tú,  que  aun  pue- 
des tener  esperanzas ,  pues  te  han  dado  tiempo 
para  la  enmienda...  Viví  en  los  tiempos  del  señor 
Carlos  II,  en  que  el  Gobierno  y  la  poesía  estaban 
en  su  mayor  decadencia,  y  aunque  yo  tenía  dis- 
posición para  ser  bueno,  no  obstante ,  me  dejé  ar- 
rastrar del  concepto  agudo  y  falso,  del  equívoco, 
del  culteranismo  y  de  los  demás  vicios  que  enton- 
ces prevalecían.  Escribí  varias  obras,  en  las  que  so 
descubre  mi  buen  ingenio,  fantasía  y  robusta  elo- 
cución, en  medio  de  los  muchos  defectos  de  que 
están  llenas.»  (Viaje  burlesco  al  Parnaso  ;MS.  atri- 
buido á  don  Juan  Pablo  Forner.) 


XX  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

Vivia  por  entonces  en  Montilla ,  patria  del  Gfran  Capitán ,  un  poeta ,  don  Gonzalo  JEnrí- 
quez  Arana,  enfermo  siemiire,  hasta  el  punto  de  tener  constantemente  embargado  el  uso  de 
las  piernas  j  de  las  manos.  Buscaba  resignación  y  alivio  á  su  desgracia  en  la  religión  y  en 
las  letras.  Escribió  ima  copiosa  colección  de  poesías  (1).  Todas  ellas  demuestran  soltiu'a  y 
abundancia ;  pero  son  por  extremo  triviales  y  conceptuosas.  A  tan  perversa  y  lamentable  si- 
tuación habia  llegado  el  gusto,  que  las  poesías  de  Eninqnez  Arana,  con  ser  tan  malas,  no  eran 
de  las  j)eores  que  andaban  en  auge  por  aquellos  tiempos.  La  plaga  de  malos  poetas  que  habia 
entonces,  despierta  su  ira  poética,  y  escribe  contra  ellos,  sin  caer  en  que  sus  propios  versos 
no  son  en  realidad  sino  una  parte  de  aquella  plaga  que  tan  molesta  le  parecía.  Alguna  vez , 
cuando  recuerda  su  doliente  estado,  acierta  con  acentos  naturales,  que  expresan  con  sinceri- 
dad las  amarguras  de  su  infortunio.  Así ,  por  ejemplo,  en  un  poema  A  la  Infancia  del  hom- 
h^e,  que  no  so  refiere  en  realidad  sino  á  la  suya  propia,  exclama  : 

Apenas  nace  el  hombre  cuando  llora , 
Anuncio  cierto  de  bu  amarga  vida..., 

y  asoma  á  cada  paso  el  hondo  pesar  con  que  arrastra  su  desventurada  existencia. 

Otro  poeta,  digno  de  honrosa,  si  bien  somera  mención,  es  don  Francisco  Benegasi y  Lu" 
jan ,  caballero  del  hábito  de  Calatrava  y  regidor  perpetuo  de  la  ciudad  de  Loja.  Era  uno  de 
los  nobles  españoles  que ,  en  aquel  como  en  todos  tiempos ,  tenían  á  honra  el  cultivo  de  las 
letras  amenas.  Tercer  nieto  del  caballero  Vivaldo  Benegasi,  embajador  de  la  república  de 
Genova  en  la  corte  de  Felipe  II,  habia  consei'vado  en  su  casa  las  costumbres  elegantes, 
cultas  y  dispendiosas  de  sus  aristocráticos  abuelos.  Su  excelente  hijo  don  José  hace  su  elo- 
gio en  estas  palabras : 

«  Fué  discreto  sin  afectación ,  chistoso  sin  bufonada ,  galán  sin  presunción  ,  cortesano  sin 
artificio.  Manejaba  un  caballo  con  singular  destreza.  Fué  tan  diestro  en  el  arpa,  que  le  con- 
fesaban excesos  en  la  habilidad  aun  los  que  vivían  de  este  instrumento.  Logró  también  sin- 
gularísimos aciertos  en  el  marcial  ejercicio  de  la  caza.  Fué  liberal ,  y  tanto ,  que  no  fué  li- 
beral. El  pródigo  puede  consolarse... ,  pero  el  avaro  no.  Finalmente,  fué  tan  prudente  y  tan 
inalterable  en  los  varios  contratiempos  que  le  causaron  sus  émulos,  que  pudo  librarse  de 
médicos  hasta  los  ochenta  y  seis  años»  (2). 

A  aquellas  nobles  aficiones  juntaba  don  Francisco  Benegasi  otra,  que  no  menciona  su  hijo, 
pero  que  consigna  el  Marqués  de  la  Olmeda :  la  de  reunir  en  su  casa  los  más  aventajados 
poetas  de  Madrid ,  para  entregarse  con  ellos  al  dulcísimo  solaz  de  las  letras. 

« Conocí  (dice  el  Marqués)  al  autor,  á  quien  hacían  muy  distinguido  sus  prendas ;  pues , 
ademas  de  su  notoria  nobleza,  tenía  todas  aquellas  habilidades  que  hacen  á  un  caballero 
perfecto  cortesano.  Le  quise  mucho,  y  así  soy  parte  muy  apasionada...  En  la  casa  del  autor 
había  dos  veces  en  la  semana  academia ,  donde  concurrían  las  más  conocidas  habilidades  de 
la  corte»  (3). 

De  las  prodigalidades  de  don  Francisco  Benegasi  hay  un  testimonio  en  sus  propias  obras, 
que  no  queremos  pasar  por  alto,  porque  es  un  curioso  recuerdo  de  las  costumbres  de  nues- 
tros mayores  y  de  la  galante  bizarría  de  este  poeta.  Hay  en  sus  Obras  líricas  unas  seguidi- 
llas que ,  según  el  epígrafe,  fueron  enviadas  á  una  dama,  con  un  «  regalo  que  llamaban  del 
zapato ,  compuesto  de  un  reloj  de  diamantes ,  una  frasquera  de  plata ,  un  castillo  de  lo  mis- 


(1)  Conservanse  muchas  de  ellas  en  un  códice  (3)  Aprobación  de  don  Ignacio  de  Loyola ,  mar- 
abultado,  que  posee  el  señor  don  Pascual  de  Ga-  qués  de  la  Olmeda,  de  las  Obras  líricas  jocoserias 
yángos.  de  don  Francisco  Benegasi  y  Lujan  (20  de  Agosto 

(2)  Prólogo  á  los  Sainetes  y  bailes  de  don  Fran-  de  1745). 
cisco  Benegasi  y  Lujan. 


DE  LA  rOESIA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  XXI 

mo,  una  caja  de  tabaco  y  una  bandeja  de  filigrana,  d  Pues  bien,  parecía  mezquino  á  Bene- 
gasi  este  regalo  espléndido,  v  creyó  necesario  disculparse  por  ello : 

Perdona,  bella  Anarda, 
Mi  corto  obsequio ; 
Que  el  ser  hoy  miserable 
Lo  hago  de  intento. 

Con  razón  don  José  Benegasi  llama  pródigo  á  su  padre ;  si  bien  es  de  advertir  que,  aunque 
vivió  pobre  á  causa  de  aquel  rumbo  y  de  aquellas  larguezas ,  el  hijo ,  tierno  y  desinteresado, 
empleó  aquella  palabra  en  tono  de  alabanza ,  y  no  en  el  de  queja  ó  de  censura. 

A  pesar  de  los  hábitos  aristocráticos  de  don  Francisco  Benegasi ,  no  usó  de  un  título  de 
Castilla  de  que  le  hizo  merced  el  Rey,  y  perteneció,  como  poeta ,  á  la  escuela  libre  y  popu- 
lar de  Gerardo  Lobo  y  del  doctor  Torres.  Sus  poesías  líricas,  menos  ingeniosas  que  las  de  es- 
tos sus  famosos  contemporáneos ,  están  escritas  con  no  menor  desem1)arazo  y  con  mayor  na- 
turalidad y  lisura.  No  merecen,  sin  embargo,  vivir  en  la  posteridad.  No  así  sus  obras  dra- 
máticas (entremeses  y  bailes),  que  pueden  ofrecer  interés  á  la  historia  literaria  y  aun  á  la 
listoria  de  la  civilización.  Curioso  es  ver  á  Benegasi  combatir,  en  forma  amena ,  las  preocu- 
paciones populares ,  imido,  sin  sospecharlo,  á  la  falange  reformadora  de  los  Feijóos  y  de  los 
üartinez.  En  el  entremés  El  Zahori,  da  este  carácter  á  im  bellaco  embaucador,  que  intenta 
cometer  un  robo  abusando  de  la  credulidad  de  unos  lugareños : 


ALCALDE. 

¿Qué  es  zahori? 

ZAHORf. 

El  ver  á  ojos  cerrados, 
Debajo  de  la  tierra  siete  estados ; 
Con  que  voy  registrando  por  el  mundo 
Cuanto  encierra  en  su  cóncavo  profundo. 

ALCALDE. 

Mas  no  quiero  creer  tal  gracia  ó  ciencia. 

ZAHORÍ. 

Pues ,  si  gustáis ,  hagamos  la  experiencia., 


Un  tesoro  he  de  daros  esta  noche. 

ALCALDE. 

¿Y,  solo,  he  de  lograrle? 

ZAHORÍ.  (.4^.) 
¡  Qué  bien  cayó  este  pez !  El  desdichado 
A  poco  cebo  se  miró  clavado. 
j  Un  tesoro,  Jesús !  De  risa  lloro, 
¡  Animal!  Pues  si  hubiera  tal  tesoro, 
Dártelo  á  tí,  ¿no  fuera  barbarismo? 
¿La  caridad  no  nace  de  sí  mismo? 


No  menos  malicia  y  donaire  despliega  Benegasi  en  sus  bailes.  En  ellos  suelen  hallarse  ras- 
aos cuyo  carácter  lírico  se  trasluce  y  siente ,  á  joesar  del  tono  cómico  ó  burlesco  de  estas 
imenas  obras.  En  La  Familia  de  amor,  por  ejemplo,  tm  portugués,  arrogante  y  enamorado, 
íe  irrita  de  que  los  españoles  no  sepan  definir  el  amor,  y  les  dirige  en  lenguaje  chapurrado 
íste  gracioso  apostrofe : 


Callad ,  patif es ,  callad , 
Que  de  oiros  me  avergonzó, 
Y  á  pancadas  he  de  hacer 
En  vosotros  tal  destrozo, 
Que  los  átomos  del  viento 
Los  imitéis ,  hechos  polvo. 
¿Qué  sabéis  quién  es  amor? 
Los  castesáus  modorros, 
¿  Qué  saben  querer  ?  ¿  qué  saben 


Sus  misterios  prodigiosos? 
Amor  es  una  conserva 
De  un  almíbar  tan  sabroso, 
Que  la  boca  se  hace  agua ; 
Pero  tragado,  es  rescoldo. 
Es  dulzura  que  alimenta, 
Es  confitiñu  de  Oporto, 
Que  á  muchos  ha  dado  vida, 
Pero  á  muchos  mais  ha  morto. 


Como  contraste  y  afrenta  del  carácter  material  y  rastrero  que  había  tomado  la  poesía,  se 
resentaban  de  cuando  en  cuando  ejemplos  de  la  mística  poética  que  con  tanta  vehemencia 
orno  esplendor  habían  cultivado  san  Juan  de  la  Cruz  y  la  incomparable  madre  santa  Teresa 
e  Jesús.  En  imaginaciones  femeniles  prendía  fácilmente  aquel  sagrado  fuego,  que ,  si  bien 
nvuelto  en  formas  metafísicas,  servia  á  un  tiempo  de  pábulo  y  desahogo  á  los  arranques 
e  amor  di\ino  que  abrasaba  su  alma.  Aunque  ya  desmayada  y  tibia,  todavía  llegaba  á  en- 

rderse  aquella  luz  ardiente  en  la  vida  contemplativa  y  mística  del  claustro.  Inmediatas  su- 
I.  PS  -SYJJI.  & 


XXII  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO      • 

cesoras  del  estro  apasionado,  á  jar  que  discreto,  de  sor  Juaua  Inés  de  la  Cniz,  fiicron  sor 
Gregoria  úe  Santa  Teresa,  esclarecida  &evillana,  gran  maestra  de  la  virtud ,  según  la  expre- 
sión de  su  bióm'afo  el  doctor  Torres,  y  la  ilustre  poetisa  portuguesa  sor  María  dol  Cielo, 
que  escribió  en  castellano  una  parte  de  sus  poesías.  La  primera  de  estas  dos  insignes  re- 
ligiosas se  distingue  por  la  exaltación  mística.  Todas  las  impresiones  de  la  vida  cobran  en 
su  ánimo  im  carácier  intenso  de  es])iritualidad  y  amor  divino.  Una  tarde,  por  ejemj)lo,  esta- 
ba contemplando  el  cielo;  ve  volar  un  ])ájaro  que  se  remontaba  muy  alto;  se  exalta  su  ima- 
ginación ;  vuela  hacia  lo  invisible  y  lo  etéreo,  y  escribe  el  romantie  que  empieza  : 

Celos  me  da  un  pajarillo, 

donde,  al  través  de  las  tendencias  conceptuosas  del  estilo,  resalta  la  sinceridad  de  sii  anbelo 
por  salir  ¿6  la  esfera  terrestre,  donde  siente  el  alma  encadenada.  Y  lo  singular  es  que  su 
afán  de  morir,  aunque  vivo  y  proñmdo,  nada  tiene  de  amargo  y  .de  sombrío.  No  emana  del 
desaliento  de  la  vida,  ni  de  los  tormentos  del  desengaño;  es  el  ansia  de  subir  á  la  mansión 
beatífica  de  los  justos ,  de  gozar  de  la  presencia  de  Dios  sin  velo  y  sin  distancia.  El  amor 
al  Esposo  divino,  esencialmente  angélico  y  sagrado,  tomaba  en  el  estilo  de  estas  monjas  ex- 
táticas las  formas  del  amor  profano.  Así  habla  á  Dios  la  madre  Gregoria  de  Sarda  Teresa  eii 
unos  versos,  especie  de  letanía  poética,  en  que  se  refleja  la  paciente  serenidad  de  las  oraciones 
del  claustro : 


Jesús  amoroso, 
Amante  divino, 
Objeto  del  alma ; 
No  desprecies ,  Señor,  mis  suspiros. 

Pastor  soberano, 
Mi  duefio,  rey  mió, 
Esposo  suave ; 
No  desprecies ,  Señor,  mis  suspiros. 


Vuélveme  tu  rostro, 
Lleno  de  cariño; 
Que  vivo  muriendo ; 
No  desprecies,  Señor,  mis  suspiros. 

Adorada  prenda, 
Vida  por  quien  vivo. 
Alma  de  mi  alma; 
No  desprecies.  Señor,  mis  suspiros;  etc. 


En  casi  todos  los  versos  de  la  madre  Gregoria  de  Santa  Ihx'sa  se  adviei-te  la  misma  ten- 
dencia (1).  Hasta  en  las  metáforas,  de  que  tanto  se  abusaba  entonces,  resplandecen  su  ter- 
nura mística  y  su  confianza  religiosa.  Véanse  en  prueba  estas  redondillas  : 


Quiero  en  el  golfo  de  amar 
Anegarme ,  cual  barquilla 
Que ,  apartada  de  la  orilla , 
Se  aventura  en  alta  mar. 

En  él  me  quiero  perder; 
Que  es  lisonja  de  un  amanto 
Rendir  la  vida,  constante, 
Sacrificando  su  ser. 


Con  dulce  tranquilidad 
Mi  pobre  barca  navega. 
Con  una  obediencia  ciega  , 
Sin  temor  de  tempestad  ; 

Que  aunque  falten  vela  y  remo, 
Segura  es  la  barca  mia. 
Pues  siendo  Jesús  mi  guía, 
Nada  falta  y  nada  temo. 


No  manifiesta  menos  sincera  ni  menos  íntima  aspiración  á  romper  los  lazos  terrestres  y 
confundirse  en  la  esencia  divina,  la  célebre  poetisa  portuguesa  sor  María  del  Cielo.  Con  alma 
menos  apasionada,  pero  con  imaginación  más  viva  y  fecunda  que  la  abadesa  sevillana,  la 
monja  de  Lisboa  lleva  su  misticismo  por  muy  diferente  camino.  La  forma  aleg()rica  prepon- 
dera en  casi  todos  sus  escritos.  En  algunos  de  sus  autos  alegóricos  despliega  originalidad  y 
brío,  especialmente  en  uno,  en  su  tiempo  muy  celebrado ,  Las  Lágrimas  de  Roma.  Otra  tle 
sus  obras  que  mayor  éxito  alcanzaron  es  una  especie  de  leyenda  moral  y  filosófica,  en  pn.sa 
y  verso,  en  la  cual  el  alma ,  simbolizada  en  una  peregrina ,  seducida  por  imas  cazadoras  ga 


-^1)  Entre  las  obras  poéticas  de  esta  esclarecida 
señora,  las  más  todavía  inéditas,  se  distingue  un 
Coloquio  espiritual,  sembrado  de  rasgos  delicadísi- 
mos de  sensibilidad  y  de  expresión.  A  más  del  doc- 
tor Torres,  han  escrito  acerca  de  la  ¡lustro  poetisa, 


en  el  último  siglo  don  Justino  Matute  y  Gaviri^, 
y  en  nuestros  días  el  estudioso  joven  don  Antonio  I 
Sancbez  de  Moguel  y  nuestro  ilustrado  amigo  mon-l 
sieur  Antoine  de  Latour. 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EX  EL  SIGLO  XVITL  XXIli 

llarcías  (emblema  de  las  pa^íiones  mundanas),  va  adorando  sucesivauíente  los  ídolos  de  la 
tieiTa  :  noblrza  ,  liermosm^a,  discreción  humana,  esperanza  del  mundo,  riqueza,  amor  propio ; 
hasín  que,  desengañada  y  coiregida,  entra  en  la  senda  de  las  asperezas.  Allí  encuentra  á  una 
mujer  de  raj-a  hermosura  (santa  Pelagia) ,  que  la  induce  á  despojarse  de  los  mmidanos  ata- 
víos bablandole  de  esta  manera  : 

«Yo,  antes  que  pastora,  ftií  cortesana,  y  tan  vana,  que  en  mi  adorno  apuraba  todas  las  flores 
para  las  sedas ,  todas  las  luces  para  el  oro,  todo  el  aire  para  las  plumas ,  todo  el  mar  para  las 
perlas ,  todas  las  minas  para  las  joyas.  En  lo  mejor  ó  lo  peor  de  este  tiempo  me  enamoré ,  y 
entonces  empecé  á  vivir,  porque  entonces  empecé  á  amar.  Era  mi  amante  muy  celoso,  por- 
que era  amante,  y  cuanto  amaba  en  mi  natiu'al  belleza,  tanto  se  disgustaba  con  sus  artificia- 
les aliños.  Yo,  que  le  adiviné  el  sinsabor,  porque  quien  ama  tiene  obligación  de  adivinar, 
n\andé  encender  en  la  plaza  una  grande  hoguera,  y  di  en  ella  al  fuego  cuanto  habia  dado 
antes  al  \'iento,  sin  quedarme  más  gala  que  mi  resolución,  ni  más  diamante  que  mi  amor. » 

Trueca  en  sayal  sus  galas  ,  y  con  esta  lección  metafórica  del  arrepentimiento,  y  asida  á  un 
hilo  de  oro  (la  doctrina  santa),  que  le  da  san  Francisco,  adelanta  la  per^gtina.  en  el  áspero 
camino. 

Á  pocos  pasos  oyó  unas  descompasadas  voces  que  decían ; 

¡Ahí  va  la  local 
Todos  á  ella. 
Digámosle  injurias ^ 
Tirémosle  piedras. 

Miró  asustada ,  y  vio  que  del  camino  contrario  salían  muchos  de  los  que  ella  conoció  en  el 
bosque  (el  mundo),  que  con  vocería ,  risotadas  y  gritos  la  venían  siguiendo.  Decían  unos : 
« ¡  Mirad  qué  airosa  va  con  el  nuevo  vestido! »  Otros  :  «¡Qué  aseada  va,  toda  llena  de  lodo! » 
Otros  :  «Va  en  busca  de  un  Dius ,  porque  es  hipócrita. »  Otros  :  «  Huye  de  nosotros  porque 
es  liviana.»  Y  todos  repetían  : 

¡Allí  va  la  loca!  etc. 

Después  de  este  fiel  recuerdo  del  trato  que  suele  dar  el  mundo  á  la  vii-tud,  conduce  la  au- 
tora á  la  p>eregrina  al  lago  de  las  trilnlacioiies ,  y  al  fin  la  lleva  al  vergel  (la  gloría)  del  pastor 
(Jesús),  que  es  el  amante  á  quien  buscaba. 

Esta  especie  de  novela  simbólica,  extraña  por  su  forma,  y  contagiada  del  gusto  metafó- 
rico de  aquella  edad,  es  una  de  las  más  notables  producciones  de  sor  María  del  Cielo,  y  es- 
tá escrita,  en  verdad,  con  no  escaso  caudal  de  inventiva  y  de  ino-enio. 

Sus  versos  tienen  á  veces  cierto  sabor  de  poesía  popular,  y  gusta  de  combinaciones  métri- 
cas complicadas.  En  muchas  de  sus  poesías  se  trasluce,  á  pesar  de  su  forma  sencilla,  que  la 
poetisa  está  familiarizada  con  el  Apocalipsis  y  con  los  cánticos  sagrados. 

Hombres  especialmente  inclinados  al  estudio  de  las  ciencias,  y  más  prosadores  que  poetas, 
pero  al  propio  tiempo  fervorosos  cultivadores  de  la  poesía ,  no  pueden  ser  olvidados  en  esta 
conmemoración  histórica  de  los  ingenios  líricos  del  sisólo  xviii.  Es  acaso  el  más  disrno  de 
este  recuerdo  el  doctor  Don  Diego  de  Torres  ij  ViUaroel.  Tiene  lugar  señalado  y  alta  signifi- 
cación en  la  historia  de  la  ciWlizacion  española  durante  la  primera  mitad  del  siglo  xviil. 
Pertenece  á  aquel  grupo  de  espíritus  reformadores,  tales  como  Feijóo,  Mariinez ,  Salaf ranea, 
Isla  y  otros  muchos ,  que  no  podían  \\\\r  en  la  densa  atmósfera  de  preocupaciones  y  de  ig- 
norancia que  se  habia  formado  en  los  últimos  tiempos  de  la  dinastía  austríaca.  Sin  traspasar 
nunca  los  límites  de  la  rectitud  y  de  la  sumisión  á  las  leyes ,  era  un  ánimo  inquieto  y  por 
demás  independiente.  Aimque  nacido  en  modesta  cuna  y  casi  siempre  menesteroso ,  nunca 
antepuso  su  propio  ínteres  á  la  verdad ,  á  la  justicia ,  á  la  dignidad  moral.  Al  paso  que ,  por 
educación  y  por  instinto,  respeta1)a  las  formas  con  que  se  revisten  de  legítimo  y  conveniente 
prestigio  las  instituciones  humanas,  se  mostraba  imjilacable  con  los  artificios ,  engaños  y  al- 


XXIV  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

haracas  que  explotan  los  perversos  y  los  audaces.  Un  noble  de  corazón  y  estirpe ,  un  hom- 
bre austero  y  justo,  un  sabio  verdadero,  le  iníundian  veneración  y  simpatía;  un  advenedizo 
arroo-ante  al  par  que  ruin,  un  docto  aj)arente,  un  vicioso  hipócrita,  le  causaban  aversión  ó 
desprecio.  Con  menos  talento  que  don  Francisco  de  Quevedo,  á  quien  intentaba  imitar,  pero 
no  con  menor  ahinco  ,  pugnaba  por  arrancar  á  todo  trance  estas  máscaras  de  la  corrupción  , 
de  la  intriga  y  de  la  vanidad  ,  que  tan  hábihnente  se  emplean  en  la  comedia  hiunana.  En  imo 
de  sus  Sueños  morales  se  le  aparece  Quevedo,  á  quien  UíimB.  padre  de  la  verdad  y  prudente  des- 
preciado)- del  mundo.  En  el  singular  diálogo  que  con  él  entabla  Torres,  así  como  Petrarca  á 
la  visión  de  Laura  en  el  Trionfo  dcUa  morte ,  dirige  á  Quevedo  varias  preguntas  relativas 
á  la  otra  vida,  y  ésta  entre  ellas  :  «¿Padeciste  mucho  purgatorio  por  tus  sátiras?»  Quevedo, 
con  la  lisura  y  oravedad  que  cuadra  bien  á  un  aparecido,  le  contesta  estas  sencillas  palabras  : 
«El  purgatorio  lo  pasé  en  la  tierra,  porque  viví  desterrado  muchos  meses,  preso  muchos 
años ,  pobre  y  enfermo  toda  mi  vida.  Á  mi  estilo  calificaron  los  necios  con  el  infame  nombre 
de  mordacidad ;  siendo  así  que  mis  invectivas  nunca  tuvieron  particular  destino  :  sólo  las  en- 
derecé á  la  general  corrección  de  los  desórdenes  y  abusos.  Yo  describí  con  invención  festi- 
va ,  en  el  Sueño  de  las  calaveras ,  el  dia  del  juicio  final ,  y  en  El  Entremetido,  La  Dueña  y 
El  Soplón  ¡jinté  el  infierno  y  los  pecados  que  allá  os  arrastran;  si  lo  hubiera  copiado  con  la 
pluma  que  pide  el  argumento,  horrorizaría  con  la  imagen. » 

Quevedo  desea  registrar  la  corte  y  descuhñr  la  alteración  de  las  cosas  de  su  siglo,  é  invisible 
para  todos,  excepto  para  el  doctor  Torres ,  recorre  con  él,  y  examina ,  y  moteja,  y  satiriza 
todas  las  clases  y  profesiones  en  que  advierte  nuevos  abusos.  Para  la  historia  de  las  costum- 
bres es  interesantísima  esta,  unas  veces  festiva  y  otras  acerba,  revista  de  la  faramalla  y  de  los 
desvarios  mundanos  en  la  época  de  Felipe  V;  y  faera  ademas  muy  sabrosa  lectura,  así  por  la 
riqueza  y  movimiento  de  los  cuadros ,  como  ])or  el  hábil  manejo  del  idioma ,  si  el  afán  de  las 
antítesis  y  de  los  donaires,  y  el  remedo  harto  patente  del  gran  modelo  que  el  autor  tiene  á 
la  vista ,  no  deslustraran  y  entorpecieran  la  narración. 

En  las  letras  la  aglomeración  no  es  riqueza ,  y  Torres ,  más  sobrio  y  contenido  en  el  curso 
de  su  abundante  vena,  habría  podido  ser  un  prosador  de  alta  valía.  Su  Historia  de  historias, 
imitación  del  Cnerdo  de  cuentos,  de  Quevedo ;  su  Barca  de  Aqueronte,  su  Correo  del  otro  mun- 
do, y  en  general  todas  sus  obras  satíricas,  adolecen  de  los  mismos  defectos.  En  las  demás  el 
estilo  suele  ser  sencillo  y  natural.  El  doctor  Torres  era  extremado  en  su  ambición  de  ciencia, 
pero  su  índole  inquieta  le  impidió  consagrarse  á  un  ramo  especial  del  saber  humano.  En  va- 
rios de  ellos  demostró  sagacidad  suma  y  no  escasas  nociones  para  la  época  en  que  \\\'m  (1). 
Su  principal  conato  fué  combatir  errores  vulgares  y  desenmascarar  á  la  ignorancia  entroni- 
zada. En  sus  obras  se  advierte  con  dificultad  el  amor  á  lo  helio ,  pero  resplandece  en  todas 
partes  el  amor  á  lo  verdadero.  El  estudio  de  la  astronomía,  á  que  tuvo  afición  particidar,  le 
sugirió  la  idea  de  escribir  almanaques ,  pronósticos  y  lunarios,  que  hasta  entonces  venían  de 
Italia ,  y  corrían  con  gran  aceptación  entre  los  españoles.  Torres  explotó  por  su  propia  cuen- 
ta la  credulidad  popular  y  el  embeleso  que  causan  siempre  al  \Tilgo  las  predicciones  mara- 
villosas. Pero,  enemigo  de  supercherías,  se  burla  á  cada  paso  en  sus  obras  de  sus  horóscopos 
y  de  sus  astrológicos  augurios.  El  Ch-an  Piscator  de  Salamanca  (2)  llegó  á  adquirir  extensa 

(1)  El  desden  que  Inspiraban  á  Torres  las  glorias  mejor  que  lo  que  dejo  escrito,  y  que  si  mi  genio  liu- 

munclanas,  y  la  pobreza  que  le  aquejó  en  las  varias  biera  tenido  más  estimación  á  la  fama,  ó  lo  que  se 

situaciones  de  su  vida ,  fueron  causas  decisivas  de  la  dice  aura  popular,  y  mi  pobreza  no  hubiera  sido  tan 

precipitación  con  que  estudiaba  y  escríbia.  Él  cono-  porfiada,  serian  mis  papeles  más  limpios,  más  doc- 

cia  bien  los  principales  flacos  de  sus  obras,  y  así  lo  trinales   y  más    ingeniosos.    Atropelladas   salieron 

declara,  sin  asomo  de  falsa  modestia,  en  estas  pala-  siempre  mis  obras  desde  mi  bufete  á  la  imprenta, 

bras  escritas  en  sus  últimos  años  :  y  jamas  corregí  pliego  alguno  de  los  que  me  vol- 

« Todas  mis  obras  están  escritas  sin  gusto,  con  vian  los  impresores.» 
poco  asiento,  con  algún  enfado  y  con  precipitación  (2)  Por  aquellos  tiempos  andaban  en  boga  los  li- 

desaliñada.  Yo  bien  sy  qu  •  alcanzo  más  y  discurro  brcs  profcticos  con  el  título  de  Piscafcr,  En  Córdo- 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  XXV 

fama  y  á  ser  manantial  de  inesperada  granjeria.  Sinsabores  acarreó  también  al  doctor  Torres 
el  acierto  y  penetrante  sagacidad  de  algunas  de  sus  predicciones.  Fundando ,  sin  duda ,  su 
pre^TÍsion  en  más  ó  menos  aventuradas  observaciones  de  la  ciencia  medica,  cometió  la  impru- 
dencia de  anunciar  en  el  Pronóstico  para  el  año  11 24,  la  muerte  del  rey  Luis  I,  que  se  verificó 
efectivamente  en  el  mismo  año.  Esta  audacia ,  si  bien  encubierta  con  reverentes  formas  des- 
encadenó contra  Torres  un  cúmulo  de  escritos  hostiles,  en  los  cuales  se  le  atribulan  dañadas 
intenciones.  No  faltó  quien  dijese  que  la  predicción  se  hahia  alcanzado  por  arte  del  demonio. 
Entre  estos  enemigos  habia  uno  en  verdad  formidable  :  el  sabio  doctor,  también  poeta  don 
Martin  MaiHine:.  Publicó  con  este  motivo  im  acre  y  punzante  libelo,  titulado  J^dcio  final  de 
la  astrología.  No  se  arredró  Tonyes  ante  la  autoridad  imponente  del  docto  Examinador  del  Real 
Proto-Medicato,  y  cobrando  fuerzas  en  su  sana  concienciaren  su  inofensiva  voluntad,  repli- 
có á  Martinoz  en  el  Entierro  del  Jaieio  final ,  sincerándose  de  un  modo  enérírico  v  victorioso. 

Su  predicción  de  la  revolución  francesa  ,  en  la  cual  no  hizo  alto  su  época,  es  uno  de  los 
testimonios  más  extraordinarios  que  pueden  presentarse  del  discernimiento  profético  del  doc- 
tor Torres  y  del  profundo  conocimiento  que  llegó  á  adquirir  del  estado  político  y  moral  de  la 
nación  francesa.  Aun  admitiendo  desde  luego  que  el  haber  acertado  aproximadamente  con 
la  fecha  (1790)  no  pase  de  una  coincidencia  casual,  la  predicción  del  derrumbamiento  del 
trono  francés  dentro  del  siglo  xviii  raya  verdaderamente  en  maravillosa  intuición  (1). 

Uno  de  los  libros  más  curiosos  de  Torres,  y  el  que  hace  comprender  con  mayor  claridad  las 
costumbres  de  aquella  época,  es  su  autobiografía,  escrita  en  el  último  período  de  su  vida; 
especie  de  confesiones ,  menos  cínicas ,  pero  no  menos  sinceras  que  las  que  J.  J.  Rousseau 
escribió  algunos  años  después.  Torres  no  se  adula ,  por  cierto,  á  sí  propio ,  y  descubre  á  las 
claras,  así  sus  defectos  y  sus  buenas  prendas ,  como  las  extravagancias  de  su  índole  versátil 
é  incomprensible.  Liviano  y  descontentadizo  en  su  mocedad ,  dio  sobrada  rienda  á  los  ím- 
petus de  su  genio  aventurero ,  y  cayó  en  desvarios  que  le  granjearon  poco  lisonjero  renom- 
bre. «  Paso,  dice  él  mismo,  entre  los  que  me  conocen  y  me  ignoran ,  me  abominan  y  me  sa- 
ludan ,  por  un  Guzman  de  Alfarache ,  un  Gregorio  Guadaña  y  un  Lázaro  de  Tórmes. »  No 
les  faltaba  razón  si  se  atiende  á  la  falta  continua  de  concierto  y  juicio  que  afeó  la  conducta 
de  Torres  en  los  tiempos  de  su  juventud.  Sin  embargo,  complace  el  recordarlo,  tal  era  el  fon- 
do de  su  rectitud  nativa  y  la  fuerza  de  los  sanos  principios  que  habia  atesorado  su  alma  en 
el  puro  y  honrado  hogar  de  su  infancia,  que  no  llegó  á  pervertirse  su  corazón  :  sus  yerros 
fueron  gravísimas  travesm-as,  pero  nunca  malas  acciones. 

En  el  Colegio  trilingüe  de  Salamanca ,  su  claro  talento  sorprendía ,  pero  su  desmandada 
condición  se  hacia  intolerable.  Al  cabo  de  cinco  afics  salió  de  aquella  clausura,  de  la  cual  era 
á  im  tiempo  gala  y  escándalo  (2),  para  volver  al  seKo  de  su  familia;  pero,  dejándose  arreba- 
tar de  las  ilusiones  de  un  albedrío  impaciente  y  mal  gobernado,  se  fugó  de  la  casa  paterna , 
donde  era  amado  con  la  más  indulgente  ternura ,  sin  más  móvil  ni  razón  que  los  devaneos 

ba  escribía  don  Gonzalo  Antonio  Serrano  El  Pisca-  Entonces ,  tú  lo  verás, 

tor  andaluz.  En  Madrid  se  publicaba  El  Piscator  Misera  Francia ,  te  espera 

fie  Sarrahal.  Torres  convertía  en  asunto  de  éntrete-  5°  f^^^\'^^'l''' 

.       .            .         .  Con  tn  rey  y  tu  delfín , 

nimiento  hasta  las  investigaciones  científicas,  como  Y  tendrá  entonces  su  fin 

en  el  opúsculo  que  publicó  con  este  título  :  Noticia^  Tu  mayor  gloria  primera. 

alegres  y  festivas  de  las  ráfagas  de  luz  que  se  vieron  ,n^     t, 

en  la  noche  del  dia  15  de  Diciembre  de  1737 -en  ^^^  «Era  grave  delito  romper  de  noche  la  clausu- 

verso  V  prosa                                                           '  ^^'  ^  ^o^^s  las  noches  y  los  días  quebrantaba  el  pre- 

(1)  La  predicción  está  contenida  en  la  siguiente  "'P*''-  ^'  f  ^"^^  V?^'  P"'""*  garito  de  ladrón  que 

pel•^'ersa  décima,  publicada  en  1756  en  uno  de  los  ^^  'P^''"*°  ^^  estudiante,  porque  en  el  no  habia  más 

manaques  de  Torres  :  ^"^  sogas,  espadas  de  esgrima,  martillos,  barrenos 

y  estacones.  En  las  vidas  de  Domingo  Cartujo,  Pe- 

ConToftreSe'íis  doSíoí,  ^'^  ^^^^^^  ^  ^^''^^  ahorcados  no  sé  cuentan  ardides 

T  cincuenta  duplicados  "i  mafias  tan  extravagantes  como  las  que  inventaba 

Con  los  nueve  dieces  mis,  mi  malicia.»  (^El  doctor  Torres.) 


iXVÍ  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

de  un  espíritu  aventurero  (1).  En  Portugal,  adonde  le  llevó  el  azar,  fué  sucesivamente  san- 
tero, químico,  maestro  de  baile ,  médico,  soldado,  desertor  y  torero.  Nada  resiste  á  las  áspe- 
ras lecciones  del  tiempo,  y  aquel  temple  indisciplinado  y  vigoroso  llegó  á  quedar  quebranta- 
do por  los  vaivenes  de  la  vida  y  las  amarguras  del  desengaño.  Apaciguado  el  ardor  juvenil, 
vuelve  á  su  patria  y  á  la  casa  de  sus  padres,  eterno  centro  de  amor  y  de  indidgencia,  y  allí 
BB  reproduce  la  escena  del  Hijo  pródigo  arrepentido.  Aquel  mozo  medianameiúe  loco,  aquel 
perdulario  inc&rregihle  (2)  se  consagra  con  afán  al  estudio;  vive  cuerdo  y  retirado,  y  acaba 
por  conquistar  legítima  nombradla  y  por  ser  de  todos  respetado,  si  bien  de  muchos,  más 
que  respetado,  temido  por  su  vena  sarcástica  y  por  el  desenfado  de  sus  censuras. 

Su  primera  afición  literaria  fué,  como  su  carácter,  aventurera  y  antojadiza.  Dio  en  el  ex- 
traño delirio  de  estudiar  las  peregrinas  artes  alquímicas  de  otras  edades  (3). 

Cualquier  estudio  infimde  luz  en  entendimientos  sanos ,  y  Torres  pasó  involuntariamente 
de  las  falsas  ciencias  á  las  ciencias  verdaderas.  Se  dedicó  con  ahinco  al  estudio  de  las  mate- 
máticas y  de  la  astronomía.  E  sta  ftié  la  verdadera  regeneración  del  estudiante  estrafalario. 

Sólo  leyendo  los  lances  de  varia  fortima  que  el  mismo  Torres  refiere  y  juzga  en  su  autobio- 
grafía, puede  formarse  cabal  concepto  de  este  hombre  singidar.  Ya  se  le  ve  en  Madrid  presen- 
tarse con  decoro  entre  la  gente  de  vida  holgada,  escondiendo  después  su  miseria  extremada 
en  una  casa  de  la  calle  de  la  Paloma ;  ya  lavar  por  sí  mismo  su  escasa  ropa  blanca ;  ya,  ham- 
briento y  extenuado,  huir,  por  orgullo,  de  las  casas  donde  le  convidaban  á  comer,  y  pasar  dias 
enteros  sin  más  alimento  que  la  jicara  de  chocolate  que,  según  la  costimibre  de- entonces,  le 
ofrecían  en  una  tertulia.  No  es  menos  entretenida  la  extraña  aventura  de  los  pavorosos  rui- 
dos de  la  calle  de  Fuencarral ,  cuyo  misterio  procuraron  en  balde  aclarar  el  doctor  Torres  y 
el  agudo  y  perspicaz  Gerardo  Lobo,  que  hacia  mofa  del  duende ,  sin  acertar  á  encontrarle  ni 
á  comprenderle.  Una  vez  temió  Torres  habérselas  con  la  Inquisición ;  pero  su  fe  cristiana  era 
sincera  y  fervorosa,  y  una  mera  explicación  de  su  parte  bastó  para  conjurar  el  riesgo  y  volver 
la  serenidad  á  su  espíritu  (4). 

Sería  dilatarse  demasiado  seguir  los  azares  de  la  vida  de  Torres ,  que  unas  veces  tiene  tra- 
zas de  un  Gil  Blas,  otras  de  un  Cagliostro,  y  no  pocas  de  un  hombre  digno  de  respeto  por  su 
saber,  su  ingenio,  su  modestia  y  su  instinto  moral.  Su  popularidad  llegó  á  ser  extraordina- 
ria. Cuando,  ansioso  de  trocar  el  mote  del  Piscator  por  el  noble  título  de  catei:lrático  de  la 
universidad  de  Salamanca,  hizo  oposición  á  la  cátedra  de  matemáticas,  muchos  doctores  le 
fueron  contrarios.  Temían ,  no  sin  fundamento,  que  el  carácter  inquieto  y  mal  contenido  de 
Torres  tuj-base  la  pacífica  unión  del  claustro.  Pero  tal  era  ya  la  fama  de  Torres,  que  se  arre- 


(1)  uTomé  una  camisa,  el  pan  que  pudo  caber  de-  misa  en  una  de  las  iglesias  de  Madrid,  y  cuando 
bajo  del  brazo  izquierdo,  y  doce  reales  en  calderilla,  quise  doblar  la  reverencia  y  postración  que  se  acos- 
que  estaban  destinados  para  las  prevenciones  del  tumbra,  me  arrebataron  la  acción  y  los  oidos  las  vo- 
dia  siguiente,  y  sin  pensar  en  paradero,  vereda  ni  ees  de  un  predicador  que  desde  el  pulpito  estaba  le- 
destino,  me  entregué  á  la  necedad  de  la  que  llaman  yendo  en  un  edicto  del  Santo  Tribunal  la  condena- 
buena  ventura.»  {El  doctor  Torres^  cion  de  muclios  libros  y  papeles.  Mi  desgracia  me 

(2)  Calificaciones  que  se  aplica  el  mismo  Torres.  llevó  al  mismo  instante  que  gritaba  mi  nombre  y 
Así  explica  la  opinión  en  que  algunos  le  tenian  :  apelliilo,  y  mil  abominaciones  contra  un  cuaderno 

«La  pobreza,  la  mocedad,  mis  almanaques,  mis  mió,  intitulado  Vida  natural  y  católica.  Atemoriza- 
coplas  y  mis  enemigos  me  han  hecho  hombre  de  no-  do  y  poseído  de  un  rubor  espantoso,  me  retiré  desde 
vela,  un  eécolar  extravagante,  entre  brujo  y  astro-  el  centro  de  la  iglesia,  donde  me  cogió  este  nubla- 
lógo,  con  visos  de  diablo  y  perspectivas  de  hechi-  do,  á  buscar  el  ángulo  más  oscuro  del  templo,  ydes- 
déío. »  de  él  vi  la  misa  con  ninguna  meditación,  porqtie  es- 

(3)  «Arrastrado  de  esta  manía,  buscaba  en  las  11-  taba  sobrecogido  mi  cspiñtu  de  un  susto  extraordi- 
brerías  más  viejas  de  las  comunidades  los  autores  nario  y  de  unas  tristísimas  cavilaciones.  Buscando 
rancios  de  \Si  fih.iofía  natural ,  la  crisopeya,  la  ma-  las  callejas  más  desoladas  me  retiré  á  mi  casa;  pa- 
fjia^  la  transmutatoria ,  la  separatoriaf),  etc.  (El  doc-  recíame  que  las  pocas  gentes  que  me  miraban  eran 
toT  Torres.)  va   noticiosas  de  mi   desventura  y  me  maldecían 

(4)  «Yo  entraba  á  cumplir  con  el  precepto  de  la  desde  su  interior.»  (Torres.) 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  xxvn 

draron  los  opositores  rivales ,  y  fueron  tan  Lrillantes  los  ejercicios  de  aquél ,  que  impuso,  por 
decirlo  así,  su  triunfo  aun  á  los  ánimos  más  hostilmente  prevenidos  (1).  Los  doctores  de  Sa- 
lamanca habian  concebido  cierta  aversión  á  Torres,  porque,  donde  quiera  y  sin  rebozo  al- 
guno, hacia  resaltar  la  decadencia  lamentable  á  que  habia  llegado  la  en  ota'o  tiempo  sabia  y 
esclarecida  universidad,  y  no  satisfecho  con  este  fundado  jiiicio  histórico,  habia  zaherido  sin 
piedad,  y  hasta  con  injusticia,  á  los  mismos  doctores  (2).  Ya  entre  ellos,  se  esforzó  Torres 
por  ganar  la  voluntad  de  sus  compañeros  ;  su  genio  claro  y  satírico  hizo  estéril  el  sano  pro- 
pósito, y  fué  siempre  implacable  el  desabrimiento  que  les  habia  inspirado  (3).  En  cambio,  el 
pueblo  de  Salamanca  y  los  estudiantes  de  la  universidad  amaban  al  homljre  llano,  célebre  y 
algo  descarado ,  que  se  mofaba  de  la  severidad  que  afectaban  irnos ,  de  la  presunción  con  que 
vivían  otros,  y  «de  los  poderes  y  estimaciones  con  que  sostienen  uíuchos  las  reverencias  que 
no  merecen»  (4), 

Es  de  notar  que  Torres  habla  siempre  de  sus  poesías  con  marcado  desden,  llamándolas 
generalmente  coplas,  y  considerándolas  como  desahogos  juveniles  y  devaneos  sin  alcance  y 
sin  valor.  Su  discernimiento  crítico  era  grande ,  y  no  le  faltaba  razón  para  preferir  su  prosa 
á  su  poesía  (5).  Era,  en  verdad,  más  discreto  y  observador  que  místico  y  sublime;  pero  sus 
versos,  por  la  espontaneidad,  por  el  donaire,  y  á  veces  por  la  naturalidad  y  el  ingenio,  mere- 
cen un  recuerdo  de  la  posteridad ,  y  no  dejan  d  '  despedir  alguna  luz  en  aquel  Parnaso  de 
afectación  y  de  tinieblas.  Aunque  no  poeta  de  numen  elevado.  Torres  era  poeta.  Cuando,  se- 
gún su  propia  expresión ,  profesó  de  jácaro,  y  anduvo  con  toreros  y  con  gente  de  vida  aira- 
da, representaba  pasos  y  saínetes,  por  él  compuestos,  y  llenos  de  originalidad  y  de  zumba. 
Sus  pasmarotas  satíricas  de  los  hmarios  no  carecen  de  gracia  y  de  intención.  Todo  esto  no 


(1)  De  setenta  y  tres  doctores  que  asisticrou  al 
claustro  pleno,  setenta  y  uno  votaron  en  favor  de 
Torres. 

(2)  Sirva  de  ejemplo  el  soneto  A  los  doctores  de 
la  universidad  de  Salamanca ,  cuj-as  dos  primeras 
cuartetas  son  como  sigue  ; 

Sabios  sólo  de  gestos  y  visajes, 
Estudiaute  ninguno,  mil  togados, 
Y  con  las  vanidades  de  graduados 
Los  qne  tienen  ya  plaza  de  salvajes. 

La  necedad  se  abriga  con  los  trajes 
Qne  antes  honraban  doctos  licenciados, 
T  andan  todos  los  vicios  arropados 
Con  fúnebres  y  místicos  ropajes... 

(3)  La  universidad  de  Salamanca  Iñzo  á  Torres, 
ya  jubilado  y  viejo,  el  desaire  de  no  siiscril.irse  á  la 
publicación  de  sus  obras,  que  las  demás  universida- 
des, la  familia  Real,  varias  comunidades  religiosas, 
y  los  principales  sabios  y  magnates  del  reino  habian 
apadrinado  con  su  nombre.  Este  calculado  desvío 
llegó  al  alma  á  Torres.  De  él  se  queja  amargamen- 
te en  sus  obras. 

(4)  Palabras  de  Torres. 

La  ovación  tributada  á  don  Diego  de  Torres  con 
motivo  de  su  admisión  como  catedrático  do  la  uni- 
versidad, no  tenía  ejemplo  en  Salamanca.  Gentes  de 
todas  las  clases  de  la  sociedad  acudieron  afanosas  á 
los  ejercicios  de  oposición.  Llcj..;aba  el  gentío  hasta 
las  ptiertas  que  salen  á  la  catedral.  El  auditorio  se 
acercaba  á  cuatro  mil  personas ;  otras  tantas  espera- 
ban ansiosas  donde  no  podían  presenciar  el  acto. 
Luego  que  el  secretario  de  la  universidad  hubo  de- 
clarado la  resolución  favorable,  repicaron  las  cam- 


panas de  las  parroquias  inmediatas,  los  estudiantes 
dispararon  muchos  tiros  y  cohetes,  un  tropel  nume- 
roso de  gentes  de  todas  esferas  acompañó  hasta  su 
casa  al  nuevo  catedrático,  victoreánd(jle  con  entu- 
siasmo. A  la  noche  siguiente  salió  á  caballo  un  es- 
cuadrón de  estudiantes,  hijos  de  Salamanca,  ilumi- 
nando con  hachones  de  cera  un  tarjeton,  en  que  iba 
escrito  con  letras  de  oro,  sobre  campo  azul ,  el  nom- 
bre del  triunfador.  Pusieron  luminarias  hasta  los 
vecinos  más  miserables,  y  en  los  miradores  de  las 
monjas  no  faltaron  luces,  pañuelos  y  aclamaciones. 
Se  extendió  la  alegría  á  todos  los  barrios,  y  en  todos 
hubo  música,  durante  la  noche. 

(5)  Conocía  bien  el  lastimoso  estado  de  las  letras 
en  su  época.  En  los  Sueños  morales  dice  á  la  som- 
bra de  Quevedo  :  «Eso  de  poetas  grandes  no  es  fruta 
de  este  siglo.  En  lo  lírico  se  ha  perdido  ya  la  ele- 
gante cultura  y  hermosa  locución  de  Góngora...  En 
este  miserable  siglo,  poetas  grandes,  doncellas  ho- 
nestas y  jueces  desinteresados  son  las  paradojas  del 
fénix...  En  las  tiendas  de  los  libreros  verás  la  incul- 
tura y  negligencia  de  las  almas  de  esta  infeliz  edad... 
Hoy  es  moda  el  ignorar,  es  uso  la  b;irbarie,  y  las 
señas  de  caballero  son  escribir  mal  y  discurrir  peor. 
Más  vale  un  tonto  adnla<l(ir  y  un  salvaje  forrado  en 
charlatán  que  veinte  Moretes  y  Villayzanes.  El  la- 
tín será,  deutro  de  pocos  años,  más  raro  que  el  grie- 
go, y  será  forzoso  que  venga  otro  Antonio  de  Ne- 
brija,  que  fué  el  Pelayo  de  la  latinidad.  Eso  de  re- 
tórica no  se  usa .  porque  dicen  que  nada  tiene  fuerza 
de  persuadir  sino  el  dinero.  De  la  divina  poesía  se 
perdieron  los  moldes,)) 


•ttvni  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

es  alta  poesía ,  pero  siempre  inspirará  interés  á  quien  desee  conocer  los  ecos ,  poco  despucS 

perdidos,  de  la  musa  gcniiina  de  los  españoles. 

Otros  doctos  é  insignes  prosadores  que  culti^  aron  la  poesía  señalaríamos  en  este  Ingar,  á 
consentirlo  los  límites  del  presente  Bosquejo;  pero  no  debemos  omitir,  por  la  influencia  crítica 
y  moral  que  ejerció  en  las  letras,  en  las  ciencias  y  en  las  ideas,  al  sahio  benedictino /rfl¿/  Benito 
Jerónimo  Feijóo.  Dechado  de  pureza  en  las  costumbres,  sincero  é  inquebrantable  en  la  fe,  aus- 
tero en  las  convicciones  de  la  moral ,  amigo  de  la  paz  del  claustro ,  una  pasión  sola  tuvo  en 
su  vida  :  la  pasión  del  estudio.  Y  esta  pasión  nació  de  otra  aun  más  elevada  :  la  pasión  de  la 
verdad.  En  su  juventud,  la  ignorancia  embotaba  el  entendimiento  en  todas  las  clases  de  la 
sociedad  española,  y  las  preocupaciones  vulgares  adquirían  cada  dia  mayor  arraigo  y  creci- 
miento. Movido  por  su  instinto  y  por  su  caridad  ,  y  ansioso  de  contribuir  á  ennoblecer  la  na- 
turaleza del  hombre,  que  la  ignorancia  enerva  y  degrada,  se  empeñó  en  la  ardua  y  arries- 
gada tarea  de  combatir  los  errores  populares  con  el  ímpetu  heroico  de  los  antiguos  campeones 
y  hasta  con  la  impasible  constancia  de  los  mártires.  El  espíritu  enciclopédico  y  la  gloriosa 
ambición  de  cultura  que  reinaba  entre  los  sabios  benedictinos ,  llevaron  desde  luego  á  Feijóo 
á  estudiar  los  grandes  maestros  de  la  civilización  moderna.  Luis  Vives,  á  quien  Erasmo 
admiraba,  y  el  canciller  Bacon,  que,  después  de  Vives,  y  por  nuevos  y  muy  elevados  cami- 
nos ,  buscó  los  medios  de  dar  ensanche  y  perfección  al  saber  humano,  fueron  las  vivas  lum- 
breras que  guiaron  y  fortalecieron  á  Feijóo  en  su  noble  y  meritoria  empresa.  Los  tratados 
del  sabio  español.  De  corrtiptione  artiiim  et  scientiarum  y  De  tradendis  disciplinis,  y  los  trata- 
dos del  filósofo  inglés ,  De  dignitate  et  augmentis  scientiarum  y  Novum  Orgamim ,  dieron 
asiento,  luz  y  vigor  á  los  grandes  instintos  del  ilustre  benedictino ,  y  á  esta  preparación  inte- 
lectual, tan  pura  y  tan  fecimda,  debieron  acaso,  así  Feijóo  como  su  amigo  el  célebre  doctor 
don  Martin  Martínez,  médico  del  rey  Felipe  V,  el  ser  los  dos  hombres  más  ilustrados  de  Es- 
paña en  aquel  triste  período  de  paralización  científica  y  de  corrupción  literaria.  Como  am- 
bos eran  tan  superiores  á  sit  tiempo,  ambos  fueron  perseguidos  con  encarnizamiento  por  la 
envidia  y  por  la  ignorancia.  Audaces  adversarios ,  uno  y  otro,  de  la  rutina  y  del  sofisma , 
¿cómo  no  habia  su  noble  arrojo  de  suscitarles  ásperos  y  encarnizados  impugnadores  en  un 
tiempo  en  que  la  rutina  y  la  sofistería  eran  el  alma  de  las  escuelas?  Lo  recio  é  injurioso  de 
los  ataques  de  que  fué  blanco  aceleró  la  muerte  de  Martínez  (1).  Feijóo  desplegó  en  la  lucha 
ima  entereza  incontrastable.  El  mismo  escribía:  «Si  Martínez  murió  en  el  asalto,  yo  me 
mantengo  sin  herida  alguna  en  la  brecha»  (2). 

El  Teatro  crítico  nnivej'sal,  que  el  padre  Feijóo  empezó  á  publicar  á  los  cincuenta  años  (3), 
suscitó,  como  era  natural,  una  turba  de  impugnadores.  Dia  hubo  en  que  salieron  á  luz  tres 
escritos  contra  Feijóo.  Las  naciones ,  como  los  individuos ,  se  resienten ,  á  pesar  suyo,  contra 
aquellas  personas  que,  armadas  de  un  discernimiento  superior  y  de  un  temple  inflexible,  se 
afanan  por  presentar  de  bulto,  como  sacándola  á  la  vergüenza,  la  pesada  y  humillante  ba- 
lumba de  sus  preocupaciones,  de  sus  vicios  y  de  su  ignorancia.  Pero  la  gloria  premia  y 
enaltece  á  estos  varónos  de  ánimo  recto  y  esforzado,  que  se  ahogan  en  la  atmósfera  del  error, 
y  son  en  la  tierra  mártires  de  la  verdad.  Feijóo,  ilustrado  con  vasta  lectura  y  sostenido  por  su 
razón  serena ,  fué  un  adalid  inexorable  y  poderoso  de  la  civilización.  Cualquiera  que  sea  el 
valor  absoluto  que  hoy  pueda  atribuirse  á  sus  obras ,  nadie  se  atreve  á  negarle  aquel  lauro 
eminente.  Lista  dijo  que  la  posteridad  debe  eiñgir  á  Feijóo  una  estatua ,  y  quemar  sus  obras 
al  pié  de  ella;  sentencia  ingeniosa,  que,  bien  examinada,  tiene  tanto  de  injxista  como  de 
aguda.  Obras  hay  de  Feijóo,  cuya  lectura  es  y  será  siempre  sabrosa  é  instructiva ;  y  aunque 
en  realidad  todo  su  mérito  fuera  estrictamente  relativo,  la  posteridad  no  puede  nunca  mirar 
con  indiferencia  ó  desvío  esas  obras,  que  son  monumentos  de  la  historia  moral  de  las  nacio- 

(1)  Feijóo,  carta  23,  tomo  ii.  de  las  Cartas  eruditas  salió  á  luz  en  1760.  Habia 

(2)  Feijóo.  cumplido  Feijóo  oclienta  y  cuatro  afios.  Murió  el  26 

(3)  El  3  de  Setiembre  de  1726.  El  último  tomo      de  Setiembre  de  1764, 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  E^T  EL  SIGLO  XVTU.  TXiX 

íiefe ,  ni  esos  vestigios  de  la  gloriosa  y  ardua  lucha  en  que  pugnan  por  un  lado  los  errores 
comunes  del  pueblo,  siempre  tenaces  j  extremados ,  j  por  otro  la  luz  de  la  verdad  y  la  noble 
entereza  de  una  intención  robusta  y  acendrada. 

El  lenguaje  de  Feíjóo  es  ameno  y  fluido  y  como  de  quien  escribe  más  afanoso  de  demos- 
trar verdades  que  de  embelesar  con  primores  retóricos  (1).  Aunque  en  la  prosa  es  por  lo  co- 
mún tan  claro  y  tan  sencillo,  rindió  culto  en  sus  versos  al  gusto  conceptuoso,  que  todos  con- 
sideraban entonces  como  la  esencia  de  la  poesía  (2).  Testimonio  de  ello  son  sus  celebradas 
décimas  metafóricas  A  la  conciencia,  sus  Liras  á  una  despedida ,  que  escribió  haciendo  alarde 
de  naturalidad  (3),  y  otras  comi)osiciones,  las  cuales  prueban,  al  propio  tiempo,  que  no  ca- 
recía de  vena  poética  el  cuerdo  é  implacable  perseguidor  de  supersticiones  y  vanas  creencias. 

Feijóo  recibió  especiales  muestras  de  aprecio  del  papa  Benedicto  XIV,  del  sabio  cardenal 
Querini ,  bibliotecario  del  Vaticano ,  y  de  otros  eminentes  varones.  El  rey  Fernando  VI  le 
concedió  honores  de  consejero,  y  Carlos  III  lo  colmó  de  alabanzas  al  regalarle  las  Antiqüe- 
dudes  de  Hercrdano.  Pero  el  más  solemne  y  significativo  testimonio  de  aprecio  que  recibió 
de  su  soberano,  fué  la  prohibición  pública  y  oficial  de  que  en  lo  sucesivo  fueran  impugnadas 
sus  obras  (4).  Esta  intervención  de  la  Corona  para  poner  á  Feijóo  al  abrigo  de  la  crítica,  ha 
parecido  á  algunos  digna  á  un  tiempo  de  vituperio  y  de  alabanza.  Cierto  que  la  medida  en  sí 
misma  tiene  trazas  de  arbitraria  y  opresiva ;  pero  la  verdad  es  que  fué  dictada,  no  para  aho- 
gar la  libertad  científica ,  filosófica  y  literaria,  sino  para  darle  favor  y  patrocinio.  Necesario 
es ,  para  comprender  el  verdadero  carácter  de  este  hecho,  recordar  el  espíritu  intolerante  y 
agresivo  que  reinaba  en  España,  durante  el  siglo  xviii,  contra  aquellos  escritores  que  se 
atrevían  á  sustentar  los  principios  de  la  crítica  moderna.  El  famoso  Diario  de  los  literatos 
(1737) ,  rerista  avanzadísima  para  aquella  época,  no  pudo  resistir  al  embate  de  los  literatos 
vulgares  heridos  por  aquella  doctrina  nueva  y  severa ,  á  pesar  de  la  protección  decidida  que  le 
dispensaron  Felipe  V  y  los  magnates  de  la  corte.  La  polémica  contra  Feijóo  habia  tomado  un 
carácter  enconado  y  tenaz ;  por  docenas  se  contaban  las  impugnaciones  impresas ;  acerbas 
invectivas ,  y  hasta  suposiciones  calumniosas ,  se  habían  empleado ,  en  vez  de  argumentos 
doctrinales ;  la  contienda  producía  antes  escándalo  que  provecho  para  la  pública  ilustración. 
La  extraña  disposición  del  Monarca  fué  en  aquella  sazón  homenaje  á  la  dignidad  del  carác- 
ter, desagravio  á  la  justicia,  amparo  á  la  libertad  del  entendimiento. 

No  tenninarémos  este  capítulo  sin  hacer  siquiera  mención  del  estado  de  la  poesía  en  las 
Indias  Occidentales.  El  gusto  reinante  en  la  metrópoli  habia  pasado,  por  lo  general,  á  los  rei- 
nos españoles  de  América  con  sus  vicisitudes  sucesivas. 

En  Méjico,  donde  en  el  último  tercio  del  siglo  xvi  habia  nacido  y  estudiado  Alarcon ,  el 
poeta  dramático  español  de  más  filosófico  instinto,  y  el  que  usó  un  estilo  más  sencillo,  más 
claro  y  más  adecuado  á  la  intención  moral  del  drama ,  resonaba ,  un  siglo  más  adelante ,  en 
el  palacio  del  elegante  é  ilustrado  virey  Marqués  de  Mancera ,  el  discreteo  ingenioso  á  par 
que  alambicado  de  la  afamada  monja  mejicana  sor  Juana  Inés  de  la  Cruz,  Sus  imita4ores  no 
la  igualaron ,  y  cayó  sobre  sus  nombres  el  velo  del  olvido. 

En  el  reino  del  Perú  también  se  habían  cultivado  con  afición  las  letras  amenas.  A  princi- 
pios del  siglo  XVIII  el  gusto  conceptuoso  ejercía  allí  su  contagioso  imperio.  Por  los  años  de 
1709  y  1710,  el  Marqués  de  Castell-dos-Rius ,  grande  de  España,  virey  del  Perú,  antiguo 

(1)  ]\rayans,  que  no  era  favorable  al  Babio  bene-  de  Feijóo  en  la  excelente  colección  de  sus  Obras 
dictino,  lo  juzga  de  este  modo  :  Oratio  ejus  perspi-  escogidas,  publicadas  en  el  tomo  LVl  de  la  presente 
cua  y  sed  peregrinis  mrihvs  frpclata.  A  multis  est  im-       Biblioteca. 

petitus;  sed,  zit  débiles  adversarios  nactus  est,  eorum  (3)  Hé  aquí  el  titulo  completo  de  esta  composi- 

impetus  irridet,  nescius  forte  ,  quantum  á potenti  ad-  cion  :  Liras  á  una  despedida,  compuestas  en  este  gé- 

versario  pati  posset ,  si  critico  «tilo  res  essei  decer-  ñero  de  metro  para  demostrar  que  en  cuantos  usa  la 

nenda.  poesía  española  cabe  naturalidad  y  ternura. 

(2)  Puede  verse  el  catálogo  de  las  obras  poéticas  (4)  23  de  Junio  de  1750. 


XXX  BOSQUEJO  niPTÓRICO  CRÍTICO 

embajador  en  París  y  en  Lisboa ,  hombre  ilustradísimo  y  amante  sincero  de  las  letras  y  de 
las  artes  celebraba  brillantes  y  animadas  tertulias  literarias  en  su  palacio  de  Lima.  La  ca- 
sualidad habia  reunido  en  torno  suyo  algunos  cultivadores  de  las  letras,  capaces  de  dar,  jwr 
pu  iiií^truccion  v  j)or  su  ingenio,  pábulo  y  lustre  á  las  reuniones  del  Yirey  (1).  Algunos  do 
ellos ,  como  don  Jerónimo  de  Monforte,  el  doctor  don  Pedro  de  Peralta  Barmievo  y  el  Conde 
déla  Gnwja,  imprimieron  varias  de  sus  obras  y  alcanzaron  fama  en  España  (2).  El  mal 
gusto  de  la  época  rebosa  en  esta  abundante  colección  de  versos  artificiales  y  conceptuosos. 
No  puede  olvidarse  que  ésta  era  la  triste  gloria  de  las  letras  en  aquella  época  de  corrupción 
intelectual,  Pero,  acaso  por  el  aislamiento  en  que  vivían  los  poetas  en  aquellas  apartadas  re- 
giones, el  cultismo  ni  subió  allí  á  las  nebulosas  alturas  de  los  Góngoras,  ni  descendió  á  la 
ruin  y  repugnante  esfera  de  los  Montoros.  Los  asuntos  académicos  son  unas  veces  nobles  y 
naturales,  como,  por  ejemplo,  á  la  victoria  alcanzada  por  Felipe  V  en  la  batalla  de  Luzzara; 
otras,  las  más,  son  de  a(|Ucllos  que  ponen  en  prensa  el  ingenio  y  pro^-ocan  los  juegos  de  me- 
tro y  de  palabra ,  los  retruécanos  y  los  conceptos.  Ya  expresan  el  rendimiento  de  amor  k 
una  dama  en  redondillas,  con  la  obligación  de  acabar  cada  ima  de  ellas  con  un  título  de  co- 
media (3):  ya  discurren  sobre  lo  que  bordaba  Penélope  en  su  famosa  tela ,  ó  sobre  cuál  e5 


(1)  Consérvanse  sus  nombres  y  sus  versos  en  un 
códice  titulado  Flor  de  academias,  que  posee  nuestro 
amigo  el  señor  don  Pascual  de  Gayángos.  Los  prin- 
cipales ingenios  que  asistian  á  estas  tertulias  poéti- 
cas V  recitaban  versos  en  ellas  eran  : 
Don  Migvel  Saenz  Cascante .  presbítero. 
El  padre  maestro  fray  Agustín  Sanz,  calificador 
del  Santo  Oficio,  confesor  y  consultor  del  Virey. 

El  Marqués  de  Brencs  (don  Juan  Eustaquio  Vi- 
centelo  y  Toledo),  caballero  de  Santiago.  Habia  sido 
ETobernador  y  capitán  general  del  reino  de  Ticrra- 
FiíTne. 

Don  Pudro  José  Bermudez  de  la  Torre  y  Solicr, 
doctor  en  ambos  derechos,  alguacil  mayor  de  la 
Real  audiencia  de  Lima. 

Don  Jvan  Manud  de  Rojas  y  5afór3ffl??o,  caballero 
de  Santiago ,  secretario  de  Su  Majestad  y  del  Virey. 
El  doctor  don  Pedro  de  Peralta  Barnuevo  y  Bo- 
cha, contador  de  cuentas  y  pai-ticiones  de  la  Real 
audiencia  de  Lima,  catedrático  de  prima  de  mate- 
máticas en  la  universidad  de  la  misma  ciudad,  cos- 
mógrafo é  ingeniero  mayor  del  reino  del  Perú. 
Don  Jerónimo  de  Mon/orte  y  Vera. 
Don  Matías  Ancjlés  de  Meca,  gentilhombre  de 
cámara  del  palacio  del  Virey. 

El  Marques  del  Villar  del  Tajo  (don  Antonio  de 
Pamunio  de  las  Infantas),  caballero  de  Santiago, 
general  del  mar  del  Sur. 

El  Conde  de  la  Granja  (don  Luis  Antonio  de 
Oviedo  y  Herrera),  caballero  de  Santiago,  regidor 
perpetuo  de  la  ciudad  de  Salamanca,  gobernador  de 
la  provincia  del  Potosí. 

(2)  Mon/orte  era  poeta  festivo.  Escribió  sainetes, 
y  en  las  academias  de  América  se  distinguió  por  su 
afición  á  la  poesía  burlesca.  Así  lo  da  á  entender  el 
prólogo  del  códice  ya  citado,  Flor  de  academias. 

Peralta  Barmievo.  liombre  muy  erudito,  imprimió 
8u  largo  poema  Lima  fundada  y  otras  varias  obras, 
entre  ellns  el  nrimpr  t<>mo  de  su  Historia  de  España 
vindicada. 


Véase  el  artículo  Peralta  en  nuestro  Catálogo  de 
poemas  castellanos  del  siglo  xviii ,  y  lo  que  dice  de 
ambos  poetas  don  Cayetano  Alberto  de  la  Barrera 
en  su  Catálogo  del  teatro  antiguo  español. 

El  Conde  de  la  Granja,  natural  de  Madrid,  ami- 
go de  Zamora  y  de  Cañizares,  era  ya  por  este  tiem- 
po un  anciano  de  setenta  y  tres  años.  Habia  escrito 
dos  poemas,  entonces  bastante  estimados  :  Vida  de 
santa  Posa  de  Lima  y  La  Pasión.  Véase  el  artículo 
que  le  consagra  Alvarez  y  Baena  en  su  diccionario 
Hijos  de  Madrid. 

(3^  En  este  asunto,  como  en  la  pintura  joco-séria 
de  Narciso  y  en  algunos  otros,  anduvieron  muy  fe- 
lices los  ingenios  de  la  academia.  Sirvan  de  mues- 
tra algunas  redondillas  de  las  muchas  improvisadas 
en  aquella  ocasión  por  el  doctor  Bermudez,  que  era 
un  verdadero  repentista ,  y  se  hallaba  muy  familia- 
rizado con  el  discreteo  del  teatro  español : 


Ño  te  quisiera  explicar, 
Bella  iugrata,  lo  que  siento, 
Porque  en  un  amor  atento 
íío  hay  cosa  como  callar. 

T  asi,  con  ansia,  veloz 
Viene  obediente  el  respeto 
Á  que  corrija  el  secreto 
La  <iesdir?ia  de  la  voz. 

Aunque  contra  esa  desdicha 
Ajielaró  á  tn?  piedades; 
Que  fi  la  oyon  las  deidades, 
También  por  la  voz  hay  dicha. 

Porque  en  sus  violencias  dudo 
Que,  obediente  á  su  destino, 
Pueda  ser  el  amor  fino 
Cuando  es  el  amante  mudo. 

Pero  otra  vez  te  prometo 
Bl  silencio,  y  mi  atención 
Te  ofrece  en  mí  corazón 
El  alcázar  del  secreto. 

Que  en  este  confuso  abismo 
De  mt  amante  desaliento, 
Quiere  ser  mi  jiensamiento 
E¡  alcaidt  de  si  mismo. 


Bofiaba  amor  en  mi  empefia 
Qne  vida  el  favor  le  dabsK 


I 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGCO  XYIIL  xxxí 

defecto  más  tolerable  en  la  mujer  propia ,  la  necedad  ó  la  fealdad  (1);  ya  pintan  á  nna  dama 
en  un  romance  con  la  precisión  de  haber  de  constar  cada  copla  de  un  título  de  comedia,  de 
otro  de  un  libro,  del  nombre  de  una  calle  de  Madrid  ó  Lima  y  de  un  refrán  (2);  va,  en  fin, 
escriben  romances  que  son  al  mismo  tiempo  latinos  y  españoles.  En  medio  de  estas  y  otras 
extravagancias  semejantes,  asoma  á  menudo  la  fantasía  viva  y  fecunda  de  aquellos  ingenios 
extraviados.  El  Virey  tenía  en  su  palacio  un  salón  dispuesto  para  representaciones  dramáti- 
cas. En  algunas  ocasiones  se  improvisaban  comedias.  Las  reuniones  empezaban  con  música, 
y  el  magnate  mismo  no  se  desdeñaba  de  tocar  la  guitarra  delante  de  aquellos  poetas ,  amigos 
suyos  predilectos,  que,  si  bien  libres,  traviesos  y  conceptuosos,  no  son  en  sus  versos  ni  li- 
cenciosos ni  cliocarreros.  En  aquella  edad  sabian  los  hombres  hermanar  fácihncntc  la  fuiíii- 
liaridad  y  el  respeto. 

Escribió  el  afargues  de  CasfeJl-Jo!i-7\bfs.  ademas  de  algunos  versos  líricos,  varias  loas,  men- 
cionadas en  el  códice  Flor  de  academias.  Tenía  el  Marqués  perverso  gusto  poético.  Él  es 
quien  ponia  á  los  asuntos  académicos ,  en  sus  tertulias  literarias,  tantas  pueriles  dificultades 
métricas,  indignas  de  la  verdadera  poesía,  y  se  trasluce  en  la  Noticia  proemial  de  la  Flor  de 
Academias  que  el  culto  y  elegante  Virey  blasonaba  de  que  en  sus  academias  «se  habían  he- 
cho usuales  los  primores  más  difíciles»,  y  que  continuamente  se  componian  allí  poesías,  «ya 
retrógradas ,  ya  con  ecos  ,  paranomasias  y  otras  delicadas  armom'as  y  artificiosas  elegancias.  » 
¡Así  extravia  el  mal  gusto  la  razón  y  ciega  las  fuentes  eternas  de  la  belleza ! 

El  lunes  24  de  Marzo  de  1710  se  celebró  academia  poética  en  el  palacio  del  Virey,  y  ésto 
leyó  en  ella  un  soneto  A  la  oscuridad  del  cielo  en  la  muerte  de  Cristo.  Fué  su  último  solaz  li- 
terario. L'n  mes  después  imntualmente  (el  24  de  Abril),  habia  dejado  de  existir.  Todavía  se 
reimieron  una  vez  sus  amigos  para  celebrar  una  academia  literaria.  Pero  ésta  fué  triste  y 
dolorosa,  como  exclusivamente  consagrada  á  la  memoria  de  aquel  hombre  ilustre  y  querido. 
Todos  los  poetas  de  la  academia ,  y  algunos  otros  que  á  ellos  se  agregaron  en  esta  triste  oca- 
sión ,  rindieron  la  ofrenda  de  su  corazón  y  de  su  talento,  no  ante  el  esplendor  del  procer  en- 
cumbrado y  poderoso,  sino  ante  el  sepulcro  del  amigo  y  del  honrador  de  las  letras  (3). 

Y  es,  sin  duda,  qne  soñaba,  De  tonta  podrá  sanar, 

Pnes  siempre  la  vida  es  sueño.  Mas  no  sanará  de  fea... 

Vencerte  no  puede  ser,  A  la  necia  mis  sentidos 

Pensarlo  es  temeridad,  Quiero  rendir  por  despojos, 

Pues  eres,  por  tu  beldad.  Pues  aunque  haya  mil  maridos 

Ángel,  milagro  y  mujer.  Que  hagan  ojos  los  eidos, 

Yo  haré  oidos  do  los  ojos. 

• Ysi  alguno  á  reprender 

Se  atreve  mí  necedad , 

(1)  Casi  todos  los  poetas  se  deciden  en  favor  de  Diré  qne  es  un  bachiUer; 

la  necia  hermosa.  Don  Juan  de  Rojas  da,  entre  otras,  Q™  ^^  ^*  ^^  ^"^  ™'  nmjor 

las  siguientes  razones  burlescas :  ^'^'^'^  '^^  universidad. 

(2)  Nada  apuraba  á  estos  desenfadados  poetas. 

Si  hubiera  soUcitado  ^®  complacían,  al  parecer,  en  esta  gimnasia  del  in- 

Proferir  á  lo  discreto,  genio.  Todos  arrostraban  con  juguetón  desembarazo 

Yo  confieso  mi  pecado,  los  estorbos  que  inventaba  el  Marqués.  Así  empieza 

cZ  ZZrrS:T  «"  '^^^^^^  d«-  Jerónimo  de  Monf  orte  : 

Siempre  cuestan  estas  coaas  Marica,  en  tu  Calepino 

Al  gusto  muchos  afanes;  Trampa  adelante  no  quiero; 

Pero  en  mi  no  son  penosas;  Que  el  que  las  sabe  las  tañe, 

Que  el  querer  más  las  hermosas  Y  es  tu  calle  del  Espejo. 
Es  vicio  en  todos  los  Juanes.  yo  puede  ser,  pues  no  caben 


•    ••• Bn  un  saco  honra  t/ provecho. 

De  la  linda  y  la  entendida  Que  vivas  tú  para  Mus, 

La  utilidad  es  notada,  Y  yo  en  la  calle  del  Cuerno. 

Porque  bou  toda  la  vida  


La  docta  más  aplaudida,  «... 

^íl'ínTZieTá'sí'SÍÍ  (3)  'léanse  los  artículos  Castell-dos-Eius  y  Rojas 

Porque  más  claro  se  vea,  V  Solórzano ,  en  nuestra  Reseña  de  varios  poetas  lí- 

De  ambos  males  enfermar,  ricos  del  siglo  XVlli. 


MHcn  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

CAPÍTULO  IV. 

Poetas  malogrados.— Álvarcz  de  Toledo  (D.  Gabriel).— Gerardo  Lobo.— Tafalla  y  Negrete.— Marqués  de  Lazan. 

Lamentable  es  siempre  ver  decaer  rápidamente  en  poder,  en  artes  y  en  letras  á  una  nación 
p-ande  y  generosa;  pero  el  triste  sentimieito  se  exacerba  y  crece  cuando,  en  medio  de  la  de- 
pravación del  gusto  y  del  abatimiento  de  las  ideas,  asoma  por  ventura  algún  noble  carácter, 
algún  entendimiento  superior,  que  pugna  en  balde  por  desasirse  de  las  cadenas  morales  é  in- 
telectuales que  embargan  y  esterilizan  su  fuerza  y  su  índole  nativa. 

En  la  primera  mitad  del  siglo  xviii  presentan  esta  imagen  descon.soladora  algunos  inge- 
nios de  notable  valía,  entre  los  cuales  merecen  ser  citados  en  lugar  preferente  don  Gabriel 
Aharez  de  Toledo  y  don  Eugenio  Gerardo  Lobo.  En  ambos  resj)landecen  prendas  eminentes 
de  poeta,  y  si  sus  obras  no  llegaron  á  los  puros  espacios  del  arte,  es  porque  sofocaba  y  per- 
vertía su  inspiración  la  corrompida  atmósfera  literaria  que  los  circundaba  y  comprimía.  En  la 
am'ora  de  las  civilizaciones,  cuando  se  presenta  abierto  y  sin  nubes  el  horizonte  de  las  ideas, 
nada  turba  ni  enfrena  el  vuelo  de  esos  genios  singulares  que  la  Providencia  envía  de  cuando 
en  cuando  para  derramar  la  luz  y  trazar  el  camino.  Homero,  Dante ,  Shakspeare ,  no  hallan 
carriles  trillados ,  ni  engreimientos  literarios,  ni  trabas  doctrinales,  ni  falsos  primores  con- 
vencionales :  su  creador  impulso  avasalla  á  las  gentes  por  la  virtud  misma  de  su  espontanei- 
dad poderosa;  son  númenes  gigantes,  que  abarcan  la  humanidad  entera También  á  veces 

piensan  y  escriben  con  desembarazo  y  propia  fuerza,  aunque  en  más  reducido  campo,  aquellos 
ingenios  elevados  que  son  ecos  involuntarios  y  sublimes  de  las  glorias  ó  de  las  trasformacio- 
nes  nacionales.  Así  Virgilio ;  así  el  Tasso ;  así  el  Ariosto ;  así  Camoens ;  así  Lope  de  Vega ;  así 
Calderón;  así  Milton;  así  Goethe;  así  Voltaire;  así  Schiller;  así  Quintana;  así  Lord  Byron.  y 
algunos  otros  ingenios  eminentes.  Pero,  en  las  épocas  de  transición,  la  civilización  gastada 
estraga  el  gusto,  impone  sus  refinamientos,  ofusca  los  ojos  del  espíritu,  y  logra  sólo  aparen- 
tar una  lozanía  que  es  en  realidad  un  grosero  barniz.  Deslumhra  y  reina,  como  la  cortesana 
decadente  que  disimula  los  estragos  de  la  hermosura  con  el  velo  engañoso,  y  por  desgracia 
seductor,  de  afeites  y  cosméticos,  y  con  el  relumbrón  de  falsas  joyas.  Nadie  se  libra  entonces 
del  contagio :  la  atmósfera  carece  completamente  de  luz  y  de  pureza,  y  el  ingenio  más  claro 
y  poderoso  no  puede  desplegar  sus  alas  sin  limpio  cielo  y  sin  sol  de  nacional  grandeza. 

Don  Gabriel  Alcarez  de  Toledo  es  uno  de  los  poetas  más  importantes  y  menos  conocidos  del 
primer  tercio  del  siglo  xviii.  Aunque  el  mal  gusto  entonces  reinante  ahogó  casi  siempre  su 
privilegiado  ingenio,  la  historia  literaria  no  puede  ni  debe  olvidar  al  escritor  que  levantaba 
su  fantasía  á  las  sublimes  esferas  de  la  filosofía  histórica  y  de  la  idealidad  poética,  en  un 
tiempo  en  que  todo  en  la  poesía  era  vil  y  rastrero. 

Su  talento  claro  y  brillante,  su  condición  alegi'ey  simpática,  y  la  gallardía  de  su  persona, 
contribuyeron  á  granjearle  la  voluntad  de  las  damas  andaluzas,  y  esto  ayudó  sin  duda  á  des- 1 
vanecer  algún  tanto  su  corazón  de  mozo  y  de  poeta  (1).  Nunca  llegaron  á  ser  licenciosas  susí 
costumbres ,  antes  bien  se  advei'tia  en  sus  amores  y  en  sus  versos  cierto  carácter  de  espiritua- 
lidad y  de  platonismo,  que  ya  anunciaba  las  tendencias  místicas  de  su  alma.  Sin  embargo.] 
era  tenido  por  sobradamente  frivolo  y  engreído  entre  la  gente  austera  de  su  tiempo.  Los  es- 
casos datos  biográficos  que  hemos  hallado  de  don  Gabriel  Álvarez  de  Toledo  no  nos  permiteij 
formar  con  cabal  fundamento  conjeturas  acerca  de  los  motivos  que  produjeron  el  cambio  toj 

(1)  «Empezaron  á  ser  bien  vistos  sus  versos,  y  alabanzas  y  satisfacciones,  y  tropezó  en  la  vanidaJ 

las  damas  de  Sevilla  á  dar  en  celebrar  sus  donaires,  Platónicamente  enamorado,  pasó  algunos  años  oyeii 

su  ingenio  y  sus  modestas  cortesanías Saboreaba-  do  sus  aplausos  y  regodeándose  con  las  alabanzas! 

se  don  Gabriel,  con  inocencia  inadvertida,  con  las  {El  doctor  don  Diego  de  Torres.) 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  xxxuí 

tal  de  hábitos  y  de  ideas  que  se  advirtió  en  este  hombre  ihxstre  á  los  treinta  años  de  su  edad  (1). 
El  doctor  Torres  afirma  que  el  poeta  pasó  algunos  años  platónicamente  enamorado,  j  nada  dice 
después  de  que  Alvarez  de  Toledo  contrajese  matrimonio  en  época  alguna  de  su  vida ,  ni  se 
ve  rastro  en  las  obras  de  éste  que  pueda  hacer  presumir  que  satisfizo  en  esta  parte  los  senti- 
mientos de  su  corazón.  Acaso  insuperables  trabas  ó  amargos  desengaños  dejaron  en  su  alma 
un  hondo  y  desconsolador  vacío,  que  sólo  alcanzaron  á  llenar  las  inefables  esperanzas  de  la 
religión,  las  ilusiones  del  hombre  de  Estado,  los  afanes  sabrosos  del  entendimiento  cultivado. 

Se  consagró  con  incansable  ahínco  al  estudio  de  las  ciencias  filosóficas,  de  la  historia  y  de 
las  lenguas  antiguas  y  modernas  (2),  y  fué,  en  verdad,  uno  de  aquellos  ingenios  malogra- 
dos por  causa  de  la  época  desventurada  en  que  nacieron.  Su  mimen ,  embargado  y  vencido 
por  la  abrumadora  decadencia  de  las  letras ,  no  produjo  sazonados  frutos  :  fué  como  fanal  en 
noche  oscura ,  que  no  alcanza  á  sobreponerse  á  las  nieblas  que  lo  rodean.  Velazqnoz ,  Quinta- 
na y  otros  historiadores  de  la  poesía,  lo  han  desconocido  ó  desdeñado.  Acaso  juzgaron  quo 
la  lumbre  amortiguada  de  la  gloria  de  este  poeta  debía  morir  del  todo,  y  no  intentaron  exa- 
minar de  cerca  si  aquella  luz  opaca  había  despedido  algún  destello  esplendoroso  de  aquellos 
que  no  es  justo,  ni  aun  posible ,  condenar  al  olvido.  Hasta  el  indulgente  Arana  de  Varflora 
(el  padre  Valderrama)  omite  el  nombre  de  este  insigne  español  entre  los  Hijos  de  Sevilla. 

Ya  es  tiempo,  sin  embargo,  de  que  la  historia  literaria ,  sin  prevenciones  de  época  ni  de 
escuela ,  aquilate  y  clasifique  los  títulos  y  el  carácter  verdadero  de  los  poetas  de  cada  edad.  La 
poesía  es  el  eco  de  las  naciones ,  y  si  faltasen  otros  monumentos  de  la  vida  y  del  estado  de  los 
pueblos,  ella  sola  bastaría  á  poner  de  manifiesto  la  índole  y  el  alcance  de  su  cultura,  su  mo- 
vimiento íntimo,  sus  tendencias;  en  una  palabra,  toda  su  fisonomía  moral. 

Don  Gabriel  Alvarez  de  Toledo  encumbraba  demasiado  los  arranques  de  su  fantasía  para 
ser  poeta  popular  en  una  edad  en  que  la  vulgaridad  del  pensamiento  y  la  trivial  complica- 
ción de  la  forma  constituían  la  única  poesía  que  realzaba  á  los  autores  y  embelesaba  al  pú- 
blico. Tal  y  tan  poderosa  llegó  á  ser  la  fascinación  del  estilo  culto  y  conceptuoso,  que  hasta 
aquellos  doctos  que  con  mayor  saña  miraban  los  extravíos  del  gusto,  daban  de  lleno  en  el  cul- 
teranismo, cuando  creían  escribir  en  el  lenguaje  á  la  par  noble  y  llano  del  siglo  de  oro.  El  es- 
tilo de  Alvarez  de  Toledo  es  casi  siempre  conceptuoso  hasta  rayar  en  incomprensible,  y  no 
obstante,  su  admirador  el  padre  fray  Juan  de  la  Concepción,  hombre  de  saber  y  doctrina,  le 
tributa  especiales  alabanzas  por  su  claridad  y  sencillez.  «Más  de  una  vez  he  informado  al  pú- 
blico, exclama  el  sabio  carmelita,  de  mi  aborrecimiento  al  estilo  oscuro.  El  de  c?on  Gabriel  es 

verdaderamente  poético; pero  es  casi  preciso  parezca  mal  en  una  era  donde  todo  estilo  es 

extremado,  ó  por  lo  neciamente  culto,  ó  por  lo  villanamente  bajo.  »  No  hay  que  dejarse  cau- 
tivar por  la  sensatez  de  estas  palabras ;  el  sabio  fray  Juan  de  la  Concepción  era  hombre  de  su 
tiempo,  y  tenía  afición  á  los  enredados  raciocinios  escolásticos  de  Alvarez  de  Toledo,  y  á  la3 

(1)  Véase   la  noticia    biográfica   de   don   Gabriel  Júpiter  iominant  en  ton  regará  señeut; 

\  Alvarez  de  Toledo,  al  frente  de  sus  poesías,  publica-  Apoiion  dans  rattrait  de  rédatant  visage...» 

I  j  -1  .      .  Mais  ce  noble  recueil  de  brillantes  fictiom 

I  das  en  el  presente  tomo.  „        ■,  ^  .     ,  ■  .    •.    ,r     * 

I  *^  Ne  seraii  de  ta  gloire  un  portrait  suffisant, 

(2)  Algunos   versos   escribió   en    francés,    idioma  SUegrand  roi  Louisn'yajoutaitper/ection*. 

entonces  tan  en  boga  en  la  corte  de  España.  Sirva  '^*'"'  ^^  ***  vertus  dans  u  bücher  luisant, 

de    muestra    el    siguiente    soneto   conceptuoso,    que  fféritierimmorteld'immortellesactions, 

,  ,     ,         11       .         1      /i  ,     ,^  ,    ,         i  Seras  nouveau phéníx  de  ce phénix  vlvant, 

prueba  más  la  adhesión  de  Alvarez  de  Toledo  a  Fe- 
lipe V,  y  su  admiración  á  Luis  IV,  que  su  dominio  Es  imposible  leer  estos  versos  sin  traer  á  la  me- 
de  la  versificación  francesa  :                                             moría,  á  causa  del  estilo,  el  soneto  marinesco  que 

pone  Moliere  en  boca  de  Órente  en  el  Misanthrope, 
El  severo  Alceste  habria  dicho  probablemente  á  AI- 


A  SA  MAJESTK  LE   ROI    PHUJPPB  V. 


Seros  en  gui  Je  ciel  a  r'aií  un  assemblage  imii                    it?            -.ii                •■. 

n  .       ,  ■  ■  j    1/     ,  I  ,  varez  de  Toledo,  como  al  bel-esprit  de  la  comedia : 

Des  avantages  vrais  des  héros  fabuleux ,  '                                J.      '     ^  •■'• '^^^'hvvaí»  , 

Pour  donner  á  tEspagne  en  cejour  bienheureux  Ce  style  figuré,  dont  on/ait  vanité, 

Ifun  monarque  parfait  le  difficile  ouvragti  Bort  du  bon  caractóre  et  de  la  vérité; 

líercure  en  ta  parole  apparait  toujours  sage;  Ce  n'est  quejeu  de  mots,  qu' affectation  puré, 

Jfars  se  voit /oudroyant  en  Vaspect  belliqueux;  Et  ce  n'est  point  ainsi  que  parle  la  wturt. 


XXxrv  BOSQUEJO  HISTÓEICO  CRÍTICO 

'  tenebrosas  metáforas  del  PoUfemo  y  de  las  Soledades ^  de  Góngora,  que  él ,  por  lo  visto,  en- 
tendía y  descifraba  con  sagacidad  peregrina  (1). 

,  A  pesar  de  la  inspiración  elevada  qne  resplandece  casi  siempre  en  las  Oh-as  postumas  de 
Alvarez  de  Toledo,  la  lectura  de  la  mayor  parte  de  estas  poesías  causa  disgusto  y  fatiga  por  la 
oscura  afectación  de  su  lenguaje.  Entre  ellas  se  cuentan  Tifeo  fulminado  en  Flcgra ,  y  Sócro- 
te.i  antes  de  beber  la  cicuta ,  dos  composiciones  llenas  de  altos  pensamientos ,  pero  casi  intole- 
rables por  el  artificio  del  estilo.  Tributo,  y  grande,  paga  el  poeta  á  los  extravíos  literarios  de 
la  época,  pero  á  veces  le  preserva  su  noble  instinto,  y  trozos  hay  en  sus  obras,  y  aun  com- 
])Osiciones  enteras,  en  que  el  tono,  la  versificación,  el  lenguaje  y  la  idea  suben  de  consuno  al 
más  alto  nivel  de  la  poesía.  La.s  endechas  a  su  pensamiento,  en  que  pinta  los  vaivenes  y  las 
vanidades  del  pensamiento  humano,  endechas  superiores  sin  duda  á  las  tan  celebradas  de  So- 
lís  á  la  conversión  de  san  Francisco  de  Borja,  son,  á  pesar  del  estilo  algo  conceptuoso,  inevita- 
ble entonces,  una  joya  de  poesía  y  de  esplritualismo,  por  cierto  extraordinaria  y  admirable  en 
aquel  período  de  copleros  chabacanos  ó.  insulsos.  Respira  en  esta  composición,  tan  implacable 
y  sincero  despego  délas  terrestres  ilusiones,  resalta  asimismo  en  ella  tan  firme  y  tan  severa  la 
luz  de  los  desengaños  humanos,  que  es  imposible  no  considerar  esta  poesía  mística  como  una 
excepción  luminosa  en  aquel  caos  de  vulgaridad  y  de  materialismo.  El  poeta  siente  en  su  co- 
razón, móvál  é  insaciable ,  que  el  pensamiento  del  hombre  no  ha  de  aquietarse  en  la  imperfecta 
y  limitada  esfera  del  mundo  visible;  y  siguiendo  y  explicando  el  sublime  y  misterioso  impulso 
que  encamina  nuestra  alma  hacia  Dios,  centro  de  las  verdades  y  de  los  consuelos  infinitos, 
termina  su  bello  y  místiqo  análisis  con  esta  sencilla  exhortación,  en  que  habla  de  Dios  al  p^JQ- 
miento ; 

Búscale ,  pues  te  busca; 

óyele,  pues  te  llama; 

Que  descansar  no  puedes 

Si  en  su  divino  centro  no  descansas. 


El  romance  al  martirio  de  san  Lorenzo  está  sembrado  de  pensamientos  alambicados ;  pero 
lo  está  igualmente  de  ideas  vigorosas,  que  descubren  al  pensador  profundo  y  al  verdadei'o 
poeta.  ¿En  qué  otro  escritor  de  aquellos  tiempos  podrían  encontrarse  reflexiones  de  tan  alto 
sentido  histórico  como  las  que  expresan  con  briosa  concisión  los  siguientes  versos ,  relativos  á 
la  formación  de  las  creencias  gentiles  de  Roma? 


La  Emperatriz  temida  de  las  gentes, 
Roma,  cabeza  universal  del  orbe, 
Cuando  de  todos  en  las  leyes  manda, 
De  todos  obedece  á  los  errores. 


Cuando  al  carro  soberbio  de  sus  triunfos 
Rinden  el  cuello  bárbaras  naciones, 
Del  altar  de  sus  ídolos  odiosos 
Es  basa  humilde  su  diadema  noble. 


Con  no  menos  elevado  concepto  explica  la  incontrastable  constancia  del  mártir,  que  no 
puede ,  á  despecho  de  los  tormentos ,  quebrantar  ima  fe  que  está  sellada  en  su  alma  por  la, 
mano  divina.  Hé  aquí  sus  versos  : 

No  al  hierro  ni  á  la  llama  se  permito 
Que  los  arcanos  de  la  mente  violen 
Donde  el  dedo  de  Dios  omnipotente, 
Único,  escribe  su  sagrado  nombre. 

Los  versos  metafóricos  en  que  asegura  los  tesoros  del  cielo  á  quien  en  la  tierra  da  á  loij 
pobres  el  oro  de  su  caridad ,  son  dignos  de  copiarse  aquí  como  muestra  del  talento  poéticJ 
de  Alvarez  de  Toledo,  y  asimismo  del  espíritu  conceptuoso  de  que  no  alcanzaban  k  preservars» 


(1)  «Estoy  persuadido  á  que  ningún  discreto  dejó 
de  entender  las  obras  de  nuestro  insigne  Góngora, 
hasta  que  no  sé  quién  infundió  á  dos  ó  á  tres  el  zi- 


zañoso  espíritu  de  comentarle. »  {Fray  Juan  de 
Concepción.)  ■<( 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVITI.  Xxxv 

ni  aun  los  ingenios  de  más  noble  temple  y  naturaleza.  Así  habla  al  tirano,  aludiendo  al  su- 
blime heroísmo  con  que  san  Lorenzo,  tesorero  de  la  I^jlcsia  en  tiempo  del  papa  Sixto  II,  ar- 
rostró el  martirio  del  fuego,  por  haber  repartido  el  tesoro  entre  los  pobres,  en  vez  de  entre- 
garlo á  los  agentes  del  emperador  Valeriano  : 


Los  tesoros  que  anhela  tu  codicia 
Ya  están  seguros  en  erario  adonde 
Ni  tenebrosa  insidia  los  usurpa, 
Ni  peste  asoladora  los  coiTompe. 

El  pálido  metal  que  debió  vida 
Del  profano  carácter  á  los  moldes, 
En  el  sello  viviente  del  Cordero 
Mejora  el  precio  y  diviniza  el  nombre. 


Ya  le  atesora  próvida  codicia 
Entre  las  manos  de  los  ricos  pobres, 
Quede  gloria  inmortal  en  santa  usura, 
Recibiendo  nos  hacen  sus  deudores. 

Campo  es  feliz  la  mano  del  mendigo, 
Y  el  áureo  gTano  que  su  seno  esconde. 
Mies,  que  burlando  la  segur  tirana, 
Colma  fecundo  las  empíreas  trojes. 


Es  innegable  que  estos  versos  carecen  de  la  sencillez  inseparable  del  gusto  depurado,  j  que 
la  exuberancia  de  las  metáforas  enreda  y  turba  el  pensamiento  y  anubla  algún  tanto  el  es- 
plendor de  las  imágenes.  Pero,  á  pesar  de  todo,  [  cuánta  distancia  media  entre  estos  versos 
armoniosos  y  grandilocuentes ,  j  la  trivial  y  desmayada  poesía  que  á  la  sazón  se  empleaba 
sin  tregua  en  asuntos  viles ,  indignos  del  arte ! 

Los  fragmentos  que  se  conservan  de  su  poema  burlesco,  titulado  La  Burromaquia^  de- 
muestran asimismo  cuan  aventajado  lugar  habría  ocupado  Alvarez  de  Toledo  entre  los  poetas 
castellanos  si ,  por  dicha ,  hubiese  nacido  en  más  afortunada  edad.  Octavas  hay  en  este  poe- 
ma que  habría  podido  prohijar  el  mismo  Lope  de  Vega ,  por  el  chiste  satírico,  por  la  versiti- 
cacion  espléndida  y  segura ,  y  hasta  por  el  color  y  la  naturalidad  narrativa  de  las  descrip- 
ciones. Este  poeta ,  lo  repetimos ,  no  ha  debido  ser  tan  com^jletamente  olvidado,  sobre  todo 
en  una  nación  en  que  aun  recuerdan  gentes  instruidas  versos  de  Montoro,  de  Salas  y  de  Be- 
negasi. 

Si  después  de  conocer  al  autor,  hubiéramos  de  estudiar  al  hombre,  encontraríamos  en  él 
fácilmente  prendas  de  valor  muy  subido,  que  lo  recomiendan  á  la  memoria  de  la  posteridad. 
Como  hemos  visto,  de  ilustre  familia,  y  dotado  de  alegre  y  viva  fantasía,  vivió  dm-ante  la 
primera  mitad  de  su  vida  compartiendo  las  horas  entre  la  lectura  de  amenos  libros  y  los  pa- 
satiempos de  la  sociedad  aristocrática,  y  enardeciendo  su  corazón  con  ilusiones  místicas.  Vi- 
vió, en  una  palabra,  una  vida,  no  exenta  en  un  principio  de  vanidoso  engreimiento  y  de  ocio- 
sos devaneos ,  pero  noble  y  pura ,  como  suelen  vivir  los  que  nacen  en  cuna  cercada  de  honra- 
dez y  de  generosas  tradiciones.  Pero  era  Alvarez  de  Toledo  lo  que  en  el  lenguaje  de  nuestros 
días  se  llama  un  espiritualista ,  y  á  pesar  de  la  índole  anti-ideal  de  la  época  y  de  las  seduc- 
ciones del  ejemplo,  prevaleció  en  sus  escritos  aquella  noble  y  divina  tendencia.  Esta  circuns- 
tancia esencial  de  su  carácter  ajnida  á  explicar  la  trasformacion  completa  que  se  advirtió 
en  su  modo  de  vivir;  trasformacion  que  el  doctor  Torres  atribuye  á  «la  melancolía  provecho- 

Isa»  que  le  infundieron  «los  tremendos  avisos  de  unas  misiones  que  oyó  en  Sevilla.» 
Pasado  el  primer  período  de  su  vida,  alternativamente  frivola,  brillante,  apasionada  y 
venturosa,  cobró  do7i  Gabriel  aversión  decidida  á  los  esparcimientos  mundanos.  La  religión, 
el  estudio  y  el  desempeño  de  sus  deberes  oficiales  absorbieron  su  alma  del  todo  y  para  siem- 
pre. Llegó  á  juzgar  incompatible  con  la  austeridad  de  su  retiro  el  recuerdo  de  las  ociosas 
tareas  de  tiempos  más  risueños,  y  quemó  cuantos  papeles  había  escrito  hasta  entonces.  «Sólo 
88  escondieron  á  su  devota  fmia ,  dice  Torres ,  los  pocos  que  contiene  este  tomo. »  (Poesías 
]¡¡  postumas.) 

,^({|    En  un  espíritu  tan  laborioso  y  en  un  entendimiento  tan  claro  no  podía  dejar  de  ser  fruc- 
uosa  y  fecunda  aquella  vida  de  meditación  y  de  investigaciones  (1).  La  obra  de  Alvarez  de 

(1)  Acerca  de  su  erudición,  dice  el  doctor  Torees  demostraciones  de  la  gran  inteligencia  que  de  ellos 
logiguiente  :  «Dedicóse  á  los  sistemas  antiguos  y  re-  tuvo.  En  la  historia  eclesiástica  fué  sabio  consuma- 
pientes  de  la  filosofía,  y  dejó  en  sus  obras  exquisitas       do,  y  en  la  profana  enteramente  docto.  Loa  teólogos 


Jtxxvi  BOSQUEJO  HISTÓRICO-CRÍTICO 

Toledo  que  alcanzó  mayor  crédito  en  su  tiempo,  fué  la  que  publicó  con  el  título  de  IFisioria 
de  la  Iglesia  y  del  Muiulo,  que  contiene  los  sucesos  desde  su  creación  hasta  el  diluvio.  Indicacio- 
nes generales  de  alto  sentido  escritas  por  San  Agustiu  en  La  Ciudad  de  Dios,  y  muy  espe- 
cialmente la  Historia  del  género  humano,  obra  de  objeto  análogo  que  dejó  incompleta  Arias 
Montano,  fueron  los  despertadores  del  ambicioso  propósito  que  concibió  Alvar<iz  de  Toledo 
de  llevar  á  cabo  aquella  temeraria  ó,  mejor  dicho,  imposible  empresa.  Un  tomo  en  folio  pu- 
blicó únicamente.  También  la  muerte  le  imjñdió,  como  á  Arias  Montano,  dar  á  sn  obra  todo 
el  ensanche  que  habia  proyectado.  El  doctor  Torres  da  á  entender  el  grande  aprecio  que  se 
hacia  de  esta  que  llama  Historia  antidiluviana.  Un  hombre,  sin  embargo,  de  no  tan  alto 
respeto  y  alcance  intelectual  como  Alcarez  de  Toledo,  pero  en  extremo  notable  por  su  mara- 
villosa laboriosidad,  por  su  erudición  y  por  el  favor  extraordinario  que  le  dispensaban  la 
corte  y  los  magnates,  impugnó  malamente,  en  particular  con  re.s])ecto  al  estilo,  la  Historia 
de  la  Iglesia  y  del  Mundo  en  un  opúsculo,  sin  nombre  de  autor,  titulado  Carta  del  Maestro 
de  Niños.  Era  este  hombre  el  caballero  de  Calatrava  don  Luis  de  Salazar  y  Castro,  ayuda 
de  cámara  de  Carlos  II,  bibliotecario  de  la  Casa  Real  y  cronista  de  Castilla  y  de  Indias, 
que  dejó  centenares  de  volúmenes  escritos  de  su  mano,  j  ])ublicó  varios  libros  históricos, 
en  algunos  de  los  cuales  censura  y  enmienda  errores  de  don  José  Pellicer  y  de  don  Juan 
Terreras  (1).  Engreído  Salazar  con  su  saber  y  con  el  favor  de  que  gozaba,  llevó  muy  á  mal 
no  haber  logrado  formar  parte  de  la  Academia  Española,  instituida  por  aquellos  dias.  Fácil- 
mente se  columbra  en  la  Carta  del  Maestro  de  Niños  que  el  autor  tiene  ojeriza  al  docto  cuerpo 
recien  creado.  La  Historia  de  la  Iglesia  y  del  Mundo  fué  briosamente  defendida  por  un  es- 
critor, que  escondió  su  nombre  bajo  el  seudónimo  de  Ericio  Anastasio  Heliopolitano ,  en  una 
apología  titulada  El  Palacio  de  Momo,  que  se  publicó,  como  impresa  en  León  de  Francia, 
en  1714,  esto  es,  el  mismo  año  en  que  falleció  Alvarez  de  Toledo  (2).  Igualmente  fué  de- 
fendida aquella  historia  por  vm  autor  anónimo  en  un  opúsculo  titulado  Apuntaciones  á  la 
Carta  del  Maestro  de  Niños.  A  ambas  obras  replicó  extensamente  Salazar  en  im  tomo  en  4.°, 
con  este  título  :  Jornada  de  los  coches  de  Madrid  á  Alcalá,  etc.  (Zaragoza,  1714).  Aquí  ya 
quitó  la  máscara  á  su  malévolo  designio.  Alvai^ez  de  Toledo  habia  fallecido  muchos  meses 
antes.  La  acrimoniosa  crítica  no  iba  pues  encaminada  á  su  persona.  Salazar  zahiere  con  mo- 
tes á  los  Académicos ,  y  atribuye  á  la  Academia  desacertados  intentos  que  no  abriga.  Están 
patentes  su  malquerer  y  su  resentimiento  contra  el  cuerpo  entero.  Con  razón  le  habia  dicho 
el  Marqués  de  San  Felipe  :  « Imitas  al  perro,  que  aulla  y  ladra  mordiendo  las  puertas  de  la 
casa  donde  no  puede  entrar.  » 

Vivió  Alvarez  de  Toledo  en  estrechísima  conexión  con  el  Duque  de  Montellano  y  con  su 
hijo  primogénito,  el  Conde  de  Saldueña,  distinguido  poeta  de  entonces.  Hizo  sobresalir  sus 
brillantes  prendas ,  ya  como  secretario  de  la  Cámara  de  Castilla ,  ya  como  oficial  mayor  de  la 

de  las  universidades  se  pasmaban  de  ver  á  un  hom-  de  reyes  de  Castilla  y  Aragón  y  de  varios  príncipes 

bre  del  siglo,  rodeado  de  negocios  de  gravísima  en-  eclesiásticos  y  secidares.  Noventa  y  un  tomos  en 

tidad,  tan  metafísicaniente  instruido  en  la  teología,  folio,  ect.,  etc. 

ciencia  que  aprenden  pocos  y  con  suma  fatiga.  Fi-  Nació  don  Luis  de  Salazar  en  Yalladolid,  el  24  de 

cálmente,  no  ignoró  nada  de  cuanto  ee  supo  hasta  Agosto  de  1658.  Murió  en  Madrid,  el  9  de  Febrero 

su  tiempo.»  de  1734.  Hay  amplias  noticias  de  su  vida  y  escritos 

(1)  Advertencias  históricas Madrid,  por  Ma-  en  la  Diblinteca  genealógica,  de  Franckenau,  y  en 

teo  de  Llanos,  1788;  en  4.° — Desagravios  de  la  ver-  las  Memorias  publicadas  al  frente  de  su  obra  pós- 

^M€íi2a  (contra  Ferreras).  Salamanca,  1729.— Repa-  inia.&,  Examen  castellano  de  la  crisis  griega,  etc. 

ros  históricos  sobre   los  doce  primeros  años  del  to-  Madrid,  Imprenta  Real,  1736  ;  en  4.° 

rao  vil  de  la  Historia  de  España,  del  doctor  don  (2)  Según  nuestras  investigaciones,  el  autor  de 

Juan  de  Ferrcras.  Alcalá,  1723 ;  en  4." — Crisis  Fer-  El  Palacio  de  Momo  fué  el  famoso  Marqués  de  San 

rérica  sobre  el  vi  tomo,  etc.  1720  ;  en  4." — Anti-de-  Felipe,  grande  amigo  de  Alvarez  de  Toledo,  é  in- 

fensa  y  continuación  de  la  crisis.  1720;  en  4.° — Co-  dividuo  de  la  Academia  Española  desde  el  23  de 

lección  de  epitafios  y  memorias  sepulcrales  de  Espa-  Noviembre  de  1713 ,  año  en  que  fué  creada  la  Aca- 

^a.  Un  tomo  en  t(Mo.— Colección  de  cartas  originales  demia. 


Í)E  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  XXXVIÍ 

Secretaría  de  Estado,  ya  como  primer  bibliotecario  del  Rey,  ya  como  uno  de  los  fundadores 
de  la  Academia  Española,  y  llegó  á  ser  persona  de  grande  autoridad  y  consejo,  así  en  Ictríia 
como  en  materias  de  Estado  (1). 

La  muerte  prematura  de  Álvarez  de  Toledo  (á  los  cincuenta  años)  fué  atribuida  al  exceso 
de  sus  estudiosas  vigilias  y  á  la  insana  inmovilidad  de  su  vida  contemplativa  (2). 

—  Con  menos  saber,  aunque  no  escaso,  y  con  menos  ambiciosa  fantasía,  otro  poeta  alcanzó 
mayor  renombre  y  éxito  que  don  Gahriel  Álvarez  de  Toledo.  Fué  este  poeta  don  Enfienio  Ge- 
rardo Lobo,  tan  popular  y  simpático  en  su  tiempo,  y  tan  despreciado  y  escarnecido  más  ade- 
lante, cuando  llegó  á  entronizarse  en  las  letras  españolas  la  escuela  seudo-clásica  francesa,  y 
con  ella  un  gusto  menos  nacional  y  espontáneo,  si  bien  más  exigente  }'  más  depurado. 

Precoz  (3) ,  claro  y  fértil  fué  su  ingenio  (4) ;  y  si  no  ha  legado  á  la  posteridad  obras  dig_ 
ñas  de  estudio  y  de  alta  fama ,  fué  acaso  culpa  del  tiempo,  de  los  incesantes  afanes  de  su  vida 
militar,  y  de  su  modestia  extremada ,  que  le  hizo  mirar  siempre  sus  versos  como  frivolos  de- 
vaneos, indignos  de  la  imprenta.  Fué  universalmente  querido  y  respetado,  y  mantuvo  cor- 
dial y  amistosa  correspondencia  con  esclarecidos  personajes  extranjeros ,  tales  como  el  Du- 
que de  Noailles ,  y  los  poetas  Maffci  (5)  y  el  Conde  de  Calamandro. 

A  pesar  de  que  las  ñitigas  de  la  guerra  y  las  obligaciones  militares  absorbían  casi  la  vida 
entera  de  Gerardo  Lobo,  llegó  á  ser  hombre  notablemente  instruido.  Poseía  el  lutin  y  ha- 
blaba varios  idiomas  modernos.  Escribía  con  facilidad  versos  italianos  (6). 

-  Después  de  su  muerte,  que  fué  sinceramente  sentida  en  todas  las  clases  de  la  sociedad,  es- 
cribieron versos  en  alabanza  suya  varios  poetas  célebres  entonces,  entre  ellos  don  Mio-uel  de 
la  Reina  Cevallos,  de  la  Real  Academia  Española,  autor  del  curioso  poema  La  Elocuencia 
del  Silencio,  y  el  Marqués  de  la  Olmeda ,  que  entusiasmado  por  extremo  con  los  versos  de  su 
amigo,  dedicaba  á  Gerardo  Lobo  exuberantes  alabanzas.  Así  decia,  pidiendo  inspiración  á  su 


musa 


Divinízame  la  mente, 
Porque  pueda  en  caso  tal 
Alabar  gloriosamente 


(1)  «Tuvo  mucha  parte  su  dictamen  en  las  máxi- 
mas y  resoluciones  de  la  monarquía  en  los  priineros 
años  del  reinado  de  su  majestad  el  señor  don  Feli- 
pe V,  que  Dios  guarde.»  (^El  doctor  don  Diego  de 
Torres.) 

(2)  El  doctor  Torres  dice  :  «Sólo  pasaba  la  calle 
cuando  era  tránsito  para  comunicar  á  su  confesor. 
Su  ejercicio  y  diversiones  los  reducía  á  su  cuarto.  En 
leer  y  en  orar  empleaba  las  más  horas  del  dia  y  de 
la  noche. » 

Villan-oel  dijo  de  don  Gabriel,  aludiendo  igual- 
mente á  BU  vasto  saber  y  á  su  sedentaria  vida  : 

En  alta  comprensión  trueca 
Su  ejercicio  necesario ; 
Fué  del  Rey  bibliotecario, 
T  del  reino  biblioteca. 

{Poesías  inéditas  de  don  José  de  Villarroel.  Cddice  perteneciente  al 
\uñor  don  Pascual  de  Gaydngos.) 

(3)  Ya  á  los  doce  años  componía  versos,  y  lo  que 
más,  corrían  con  aplauso  por  las  tertulias.  Así  lo 

ice  el  mismo  Gerardo  Lobo  en  el  festivo  soneto  que 
ipieza ; 

De  dos  lustros  y  medio  no  cabales , 
Ya,  del  monte  Parnaso  en  los  vergeles, 
Me  sentaba  entre  mirtos  y  laureles 
X  mondar  soneticos  garrafales....» 
L  PS.-SYIH. 


y  acaba  de  este  modo  : 

A  la  escuela  pasé  de  los  fusiles , 
Donde  estudio  en  sufrir  riesgos  y  soles. 

(4)  Escribió  también  para  el  teatro.  Dos  comedias 
suyas  se  han  impreso  sueltas  :  El  tejedor  Palomeque 
y  mártires  de  Toledo;  El  más  justo  rey  de  Grecia. 

(5)  No,  como  han  creído  algunos,  el  célebre  autor 
de  la  tragedia  Mérope,  íniitad¿i  por  Voltaire,  sino  un 
sabio  jesuita  que  el  autor  conoció  en  Pistoya,  el  cual 
escribió  en  elogio  de  nuestro  poeta  elegantes  versos 
latinos. 

(G)  Sirva  de  ejemplo  el  siguiente  soneto  que  ea- 
cribió  en  Pistoya  para  una  dama  que  se  ofendía  cuan- 
do la  llamaban  inconstante : 

Tutte  le  stelle  ruotano,  signara, 
Sulla  celeste  s/era;  Cinosura 
Gira  all  Aitico  in  torno,  be^iche  giura 
Stare  immobile  al  rombo  d'alta  prora. 

Sema  perenne  catnbiamento /ora 
Priva  d'eterna  lode  la  natura; 
Or  lá  pone  gli  affani ,  or  quii  sua  cura 
Cibele  scaltra,  kfesteggianle  Flora. 

Adorna  Cintia  di  triforrne  aspetto, 
Cuale  a  lei  piace piii prende  semblanza, 
E  nulla  ín  se  ritien  d'uguale  af/etto 

Sara  dunque  indiscreta  la  speranza 
Che  amorejisso  cerchi  nel  tuo  petío, 
Cuando  i  tanto  per/etta  l'inconstama. 


»TTvm  BOSQUEJO  HISTÓEICO-CRÍTICO 

Al  soldado  más  cabal 

Y  al  ingenio  más  valiente 

¡Válgate  Dios  por  Eugenios  1 
Pues  con  nombre  tan  cabal 
Hace  inmortales  los  genios ; 
Si  el  uno  es  gran  general  (1), 
Otro  es  príncipe  de  ingenios. 

Pero  nada  podría  dar  tan  completa  idea  de  la  exagerada  admiración  que  despertaban  los 
versos  de  Gerardo  Lobo  en  el  ánimo  de  sus  contemporáneos,  como  las  siguientes  décimas  in- 
tercaladas en  un  festivo  romance  del  agudo  jesuíta  el  padre  Luis  de  Losada ,  escrito  con  el 
designio  de  ensalzar  las  prendas  de  entendimiento  y  de  carácter  que  adornaban  al  popular 
poeta  : 

Roba  á  Homero  la  afluencia,  A  Garcilaso  dulzura, 


Roba  á  Estacio  la  arrogancia , 
Roba  á  Horacio  la  elegancia, 

Y  á  Lucano  la  elocuencia. 
Roba  á  Claudiano  cadencia, 
A  Terencio  propiedad, 

A  Plauto  jocosidad, 

A  Marcial  chiste  y  sazón , 

A  Ovidio  imaginación, 

Y  á  Virgilio  majestad. 


A  Lope  fecunda  vena, 
Roba  lo  erudito  á  jMena, 

Y  á  Camoens  heroica  altura. 
Roba  á  Salazar  cultura, 
Inventiva  á  Calderón, 
Roba  á  Solís  discreción, 

A  Zarate  gentileza, 
Roba  á  Quevedo  agudeza, 

Y  á  Góngora  elevación. 


La  poetisa  doña  Ana  de  Fuentes,  con  no  menos  hiperbólico  entusiasmo,  decía  de  Gerardo 
Lobo,  en  un  soneto  á  su  muerte  : 

¡Sólo  en  su  nombre  su  alabanza  cabe  I 

Juzguemos  atora  la  índole  literaria  de  este  poeta. 

La  poesía  de  Gerardo  Lobo  está  sin  duda  pervertida  por  la  decadencia,  que  todo  lo  avasa- 
llaba y  corrompía;  está  ademas  encadenada  al  suelo  por  la  frivolidad  y  la  indiferencia;  pero 
reina  en  ella  todavía  el  libre  espíritu  de  la  musa  castellana,  y  entre  los  enmarañados  retrué- 
canos y  los  artificios  de  la  moda  conceptuosa ,  asoman  y  deleitan  de  cuando  en  cuando  trozos 
de  limpio  y  terso  lenguaje,  y  pensamientos  de  alta  ley. 

El  cultivo  de  la  poesía  no  fué  para  Gerardo  Lobo  ni  alarde  literario,  ni  siquiera  esparci- 
miento de  hombre  culto  que  se  complace  en  dar  ensanche  y  pábulo  á  su  educación  y  á  su  en- 
tendimiento. Fué  en  la  esencia  una  efusión  involuntaria  de  su  espíi'itu  desembarazado  y  ame- 
no, im  instinto  que  empleaba  las  formas  artísticas  de  la  versificación  á  guisa  de  vil  y  obe- 
diente materia  (2).  Jamas  existió  otro  poeta  que  se  preciase  menos  de  serlo,  y  que  buscase 
menos  en  la  publicidad  los  timbres  de  la  gloria  ó  los  halagos  del  amor  propio. 

Pocas  son  producciones  del  cuidado, 
Muchas,  sí,  de  improviso  devaneo, 

dice  él  mismo  de  sus  versos;  y  sólo  en  edad  avanzada,  y  movido  por  un  sentimiento  religio- 
so, pudo  decidirse  á  consentir  en  la  impresión  de  sus  obras  (3). 

(1)  Alude  al  Príncipe  Eugenio^  vencedor  del  ma-  Fué  gran  improvisador,  como  lo  prueban  las  déci- • 

riscal  de  Villars  en  la  batalla  de  Malplaquet,  y,  en  mas  que  acaban  en  títulos  de  comedias,  y  no  sabía^ 

otras  diferentes  batallas,  de  los  mariscales  Catinat,  enmendar  sus  versos. 

Villeroi  y  Tallart.  1^1  mismo  lo  dice  con  donaire  : 

^)  Ko  busco  los  consonantes ;  ^"y  Poc^^^  ^'^'^^^  traslado, 

Ellos  son  los  quo  me  eligen ;  ^'"es  si  mi  pluma  corrige , 

Porque  en  la  naturaleza  ^^"""^^  ^^^'^'^^  '^'^^  ^^^"""^ 

Se  ha  de  fundar  lo  sublime.  ^"^^^^  P°'^^'^  "^*  ^^^e. 

/o  „„.,,.  j^-j„„  £.,«  •   ^       ,    T  ^   A  i;   ^,„,v.  j  ,  (3)  El  producto  de  la  edición  fué  destinado  al  cul 

{Romanee  de  don  Eugenio  Gerardo  Lobo  i  su  erudito  amigo  don  ^  ■'         t- 

fmn  de  la  Cueva.)  to  de  la  imagen  de  Nuestra  Señora  de  la  Pma  Sa- 


"DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  xxxix 

Su  vocación  de  poeta  se  despertó  en  edad  muy  temprana.  No  habia  camplido  cahiree  años, 
cuando  escribió  en  honor  de  la  Virgen  María  la  loa  titulada  El  Triunfo  de  las  mujci-es.  Si  no 
hubiera  dejado  muestras  más  sazonadas  de  su  ingenio,  bastaria  esta  primera  pruelm  de  sus 
fuerzas  intelectuales  para  comprender  que  Gerardo  Lobo  nació  dotado  por  la  mano  divina  de 
una  imaginación  en  alto  grado  desembarazada  y  poética.  La  especie  de  competencia  en  que 
coloca  á  las  mujeres  famosas  de  la  antigüedad,  presentadas  en  jactanciosa  revista  por  los  pue- 
blos hebreo  y  gentil,  idólatra  j  cristiano,  para  hacer  resaltar  después  la  incomparable  figura  de 
María ,  j  darle  la  corona  de  flores  que  la  Primavera  ofrece  á  la  más  perfecta  de  las  mujeres, 
es  un  pensamiento  lleno  de  elevación  y  de  gentileza ,  que  anuncia  el  vuelo  que  en  más  felices 
tiempos  habría  podido  tomar  el  poeta.  El  pueblo  cristiano,  advirtiendo  que  la  Primavera  se  ma- 
nifiesta inclinada  á  dar  el  premio  á  las  diosas  áel  j^ueblo  idólatra,  se  presenta  en  la  escena,  y 
después  de  ensalzar  á  las  santas,  mártires  ó  penitentes,  del  mundo  cristiano,  que  sobran  para 
eclipsar  á  las  Cenobias,  á  las  Tomíris  y  á  las  Semíramis,  ofrece  la  imagen  de 


Si  la  buscáis  recatada, 
Mirad  á  su  sacro  albergue, 
Y  veréis  que  de  la  pura 
Presencia  de  un  ángel  teme. 


La  incomparable,  divina, 
Pura,  sacra,  intacta  siempre, 
María,  llena  de  gracia^ 
La  cual,  dichosa,  á  ser  viene 
De  las  mujeres  corona 

Por  sencillos  que  parezcan  estos  versos ,  asalta  un  sentimiento  de  sorpresa  al  pensar  que 
el  poeta  que  los  escribía  habia  salido  apenas  de  los  albores  de  la  infancia. 

Flexible  y  vario  era  por  demás  el  talento  poético  de  Gerardo  Lobo;  no  le  arredraba  género 
alguno;  teatro,  poesía  épica,  poesía  lírica,  poesía  satírica,  poesía  sagrada,  todo  lo  abarcaba 
sin  timidez  ni  escrúpulo;  pero  todo  asimismo  sin  la  detención  y  el  ahinco  del  entusiasmo 
verdadero,  y  como  por  fácil  desahogo  y  superficial  pasatiempo.  Sus  composiciones  festivas 
son  las  que  le  granjearon  mayor  y  más  fundada  nombradía.  Aquí  se  encontraba  como  en  su 
natural  asiento  su  estro  epigramático  y  movedizo.  La  carta  á  don  Luis  de  Narvaez ,  en  que 
hace  una  descripción  burlesca  de  los  infelices  lugarejos  de  Bondonal  y  Elechosa;  el  elogio 
irónico  del  soldado  indisciplinado;  las  décimas  que  pintan  las  ilusiones  de  los  que  iban  á  las 
Indias  á  probar  fortuna,  y  otras  poesías  semejantes,  viven  todavía  en  la  memoria  de  algunas 
gentes  aficionadas  siempre  á  los  donaires  hiperbólicos.  Críticos  de  incontestable  y  merecida 
autoridad ,  é  imparciales  admiradores  de  la  vena  festiva  de  Gerardo  Lobo,  afirman  que  todos 
sus  versos  largos  son  detestables  (1).  Esta  dura  sentencia  no  carece  enteramente  de  funda- 
mento; pero  peca  por  exorbitante  y  absoluta;  dañando  acaso  al  poeta,  en  la  opinión  moderna, 
BU  sobrenombre ,  algo  arbitrario,  de  coplero.  Versos  largos,  notablemente  bellos  y  hasta  sor- 
prendentes para  su  época ,  pueden  encontrarse  en  las  poesías  de  Gerardo  Lobo.  Los  versos  de 
la  Carta  pastoril  á  un  condiscípulo  distan  mucho  de  ser  despreciables ,  y  estrofas  hay  en  ella, 
singularmente  en  la  imprecación  final ,  que  provoca  en  el  pastor  enamorado  el  alegre  rumor  de 

cm,  venerada  en  el  real  de  Manzanares.  La  Congre-  gase  el  caso  de  imprimirse,  lo  hayan  publicado  sin 

gacion  encargada  de  este  sagrado  culto  encarece  de  su  consentimiento  tantas  veces,  cuantas  han  sido  las 

este  modo  la  condescendencia  de  Gerardo  Lobo  :  impresiones  que  los  libreros  han  hecho,  llevados  del 

«Termínase  con  fundamento  que  el  autor  no  con-  interés  que  aseguraban  en  el  buen  despacho.  Pero 

viniera  en  lo  que  se  le  pedia,  y  que  continuase  en  la  apenas  percibió  el  piadoso  intento  de  esta  humilde 

resistencia  de  que  se  publicaran  sus  obras ;  pues  es  Congregación ,  cuando  francamente  dio  su  consenti- 

notorio  que  habiendo  solicitado  muchas  veces  varias  miento,  y  ofreció  los  borradores  que  tuviese.» 
personas  que  se  las  diese  para  que  se  imprimieran,  (1)  El  señor  don  Antonio  Alcalá  Galiano,  crítico 

liempre  se  habia  negado,  mostrando  que  le  servia  de  agudo  y  erudito,  dice  estas  palabras,  hablando  de  Ge- 

10 poca  mortificación  el  que  lo  que  escribió,  ó  para  su  rardo  Lobo  :  uCompuso  algunos  versos  largos,  que 

entretenimiento  y  diversión ,  ó  para  satisfacer  al  gus-  verdaderamente  son  todos  ellos  detestables,  n  {Lec- 

to,  insinuación  ó  precepto  de  aquellos  á  quienes  de-  dones  sobre  la  historia  de  la  literatura  española^ 

bia  complacer,  sin  pasarle  por  la  imaginación  que  lie-  francesa  é  inglesa  en  el  siglo  xviii.) 


XL 


BOSQUEJO  HISTORICO-CRITICO 
las  bodas  de  su  rival  triunfante ,  que  no  habrian  desdeñado  los  poetas  de  los  mejores  tiem- 
pos. Sonfetos  hay  también  en  sus  obras,  que  así  por  la  nrallarda  versificación,  como  por  la  lo- 
zanía del  pensamiento,  merecen  no  caer  en  el  eterno  olvido  de  que  amenazados  estaban  (1). 

Hasta  en  sus  cantos  épicos  á  los  sitios  de  Lérida  y  Campomayor,  y  á  la  conquista  de  Oran, 
que  son  a  todas  luces  muestras  de  la  más  perversa  poesía  que  se  conoce  en  castellano,  hay  ro- 
bustas octavas  y  pensamientos  nobles,  \  ¡¿Torosamente  expresados,  que  brotan,  como  las  flores 
en  el  cieno,  entre  los  alambicamientos  de  la  idea  y  los  intrincamientos  de  la  frase. 

¿Quit'n  no  cree  escuchar  un  eco  do  la  entonación  rotunda  y  atrevida  de  Lope  de  Vega,  al 
leer  el  apostrofe  que,  entre  sorprendido  y  airado,  dirige  Neptuno  al  Monarca  castellano,  cuan- 
do mira  invadido  su  imperio  por  una  escuadra  de  mds  de  seiscientos  bajeles? 


Nunca  en  la  inquieta  mar  la  alyosa  frente 
Desarrugó  Ni-ptuuo  tan  pasmado, 
Porque  el  reiuo  jamas  de  su  tridente 
A  tanta  carga  resistió  agobiado  : 
A  los  vientos  apela,  ya  impaciente 
Sus  rigores  mitiga,  ya  irritado 
A  que  rompan  les  mueve  el  duro  centro 
De  aquel  peñasco  donde  braman  dentro. 

¿Qué  es  esto,  dice,  Júpiter  hispano?  (2); 
¿La  quietud  tantas  veces  de  mi  imperio 
Altera  el  cetro  de  tu  augusta  mano? 
¿Es  tuyo  acaso  el  lóbrego  hemisferio? 


Sin  duda  que  absoluto  soberano 
Intentas  reducinne  á  cautiverio  ; 
Si  no  es  que  en  fe  de  tu  valor  presumas 
Ocultar  con  tus  naves  mis  espumas. 

Aunque  el  último  fin  de  tus  empeños 
En  los  arcanos  de  la  mente  escondas, 
No  podrán  á  mis  fondos  y  mis  ceños 
Prender  tus  anclas  y  medir  tus  sondas  ; 
Bien  que  al  gravamen  de  robustos  leños 
El  hombro  inclinen  las  cansadas  ondas, 
Sin  ser  puerto  bastante  á  tantas  quillas 
La  inmensa  longitud  de  mis  orillas 


Muchas  otras  octavas  podrían  citarse  como  muestra  de  elevada  y  noble  y  poesía.  Xos  li- 
mitaremos á  recordar  aquella  tan  celebrada,  relativa  á  la  artillería  destinada  al  sitio  de 
Campomayor : 


Llegan  á  impulso  de  los  tardos  bueyes , 
Sobre  fuertes  cureñas  sustentadas, 
Las  últimas  razones  de  los  reyes, 
En  el  seno  del  Etna  fabricadas  : 


HoiToroso  comento  de  las  leyes , 
Tribunal  de  potencias  agraviadas  ; 
Que  en  el  orbe,  teatro  de  malicia, 
Nada  vale  sin  fuerza  la  justicia. 


Y  esta  otra,  inspirada  por  la  triste  necesidad,  según  el  arte  de  la  guerra,  de  arrasar  los 
olivares  que  circundaban  la  plaza.  Al  través  de  la  antítesis  y  de  la  metáfora  de  la  guerra  y 
de  la  oliva,  resplandece  un  alto  pensamiento  : 


¡Oh  contagio  del  mundo,  cuyo  arte, 
Primera  escuela  del  primer  tirano, 
Ofrece  en  aras  del  sanguíneo  Marte 
La  hermosa  insignia  de  apacible  Jano  ! 


Pero  cuando  en  el  hombre  se  reparte 
Castigo  justo  por  la  eterna  mano, 
En  todo  paga,  porque  en  todo  yerra, 
Y  es  la  paz  instrumento  de  la  guerra. 


Y  ¿cómo  no  recordar  también  aquellas  octavas  en  que,  después  de  haber  pintado  la  fati- 
ga ,  el  hambre  y  la  sed  que  arrostraban  las  sufridas  huestes  españolas  en  la  abrasada  tierra 
de  África,  defiende  con  tierna  efusión  á  los  soldados  contra  las  comunes  murmuraciones  do 
la  plebe  de  las  ciudades? 


(1)  Sirva  de  confirmación  el  soneto  siguiente  : 

i.  LA  DIFICULTAD  OTt  LA  KXMIE.VDA  EK  LA  VEJEZ,  ALUDIENDO 

i.  SU  rnopiA  VIDA. 
Soneto. 

Gnst<'-  la  infancia ,  sin  habor  gozado 
Bl  dulcísimo  nóctar  qne  bobia  ; 
Pcwé  la  adolescencia  en  la  porfía 
De  áspero  estudio,  mal  aprovechado. 

La  juventud  se  llevan  Marte  airado, 


Amor  voluble ,  rústica  Talla , 

Bin  acordarme  que  vendrá  algún  diel 

La  corva  ancianidad  con  pió  callado. 

y  cuando  llegue ,  que  serii  temprana , 
¿  Qué  empresa  entonces  seguiré  contento  ? 
¿La  de  triunfar  de  mi? ¡Ceguera  insanal 

¡Esperar  el  mis  arduo  vencimiento 
Quien  el  dia  perdió,  con  su  mafiana , 
En  la  noche  infeliz  del  desaliento  I 


(2)  Felipe  V. 


DE  LA  poesía  CASTELLANA 
Y  tú,  grosero,  miserable  urbano, 
Que  muiinuras ,  cual  carga  y  desperdicio, 
Que  dispense  á  la  tropa  el  Soberano 
El  socorro ,  el  amor,  el  beneficio ; 
Si  en  campaña  le  vieses  ya  cercano , 
Con  sed,  hambre  y  cansancio,  al  sacrificio', 
¿Qué  no  cediera  allí  tu  mano  escasa 
Por  el  dulce  sosiego  de  tu  casa  ? 


EN  EL  SIGLO  XVTIL  XLi 

Pues  hambre,  sed,  cansancio  ,  cada  instante 
En  la  hueste  española  es  homicida  ; 
Siendo  el  hierro  y  el  plomo  fulminante 
El  peligro  menor  contra  su  vida. 
Gozar  tus  bienes,  disfrutar  amante 
El  amor  de  tu  esposa  tan  querida, 

A  esos  debes  que  tanto  vituperas 

Tú  los  amaras  como  tú  los  vieras. 


Á  la  insustancialidad  privativa  de  la  poesía  que  preponderaba  en  aquella  época ,  y  junta- 
mente á  la  índole  inconsistente  y  versátil  de  la  imaginación  de  Gerardo  Lobo ,  puede  atri- 
buirse el  malogramiento  de  este  nada  vulgar  ingenio. 

Impresionable  y  expansivo,  ccdia,  sin  fe  y  sin  esperanza  de  gloria,  al  imperio  de  su  voca- 
ción :  el  cuerpo  de  guardia,  el  campamento,  el  sórdido  alojamiento  de  una  aldea,  eran  igual- 
mente para  el  centro  y  objeto  de  inspiración.  La  poesía  era  una  necesidad  intelectual  de  su  vi- 
da, y  á  pesar  de  este  genial  impulso,  no  hallaba  en  sí,  ni  fuera  de  sí  mismo,  la  misteriosa  fuer- 
za que  el  ülma  requiere  para  remontarse  á  los  arrobamientos  del  mundo  ideal,  ó  para  encen- 
derse con  el  fuego  de  la  pasión.  Ko  alcanzaba ,  como  podría  decirse ,  empleando  una  frase 
vulgar  pero  expresiva,  á  tomar  la  poesía  por  ¡o  serio.  Si  buscando  pretexto  en  la  exótica 
moda  del  chichisveo  (1),  intentaba  definir  la  noble  y  etérea  esencia  del  amor  místico,  so  en- 
redaba en  escolásticas  abstracciones;  si  quería  pintar  en  tono  heroico  las  hazañas  de  Irs  ar- 
mas españolas,  se  perdía  en  el  laberinto  prosaico  de  minuciosos  pormenores;  si  satirizaba  los 
extravíos  de  su  tiempo,  en  vez  de  palabras  de  indignación  ó  de  incisiva  y  delicada  ironía,  so 
engolfaba  en  un  mar  de  alambicados  chistes  y  de  hiperbólicos  devaneos. 

Y  sin  embargo ,  es  imposible  no  deleitarse  con  el  desenfado  juguetón  de  su  numen.  Ya 
imita  el  necio  y  sutil  amor  de  los  petrarquistas  (2),  ya  el  afecto  limpio  y  sencillo  de  los  pas- 
tores de  Garcilaso  (3) ,  ya  la  implacable  y  descarada  burla  de  Quevedo.  Con  Góngora  se 
muestra  su  vena  poética  todavía  más  inquieta  :  unas  veces  le  remeda,  le  admira  y  le  apellida 
Horacio  cordobés,  otras  se  mofa  de  la  algarabía  de  su  estilo. 

Aunque  por  lo  común  se  muestra  aficionado  al  donaire  familiar,  cultiva  á  veces  el  discre- 
teo delicado  y  metafísico  de  los  poetas  del  siglo  xvi.  Puede  servir  de  ejemplo  aquel  sone- 
to (4)  en  que  contesta  al  ingeniosísimo  de  don  Hernando  de  Acuña  que  empieza : 

Digame  quien  lo  sabe  cómo  es  hecha 
La  red  de  amor 

Acuña  contesta  de  tres  maneras  á  su  propio  soneto  (5);  pero  Gerardo  Lobo,  imitándole, 
le  aA^entaja  en  la  gracia  y  sutileza  propias  de  aquel  género  de  poesía  artificial. 

Durante  la  invasión  de  Portugal  escribió  Gerardo  Lobo  una  carta  en  tono  muy  chancero  á 
im  religioso  amigo  suyo.  En  ella  alude,  como  suele,  á  los  sinsabores  de  la  vida  del  soldado 


(1)  Chichisveo,  obsequio  asiduo  de  un  caballero  á 
una  dama  con  afectadas  pretensiones  de  culto  extá- 
tico y  desinteresado.  El  nombre  y  la  ridicula  cos- 
tumbre que  significa,  pasaron  á  España  y  á  Francia 
de  Italia,  país  fértil  en  estos  amorosos  refinamien- 
tos, como  lo  prueban  los  tres  matices  de  la  misma 
áea, ,  cavaliere  servente,  sigishro  y  patito.  —  En  Es- 
paña el  chichisveo  tuvo  ardientes  sectarios  y  enér- 
gicos impugnadores.  Gerardo  Lobo  sustuvo  una  por- 
5ada  polémica  sobre  este  punto,  ^n  la  cual  tomaron 
jarte  varios  poetas,  y  entre  ellos,  con  habilidad  es- 
sasa,  el  célebre  Cañizares.  El  aspecto  moral  de  la 


cuestión  llamó  la  atención  del  clero ,  y  hemos  leído 
graves  disertaciones,  impresas,  de  insignes  teólo- 
gos, encaminadas  á  señalar  los  peligros  de  tan  hipó- 
crita invención. 

(2)  Canción  á  Margarita. 

(3)  Soneto  que  empieza  : 

1  Oh  dulce  prenda  1  testimonio  nn  día...., 

la  Carta  pastoril,  etc. 

(4)  Número  XI  de  nuestra  colección  ;  pág.  23  del 
presente  tomo. 

>  (5)  Obras  poéticas.  SalamanQ»  j  1591;  en  i° 


TT.iT  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

en  campafia    y  dice  irónicoB  chistes ,  expresados  en  tan  natural  y  claro  estilo  como  el  si- 
niente  : 

¿  Hay  para  un  hombre  de  gusto 
Conveniencia  más  loable 
Que  salir  de  donde  ama, 
Y  marchar  donde  le  maten  ? 

Pero  le  ocurre  hacer  gala  del  estilo  culto,  j  después  de  escribir  algunas  cuartetas  ininteli- 
gibles, sorprendido  él  mismo  de  lo  tenebroso  y  enmarañado  de  la  frase,  corta  de  repente  el 

período  y  exclama : 

¿  Qué  es  esto  ? 

Yo  llego  á  engongorizarme. 

La  verdad  es  que  no  pocas  veces  se  cngongorizaba  con  fruición  sincera ,  y  probablemente 
sin  ad\ertirlo.  Así  hubo  de  suceder  en  los  dos  largos  romances  que  escribió  en  forma  de  le- 
yenda, Al  Martirio  de  Nicétas,  y  Al  Martirio  de  san  Lorenzo;  en  la  Paráfrasis  de  la  carta 
Ovidiana  de  Enone  á  Eneas,  en  el  romance  endecasílabo  Al  suntuoso  templo  de  la  Rotunda, 
en  Roma,  y  en  otras  varias  composiciones.  Y  de  notar  es  que,  con  todo  eso,  cuando  á  im- 
pulsos de  su  sano  instinto  escribía  con  naturalidad,  los  adoradores  del  concepto  y  de  la  hi- 
pérbole le  acusabian  de  no  levantar  la  entonación  poética  á  la  altura  del  gusto  dominante.  E 1 
mismo  lo  declara  así : 

Que  escribo  versos  en  prosa , 

Muchos  amigos  me  dicen, 

Como  si  el  ponerlo  fácil 

No  fuera  empeño  difícil. 

En  suma ,  rebosa  el  ingenio  en  la  poesía  estragada  de  Gerardo  Lobo ;  pero  ademas  del 
gusto  acrisolado,  sin  el  cual  viven  mal  las  obras  del  arte,  carece  de  la  cuerda  de  sensibili- 
dad ,  la  más  vibradora  y  simpática  que  encierra  el  corazón  humano.  Tal  vez  no  faltaba  en 
el  alma  del  poeta,  pero  falta  en  su  lira;  por  eso  razona,  discretea,  describe,  satiriza,  pero 
no  acierta  á  sentir  ni  á  cantar. 

Cuando  se  reflexiona  en  la  extraordinaria  popularidad  que  alcanzaron  las  poesías  de  don 
Eugenio  Gerardo  Lobo,  en  las  varias  ediciones  que  de  ellas,  ya  separadas,  ya  reunidas,  se 
hicieron  en  el  siglo  último ,  en  la  índole  simpática  de  sus  donosos  versos  familiares ,  que  to- 
davía rocuordan  con  gusto  algunas  personas,  y  en  la  jerarquía  elevada  á  que  llegó  en  la 
carrera  militar  este  homlirc,  por  diversos  títulos  insigne,  parece  en  verdad  cosa  harto  sin- 
gular que  se  hayan  conser\'ado  tan  escasas  noticias  de  su  vida  pública  y  privada. 

Todo  el  raimdo  sabe ,  porque  tradición  murmm-adora  lo  asegura ,  que  el  rey  Felipe  V  le 
llamaba  el  capitán  coplero,  á  consecuencia  del  enojo  que  hubo  de  causar  al  príncipe  francés 
aquella  conocida  cuarteta  : 

Dos  cerdudos  (cerdos)  al  entrar 
Me  dieron  la  enhorabuena  ; 
Que  el  trato  con  los  franceses 
Me  hizo  entenderles  la  lengua. 

El  enojo,  si  existió ,  pasó  fugaz  en  el  ánimo  noble  y  generoso  del  monarca,  de  quien  reci- 
bió Gerardo  Lobo  altas  distinciones  y  mercedes  (1). 

Las  merecía,  en  verdad.  No  era  el  capitán  coplero,  como  algunos  imaginan,  un  oficial  ato- 

(l)  La  rircnnstancia  do  haber  encargado  varias  dicio  do  la  feliz  armonía  que  reinaba  entre  el  poeta 

veces  8  Gerardo  Lobo  fl  Príncipe  de  Asturias  (des-  y  la  corte  de  Felijv^  V.  — Esta  circunstancia  está 

pues  Luis  I)  versos  relativos  A  la  ternura  que  este  consignada  en  las  obras  del  mismo  Lobo.  El  Rey  lo 

príncipe  profesaba  á  su  augusta  esposa ,  es  claro  in-  llevó  consigo  á  la  guerra  de  Italia. 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  XLlil 

londrado  y  estrafalario,  que  escribía  con  especial  predilección  agudezas  osadas  é  imprudentes; 
era  atildado  y  circunspecto  en  palabras  y  acciones  (1)  ,  respetuoso  con  todo  lo  que  hay  res- 
petable en  el  cielo  y  la  tierra ;  modesto ,  cual  solicm  serlo  los  españoles  de  aquellos  tiempos, 
y  lo  que  puede  parecer  inverosímil  en  un  militar  a^-czado  á  los  trastornos  y  desórdenes  de  la 
guerra ,  era  hombre  de  conciencia  mística  y  timorata.  ¿  Quién  creería  que  una  de  las  princi- 
pales composiciones  del  alegre  y  marcial  poeta,  que  se  i  iprimió  en  Sevilla,  siendo  todavía 
capitán  de  caballos-corazas ,  fu¿  mi  examen  severo  de  sus  faltas  pasadas,  con  este  título  som- 
brío :  Reo  coJivicto ,  eji  el  tribunal  de  su  conciencia  ? 

Hasta  la  desgraciada  muerte  de  Gerardo  Lobo ,  de  la  caída  de  un  caballo ,  siendo  teniente 
general  y  gobernador  militar  y  político  de  Barcelona ,  contribuyó  á  hacer  simpática  su  me- 
moria. 

A  los  dos  poetas  cuyo  carácter  acabamos  de  bosquejar,  pudieran  acaso  agregarse ,  como 
poetas  malogrados  de  aquella  era ,  Tafalla  y  Negrete.  y  Rebolledo  de  Palafox,  marqués  de  La- 
zan. De  ellos  ha  apartado  completamente  los  ojos  la  posteridad ,  nunca  indulgente  con  las 
obras  políticas,  filosóficas  ó  literarias  de  las  épocas  de  transición.  Como  quiera  que  sea,  la 
crítica  histórica  no  debe  olvidar  que  así  estos  escritores,  como  Candamo,  el  doctor  Torres, 
Gerardo  Lobo  y  otros ,  son  los  últimos  representantes  genuinos  del  libre  espíritu  literario  de 
nuestra  patria ,  sin  mezcla  ni  restricciones  de  extraño  origen ,  y  que  su  inspiración ,  si  bien 
decadente  y  viciada,  era  absolutamente  española. 

El  doctor,  abogado  de  los  Reales  Consejos  de  Aragón,  don  José  Tafalla  y  Negrete,  cuya 
época  floreciente  pertenece  á  los  últimos  años  del  siglo  xvii ,  pero  cuya  vida  llegó  á  alcanzar 
al  xviir,  es  uno  de  los  dechados  más  cabales,  y  por  consiguiente  más  lastimosos,  de  la  poe- 
sía familiar,  y  por  decirlo  así,  casera,  que  sustituyó  malamente  á  aquella  poesía  de  inten- 
ción segura,  de  arrobamiento  místico,  de  majestuoso  arranque,  que  había  resonado  en  la 
lira  de  los  Argensolas,  de  los  Leones  y  de  los  Herreras,  Y  no  era,  por  cierto,  Tafalla  de  los 
poetas  más  rastreros  y  desaliñados  de  su  tiempo.  Su  estilo  es  claro,  su  lenguaje  suele  ser 
castizo  y  propio,  y  si  rinde  culto  á  la  moda  de  los  conceptos,  se  echa  de  ver  al  propio  tiempo 
que  es  costumbre  y  alarde,  no  tendencia  natural  de  su  ingenio.  En  1678,  su  amigo,  el  Mar- 
qués de  Alcañices ,  lo  llevó  desde  Zaragoza  á  Madrid ,  donde  lució  sus  dotes  de  improvisador 
en  las  academias  y  justas  poéticas  tan  en  boga  en  aquellos  días,  y,  al  decir  de  sus  contempo- 
ráneos, mereció  el  sobrenombre  de  el  divino  Aragonés ,  lo  cual  puede  significar  meramente  que 
aventajaba  á  los  más  en  el  género  de  agudeza  y  discreción  que  producía  entonces  tanto  em- 
beleso. El  hecho  es  que,  por  su  facilidad  en  versificar,  y  por  el  donaire  y  galanura  de  su  dis- 
creteo, fué  en  Zaragoza  blanco  de  la  admiración  general,  y  en  Madrid  logró  los  principa- 
les premios  en  las  mencionadas  academias.  Se  han  perdido  los  versos  que  escribió  en  Madrid, 
ya  en  la  madurez  de  la  vida  y  del  entendimiento.  Sólo  podemos  juzgarle  por  las  insignifican- 
tes poesías  que  sus  amigos  publicaron  en  Zaragoza,  en  1706;  y  estas  poesías,  fruto  de  los 
primeros  años  de  su  juventud,  no  bastan,  por  cierto,  á  justificar  aquel  sobrenombro  lison- 
jero. En  las  poesías  sagradas,  á  semejanza  de  Montero,  dirige  á  los  santos  insípidos  concep- 
tos. Santa  Teresa  y  santa  Isabel  no  le  inspiran  más  que  frivolas  chambergas.  Pero  en  algunos 
de  sus  romances  hay  trozos  que  recuerdan  el  discreteo  vivo,  diserto  é  ingenioso  de  Morete  y 
de  Calderón.  Son  como  destellos  moribundos  de  la  antigua  musa  española.  En  la  edición 
de  1706  está  caracterizada  con  acierto  esta  poesía,  escrita  siempre  por  encargo,  y  exhausta 
de  inspiración  y  de  alcance  moral.  Son  de  notar  el  tino  y  la  sensatez  con  que ,  á  pesar  del 
gusto  dominante ,  juzgaba  el  editor  de  las  obras  de  Tafalla  aquella  literatura  bastarda ,  que 
no  pasaba  de  trivial  recreo.  «  Este  modo  de  escribir  mandado,  dice  el  editor,  es  muy  violen- 


(1)  Sus  versos  ,  aunque  á  veces  familiares ,  nunca      para  que  no  pesaran  en  la  conciencia.  Asi  lo  dice  el 
fueron  chabacanos  ni  obscenos.  Algvmos  juzgó  de-       poeta  misnao  en  un  soneto, 
masiado  libres ,  y  ésos  los  rasgó  siendo  todavía  mozo. 


X^j^  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

to  aun  para  el  uúmcn  más  obediente;  y  son  muy  pocos  los  que  entienden  las  diferencias  que 
se'notan  entre  los  poemas  que  nacen  de  impulso  propio  y  los  que  son  piiramente  compues- 
tos por  f)ljcilion<-ia.  Casi  todas  las  poesías  de  este  Ramillete  Poético  (título  de  la  Colección),  ó 
bien  épicas  ó  bien  líricas,  ya  en  asuntos  amorosos,  ya  heroicos,  ya  sacros,  se  conoce  que  eran 
para  ajenos  desempeños  y  tiempos  i>recisos,  donde,  quitando  la  libertad  al  furor  poético,  lo  re- 
duciaií  á  escribir  aunque  nunca  estuviese  inspirado.  Éste  es  un  modo  de  componer  sin  espí- 
ritu V  sin  fervor,  donde  c>bra  como  esclava  la  dulzura  y  como  atareada  la  facilidad. » 

Scmm  se  ve    un  editor  tenía  más  sano  y  atinado  sentido  crítico  que  los  literatos  y  poeta."? 

de  su  tiempo. 

El  Marqués  de  Lazan  ^  también  poeta  arap^onés,  fué  otro  de  los  ingenios  malogrados  que 
por  aquellos  dias  rindieron  culto  á  la  tradición,  aunque  viciada ,  de  las  letras  castellanas.  Es- 
cribió ademas  de  otras  obras  de  menor  importancia,  un  poema  en  veintidós  cantos,  titu- 
lado Mélrica  historia ,  sagrada ,  profana  y  general  del  mundo ;  sus  tres  primeras  edades ,  sobre 
el  libro  del  Génesis  (1).  Es  uno  más  entre  aquella  copia  inmensa  de  poemas  narrativos  bí- 
blicos, nu'sticos  ó  profanos,  como  La  Creación  del  Mundo,  de  Acevedo,  ó  el  David,  del  doc- 
tor Uziel,  que  Labia  producido  el  siglo  anterior;  pero,  á  vueltas  de  la  balumba  de  erudición 
que  encierra  el  poema ,  y  de  la  afectación  y  el  alambicamiento,  que  eran  galas  literarias  del 
tiempo,  asoma  á  cada  paso  el  ingenio  vivo  y  de  buena  ley  de  que  la  naturaleza  habia  dotado 
al  poeta.  Con  ser  su  obra  un  centón  de  hechos  y  noticias  de  la  historia  bíblica  y  de  la  histo- 
ria fabulosa  nunca  es  el  poema  rastrero  ni  desmayado,  y  las  hermosas  imágenes  y  robustas 
octavas  que  en  él  se  encuentran  de  cuando  en  cuando,  hacen  presumir  que,  á  nacer  un  si- 
glo antes ,  el  Marqués  de  Lazan  habría  figurado  dignamente  al  lado  de  los  Hojedas  y  de  los 
Valdivielsos. 

Su  estilo  es ,  por  lo  general ,  conceptuoso,  y  no  en  corto  grado.  Pero  era  tal  la  costumbre 
de  las  encrespadas  metáforas  y  del  lenguaje  enmarañado,  que  el  Marqués  cree  sinceramente 
que  escribe  con  naturalidad,  y  hasta  se  disculpa  con  humildad  por  ello.  «Ofrezco  esta  Histo- 
ria (dice),  no  con  expresiones  levantadas,  soberbia  vanidad  de  las  plumas,  gloriosa  ostenta- 
ción de  los  ingenios ;  no  con  hondos  conceptos  y  alusiones  profundas ;  sino  con  im  estilo  llano 
y  natural,  en  que  he  solicitado  la  propiedad  y  la  limpieza,  la  claridad  y  la  expresión ,  si- 
guiendo mi  inclinación,  ó  porque  me  falta  aliento  para  lo  sublime,  ó  porque  aborrezco  la  os- 
curidad. )) 

Hé  aquí  algunas  muestras  de  su  estilo.  Así  pinta  las  flores  agradecidas  en  el  momento  de 
la  creación: 


Toda  púrpura  allí ,  la  fervorosa 
Rosa  se  enciende,  ardiente  más  que  vana, 
Adorando  la  mano  poderosa 
Con  bellos  labios  de  carmin  y  grana. 
La  azucena,  ya  candida,  ya  hermosa, 
Emulando  el  albor  de  la  mañana, 
No  con  menos  respeto  ni  decoro, 
Alaba  al  Criador  con  lenguas  de  oro. 


Nieve  el  jazmín  y  la  mosqueta  grata, 
Tesoro  la  retama  y  el  junquillo ; 
Flores  todas,  las  unas  blanca  plata, 

Y  las  otras  feliz  oro  amarillo  ; 

El  azahar,  que  en  fragancias  se  desata, 

Y  el  tulipán  con  su  matiz  sencillo. 
Por  tributo  al  Señor  rinden  felices 
Plata  y  oro,  fragancias  y  matices 


Continúa  describiendo  los  hechizos  de  la  creación 


Corta  el  cristal  el  pez,  que  no  respira, 
Y  se  desliza  por  las  aguas  nmdo ; 
El  pijaro  parlero  el  aire  gira 
Con  dulre  idioma  ó  con  lenguaje  rudo. 
Roto  á  pedazos,  en  el  mar  se  mira 
Entre  escamas  el  sol ;  y,  no  desnudo, 
El  viento  vano  con  adornos  graves 
Se  viste  de  las  plumas  de  las  aves 


Eva  formada,  pues,  decir  se  puede 
Que  en  sí  se  epilogó  toda  hermo.sura; 
La  de  su  cuerpo  solamente  cede 
A  aquella  que  atesora  su  alma  pura. 
Digna  esposa  de  Adán,  se  le  concede 
Dominio  sobre  toda  criatura 
Material,  y  agraciada  así  y  contenta, 
El  mismo  Dios  á  Adán  se  la  presenta. 


(1)  Impreso  en  Zaragoza ,  por  Juan  Malo,  1734  ,  en  4." 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL 
Así  habla  Lucifer  cuando  intenta  inducir  al  pecado  al  primer  hombre : 


tvv 


Será  mi  esclavo  :  sellarán  su  frente 
De  su  culpa  los  hierros ;  arrogante 
El  drecho  de  gozar  eternamente 
De  Dios  ha  de  perder  en  un  instante. 

Al  hablar  de  la  primera  culpa  : 

Eva  en  culpa,  de  Adán  en  la  que  intenta, 
A  encontrar  su  disculpa  se  apercibe, 
La  fruta  le  persuade  y  le  presenta , 
Y  que  no  morirá,  pues  ella  vive. 


Del  Empíreo  el  Señor  omnipotente 

Cerrará  los  candados  de  diamante 

Y  yo  abriré,  para  castigo  eterno, 

De  par  en  par  las  puertas  del  infierno., 


Come  Adán,  y  en  su  ruina  con  afrenta 
Esclavo  del  demonio  se  suscribe 

Todo  el  linaje  humano ¡  Pudo  tanto 

El  ejemplo,  el  amor,  el  ruego,  el  llanto! 


Al  describir  el  diluvio,  entre  otras  ingeniosas  imágenes ,  le  ocurre  el  ave  acuática ,  que  no 
pudiendo  descansar  en  la  tierra,  tiene  que  rendirse  al  cabo  á  la  fatiga  y  morir  en  el  agua.  La 
pinta  así  : 


El  pájaro  veloz  se  atropellaba. 
Buscando  en  balde  por  descanso  el  suelo, 
Y  en  cuanto  el  giro  y  vista  dilataba. 
Sólo  alcanzaba  el  agua,  solo  el  cielo. 


Sus  extendidas  alas  fatigaba,     * 
Y  ya  rindiendo  su  constante  vuelo. 
En  el  agua,  que  fué  su  primer  cuna, 
Tumba  encontró  su  mísera  fortuna. 


En  los  discursos  no  le  faltan  soltura  é  ingenio.  Así  habla  Nerarod  á  los  Caldeos ,  para  que, 
seducidos  con  falaces  promesas  y  esperanzas  de  ventura  pública,  lo  elijan  rey : 


Aquí,  pues,  como  hermanos  viviremos, 
Al  interés  y  á  la  ambición  negados ; 
Como  á  fin  principal  atenderemos 
Del  Señor  al  servicio  destinados. 
Para  más  sociedad  levantaremos 
Edificios  de  muros  circundados. 
Como  ley  observando  sin  malicia 
La  paz,  la  religión  y  la  justicia. 


Para  esto,  pues ,  obedecer  es  justo 
Todos  á  un  rey,  poniendo  soberano 
Pui-púreo  manto  sobre  su  hombro  augusto. 
Corona  y  cetro  en  su  cabeza  y  mano. 
Hechura  nuestra ,  hechura  á  nuestro  gusto. 
No  su  dominio  fundará  tirano ; 
Que  obligado  á  mandar  de  nuestra  ciencia, 
Aun  el  mismo  mandar  será  obediencia 


Más  adelante,  después  de  bosquejar  con  brioso  pincel  á  Semíramis,  dice  de  ella : 


Y  volviendo  á  Semíramis  hermosa. 
De  su  conciencia  y  mérito  acusada, 
Si  en  la  campaña  vive  cuidadosa , 
No  en  la  corte  se  muestra  descuidada. 


Tirana  en  todas  partes  y  celosa. 

La  coi-ona  en  sus  sienes  mal  clavada, 

Mira  el  potente  cetro  con  recelo, 

Con  más  temor  del  mundo  que  del  cielo. 


Véase,  por  último,  con  cuánta  gallardía  describe  al  cazador  Ismael 


Ni  bruto,  ni  ave,  pájaro,  ni  fiera. 
Ni  el  gavilán,  ni  el  tigre  remendado, 
Ni  el  fiero  león,  ni  el  águila  guerrera 
Se  exime  de  Ismael,  del  arco  armado. 


Embraza  el  arco,  aplica  la  ligera 
Flecha  á  la  cuerda,  el  nervio  retirado; 
Y  cuando  á  el  punto  atenta  vista  opone. 
Donde  pone  la  vista  el  hierro  pone 


Tal  vez  hemos  citado  demasiado.  Nos  ha  cautivado  la  gallardía  de  la  expresión.  No  citare- 
mos más,  porque  sería  interminable  tarea.  Acaso  no  hay  una  sola  octava  perfecta  entre  las 
dos  mil  doscientas  noventa  de  que  consta  el  poema ;  pero  en  las  que  hemos  citado,  y  en  otras 
innumerables,  se  encuentran  á  cada  paso  destellos  de  viva  fantasía.  Quien  así  versifica,  pinta 
y  razona  en  la  época  más  infeliz  que  han  conocido  las  letras  españolas,  puede  no  tener  gus- 
to, ni  sobriedad,  ni  pureza,  ni  elegancia;  pero  abriga  indudablemente  en  su  entendimiento 
muchas  de  las  prendas  nativas  del  poeta. 


XLXi  BOSQUEJO  HISTÓEICO  CEÍnCO 

CAPÍTULO  V. 

Poetas  con  tendendaa  pollticfts.— El  padre  Butrón.— Benegasi  (don  José  Joaquín).— Fray  Juan  de  la  Concepción, 

Sin  intención  bien  determinada,  pero  involuntariamente  movidos  por  el  espíritu  de  exa- 
men filosófico  y  político  que  empezaba  á  despertarse  por  aquellos  tiempos ,  muchos  poetas  do 
la  escuela  popular  escribian  sátiras  políticas  de  circunstancias,  empleando  la  poesía  como  me- 
dio inofensivo  para  decir  verdades  que  en  otra  forma  hubieran  parecido  censurable  osadía. 
Unos,  como  don  Alonso  de  Aiio'/a ,  se  valían  del  teatro;  otros  escribian  coplas  y  romances 
vul  fiares ;  los  más  se  contentaban  con  intercalar  alusiones  satíricas  en  sus  composiciones  fa- 
miliares. 

Estos  poetas  eran  innumerables.  Nos  limitaremos  á  recordar  tres  de  ellos ,  porque  fueron 
hombres  de  fama  literaria  en  su  época. 

Pasaba  por  poeta  agudo  y  conceptuoso  el  padre  José  Antonio  Butrón,  autor  de  un  poema, 
Harmónica  Vida  de  Santa  Teresa,  escrito  en  confuso  y  estrafalario  estilo,  y  de  muchos  ver- 
sos líricos ,  cuyos  principales  caracteres  son  audacia  política  y  grotesco  desenfado  en  la  ex- 
presión y  en  las  ideas  (1).  Más  insolente  que  satírico,  escribió  en  tono  de  chabacanería  po- 
pular contra  los  frailes,  contra  la  Princesa  de  los  Ursinos,  contra  Macanaz ,  contra  el  Duque 
de  Berry,  contra  el  confesor  del  Rev,  y  contra  otras  cosas  y  personas  de  cuenta.  Era  de 
aquellos  que,  animados  de  espíritu  descontentadizo  y  recalcitrante,  no  transigían,  ni  aun  en 
favor  de  las  luces,  con  el  influjo  de  la  civilización  francesa,  que  había  traído  á  España  la  casa 
de  Borbon.  Empleaba  la  poesía,  del  propio  modo  que  otros  muchos  copleros  de  su  tiempo, 
como  arma  de  oposición  política ,  semejante  á  la  imprenta  periódica  de  nuestros  dias.  Amaba 
á  Felipe  V  por  sus  nobles  prendas  de  carácter;  pero  le  habia  sido  tan  odiosa  la  prepotencia 
militar  y  política  de  la  Francia  en  España  durante  la  guerra  de  sucesión,  que,  haciéndose 
eco  de  las  prevenciones  más  vulgares ,  daba  en  la  injusticia  de  acusar  á  la  Francia  misma  de 
fomentar  la  rebelión  de  los  catalanes,  llegada  ya  la  paz  de  Utrecht  (2). 

Cuando  escobe  para  sus  versos  asuntos  elevados  de  historia  ó  de  arte,  como  la  muerte  de 
la  reina  doña  Luisa  de  Borbon;  la  estatua  de  san  Bruno,  del  escultor  Gregorio  Fernan- 
dez; el  paralelo  entre  Marcial  y  Juan  Owen;  la  heroica  acción  del  Duque  de  Béjar,  qué  en 

(1)  Tencmoa  á  la  vista  tres  códices  con  poesías  No  evacna  humor  francés  la  evacuación  (<); 
,■,,75.           jji          ^        ■         1                       •                            Francia  ya  dice  Oí/i,  ya  dice  non;  % 

del  padre  2»«¿ron,  dos  de  la  colección  de  manuscri-  ^     •  í.  < 

^  '  Que  siempre  nié  su  genio  cascabel. 

tos  del  señor  don  Pascual  de  Gayángos,  otro  de  la  No  conquista  Castiua  al  portugués, 

colección  del  señor  Sancho  Rayón.  Y  el  catalán  se  está  siempre  tenaz, 

(2)  Hé  aquí  un  soneto  curioso  de  Butrón,  que  da  P"""  ^'^  *  ^^^"'»  ^"^  '^"°  ^  í^^^res. 

.,,  .'•,  1  ..1  Castilla  por  Felipe  pertinaz, 

idea  de  su  espíritu  y  de  su  estilo  :  Y  Francia  lo  hace  Wdo  del  reyes , 


k  LA  FRANCIA,  POR  ILAS  COSAB  QT7K  PASABAS  EL  ASo  DE   1713. 


Haciéndole  más  guerra  con  su  paz. 


Soneto,  ^'^  Alude  á  la  Salida  de  las  tropas  francesas  (fél  teítííátío  es- 

pañol. (IJcm.) 
Corrió  Francia  á  la  paz  un  arambel,  En  otro  soneto  de  Buiíon,  raya  en  furor  su  encono  contra  la 

Ni  oyen  ¿  Osuna  ni  aun  i.  Monteleon  (a);  Francia.  Lo  publicamos  como  curiosidad  histórica  : 

No  abogará  por  Francia  Lerington  (6);  I  Que  nn  gallo  rjue  de  riejo  es  ya  capón  (») 

Mas  1»  Vitja  (c)  y  RonquiUo  (d)  hacen  papel.  Pueda  asi  al  gallinero  alborotar  I 

Engañando  con  viáos  de  oropel ,  ¡  Q™  P""?"*  ^^  confusión  la  tierra  y  mar 

Este  grande  gusano  revoltón  1 

1  Que  haga  asi  de  lo  ajeno  partición  , 
P.ira  mejor  lo  propio  consen-ar! 
(<i)  El  Dnqne  de  Osuna  y  el  Marqués  do  Monteloon  .  enviados  á  I  y  quéi  ¿la  pobre  España  ha  de  papar 

trtrech  para  negociar  y  firmar  los  tratados  do  paz.  {yola  del  Co-  Todo  lo  que  lia  pf  eado  su  ambición  ? 

Urtor.)  I  Que  por  oro  nos  trueque  el  oropel , 

(6)  Lord  Lerlngton  ,  plenipotenriario  de  la  reina  Ana,  que  flr-  Y  la  jerga  nos  ven('a  jwr  tisú! 

niA  en  Madrid  ,  ron  el  Marqui'-s  de  Bedmar ,  el  tratado  ile  comercio  T  ;.  por  qué ,  cuando  amigo  es  más  infiel , 

celebrado  entro  Es-poña  y  la  Gran  Bretaña  el  13  de  Julio  de  1713,  líos  lleva  las  riquezas  del  Perú? 

{/dem.)  jOh  Felipe  I  ¿qué  hacéis?  i  Oh  España  fiel  I 

(<•)  La  Vitya:  la  Princesa  de  los  Ursinos,  que  tenia  á  la  sazón  se-  |0h  Francia  vill  i  Oh  tú,  tirana,  oh  tú I 

tenta  años.  {ídem.)  

(rf)  Don  Francisco  Ronquillo ,  gobernador  dol  Consejo  de  Casti- 
lla, {ídem.)  (•)  Luis  XIV. 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  XLVii 

el  bombardeo  de  Audenarda ,  en  Flándes ,  apartó  con  sus  manos  las  brasas  que  habían  caído 
sobre  unos  barriles  de  pólvora;  la  gloriosa  muerte  del  mismo  Duque  en  Bnda,  y  otros 
semejantes,  Butrón  tiene  arranques  propios  de  su  carácter  fogoso;  pero  el  alambicamiento 
de  idea  y  de  frase  desluce  todas  sus  poesías  de  intención  lírica,  y  no  hay  una  sola  entre 
ellas  que  merezca  vivir  en  la  posteridad.  Una  de  las  más  curiosas  es  la  canción  real  al 
caballo  de  bronce  del  Retiro  (1).  Hé  aquí  una  muestra  de  esta  poesía  ingeniosa ,  pero  p'on- 
gorina,  de  que  todavía  quedaban  tan  profundos  rastros.  Habla  de  Felipe  IV  gobernando 
el  caballo; 


Mándale  que  se  aquiete 
El  Rey,  y  salpicando  el  freno  en  vano, 
Obedece  al  monarca  soberano, 
Aun  más  que  por  lo  rey,  por  lo  jinete. 
No  podrá  el  cetro  hacer  que  se  sujete 

A  estrechar  su  ardimiento 

En  la  región  del  viento : 
Si  la  espuela  hacia  el  céfiro  le  llama, 
Garza  será  en  las  plumas  de  la  fama... 

Fuego  celeste  acaso 
Derritió  el  metal  duro,  porque  luego 
Que  las  dos  manos  libertó  del  fuego, 
A  la  esfera  del  fuego  encumbró  el  paso. 
No  el  Bucéfalo  triunfe,  no  el  Pegaso 

Blasone  osadamente 

Imitarle  lo  ardiente ; 


Que  á  entrambos  vence  en  ímpetu  volante 
Este  del  sol  espíritu  elegante. 
Viva  parece,  con  osado  aliento, 
Aquella  mano  que  levanta  al  viento ; 
Que ,  al  labrarle  el  aiiíñce  toscano. 
Sintió  el  dolor,  y  levantó  la  mano... 
Acaba  ya  :  la  atmósfera  cortando. 
Conozca  el  aire  leve 
Que  aun  el  bronce  se  mueve. 
Pero  no,  no  te  muevas,  y  tu  planta 
Aten  lazos  de  obsequio  reverente 
Por  tanto  rey  y  por  grandeza  tanta. 
No  corras ,  aunque  aspires  á  viviente 
Para  envidia  de  Fídias  y  Lisipo : 
Estáte  en  pié ,  pues  sirves  á  Filipo. 


Esta  poesía  es  en  extremo  hiperbólica  y  alambicada;  pero  no  puede  escribirse  sin  inge- 
nio. No  hay  duda :  aquel  gusto  falso  y  pervertido  esterilizaba  las  facultades  espontáneas 
y  naturales  de  los  que ,  en  mejores  tiempos ,  hubieran  llegado  acaso  á  la  verdadera  poesía. 

No  era  Butrón  indulgente  ni  aun  con  los  países  en  que  vivía.  Residió  algún  tiempo  en 
Soria  y  en  Galicia,  y  escribió  descripciones,  más  que  burlescas,  injuriosas,  de  aquellas 
tierras.  Ambas  tuvieron  en  su  tiempo  un  éxito  extraordinario,  y  corrían  las  copias  de 
mano  en  mano,  como  las  famosas  descripciones  de  alojamiento  de  Gerardo  Lobo.  La  des- 
cripción de  Soria  está  escrita  en  décimas.   La  segunda  dice  así : 


Ciudad,  terror  de  Eomanos, 
Que  Scipion,  al  pelear, 
Jamas  la  quiso  tomar 
Por  no  ensuciarse  las  manos. 
Como  fénix  ó  gusanos, 


Se  labraron  tumba  honrada ; 
La  vega  quedó  abrasada, 
El  pueblo  quedó  encendido. 
Porque  Soria  siempre  ha  sido 
Muy  buena  para  quemada. 


lío  trata  con  mayor  blandura  al  hermoso  suelo  de  Galicia.  Así  dice,  á  poco  de  empe- 
zar ,  en  malos  versos  pareados : 

Baña  el  mar  sus  contomos  por  lavarle, 
Pero  lo  sucio  no  podrá  quitarle. 
Lóbrega  estancia  es,  en  donde  el  cielo 
Cubre  de  pardas  nubes  siempre  un  velo... 

Los  versos  de  Butrón ,  que  tanto  se  aplaudían  al  empezar  el  siglo  xviii ,  ya  olvidadas  á 
fines  del  mismo  siglo  las  circunstancias  que  daban  ínteres  á  sus  sátiras  chabacanas ,  y  trans- 
foímado  el  gusto  literario,  sólo  servían  de  escarnio  á  críticos  y  poetas.  El  erudito  jesuíta  don 
Francisco  Javier  Alegre,  aludiendo  á  la  musa  desmandada  del  brusco  y  altisonante  coplero. 


(1)  Es  la  célebre  estatua  ecuestre,  obra  del  escultor  florentin  Pedro  Tacca.  que  hoy  se  halla  en  la 
plaza  de  Oriente. 


XLVín  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

le  llama  el  desaforado  Butrón.  El  canónigo  Ruarte ,  después  de  mofarse ,  en  La  Buldada^ 

del  poeta  Benegasi,  dice  así : 

Seguíale  Butrón,  envanecido 

Al  ver  que  su  elocuencia  nos  ha  dado 

Un  poema  hasta  ahora  no  entendido. 

Hoy  dia ,  las  obras  de  los  poetas  de  la  estofa  del  padre  Butrón  no  tienen  más  valor  que  el 
interés  histórico  que  encierran  esas  manifestaciones  libres  j  naturales  que  brotan  de  los  sen- 
timientos y  de  las  pasiones  del  vulgo. 

Todavía  inferiores  á  los  poetas  mencionados ,  y  al  lado  de  los  Montianos  y  de  los  Nasarres, 
que  se  afana1)an  por  disciplinar  y  encarrilar  el  gusto  del  públicOj  aun  á  costa  de  la  inspira- 
eion  española,  habia  una  falange  de  copleros,  tales  como  Bolea,  Afainijan,  Olmeda  y  otros, 
que,  siguiendo  las  huellas  de  los  poetas  de  índole  popular,  no  sal;inn  ni  quorian  resignarse  á 
t'utrar  por  la  senda  extranjera  que  les  señalaban  aquellos  flamantes  reformadores.  Eran  como 
la  última  protesta  del  espíritu  literario  español  moribundo.  ¡ Protesta  estéril  y  tardía!  Los 
tiemjios  de  la  inspiración  nacional  habían  pasado,  y  estos  ecos  infelices  de  la  musa  española 
ílegenerada  no  contribuían  sino  á  dar  la  razón  á  los  críticos  de  la  nueva  escuela. 

Uno  de  aquellos  poetas  de  ínfima  laya ,  rmxy  acreditado  en  su  tiempo  entre  la  gente  del 
gusto  vulgar,  fué  fret/  don  José  Joaquin  Benegasi  y  Lujan ,  señor  de  los  Ten-eros ,  canónigo 
reglar  de  san  Agustín.  Tenía  gran  facilidad  para  versificar;  su  ingenio  era  vivo  y  fácil,  pero 
de  corto  alcance;  su  numen,  rastrero  y  familiar,  no  se  levantaba  nimca  á  la  esfera  de  la  poe- 
sía sublime.  Así  pinta  él  mismo  su  talento  poético  con  notable  acierto,  y  con  la  modestia  y 
sinceridad  propias  de  su  carácter,  en  estas  fáciles  quintillas,  que  pueden  dar  idea  de  su  estilo  : 


Que  mi  estilo  no  es  gallardo, 
Elevado  ni  especial, 
Es  verdad  :  no  soy  Gerardo  (1)  ; 
Pero  tampoco  es  bastardo, 
Antes  es  muy  natural. 

Dióme  Apolo  mi  destino 
Para  lo  festivo  sólo  ; 
Oponeiine  es  desatino, 
Basta  ser  gusto  de  Apolo  ; 
Yo  me  voy  por  mi  camino. 


El  medir  las  fuerzas  es 
Quitarse  la  pesadumbre 
De  padecer  un  revés ; 
Pues  muchos  van  á  la  cumbre, 
y  dan  de  hocicos  después. 

¿Yo  seguir,  yo  remedar 
Al  que  es  por  culto  aplaudido? 
No  lo  tienen  que  esperar, 
Porque  jamas  he  seguido 
Lo  que  no  puedo  alcanzar. 


Gran  sensatez  demuestra  Benegasi  en  estos  versos.  Algunas  aunque  muy  raras  veces  le 
ocurre  escñbir  poesías  á  asuntos  elevados,  por  ejemplo,  á  Santa  Teresa,  á  la  Toma  del  Par- 
mesano,  al  Asesino  que  hirió  á  su  majestad  cristianísima  {Luis  XV) -,  pero  la  lira  de  los  gran- 
des poetas  no  produce  en  sus  manos  sino  sonidos  monótonos  y  vulgares.  En  una  ocasión  in- 
tenta remontarse  á  las  elucubraciones  de  la  filosofía  cristiana,  y  escribe  un  largo  y  desali- 
ñado romance,  así  titulado  :  Lo  que  es  el  mundo,  la  hermosura,  la  nobleza  y  el  aplauso.  No 
acuden  á  su  pensamiento  más  que  conceptos  vulgares,  más  ó  menos  ingeniosos,  expresados 
con  la  entonación  chabacana  de  los  romances  del  vulgo.  La  definición  que  da  del  mundo  es 
ingeniosa : 

¿Es  acaso  más  que  un 

Bien  pintado  coliseo, 

Todo  luces  por  afuera, 

Y  confusión  por  adentro  ? 

Y  ¿qué  emoción  podía  producir  el  recuerdo  de  las  hazañas  históricas,  fuente  legítima  de  la 
verdadera  aristocracia  del  nacimiento,  en  quien  define  la  nobleza  con  el  criterio  limitado  y 
materialista  del  populacho  ? 

(1)  Alude  á  Gerardo  Lobo. 


Í)E  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL 
¿  Qué  es  nobleza  ?  Continuada 
Riqueza ,  y  esto  supuesto, 
La  más  ó  menos  nobleza 
Es  más  ó  menos  dinero. 


ZLIS 


Benegasi,  nacido  en  hidalga  cuna,  ataca  á  la  nobleza,  no  sólo  así  de  pasada  y  en  forma  de 
reflexión  filosófica ,  sino,  lo  que  es  más  extraño,  en  la  forma  trascendental  de  los  papeles  po- 
pulares anónimos ,  vendidos  por  los  ciegos  en  las  calles  de  Madrid.  Así  publicó  y  propagó, 
ocultando  su  nombre,  varias  sátiras,  y  entre  ellas  una  en  redondillas,  contra  la  nobleza,  quo 
empezaba  de  este  modo  : 


El  que  quiera  ser  marqués, 
Conde,  duque  ó  caballero, 
Ha  de  observar  lo  primero 
Hacerlo  todo  al  revés... 

No  quede  picaro  á  quien 
No  alcance  su  protección, 


Y  no  le  dé  ni  atención 
A  ningún  hombre  de  bien... 
Trate  á  todos  con  desvio, 
Haga  esperar  á  cualquiera. 
Como  si  el  que  aguarda  fuera 
De  casta  de  algún  judío... 


Así  hablaba  el  honrado  Benegasi,  benévolo  é  inofensivo,  embelesado  siempre  con  el  culto 
trato  de  las  más  ilustres  familias  de  España ,  que  le  dispensaban  franca  amistad  y  cordial  es- 
timación. Aun  no  hablan  corrido  por  España  los  perniciosos  escritos  de  Voltaire ,  que  tenía 
pocos  años  más  que  Benegasi;  aun  duraba  en  nuestro  suelo  la  arraigada  fe  de  los  españoles 
en  religión,  costumbres,  clases  é  instituciones;  y  sin  embargo,  el  padre /ray  Juan  de  la  Con- 
cepción ,  Benegasi  y  tantos  otros  ánimos  puros  y  creyentes ,  empiezan ,  sin  sosjoecharlo,  á  minar 
el  edificio  antiguo  de  la  civilización  española.  De  estos,  que  parecen  fenómenos  del  mundo 
moral,  pueden  señalarse  muchos  en  la  primera  mitad  del  siglo  xviii.  Comenzaba  una  era  de 
transformación.  Apenas  tenian  fuerza,  luz  y  calor  aquellas  chispas  de  un  fuego  latente  y  pro- 
gresivo, que ,  andando  el  tiempo,  había  de  deslmnbrar  y  conmover  hondamente  á  las  genera- 
ciones inmediatas. 

Tenía  Benegasi  la  modestia  del  orgullo,  y  lo  que  es  más ,  del  orgullo  democrático. 

Cuando  le  hablan  de  admitir  el  título  de  conde  que  el  Monarca  habia  ofrecido  á  su  padre, 
y  que  á  él  igualmente  le  ofrecía ,  contesta ,  cual  si  le  hicieran  un  agravio  : 


Soberbios,  vanos,  negados. 
Señores  de  medio  pelo?... 

Hartos  títulos  miramos. 
Hartos  estamos  con  ellos ; 
Que  en  Madrid  se  miran  hartos, 
Pero  nunca  satisfechos. 

No  hay  monte,  flor,  apellido, 
Mar,  ni  rio,  ni  riachuelo. 
Que  no  haya  servido  para 
Los  títulos  que  tenemos 

¡Ira  de  Dios !  Y  ¡qué  plaga!.... 


¿Yo  conde,  señor?  ¿  Yo  conde? 
¡  Cosa  que  tanto  aborrezco. 
Que  es  para  mí  un  titulado 
Poco  menos  que  un  veneno  !... 

¿Yo  aventurarme,  por  pobre, 
A  ser  la  mofa  del  pueblo? 
Pues  no  hay  mogiganga  como 
Un  título  sin  dinero. 

¿Yo  admitir  un  oropel, 
Que  le  discurro  tan  lejos 
De  ser  merced ,  que  antes  bien 
Me  deja  sin  la  que  tengo  ? 

¿Yo  entrarme  en  el  infinito 
Número  de  los  molestos , 


De  notar  es  que  en  la  lucha  suscitada ,  muchos  de  los  que  por  nacional  instinto  seguían 
el  gusto  libre  y  original  que  dio  tanta  vida  á  las  letras  españolas  en  los  dos  primeros  tercios 
del  siglo  XVII,  reconocían  la  conveniencia  del  freno  académico  que  empezaba  á  imponerse; 
pero  llevados  del  impulso  antiguo,  que  era  el  verdaderamente  español,  miraban  siempre  y 
como  á  pesar  suyo,  cual  remora  y  escollo  del  ingenio,  ese  mismo  freno,  esa  dirección  pre- 
ceptiva ,  cuya  saludable  influencia  no  se  atrevían  á  negar.  Les  parecían  como  inconciliables 
el  estro  y  la  sujeción  de  las  poéticas,  y  esta  idea  asoma  por  lo  común  en  los  aplausos  que  tri- 


L  BOSQUEJO  HISTÓRICO-CRÍTIOO 

butaban  á  las  obras  ajustadas  á  las  reglas  de  los  preceptistas.  Benegasi  elogia  así  á  im  autor 

dramático  (1)  : 

¡  Oh  qué  bien ,  ob  qué  bien ,  Velasco,  parta 

Tu  numen,  siempre  al  arte  reducido  I 

Logrando  los  aciertos  de  entendido 

Con  naturalidad,  pero  con  arte... 

Bien  se  trasluce  que  miraba  como  una  maravilla  que  pudiesen  andar  juntos  lo  de  erdendi- 
do,  esto  es ,  discreto  y  espontáneo,  con  lo  de  observador  del  arte. 

La  poesía  fué  la  pasión  dominante  de  su  vida  entera;  poesía  sin  vigor  y  sin  entusiasmo; 
(jne  otra  no  cabia  en  aquel  alma  apacible  y  casi  indiferente  á  las  emociones  del  corazón  ó 
do  la  fantasía.  En  alguna  ocasión  reconoce ,  como  á  despecho,  el  imperio  de  una  nueva  críti- 
ca (2) ;  otras  veces  ensalza  á  Montiano,  á  Luzan ,  á  Sarmiento,  á  Mayans  y  á  otros  escrito- 
res de  la  escuela  de  los  preceptistas.  Dice  que  los  admira,  pero  no  los  sigiie.  Su  estilo,  sus 
asuntos ,  su  espíritu  satírico,  la  índole  de  sus  cbistes ,  todo  es  Ao^ilgar.  Beiugasi  nada  tiene  de 
poeta;  no  es  más  que  un  coplero,  en  el  sentido  ínfimo  de  esta  palabra.  Bien  da  á  entender  él 
mismo  cuánto  embarazo  causan  á  su  musa  indisciplinada  los  preceptos  de  los  maestros ,  en 
estos  versos,  escritos  en  un  momento  de  ingenuidad  : 

No  quiero  á  Nebrija , 
Ni  jamas  le  quise; 
¡  De  ingenios  por  arte 
Apolo  me  libre  I 

Tan  poco  respeto  le  inspiraba  lo  que  las  lumbreras  de  la  época  doctrinal  llamaban  la  trompa 
épica ^  que  no  titubeó  en  escribir  la  Vida  de  san  Dámaso  en  redondillas,  y  la  Vida  de  san  Be- 
nito de  Palermo  en  seguidillas  (3). 

No  faltaban  ejemplos  de  poemas  épico-religiosos  compuestos  en  metros  poco  adecuados  á 
asuntos  graves.  La  Pasión  de  nuestro  Señor  Jesucristo  fué  escrita  en  quintillas  por  don  Alonso 
Girón  de  Rebolledo  (4),  á  quien  elogia  Cervantes  en  la  Galatea,  y  en  décimas  por  el  maes- 
tro Jitan  JDávila  (5).  ¿  Qué  mucbo  que  Benegasi  escribiese  en  metros  ligeros  poemas  narrati- 
vos, si  hasta  hubo  quien  intentase  explicar  en  seguidillas  las  doctrinas  abstrusas  de  la  filo- 
sofía? (6). 

Con  menor  agudeza,  pero  con  mayor  fecundidad  y  audacia  que  su  padre  don  Francisco 
Benegasi,  siguió  freij  don  José  las  huellas  de  éste,  así  en  sus  obras  dramáticas  como  en  las 
líricas.  De  esclarecido  linaje,  introducido  en  la  sociedad  aristocrática,  y  en  amistosas  cone- 
xiones con  las  personas  más  encumbradas  de  su  tiempo,  tales  como  el  Marqués  de  la  Ense- 
nada, los  Duques  de  Arcos,  la  Marquesa  del  Carpió,  el  Marqués  de  Valparaíso,  y  otras  de 
igual  jerarquía,  dcj^lora  la  confusión  de  clases  que  visiblemente  iba  creciendo  de  dia  en  dia. 
Así  dice  en  una  carta  poética  al  Marqués  de  Villena : 

(1)  Don  José  de  Velasco,  que  envió  á  don  José  Deínventordenna  nueva  poesía? 
Benegasi  una  comedia  suya.  Lloraba  triste  y  suspiraba  viendo 

/nx    TT    11       1       1      1  T      r  í        7-  Que  nadie  lo  uaitaba  m  seguía. 

(2)  Hablando  de  la  comedia  La  razón  contra  la  ^^,„^„^  ^3  ^^,,^1  ^^^^^  tremendo, 

moda,  traducida  por  Luzan,  dice  :  Cuyo  arte  y  regias  fué  su  fantasía. 

Las  unidades  qne  el  objeto  wn  J  ^''°  ""  P'"^'^^  ">*^''°  ^"  ^edouaiUag, 

De  la  crítica  que  boy  la  ley  nos  da,  ^  ^"^^  ^'^  '^"^^^  ^"  seguidillas. 

X  que,  ai  no  J«  ^ra,  corrorá...  ...    ^  __  ,        .  -r  -.r        ^^^n 

(4)  Impresa  en  V  alencia ,  por  Juan  Mey,  1563. 
El  equívoco  se  para  (separa)  indica  bastante  la  (5)  Impresa  en  León  de  Francia,  166L 

poca  convicción  de  Benegasi.  (G)   Tratado  filosofi-poéüco  escótico,  compuesto  en 

(3)  Así  habla  de  Benegasi  el  canónigo  Huart»  en  seguidillas  por  doña  María  Camporedondo.  En  la 
La  Dulciada :  oficina  de  Miguel  Escribano.  Sin  año  de  impresión. 

También  6Sta,h»  JBeneff<ui  haciendo  L&  licencia  es  de  1757. 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVILÍ.  u 

\  Oh  siglo  fatal  en  todo, 
Pues  distinguir  no  se  puede, 
Ni  si  es  plebe  la  nobleza 
Ni  si  la  nobleza  es  plebe  1 

Y  sin  embargo,  se  entregaba,  como  llevado  de  su  instinto,  al  torrente  de  las  ideas  y  de  las 
costumbres,  se  mezclaba  con  la  plebe,  como  casi  todos  los  nobles  de  su  tiempo,  y  cultivaba 
gustoso  la  poesía  del  vulgo,  hmnilde  y  llana;  si  bien,  con  serlo  tanto,  no  llegó  nunca  al  des- 
mayado estilo,  al  insufrible  prosaísmo  de  la  mayor  parte  de  los  poetas  de  la  escuela  doc- 
trinal. 

Cuando  se  recorren  los  copiosos  tomos  de  poesías  que  publicaron  Benegasi  y  otros  varios 
poetas,  sin  encontrar  en  ellos,  con  rarísimas  excepciones,  asimtos  elevados,  acentos  íntimos 
del  alma,  ecos  de  los  grandes  intereses  de  la  humanidad  ó  de  la  patria,  ó  devaneos  sublimes 
del  espíritu ,  se  comprende  el  abismo  en  que  habia  caido  la  poesía.  La  decadencia  no  estaba 
sólo  en  las  ridiculeces  de  la  forma;  estaba  principalmente  en  la  esencia.  Ni  una  idea  filosó- 
fica, ni  un  movimiento  del  entusiasmo  ó  de  la  pasión.  Los  asuntos  de  Benegasi,  que  tanto 
recreaban  en  su  tiempo,  dan  idea  de  la  pobre  esfera  á  que  habia  descendido  aquella  poesía 
insustancial.  Si  llovía  con  abundancia ,  si  nevaba ,  si  le  atropellaban  unos  asnos ,  si  le  aplica- 
ban sanguijuelas,  si  un  amigo  despedía  con  facilidad  á  los  criados,  si  otro  perdía  una  muía, 
si  se  emborrachaba  su  barbero,  si  picaba  una  chinche  á  su  criada ,  si  habia  estornudado  una 
señora,  si  habia  goteras  en  su  casa,  Benegasi  se  inspiraba  con  estos  y  otros  hechos  igualmente 
triviales.  Complacíase  especialmente  en  la  descripción  de  sus  enfermedades ,  aun  las  más  re- 
pugnantes (1).  Y  con  tales  creaciones  de  una  musa  asquerosa  y  casera,  formaba  volumino- 
sas colecciones,  y  se  atrevía  á  darlas  á  la  estampa.  Así  hacían  otros  igualmente,  ¡y  el  pú- 
blico compraba  estos  centones  de  sandeces  y  fruslerías  I 

Benegasi  fué ,  pues ,  un  poeta  digno  de  su  época.  Como  hombre  fué  un  dechado  de  honra- 
dez ,  de  modestia  y  de  candorosa  bondad.  Como  escritor,  aparte  de  su  mal  aprovechada  labo- 
riosidad y  de  cierto  gracejo  de  escasa  trascendencia,  que  sólo  sus  allegados  podían  apreciar, 
no  tuvo  más  que  un  mérito  verdadero  :  el  haberse  preservado  casi  completamente,  por  la 
llaneza  de  su  carácter  y  la  sinceridad  de  su  instinto,  del  estilo  falso  y  ampuloso  que  reinaba 
en  su  tiempo.  Dando  consejos  á  un  amigo,  le  dice  con  grotesco  donaire  : 


De  lo  culto  te  aparta; 
Mira  que  es  droga 
Necesiten  linternas 
Para  tus  obras. 


Has  de  hablar  castellano 
Como  tu  abuelo : 
La  morcilla,  morcilla, 
Y  el  cuerno,  cuerno. 


La  misma  naturalidad  de  su  lenguaje  le  inspira  algunas  atmque  muy  pocas  veces  versos 
felices,  como  cuando  dice  de  una  viuda  desconsolada  que  habia  mortificado  grandemente  á. 
su  marido ; 

Vivo  le  hizo  llorar,  muerto  le  llora ; 

y  cuando,  aludiendo  á  las  poesías  satíricas  de  Gerardo  Lohoj  más  descriptivas  que  injuriosas, 
concentra  su  idea  en  este  enérgico  pensamiento  : 

Pincel ,  y  no  puñal ,  tuvo  por  pluma. 

En  la  poesía  familiar  narrativa  tiene  algunas  descripciones  felices ,  como  la  siguiente ,  en 
que  pinta ,  en  un  chistoso  rasgo,  la  an-ogancia  científica  del  médico  que  le  asistía : 

(1)  Entre  otras,  una  fluxión,  la  sama,  un  reuma-  escrito  ya  Monloro,  á  quien  admiraba  mucho  Bene- 
tismo,  las  almon-anas.  A  este  último  asunto  habia      gasi. 


m  BOSQUEJO  HISTÓRICO-CRÍTICO 

Entró  de  peluca  blonda, 
Y  regentando  el  bastón , 
Como  diciendo  :  la  tropa 
De  tuB  males  mando  yo. 

Jiizo-ando  las  poesías  de  don  Gabriel  Álvarez  de  Toledo,  dice  lo  siguiente,  en  tono  de  ala- 
banza :  (.(Los  conceptos  son  elevadísimos ,  los  equívocos  no  comunes...»  No  alcanzaba  á  nins 
el  discernimiento  crítico  de  Benef^asL  Todo  el  deplorable  y  copioso  caudal  de  sus  obras  de- 
muestra que  este  ingenio,  vulgar  y  ambicioso,  no  habia  nacido  para  la  poesía.  Y  sin  embar- 
go, fué  grandemente  celebrado  en  su  tiempo,  y  el  hechizo  que  hallaban  sus  contemporáneos 
en  sus  triviales  y  despreciables  versos,  prueba  hasta  qué  punto  son  engañosos  é  inseguros 
para  la  fama  verdadera  los  aplausos  de  una  sociedad  extraviada  en  el  camino  de  la  cultura 
literaria.  La  celebridad  no  es  la  gloria. 

Carecía  Benef/asi  de  las  dos  facultades  principales  que  dan  al  alma  movimiento  y  eleva- 
ción :  la  sensibilidad  y  la  fantasía.  De  ésta,  con  lo  dicho  puede  formarse  cabal  juicio.  De  su 
escasa  sensibilidad  hay  un  triste  y  claro  testimonio  en  sus  propias  obras.  Siis  prendas  de  ca- 
rácter eran  altas  y  nobles.  Lo  prueban  sus  cartas,  ó  más  bien  memoriales,  al  Marqués  de 
la  Ensenada  y  á  otros  magnates  poderosos.  La  necesidad  le  obliga  á  pedir  protección;  si  elo- 
gia alguna  vez,  lo  hace  de  buena  fe;  pero  no  sabe  descender  á  la  indignidad  de  la  lisonja.  A 
la  Reina  misma  se  dirige  una  vez ,  y  termina  así  su  romance  : 

Tan  desnudo  de  intereses, 
Tan  lejos  de  adulaciones, 
Que  sólo  aspiro,  Señora, 
Al  perdón  de  mis  errores. 

Pero  su  ánimo,  6  por  lo  extremadamente  sereno,  6  por  lo  desmedidamente  inclinado  á  ver 
las  cosas  del  mundo  por  el  lado  festivo,  no  se  turba ,  ni  se  martiriza  con  las  desgracias  de  la 
vida.  La  composición  más  tierna  que  escribió  fué  á  la  muerte  de  su  esposa  Vicenta.  Se  co- 
noce que  la  amaba  cuanto  él  podía  amar;  y  sin  embargo,  esta  poesía  es  una  relación  jDrolija, 
entre  conceptuosa  y  casera ,  de  pormenores  insulsos  y  triviales.  Dos  composiciones  consagró 
á  la  muerte  de  dos  hijos  suyos.  La  una  es  un  soneto  á  Francisco  José,  que,  ya  mancebo,  mu- 
rió repentinamente  al  volver  de  un  entierro,  el  día  mismo  en  que  habia  confesado  y  comul- 
gado. El  soneto  está  escrito  con  una  entonación  por  demás  sosegada  para  un  padre ,  pero  que 
al  cabo  puede  explicarse  por  la  fuerza  de  la  resignación  cristiana.  La  otra  es  una  décima  á 
Ramón ,  que  murió  «  á  pocos  días  de  haber  vuelto,  casi  desnudo,  de  la  escuela ,  por  vestir  á 
un  niño  pobre,  quitándose  hasta  las  medias  para  dárselas.»  Este  noble  y  patético  asunto  no 
inspiró  al  corazón  de  un  padre  más  que  la  siguiente  décima  jocosa,  chocarrera  en  el  tono,  é 
impropia  y  repugnante  por  el  insípido  y  vulgar  donaire  : 


Niño  que  se  desnudaba 
Por  el  pobre  con  tal  celo. 
Se  estaba  calzando  el  cielo 
Desde  que  se  descalzaba. 
Dios,  que  su  piedad  miraba, 


Me  le  quiso  asegurar ; 
Y  así ,  al  verle  desnudar, 
Que  le  diria  cotejó  : 
Vén  acá,  que  si  te  dejo, 
Te  me  puedes  resfriar. 


¿Puede  sentir  y  comprender  la  poesía,  que  no  es  sino  la  expresión  noble  de  grandes  senti- 
mientos ,  quien  en  tal  ocasión  se  atreve  á  emplear  tan  insulso  é  intempestivo  gracejo,  y  estilo 
tan  ridículo  y  chabacano?  (1). 


(1)  Don  José  Benegasi  había  acaso  heredado  de      cieilos  hombres  á  anteponer  la  vanagloria  de  un 
BU  padre  esta  insensibilidad  nativa,  que  arrastra  á      chiste  á  la  expresión  sencilla  de  los  sentimientos  na- 


BE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  LUÍ 

Si  era  sereno  y  frió  para  los  sentimientos ,  no  lo  era  menos  para  los  intereses ;  pero  aquí  la 
frialdad  era  honrosa,  como  indicio  de  noble  teraj^le.  En  momentos  de  gran  conflicto  pecuniario, 
embargan  una  de  sus  casas  «por  el  derecho  de  la  décima  que  tenía  el  Rey  en  los  réditos  atra- 
sados de  los  censos.»  En  vez  de  entristecerse  con  este  grave  contratiempo,  lo  recibe  impasible 
y  lleva  el  estoicismo  hasta  la  risa.  En  aquellos  momentos  mismos  escribe  á  un  amigo  suyo 
esta  graciosa 


DÉCIMA. 

Llegó  la  Justicia ,  y 
También  mi  susto  llegó. 
Ella  la  casa  embargó, 
Y  el  susto  me  embargó  á  mí. 


Décima  piden ;  y  así , 
Pues  nuestro  Rey  interesa 
Solo  en  ella  (y  no  me  pesa, 
Porque  sé  su  gran  piedad), 
Digan  á  su  Majestad 
Que  se  contente  con  ésa. 


Este  hombre  no  tomaba  por  lo  serio  las  cosas  de  la  tierra;  sólo  las  del  cielo  le  llegaban  al 
alma.  El  mismo  expresa  en  un  romance  esta  tendencia  genial  de  su  alma  : 

Todo  el  mundo  es  mogiganga , 
Es  tramoya  y  es  comedia  ; 
Pues  ,  donde  estamos  de  burlas, 
¿  Cómo  puedo  estar  de  veras  ? 

Nos  hemos  detenido  algún  tanto  en  examinar  el  carácter  de  la  poesía  de  Benegasi  y  la  ín- 
dole del  hombre ,  no  sólo  porque  este  poeta  frié  famoso  en  su  tiempo,  sino  ademas  porque  es 
como  el  prototipo  de  los  poetas  populares  del  reinado  de  Fernando  VI.  Toda  su  poesía  se  re- 
duce á  estas  circunstancias  :  facilidad ,  vulgaridad ,  fi'ialdad ,  trivial  donaire ,  cierta  audacia 
satírica,  pero  sin  entusiasmo  ni  elevación  moral. 

En  los  últimos  años  del  reinado  de  Felipe  V  y  durante  la  primera  mitad  de  Femando  VI, 
alcanzó  gi-an  fama  de  poeta,  y  no  escaso  concepto  de  crítico  entre  los  escritores  de  instinto 
popular,  frai/  Juan  de  la  Concepción ,  carmelita  descalzo,  varón  de  vasto  saber,  igualmente 
aventajado  en  la  cátedra  y  en  el  pulpito.  Como  poeta  se  distinguió  por  su  facilidad  extre- 
mada. Con  su  rápida  comprensión  y  sus  medios  nada  comunes  de  expresión  espontánea  y 
brillante ,  fascinaba  á  sus  contemporáneos.  Contábanse  de  él  maravillas  de  ingenio,  de  me- 
moria y  de  discernimiento  penetrante  y  seguro.  Conservó  durante  el  siglo  último  tal  fama  de 
sabio  y  de  repentista,  que,  cerca  de  cuarenta  años  después  de  su  muerte,  Alvarez  y  Baena, 
tan  frió  por  lo  común ,  se  entusiasma  con  la  gloria  del  carmelita ,  y  habla  de  él  en  estos  tér- 
minos, exagerados  acaso,  pero  dictados  por  el  espíritu  de  sinceridad  que  resplandece  cons- 
tantemente en  los  juicios  y  noticias  del  encomiad or  de  los  Hijos  de  Madrid: 

«Las  alabanzas  (dice)  que  merece  este  sabio  matritense  no  cabrían  en  muchos  plieo-os. 
Fué  uno  de  los  mayores  entendimientos  de  este  siglo.  Su  elegancia  en  la  prosa  y  en  el  ver- 
so, y  su  memoria  no  han  tenido  igual.  Tomaba  un  tomo  en  folio,  pasaba  la  vista  por  una 
llana,  y  bastaba  para  referirla  sin  faltar  letra.  Para  su  correspondencia  y  despacho  de  lo  que 
se  le  encargaba,  ya  de  los  tribunales  ó  ya  de  su  religión,  tenía  siempre  cinco  ó  seis  ama- 
luenses ,  á  quienes  dictaba  á  un  tiempo,  sin  embarazo,  diferentes  asuntos.  Esto  de  dictar  á 
cinco,  seis  ó  siete  á  un  tiempo,  y  á  cada  uno  en  distinta  especie  de  verso  y  diferente  asun- 
»,  lo  hacia  frecuentemente  en  las  casas  de  los  Grandes,  que  le  dispensaban  mil  honores,  y 


;urales.  En  las  obras  de  don  Francisco  Benegasí  se 
¡ncuentran  este  epígrafe  y  estos  versos  : 

'«  el  mismo  dia  en  que  su  majestad  mandó  dar  un  coche  al  autor, 
se  le  murió  á  éste  una  hija  de  poco  tiempo;  y  pidiendo  al  tesorero 
para  el  entierro,  le  envió  esta 

DÉCIMA. 

Mnrió  la  niña.  Importante 
í,  PS.-iYUI, 


Será  enterrarla  esta  noche, 
Porque  si  sabe  que  hay  coche « 
Besucitará  al  instante... 


Esto  no  necesita  comentarios.  El  alma  del  padrd 
era  aun  más  glacial  que  la  del  hijo. 


Lrv  BOSQT'KJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

particulannente  en  la  de  MitliiKi-.Sidonia,  ante  Km    Duques,  y  en  las  de  otros  sujetos  lite- 
ratas, (le  que  ten¿^i)  al¿;uin>s  vcix»^  qui-  liiz<i  en  t:iles  iK-a>¡fmes.)) 

Según  d¡(«  Villan-ofl ,  en  estos  nada  armónicos  ver!*o«,  escritos  poco  después  del  lalleci- 
miento  d«l  ilustre  religioso, 

l>o  ropciite  una  rulaciuii  dii-ÍA 

Y  al  iiii><iii(>  ti<-iiipi>  qu<'  la  ricitahA  , 
La  ¡iluiiia  iti  otro  neiuito  cjcrtitaba , 

Y  pn  «lifi-rnite  inotro  \o  esiribift. 

Don  Diego  Rejón  de  Silva,  cu  \in  pe.lantesco  romance,  dirigido  á  Benegajii,  dice  del  pere- 
grino talento  de  fray  Juan  : 


Aquel  injíoiiiu  famoso. 
Con  quien  son,  al  compararlo, 
Roncas  urracaB  los  cUnes  , 
Y  pigmeos  los  gigantes...; 

Aquel  que  miró  al  Pegaso, 


Por  d.jeil  al  nianej:irle  , 
Icirnnvil  monte  á  su  rienda, 
Veloz  rayo  á  su  acicíite...; 

Aquel  (pie  dictaba  á  un  ti-snpo 
De  amanuenses  ú  dos  pare^... 


Álvarez  y  Baena  añaile  (juc  a  mereció  el  nombre  que  se  le  daba  de  Monstruo  de  mhulnrla  y 
elocuencia.^  Que  así  era  llamado  es  la  vinlad,  y  de  ello  da  testimonio  su  amigo  y  i'ervoroso 
admirador  don  José  Benegasi  en  estos  \  éreos  : 

Doctisimo  fray  Juan,  monstruo  en  la  ciencia, 
Maravilla  y  osombro  del  Parnaso, 
Segundo  Lope,  nm-vo  Garciiaso, 
Á  quien  el  mi.-ino  Apolo  reverencia.. 

El  candoroso  Benegasi,  cuya  aclmiracion  rayaba  en  ardiente  entusiasmo,  escribió  im  poe- 
ma en  octavas  para  honrar  la  memoria  del  celebrado  carmelita  (1). 

¿  Mereció  real  v  verdaderamente  fnn/  Juun  de  la  Concepción  tanto  renombre  y  tanta  au- 
toridad? lliira  vez  hay  prendjus  ini«'lectualt;s  de  alto  temple  y  de  trascendental  alcance  en  es- 
tos hombres  que  son  prodigios  de  gimna.sia  intelectual.  Que  no  era  hombre  de  vulgar  y  ras- 
trera lava  lo  patentizan  .sus  propias  obras  teológica.s  y  literarias,  por  más  que  afee  grande- 
mente á  estas  últimas  el  estih»  conceptuoso,  que  liié  acaso  en  su  tiempo  uno  de  los  más  efica- 
ces títulos  de  su  fama.  Su  historia  drmuestra  ([ue  habia  en  su  carácter  cierto  ambicioso  desa- 
BOsicfTo  v  cierta  audacia,  de  aipicllas  <pu'  atraen  la  atención  piíblica;  y  en  estos  impulsos,  que 
BU  carácter  sagrado  no  alcanzaba  á  enlrenar,  hay  que  bu-scar  principalmente  su  acción  y  su 
fuerza  entre  los  hombres  de  su  ¿poca. 

La  AcadíMuia  Es|)anola  le  abrió  sus  puertas  en  1744,  y  rompiendo  fray  Juan  con  la 
práetica  establecida,  pronunció  en  verso  su  ovucion  gratulatoria  ó  discurso  de  entrada,  cau- 
sando no  poca  extrañeza,  según  confiesa  su  uiisnio  encoraiador  Benegasi.  Gentes  poco  aficio- 
nada.s  á  innovaciones  censuraron  al  nuevo  ac:id(''mico,  juzgando  la  forma  poética  poco  ade- 
cuada á  la  naturaleza  de  aqtiel  acto  y  á  la  graveilad  de  formas  propia  de  las  solemnidades 
del  docto  é  ilustre  instituto. 

Publicó  una  revista  critica,  tituhnla  7?í'.ví/r;-(r('<o«  del  J)iario  de  Madrid^  ó  nuevo  cordón 
critico  general  de  España  (1748).  La  crítica  era  por  entonces  escabrosa  tarea,  y  el  travieso 
censor  se  ocidtó  sucesivamente  con  cuatro  ní»mbres  supuestos. 

Pero  donde  se  ve  más  patente  la  índole  iiKjuieta  y  resuelta  del  sabio  carmelita,  es  en  su 
tendencia  á  tomar  parte  en  el  movimiento  jiolítico  de  su  tiempo,  haciéndose  eco  de  los  cla- 
mores i)opularo8.  Empleaba  para  esto  la  poesía  en  el  tono  y  forma  del  pueblo,  y  ocultando, 
por  supuesto,  su  nombre ,  pues  otra  cosa  no  consentía  el  sagrado  carácter  de  que  se  hallaba 

(1)  Fama  postuma  del  reverei\dí$imo  padre  fray  Juan  de  la  Concepción  ^  etc.  Madrid,  imprenta  del  Mcr-\ 

curio,  ITói. 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  L\r 

revestido.  En  dos  de  sus  papeles,  titulados,  el  uno  El  Fataii  Je  Camhandtel,  j  el  oti'o  El  Poeta 
omito,  impresos  poco  después  del  advenimiento  al  trono  de  Fernando  VI ,  entre  consejos,  sú- 
plicas, quejas  y  felicitaciones ,  dice  útiles  verdades  y  expone  ideas  atrevidas  para  aquel  tiempo. 

Esto  tiene  escasa  importancia  para  la  historia  literaria,  j)cro  la  tiene  muy  grande  para  la 
historia  política  de  la  nación.  El  tiempo  no  caniinal)a  en  balde.  Quien  así  anticipaba  ,  por  me- 
dio de  cantos  populares,  la  acción  política  de  la  ojnnion  ,  ejercida  más  adelante  por  la  impren- 
ta periódica,  era  esta  vez  ¿quién  lo  diria?  un  sabio  religioso,  tan  respetable  como  respetado; 
un  considtor  del  Infante- Cardenal  don  Luis,  }•,  lo  que  es  más  singular,  un  calificador  de  la 
Suprema  Inquisición. 

Eray  Juan  de  la  Concepción  puede  ser  considerado  como  uno  de  los  indicios  más  palpables 
de  la  trasformacion  moral  que,  así  en  España  como  en  los  demás  países  de  Europa,  asomaba 
ya ,  con  más  ó  menos  claridad ,  á  mediados  del  siglo  xvin. 

Maduras  las  ideas  nacientes ,  y  formado  el  gusto  literario,  el  fecundo  y  laborioso  car- 
melita liabria  sido  acaso  \m  aventajado  escritor  y  un  insigne  poeta.  Escritas  en  aquella  época 
de  confusión  y  de  mal  gusto,  sus  obras  literarias  se  resienten  de  ligereza ,  de  afectación  y  de 
la  manía  conceptuosa ,  que  todo  lo  afeaba  y  deslucía.  La  posteridad  no  ha  consagrado  la  gloria 
del  Monstruo  de  la  sahiduría ,  que  no  ñié,  como  otras  muchas  glorias,  más  que  un  eco  pasaje- 
ro de  las  impresiones  contemporáneas.  Fmi/  Juan  fué  uno  de  aquellos  muchos  que ,  conde- 
nando severamente  los  vicios  de  la  escuela  conceptuosa,  incurrían  á  sus  anchas  en  los  deplo- 
rables extravíos.  Estaba  tan  dominado  por  el  estragado  gusto  de  su  época,  que  lo  seguía  sin 
advertirlo,  cabalmente  en  el  momento  mismo  en  que  lo  censuraba.  Aplaudiendo  la  naturali- 
dad de  estilo  de  su  amigo  don  José  Benegasi,  dice  así  : 

(í  Está  mal  con  los  que  hablan  crepúsculos  y  escriben  lobregueces.  Hace  bien.  No  sé  por  qué 
no  ha  de  condenar  la  elocuencia  la  secta  de  los  anochecidos,  como  la  Iglesia  la  de  los  alumbra- 
dos... El  Corinto  de  España  ha  sido  Córdoba;  y  como  si  fuera  para  todos  ir  á  Corinto,  el  an- 
helo de  remedar  al  superior  ingenio  cordobés,  á  muchos  españoles  los  ha  hecho  c/7'ier/os.)y 

Incorregible  era ,  sin  duda ,  quien ,  al  recomendar  la  sencillez  y  la  claridad ,  da  ejemplo  do 
este  lenguaje  alambicado  y  presuntuoso.  ¿Quién  hubiera  dicho  al  celebrado  carmelita  que,  con 
todo  su  ingenio,  había  de  quedar,  en  la  triste  historia  de  la  poesía  de  su  tiempo,  tal  vez  más 
bajo  que  el  humilde  y  modesto  Benegasi,  objeto  de  tantas  biudas  en 'la  era  de  Carlos  III? 


CAPITULO  VI. 

Síntomas  claros  de  cambio  en  el  gusto  literario. — Época  doctrinal. — Diario  de  los  Literatos. — Poética  de  Luzan.— 
Iriarte  (don  Juan).  —  Artigas.  — Sátira  de  Jorge  Pitillas,  —  índole  francesa  de  su  inspiración.  — Aclaración  del 
seudónimo. 

No  pocos  indicios  anunciaban  ya  en  los  primeros  años  del  siglo  xviii  la  transformación  del 
gusto  literario,  que  había  de  llevarse  á  cabo  por  medio  de  reglas  é  institutos  de  origen  fran- 
cés. Entre  ellos  pueden  señalarse  tres,  claramente  significativos  :  la  creación,  en  1713,  de  la 
Academia  Española,  encargada  de  «proponer  reglas  de  buen  gusto,  así  en  el  pensar  como  en 
el  escribir»  (1);  la  publicación,  en  el  mismo  año  1713,  del  Cinna  áe  Corneille,  traducido 
por  don  Francisco  Pizarro,  marqués  de  San  Juan;  y  la  imitación  de  la  Ifigenia,  de  Racine, 
publicada  })or  Cañizares,  antes  del  año  1716.  Veinte  años  después,  los  indicios  de  la  intro- 
ducción en  España  del  gusto  extranjero  se  convierten  en  patentes  é  incontestables  testimo- 
nios. Los  más  calificados  que  pueden  citar.se  son  tres  igualmente ,  como  estos  indicios  cuya 
importancia  acabamos  de  señalar :  la  Poética  de  Luzan;  el  Diario  de  los  Literatos;  la  sátira 

(1_)  Estatutos  primitivos. 


j^^  r.OSQüEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

de  Jome  ritiUas.  Todavía  el  vulgo  mira  con  aversión  novedades  literarias  que.,  por  Ío  estre- 
chas y  melindrosas,  cuadran  nial  con  su  ímltdc  y  con  su  tradicional  espíritu,  y  moteja  de 
afrancesados  á  sus  introductores ;  pero  ya  la  lucha  es  recia  y  vigorosa.  Los  nuevos  campeones 
están  nniv  distantes  d»'  la  crítica  profunda  y  luminosa  (jue  algimos  años  adelante  ha  de  brotar 
en  la  docta  y  sesuda  Alemania;  carecen  del  g<;nio  que  deslumhra  y  arrastra  con  ííiscinadores 
ejeníplos;  pero  no  pueden  m¿nos  de  triunfar,  porque  lleva  su  bandera  el  victorioso  lema  del 
tentldo  común,  del  cual  las  letras  castelhmas  se  il^an  apartando  por  completo. 

En  el  punto  á  que  habían  llegado  el  trastorno  y  la  depravación  del  gusto  literario,  forzoso 
era  que  la  principal  reforma  emanase,  no  del  prestigio  del  ejemjjlo,  no  del  estro  de  grandes 
poetas,  sino  del  recto  sentido  de  las  gentes.  Con  el  advenimiento  de  la  Casa  de  Borbon  iba 
naciendo  un  nuevo  espíritu  de  cultura,  que  embarazaba  la  can-era  de  aquel  torrente  de  disla- 
tes de  retruécanos  y  de  conceptos.  La  primera  reforma  que  requería  el  funesto  estado  de  las 
letras  habia  llc<Tado  á  ser,  ante  todo,  como  antes  hemos  indicado,  una  cuestión  de  sentido 
común.  Hacer  recobrar  á  éste  su  imperio,  fué  en  aquellos  tiempos  el  glorioso  afán  de  Feijóo, 
de  Martínez  del  padre  Isla  y  de  otros  sabios  varones,  cuyo  entendimiento  sereno  y  bien 
encaminado  se  hallaba  como  comprimido  y  sofocado  en  aquella  atmósfera  de  afectación  y  de 
preocupaciones. 

La  inspiración  alta,  sencilla  y  espontánea  no  cabia  en  la  poesía  de  aquella  época.  Era  ne- 
cesario i)ara  que  alumbrase  el  sol  del  estro  verdadero,  disipar  de  antemano  las  nubes  del  mal 
gusto  que  cerraban  tenazmente  el  paso  al  calor  del  corazón,  á  la  luz  de  la  fantasía.  Esta  fué 
la  ardua  empresa  que  acometieron  algunos  hombres  de  noble  instinto  y  firme  pensamiento. 
Conquistaron  entre  ellos  uno  de  los  lugares  más  altos  y  gloriosos  los  ilustradísimos  sacerdotes 
don  Juan  Martínez  Salo/ranea  y  don  Leopoldo  Jerónimo  Puig,  fundando  y  sosteniendo,  du- 
rante alf^un  tiempo,  una  revista  trimestral,  titulada  Z^i'ano  de  los  Literatos  de  España  (1),  que 
forma  época  en  los  anales  de  la  liistoria  literaria  del  siglo  xviii.  Habían  comprendido  que 
era  lle<^ado  uno  de  aquellos  períodos  de  transformación  intelectual,  en  que  sólo  la  crítica  in- 
exorable y  justiciera  puede  enfrenar  abusos  arraigados,  y  abrir  camino  á  la  razón  atropellada. 
Ko  era  época  de  creación  literaria;  era  época  de  examen  doctrinal.  El  Diario  de  los  Literatos 
cumplió  su  objeto  de  iina  manera  memorable.  A  manera  de  aquellos  adalides  que  en  los  jui- 
cios de  Dios  peleaban  á  todo  trance,  sin  más  mira  ni  más  impulso  que  el  entusiasmo  que  ins- 
pira la  convicción  de  la  buena  causa;  así  los  llamados  Diaristas  emprendieron  su  escabí-oía 
tarca.  En  cuaUpiier  tiempo  es  la  crítica  imparcial  y  rigorosa  amargo  y  difícil  emjjeño.  Para 
el  Diario  de  los  Literatos  fué  una  verdadera  contienda.  Filosofía,  ciencias,  filología,  historia, 
amonas  letras;  todo  lo  abarcaba  el  grande  espíritu  de  aquellos  hombres  denodados,  cuyo  único 
anhelo  se  cifraba  en  hacer  triunfar  la  verdad;  y  la  verdad  en  aquellos  tiempos  era  un  misterio 
que  pocos  comprendían,  y  cuya  luz  á  casi  todos  ofuscaba  y  heria.  En  balde  se  emplearon ,  du- 
rante dos  años,  para  triunfar  de  aquel  censor  implacable,  las  armas  del  insulto,  de  la  calum- 
nia ,  de  la  intriga  y  de  la  amenaza.  Salafranca  y  Puig  no  entibiaron  ni  un  momento,  mien- 
tras existió  el  Diario j  su  noble  é  irrevocable  propósito.  Pero  es  áspero  y  á  veces  incontrasta»- 
ble  (;!  empuje  de  la  ignorancia  desenmascarada ,  y  la  situación  de  aquellos  nobles  campeones 
de  la  cultura  Ik'g(')  á  hacerse  insostenible.  El  aplauso  de  los  doctos  y  el  apoyo  sincero  y  eficaz 
del  mismo  rey  Felipe  V,  no  bastaron  al  cabo  á  impedir  la  muerte  prematura  de  aquella  ilus- 
trada revista  (2).  Esta  obra  reformadora,  en  verdad  sorprendente  para  aquel  tiempo,  por  la 

(t)  Comenzó  á  publicarse  por  Enero  de  1737.  To-  clon  de  Felipe  V.  A  propuesta  áe  su  Ministfo,  mandó 

tnaron  parte  en  las  tareas  del  Diario,  don  Juan  de  este  soberano  que  el  Diario  continuase  publicándose 

Liarte,  Jorge  Pitillas  y  otros  notables  literatos,  ani-  á  sus  expensas.  Campillo  no  desmayó  en  su  apoyo, 

mados  del  espíritu  reformador.  siguiendo  sin  tregua  el  sano  consejo,  que  le  dieron 

('-)  Al  generoso  é  ¡lustrado  espíritu  de  don  José  Salafranca  y  Puig,  de  aunarse  de  resolución  para 

del  Campillo,  üpcrotnrio  del  Despnoho  Universal  de  despreciar  toda  especie  de  contemplaciones  perjudi- 

Hacicnda,  debió  el  Diario  de  los  Literatos  la  protcc-  ciaks  al  hitn  público  y  deslionorahks  ú  quien  las  fis- 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  rvir 

erudición ,  por  la  imparcialidad  y  hasta  por  el  idioma ,  vivirá  siempre  en  nuestra  historia  li- 
teraria como  un  padrón  glorioso  de  sensatez  y  de  energía. 

Acallada  estaba  aquella  protesta  vigorosa  contra  el  error  y  el  mal  gusto.  Pero  los  gérme- 
nes de  la  verdad  cundían  y  fermentaban  ya  en  todas  partes,  y  fué  estéril  empeño  abogar  una 
voz  reformadora.  Cuando  llega  la  hora  de  los  adelantamientos  intelectuales ,  á  una  voz  que 
muere,  responde  otra  voz  fraternal  y  simpática.  En  el  mismo  año  1737,  en  que  el  Diario  de 
los  Literatos  dio  principio  á  su  carrera  de  luminoso  meteoro,  se  publicó  en  Zaragoza  la  Poé- 
tica de  Luzan. 

Esta  Poética  fué,  en  verdad,  un  fenómeno  intelectual  lanzado  de  improviso  en  medio  del 
caos  tenebroso  en  que  se  habían  hundido  las  letras  españolas.  Luzan  tenía  muchas  de  las 
prendas  que  constituyen  á  los  críticos  de  primer  orden,  y  si  su  libro  extraordinario  ha  per- 
dido una  parte  de  su  interés,  sólo  puede  esto  atribuirse  al  ensanche  qu(3  han  dado  á  los  prin- 
cipios literai'ios  la  filosofía  moderna ,  y  muy  singularmente  los  escritores  de  la  docta  Ale- 
mania. La  importancia  relativa  de  la  Poética  de  Luzan  fué  inmensa,  y  aun  hoy  dia  su  im- 
portancia absoluta  es  no  pequeña,  y  de  cierto  mucho  mayor  de  lo  que  generalmente  se  ima- 
gina. Hay  doctrinas  que  nunca  envejecen.  De  ellas  está  sembrada  esta  Poética ,  y  por  eso  su 
lectura  causa  y  causará  siempre  á  las  personas  ilustradas  fruición  verdadera  y  cierta  impre- 
eion  de  agradable  sorpresa.  Principios  reinan  hoy  dia  en  la  literatura,  tenidos  por  reciente 
conquista  de  la  crítica  filosófica  que  inauguraron  Lessing  y  otros  no  menos  insigues  compa- 
triotas suyos,  que  ya  se  encuentran  expuestos  y  como  adivinados  en  la  obra  de  Luzan.  Ha- 
bía éste  educado  y  nutrido  su  entendimiento  con  vastísima  y  muy  sazonada  lectura;  sus  ideas 
no  son  reflejo  exclusivo  de  ajenas  observaciones ;  llevan  sello  de  vida  propia ,  y  se  advierte 
desde  luego  que  han  nacido  de  la  impresión  recibida  en  grandes  fuentes  literarias,  antiguas  y 
modernas ,  y  de  un  instinto  crítico  espontáneo  y  seguro. 

Se  ha  querido  algunas  veces  presentar  á  Luzan  como  mero  iniciador  de  la  escuela  francesa 
del  siglo  de  Luis  XIV  (1).  Esto  es  desconocer  el  alcance  de  sus  ideas  y  el  carácter  relativa- 
mente libre  de  su  doctrina.  Habia  pasado  su  juventud  en  Italia,  engolfado  en  el  estudio  de 
la  antigüedad  y  de  los  grandes  escritores  italianos  (2) ,  y  esta  educación  especial  habia  dado 
á  sus  principios  críticos  mayor  amplitud  que  la  que  cabia  en  los  dogmas  de  los  preceptistas 
franceses,  consignados  con  tanta  elocuencia  en  el  Arte  Poética  de  Boileau.  Este  insigne  poeta 
satírico,  que  podi-ia  llamarse  el  legislador  de  la  sensatez  literaria,  se  dejó  llevar  demasiado 
del  hechizo  que  ejercieron  en  su  tiempo  las  obras  de  gusto  acrisolado  que  produjo  en  Francia 
aquel  siglo  de  altísima  cultura.  Pero  haciendo  exclusiva  su  admiración ,  y  extremando  sus 
artificiales  tendencias ,  incurrió  en  el  error  en  que  caen  siempre  aquellos  que  erigen  una  doc- 
trina invariable  con  las  impresiones  contemporáneas.  Boileau  cifra  una  gran  parte  de  la  per- 
fección poética  en  ciertos  principios  convencionales,  y  toma  á  veces  por  belleza  eterna  lo  que 
no  es  más  que  una  especie  de  etiqueta  literaria ,  reflejo  pasajero  de  costumbres  ceremoniosas 
y  de  refinamientos  cortesanos.  No  está  Luzan  al  abrigo  de  esta  censura,  porque  el  amanera- 
miento y  el  espíritu  de  imitación  eran  resabios  de  escuela,  que  constituían  en  no  pequeña  parte 

ne.  (Carta  de  los  señores  Salafranca  y  Puig  al  mi-  mano  y  los  instrumentos  en  otra.  (Prólogo  al  (orno  vii 

nistro  don  José  del  Campillo.)  del  Diario  de  los  Literatos.) 

La  noble  protección  de  la  corte  no  bastó  á  dar  lar-  (1 )  Véase ,  entre  otros  ,  á  Ticknor,  Historia  de  la 

ga  y  sosegada  vida  al  Diario.  No  pudo  resistir  más  Literatura  española.,  tomo  iv,  cap.  ii. 

que  dos  años  escasos  al  furor  vengativo  de  sus  ene-  (2)  Vivió  Luzan  irnos  diez  y  siete  años  en  Géno- 

migos ,  que  se  complacian  en  las  persecuciones  y  ad-  va,  en  Milán,  en  Palermo  y  en  Ñapóles.  En  esta  úl- 

versidades  de  sus  redactores.  tima  ciudad,  al  lado  de  su  hermano  el  Conde  de  Lu- 

La  pugna  en  que  éstos  vivían  con  sus  detractores,  zan,  gobernador  del  castillo  de  San  Telmo,  tuvo  oca- 
puede  juzgarse  por  sus  propias  palabras  :  Tanto  tra-  sion  de  sobresalir  entre  los  primeros  literatos ,  como 
"bajamos  para  la  defensa  como  para  la  misma  obra.  habia  ya  sobresalido  en  Palermo  en  la  academia  Ua- 
La  comenzamos  y  continuamos,  como  los  muros  de  Je-  mada  del  Buen  Gusto  y  en  la  del  Príncipe  de  Santa 
rusalen  en  tiempo  de  Nehemías,  con  la  espada  en  una  Flayia. 


j^^„  BOSQUEJO  niSTÓEICG-CRiTICO 

las  máximas  f»enerales  de  aquella  edad.  Pero  conocía  y  admiraba  á  los  poetas  más  insignes 
de  Grecia,  de  España  y  de  Italia,  y  ellos  le  kabian  inFun-Udo  cierto  espíritu  de  independen- 
cia   á  ruva  liu  diseernia  rlaramento  el  error  de  algunas  doctrinas  inspiradas  por  la  rutina. 

Con  nuich(js  ejoinjilos  po.lriainos  comprobar  esta  observación;  pero  á  fin  de  evitar  digre- 
siones aquí  intempestivas,  nos  liinitnrómos  á  bac^r  notar  el  antagonismo  de  opiniones  que 
resalta,  entre  Luznu  \  Boileau,  en  im  punto  en  que  de  tal  manera  se  ban  aferrado  la  cos- 
tumbre V  los  prec»'i)t¡st:is,  que  aun  boy  dia  no  falta  quien  sustente  con  el  ejemplo  la  doctrina 
derrocada  en  el  presente  siglo  por  los  mejores  críticos  y  poetas. 

Boijoau,  arrastrado  imprnosaraenic  por  l.n  fuerza  de  la  tradición  pagana,  de  que  estaba 
impron-nada  tnda  la  civiüzacio:!  litLiT.ria  de  su  éjioca ,  antepone  á  la  verdad  sencilla  dfi  la  na- 
turaleza á  las  emociones  directas  del  alma,  í»l  idealismo  cristiano,  el  hechizo  artístico  de  las 
alegorías  mitológicas.  Según  él ,  la  poesía 

Se  soutient  par  la  Fable,  et  vit  dejiction, 

y  con  este  solo  verso,  explanado  después  en  un  largo  período  de  dialéctica  persuasiva,  ba 
hecbo  más  daño  á  la  verdadera  poesía,  que  Dante,  Shakspeare  y  el  Ariosto  con  la  ruda  y 
por  demás  natural  desnudez  de  muchas  de  sus  ideas  y  de  sus  palabras. 

Entusiasmado  con  los  artificios  de  los  emblemas  materiales,  casi  prescinde  del  mundo  mo- 
ral, V  no  comprende  ni  el  mar  sin  tritones,  ni  la  pintura  poética  de  la  justicia  y  del  tiempo, 
sin  las  imágenes  tangibles  de  la  balanza  y  del  reloj  de  arena.  ¿Qué  otra  cosa  significan  los  si- 
guientes versos? 

De  noser  de  la  Fable  employer  la  figure, 
De  chasser  les  tritons  de  Yemiñre  des  eaux, 
D'óter  á  Pan  safiúte,  aux  Parques  leurs  ciseaux; 
(Test  d'un  scrupule  vain  s'alarmer  sottement, 
Et  vouloir  aux  lecteurs  plaire  sana  agrément. 

(L'Art  Poétique,  canto  3.°) 

Tanto  se  aficiona  Boileau  á  \2i  ficción  poética,  que  llega  á  creer  sinceramente  que  sólo  de 
ella  dependen  los  moNdmientos  íntimos  del  alma  y  hasta  la  sensibilidad  misma.  Así  lo  mani- 
fiesta claramente  en  estos  versos  : 

Que  Neptune  en  courroux  s'élevant  sur  la  mer, 
D'un  mot  calme  lesflots^  mette  la  paix  dans  Vair, 
Délivre  les  vaisseanx^  des  syrtes-les  arrache ; 
Cest  la  ce  qui  surprend ,  frappe ,  saisit,  attache. 

;  Cómo  habia  de  sospechar  Boileau  que  llegaría  una  edad  en  que  la  intervención  de  Nep- 
tuno  sería  suficiente  para  quitar  á  la  tempestad  y  á  la  calma  su  conmovedor  prestigio,  y  que 
la  tormenta  descrita  en  el  Don  Juan  de  Byron,  calcada  sobre  relaciones  de  naufragios  histó- 
ricos, biibia  de  tener  más  fuerza  de  emoción  verdadera  que  los  magníficos  cuadros  de  tempes- 
tad de  la  Eneida,  en  que  al  poder  de  la  naturaleza  se  sustituye  la  influencia  mitológica  de 
Juno,  (1p  Eolo  y  ríe  Neptimo  I 

Cautivan  a  Boiloau  tan  poderosamente  las  ficciones  de  la  poesía  de  los  antiguos,  que  al 
presentarlas  como  único  modelo,  su  imaginación  se  templa  y  se  colora,  y  escribe  el  pasaje 
más  Ix'llo  que  bay  acaso  en  todo  el  )»ocma.  Después  de  recomendar  la  mitología  griega  como 
fuente  imprescindible  de  belleza  poética,  continúa  así  : 

La  pour  nous  enchanter  lout  est  mis  en  tisage : 
Tout  prend  un  corps,  une  ame,  un  esprit,  un  visage. 
Choque  vertu  devient  une  divinité; 
Minerve  est  ¡a  Pntdencc  et  Venus  la  Beauté. 
Ce  n'ext  plus  la  vapeur  (¡ui  produit  le  tonnerre; 
Cest  .Tujñter  armé  pnur  effrayer  la,  terre. 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  UX 

Un  orage  terrible  aux  yenx  des  matelots 
Cest  Neptune  en  courroux  qui  gourmande  les  flota. 
Echo  n'est  plus  un  son  qui  dans  Tair  retentisse; 
(Test  une  nymphe  en  pleurs  qui  se  plaint  de  Narcisse. 

Por  más  seducción  que  encierren  estos  elegantes  versos ,  el  consejo  de  Boileau  no  es  el  ca- 
mino de  la  verdadera  inspiración.  La  pintura  fiel  y  sencilla  del  más  leve  murmullo  de  las  bri- 
sas de  la  primavera,  de  cualquiera  ola  del  mar  que  se  rompe  gimiendo  en  la  playa,  del  canto 
más  insignificante  de  un  ave  perdida  en  la  espesura,  trae  al  alma  de  los  modernos  más  deleite 
y  más  emoción  que  todas  las  rancias  alegorías  de  ^^orciso,  de  JSeptuno  y  de  Filomela. 

Hombre  de  clarísimo  ingenio  y  de  gusto  acendrado,  pero  poeta  sin  arranque  lírico  y  sin 
fantasía  mística,  Boileau  llevó  la  estrechez  de  sus  teorías  doctrinales  hasta  el  extremo  de 
proscribir  de  la  poesía  á  Dios,  á  los  santos  y  á  los  profetas  (1).  Xo  sólo  prefiere  lo  que  llama 
les  mille  agrónens  de  la  Fahle  á  la  expresión  natural  de  las  imágenes  y  de  los  afectos,  sino 
que  ju/^ga  que  sin  aquellos  la  poesía  desmaya  y  muere  (2).  Para  Boileau ,  pues ,  toda  la  fas- 
cinación poética  consiste  en  primores  convencionales ,  y  no  caben  en  el  férreo  círculo  de  su 
poética  ni  los  cantos  populares,  ni  los  fantásticos  devaneos  de  la  espiritualidad  cristiana.  Ni 
ve  en  el  Evangelio  más  que  un  manantial  triste  y  sombrío  de  penitencia  y  de  castigo  (3), 
ni  sospecha,  al  parecer,  que  el  Cristianismo  ha  traído  al  mundo  un  orden  nuevo  y  completo 
de  sentimientos  y  de  ideas.  En  una  palabra,  según  la  doctrina  de  Boileau,  erraron  grave- 
mente, al  componer  sus  magníficos  poemas,  Dante,  Tasso  (4),  Milton,  Klopstock,  Valdi- 
vielso,  Hojeda ,  Acevedo  y  todos  aquellos  poetas  que  han  buscado  su  inspiración  en  las  emo- 
ciones, en  las  imágenes,  en  los  arrobamientos  místicos  del  cielo  cristiano. 

Liuzan  comprendía  con  su  claro  sentido  crítico  que  la  poesía  de  mayores  quilates  es  la  que 
emana  de  la  inspiración  directa  y  sincera ,  y  que  son  su  mayor  fuerza  y  su  lumbre  más  pura 
las  verdades  del  cielo  y  las  verdades  de  la  tierra.  Tenía  instrucción  y  aliento  para  volar  con 
alas  propias;  y,  lejos  de  ser  un  mero  propagador  de  ideas  francesas,  se  apartaba  mucho  en 
ciertos  casos  de  Boileau ,  y  manifiestamente  le  superaba  en  el  sano  y  filosófico  espíritu  de  las 
doctrinas  (5). 

No  lleva  Luzan,  como  lo  hace  Boileau,  las  meticulosas  restricciones  de  escuela  hasta  juz- 
gar que  un  nombre  poco  eufónico  hace  hárharo  ó  burlesco  un  poema  entero,  y  á  no  consentir 
que  el  poeta  elija  por  asunto  de  sus  obras  á  un  héroe  cuyo  nombre  parezca  insonoro  (6).  El 


(1)  Ceit  done  bien  minemeni  que  nos  auteurt  d¿tut ,  Luzan  COnociñ,  &  loB   preceptistas  francCSes  y  eB- 
Bannissant  de  leurt  vert  ees  ornemens  reeus,  _    ,  i  -^        i  i        -^   i  • 

,.  .        .    r,.  r,     „    .       n     1,1,  pañoles,  y  los  cita  alguna  vez:  pero  los  italianos  y 

Pensent /aire  agir  Dieu,  tes  Saints  et  ses  Prophitet  ^  . '  •'  _        *  >  r^  j 

Cotnme  ees  Dieux  écios  du  cerveau  des  poetes...  lo8  antiguos  habian  dado  especialmente  pábulo  á 

De  lafoi  d'un  chrétien  les  mystires  terribles  SUS  estudios  rríticos.  A  Cada  paso  cita  CU  pu  libro  á 

D'ornemens  égayés  ne  tont point  susceptibles.  Muratori,  á  Orsi,  á  Bonamici,  á  Gravina  ,  á  Benio, 

(L'Art  Pvétique,  c&títo  Z.')  ,  •,,.    .  >    r\       i   •        ■    -xr         •  •        i  11 

^.         c.      *  .7         <    í,       7  a  Minturno,  a  Quadrio,  a  Monsienaní,  al  cardenal 

(2)  Sans  tous  ees  ornemens  le  vers  tomhe  en  lanjueur,  .    .  . 

Lapoésie  est  morie,  ou  rampt  sans  vigueur.  Pallavicino,  y  á  otros  ya  olvidados. 

(ídem.)  (6)  Causó  enfado  á  Boileau  ol  nombre  de  Hilde- 

(3)  rEvangiUdTetpritn'offredetoutcótés,  brando,  hho&  de  un  poema  titulado  Zes  srtrrasws 
Que  pénitence  á /aire  et  tourmens  mériléí.  ■,,,-.-1  .       •  •  t  i-      •■ 

,j¿fjj^s  chasses  de  France,  y  esta  impresión  de  antipatía' 

(4)  Boileau  se  burla  abiertamente  de  este  gran  sugirió  al  poeta  la  exagerada  sentencia : 
poeta  por  haber  presentado  á  su  héroe  como  adalid  D'un  teui  nom  queiqu^ois  u  son  dur  ou  bízam 

cristiano.  Hé  aquí  sus  versos  :  R*^  unpoéme  entier,  ou  burUsque  ou  barbare. 

n  n'eut  point  de  son  Hvreiiiustréritaiie,  A  vueltas  de  este  desmedido  refinamiento,  Boi- 

8isonsagehéros,toujours  en  oraison,  leau  juzga  cadenciosos  y  poéticos  todos  los  nom- 

yeut/ait  que  meUre  en/in  Satán  á  ¡a  raison ,  etc.  ^^^^  ¿^  ,.^  mitología  griega  : 

(5)  En  el   estilo   era    imposible.    Luzan  es  un  es-  La  FaVle  o//re  á  respnt  mille  agrémens  diters; 

critor  vigoroso  y  ameno ;  pero  Boileau  es  un  mode-  ^  '"'"  '**  """^  /leureur  sembient  nés  pour  íes  vers. 

lo  consumado  de  estilo  claro,  concibo  y  sentencioso.  ¡Pueril  predilección,  que  caracteriza  fielinente  !a 

Casi  no  es  dable  ir  más  allá.  caprichosa  estrechez  de  la  escuela  clácita  francesa  ! 


^  BOSQUEJO  HTSTÓRICO-CRÍTICO 

deseo  de  satirizar  á  escritores  medianos  de  su  tiempo  hizo  llegar,  como  se  ve,  alguna  vez  & 
Boileau  al  colmo  de  la  preocupación  j  de  la  intolerancia.  ¿Qué  habria  pensado  de  los  nom- 
bres de  extraño  sonido  que  tanto  abundan  en  la  poesía  popular  de  los  pueblos  germánicos  y 
escandinavos    y  que  nos  parecen  hasta  agradables  porque  en  ellos  creemos  advertir  el  sello  de 

BU  origen  ? 

Luzan  profesa  más  ancha  y  flexible  doctrina.  Adniite  la  poesía  genuina  de  los  pueblos ,  y 
reconoce  las  diferencias  de  espíritu  que  hay  y  debe  haber  en  cada  uno  de  ellos.  «El  clima, 
dice  las  costumbres,  los  estudios,  los  genios,  influyen  do  ordinario  en  ios  escritos,  y  di- 
versifican las  obra-s  y  el  estilo  de  una  nación  de  los  de  otra. )) 

Con  respecto  al  empleo  de  la  religión  cristiana  como  elemento  poético,  Luzan  no  titubea 
BÍquiera.  A  pesar  do  las  doctrinas  rígidas  de  Boileau,  á  pesar  de  los  ilustres  ejemplos  que 
confirman  estas  doctrinas,  a  pesar  de-i  gusto  preponderante  que  en  su  tiempo  y  mucho  des- 
pués mantuvo  con  singular  predilección  el  uso  de  los  emblemas  mitológicos,  el  crítico  espa- 
ñol proscribo  estos  emblemas,  y  no  admite  que  en  las  naciones  cristianas  puedan  ser  susti- 
tuidos á  la  presencia,  á  la  acción,  á  la  grandeza  del  Ser  Supremo.  Luzan,  con  su  privilo- 
mado  discernimiento,  comprende  y  explica  perfectamente  que  la  poesía,  como  todo,  camina 
V  cambia  con  los  tiempos ,  y  que  éstos  imprimen  en  las  obras  del  entendimiento  diferencias 
esenciales  y  bellezas  relativas ,  de  que  no  puede  desentenderse  la  critica  justa  y  elevada.  Ad- 
vierte que  el  sello  privativo  de  las  costumbres  y  de  las  ideas  de  cada  siglo  no  daña  á  la  belleza 
verdadera*  que  es  propio  y  natural  que  los  personajes  de  la  Eneida,  escrita  en  una  era  de 
mayor  cultura  sean  mus  cultos  que  los  de  la  I  liada,  sin  embargo  de  pertenecer  todos  ellos  á 
la  íuisma  c])Oca  histórica;  y  que  no  ha  de  desmerecer  la  poesía  de  la  Escritura  porque  sus 
patriarcas  y  sus  príncipes  apacientan  ganado  y  sus  hijas  van  por  agua  á  la  fuente;  ni  tam- 
poco «  perder  el  concepto  de  Homero  al  ver  que  sus  primeros  personajes  hacen  ya  de  cocine- 
ros ,  ya  de  trinchantes ,  ya  de  cocheros ;  que  hasta  los  porquerizos  y  mayorales  de  ganado 
llevan  el  glorioso  renombre  de  héroes,  y  que  las  princesas,  como  Nausicaa,  van  sin  melin- 
dro alguno  á  lavar  su  ropa  al  rio.  "o 

Quien  así  juzga  de  la  influencia  de  las  costumbres  en  las  letras,  ¿cómo  no  habia  de 
admitir  la  religión  contemporánea,  y  especialmente  la  religión  sublime  de  Jesucristo, 
como  una  ])oderosa  palanca  de  emoción  verdadera?  Así  expresa  Zw^an  sus  sanas  doctrinas  : 

«La  diferencia  entre  los  poetas  griegos  y  latinos  podrá  servir  también  para  discernir 
otra  semejante  diversidad  que  hay  entre  los  poetas  antiguos  y  modernos...  Habiendo  la 
divina  luz  del  Evangelio  desterrado  las  ciegas  tinieblas  de  la  idolatría,  no  era  menes- 
ter explicar  los  atributos  del  verdadero  Dios  por  medio  de  fábulas,  como  hicieron  los 
antiguos ;  pues  conocida  ya  una  vez  por  el  vulgo  la  falsedad  de  todas  aquellas  deidades, 
el  introducirlas  sería  lo  mismo  que  dar  por  el  pié  á  toda  la  verosimilitud  que  se  re- 
quiere para  que  sea  provechosa  la  poesía.  Por  esto  los  poetas  cristianos,  en  lugar  de 
Pluton ,  rey  del  abismo;  de  Mercurio,  embajador  de  Júpiter;  de  dioses,  de  semidioses 
y  de  ninfas,  introdujeron,  con  razón,  en  la  epopeya  ángeles  buenos  y  malos,  que  en 
el  ya  muflado  sistema  de  la  religión  eran  más  creíbles...  Por  eso  me  parece  reparable 
en  las  Lnaiadas  do  Luis  Camoens  la  introducción  de  Júpiter,  Venus,  Baco,  etc.;  no 
por  las  impiedades  que  injustamente  le  imputaban,  sino  por  lo  inverosímil  de  semejan- 
tes falsas  deidades  en  un  poema  de  tal   asunto  y  escrito  para  leerse  entre  cristianos.» 

No  hay  para  qué  encarecer  la  distancia  que  media  entre  los  principios  críticos  de  Boi- 
leau y  los  do  Luzan,  Aquél  se  encierra  en  la  elegancia  aristocrática  de  la  forma,  en  la 
imitación  exclusiva  de  ciei-tos  modelos ,  en  los  atildamientos  de  la  frase.  Para  él  la  poesía 
sin  la  lima  académica  no  es  poesía.  Este  no  consigue  desprenderse  completamente  de  las 
perfecciones  calculadas  de  esruola;  pero  su  crítica  no  es,  como  la  de  Boileau,  exclusivamente 
preceptiva  á  postcriori:  abre  más  dilatados  espacios  á  la  fantasía  humana,  y  tiene  más  en 
cuenta  el  imperio  de  los  sentimientos  morales. 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVin.  Ln 

7J1  examen  crítico  de  la  Poética  de  Luzan ,  que  publicó  el  Diario  de  los  Literatos  poco  de£- 
pr^es  de  impresa  por  primera  vez  (1737),  es  sin  duda  uno  de  los  juicios  mejor  fundados  y 
más  imparciales  que  se  han  escrito  acerca  de  aquella  importante  obra.  El  entendimiento  sano 
de  Salafranca  y  de  don  Juan  de  Iriarte  (1)  descansaba  y  se  complacía  con  aquella  cuerda 
doctrina;  pero  ambos  sentían  y  saboreaban  mejor  que  Luzan,  demasiado  impregnado  en  la 
literatura  extranjera ,  la  poesía  nacional  española ;  y  á  pesar  de  la  aversión  que  les  inspiraban 
los  extravíos  gongorinos,  y  de  la  convicción  con  que  censuraban  la  libertad  desordenada  que 
advertían  en  el  teatro,  defienden  á  Góngora  y  á  Lope  de  Vega  de  injustas  críticas  de  Luzan, 
y  demuestran  que  el  cuerdo  preceptista  no  ha  comprendido  suficientemente  el  espíritu  de 
aquella  poesía ,  que  en  sus  bellezas  y  en  sus  defectos  refleja  el  ser  moral  de  la  nación.  El  dis- 
cernimiento crítico  de  Iriarte  sube  muy  alto  al  apreciar  la  influencia  del  impulso  nacional  en 
las  letras,  y  sorprende  en  verdad  ver  á  un  filólogo  de  la  escuela  clásica  francesa  anticipar,  en 
la  primera  mitad  del  último  siglo,  principios  esenciales  de  la  moderna  crítica.  Juzga  recta- 
mente el  carácter  dramático  de  Lope  y  da  á  entender  á  Luzan  cuan  grave  error  comete  olvi- 
dando el  despotismo  democrático  que  en  aquellas  edades  ejercía  el  pueblo  en  nuestro  teatro  (2). 

Es  de  notar  que  la  crítica  del  Diarto  de  los  Literatos  es  más  libre ,  más  filosófica  y  más  con- 
forme á  los  sanos  principios  que  han  llegado  á  prevalecer  en  Europa,  que  la  que  sustentaron 
los  Luzanes,  los  Montianos  y  los  Moratines,  obstinadamente  apegados  á  la  escuela  francesa, 
que  anteponía  la  forma  convencional  al  fondo  y  al  espíritu  del  teatro.  ¡  Cuánto  aventaja  á  la 
crítica  estrecha  de  Boileau,  en  materia  de  teatro,  el  claro  instinto  con  que  Iriarte  defiende 
la  escena  española,  recordando  dramas  de  autores  griegos  y  romanos  en  que  andan  mezcla- 
dos personajes  ilustres  y  vidgares,  así  como  sucesos  serios  y  festivos!  Iriarte  se  lamenta,  por 
otra  parte ,  del  rigor  con  que  los  preceptistas  quieren  añadir  á  la  comedia ,  sobre  las  tres  uni- 
dades ,  la  unidad  de  especie ,  siendo  así  que  los  romanos  tuvieron  tantas  especies  diferentes  de 
comedias,  unas  pretextatas ,  otras  togatas,  otras  atelanas ,  otras  tabernarias^  etc.,  se^run  la  di- 
versa clase  y  calidad  de  asuntos  y  personas. 

¡  Cuánto  más  que  las  restricciones  arbitrarias  de  escuela ,  que  prevalecieron  más  adelante. 
Be  acerca  á  la  sana  crítica  moderna  la  siguiente  luminosa  reflexión  de  Iñarte ! 

(( Pudiera  demostrarse  que  muchas  de  la  máximas  que  los  preceptistas  establecen  por  leyes 
generales  de  la  razón  en  punto  de  dramática ,  no  son  más  que  fueros  particulai'es  del  genio  y 
gusto  de  cada  siglo  y  de  cada  nación ,  como  lo  acredita  la  historia  del  teatro  antiguo  y  mo- 
derno. » 

Luzan  acusa  á  Lope  de  Vega  de  haber  compuesto  un  libro  (el  Arte  nuevo  de  hucer  comedias) 
«cuyos  fundamentos  y  principios  se  oponen  directamente  á  la  razón  y  á  las  reglas  de  Aristó- 
teles.» Iriarte  no  puede  ni  quiere  sustentar  los  errores  de  Lope;  pero  lo  defiende  hábilmente, 
encareciendo  el  imperio  del  gusto  popular  en  el  teatro,  que  se  impone  siempre ,  más  ó  menos, 
en  el  ánimo  de  los  poetas  y  hasta  en  la  dirección  doctrinal  literaria. 

«  Su  intento  (dice  Lriarte)  fué  escribir  un  arte  de  hacer  comedias  ajustado  al  estilo  del  vul- 
go, que  no  entiende  de  razones  ni  de  reglas ;  condescendiendo  en  esto  á  las  instancias  de  la 
Academia  Matritense ,  como  él  mismo  lo  declara  hablando  con  ella : 

Mándanme  ingenios  nobles ,  flor  de  España , 


Que  un  arte  de  comedias  os  escriba 
Que  al  estilo  del  vulgo  se  reciba. 


(1)  El  notable  artículo  del  Diario  fué  escrito  has-  (2)  Como  prueba  de  ello,  recuerda  Iriarte  que  los 

ta  la  página  62  por  Salafranca ;  de  allí  en  adelan-  poetas  de  aquel  siglo  llegaron  á  verse  «precisados 

te  por  don  Juan   de   Iriarte.  Este  insigne  filólogo,  á  solicitar  la  amistad  y  favor  de  cierto  zapatero  de 

más  adelante  individuo   de  la  Academia  Española,  viejo,  llamado  Sánchez ,  caudillo  de  los  mosqueteros 

fué  quien  juzgó  el  libro  cuarto  y  último  de  la  Faé-  j  formidable  juez  de  los  corrales»  (teatros).  (Díu' 

tica.  rio  de  los  Literatos,  tomo  iv,  pág.  84.) 


ITii  BOSQUEJO  niSTÓEICO  CRÍTICO 

))Tan  kíjos  está  Lope  de  establecer  por  reglas  j  principios  verdaderos  los  usos  de  la  nuev^a 
comedia ,  que  si  se  atiende  al  sentido  y  expresiones  con  que  discurre  en  esta  materia ,  se  ve 
claramente  que  quiso,  haciendo  con  ingt^niosa  traza  de  la  violencia  libertad,  valerse  del  cum- 
pliniifnto  dd  rofcrido  precepto  para  reprender  la  irregularidad  v  extravagancia  que  reinaba 
en  el  teatro  de  su  siglo,  v  que  su  obra ,  en  realidad  ,  más  es  Arte  nuevo  de  criticar  comedias 
que  de  hacerlas.» 

Pero  donde  se  manifiesta  más  j>atente  cuánto  cuesta  á  las  naciones  aceptar  cambios  de 
cualquier  linaje  que  lastimen  su  es])íritu  y  su  pasada  gloria  ,  es  en  la  defensa  que  hace  el  sen- 
sato Iriorte  de  la  poesía  de  G«íngora.  No  puede  hacérsele  llevadero  que  Luzan ,  como  desen- 
tendiéndose del  alto  numen  de  Góngora,  se  maraville  de  que  los  monstruos  y  fantasmas  de 
pste  poeta  le  ha  van  ndjuirulo  el  glorioso  dictado  de  Príncipe  de  los  poetas  líricos.  No  se  limita, 
pues,  á  sostener,  contra  el  preceptista,  algunas  metáforas  admisibles  usadas  por  Góngora, 
sino  que  se  aventura  á  explicar,  como  cosas  llanas  y  perceptibles ,  imágenes  embrolladas  y 
confusas,  capaces  de  dejar  chasqueada  la  sagacidad  más  penetrante  y  despejada. 

I.os  tercetos  del  soneto  que  compuso  Góngora  en  alabanza  de  la  tercera  parte  de  la  Historia, 
pofidncnl ,  del  doctor  Babia,  ofrecen  ocasión  para  conocer  la  diferente  exageración  que  nacia 
en  el  juicio  de  Luzan  y  de  Triarte  de  sus  prevenciones  respectivas.  Hé  aquí  los  tercetos  : 

Pluma ,  pues,  que  claveros  celestiales 
Eterniza  en  los  bronces  de  su  historia, 
Llave  es  ya  de  los  tiempos,  y  no  pluma. 

Ella  á  sus  nombres  puertas  inmortales 
Abre ,  no  de  caduca,  no,  memoria. 
Que  sombras  sella  en  túmulos  de  espuma. 

Luzan  habia  llegado  sin  duda  á  mirar  con  tanto  ceño  las  revesadas  é  ininteligibles  metáfo- 
ras de  Góngora,  que  rechaza  y  condena  con  intolerancia  hasta  aquellas  que  son  no  sólo  admi- 
sibles, sino  elegantes  y  conformes  al  espíritu  castellano,  no  poco  inclinado  á  la  hipérbole  y 
al  emblema.  Luzan  exclama  airado,  hablando  del  primer  terceto  :  «  Llamar  claveros  celestiales 
:i  los  papas ,  bronces  á  los  escritos  de  una  historia ,  y  llave  de  los  tiempos  á  la  pluma ,  son  ex- 
cesos de  una  fantasía  que  delira ,  sin  miramiento  ni  acuerdo.  Pero  especialmente  los  bronces 
de  la.  historia  son  insufribles.»  Iriarte  demuestra  con  excelentes  razones  y  muy  autorizados 
ejemplos  que  llamar  claveros  celestiales  á  los  papas  es  emplear  una  locución  evangélica  y  una 
metáfora  clarísima,  asada  por  el  mismo  Cristo  y  por  muchos  poetas  cristianos  y  autores  ecle- 
siásticos, y  que  para  decir  bronces  de  la  historia,  para  dar  á  entender  la  inmortalidad  de  emi- 
nentes escritos,  y  llamar  á  una  pluma  histórica  elocuente  llave  de  los  tiempos,  no  hay  que  re- 
currir á  una  imaginación  frenética ,  y  son  cosas  que  caben  en  la  razón  y  en  las  libertades  le- 
gítimas de  un  estilo  elegante. 

En  cuanto  al  segundo  terceto,  es  cosa  muy  diferente.  Creemos,  como  Luzan,  que  es  un  em- 
bolismo de  imágenes  monstruosas.  Y  ¿  cómo  no  ha  de  serlo,  cuando  dos  hombres  tan  discretos  y 
tan  perspieaces  como  Triarte  y  Luzan  se  muestran  tan  discordes  para  descifrar  la  significación 
verdadera  de  ios  túmulos  de  espuma?  Luzan  entiende  que  son  el  papel  en  que  se  escribe  ó  im- 
prime. Iriarte,  siguiendo  la  opinión  del  comentador  de  Góngora  don  García  Coronel,  creo 
descubrir  una  alusión  á  la  fabulosa  caida  de  ícaro  en  el  mar,  y  afirma  que  la  frase  en  túmulos 
de  espuma  quiere  decir  oAidcntemente  en  las  honduras  del  mar,  donde  quedó  sepultado  ícaro. 

Nosotros  juzgamos  tan  fuera  de  sazón  la  alusión  á  la  caida  de  ícaro,  que  no  podemos  ad- 
mitirla, eomo  tampoco  admitimos  Im  iiitcr])retacion  de  Luzan,  que  sería  un  contrasentido  en 
el  sonetf.  de  (ióngora,  atendida  la  índole  perecedera  del  papel.  Confesamos  humildemente 
que  no  se  nos  alcanza  el  recóndito  sentido  de  la  metnoria  caduca, 

Que  sombras  sella  en  túmulos  de  espuma, 

y  que  no  podemos  sino  anatematizar  de  todo  corazón  una  literatura  tan  extravagante  y  te- 
nebrosa . 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIII.  LXlil 

Liízan ,  quisquilloso  y  muy  preciado  de  su  obra ,  la  defendió  de  los  reparos  de  Triarte  con 
el  áspero  tono  de  la  invectiva  y  no  siempre  con  razón  (1).  No  puede  negarse  que  en  su  Poé- 
tica hay  mezcla  de  impulsos  contradictorios,  de  buenos  y  malos  principios,  de  timidez  y  de 
entereza  crítica,  y  que  Luzan,  á  pesar  suyo,  aunque  más  desembarazado  que  Boileau,  no 
toma  á  la  naturaleza  por  giu'a  y  maestra  principal  de  las  leyes  poéticas  y  oratorias,  sino  á  las 
innumerables  poéticas  que  habia  leido  para  prepararse  á  su  tarea.  Por  eso  este  libro,  si  bien 
menos  que  otros,  adolece  del  defecto  general  de  todos  los  de  su  especie,  que  consiste  en  dar 
sobrada  importancia  á  las  reglas  de  escuela ,  de  donde  resulta  que  la  belleza  eterna  queda 
como  pospuesta  v  subordinada  á  una  belleza  relativa,  pasajera  y  convencional. 

Para  tasar  debidamente  la  importancia  absoluta,  y  especialmente  el  valor  relativo,  de  la 
Poética  de  Luzan,  conviene  recordar  que  en  España  las  teorías  doctrinales  se  hallaban  á  prin- 
cipios del  siglo  XYITI  en  tan  baja  esfera  como  la  poesía  misma.  Xo  reinaban  ya  ni  la  Filosofía, 
antigua  poética  de  Pinciano,  ni  las  Tablas  poéticas  de  Cáscales,  ni  siquiera  la  Agudeza  y  ai-te 
de  ingenio  de  Gracian,  el  principal  dogmatizad or  de  la  escuela  gongorina.  En  vez  de  crítica, 
buena  ó  mala .  la  poética  de  aquel  tiempo  se  reducía  á  enredos  de  forma  y  á  aglomeración  de 
figuras.  El  mismo  Rengifo,  que  en  medio  de  sus  laberintos,  de  sus  ecos  y  de  sus  glosas,  de- 
muestra en  sus  ejemplos  cierta  afición  instintiva  á  los  buenos  poetas ,  era  ya  demasiado  no- 
table para  el  estado  de  la  poesía.  El  preceptista  que  guarda  proporción  completa  con  la  de- 
cadencia sin  b'mites  de  principios  del  siglo  xviii ,  es  don  Francisco  Artigas.  En  su  Epítome  de 
la  elocuencia  española,  obra  escrita  en  romances  (más  de  doce  mil  versos),  llega  á  su  apogeo 
el  candor  de  la  ignorancia  en  materia  de  gusto  literario  (2). 

Luzan  intentó  confirmar  con  el  ejemplo  la  doctrina ,  y  escribió  muchos  versos  originales  y 
algimas  felices  traducciones  del  griego  (o),  del  latin  y  del  italiano.  Pero  este  escritor,  tan 
expresivo  y  animado  en  la  prosa ,  es  glacial  en  sus  versos.  Sus  canciones  á  la  conquista  y  de- 
fensa de  Oran ,  que  Quintana ,  llevado  del  amor  de  escuela ,  llama  exhalaciones  hermosas,  no 
pueden  leerse  sin  fatiga  y  hastío,  y  su  desmayada  traducción  del  himno  Pange  lingua ,  donde 
no  hay  iin  solo  acento  de  la  fervorosa  entonación  y  de  la  noble  sencillez  propias  de  los  canta- 
res sagrados ,  bastan  para  comprender  que  Luzan  no  era  poeta.  Si  alguna  vez  halla  en  su  ima- 
ginación el  grave  diplomático  y  el  riguroso  preceptista  algo  que  tenga  trazas  de  poesía  lozana  y 

(1)  Discurso  apologético  de  don  Iñigo  de  Lanuza  representación  se  observen  las  condiciones  y  leyes  del 
(en  parle  anagrama  del  nombre  de  Luzan).  Impreso  decoro  y  de  la  propiedad?  Luzan  contesta  á  estas  ra- 
en Pamplona,  1741.  zonas  con  autoridades,  citando  á  Cáscales.,  Cerván- 

Don  Bartolomé  José  Gallardo,  en  algunas  obser-  tes  (en  su  Persiles ,  lib.  ii ,  cap.  ii),  J.-B.  Vico ,  Da- 

vaciones  de  las  que  al  correr  de  la  pluma  solia  hacer  cier,  Scaligero,  Pablo  Benio,  etc.,  y  por  toda  razón  da 

pn  sus  notas  bibliográficas ,  dice,  entre  otras  cosas,  que  en  la  poesía  dramática  se  debe  preferir  lo  verosi- 

lo  siguiente  acerca  de  este  Discurso  :  mil,  aunque  imposible  ó  falso,  á  lo  verdadero  invero- 

«Eu  el  párrafo  x,  sobre  si  se  pueden  escribir  co-  sir,iil  (].ág.  104).  ¡Cómo  si  lo  que  sucede  diariamente 

medias  en  prosa  como  en  verso,  Luzan  se  defiende  pudiera  ser  inverosímil !»  Sevilla,  30  Junio  1825. — 

desairadamente Los  Diaristas   notan,  y 'notan  Q.  {Apunte  autógrafo  de  Gallardo.') 

bien  ,  que  aquí  Luzan  B.n(\\í\  o  perplejo.  Luzan  se  de-  (2)  Sirva  de  muéstrala  definición  que  da  del  ro- 

fiende  de  la  nota  de  perplejidad  (como  puede),  y  truécano,  entre  las  figuras  de  palabras : 

deja  en  pié  el  principal  cargo,  que  es  el  de  la  incon-  ^^  ^^^  ^^^^^  ^  ^^^  ^^^^ 

secuencia.  El    pasaje  del  Diario   de  los   Literatos  Pues  que  toaa  su  agu<ieza 

donde  se  toca  este  punto  está  escrito  con  admirable  Es  ver  si ,  trocando  el  orden, 

pulso  y  discreción.  Hay  mucha  diferencia  de  Luzan  ^^  <^°'^'^^P*^  ^  encuentra. 

á  don  Juan  de  Lúarte »  (3)  Estudió  la  lengua  griega  con  el  afamado  pro- 

«Tampoco  anduvo  feliz  Luzan  en  la  defensa  de  fegoj-  jesuíta  el  padn;  Jerónimo  Giustiniani,  y  llegó 

BU  opinión  contra  la  tragicomedia.  Triarte  hace  re-  ¿  g^r  profundo  helenista.  Véase  como  muestra  su 

flexiones  muy  preciosas  á  favor  de  este  género  de  traducción  de  la  famosa  oda  de  Safo;  traducción 

dramas,  concluyendo  así  :  Y  si  en  el  teatro  de  la  vida  ^¿3  acomodada  al  texto  y  al  espíritu  del  original, 

humana  pasan  y  suceden  verdaderas  tragicomedias,  que  la  tan  celebrada  de  Boileau,  que  empieza  : 
¿por  qué  razón  no  las  podrá  haber  fingidas  ó  imita- 
das en  el  teatro  de  la  poesía,  suponiendo  que  en  su 


Sereux  gui  prés  de  toi ,  pour  íoi  seute  soupire,  etc. 


^^jy  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

espontánea,  no  es  en  los  asuntos  y  metros  serios  y  encumbrados,  á  que  era  singiilannente  afi- 
cionado, sino  en  el  Juicio  de  Pdrtsyon  otros  romances  Horeros  y  festivos,  en  los  cuales  rendia 
culto  impensadamente  á  aquella  musa  castclhma,  desenfadada  y  juguetona,  que  en  sus  horas 
de  precepti>ta  encopetado  ju7.<;aba  acaso  profanadora  del  Parnaso.  No  alcanzan  la  corrección 
del  len<niaie  ni  la  cordura  de  los  pensaniicntos  á  sustituir  en  la  ])oesía  el  fuego  de  la  imagi- 
nac¡on.''EÍ  canónigo  don  Juan  de  Luzan,  hijo  del  eminente  crítico,  dice  acerca  de  las  poe- 
sías de  su  padre  estas  sencillas  palabras  :  En  ellas  hay  más  arte  que  numen.  Nada  es  dable  aña- 
dir á  este  acertado  juicio. 

Los  contemporáneos  do  Luzan  no  veian  en  él  sino  una  viva  representación  del  gusto  y  del 
espíritu  literario  de  la  nación  francesa,  y  de  ello  da  testimonio  el  romance  que,  para  celebrar 
su  entrada  en  la  Academia  del  Buen  Gusto,  leyó  en  ella  el  festivo  D.  José  Villarroel,  y  em- 
pieza de  este  modo : 


FnmoBÍsimo  Luzan , 
Cuya  comprensión  sutil 
Tudo  muy  bien  vender  Franelas 
Al  mismísimo  París... 


Muy  bien  vonido  seáis 
A  esta  Acndenia  feliz, 
Donde  vuestro  pulcro  hablar 
Será  cuanto  hay  que  decir... 


Pero  si  fué  error  común  tener  á  Luzan  por  un  preceptista  exclusiva  y  absolutamente  adhe- 
rido á  la  escuela  francesa ,  lo  fué  también  creer  que  Jorge  Pitillas ,  otro  de  los  reformadores 
viírorosos  de  aquella  época,  es  un  poeta  satírico  independiente  del  impulso  francés,  movido 
por  la  sola  virtud  de  su  sensatez  y  de  su  energía,  y  aleccionado  especialmente  por  las  máxi- 
mas que  había  aprendido  en  los  autores  del  siglo  de  Augusto.  Algunos  críticos  han  hecho  no- 
tar que  aquellos  versos  de  la  celebrada  sátira  contra  los  malos  escritores : 

Y  así  á  lo  blanco  siempre  llamé  blanco, 
Y  á  Mañer  le  llamé  siempre  alimaña , 

Bon  imitación  manifiesta  de  aquellos  otros ,  tan  sabidos ,  de  Boileau : 

Je  ne  puis  rien  nommer,  si  ce  n'est  par  son  nom  : 
Jappéle  un  chat  un  chat,  et  Rolet  unfripon; 

pero  al  ver  en  la  sátira  tantas  reminiscencias  de  los  autores  latinos  de  la  antigüedad ,  esos 
mismos  críticos  han  creido  que  Jorge  Pitillas  se  inspiró  principalmente  en  ellos.  Ticknor  llega 
hasta  señalar  á  Persio  y  á  Juvenal  como  los  verdaderos  modelos.  Se  ha  parado  singularmente 
la  atención ,  como  muy  visibles ,  en  las  imitaciones  con  que  principia  y  acaba  la  sátira. 
El  No  más,  no  mus  callar,  con  que  empieza ,  es  el 

Semper  ego  auditor  tantum?  nunquamne  reponam, 
Vexatus  totiesf... 

con  que  comienza  igualmente  la  primera  sátira  de  Juvenal.  El  final, 

Si  la  naturaleza  me  lo  niega , 
La  misma  indignación  me  hará  hacer  versos, 

C3  una  simple  traducción  del  verso  79  de  la  misma  sátira  de  Juvenal : 

Si  natura  negat,facit  indignatio  versum. 

A  más  do  estos  recuerdos  de  la  poesía  romana,  pueden  señalarse  otros  muchos  de  que  está 
abundantemente  sembrada  la  sátira  de  Jorge  Pitillas.  Pero  no  se  crea  por  eso  que  tuvo  que 
acudir,  para  inspirarse,  á  las  fuentes  latinas.  Prescindiendo  de  que  algunas  de  estas  reminis- 
cencias eran  y  habían  sido  cosa  corriente  entre  los  literatos  españoles,  como  lo  manifiesta  el 
verso  de  Cerváiiks, 

Suelo  la  indignación  componer  versos  (1), 

(1)    Viqje  dd  Pamato,  capítulo  iv. 

También  en  Doile&u  pudo  ver  Jorge  Pitillas  reproducido  el  pensamiento  de  Juvenal : 

La  «¡Urt  tu/JU ,  et  vaut  un  ÁpolioiXf 


Í)E  LA  poesía  castellana  EN  EL  SIGLO  XVIlt  txV 

basta  leer  la  edición  príncipe  de  las  obras  de  Boileau ,  en  la  cual  están  apuntados  los  modelos 
latinos  de  donde  sacó  muchas  de  sus  ideas  el  gran  preceptista  francés ,  para  convencerse  de 
que  éste  es  el  verdadero  y  casi  exclusivo  manantial  de  la  famosa  sátira  española.  Una  inocente 
superchería  de  Jorge  Pitillas,  harto  común  en  los  literatos  de  no  muy  austera  conciencia,  ha 
dado  principalmente  motivo  al  engaño  de  Ticknor  y  de  tantos  otros.  La  Sátira  contra  los  ma- 
los escritores  vio  por  primera  vez  la  luz  pública  en  la  segunda  edición  del  tomo  vil  del  Dia- 
rio de  los  Literatos  de  España  (1742).  El  autor,  que  estaba  completamente  familiarizado  con 
las  sátiras  de  Boileau ,  en  cuya  doctrina  habia  bebido  real  y  verdaderamente  toda  su  inspira- 
ción, no  cita  una  sola  vez  al  eminente  escritor  francés,  y  en  cambio,  no  omite,  en  las  notas, 
uno  solo  de  los  pasajes  de  los  poetas  de  la  antigüedad ,  en  donde  quiere  aparentar  haber  en- 
contrado las  ideas  cardinales  de  la  sátira.  Pero  ¡  qué  extraña  coincidencia !  Boileau  se  habia 
inspirado  cabalmente  con  los  mismos  pasajes ,  que  están  puntualmente  reproducidos  de  las 
obras  latinas  en  la  mencionada  edición.  La  comparación  del  texto  esj)añol  con  el  texto  de  las 
sátiras  francesas  pondría  de  manifiesto  qvie  esta  coincidencia  no  era  sino  el  resultado  del  es- 
tudio que  Jorge  Pitillas  habia  hecho  en  las  obras  magistrales  de  Boileau.  Mas  para  no  hacer 
harto  prolija  esta  demostración ,  prescindiremos  de  los  muchos  ejemplos  que  ofrece  esta  com- 
paración ,  y  nos  limitaremos  á  patentizar  con  otros  más  curiosos ,  en  que  nadie  ha  hecho 
alto,  que  Jorge  Pitillas  tomó  directamente  de  Boileau  sus  ideas ,  y  no  sólo  de  sus  Sátiras  y 
de  su  Poética ,  sino  también  de  sus  escritos  doctrinales  en  prosa.  Hé  aquí  convertidos  en  ver- 
sos castellanos  los  pensamientos  consignados  por  Boileau  en  su  Discours  sur  la  satire : 


BOILEAU. 

Et  pour  commencer  par  Lucüius,  quelle  licence 
ne  s'est  il  point  donnée  dans  ses  ouvrages?  Ce  n^éfait 
pas  seulement  des  auteurs  qu'il  attaquait;  c'était  des 
gens  de  la  premiére  qualité  de  Rome,  c'était  des  per- 
sonnes  Consulaires.  Cependant,  Scipion  et  Lelius  ne 
jugérent  pas  ce  poete  indigne  de  leur  amiíié.  lis  ne 
s'avisérent  point  de  prendre  le  partí  de  Lupus  et  de 
Metellus,  qu'il  avait  joués  dans  ses  satires... 

Pendant,  dít  Hovace^  que  ce  poete  cnflé  d'Alpiniis, 
égorge  Memnon  dans  sonpoéme,  et  s'emhourhe  dans 
la  description  du  Rliin,  je  mejoue  en  ees  satires... 
Perse  ne  raillepas  simplement  les  ouvrages  des  poetes 
de  son  temps;  il  attaque  les  vers  de  Nóron  méme... 


Demandes  á  Juvenat  ce  qui  Votlige  de  prendre  la 
plume.  Cest  quHl  est  las  d'entendre  et  la  Théséide  de 
CodruSf  et  í'Oreste  de  celui-ci  et  le  Téléphe  de  cet 
autre. 


JORGE  PITILLAS. 

En  SUS  vergos  Lucilío  no  perdona 
Al  cónsul ,  al  plebeyo,  al  caballero, 
Y  hace  patente  el  vicio  y  la  persona, 

N¡  Lelio  adusto,  ni  Escipion  severo 
Del  poeta  se  ofenden ,  aunque  maje 
Á  Mételo  y  á  Lupo  en  su  mortero. 


Pues  montas,  si  furioso  hincó  los  dientes 
Al  culto  Alpino,  aquel  que  en  sus  cantares 
Degollaba  Memnones  inocentes ; 

El  que  pintaba  al  Rhin  los  aladares 
En  versos  tan  malditos  y  endiablados 
Como  pudiera  el  mismo  Cañizares. 

Persio  á  todo  un  Nerón  tiró  bocados , 

Y  sus  conceptos  saca  á  la  vergüenza 
A  ser  escarnecidos  y  afrentados. 

Juvenal  su  labor  así  comienza , 

Y  á  Codro  el  escritor  nombra  y  censura, 
Sin  que  se  tenga  á  mucha  desvergüenza. 

No  sólo  la  Tesaida  le  es  muy  dura ; 
A  Télefo  y  á  Oreste  espiritado 
También  á  puros  golpes  los  madura. 


¿Á  qué  citar  más?  Es  evidente  que  Jorge  Pitillas  copiaba  á  Boileau,  afectando  copiar  á 
los  poetas  latinos.  Su  mérito  absoluto  y  relativo  es ,  no  obstante ,  eminente ,  y  merecido  su 
renombre.  Para  satirizar  como  él  satiriza ,  era  necesario  un  brío  de  ánimo  y  de  expresión  que 
muy  pocos  tenían  entonces.  En  aquel  tiempo  de  alambicamiento  y  de  afectación,  Jorge  Piti- 
llas, consumado  hablista,  escribe  con  una  sencillez  sin  igual,  y  dotado  ademas  del  desemba- 
razo y  de  la  facilidad  de  los  grandes  versificadores,  nadie  más  hondamente  que  él  estampa  en 
la  imitación  el  cuño  de  la  originalidad. 

Y  ¿quién  era  Jorge  Pitillas? 

Increíble  parece  que  haya  llegado  á  ser  problema  de  historia  literaria  el  verdadero  nom-^ 


Lxn  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

bre  de  uu  escritor  que  tuvo  el  jjrivilegio  Je  llamar  la  atención  pública ,  asi  en  su  tiempo  como 
en  edadeá  posteriores.  Poco  más  de  una  composición  se  ha  conserv'ado  del  satírico  poeta ; 
pero  esta  composición  fonna  época  en  la  historia  del  gusto  literario  en  España. 

Los  redactoras  principales  del  Diario  de  los  Literatos  guardaron  comjileto  sigilo  con  res- 
pecto al  nonilire  del  autor  de  la  célebre  sátira.  Sala/ranea  y  Piii¿l  afirman  que  llegó  á  sr.^ 
manos  el  dia  ló  de  Mavo  de  1741,  añadiendo  que  ni  aun  sospechan  el  verdadero  nombre  (K; 
Jor<fe  Pililhis.  Es  pura  afectación.  Conoeian  al  autor,  y  éste  habia  iml)l¡i-ado  ya  en  (?1  DI  i- 
rio  alíennos  artículos  críticos,  encubriendo  su  nombre  con  el  anagrama  Jon  lingo  Herrera 
de  Jnspedi'is.  El  severo  sigilo  que  se  observaba  con  respecto  á  este  escritor  satírico,  nacia  del 
noble  intento  de  preservarlo  de  los  ás])eros  sinsabores  que  acarreaban  las  luchas  Hteraii;is. 
Pero  rava  casi  en  lo  im|)osible  que  el  velo  del  seudónimo  no  se  trasparente  ó  se  rasgue  por 
algún  lado,  v  el  famoso  misterio  de  las  Cartas  de  Juinas  ha  sido  siempre  considerado  como 
pasmoso  ejemplo  de  la  reserva  de  los  hombres  (1).  No  faltó  quien  descubriera  el  arcano  de  h, 
sátira  española ,  v  no  pocas  personas  hubieron  de  conocer  el  verdadero  nombre  del  sañudo 
crítico  que,  ya  en  prosa,  ya  en  verso,  ya  encubriéndose  con  el  estrafalario  nombre  de  Jorge 
Pitillas  j  va  con  el  de  don  Hugo  Herrera  de  Jaspedós,  acosaba  y  heria  sin  miramiento  ni  iii- 
dulfrencia  á  los  malos  escritores  de  su  tiempo.  Así  está  consignado  en  una  cai'ta  del  sabio 
Martinez  Saluf rauca,  escrita  ocho  años  después  de  la  muerte  de  Jorge  Pitillas  (2).  Y  sin  ein- 
bargo,  ¡cosa  singidar!  pasado  algún  tiempo,  olvídase  el  nombre  verdadero  del  escritor  fa- 
moso, y  vuelve  á  ser  misterio  histórico,  que  da  ocasión  á  supercherías  de  libreros  (3).  Poste- 
riormente, todas  las  personas  versadas  en  la  historia  de  las  letras  castellanas,  Quintana  eniro 
ellas,  han  admitido,  descansando  en  la  tradición,  la  general  creencia  de  que  el  verdadero 
nombre  de  Jorge  Pitillas,  6  lo  que  es  lo  mismo,  don  Hugo  Herrera  de  Jaspedós,  es  don  José 
Gerardo  de  Hervás. 

La  circunstancia,  muy  atendible,  de  ser  el  segundo  de  los  seudónimos  anagi*ama,  si  bien 
no  perfecto,  del  último  nombre,  ha  servido  de  fundamento,  y  no  leve,  á  la  expresada  creen- 
cia. Con  razones  de  notable  fuerza  y  autoridad  pudo  esta  opinión  ser  sustentada;  pero  al  cabo 
no  era  ella  punto  histórico  con  evidencia  absoluta  demostrado,  y  no  dejó  de  dar  que  pensar  el 
tono  decisivo  con  que  afirmó  don  Eugenio  de  Tapia,  en  su  Historia  de  la  Civilización  espa- 
ñola, que  el  verdadero  nombre  de  Jorge  Pitillas  es  don  José  Cobo  de  la  Torre  (4). 

(1)  Se  han  hecho  en  Inglaterra  graneles  esfuerzos  con  que  supo  disfrazar  una  oportuna  y  bien  seguida 
de  investigación  para  dcHCubrir  el  nombre  del  autor  ironía,  se  hizo  preciso  que  la  conservásemos  oculta 
de  estas  Cartas  políticas,  escritas  desde  1769  á  1772  por  entonces,  para  que  la  envidia  y  la  ignorancia  no 
contra  el  gabinete  dirigido  por  lord  Xorth.  Diligen-  tuviesen  objeto  en  que  cebarse. 

cia ,  ahinco,  perseverancia ,  todo  ha  sido  en  balde.  A  »  Fuera  de  que  don  Hugo  no  quiso  tampoco  expo- 
oncc  diferentes  personas  han  sido  atribuidas  las  car-  ner  su  persona  á  los  insultos  que  nosotros  (los  re- 
tas, y  en  especial  á  sir  Thilip  Francis,  miembro  del  dactores  del  Diario  de  los  Literatos)  padecimos ;  ni 
Parlamento,  pero  nada  se  sabe  con  certeza.  Las  con-  era  justo  hacerlo,  en  atoncion  á  su  carácter  é  institu- 
jetiiras,  por  lo  varias  y  lo  aliundantes,  se  dañan.  to.»  (Cartas  varias  de  los  atitores  del  Diario  de  los 

(2)  Don   Juan   Martinez  Salaf ranea  dice  lo  si-  Iáíqy&íos ,  en  la  híhlioteca  de  Osuna) 

guíente  á  su  amigo  el  erudito  don  José  de  Ceballos,  (?,)  En  el  Rebusco  de  las  obras  literarias,  del  pa- 

en  carta  de  IG  de  Octubre  de  1750  :  dre  Isla  (1790) ,  se  reimprimió  la  Sátira  de  Jorge  Pi- 

aEI  papel  de  la  Dirrota  (¿</e  los  Alarios,  por  el  pa-  tillas,  dando  por  averiguado  y  manifiesto  que  era 

dre  Isla?)  le  presté  á  un  amigo,  y  sabiéndolo  un  co-  producción  de  aquel  escritor.  Falsedad  evidente. 

misario  del  Santo  Oficio,  envió  por  él ;  y  aunque  ten-  (4)  Éstas  son  las  palabras  de  Tapia  : 

go  licencia  de  leer  lo  prohibido,  se  le  remití.  «Eu  el  Diario  de  los  Literatos  se  publicó  la  gra- 

«El  de  R¡hera  (¿t)  tamicen  llegó  por  el  rorreo.  Es  ciosa  sátira  conocida  generalmente  bajo  el  supuesto 

pluma  de  nirjor  aire  y  gala,  y  de  genio  capaz  de  nombre  de  Jorge  Pitillas,  y  cuyo  verdadero   autor 

mayor.s empresas.  Ya  liabrá  rt-parado  usted  que  des-  fué  don  José  Cobo  de  la  Torre,  abuelo  del  malogra- 

cubre  el  misterio  que  yo  observé  en  el  Diario  (de  los  do  orador  y  buen  legista  don  Ramón  Cobo,  diputado 

Literatos)  para  que  quedase  oculto  nuestro  famoso  que  fué  en  las  anteriores  Cortes.»  (Historia  de  la 

correspondiente  don  Uugo  de  Herrera;  cuya  critica,  Civilización  española,  1840,  tomo  iv,  pág.  266.) 
por  su  gran  delicadeza  y  por  la  fertilidad  de  las  salea 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  ixvu 

Por  desgracia,  Tapia  habla  en  este  punto  de  pasada  j  con  prisa,  y  no  se  detiene,  como  era 
natural  hacerlo,  á  presentar  un  hecho,  un  raciocinio  siquiera ,  en  que  fundar  su  positiva  afir- 
mación; y  como  los  principales  escritores  del  siglo  pasado  y  del  presente  han  repetido  cons- 
tantemente que  Jorge  Pitillas  es  don  José  Gerardo  de  líervás ,  esta  opinión  ha  continuado 
prevaleciendo  entre  los  cultivadores  de  la  historia  literaria  española. 

Cuesta  trabajo  imaginar  que  don  Eugenio  de  Tapia ,  hombre  cuerdo  y  laborioso,  se  aven- 
turase sin  algún  sólido  fundamento  á  contrariar  una  creencia  tan  constante  y  autorizada.  Todo 
induce  á  creer  que  Tapia  vio  y  no  interpretó  acertadamente  una  carta  de  Hervás  á  su  amigo 
y  primo  don  José  Cobo  de  la  Torre  (1),  en  la  cual,  sin  duda  para  no  exponer  el  misterio  á  los 
azares  del  correo,  le  habla  de  la  célebre  sátira,  sin  descubrir  claramente  el  nombre  de  su  au- 
tor. Tenemos  á  la  vista  esta  interesante  carta  autógrafa  (2) ,  de  la  cual  vamos  á  trascribir  la 
parte  adecuada  al  objeto,  no  sólo  por  dar  á  éste  toda  la  luz  posible,  sino  también  porque  no 
carece  de  interés  para  la  historia  literaria  : 

Madrid  y  Julio  24  de  1721. —  Amigo  y  pariente  : Supuesta  tan  verdadera  como  legítima  disculpa,  en- 
tro desde  luego  en  materia  con  el  párrafo  de  la  literatura.  Ésta  se  ve  aquí  cada  dia  más  perdida,  y  aunque 
se  ha  mitigado  algo  el  furor  de  escribir,  no  obstante  se  publican  bastantes  libros,  pero  todos  á  cual  peor,  coi: 
grande  desconsuelo  de  los  que  siquiera  conocemos  un  buen  libro  y  gustamos  de  leerle.  Los  Diaristas  (Sa- 
lafranca  y  Puig),  que  habían  muy  á  propósito  salido  á  procurar  el  remedio  de  tan  sensible  corrupción,  han 
aflojado  muy  mucho  en  el  seguimiento  de  su  instituto,  hostigados  sin  duda  de  no  ver  otro  premio  de  su  fa- 
tiga que  los  aplausos  de  los  racionales  y  bien  intencionados,  que  son  los  menos.  Entre  éstos  se  cuenta  ttl 
paisano  don  José  Campillo  (3),  que  por  el  manejo  grande  que  tiene  en  el  gobierno  de  la  monarquía  es  hoy 
el  móvil  de  todo,  en  quien  han  encontrado  una  muy  favorable  acogida  en  diferentes  y  largas  conferencias 
que  con  él  han  tenido,  y  les  ha  ofrecido  seriamente  su  protección  y  apoyo  para  el  logro  de  sus  pretensiones 
respectivas  al  Diario^  y  su  honroso  y  proficuo  establecimiento.  Alentados  con  esta  esperanza ,  se  trata  con 
calor  de  publicar  el  sétimo  tomo,  en  que  también  saldrá  á  luz  la  sátira  1.*  contra  los  malos  escritores,  de  tu 
amigo  Jorge  Pitillas,  quien  para  este  efecto  la  ha  entregado  al  brazo  seglar  de  los  Diaristas,  y  éstos,  con 
8U  permiso,  la  han  leído  á  uno  ú  otro  sujeto  inteligente,  y  entre  ellos  al  mismo  señor  Campillo  (que  se  pre- 
cia de  serlo) ,  y  de  todos  recibió  singulares  aplausos ,  en  tanto  grado,  que  al  último  se  le  antojó  el  saber  su 
verdadero  autor,  y  fué  preciso  decírselo  en  confianza. 

En  suma,  vuelvo  á  decir  que  hay  poco  uso  de  la  racionalidad,  y  no  obstante  la  poca  que  le  ha  tocado 
al  buen  Mañer ,  es  incansable  en  vomitar  libros  de  su  mano  y  pluma,  y  no  se  pasa  mes  sin  nueva  produc- 
ción. Ahora  está  escribiendo  sobre  el  Antí-Christo  y  el  juicio  final,  más  para  hacer  morir  á  los  vivos  que 
para  resucitar  á  los  muertos... —  Tu  primo  y  buen  amigo,  Hervás. 

El  estilo  de  esta  carta ,  que  recuerda ,  por  su  natural  y  ameno  desembarazo,  la  que  el  mismo 
Hervás  escribió  á  la  comedianta  Petronila  Xibaja  (4) ;  la  forma  familiar  del  misterio  relativo 
al  verdadero  nombre  áe  Jorge  Pitillas;  el  amargo  espíritu  con  que  lamenta  y  censura  el  es- 
tado de  las  letras ,  que  corresponde  al  de  la  sátira;  y  hasta  la  burlesca  saña  con  que  habla  de 
Ma7ler,  escarnecido  en  la  misma  sátira,  y  que  era,  según  puede  colegirse,  una  de  sus  pesa- 
dillas literarias ;  todo  está  revelando  á  las  claras  que  Hervás  y  Pitillas  son  una  misma  é  idén- 
tica persona. 

Hay  ademas ,  para  creerlo  así ,  el  poderoso  testimonio  del  erudito  y  grave  bibliotecario  Pe- 
llicer,  que  en  sus  primeros  años  pudo  conocer  al  mismo  Hervás.  En  su  Historia  del  histrio- 
nismo  en  España ,  publicada  á  nombre  de  su  hijo  Casiano,  dice  en  el  artículo  Petronila  Xiba- 
ja, con  el  tono  de  quien  abriga  certidumbre  absoluta,  estas  temiinantes  palabras  : 

Uno  de  los  amartelados  admiradores  de  esta  célebre  actriz  fué  don  José  Gerardo  de  Hervás.  Este  Her- 
vás es  aquel  Jorge  Pitillas  y  aquel  otro  don  Hugo  Herrera  de  Jaspedós,  que  disfrazado  con  estos  nom- 

(1)  Se  infiere  de  otras  dos  cartas  autógrafas  de  bondadosa  familia  descendiente  de  don  José  Cobo 
Hervás ,  que  Cobo  de  la  Torre  era  hombre  instruido.       de  la  Torre. 

Habla  Hervás  de  una  obra  de  este  su  primo  que  (.^)  Ilustrado  ministro  de  Felipe  V. 

Mayans  había  devuelto  y  juzgado  con  cierta  frial-  (4)  Esta  carta  fué  publicada  por  Pellicer  en  su 

dad,  y  á  él   (Hervás)  le  parecía  sólida,  convincente  Tratado  histórico  sobre  el  origen  y  progresos  de  la 

y  erudita.  comedia  y  del  histrionismo  en  España  (1804), 

(2)  Nos  ha  sido  generosamente  franqueada  por  la 


L^m  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

bres  publicó  en  el  Diario  de  los  Literatos  de  España  la  sátira  coutra  loe  malos  escritores,  y  el  extracto 
del  Poema  de  san  Antón  Abad,  por  don  Pedro  Ütx-jo,  en  que  manifestó  tanto  caudal  de  ingenio  festivo,  de 
ironJa  delicada  y  de  estilo  castizo  casteUano.  Este  ingenio  murió,  en  la  ñor  de  su  edad,  el  año  de  1/42. 

Pone  el  colmo  á  la  convicción  la  circunstancia  de  hallarse  esta  fecha  del  íulictiniicnto  de 
Jíerrds  confirmada  por  una  carta  de  2G  de  Abril  de  1745,  que  se  conservaba  en  la  Biblioteca 
Nacional  (1).  Su  autor,  don  Leopoldo  Jerónimo  Puig,  uno  de  los  redactores  del  Biaño  de 
los  Literatos,  v  más  adelante  individuo  de  la  Academia  Española,  da  á  entender  que  Heneas 
era  clérigo,  aunque  abogado  (2).  Dice  así  : 

Vuestra  reverencia  no  recibió  la  carta  en  que  le  avisaba  la  muerte  de  mi  querida  madre  ,  que  murió  el 
dia  15  de  Junio  de  1742... 

Pocos  dias  después  murió  un  grande  amigo  mió,  abogado,  á  quien  vuestra  merced  trató  algunas  veces, 
que  se  llamaba  don  José  Hervás.  Vestía  hábitos  largos  y  hablaba  un  poco  francés...  (3). 

.A  estas  i)ruebas  podemos  añadir  un  indicio  de  no  escaso  valor.  La  letra  del  original  de  la 
sátira  de  Jorge  Pitillas ,  que  se  halla  entre  los  manuscritos  de  la  Biblioteca  Nacional,  es  de 
la  misma  mano  que  las  cartas  de  Ilervás  que  tenemos  en  nuestro  poder.  Así  lo  han  com- 
probado los  señores  Hartzenbusch,  Rosell  y  otras  personas  de  criterio  y  autoridad. 

L'na  variante  del  texto  de  la  sátira  confirma  los  anteriores  testimonios  :  esta  variante  está 
consi(Tnada  en  una  nota  escrita  de  mano  de  Hervás  al  pié  del  original  que  se  conserva  en  la 
Biblioteca  Nacional,  y  dice  así : 


«Apunto  en  un  papel  que  pesa  el  plomo, 
Que  en  Groelandia  las  zorras  son  malditas, 
Según  refiere  Wandcrlarhch  el  romo; 


ftCon  otras  mil  noticias  exquisitas 
Que  pudieran  muy  bien,  según  su  casta, 
Aumentar  las  Memorias  eruditas. 


j> Estos  dos  tercetos  se  concibieron  y  escribieron  primeramente  así,  y  después  se  refonna- 
ron  secnin  se  lee  en  el  cuerpo  de  la  sátira,  por  las  supervenientes  atenciones  de  amistad  y 
comercio  estrecho  entre  Pitillas  y  el  autor  de  las  Memorias  eruditas ,  y  porqiie  ante  todas  co- 
sas es  justo  respetar  illud  amicitice  sanctum  ac  venerahile  nomen. 

» Madrid  y  Mayo  8  de  1741.  «—(Rubricado.) 

La  sátira  hubo  do  sor  escrita,  según  puede  conjeturarse  por  las  cartas  de  Hervás,  el  año 
de  174L  En  ella  se  ridiculizaba  la  obra  periódica  titulada  Memorias  eruditas.  Pero  Jo7'ge  Pi- 
tillas traba  casualmente  amistad  con  el  autor  de  aquella  revista,  y  movido  por  un  miramiento 
amistoso,  ])erdona  á  las  Memorias  eruditas  y  traslada  sus  burlas  á  otra  obra  periódica  seme- 
jante, El  Mercurio  Literario.  ¿  Cómo  habia  de  acontecer  todo  esto  á  do7i  José  Cobo  de  la  Tor- 
re ,  el  cual ,  según  consta  en  los  papeles  de  su  familia  y  en  las  cartas  de  Hervás ,  residía  por 
aquel  tiempo  y  desde  algimos  años  en  Hesles,  pueblo  del  valle  de  Cayon,  en  la  provincia  de 
Sanlandcr,  adonde  Hervás  le  dirigía  sus  cartas? 

(1)  Manuscrito  (T.  108).  Manuscrito  en  4.»,  encuadernado  en  pergamino, 

(2)  La  situación  de  Hervás,  como  abogado  en  letra  del  siglo  xviii,  236  folios,  sin  la  Tabla  de  las 
Madrid,  no  era  venturosa.  En  las  cartas  á  su  pri-       cosas  más  memorables. 

mo  Cobo  de  la  Torre  le  dice  :  «Mis  empeños  en  la  (3)  Don  Bartolomé  José  Gallardo  atribuye  esta 

corte,  B¡  no  pasan  ,  llegan  á  lo  menos  á  treinta  do-  carta  anónima  á  Salafranca,  en  el  apunte  autógrafo 

bloncs Estoy  reducido  á  la  úllinia  calamidad.»  que  publicamos  en  este  tomo  al  frente  de  las  poesías 

Ilabia  sido  catedrático  en  Salamanca,  según  se  de  Jorge  Pitillas.  Pero  hemos  adquirido  la  certeza, 

ve  por  el  siguiente  título  de  una  traducción  suya  por  las  noticias  auténticas  que  con  la  mayor  bondad 

que  se  conserva  en  la  Biblioteca  Nacional  :  nos  ha  comunicado  el  señor  Rector  del  hospital  de  los 

La  Conversación  Civil.  |  Escrita  en  Italiano  por  Franceses  de  Madrid,  que  la  carta  es  de  Puig.  El 
el  Señor  I  Esteban  Guazzo  Gentil-hombre  |  del  mismo  Gallardo  dice  que  el  autor  «  era  administra- 
Moiitferrato  ]  Traducida  de  vna  Copia  Francesa  |  al  dor  del  hospital  de  la  nación  francesa  en  Madrid.»  — 
idioma  Castellano  ]  Por  |  D.  Joseph  Gerardo  de  Salafranca  no  lo  fué  en  ningnn  tiempo.  Lo  fué  su 
Hervás  |  Profesor  de  derechos  |  en  la  Universidad  I  amigo  don  Leopoldo  Jerónimo  Puig  desde  1739  has- 
de  Salamanca.  ta  el  14  de  Julio  de  1763,  dia  de  su  fallecimiento. 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  Lxix 

Repetimos  que  es  verosímil  que  Tapia ,  que  afirma  sin  alegar  prueba  alguna ,  y  que  al  pa- 
recer estuvo  lejos  de  profundizar  el  examen  de  la  cuestión ,  no  comprendió  el  verdadero  sen- 
tido de  la  forma  misteriosa  que  Ilervás  emplea ,  en  la  carta  antes  copiada ,  al  hablar  del  autor 
de  la  sátira.  Está,  á  nuestros  ojos,  fuera  de  toda  duda  que  don  José  Gerardo  de  Hervás  y 
Cobo  de  la  Torre  es  el  verdadero  autor  de  la  Sátira  de  Jorge  Pitillas.  La  sana  crítica ,  los  tes- 
timonios históricos  y  las  conjeturas  racionales  confirman  de  consuno  esta  opinión. 

Al  enviar  Jo7'ge  Pitillas  la  sátira  á  los  redactores  del  Diario  de  los  Literatos ,  les  ofreció  es- 
cribir y  publicar  otras  varias ,  encaminadas  al  mismo  fin  de  poner  freno  á  la  corrupción  de 
las  letras.  ¡Lástima  que  la  muerte  del  vigoroso  satírico,  ocui-rida  en  el  mismo  año  en  que  se 
publicó  la  Sátira  primera  j  haya  privado  á  la  literatui-a  patria  de  obras  acaso  dignas  de  eter- 
na fama  I 


CAPITULO  VIL 

Influencia  de  la  Poética  de  Luzan. — Ültimos  esfuerzos  de  la  moda  conceptuosa. — Los  reformadorfs  mismos  mez- 
clan involuntariamente  el  gusto  nuevo  con  el  antiguo. — Porcél. — Examen  crítico  de  U¡  Adonis, —  Inlerian  de 
Ayaia. — Ferreras. — Quirós. — Velez  de  León, 

La  influencia  de  la  Poética  de  Luzan  no  fué ,  en  los  años  inmediatos  á  su  publicación ,  tan 
poderosa  como  en  realidad  merecía  serlo;  esto  es  ,  no  fué  ni  podia  ser  de  repente,  para  la  ma- 
yoría de  los  literatos  y  de  los  poetas ,  un  código  de  buen  gusto  preponderante  ó  exclusivo.  Los 
más  -vieron  en  la  Poética  como  una  condenación  de  las  letras  genuinas  de  la  patria;  y  es  lo 
singular  que  esta  opinión  fué  profesada,  no  sólo  en  la  primera ,  sino  también  en  la  segunda  mi- 
tad del  último  siglo,  y  hasta  expresada  en  acerbo  tono  por  algunos  de  los  humanistas  que 
aceptaron  la  escuela  francesa  y  contribuyeron  á  su  triunfo.  El  erudito  fray  Francisco  Javier 
Alegre  dice  así :  «Luzan  quiso  parecer  un  gran  crítico,  de[)rimiendo  á  su  propia  nación  ,  cuyo 
mérito  él  ciertamente  no  conocía  en  estaparte))  (1).  A  principios  del  presente  siglo,  Qui.i.au-v 
que  aplaude  el  intento,  el  orden  de  composición,  la  doctrina  y  el  claro  y  firme  estilo  de  Lu- 
zan, apenas  se  atreve  á  unir  su  oj^inion  á  la  de  aquellos  que  habían  tachado  en  la  Poética  el 
rigor  excesivo  con  que  juzga  á  algunos  ilustres  poetas  españoles ;  pero  acusa  sin  razón  el  to- 
no del  libro  de  seco  y  desabrido,  y  afirma  que  fué  poco  leído  y  que  «  por  de  pronto  su  influjo 
en  los  progresos  y  mejora  del  arte  fué  corto,  ó  más  bien  nulo.»  El  insigne  escritor  Fernando 
Wolf  (á  quien  el  que  esto  escribe  tuvo  el  gusto  de  conocer  y  tratar  en  Viena)  hace  suyas  las 
severas  palabras  de  Quintana,  hasta  el  punto  de  copiarlas  sin  citar  la  fuente  de  donde  las  to- 
ma ,  y  añade  que  la  Poética  no  se  leía  ya  en  1760  (2);  pero  al  propio  tiempo  pone  de  manifiesto 
el  entusiasmo  que  le  inspiran  las  doctrinas  de  Luzan,  diciendo  que  éste  « había  bebido  la  pu- 
rísima agua  del  Parnaso  francés)),  y  apellidando  á  la  misma  Poética  «faro  que,  des]nies  de 
tantas  borrascas  románticas ,  había  de  guiar  á  los  españoles  náufragos  en  el  seguro  puerto  del 
clasicismo.»  ¡Extraño  lenguaje  por  cierto  en  un  compatriota  de  Lessing,  de  Goethe,  de  Sclii- 
11er,  de  Wieland  y  de  Schlegel ;  en  un  hombre  que  trabajó  con  tanto  afán  como  fortuna  en 
la  depuración  del  texto  de  antiguos  romances  castellanos ! 

Marcliena,  que,  como  adorador  del  gusto  fi'ances,  juzga  á  Luzan  con  una  indulgencia  en 
él  desusada,  sostiene  que  su  Poética  ejerció  en  las  letras  de  su  tiempo  saludable  y  eficaz  in- 
fluencia. 

(í)  Nota  á  la  traducción  del  Arte  poética  de  Bol-  (2)  Esto  mismo,  y  ccn  idénticas  palabras,  había 

íeau,  por  fray  Francisco  Javier  Alegre.  {Códice  del       ya  dicho  don  Leandro  Fernandez  de  Moratin  en  la 
sifjlo  xviii,  perteneciente  al  señor  don  Aureliano  Fer-       Vida  de  su  padre. 
üandez- Guerra.^ 

I.  PS.-XVIII,  I 


t^xx  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

La  verdad  es  que  la  obra  de  Luzan^  si  bien  por  su  carácter  y  tendencias  no  pudo  ser  po- 
pular en  la  ¿\>ocíx  de  su  publicación ,  es  un  libro  harto  notable  para  que  fuese  estéril  en  un 
tiempo  en  que  hacían  falta  fuentes  de  autorizada  y  severa  doctrina.  Gomo  una  lumbrera  de 
las  nuevas  ideas  lo  miraron  siempre  los  hombres  doctos  de  la  falange  reformadora.  En  cuanto 
a  los  j>oetas  de  estro  nacional,  no  podían  avímirse  con  reglas  convencionales,  que  enfrenaban 
el  ^-uelo  de  su  libertad  tradicional,  y  todos  pensaban  como  Gerardo Lobo^  el  cual,  un  año  des- 
pués de  la  publicación  de  la  Pot'tica  de  Luzau,  define  así,  con  el  donairoso  desembara^io  do 
loá  antiguos  poetas  castellanos,  su  propia  y  mal  disciplinada  Poética: 


Tal  6  cual  vez  me  divierto, 
Sin  que  me  altere  y  fftügue 
Lo  que  Aristóteles  clama 
O  lo  que  Horacio  prescribe. 


Quebrantar  la  ley  divina 
Del  Decálogo  me  aflige; 
Mas  no  romper  los  preceptos 
De  los  antojos  gentiles. 


El  carácter  de  autoridad  que  tomaba  insensiblemente  la  nueva  doctrina  de  los  reformado- 
res iba  levantando  una  valla  robusta,  en  donde  se  estrellaban  las  tentativas  del  depravado 
usto  do  los  conceptistas.  Pero  esta  revolución  saludable  adolecía  de  graves  achaques ,  que 
entorpecían  su  marcha  y  alejaban  el  triunfo.  El  nuevo  gusto  literario,  que  venía  á  España 
inoculado,  por  decirlo  así ,  en  nuevas  ideas,  nuevos  usos  y  nuevas  costumbres ,  traía  consiga 
una  circunstancia  impopular,  funesta  siempre  á  la  poesía:  su  origen  extranjero.  El  imperio  do 
las  refalas  en  un  país  donde,  según  la  expresión  feliz  de  Liizan,  la  antvjua  poesía  jamas  tuvo 
poética ,  hubo  de  parecer  y  aun  de  ser  verdaderamente  im  yugo  por  demás  antipático.  No 
"Sabia,  como  un  siglo  antes,  poetas  que  arrollasen  los  dogmas  aristotélicos  y  horádanos,  eri- 
giendo como  nuevo  dogma  su  libre  y  popular  espíritu;  pero  los  apóstoles  de  la  cuerda  ense- 
ñanza que  había  de  poner  termino  á  los  delirios  de  la  decadencia ,  tampoco  encontraban  en  su 
seno,  ni  fuera  de  él,  quien  lograse  acreditar  desde  luego  con  el  ejemplo  las  ventajas  poéticas 
de  la  reforma  didáctica.  En  balde  Lnzan ,  Mo7itiano,  don  Juan  de  Triarte ,  Nasarre  y  algu- 
nos otros  se  esforzaban  por  escribir  con  pureza  y  con  naturalidad,  hermanando,  en  cuanto 
les  era  dable,  la  disciplina  doctrinal  con  los  recuerdos  de  la  poesía  castellana  de  la  edad  de 
oro;  en  balde  el  recíproco  apoyo  de  aquella  falange  de  doctos  y  estimables  filólogos  daba 
cierta  fuerza  y  autoridad  á  la  trasformacíon  que  se  iba  efectuando  en  las  letras  españolas ;  en 
balde  tamlñen  la  corte  y  el  gobierno  prestaban  con  su  protección  á  los  innovadores  cierto  áu- 
lico realce ;  la  nación  española  no  sentía  palpitar  su  índole  ,  sus  tendencias  y  sus  recuerdos  en 
aquella  poesía  sin  vida  y  sin  color.  Si  se  encontraba  entre  los  reformadores  algún  destello 
de  verdadero  ingenio,  era  ¡  quién  lo  diría!  en  los  versos  conceptuosos  ^oípadre  Feijóo,  de  quien 
ya  hemos  hablado ;  en  los  ensayos  de  antigua  poesía  hechos  por  el  granadino  Porcél  y  por  don 
Kifolas  Fernandez  Moratin;  esto  es,  en  los  versos  de  aquellos  que,  ya  á  pesar  suyo,  ya  con  de- 
liberado intento,  seguían  las  huellas  de  la  antigua  musa  castellana.  Feijóo,  por  ejemplo,  no  se 
preciaba  de  poeta,  y  sin  embargo,  en  sus  versos  resplandecen  ingenio  agudo  y  espíritu  analiza- 
dor y  j.rofuüdo.  ¡Poder  de  la  moda  hasta  en  los  ánimos  más  prevenidos  contra  ella!  El  grave 
Feijóo,  tan  Ihmo  y  natural  en  la  prosa,  labra  en  sus  poesías  un  tejido  interminable  de  con- 
ceptos. Pero  estos  conceptos  no  son  los  enredos  laboriosos  de  los  poetas  vulgares.  En  sus  dé- 
cimas á  la  conciencia,  sl<juicndo  la  metáfora  del  reloj,  andan  unidos  los  tres  elementos  prin- 
cipales de  la  corrupción  literaria:  sutileza,  superabundancia  metafórica ,  equívoco ;  j  m\  embar- 
go, tal  es  la  fuerza  prestigiosa  del  verdadero  talento,  que  se  olvida  el  abuso  ante  la  fiíscina- 
cion  del  ingenio.  Sirva  de  ejcnplo  la  siguiente  décima,  en  que  habla  al  reloj  : 


Noche  y  dia,  sin  parar, 
Tu  agitación  misteriosa 
Un  momento  no  reposa, 
Ki  me  deja  reposar. 
¿Cómo  no  he  de  reparar 


Tu  continua  pulsación, 
Ó  cómo  á  la  distracción 
Lugar  alguno  le  queda, 
Si  los  dientes  de  tu  rueda 
Me  muerden  el  corazón? 


Me/fl:i  «ingidar  de  afectación  en  el  pensamiento  y  de  naturalidad  en  la  expresión  I  Asoma 


BE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIOLO  XVin.  Lxxi 

en  ella  el  gofigorismo,  con  muchos  de  sus  vicios  capitales  ;  pero  es  el  gongorismo,  á  veces  se- 
ductor, de  Calderón  y  de  Víctor  Hugo. 

Don  José  Antonio  Porcél  es  uno  de  los  poetas  más  dignos  de  renombre  entre  los  de  aquella 
era  de  transformación  literaria.  Ejemplo  señalado  de  los  azares  de  la  fama  y  del  descuido  de 
la  posteridad ,  sus  obras  más  celebradas  no  se  han  impreso  nunca  (1).  Sin  las  encomiásticas  men- 
ciones que  de  él  hacen  Yelazquez  y  Rodriguez  de  Castro,  vivificadas  por  Quintana,  probable- 
mente nadie  pensarla  ya  en  el  nombre  de  aquel  canónigo  Porcél,  amigo  íntimo  del  Conde  de 
Torrepahna,  colegial  insigne  del  Sacro-Monte  do  Graiuula,  é  individuo  do  la  Academia  Espa- 
ñola, que  tanto  lustre  y  tan  alta  autoridad  llegó  á  granjearse  entre  los  doctos  de  su  tiempo. 

Alicer  ahora,  pasado  un  siglo  entero,  las  obras  de  este  varón  tan  admirado,  no  es  fácil  de- 
cidir si,  atendido  su  mériio  absoluto,  habría  ó  no  convenido  más  á  la  gloria  del  escritor 
dejarla  reducida ,  como  lo  estaba,  á  una  aureola  misteriosa,  á  un  eco  de  la  admiración  con- 
temporánea. Alzado  el  velo,  se  desvanece  la  ilusión.  Ahora  salen  á  luz  por  primera  vez  las  fa- 
mosas ü'^/o^as  venatorias,  que  sojuzgaban  perdidas,  y,  sea  alteración  del  gusto,  sea  justicia 
de  la  crítica  moderna,  ó,  lo  que  es  más  probable,  ambas  cosas  aunadas,  la  verdad  es  que  es- 
tas églogas ,  notables  por  diferentes  aspectos ,  añaden  escasa  y  aun  dudosa  riqueza  á  las  le- 
tras de  nuestra  jiatria  (2). 

Algunos  cuadros  relativa  y  aun  absolutamente  bellos,  varios  trozos  de  versificación  limpia 
y  lozana ,  y  cierta  entonación  levantada,  que  demuestra  que  el  ingenio  del  poeta  no  carecía  de 
nobles  prendas,  no  alcanzan  á  dar  vida  á  una  narración  fría  y  enredada,  ni  á  hacer  del  todo 
llevadera  la  desagradable  impresión  que  produce  ver  un  estilo  instintivamente  feliz  manchado 
á  cada  paso  por  inversiones  violentas  y  vanos  artificios,  y  una  imaginación  de  noble  índole, 
lastimosamente  perdida  en  un  laberinto  de  insulsas  y  ociosas  descripciones. 

Porcél  no  habia  cumplido  veinticinco  años  cuando  escribió  El  Adonis,  y  esta  circunstancia 
ha  de  tenerse  muy  en  cuenta  para  explicar  cómo  tan  feíTÍente  admirador  é  imitador  de  algii- 
nos  de  los  extravíos  de  Góngora  pudo  pasar  después  por  uno  de  los  más  rigorosos  reforma- 
dores del  gusto. 

«He  procurado  imitar,  dice  Porcél  (3),  á  Garcilaso,  y  en  especial  al  incomparable  cordo- 
bés don  Luis  de  Góngora  (delicias  de  los  entendimientos  no  vulgares),  de  quien  confieso  se  ha- 
llarán algunos  rasgos  de  luz  que  ilustren  las  sombras  de  mi  poema.)) 

¡  Qué  confusión  en  las  ideas  estéticas  de  aquel  tiempo  !  Los  rasgos  de  luz  que  Porcél  imita 
ó  reproduce  de  Góngora  ,  no  son  las  inspiraciones  nobles  y  sencillas  que  constituyen  la  ver- 
dadera gloría  de  este  gran  poeta;  son  los  rasgos  de  afectada  cultura  con  que  estragó  su  nu- 
men peregrino. 

En  cuanto  á  Garcilaso,  también  creyó  Velazquez  que  Porcél  podia  ser  contado  entre  los 
émulos  de  aquel  inimitable  poeta  (4),  dando  motivo  á  sospechar,  con  esta  opinión  exagerada, 
que  era  limitada  y  poco  certera  su  perspicacia  crítica.  A  ser  Porcél  contemporáneo  de  Gar- 
cilaso, habría  escrito  probablemente  églogas  de  limpio  estilo  y  tal  vez  de  arranque  dramático; 
pero  sus  pastores  no  habrían  llorado  de  cierto  como  Salicio  y  Nemoroso,  ni  su  dulce  lamentar 
habría  sido  nunca  aquel  eco  del  corazón ,  aquel  parlar  che  nelV anima  si  senté ,  aquel  inefable 
embeleso  de  la  poesía  verdadera ,  que  no  hay  talento  que  por  sí  solo  alcance ,  ni  Poética  que 
defina  y  con  sus  reglas  despierte  y  avasalle. 

El  Adonis  de  Porcél  no  da  indicio  alguno  de  que  el  poeta  se  hallase  dotado  de  esa  sensi- 

(1)  En  la  Biblioteca  Nacional  hay  una  obra  de  (3)  Prólogo  á  El  Adonis. 

don  José  Antonio  Porcél  y  Salablanca,  titulada  Gozo  (4)  «También  mericcen  una  particular  estimación 

y  corona  de  Granada  en   la  proclamación  del  Rey  las  «¡¿i /«¿ras  vejatorias  del  Adonis,  de  don  José  Porcél, 

Don  Carlos  III.  Granada,  Imprenta  Real,   1760;  en  que  Ixay  pedazos  excelentes,  y  tan  buenos  como 

en  4.°  los  mejores    de  Garcilaso.»  {Orígenes  de  la  poesía 

(2)  Véase  nuestra  Noticia   biográfica  de  Porcél,  castellana ,  por  don  Luis  José  Velazquez.) 
impresa  al  frente  de  sus  poesías,  en  el  presente  tomo, 


Lxxii  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CEÍTICÓ 

bilidad  delicada  que  en  Garcilaso  se  mezcla  y  sobrepone  al  género  convencional   que  coit 

predilección  cultiva. 

El  a.suntü  de  El  Adonis,  impuesto  a  Porcél  por  la  afición ,  que  todavía  reinaba ,  á  las  leyen- 
das niitolóí'icas,  no  ofrecia  novedad  (1).  Para  dar  mayor  dificultad  y  realce  al  desempeño,  la 
academia  «'niiiadina  llamada  JA  Trípode,  establecida  en  casa  del  ilustre  poeta  Conde  de  Tor- 
rfíiulina,  impuso  á  Forctl  la  oljjigacion  de  escribir  el  poema  en  églogas  venatorias,  linaje  de 
poesía  que  pareció,  así  al  autor  como  ú  su  amigo  el  erudito  Velazquez,  completamente  nue- 
vo(2). 

El  respeto  ú  las  arbitrarias  clasificaciones  de  la  poética  erudita  fué  una  de  las  más  pesadas 
cadenas  (lue  embargaban  el  \uo\o  de  la  fantasía.  Porcél,  temeroso  de  que  su  estilo  sea  tacha- 
do de  altisonante,  y  por  tanto  de  inverosímil  é  impropio  en  una  égloga,  donde  todo  ha  de  ser 
pastoril  y  sencillo,  tiene  buen  cuidado  de  advertir  al  lector  que  si  la  narración  de  El  Adonis 
está  llena  de  frases  fionradas  y  de  algunas  elevaciones  del  numen,  es  porque  sus  personajes  no 
son  pastores  sino  cazadores ,  los  cuales  pueden  ser  rer/es,  príncipes  y  otras  perso7ias  instrui- 
das (3).  Triste  y  pueril  efecto  de  la  crítica  extraviada,  que  toma  los  retruécanos,  las  oscuras 
hijiérboles  y  las  metáforas  extravagantes  por  elevaciones  del  numen. 

En  un  asunto  inspirado  por  las  impresiones  contemporáneas  ó  por  los  afectos  eternos  del 
alma ,  tal  vez  Porcél  habría  hallado  acentos  elocuentes  é  imágenes  conmovedoras.  La  tenden- 
cia trá<TÍca  y  la  entonación  tierna  ó  elegante  que  asoma  á  veces  en  su  poema,  obligan  á  pen- 
sar que,  con  más  sanos  impulsos  literarios,  habría  llegado  á  dar  con  el  camino  verdadero  de 
la  belleza  y  de  la  pasión.  Es  gracioso  y  delicado  el  cuadro  de  la  infancia  de  Adonis,  ya  ju- 
gando con  un  pajarillo  atado  á  un  hilo,  ya  cuando,  al  verle  llorando,  después  de  acariciarlo 
dulcemente,  le  presentan  un  carcax  pequeño,  hurtado  á  Cupido,  que  le  enviaba  Venus, 

Y  con  traerlo  aprisa, 
Se  alegró  Adonis  tanto, 
Que  interrumpió  su  llanto 
Con  inocente  risa. 

Gallardo  y  brioso  es  el  alarde  de  imperio  sobrenatural  que  hace  la  ninfa  maga ,  en  la  églo- 
ga tercera ,  para  encarecer  el  fuego  de  amor  que  la  abrasa  : 


Es  mi  imperio  violento... 
Y  si  clamo  furiosa , 

Con  roncos  silbos  me  responde  el  viento; 
Confúndese  la  selva  pavorosa. 
Tiemblan  los  montes ,  y  la  dura  tierra 


Me  arroja  los  cadáveres  que  encierra* 

Pero  con  poder  tanto, 

¡Oh  Adonis  generoso! 

Es  ¡  ay!  tu  bello  encanto 

Más  que  todos  los  mios  poderoso. 


El  amor  es  generalmente  en  toda  la  obra  un  amor  metafísico,  que  no  es  amor,  sino  un  en- 
fático desahogo  de  ingenio;  pero  la  pasión  de  Venus  por  Adonis ,  único  afecto  caloroso  y  sin- 


(1)  Sin  contar  la  comedia  de  Lope  de  Vega,  J-cZó-  (2)  Porcél  dice:  «Hube  de  penetrar  un  camino 

ni8  1/   Venus,  ni   el  poema   Vrnus  and  Adonis,  de  hasta  ahora  de  otro  no  inculcado.» 

Shakspeare,  publicado  en  1593,  ni  Les  Amours  de  Yti\a.zqaezescrihe,en  sus  Orígenes  de  la  poesía  cas- 

Venus  íírf'ylt/oníif,  obra  dramática  de  monsieurDevi-  tellana  :  «Las  églogas  venatorias  de  El  Adonis,  de 

Be,  representada  en   París  en  1G85,  pueden  citarse  don  José  Porcél,  son  buenas;  á  que  se  añade  la  cir- 

muclu'8  poemas  inspirados  por  el   mito  pagano  de  cunstancia  de  ser  las  primeras  églogas  venatorias 

Adonis,  entre  otros,  la  Fábula  de  Adonis  y   Venus,  que  se  han  escrito  en  castellano.» 

del  poeta  madrileño  Alfonso  de  Batrcs ;  el  Adonis,  de  Ambos  se  equivocan.  El  género  era  raro,  pero  no 

don  Diego  llurta.lo  de  Mendoza ;  LWdone,  del  caba-  tan  nuevo.  Ya  en  1582  habia  publicado  Herrera  su 

llero  Marini ;  La  mnrt  d' Adonis,  de  Lafontaine  ;  et-  égloga  venatoria,  que  empieza  : 


De  aljaba  y  arco,  tú,  Diana,  armada... 


cétera,etc.   La  historiado  Adonis  fué  asunto  acá 

démico  en  varias  ocasiones.  Puede  verse  una  de  ellas 

en  los  Ocios  poéticos,  de  don  Ignacio  Alvarez  de  To-  (3)  Véase  el  prólogo  de  El  Adonis. 

ledo,  pág.  21. 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  Lxxni 

cero  que  tay  en  el  poema ,  toma  alguna  vez  un  carácter  humano  y  simpático.  La  diosa  so 
hace  mujer,  y  mujer  apasionada ,  cuando  dice  á  su  terrestre  amador : 

Huyo  ese  dios  guerrero, 
Por  sañudo , por  fiero; 
Solo  á  Adonis  adoro  : 
Por  tí  me  dejo  las  estrellas  de  oro 
Y  las  eternas  risas ; 
Que  es  mi  cielo  la  tierra  que  tú  pisas  ! 

Las  bellas  dotes  que  estos  rasgos  denotan ,  no  podian  desarrollarse  y  campear  en  la  cárcel 
de  ficciones  mitológicas  en  que  se  encierra  la  musa  de  Porcél.  Esta  herencia  de  la  lucha  inte- 
lectual del  renacimiento  permauecia  intacta  en  aquella  edad.  Las  risueñas  quimeras  mitoló- 
gicas de  la  poesía  griega  habian  ahuyentado  el  bello  pero  algo  sombrío  espiritualismo  de  la 
edad  media.  El  emljlcma  era  preferido  á  la  verdad,  y  el  emblema  mata  casi  siempre  la  enér- 
gica expresión  de  los  sentimientos  morales.  No  se  coniprendia  entonces  que  imitar  á  los  es- 
critores de  la  antigüedad,  tomando  á  la  mitología  pagana  por  fuente  de  inspiración  poética,  era 
imitarlos  de  una  manera  falsa  y  desacordada ,  porque  al  cabo  en  la  antigüedad  los  dioses  del 
Olimpo  griego  eran  los  tipos  míticos  de  sus  creencias  religiosas,  y  el  arte  y  la  poesía  encon- 
traban en  ellas  un  impulso  directo  y  una  significación  profunda.  En  la  literatura  de  las  na- 
ciones cristianas  aquella  mitología  no  podia  ser  más  que  un  artificio  alegórico  convenido,  un 
medio  práctico,  por  decirlo  así ,  de  expresión  artística ;  y  tan  así  era  en  nuestra  España 
creyente  y  fervorosa,  que  muchos  poetas,  lejos  de  tomar  por  lo  serio  la  representación  simbó- 
lica de  las  deidades  de  la  fábula,  buscaban  en  ellas  pábulo  á  su  espíritu  festivo  y  zumbón  (1). 
Porce'I ,  aunque  no  se  burla  de  la  mitología  griega,  la  respeta  muy  poco,  pues  se  atreve  á 
aumentarla  inventando  fábulas  paganas  (2).  Toda  la  obra  (son  sus  palabras)  se  dirige  á  per- 
suadir que 

No  hay  amor  en  las  selvas  con  ventura, 

y  Porcél  afirma  candorosamente  que  esta  trivial  paradoja  es  el  velo  que  encubre  altas  verdades 
morales  y  aun  teológicas ,  y  especialmente  una  gran  sentencia  de  san  Gregorio  (3).  ¡  Peregrino 
modo,  en  verdad  ,  de  propagar  la  doctrina  de  los  Padres  de  la  Iglesia ,  ahogándola  en  un  mar 
de  ficciones  paganas,  y  entre  ellas  las  leyendas  sensuales  de  Acteon  y  de  Pigmalion,  y  los 
amores  incestuosos  de  Mirra ! 

El  estilo  de  El  Adonis ,  vigoroso  y  puro  algunas  veces ,  es  las  más  alambicado,  confuso  y 
desleído.  Lleva  en  su  desigualdad  misma  el  sello  de  la  inexperiencia ,  así  como  el  de  un  pri- 
vilegiado talento  literario  en  pugna  con  la  coriaipcion.  De  cuando  en  cuando  recuerda  El 
Adonis  la  poesía  de  los  mejores  tiempos ;  ya  dulce  y  fluida  ,  como  en  esta  estrofa,  con  que  em- 
pieza la  égloga  segunda  : 

Amor,  ya  he  conocido 
¡  Oh  tardo  desengaño  ! 
El  mal  do  me  ha  traido 
Tu  lisonjero  engaño  : 
Canté  tus  flechas  de  oro, 
Canté  tus  triunfos ,  y  tus  triunfos  lloro ; 


(1)  Son  innumerables  los  poemas  burlescos  espa-  las  más  que  me  sirve  la  mitología,  otras  que  yo  in- 
fioles  fundados  sobre  asuntos  mitológicos.  Uno  de  los  vento  ó  aplico,  como  la  Pirene^  la  del  Sátiro  conver- 
xaás  not&bleB  es  La  Proserpina ,  escrita  en  octavas  tido  en  piedra ,  \&  Fuente  del  Desengaño...))  (^Prólogo 
por  don  Pedro  Silvestre  del  Campo,  contemporáneo  de  El  Adonis.) 

de  Porcél.  (3)  Véase  el  prólogo  de  El  Adonis, 

(2)  (í  Sirven  como  de  argumento  todas  las  fábulas j 


Lxxrv  BOSQUEJO  HISTÓRICO-CRÍTICO 

ya  sentenciosa,  como  en  estos  versos  ; 

Por  eso  á  manos  mueren 
De  BUS  mismos  errores 
Los  que  su  antojo  á  la  razón  prefieren ; 

ó  en  ÓAtos,  en  que,  empleando  el  lenguaje  antitético  á  la  sazón  en  moda,  deplora  Vénua  bu 
inmortalidad,  ante  el  cadáver  de  Adonis: 

¡Infelices  los  dioses  soberanos, 
A  cuya  dura  suerte 
No  pondrá  dulce  fin  la  amarga  muerte  I 

ya    en  fm  ,  narrativa  ,  gráfica  y  desembarazada,  como  en  el  siguiente  episodio  de  caza,  en 
que  se  pinta  una  zorra  perseguida  por  un  perro  : 


Huye  al  monte  ,  él  la  sigue,  y  ya  la  asiera, 
Si  ella  con  giro  incierto  al  prado  verde 
Segunda  vez  no  hiciese  su  carrera. 

Ya  la  erizada  cola  el  can  le  muerde 
Tros  veces,  pero  veces  tres  lo  engaña, 
Y  tres  veces  la  alcanza ,  y  tres  la  pierde. 

Ladra  el  can  generoso,  pues  su  saña 
Mal  sufre  que  en  las  fuerzas  no  le  iguale, 


Y  burle  la  astutísima  alimaña. 

Así  el  valor  que  á  la  contienda  sale. 
Juntar  lo  heroico  con  lo  astuto  debe, 
Pues  donde  no  el  valor,  la  astucia  vale. 

Cansada  yo  de  la  vulpeja  aleve, 
Doy  una  flecha  al  nervio  retorcido, 

Y  el  nervio  al  aire ,  que  veloz  la  lleve... 


Quien  tan  gallardamente  escribe  y  versifica,  habia  nacido,  sin  duda,  para  figurar  al  lado 
de  los  Balbueiias  y  de  los  Figueroas,  ¿Quién  creería  que  este  mismo  poeta,  á  veces  tan  natu- 
ral y  tan  sencillo,  llamase  á  los  olmos  verdes  jamanes  del  soto,  álos  brazos  de  Venus  estrecban- 
do  á  Adonis,  pámpanos  de  cristal ,  lástimas  sonoras  al  arrullo  melancólico  de  la  tórtola,  j  á 

una  ninfa  que  canta, 

Hermosa  lira  de  marfil  viviente? 

La  posteridad  ba  sido  en  verdad  harto  indiferente  para  con  el  célebre  Pared.  Consagraba 
cierto  respeto  tradicional  su  nombre,  mas  nadie  se  tomaba  el  cuidado  de  buscar  sus  obras. 
El  decantado  Adonis  yacia  olvidado  en  los  estantes  de  bibliotecas  particulares  (1),  en  tanto 
que  los  literatos ,  que  por  la  mayor  parte  no  lo  conocian  sino  de  fama ,  y  que  nada  hacían  para 
descubrirlo  y  ¡)ublioarlo,  lamentaban  con  dolientes  frases  que  no  llegara  á  darse  á  luz  una 
obra  que  habia  sido  tenida  por  dechado  de  belleza  y  de  perfección.  Quintana,  uno  de  ellos, 
doliéndose  de  no  haber  jtodido  haber  á  las  manos  las  celebradas  áilogas  venatorias ,  dice  así: 

«  Por  más  esfuerzos  que  he  empleado  en  buscarlas  y  verlas,  han  escapado  á  todas  mis  dili- 
gencias, y  si  son  tales  como  se  dice,  hacen  mal  los  que  las  poseen  en  no  enriquecer  nuestra 
literatura  con  ellas»  (2). 

TjOs  esfuerzos  de  Quintana  no  debieron  de  ser  muy  grandes;  siendo  más  de  aplaudir  en 
esta  ocasión  el  bueu  deseo  que  la  diligencia  del  ilustre  historiador-crítico.  Acaso  era  remora 
do  su  actividad  uíi  presentiuiiento  desfavorable,  nacido  de  su  gran  instinto. 

Aquí'lia  negligencia  de  la  posteridad  era  acaso  la  salvaguardia  de  la  alta  aunque  poco  di- 
fundida lama  de  /'ere,'}.  Los  críticos  modernos,  movidos  por  su  espíritu  investigador,  no 
quieren  admirar  por  fe,  siuo  ver  con  sus  propios  ojos  y  juzgar  con  su  propia  conciencia.  Aca- 
-Mj  desenterrando  ahora  estas  famosas  (églogas  venatorias  cometemos  una  profanación.  Aquel 
poeuia ,  al  morir,  tenía  la  belleza  de  su  época.  El  tiempo  ha  consumido  aquellas  perfecciones 
relativas,  y  como  quiera  que  las  perfecciones  absolutas,  de  esas  que  viven  siempre,  abundan 


(1)  Tros  copias  antiguas  hornos  visto  de  este  poema. 

(2)  Introducción  ó  h  ¡>r,e.va  castellana  del  siglo  xviii. 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  rxxv 

poco  en  el  poema,  es  imposible  no  sentir  con  su  lectura,  recordando  los  extremados  encomios 
de  los  contemporáneos  de  Porcél,  cierta  desagradable  sorpresa,  que  se  asemeja  al  sinsabor  de 
un  desengaño.  Quintana  llegó  á  encontrar  El  Adonis,  j  recibió  con  su  lectura  la  misma  triste 
impresión  que  á  nosotros  nos  ha  causado  (1). 

¿  Quién  pudiera  pensar  que  en  aquel  poema  El  Adonis ,  tan  admirado  por  el  cuerdo  y  deli- 
cado Velazquez,  habrían  de  encontrar  los  lectores  de  otra  edad  trivial  y  manoseado  el  asun- 
to, pobre  el  plan,  confuso  y  enredado  el  estilo?  Algunos  arranques  de  poesía,  ])cvdidos  en 
tan  estéril  y  enmarañada  trama,  no  alcanzan  á  compensar  la  falta  de  unidad,  de  elevación ,  do 
claridad,  de  sencillez;  en  una  palabra,  de  estro  verdadero. 

Mejor  fuera  sin  duda  para  la  gloria  de  Porcél  no  volver  la  vida  á  su  olvidado  poema.  PerO 
la  historia  literaria  impone  á  la  crítica  imperiosos  deberes,  La  fuma  misma  del  poema  le  da 
derecho  á  la  luz  pública. 

No  hemos  de  negársela,  por  más  que,  al  tocar  de  cerca  la  obra,  hayan  de  quedar  con  esta 
resm-reccion  algún  tanto  lastimadas  las  ilusiones  de  lo  pasado.  A  pesar  del  estilo  prolijo  y 
gongorino  de  este  poema,  que,  con  ser  tan  pobre  su  asunto,  tiene  más  de  4.500  versos,  y  á 
pesar  también  de  su  singular  estructura ,  la  publicación  de  El  Adonis  es  importante  para  la 
historia  de  las  letras  y  de  la  lengua,  ponjue  Porcél  caracteriza  mejor  que  otros  muchos  la 
época  de  transición  en  que  vivia.  Pasó  sus  mocedades  fuera  de  Madrid ,  y  no  se  educó  bajo 
la  influencia  creciente  de  la  literatura  francesa;  así  es  que  sus  bellezas  y  sus  defectos  son  de 
índole  puramente  española.  Si  algunas  veces  imita  el  estilo  crespo  y  retumbante  de  Góno-o- 
ra ,  otras ,  por  desgracia  las  menos ,  recuerda  el  estilo  dulce  y  natural  do  otros  felices  escrito- 
res. En  medio  de  intempestivas  y  enredadas  metáforas,  tributo  imprescindible  á  la  afectación 
reinante,  ¡cuántas  veces  asoman  en  los  versos  de  Porcél  destellos  de  aquel  hechizo  de  expre- 
sión peculiar  de  los  poetas  de  la  edad  dorada!  Hasta  en  el  discreteo  sabe  ser  diserto  y  lírico 
juntamente,  como  los  poetas  esclarecidos  del  siglo  xvn.  ¿Quién,  al  leer  los  siguientes  versos 
de  la  fábula  de  Alfeo  y  Aretusa,  no  siente  el  halago  que  causan  el  lozano  estilo  de  los  idilios 
de  Villegas  ó  de  Espinosa? 


Si  piensas,  ninfa  bella,  que  no  dura 
Un  instantáneo  amor,  y  excusas,  fiera, 
El  bien  que  me  promete  esta  ventura, 
Para  crecer,  amor  tiempos  no  espera. 
Si  el  ver  y  el  adorar  una  hermosura 
Son  dos  cosas,  ninguna  es  la  primera; 
Yo  te  vi ,  yo  te  amé ,  y  otros  amantes 
No  te  adoraron  más,  te  amaron  antes. 


Dueño  soy,  si  soy  tuyo,  ¡qué  fortuna! 
De  cuanto  engendra  la  ribera  amena; 
Mil  arroyuelos  desde  su  alta  cuna 
Bajan  su  planta,  á  mi  dorada  arena : 
Contémplase  en  mí  el  sol,  la  errante  luna 
Aun  no  se  mueve  en  mi  quietud  serena ; 
Mas,  ¿para  qué  numero  bienes  tales, 
Si  ya  sólo  soy  dueño  de  mis  males  ? 


Á  veces,  especialmente  en  los  versos  cortos,  demuestra  Porcél  tan  notable  desemloarazo  y 
tal  firmeza  de  estilo,  que  dan  motivo  á  creer  que  en  mejores  tiempos  habría  podido  llegar  á 


(1)  Hé  aquí  la  interesante  noticia  que  á  este  pro- 
pósito nos  lia  comunicado  nuestro  excelente  amigo 
y  compañero  el  señor  üartzenbuscli : 

«  Pasé  al  Puerto  de  Santa  María  en  el  mes  de  Fe- 
brero de  1849,  con  el  encargo  de  reconocer  la  libre- 
ría del  difunto  don  Juan  Nicolás  Bohl  de  Faber,  que 
el  señor  don  Manuel  Bretón  de  los  Herreros,  direc- 
tor de  la  Biblioteca  Nacional,  trataba  de  adquirir 
para  ésta.  Registrada  la  librería  ,  teniendo  á  la  vista 
el  catálogo  que  presentaron  los  herederos  de  Bohl, 
eché  menos  algunas  obras ;  y  aquéllos  me  ofrecieron 
en  compensación  varios  manuscritos  que  no  figura- 
ban en  el  catálogo.  Escogí  los  que  me  parecieron 
Blas  estimables,  y  uno  de  ellos  fué  El  Adonis ^  fe- 


bula  venatoria  en  varias  églogas,  que,  sin  llegar  á 
publicarse,  había  obtenido  gran  celebridad  en  el  si- 
glo pasado.  Comprada  la  librería  de  Bohl  de  Faber, 
y  traída  á  la  Biblioteca  Nacional,  el  excelentísimo 
señor  don  Manuel  José  Quintana  llegó  á  saber  que 
se  hallaba  en  Madrid  el  manuscrito  de  El  Adonis, 
poema  que  había  deseado  muclio  ver,  al  formar  su 
colección  de  poesías  selectas  castellanas,  y  le  había 
sido  imposible  alcalizarlo.  Satisfecha  al  fin,  por  mi 
cuidado,  su  antigua  curiosidad,  me  dijo,  al  devol- 
ver el  códice,  que  ¡a  tal  curiosidad  y  deseo  habian 
sido  en  realidad  excesivos,  porque  no  merecia  tanto 
la  obra.  —  Juan  Eugenio  ffartzenbusch.)) 


txxn  BOSQUEJO  niSTÓRTCO-CIíÍTICO 

Ber  un  escritor  de  orden  elevado.  Sus  contemporáneos  comprendían  que  no  era  común  el  va- 
lor de  las  prendas  intelectuales  de  este  poeta,  y  le  miraban  con  afecto  y  respeto  hasta  las  per- 
sonas más  encumbradas.  El  Conde  de  Torrepalrna,  singularmente,  le  distinguió  con  la  más 
estrecha  amistad,  y  aun  le  hospedó  en  su  casa,  como  puede  inferirse  de  estos  versos  de  la 
festiva  carta  familiar  que  le  escribió  Porcél  para  distraerlo  de  la  pesadumbre  que  sentía  por 
la  nuicrte  de  su  hijo  primogénito  : 

Tenga  en  tu  casa  un  rincón, 
Ocios,  libros,  mesa  y  cama 
Muérase  el  mundo, y  que  viva 
El  Conde  de  Torrepalrna. 

Poco  en  verdad ,  sabemos  con  certeza  acerca  del  carácter  y  de  las  prendas  morales  de  Por-' 
cél.  Al  verle  tan  considerado  por  las  aristocracias  nobiliaria  é  intelectual  de  su  época,  no  es 
lícito  formar  sino  conjeturas  muy  ñivorables.  Puede,  no  obstante,  sospecharse  que  era  des- 
medido su  en"-reimiento,  al  verle  declarar  abiertamente  á  su  siglo  incapaz  de  comprender  sus 
obras  (1). 

Entre  los  fundadores  de  la  Academia  Española,  hombres  dados  á  estudios  graves,  habia 
aln-unos  cultivadores  de  la  poesía.  Ademas  de  Alvarez  de  Toledo,  de  quien  ya  hemos  dado 
noticia,  fray  Juan  Interian  de  Ayala ,  profundo  teólogo  y  orientalista,  erudito  crítico  del 
arte  cristiano  (2)  y  elocuente  orador  sagrado,  se  dedicaba  con  afición  á  escribir  versos  la- 
tinos V  castellanos  (3).  Á  su  muerte,  ocurrida  el  20  de  Octubre  de  1730,  amigos  y  com- 
pañeros suyos  de  la  misma  Academia  escribieron  romances  en  alabanza  del  sabio  mercena- 
rio (4).  Á  pesar  del  propósito  del  ilustre  instituto,  de  atajar  el  torrente  conceptuoso,  estos 
romances  están  sembrados  de  pensamientos  alambicados,  aunque  algunos  no  sin  ingenio  y 

gala,  como  el  siguiente  ; 

No  eclies  menos  en  la  tumba 
Obeliscos,  pues  que  salen 
De  las  hojas  de  tus  libros 
Tantas  lenguas  que  te  aclamen. 

Hasta  el  frío  y  prolijo  analista  don  Juan  Perreras  cultivaba  las  Musas,  intentando  acredi- 
tar con  el  ejemplo  la  doctrina  de  la  Academia.  Pero  era  hombre  de  su  época,  y  aunque  aca- 
démico y  reformador,  pagaba,  sin  caer  en  ello,  copioso  tributo  á  la  moda  conceptuosa.  Es- 
cribió varias  poesías  líricas  castellanas,  y  un  auto  titulado  La  Paz  de  Atigusto.  Dos  años  no 
cabales  después  de  instalada  la  Academia  Española,  leyó  en  ella  con  aplauso  una  composi- 
ción bastante  correcta,  (|ue  demuestra,  sin  embargo,  cuan  indulgente  y  contentadiza  era  la 
crítica  literaria  de  aquellos  tiempos  (5).  tíu  importante  obra.  Sinopsis  histórica  cronológica  de 
España  (diez  y  seis  tomos) ,  le  granjeó  grande  y  duradera  fama.  No  es  posible  recordar  sin 
veneración  y  simpatía  aquel  austero  carácter,  aquella  condición  modesta  y  sencilla.  Llevó  á  la 
sepultura  tres  mitras  á  los  pies,  como  testimonio  de  haber  renunciado  otros  tantos  obispados. 

Apenas  quedan  otros  nombres ,  después  de  los  ya  mencionados ,  que  merezcan  tener  cabida 
en  esta  somera  conmemoración  del  triste  período  Hrico  que  corresponde  al  reinado  de  Felipe  V, 


(1)  (iS.lo  rosta,  lector,  advertirte  que  el  callar  (5)  Fué  leida  el  16  de  Mayo  do  1715.  La  Acade- 
mi  nombro  no  lu  tengas  por  niera  modestia.  ¡  Siglo  mia  declaró  que  el  estilo  de  la  composición  era  con- 
fucrn  on  que  tuviera  vanidad  on  publicarlo!»  {Prú-  forme  á  su  instituto. 

logo  de.  El  Adonis.)  Está  escrita  eu  octavas,  y  se  titula  así  :  El  Prín- 

(2)  Pictor  Chriiitianm  eruditas,  etc. ;  un  tomo  en  cipe,  nuestro  seTior,  da  vida  y  libertad  á  una  paloma 
'"''^-  que.  volando  cayó  á  los  pies  de  la  Reina,  nuestra  se- 

(3)  Opúsculo  poética,  Sl&árid,  1729,  en  8."  — Va-  ñora.  (MS.  de  la  Academia  Española.)  Véase  esta 
tíos  elogios  en  prosa  y  verso.  (MS.)  poesía  en  uno  de  Jos  tomos  siguientes  de  la  presente 

(4)  MS.  de  la  Academia  Española,  colección, 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  Lxxvir 

fcomo  no  sean  los  de  don  Bernardo  de  Quirós  y  don  Juan  Vdez  de  León.  Era  aquel  un  caba- 
llero asturiano ,  poeta  de  vena  fácil  y  festiva ,  que  murió  en  la  flor  de  su  edad,  en  la  batalla 
de  Zaragoza,  durante  la  guerra  de  sucesión,  siendo  teniente-coronel  del  regimiento  de  As- 
turias. El  Marqués  de  Santa  Cruz  de  Marcenado  y  el  maestro  Feijóo,  jueces  ambos  calificados 
y  severos ,  lo  presentan  como  insigne  poeta.  Feijóo ,  principalmente ,  le  tributa  encarecidas 
alabanzas.  Para  tasar  ahora  su  mérito  con  la  imparcialidad  propia  de  quien  juzga  de  cosas  re- 
motas, bastará  decir  que,  si  bien  aplaudido  por  varones  de  cuenta,  Quirós ,  aun  en  su  tiem- 
po ,  era  tenido  por  poeta  inferior  á  Gerardo  Loho,  á  quien  se  asemejaba  tanto,  que  llegaron  á 
confundirse  los  versos  de  ambos  (1).  Don  Juan  Velez  de  León  pasó  nuichos  años  en  Francia, 
Alemania é  Italia,  ya  con  el  Conde  de  Benazuza,  embajador  en  Venecia,  Francia  y  Alemania; 
ya  como  secretario  de  cámara  del  Marqués  del  Carpió,  embajador  en  Roma  y  virey  de  Ñapó- 
les; 3'a  como  o-obernador  de  Puzol,  ya  como  secretario  de  justicia  en  Ñapóles.  Era  hombre 
de  gran  despejo  y  capacidad,  y  de  ingenio  festivo  y  agudo,  también  por  el  estilo  de  Gerardo 
Lobo  (2).  Mientras  residió  en  Roma,  formó  parte  de  la  academia  ó  tertulia  literaria  de  la  reina 
Cristina  de  Suecia.  En  1688  leyó,  en  presencia  de  esta  señora  y  de  orden  suya,  un  chusco 
dictamen  «sobre  si  una  dama  que  tenga  hermosa  dentadura,  debe  desear  tener  la  boca  chica 
ó  grande.))  ¡Extraño  asunto  para  escogido  por  la  célebre  hija  de  Gustavo-Adolfo,  á  la  edad 
de  sesenta  y  dos  años,  en  la  cual,  como  hija  del  Norte,  tendría  probablemente  su  propia  den- 
tadura en  desastroso  estado ! 

Algunos  escritores ,  movidos  por  la  envidia ,  ó  mal  avenidos  con  la  disciplina  literaria  in- 
troducida en  España  á  la  usanza  de  la  corte  francesa,  atacaron  á  la  Academia  Española  en 
los  años  inmediatos  á  su  fundación.  Contra  ellos  se  creyó  obligado  Lnterian  de  Ayala  á  echar 
todo  el  peso  de  su  autoridad ,  aprovechando,  para  defenderla  en  el  pulpito,  la  ocasión  de  pro- 
nunciar la  oración  fúnebre  en  las  exequias  del  primer  director  y  principal  fundador  de  la 
Academia ,  el  esclarecido  Marqués  de  Villena.  Entre  estos  escritores  puede  contarse  á  Velez 
de  León ,  que  compuso  versos  zahiriendo  duramente  á  la  Academia  y  á  los  académicos ,  en 
especial  á  Nasarre.  Verdad  es  que  Velez  de  León  era  de  aquellos  que  se  burlan  de  todo, 
hasta  de  sí  mismos.  Hé  aquí ,  como  muestra  de  su  estilo,  un  soneto  en  que  hace  una  des- 
cripción burlesca  de  su  propia  persona  : 

Pero  tengo,  entre  otros,  cierto  pero, 

De  emprender  todo,  cuando  á  nada  abordo. 

Poeta,  historiador  y  secretario, 
Todo  he  llegado  á  ser,  mas  duré  poco, 
De  numen  pobre  y  genio  perdulario. 

Éste  es,  pues,  mi  retrato,  en  que  os  provoco 
A  risa  viendo  humilde  á  un  temerario, 
Que  si  fuese  pintado,  sería  un  loco  (3). 


MI   RETEATO. 

Soy  un  hombre  pequeño,  tosco  y  gordo ; 
Fui  de  cabello  negro  y  pié  ligero, 
De  humor  alegre,  en  lo  esencial  severo, 
Semblante  adusto,  y  á  las  veces  sordo. 

En  todo  pico,  como  suele  el  tordo, 
Menos  en  la  maldad  de  lisonjero; 


(1)  El  canónigo  don  Carlos  González  de  Posada, 
amigo  de  Jovellanos ,  y  fidedigno  escritor  asturiano, 
dice  que  algunos  de  los  romances  publicados  como 
de  Gerardo  Lobo  eran  de  don  Bernardo  de  Quirós. 
Cita  entre  ellos,  no  sabemos  si  con  bastante  funda- 
mento, uno  que  empieza  Oyes  tú ,  ¿cómo  te  llamas? 
y  el  Soliloquio  amoroso. 

(2)  El  lectoral  Trianes,  de  Cádiz,  tenía  en  su  co- 
piosa librería  un  códice  con  varias  obras  en  prosa  y 
verso  de  Velez  de  León.  Manuscrito  en  folio,  256  fo- 
jas,— Don  Bartolomé  José  Gallardo  examinó  este 


manuscrito.  Llamó  en  él  su  atención  un  estudio  en 
prosa,  titulado  Principio  y  progreso  de  la  comedia 
española,  y  copió  de  su  puño  algunos  versos  de 
Velez  de  León,  que  tenemos  á  la  vista. —  Alvarez  y 
Baena  dice  en  su  Diccionario  histórico  de  los  Hijos 
de  Madrid,  que  poseía  un  grueso  tomo  autógrafo 
con  versos  de  Velez  de  León,  y  cita  ademas  otro 
códice  en  folio  de  poesías  del  mismo  autor,  titulado 
El  mal  humor  de  las  JIusas. 

(3)  Papeles  sueltos  de  la  biblioteca  de  Osuoa. 


txxrai  BOSQUEJO  HISTÓBICO  CKÍTICO 


CAPITULO  VIII. 

Época  de  Fernando  VI.—  Gana  terreno  U  reforma  doctrinal.— Torrepalma.— 27  Deiicalion.—  El  Juicio  final.— 
Bor  Añade  San  Jerónimo.— Paralización  del  espíritu  poético. — Montiano. —  Nasarrc. — Academias  corruptoras 
del  gusto,— Academia  de  los  Jrca</fa.— Academias  provechosas  é,  la  civilización  literaria.- Academia  del  Buen 
Güito. 

Al  cmpczai-  el  memorable  reinado  de  Femando  YI,  que  fué  como  la  preparación  de  la 
grande  ópt)ca  de  Carlos  III,  aun  duraba,  y  habia  de  durar  todavía  mucho  tiempo,  en  las  letras, 
i'l  e.stado  de  lueha  que  hablan  traido  las  innovaciones  doctrinales  del  anterior  reinado.  Pero 
iban  éáta.s  madurando,  y  caminaban  rápidamente  á  su  triunfo  completo. 

Uno  de  los  pocos  escritores  que  tuvieron  la  fortuna  de  dar  algún  fruto  sazonado  de  inge- 
nio en  medio  de  esta  confusión  literaria,  ftié  don  Alfonso  Verdvgo  y  Castilla,  conde  de  Tot' 
7-epalma.  Del  silencio  absoluto  que  guarda  Quintana  en  el  Tesoro  del  Parnaso  español  acerca 
de  la  vida  de  este  poeta,  en  quien  reconoce  «talento  eminente  para  versificar  y  describir», 
puede  culefTÍrse  que,  sancionado  ya  con  la  autoridad  de  esclarecidos  escritores  el  imperio  de 
las  ideas  seudo-clá.sica.s  francesas  en  las  letras  castellanas,  llegó  á  ser,  si  no  escarnecido,  casi 
olvidado  el  insiorne  autor  del  Deucaliun  en  el  último  tercio  del  siglo  xviii.  En  verdad,  no 
liav  |)or  qué  maravillarse  de  este  desdeñoso  desvío  de  parte  de  unos  hombres  que  cifraban  su 
'doria  en  ser  filólogos  reformadores  antes  que  poetas,  si  se  considera  que  el  Conde  de  Torre- 
pahua  era  todavía  uno  de  los  más  genuinos  representantes  de  la  poesía  culta,  de  aquel  inge- 
nioso desatinar  (1),  que  el  tiempo,  la  razón  y  el  prosaísmo  dominante  iban  desterrando  en 
aquelhi  época.  ¡  Cuál  sería  su  significación  de  poeta  recóndito  y  alambicado,  de  aquellos  que 
transformaron  las  musas  castellanas  en  sibilas  cumeas  (2),  cuando  su  entrañable  amigo  Porcél, 
el  autor  de  las  ampulosas  y  confusas  églogas  venatorias  de  El  Adonis ,  le  juzga  en  la  Acade- 
mia del  Buen  Gusto  con  estas  palabras,  que  pone  en  boca  de  Femando  de  Herrera!  : 

«  Nombre  más  propio  que  el  de  este  académico  no  le  ha  usado  alguno  de  sus  compañeros. 
Llámase  el  Difícil  (3),  y  con  la  misma  justa  razón  se  podría  llamar  el  Duro,  el  Confuso,  el  Mis- 
terioso, y  otros  epítetos  más  propios  de  un  habitador  de  la  cueva  de  Trofonio  (4)  que  de  las 
amenidades  del  Parnaso...  Cuando  escriba  heroico  ó  lírico,  será 

Imitador  undoso 
De  las  oscuras  aguas  del  Leteo»  (6). 

Porcél,  temiendo  sin  duda  haberse  mostrado  por  demás  severo  en  su  burlesca  censura,  ha- 
ce que  salga  Góngora  á  la  defensa  de  Torrepahna,  y  hablando,  como  en  causa  propia ,  de  las 
prendas  poéticas  del  Conde,  no  hace  sino  confirmar  el  achaque  de  enfático  y  áe gongoñno  que 
le  ntribuian  las  gentes  de  su  tiempo.  Y  lo  más  peregrino  es  que  Porcél  hace  recaer  la  respon- 
saliilidad  del  gongorismo  sobre  el  os  magna  sonaturum  del  príncipe  de  los  preceptistas  latinos. 

«Más  parece  (dice  Góngora)  que  Herrera  me  ha  impugnado  á  mí  que  al  Difícil...  Yo  an- 
tepongo sus  poemas  á  otros  cualesquiera  que  sólo  tengan  dulzura  y  fluidez.  Ni  me  oponga  él 
mal  entendido  precepto  de  Horacio: 

Non  satis  est  pulchra  esse  poemata;  dulcía  suntoj 


(1)  Expresión  de  Moratin.  presidia  accidentalmente  el  Conde  cuando  Porcél  1« 

(2)  Expresión  burlesca  de  don  José  Antonio  Por-  dirigia  estas  palabras. 

^^'-  (4)  Uno  de  los  oráculos  más  célebres  de  los  gen- 

(3)  Nombre  que  adoptó  el  Conde  de  Torrepalma  tiles. 

en  la  academia  de  la  Maríjucsa  de  Sarria,  la  cual  (5)  Góngora,  El  PoU/emo,  octaya  6,' 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  Lxxix 

porque  le  opondré  yo  la  definición  del  poeta,  verdaderamente  tal,  que  él  mismo  nos  da  en 
estos  términos...  Ingenio  feliz  ^  mente  divina,  magnilocuencia ,  éifasis ,  cultura; 

Ñeque  enim  concludere  versum 

Dixerig  esse  satis;  ñeque,  si  quis  scribat,  utinos^ 
Sermoni  propiora ,  pufes  hunc  esse  poetara. 
Jngenium  cui  sit,  cui  mens  divinior,  atque  os 
Magna  sonaturum,  des  nominis  hujus  Jionorem. 

(Sát.  IV,  lib.  I.) 

A  este  carácter  aspiré  yo ;  éste  es  el  de  nuestro  Difícil  y  de  todo  poeta  digno  de  tal 
nombre»  (1). 

No  merece  en  verdad  Torrepalma,  ni  la  indiferencia  de  la  generación  que  siguió  inmedia- 
tamente á  la  suya,  ni  el  tono  desdeñoso  con  que  de  él  han  hablado  Ticknor  y  algunos  otros 
escritores.  Su  Deucalion  no  pasa  de  una  imitación  ovidiana ,  impregnada  en  muchas  partes 
del  mal  gusto  que  todavía  reinaba  en  su  tiempo ;  pero  es  una  imitación  valiente  y  luminosa, 
que  no  es  dable  desatender.  Rasgos  hay  en  ella  de  primorosa  concisión  y  de  altísimo  vigor 
descriptivo,  en  que  aventaja  al  latino  el  poeta  castellano.  Y  no  hay  exageración  alguna  en  esto 
que  decimos. 

Para  convencerse  de  ello  basta  comparar  el  Deucalion  con  los  pocos  versos  del  primer  li- 
bro de  Las  Metamorfosis,  que  han  dado  impulso  á  la  imaginación  del  Conde  de  Torrepalma, 
El  Deucalion  no  puede  llamarse  con  propiedad,  ni  copia,  ni  perífrasis.  Está  sembrado  el  poe- 
ma español  de  imágenes  delicadas ,  de  cuadros  vigorosos,  que  no  ocurrieron  al  poeta  romano. 
Este  se  contenta  con  trazar  en  veintiocho  versos,  magníficos  en  verdad,  un  rápido  bosquejo 
de  los  desastres  materiales  del  diluvio.  Torrepalma  no  malogra  la  ocasión  de  conmover,  pre- 
sentando imágenes  nacidas  de  las  angustias  del  corazón  en  aquel  espantoso  trance.  No  hay 
que  buscar  en  Ovidio  aquella  familia  que ,  acosada  por  las  revueltas  aguas ,  arroja  las  rique- 
zas que  intentaba  salvar  en  las  alturas ;  ni  aquel  hijo  que  acompaña  á  su  padre  anciano,  y,  en 

el  horrible  vértigo, 

huye  esperando, 

La  mano,  el  brazo,  el  hombro  al  padre  dando  ; 

ni  aquel  que  corre  al  templo,  invoca  postrado  la  clemencia  del  ídolo,  y  lo  profana  luego, 
encaramándose,  para  guarecerse,  sobre  la  estatua  gigantesca;  ni  el  hombre  que  al  tenderlos 
brazos  para  colocar  á  su  esposa  á  las  ancas  de  su  caballo,  ve  el  lugar  ocupado  por  su  enemigo, 
y  traba  con  él  ardua  contienda,  hasta  que 

al  dudoso 

Trance  que  de  tan  rara  lucha  pende, 
Pone  funesta  paz  la  onda  que  asciende; 

ni,  por  último,  aquella  madre  que,  refugiada  en  una  roca,  coloca  en  sus  hombros  al  tierno 
infante,  y  al  cabo,  arrebatada  por  las  aguas,  ya  en  la  ansiosa  agonía  de  la  muerte, 

Va  el  hijo  entre  las  ondas  levantando. 

Para  dar  idea  de  la  imitación  de  Torrepalma ,  tan  sin  razón  llamada  perífrasis ,  bastan  los 
siguientes  ejemplos. 

Ovidio  pinta  así  la  impetuosa  creciente  de  los  ríos  y  los  contrastes  repentinos  de  la  tierra 
anegada : 

Aperite  domos ,  ac ,  mole  remota, 

Fluminibus  vestris  totas  immittite  habenas, 

-...  Ducit  remos  ilUc ,  ubi  nuper  ararat. 

Sic  summa  piscem  deprendit  in  ulmo. 

Figitur  in  viridi,  sifors  tulit,  ancora prato. 

(1)  Don  José  Antonio  Porcél,  Juicio  lunático,  etc.  (MS.) 


^xxx  BOSQUEJO  niSTÓRTCO  CRÍTICO 

Así  describe  Torrepalraa  los  mismos  efectos : 

Las  dulces  venas  de  las  claras  fuentes,  Los  peces  se  deslizan  en  cnadrüla 

Quo  bebió  en  riego  escaso  el  verde  prado,  Subre  la  grama  en  que  saltó  el  cordero; 

Los  peñascosos  cauces  impacientes  El  risco  ya  es  escollo,  y  ya  la  piedra 

Rompen,  y  el  campo  borran  inundado.  Cubren  las  algas,  que  vistió  la  hiedra 

Los  viejos'  ríos  las  mojadas  frentes  El  piloto,  que  al  fin  de  su  jornada 

iTevantan  con  horrible  ceño  airado, 
Y  las  urnas  volcando,  aun  juzgan  poca 
La  vasta  plenitud  de  su  ancha  boca. 


Vuelve  el  pino  á  sus  montes;  ya  la  quilla 
Navega  el  valle  en  que  arraptró  primero  ; 
La  altura  en  que  anidaba  la  sencilla 
Paloma  alberga  al  tiburón  roquero; 


Desde  lejos  descubre  el  patrio  suelo, 

La  improvisa  tormenta  viendo  armada , 

Las  faenas  duplica  y  el  anhelo  ; 

En  tanto,  de  las  ondas  superada 

La  patria,  pierdo  el  tino  y  el  consuelo; 

Fluctúa  extraño  mar  la  propia  tierra, 

Y  en  sus  techos  las  áncoras  aferra. 


Éstas  no  son  explanaciones  palabreras;  son  las  ricas  imágenes  de  una  inspiración  robusta 
V  abundante;  v  el  risco  ya  es  escollo,  no  es  expresión  menos  feliz  que  el  omnia pontics  erant,  con 
que  tan  briosamente  pinta  Ovidio  la  invasión  total  de  las  aguas. 

No  ha  licuado  á  nosotros  el  poema  de  Torrepcdma  sobre  la  Libertad  del  pueblo  de  Israel ,  ni  la 
mayor  parte  de  sus  versos  líricos ;  pero  tenemos  un  indicio  poco  favorable  de  su  sensibilidad 
poética  en  una  carta  en  verso,  dirigida  á  su  amigo  Porcél  desde  Ciempozuelos ,  adonde  se 
iiabia  retirado  por  algunos  dias  con  el  triste  motivo  de  la  pérdida  de  su  hijo  primogénito,  á 
quien,  al  decir  de  sus  contemporáneos,  amaba  tiernamente.  Porcél ,  para  distraer  al  Conde, 
con  el  cual  le  imian  estrechos  vínculos  de  amistad  y  agradecimiento,  le  escribe  una  carta  llena 
de  donairoso  desenfado,  y  le  da  somera  noticia  de  una  de  las  juntas  de  la  Academia  del  Buen 
Gusto,  que  era  en  Madrid  su  más  sabroso  esparcimiento.  Torrepalma,  no  sólo  halla  aliento 
para  contestar  en  verso,  hablando  de  su  muy  grave  y  reciente  infortunio  en  forma  artificial, 
sino  que  discurre  con  afectadas  frases  y  enmarañados  conceptos ,  que  se  avienen  mal  con  la 
expresión  sencilla,  única  qiie  cuadra  al  dolor  verdadero.  Así  empieza  su  carta  : 


Desde  el  desierto,  y  aun  desde 
Aquella  encendida  zarza 
De  no  embotadas  espinas, 
De  no  amortecidas  llamas, 


Que  así  pungente ,  que  así 
Voraz  la  memoria  guarda 
De  una  aguda  ardiente  pena 
La  incombusta  pertinacia 


Los  amigos  del  Conde  admiraron  estos  afectadísimos  versos.  « ¡  Felicísima  ocurrencia  y 
combinación  singular!  (exclaman).  ¡Describir  en  sólo  dos  coplas  el  sitio  desde  donde  escribe, 
la  tarea  en  que  se  ocupa  del  poema  de   Moisés,  y  el  estado  de  su  pena!)) 

¿  Quién  no  columbra  en  estas  palabras  el  alucinamiento  de  la  amistad  y  la  costumbre  de 
la  manía  alegórica?  ¿Cómo  Porcél,  autor  de  las  palabras  citadas,  que  en  el  estilo  suelto  y 
natural  de  su  carta  (1)  habia  dado  sano  ejemplo  á  Toi^repalma,  no  advierte  que  aquellos  ver- 
sos ,  que  aplaude ,  no  son  más  que  un  galimatías  metafórico,  donde  no  hay  sagacidad  que  al- 
cance á  descubrir  ni  el  pueblo  de  Ciempozuelos,  ni  el  poema  de  Moisés,  ni  siquiera  el  dolor 
de  un  padre  acongojado  que  recuerda  la  muerte  de  su  hijo?  No  queremos  suscitar  dudas 
acerca  de  la  ternura  paternal  del  Conde,  que  se  patentizó  por  varias  maneras  ;  sólo  aspiramos 
á  liacer  notar  adonde  lleva  en  las  letras  la  seducción  del  artificio  en  las  edades  de  corrup- 
ción y  de  pedantería. 

Como  quiera  que  sea ,  no  nos  parece  aventurado  afirmar  que  las  escasas  muestras  de  poesía 
lírica  fpio  aun  se  conservan  del  Conde  de  Torrepalma,  todas  inferiores  á  las  magníficas  oc- 
tavas do  El  Deurnliou,  no  permiten  considerarle  como  un  escritor  dotado  de  sensibilidad  ver- 
dadera ,  de  esa  que ,  aun  á  los  Gracianes  y  á,  los  Góngoras ,  arranca  á.  cada  paso,  y  entre  la 

(1)  Véase  esta  carta  en  las  poesías  de  PorcéL 


I 


LXXil 


t>E  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL 
balumba  del  ornato  metafórico,  acentos  íntimos  del  alma.  Torrepalma  era ,  ante  todo,  hom- 
bre de  alto  espíritu ,  de  noble  temple ,  de  pintoresca  fantasía.  Los  asuntos  encumbrados 
lo  cautivan.  No  le  basta  haber  pintado,  en  El  Deucalíon,  la  destrucción  del  linaje  humano 
por  medio  del  agua.  Intenta  cantar  la  destrucción  del  mundo  por  el  fuego ,  y  escribe  El 
Juicio  final.  De  este  poema  sólo  llegó  á  formar  Ton-epahua  como  un  bosquí^jo,  que  se  nn- 
prime  ahora  por  primera  vez  (1).  Aunque  obra  desigualé  incompleta,  contiene  El  Juicio 
final  algunas  octavas  dignas  de  campear  al  lado  de  las  mus  robustas  de  El  Deucalion.  Hé 
aquí  cómo  pinta  á  los  monarcas  y  á  los  conquistadores  ante  el  tremendo  tribunal  del  Juez 
supremo : 


¡Oh  ,  las  que  tiemblan,  coronadas  testas  I 
¡Oh,  las  sacras  tiaras  que  allí  gimen! 
Las  púrpuras  al  hombro  son  molestas ; 
Las  diademas  no  ajustan,  sino  oprimen. 
Ya,  la  soberbia  y  majestad  depuestas, 
Los  ánimos  reales  se  comprimen  ; 
Ya  siente  Hostilio  que  su  tosca  lana 
Se  viese  en  el  imperio  augusta  grana. 

Confúndese  Alejandro  en  sus  victorias, 

Y  el  Grande  nombre  lo  publica  injusto; 
Pompeyo  gime  sus  pasadas  glorias, 

Y  César  llora  su  laurel  adusto; 

Los  Scipiones  desprecian  sus  memorias, 
A  Octaviano  desdórale  lo  augusto^ 
Decio  infama  á  su  saña  las  porfías, 

Y  el  bárbaro  Nerón  sus  tiranías. 


La  virtud  sola,  con  la  faz  serena, 
Sin  miedo  asiste  al  tribunal  sagrado; 
No  revuelve  en  su  pecho  mortal  pena, 
Ni  la  consume,  tácito,  el  cuidado. 
El  Juez  la  mira,  de  sus  gracias  llena, 
Con  vista  amante,  con  benigno  agrado; 
Convídala  á  su  diestra,  y  ella  sube 
En  rico  trono  de  dorada  nube. 


Al  que  inútil  cubrió  tosco  vestido, 
Rica  gala  ya  adorna,  honor  luciente; 
Todo  el  sol  lleva,  en  partes  dividido, 
La  preciosa  diadema  de  su  frente. 
En  sus  propios  diamantes  va  encendido 
El  collar  de  su  cuello  trasparente, 
Y  en  la  mano,  que  luces  multiplica, 
Gloriosa  palma  la  victoria  indica. 


Estas  octavas ,  y  otras  varias  del  poema ,  denotan  un  numen  de  grande  aliento  y  un  inge- 
nio muy  cultivado.  Pero  ¿qué  mucho?  El  conde  don  Pedro  Verdugo^  persona  de  vasto  sa- 
ber, poeta  distinguido  (2)  é  individuo  de  la  Academia  Española,  trasmitió  a  sus  hijos  don 
Alfonso  y  doña  Ana  su  noble  espíritu  y  su  afición  á  las  letras.  Doña  Ana  llegó  á  ser  aquella 
poetisa  sor  Ana  de  San  Jerónimo,  religiosa  profesa  del  convento  del  Ángel  (Franciscas  Des- 
calzas de  Granada) ,  que  llenó  de  admiración  á  cuantos  la  conocieron ,  por  sus  acendradas 
virtudes ,  por  su  ingenio  clarísimo  y  por  su  erudición  extraordinaria. 

Los  ilustrados  monarcas  Fernando  VI  y  Carlos  III  reconocieron  y  utilizaron  en  favor  de 
la  patria  las  elevadas  prendas  que  atesoraba  el  alma  del  Conde  de  Torrepalma  (don  Alfonso), 
y  éste  subió  con  gloria  á  los  más  altos  puestos  del  Estado  (3).  Mozo  todavía,  institviyó  en 
su  casa  de  Granada  la  célebre  academia  llamada  del  Trípode ,  cuyo  objeto  principal  era  con- 
tribuir con  el  estudio  y  el  ejemplo  á  acrisolar  el  idioma  castellano.  Más  adelántelas  tres  Aca- 
demias Reales ,  Española ,  de  la  Historia  y  de  las  Nobles  Artes ,  le  admitieron  gozosas  en  su 
seno.  Para  los  hombres  sobresalientes  de  su  tiempo,  el  Conde  de  Torrepalma  fué ,  no  sólo  un 
Mecenas  literario,  sino  un  amigo  cordial  y  generoso. 

Al  paso  que  Porcél,  Torrepalma  y  otros  poetas  de  ingenio,  que  se  habían  alistado  en  la 
nueva  escuela  desdo  el  primer  período  de  la  reforma  doctrinal,  fueron  en  breve  mirados  por  los 
críticos  con  indiferencia  ó  desvío,  porque  no  representaban  de  un  modo  cabal  la  doctrina  clá- 


(1)  Nos  ha  sido  comunicado  por  nuestro  bonda- 
doso amigo,  el  señor  duque  de  Gor,  descendiente  del 
ilustre  poeta.  Era  desconocida  esta  {)rediosa ,  aun- 
que incompleta,  obra  de  Torrepalma. 

Eduardo  Young ,  el  célebre  poeta  inglés,  autor  de 
Las  Noches ,  habia  puljlicado  pocos  años   antes  un 


poema  titulado  El  Juicio  final.  Pero  ninguna  co- 
nexión tiene  con  esta  obra  la  del  Conde  de  Torre- 
palmtl. 

(2)  Autor  de  un  poema  titulado  La  Oliva. 

(3)  Véase  la  noticia  biográfica  de  Torrepalma,  al 
frente  de  sus  poesías. 


Lxxxn  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

sica  francesa  ^l/un/inno,  que  entró  más  bondamentc  en  ella,  ailquirló  desde  luego,  y  gozó 
durante  el  sio-jo  xviil,  cierta  autoridad  j  no  pequeña  nombradía.  (íVelazquez,  dice  Sempere, 
solamente  encontró  en  su  tiempo,  esto  es,  por  el  año  1754,  dos  autores  dignos  de  poner  en 
la  lista  de  los  buenos  poetas  castellanos  :  don  Ignacio  de  Luzan  y  don  Agustín  de  Montiano.y) 

Dotado  de  entendimiento  claro,  do  cordura  y  de  sano  corazón,  pero  sin  estro  alguno  poé- 
tico, .}fon(iano  se  distinguió  ante  todo  en  los  arduos  negocios  de  la  Primera  Secretaría  de 
Estado,  (¡ue  tuvo  á  su  cargo  (1),  En  las  letras,  que  pugnaba  por  apartar  de  la  senda  extra- 
viada que  entóneos  seguían,  la  crítica  ftié  el  campo  natural  de  sus  tareas.  Escribía  en  prosa 
con  desembarazo  y  corrección ,  estaba  muy  versado  en  las  letras  griegas ,  latinas ,  italianas  y 
francesas,  v  no  liabia  género  de  poesía  que  no  quisiera  analizar,  explicar  y  metodizar.  Era 
uno  de  esos  hombres  apasionados  de  la  regularidad  y  del  orden ,  que  juzgan  que  todo,  sin 
exclnir  el  mundo  ideal,  puede  y  debe  subordinarse  á  la  doctrina  y  á  las  reglas,  y  que  el 
acierto  en  artes  y  letras  depende  únicamente  de  la  observancia  severa  de  los  preceptos  de  la 
razón.  La  oda,  la  égloga,  la  tragedia,  la  sátira,  fueron  objeto  especial  de  sus  estudios  doc- 
trinales, y  en  todos  estos  géneros  probó  sus  fuerzas  é  intentó  sustentar  con  el  ejemplo  la 
doctrina.  ¡Estéril  propósito!  Las  Musas  son  siempre  de  índole  indisciplinada  y  antojadiza;  y, 
rebeldes  al  llamamiento  del  filólogo  frió  y  acompasado,  demostraron  entonces,  como  siempre, 
que ,  sin  estar  en  pugna  con  la  razón ,  viven  y  respiran  especialmente  en  los  campos  risue- 
ños, fantásticos  ó  borrascosos  de  la  imaginación. 

Las  j)fufas  pa7'a  el  uso  de  la  sátira  son  uno  de  los  estudios  más  curiosos  y  más  característi- 
cos de  Montiano.  El  crítico  casi  desaparece  ante  el  varón  timorato,  indulgente  y  cristiano. 
La  sátira  de  los  gentiles  le  parece  un  monstruo  de  perniciosas  calidades.  Empieza  diciendo  que 
en  su  juventud  gustaba  de  la  sátira,  «hasta  que  la  edad  y  la  experiencia  le  enseñaron  á  mi- 
rarla cauteloso  y  aun  con  indiferencia,  que  degeneró  en  tedio  y  desvío.» — ¡Excelente  Mon- 
tiano!  Después  de  esto,  ¿cómo  ha  de  ser  él  legislador  de  un  género  que  aborrece,  sin  desna- 
turalizarlo con  escrúpulos  y  restricciones  exageradas? 

El  hombre  que  con  ínfulas  de  reformador  combate  el  teatro  libre ,  dando  leyes  á  la  trage- 
dia, y  escribe  en  seguida  la  Virginia  y  el  Ataúlfo,  que  es  imposible  leer  de  corrida  sin  un 
esfuerzo  poderoso  de  voluntad,  deja  harto  probado  que  Dios  no  habia  encendido  su  mente  con 
lu  llama  de  los  poetas.  Sus  églogas  y  sus  canciones  son  casi  tan  desmayadas  como  sus  trage- 
dias. Alguna  vez  quiere  remontar  el  vuelo  poético  en  la  oda  (2),  y  si  encuentra ,  como  por 
acaso,  algún  destello  do  entusiasmo  ó  alguna  frase  de  entonación  elevada,  pronto  vuelve  á  su 
natural  esfera  insípida  y  prosaica. 

En  su  tiempo  fué  Montiano  muy  admirado.  Y  ¿cómo  no  habia  de  serlo  quien,  á  sus  eleva- 
das prendas  de  carácter,  unía  verdadero  talento  de  prosador  firme  y  acrisolado,  quien  en  su 
lenguaje  supo  huir  hábilmente  de  los  escollos  que  ofrecían  al  idioma  patrio,  en  aquella 
época  de  trasforraacion ,  por  una  parte  los  resabios  existentes ,  y  por  otra  los  elementos 
exóticos  que  iba  ya  entronizando  el  cultivo  preponderante  de  la  literatura  francesa?  En 
la  Academia  del  Buen  Gusto,  donde  se  reunían  los  poetas  más  autorizados  del  reinado  de 
Fernando  VI,  Montiano,  que  fué  secretario  de  la  Academia,  leyó  algunas  poesías  suyas, 
y  ademas  la  tragedia  Virginia,  la  cual  fué  recibida,  si  no  con  aplauso,  con  reverente  apiré- 
elo por  aquel  grupo  de  estimables  humanistas  que  se  juzgaban  restam'adores  de  la  poesía 
española. 

En  el  Juicio  lunático  de  las  obras  leidas  en  aquella  memorable  academia,  escrito  por 
don  José  Porcél,  varón  de    grande   autoridad  en  aquellos  tiempos,  pone   éste  oportuna- 


(1)  Véaso  la  noticia  biográfica  que  se  publicará,  en  la  Academia  de  San  F'emando,  el  día  3  de  Junio 
en  uno  de  los  tomos  siguientes,  al  frente  de  las  poe-  de  1763,  y  empieza  así : 

sias  de  Montiano. 

(2)  Sirva  de  ejemplo  la  oda  A  las  A  ríes,  que  leyó  *  ^"^""^  *°"^  sagrado...» 


DÉ  LA  poesía  castellana  EN  EL  SIGLO  XYIIL  Lxxxiir 

mente  una  curiosa  crítica  de  la  Virginia  en  boca  del  antiguo  poeta  Francisco  López  de 
Zarate,  celebrado  por  Lope,  escritor  árido  como  Montiano,  y  que,  como  él,  un  siglo  an- 
tes ,  se  habia  empeñado  en  observar  rígidamente  en  su  Hércules  Furente  los  preceptos  clá- 
sicos. 

Con  estas  enfáticas  alabanzas  termina  López  Zarate  su  juicio  del  autor  de  la   Virginia: 

«Licurgo  colocó  la  estatua  de  Eurípides  entre  las  de  los  demás  griegos  famosos.  Entro 
ellas  debemos  exaltar  la  de  nuestro  Humilde  (nombre  académico  de  3íontiano),  con  igual 
mérito  que  á  la  de  Sófocles ,  pues  no  desdicen  ambos  coturnos.  Entre  tanto  felicitemos  á 
la  nación  de  que  éste ,  su  defensor  generoso,  se  empeñe  con  tanto  celo  j  con  tanto  logro 
en  ^^udicarla  de  la  nota  con  que  las  extranjeras  la  insultan,  y  de  que  su  ejemplo  animo 
la  pereza  de  los  ingenios  de  España,  prociu-audo  restablecer  el  teatro.  El  único  fin  y  heroico 
deseo  de  nuestro  Humilde,  cuando  no  fuera  tan  sobresaliente  el  mérito  de  la  obra,  le  hace 
acreedor  á  los  más  altos  elogios.» 

Tal  era  el  imperio  del  conceptismo,  que  hasta  Montiano,  el  glacial  y  sensato  Montiano,  rin- 
de culto  alguna  vez,  impensadamente,  al  gusto  sutil  y  enmarañado  de  su  tiempo.  De  ello  hay 
muestras  en  un  romance  endecasílabo  suyo  que  encontramos  como  perdido  en  una  Justa 
poética  celebrada  en  1727.  Era  uno  de  los  asuntos  dados  á  los  competidores,  la  muerte  de 
san  Luis  Gonzaga,  ocasionada  por  el  afán  de  su  caridad  en  asistir  á  los  enfermos  de  un  hos- 
pital. 

Hé  aquí  algunos  versos,  los  menos  conceptuosos  de'éáte  romance  : 


¿Será  que  en  los  espacios  feí-vo rosos 
Donde  la  heroica  caridad  se  ensalza, 
Enseñado  á  vencer,  vuestro  ardimiento 
Supo  no  hallar  instante  sin  hazaña? 

Á  la  hoguera  que  el  celo  diviniza, 
Pábulo  soberano  la  dilata, 


Y  acrisolando  el  mérito  la  ofrenda. 
Quemó  la  vida  en  las  excelsas  brasas. 

La  corona  que  orlando  vuestras  sienes, 
índice  fué  de  la  gloriosa  fama, 
Fausta  constelación  de  eterno  influjo. 
Se  fijó  entre  los  timbres  de  la  patria. 


Hemos  copiado  estos  versos ,  que  escribió  Montiano  cuando  no  habia  llegado  á  los  treinta 
años,  porque  sugieren  una  reflexión  importante  de  historia  literaria.  Prescindiendo  del  espí- 
ritu conceptuoso,  hay  en  ellos  una  altura  de  entonación ,  un  calor  y  una  armonía ,  de  que  no 
se  encuentra  ni  un  destello  en  las  obras  poéticas  que  Montiano  escribió  en  la  cabal  madurez 
de  su  vida  literaria.  ¿  Será  que  el  poeta  perdió  su  inspiración  cuando,  al  entrar  en  la  senda 
de  la  sensatez  crítica  francesa,  abjuró,  por  decirlo  así,  de  la  poesía  genuina  de  su  patria? 
Puede  hasta  cierto  punto  sospecharse.  Pero,  ¿cómo  culparle  por  ello?  Era  hasta  una  necesi- 
dad histórica  poner  coto  á  aquel  torrente  de  mal  gusto,  que  torcía  el  recto  sentido  de  los  es- 
pañoles ,  y  afrentaba  á  la  civilización  intelectual  de  la  nación.  Montiano,  que  en  aquel  mo- 
mento de  lucha  entre  dos  impulsos  literarios ,  no  podia  alcanzar  una  conciliación  ecléctica,  que 
sólo  ha  llegado  á  ver  claramente  la  Europa  más  de  un  siglo  después ,  no  titidjeó  entre  la  fría 
razón  y  la  imaginación  extraviada.  Se  decidió  por  la  sensatez ,  que  era  grande  en  Montiano, 
aunque  no  tan  grande,  que  llegase  á  ver  que  ella  sola  no  podia  constituir  una  literatura  na- 
cional bella  y  vigorosa.  El  crítico  reformador  no  fué  tan  imparcial  como  lo  requería  la  fama 
de  sensato  que  le  dieron  los  hombres  de  su  siglo.  Le  cautivó  de  tal  manera  la  escuela  fran- 
cesa, que  se  tornó  incapaz  de  sentir,  y  por  consiguiente,  de  juzgar  el  espíritu  y  las  bellezas 
esenciales  de  las  letras  castellanas  del  siglo  de  oro.  A  no  ser  así ,  ¿  cómo  habría  podido  dar  la 
preferencia  á  la  supuesta  segunda  parte  del  Quijote ,  de  Avellaneda ,  sobre  la  misma  parte 
genuina  de  Cervantes?  (1). 

Llegó  á  perder  Montiano  á  tal  punto  el  sentimiento  poético,  que  no  se  limita  á  extremar  la 


(1)  Aprobación  de  la  edición  del  Quijote  de  Ave- 
llaneda, hecha  en  1732. —  «No  creo,  dice  Montiano, 


que  ningún  hombre  de  juicio  pueda  declararse  en 
favor  de  Cervantes,  si  compara  una  parte  con  otra,)) 


LxxxiV  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRITICO 

llaneza  del  estilo  en  sus  versos.  Los  asuntos  que  escoge ,  dan  claro  indicio  alguna  vez  de  sü 
lUlta  coinnletu  de  facultades  estéticas.  Unas  liras  leyó  en  la  Academia  del  Buen  Gusto  en  ho- 
nor'del  ¡lustre  Xusan-e,  á  quien  afligía  á  la  sazón  la  enfermedad  de  la  gota.  Un  verdadero 
jjoeta  habria  cantado  al  hombre  sabio,  al  esclarecido  académico.  Montiano  toma  por  asunto  la 
nota,  V  apura  todos  los  recursos  de  su  ingenio  para  definir  poéticamente  esta  prosaica  enlcr- 

niedad.  ^  •    ^^ 

Hé  aquí  iin  ejemplo  de  esa  poesía,  que,  en  el  lenguaje  flamante  de  ahora,  podría  Uamarse 

de  grosero  realismo : 

Tú ,  de  humor  engendrada ,  Mas  cuando  le  combates 


Ácido  venenoso, 

La  parte  insultas  menos  defendida 

Ilasla  los  pies  te  abates 
Con  mástara  traidora 
Del  que  intentas  poner  en  tus  cadenas; 


Con  mano  vencedora 

Los  delicados  nervios  y  las  venas, 

Con  tal  rigor  y  penas 
Le  ligas,  que  no  atina 
Á  desatarlos,  no,  la  medicina. 


Esto  es  de<Tadar  la  poesía,  y  en  cuanto  al  prosaísmo  de  estos  versos,  no  se  encuentra  igual 
en  todo  el  si5o  xviil,  hasta  que  se  llega  á  dar  con  las  poesías  de  Montengon,  de  Olavide  ó 
de  don  Pedro  de  Silva. 

ScTun  antes  hemos  indicado,  la  fama  de  Montiano  no  quedó  encerrada  en  los  límites  de  su 
l)atria.  Lessing  no  lo  admira,  pero  lo  menciona  con  aprecio.  Academias  extranjeras  se  hon* 
raron  con  sn  nombre ,  v  fué  amigo  de  varios  sabios  europeos ,  con  los  cuales  mantuvo  activa 
corresi)ondenc¡a,  especialmente  con  el  caballero  portugués  Conde  da  Ericeira  y  con  los  es- 
critores franceses  Louis  Racine,  hijo  del  famoso  autor  dramático  Jean  Racine,  y  monsieur 
D'Hermillv,  traductor  y  anotador  de  la  Historia  de  España,  de  Terreras  (1),  y  traductor 
también  de  los  dos  famosos  discursos  de  Montiano  sobre  las  tragedias  españolas. 

En  suma,  Montiano  resplandeció  en  las  letras  como  prosista  castizo  y  severo;  y  si  no  es 
dable  presentar  sus  versos  ni  como  dechados  de  los  diferentes  géneros  á  que  pertenecen ,  ni 
tampoco  como  sabrosa  ó  brillante  poesía,  no  pueden  menos  de  ofrecer  interés  en  nuestra  his- 
toria literaria  como  muestras  de  las  vicisitudes  del  idioma  castellano,  y  de  la  trasformacion 
casi  repentina  que  experimentó  la  poesía  en  manos  de  los  primeros  filólogos  que  combatieron 
con  autoridad  y  con  entereza  los  delirios  del  gusto  poético  de  aquella  era.  JVasarre,  Luzan, 
don  Juan  de  Triarte  y  Montiano  representan ,  mejor  que  otros  escritores ,  aquel  período  doc- 
trinal en  que  la  poesía,  de  extravagante  y  conceptuosa,  se  tornó  difusa,  glacial  y  amane- 
rada. 

El  sentido  común  triunfó,  sin  duda;  la  poesía  ganó  muy  poóo. 

Don  Blas  Antonio  Nasarre  fué  uno  de  los  individuos  más  sobresalientes  que  tuvo  en  sus 
años  primeros  la  Academia  Española.  Gran  latino;  teólogo,  jurisconsulto;  humanista  insig- 
ne. Atacó  el  teatro  antiguo  español,  en  su  prólogo  á  las  Comedias  de  Cervantes  (edición 
de  1749),  de  un  modo  extravagante,  que  le  acarreó  violentas  impugnaciones.  Su  crítica  fué, 
en  general ,  pobre  y  antifilosófica ,  y  los  pocos  versos  que  escribió  no  son  superiores  á  su  crí- 
tica, Pero  este  severo  juicio,  que  formamos  más  de  un  siglo  después  de  su  muerte,  no  debe 
amenguar  la  gloria  relativa  de  este  ilustre  académico.  Su  lucha  constante  contra  los  extravíos 
literarios  de  su  época  es  ya  de  suyo  un  timbre  honrosísimo  para  su  nombre.  Su  autoridad 
como  hablista  fué  grande  y  provechosa.  En  esta  parte  le  consideraron  como  verdadero  maes- 
tro los  literatos  más  afiímados  de  su  tiempo.  Montiano,  en  su  Elogio  histórico  de  Nasarre,  leí- 
do en  la  Academia  Española  el  año  de  1751,  dice  así  : 

«Para  el  metro  vulgar  fué  tan  dueño  de  la  majestad  de  nuestro  idioma... ,  que  esconden, 
avaros,  sus  escritos  los  aficionados  al  buen  gusto  de  las  musas  castellanas.» 

Don  Luis  José  Vclazquez ,  el  célebre  autor  de  los  Orígenes  de  la  Poesía  castellana,  en  una 

(1_)  Apuntes  de  don  Eugenio  Llaguno,  que  existen  en  la  biblioteca  del  Duque  de  Osuna. 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIII.  LXiXV 

oda  consagrada  á  ensalzar  la  memoria  de  Kasari^e  (1),  dice,  hablando  de  una  obra  de  éste: 

Que  si  llegan  á  oiría, 
Querrán  hablar  los  dioses 
La  lengua  de  Castilla. 

La  producción  poética  más  importante  que  presentó  Nasarre  á  la  Academia  del  Buen  Gus- 
to, fué  ima  prolija  é  interminable  glosa  ó  explanación  parafrástica  del  Padre  JSuestro  en  liras, 
romances,  canciones,  redondillas,  octavas  y  décimas.  Casi  toda  esta  glosa  es  prosaica,  trivial, 
desmayada ,  y,  lo  que  es  todavía  peor,  harto  conceptuosa  para  un  hombre  que  se  precialja  gran- 
demente de  reformador  del  mal  gusto.  Véanse,  por  ejemplo,  las  dos  siguientes  décimas,  to- 
madas al  azar  en  el  fárras-o  de  esta  ¿rlosa  : 


Hombre,  ¿qué  médico  ves, 
Visitándote  en  la  cama, 
Que  si  el  achaque  le  llama, 
No  le  lleve  el  interés? 
¿Cuál  tan  compasivo  es, 
Que  del  enfenno  no  cobre  ? 
¿Quién  hay  que  en  la  cura  obre 
Comprando  á  su  costa  el  medio? 
O  ¿  quién  aplica  el  remedio, 
Primero  que  al  rico,  al  pobre? 


Sólo  aquel  Doctor  divino, 
Que  viendo  necesitado 
Al  hombre ,  sin  ser  llamado, 
Para  redimirle  vino. 
Las  medicinas  previno. 
Siendo  de  tanta  virtud. 
Que,  sin  temor  6  inquietud 
Del  que  viene  á  visitar, 
El  se  sangra  para  dar 
Al  enfermo  la  salud. 


¡Qué  vil  metáfora!  ¡Qué  impropia  entonación!  ¡Comparar  á  una  sangría  el  augusto  y  su- 
blime sacrificio  del  Redentor  de  la  humanidad!  Nadie  sale  enteramente  de  su  tiempo,  y  Na- 
sarre, con  toda  su  cordura,  entraba,  sin  advertirlo,  en  la  atmósfera  tiu-bia  y  contagiada  que 
él  pugnaba  por  depurar  y  esclarecer. 

En  la  misma  Academia  leyó  Nasarre,  dándola  por  suya,  la  Fábula  del  Genil,  de  Pedro 
de  Espinosa.  Atendido  su  carácter  llano  y  circunspecto,  sólo  puede  atribuirse  esta  superche- 
ría á  una  humorada  literaria.  El  hecho  es  que  los  doctos  académicos  dieron  en  el  engaño,  y 
el  erudito  Porcél,  reconociendo  en  el  bello  poema  el  tono  y  el  encanto  de  los  mejores  tiem- 
pos, no  vio  en  esta  circunstancia  sino  un  mérito  especial  de  Nasarre  (2),  y  tan  persuadido 
estuvo  por  algún  tiempo  de  que  éste  era  autor  de  la  Fábula  del  Genil ,  que  así  lo  escribió  al 
Conde  de  Torrepalma ,  en  la  citada  carta  poética : 

Tan  dulcemente  El  Amuso 
Cantó  del  Genil  las  aguas. 
Que  lo  pensé  Garcilaso, 
Viendo  que  en  su  vega  canta. 


(1)  Esta  oda,  escrita  en  pobre  y  afectado  estilo, 
fué  leida  en  \&  Academia  del  Buen  Gusto  en  17ül, 
esto  es,  el  año  mismo  de  la  muerte  de  Nasarre.  (Ac- 
tas de  la  Academia.  Colección  de  manuscritos  de 
nuestro  ilustrado  amigo  el  señor  don  Pascual  de 
Gayángos.) 

(2)  ((La  Fábula  del  Genil,  cuyo  autor  se  disfraza 
llamándose  El  Amuso  (nombre  académico  de  Na- 
sarre), descubre  la  discreta  hipocresía  del  disfraz. 
Tan  bello  poema  sol-ameute  dictan  las  Musas  á  sus 

enamorados El  estilo  de  esta  obra,  el   modo  de 

manejarlos  pensamientos  ,  la  prodigiosa  fecundidad 
y  viveza  en  las  expresiones  y  pinturas  no  me  pare- 
cen de  este  siglo,  sino  de  los  principios  del  pasado. 
Pero  esto  resultarla  más  en  su  alabanza ;  y  así  voy 
á  tal  cual  reparo.  En  el  verso 

De  bellas  ninfas  de  desnudos  pechos, 

y  algunos  otros  no  menos  vivos,  no  puede  estar  más 
J,  Ps,-xvin, 


fuera  de  la  tabla  la   licenciosa   imagen  ii,  etc.,  etc. 

Porcél.  en  su  Juicio  lunático,  pone  en  boca  de  Jáu- 
regui  estas  palabras  que  acabamos  de  transcribir. 
Mas  adelante  dice  el  obispo  Bernardo  de  Balbueua, 
contestando  á  Jáurcgui  : 

«Quien  conoce  la  vastísima  eruilioion  de  El  Amu- 
so, corifeo  en  este  siglo  de  la  literatura  española; 
quien  sabe  su  ingenio  y  su  delicada  crítica,  no  pue- 
de extrañar  que  escriba  con  el  primor  de  nuestros 
dorados  siglos Todo  esto  es  una  bizarría  de  inge- 
nio muy  maestro.» 

Andando  el  tiempo,  Porcél  hubo  de  caer  en  la 
cuenta  de  la  inocente  superchería  de  Nasarre.  En 
una  copia  del  Juicio  lunático,  copia  que  perteneció 
al  mismo  Porcél,  hay  una  nota  marginal  de  su  mano, 
que  dice  así,  al  lado  de  las  palabras  puestas  en  boca 
de  Jáuregui  :  «Con  efecto,  era  obra  de  vm  autor  del 
principio  dpi  siglo  pasado.» 

/ 


,yy^„  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

Referimos  esta  andcdota,  como  indicio  de  lo  poco  buscados  y  leídos  que  eran,  durante  el 
reinado  de  Femando  VI,  algunos  do  los  mejores  poetas  líricos  del  siglo  de  oro. 

Hemos  mencionado,  y  mencionaremos  todavía  varias  veces,  la  Academia  del  Buen  Gusto,  y 
es  conveniente  dar  alguna  idea  de  esta  célebre  tertulia  literaria,  que,  así  por  su  objeto,  por 
la  importancia  y  f\ima  de  las  personas  que  la  componían,  y  hasta  por  su  aristocrático  carác- 
ter contribuyó  al  triunfo  de  la  escuela  de  los  preceptistas.  Todos  saben  que  estas  academias 
ó  sarat)s  literarios  ,  de  que  se  encuentran  muchos  ejemplos  en  la  antigua  Roma  (1),  fueron 
en  Europa,  aun  antes  del  Renacimiento,  uno  de  los  medios  más  activos  para  promover  y  fo- 
mentar el  amor  ú  las  letras.  El  halago  de  las  pláticas  literarias  entre  gente  culta  6  ilustrada, 
y  los  estímulos  de  la  noble  emulación  de  la  gloria  fueron  siempre  poderosos  incentivos  en  las 
naciones  civilizadas.  ¿Quién  no  trae  á  la  memoria  las  poéticas  academias  que  con  tanto  lustre 
celebraban  los  moros  de  Córdoba  y  Granada,  la  célebre  Academia  de  Oxford,  fundada  por  Al- 
fredo-el-Grande,  y  la  no  menos  famosa  de  los  Juegos  Florales,  creada  por  la  inmortal  Clemen- 
cia Isaura?  Los  certámenes  y  las  justas  poéticas  empeñaron  siempre  el  ánimo  de  los  españoles. 
En  el  Cancionero  de  Baena  hay  muchos  ejemplos  de  esta  afición  á  las  competencias  litera- 
rias ,  y  es  de  notar  que  una  justa  poética  fué  el  segundo  libro  que  se  imprimió  en  España  (2). 
Academias  hubo  dañosas  á  las  letras,  porque  daban  pábulo  al  gusto  sutil  ó  altisonante,  que 
todo  el  mundo  aplaudía ,  haciendo  subir  de  punto  los  alardes  de  lucimiento  y  bizarría  de  in- 
genio que  hacían  los  académicos  para  sobrepujarse  unos  á  otros.  El  más  alambicado  ó  el  más 
nebuloso  solía  llevar  la  palma  de  la  discreción  ó  de  la  sublimidad ,  y  todos  se  esmeraban  á 
porfía  en  aumentar ,  sin  saberlo ,  la  corrupción  reinante.  Los  extraños  y  pedantescos  títulos 
que  adoptaban  las  academias ,  expresan  las  tendencias  de  afectación  que  preponderaban  en 
ellas.  En  Palermo  hubo  la  Academia  de  los  Encendidos;  en  Roma,  la  de  los  Fuertes;  en  Bolo- 
nia, la  de  los  Inescrutables ;  en  Barcelona,  laáe  los  Desconfiados ;  en  Setúbal,  la  de  los  Proble- 
máticos; en  Valencia,  la  memorable  de  los  Nocturnos  (1591),  en  la  cual  cada  académico  toma- 
ba un  nombre  poético  alusivo  á  la  noche ,  y  así  uno  se  llamaba  Sombra ,  otro  Silencio ,  otro 
Vigilia ,  otro  Sereno,  otro  Reposo,  otro  Tiniebla,  y  por  el  mismo  estilo  los  demás,  hasta  el  nú- 
mero de  cuarenta  y  cinco  personas  que  constituían  la  academia.  Palestra  conceptuosa  se  llamó 
en  Madrid  imajusta  poética  en  1722.  La  afición  á  las  ideas  emblemáticas,  achaque  de  aque- 
llos tiempos ,  que  se  habia  ido  introduciendo  en  las  letras  como  prenda  de  elegancia  y  cul- 
tura ,  tomó  en  algunas  academias  el  carácter  bucólico  y  pastoral ,  una  de  las  más  sandias 
afectaciones  que  produjo  la  literatura  extraviada.  La  Academia  de  los  Árcades ,  formalmente 
constituida  en  1790  por  Crescímbeni,  poeta  con  razón  olvidado,  pero  en  realidad  creada  an- 
tes ,  en  el  })alacio  Corsini  de  Roma ,  por  Cristina  de  Suecia ,  aquella  reina  esclarecida  que, 
ansiosa  de  civilización,  llevó  á  su  lado  á  Descartes  y  á  Grocio,  y  rindió  sin  tregua  culto  sin- 
cero á  las  confiuistas  de  las  ciencias  y  á  los  hechizos  de  las  letras  y  de  las  artes,  caracteriza  la 
decadencia  del  verdadero  sentimiento  poético.  Esta  academia  de  los  Árcades,  la  más  famosa 
de  Italia  par  mérito  y  por  desprecio  (3) ,  tuvo  por  objeto  poner  coto  á  los  extravíos  del  gusto 
marinesco.  Mas  no  hizo,  en  verdad,  sino  trocar  el  delirio  por  el  fastidio,  y  desarrollar  ridicula- 
mente la  moda  pastoral,  que,  hija  degenerada  de  la  imaginación  de  Sannazaro,  que  habia  dado 
á  la  Arcadia  griega  una  forma  ideal,  produjo  tanta  insulsez  y  amaneramiento  en  la  poesía.  Doce 
hombres  insignes  fueron  escogidos  para  la  formación  de  las  leyes  académicas  de  los  Árcades, 
entre  ellos  el  sabio  deán  de  Alicante,  don  Manuel  Martí  (4).  Todos  ellos  se  reunían  en  el 
Bosco  Parrasio  del  Monte  Janículo ,  donde  emblemas ,  usos  académicos  y  tareas  poéticas : 


(1)  Las  más  célebres  son  las  de  Nerón,  en  que  eí  página  51.)  Ya  en  1468  se  había  impreso  en  Barce- 
mismo  Nerón  y  Lncano  leian  versos.  lona  el  Opúsculo  gramático  de    Bartolomé  Mates. 

(2)  Certamen  poético  celebrado  en  Valencia  el  25  (3)  Expresión  de  César  Cantú. 
de  Mareo  do  1474.  Ohrcs  é  trabes,  etc.  Fué  impreso  el  (4)  Jimeno,  Escritores  del  reino  de  Valencia. 
mismo  año.   (Fubter,  tomo  i,pág.  52;  Velazquez, 


DÉ  LA  POESÍA  CASTELLANA  EX  EL  SIGLO  XTIIL  LXXXVií 

todo  tenía  un  carácter  por  damas  risible  y  candoroso.  Estaban  contagiados  del  esiDÍritu  de 
afectación  y  de  artificio  que  habia  corrompido  las  letras,  y  da  de  ello  manifiesto  testimonio 
la  pueril  prescripción  de  designar  á  los  Arcades  con  nombres  más  ó  menos  orieo-os,  á  veces 
en  sumo  grado  extravagantes ,  con  lo  cual  se  daban  por  alistados  entre  los  pastores  de  la  Ar- 
cadia. Desde  el  de  Alfesibeo,  que  adoptó  Crescimbeni ,  hasta  los  que  usa  todavía  esta  hoy 
anacrónica  academia,  ¡  qué  lista  tan  singular  de  exóticos  nombres,  tan  extraños  á  veces  por 
su  sonido,  y  siempre  por  la  ficticia  transformación  personal  que  suponen!  ¡Prelados,  carde- 
nales ,  y  hasta  pontífices ,  transformados  en  pastores  de  Arcadia ,  siempre  tan  amartelados , 
tan  disertos  y  tan  insípidos!  El  éxito  maravilloso  de  esta  academia  fué  la  consagración  de 
aquella  plaga  de  poetas  pastoriles  que  se  inspiraban  en  su  gabinete,  sin  ver  más  cielo  ni  más 
campo  que  la  pared  ó  el  tejado  de  la  casa  vecina,  y  de  aquella  moda  irrisoria  que  convertía 
entre  nosotros  al  respetable  Jovellanos  en  el  mayoral  Jovbio,  al  rígido  magistrado  Forner  en 
el  zagal  Fornerio^  al  severo  canónigo  Porcél  en  el  caballero  de  los  Jabalíes,  y  al  grave  don 
Jaime  Villanueva  en  el  pastor  Jamelio. 

A  veces  tropezaron  estas  academias  con  insuperables  obstáculos.  Una  de  ellas,  la  Acade- 
mia Imitatoria,  establecida  en  Madrid  á  imitación  de  las  famosísimas  de  Italia  (1586),  en  la 
cual  tomó  Lupercio  de  Argensola  el  nombre  de  Bárbaro,  por  alusión  á  la  hermosa  joven  doña 
Bárbara  de  Albion ,  con  quien  se  casó  al  año  siguiente ,  empezó  sus  tareas  con  felicísimos 
auspicios.  «  Multitud  de  personas  eminentes  le  servían  de  columnas.  Oyentes  calificados,  gran- 
des, títulos  y  ministros  del  Rey  iban  á  oír  con  aplauso  y  atención»  (1).  Y  sin  embargo,  no 
duró  un  año  esta  sociedad  literaria.  Blanco  sin  duda  de  los  tiros  de  la  malevolencia ,  la  opi- 
nión llegó  á  serle  contraria.  Así  lo  da  á  entender  el  mismo  Argensola : 


Y  si  del  ocio  huyendo,  por  reoreo 
Busca  la  discreción  de  la  academia, 
Que  ser  humilde  tiene  por  trofeo, 


Le  sigue  y  le  persigue  la  blasfemia , 
Como  si  fuera  público  enemigo  : 
Tal  es  el  precio  con  que  el  vulgo  premia. 


También  aconteció  que  algunas  de  estas  academias  acabasen,  como  familiarmente  se  dice, 
á  capazos,  siendo  necesario  mandarlas  disolver,  por  haber  convertido  sus  individuos  la  pro- 
vechosa emulación  en  contiendas  desaforadas  del  amor  propio  y  de  la  envidia.  Aludiendo  á 
los  magnates ,  dice  Cristóbal  de  Mesa  : 

Si  alguno  de  ellos  hace  una  academia^ 
Hay  saetas ,  competencias  y  porfías 
Mas  que  en  Ingalaterra  ó  en  Bohemia. 

«Nacieron  (dice  Cristóbal  Suarez  de  Figueroa)  délas  censuras,  fiscah'as  y  emulaciones  no 
pocas  voces  y  diferencias  ,  pasando  tan  adelante  las  presunciones ,  arrogancias  y  arrojamien- 
tos,  que  por  instantes,  no  sólo  ocasionaron  menosprecios  y  demasías,  sino  también  ¡peligrosos 
enojos  y  pendencias;  siendo  causa  de  que  cesasen  tales  juntas  con  toda  brevedad»  (2). 

También  en  épocas  posteriores  reinaba  en  estas  tertulias  literarias,  según  la  condición  de 
las  gentes,  cierto  espíritu  vulgar  y  grotesco.  «  Se  entretejían  los  saraos,  dice  el  doctor  don 
Manuel  Pérez  Valderrábano ,  echando  relaciones,  pasos  de  comedia,  cantando  al  fandango 
jácaras  de  valentones,  y  se  recitaban  poesías  ó  sermones  burlescos.  Todo  esto  cesó  de  cuarenta 
años  á  esta  parte  (1786);  y  más  vale  que  no  se  restituya,  si  no  fuese  con  mejor  cultura  y 
mejor  influjo  para  las  costumbres  »  (3). 

Pero  otras  innumerables  academias  particulares  fueron ,  por  el  contrario  ,  en  alto  grado 
provechosas  á  las  letras  y  á  la  civilización.  Imagen  de  ellas  son  la  que  celebran  en  la  segunda 


(i)  Juan  Rufo,  Apotegmas ;  159t). 
(2)  Plaza  universal  de  todas  las  ciencias  y  artes; 
1615. 


(3)  Prefacio  á  la  ^w^re/omagma,  ó  Caída  de  Luz-^ 
bel,  poema.  Falencia,  1786. 


l^^^^viil  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

jomada  de  La  Moza  de  cántaro  de  Lope  de  Vega,  don  Juan,  el  Conde  su  primo  y  doña  Ana, 
la  cual  con  1Úít¡co  rigor  censura  el  epítejto  serenos  aplicado  á  los  ojos ,  alegando  que  en  ellos 
la  inmovilidacrno  es  gran  mérito;  y  asimismo  la  academia  sevillana  que  retrata  y  no  satiriza 
Velcz  áü  Gticvai-a  en  el  «raneo  ix  de  El  Diablo  cójatelo,  en  la  cual  leian  versos  el  poeta 
cómico  granadino  don  Alvaro  Cul.illo  de  Aragón,  secretario  de  ella,  y  doña  Ana  de  Caro, 
décima  musa  sevillana.  De  los  certámenes  y  academias  que  sirvieron  de  estímulo  y  fomento 
á  la  cultura  intelectual ,  podríamos  citar  un  crecido  número.  Nos  limitaremos  á  recordar  la 
academia  que  tuvo  en  Madrid  Hernán  Cortés,  á  la  cual  asistían  el  cardenal  Poggio  y  otros 
varones  de  cuenta;  la  llamada  Selcaje,  por  haberse  instituido,  en  Madrid  (1612),  en  casa  de 
don  Francisco  de  Silva,  á  quien  Cervantes  y  Espinel  elogian  con  encarecimiento  (1);  la 
justa  poética  de  Zaragoza,  en  que  fué  premiado  Cervantes  (1595);  las  celebradas  pública- 
mente en  Madrid  con  oran  pompa,  con  motivo  de  la  beatificación  de  san  Isidro  Labrador,  en 
un  tablado  construido  al  frente  de  la  iglesia  de  San  Andrés ,  en  las  cuales  fueron  competi- 
dores los  más  esclarecidos  ingenios,  Lope  de  Vega,  Calderón,  Guillen  de  Castro,  Jáuregui, 
Espinel,  Zarate,  Silveira,  Montaban,  Castillo  Solórzano,  Pantaleon  de  Rivera  (1G20-1622); 
y  la  insigne  academia  de  Madrid  denominada  Castellana,  de  la  que  fué  secretario  don  Je- 
rónimo de  Cáncer.  Las  academias  y  las  justas  poéticas  se  hicieron  tan  frecuentes  J  se  vul- 
garizaron de  tal  modo ,  que  no  tardaron  en  provocar  las  burlas  de  los  mismos  poetas ,  como 
puede  verse  en  el  ridículo  certamen  que  Salas  Barbadillo  introduce  en  su  comedia  El  Corte- 
sano descortés  (2).  La  afición  á  escribir  versos  degeneró  en  manía,  y  certamen  hubo  en  que 
llegaron  á  cinco  mil  las  composiciones  presentadas  (3). 

Entre  las  academias  provechosas  merecen  especialmente  ser  señaladas  la  llamada  della 
Crusca,  cuyo  célebre  vocabulario  (1G12)  es  siempre  la  primera  autoridad  para  la  lengua  ita- 
liana, y  algunas  establecidas  en  España  con  objetos  especiales  de  enseñanza;  entre  ellas  la 
Academia  Valenciana,  creada  en  1742  con  el  designio  de  fomentar  los  estudios  históricos, 
la  cual  publicó  las  Obi-as  cronológicas  del  Marqués  de  Mondéjar;  la  que  en  1690  se  fundó 
igualmente  en  Valencia,  en  casa  del  Conde  de  la  Alcudia,  para  el  cultivo  y  enseñanza  de  las 
ciencias ;  y  otras  que ,  siguiendo  la  tradición  de  la  Academia  de  Nostra  Senyora  de  la  Sapien- 
cia (1606),  se  instituyeron  en  la  misma  ciudad,  figurando  en  ellas  los  insignes  matemáticos 
y  astrónomos  Tosca,  Corachan,  Zaragoza,  maestro  de  Carlos  11,  y  otros  precursores  del  es- 
clarecido Jorge  Juan  (4).  A  estas  academias  ,  gloria  imperecedera  de  Valencia ,  se  debe  en 
gran  parte  que,  á  principios  del  siglo  xviii,  cuando  en  muchas  ciudades  de  España  habían 
caido  las  ciencias  y  las  letras  en  el  más  lamentable  abandono ,  ardiesen  en  esta  ciudad  ansia 
noble  del  saber  y  amor  vehemente  á  los  deleites  de  la  inteligencia. 

En  los  últimos  años  del  reinado  de  Felipe  V  iba  ya  en  decaimiento  la  afición  á  las  aca- 
demias literarias,  que  ton  en  auge  habían  estado  en  los  dos  siglos  anteriores.  Prueba  de  ello 
es  la  que  se  estableció  en  Madrid  por  aquel  tiempo  con  el  título  de  Academia  Poética  Matri- 
tense. Formaban  parte  de  ella  el  célebre  Cañizares,  Quadi'os,  Palacios,  el  Marqués  de  la  01- 
ineda ,  don  José  Benegasi ,  don  Agnstin  Cordero  (secretario) ,  y  otros  poetas  inclinados  á  la 
escuela  popular.  Pero  les  faltó  el  fervor  ó  la  buena  armonía,  y  la  academia  se  deshizo  por  sí 
misma  (5). 

(1)  Cervjrtitca,  Viaje  delParmaso,  cap.  n.  —  Vi-  (4)  Véanse  Jímeno  y  Fuster;  coütienen  noticíaa 
cenle  Espiuel  dice  de  Silva, en  El  Escudero  Marcos      exactas  y  copiosas  de  estas  ilustres  academias. 

de  Ohregon  :  «Pocos  dias  há,8¡i'viendo  á  su  rey,  mu-  (5)  Dan  do  ello  testimonio  dos  sonetos  burlescos 

nó  como  valentísimo  soldado.»  de  Benegasi.  El  Presidente  no  asistía,  y  los  dema8 

(2)  Comedia  en  prosa.  Impresa  en  Madrid,  por  la  académicos  acabaron  por  hacer  lo  mismo.  Así  em- 
viuda  de  Cosme  Delfj;ado,  año  de  IG'il.  pieza  uno  délos  sonetos  : 

(3)  El  Pasajero;  advertencias  útilísimas  ú  la  vida  Ilustre  Academia,  ¿qué  se  hizo 
humana ,  por  el  doctor  Cristóbal  Suarez  de  Figueroa.  ^*  ^""^  aplicación  con  que  empezaste? 
Madri d     1 C 1 7.  ^  '^^  ^  ^^'*  ®^  presidente  que  buscaste  ? 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIH.  LXxxix 

Menester  era  que  hubiese  estímulos  extraordinarios  para  que ,  en  una  época  en  que  la  orga- 
nización oficial  iba  sustituyendo  en  muclias  cosas  á  la  acción  espontánea  de  los  particulares, 
subsistiese  por  cierto  tiempo  una  academia  de  esta  especie.  Estos  estímiüos  extraordinarios, 
á  saber  :  riqueza  ,  prestigio  cortesano,  conjunto  de  eminencias  intelectuales ,  imitación  de  las 
costumbres  elegantes  de  la  corte  francesa,  se  reunieron  en  la  academia  poí'tica  que,  con  el 
nombre  del  Buen  Gusto,  ya  usado  por  otra  de  Palermo,  se  instituyó  en  JMadrid,  en  casa  de  la 
insigne  señora  doña  Josefa  de  Zúñiga  y  Castro,  condesa  viuda  de  Lémos,  después  marquesa 
de  Sarria,  que  habitaba  un  hermoso  palacio  en  la  calle  del  Turco. 

Mezcla  de  las  academias  poéticas,  tan  florecientes  en  los  siglos  xvi  y  xvii,  y  de  las  ter- 
tulias literarias  de  las  damas  de  la  aristocracia  francesa,  que  tuvieron  su  apogeo  en  el 
Jlótel  de  RamhoniUet  y  en  la  corte  de  Sceaux  ,  la  Academia  del  Buen  Gusto,  que  debe  con- 
tarse entre  las  útiles  á  las  letras ,  forma  época  en  la  historia  poética  del  siglo  último,  así  por- 
que fué  la  última  importante  de  su  género,  como  igualmente  porque  contribuyó  á  dar  fuer- 
za y  autoridad  á  la  reforma  doctrinal. 

Joven,  hermosa,  ilustre,  rica,  discreta  é  instruida,  la  Condesa  de  Lémos  cautivaba  fá- 
cilmente la  voluntad ,  y  atraía  á  su  sociedad  á  las  personas  más  distinguidas  de  la  Corte  en 
nacimiento  y  letras.  Era  aquí  como  un  reflejo  de  la  seductora  JuUe  d^ Angennes ,  del  Hotel  de 
líambouillet.  Hermana  del  Duque  de  Béjar,  y  acostumbrada  desde  su  infancia  á  los  refina- 
mientos del  lujo,  dio  á  sus  terttüias  literarias  un  carácter  elegante  y  aristocrático,  que 
cuadraba  á  aquella  literatura,  que  era  un  recreo  de  gabinete,  y  no  un  desahogo  del  espíritu 
popular.  El  festivo  Villarvoel,  uno  de  los  académicos,  habla  así  de  la  Academia  en  un  Ve- 
jamen muy  chistoso  ; 

Aquí  estoy  en  Madrid,  que  no  en  la  Alcarria,  1  Con  dulce  y  chocolate, 

Y  en  la  casa  también  de  la  de  Sarria,  Al  caballero,  al  clérigo,  al  abate, 

Marquesa  liermosa  ,  dulce  presidenta  ,  Que  traen  papelillos  tan  bizarros. 

Que  no  sólo  preside,  mas  sustenta ,  I       Que  era  mejor  gastarlos  en  cigarros  (1). 

Allí  se  reunían  Montiano,  Luzan,  Nasarre,  el  Conde  de  Saldueña,  el  Marqués  de  la 
Olmeda,  el  Conde  de  Torrcpalma,  Porcél,  Yelazquez,  el  Duque  de  Béjar  y  otros  poetas  que 
constituían  la  aristocracia  literaria  de  aquella  época,  que ,  así  en  España  como  en  Francia  é 
Italia ,  se  hermanaba  fácilmente  con  la  aristocracia  nobiliaria. 

Fueron  los  fundadores  de  la  Academia  del  Buen  Gusto  : 

El  Conde  de  Saldueña,  primogénito  del  Duque  de  ^lontellano,  con  el  nombre  aca- 
démico (2)  de El  Justo  desconfiado. 

El  Conde  de  Torrepalma.,  embajador,  individuo  de  las  academias  Española  y  de 

la  Historia ,  con  el  de El  Difícil. 

Don  Agustín  de  Montiano  y  Luyando ,  del  Consejo  de  su  Majestad,  su  secretario 
en  la  Cámara  de  Justicia  y  Estado  de  Castilla,  individuo  de  la  Academia  Espa- 
ñola y  director  pei-pétuo  de  la  Academia  de  la  Historia,  con  el  de El  Humilde. 

£¿  Du^j-Me  (fe -Be/ar,  caballero  del  Toisón  de  Oro,  con  el  de El  sátiro  Mar sias. 

El  Duque  de  Medina- Sidonia^  de  la  Academia  Española. 

El  Duque  de  Arcos. 

El  otro  soneto  es  como  sigue  :  Y  la  Academia  (vaya  de  tí  á  mi), 

„  .       ,  . ,  ¿Es  dable  que  se  pierda?  R.  No  lo  e'. 

Se  duda  de  Palacios ,  SI  os  dejó ;  ^  .   .  jj   -  „  o  --.      ^ 

.  Luego  ¿estaba  perdida?  i?.  Señor,  a. 
Del  segundo  buscado  ,  si  querrá; 

Con  que  así  la  Academia  se  estará  ("j)  Actas  de  la  Academia  del  Buen  Gusfo.  (MS.) 

En  los  mismos  pañales  que  empezó  Ademas  de  los  nombres   académicos  aquí  ci- 

Si  al  Marqués  de  la  Olmeda  se  admitió ,  ^   ''  t-iji.i 

Y  á  Cañizares,  ¿porqué  nunca  va?  tados ,  usaron  otros  individuos  de  la  Academia  los 

¿Qué  hacen,  dime.  los  dos?  Y  ¿qué  hacen  ya  Siguientes  :  el   ícaro ,   cl  Remiso,  el  Incógnito,  el 

Qnadros  y  Benegasi?  ij.  ¿  Qué  sé  yo?  Aburrido,  el  Amigo  del  Amuso.  En  la  Academia  fir- 

¿Qné  determina   el  Conde?  ¿Qué  el  Marqués?  ,  .  .  .      _  ,,    .  y 

i  Qué  se  hacen  tantos  individuos  ?  di.  "aban  Siempre  con  estos  extraños  seudónimos.  Los 

Jí.  Se  deshacen ,  por  ir  todo  al  rere?,  f5efÍore8  Gayángos  y  Vedia  pusieron  en  claro  los  ver» 


xa  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

Aí^egarónse  después  á  la  Academia  : 

D&n  Francisco  Scotti  Fernandez  de  Córdoba ,  caballero  de  Santiago,  caballerizo  de  cam- 
po del  Ilt-y ;  autor  dramático. 

El  Mitrquis  df  Casasola. 

El  Marqués  de  Montehermoso.  (Fué  más  adelante  individuo  de  la  Academia  Española.) 

El  Marqués  de  la  Olmeda,  comendador  de  Santiago. 

Don  Blas  Antonio  Nasarre  y  Ferriz,  do  la  Academia  Española,  con  el  nombre  acadé- 
mico de El  Amuso. 

Don  Alonso  Santos  de  Lean. 

Don  José  Villarroel ,  presbítero,  con  el  de El  Zángano. 

Don  Francisco  de  Zamora. 

Don  José  Antonio  Porcély  Salahlanca.  En  1789  era  canónigo  de  la  catedral  de  Granada, 
con  el  (lo El  Aventurero, 

Don  Ignacio  de  Luzan,  con  el  de El  Peregrino. 

Don  Luis  José  Velazquez,  marqués  de  Valdeflores,  con  e\  de El  Marítimo. 

El  canónigo  don  Jnan  de  Lnzan ,  en  una  nota  á  las  Memorias  que  escribió  acerca  de  la 
vida  de  su  esclarecido  padre ,  cita  todos  estos  nombres ;  pero  tenemos  fundamento  para  creer 
que  esta  lista  de  los  académicos  del  Buen  Gusto  no  es  completa ,  y  que  algunas  otras  perso- 
nas señaladas  en  las  letras  asistieron  á  las  juntas  de  la  academia  y  tomaron  parte  en  sus  ta- 
reas. No  nos  parece,  por  ejemplo,  muy  aventurado  conjeturar  que  el  famoso /ray  Juan  de 
la  Concepción^  poeta  agudo  y  repentista,  amigo  de  los  Duques  de  Béjar  y  de  Medina-Sido- 
nia ,  y  honrado  ademas  con  el  aprecio  de  la  Duquesa  de  Arcos  y  de  la  misma  Condesa  de  Lo- 
mos ,  que  se  complacían  en  verle  lucir  su  fácil  ingenio,  perteneciese  á  la  brillante  sociedad 
poética  (1). 

La  Academia  del  Buen  Gusto  liizo  ruido  en  la  Corte ,  y  de  ella  decia  con  donaire  don  Juan 
de  Iriarte ,  aludiendo  á  que  aquel  grupo  de  poetas  estaba  presidido  por  una  mujer,  que  esta 
academia  era  un  Parnaso  al  revés  (2).  Esta  circunstancia  no  quitaba  á  las  juntas  académicas 
el  orden  y  la  regularidad  qiie  requieren ,  y  el  concienzudo  secretario,  don  Agustin  de  Montiano, 
extendia  las  actas,  en  forma  fria  y  grave  como  su  autor,  y  las  dejaba  escritas  de  su  puño  y 
firmadas  con  su  nombre  académico,  acompañadas  de  las  poesías ,  por  lo  común  autógrafas, 
que  se  leian  en  la  academia  (3).  A  ella  asistían  de  vez  en  cuando  la  Condesa  de  Ablitas ,  la 
Duquesa  de  Santistéban ,  la  Marquesa  de  Estepa ,  que  escribía  versos ,  y  otras  ilustres  damas; 
pero  las  que  no  solian  faltar  á  las  sesiones  eran  la  Condesa  de  Lémos ,  presidenta ,  y  la  Du- 
quesa viuda  de  Arcos ,  aficionadísimas  al  cultivo  de  las  amenas  letras.  A  arabas  se  refiere 
ForcéU  cuando  escribe  al  Conde  de  Ton^epalma ; 


dadores  nombres  de  el  Peregrino,  el  Aventurero,  el  (2)  Obras  de  don  Juan  de  Iriarte.  Epigramas  la- 

Ilumilde,  el  Marítimo  y  el  Difícil.  (Traducción  de  tinos  y  castellanos. 

la  Historia  de  la  Literatura  Española ,  por  Ticknor.  (3)  Tenemos  á  la  vista  la  colección  de  las  actas 

Nota,  página  400.)  Nosotros  hemos  descubierto  los  originales.  Copiamos á  continuación,  como  recuerdo 

de  el  Justo  desconfiado,  el  Sátiro,  el  Amuso  y  el  histórico,  aquella  en  que  está  consignada  la  entrada 

Zangaño.  No  hemos  dado  todavía  con  los  demás.  de  Luzan  en  la  academia. 
Soppechauíos,  por  claros  indicios  que  hallamos  en 
un  códice  de  don  José  Porcél,  que  algunos  acadé- 

niicOP  no  usaron    más   nombre    oue  el   suvn   vprrln  La  ereelentUima  seño-           Concurrió  á  esta  junta  la  excelentísi- 

,^                                                                  1        '"    ciujfu    TCTiua  ra  Pretidenta,                   ma  señora  Presidenta ,  con  los  académi- 

"'^'''^'  SI  Di/icil.                             eos  que  van  al  margen ;  aumentando  su 

/'l"^    Ttn  ooia  -m'ia.^n  .,.,;.,•    „           1            j                      .  JSl  Aventurero,                     número,  con  general  satisfacción ,  el  se- 

(l)   JJO  esta  misma  opinión  es  el  cuerdo  y  perspi-  £l  Humilde.                         ñor  don  Ignacio  Luzan,  que  se  denomi- 

caz  escritor  don  Cayetano  Alberto  de  la  Barrera  ^¡^muio.                      hó  ei  Peregrino. 

"l7¿ao£.  o., /7^/y<7«««  j  /  '7'     j           ^-                  -   ,              "  £1  Zángano.                            Leyéronse  los  papeles  que  se  presenta- 

V ease  su  (^atáíocfo  del  Teatro  antiguo  español,  pági-  £i  sátiro.                       ron ,  y  conferidas,  según  es  costumbre, 

P9  99.  ^'  Peregrino,                      las  especies  y  reparos  que  resultaban  de 

ellos ,  6e  disolvió  esta  junta ,  que  firmé, 

£L  Ht7iaLDX« 


ACADEMIA  DEL  16  DE  JULIO  DE   1750. 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  XCl 

Tuvimos  nuestra  academia 
Esta  semana  pasada, 
Asistiendo  ambas  dos  luces, 
Que  no  consumen,  y  abrasan. 

Durante  la  existencia  de  la  academia,  esto  es,  desde  el  3  de  Enero  de  1749  liasta  el  15  de 
Setiembre  de  1751,  se  casó  en  segundas  nupcias  la  Condesa  de  Lónos,  cambiando  entonces 
este  título  por  el  de  Marquesa  de  Sarria.  Con  este  motivo  se  aumentó  el  esplendor  de  las  fies- 
tas que  en  su  casa  se  celebraban.  Según  parece,  eran  en  verdad  notables  el  gusto  y  la  ele- 
gancia de  la  casa  de  la  Condesa  de  Lé/nos.  Con  pretexto  de  pintar  una  academia  imaginaria, 
describe  así  Porcél  el  salen  donde  se  celebraban  las  sesiones  de  la  Academia  del  Buen  Gusto : 

Quedé  absorto  al  ver  lo  regio  y  espacioso  de  la  magnífica  galería,  cuyas  doradas  rejas  daban  vista  á 
los  jardines.  Sus  grandes  paredes  vestían  primorosas  pinturas,  unas  mitológicas  y  otras  simbólicas,  que  ex- 
plicaban todos  los  géneros  de  la  poética.  A  trechos,  las  estatuas  de  las  Musas  con  sus  respectivas  insignias, 
y  en  el  testero  Apolo  coronado  de  rayos  y  pulsando  la  dorada  lira.  Desde  esta  pieza  se  dejaba  registrar  en 
parte  otra  ,  no  menos  regia ,  que  servia  de  biblioteca ,  la  cual  constaba  de  todas  las  obras  poéticas  de  loa 
españoles  ;  siendo  más  y  mejor  lo  manuscrito  é  inédito  que  lo  que  habia  fatigado  las  prensas  (1). 

Tem'a  la  Marquesa  de  Sania  talento  y  gracia  para  el  arte  de  la  declamación ,  y  represen- 
taba, con  gran  contento  de  sus  amigos ,  en  el  elegante  teatro  que  habia  en  su  propio  palacio. 
Una  de  las  obras  en  que  la  aristocrática  actriz  desplegó  con  mayor  gala  sus  brillantes  dotes , 
fué  la  comedia  de  Zamora,  Castigando  premia  amor.  Villarroel  no  malogró  la  ocasión  de 
escribir,  en  celebridad  de  la  fiesta,  uno  de  sus  innumerables  romances,  siempre  fáciles,  con- 
ceptuosos y  chabacanos ,  pero  algunas  veces  ingeniosos  y  agudos.  Hé  aquí  algunos  versos, 
que  dan  idea  del  estilo  de  este  clérigo  alegre  y  chancero : 


Excelentísima  siempre 

Y  dulcísima  señora, 

Que  por  tan  dulce ,  es  milagro 
Que  los  pajes  no  te  coman 

¿Qué  diré  de  tu  comedia? 
Pues  hasta  que  tu  persona 
En  ella  se  presentó, 
No  era  comedia  famosa 

Tú  le  diste  toda  el  alma, 

Y  hasta,  con  el  alma  toda, 
Le  diste  el  entendimiento, 

Y  aun  voluntad  y  memoria 

Zamora,  que  de  Dios  goce, 

Ó  que  ya  á  este  tiempo  goza , 
Al  verte  á  tí  en  su  comedia. 

Diría  :  «Solo esto  es  gloria » 

Saliste ,  pues,  al  tablado, 

Y  luego  que  el  pié  lo  toca, 
Le  salieron,  de  vergüenza. 
Los  colores  á  la  alfombra 

Saliste ,  y  aun  sin  hablar, 
Al  ostentar  la  pomposa 
Belleza  del  coramvobis , 
Tú  te  llevaste  la  loa. 

Mas  ¿  qué  mucho,  si  traías , 
Noblemente  fanfarrona , 


Por  manos  dos  azucenas 

Y  por  ojos  dos  antorchas? 
A  mí  me  pareció  que  era 

A  un  tiempo  tu  voz  sonora 
Archilaud,  arpa ,  clave , 
Violin ,  cítara  y  tiorba 

Con  lo  dulce  del  acento 
Lucia  la  acción  airosa. 
Tan  á  compás ,  que  la  mano 
Haciendo  estaba  la  solfa; 

Logrando,  con  elegante 
Equivocación  garbosa, 
Que  los  oidos  te  vean 

Y  que  los  ojos  te  oigan ; 
Pues  estaba  allí  el  concurso 

En  una  duda  curiosa 

De  si  con  las  manos  hablas 

O  con  los  labios  accionas 

El  teatro  estaba  hermoso, 
La  compañía  vistosa, 
Los  galanes  como  soles 

Y  las  damas  como  solas 

Yo,  por  lo  menos,  no  he  visto 

Fiesta  igual  en  toda  Europa, 

Y  hasta  en  ser  ñesta  sin  fraile 
La  tengo  por  milagrosa  (2). 


Una  sola  figura  estaba  allí  como  fuera  de  su  centro,  este  estrafalario  Villarroel,  cuya  musa 
indisciplinada  ni  se  doblegaba  á  preceptos  que  habrian  embargado  su  vuelo  irregular,  ni  se 


(1)  Juicio  lunático.  (MS.) 

(2)  Dictamen  que  forma  don  José  Villarroel  d^  Ic^ 


comedia  en  que  representó  m,i  señora  la  Marquesa  de 
$arria,  ejecutada  en  la  casa  de  su,  excelencia.  (MS.^ 


3f(,jj  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CrjTICO 

arredraba  ante  los  atiMamientos  de  aquella  esfera  elegante  y  encumbrada.  Su  inalterable  lla- 
neza, su  siinjiñtica  condición,  su  carácter  sacerdotal,  y  principalmente  su  humor  festivo,  le 
m-anjeaban  el  aprecio  de  todos.  A  ó\  le  era  lícito  decir  cosas  contrarias  al  instituto  y  nom- 
bre de  la  academia,  que  en  los  labios  de  otro  cualquiera  habrían  sido  insolencia  y  descorte- 
sía. Al  abngo  do  su  jovial  y  bondadosa  índole  había  llegado  á  conquistar  la  impunidad  de  ios 
juglares  de"otro3  tiempos.  Siempre  era  aplaudido  con  entusiasmo,  y  nadie  caia  en  la  tenta- 
ción de  tomar  por  lo  serio  ni  sus  extravagancias  literarias  ni  sus  escabrosas  agudezas  (1). 
Acaso  el  mismo  Villanwl  no  se  decidió  nunca  tampoco  á  tomar  por  lo  serio  ni  sus  propios 
versos  ni  los  ajenos.  Comprendia  que  su  época  no  era  tiempo  de  poesía,  y  así  lo  expresaba 

claramente,  diciendo ; 

Bien  BC  que  el  laurel  de  Apolo, 
Hoy,  más  que  corona,  afrenta 


CAPITULO  IX. 

Poetas  indisciplinables.  —  Villarroel. — Nieto  Molina.  —  Marujaa. 

A  pesar  del  imperio  que  iban  adquiriendo  en  las  letras  las  prescripciones  doctrinales  de  las 
Poéticas  y  á  pesar  también  de  la  autoridad  que  había  ya  cobrado  el  espíritu  académico ,  en 
el  nuevo  sentido  que  empezaba  á  darse  á  esta  palabra,  no  faltaban  todavía  poetas  que,  sin 
atreverse  á  neo-ar  la  entonces  decantada  excelencia  de  las  doctrinas  clásicas,  siguiesen,  por 
hábito  y  por  instinto,  la  senda  que  les  señalaba  su  índole  poética,  indisciplinable  y  española. 
Tres  de  estos  poetas ,  ViUar7'oel ,  de  quien  acabamos  de  hablar,  JYieto  Molina ,  y  Manijan  me- 
recen si  bien  por  diferentes  títulos  ,  mención  especial  en  la  historia  de  la  transformación  del 
gusto  literario  en  el  siglo  último. 

In (genioso,  pero  vulgar,  sin  altas  cualidades  de  poeta,  y  absolutamente  contagiado  de  la 
corrupción  lit(^raria,  fué,  sin  embargo,  Villarroel  un  escritor  muy  popular  y  estimado  en  el  se- 
gundo tercio  del  siglo  xviii.  Tuvo  el  privilegio  singular  de  ser  mirado  sin  saña  y  hasta  con 
afición  y  simpatía  por  los  reformadores  de  su  época,  Luzan,  Nasarre ,  Montiano,  Velazqiiez,  y 
otros,  que  sin  duda  perdonaban  su  mal  gusto  en  gracia  de  su  donaire  y  su  alegría  (2). 

Chancero  por  inclinación  ,  y  aficionado  á  la  poesía  chabacana ,  daba  á  veces  en  la  manía  de 
imitar  á  Calderón,  no  imitando  en  realidad  sino  aquello  que  es  digno  de  censura,  y  levantan- 
do el  numen  con  hiperbólicos  artificios  á  costa  del  buen  gusto  y  de  la  razón.  ¿Qué  gesto  pon- 
dría Luzan ,  tan  amigo  del  estilo  Laño  y  natural,  al  oir  á  Villarroel,  en  la  Academia  de  la  Mar- 
quesa de  Sarria ,  pintar  la  aparición  de  Santiago  en  Clavija  con  estas  fantásticas  y  exuberan- 
tes imágenes? 

(1)  Una  de  las  poesías  quemas  hubieron  de  com-  reros  donaires,  en  el  seno  mismo  de  la  Academia  : 
placerá  la  Academia  fué  el  Romance  de  enliorahuc-  «¿Para  qué  nos  están  quebrándola  cabeza  los  se- 
no á  la  Condesa  de  Lémos,  por  el  contrato  esponsa-  veros  p'ocsi-peritos  (dice  el  famoso  midiere),  emba- 
licio  con  el  excelentísimo  seTior  don  Nicolás  de  Car-  razando  á  los  ignorantes  y  vendiéndoles  como  mis- 
vajal ;/  Lcncaxtre,  coronel  de  Guardias  de  su  Majes-  terios  del  Trípode  las  leyes  de  la  poética?  La  regla 
tad.  Tiene  trozns  escritos  ron  soltura  y  donaire ;  pe-  de  todas  las  reglas  ¿  no  es  el  dar  gusto  ?  ¿  Qué  ma- 
ro al  acabarse  desmanda,  como  suele,  haciendo  yor  prueba  de  cuan  vanas  son  las  decantadas  reglas 
alusiones  de  atrevido  y  perverso  gusto.  del  arte ,  que  ver  á  un  poeta  que  no  quiere  usarlas, 

(2)  Ya  reconocían  los  individuos  de  la  Academia  sin  más  que  llevarse  de  su  genial  chiste  ,  ganarse  la 
del  Buen  Gusto  la  indisciplina  poética  de  Villarroel.  admiración  y  la  complacencia  de  los  mismos  gravea 
Ab)  tlJce  Porcél,  aludion'k»  fil  éxito  de  sus  chocar-  legisladores?» 


DE  LA  poesía  CASTELLA^TA 

Fiando  á  su  diestra  todo 
Su  tren  potente  el  Empíreo  , 
Desde  la  gola  á  la  greva 
Robustamente  guarnido ; 

Topacio  el  arnés  lustroso , 
Diamante  el  yelmo  bruñido, 
Y  diluvios  el  estoque 
Reverberando  fulmíneos  ; 

Al  céfiro  tremolando 
Luciente  bandera,  en  que  hizo 
Enigmático  misterio 
Rubro  esmalte  en  campo  niveo  ; 


EN  EL  SIGLO  XVIIL 

En  bucéfalo  volante. 
Que  cuajó  la  esfera  á  armiños. 
Fuego  el  alma,  horror  la  vista. 
Rayo  el  pié ,  trueno  el  relincho  ; 

Estrellas  por  herraduras , 
Rienda  el  Sol,  jaez  los  signos, 
Alpe  el  labio,  aliento  el  Bóreas. 
Roca  el  cuerpo ,  iris  el  giro  ; 

Fogoso  escaramuzando 
En  escarceos  y  brincos  , 
Por  las  campañas  del  aire, 
El  rutilante  hipogrifo (1). 


xcni 


De  esta  entonación  desmesurada  no  ha  de  infe.;irse  que  el  instinto  poético  de  Villarroel  fue- 
se propenso  á  levantarse  hasta  las  nubes  donde  Góngora  encumbraba ,  perdia  ó  embozaba  sus 
pensamientos.  En  el  ostentoso  y  elegante  estrado  de  la  Condesa  de  Sarria ,  ante  aquellos  gra- 
ves y  melindrosos  reformadores  del  gusto ,  ViUarroel ,  á  quien  todo  se  consentía  en  gracia  do 
su  donaire  y  de  su  despejo ,  se  atrevía  á  dirigir  á  la  Marquesa  de  Sarria  y  á  la  Duquesa  de 
Arcos,  diosas  de  aquel  Parnaso  aristocrático,  versos  tan  chabacanos,  que  nuestra  pluma  se 
resiste  á  trascribirlos  (2).  Y  cuenta  que  ViUarroel  habia  ya  mejorado  algún  tanto  su  gusto 
literario ,  como  se  echa  de  ver  desde  luego  comparando  sus  poesías  impresas  con  las  que  aun 
se  conservan  manuscritas,  las  cuales  corresponden  sin  dudaá  época  anterior  (3).  Ni  la  pres- 
tigiosa influencia  de  aquellas  encumbradas  señoras,  ni  la  autoridad  de  los  primeros  críticos 
de  la  nación ,  ni  siquiera  los  miramientos  propios  del  sacerdote ,  eran  parte  para  inspirar  al 
poeta  la  conveniente  circunspección.  Su  índole  burlesca  era  incorregible ,  y  á  tal  pmito  llega- 
ba á  desmandarse,  qiie  la  censura,  por  demás  negligente  y  blanda  por  aquellos  dias  en  mate- 
ria de  urbanidad  y  decencia,  al  autorizar  la  impresión  de  las  poesías  de  ViUarroel^  se  vio  en 
la  necesidad  de  reservar  ahfunos  pasajes ,  que  probablemente  frisaban  con  la  obscenidad.  Era 
audaz  hasta  en  el  manejo  de  la  lengua.  Sin  respetar  el  uso,  arbitro  de  los  idiomas,  forma  plu- 
rales á  su  antojo,  y  con  cualquier  nombre  crea  un  verbo,  por  más  extravagante  que  resulte  (4). 

En  suma,  su  desenfado  era  su  numen,  y  su  musa,  rebelde  á  las  reglas  de  origen  exótico 
de  los  preceptistas  de  su  tiempo ,  ni  se  convertía  á  la  nueva  ortodoxia  poética,  ni  ésta  le  qui- 
etaba tampoco  cierto  sabor  rancio  de  la  patria ,  que ,  en  medio  de  sus  extravíos,  era  acaso  la 
razón  principal  del  contento  con  que  le  escuchaban  en  aquella  atildada  asamblea  de  la  Acade- 
mia del  Buen  Gusto,  donde  su  poesía  insolente  y  chocarrera  debía  sonar  como  un  extraño  con- 
traste y  hasta  como  un  anacronismo.  Forcél,  en  el  Juicio  lunático,  que  leyó  en  aquella  célebre 
Academia,  llama  á  Villarroel  7in  (jracioso  Barrios  (5),  un  Marcial  castellano,  y  más  ade- 


(1)  El  romance  á  que  pertenecen  estos  versos 
fué  sin  duda  escrito  en  la  mocedad  del  autor.  Se  ha- 
lla ya  en  el  códice  que  posee  el  señor  don  Pascual 
de  Gayángos  ,  y  contiene  las  poesías  tempranas  de 
Villarroel. 

(2)  Véase  el  romance  escrito  para  la  Academia 
del  Buen- Gusto  por  encargo  de  la  Duquesa  de  Ar- 
cos y  la  Marquesa  de  San-ia.  —  Poesías  sagradas  y 
profanas  de  don  José  Villarroel.  Madrid,  por  Andrés 
Ortega,  1761 ,  en  4.°,  pág.  188. 

(3)  Consérvanse  estas  poesías  en  el  citado  códice 
perteneciente  á  la  colección  de  manuscritos  del  se- 
ñor don  Pascual  de  Gayángos. 

(4)  Sirvan  de  comprobación  los  siguientes  ejem- 
plos: 

1.° 
Así  dice  Holoférnes,  cenando  con  Judit : 
Por  la  boca  y  por  los  ojos 


Kéctar  y  veneno  bebe, 

Y  de  licor  y  belleza 

Se  rinde  á  dos  embriagueces. 
Bebe ,  y  quiere  beber  más , 
Agitado  de  dos  fiebres, 
Que  aun  no  apagaran ,  helados, 
Dos  mares  á  sus  dos  sedes, 

2.° 

A  lo  que  él  hizo  nobleza , 
¿QiUén  lo  tornó  villanía? 
Ni  ¿qué  borrón  lobreguece 
Plana  que  Dios  canrVidiza  7 

3.° 

Tu  lengua  tiene  una  punta 
Que  pasará  por  encaje , 

Y  en  el  más  sabio  congreso 
Puede  plenipotenciarse. 

(Poesías  de  don  José  ViUarroel^ 

(5)  Alude  al  judío  Miguel  de  Barrios ,  poeta  dei 
siglo  XVIL 


XCTV  BOSQUEJO  HISTÓRICO-CRÍTICO 

lante,  en  el  juicio  que  pone  en  boca  de  Jacinto  Polo,  de  un  romance  del  mismo    ViUarroel, 

li.'ice  notar  la  incoherente  y  extraña  manera  con  que  procede  en  sus  versos  el  festivo  poeta  (1). 

Traslúcese  en  ellos  la  prisa  y  espontaneidad  con  que  versificaba,  y  sin  embargo,  se  mofaba 

de  los  repentistas  y  blasonaba  burlescamente  de  tardo  y  flemático  en  la  composición  de  sus 

poesías. 

Que  de  duración  se  aleja , 


Así  Bicnipre  cantaré : 
A  subitánea,  difusa 
JJt  ab  improvisa  musa. 
Libéranos,  Dominé. 

No  admito  velocidad 
En  quien  de  Aganipc  bebe  ; 
Que  esto  de  despaciiar  brevo 
Le  toca  á  su  Santidad. 
Rapidez  :  rapacidad, 
No  madurez,  me  señala, 
Y  á  flor  efímera  iguala 


Porque  muy  poca  alma  deja 
Espíritu  quo  se  exhala. 

Para  una  cuarteta ,  iréis 
Advirtiendo  en  mis  poesías, 
Que  he  menester  cinco  dias ; 
Para  una  quintilla  seis  ; 
Para  una  octava  veréis  , 
Aunque  me  punce  y  me  pince , 
Que  nueve ;  y  cuando  más  lineo 
Pueda  penetrar  á  un  bronce , 
Para  una  décima  once, 
y  para  un  soneto  quince  (2). 


Un  mérito  tenía ,  y  no  pequeño  :  su  índole  castellana  no  transigía  con  el  espíritu  extranje- 
ro ,  y  protestaba ,  siempre  que  bailaba  ocasión  para  ello ,  contra  la  invasión  de  ideas  france- 
sas, que  ya  iban  cundiendo  aceleradamente  por  todos  los  ámbitos  de  España.  Así  escribía  á  un 
ministro  de  Femando  YI  (3)  : 

¿Cuándo  ha  de  llegar  el  dia, 
Incauta  España ,  en  que  entiendas 
Que  aun  afilan  contra  ti 
Los  cuchillos  en  tus  piedras? 

¿  Cuándo  has  de  desengañarte 
De  que,  astuta,  Francia  intenta 
Introducirte  los  usos 


Castellana  es  esta  musa . 

Y  mucho  más  le  valiera 
Que  ser  musa  castellana, 
Ser  una  musa  francesa  ; 

Pues  dicen  que  nada  es  bueno 
Como  de  París  no  sea  , 

Y  hasta  la  misma  herejía. 
Si  es  de  París  ,  será  acepta. 


Para  ponerte  las  ruecas  ? 


Tanto  era  el  éxito  de  los  chistes  y  agudezas  de  Villarroel,  que  Porcél ,  no  satisfecho  con 
haberlo  comparado  á  Marcial,  coloca  al  clérigo  chocarrero  al  lado  de  Quevedo,  en  la  carta 
festiva  que  escribió  al  Conde  de  Torrepalma  para  distraerle  de  sus  pesares : 


Mas  ¡  ah !  que  en  vano  porfió 
En  adobarte  las  chanzas. 
Tú  sin  gusto  para  oírlas. 
Yo  sin  genio  para  hablarlas. 


I  Quién  para  ahora  tuviera 
La  sal  de  todas  las  salsas  ! 
¡Quién  se  Quevedoizase  f 
¡Quién  se  Villarroelára !  (4). 


En  tiempo  de  la  guerra  de  sucesión  ya  era  conocido  como  poeta ,  y  escribió  un  romaneo 
A  una  dama  jyrisionera  de  las  armas  del  señor  Archiduque.  Puede  conjeturarse  que  era  hom- 
bre de  avanzada  edad  cuando  leía  sus  festivos  versos  en  la  Academia  del  Buen  Gusto. 

Dos  colecciones  de  poesías  conocemos  de  este  escritor.  Una  muy  copiosa,  que  conserva  en 
un  antiguo  códice  el  señor  don  Pascual  de  Gayángos,  y  otra  impresa  en  Madrid,  por  Andrés 
Ortega,  el  año  de  1761.  Aquélla,  de  época  anterior,  está  dedicada  al  Marqués  de  Cuéllar, 
ésta  al  Marqués  do  Estopa.  En  la  colección  manuscrita  hay  un  chistoso  romance  (dedicado  á 
un  caballero  de  Ciudad-llodrigo),  en  el  cual   Villarroel  refiere  su  vida;  pero  es  tal  la  exor- 


(1)  «El  autor  de  este  romaneo  (que  se  llama  el 
Zángano)  dijo,  con  razón,  que  experimentaría  la 
risa  y  el  ceño  de  los  lectores.  Es  tan  cierto,  romo 
que  no  sabré  yo  decir  si  he  extrañado  6  he  reido 
más  una  retahila  de  coplas  por  tan  no  esperados 
caminos  y  de  tan  raras  combinaciones,  que  ni  se 


han  visto  ni  verán.»  (Porcél,  Juicio  lunático.) 

(2)  Poesías  manuscritas  de  don  José  Villarroel ; 
códice  del  señor  don  Pascual  de  Gayángos. 

(3)  El  Marqués  de  la  Ensenada. 

(4)  Véanse  en  este  tomo  las  poesías  de  Porcél, 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  XCV 

bitancia  de  zumba ,  equívocos  y  conceptos  del  romance ,  que  nada  puede  sacarse  en  claro. 
Esta  colección  no  parece  destinada  á  la  estampa ,  sino  exclusivamente  al  recreo  y  solaz  del 
Marqués  de  Cuéllar,  Así  le  dice  en  la  dedicatoria  : 

Plácido  admite  el  obsequio 
De  este  libro  ;  musa  nueva, 
Que  ala  luz  de  lo  que  alumbraa, 
Sale  desde  sus  tinieblas 

Siguen  á  la  dedicatoria  treinta  y  dos  décimas ,  Censuras  burlescas  de  los  sujetos  más  famosos 
del  mundo,  á  saber :  el  Dios  Momo;  el  Retj  Perico;  el  Rey  que  rabió;  Ticio  y  Sempronio;  Mer- 
lin;  el  Pasquín  de  Roma;  el  Archipámpano  de  Sevilla ;e\  Sastre  del  Campillo;  Juan  de  Espe- 
ra-en-Dios;  el  Alma  de  Gaiñhay ;  el  Otro;  el  Padre  Mañero ;  el  Padre  Gargallo;  el  Maestro 
de  atar  escobas;  el  Licenciado  Abla7ida-Brehas ;  el  Estudiante  Pío-Pío;  la  Madre  Celestina;  la 
Dueña  Quintañona;  Ccdainos;  el  Bobo  de  Coria;  Agrages;  el  Colegio  de  los  Doctrinos  de  Sala- 
manca; los  Sesmeros  de  su  tierra;  la  Casa  de  locos  de  Valladolid;  cuantos  aran  y  cavan;  Pedro- 
Grullo;  Pedro-Botero;  Pedro  Urdemalas;  Pedro  Entre-ellas;  Pedro  por  demás;  Perico  el  de 
los  Palotes;  Petrus  in  cunctis.  No  se  agotaba  fácilmente  la  vena  chancera  de  Villarroel.  El 
afán  de  apurar  las  ideas  la  hacia  degenerar  en  prolija  y  cansada. 

Como  hemos  visto ,  era  Villarroel  en  la  Academia  del  Buen  Gusto  sinceramente  querido  y 
admirado;  pero  á  veces  le  hacian  blanco,  pagándole  en  la  misma  moneda  que  él  usaba,  de 
burlas  familiares  extremadas.  Una  de  ellas  fué  el  siguiente  soneto  burlesco ,  que  hallamos 
entre  los  papeles  de  aquella  academia ,  escrito  de  mano  de  Porcél : 

DIÁLOGO   ENTES  VILLARROEL  Y  LA  MARQUESA  ÜE  SARRIA,  HABIENDO  ÉSTA  REGRESADO  DEL  CAMPO. 

V.  —  Vuecelencia  aquí  sea  bien  venida. 
M.  —  Villarroel,  usted  sea  bien  hallado. 
V.  —  ¿Cómo  en  la  IMoraleja  se  ha  pasado? 
M.  —  Haciendo  allí  la  solitaria  vida. 

V.  —  ¿  Ha  estado  vuecelencia  divertida? 
M. — Divertida  no  he  estado,  pero  he  estado. 
V. —  ¿Para  darse  un  buen  verde  allí  hay  un  prado? 
M.  —  La  yerba,  de  un  poeta  hallé  pacida. 

V.  —  Yo  no  pude  ir  á  ver  á  vuecelencia. 
M. —  Pues  ¿tuvo  usted  algún  impedimento? 
F.  —  Un  escrúpulo  fué  de  mi  conciencia. 

M. —  ¿Escrúpulo?  ¡Jesús!  mucho  lo  siento. 
F.  —  Temí  no  hallar  cebada  en  conveniencia. 
M.  —  Paja  bastaba  para  tal  jumento. 

Sin  elevación  en  el  numen ,  ignorado  de  la  república  literaria ,  pero  lleno  de  soltura  y  de 
meridional  gracejo ,  escribía  por  entonces  versos  festivos  un  ingenio  gaditano ,  don  Francisco 
Nieto  Molina.  Moratin  lo  clasifica,  sin  suficiente  razón,  entre  los  que  \\a.ma, poetas  tabernarios; 
pero  no  es  menos  cierto  que  por  la  naturalidad  del  lenguaje,  por  el  libre  espíritu  de  la  inspi- 
ración y  por  algunos  destellos  verdaderamente  poéticos  y  agudos  que  de  cuando  en  cuando 
Be  descubren  en  sus  obras ,  hace  recordar  épocas  más  afortimadas  para  las  letras  castellanas. 
Nacido  en  ellas,  habría  sido  acaso  un  poeta  de  índole  más  noble  y  más  alta.  Habia  cultivado 
la  poesía  de  Góngora ,  de  Quevedo  y  de  otros  ingenios  señalados  del  siglo  xvii ,  y  se  habia 
de  tal  manera  identificado  con  su  estilo,  á  la  par  llano  y  conceptuoso,  que  sus  versos  parecen 
del  siglo  anterior  ,  con  sus  resabios  de  gusto  pervertido,  pero  al  propio  tiempo  con  su  hablar 
fácil ,  rico  y  numeroso.  Sólo  en  las  obras  de  este  poeta ,  en  algunos  versos  de  Torres  y  Ge- 
rardo Lobo,  en  algunas  comedias  de  Cañizares ,  Zamora  y  Candamo,  y  en  ciertas  poesías  po- 
pulares, se  encuentra  todavía,  ya  entrado  el  siglo  xviii,  aquel  sabor  de  espontáneo  y  na- 
cioBal  lenguaje ,  que  el  siglo  xvii,  en  medio  de  los  extravíos  de  su  decadencia,  no  habia  per- 


j^f;,-!  BOSQUEJO  HISTÓIUCO-CRÍTICO 

iliJo  todavía.  En  LaPerromaquia  y  en  El  Falndero  resplandece  esta  preciosa  cualidad;  pero, 
forzoso  es  confesarlo,  en  estas  obras  burlescas,  en  que  todo  se  sacrifica  al  afán  de  ostentar 
donaire  falta  el  embeleso  do  la  verdadera  poesía.  Apenas  se  advierte  en  ellas  sino  el  desem- 
barazo del  hombre  de  ingenio  y  las  agudezas  del  andaluz  (1). 

Don  Jii'tii  Manijan  fué  un  activo  literato  y  poeta  ínfimo  de  la  era  de  Fernando  VI  y  de 
Carlos  JII,  iimv  dado  á  controversias  literarias.  Tomaba  parte  en  ellas  en  tono  agresivo  y 
jactancioso,  y  no  solia  el  triunfo  coronar  sus  Ijriosos  esfuerzos.  Para  defender  su  traducción 
de  la  Dido  de  Metastasio,  atacó  sañudamente  al  Marqués  de  nitritos.  Éste  empleó  alternati- 
vamente las  armas  de  la  razón  y  las  de  la  sátira,  y  puso  de  su  parte  á  Campománes ,  á  Mon^ 
tiono,  á  Velazquez  y  á  otros  varones  sesudos  de  la  república  de  las  letras. 

Pero  entre  las  o-ontes  que  conservaban  todavía  el  gusto,  aunque  viciado,  de  la  literatura 
de  carácter  nacional  Marujan  pasalia  por  luchador  diestro  y  vigoroso ,  especialmente  en  las 
duras  polémicas  que  por  aquel  tiempo  se  suscitaron  acerca  del  teatro.  Aunque  se  apellida  á 
sí  propio  al  «Tima  vez,  Juan  Pedro,  el  desvergonzado ,  teníase  Marujan  por  censor  justo  y  co- 
medido V  hasta  le  ofendía  que  le  tachasen  de  satírico,  comparándose,  para  defenderse,  con 
los  grandes  controversistas  cristianos;  mas  la  verdad  es,  que  lo  era  en  la  forma  familiar  gro- 
tesca que  en  su  tiempo  se  usaba,  y  que  su  estilo  mordaz  y  vanidoso  le  acarreó  sinsabores  y, 
sefTun  pai-ece,  hasta  gravísimas  persecuciones,  que  él  atribuyó  siempre  á  la  envidia  de  sus 
eneraio-os  literarios  (2).  Cuatro  años  pasó  desterrado  en  África  por  sentencia  de  un  tribunal. 
Así  lo  dice  él  mismo  al  Gobernador  del  Consejo  de  Castilla,  por  cuya  mediación  alcanzó  del 
rey  Fernando  VI  indulto  completo,  pero  sin  expresar  la  causa  de  tanto  rigor.  La  franque- 
za y  lisura  con  que  habla  del  asunto  al  Prelado-Gobernador  dan  motivo  para  conjeturar  que 
^[ürujan  no  era  reo  de  algún  delito  vergonzoso,  sino  víctima  de  insidias  de  enemigos,  favo- 
recidas por  la  imprevisión  ó  la  imprudencia  del  arriscado  poeta. 

Cuando  escribía  á  personas  cuya  posición  oficial  ó  social  no  le  imponía  ciertos  respetos , 
se  entregaba  fácilmente  á  su  genial  desenfado,  y  entonces  pone  de  manifiesto  á  cada  paso  su 
índole  reñidora  y  ai-diente,  que  él  mismo  caracteriza  de  este  modo ; 

Yo  tengo   un  numen  marcial , 
Cuj'a  propensión  inquieta, 
Muy  malquista  con  la  paz , 
Anda  siempre  tras  la  guerra 

Sirva  de  prueba  el  siguiente  ejemplo  que  consta  en  sus  obras  manuscritas.  Unos  oficiales 
de  marina  de  Cartagena  «habian  dado  á  entender  que  era  insufrible  la  vanidad  del  numen 
de  Aíarujan  hablando  de  sí  mismo»  (3).  Súpolo  Marujan,  y  escribió  á  los  oficiales  un  ro- 
mance festivo,  en  que ,  al  través  del  donaire ,  se  trasluce  el  sincero  deseo  de  defenderse  de 
aquella  acusación.  Pero  ¡cóm.o  lo  hace!  dando  rienda,  á pesar  suyo,  tanto  como  otras  veces, 
á  su  altivo  engreimiento  (4).  Aludiendo  á  los  ataques  que  le  dirigían,  y  á  los  triunfos  que, 
según  él,  había  alcanzado,  dice  con  jovial  desembarazo: 

(1)  Don  Francisco  Nieto  Molina  publicó ,  ademas  É  ingenios  por  el  mío  degradados, 

de  las  obras  citadas ,  un  escrito  festivo ,  titulado :  ^  ^°'  '^''"^^'  ^^"^  ^°"  ^  ^^'°''. 

....  '  Siempre  los  que  a  mi  ruina  conspiraron. 

Inventiva  rara;  definición  de  la  poesía,  contra  los  Estos  la  vida  inquieta  me  han  traído , 

poetas  cquivoquisias  ;  pajjel  cómico.   Madrid,  Panta-  Que  viva  en  dulce  paz  siempre  estorbando , 

loon  Aziiar    1767    en  8.°  Sin  dejarme  morar  en  pueWo  alguno , 

■ir' i„ ,i_       .  •,        T  i  Y  haciéndome  vivir  prófugo  y  vago. 

Véase  lo  que  acerca  de  este  escntor  dice  acerta-  ,r<   ,  ^   nr     ■     j  .  .    ^     \,      ■      r^-     c-    ^    r, 

'  1         A  j    ij>  «v^^  o.vv>^  (Carta  de  Marujan  d  SU  protector  don  Francisco  Díaz  Santos  Su- 

tadamente  el   señor   don  Adolfo  de  Castro,  en  el  to-         „on.  obispo  de  Sigüema,  gobema^ior  del  Consto  de  Castilla.  MS.) 

mo  XLil  de  esta  Biblioteca.  (3)  Obras  poéticas  de  Marujan   (códice  núm.  1). 

(2)  Mas e=ito ,  de  ser  sátira  tan  lejos  (4)  En  una  defensa  de  SUS  traducciones  de  Me- 
ErtA  que  lo  hemos  visto  practicado  tastasio,  impresa  en  Cádiz,  el  año  de  1762,  en  la  im- 
Bn  Tomases,  Eacotos,  Agustinos,  *                              ' 

Crisóstomos,  Ambrosios  y  Epifanios.....  prenta  Real  do  Marina,  Marujan  blasona  de  haber 

Gouios  avasaUadoa  de  nU  numen,  corregido,  al  traducirle,  al  célebre  poeta  italiano. 


DE  LA  poesía 

No  se  dio  ingenio  que  piense 
Serlo  á  tuertas  ó  á  derechas , 
Dándose  tan  infinitos 
Que  ,  sin  serlo,  serlo  piensan  , 

Que  no  haya  puesto  la  mira 
En  mí,  blanco  de  sus  flechas; 
Quedando  todos  heridos, 
Sin  que  ninguno  me  hiera  ; 

Y  hechos  rendidos  trofeos 
Del  furor  de  mis  saetas , 
Tantas  glorias  me  regalan 
Como  lides  me  presentan. 

La  vanidad  catalana, 
La  altivez  aragonesa , 


CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIII. 

La  murciana  terquedad, 
La  valenciana  entereza, 

La  indomitez  andaluza , 
La  quijotada  extremeña, 
La  blandura  castellana 

Y  la  navarra  dureza, 
De  su  parto  han  puesto  todos 

Cuantos  medios  poner  puedan, 
Para  someterme  á  mí , 

Y  que  yo  no  los  someta 

ídolos  Madrid  tenía, 

Que  lo  fueron ,  y  lo  fueran , 
A  no  haberse  á  mis  altares 
Trasladado  sus  ofrendas 


XCS'It 


Demencia  del  orgullo,  ó  alarde  juguetón  de  un  ánimo  chancero,  era  necesariamente  este 
tau  singular  lenguaje,  Pero  la  persistencia  de  Marnjaii  en  hablar  siempre  de  este  modo, 
hasta  en  obras  en  las  cuales  le  convenia  ostentar  modestia,  no  deja  duda  de  que  su  infatua- 
ción era  extremada  é  irremediable. 

Aunque  hombre  docto  y  laborioso,  Manijan,  como  poeta,  sólo  merece  la  indiferencia  de 
la  posteridad.  Pero  la  historia  literaria  debe  meucionar  su  nombre  como  recuerdo  de  la  re- 
sistencia que  hasta  hombres  instruidos  opusieron,  en  la  primera  mitad  del  siglo  xviii,  á  la 
introducción  del  gusto  francés  en  las  letras  españolas. 

Fueron  principalmente  blanco  de  sus  iras  JSasarre  j  Cañizares.  Nasarre  era  uno  de  los 
más  apasionados  y  vigorosos  sostenedores  de  la  escuela  francesa,  que  empezaba  á  abrirse  ca- 
mino ;  y  como  su  sentido  crítico  era  pobre ,  y  las  doctrinas  de  su  tiempo  estrechas ,  el  docto 
bibliotecario  hablaba  en  sus  obras  del  teatro  antiguo  español  con  aquella  intolerancia  de  quo 
suelen  estar  poseídos  los  propagadores  de  todo  nuevo  dogma.  Cuando  en  su  prólogo,  estam- 
pado en  la  edición  hecha  por  él,  en  1749,  de  las  comedias  de  Cervantes,  intentó  probar,  ata- 
cando el  teatro  antiguo,  la  extravagante  é  insostenible  tesis  de  que  aquel  grande  liombre  las 
habia  escrito  con  el  fin  de  burlarse  de  las  obras  dramáticas  de  Lope  de  Vega,  el  buen  senti- 
do nacional,  sublevado  contra  tan  ridicula  paradoja,  levantó  contra  el  osado  crítico  déla 
flamante  escuela  una  cruzada  de  impugnadores  (1),  que,  si  no  juzgaban  siempre  movidos 
por  doctrinas  sanas  y  elevadas ,  sentían  por  instinto  que  aquellos  detractores  del  teatro  anti- 
guo herían  en  lo  vivo  las  más  altas  glorias  de  la  nación. 

Marujan,  poco  delicado  en  las  formas  y  nada  contenido  en  los  sentimientos,  vuelve  tara- 
bien  por  el  decoro  ajado  de  la  literatura  dramática  popular,  no  demostrando  al  crítico  dog- 
máticamente la  sinrazón  de  sus  teorías ,  sino  zahiriendo  y  denostando  al  hombre.  Un  largo 
romance  escribió  con  motivo  del  famoso  prólogo  de  Nasarre.  Muy  escaso  es  su  mérito  lite- 
rario, pero  muy  significativa  su  tendencia  antifrancesa,  y,  como  tal,  un  curioso  vestigio  de 
aquella  contienda  entre  el  principio  literario  libre  y  español,  y  el  impulso  nuevo,  exótico  y 
encadenado.  Encubriendo  con  el  imperfecto  anagrama  Arenas  el  nombre  de  Nasarre ,  se  cree 
Marujan  dispensado  de  guardarle  miramiento  alguno.  Hé  aquí  algunos  pasajes  de  esta  sáti- 
ra tan  resuelta  como  chabacana  : 


El  gran  licenciado  Arenas, 
Dios  le  guarde  muchos  siglos 
Para  pavear  á  todos 


Sus  lejanos  y  contiguos, 

Echa  á  volar  por  el  mundo 
Un  cartel  de  desafío 


(1)  Los  escritos  más  conocidos  de  estos  adversa- 
rios de  Nasarre  son  :  La  sinrazón  impugnada  y  bea- 
ta de  Lavapiés;  Coloquio  critico,  apuntado  al  dispara- 
tado prólogo  que  sirve  de  delantal  (^scgun  nos  dice  su 
autor)  á  las  Comedias  de  Miguel  de  Cervantes,  com- 
puesto por  don  José  Carrillo;  Madrid,  1750,  en  4.° 


Discurso  crítico  sobre  el  origen,  calidad  i/  estado 
presente  de  las  comedias  de  España,  contra  el  dicta- 
men que  las  supone  corrompidas,  etc.,  por  un  ingenio 
de  esta  corte  (Don  Tomas  Zabaleta,  abogado)  ;  Ma- 
drid ,  1750,  en  4.° 


xcvm 


BOSQUEJO  HISTÓRICO 


Por  lo  que  monta  una  paja, 

Echando  por  esos  trigos 

No  tomó  con  tanto  encono, 
En  BU  ofensa,  Colatino, 
Dejar  vengada  á  Lucrecia 
Con  la  muerte  de  Tarquino, 

Como  sale  espada  en  mano 
Arenas,  diciendo  á  gritos  : 
«Viva  Cervantes ,  y  mueran 
Cuantos  viven  y  han  vivido. 

«No  hay  comedias  en  el  mundo, 
Ni  las  hay  n¡  las  ha  habido, 
Como  las  que  no  lo  son, 

Ni  lo  serán  ni  lo  han  sido (1). 

B Mirad  qué  coplas  tan  bellas, 
Mirad  qué  versos  tan  lindos. 
Que  no  parecen,  por  cierto, 

De  Cervantes ,  sino  mios 

))No  deis  por  el  principado 
De  Calderón  dos  cominos. 
Ni  por  la  soberanía 
De  Lope  de  Vega  un  pito. 
nTrincipados  quito  y  pongo, 
#         Y  á  elecciones  de  mi  arbitrio. 
Soy  el  Todopoderoso, 

Que  coronas  pongo  y  quito 

«Si  el  teatro  se  mudare, 
En  siguiendo  otro  partido, 
]\Iañana  daré  á  los  güelfos 

Lo  que  hoy  á  los  gibelinos 

«No  hay  cosa  como  la  Francia, 
Españoles  aturdidos ; 
¿  Cuándo  mereceréis ,  necios , 
Tener  tan  sabios  vecinos? 

«Advertid  que  las  comedias 
De  autores  á  quien  maldigo. 
Las  tradujeron,  humildes. 
Sus  escritores  altivos. 

«  Advertid  en  esta  parte 
Cuánto  procedo  sencillo. 
Pues,  sin  mirar  lo  que  hablo, 

Cuanto  digo  contradigo » 

Esto  en  su  prólogo  Arenas 
Dice,  no  así  proferido. 
Sino  haciendo  á  lo  expresado. 

Más  rumboso  lo  expresivo 

Con  todas  las  circunstancias 

Y  forzosos  requisitos 
De  á  la  latina  cortado, 

Y  á  punto  francés  cosido 

No  tiene  la  culpa  él, 

Sino  quien  ha  consentida 
En  maestro  á  un  aprendiz, 

Y  en  doctor  á  un  monaguillo 

Quién  es  esto  caballero 

Si-pamos ,  por  Jesucristo ; 
Porque  yo  no  lo  conozco. 
Ni  sé  cuál  es  su  apellido. 
Lo  Arenas  creo  anagrama  ; 

(1)  Alnde  Uarujan  &  laa  comedias  de  Ceirvántea. 


CRITICO 

Y  pues  tiene  otros  distintos , 
Propios  de  bus  propiedades, 
Por  ellos  buscarle  elijo. 

Arenas,  tierra  sin  fruto; 
Que,  en  clima  caliente  ó  frío, 
Infructífero  y  estéril 
Se  construye  lo  arenisco 

Esto  de  la  poesía 
Lo  trae  al  pobre  aburrido  ; 
En  pensando  en  el  Pegaso 
Montar,  pierde  los  estribos 

Y  en  fin ,  ¿  para  qué  se  cansa 
Arenas  en  instruirnos 
En  un  arte  de  que  el  puede 
Usar  allá  á  su  albcdrío  ? 

Si  son  malas  las  comedias 
Que  por  buenas  aplaudimos. 
En  viendo  una  mejor  suya , 
Quedaremos  convencidos. 

Pero  esto  es  tan  fácil  como 
Llevar  un  peral  membrillos. 
Correr  la  posta  en  cuclillas, 
O  retroceder  un  rio 

De  naturaleza  y  arte 
En  lides ,  por  hecho  fijo. 
Siempre  á  la  naturaleza 
Se  da  el  arte  por  vencido 

Pretende  el  señor  Arenas, 
Ú  otro  de  su  aliento  y  brío, 
Hacer  viaje  al  Parnaso 
Sin  pasaporte  del  Pindó. 

La  erudición  poesía 
Hacer,  piensa  que  es  lo  mismo 
Que  hacer  natural  el  numen 
Donde  hay  tan  sólo  artificio. 

Toma  el  asunto,  ya  dado, 
No  electo  por  su  capricho, 

Y  empieza  á  desalojar 

De  los  estantes  los  libros 

Ve  lo  que  hay  dicho  en  el  caso, 

Y  entre  remiendo  y  zurcido, 
De  muchos  cabos  atados. 
Hace  la  obra  un  ovillo. 

Por  fin,  de  entre  mil  renglones 
Salen  cuatro  rengloncitos. 
Escríbense  cinco  absurdos 

Y  se  borran  veinticinco. 
Secundum  mister  Camueso 

Y  según  monsiur  Perito, 
Como  lo  dijo  Cerezo 

Y  como  lo  dice  Guindo. 
Por  allí  corre  un  Plutarco, 

Por  allá  salta  un  Ovidio, 
Por  aquí  brinca  un  Homero, 
Acá  danza  un  Tito-Livio. 

Las  sílabas  se  midieron 
A  la  ley  de  lo  medido. 
Aquí  meto  y  allí  saco. 
Aquí  asierro  y  allá  limo. 

Por  fin ,  se  logró  el  aborto 
Del  concepto  concebido, 


t>É  LA  poesía  castellana  EN  EL  SIGLO  XVIII. 


XCIX 


Forzando  á  naturaleza 
La  fuerza  del  abortivo. 

Salió  la  obra,  y  salieron 
Unos  versos  tan  ariscos 
Como  gatos  de  desvanes, 
Arañando  los  oidos 


Si  Dios  les  negó  la  gracia, 
Dándola  á  quien  darla  quiso. 
Contra  divinos  decretos , 
En  lo  humano  no  hay  arbitrios. 

El  que  no  nació  poeta , 
Pensar  en  serlo  es  delirio 


Es  tan  vivo  el  enojo  que  infunde  en  el  ánimo  de  Marnjan  ver  á  Nasarre  atacfir  las  come- 
dias de  Lope  de  Vega  y  de  Calderón,  y  ensalzar  las  de  Cervantes,  que  aun  admirando  el  ge- 
nio de  este  grande  hombre,  se  hace  eco,  contra  el  Quijote,  de  la  vulgar  opinión  que  suponía  el 
sentido  de  esta  obra  inmortal  mengua  del  espíritu  caballeresco  de  los  españoles.  Así  dice,  ha- 
blando del  teatro  de  Cervantes : 


Que  quiso  imitar  á  Lope 
Se  ve  por  muchos  indicios  ; 
Hizo  todo  cuanto  pudo, 
Mas  no  pudo  lo  que  quiso. 

Lo  que  le  dijo  el  librero 
Fué  un  evangelio  chiquito : 
Su  prosa  de  usted  es  buena , 
Mas  sus  versos  son  malditos.... 

El  fuerte  fué  de  Cervantes 
Aquel  andante  designio, 
En  que  dio  golpe  tan  fuerte , 
Que  á  todos  nos  dejó  heridos. 

Aplaudió  España  la  obra, 
No  advirtiendo,  inadvertidos. 
Que  era  del  honor  de  España, 
Su  autor,  verdugo  y  cuchillo  ; 

Constando  allí  vilipendios 
De  la  nación  repetidos. 
De  ridículo  marcando 
De  España  el  valor  temido 

El  volumen  remitiendo 
A  los  reinos  convecinos, 
Hicieron  de  España  burla 
Sus  amigos  y  enemigos. 

Y  ésta  es  la  causa  por  que 
Fueron  tan  bien  recibidos 
Estos  libros  en  la  Europa , 
Reimpresos  y  traducidos , 

Y  en  láminas  dibujados 
Y  en  los  tapices  tejidos, 
En  estatuas  abultados 


Y  en  las  piedras  esculpidos. 
Nos  los  vuelven  á  la  cara, 

Como  diciendo  :  ((Bobillos, 
Miraos  en  ese  espejo ; 

Eso  sois  y  eso  habéis  sido » 

Y  éste  es  el  que  sale  ahora , 
Con  sus  ocho  de  ah  iniüo  (1) , 
A  vender  comedias,  muerto. 
Que  no  pudo  vender  vivo. 

Si  Lope  y  Calderón  fueren 
De  Francia  mal  recibidos , 
Con  paciencia  será  fuerza 
Llevar  estos  trabajillos. 

Tampoco  aplauden  allá 
Los  cánones  tridentinos, 

Y  no  por  esta  razón 

Son  de  acá  mal  admitidos. 

Calderón  y  Lope  son 
Héroes  de  la  escena  invictos , 
Luminares  de  sus  cielos. 
Atlantes  de  sus  Olimpos. 

Son  fuertes  que,  en  gloria  nuestra, 
Dios  inexpugnables  hizo, 

Y  á  sus  alturas  no  alcanzan 
Las  balas  de  ningún  tiro. 

Sólo  de  tu  atrevimiento 
Eximirse  no  han  podido. 
Pues  todo  labio  ha  besado 
Lo  que  tú  solo  has  mordido. 


Que  Marujan  era  inconsiderado  y  díscolo,  se  ve  patente  en  sus  propios  escritos.  Uno 
de  sus  enemigos  fué ,  según  puede  conjeturarse,  el  insigne  Conde  de  Torvepalma.  Y  ¿qué 
mucho  que  lo  fuera ,  si  el  desenfadado  coplero  se  burla  de  él  en  sus  versos,  y  en  contra  suya, 
con  chismoso  espíritu ,  se  hace  eco  de  las  murmuraciones  de  la  gente  frivola  y  ociosa?  (2).  De 
notar  es  que  Torrepcdma  era  amigo  de  Nasarre  y  sectario  de  la  nueva  escuela  doctrinal. 


(1)  Alude  á  las  ocho  comedias  de  Cervantes. 

(2)  Entre  los  manuscritos  de  Marujan  hay  un 
romance  con  el  siguiente  epígrafe  : 

«  Habiendo  venido  á  la  corte  cierto  caballero  an- 
daluz  ,  de  rara  altanería  y  extravagancia,  exce- 
diéndose hasta  publicar,  en  Andalucía ,  era  su  viaje 
ala  corte  á  cubrirse  y  casar  con  hija  de  Grande; 
por  cuyo  motivo  ha  experimentado  algunos  desai- 
res en  la  Grandeza. » 


El  romance  empieza  así : 

Gran  Señor  de  Gor  (cuidado, 
Musa,  que  estamos  en  tiempo 
En  que  á  todo  gran  le  miran 
Todos  los  grandes  con  tedio) 

Marujan ,  poco  aficionado  á  las  formas  aristocráti- 
cas, así  en  la  sociedad  como  en  las  letras,  se  burla 
aquí  del  Conde  de  Torrcpalma  porque  firmaba  á  ve- 
ces Señor  de  Gor, 


ó  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

Tamljien  dio  ^f<tr^lj^n  rienda  ú  su  saña  contra  el  famoso  poeta  dramático  Cañizares ,  tal 
vez  por  sus  tentativas  de  imitación  del  teatro  francés.  Y  en  verdad  que,  si  tal  era,  como  pue- 
de creerse ,  el  impulso  que  movía  contra  el  célebre  escritor  dramático  el  ánimo  de  Marnja7i, 
no  podia  ser  este  impulso  más  injusto  y  menos  fundado.  Si  Cañizares,  siguiendo  el  ejemplo 
de  ilon  Francisco  Fizarro,  marques  de  San  Juan ,  prolijo  traductor  del  Cinna  de  Corneille,  se 
inclinó  á  la  escuela  dramática  francesa  é  italiana,  lo  hizo  de  tal  manera,  en  el  Sacrificio  de 
1/iijeiiia ,  en  el  Temístocles  y  en  otros  ensayos  semejantes  de  imitación  extranjera ,  que  no  pu- 
do quedar  duda  de  que  la  índole  de  aquel  ingenio  era  profundamente  popular  y  española, 
y  que  no  sabía  ni  podia  imitar  sino  á  los  grandes  dramáticos  españoles,  cuyas  fábulas  explo- 
taba con  tan  poco  escrúpulo  como  innegable  acierto. 

Marujaiij  en  pugna  literaria  con  Cañizares,  contestó  á  una  sátira  suya  en  términos  des- 
temj)lados  y  personales.  Le  acusa  de  estar  en  inteligencia  amorosa  con  la  comedianta  Rosa  la 
Gallofa,  le  echa  en  cara  sus  plagios,  y  hasta  le  zahiere  por  el  desmedido  tamaño  de  sus  na- 
rices. Tal  era  el  tono  rudo  y  descortés  de  las  polémicas  de  aquel  tiempo. 

Esta  diatriba,  titulada  Ovillo  en  que  se  devanan  las  quebradizas  especies,  etc.,  está  contenida 
en  un  códice  Ohras  poéticas  de  Manijan.  Todo  indica  que  es  obra  suya ,  si  bien  se  aparenta 
que  es  otro  quien  defiende  y  ensalza  al  mismo  Marujan.  El  autor,  movido,  al  parecer,  por  el 
ardor  de  la  contienda  literaria ,  por  la  ira  ó  por  la  envidia ,  desconoce  que  Cañizares  es ,  en 
la  decadencia  del  teatro,  el  último  representante  de  aquellos  brillantes  y  nacionales  ingenios 
que  él  mismo  con  tanto  calor  defiende  y  preconiza ;  olvida  que ,  al  lado  de  la  risible  al  par 
que  diestra  imitación  de  iop^  ^'^  T'ií^a  ,  Calderón,  Montalvan,  Tirso  j  otros,  resplandecen 
prendas  propias  de  Cañizares ,  como  la  animada  viveza  del  diálogo  y  la  agudeza  epigramáti- 
ca, en  las  cuales  pocos  le  aventajan;  y  sólo  busca  medios  de  zaherirlo  y  ofenderlo  (1) 


(1)  He  aquí  una  muestra  de  la  diatriba,  que  no 
tiene  más  valor  que  el  ser  un  testimonio  curioso  de 
la  historia  del  teatro  en  aquellos  tiempos  : 

Pues  ¿  aun  hay  Cañizares  en  el  mundo  ? 

Dijo  Olio  afligida 

I  Cómo!  ¡Qué  es  eso!  dije  yo,  admirado, 
¿  Que  Cañizares  vive ,  es  ignorado 
En  el  Parnaso?  Vive,  y  muy  vivido, 

Cada  dia  su  bando  más  seguido 

¿  Qué  numen  sacro  su  furor  conmueve  ? 
El  mimen  del  demonio  que  lo  lleve. 
Polimnia  dijo  :  «Pnoa  ¿se  juzga  acaso 
Qne  él  haya  visto  cosa  del  Parnaso  ? 
Pues  ¿  no  se  ve  en  su  duro  y  en  sn  tierno, 
Que  el  influjo  que  tiene  es  del  infierno  ? 
Porque  solo  Luzbel  y  sus  secuaces 
Do  influir  en  sus  obras  son  capaces, 
Siendo  ¡ncursas,  por  ley  y  privilegio, 
Todas  ellas  en  hurto  y  sacrilegio. 
Dloá  les  perdone  A  varios  escritores 
El  no  sacar  á  luz  sus  borradores ; 
Que  si  ellos  il  la  vista  parecieran , 
Por  guyas  en  Madrid  no  se  vendieran 
Tantos  obras  hurtadas, 
Do  sus  originales  trasladadas. 
Aunque  en  cuenta  su  rueca  tuerza  el  hnso, 
Está  patente  el  huevo  y  quien  lo  puso; 
Cd'tigo  de  miseria,  las  Espinas, 
Dómine  Lúnis,  A''tas  Agustinas, 
¿/•¡ntañés  en  la  Corte  ,  y  mil  trovadas, 

Do  la  tela  de  Lope  estAn  cortadas 

£1  Niño  de  la  Guardia,  y  Carlos  Quinto 
^^lfcrí  Túnez,  el  numen  más  sucinto 
Re  ve  que  las  cogiú,  para  sus  fines , 
De  don  Juan  de  la  Hoz  en  los  jardines. 
El/also  yunrin,  que  por  de  él  se  ha  dado, 
Es  de  nn  excelso  ingenio  celebrado  (a). 

(,0)  Uel  Alniirr.nle.  ( Xn^n  Jfl  crUirf.') 

jSay  dos  comedias  del  asunto  f  titulo  do  El  ^nmáo  /o&o  de  Purtugal :  una 


Eurotas,  tan  famosa  y  decantada  (5), 
Fué  de  otro  escaparate  arrebatada. 
Acis  y  Galatea  tienen  amo 
En  no  menos  sujeto  qne  en  Candamo. 
El  Principe  don  Carlos,  claro  y  liso. 
Es  trasplantado  del  plantel  de  Enciso; 
Hasta  el  paso  de  El  Hacha ,  trastejado, 
Para  el  tiempo  presente  acomodado; 
T  en  fin  toda  su  cómica  vendimia , 
En  que  alternan  el  oro  y  el  alquimia , 
Zurcida,  remendada  y  contrahecha, 

De  ajenas  heredades  es  cosecha 

¿  Qué  ha  dicho  Cañizares,  que  no  sea 

Concepción,  feto  y  parto  de  otra  idea? 

Siendo  en  su  falso  teatral  enredo 

Un  ave  de  rapiña  á  todo  ruedo, 

Pues  qne  ninguno  ignora 

Lo  que  pasaba  en  tiempo  de  Zamora , 

Que  á  toda  copla  suya,  ardiente  ó  fria, 

Bu  público  el  concuerda  se  ponia; 

Mas  él  vengaba  bien  tales  tragedias, 

Pues,  contra  el  alto  tren  de  sus  comedias, 

Con  un  Conejo,  un  Mono  y  una  Zorra , 

Volvía  sus  aplausos  en  camorra »  (r). 

Dijo  Erato:  «  Si  mal  no  lo  he  entendido, 
i  No  os  ése  el  Cañizares  aturdido 
De  quien  se  rien  Diablo,  Carne  y  Mundo 
Por  el  atrevimiento  sin  segundo 


de  tres  Ingenios^  cnyos  nombres  no  constan,  inobilda  en  la  Parte  treinta  y 

eei».  Comedias  escritas  por  los  ntfjiires  Ingenios  de  £sí>añn (Madrid,  1671), 

y  otra  de  impresión  suelta  y  repetidiis  ediciones  (una  de  ellas,  que  tenpo  & 
la  vista,  hecha  en  Valencia  ,  1764  ,  que  apareoe  como  producción  de  un  Inge- 
nio, y  ha  sido  por  algunos  atribaida  A  don  Jo^  (fc  Cañizares. — Del  Almirante 
de  Castilla,  dtm  Juan  Gaspar  Alonso  Enriques  de  Cabrera,  que  nació  en  Ma- 
drid, año  1625,  y  murió  en  1691,  únicamente  conrtci;inio8  la  colección  de 
poesías  que  tituló  Fragmentos  del  ocio,  &  cuyo  final  van  dos  Hejiresetitaciones 
á  Felipe  IV  y  un.is  Reglas  para  torear,  y  que  so  publicó  anónima  en  Ñapó- 
les .  16h:).  (.Vo((i  del  sefior  ihm  Caiietano  Alberto  de  la  Barrera.) 

(ft)  Ilcl  mismo.  {Xola  del  códice.) 

Enrolas  y  Dinnn  es  scfrundo  título  de  nna  zarzuela  en  dos  jomadas  ,  qne 
lleva  el  nombre  de  Cañizttres ,  y  tiene  por  primero  el  de  Amandtt  bien,  tío  st 
ofenderá  un  desdim.  (Xula  del  señor  dtm  Cai/elano  Altm-tn  de  la  Barrera.) 

(el  Madrid  aplaudió  más  los  saínetes  Él  Conejo,  El  Mono  y  La  Zorra,  quo 
dio  &  luz  Cañizares,  qne  las  comedias  que  al  propio  tiempo  se  represeutaboa 
de  don  Antonio  de  Zamora.  (^Nota  del  códice.) 


DE  LA  poesía  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIII.  Cl 

Es  difícil  determinar,  por  los  datos  vagos  y  escasos  que  nos  quedan  de  Marujmi ,  cuál  era 
en  la  sociedad  de  su  tiempo  el  verdadero  concepto  moral  de  que  disfrutaba  este  controversista 
estrafalario.  Por  ima  parte  aparece  odiado  y  hasta  judicialmente  perseguido;  por  otra  se 
ve  atendido  y  amparado  por  hombres  de  cuenta ,  entre  ellos  el  Gobernador  del  Consejo  do 
Castilla,  los  Marqueses  de  Estepa  (1)  j  los  Marqueses  de  Espinardo,  y  hasta  mirado  con 
benevolencia  por  Fernando  YI.  Lo  que  no  deja  duda  alguna  es  que  sus  versos  le  granjearon 
fama  de  poeta  en  aquella  era  de  copleros  ^miliares ,  chabacanos  y  descarados.  En  Granada, 
el  Presidente  de  la  Real  Chancillería,  don  Manuel  de  Carmena ,  y  otras  personas  de  alto  res- 
peto se  valieron  de  él ,  teniéndolo  en  mucho  como  poeta ,  para  que  escribiese  convocatorias  en 
verso  á  los  ingenios  granadinos,  con  objeto  de  ensalzar  á  Fernando  VI  y  á  su  ministro  Car- 
vajal ,  ora  por  las  mercedes  y  privilegios  otorgados  á  la  Real  Compañía  de  Comercio  de  Gra- 
nada, ora  por  la  fundación  del  hospicio  de  la  misma  ciudad.  Manijan  no  habia  nacido  para 
la  poesía  elevada ,  y  las  dos  composiciones ,  en  romance  heroico,  que  escribió  con  tales  mo- 
tivos ,  no  son  más  que  im  tqjido  de  falsos  conceptos ,  expresados  en  estilo  hinchado  y  am- 
puloso (2). 

Hemos  presentado,  acaso  con  excesiva  abundancia ,  las  citas  de  Manijan ,  no  por  lo  que 
ellas  en  sí  valen ,  sino  porque ,  con  su  carácter  personal ,  su  aversión  á  la  literatura  artificial 
de  la  Francia  ,  y  su  entusiasmo  por  el  antiguo  teatro  español ,  este  mal  poeta  es  un  ejemplo 
muy  caracterizado  de  los  polemistas  copleros  de  aquella  época  de  transformación.  Y  ¿  cómo 
sorprenderse  de  que  así  píense  y  escriba  im  poeta  de  naturaleza  desmandada ,  cuando  un 
hombre  tan  docto  y  mesurado  como  Porcél ,  tan  autorizado  entre  los  adoradores  de  las  Poéti- 
cas restrictivas  de  Francia,  decia  en  el  seno  de  la  Academia  del  Buen  Gusto,  creada  cabal- 
mente para  honrar  las  Poéticas ,  estas  palabras,  dignas  de  los  mejores  tiempos  de  la  crítica? 

{Jlahla  Garcilaso.)  Confirmo  el  juicio  que  entre  los  mortales  hice,  que  la  poética  no  es  más  que  opinión. 
La  poesía  es  genial,  y  á  excepción  de  algunas  reglas  generales  y  de  la  sindéresis  universal  que  tiene  todo 
hombre  sensato,  el  poeta  no  debe  adoptar  otra  ley  que  la  de  su  genio.  Se  ha  de  precipitar  como  libre  el  es- 
píritu de  los  poetas ;  por  eso  nos  pintan  al  Pegaso  con  alas,  y  no  con  freno  ;  y  si  éste  se  le  pone,  como  in- 
tenta el  que  modernamente  ha  erigido  el  Parnaso  francés,  es  desatino En  vano  se  cansan  los  maestros 

del  arte  en  señalar  estas  ni  las  otras  particulares  reglas,  porque  esto  no  es  otra  cosa  que  tiranizar  el  libre 
pensar  del  hombre,  que  en  cada  uno  se  diferencia,  según  la  fuerza  de  su  genio,  el  valor  de  su  idioma,  la 
doctrina  en  que  desde  sus  primeros  años  lo  impusieron,  las  pasiones  que  lo  dominan,  y  otras  muchas 
cosas. 

¿Qué  pensarían  de  la  libre  y  desembarazada  doctrina  de  estas  palabras  Luzan,  Mbntiano 
y  Nasarre,  en  cuya  presencia  las  leyó  Porcél'^ 

ínteres,  y  no  escaso,  encierran ,  para  la  historia  de  la  crítica ,  esas  protestas  del  gusto  nacio- 
nal contra  la  escla\TÍtud  del  ingenio,  esa  glorificación  de  la  libertad  poética  sin  freno  doctri- 
nal extranjero.  Simpatía  merece  aquel  impulso  nacional  que ,  sin  más  dogma  ni  razón  que  el 
instinto  y  el  entusiasmo,  pugnaba,  así  en  Inglaterra  como  en  España,  por  sostener  el  pedes- 
tal de  gloria  de  los  Shakspeare  y  de  los  Calderones ,  consolidado  para  siempre  por  la  crítica 
firme  y  filosófica  de  los  tiempos  modernos. 


De  quitar  y  poner  versos  y  pasos, 

Con  ilusos  frenéticos  atrasos, 

De  Calderón  en  autos  ,  cuyas  huellas 

Aun  miran  con  respeto  las  estrellas  ?  »  (a). 

Dijo  Apolo  :  «  Es  asi ;  pero  no-  creo 
Lo  que  se  dice  en  cuanto  á  hacer  empleo 
De  público  comercio,  puesto  en  venta , 
Los  Tersos  que  arrebata  ó  que  fomenta, 
Haciéndolos  caudal  de  sus  codicias.» 
—"ustedes  están  cortos  de  noticias, 
Dije;  ¿  ahora  salimos  ignorando 
Lo  que  públicamente  está  pasando  ?    " 

(a)  Enmendó  Cañizares,  r  qnití  j  puso  pasos  en  los  autos  de  Calderón. 
r/deni.) 

I,  Ps,-xvin, 


Sólo  con  coplas  su  caudal  granjea; 

Las  vende ,  las  ajusta  y  regatea , 

Aunque  ya  el  rejateo  está  cortado, 

Pues  tiene  su  arancel  puesto  y  clavado ;  etc.  (6). 

(1)  La  Marquesa  de  Estepa  escribió  versos  en 
honor  de  Marujan. 

(2)  Uno  de  estos  romances  fué  impreso  en  Gra- 
nada ,  por  José  de  la  Puerta ,  en  4.°  El  otro  está  en 
los  códices  que  poseemos  de  las  Obras  poéticas  de 
Marujan. 


(b)  Vendió  Cafiizares  siempre  iras  obras  í  prcMn»  sefialados  :  la  comedí* 
con  saínete  &  treinta  v  cinco  dobloiies,  j  laa  í.ema?  ihTM  á  profata.  (Itkm.} 


cu  IMDSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 


CAPITULO  X. 

Peinado  de  Carlos  III. Continúa  la  resistencia  instintiva  del  gusto  nacional.  —  El  cambio  doctrinal  triunfa  al 

(..^\JO Poetastros  célebres. — Dos  curas  de  Fi  uimc. — Nifo. — Primeros  frutos  sazonados  de  la  reforma, — Moratin 

(don  Nicolás).  — Cadalso.  — Escuela  poética  salmantina. —  Fray  Diego  González.  —  Huerta. — La  Raquel, — 
Iglesias. 

Fuera  de  aquellos  momentos  felices  en  que  el  estro  de  la  patria  arde  con  fuego  propio  j 
se  alire  pa.so  entre  estorbos  de  origen  extranjero,  la  poesía,  como  otras  fuerzas  morales,  ca- 
mina de  imitación  en  imitación.  Eu  España,  prescindiendo  de  los  romances  j  del  teatro,  en 
los  cuales  se  retrata  á  sí  propio  el  espíritu  nacional  con  fieles  y  espléndidos  colores,  la  poesía 
erudita  v  académica  va  casi  siempre  á  la  rastra  de  inspiración  extraña.  Primero  reina  en 
ella  el  elemento  provenzal^  en  seguida  el  italiano,  casi  al  mismo  tiempo  el  latino,  más  ade- 
lanto el  francés. — Torrepalma,  Porcél  y  algunos  otros,  aunque  pugnaron  como  reformadores, 
no  penetraron  bastante  en  el  gusto  de  la  escuela  francesa.  Por  eso  fueron  tan  fugaces  en 
aquella  era  doctrinal  su  gloria  y  su  influencia.  No  eran  bastante  franceses  para  una  época  en 
que  como  dice  muy  acertadamente  Quintana,  comiamos,  vestiamos,  bailábamos  y  pensábamos 
á  la  francesa  (1).  Entrada  ya  en  sazón  la  doctrina  sana,  pero  estrecha,  que  nos  daba  en  sen- 
satez V  en  atildado  orusto  cuanto  nos  quitaba  en  riqueza,  en  hechizo  y  en  libertad;  mal  ave- 
nida ,  por  otra  parte ,  la  imaginación  de  los  españoles  con  la  poesía  desmayada  y  glacial  de 
Jíontiano,  de  don  Juan  de  Triarte,  de  don  Pedro  de  Silva,  áú padre  Betmvente  y  del  mismo 
Lnzan,  que,  si  escribían  con  bastante  corrección,  no  hacían  sentir  en  sus  versos  una  sola  vi- 
bración del  alma ,  era  forzoso  que  llegasen  á  connaturalizarse  algún  tanto  con  el  espíritu  na- 
cional las  formas  de  la  nueva  civilización  literaria,  que,  llevada,  como  anteriormente  hemos 
indicado,  en  alas  de  la  gloria  de  los  escritores  inmortales  del  siglo  de  Luis  XIV,  sub_)Tigaba 
con  el  rigor  de  la  forma ,  con  la  majestad  del  pensamiento,  con  la  limpieza  del  estilo,  las  le- 
tras de  todas  las  naciones  cultas ,  aun  de  aquellas  donde  habían  derramado  luz  tan  esplen- 
dorosa Shakspeare ,  Ariosto  y  Calderón. 

En  manos  de  la  medianía,  la  amalgama,  producida  por  la  lucha  misma,  de  dos  escuelas 
de  tan  diversa  esencia  y  entre  sí  tan  poco  conciliables,  fué  una  verdadera  calamidad  litera- 
ria. De  los  infelices  poetas  que  cultivaron  esta  híbrida  y  falsa  inspiración ,  algunos  alcanza- 
ron renombre,  en  verdad  poco  merecido.  Dos  de  ellos  son  dignos  de  un  honroso  recuerdo. 
Es  el  uno  don  Diego  Antonio  Cernadas  de  Castro,  natural  de  Santiago  de  Galicia ,  famo- 
sísimo en  su  tiempo,  como  poeta,  con  el  nombre  de  el  Cura  de  Fruime.  Y  por  cierto  que 
es  inexplicable  su  fama  extraordinaria.  Cernadas,  pcárroco  admirable  por  su  dulce,  paternal 
y  caritativa  condición ,  no  escribió  libro  alguno  de  esos  que  provocan  la  admiración  y  susci- 
tan la  gloria.  Dotado  de  una  modestia  evangélica  sin  igual,  pasó  la  vida  entera,  por  gusto 
suvo,  en  la  pf>l)re  y  solitaria  aldea  de  San  Martin  de  Fruime.  Y,  sin  embargo,  su  nombre  re- 
sonaba en  toda  España,  y  todo  por  unos  insignificantes  versos,  en  que  no  hay  ni  hechizo,  ni 
emoción ,  ni  gi-andeza.  Su  afición  al  estudio  y  su  correspondencia  con  doctos  amigos  de  Ma- 
drid no  le  infundieron  el  fuego  de  la  inspiración,  pero  le  preservaron  hasta  cierto  punto  de 
la  insufrible  afectación  que  afeaba  la  literatura  do  su  tiempo.  Acaso  su  misma  sencillez  le 
hizo  simpático.  Sus  versos  eran  leídos  en  todas  las  clases  de  la  sociedad  (2).  ¡  Caprichos  de 


(1)  Introducción  á  la  x>oesia  castellana  del  si-  tellano  lilzo  esta  punzante  descrípcíon  burlesca  del 
glo  xviii.  reino  de  Galicia  y  de  sus  gentes  : 

(2)  Murió  en  Fruime,  el  año  de  1777.  Pondremos  -a  ■     ■  r  ?■       ,   ■,        ^     ^ 

^    '  '  Reino  lofeliz ,  país  desventnrado, 

acjui  una   breve  muestra  do  su   estilo.  Un  poeta  cas-  De  España  muladar,  rincón  del  mundo, 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  Clii 

la  suerte!  Otro  cura  de  Fruime,  don  Antonio  Francisco  de  Castro^  cabalmente  el  inmediato 
sucesor  de  Ce)madas,  fué  también  poeta,  y  mejor  poeta  que  éste,  aunque  mediano.  Pero  su 
nombre  quedó  ignorado,  así  como  sus  obras,  que  por  primera  vez  han  salido  á  luz  há  algu- 
nos años  (1). 

El  otro  poeta  á  que  nos  hemos  referido  os  don  Francisco  Mariano  Nifo. 

Semejante  á  Mañer  en  su  afición  á  propagar  en  obras  periódicas  el  conocimiento  de  los 
adelantamientos  europeos  (2),  traductor  infatigable  como  él ,  también  se  le  asemeja  en  su 
escasa  aptitud  para  la  poesía  elevada,  si  bien  le  sobrepuja  en  fecundidad  y  soltura.  En  1746 
publicó  unos  endecasílabos  á  la  coronación  de  Fernando  VI.  A  la  muerte  de  este  soberano 
publicó  otra  composición  endecasílaba,  titulada  Voces  llenas  de  amor ,  etc.  En  ambas  poesías 
resaltan  á  un  tiempo  el  alambicamiento  y  el  prosaísmo.  Celebró  en  sus  versos  á  la  reina  ma- 
dre doña  Isabel  Farnesio  y  á  las  célebres  comediantas  María  Bermejo  y  María  Lavenant  (3). 
Esta  última  había  representado  el  papel  principal  en  el  drama  heroico  de  Metastasio,  tradu- 
cido por  iV7/b,  titidado  Hypsijyile ,  jjrincesa  de  Lemnos.  Andando  el  tiempo  se  corrigió  algún 
tanto  este  escritor,  en  sus  comedias  y  en  sus  poesías  líricas,  del  artificioso  estilo  tan  común  en 
la  época  de  su  mocedad ,  mas  sin  adquirir  por  eso  fuerza  ni  elevación.  Si  pudo  pasar  en 
tiempo  de  Fernando  VI  por  un  mozo  aplicado,  que  daba  esperanzas  de  adelantar  en  la  poe- 
sía, ya  entrado  el  reinado  de  Carlos  III  no  fué  tenido  sino  en  lo  que  realmente  era:  un  ver-^ 
sificador  vulgar ,  sin  sentimiento  poético,  sin  gusto  y  sin  inspiración. 

Fué  muy  apreciado  por  su  incansable  actividad  y  por  sus  prendas  morales.  Estuvo  preso 
algún  tiempo  por  disensiones  graves  de  familia,  y,  á  pesar  de  su  actividad  extraordinaria, 
no  llegó  á  alcanzar  la  prosperidad  que  ambicionaba.  Así  puede  inferirse  de  lo  que  él  mismo 
declara  en  algunas  de  sus  obras,  y ' singularmente  en  el  romance  dirigido  á  su  mujer,  que 
empieza : 

Amada  consorte  mía (4). 


Entre  tinieblas  siempre  sepultado ; 
Áspero,  rudo  clima ,  temple  airado ; 
Infiel ,  bárbaro  trato,  sitio  inmundo ; 
Grente  sin  sociedad,  campo  infecundo. 

En  el  nombre  de  Dios  santo  y  eterno, 
Con  cuanta  fuerza  tiene  el  exorcismo. 
Te  conjuro  y  apremio,  triste  averno , 
Para  que  me  declares  por  ti  mismo 
Si  eres  en  realidad  el  propio  infierno, 
o  si  eres  el  retrato  del  abismo. 

Ofendido  Cernadas  al  ver  tan  maltratada  á  su 
querida  tierra  natal ,  limitó  su  desagravio  á  glosar 
el  primer  verso  en  estos  términos  : 

Es  hermosa  mi  huerta  y  fértil ;  pero 
Viene  la  oniga ,  cómela  y  la  afea : 
Por  bien  abastecido  que  lo  vea , 
Viene  el  ratón ,  y  estrágame  el  granero  : 
Muy  poblada  mi  viña  consider'O ; 
Viene  el  marrano  vil ,  y  la  estropea : 
Gallinas  y  sustancia  hay  en  mi  aldea ; 
Viene  y  las  rapa  el  zoiTO  trapacero. 

Oruga  el  asturiano  en  su  codicia, 
Eaton  el  castellano  desdichado, 
Marrano  el  andaluz  en  su  inmundicia , 
T  zorro  el  montañés  disimulado, 
Éstos  la  comen ,  y  hacen  á  Galicia 
Reino  infeliz,  país  desveniuraJo. 

(1)  En  Orense,  1841. 

(2)  Publicó,  ademas  de  otros  muchos  periódicos, 
el  Correo  general  de  España,  bajo  los  auspicios  de 
la  Real  Junta  de  Comercio  de  Madrid.  El  Consejo 
de  Castilla  protegió  esta  publicación,  j  expidió  una 


circular  para  que  de  todo  el  reino  se  remitiesen  á 
Nifo  las  noticias  que  él  mismo  pedia  on  un  interro- 
gatorio. 

(3)  María  Lavenant  y  Quiranfe  fué  una  actriz 
dotada  de  extraordinario  talento  y  licchizo.  A  pesar 
de  haber  brillado  corto  tiempo  en  la  escena ,  quedó 
grabado  en  la  memoria  del  público  el  embeleso  que 
causaba  en  varios  papeles,  ya  patéticos,  ya  festi- 
vos. Muchos  años  después  de  su  muerte  se  recorda- 
ba todavía  con  deleite  el  entusiasmo  que  infundía 
en  sus  oyentes  cuando  cantaba  aquella  famosa 
copla : 

Es  en  glorias  pasadas 

El  pensamiento, 
TTnas  veces  verdugo, 

Y  otras  consuelo 

Preciábase  de  elegante  y  esplendorosa  en  el  ves- 
tir, y  se  cuenta  que  dejó  más  de  noventa  vestidos 
de  lujo. 

Murió  de  un  modo  edificante,  el  dia  1."  de  Abril  de 
17G7,  á  la  edad  de  veinticuatro  años. 

(4)  Algunos  años  después  de  la  muerte  de  Nifo, 
un  hermano  suyo  dio  á  la  estampa  (1805)  sus  prin- 
cipales obras  líricas  y  dramáticas.  Entre  éstas,  la  co- 
media titulada  Matilde,  y  La  casta  Amante  de  Te- 
ruel, doña  Isabel  de  Segura,  que  Nifo  llama  escena 
patética ,  y  que  es  en  realidad  de  lo  más  lánguido  y 
palabrero  que  se  ha  escrito  en  eaóícllano. —  En  vida 


\ 

CIV  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

Don  Nicolás  Fernandez  de  Moratin  se  habia  esforzado  por  amoldarse  á  las  severas  prescripi- 
ciones  de  los  preceptistas  y  de  los  gramáticos;  pero  era  demasiado  poeta  para  rendirse  ser- 
vilmente al  yugo  de  la  imitación.  Cuando  estro  sincero  encendia  su  imaginación,  brotaban 
en  sus  versos  aquellos  acentos  de  la  ])atria  que  le  hablan  arrullado  en  la  cuna ,  sacudía  por 
instinto,  como  en  la  inimitable  Fiesta  de  toros  en  Madi'id  y  en  los  romances  moriscos ,  las  ca- 
denas que  voluntariamente  se  imponía,  daba  libre  rienda  á  su  estilo  brioso  y  desembarazado^ 
j  al  ardiente  espíritu  nacional  que  enardecía  su  alma ,  y  era  un  poeta  de  castizo  y  noble  li- 
naje. Ticknor  dice  que  don  Nicolás  Moratin  fué  <rel  sucesor  y,  hasta  cierto  punto,  el  heredero 
de  las  opiniones  de  Lxtzan.y>  Tal  vez  el  mismo  Moratin  lo  creerla  así  cuando,  en  reemplazo  de 
su  amigo  el  poeta  trágico  Ayala,  desempeñaba,  hablando  con  gran  respeto  de  Boileau,  la 
cátedra  de  poética  en  el  Colegio  Imjierial ,  ó  cuando  en  sus  composiciones  amorosas  imitaba 
al  Petrarca.  Pero,  en  verdad ,  no  hallamos  títido  alguno  de  sucesión  entre  Luzan  y  Moratin, 
como  no  sea  la  casualidad  de  haber  nacido  éste  el  año  mismo  en  que  salió  á  luz  la  Poética  de 
^  aquél.  Pociis  veces  se  encuentran  en  las  letras  dos  hombres  de  tan  diferente  naturaleza.  El 
uno  todo  cordura,  imitación,  esmero;  el  otro  todo  arranque,  imaginación  y  sentimiento:  el 
uno  vive  con  la  reflexión  y  con  los  preceptos;  el  otro  vuela  con  el  ímpetu  irreflexivo  de  los  poe- 
tas, y  ahoga  sus  prendas  privilegiadas  cuando  se  juzga  obligado  á  seguir  humildemente  la 
senda  trazada  de  antemano  por  los  princi})ios  convencionales.  Don  Nicolás  Moratin  era  de- 
masiado español  para  encadenar  sin  tregua  las  alas  de  su  fantasía.  Acepta  los  preceptos  de 
la  escuela  francesa,  pero  vive  su  numen  en  involuntaria  y  constante  pugna  con  ellos.  ¿No 
veis  cómo  vuela  su  espíritu  á  cada  momento  hacia  las  tradiciones  poéticas  de  la  patria?  ¿No 
os  admira  el  ingenio  con  que  quiere  disculpar  las  corridas  de  toros?  Se  atreve  á  cantar  á 
Pedro  Romero,  torero  insigne,  y  lo  hace,  no  en  un  romance  popular,  sino  en  una  oda  de 
grande  elevación  lírica,  como  cantaba  Píndaro  á  los  atletas  de  Olimpia  y  de  Nemea.  Para 
él  la  barbarie  de  las  corridas,  que  no  puede  negar,  desaparece  ante  el  arrojo  y  la  elegante 
gallardía  de  los  lidiadores  españoles ,  como  se  olvida  la  osada  desnudez  de  las  estatuas  griegas 
ante  el  mágico  hechizo  del  arte.  É 1 ,  ademas ,  con  su  fogosa  imaginación  española ,  no  ve 
en  aquellas  fiestas  sangrientas  sino  la  intrepidez  de  su  raza.  Así  dice  de  Pedro  Romero: 


Pasea  la  gran  plaza  el  animoso 

Mancebo,  que  la  vista 
Lleva  de  todos ,  su  altivez  mostrando ; 
Ni  hay  corazón  que  esquivo  le  resista. 

Sereno  el  rostro  hermoso, 
Desprecia  el  riesgo  que  le  está  esperando. 

Le  va  apenas  ornando 
El  bozo  el  labio  superior ,  y  el  brío 
Muestra  y  valor  en  años  juveniles 

Del  iracundo  Aquíles. 
Va  ufano  al  espantoso  desafío , 

¡  Con  cuánto  señorío ! 

(Qué  ademan  varonil !  ¡qué  gentileza! 

Tu  anciano  padre ,  el  gladiador  ibero, 


Que  á  Grecia  España  opone 

No  puede  serenarse 
Hasta  que  mira,  al  golpe  poderoso, 

El  bruto  impetuoso 
Muerto  á  tus  pies ,  sin  movimiento  y  frió, 
Con  temeraria  y  asombrosa  hazaña, 

Que ,  por  nativo  brío. 
Solamente  no  es  bárbara  en  España. 


¿  Cómo  vencer  á  indómitos  guerreros 
En  lances  verdaderos , 

Si  éstos  sus  juegos  son  y  su  alegría? 

I  Oh,  no  conozca  España  que  varones 
Tan  invencibles  cria ! 


de  Nifo  se  burlaba  de  él  Moratin  (Leandro)  en 
tos  versos  familiares  : 

Ni/o,  1  oh  pestilente  Nifo  I 
Gran  predicador  de  tiendas, 
Que  desde  el  año  de  seis 
Disparatando  voceas': 
Tan  sólo  el  diablo  te  pudo 
Turbar  asi  la  cabeza , 
Y ,  por  divertirse  ,  hacerte 

Escritor  de  callejuela 

To,  que  no  soy  embrollón, 


eS'  Hi  pongo  mi  ingenio  en  venta. 

Ni  predico  en  el  caté 
Donde  retumbaba  Huerta ; 
Yo,  cuando  en  tal  ignominia 
Está  de  Apolo  la  ciencia , 
i  He  de  escribir  mientras  Xi/o 
Escribe  que  se  las  pela? 

También  Forner  hace  mofa  de  Ni/o,  designándole 
con  el  nombre  de  Lupino ,  en  su  sátira  contra  los 
malos  escritores  : 

Ves  al  triste  Lupino,  etc. 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  Of 

Quien  así,  con  el  sentimiento  nacional,  lo  realza  y  ennoblece  todo,  no  era,  no  podia 
ser  el  continuador  de  helados  preceptistas  como  Luzan;  ardia  en  su  mente  la  llama  del  poeta. 

Era ,  ademas ,  don  Nicolás  Moí'afin  hombre  instruido,  puro  y  fácil  hablista ,  armonioso 
versificador  y,  más  que  todo,  promovedor  de  los  adelantamientos  literarios.  A  él  se  debió  la 
creación  de  la  célebre  tertulia  de  la  Fonda  de  San  Sebastian,  compuesta  de  hombres  insignes, 
tales  como  Ayala,  autor  de  la  tragedia  Numancia  destruida;  Muñoz,  historiador  del  Nuevo- 
Mundo;  Cerda,  bibliógrafo  y  anticuario;  Pizzi,  orientalista;  Signoirlli,  historiador  del  tea- 
tro; Ortega,  botánico;  Conti,  Cadalso,  Triarte  (don  Tomas),  Bernascone,  j  otros  hombres  de 
alta  ilustración  (1).  Esta  tertulia  fué  como  una  reproducción,  con  más  avanzados  elementos 
y  en  forma  más  adecuada  á  las  nuevas  costumbres ,  de  la  memorable  Academia  del  Buen 
Gusto.  Aunque  las  damas  no  tenian  cabida  en  la  tertulia  literaria  de  la  Fonda  de  San  Sebas- 
tian ,  no  por  eso  era  su  instituto  árido  y  sombrío.  Estaba  prohibido  conversar  sobre  asuntos 
políticos ,  materia  entonces  para  ellos  escabrosa  y  acerba.  Habíase  formado  la  tertulia  después 
de  la  caida  del  Conde  de  Aranda,  favorecedor  incansable  de  todos  los  que  se  señalaban  en 
ciencias  y  letras,  y  especialmente  de  los  que  componían  aquella  sociedad;  y  este  recuerdo,  que 
podia  explotar  la  envidia  en  contra  suya ,  les  obligaba  á  proceder  con  circunspección  y  cau- 
tela. Sólo  se  permitía  hablar  «de  teatro,  de  toros ,  de  amores  y  de  versos»  (2).  Con  este  ri- 
sueño programa ,  y  animados  todos  de  espíritu  modesto  y  fraternal ,  nada  común  entre  sa- 
bios, críticos  y  poetas ,  pasaban  allí  alegres  horas,  ocupados  en  sabrosas  pláticas  y  lecturas, 
con  las  cuales  se  depuraba  el  gusto  y  se  ensanchaban  las  ideas.  La  famosa  tertulia  de  la 
Fonda  de  San  Sebastian  ejerció  indudablemente  poderosa  influencia  en  el  movimiento  litera- 
rio del  reinado  de  Carlos  III ,  y  en  dar  asiento  y  madurez  á  las  doctrinas  de  imitación  y 
compostura  de  los  maestros  seudo-clásicos  franceses  é  italianos  (3). 

Don  José  Cadalso  fué  el  primero  que  entró  de  lleno  en  la  nueva  senda,  y  cultivó  sin 
lucha ,  sin  violencia  y  sin  contradicciones  de  estilo  las  letras  amaneradas  de  la  escuela 
francesa.  |  Qué  mucho,  si  se  habia  educado  en  París ,  y  volvió  á  España  á  los  veinte  años, 
hablando  diferentes  lenguas,  y  prendado,  como  era  consiguiente,  de  Hacine  }'  de  Voltaire, 
de  Diderot  y  de  Montesquieu !  Los  primeros  deleites  que  embelesan  el  entendimiento  en  edad 
temprana ,  dejan  huellas  profundas,  que  difícilmente  se  borran.  Cadalso,  por  más  que  imita  á 
Villegas,  á  Quevedo  y  á  Góngora;  por  más  que  acrisola  y  fortalece  el  acendrado  amor  que 
profesó  siempre  á  su  patria ,  vuelve  á  cada  paso  involuntariamente  los  ojos  á  aquel  cielo  inte- 
lectual de  donde  recibió  la  luz  primera  de  la  poesía.  Quiere  probar  sus  fuerzas  en  la  tragedia, 
escogiendo  un  asunto  eminentemente  castellano  (Sancho  García)  ,  y  no  sólo  se  ata  con  las 
cadenas  de  Boileau,  sino  que  se  complace  en  adoptar  los  versos  pareados  del  teatro  francés, 
sin  echar  de  ver  que  habia  de  ser  intolerable  á  oidos  españoles  el  monótono  martilleo.  Quiere 
pintar  uno  de  los  delirios  amorosos  de  su  vida,  y  la  fruición  amarga  que  habia  experimenta- 
do haciendo  desenterrar  clandestinamente,  en  la  iglesia  de  San  Sebastian,  el  cadáver  de  la 
mujer  que  amaba  (Noches  lúgubres),  y  Young,  poeta  de  la  época  de  la  reina  Ana,  esto  es, 
poeta  inglés  á  la  francesa ,  es  el  modelo  que  le  ofrece  cuadro  adecuado  para  desplegar  enfáti- 
camente el  fúnebre  dolor  que  le  abruma  (4). 

De  ingenio  ameno,  simpático  y  flexible,  todos  bus  versos  fueron  recibidos  con  aplauso. 


(1)  Vida  de  don  Nicolás  Fernandez  de  Moratin,  tin  entre  ellos,  dan  testimonio  de  la  pasión  que  ins- 
escrita  por  su  hijo  don  Leandro  al  frente  de  las  piró  al  tierno  poeta  María  Ignacia  Ibañez  ,  actriz  jó- 
Obras  postumas  de  aquél.  Barcelona,  1821.  ven,  modesta  y  hermosa.  A  la  muerte  prematura  de 

(2)  Don  Leandro  de  Moratin.  esta  mujer  adorada ,  subió  de  punto  la  exaltación 

(3)  No  nos  detenemos  más  en  el  juicio  de  don  de  Carfa/so,  hasta  parar  en  la  extravagancia  de  des- 
Nicolas  de  Moratin  como  poeta  lírico,  porque  de  este  enterrar  el  cadáver ,  con  mil  riesgos  y  dificultades, 
ilustre  escritor  se  ha  dado  completa  idea  en  el  to-  Éste  es  el  asunto  real  de  las  Noches  lúgubres.  (Véa- 
mo  II  de  esta  Biblioteca.  se  la  curiosa  carta,  impresa  en  el  presente  tomo,  á 

(4)  Todos  loe  contemporáneos  de  Cadalso^  Mora»  continuación  de  la  noticia  biográfica  de  Cadalso.) 


(^.j  BOSQUEJO  HISTÓKICO  ClíBTICO 

Muchos  de  ellos  se  leen  todavía  con  gusto,  especialmente  los  cortos  y  festivos,  donde  cam- 
pean soltura ,  gracia  y  vena  satírica ;  y  no  podrán  morir  en  la  historia  de  las  letras ,  por- 
fiue  si  no  es  nniv  alto  su  valor  absuluto,  tienen  el  incontestable  mérito  de  ser  acaso  el  ejem- 
plo trascendental  de  donde  arranca  aquella  poesía  de  los  primeros  tiempos  de  Carlos  III ,  no 
conmovedora  ni  sublime,  pero  noble,  correcta,  que  habla  ya  un  idioma  claro  y  seguro,  y 
que  acaba  por  producir  á  Melendez ,  á  Moratin  y  á  Quintana. 

El  talento  poético  de  Cadalso  no  carece  de  facilidad  y  de  halago;  pero  en  ningún  género 
es  eminente.  ¿Cimio  comprended,  pues,  la  acción  poderosa  que  ejerció  en  el  desarrollo  poé- 
tico de  su  tiempo?  Tres  (;ausas  encontramos,  sin  embargo,  para  explicar  esta  influencia  eficaz 
de  Cadalso  :  su  educación  literaria;  su  época,  preparada  para  recibir  favorablemente  una 
literatura  superficial  v  acicalada;  y  ante  todo,  el  atractivo  personal  del  simpático  poeta,  á 
quien  todos  amaban  v  ouvo  entusiasmo  se  infundía  dulcemente  en  el  ánimo  de  sus  amigos. 
La  erudición  do  Cadalso  no  era  ni  muy  amplia  ni  muy  profunda,  y  podría  decirse  que,  sin 
caer  en  ello,  se  satiri/.ó  á  sí  propio  en  los  Eruditos  á  la  viulefa.  Pero  esta  erudición  escasa 
era  de  buena  ley  y  n-randemente  acomodada  para  ayudar  al  impulso  de  filológica  reforma  que 
cada  día  tomaba  mayor  ^a^elo  y  ensanche.  Ya  en  Madrid ,  en  la  tertulia  literaria  de  la  Fonda 
lio  San  Sebastian  ;  ya  en  el  tráfago  de  la  vida  militar,  cambiando  de  guarnición  á  cada  mo- 
mento; ya  en  Alcalá  de  Henares,  donde  conoció  á  Jovellanos,  colegial  entonces  de  San  Ilde- 
fonso ;  }'a  entre  los  hombres  estudiosos  de  la  universidad  de  Salamanca ;  ya  en  la  celda  apa- 
cible y  solitaria  de  fray  Diego  González;  siempre  es  Cadalso  el  mismo;  siempre  impone,  sin 
intentarlo,  el  dulce  ascendiente  de  su  alma,  que  á  nadie  ofende  y  que  á  todos  estimula  y 
ídienta.  Hombres  á  él  muy  superiores  rinden  á  su  talento  admiración  respetuosa:  don  Nico- 
lás de  Moratin  j  fray  Diego  le  ensalzan  en  sus  versos;  Melendez  le  reconoce  por  director  y  por 
modelo;  Jovellanos  dice  que  le  hizo  trepar  al  Parnaso  con  el  aguijón  de  su  ejemplo.  Hasta 
Huerta,  que  con  su  índole  áspera  y  desconteutadiza  alejaba  de  sí  á  todos  sus  amigos,  man- 
tiene con  Cadalso  cordiales  y  constantes  vínculos  de  respeto  y  de  afecto.  ¿Y  quién  es  este 
^lecénas,  que  así  cautiva  las  voluntades  y  así  fomenta  las  luces?  Un  simple  capitán,  que  ca- 
rece totalmente  de  riqueza  y  poder,  pero  que  tiene  ,  en  cambio,  fe  y  entusiasmo ;  y  nadie  re- 
chaza sus  advertencias,  porque  están  dictadas ,  en  tiempo  de  acerbas  hostilidades  literarias, 
sin  amor  propio,  sin  malevolencia ,  sin  en\  idia  y  sin  intolerancia. 

En  la  carrera  militar  halló  igual  correspondencia  de  parte  de  sus  compañeros  y  de  sus 
jefes.  El  ilustre  Conde  de  Aranda  se  declaró  protector  suyo,  y  le  dio  amparo  en  momentos  de 
apuro  (1).  Siendo  ya  coronel ,  y  considerado  como  uno  de  los  oficiales  más  brillantes  y  enten- 
didos de  nuestro  ejército,  murió  prematura  y  gloriosamente  en  el  sitio  de  Gibraltar.  Su  muer- 
te fué  miiversalmente  lamentada,  y  hasta  el  gobernador  de  aquella  plaza  y  muchos  oficiales 
ingleses,  que  le  conocían  y  apreciaban ,  honraron  su  memoria  dando  muestras  públicas  de 
duelo  por  la  muerte  do  un  militar  tan  valiente  y  tan  instruido  (2). 

(1)  Para  salvarlo  de  los  embarazos  juditdales  que  Caracas. »  (Apunte  autógrafo  de  don  Bartolomé  Jó- 
lo acarreó  la  tentativa  de  exhumación  del  cadáver  sé  Gallardo  ;  al  cual  añade  lo  siguiente  :  «Me  han 
(le  ]í[aria  Ignacia  Ibañez ,  el  Conde  de  Aranda  des-  dado  esta  noticia  en  Cádiz  (1843)  los  parientes  de 
teñó  á  Cu'hdso  de  la  corte.  Cadalso.))) 

(2)  Mandaba  una  batería  avanzada  ,  y  en  la  no-  Como  no  habia  despertado  en  nadie  los  resenti- 
thc  del  27  do  Febrero  de  1782,  un  casco  de  grana-  niiontos  de  la  envidia,  su  pérdida  causó  verdadera 
«la  le  hirió  en  la  sien  derecha  y  le  llevó  parte  de  pesadumbre  á  todos  los  poetas.  He  aquí  la  intere- 
lu  frente.  sante  y  sentida  carta  que  en  esta  ocasión  escribía 

«Fué  ocasión  de  su  muerte  ol  haber  a([uel  día  él  Melendez  á  uno  de  sus  amigos  : 

entrado  de  servicio  en  lugar  de  un  amigo  suyo,  Ca-  «Mi  querido  Mena  :  ¿Cómo  ha  recibido  Vm.  la 

rcquefio,  hetmano  de  la  Marquesa  de  Cuerpo-San-  desgracia  del  infeliz  Cadalso?  Vm.  no  le  conocía; 

to;  el  cual,  muerto  Cadalso  por  hacerle  áélel  obse-  pero   un  hombre  como  él  es  una  pérdida  común 

quío  de  reemplazarle ,  de  pesar,  luego  se  entró  ca-  para  todas  las  almas  sensibles.  La  mía  maldice  mil 

pnchiiio  en  Sevilla,  donde  ]e  llamaban  el  padre  veces  la  guerra,  esta  guerra  que  me  ha  privado  do 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EX  EL  SIGLO  XVIIL  cvn 

Se  ha  atribuido  algunas  -veces  á  Cadalso  la  honra  de  haber  creado  en  Salamanca  aquel 
movimiento  literario,  precursor  de  la  nueva  era  poética  del  reinado  de  Carlos  III ,  con  im- 
propiedad llamada  renacimiento  de  las  letras  españolas ,  sin  advertir  que  nada  verdaderamen- 
te nacional  renacía ,  j  que  la  civilización  de  aquel  memorable  reinado  presentaba  en  todo 
caracteres  nuevos ,  más  europeos  que  españoles ,  más  artificiales  que  espontáneos.  Cadalso, 
que  sólo  residió  en  Salamanca  por  la  movilidad  continua  de  la  vida  marcial,  alentó  en  gran 
manera ,  como  hemos  visto,  con  su  entusiasmo  y  con  su  ejemplo,  el  cultivo  de  la  poesía  en 
aquella  ciudad  esclarecida;  pero  no  ftic ,  ni  pudo  ser,  el  iniciador  exclusivo  de  la  efervescen- 
cia intelectual,  tan  gloriosa  como  afortunada,  que  llegó  á  decorarse  con  el  nombre  un  tanto 
pomposo  de  escuela  sahnantina ,  y  que ,  después  de  un  largo  período  de  oscuridad  y  decaden- 
cia ,  fué  tenido  sin  razón  bastante  por  una  verdadera  restauración  del  siglo  de  oro. 

Aquella  efervescencia  literaria  era  consecuencia  natural  de  los  adelantos  que,  aunque  len- 
tamente, iba  haciendo  España  desde  el  advenimiento  de  la  casa  de  Borbon  ,  como  también 
de  los  elementos  activos  que  el  nuevo  estado  de  Europa  traia  sin  tregua  á  la  civilización  es- 
pañola. Artes,  ciencias,  industria,  espíritu  de  investigación  y  de  examen  ,  crítica,  institutos 
literarios ,  todo  iba  cobrando  vida ,  y  Cadalso  encontró  ya  los  gérmenes  de  la  nueva  cidtura 
poética ,  así  en  los  claustros  como  en  las  escuelas  de  Salamanca.  Más  adelante  creció  el  impul- 
so, y  tanto  allí  como  en  otras  partes  llegaron  á  formarse  centros  de  luz  y  actividad  poética. 
Pero  á  Salamanca ,  recobrándose  aceleradamente  de  su  dilatada  postración ,  cupo  entonces  la 
gloria  de  adelantarse  á  las  demás  ciudades  ,  y  formar  en  su  seno  un  foco  de  poesía  más  puro, 
más  extenso  y  más  trascendental.  En  cuanto  al  dictado  de  escuela  salmantina .  que  se  aplica  al 
conjunto  de  poetas  que  allí  dieron  lustre  á  las  letras  castellanas  en  la  segunda  mitad  del  si- 
glo XVIII  (1),  no  puede  considerarse  más  que  como  una  designación  sonora,  nacida  acaso  de 
engreimiento  local;  designación  que  más  adelante  se  propagó  á  Sevilla,  y  aun  á  Granada. 
Poco  importarla  en  sí  mismo  el  nombre ,  que  la  rutina  ha  consagrado,  si  no  representase 
una  idea  errónea,  que  la  crítica  moderna  reprueba,  y  que  más  daña  que  favorece  al  renom- 
bre de  aquellos  poetas.  La  palabra  escuela,  en  filosofía ,  en  política  y  en  algunas  ciencias,  pue- 
de tener  una  significación  clara,  saludable  y  concreta;  es  un  centro  donde  reinan  principios 
fijos,  donde  se  respeta  un  sistema,  donde  todo  deriva  de  una  disciplina  doctrinal  })révia  y  ri- 
gorosamente establecida.  Pero  con  referencia  á  la  poesía ,  la  palabra  escuela  es  aventuradísi- 
ma ,  y  puede  ser  hasta  un  contrasentido,  si  se  tiene  en  cuenta  el  campo  inmenso  y  desemba- 
razado que  requieren  para  su  libre  é  ilimitado  desarrollo  las  artes  de  la  imaginación.  Ciertas 
prescripciones  convencionales  de  forma ,  por  grande  que  se  suponga  su  importancia ,  no  son 
ni  pueden  ser  la  esencia  de  la  creación  poética;  j  escuela,  esto  es  sistema,  y  poesía  son  dos 

un  amigo  tan  bueno,  y  á  quien  seré  toda  mi  vida  » Silencio  augusto,  bosques  pavorosos ,  etc.  (a). 

obligado  con  el  reconocimiento   más  íntimo.  Sin  

él,  yo  no  sería  hoy  nada.  Mi  gusto,  mi  afición  á  los  „  Yo  quisiera  imprimirla  después  ,  y  consagrar  á 
buenos  libros ,  mi  talento  poético,  mi  tal  cual  lite-  la  santa  amistad  esta  memoria.  Tengo  también  al- 
ratura,  todo  es  suyo.  El  me  cogió  en  el  segundo  gunos  versos  suyos  inéditos,  mejores,  sin  compara- 
año  de  mis  estudios,  me  abrió  los  ojos,  me  ense-  cion,  que  los  publicados  por  él,  como  cosa  de  sete- 
nó, me  inspiró  este  noble  entusiasmo  de  la  amistad  cientos.  Quisiera  también  darlos  á  luz.»  (Carta  au- 
y  de  lo  bueno,  me  formó  el  juicio;  hizo  conmigo  tógrafa  de  do7i  Juan  Melendez  TaZfZcs  á  su  amigo 
todos  los  oficios  que  un  buen  padre  con  sti  hijo  más  el  padre  Mena,  escrita  en  Salamanca,  el  16  de  Mar- 
querido.  Yo  me  proponía,  acabado  este  maldito  7.0  de  1782.  —  Colección  de  manuscritos  del  señor 
campo  (el  cerco  de  Gibraltar),  convidarle  á  esta  Marqués  de  Pidal.) 

ciudad,  á  que  viera  su  obra  y  la  acabara;  instarle,  «Con  motivo  de  la  muerte  de  Cadalso,  ocurrida 

importunarle,  y  tener  el  gusto  de  verme  otra  vez  al  lado  del  Conde  de  Norofia,  escribió  éste  una  elc- 

á  su  lado.  ¡Cuántos  motivos  para  llorar  su  desdi-  gía^y  á.  más  una  oda  en  alabanza  del  mismo. «  (Fus- 

chadafalta!  Tengo  empezada  una  canción  fúnebre,  ter,  tomo  11,  pág.  381.) 

que  si  puede    salir  según  mis  ideas,  lo  será  con  (1)  Quintana,  Ticknor  y  otros  muchos. 
toda  propiedad.    Vea  Vin.  las  dos  primeras  estan- 

vl?'^  !  ,í7'>  Yóíise  eáta  canción  on  l:us  poe;>íiR  do  ^pJ^ivIp^^- 


rv-Til  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

palabras  que  traban  mal  sus  síoTiificaciones  divergentes  y  repulsivas.  Por  fortuna  de  las  letras 
de  Salamanca,  sobresalieron  en  aquella  era  brillante  poetas  cuya  diversa  índole  aleja  la  idea 
de  uniformidad  v  de  senda  trillada  que  despierta  la  palabra  escuela.  ¿En  qué  se  asemejan  el 
candoroso /my  Diego  González  y  el  sarcástico  Fomer,  el  delicado  Melendez  y  el  epigramático 
Iglesias?  La  idea  de  escuela  no  nació  de  los  mismos  qne  la  componían.  Uno  de  ellos,  fray  Diego 
Gojizah:,  siguiendo  el  estilo  del  tiempo,  designa  propiamente  con  el  nombre  de  Parnaso 
salmantino  aquella  reunión  de  ingenios  de  Salamanca,  que,  según  él,  no  pasaban  de  cinco  (l), 
pero  en  la  cual  debe  contarse  por  entonces  alguno  más,  y  que  más  adelante  se  aumentó  con 
otros  hombres  de  incontestable  mérito. 

Es  fray  Diego  González  uno  de  los  poetas  de  que  con  razón  se  envanece  Salamanca  ,  uno 
de  los  caracteres  más  simpáticos  y  más  piiros  que  han  dado  lustre  al  claustro  y  á  las  letras. 
La  poesía  le  era  en  tal  modo  connatural ,  que  escribía  versos ,  como  otros  buscan  juegos  é  in- 
sustanciales pasatiempos,  cuando  su  edad  ftisaba  apenas  con  la  adolescencia.  Su  numen  no  era 
ni  enérgico  ni  levantado.  No  se  prestaba  á  ambiciosos  Alíelos.  yi\  ía  su  espíritu  en  una  esfe- 
ra mística,  tan  apacible  y  tan  serena,  que  no  podían  entrar  en  ella  estímulos  mundanos,  y 
mucho  menos  aquellos  que  reciben  su  fuerza  de  la  vanidad.  Ni  aun  la  vanagloria  literaria,  en 
su  expresión  más  inocente  y  más  inofensiva,  podia  caber  en  un  alma  enteramente  subyuga- 
da por  la  mansedumbre  y  la  modestia.  Imitaba  á  fray  Luis  de  León ,  no  sólo  por  predilec- 
ción literaria ,  sino  por  las  afinidades  de  instinto  que  los  unian.  Era  una  de  ellas  la  afición  al 
campo,  grande  y  sincera  en  el  ánimo  de  fray  Diego  González.  Deleitábale,  sobre  todo, 
pasar  algunos  días  en  La  Flecha ,  pueblo  cercano  á  Salamanca,  á  orillas  del  Tórmes ,  porque 
despertaba  en  su  ánimo  el  recuerdo  venerable  y  querido  de  fray  Luis  de  León.  Así  lo  expresa 
en  una  carta  á  fray  Miguel  de  Miras ,  del  15  de  Abril  de  1777. 

(.(Mañana  (le  dice)  salgo  á  pasar  tres  ó  cuatro  días  en  mí  Flecha,  que  está  de  aquí,  rio  ar- 
riba, legua  y  media.  Tenemos  allí  unas  haceñas,  un  hermoso  soto  y  prado,  y  lo  que  es  más 
que  todo,  aquella  huerta  que  en  el  principio  de  su  Dialogo  ele  los  Hombres  ele  Cristo  describe 
con  tanta  belleza  nuestro  insigne  León ,  y  donde  aquel  Marcelo  enseñó  á  sus  compañeros  tan 
divinas  doctrinas.  Este  es  el  huerto  que,  en  la  canción  de  la  vida  solitaria ,  llama  plantado 
por  su  7nan0j  del  monte  en  la  ladera ^  y  la,  fontana  pura,  que 

Por  ver  y  acrecentar  su  hermosura, 

Desde  la  cumbre  airosa 

Hasta  llegar  corriendo  se  apresura ,  etc.; 

qne  tú  lo  sabes  todo  de  memoria  y  á  la  letra,  como  tan  aficionado  á  fray  Luis d 

((Estas  memorias  me  harán  dulcísima  la  estancia»  (2). 

Su  corazón  tierno  y  delicado  haljía  nacido  únicamente  para  amar  ,  para  amarlo  todo.  Dios, 
la  mujer,  la  humanidad,  se  disputaban  su  alma.  Dios  triunfó  de  todos  los  impulsos  huma- 
nos ;  pero,  como  éstos  eran  de  tan  noble  y  encumbrada  naturaleza ,  triunfó ,  no  combatiendo 
aquellos  purísimos  sentimientos ,  sino  combinándose  con  ellos,  como  emanados  de  la  di-sñna 
esencia.  Amó  á  las  mujeres,  y  las  amó  con  tan  vehemente  arrobamiento,  que  al  referir  poé- 


(1)  Así    escribía  á   un    aiiiigo    siij-o   de  Sevilla  profesores  de  jurisprudencia,  en  que  van  haciendo 

(probablemente /í-rty  .l/í'í/ue/rff  J//ras),  el  11  de  No-  singulares  progresos.  Uno  y  otro  han  compuesto 

viembre  de  1775  :  mucho,  cada  cual  por  su  término ii 

n "Este  Parnaso  sahnantino  ee  compone  de  cinco  ¿Quienes  eran  estos  dos  poetas?  Uno  de  ellos 
poetas  que  se  tratan  con  familiaridad  y  mutuamen-  pin  duda  Meleiuhz ;  el  otro  probablemente  Fomer. 
te  se  estiman.  Los  tres,  Z/iscTio  (el  padre  Fernandez),  (Cartas  autógrafas  áe  fray  Diego  González. —  Co- 
JDeíio  (el  mismo  fray  Diego  González)  y  Andró-  lección  de  manuscritos  del  señor  Marqués  de  Pidal.) 
nio  (?)  son  de  casa  (esto  es,  religiosos  agusti-  (2)  Cartas  autógrafas.  (Colección  del  señor  Mar- 
nos) Los  otros  dos  poetas  son  jóvenes  seglares,  qués  de  Pidal.) 


DE  LA  poesía  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XYIIL  CIX 

ticamente  su  vida  á  Jovellanos,  vibraba  todavía  su  alma  al  recuerdo  de  la  extática  ternura  de 
su  edad  juvenil  : 

El  ánima,  rendida, 

Amaba  tiernamente, 

Amaba  sin  medida ; 

Amaba,  en  fin,  de  modo, 

Que  aun  ahora,  al  recordarlo,  tiemblo  todo. 

Su  espíritu  estaba  tan  lleno  de  Dios,  que  escogió  gozozo  la  vida  del  claustro;  pero,  mozo 
todavía  ,  no  es  de  admirar  que  la  ilusión  del  amor  le  turbase  j  conmoviese  algunas  veces  con 
sus  fantasmas  seductores.  Con  estas  delicadas  y  fervorosas  palabras  pinta  él  mismo  aquellas 
luchas  íntimas  del  corazón : 


¡Oh,  sino  se  entibiara 
En  el  pecho  mezquino 
El  alto  fuego  de  que  fué  inflamado  1 
Quizá  mi  voz  sonara 
En  cántico  divino 


Sobre  el  Tabor  ó  el  Gólgota  sentado, 

Pero,  aunque  á  son  sagrado 
De  la  cítara  mia 
Las  cuerdas  arreglaba. 
Amores  solamente  respondía (1). 


Melisa  y  Mirta  no  fueron  meras  creaciones  ideales  del  poeta.  Fueron  dos  bellísimas  donce- 
llas ,  de  rostro  y  alma  angelical ,  que  varios  amigos  de  fray  Diego  conocieron  y  admiraron  en 
Sevilla  y  en  Cádiz  (2).  Melisa  fué  su  primer  amor,  y  en  realidad  pudiera  afirmarse  que  fué 
su  único  amor  verdadero.  En  la  linda  poesía  titulada  Sueños,  confesión  de  los  devaneos  ju- 
veniles ,  bien  claro  dice  el  mozo  enamorado  que  su  dorado  ensueño  era  entonces  hacer  de  Me- 
lisa]a  compañera  de  su  vida.  Finge  que  dormido  se  le  aparece  la  mujer  que  adora,  y  le  dice 
estas  dulces  palabras,  que  encierran  la  imagen  cabal  de  la  ventura  serena  que  soñaba ; 

En  uno  juntaremos  los  ganados 
Que  con  bienes  doblados 
Y  con  paz  juntamente. 
Pasaremos  la  vida  dulcemente  ; 
Tendremos  ya  los  dos  común  el  techo, 
El  ajuar,  el  vivir,  la  mesa,  el  lecho 

Miria  es  otra  ilusión  de  su  espíritu;  pero  de  tan  casta  y,  por  decirlo  así,  tan  etérea  na- 
turaleza ,  que  no  lastima  en  lo  más  mínimo  ni  su  pureza  de  austero  moralista ,  ni  su  autori- 
dad de  ejemplarísirao  sacerdote.  Sabe  que 

No  le  fué  concedido 
El  amoroso  pecho 
Para  centro  de  amores  terrenales , 

y  admira  á  Mirta  como  creación  sublime  de  la  mano  divina  y  nada  más  (3).  Por  eso,  á  pesar 


(1)  Historia  de  Delio.  A  Jovino,  (Poesías  de  fray 
Diego  González.) 

(2)  Tal  vez  la  residencia  de  estas  señoras  influyó 
en  el  anhelo  que  manifestaba  fray  Diego  González 
por  vivir  en  aquellas  ciudades. 

((¿Has  vuelto  ya  de  la  feria  doMairena ? 

» Sevilla  y  Cádiz  ,  Cádiz  y  Sevilla  serian  orbe 

suficiente  para  mi  felicidad.  Paciencia,  pues  el  cielo 
dispone  lo  contrario.»  (Carta  autógrafa  de /ray  Z>/e- 
go  González  i  fray  Miguel  de  Miras ,  escrita  en  Sa- 
lamanca, el  7  de  Mayo  de  1776. — Colección  del  se- 
ñor Marqués  de  Pidal.) 

(3)  La  belleza  exterior  de  Mirta,  aunque  nota- 
ble, al  decir  de  los  que  la  conocieron  en  Cádiz ,  dis- 


taba todavía  de  la  perfección  estatuaria.  Así  lo  re- 
conoce el  mismo  fray  Diego,  quien  anteponía  siem- 
pre las  prendas  del  alma  á  las  perfecciones  corpo- 
rales. 

(( Siento  (escribe  á  Jovellanos  en  1778)  que  Vm 
no  viese  en  Cádiz  á  la  fiel  Mirta.  Ciertamente  no  hu- 
biera Vm.  visto  una  Venus ,  sin  embargo  de  que 
nada  tiene  de  despreciable  su  figura;  pero  al  menos 
hallaría  un  alma  digna  de  ser  amada,  encerrada  en 
un  cuerpo  lleno  de  modestia  y  compostura;  pren- 
das que  le  granjearon  todo  el  amor  de  Delio,  quien 
aborrece  toda  mujer  que  no  se  recomienda  á  sus 
ojos  por  medio  de  tales  prendas.» 


(^5  BOSQUEJO  niSTÓRICO  CRÍTICO 

de  su  fcnio  tímido  y  de  su  escrupulosa  conciencia  (1),  no  temió  interpretaciones  aventuradas 
(lando  á  ^[^r^ta  en  la  célebre  invectiva  del  Murciélago  alevoso,  un  risueño  testimonio  de  la 
•ralantoría  mística  y  delicada  que  no  liabia  de  empañar  su  carácter  sagrado.  Los  años  no  en- 
tibiaron en  el  alma  del  maestro  González  la  admiración  y  el  respetuoso  cariño  que  le  había 
insp¡n:do  constantemente  aquella  Mirta  bella,  señora  de  muy  notables  prendas,  que  vivia  en 
Cádiz  al<n)  olvidada  de\ paslor  Delio.  Las  cartas  de  Mirta  eran  solaz  dulcísimo  para  el  poeta, 
que  vivia  cum])liendü  afanoso  las  arduas  obligaciones  de  su  alto  ministerio;  pero  Mirta,  en- 
tretenida con  los  deberes  de  la  familia  ó  con  los  alegres  recreos  de  Cádiz,  dejó  de  escribirle, 
v  el  maestro  González  sintió  por  ello  profunda  pena,  con  ciertos  asomos  de  despecho  (2). 

Dos  causas  ftieron  remora  probablemente  al  cabal  desarrollo  del  talento  poético  de  fra>/ 
JJieqo  González.  La  una,  su  estado  religioso,  que,  con  su  conciencia  imperiosa  y  timorata,  lo 
sujetaba  v  comprimía;  la  otra  ,  la  preponderancia  literaria  que  ejerció  Jovellanos  en  su  áni- 
mo modesto  y  apocado. 

No  le  faltaban  ciertamente  vocación  ni  fortaleza  para  llevar  la  carga  de  sus  grandes  obli- 
f-aciones  relio-iosas,  y  fué  sin  tregua  un  modelo  de  sacerdotes.  Pero  el  rigor  de  la  vida  mo- 
nástica hubo  de  hacérsele  duro  en  algunos  momentos,  en  que  se  espaciaba  su  fantasía  por  más 
risutños  campos.  /  Que'  vida  tan  deliciosa  hahiamos  de  pasar  viviendo  juntos  y  libres  !  escribe  un 
día  á  fray  Miguel  de  Jlíiras  (3).  Bien  cierto  es  que  estos  movimientos  de  su  alma  poética  no 
llegaban  nunca  á  quebrantar  su  resignación,  ni  á  alterar  su  didzura  evangélica.  Sólo  se  atre- 
vía á  confiarlos  á  algún  amigo  íntimo  que  lo  conocía  á  fondo  y  no  había  de  juzgarle  con  tor- 
cido criterio.  Por  otra  parte,  aunque  el  estilo  llano  y  candoroso  de  fray  Luis  de  León  se  ino- 
culó ,  por  decirlo  así,  en  el  suyo,  y  la  traducción  que  hizo  de  algunos  capítulos  de  Job,  para 
completar  la  de  aquél,  no  desdice  de  la  primera;  y  aunque  no  han  faltado  críticos,  por  de- 
mas  benévolos,  que  han  subido  á  fray  Diego  González  á  un  nivel  cercano  al  de  aquel  emi- 
nente poeta  (4) ,  es  lo  cierto  que  fray  Diego ,  en  sus  versos  originales ,  no  manifiesta  nunca 
el  estro  intenso  y  arrebatado  con  que  fray  Luis  de  León  exhala  los  sentimientos  de  la  filoso- 
fía cristiana,  ni  aquella  fuerza  de  contemplación  extática  con  que  éste  se  remonta  á  la  idea- 
lidiad  religiosa  y  se  desprende  de  los  vínculos  de  la  tierra.  La  fantasía  de  fray  Diego  Gonzá- 
lez era  \áva  y  amena,  pero  no  trascendental  ni  vigorosa. 

Por  esta  razón  puede  conjeturarse,  sin  viso  alguno  de  paradoja,  que  los  consejos  de  ,Tove- 
llanos  contribuyeron  á  poner  embarazos ,  antes  que  á  abrir  campo ,  al  vuelo  de  su  numen. 
Jovellanos ,  movido  por  su  espíritu  austero  y  grave,  dio  en  no  juzgar  dignos  de  la  poesía  sino 
aquellos  asuntos  que  se  prestasen  al  ensalzamiento  de  las  glorias  históricas  y  á  la  defensa  y 
explanación  de  altas  verdades  filosóficas  ó  morales.  La  singiüar  epístola  de  Jovino  á  sus  ami- 


(1)  Al  morir,  quiso  quemar  sus  versos,  sin  em-  cuando  la  trataba ,  porque  no  cabo  en  el  otra  cosa  • 
bíirgo  de  la  inocencia  que  respira  fcu  ellos.  Los  sal-  es  natural  á  él  uo  dejar  de  amar  lo  que  una  vez 
vódel  fuego  y  del  olvido  su  excelente  amigo  el pa-  amó.»  (Carta  autógrafa  de  fray  Diego  González  á 
dre  Fernandez ^<¡n  cuyos  brazos  cfi^'wó  fray  Diego.  Jovellanos,  escrita  en  Salamanca,  el  8  de  Agosto 
Véase  la  interesante  noticia  biográfica  de  nuestro  de  1778. — Colección  del  señor  ]\Iarqués  de  Pidal.) 
poeta ,  escrita  por  el  mismo  padre  Fernandez.  (3)  Carta  autógrafa  de  fray  Diego  González  aXpa- 

(2)  Así  puede  inferirse  de  lo  que  el  mismo  fray  dre  fray  Miguel  de  Miras,  ({\xe  ala  sazón  vivia  en  Se- 
Diego  escribía  á  Jovellanos.  villa  en  la  intimidad  de  Jovellanos  (Mayo  de  1776). 

«¿Creerá  Vra.  que  aquella  Mirta  que  Delio  apelli-  (4)  Quintana  entre  ellos.  Estas  son  sus  palabras  : 

daba  fidelísima   ha  abandonado  mí  corresponden-  «Fué  apasionado  del  estilo  de  fray  Luis  de  León, 

cia  y  olvidado  mi  cariño  ?  Pues  así  me  lo  aseguran  ,  y  le  imitó  tan  hábilmente ,  que  sus  versos  se  con- 

y  así  lo  muestra  su  extraño  silencio.  Vale  Dios  que,  funden  á  veces  con  los  de  aquel  gran  poeta.» 

como  el  amor  que  Delio  la  tenía  nada  tenía  de  inte-  Ticknor  juzga  con  igual  indulgencia  : 

resal  ni  desordenado,  no  ha  causado  en  su  pecho  «El  maestro  González   (dice)  imitó  á  fray  Luis 

aquellos  grandes  sentimientos  que  fueran  regulares  de  León  con  tan  feliz  éxito,  que  al  leer  sus  odas  y 

en  otra  providencia  (situación).  Delio  la  amará, sin  algimas  de  sus  versiones  de  los  salmos,   nos  parece 

tratarla,  del  mismo  modo  y  en  el  mismo  grado  que  oir  aún  la  solemne  entonación  de  su  gran  maestro,!) 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  csi 

gos  de  Salamanca  (Melendez,  fray  Diego  González,  el  padre  Fernandez^  (1)  ,  lección  que 
degenera  en  apostrofe ,  j  que  está  escrita  con  pomposo  magisterio ,  causó  honda  impresión  en 
el  ánimo  humilde  del  maestro  González.  Jovellanos  pinta  la  poesía  amorosa  como  indigna  de 
eterna  fama,  y  aconseja  kfray  Diego  que  dedique  sus  cantos  á  la  filosofía  moral  (2),  y  á  Me- 
lendez  que  abandone  la  inspiración  campestre ,  \  consagre  su  musa  á  los  triunfos  de  la  guer- 
ra y  al  sangriento  furor  de  Marte ,  cantando  á  Aníbal ,  á  Pclayo ,  á  Guzman-el-Bueno  y  á 
Hernán-Cortés  (3).  De  índole  esforzada  y  generosa  era  sin  duda  el  consejo  de  Jooellanos; 
pero  demuestra  bien  á  las  claras  cuánto  desconocía  este  varón  insigne  las  condiciones  esen- 
ciales de  la  inspiración  verdadera.  A  cada  hombre  traza  un  camino  intelectual  su  peculiar 
naturaleza,  y  no  hay  yerro  más  grave  que  imponerle  por  motivos  artificiales  un  rumbo  in- 
adecuado. Ni  el  numen  suave  y  ligero  áe  fray  Diego  GG7izalez  podía  correr  libre  y  ardiente 
en  las  asperezas  del  dogmatismo  severo  que  le  prescribía  Jovellanos ,  ni  al  blando  temple  de 
Melendez  cuadraban  las  broncas  imágenes  que  andan  unidas  al  sangriento  furor  de  Marte. 
.Jovellanos  en  cartas  familiares  esforzaba  la  imperiosa  doctrina,  y  los  dos  poetas,  que  le 
consideraban  como  á  un  oráculo,  cedieron  sin  titubear  al  ascendiente  poderoso  de  aquel  hom- 
bre, que  por  su  instrucción,  su  entendimiento  y  su  carácter  se  había  granjeado  tan  alto  con- 
cepto. Ambos  se  desviaron  de  la  senda  de  su  vocación  verdadera:  Melendez,  que  tan  en  su  es- 
fera se  encontraba  pintando  amorosos  juegos  y  cuadros  de  la  naturaleza ,  se  da  á  considera- 
ciones metafísicas,  donde  sólo  raya  á  mediana  altura ;  fray  Diego  no  se  contenta  con  variar 
de  estilo:  le  asalta  como  un  remordimiento  el  recuerdo  de  sus  versos  pasados,  y  con  infantil 
docilidad  promete  no  cantar  en  adelante  sino  materias  graves  (4).  Jovellanos  ,  con  laudable 
intención,  quiere  ayudarle  en  sus  propósitos,  y  no  sólo  le  encarécele  excelencia  de  un  asun- 
to de  moral  filosófica,  fundado  en  el  estudio  del  hombre ,  sino  que  forma  por  sí  mismo  el  plan 
del  poema  didáctico  Las  Edades,  cuya  primera  parte.  La  Niñez,  llegó  á  escribir  el  candoroso 
agustino  (5).  La  musa  de  fray  Diego,  llevada  como  con  andadores  por  Jovellanos,  en  ve?; 


(1)  Obras  de  Jovellanos^  tomo  XLVí  de  la  Biblio- 
teca ,  pág.  37. 

(2)  1  Ay  Batilo  !  \  ay  Liseno .'  ¡  ay  caro  Delio  ! 
¡Ay !  i  ay,  qne  os  han  las  magas  salmantinas 
Con  sus  gorglnerias  (heciiieerias)  adormido  ! 

siempre 

Dará  el  amor  materia  á  nuestros  cantos? 

No  ,  amigos ,  no  ;  guiados  por  la  suerte 

Á  más  nobles  objetos  ,  recorramos 
En  el  afán  poético  materias 

Dignas  de  una  memoria  perdurable 

Dejadme  al  menos,  en  tan  noble  intento, 
La  gloria  de  guiar  por  la  ardua  senda 
Que  va  á  la  eterna  fama,  vuestros  pasos. 
Ea ,  facundo  Delio ,  tú ,  á  quien  siempre 
Minerva  asiste  al  lado  ,  sus,  asocia 

Tu  musa  á  la  moral  filosofía 

{Jovino  á  sus  amigos  de  Salamanca.) 

(3)  Y  tú ,  ardiente  Batilo ,  del  meonio 
Cantor  émulo  insigne  ,  arroja  á  un  lado 
El  caramillo  pastoril ,  y  aplica 

L  tus  dorados  labios  la  sonante 
Trompa  para  entonar  ilustres  hechos. 
Sean  tu  objeto  los  héroes  españoles , 
Las  guerras,  las  victorias  y  el  sangriento 

Furor  de  Marte 

suban 

Por  tu  verso  á  la  esfera  cristalina 

Los  triunfos  de  Pelayo ;  etc. 

{Jovino  á  sus  amigos  de  Salamanca.) 

(4)  «La  epístola  didáctica  de  V.  S.  ha  causado  en 
Butilo  y  Delio  aq^uel  efecto  (jue  tuvo  por  motivo  su 


autor  para  tomarse  la  fatiga  de  escribirla.  Delit  al 
menos  ,  da  una  finne  palabra  de,  ó  no  cantar  jaiu;.  , 
ó  emplear  su  canto  en  alguna  de  las  graves  riía- 
terias  que  V.  S.  se  sirve  poneT  á  su  cuidado,  hacién- 
dole el  honor  de  creerle  capaz  del  desempeño.  El 
coturno  es  mucha  altura  para  una  cabeza  tan  débil 
como  la  de  Delio. »  (Carta  de  fray  Diego  González 
á  JbreZ/anos,  escrita  en  Salamanca,  el  28  de  Setiem- 
bre de  1776.) 

(5)  «Recibo  la  de  V.  S.  con  elPo/je,  que  leeré  tan- 
tas veces  cuantas  basten  para  tomarlo  de  memoria, 
meditar  mucho  sus  bellezas,  seguirle  el  genio  y  re- 
vestirme de  su  espíritu.  El  correo  pasado  recibí  de 

mano  de  Batilo  c\  plan  del  poema  áii  Las  Edades 

No  sólo  me  gusta  y  enamora,  como  todo  cuanto  sale 
de  la  pluma  de  V.  S. ,  sino  que  también  me  incita 
poderosamente  á  poner  desde  luego  en  ejecución  el 
designio Aunque  presumo  que  V.  S.  será  de  pa- 
recer de  que  el  verso  que  se  haya  de  usar  en  el 
poema  debe  ser  libre  y  exento  de  toda  rima ,  espero 
su  expreso  parecer  en  el  asunto. »  (Carta  de  fray 
Diego  González  á  Jovellanos.  —  Salamanca,  3  de 
Noviembre  de  1776.) 

También  Melendez  se  rindió  á  la  tutela  literaria 
que  ejercia  Jovellanos  con  los  poetas  de  Salamanca. 
De  Jovellanos  es  el  plan  de  Las  bodas  de  Cainacho^ 
de  cuyo  éxito  debió  de  quedar  Melendez  poco  satis- 
fecho. Como  Be  ve  en  la  siguiente  carta,  ayudó  á 


C^n  DOSQÜEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

de  caminar  más  firme  y  más  segura,  vacila  y  decae.  El  instinto  popular  repara  y  corrige  el 
error  cometido  por  el  espíritu  doctrinal  exagerado  y  apremiante,  y  mientras  poquísimos  leen 
las  elevadas  meditaciones  del  maestro  González  sobre  la  primera  edad  del  hombre,  se  hacen 
innumerables  ediciones  de  El  Murciélago  alevoso ,  que  Quintana  excluye  del  Tesoro  del  Par- 
naso español,  y  el  público  aprende  de  memoria  la  donosa  invectiva. 

El  ánimo  río-ido  y  levantado  de  Jovellanos  se  complacía  de  tal  manera  en  las  cosas  de  ele- 
vado carácter  que  desatendía  importantes  condiciones  estéticas,  en  las  cuales  estriba  la  es- 
pontaneidad literaria.  Sin  facultades  internas  especiales  nadie  alcanza  á  la  poesía  sublime. 
El  jesuíta  Montengon,  sin  más  fuerzas  poéticas  que  su  intención  honrosa,  quiere  cantar  los 
hechos  y  los  nombres  más  esclarecidos  de  la  patria :  Pelayo,  el  Cid ,  San  Fernando,  Gonza- 
lo de  Córdoba  el  cardenal  Jiménez,  Diego  García  de  Paredes,  Carlos  V,  Colon,  don  Juan 
de  Austria  ■  y  la  trompa  heroica  no  produce  en  sus  labios  sino  acentos  discordantes  ó  lángui- 
dos (1).  Quintana  fué,  más  adelante,  el  poeta  pindárico  que  Jovellanos  soñó  en  Melendez,  sin 
comprender  que  los  cantos  enérgicos  de  Símónides  y  de  Tirteo  no  podían  brotar  de  la  lira 
tierna  y  un  tanto  epicúrea  del  poeta  extremeño,  á  quien  se  atreve  á  llamar : 

Émulo  insigne  del  cantor  meonio  (2). 

Fuera  de  esto  no  hay  afecto  humano  cuya  expresión  limpia  y  encendida  no  pueda  llegar 
á  la  sublimidad  del  arte.  Jovellanos,  que  juzga  las  poesías  amorosas  indignas  de  nna  memoria 
perdurable ,  olvida  que  Petrarca  vive  con  gloria  inmortal  en  el  mundo  de  las  letras  por  su 
misticismo  amoroso,  y  Anacreonte  por  algo  menos  que  la  expresión  del  amor  verdadero. 

Otro  de  los  escritores  más  famosos  que  pertenecen  al  grupo  salmantino,  es  don  Vicente 


fray  Diego  en  la  preparación  literaria  que  requería 
el  poema  Las  Edades : 

«Nuestro  Ddiolejó  con  gusto  el  plan  de  la  .pri- 
mera  edad;  y  aunque  al  principio  se  me  resistió  al- 
guna cosa ,  cuasi  acabé  de  persuadirle  á  que  em- 
prendiese esta  obra,  digna,  por  cierto,  de  su  estado, 
6U  profesión ,  sus  años ,  su  literatura  y  delicadísimo 

gusto.» 

«Tratamos  después  de  los  libros  que  pueden  con- 
ducir al  plan  de  V.  S.,  y ,  en  la  poca  noticia  que  ten- 
go de  estas  cosas ,  le  apunté  de  los  mies : 

■a  Los  Caracteres^  de  Theofrasto. 

^)Los  Caracteres  de  nuestro  siglo;  de  Labruyére. 

wZ,os  Pensamientos,  de  Pascal.  Esta  obra  me  pa- 
rece un  tejido  bellísimo  de  pensamientos,  que  des- 
criben maravillosamente  al  hombre.  Tienen  gran- 
deza, y  semejanza  con  las 

)■) Noches,  de  Young.  Sus  máximas  son  dignas  de 
que  tengan  lugar  en  el  poema  de  Las  Edades. 

))  Malehranche  y  Locke  me  parecen  bastantes  para 
indagar  las  causas  de  los  enores. 

))  Séneca.  No  debe  dejarse  de  la  mano.  Con  todos 
estos,  y  con  la  asidua  meditación  del  hombre  mismo, 
de  sus  vicios ,  de  sus  virtudes  y  sus  inclinaciones, 
Bo  puede  rcct)gór  un  caudal  suficiente  de  máximas, 
que,  vestidas  y  ataviadas  por  la  musa  de  Delio, 
merezcan  la  aprobación  y  el  aplauso  de  los  enten- 
didos. Las  verdades  morales  á  mí  me  parece  que  se 
estudian  mejor  por  la  meditación  del  hombre  y  la 
frecuente  observación  de  todos  los  estados ,  que  por 


los  libros.  Nuestro  Delio  es  del  mismo  sentir,  y  creo 
que ,  si  lo  toma  con  el  empeño  que  la  obra  merece, 
haga  alguna  cosa  de  provecho.»  (Carta  autógrafa  de 
Melendez  Valdés  á  Jovellanos,  escrita  de  Noviem- 
bre de  1766.) 

Hasta  al  padre  Fernandez  dirigía  y  ayudaba  Jo- 
vellanos en  sus  tareas  literarias.  Se  infiere  clara- 
mente del  siguiente  párrafo  de  una  carta  dirigida 
por  fray  Diego  á  Jovellanos,  en  8  de  Febrero 
de  1777 : 

« Acuerdóme  que  V.  S.  me  ha  dicho  que  tenía 
formado  el  plan  de  una  comedia,  con  el  fin  de  que 
la  escribiese  Liseno.  Éste ,  noticioso  de  ello ,  me  im- 
portuna y  clama  en  sus  caiics  por  él.  Estimaré  que, 
si  en  ello  no  tiene  inconveniente ,  me  lo  envié  para 
satisfacer  los  deseos  de  aquel  joven ,  de  euyo  talen- 
to se  puede  esperar  que  la  formalice  á  satisfac- 
-cion.n  (Colección  de  cartas  autógrafas  pertenecien- 
te al  .señor  Marqués  de  Pidal.) 

Jovellanos  envió  el  plan  de  la  comedia  en  Abril 
del  año  siguiente.  Fray  Diego  da  á  entender  en 
sus  cartas  que  era  el  plan  de  carácter  festivo  y 
pastoril. 

(1)  Tan  lejos  estaba  Montengon  de  la  alta  inspi- 
ración lírica,  que  sólo  es  tolerable  cuando,  en  vez 
de  cantar  á  los  héroes,  canta  á  los  pastores  en  El 
Mirtilo. 

(2)  Homero.  Meonia  era,  en  la  antigüedad,  el 
nombre  poético  de  la  Lidia,  donde  se  creía  que  ha' 
bia  nacido  el  gran  poeta, 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  Cxnr 

García  de  la  líuerta  (1).  Promovedor  activo  de  las  letras,  y  autor  trágico  con  inuclia  razón 
celebrado,  no  merece  aquí ,  sin  embargo,  sino  un  lugar  harto  secundario.  Es  poeta  lírico  de  me- 
diano alcance,  y  sólo  bajo  un  aspecto  relativo  merece  en  esta  parte  la  admiración  de  la  pos- 
teridad (2).  Conocidas  son  sus  contiendas  literarias  y  su  intolerancia,  así  como  su  desmedido 
orgullo.  A  pesar  de  su  clarísimo  entendimiento  y  de  sus  no  escasas  prendas  poéticas ,  no  llegó 
á  alcanzar  la  autoridad  literaria ,  por  la  cual  tan  vigorosamente  pugnaba  (3).  Su  verdadero, 
casi  su  único  título  de  gloria ,  es  la  Raquel,  tragedia  que  junta  á  un  magnífico  asunto,  inspi- 
rado por  Z-a  ^zítZ/a  áe  Toledo,  de  Diamante,  nobles  pensamientos,  versos  casi  siempre  sono- 
ros ,  y  cierto  sabor  de  heroísmo  y  de  antigua  lealtad  castellana,  que  seduce  y  hechiza.  ¡  Cosa 
singular!  Huerta,  que  suele  ser  versificador  rotundo  y  numeroso  en  sus  obras  dramáticas, 
raras  veces  acierta  en  las  líricas  con  la  entonación  elevada  y  con  la  armonía  verdadera.  É 1 , 
que  no  transige  con  el  prosaísmo  de  Iriarte,  escribe  muchos  versos  en  que  llega  á  su  colmo 
el  rastrero  carácter  de  la  mayor  parte  de  la  poesía  lírica  de  aquel  tiempo  (4) ;  él ,  que ,  por 
haber  oido  un  verso  poco  eufónico,  arrolla  con  áspera  impaciencia  los  miramientos  debidos  á 
la  amistad  y  al  talento  (5),  no  echa  de  ver  que  en  las  obras  de  Iriarte  no  hay  acaso  tantos 
versos  insonoros  como  en  las  suyas  propias  (6). 

A  pesar  de  su  desigualdad  y  de  su  tibieza  en  la  mayor  parte  de  sus  versos  líricos;  á  pesar 
de  su  espíritu  perturbador  y  de  sus  estériles  contiendas,  el  nombre  de  Huerta  vivirá,  y  vivirá 
con  gloria ,  porque  va  imido  á  La  Raquel.  ¿  Qué  son ,  para  su  fama,  sus  fogosas  y  algún  tanto 
desatentadas  defensas  del  espíritu  antiguo,  que  sólo  á  medias  comprendía  é  imitaba?  ¿qué 
sus  enredados  cantos  lírico?,  sin  inspiración  y  sin  tersura?  Pasó  el  prestigio  fugaz  de  sus 
poesías ;  se  extinguió  el  eco  de  sus  polémicas ,  á  veces  temerarias ;  las  célebres  diatribas  de 
sus  impugnadores  perdieron  su  veneno.  Todo  esto  es  de  naturaleza  efímera ,  y  se  desliza  en- 
tre las  palmas  de  la  gloria.  Pero  La  Raquel  es  de  esas  obras  que  sobreviven  así  á  la  censura 
de  una  crítica  estrecha  como  á  los  dicterios  del  encono.  En  esa  tragedia ,  cuyas  imperfeccio- 
nes se  han  complacido  tantos  en  descubrir  y  en  ponderar ,  se  encierra  copioso  caudal  de  la 

(1)  Tanto  Huerta  como  Fomer  y  Melendez ,  aun-  Con  oportonídad  la  más  exacta, 
que  los  tres  extremeños,  pertenecen  literariamente  Sin  snjecion  á  inciertas  tebriaa , 

á  Salamanca.  Allí  recibieron  su  educación  intelec-  Movimientos,  lugares  y  distancias. 

tual  y  el  estímulo  que  despertó  su  numen  poético.  *   \^  ¡  hLbar'deo  dé Argd ,  por  don  Antonio  Barceló.) 

(2)  Atinado  nos  parece  el  juicio  de  Ticknor  acer-  , 

^   '  _  ^  •'  La  vez  primera 

ca  de  las  poesías  de  Huerta.  So,  i  que  hayáis  honrado  aquesta  orilla, 

«Ardiente,  dice,  aunque  desigual  adversario  de  Defiriendo  á  mis  justas  peticiones. 

las    innovaciones  francesas,    imprimió    en    1778  un  {Canción  á  ¡as  bodas  del  Príncipe  de  Asturias.) 

tomo  de  poesías ,  escritas  casi  enteramente  en  el  Q°®  cuantos  veo,  cuantos  hablo  y  trato, 
gusto  antiguo ;  pero  su  obra  estaba  demasiado  im-  ^^  ^^^'"'^  ^^  °^°'°  ^  ^^  ^'^°!^.':!.:. 
pregnada  del  mal  gusto  dominante  en  el  siglo  an- 
terior para  poder,  á  pesar  del  aplauso  pasajero  que  En  cuanto  á  pro8ai.smo,  no  hay  más  allá;  y  Euer- 
mereció  su  autor,  arrastrar  secuaces  de  alguna  nota  ta  no  tenía,  en  verdad,  derecho  para  tachar  áe pro- 
en  una  senda  que  ya  se  iba  abandonando  casi  del  saicos  á  los  demás. 

todo.))  (5)  Recuérdese  la  anécdota,  referida  por  Quinta- 
os) «Burlábanse  de  él,  dice  Quintana,  como  de  na,  dej  rompimiento  de  Huerta  con  Iriarte  por  ha- 
un  ignorante  ó  de  un  loco.))  Son  testimonio  de  ello,  berse  negado  aquél  á  escuchar  el  poema  de  La  Mú- 
entre  otros  muchos ,  la  sátira  de  Jovellanos  titulada  sica ,  á  causa  del  malhadado  verso  con  que  em- 
Relación  del  caballero  Antioro  de  Arcadia,  las  Re-  pieza  : 
flexiones  de  Tomé   Cecial  (Forner),  la  Huerteida,  ^^^  maravillas  de  aquel  arte  canto. 

poema  satírico  de  Moratin,  y  el  siguiente  epitafio  fo\  c.-  j      •        i    i        •      •     ^ 

^  "V  .       °  ^  (o)  bii-van  de  eiemplo  los  siguientes : 

epigramático  compuesto  por  Iriarte :  j      x  o 

_    .  .  .       ,  ,    .         .  Tuve ,  señor ,  en  las  aclamaciones 

De  jmcio,  si ,  mas  no  de  mgenio  escaso, 

Aquí  Huerta  el  audaz  descanso  goza :  Reduzco  á  muchos,  que  de  U  fatiga 

Deja  un  puesto  vacante  en  el  Parnaso,  Más  agradable  le  es,  cnanto  es  más  ardua...», 

T  una  jaula  vacia  en  Zaragoza.  Para  que  asi  al  agricultor  causase 

(4)  Ejemplos  :  Llenad  el  orbe  de  las  alabanzas 

Forma  el  ataque  :  distribuye,  regla  Gustosa  mira  desde  su  carroza,,.-. 


(Quejas  de  un  ausente.) 


Cxiv  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

índole  tríulicioiuil  del  pueblo  castellano,  y  éste  es  im  tesoro  de  alta  valía ,  que  acaso  no  en- 
contró en  io-ual  errado  ninguno  de  los  insignes  adversarios  del  controversista  tenaz  y  agresi- 
vo. En  La  Raquel  está  el  verdadero  lirismo  de  Huerta^  unido  á  aquella  parte  de  grandeza 
liistórica  que  aun  pt)d¡a  caber  en  la  sociedad  española ,  tan  hondamente  trasformada.  El 
])ueblo  es])añol  so  entusiasmaba  con  La  Raquel.  Aun  sentia  la  noble  emoción  de  la  grandeza 
histórica.  En  el  ánimo  de  los  literatos  las  prevenciones  de  rivalidad  y  de  escuela  ahogaban 
aíiuel  sentimiento  (1).  La  verdadera  entonación  poética  de  Huerta  no  se  encuentra  sino  en 
sus  obras  dramáticas.  Allí  ti<íne  vigor  y  vuelo  y  armonía.  Quintana  recordaba  con  gusto  el 
macrm'fico  efecto  que  en  los  labios  de  Maiquez  producía  aquel  bello  final  del  acto  tercero  de 
la  Jaira  (traducción  de  la  Zaire  de  Vol taire)  : 

El  sexo  que  amenaza 
Con  su  blandura  avasallar  el  mundo, 
Mande  en  Europa  y  obedezca  en  Asia. 

Nosotros  recordamos  también ,  como  embeleso  de  la  niñez ,  cuan  rotundas  resonaban  en 
juiestros  oídos  y  vibraban  en  nuestra  alma  algunas  cláusulas  de  La  Raquel,  por  su  enérgica 
armonía,  por  su  noble  sentido.  Estas  cláusulas  tienen  un  encanto  que  no  muere  con  los  vai- 
venes de  los  tiempos,  porque  sale  del  corazón  del  poeta.  ¿  Cómo  no  admirar,  por  ejemplo,  la 
austera  lealtad  de  Hernán  García,  cuando,  respetuoso,  pero  inexorable,  recuerda  á  Al- 
fonso VIII  el  abismo  á  que  le  arrastra  el  olvido  de  sus  deberes? 


Pero  ¿cómo  han  de  estar,  sino  marcliitos, 
Campos  á  quienes  niega  el  sol  sus  rayos , 
Jardines  que  descuida  el  jardinero, 

Flor  que  no  riega  diligente  mano  ? 

Raquel Permite,  Alfonso,  que  la  nombre ; 

Y  si  te  pareciere  desacato 

Que  quejas  de  Raquel  se  te  repitan , 


Pague  mi  cuello  culpas  de  mi  labio. 

Ya  no  conquista  Alfonso,  ya  no  vence ; 
Ya  no  es  Alfonso  rey ;  aprisionado 
Le  tiene  entre  sus  brazos  una  hebrea; 
Pues  ¿cómo  ha  de  ser  rey  el  que  es  esclavo? 


¡Qué  mezcla  sim.pática  de  gala,  de  pena  y  de  entereza  !  Aquí  es  Huerta  un  verdadero 
poeta;  y  cuenta  que  de  rasgos  semejantes  está  sembrada  la  tragedia  entera  (2). 

Otro  poeta  salmantino  digno  de  alto  aprecio,  aunque  juzgado  á  veces  con  sobrada  injusti- 
cia, es  don  José  Iglesias  de  la  Casa.  Algunos  escritores  de  Sevilla,  ofuscados  acaso  por  riva- 
lidad de  escuela  ó  de  espíritu  provincial,  le  tuvieron  por  poeta  de  muy  secundario  valer. 
Mármol ,  tan  inferior  á  él ,  y  tan  escaso  de  sentimiento  poético,  dice  con  tono  desdeñoso : 
«.Iglesias  pertenece  á  los  poetas  de  inferior  clase»  (3).  Lista,  en  su  poema  El  Lnjjerio  de  la 
estupidez,  después  de  ridiculizarla  poesía  de  Iglesias ,  habla  así,  irónicamente,  en  una  nota: 
«Es  admirable  la  habilidad  con  que  Iglesias  ha  sabido  convertir  tres  octavas  de  Ballmena  en 
estancias  para  dos  odas. ))  Algo  más  había  que  decir  de  aquel  simpático  é  ingenioso  poeta. 
Verdad  es  que,  al  parecer,  alguna  vez  explotaba  Iglesias  sin  pudor  los  versos  ajenos ;  pero 
cuando  su  musa  se  encuentra  en  su  esfera  propia,  que  es  la  de  la  gracia  y  la  ironía,  no  es 
plagiario  ni  imitador  siquiera;  y,  aunque  por  otros  caminos,  y  tal  vez  con  mayor  intención 
y  malicia,  sabe  llegar  al  nivel  adonde  llegaron  Baltasar  de  Alcázar  y  Polo  de  Medina.  En  los 
versos  cortos  epigramáticos ,  el  tono,  la  expresión,  el  sabor  castellano,  la  admirable  concisión 
descriptiva,  todo  le  ayuda  para  dar  agrado  y  chiste  á  sus  letrillas  y  á  sus  epigramas,  muchos 
de  los  cuales  viven  y  vivirán  en  la  memoria  de  las  gentes ,  porque  tienen  el  carácter  sencillo 
y  penetrante  de  los  proverbios  populares.  Forner ,  gran  juez ,  por  cierto,  en  materia  de  lite- 


(1)  Véase  en  la  carta  7."  de  Melendcz  (tomo  sí- 
.;u¡ente)con  cuan  apocada  crítica  juzga  este  poeta 
Ja  popular  tragedia. 

(2)  Don  José  March  y  Boitús  ,  autor  del  poema 
jocoso  Lit  liani-Jialiyucrra ,  y   contemporáneo  de 


Huerta,  escribió  también  una  tragedia  titulada  Ea- 
quel.  (Véase  Fuster,  Biblioteca  valenciana,  tomo  li, 
piig.  171.) 

(3)  Prólogo  del  Romancero  del  doctor  don  Manuel 
María  del  Mármol^  Sevilla  ,  1834. 


Í)E  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIl.  crv 

ratüra  incisiva,  da  á  entender  en  estas  palabras,  al  través  de  su  tono  chancero,  cuan  persua- 
dido está  de  la  fuerza  satírica  de  los  versos  de  Iglesias: 

Muy  satisfecho  (dice)  estaba  yo  con  mi  epigrama,  y  muy  satisfecho  de  que  me  había  vengado  con 
él  á  todo  mi  sabor,  cuando  hete  aquí  á  mi  amigo  Arcadio  (Iglesias)^  antiguo  conmilitón  mío  en  la  viniver- 
sidad,  socarrón  de  primer  orden ,  y  hombre  que  diria  una  pulla  en  verso  al  mismo  Apolo  en  sus  doradí- 
simas barbas  (1). 

Algunas  poesías  villanescas  de  carácter  á  la  vez  candoroso  y  agudo,  como  La  esposa  aldea~ 
na;  otras  tiernas  y  lozanas,  como  la  Rosa  de  Abril,  la  salida  de  Amarilis  al  Zurguen,  la^^a- 
gala  que  vuelve  del  campo;  ú  otras  de  carácter  irónico,  como  La  lira  de  Medellin  ,  se  leen  con 
gusto  todavía,  porque  están  escritas  todas  con  tersura  j  viveza,  y  algunas  con  sensibilidad, 
no  ardiente  é  impetuosa,  porque  esto  no  cuadraba  á  la  condición  del  poeta,  sino  graciosa  y 
delicada. 

Acontecía  á  Iglesias  lo  que  á  Moliere  y  á  muchos  otros  ingenios  festivos.  Hacen  reír  á  los 
demás  mientras  su  corazón  está  devorando  lágrimas  de  amargura.  Parece  en  sus  versos  epi- 
gramáticos el  apóstol  de  la  alegría ,  y  pasa  su  breve  y  malograda  vida  casi  siempre  enfermo, 
pobre,  oscuro  y  olvidado  en  miserables  aldeas  del  obispado  de  Salamanca,  y  lo  que  es  más, 
acosado  en  sus  últimos  años  por  los  escrupulosos  remordimientos  y  las  dudas  sutiles  do  un 
alma  buena ,  pero  débil  y  lacerada.  En  las  cartas  que  antes  de  recibir  la  orden  sacerdotal  es- 
cribió á  Forner,  su  antiguo  condiscípulo,  cuyo  firme  carácter  respetaba  ,  se  advierten  ya  cla- 
ras señales  de  una  conciencia  inquieta  y  atormentada  por  imaginarios  recelos  (2).  En  una  de 
ellas  le  pregunta  cómo  pueden  conciliarse  las  satisfacciones  de  amor,  la  codicia  de  gloria  li- 
teraria y  el  interés  mundano  con  el  «  deseo  de  lograr  su  último  fin  » ;  en  otras  se  trasluce 
que  la  dolencia  crónica  que  le  llevó  al  sepulcro  en  1791,  á  los  cuarenta  y  dos  años,  era  parte 
muy  activa  en  sus  cavilaciones  infantiles  y  en  el  tedio  que  por  momentos  le  devoraba.  Así  le 
dice  en  una  de  ellas  : 

Amado  mío  Aminta  (Forner):  Guerra  es  la  vida  del  hombre  sobre  la  faz  de  la  tierra,  dice  Job;  y  así, 
por  más  que  cualquiera  se  halle  favorecido  de  la  fortuna,  de  la  salud  y  de  la  filosofía,  con  todo  no  le 
faltan  pasiones  con  que  pelear,  como  son  el  amor,  la  ambición,  la  envidia,  etc.  Yo,  empero,  de  los  bienes 
dichos  solo  puedo  decir  que  me  da  cuidado  el  de  la  salud,  y  si  bien  esta  falta  anda  mucho  para  mitigar 
aquellas  pasiones  altaneras,  con  todo  la  enfermedad  me  llena  de  tristeza ,  me  desanima  y  me  hace  despre- 
ciar los  negocios  temporales,  maguer  que  honoríficos  sean 

El  empleo  que  han  conferido  á  nuestro  Dalmiro  (Cadalso)  es  el  de  sargento  mayor  do  su  regimiento. 

Se  me  queja  de  que  no  le  escribo Quiero  noticiarte  qué  obras  poéticas  traigo  entre  miinos.  La  principal, 

ó  la  más  dilatada,  es  una  Filosofía  moral,  la  que  no  concluiré  en  mucho  tiempo.  Allende  de  esto,  he  com- 
puesto varias  églogas ,  epigramas,  letrillas,  anacreónticas,  etc.,  de  las  que  creo  te  haya  remitido  algunas 

el  señor  Caseda Tara  otro  correo  te  enviaré  el  principio  de  la  Filosofía  moral Há  muchos  días  que 

miro  con  desidia  la  poesía,  y  en  el  presente  año  no  he  leído  ni  he  compuesto  un  solo  verso Te  ama  de 

todo  corazón  tu  amigo,  .4rcafZ¿o.— Salamanca,  Abril  de  1776  (3). 

La  inquietud  de  ánimo  en  que  en  los  tiempos  de  su  mocedad  vivía  Iglesias ,  acaso  la  des- 
igualdad de  humor  que  suele  nacer  en  las  naturalezas  enfermizas,  no  hacia  siempre  su  trato 
tan  dulce  y  afectuoso  como  pudiera  imaginarse.  En  las  muchas  cartas  que  se  conservan  de  los 
poetas  salmantinos  á  Forner,  se  encuentran  abundantes  indicios  de  que  el  cielo  poético  de  aquel 

(1)  Don  Juan  Pablo  Forner,  Exequias  de  la  ten-  (.3)  Tenemos  á  la  vista  esta  y  otras  carias  auto- 
gua  castellana.  (MS.)  grafas  de  Iglesias.  Están  contenidas  en  un  volumen 

(2)  Se  ordenó  de  presbítero  (en  Madrid)  el  año  de  Cartas  de  varios  literatos  á  Forner,  que  con  bon- 
de  178.3,  esto  es,  unos  ocho  años  antes  de  su  falle-  dad  suma  nos  ha  franqueado  nuestro  ilustrado  ami-  ' 
cimiento.  Véase  en  el  presente  tomo  la  excelente  go  el  señor  don  Luis  Villanueva.  Hay  en  este  volú- 
biografía  de  Iglesias  por  el  escritor  salmantino  don  men  interesantes  cartas ,  todas  autógrafas,  de  Esta- 
Manuel  Villar  y  Hacías.  Es  superior,  por  la  novedad  la,  Florian,  Trigueros,   Quintana,  Arjona,  Arro- 

y  exactitud  de  las  noticias,  á  cuantas  de  aquel  poe-  yal,  Navarrete,  Campománes,  Llaguno,  Moratin 
ta  se  han  publicado  anteriormente.  (Leandro),  Alurchena  y  otros. 


Cxvl  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CKÍTICO 

Parnaso  nada  tenía  á  veces  de  apacible  y  sereno.  Un  poeta  liarto  escaso  de  inspiración ,  don 
Ramón  Caseda  o-rande  amigo  y  resj)etuoso  admirador  de  Fornei',  á  quien  contaba  sus  cuitas 
y  referia  en  sus  cartas  la  cbismografía  literaria  de  Salamanca,  víctima  acaso  de  la  vena  sar- 
cástica  de  I</h'sias,  se  queja  de  él  amargamente,  y  le  atribuye  avieso  carácter,  y  aun  prendas 
morales  muy  vituperables.  Esta  chismografía  íntima  de  los  literatos  del  siglo  xviii  tiene  hoy 
dia  interés  histórico,  porque  nada  explica  tanto  el  espíritu  de  los  escritores,  como  el  conoci- 
miento de  su  carácter.  Dejando  aparte  las  prevenciones  personales  del  severo  Caseda,  á  quien 
acaso  su  inferioridad  literaria  ó  su  cavilosa  imaginación  hacían  receloso  y  descontentadizo,  lo 
que  dice  en  varias  cartas,  no  desmentido  por  Forner,  indica,  no  que  Iglesias  fuese  pérfido  y 
falso,  como  con  exageración  evidente  dice  Caseda,  sino  que  con  juvenil  irreflexión,  y  acaso 
por  hacer  sala  de  aí^udeza,  zahería  y  mortificaba  á  sus  amigos  (1).  Por  lo  demás,  Caseda  era 
de  aquellos  ánimos  impresionables  y  apasionados  que  nada  perdonan  y  todo  lo  abultan.  También 
censura  á  Melendez  y  á  otros  (2).  Sólo  tiene  admiración,  respeto  y  cariño  para  la  austeridad 
áeForncr  v  para  la  bondad  incomparable  de  Cadalso.  Sea  como  quiera,  lo  que  de  Ljlcsias  di- 
cen Caseda  y  algunos  otros  de  sus  contemporáneos ,  y  lo  que  él  mismo  explica  de  sus  aficio- 
nes y  de  su  carácter,  da  á  crmocer  muy  á  las  claras  que  una  naturaleza  como  la  suya  ,  sensi- 
tiva y  burlona ,  no  podía  hallar  su  centro  sino  en  el  tumulto  mundano.  ¿  Cómo  no  había  de 


(1)  En  una  carta,  escrita  en  Salamanca,  el  1."  de 
Agosto  de  1775,  dice  Caseda  á  Forner,  que  á  la  sa- 
zón se  hallaba,  según  parece,  en  Toledo  : 

«Cada  dia  voy  sintiendo  más  haber  conocido  á 
Iglesias,  pues  por  éste  sin  duda  he  perdido  mucho 
en  el  concepto  de  Cadalso,  á  quien  amo  tiernísima- 
mente.  Vea  Vmd.  esas  dulcísimas  composiciones  es- 
critas de  su  puño;  y  con  todo,  se  las  quiere  apostar 
Iglesias.  ¡Qué  malo  es  éste  y  qué  afortunado!  ¡Y 
qué  bueno  es  Cadaho  !  « 

En  otra  carta  (Enero  10  de  1775)  le  dice  : 

aArroijal,  Carbonell,  y...  iba  a  decir  Cadalso,  vi- 
ven dominados  de  la  perfidia  y  charlatanería  del 
hijo  de  la  castañera  (no  quiero  decir  que  sean  pér- 
fidos, sino  que  Iglesias  los  tiene  engañados  con  su 
perfidia),  el  cual,  no  favoreciendo  nada  con  su  mor- 
daz y  necia  crítica  á  mi  mayor  amigo  {Forner), 
determiné  yo,  para  su  mayor  castigo,  dorar  cuanto 
pude  la  enemistad  de  Vmd.  con  su  persona,  dicién- 
dole  que  Vmd.  s61o  deseaba  su  correspondencia ;  y 
así,  que  le  escribiese  á  Vmd.  dándole  satisfacción 
de  BU  proceder  y  crítica » 

En  otra : 

«Ilabia hecho  ánimo  de  no  devolverá  Iglesias  la 
carta  de  Vmd.,  ya  por  el  desprecio  que  había  he- 
cho de  ella  hablando  con  Melendez,  como  por  todas 
BUS  calidades,  que  Vmd.  bien  conoce;  y  todo  esto 
no  obstante,  se  la  devolví,  no  por  temor  de  su  mala 
lengua,  sino  porque  nadie  piense  que  soy  envidio- 
so. He  sabido  que  ha  escrito  á  Vmd.  una  epístola 
muy  amorosa  y  muy  moral ,  y  yo  me  he  alegrado, 
porque  al  fin  se  distraerá  Vmd.,  pues  él ,  aunque 
falso,  68  divertido.!) 

Forner  hubo  de  reprenderle  su  excesiva  severi- 
dad para  con  Iglesias,  y  Caseda  le  contesta,  arre- 
pentido : 

«Salamanca,  Mayo,  no  sé  á  cuántos  de  1776. 
^Aminta  mío  :  He  llorado  de  gozo  habiendo  leído 
Ja  de  Vmd.,  y  no  obstante  la  turbación  que  ha 


ocasionado  á  mi  alegría,  digo  que  no  solamente 
quiero  que  Vmd.  se  comunique  con  Arcad'.o,  sino 
que  también  deseo  de  todo  mi  corazón  que  le  haga 
muchos  favores  de  mi  parte ;  porque,  aunque  él  es 
un  mal  político  (descortés),  yo  soy  un  mal  cristiano; 
y  de  esta  manera  él  aprenderá  á  ser  hombre  de  bien, 
y  yo  á  vencerme  á  mí  mismo.» 

(2)  Esto  dice  contra  Melendez : 

«jBaíiVo  prosigue  viento  en  popa;  amigo  sólo  de. 
su  interés ,  esclavo  de  su  ambición ,  é  idólatra  de  sus 
propias  prendas.» 

Iglesias,  en  una  de  sus  cartas  á  Forner,  da  idea 
del  violento  y  rígido  carácter  de  Caseda  en  estos 
términos  : 

« Ayer  tarde  fui  de  paseo  con  Casfirfa.  hablando 
de  la  mística,  que  he  elegido  por  consuelo  en  mis 
pesares,  para  lo  que  yo  decía  que  me  era  obstáculo 
la  mucha  afabilidad  con  que  trato  á  muchos ,  y  tra- 
tándolos ,  se  destruye  toda  la  recolección  (recogi- 
miento y  concentración  del  alma  en  las  cosas  divi- 
vas) que  dicha  mística  pide.  A  lo  que  Caseda  repli- 
caba que  me  armase  de  una  sequedad,  altivez  ó  fa- 
natismo con  que  despreciar  á  los  sujetos  que  no 
juzgase  de  carácter,  y  que  con  esto  lograría  que  no 
estorbasen  los  vulgares  mi  carrera.» 

«Mas  á  esto  digo  que  no  puedo  avenir  por  mi  ge- 
nio humilde  y  blando,  y  que  Caseda  lo  dicta  según 
el  suyo  altivo  é  inflexible.» 

«Esto,  como  he  dicho,  fué  esta  tarde  el  asunto  de 
nuestra  conversación,  y  viniendo  yo  á  casa,  y  le- 
yendo la  tuya,  me  eché  á  reir  viendo  lo  que  don 
Ramón  (Caseda)  se  queja  tan  indirectamente  por 
tu  pluma.  A  la  verdad,  el  caso  que  dice  es  éste  : 
Prestó  un  tal  Villafafie  un  libro  á  Caseda,  éste  á 
Melendez,  y  Melendez  hízose  prenda  de  él,  porque 
Caseda  le  destruyó  una  Celestina,  que  tampoco  era 
de  Melendez,  sino  del  maestro  Alba.  Caseda  desal  ó 
á  Melendez  porque  no  le  daba  el  libro,  y  Melendez 
por  fin  se  lo  dio  á  Caseda)),  etc. 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EX  EL  SIGLO  XVIIL  CXVn 

afligirse  y  ahogarse  aquel  espíritu  activo  y  obsf  r/ador,  encerrado  durante  algunos  años  en 
los  pobres  curatos  de  las  aldeas  y  pueblecillos  de  Guijuelo,  Larodrigo,  Carabias,  Santa  Marta 
y  Carbajosa  de  la  Sagrada? 

Y,  sin  embargo,  ya  sacerdote  y  párroco,  se  convirtió  en  hombre  ejemplar  y  timorato  el 
estudiante  travieso  y  un  tanto  mordaz.  Le  asaltaron  escrú])ulos  de  conciencia  por  haber  dado 
tan  fácil  rienda  á  su  desenfado  satírico;  y,  como  para  acallar  aquel  remordimiento,  abandonó 
la  poesía  epigramática,  y  escribió  poemas  sin  vida,  que  la  posteridad  no  lee  (1).  Dios  le  ha- 
brá tenido  sin  duda  en  cuenta  aquel  santo  y  cristiano  propósito.  Pero  la  verdad  es ,  que  sin 
su  vena  satírica ,  tan  natural ,  tan  llana  ,  y  al  propio  tiemj)o  tan  chistosa  y  tan  incisiva ,  Igle- 
sias ,  con  sus  églogas,  con  sus  odas  y  con  sus  poemas ,  habría  sido  en  su  época  menos  famoso, 
y  estaría  hoy  dia  enteramente  olvidado.  En  los  versos  largos,  la  mayor  parte  de  la  poesía  de 
Iglesias  ha  envt>jecido  y  parece  hoy  insulsa  y  desmayada.  Sus  epigramas  y  letrillas  satíricas 
serán  siempre  jóvenes.  Deben  sin  duda  este  gran  privilegio  al  hechizo  particular  de  aquella 
sencillez  maliciosa,  en  que  Iglesias  es  inimitable. 

En  las  cartas  autógrafas  del  padre  Estala  á  Forner  hallamos  el  más  cabal  y  autorizado 
elogio  que  se  ha  hecho  de  las  nobles  prendas  de  Iglesias.  Estala ,  uno  de  los  más  insignes  li- 
teratos de  su  tiempo,  se  juzgaba  muy  desventurado  (2).  Vio  á  Iglesias  engolfado  en  la  vida 


(1)  La  Niñez  laureada^  en  loor  de  don  Juan  Pi- 
cornell ,  de  edad  de  tres  años  seis  meses  y  veinti- 
cuatro dias,  examinado  en  la  universidad  de  Sala- 
manca, el  3  de  Abril  de  1785. —  Este  poema,  harto 
prosaico  y  palabrero,  y  á  veces  versificado  con  no- 
table descuido,  se  imprimió  en  Salamanca  (1785), 
pero  no  fué  incluido  en  edición  alguna  del  célebre 
poeta. 

La  Teología;  Salamanca,  1791. —  Este  poema,  en 
nueve  discursos,  en  el  cual  el  autor  emplea  más  bien 
los  raciocinios  de  un  disertador  dogmático  que  los 
arranques  de  un  poeta ,  adolece  de  la  frialdad  común 
á  las  obras  didácticas;  pero  está  escrito  con  feí-vor 
cristiano,  y  este  mismo  fervor  inspira  álglesiasver- 
60S  en  que  sobresale  el  sentimiento  poético.  Hé  aquí, 
como  muestra  de  su  estilo,  un  trozo  notable,  que  no 
ha  podido  escribirse  sin  entusiasmo  religioso.  Está 
tomado  del  Discu7'so  /,  que  trata  de  la  existencia  de 
Dios : 

De  lo  que  fué  en  los  siglos  eternales, 
¿Quién,  sino  Dios,  lo  vio?  ¿  Quién  lo  ha  sabido  ? 
¿  Quién  las  cimbras  trazó  ?  ¿  Quién  dio  el  modelo 
Al  enarcar  las  bóvedas  del  cielo  1 
I  De  qué  veta  salió  la  pedrería 
De  astros  celestes  ?  ¿  Quién  su  luz  dorada 
Vistió  al  sol  ?  i  De  qué  concha  nació  el  día  ? 
¿  De  qué  pasta  de  nácar  fué  amasada 
La  fresca  aurora  ?  ¿  Qué  sutil  aliento 
De  si  produjo  al  saludable  viento  ? 
¿  De  qué  limpio  cristal  el  agua  pura 
Su  licor  destiló  fresco  y  suave  ? 
De  esta  inmortal  lazada  la  hermosura, 
Quién  la  dio,  diga  el  impío,  sí  lo  sabe. 
Diga  qué  duración  al  tiempo  queda, 

o  cuántas  vueltas  fallan  á  su  rueda 

Pregunte ,  si  le  place ,  al  vapor  leve , 
Al  frío  hielo,  al  áspero  granizo, 
Al  fuego  aselador  y  mansa  nieve , 
Sí  le  osarán  negar  á  quien  los  hizo. 
Pues  cuando  allá  en  el  cielo  airado  mueve 
Sn  carro  Dios,  y  el  rayo  fulminante 
Al  incrédulo  coge  de  sorpresa , 
Preguntadle ,  si  á  Dios  aun  no  confiesa , 
i  Por  qué  tiembla  con  pálido  semblante  ? 

I,  Ps,-2:yhi, 


¿  Quién  á  las  grullas  dice  y  las  cornejas 
De  los  tiempos  las  súbitas  mudai-zas  ? 
y  al  valle  que  florece  más  temprano, 
¿  Quién  le  avisa  que  viene  ya  el  verano  ? 
No  otro,  no,  que  el  reciproco  lenguaje 
Con  que  el  mundo  se  trata  y  comunica, 
Y  á  su  Autor,  en  señal  de  vasallaje , 

Con  inmortales  cánticos  predica 

La  copia ,  en  fin ,  le  enseñará  sin  duda 
De  varias  formas  y  de  esficcies  tantas ; 
Pues,  para  hablar  de  Dios,  la  tierra  muda 
Lenguas  hará  las  hojas  de  su^  plantas. 

(2)  Traductor  é  ilustrador  del  Edipo  rey,  de  Só- 
focles, del  Plutú,  de  Aristófanes,  y  de  otras  obras 
Formó  la  célebre  colección  de  poesías  castellanas  im- 
presa en  Madrid  á  fines  del  último  siglo,  á  la  cual,  en 
vez  del  suyo  propio,  puso  el  nombre  de  don  Ramón 
Fernandez,  que  era  el  de  su  barbero.  En  tsta  colec- 
ción, al  frente  del  tomo  XVI,  publicó  Quintana,  sin  su 
nombre,  su  discurso  sobre  los  Romances  antiguos  cas- 
tellanos; obra  llena  de  aciertos  y  de  errores,  muy  no- 
table para  el  estado  de  la  crítica  en  aquel  tiempo,  y 
que  demuestra  los  grandes  y  felices  instintos  litera- 
rios de  Quintana,  que  se  sobrepone  sin  saberlo  á  mu- 
chas de  las  preocupaciones  de  la  escuela  seudo-clá- 
8ica.  (No  fué  incluido  este  discurso  en  las  Obras 
completas  de  Quintana,  tomo  xix  de  la  presente  Bi- 
blioteca.) 

Estala  no  fué  dichoso.  Abrigaba  sanos  principios, 
pero  habia  equivocado  su  vocación.  Lo  devoraba  el 
desaliento.  Infiérese  esto  claramente  de  sus  cartas 
familiares  á  Forner.  En  una  de  ellas  le  dice  : 

Si  tu  estás  fastidiado  de  tu  empleo,  yo  lo  estoy  de  la  vida.  Estoy 
sano,  gordo,  nada  me  falta  para  una  decente  subsistencia;  pero  ¿do 
qué  sirve  esto,  si  falta  el  plaoor,  que  hace  apetecible  la  vida?  Voy 
arrastrando  una  fastidiosa  existencia,  en  que  no  hallo  más  que  una 
monotonía  maquinal  de  operaciones  periódicas.  SI  me  pongo  á  pen- 
sar, el  pensamiento  es  mí  verdugo.  Me  representa  el  estado  misera- 
ble en  que  me  hallo,  solo,  aislado,  sin  un  amigo  ;  y  esto  me  basta 
para  ser  infeliz.  Cuando  quiero  huir  de  estas  dolorosas  consideracio- 
nes con  la  disipación ,  en  medio  de  las  diversiones  me  asalta  la  mal- 
dita reflexión,  y  me  hace  amargos  los  mayores  placeres.  Ni  ion  ten- 
go gusto  para  leer 


CX^^I  BOSQUEJO  HISTÓRICO-CRÍTICO 

pura  sencilla  y  útil  de  sus  santos  deberes,  y  quedó  cautivado  ante  aquel  envidiable  cuadro. 
La  inquietud  del  antiguo  estudiante  y  la  resignación  del  novel  sacerdote  se  hablan  convertido 
en  evanírélico  sosieo-o  y  en  serena  armonía.  Así  escribía  estala,  desde  Salamanca,  en  12  de 
Agosto  de  1799: 

¡Dichoso  Areadiol  Él  goza  de  una  renta  mus  que  suficiente;  filosofa  y  poetiza  á  su  sabor,  sin  zozobra 
ni  cuidado;  goza  del  incomparable  placer  de  liacer  bien  á  los  que  lo  merecen,  que  son  los  pueblos  infelices 
que  están  á  su  cuidado.  Su  casa  es  el  refugio  de  todos  los  pobres.  Con  ellos  reparte  su  renta,  les  da  cense, 
jos  V  documentos  admirables  para  disminuir  sus  trabajos  y  miserias.  Compone  todos  los  pleitos,  ó,  cuando 
es  indispensable,  toma  á  su  cargo  la  defensa  de  la  inocencia  y  de  la  justicia  oprimida.  Disipa  los  errores 
y  preocupaciones  perjudiciales,  para  que  su  sencilla  credulidad  no  sea  tributaria  de  la  hipocresía  y  de  la 
Bupersticion.  He  aquí  verdadera  filosofía.  El  no  dogmatiza,  ni  sentencia  oomo  nosotros,  z^arones  doctísi- 
mos; pero  sabe  gozar  de  la  vida  y  estar  contento  con  su  suerte.  Te  aseguro  que,  á  pesar  de  la  corrupción 
de  mi  ánimo,  efecto  del  trato  cortesano  y  de  la  lectura,  envidio  su  suerte. 

Butilo  está  disponiendo  su  marcha.  Quiere  que  hagamos  primero  un  viaje  á  las  Batuecas,  do  diz  que 
tiene  hecha  una  singular  promesa.  Iremos,  porque  creo  ha  de  ser  la  romería  un  poco  poética.  Está  reco- 
giendo sus  escritos  para  dejarlos  en  poder  de  Jovino  para  la  impresión 

Un  título  especial  tiene  este  poeta  á  la  consideración  de  la  posteridad  ,  y  singularmente  á 
la  de  nuestro  tiempo,  en  que  la  lengua  castellana  anda  tan  mal  parada.  Es  el  iiltimo  de  los 
poetas  españoles  que  habla,  sin  hacer  alto  en  ello,  la  lengua  pura  y  genuina  del  pueblo  de 
Castilla.  Dicción,  lenguaje,  modismos,  sabor  peculiar,  forma  del  pensamiento,  todo  es  exclu- 
BÍvamente  castellano. 

Tiene  seguridad  completa  en  el  manejo  del  idioma,  y  no  la  estudiada  del  filólogo,  sino  la 
espontánea  de  quien  no  ha  alterado  el  lenguaje  que  oyó  desde  la  cuna,  con  el  cultivo  continuo 
de  lenguas  extranjeras.  Sólo  con  fray  Diego  González  puede  compartir  Iglesias  la  gloria  de 
haber  sido,  en  la  era  de  Carlos  III ,  verdadero  representante  de  la  tradición  fiel  del  habla  cas- 
tellana. En  la  mocedad  de  Iglesias  no  abundaban,  por  cierto,  en  Salamanca  los  libros  france- 
Bes,  y  este  poeta  nada  aprendió  cuellos  (1).  Melejidez ,  Forner^  Cienfiiegos,  y  los  demás  que 
Be  educaron  leyendo  obras  francesas ,  no  sólo  del  siglo  de  Luis  XIV,  sino  también  de  la  épo- 
ca enciclopedista ,  son  escritores  castellanos ,  pero  más  ó  menos  afrancesados. 

Balbuena ,  Quevedo  y  otros  escritores  antiguos  inspiraban  á  Iglesias.  ¿  Quién  ha  de  leer  la 
cantilena  x,  que  empieza  : 

Un  colorín  hermoso, 

sin  traer  á  la  memoria  la  cantilena  de  Villegas ,  A  U7i  pajarilla  f 

Otras  veces  no  imita ,  sino  roba.  En  el  idilio  Al  des/allecimiento,  por  ejemplo,  hay  segui- 
dos siete  versos  comocidísimos  de  Balbuena.  En  las  odas  Al  dia  y  A  la  noche  hay  también 
versos  tomados  de  El  Bernardo.  Pero  tal  descaro  en  quien  abriga  fuerza  propia  para  com- 
poner bellos  versos ,  indica  sobradamente  que  esto  no  era  sino  un  estudio,  como  han  imagi- 
nado algunos ,  ó  antes  bien ,  como  nosotros  sospechamos ,  un  caprichoso  alarde  de  la  musa 
juguetona  de  Iglesias.  A  pesar  de  estas  imitaciones  y  de  estos  hurtos  poéticos ,  nadie 
puede  negarle  que  tiene  originalidad  completa,  hasta  el  punto  de  estampar  un  sello  peculiar 
en  sus  obras,  siempre  que  da  rienda  á  la  travesura  juvenil  de  su  vena.  ¿Quién  ha  de  leer  sin 
risa  sus  trovas  ó  parodias  picarescas  de  algunas  poesías  delicadas  de  la  edad  de  oro  de  las  le- 
tras castellanas?  ¿Quién  no  esparce  el  ánimo  al  ver  al  mancebo  zumbón  complacerse  en  des- 
pojar de  su  idealidad  al  lindísimo  madrigal  de  Luis  Martiii^  convirtiendo  en  una  redonda  chin- 
che,  gruesa  y  lisa,  la  aleja  escondida  en  una  rosa,  que  pica  la  flor  de  los  labios  de  la  ninfa  del 
antiguo  poeta? 

Iglesias  quiso  probar  sus  fuerzas,  siendo  muy  joven  todavía,  en  la  poesía  heroica  académi- 

(i)  Por  los  afios  en  que  falleció  Iglesias,  abrió  eu  Salamanca  Alegría  y  Clemente  su  librería  de  librofl 
exclusivamente  franceses. 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  CXIX 

ca,  llamada  entóuces  épica ,  y  escribió  un  canto  en  octavas  para  tomar  parte  en  el  certamen  de 
Las  naves  de  Cortés,  abierto  en  1778  por  la  Academia  Española.  No  temamos  noticia  alguna 
de  este  poema ,  nunca  impreso,  basta  que  leimos  el  siguiente  párrafo  de  una  carta  escrita  por 
froT/  Diego  González  á  Jovellanos  ,  el  10  de  Febrero  de  1778  : 

En  confianza  me  ha  mostrado  Arcadia  (Iglesias),  el  autor  de  aquellas  letrillas,  un  canto  que  ba  com- 
puesto al  asunto  propuesto  por  la  Academia  Española.  En  medio  de  varios  defectos  que  le  he  notado  y  ad- 
vertido, no  deja  de  tener  muy  buenas  cosas ;  y  si  tiene  la  fortuna  de  que  no  escriban  los  Butilos  (Melen- 
dez),  Dalmiros  (Cadalso),  Amintas  (Forner)  y  otros  que  le  exceden  en  talento,  tal  vez  llevará  el  premio. 
Me  asegura  este  mozo  (Iglesias  tenía  á  la  sazón  veinte  y  cuatro  años)  que  Batilo  ha  desistido  de  este  empe- 
ño, y  que  de  Salamanca  no  irá  más  poema  que  el  suyo  (1). 

Fácilmente  dimos  con  el  poema,  examinando  los  papeles  de  la  Academia.  Entre  los 
catorce  poemas  que  este  ilustre  cuerpo  señaló  como  únicos  dignos  de  examen  detenido,  hay- 
uno  que,  así  por  su  peculiar  estilo,  como  por  sus  alusiones  á  las  musas  de  Salamanca  ,  da 
fundado  motivo  para  presumir  que  es  fruto  de  la  pluma  del  festivo  poeta.  Bastaría  la  siguien- 
te octava,  que  es  la  duodécima  del  poema,  para  adivinar  al  autor.  Recuerda  en  ella  á  los 
poetas  salmantinos  más  notables  de  su  tiempo,  con  la  única  excepción  del  mismo  Iglesias ,  á 
quien  por  modestia  no  era  dable  preconizar  su  propio  nombre  : 

¿Tú,  por  dicha,' á  Dalmiro  (2)  no  escuchaste 
En  dulce  lira  el  lamentar  sonoro? 
¿Al  trágico  Flumisbo  (3)  no  admiraste 
Alzar  el  canto  en  el  coturno  de  oro  ? 
¿Tú  con  el  nuevo  Laso  (4)  no  cantaste, 
Con  Delio  (5),  Aminta  (6)  y  con  Liseno  (7)  á  un  coro? 
Pues  estos  cisnes  que  á  cantar  se  mueven , 
Serán  los  que  el  dorado  siglo  innueven. 

Fray  Diego  González ,  que,  como  se  ha  visto,  no  quedó  muy  cautivado  con  la  lectura  de  esta 
obra,  se  manifiesta  todavía  demasiado  indulgente.  Iglesias  nohabia  nacido  para  la  poesía  he- 
roica. Su  poema  es  inferior,  no  sólo  á  los  justamente  celebrados  de  Vaca  de  Guznian  y  de  do7i 
Nicolás  de  Moratin ,  sino  á  la  Pironéa  de  Cortés ,  del  padre  Báguena,  y  á  algunos  otros  poe- 
mas harto  medianos  de  los  cincuenta  y  tres  presentados  al  concurso.  La  inexperiencia  del 
poeta  novel  se  trasluce  en  todo  el  canto  de  Iglesias,  y  sólo  en  algunas  octavas  asoma  el  calor 
de  la  frase  ó  el  vuelo  i^oético  de  la  idea  (8). 


(1)  Colección  de  autógrafos  perteneciente  al  se»  t>el  cerco  de  Inceros  la  armonía, 

fior  Marqués  de  Pidal.  ^'^^  tanta  novedad  que  envidia  diera 

í'0\    r"    rl    1  '^  soberano  Apolo ,  rey  del  dia; 

^    ■'                \  '                                                       ^  Maguer  que  altos  asuntos  me  ofreciera 

(3)  Don  Kicolas  Fernandez  de  Moratin.  Del  vasto  mundo  la  ancha  monarquía, 

(4)  Melendez.  Búlo  cantara  bélicas  hazañas 

(5)  Fray  Diego  González.  ^^  '°^  ''"°®^ ''''  P'"'  ^^  ^^'  Espafias. 

(6)  Forner.  El  amor  de  la  patria  aparece  al  poeta  en  forma 

(7)  El  padre  Fernandez.  de  visión  sobrenatural ,  y  así  le  habla  : 

(8)  Puso  por  divisa  al  poema  estos  cuatro  versos  „ . 

OCTAVA  8* 

de  la  octava  37  de  La  casa  de  la  Memoria,  de  Vi-  _         ,      ...     ,  ^.  ' 

_      .                                                    .                   '  «To  soy  (me  dijo  el  Dios),  doncel  amado, 

Cente  ÜiSpinel  :  Aquel  que  en  una  paz ,  una  fe ,  un  celo, 


Hernán  Cortés  del  encubierto  mundo  Una  amistad  y  un  vi  nenio  he  ayuntado 

Descubre  el  paso  y  las  riberas  halla ;  Cuantos  pueblos  sostiene  el  ancho  suelo. 

Los  bajeles  barrena  y  da  al  profundo ,  Sólo  en  el  hondo  abismo  no  he  morado; 

En  su  ardid  confiando ,  esfuerzo  y  malla.  Tengo  lugar  en  el  empíreo  cielo ; 

Tj~„ir7'              iT„                '  No  hay  virtud  ni  deidad  que  á  mi  me  exceda 

Por  ser  de  icrZeszas,  publicamos  aquí,  como  mués-  t.  i   i  .      *          ,      u,- 

^             '  ^                            ^     '  Del  globo  octavo  en  la  subLme  rueda.» 

tra,  estas  cuatro  octavas,  que  son  acaso  las  menos 

.                .                  ,             ,1  OCTAVA   16. 

imperfectas  de  todo  el  poema :  t             j,        ■,  ^  •        ,,  , 

■^                                           ^  Las  armas  de  un  clarísimo  soldado 

OCTAVA  1 ."  En  extraña  región ,  con  rumbo  Incierto, 

Bi  á  mi  voz  sacro  númeu  concediera  De  sol  y  mar  y  viento  malparado. 


OXX  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 


CAPITULO  XI. 

Continuación  del  reinado  de  Carlos  ni.—Velazquez.  — Trigueros.  — Su  superchería  poética.  —  Su  Riada.  — SnA 
parciales  é  impugnadores.  —  Jesuítas  poetas.— Lasala.— Alegre.— Isla.  —  Diaz.—  Ceris.— Montengon.— 

Muñoz. 

Uno  do  los  escritores  que  más  en  cuenta  han  de  tenerse  para  comprender  la  época  de 
transición  que  corresponde  al  reinado  de  Fernando  VI ,  y  aquilatar  el  carácter  que  tomó  la 
crítica  doctrinal  en  la  época  de  Carlos  III,  es  don  José  Luis  Velazquez ,  marqués  de  Valde- 
fiores.  No  era  orande  en  verdad  su  ingenio  poético ;  pero  sí  extenso  su  alcance  crítico ,  sé- 
euro  su  buen  gusto,  tal  como  el  buen  gusto  se  entendía  entonces ,  y  ejemplar  su  constancia 
en  las  desabridas  tareas  de  erudito  y  de  investigador  de  antiguos  monumentos  históricos. 
Harto  breve  é  incompleta  es  sin  diula  su  obra  Orígenes  de  la  poesía  española,  publicada  por 
primera  vez  en  1754;  pero  hay  en  ella  asomos  de  un  sentido  crítico  sano  y  elevado,  poco 
común  en  aquellos  tiempos ,  y  tal  cual  es  este  bosquejo  histórico,  honra  en  alto  grado  el  dis- 
cernimiento de  su  autor,  y  demuestra  cuánto  camino  habían  andado  y  cuánta  fuerza  habían 
adquirido  las  doctrinas  exóticas  que  diez  y  siete  años  antes  habia  sostenido  en  forma  dog- 
mática don  Ignacio  de  Luzan. 

Pero  es  de  notar  que  mientras  más  se  acercaban  al  triunfo ,  mayor  estrechez  y  rigor  iban 
cobrando  estas  doctrinas.  Velazquez  leyó  en  la  academia  del  Buen  Gusto  dos  estudios  crí- 
ticos: el  uno  es  un  elogio  desmedido  de  la  tragedia,  y  en  especial  de  la  Virginia  de  Montia- 
no-  el  otro  un  examen  de  las  dotes  y  circunstancias  que  constituyen  la  poesía  (1).  Las  ideas 
sobre  la  trao-edia  en  general,  contenidas  en  el  primero  de  estos  estudios ,  son  las  mismas,  rí- 
gidas y  absolutamente  convencionales ,  que  los  preceptistas  franceses  é  italianos  creían  en- 
contrar en  Aristóteles;  por  donde  la  sana  crítica  teatral,  lejos  de  progresar,  como  lo  imagi- 
naba Velazquez ,  retrocedía  no  poco  del  pxmto  en  que  la  habia  dejado  don  Juan  de  Iriarte  en 
el  Diario  de  los  literatos  (2).  Las  doctrinas  del  segundo  estudio  sobre  la  índole  de  la  poesía 
se  resienten  igualmente  del  espíritu  artificial  que  animaba,  ó,  por  mejor  decir,  subyugaba 
toda  la  literatura  seudo-clásica.  Cosas  bastante  cuerdas  é  ingeniosas  dice  Velazquez  acerca 
del  estilo  poético  y  de  la  dificultad  de  conciliar  los  preceptos  de  las  Poéticas  con  la  inspi- 
ración desembarazada ,  con  el  est  Deus  in  nobis,  de  los  verdaderos  poetas. 

Los  poetas  más  grandes  (dice)  han  peligrado  infelizmente  en  este  escollo.  Unos,  por  ajustarse  exac- 
tamente á  las  reglas,  han  dejado  lánguida  y  exánime  su  poesía.  Otros,  por  dejarse  arrebatar  demasiado 

de  la  fuerza  de  su  fantasía,  han  sacado  las  cosas  de  quicio Ki  las  reglas  propias  de  este  arte,  ni  todas 

las  grandes  luces  que  se  adquieren  por  el  estudio  de  las  demás  ciencias  y  facultades,  son  capaces  de  ha- 
cer un  poeta  mediano.  Ésta  es  una  obra  que  el  cielo  se  ha  reservado  para  sí. 

De  polvo  y  sangre  y  de  sudor  cubierto,  f  OS  literarios  de  la  coleccíon  del  sefior  de  Gayán- 

A  aherrojar  grandes  reyes  enseñado,  „„_  \ 

En  hallar  mundos  que  vencer  experto '  ,         7       ,  /.       . 

Pero  ¿  quién  será ,  mnsas,  varón  tanto.  (2)  Velazquez  llama  muestra  de  todas  las per/eccio- 

En cuyo  elogio  asi  animáis  mi  canto ?  nes  á  la  soporífera  Virginia,  de  Montiano,  Parecíale 

,„.  la  traffedia  clásica,  tal  como  entonces  se  entendía, 

OCTAVA  19.  07  T 

el  colmo  de  la  sublimidad  del  arte.  «El  poema  (dice) 

Por  Motezuma ,  emperador  famoso,  .„¿„_ii.  •'  i'         j  ix 

_       ^       ^  ^,     .  ,  nías  excelente,  y  asimismo  el  mas  arduo,  es  la  tra- 

Era  este  vasto  termino  regido,  j-      t> 

El  más  sublime  acaso  y  venturoso  gedia.  Por  eso  Aristóteles ,  habiendo  de  escribir  su 
Que  en  sus  antecesores  habia  habido.  Poética,  l&  redujo  casí  toda  al  artificio  del  poema 
Pero  ¡guay  del!  que  cuan-lo  más  glorioso  trágico España,  que  desde  el  principio  del  si- 
se halló  este  imperio,  entonces  fué  perdido:  _,      II-  •!  Ti-        1      1        i  T 

ru.»  •  ia-     ^,...,„  i„„„,„„™i„  gio  XVI  había  conocido  y  cultivado  la  tragedia  en 

Que  81  el  Señor  sobre  un  lugar  no  vela ,  °        _  _    _     •'  o 

Guárdalo  en  vano  humana  centinela.  SU  misma  lengua  original,  con  un  arte  y  un  ingenio 

maravilloso  ,  de  repente  perdió  este  gusto  con  laiu- 
(1)  Tenemos  á  la  vista  estos  estudios.  (Autógra-      troduccion  de  las  tragicomedias » 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIH.  CXXT 

Y  este  mismo  crítico ,  que  ve  en  la  poesía  el  impulso  libre  y  natural  de  las  facultades  ce- 
lestiales de  que  Dios  dotó  al  alma  humana,  en  el  propio  escrito  en  que  así  piensa,  pone  lí- 
mite y  embarazo  á  la  expansión  de  los  sentimientos,  declarando  que  sólo  «las  alabanzas  de 
los  dioses ,  las  grandes  acciones  de  los  héroes ,  las  virtudes  de  los  sabios ,  la  armonía  de  los 
cielos,  el  curso 7  movimiento  de  las  estrellas,  las  maravillas  de  la  naturaleza,  y  en  general 
lo  gra7ide  y  lo  magnifico  qve  sucede  en  el  mundo,  es  materia  propia  para  ejercitar  el  ingenio  y 
el  numen  del  poeta. »  Esta  noblemente  intencionada ,  pero  estrecha  é  infecunda  teoría ,  ex- 
cluj'-e  los  afectos  tiernos  y  delicados  del  corazón,  las  sensaciones  suaves  y  risueñas  del 
alma ,  y  reduce  la  poesía  á  ima  epopeya  falsa  y  amanerada  ó  á  un  lirismo  forzosamente  en- 
copetado y  ambicioso.  ¿No  se  ve  aquí  el  anuncio  de  aquella  preocupación  de  escuela  que  mo- 
vía á  Jovellanos  á  aconsejar  á  sus  amigos  de  Salamanca  que  renunciaran  á  los  cantares  del 
amor  ? 

El  alto  é  incontestable  mérito  de  Velazquez ,  su  posición  social ,  el  valimiento  que  le  dis- 
pensaba el  célebre  ministro  Marqués  de  la  Ensenada,  y  hasta  su  natural  arrogancia,  le  gran- 
jearon grande  autoridad  y  no  pocos  enemigos.  En  sus  cartas  íntimas  á  su  amigo  don  Agus^ 
tin  de  Montiano  se  echa  de  ver  la  aversión  que  le  inspiraba  el  respetable  ^acíré  Florez,  Zahe- 
ríale con  cierta  fruición  malévola ,  llamando  pepitoria  sagrada  k  la  España  Sagrada,  No  es 
dable  creer  que  impulsos  de  vanidad  ó  envidia  llevasen  por  extraviada  senda  la  phima  de  un 
hombre  de  tan  noble  índole  (1).  Como  testimonio  de  ella,  no  podemos  dejar  de  recordar  con 


(1)  Creemos  oportuno  publicar  aquí  el  siguiente 
curioso  apunte  que  para  este  objeto  nos  entregó  el 
eabio  Marqués  de  Pidal,  rápidamente  escrito  con 
ocasión  de  examinar  un  códice  ,  perteneciente  al  se- 
ñor de  Gayángos,  que  contiene  la  correspondencia 
intima  que  por  los  años  de  1753  y  1754  medió  entre 
Velazg^uez  y  Montiano. 

APUNTE  SOBBB  DON   LUIS  VELAZQUEZ,   MARQUÉS 
DE  VALDEFLOEES. 

Su  vida  interesante  como  hombre  de  letras,  y  co- 
mo comprendido  en  la  causa  del  niotin  de  Esqui- 
ladle, que  produjo  la  expulsión  de  los  jesuítas.  Fué 
protegido  del  Marqués  de  la  Ensenada ,  que  le  confió 
la  comisión  de  viajar  por  España  con  el  objeto  de 
recoger  antigüedades,  etc. —  En  un  tomo  MS.  de 
sus  cartas  originales  á  don  Agustín  Montiano,  su 
amigo  íntimo,  ademas  de  las  noticias  literarias,  se 
hallan  algunas  especies  que  pintan  al  hombre  y  dan 
idea  de  las  interioridades  de  aquella  época. 

Arrogante  y  pagado  de  sí  mismo  ,  despreciaba  al 
padre  Florez. —  Extractos  de  sus  cartas:  «Como  no 
digan  que  mi  Ensayo  se  parece  á  la  España  Sa- 
grada, con  cualquier  crítica  me  contento,  n  (Enero 
de  1753.) — «Dejemos  á  Florez;  que  él  tendrá  cui- 
dado de  desacreditarse  con  sus  libros.» — «Como  soy 
mozo,  atribuirían  á  insolencia  mía  el  atreverme  á 
criticar  sus  obras.n  (15  Febrero  de  1753.) — A  la  Es- 
paña Sagrada  la  llamaba  pepitoria  sagrada,  li- 
bróte, etc.  —  «Dígole  á  usted  que  si  los  jesuítas  de 
Trévoux  han  hecho  la  sangrienta  crítica  que  publi- 
ca P.  (Panel),  los  estropearé  con  la  misma  faci- 
lidad que  á  él ,  y  usted  esté  seguro  que  el  que  se 
metiese  en  público  conmigo  lo  pasaría  mal.»  (23  de 
Agosto  de  1753.) — «Estaba  tentado  á  escribir  en  de- 


rechura al  General  de  San  Francisco  participándole 
la  picardía  (del  Guardian  de  Mérida,  con  quien  tenía 
una  disputa)  para  que  la  castigase,  y  lo  ejecutaré 
si  el  fraile  no  se  modera.  Esto  me  servirá  á  mí  de 
escanniento  para  no  volverme  á  clarear  con  seme- 
jante canalla.»  (11  Diciembre  de  1753.) — «¿Que  quie- 
ren esos  mamarrachos?  ¿que  gustemos  todavía  de 
las  tonterías  del  siglo  pasado?»  (26  Febrero  de  1754.) 
— «Con  la  noticia  que  usted  me  da  de  la  desgracia 
del  M.  (Marqués  de  la  Ensenada)  quedo  como  usted 
puede  pensar.  Avíseme  usted  lo  que  vaya  aconte- 
ciendo, con  la  seguridad  de  que,  después  de  leídas, 
quemaré  sus  cartas  y  con  nadie  me  daré  por  enten- 
dido de  estos  asuntos.  Me  estaré  quieto  en  mi  casa 
hasta  ver  lo  que  resuelven  de  mi  comisión.»  (30 
Julio  de  1754.) 

Se  queja  de  que  le  quitase  el  nuevo  ministro  la 
comisión,  y  queria  seguirla  á  costa  de  la  Academia, 
ó  á  costa  suya  y  de  sus  amigos. — «¿Qué  me  dice  us- 
ted de  la  corte?  ¿Cayó  ya  el  penacho  del  autor  de  la 
pepitoria  sagrada?  Para  que  ni  aun  ese  pequeño  y 
mezquino  asilo  tuviesen  las  letras.  No  obstante, 
bien  merecido  se  lo  tenía  el  buen  P.  C.  (Padre  Con- 
fesor)» (¿Era  Rávago?).  (28  Octubre  de  1755.)— 
«Gracias  á  Dios  que  salimos  del  Padre  C.n  (19  Oc- 
tubre de  1755.) — «Mi  padre  ha  renunciado  en  mí, por 
vía  de  alimentos  y  para  los  gastos  de  mis  viajes  y 
libros,  los  señoríos  de  Valdefloresy  Sierrablanca.» — 
«Aquí  para  entre  los  dos,  el  vestido  de  abate  se  fué 
con  dos  mil  demonios.  Ya  me  tiene  usted  con  es- 
pada en  cinta  de  seis  meses  á  esta  parte.»  (15  No- 
viembre de  1755.) 

¡Y  á  este  hombre  se  le  metió  en  la  causa  contra 
los  jesuítas  y  sus  parciales  ! 

16  de  Julio  de  1754.  —  Montiano  al  Marqués. — 
Bespondida  en  23,  contándole  el  suceso  de  Ensena- 


Cxxii  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

verdadera  complacencia  la  entereza  con  que  ,  á  fuer  de  consecuente  y  agradecido,  resistió  á 
las  amistosas  suo-estiones  de  Montiano,  que,  con  el  fin  de  sacarle  á  salvo  de  la  borrasca  que 
preveia  le  aconsejaba  que  dedicase  los  Orígenes  de  la  poesía  castellana ,  no  á  Ensenada,  sino 
al  entonces  poderoso  Duque  de  Huesear. 

Me  avergonzaría  yo  (le  contesta  Velazqucz)  de  que  un  ejemplar  llegase  á  manos  del  Marqués  de  la 

Ensenada Cuanto  m»  pudiere  dar  la  fortuna,  lo  estimo  en  poco,  en  comparación  de  la  satisfacción  que 

á  mí  me  deberá  resultar  de  Babor  que  obro  como  debo,  y  que  en  cualquier  acontecimiento  d'j  furtuna,  soy 
agradecido  á  los  que  me  favorecen. 

Estas  dignas  palabras,  escritas  en  momentos  de  adversidad,  dan  cabal  idea  del  alto  tem- 
ple del  corazón  de  Vclazqucz.  La  historia,  cubierta  en  esta  parte  de  un  misterioso  velo,  no 
explica  cómo  un  hombre  de  pensamiento  tan  libre,  tan  brioso  y  tan  despreocupado  pudo  ser 
envuelto  en  la  causa  del  motin  de  Esquilaehe,  y  en  la  que  se  formó  contra  los  jesuitas  y  sus 
parciales  (1).  Como  quiera  que  sea,  la  posteridad  debe  honor  y  gloria  aun  escritor  tan  labo- 
rioso é  ilustrado,  y  no  puede  recordar  sin  horror  que,  víctima  de  su  constante  amistad  á  En- 
senada, y  de  las  pasiones  políticas  de  aquel  tiempo,  fué  arrastrado  á  los  castillos  de  Alicante 
y  Alhucemas,  de  donde,  después  de  seis  años  de  encarcelamiento,  salió  casi  sin  vida,  para 
ir  á  morir  de  allí  á  poco  en  los  brazos  de  su  madre ,  en  el  solitario  retiro  de  una  casa  de 
campo. 

Harto  mayor  que  su  mérito  íué  la  fama  del  beneficiado  de  Carmona  don  Cí'mdido  María 
Trigueros.  Con  mediano  talento,  pero  dotado  de  índole  muy  activa  y  laboriosa ,  alcanzó,  en 
la  segunda  mitad  del  siglo  xviii ,  cierta  gloria,  más  aparente  que  verdadera,  y  con  ella,  el  ho- 
nor de  ser  combatido  por  escritores  de  valía.  Su  inspiración  poética  era  tan  escasa ,  como 
desmedida  su  ambición  literaria. 

Representa  en  España,  sin  salir  de  la  esfera  de  la  medianía,  aquel  espíritu  europeo,  que 
BÍguiendo  la  moda  y  el  impulso  innovador  del  tiempo,  se  afanaba  por  examinarlo  todo  á  la 
luz  déla  filosofía:  filosofía  de  circunstancias,  muchas  veces  trivial  y  acomodaticia,  que  solia 


da;  previniéndole  que  se  esté  quieto  en  Málaga;  «que  En  10  de  Setiembre  de  1754  le  noticia  Montiano 
calle  y  que  espere  mis  avisos.» — En  la  margen  de  el  cdríe  de  su  comisión.  Contesta  el  16  :  —  «Nada  de 
la  del  23  dice  Montiano:  «Kecibida  en  30.  Que  se  cuanto  usted  me  dice  me  coge  de  susto  ;  ya  me  lo 
esté  quieto ,  que  calle  ,  que  luego  que  haya  oportu-  tenía  yo  previsto ,  pues  era  regular  que  mi  comi- 
nidad  presentaré  la  representación  sobre  su  defen-  gion  cayese  con  todas  las  demás,  siendo  tantas.» 
dido.»  — A  estas  dos  de  Montiano  es  la  respuesta  Supongo  que  su  amistad  por  Ensenada,  y  su  des- 
que se  copió  más  arriba,  del  30  de  Julio.  afecto  á  los  que  le  sucedieron ,  fué  la  ocasión  de  sus 
Velazquez,  agradecido  á  Ensenada,  quería  dcdi-  prisiones  y  de  haberle  envuelto  con  los  jesuitas  en 
carie  sus  Orígenes.  Montiano  se  lo  disuadía,  y  que-  lo  del  motin  de  Madrid. —  Nada  resultó  contra  él  en 
ría  lo  hiciese  al  Duque  de  Huesear  por  razones  de  aquel  juicio  misterioso  y  secreto  (según  el  fiscal 
política,  etc.  En  27  Agosto  de  1754  decía:  «Des-  Huerta),  y  sin  embargo,  fué  condenado;  y  cuando 
pues  de  haber  batallado  conmigo  mucho  tiempo  pa-  le  dieron  libertad  ,  le  arrojaron  al  mundo ,  quebran- 
ra  reducirme  á  dedicar  los  Orígenes  al  Duque,  no  tado  y  muerto.  Murió  al  poco  tiempo,  perdiéndose 
me  he  podido  resolver,  porque  me  parece  la  cosa  las  esperanzas  que  habian  hecho  concebir  su  saber, 
más  ajena  de  mi  modo  de  pensar.  Convengo  en  las  buen  gusto  y  laboriosidad.  —  P.  J.  Pidal. 
reflexiones  que  usted  hace;  ponj  esto  sería  bueno  pa-  (i)  Algunos  escritores  conjeturan  que  la  obra  sa- 
ra  usted  y  otros  que  sabrían  mis  intenciones  :  pero  tírica  de  Velazqnez,  titulada  Colección  de  diferentes 
otros  muchísimos  lo  murmurarinn,  y  me  avergonza-  escritos  relativos  al  cortejo,  perjudicó  mucho  á  su 
ría  yo  de  que  un  ejemplar  ll-gase  á  manos  del  Mar-  autor.  No  se  limitaba  Velazquez  á  señalar  la  ridicu- 
qués  (Ensenada).  Á  mí  no  me  queda  hoy  ya  otro  lez  que  lleva  consigo  lo  que  llamaban  cortejo;  satí- 
modo  de  darle  á  entender  mi  buena  ley  sino  éste,  rizaba  igualmente  costumbres  y  abusos  del  poder. 
y  cuanto  me  pudiere  dar  la  fortuna  lo  estimo  en  Sempere  dice:  «Esto  probablemente  dio  motivo  á 
poco  en  comparación  de  la  satisfacción  que  ámíme  las  persecuciones  que  padeció  después,  por  habér- 
deberá  resultar  de  sabor  que  obro  como  debo  ,  y  que  sele  creído  reo  de  los  papeles  sediciosos  que  se  es- 
en  cualquiera  acontecimiento  de  fortuna  soy  agrá-  parcieron  cuando  sucedió  el  motin  del  año  de  17C6.  « 
decido  á  los  que  me  favorecen.» 


DB  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  CXXIII 

tomar  por  verdades  absolutas ,  preocupaciones  y  tendencias  especiales,  que  tenían ,  cuando 
más,  una  verdad  relativa ,  y  por  consiguiente  transitoria  y  deleznable. 

En  El  Poeta  Jilósof o,  i^nUicado  en  1774  (1),  creyó  Trigueros  haber  removido  é  ilumi- 
nado todos  los  problemas  morales  en  que  descansan  la  sociedad  y  la  conciencia.  En  Francia 
tuvo  el  poema  admiradores  sinceros ,  y  subió  de  punto  el  engreimiento  del  autor  al  verse 
calorosamente  aplaudido  por  Florian ,  ingenio  de  no  mayor  fuerza  que  Trigueros,  que  gozaba 
entonces  en  Francia  de  un  renombre  brillante ,  que  la  posteridad  ha  acabado  por  reducir  á 
muy  exiguos  límites.  Hoy  dia  nadie  lee  ni  tiene  aliento  para  leer  M  Poeta  filósofo,  y  sería 
enojosa  y  estéril  tarea  analizar  un  poema  difuso  y  acompasado,  en  donde ,  á  vueltas  de  al- 
gimos  pensamientos  cuerdos  y  verdaderos ,  hay  otros  falsos  ó  aventurados ,  y  nunca  la  emo- 
ción, el  entusiasmo  y  la  elocuencia  que  son  la  magia  de  las  obras  de  la  imaginación. 

Hasta  el  metro  es  monótono  y  cansado.  Está  escrito  el  poema  en  versos  de  catorce  sílabas, 
que  Trigueros,  poco  versado  en  la  versificación  antigua  de  Castilla,  juzgó  haber  inventado, 
y  presentó  como  una  innovación.  El  erudito  Bayer  le  hizo  notar  su  inadvertencia  en  el  con- 
cepto histórico,  y  habría  podido  ademas  demostrarle  que  se  equivocaba  igualmente  creyendo 
haber  trasladado  con  exactitud  el  pentámetro  latino  á  la  versificación  castellana  (2). 

El  alucinamiento  de  la  soberbia  literaria  indujo  á  Trigueros  á  imaginar  que  llegaría  á 
imitar  con  tal  perfección  el  tono  y  galas  de  los  antiguos  poetas  españoles ,  que  podrían  sus 
versos  confundirse  con  los  del  siglo  de  oro.  Para  poner  á  prueba  su  infantil  antojo,  publicó 
en  Sevilla  (1776)  un  tomo  con  este  título:  Poesías  de  Melchor  Diaz  de  Toledo,  poeta  del  si- 
glo XVI,  hasta  ahora  no  conocido.  \  Ridículo  empeño,  que  no  podía  dejar  de  acarrear  un  des- 
CDgaño  al  desvanecido  poeta !  Los  entendidos  columbraron  desde  luego  la  inocente  super- 
chería. En  los  versos  de  Melchor  Diaz  trasciende  la  poesía  insulsa  y  amanerada  del  siglo  xvili, 
y  lo  que  es  peor,  la  poesía ^oco poáfica  de  Trigueros.  ¿Dónde  aquella  hechicera  natui-alidad 
del  lenguaje ,  aquel  quid  divinum  del  idioma  poético  del  siglo  xvi  ?  Trigueros  ganó  poco  en 
su  fama  de  poeta,  y  su  deslucida  tentativa  no  fué  sino  una  confirmación  del  emblema  satírico 
que  encierra  la  fábula  de  El  Asno  vestido  de  león. 

En  su  Viaje  al  cielo,  poema  en  tres  libros,  destinado  á  encomiar  á  Carlos  III,  no  acierta 
tampoco  á  remontarse  á  la  esfera  ideal  que  sirve  de  teatro  al  poema.  Su  ñmtasía  no  sube  al 
cielo,  aunque  tal  dice  haber  logrado,  en  el  libro  segundo ;  ni  un  destello  siquiera  de  estro  ver- 
dadero Uega  á  romper  las  prosaicas  cadenas  que  le  tienen  amarrado  á  la  tierra. 

Sus  poemas  San  Felipe  Neri  y  La  Riada  causaron  á  Tiñgueros  amargos  sinsabores.  La 
doctrina  de  un  sermón,  que  pone  en  boca  del  Santo,  no  pareció  ortodoxa  á  una  parte  del  cle- 
ro español.  Escribiéronle  cartas  injuriosas ,  y  no  faltó  quien  intentara  mancharle  con  la  nota 
de  hereje.  En  La  Riada  puso  de  manifiesto,  más  que  en  la  mayor  parte  de  sus  demás  obras, 
la  escasez  de  su  numen  y  su  falta  absoluta  de  gusto  poético.  ¿Quién  creería  que  el  espectá- 
culo imponente  de  una  avenida  del  Guadalquivir,  y  los  esfuerzos  del  insigne  asistente  de  Se- 
villa don  Pedro  López  de  Lerena  para  prevenir  ó  reparar  terribles  desastres ,  no  alcanzaron  á> 
arrancar  al  poeta  uno  solo  de  esos  acentos  conmovedores  que  brotan  de  aquellas  almas  que, 
á  falta  de  imaginación ,  tienen  siquiera  las  dos  fuerzas  poéticas  del  entusiasmo  y  de  la  com- 
pasión? ¡Deplorable  extravío  de  las  preocupaciones  de  escuela!  La  realidad  del  infortunio, 
los  cuadros  del  desastre ,  los  esfuerzos  del  deber  y  de  la  caridad  no  parecen  al  poeta  asunto 


(1)  Es  una  colección  de  poemas,  titulados  El  mas  que  constituyen  la  colección  titulada  El  Poe- 
nombre;  La  Desesperación ;  La  Esperanza ;  La  Mo-  ta  filósofo^  reconoce  Trigueros  su  equivocación  ,  y 
aeración;  La  Ternura;  El  Odio;  El  Libertinistno,  recuerda  que  Gonzalo  de  Berceo,  don  Alonso  el  Sa- 
ó  la  falsa  libertad;  El  Deseo;  El  Remordimiento;  bio,  el  infante  don  Manuel,  el  Arcipreste  de  Hita, 
La  Reflexión;  La  Alegría;  La  Tristeza;  La  Mujer.  Pero  López  de  Ayala ,  escribieron  versos  de  catorco 

(2)  En  una  carta  que  precede  al  poema  La  Mo-  silabas,  que  él  llama  pentáme(ros  castellanos. 


aeración-,  que  lleva  el  número  iv  en  la  serie  de  poe- 


txsrr  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CEÍTICO 

suficiente  para  emijlcar  los  tesoros  de  la  fantasía  y  despertar  las  emociones  del  corazón.  Se 
aparta  de  estas  fuentes  legítimas  de  inspiración,  y  juzga  más  poético,  más  elevado,  más 
^ico,  fundar  el  argumento  en  una  conjuración  ft'aguada  por  Juno,  que,  celosa  de  la  ninfa 
Hispalis  (numen  que  preside  á  Sevilla),  atrae  á  Bétis  á  su  partido  y  le  induce  á  destruir  con 
su  poder  la  ciudad  famosa.  El  asistente  Lerena  advierte  el  riesgo  á  la  ninfo  ,  la  cual  con  sus 
ruegos  decide  á  Júpiter  á  que  proteja  la  ciudad.  Probablemente  creyó  Trigueros  que  los  ce- 
los de  Juno,  la  intervención  de  Neptuno  y  de  Minerva ,  y  otras  circunstancias  semejantes 
á  las  de  la  litada ,  habían  de  rctilzar  su  obra  y  traer  al  pensamiento  de  los  lectores  las  belle- 
zas de  Homero.  ¡  Cuánto  se  engañaba !  Lerena ,  mezclado  ridiculamente  con  las  divinidades 
olímpicas ,  es  rma  de  las  ocurrencias  más  insulsas  y  más  irrisorias  que  ofrece  la  poética  falsa 
y  artificial  de  aquellos  tiempos. 

Forner,  que  fué  constante  azote  de  Trigueros  (1),  desagravió  al  buen  gusto,  publicando 
una  sátira ,  titulada  Carta  de  don  Antonio  Varas  al  autor  de  La  Riada.  La  crítica  de  Forner  y 
sef^im  la  costumbre  de  entonces,  recaía  menos  en  la  esencia  que  en  los  pormenores.  Poco 
mesurado  en  los  ataques ,  Forner  envolvió  en  sus  diatribas,  no  sólo  á  varios  autores,  sino  á  la 
Academia  Española  ,  y  se  vio  obligado,  por  disposición  del  Rey,  á  dar  satisfacción  á  este  ilus- 
tre cuerpo  literario ;  pero,  á  pesar  de  todo  esto,  el  público  dio  razón  á  Forner  contra  Tri- 
gueros. 

De  estas  amarguras  consolaron  algún  tanto  al  autor  satirizado  las  cartas  de  un  oficial 
francés,  retirado  en  San  Germán ,  gran  admirador  de  sus  obras  (2),  y  especialmente  otra  carta 
que  en  15  de  Febrero  de  1785  le  escribió  el  célebre  Florian,  aplaudiendo  el  gusto,  la  elegan- 
cia ,  y  lo  que  es  más ,  la  extremada  sensibilidad ,  que ,  según  él ,  resaltan  en  La  Riada ,  y  ex- 
citándole en  tono  pedantesco  á  menospreciar  á  sus  detractores  : 

Je  V0U8  exhorte  (dice)  de  tout  mon  cceur  á  mépriser  tous  ees  vils  satyriques  qui  vousfont  la  guerre...  Depuis 
TioW^jusqu  á  Forner,  leParnasse  a  été  salí  par  les  corbeaux  et  les  hiboux,  quifont  la  guerre  aux  rossignols. 

Florian  mimaba  literariamente  á  Trigueros. 

Apenas  puede  comprenderse  que  las  obras  poéticas  de  éste  despertasen  en  aquel  ingenio 
tanta  admiración.  Mientras  en  España  era  la  comedia  Los  Menestrales  objeto  de  sátiras  y 
fundadas  críticas,  Florian  escribía  en  loor  de  esta  obra  desmayada  una  oda  enfática  y  campa- 
nuda ,  á  la  cual  se  atreve  á  llamar  Sempere  un  monumento  literario.  Aun  fué  mayor  la  auda- 
cia de  Florian  cuando,  aludiendo  á  El  Poeta  filósofo,  no  titubeó  en  posponer  el  esclarecido 

Pope  á  Trigueros  : 

Et  dans  ses  vers  moraux  déplagant  de  ton  troné 
Le  poete  penseur  que  VAngleterre  próne. 

Forner,  cual  es  fácil  presimiir,  no  llevó  á  bien  el  agresivo  lenguaje  del  hel-esprit  francés, 
y  las  honrosas  aclaraciones  que  alcanzó  de  la  buena  fe  de  Florian  dejaron  muy  mal  parado 
á  Trigueros  (3). 

(1)  Entre  los  borradores  de  Forner^  que  tenemos  (2)  Monsienr  Raulin  d'Essars.  Había  ya  en  1783 

á  la  vista ,  hemos  hallado  este  trozo  de  un  poema  escrito   á  un  librero    de    Sevilla,   expresando   con 

burlesco  contra  Trigueros  :  entusiasmo  la  admiración  que  le  causaba  El  Poeta 

Dice,  fallando  cual  en  negro  trono,  filósofo.  Ahora  (Agosto  de  1784)  escribía  al  mis- 

Qne  rri<7<Tio7i  ((T)  (la  gracia  mo  TVí^Meros,  dándole  á  entender,  con  motivo  de 

Tal  era  de  mi  Af,mieK),  profanando  ¿^  Riada,  que  preferia  SU  estilo  al  de  Lope  y  Que- 

La  sacra  herencia  del  cantor  de  Tracia»  , 

D«l  Bétis  atronrt  la  verde  orilla,  VedO. 

Antes  quede  Castilla,  (3)  Véase  la  carta  de  Florian  á  Forner,  en  quo 

Con  sn  canto  inhumano,  desterrar»  aquél  des»ffravia  á  éste  con  la  más  franca  y  noble 

Lai  Musas  halagüeñas;  i      ix    j    t-.    -        i  i-       i  n  -        i 

Daba  de  rana  puntuales  señas,  lealtad.  Fue  publicada  por  Forner  en  un  opúsculo 

T  era  cangrejo,  porque  á  largo  paso,  úi\\\&áo:  Suplemento  al  artículo  TrigneTOS,  del  En- 

Oreyendo  caminar  hacia  el  Parnaso,  .^^  „„^  Biblioteca  por  el  doctOT  don  Juan  Sem- 

Mas  y  mas  se  alejaba  del  gran  monte,  ^        . 

pere  y  Quannos, 
{»)  Irigucroi, 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVm.  CXXV 

Forner  era  duro  en  sus  críticas  y  diatribas;  pero,  hombre  de  noble  carácter,  ni  aun  en  pro- 
vecho de  sus  ideas  podia  tolerar  falsedades  y  supercherías.  Aconteció  que  un  enemigo  de  Tri- 
gueros publicó  contra  éste  una  injuriosa  carta  en  el  Diario  de  Madrid,  firmándola,  sin  duda 
para  darle  mayor  fuerza  en  la  opinión,  con  las  iniciales  de  Forner  (J.  P.  F.).  Indignado  el 
recto  magistrado,  escribió  una  carta  á  Trigueros ,  á  pesar  de  la  enemistad  que  entre  ambos 
reinaba ,  para  declararle  que  no  era  autor  de  aquel  escrito.  La  contestación  autógrafa  de  'Tri- 
gueros se  conserva  entre  los  papeles  de  Forner  (1).  Es  una  larga  carta,  en  que  rebosa  la  amar- 
gura. Copiaremos  de  ella  algunos  renglones ,  ya  como  recuerdo  de  las  ásperas  costumbres  li- 
terarias del  sio-lo  último,  ya  también  como  ejemplo  del  dolor  que  causan  en  almas  delicadas 
los  ataques  críticoSj  cuando  son  personales,  desmesurados  y  violentos  ; 

Madrid,  1."  de  Marzo  de  1791. 

He  recibido  con  notable  complacencia  la  carta  de  usted  de  22  del  próximo  pasado  Febrero,  porque 
tengo  especial  gusto  en  que  una  carta  como  la  que  en  el  Diario  de  Madrid  de  9  del  mismo  se  publicó  en 
defensa  de  un  plagiario,  no  fuese  escrita  por  un  honrado  ministro  de  Su  Majestad...  Por  lo  mismo  celebro 
sobremanera  que  intente  usted  con  vigor  la  correspondiente  acción  para  que  se  descubra  y  se  castigue  el 
impostor,  que,  por  insultar  contra  toda  razón  á  un  hombre  aplicado  que  con  nadie  se  mete,  ha  tomado,  con 
las  iniciales  de  su  nombre  de  usted,  sus  expresiones,  su  estilo  y  su  antiguo  y  notorio  sistema  de  tra- 
tarme... 

Yo,  viendo  venir  contra  mi  sin  disimulo  una  granizada  de  palos ,  la  procuré  evitar,  sin  más  personalidad 
que  las  que  insinúa  la  misma  carta  agresora,  con  sus  alusiones  á  los  papeles  que  usted ,  inter  delicia  juvm- 
tutis  suoe,  imprimió  y  publicó  contra  mí,  sin  otro  motivo  que  haber  tenido  la  bondad  de  graduarme  por 
un  pedante  muy  inferior  á  su  talento  y  á  su  instrucción,  y  la  ingenuidad  de  juzgar  que  son  dogmas  in- 
falibles de  literatura  las  bellas  cosas  que  contra  mí  ha  esparcido,  enderezadas  á  quitarme  el  crédito,  el  ho- 
nor y  el  comer,  pues  yo  vivo  de  profesión  literaria,  mal  ó  bien  sostenida,  según  he  podido  entablarla  con 
el  trabajo  de  toda  mi  vida...  Usted  me  ha  tratado  en  público  de  vano,  presumido,  soberbio,  embustero,  de 
hombre  de  mal  ejemplo,  de  viejo  verde,  de  publicador  de  cartas  ajenas,  y  de  otras  mil  gracias  como  és- 
tas, que  ni  son  verdaderas,  ni  asuntos  literarios.  Meta  usted  la  mano  en  su  pecho,  y  verá  que  ni  merezco, 
ni  he  merecido  jamas,  el  modo  con  que  me  ha  tratado,  y  me  trata  aún  en  la  carta  que  recibo  hoy... 

Mis  circuustancias,  y  las  actuales  de  usted,  exigen  de  nosotros  distintos  procederes  de  los  que  pudieran 
disimularse  á  muchachos  y  escolares.  Es  tiempo  de  que  piense  usted  más  en  alentar  á  sus  contemporáneos 
que  en  exasperarlos...  Nadie  está  más  descontento  con  mis  escritos  que  yo  mismo.  Haga  usted  lo  mismo,  y 
aprovechando,  como  puede  ,  el  talento  que  Dios  le  ha  dado,  conseguirá  el  nombre  que  le  deseo,  edifican- 
do, y  no  destruyendo.  Como  soy  un  viejo,  doy  á  usted ,  que  es  un  mozo,  este  consejo,  por  pagarle  como 
cristiano... 

Repito  que  hará  usted  bien  en  descubrir  al  impostor';  pero  añado  que  hará  usted  mejor  en  perdonarle, 
como  yo  le  perdono...  Si  somos  literatos  ,  buenos  ó  malos,  seamos  hombres  y  cristianos.  Usted  puede  man- 
darme, y  experimentará  la  honradez  con  que  se  precia  de  ser  amigo  de  todos  su  servidor,  q.  s.  m.  b. — 
CÁNDIDO  María  Trigueros, 

Cuando  Trigueros  daba  á  Forner  esta  lección  moral,  tenía  cincuenta  y  cuatro  años;  For- 
ner treinta  y  cuatro. 

Las  obras  épicas,  líricas  y  di'amáticas  de  Trigueros,  sus  refundiciones  de  El  Anzuelo  de 
Fenisa ,  de  La  Estrella  de  Sevilla  y  otras ,  y  muy  especialmente  el  poema  La  Riada  y  la  co- 
media Los  Menestrales ,  acarrearon  al  buen  arcediano  zumbas  y  críticas,  menos  acerbas  que 
las  de  Forner,  porque  eran  menos  personales,  de  parte  de  Iriai^te,  de  Moratin  (Leandro),  de 
Huerta,  de  Melendezj  de  Vargas-Fonce.  Hasta  el  afán  de  saber  y  la  incansable  laboriosidad 
de  Trigueros  se  vohaan  en  contra  suya.  Moratiii  le  llama,  en  tono  burlón,  cr erudito,  mora- 
lista, poligloto,  anticuario,  economista,  botánico,  orador,  poeta  lírico,  épico,  didáctico,  trá- 
gico y  cómico »,  y  ademas  le  persigue  en  sus  sátiras  (2). 

(1)  Cartas  de  varios  literatos  i  Forner.  (OóñicQ  Hay  otro  más  enfadoso, 

perteneciente  al  señor  don  Luis  Villanueva.)  ^''^  insolente  y  perrera. 

*^  ,  .      '  Este  es  el  qne  inspira  tantos 

(2)  Moratin  dice  en  un  romance  satírico  ;  Versiiios  de  cadeneta, 

Asi  también ,  ademas  T  el  qne  regala  al  teatro 

De  estos  diablos  aoe  nos  cercan*  Uonstmos  en  tcz  de  comedlas.H 


cx:cvi  BOSQUEJO  HISTÓraCO  CRÍTICO 

Sólo  dos  poetas  españoles  de  cuenta  aplauden  las  obras  poéticas  de  Trigueros.  El  uno  era 
la  personificación  de  la  bondad  y  de  la  indulgencia, /ra^  Diego  González  (1);  el  otro,  uno  de 
los  más  n-fillardos  y  generosos  caracteres  que  produjo  el  reinado  de  Carlos  III,  don  Gaspar 
jlfelclio?'  de  JovcUanos.  Esto  hombre  excelente  cobraba  afición  á  todas  aquellas  personas  en 
quienes  descubría  laboriosidad  y  honradez.  Por  tales  prendas  estimaba  de  veras  á  Trigueros^ 
y  no  sólo  le  perdonaba  su  candoroso  engreimiento  literario,  sino  que  llevaba  hasta  el  aluciua- 
miento  la  indulgencia.  En  una  carta,  que  debió  de  hacer  pasar  felices  momentos  á  TrignerGs, 
no  sólo  le  dice  que  se  saborea  con  La  Riada ,  sino  que  le  participa  reservadamente  que  Los 
Menestrales  es  uno  de  los  dos  dramas  premiados  entre  los  cincuenta  y  cinco  que  fueron  pre- 
sentados al  concurso  propuesto  por  la  villa  de  Madrid.  ¡  Y  en  qué  términos  tan  lisonjeros  le 
dala  a  c^radable  noticia!  Esta  comedia  Los  Menestrales,  objeto  después  de  las  zumbas  de 
Liarte  y  de  tantos  otros ,  es  para  Jovellanos 

una  pieza  do  las  mejores  que  se  han  producido  para  nuestro  teatro,  la  más  acomodada  á  nuestro  genio 

y  costunilires,  y  la  más  propurcionaila  al  ol^jeto  y  á  las  ideas  del  dia Las  obras  premiadas  {Los  Idcnen- 

trales  y  Las  bodas  de  Camacho,  de  Melendez),  añade  Jovellanos,  acreditarán  por  sí  mismas  á  los  ojos  del 
miindu  literario,  que  las  ha  de  juzgar,  que  son  lo  mejor  que  ha  producido  nuestro  siglo  (2). 

l'uos  dos  meses  después  escribe  Jovellanos  á  Trigueros: 

La  suerte  de  ambas  comedias  en  el  teatro  no  ha  podido  ser  peor No  se  puede  dar  una  representación 

más  fria 

Y  en  otra  carta : 

El  juicio  de  la  república  literaria  decidirá  del  mérito  de  Los  Menestrales El  mejor  modo  de  vencer  á  los 

envidiosos,  es  seguir  trabajando  y  ganando  gloria  (3). 

Tres  meses  más  adelante ,  el  mismo  Jovellanos  le  envia  la  Carta  de  don  Antonio  Varas 
(Forner)  conti*a  La.  Riada ,  diciéndole  : 

No  está  (la  carta)  mal  escrita ,  ni  me  parece  despreciable  su  doctrina.  ¡  Así  fuera  tolerable  por  el  enco- 
co literario  con  que  se  escribió  ! 

Huella  debieron  dejar  en  el  ánimo  de  Jovellanos  los  clamores  críticos  y  satíricos  de  Forner 
y  de  otros  contra  la  poesía  de  Trigueros ,  cuando  ,  olvidando  sin  duda  las  bondadosas  alaban- 
zas con  que  habia  alentado  sus  tai'cas  poéticas ,  añade  inesperadamente  estas  desanimadoras 
palabras : 

Tómelo  usted  con  cachaza,  déjese  de  hacer  poesías,  y  trabaje  en  las  obras  proyectadas  (Memorias  para 
la  historia  del  comercio  de  la  Bélica  ,  etc.)  ,  en  las  cuales  tendrá  usted  menos  envidio?os,  porque  acaso  no 
habrá  quien  presuma  de  sus  ñierzas  la  capacidad  de  competirle.  Esto  sí  que  ofrece  una  posesión  de  gloria 
más  colmada  y  tranquila  (4). 

No  aprovechó  Trigueros  el  amistoso  consejo  de  Jovellanos.  Después  de  esta  época,  escribió 
otros  poemas ,  y  entre  ellos  el  titulado  Las  Majas ,  que ,  aunque  publicado  con  un  seudóni- 
mo para  sustraerse  á  la  malevolencia  de  sus  enemigos,  le  acarreó  nuevos  desabrimiento.-. 


ToT  é\Zava7n,execr&tílo  la  versificación ,  que  (por  ser  ellos  algo  nimios  en 

Au^or.  fatiga  las  prensas.  ^^^^     ^^^    especiahiiente  Butilo ,  cuyos  sáficos  nada 

T  el  rechinante  Tngucfot  '^           n    .  ,        ,  ,        ,      .        ni. 

Aborta  sna  epopeyas...  deben  en  ñuidez  á  los  latinos)  les  ha  parecido  algo 

Mientras  el  doctor  Gnarinos  dura.«  (Carta  autógrafa  de  fray  Diego  González  ú 

Tanto  mamarracho  inciensa,  padre  Miras,  escrita  en  Febrero  de  1776.) 

(2)  Carta  de  Jovellanos  á  Trigueros,  fecha  en 


Y  d  Triyueros  le  despacha 
El  titulo  de  poeta , 


¿Yo  he  de  escribir?...  Madrid,  el  20  de  Mayo  de  1784.  (Obras  de  Jovella- 

(1)  «La  bella  elegía  (de  Trigueros)  Á  la  muerte  nos,  tomo  l  de  esta  Biblioteca,  páginas  163  y  164.) 

de  Filis  ha  parecido  á  todos  estos  pastores  obra  de  (3)  Madrid,  10  de  Julio  y  10  de  Agosto  de  1784. 

excelente  gusto,,...  Sólo  han  puesto  algún  reparo  en  (4)  Madrid,  9  de  Noviembre  d^  1784, 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  cxxvii 

Dejó  en  prosa  escritos  apreciables,  cuya  larga  lista  da  glorioso  testimonio  de  su  inextingui- 
ble amor  á  las  letras  (1). 

Pasemos  ahora  ,  porque  así  lo  requiere  el  orden  histórico ,  á  la  conmemoración  de  varios 
jesuítas  ilustres ,  que  cultivaron  la  poesía  castellana  en  la  segunda  mitad  del  siglo  xyiil 

El  jesuíta  valenciano  don  3JanueI  Lasóla  fué  uno  de  los  más  esclarecidos  entre  aquellos 
insignes  varones,  que,  violentamente  lanzados  de  España  por  el  ímpetu  de  las  nuevas  ideas, 
llevaron  á  Italia  el  precioso  tesoro  del  estado  intelectual  de  España,  mucho  más  brillauto 
de  lo  que  la  Europa  sospechaba  (2),  y  cuya  luz  gloriosa  reflejó  sobre  la  patria,  que,  como  á, 
encarnizados  enemigos,  así  extrañaba  de  su  seno,  por  razón  de  estado,  á  muchos  de  sus 
mejores  hijos. 

Pudo  ser  juzgada  entonces  como  estorbo  político  la  institución  admirable  á  que  aquellos 
varones  pertenecían;  pero,  considerados  éstos  individualmente,  no  quedan  en  el  crisol  de  la 
justicia  sino  como  ejemplos  ilustres  de  virtud  y  saber.  El  padre  Isla,  el  abate  Andrés ,  Lasóla, 
Arteaga  ,  Burriel ,  Cerda,  Colomés ,  Montengon ,  Aymerich ,  Terreros,  Serrano,  Eximeno, 
Garda ,  Nidx ,  LampiUas ,  Masdeu ,  etc. ,  etc. 

¡  Cuántos  nombres  venerables  y  famosos !  \  Cuánto  con  ellos,  pasado  el  vértigo  filosófico, 
se  envaneció  esta  misma  España,  que  los  había  arrojado  á  tierras  extranjeras!  (3). 

Por  más  que  ardientes  encomiadores ,  paisanos  suyos,  hayan  querido  levantar  á  las  nubes 
el  estro  poético  del  abate  Lósala ,  no  es  menos  cierto  que  como  poeta  lírico  no  rayó  nunca  á 
grande  altura.  No  le  faltan  á  veces  ni  facilidad ,  ni  abundancia ,  ni  brío ;  pero  la  entonación 
de  sus  versos  suele  ser  monótona  y  amanerada ,  y  como  versificador  castellano  está  muy  le- 
jos de  poder  servir  de  modelo.  Treinta  años  de  residencia  en  Italia  le  habían  hecho  olvidar 
algún  tanto  la  modulación  rítmica  de  nuestro  idioma ,  é  incurría ,  por  otra  parte ,  si  bien 
menos  que  Montengon  y  algunos  otros  compañeros  suj^os,  en  italianismos  inadmisibles,  sin 
dejar  por  eso  de  manejar  el  habla  de  la  patria,  aunque  sin  pureza,  con  enérgico  desembara- 
zo. Su  vocación  dominante  fué  el  teatro.  Allí  encontró  un  campo  de  verdadera  gloria.  La 
Italia  se  admiraba  con  razón  de  que  un  extranjero  hubiese  llegado  á  manejar  la  lengua  del 
Tasso  con  tanta  maestría  y  elegancia  (4). 

Entre  estos  jesuítas  expulsados,  don  Francisco  Javier  Alegre,  natural  deYera-Cruz,  lati- 


(1)  Véase  esta  lista  en  uno  délos  tomos  signien-  el  distinguido  elogio  que  hizo  de  ellos  el  escritor 
tes,  al  frente  de  sus  poesías.  Monti.  atribuyéndoles  en  mucha  parte  los  progresos 

(2)  Dan  muy  ventajosa  idea  de  la  actividad  lite-  de  las  letras  en  Italia.  » 

raria  de  los  jesuítas  españoles  del  último  siglo  los  (4)  Sus  principales  obras  dramáticas  son  las  ira- 
dos libros  siguientes :  gedias  Giovani  Blancas,   Ormismda ,  Sancho  Gar- 

Operum  Scriptorum  olim  é  Socletate  Jesu  in  Ita-  da,  Roberto,  Iphigenia  in  Aúllele,  Lucia  Miranda, 

liam   deportatorum  Index.  Su   autor,  el  abate  don  Berenice;  las  comedias  La  vcrginitá  trionfante,  II 

Onofre  Prat  de  Sabá,  jesuíta  catalán,  que  falleció  Filosofo  moderno ,  y  las  escenas  \mcB.s  A gostino  y 

en  1810,  y  publicó  su  obra  con  el  seudónimo  alegó-  Margherita  di  Cortona.  Puede  formarse  juicio  del 

rico  de  Josepho  Fontio  á  Valle  Ausetano.  Fué  im-  éxito  délas  obras  de  este  esclarecido  escritor  por  las 

preso  en  Eoma,  1803.  siguientes  palabras  del  abate  don  Juan  Andrés,  en 

Bibliothecce  Scriptorum  Societatis  Jesu  Supple-  su  importante  obra  DelVorigine,  progressi  e  stato 

menta,  por  Diosdado  Caballero.  Fué  impresa  esta  attuale  d'ogni  leiteratura  (tomo  n)  : 

obra  en  el  tomo  iv  de  la  Racolta  Ferrarese  dVpos-  Ma  sopra  tutti  (gli  spagnoli  venuti  in  Italia)  il 

culi  scientifici  e  letterari ,  etc.  Lassala  et  il  Colomés  hanno  ottenute  lodi  distinte  e 

(3)  «Los  jesuítas  (dice  Sempere),  ó  por  las  partí-  fatto  risonare  dal  suo  neme  iteatri  dJtalia. 
Guiares  constituciones  de  su  gobierno,  ó  porque,  es-  El  padre  Bernardo  García,  establecido  en  Vene- 
tando  encargados  de  la  enseñanza  de  los  jóvenes  se-  cia  después  de  la  expulsión,  fué  uno  de  los  jesuitas 
glares ,  conocieron  la  necesidad  de  conformarse  en  españoles  que  conquistaron  laureles  en  la  poesía 
ella  al  método  que  se  seguía  ya  en  los  colegios  más  dramática.  «Admiró  á  la  Italia  (dice  Fuster)  con 
acreditados  de  Europa,  al  tiempo  de  su  expulsión  sus  composiciones  dramáticas,  que  fueron  represen- 
tenian  ya  en  su  Compañía  buenos  humanistas,  an-  tadas  con  grande  aplauso.» 


ticuaríos  y  matemáticos.  Ya  he  puesto  en  otra  parte 


CT.xvm  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

nista  y  lielenista  consxiniado ,  si  bien  de  escaso  renombre  en  España,  era  uno  de  los  literatos 
más  instruidos  v  de  más  aciúsolado  gusto  literario  de  Europa,  según  el  estado  de  la  crítica 
en  aquella  era  doctrinal.  No  podemos  menos  de  hacer  aquí  de  él  mención  honrosa.  Tradujo  en 
verso  latino  La  litada,  y  escribió  ademas  un  poema  latino  La  Alejandriada  (1).  Pero  lo  que 
nos  nuieve  i)r¡ncipalmcnte  á  conmemorar  los  merecimientos  literarios  de  este  aventajado  hu- 
manista, es  la  notable  traducción  en  verso  que  hizo  del  Arte  poética  de  Boileau  (2).  Esta  ver- 
sión libro,  esciita  por  lo  general  en  gallardo  estilo,  como  de  hombre  que  está  familiarizado 
con  las  leyes  del  idioma  y  de  la  versificación ,  no  llegó  á  darse  á  la  estampa ,  aunque  en  rea- 
lidad harto  más  lo  merece  que  la  traducción  del  mismo  Boileau  por  Madramany  y  otras 
obras  de  semejante  índole,  que  lograron  en  aquellos  y  en  posteriores  tiempos  los  honores  de  la 
publicidad.  Las  eruditas  y  á  veces  luminosas  notas  de  Alegre  á  la  Poética  dan  clara  idea  a:jí 
de  su  feliz  instinto  crítico  como  del  estado  del  gusto  en  aquel  tiempo,  en  que  por  completo 
dominaban  va  entre  nosotros  las  doctrinas  de  los  preceptistas  extranjeros.  La  gran  sensatez 
que  reina  en  la  major  parte  de  los  dogmas  de  Boileau  le  cautiva,  porque  cuadran  grande- 
mente estos  doormas  á  su  razón,  llevada  por  el  estrecho  carril  de  la  educación  literaria  que 
habia  recibido.  Las  letras  castellanas  del  siglo  de  oro  le  deleitan.  La  libertad  indisciplina- 
da de  nuestro  teatro  le  sorprende,  y  embaraza  su  sentido  crítico.  Se  trasluce  que  su  ins- 
tinto, inclinado  á  lo  grande  y  á  lo  bello ,  le  hace  amar  aquello  mismo  que  las  reglas  conven- 
cionales le  obligan  á  condenar.  Así  es  que  no  perdona  á  Luzan  que  deprima  á  veces  á  los 
escritores  españoles,  que,  á  su  juicio,  no  llegó  á  comprender;  y  cuando  se  ve  en  la  necesidad 
de  ser,  como  traductor,  eco  de  la  acusación  satírica  que  hace  Boileau  á  Lope  de  Vega  en 
aquellos  conocidos  versos : 

Un  rimeur  sans  péril,  de  la  les  Pyrénées, 
Sur  la  scéne  en  unjour  r enferme  des  années. 
La  souvent  le  héros  d'un  spectacle  grossier, 
Enfant  au  premier  acte,  est  barbón  au  demier; 

por  más  que  esto  no  sea  sino  traducion  de  lo  mismo  que  Cervantes  habia  dicho  un  siglo  an- 
tes (3) ,  no  puede  menos  Alegre  de  salir  á  la  defensa  del  Fénia^  de  los  ingenios ,  disculpando 
con  los  versos  mismos  del  Arte  de  hacer  comedias  el  desvío  de  la  forma  clásica. 


(1)  El  padre  Alegre  escribió  un  curso  completo  per  la  traduzione  rfeZ/'IlHade,  quei premi  che  in  se- 
de teología.  Fué  este  escritor  muy  admirado  en  Ita-  cali  piu  felici  abbrevero  ottenuto  i  Poliziani  et  i  Fi- 
lia. Su  traducción  de  Homero  y  su  poema  Alexan-  lelfi. 

dríadas,  sive  de   expugnafione  Tyri  ab  Alexandro  (2)  Esta  traducción  autógrafa  forma  parte  de  la 

Macedme  se  publicaron  en  1776.  —  Dos  años  des-  colección  de  manuscritos  literarios  de  nuestro  ilus- 

pues  decia   el    célebre   periódico    Efemeridi   lette-  trado   amigo   el   señor  don    Aureliano  Fernandez- 

rarie  di  Roma  (28  de  Noviembre  de  1778)  :  Guerra.  Fué  regalada  á  su  padre  por  don  Ángel  San- 

Succede  alia  versione  rfcZniliade  TAlessandria-  diez,  autor  de  ia  TiVmrfct  y  de  otras  muchas  obras, 

de,  ovverb  la  Espugnazione  di  Tyro  fatta  d'Ales-  amigo  de  Alegre,  y,  como  él,  sacerdote  de  la  Com- 

sandro  Magno ,  poema  gioranile   del  nostro  autora  pafiía  de  Jesús. 
(A  legre),  divis»  in  quatro  lihri.  In  esso  non  solo  cam-  Empieza  así : 

pegia   vlstro  poético  famiUare  airautore,  e  senza  X  la  frondosa  cima  de  Helicona 

del  quale  in  vano  avrchbc  tcntato  di  condurre  si  egre-  ^^  temerario  autor  aspira  eu  vano, 

giamente  a  fine  la  versione  della  Illiade  (giaclic  prr  Y  en  vano  la  corona 

traslatare  drgnamenfe  Omero,  vi  vuole  piU  abbonde-  Ceñir  pretende  de  laurel  lozano, 

voU  vena  di  poesía  che  altri  non  pensa);  ma  vi  si  cir:fsterioírfl3o 

scorge  eziandio  un  giudizw  assat  fino  per  ben  guidare  ^^  ¡^  ^^^^^^  ^^^^  el  ^acer,  poeta 

v,rui  poética  azione : 

Orazie ,  che  a pochi  ii  cid  largo  destina.  (3)  «¿Qué  mayor  disparate  puedo  ser  que  salir 


un  niño  eu  mantillas  en  la  primera  escena  del  pri- 
Chiudiamo  'il  'presente  'estrado ,  augurando  alVil-       mcr  acto ,  y  en  la  segunda  salir  ya  hecho  hombre 
lustn  autore  per  le  sue  virtmse  fatiche,  e  massime      barbado  ? »  {Don  Quijote ,  parte  i ,  cap.  xi^viii,} 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  ÉN  EL  SIGLO  XVIIL  CKxijí 

Hablando  del  gongorismo,  lo  juzga  con  un  solo  rasgo,  en  este  bello  y  exacto  pensa- 
miento : 

«El  entusiasmo  poético  no  ha  de  ser  trastorno,  sino  elevación  de  la  fantasía.  D 
Aunque  fiel  sectario  de  la  doctrina  de  Boileau,  no  se  ciñe  Alegre  á  una  mera  j  escrupulo- 
sa traducción.  «Añade ,  quita  y  muda»,  según  lo  declara  él  mismo,  y  por  lo  común  susti- 
tuye á  los  ejemplos  franceses  de  Boileau  alusiones  y  ejemplos  sacados  de  autores  españoles. 
'  E  ste  es  el  principal  interés  que  ofrece  esta  obra ,  más  notable  aún  por  las  notas  que  por  el 
texto,  y  muy  adecuada ,  entre  las  de  su  tiempo,  para  comprender  la  transformación  histórica 
de  las  letras  castellanas  en  aquella  época. 

No  nos  detendremos  á  hablar  del  padre  Isla ,  poeta  rastrero ,  que  satirizó  en  verso  los  poe- 
mas narrativos  castellanos ,  y  singularmente  los  consagrados  á  vidas  de  santos ,  como  habia 
satirizado  en  prosa  los  malos  sermones  (1).  Tampoco  hablaremos  detenidamente  del  padre 
José  Díaz ,  que  escribió  Tragedias  sagradas  y  murió  en  Ferrara,  en  1793;  ni  de  don  Pedro 
Ceris  y  Gilabert ,  que,  por  su  gracia  y  facilidad  en  componer  versos  españoles  é  italianos, 
lució  notablemente  en  el  grupo  numeroso  de  sabios  jesuítas ,  de  España,  de  Italia  y  de  otras 
naciones ,  que  se  reunió  en  Ferrara  después  de  la  expulsión  (2). 

Algo  más  diremos  del  ilustre  jesuíta  alicantino  don  Pedro  Moyúengon.  Por  su  instrucción, 
por  el  sentido  moral  de  sus  escritos  y  por  su  afanosa  laboriosidad,  merece  mención  honro- 
sísima en  la  historia  literaria  del  siglo  último.  En  Genova  y  en  Ferrara  le  conoció  y  trató 
el  famoso  abate  Andrés,  al  mismo  tiempo  que  á  otros  jesuítas  distinguidos  en  ciencias  y  letras, 
y  conservó  de  él  recuerdos  especiales  de  estimación  y  afecto  (3).  Su  aliento  literario  era 
grande ,  y  sus  fines  encumbrados  y  provechosos.  Con  sus  novelas  aspiraba  á  difundir  sanos 
sentimientos  morales,  y  con  sus  versos  á  vigorizar  la  llama  moribunda  de  las  antiguas  glo- 
rias españolas.  Su  largo  destierro  no  entibió  nunca  su  ardiente  patriotismo ,  pero  quitó  á  su 
lenguaje  el  sabor  castizo  y  natural  de  los  hablistas  castellanos.  Sus  obras  están  plagadas  de 
italianismos  y  de  arcaísmos  extraños  y  mal  traídos ,  que  dan  a  su  estilo  cierto  carácter  arti- 
ficial y  trabajoso.  Él  mismo  desconfiaba  de  haber  manejado  con  pureza  el  habla  castellana  en 
El  Ensebio ,  después  de  diez  y  ocho  años  de  residencia  en  Italia ,  y  rogó  á  sus  amigos  que 
depurasen  la  dicción  y  el  lenguaje  antes  de  la  impresión.  Don  Antonio  Sancha  se  encargó  de 
ésta,  pero  no  confió  á  buenas  manos  la  corrección  que  el  modesto  jesuíta  deseaba,  y  queda- 
ron en  la  obra  innumerables  voces  y  locuciones  extravagantes  ó  impuras  (4). 

En  la  poesía  adolece  Montengon,  aun  más  que  en  la  prosa,  de  este  defecto,  que  tanto  des- 


(1)  El  ^arfrc /sZa  ha  sido  ya  juzgado  con  amplitud  Entre  sus  versos  italianos,  fueron  muy  celebra- 
y  acierto  en  el  tomo  xv  de  ¡aprésente  Biblioteca.  dos  los  que  compuso  Al  árbol  de  la  Cruz.  Murió  en 
La  obra  á  que  aquí  aludimos  es  El  Cicerón,  poema  Ferrara,  en  1795. 

satírico,  en  diez  y  seis  cantos,  cuyo  autógrafo  se  (3)  Cartas  familiares  del  abate  don  Juan  Andrés 

conserva  en  el  Ateneo  de  Boston  (Estados-Unidos).  á  su  hermano  don  Carlos ,  dándole  noticia  del  viaje 

Para  comprender  la  razón  con  que  el  padre  Isla  que  hizo  á  varias  ciudades  de  Italia.  Véase  especíal- 

ridiculiza  aquella  plaga  de  malos  poemas,  entre  los  mente  la  carta  escrita  en  Mantua,  el  16  de  Mayo 

cuales  debe  contarse  el  suyo,  véase,  en  uno  de  los  de  1786,  y  aquella  en  que  refiere  su  visita  á  Geno- 

tomos  siguientes,  nuestro  Catálogo  de  poemas  caste-  va  (1791).  Dice  en  ésta  :  «Lo  apartado  de  la  casa  de 

llanos  del  siglo  xviii.  don  Pedro  líontengon  no  le  detuvo  para  hacer  vá- 

(2)  Era  el  abate  Ceris  muy  aficionado  á  ciertas  rias  veces  un  incómodo  viaje  y  favorecerme  con  su 
combinaciones  métricas,  y  alguna  vez  las  formaba  compañía.» 

con  gusto  y  soltura,  como  puede  verse  en  la  si-  (4)  Sempere  nota  las  siguientes  :  plegarse  á  lat 

fíente  estrofa  de  su  oda  A  la  primavera :  circunstancias ;  maneras^  por  modales  ;  relaja  de  áni- 


Oh  ninfas ,  venid  al  prado , 


mo;  jubilar,  por  alegrarse  ;  pro/undir;  y  otras,  co- 
Matiáado        ^       '  ^o  fantasear  y  parar  mientes.  Estas  dos  últimas  las 

De  blancas  y  azules  flores ;  censura  sin  razón.  Otras,  que  no  cita  Sempere,  son 

Oh  ninfas,  oíd  los  ti-inos  igualmente  reparables,  como  vigorea  por  vigoriza, 

Matutinos  ,  n  x 

»e  103  dulces  ruiseñores.  mormuno  por  murmullo ,  etc. 


cxxs.  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

luce  sus  escritos.  Las  canciones,  anacreónticas,  endechas  y  églogas  de  El  Mirtilo  son  por 
extremo  insípidas  y  amaneradas.  Su  afición  á  la  vida  campestre ,  nacida  del  artificial  entu- 
siasmo de  quien  la  admira  desde  su  gabinete ,  no  le  inspira  por  lo  común  sino  ideas  falsas 
y  exageradas ,  como  cuando  dice ,  en  un  tono  por  cierto  más  agradable  del  que  suele  emplear 
en  sus  versos ; 

Un  cayado  y  un  hato  de  corderos , 

Con  un  sayo,  aunque  pobre,  son  bastantes 

Para  unir  los  afectos  más  sinceros , 

Y  hacer  así  dichosos  dos  amantes. 

Su  amor  á  Dios  y  á  la  naturaleza  le  inspiran  á  veces,  si  no  pensamientos  nuevos  y  subli- 
mes, dignos  de  la  alta  lírica,  al  m¿uos  ideas  elevadas,  propias  de  un  corazón  sensible  y 
cristiano  (1). 

En  las  odas ,  que  es  el  género  que  Montengon  cultivó  con  más  empeño  y  con  menos  fortu- 
na, bay  una  sola  cosa  que  admirar  :  los  títulos  de  ellas,  esto  es,  los  nobles  y  encumbrados 
asuntos  que  bullían  en  la  mente  del  poeta.  ¿  Quién  no  recuerda  con  grima  y  hastío  los  obje- 
tos triviales ,  chabacanos  y  aun  viles  á  que  dedicaban  sus  versos  los  escritores  de  la  decaden- 
cia en  la  primera  mitad  del  siglo ?  Honor  merecen  aquellos  contados  poetas  que,  abando- 
nando la  trillada  senda  de  la  poesía  familiar  ó  de  las  insulseces  bucólicas,  levantaron  la  poe- 
sía á  los  altos  espacios  donde  ella  tiene  su  natural  esfera.  Cuando,  en  1776,  Jovellanos  acon- 
sejaba, no  del  todo  con  sana  crítica  ^  pero  con  grave  y  elocuente  acento,  á  sus  amigos  de  Sa- 
lamanca que  dieran  tregua  á  los  cantos  de  amor,  y  emplearan  su  lira  en  ensalzar  la  fe ,  la 
virtud ,  las  glorias  bélicas  de  la  patria ,  y  este  consejo  ftié  escuchado  y  acatado  en  la  escuela 
salmantina  como  una  novedad  doctrinal,  ya  el  patrio  instinto  habia  señalado  esta  laudable 
senda  á  dos  poetas  oscuros.  Un  abogado,  don  José  Muñoz,  con  el  designio  de  desterrar  los 
romances  de  guajyos ,  bandidos  y  otros  héroes  populares  de  perversa  ralea ,  habia  publicado 
algunos  romances ,  que  titviló  militares ,  consagrados  á  cantar  hazañas  de  famosos  soldados 
españoles.  Alontengon,  apenas  conocido  entonces,  escribía  por  aquellos  tiempos  en  Ferrara 
una  copiosa  colección  de  odas ,  que  imprimió  después  en  la  misma  ciudad ,  con  el  seudónimo 
de  Filopatro.  No  hay  asunto  noble ,  santo,  útil ,  grande  ó  heroico  que  no  tratase  Montengon. 
El  trabajo,  la  navegación  ,  el  comercio,  la  supresión  de  la  tirata  ,  la  educación,  e\ patriotismo,  Guz- 
man  el  Bueno,  Pelayo,  el  Gran-  Capitán ,  el  Cid ,  Diego  García  de  Paredes ,  el  cardenal  Jimé- 
nez de  Cisneros ,  la  muerte  de  Garcilaso,  el  descubrimiento  de  América ,  los  Andes ,  el  Potosí, 
la  victoria  de  Otumba ,  las  artes ,  la  virtud ,  Hernán-  Cortés ,  los  canales  de  navegación ,  San 
Fernando,  Carlos  V,  Carlos  lll ,  Campománes,  Jorge  Juan ,  las  batallas  de  las  Navas  y 
de  Clavijo;  estos  y  otros  muchos  elevados  objet9s  resuenan  en  la  lira  del  jesuíta  expatriado. 
Hasta  se  atreve,  á  pesar  de  su  índole  modesta,  á  rivalizar  con  Fernando  de  Herrera,  escri- 
biendo una  oda  A  la  victoria  de  Lepanto.  No  hay  que  decir  si  salió  vencido  en  la  insensata 
competencia  (2).  Por  desgracia ,  era  impotente  el  ambicioso  aliento  de  la  musa  de  Montengon. 
Sus  poesías  no  corresponden  ni  con  mucho  á  la  nobleza  de  su  intención.  Falto  en  sumo  gra- 
do de  sentimiento  poético,  intentaba  imitar  á  Herrera  y  ^  fray  Luis  de  León,  dos  poetas  de 
índole  diferente  y  hasta  contraria ,  ambos  inimitables.  El  estilo  de  Montengon,  así  como  su 
lenguaje,  monótono,  embotado,  por  decirlo  así,  por  una  erudición  pedantesca  y  por  extra- 
vagantes frases ,  giros  y  palabras ,  y  ademas  poco  acrisolado,  produce  en  el  ánimo  de  los  lec- 
tores insufrible  cansancio,  flay  destollos  felices  en  muchas  de  sus  composiciones,  mas  ni 
una  sola,  acabada,  que  deje  verdadero  embeleso  en  el  entendimiento  y  en  el  oido. 


(1)  Como  muestra  de  esta  poesía,  sana,  aunque  (2)  La  oda  de  Montmgon  empieza  asi: 

poco  inspirada,  puede  citarse  la  canción  de  El  Mir-  s  br  tu  nebio  santo 

tilo  que  empieza :  r^j,  ^j^  eterno,  Señor,  no  está  doi-mido... 
i  Ob  t  cuánto  me  euamora  i  et«. 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  cxxxi 

Cuando  aconseja  humanidad  á  los  gobernadores  de  las  Indias ;  cuando  presenta  á  Hernán- 
Cortés  ,  conmovido  ante  el  sepulcro  de  la  india  doña  Marina ,  atribuyendo  á  su  amor  y  cá  su 
lealtad  la  gloria  de  la  conquista  de  Méjico ;  cuando  levanta  su  voz  contra  la  esclavitud  de  los 
negros ;  cuando  maldice  las  riquezas  del  Potosí,  como  adormecedoras  de  la  actividad  españo- 
la; cuando  dice  que  en  el  Perú 

Amor  exhala  el  deleitoso  suelo, 

y  que  las  minas  de  oro  y  plata  de  Caravaya  y  de  Arequipa  no  valen  lo  que  el  amor  desin- 
teresado de  una  limeña;  cuando  se  pasma  ante  la  grandeza  del  Cbimborazo  y  del  encendido 
Cotopaxi ;  cuando  ensalza  el  ímpetu  de  los  héroes  castellanos ,  los  útiles  afanes  de  los  sabios 
y  la  cordura  de  los  hombres  de  Estado,  Montengon  entra  sin  duda  en  el  camino  por  donde 
van  los  grandes  poetas  de  la  civilización  y  de  la  gloria.  Pero  no  sabe  andar  por  él.  Como  el 
caminante  extraviado,  que  ve  una  luz  lejana  en  las  tinieblas  de  la  noche,  y  no  acierta  á  lle- 
gar á  ella,  Montengon  divísalas  maravillas  del  mundo  material  y  las  grandezas  del  alma  hu- 
mana; las  siente  acaso  en  su  entendimiento  y  en  su  corazón ;  pero  no  tiene  color,  ni  luz,  ni 
tino,  ni  fuerza  para  describirlas.  Ve  la  belleza  y  no  sabe  cantarla.  Es  escritor  de  noble  espí- 
ritu y  de  meritoria  intención.  No  es  bastante :  le  falta  la  llama  divina  del  poeta.  La  posteri- 
dad debe  recordar  su  nombre  con  respeto,  pero  puede  olvidar  sus  obras. 


CAPITULO  XII. 

Continuación  del  reinado  de  Carlos  III.—  Sazón  completa  de  la  nueva  era  literaria. — Cuatro  magistrados  poetas.-— 
Melendez  Valdés. — Jovellanos. — Forner. — Vaca  de  Guzman. 

No  sin  razón  hizo  época  en  los  anales  literarios  de  España  la  publicación  de  las  primeras 
poesías  líricas  de  don  Juan  Melendez  Valdés  (1785).  Era  éste  un  poeta  verdadero,  no  de  nu- 
men sublime  y  pindárico,  como  han  repetido  tantas  veces  sus  maestros,  sus  amigos  y  sus 
alumnos;  pero  sí  de  índole  fácil,  abundante  y  amena.  Cadalso,  Huerta,  fray  Diego  Gonzá- 
lez, cuantos  le  habían  precedido,  sin  excluir  á  don  Nicolás  Fernandez  de  Moratin,  le  son  in- 
feriores bajo  muchos  y  muy  esenciales  aspectos.  Las  obras  de  aquellos  escritores  no  pueden 
parecer,  en  rigor,  á  la  posteridad  sino  ensayos  y  esfuerzos  más  ó  menos  firmes  y  luminosos 
de  una  era  literaria  que  aun  no  se  hallaba  fija  y  definitivamente  asentada.  Melendez,  con 
todos  sus  defectos,  que  no  son  insignificantes  ,  fué,  no  sólo  el  poeta  principal  de  su  tiempo, 
Bino  el  que  dio  con  sus  brillantes  obras  sanción  y  autoridad  á  la  nueva  poesía ,  al  nuevo  len- 
guaje, al  nuevo  carácter  literario,  que  se  habían  ido  formando  en  España  desde  el  adveni- 
miento al  trono  de  la  dinastía  de  Borbon.  Había  en  su  talento  poético  circunstancias  de  di- 
verso y  aun  contradictorio  linaje,  que  ,  entre  sí  combinadas,  constituían  su  peculiar  carácter. 
Carecía  de  fuerza  creadora  y  de  originalidad  vigorosa;  y  sin  embargo,  descuellan  en  sus 
versos  espontaneidad  y  soltura.  Pero  no  hay  que  dejarse  alucinar  por  esta  seductora  aparien- 
cia. Poseía  Melendez  en  alto  grado  un  instinto  imitativo,  no  vulgar  ni  rastrero,  que  podría- 
mos llamar  facultad  de  asimilación.  Detras  del  epicurismo  risueño,  que  es  para  Melendez  in- 
agotable vena,  se  trasluce  á  las  claras  el  espíritu  de  Anacreonte,  la  gracia  de  Villegas,  algo 
del  primor  galante  de  los  madrigales  franceses ,  y  hasta  el  voluptuoso  descaro,  mal  disfrazado 
con  la  dulzura  de  la  forma ,  del  poeta  holandés  Juan  Segundo  (1).  El  anhelo  de  graves  refor- 

(1)  Fué  secretario  del  Arzobispo  de  Toledo,  acom-  los  veinte  y  cinco  afios  de  edad ,  en  1536 ,  el  mismo 
¡tañó  á  Carlos  V  en  la  jornada  de  Túnez,  y  murió,  á       año  que  Garcilaso.  Escribió  muchas  poesías  latinas; 


CXXxn  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

mas  y  de  renovación  y  adelantamiento  moral,  que  conmovía  los  ánimos  en  el  reinado  de 
Carlos  III,  lleva  como  á  remolque  el  estro  de  Melendez  al  campo  de  las  meditaciones  profun- 
das, ora  sociales,  ora  filosóficas.  Jovellanos  le  presentó  la  poesía  amorosa  como  un  devaneo 
insustancial,  que  no  granjeaba  alto  renombre  (1),  j  acabó  por  hacerle  mirar  con  rubor  los 
cantos  de  amores,  y  arrojar  el  caramillo  pastoril  y  que  era  al  cabo  la  verdadera  lira  de  Melendez. 

Lo  paso  muy  mal  (escribía  á  Jovellanos)^  con  un  gravísimo  dolor  de  cabeza,  que  no  me  deja  vivir  seis 
días  liá.  Ni  be  dormido  las  noches,  ni  descanso  los  dias...  Desde  el  año  pasado,  que  caí  malo  y  arrojé  al- 
guna sangre,  me  ba  quedado  una  destemi)lauza  lenta...  ¡Si  V.  S.,  amigo,  pudiera  con  sus  plegarias  librar- 
me de  esto,  como  me  ha  convertido  con  sus  amonestacíonea  de  escribir  amores  y  ternuras! 

Salamanca,  14  de  Setiembre  de  1776  (2). 

En  Julio  de  1779  envió  á  Jovellanos  la  primera  composición  filosófica  que  había  escrito, 

siguiendo  las  advertencias  de  su  amigo,  á  saber  :  la  oda  titulada  La  Noche  y  la  Soledad  y  que 

empieza  : 

Vén  ,  dulce  soledad,  y  el  alma  mía,,. 

Curioso  es  el  juicio  que  en  su  carta  forma  el  mismo  Melendez  de  esta  composición ,  confe- 
sando que  habia  tenido  que  inspirarse  con  la  lectura  de  Las  Noches,  de  Young ,  y  que  en  la 
fatiga  del  desempeño  no  habia  alcanzado  á  dar  al  pensamiento  enlace  y  armonía.  Hé  aquí  la 
carta : 

Mi  más  venerado  amigo  :  Remito  á  V.  S.  esa  canción ,  cuyas  primeras  estrofas  me  dictó  el  mal  hu- 
mor y  la  melancolia ,  y  la  amistad  que  siguió,  las  demás...  No  busque  V.  S.  en  ella  orden  ni  plan  ,  porque 
no  he  tenido  otro  que  el  de  la  imaginación,  que,  ya  ardiente,  ya  más  templada  ,  me  presentaba  los 
objetos  y  me  los  hacia  exprimir  con  la  fuerza  y  calor  porporcionados  á  sus  situaciones.  Al  principio 
creí  no  saliese  tan  larga ;  pero  el  tiempo  y  la  meditación  me  fueron  ministrando  nuevas  ideas  y  pen- 
samientos ,  y  acaso  por  esto  no  tendrán  algunas  estrofas  aquel  lugar  determinado  que  debieran  tener. 
A  mí  me  ha  sido  después  casi  imposible  volverlas  á  fundir,  y  he  querido  más  dejarlas  en  aquel  menos 
importuno  y  desordenado,  que  trastornarlas  de  nuevo,  creyendo,  como  creo,  que  el  desorden  no  desdice 
tanto  en  estas  obras,  como  la  marcha  seguida  y  lenta  ;  porque  la  imaginación,  aunque  regular,  no  es  me- 
cánica ni  compasada. 

No  busque  V.  S.  tampoco  el  estilo  magnífico  y  terrible  del  inimitable  Toiing,  ni  la  fuerza  divina  de 
BUS  sentencias.  Sus  años,  sus  doctrinas,  su  situación,  y  más  que  todo,  su  genio,  son  infinitamente  supe- 
riores, para  querer  yo  presumir  tan  atrevidamente.  Mi  canción,  al  lado  de  sus  Noches,  es  una  composi- 
ción lánguida,  sin  moral ,  débil :  mis  pensamientos  vulgares,  mis  pinturas  poco  vivas,  y  mis  arrebata- 
mientos frios.  Las  musas  castellanas  son  capaces  de  todo,  pero  la  humilde  musa  de  Butilo  no  puede  tan- 
to. Hallará  V.  S.  algunos  pensamientos  tomados  de  la  noche  décima,  que  es  del  mismo  asunto;  pero 
confieso  llanamente  que  no  han  sido  hurtos.  Yo  he  leido  muchísimo  Las  Noches,  me  he  quedado  con 
mucho,  y  aunque  en  esta  composición  no  quise  verlas  de  propósito,  temiéndome  lo  que  me  ha  sucedido, 
bailé,  concluida  mi  obra  y  cotejándola  con  la  noche  que  be  dicho,  algunos  pensamientos  ya  ocupados  por 
él ,  y  que  yo  me  creia  originales ;  aunque  no  son  tantos,  á  mi  ver,  que  puedan  por  este  lado  desacredi- 
tarme... 

Este  genero  de  composiciones  no  es  familiar  entre  nosotros.  La  moral  puede  en  ellas  elevarse  y  tomar 
toda  la  pompa  y  ornato  que  merece.  Nuestras  musas  pueden  cultivar  este  género  nuevo,  y  emplear  útil- 
mente sus  cánticos  divinos. —  Salamanca,  17  de  Julio  do  1779. 

Jovellanos ,  al  contestarle ,  le  manifestó  con  lisura  la  falta  de  cohesión  y  conjunto  que  se 
advierte  desde  luego  en  la  oda.  Así  se  infiere  de  la  réplica  de  Melendez : 

que  llamaron  la  atención  general  por  la  gracia  y  fa-  ellas.  Melendez ,  en  algunas  de  sus  anacreónticas, 

ciudad  del  lenguaje.  imita  estas  poesías  eróticas,  especialmente  los  6e- 

Herrera  las  cita  en  su  comentario  á  las  obras  de  «os  4,  11  y  19. 

Garcilaso.  Las  diez  y  nueve  composiciones,  conocí-  (1)  Véase  la  epístola  de  Jovellanos,  titulada  Joiñ' 

das  con  el  nombre  de  Besos  de  Juan  Segundo,  en  no  á  sus  amigos  de  Salamanca,  escrita  en  Sevilla, 

las  cuales  raya  en  escándalo  la  expresión  sencilla  y  en  1776. 

vehemente  de  los  impulsos  amorosos  de  un  mancebo  (2)  Esta  y  las  demás  cartas  que  se  citan  en  el 

de  veinte  años,  le  granjearon  grande  y  justa  cele-  presente   capítulo,  existen  autógrafas  en  la  colec- 

bridadjpor  la  inspiración  poética  que  sobresale  en  cion  del  señor  Marqués  de  Pidal.                                 ; 


íje  la  poesía  castellana  en  el  siglo  xvm.  cxxxni 

Convengo  en  la  censura  de  la  canción.  ¿No  le  decía  yo  á  V.  S.  que  no  iba  igual,  y  que  iba  con  muchas 
añadiduras?...  No  extrañe  V.  S.  el  que  ande  vagando  ahora,  sin  fijarme  en  nada.  Este  género  moral  me 
gusta  muchísimo,  aunque  me  conozco  sin  caudal  suficiente  para  él.  Pero  el  deseo- de  tener  algo,  que  no 
fuese  amores,  que  poder  mostrar  á  personas  á  quienes  no  deben  manifestarse  bagatelas,  me  hizo  querer 
probar  sí  podia  algo  en  este  género. — Salamanca,  14  de  Agosto  de  1779. 

Ya  en  la  esfera  filosófica ,  el  numen  flexible  de  Melendez  se  identifica  con  las  tendencias  do 
la  época,  y  aunque  con  alas  prestadas  (1),  vuela  á  su  manera,  con  gala,  con  desembarazo 
y  sin  fatiga,  en  espacios  no  muy  altos  ni  desconocidos,  pero  en  los  cuales  se  respira  aire  de 
pureza,  de  justicia  y  de  libertad.  A  veces,  cansado  de  emplear  el  tono  de  análisis  moral  de 
que  hallaba  ejemplo  en  los  poetas  de  la  secta  enciclopedista,  se  atiene  á  la  filosofía  de  consue- 
lo y  de  resignación,  á  la  vez  racional  y  cristiana,  que  se  avenia  mejor  con  su  musa  dulce  y 
apacible,  é  imita  á  Rio  ja ,  quedando  á  mucha  distancia  del  modelo.  Puede  servir  de  ejemplo 
la  elegía  Mis  combates ,  en  que  el  autor  discurre  y  discretea  sobre  los  vaivenes  de  la  vida ,  sin 
llegar  á  entristecerse  de  veras.  En  los  siguientes  versos  de  Melendez,  ¿quién  no  ve  el  reflejo 
de  otros  de  Rioja? 


r>E   EIOJA. 

¿Piensas  acaso  tú  que  fué  criado 
El  varón  para  el  rayo  de  la  guerra, 
Para  surcar  el  piélago  salado, 

Para  medir  el  orbe  de  la  tierra, 
Ó  el  cerco  donde  el  sol  siempre  camina? 
¡  Oh ,  quién  así  lo  entiende ,  cuánto  yerra  I 

Casi  no  tienes  ni  una  sombra  vana 
De  nuestra  antigua  Itálica,  ¿y  esperas? 
¡  Oh  error  perpetuo  de  la  suerte  humana  1 

Las  enseñas  grecianas ,  las  banderas 
Del  senado  y  romana  monarquía 
Murieron,  y  pasaron  sus  carreras. 

¿Qué  es  nuestra  vida  más  qxie  un  breve  dia, 
Do  apenas  sale  el  sol,  cuando  se  pierde 
En  las  tinieblas  de  la  noche  fiia  ? 

¿  Qué  es  más  que  el  heno,  á  la  mañana  verde, 
Seco  á  la  tarde?  ¡Oh  ciego  desvarío  1 


DE  MELENDE2, 

El  eterno  Saber  no  nos  dio  vida 
Para  el  cielo  medir,  ó  el  mar  salado, 
Sino  para  á  El  labrarnos  la  subida. 

¿  Dicen  acaso  al  hombre  que  fué  hecho 
Para  ecte  suelo  humilde ,  deleznable , 
Do  apenas  se  halla  el  bruto  satisfecho  ? 

Perecen  los  imperios  ;  grave  siente 
El  peso  del  arado  el  ancho  suelo 
Do  la  gran  Troya  se  asentó  potente. 

Desierto  triste  la  ciudad  de  Belo, 
De  fieras  es  guarida;  en  la  memoria 
Esparta  dura  para  eterno  duelo. 

¿  Dó  blasón  tanto  y  célebre  victoria? 
¿Dó  se  han  hundido  ?  ¡Oh  suerte  miserable 
Del  ser  humano !  ¡  Oh  ÍT-ágil ,  fugaz  gloria  1 

¿Dó  están  los  años  de  la  edad  florida? 
¿  Dónde  el  reir,  el  embeleso  insano 
De  los  placeres  ?  ¡  ilusión  mentida  1 


También  intentó  Melendez  imitar  la  entonación  de  Henderá,  como  se  ve  en  la  oda  titulada 
El  paso  del  Mar-Rojo,  que  empieza  así : 


Cantemos  al  Señor,  que  engrandecido 
Gloriosamente  ha  sido, 
Y  al  mar  lanzó  caballo  y  caballero. 

Apareció  el  Señor  como  un  guerrero. 

El  potente  es  nombrado. 
De  Faraón  los  carros  y  escuadrones 


fía  en  el  mar  derrocado. 


Abismos  los  cubrieron, 
Y  al  profundo  cual  piedra  descendieron. 

El  enemigo  dijo  :  «  Seguirélos, 
Partiré  sus  despojos  ,  cogerélos.» 


I  Cuan  lejos  están  estos  versos  de  la  majestad ,  que  es  la  cualidad  distintiva  de  Herrera/ 
Melendez  no  habia  nacido  para  pulsar  el  arpa  de  los  profetas. 

Otras  veces  intenta  seguir  el  rumbo  místico  en  que  Petrarca  sueña  y  sutiliza  el  amor  me- 


(1)  Se  columbra  fácilmente  en  sus  obras  que  es- 
tá muy  familiarizado  con  Thomson ,  Young ,  Milton, 
Pope,  etc.  Véanse  sus  poesías  Al  Invierno,  La  jpre- 
í.  Ps,-XYini 


sencia  de  Dios,  La  Noche  y  la  Soledad,  La  Creación, 
La  caída  de  Luzbel,  etc, 


f 


jjjjjjy  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

tafísico,  y  en  esa  esfera  falsa  y  nebulosa  se  confunde  y  desmaya.  El  amor  suave ,  ingenioso, 
ale  ore  y  casi  siempre  voluptuoso ;  el  amor  que  recrea  y  que  no  da  al  alma  sinsabor  ni  aflic- 
ción ése  es  el  campo  natural  de  Mclendez ,  donde  su  musa  vaga  y  juguetea  como  ninfa  anto- 
iadiza  y  lio-era  que  corre  de  flor  en  flor,  sin  pasión  y  por  mero  deleite ,  sin  cuidarse  mucho  de 
encubrir  con  las  santas  galas  del  pudor  su  desnudez  y  su  frivolidad. 

Al  «Tunas  veces  olvida  Melendez  demasiado  el  idealismo  en  las  imágenes  del  amor,  y  tras- 
pasa el  límite  que  el  decoro  y  el  buen  gusto  prescriben.  Acaso  reconociendo  esto  mismo,  su- 
primió el  poeta  en  la  impresión  de  sus  obras  la  canción  El  Palomillo,  que  envió  á  Jovellanos 
irau  Diego  González.  El  desenfado  de  Melendez  en  las  descripciones  amorosas  fué  notado, 
aun  en  aquel  tiempo,  en  que  se  le  juzgaba  con  ilimitada  indulgencia.  Hablando  de  estas  des- 
cripciones, dice  una  poetisa,  hermana  de  Jovellanos  : 

Otras  pinturas  hace, 
Que  encienden  al  más  tibio, 
Ruboran  al  modesto 
Y  auxilian  al  maligno. 

Sin  sensibilidad  verdadera  y  profunda ,  sin  fantasía  arrebatada  y  vigorosa ,  sin  espíritu  de 
observación  trascendental,  sin  alcance  filosófico,  sin  elevación  mística,  ¿cuál  es,  pues,  el  mé- 
rito de  Melendez,  cuál  el  secreto  de  su  hechizo  y  de  su  influencia?  No  una  sola;  varias  son 
sus  facultades  seductoras,  á  saber  :  la  amenidad  misma  de  su  imaginación  movediza;  la  cul- 
tura de  su  lenofuaje;  la  facilidad  de  la  versificación;  la  soltura  artística,  que  entretiene  y  ha- 
larla, y  más  que  todo,  el  primor  descriptivo,  donde  todo  es  color,  abundancia  y  gentileza. 
No  es  ésta  la  facultad  de  más  alta  ley  de  que  puede  hallarse  dotada  el  alma  de  un  poeta;  pe- 
ro es  siempre  de  valor  muy  alto,  y  tan  grande  el  poder  de  su  encanto,  que  esconde  y  disi- 
mula la  falta  de  otras  prendas  más  raras  y  de  más  preciosos  quilates.  La  fuerza  descriptiva 
es  tan  genial  y  espontánea  en  este  poeta ,  que  cuando  quiere  soñar,  disertar  ó  sentir,  descri- 
be á  pesar  suyo  :  para  ello  nunca  le  faltan  pensamientos  ni  palabras ,  y  le  acontece  con  fre- 
cuencia enervar  y  embarazar  las  reflexiones  morales  ó  la  efusión  de  los  sentimientos  con 
imágenes  pintorescas.  Por  eso  la  poesía  campestre,  que  suele  pintar  más  que  sentir,  cuadraba 
á  su  peculiar  ingenio;  por  eso  con  la  égloga  Batilo,  en  alabanza  de  la  vida  del  campo,  que  olía 
toda  á  tomillo,  según  la  expresión  ingeniosa  del  obispo  y  académico  Tavira,  vivificó  por  un 
momento  im  género  que  habian  llegado  á  hacer  lánguido  y  enfadoso  los  que ,  por  mera  ruti- 
na y  sin  salir  de  su  prosaica  estancia,  afectaban  deleitarse  con  amorosas  y  sandias  pláticas 
de  pastores  imposibles  y  con  soñadas  sensaciones  en  florestas  que  jamas  habian  pisado;  por 
eso,  en  fin ,  al  escribir  Las  Bodas  de  Camacho,  cuyo  plan  habia  para  él  formado  su  amigo  y 
maestro,  don  Gaspar  MelcJior  de  Jovellanos ,  no  acertando  con  la  pasión  ni  con  los  caracteres 
que  son  el  alma  del  teatro,  hizo  una  especie  de  égloga  cuando  intentaba  hacer  una  comedia. 

Por  esta  comedia,  premiada  y  representada  en  1784,  fué  Melendez  muy  zaherido,  á  pesar 
de  los  bellos  trozos  líricos  que  contiene  aquella  obra  pastoral.  En  una  sátira  manuscrita  de 
aquellos  tiempos ,  perteneciente  á  los  papeles  hterarios  de  Jovellanos ,  leemos  los  siguientes 

Tersos : 

De  ser  lánguido  y  frió  habed  empacho  ; 
Que  un  tono  mismo  y  pesadez  no  envuelva, 
Como  envuelven  Las  Bodas  de  Camocho. 

Pinte  su  autor  ovejas  en  la  selva, 
Pazcan  ,  ó  no,  la  yerba  aljofarada  , 
Y  BU  musa  al  teatro  nunca  vuelva. 

Se  alude  en  este  illtírao  terceto  á  la  célebre  ¿gloga  de  Melendez ,  títutada  Batilo,  que  fuá 
premiada  en  1780  por  la  Academia  Española.  Empieza  con  estos  dos  versos  : 

Paced ,  mansas  ovejaSj 
La  yerba  aljofarada... 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIII.  cxxxv 

7  sabido  es  que  los  críticos  zumbones  de  aquel  tiempo  se  burlaron  de  esta  idea,  como  impropia 
de  quien  afecta  amar  y  conocer  la  vida  pastoral,  porque  la  yerba  aljofarada ,  esto  es,  cargada 
de  rocío,  es  dañosa  para  el  ganado. 

A  pesar  de  su  indulgencia  para  con  Melendez ,  don  Leandro  de  Moratin  no  puede  menos  de 
hacer  notar  la  falta  de  calor,  de  orden  y  de  armonía  que  se  advierte  en  la  estructura ,  en  los 
caracteres  y  en  el  estilo  de  Las  Bodas  de  Caynacho,  y  toda  la  alabanza  que  puede  tributarle 
se  limita  á  decir  que  la  comedia  está  escrita  «en  suaves  versos ,  con  pura  dicción  castellana^), 
y  que  está  « llena  de  excelentes  imitaciones  de  Longo,  Anacreonte ,  Virgilio,  Tasso  y  Ges- 
ner»  (1).  Este  último  elogio,  tratándose  de  un  autor  dramático,  es  de  aquellos  que  más  da- 
ñan que  favorecen  (2). 

No  hay  que  dudarlo.  Melendez,  en  una  civilización  literaria  que  vivia  más  de  reflejo  que 
de  luz  propia ,  fué  y  debió  ser  recibido  con  admiración  y  hasta  con  sorpresa.  Sus  perfeccio- 
nes relativas ,  y  hasta  su  mérito  absoluto,  eran  grandemente  adecuados  para  cautivar  enton- 
ces la  atención  pública.  «  Hombres  y  mujeres  (dice  Quintana),  jóvenes  y  ancianos,  doctos  é 
indoctos,  todos  se  arrancaban  sus  poesías  de  las  manos,  todos  aprendían  sus  versos ,  todos  los 
aplaudían  á  porfía.»  Antes  de  este  triunfo,  y  cuando  Melendez  estaba  todavía  en  los  albores  de 
la  juventud,  Cadalso,  fray  Diego  González  y  Jovellanos  habían  presagiado  su  gloria  y  su  im- 
portancia en  las  letras  españolas.  No  es  posible  recordar  sin  sentir  cierto  enternecimiento,  el 
solícito  afán  que  los  dos  últimos  manifestaban  por  la  salud  y  el  adelantamiento  del  aventaja- 
do mozo,  y  la  seguridad  profética  con  que  Jovellanos  le  consideraba  como  una  gloria  futura 
de  la  nación ,  cuando  el  poeta  se  hallaba  todavía  en  una  situación  oscura  y  no  poco  menes- 
terosa. 

Fray  Di^go  González,  al  enviar,  en  Marzo  de  1776,  á  su  amigo  el  padre  Miras  (3)  una 
canción  de  Melendez ,  el  cual  acababa  de  cumplir  veinte  y  dos  años  y  era  todavía  desconocido  en 
la  república  literaria ,  describe  así  al  interesante  poeta  : 

Este  Batilo  es  un  joven  extremeño,  bachiller  en  leyes,  muy  aplicado  á  todo  género  de  estudios,  muy 
dulce  de  condición  y  hermoso  de  cuerpo  y  alma ,  á  quien  Dahniro  (Cadalso)  ama  mucho,  y  aun  ha  com- 
puesto en  su  elogio  una  hermosa  canción,  en  que  muestra  el  mucho  aprecio  que  le  han  merecido  las  produc- 
ciones de  este  dulcísimo  joven ,  que  son  muchas ,  y  entre  ellas  hay  algunas  excelentes. 

En  la  correspondencia  del  maestro  González  con  Jovellanos  se  advierte  el  vivísimo  interés 
que  inspiró  á  todos  aquel  poeta,  que  se  presentaba  con  tan  altas  dotes  en  la  palestra  literaria. 

El  semblante  de  Melendez  denotaba,  en  su  primera  juventud,  complexión  endeble:  cayó  en- 
fermo, y  muchos  temieron ,  al  verle  tan  decaído  y  macilento,  que  una  tisis  terminase  en  bre- 
ve su  vida.  Fray  Diego  González  daba  continuamente  noticia  á  Jovellanos  del  estado  del  en- 
fermo. 

En  8  de  Octubre  de  1776  le  decía ; 

Eecibí  la  muy  apreciable  de  V.  S.  á  la  sazón  en  que  estaba  conversando  dulcemente  en  mi  estudio  con 
el  buen  Batilo...  Uno  y  otro  damos  á  V.  S.  repetidas  gracias  por  la  remesa  de  las  poesías  filosóficas  (4)... 
Batilo  está  muy  amonestado  por  mí  para  que  no  piense  en  otra  cosa  que  en  su  perfecto  restablecimiento. 
Actualmente  está  tomando  leche  de  burras,  y  así  en  su  juicio  como  en  el  mió,  se  halla  notablemente  me- 
jorado. Con  toda  frecuencia  voy  á  sacarle  de  su  posada  y  llevármele  á  gozar  del  campo.  Habia  comen- 
zado á  contestar  á  la  epístola  didáctica ,  y  yo  le  he  mandado  con  todo  imperio  que  no  prosiga  por  ahora, 
Bo  pena  de  incurrir  en  el  desagrado  de  V.  S.,  á  quien  doy  nuevas  gracias  por  la  singular  fineza  con  que 


(1)  Discurso  de  Moratin  sobre  el  teatro  español  Esta  comedia  sigue  casi  al  pié  de  la  letra  la  no- 
del  siglo  xvni.  vela  de  Las  Bodas  de  Camacho,  según  la  refiere 

(2)  El  año  mismo  en  que  escribió  Melendez  Las  Cervantes  en  el  cap.  xx  del  lib.  n  del  Quijote. 
Bodas  de  Camacho,  se  publicó  en  Salamanca  la  co-  (3)  Fray  Miguel  de  Miras,  predicador  acreditado 
media  El  amor  hace  milagros,  del  bachiller  don  Pe-  y  prior  en  un  convento  de  religiosos  agustinos  de 
dro  Benito  Gómez  Labrador. —  Imprenta  de  Villa-  Sevilla. 

gordo,  1784.  (4)  Los  poemas  filosóficos  de  Trigueros. 


cxxxn  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRITICO 

desea  y  solicita  la  salud  de  este  amable  joven.  Yo,  en  calidad  de  apoderado  de  V.  S.  para  este  efecto,  no 
dejaré  de  maniobrar  hasta  conseguir  su  restauración.  Quisiera  estar  de  parte  do  noche  á  su  lado...  Si  él 
fuera  tan  desiilioso  como  Delio,  con  menos  motivo  y  sin  tan  superior  precepto,  observaria  una  perfecta 
dieta  literaria;  pero  Datilo  es  muy  incontinente  en  punto  á  libros,  y  el  demasiado  estudio  que  hizo  el  año 
pasado  para  el  grado  de  bachiller,  ha  sido,  en  mi  juicio,  ia  única  causa  de  su  enfermedad.  Tuvo  una  fun- 
ción muv  lucida,  que  yo  presencié  con  mucha  complacencia;  pero  ahora  está  penando  el  exceso.  En  fin, 
gracias  á  Dios  ,  va  mejorando. 

Ap¿nas  recibió  Jovellanos  (en  Sevilla)  esta  carta  de  fray  Diego  González,  la  envió  á/my 
Miguel  de  Mras,  con  este  billete  de  su  mano  : 

Mireo  mió  :  Vea  Ym.  esa  carta  de  nuestro  Delio,  y  consuélese  por  las  buenas  noticias  que  trae  de  Batilo, 
cuva  salud  tanto  ncs  interesa.  Gracias  á  Dios  ,  el  mal  no  es  tanto  como  temíamos  ,  y  con  algún  cuidado 
pokrá  repararse  la  quebrantada  salud  de  un  joven  en  cuya  conservación  también  se  interesa  la  causa  pú- 
blica... 

No  quise  escribir  á  Vm.  ayer,  por  si  venía  algo  de  Salamanca.  Ya  va  todo,  y  con  ello,  el  corazón  de  su 
tierno  auügo. — Jovino. 

Má.«  adelante  volvió  á  inspirar  algún  cuidado  la  salud  de  Melendez ,  y  nunca  se  desmintió 
el  interés  solícito  y  casi  paternal  de  frag  Diego  González  j  de  Jovellanos.  De  ello  puede  for- 
marse idea  por  este  párrafo  de  otra  carta  del  maestro  González  á  su  amigo  : 

Batilo  anda  al  presente  algo  malillo  y  desmejorado.  Creo  que  son  resultas  de  haber  trasnochado  en  los 
últimos  días  del  Carnaval ,  en  que  este  corregidor  permitió  baile  de  máscaras  en  la  casa  de  la  Marquesa  de 
Alrnarza,  y  al  buen  Butilo  se\e  ofreció  el  vestir  de  abate  italiano,  y  concurrir  á  sazonar  la  función  con 
varias  gracias  que  dc-cia  á  cuantos  le  preguntaban  algo.  No  sirva  esto  de  acusación.  Ello  es  que  Batilo 
trasnochó  y  se  agitó  más  de  lo  que  permite  su  delicada  complexión. 

Si  lo  consintiera  el  carácter  del  presente  estudio ,  tal  vez  sería  ésta  ocasión  favorable  para 
hacer  resaltar ,  como  verdad  ideológica ,  el  íntimo  enlace  que  hay  siempre  entre  el  carácter 
del  hombre  y  las  cualidades  literarias  del  poeta.  No  podemos,  sin  embargo,  dejar  de  señalar, 
de  pasada,  las  coincidencias  que  tan  patentes  se  presentan,  en  las  obras  de  Melendez,  entre 
sus  prendas  morales  y  sus  prendas  poéticas. 

Si  bien  apacible  en  su  trato  como  en  sus  sentimientos ,  recto  magistrado,  hombre  de  fami- 
lia puro  y  sencillo ,  carecia  de  la  consistencia  de  temple  y  de  convicciones  que  constituye  los 
caracteres  que  no  se  contentan  caminando  en  pos  de  ideas  ajenas ,  sino  imponiendo  las  pro- 
pias con  iniciativa ,  con  arranque  y  con  perseverancia.  Sin  fortaleza  en  los  reveses ,  ni  se- 
guridad en  los  propósitos ,  dio  el  triste  ejemplo  de  fluctuaciones  graves  de  conducta  política, 
siempre  con  intención  purísima ,  y  siempre  arrastrado,  con  grande  amargura  de  su  parte,  por 
el  torrente  de  los  azares  privados  y  de  las  desventuras  públicas. 

La  inconsistencia  del  carácter  de  Melendez  se  refleja  en  sus  obras  poéticas.  ¿Quién  diría 
que  el  mismo  hombre  que  siguió  al  partido  francés  y  escribió  versos  laudatorios  á  los  fran- 
ceses (1),  fuese  autor  de  los  dos  romances  impresos  en  Valencia  con  el  título  de  Alarma  es- 
pañola ;  que  empiezan : 

Al  arma,  al  arma,  españoles; 

Que  nuestro  buen  rey  Femando , 

Víctima  de  una  perfidia , 

En  Francia  suspira  esclavo ; 

j  más  adelante,  á  la  entrada  del  Iley  en  Madrid,  abolido  en  1814  el  gobierno  representativo, 
de  una  cantata,  entonces  célebre ,  que  empieza : 

(1)  En  la  Gaceta  de  Madrid,  correspondiente  al  presa  Melendez  con  vehemencia  su  adhesión  al  me- 
dia 3  de  Mayo  de  1810,  plana  última,  columnas  1.*  marca  intruso.  Así  dice  una  estrofa  : 
y  2.^,  se  halla  una  composición  del  consejero  de  Es- 
tado, don  Juan  Melendez   Valdés ,  en   alabanza  de  Más  os  amé .  y  más  joro 
T      .  ■V-'         1                               .  •          1                    .             •      .  •                                     Amaros  cada  dia ; 

José  napoleón  ,  con  motivo  de  un  acto  caritativo  q„, ^^ ^^.^^^^ ^^^„„ ^i ^,^^ ^t^ 

de  éste.  La  composición  vale  poco,  pero  en  ella  ex-  8e  estrecha  á  voa  con  el  amor  más  puro. 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  CXXXVJX 

Cayó  el  loco  bando. 
Ya  fausto  en  Madrid 
Gobierna  Fernando, 
¡Que  viva  decid! ? 

Estas  composiciones,  más  que  á  la  historia  literaria,  pertenecen  á  la  historia  del  hombre  y 
á  la  de  los  vaivenes  políticos  de  su  tiempo.  Melendez  era  honradísimo,  y  lo  que  es  más,  amaba 
con  vehemencia  á  su  patria ;  pero  era  débil ,  y  esto  lo  explica  todo.  Quintana ,  que  profesó 
siempre  afecto  y  veneración  á  Melendez ,  intenta  disculpar  sus  errores: 

Tal  vez,  dice,  faltaba  á  su  carácter  algo  de  aquella  fuerza  y  entereza  que  sabe  resolverse  constante- 
mente á  un  partido  elegido  por  la  razón Sería  mejor  que  los  que  reciben  del  cielo  el  don  divino  de  pin- 
tar la  naturaleza  en  bellos  versos,  y  de  inflamar  con  su  entusiasmo  la  imaginación  ajena,  pudieran  estar 
cuteramente  separados  del  torbellino  de  negocios,  honores  y  empleos  que  agitana  los  hombres  en  la  gran- 
de escena  del  mundo.  El  poeta  no  debiera  ser  más  que  poeta La  suerte  preparaba  á  Mclmdez  el  cáliz  do 

la  aflicción,  que  tiene  siempre  prevenido  á  los  hombres  eminentes,  como  para  cobrarles  con  usura  los  po- 
cos dias  que  les  concede  de  glorias  y  alegrías. 

En  estas  frases  elocuentes  se  refleja  la  viva  simpatía  que  despertó  Melendez  en  el  ánimo  de 
BUS  contemporáneos.  No  ha  de  ser  la  posteridad  más  severa  que  el  severo  QuÍ7itana.  Y  ¿quién 
no  olvida  los  yerros  del  hombre  ante  la  gloria  del  poeta? 

En  sus  afectos  particulares  no  demostraba  mayor  firmeza  y  energía ,  y  al  exceso  de  su 
blandura  y  condescendencia  han  atribuido  muchos  de  sus  amigos  y  admiradores  las  contra- 
dicciones de  opinión  y  de  proceder,  que  le  suscitaron  persecuciones  y  acerbos  sinsabores.  La 
influencia  exorbitante  de  su  esposa ,  ejercida  en  cosas  en  que  el  hombre  debe  sólo  tomar  con- 
sejo de  la  dignidad  y  de  la  razón ,  contribuyó  á  acarrear  á  Melendez  gravísimos  conflictos. 
No  es  nuestro  ánimo  acriminar  á  este  escritor  excelente  y  honrado ,  sino  dar  á  conocer  al 
hombre  para  explicar  mejor  al  poeta.  El  ascendiente  femenil  debia  hacer  estragos  por  varios 
modos  en  aquella  alma  dulce  y  poética.  Su  más  viva  inspiración  fué  el  amor.  A  Cipdi-is  dedi- 
có sus  primeras  ilusiones  poéticas.  Por  las  cartas  defrar/  Diego  González  sabemos  que  Cipa- 
ris  no  fué  una  creación  ideal ,  sino  una  señorita  de  Salamanca ,  perteneciente  á  una  familia 
distinguida. 

Cuando  adoleció  Melendez  de  una  enfermedad  de  pecho,  en  1776  ,  la  familia  á  que  aquí  se 
alude  demostró  el  más  afectuoso  interés  al  simpático  poeta ,  y  le  convidó  al  campo  para  ayu- 
dar por  este  medio  á  su  restablecimiento.  Así  lo  indica  fray  Diego  González  en  una  carta, 
en  que  da  noticia  á  Jovellanos  de  la  salud  de  Melendez : 

Batilo  (dice)  ha  llegado  esta  tarde  (19  de  Octubre  de  1776),  de  vuelta  de  una  aldea,  adonde  le  lleva- 
ron Cipáris  y  su  pndre  para  que  se  divirtiese  en  la  vendimia  de  las  viñas  que  tienen  allí  estos  señores. 

También  habla  de  ella /ra_y  Diego,  y  con  especial  elogio  de  sus  prendas  morales,  en  otra 
carta  (de  10  de  Febrero  de  1778). 

Los  amigos  de  Melendez,  incluso  Jovellanos,  tenian  noticia  de  la  tierna  afición  del  poeta. 
El  mismo  Jovellanos  lo  manifiesta  claramente  en  la  anacreóntica  á  Batilo  que  empieza : 

Mientras  Batilo  cantu 
Con  alto  y  dulce  acento 
Los  años  de  Cipáris;  etc. 

Más  adelante  Filis  eclipsó  á  Cipáris;  pero  amigos  de  Melendez  afirmaban  que  Filis  se  ma- 
nifestó desdeñosa  á  pesar  del  culto  de  que  fué  objeto ,  y  no  quiso  unir  su  vida  á  la  del  ilus- 
tre poeta.  Era  éste  más  impresionable  que  apasionado  y  perseverante ,  y  cansado  de  los  des- 
víos de  Filis ,  acabó  por  casarse  con  una  virtuosa  señorita ,  que,  semejante  á  la  Gemma  del 
Dante,  mortificó  al  poeta  con  su  carácter  voluntarioso  y  dominante.  El  ilustre  Quintana, 
que  ha  escrito  la  vida  de  Melendez  Valdés  con  claridad,  con  generoso  espíritu  y  hasta  con 
elocuencia,  se  hallaba  demasiado  ligado  á  su  maestro  por  los  miramientos  de  la  amistad  y  de 


C^iXtrai  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

la  írratitud,  para  hablar  sin  rebozo  de  la  flaqueza  de  su  caráeter  v  de  las  circunstancias  inti- 
maos que  la'a^rravabau,  con  mengua  de  su  prosperidad  y  de  su  sosiego.  Quintana  ha  consigna- 
do algunas  indicaciones  acerca  de  este  punto,  expresando  los  efectos  j  guardando  circuns- 
pecta°reserva  acerca  de  hxs  causas.  Pero  la  pluma  independiente  y  veraz  de  don  José  Somozo , 
el  cual  penetró  en  la  intimidad  de  Melendez,  ha  levantado  completamente  el  velo  echado  por 
Quintana  sobre  la  influencia,  inocente,  aunque  perniciosa,  de  la  desabrida  matrona;  tribu- 
tando al  mismo  tiempo  cumplida  justicia  á  su  virtud  sin  tacha,  á  la  pureza  de  sus  intencio- 
nes y  á  la  adhesión  acrisolada  y  tenaz  que  demostró  sin  tregua  al  esposo  tierno  y  sumiso,  á 
quien  simultáneamente  mortificaba  y  adoraba  (1). 

QuÍ7itana ,  en  su  Introducción  á  la  ¡yoesia  del  siglo  xvra,  juzgó  á  Melendez  con  critica  me- 
nos indulgente  que  en  la  Noticia  histórica  y  literata  de  este  poeta.  Tacha  su  estilo,  en  algu- 
nas ocasiones,  de  vao-o,  difuso  y  declamatorio,  y  le  niega  con  rigor  absoluto  toda  aptitud 
para  la  poesía  filosófica. 

Nunca  (dice)  debió  arrojarse  á  tratar  asuntos  que  no  estaban  ni  en  su  cuerda  ni  en  su  carácter,  y  la 
caída  de  Luzbel,  el  sistema  del  universo,  la  inmensidad  de  la  naturaleza ,  y  otros  argumentos  de  igual  cla- 
se, prueban,  con  la  infelicidad  de  su  desempeño,  que  si  el  objeto  y  el  conjunto  de  las  ideas  cabían  en  los 
principios  y  en  el  saber  del  autor,  no  se  avenían  de  modo  alguno  con  los  medios  poéticos  que  poseia. 

Quintana  exagera  algún  tanto  su  justa  censura.  Melendez  no  sabe  sostener  ni  aprovechar 
el  arranque  de  sus  propias  ideas ;  pero  á  veces  levanta  el  vuelo  á  grande  altura ,  como  lo  hace 
en  las  odas  Al  Fanatismo,  A  la  Gloria,  A  las  Ai-tes,  y  en  otras  varias.  Esa  misma  oda  ^4  la 


(1)  Había  yo  tomado  miedo  y  aversión  al  matri- 
monio, porque  tenía  presente  el  de  mi  maestro  Me- 
lendez, enlazado  con  una  mujer  de  las  que  el  pú- 
blico no  puede  juzgar  malas,  y  son,  á  pesar  de  esto, 
intolerables.  Y  vaya  otra  digresión  sobre  esta  hem- 
bra singular,  que  dominó  á  aquel  célebre  escritor, y 
causó  sus  errores  y  desgracias. 

Doña  María  Andrea  de  Coca  fué  de  la  noble  fa- 
milia de  los  baldonados  de  Salamanca.  Tuvo  her- 
mosura, y  aun  gracia  hubiera  también  tenido  si  hu- 
biera estado  dotada  de  mejor  carácter.  Las  mujeres 
de  mal  genio  necesitan  belleza  duplicada  para  no 
parecer  monstruos. 

El  día  en  que  Melendez  pidió  consejo  sobre  esta 
boda  al  festivo  Iglesias ,  al  enérgico  Cienfuegos  y  á 
otros  amigos  suyos ,  no  hubo  uno  de  ellos  que  la 
aprobase,  y  cada  cual  hizo  de  la  ftiturauna  descrip- 
ción en  diverso  estilo,  y  á  cual  menos  favorable; 
pero  Melendez  les  tapó  la  boca  confesándoles  que 
estaba  ya  casado,  de  secreto.  En  efecto ,  era  un  en- 
lace bien  extravagante  el  del  dulce  Melendez  con 
aquel  energúmeno.  Demonio  encamado  la  llamaba 
BU  padre,  don  José  de  Coca. 

¡  Y  créanme  mis  jóvenes  lectores !  de  lo  que  cons- 
tituye la  virtud  en  su  sexo,  nada  había  que  tachar; 
pero  ¡qué  virtud,  Dios  mío  !  altiva,  intratable,  hos- 
til ,  como  la  de  algunas  damas  de  Calderón  6  More- 
io ,  á  cuya  lectura  ella  era  "muy  aficionada.  Es  pro- 
bable que  jamas  se  atrevió  ningún  mortal  á  decirla 
tm  requiebro  ;  mas,  si  lo  hubiera  osado  alguno  ,  no  se 
hubiera  librado  de  una  bofetada.  Su  talento  é  ins- 
trucción los  pervertía  un  juicio  estrafalario ,  y  eran 
tftn  extremadas  sus  pasiones,  que  trasformaban  en 


vicios  varias  de  sus  buenas  prendas.  Por  economía , 
ruin  ;  por  pundonor,  ambiciosa;  y  por  amor  conyu- 
gal, intolerante  y  verdugo  implacable  del  pobre 
hombre,  y  celosa  de  cuantos  le  estimaban,  sin  dis- 
tinción de  sexo.  En  vano  discurrían  los  amigos  tra- 
zas de  hablar  con  Melendez  sin  ser  perturbados  por 
este  demonio  íncubo.  En  vano  era  elegir  horas,  en 
vano  subir  de  puntillas  la  escalera  de  su  estxidío. 
Decia  que  su  Monsiurito  era  sólo  para  ella  ;  que  sus 
versos  amorosos,  para  ella  los  había  escrito,  y  que 
ella  era  la  mujer  del  primer  hombre  de  España,  el 
cual  debía  ser  primer  ministro.  Y  lo  gracioso  del 
caso  era  que  el  buen  Monsivrito  no  la  desmentía 
á  fe,  ni  de  palabra  ni  en  obras.  Pero  esta  mujer,  que 
fué  la  única  causa  de  las  debilidades  de  Melendez, 
tenia  cierta  elevación  de  alma  que  le  hacía  honor. 
Siempre  que  en  la  iiltíma  época  se  le  hacían  reflexio- 
nes contrarias  á  sus  planes  de  ambición,  decia  que 
en  tm  apuro  sabría  poner  una  tienda  de  aceite  y  vi- 
nagre para  que  su  marido  en  el  cuarto  de  arriba  vi- 
viese y  escribiese  para  su  ingrata  patria.  Todo  el 
mundo  sabe  que  después  de  viuda  sólo  pensó  en  la 
gloría  de  su  esposo.  Que  logró  á  duras  penas  que  el 
Gobierno  costease  la  edición  de  sus  obras.  Y  yo  la 
he  visto  morir  sobre  un  jergón,  en  casa  de  su  laca- 
yo ,  año  de  1822,  pensando  todavía  ahorrar  para  ha- 
cer venir  á  España  el  cuerpo  de  su  marido,  con  áni- 
mo, por  supuesto,  de  sepultarse  con  él ,  y  que  fuese 
el  epitafio : 

Melendkz  y  stj  mujer.» 

(  Una  mirada  en  redondo  á  los  sesenta  y  dos  año«, 
por  don  José  Somoza.  —  Salamanca,  1843.) 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XTIIL  CXXXIX 

inmensidad  de  la  naturaleza ,  que  menciona  Qtdntana  como  ejemplo  de  imperfección  ,  contie- 
ne no  pocas  bellezas,  y,  lo  que  es  más  notable  todavía,  algunos  de  los  rasgos  líricos  de  alta 
lej  que  han  granjeado  á  Quintana  tan  merecida  gloria ,  y  fueron  visiblemente  inspirados  por 
los  versos  del  imitador  de  Anacreonte. 
Sirva  de  ejemplo  el  siguiente : 


DE   MELENDEZ. 

El  gran  Newtou,  subido 
A  la  mansión  ¡umbrosa, 
Cual  genio  alado, tras  los  astros  vuela, 
Y  al  mundo  absorto  la  atracción  revela. 


DE  QUINTANA. 


Los  astros  rutilantes  ;  mas,  lanzado 
Veloz  el  genio  de  Newton  tras  ellos, 

Los  sigue ,  los  alcanza , 

Y  á  regular  se  atreve 
El  grande  impulso  que  sus  orbes  mueve. 


La  idea  es  la  misma,  pero  jqué  diferencia!  Melendez  la  indica  ;  Quintana  la  ilumina  con  el 
fuego  de  su  entusiasmo. 

La  poesía  de  Melendez  trae,  sin  gran  motivo ,  á  la  imaginación  de  Jovellanos  la  grandiosa 
imagen  de  Homero: 

Y  tú,  ardiente  Batilo^  del  meonio 
Cantor  émulo  insigne,  arroja  á  un  lado 
El  caramillo  pastoril 

El  mismo  Melendez  reconoce  que  su  inspiración  se  halla  muy  distante  del  lirismo  sublime 
de  la  poesía  griega.  Así  escribía,  el  18  de  Mayo  de  1776,  á  Jovellanos,  cuando  éste,  arras- 
trado por  su  indulgente  admiración,  creia  ver  poesía  pindárica  en  los  versos  del  aventajado 
mozo,  que  aun  no  habia  cumplido  veintidós  años  : 

Puedo  hacer  á  Y.  S.  el  mismo  cargo  por  los  elogios  excesivos  que  verdaderamente  desperdicia  con  mi 
canción,  pues  3-0  no  hallo  en  ella  otro  mérito  que  el  de  la  digna  elección  del  objeto.  Quise  ver  á  Pindaro, 
por  ver  si  acaso,  y  sin  yo  pensarlo,  como  sucede  muchas  veces,  habia  seguido  en  algo  sus  huellas;  pero 
desengáñeme  bien  presto,  y  avergoncéme  de  mi  vanidad.  Es  inimitable  este  lírico,  y  sus  ideas  magnificas 
están  muy  lejos  de  las  que  nosotros  podemos  concebir,  quizá  por  la  diferente  educación. 

Los  escritores  no  salen  nunca  de  la  esfera  moral  é  intelectual  en  que  viven  su  imagina- 
ción ,  sus  tendencias ,  su  fe ,  su  ambición ,  sus  afectos.  Conocidos  la  índole  y  el  temple  de 
Melendez,  fácil  es  tasar  la  fuerza  y  el  carácter  de  su  fantasía,  y  comprender  que  su  numen, 
más  risueño  y  activo  que  austero  y  vigoroso ,  no  desciende  hasta  el  fondo  del  corazón ,  ni  re- 
mueve las  pasiones  con  entusiasmo  verdadero.  No  canta  nunca  el  himno  de  admiración  pro- 
fimda  que  para  las  sublimidades  del  cielo  y  de  la  tierra  guardan  en  su  corazón  los  grandes 
poetas.  Ni  un  verso  suyo  hace  estremecer  de  ternura  ó  de  indignación ,  porque  su  musa  no 
tiene  vehemencia  ni  sensibilidad  ba.stante  para  agitar  el  alma  al  eco  de  la  gloria ,  del  infortu- 
nio ó  del  amor.  Melendez  pinta  los  sentimientos  humanos  como  quien  toma  escasa  parte  en 
ellos.  Parece  que  ve  á  distancia  el  espectáculo  de  la  humanidad;  y  no  fué,  ni  pudo  ser,  como 
alguna  vez  lo  soñaron  Quintana  y  Jovellanos,  ni  el  alumno  de  Pindaro  ni  el  émulo  de  Homero. 

Algunos  hombres  especialmente  consagrados  á  estudios  áridos  y  graves  se  dedicaban  á  la 
poesía,  aun  sin  estar  dotados,  como  Melendez,  de  verdadera  vocación  poética.  Era  esparcimien- 
to de  ánimos  cultivados ,  moda  literaria  del  tiempo ,  manifestación  amena  del  talento ,  y ,  co- 
mo tal ,  im  medio  más  de  sobresalir  en  el  mundo.  Entre  estos  hombres  se  señalaron  muy  no- 
tablemente Forner  y  Jovellanos.  Ninguno  de  los  dos  era  poeta  de  afectos  suaves  ni  de  místi- 
cos arrobamientos.  Austeros  ambos,  é  inclinados  ademas,  por  índole  y  por  costumbre,  antes 
á  analizar  las  cosas  con  la  razón ,  que  á  sentirlas  por  instinto ,  ó  á  idealizarlas  con  los  sueños 
de  la  fantasía,  fueron  buenos  poetas,  como  pueden  serlo  los  hombres  de  entendimiento  y  de 
sensibilidad  que  no  han  nacido  poetas.  Forner  y  Jovellanos  resplandecieron  principalmente 
en  la  sátira ,  que  es  la  poesía  de  los  que ,  á  fuer  de  pensadores ,  se  atreven  á  ejercer  la  censura 
públipa  de  las  costumbres  y  las  letras  extraviadas.  Jovellanos  ba  sido  ya  juzgado  de  im  modo 


<5X1  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

luminoso  y  cabal  en  los  varios  aspectos  que  ofrece  su  nu'iKiple  y  vigoroso  talento  (1).  Sólo 
nos  toca  recordar  aquí  su  no  escaso  mérito  como  poeta,  haciendo  notar  al  propio  tiempo 
que  8u  índole  peculiar  le  llevaba  á  ser,  á  la  manera  de  los  Argensolas,  aunque  inferior  á 
ellos  no  un  poeta  de  inspiración  rica,  fogosa  y  espontánea,  sino  un  poeta  elevado,  reflexivo 
y  severo  que  no  dice  las  cosas  porque  brotan,  en  impetuoso  é  involuntario  arranque,  del 
corazón  ó  de  la  fantasía ,  sino  porque  las  crean  y  las  modelan  un  noble  instinto  y  una  razón 
seímra.  Pero  Jovellanos  tenía  sensibilidad  delicada,  como  lo  demuestra  su  drama  El  Delin- 
cuente honrado,  y  fe  acrisolada  y  profunda;  y  las  raras  veces  que  su  musa  toma  estos  simpá- 
ticos caminos  sube  muy  alto ,  y  llega  á  los  espacios  de  la  verdadera  poesía.  ¿  Quién  no  siente 
su  alma  conmoverse  y  levantarse  al  leer  sus  magníficas  epístolas  al  Duque  de  Veragua,  des- 
de El  Faidar ,  y  k  Cean  Bernuidez ,  sobre  los  vanos  deseos  y  estudios  de  los  hombres?  En 
ambas  composiciones  se  muestra  Jovellanos  á  un  tiempo  filósofo  y  poeta.  La  primera  es  un 
bellísimo  contraste  entre  los  hechizos  de  la  naturaleza  en  la  soledad  y  las  angustias  incura- 
bles del  alma ;  la  segunda ,  una  de  las  lecciones  más  elocuentes  y  robustas  que  ha  dado  ja- 
ma» el  sentimiento  religioso  al  orgullo  de  la  razón  humana.  ¿Quién  no  admira  estos  versos, 
quo  son  un  anatema  del  panteísmo  y  como  el  resumen  de  las  trascendentales  reflexiones  do 
la  epístola? 


Otro,  del  cielo  descuidado,  lee 

Eu  el  humilde  polvo  y  le  analiza. 

Su  microscopio  empuña  ;  ármale  y  cao 

Sobre  un  átomo  vil.  ¡  Cuan  necio  triunfa, 

Si  allí  le  ofrece  el  mágico  instrumento 

Leve  señal  de  movimiento  y  vida! 

Su  forma  indaga,  y  demandando  al  vidrio 

Lo  que  antevio  su  ilusa  fantasía. 

Cede  al  engaño,  y  da  ala  vil  materia 

La  omnipotencia  que  al  gran  Ser  rehusa. 

Así  delira  ingrato ;  mientras  otro 

Pretende  escudriñar  la  íntima  esencia 

De  este  sublime  espirtu  que  le  anima. 

[Oh,  cuál  le  anatomiza! 

Medita,  observa  ,  estudia  ;  y  sólo  alcanza 
Que  cuanto  más  aprende,  más  ignora. 
Materia,  forma,  espirtu,  movimiento, 

Y  estos  instantes  que  incesantes  huyen, 

Y  del  espacio  el  piélago  sin  fondo. 
Sin  cielo  y  sin  orillas ,  nada  alcanza, 
Nada  comprende.  Ni  bu  origen  halla, 
Ni  BU  término,  y  todo  lo  ve,  absorto, 
De  eternidad  en  el  abismo  hundirse. 
Tal  vez  saliendo  del  más  deslumhrado, 


Se  arroja  á  alzar  el  temerario  vuelo 

Hasta  el  trono  de  Dios,  y  presuntuoso, 

Con  débil  luz  escudriñar  pretende 

Lo  que  es  inescrutable.  Sondeando 

De  la  divina  Esencia  el  golfo  inmenso , 

Surca  ciego  por  él.  ¿  Qué  hará  sin  rumbo  ? 

Dudas  sin  cuento  en  su  ignorancia  busca , 

Y  las  propone  y  las  disputa,  y  piensa 
Que  la  ignorancia,  que  excitarlas  supo, 
Resolverlas  sabrá.  ¿Viste,  oh  Bermudo, 
Intento  más  audaz  ?  ¡  Qué !  ¿  sin  más  lumbre 
Que  su  razón,  un  átomo  podría 

Lo  incomprensible  comprender,  linderos 
En  lo  inmenso  encontrar,  y  en  lo  infinito 
Principio,  medio  ó  fin?  ¡Oh  Ser  eterno  I 
¿Has  dado  parte  al  hombre  en  tus  couaejoB, 
Ó  en  el  santuario,  á  su  razón  cerrado , 
Le  admites  ya  ?  ¿Tan  alta  es  la  tarea 
Que  á  su  débil  espíritu  fiaste? 
No  ,  no  es  ésta ,  Bermudo.  Conocerle 

Y  adorarle  en  sus  obras  ;  deiTetirse 
En  gratitud  y  amor  por  tantos  bienes 
Como,  benigno,  en  tu  mansión  derrama  ; 
Cantar  su  gloria  y  bendecir  bu  nombre : 
Hé  aquí  tu  estudio ,  tu  deber ,  tu  empleo , 

Y  de  tu  ser  y  tu  razón  la  dicha 


Como  versificador  no  es  un  modelo  Jovellanos.  Abusa  de  las  licencias  poéticas;  lucha  sin 
tregua  con  los  acentos ,  con  las  cesuras ,  con  las  sinalefas ,  y  no  siempre  sale  vencedor.  En 
cambio  es  un  hablista  de  primer  orden;  no  siempre  puro ,  castizo  y  fácil,  á  la  manera  de  los 
escritores  del  último  tercio  del  siglo  xvi  y  del  primero  del  xvii ,  pero  claro ,  firme  y  abun- 
dante. 

Como  crítico  no  rayó  Jovellanos  á  grande  altura.  Sus  facultades  en  esta  parte  no  eran  tan 
poderosas,  que  pudiera  sobreponerse  á  las  doctrinas  triunfantes  en  aquella  época.  Era  el 
apogeo  de  las  Poéticas ,  y  sólo  un  instinto  estético  como  el  de  Lessing  habria  podido  sacu- 


(1)  PorelseílordoD  Cándido  Nocedal.  Tomos  xlvi  y  l  de  la  presente  Biblioteca, 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  CXlI 

dír  su  yngo.  En  las  reglas  se  cifraba  toda  perfección  literaria.  Ya  hemos  visto  que  el  magis- 
terio doctrinal  que  Jovellanos  ejercía  sobre  sus  amigos  de  Salamanca  propendía  á  estrechar 
el  campo  de  la  inspiración.  La  crítica  literaria  no  tenía  aprecio ,  ni  indulgencia  siquiera,  para 
las  letras  nacidas  del  espíritu  nacional,  como  no  estuviesen  puntualmente  ajustadas  á  las  trabas 
j  á  los  atildamientos  convencionales.  MeJendcz,  que  había  nacido  poeta  y  podía  volar  con  alas 
propias,  buscando  directamente  la  belleza  en  la  naturaleza  misma ,  se  hace  un  poeta  imitador 
porque  sueña  con  las  Poéticas ,  y  no  conoce  otra  crítica  que  los  preceptos  que  ellas  encier- 
ran (1). 

Un  amigo  y  paisano  de  Jovellanos ,  don  Carlos  González  de  Posada,  le  envía  un  afectado, 
insulso  j  mal  versificado  romance  endecasílabo  en  alabanza  de  algunos  poetas  asturianos. 
Jovellanos,  inclinado  á  la  indulgencia  por  la  tierna  amistad  que  le  profesa,  y  acaso  por  espí- 
ritu de  paisanaje,  le  contesta  colmándole  de  elogios.  ¡Quiere  animarlo  y  dirigirlo  en  el  culti- 
vo de  la  poesía ,  y  no  le  habla  de  la  naturaleza ,  ni  le  ocurre  otro  consejo  sino  recomendarle 
el  particular  estudio  de  nada  menos  que  diez  Poéticas  !  (2). 

Obras  eminentes  de  la  antigüedad  no  causaban  á  hombres  insignes  la  admiración  que  por 
sus  grandes  bellezas  merecen ,  porque  la  apocada  crítica  del  tiempo  les  impedía  desprenderse 
de  ciertas  prevenciones.  Jovellanos  y  fray  Diego  González  no  gustaban  de  Lucrecio,  y  cierta- 
mente que  hombres  tales  no  habrían  dejado  de  recrearse  con  la  lectura  de  tan  gran  poeta,  si 
las  ideas  convencionales  que  los  dominaban  no  hubieran  embotado  en  ellos  algún  tanto  el 
sentimiento  de  lo  bello  (3). 

Don  Juan  Pablo  Forner  era  poeta  de  índole  análoga  á  la  de  Jovellanos ,  pero  de  menos  vi- 
gor y  de  más  limitado  vuelo.  Su  fantasía ,  viva  y  ardiente ,  no  era  poética.  El  campo  de  su 
gloria  fué  el  campo  del  examen  y  de  la  discusión.  Era  ante  todo  wa.  gran  polemista,  ó  como 
hoy  decimos,  im  gran  discutidor.  Le  falta  el  qxdd  divinum ,  pero  lo  suple  como  puede,  con  su 
brioso  desembarazo  de  hablista  y  de  escritor.  El  profesor  de  jurisprudencia  de  Salamanca 
asoma,  embozado  con  el  velo  literario,  en  todas  sus  obras,  así  en  prosa  como  en  verso.  En  su 
célebre  Oración  apologética  ,  en  sus  Exequias  de  la  lengua  castellana ,  en  sus  impugnaciones  y 
controversias  críticas,  y  hasta  en  sus  sátiras,  se  trasluce  el  abogado,  no  alucinador  y  pala- 
brero, sino  severo,  convencido  y  ardiente  hasta  pecar  de  bronco  y  agresivo.  Su  comedia  El 
Filósofo  enamorado  carece  por  completo  de  color  poético.  A  su  Sátira  contra  los  vicios  introdu- 
cidos en  la  poesía ,  premiada  en  1782  por  la  Academia  Española,  le  falta  también  la  poesía 
que  cabe  en  este  género ,  esto  es,  el  donaire  satírico,  la  sal  que  suaviza  el  áspero  sabor  de  la 
censura.  Es,  sin  embargo,  una  sátira  ingeniosa,  en  que  el  autor  se  muestra  razonador  ga- 
llardo y  hombre  de  gusto  depurado;  una  obra  de  dicción  correcta  y  esmerada,  y  de  versifi- 
cación llena  y  robusta ,  si  bien  no  de  aqueUa  que  brota  espontáneamente  y  sin  esfuerzo  del 
pensamiento  mismo. 


(1)  «Yo  había  pensado  hacer  una  comparación  de  poesía  si  se  aplicase  particularmente  á  este  ramo , 
las  cuatro  poéticas  principales,  de  Aristóteles ,  Ho-  estudiándola  por  principios  en  Aristóteles^  Hora- 
racio,  Vida  y  Desprcaux,  metiéndome  tarahien  con  ció  ^  Scaltffero,  Cáscales,  el  Pinciano ,  el  Brócense, 
el  Ensayo  sobre  la  crítica  de  Pope,  y  nuestro  Ejem-  Marmontel,  Boileau,  Castelvctro  y  otros  maestros, 
piar  poético  de  Juan  de  la  Cueva  ;  comparando  las  entre  cuyas  obras  creo  que  no  desconocerá  usted  laa 
reglas  de  todos  con  las  del  filósofo  (Aristóteles)  y  hermosas  Instituciones  poéticas  del  padre  Juven- 
entre  sí ,  y  haciendo  un  examen  crítico  de  ellas,  dis-  rio,  que  andan  al  fin  de  la  Retórica  del  padre  Coló- 
tinguiendo  las  fundamentales  é  invariables  de  las  n/a,  y  son  la  cosa  mejor  que  yo  he  luido.» — {Ohras 
arbitrarias  ó  de  convención.!)  —  (Carta  autógrafa  do  de  Jovellanos^  tomo  L,  púg.  1G7,  en  la  presente  Bi- 
Melendes  Valdés  á  Jovellanos,  escrita  en  Salamanca,  blioteca.) 

el  14  de  Setiembre  de  1778.)  (3)  «El  gusto  de  V.  S.  congenia  mucho  con  el 

(2)  «Hallo  en  el  romance  mil  gracias,  muchos  pen-  mió.  Tampoco  yo  hallo  gusto  alguno  en  leer  á  Lu- 
samientos  sublimes  y  brillantes,  muchos  versos  cor-  creció,  siendo  así  que  la  lectura  de  los  otros  poetas 

rectos  y  armoniosos,  algunas  ideas    originales latinos  me  causa    especialísimo  deleite.» — (Carta 

Seguramente  usted  podrá  hacer  grandes  cosas  en  de  fray  Diego  á  Jovellanos.^  escuta,  en  1117.) 


tXhn  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

Su  Oración  apotogáica  por  ¡a  España  y  m  mérito  literario,  ampliación  luminosa  de  la  ce- 
lebre defensa  de  España  contra  los  injustos  ataques  de  la  Nouvelle  Eywydopédie ,  leida  en  la 
academia  de  Berlin  por  el  abate  Denina,  si  bien  no  tan  detenida  j  circunstanciada  como 
pudiera  ser,  está  lleua  do  vigorosa  crítica,  y  no  pocas  veces  de  ardorosa  elocuencia,  j  de- 
muestra lo  que  Forner  era  capaz  de  hacer. 

Profesaba  aversión  á  la  filosofía  francesa  del  siglo  xviii,  cuyas  doctrinas  juzgaba  en  su 
major  parte  pertui'badoras  del  orden  moral  y  político,  y  la  revolución  de  1793,  qua 

Puebla  de  horror  los  ámbitos  del  mundo  (1), 

era  á  sus  ojos  un  trastorno  monstruoso  é  injustificable  de  la  sociedad  hiimana. 

La  crítica  histórica  y  la  crítica  literaria  eran  las  vocaciones  especiales  de  Forner.  La  poe- 
sía satírica ,  que  tiene  cierta  afinidad  con  la  facultad  crítica ,  y  que  no  es  verdadera  poesía  en 
la  acepción  pura  de  esta  palabra ,  cuadraba ,  como  hemos  indicado,  á  su  temple  severo.  En 
BUS  Discicr sos  Jilosójicos  y  en  sus  sátiras  imita  visiblemente  el  estilo  de  los  Arcfensolas,  pero 
nunca  llega  á  la  lisura,  al  nervio  y  á  la  natural  concisión  de  éstos.  La  poesía  tierna,  fantás- 
tica ó  risueña  es  para  él  un  campo  sobrado  halagüeño.  Su  musa  austera  y  belicosa,  amante 
del  tráfago  mundano,  se  deleitaba  poco  con  las  praderas  y  los  bosques.  Su  composición  lírica 
más  notable  es  su  Canto  á  la  paz.  Lítente  imitar  en  este  poema  la  entonación  y  el  estilo  del 
Bernardo,  de  Balhuena. 

Se  hubo  en  esta  empresa  (dice  Lista)  como  hábil  maestro...  Balhuena  elige  seres  de  la  naturaleza  que 
fácilmente  se  prestan  al  pincel  delicado  que  los  colora ;  Forner  describe  objetos  filosóficos,  más  difíciles  de 
embellecer,  y  la  habilidad  con  que  ha  sabido  formar  de  ellos  cuadros  animados  y  pintorescos,  sin  enervar, 
como  otros  hacen  á  fuerza  de  adornos ,  la  primitiva  robustez  de  sus  pensamientos,  constituye  todo  el  mé- 
rito del  Canto  de  la  paz, 

Hé  aquí  una  de  las  octavas  de  este  canto  qne  más  cautivaban  á  Lista  : 


Y  así  en  guerras  eternas  fluctuando. 
La  pompa  del  poder,  incierta  y  vaga, 
De  nación  en  nación  va  trasmigrando, 
Y  aquí  ilumina  cuando  allí  se  apaga. 


Teñido  en  sangre  el  suspirado  mando, 
Si  con  glorias  efímeras  halaga. 
Cual  rayo  abrasador  las  cortes  gira, 
Y  sólo  deja  el  rastro  de  su  ira. 


Es  incontestable  :  en  esta  octava  resplandece  el  talento.  Pero  ¿dónde  están  en  ella  y  en 
las  demás  del  poema  aquella  riqueza  y  propiedad  de  dicción,  aquella  naturalidad  de  estilo, 
aquel  íntimo  sentimiento  de  la  hermosura  de  la  naturaleza  que  campean  en  las  obras  de  Bal- 
buena?  Éste  sentía  más,  sutilizaba  menos,  y  no  habría  empleado  la  impropia  frase  de  teñir 
en  sangre  el  mando.  Forner  era  más  filósofo;  Balhuena  más  poeta.  Aquél  no  busca  sino  prin- 
cipios y  sentencias  morales;  éste  no  se  paga  sino  de  las  imágenes  de  la  fantasía,  de  la  emo- 
ción poética  que  producen  los  seres  de  la  naturaleza.  Imitar  el  estilo  de  los  demás  es  insen- 
sato y  estéril  propósito.  Forner  no  es  poeta  sino  cuando,  olvidado  de  la  imitación ,  piensa 
y  escribe  como  Forner,  esto  es ,  llevado  de  su  propio  instinto. 

También  cultivó  la  poesía  dramática.  En  1796,  un  año  antes  de  su  prematura  muerte, 
siendo  todavía  fiscal  de  la  audiencia  de  Sevilla ,  imprimió  en  Madrid  su  comedia  La  Escuela 
de  la  amistad,  6  el  Filósofo  enamorado.  El  asunto  es  muy  adecuado  á  la  índole  literaria  de  For- 
ner.  Lisonjero  fué  el  éxito  en  el  teatro  de  Cádiz ,  donde  se  representó  primero,  y  no  lo  filé 
menos  en  uno  de  los  de  Madrid ,  á  juzgar  por  lo  que  escribieron  al  autor  dos  de  sus  amigos  (2). 


(1)  Soneto  de  Forner.  transcribir  de  cuando  en  cuando  algunos  párrafos 

(2)  Esta  carta  y  otras  muchas  de  las  Cartas  á  de  ellas,  que  contienen  noticias  curiosas,  enlazadas 
Fomfr,  cujoH  originales  autógrafos  tenemos  ala  con  nuestro  asunto.  Hé  aquí  la  carta  á  que  aludimos: 
vista,  están  llenas  de  noticias  íntimas,  muy  intere-  «Querido  Fiscal :  Llegó  la  hora  de  que  le  diese  á 
gantes  para  la  historia  literaria  del  siglo  último.  Vm.  una  buena  nueva.  Antes  de  ayer  se  representó 
Todas  debieran  publicarse.  Aquí  no  podemos  sino  El  Filósofo  con  mucho  aplauso  ¡  tanto,  y  aun  pu^» 


CZLIIT 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XTITL 
Varios  periódicos  atacaron  con  encarnizamiento  la  comedia,  lo  cual  causó  gran  desabrimien- 
to en  el  ánimo  del  poeta;  pero  nada  lo  mortificó  tanto  como  creer  que  el  padre  Estala,  su 
mayor  amigo  y  crítico  de  grande  autoridad ,  desaprobaba  igualmente  la  obra.  Le  llegó  tan 
al  alma  esta  creencia ,  que  hasta  dudó  de  la  amistad  de  aquel  hombre  excelente  j  sincero, 


do  decir  más  que  El  Viejo  y  la  Niña.  Todo  el  pue- 
blo entendió  bien  las  pullas ;  y  lo  que  más  ha  albo- 
rotado ha  sido  el  tercer  acto,  por  lo  de  los  jueces  y 
las  reflexiones  del  Filósofo.  No  puedo  encarecer 
más  lo  que  ha  gustado,  en  diciendo  que  habían 
cortado  unos  cuantos  versos  los  cómicos,  y  sin  em- 
bargo de  ser  bien  larga  la  comedia,  los  han  vuelto 
á  habilitar  al  ver  la  doctrina  que  cada  dia  se  des- 
cubre en  ella,  y  el  gusto  que  el  público  muestra  en 
oiría.  El  señor  Corregidor  fué  el  primer  dia,  y  ha 
hecho  cuanto  ha  estado  de  su  parte  para  el  mayor 
lucimiento  de  la  comedia.  La  entrada  del  primer  dia 
ha  sido  de  5.700  reales,  la  segunda  6.480,  y  la  terce- 
ra, que  ha  sido  una  tarde  hermosa,  5.800  reales.  Al 
segundo  dia  se  corrió  por  Madrid  que  se  iba ,  de  or- 
den de  la  sala,  á  reformarla  tercera  jornada,  loque 
ha  contribuido  á  su  mayor  celebridad. 

«Amigo,  muchos  pasos  me  ha  costado  el  lograr  su 
representación,  pero  los  doy  por  bien  empleados  al 
ver  son  completamente  recompensados  por  los 
«plausos  que  el  pueblo,  culto  y  grosero,  tributa  á  un 
verdadero  amigo.  Sin  embargo  que  el  pobre  IWre 
no  ha  hecho  la  comedia,  por  haber  fallecido  el  sába- 
do anterior,  no  ha  dejado  de  darla  su  valor  Luna. 
Todos  generalmente  la  han  ejecutado  perfectamen- 
te. Cubas,  Querol,  Polonia,  Rita,  la  Gabriela,  la 
Porta  y  Manuel,  todos  han  puesto  sus  conatos  para 
el  mayor  lucimiento.  Son  acreedores  á  que  envié 
Vm.  una  carta  para  leérsela  en  el  vestuario. 

«Es  preciso  me  envié  Vm.  un  famoso  prólogo,  ti- 
rando buenos  tajos,  pero  que  no  carezca  de  doctri- 
na por  eso,  pues  quiero  imprimirla...  Estala  dice  la 
corregirá  varios  defectillos,  sobre  lo  que  escribirá  á 
Vm.  largamente... 

«Madrid,  30  de  Enero  de  1796.» 

(Sin  firma.  Hay  una  rúbrica.) 

Algunos  dias  después  escribió  Estala  á  Fomer,  sin 
fecha,  como  solia,  esta  carta  familiar,  interesante 
en  sí  misma  por  su  valor  histórico,  porque  completa 
las  noticias  de  la  anterior,  y  ademas  por  ser  de  plu- 
ma tan  célebre  y  autorizada  : 

«Hombre,  yo  tenía  dispuesta  una  larga  epístola 
para  enviártela ,  sobre  el  suceso  de  El  Filósofo ,  que 
ha  excedido  á  mis  esperanzas,  aunque  siempre  creí 

que  agradaría La  comedia  ha  agradado  infinito, 

como  lo  indican  las  entradas,  que  han  ido  subiendo 
de  dia  en  dia,  su  duración  por  doce  ó  trece  dias,  y 
haberse  dejado  con  más  de  5.000  reales.  Este  es  un 
argumento  fuerte  del  mérito  de  una  comedía  que 
ni  tiene  batallas,  ni  desafíos,  ni  es  de  mágica  ó  de 
maquinaria,  como  las  ha  bautizado  nuevamente  tu 
amigo  don  Santos,  á  quien  no  ha  agradado  El  Filó- 
sofo, prueba  evidente  de  su  bondad.  La  han  ejecu- 
tado perfectamente  los  tres  6  cuatro  que  se  sujeta- 


ron á  mis  advertencias,  como  Querol,  la  Polonia, 
la  Porta,  Cubas;  pero  los  padres  maestros.  García 
y  la  Rita,  que  nada  quisieron  hacer  en  el  ensayo, 
lo  han  hecho  muy  fríamente.  Debes  dar  las  gracias 
á  Querol,  porqixe  ha  echado  el  resto. 

»  Entran  ahora  mis  reparos.  El  esconderse  la  moza 
con  Fernando  en  el  acto  primero  hace  muy  mal 
efecto.  El  pueblo  gruñó  un  rato  cuando  lo  vio  la 
primera  vez,  y  temí  una  desgracia.  Después,  en 
las  demás  representaciones,  siempre  nótela  misma 
murmuración.  Por  otra  parte,  aquel  encierro  no 
produce  todo  su  efecto,  y  estos  medios  no  se  deben 
emplear  sino  para  producirlo  grande.  Si  la  precipi- 
tación con  que  estos  diablos  de  c(jmicos  dispusie- 
ron la  cosa,  no  me  hubiera  impedido  el  mandarles 
hacer  un  ensayo  foi-mal  en  el  teatro,  lo  hubiera 
notado  y  corregido  fácilmente. 

» Dependiendo  el  progreso  de  la  acción  de  que 
don  Silvestre  entienda  que  el  Filósofo  pretende  á  su 
hija ,  esto  gran  proyecto  no  está  bien  preparado  ,  y 
parece  un  efecto  de  la  casualidad  el  que  don  Roque 
se  lo  diga,  metiéndose  á  esta  oficiosidad  sin  habér- 
selo encargado.  Yo  suplí  esto  muy  fácilmente  con 
un  par  de  versos  en  boca  de  don  Felipe,  en  que,  al 
empezar  el  acto  segundo,  le  dice  á  su  criado  que 
esté  alerta  para  hablar  al  viejo  sobre  lo  que  le  han 
instruido  antes,  si  halla  ocasión. 

» Igual  libertad  me  tomé  en  preparar  el  gran  gol- 
pe del  arresto  y  embargo  del  Filósofo ,  pues  la  ve- 
nida del  escribano  parece  por  máquina ,  y  el  espec- 
tador, no  alcanzando  á  presumir  de  dónde  viene  el 
golpe,  cree  es  un  recurso  mezquino,  como  el  que 
ve  todos  los  dias  en  los  saínetes.  Yo  le  preparé  el 
lance,  esforzando  con  un  par  de  versos  las  amena- 
zas del  Marqués  al  marcharse. 

«En  la  orden  que  lee  el  escribano,  han  reparado 
algunos,  y  principalmente  Romero,  que  no  está 
muy  arreglada  á  la  práctica  legal,  y  me  ha  encar- 
gado que  te  lo  escriba.  Yo  de  esto  no  entiendo; 
es  preciso  que  lo  mires  con  mucho  cuidado,  porque 
el  que  te  llamen  mal  poeta  es  chico  pecado,  pero 
¡mal  letrado  un  señor  fiscal! 

»  Viniendo  ahora  al  proyecto  de  imprimirla,  te 
conjuro  por  nuestra  amistad  que  no  lo  hagas,  por- 
que tus  enemigos  han  dado  la  más  maligna  inter- 
pretación á  lo  que  se  dice  sobre  la  prisión ,  á  las 
exclamaciones  del  Filósofo,  á  las  palabras  y  con- 
ducta del  alcalde  de  corte,  etc.,  asegurando  que, 
aunque  la  comedia  es  mala  en  cuanto  al  arte ,  es 
detestable  por  sus  principios  sediciosos.  Otros,  to- 
mando el  extremo  opuesto,  dicen  que  es  excelente 
por  estar  escrita  con  todo  el  espíritu  de  un  jacobi- 
no. Esta  calumnia  tomará  más  cuerpo  si  s«  imprime 
en  las  presentes  circunstancias,  sin  acordarse  do 


CXLIV  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

Estala ,  con  el  familiar  desenfado  que  cabia  en  la  estrechísima  amistad  que  los  ligaba,  le  des- 

n/rravia  en  estos  términos  : 

Eros  el  cuadrúpedo  más  brutal  que  hay  sobre  la  tierra.  ¿  Quién  te  ha  dicho  que  yo  me  entibio  en  tu  amis- 
tad? Y  ¿cómo  has  podido  soñar  que  el  que  tu  comedia  fuese  mala  ó  buena  podia  influir  en  mi  estimación 
para  contigu?  Moratln  ha  hecho  excelentes  comedias,  y  yo  le  detesto  de  todo  mi  corazón.  La  tuya  pudie- 
ra ser  peor  que  las  de  todos  los  Cornelias^  y  no  por  eso  se  disminuirla  un  punto  mi  amistad.  Anda,  que  eres 
un  jumento  (1). 

Estos  cariñosos  insultos  en  un  hombre  tan  grave  y  circunspecto  como  Estala,  denotan  el 
grande  aprecio  en  que  tenía  á  Forner.  No  es  de  creer  que  Estala,  crítico  de  gran  sentido, 
admirase  con  extremo  la  comedia  El  Filósofo  enamoi^aclo,  un  tanto  fria  y  declamatoria;  y  sin 
embargo,  tan  sinceramente  amaba  al  autor,  que  no  sólo  la  defendió,  en  los  periódicos,  de  las 
malignas  impugnaciones  de  los  descontentadizos  y  de  los  envidiosos ,  sino  que  corrigió  en 
ella,  sin  consultar  á  Forner,  algunas  cosas  que  juzgaba  imperfectas  ó  peligrosas  (2),  impi- 
diendo ademas  la  publicación  de  algunos  ataques  harto  desmandados  (3). 

Llevado  siempre  Forner  de  su  noble  y  patriótico  deseo  de  combatir  las  insanas  doctrinas 
que  venían  entonces  de  Francia ,  escribió  una  comedia  titulada  El  Ateísta.  Estala  dudó  con 
razón  que  el  Gobierno  permitiese  su  representación  en  aquellas  circunstancias  (4). 

Entre  los  autógrafos  de  Forner  hay  fragmentos  de  dos  tragedias  y  dos  comedias.  Los  tí- 
tulos de  éstas  son  :  La  Cautiva  y  La  vanidad  castigada ;  los  de  aquéllas,  Motezuma  y  Francisco 
Pizarro. 

En  las  Ilustraciones  al  segundo  de  sus  Discursos  filosóficos  sobre  el  hombre ,  copia  Forner  la 
primera  escena  del  tercer  acto  de  su  tragedia  Las  Vestales,  que,  según  dice,  escribió  «á  la  en- 
trada de  su  juventud. ))  También  dejó  escrita  una  comedia  titulada  Los  falsos  filósofos. 

Muchas  obras  de  Forner  quedaron  inéditas;  entre  ellas  ,  Los  gramáticos,  ó  historia  chinesca, 
escrita  contra  Iriarte  y  sus  admiradores ,  y  Exequias  de  la  lengua  castellana ,  que  fueron  te- 
nidas por  uno  de  sus  más  ingeniosos  escritos.  Así  como  al  distinguido  humanista  el  padi'e 
Navarrete,  de  la  escuela  Pía,  amigo  de  Estala,  y  á  otros  varios  notables  escritores  del  úl- 
timo tercio  del  siglo  xviii,  que  publicaron  estimables  obras,  la  posteridad  no  ha  podido 
juzgar  á  Forner  sino  de  una  manera  incompleta.  Si  hubiéramos  de  aquilatar  sus  altos  me- 
recimientos como  filósofo,  como  historiador,  como  filólogo,  como  sustentador  tenaz  de  las 
glorias  de  la  civilización  española,  prolijo  y  delicado  sería  nuestro  examen.  No  basta  este  so- 
mero bosquejo,  especialmente  consagrado  á  avalorar  la  índole  y  cualidades  de  los  poetas,  para 


que  la  comedía  se  compuso  seis   años  há El  toda  tu  golilla  (era  Forner  fiscal  en  Sevilla)  no  te 

mentecato  Picornell  se  halla  preso,  y  dicen  que  es  librarla  de  un  mal  rato.  También  borré  cuatro  versos 

por  hablar  y  propagar  las  malditas  máximas  de  los  en  que  hablabas  demasiado  claro  contra  los  matri- 

franceses Ha  mudado    de  modo  de  pensar,  y  monios  que  se  usan;  materia  sumamente  delicada, 

conociendo  á.  fondo  el  mío,  tan  contrario  y  ene-  y  que  basta  insinuarlo  como  lo  haces  en  aquel  mis- 
migo  de  todos  los  horrores  de  la  Francia  y  de  sus  mo  lugar.  Si  llevas  á  mal  estas  correcciones,  no  me 
perversas  doctrinas,  acudiria  á  buscar  otros  de  su  importa;  yo,  de  cuya  amistad  sospechas,  miro  más 
pandilla.  En  esta  inteligencia,  ya  ves  cuánto  te  por  tu  honor  y  tranquilidad  que  tú  mismo. »  (Carta 
peijudicaria  el  que  se  creyese  que  tú  eras  capaz  de  autógrafa  de  Estala^ 

apoyar  semejantes  máximas Créeme,  remite  la  (3)  «lie  procurado  que  no  se  ponga  en  el  Z)iano 

impresión  para  otra  ocasión,  y  entonces,  exami-  la  tal  carta  de  El  Ingenuo,  porque  no  prueba  nada, 

nando  de  nuevo  la  comedia,  te  diré  con  mi  acos-  y  está  llena  de  desvergüenzas,  que  sería  necesario 

tumbrada  ingenuidad  lo  que  puede  mejorarse  en  castigar  á  garrotazos.»  (Carta  autógrafa  de  íJs<a?a.) 

ella.n   (Cartas  autógrafas  á  Forner.)  (4)  «Sobre  la  comedía  El  Ateísta  te  advierto  que 

(1)  Carta  de  Estala  á  Forner.  No  tiene  fecha,  no  se  si  podrás  lograr  que  se  represente,  porque  es- 
porque  Estala  olvidaba  casi  siempre  el  ponerla.  tas  gentes  se  han  empeñado  en  que  no  se  ha  de  ha- 

(2)  «...Ya  sabrás  por  Bernabeu  que  borré  en  el  blar  ni  bien  ni  mal  de  estas  materias.»  (Carta  autq- 
prólogo  aquella  pulla  contra  los  moralistas,  porque  grafa  de  Estala.) 

si  éstos  levantaban  el  grito,  según  están  las  cosas, 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  CXLV 

tasar  de  una  manera  acertada  y  cabal  un  entendimiento  como  el  de  Forner,  firme ,  austero  y 
de  trascendental  alcance. 

En  las  obras  de  todo  escritor  profundo  y  sincero  se  reflejan  siempre  las  prendas  del  carác- 
ter del  hombre ;  pero  en  ninguna  con  mayor  claridad  que  en  las  de  Forner.  Era  por  naturale- 
za crítico  y  analizador,  y  no  soñador  ni  espiritualista.  Su  ingenio  es  sin  duda  desembaraza- 
do y  agudo;  pero  más  con  la  agudeza  que  penetra  y  que  hiere,  que  cou  aquella  que  deleita 
y  regocija.  No  prepondera  en  sus  versos  el  estro  celestial  del  poeta,  y  en  vez  del  hechizo  in- 
efable que  emana  de  una  imaginación  llevada  en  alas  de  la  idealidad  ó  enardecida  por  el  entu- 
siasmo, se  siente  el  ánimo  dominado  involuntai'iamente  por  la  sensatez  del  filósofo  y  por  la 
amargura  del  censor.  El  talento  es  incontestable,  pero  casi  siempre  se  asemeja  más  al  talento 
razonador  y  reflexivo  del  jurisconsulto  que  al  fuego  inspirador  del  verdadero  poeta  (I). 

En  la  sátira,  en  la  investigación  y  en  la  controversia  es,  según  ya  hemos  indicado,  donde 
campea  brioso  y  desembarazado  el  entendimiento  de  Forner.  Sea  rigidez  genial ,  sea  odio 
instintivo  á  la  medianía  entronizada,  sea,  en  fin,  achaque  de  aquella  era,  en  que  pugnaban 
con  impulsos  nuevos  elementos  inveterados,  es  lo  cierto  que  Forner^  agresivo,  obstinado,  im- 
placable cuando  se  empeñaba  en  arrancar  la  máscara  al  charlatanismo  triunfante  ó  á  la  vani- 
dad glorificada,  ejerció  evidente  influencia  en  sus  contemporáneos.  Nadie  fué  más  belicoso 
que  Forner;  nadie  usó  más  nombres  de  batalla.  Ya  Tomé  Cecial,  ya  Pablo  Segarra,  ya  don 
Antonio  Varas,  ya  Bartolo,  ya  Pablo  Ignocausto,  ya  el  bachiller  Regañadientes ,  ya  Silvio  Libe- 
río,  siempre  se  descubre  el  escritor  firme  y  austero,  pero  intolerante  y  descon'entadizo.  Y  no 
se  limitaba  su  saña  crítica  á  combatir  y  ridiculizar  los  extravíos  de  los  hombres  famosos  de 
BU  tiempo.  No  malograba  ocasión  alguna  para  fulminar  con  el  sarcasmo  y  con  la  ira  á  los  co- 
pleros audaces  ó  vergonzantes  que  profanaban  el  sagrado  del  arte.  El  bombardeo  de  Argel 
por  el  general  de  la  armada  don  Antonio  Barceló  (Agosto  de  1783);  el  tratado  de  paz  entre 
España  é  Inglaterra  (3  de  Setiembre  de  1783),  y  el  nacimiento  de  los  dos  infantes  gemelos 
don  Carlos  y  don  Felipe  (5  de  Setiembre  de  1783);  tres  acontecimientos  venturosos,  casi  si- 
multáneos, que  conmovieron  grandemente  el  sentimiento  patriótico  de  los  españoles,  desen- 
cadenaron la  musa  trivial  de  los  copleros.  La  poesía  de  circunstancias  ha  sido  siempre  escollo 
de  la  inspiración ,  y  en  aquel  momento,  lanzada,  contra  la  voluntad  de  Dios,  á  la  palestra  li- 
teraria una  turba  insolente  de  insulsos  versificadores ,  el  turbión  de  cantos  heroicos ,  odas, 
églogas  y  romances  llegó  á  ser  una  verdadera  calamidad  poética,  que  retrajo  de  escribir  ver- 
sos en  celebridad  de  aquellos  faustos  sucesos  á  los  poetas  acreditados,  con  la  excepción,  acaso 
única,  de  Huerta.  El  irascible  Foimcr,  exasperado,  exclamaba :  « ¡A  qué  términos  ha  traído  á 
los  copleros  la  execrable  hambre  de  sacar  dinero  á  costa  de  los  augustos  niños  y  de  esta  paz, 
que  ha  suscitado  una  guerra  más  cruel  al  buen  gusto  y  á  la  sabiduría!  ¡Pobre  B.a'celó! 
¿Quién  diría  que  habían  de  encarnizarse  primero  en  tí  los  copleros  que  los  argelinos?»  (2), 

Vargas  y  Pon^e ,  Trigueros ,  Sempere  y  Guarinos ,  Huerta ,  el  erudito  Sánchez  y  otros,  fue- 
ron ,  con  más  ó  menos  razón ,  blanco  de  sus  acerbas  invectivas ,  pero  ninguno  tanto  como 
Triarte ,  á  quien  imitó  algrma  vez  el  mismo  Forner,  que  tan  duramente  lo  zahería  (3).  Jove^ 
llanos  admiraba  el  talento  de  Forner^  pero  le  disgustaban  las  abstracciones  filosóficas  de  loa 


(i)  En  la  presente  colección  Be  pnbiican  por  pri-  (2)  Carta  del  Tonto  de  ta  Duquesa  de  Alba  (í cr- 
inera vez  las  poesías  líricas  completas  de  Forner.  Las  ner)  á  un  amigo  suyo  de  América.  (Papeles  do  For' 
debemos  á  la  bondad  del  ilustrado  caballero  don  Luis  ner.) 
Villanueva ,  que  ya  dio  á  la  estampa  algunas  de          (3)  Véase  el  soneto  de  Forner,  Definición  de  un 


To  visto,  ya  ye  usted ,  perfectamente... 


ellas  en  1844.  Han  venido  afortunadamente  á  sus  petimetre ,  qne  empieza. : 
manos  los  manuscritos  autógrafos  que  consei-vaba  la 
familia  del  ilustre  escritor  extremeño,  y  estos  ma- 
nuscritos, que  se  hallan  actualmente  en  nuestro  po-  imitación  visible  de  aquel  tan  celebrado  de  Triarte, 
der,  son  los  que  ahora  publicamos  con  satisfacción  que  principia  así : 
yeraaaera  Leyántome  á  las  mil,  como  quien  eoy.», 


CALví  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRITICÓ 

primeros  escritos  del  estudiante  salmantino.  Al  apacible  Melendez ,  que  veía  y  sentía  las  co- 
sas de  un  modo  más  somero  pero  más  poético  que  Forner,  le  eran  antipáticos ,  así  el  carácter 
como  los  versos  de  este  escritor.  Infiérese  esto  claramente  de  los  siguientes  párrafos  de  dos 
cartas  que  en  1777  escribió  á  Jovellanos  fray  Diego  González,  que  tanto  se  interesaba  en  los 
adelantos  literarios  de  los  alumnos  de  la  escuela  de  Salamanca  (1)  : 

Remito  á  V.  S.  el  adjunto  papel  al  mismo  modo  que  los  días  pasados.  Me  lo  dirigió  don  Juan  Forner, 
autor  de  aquella  epístola  que  ya  vio  V.  S.  A  Butilo  no  le  congenian  las  producciones  de  Aminta  (Forner); 
parécenle  duras  y  desabridas  á  su  dulce  ánimo.  Dclio  (fray  Diego),  aunque  no  deja  de  admirar  en  ellas 
varias  bondades,  se  desagrada  de  la  mucha  oscuridad  que  en  todas  afecta  su  autor;  le  enfadan  las  cosas  que 
no  se  dejan  entender  en  fuerza  de  una  simple  lectura,  y  aborrece  los  negros  escritores  que  escriben  y 
trabajan  para  no  ser  entendidos.  Creo  que  Jovino,  en  medio  de  su  gran  facilidad  en  comprender,  se  ha 
de  parar  más  de  dos  veces  á  conjeturar  el  sentido  de  algunos  pasajes  de  la  presente  composición  de 
Aminta. 

Salamanca,  6  de  Mayo  de  1777. 

En  otra  carta  al  mismo  Jovellanos,  de  7  de  Junio  de  1777,  dice  fray  Diego  : 

Me  congenia  el  juicio  que  V.  S.  ha  formado  de  las  composiciones  de  Forner,  notándolas  de  nimiamente 
confusas,  en  medio  de  las  muchas  bellezas  que  uno  y  otro  advertimos  en  ellas.  Batilo  es  más  severo  con 
ellas ;  pero  lo  atribuj'o  á  la  genial  oposición  que  tiene  al  autor. 

De  ánimo  rebelde  á  la  autoridad  literaria  de  los  demás ,  j  amohinado  con  la  reprimenda 
oficial  que  recibió  á  consecuencia  del  escándalo  de  sus  reyertas  satíricas  y  de  las  diatribas 
que  dirigió  á  la  Academia  Española ,  Forner  hubo  de  conservar  cierta  ojeriza  á  este  esclare- 
cido cuerpo  literario.  Esta  ojeriza  se  columbra  á  primera  vista  en  una  especie  de  estatutos 
que  formó  para  una  academia  particular  que  llegó  á  reunirse ,  y  en  los  cuales  mezcló  des- 
enfadadamente el  espíritu  organizador  con  la  invectiva  y  con  la  sátira  (2). 


(1)  Cartas  Ae  fray  Diego  González.  Colección  de 
autógrafos  del  Marqués  de  Pidal. 

(2)  Tenemos  á  la  vista  el  borrador  autógrafo  de 
estos  estatutos.  Como  curiosidad  literaria ,  copiamos 
á  continuación  este  singular  documento  : 

«Nuestro  código  deberá  constar  de  una  introduc- 
ción y  cuatro  capítulos.  En  la  introducción  se  ex- 
pondrá el  objeto  ú  objetos  de  la  academia ,  su  tí- 
tulo ,  sello  ,  empresa  ó  distintivo ,  etc. 

))E1  primer  capítulo  tratará  de  las  calidades  de  los 
académicos. 

))E1  segundo,  de  los  oficios. 

))E1  tercero,  de  los  trabajos  literarios. 

))E1  cuarto,  premios  y  penas. 

hCapítulo  primero.  La  academia  se  compondrá 
de  académicos- de  número  y  académicos  correspon- 
dientes. Aquéllos  de  asistencia  necesaria ;  y  éstos, 
que  podrán  remitir  las  obras  y  trabajos  para  que  los 
juzgue  la  Academia. 

»No  serán  admitidos  abogados  ramplones ,  teó- 
logos de  machamartillo,  médicos  sistemáticos  ni 
filósofos  petimetres.  La  academia  ha  de  ser  dema- 
siado humilde  para  que  pueda  honrarse  con  tan 
ilustres  individuos.  Bastará  admitir  buenos  poetas, 
buenos  oradores  ,  buenos  críticos,  buenos  humanis- 
tas. Es  muy  conveniente  que  este  género  de  profe- 
sores hallen  acogida  y  premio  en  alguna  parte,  ya 
que  no  le  han  hallado  hasta  ahora  en  ninguna. 

»A  la  academia  no  le  ha  de  importar  maldita  la 
cosa  el  saber  si  sus  individuos  son  cristianos  viejos 


ó  lampiños ,  rancios  ó  frescos,  verdes  ó  pasados.  Ün 
descendiente  de  Mustafá  deberá  ser  preferido  á  uno 
de  Pelayo ,  si  éste  es  un  salvaje,  y  el  otro  un  varón 
docto.  Así,  las  pruebas  é  informes  que  se  harán  pa- 
ra la  admisión  de  algún  individuo  recaerán  sobre 
su  doctrina ,  y  nada  más  ;  en  la  firme  inteligencia 
de  que  es  una  ridiculez  predicar  á  los  protestantes  y 
gentiles  para  que  se  conviertan ,  y  tratarlos  después 
de  infames, atribuyendo  á  la  religión  de  Jesucristo 
una  infamia  que  no  causa  ninguna  otra  religión. 

))E1  juramento  único  que  se  tomará  á  todo  indivi- 
duo será  el  de  detestar  la  secta  semigálica,  y  defen- 
der á  sangre  y  fuego  el  verdadero  buen  gusto  cas. 
tellano,  así  en  prosa  como  en  verso.  Y  por  lo  mis- 
mo deberá  obligarse  á  promover  la  afición  á  nuestros 
buenos  escritores  de  los  dos  siglos  xvi  y  xvil,  que 
serán  su  único  norte  y  guía. 

))Si,  por  desgTacia  de  la  academia,  pretendiesen 
ser  admitidos  algunos  Iriartes,  Olmedas,  Vallada- 
res, etc. ,  de  quienes  consta  que  son  de  un  gusto  es- 
trafalario y  perverso ;  sin  tener  cuenta  con  la  opi- 
nión que  ellos  tienen  de  sí,  se  les  hará  entender  que 
han  de  entrar  á  aprender  y  ser  juzgados  ínterin  pier- 
den los  resabios  de  su  primer  estilo.  Sin  esta  condi- 
ción precisa,  no  serán  admitidos. 

«No  será  admitido  ninguno  de  quien  conste  que 
ha  de  formar  relación  de  méritos. 

«Capítulo  ii.  En  la  academia,  por  ahora,  no  ha- 
brá más  que  un  secretario  ,  que  se  elegirá  á  plurali- 
dad de  votos ;  á  cuyo  cargo  estén  los  papeles  que 


BE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  CXLVII 

Bi  bien  las  cualidades  dominantes  de  su  carácter ,  la  independencia  j  la  austeridad ,  toma- 
ban á  menudo  formas  desapacibles  y  sarcásticas  ,  se  rendia  Forner  á  sentimientos  delicados 
cuando  le  impulsaban  á  ello  móviles  generosos. 

Los  fueros  de  la  gratitud ,  en  un  alma  apasionada  como  la  suya ,  explican  y  disculpan  las 
extremadas  hipérboles  lisonjeras  que  dirige  á  su  protector,  el  Príncipe  de  la  Paz,  en  el  prólogo 
del  poema  La  Paz.  Allí  reclama  para  el  inhábil  y  apocado  ministro  español  las  bendiciones 
de  la  tierra ,  y  le  apellida  «  bienhechor  universal  del  género  humano.  »  Pero ,  lo  repetimos , 
no  ha  de  inferirse  de  aquí  que  Forner ,  aunque  entusiasmado  con  la  })az  ajustada  con  la  re- 
pública francesa  en  1795 ,  y  profundamente  agradecido  á  los  favores  del  Ministro,  que  le  habia 
nombrado  fiscal  del  Consejo  de  Castilla,  fuese  capaz  de  doblegar  el  fiero  temple  de  su  alma 
hasta  caer  en  la  adulación  cortesana.  Su  verdadero  carácter  está  fielmente  retratado  en  los 
siguientes  versos  de  una  de  sus  sátiras  : 

¡Oh,  qué  dura  experiencia!...  De  la  esencia  inmortal  que  en  mise  hospeda, 


(Dices ,  si  á  Alisto  en  antesala  impía 
Ves  negociar  con  la  paciencia  un  puesto) ; 
¿Yo  adular  al  poder?  ¿Yo  su  indigesto 
Ceño  sufrir,  los  dones  humillando 


Á  un  necio  venturoso,  que  burlando 
Puso  en  alto  la  pérfida  fortuna  ? 


Algunas  veces ,  á  pesar  de  su  orgullosa  condición  y  del  sentimiento  íntimo  de  su  valor  in- 
telectual, su  entusiasmo  literario  desmayaba  ,  y  un  desaliento  amargo  alejaba  de  su  ánimo  la 
hechicera  ilusión  de  la  gloria.  En  tal  situación  se  hallaba  sin  duda  su  alma  cuando  escribía 
estos  dos  bellos  versos,  con  que  empieza  un  soneto  que  no  llegó  á  terminar : 

Sacro  laurel ,  tu  rama  vividora 

No  adornará  jamas  mi  humilde  frente 

No  obstante  la  aspereza  de  su  condición ,  que  hasta  sus  propios  amigos  reconocían  y  lamen- 
taban, Forner  estaba  dotado  de  sensibilidad  profunda,  y  alguna  vez  dio  señales  manifiestas  de 
la  humildad  de  quien  yerra  y  reconoce  el  yerro ;  noble  humildad ,  que  sólo  cabe  en  almas  fir- 
mes y  elevadas.  No  podemos  dejar  de  citar  un  ejemplo ,  del  cual  hallamos  pruebas  en  los  pro- 
pios escritos  de  Forner.  Uno  de  sus  borradores  autógrafos  que  tenemos  á  la  vista,  contiene 
una  epístola  titulada  Aminta  d  Arcadio,  ó  lo  que  es  lo  mismo,  sustituyendo  los  nombres  ver- 
daderos á  los  nombres  poéticos,  Forner  á  Iglesias  (1).  Al  fin  de  este  borrador  hay  otro  de  una 


dejen  los  académicos,  la  ordenación  de  ellos,  etc. 

«En  lo  demás ,  todos  los  individuos  serán  fiscales, 
presidentes  y  censores;  porque,  como  los  sueldos  de 
esta  academia  son  ningunos ,  no  hay  necesidad  de 
inti-oducir  estas  distinciones  para  enriquecer  á  tres 
ó  cuatro,  con  perjuicio  de  la  libertad  de  los  demás. 

t>Capítulo  III.  Los  trabajos  literarios  de  la  aca- 
demia versarán  principalísimamente  sobre  la  poesía 
y  la  critica  castellanas ;  facultades  ambas  que  andan 
descarriadas ,  y  que  por  lo  mismo  necesitan  acogida 
y  abrigo  para  que  no  se  pierdan. 

«Los  trabajos  se  podrán  dividir,  ya  trabajando  to- 
dos sobre  una  misma  cosa,  ya  cada  uno  sobre  una 
sola,  á  arbitrio  de  la  academia.  El  primer  modo 
convendrá  en  las  obras  menores  de  verso.  El  segun- 
do en  obras  de  crítica. 

«Como  el  fin  déla  academia  debe  ser  adelantar,  y 
no  ostentar ;  refinar  el  gusto ,  y  no  aspirar  á  pasar 
por  doctos ;  las  obras  de  los  individuos  se  juzgarán 
con  un  rigor  rigidísimo  por  todo  el  congreso ,  sin 
c¿ue  sea  lícito  á  ninguno  creer  que  es  incapaz  de 


errar.  Nuestra  academia  no  se  compondrá  de  in/ct' 
tibies,  ó  de  los  que  juzguen  que  lo  son.  Esta  gente 
nos  deslumbraria  con  sus  grandes  luces. — Día  de 
la  Virgen,  primera  junta.  —  Alfesibeo,  secretario. 
— Damon  (Estala). —  Mirtilo  (Navarrete).  —  Amin- 
ta (Forner).» 

(1)  No  publicamos  esta  epístola  entre  los  versos 
de  Forner,  porque  carece  totalmente  de  inspiración 
poética,  y  reúne  todos  los  defectos  que  suelen  acom- 
pañar á  la  inexperiencia  literaria.  Cuando  Forner  la 
escribió  no  habia  cumplido  veinte  años.  El  indul- 
gente fray  Diego  González  envió  una  copia  de  la 
epístola  á  Jovellanos ,  para  que  formase  idea  de  los 
adelantos  que  iban  haciendo  en  la  poesía  algunos 
jóvenes  de  Salamanca.  Empieza  así : 

Salud  cumplidfl.  con  favor  divino, 
De  parte  de  su  amigo,  dirás,  musa  , 
De  nuestro  siglo  al  vate  salmantino; 

Y  si  por  suerte  recibir  excusa 
Letras  del  que  fué  na  tiempo  su  contrario» 
T  acciones  mías,  enojado,  acusa 


CXLvm  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

carta  que  debía  ir  acompañada  de  los  versos.  Esta  carta  expresa  claramente  que  la  epístola 
fué  dictada  por  el  deseo  que  tenía  Forner  de  reconciliarse  con  Iglesias.  Algún  arrebato  de 
Forner  había  ocasionado  un  rompimiento  entre  los  dos  amigos  y  compañeros  de  universidad; 
luchaba  Forner  entre  su  orgullo  y  su  arrepentimiento ;  pero  la  genial  rectitud  triunfó  al  cabo 
de  la  altivez  del  mozo.  Ko  creyó  humillarse  confesando  su  falta.  Escribió  á  Iglesias  la  citada 
carta ,  en  que  andan  mezcladas  de  un  modo  estrafalario  la  llana  ingenuidad  del  hombre  hon- 
rado con  la  pedantería  del  escolar,  y  la  amistad  de  ambos  quedó  recíprocamente  afianzada, 
cual  convenia  á  dos  corazones  sanos  y  afectuosos  (1). 

Sólo  un  hombre  dotado  de  altos  sentimientos  morales  puede  inspirar  amistad  profunda  y 
acendrada.  Forner,  e\  implacable  controversista ,  el  batallador  desabrido,  austero  y  agresivo, 
tuvo  por  amigos  tiernos  y  perseverantes  á  hombres  tales  como  Fernandez-Navarrete ,  Campo- 
mánes  Iglesias ,  A/jona,  Arroyal  y  Estala.  En  las  más  de  las  cartas  á  Forner  que  se  conservan 
de  estos  insi<Tnes  varones,  rebosa  ese  fervoroso  sentimiento  de  amistad  verdadera  que  sólo  brota 
y  arniífra  en  el  corazón  de  los  buenos.  Murió  Forner  joven  todavía,  cuando  apenas  empezaba 
la  madurez  de  la  vida  (2).  Probablemente  llevó  consigo  al  sepulcro  los  mejores  frutos  de  su 
claro  talento  y  de  su  vasta  y  sana  instrucción.  Basta  lo  que  escribió  para  que  nadie  pueda  ne- 
garle la  gloria  de  haber  sido  un  magistrado  sabio  y  vigoroso,  un  defensor  diligente  y  ardo- 
roso de  la  patria,  un  hablista  rigoroso  y  correcto,  y  un  campeón  animoso  de  la  civilización  li- 
teraria. Si  como  poeta  no  subió  á  muy  alto  nivel ,  culpa  fué  del  recio  temple  de  su  alma ,  que 
le  impedía  extasiarse  en  las  esferas  místicas  de  la  ilusión,  donde  vive  la  poesía  verdadera. 
Lista  ha  juzgado  admirablemente  á  Forner  en  estas  breves  y  sencillas  palabras :  «Estaba  do- 
tado de  una  imaginación  más  fácil  para  concebir  las  verdades  que  las  bellezas. » 

Otro  poeta  que,  aun  sin  rayar  á  grande  altura,  no  debe  ser  olvidado  al  bosquejar  la  era 
poética  de  Carlos  III,  e^  don  J  osé  María  Vaca  de  Guzman,  doctor  en  ambos  derechos,  mi- 
nistro del  crimen  de  la  audiencia  de  Cataluña ,  de  quien  se  gloria  la  universidad  de  Alcalá , 
á  cuyo  gremio  pertenecía. 

Los  premios  de  la  Academia  Española,  sucesivamente  por  él  alcanzados  en  1778  y  1779, 
sacaron  su  nombre  de  la  oscuridad  en  que  probablemente  habría  permanecido.  El  canto  de 
Las  naves  de  Cortés  y  el  romance  de  Granada  rendida ,  no  sólo  son  las  dos  mejores  composi- 
ciones poéticas  de  su  autor,  sino  que  dejan  á  bastante  distancia  á  todas  las  demás  que  com- 
puso. El  romance  está  escrito  en  tono  narrativo,  fácil  y  animado,  y  á  menudo  noble  y  \ágo- 
roso  (3).  Escaso  de  gusto  y  de  cordura  en  la  disposición  del  plan ,  y  embargado  por  el  espíritu 
imitador  y  emblemático,  que  le  impedia  comprender  y  sentir  el  carácter  de  sencillez  y  de 
grandeza  que  hay  en  aquel  magnífico  asunto  (4),  Vaca  de  Guzman  no  llega  ni  con  mucho  en 

(1)  Hé  aquí  algunos  períodos  de  la  carta  :  (2)  En  1797,  á  los  cuarenta  y  un  años  de  edad. 

«  Fui  no  ]iá  muchos  diaa,  amigo  Pepe ,  puerco  de  (3)  Sin  embargo,  no  mereció  la  aprobación  de  Mí- 

la  manada  de  Epicuro,  y  como  tal  me  hallé  metido  lendes  Valdés : 

en  el  cieno  de-  las  pasiones.  Hoy,  gracias  á  mi  des-  «Batilo  me  dice  que  no  le  han  gustado  las  obras 

engaño,  tengo  la  cabeza  llena  de  humos  estoicos premiadas  este  año.»  (Carta  de/rajf  Diego  Gonza- 

En  mis  versos  verás  del  modo  que  he  sabido  des-  hz  á  Jovellanos,  escrita  en  laCoruña,  en  Agosto  de 
prenderme  de  algunas  pasiones No  es  la  menor  1779.— Colección  de  autógrafos  del  Marqués  de  Pi- 
la enemistad  que  ha  habido  cerca  de  un  año  entre  dal.) 

los  dos.  Si  deseas,  como  es  justo,  que  te  tengan  por  (4)  Hasta  de  la  Eneida  se  acuerda,  cuando  sólo 

hombre  de  buen  juicio,  no  rehusarás  renovar  núes-  debía  acordarse  de  la  verdad  popular  y  española  de 

tra  amistad,  cuando  el  mismo  que  erradamente  la  la  conquista  de  Granada.  Así  empieza  á  hablar  el 

rompió  vuelve  á  ella.  Á  mí  se  me  hace  no  poco  difi-  valor  á  Juno  : 

cultoso  dar  satisfacciones ;  mas  hago  esto  ahora  pa-  Puesel  dolor,  ohEeína,  Inexplicable 

ra  que  veas ,  sobre  el  conocimiento  que  tienes  de  He  mandas  renovar... 

mí ,  cuan  fácilmente  me  allego  á  la  verdad  siempre  Alguna  vez  hasta  traduce  á  Virgilio,  como  cuan- 

que  la  conozco Dios  nos  dé  salud  y  vida  para  que  ¿q  exclama  • 

segunda  vez  nos  veamos  enceiTados,  al  anochecer,  ,„  .„„  „„„.„ 

'^  1    1  1  ^  1      •  .....  ¡Caben  acaso 

en  el  corral  del  Colegio  del  Rey  de  esa  ciudad.»  Tantas  iras  en  ánimos  divino»! 


Í)E  LA  poesía  CASTjíLLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  cxux 

el  romance  á  la  y.ltura  épica  que  aquél  requiere ;  pero  es  imposible  negar  que  la  obra  está 
escrita  con  alma  ardiente  y  conmovida ,  y  que  contiene  rasgos ,  descripciones  y  versos  llenos 
de  vida  y  de  inspiración.  Vaca  de  Guzman  tenía  fuego  poético,  y  de  este  fuego  nace  el  ga- 
llardo estilo  y  la  noble  armonía  de  algunos  períodos.  Tiene  arranques  felices ,  como  aquel  en 
que  llama  á  los  moros  torpes  hijos  del  ocio,  y  hay  pasajes  en  que  ,  si  no  la  idea ,  cobra  el  tono 
la  noble  sencillez  que  es  propia  de  la  poesía  épica.  Así,  por  ejemplo,  habla  el  rio  Gcnil  al  rey 
don  Fernando  el  Católico  : 


Suenan  las  aguas  con  el  golpe,  y  mueven 
De  tersa  espuma  blancos  remolinos, 
En  tanto  que  Genil  sacó  la  frente, 
Ceñida  de  amarantos  y  carrizos. 

Puso  los  pies  en  la  cerúlea  concha , 
Que  le  sirvió  de  asiento,  y  conocido 
El  gran  monarca  que  su  margen  pioa. 
Alzó  al  cielo  las  manos,  y  así  dijo  : 

¿  Veniste ,  en  fin ,  conquistador  famoso  ? 
¡  Olí  causa  digna  del  anhelo  mió ! 


¿Veniste  ya  á  vencer?  ¿  A  tí  triunfante 
He  de  ver,  y  al  alárabe  rendido  ? 

Sí,  Fernando,  sí.  Rey;  así  lo  ordena 
El  cielo  santo;  que  su  voz  lo  ha  dicho. 
Yo  la  oí  que  en  mis  tierras  resonaba 
Y  en  las  cuevas  también  de  mi  retiro. 

No  más,  no  más  que  mis  arenas  puras 
Manche  la  torpe  huella;  no  el  impío 
Descendiente  de  Agar  lave  su  cuorpo 
En  el  cristal  que  te  consagro  limpio... 


Don  Leandro  de  Moratin,  competidor  de  Vaca  de  Guzman,  le  aventajó  en  la  corrección  del 
lenguaje ;  pero  quedó  muy  inferior  á  él  en  estro,  en  gala,  en  vigor;  esto  es,  en  las  principales 
prendas  poéticas. 

El  canto  Las  naves  de  Cortés ,  por  su  lozanía,  por  su  entonación  desembarazada  y  poética, 
por  la  armonía  de  los  versos,  y  singularmente  por  el  entusiasmo  patrio  que  en  él  rebosa,  cau- 
tiva el  ánimo  y  embelesa  el  oido.  Saavedra  Guzman,  en  El  Peregrino  indiano  (1599);  don 
Francisco  Ruiz  de  León,  en  Za  Llernandia  (175.5),  y  otros  poetas,  habían  cantado  el  heroís- 
mo de  Hernán  Cortés  y  aun  la  quema  de  sus  naves.  Muchos  rivales  tuvo  asimismo  Vaca  de 
Guzman  en  el  certamen  académico.  Cuarenta  y  cinco  fueron  los  poemas  enviados  á  la  Aca- 
demia Española  ]iara  disputar  el  premio,  y  entre  ellos ,  según  ya  hemos  dicho,  uno  de  Jgle~ 
sias.  Si  alguna  de  estas  obras  narra  la  acción  de  un  modo  más  directo  y  detenido,  ninguna 
puede  competir  con  el  poema  premiado  en  el  niego  de  la  inspiración  lírica ,  que  es  la  que  más 
especialmente  cuadra  al  hecho  prodigioso  de  aquel  grande  hombre.  El  canto  épico,  con  tanta 
razón  celebrado,  á.e  don  Nicolás  de  Moratin,  no  fué  presentado  á  la  Academia.  Aventaja,  sin 
duda,  al  poema  de  Vaca  de  Guzman  en  robuztez  y  en  fuerza  descriptiva ;  pero  tanta  des- 
cripción, aunque  bella  y  caudalosa,  le  daña,  y  le  hace  parecer,  más  bien  que  una  obra  com- 
pleta y  acabada,  un  canto  de  un  poema  más  extenso.  Vaca  de  Guzman,  por  un  instinto  que 
contrasta  con  las  ideas  de  aquel  tiempo,  se  guarda  bien  de  llamar  épico  á  su  canto,  y  es- 
cribe en  realidad  una  fantasía  lírica,  que,  si  bien  inferior  á  lo  que  merece  la  sublime  hazaña 
del  héroe  extremeño,  no  carece  ni  de  estro,  ni  de  gala ,  ni  de  emoción ,  ni  de  grandeza. 
¿Quién  no  recuerda  el  patriótico  deleite  que  sintió  en  sus  años  juveniles  al  leer  estas  briosas 
octavas?  Cortés,  después  de  ensalzar  el  denuedo  de  los  antiguos  españoles,  dice  así  á  sus  sol- 
dados : 


Ellos ,  como  vosotros ,  oprimieron 
La  espalda  de  ese  monstruo  cristalino; 
De  la  Europa  también  se  desprendieron  , 
Al  África  llevando  el  blanco  lino; 
A  Oran  ganaron,  al  Peñón  rindieron} 
Tembló  de  su  poder  el  argelino, 
Y  tributaria  se  postró  á  su  amago , 
La  altiva  sucesora  de  Cartago. 

Así  venzamos  los  que  asi  nacimos  ; 
Nuestro  es  ya  su  valor ,  nuestro  su  acero ; 
La  tierra  hollamos  que  á  vencer  venimos ; 
Perezca,  pues,  el  leño  lisonjero. 
I,  Ps.-xviii, 


No  á  transportar  tesoros  le  trajimos; 
El  grande  Carlos ,  Carlos  el  Primero , 
Despreciador  del  oro  y  la  riqueza, 
En  sus  héroes  coloca  su  grandeza. 

Los  hombres  que  malogra  la  milicia, 
Mientras  cuidan  el  débil  armamento, 
Triunfos  son  que  el  monarca  desperdicia, 
Reprimido  en  sí  mismo  su  ardimiento. 
Bisónos  son  ;  la  militar  pericia 
No  les  dictó  su  vario  movimiento; 
Ni  hollaron  nieves,  ni  sufrieron  soles > 
Pero  tienen  valor,  son  españoles. 


CL  EnSQÜEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

No  vuelve  Vaca  de  Guarnan  á  encontrar  la  gallarda  y  calorosa  entonación  de  Las  Naves, 
aunque  casi  siempre  es  versificador  \aliente  y  numeroso.  En  las  (églogas  decae  notablemente, 
y  se  torna  prosaico  como  los  más  de  los  j.octas  de  su  tiempo.  Este  genero  de  poesía  artificial 
y  acompasada  cuadraba  mal  á  su  in;;;ginacion  viva  y  espontánea.  Los  asuntos  heroicos  le 
inspiraban,  y  adquiría  con  ellos  lozana  cx])resion  y  altos  pensamientos.  En  los  versos  cortos 
campea  siempre  el  dcscmbai-azo  del  versificador.  Suele  ser  desigual ,  y  no  pocas  veces  atre- 
vido y  desacertado  en  la  elección  de  las  palabras  y  de  las  frases;  pero  casi  nunca  le  faltan  in- 
genio y  arranque.  Véase,  jior  cjemj.lo,  In  graciosa  cantilena  La  muerte  de  la  rosa.  Al  paso  que 
cae  en  la  extravagancia  de  llamar  á  la  aurora  del  sol  emhajabñz ,  escribe  estos  fáciles  versos, 
en  que  liay  algo  del  sabor  de  la  poesía  antigua  castellana: 


Llegó  ¡  penosa  suerte  ! 
La  primavera  en  fin , 
Florida  para  todos 
Y  seca  para  mí. 
¡  Ay  Mayo  fementido , 
Detesto  tu  matiz! 
No  ]e  tejáis  ,  oh  plantas , 
Guirnaldas  del  jardín; 
Que  lia  marchitado  el  Mayo 


¡  Ay  fragancia  exhalada  1 
¡  Ay  púrpura  infeliz ! 
¡  Ay  cómo  equivocasteis 
El  nacer  y  el  morir  ! 
Fué  entre  la  cuna  y  tumba 
La  línea  tan  sutil , 
Que  no  sé  distinguirla  , 


La  pompa  del  Abril.  Aunque  la  sé  sentir, 

Abrió  una  tierna  rosa,  Al  ver  que  ha  hollado  el  Mayo 

Eeina  jurarla  vi i  La  pompa  del  Abril. 

Su  numen  flexible  era  á  veces  vivo  y  ameno  ,  como  se  ve  en  el  romance  que  empieza  : 

¡Hulíi!  espera,  serranilla, 
La  del  faldellín  de  flores. 


La  colección  de  vidas  brevísimas  de  santos,  que  él  llama  ITimnodia  6  Fastos  del  Cristianis  • 
mo,  es  una  mezcla  singular  de  faltas  y  de  aciertos.  Caminan  juntos  el  prosaísmo  y  el  concep- 
tismo, la  audacia  innovadora  y  los  vicios  de  la  rutina,  la  admiración  fervorosa  de  las  heroi- 
cas virtudes  délos  santos  y  la  monstruosa  amalgama  de  recuerdos  mitológicos  y  cristianos; 
y  al  lado  de  todo  esto  y  de  no  pocas  locijciones  extravagantes  y  de  graves  resabios  de  mal 
gusto,  asoma  el  movimiento  poético  de  una  imaginación  que  se  enardece  con  facilidad,  pero 
que  se  contenta  con  la  expresión  irreflexiva  de  su  arrebato ,  y  no  sabe  ó  no  quiere  detenerse 
á  completar  y  acrisolar  sus  obras. 

Quintana  no  fué  indulgente  ni  justo  con  Vaca  de  Guzman ,  omitiendo  desdeñosamente  has- 
ta su  nombre  en  el  Tesoro  del  Parnaso  español  y  en  el  bello  estudio  crítico  que  escribió  acer- 
ca de  la  poesía  castellana  del  siglo  xviii.  Vaca  de  Guzman,  con  todos  sus  defectos,  es  más 
poeta  que  el  Conde  de  Noroña  y  algún  otro  que  de  buen  grado  admitió  Quintana  en  su  co- 
lección. 


CAPITULO  XIIÍ. 

Fabulistas. — Carácter  poco  poético  del  apólogo. — Impropiedad  de  su  aplicación  á  la  enseñanza  de  la  juventud.—» 
Samaniego.— Iriarte. — Su  poema  de  La  Música, — Su  prosaísmo. — Su  incontestable  mérito. — Plaga  de  fábulas. — 
Rentería. — Pisón. 

En  aquellas  épocas  en  que  la  poesía ,  fruto  exclusivo  de  la  civilización ,  es  más  reflexiva 
que  ins¡)¡rada,  nacen  fácilmente  escritores  que  cultivan  la  fábula  y  el  apólogo  con  predilec- 
ción y  con  éxito. 

Cuando  se  considera  por  una  parte  lo  que  fué  el  apólogo  en  la  antigüedad  asiática ,  donde 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVHL  Oti 

tuvo  SU  cuna,  y,  por  otra,  que  la  versificación  no  es,  en  la  fábula,  sino  una  envoltura  graciosa 
y  pintoresca  de  un  pensamiento  ante  todo  simbólico,  sensato  y  filosófico,  cuesta  trabajo  con- 
vencerse de  que  deba  ser  tenida  por  un  gónero  sinceramente  poi'tico,  en  la  acepción  propia  y 
elevada  de  esta  palabra.  La  fábula  es  cuento,  emblema ,  lección ,  sátira ;  es  todo  menos  verda- 
dera poesía.  Por  eso  Lamartine  profesa  á  las  fábulas  tan  enconada  aversión ,  que ,  arrostrando 
el  torrente  de  la  opinión  tradicional  del  pueblo  francés,  se  atreve  á  atacar  implacablemente,  no 
sólo  las  fábulas  de  Lafoiitaine,  que  son  sin  duda  las  primeras  de  los  tiempos  modernos,  sino 
hasta  la  persona  misma  del  autor.  No  queremos  resistir  á  la  tentación  de  reproducir  aquí  al- 
gunos renglones  de  la  elocuente  censura  que  inspira  á  Lamartine  su  indignación  contca  las 
fábulas : 

Era  yo  un  espejo  vivo  (habla  de  su  adolescencia),  que  el  polvo  del  mundo  no  liabia  empañado,  y  en  el 
cual  reverberaban  las  obras  de  Dios...  Me  hacian  aprender  de  memoria  fábulas  de  Lafontaine...  Grima  me 
daban  aquellas  historias  de  animales  que  hablan,  que  se  dan  lecciones,  que  se  burlan  unos  de  otros,  que 
son  egoístas,  zumbones,  avaros;  que  no  sienten  lástima  ni  amistad  ;  que  son  en  verdad  más  malos  que  nos- 
otros. Las  fábulas  de  Lafuutaine  son  más  bien  la  filosofía  dura ,  fria  y  egoísta  de  un  anciano,  que  la  filo- 
Bofía  cariñosa,  ingenua,  generosa  y  sana  de  un  niño;  es  hiél,  y  no  la  leche  que  conviene  á  labios  y  á  co- 
razones de  tan  temprana  edad.  Me  repugnaba  el  libro,  y  no  sabía  por  qué.  Más  adelante  he  llegado  á  saber- 
lo. El  libro  no  es  bueno;  y  ¿  cómo  pudiera  serlo,  si  el  autor  no  lo  era?  No  parece  sino  que  le  han  apellidado 
por  burla  el  buen  Lafontaine.  Era  un  filósofo  de  mucho  ingenio,  pero  un  filósofo  cínico.  Y  ¿  qué  pensar  de 
una  nación  que  da  principio  á  la  educación  de  sus  hijos  con  las  lecciones  de  un  cínico?  Este  hombre,  que 
no  conocia  ásu  hijo,  que  vivia  sin  familia,  que  con  mengua  de  sus  canas  escribía  cuentos  obscenos  para 
enardecer  las  pasiones  de  la  juventud...;  este  hombre,  á  quien  nunca  mencionan  ni  Hacine,  ni  Corneille, 
ni  Boileau,  ni  Fénelon^  ni  Bossuet,  no  era  un  varón  cuerdo,  ni  respetable,  ni  sencillo.  Doce  versos  sonoros, 
sublimes ,  religiosos  de  J.ín?ía  desvanecían  en  mi  oído  todas  las  cigarras,  todos  los  cuei'vos  y  todas  las 
zorras  de  aquella  pueril  casa  de  ñeras.  Nada  ha  podido  aplacar  desde  entonces  mi  antipatía  á  las  fábulas. 

Por  más  que  se  resienta  algún  tanto  de  intolerancia  este  vehemente  y  austero  juicio,  es  in- 
contestable que  hay  en  las  razones  de  Lamartine  fuerza  incisiva  y  poderosa ;  y  no  es  difícil 
comprender  la  ira  contra  un  género  tan  artificialmente  intencionado,  en  un  hombre  que,  como 
poeta,  no  sabía  vivir  sino  en  la  celestial  esfera  de  su  lirismo  místico. 

Como  quiera  que  sea ,  no  es  dable  negar  que  insignes  escritores,  como  Samaniego  é  Liarte^ 
pueden  ser  gi-andes  fabulistas  sin  ser  grandes  poetas.  El  apólogo,  no  obstante ,  poético  ó  no, 
adecuado,  ó  no,  á  la  educación  de  los  niños,  es  un  género  literario  que  requiere ,  si  no  encum- 
brado numen ,  gran  delicadeza  de  ingenio,  de  intención  y  de  moral  sentido ;  genero  harto 
difícil,  con  apariencias  de  llano  y  de  trivial,  en  el  cual  muy  pocos  sobresalen.  Innumerables 
fabulistas  hay  en  España;  sólo  Samaniego  é  Triarte  son  consumados  maestros.  Samaniego  fué 
el  primero  que  dio  á  las  fábulas,  entre  nosotros,  la  rapidez,  la  naturalidad  expresiva,  la 
gracia  peculiar  que  requieren.  Imitó  á  Esopo,  á  Fedro,  á  Lafontaine  y  á  Gay,  estampando 
el  sello  castellano  en  los  asuntos  de  estos  famosos  escritores ;  pero  las  que  hizo  de  su  propia 
invención,  como  la  admirable  de  El  joven  filósofo  y  sus  compañeros,  en  nada  desdicen,  en 
cuanto  á  la  profundidad  de  la  idea,  délas  más  celebradas  de  sus  ilustres  antecesores,  y  qui- 
zá las  aventajan  en  la  concisión,  en  la  candorosa  malicia,  en  la  claridad  narrativa,  en  el 
hechicero  abandono  de  la  expresión.  Estas  fábulas ,  como  todas  las  del  mundo,  no  son  sólo 
lecciones  de  virtud;  lo  son  también,  hasta  cierto  punto,  de  artificio,  de  astucia  y  de  mundano 
desenfado;  pero  hay  al  propio  tiempo  en  ellas  cierta  sencillez  de  intención,  cierta  inocente 
lisura  de  estilo,  no  impropia  de  los  niños ,  que  las  habría  hecho  acaso  llevaderas  y  aun  agra- 
dables al  descontentadizo  Lamartine. 

Quintana  y  otros,  engañados  por  este  pasaje  de  Samaniego: 

En  mis  versos,  Triarte, 
Ya  no  quiero  más  arte 
Que  poner  á  los  tuyos  por  modelo... , 

han  creído  que  el  fabulista  de  Vergara  «siguió  las  huellas»  del  fabulista  madnleño.  No  fué 
así,  por  fortuna.  Samaniego  se  refiere  en  general  á  los  versos  de  Iriarle)  que  por  entonces  ad" 


CLii  ■nosQüEJO  nisToRico  craTico 

miraba.  No  era  éste  su  rival  todavía.  Las  Fábulas  literarias  fiíeron  puLlicadas  cuatro  anos  dcs- 
puos  de  las  Fáhulas  morales  de  Samaniego  (1).  Y  litimos  ([\c\io  por  fortuna ,  porque,  á  haber 
imitado  Samaiñeno  las  fábulas  de  Triarte,  su  estilo  habría  sido  más  terso  y  atildado,  pero  ha- 
bría perdido  probablemente  en  espontaneidad  y  en  despejo. 

Samaniego  había  pasado  en  Francia  alf^unos  años  de  su  primera  juventud.  Las  ideas  que 
allí  á  la  sazón  preponderaban  ,  habían  amenguado  en  su  ánimo  el  santo  tesoro  de  las  tradi- 
ciones morales  de  la  patria.  Se  hizo  hombre  despreocupado  á  la  manera  de  aquellos  tiempos 
de  turbación.  Sus  poesías  líricas  se  resienicn  de  esta  tendencia,  paralizadora  de  la  inspiración 
alta  V  fervorosa.  Se  hizo  cínico  al  estilo  de  Lafontaine,  á  quien  con  predilección  había  estu- 
diado, V  escribi(')  también  cuentos  obscenos,  sembrados  de  epigramáticas  agudezas,  pero  do 
tan  escabrosa  índole,  que  ha  sido  imposible  darlos  á  la  c?tampa. 

Triarte  es  ci  único  competidor  verdadero  que  ha  tenido  Samaniego.  Yo  no  haré  compara- 
ción ,  como  la  lian  hecho  tantos  otros,  entre  las  fábulas  de  los  dos  autores.  Siemjjre  nos  han 
T)arecido  ociosos  y  aun  perjudiciales  estos  paralelos  entre  dos  cosas  admiradas  y  admirables; 
en  los  cuales,  del  ingenioso  análisis  resultan  siempre  ambas  algo  lastimadas. 

Las  Fáhulas  literarias  se  imprimieron  por  primera  vez,  en  la  Imprenta  Real  ,  el  año  de  1782. 
El  ser  la  primera  colección  de  fábulas  todas  origínales;  su  objíjto,  exclusivamente  encamina- 
do á  ridiculizar  los  vicios  de  las  letras;  la  pureza  del  lenguaje;  la  gracia  del  estilo;  la  fecun- 
didad de  la  invención;  la  soltura  de  la  versificación,  y  hasta  la  variedad  de  los  metros;  todo 
contribuyó  á  llamar  sobre  esta  obra  la  admiración  del  público,  esto  es,  el  aplauso  de  los  im- 
parcíales  y  los  ataques  de  los  envidiosos. 

Pero  juzguemos  bajo  oíros  aspectos  el  talento  lírico  de  Triarte. 

En  1780  imprimió  en  la  Imprenta  Eeal,  con  bellísimos  caracteres  y  con  seis  primorosas  lá- 
minas, su  poema  de  La  Música,  así  dividido  : 

Canto  I. —  Elementos  del  arte  :  sonido  y  tiempo. 

Canto  IT. — Expresión  de  afectos. 

Canto  III. — Cuatro  clases  de  música  ;  en  el  templo  ;  en  el  teatro;  en  la  sociedad;  en  el  retiro. 

Canto  IV. — Música  teatral. 

Se  necesitaba  todo  el  imperio  que  llegan  á  alcanzar  en  épocas  de  disciplina  doctrinal ,  mo- 
das literarias  y  géneros  convencionales,  para  que  un  hombre  tal  como  Triarte ,  dotado  de 
clarísimo  entendimiento  y  de  todo  el  buen  gusto  encadenado  y  relativo  que  cabía  entonces 
en  un  distinguido  Jiumanisfa ,  emprendiera  la  escabrosa  tarea  de  poner  en  verso  las  reglas  mi- 
nuciosas y  complicadas  de  la  música.  Causa  lástima  verle  enredado  en  explicar  afanosamen- 
te el  anáiis's  y  la  división  de  las  escalas  diatónica  y  cromática.  Dice  así ,  por  ejemplo,  hablando 
de  la  primera: 


Distribuida  así ,  la  escala  forma 
El  modo  que  mayor  se  denomina ; 
Pero  para  el  menor  se  la  destina 
Diversa  progresión  ,  diversa  norma. 
Entonces  ya  es  preciso  que  aquel  grado 


De  un  semitono,  que  al  subir  contaba, 
Entre  tercera  y  cuarta  ct)locado, 
Medie  entre  la  segunda  y  la  tercera , 
Y  el  otro,  de  la  séptima  á  la  octava, 
Entre  la  quinta  y  sexta  se  transfiera... 


Y  ¿puede  esto  llamarse  poesía? 

Casi  todo  el  poema  está  escrito  en  semejante  estilo,  y  apenas  asoma  en  algtm  pasaje ,  no 
el  entusiasmo  poético,  que  éste  no  hay  que  buscarlo  en  esta  obra  de  Triarte,  mas  ni  siquiera  un 
eco  del  embeleso  que  indudablemente  causaba  la  música  en  su  ánimo.  Tocaba  Triarte  con  me- 
diana habilidad  el  violin  y  la  viola,  y  en  una  de  sus  epístolas  familiares  se  complace  en  re- 
cordar que  una  orquesta  de  aficionados  ejecutaba  en  su  casa  obras  suyas.  El  mismo  lo  dice  en 
estos  versos : 


(1)  Véase  lo  que  tú  frente  de  las  Poesías  de  tía-       punto  el  seüor  don  Eustaquio  Fernandez  de  Navar-» 
maniego,  publicadas  en  Vitoria,  dice  acerca  de  este      rete. 


DE  LA  poesía  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVin. 

y  aun  con  benignidad  los  circunstantes 
Oyen  mis  sinfonías  concertantes... ; 


Oini 


versos  que  de  propósito  reproducimos  en  este  lugar,  como  muestra  del  ínfimo  punto  á  que 
lle¿íaba  á  descender  alguna  vez  la  entonación  poética  de  Iriarte. 

En  el  poema  intenta  de  cuando  en  cuando  iluminar  con  algún  rasgo  lírico  el  caos  prosai- 
co de  las  explicaciones  técnicas ;  pero  no  acierta  nunca  con  los  colores ,  las  imágenes  j  las 
emociones  que  son  fruto  espontáneo  y  exclusivo  de  la  inspiración. 

En  suma ,  todo  el  orden ,  toda  la  claridad  de  estilo ,  todo  el  desembarazo  descriptivo ,  todo 
el  hechizo  de  un  lenguaje  castizo  y  acendrado,  prendas  admirables  de  Iriarte,  no  alcanzan 
á  impedir  que  se  lea  sin  esfuerzo  y  sin  fatiga  su  enfadoso  poema.  A  pesar  de  las  alabanzas  de 
Metastasio  y  de  otras  autoridades  literarias  (1),  esta  obra  no  añadió  un  quilate  siquiera  á  la 
gloria  de  Iriarte;  antes  bien  le  acarreó  diatribas,  y  con  ellas  sinsabores  sin  cuento,  mientras 
que  la  posteridad  justiciera,  condenando  á  desdeñoso  olvido  el  poema  de  La  Música,  no  ha 
hecho  más  que  confirmar  en  esta  parte  el  fallo  de  los  contemporáneos  de  Iriarte. 

Una  sola  vez ,  conmovido  al  recuerdo  de  las  peregrinas  inspiraciones  de  Haydn ,  da  Iriar- 
te con  el  sentimiento  poético  de  la  música,  y  expresa  su  admiración  con  el  entusiasmo  lírico 
de  un  verdadero  poeta,  que  canta  con  fuerza  y  espontaneidad  lo  que  siente.  Pero  j  cosa  singu- 
lar! esto  no  le  sucede  nunca  en  el  poema  didáctico,  donde  apura  todo  su  esmero  y  toda  su 
ciencia  musical.  Este  arranque  sincero  de  emoción  ai'tística  le  asalta  en  un  bellísimo  roman- 
ce llano  y  familiar ,  escrito  sin  pretensión  alguna ,  pero  lleno  de  ingenio  j  gallardía,  Hé  aquí 
al  fninos  versos : 


Haydn,  músico  alemán , 
Compositor  peregrino , 
Con  dulces  ecos  se  lleva 
Gran  parte  de  mi  cariño. 
Su  música ,  aunque  le  falte 
De  voz  humana  el  auxilio , 
Habla,  expresa  las  pasiones , 
Mueve  el  ánimo  á  su  arbitrio. 
Es  pantomima  sin  gestos, 
Pintura  sin  colorido, 
Poesía  sin  palabras  (2) 
Y  retórica  con  ritmo  ; 
Que  el  instramento  á  quien  Haydn 
Comunica  su  artificio, 
Declama ,  recita  ,  pinta , 
Tiene  alma ,  idea  y  sentido. 
Si  las  diferentes  voces 
Corren  por  tonos  distintos , 


Si  se  alternan,  si  se  imitan, 

Si  á  un  tiempo  cantan  lo  mismo, 

Si  callan  de  golpe  todas. 

Si  entran  todas  de  improviso, 

Si  débiles  van  muriendo , 

Si  resucitan  con  brío. 

Solas,  juntas,  prontas,  tardas, 

Todas  por  varios  caminos 

Excitan  un  mismo  afecto , 

Llevan  un  mismo  designio. 

Ó  expresan  gritos  de  furia, 

Ó  de  amor  tiernos  suspiros, 

Ó  el  llanto  de  la  tristeza , 

Ó  el  clamor  del  regocijo. 

Su  poderosa  armonía. 

Ya  llama  el  sueño  tranquilo, 

Ya  alienta  el  valor  marcial , 

Ya  incita  al  baile  festivo. 


(1)  El  poema  de  La  Música  fué  muy  celebrado 
dentro  y  fuera  de  España.  El  Journal  de  la  Litté- 
rature  (1780)  dijo,  entre  otras  cosas  :  II  serait  dif- 
Jicile  de  refuser  á  son  auteur  un  talent  réel  pour  la 
poésie,  et  en  méme  temps  il  n'est  guére  possible  de  Uve 
un  poéme  didactique  plus  complet  et  plus  sagement 
campóse. 

Otros  periódicos  de  París,  de  Roma,  de  Viena,  de 
Parma,  de  Florencia  y  otras  ciudades  colmaron  de 
alabanzas  á  Iriarte ;  pero  lo  que  más  halagó  su  amor 
propio,  por  la  alta  autoridad  poética  de  que  proce- 
día ,  fué  una  carta  muy  amistosa  y  laudatoria  que 
le  escribió  Metastasio.  Decíale,  entre  otras  cosas  : 

L' armoniosa,  vivace  e  nobile  facililh  del  suo  síile,  che  melle 

d'nccordn  n  ninravifflia  con  gU  allettamenti  dfl  Parnassn  l'ordi'inla 

f  uyiin  f^íjallcaa  delta  vaíedra,  ei  U  vasto  tesoTQ  dt¡iel¡e^me  e?» 


gnizioni,  dcllequali,  in  elit  casi  florida  (tenfa  Iriarte  veinte  y  nnevo 
afios),  a  git'i  saputo  fornirci,  debbono  esii/ere  h  buona  eqnita  l'ammi- 
razione  del pul/blico ¡ma  ?«r/ sapera  Orazziano,  ció  é,  il  buon  giu- 
dhio ,  che  cosí  spesso  si  desidera  tiei  piii  vencrali  scritlori,  echa 
coiiilnntcmcnle  regna  tiei  di  leí  raziocmi,  mi  scuopre  tullo  il  vigore 
del  suo  iitfiegr.o ,  ed  in  quel  che  giii  donna ,  lutti  qucl  che  promeí- 

le Sarci  piü  diffuso,  anzi  ¡a  preghaei  di  soffnrmi  in  un  re- 

golallo  commcrcio  di  lellere,  se  l'elá  che  mi  va  defraudando  lefisi- 
che  fucollii ,  r  parltcolaniienle  dello  scnvere  ,  non  si  opponesse  al 
mió  dcsiderio;  mi  sia  ceria  in  tanto  Y.  S.  ¡lima,  ch'io  sinceramen- 
te l'ammiro — Píetro  Metastasio— r/ena,  23  Aprile  1780. 

(2)  Es  singular  la  coincidencia  de  la  manera  de 
expresar  en  este  verso  el  sentido  imitativo  de  la 
música  con  la  empleada  mucho  después  por  Men- 
dclsohn.  Canciones  sin  palabras  (Lieder  ohne  ioorthe)i 
para  dar  nombre  á  algunas  de  sus  admirables  me- 
lodías, 


CLIV 


No  afecta  su  melodía 
Estudiados  gorgoritos, 
Difíciles  menudencias  , 
Todos  adornos  postizos 


BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRITICO 

Con  que  se  finge  grandioso 
El  canto  pobre  y  mezquino, 
Que  olvida  llegar  al  ahna 
Por  engañar  el  oido. 


La  verdadera  gloria  literaria  de  Iriarte  se  cifra  en  sus  dos  excelentes  comedias  El  Señorito 
mimado  \  La  Señorita  malcriada,  y  singularmente  en  stis  inimitables  Fábulas  literarias, 
donde  campean  en  grado  eminente  el  orden,  la  claridad,  la  intención,  la  gracia,  la  concisión 
V  la  pro])¡edad  descriptiva.  En  baldo  Floiian ,  que  sinceramente  las  admiralja ,  quiso  imitar- 
las. Pudo  aprovechar  los  pensamientos ,  pero ,  ingenio  artificial  y  afectado ,  no  le  fué  dado 
seo-uir  la  encantadora  y  delicada  naturalidad  de  estilo  del  [>oeta  español. 

Por  alguno  que  otro  verso  de  imperfecta  estructura,  y  singularmente  por  aquel  tan  célebre 
por  su  falta  de  cadencia  armónica. 

Las  maravillas  de  aquel  arte  canto , 

lle^j-ó  á  acreditarse  la  idea  de  que  Iriarte  era  perverso  versificador.  Nada  más  injusto.  Por 
lo  común  versifica  con  gaJa  y  lozanía,  y  en  las  fábulas  y  en  algunos  de  sus  fáciles  y  amenos 
sonetos  raya  á  menudo  en  la  perfección  la  estructura  métrica. 

Todavía  hav  quien  niegue  á  Iriarte  todo  linaje  de  instinto  poético.  Este  juicio  es  también 
injusto ,  como  suelen  serlo  los  juicios  extremados.  Cierto  que  carecía  del  sentimiento  poético 
de  la  naturaleza;  esto  lo  demuestra  su  insulsa  y  desmayada  égloga  La  felicidad  de  la  vida  del 
campo,  donde  no  hay  vida ,  ni  entusiasmo,  ni  entonación ;  donde  á  veces  el  prosaísmo  llega  á 
ser  tan  rastrero  y  tan  iiTÍsorio ,  que  cree  el  lector  tener  ante  los  ojos  alguna  composición  can- 
dorosa de  don  Gregorio  Francisco  de  Salas  (1).  Pero  en  cambio  rebosa  el  ingenio  en  muchas 
de  sus  obras  poéticas,  que  son  las  menos  conocidas.  No  era  Iriarte  poeta  soñador,  ni  sabía  vo- 
lar su  imaginación  por  los  espacios  sublimes  de  la  idealidad.  Era  ante  todo  hombre  de  socia- 
1  lilidad  y  de  cultura.  No  hay  que  pedirle  arrobamientos  místicos ,  ni  afectos  profundos  ,  ni 
arranques  de  elevación  lírica.  Hay  que  contentarse  con  juzgar  al  poeta  tal  como  Dios  le  hizo, 
con  admirar  la  claridad  y  limpieza  de  su  lenguaje,  el  desembarazo  de  su  entendimiento  ,  su 
sana  instiniccion ,  su  correcta  soltura,  su  donaire  satírico. 

Ha  sido  muy  censurado  Iriarte  por  el  engreimiento  de  su  carácter,  que  tan  á  las  claras 
86  descubre  en  sus  reyertas  literarias  con  Huerta ,  con  Sedaño ,  con  Melendez  y  con  Forner. 
Flaqueza  fué  sin  duda  en  Iriarte  caer  en  la  tentación  de  atac^ar  la  égloga  Batih,  premiada 
por  la  Academia  Española ,  con  el  propósito  de  hacer  resaltar  la  soñada  injusticia  de  haber 
sido  antepuesta  en  el  certamen  la  égloga  de  Melendez  á  la  suya,  tan  evidentemente  inferior  á 
aquélla.  Los  literatos  de  más  nota  aplaudieron  el  acertado  fallo  déla  Academia.  Berguizas , 
por  ejemplo,  el  insigne  traductor  de  Píndaro,  uno  de  los  pocos  críticos  españoles  del  último 
siglo  que  tenían  juicio  propio,  y  no  se  dejaban  arrastrar  á  ciegas  por  la  autoridad  de  los  pre- 
ceptistas franceses,  da  abiertamente  la  preferencia  á  la  égloga  de  Melendez  (2). 

En  cuanto  á  las  luchas  de  Iriarte  con  los  demás  escritores ,  la  posteridad  no  puede  olvi- 


(1)  Sirvan  de  testimonio  estos  versos: 

Aunque  éso ,  á  la  verdad  ,  os  mí  proyecto  , 
Tan  pronto  no  podré  llevarle  á  efecto 

Aquí ,  sin  las  nocivas  distracciones, 

Á.  las  ocupaciones 
Te  puedes  aplicar  de  la  labranza 

El  propaismo  no  puede  ir  más  allá.  Esto ,  en  ver- 
so, es  más  prosaico  que  la  prosa  misma. 

(2)  «Los  grandes  líricos  (dice  en  su  Discurso  so- 
Irecl  caráctrr  dr  Píndaro)  no  hablan  al  entcndi- 
íüiento  CD  derechura,  sino  por  medio  de  la  imagi- 


nación exaltada.  Todos  los  razonamientos  van  dis- 
frazados y  encubiertos  bajo  el  agradable  velo  de  las 
imágenes,  las  figuras,  las  expresiones  poéticas.  La 
poesía  antigua  jamas  tiene  visos  de  disertación  filo- 
sófica, como  la  moderna.  Por  eso  es  aquélla  siempre 
amena,  y  ésta  frecuentemente  árida.  Esta  sola  re- 
flexión da  á  la  égloga  premiada,  Batilo,  una  supe- 
rioridad declarada  sobre  su  competidora.  Los  Hora- 
cios, y  mucho  más  los  Píndaros,  no  miraban  los  ob- 
jetos tan  á  compás  y  sangre  f  ria  como  los  Batteux 
y  los  Cí.mdillac,  que  los  analizan.» 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XYIIL  CLV 

dar,  para  disculparlo,  que  reinaba  por  aquel  tiempo  un  espíritu  extraordinariamente  belicoso 
en  la  república  de  las  letras,  y  que  Sedaño,  Huerta  y  Forner  no  eran  ni  menos  a'^resivos  ni 
menos  preciados  que  Marte.  El  hecho  es,  sin  embargo,  que  hombres  de  ánimo  imparcial  y 
templado ,  como  fray  Diego  González,  desaprobaban  el  orgullo  de  Liarte  ,  que  le  inducía  á  ha- 
Mar  con  ¡nenosprecio  de  aquellos  escritores  que  le  hablan  precedido  en  la  misma  senda,  ó  qu3 
habían  demostrado  diierente  espíritu  literario  (1). 

Grandes  sinsabores  le  acarrearon  las  recias  acometidas  de  sus  enemigos  literarios.  Nino-u- 
na  le  llegó  tan  al  alma  como  las  de  Forner.  Conservó  hasta  su  muerte  la  impresión  que  le  ha- 
blan jiroducido  Jü  Asno  erudito  y  Los  Fdóso/os  chinos.  A  los  agudos  dolores  déla  gota  enfer- 
medad que  le  llevó  al  sepulcro  un  dia  antes  de  cumplir  cuarenta  y  un  años,  se  unia,  para 
hacer  más  amargas  sus  últimas  horas ,  el  dolor  moral  que  le  causaban  la  injusticia ,  la  envidia 
y  la  intolerancia  de  sus  compatriotas.  Linrle  atribuye  en  parte  á  aquellos  sinsabores  el  de- 
caimiento físico  que  agotaba  su  vida.  Así  lo  da  á  entender  en  este  melancólico  verso  : 

]  El  litiro  vive  ,  y  el  autor  perece  ! 

de  un  soneto  que  dictó  desde  el  lecho ,  pocos  dias  antes  de  su  muerte ,  y  fué  el  último  parto 
de  su  ingenio  (2). 

La  fama  de  Liarte  no  ha  disminuido  con  el  trascurso  de  los  años ,  como  la  de  tantos  otros 
que  resplandecieron  con  falsa  luz  en  el  último  siglo.  La  edad  presente  no  puede  olvidar,  ni 
sus  tabulas,  ni  sus  ingeniosos  sonetos,  ni  algunas  de  sus  comedias;  y,  si  no  le  concede  la 
palma  de  los  grandes  poetas,  le  tiene,  con  fundamento,  por  un  gran  hablista  y  por  un  inge- 
nio simpático  y  esclarecido. 

La  moda  de  las  fábulas,  sancionada  por  el  triunfo  brillante  y  merecido  que  habían  alcan- 
zado Samaniego  é  Liarte,  llegó  á  ser  una  especie  de  invasión  literaria.  Un  año  antes  de  que 
Samaniego  diese  á  luz  sus  Fábulas ,  publicaba  en  Bolonia  el  sabio  jesuíta  Lasala  una  traduc- 
ción en  versos  latinos  de  las  Fábulas  de  Locnian,  hecha  directamente  del  texto  árabe.  Cuatro 
años  después  (1784)  un  latinista,  don  Miguel  García  Asensio,  daba  á  la  estampa,  en  Madrid, 
una  traducción  castellana  de  las  mismas  Fábulas ,  para  la  cual  había  tomado  por  texto  la  ver- 
sión do  Lasala.  En  los  años  inmediatos  se  imprimieron  traducciones  de  las  Fábulas  de  La- 
fontainey  sobresaliendo  entre  ellas  la  que  publicó  en  1785  don  Bernard^o  María,  de  Calzada,  tra- 


(1)  Así  lo  expresa  el  maestro  González  en  el  si-  debía  él  concederlo  á  los  otros  traductores,  y  no  ha- 

guiente  párrafo  de  una  carta  que  escribió  á  Jovella-      berlos  ultrajado  tanto Liseno  (el  padre  Fernan- 

nos,  el  2  de  Setiembre  de  1777  :  dez),  que  me  envió  este  impreso ,  y  le  leyó  con  mu- 
idle leido  con  singular  complacencia  el  Anti-Lu.  cho  espacio,  me  escribe  muy  irritado  contra  el  nue- 
crecio  (poema  del  Cardenal  de  Polignac).  Acaso  la  vo  traductor ,  y  le  nota  más  faltas  que  él  á  Espinel 
mucha  intención  con  que  lo  leí  en  un  tiempo  dema-  y  Morell. »  —  (  Colección  de  autógrafos  del  señor 
eiadaraentc  caluroso,  ha  sido  la  única  causa  de  lo  Marqués  de  Pidal.) 

mucho  que  he  padecido.  También  he  leido  una  par-  (2)  Hé  aquí  el  soneto  de  Iriavte  y  que  hemos  en- 
te de  la  traducción  A&\  Arte  poética  de  Horacio  he-  contrado,  manuscrito,  entre  los  papeles  de  Forner: 
cha  por  don  Tomas  de  Marte.  Me  ha  desagradado  Lamiendo  reconoce  el  beneficio, 

mucho  el  discurso  preliminar,  en  que  tan  sin  piedad  El  can  más  fiero,  ai  hombre  que  le  halaga; 

trata  á  Espinel  y  Morell,  aunque  no  dejo  de  cono-  Yo,  escritor,  me  desvelo  por  quien  paga 

,                                          1    •       1     i ^_  _„„^„  o  tarde  ó  mal  ó  nunca  el  buen  ser\'¡cio. 

cer  qtie  en  al arunos  reparos  no  deja  de  tener  razón  .,.     ,      ,       .      ,     ,.^  . 

1                   °                                                                 ,  ,  La  envidia,  la  calumnia,  el  artificio, 

Marte.  Pero  también  soy  de  parecer  que  a  la  tra-  ^uya  influencia  vil  todo  lo  estraga, 

duccion   de  éste  se  pudieran  poner  muchos  más  re-  Con  más  rabiosos  dientes  abren  llaga 

paros,  y  acaso  más  sustanciales,  quo  los  que  él  hace  e»  ^"'«n  abraza  el  literario  oficio. 

,          .           ._              1      11                            •         •     1     •    j    T  Asi  la  fuerza  corporal  padece, 

en  las  otras.  No  puedo  llevar  en  paciencia  la  inteh-  j,^,^^  ^^^^^.^ ^  ^,  ^^.^^  ^3^^ ^ 

gencia  que  da  al  Sectantem  levia  nervi  deficiunt;  ni  roca  es  la  gloria,  mucha  la  molestia, 

el  que  reprenda  á  los  otros  de  haber  metido  algún  ¡El  Ubro  vive,  y  i-i  autor  perece! 

■    .                                                 j      '1          1                     1              j.  ;  Y  amar  la  ciencia  tal  provecho  trae  ? — 

npio  en  .SUS  versos,  cuando  el  en  los  suyos  los  mete  t,      ^         .   j.  ,..            w         .   ^-    ,  . 

^                                     '                              le  Vuti  doy  gusto  a  íorner ,  y  hagome  bestia  (o), 
á  carretadas.  No  dejo  por  eso  de  confesar  que  su 

tradui;i;iua  ys  buena  por  lo  regnlai- ;  pero  este  mérito  '»  Alude  &  EiAmo  erw*«o, 


CT^vi  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CIIÍTÍGO 

ductor  entonces  muv  conocido,  de  varias  obras  dramáticas  francesas.  Por  aquellos  tiempos 
lleíTÓ  á  desencadenarse  la  vena  apológica  de  los  españoles.  Arriaza,  cuyo  humor  chancero  no 
perdonaba  cosa  alguna,  decia  á  finos  del  siglo  (170G)  :  «Reina  en  la  corte  una  plaga  de  fá- 
bulas ,  como  la  pudiera  haber  de  tercianas. » 

Ko  so  requiere,  para  cultivar  con  fruto  este  génevo  literario,  ardorosa  y  alta  fantasía;  bas- 
tan vivo  ingenio,  sencillo  estilo,  intención  moral.  No  adornaban ,  por  cierto,  estas  prendas 
á  la  mayor  parte  de  los  que,  así  en  Madrid  como  en  las  provincias,  atestaban  los  periódi- 
cos de  aquel  tiempo  de  triviales  é  insulsas  fábulas.  Uno  de  los  fabulistas  menos  enfadosos  de 
aquella  era  es  sin  duda  don  José  Af/nstin  Ibañez  de  la  Rentería.  Soltura  en  la  versificación, 
naturalidad  de  estilo,  en  verdad  prosaica,  y  cierta  intención  política,  tan  contenida  y  disfra- 
zada cual  lo  exigía  el  sistema  gubernativo  de  Carlos  III,  son  las  únicas  circunstancias  dig- 
nas de  atención  en  las  fábulas  originales  de  Rentería.  Aquellas  cuyos  argumentos  tomó  de 
otros  autores,  están  por  lo  general  escritas  sin  espontaneidad  y  sin  gracia,  y  no  fué  en  él  poca 
osadía  escoger  algunos  asuntos  tratados  ya  magistralmente  por  Samankgo.  Era ,  no  obstan- 
te. Rentería  hombre  verdaderamente  modesto,  y  escribió  las  fábulas,  no  para  ganar  nom- 
bre ,  sino  por  mero  pasatiempo.  Samaniego,  cordial  amigo  suyo,  corrigió  estas  fábulas ,  é  in- 
dujo al  autor  á  darlas  á  luz  (1). 

El  Raposo,  ima  de  las  dos  fábulas  que  con  este  título  escribió  Rentería  (2) ,  fué  tenida  en  1788 
poruña  sátira  política  contra  Floridablanca,  escrita  y  propagada  por  la  parcialidad  del  Conde 
de  Aranda.  Corrían  las  copias  de  mano  en  mano  hasta  entre  las  damas  de  la  alta  aristocra- 
cia. El  honrado  ministro,  ó  por  cautela ,  ó  mortificado  con  el  emblema  del  raposo,  intentó  po- 
ner en  claro  si  la  fábula  era  en  efecto  un  manejo  político  de  sus  enemigos.  El  Superinten- 
dente general  de  Policía,  y  hasta  el  Consejo  de  Castilla,  intervinieron  en  la  aclaración;  pero 
las  dudas  no  se  desvanecieron  hasta  que  Samñniego,  á  quien  se  habia  achacado  la  fábula,  es- 
cribió, desde  Vergara,  que  era  obra  de  un  mozo  muy  aventajado  y  muy  amigo  suyo,  residente 
en  Bilbao,  «quien  lo  decia  públicamente  y  muy  tranquilo,  por  no  envolver  aquello  malicia 
ni  arcano»  (3). 

La  supuesta  sátira  perdió  el  aplauso  al  perder  la  malicia ,  y  quedó  reducida  á  lo  que  es  en 
8Í :  una  inocente  fábula ,  poco  merecedora  de  éxito  tan  ruidoso. 

No  inferior  en  mérito  á  Rentería,  y  harto  semejante  á  éste  en  defectos  y  cualidades,  me- 
rece ser  citado  otro  fabulista  de  aquella  época,  don  Ramón  de  Pisón,  ministro  togado  del  Real 
y  Supremo  Consejo  de  la  Guerra,  que,  con  el  transparente  anagrama  Román  de  Pinos,  im- 
primió, á  fines  del  último  siglo,  muchas  fábulas  en  los  periódicos  de  Salamanca  y  de  Ma- 
drid (4).  Pero  nada  más  diremos  de  este  escritor;  ni  mencionaremos  siquiera  otros  varios  fa- 
bulistas que,  con  menos  prendas  todavía  que  Rentería  y  Pisón,  cultivaron  el  apólogo  sin  do- 
naire ,  sin  elevación ,  sin  originalidad ,  sin  hechizo  alguno. 


(1)  Á.  mego  tuyo,  y  tal  vez  en  mi  daño,  Fué  publicada  por  primera  vez  en  el  Diario  de 

Mi3  versos  publiqué  J/aí?W(¿  del  4  de  Agosto  de  1788.  Al  año  siguiente 
[Faouias  en  verso  castellano,  por  don  Josó  Agustín  Ibañez  de  la  .  .     .  ,  ,  ° 

■lí<intoxis..-i^oija  Y  í^ivozí^s.  El  autora  su  amigo  don  Félix  Ma-  ^6  reimprimió  en  la  colección  de  Fábulas  en  verso 

ría  Ue  Sumaniego.—  Fábula  1  .*,  libro  n ,  tomo  ii.  Impronta  de  Viilai-  castellano ,  por  don  José  Agustín  Ibafiez  de  la  Rente- 

P^^-ío- 1'97-)  ría.  Imprenta  de  Aznar,  1789,  pág.  109. 

(2)  Es  la  que  empieza  asi :  (3)  Historia  del  reinado  de  Carlos  III,  por  don 

De  un  loon  poderoso,  Antonio  FeíTcr  del  Rio. 
MtnlBtro  principal  era  un  raposo,  /ix    t  '       i        h  i  i-  i 

Por  lo  sagaz  y  astuto;  (4)  Las  mas  de  ellas  se  publicaron  después  en 

Orgullo  como  el  hombre  tiene  el  bruto ooleccion.  Madrid ,  imprenta  de  Ibarra,  1819. 


PE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVHI.  CLYH 


CAPITULO  XIV, 

Consecuencias  antipoéticas  de  la  reforma  doctrinal. — Prosperidad  del  prosaísmo. — Olavide.— Salas. — Silva  Bazan. 
— Meras. — Olmeda. — Pichó  y  Rius. — Imperio  de  la  égloga. — Artificio  de  la  poesía  campestre. — Su  desnaturali- 
zación,— Abuso  de  las  clasificaciones  doctrinales. — Poesía  didáctica. — Eejon  de  Silva. — Moreno  de  Tejada. — 
Enciso. — Pérez  de  Célis. — El  padre  Vaniére. — Poesía  fruslera. — El  bachiller  Dueñas. — El  Marqués  de  üreña. — 
El  Marqués  de  Méritos. — Regimiento  de  la  Posma, 

La  reforma  doctrinal ,  ejercida  por  una  crítica  estrecha  y  meticulosa ,  á  fuerza  de  encare- 
cer la  llaneza  y  la  claridad ,  y  de  hacer  estribar  una  parte  muy  principal  del  valor  poético  en 
el  respeto  á  amaneradas  formas  y  á  clasificaciones  arbitrarias ,  acarreó  á  la  poesía  la  mayor 
de  las  desventuras  :  el  prosaísmo ;  pero  un  prosaísmo  cual  no  se  había  visto  jamas.  Montiano, 
los  padres  Bimñel ,  Benavente ,  Isla ,  Montengon  y  otros  poetas  precursores  del  prosaísmo  de 
Triarte ,  procuraban ,  aunque  las  más  veces  sin  fruto,  dar  á  su  estilo,  cada  uno  según  su  fuer- 
za y  su  índole ,  cierto  color  de  ingenio.  Ahora ,  temerosos  de  que  el  ingenio  parezca  como  un 
denunciador  de  gongorismo,  despojan  sin  escrúpulo  á  la  poesía  de  su  fuego  y  sus  galas.  Y 
claro  es  que  haciendo  descender  el  quid  divinum  á  esta  esfera  humilde  y  rastrera ,  todo  aquel 
que  manejaba  mediana  y  aun  malamente  la  prosa ,  se  atrevió  á  subir  al  Parnaso  creado  por 
los  preceptistas ,  que  de  otro  modo  habría  sido  para  ellos  inaccesible. 

El  carácter  histórico  del  presente  estudio  nos  impone  la  triste  tarea  de  recordar  algunos 
de  aquellos  poetas  infelices.  Interminable  sería  el  catálogo;  pero  nos  limitaremos  á  ciertos 
nombres  que  alcanzaron  extensa  fama. 

Uno  de  ellos  es  don  Pablo  Olavide ,  el  célebre  autor  de  El  Evangelio  en  triunfo.  En  su  ver- 
sión castellana  de  los  Salmos  de  David  y  de  los  Cánticos  de  Moisés ,  y  principalmente  en  Los 
Poemas  cristianos,  es  la  poesía  de  este  escritor  uno  de  los  ejemplos  más  señalados  del  límite 
inverosímil  adonde  puede  llegar  la  llaneza  prosaica  y  desmayada  de  aquellos  que  carecen 
completamente  del  sagrado  fuego  de  las  artes. 

Olavide  era  hombre  de  imaginación  impresionable  y  de  ánimo  activo  y  emprendedor.  El 
tiempo  que  pasó  en  París  en  compañía  del  Conde  de  Aranda  ensanchó  el  campo  de  sus  ideas, 
naturalmente  inclinadas  á  la  civilización  y  á  las  mejoras  públicas ,  al  paso  que  contagió  no 
poco  su  espíritu  con  las  doctrinas  escépticas  y  atropelladamente  innovadoras  que  á  la  sazón 
fermentaban  en  la  nación  vecina.  Imprudente  en  sus  conversaciones  y  tildado  por  sus  opi- 
niones poco  ortodoxas  en  materia  de  religión ,  fué  perseguido  por  la  Inquisición ,  y  preso 
en  1776,  siendo  asistente  de  Sevilla  y  director  y  gobernador  de  las  nuevas  poblaciones  de 
Sierra  Morena  y  Andalucía.  Al  oir  que  era  declarado  hereje  en  la  sentencia  leída  por  el  fis- 
cal ,  en  un  autillo  celebrado  el  24  de  Noviembre  de  1778,  en  el  tribunal  de  Corte,  á  puerta 
cerrada,  pero  ante  sesenta  personas  de  cuenta,  no  pudo  sobreponerse  á  la  amarga  impre- 
BÍon  de  vergüenza  y  acaso  de  remordimiento,  y  cayó  desmayado  del  banquillo  donde  estaba 
sentado  como  reo,  con  una  vela  verde  en  la  mano  (1).  Esta  terrible  humillación  de  un  hom- 
bre grave  y  encumbrado,  que  había  prestado  grandes  servicios  al  Estado,  hubo  de  parecer 
repugnante  espectáculo  á  fines  del  reinado  de  Carlos  III ,  cuando  la  Inquisición  había  ya 
perdido  su  antiguo  rigor  y  su  desmedido  poder,  y  tales  procedimientos  iban  cobrando  trazas 
de  anacronismo.  Nadie  dudaba  de  que  Olavide,  llevado  de  la  amistad  que  le  unía  con  Vol- 
taire,  Rousseau  y  otros  filósofos  franceses,  y  arrastrado  por  su  imaginación  aventurera,  ha- 

(1)  Tenemos  á  la  vista  una  relación  circunstan-  ros  de  Castilla;  dos  de  Hacienda;  de  Indias,  Órde- 

ciada  de  este  autillo,  perteneciente  á  los  papeles  del  nes  y  Guerra,  uno  do  cada  uno;  tres  oficiales  de 

obispo  Tavira.  «Presenciaron  (dice)  esto  lastimoso  Guardias  ,  etc..  Salió  sin  la  insignia  del  hábito  de 

espectáculo  los  duques  de  Granada,  Híjar  y  Abrán-  Santiago.») 
tes  j  los  condes  de  Mora  y  de  Corufia  j  tres  conseje- 


CLvni  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

bia  sido  ganado  en  parte  por  la  secta  incrédula  de  aquellos  tiempos.  Pero  no  tenía,  en  ver- 
dad ni  el  ímpetu  ni  la  convicción ,  ni  la  obstinación  implacable  de  los  verdaderos  revolu- 
cionarios. JS'inica  lie  perdido  la  fe ,  dijo  muy  conmovido  ante  el  tribunal  de  la  Inquisición ,  y 
su  conducta  desde  aquel  momento  patentizó  que  el  viento  del  escepticismo  no  habia  llegado 
á  arrancar  de  su  corazón  las  sanas  semillas  religiosas  que  recibió  en  el  hogar  de  sus  padi*es. 
E.\])atriado  durante  muchos  años,  y  vuelto  sin  duda  á  su  ser  ordinario  por  la  recia  voz  del 
pasado  escarmiento,  escribió  en  París  y  en  Venecia  El  Evangelio  en  triunfo,  6  el  Filósojo 
convertido,  cuyo  éxito  en  España  fué  inmenso  (1),  abriéndole  en  1798  las  puertas  de  la  pa- 
tria, donde  le  esperaba  la  más  honrosa  y  lisonjera  acogida  de  parte  de  la  corte  y  de  la 
nación.  Ya  indiferente  al  favor  mundano,  quiso  sepultarse ,  por  decirlo  así ,  en  un  pueblo  de 
Andalucía,  donde  pasó,  ejemplar  y  olvidado,  los  últimos  años  de  su  vida. 

Mucho  tiempo  antes ,  como  si  quisiera  consagrarse  al  afanoso  desvelo  de  una  voluntaria  ex- 
piación ,  habia  concentrado  su  ánimo  en  el  santo  cuidado  de  la  salvación  eterna  y  en  la  exal- 
tación de  las  verdades  de  la  religión.  Este  impulso  místico  y  elevado  no  fué  bastante  á  hacer 
brotar  la  poesía  de  un  alma  donde  Dios  no  la  habia  creado.  En  1799  publicó  en  Madrid  sus 
Poemas  cristianos.  El  Alma;  la  Providencia;  el  Mando;  la  Fe;  la  Confianza  en  Dios;  el 
Escándalo;  la  Conciencia;  la  Caridad;  la  Paz  del  Alma;  la  Esperanza;  la  Muerte:  éstos  y 
otros  semejantes  son  los  magníficos  asuntos  que  canta  la  helada  musa  de  Olavide.  No  habi;i, 
éste  nacido  poeta,  y  en  balde  se  presentaban  á  su  imaginación  esos  sublimes  sentimiento-, 
esos  inefables  misterios  del  cielo  y  de  la  tierra.  En  los  veinte  y  cuatro  poemas  cristianos ,  esto 
es,  eu  cerca  de  nueve  mil  versos  (casi  todos  pareados),  no  hay  un  destello  siqíiiera  de  alta  y 
noble  poesía.  Tienen  la  fe  y  la  claridad  del  Catecismo ;  pero  nunca  el  color  y  el  embeleso 
de  la  inspiración.  El  prosaísmo  de  Olavide  tiene  un  poder  avasallador.  Hasta  los  Salmos  de 
David  y  los  Cánticos  de  Moisés  pierden,  bajo  la  pluma  de  Olavide,  su  encanto,  su  elevación  y 
su  grandeza  (2). 

Mas  ¿por  qué  admirarse?  Olavide  se  proponía  deliberadamente  escribir  versos  incorrectos 
V  descoloridos.  El  mismo  lo  dice  sin  rebozo  en  estas  palabras :«  No  ha  sido  mi  designio  hacer 
versos  correctos  y  brillantes ,  y  por  eso  no  he  pedido  á  la  poesía  me  prestase  sus  hermosos  co- 
lores y  sus  imágenes  atrevidas.  Estos  adornos  serian  extraño?  y  nada  oportunos  para  deco- 
rar grandes  verdades»  (3).  ¡Y  esto  lo  dice  un  traductor  de  los  cánticos  sagrados  de  la  Bi- 
blia! Si  así  piensa,  ¿por  qué  no  escribe  en  prosa?  ¡Singular  poética  la  que  proscribe  de  la 
poesía  sagi'ada  las  imágenes  y  los  colores;  la  que,  en  una  palabra,  intenta  despojar  de  poesía 
á  la  poesía  misma. 

No  menos  famoso  que  Olavide ,  si  bien  por  más  modesto  camino,  llegó  á  ser  el  popular 
poeta  Salas. 

Si  levantar  el  pensamiento  á  los  espacios  ideales,  dando  con  el  fuego  de  la  fantasía  luz^ 
ímpetu  y  color  al  mundo  de  la  materia  y  al  mundo  del  espíritu ,  constituye  la  magia  divina 
y  seductora  del  poeta ,  nadie  es  menos  merecedor  de  este  noble  dictado  que  el  excelente  y 
virtuoso  capellán  mayor  de  la  real  casa  de  llocogidas  de  Madrid,  don  Francisco  Gregorio  de 
Salas. 

Amaba  apasionadamente  á  la  naturaleza ,  la  buscó  en  el  campo  con  deleite  ,  é  intentó  can- 
tarla toda  su  vida,  pero  siempre  con  desdicliado  éxito.  Moratin  áice  que  Salas  copió  á  la  na- 
turaleza, pero  no  supo  hermosearla.  |  Lengtiaje  y  preocupación  de  los  humanistas  del  siglo 
último!  Salas  no  vio,  en  verdad,  de  la  naturaleza  sino  la  parto  trivial  y  prosaica.  Si  hubie- 


(1)  En  menos  de  dos  años   so  hicieron   ocho   cdi-  Como  un  inútil  vaso,  y  han  tenido 
Ciones  de  esta  obra.  ''''  '"'^°'  '^^  docírmelo  en  mi  cara , 

,_^    ,,'                   •         1      ,           1         1    •       -1       1    i'i  Pues  no  Ixay  injuria  que  no  me  hayan  dicho. 

(2)  Véase  un  ejemplo,  tomado,  abriendo  el  libro  (Salmo  xxx.) 

al  azar,  del  Salterio  español  de  Oliivide  :  (3)  Poemas  cristianos.  Madiid,  imprenta  de  Do 

Iodos  m«  miran  como  i  vaso  roto,  bJado  j  1799.  Véase  el  prólog-o, 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  CLIX 

;  ran  existido  en  su  alma,  siquiera  en  cantidad  escasa,  las  facultades  ideales  del  verdadero 
poeta ,  no  hubiera  tenido  que  hermosear  la  naturaleza ;  le  habría  bastado  con  comprenderla  j 
retratarla. 

El  Observatorio  rústico,  del  cual  se  hicieron  diez  ediciones ,  principal  título  de  la  fama  de 
'  Salas ,  es  un  monumento  singular  de  vulgaridad  y  de  pesadez.  En  vez  de  sensaciones  delica- 
I  das,  de  imágenes  brillantes,  de  emociones  de  admiración  y  de  entusiasmo,  no  hay  en  aquella 
larga  y  fatigosa  égloga  sino  meras  descripciones.  Y  ¡  qué  descripciones !  Incapaz  de  discer- 
nir lo  bello,  lo  grande  y  lo  ideal,  Salas  lo  acepta  todo  como  fuente  de  deleite  poético,  y  afano- 
so é  imperturbable  ,  se  limita  á  formar  una  serie  interminable ,  no  siempre  bien  trabada ,  de 
impresiones,  no  sólo  triviales  ó  rastreras,  sino  á  veces  de  la  más  ruin  naturaleza.  El  rebuzno 
del  burro,  el  excremento  de  las  vacas,  la  asquerosa  tarea  del  escarabajo,  un  cerdo  en  el  bo- 
zadero,  una  ensalada,  im  fraile  arreando  ima  muía;  todas  estas  imágenes  y  otras  muchas,  re- 
pugnantes ,  ridiculas  ó  insignificantes,  que  el  verdadero  poeta  aparta  instintiva  y  apresura- 
damente de  la  imaginación ,  son  á  los  ojos  de  Salas  otros  tantos  atractivos  que  constituyen 
el  hechizo  de  la  vida  del  campo  (1). 

El  título  de  Observatorio  rústico  da  indicio  del  espíritu  con  que  fué  escrita  esta  obra  can- 
dorosa. Puede  inferirse  que  el  poeta  no  iba  á  cantar  la  sensación  intensa  ó  inesperada  que 
mueve  el  corazón  ó  levanta  la  fantasía.  Su  propósito  era  observar.  Así  es  que,  en  vez  de  sen- 
tir y  cantar,  describe  y  copia,  sin  omitir  impresión  alguna,  por  vil ,  prosaica  ó  desagradable 
que  fuese.  Diríase  que  buscaba  el  autor,  en  sus  versos ,  antes  que  el  entusiasme  de  un  poema, 
la  exactitud  de  un  inventario. 

Corrigiese  algún  tanto  de  su  chabacana  llaneza  en  la  égloga  titulada  Dalmiro  y  Silvano. 
Salas  es  siempre  en  ella  el  hablista  castizo ,  el  versificador  abundante,  que  siente  poco  y  des- 
cribe por  demás ;  pero  hay  á  veces  en  las  descripciones  mismas  ternura ,  candida  sencillez  y 
cierta  gracia  y  facilidad  que  cautivan.  En  la  poesía  de  carácter  burlesco  y  familiar  es  donde 
Salas  despliega  más  su  ingenio,  que,  á  decir  verdad,  nunca  raya  muy  alto,  ni  se  muestra  em- 
prendedor ni  ambicioso.  En  suma ,  las  poesías  de  Salas  tienen  valor  muy  escaso,  y  sólo  puede 
explicarse  la  grande  fama  del  poeta  por  las  nobles  y  simpáticas  prendas  del  hombre. 

Sin  embargo,  el  prosaísmo  podía  ir  más  allá.  Uno  de  los  que  lo  llevaron  á  su  último  límite 
fué  el  ilustre  caballero  don  Pedro  de  Silva  Bazan ,  bizarro  militar  que  se  hubo  como  cuadra- 
ba á  su  nombre  en  la  malograda  expedición  de  Argel,  y  fué  después  patriarca  de  las  Indias  é 
indí^íduo  déla  Junta  Central.  Este  varón,  digno  y  estimable  por  innumerables  títulos ,  amaba 
apasionadamente  las  letras ,  y  profesaba  á  la  poesía  la  más  estéril  y  desventurada  afición.  A 
tal  punto  le  había  negado  la  Providencia  el  precioso  don  del  sentimiento  poético ,  que  puede 
decirse,  sin  asomo  de  paradoja,  que  sus\ersos  son  más  ^^rosáicos  que  la  prosa  misma. 

Puede  dar  de  ello  testimonio  la  égloga  que  leyó  en  la  academia  de  San  Fernando ,  siendo 


(1)  Podrían  acusarnos  de  exagerados  si  no  probá- 
eemos  lo  que  aquí  decimos.  Véanse  los  siguientes 
ejemplos,  que,  hasta  por  su  tono  de  aleluyas  de  mu- 
chachos ,  parecen  una  parodia  de  la  poesía  campes- 
tre : 

Despierto  con  descuido 

Al  inocente  ruido 
Del  desvelado  canto  de  algún  gallo, 
Animoso  relincho  de  un  caballo, 

Eebnzno  de  algún  burro, 

Al  gorjeo  y  susurro 
Del  gorrión ,  vencejo  y  golondrina , 
Y  al  goli»  con  qne  cíeme  nna  Tecina. 


El  pastor  en  la  cumbre 
Busca ,  para  la  lumbre, 
Jjas  más  secas  boñigaa, 


Carcomidas  de  insectos  y  de  bormigaa. 

El  borrico  rebuzna ,  ladra  el  perro, 

Y  algún  guarda  vocea  desde  un  cerro. 

El  feo  escarabajo,  reculando, 
Bolas  que  fabricó  lleva  rodando. 

Hoza  el  cerdo  en  el  lodo , 
Be  baña  en  él  y  se  humedece  todo. 

Las  verduras  y  frescas  ensaladas 
Por  mi  mano  plantadas , 
Que  por  las  tardes  tomo, 

Y  bien  aderezadas  me  las  como. 

Cuál  arrea  la  mnla  de  una  noria. 
Cuál  á  su  tiempo  busca  la  achicoiriAf 


CLX  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

exento  de  la  compañía  española  de  Guardias  de  Corps.   Hé  aquí  cómo  empieza  á  hablar 

uno  de  los  pastores  de  la  égloga : 

Salicio,  no  me  es  lícito  quedarme;  .  Porque  yo  ,  al  ausentarme, 


Les  dije  que  á  la  siega  volverla; 

Y  aunque  no  es  culpa  mia, 

Las  espigas  doradas 
Estarán  en  la  era  ya  trilladas 


Pues,  en  un  año  que  dejé  mi  aldea, 

Nada  sé  de  mi  madre 

Ni  de  mi  anciano  padre, 
Y  esta  noche  es  preciso  que  los  vea , 
Que  ya  sin  duda  deben  aguardarme; 

La  carta  más  descolorida  no  suele  llegar  ,  en  su  estilo,  á  este  grado  de  insulsez  y  frialdad. 
Esto  deja  atrás  á  la  desmayada  frase  de  Salas,  de  Olavide  y  de  Montiano,  que  también  leyó 
xma  égloga  semejante  en  la  misma  academia  de  San  Fernando,  el  año  de  1751. 

«La  música  (dicen  las  actas  de  la  Academia)  preparó  la  atención  para  oir  con  mayor  de- 
leite la  égloga  de  don  Pedro  de  Silva. ))  El  éxito  fué  completo,  y  tul  el  entusiasmo  del  coa- 
curso  y  de  la  Academia,  que  ésta  nombró  al  poeta,  en  el  acto  y  por  aclamación,  académico 
de  honor. 

Este  es  uno  de  los  muchos  ejemplos  que  ofrece  la  historia  literaria  del  imperio  de  la 
moda ,  y  de  los  errores  estéticos  de  cada  edad.  Ridicula  era,  ciertamente,  la  moda  conceptuo- 
sa ;  pero  al  cabo  en  ella ,  si  bien  descaminado ,  se  traslucía  á  veces  el  ingenio ,  en  tanto  que  en 
el  prosaísmo  extremado  de  aquellos  tiempos  no  cabian  ni  color,  ni  emoción,  ni  vuelo,  ni 
imágenes ,  ni  el  menor  reflejo ,  en  fin ,  de  lo  que  constituye  la  belleza  poética. 

Sólo  comparable ,  en  falta  de  numen ,  con  su  contemporáneo  y  paisano  el  Conde  de  Torc- 
no ,  autor  de  La  muerte  de  Abel ,  de  Doña  Blanca  de  Borhon  y  otros  perversos  poemas ,  don 
Ignacio  de  Meras,  ayuda  de  cámara  del  rey  Carlos  IV,  cultivaba  la  poesía  con  un  inexplica- 
ble engreimiento,  que  contribuyó  á  que  su  nombre  sonara ,  aunque  sin  gloria ,  entre  los  poe- 
tas de  fines  del  último  siglo  (1).  Este  caballero  asturiano,  que  escribió  una  oda  contra  la  va- 
nidad, y  que  se  creia  modesto,  no  dudó  nunca,  sin  embargo,  de  que  Diosle  habia  concedido 
la  llama  de  la  inspiración  y  de  que  su  nombre  estaba  destinado  á  la  inmortalidad. 

Tineo  me  dio  el  ser;  filosofía. 
Desengaños  y  honores  debo  á  Mantua, 
Y  á  mi  trabajo  eterna  nombradía  : 

éste  es  el  orgulloso  epígrafe  que  estampó  Meras  al  frente  de  sus  Obras  poéticas ,  provocando 
de  este  modo  la  risa  de  sus  contemporáneos.  Así  empieza  una  composición  que  escribió  en 
celebridad  de  los  desposorios  de  los  Infantes  de  España  y  Portugal : 

Mi  plectro  humilde,  quS  dichosamente 
Logró  la  protección ,  logró  el  amparo 
Del  tutelar  y  padre  prodigioso 
De  las  nueve  lunjbreras  del  Parnaso 

Bastan  estos  cuatro  versos  para  dar  idea  de  lo  que  era  Meras  como  poeta  y  como  versifi- 
cador, y  asimismo  de  la  incorregible  manía  de  infatuarse  con  un  inocente  descaro,  de  que  hay 
pocos  ejemplos  en  la  historia  literaria,  donde  han  quedado  tan  abimdantes  rastros  de  desvane- 
cimiento y  soberbia.  Escribió  Mercis  obras  dramáticas,  odas,  poemas  heroicos;  en  todo  es 
siempre  rastrero  y  vulgar  hasta  lo  sumo.  Dio  alguna  vez  en  escribir  versos  á  la  muerte  de 
personas  queridas  ó  admiradas.  Compuso  infelices  sonetos,  que  W^mo  Sonetos  fúnebres ,  k 
Federico  II,  á  Catalina  II,  á  Feijóo,  al  general  Ricardos,  á  don  Ventura  Rodríguez,  al 
impresor  Ibarra  y  á  otros  célebres personnjes.  Pero  ¡qué  mucho!  Escribió  versos  á  la  muer- 
te de  tres  de  sus  hijos  y  de  su  esposa,  que  áim  no  habia  cumplido  veinticuatro  años,  y  no  se 
encuentra  en  ellos  ni  im  acento  conmovedor ,  ni  un  rayo  de  verdadera  luz.  La  índole  intelec- 


(1)  Hubo  en  la  familia  de  Meras  otros  poetas,  entre  ellos  un  ciego. 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL    SIGLO  XVIlt.  CXXI 

tual  de  Merds ,  como  la  de  otros  escritores  de  la  escuela  prosaica ,  es  de  carácter  repulsivo 
para  la  poesía.  Ni  la  gloria  enciende  su  mente ,  ni  la  teruiu-a  hace  palpitar  su  corazón. 

Una  composición  de  Meras ,  tan  poco  feliz  como  todas  las  suyas ,  tuvo,  entre  la  gente  in- 
docta, cierto  éxito  pasajero,  por  referirse  al  uso  de  las  cotillas,  moda  de  aquel  tiempo,  extra- 
" vagante  por  lo  extremada,  pero  no  más  extraña  ni  censuraLle  que  algunas  otras  de  nuestros 
dias.  Es  una  anacreóntica  de  más  de  doscientos  versos ,  en  la  cual  describe  Merds  las  zozo- 
bras Y  molestias  que  ocasionaba  á  las  señoras  el  violento  ajustador  llamado  coiilla. 

El  público  no  advirtió  ni  la  insipidez  de  la  invectiva ,  ni  la  c:.travagancia  del  poeta,  que  sa- 
tirizaba ahora  en  anacreónticas,  como  ya  lo  habia  hecho  en  odas.  Aplaudió  entonces,  porque 
sólo  vio  en  Meras  el  censor  de  una  costumbre  de  que  el  pueblo  se  reía  y  que  la  ciencia  con- 
denaba (1). 

Don  José  de  la  Olmeda  es  otro  de  los  que  se  atrevían  á  escribir  versos  porque  imaginaban 
que  la  poesía  consistía  en  la  sensatez  y  en  la  llaneza.  Tenía  sin  duda  al  vigor  y  al  entusiasmo 
por  cosas  arriesgadas  en  las  letras ;  así  es  que  sus  obras  causan  hastío  y  fatiga  en  vez  de  emo- 
ción ó  deleite.  Hay  entre  las  poesías  de  Olmeda  un  romance  endecasílabo,  de  más  de  qui- 
nientos versos,  sembrado  en  verdad  de  ideas  nobles,  religiosas  y  patrióticas  (2),  Pero  ¡qué 
desmayado  estilo!  La  cordura  sola  no  basta  á  animar  los  escritos,  y  el  calor  de  la  idea  se 
desvanece  con  el  hielo  de  la  expresión.  Así  habla  Olmeda  para  ensalzar  la  industria  española : 

Ya  puede  competir  Guadalajara 
Con  la  fábrica  inglesa  de  Lancáster, 
Y  las  de  Talavera,  León,  Toledo 
Se  aumentan  con  vistosas  variedades 

Y  ¿  era  esto  pulsar  la  lira ,  según  el  lenguaje  convencional  de  aquel  tiempo  ?  Esto  es  una 
usurpación  de  la  prosa,  es  parodiarla;  porque  la  asonancia  y  la  medida  no  sirven  aquí  sino 
para  hacer  más  visible  la  pobreza  de  la  expresión  y  la  desnudez  de  la  frase. 

Pongamos  término  á  esta  poco  gloriosa  reseña  con  el  nombre  del  doctor  don  Pedro  Pichó 
y  Pilis,  profesor  de  ciencias  matemáticas  en  el  Peal  Seminario  de  Nobles  educandos  de  Va- 
lencia. Su  prosaísmo  supera  al  de  los  más  desmayados  versificadores ,  y  llega  en  esta  parte 
al  último  punto  que  puede  concebir  la  imaginación.  Inspiróle  su  extraviado  gusto  la  idea  sin- 
gular de  traducir  en  versóla  Introducción  d  la  sabiduría,  breve  tratado  de  moral,  de  educa- 
ción y  de  higiene ,  que  escribió  en  latín  el  insigne  varón  Juan  Luis  Vives  (3).  Esta  es  una 
de  aquellas  obras  recomendables  por  su  sana  moral ,  pero  esencialmente  reñidas  con  la  poe- 
sía. Francisco  Ccrcdntes  Salazar  y  Diego  de  Astudillo  la  habían  traducido  en  prosa.  Pichó  y 
Pius  imagina  que,  convertido  aquel  modesto  y  sencillo  tratado  en  un  poema,  cobrarían  ma- 
yor realce  y  valor  las  máximas  de  sana  moral  y  cristiana  virtud  que  contiene : 

He  elegido  (dice)  la  especie  de  verso  comunmente  llamada  silva;  metro  dulce,  corriente,  armonioso, 
lleno  al  mismo  tiempo  de  majestad  y  grandeza. 

Majestad  y  grandeza  hay  en  algunas  máximas  morales  y  filosóficas  de  Vives;  pero  por 
desgracia  pierden  lo  uno  y  lo  otro  con  la  entonación  trivial  y  helada  de  los  versos  de  Pichó. 
Deja  éste  atrás  el  prosaísmo  de  Montengon ,  de  Silva  y  de  Olavide.  Hé  aquí  una  muestra  del 
punto  á  que  se  atreve  á  descender  Pichó  en  la  entonación  poética ,  que  él  intenta  hacer  ^mn- 
de  y  majestuosa  : 

(1)  Un  profesor  de  medicina  y  cirugía,  don  Ma-  dolorosas,  por  cuya  causa  sobrevienen  enfermeda- 

riano  Martínez  Galinsoga,  escribió  una  obra,  enea-  desn,  etc. 

minada  á  probar  que  la  «compresión  ocasionada  por  (2)  En  elogio  de  las  discípulas  de  las  cuatro  es- 

las  cotillas  pone  en  tormento  las  entrañas  del  vien-  cuelas  patrióticas  (1782). 

tre  inferior,  las  extrangula,  las  hace  perder  el  sitio  (3)  Esta  traducción   se  publicó  en  Valencia,  el 

y  mudar  de  figura,  y  que  así  las  operaciones  de  di-  año  de  1791. 
fbos  órgauos  deben  ser  precisamente  imperfectas  y 


CT,xii  ÉOSQUEJO  HlSTÓmcO  CRITICO 


Las  manos ,  pues ,  y  rostro  tú  procura 

Lavar  con  agua  fresca 
T  enjugar  con  toalla  blanca  y  pura. 

Y  también  la  cabeza , 
Los  oídos ,  nariz ,  ojos ,  sobacos , 


Por  do  escoria  despides, 
De  limpiar  á  menudo  no  te  olvides. 
Ten  de  lavar  los  pies  igual  cuidado, 
Y  mantenerlos  con  calor  templado. 


Ejemplos  de  tan  increible  ineptitud  poética  podrian  presentarse  á  millares.  Pongamos  el 
último.  Así  empieza  un  poema  descriptivo ,  en  octavas ,  á  la  proclamación  de  Carlos  IV  en 

Toledo  (1789)  :  

Sabida  la  real  orden  de  que  el  día 

Diez  y  siete  de  Enero  se  aclamara 

A  nuestro  soberano,  tu  alegría 

En  tus  disposiciones  se  declara 

¡Para  cuándo  dejan  la  prosa  estos  profanadores  de  la  poesía ! 

Á  esta  prosperidad  del  prosaísmo  en  el  último  tercio  del  siglo  xvili  corresponde  el  aliinco 
con  que  los  malos  poetas  cultivaban ,  sin  tregua  ni  concierto ,  varios  géneros  de  poesía  artifi- 
cial ,  prescritos  en  las  poéticas  con  caracteres  determinados.  Boileau ,  comparando  ingeniosa- 
mente el  idilio  7  la  égloga  á  una  pastora  que  en  los  dias  de  fiesta  se  engalana  con  flores,  y  no 
con  rubíes  ni  diamantes,  liabia  aconsejado  el  estilo  humilde  en  la  poesía  campestre  (1).  ¡  Qué 
cómodo  asidero  para  los  copleros  que  no  se  sentían  con  aliento  para  subir  á  los  espacios  del 
estilo  sublime!  La  poesía  cayó  bajo  el  imperio  de  la  égloga ,. y  se  hizo  de  todo  punto  falsa  y 
ridicula ;  pues  lo  extraño  es  que  estos  amigos  de  las  clasificaciones  doctrinales  las  desnatura- 
lizaban á  su  sabor.  La  anacreóntica ,  por  ejemplo ,  destinada  por  los  preceptistas  á  cantar  la 
dulce  alegría  del  amor  y  de  los  placeres ,  es  empleada  por  el  padre  Báguena  para  disertar 
mhre  El  hombre  con  relación  á  la  sociedad.  La  moda  de  las  églogas,  especialmente,  indujo 
hasta  á  los  hombres  de  más  claro  talento  á  caer  en  impropiedades  monstruosas.  Para  cantar  las 
glorias  de  las  artes  ,  en  la  distribución  de  premios  de  la  academia  de  San  Fernando,  de  1754, 
escoge  Montiano  una  égloga,  j  Qué  ceguedad  crítica  la  de  aquel  tiempo !  Montiano ,  que  se 
afana  por  hacer  recobrar  á  las  letras  la  cordura  perdida ,  no  ve  cuan  insensato  es  que  rudos 
pastores  se  entretengan  con  sabias  y  elevadas  pláticas,  en  que  rivalizan  la  einidicion  y  el  tono 
elevado.  Hay  en  esta  égloga  un  pastor  Menálcas ,  diserto  y  erudito,  que  habla  de  las  artes  de 
Poma,  Atenas  y  Palmira,  y  deja  atrás  en  magisterio  estético  á  los  mismos  académicos  de 
San  Fernando. 

Huerta  quiere  celebrar  asimismo  la  distribución  de  premios  de  la  academia  de  San  Fer- 
nando (2),  y  tampoco  le  ocurre  forma  más  adecuada  para  este  objeto  que  una  égloga.  Hu- 
mildes pescadores,  aterrados  poruña  tempestad  que  ha  destrozado  la  barquilla  de  uno  de 
ellos,  serenados  de  improviso  y  llenos  de  intempestivo  gozo,  empiezan  á  cantar  en  primoro- 
so estilo,  acompañados  del  caracol  marino,  no  las  emociones  del  mar  ni  los  hechizos  de  la 
ribera ,  sino  ¡  quién  lo  diría !  las  excelencias  de  las  nobles  artes  y  los  títulos  de  Carlos  III  á 
los  aplausos  de  la  historia.  Aquellos  toscos  pescadores  hablan  de  Trajano  y  discurren  docta- 
mente sobre  la  arquitectura,  el  grabado,  la  pintura  y  la  escultura,  como  quienes  se  hallan 
familiarizados  con  sus  procedimientos  mecánicos,  con  su  trascendencia  histórica,  con  su  ob- 
jeto útil  ó  glorioso.  ¡  Pobre  literatura  la  que  trastorna  ridiculamente  las  ideas ,  la  que  desco- 
noce la  sana  inspiración  de  la  verdad,  la  que  llega  hasta  lo  absurdo,  subyugada  por  el  poder 
de  la  rutina ! 

Como  el  tono  humilde  de  la  égloga  y  su  llanísima  estructura  ponían  la  poesía  al  alcance  de 
todo  el  mundo ,  resiütó  de  aquí  que  cualquiera  se  metía  á  poeta ,  y  que  todo  se  cantaba  en 


(1)  .    .    .    ¡ t    .    .    i    .    .  ¡  Ét  n'alme  poiní  torguell  ctun  vers  présompfuetis. 

Tetle,  aimahle  en  son  air,  mais  humble  dans  son  style ,  (L'A/t poétique ,  canto  O.) 

Doit  éclater  sans  pompe  une  elegante  idylle. 

Son  tour  simple  et  niii/n'a  ríen  de  /asíueux,  (2)   ActaS  de  la  academia  (1760). 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIH.  CLXIIf 

églogas ,  "hasta  las  cosas  más  apartadas  del  campo  y  de  sus  apacibles  j  risueños  deleites.  Las 
bellas  artes,  un  casamiento  aristocrático  (1),  la  muerte  (2),  la  guerra  (3),  ¿qué  cosa  no  se 
creyó  entonces  adecuada  á  la  poesía  campestre?  Verdad  es  que  de  la  impropiedad  de  pastores 
cultos,  sabios  y  disertos ,  Virgilio  mismo  les  babia  dado  ejemplo.  En  la  égloga  iv,  PoZ¿ow,  le- 
vanta el  tono  hasta  la  profecía  histórica;  la  égloga  V,  Dáfnis,  es  una  apoteosis  figurada  de 
César ;  la  égloga  vi,  Sileno,  es  un  cuadro  bellísimo  de  la  filosofía  de  Epicuro.  ¡  Qué  asuntos 
para  la  candorosa  ignorancia  de  los  rabadanes  y  de  los  pastores!  Y  por  cierto  que  el  poeta 
latino  dice ,  al  principio  de  la  última  égloga  citada,  que,  al  ir  á  cantar  reyes  y  combates, 
Apolo  le  tiró  de  la  oreja,  diciéndole :  «Títiro,  cuadra  al  pastor  apacentar  rollizas  ovejas  y 
recitar  sencillos  versos.»  Y  ¿de  qué  manera  atiende  Virgilio  la  advertencia  del  dios?  compo- 
niendo una  de  las  églogas  de  más  exquisita  estructura,  de  más  recóndito  sentido,  de  versifi- 
cación más  esmerada ,  y  ,  por  decirlo  así,  más  académica,  que  ha  producido  literatura  alguna. 
Boileau  no  advertía  sin  duda  que  recomendar,  como  lo  hizo,  por  una  parte,  las  bellas  églo- 
gas de  Virgilio  como  el  gran  modelo  de  la  poesía  campestre ,  y  prescribir ,  por  otra ,  en  ellas 
el  estilo  llano,  humilde  y  candoroso,  era  incurrir  en  una  contradicción  de  doctrina.  Pero  no 
debe  extrañarse  mucho  que  los  poetas  del  siglo  xviii ,  cuyo  dogma  de  la  imitación  en  las  ar- 
tes venía  á  parar* en  que  imitaban,  antes  que  á  la  naturaleza,  á  los  modelos  consagrados  del 
arte  mismo,  adoptasen  la  égloga  como  un  medio  fácil,  aunque  impropio,  de  cantar  cuanto 
venía  á  sus  mientes. 

En  lo  que  ni  Virgilio ,  ni  Boileau  podían  servirles  de  escudo  ó  de  disculpa  es  en  esa  in- 
sulsa metafísica  de  amor  que  emplean  los  amartelados  zagales  de  las  églogas  italianas ,  fran- 
cesas y  españolas.  Garcilaso,  por  un  privilegio  del  cielo,  sabía  hermanar  ó,  mejor  dicho, 
amalgamar,  con  habilidad  peregrina  en  sus  églogas  el  artificio  de  visibles  imitaciones  de  la 
poesía  latina  é  italiana  con  los  deliciosos  y  sencillos  acentos  de  la  ternura  verdadera ,  mien- 
tras que  los  poetas  bucólicos  del  siglo  xviii  no  aciertan  á  cantar  sino  los  frios  ardores  de  im 
amor  falso,  prolijo  y  enmarañado,  que  no  tiene  ni  sensibilidad  ni  gracia. 

Más  aceptables  son ,  como  más  verdaderas ,  las  groseras  imágenes ,  hijas  de  una  civiliza- 
ción materialista ,  que  constituyen  los  requiebros  que  los  pastores  dicen  á  las  zagalas  en  las 
églogas  del  paganismo.  En  las  obras  de  Teócrito ,  de  Virgilio  y  de  otros  poetas  bucólicos  de 
la  antigüedad,  las  Galateas  y  las  Amarilis  son  más  dulces  que  el  tomillo  hibleo,  más  blancas 
que  la  leche  y  el  queso,  más  hermosas  que  la  hiedra  blanca,  más  delicadas  que  un  cordero, 
más  altivas  que  una  ternera,  y  sus  carnes  más  lisas  y  apretadas  que  el  agraz.  No  pudiendo 
un  galán  moderno  decir  piropos  de  esta  laya  á  falsas  pastoras,  que  se  pagaban  más  de  un 
madrigal  que  de  un  elogio  natural  y  sencillo ,  forzoso  era  apelar  al  ingenio ,  ponerlo  en  pren- 
sa ,  y  decir  cosas  extravagantes  y  alambicadas.  El  mismo  Boileau ,  en  uno  de  esos  felices 
instantes ,  que  solia  hallar  en  la  sátira,  en  que  no  ofuscaban  su  elevado  talento  las  preocupa- 
ciones seudo-clásicas  del  preceptista ,  se  burla  con  sal  ática  de  las  églogas  cortesanas  y  de 
su  bucólica  ternura : 

Viendr ai-je  en  une  ég logue,  entouré  de  troupeaux^ 

Au  milieu  de  París  enfler  mes  chalumeaux , 

Etdansmon  cabinet,  assis  au  pied  des  hétres, 

Faire  diré  aux  échos  des  sottises  champétresf 

Faudra-t-il  de  sang-froid,  el  sans  éire  amoureux, 


(1)  Manzanares.  Égloga  epitalámica ,  con  moti-  El  Albino.  Églogn  ala  muerte  del  Duque  de  Al- 
vo de  los  desposorios  de  doña  María  del  Pilar  Silva  ba,  por  don  Pedro  do  Salanova. 

y  Palafox,  hija  del  Duque  de  Híjar,  con  el  Conde  (3)  Títiro.  Égloga  epinicia  6  poema  triunfal  en 

de  Aranda ;  por  don  Miguel  García  Asensio.  elogio  del  bombardeo  ejecutado  contra  Argel  por  el 

(2)  Los  Pastores  de  Macharavialla.  Égloga  á  la  excelentísimo  sefior  don  Antonio  Parceló,  teniente 
muerte  del  excelentísimo  señor  Marqués  de  la  So-  general  de  la  real  armada,  en  1783;  por  don  Pedro 
ñora ;  por  don  José  García  de  Segovia.  de  Salanova. 


CLSIT?  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

Pour  quelque  Iris  en  Vair  ^fairele  langoureuXy 

Luí  prodiguer  les  noms  de  Soleil  et  rf'Aurore, 

JSt  toujouTS  bienmangeant,  mourir  par  métaphoret  (1). 

No  bastaban  estas  lecciones.  La  moda  era  más  poderosa  que  el  buen  sentido.  Continuaban 
gimiendo  con  místico  primor,  en  las  églogas,  los  enamorados  zagales,  dando  á  los  lectores 
tentación  de  exclamar ,  como  el  cura  de  Cervantes  al  topar  con  el  pastor  de  Fílida  en  el 
donoso  escrutinio:  «No  es  ése  pastor,  sino  muy  discreto  cortesano.» 

Las  clasificaciones  doctrinales  han  sido  por  lo  común  manantial  de  poesía  enfadosa  j  ama- 
nerada, y  es  triste  ver  á  un  Quintana,  que  no  quiso  poner  nombre  á  sus  magníficas  compo- 
siciones líricas,  enredado  en  estudiar  si  hay  ó  no  diferencia  entre  la  égloga  y  el  idilio  (2). 
Uno  de  los  géneros  de  poesía  más  autorizados  por  ilustres  ejemplos,  y  menos  defendibles  an- 
te la  razón  y  el  buen  gusto,  como  contrario  á  la  índole  de  la  verdadera  poesía ,  es  el  género 
didáctico.  Pintar,  sentir,  soñar:  ésa  es  la  poesía;  pero  ¡enseñar/  Nada  hay  en  el  mundo  más 
laudable  y  meritorio;  mas  al  propio  ticm])o  nada  de  más  prosaico  y  enfadoso  linaje.  Lucrecio, 
tan  admirable  y  vigoroso,  desciende  á  la  tierra,  del  cielo  poético  en  que  vive ,  cuando  analiza 
y  explica  con  el  minucioso ,  inflexible ,  descarado  y  hasta  rei)ugnante  realismo,  como  se  dice 
ahora,  las  causas  y  fenómenos  de  la  reproducción  de  las  razas  (3).  Aquí  la  poesía  está  subor- 
dinada á  la  ciencia,  y  la  poesía  se  degrada  cuando,  desmintiendo  su  noble  esencia,  llega  á 
ser  un  mero  arreo  con  que  la  prosa  se  encubre  y  se  engalana.  Virgilio  mismo,  en  sus  incom- 
parables Geórgicas,  no  es  más  que  un  versificador  brillante  y  esmerado  cuando  habla  de  la 
cría  caballar,  de  las  enfermedades  de  los  animales  y  de  otras  cosas  útiles,  pero  de  carácter  ab- 
solutamente rastrero.  Y  si  Lucrecio  y  Virgilio  son  poetas  de  alta  ley  en  sus  obras  didácticas, 
es  porque  á  cada  paso  sus  versos  dejan  de  ser  didácticos  y  adquieren  el  arranque  lírico,  la 
conmoción  moral  que  les  inspira  la  contemplación  de  las  bellezas  de  la  naturaleza ,  sus  mis- 
teriosas leyes ,  su  inefable  armonía.  Cuando  mueve  su  esj)íritu  la  hermosura  de  algún  objeto, 
no  describen  como  sabios ;  pintan  como  poetas.  Recuérdese ,  por  ejemplo,  la  viva  y  valiente 
descripción  que  hace  Virgilio  del  caballo  (4),  parafraseada  con  tanta  elegancia  y  gallardía 
por  Pablo  de  Céspedes  en  su  poema  de  La  Pintura. 

Pero  ¿qué  es  la  poesía  didáctica  en  manos  de  aquellos  que  carecen  del  numen  soberano, 
que  se  sobrepone  involuntariamente  á  las  prescripciones  de  las  poéticas  ?  Ya  lo  hemos  visto 
en  el  poema  de  T-ja  Música ,  de  Triarte. 

Éste  á  la  sazón  ruidoso  ejemplo  alentó  á  escribir  enfadosos  poemas  didácticos  á  hombres 
que  ni  siquiera  tenían  la  facilidad ,  la  cultura ,  la  instrucción  y  el  ingenio  de  aquel  ilustre  fa- 
bulista. 

Don  Diego  Rejón  de  Silva,  caballero  murciano,  oficial  de  la  primera  Secretaría  de  Estado, 
hombi'e  estimable  y  laborioso,  cultivador  perseverante  de  las  artes  y  de  las  letras,  dio  á  luz, 
en  1786,  La  Pintura,  poema  didáctico,  de  aquellos  que  ni  enseñan  ni  deleitan  (5).  La  poe- 
sía y  la  pintura  constituían  el  recreo  de  su  vida.  Dos  años  antes  habia  publicado  en  la  Im- 
prenta Real  una  traducción  anotada  del  Tratado  de  la  Pintura ,  por  Leonardo  de  Vinci ,  y 
de  los  tres  libros  que  sobre  el  mismo  arte  escribió  León  Bautista  Alberti. —  En  1788  dio  á 
luz  en  Segovia  un  Diccionario  de  las  Nobles  Artes,  obra  enteramente  original  y  de  no  escasa 
importancia ,  por  hallarse  autorizadas  las  voces  técnicas  con  textos  españoles. 

Menos  desmayada  que  el  poema  La  Pintura  es  su  fábula  Céfaloy  Prócris,  en  octavas  joco- 
serias, escrita  en  las  mocedades  del  autor  (1763);  obra  desaliñada  y  conceptuosa,  pero  no 
exenta  de  desenvoltura  y  donaire.  No  es  de  presumir  que  intentase  Rejón  de  Silva  emular  en 

(1)  Sátira  ix.  (5)  Llegó  á  ser  Mejon  de  Silva  individuo  de  la 

(2)  Variedades  de  Ciencias,  Literatura  y  Artes,  Academia  Española.  Murió  en  1796.  Habia  publica- 
tomo  tercero  ;  Madrid,  1804.  do  Aventuras  de  Juan  Luis,  historia  divertida,  etc. 

(3)  De  rerum  natura,  libro  IV.  Ibarra  (1781). 

(4)  Geórgicas,  libro  iii. 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIl.  CLXV 

SU  fábula ,  ni  la  célebre  comedia  burlesca  de  Calderón,  Céfalo  y  Prócris ,  ni  el  poema  que  con 
el  mismo  título  publicó  en  1639,  entre  sus  Rimas  varias,  el  licenciado  de  Antequera  Jeróni- 
mo de  Porras.  La  fábula  escrita  por  Rejón  de  Silva ,  aunque  amena ,  no  es  más  qiie  el  des- 
ahogo de  la  musa  atrevida  y  juguetona  de  un  mancebo,  y  no  merece  que  la  ¡posteridad  pare 
su  atención  en  esta  obra,  que  sólo  tiene  mérito  escaso  y  relativo. 

Una  de  las  señales  más  patentes  del  gran  impulso  civilizador  que  recibió  la  nación  españo- 
la en  el  reinado  de  Carlos  III,  es  el  ardor  y  el  espíritu  analítico  con  que  se  cultivaron  enton- 
ces la  pintura ,  la  escultura  y  la  arquitectura.  No  bastaba  la  crítica  elevada  de  los  Mengs ,  de 
los  Pons ,  de  los  Cean  y  de  los  Jovellanos;  la  poesía  aspiraba  á  tomar  parto  en  la  propaganda 
docti'inal  de  las  ai'tes ,  y  si  bien  rendía  con  ello  á  estas  mismas  artes  un  homenaje  de  admi- 
ración y  de  entusiasmo,  caia  en  un  error  poético  fundamental. 

Don  Juan  Jfoi^eno  dé  Tejada,  grabador  de  cámara,  otro  poeta  que  se  hallaba  todavía  más 
distante  que  Rejón  de  Silva  del  vigoroso  sentimiento  poético  de  las  artes ,  que  habia  animado 
las  hermosas  octavas  de  Pablo  de  Céspedes ,  en  vez  de  emplear  su  voz  cantando  en  versos  lí- 
ricos las  maravillas  de  la  pintura ,  se  dejó  llevar  de  la  general  manía  de  las  composiciones  di- 
dácticas, y  escribió  un  poema  erudito,  pero  glacial,  Excelencias  del  pincel  y  del  buril,  con  el 
cual  nada  ganaron  el  arte  y  la  poesía  (1). 

Toda  la  ambición  de  estos  poetas  sin  poesía  se  cifraba  en  imitar  á  Liarte ,  tomando  por 
dechado  una  de  sus  obras  menos  afortunadas.  Pero  ninguno  blasonó  de  ello  con  tanta  clari- 
dad como  don  Félix  Unciso,  autor  del  poema  didáctico  La  Poesía.  «La  música,  exclama,  ha 
tenido  un  Liarte.  ¿Por  qué  su  hermana,  la  poesía,  no  logrará  igual  suerte?»  Mientras  más 
noble  y  poético  era  el  asunto,  más  triste  era  el  fruto  que  de  él  sacaban  estos  menguados  ver- 
sificadores. ¡No  fué  esta  vez  la  mala  suei-te  de  Ivi poesía  no  encontrar  un  Liarte,  sino  dar  con 
un  Enciso! 

Otro  poema  de  aquellos  tiempos,  tan  lleno  de  presunción  como  falto  del  numen  lírico  que 
anima  á  veces  estas  obras  didácticas ,  es  la  Filosofía  de  las  costumbres ,  del  par/re  Pérez  de  Ce- 
lis,  especie  de  tratado  de  moral,  en  veinte  silvas,  con  más  de  diez  mil  quinientos  versos,  es- 
critos en  el  más  trivial  y  rastrero  estilo.  Pero  ¿á  qué  cansarnos  en  una  enumeración  que  se- 
ría interminable?  Ni  Los  Aires  fijos,  del  arcediano  Vierta  y  Clavijo;  ni  Las  Termas  de  Ar~ 
chena,  poema  físico  de  Ayala;  ni  ninguno  de  los  poemas  de  esta  especie,  inspirados  por  espíri- 
tu de  rutinaria  imitación ,  pertenecen  en  verdad  á  la  poesía  que  sabe  idealizar  las  impresio- 
nes de  la  naturaleza. 

El  género  didáctico,  lo  repetimos,  si  alguna  vez ,  á  pesar  de  su  prosaica  índole ,  ha  produ- 
cido bellezas  de  pormenor,  como  acontece ,  por  ejemplo ,  en  las  Geórgicas  portuguesas  de  Luis 
da  Silva  Mozinho  d'Albuquerque ,  fácilmente  degenera  en  monstruosidad  poética  cuando 
cae  en  manos  de  la  medianía.  Aquellos  que  no  saben  comprender  ni  sentir  la  noble  y  espiri- 
tual esencia  de  la  poesía,  atrepellan  ,  sin  caer  en  ello,  las  leyes  eternas  del  buen  gusto,  escu- 
dados con  los  fueros  de  la  didáctica.  ¿Qué  mayor  prueba  que  el  carácter  irremediablemente 
antipoético  de  los  asuntos  de  muchos  poemas  didácticos?  El  arte  de  preservar  la  salud  (2);  El 
Ajedrez;  El  Gusano  de  seda  (3);  El  Anfiteatro  médico  (4);  Las  Aguas  minerales  (5);  Los  veinte 
concilios  generales  (6);  El  Arte  de  confitar  (7)  :  estas  y  otras  materias  de  prosaica  enseñanza  han 
sido  vanamente  vestidas  con  los  atavíos  exteriores  de  la  poesía.  Si  Virgilio  mismo  tiene  que 
descender  de  su  divina  esfera  para  explicar  en  verso  circunstancias  vulgares  de  la  vida  rús- 
tica, ¿cuánto  no  ha  de  repugnarnos  el  jesuíta  francés  Jacques  Vaniére  detallando  en  su  poema 

(1)  Publicó  también  una  composición  poética  (3)  Estos  dos  poemas  son  del  célebre  preceptista 
Al  mérito  de  Alfonso   Giraldo  y  Bergaz,   escultor      Marco  Jerónimo  Vida. 

de  cámara  de  S.  M.  y  director  de  la  academia  de  (4)  De  Le  Camus, 

San  Fernando.  (5)  De  Ségault. 

(2)  DQAmstrong.  (G)  Do  Salanova. 

(7)  De  Lebruiit 

I,  Ps.-xvm,  ^- 


CLXVI  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

La  Casa  de  campo,  especie  de  cartilla  agraria,  admirada  en  el  último  siglo  casi  al  igual  de  las 
Geórgicas  del  poeta  romano,  los  requisitos  de  los  estercoleros ,  y  el  modo  de  salar  el  tocino  y 
de  curar  los  tumores  y  la  sarna  de  los  bueyes  y  de  los  cerdos?  (1),  Esto  es  hacer  agravio  á 
la  poesía  verdadera ,  y  á  tales  desvíos  del  sentimiento  poético  conduce  el  abuso  de  las  clasifi- 
caciones. 

Todavía  cabe  descender  en  la  escala  de  la  poesía.  Estos  desmayados  poemas  didascálicos 
llevaban  al  cabo  im  fin  provechoso.  Pero  hubo  algunos  hombres  de  ingenio  que ,  sin  eleva- 
ción de  miras,  sin  estro  y  sin  entusiasmo,  escribian  fútiles  versos,  que,  aunque  desprovistos 
de  intención ,  de  gala  y  de  fuego,  eran  aplaudidos  por  una  parte  de  la  sociedad ,  indiferente 
ó  frivola.  A  esta  literatura  pueril  y  chusca,  que  podría  llamarse  literatura  de  la  fruslería, 
pertenecen  algunos  de  los  escritos  de  Nieto  Molina,  de  quien  ya  hemos  hablado,  y  del  bachi- 
ller Alejo  de  Dueñas.  Fué  el  nombre  completo  de  este  semiencubierto  poeta,  don  Juan  Manuel 
Alejo  Manzano,  Trigueros,  Dueñas  y  Lujan.  Nació  en  Madrid,  por  lósanos  de  1740.  Estudió 
gramática  y  retórica  en  el  colegio  de  jesuítas  de  Ocaña ,  filosofía  en  Sigüenza ,  leyes  y 
cánones  en  Alcalá  de  Henares,  donde  se  graduó  de  bachiller.  Vivía  en  1790.  Residió  en 
Madrid,  dedicándose  exclusivamente  á  la  literatura,  con  el  auxilio  de  la  excelente  librería 
que  le  dejó  su  padj-e  don  ]\Ianuel ,  curioso  en  esto,  como  en  reunir  pinturas  y  otros  objetos 
preciosos.  Encubierto  con  esta  especie  de  seudónimo,  compuesto  de  bu  tercer  nombre  y  de 
su  tercer  apellido,  gozó  de  cierta  fama.  Pocas  obras  serias  conocemos  de  este  festivo  poeta, 
y  éstas  nos  parecen  amaneradas  y  triviales.  En  la  poesía  burlesca  y  satírica  demostró  fa- 
cilidad V  cierto  donaire.  Publicó  varias  poesías  sueltas  en  las  revistas  y  periódicos  de  su 
época  (2).  Un  cuento  suyo,  escrito  con  gracia  y  naturalidad,  y  con  la  pretensión  de  imitar  á 
Lope  de  Vega ,  se  insertó  en  el  Memorial  Literario  (3). 

La  obra  del  bachiller  Dueñas  que  alcanzó  mayor  éxito ,  es  el  poema  Dánae ,  ó  la  crianza 
mujeril  al  uso.  Lo  publicó  en  Pamplona ,  el  año  de  1787,  llamándose  semipoeta,  lo  cual  cayó 
al  público  en  gracia.  Su  objeto  es  moral ,  y  se  columbra  que  intentó  imitar  el  estilo  de  las 
obras  jocosas  de  Quevedo. 

Con  mayor  razón  que  estos  dos  ingeniosos  escritores  que  acabamos  de  mencionar ,  mere- 
cen ser  contados  entre  los  poetas  frusleros ,  por  el  poco  trascendental  sentido  de  sus  versos , 
otros  dos  hombres  de  vaha :  el  Marqués  de  Ureña  y  el  Marqués  de  Méritos. 

Ilustradísimo,  respetable  y  simpático,  distinguíase  notablemente  por  aquellos  tiempos  el 
de  Ureña.  No  había  nacido  poeta,  pero  escribía  versos,  porque  estaba  dotado  de  uno  de  esos 
entendimientos  flexibles  é  incansables  que  todo  lo  abarcan  y  comprenden,  y  que  no  pueden 
vivir  sin  tomar  parte  en  todas  las  manifestaciones  del  progreso  humano.  Pintor,  poeta,  mú- 
sico, astrónomo,  físico,  arquitecto,  mecánico,  hombre  industrioso  en  grado  eminente,  con 
igual  diligencia  y  acierto  se  ocupaba  en  disecar  legumbres  y  pastillas  de  carne  para  la  nave- 
gación, en  dirigir  la  construcción  de  un  edificio  público,  ó  en  labrar  un  órgano  con  sus  pro- 

(1)  Véanse  los  libros  IT,  III  y  IV  del  Prmdium  Hé  aquí  una  muestra  de  la  poesía  del  bachiller 
rusticum,  del  padre  Vaniere,  que  murió  en  1739.       Dueñas: 

Este  pesadíshno  poema  latiuo,  ea  diez  y  seis  libros,  ^  LA  FORTUNA, 

fué  traducido  al  castellano  y  á  otras  lenguas  moder-  ^j^  _  criado. 

nas.  Ai —    Léstnes,  ¿no  oyes  llamar?  ¿  Estás  difunto? 

(2)  Ademas,  Rasgo  épico  en  obsequio  del  excelen-  Mira  quién  es,  que  asi  nos  importuna. 

,,   .  -7J-.  7^1  7  -I  C. —  I  Válgame  Dios !  señor,  doña  Fortuna. 

iisimo  señor  don  Bernardo  Galvez  ,  por   la  conquista  ^_^  ^^  excelencia  en  mi  casa!  Qne  entre  al  pnnto; 

de  Panzacola. —  Elegía  en  obsequio  del  excelentísimo  ■  Pero  aguarda  un  poquito;  que  barrunto 

señor  don  Martin  de  Galvez ,  presidente  de  Goatema-  Q"^  nos  viene  á  enjiañar  sin  duda  alguna; 

,  ,  .  T     -r,  TU-     1   •  1     i"-oo  ^o  Pues  poner  en  los  cuernos  do  la  luna 

la,¡wr  la  conquista  de  Roatan.  lladnd ,  1  /8á;  en  4.  ^  „„  ^^^^^^  y  g^lt^^o  es  mucho  asunto 

(^Alvarez  y  Daena,  tomo  III,  pág.  323.)  C—     No  señor;  que  trae  mandos,  dignidadei, 

(3)  Marzo  de  1788.  No  reimprimimos  este  cuento  Empleos,  bodas,  brillantez  y  gala. 

,      _  '  .  A. —  Dila  si  trae  quietud ,  si  trae  verdades, 

en  la   JÍIBLIOTECA,   porque  no    lo   consiente  lo   poco  c.—      Me  ha  dicho  que  de  balde  no  regala; 

limpio  del  asunto.  Qne  con  las  dichas  trae  penalidades. 

A. — Pues  vaya  su  excelencia  enhoramala. 


DE  LA  poesía  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XYIIL  clstii 

pias  manos  (1) ,  que  en  pintar  un  cuadro ,  ó  en  componer  una  sinfonía  ó  un  poema.  A  falta 
de  numen  puro  y  elevado,  de  que  en  verdad  no  le  habia  dotado  la  Providencia,  servia  á  Ute- 
ña  de  inspiración  el  genial  desembarazo  y  donaire  de  los  andaluces.  Sus  poemas  impresos  son 
de  índole  burlesca  y  no  poco  rastrera ,  y  si  la  posteridad  los  recuerda ,  no  es  como  obras  dig- 
nas, por  título  alguno,  de  aplauso  y  de  renombre,  sino  meramente  como  curiosidades  literarias, 
que  caracterizan  al  poeta  y  á  su  época.  Uno  de  estos  poemas  festivos  del  J'íarqués  de  üreña 
fué  publicado  en  Sevilla,  en  1784,  encubriéndose  el  autor  con  el  supuesto  nombre  de  don  Se- 
verino  Amaro.  Está  escrito  en  los  versos  llamados  alejandrinos.  El  título  es  por  demás  pere- 
grino y  extravagante  :  JEl  Imperio  del  jyiojo  recuperado.  El  desenfado  poco  ático  del  asunto  y 
de  las  ideas,  y  lo  premioso  y  monótono  de  la  versificación,  no  alcanzan  á  ahogar  del  todo  en 
este  singidar  poema  el  ingenio  vivo  y  satírico  del  Marqxiés  de   Ureña. 

El  otro  poema  es  La  JPosmodia ,  en  cuatro  cantos,  por  uno  que  lo  escribió.  Es  una  composi- 
ción burlesca,  en  que  siguiendo  la  chanza  literaria  del  Regimiento  de  la  Posma ,  que  inventó 
el  Marqués  de  Méritos ,  coronel  de  este  regimiento  imaginario  (2)  ,  hace  un  elogio  satírico  de 
la  gente  cachazuda  y  perezosa.  En  la  portada  hay,  á  manera  de  empresa,  un  elefante  enjau- 
lado ,  con  este  mote :  IS'o  sea  que  vuele.  El  poema  A'ale  muy  poco ,  y  diríase  que  el  poeta  ha 
seguido  al  pié  de  la  letra  el  pi'opósito ,  que  en  tono  zumbón  expresa  en  el  prólogo ,  de  no 
enardecer  su  fantasía  á  fin  de  que  el  asunto  y  el  estilo  caminen  de  consuno.  «  Si  tal  vez ,  dice, 
me  acometía  un  asomo  de  lo  que  llaman  calor  poético ,  me  santiguaba ,  como  si  fuera  tenta- 
ción ,  soltaba  la  pluma,  y  me  abanicaba  un  tanto  cuanto.  » 

La  Posmodia  está  dedicada  al  citado  Marqués  de  Méritos ,  como  coronel  de  la  Posma^  en  un 
Boneto  que  termina  de  este  modo : 


Bien  se  encrespen  del  mar  las  bravas  hondas, 
Ó  ya  tiemble  la  tierra ,  ó  ya  por  luengas 
Grietas  de  fuego  arroje  hediondas  lavas, 


Estos  mis  votos  son,  sin  más  arengas  : 
Tú  mantente  lo  mismo  que  te  estabas  ; 
Coronel ,  ni  te  vayas  ni  te  vengas. 


En  un  manuscrito ,  que  tenemos  á  la  vista,  de  este  mismo  poema,  la  dedicatoria  está  es- 
crita en  prosa.  En  ella  apellida  Ureíia  al  Marqués  de  Méritos  « serenísimo  y  tranquilísimo 
señor. » 

En  cuanto  á  poesía  grave  y  elevada ,  poco  conocemos  del  Marqués  de  Ureña.  A  juzgar  por 
las  prosaicas  Estancias  que  leyó  en  la  academia  de  San  Fernando,  con  motivo  de  la  distribu- 
ción de  premios  celebrada  en  1787  ,  no  habia  nacido  el  Marqués  para  cantar  asuntos  que  re- 
quieren \nielo  y  entonación.  En  las  estancias  se  trasluce  el  hombre  sensato  y  erudito ,  pero 
no  el  poeta.  ¡  Cuan  pálidas  hubieron  de  parecer  en  aquel  acto  solemne ,  en  el  cual  con  sor- 
presa y  admiración  fué  leída  la  célebre  composición  de  Mclendez  que  empieza: 

Don  grande  es  la  alta  fama , 

y  en  el  cual  asimismo ,  para  que  la  ocasión  fuese  más  memorable ,  se  presentó  Quintana ,  de 
edad  de  quince  años,  á  leer  una  oda ,  primicias  de  su  noble  ingenio ! 

Paisano  y  amigo  del  de  Ureña,  y  como  él,  músico  aventajado,  fué  el  Marques  de  Méritos 
uno  de  los  hombres  más  dignos  é  ilustrados  de  su  tiempo  (3).  Llegó  á  ser  notable  hablista, 


(1)  Diccionario  de  personas  célebres  de  Cádiz,  por 
don  Nicolás  María  de  Cambiase. 

(2)  «El  Marqués  de  Méritos,  para  acreditar  la 
legitimidad  del  título  de  coronel  del  regimiento  de 
la  Posma,  ideó  hacer  un  viaje  de  Cádiz  á  Sevilla, 
invirtiendü  en  él  un  año ,  pues  se  iba  deteniendo  en 
el  tránsito  cuanto  podia  ;  hoy  en  la  hacienda  de  un 
amigo ,  mañana  en  una  población,  etc.,  etc.» — {Nota 
del  señor  don  Adolfo  de  Castro.) 


(3)  Nació  en  Cádiz ,  en  el  seno  de  la  prosperidad, 
el  15  de  Noviembre  de  1735.  Perlático,  casi  ciego, 
viviendo  de  oculto  para  esquivar  las  pesquisas  de  la 
policía  francesa,  que  le  perseguía  ,  y  privado  de  sus 
rentas,  murió  en  Madrid,  el  9  de  Junio  de  1811.  Fué 
enterrado  pobrísimamentc,  y  quedó  confundido  su 
cadáver  entre  otros  muchos,  en  el  cementerio  pú- 
blico. 

Mantuvo  larga  correspondencia  epistolar  con  el 
célebre  compositor  alemán  José  Haydn, 


CLsviii  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

pero  apenas  merece  ser  citado  entre  los  poetas ,  pues  escribió  pocos  versos  originales.  Tam- 
poco puede  darse  su  nombre  al  olvido ,  porque  contribu3'ó  ,  con  su  amor  á  las  letras  y  con  su 
sano  criterio ,  á  desterrar  de  la  poesía  la  oscuridad  y  el  amaneramiento.  En  su  viaje  á  Italia 
aprendió  con  tal  perfección  el  italiano ,  que  acabó  por  versificar  en  este  idioma  con  la  misma 
facilidad  que  en  castellano.  Así  lo  demuestra  la  traducción  italiana  que,  á  ruegos  de  la  Du- 
quesa de  Alba,  hizo  del  poema  de  Arriaza,  La  Compasmi.  Su  ingenio  era  pronto  y  agudo,  y 
tal  vez  se  habría  dedicado  el  Marqués  con  mayor  gloria  al  cultivo  de  la  poesía,  á  no  hallarse 
engolfado  de  continuo  en  polémicas  científicas  y  literarias,  que  absorbian  y  recreaban  su 
ánimo.  El  Marqués  de  Méritos  fué  quien  hizo   aquella  natural  y  feliz  traducción  del  famoso 

epitafio  burlesco : 

Ci  git  Pyron  ,  qui  nefut  ríen, 
Pas  méme  acadé inicien. 

Aquí  yace  Pirón,  que  nada  era, 
Ni  académico  siquiera. 

Y  lo  recordamos  aquí,  no  por  el  valor  de  obra  tan  insignificante ,  sino  porque  fué  muy  ce- 
lebrada, y  atribuida  equivocadamente  á  Vargas  Ponce. 

La  anécdota  siguiente,  referida  por  Cambiase,  puede  dar  alguna  idea  del  ingenio  vivo  y 
desembarazado  del  Marqués  de  Méritos  : 

«En  1787  se  dignaron  los  Príncipes  de  Asturias  indicarle  el  deseo  de  que  asistiese  á  las 
lecciones  de  su  hija  la  señora  Infanta  doña  Carlota.  Finalizados  unos  exámenes  que  delante 
de  toda  la  corte  y  del  cuerpo  diplomático  sufrió  la  Infanta,  se  hicieron  unos  juegos  de 
prendas,  y  Méritos  se  halló,  por  sentencia  dada  contra  él,  en  el  duro  caso  de  decir  un  favor 
y  un  disfavor  á  la  Princesa  de  Asturias ,  y  de  repente  dijo  : 


Cuando  habla  Vuestra  Alteza, 

Tiene  una  falta, 
Que  aunque  sensible á todos, 

No  la  reparan. 


¿Qué  falta  es  ésa? 
Es  que  acaba  más  presto 
Que  ellos  quisieran.» 


La  Princesa,  muy  satisfecha,  y  queriendo  sin  duda  poner  en  apuro  el  ingenio  de  Méritos, 
le  mandó  cumplir  la  sentencia  tres  veces  más.  Méritos,  lejos  de  arredrarse,  siguió  diciendo, 
sin  detenerse : 


Tienes,  yo  lo  confieso, 

Mucho  agasajo  ; 
Mas  con  él  esclavizas 

A  los  vasallos ; 

¡  Cosa  es  de  hechizo 
Hacer  de  tantos  libres 

Tantos  cautivos  I 

Que  se  guarde  justicia 
Quieres,  señora, 

y  luego  con  gran  gracia 
Tú  á  todos  robas  : 


Robas  afectos, 

Atenciones y  arrobas 

A  todos  ellos. 

De  disponer  de  haciendas 

Y  aun  de  las  vidas. 
Con  arreglo  á  las  leyes, 

Eres  muy  digna  ; 

Mas  ¡  de  albedríos I 

Señora ,  eso  ya  pasa 

De  despotismo. 


Se  dejaba  arrastrar  por  el  espíritu  controversista  de  la  época ,  malgastando  en  insustancia- 
les contiendas  la  fuerza  y  el  calor  de  tm  entendimiento  elevado.  Yerros  de  don  Juan  Maru- 
janen  su  traducción  de  la  Dido  de  Metastasio  (1)  ;  una  traducción  del  conocido  soneto,  com- 
puesto paraima  iluminación  de  Luca,  que  empieza: 

Era  di  notte¡  e  non  ci  sivedea, 


(1)  Ésta  contfoversia  fué  sostetiida  en  Cádiz  por      nimo  de  don  Eugenio  Sarmiento.  Publicó  con  éste 
el  Marqués  de  Méritos  ^  disfrazándose  con  el  seudó-      motivo  dos  opúsculos  en  verso,  titulados,  el  uno/»»- 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIH.  CLXrx 

y  el  singular  problema  de  si  comieron  ó  no  carne  los  hombres  ante-diluvianos,  fueron  tres 
cuestiones  vigorosamente  empeñadas  y  debatidas  por  Méritos ,  que  llegaron  á  llamar  la  aten- 
ción del  público ,  y  que  pueden  dar  idea  de  la  candorosa  vehemencia  con  que  en  el  siglo  úl- 
timo fueron  cultivadas  las  ciencias  y  las  letras. 

El  Margues  de  Méritos  era  hombre  de  humor  festivo  y  muy  dado  á  las  bromas  andaluzas. 
Así  puede  inferirse  del  imaginario  regimiento  de  la  Posma ,  de  que  se  declaró  coronel,  para 
satirizar  libremente  la  apatía  y  cachaza  de  algunas  personas  que,  como  el  mismo  Méritos 
dice,  con  la  cantinela  perpetua  de  Mañana  veremos,  pasan  los  meses  y  los  años  en  procrasti- 
naciones  continuas,  sin  llegar  nunca  al  término  que  apetecen.  Por  fútil  que  parezca  esta  espe- 
cie de  \\\e<yo  literario,  merece  ser  recordado  cuando  se  trata  de  desentrañar  la  vida  intelectual 
del  siglo  xviii,  por  el  éxito  singular  é  inesperado  que  tuvo  la  chanza  del  Marqués  de  Méritos; 
chanza  que  duró  más  de  medio  siglo ,  que  tuvo  eco  hasta  en  el  palacio  de  los  monarcas  espa- 
ñoles, y  en  la  cual  tomaron  parte  personajes  graves  del  Estado.  Fué  uno  de  ellos  el  capitán 
general  de  los  reales  ejércitos  don  Antonio  Ricardos.  Cuando  se  hallaba  éste  al  frente  del 
ejército  español  que  invadió  el  Rosellon,  después  de  declarada  la  guerra  á  la  república  fran- 
cesa, el  Marqués  de  Méritos,  siempre  jovial  y  chancero,  ofreció  á  Ricardos  un  refuerzo  de 
las  pesadas  tropas  de  la  Posma.  Cayó  de  tal  modo  en  gracia  esta  humorada  al  esclarecido  y 
agudo  general ,  que  contestó  á  Méritos  en-s^ándole  unas  instrucciones  chistosísimas  para  el 
servicio  de  los  soldados  auxiliares,  parodiando  las  reales  Ordenanzas,  como  era  indispensable 
para  adaptarlas  á  la  índole  peculiar  de  la  Posma. 

Entre  los  papeles  de  Jovellanos  (1)  hemos  visto  una  festiva  carta  del  Marqués  de  Méritos, 
en  la  cual  copia  un  soneto  italiano  en  cuatro  versos,  obra  de  don  Nicolás  Puccini,  cadete  de 
Guardias  de  Corps ,  y  se  regocija  con  la  poderosa  razón  que  da  este  digno  prosélito  de  la  ins- 
titución de  la  Posma  para  que  su  soneto  no  conste  de  mayor  número  de  versos. 

Hé  aquí  el  soneto : 

Santa  poltronería^  nume  graduó, 
Degruomini  piacer ,  gioja  e  diletto, 
lo  ti  consacro  questo  mió  sonetto, 
Che  per  poltronería  non  ha  finito 


CAPITULO  XV. 

El  prosaísmo  desciende  de  su  apogeo.— El  canónigo  Huarte.— Eodrigiiez  de  Arcllano.— Don  Ramón  de  la  Cruz.— 
González  del  Castillo.— Poesía  enfática.— Noroña.— Sánchez  Barbero.— Cienfuegos.— Moratin  (Leandro).— 
Quintana. 

Ya  cercano  á  su  término  el  siglo  xvni,  aquella  calamidad  del  prosaísmo,  que  no  fué  menos 
implacable  enemiga  de  la  buena  poesía  que  lo  habia  sido  en  otros  tiempos  su  antítesis,  el  gongo- 
rismo,  empezó  á  descender  del  apogeo  en  que  se  habia  encontrado  en  los  últimos  años  del 
reinado  de  Carlos  III  y  en  los  primeros  del  de  Carlos  IV.  La  crítica  no  se  hizo  más  libre  y 
desembarazada,  pero  sí  más  severa  y  exigente.  Entonces,  como  siempre,  la  audacia  hacia 
escribir  poesías  á  muchos  que  no  habían  recibido  del  cielo  misión  tan  delicada ;  pero  ya  no  se 
granjeaban  fácilmente  celebridad  gloriosa  sino  aquellos  que  estaban  dotados  cuando  menos 

pugnacion  á  don  Juan  Manijan  ,  y  el  otro  Vindica-  muchos  literatos  insignes ,  entre  ellos  don  Diego  de 

cion  del  célebre  poeta  Metastasio,  y  Apología  de  la  Torres  ,  don  Pedro  Rodríguez  de  Campománes,  don 

Impugnación;  Cádiz,  1762.  La  ira  con  que  sostuvo  Agustinde  Montianoy  don  Luis  José  Velazques. 

Manijan  sus  opiniones  llegó  á  hacer  ruidosa  esta  (1)  Manuscritos  déla  colecgion^el  aeñor  Marqués 

pugna.  Tomaron  parte  en  ella,  en  favor  de  Méritos^  de  Pidal. 


CLXX  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

de  ingenio  Ó  de  buen  gusto.  Algunos,  aunque  están  lejos  de  ser  grandes  L'ricos,  merecen 

recordación  honrosa. 

Distinguióse  por  aquellos  tiempos ,  como  prosador  y  como  poeta ,  don  Cayetano  María  de 
Huarte,  canónigo  penitenciario  de  la  catedral  de  Cádiz.  Le  señalaron  especialmente  á  la  aten- 
ción pública  las  cartas  satíricas  que  escribió  sobre  la  comedia  Sancho  Ortiz  de  las  Roelas,  en 
las  cuales  demostró,  cuando  no  sentido  crítico  profundo  y  vigoroso,  viv^a  perspicacia  y  no 
•\ndgar  agudeza.  Sus  sermones  fueron  muy  admirados.  Algunos  tenemos  á  la  vista ,  escritos 
con  fervoroso  estilo  y  con  espíritu  evangc'lico.  Era  Huarte  mejor  prosador  que  poeta.  Sus 
versos,  que  damos  aliora  á  la  estampa  por  ])rimera  vez,  si  bien  con  frecuencia  insonoros  y 
lánguidos,  denotan  á  veces  intención  poética  y  desembarazado  ingenio. 

Fué  Huarte  maestro  de  nuestro  difunto  amigo,  el  insigne  académico  don  José  Joaquin  de 
Mora,  el  cual  recordaba  con  especial  complacencia  algunas  poesías  de  aquel  ilustrado  sacer- 
dote, y  entre  ellas  la  paráfrasis  de  un  salmo  escrita  para  implorar  el  favor  del  cielo  con  mo- 
tivo de  la  salida  de  la  bahía  de  Cádiz  de  la  escuadra  que  fué  á  combatir  al  cabo  de  San  Vi- 
cente. 

La  Dulciada ,  poema  burlesco,  jiiguete  inspirado  por  la  edad  juvenil ,  es  una  obra  agrada- 
ble, pero  harto  escasa  de  intención  y  de  galas  poéticas.  Alcanzó  en  vida  de  Huarte  bastante 
aceptación,  á  pesar  del  extremado  desaliño  con  que  está  versificada,  y  mereció  que  el  Mar- 
qués de  Méritos  la  diera  á  la  estampa,  un  año  después  del  fallecimiento  del  autor  (1). 

También  resplandecía  entonces  en  la  esfera  de  las  letras ,  si  bien  con  la  luz  tenue  y  fugaz 
de  im  fuego  ñituo,  do7i  Vicente  Rodri<juez  de  ArcUano.  Escribió  muchas  comedias  y  algunos 
versos  líricos.  En  todo  fué  mediano.  Brillante  entonces  y  olvidado  ahora ,  la  historia  litera- 
ria debo  un  recuerdo  á  su  nombre,  sin  detenerse  á  examinar  sus  obras.  Otros  poetas  poco 
inspirados,  del  mismo  siglo,  cuya  gloria  resuena  todavía,  no  le  aventajan  ni  en  la  entonación 
ni  en  el  ingenio.  Las  celebradas  décimas  de  su  Memorial  burlesco,  en  las  cuales  el  tono  chan- 
cero disculpa  el  alambicamiento  de  las  ideas ,  no  son  verdadera  poesía ,  pero  son  ])oesía  inge- 
niosa, y  tan  aguda,  aunque  chabacana,  que  no  la  habría  ciertamente  desdeñado  el  mismo 
Arriaza ,  consumado  maestro  en  la  poesía  familiar  festiva. 

Rodriguez  de  Arellano  es  uno  do  e^os  poetas  que,  como  Mor  de  Fuentes ,  Beña ,  Narganes  y 
otros  poco  afortunados,  dejan  un  eco  casi  perdido  de  su  nombre  á  la  posteridad.  Se  advierte 
desde  luego,  en  las  composiciones  de  elevado  estilo  de  Rodriguez  de  Arellano,  que  mueven  su 
pluma  costumbre  y  facilidad  nativa,  más  bien  que  entusiasmo  c  inspiración.  Algunas  veces 
en  los  versos  cortos  no  carece  enteramente  de  gracia  y  de  dulzura.  Vivia  en  época  en  que 
las  gentes  se  prendaban  más  de  la  agudeza  que  de  la  sensibilidad  ó  de  la  elevación.  Por  eso 
tuvieron  tanto  éxito  sus  décimas  del  Memorial  burlesco. — Se  hicieron  copias  innumerables,  y 
aquella  chistosa  pero  trivial  poesía  corría  de  mano  en  mano  con  inusitado  aplauso. — La  po- 
bre imitación  de  la  célebre  canción  de  Mira  de  Amescua  prueba  cuan  lejos  estaba  Rodri- 
guez de  Arellano  de  aquel  dulce  y  hechicero  hablar  que  tanto  embelesa  en  las  obras  de  nues- 
tros antiguos  poetas.  Entre  sus  escritos  en  prosa  merece  recordarse ,  por  su  fácil  estilo  nar- 
rativo, El  Decmneron  español,  ó  Colección  de  hechos  históricos ,  raros  y  divertidos. 

Dos  sainetistas  famosos,  don  Ramón  de  la  Cruz  y  Juan  Ignacio  González  del  Castillo,  deben 
ser  aquí  honrosamente  conmemorados,  pues  si  bien  se  dedicaron  especialmente  al  teatro,  al 
cual  les  llamaba  su  principal  vocación ,  no  carecían  el  uno  ni  el  otro  de  cierto  numen  lírico. 


(1)  Don  Bartolomé  José  Gallardo  rlíce  en  una  La  Dulciada  doña  María  Amoroso.»  A  esta  señora 

lista  de  los  manuscritos  de  Huarte,  escrita  de  su  aludo  el  mismo  Huarte  en  estos  versos  de  la  octa- 

puño,  que  La  Dulciada  fué  compuesta  «para  don  va  Yill  del  canto  primero  : 

Jerónimo  de  Luque ,  maestrescuela  de  Cádiz ,  golosí-  AlU  hallarás  un  numen  soberano, 

BÍmo.«  Más  creible  es  lo  que  se  afirma  en  una  nota  Una  diosa  <ie  todos  venerada 

impresa  con  el  poema .  estq  es ,  que  «  dio  motivo  ^  l°l  ^'  T'^''^'  ''"I?  ^  "T''"?' 

*  *  '  I    *  Bstaea  la  que  preside  en  lo  goloso. 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  CLXXI 

Como  autor  de  saínetes,  zarzuelas  y  otras  obras  dramáticas,  fué  don  Ramón  de  la  Cruz  el 
poeta  más  popular  del  último  tercio  del  siglo  xviii.  Era  asimismo,  acaso,  el  que  más  lo  me- 
recía, porque  era  quien  retrataba  más  fielmente  las  costumbres ,  j  quien  con  más  chiste  y  en 
forma  más  amena  y  ligera  satirizaba  los  abusos  y  los  errores  de  su  tiempo.  Sólo  es  compa- 
rable con  el  fecundo,  florido  y  agudo  ingenio  el  Licenciado  Lxiis  de  Dcnavente  y  el  más  famoso 
y  popular  de  los  entremesistas  del  siglo  xvii.  Somoza  ha  dicho  con  razón :  C(  Si  queréis  cono- 
cer á  fondo  el  pueblo  español  del  siglo  xviii,  estudiad  los  cuadros  de  Goya  y  los  saínetes  de 
don  Ramón  de  la  Cruz. ))  El  lenguaje  de  este  célebre  escritor  no  res])landecia  siempre  por  lo 
acendrado  y  lo  elegante,  pero  era,  en  cambio,  fácil,  natural  y  animado;  su  invención  focimda, 
pero  de  limitado  alcance.  Los  vicios  de  la  sociedad  en  que  vivia,  especialmente  los  de  la  cla- 
se media,  le  daban  inagotable  asunto  para  sus  fábulas  dramáticas,  mas  nunca  se  detenía  á 
analizarlos  y  á  formar  con  la  pintura  de  los  caracteres  y  de  los  sentimientos  morales  un  cua- 
dro profundo  y  acabado.  Le  arredraban  sin  duda  el  desarrollo  sucesivo,  el  enlace  lógico  de 
una  trama  escénica  de  cierta  extensión,  y  se  limitaba  por  instinto  á  hacer  bosquejos,  y  no 
cuadros.  Acaso  en  este  defecto  de  su  imaginación  esté  en  alguna  parte  el  secreto  de  su  popu- 
laridad. Observador  agudo  y  perspicaz  ,  si  no  profundo  y  analizador,  presentaba  á  la  socie- 
dad el  espejo  de  sus  ridiculeces  y  de  sus  extravíos  ,  esto  es ,  una  imagen  briosa  y  verdadera, 
pero  en  forma  festiva  y  fugaz ,  que  provocaba  más  la  risa  que  la  reflexión.  En  representacio- 
nes que  no  duraban  media  hora,  donde  no  se  exponían  los  vicios  sociales  con  rigoroso  enca- 
denamiento, como  acontece  en  las  obras  de  los  poetas  filósofos,  las  clases  satirizadas,  embe^ 
becidas  con  la  prisa ,  con  la  verdad  y  con  el  donaire ,  no  tenían  tiempo  ni  voluntad  para  sen- 
tir la  amargura  de  la  lección  moral. 

No  hay  que  decir  que  un  ingenio  de  esta  índole  no  estaba  en  su  natural  esfera  cuando  cul- 
tivaba la  poesía  lírica  elevada.  Así  es  que  escribió  pocas  poesías  sueltas,  y  por  lo  común  en 
tono  festivo  y  familiar.  Quiso,  sin  embargo,  entrar  en  la  academia  de  los  Árcades ,  en  la  cual 
tomó  el  nombre  de  Larisio. 

Castillo,  apuntador  del  teatro  de  Cádiz ,  fué,  como  sainetista,  menos  fecundo  y  espontáneo, 
pero  no  menos  observador  de  las  costumbres  de  su  época ,  ni  menos  donairoso  que  don  Ra- 
món de  la  Cruz.  Como  poeta  lírico  le  aventaja,  porque  tenía  acaso  más  ardorosa  el  alma.  Lo» 
sangrientos  horrores  de  la  Francia  de  su  época  le  causaron  indecible  aversión,  y  la  indig- 
nación política  le  inspiró  una  Elegía  á  la  muerte  de  la  reina  María  Antonieta,  esposa  do 
Luis  XVI;  imprecación  vehemente  contra  los  asesinos  de  la  revolución  francesa.  Con  qué 
sencilla  y  noble  entonación  exclama  : 

Si ;  porque  de  otro  modo,  ¿  cómo  hubieran 
Puesto  esos  monstruos  sus  nefarias  manos 
En  su  reina  infeliz  ?  ¿  Cómo  pudieran 
Marchitar  ¡oh  gran  Dios!  esos  tiranos 
Aquella  rosa,  honor  del  galo  suelo, 
Aquella  estrella  de  su  antiguo  cielo  ?... 


¡Qué  pueblo,  santo  Dios!  ¿A  quién  no  asusta 
Ese  grupo  de  fieras  que  rodea 
El  suplicio  fatal? 


¡  La  real  matrona 

En  el  alto  cadalso!  Almas  crueles, 
¿Es  ésa  á  quien  ceñisteis  la  corona? 
¿  A  esos  pies  ofrecisteis  los  laureles  ? 

¿Quién  hizo  á  una  gavilla  de  asesinos 
Arbitros  de  la  ley,  jueces  del  trono? 
¿Quién  formó  un  tribunal  de  libertinos, 
Do  vota  la  impiedad  ,  dicta  el  encono? 


En  esta  obra,  de  estilo  desigual  y  alguna  vez  declamatorio,  hay  algo  que  denota  el  impulso 
y  la  pasión  elocuente  que  arrebata  el  ánimo  de  los  verdaderos  poetas.  Tal  vez  habría  escrito 
Castillo  obras  de  encendido  y  \ngoroso  aliento ;  pero  le  sorprendió  la  muerte  á  los  37  años 
[(1800),  cabalmente  á  los  principios  de  la  madurez  de  su  talento. 

Algunos  poetas,  no  sólo  se  apartaron  de  la  escuela  prosaica ,  sino  que  dieron  en  aficionarse 

i  un  estilo  por  demás  artificial  y  encopetado.  El  Conde  de  Noroña  fué  uno  de  los  principales 

; cultivadores  de  esta  poesía,  que  solía  pecar  de  enfática ,  y  de  la  cual  llegó  á  ser  Cienfuegos  tipo 

juiTi^  s0alado,  OViado  al  arrimo  de  la  corte  de  Carlos  III  ^  soldado  muy  distinguido  por  su 


CLxxil  ROSQUE  JO  HISTÓRICO  CRITICO 

arrojo  y  su  ilustración ,  /i^eneral  vencedor  de  los  franceses  en  el  combate  del  puente  de  San 
Payo,  Ueo^ó  Noroña  á  muy  elevada  jerarquía  en  la  milicia  y  en  la  diplomacia.  Pero  ni  los 
afanes  de  la  guerra  ni  el  cuidado  de  las  negociaciones  llegaron  á  entibiar  el  amor  á  las  letras, 
que  acarició  su  ánimo  constantemente. 

El  mismo  errado  espíritu  literario  que  produjo  en  el  siglo  xviii  tantos  perversos  poemas 
épicos,  y  que  babia inspirado  á  Escoiquiz  su  insípido  y  fatigoso  Méjico  conquisíctdo,  indujo  al 
Conde  de  Noroña  á  componer  la  0»??«íWrt,  poema  destinado  á  cantarla  separación  de  la 
monarquía  árabe  española  del  dominio  de  los  califas  de  Oriente.  No  bay  en  el  dia  volun- 
tad bastante  obstinada  para  leer  de  seguida  veinticuatro  cantos  interminables,  en  que  nada 
cautiva ,  ni  la  entonación ,  ni  los  afectos ,  ni  la  variedad ,  ni  la  armonía.  Pocas  cosas  hay  me- 
nos épicas  que  esos  fárragos  de  relaciones  amaneradas  y  monótonas,  en  que  el  poeta  no  cuen- 
ta lo  que  siente  y  conoce ,  sino  lo  que  le  sugieren  las  prescripciones  de  falsas  poéticas»  Algu- 
nos trozos  descriptivos,  agradables,  no  salvarán  nunca  á  la  Ommiada  del  olvido  en  que  yace 
en  el  polvo  de  las  bibliotecas.  La  Quicaida,  poema  frivolo  y  festivo,  puede  leerse  todavía  sin 
fatiga,  por  la  soltura  de  la  narración  y  á  veces  por  la  facilidad  y  el  donaire  de  los  versos.  El 
poema  La  Muerte  está  escrito  con  los  alardes  filosóficos  que  constituían  una  de  las  especies  de 
afectación  propias  de  aquella  era. 

En  las  anacreónticas ,  si  bien  á  veces  describe  con  propiedad,  como  en  la  que  titula  Un  bor- 
racho, otras  es  insulso  y  vulgar,  como  en^  una  mosca,  y  carece  por  lo  común  de  originali- 
dad, de  gentileza  y  de  ternura.  Una  de  sus  mejores  composiciones  es  la  canción  Dichas  so- 
ñadas. Hay  en  ella  gala ,  fluidez  y  cierto  agradable  sabor  castellano.  La  deslucen,  no  obstante, 
el  amaneramiento  clásico  y  el  licencioso  espíritu  de  la  poesía  pagana.  Campea  su  principal 
talento  poético  en  los  asuntos  graves  y  elevados.  En  ellos,  singularmente  en  su  Oda  á  la  paz 
de  1795,  se  encuentran  los  pocos  acentos  de  alto  mimen  que  sus  contemporáneos  admiraban 
tanto  en  sus  versos.  Si  la  poesía  del  Conde  de  Noroña  es  á  menudo  hinchada  y  ampulosa; 
si  carece  por  lo  común  de  halago  y  de  ternura ,  no  puede  negarse  que  á  veces  encierra  ele- 
vación y  entusiasmo,  y  que  por  su  estilo,  ya  natural ,  ya  brioso,  se  distingue  de  la  poesía  des- 
mayada y  trivial  que  habia  reinado  en  el  Parnaso  del  siglo  xviii. 

Como  en  el  reinado  de  Carlos  IV  la  poesía  era  una  de  las  manifestaciones  más  impor- 
tantes y  reconocidas  de  la  cultura  intelectual ,  algiraos  hombres  de  superior  talento  privile- 
giado ,  que  en  otras  épocas  se  habrían  consagrado  exclusivamente  á  estudios  graves  y  pro- 
fundos, se  dedicaban  á  escribir  versos,  y  si  no  llegaban  á  los  triunfos  espléndidos  y  durade- 
ros que  sólo  alcanzan  la  inspiración  y  el  genio ,  demostraban  en  sus  obras  que  eran  al  menos 
entendimientos  privilegiados.  Uno  de  estos  hombres ,  y  por  cierto  de  los  más  insignes  ,  fué  el 
célebre  don  Francisco  Sánchez  Barbero,  una  de  las  más  brillantes  lumbreras  de  la  moderna 
Salamanca.  Su  fama  principal  fué  la  de  poeta.  Hoy,  que  se  ban  desvanecido  los  prestigios  y 
las  ilusiones  peculiares  de  aquel  tiempo,  es  forzoso  reconocer  que  la  gloria  principal  de  Sán- 
chez Barbero  no  estriba  en  su  numen  poético ,  sino  en  sus  profundos  conocimientos  filológi- 
cos. Escribía  versos  latinos  con  más  gusto,  primor  y  abundancia  que  versos  españoles,  y  esto, 
que  era  objeto  de  justa  admiración  en  aquella  época  en  que  se  estudiaba  de  veras,  es  al  pro- 
pio tiempo  claro  indicio  de  que  en  Sancliez  Barbero  el  humanista  eclipsaba  aJ  poeta.  Y  no  es 
esto  decir  que  carecía  de  talento  poético.  Ya  muy  pocos  recuerdan  su  oda  Á  la  expedición  de 
Colon,  que  admiraba  Quintana;  sus  tres  largas  composiciones  Al  combate  de  Trafalgar  {1), 


(1)  La  oda  do  Quintana  al  mismo  asunto  contri-  riódico  crítico  acreditado  de  aquel  tiempo,  Minerva 

buyo  tal  vez  á  que  el  estilo  de  las  de  Sánchez  pa-  6  el  Revisor,  dijo,  al  dar  noticia  de  las  composicio- 

reciese  más  difuso  y  cxafi^erado  de  lo  que  es  en  rea-  nes  de  Sánchez  (1806)  : 

lidad.  El  público  estaba  cansado ,  por  otra  parte,  de  «Ha  caido  estos  días  sobre  todos  nosotros  tal  Hu- 
ías infinitas  poesías  que  se  escribieron  á  la  batalla  via  de  odas  y  canciones  (al  combate  de  Trafalgar), 
naval  del  veinte  y  uao  (Jq  Octubre  do  1805.  Un  pe-  que,  por  buenas  que  eUaa  sean,  ya  debea  de  ir  cau- 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIH.  CLXsm 

Sil  oda, A  Wellinc/fon  y  citando  llegó  d  Cádiz  ¡a  noticia  de  la  victoria  de  Árapiles;  su  oda  patriótica 
Á  la  apertura  de  la  cátedra  de  Constitución  en  1814 ,  inspirada  por  el  ardor  político  de  la  época, 
y  otras  poesías  de  altos  asuntos,  que,  en  sentido  favorable  ó  adverso,  causaron  notable  im- 
presión en  el  tiempo  en  que  fueron  publicadas.  Aun  son  menos  los  que  conocen  los  versos , 
ya  serios ,  ya  tiernos ,  ya  festivos ,  que  compuso  en  los  últimos  años  de  su  vida ,  y  que  van  á 
ser  en  la  presente  colección  publicados  por  vez  primera.  Leídas  ahora  estas  poesías ,  á  tanta 
distancia  de  aquellos  tiempos,  en  que,  ya  las  ilusiones  patrióticas,  ya  la  simpatía  que  inspi- 
raba el  infortunio  del  autor,  ya  el  gusto  literario  que  reinaba  entonces ,  daban  im  ínteres  par- 
ticular á  las  obras  de  Sánchez  Barhero,  es  imposible  sentir  la  emoción  que  causan  las  bellezas 
líricas  de  carácter  sublime  y  universal  que  sólo  brotan  del  corazón  ó  de  la  fantasía  de  los  gran- 
des poetas.  Tiene  Sánchez  Barbero  lenguaje  limpio  y  claro,  frase  desembarazada,  y  en  algunos 
momentos  cierto  calor  de  afectos;  pero  suele  ser  sii  estilo  desigual  y  prolijo,  y  le  faltan  imá- 
genes nuevas  y  atrevidas,  y  esa  expresión  rápida  y  concentrada,  pintoresca  ó  vigorosa,  que 
subyuga  el  alma  de  los  lectores  y  provoca  su  admiración  y  su  entusiasmo.  Verdad  es  que  son 
muy  contados  en  todas  las  naciones  los  poetas  que  tienen  la  facultad  intuitiva  de  descubrir 
dentro  de  su  alma  y  fuera  de  ella  ese  poder  mágico  de  la  verdadera  belleza,  que  sobrevive  á 
las  transformaciones  históricas  de  los  sentimientos  y  de  las  ideas. 

Era  Sánchez  muy  dado  á  la  poesía  elevada ,  y  ademas  del  drama  lírico  Saúl  y  de  la  trage- 
dia Corioláno,  escribió  siete  tragedias  ,  una  comedia  y  un  poema,  Las  cuatro  edades  del  hom- 
bre, que,  segtm  él  mismo  refiere,  perdió  huyendo  de  los  franceses  desde  Pamplona  á  Cádiz. 
Pero  donde  descuellan  sus  mejores  prendas  poéticas  es  en  los  asuntos  alegres  y  satíricos. 
Bajo  este  aspecto  es  Sánchez  Barbero  apenas  conocido.  Para  convencerse  de  la  exactitud  de 
esta  observación ,  basta  leer  su  diálogo  satírico  Los  Viajerillos  (1).  Es  una  burla  chistosí- 
sima y  magistral  de  ciertos  frivolos  viajeros,  que  vuelven  á  su  patria  llenos  de  orgullo  y  pe- 
dantería ,  admirando  sin  discernimiento  usos  y  costumbres  de  países  extranjeros,  y  descono- 
ciendo ó  desdeñando  los  propios.  Nada  ha  escrito  Sánchez  con  más  donaire ,  con  mayor  sol- 
tura ,  con  más  aguda  intención. 

La  vida  de  Sánchez  fué  casi  siempre  inquieta  y  azarosa.  Dotado  de  un  carácter  honrado  y 
fogoso,  no  le  era  dable  mirar  con  indiferencia  las  desventuras  públicas,  y  no  podia  menos 
de  tomar  parte  en  el  movimiento  innovador  que  iba  desquiciando  la  sociedad  antigua ,  incli- 
nándose por  naturaleza  á  lo  más  ardiente  y  á  lo  más  arriesgado.  Otro  de  los  indicios  de  su 
impresionable  temperamento  es  el  dolor  que  le  causaban  las  heridas  del  amor  propio.  Sabida 
es  la  aversión  que  tomó  á  su  segundo  apellido  Barbero ,  que  no  volvió  á  usar  en  sus  escritos, 
á  consecuencia  del  soneto  burlesco  de  Arriaza  contra  la  tragedia  Corioláno  ,  el  cual ,  aludien- 
do al  desenlace  sangriento  de  la  obra ,  termina  así ,  con  un  equívoco  que  llegó  al  alma  al 

quisquilloso  poeta : 

Se  hace  junto  á  la  tienda  una  sangría, 
Y  ésta  sí  que  es  tragedia  de  barbero. 

Desventurada  fué  en  extremo  la  suerte  de  este  humanista  insigne.  En  la  cárcel  de  Corte, 
donde  pasó  cerca  de  dos  años  por  motivos  políticos,  escribió  su  Gramática  latina.  En  el  pre- 
sidio de  Melilla,  adonde  fué  conducido  en  Diciembre  de  1814,  compuso  sus  mejores  poesías 
latinas  y  castellanas.  Cinco  años  después,  ya  cercano  al  momento  de  recobrar  la  libertad,  no 
pudiendo  sobrellevar  el  tedio  y  las  penalidades  de  aquella  vida,  espiró,  en  Octubre  de  1819, 

,  sando  fastidio Abrí  esto  cuaderaito  por  éntrete-  nPero  á  poco  vi  unos  cadáveres  que  se  andábanme- 

nimiento,  y  felizmente  me  hallé  con  la  siguiente       ciendo  emina  margen  espumosa ,  y  doce  mil  muertes 
estrofa,  no  del  todo  mala:  dando  el  brazo  á  doce  mil  orfandades ;  con  lo  cual 

bastó  para  que,  atemorizado  yo  de  tantos  endriagos 

Del  piólago  profundo  ,•    i  i    •  j  i  vi 

El  sol  con  maje.^d  su  i.ennosa  frento  ^  vestiglos  ,  dejase ,  apresurado ,  el  libro.    _ 

Va  poco  á  poco  alzando (1)  Lo  publicamos  en  la  presente  colección, 


CLXXIV  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CKÍTICO 

á  los  cincuenta  y  cinco  años  de  edad;  realizándose  el  triste  vaticinio  que  él  mismo  formó,  al 
entrar  en  presidio ,  en  este  bello  dístico  latino : 

Hic  ego  stcm  clausus.  Pro  te  Ubi  nafus  oporfet 
Oh  patria!  nt  pcream?  Victima  ccesa  cadam. 

En  el  mismo  año  que  nació  Sánchez  Barbero  (1764),  habia  nacido  otro  poeta  de  más  fogoso 
aliento,  don  Nicasio  Álvarez  de  Cienfuegos, 

Señalo  de  lejos  con  mis  obras  la  senda  que  deben  seguir  un  don  Leandro  Moratia,  un  dojí  Nicasio  Cien- 
fuegos,  un  don  Manuel  Quintana  y  otros  pocos  jóvenes,  que  serán  la  gloria  de  nuestro  Parnaso  y  el  encanto 
de  toda  la  nación He  concurrido  con  mis  avisos  y  exhortaciones  á  formar  los  dos  últimos. 

Esto  escribia  don  Juan  Melendez  Valdés  en  1797.  Y  en  verdad  que  pocas  veces  ha  sido 
menos  confirmada  por  el  resultado  esta  ilusión  de  maestro  y  de  amigo.  Acaso  no  sea  dable  ha- 
llar en  los  anales  literarios  de  España  dos  naturalezas  poéticas  menos  semejantes  á  la  del 
dulce  Melendez  que  las  de  Cienfuegos  y  Quintana.  En  aquél  todo  es  blandura ,  halago  y  flexi- 
bilidad; en  éstos,  incapaces  arabos  de  transacciones  morales  y  literarias,  todo  es  ímpetu, 
rigidez  y  energía. 

De  Cienfuegos  se  ha  dicho ,  como  donaire ,  pero  no  sin  razón ,  que  su  índole  está  definida 
en  su  nombre.  La  vehemencia  de  su  carácter  entero  y  levantado ,  de  que  dio  tan  nobles  mues- 
tras en  su  vida ,  se  refleja  en  sus  versos.  Cuanto  sujeta  y  reprime  es  molesto  á  su  ánimo  libre 
é  impetuoso.  Aunque  individuo  de  la  Academia  Española,  hasta  el  idioma  le  embaraza,  y 
rompe  á  menudo  con  las  leyes  de  la  elocución  castiza  y  pro])ia,  inventa  frases  y  palabras,  y 
habla,  en  fin ,  ima  lengua  atrevida  y  extraña,  exclusivamente  suya.  Pudo  decir  llarchena  con 
graciosa  exageración  :  c<  El  castellano  de  Cienfuegos  más  se  asemeja  á  la  lengua  franca  de  los 
arráeces  de  Argel  (juc  al  idioma  de  los  Argensolas  y  Riojas.»  Han  podido  ser  tachadas  de  al- 
gunos defectos  la  disposición  del  plan  y  la  propiedad  de  los  caracteres  de  sus  tragedias  (1); 
han  podido  censurarse  igualmente  el  sentimentalismo  enfático  y  declamatorio  que  en  él  bro- 
taba naturalmente  del  generoso  y  exaltado  espíritu  de  sus  filosóficas  ilusiones;  la  falta  de 
discernimiento  crítico ,  que  le  hacia  colocar  á  im  nivel  nobles  imágenes  y  otras  monstruosas 
ó  pueriles;  pero  lo  que  nadie  puede  negarle  es  que  habia  nacido  poeta,  que  le  animaba  el 
fuego  de  un  sentimiento  arrebatado,  que  en  sus  detractores  no  se  infundía;  y  que  los  más  de 
BUS  defectos  nacieron  del  afán  que  [)onia  en  forzar  su  sensibilidad ,  que  era  grande ,  y  su  fan- 
tasía, que  no  era  poderosa;  de  la  lucha  de  su  ingenio  libre  y  ardoroso  con  las  trabas  del  gus- 
to reinante ,  y  de  la  falta  de  madurez  y  de  dirección  clara  y  segura ,  que  ,  en  las  épocas  de 
transición,  es  el  escollo  donde  se  estrellan  las  más  nobles  fuerzas  del  entendimiento.  Jovella- 
rws ,  Lista  y  Quintana ,  ya  porque  llegaba  á  su  alma  la  llama  de  aquel  fuego ,  ya  porque 
comprendían  la  elevación  de  instinto  que  movia  la  pluma  de  Cienfuegos,  lo  aprecian  y  lo 
aplauden.  Quintana  principalmente,  que,  con  mayor  talento,  tenía  mucho  de  su  enérgico 
temple,  lo  defiende  con  calor  y  elocuencia  del  encarnizamiento  de  los  humanistas. 

El  valor  verdadero  de  Cienfuegos  consiste  en  que  ,  en  medio  de  aquella  glacial  atmósfera  de 
amaneramiento  j  de  artificio  que  habían  creado  los  poetas  reformadores ,  escribe  lo  que  sien- 
te, y  siente  con  ímpetu  y  firmeza.  Sus  tragedias  La  Zoraida  y  La  Condesa  de  Castilla  están 
sembradas  de  magníficos  rasgos ,  no  exclusivamente  líricos ,  como  generalmente  se  ha  dicho, 
sino  llenos  también  de  vigor  dramático.  Tal  carácter  tiene ,  por  ejemplo ,  aquella  réplica  ge- 


(1)  Véase  un  ejemplo  de  la   diversidad  que  so  los  dioses  á  su  hijo,  y  se  va  por  los  mares  sin  decir 

advierte  entre  los  juicios  que  se  formaron    de  las  adonde  ;   acaso  á  la  Tebaida ,  á  hacer  penitencia 

tragedias  de  Cienfuegos.  El  abate  Marchena  dice  :  por  haber  dado  pié  á  tal  hato  de  desvarios  del  poe- 

«  El  Idomeneo  es  una  desatinada  mescolanza  de  máxi-  ta  moderno. « 

mas  filosóficas,  de  escenas  de  pantomima,  de  dispa-  Quintana,  dice:  «El  Idomeneo  prefíenta  im  coniun* 

^ates  del  protagonista,  que  por  remate  sacrifica  6,  to  grande  y  majestuoso,» 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIII.  CLSxv 

nerosa  de  Rodrigo  en  La  Condesa  de  Costilla ,  cuando  dice ,  defendiendo  á  sus  parciales ; 

Levantad  al  instante  tres  cadalsos, 
Y  yo  también  pereceré  con  ellos. 

En  la  poesía  lírica  de  Cienfuegos  ,  donde  campea  con  mayor  desembarazo  su  independiente 
musa ,  trozos  se  encuentran  á  cada  paso ,  en  los  cuales ,  unas  veces  enc^rgico ,  otras  delicado  y 
afectuoso,  da  muestras  de  alma  sincera  y  conmovida;  y  este  mérito,  en  cualquier  tiempo  de 
valor  muy  subido,  es  mayor  todavía  cuando  la  poesía  vive  subyugada  por  formas  y  espíritu 
convencionales.  En  sus  composiciones  La  escuela  del  sejmlcro,  A  Bonaparte ,  A  un  carpin- 
tero, Al  Otoño,  A  la  Primavera,  A  un  amante  al  partir  su  amada,  llenas  de  bellezas  y  de  ex- 
travagancias confusamente  amalgamadas ;  en  sus  epístolas  morales  y  en  algunas  otras  poesías , 
hay,  ya  varonil  aliento ,  ya  falsas  é  ilusorias  ideas ,  sofismas  de  una  imaginación  que  se  acalo- 
ra con  violencia,  ya  dulce  y  verdadera  melancolía;  siempre  admiración  á  la  humanidad  gene- 
rosa ó  brillante ,  siempre  amor  profundo  á  la  humanidad  menesterosa.  Asuntos ,  formas  poé- 
ticas, locuciones  ,  palabras,  todo  lo  toma  arrojadamente  á. su  antojo,  si  juzga  que  conviene  á 
la  expresión  de  los  sentimientos  que  enardecen  su  alma.  A  veces  se  equivoca,  y  no  sabe  her- 
manar la  libertad  con  el  buen  gusto ;  pero  así  y  todo ,  ¡  cuan  distante  se  halla  de  aquellos  me- 
lindrosos pasí07'<?s  de  la  escuela  seudo-clásica ,  que,  en  medio  de  su  bucólica  llaneza,  no  se 
atreven  á  llamar  las  cosas  por  su  nombre !  La  imaginación  de  Cienfuegos ,  así  como  la  de 
Vaca  de  Guzman,  era  de  aquellas  que  propenden  á  desmandarse.  En  otro  siglo,  ambos  ha- 
brían sido  poetas  francamente  romcinticos.  El  imperio  que  en  su  tiempo  ejercía  la  disciplina 
doctrinal  embargó  sin  provecho  alguno  el  vuelo  de  su  fantasía. 

Cuando  las  vicisitudes  de  la  nación  pusieron  á  prueba  el  alma  de  Cienfuegos ,  se  vio  bien 
claro  hasta  qué  punto  era  su  temple  noble  y  robusto.  Reconvenido  ásperamente  por  Murat 
])orque  no  ayudaba  al  triunfo  de  la  dominación  francesa ,  lo  contestó  con  la  heroica  ente- 
reza de  quien  antepone  á  todo  su  lealtad  y  su  patriotismo.  El  4  de  Mayo  de  1808,  esto  es, 
en  momentos  en  que  hasta  la  tibieza  para  con  los  franceses  era  un  crimen,  hizo  dimisión  de 
su  empleo  de  oficial  de  la  primera  Secretaría  de  Estado ,  en  un  oficio  dirigido  á  la  Junta  de 
Gobierno ,  escrito  con  suma  valentía.  En  él  declara  que  «no  continuaría  sirviendo  aunque 
hubiera  de  costarle  la  vida»  (1).  Condenado  después  á  muerte,  estuvo  á  pique  de  ser  fusila- 
do,  y  se  negó  á  hacer  gestión  alguna  para  conjurar  el  peligro.  Sus  amigos  le  salvaron  del 
suplicio ,  pero  no  de  la  deportación.  Muy  enfermo ,  y  con  el  corazón  abrasado  por  la  indigna- 
ción y  la  pena,  fué  llevado  á  Francia.  Murió  á  pocos  días  de  su  llegada  á  Ortez  (1809), 

Donde  la  ninfa  del  Adur  vencido 

Quiero  aplacar  con  ruegos 
La  inexorable  sombra  de  Cienfuegos  (2), 

A  continuación  de  Cienfuegos ,  y  también  por  vía  de  contraste ,  mencionaremos  el  nombre 
de  don  Leandro  Fernandez  de  Moraiin.  No  cabe  hallar  dos  escritores  insignes  de  más  opuesta 
y  divergente  naturaleza.  Cienfuegos  todo  ])asion ,  audacia  y  arrebato;  Moratin  todo  mesura, 
serenidad  y  atildamiento ;  aquél  censurable  por  la  extravagancia  y  la  impureza  de  la  dicción 
y  por  el  artificio  del  estilo ;  éste  admirable  por  la  pureza ,  por  la  propiedad ,  por  el  esmero. 
Como  poeta  lírico,  tiene  Cienfuegos  más  alma  y  más  alcance.  Pero  las  poesías  de  Moratin^ 
un  tanto  frias  por  lo  general,  suelen  ser  modelos  de  elegancia,  de  claridad ,  de  limpio  y  terso 
estilo,  y  muy  á  menudo  de  intención  moral.  Cuando  son  sus  versos  de  índole  satírica,  sue- 
len encerrar  el  espíritu  observador  y  la  penetrante  censura  que  son  propios  del  poeta  cómi- 
co. A  veces  toma  esta  censura  el  recio  carácter  del  anatema  filosófico,  como  cuando  exclama ; 

Yo  vi  del  polvo  levantarse  audaces, 
A  dominar  y  perecer,  tiranos, 

(1)  Expediente  personal  de  Cienfuegos,  en  el  archivo  del  ministerio  de  Estado. 

(2)  ¿Mí», 


OLXXTI  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

Atrepellarse  efímeras  las  leyes, 
Y  llamarse  virtudes  los  delitos... 

Nada  hace  presumir,  al  estudiar  la  vida  de  Moratin  (1),  que  no  estuviese  dotado  de  sensi- 
bilidad verdadera ;  pero  el  hecho  es  que  de  esta  preciosa  cualidad  da  pocas  señales  en  sus  poe- 
sías líricas ,  como  tampoco  las  da  muy  claras  en  sus  obras  dramáticas.  Tal  vez  procedía  esto, 
en  parte ,  del  apremio  que  Morat'm  ejercía  sobre  sus  facultades  naturales  por  el  afán  de  no 
desviarse  un  ápice  de  la  estrecha  senda  de  regularidad  y  de  cordura  que  imperiosamente  lo 
trazaban  los  preceptistas  romanos  y  los  franceses  de  la  escuela  del  siglo  de  Luís  XIV.  Mora- 
tin comprimía  sin  saberlo  su  sensibilidad ,  así  como  Cienfuegos  sacaba  de  quicio  la  suya ,  fal- 
seando ambos  en  sentido  inverso  las  prendas  reales  y  positivas  de  su  alma.  Tenemos  de  ello 
un  testimonio  inequívoco  en  la  oda  que  escribió  Moratin  á  la  memoria  de  su  padre.  En  todas 
las  obras  en  prosa  de  clon  Leandro,  en  que  tuvo  ocasión  de  hablar  de  su  padre ,  singularmente 
en  la  Vida  que  de  él  escribió,  resplandecen  los  sentimientos  de  respeto,  de  ternura,  de  admi- 
ración. Y  sin  embargo,  cuando  quiere  cantar  su  gloria,  le  ocurre  una  oda  anacreóntica,  en 
que  no  hay  un  acento  del  alma,  en  que  todo  es  trivial,  y  lo  que  es  más,  pagano : 


Llora,  Venus  hermosa. 
Llorad,  dulces  amores. 
Del  seno  de  su  madre 
El  niño  do  los  dioses 
Batió  veloz  las  alas, 
Fugitivo  se  esconde... 
Ninfas,  la  queja  es  vana 


Si  dio  la  Parca  el  golpe. 
No  vuelve  lo  que  usurpa 
El  avaro  Aqueronte. 
Alzad  un  monumento 
Con  mirtos  de  Díone, 
Ornado  de  laureles, 
Guirnaldas  y  festones... 


¿Es  éste  el  tono  digno,  sincero  y  elevado  que  conviene  á  la  expresión  de  dolor  filial? 
La  cordura  clásica  no  era  siempre  cordura,  y  Moratin,  por  evitar  yerros  de  la  musa  libre, 
caía  en  otros,  no  menos  reparables ,  en  que  incurre  la  musa  encadenada. 

Moratin ,  como  poeta ,  carece  de  fantasía ,  de  inventiva ,  de  pasión  intensa ,  de  arrebato  lí- 
rico. Sus  imágenes  no  son  valientes,  ó  inesperadas  como  las  de  los  grandes  poetas.  Apenas 
Be  encuentra  en  sus  versos,  como  en  los  Lopes ,  en  los  Leones  y  en  los  Góngoras ,  un  perío- 
do de  esos  que  fascinan  por  el  vigor  de  la  expresión  ó  por  el  hechizo  misterioso  del  sentimien- 
to poético.  Y  sin  embargo,  las  poesías  de  Moratin  se  leen  con  cierto  deleite ,  con  aquel  que 
causan  siempre  la  firmeza  del  pensamiento,  la  pureza  de  la  dicción ,  la  propiedad  del  estilo, 
la  versificación  llena  y  correcta,  y  el  fácil  manejo  del  idioma. 

En  estas  dos  últimas  cualidades  nadie  aventaja,  entre  los  modernos ,  á  Moratin.  Permíta- 
senos reproducir  aquí ,  como  ameno  recuerdo  de  su  estilo  íntimo  y  familiar,  la  carta  que  escri- 
bió á  don  Juan  Pablo  Forner,  dándole  noticia  de  la  primera  representación  de  La  Comedia 
Nueva ,  ó  El  Café;  carta  interesante  en  sí  misma ,  y  mucho,  ademas ,  para  la  historia  del  tea- 
tro español. 

Ahí  te  envió  esa  comedia  para  que,  si  quieres,  laicas,  y  si  quieres  también,  me  digas  lo  bueno  y  lo  ma- 
lo que  hallas  en  ella.  Yo  la  tenia  concluida  dos  meses  há,  pero  no  pensaba  en  dar  paso  alguno  para  que  la 
representasen ,  persuadido  de  que  no  era  posible  que  los  cómicos  se  atreviesen  á  echarla ;  cuando,  cátate 
quo  las  trompetas  de  mi  fama,  los  Loches,  los  Texajas,  etc.,  etc.,  comienzan  á  trompetear  y  á  decir  por 
esas  esquinas  que  yo  habia  compuesto  la  comedia  más  exorbitante  que  jamas  se  ha  visto,  y  vieras  venir  á 
porfía  los  Queroles,  los  Garcigüelas,  los  Valieses,  los  Riberas  y  las  dulces  Juanas,  pidiéndome  comedia, 
de  finojos  y  desmelenado  el  cabello.  Leísela ,  y  quedaron  despatarrados ;  la  estudiaron  con  ansia ;  los  molí 
á  ensayos ,  y  saqué  de  ellos  todo  el  partido  que  sacarse  puede. 

Tu  cliente  Comella,  luego  que  supo  que  se  trataba  de  echarla,  empezó  á  tramar  y  alborotar  como  un 
desesperado,  diciendo  que  la  comedia  era  un  libelo  infamatorio  contra  él  y  su  mujer  y  su  hija  la  tuerta,  y 
que  yo  merecia  azotes,  presidios  y  galeras.  Presentó  un  pedimento  al  Presidente,  otro  al  Corregidor,  otro 
al  Juez  de  imprentas  y  otro  al  Vicario,  para  estorbar  la  representación  é  impresión  de  ella ;  pidiendo  se 

(1)  Véase  la  excelente  Vida  de  don  Leandro  Fer-  fidedigna  y,  por  decirlo  así,  la  más  íntima  de  cuau- 
nandez  de  Moratin^  por  don  Manuel  Silvela,  la  máa      tas  se  han  escrito  del  insigne  poeta  cómico, 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIlí.  tirará 

ino  caatígaae  con  todo  el  rigor  de  las  leyes ,  por  ser  justicia,  y  para  ello,  etc.  El  Presidente  cometió  el  en- 
cargo al  Corregidor,  y  éste  nombró  por  censores  á  don  Santos  y  á  don  Miguel  de  Manuel;  ambos  dieron  sus 
infonnes  separadamente,  y  según  ellos,  era  menester  canonizarme  ;  al  mismo  tiempo  el  Consejo  envió  la 
comedia  á  Valbuena,  que  también  la  aprobó  redondamente  ;  y  entre  tanto  el  Vicario,  mi  señor  (mal  infor- 
mado de  escribientes  y  pajezuelos  ganados  por  Comella),  se  obstinó  en  no  dar  el  pase  y  detenerla,  no  obs- 
tante que  era  ya  precisamente  la  víspera  del  dia  en  que  debia  representarse.  No  es  posible  decirte  cuánto 
me  hicieron  rechinar  estas  picardías;  pero,  en  fin, 

El  dia  se  vio  distinto, 

Y  al  fin  triunfó  Carlos  Quinto 

Del  poder  de  Barbarroja. 

El  Corregidor  la  despachó  bien,  el  Vicario  se  vio  precisado  á  soltarla,  el  Consejo  permitió  la  impresión, 
y  se  representó  el  dia  7  (Febrero  de  1792,  en  el  Teatro  del  Principe). 

La  turba  multa  de  los  chorizos  (1),  los  pedantes,  los  críticos  de  esquina,  los  autorcillos  famélicos  y  sus 
partidarios  ocuparon  una  gran  parte  del  patio  y  los  extremos  de  las  gradas.  Todo  fué  bien  ;  el  público  no 
perdió  golpe  ninguno,  y  aplaudió  donde  era  menester ;  pero  cuando  en  el  segundo  acto  habla  don  Serapio 
de  los  pimientos  en  vinagre  ,  fué  tal  la  conmoción  de  la  plebe  choriza  y  el  rumor  que  empezó  á  levantarse, 
que  yo  temí  que  daban  con  la  comedia  y  conmigo  en  los  infiernos.  Pero  los  que  no  comen  pimientos  los 
hicieron  callar  y  sufrir,  y  se  acabó  la  representación  con  un  aplauso  general,  que  bastó  á  vengarme  de  loa 
trabajos  padecidos. 

No  obstante ,  como  se  desató  tanto  demonio  por  calles  y  rincones  diciendo  pestes  de  ella ,  quedó  incierto 
su  crédito  en  el  primer  dia;  pero  el  éxito  del  segundo,  como  el  de  los  siete  que  duró,  fué  tan  completo,  que 
excedió  á  las  esperanzas  que  todos  teníamos,  y  fué  superior  sin  duda  al  que  tuvo  don  Roque  (2). 

La  ejecución  fué  bastante  buena ;  y  la  Juana,  la  frígidísima  y  yerta  Juana,  hizo  maravillas;  admiró  en 
su  papel  á  cuantos  la  oyeron,  y  á  cada  instante  la  interrumpían  con  aplausos  (3). 

Esto  es  cuanto  hay  que  decir  acerca  de  la  tal  comedía,  puesto  que  los  delirios  y  vaciedades  que  se  oyen 
por  ahí  en  boca  del  pestilente  Nifo,  el  pálido  Higuera,  Concha,  Zavala  y  la  demás  garulla  de  insensatos, 
son  buenos  para  oidos,  pero  fastidiosos  de  escribirse.  Lo  restante  del  piiblico  la  ha  recibido  con  mucho  en- 
tusiasmo, la  gente  bien  intencionada  piensa  que  una  obra  como  ésta  debia  causar  la  reforma  del  teatro; 
pero  yo  creo  que  seguirá  como  hasta  aquí,  y  que  Comella  gozará  en  paz  de  su  corona  dramática. 

Ayer  fui  á  un  baile  que  tuvo  la  madre  Mariana.  Arhuxeciué  bastonero  :  estuvo  don  Agustiníto,  Cordero, 
los  Maj'orgas,  Vinagrillo,  etc. ,  etc. ,  toda  la  canalla  polaca ,  y  me  divertí  hasta  las  once ,  que  viendo  que 
no  estabais  tú  ni  Bernabeu  ,  sentí  la  falta  y  me  vine  á  dormir. 

Pásalo  bien ;  no  ahorques  á  nadie,  y  haz  hijos ,  que  es  lo  mejor  que  puede  hacer  un  fiscal.  Adiós. 

Boy  22  (Febrero  de  1792).  — Leandro  (4). 

A  Cienfuegos  corresponde  la  gloria  de  haber  abierto  el  camino  á  la  briosa  y  elevada  poesía 
de  Quintana ,  que  por  la  majestad  de  la  entonación  ,  por  la  energía  de  los  sentimientos  y  por 
la  grandeza  moral,  no  tenía  ejemplo  entre  nosotros.  No  entraremos  aquí  en  el  examen  de  este 
eminente  poeta ,  cuyas  obras  se  lian  publicado  ya  en  un  tomo  de  la  presente  Biblioteca.  He- 
mos tenido  honrosa  ocasión  de  consignar  ampliamente  nuestro  juicio  sobre  Quintana  en  un 

(1)  Sabido  es  que  en  el  siglo  último  los  entusias-  presentada  el  22  de  Mayo  de  1790,  que  fué  la  pri- 
tas  del   con-al  ó   Teatro  del  Príncipe    se  llamaban       mera  que  Moratíu  dio  al  teatro. 

CHORIZOS,  y  se  distinguían  con  una  cinta  color  de  (.3)- Esta  Juana,  á  quien  llama  Moratin/;'i'^íí7i5Í- 
oro  en  el  sombrero ;  los  del  Teatro  de  la  Cruz  pola-  ma ,  y  que  desempeñó  con  tanto  acierto  el  papel  do 
eos,  y  llevaban  una  cinta  azul  celeste.  A  aquella  doña  Mariquita,  es  Juana  García,  que,  á  pesar  de 
denominación  dieron  origen,  en  1742,  unos  chorizos  su  falta  de  animación,  gustaba  al  público  por  su  ju- 
que comía  en  un  entremés  un  gracioso  de  la  compa-  ventud,  por  su  belleza,  por  su  simpática  entonación 
fiía  de  Manuel  Palomino ;  á  ésta  un  fraile  trinitario  y  por  la  nobleza  y  compostura  de  sus  modales.  Los 
descalzo,  el  padre  Polaco,  incansable  y  furibundo  demás  papeles  fueron  desempeñados  :  el  de  doña 
voceador,  que  acaudillaba  la  parcialidad  enemiga  del  Agustina,  por  Polonia  Rochel ;  el  de  don  Eleuterio^ 
Corral  del  Príncipe.  Estos  bandos  se  hacían  encar-  por  Manuel  García  Parra ;  el  de  don  Hermúgenes,  por 
nizada  guerra ,  y  Huerta,  que  los  defiende  de  las  acu-  Mariano  Querol ;  el  de  don  Pedro,  por  Manuel  Tor- 
eaciones  de  Signorelli  (Sloria  critica  dei  teatri)  di-  res. 

ce  de  ellos  candorosamente  :  « De  esto  no  ha  resulta-  (4)  Esta  carta  está  fielmente  copiada  del  auto- 

do  nunca  más  perjuicio  que  el  de  haberse  dado  al-  grafo  que  se  conserva  entre  los  papeles  de  Forner, 

temativamente  algunas  puñadas  tal  cual  vez.»  No  ha  sido  incluida  en  las  Obras  Postumas  de  Mo- 

Los  partidarios  del  Teatro  de  los  Caños  se  llama-  ratin ,  recientemente  publicadas  de  orden  y  á  expen- 

ron  PANDtJRCs.  sas  del  Gobierno.  ) 

(2)  Alude  á  la  comedia  El  Viejo  y  la  Niña,  re- 


CLXXviIl  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CBITICO 

escrito  á  él  especialmente  consagi-ado  (1).  Bástenos  decir  aquí  que  el  autor  de  la  oda  A  la  in- 
vención de  la  Impreyíta ,  que  eclipsa  á  todos  los  cantos  de  los  poetas  europeos  al  mismo  asun- 
to; el  cantor  de  la  propagación  de  la  vacuna ,  del  armamento  de  las  provincias  españolas,  del 
comíate  de  Trafalgar  y  de  otros  objetos  grandes  y  poéticos ,  ocupa  el  primer  lugar  en  la  lí- 
rica elevada  de  España.  Y  ¿quién  pudiera  disputárselo?  Herrei'a  tiene  sin  duda  entonación 
grandilocuente ;  pero  es  su  estilo  uniforme  y  encopetado,  y  harto  visible  el  artificio  de  sus 
líricos  arrebatos ;  en  tanto  que  el  entusiasmo  de  Quintana  es  más  vario,  más  sincero,  más  con- 
movedor y  más  simpático. 

Quintaría  tiene  ademas  la  gloria  de  representar  en  la  historia  de  las  letras  de  su  tiempo 
cierta  relajación  del  rigor  de  las  formas  y  de  las  rutinas  seudo-clásicas ,  que  su  educación  li- 
teraria habia  imbuido  en  su  ánimo.  Escribe  doctrinalmente  acerca  de  las  églogas,  pero  ja- 
mas las  cidtiva.  Eran  contrarias  á  su  brioso  instinto  poético.  Ni  aun  quiere  llamar  odas  á  sus 
magníficos  cantos.  ¿Qué  le  importa  el  nombre?  No  cuadran  á  su  índole  las  clasificaciones 
que  comprometen  y  embarazan.  Sus  cantos  son  los  ecos  de  su  alma.  ¿  Qué  más  necesita?  Juz- 
gábase, no  obstante  ,  fiel  sectario  de  la  escuela  clásica,  y  aun  de  ello  blasona,  y  por  eso  es- 
coge con  tan  meticuloso  espíritu  los  modelos  de  su  Tesoi^o  del  Parnaso  español.  Pero  era 
clásico  al  modo  de  Ajidré  Chénier,  que,  llevado  por  el  impulso  irresistible  de  su  inspiración 
sincera  y  vi o-orosa,  más  que  á  las  artificiales  lumbreras  del  Parnaso  francés,  se  asemeja  á 
los  grandes  poetas  de  la  antigua  Grecia.  A  Quintana  puede  aplicarse  lo  que  decia  de  Alfieri 
madame  de  Staél  :  Cest  un  homme  transplanté  de  Vantújuité  dans  les  temp)s  modernes. 

No  pudiendo  copiar  aquí ,  completo,  nuestro  extenso  examen  de  las  brillantes  prendas  poé- 
ticas de  Quintana ,  creemos  oportuno  publicar  una  parte  de  la  carta  literaria  que ,  acerca  de 
aquel  estudio,  tuvo  la  bondad  de  dirigirnos  el  ilustre  escritor  Marqués  de  Pidal.  Esta  carta 
contiene  un  juicio  del  esclarecido  poeta;  juicio  lleno  de  alta  imparcialidad  y  sano  criterio,  que 
hasta  por  haber  sido  escrito  con  la  rapidez  y  lisura  de  quien  no  se  dirige  al  público,  ofrece 
especial  interés ,  como  obra  de  aquella  docta ,  honrada  y  competente  pluma : 

Roma,  11  de  Abril  de  1858. 

Leí  6U  Discurso  de  V.  con  grandísima  satisfacción...  V.  ha  juzgado  á  Quintana  como  yo  le  he  juzgac^o 
siempre,  y  por  lo  mismo  es  natural  que  el  juicio  de  V.  me  haya  parecido  muy  acertado.  En  cuanto  á  la 
forma ,  á  la  elocución ,  al  estilo  de  Quintana ,  tendrá ,  si  se  quiere ,  todos  los  defectos  que  sus  impugnado- 
res le  achacan,  pero  en  cambio  nadie  negará  que  tiene  un  aliento,  un  calor,  un  ímpetu  que  arrastra  y  arre- 
bata con  tanta  rapidez  el  ánimo,  que  no  deja  percibir  siquiera  estos  defectos.  Por  eso  es  el  poeta  de  la  ju- 
ventud; por  eso,  cuando  yo  formaba  parte  de  ella,  sabía  todos  sus  versos  de  memoria,  y  reconciliaba  con 
las  Musas  á  los  enemigos  de  la  poesía  con  sólo  leerles  ó  recitarles  algunas  de  sus  composiciones.  Pero  V. 
tiene  completa  razón.  Quintana  era  el  eco  del  entusiasmo,  de  las  ilusiones  y  hasta  de  los  rencores  que  ins- 
piraban la  filosofía  y  el  sentimentalismo  del  siglo  pasado.  Yo  alcancé  esa  época  de  ilusiones  de  buena  fe,  de 
esos  odios  patrióticos,  de  esas  apreciaciones  históricas  absurdas  ;  y  aunque  ya  debilitadas  aquellas  ideas 
por. otras  que  comenzaban  á  difundirse,  y  que  han  prevalecido  después,  reconozco  ahora  que  si  yo  hubie- 
ra sido  entonces  poeta,  hubiera  escrito  como  Quintana.  Fui  injusto  con  él  en  algunas  cosas  que  escribí  en 
contra  suya,  no  haciéndome  cargo- de  que,  si  yo  pude,  como  joven  ,  abrir  mi  corazón  y  mi  cabeza  á  otras 
afecciones,  á  otras  ideas ,  él  era  demasiado  viejo  ya  para  renunciar  á  lo  que  habia  sido  el  alma  de  sus  sen- 
timientos y  el  principio  de  sus  relaciones  como  hombre  de  partido;  á  lo  que  le  habia  hecho  sufrir,  á  lo  que 
habia  formado  el  principio  de  su  gloria.  Fuimos ,  á  lo  último,  amigos,  como  pueden  serlo  dos  personas  que 
sobre  el  fondo  de  las  cosas  pensaban  de  tan  distinto  modo,  y  vi  entonces  que  Quintana  no  era  ni  podía 
ser  otra  cosa  que  lo  que  lia  sido;  porque  aquellas  ideas,  y  las  formas  mismas  en  que  las  expresaba,  eran  su 

carne  y  sangre. 

¡  Qué  lástima  que  el  cantor  de  Juan  de  Padilla  y  de  los  misterios  que  encierra  el  Escorial  no  hubiera 
pensado  de  otro  modo,  no  hubiera  juzgado  de  otra  manera  acerca  de  nuestros  grandes  hombres,  acerca  de 
nuestra  misión  civilizadora  en  una  gran  parte  del  mundo  antiguo  y  moderrio,  y  conservadora  en  Europa 
contra  la  invasión  de  los  turcos  y  contra  la  anarquía  moral  y  destructora  que  llevaban  en  su  seno  las  sec- 

(1)  El  autor  del  presente  Bosquejo  histórico  es-  Academia  Española,  el  Juicio  crítico  de  Quintana 
cogió  para  asunto  de  su  Discurso  de  entrada  en  la      como  poeta  lírico. 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  CLXXix 

tas  protestantes!  ¡Cuánto  no  hubiera  contribuido  á  restaurar  nuestra  gloria  nacional,  tan  oscurecida  boy 
por  los  escritores  de  su  escuela,  nacionales  y  extranjeros,  y  tan  vilipendiada  por  el  mismo  Quintana  en  al- 
gunos de  sus  versos!  ¿Cómo,  decia  yo  en  la  impugnación  á  que  he  aludido  arriba,  pueden  amar  á  su  pa- 
tria los  que  se  la  representan  como  el  vivero  de  hombres  feroces ,  colosos  para  el  mal,  y  no  ven  más  hombres 
dignos  de  alabanza  en  su  patria  que  al  solo  Padilla...? 

En  fin,  su  Discurso  académico  de  V.  sobre  las  obras  de  Quintana,  pasa  á  ser  algo  más  que  un  discurso 
de  crítica  literaria.  V.  tiene  razón  en  su  juicio,  y  ha  sido  una  buena  acción  el  osar  decirlo  públicamente  en 
el  tiempo  de  la  pasión  que  hacia  sus  ya  algo  olvidados  versos  ha  vuelto  á  renacer  en  esta  sociedad,  que  ya 
no  se  entusiasma  por  nada. 

Aproveche  V.  el  buen  tiempo  para  irse  á  Vieua,  etc..  (1). 

Juzgamos  deber  reproducir  ahora  algunos  párrafos  de  nuestro  juicio  sobre  Quintana,  que 
tan  alto  se  levanta  entre  las  medianías,  más  ó  menos  estimables,  de  los  últimos  años  del 
siglo  XVIII : 

«La  imagen  de  la  libertad  política,  cebo  natural  de  imaginaciones  ardorosas  y  juveniles, 
perseguía  á  Quintana  como  un  fantasma  seductor.  Una  especie  de  apoteosis  A  Juan  de  Pa- 
dilla fué  el  primer  canto  de  su  musa  patriótica.  Muy  censuradas  han  sido  en  esta  composi- 
ción las  tendencias  irreflexivas ,  la  falta  de  sentido  histórico  y  las  exageraciones  pomposas 
contra  tiranías  en  no  escasa  parte  imaginarias.  Verdad  es  que  cuando  Quintana  escribía  su 
magnífico  canto,  ciego  y  desalumbrado  con  la  pasión  que  le  inspiraba,  ponía  más  alto  el 
nombre  de  Padilla  que  la  augusta  fama  de  Carlos  V ,  á  quien  no  titubea  en  agregar 


añadiendo  después : 


Al  odioso  tropel  de  hombres  feroces , 
Colosos  para  el  mal ; 

¡  Y  sus  nombres  aun  viven  !  y  su  frente 

Pudo  orlar,  impiulente, 
La  vil  posteridad  con  lauros  de  oro! 


))Ya  veis  cuan  amargamente  deplora  que  la  fama  haya  llegado  á  iluminar  con  sus  glorío- 
sos  resplandores  la  memoria  de  Carlos  V  y  de  otros  grandes  hombres. 

» Intolerancia  sería  de  parte  de  la  crítica  ensañarse  contra  estos  extravíos  poéticos  de  una 
imaginación  acalorada  é  inexperta.  Trasportaos ,  señores ,  mentalmente  á  los  últimos  años 
del  siglo  XVIII ;  tened  en  cuenta  la  influencia  dominadora  de  las  nuevas  ideas,  que  á  la  sazón 
estremecían  y  trasformaban  el  mundo  moral ;  el  humillante  cuadro  que  ofrecia  entonces  el 
Gobierno  de  España;  y  los  arrebatos,  los  delirios,  las  quimeras  de  un  corazón  de  veinticinco 
años ,  ansioso  de  renovación  y  de  libertad,  y  comprenderéis,  y  disculparéis,  y  acaso  en  voz 
baja  aplaudiréis  bajo  el  aspecto  poético,  el  generoso  espíritu  que  dictaba  á  Quintana  la  glo- 
rificación de  Padilla,  triste  recuerdo  y  emblema  de  contiendas  civiles. 

» Y  ¿cómo  no  admirar  las  prendas  hterarias  que  resplandecen  en  el  canto  á  Padilla?  Desde 
los  tiempos  dorados  de  nuestra  literatura  no  había  sonado  la  lira  castellana  con  majestad  tan 
alta ,  con  tan  noble  soltura ,  con  entonación  tan  robusta.  A  la  trivialidad  de  los  asuntos ,  á  la 
languidez  de  las  formas ,  han  sucedido  animada  elegancia ,  sentimientos  de  fuego ,  arrebatos 
de  indignación.  Ved  cómo  habla  á  los  castellanos  la  sombra  de  Padilla  : 


Indignamente  hollada 
Gimió  la  dulce  Italia ,  arder  el  Sena 
En  discordias  se  viú ;  la  África  esclava ; 

El  bátavo  industrioso 
Al  hierro  dado  y  devorante  fuego. 
¿De  vuestro  orgullo,  en  bu  insolencia  ciego, 


Quién  salvarse  logró  ?  Ni  al  indio  pudo 
Guardar  un  ponto  inmenso,  borrascoso, 

De  sus  sencillos  lares 
Inútil  valladar ;  de  horror  cubierto , 
Nuestro  genio  feroz  hiende  los  mares, 
Y  es  la  inocente  América  un  desierto. 


(1)  El  Marqués  de  Pidal ,  cuando  esto  escribía. 
Be  hallaba  en  Roma  de  embajador.  Pasados  algu- 
nos años  volvió  á  leer  su  carta  en  Madrid ,  y  nos 


autorizó  á  publicarla  cuando  hubiese  ocasión  para 
ello. 


CLXXi  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

))¡  Cuan  bellos  versos!  ¡Cuánta  seducción  sabe  dar  el  poeta  á  esa  inconsiderada  filantropía , 
que  está  á  punto  de  tomar  por  iniquidades  el  sobrehumano  descubrimiento  de  Colon  y  las 
portentosas  proezas  de  los  civilizadores  de  América !  Bien  mirada ,  esa  inocencia  de  América, 
que  Quintana  no  cesó  de  proclamar  después ,  y  que  consignó  especialmente  en  aquel  tan 
aplaudido  verso : 

Virgen  del  mundo  ,  América  inocente , 


bo  pasa  de  ser  una  ilusión  obstinada  de  poeta  y  un  deslumbramiento  de  filósofo.  América 
no  era  aquella  fantástica  isla  de  Pancaya,  de  que  nos  habla  Diodoro ,  prodigiosa  mansión  de 
inocencia,  de  paz  y  de  ventura.  Las  mejores  razas  americanas  se  hallaban  poco  distantes  del 
estado  salvaje ,  y  no  eran  en  verdad  dechados  de  inocencia  los  caribes  antropófagos  con  quie- 
nes tropezó  muy  luego  el  descubridor  del  Nuevo  Mundo. 

»  Quintana,  y  sea  dicho  sin  mengua  de  su  gloria,  llevaba,  como  todos  los  grandes  poetas, 
el  raudal  de  su  inspiración  por  el  cauce  genuino  y  privativo  de  su  alma ,  más  inclinada  á  los 
sentimientos  enérgicos  y  varoniles  que  á  las  meditaciones  místicas  y  á  las  blandas  emocio- 
nes de  la  melancolía  y  de  la  ternura.  El  amor  á  Dios  y  el  amor  á  la  mujer  mueven  poco  el 

corazón  de  Quintana Habia  templado  harto  reciamente  sus  ideas  en  el  confuso  torbellino 

de  errores  y  verdades  desencadenado  por  el  impulso  de  las  revoluciones  ,  que,  semejante  al 

torbellino  del  mundo  físico,  arrasa  y  trastorna  más  que  despeja  y  purifica Quintana  se 

conmueve  ante  la  imagen  de  lo  bello  y  lo  grande ,  y  su  alma  se  estremece  al  aspecto  de  la 
opresión  y  de  la  injusticia.  Dios  estaba  en  el  fondo  de  su  corazón.  Pero  ¡  cosa  extraña !  ¡  sin- 
gular poder  de  las  preocupaciones !  una  sola  vez,  y  como  por  acaso ,  suena  en  la  poesía  lírica 
de  Quintana  el  nombre  de  Dios ;  y  ni  una  vez  siquiera  levanta  su  musa  á  los  sublimes  ámbi- 
tos del  mundo  invisible;  ni  una  vez  responde  su  alma  á  las  voces  místicas  del  cielo  con  cán- 
ticos de  adoración,  que  están  sin  cesar  resonando  en  la  lira  de  los  poetas  cristianos 

))  Como  se  ve ,  la  musa  de  Quintana  no  es  la  ninfa  vaporosa  y  ligera  que  acaricia  y  deleita; 
es  la  matrona  graA'e  é  inexorable,  que  sólo  sabe  amar  sus  encumbrados  ídolos :  el  heroísmo, 
la  ciencia,  la  patria,  la  libertad.  Pedidle  ardientes  sentimientos ,  gritos  de  indignación,  him- 
nos de  gloria ;  pero  no  le  pidáis  didces  engaños ,  ni  ilusiones  doradas. 

))  El  amor  á  la  humanidad  es  uno  de  los  más  puros  y  nobles  manantiales  de  la  poesía  de 
Quintana A  este  linaje  de  emoción  moral  pertenece,  si  bien  mezclada  con  la  emoción  po- 
lítica ,  la  admirable  oda  A  la  invención  de  la  Imprenta.  En  casi  todas  las  naciones  civilizadas 
ha  habido  escritores  que  entonen  himnos  á  la  imprenta ;  pero  ninguno ,  podemos  decirlo  sin 
que  se  nos  tache  de  engreimiento  nacional ,  ha  sabido  hallar  tonos  tan  altos ,  miras  tan  tras- 
cendentales y  acentos  tan  grandilocuentes.  A  la  luz  del  progreso  humano ,  la  mente  de  Quin- 
tana se  conmueve  y  se  inflama ,  y  aquí  se  juntan  en  su  ánimo  el  amor  á  la  gloria ,  el  amor 
á  la  ciencia  y.  el  amor  á  la  libertad. 

X)  Deslustran  alguna  vez  el  eminente  canto  A  la  invencioii  de  la  Imprenta  y  la  poética  fanta- 
sía El  panteón  del  Escorial,  preocupaciones  y  arrebatos  inspirados  por  la  especie  de  frenesí 
que  infundieron ,  á  fines  del  siglo  último ,  en  imaginaciones  vehementes  las  doctrinas  escép- 
ticas El  noble  horror  de  Quintana  al  despotismo,  exagerado  y  desquiciado  con  sus  fan- 
tasmas de  opresión ,  le  lleva  á  desatender  las  condiciones  y  las  influencias  históricas  ,  á  olvi- 
dar los  móviles  morales  de  los  tiempos  pasados  y  hasta  á  calumniar  los  caracteres.  Su  apa- 
sionada musa  convierte  á  Felipe  II  en  un  vulgar  tirano ,  y  á  Carlos  V  en  un  conquistador 
arrepentido El  príncipe  don  Carlos  ,  llamando  hipócrita,  supersticioso  y  fanático  á  su  pa- 
dre en  un  diálogo  lleno  de  rencorosas  acriminaciones ,  es  un  cuadro  repugnante  al  buen  gus- 
to y  al  sentido  moral ,  que  no  alcanzan  á  hacer  simpático  todo  el  encanto  y  toda  la  fuerza 

poética  de  la  imaginación  de  Quintana Pero  olvidemos,  engracia  délas  inspiraciones  del 

poeta  sublime ,  los  arrebatos  del  filósofo  extraviado;  y  con  tanto  mejor  voluntad;  cuanto  que 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIII.  ÓLXXXÍ 

la  filosofía  de  Quintana,  crimen  fué  de  su  tiempo,  y  no  suyo.  Aquellos  versos ,  tan  censurados 
porque  encierran  un  duro  ataque  á  la  veneranda  Iglesia  católica , 

Osó  fundar  su  abominable  solio? 

«Dura,  sí;  mas  su  inmenso  poderío 
Desplomándose  va ;  pero  su  ruina 


«¿Qué  es  del  monstruo,  decid ,  inmimdo  y  feo 
Que  abortó  el  dios  del  mal ,  y  que  insolente, 
Sobre  el  despedazado  Capitolio , 
A  devorar  el  mundo  impunemente, 


Mostrará  largamente  sus  estragos., 


son  reflejo  de  algunas  palabras  del  rey  Federico  II.  Esos  alardes  de  incredulidad  desenfa- 
dada, esos  declamatorios  vaticinios ,  esos  desmandados  ataques  á  la  majestad  de  la  religión, 
son  achaque  ineA'itable  y  universal  de  las  grandes  turbaciones  sociales,  que  enflaquecen  y  que- 
brantan los  principios  fundamentales  en  que  descansa  la  conciencia  humana.  Pero  estas  crisis 
pasan  al  cabo,  como  las  tormentas  de  los  mares;  los  santos  instintos  que  Dios  depositó  en  nues- 
tra ahna  prevalecen  sobre  Las  discordias  y  deleznables  creencias  que  en  su  seno  atesoran  las 
revoluciones ,  y  tarde  ó  temprano  triunfa  del  entusiasmo  del  error  el  entusiasmo  de  la  ver- 
dad  

»  La  patria,  la  gloria,  la  libertad:  aquí  está  Quintana  en  su  esfera  propia  y  nativa;  aquí 
explaya  libremente  los  tesoros  de  su  elocuencia  y  el  fuego  de  su  fantasía ;  aquí  se  presenta 
clara  y  resplandeciente  la  individualidad  del  autor,  sin  la  cual  no  son  las  artes  más  que  pá- 
lidos reflejos  de  las  inspiraciones  ajenas.  Guzman  el  Bueno  y  el  Comíate  de  Tr'afalgar  des- 
piertan en  la  imaginación  del  poeta  la  espléndida  imagen  del  heroísmo  de  los  españoles,  y  su 
alma  se  templa  y  se  levanta  al  nivel  de  las  grandes  acciones  que  describe. 

«En  las  odas  Al  armamento  de  las  provincias  esjyañolas  contra  los  franceses ,  y  A  Esjmña , 
después  de  la  revolución  de  Marzo,  sube  la  inspiración  á  las  regiones  más  altas  y  más  encen- 
didas del  entusiasmo  patrio.  El  cuadro  de  la  antigua  grandeza  nacional  con  que  empieza  esta 
última  obra ,  amargo  contraste  del  esplendor  pasado  y  de  la  decadencia  presente ,  es  uno 
de  los  períodos  más  elocuentes  que  se  han  escrito  en  verso  castellano.  Vibran  en  el  corazón 
de  Quintana  las  cuerdas  de  su  impetuoso  patriotismo  al  ver  ruinoso  y  desdorado  el  mag- 
nífico edificio  del  poder  y  de  la  gloria  de  la  nación.  ¡  Con  qué  varonil  entusiasmo,  con  qué 
estoica  entereza  exalta,  concitando  á  la  guerra,  la  fiera  independencia  de  los  españoles! 

))  Para  encontrar  acentos  tan  vigorosos  tenemos  que  acudir  á  la  musa  libre  y  denodada  de 
la  Grecia.  Tirteo,  templado  por  el  espíritu  espartano,  no  pintaba  con  mayor  vehemencia  la 
gloria  de  morir  por  la  patria  en  las  sangrientas  guerras  de  Mesenia;  no  cantaba  Simónides 
con  estro  más  arrebatado  el  sublime  desastre  de  las  Termó])ilas  y  las  hazañas  de  Maratón,  de 
Salamina  y  de  Artemisio ;  no  ensalzaba  Píndaro  con  más  independencia  ni  con  más  entusias- 
mo á  los  héroes  de  Olimpia ,  de  Nemea  y  de  Coriuto.  La  musa  lírica  latina  no  nos  ofrece  na- 
da que  en  elevación,  en  majestad  y  en  brío  pueda  compararse  con  las  fogosas  insjñraciones  de 
Quintana.  Horacio  es  sin  duda  más  correcto,  más  conciso,  más  puro,  y  por  decirlo  así,  más 
atildado;' pero,  no  lo  dudéis,  no  tiene  ni  su  fuego,  ni  su  espontaneidad,  ni  su  ñierza.  Hora- 
cio reflejaba  la  sociedad  epicúrea  en  que  vivía;  seguía  en  sus  versos  la  filosofía  superficial  y 
condescendiente  que  cuadraba  á  su  vida  alegre  y  regalada,  y  cantaba  la  fortaleza  estoica 
{Justum  ac  tenacem)  al  son  de  los  halagos  de  Mecenas ,  como  Cicerón  escribía  su  paradoja  so- 
bre la  economía  en  una  mesa  que  le  había  costado  doscientos  mil   sestercios. 

»Todo  esto  dista  mucho  de  la  musa  austera  de  Quintana,  que,  si  no  tiene,  para  volar  al 
cielo,  las  alas  de  Klopstock  ó  de  Lamartine,  ni  hace  brotar  del  alma  delicadas  flores  de  ternu- 
ra al  influjo  de  una  mirada,  de  una  lágriina  ó  de  un  suspiro,  tiene  afrentas  para  los  sentimientos 
viles ,  anatemas  para  la  opresión ,  palmas  para  las  acciones  nobles  ó  heroicas,  coronas  de  glo- 
ria para  las  virtudes  de  la  patria.  A  este  entusiasmo  por  la  belleza  moral ,  que  hace  subir  el 
pensamiento  á  Dios ,  centro  de  donde  viene  y  adonde  va  toda  belleza ,  allega  Quijitana  el 
culto  de  la  forma  hasta  el  punto  de  competir  con  los  modelos  más  nobles  de  la  poesía  del  gen- 
tilismo. Para  convencerse  de  ello  basta  leer  su  cauto  A  la  Danza,  tan  lleno  de  imágenes,  do 
lozanas  galas,  de  elegantes  giros,  de  amor  á  la  hunnosura  plástica.  No  os  hublo  de  su  adnú- 


CLXXXn  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CÜÍTICÓ 

rabie  canto  Al  Mar,  alianza  feliz  de  la  musa  antigua  y  de  la  musa  moderna.  En  ¿1  ha  hecto 
Quintana  lo  que  debe  hacer  todo  poeta  que  aspire  á  unir  la  pompa ,  la  animación  y  los  colores 
del  mundo  de  la  materia,  con  las  abstracciones  ,  los  éxtasis  y  los  sentimientos  del  mundo  del 
espíritu:  hermanar  el  cielo  con  la  tierra,  modelar  con  manos  cristianas  el  mármol  de  la  anti- 
güedad. 

D  Quintana  j  si  no  sabe  sostener  siempre  la  unidad  limpia  y  tersa  del  lenguaje,  es,  por  su 
temple ,  su  elevación  y  su  nobleza ,  digno  alunmo  y  rival  de  la  musa  antigua.  No  ha  produ- 
cido con  sus  obras  ese  rumor  fugitivo  quo  tomamos  por  gloria,  y  que  á  veces  no  es  más  que 
el  eco  de  nuestras  pasiones  y  de  nuestros  entusiasmos  de  un  momento.  Ha  grabado  su  alma 
en  su  poesía,  y  ha  dejado  estampada  en  ella  el  sello  de  la  inmortalidad.  Su  nombre  vivirá 
mientras  viva  el  habla  castellana ,  mientras  alienten  corazones  españoles  que  sepan  palpitar  al 
recuerdo  de  la  gloria  y  de  la  grandeza  do  la  patria. » 


CAPITULO  XVI. 

Copleros  andaluces. — Muñoz  de  León.  —  López  de  Palma.  —  González  de  León.  —  Repiso  Hurtado.  —  Jaén. — 
Escuela  poética  sevillana.  —  Su  carácter  meticuloso  é  imitador.  —  Su  gran  mérito  relativo.  —  Miembros  distin- 
guidos de  la  escuela.  —  Pléyade  poética.  —  Xuñez.  —  Castro.  —  Roldan.  —  Arjona.  —  Reinoso.  —  Lista.  —  Ma- 
tute. —  Mármol.  —  Escuela  gi-anadina.  —  Alonso.  —  Escuela  valenciana.  —  Martinez  Colomer. 

Sevilla,  la  patria  de  los  Herreras,  de  los  Riojas  y  de  los  Arguijos,  es  decir,  uno  de  los  cen- 
tros más  gloriosos  de  noble,  limpia  y  elevada  poesía,  habia  caído,  en  el  siglo  xviii,  en  un 
abismo  de  vulgaridad  y  de  afectación  literaria,  que  dejaba  atrás,  si  cabe ,  los  delirios  cultos 
y  conceptuosos  y  las  insulseces /)rosáica5  de  Madrid,  de  Zaragoza,  de  Valencia  y  de  Salaman- 
ca. El  contagio  del  estragado  gusto  de  los  Montoros  y  de  los  Benegasis ,  que  allí  también  eran 
.mirados  como  lumbreras  del  Parnaso,  no  sólo  fué  grande  en  las  ciudades  literarias  de  Anda- 
lucía ,  sino  que  acabó  por  paralizar  toda  inspiración  y  hasta  el  amor  á  la  poesía ,  que  habia 
sido  en  todos  tiempos  cualidad  peculiar  de  la  imaginación  amena  de  los  pueblos  meridio- 
nales de  España.  Ni  un  Gerardo  Lobo  siquiera  se  presentó  á  alumbrar  con  tibia  luz  aquel 
anublado  cielo  del  estro  antiguo  de  Andalucía.  La  conmoción  civilizadora  que  produjeron  en 
la  nación  entera  los  reinados  de  Fernando  VI  y  Carlos  III  dio  algún  impulso  á  los  ade- 
lantamientos intelectuales.  En  1751  se  fundó  la  Academia  Sevillana  de  Buenas  Letras;  pero 
este  instituto  se  consagró  principalmente  á  estudios  arqueológicos  y  á  otras  graves  investi- 
gaciones científicas,  y  las  letras  amenas  continuaron  inertes  ó  envilecidas  por  el  mal  gusto 
y  por  la  pública  indiferencia.  Coplas  chocarreras ,  sembradas  de  equívocos  y  de  chuscadas  de 
ruin  linaje ,  en  que  salían  por  lo  común  tan  mal  parados  el  gusto  como  la  decencia ,  consti- 
tuían la  poesía  andaluza. 

Uno  de  los  poetas  sevillanos  menos  conocidos ,  y  no  de  los  peores  de  la  extrema  decaden- 
cia á  que  llegó  la  poesía  andaluza  durante  el  siglo  XViii ,  es  don  Luis  José  Muñoz  de  León  y 
Ocaña.  Habia  escrito  en  sus  juveniles  años  varias  vidas  de  santos  en  verso,  alguna  cu  octa- 
vas ,  las  más  en  romance  endecasílabo,  y  tales  eran  su  afición  á  la  poesía  y  su  religioso  es- 
píritu, que  todavía  en  1771,  á  los  setenta  y  cinco  años  de  su  edad,  «baldado  de  un  brazo, 
trénmlo  de  cuerpo  y  casi  ciego»,  escribió  un  prolijo  poema  A  Santa  Catalina  de  Sena  (1). 

(1)  El  autor  mismo  lo  refiere  en  el  prólogo  del  de  Muñoz  de  León  se  hallan  manuscritas  en  la  bi- 

poeraa.  Tiene  éste  el  siguiente  título  :  Easf/o  aúnio  blioteca  provincial  de  Cádiz.  Debemos  el  conoci- 

y  poema  heroico  en  que  se  describe  la  vida  de  la  se-  miento  de  este  poeta  á  la  bondad  y  diligencia  do 

rúfica  virgen  Sania  Catalina  de  Sena  (códice  en  4.°,  nuestro  amigo  el  señor  don  Adolfo  de  Castro. 
3£»ó  fojas).  Este  poema  y  las  demás  obras  poéticas 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANÍA  EX  EL  SIGLO  X.YU1.  CLXXxm 

Estas  obras,  y  otras  puramente  líricas,  de  Muñoz  de  León  se  resienten  por  lo  común  del  dis- 
creteo, del  equívoco,  del  alambicamiento,  que  estragaban  las  letras  en  aquel  triste  período  de 
transición.  La  menos  incoiTecta  de  sus  poesías  es  una  paráfrasis  del  salmo  L  de  Da- 
vid ,  en  ciento  cincuenta  estrofas.  Algunas  de  ellas  hay  que ,  aunque  poco  esmeradas  en  la 
dicción  y  no  del  todo  limpias  de  los  resabios  de  la  época ,  se  acercan  algo  á  la  noble  senci- 
llez que  debe  reinar  en  la  poesía  sagrada.  Sirvan  de  muestra  las  siguientes  del  exordio  : 


Pan  de  lágrimas  sea 
El  continuo  alimento  que  yo  use, 

Porque  en  su  gusto  vea 
A  qué  sabe  el  dolor,  no  lo  rehuse ; 

Que  aunque  lo  amargo  abarca, 
Alimento  también  fué  de  un  monarca. 


Del  dolor  la  vehemencia 
Rompa  mi  corazón ,  y  en  este  giro, 
Con  tu  sacra  asistencia, 


También  rompa  el  silencio  mi  suspiro; 

Y  puesto  que  á  vos  llego. 
Lo  que  os  pide,  Señor,  logre  mi  ruego. 


Y  pues  la  voz  sonora 
Que  amorosa  espresó  tu  labio  amanto 

A  aquella  pecadora 
Magdalena,  contrita,  fué  bastante 

A  eximirla  de  agravios, 
Oiga  yo  la  voz  misma  de  tus  labios... 


Otro  de  los  menos  insulsos ,  entre  aquellos  copleros ,  fué  el  médico  sevillano  don  Antonio 
López  de  Palma,  muy  dado  al  estudio  de  las  humanidades;  hombre  de  agudo  ingenio,  pero 
que  siguió  la  corriente  de  su  tiempo  y  de  su  país ,  y  malogró,  como  tantos  otros,  sus  prendas 
naturales  (1).  Compuso  varios  escritos  satíricos ,  entre  ellos  dos  que  cautivaron  la  atención 
pública  por  el  desenfado  y  la  intención  de  sus  chistes :  Romances  contra  los  tomistas ,  y  Pan- 
tomirndquia patética,  ó  Títeres  fantásticos.  Publicó  esta  última  sátira  en  Málaga,  con  el  seu- 
dónimo de  don  AnÓ7iimo  Chacota.  El  instinto  satírico  de  López  de  Palma  era  grande.  Lista, 
adolescente  todavía,  conoció  á  este  popular  poeta,  y  nunca  olvidó  su  desembarazo  y  su  do- 
naire. Matute  lo  coloca  entre  los  hijos  insignes  de  Sevilla.  Gallardo  dice  de  él  que  «  sin  exa- 
geración puede  afirmarse  que  fué  el  Isla  sevillanos  (2).  Gallardo  exagera.  López  de  Palma, 
aunque  zumbón  y  agudo,  no  tiene  ni  la  abundancia,  ni  el  alcance,  ni  el  rico  lenguaje,  ni  la 
intensa  irom'a  del  jesuíta  leonés. 

Merece  igualmente  ser  mencionado  en  este  histórico  bosquejo  otro  coplero  sevillano,  que 
también  conmemora  J/aíwíg  y  alaban  Lista  y  Gallar-do:  don  Antonio  González  de  León.,  que 
desempeñó,  entre  otros  cargos,  el  de  oficial  del  Archivo  general  de  Indias ,  y  fué  individuo 
de  la  Academia  de  Buenas  Letras  de  Sevilla.  Este  escritor  es  una  verdadera  antítesis  de  su 
contemporáneo  y  paisano  López  de  Palma.  E  ste ,  dado  á  la  sátira  vulgar  y  chocarrera ,  se  con- 
sagraba con  ahinco  y  respeto  á  las  humanidades;  González  de  León,  que  con  predilección  cul- 
tivaba la  lírica ,  desdeñaba  el  estudio  de  las  humanidades  y  «no  perdía  ocasión  alguna  de  ridi- 
culizarlo D  (3).  Como  se  ve ,  había  algo  anómalo  y  singular  en  la  índole  poética  de  ambos  es- 
critores. González  de  León  leyó  en  la  Academia  de  Buenas  Letras  un  estudio  titulado  Re- 
flexiones sobre  las  obras  de  ingenio  y  de  elocuencia.  Era  hombre  de  pensamientos  levantados,  y 
habría  podido  acaso  ser  buen  poeta  en  mejores  tiempos  y  en  esfera  más  literaria  (4).  También 

(1)  Miu-ió  en  Abril  de  179-2. 

(2)  Apuntes  autógrafos  de  don  Bartolomé  José 
Gallardo. 

(3)  Palabras  de  Lisia. 

(4)  Creemos  conveniente  poner  aquí  algún  ejem- 
plo del  estilo  poético  de  González  de  León .  para  que 
Be  forme  idea  de  lo  que  eran  los  mejores  poetas  de 
Sevilla  en  el  reinado  do  Carlos  III.  Tomamos  el 
ejemplo  de  un  drama  alegórico  relativo  á  este  rei- 
nado: 

lA.  SABIDURÍA. 


(Recuerda  el  restablecimiento  de  la  universidad  de  Sevilla  por 
Cirloa  m ,  y  caracteriza  las  ciencias ,  las  artes  y  la  indngtria.) 

Tú .  grande  Teologia  ,  santo  estudio, 
Qoe  ¡A  cieucia  de  Dios  tratas  y  enseSas, 


Y  su  dogma  y  misterios  revelados 
Prestas  á  la  observancia  y  la  creencia; 

Tú ,  oh  Ciencia  del  Derecho,  que  derivas 
Tn  justicia  del  que  es  Justicia  eterna, 
De  cuya  potestad  las  potestades 
Han  el  poder  de  que  usan  en  la  tierra; 

Tú ,  Medicina ,  criada  del  mnr  Alto 
Para  ocurrir  del  hombre  á  las  dolencias; 
Pilosofia ,  que  al  conocimiento 
De  la  Causa  de  causas,  fiel  nos  Uevas ; 

Tú,  oh  gran  Maíesit  (a),  que  los  senos  hondot 
De  la  madre  común  nos  manifiestas, 

Y  en  proporción  ,  en  número  y  medida, 
Á  ejemplo  del  gran  Dios .  fijas  tas  reglas; 

Vos,  Xoblcs  Artes ,  que  imitáis  las  obras 
Del  Hacedor  de  la  naturaleza ; 


(a)  lf»t«initi(». 


t'LXXXl^  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

escribió  versos  festivos ,  entre  ellos ,  Romances  descriptivos  de  la  vida  de  Olivares  (MS.),  y 
obras  lio-eras  para  el  teatro,  como  la  zarzuela  El  hijo  de  Ulíses  (impresa  en  1768),  y  los  sai- 
neto»;  El  poeta  cómico  (1768),  sátira  contra  los  vicios  del  teatro,  así  de  autores  como  de  co- 
mediantes, j  El  francés  por  devoción  (MS.),  sátira  contra  los  jóvenes  infatuados  con  las 
ideas  y  costumbres  francesas;  pensamiento  burlesco,  que  más  adelante  reprodujeron,  en  dife- 
rente forma,  doña  Rosa  Gal  vez  en  la  comedia  Un  loco  hace  ciento,  y  Sánchez  Barbero  en  la 
sátira  Los  viajeriUos. 

Al  terminar  el  reinado  de  Carlos  III,  el  presbítero  don  Francisco  Buendia  y  Ponce,  de  es- 
casísimo numen,  compartía  la  gloria  poética  con  González  de  León,  j  ambos  pasaban  en  Se- 
villa por  los  mcíjores  representantes  de  los  inmortales  poetas  que  en  venturosos  tiempos  había 
inspirado  el  privilegiado  cielo  de  Andalucía.  Ambos  fueron  designados  por  aquella  ciudad 
ilustre  para  celebrar  el  advenimiento  al  trono  de  Carlos  IV  (1). 

Un  presbítero  ilustrado  y  laborioso,  do?i  Luis  Repiso  Hurtado,  cura  beneficiado  de  Lucena, 
individuo  también,  aunque  honorario,  de  la  Academia  de  Buenas  Letras  de  Sevilla,  y  gran- 
de amio-o  del  Conde  de  Noroña,  gozaba  en  Córdoba  de  cierta  nombradía  de  poeta  en  la  se- 
gunda mitad  del  siglo  xviii.  Escribió  obras  líricas  y  dramáticas.  Pero  era  temerario  su  em- 
peño. No  hay  en  sus  versos,  impresos  ó  inéditos,  destello  alguno  del  arrebato  de  los  verda- 
deros poetas.  Sus  poesías  son  triviales  é  insulsas ,  y  con  razón  la  posteridad  las  ha  olvidado 
para  siempre  (2). 

En  Cádiz  habia  logi'ado  asimismo  cierta  fama,  y  tenía  por  Mecenas  al  esclarecido  Marqués 
de  la  Victoria ,  don  Alonso  Jaén  y  Castillo,  zurcidor  de  cantos  épicos  de  la  más  ])erversa  ín- 
dole que  puede  imaginarse.  A  los  vicios  literarios  de  la  época,  unia  Jaén  falta  de  imagina- 
ción y  sentido  poético,  y  falta  mayor  todavía  de  sentido  armónico.  Así  acaba  una  de  las  oc- 
tavas del  poema  heroico  que  escribió  A  la  vida  y  virtudes  de  la  reina  doña  María  Amalia  de 
Sajonia ,  esposa  de  Carlos  IlL : 

Y  el  que  teme  insulto  ó  el  que  juzga  amago, 
Lo  siente  golpe  y  lo  llora  estrago... 

¡  Qué  idea  tendría  este  descaminado  versificador  del  acento  y  de  la  cesura  en  los  versos  en- 
decasílabos! y  lo  más  peregrino  es  que  el  poeta  que  tan  absolutamente  ignoraba  las  circuns- 
tancias elementales  de  la  métrica ,  era  ¡  (|uién  podría  presumirlo  !  projesor  de  bellas  letras  en 
la  ciudad  de  Cádiz. 

Ocioso  sería  añadir  nuevos  testimonios  al  deplorable  cuadro  de  la  poesía  andaluza  en  el  pe- 
ríodo de  la  decadencia.  Hombres  verdaderamente  ilustrados ,  y  todos  ellos  poetas  más  ó  me- 
nos aventajados ,  pero  libres  ya  del  vulgar  ó  pedantesco  espíritu  que  allí  subyugaba  las  letras, 
hicieron  cuanto  estuvo  á  su  alcance  por  introducir  en  Sevilla  la  reforma  del  gusto,  que  tan 
rápidos  progresos  habia  hecho  en  Salamanca  y  en  Madrid.  Trigueros,  Olavide,  Jovellanos, 
el  padre  Miras,  Vaca  de  Guzman,  Forne.r :  éstos  fueron,  ya  con  el  ejemplo,  j'-a  con  la  doctri- 
na, los  más  activos  promovedores  déla  depuración  de  las  letras  en  aquella  tierra  privilegiada 
de  la  gracia  y  de  la  inspiración.  Don  Pablo  de  Olavide ,  asistente  de  Sevilla,  no  se  contejita- 
ba  con  satisfacer  para  sí  propio  sti  ferriente  afición  á  las  ciencias  graves  y  á  las  letra»  ame- 

T  tú ,  Industria ,  bosquejo,  sombra ,  indicio  Ee  la  desolncion  y  la  miseria 

De  la  sabia  y  sublimo  Providencia ;  Del  humano  linaje  1... 

Vosotras  todas  vuestro  ensalzamiento 

Debéis  á  los Borbones...  (1-)  El  padre  Manuel  Gil  levanta  ;i  las  nubes  el 

La  Jum/^rMífcncía,  después  ele  manifestar  sus  al-  estro  de  estos  infelices   poetas. —  Relación   de   la 

tos  oficios  de  conservar  en  paz  y  justicia  los  esta-  proclamación  del  rey  don  Carlos  JV,  y  fiestas  con 

dos  y  velar  sobre  las  costumbres ,  exclama  :  q^^e  la  celebró  la  muy  noble  y  muy   leal  ciudad  de 

1  Oh  dulce  humanidad ,  cuan  más  segura  Sevilla.  —  Madrid,  imprenta   de  Ibarra,  1790;  en 

Estás  en  esta  edad  que  no  en  aquella  f  ólio 

De  confusión ,  de  estrópito  y  desorden ,  ,„,,    »»'  i       ,  •      ^      n      •       rr     i   J       __.       i 

En  que  acalló  á  la  ley  la  prepotencia .  (2)  Vcase  el  art.culo  Rcpiso  Hurtodo  en  nuestríi 

El  bando  y  el  partido  I... ;  sigioá  tristes  RcscTia  dc  varlos  poetas  líricos  del  siglo  xyni. 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  CLXXXV 

Das.  Reunía  en  su  palacio  á  los  hombres  más  doctos  y  brillantes  que  encerraba  Sevilla ,  y  to- 
dos tenían  por  dulce  solaz  rendir  culto,  con  el  ejemplo  y  la  doctrina,  á  las  letras  útiles  ó  ame- 
nas que  civilizan  y  ennoblecen  los  estados,  Jovellanos ,  el  religioso  murciano  fraí/  Miguel  de 
JSñraSj  y  más  adelante  Forner,  fueron  allí  los  primeros  propagadores  de  las  poesías  do  fray 
Diego  Gómale::  y  y  los  qiie  dieron  á  conocer  las  sabrosas  primicias  del  ingenio  poético  de  Me- 
Icndez,  de  Iglesias  y  de  otros  poetas  de  Salamanca,  ciudad  á  la  cual  cupo  la  gloria  de  antíci- 
¡)arse  á  todas  las  demás  en  la  restauración  de  la  sensatez  literaria  (1). 

Estos  laudables  esfuerzos  parecían  estériles.  La  nueva  doctrina  no  cundía.  Sólo  la  enco- 
miaba y  aplicaba  un  limitado  grupo  de  personas  doctas,  que,  en  su  aislamiento,  tenían  tra- 
zas de  antiguos  sacerdotes  iniciados  en  im  misterio  que  había  de  quedar  fuera  del  alcance  po- 
j)ular.  Las  reglas  doctrinales  no  eran  simpáticas,  porque  allí,  aun  más  que  en  otras  provin- 
cias ,  parecían  cadenas  del  ingenio.  Los  reformadores  escarnecían  en  sus  sátiras  á  los  cople- 
ros, y  los  copleros  se  burlaban  á  su  sabor  de  los  reformadores.  Forzoso  es  confesarlo  :  el  cam- 
po quedó,  en  los  primeros  tiempos,  por  las  coplas  desenfadadas,  por  los  chistes  vulgares,  por 
el  gusto  popiüar  desencadenado  y  pervertido.  Pero  éste  era  el  triunfo  pasajero  del  atraso  y  de 
la  rutina.  La  sociedad  española  había  entrado  en  un  período  histórico  de  transformación  y  de 
adelantamiento,  y  aquellas  semillas  de  buen  gusto,  que  antes  parecían  infructíferas,  callada- 
mente habían  fermentado  en  el  entendimiento  de  la  generación  naciente,  á  quien  el  porvenir 
pertenecía. 

Ya  cercano  el  termino  del  siglo,  unos  cuantos  estudiantes,  oscuros  sí,  pero  animosos  y 
sedientos  de  gloria ,  realizaron  casi  de  repente  lo  que  no  habían  podido  llevar  á  cabo  los  Ola- 
vides  y  los  Jovellanos.  No  hablaremos  aquí  de  la  Academia  Horaciana ,  establecida  por  Arjona 
y  Matute  y  efímero  ensayo  de  una  asociación  literaria  que  piisiese  coto  en  Sevilla  á  los  deli- 
rios del  mal  gusto.  Este  laudable  intento,  frustrado  en  manos  de  aquellos  dos  mozos  sin  au- 
toridad y  sin  influencia ,  tomó  poco  después  vida  y  consistencia  con  la  creación  de  la  Acade- 
mia particidaí'  de  Letras  Iliimaiuis.  Tropiezos  y  amarguras  tuvo  alguna  vez  esta  academia ,  á 
causa  de  la  envidia  que  despertaba  en  los  ignorantes  ó  en  los  apegados  á  las  ideas  antiguas. 

(1)  El  malogrado  caballero  don  Eustaquio  Fer-  de  lenguaje  que  no  era  fácil  hallar  entonces.  Deseó, 

nandez  de  Navarrete  oyó  referir,  en  su  mocedad,  á  pues,  Jovellanos  entrar  en  correspondencia  con  ol 

BU  sabio  abuelo  don  Martin  la  anécdota  del  origen  excelente  poeta,  y  así  lo  hizo.  El  padre  González, 

de  las  relaciones  literarias  entabladas,  por  los  años  cuyo  nombre  poético  era  Delio^  le  contestó  que  no 

de  1775  y  1776 ,  entre  Jovellanos  y  los  poetas  sal-  era  él  solo  quien  cultivaba  las  Musas  en  Salamanca, 

mantinos  fray  Diego  González  y  Melendez  Valdés.  y  le  envió  copia  de  los  ensayos  poéticos  de  Melen- 

El  señor  Navarrete  nos  la  trasmitió  por  escrito  en  dez  (Batüo)  y  del  padre  Juan  Fernandez  de  Rojas 

los  términos  siguientes  :  (Liseno'),  hond)re  de  ameno  ingenio,  como  lo  de- 

«  Amigo  siempre  Jovellanos  de  todo  lo  que  valia,  muestran  la  égloga  y  canción  á  la  muerte  de  Delio, 

mientras  estuvo  de  oidor  en  Sevilla'  trataba  mucho  únicas  obras  poéticas  que  conozco  del  padre  Fer- 

á  fray  Miguel  de  Miras,  cuyas  poesías  no  conozco,  nandez,  y  su  Crotalogía,  ó  ciencia  nueva  de  tocar 

aunque  se  sabe  por  Melendez  y  ÍTay  Diego  Gonza-  las  castañuelas,  en  que  se  burla  de  la  pedantería 

lez  que  celebraba  en  verso  una  belleza  imaginaria  científica  de  los  modernos. 

ó  real  con  el  nombre  de  Trudina.  Hablando  un  dia  «Con  este  motivo  dirigió  Jovellanos  su  epístola 

este  religioso  con  don  Gaspar,  le  dijo,  no  sin  algu-  ó  idilio  á  los  salmantinos,  pidiéndoles  noticias  do 

na  presunción  :  «  Yo  tengo  un  fraile  allá  en  Casti-  su  vida  y  estudios  ;  á  que  contestaron  Melendez  con 

lia  que  deja  chiquitos  á  todos  los  poetas  de  nuestro  su  pobriíjima  oda  : 

tiempo.»  — Aludía  á  fray  Diego  González,  á  quien  »La  historia  de  Jovino 

el  padre  Miras  había  conocido  cuando  aquél  estuvo  Y  el  aurífero  verso  y  tan  sonoro,  etc.; 

de  visitador  en  la  provincia  de  Andalucía,  y  con  ^      a      n         ^  i    i  í- 

,  ,    ,  .         .    \         .       ,      ,      1       T       ,1  y  el  padre  González  con  la  hermosa  y  castiza  com- 

el  cual  había  trabado  amistad  estrecha.  Jovellanos, 

manifestando  incredulidad,  le  pidió  muestra  de  sus 
versos,  y  el  padre  Miras  escribió  á  González  rogán- 
dole que  enviase  algunos,  los  cuales  sorprendieron 
agradablemente  á  Jovellanos,  y  con  razón ,  pues  si  «Ni  Jovellanos  ni  Melendez  eran  capaces  entón- 

la  poesía  del  padre  González  no  es  de  las  más  ricas,       «es  de  hacer  versos  como  los  de  esta  composición.» 
IJeue  siempre  una  pureza  de  estilo  y  una  elegancií^  ]3,  F.  de  N, 


posición  que  empieza  : 

nJovino,  descendido 
De  claros  y  altos  royes,  etc. 


clxxxvi  bosquejo  histórico  critico 

Pero,  primero  la  protección  de  Fomer,  que  era  poderosa  y  resuelta ,  y  más  adelante  el  as- 
cendiente mismo  que  iban  cobrando  en  la  opinión  los  académicos ,  por  su  talento,  su  saber, 
su  entusiasmo  y  su  perseverancia ,  hicieron  triunfar  á  la  academia  de  todos  los  obstáculos,  y 
en  pocos  años  llegó  á  constituir  lo  que  se  ha  llamado  la  moderna  escuela  poética  sevillana.  Dos 
insignes  escritores  andaluces ,  Lista  y  Galiano,  han  consignado  en  sus  obras  la  historia  y  el 
juicio  crítico  de  esta  academia.  Lista,  uno  de  los  creadores  de  ella,  al  referir  las  vicisitudes, 
los  principios  doctrinales,  el  orden  de  tareas  ,  y  bástalas  impresiones  íntimas  y  amistosas  de 
aquella  interesante  sociedad ,  da  á  su  narración  el  color  simpático  de  los  recuerdos  de  la  ju- 
ventud, el  sello  precioso  y  animado  de  la  verdad  y  de  la  emoción  (1).  Pero  juzga  en  causa 
propia;  le  embaraza  el  exorbitante  y  meticuloso  amor  á  las  formas,  propio  y  peculiar  do  las 
doctrinas  que  profesó  en  su  juventud,  de  las  cuales,  á  pesar  de  su  agudo  criterio,  no  acierta 
á  desprenderse,  y  viene  á  ser  por  ello,  para  tasar  el  valor  absoluto  de  la  escuela  poética  se- 
villana ,  un  juez  menos  abonado,  menos  imparcial ,  menos  libre  que  don  Antonio  Alcalá  Ga- 
liano. Imbuido  éste ,  más  profundamente  que  Lista ,  en  la  literatura  general  de  Europa,  y  con 
especialidad  en  la  inglesa;  más  convencido  asimismo  de  la  superioridad  de  la  moderna  críti- 
ca ,  que ,  dando  alta  importancia  á  la  nitidez  y  á  la  corrección  de  la  forma,  antepone  lo  espon- 
táneo y  lo  grande  á  lo  convencional  y  á  lo  atildado;  y  dotado,  por  último,  de  una  perspicacia 
analítica  de  primer  orden ,  Galiano  tenía  en  el  presente  caso  una  competencia  eminente.  Su 
juicio  relativo  no  llega,  ni  en  movimiento,  ni  en  fuerza,  al  juicio  de  Lista,  que  recorre  amo- 
rosamente las  interesantes  vicisitudes  históricas  de  aquella  meritoria  escuela.  Pero  su  juicio 
absoluto  es ,  en  cambio,  magistral  y  decisivo.  Sustituií-lo  con  el  nuestro  propio,  fuera  vana 
arrogancia  y  estéril  propósito.  Copiar  aquí  algunos  breves  pasajes  en  que  Galiano  encierra  la 
esencia  de  sus  opiniones  ,  es  lo  que  dictan  ahora  el  buen  gusto  y  el  buen  sentido  : 

Casi  con  la  llegada  de  Forner  á  Sevilla  coincidió  el  formarse  allí  una  asociación  literaria  con  el  título 
A&  Academia  de  Buenas  Letras  (que  hubo  de  ser  hacia  1793),  y  los  que  la  componían,  dedicados  espe- 
cialmente á  la  poesía,  y  apenas  ala  prosa,  salvo  en  lo  referente  á  la  composición  poética,  ó  á  la  crítica  so- 
bre esta  misma,  desde  luego  aparecieron  con  el  carácter  de  lo  que  es  común  llamar  escuela,  esto  es,  una 
congregación  de  hombres  que,  si  difieren,  como  es  forzoso  que  suceda,  en  calidades  intelectuales,  tienen 
■una  doctrina  común  para  guía  en  sus  trabajos  y  para  regla  en  el  juicio  de  los  ajenos,  y  hasta  cierta  uni- 
formidad de  estilo... 

Los  principales  de  aquella  academia,  6  del  gremio  literario  que  en  torno  de  ella  se  formó  en  la  capital 
de  Andalucía,  han  desaparecido  ya  todos  del  teatro  del  mundo,  en  el  cual  han  llegado  algunos,  en  época 
de  la  nuestra  muy  poco  distante ,  á  representar  importantísimos  papeles.  Si  con  el  trascurso  de  los  años 
variaron  un  tanto  su  estilo,  siempre  conservaron  entre  sí  alguna  y  no  corta  semejanza.  Verdad  es  que  pos- 
teriores y  graves  sucesos  de  naturaleza  política,  de  los  que  tanto  han  influido  en  la  suerte  de  nuestros  li- 
teratos en  el  presente  siglo,  vinieron  á  ligar  á  varios  de  ellos  con  un  lazo  más  sobre  los  que  antes  loa 
unía;  lazo  que  apretó  la  desgracia,  no  llevada,  doloroso  es  decirlo,  con  la  debida  firmeza  y  dignidad... 
La  escuela  seAállana,  en  los  últimos  dias  de  los  que  de  ella  fueron  lumbreras,  vino  á  ser  la  de  los  apodados 
afrancesados,  por  haber  servido  con  la  pluma  á  los  franceses,  enemigos  de  su  patria  ;  porque  dos  de  los 
miembros  más  distinguidos  de  aquel  antiguo  y  ya  acabado  cuerpo,  juntos  con  algún  otro  literato  de  la 
misma  ciudad  y  época,  llegaron  á  ser  los  corifeos  y  casi  los  únicos  cultivadores  de  la  literatura  española 
en  tiempo  en  que  un  gobierno  duro,  y  por  las  circunstancias  perseguidor  de  los  más  de  los  escritores  de 
otras  escuelas  quele  habían  sido  contrarios,  les  dio,  no  sólo  amparo,  sino  patrocinio  declarado,  lo  cual  equi- 
valía á  darles  un  monopolio  de  poder  é  influjo... 

El  intento  del  que  esto  escribe,  es  dar  á  conocer  la  naturaleza  de  la  escuela  literaria  de  Andalucía  de  fi- 
nes del  siglo  último  y  de  los  primeros  años  del  presente,  y  á  los  literatos  más  notables  que  de  ella  y  de  la 
ciudad  donde  se  formó,  y  también  de  toda  España ,  fueron  ornamento ;  hombres  no  ciertamente  eminentí- 


(1)  De  la  moderna  escuela  sevillana  de  literatura.  del  citado  artículo  : 

Artículo  publicado  por  don  Alberto  Lista  en  el  to-  Muchos  años  y  revolnoíones  han  pasado  desde  aqneUa  época ;  pero 

mo  primero  de  la  Revista  de  Madrid  (1838).  Puede  en  cualesquiera  partes  donde  aun  existen  individuos  do  \a,  Academia 

juzgarse  del  entusiasmo  con  que  recordaba  Lista,  en  ^*  ^^''''^'  Humar,as,  saben  que  son  amigos,  y  sin  necesidad  do  jura- 

1             ••jii            \  ^       j.                 ij-j.             j  mentos  ni  de  ceremonias  misteriosas,  cuentan  con  un  vinculo  que 

la  anrianiaacl,  las  nobles  tareas  y  las  desmteresadas  ,,             .,         ^      ^    ^        x        a    ■,     -a                  i 

•'  solo  romperá  la  muerte,  |  Venturosa  época  de  la  vida ,  que  no  vol- 


amistadeg  de  la  edad  temprana,  por  estas  palabras      y^ié,\ 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  CLXXXVií 

slmos,  pero  quo  sobresalían  bastante  en  el,  por  desdicha,  poco  alto  nivel  de  la  ilustración  española... 

Los  sevillanos  aspiraban  á  reproducir,  á  fines  del  siglo  xviii,  la  poesía  del  xvi  y  años  primeros  del  si- 
g-uiente,  y  á  reproducirla  casi  tal  cual  era,  y  sobre  todo,  á  renovar  la  dicción  de  Fernando  de  Herrera,  su 
ídolo,  y  de  los  que  del ,  á  su  entender,  tan  perfecto  modelo  habían  sido  principales  secuaces  é  imitadores. 
De  ello  se  desprende  hal)cr  sido  la  nueva  escuela  sevillana  tan  artificial  cnanto  serlo  cabe.  La  añeja  cos- 
tüoibre  de  figurarse  los  poetas  pastores,  fué  puntualuiente  por  ellos  seguida...  Los  sevillanos,  al  pintarse 
apacentando  ovejas  cuando,  sí  ya  no  estaban  ejerciendo  su  santo  ministerio  en  el  altar  ó  en  el  pulpito,  tra- 
bajaban con  la  pluma  en  un  aposento  bien  techado,  tomaron  nombres  de  los  que  eran  llamados  poéticos  en 
aquella  época,  en  que  el  nombre  propio  parecía  digno  sólo  de  la  humilde  prosa.  Blanco,  latinizándose  el 
apellido  para  trasmutarle  después  en  nombre  pastoril ,  pasó  á  ser  Albino;  Eeinoso,  de  su  nombre  de  pila  Fé- 
lix, sacó  el  do  Fileno;  Lista,  de  Alberto  se  volvió  Anfriso,  y  con  este  nombre  tomó  el  supuesto  oficio  de 
pescador,  aunque  hubo  también  de  ser  Licio,  por  su  apellido...  Los  argumentos  de  las  poesías  solían  cor- 
responder al  disfraz  de  los  poetas.  Siendo  casi  todos  ellos  eclesiásticos,  no  por  esto  dejaban  de  componer  y 
publicar  versos  amatorios,  sin  escrúpulo  ni  recelo  de  faltar  al  decoro;  en  lo  cual  se  repara  aquí,  no  para 
reprender  en  ellos  una  conducta  impropia  del  carácter  de  que  estaban  revestidos,  pues  sin  duda  no  liubo  de 
pasarles  por  la  imaginación  hacer  gala  de  faltar  á  lo  que  era  una  de  sus  primeras  obligaciones,  sino  para 
mostrar  que  el  arte  con  reglas  engañosas ,  y  no  la  naturaleza,  los  inspiraba  ,  siendo  fingidos  sus  amores,  y 
no  dísiuiulándose  la  ficción,  pues  los  enamorados  pastores  Albino,  Fileno  y  Licio  eran  quienes  declaraban 
BUS  tiernos  y  apasionados  afectos  á  las  imaginarias  Dorilas,  Clóris  6  Filis,  sin  que  de  tales  galanteos  y 
amoríos  pudiese  resultar  tacha  á  los  presbíteros  Blanco,  Reinoso  ó  Lista.  De  aquí  se  seguía  ser  fingidas  las 
pasiones  que  expresaban,  y  que,  como  figuradas  y  no  sentidas,  apareciesen  artificiosas,  tibias  ó  vagas  y 
comunes,  en  lugar  de  ser  vehementes  ó  intensas  ;  mero  producto  de  las  reglas  de  bu  doctrina,  que  les  man- 
daban tener  amores  y  cantarlos,  indudablemente  porque,  como  de  los  andantes  decía  el  caballero  de  la 
Mancha,  su  famoso  imitador,  pensaban  de  los  pastores  imaginados  que  uno  sin  amores  era  «árbol  sin  ho- 
jas y  sin  fruto,  y  cuerpo  sin  alma.fl  Pero  á  una  con  las  poesías  amatorias,  las  escribían  los  nuevos  poetas 
sevillanos  de  las  llamadas  sagradas,  ó  digamos  sobre  asuntos  religiosos,  propio  argumento  para  hombres 
de  su  santa  profesión,  y  tal,  que  no  sólo  les  consentía  expresarse  en  obediencia  á  una  inspiración  espontá- 
nea y  genuiua,  sino  que  parecía  en  ellos  natural  desahogo  de  sus  almas  la  concepción  y  expresión  de 
tales  pensamientos.  Sin  embargo,  las  mismas  poesías  sagradas  de  aquellos  ingenios,  ciertamente  no  faltos 
ni  de  imaginación  ni  de  pasión,  se  resentían  en  gran  manera  del  vicio  radical  de  la  fe  literaria  que  ha- 
bían abrazado.  En  vez  de  entregarse  á  los  naturales  ímpetus  de  una  devoción  sencilla,  sincera  y  bien  sen- 
tida, como  aquella  que  inspiraba  á  fray  Luis  de  León  los  magníficos  trozos  de  su  Noche  serena  6  el  bellí- 
simo principio  y  fin  de  la  oda  Á  la  Ascensión,  los  sevillanos  del  siglo  xviii,  sin  duda  piadosos,  seguramente 
doctos ,  contenían  su  piedad  para  darle  dirección  ;  ó,  lo  que  es  lo  mismo,  antes  de  dar  natural  suelta  á  sus 
afectos,  buscaban  en  los  libros  ó  en  la  memoria  los  términos  en  que  debían  expresarlos.  Contribuía  á  este 
modo  de  pensar  y  proceder  la  idea  que  se  habían  formado  del  lenguaje  poético,  que  llegaron  á  considerar 
como  la  parte  principal  en  la  poesía.  Ahora,  pues,  aun  cuando  en  los  escritos,  así  en  verso  como  en  prosa, 
y  tal  vez  más  en  la  composición  en  verso,  sea  de  grandísima  importancia  la  belleza  de  la  forma,  convie- 
ne considerar  que  ,  buscándola  por  remedo  ó  mero  estudio,  suele  desatenderse  la  inspiración  que  lleva  á 
encontrarla,  y  también  que  la  belleza  de  la  forma,  lejos  de  estar  reñida  con  la  sencillez  y  naturalidad,  la 
quiere  por  consorte,  sin  lo  cual  se  cae  en  lo  quo  llaman  los  pintores  amaneramiento  ;  defecto  que  existe 
tanto  cuanto  en  los  productos  artísticos ,  en  los  literarios.  Que  en  poesía  pueden  y  deben  usarse  algunos 
vocablos  y  giros  que  no  consiente  la  prosa,  ni  aun  la  más  entonada,  es  muy  cierto,  y  tiene  en  su  favor  la 
respetable  autoridad  del  príncipe  de  los  oradores  romanos,  grande  escritor,  ademas,  en  prosa,  y  mediano 
en  verso;  el  cual ,  comparando  con  el  orador  al  poeta,  declaró  á  este  último  verborum  licentia  liberior;  pe- 
ro, en  la  pasión  ciega  al  lenguaje  poético,  es  común  trojiezar  con  más  de  un  escollo,  siendo  de  estos  uno 
tomar  lo  extravagante  por  lo  bello  y  exquisito,  y  otro,  si  no  mayor,  más  peligroso,  figuraree  que  con  el 
uso  de  frases  y  voces  rebuscadas  y  peregrinas  im  pensamiento  trivial  adquiere  el  valor  más  subido.  En 
este  último  yerro,  y  aun  en  parte  en  el  primero,  incurrieron  los  poetas  de  que  este  artículo  trata,  ya  al  pro- 
ducir sus  obras ,  ya  al  juzgar  las  ajenas... 

Délo  hasta  ahora  dicho  en  este  artículo  sobre  la  escuela  novel  sevillana,  posible  es,  y  aun  probable,  quo 
se  suponga  que  quien  le  escribe,  es  de  ella  enteramente  contrario.  Pero,  en  verdad,  silo  es,  lo  es  sólo  has- 
ta cierto  punto  y  mirándola  bajo  un  aspecto,  mientras,  considerándola  por  otro,  se  le  declara  completa- 
mente favorable.  Al  lado  de  la  poesía  natural,  espontánea,  inventora,  sencilla,  debe  ponerse,  aunque  en 
lugar  inferior,  la  poesía  artificial,  correcta,  imitadora,  elegante.  Buscando  eminencia  en  la  primera,  cuan- 
do faltan  las  condiciones  necesarias  para  acertar,  es  común  caer  en  lo  humilde,  en  lo  extravagante,  en  lo 
insulso,  hasta  en  lo  pueril  muchas  veces.  Dedicándose  ala  segunda,  no  puede  haber  fundada  esperanza  de 
llegar  á  grande  elevación;  pero  hay  menos  peligro  de  caídas,  y  cuando  éstas  suceden,  no  son  muy  gra- 
ves. Mucho  hay  que  admirar  en  la  poesía  latina,  y,  con  todo,  la  poesía  latina  es  de  la  clase  artificial,  con 
algunas  raras  excepciones.  La  escuela  sevillana  conservaba  ó  renovaba  buenas  tradiciones  en  buenos  ejem- 
plos. JHo  era  de  la  puciia  más  alta,  pero  lo  era  de  una  elegante  y  pura,  -^  los  quede  \^  misma  escuela  fue- 


CLXXxTiTI  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

r  'U  principal  ornamento  merecen  ser  calificados,  si  sólo  de  medianos  poetas,  de  más  que  medianos  escri- 
tures. Aun  su  critica  era  de  lo  mejor  para  su  época :  no  exenta  por  cierto  de  preocupaciones ,  euleramen- 
to  externa,  de  reglas  aplicables  igualmente  á  todos  los  tiempos,  y  mal  enterada  del  espíritu  de  algunos 
períodos  de  la  historia  del  entendimiento  humano  y  de  las  sociedades  pasadas  ;  pero  en  general,  sana,  clá- 
sica, según  se  entendía  á  la  sazón  lo  clásico,  y  estaba  apoyada  en  una  buena  y  bastante  extensa  erudición, 
que  abrazaba  desde  las  letras  griegas  interpretadas  á  la  latina,  hasta  la  literatura  moderna  de  los  pueblos 
más  ilustrados ;  crítica  parecida  á  la  de  La  Harpe  ó  á  la  de  Blcilr,  y  á  la  cual  daba  realce  el  buen  estilo  y 
dicción  correcta,  y  bastante,  si  no  del  todo,  castiza  de  los  escritores.  En  suma,  la  escuela  sevillana ,  puesta 
en  cotejo  con  la  salmantina  y  la  que  vino  á  formarse  en  la  capital  de  España,  no  aparecía  desairada,  y 
ademas  tenía  el  mérito  de  no  ser  aellas  completamente  semejante,  pues  mostraba  ciertas  diferencias  que 
en  gran  parte  la  caracterizaban  (1). 

Este  examen  magistral  de  la  moderna  escuela  poética  sevillana,  cuya  reproducción  nos 
agradecerán  sin  duda  los  lectores  del  presente  estudio  histórico-crítico ,  nos  dispensa  de  ma- 
nifestar detenidamente  nuestro  propio  juicio  acerca  de  la  misma  escuela,  que  no  sería,  de 
cierto,  ni  tan  luminoso  ni  tan  autorizado  como  el  del  señor  Alcalá  Galiano.  La  opinión  de 
este  insigne  crítico  acerca  de  la  estrechez  convencional  de  los  poetas  reformadores  sevillanos 
del  último  siglo  es  fundadísima ;  pero  hay  que  tener  en  cuenta  que  el  disfraz  pastoril ,  los 
emblemas  mitológicos,  y  otras  afectaciones  y  trabas  de  la  rutina  seudo-clásica,  eran  en  aque- 
llos dias  achaque  general  de  la  España  entera,  si  bien  los  poetas  sevillanos,  aun  los  más  in- 
geniosos y  delicados,  no  tenían,  como  Quintana  y  algún  otro,  instinto  poético  bastante  po- 
deroso para  salir,  sin  extraviarse,  del  carril  trillado  y  convenido.  El  pecado  grave  de  la  es- 
cuela sevillana,  en  que  no  había  incurrido  la  de  Salamanca,  fué  el  ser  demasiado  escuela, 
extremando  la  tendencia  imitadora ,  funesta  condición  del  clasicismo  mal  entendido ,  y  dan- 
do á  la  entonación  y  á  las  formas  del  lenguaje  cierta  uniformidad  palabrera  y  monótona.  En 
la  Academia  de  Letras  Humanas  se  leyó  con  aplauso  un  discurso  donde  se  clasifican  los  poetas 
por  escuelas;  y  Lista,  acaso  el  crítico  de  más  sano  instinto  entre  todos  los  académicos,  tacha 
á  Lope  de  Vega ,  en  otro  discurso  leído  igualmente  en  la  misma  academia ,  por  haberse  aban- 
donado á  la  facilidad  de  su  ingenio,  y  declara  malos,  malísimos  sus  versos  j^or  la  mayor  par- 
te (2).  ¡A  tal  punto  cegaban  á  Lista,  en  su  mocedad,  las  preocupaciones  de  la  escuela  de  que  era 
firme  sustentador!  Anteponía  entonces  á  todo,  en  la  poesía,  la  forma  artificial  y  estudiada. 
Fervoroso  admirador  de  Herrera ,  decía  de  él  que  había  cultivado  la  poesía  de  dicción.  A  la 
luz  de  la  crítica  del  tiempo  presente,  'poesía  de  dicción  suena  como  una  paradoja,  ó  como  el 
error  de  quien  toma  la  vestidura  y  el  ornato  por  la  esencia  de  la  belleza.  Algo  más  que  dic- 
ción limpia  y  lenguaje  entonado,  robusto  y  peregrino,  hay  en  el  lirismo  elevado  de  Herrera. 
Y  es  lo  singular  que  el  mismo  Lista ,  que  acusa  á  Lope  de  no  trahajar  y  corregir  sus  ver- 
sos, de  dejarse  llevar  de  su  imaginación  fecunda  y  de  su  admiralile  facilidad,  y  de  no  bus- 
car modelos  que  imitar,  juzga  que  acertó  Balhuena  en  no  haber  sacrificado  su  abundante  y  no- 
ble facilidad  al  trabajo  y  artificio  de  los  herreristas ,  que  es  incompatible  con  la  soltura  y  la 
amenidad  (o).  No  hay  que  admirarse  de  esta  contradicción.  La  crítica  de  aquella  época  era 
imperiosa,  á  par  que  insegura.  Lista  estaba  dotado  de  gran  discernimiento ,  y  pugnaban  ne- 
cesariamente en  su  ánimo  su  noble  instinto  y  la  fe  de  su  escuela.  Andando  el  tiempo ,  com- 
prendió que  Lope  de  Vega  era  tan  consumado  maestro  en  la  versificación  como  en  el  idioma, 
y  que  si  se  hubiese  dado  á  buscar  modelos  que  imitar,  en  vez  de  abandonarse  á  la  impetuosa 
é  inagotable  vena  de  su  ingenio,  no  habría  sido  Lope  de  Vega,  esto  es,  el  poeta  más  espon- 
táneo, más  sincero,  más  español  quo  ha  producido  nuestra  patria. 


(1)  Artículo  del  señor  don  Antonio  Alcalá  Galia-  to  bajo  el  influjo  de  las  preocnpaciones  doctrinales 
no  {Crónica  de  Ambos  Mundos).  de  la  época,  es  una  obra  notable,  llena  de  excelen- 

(2)  Examen  de  El  Bernardo,  de  Balbuena.  Estu-  tes  y  agudas  reflexiones. 

dio  crítico  leído  por  Lista  en  la  Academia  de  Letras  (3)  Examen  de  El  Bernardo, 

Umnaua;:!,  el  15  de  Setiembre  de  1799.  Aunque  escri- 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVin.  CLXXXií 

Pero  si  del  juicio  absoluto  pasamos  al  juicio  relativo  de  la  escuela  sevillana,  fuerza  es  re- 
conocer el  eminente  valor  intelectual  de  aquellos  hombres  animosos  y  entusiasmados ,  que 
arrostrando  innumei'ables  obstáculos  y  contrariedades ,  acometieron  con  éxito  la  empresa  de 
dar  lustre,  elevación  y  pureza  á  las  letras  andaluzas,  que  tan  desmayadas  y  envilecidas  se 
liallaban  en  manos  de  gentes  de  gusto  estragado  y  baladí.  En  esta  parte  los  gloriosos  esfuer- 
zos de  los  reformadores  sevillanos  fueron  más  meritorios  (pie  los  de  los  poetas  de  la  escuela 
salmantina.  Estos  encontraron  la  opinión  favorablemente  dispuesta,  y  más  inmediatamente 
preparado  el  terreno  por  un  Cadrdso  y  por  lui  don  Picolas  de  Moratin.  Los  literatos  andalu- 
ces tropezaron  con  un  espíritu  ¡tiiblico,  chabacano  é  incorregible,  que  combatía  con  ruidosas 
manifestaciones  la  introducción  del  buen  gusto.  De  este  deplorable  estado  de  la  civilización 
literaria  de  Sevilla  en  los  últimos  años  del  siglo  xviii,  nos  ha  dejado  un  autorizado  testimo- 
nio el  célebre  Blanco ,  testigo  presencial,  y  uno  de  los  más  ilustres  individuos  de  la  escuela 
sevillana. 

Yo  me  acuerdo  (dice)  que  en  mi  juventud  se  miraba  como  cosa  ridicula  el  atreverse  á  publicar  obras 
de  esta  clase  (de  amenidad),  y  que  una  Academia  de  poesía  que  se  trató  de  establecer,  cosa  de  treinta 
años  há  (1794),  en  la  biblioteca  publica  de  San  Acasio  de  Sevilla,  dio  motivo  do  diversión  y  burla  á  la 
ciu<]ad  entera,  y  atrajo  bandadas  de  estudiantes  que  con  silbos  y  alborotos  impedían  la  lectura,  y  aun  ec- 
guian  á  los  académicos  por  la  calle  con  insultos. 

No  arredró  tanta  y  tan  desmandada  impopularidad  á  los  campeones  del  gusto  nuevo  y  de- 
purado. Habia  sonado  en  Sevilla ,  como  en  el  resto  de  la  nación ,  la  hora  de  la  transforma- 
ción intelectual ,  y  en  breve  la  superioridad  de  la  doctrina  acalló  el  vulgar  clamoreo ,  y  el 
triunfo  coronó  la  perseverancia  y  el  noble  y  civilizador  intento  de  aquellos  jóvenes  ilustrados. 
El  eco  de  las  primeras  glorias  de  la  escuela  de  Salamanca  y  de  Madrid  fué  uno  de  los  des- 
pertadores del  genio  poético  de  los  andaluces.  Lista  dice  que  «la  escuela  sevillana  no  hizo 
más  que  imitar  el  espíritu  de  las  de  Cadalso  y  de  Luzaní),  y  que  los  jóvenes  académicos  des- 
cubrieron en  el  primer  tomo  de  las  Poesías  de  Melendez  «las  centellas  del  genio  que  animara 
á  los  Horacios,  Tibulos  y  Herreras.»  Y  por  c-ierio  que  esta  amalgama  de  poetas  entre  sí  tan 
diferentes,  y  tan  diferentes  también  de  Melendez  ,  denota  la  confusa  ilusión  con  que  veían 
los  poetas  reformadores  de  Sevilla  el  carácter  de  la  nueva  poesía.  La  escuela  moderna  sevi- 
llana no  logró,  á  pesar  de  las  quiméricas  creencias  de  algunos  de  sus  individuos,  el  objeto  que 
se  propuso,  que  fué,  según  aíirma  Lista,  «resucitar  la  antigua  de  los  Herreras,  Riojas  y 
Jáureguis.»  Esto  era  aspirar  á  un  imposible.  La  poesía  verdadera  no  resucita  nunca  el  es- 
píritu genuino,  ni  siquiera  el  lenguaje  espontáneo  délas  civilizaciones  pasadas.  Pero  no  por 
eso  su  gloria  es  menos  grande.  En  su  efímera  vida,  puso  en  lugar  muy  alto  la  cultura  lite- 
raria de  Andalucía ,  y  con  el  ejemplo  y  la  doctrina  hizo  recobrar  á  la  poesía  sevillana  su  dig- 
nidad perdida  y  alguna  parte  de  su  esplendor  antiguo. 

A  los  cursantes  de  teología,  que  en  un  principio  constituyeron  por  la  mayor  parte  la  es- 
cuela sevillana  ,  se  agregaron  otros  jóvenes  aventajados  pertenecientes  á  diversas  profesiones 
literarias;  entre  ellos,  don  Joaquín  María  Sotelo ,  jurisconsulto  distinguido;  el  médico  Ma- 
tute, más  investigador  que  poeta,  director  del  Correo  literario  de  Sevilla,  órgano  de  la  nue- 
va escuela;  don  Santiago  Key ,  uno  de  los  filósofos  de  la  propia  escuela;  don  José  Manuel  Va- 
dillo,  erudito,  prosador  poco  ameno ,  ministro  en  1822  y  1823;  don  Manuel  López  Cepero, 
diputado  á  Cortes  en  dos  distintas  épocas,  entendidísimo  en  materia  de  pintura,  especial- 
mente de  la  escuela  andaluza.  Hombres  de  autoridad  ya  sancionada  por  la  posición  social  ó 
por  la  fama,  entraron  también  gustosos  en  aquel  gremio  juvenil.  Fué  uno  de  ellos  el  señor 
Alvarez  Santullano ,  que  habia  sido  rector  de  la  universidad.  El  que  más  halagó  y  favore- 
ció á  la  Academia  de  Letras  Humanas  fué  don  Juan  Pablo  Forner,  fiscal  á  la  sazón  de  la  au- 
diencia de  Sevilla,  al  cual  confió  la  academia  el  honroso  cargo  áejuez  de  los  certámenes. 

Pero  quien  dio  mayor  lustre  y  vida  á  la  escuela  sevillana  fué  la  pléyade  poética ,  esto  es. 
Ja  reunión  de  siete  poetas,  que  aunque  con  diverso  numen  y  fortuna,  y  á  manera  de  la  fa- 


CXC  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

mosa  pléyade  británica,  contemporánea,  de  los  Laicistas^  que  caminaba  por  muy  diferente 
senda  y  con  mayor  arrojo,  cautivó  desde  luego  la  atención  general.  Fueron  estos  siete  poetas : 
Arjotm  ,  Blaitco ,  Rdnoso ,  Lüta  ,  B,oldan ,  Castro ,  Nañez.  De  este  último ,  que  desespcralja  á 
los  académicos  por  el  incorregible  desaliño  de  su  elocución ,  así  como  los  sorprendía  por  las 
imágenes  nuevas  y  atrevidas  de  sus  poesías,  decia  Lista,  con  evidente  exageración  :  que  en 
él  «hubiera  tenido  España  el  Píndaro  del  Cristianismo,  si  su  genio  sublime  y  vehemente  hu- 
biese podido  sujetarse  al  fastidioso,  pero  necesario  trabajo  de  la  corrección»  (1).  Roldan  y 
Castro  se  distinguieron  en  la  academia  por  algunas  poesías  estimables,  de  artificial,  pero  ele- 
gante estilo,  de  dicción  bastante  pura,  de  inspiración  escasa  y  harto  trabajada,  especialmen- 
te en  la  expresión  de  los  afectos.  Ambos  aspiraban  á  la  sublimidad,  pero  sin  dar  con  ella.  No 
hallando  imágenos  nuevas  y  atrevidas,  oscurecían  la  frase  cuando  intentaban  remontarse  á 
mayor  altura  que  aquella  que  consentía  su  numen.  La  atención  do  los  literatos  se  fijó  por  un 
momento,  de  mi  modo  especial,  en  Roldan,  con  motivo  de  su  oda  A  la  Resurrección  del  Se- 
ñor, que  dio  ocasión  á  que  en  la  misma  Sevilla  fuese  atacada  la  escuela  sevillana,  no  ya,  como 
antes,  por  el  espíritu  de  vulgaridad  y  de  rutina,  sino  por  la  crítica,  no  mal  encaminada,  de 
un  hablista  de  primer  orden,  de  un  literato  consumado,  don  Tomas  González  Carvajal,  el 
célebre  traductor  de  los  salmos.  Apasionado  admirador  de  la  noble  y  fervorosa  sencillez  de 
fray  Luis  de  León,  no  le  era  simpática  la  afectación  elegante  de  la  nueva  escuela  andaluza. 
Censuró  la  pretensión  de  escribir  á  lo  Henderá,  y  no  le  faltaron,  para  fundar  su  censura,  ra- 
zones de  sano  criterio.  Pero  no  tuvo  en  cuenta  que  si  remedar  á  Herrera  era  intento  des- 
acordado ,  no  lo  era  menos  el  que  él  abrigaba  de  imitar  a  fray  Luis  de  León.  Imitar  á  los 
poetas  esclarecidos  es  siempre  yerro ;  éste  se  agrava  cuando  los  poetas  son,  por  ejemplo, 
Garcilaso,  Rioja  ó  León.  Hallar  la  poesía  intensa,  sublime  y  animada  en  frase  completamente 
natural  y  sencilla,  es  pri\-ilegio  de  los  verdaderos  poetas.  Los  que,  como  Carvajal,  no  llegan 
ni  con  mucho  á  ese  inefable  sentimiento  poético ,  cuando  quieren  seguir  las  huellas  de  los 
grandes  modelos  ,  escriben  ,  en  vez  de  poesía ,  prosa  versificada.  La  entonación  levantada  y 
artificial  de  Herrera  se  imita  mal;  la  sencillez  poética  de  fray  Luis  de  León  no  se  imita 
nunca  :  brota  del  alma ,  y  ni  se  cultiva  ni  se  aprende. 

Reinoso,  uno  de  los  más  briosos  escritores  de  la  flamante  escuela,  defendió  á  Roldan,  y 
por  consiguiente,  el  espíritu  y  la  doctrina  que  constituían  el  alma,  por  decirlo  así,  de  la  Aca- 
demia de  Letras  Humanas.  Esta  controversia,  sostenida  por  ambas  partes  con  fuego  y  con  in- 
genio, no  dio  más  resultado  que  el  común  de  estas  contiendas  críticas;  cada  uno  quedó  más 
tenazmente  aferrado  á  sus  opiniones ,  y  siguió  escribiendo  según  el  tono  y  el  estilo  que  pre- 
conizaba (2). 

El  más  glorioso  timbre  poético  de  Roldan,  en  sentir  de  sus  compañeros  de  academia,  fué 
un  poema  titulado  Danilo.  Lista ,  principalmente ,  hacia  de  esta  obra  los  más  encarecidos 
elogios  (3). 

Entre  los  siete  escritores  de  la  pléyade  poética,  resaltaban  notablemente  los  cuatro  prime- 
ros que  hemos  nombrado.  A  decir  verdad ,  sólo  dos  de  estos  cuatro ,  Arjona  y  LÁsta ,  eran 
poetas,  esto  es,  poetas  espontáneos,  en  quienes  la  naturaleza  y  el  arte  se  mostraban  unidos, 
ayudándose  mutuamente  en  igual  proporción.  Reinoso  y  Blanco  eran  poetas  de  estudio  más 


(1)  De  la  moderna  escuela  sevillana  de  Uteraturn.  do  el  manuscrito.  En  Se^^lla  ,  adonde  fueron  á  pa- 

(2)  Alcalá  Galiano,  De  la  escuda  literaria  for-  rar  los  papeles  del  señor  Castillo,  lian  sido  busca- 
mada  en  Sevilla  á  fines  del  siglo  próximo  pasado.  dos  con  empeño  por  nuestros  amigos  los  distingui- 

(3)  El  original  de  este  poema  estuvo,  muchos  años  dos  literatos  señores  Martin  Villa,  Fernandez  Esj)i- 
liá,  en  el  archivo  de  la  Academia  de  Letras  Huma-  no,  Bueno,  y  de  Gabriel,  así  este  poema  como  otro 
ñas.  Pasó  después  sucesivamente  ú  manos  de  los  se-  titulado  La  Belleza,  obra  de  Blanco,  también  muy 
ñores  Reinoso,  don  Juan  Gnalberto  González,  don  encomiada,  que  corriólas  mismas  vicisitudes  que 
José  Pérez  de  Anaya  y  don  José  del  Castillo  y  el  Danilo.  Todo  infructuosamente.  Hemos  perdido 
Ayensa,  A  la  muerte  de  este  último  se  ha  extravia-  la  esperanza  de  leer  estos  celebrados  poemas, 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  C^cr 

que  de  inspiración ,  y  el  arte  sobrcpiajaba  en  ellos  visiblemente  á  la  naturaleza.  De  Blanco 
liablarémos  en  el  capítulo  siguiente,  consagrado  á  recordar  algunos  poetas  en  cuyas  creen- 
cias y  sentimientos  dejó  profunda  huella  la  conmoción  moral  y  política  que  recibió  el  mundo 
por  aquellos  días.  Dedicaremos  ahora  algunos  renglones  á  calificar  someramente ,  cual  con- 
viene al  presente  estudio,  el  valor  poético  de  Avjona,  de  Reiiioso  y  de  Lista. 

Don  Manuel  María  de  Arjona,  aunque  muy  aficionado  al  cultivo  de  las  letras  amenas,  lo 
era  mucho  más  á  los  estudios  graves,  que  requieren  meditación  y  prolijas  investigaciones.  No 
le  arredraba  la  fatigosa  exploración  de  archivos  y  de  bibliotecas,  y  dejó  varios  escritos  sobre 
la  historia  eclesiástica,  especialmente  una  Historia  de  la  Iglesia  hética,  y  una  defensa  é  ilus- 
tración latina  del  Concilio  Ilibcritano.  En  unión  con  otros  estudiosos  jóvenes,  logró,  ven- 
ciendo estorbos  poderosos ,  establecer  en  Sevilla  una  academia  de  historia  eclesiástica  (1), 
Fué  ademas  consumado  helenista ;  pero,  como  todos  los  helenistas  de  aquel  tiempo,  á  excep- 
ción de  los  alemanes,  no  vio  la  literatura  griega  sino  al  través  del  prisma  romano,  que  la 
desnaturalizaba  con  su  propia  fuerza ,  y  no  comprendió  el  espontáneo  y  desembarazado  es- 
píritu que  la  animaba.  Su  viaje  á  Roma,  en  1797,  hecho  en  compañía  del  arzobispo  do 
Sevilla,  don  Antonio  Despuig,  contribuyó  á  dar  mayor  ensanche  y  madurez  á  sus  ideas  lite- 
rarias. Sus  afanosas  tareas  de  historia  eclesiástica  y  de  derecho  canónico  no  embotaron  en 
su  entendimiento  la  fiícultad  poética,  pero  dieron  á  sus  versos  cierto  carácter  sentencioso, 
que  no  desdice  de  la  poesía  austera  y  elevada.  Era,  entre  sus  compañeros  de  la  escuela  sevi- 
llana, el  que  tenía  estro  más  fácil  y  espontáneo.  Ellos  mismos  reconocían  y  proclamaban  el 
talento  poético  de  Arjona.  Muchos  años  después,  Blanco,  evocando  en  Londres  los  sabrosos 
recuerdos  de  la  mocedad,  escribía  estas  palabras:  «Por  desgracia  de  sus  amigos  y  de  la  lite- 
ratura española,  ha  fallecido  don  Manuel  María  de  Arjona,  poeta  de  tan  fecundo  y  elegante 
ingenio,  que  ninguno  le  excedía  en  aquella  época.»  Lista  admiraba  á  Arjona  no  menos  quo 
Blanco,  y  solía  decir,  cuando  de  él  hablaba,  que  «sus  poesías  eran  tan  delicadas  como  las 
más  célebres  de  Grecia.» 

Prescindiendo  de  estos  exorbitantes  juicios,  inspirados  en  no  pequeña  parte  por  la  justicia, 
y  en  mayor  parte  todavía  por  el  entusiasmo  de  la  amistad  apasionada ,  no  es  dable  negar  que 
el  famoso  canónigo  penitenciario  de  la  catedral  de  Córdoba  estaba  dotado  de  no  común  ins- 
tinto poético.  Pero,  así  como  todos  aquellos  que  rindieron  culto  á  las  escuelas  imitadoras, 
embargaba  su  numen  por  no  apartarse  un  punto  de  la  sujeción  doctrinal,  y  enredaba  y 
comprimía  con  frecuencia  su  estilo  bajo  el  peso  de  la  balumba  mitológica.  El  numen  de  Ar- 
jona ,  si  bien  firme  y  encumbrado ,  no  se  prestaba  fácilmente  á  la  entonación  rígida  y  solem- 
ne de  Herrera ,  ídolo  de  la  pléyade  sevillana.  Las  formas  espléndidas  cautivan  á  las  escuelas 
literarias,  que  se  pagan  siempre  sobradamente  del  artificio  artístico,  y  no  es  maravilla  que 
el  bíblico  cantor  de  la  batalla  de  Lepante  fuese  preferido  como  dechado  á  otros  poetas  de  más 
llano  y  natural  estilo.  Nos  parece  ,  sin  embargo ,  que  á  la  índole  de  Arjona ,  como  á  la  de  los 
demás  insignes  poetas  de  la  escuela  sevillana,  con  la  única  excepción  acaso  de  Reinoso,  el 
más  artificial  de  todos  ellos ,  habría  cuadrado  mejor  un  estilo  juntamente  noble  y  sencillo, 
semejante  al  de  León  y  al  de  Rioja.  Se  advierte  esto  claramente  en  las  poesías  de  Arjona, 
aun  en  las  inspiradas  por  asuntos  elevados ,  como  IjOs  ruinas  de  Roma ,  una  de  las  más  ce- 
lebradas. Ignoramos  si  quiso  imitar  la  ¡)oesía  de  carácter  artificial ,  de  mister  Dyer,  titu- 
lada TJieruins  of  Rome,  obra  muy  aplaudida  en  tiempo  de  Arjona.  La  composición  española 


(1)  Sotólo  escribía  desde  Sevilla  á   don  Martin  legio,  y  que  creemoB  florecerá,  ápeeardé  los  increi- 

Femandez  Navai-rcte  ,  el  22  de  Marzo  do  1794,  lo  bles  esfuerzos  que  ha  hecho,  para  impedirla,  el  sabio 

siguiente  :  claustro  de  esta  universidad  literaria.  Ambos  hemos 

«^r/ona  y  yo  no  hacemos  en  el  dia  más  que  revolver  abandonado  á  las  Musas.»  (Carta  autógrafa  de  So- 
concilios  y  padres  ,  para  fomentar  una  academia  de  telo. —  Papeles  de  Forner.) 
historia  eclesiástica  que  hemos  establecido  en  el  CO' 


eren  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

es  á  docMr  vcftlad,  bastante  inferior  en  claridad,  en  fuerza,  en  fantasía  histórica,  ú  la  poe- 
sía del  escritor  ino-lés;  pero  tiene  trozos  de  alto  sentido,  de  inspiración  severa,  y  el  estilo, 
nunquo  amanerado,  como  estilo  de  escuela  ])oética,  tiene  noMcza  y  enernjía,  sin  acercarse  en 
nada  á  la  frase  insólita ,  al  subido  tono ,  también  amanerado ,  de  Fernando  de  Herrera. 

Cíiando  Arjona  no  habla  el  lenguaje  convencional  aprendido,  sino  el  lenguaje  de  la  natu- 
raleza; cuando  no  se  vale  de  rodeos  emblemáticos  para  expresar  afectos  é  ideas,  sino  del  es- 
tilo llano,  directo  y  noble  que  brota  del  corazón  mismo,  entonces  su  poesía  es  mucho  más 
simpática,  y  por  decirlo  así,  mds poética.  La  canción  El  Desengaño,  por  ejemplo,  tan  senci- 
lla, tan  modesta  en  su  forma  y  lenguaje,  vale,  á  pesar  del  descuido  con  que  está  escrita,  más 
que  la  mayor  parte  de  las  composiciones  elevadas  y  doctas  de  Arjona.  ¡  Cuánta  verdad  y  cuán- 
ta sensibilidad  hay  en  esta  estrofa  I 


Gozando  vuestros  halagos, 
A  mí  mismo  me  docia  : 
Ya  no  soy  de  aquella  impía ; 
Ya  está  libre  mi  razón. 


Ésta,  sí,  es  amante  dulce.... 
Pero  Dorila  no  es  ésta , 
Era  toda  la  respuesta 
Que  me  daba  el  corazón. 


En  una  carta  que  desde  Roma  escribió  á  un  amigo  suyo,  dice  Arjona:  «Tú  me  dices  y 
encargas  que  escriba  canciones  y  sonetos  en  alabanza  de  reyes  y  de  roques ,  y  }'o  no  soy  ca- 
paz de  formar  un  verso  si  algim  particvdar  motivo  ó  afecto  no  me  estimula  á  hacerlo  con  u¡i 
verdadero  é  íntimo  sentimiento  del  corazón.»  Cuando  Arjona  seguía,  en  efecto,  esta  sana  y 
sincera  tendencia ,  que  era  la  natural  de  su  numen ,  escribía,  si  no  conviva  fantasía,  con  in- 
genio y  á  veces  con  vigor  y  profundidad.  La  dicción  en  sus  poesías  es  poco  acendrada,  y 
á  menudo  desaliñada  la  versificación.  Pero  algunas  de  sus  obras  se  leen  con  gusto  todavía, 
porque  las  anima  la  sinceridad  de  los  sentimientos  ó  la  fuerza  de  la  intención  moral  (1). 

De  don  Félix  José Reinoso,  tan  notable  como  escritor  en  prosa,  no  hay  en  verdad,  como 
poeta ,  mucho  que  decir  en  el  presente  estudio.  Su  poesía  no  es  ni  abundante ,  ni  fácil ,  ni 
natural,  ni  inspirada.  Es  demasiado  docta,  demasiado  reflexiva,  demasiado  hábilmente  con- 
certada, acaso  demasiado  elegante.  Todas  estas  nobles  prendas  son  insuficientes  en  la  poesía, 
si  no  andan  hermanadas  con  la  espontaneidad,  la  viveza,  el  fuego  que  brotan  por  natural  im- 
pulso del  estro  verdaderamente  poético.  La  poesía  de  Reinoso  es  la  que  se  forma  diestra- 
mente con  el  talento,  y  el  estudio.  Por  lo  visible  y  lo  extremado  de  sus  prendas  artiíieialcs, 
puede  de  ella  decirse,  como  se  dice  de  algunas  personas,  que  tiene  los  defectos  de  sus  cualida- 
des. El  arte,  en  las  obras  de  imaginación ,  no  basta  por  sí  solo  á  producir  verdadero  hechizo ; 
y  ademas,  el  arte  no  es  perfecto  y  poderoso  sino  cuando  sabe  esconderse  á  sí  mismo.  Un  solo 
acento  espontáneo  del  alma  vale  más  que  todos  los  primores  de  la  corrección  y  de  la  ciencia. 
Desn-raciadamentc  estas  centellas  del  alma  no  se  encuentran  en  las  obras  poéticas  de  Reinoso. 
Por  eso  sus  brillantes  odas  A  las  artes  y  A  ¡a  creación,  á  pesar  del  entendimiento  que  resplan- 
dece en  ellas ,  están  hoy  olvidadas.  Una  de  sus  obras  más  admiradas  fué  la  Oda  á  la  muerte 
de  Cean-Bermudez,  No  puede  negarse  que  está  esmeradamente  concebida  y  escrita,  y  se  lee 
con  gusto  por  la  firmeza  del  estilo  y  la  nobleza  de  la  entonación.  Pero  ¿dónde  está  la  nove- 
dad de  imágenes,  la  frase  conmovida,  la  tuerza  de  sentimiento  que  el  asunto  requiere?  El 
descontentadizo  Gallardo  se  burló  ásperamente  de  esta  oda,  en  general  con  poco  acierto  y 
justicia.  Pero  tiene  razón  cuando  dice:  «La  afectación  de  sensibilidad  es  lamas  fastidiosa  de 
todas  las  afectaciones.  Este  no  es  el  idioma  del  dolor;  el  dolor  no  se  explica  con  tan  filatera 
retrechería»  (2). 

(1)  La  familia  de  Arjona  ha  tenido  la  bondad  de  de  la  traducción  que  hÍ70  Arjona  ,  en  asonante  cn- 

franqueanios  las  poesías  autógrafas  de  esto  ilustre  decasílabo,  déla  Andrómacn  de  Racine. 

escritor,  que  en  balde  han  buscado,  con  el   objeto  (2)  ÍJ¿  Cr¿7¿con,  número  2,  1835. 

de  darlas  á  la  estampa,  sus  admiradores  de  Curdo-  Taml)ien  se  burla  Galhirdo  de  la  pretendida  per- 

bay  Sevilla,  Hay  entre  estos  papeles,  largos  trozoa  feccion  métrica  de  Reinoso^  citando  las  siguientes 


Í)E  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIÍ.  Cxcili 

Gallardo,  que  uada  perdona ,  censura  fundadamente,  como  insonoro,  el  siguiente  verso 

Je  lieinoso : 

Eterno  vive  do  no  agravia  el  liado ; 

pero,  á  pesar  de  este  desliz  métrico  y  de  algunos  otros  muj  contados,  puede  afirmarse  que  lo8 
versos  de  Reinoso,  si  escasos  de  encanto  rítmico,  como  nacidos  de  inspiración  forzada,  son 
casi  siempre  llenos  y  numerosos.  Prueba  do  ello  son  las  octavas  de  La  Inocencia  perdida,  que 
es  la  obra  principal  que  dio  á  su  autor  ñuna  de  poeta.  Con  el  entusiasmo  propio  de  neófitos 
de  la  naciente  escuela ,  dieron  los  literatos  sevillanos  á  este  poema  desmedida  importancia.  El 
renombre  de  Reinoso  la  acrecentó  después  durante  algún  tiempo.  Juzgando  boy  con  la  im- 
parcialidad severa  que  á  la  posteridad  corresponde  jmra  avalorar  las  obras  bumanas ,  forzoso 
es  reconocer  que  La  Inocencia  perdida,  sin  embargo  de  algunas  incontestables  prendas  que  en 
ella  resaltan ,  no  pasado  una  estimable  mclianía  entre  las  producciones  poéticas  de  cierta 
extensión  y  de  elevado  objeto.  Temeridad,  disculpable  sólo  por  la  inexperiencia  literaria,  fué 
sin  duda,  en  la  Academia  de  Letras  Humanas,  dar  por  argamciito  de  un  certamen  « la  caida 
de  nuestros  pi-imeros  padres  » ,  babiéndose  de  reducir  la  obra  á  las  dimensiones  de  un  poemi- 
ta.  El  asunto,  barto  ambicioso  y  grande  para  el  exiguo  espacio  á  que  se  le  sujetaba;  la  falta 
de  grandiosa  sencillez,  que  era  como  dogma  implícito  de  aquella  atildada  escuela  ,  y  hasta  la 
competencia  insensata  que  el  argumento  imponía  de  suyo  con  la  obra  inmortal  de  Milton, 
El  Paraíso perxUdo ,  eran  graves  y  escabrosos  obstáculos,  con  los  cuales  hablan  do  tropezar 
necesariamente  los  poetas  competidores.  Reinoso  y  Lista ,  rivales  en  tan  arduo  empeño ,  die- 
ron señales  patentes,  de  vigor  y  elegancia  el  uno,  de  fluidez  y  facilidad  descri[)tiva,  algo  des- 
mayada, el  otro.  Ninguno  de  los  dos  pudo  ni  supo  elevarse  á  la  grandeza  bíblica,  ni  crear 
caracteres  semejantes  al  Satanás  y  á  la  Eva  de  Milton,  ni  infundir  á  la  fantasía  el  arranque 
fantástico  adecuado  al  peregrino  cuadro ,  ni  hallar  siquiera  la  entonación  que  el  asunto  re- 
quiere. La  academia  no  pedia  tanto ,  y  por  consiguiente ,  con  razón  admiró  y  premió  La  InO'- 
cencía  perdida ,  de  Reinoso,  poema  más  robusto  y  mejor  concertado  que  el  de  Lista,  y  en  el 
cual  hay  hermosas  octavas,  si  bien  labradas  todas,  por  decirlo  así ,  con  cincel  rígido  y  cuida- 
dosamente guiado  (1).  Galiano  ha  pintado  el  artificial  estilo  de  Reinoso  con  esta  imagen  do- 
nosa y  expresiva:  «No  es  aquella  poesía  un  raudal,  que  con  ímpetu  brota,  copioso,  fresco  y 
cristalino,  de  las  entrañas  de  la  tierra;  es  el  juego  de  aguas  artificioso  de  una  fuente,  á  que 
da  salida  el  fontanero,  y  no  sin  conocerse  que  la  llave  del  conducto  está  un  tanto  premiosa.» 
Quintana  censuró  el  argumento  elegido  por  la  academia,  pero  no  por  razones  de  sana  crí- 
tica, sino  reproduciendo  la  errada  doctrina  de  Boileau  de  que  los  asuntos  de  la  religión  cris- 
tiana no  son  propios  para  la  poesía.  Su  juicio  sobre  La  Inocencia  ¡perdida  está  inspirado  por 
el  más  benévolo  espíritu ,  colma  el  poema  de  alabanzas,  y  sin  embargo,  advierte  con  harta 
razón  que  la  parte  dramática  es  inferior  á  la  descriptiva.  Otra  observación  de  gran  sentido 
hace  Quintana,  comparando  La  Inocencia  2'>erdida  con  El  Paixiíso  perdido,  que  no  podemos 
menos  de  reproducir,  así  porque  contribuye  á  tasar  debidamente  el  valor  absoluto  del  poema 


estrofas,  que  copiamos  aquí  como  muestra  del  estilo  Aludiendo  á  estos  versos,  dice  Gallardo  :  «Tra9 

poético  de  esto  escritor  :  este  flauteado  de  rimas,  que  van  en  escalerilla,  co- 

Vuelveá  mis  manos,  olvidada  lira;  mo  cuando  se  teclean ,  para  probarle ,  los  registros 

Y  si  al  fugaz  contento  de  un  Órgano  nlievo ,  de  la  primera  á  la  segunda  es- 

Ta  no  responde  tu  cansado  acento,  ^^^^     ira-ira,  era-era,  ura-ura,  ento-ento,  anto-antó, 

Sosten  mi  naca  voz  cuando  suspira :  ',                                                 ■,•■,■, 

Ministra  un  tiempo  del  alegre  canto,  ^^^  ^^^^  ^^  cantor  cn  discantes  sobre  SI  el  discreto 

Hora  templa  mi  llanto;  muere  Ó  no  muere  como  el  necio  ,  y  el  bueno  como 

Llanto  debido  á  la  virtud  severa,  el  malo  :  que  SÍ,  que  no.  » 

Debido  ala  fe  pura  (1)  F^,¿  adjudicado  el  premio  en  junta  pública, 

Y  á  los  talentos  que  en  la  tumba  oscura  i  o   i     t^-    •       i         i     ir^rA 

Con  Bermmlo  lanzó  la  parca  fiera.  «1  ^  "^  Diciembre  de  1  (  99. 
i  Ay  I  llanto  inútil  para  dar  la  vida 

A  ia  gombr»  querida 


cxciv  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

de  Reinoso,  como  porque  da  idea  de  la  perspicacia  crítica  del  gran  lírico  moderno.  Descuíjro 

éste  una  especie  de  contrasentido  res¡)ecto  del  carácter  de  Eva,  y  lo  explica  de  esta  manera : 

La  serpiente  en  Milton  llama  la  atención  de  Eva,  no  por  su  terribilidad,  sino  por  lo  bello  y  vistoso  de 
BUS  formas  y  de  sus  colores.  La  atención  se  convierte  luego  en  maravilla  al  oiría  articular  palabras,  ¡y  qué 
palabras!  Eva  en  ellas  es  la  soberana  del  universo,  la  imagen  más  noble  del  Criador,  digna  de  mandar  a 

los  ángeles ¿Cómo  es  que  habla?  se  pregunta  Eva;  y  el  tentador  le  responde  que  el  fruto  delicioso  de 

un  árbol  le  ha  dado  la  palabra  y  una  inteligencia  divina A  la  vista  del  árbol  prohibido  resiste  á  la  ten- 
tación ;  pero  las  sugestiones  pérfidas  del  seductor,  la  vista  hermosa  del  árbol,  el  aroma  que  despide  el 
fruto ;  todo  parece  que  naturalmente  la  conduce  á  vacilar  y  á  caer En  la  obra  del  poeta  español  la  ser- 
piente es  horrible,  no  vistosa;  sus  palabras,  en  vez  de  ser  de  insinuación  y  artificio,  son  de  blasfemia  y 
de  indignación  ;  y  es  claro  que  este  lenguaje,  cu  vez  de  persuadir  á  Eva,  debia,  al  contrario,  repugnarle  y 
horrorizarle  (1). 

Quintana  señala  varios  versos,  como  ¿ste : 

Airado  sacudió  el  rayo  primero, 

que ,  por  ia  violencia  de  las  sinalefas,  carecen  completamente  de  cadencia  armónica.  Censura 
asimismo  el  uso  de  voces  nuevas  ú  olvidadas,  cova.0  podrecida,  frutecida,  nudo  {^or  desnudo), 
pavorida,  en  paga  (por  en  pago),  y  otras,  porque  no  ofrecen  en  su  empleo  «aquella  razón  de 
necesidad  ó  de  energía  con  que  se  disculpen  ó  se  autoricen.»  No  perdona  tampoco  frases  vi- 
ciosas como  ésta : 

Salen  \s.y\  la  mansión  de  la  alegría, 
Donde  ¡  inf  elice  yo  I  nacer  debia. 

Tocias  estas  extrañas  audacias  de  dicción  en  un  hombre  que  es  dominador  de  su  lengua  y 
de  su  estilo,  denotan  únicamente  la  dificultad  con  que  Reinoso  componia  sus  versos.  Varón 
de  grande  entendimiento,  pero  de  escasa  fantasía  poética,  falta  por  completo  á  sus  poesías 
el  espontáneo  desembarazo  que  acompaña  á  la  verdadera  creación  literaria.  Carece  Reinoso 
de  originalidad  vigorosa,  y  basta  aquel  notable  verso 

El  intentarlo  sólo  es  heroísmo, 

que  ba  sido  tantas  veces  repetido  como  una  sentencia  proverbial ,  tiene  su  original  en  este 
otro  verso  de  Grerardo  Lobo : 

Que  ya  es  hazaña  desde  que  es  intento  (2). 

El  campo  de  verdadera  gloria  literaria  para  Reinoso  no  fué  la  poesía.  Fué  el  examen  crí- 
tico de  las  artes ,  de  las  letras  y  de  la  política.  Muy  distantes  estamos  nosotros  de  aplaudir 
la  doctrina  que  constituye  el  fondo  lógico  del  E.vámen  sobre  los  delitos  de  infidelidad  á  la  pa^ 
tria;  libro  por  muchos  mirado  como  un  escándalo  patriótico,  en  la  época  de  su  publicación, 
y  al  cual  llamaron  después,  unos  burlescamente  el  Alcorán  de  los  afrancesados  (3);  otros,  con 
rigor  excesivo,  Defensa  de  la  traición  á  la  patria  (4).  El  libro,  como  alegato  político,  no  es, 
en  verdad,  sino  un  elocuente  sofisma,  como  que  la  esencia  del  pensamiento  general  estriba  en 
confundir  la  conquista  consumada  con  la  conquista  resistida;  pero  la  obra,  por  el  calor  de 
las  acusaciones,  por  la  vehemencia  de  los  raciocinios,  por  la  artificial  elegancia  y  rigidez 
misma  del  estilo,  vivirá  como  un  señalado  testimonio  histórico  de  las  pasiones  y  de  los  ca- 
racteres políticos  de  aquellos  azarosos  tiempos.  En  el  Curso  filosófico  de  literatura ;  qu  ú  Dis- 
curso inaugural  sobre  la  influencia  de  las  bellas  letras ;  en  varios  artículos  sobre  bellas-artes ; 
en  otros  de  filología  y  crítica,  escritos  con  motivo  de  la  traducción  de  la  Historia  de  la  lite- 
ratura española,  de  Boutterveck;  en  el  Estudio  sobre  la  belleza;  en  el  Juicio  crítico  de  la  Gra- 

(1)  Variedades  de  ciencias,  literatura  y  artes,  to-         (3)  Don  Juan  Nicasio  Gallego, 
mo  III ;  1804.  (4)  Don  Antonio  Alcalá  Galiano. 

(2)  Canto  éjjíco  al  sitio  de  Cam^o-Mayor, 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIII.  cscv 

mática  general,  de  Ilermosilla,  y  en  otras  obras,  dio  Reinoso  luminosas  muestras  Je  varia  y 
profunda  instrucción  y  de  elevado  discernimiento  crítico  (1).  Son  muy  dignos  de  aplauso  el 
tino  y  la  sagacidad  con  que  Reinoso  explica  el  sentido  de  la  poesía  castellana  de  los  buenos 
tiempos,  para  defenderla  de  errados  juicios.  Recordamos,  por  ejemplo,  la  ingeniosa  y  acertada 
defensa  que  bace,  contra  Martínez  de  la  Rosa,  de  aquel  final  de  un  célebre  soneto  : 

¡  Lástima  grande 

Que  no  sea  vei'dad  tanta  belleza ! 

y  asimismo  del  último  verso  de  otro  soneto  de  Lupercio  de  Argensola,  igualmente  famoso, 
que  dice  de  este  modo  : 

Y  déjale  al  amor  sus  glorias  ciertas ; 

demostrando  que  no  son  fundados  los  reparos  del  insigne  poeta  granadino,  porque  no  inter- 
pretó correctamente  el  sentido  de  las  ideas  y  de  las  palabras  de  Argensola. 

Procuremos  medir  ahora  con  exactitud ,  en  breves  palabras,  el  talento  poético  de  don  Al- 
berto Lista,  el  más  ameno,  el  más  variado,  el  más  flexible,  el  más  simpático  de  los  poetas 
modernos  sevillanos.  Para  los  que,  como  nosotros,  han  conocido  á  este  varón  esclarecido,  la 
imparcialidad,  aun  para  los  más  rígidos,  es  difícil.  Lista  cautivaba  para  siempre  la  volimtad. 
Sus  dulces  prendas  de  carácter,  su  apacible  trato,  su  conversación  viva  é  ingeniosa  dejaban 
en  el  ánimo  indelebles  recuerdos.  Su  índole  intelectual  era,  por  decirlo  así,  enciclopédica. 
Tenía  poderosas  facultades,  no  sólo  diferentes,  sino  de  aquellas  que  se  contradicen  y  se  com- 
baten. Ser  ala  vez  matemático  y  poeta,  y  sei'Io  en  línea  muy  alta,  es  privilegio  singular 
concedido  á  muy  pocos.  Por  esta  misma  flexibilidad,  era  dado  á  su  numen  abarcar  géneros 
de  diverso  carácter.  Tenía  notables  prendas  de  poeta ,  y  como  tal ,  trasjoasa  bastante  el  límite 
do  la  medianía.  Pero  no  llegó  nunca  á  los  espacios  más  altos  del  arte.  Faltábale  para  ello  la 
originalidad  impetuosa,  el  arranque  lírico,  la  magia  peregrina  que  constituye  el  estro  de  los 
grandes  poetas.  Sabe  expresar  pensamientos  é  imágenes  comunes  con  más  gala,  facilidad  y 
limpieza  que  sus  compañeros  de  Sevilla;  imita  con  elegancia  y  gallardía,  y  á  veces  parece 
que  quiero  romper  las  trabas  convencionales  que  embarazan  su  numen.  Pero  la  educación 
y  el  gusto  doctrinal  reinante  habían  encadenado  irremediablemente  aquel  ingenio ,  nacido 
para  volar  con  las  alas  de  su  feliz  instinto.  Su  facilidad  misma  se  convirtió  en  el  principal 
enemigo  de  su  lozana  musa,  pues  llegó  de  tal  modo  á  connaturalizarse  con  el  lenguaje 
artificial,  que  es  á  menudo  difuso  y  palabrero,  por  seguir  en  demasía  el  espíritu  de  imitación, 
la  elocución  estudiada  y  el  arsenal  mitológico,  resabios  de  su  escuela.  Sin  duda  por  buscar 
ese  malhadado  estilo  poético ,  tan  mal  comprendido  cuando  se  le  hace  consistir  en  las  imáge- 
nes de  convención  y  en  la  compostura  de  la  frase ,  empieza  Lista  una  de  sus  odas  en  esta 
forma  trivial  y  enfadosa  : 

Doctas  pimpleas,  que  las  verdes  faldas 
Moráis,  alegres,  del  feliz  Parnaso, 
Donde  Castalia  su  inspirante  onda 
Vierte  suave. 

¿Ko  es  lamentable  que  el  ilustre  poeta,  ya  anciano,  esto  es,  cuando  la  crítica  literaria  eu- 
ropea, firme  y  acrisolada,  habia  condenado  la  mitología  griega,  como  elemento  falso  y  ridí- 


(1)  Algunas  de  estas  obras,  y  otras  qiie  aquí  no  ceta  de  Madrid  y  la  Gaceta  de  Bayona. 

Be  mencionan,  permanecen  inéditas.  Las  demás  se  Nuestro  difunto  amigo,  don  Francisco  Pérez  do 

han  publicado,  total  ó  parcialmente,  ya  por  separa-  Anaya,  ilustrado  biógrafo  de  Reinoso,  poseia  ejem- 

do,  como  el  Discurso  inaugural;  ya  en  varios  perió-  piares  ó  copias  de  casi  todas  las  obras  de  este  üüb- 

dicos,  como  El  Censor,  la  Revista  de  Madrid,  la  Ga-  tre  escritor. 


ekcVl  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

culo  en  la  poesía  cristiana,  dirija  á  don  Ventm-a  de  la  Vega,  su  discípulo  predilecto,  los  si- 
guientes versos  ? 


Cuando  tu  lira,  que  templó  D'íone, 
Cánticos  dulces  de  amistad  resuena, 
Y  el  nombre  humilde  de  tu  caro  Anfriso 
líobas  al  Orco 

Oh  joven,  á  quien  dieran 

Su  blando  beso  Meliioraene  y  Clio, 
Canta,  y  las  rosas  que  el  Parnaso  riega, 


Ciñe  á  tu  lira. 


No  olvides  antes  visitar  las  aras 

Y  el  templo  austero  de  la  gran  Minerva, 

Y  en  vez  de  mirto,  roble  misterioso 

Ciñe  á  tus  sienes. 


En  este  mismo  tono  está  escrita  la  oda  entera.  ¿Y  á  qué  ese  enredado  artificio  de  frases 
triviales  y  de  manoseadas  alegorías?  ¿A  que  esa  extravagante  imagen  de  las  Musas  besando 
al  poeta?  Todo  para  decir  á  Vega  cosas  cariñosas  y  sencillas.  ¿Quó  poesía  es  ésa  que,  per- 
dida en  pobres  y  afectados  rodeos,  no  sabe  liablar  el  idioma  limpio  y  directo  de  los  afectos 
verdaderos,  y  para  cuya  completa  inteligencia  es  forzoso  tener  á  mano  un  Diccionario  de  la 
Fábula?  Esos  versos,  que  se  alimentan  exclusivamente  con  la  afectación  y  el  emblema,  ni  el 
docto  los  aprecia,  ni  el  pueblo  los  entiende. 

Cuando  por  la  índole  histórica,  íiimiliar  ó  sagrada  del  asunto,  sacude  Lista  la  molesta 
caro-a  de  ficciones  insulsas,  y  prescinde  del  estilo  poético  amanerado,  campea  entonces,  inge- 
niosa, tierna,  elegante,  y  algunas  veces  inspirada,  la  poesía  del  poeta  sevillano.  En  algunos 
bellísimos  sonetos,  en  varios  romances  del  pescador  AníViso,  en  ciertas  composiciones  ligeras, 
Lista  es  Lista,  y  no  el  sectario  de  su  escuela.  En  las  odas  profanas  le  faltan  por  lo  común 
vida  entusiasmo,  verdad  y  movimiento.  En  las  poesías  sagradas  resalta  la  fervorosa  fe  del 
creyente  sincero;  pero  se  ve  patente  el  laborioso  estudio  de  la  Sagrada  Escritura  y  de  los 
Padres  de  la  lo-lesia;  mmca  el  amor  divino  de  san  Juan  de  la  Cruz,  la  fantasía  mística,  la 
naturalidad  sublime  de  santa  Teresa  y  de  fray  Luis  de  León.  Un  escritor  ha  dicho  que 
Lista  fué  sublime  una  vez,  en  su  oda  Á  Cristo  (1).  La  oda  es  magnífica  en  efecto;  pero  la  su- 
blimidad no  pertenece  sino  en  parte  á  Lista,  el  cual  usa  en  esta  composición  un  lenguaje  no- 
ble ferviente  y  concentrado.  Las  principales  imágenes  é  ideas  de  las  poesías  religiosas  de 
Lista  están  sacadas,  oportima  y  hábilmente,  de  san  Anselmo,  de  san  Buenaventura  y  de 
otros  escritores  sagrados.  La  Academia  misma  de  Letras  Humanas  señaló  á  Lista,  en  1800, 
el  Ájiocalípsis  como  manantial  de  inspiración  para  la  composición  de  su  oda  A  la  Concepción 
de  nuestra  Señora.  El  poeta  salió  con  gran  lucimiento  del  difícil  empeño.  El  recóndito  espí- 
ritu del  Apocalíjysis  no  se  imita  y  apenas  se  comprende ;  pero  la  sublime  lectura  dio  al  estro 
de  Lista  un  insólito  vuelo,  y  sus  imágenes,  sus  descripciones  y  su  estilo  tienen  gran  fuerza 
y  natural  desembarazo.  La  poesía  de  la  escuela  salmantina  ejerció  visible  influencia  en  el 
desarrollo  de  la  escuela  sevillana,  y  Lista  imita  alguna  vez  las  poesías  filosóficas  de  Melen- 
dez,  especialmente  en  su  oda-^l  la  Providencia  (2). 

En  los  asuntos  profanos,  que  requieren  vigor  y  entusiasmo,  la  musa  de  Lista  decae,  y  de 
donosa,  viva  y  elegante,  se  torna  ampulosa  y  violenta,  y  por  lo  tanto  afectada  y  poco  simpá- 
tica. Por  eso  su  oda  Á  la  victoria  de  Bailen  es  glacial  cuando  quiere  parecer  vehemente  y 
encendida.  Una  esfera  de  apacible  luz,  donde  el  poeta  puede  sentir  sin  arrebato  y  pintar  sin 
ostentación,  es  la  que  con\dene  á  Ljista.  En  ella  encuentra  acentos  llenos  de  gala  y  á  veces 
de  ternura,  en  que  la  expresión,  á  más  de  noble,  es  rica  y  espontánea.  ¿  Quién  no  olvida  los 
artificios  académicos  que  tanto  ataban  el  numen  de  Lista,  al  leer  versos  tan  elegantes  y 
sencillos  como  éstos  de  la  oda  Á  la  Benefcencia? 

Dulce  ilusión,  aunque  gozosa,  vana, 

Que  lo  mejor  robaste  de  mi  vida, 

« 

(1)  Monsietir  Antoine  de  Latour.  En  medio  de  sa  gloria  asi  dccia 

,,,         ,         ,      1     -.r   1       1  .    •,   «.  K)  pecador :  «Su  vano.. ..( 

(2^  Véase  la  oda  de  Meleudcz  (¿ue  empieza  5 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVHL  CXCVli 

Huye  veloz,  como  la  luna  herida 
Del  triunfante  esplendor  de  la  mañana. 

Una  de  las  composiciones  más  celebradas  y  con  más  lozanía  escritas  y  versificadas,  es  La 
Vida  humana.  Aunque  está  considerada  como  poesía  filosófica ,  es  obra  de  puro  ingenio ,  y 
más  de  poeta  que  de  filósofo.  La  filosofía  es  harto  superficial ,  y  se  reduce  á  una  simple  me- 
táfora, á  la  \nilgarizada  comparación  de  las  vicisitudes  comunes  del  hombre  con  las  trans- 
formaciones progresivas  de  una  fuente.  Hay  en  esta  composición  octavas  tan  bellas  como  la 
siguiente ,  en  que  pinta  al  arroyo  convertido  ya  en  rio  impetuoso  : 


Ingrato  al  bosque  amigo,  que  acopado 
Le  adornó  con  sus  sombras  placenteras ; 
Pérfido  al  muro ,  que  besó  humillado 
Cuando  apenas  llenaba  sus  riberas. 


Bate,  si  crece,  el  torreón  alzado ; 

Los  troncos  vuelca,  inunda  las  praderas : 

No  hay  ley,  no  hay  freno  que  su  furia  atajen, 

Y  es,  mortal,  de  tus  vicios  triste  imagen. 


Aquí  el  tono  poético ,  la  frase  despejada,  propia  y  cadenciosa  son  prendas  de  valor  muy 
subido;  pero  al  cabo  es  poesía  alegórica,  y  las  alegorías  y  los  emblemas,  adorno  y  lustre  del 
estilo  si  están  oportuna  y  sobriamente  empleadas,  no  constituyen  por  sí  mismas  toda  la  poe- 
sía ,  que,  cuando  es  en  alto  grado  espontánea  é  inspirada,  sale  directa,  sencilla  y  desemba- 
razadamente del  alma.  Esto  acontece  á  la  musa  de  Lisia  en  la  oda  al  sueño ,  titulada  El 
himno  del  desgraciado.  Tuvimos  el  gusto  de  oir  la  historia  de  esta  preciosa  composición  de  los 
labios  mismos  del  ilustre  anciano.  Vuelto  Lista  de  la  emitrracion  en  1817,  vivió  alofun  tiem- 
po  en  Pamplona,  en  casa  de  los  marqueses  de  Besolla ,  sus  amigos  y  protectores.  Atribulado 
su  espíritu  con  la  situación  falsa  y  desvalida  en  que  se  encontraba,  á  consecuencia  de  las  vi- 
cisitudes á  que  le  hablan  arrastrado  tristes  é  imperiosas  circunstancias ,  se  hallaba  en  uno 
de  esos  momentos  en  que  devoran  la  vida  el  ^desaliento ,  la  incertidumbre  y  la  angustia  del 
corazón.  Melancólicas  cavilaciones  le  robaban  el  sueño.  No  lograba  dormirse  hasta  después 
de  rayar  el  alba,  y  por  consiguiente  no  era  madrugador.  No  asistía  con  puntualidad  á  la  hora 
del  almuerzo,  y  la  Marquesa  solia  interpelarle  por  ello,  acusándole  de  dormilón  en  tono  cari- 
ñoso y  festivo.  Lista  le  contestaba  que  el  sueño  es  el  único  alivio  de  los  desdichados  que  ven 
nebuloso  y  cerrado  el  horizonte  de  su  porvenir,  y  una  mañana,  después  del  almuerzo ,  escri- 
bió rápidamente  El  himno  del  desgraciado.  Esta  poesía  es  iina  joya  literaria.  En  balde  em- 
pieza invocando  á  Morfeo  y  recordando  el  estilo  poético  de  la  escuela  sevillana.  Era  un 
momento  de  verdadera  inspiración,  y  Lista  continúa  escribiendo,  sin  saberlo,  con  el  estilo  poé- 
tico de  la  naturaleza.  Las  palabras  y  las  frases  no  pueden  ser  más  naturales  ni  más  llanas; 
la  poesía  del  estilo  está  en  el  sentimiento  sincero,  en  el  misterioso  impulso  del  alma,  que 
mueve  al  poeta.  Hé  aquí  una  muestra  de  aquellas  bellas  y  concisas  estrofas  : 


¿De  qué  me  sirve  el  súbito  alborozo 
Que  á  la  aurora  resuena, 
Si  al  despertar  el  mundo  pai'a  el  gozo , 
Sólo  despierto  yo  para  la  pena? 

El  ámbar  de  la  vega,  el  blando  ruido 
Con  que  el  raudal  se  lanza , 
¿Qué  son  ¡ay  I  para  el  triste,  que  ha  perdido. 
Ultimo  bien  del  hombre,  la  esperanza? 

Corta  el  hilo  á  mi  acerba  desventura, 
Oh  tú,  sueño  piadoso  ; 


Que  aquellas  horas  que  tu  imperio  dura, 
Se  iguala  el  infeliz  con  el  dichoso. 

Ignorada  de  sí  yazga  mi  mente, 
Y  muerto  mi  sentido. 
Empapa  el  ramo  para  herir  mi  frente 
En  las  tranquilas  aguas  del  olvido... 

Vén,  termina  la  mísera  querella 
De  un  pecho  acongojado  ; 
¡  Imagen  de  la  muerte !  después  de  ella 
Eres  el  bien  mayor  del  desgraciado. 


Bel  carácter  de  Lista  diremos  solamente ,  por  la  relación  que  la  índole  del  hombre  tiene 
siempre  con  las  cualidades  del  escritor,  que  carecía  de  enérgico  temple,  y  que,  defendiendo 
causas  políticas  opuestas,  dio  motivo  á  que  se  le  tachas©  en  épocas  distintas  de  inconsistente 

J,  PSrXYIU,  VI 


cxcvín  r.oRQüEJO  niSTórvico  crvíncó 

é  inseo^uro  en  sus  principios  (1).  Sólo  podemos  decir  en  favor  de  Lista  qne  esto  no  era  en  él, 
ni  la  infidelidad  del  apóstata,  ni  la  indiferencia  del  cínico;  era  meramente  la  debilidad  del 
menesteroso.  Lista,  con  índole  más  entera  y  con  más  ardoroso  espíritu,  habría  sido  un  crítico 
menos  ape^^ado  á  las  doctrinas  rutinarias,  y  un  poeta  más  arrojado  y  vigoroso.  Sea  como 
quiera,  su  bondad  inalteraljle,  su  asidua  y  cariñosa  volimtad  para  la  enseñanza,  y  otras  ex- 
celentes prendas  privadas,  hicieron  olvidar  sus  yerros  políticos,  y  su  nombre  ha  quedado  ro- 
deado de  una  aureola  luminosa  de  afecto  y  de  gloria. 

Al  lado  de  la  pléyade  giraban,  en  órbita  más  estrecha,  poetas  de  inferior  talento  y  res- 
plandor (2).  Sólo  mencionaremos  dos  de  ellos ,  Matute  y  Mármol.  Ambos  tienen  títulos  es- 
peciídes,  que  los  hacen  merecedores  de  un  recuerdo,  por  la  fe  y  la  constancia  con  que  ayuda- 
ron á  la  prosperidad  y  al  buen  nombre  de  la  escuela  sevillana. 

L)o7i  Justino  Matute  y  Gavidia,  sevillano  insigne ,  se  distinguió  por  su  fervorosa  afición  á 
las  letras,  por  su  erudición  y  por  el  vivo  amor  que  profesaba  á  su  ciudad  natal.  No  sólo  se 
consagraba  animoso  al  estudio  de  las  letras  amenas,  sino  que  se  afanaba  por  infundir  su  en- 
tusiasmo en  el  ánimo  de  los  domas.  Con  la  publicación  del  Correo  literaiño  de  Sevilla  logTÓ, 
para  gloria  suya,  tan  noble  propósito.  Allí  escribieron  los  principales  restauradores  del  gusto 
literario  en  Andalucía,  Castro,  Roldan,  Bíanco,  Nuñez ,  Reinóse  y  otros  varones  de  saber  y 
fama.  Su  Bosquejo  de  Itálica,  su  Historia  de  Triana,  sus  estudios  sobre  los  Anales  de  Sevilla, 
como  continuador  de  Ortiz  de  Zúñiga,  y  sus  Hijos  de  Sevilla  señalados  en  santidad,  armas  y 
letras,  son  honrosos  testimonios  de  su  laboriosidad,  de  su  buen  gusto  y  de  su  patriotismo  (3). 
Prosador  claro  y  castizo,  es  digno  de  no  poco  aprecio  do7i  Justino  Matute.  Como  poeta  no 
merece  más  alabanza  que  aquella,  de  suyo  limitada ,  que  no  debe  negacse  á  quien  abriga  en 
sus  versos  sana  y  elevada  intención  moral.  Pero  esta  intención  no  basta  para  merecer. la  in- 
marcesible corona  del  poeta.  Matute  carecía  de  inspiración,  de  naturalidad,  de  vigor  poético 
de  gracia ,  de  soltura ,  y  muy  especialmente  ée  cadencia  y  de  encanto  rítmico.  Por  ningún 
lado  era  poeta. 

El  doctor  don  Manuel  María  del  Mármol,  con  quien  nos  unieron  amistosas  conexiones  en 
nuestra  primera  juventud ,  para  la  poesía  lírica  elevada  no  tenía  estro  alguno.  En  el  romance 
nan-ativo  no  le  faltan  ni  gala  ni  desembarazo.  Su  principal  título  al  aprecio  de  sus  contem- 
poráneos y  al  respeto  de  la  posteridad  es  la  perseverante  ternura  con  que  consagró  todas  las 
facultades  de  su  alma  á  la  enseñanza  de  sus  discípulos.  Dui'ante  medio  siglo  se  le  vio  afa- 
narse por  ellos  sin  tregua  ni  descanso,  no  como  un  maestro  solícito,  sino  como  un  padre  ca- 
riñoso. 

Con  menos  trascendencia  y  fama  que  en  Salamanca  y  en  Sevilla ,  habíanse  formado  en 
Granada  y  en  Valencia  centros  literarios ,  compuestos  de  hombres  de  instrucción  y  de  inge- 
nio. La  poesía  era  grandemente  cultivada;  y  si  no  produjo  obras  inmortales,  privilegio  di- 
vino de  raros  tiempos  y  de  muy  pocos  hombres ,  contribuyó  á  dar  vida  y  fomento  á  la  acción 
civilizadora  que  ejercen  las  letras  en  la  sociedad  humana. 

Granada  daba  por  aquel  tiempo  plaiisibles  señales  de  movimiento  literario.  El  canónigo 
don  José  Antera  Nuñez,  que  se  ocultaba  con  el  seudónimo  de  Amato  Benedicto;  don  José 


(1)  uiisírt,  después  de  haber  celebrado  la  victoria  escritor  político,  poniéndose  al  servicio  do  gobier- 

de  Bailen,  de  haber  escrito  la  bella  proclama,  más  nos  de  varias  y  encontradas  opiniones ;  sustentando 

poética  que  la  oda  al  mismo  suceso,  con  que  anun-  im  dia  lo  que  el  anterior  liabia  impugnado.»  (ytwto- 

ció  el  triunfo  á  España  y  al  mundo  la  Junta  de  Se-  nio  Alcalá  Galiano.) 

villa,  y  de  haber  cooperado  á  El  Semanario  patrió-  (2)  Minora  sidera,  los  llamaba  Galiano. 

tico  y  A  El  Espectador  sevillano,  pas(3  á  ser  gace-  (3)  hos  Hijos  rfe  >S(;rí7/a,  cinco  volúmenes  en  4." 

tero  del  gobierno  intruso,  y  á  vilipendiar  la  causa  Esta  y  otras  obras  ác  Matute  están  todavía  inéditas 

que  habia  antes  abrazado  y  defendido ;  de  lo  cual  Mengua  es  de  nuestro  tiempo  tal  indiferencia  para 


¡e  vino  estar  desterrado  algunos  años,  hasta  que,       con  las  glorias 
vuelto  a  España,  trabajó,  más  que  como  poeta,  como 


DE  LA  rOESÍA  CASTELLi\JsA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  cxcix 

Vicente  Alonso,  don  Mariano  Pérez  Bueno,  el  padre  Domingo  Quirós,  trinitario  descalzo ;  don 
Pedro  Juez  Sarmiento,  y  otros  ingenios ,  por  la  mayor  parte  festivos  y  de  no  muy  acendrado 
gusto,  fomentaron  con  sus  poesías  el  amor  á  las  letras  amenas,  y  contribuyeron  de  este  modo 
á  la  cultura  general  del  país ,  formando  una  especie  de  escuela ,  según  llamaban  entonces  á 
estos  centros  de  actividad  literaria,  do  la  cual  salieron  más  adelante  Martínez  de  la  Rosa, 
don  José  Fernandez  Guerra,  don  Mariano  José  Sicilia,  don  Nicolás  Peüalver  López,  don 
Juan  Bautista  Salazar,  y  otros ,  que  se  distinguieron  notablemente,  ya  por  su  erudición ,  ya 
por  su  buen  gusto,  ya  por  la  viveza  de  su  ingenio. 

Alonso,  autor  del  famoso  saínete  Pancho  y  Mendrugo,  fué  uno  de  los  poetas  granadinos,  for- 
mados á  fines  del  último  siglo,  que  se  granjearon  mayor  nombre  y  popularidad.  Su  poesía, 
pastoril,  amorosa  ó  sentimental,  es  por  lo  común  verbosa  y  desaliñada.  No  faltan  en  ella,  sin 
embargo,  versos  felices  y  algunos  movimientos  de  sincera  sensibilidad.  Pero  se  trasluce 
que  el  poeta  no  está  en  el  campo  natural  de  su  inspiración.  Donde  resplandece  su  ingenio  es 
en  la  poesía  festiva.  Su  desentado  es  tal,  en  pensamiento  y  frase,  que  varias  de  sus  obras, 
escritas  sin  duda  para  íntimo  solaz  y  pasatiempo,  no  pueden  ser  dadas  á  la  estampa.  Una  de 
estas  composiciones  es  La  horrible  Venganza.  El  asunto  es  una  mutilación  sangrienta,  eje- 
cutada por  una  mujer  celosa ,  que  causa  la  muerte  de  su  amante ;  acto  horrible,  que  algunos 
creen  histórico.  Hay  en  este  poema  rasgos  notables  de  verdad  descriptiva ,  viveza  en  la  ex- 
presión, entre  desalmada  y  picaresca,  y  cierto  calor  de  afectos.  Hé  aquí  algunas  octavas,  co- 
mo muestra  de  facilidad  narrativa  : 


Hacia  el  confín  de  la  Sirgana  sierra, 
Entre  breñas  y  montes  escondido, 
De  veinte  casas  de  grosera  tierra, 
Hay  un  lugar  de  pocos  conocido. 
Del  alma  á  las  pasiones  hace  guerra, 
De  su  misma  pobreza  defendido; 
Pues  no  hay  en  Lúcar  donde  el  diente  encarne 
Ni  el  mundo,  ni  el  demonio,  ni  la  carne. 


Pero  donde  el  demonio  no  se  atreve, 
Se  mete  astuto  el  hijo  de  Vulcano; 
El  corazón  de  la  ballena  mueve. 
Como  el  del  miserable  y  vil  gusano. 
Hace  que  el  sabio  su  influencia  pruebe, 
Y  sienta  el  necio  el  peso  de  su  mano. 
Vuela  en  fin,  por  decreto  de  Ericina  (1), 
Desde  el  augusto  trono  á  la  cocina. 


En  Valencia,  Colomés ,  Lasala,  Martinez-Colomer  y  otros  publicaron  apreciables  poesías. 
No  rebosa  en  ellas,  por  desgracia ,  el  estro  arrebatado  de  los  poetas  de  primer  orden;  pero 
reina  por  lo  común  en  las  obras  de  aquellos  escritores ,  alto  sentido  moral ,  adecuado  al  espí- 
ritu íntimo  y  tradicional  de  la  nación  española.  Martinez-  Colomer,  que  intentó  imitar  la  no- 
vela Persiles  y  Sigismxmda ,  de  Cervantes ,  en  la  suya  Trabajos  de  Narciso  y  Filomela ,  me- 
rece en  esta  parte  especial  mención.  En  sus  Novelas  ejemplares,  en  El  Impío  por  vanidad,  en 
el  Valdemaro,  y  en  otras  obras,  cifró  todo  su  afán  ,  como  el  jesuíta  Montengon  ,  en  robustecer 
y  propagar  sanos  principios,  dignos  de  la  civilización  y  del  pati'iotismo  bien  entendido. 
Apartado  del  mundo  por  sus  continuas  dolencias  y  por  su  carácter  retraído,  prevalecieron, 
como  era  natural ,  en  su  ánimo ,  sobre  todos  los  demás ,  los  sentimientos  de  la  religión  y 
de  la  patria.  Su  inspiración  es,  en  general ,  tibia  y  amanerada ;  pero  á  veces ,  en  su  sencillo 
estilo,  expresa  ideas  que  llevan  el  sello  de  un  alma  sincera  y  creyente;  por  ejemplo,  en  una 
composición.  La  España  vencedora,  escrita  contra  Napoleón  en  1809,  hay  estos  inspirados 
versos : 


¿  Dó  está  tu  fe  ?  me  dijo  en  voz  terrible  ; 
¿Has  olvidado  ya,  ó  acaso  ignoras 
Que  cuando  un  pueblo  fiel  en  Dios  espera, 
Y  en  fe  constante  su  piedad  implora. 
En  hondo  horror  temblando  el  enemigo, 
Su  audaz  y  altiva  frente  al  suelo  postra? 


Exceso  de  un  temor  que  á  Dios  ofende, 
Es  el  temor  impío  que  te  agobia. 
Do  falta  la  esperanza,  el  amor  falta, 

Y  falta  así  la  fe ;  son  tres  antorchas, 
Que  sus  luces  se  prestan  mutuamente, 

Y  no  puede  brillar  ninguna  á  solas. 


(1)  Venus. 


00  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 


CAPITULO  XVII. 

último  periodo  del  siglo  XVIII. — Efectos  de  la  transformación  política  y  moral  en  la  literatnra.  —  El  padre  Fer- 
nandez.—  La  política  absorbe  la  atención  publica,  y  daña  á  la  cultura  literaria.  —  Arroyal.—  Extravíos  de  la 
pasión  política  en  algunos  poetas.  —  Marcbena.  —  Blanco.  —  Otros,  aunque  arrastrados  por  el  impulso  de  las 
ideas  de  la  revolución  francesa,  conservan  intacto  el  amor  de  la  patria.  —  Villanueva.  — Vai-gas  Ponce.  —  Jé- 
rica.  —  Beña.  —  Mor  de  Fuentes. 

«  Desde  los  últimos  años  de  Ccárlos  III,  la  actividad  literaria  se  ha  ido  amortiguando  cada 
vez  más ,  y  en  el  caso  de  explicar  las  causas,  tendríamos  que  buscar  una  buena  parte  de  ellas 
en  casa  de  nuestros  vecinos  (los  franceses).  »  Esto  escribía  Quintana  en  1804  (1).  Su  gran 
instinto  le  decia  que  las  nuevas  doctrinas  propaladas  por  la  revolución  francesa  hablan  em- 
pezado á  quebrantar  las  ideas  y  los  sentimientos  tradicionales  del  pueblo  español ,  y  que  esta 
turbación  moral  habia  influido  gravemente  en  la  literatura  nacional.  El  mismo  Quintana  con- 
fiesa, en  otra  parte,  que  el  fondo  de  los  impulsos  exaltados  de  Cienfuegos  «está  tomado  de 
la  filosofía  francesa. »  Forzoso  era  que  esta  influencia  exótica  de  ideas  de  renovación  y  do 
libertad ,  inciertas  y  confusas,  pero  activas  y  agitadoras,  produjera  en  el  ánimo  de  algunos , 
tales  como  Cienfuegos,  pensamientos  generosos,  mezclados  con  errores  é  ilusiones ;  en  el  ánimo 
de  otros,  tendencias  de  indisciplina,  que  amenguaban  la  fe  y  el  patriotismo.  Ya,  en  la  era  de 
Carlos  III,  cuando  empezaban  á  sentirse  los  primeros  efectos  de  la  transformación  política,  las 
almas  timoratas  se  alarmaban  al  ver  desvanecerse  sucesivamente  el  espíritu  antiguo,  y  llama- 
ban impíos  á  aquellos  que ,  ya  por  el  estudio  de  libros  extranjeros,  ya  por  genial  desenfado, 
se  iban  empapando  en  el  espíritu  desmandado  que  cundía  por  la  Europa  entera.  Caseda,  por 
ejemplo,  de  quien  ya  hemos  hablado,  hombre  de  sano  espíritu,  pero  un  tanto  maldiciente,  y 
del  todo  intolerante  con  las  flaquezas,  como  con  las  innovaciones  humanas,  escribe  de  esto 
modo  á  Forner,  dándole  cuenta,  cual  solia  hacerlo,  del  estado  de  las  letras  en  Salamanca  : 

Quiero  dar  razón  á  Vmd.  del  estado  en  que  hoy  se  baila  la  academia  Cadálsica.  Ya  dije  á  Vmd.  el  rom- 
pimiento de  Batilo  (Melendez),  de  quien  nada  puedo  decir  con  seguridad  ;  sólo  que,  6Í  no  ha  mudado  do 
conducta,  hará  infelices  á  cuantos  trate. 

Arcadio  (Iglesias)  está  muy  bien  hallado  con  su  alma  corva.  Dice  que  á  nadie  ha  de  dar  cuartel  mien- 
tras no  mude  de  naturaleza. 

Arroyal  es  digno  de  compasión;  pero  no  lo  son  sus  asociados,  pues  en  él  no  caben  las  máximas  da 
impiedad  que  en  los  dos  primeros. 

Este  mismo  tono  acerbo  y  apasionado,  que  se  empleaba  para  caracterizar  á  los  que  daban 
el  más  leve  indicio  de  apartarse  del  rancio  espíritu  castellano,  contribuye  á  hacer  comprender 
la  profunda  conmoción  intelectual  que  hubo  de  producir  en  España  la  invasión  casi  repenti- 
na de  los  principios  de  la  filosofía  escéptica  francesa.  Era  acaso  imprescindible  ley  histórica 
que  entonces  penetrase  entre  nosotros  aquel  espíritu  de  duda  y  de  indisciplina,  que  desnatu- 
ralizaba el  castizo  ser  moral  de  los  españoles ,  no  incompatible  con  la  parte  sana  que  podia 
haber  en  el  fondo  de  aquellas  doctrinas  innovadoras,  que  el  tiempo  habría  introducido  sin  vio- 
lencia y  con  mayor  eficacia  y  verdad  en  nuestras  ideas  y  en  nuestras  costumbres.  Pero  cupo 
á  la  escuela  salmantina  el  triste  honor  de  ser  la  primera  que  introdiTJese  aquel  alterador  espí- 
ritu de  extranjera  ralea.  Ella  inoculó  en  nuestro  idioma  el  tinte  afrancesado  que  todavía  con- 
Bei'va,  y  conservará  hasta  que  vuelva  para  España  uno  de  aquelloa  gloriosos  periodos  en  que 
las  naciones  viven,  piensan  y  hablan  con  costumbres  genuinas,  con  propias  ideas,  con  nacio- 
nal idioma;  de  ella  salieron  los  hombres  que  más  so  señalaron  entre  nosotros  como  sectarios 
de  los  enciclopedistas  y  de  los  jansenistas. 

Fray  Diego  Goiizalez  fué  el  último  de  los  escritores  salmantinos  que  conservaron  acendra- 

(1)  Vañedades  d«  ciencias,  literatura  y  artes,  tomo  lili 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIII.  CCI 

da  é  incólume,  así  en  el  pensar  como  en  el  decir,  la  savia  que  habia  dado  tan  gloriosa  vita- 
lidad intelectual  y  guerrera  á  los  españoles  de  otros  tiempos.  Cualquier  desvío  de  la  castiza 
senda  repugnaba  á  su  noble  naturaleza  (1).  Del  pro¡)io  modo  le  disgustaba  cualquiera  injus- 
ticia cometida  con  hombres  de  perniciosas  doctrinas,  aunque  ellos  fuesen  tan  señalados  como 
el  mismo  Voltaire  (2).  La  generación  que  le  siguió,  se  presentó  ya  en  la  palestra  literaria 
contagiada  del  nuevo  espíritu  que  habían  traido  á  España  los  libros  de  los  filósofos  franceses. 
Al  lado  mismo  de  f raí/  Diego,  y  en  su  propio  convento,  germinaba  el  impulso  escéptico.  Tes- 
timonio de  ello  es  fi'cii/  Juan  Fernandez.  A  pesar  de  la  diferencia  de  edad  que  entre  ellos  me- 
diaba, unió  á  fray  Diego  una  amistad  verdaderamente  fraternal  con  el  padre  Fernandez,  en 
cuyos  brazos  espiró.  De  los  muchos  versos  que  compuso,  se  ha  perdido  la  mayor  parte.  Suya 
es  la  é^lofTa  á  la  muerte  del  maestro  González,  publicada  al  fin  de  las  poesías  de  éste.  Adop- 
tó el  nombre  poético  de  Liseno.  Jovellanos  le  demostró  siempre  afecto  y  aprecio.  Fray  Diego, 
que  le  amaba  de  veras,  compuso  una  oda  en  honor  suyo.  Fué  profesor  de  filosofía  en  Toledo. 
Escribió  el  célebre  libro  satírico  titulado  La  Crotalogia,  ó  ciencia  de  las  castañuelas  contra  la 
moderna  pedantería  científica.  Se  conservan  varias  poesías  manuscritas  del  padre  Fernan- 
dez (3).  Todas  ellas  son  frias  é  infelices.  Sólo  merece  conservarse,  á  pesar  de  su  escasísimo 
valor  literario,  el  siguiente  epigrama.  Por  mucha  amplitud  que  quiera  atribuirse  á  los  fuero* 
de  la  poesía  satírica  y  festiva,  no  deja  de  ser  un  indicio  de  la  audacia  moral  que  habia  pe- 
netrado en  la  España  de  Carlos  III,  el  desenfado  con  que  el  respetable poárg  Fernandez  habla 
de  cosas  que  debían  inspirarle  veneración  profunda : 


Trabajos  tiene  el  mundo 
Muy  extraños  y  atroces  : 
El  rey  desasosiegos, 
El  príncipe  embaidores, 
El  privado  lisonjas, 
El  ministro  traiciones, 
El  papa  su  conciencia, 
El  cardenal  amores. 
El  obispo  BUS  pajes , 
El  cura  sus  pasiones , 


El  mercader  naufragios, 
El  soldado  los  choques. 
El  labrador  mal  tiempo, 
El  ciudadano  el  porte. 
El  pobre  su  pobreza. 
El  rico  sus  doblones; 
Y  aun  tengo  yo  más  penas 

Que  todos  estos  hombres 

¿Me  preguntas  qué  tengo? 
Soy  cuerdo,  fraile  y  joven. 


Desde  que  El  Censor  (1785),  primer  periódico  verdaderamente  político  del  reinado  de 
Carlos  III,  manifestó,  según  el  lenguaje  de  Sempere,  «miras  arduas  y  arriesgadas»,  hablan- 
do de  los  vicios  de  la  legislación  española,  de  los  abusos  introducidos  con  pretexto  de  la  reli- 
gión, y  de  los  errores  políticos  (4),  no  fué  ya  fácil  poner  coto  al  arrojo  en  el  pensar;  cosa  de 
que  hacían  gala  algimos  escritores  de  la  falange  innovadora.  La  crítica  se  empleaba  apasiona- 
damente contra  libros  autorizados.  Un  fraile  extremeño,  fray  Pedro  Centeno,  autor  de  la  re- 


(1)  Todo  escrito  de  gusto  depravado  y  de  doc- 
trina heterodoxa  causaba  amarga  impresión  en  el 
ánimo  do  fray  Diego.  Hé  aquí,  por  ejemplo,  lo  que 
escribía  al  padre  Miras  en  Al)ril  de  1777  : 

«Incluyo  un  ejemplar  de  la  Pensatriz  salmantina 
para  que  veáis  cómo  piensan  aquí  los  tontos  que 
afrentan  este  suelo  de  ^Minerva.  Lo  más  gracioso  es 
que  hay  certeza,  según  los  más,  de  que  La  Pensa- 


cionario  de  los  tres  siglos,  cuyo  autor,  con  mucha 
pena  suya,  reconoce  un  cortísimo  mérito  en  aquel 
gran  genio,  y  destroza  lastimosamente  su  Henriada; 
lo  que  no  pudo,  en  mi  juicio,  hacerse  sin  grandísi- 
ma injuBtieia.  Es  propio  carácter  de  los  hijos  de  la 
luz  el  hacer  siempre  honor  á  la  verdad,  aplaudir  el 
mérito  donde  quiera  que  se  halle,  y  venerar  los  do- 
nes de  Dios,  aun  cuando  los  divisen  en  los  hijos  de 


triz  es  producción  del  mismo  aprobante  censor las  tinieblas.  Salamanca,  7  de  Abril  de  1778. «  (Car- 


Es  predicador  de  su  colegio,  y  muy  místico.  ¡Quién 
lo  creyera !  n 

(2)  Así  escribía /ra?/  Diego  á  Jovellanos  : 
«Hé  leído  con  sumo  gusto  el  juicio  de  Vmd.  so- 
bre las  luces  y  las  tinieblas  del  autor  de  la  Henria- 
4aj  harto  más  justo  que  el  que  he  leído  eu  el  Dic- 


tas autógrafas  de  fray  Diego  á  Jovellanos.  Colec- 
ción del  Marqués  de  Pídal.) 

(3)  Papeles  de  Jovellanos.  Colección  del  Marqués 
de  Pidal. 

(4)  El  discurso  79  dio  motivo  á  la  suspensión  de 
esta  obra  periódica. 


Ccii  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

vista  crítica  El  Apologista  universal,  sostiene  con  vehemencia,  en  una  carta  dirigida  al  regento 
de  una  escuela  de  niñas  (7  de  Agosto  de  1789),  que  los  catecismos  de  Ripalda  j  Astete  es- 
tán llenos  de  patrañas  y  herejías  (1). 

Por  los  años  de  1795  y  1796,  el  sacudimiento  moral  de  la  revolución  francesa  tenía  con- 
movida á  España  de  tal  suerte,  que,  contra  la  costumbre  de  apocas  anteriores,  todas  las  cla- 
ses del  pueblo  español  vivian  con  cierta  curiosa  ansiedad,  que  paralizaba,  cual  suele  aconte- 
cer en  épocas  semejantes,  el  natural  movimiento  de  la  vida  industrial  é  intelectual.  En  las 
cartas  del  padre  Estala  á  Fo7mer  hallamos  de  ello  un  testimonio  tanto  más  claro  y  expresivo, 
cuanto  más  íntimo  es  el  lenguaje  que  emplea  el  ilustrado  sacerdote.  Copiamos  aquí  el  si- 
guiente párrafo,  por  el  interés  histórico  que  encierra  : 

Cuando  vengas  (Foimer  so  hallaba  en  Sevilla),  no  conocerás  esto  mundillo.  Pasó  el  siglo  do  la  litera- 
tura. Yo  he  hecho  un  ensayo  de  esta  verdad  en  el  Diario,  poniendo  una  carta  á  favor  del  teatro,  y  des- 
pués impugnándome  á  mi  mismo.  La  misma  sensación  ha  hecho  el  pro  que  el  contra.  Todos  se  han  me- 
tido de  hoz  y  de  coz  á  políticos.  Todo  es  liablar  de  noticias,  do  reformas,  de  arbitrios,  etc.  Vento,  pues, 
con  literaturas  á  esa  gentecilla,  y  ya  no  entenderán  tu  lenguaje.  Hasta  los  mozos  de  esquina  compran  la 
Gaceta.  En  las  tabernas  y  en  los  altos  estrados,  junto  á  Marihlanca  (2)  y  en  el  café,  no  se  oye  más  que 
batallas,  revolución,  convención,  representación  nacional,  libertad,  igualdad.  Hasta  las (mujeres  per- 
didas) te  preguntan  por  Robespierre  y  Barreré,  y  es  preciso  llevar  una  buena  dosis  de  patrañas  gacetalcs 
para  complacer  á  la  moza  que  se  corteja.  ¿Crees  recargado  este  retrato?  Pues  vén  acá,  y  verás  lo  qué  es 
bueno  (3). 

Esta  imagen  de  una  sociedad  inquieta  y  afanosa  por  las  novedades  políticas,  que  parece 
como  un  reflejo  anticipado  de  la  sociedad  española  del  tiempo  presente ;  hasta  el  desenfado 
con  que  se  explica  el  respetable  paíZre  Estala,  de  las  Escuelas  Pías,  escribiendo  al  no  nifínos 
austero  fiscal  do  la  audiencia  de  Sevilla,  son  las  demostraciones  más  patentes  del  profundo 
cambio  que  habían  experimentado  en  pocos  años  las  ideas  y  las  costumbres  de  la  nación,  poco 
há  tan  circunspecta  y  sosegada.  El  afán  político  llegó  á  dominar  la  sociedad  entera,  y  cuan- 
do esto  sucede,  |  adiós  el  entusiasmo  de  las  artes,  adiós  los  puros  y  nobles  deleites  de  las  letras! 

Consagramos  ahora  un  somero  examen  al  mérito  de  algunos  poetas,  en  cuyas  obras  ejerció 
más  ó  menos  directo  y  eficaz  influjo  el  desmedido  y  no  bien  encaminado  espíritu  poKtico  de 
aquel  período  de  violenta  transición. 

Al  grupo  de  literatos  de  que  formaban  parte  principal  los  dos  escolapios  el  padre  Estala 
y  el  padre  Navarrete,  don  Leandro  de  Moratin,  don  Juan  Antonio  Melón,  y  otros  jóvenes 
estudiosos,  pertenecía  igualmente  el  poeta  don  León  de  Arroi/al,  imitador  de  Cadalso,  Ville- 
gas y  otros.  Era  uno  de  aquellos  mozos  aventajados  al  acabar  sus  estudios  de  escuela,  que, 
sin  vocación  intensa  y  verdadera ,  y  sólo  por  casualidad,  por  engreimiento  ó  por  moda,  en- 
tran desatentadamente  en  la  carrera  de  las  letras.  Como  carecía  de  alma  poética,  y  ésta  no 
podía  señalarle  con  íntimo  y  poderoso  impulso  la  senda  de  la  inspiración ,  Arroyal  cultivaba 
á  un  tiempo  géneros  de  contraria  índole,  la  oda  y  el  epigrama,  que  requieren  facultades  ge- 
niales privativas,  casi  nunca  hermanadas  en  el  entendimiento  de  aquellos  que  nacen  poetas. 

El  gusto  y  el  estilo  de  Arroyal  son  pobres  y  vulgares,  y  mal  definidas  en  todo  sus  ten- 
dencias y  doctrinas.  Comprende  tan  mal  el  espíritu  de  los  géneros  literarios ,  cuya  clasifica- 
ción respeta  y  sigue,  que  da  algunas  veces  á  la  poesía  anacreóntica,  juguetona  y  risueña  en- 
tre todas,  cierto  color  histórico  ó  filosófico.  Lo  mismo  escribe  odas  anacreónticas  A  Carlos  V 
6  Ala  Muerte,  que  A  la  Noche-lmena  ó  A  las  bodas  de  Lísida.  Aunque  laborioso  é  instruido, 
es  tal  la  inseguridad  de  su  gusto  literario,/  que  no  repara  en  la  impropiedad  que  comete  mez- 
clando, en  sus  odas,  costumbres  y  nombres  del  paganismo  griego  y  del  cristianismo  contem- 
poráneo. Así,  por  ejemplo,  no  teme  decir ; 

(1)  So  conserva  autógrafa  entre  los  papeles  de  (3)  Carta  autógrafa  de  Estala  (1795).  Papeles 
Forner.                                                                             de  Fomer, 

(2)  La  antigua  f  uento  de  la  Puerta  del  Sol. 


DE  LA  poesía  castellana  EN  EL  SIGLO  XVIII.  CCUI 

Arístómenes  (1)  baile 
Con  la  muchacha  Petra, 
Y  cómanse  castañas 
y  apúrense  botellas. 

Unas  veces  austero  en  las  ideas  morales ,  otras  laxo  y  despreocupado,  demuestra  que  so 
halla  en  uno  de  esos  períodos  de  inquietud  y  do  renovación,  en  que  se  quebrantan  los  princi- 
pios antiguos,  lejos  todavía  del  triunfo  y  afianzamiento  de  las  doctrinas  invasoras.  El  tra- 
ductor fervoroso  del  Oficio  parvo  y  del  Oficio  de  los  dif unios  moteja  continuamente  al  clero, 
se  burla  del  matrimonio,  y  se  ensaña  con  los  nobles,  que  era  moda  atacar  por  aquellos  dias. 
La  amortización  eclesiástica,  los  mayorazgos,  el  gran  número  de  iglesias,  basta  las  acade- 
mias le  enfadan.  En  la  severidad  del  censor  asoma  algo  del  escéptico  volteriano,  y  como  el 
estro  epigramático  de  Arroyal  es  escaso ,  no  sabe  disimular  con  el  donaire  la  amargura  de 
la  lección,  y  cae  en  los  errores  vulgares  ó  en  las  declamaciones  insensatas  de  los  tribunos  de 
café.  Así  dice,  por  ejemplo,  en  un  epigrama  contra  el  lujo : 

Cuando  miro  tus  galas  ostentosas, 
Juan  ;  cuando  \<ío  tus  soberbios  coches , 
Con  razón  me  horrorizo ,  pues  conozco 
Que  todo  ello  es  sangre  de  los  pobres. 

La  idea  de  la  corrupción  de  la  nobleza  babia  tomado  en  el  ánimo  de  Arroyal  el  carácter 
de  una  ridicula  manía.  No  se  contenta  con  tildar  á  los  nobles  do  ignorantes ;  los  llama  per- 
vei'sos  y  malvados;  y  sin  embargo,  tiene  que  confesar  la  gloriosa  parte  que  toman  en  la  defen- 
sa de  la  patria,  y  cuando  la  ocasión  le  parece  buena,  no  se  descuida  en  blasonar  de  hidalgo 
origen. 

La  mayor  parte  de  sus  epigramas  están  escritos  en  chocarrero  y  descarado  lenguaje ,  y 
cuando  se  refieren  á  instituciones  ó  costumbres  que  no  aprueba ,  ó  que  no  cuadran  con  las 
flamantes  preocupaciones  liberales ,  con  cínica  y  brutal  dureza,  bien  distante  por  cierto  de 
la  delicada  ironía,  que  es  el  arma  lícita  y  poderosa  de  los  verdaderos  epigramatistas  (2).  De- 
bió, no  obstante,  á  sus  epigramas  la  limitada  y  pasajera  gloria  que  alcanzó  durante  su  vida. 
Wolf  elogia  la  sencillez  de  Arroyal.  Nosotros  no  podemos  hacer  otro  tanto.  La  sencillez  do 
Arroyal  no  es  la  naturalidad  noble ,  embelesadora  é  inefable  de  almas  poéticas  como  la  de 
Garcilaso  y  fray  Luis  de  León.  Es  la  llaneza  trivial  y  prosaica  de  los  que  carecen  de  estro 
y  de  entonación. 

Hay  dos  homltrcs  que  llevaron  basta  el  frenesí,  basta  la  apostasía,  hasta  el  olvido  de  los 
sentimientos  de  la  patria,  el  trastorno  que  produjo  en  su  alma  la  seducción  de  las  doctrinas 
revolucionarias  francesas  :  Marcliena  y  Blanco.  Ambos,  si  bien  caminando  por  distinta  senda, 
dan  completa  idea  de  la  violencia  de  aquel  sacudimiento  moral,  y  del  terrible  estrago  que 
produjo  en  ánimos  impetuosos. 

Marchena,  nacido  y  criado  en  una  modesta  ciudad  de  labradores  (3),  hijo  de  padres  piado- 
sos, que  lo  destinaban  á  la  carrera  del  sacerdocio,  y  educado  con  los  más  sanos  dogmas  de  la 
moral  y  de  la  religión,  en  vez  de  sentir  aversión  á  las  osadas  máximas  de  la  revolución  fran- 
cesa, tan  opuestas  al  espíritu  que  reinaba  en  torno  suyo,  las  acoge  entusiasmado,  llama,  á  los 
veintiún  años,  la  atención  de  las  gentes  con  el  arrebato  de  sus  ideas  impías,  y  se  expatria 


(1)  Llevó  este  nombre  el  famoso  general  griego  contra  la  nobleza. 
que  suscitó  la  segunda  guerra  de  Mésenla. 

(2)  Ejemplos  : 


A  un  marqués. 


Si  es  la  gran  semejanza  de  costumbres 
COXTRA  EL  MATRIMONIO.  La  qne  forma  y  estrecha  los  amigos, 

De  comer  setas  han  mnerto  ¿Qué  me  admira,  Marqués,  que  los  malvados 

En  una  casa  hasta  el  gato ;  Tan  bien  se  encuentren  y  se  estén  contigo  ? 

¿Dijnde  las  venden,  Jnanito  ? 

Haré  á  mi  esposa  an  regalO:  (3^  Utrera. 


CCTv  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

o-ozoso  á  Francia  en  lusca  de  la  libertad.  Allí  le  reservaba  la  Providencia  los  amargos  des- 
eno-años y  las  duras  lecciones  de  que  le  habian  hecho  merecedor  su  imprudencia  y  su  des- 
varío. Fenómeno  parece  que  en  un  rincón  de  la  España  creyente  y  morigerada  pudiera  des- 
encadenarse repentinamente  ese  espíritu  desmandado,  esa  pasión  frenética  de  impiedad  y 
de  temerarias  innovaciones.  El  ardor  idiosincrático  de  Marchena  no  basta  á  explicar  este 
fenómeno  aparente.  Causas  generales,  y  no  individuales,  son  las  que  producen  estas  miste- 
riosas influencias  históricas,  que,  cuando  llega  el  dia  de  la  explosión,  aterran  y  sorprenden. 

El  espíritu  de  renovación  y  de  protesta  política  y  social,  cuya  primera  manifestación,  im- 
ponente y  clara,  si  bien  todavía  cauta  y  contenida,  fué  el  Diccionario  histórico  y  crítico  de 
Bayle,  habia  cundido  también  en  España,  aunque  con  menor  ímpetu  que  en  Francia ,  muy 
á  los  principios  del  siglo  xviii.  Allí  servían  de  velo  á  la  amenazadora  tormenta  el  brillo  alu- 
cinador  del  fausto  y  de  los  placeres  cortesanos ,  y  el  barniz  literario  con  que  se  cubría  el 
alambique  escéptico  por  donde  pasaban ,  jicrdiendo  lustre  y  fuerza ,  las  basas  morales  de  lo 
presente  y  los  gloriosos  prestigios  de  lo  pasado;  aquí,  en  España,  servían  de  velo,  y  asi- 
mismo de  saludable  remora,  la  vigilancia  eclesiástica ,  el  sentimiento  monárquico  y  la  consis- 
tencia de  las  costumbres.  El  padre  Feijóo,  circunspecto  y  creyente,  pero  devorado  al  mis- 
mo tiempo  por  su  afanoso  anhelo  de  disipar  hasta  la  última  sombra  de  las  preocupaciones 
popidares ,  era  la  representación  perfecta  del  espíritu  de  examen  crítico-especulativo  que 
precede  á  los  grandes  trastornos  del  mundo  moral.  Macanaz  ,  Chumacero ,  Aranda ,  Campo- 
mánes,  Marina,  Cabarrús  y  muchos  otros  levantaron  este  mismo  espíritu  á  la  esfera  de  la 
acción  política.  Déla  negación  hipotética  qiie  llevan  consigo  la  duda  y  el  examen,  se  habia 
pasado  en  Francia  á  la  negación  absoluta ,  sin  escrúpulo  y  sin  rebozo.  Los  enciclopedistas, 
con  la  balumba  de  su  arrogante  presunción  científica ;  Rousseau  con  la  antorcha  destructora 
de  su  pasión  y  de  su  elocuencia,  y  más  que  todos  ellos,  Voltaire,  con  la  fuerza  corrosiva  de 
su  frió  análisis  y  de  su  ironía  filosófica,  habian  derrumbado  el  edificio  espléndido  donde  se 
abrigaban  en  otro  tiempo  la  fe,  la  gloria,  el  poder  y  hasta  el  espíritu  popular.  Era  aquella 
edad  el  período  más  crítico  de  la  transformación  histórica  en  los  últimos  tiempos.  En  balde 
pugnaron  en  España  las  fuerzas  reunidas  de  la  tradición ,  de  las  creencias ,  de  los  respetos 
consagrados  (1);  el  torrente  demoledor  pasó  también  por  nuestro  suelo,  y  toda  la  historia 
española  del  siglo  xix  no  es  más  que  la  consecuencia  necesaria  de  aquella  latente  pero  tre- 
menda conmoción. 

Una  parte  de  la  juventud  española  recibió  con  avidez  aquellas  ideas  contagiosas ,  en  cuyo 
fondo  descubría ,  aunque  confusamente ,  principios  de  equidad  y  de  moral  grandeza.  La  mo- 
cedad no  sabe  definir,  ni  tasar  en  su  valor  verdadero,  aquello  que  halaga  sus  instintos  de  ac- 
tividad, de  renovación  y  de  audacia.  Dejábase  arrastrar  entonces  por  el  mágico  sonido  de 
la  palabra  libertad ,  cuyo  eco  seductor  no  ahogaban  todavía  los  torrentes  de  sangre  que  ou 
nombre  suyo  derramaron  los  tú'anos  de  la  revolución  francesa. 

Ejemplo  insigne  de  este  alucinamiento  fué  entre  nosotros  el  joven  don  José  Marchena.  La 
apacible  influencia  de  los  estudios  propios  de  la  carrera  eclesiástica ,  en  la  cual  no  pasó  de  las 
órdenes  menores ,  no  alcanzó  á  moderar  sus  ímpetus  irreflexivos.  El  soplo  de  la  revolución 
francesa  inflamó  su  temeraria  fantasía ;  las  nuevas  ideas  fueron  para  él,  más  que  una  doctri- 
na, una  impresión.  Su  índole  desmandada  y  su  condición  impetuosa  le  impedían  com- 
prender la  terrible  responsabilidad  que  implica  el  desquiciamiento  repentino  del  asiento  mo- 
ral en  que  descansa  toda  sociedad  organizada,  cualesquiera  que  sean  sus  condiciones  consti- 
tutivas. Mal  avenido  con  las  trabas  orgánicas  de  todo  linaje ,  una  de  las  doctrinas  canónicas 
que  sirvieron  de  blanco  á  sus  ataques  fué  el  celibato  de  los  sacerdotes  católicos.  En  edad 
harto  temprana  para  deliberar  con  la  cordura  y  la  madurez  necesarias  acerca  de  doctrinas 
tan  enlazadas  con  pasiones  mmidanas,  escribió  á  su  maestro,  á  quien  respetaba  todavía,  una 

(1)  Como  recuerdos  de  esta  lucha,  pueden  citarse  La  faUa  filosofía  y  otros  libros  del  siglo  pasado, 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XYIII.  CCV 

lar<^a  carta  relativa  á  aquella  escabrosa  materia.  Esta  carta,  impregnada  de  espíritu  protes- 
tante ,  es  un  curioso  documento  de  la  pasión  revolucionaria  y  seudo-filosófica ,  que  tan  fácil- 
mente brotaba  en  aquel  período  de  agitación  moral  (1).  Sofismas  disolventes,  pero  sinceros, 
citas  históricas  sin  tino  y  sin  exactitud ,  teorías  doctrinales  sugeridas  por  el  espíritu  rebelde^ 
que  se  entronizaba  en  la  región,  antes  serena,  de  nuestras  creencias  y  de  nuestros  sentimientos 
morales;  sentimentalismo  filosófico  á  la  francesa;  arranques  de  poesía  novelesca;  todiis  las 
armas  de  frágil  temple,  pero  de  brillante  apariencia,  que  suelen  emplear  las  imaginaciones  ex- 
traviadas, fueron  prodigadas  á  manos  llenas  por  el  joven  Marchena  para  combatir  el  ¡¡rinci- 
pio  canónico  del  celibato  sacerdotal ,  que  otros  defendían  con  fervoroso  ahinco ,  y  principal- 
mente para  dar  libre  rienda  á  la  rencorosa  aversión  que  sentía  contra  los  institutos  mona- 
cales (2).  Y  lo  más  singular  es  que,  al  escribir  esta  osada  y  vehemente  invectiva,  no  tuvo 
Marchena  más  propósito  que  el  de  sincerarse  con  su  maestro ,  el  cual  tachaba  de  heterodoxas 
las  doctrinas  del  descaminado  mancebo  (3). 

Lanzado  Marchena  á  todo  trance  en  un  camino  avieso  y  peligroso,  no  quiso  habérselas  con 
la  Inquisición  alarmada;  y  así,  le  vemos,  sin  sorpresa,  engolfado  más  adelante  en  las  turba- 
ciones desastrosas  y  en  los  azares  de  la  revolución  francesa.  Monsieur  Thiers  dice  de  Mar- 
chena que  hahia  ido  á  Francia  en  busca  de  la  libertad  (4).  Tristes  lecciones  hubo  de  recibir  en 
su  patria  adoptiva  aquel  mozo  entusiasta,  que  habia  ido  á  tierra  extraña  en  pos  de  la  soña- 
da realidad  de  sus  quiméricas  ilusiones.  Largo  y  duro  encarcelamiento  (5),  proscripción  del 
territorio  francés,  persecuciones  que  le  obligaron  á  vagar  disfrazado  de  soldado,  con  riesgo 


(1)  Entre  las  obras  que  por  aquellos  días  se  ha- 
bían publicado  para  sostenerla  doctrina  del  celiba- 
to eclesiástico  ,  como  la  luás  pura  y  la  más  conforme 
á  la  vida  mística  y  contemplativa,  merece  citarse 
especialmente  la  que,  en  1783,  imprimió  en  Bolonia 
el  jesuíta  expulsado  don  Manuel  Antonio  Meliá  y 
Eibellcs  ,  la  cual  más  adelante  tradujo  el  mismo  en 
castellano  : 

Excelencias  de  la  virginidad  evangélica ,  en  tres 
libros,  con  una  breve  apología  del  cristiano  celiba- 
to, contra  los  filósofos  de  nuestros  dias.  Madrid,  por 
don  Benito  Cano,  1790  ;  en  8.° 

Esta  obra  fué  nuiy  alabada  por  las  Efemérides  li- 
terarias de  Roma  (1784)  y  por  el  célebre  Tirabos- 
chi. 

(2)  Ya  en  la  primera  mitad  drl  siglo  se  advier- 
ten síntomas  claros  de  antipatía  dios  frailes  en  los 
escritos  de  hombres  muy  ilustrados  de  aquel  tiem- 
po, como  don  Luis  José  Velazquez. 

(3)  Así  empieza  la  carta  de  Marchena:  «Confe- 
saré á  usted  que  me  ha  sorprendido  su  respuesta  so- 
bremanera. Ciertamente,  si  viniera  de  un  hombre 
oscuro,  no  me  incomodaría  mucho  ;  pero  ¡  un  litera- 
to estimable  ,  un  catedrático  de  Sagrada  Escritura, 
que  califica  mis  máximas  áQ  perversas  ^  de  opuestas 

al  espíritu  del  Evangelio  ! esto  debe  alterar  á  un 

hombre  que  no  sólo  se  dice,  sino  que  es  realmente 
discípulo  de  Cristo ,  y  se  precia  de  tal.  Todos  esta- 
mos obligados  á  confesar  nuestra  fe  delante  de  los 
hombres  cuando  se  duda  de  ella.  Si  no  fuera  por 
esta  sagrada  obligación,  no  me  tomaría  el  trabajo 
de  escribir  una  contestación  de  teología ,  ciencia  tan 
distante  de  mis  estudios.  No  tenga  usted,  por  tanto, 
esta  carta  por  de  esa  especie ,  sino  más  bien  por  una 


profesión  de  fe,  dirigida  á  un  sabio  que  ha  dudado 
de  la  pureza  de  mi  creencia. » 

En  seguida ,  con  claras  muestras  de  asentimien- 
to ,  pone  en  boca  de  un  teólogo  protestante  un  razo- 
namiento declamatorio  en  favor  del  matrimonio  de 
los  clérigos.  ¡  Extraña /)ro/esí'o«  de  fe  para  un  estu- 
diante español,  que  intenta  justificar  sus  principios 
religiosos  ante  un  teólogo  católico  ! 

Tenemos  á  la  vista  la  carta  autógrafa  de  Marche- 
na. Diez  y  siete  páginas  extensas.  Don  Joaquín  Ma- 
ría Sotelo,  que  poseía  esta  carta,  puso  al  pié  de  ella 
una  nota,  por  demás  severa,  acercado  la  capacidad 
de  su  autor.  Sotelo,  inflamado  por  su  rectitud  y  por 
6u  austeridad  religiosa ,  llevó  su  opinión  hasta  la  in- 
justicia. La  carta  de  Marchena  es  la  obra  de  un  mo- 
zo inexperto  y  desalumbrado ,  que  no  ve  más  razo- 
nes que  las  que  halagan  sus  instintos  y  sus  errores; 
pero  en  medio  de  la  obcecación  ,  tiene  trozos  llenos 
de  color  y  de  brío.  (Esta  carta  forma  parte  de  los 
autógrafos  de  escritores  ilustres  que  dejó  entre  sus 
papeles  don  Juan  Pahlo  Foi-ner.) 

(4)  Barbaroux,  Pétion,  Salles,  Louvcf,  MeiUian, 
Guadet ,  Kervélcgan ,  Gorsas ,  Girey-Dupré,  M^v- 
chana,  jeune  espngnnl,  qui  était  venu  chercher  la  li- 
berté en  Frunce  ;  Riouffe ,  jeune  homme  attaché  par 
enthousiasme  aux  girondins ,  composaient  cette  troupe 
d'illustrcs  fugitifs  ^poursuivis  cnmme  traitresá  lapa- 
trie.  (Monsieur  A.  Thiers,  Ilistoire  de  larévolution 

francaise ,  chapítre  xxiv.) 

(5)  Tallien  mandó  encarcelar  en  Burdeos  á  los 
girondinos  ,  entro  los  cuales  se  hallaba  afiliado  Mar- 
chena (Octubre  de  1794).  Después  los  envió  á  los  ca- 
labozos de  la  Conserjería  de  París,  donde  permane- 
cieron hasta  la  caida  de  Robespierre, 


CCTI  BOSQUEJO  HISTÓrvICO  CEÍTIt'O 

continuo  de  la  vida ,  i)or  la  Bretaña  y  la  Normandía ;  la  miseria  casi  siempre :  lié  aquí  la  li- 
bertad que  encontró  el  desventurado  Marcliena  en  la  nación  adonde  le  liabia  conducido  la 
engañosa  luz  de  sus  esperanzas.  Riouí'fc ,  su  comjiañero  de  persecución  y  de  cárcel ,  dice  así 
de  Marchena:  «Perseguido  por  la  in(piisicion  religiosa  de  su  país,  vino  á  Francia  á  buscar 
la  libertad,  y  cayó  en  manos  de  la  iinjuisicion  política  de  los  comités  revolucionarios))   (1). 

Su  carácter  era  en  sumo  grado  indepoudiente,  y  ú  tal  punto,  que  rayaba  su  iudepeiiicn- 
cia  en  desabrimiento  y  extravagancia.  Rompía  tan  fácilmente  con  las  leyes  que  imponen  los 
bábitos  de  la  sociedad  culta,  como  con  las  leyes  del  mundo  moral.  Ciiéntase,  entre  sus  rare- 
zas, la  de  haber  domesticado  un  jabalí,  que  permanecía  constantemente  en  su  propio  cuarto, 
y  liasta  dormía  en  su  propia  alcoba  (2).  Un  día,  por  descuido  acaso  de  una  joven  que  vivía  en 
casa  de  Marchena,  se  precipitó  el  jabalí  por  la  escalera  y  murió  })orniqucbrado.  ]\íarchena,  muy 
condolido,  escribió  una  elegía  en  honra  del  jabalí.  A  su  genial  extravagancia,  á  su  desvío 
de  las  formas  comunes  de  la  vida  y  á  su  incurable  mordacidad,  puede,  en  gran  parte,  atri- 
buirse la  glacial  acogida  que,  después  de  su  extrañamiento  de  Francia,  encontró  en  Suiza, 
en  la  brillante  y  célebre  quinta  de  Coppet,  por  parte  de  madame  de  Stael,  que  en  París  le 
había  tratado  anteriormente  con  amistosa  cordialidad. 

La  exaltación  de  los  sentimientos  de  Marchena ,  cuando  violentas  circunstancias  ponían  á 
prueba  las  fuerzas  de  su  alma,  tocaba  en  el  último  límite  á  que  puede  llegar  la  pasión  políti- 
ca. Cuando ,  preso  en  la  Conserjería,  veia  salir  continuamente  para  la  guillotina  á  sus  compa- 
ñeros de  iníbrtunio,  se  resentía  profundamente  de  que  su  turno  no  llegase.  Ambicionó  la  glo- 
ria de  subir  al  cadalso,  y  acalorado  el  ánimo  por  la  impaciencia  y  el  orgullo,  escribió  á  Ixo- 
bespierre  estas  memorables  palabras  :  Tirano,  me  has  olvidado.  Marchena  se  hallaba  asaltatlo 
en  este  momento  por  esa  demencia  suljlíme ,  que  produce  los  héroes  y  los  mártires. 

Como  todo  era  extremado  en  aquella  alma  impetuosa,  la  impiedad  de  Marchena.  tomó  el  ca- 
rácter de  un  alarde  violento  y  monstruoso.  Hemos  oído  referir  á  personas  que  lo  conocieron  en 
París ,  que  tuvo  la  audacia  de  poner  sobre  su  puerta  este  letrero  :  Id  Von  enscigne  Vathéisnxc 
par  principes.  No  es  imposible  que  tal  hiciera  el  hombre  que,  encarcelado  en  la  Conserjería, 
dio  la  siguiente  prueba  de  fanatismo  impío.  Entre  los  presos  había  un  monje  benedictino.  A 
las  amarguras  del  penoso  cautiverio  se  agregaba  la,  para  él  más  insufrible  todavía,  de  hallarse 
rodeado  de  aquel  grupo  de  descreídos.  Las  blasfemias  de  éstos  exaltaban  la  fe  ardorosa  y  pura 
del  venerable  anciano,  el  cual,  solo,  impasible,  con  el  corazón  en  Dios  y  el  Breviario  en  lama- 
no  ,  hacia  continuos  é  infructuosos  esfuerzos  para  convertir  á  aquellos  incrédulos  recalcitran- 
tes. Estos  hacían  escarnio  de  la  religión  cristiana,  y  para  llevar  al  colmo  la  sacrilega  mofa  y 
desesperar  al  admirable  benedictino ,  inventaron  un  dios ,  im  culto  y  una  liturgia.  Pusieron 
á  aquel  dios  irrisorio  el  nombre  de  Ihrascha ,  y  compusieron  en  su  honor  himnos  y  cánticos 
sagrados.  Cayó  Marchena  tan  gravemente  enfermo  por  aquellos  días,  que  se  desconfió  de  sal- 
var su  vida.  Al  verle  casi  en  la  agonía,  el  benedictino  ,  perseverante  en  su  santo  propósito, 
creyó  que  en.  aquel  trance  extremo  ,  olvidadas  las  pasiones  mundanas ,  hallaría  eco  en  el  co- 
razón de  Marchena  la  doctrina  del  Redentor  del  mundo ,  la  memoria  de  sus  ancianos  padres. 
Todo  en  balde:  el  moribundo,  haciendo  un  esftierzo,  responde  á  las  evangélicas  exhortacio- 
nes del  monje,  gritando:  j  Viva  Ihrascha!  (3).  Tal  vez  Marchena,  apartado  de  aquella  socie- 
dad excitadora  de  girondinos  revolucionarios,  habría  sentido  la  influencia  de  las  sanas  y  con- 
soladoras palabras  de  la  religión  cristiana ;  pero  las  facultades  de  imaginación  eran  en  el  man- 
cebo andaluz  más  poderosas  que  las  facultades  de  razón;  se  hallaba  ademas  en  \\\\  momento  dt; 
vértigo  político,  y  la  soberbia  ahogó  los  impulsos  naturales  del  alma.  Este  hondire,  que  así 
hacia  gala  del  ateísmo ,  no  era  ateo.  Había  quedado  como  escondido  en  el  íojkIo  de  su  cora- 
zón algo  de  las  creencias  de  su  infancia  y  de  su  patria.  En  esa  misma  Conserjería  ^  donde 

(1)  Riouffc,  Mémoircs,  etc. 

(2)  Véase  la  carta  do  don  José  de  Lira,  en  la  noticia  biográfica  del  abate  Marchena, 

(3)  Memorias  de  Riouff  ©i 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  ccvil 

blasonaba  de  tan  implacable  impiedad ,  leia  Marchena  \  quién  podría  imaginarlo !  la  Guia  de 
pecadores,  de  fray  Luis  de  Granada.  Él  mismo  lo  confesó  muchos  años  después,  diciendo  al 
propio  tiempo:  «  Es  un  libro  que  no  puedo  leer  ni  dejar  do  leer»  (1). 

Pasada  la  edad  de  las  tendencias  irreflexivas ,  aleccionado  el  entendimiento  y  escarmentado 
el  corazón  con  los  desengaños  y  los  pesares ,  Marchena  apaciguó  el  ímpetu  de  sus  ideas  y  do 
BUS  pasiones.  La  transformación  fué  grande.  El  republicano  intolerante  se  convierte  en  servi- 
dor del  rey  José;  el  que  renegó  de  España,  haciéndose  francés,  vuelve  á  su  patria,  ansioso 
de  morir  en  ella ;  y  el  adorador  del  dios  imaginario  Ihrascha  muere ,  en  efecto,  en  Madrid 
(1821),  en  el  gremio  de  la  fe  católica,  adorando  y  pidiendo  misericordia  al  Dios  verdadero. 
Su  corazón  le  dijo  al  fin,  como  dice  todo  corazón  sano  á  las  ahnas  serenas  ; 

Oh  Dieu  de  mon  berceau ,  sois  le  Dieu  de  ma  tambe  ! 

Para  que  todo  sea  anómalo  en  la  existencia  de  este  escritor,  hasta  su  fama  de  poeta  lo  es 
algún  tanto  ,  pues  se  funda  principalmente  en  su  oda  A  Cristo  crucificado  ;  asunto  que,  al  pa- 
recer ,  debió  ser  el  último  que  despertase  la  inspiración  del  irreligioso  Marchena.  Como  li- 
terato ,  es  hombre  de  alto  mérito.  Poseia  completamente  el  idioma  de  su  patria  adoptiva ,  y 
así  por  la  audacia  tribunicia  como  por  el  vehemente  talento  con  que  escribía ,  ya  diatribas 
contra  Tallien ,  Legendre ,  Fréron ,  ya  folletos  poco  piadosos ,  llamó  la  atención  de  Marat, 
del  conde  Beugnot ,  del  general  Moreau  y  de  otros  famosos  franceses  de  aquel  tiempo.  Ha- 
bia  estudiado  profundamente  las  lenguas  sabias ,  y  llegó  á  enseñorearse  á  tal  punto  del  latin, 
que  engañó  hasta  á  la  docta  Alemania ,  tan  difícil  de  alucinar  en  tales  materias ,  publicando 
en  Basilea  una  tirada  de  versos  latinos,  que  hizo  pasar  por  uno  de  los  trozos  perdidos  del  Sa- 
tijricon  de  Petronio  ,  que  afirmó  haber  encontrado  en  un  antiguo  manuscrito.  Bien  es  ver- 
dad que  la  poesía  de  Petronio  cuadraba  á  la  inspiración  cínica  de  Marcheria.  Alentado  con 
el  triunfo ,  repitió  la  traviesa  superchería ,  tomando  por  modelo  á  Catulo.  Esta  vez  no  engañó 
á  nadie.  Demostró  de  nuevo  que  era  consumado  latinista ;  pero  habia  presumido  demasiado 
de  su  instinto  poético.  Marchena  no  era  ni  bastante  suave  ni  bastante  poeta  para  llegar ,  en 
su  imitación ,  á  la  gracia  y  fluidez  de  aquel  delicado  y  elegante  escritor  latino. 

Como  prosador  castellano ,  su  carácter  impetuoso  y  poco  flexible  se  refleja  en  sus  escritos. 
Esto  lo  decimos  en  alabanza  suya ,  porque  tiene  cualidades  esenciales,  de  que  carece  siempre 
la  medianía:  espontaneidad,  vida,  color,  impulso  propio.  Su  estilo  es  á  veces  extraño,  pero 
siempre  original  y  vigoroso.  Fué  tachado ,  y  no  sin  razón ,  de  plagar  las  muchas  traduccio- 
nes que  liizo  del  francés,  ora  de  arcaísmos,  ora  de  imperdonables  galicismos.  Escribía  enton- 
ces ,  pay^a  vivir ,  con  la  prisa  y  la  indiferencia  del  menesteroso ,  y  se  habían  ademas  inoculado, 
por  decirlo  así,  en  su  entendimiento  las  frases,  como  las  ideas  de  los  libros  franceses,  que  habían 
sido  insano  alimento  de  su  primera  educación.  Con  el  tiempo  llegó  á  manejar  desembarazada, 
castiza  y  hábilmente  el  habla  castellana,  adquiriendo  la  perfección  visiblemente  artificial  que 
se  advierte  en  el  Discurso  preliminar  que  puso  al  frente  de  su  colección  titulada  Lecciones  de 
filosofía  moral  y  elocuervcia ;  discurso  que,  prescindiendo  de  las  singularidades  de  frase  y  de 
doctrina  inseparables  del  hombre,  honra  en  alto  grado  al  escritor,  y  merece  ser  considerado 
como  una  muestra  luminosa  de  buen  decir  y  de  crítica  resuelta  y  levantada.  Los  juicios  de  esto 
célebre  estudio  no  son  siempre ,  sin  embargo ,  imparciales  y  seguros.  Marchena  escribe  do 
crítica  literaria  con  la  misma  acerada  pluma  con  que  escribía  de  política  en  los  periódicos 
Li'Ami  dii  jjetiple  y  UAmi  des  lois.  Lo  ve  todo  desde  un  punto  de  vista  demasiado  rígido  y 
absoluto.  Tiene  firme  y  elevado  el  pensamiento,  pero  le  falta  sensibilidad  estética,  y  le  cuesta 
trabajo  admirar.  Por  otra  parte ,  la  pasión  política  y  la  aspereza  republicana  habían  entibiado 

(1)  Sobre  este  y  otros  hechos  do  la  vida  de  Mar-  Bono  Serrano  y  monsieur  Antoine  de  Latour.  Este 

chena  hay  interesantes  pormenores  en  los  notables  último  ,  en  lengua  francesa,  en  la  revista  mensual 

artículos  biográficos  que  de  él  han  publicado  núes-  de  París  titulada  Le  Correspondant  (25  de  Febrero 

tros  amigos  los  estimables  escritores  don  Gaspar  (le  1867). 


Ccviii  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

Ó  torcido  en  su  ánimo  los  sentimientos  de  la  patria,  y  carece  de  sentido  histórico  para  juzgar 
las  antiguas  glorias  españolas.  Es  acaso  el  único  español  que  ha  encontrado  palabras  de  aver- 
sión y  censura  para  la  esclarecida  reina  Isabel  la  Católica ,  uno  de  los  caracteres  más  gran- 
des, más  nobles  y  más  populares  que  ofrecen  los  anales  de  los  tiempos  modernos. 

i  Cosa  singular!  Este  hombre  de  viva  y  temeraria  fantasía,  cuya  iniciativa  de  carácter,  de 
pensamiento  y  de  conducta  era  desmedida,  no  tenía,  como  poeta,  ni  vuelo  ni  desembarazo. 
En  la  célebre  oda  A  Cristo  crucificado,  en  la  Ejn'ótolu  sobre  la  Uhertad política ,  en  la  tragedia 
Policena,  y  en  algunas  otras  obras  poéticas,  hay  rasgos  de  esos  que  sólo  emanan  del  estro 
verdydero;  pero  en  general  la  poesía  de  Marchena  contrasta  con  su  prosa  por  la  falta  de  con- 
cisión, y  á  veces  de  cadencia  armónica,  y  por  el  sello  patente  de  ejecución  premiosa  y  des- 
leída (1).  No  es  dable  negar  que  Dios  depositó  en  el  alma  de  Marcliena  la  acción,  la  luz  y 
el  temple  que  constituyen  la  inspiración  de  cierto  linaje.  El  soplo  del  encono  político  torció 
el  rumbo  natural  del  alma  y  agostó  las  flores  de  aquella  inspiración.  El  infortunio  consumó 
la  obra  destructora ,  y  probablemente  ni  un  solo  afecto  puro  y  sereno  llegó  á  iluminar  con  mi 
rayo  de  dicha  verdadera  aquella  trabajosa  y  trabajada  vida. 

Pasemos  ya  á  hablar  de  don  José  María  Blanco ,  una  de  las  lumbreras  de  la  escuela  sevi- 
llana ,  escritor  de  gran  significación  en  la  historia  literaria  de  su  época ,  por  la  índole  vehe- 
mente y  movediza  de  su  talento,  por  siis  prendas  de  corazón  y  hasta  por  la  triste  celebridad 
que  alcanzó  su  apostasia  religiosa.  La  actual  generación,  demasiado  cercana  á  los  tiempos  do 
Blanco-  White,  no  puede  acaso  juzgar  con  imparcialidad  completa  una  vida  tan  desventurada 
y  escabrosa. 

El  padre  de  Blanco,  el  caballero  irlandés  Guillermo  White,  extremaba  hasta  la  pasión  el 
fervor  católico.  Tuvo  dos  hijas,  y  ambas  se  hicieron  monjas.  Obligó  á  José  á  abrazar  la  car- 
rera eclesiástica,  para  la  cual  no  tenía  vocación  verdadera.  Esta,  que  se  ha  supuesto  presión 
desmedida  del  hogar  paterno,  y  motivo  fundamental  de  la  conducta  de  Blanco,  no  pudo  ser- 
lo en  realidad.  Ni  ha  quedado  memoria  de  que  la  acción  moral  doméstica  del  padre  y  de  la 
dulce  y  discreta  madre  de  Blanco  fuese  opresiva ,  ni  lo  denota  tampoco  la  conducta  de  éste 
en  los  primeros  años  de  su  vida.  Consagrado  con  fervoroso  ahinco  á  estudios  de  teología  y 
devoción,  predicador  distinguido,  vencedor,  á  los  veintiséis  años,  en  la  oposición  que  hizo  á  la 
canongía  magistral  de  la  capilla  real  de  San  Fernando  de  Sevilla,  halagado  con  la  naciente 
gloria  literaria  que  le  granjeaban  sus  poesías,  todo  indica  que  Blanco  en  aquel  período,  el 
más  plausible,  sano  y  dichoso  de  su  vida,  obraba  con  espontaneidad  y  contento. 

De  improviso  huyeron  del  alma  de  Blanco  el  sosiego  y  la  fe.  Y  que  este  cambio  fué  vio- 
lento y  repentino,  lo  dijo  él  mismo  en  esos  momentos  de  expansión  en  que  brota  la  verdad 
de  las  almas  sinceras.  Detenidas  explicaciones  dogmático-políticas  dio  Blanco  de  la  transfor- 
mación de  sus  ideas  y  opiniones,  en  varios  escritos  (2) ;  pero  en  ninguno  hace  una  confesión 
más  categórica,  más  concisa  y  más  amarga  que  en  su  Besj^edida  á  los  hispano -americanos, 
escrita  en  1825  (3).  Oigamos  sus  propias  palabras  autobiográficas  : 

No  habia  pasado  un  año,  cuando me  ocurrieron  laa  dudas  más  vehementes  sobro  la  religión  católi- 
ca  Mi  fe  vino  á  tierra Hasta  el  nomlu-e  de  religión  se  me  hizo  odioso Leía  sin  cesar  cuantos  li- 
bros ha  producido  la  Francia  en  defensa  del  deísmo  y  ateísmo. 


(1)  Aludiendo  á   la  traducción  del  Tartufe,úe-  de  la  fluidez  y  armonía  que  hemos  notado  en  laa 

cia  El  Censor  (2  de  Junio  de  1821)  :  composiciones  líricas  de  aquel  sabio  literato.)) 

«El  señor  Marchena,  en  quien  la  literatura  espa-  (2)  Véase  principahnentc  su  obra,  escrita  en  in- 
flóla acaba  de  perder  uno  de  sus  ornamentos,  y  la  glés,  que  tanta  fama  le  dio  en  Inglaterra,  Letters 
libertad  uno  de  sus  más  antiguos  y  constantes  de-  /rom  Spain  hy  don  Leucadio  Doblado.  Londres,  1822. 
f enseres,  ha  traducido  con  toda  verdad  el  pensa-  (3)  Variedades  ó  Mensajero  de  Londres,  ^Qri6ái- 
miento  de  Moliere,  le  ha  hecho  hablar  español,  y  co  trimestral,  publicado  en  Londres  por  Blanco- 
ha  sabido  conservar  la  gracia  y  el  enlace  'do  las  White, 


ideas  j  pero  sus  versos  ea  el  género  cómico  carecen 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIlI.  CciX 

Diez  años  pasé  de  este  modo Me  avergonzaba  de  ser  clérigo,  y  toda  mi  ambición  se  encerraba  on 

prolongar  la  licencia  del  Rey,  que  me  permitía  vivir  en  Madrid,  donde,  por  no  entrar  en  ninguna  iglesia, 
no  vi  las  excelentes  pinturas  que  hay  en  las  de  aquella  cóite ¡Tan  enconado  me  habia  puesto  la  ti- 
ranía I 

El  viaje  de  Blanco  á  Madrid,  donde  hubo  de  alimentar  suí?  ilusiones  liberales  en  la  ter- 
tulia de  Quintana  j  con  la  lectura  de  libros  peligrosos,  contribuiría  á  aumentar  la  exaltación 
de  sus  ideas.  Pero  no  basta  á  explicar  aquel  vacío  profundo  é  irremediable  que  se  formó  en 
el  alma  del  poeta  sevillano.  Romper  impetuosamente  con  los  principios  y  los  sentimientos  que 
se  han  respirado,  por  decirlo  así,  desde  la  cuna,  en  la  sociedad  y  en  la  familia;  mirar,  no  sólo 
con  indiferencia,  sino  con  sañuda  intolerancia,  las  cosas  más  respetables  y  respetadas  de  la 
sociedad  en  que  ^^ vimos ,  es  un  fenómeno  moral,  que  la  terrible  acción  de  las  épocas  de  im- 
pulso revolucionario  no  alcanza  á  exi)licar  por  sí  sola.  Para  que  se  trastornen  repentinamente 
por  completo  las  leyes  del  corazón  y  de  la  conciencia,  forzoso  es  que  haya  en  el  alma  aviesas 
é  infelices  tendencias,  de  que  carece,  por  fortuna,  el  común  de  los  hombres.  Entre  muchos 
españoles  que,  en  los  últimos  años  del  siglo  xviii  y  en  los  primeros  del  actual,  cviltivaban  su 
entendimiento  con  libros  de  la  escuela  enciclopedista ,  la  impiedad  se  hizo  moda.  Pero  sólo 
Marchena  y  Blanco  la  llevaron  hasta  los  límites  de  la  ira,  trocando  la  fe  ciega,  que  ellos  juz- 
gaban pernicioso  fanatismo,  por  otro  ñmatismo ,  el  de  la  impiedad  y  la  duda,  tan  intolerante 
como  los  demás,  y  más  dañoso  al  orden  de  las  sociedades  y  á  la  ventura  del  corazón. 

Blanco  fué  aun  más  allá  que  Marchena.  Ambos  cambiaron  de  patria;  pero  Blanco^  que 
llegó  á  dudar  de  todas  las  religiones,  abandonó  también  la  de  sus  padres.  Pasiones  de  otro 
linaje  contribuyeron  á  esta  resolución  lamentable.  No  es  éste  el  lugar  de  consignar  porme- 
nores biográficos  de  Blanco;  pero,  al  juzgar  un  hecho  que  tanta  trascendencia  tuvo  en  su  vida, 
como  español  y  como  escritor,  la  posteridad  debe  acrisolar  la  verdad  y  señalar  á  los  hechos 
sus  causas  principales. 

Cuando  achaca  Blanco  al  encono  que  le  habia  infundido  la  tiranía,  su  intensa  aversión  á  la 
religión  y  á  la  Iglesia,  podría  creerse  que  la  pasión  política,  ciega  y  desatentada,  era  la  causa 
única  que  le  habia  movido  á  expatriarse  voluntariamente  y  á  renegar  de  sus  creencias,  bus- 
cando por  cualquier  camino,  bajo  el  cielo  británico,  el  aire  de  la  libertad.  Pero  hay  que 
considerar  que  cuando,  ya  en  la  madurez  de  la  vida,  se  decidió  á  abandonar  para  siempre  su 
patria  y  sus  amigos,  no  ofrecía  la  situación  política  de  España  -el  humillante  cuadro  quo 
Blanco  habia  presenciado  en  Madrid.  Se  hallaba  éste  en  Cádiz,  cabalmente  en  momentos  de 
una  transformación  histórica,  en  que  asomaba  resplandeciente  la  aurora  de  la  independencia 
política,  á  la  sazón  mezclada  con  el  fuego  de  generosos  impulsos  de  independencia  nacio- 
nal ,  y  no  es  difícil  columbrar  que  no  el  fantasma  de  la  tirajiía,  sino  otros  móviles  más  perso- 
nales fascinaban  el  entendimiento  y  avasallaban  el  corazón  de  aquel  hombre  exaltado  é  irre- 
flexivo (1).  El  canónigo  Blanco  tenía  hijos,  y  su  ternura,  su  vergüenza,  el  temor  de  ser  objeto 
de  escándalo  á  la  vista  de  una  nación  creyente  y  de  unos  padres  timoratos,  fueron  probable- 
mente las  causas  decisivas  de  su  conducta  (2).  Sensible  y  generoso,  si  bien  vehemente,  iras- 
cible y  tornadizo,  Blanco  carecía  de  la  entereza  que  se  requiere  para  arrostrar  con  humildad 
cristiana,  que  es  al  propio  tiempo  su  único  remedio,  las  consecuencias  de  un  extravío.  Los  que 
carecen  de  esta  sublime  energía,  suelen,  á  pesar  suyo,  reparar  una  falta  cometiendo  otra  fal- 
ta mayor.  Dios  habrá  juzgado  la  conducta  del  obcecado  sacerdote.  A  los  hombres  nos  toca 
sólo  compadecer  su  desventura.  Por  impenetrables  que  parezcan  los  arcanos  de  la  conciencia, 
puede  conjeturarse  con  fundamento  que  Blanco  no  halló  en  Inglaterra  ni  la  dicha  ni  el  so- 
siego que  esperaba.  A  los  treinta  y  cinco  años  no  se  encuentra  una  nueva  patria.  Contra 
España,  que  le  habia  colmado  de  afecto  y  de  aplausos,  se  ensañó  en  Londres  con  la  violen- 


(1)  Llegó  Blanco  á  Falmouth  en  Marzo  de  1810.      ta  por  don  Bartolomé  José  Gallardo,  eíi  uno  de  \o^ 

(2)  Véase  la  noticia  biográfica  de  Blanco ,  escri-      tooios  siguientea  de  la  presente  colección, 


ccx  BOSQUEJO  HISTÓUICO  CRÍTICO 

ta  enero-ía  de  los  débiles.  En  El  Español,  revista  mensual,  que  empezó  á  publicar  k  poco  de 
BU  lleo-ada  á  Ino-laterra,  atacó  no  solamente  á  la  Junta  Central,  á  la  cual  profesaba  ojeriza 
porque  en  Sevilla  le  Labia  mandado  moderar  la  violencia  de  su  lenguaje  cuando  atacaba  los 
actos  del  Gobierno  en  El  Semanario  patriótico ,  sino  á  la  misma  nación  española,  contra  la 
cual  se  volvia  siempre  en  todas  las  cuestiones  de  interés  y  de  honra  que  suscitaban,  en  men- 
gua de  España,  la  Inglaterra  ó  la  América  española.  Su  periódico  se  hizo  órgano  y  apoyo  do 
la  rebelión  de  Caracas  y  de  Buenos-Aires  contraía  madre  patria,  lo  cual  despertó  en  el 
ánimo  de  los  españoles  un  vivo  resentimiento  de  la  ingrata  conducta  del  apóstata  de  la  re- 
ligión y  de  la  patria  (1).  «Su  aversión,  dice  Galiano,  á  todo  lo  español  llegó  á  hacerse  ver- 
dadera manía. »  Tanto  le  cegaba  su  encono,  que  sostuvo  que  en  España  ni  existia  ni  podia 
existir  poesía  digna  de  este  nombre.  Logró  escribir  el  inglés  con  facilidad  y  elegancia  (2). 
Pronto  siempre  á  dañar  al  catolicismo  en  cualquiera  forma  y  terreno  que  se  le  presentase, 
combatió  con  la  ira  y  el  vigor  que  eran  inseparables  de  su  estilo,  la  emancipación  de  los 
católicos.  Ayudado  á  la  sazón  por  la  pasión  política,  se  hizo  escritor  de  cuenta  y  nombra- 
día  entre  los  individuos  del  bando  to7'i/  que  sostenían  ardorosamente  aquella  doctrina.  Aman- 
sada después  repentinamente,  en  este  punto,  la  airada  pluma  de  Blanco,  fué  tenido  por  hom- 
bre sin  consistencia  en  sus  propósitos  y  principios,  y  se  trocó  en  desconcepto  y  en  desvío  la 
autifTua  estima  y  admiración  de  sus  amigos.  Su  conducta  religiosa  en  Inglaterra  no  pudo 
ser  tampoco  aplaudida.  Nadie  ignoraba  los  vaivenes  de  su  alma  en  esta  parte.  Católico,  pri- 
mero, después  impío,  luego  fervoroso  anglicano,  y  por  último  unitario,  esto  es,  incrédulo 
de  nuevo;  porque  esta  secta,  odiosa  á  los  ojos  de  los  más  de  los  ingleses,  niega  la  Trinidad, 
la  divinidad  de  Jesucristo  y  otros  dogmas  de  los  demás  protestantes. 

En  los  tiempos  de  favor  y  fortuna  fué  Blanco  profesor  en  la  universidad  de  Oxford  y  ca- 
nónigo en  la  catedral  protestante  de  San  Pablo,  de  Londres.  Dio  carrera  en  el  ejército  in- 
glés de  la  India  al  hijo  único  que  le  quedaba.  Pero  el  vacío  de  su  alma  no  se  llenó  jamas. 
El  protestantismo,  que  habia  abrazado  sin  fe,  no  consoló  su  atribulado  espíritu.  Ya  no  vol- 
vió á  hallar  en  sus  versos  la  inspiración  lozana  de  los  tiempos  serenos  de  su  juventud.  Los 
últimos  años  de  su  vida  faeron  una  verdadera  expiación.  Lo  devoraba  la  tristeza ,  y  la  ima- 
gen de  la  patria  y  de  los  amigos  que  habia  perdido ,  se  ofrecía  á  sus  ojos  con  la  triste  forma 
del  remordimiento.  Esquivaba  á  los  españoles,  que  tanto  en  su  mocedad  habia  amado  :  acaso 
veía  en  ellos  involuntarios  acusadores.  Poco  más  de  un  año  antes  de  su  muerte ,  ocurrida 
en  1841,  sintió  con  la  vehemencia  con  que  lo  sentía  todo,  el  deseo  de  escribir  un  libro  en 

(t)   Entre  los  escritos    que   so  publicaron  en  Es-        rece  que  los  españoles  tan  sido  los  únicos  en  el  mundo  que  han 

1    n       t         '    1     :„„   „  „i  n„v,;«..»,„  ;i^        practicado  estos  actos  de  poder.  ¡  Cómo  ee  olvida  el  señor  Blanco  de 

paña  para  defender  a  la  nación  y  al  Grobierno  de       ;  ^  ,  ,,.  .    .  .    ^         ..  •  . 

^  "  .  .  .  ,  las  páginas  de  la  historia  para  agraviar  a  su  patria! 

la  malquerencia   de   Blanco,  merece  citarse,  por  lo  [Denunciación  de  don  José  Blanco,  azitor  del  periódico  que  se  pu^ 

bien  razonado,    un   folleto   publicado    en    Cádiz,  el        lUcci  en  Londres  con  el  título  de'Eh'Esp&SouCááiz,enl3kimpxent3i 

afio  mismo  de  su  emigración  voluntaria.  Hé  aquí      Eeal,  añodeisio.) 

cómo  juzga  el  proceder  de  Blanco  :  (2)  Como  muelátra,  juzgamos  oportuno  publicar 

Su  patriotismo  (alude  al  que  manifestaba  como  redactor  de  El        el    siguiente    SOnetO.  De  él    dccia    el  célebre    pOCta 

¿íemanono  i)aín(«íco)  no  estaba  sino  en  la  punta  de  su  pluma;  su  filo-       Coleridge  que  era  una  de  las  cosas  más  delicadas 

60f  ia  no  estaba  en  el  corazón,  como  estaba  en  las  palabras ;  la  patria  ^^  hablan  escritO  en  lengua  inglesa  : 

era  después  que  sus  menores  disgustos.  Si;  (-X  la  abandonó  en  sus         -^  o            o 

mayores  necesidades,  61  la  pospuso  á  sus  incipientes  resentimientos,  Mysterious  night  I  when  our  first  parent  knew 

él  so  ha  expatriado  á  un  país  desde  donde  A  salvo-conducto  siembra  Thee  from  report  divine,  and  heard  thij  naine, 

las  horribles  semillas  de  la  discordia  entre  los  pueblos  españolea  do  Did  he  not  iremb/efor  this  lovely  frame , 

Oriento  y  Occidente,  con  aquel  jiodcr  rcttirico  que  saben  hacerlo  es-  This  glorious  canopy  of  lighi  and  bluet 

tos  revolucionarios  que  anhelan  gloria  y  celebridad,  aunque  seaá  Yet  beneath  a  curtain  of  translwent  dew, 

costa  do  hundir  y  echar  por  tierra  todas  las  monarquías.  Ni  las  sa-  Balhed  in  the  rays  of  the  great  settingflame 

gradas  obligaciones  que  le  competían  y  obligaban  como  ciudadano,  Hesperus,  with  the  host  of  heaven  carne, 

ni  los  sentimientos  filantrópicos  por  la  humanidad,  ni  el  deseo  de  laa  ^nd  lo  I  creation  widened  in  man's  vicw. 

ocasiones  de  manifestar  al  mundo  sus  virtudes  y  talentos,  ni  las  vo-  Who  coukl  have  tliought  such  darhness  ¡ay  concealed 

eos  y  necesidades  de  su  maltratada  patria,  pudieron  más  que  sus  in-  Within  thy  bcams ,  o  sun !  or  who  couUlfind 

justísimos  enojos Este  hombre  peligroso,  este  espurio  patricio,  Whilsíjly,  and  leaf,  and  insect  stood  revealed 

este  hijo  de  sus  pasiones  ,  que  prometía  tanto  bien ,  y  no  hace  más  Tfmi  to  such  countless  orbs  thou  madest  us  blindt 

qno  el  mal,  es  un  enemigo  de  la  patria.  ^^^'y  <io  «^c  then  shun  dealh  wiOi  anxious  strifet 

Cuando  declama  contra  España  por  la  oongitiista  de  América,  pa-  Jf  Ught  can  thus  deceive,  wli^refore  not  life  t 


DE  LA  rOESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  CCSÍ 

castellano,  y  escribió  una  novela.  En  ella  se  ven  claros  indicios  de  la  reacción  que  la  proximi- 
diul  de  la  muerte  Labia  producido  en  su  ahna  lacerada.  Taclia  de  ambiciosos  y  orgullosos  á 
los  protestantes  por  la  conducta  que  observan  con  los  católicos  de  Irlanda,  se  complace  en 
Ihmar  paisanos  á  los  españoles,  y  manifiesta  á  las  claras  con  cuan  intenso  amor  volvia  su 
abna  á  las  memorias  del  suelo  natal  (1). 

Grandes  hubieron  de  ser  las  cualidades  simpáticas  de  Blanco,  cuando,  á  pesar  de  sus  er- 
rores, le  profesaron  siempre  tierna  amistad  los  amigos  de  su  juventud ,  Arjona ,  Reinoso, 
Lista,  Gallardo,  Quintana,  Gallego  y  otros  varones  de  alta  valía.  No  era  ciertamente  un 
hombre  vulgar.  Su  alma  impetuosa  era  de  aquellas  en  que  andan  en  discorde  conjunto  bri- 
llantes prendas  y ,  trascendentales  defectos.  Hijo  y  juguete  de  uno  de  esos  terribles  períodos 
históricos  en  que  se  estremecen  y  quebrantan  las  basas  del  mundo  moral,  fué  víctima  de  las 
pasiones  públicas  de  su  tiempo  á  par  que  de  las  suyas  propias.  No  es,  por  lo  tanto,  escasa  su 
significación  en  la  historia  literaria  de  España.  Tenía  fuerzas  intelectuales  para  haber  sido 
lui  escritor  de  más  elevado  linaje ,  y  aunque  las  malgastó  en  gran  parte,  á  causa  de  la  pasión, 
la  inquietud  y  la  desgracia,  han  dado  sobrados  frutos  para  que  pueda  negársele  un  puesto 
encumbrado  en  las  letras  de  su  época. 

La  lucha  política,  y  no  la  poesía,  fué  su  verdadera  vocación.  Como  poeta  no  raya  á  gran- 
de altura,  y  pocas  de  sus  obras  en  verso  pueden  leerse  sin  hastío  ahora,  que  está  el  gusto  pú- 
blico tan  distante  de  aquella  escuela  artificial.  Demostró,  no  obstante,  en  varias  obras  poéti- 
cas de  su  primera  época,  esto  es ,  de  su  época  española,  briosos  pensamientos ,  entonación  y 
armonía.  Su  mejor  producción  poética,  según  afirmaba  Lista  con  entusiasmo,  es  un  poema  A 
la  Belleza,  que,  á  pesar  de  nuestros  esfuerzos,  no  nos  ha  sido  dable  encontrar  (2). 

Recordemos  ahora  á  varios  poetas  que ,  aunque  arrastrados,  en  sus  creencias  y  en  sus  im- 
pulsos morales ,  por  el  ímpetu  de  las  ideas  francesas  de  la  revolución ,  conservaron  vivos  los 
sentimientos  tradicionales  de  la  nación,  y  no  arrancaron  de  su  corazón ,  como  Marchena  y 
Blanco,  el  amor  de  la  patria. 

Resplandecía  por  aquellos  días  el  nombre  de  don  Joaquín  Lorenzo  Villanueva ,  sacerdote 
de  ánimo  inquieto  y  mal  disciplinado.  Aunque  menos  profundo  y  menos  investigador  que  su 
hermano  don  Jaime,  autor  del  Viaje  literario  á  las  iglesias  ele  España,  era  instruido  y  agu- 
do, y  uno  de  esos  removedores  de  las  letras  y  de  la  pohtica,  que,  si  no  alcanzan  á  dejar  á  su 
país  monumentos  de  verdadera  gloria,  contribuyen  al  sacudimiento  de  las  ideas ,  que,  cuando 
no  salen  del  cauce  de  la  razón,  suelen  en  momentos  determinados  sacar  á  las  naciones  del  le- 
targo moral  que  embarga  y  tuerce  sus  facultades  naturales.  Cultivó  la  poesía,  porque  quiso 
abarcar  con  ambicioso  anhelo  todos  los  ramos  de  la  literatura ;  pero  sus  laureles  de  poeta  se 
marchitaron  muy  en  breve,  y  la  posteridad  habría  acaso  olvidado  su  nombre  sin  el  rumor  de 
escándalo  que  llevó  tras  sí  en  su  azarosa  vida,  en  parte  por  los  vaivenes  de  su  tiempo,  en  parte 
también  por  las  tendencias  descaminadas  de  su  carácter.  Primero,  calificador  del  Santo- Ofi- 
cio de  la  Inquisición,  después  tachado  de  jansenista,  y  más  adelante  rechazado  por  la  Santa 
Sede  cuando  lo  nombró  el  rey  Fernando  VII  ministro  plenipotenciario  en  Roma,  fué  Villa- 


(1)  «Una  ausencia  de  treinta  años  casi  me  lia  No;  el  sepulcro  está  casi  cerrado  solire  mí,  y  aun- 

hecho  extranjero   en  mi  patria,  y  no  será  difícil  que  no  lo  estuviese,  aunque  me  liallára  en  el  vigor 

conjeturar  con  qué  poca  confianza  emprendo,  en-  de  mi  vida,  España  no  me  recibirla  sino  con  con- 

fermo  y  casi  moribundo,   la   composición  de  una       diciones.  No  diré  más El  deseo  de  hablar  por  úl- 

obra  en  español Es  ley  de  la  condición  humana       tima  vez  á  los  españoles  me  rebosa  en  el  pecho n 

que  á  medida  que  envejecemos,  se  rejuvenezcan  (Introducción  á  la  novela  Luisa  de  Budamante^ 

las  impresiones  de  la  niñez  y  de  los  verdes  años ó  la  huérfana  española  en  Inglaterra.) 

Me  empecé  á  convencer,  algunos  añoshá,  que  habia  (2)  En  otro  lugar  hemos  dicho  que  han  sido  es- 
entrado  en  los  términos  de  la  vejez,  con  el  perpé-  tcrlles  las  investigaciones  hechas  en  Sevilla  con 
tuo  revivir,  que  noté  en  mí,  de  imágenes  y  memo-  suma  diligencia  por  algunos  de  los  más  distingui- 
rías españolas La  luz  de  la  esperanza  no  es  mía.  dos  literatos  de  aquella  ciudad. 


ccxil  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

nueva  imagen  viva  de  aquellos  tiempos  de  contradicciones  y  trastornos.  Adoptó  con  veíic- 
mencia  las  ideas  innovadoras  que  iban  entonces  cundiendo  por  todos  los  ámbitos  de  Europa, 
y  su  vida  siguió,  como  era  inevitable  que  aconteciera,  las  tristes  vicisitudes  políticas  de 
aquella  época  de  inquietud  y  de  turbación.  Arrastrado  por  las  ilusiones  engañosas  del 
es])íritu  reformista,  se  lanzó  sin  restricción  y  sin  prudencia  en  la  aventurada  empresa  de  en- 
lazar las  libertades  canónicas  con  las  libertades  políticas ,  y  atacó,  en  no  escasa  parte,  las  po- 
testades eclesiásticas.  Llevado  de  su  fogosa  índole,  fué  de  aquellos,  por  fortuna  raros,  sacer- 
dotes que  prefieren  á  la  calma  de  su  sagrado  ministerio,  la  agitación  de  la  vida  política.  Des- 
pués de  haber  sido  dos  veces  diputado  á  Cortes,  emigró  á  Inglaterra,  donde  pasó  los  últimos 
años  de  su  vida.  Allí  publicó,  en  1825,  una  interesante  autobiografía,  con  el  título  de  Vida 
literaria  de  don  Joaquín  Lorenzo  Villamicva.  Aunqiie  llama  literaria  á  la  historia  de  su  vida, 
esta  obra  pertenece,  más  que  á  las  letras,  á  las  polémicas  políticas  y  religiosas  de  su  época. 
En  esta  animada  relación  de  sucesos  contemporáneos  se  presentan  sin  disfraz  el  carácter,  el 
ingenio  y  las  preocupaciones  del  autor.  Es  un  libro  curiosísimo,  muy  importante  para  la  in- 
teligencia de  la  historia  literaria,  eclesiástica  y  política  de  España,  en  la  era  que  siguió  á  la 
revolución  francesa. 

La  audacia  de  sus  opiniones,  y  el  carácter  desenfadado  ó  agresivo  de  siis  escritos,  suscitó 
á  ViUanueva  impugnadores  y  enemigos,  que  le  causaron  acerbos  sinsabores.  El  más  inflexible 
y  tenaz  de  estos  impugnadores  fué  el  doctor  don  Antonio  Puigblanch,  compañero  su^'o  de 
emigración,  autor  de  La  Inquisición  sin  máscara,  hombre  de  escaso  gusto,  si  bien  de  extensa 
erudición.  En  su  prolija,  pero  curiosa  obra  titulada  Opúsculos  gramático-satirices ,  publicados 
en  Londres,  con  pretexto  de  defenderse  de  ViUanueva,  ataca  reciamente,  lastimándolas  cuanto 
puede  con  las  armas  de  la  sátira  y  de  la  invectiva,  así  las  obras ,  como  la  persona  del  doctor 
valenciano. 

La  saña  de  los  literatos  ofendidos  no  se  amansaba  ante  la  fraternidad  de  la  emigración. 
Las  variaciones  de  opinión  hacían ,  en  verdad ,  á  veces ,  á  ViUanueva  sobrado  vulnerable.  Por 
ejemplo,  cuando,  por  los  años  de  1812,  escribía  en  Cádiz  El  Jansenismo,  dedicado  al  filósofo 
rancio,  ¿quién  habría  reconocido  en  su  autor  á  aquel  defensor  celoso  del  espíritu  nacional,  en 
lo  tocante  á  la  religión  y  á  la  política,  que  en  1793  publicaba  en  la  Imprenta  Real  el  en- 
tonces fiímoso  Catecismo  del  Lstado  según  los  jyrincipios  de  la  Religión,  sin  más  objeto,  según 
sus  propias  palabras,  que  el  de  preservar  á  España  del  contagio  de  la  revolución  francesa? 

Estas  inconsecuencias  no  son  ni  pueden  ser  raras  en  épocas  de  renovación  y  trastorno. 
Abandonadas  las  doctrinas  antiguas ,  mal  definidas  las  doctrinas  nuevas ,  como  que  aun  no 
han  pasado  por  el  crisol  de  la  experiencia ,  suele  hoy  verse  un  campo  de  gloria  donde  ayer 
se  veía  un  abismo. 

Cuando,  á  los  veinticinco  años  de  edad  (1783),  publicó  ViUanueva  su  traducción  en  verso 
del  Poema  de  san  Próspero  contra  los  ingratos,  declaró  que,  á  pesar  del  buen  éxito  de  esta 
obra,  estaba  resuelto  «á  hacer  frente  á  la  vocación  de  poeta.»  Cuerdo  anduvo  en  ello  el  fácil 
y  abundante  prosador,  pues  carecía  de  verdadero  estro  poético.  Sin  embargo ,  muchos  años 
después,  confinado  al  convento  de  la  Salceda  por  aquel  famoso  decreto  de  15  de  Diciembre 
de  1815,  que  fulminó  las  penas  de  presidio,  reclusión  y  destierro  contra  Martínez  de  la  Rosa, 
Aroüellcs,  don  Juan  Nicasio  Gallego  y  otros  ilustres  patricios,  recobró  su  amor  á  las  dulces 
emociones  de  la  poesía.  «Entre  aquellos  peñascos  (escribe  él  mismo  en  su  citada  obra)  vol- 
vió á  prender  en  mi  ánimo  el  fuego  poético,  que  desde  mi  mocedad  había  estado  envuelto 
en  cenizas.  Con  rayar  ya  entonces  en  los  sesenta  años,  salieron  de  mi  mano  composiciones 
muy  vivas  y  amenas,  de  que  llegó  á  formar  cuatro  volúmenes  cierta  persona  á  quien  las  iba 
enviando. » 

Frisaba  ViUanueva  en  los  setenta  años  cuando  estampaba  estas  palabras,  en  que  tan  des- 
embozado so  presenta  el  engreimiento  del  poeta  anciano.  Las  poesías,  publicadas  en  Dublin, 
no  carecen  de  briosa  entonación^  de  ingenio  y  de  sabor  castizo  castellano,   Era  don  Joaquín 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  ccxm 

Villanmva,  así  como  su  hermano  don  Jaime,  consumado  hablista ,  y  con  razón  le  habia  admi- 
tido en  su  seno  la  Academia  Española  antes  de  que  cumpliese  treinta  y  cinco  años ;  pero  la 
continua  lectura  de  antiguos  escritores  lo  habia  familiarizado  de  tal  modo  con  el  lenguaje 
arcaico ,  que ,  acaso  involuntariamente ,  atesta  sus  versos  de  extrañas  voces  y  extravagantes 
y  anticuados  idiotismos.  Y  ¿qué  ha  de  parecer  una  poesía,  aunque  abunde  en  bellos  pensa- 
mientos, que  no  puede  leerse  sin  tener  á  mano  diccionarios  y  glosarios  ?  Lo  que  es  en  realidad  : 
una  poesía  hija  del  estudio,  y  falta,  por  consiguiente,  de  naturalidad  y  de  hechizo. 

Poco  tiempo  antes  de  su  muerte,  á  pesar  de  la  fortaleza  que  le  infundían  siempre  las  ta- 
reas literarias  para  sobrellevar  los  sinsabores  de  la  vida,  y  á  pesar  también  de  la  admiración 
que  le  inspiraba  la  nación  inglesa ,  emponzoñaban  su  ánimo  el  recuerdo  de  la  patria  y  las 
amarguras  del  aislamiento.  « Hallóme  (escribía  en  su  citada  obra)  abandonado  de  mi  patria 
sin  crimen,  y  expuesto  á  las  calamidades  de  un  espontáneo  extrañamiento.» 

Otro  escritor,  animado  por  el  espíritu  independiente  de  su  época,  pero  que  no  amenguó  por 
ello  sus  sentimientos  patrióticos  y  religiosos,  es  el  poeta  gaditano  don  José  Vargas  y  Ponee. 

Pocas  cosas  demuestran  tan  claramente  el  carácter  inseguro  y  antojadizo  del  gusto  lite- 
rario en  las  épocas  de  transición,  como  la  gloria  efímera  de  ciertos  escritores.  A  excepción  do 
varios  críticos  y  eruditos,  ¿quién  recuerda  hoy  día  los  versos  de  algunos  poetas,  cuyo  nom- 
bre gozaba,  en  los  últimos  años  del  siglo  xviii  y  en  los  primeros  del  presente ,  de  celebridad 
honrosa  y  lisonjera?  Vargas  y  Ponce^  el  distinguido  marino  y  académico,  es  uno  de  estos 
ingenios  olvidados.  El  público  de  la  era  presente  ignora  que  este  español  insigne  fué  en  su 
tiempo  muy  estimado  y  aplaudido ,  por  su  laboriosidad ,  por  su  patriotismo ,  por  su  talento, 
y  hasta  por  su  humor  cáustico  y  festivo.  La  historia  literaria,  al  paso  que  debe  permanecer 
insensible  á  ese  lustre  y  á  ese  entusiasmo  pasajero  que  ofusca  y  avasalla  á  los  contemporáneos, 
cumple  su  misión  útil  y  gloriosa  resucitando,  por  decirlo  así ,  nombres  á  veces  con  nota- 
ble injusticia  olvidados,  y  aquilatando  el  valor  verdadero,  absoluto  ó  relativo,  de  las  obras 
del  arte  ó  del  ingenio,  que  casi  siempre  encierran  una  significación  moral  histórica,  que  no 
es  dable  desatender.  Por  eso  nos  complacemos  ahora  en  consagrar  un  somero  estudio  al  ca- 
rácter y  al  talento  poético  de  Vargas  y  Ponce,  que  sus  amigos  llamaban  simplemente,  con 
intención  familiar  y  afectuosa,  el  poeta   Vargas. 

Compartió  su  vida  entre  la  marina ,  las  letras  y  la  política.  Pero  las  letras  fueron  siempre 
su  vocación  dominante.  En  la  marina  se  distingu^ió  como  oficial  laborioso  y  brillante ,  y 
para  la  Biblioteca  de  marinos  ilustres  escribió  la  Vida  del  Marqués  de  la  Victoria  y  la  de  don 
Pedro  Niño.  En  aquellos  tiempos  caminaban  con  lentitud  las  carreras  públicas,  y  Vargas 
Ponce,  á  pesar  de  sus  grandes  merecimientos ,  subió  poco  en  el  distinguido  cuerpo  á  que 
pertenecía.  No  pasó  de  capitán  de  fragata. 

Como  diputado,  en  1813  se  distinguió  únicamente  por  su  adhesión  á  la  constitución  po- 
lítica promulgada  en  el  año  anterior.  Era  liberal  de  sano  instinto,  y  en  la  inexperiencia  polí- 
tica de  aquel  tiempo,  sólo  á  muy  pocos  fué  dado  columbrar  los  defectos  trascendentales  que 
encierra  aquel  famoso  código  constitutivo.  Vivió  oscurecido  desde  el  momento  en  que  fué  der- 
rocado el  sistema  constitucional,  hasta  el  restablecimiento  del  mismo  en  1820.  Volvió  á 
Madrid,  nuevamente  elegido  diputado  á  Cortes.  Individuo  de  las  Academias  Española,  de  la 
Historia  y  de  la  de  Nobles  Artes,  querido  de  todos  por  su  dulce  y  amono  carácter,  y  respetado 
por  su  saber  y  por  su  fama ,  le  esperaba  acaso  la  época  más  apacible  y  regalada  de  su  vida. 
Pero  le  sorprendió  la  muerte  al  comenzar  el  siguiente  año  de  1821,  el  mismo  en  que  murió 
Marchena.  Su  último  escrito  fué  la  Vida  de  ErcUla. 

Pocos  han  empezado  la  vida  literaria  con  más  venturosos  auspicios.  Cuando  la  Academia 
Española,  después  de  premiar  el  Elogio  de  don  Alfonso  el  Sabio,  abrió  el  pliego  que  contenia  el 
nombre  del  autor  y  proclamó  que  era  obra  de  un  guardia-marina,  mozo  de  veinte  años,  la 
admiración  fué  general.  La  crítica  no  era  muy  vigorosa  ni  muy  profunda;  pero  el  estilo, 
aunque  aliñado  y  artificial  en  demasía,  era  elegante  y  sentencioso,  y  el  éxito  de  la  obra  fué 
I,  Ps.-xviii,  n 


CCXIV  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CKÍWOO 

extremadamente  lisonjero.  De  allí  en  adelante  escribió  mucho ;  porque  era  infatigable  eu  d 
trabajo,  y  las  letras  fueron  para  él  deleite  en  la  ventura,  y  consuelo  en  la  adversidad.  Mas  ya 
no  volvió  á  lograr  un  triunfo  semejante  al  que  Labia  alcanzado  en  los  albores  de  la  juventud. 
Fuera  de  la  oda  Al  nacimiento  de  los  infantes  gemelos,  obra  infeliz  de  la  inexperiencia  (1783), 
de  la  tragedia  Egilo7ia,  y  de  alguna  otra  composición  de  asunto  grave ,  las  obras  poéticas  de 
Vargas  fueron  siempre  de  carácter  festivo  y  familiar.  Las  más  conocidas  eran  las  sátiras  El 
Peso-duro  y  la  Proclama  de  un  solterón ,  que  fueron  traducidas  al  francés.  Empezó  Vargas  El 
Peso-duro  en  Cartagena,  antes  de  1790,  y  no  se  decidió  á  continuarlo  hasta  1806.  Después 
de  impreso  el  primer  canto  de  este  poema ,  em])rendió  la  composición  del  segundo  canto ; 
pero,  ó  no  quiso  terminarlo,  ó  le  arredró  la  indiferencia  con  que  fué  recibido  el  primero;  lo 
cierto  es  ,  que  no  llegó  á  ver  la  luz  pública. 

Vargas,  como  poeta,  fué  tratado  con  áspera,  si  bien  merecida,  severidad  por  sus  contempo- 
ráneos. Forner ,  Huerta ,  Jovellanos ,  Miñano  y  otros  no  le  escasearon,  ya  amistosas  adver- 
tencias y  censuras,  ya  amargas  diatribas  y  aun  violentos  ataques.  Su  laboriosidad  (1),  sus 
nobles  prendas  y  su  festivo  ingenio  le  granjearon,  no  obstante,  el  general  aprecio. 

No  podria  formarse  cabal  idea  de  la  agresiva  violencia  con  que  algunos  de  aquellos  litera- 
tos se  ensañaron  con  Vargas,  si  no  estampáramos  aquí  muestras  de  aquellas  recias  acometidas. 
Lo  hacemos  de  buen  grado ,  porque  estas  muestras  patentizan  la  destemplada  intolerancia  que 
reinaba  por  aquellos  tiempos  en  las  letras  de  nuestra  patria. 

Forner,  en  su  obra  La  Corneja  sin  plumas,  se  entretiene  en  probar,  comparando  textos, 
que  el  enfático  libro  de  Vargas,  Declamación  contra  los  abusos  introducidos  en  el  castellano,  es 
en  su  mayor  parte  una  serie  de  plagios  de  May ans ,  de  Aldrete  y  del  autor  del  Diálogo  de 
las  lenguas. 

¿Quién  (dice)  no  abominará  á  Voltaire,  que,  después  de  haber  imitado  la  Mérope  del  gran  Maffei,  en- 
mascarado ruinmente,  criticó  con  impía  ferocidad  la  misma  obra  que  le  habia  servido  de  modelo  ?  ¿Quién 
no  lee  con  ceño  á  Aristóteles  cuando  le  ve  comentar  las  doctrinas  de  su  maestro ,  y  después  morderle  y 
roerle  las  opiniones  con  sequedad  poco  menos  que  bárbara  ?  Y  si  esta  conducta  desagrada  tanto  en  hom- 
bres de  superior  mérito,  ¿qué  será  cuando  un  pigmeo,  un  literatillo,  cuyo  bulto  apenas  se  divisa,  ahue- 
cando la  voz  y  pugnando  para  empinarse,  exhala  bravatas  campanudas,  cabecea  con  ceño  hosco,  y  brota 
su  tufo  de  colerilla  chillona  en  el  tablado  de  un  libróte  zurcido  malamente  de  retales,  tal  vez  de  aquellos 
mismos  é  quienes  piensa  lastimar  y  ofender?  Pues  no  hay  duda  :  tal  es  la  calidad  del  libróte  que  á  fines 
de  1793  salió  á  correr  mundo  con  el  titulo  de  Declamación  contra  los  abusos  irtroducidos  en  el  castellano, 
presentada  y  no  premiada  por  la  Academia  Española^  ario  de  1791.  Sigúela  una  disertación  sobre  la  lengua 
castellana,  y  la  antecede  un  diálogo  que  explica  el  designio  de  la  obra. 

Esta  rara  mescolanza  de  declamación ,  diálogo  y  disertación  ;  este  guisote  de  bodegón  literario  ;  este 

almodrote,  que  empieza  en  conversación,  sigue  en  misión  y  remata  en  gaceta ;  ya  en  estilo  de  botarga, 

ya  magnífico  y  de  estampido,  ya  didáctico  y  pedantesco ;  este  libro  no  es  libro,  ni  obra,  ni  diatriba,  ni 
sintagma  (2),  ni  cosa  que  se  parezca  á  nada  de  lo  que  con  algún  título  se  ha  escrito  hasta  aquí ;  porque  en 
el  diálogo  es  pura  habladuría,  en  la  declamación  pura  afectación  y  remedo  de  frases  ya  caducas  y  ran- 
cias, y  en  la  disertación  puro,  ó  por  mejor  decir,  impuro  robo,  rapiña  patente ,  pillaje  abominable,  hurto 
y  usui-pacion  vergonzosa.  Búsquese  en  los  anales  de  la  literatura  un  monstruo  que  se  parezca  en  un  solo 
lineamento  á  esta  producción  del  memorable  siglo  xviii. 

En  el  año  de  1820  publicó  Vargas  en  Madrid  una  sátira  en  verso,  con  este  título,  que  in- 
dica su  intención :  Los  ilustres  haraganes ,  6  apología  razonada  de  los  mayoi^azgos.  Juzgan- 
do esta  obra  de  circunstancias,  dice  El  Censor  del  21  de  Octubre  de  aquel  año,  en  una  carta 
de  El  Madrileño  (3)  ; 

Lo  primero  que  vieron  mis  ojos  fué  una  octava,  que  le  sirve  de  epígrafe,  tomada  de  aquel  detestable 

(1)    El  lectoral  de  Cádiz,  don  Antonio  Manuel  ro  de  los  escritos  del  insigne  marino  gaditano. 

'Trianes,  varón  doctísimo  y  amigo  de  Vargas,  for-  (2)  Tratado  metódico.  Sintagma  tituló  Gassendi 

mó  el  catálogo  de  las  obras  impresas  y  manuscri-  una  obra  suya  sobre  la  filosofía  de  Epicuro. 

tas  de  este  escritor.  Añadiendo  al  catálogo  algunas  (3)  Don  Sebastian  Miñano.  Solía  ocultar  su  nom- 

(jne  en  él  faltan,  no  baja  de  sesenta  y  seis  elnúmc-  bre,  firmando ,  ya  El  Madrileño,  ya  El  Holgazán. 


DÉ  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIlL  C^XV 
poema  de  antaño  llamado  El  Peso-duro.  Bien  conocí  desde  luego  que  quien  se  atreve  á  tomar  por  texto  un 
trozo  de  la  obra  más  estúpida  que  han  conocido  los  siglos,  no  podia  menos  de  tener  los  sesos  hechos  sue- 
ro  Todavía  hay  escritores  capaces  de  competir  en  lo  necio  con  el  mismo  autor  de  El  Peso-duro  y  de  la 

Egilona, 

Aunque  por  instinto  y  costumbre,  más  coplero  que  verdadero  poeta,  no  merecía  Vargas^ 
por  cierto ,  tan  desmedida  acritud  y  dureza.  Era  uno  de  aquellos  literatos  de  vocación  sin- 
cera ,  ingeniosos ,  perseverantes  é  instruidos ,  que  por  no  saber  comprender  su  aptitud  espe- 
cial, abarcan,  con  menos  fuerza  que  ambición  ,  todos  los  ramos  de  las  letras,  y  no  alcanzan, 
por  lo  mismo,  á  dejar  en  ninguno  de  ellos  rastros  de  verdadera  luz.  Dotado  de  claro  entendi- 
miento y  de  imaginación  movediza  y  amena,  si  no  fecunda  y  creadora,  no  quiso  limitarse 
á  cultivar  la  prosa,  en  la  cual  sobresalió  desde  edad  muy  temprana,  y  no  tardó  en  caer  en 
la  tentación  de  penetrar  en  los  elevados  espacios  de  la  poesía.  Pero ,  aunque  lleno  de  inge- 
nio lozano  y  zumbón ,  carecía  de  verdadero  estro  poético.  Por  eso  brilló  únicamente  en  el 
género  satírico  y  festivo ,  desluciendo  no  poco  sus  agudos  chistes  con  los  rasgos  chocarreros 
de  que  están  sembradas  sus  poesías. 

Del  Peso-duro,  calificado,  como  se  ha  visto,  de  ohra  estúpida  por  desabridos  críticos,  sólo 
ha  llegado  á  nuestras  manos  el  primer  canto  (1).  No  sobresale  ciertamente  ni  por  el  aticismo 
poético ,  ni  por  la  claridad  y  el  orden  de  la  narración.  Sólo  pueden  ser  leidas  sin  enfado  al- 
gunas octavas ,  como  aquellas  en  que  recuerda  el  Peso-duro  las  imprecaciones  de  una  negra 
de  Angola,  esclava  de  un  minero  del  Perú,  que  ha  visto  morir  á  su  hijo,  víctima  de  un 
hundimiento  de  la  montaña ,  ó  algimas  dos  ó  tres  más,  en  que  campean  el  ingenio  travieso  y 
á  veces  mordaz  de  Vargas. 


Hé  aquí  las  octavas  : 

Cabe  una  gruta  de  codicia  insana, 
Cavada  por  sacar  oculto  oro, 
Sed  insaciable  de  la  raza  humana, 
Alaridos  sentí  y  amargo  lloro. 
Con  rabia  mujeril ,  atroz  y  vana, 
Bramaba,  cual  herido  y  fiero  toro 
Que  se  azota  los  cuernos  con  la  cola, 
Una  atezada  hija  del  Angola 


Un  hijo  desdichado 
Perdió  á  su  vista ;  con  la  pena  y  saña , 
Frenética  la  madre  se  mordía, 
Y  así  fiera  y  demente  maldecía : 

«Mal  haya  de  aquel  príncipe  tirano 


Que  en  mi  nativa  Angola  me  vendiera, 
En  vez  de  padre,  mercader  villano. 
No  mi  defensa ,  mi  verdugo  fuera. 
La  sordidez  mal  haya  del  britano. 
Que  en  maldad  que  conoce,  persevera, 
Y  para  despoblar  mi  triste  playa 
Huye  su  esposa  y  surca  el  mar  :  ¡  mal  haya ! 
«Y  tú ,  hipócrita  vil ,  que  en  blandas  vocea 
Mi  ánima  ciega  dices  iluminas, 
Predicándome  un  ser  que  desconoces. 
Tu  Dios  no  siendo  sino  viles  minas, 
Plegué  al  destino  cuitas  tan  atroces 
En  tí  se  ceben ;  llores  tus  ruinas 
Desolado  cual  yo ,  sin  dulce  hijo , 
Sin  tu  patria  y  tu  Dios. «  Así  maldijo. 


Al  pasar  la  Estigia  el  Peso  duro ,  encuentra  diferentes  vicios  de  la  sociedad  humana  satí- 
ricamente simbolizados  : 


Por  allí  á  comisión  grave  y  secreta , 
Mintiendo  tocas  ó  disfraz  humano. 
Iba  el  Embuste  en  manto  de  alcahueta. 
La  Trampa  de  alguacil ,  su  vara  en  mano  ; 


El  Temor  como  esclavo  con  su  geta , 
La  Embriaguez  de  cochero  simoniano, 
La  Insolencia  con  aldas  de  estudiante, 
Y  la  Inutilidad  como  niaestrante. 


(1)  Impreso  en  Madrid,  en  1813  ,  en  la  imprenta 
que  fué  de  Fuentenebro. —  Hemos  buscado  el  ma- 
huscrito  del  segundo  canto  en  las  colecciones  délos 
principales  bibliógrafos  de  Madrid.  Hemos  escrito 
con  el  mismo  objeto  á  nuestros  amigos  de  Sevilla  y 
Cádiz.  Todo  en  balde.  Hemos  adquirido  la  convic- 
ción ,  después  de  hablar  con  personas  que  interve- 
nían por  aquel  tiempo  en  la  citada  imprenta,  que 


el  segundo  canto  del  Peso-duro  no  llegó  á  darse  á 
la  estampa.  Fernán  Caballero  nos  lia  escrito  con  este 
motivo  lo  siguiente,  desde  Sevilla: 

«No  hay  biblioteca  pública  y  particular,  librería 
y  baratillo  en  que  no  se  haya  buscado  el  segundo 
canto ;  pero  nada  :  todos  creemos  a<iuí ,  como  usted, 
que  no  fué  impreso,  pues  la  parte  final  del  primero 
no  creo  seduciría  á  nadie  para  leer  el  segundo.» 


CCSVI 


BOSQUEJO  niSTORICO  CRITICO 


La  Soberbia  so  puso  de  golilla, 
La  Avaricia  ¡bribona!  de  sotana, 
/ra  sin  naguas  fuera  nao  sin  quilla, 
Lujuria  de  basquina  gaditana  ; 
La  Gula,  por  supuesto,  con  capilla. 
Envidia  con  refajo  de  villana  ; 
De  puro  inerte  sin  disfraz,  ¡oh  hallazgo! 
La  Pereza  salió  de  mayorazgo. 


La  Discordia  de  suegra  tomó  el  as, 
La  Ignorancia  de  médico  el  envés, 
La  Locura  de  músico  el  compás , 
La  Fatuidad  los  aires  de  marqués ; 
Al  Descaro  el  cordón  le  vino  al  ras, 
De  bolero  el  Desorden  buscó  pies , 
El  Chisme  fué  muy  hueco  con  luonjil, 
Y  de  fraile  y  mujer  vicios  cien  mil. 


También  merece  citarse  aquella  octava  en  que  el  Peso-duro ,  recordando  que  el  avaro  mi- 
nero de  Lima  lo  sepultó  en  una  talega ,  exclama : 


De  mi  estrecha  prisión  el  tiempo  ignoro. 
Eterna  noche,  sin  la  luz  del  día, 
Y  de  un  propio  color  la  plata  y  oro 
Me  hicieron  larga  y  zonza  compañía. 


Lo  mismo  son  carbones  que  tesoro 
A  sordidez  que  los  soterra  impía ; 
Si  en  ocultarlo  su  placer  encierra , 
¿  No  estaba  más  oculto  bajo  tierra  ? 


Vargas  ejercitaba  singularmente  su  ingenio  en  la  activa  correspondencia  que  seguía  con 
sus  innumerables  amigos  aficionados  á  las  letras.  Se  complacía  muy  especialmente  en  esta 
familiar  tarea ,  que  cuadraba  del  todo  á  la  amenidad  de  su  índole.  Muchas  cartas  suyas  se 
consei^van  todavía,  y  en  casi  todas  ellas  se  advierte  la  especie  de  fruición  con  que  se  entre- 
gaba sin  tasa,  y  muy  á  menudo  con  gusto  poco  acrisolado,  á  su  carácter  expansivo  y  clian- 
cero. 

En  verso  escribió ,  ademas  de  las  sátiras  en  afectado  estilo ,  la  tragedia  titulada  Egilona, 
que  le  acarreó  una  reprensión  amigable  de  Jovellanos,  «por  malgastar  el  tiempo  en  cosas  para 
las  cuales  no  era  su  ingenio»  (1).  También  compuso  abimdante  copia  de  poesías  fugitivas, 
inspiradas  las  más  veces  por  circunstancias  de  carácter  íntimo.  El  inexorable  Huerta  llama- 
ba á  estas  poesías ,  hijas  de  genialidad  jovial,  y  no  de  inspiración,  mentecatadas  de  Vargas  (2). 
Solía  éste  intercalar  en  sus  cartas  versos  festivos  y  ligeros.  De  ellos  tenemos  algimos  á  la 
vista,  los  más  de  carácter  burlesco  ,  escasos  de  buen  gusto  y  de  elegancia ,  pero  no  de  donai- 
re y  de  satírico  desenfado.  Su  fama  como  poeta  fué ,  como  debia  ser ,  pasajera.  Aunque  in- 
signe humanista ,  y  hombre  do  ingenio  original  y  agudo ,  no  supo  remontarse  nunca  en  alas 
del  sentimiento  y  de  la  fantasía,  y  no  mereció  en  verdad  elevado  puesto  en  los  campos  glo- 
riosos de  la  verdadera  poesía. 

El  poema  de  Vargas  que  no  debe  quedar  sepultado  en  el  olvido ,  es  la  sátira  titulada 
Proclama  de  un  solterón,  única,  entre  sus  obras,  digna  de  sobrevivir  al  simpático  marineen 
la  opinión  severa  de  la  posteridad.  Don  Juan  Nicasio  Gallego  enmendó  con  su  elegante  y 
con-ecta  pluma  algunos  pasajes,  y  si,  después  de  haber  pasado  por  el  crisol  do  las  correccio- 
nes del  ilustre  académico  y  poeta ,  quedan  todavía  en  la  Proclama  algunos  rasgos  de  gusto 
sobrado  libre  y  chocarrero ,  no  puede  negarse  que  está  escrita  con  seductor  desembarazo ,  y 
que  rebosa  en  esta  obra  la  sal  de  la  sátira  verdadera. 

Otro  poeta ,  el  caballero  alavés  don  Pablo  de  Jérka ,  amigo  de  Moratin ,  Gallardo  y  otros 
literatos  de  nota,  debió  su  fama,  que  la  posteridad  no  ha  consagrado,  más  bien  á  sus  opi- 
niones liberales  y  á  las  persecuciones  políticas  de  que  fué  objeto ,  que  á  su  talento  literario. 
Pobre  imitador  de  los  poetas  salmantinos,  sólo  demostró  algún  ingenio  en  fábulas,  cuentos 
jocosos  y  epigramas ,  no  siempre  faltos  de  agudeza ,  pero  sí  de  intención  moral ,  fecunda  y 
elevada.  Como  constitucional  fervoroso,  fué,  en  1814,  desterrado  al  presidio  de  Melilla  por 
diez  años  y  un  dia.  Pudo  evitar  el  golpe  emigrando  á  Francia  en  compañía  de  varios  deudos 
y  amigos  suyos.  Ya  seguro  en  tierra  extranjera,  burlábase  de  la  persecución  en  estos 
versos : 


(1)  Papeles  del  señor  don  Martin  Fernandez  de  Na  varíete. 

(2)  ídem. 


Bien  pudiera,  como  Ovidio, 
Llorar  también  mi  destierro , 
Aunque  no  estoy  en  Melilla , 
Sino  en  París,  salvo  y  bueno. 

Mas,  en  vez  de  escribir  tristes, 


DE  LA  rOESLi  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  CCXYII 

Escribiré  alegres  versos : 
Con  Dcniócrito  me  enticrren , 

Que  á  Herác'lito  le  prefiero 

Y  no  hay  más  patria  en  el  mundo 
Que  vivir  libre  y  contento. 


Con  un  alma  poco  entera  y  sufrida,  y  prendado  ademas  de  la  civilización  francesa,  no 
pudo  Jerica  sobrellevar  con  paciencia  los  amargos  sinsabores  que  le  acarrearon  los  trastornos 
políticos  de  la  nación.  Sus  sentimientos  de  español  se  entibiaron,  y  el  antiguo  patriota  acabó 
por  tomar  carta  de  naturaleza  en  Francia. 

El  sesudo  y  laborioso  escritor  alemán  Fernando  Wolf  daba  liarto  subido  valor  á  las  poe- 
sías de  Jénca.  Se  pagaba  demasiado  del  desenñulo  y  de  la  soltura  de  este  escritor  mediano, 
al  paso  que  confesaba  sin  dificultad  que  carecía  de  vigor  y  de  originalidad. 

Don  Cristóbal  de  Beña ,  educado  con  las  ideas  políticas  y  literarias  de  los  últimos  años  del 
siglo  XVIII,  era  hombre  de  vivo  y  clarísimo  ingenio.  Versificaba  con  soltura  y  gala.  Don  Án- 
gel de  Saavedra,  después  duque  de  Rivas,  le  trató  íntimamente  en  Cádiz,  por  los  años  de 
1812,  y  de  sus  labios  hemos  oido  muchas  veces  los  triunfos  que  ahí  alcanzó  Beña  como  poeta 
repentista.  Tres  sonetos  suyos ,  improvisados ,  conservaba  el  Duque  en  la  memoria ,  y  por 
cierto  que  justifican  cumplidamente  el  éxito  que  alcanzaban  en  Cádiz  los  versos  de  Beña.  Hé 
aquí  uno  de  ellos,  notable  en  verdad  por  la  energía  y  la  sencillez  de  la  expresión,  y  por  la 
claridad  con  que  en  él  se  refleja  el  encono  que  inspiraba  en  Cádiz  la  invasión  francesa,  y  la 
ira  que  produjo  la  primera  moneda  que  llegó  allí  con  la  efigie  de  José  Bonaparte : 


SONETO. 

De  las  Espafias  y  las  Indias  rey 
Se  titula  en  su  busto  el  baladron , 
Por  llamarse  no  más  Napoleón 
Y  mandar  de  asesinos  una  grey; 

Mas  quiebra  de  verdad  la  eterna  ley 
En  darse  ese  dictado  fanfarrón , 


Pues  no  le  pertenece  ni  un  terrón 

De  los  que  ai'ando  rompe  el  tardo  buey. 

No  importa ,  no ,  que  pérfido  cincel 
Una  en  su  escudo  el  águila  imperial 
Con  los  leones  que  se  burlan  del, 

Y  con  la  insignia  de  Aragón  fatal : 
La  patria  mía  borrará  con  hiél, 
De  unión  tan  execrable  aun  la  señal. 


Era  Beña  liberal  de  buena  fo ,  como  casi  todos  los  de  aquel  tiempo ,  y  siguiendo  el  impulso 
literario  que  habia  nacido  en  el  reinado  de  Carlos  III,  y  duraba  todavía,  dióse  á  escribir  fá- 
bulas ,  que  era  uno  de  los  ramos  más  corrientes  de  la  literatura  al  uso.  Para  prestar  colori- 
do original  á  un  género  tan  manoseado,  dio  á  sus  fábulas  un  oh^eio político ,  como  Iriarte  ha- 
bia dado  á  las  suyas  un  objeto  literario.  Jja.s  Jábalas  políticas  de  Beña  fueron  tasadas  por  la 
opinión  de  la  gente  ilustrada  en  más  de  lo  que  en  realidad  vallan.  Abogaba  por  ellas  el  espí- 
ritu liberal  que  las  habia  inspirado,  y  á  más  de  su  mérito  real,  resplandecía  en  las  fábula.^ 
jM-incipalmente  el  mérito  aparente  de  que  reviste  fácilmente  á  las  obras  de  ingenio  y  arte  el 
entusiasmo  pasajero  de  las  circunstancias.  Ahora,  que  han  pasado  las  ilusiones  de  aquel  tiem- 
po ,  las  celebradas  fábulas  de  Beña  parecen  lo  que  son :  obras  medianas ,  en  que  el  fin  político 
se  reduce  á  máximas  triviales ,  que  el  autor  no  sabe  realzar  siquiera  con  la  novedad  de  los  ar- 
gumentos y  la  perfección  de  la  forma.  El  lozano  versificador  ha  decaído ,  y  la  originalidad  es 
tan  escasa,  que  si  bien  con  aplicación  moral  diferente,  asoman  en  el  fondo  de  algunas  fábulas 
los  pensamientos  de  Iriarte  y  Samaniego.  La  titulada  El  Escoplo,  el  Mazo  ij  el  Carpintero, 
recuerda ,  empobrecida ,  la  idea  de  El  Pedernal  y  el  Eslabón ,  mientras  que  Las  Ranas  y  el 
Sapo  es  una  imitación  poco  feliz  de  Las  Ranas  pidiendo  rey.  Entre  las  pocas  que  pertenecen 
completamente  á  Beña ,  hay  una ,  La  Escalera  de  mano  y  el  Farolero ,  digna  de  especial  men- 
ción por  lo  ingenioso  y  sencillo  del  pensamiento  fundamental. 

Beña  escribió  muchos  versos  líricos  inspirados  por  el  impulso  de  la  libertad  (1).  Hoy  han 

(1)  Las  más  de  estas  poesías  se  publicaron  en  Londres  ,  con  este  título :  La  Lira  de  la  libertad  {l^ld). 


ecxvill  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

perdido  el  transitorio  encanto  que  les  dieron  las  circunstancias  históricas  del  tiempo  en  que 
fueron  escritas.  Su  valor  literario  es  cortísimo.  Distan  mucho  de  la  elocuente  energía  que 
sabe  dar  Quintana  á  la  expresión  de  los  grandes  sentimientos  de  la  patria. 

No  debemos  olvidar  por  completo ,  como  la  posteridad  lo  ha  olvidado ,  al  honrado  patricio 
y  mediano  escritor  don  José  Mor  de  Fuentes,  cujo  nombre  ha  sonado  en  la  prensa  durante 
medio  siglo ,  sin  que  el  rumor  de  la  celebridad ,  que  fué  grande ,  llegase  á  ser  nunca ,  para 
él,  el  rumor  de  la  gloria.  De  ánimo  inquieto ,  emprendedor  j  laborioso ,  y  empleando  en  todo 
BU  obstinación  aragonesa ,  abarcaba  con  laudable  pero  extraviada  ambición  ramos  del  saber 
diferentes  c  inconexos.  Historia,  política  constitucional,  filosofía,  agricultura,  crítica  lite- 
raria, novela,  poesía  épica,  poética,  comedia,  saínete,  poesía  lírica  en  varias  lenguas;  es- 
tos y  otros  diferentes  géneros  científicos  y  literarios  eran  otras  tantas  tentaciones  en  que  caía 
con  sobrada  facilidad  el  incansable  Mor  de  Fuentes.  En  todas  sus  obras  hay  rasgos  de  talen- 
to y  prendas  estimables;  pero  su  gusto  no  se  formó  nunca.  Ni  su  carrera  de  ingeniero  de 
marina ,  ni  su  autoridad  de  escritor,  llegaron  á  sazón  verdadera.  Aunque  hablista  abundante, 
BU  estilo  suele  ser  afectado,  y  su  lenguaje  adolece  siempre  de  desigualdad,  y  á  menudo  de 
extravagancia  }'■  artificio  (1). 

En  edad  muy  avanzada  (74  años)  publicó  en  Barcelona  una  relación  autobiográfica  (2), 
en  la  cual ,  al  paso  que  con  el  más  candoroso  engreimiento  se  colma  de  alabanzas ,  trata  con 
rigor  implacable  á  muchos  personajes  esclarecidos  de  nuestra  nación.  Para  Mor  de  Fuentes, 
el  ilustre  y  sesudo  hombre  de  Estado  Conde  de  Floridablanca  no  fué  sino  un  hombre  en 
extremo  sxiperjicial  y  aun  ignorante;  en  Cienfuegos,  á  quien  en  1796  habia  confiado  la  cor- 
rección de  sus  poesías  antes  de  darlas  á  la  estampa ,  no  ve  ya  más  que  desentonos  estram- 
hóticos  y  lenguaje  ramplón,  bronco  y  enigmático;  las  comedias  de  Moratin  son,  en  su  juicio, 
unos  sainetes  largos ,  salpicados  de  dichitos  más  ó  menos  oportunos,  que  solia  ir  á  recoger  entre 
las  verduleras ;  llama  á  Salva  sandio  y  criticastro,  y  á  su  célebre  gramática,  un  fárrago  j  una 
valencianada  (3)  ;  califica  á  don  Juan  Nicasio  Gallego  de  galleguísimo ;  del  admirable  Z^on  Al- 
varo, del  Duque  de  Rivas ,  dice  que  es  un  comedión  de  Pedro  Bayalarde;  el  estilo  de  Martínez 
de  la  Rosa  es,  á  sus  ojos,  el  yerto  prosaismo  del  chusco  Martinez ;  la  elevada  poesía  de  Quin- 
tana ,  altisonante  gerigonza,  alternada  con  renglories  rastreros ;  y  por  último,  la  inspiración  ideal 
de  Lamartine ,  los  yertos  sollozos  del  poeta  llorón.  Sólo  Rosa  Galvez  y  Melendez  Valdés  hallan 
gracia  ante  el  tremendo  tribunal  del  inexorable  y  atrabiliario  crítico. 

Las  prendas  y  defectos  del  alma  asoman  siempre  en  las  obras  del  arte  ó  del  ingenio.  Mor 
de  Fuentes ,  dotado  de  corazón  noble  y  generoso ,  empañaba  y  aun  esterilizaba  sus  estimables 
cualidades  con  su  desmedida  soberbia  literaria.  La  intolerancia  y  el  desabrimiento  que  se  ad- 
vierten á  cada  paso  en  su  autobiografía,  no  eran  sólo  achaques  de  la  edad  cercana  al  térmi- 
no de  la  vida,  en  que  se  ven  las  cosas  sin  el  embeleso  de  la  ilusión,  que  las  colora  y  engran- 
dece ;  era  el  amor  propio ,  que  cegaba  á  Mor  de  Fuentes  hasta  despojar  su  entendimiento  de 
toda  justicia  y  de  toda  indulgencia.  Su  vida  literaria  está  sembrada  de  rasgos  visibles  de 
este  deplorable  impulso  moral  (4).  En  suma,  en  Mor  de  Fuentes,  el  hombre  valia  más  que  el 
escritor ;  y  en  el  escritor ,  más  el  narrador  que  el  crítico  y  el  poeta. 

(1)  Su  traducción  del  Werther^  de  Goethe,  está  «Vargas  Ponce  y  Mor  de  Fuentes  carecen  de  flui- 
hecha ,  directamente  del  alemán ,  en  el  lenguaje  más  dez ,  particulamiente  el  segundo ,  que  es  de  una  du- 
enredado  y  extraño  que  imaginarse  puede.                     reza  insoportable.»  (Introducción  á  la  Gramática.') 

Mor  de  Fuentes  se  atreve  hasta  á  inventar  pala-  (4)  Sirvan  de  ejemplo  los  siguientes,  entre  otros 

bras  como  ayertar  por  helar :  infinitos  : 

Ora  mi  triste  corazón  í(j/«rto.  «No  quise  publicar  mi  poema  La  Ahatnmaquia, 

{Poesías  varías;  imprenta  Real ,  1796.)  P^'"  "^  apesadumbrar  á  Quintana,  pues  algún  pasa- 

(2)  Bosquejülo  de  la  vida  y  escritos  de  don  José      gonzalo  habia  de  llevar » 

Mor  de  Fuentes ,  ñeVinoñdo  Y>OT  é\  mismo  (ÍSSG).  

(3)  Estaba  muy  ofeijdido  de  estas  palabras  de  «Se  me  proporcionó  leer  la,  Poética  de  Martinez 
Bíllvá  ;                                                                            de  la  Eoea ,  recien  impresa  en  París.  Parecióme  el 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  CCXiS 

De  poeta ,  en  verdad ,  tenía  muy  poco.  Nadie ,  sin  embargo ,  ha  abrigado  con  mayor  fuer- 
za y  con  menor  fundamento  la  ilusión  de  que  Dios  le  habia  dotado  con  pródiga  mano  del 
ftieo-o  sagrado  de  los  grandes  poetas.  Por  los  años  de  1833  á  1836  apremiaba  en  Barcelona 
al  generoso  é  ilustrado  editor  é  impresor  señor  Bergnes  para  que  publicase  sus  versos ,  que 
eran  infinitos.  Mor  pasaba  allí  una  vida  llena  de  escaseces  y  penalidades  ,  y  Bergnes,  condo- 
lido de  aquella  triste  situación  y  de  aquel  tan  estéril  como  inagotable  entusiasmo ,  se  prestó 
á  publicar,  y  lo  que  es  más,  á  pagar,  aquellas  poesías,  que  nadie  leia  ni  compraba.  Esta  con- 
descendencia hubo  de  tener  término;  y  Mor,  acosado  por  la  miseria,  se  retiró  á  su  pueblo. 
Monzón,  en  donde  residían  parientes  suyos  acomodados.  Pero  el  buen  Mor,  cuyo  genio,  ex- 
cesivamente franco  y  satírico,  se  tornó,  con  los  años,  brusco,  desabrido  y  sarcástico,  se  habia 
hecho  antipático  á  sus  deudos  y  á  sus  paisanos,  á  los  cuales  ridiculizaba  y  ofendía.  Nadie 
quiso  recibirlo,  y  el  pobre  anciano  tuvo  que  mendigar  un  asilo  donde  esconder  su  indigencia 
y  su  aislamiento.  Lo  encontró  al  cabo  en  casa  de  un  sastre,  casi  tan  pobre  como  él,  que  se 
condolió  de  tanta  desventura ;  y  aquel  laborioso  escritor ,  que  algunas  veces ,  no  sin  fruto  y 
celebridad,  habia  cultivado  las  letras  en  el  espacio  de  más  de  medio  siglo,  murió,  oscureci- 
do y  no  llorado ,  sobre  un  mugriento  ¿ergon ,  en  uí^  desván  miserable  y  desabrigado. 


CAPITULO  XVIIL 

Invasión  francesa.— Límite  moral  del  siglo  xvili.—  Poetas  nacidos  y  educados  á  fines  del  mismo  siglo,  que  han 
escrito  en  el  presente  sus  principales  obras. —  Arriaza.  —  Maury. —  Solís. —  González  Carvajal. —  El  padre  Bo- 
giero. —  Gallego. —  Burgos. —  Silvela. —  Pérez  de  Camino. —  Somoza. —  Navarro. —  Hidalgo.  —  Gallardo.  —  Ta- 
pia.—  Poetisas  notables. —  Poetisa  anónima. —  Doña  Isidi-a  de  Guzman,  doctora  y  académica. —  Doña  María 
de  Hore. —  Sor  María  Helguero. —  Doña  Kosa  Galvez. —  Fin  del  Bosquejo  histórico. 

Los  siglos,  en  su  espíritu ,  carácter  é  influencia ,  no  terminan  cuando,  según  las  leyes  con- 
vencionales de  la  cronología ,  se  completa  el  periodo  numérico  de  los  años.  El  siglo  xviii, 
considerado  en  tal  sentido,  no  acabó  en  el  año  de  1799.  Sus  tendencias  y  sus  fuerzas  morales, 
si  bien  algún  tanto  modificadas ,  viven  todavía  y  vivirán  largo  tiempo  en  Europa.  Sólo  gran- 
des acontecimientos,  que  alteran  gravemente  el  ser  de  las  naciones,  pueden  servir  de  límite 
moral  en  los  anales  de  cada  una  de  ellas.  En  España,  la  invasión  francesa  de  1808  produjo  un 
sacudimiento  profundo  en  la  vida  del  pueblo  español  y  en  el  carácter  peculiar  de  su  antigua 
civilización ,  y  puede  tomarse  prudencialmente  por  lindero  entre  los  siglos  xviil  y  Xix.  Por 
eso  no  juzgaríamos  completa  la  reseña  histórico-crítica  de  los  poetas  más  notables  del  último 
siglo ,  si  no  agregáramos  á  los  ya  mencionados  otros  varios  que  han  escrito  en  el  presente  sus 
principales  obras ,  pero  que ,  habiendo  recibido  las  nociones  fundamentales  de  su  educación 
literaria  en  el  siglo  xviii ,  á  él  pertenecen  todavía  por  su  estilo  y  por  sus  principios.  Sólo 
creemos  deber  excluir  á  algunos  escritores,  tales  como  el  Duque  de  Frias,  Rementería,  Fer- 
nandez Baeza ,  Martínez  de  la  Rosa ,  el  Duque  de  Rivas ,  Gil  de  Zarate ,  Mora ,  Galiano  y 
otros,  que  aunque  formados  con  las  ideas  críticas  de  aquel  siglo,  entraron  después,  con  ma- 


poema  vulgar  en  la  doctrina  y  friísimo  en  la  eje-  cipe  de  la  Paz) Aunque  la  persona  no  venía,  aña- 

cucion ,  con  cuyo  motivo  concluí  en  cuatro  ó  cinco  diú  con  halagüeña  sonrisa,  me  llegaban  sus  escri- 

semanas  otra  Poé¿íCffl  en  doce  cantos.  En  ella  los  tos.  Y  siguió  en  estos  términos,  casi  requebrándome 

preceptos   van    siempre   material   y    fonnalmente  como  á  una  Dulcinea,  por  donde  inferí  que  no  era 

acompañados  del  ejemplo n  Godoy  tan  irracional  como  suponíamos.»  (Bosque- 

jillo  de  la  vida  y  escritos  de  Mor  de  Fuentes.) 

íí  Conocía  á  usted  mucho,  me  dijo  Godoy  (el  Frín- 


Ccxx  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CEÍTICO 

yor  ó  menor  amplitud ,  eu  la  esfera  de  las  nuevas  doctrinas  literarias  y  de  las  tendencias 

privativas  del  siglo  xix. 

Continuemos  ,  pues ,  nuestra  tarea. 

Do?i  Juan  Bautista  Arriaza  es  uno  de  los  ejemplos  más  señalados  de  la  distancia  que  me- 
dia entre  el  ingenio  y  la  poesía.  Y  no  decimos  esto  en  son  de  menosprecio,  ni  siquiera  de  in- 
diferencia, con  respecto  á  las  obras  de  aquel  hombre  esclarecido.  Cuando  el  ingenio  llega  á 
subir  á  una  línea  eminente,  es  imposible  no  otorgarle  el  tributo  de  admiración  que  se  le  debe, 
y  no  reconocer  cuan  varios  y  diferentes  son  los  caminos  que  Dios  concede  al  entendimiento 
para  alcanzar  las  palmas  de  la  gloria. 

Arriaza  no  tiene  ardiente  fantasía  de  aqiiellas  que  levantan  el  pensamiento  á  los  espacios 
ideales ;  carece  de  la  instrucción  rica  y  variada  que  abre  el  campo  de  las  ideas ;  tampoco  tie- 
ne sensibilidad  ni  entusiasmo ;  no  penetra  en  la  esencia  íntima  de  los  sentimientos  humanos ; 
no  se  conmueve  ante  el  hechizo  de  la  naturaleza;  es  sordo  al  movimiento  de  la  vida  pública, 
al  vaivén  de  las  pasiones  mundanas,  á  la  imagen  de  la  gloria  patria.  Es  meramente  un  poeta 
objetivo,  que  se  contenta  con  ridiculizar  ó  describir  las  impresiones  superficiales,  y  que  no 
sabe  ó  no  quiere  descender  nimca  hasta  el  fondo  del  alma ,  ni  enardecerse  con  las  grandezas 
del  mundo  moral ,  ni  extasiar  su  mente  con  las  maravillas  de  la  creación.  Sin  embargo,  gran- 
de es  y  merecida  la  fama  de  Ay'riaza ,  y  sus  poesías  son  de  aquellas ,  bien  escasas  por  cierto 
entre  las  de  su  tiempo  ,  que  se  leen  todavía  con  cierto  deleite.  ¿  Cuál  es ,  pues ,  su  fuerza,  cuál 
el  secreto  de  ese  hechizo,  de  carácter  general  y  duradero,  que  todavía  se  siente  con  la  lectu- 
ra de  sus  obras?  Puede  decirse  que  Arriaza  no  tiene  más  que  una  prenda  esencial  de  poeta: 
el  ingenio.  Pero  ese  ingenio  es  fácil,  natural,  agudísimo,  chispeante,  y  Dios  se  lo  concedió 
á  manos  llenas.  Poseía  ademas,  en  grado  eminente,  cualidades  secundarias,  pero  importantí- 
BÍmas :  gracia  y  soltura  en  la  dicción ,  destreza  suma  en  el  manejo  de  la  rima.  Las  sátiras 
que  escribía  de  obras  dramáticas  de  su  tiempo  están  llenas  de  vivo  y  natural  donaire ,  y  to- 
davía, pasada  la  oportunidad  que  las  inspiraba,  no  pueden  leerse  sin  que  asome  la  risa  á  los 
labios.  Cuando  Arriaza  adivina  y  remeda  con  el  ingenio  los  afectos  tiernos  ó  heroicos  que 
no  siente ,  no  encuentra  imágenes  grandes  y  atrevidas ;  y  si  alguna  adecuada  se  le  presenta 
al  paso  ,  no  sabe  hermanar  con  ella  la  expresión  calorosa  que  brota  espontánea  de  la  inspira- 
ción verdadera.  No  pasa  entonces  de  un  versificador  artificial  y  ameno.  Cuando  escribe  ó  im- 
provisa, ya  excitado  por  la  alegría  de  un  convite,  ya  movido  por  su  índole  satírica,  ó  ya  por 
el  espíritu  de  galantería  de  la  elegante  sociedad  que  lo  colmaba  de  alabanzas ,  entonces  está 
en  su  campo  natural,  y  despliega  todas  las  galas  de  su  vena  festiva  y  de  su  gran  talento  epi- 
gramático. 

Aunque  de  índole  excelente  é  inofensiva ,  Arnaza ,  como  todos  los  que  hacen  profesión  de 
chistosos ,  no  se  paraba  mucho  en  lastimar  á  sus  amigos  con  chanzas  y  con  diatribas  lite- 
rarias. Sánchez  Barbero  gustaba  poco  de  este  su  segundo  apellido ,  y  siempre  procuraba  que 
le  llamaran  simplemente  Francisco  Sánchez.  Flaqueza  ó  mam'a ,  el  hecho  es,  como  ya  en  otro 
capítulo  indicamos ,  que  habia  cobrado  aversión  al  apellido  Barbero,  el  cual  acaso  le  parecía  ca- 
lificativo de  humilde  ralea.  Arriaza  ,  con  motivo  de  la  tragedia  de  Sánchez ,  titulada  Corio- 
lano ,  halló  modo  de  burlarse  á  un  tiempo ,  en  un  soneto  familiar ,  así  de  la  tragedia  co- 
mo de  la  manía  de  su  autor  (1).  Según  referia  Arriaza  en  sus  últimos  años,  Sánchez,  por 


(1)  A  causa  de  la  familiaridad  harto  desnuda  y       tandas  é  impresiones  tan  distantes  ya  de  nosotros, 
vulgar  dol  lenguaje,  hemos  titubeado  antes  de  de-       han  desvanecido  nuestros  escrúpulos.  Hé  aquí   el 
cidirnos  á  publicar  osle  soneto,  escrito  úuicaineute,       soneto  : 
como  chanza  y  esparcimiento,  para  ser  leido  entre 
amigos  íntimos.  Pero,  por  un  lado,  la  consideración 
de  que  el  sonetc  es  parte  esencial  de  la  anécdota,  y 

por  otro  el  donaire  que  campea  en  el  soneto,  a  pesar  ¡¡^^^^  ^^  ^^^^  ^^-^^  las  tapias  iba, 

de  8U  dcBCüfadado  estilo  j' de  referirse  á  circung-  Como  quien  va  ó.  orinar  con  disimulo , 


A  LA  TBAOEDIA  DR  DON  FRANCISCO  SÁNCHEZ  BARBERO 

TITUIADA  Coriolano. 


DE  LA  POESfA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVITL  CCXXI 

demás  preciado  y  quisquilloso ,  estuvo  enfermo  algunos  dias  á  consecuencia  de  la  ira  j  pesa- 
dumbre que  le  causó  el  soneto  burlesco ,  cuyo  autor  no  tuvo  ciertamente  intención  de 
herir  tan  en  lo  vivo  el  ánimo  del  estimable  y  aventajadísimo  humanista.  Zaherirse  entre  sí 
los  poetas  era  moneda  muy  corriente  por  aquellos  tiempos,  y  el  mismo  Arriaza ,  temido  por 
BU  agudeza  y  por  su  fama  de  satírico,  fué  blanco  de  los  tiros  epigramáticos  del  magis- 
trado fabulista  don  Ramón  Pisón,  el  cual,  con  el  seudónimo  que  solía  usar,  Román  de  Pinos, 
satirizó  el  poema  de  Arriaza  La  Compasión,  en  un  folleto  impreso  en  Madrid  (1796),  con 
el  título  Carta  de  un  cnra  de  Leganés.  A  pesar  de  estar  dotado  Arriaza  de  índole  más  serena 
y  alegre  que  Sánchez,  y  de  verse  halagado  por  los  aplausos  de  la  sociedad  y  de  la  corte,  hi- 
cieron mella  en  su  amor  propio  las  bufonadas  del  crítico  que  lo  zumbaba  y  combatía.  Para 
vengarse  del  ataque ,  escribió  la  fábula  La  Raposa  y  los  Perros  de  Román. 

Una  de  las  personas  más  ofendidas  de  las  agudísimas  burlas  de  Arriaza ,  era  el  gran  actor 
Maiquez ,  á  quien  el  poeta  cordialmente  detestaba.  Exasperado  Maiquez  por  las  punzantes 
alusiones  contra  ól  dirigidas  en  la  chistosa  sátira  de  la  tragedia  Blanca  y  Moncasin ,  tomó 
por  sí  mismo  público  é  insolente  desagravio,  «En  la  comedia  titulada  El  gusto  del  dia,  salió 
remedando  á  Arriaza  en  traje  y  modos,  con  fidelidad  tal,  que  dio  en  rostro  á  todos»  (1). 

La  naturalidad  del  estilo  de  Arjñaza  en  sus  composiciones  familiares  tiene  un  hechizo  ex- 
traordinario. ¿  Quión  no  ha  de  complacerse  en  leer  aquella  lección  de  buen  gusto  que  da  á  un 
amigo  que  le  habia  pedido  dictamen  sobre  un  soneto  suyo?  Dice  el  soneto  que  casi  lloraba  un 
amante  enternecido.  Arriaza  le  reprende  la  impropiedad  en  estos  agudos  y  fáciles  tercetos  ; 

Siguió,  pues,  la  lectura  comenzada, 
Llegó  á  aquel  casi  llora ,  y  al  instante 
Dijo  :  «Esto  no  me  gusta  casi  nada n 

Quítale  al  llanto  el  casi  de  delante, 
Y  déjale  llorar  á  rienda  suelta. 
Que  no  es  impropia  cosa  en  un  amante. 

Como  se  ve  ,  hasta  de  crítica  literaria  escribía  poéticamente  Arriaza  con  soltura  y  donaire. 
La  jocosa  sátira  contra  la  tragedia  Blanca  ó  los  Venecianos ,  tuvo  un  éxito  extraordinario  en 
su  tiempo,  y  todavía  entretiene  mucho  su  lectnra.  El  análisis  burlesco  de  la  tragedia ,  está 
escrito  en  tono  zumbón  y  descarado,  y  se  asemeja  á  las  sátiras  que  en  épocas  posteriores  se 
han  escrito  contra  los  desvarios  románticos.  ¿  Quién  no  recuerda  aquel  rápido  juicio  de  los 

caracteres? 

Blanca  está  lela,  Moncasin  celoso, 
Capelo  eu  babia,  y  regañando  á  trio, 
Se  dicen  poco,  malo,  turbio  y  frió; 

y  otros  rasgos  chistosísimos  de  que  está  sembrada  la  sátira,  y  que  se  graban  fácilmente  en  la 
memoria ,  como  los  siguientes : 

Tercer  acto Yo  debo  estar  enfermo , 

Porque  aquí  está  lo  bueno ,  y  yo  me  duermo. 


T  cargada  de  tetas  como  nn  mnlo  (a) , 
Bale  Volumnia  á  malgastar  saliva. 

Un  cierto  7^i!o ,  nombre  qne  me  giba  (6)  , 
Primero  es  general,  y  luego  es  nulo; 
Qne  es  achaque  común  de  cualquier  lulo  (c) 
El  que  le  echen  por  fin  la  lavativa. 

En  medio  de  esto  el  héroe  no  paria, 

(nt  Era  en  citremo  grtiesa  y  corpulenta  la  actriz  que  representaba  el  pa- 
pel de  Volumnia, 

(b)  El  buen  gusto  ha  desterrado  de  las  composiciones  poéticas  los  nom- 
bres mal  sonante;-. 

íc.i  Afl  llaman  los  nifios  i  cierta  parte  posterior  del  cuerpo. 


Y  entre  tanta  matrona  es  trance  fiero ; 
Mas  viendo  que  era  tarde,  y  que  venia 

Con  escalera  en  mano  el  farolero  (d). 
Be  hace  junto  á  la  tienda  una  sangría  (e), 

Y  ésta  si  qne  ee  tragedia  de  Barbero. 

(1)  Don  Antonio  Alcalá  GnVi ano,  Recuerdos  de  un 
anciano;  Madrid,  de  1800  á  1807. 

(cí)  En  esta  tragedia  salen  varios  soldados  «en  escalas,  que  arriman  al 
muro ,  y  á  esto  shide  el  verso. 

(f )  Alude  á  que  Coriolano  se  da  una  pufialada  en  el  campamento. 


tcxxit 


BOSQUEJO  HISTÓRICO  CEÍTICO 
¡Y  sólo  á  Monoasin  le  dan  garrote  ! 
¡Pues  qué!  el  autor  ¿no  tiene  su  gañote? 


A  falta  de  ternura  profunda  ó  de  pasión  intensa,  tiene  Arriaza,  en  los  cautos  de  amor, 
una  gracia  j  un  primor  que  cautiva.  ¿A  quién  no  embelesa  la  Despedida  de  Silvia ,  en  la  cual 
el  delicado  artificio  de  los  pensamientos  está  escondido  on  la  naturalidad  de  la  expresión  y  en 
la  magia  de  la  versificación  rííi)ida  y  fluida?  No  tiene  Metastasio,  á  quien  An-iaza  imita, 
imágenes  más  concisas  ni  con  más  seducción  presentadas  que  esta  de  un  naufragio : 


Cuando,  impelido  del  noto, 
El  soberbio  mar  Tirreno 
Quiera  desde  su  hondo  seno 
Las  estrellas  asaltar, 


Y  emplee  el  triste  piloto , 
En  vez  de  la  ciencia,  el  ruego, 
Viendo  ser  su  nave  el  juego 
De  la  cólera  del  mar ;  etc. 


Esta  segunda  estrofa  es  admirable  por  la  concentración  de  la  idea,  por  la  lisura  y  rapidez 
del  estilo,  por  la  gracia  de  la  versificación.  En  suma  ,  Ar-riaza  es  un  poeta  de  vivo  y  alto  in- 
genio, y  aunque  le  falten  cualidades  propias  de  la  poesía  trascendental,  sus  versos  vivirán 
sin  duda ,  porque  llevan  en  sumo  grado  el  sello  de  la  espontaneidad ,  de  la  gentileza  y  de  la 
gracia. 

Don  Juan  María  Maury,  nacido,  en  Málaga,  el  mismo  año  que  Quintana  y  Reinoso  (1772), 
contribuyó  ,  con  su  Espagne  po<:ti<pie ,  á  realzar  en  Francia  el  nombre  español.  Es  literato  y 
poeta  de  orden  muy  elevado.  Su  dilatada  residencia  en  París  le  hizo  perder  mucho  del  ca- 
rácter genuino  del  lenguaje  castellano;  no  ciertamente  en  la  esencia  prosódica  del  idioma 
español,  que  conocía  y  cultivaba  sabiamente  como  muy  pocos  de  sus  contemporáneos,  sino 
en  cierto  abandono ,  en  la  franca  espontaneidad  que  en  todas  las  lenguas  constituyen  uno  do 
los  encantos  del  estilo.  Su  poema  La  Agresión  británica ,  si  bien  en  general  harto  redundante 
en  pompa  y  primores,  contiene  octavas  admirables,  que  parecen  hijas  de  la  musa  castellana 
del  siglo  de  oro.  En  Esvero  y  Almedora ,  publicado  treinta  y  cuatro  años  después ,  en  medio 
de  una  trama  enmarañada ,  defecto  grande  del  poema ,  hay  vuelo  y  gallardía  nada  comu- 
nes, magistral  narración,  afectos  vivos,  perfección  métrica;  y  sin  embargo,  los  antojos  del 
hablista  sistemático,  el  abuso  de  la  elipsis,  el  empeño  de  dar  novedad  á  los  giros,  los  cortes 
rítmicos  estudiados;  en  una  palabra,  los  artificios  del  poeta  y  del  filólogo,  dan  á  la  obra 
cierta  extrañeza ,  visible  afectación  y  alguna  oscuridad ,  que  amenguan  el  efecto  y  privan 
á  la  poesía  de  su  principal  hechizo.  Y  no  es  porque  falten  á  Maury  las  delicadas  galas ,  sin 
pompa  y  sin  afeite,  privilegio  de  los  grandes  poetas;  á  cada  paso,  en  este  mismo  singular 
poema  Esvero  y  Almedora,  da  el  lector  con  cuadros  y  descripciones  en  que  se  juntan  sin  es- 
fuerzo la  más  viva  fantasía  á  la  más  sencilla  naturalidad ,  y  el  más  terso  lenguaje  y  la  versi- 
ficación más  acendrada  y  numerosa  á  la  expresión  flexible  y  espontánea  que  á  par  del  pensa- 
miento brota  del  numen  abundante  y  lozano. 

Pocas  poesías  líricas  escribió  Maury ;  pero  esas  pocas ,  como  el  romance  La  Timidez  y  la 
Ramilletera  ciega ,  son  de  aquellas  que  no  se  pueden  olvidar.  Son  dechados  de  suave  y  deli- 
cada inspiración.  Como  muestra  de  su  estilo  sobrio  y  poético ,  puede  citarse  la  siguiente  oc- 
tava de  Esvero  y  Almedora: 


Es  el  amor  emanación  divina, 
Del  sol  eterno  plácida  centella. 
Que  hacia  su  origen  celestial  inclina, 
Y  el  hombre  al  ángel  se  igualó  por  ella. 


Y  el  alma,  así  que  el  rayo  la  ilumina, 
Como  atraida  por  amiga  estrella, 
Al  ciclo  sube  en  amoroso  vuelo, 
Ó  baja  al  alma  enamorada  el  ciclo  (1). 


(1)  Esta  octava  no  se  imprimió  en  la  edición  que 
hizo  Maury,  en  París  (1840),  de  su  poema  Esvero  y 
Almedora.  La  hemos  copiado  de  las  adiciones  au- 


tógrafas que  hizo  el  mismo  Maury  en  un  ejemplar 
preparado  para  la  segunda  edición,  y  nos  fué  fran-' 
queado  por  don  Ignacio  Boix^ 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  ccxsnr 

Esto  no  puede  escribirlo  sino  un  hombre  que  ha  nacido  poeta,  y  poeta  de  aquellos  que  sa- 
ben remontarse  á  la  esfera  ideal  de  los  sentimientos  humanos. 

La  traducción  del  cuarto  libro  de  La  Eneida,  que,  con  un  proemio  y  un  epílogo  añadidos 
por  Maurj/,  forma  un  canto  completo,  contiene  también  giros  extraños;  pero  es  de  notar  que 
el  don  precioso  de  la  concisión  no  resplandece  menos  en  Maurt/  que  en  Virgilio,  á  pesar  de 
la  diferencia  de  los  idiomas  latino  y  castellano.  En  la  parte  original  de  Maury  hay  pensa- 
mientos ingeniosos  y  altamente  poéticos.  El  final  del  epílogo  pertenece  á  la  poesía  dantesca. 
Es  verdaderamente  magnífica  aquella  visión  vengadora  que  Dido,  ceñuda  y  silenciosa,  se- 
ñala á  Eneas  en  el  Estioio.  Al  lado  do  la  hocruera  donde  está  la  desventurada  amante,  atra- 
vesada  con  la  propia  espada  del  caudillo  troyano, 


Un  guerrero  africano,  en  quien  la  rica 
Armadura  denota  el  alta  esfera, 
Otros  dolores  que  advertir  le  indica. 

Respaldando  el  vengado  mausoleo, 


En  haces  forman  cuádruple  trofeo 
Boca-abajo  las  águilas  romanas; 
Y  encima  de  estos  bélicos  despojos 
Graba  una  mano  en  caracteres  rojos ; 
Tesino,  Trebia,  Trasimeno  y  Canas. 


Esta  evocación  anticipada  de  Anníbal,  y  esta  humillación  futura  de  Roma  á  los  ojos  de 
Eneas,  es  una  imagen  llena  de  fuerza  y  de  fantasía.  Sólo  un  poeta  sabe  levantar  así  el  pen- 
samiento, y  buscar  en  la  historia  semejantes  cuadros. 

Don  Dionisio  Villanueva  y  Ochoa ,  conocido  por  Solis,  fué,  á  pesar  de  su  modesta  profesión 
de  apuntador  de  los  teatros  de  Madrid,  un  escritor  de  extraordinario  mérito.  En  sus  obras 
dramáticas  no  sólo  hay  calor  de  alma  y  sano  instinto  dramático,  sino  estilo  propio  y  animado, 
y  lenguaje  limpio,  natural  y  castizo.  Aunque  dedicado  principalmente  al  teatro,  también 
cultivó  con  grande  afición  la  poesía  lírica. 

El  género  anacreóntico  arrastró,  ahogándole  en  parte,  su  estro  nativo.  Este  epicurismo 
sensual,  tan  impropio  de.  las  sociedades  cristianas,  fué  una  verdadera  calamidad  para  la  poe- 
sía del  último  siglo.  Melendez,  con  su  blandura  y  su  gracia  descriptiva,  puso  en  auge  este  gé- 
nero falso  y  amanerado,  que  tenía  entre  nosotros  el  atractivo  de  la  novedad.  Fué  una  plaga 
poética  en  manos  de  la  medianía;  plaga  de  la  cual  no  se  libraron  ni  los  ingenios  privilegia- 
dos. SoUs  se  dio  con  excoso  al  cultivo  de  la  anacreóntica,  malgastando  su  talento  elevado  en 
estos  juegos  de  un  paganismo  artificial  y  forzado;  cadáver  engalanado,  para  mayor  impropie- 
dad, con  atavíos  modernos. 

Salís  imita ,  como  todos  en  su  tiempo,  á  Melendez ,  á  quien  admira  sin  tasa.  Si  no  le  al- 
canza en  la  dulzura  y  en  la  gracia,  le  iguala  en  el  desembarazo,  y  le  supera  á  veces  en  la 
novedad  y  en  la  fuerza  do  los  pensamientos.  Pero  da  de  Heno  en  el  escollo  del  género,  que  es 
el  carácter  materialista  de  la  poesía  del  gentilismo  griego.  Melendez  mismo  encubre  mal 
con  sus  risueñas  galas  pastoriles  la  desnudez  de  sus  cuadros  de  amor  anti-ideal,  y  no  es  pe- 
queña prueba  de  ello  la  ocurrencia  que  tuvo  Iglesias  de  convertir  una  de  las  anacreónticas  de 
Melendez,  la  que  empieza : 

Al  prado  fué  por  flores 
La  muchacha  Dorila, 

en  uno  de  sus  picantes  epigramas  (1).  La  tendencia  sensual  de  las  anacreónticas  de  SoUs  es 
todavía  menos  contenida  y  embozada  que  las  de  Melendez ,  y  por  tanto,  no  es  probable  que 
lleguen  á  publicarse  algunas  de  ellas.  SoUs,  profundamente  imbuido  en  la  literatura  nada  es- 
crupulosa de  la  antigüedad ,  expresa  el  entusiasmo  amoroso  á  la  manera  de  Safo  y  de  Ho- 
racio, y  la  preferencia  que  da  á  la  sensación  sobre  el  sentimiento  en  la  pintura  del  amor,  nace, 


(1)  El  epigrama  lxx,  que  empieza  así : 

Al  bosque  fué  Iiiea  ya  roaasmt. 


tcxxiv  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

BÍn  duda,  del  intento  de  dar  al  género  anacreóntico  toda  la  verdad  de  imitación  clásica  quo 

estaba  á  su  alc;mco  (1). 

¡  Cuánto  más  alto  y  más  verdadero  es  el  numen  de  Solís  cuando ,  saliendo  del  carril  de  la 
escuela  doctrinal,  se  deja  llevar  únicamente  por  el  espíritu  moral  de  su  tiempo!  ¡Cuánto 
más  vale  su  soneto  Al  Sol,  inspirado  por  un  pensamiento  "grande,  noble  y  cristiano,  que  to- 
das aquellas  ingeniosas  cAolaciones  de  amor  anacreóntico,  en  que  no  bay  ni  un  asomo  de  ter- 
nura intensa  y  verdadera ! 

Igualmente  es  poeta  sincero  y  de  buena  ley  cuando  escribe  poesías  de  carácter  sencillo  y 
popular.  ¿Cabe  mayor  naturalidad,  donosura  y  desembarazo  que  la  que  emplea,  por  ejem- 
plo, en  La  pregunta  de  la  niña  ?  ¿  Quién  no  advierte  el  sabor  del  buen  tiempo  de  la  musa 
castellana  en  esta  composición,  en  que  cuenta  la  niña  á  su  madre  los  primeros  sobresaltos 

del  amor  ?  Empieza  así : 

Madre  mia,  yo  soy  niña; 
No  se  enfade,  no  me  riña, 
Si,  fiada  en  su  prudencia, 
Desahogo  mi  conciencia, 
Y  contarle  solicito 
Mi  desdicha  ó  mi  delito. 
Aunque  muerta  de  rubor. 

Con  esta  liecliicera  naturalidad  poética  escribia  Solís  siempre  que  no  apretaban  demasia- 
do su  numen  las  cadenas  de  la  imitación.  Moratin  conocía  el  gran  valor  intelectual  de  Solís, 
y  siguió  constantemente  con  él  una  correspondencia  íntima,  que  prueba  la  grande  estima  en 
que  lo  tenía.  Moratin  vivia,  en  1815,  triste  y  como  anheloso  de  hacerse  olvidar,  en  un  pue- 
blecito  llamado  Sarria,  no  muy  distante  de  Barcelona.  La  libertad  justa  y  racional  de  las 
ideas  es  la  atmósfera  ideal  de  los  pensadores  y  de  los  poetas.  Reinaba  entonces  tan  opresiva 
y  vigilante  la  suspicacia  política ,  que  Moratin  no  se  atrevía  á  escribir  libremente  sobre  li- 
teratura al  inofensivo  y  honrado  Salís! 

No  he  podido  (le  decia  desde  Sarria,  el  20  de  Febrero  do  1815)  componer  hasta  ahora,  con  mi  mal  hu- 
mor, una  carta  que  proyectaba  escribir  á  Vmd. ;  y  no,  en  verdad,  porque  me  falten  cosas  que  decirle  en 
ella No  pudiendo  decirlo  todo,  me  ha  parecido  mejor  no  hablar  :  consejo  prudentísimo  en  todas  ocasio- 
nes, y  mucho  más  en  los  áureos  tiempos  de  calumnia  y  chisme  (2). 

Al  fin  del  mismo  año,  residía  ya  Moratin  en  Barcelona,  y  no  se  había  desvanecido  su  dea- 
aliento. 

Dirá  Vmd.  al  amigo  Maiquez  (escribia  en  2  de  Diciembre)  que  en  cuanto  á  enriquecerla  patria  escena 
con  nuevas  producciones,  es  comisión  que  no  habla  conmigo.  Dulce  cosa  es  no  hacer  nada,  y  mucho  más 
dulce  el  no  haber  hecho  nada  jamas  (3). 

Enfermo  al  cabo,  y  angustiada  el  alma,  so  decidió  Moratin  á  abandonar  para  siempre  su 
patria,  donde  se  ahogaba  su  ingenio  y  se  calumniaba  su  gloria.  En  Marzo  de  1818  pasó  á, 
París  por  tercera  y  última  vez  (4).  La  independencia  y  el  sosiego  le  volvieron,  en  parte ,  la  sa- 
lud y  la  alegría ;  pero  siempre  lo  abrumaban  los  tristes  recuerdos  de  su  patria ,  y  muy  prin- 
cipalmente le  afligía  la  prohibición  de  El  Sí  de  las  niñas,  decretada  por  el  Santo  Oficio  (5). 


(1)  El  colector  de  estas  poesías  no  ha  juzgado  los  médicos  pasé  á  tomar  los  baños  de  Aix,  en  Proven- 
convenicnte  dar  á  la  estampa  las  composiciones  ú  f''^:  t'^"  eficaces  para  los  achaques  que  padecía,  que,  sin 

^                    '■  haberlos  probado,  con  solo  acercarme  a  ellos,  me  puse 

que  aquí  se  alude.  mejor.  Salí  de  Barcelona  á  fines  de  Agosto  ;  pasé  el  in- 

(2)  Carta   auti'igrafa  de  Moratin.  (Papeles  de   la  viemo  en  Montpellier,  y  por  el  mes  de  Marzo  de  este 

familia  de  don  Dionisio  Solís.)  ^""  ™^  ^f  ^  f  ^^^  V^:  *fT"  K-''^^-''-*''c  r'  "^^"^  ^"^'"'' 

'                        .  cito.  (Carta  de  Moratin  á  don  Dionisio  Sohs.) 

(3)  Carta  de  Moratin  á  don  Dionisio  Solis.  (.5)  Quisiera  que  Vmd.  me  dijese  si  el  Santo  Oficio 

(4)  P(írif!,2dfí  AWirmhrn  dc'l8\í^. — Yo  me  scntiama-  ha  prohibido  alguna  otra  comedia  mia,  ademas  á&  £JÍ 


Jncho  en  Barcelona  el  año  pasado,  y  por  dictamen  de       Si-  (La  misrna  carta.) 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIII.  CCX^V 

Viendo  empañado  el  lustre  de  su  gloria,  y  desvanecidas  sus  ilusiones  de  dicha  y  de  so- 
siego, escribió  á  SoUs,  cuyas  nobles  prendas  admiraba,  una  carta  alternativamente  fami- 
liar, irónica  y  grave,  que  la  historia  literaria  debe  conservar,  así  por  las  justas  alabanzas  que 
Moratin  tributa  al  modesto  y  oscuro  SoUs ,  como  porque  rebosa  en  ella  la  amargura  de  un 
alma  lacerada  por  el  tósigo  de  los  desdenes  y  de  los  trastornos  políticos  de  la  patria  (1). 

No  hay  para  qué  decir  que  las  ideas  de  buen  gusto,  á  la  manera  clásica  francesa,  relativa- 
mente á  la  literatura  dramática,  eran  idénticas  en  Moratin  y  en  SoUs.  Ambos  lamentaban 
la  afición  del  público  á  lances  extraordinarios  y  á  situaciones  extremas  y  violentas  en  la  es- 
cena, y  más  deploraban  todavía  que  hubiese  autores  que  fomentasen  con  sus  obras  el  gusto 
extraviado  del  público.  Esta  comunidad  de  principios  se  ve  patente  en  las  cartas  do  Moratin 
á  su  amigo,  y  especialmente  en  una  que  le  escribió  en  1815,  dándole  noticia  del  estado  del 
teatro  en  Barcelona;  donosa  carta,  que  parece  escrita  para  burlarse  del  romanticismo  do 
mala  ley  que  los  Ducange  cultivaron  en  Francia  muchos  años  después  (2). 

Don  Tomas  José  González  Carvajal,  nacido  un  año  antes  que  Melendez,  se  distinguió  no- 
tablemente, á  fines  del  siglo,  como  hablista  y  aun  como  poeta.  La  pureza  y  el  fondor  de  su 
fe,  así  como  lo  sano  y  acendrado  de  sus  sentimientos  morales ,  hicieron  poeta  á  don  Tomas 
José  González  Carvajal  hasta  donde  podia  serlo,  esto  es,  hasta  ima  esfera  donde  están  la 
limpieza  de  los  afectos  y  la  vehemencia  de  los  instintos  religiosos,  pero  donde  no  resplandece 
ni  el  verdadero  arranque  lírico ,  ni  la  fuerza  de  las  grandes  pasiones  del  ahna.  Su  numen 


(1)  Hé  aquí  la  carta,  cuyo  original  autógrafo  nos 
ha  sido  bondadosamente  franqueado  por  la  señora 
doña  Ramona  Idigoras,  nuera  de  Solís  : 

París,  18  de  lanero  de  1819. — Mi  estimado  señor  Solís : 
Recibí  su  carta  de  Vmd.,  de  1."  de  Diciembre;  pero  la 
lista,  ó  sea  catálogo,  qne  la  acompañaba,  se  quedó  en 
Barcelona 

Le  agradezco  las  noticias  que  me  da  de  los  teatros  ; 
del  buen  éxito  de  la  Indulgencia,  que  podrá  y  dcl)erá 
animar  á  su  autor  á  seguir  adelante  con  otras.  No  la 
Le  visto,  y  así  ignoro  si  en  lo  que  dice  en  el  prólogo 
tendré  qué  aprender  ó  qué  reír. 

¿Con  que,  se  ha  retirado  Vmd.  ya,  y  no  hay  ensayos, 
ni  acotaciones,  ni  atajos,  ni  cabezadas,  ni  aviso  á  los 
milsicos,  ni  pito,  ni  cerilla?  Sea  enhorabuena.  Otro 
más  celoso  que  yo  de  la  gloria  literaria  de  su  nación 
le  diría  á  Vmd.  rn  este  caso  :  «Amigo  Solís,  ahora  es  la 
ocasión  de  trabajar  con  gloría  y  utilidad.  Si  hasta 
aquí  sus  ocupaciones  continuas  no  le  han  dado  tiem- 
po ni  tranquilidad  para  el  estudio,  retirado  ya  del 
teatro,  puede  Vmd.  invocar  á  las  Musas,  que  nunca  le 
han  sido  ingratas,  y  enriquecer  la  escena  española,  á 
quien  ha  debido  Vmd.  y  debe  su  existencia,  con  nuevas 
piezas,  ya  sean  originales  ó  ya  traducidas.  Vmd.  tiene 
talento,  instrucción  y  práctica  de  los  efectos  de  teatro; 
lo  poco  que  ha  escrito  Vmd.  para  él  ha  sido  bien  reci- 
bido y  ha  merecido  la  estimación  de  los  inteligentes. 
Nacemos  para  la  patria ;  cuanto  hacemos  por  ella  es 
una  deuda  que  satisfacemos ;  no  sea  Vmd.  tramposo,  y 
escriba,  y  pagúela  lo  que  la  debe.»  Esto  diria  otro. 

Yo  le  digo  á  Vmd. :  «Amigo  Solís,  el  que  se  casa,  y 
hace  tres  hijos,  y  les  da  buena  educación,  y  desempeña 
las  obligaciones  de  su  estado,  bastante  ha  hecho.  No  es- 
criba Vmd.  ni  imprima:  que  bastante  se  ha  escrito  y  de- 
masiado se  ha  impreso.  La  manía  de  ser  escritor,  ó  nos 
hace  ridículos  y  despreciables,  ó  nos  hace  el  objeto  de 
la  envidia,  de  la  detracción,  de  las  injusticias  más  fe- 
roces. Sea  influjo  del  clima,  sea  efecto  de  las  circuns- 
tancias, sea  el  demonio,  que  en  todo  se  mete,  lo  cierto 
es,  que  nuestra  dulce  patria  no  permite  que  ninguno  de 
sus  hijos  sobresalga  en  ella  impunemente,  y  paga  con 
amarguras  los  esfuerzos  del  talento  y  la  aphcacion,  al 
paso  que  recompensa  con  premios  y  honores  la  igno- 
rancia, el  error  y  los  delitos.  Trate  Vmd.  de  vivir  feliz 
con  su  familia,  tranquilo  y  honestamente  divertido  ;  lea 
j  no  escriba;  conozca  el  mundo,  pero  no  lepint--;y 


pase  estos  pocos  instantes  que  llamamos  vida  lo  mág 
alegre  y  holgadamente  que  le  sea  posible.  De  eso  mis- 
mo trato  yo  por  acá.  Algo  escribo,  relativo  á  la  historia 
de  nuestro  teatro,  para  lo  cual  he  recogido  abuiulautí- 
simos  materiales,  pero  sin  la  esperanza  de  imprimir 
nada,  tanto  porque  no  tengo  prisa  de  hacerlo,  como 
por  el  estado  poco  opulento  do  mi  caudal.  La  ruina  es- 
pantosa que  ha  padecido,  me  ha  dejado  lo  meramente 
necesario  para  existir  sin  trampas  ni  mohatras,  y  mu- 
cho será  si,  cumplido  el  año,  me  encuentro  con  cin- 
cuenta ó  cien  duros  de  sobra.  Pero  esta  sobra,  y  la  tran- 
quilidad en  que  vivo,  satisfacen  toda  mi  ambición,  y 
hasta  ahora  no  he  sentido  el  menor  estímulo  de  arre- 
pentimiento por  haberme  despedido  de  mi  dulce  patria, 
y  trocarla  por  otro  suelo, 

Oii  cVttre  humme  d'honneur  on  ait  ¡a  liberlé.P 

Moratin, 
(2)  No  titubeamos  en  imprimir  aquí  esta  carta 
como  documento  interesante  de  liistoria  literaria, 
Barcelona,  12  de  Setiembre  1815. 

Y  ¿qué  hay  de  teatro ?  ¿  Qué  nuevos  ingenios  inilulan 
por  ahí?  no  dudo  que  en  la  corte  de  tanto  imperio  naz- 
can á  docenas  cada  dia,  y  hagan  sonar  la  escena  con 
tragedias  que  no  hagan  dormir  ni  exciten  el  vómito,  y 
con  comedias  que  instruyan  y  alegren.  En  este  emjio- 
rio  cataláunico  asoman  la  cabeza,  bastante  á  menudo, 
tres  ó  cuatro  poetas  ropavejeros,  muy  amigos  de  sepul- 
cros, paletillas,  cráneos  rotos  y  tierra  húmeda,  con  ca- 
denita,  jarra  de  agua,  media  morena  (hogaza),  y  pobre- 
cita  mujer  embovedada,  que  llora  y  gime,  hasta  que  en 
el  quinto  acto  bajan  con  hachas  y  esi.répito,  y  el  crudo 
marido  la  abraza  tiernamente,  y  la  consuela,  dicién- 
dola  que  todo  aquello  no  ha  sido  más  que  una  equivo- 
cación. El  auditorio  queda  contento,  los  empresarios  ni 
más  ni  menos,  los  autores  dicho  se  está,  y  como,  por  for- 
tuna, las  tales  ¡¡iezas  no  atraviesan  ni  el  Llobregat  nú 
el  Bessós,  á  nadie  hacen  daño.  Mañana  echan  una, 
nuevecita,  de  cinco  ahorcados, 

Y  vayase  Terencio  noramala 
Con  Bachia,  Menedemo  y  Antiphíla. 


(Carta  de  Moratin  á  don  Dionisio  Solis.) 


tcjcxvi  bOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

era  más  bien  eco  de  ajenas  ideas  é  impresiones,  que  despertador  espontáneo  de  las  emocioneá 
vigorosas  del  corazón.  Por  eso  su  primer  título  de  gloria  será  siempre  su  hermosa  y  sencilla 
versión  de  los  Salmos. 

Por  aquel  tiempo  era  muy  celebrado  como  poeta,  en  Zaragoza ,  el  padre  Basilio  Bogiero, 
insio-ne  orador  sagrado,  maestro  de  retórica  en  el  colegio  de  las  Escuelas  Pías  de  aquella 
ciudad,  que  en  1809  fué  fusilado,  por  mandato  del  mariscal  Lannes,  como  fomentador  del 
heroico  patriotismo  de  los  zaragozanos.  Hombre  digno  de  alta  alabanza  por  los  afanosos 
desvelos  que  consagraba  á  la  educación  pública,  no  merecía  su  renombre  de  poeta.  Con  tan 
sano  instinto  como  escasa  inspiración ,  escoge  asuntos  nobles  y  cristianos ;  pero  sus  versos 
son  desmayados  y  á  menudo  prosaicos.  Fué  el  padre  Bogiero  en  Zaragoza  lo  que  más  ade- 
lante en  Sevilla  el  doctor  Mármol.  Como  no  le  ayudaba  el  estro ,  queriendo  dar  color  poético 
al  estilo,  incurre  el  padre  Bogiero  en  impropiedades  harto  singulares. 

En  una  égloga  bíblica  habla  así  á  Eva  la  serpiente  tentadora  del  Paraíso  : 

¿Por  qué,  linda  pastora,  así  te  privas 
Del  fruto  que  en  este  árbol  colorea, 
Más  sabroso  que  el  néctar  y  el  almíbar, 
Y  que  la  miel  que  labra  abeja  hiblea? 

¿Cómo  contener  la  risa  al  oir  llamar  linda  pastora  á  la  madre  de  la  raza  humana,  y  ha- 
blar á  ésta  de  la  miel  del  monte  Hihla ,  poniendo  candorosamente  en  la  cuna  de  la  humani- 
dad nombres  y  clasificaciones  geográficas  que  sólo  habían  de  nacer  después  de  centenares  de 
sio-los?  ¡Y  e\ padre  Bogiero  era  un  maestro  de  retórica  muy  acreditado  1  Tal  es  la  obcecación 
que  infunden  las  afectaciones  convencionales. 

Descansa  el  ánimo  al  recordar,  después  de  la  insulsa  y  desaliñada  poesía  de  Bogiero,  la 
eleo-ante  y  correcta  de  don  Juan  Nícasio  Gallego,  que  pertenece  á  la  escuela  de  Salamanca. 
Aun  en  las  composiciones  en  que  su  corazón  ha  de  estar  conmovido,  ya  con  los  sentimientos 
del  patriotismo  {Elegía  al  2  de  Mayo),  ya  con  los  recuerdos  de  la  amistad  {A  la  muerte  de 
la  Duquesa  de  Frías;  A  la  muerte  del  Duque  de  Fernandina),  la  sensibilidad  se  esconde  de- 
masiado detras  del  magnífico  aparato  de  las  formas  artísticas,  cuyo  secreto  poseía  como  na- 
die. No  es  de  los  poetas  que  piensan  sintiendo,  y  á  pesar  suyo  sacrifican  algún  tanto  la  forma 
al  sentimiento.  Gallego  siente  pensando,  y  dueño  siempre  de  la  forma ,  no  consiente  á  su 
musa  eleo-ante  y  majestuosa,  ni  el  menor  desvío,  ni  el  menor  abandono.  Aunque  criado  en  el 
movimiento  poco  aristocrático  de  una  universidad,  nada  tiene  su  musa  de  la  fantasía  popular, 
y  es  esencialmente  encopetada  y  académica.  Por  eso  sobresale  tanto  en  la  poesía  corte- 
sana, que  canta  las  venturas  ó  los  infortunios  de  los  príncipes.  El  artificio  se  sobrepone 
siempre  á  la  pena  ó  á  la  alegría;  pero  á  veces  ¡qué  artificio  tan  diestro  y  tan  fascinador! 
En  la  elegía  A  la  muerte  de  la  reina  doña  Isabel  de  Braganza  se  hermana  de  tal  manera  la 
naturalidad  de  la  frase  con  los  seductores  atavíos  del  estilo  y  de  la  versificación ,  que  la  sen- 
sibilidad deliberada  del  artista  llega  á  tomar  las  apariencias  de  la  sensibilidad  espontánea. 
Pero  no  por  eso  es  menos  digno  de  la  admiración  de  la  posteridad.  La  belleza  de  la  forma  es, 
en  las  letras,  una  perfección  de  valor  tan  alto,  que  casi  iguala  á  la  fuerza  del  pensamiento  y 
á  la  seducción  de  los  afectos.  Gallego ,  con  la  magia  de  su  majestuosa  entonación ,  con  su 
dicción  purísima,  con  su  versificación  acendrada  y  robusta,  lo  ennoblece  todo,  y  demuestra 
cuan  importante  es  en  la  poesía  rendir  culto  á  las  formas  con  igual  fervor  que  á  las  ideas  y  á 
los  sentimientos.  El  lenguaje  de  Gallego  es  también  magistral. 
Sólo  ima  vez,  en  este  verso 

El  espantoso  obús  ¡andando  eetragOS, 

hemos  advertido  alguna  impropiedad  en  el  uso  de  las  palabras ,  y  esto  es  meramente ,  acaso, 
un  leve  abuso  del  estilo  figurado ,  no  muy  reparable  en  el  animado  estilo  de  la  poesía.  En 
guma,  don  Juan  JS^casío  Gallego,  dotado  de  una  imaginación,  si  no  fecunda,  elevada  y  vi- 


L)E  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  ccxxvií 

gorosa,  más  apto  para  las  imágenes  que  para  los  afectos,  gran  modelador  de  la  forma  poé- 
tica, hablista  consumado,  ha  dejado  en  sus  obras  modelos  insignes  de  armonía,  de  versifica- 
ción esmerada,  de  acendrado  gusto,  de  expresión  noble  y  grandilocuente.  Educado  con  las 
doctrinas  de  la  disciplina  clásica,  vio  Gallego  con  un  sentimiento  de  antipatía  que  se  com- 
prende fácilmente,  la  introducciojí  del  romanticismo  en  España.  Parecíale  una  anarquía  li- 
teraria perturbadora  del  buen  gusto,  y  juzgaba  con  cierta  saña,  si  bien  llena  de  chiste  y  de 
cordura,  las  que  entonces  pasaban  por  obras  íuaestras  de  los  apóstoles  de  la  nueva  escuela  (1). 
Don  Javier  de  Burgos ,  célebre  estadista  y  digno  individuo  de  la  Academia  Espafíola,  era 
historiador,  publicista  y  crítico  antes  que  poeta ;  pero  también  era  poeta,  como  puede  sei'lo 
un  hombre  de  firme  juicio  y  de  clarísimo  entendimiento.  Tienen  sus  poesías  claridad,  ro- 
bustez y  elegancia;  pero  les  faltan  el  halago  y  la  magia  que  por  virtud  involuntaria  comit- 
nican  á  sus  versos  los  poetas  de  instinto.  Como  versificador  fácil  y  numeroso,  suelen  ser  mo- 
delo sus  poesías.  Hay  en  sus  comedias,  principalmente  en  La  Dama  del  verde  gahan,  diálo- 
gos tan  espontáneos  é  ingeniosos ,  que  parecen  escritos  en  los  tiempos  felices  del  antiguo 
teatro  español.  Su  traducción  de  Horacio  es  una  obra  de  admirable  estudio,  pero  que  prueba 
de  nuevo  lo  ya  probado  tantas  veces  :  axxe  Horacio  no  se  puede  traducir  en  verso.  La  estricta 
fidelidad ,  imprescindible  cuando  se  trata  de  la  versión  de  un  poeta  de  esta  especie ,  quita 
toda  espontaneidad  al  pensador  y  al  poeta  traductor,  y  sin  ella,  ¿cómo  dar  á  los  versos  la 


(1)  Podrá  formarse  idea  de  la  impresión  que 
causaban  tales  producciones  en  su  ánimo ,  por  el 
eomero,  pero  fundado  juicio,  de  la  célebre  novela 
Notre  Dame  de  París,  que  consignó  el  ilustre  poeta 
en  la  siguiente  carta  familiar,  dirigida  al  autor  del 
presente  Bosquejo,  há  más  de  treinta  y  cuatro  años  : 

Madrid,  16  de  Enero  de  1835. —  Señor  don  Leopoldo 

Augusto  de  Cueto. —  Mi  apreciatale  amigo  : mis 

achaques  y  ocupaciones  no  me  han  permitido  hasta 
ahora  contestar  á  su  carta  de  V. —  Los  primeros  han 
cedido  algún  tanto  (eran  una  tos  inextinguible,  como 
la  risa  de  los  dioses  de  Homero);  pero  las  segmidas  son 
tantas  y  tales,  que  no  me  dejan  tiempo  ni  para  escribir 

una  carta El  proyecto  literario  de  V.  no  puedo 

menos  de  aplaudirlo.  El  objeto  lo  merece,  y  es  un  buen 
ensayo  para  un  joven,  en  que  puede  lucir,  sin  que  por 
su  extensión  le  haga  decaer  de  ánimo.  En  su  edad  de  V., 
creo  que  el  principal  escollo  que  hay  que  evitar  es  el 
de  dar  en  declamador,  aunque  también  hay  que  huir  de 
la  propensión  á  singularizarse  en  el  modo  de  presentar 
las  ideas,  alambicado  ó  exagerado;  vicio  propio,  más 
que  de  la  edad,  del  siglo  presente. 

Esto  debiera  conducirme  á  decir  á  V.  mi  opinioíi  so- 
bre Notre  Lame  de  París,  que  ciertamente  no  es  la  más 
conforme  con  la  de  su  cuííndo  de  V.,  Angelito  (el  Du- 
que de  Rivas),  que  está  endiosado  con  la  obra,  con  el 
autor  y  con  el  gusto  de  los  que  siguen  el  mismo  rumbo. 
Mas  para  esto  fuera  preciso  tener  la  obra  _y  emplear 
más  tiempo  del  que  tengo  á  mi  disposición.  Antes  sería 
menester  ponernos  de  acuerdo  en  los  principios  ó  reglas, 
no  arbitrarias,  sino  dictadas  por  la  razón  humana  de 
todos  lüs  siglos ;  de  lo  contrario  no  podríamos  enten- 
dernos. En  mi  cuento,  sea  el  que  quiera,  ¿ha  de  haber, 
ó  no,  verosimilitud  ?  En  los  incidentes  y  en  las  costum- 
bres, ¿debe  haber  propiedad  y  verdad  histcjrica?  En  el 
estilo,  ¿ha  de  haber  claridad,  naturalidad,  soltura?  En 
las  pinturas,  comparaciones  y  demás  ornatos,  ¿ha  de 
haber  s  briedad,  congruencia,  juicio,  ose  han  de  amon- 
tonar extravagancias  y  rarezas  propias  de  un  delirante? 
Si  nada  de  lo  dicho  influye  en  el  mérito  ó  demérito  de 
una  obra  de  esta  clase,  nada  tengo  que  decir. 

La  heroína  de  la  novela  es  una  muchacha  de  pocos 
años,  que,  siendo  bonita  como  un  sol,  se  conserva  pura 
é  inmaculada  de  alma  y  cuerpo,  viviendo  entre  la  ca- 
nalla más  vil,  más  \nciosa  y  más  repugnante  que  puede 
imaginar  la  fantasía  del  mismo  demonio.  ¿  Hay  en  esto 

lai  jii^aw  yerogiflailitttd?  Sia  eütrar  en  mil  incidentes, 


de  que  no  me  acuerdo,  ¿ hay  cosa  más  horrible  que  el 
paradero  de  ésta,  á  quien,  sin  ton  ni  son  ,  ahorcan  en 
medio  de  una  plaza  pública?;  Y  cómo?  El  arcediano 
(personaje  de  poder  y  autoridad  desconocidos  en  el 
mundo  en  todas  épocas)  la  obliga  á  seguirle  desde  un 
sitio  lejano,  porque  quiere  llevarla  á  la  plaza  á  que  la 
ahorquen,  y  temiendo  que  se  le  escape,  no  la  deja  de  la 
mano,  llevándola  de  calle  en  calle  y  de  plaza  en  plaza, 
hasta  Ilegal-  á  la  prineipal,  donde,  sin  saberse  porqué, 
la  abandona  sin  entregarla  á  los  verdugos.  Este  aban- 
dono inconcebible  no  tiene  más  objeto  que  proporcio- 
nar su  encuentro  y  peripecia  con  la  emparedada.  ¿  Es 
verosímil  que  la  deje  el  arcediano  en  el  sitio  en  que  S3 
hallaban  los  verdugos,  cuando  sólo  á  ponerla  en  sus 
manos  habia  rodado  con  ella  medio  París  ? 

¿  Cuándo,  en  qué  tiempo  ha  habido  en  esta  ciudad  nn 
barrio  habitado  por  gentes  de  tales  costumbres,  y  con 
autoridad  para  ahorcar  impune  y  públicamente  á  quien 
les  diese  la  gana,  como  nos  lo  pinta  su  autor  1  ¿No  es 
esto  delirar?  ¿Es  i^osible  leer  sin  reírse  los  pasajes  en 
que  Cuasimodo  toca  las  campanas  con  tanta  fruición 
y  cariño,  pasando  de  una  en  una,  dando  á  ésta  un  en- 
vión, abrazándose  con  la  otra,  y  volteándolas  á  todas 
deliciosamente  ?  ¿  No  pudiéramos  decir  que  Víctor  Hugo 
ha  oído  campanas  y  no  sabe  dónde  ?  Vaya  V.  por  gusto 
á  la  Giralda  en  un  dia  de  repique,  y  verá  que  para  vol- 
tear ocho  campanas  son  menester  una  docena  de  hom- 
bros. 

No  quiero  hablar  de  la  pintura  de  la  catedral ,  es  de- 
cir, de  su  descripción  artística,  modelo  de  pesadez  y 
extravagancia,  ni  del  estilo,  más  alambicado  y  gongo- 
rino  que  cuanto  se  escribió  entre  nosotros  en  el  si- 
glo XVII.  Acuerdóme  que  dice  de  las  dos  torres  de  No- 
tre-Dainc  que  son  dos  flaittas  de  piedra.  ¿No  hay  más 
verdad  en  decir  que  un  pájaro  es  flor  de  pluma  ó'rami- 
Hete  con  alas,  que  en  las  flautas  dichosas?  En  mi  modo 
de  ver,  me  parece  mayor  extravagancia  que  llamar  al 
ama  de  cría 

Lngar-teniente  del  pezón  materno , 

de  que  tanto  nos  hemos  reido.  En  este  verso,  á  lo  me- 
nos, la  idea  es  exacta,  lo  ridículo  es  la  expresión.  En  la 
otra,  idea,  expresión  y  todo  es  un  delirio. 

No  hay  duda  en  que  hay  en  la  obra  mil  y  mil  cosas 
que  prueban  gran  talento  en  su  autor,  pero  se  trata  de 
si  la  obra  es  buena,  que  es  cosa  muy  distinta.  Veo  que 
d  •  reminiscencia  en  reminiscencia  se  me  ha  ido  la  plu- 
]¡¡a  hasta  faltar  poco  para  que  el  papel  se  acabe 

Mande  V.  á  su  amigo,  que  le  aprecia  mucho,— j,  N| 
aALLEQO, 


ccxxvin 


BOSQUEJO  HISTOBICO  CIÍÍTICO 
gala,  la  fluidez,  la  elegante  tersura,  la  incomparable  concisión  del  poeta  latino?  Siempre  la 
poesía  del  original  sale  desconocida  y  calumniada.  Con  otro  desembarazo,  con  otra  naturali- 
dad y  agudeza  escnhe  Bnrcfos  cuando,  en  vez  de  traducir,  imita.  Sirva  do  ejemplo,  así 
como  de  muestra  de  la  lozanía  del  estilo  poético  de  Burgos,  el  siguiente  trozo  de  la  epístola 
de  Pope  á  Arbuthnot,  libremente  traducida  en  1822,  en  la  cual,  con  sátira  incisiva,  descri- 
bo el  agudo  poeta  el  carácter  de  Addisson  : 


De  un  escritor  os  hablaré  fecundo, 
Que  ingenio  y  gracia  y  sencillez  rebosa, 
Feliz  en  versos,  elegante  en  prosa, 
Buen  pensador,  conocedor  del  mundo. 

Ama  la  gloria  y  al  honor  camina, 
Es  del  buen  gusto  protector  ardiente; 
Pero,  como  los  reyes  del  Oriente, 
No  reina  si  á  su  hermano  no  asesina. 

Entrar  en  concurrencia  tiene  á  menos , 
Y  debiendo  al  ingenio  su  fortuna. 


El  brillo  del  ingenio  le  importuna, 

Y  envidia  sin  cesar  triunfos  ajenos. 
Con  cortés  apariencia  satiriza, 

Cobarde  hiere,  con  perfidia  halaga, 
Con  su  sonrisa  y  su  amistad  amaga, 
Con  su  ceño  y  sus  odios  tranquiliza. 
Los  tiros  ruines  teme  á  cada  paso 
Del  necio  que  le  aplaude  y  le  respeta. 
En  el  gobierno  muéstrase  poeta, 

Y  muéstrase  estadista  en  el  Parnaso. 


Entre  aquellos  varones  ilustres  se  distinguió  asimismo  don  Manuel  Silvela,  por  su  saber, 
por  la  pureza  y  elevación  de  sus  doctrinas  morales,  y  por  la  sencillez  patriarcal  de  sus  cos- 
tumbres do  familia.  Lanzado  de  su  patria  por  el  huracán  de  las  desgracias  públicas,  bailó, 
en  su  laboriosidad  y  en  su  talento,  amparo  contra  la  adversidad,  para  sí,  para  su  esposa  y 
para  sus  hijos.  La  perseverancia,  el  acierto,  el  sano  y  trascendental  espíritu,  la  delicada  so- 
licitiid  con  que  dirigió,  así  en  Burdeos  como  en  París,  un  establecimiento  de  educación  para 
la  juventud  española,  son  títulos  de  gloria  verdadera  para  el  nombre  honrado  y  honroso  de 
do7i  Manuel  Silvela.  En  su  casa  pasó  Moratin  los  últimos  años  de  su  vida,  mirando  como 
suya  propia  la  interesante  familia  de  su  amigo.  Aquel  insigne  escritor  exhaló  el  último  sus- 
piro en  brazos  de  Silvela,  y  éste  «pagó  la  deuda  del  cariño  y  de  la  admiración»  erigiendo 
á  su  costa ,  en  el  cementerio  del  Phre  Lacliaise,  un  monumento  fúnebre  al  esclarecido  poeta 
cómico,  entre  Moliere  y  Lafontaine. 

En  el  notable  discurso  histórico-crítico  sobre  la  literatura  española,  que  publicó  Silvela,  en 
Burdeos,  al  frente  de  su  Biblioteca  selecta  de  la  literatura  española  (1819),  en  la  Vida  de  Mo- 
ratin, y  en  los  varios  escritos  suyos,  ya  históricos,  ya  jurídicos,  que  han  sido  dados  á  la  es- 
tampa, demostró  Silvela  que  era  docto  investigador,  hombre  de  sano  criterio  y  hablista  fácil  y 
coiTecto.  La  sensatez  prepondera  sobre  la  fantasía  en  sus  escritos,  y  por  eso  es  mejor  prosador 
que  poeta.  Su  sentido  crítico  era  perspicaz  y  seguro,  y  es  curioso  verle  empeñado  en  eterna  y 
amistosa  polémica  con  Moratin  sobre  los  principios  del  arte  dramática,  sosteniendo,  contra  el 
inexorable  clásico,  «que  la  nimia  austeridad  de  las  reglas  ha  esclavizado  el  ingenio;  que  el 

mismo  Moratin  era  prueba  de  esta  verdad ,  y  que  en  las  letras  los  pecados  verdatleramente 

irremediables  son  la  frialdad,  la  insipidez,  la  falta  de  acción,  de  intei'es»  (1).  Tal  doctrina 
parece  ahora  Uaná  y  corriente ;  pero  debe  recordarse ,  para  gloria  de  Silvela,  que  esto  lo  decia 
á  Moratin  un  hombre  educado  con  las  ideas  clásicas  francesas ,  muchos  años  antes  de  que  se 
hubieran  propagado  y  madurado  en  Francia  y  en  España  los  amplios  y  tolerantes  principios 
críticos  de  los  Lessing  y  de  los   Schlegel. 

Don  Manuel  Norherto  Pérez  de  Camino,  magistrado  distinguido,  y  víctima,  como  otros 
muchos  contemporáneos  suyos,  de  la  turbación  de  los  tiempos  y  de  los  azares  de  la  guerra 
y  de  la  política,  cultivó  la  poesía  como  solaz  y  consuelo  en  las  amarguras  de  la  emigración. 
No  le  faltaron  ni  el  ingenio,  ni,  en  algunas  ocasiones,  el  estro  del  poeta;  pero  escribía  lejos 
de  su  patria.  La  mayor  parte  de  sus  versos  quedaron  inéditos,  y  hoy  dia  su  nombre,  mé- 


(1)  Vida   de  Aloratln.  Obras  postumas  de    don  Manuel  /Síi7«e/a,  publicadas,  oü  1846,  por  su  hijo  don 

l^ancisco  Aguítin  SilTcla. 


t)É  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XTIIL  ■  CCXXiiS 

nos  afortunado  que  el  do  otros  escritores  que  no  le  aventajan ,  no  trae  consigo  eco  alguno 
de  gloria  literaria.  Amigo,  y  hasta  cierto  punto  discípulo  de  Moratin,  imitador  de  Melendez^ 
j  acérrimo  sustentador  de  las  doctrinas  de  los  preceptistas  franceses,  su  numen  se  encierra 
en  el  carril  de  la  imitación ,  y  á  pesar  de  su  indisputable  talento ,  sus  poesías ,  sembradas  de 
rasgos  felices,  adolecen  á  cada  paso  de  los  resabios  de  la  escuela  j  de  la  rutina  seudo-clá- 
sica.  Porque  es  moda,  escribe  anacreónticas,  mucbas  de  ellas  no  inferiores  á  las  de  su  mo- 
delo Melenclez;  pero  algunas,  así  como  las  de  otro  imitador  de  Melendez,  don  Dionisio  Solís, 
están  en  tal  grado  impregiiadas  de  erótica  intención ,  que  no  hemos  podido  decidirnos  á 
publicarlas.  La  escuela  seudo-clásica  creia  encubrir  las  más  escabrosas  audacias  con  formas 
pudibundas  j  melindrosas.  Mal  disimulados  con  el  velo  harto  trasparente  de  los  emblemas 
mitológicos,  presentan  estos  poetas,  y  aun  el  mismo  MeJendez,  cuadros  sensuales,  que,  más 
que  á  la  musa  cristiana,  pertenecen  á  la  musa  descarada  de  la  antigüedad.  La  Sorpresa,  El 
Trasporte  y  otras  atrevidas  anacreónticas  de  Pérez  de  Camino  (1)  han  nacido,  como  todas  las 
de  este  género,  de  la  mal  entendida  imitación  de  la  poesía  materialista  de  los  griegos  y  de  los 
romanos.  Siguiendo  esta  epicúrea  tendencia  en  sus  años  juveniles,  tuvo  la  habilidad  de  con- 
vertir en  una  linda  anacreóntica  la  célebre  oda  de  Safo ,  y  por  cierto  que  para  oidos  moder- 
nos es  más  propia  y  natural  la  lucha  que  ofrece  la  anacreóntica  de  un  mancebo  acosado  por 
las  hechiceras  caricias  de  una  hermosiu'a  tentadora,  que  la  bella  pero  cínica  descripción  fi- 
siológica de  la  conmoción  amorosa  de  una  mujer,  que  á  esto  se  reduce  la  famosa  oda 
griega. 

Es  á  veces  poco  correcto  en  el  idioma  y  en  la  versificación ,  pero  da  siempre  señales  do 
soltura  y  de  ingenio.  Para  la  sátira,  á  la  cual  se  manifiesta  aficionado ,  le  faltan  la  intención 
burlona  de  Quevedo  y  la  acerba  austeridad  de  los  Argensolas.  Camino  se  conoce  bien  á  sí 
mismo  cuando  dice,  en  el  lenguaje  clásico  del  tiempo: 

De  suave  natural  formado  lie  sido, 
Más  que  para  decir  duras  verdades, 
Para  cantar  los  hurtos  de  Cupido. 

Nutrido  su  entendimiento  con  las  máximas  literarias  del  siglo  de  Luis  XIV,  Camino 
creia  de  buena  fe  que  sin  rígidos  preceptos  no  hay  literatura  de  alta  ley,  y  que  era  mengua 
en  vma  nación  civilizada  carecer  de  una  Poética  nacional.  Quiso  llenar  el  que  juzgaba  afrentoso 
vacío ,  y  escribió  una  Poética  en  octavas ,  que ,  por  el  gusto  y  las  doctrinas ,  nada  tiene  de 
fMcional  (2).  ¿Y  cómo  ha  de  ser  nacional  un  código  inflexible  en  que,  por  libres  y  espontá- 
neos, no  caben,  ni  el  magnífico  teatro  español  del  siglo  de  oro,  ni  la  poesía  de  los  romance- 
ros, esto  es,  los  dos  grandes  y  gloriosos  depósitos  de  las  creencias,  de  los  sentimientos,  del 
esfuerzo,  de  la  fe,  del  honor  del  pueblo  español?  Luzan,  olvidado  por  Camino,  con  ser  de  la 
escuela  preceptista,  comprende  mejor  la  poesía  popular  española,  y  su  Poética,  aunque  inspi- 
rada por  obras  italianas  y  francesas,  es  menos  extranjera  que  la  de  Martínez  de  la  Rosa  y  la 
de  Pérez  de  Camino,  que  creia  escribir  una  obra  nacional.  Camino,  como  él  mismo  lo  decla- 
ra, tomó  por  norma  las  cuatro  célebres  poéticas  de  Aristóteles,  Horacio,  Vida  y  Boileau. 
Pero  Boileau  es  la  verdadera  fuente  de  su  doctrina ,  y  á  tal  punto ,  que  se  hace  eco  de  los 
burlescos  ataques  del  gran  legislador  del  gusto  francés,  contra  el  antiguo  teatro  español. 


(1)  Estas  poesías,  y  otras  del  mismo  autor,  quo  '^«3  ^ntes  que  don  Francisco  Martínez  de  la  Rosa  die- 

^  '              '^           '  Z                                             '    1  ra  a  luz  su  Poética. 

no  tienen  cabida  eu  la  presente   colección,  se  con-  ,,,       ,  ,     ,     ,.      ^      .             i  ,-.    ^     . 

,       1         ^      .,.  Mas  adelante  dice  Camino  en  el  r refació : 

servan  en  poder  de  su  ramilia.  ^          ,              ^       ,                        ..    ■'      ^ 

.--   T^7             ••                  ijíijiT.^  Pesa  sobre  nosotros  la  vergüenza  de  no  tener  una 

^  (2)  La  Advertencia  impresa  al  trente  de  la  Poe-  Poética  propia.  El  de  lavar  esta  afrenta,  y  el  de  ofrecer 

tica  de  Pérez  de  Camino  (Burdeos,  1829)  dice  así :  á  la  juventud  esfañola  un  código  completo  de  elemen- 
tos poéticos,  verdaderamente  nacional,  es  lo  que  me  ha 

Este  poema  estaba  escrito,  tal  como  se  publica,  siete  movido  á  componer  este  poema, 

I,  Ps.-xviii.  n 


ccxxx  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

Dice,  con  paladino  y  absoluto  desprecio  de  las  antiguas  comedias,  que  nuestros  padres  usur- 

pavon  los  laureles  que  les  prodigaron,  deslumhrados,  los  propios  y  los  extraños^  y  que 


Añade  en  seguida : 


En  un  Tiionslnio  el  poema  convirtieron, 
Que  Menandro  y  Terencio  esclarecieron. 

Su  loco  ardor  sin  freno,  delirante, 
Abraza  en  una  pieza  el  vasto  mundo. 
Héroe  en  el  primer  acto  tierno  infante. 
Te  sorprende  barbado  en  el  segundo. 


¿No  es  esto  traducir  aquellos  conocidos  versos  del  canto  iii  do  la  Poética  de  Boileau,  di- 
rigidos contra  Lope? 

Martínez  de  la  Rosa,  comprimidí)  también  por  los  preceptos  de  escuela,  no  va  tan  adelanto 
como  Pérez  de  Camino.  Pero  no  luiv  por  qué  extrañar  esta  apasionada  y  estricta  adJK'sion  á 
las  leyes  convencionales.  La  crítica  libre  y  tiIos<)fica  no  liabia  triunlado  todavía  en  España. 
La  cj)oca  era  de  ludia  y  de  sistema,  y  nadie  podia  ni  quería  entender  cómo  Sliaksi)eare, 
Lope  de  Vega,  Calderón,  Scliillcr  y  Lord  Byron  eran  poetas  dramáticos  grandes  y  po])ula- 
res  sin  Poética,  y  rompiendo  á  sabiondivs  el  freno  de  las  tres  unidades  consagi'adas.  ¿(¿luí 
habría  pensado  Camino  de  Goethe,  que,  con  su  fecunda  y  poderosa  fantasía, 

Abraza  en  una  pieza  el  vasto  mundo? 

Si  pudiéramos  olvidar  que  el  gusto  literario  es  esclavo  de  la  opinión,  incierta  y  móvil  de 
suyo,  y  que  el  hombre  tarda  mucho  en  comprender  y  sentir  las  leyes  eternas  y  absolutas  de 
la  belleza,  caeríamos  fácilmente  en  la  tentación  de  sorprendernos  de  que  aquello  que  Pérez 
de  Camino  y  otros  tenían  por  delirio  y  extravío,  parezca  ahora  elevación  y  grandeza.  Pero 
la  literatura,  ya  noble  y  sencilla,  ya  decadente  y  viciada,  camina  con  los  tiempos,  y  lleva 
en  sí,  como  todas  las  cosas  humanas,  el  sello  de  la  ceguedad,  de  los  antojos,  de  los  vaivenes 
morales,  que  enflaquecen,  ilustran ,  tuercen  ó  vigorizan  las  ideas. 

Pérez  de  Camino,  considerado  como  campeón  de  su  escuela,  no  merece  censura,  sino 
aplauso.  Su  Poética,  en  octavas,  es  lo  más  firme,  florido,  desembarazado  y  brioso  que  salió 
de  su  pluma.  En  esta  poesía  didáctica,  en  que  la  razón  tiene  mayor  parte  que  el  numen,  no 
le  aventaja  Martinez  de  la  Rosa.  Su  estilo,  aunque  desigual,  es  casi  siempre  limpio,  conciso, 
rotundo  y  expresivo,  y  el  continuo  estudio  de  Boileau  le  inspira  alguna  vez  la  entonación 
viva  y  axiomática  que  constituye,  á  par  de  la  sensatez  crítica ,  el  primer  encanto  del  ilustro 
preceptista  francés.  A  cada  paso  se  encuentran  en  este  poema  hermosas  octavas.  Sirvan  do 
ejem])lo  las  siguientes,  tomadas  al  azar  : 


Otro,  amigo  del  canto  estrepitoso, 
La  voz  ([uc  no  retumba,  juzga  fria, 
Y  su  poema  enfático,  pomposo, 
Hincha  do  altisonante  algarabía. 
En  golfo  de  centellas  espumoi^o  (1) 
Hunde  á  un  pobre  amador,  y  en  su  manía, 
No  empieza  por  pensar,  sino  que,  ciego. 
Voces  primero  busca,  y  piensa  luego. 

Si  la  poesía  imita  portentosa. 
Colorido  á  su  voz  y  bulto  dando, 
¡Sabe  imitar  también  artificiosa. 
El  valor  del  sonido  combinando. 


¿Quiere  cantarla  linfa  vagorosa? 
Como  ella  se  desliza  murmurando; 

Y  si  pintar  al  cefirillo  aspira, 
Blanda  cual  él  y  plácida  suspira. 

Cuando  abriendo  las  It'ibregas  mansiones, 
Nos  presenta  de  Sísifo  el  tormento, 
Tarda  sílaba  escoge,  tardos  sones, 

Y  frnse  de  pausado  movimiento. 
Mas  ¡  cuál  deja  las  lentas  expresiones. 
Si,  el  vigor  recobrando,  en  ella  siento 

El  mar  que  brama,  el  aquilón  qi:»!zmnba, 

Y  el  trueno  cuando  horrísono  retund)a ! 


(1)  Ulloa,  La  Haquet. 


DE  LA  poesía  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XYIIL 


CCXXX! 


¿Pides  delicia  ser  de  tus  lectores? 
Con  crítico  rigor  tus  obras  mira. 
El  necio,  satisfecho  en  sus  errores, 
Goza  en  ellos  y  extático  so  admira. 


No  perdones  vigilias,  no  sudores; 
Vuolve  á  templar,  si  discordó,  tu  lira. 
Añade,  borra,  enmienda,  pule,  adorna, 
Cien  veces  al  ayunque  el  hierro  torna  (1). 


Sin  vivo  ardimiento  ni  grande  altura  en  su  inspiración,  no  faltan,  sin  embargo,  á  Ca- 
mino brío  Y  sensibilidad.  Cuando  pinta  el  amor,  no  con  las  reminiscencias  ile  la  poesía  pa- 
gana, sino  con  la  voz  de  su  pro})ia  alma,  su  poesía  es  tierna  y  animada.  So  baila  el  poeta  en 
6U  natural  esfera.  Sus  ilusiones  no  son  místicas  y  etéreas  como  las  de  los  i)octas  soñadores; 
pero  son  verdaderas.  Son  las  ilusicmes  del  hogar  sereno  y  de  la  ternura  domestica.  Harto  y 
escarmentado  de  los  engañosos  deleites  de  la  vida  pública  y  cortesana,  su  mente  descansa  y 
se  recrea  con  la  imagen  del  amor  sincero,  y  exclama  conmovido : 

Sin  su  celeste  llama,  ¿que  es  la  vida? 

El  recuerdo  de  la  patria,  en  las  amarguras  de  la  emigración,  le  inspira  acentos  poéticos, 
pero  de  índole  varia  y  contradictoria  como  los  sentimientos  que  abriga  su  corazón.  Unas 
veces,  cuando  se  presenta  ú  su  imaginación  el  risueño  cuadro  de  su  juveiitud  halagada  por 
la  fortuna  y  animada  })or  los  afectos  de  la  familia,  España  es  el  ídolo  de  sus  recuerdos  y  do 
BUS  ilusiones.  Entonces  escribe  : 


Volvedme  al  suelo  querido, 
Que  la  crueldad  me  cierra; 
Vea  yo  la  santa  tieiTa 
Do  mi  niñez  ha  crecido. 


Del  paterno  Manzanares 
Dulces  vegas,  dulces  prados, 
¿  Cuándo  me  darán  los  hados 
Que  consoléis  mis  pesares? 


Otras  veces,  exaltado  por  los  sinsabores  de  la  emigración  y  })or  la  pasión  de  las  ideas  libe- 
rales, apostrofa  duramente  á  su  patria,  que  juzga  vilipendiada  cuando  no  reinan  en  ella  la 
justicia  y  la  libertad  bien  entendida.  La  entrada  en  España  de  las  huestes  francesas,  en  1823, 
al  mando  del  duque  de  Angulema,  puso  el  colmo  á  su  despecho.  Ora  se  burla  ávX  í^'ército 
francés  por  el  pobre  triunfo  del  Trocadero  ,  ora  anatematiza  al  trono  despótico,  ora,  en  fin, 
vuelve  sus  dardos  contra  la  nación  misma,  á  la  cual  mira  entonces  con  desdeñosa  compasión : 


La  barbarie  cubre  á  España, 
Y  á  sus  tristes  moradores 
La  gloria  niega  sus  lauros, 
La  prosperidad  sus  dones. 

Desmembrada,  envilecida , 
Débil,  humillada,  pobre. 


Volcan  de  intestinos  odios 
Y  de  acerbas  disensiones. 
Lánguida  la  patria  mia 
Perece,  y  en  sus  dolores , 
Sólo  guarda  la  memoria 
De  sus  pasados  blasones 


Tanto  mal  es  obra  vuestra,  dice  en  seguida  á  los  franceses,  como  amedrentado  de  haber 
escarnecido  sin  razón  á  su  patria.  Para  él  no  cabia  civilización  donde  no  reinaba  la  libertad 
tal  como  en  sus  bien  intencionadas  ilusiones  la  entendía.  Pero  es  la  verdad  que  España,  por 
él  aplaudida  ó  vituperada  al  azar  de  las  impresiones  del  infortunio ,  era  el  sueño  incesante 
de  Pérez  de  Camino.  Sin  volver  á  su  j)atria  no  podia  ser  feliz.  Se  columbra  en  sus  versos  que 
una  voz  secreta  decia  al  infeliz  emigrado  que  no  volvería  á  pisar  la  amada  tierra ,  ni  sus  res- 
tos mortales  descansarían  en  ella. 

Don  José  Somoza,  escritor  muy  digno  de  nota  porque  no  hay  en  sus  obras  asomo  alguno 
de  afectación,  pertenece  á  la  escuela  de  Salamanca.  Su  instinto  lo  preservó  del  amaneramiento 
común  á  varios  escritores  do  esta  escuela.  Fué  una  de  las  almas  independientes  que  ínás  se 


(1)  Ésta  es  una  de  las  muchas  imitaciones  de 
Boileau  : 

Vingtfoit  sur  le  métier  remetiez  votre  ouvrage, 
Polissez-lc  sans  cesse,  eí  le  repolisse:  : 
4joutez  quelque/ois,  el  souvent  effacez. 

(L'Art  poéíique,  canto  l,) 


La  idea  es  la  misma,  pero  es  forzoso  confesar 
que  en  esta  ocasión  el  imitador  español  aventaja 
grandemente  en  el  desembarazo  y  en  la  gracia  de 
la  expresión  al  celebre  modelo, 


Ccxxxil  BOSQUEJO  HISTÓEICO  CRÍTICO 

templaron  y  enardecieron  con  las  ideas  filosóficas  francesas  del  siglo  último,  y  que,  rezao-o 
délos  enciclopedistas,  que  iban  desapareciendo  á  toda  prisa,  y  semejante  á  otros  muchos 
hombres  notables  de  la  obstinada  estirpe  liberal  del  año  1812,  cifraba  una  especie  de  vana- 
gloria en  la  inmovilidad  de  sus  doctrinas.  Los  años,  las  lecciones  del  tiempo  y  los  progresos 
de  las  ciencias  políticas  no  quebrantaron  la  tenacidad  de  sus  ideas,  que  en  parte  no  escasa 
eran  verdaderas  preocupaciones.  Incrédulo  por  moda  y  por  costumbre ,  á  veces  hacia  alarde 
de  romper  con  los  principios  y  los  sentimientos  comunes  de  la  sociedad  española,  y  en  sus 
obras  asoma,  de  cuando  en  cuando,  esta  mal  encaminada  tendencia.  Pero  no  tenía  su  ánimo 
el  arranque  avieso  y  borrascoso  que  habian  manifestado  Marchena  y  Blanco  en  la  generación 
precedente.  Ardiente  de  cabeza  y  manso  de  corazón ,  presentaba  de  continuo  ese  contraste 
moral,  frecuente  entre  nosotros,  que  esteriliza,  cuando  no  extravia,  los  impulsos  de  una  ín- 
dole sana  y  elevada.  Toda  su  vehemencia  de  innovador  y  de  escéptico  viene  al  cabo  á  re- 
ducirse, en  sus  escritos,  á  un  desahogo  agudo  y  patriótico  de  su  vena  humorística.  Era  hom- 
bre de  afectos  vivos  y  constantes,  y  blasonaba  de  ellos  con  justo  motivo  (1).  Pasó  la  mayor 
parte  de  su  vida  retirado  en  su  casa  de  Piedrahita ,  dedicado  á  fomentar  sus  tierras  y  sus 
ganados.  Era  poco  aficionado  á  entrar  en  la  esfera  de  acción  política  á  que  hubieran  podido 
llevarle  más  de  lleno  sus  luces  y  sus  principales  tendencias.  Sus  diatribas  y  sus  arranques  no 
Bon  los  embates  de  una  pugna  tenaz  y  sistemática ;  son  el  homenaje  involuntario  que  se  rinde 
á  doctrinas  seductoras,  á  par  que  el  lujo  y  el  recreo  de  un  entendimiento  claro  y  activo. 

Algunas  de  sus  composiciones  tienen  el  color  y  el  limpio  lenguaje  de  los  mejores  tiempos 
de  la  poesía  castellana.  Es  excelente  hablista,  poeta  espontáneo  y  original,  y  la  más  justa 
alabanza  que  puede  tributársele  es  que  sus  versos  se  distinguen  más  por  la  simpática  sencillez 
de  los  buenos  tiempos,  que  por  los  estudiados  esmeros  de  los  más  de  los  poetas  de  su  época. 
Sus  breves  cuadros  de  costumbres ,  y  sus  relaciones  en  prosa ,  forman  parte  de  esa  literatura, 
que  por  lo  llana  y  natural  parece  fácil  y  al  alcance  de  todo  el  mundo.  Así  son  algunas  relacio- 
nes de  Toepffer,  de  Federica  Bremer,  de  Fernán  Caballero.  Los  que  intentan  imitarlas  com- 
prenden en  breve  la  difícil  facilidad  que  hay  en  encerrar  en  tan  sencillos  cuadros  tanta  ver- 
dad, tan  dulce  estilo,  tan  delicado  é  íntimo  sentido.  Tradujo  Somoza,  en  verso,  La  Ilecyra, 
de  Terencio,  y  El  Temistocles,  de  Metastasio. 

Cercanos  ya  al  término  de  esta  dilatada  reseña  de  poetas  líricos,  justo  es  salvar  del  olvido 
los  nombres  de  dos  distinguidos  escritores ,  nacidos  en  el  siglo  xviii  y  discípulos  ambos  de 
la  efímera  escuela  sevillana,  creada  á  fines  de  aquel  siglo  :  don  Jacoho  Vicente  Navarro  y 
don  Félix  María  Hidalgo. 

Fácilmente  se  trasluce  en  las  obras  de  Navarro  que,  si  bien  discípulo  de  Reinoso,  de  Blan- 
co y  de  Lista,  insignes  maestros  de  dicha  escuela,  estudiaba  con  predilección  á  los  poetas  de 
la  escuela  salmantina,  y  que  Cadalso  y  Mdendez  eran  sus  principales  dechados.  Escaso  de 
imaginación,  y  por  consiguiente  de  originalidad,  sin  vigor  en  los  pensamientos,  ni  propiedad 
en  el  lenguaje,  Navarro  sólo  se  distingue  por  cierta  entonación  simpática,  que  hace  leer  con 
gusto  una  parte  de  sus  poesías ,  y  olvidar  á  veces  la  falta  de  las  prendas  esenciales  de  los 
verdaderos  poetas.  Era  tan  dado  á  escribir  sonetos,  como  poco  feliz  en  esta  difícil  tarea.  Y 
¿cómo  habia  de  serlo  si  faltaban  á  su  numen  sobriedad  y  fuerza,  que  son  cabalmente  las 
cualidades  principales  que  requiere  el  soneto? 

Olvidadas  están  las  poesías  de  Hidalgo,  discípulo,  amigo  y  sucesor,  en  la  cátedra  de  lite- 
ratura de  Sevilla ,  de  los  esclarecidos  Reinoso  y  Lista.  Poco  más  conocemos  de  este  aventaja- 
do escritor  que  sus  odas  patrióticas  contra  la  invasión  de  Napoleón ,  una  de  ellas  premiada 
en  Sevilla,  en  aquellos  tiempos  de  entusiasmo  nacional.  No  es  dable  negar  que  hay  en  ellas 
noble  entonación  y  arranque  patriótico ;  pero  no  es  de  extrañar  que  á  nosotros,  los  que  hoy, 

(1)  Así  dedicó  á  Quintana  un  tomo  de  sus  obras  :       dársele  á  V.,  haciendo  saber  al  público  que  dos  antores 
■n^j-      '  17      i    TI  ■,  ,  y  pintas  han  sido  amieros  sidreros  y  sin  interrupción 

Pedico  a  V.  este  hbi-o  para  darme  honor  a  mi,  y  para       dcsdr;  la  juventud  ^  la  TCJez.  (1842.) 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIII.  Ccxxxiii 

pasado  más  de  medio  siglo ,  consideramos  la  batalla  de  Bailen  con  la  auniiracion  serena 
que  inspira  un  gran  suceso  histórico ,  nos  parezca  harto  hiperbólica  aquella  excesiva  vehe- 
mencia de  expresión ,  que  hubo  de  resonar  como  un  eco  natural  y  simpático  en  las  almas 
enardecidas  de  los  españoles  de  1808.  La  obra  más  estimable  de  Hidalgo  es  sin  duda  su  ce- 
lebrada versión  en  verso  de  Las  Bucólicas  de  Virgilio,  ilustrada  con  notas  eruditas  y  atina- 
das observaciones;  versión  no  servil,  pero  fiel  (1),  que  mereció  alabanzas  de  insignes  es- 
critores ,  entre  ellos  don  Juan  Gnalherto  González ,  el  cual ,  con  más  fidelidad  y  menos  gala, 
desempeñó  igualmente  la  difícil  tarea  de  traducir  las  admirables  églogas  de  Virgilio. 

Con  mayor  razón  todavía  debemos  consignar  aquí  el  famoso  nombre  de  Don  Bartolonid 
José  Gallardo.  Hacia  versos ,  como  Burgos ,  como  los  hacen  todos  aquellos  que  llegan  á 
familiarizarse  con  las  letras  amenas  y  con  las  circimstancias  rítmicas  del  idioma.  Fué  filó- 
logo arrojado  y  antojadizo,  y  bibliógrafo  consumado.  Como  crítico  se  resiente  de  gusto 
apocado  y  no  muy  puro,  y  del  afán  de  ostentar  agudeza  y  erudición,  olvidando  el  verdadero 
examen  estético.  El  deseo  de  imitar  el  lenguaje  poético  de  los  escritores  de  principios  del 
BÍglo  XVII  aumenta  el  carácter  artificial  de  sus  poesías.  Pero  no  puede  negarse  que  acierta 
algunas  veces  con  algo  que  remeda  de  un  modo  agradable  el  suelto  y  fácil  decir  de  los  an- 
tiguos poetas  castellanos. 

Sólo  nos  resta  hablar,  porque  ningún  otro  nombre  notable  viene  á  nuestra  memoria,  del 
insigne  escritor  don  Eugenio  de  Tapia.  Fué  uno  de  los  hombres  más  laboriosos  y  estimables 
de  su  tiempo.  La  jurisprudencia,  la  historia,  la  instrucción  pública  y  la  poesía  ocuparon  al- 
ternativa, y  á  veces  simultáneamente,  su  larga  y  provechosa  vida.  Logró,  por  su  instruc- 
ción ,  su  talento  y  sus  nobles  prendas  de  carácter,  granjearse  el  aprecio  de  todos  los  hombres 
distinguidos  de  su  tiempo.  Entre  otros  ,  Quintana,  Martínez  de  la  Bosa  y  don  Juan  Nicasio 
Gallego  le  profesaron  siempre  acendrada  amistad.  En  unión  con  el  último,  tradujo  algunas 
obras  de  amena  literatura.  Su  obra  principal,  la  Historia  de  la  civilización  española,  con  ser 
un  liljro  cuerda  y  ordenadamente  concebido ,  y  con  sobriedad  y  elegancia  escrito,  no  pasa  do 
una  reseña  somera  é  incompleta  de  acontecimientos  históricos,  sin  el  suficiente  examen  y 
lógico  estudio  de  las  causas  íntimas  y  trascendentales  que  constituyen  la  esencia  de  la  vida 
intelectual,  religiosa,  social,  artística  y  guerrera  de  España ;  de  los  elementos,  en  fin,  siem- 
pre activos  y  entre  sí  encadenados ,  de  su  grandeza  y  de  su  decaimiento. 

Lfis  obras  dramáticas,  las  novelas  y  las  poesías  de  Tapia  no  denotan  inspiración  ardiente 
y  poderosa,  pero  sí' imaginación  fácil  y  amena,  buen  gusto  y  sano  espíritu.  Como  claro  y 
correcto  hablista,  su  mérito  es  incontestable,  y  la  Academia  Española,  abriéndole  sus  puer- 
tas, procedió  con  tino  y  con  justicia.  La  opinión  no  tasó  acaso  tan  alto  como  merecía  el  va- 
lor de  las  obras  poéticas  de  Tapia.  El  público,  oyendo  sonar  continuamente  el  nombre  do 
2\ijna  unido  al  Fehrero  novísimo ,  á  la  Práctica  forense ,  á  la  Jurisprudencia  mercantil  y  á 
otros  libros  de  índole  útil  y  prosaica,  miró  aquellas  obras  como  pasatiempo  sin  entidad  en  un 
hombre  consagrado  á  tan  graves  y  áridas  tareas.  La  fama  del  jurisconsulto  dañó  esta  vez  á 
la  gloria  del  poeta. 

No  debemos  dar  por  terminado  el  cuadro  histórico  de  la  poesía  castellana  del  siglo  xviir, 
sin  recordar  que  las  damas ,  con  su  dulce  y  civilizadora  influencia,  y  no  pocas  veces  con  su 
ejemplo,  alentaron  las  artes  y  las  letras,  contribuyendo  así  al  desarrollo  de  estas  fuerzas  de 
la  cultura  humana. 

(1)  Hidalgo  desconocía,  sin  embargo,   la  obli-  bos,  laudables  en  sí  mismos,  sustituyó  la  persona 

gacion  que  impone  la  verdad  histiirica  al  que  so  de  Alexis,  en  la  égloga  segunda,  con  la  de  una  pas- 

atreve  á  traducir  los  libros  de  la  antigüedad  paga-  tora,  evitando  así  el  horror  que  inspiran  aquellos 

na,  de  reproducir  sinceramente  las  costumbres,  bue-  monstruosos  amores.  De  este  modo  empieza  la  églo- 

nas  6  malas,  las  preocupaciones  y  todas  las  ideas,  ga  traducida: 

por  repugnantes  que  sean  ,  que  se  hallan  retratadas  S^  abrasaba  en  amor  por  Galatej^ 

en  a(juellos  libros,  Movido  por  eBcrúpulos  religio-  Ei  pastor  Coridon 


Ccx:<xiV  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CRÍTICO 

Ya  vimos,  al  hablar  de  la  Academia  del  Buen  Gusto ^  con  cuan  fervorosa  afición  fomenta- 
ron la  poesía  y  la  crítica  literaria,  en  el  reinado  de  Fernando  VI,  la  Condesa  d(í  Lémos,  la 
Duquesa  de  Arcos  y  otras  señoras  do  la  alta  nobleza.  En  el  mismo  reinado  eseribia  ¡¡oesías, 
notables  para  la  época ,  una  joven  que  más  adelante ,  en  178Ü,  publicó  una  parte  de  sus 
obras,  escondiendo  su  nombre  con  el  dictado  de  Una  dama  de  esta  corte.  Ti-adiijo,  dentro  toda- 
vía de  aquel  reinado,  tres  traífedias  íVaiicesas,  entre  ellas,  con  bastante  ¡)ropiedad  y  desem- 
barazo, la  Audrómaca,  de  Hacine.  Prendado  don  Af/nstin  de  Moníiano  y  Lmjando  del  enten- 
dimiento y  buen  gusto  do  la  interesante  escritora,  liizo  leves  correcciones  de  estilo  en  su  tra- 
ducción de  la  Andrómaca ,  y  le  escribió  una  carta  lisonjera ,  que  se  ha  conservado  (1 ). 
Sectaria  de  la  nueva  escuela  reformadora,  esta  señora  no  escribe  en  estilo  conceptuoso,  lo 
cual  no  es  ya  de  suyo  escaso  mérito  para  la  primera  mitad  del  siglo  xviii.  Su  estilo  es  des- 
igual, amanerado  y  no  siempre  correcto,  pero  no  le  faltan  ni  desembarazo,  ni  lozanía.  Los 
doctos  de  su  tiempo  la  admiraban  y  aplaudían,  y  recordaban  para  ensalzarla  á  la  poetisa 
CristohaTina ,  celel)rada  en  sus  \orsos  por  L()j)e  de  Vega.  Pero  su  fama,  encerrada  cti  el  ga- 
binete de  los  literatos,  no  llegó  á  hacerse  popular.  Hoy  día  ignoramos  su  nondjre,  aunque 
conocemos  sus  iniciales  (M.  H.). 

IMás  adelante,  ya  en  la  era  de  Carlos  III,  creció  y  se  propagó  entre  las  damas  la  afición 
al  cultivo  de  la  pintura  y  de  las  letras  graves  ó  amenas.  La  Duquesa  de  Huesear  fué  nom- 
brada por  aclamación,  en  vista  de  sus  obras,  académica  de  honor  y  directora  honoraria  de 
la  pintura  en  la  Academia  de  las  tres  nobles  artes,  con  voz,  voto  y  asiento  preeminente  en 
ambas  clases,  y  con  opción  á  todos  los  emi)leos  académicos  (17()()).  La  Marquesa  de  Estepa 
pintaba  con  gracia  y  soltura,  y  la  Academia  de  San  Fernando  se  honró  admitiéndola  en  su 
seno  (1775),  como  lo  hizo  asimismo  con  doña  Mariana  Waldstein,  marquesa  de  Santa  Cruz 
(1782),  y  con  otras  iluiiti-es  damas,  gentiles  cultivadoras  de  las  artes  (2).  A  las  letras  se  de- 
dicaban con  igual  afición.  La  señora  aragonesa  doña  Josefa  Amar  t/  Barbón  mereció  univer- 
sal ajilauso  traduciendo  gallardamente  la  voluminosa  obra  del  abate  Lampillas.  La  Marquesa 
de  Espeja  tradujo  del  italiano  la  FUosofía  moral,  de  Zanotti.  La  Condesa- Duquesa  de  Bena- 
W7iíg  leia  discursos  en  la  Sociedad  Económica  Matritense  (178G).  Carlos  III,  después  do 
empeñadas  polémicas,  en  las  cuales  tomó  parte  el  ilustradísimo  Floridablanca,  liabia  hecho 
entrar  á  las  nnijeres,  como  elemento  civilizador,  en  las  Sociedades  Económicas  recien  creadas. 
Este  es})íritu  de  respeto  á  la  int(íligencia  de  las  mujeres  despertó  en  no  pocas  el  entusiasmo 
literario.  Merece  citarse  entre  ellas ,  aunque  no  sea  más  que  como  curiosidad  de  historia  lite- 
raria, doña  Isidra  da  Guzman  y  Lacerda ,  hija  de  los  condes  de  Oñate.  Esta  señorita,  poseí- 
da de  la  pasión  del  saber,  se  consagró  con  tan  bu(;n  éxito  al  estudio  de  las  letras  y  de  la  fi- 
losofía, que  llamó  la  atención  general.  El  ny  Carlos  III,  movido  siempre  por  el  grande  im- 
pulso que  lo  animaba ,  y  juzg.in(io  acertado  dar  todo  el  realce  posible  á  este  ejem])lo  de  la- 
boriosidad literaria,  recomendó  la  ilustre  y  aventajada  joven  á  la  universidad  de  Alcalá, 
y  dispensando  al  propio  tiempo  para  aquel  caso  cualquier  estatuto  que  lo  estorbase ,  la  seño- 
rita de  Guzman  recibió  en  la  universidad,  con  ceremonias  muy  honoríficas,  los  grados  de 
maestra  y  doctora  en  filosofía  y  letras  humanas ,  siendo  ademas  nondjrada  catedrática  ho- 
noraria de  filosofía  moderna  y  consiliaria  perpetua  en  la  facultad  de  artes  (1785).  Distinción 


(1)  Esta  carta  fué  escrita  en   Madrid,  el  IG  de      que  locare  introducir  este  susto  en  Esi-y.ifía Yo  Roguí 

Mavo  de  1759  <ilgun  tiempo  la  opinión  (k-  los  franco.'^es,  pero  alnacé 

J'                1  '    •      •      1   1               '       <•  dfspues  ]a  inglesa,  ¡lunque  con  Viuia.s  modelaciones  que 

He  aquí  el  principal  de  sus  parraff)S  :  he  juzgado  convenir  á  la  verosimilitud  y  á  no  perder  la 

Repito ,  señora ,  que  estas  eorrccdoncs  no  son  susf  aii-  ^^     ^^  ^^  ' 

cíales,  y  que  sin  ellas  merece  no  corto  cloeio  el  aciíM-to  „                 i    i         •                  i           ^         ,•    ■  ■, 

con  que  desempeña  la  suma  diíic.iUad  de  traducir  bien.  ^^  ^"  verdad  curiosü  ver  al  sesudo  y  tímido  au- 

La  lástima  es  que  el  i^eiiio  de  la  nación  lia  de  echar  tiió-  lor  de  Virginia  y  de  Ataúlfo  acabar  por  inclinarse, 

nos  el  botón  gunlo  y  las  fiiaMadcs  del  gracioso.  Ko  ohs-  y^  p,i  aquellos  tiempos ,  al  teatro  inglés, 

tante,  SI  llega  a  representarse,  ]>ucde  ser  que  las giist II-  ,n\    ».           i     i      a       i       -      i     o       ti            j 

p»8  lágrimas  que  ha  de  costar  formen  algún  i)arl.ido  V-)  -^^tas  de  la  Academia  de  ban  JteruandQ, 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  CCSXSV 

no  menos  grande  j  desusada  habia  alcanzado  ya  la  señorita  de  Guzman ,  entrando  en  el  seno 
de  la  Academia  Española;  honra  que  jamas  se  ha  tributado  á  otra  mujer  alguna  (1)  (1784). 
Con  motivo  de  estos  singulares  acontecimientos  literarios ,  salieron  á  relucir,  en  las  obras  pe- 
riódicas del  tiempo,  peregrinas  historias  de  españolas  ilustres  en  las  letras,  entre  ellas,  doña 
Beatriz  Galludo;  doña  Catalina  de  Aragón,  reina  de  Inglaterra;  doña  Luisa  Sigea;  Fran- 
cisca de  Nebrija,  que  sustituyó  varias  veces  á  su  padre,  el  gran  filólogo,  en  la  cátedra  de  hu- 
manidades de  la  universidad  de  Alcalá ;  tres  señoras  celebradas  por  Lope  do  Vega ,  doña 
Cristobalina  Fernandez  de  Alarcon ,  doña  Ana  de  Castro  Egas  y  doña  Bernarda  Ferreira  de 
la  Cerda;  doña  Oliva  Sabuco  de  Nántes,  natural  do  Alcaraz,  sobresaliente  en  filosofía  y  me- 
dicina; la  novelesca  Ortensia  de  Castro,  natural  de  Villaviciosa,  que  disfrazada  de  estudian- 
te, estudió  en  Coimbra  en  compañía  de  dos  hermanos,  y  Juliana  Morell ,  natural  de  Barce- 
lona, que  en  Aviñon  fué  graduada  de  doctora  en  leyes,  en  el  palacio  del  Gobernador  (2). 

La  fama  pasajera  de  la  señorita  de  Guzman  tuvo  eco  en  las  naciones  extranjeras.  El  Jour- 
nal encijclojyédique  de  Bouillon  (1785)  hizo  encarecidos  elogios  de  esta  señorita,  «que  poseía 
los  idiomas  griego,  latín,  francés  é  italiano»;  y  en  todas  partos  fue  a¡)laudida  la  intención 
de  Carlos  III ,  que  quiso  hacer  resaltar  las  prendas  extraordinarias  de  aquella  interesante 
doncella ,  fomentando  así  la  educación  intelectual  de  las  españolas. 

Por  ser  todavía  aquella  época ,  á  posar  de  los  deseos  de  Carlos  III ,  poco  favorable  al  pro- 
greso literario  de  las  damas  que  se  educaban  fuera  de  la  corte  ó  de  los  claustros ,  no  pode- 
mos menos  de  hacer  mención  de  la  ilustre  gaditana  doña  María  de  llore.  Ilesplandecia  tanto 
por  su  peregrina  hermosura,  por  su  instrucción,  por  su  clarísimo  ingenio  y  por  la  elegante 
ostentación  que  desplegaba  en  su  persona  y  casa,  que  la  llamaban  en  Cádiz  la  Hija  del  Sol. 
Cansada  de  los  aplausos  mundanos,  que  habia  disfrutado  tan  colmados ,  á  los  treinta  y  cinco 
años  se  retiró  á  un  monasterio  con  permiso  de  su  esposo ;  siendo  en  la  Iglesia  occidental,  se- 
gún afirma  un  escritor ,  el  único  ejemplo  de  casada  y  monja  profesa  á  un  mismo  tiempo. 

Las  pocas  poesías  que  se  han  conservado  de  esta  mujer  singular ,  á  la  cual  ha  consa- 
grado nuestra  ilustre  amiga  Fernán  Cahallero  una  de  sus  leyendas  fantásticas,  no  mere- 
cen salvarse  del  olvido ,  á  no  ser  como  testimonio  honroso  de  su  gentil  entendimiento ,  que 
en  tiempos  más  felices  para  las  letras  habría  producido  acaso  brillantes  y  sabrosos  frutos. 
Son  estas  poesías  por  demás  candorosas  é  insulsas ,  y  si  algo  hay  digno  de  notarse  en  ellas, 
es  que ,  escribiendo  dova  María  de  Hore  cuando  todavía  reinaba  el  contagio  del  mal  gusto, 
su  estilo  es  claro  y  natural,  con  uuiy  pocos  resabios  de  retruécano  y  de  alambicamiento. 

Justo  es  también ,  por  el  propio  motivo  antes  alegado,  recordar  á  doña  María  Helguero^ 
monja  de  las  Huelgas  de  Burgos.  No  le  ñiltaban  ni  instrucción  ni  ingenio.  Como  muchos 
poetas  de  su  ticmjjo,  se  binla  del  estilo  conceptuoso ,  pero  algunas  veces  se  deja  llevar  invo- 
luntariamente de  la  funesta  magia  tradicional  de  aquel  estilo;  otras  escribe  con  llaneza  ex- 
tremada y  en  tono  popular,  y  entonces  es  cuando  sus  versos,  sin  llegar  nunca  á  la  elevación 
de  la  verdadera  poesía,  adquieren  cierta  facilidad  y  cierto  agrado.  Para  sus  poesías  sagra- 
das, y  especialmente  las  relativas  á  la  Pasión^  suele  escoger  metros  poco  adecuados;  pero  el 
desembarazo  y  la  sencillez  vulgar  que  el  metro  mismo  insi)¡ra,  no  quitan  á  los  versos  el 
fervor  sincero  que  estaba  en  el  alma  de  la  poetif^a.  Sirvan  de  ejemplo  estas  seguidillas: 


El  tímido  Pilátos, 
Por  libertarte, 

A  la  pena  de  esclavos 
Quiere  entregarte. 


¡Piedad  impía, 
Que  acrecienta  tormentos 

Contra  tu  vida  1 
Furiosos  los  verdugos, 


(1)  Tenemos  á  la  vístala  Oración  pronunciada  on  la  Sociodad  de  Amigos  del  País,  de  Madrid, 

por  esta  señorita  en  la  Academia  Española,  el  28  Ambas  obras  son  notables  por  la  elevación  de  las 

de  Diciembre  de  1784.  Igualmente  tenemos  á  la  iniras  y  la  firmeza  de  la  entonación, 

viüta  el  discurso  que  leyó,  el  25  de  Febrero  de  178G,  (2)  Memorial  literario  (Junio  de  1785). 


CCXXXYl  BOSQUEJO  HISTÓRICO  CEÍTICO 

Golpes  descargan 
En  el  yunque  precioso 

De  tus  espaldas. 

¡Gente  iracunda, 
Que  no  le  compadece 

Ver  tu  hermosura ! 


El  patíbulo  abraza, 

Como  á  descanso; 
Amor  en  él  te  fija 


Más  que  los  clavos. 


De  la  cruz  adorable 

Bajan  la  prenda, 
Que  ponen  en  tus  brazos, 

Sagrada  Reina. 

jOh  triste  Madre  I 
¿Habrá  dolor  que  al  tuyo 

Pueda  igualarse? 


Esta  mezcla  Je  naturalidad  y  de  concepto,  tan  acomodada  á  la  índole  peculiar  del  gusto 
po])ular  de  los  españoles ,  hizo  simpáticas  las  poesías  de  esta  señora ,  á  pesar  de  su  escaso 
mérito.  Tenía  más  sensibilidad  que  fantasía.  La  noticia  de  la  horrorosa  muerte  de  Luis  XVI 
y  de  María  Autonieta  llega  á  sus  oidos  como  el  colmo  del  escándalo  y  de  la  depravación. 
Se  conmueve  su  alma,  y  escarnece  en  sus  versos  á  los  verdugos  de  aquellos  regios  mártires; 
pero  no  hay  en  sus  imprecaciones  un  solo  rasgo  de  esos  que  denotan  un  numen  apasionado 
y  vigoroso  (1). 

Mucho  más  que  las  escritoras  que  acabamos  de  citar ,  vale  como  poetisa  doña  María  Rosa 
Galvez ,  vehemente  amiga  y  admiradora  de  Quintana.  Cultivó  la  poesía  dramática ,  á  fines 
del  sio-lo  último  y  principios  del  presente,  con  mayor  éxito  y  afición  que  la  lírica.  A  falta  de 
inspiración  fecunda  y  elevada ,  tienen  sus  poesías  noble  desembarazo  y  cierta  firmeza  de  en- 
tonación ,  poco  común  en  los  versos  de  las  poetisas.  Su  oda  Al  combate  de  Trajalgar  fué 
muy  celebrada.  Ahora  parece  lánguida  y  palabrera.  Describe  y  no  canta.  Le  faltaba  numen 
lírico  para  tan  grande  asunto. 


Aquí  ponemos  término  á  la  ingrata  y  prolija  tarea  de  conmemorar  y  juzgar,  aunque  tan 
rápidamente  cuanto  nos  ha  sido  posible,  los  poetas  líricos  castellanos  de  un  siglo  que  fué 
para  España  de  decadencia,  de  transición,  de  profundo  cambio  moral  y  literario;  de  un  si-' 
glo  inquieto ,  investigador  y  no  creador ;  de  un  siglo  que  enflaquece  la  fe ,  que  amengua  el 
carácter  nacional  antiguo,  y  no  parece  sino  la  preparación  de  otro  siglo;  de  un  siglo,  en 
fin,  sin  ideas  propias,  sin  doctrinas  definitivas,  sin  energía  moral ,  sin  entusiasmo  y  sin  poe- 
sía. Los  austeros  pensadores  del  siglo  xviii ,  que,  como  Forner,  no  se  pagaban  de  quiméricas 
ilusiones ,  no  pintan  su  época  con  risueños  colores.  Así  decia  Forner  : 

Estamos  en  un  siglo  de  superficialidad.  Oigo  llamarle  por  todas  partes  siglo  de  la  razón  ,  siglo  de  luces, 
siglo  ilustrado ,  siglo  de  la  filosofía.  Yo  le  llamaría  mejor  siglo  de  ensayos,  siglo  de  diccionarios,  siglo  de 
diarios,  siglo  de  impiedad,  siglo  hablador,  siglo  charlatán,  siglo  ostentador. 

Forner  tiene  razón ;  y  sin  embargo ,  en  aquella  conmoción  general ,  que  introducía  en  la 
sociedad  humana  el  malestar  de  la  incertidumbre  y  de  la  duda,  y  que,  sin  darles  un  nuevo 
asiento ,  sacaba  de  su  asiento  antiguo  á  los  estados  europeos ,  se  escondían  nuevas  fuerzas, 
nuevas  verdades ,  y  á  su  lado  grandes  errores  y  violentos  desvarios ,  que  ofrecían  en  discorde 
conjunto  un  confuso  porvenir  de  esperanzas  y  de  amenazas.  Por  lo  mismo,  el  siglo  xvirr, 
tal  como  fué ,  tal  como  lo  hicieron  las  leyes  providenciales  de  la  historia ,  es  digno  de  pro- 
fundo estudio  en  todas  sus  manifestaciones  morales,  políticas  y  literarias.  Con  respecto  al 
sentimiento  de  lo  bello  en  las  letras  amenas ,  que  es  el  punto  de  vista  peculiar  del  presente 
estudio,  poco  lisonjero  es  el  juicio  absoluto  que  puede  formarse  relativamente  á  la  España  del 


(1)  Se  publicaron  las  poesías  de  esta  religiosa  en  1794. 


DE  LA  POESÍA  CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL  CCXXXvn 

sio-lo  xviii.  Cuando  la  fe,  unida  al  sentimiento  nacional,  decae,  decae  la  inspiración.  La  duda 
y  el  análisis,  que  son  las  fuerzas  morales  del  siglo  último,  pueden  producir  la  poesía  reflexiva, 
ó  ingeniosa  ó  esmerada,  del  que  estudia  y  medita;  no  la  poesía,  arrel)atada,  tierna  ó  mística, 
del  que  se  entusiasma,  del  que  siente,  del  que  cree.  La  fantasía  y  el  corazón,  fuentes  de  la 
poesía  verdadera ,  pierden  su  vigor  en  aquellas  menguadas  horas  en  que  las  naciones  ,  bus- 
cando ávidamente  lo  desconocido,  arrojan  el  tesoro  de  las  tradiciones  y  de  las  creencias  que 
constituían  su  vitalidad  y  su  gloria.  Como  quiera  que  sea ,  hay  tanta  enseñanza  histórica  en 
los  periodos  de  decadencia  y  transición  como  en  las  épociis  de  florecimiento  y  de  grandeza. 
La  crítica  extranjera  dominaba  en  el  siglo  xviii  las  letras  españolas ,  porque  estas  habían 
perdido  su  propia  virtud ,  pura  y  genuina;  La  poesía ,  a])ocada  y  humilde ,  se  contentaba  por 
lo  común  con  gimnasia  de  ingenio ,  ó  con  la  observancia  de  formas  aprendidas ,  porque  la 
nación  no  tenía ,  como  en  otro  tiempo ,  íntimos  impulsos  y  grandes  sentimientos  que  desper- 
tasen su  entusiasmo.  Destellos ,  y  nada  más  que  destellos  del  verdadero  espíritu  español  hay 
en  los  versos  de  don  Nicolás  Fernandez  de  Moratin ,  de  Iglesias ,  defra?/  Diego  González  y  de 
algim  otro.  En  las  tendencias  elegantes ,  primorosas  ó  filosóficas  de  Melendez,  de  Jovellanos, 
de  Cienf liegos ,  de  Moratin  (Leandro)  ,  de  Iriarte ,  de  Gallego ,  de  Lista  y  de  los  demás  poe- 
tas imitadores  de  aqiiel  tiempo ,  trasciende  más  el  espíritu  europeo  que  el  sabor  privativo  de 
la  tierra  española.  Hasta  que  Quintana  siente  enardecida  su  alma  por  el  entusiasmo  sincero 
de  la  patria,  no  produce  el  siglo  xviii  un  poeta  lírico  verdaderamente  nacional.  Los  demás 
famosos  escritores  de  la  segunda  mitad  del  siglo ,  si  no  eran  cantores  de  la  patria ,  eran  poe- 
tas de  la  civilización.  Su  idioma,  que  ya  no  era  del  todo  el  habla  abundante  y  purísima  de 
los  Lopes  j  de  los  Cervantes  y  de  los  Granadas,  es,  aunque  todíivía  más  degenerado  en  nues- 
tro tiempo,  el  idioma  que  nosotros  hablamos.  Su  espíritu,  igualmente  amenguado,  también 
vive  en  nosotros  todavía.  Respetemos  el  entendimiento  superior  de  aquellos  insignes  varones, 
y  sus  esclarecidos  nombres.  La  herencia  que  nos  han  dejado  es  todavía  grande  y  gloriosa,  si 
se  considera  el  estado  de  las  letras  castellanas  en  el  primer  tercio  del  mismo  siglo.  Asom- 
broso es  el  camino  que  corrieron  el  buen  gusfo  y  la  sensatez  literaria  desde  la  ilustre  fecha 
del  Diario  de  los  literatos.  Para  no  hacer  extremado  el  contraste ,  citando  autores  extrava- 
gantes ,  nos  contentáronlos  con  recordar  que  en  pocos  años  se  pasó  de  Gerardo  Lobo  á  Me- 
lendez,  de  Feijóo  á  Jovellauos ,  y  de  Cañizares  á  Moratin 


FIN    DEL    BOSQUEJO    HISTORICO-CIUTICO, 


POETAS  LÍRICOS  DEL  SIGLO  XVIIL 


DON    GABRIEL  ALVAREZ   DE   TOLEDO. 


NOTICIAS  BIOGRÁFICAS  Y  JUICIOS  CRÍTICOS. 


I. 

Nació  DON  Gabriel  Alvarez  de  Toledo  en  la  ciudad  de  Sevilla,  el  dia  45  de  Marzo  de  1002  (f). 
Fué  de  familia  ilustre,  originaria  de  Braganza,  en  el  reino  de  Portugal,  que  adíjuirió  después 
carta  de  naturaleza  en  España ,  avecindándose  primero  en  Aragón ,  y  más  adelante  en  Sevilla. 
Fué  su  padre  don  Francisco  Alvarez  de  Toledo ,  del  hábito  de  Calatrava  y  consejero  de  Hacien- 
da ,  que  al  lustre  de  su  apellido  juntaba  aventajadas  prendas  y  altos  merecimientos  personales. 
Su  madre  fué  doña  Luisa  María  Pellicer  de  Tovar  ,  hija  del  notable  escritor  don  José  Peilicer  de 
Tovar,  caballero  de  Santiago,  señor  de  las  Casas  de  Pelhcer  y  Osau,  del  Consejo  del  Hey,  su 
gentil-hombre  y  su  cronista  mayor  de  Aragón. 

Dedicóse  en  sus  primeros  años  al  cultivo  de  las  letras  amenas ,  y  especialmente  de  la  poesía. 

La  segunda  época  de  la  vida  de  don  Gabriel  forma  notable  contrasto  con  los  tiem[)os  de  su 
mocedad,  no  viciosa  ni  impura  ,  pero  sí  empleada  ,  por  la  mayor  parte  ,  en  livianos  é  insustan- 
ciales devaneos.  El  caballero  galán  y  festivo  aborrece  repentinamente  los  triunfos  mundanos,  que 
le  hablan  hechizado  hasta  entonces ,  y  se  convierte  en  un  verdadero  anacoreta  entre  las  confusio- 
nes y  estorbos  del  mundo  (2).  En  las  ciencias  y  en  las  letras,  en  los  deberes  religiosos,  en  el  ejer- 
cicio de  altas  virtudes,  entre  las  cuales  sobresalía  la  caridad  (5),  y  en  el  despacho  de  los  arduos 
negocios  públicos  que  le  estaban  confiados,  concentraba  Alvarez  de  Toledo  todas  las  facultades 
de  su  alma.  Se  dedicó  con  asombrosa  asiduid;id  al  estudio  de  las  lenguas  antiguas,  llegando  á 
poseer  el  griego,  el  latín ,  el  hebreo,  el  árabe  y  el  caldeo.  De  los  idiomas  modernos  europeos,  ha- 
blaba el  francés,  el  alemán  y  el  italiano.  Ai'emas  de  sus  poesías  y  de  su  Historia  de  la  Igle- 
sia y  del  mundo,  escribió  muchas  obras,  que  se  han  perdido  ó  duermen  olvidadas  en  el  polvo 
délos  archivos  y  délas  bibliotecas  (4).  Contribuyó  activamente,  con  el  Marqués  de  Villena,  con 


(i)  El  autor  de  estos  apuntes  lia  hecho  huscar  y 
siicar  en  Sevilla  la  partida  de  bautismo  de  este  lionilire 
ilustre.  Según  este  documento,  que  tiene  ú  la  vista,  noN 
Gabriel  Patricio  Alvarez  he  Toledo  y  Pellicer  nació 
e!  15  de  Marzo  de  tCG2,  y  fué  bautizado  en  la  parro- 
quia de  San  Andrés  el  dia  20  de  Abril  del  mismo  año. 

(2)  Expresión  del  doctor  Torres. 

(3)  A  pesar  de  su  patrimonio,  de  sus  crecidos  suel- 
dos y  de  haber  vivido  constantemente,  en  sus  últimos 
años,  en  casa  de  su  amigo  el  Duque  de  Montellano, 
murió  «  como  un  pobre  de  solemnidad  ».  Cuanto  tenia 
lo  daba  de  limosna. 

(4)  El  doctor  Torres  dice,  refiriéndose  á  Alvarez  de 
Toledo  í  «El  juicio,  los  talentos,  la  universalidad  en 
lo.las  cicnciaí!  é  idiomas,  y  el  estudio  de  e?te  venerable 


autor,  so  perciben  con  mds  ventaja  (alude  íí  las  poe- 
sías) en  el  libro  de  su  Ilisturia  antediluviana  y  en  otras 
obras  que  guarda  la  envidiable  codicia  de  si  s  apasio- 
nados.» 

En  el  Palacio  dp  Momo,  libro  desuñado  á  defender 
la  Historia  de  la  Iqlesia  y  del  mundo,  dice  su  autor 
(ignorado  hasta  aliora,  pero  que  es  sin  duda  el  célebre 
Marqués  de  San  Felipe,  amigo  de  Alvarez  de  Toledo, 
é  individuo  de  la  Academia  Española),  las  siguientes 
palabras:  «Aunque  éste  es  el  primer  libro  que  ha  im- 
preso mi  autor  (habla  de  la  citada  Historia),  no  es  lo 
primero  que  ha  escrito,  pues  en  prosa  y  verso  se  pue- 
den, de  sus  escritos,  hacer  muchos  tomos.» 

Torres  encontró  en  las  bibliotecas  de  los  duques  de 
MoiUi'llano  y  de  Sotomayor  los  manuscritos  de  que  se 

1 


2  DON  GABRIEL  ALVAREZ  DE  TOLEDO. 

ei  historiador  don  Juan  Forreras,  con  el  sabio  orientalista  fray  Juan  Interian  de  Ayala  y  con 
otros  varones  insignes  en  doctrina  y  autoridad ,  á  la  fundación  de  la  Academia  Española ,  y  fué 
el  tercero  de  los  académicos  inscritos  en  esta  esclarecida  corporación.  Caballero  de  la  orden  de 
Santiago  (1),  oficial  mayor  de  la  secretaría  de  Estado,  secretario  del  Rey  y  su  bibliotecario 
mayor ,  secretario  de  la  presidencia  del  Consejo  de  Castilla ,  no  le  faltaron  ,  como  se  ve ,  altos 
honores  y  testimonios  de  confianza  de  su  patria  y  de  su  soberano.  Fué  una  de  las  personas  más 
dignas  y  más  respetadas  de  su  tiempo.  Vivió  como  un  asceta,  y  en  Enero  de  1714  murió,  como 
un  santo,  en  la  casa  misma  del  Duque  de  Montellano  (2). 

L.  A.  DE  Cueto. 


II. 

DEL  SEÑOR  DON  ANTONIO  FERRER  DEL  RIO,  de  la  academia  española, 

(Revista  Española,  número  4.";  18  de  Mayo  de  1862.) 

Oriundo  este  varón  ilustre  de  Portugal ,  por  la  línea  paterna ,  y  nieto  del  célebre  cronista  de 
Aragón,  don  José  Pellicer  de  Tovar,  por  parte  de  madre,  nació  el  26  de  Abril  de  1662  (3), .en  la 
ciudad  de  Sevilla.  Huérfano  quedó  poco  después  de  acabar  las  primeras  letras  ;  casi  abandonado 
á  su  voluntad  exclusiva ,  no  la  tuvo  grande  para  el  estudio,  y  hallóse  mozo,  con  natural  estro  y  en 
trato  familiar  con  las  Musas.  A  camino  le  llevaron  de  perdición  el  ocio,  la  boga  que  tuvieron  sus 
p(»e3Ías  entre  las  damas  sevillanas,  el  engreimiento  de  ser  como  el  galán  á  la  moda ;  su  índole  era 
excelente,  por  fortuna,  y  así  los  devaneos  juveniles  no  pasaron  á  vicios.  Muy  cerca  andaba  de 
los  treinta  años  cuando  se  resolvió  á  mudar  de  costumbres,  tocado  en  el  corazón  á  consecuen- 
cia de  asistir  á  unas  santas  misiones;  y  según  datos  fidedignos,  lo  hizo  de  suerte,  que  desde 
entonces  no  se  le  vio  más  el  color  de  los  ojos ,  y  se  le  pudo  comparar  á  un  capuchino  entre  las 
profanidades  del  mundo. 

Bajo  la  protección  y  en  la  casa  del  Duque  de  Montellano,  se  entregó  con  pasión  verdadera  á 


valió  para  formar  la  Colección  de  las  poesías  de  Alvarez 
de  Toledo.  No  menciona  siquiera  el  códice  que  e.\iste 
en  la  Biblioteca  Nacional  (M,  65)  con  este  titulo : 
Poesías  varias  de  do7i  Gabriel  Alvarez  de  Toledo  y 
Pellicer,  bibliotecario  mayor  do  su  majestad;  recogi- 
das por  don  Miguel  Joscf  Vanhafü,  secretario  del  ex- 
celentísimo señor  Duiíue  de  Alburquerque ;  1741 
(226  páginas). 

Este  manuscrito  y  otros  que  liemos  tenido  á  la  vista 
?on  menos  copiosos  que  la  colección  publicada  por 
Torres;  pero  su  texto  es,  por  lo  común,  más  correcto, 
V  contienen  algunas  composiciones  de  escaso  mérito, 
que  no  entraron  en  la  colección  improsa, 

(1)  En  1703,  á  instancias  del  Duque  de  Osuna,  se 
li^  conmutó  el  hábito  de  Santi.igo  en  el  de  la  orden  do 
Alcántara. 

(2)  Don  José  de  Viilarocl  escribió  doce  décimas  &  la 
muerte  de  Alvauez  dk  Toledo,  con  este  titulo:  Epi- 
tafio al  sepulcro  de  don  Gabriel  Aloarez  de  Toledo, 
varón  docto,  en  siete  lenguas  perito,  hiitoriador  ilus- 
tre y  poeta  insigne.  ¡Ciento  veinte  versos  para  un  epi- 
tafio! En  aquellos  tiempos  los  poetas  arrostraban  la 
impropiedad  en  formas  y  en  ideas,  con  tal  que  hallasen 
ocasión  para  hacer  gala  de  originalidad  y  do  agudeza. 
Las  décimas  son  ,  cuanto  cabe  serlo,  afectadas  y  con- 
ceptuosas. Copiaremos   solamente  dos  de  ellas,  que 


denotan  la  alta  opinión  de  sabio  y  de  místico  de  que  go- 
zaba Alvarez  de  Toledo.  Alude  la  primera á  li  general 
creencia  de  que  hibia  acelerado  su  muerte  el  exceso 
del  estudio  y  los  hábitos  sedentarios. 

¡  Oh  noble,  insondable  abismo 
De  ciencia!...  pero  cruOl, 
Que  todos  viviesen  del, 

Y  el  muriese  de  si  mismo! 
DudnrA  el  catolicismo, 

Al  mirar  que  pudo  unir 
Ciencia  y  virtud  al  vivir, 

Y  en  ambas  resplandecer, 
Si  fué  morir  por  saber, 

Ó  fué  saber  por  morir. 

Aun  le  excitará  al  dolor 
De  esta  piedra  el  resistir. 
En  quien  el  mayor  sentir 
Es  no  sentir  lo  mayor. 
Tú,  peregrino,  el  fervor 
Con  palabra  y  obra  inscribo. 
Cadáver  heroico  exhibe 
Aquí  esta  marmórea  tabla : 
Ve  cómo  vives,  que  aun  habla; 
Mira  cómo  hablas,  que  aun  vive. 

(Poesías  inéditas  de  clon  José  de  Villaroel. — Colec- 
ción del  señor  don  Pascual  de  Gayangos.) 

(3)  No  es  exacta  esta  fecha.  Nació  don  Gabriel 
Alvarez  de  Toledo,  según  puedo  verse  en  el  an- 
terior apunte  biográfico,  el  dia  13  de  Marzo. 


NOTICIAS  BIOGEAFICAS.  3 

resarcir  los  años  perdidos ,  y  sin  otra  guia  que  su  privilegiado  talento,  perfeccionóse  en  el  latín 
y  lenguas  orientales,  y  en  los  idiomas  francés,  alemán  é  italiano  ;  se  impuso  en  los  sistemas  filo- 
sóficos antiguos  y  modernos ;  de  historia  sagrada  y  profana  supo  mucho  ,  y  de  teología  aprendió 
tanto,  que  se  le  tuvo  por  maestro  de  nota.  Aun  llamándole  teólogo  de  corbata  uno  de  sus  ad- 
versarios, y  refiriéndose  al  tiempo  en  que  su  protector  fué  presidente  del  Consejo  de  Castilla,  y 
le  sirvió  de  secretario,  nos  revela  que  su  oficina  estaba  llena  de  libros  latinos ,  franceses  y  alema- 
nes ;  que  los  adornos  de  las  paredes  eran  papeles  con  caracteres  hebreos  ;  íjue  sobre  la  nueva 
filosofía  de  Descartes  y  el  curso  de  Regís  hacia  siempre  versar  las  conversaciones ,  y  que  así  pa- 
saba las  horas. 

De  caballero  de  Alcántara  se  cruzó  el  año  de  1703,  á  pesar  de  su  abstraimiento  de  las  cosas 
mundanas,  y  también  fué  bibliotecario  mayor  de  S.  M.  y  oficial  de  la  secretaria  de  Estado.  Al 
Marqués  de  Villena  se  asoció  desde  el  primer  día  para  la  fundación  de  la  Real  Academia  Espa- 
ñola, á  la  par  que  daba  á  la  imprenta  un  libro  notable  y  titulado  Historia  de  la  Iglesia  y  del 
mundo,  que  contiene  los  sucesos  desde  su  creación  hasta  el  diluvio.  Sus  aprobadores  fueron  teólo- 
gos eminentes ,  y  lo  celebraron  con  justicia.  Impreso  está  en  un  tomo  en  folio,  y  dividido  en  dos 
libros;  de  la  creación  trata  el  primero,  y  por  el  conato  del  demonio  para  perder  al  hombre,  em- 
pieza el  segundo.  Piadosamente  dedicólo  .4/  Bey  inmortal  de  los  siglos,  Cristo  Jesús,  principio  y 
fin  de  todas  las  cosas.  Por  remate  puso  muy  eruditas  disertaciones  Sobre  el  sitio  del  paraíso; 
Lengua  primitiva;  Estacionen  que  fué  criado  el  mundo;  Variedad  del  cóinimto  de  la  Vulgata 
y  de  los  Setenta. 

Aun  recibía  el  autor  los  plácemes  de  las  personas  doctas,  cuando  enfermó  de  peligro  y  supo 
que  alguien  iba  á  escribir  en  contra  suya  ;  y  como  se  brindase  un  amigo  á  hacer  la  apología  de 
la  obra  en  tal  caso,  le  respondió  estas  literales  palabras :  « Si  hablan  contra  la  persona ,  como 
tendrán  razón,  no  hay  defensa ;  si  contra  la  doctrina,  los  autores  que  cito  responderán,  si  los 
leen ;  si  contra  el  estilo,  me  ha  parecido  convidar  al  deleite  de  los  tibios,  para  que  bebiesen  la 
moralidad;  si  contra  algunas  voces  no  vulgares,  todas  las  he  visto  en  autores  castellanos  de 
buena  nota;  y  así,  guarde  usted  la  pluma  para  emplearla  mejor  que  en  mi  defensa.» 

No  le  fué  dado  practicar  por  sí  tal  conducta,  pues  falleció  el  17  de  Enero  de  4714,  todavía  de 
buena  edad  y  muy  llorado  por  sus  amigos  numerosos  y  por  los  muchos  pobres  á  quienes  socor- 
ría caritativamente.  Su  plaza  fué  la  primera  vacante  en  la  Academia  Española ,  para  la  cual 
hizo  la  planta  de  los  Estatutos,  y  se  ocupaba  en  el  examen  de  las  crónicas  de  los  reyes  de 
Castilla  desde  san  Fernando  hasta  Fernando  V,  á  fin  de  autorizar  la  buena  acepción  de  las 
voces. 

Calientes  estaban  aún  las  cenizas  del  primer  académico  difunto,  cuando  se  empezó  á  difundir 
la  impugnación  anunciada,  bajo  el  título  de  Carta  del  maestro  de  niños,  y  suponiéndola  impresa 
en  Zaragoza.  Victoriosamente  fué  rebatida  por  el  que  había  empeñado  al  autor  la  palabra  de 
salir  en  apoyo  de  su  libro.  Con  el  pseudónimo  de  Encio  Anastasio  Heliopolitano ,  y  como  impresa 
en  León  de  Francia,  dio  á  luz  una  Apología  jocoseria  por  la  Historia  de  la  iglesia  y  del  mundo, 
bajo  el  título  de  Palacio  de  Momo.  A  fin  de  que  se  comprenda  el  espíritu  del  impugnador,  malé- 
volo y  poco  feliz  en  su  censura ,  me  parece  oportuno  citar  uno  de  sus  pasajes,  y  la  réplica  á  que 
dio  motivo. — De  las  dotes  y  naturaleza  de  los  ángeles,  se  titula  el  capítulo  segundo  de  la  obra; 
lleno  de  ufanía,  se  expresó  el  crítico  de  esta  suerte:  «No  digo  nada  de  las  dotes,  porque,  aun- 
que en  castellano  es  masculino,  estará  ya  resuelto  en  la  Academia  mudarle  el  género,  quizá 
por  ser  femenino  en  latín.» — Alo  cual  respondió  el  apologista  en  esta  forma:  tLas  dotes  es 
femenino  en  latín  y  castellano,  aunque  éste  le  dé  alguna  vez  articulo  de  género  impropio,  y 
diga  los  dotes.  De  una  y  otra  manera  se  halla  escrito  en  autores  de  buena  nota ,  y  el  antiguo  re- 
frán Una  buena  dote  ó  dos  medianas,  le  da  su  propio  articulo  ánies  de  la  fundación  de  la  Acade- 
mia, que  tan  repetidamente  nombras;  y  es  mucho  te  saborees  con  lo  que  te  amarga;  ella  te 
dará  reglas  á  su  tiempo,  aunque  hagas  mal  gesto,  é  imites  al  perro,  que  ahulla  y  ladra  ,  mor- 
diendo las  puertas  de  la  casa  donde  no  puede  entrar.»— A  la  Academia  Española  iba  pues  en 
realidad  el  tiro,  como  se  ve  más  de  manifiesto  en  otra  crítica  de  la  misma  pluma  que  la  antece- 
dente, titulada  Jornada  de  las  coches  de  Madrid  á  Alcalá,  ó  satisfacción  al  Palacio  de  Momo. 
Allí  supuso  á  la  Academia  el  pensamiento  de  corregir  el  idioma;  con  apodos  quiso  ridiculizar  á 
sus  individuos,  y  hasta  esforzóse  en  procurar  que  se  dieran  por  ofendidos  los  castellanos  de  que 
los  hubiese  naturales  de  Andalucía,  de  Extremadura  ,   de  Galicia  ,  y  aun  de  alguna  de  las  islas 


4  DON  ÜARRIEL  ALVAREZ  DE  TOLEDO. 

de  Italia.  Un  tomo  en  4.°  forma  cada  uno  de  estos  papeles,  y  todos  comenzaron  á  circular  el  año 

mismo  de  la  defunción  do  Alvarez  de  Toledo,  en  cuyo  favor  se  declararon  los  varones  de  más 

literatura. 

Al  decir  de  su  apologista ,  de  las  obras  en  prosa  y  verso  de  su  pluma  se  podían  hacer  muchos 
tomos.  Sus  Obras  pústumas  poclicas  salieron  al  público  en  Madrid,  y  de  la  imprenta  del  convento 
da  la  Merced,  el  año  de  1744,  gracias  á  la  diligencia  del  conocidísimo  doctor  don  Diego  de 
Torres,  y  á  los  duques  de  Montellano  y  Sotomayor,  que  las  habían  consevado  esmeradamente 
en  sus  bibliotecas.  Místicas  son  muchas  de  las  poesías,  y  entre  ellas  merecen  especial  mención  los 
Afectos  lie  un  moribundo  hablando  con  Cristo  crucificado,  la  Paráfrasis  del  Miserere^  y  las  Ende- 
chas á  su  pensamiento,  sin  duda  escritas  cuando  se  propuso  mudar  de  vida. 

Cualquiera  octava  de  los  Fragmentos  del  poema  intitulado  la  Burromaquia  serviría  para  de- 
mostrar su  agudeza  en  el  género  festivo,  do  que  se  valió  también  para  felicútiir  á  su  protector,  el 
Duque,  en  ocasión  de  cumplir  años.  Sus  romances  á  la  muerte  de  la  primera  esposa  de  Carlos  lí; 
consolando  á  España  por  la  de  este  principe  sin  ventura;  al  gentil-hombre  despachado  por  Fe- 
lipe V  con  la  noticia  de  la  batalla  de  Luzzara,  sobre  lo  mucho  que  tardó  en  la  venida,  y  su 
soneto  á  la  quema  de  Játiva ,  determinan  perfectamente  que  le  deleitó  la  poesía  aun  después  de 
sus  mocedades. 


MAS    NOTICIAS 

SOBRE    DON    GABRIEL    ALVAREZ    DE    TOLEDO. 

Ocho  fueron  los  individuos  que  ái  6  de  Julio  de  1715  se  asociaron  privadamente  para  fundar  la 
Academia  Española;  tres  más  asistieron  á  la  junta  de  o  de  Agosto  del  mismo  año,  que  es  la  pri- 
mera de  que  se  hace  mención  puntual  en  los  libros  de  actas.  Por  el  orden  siguiente  figuran  los 
once  señores  :  don  Juan  Manuel  Fernandez  Pacheco,  marqués  de  Villena  y  verdadero  fundador 
de  la  corporación  ilustre,  de  quien  realmente  no  consta  que  escribiera  nada,  pero  sí  que  sabía 
mucho;  don  Juan  Ferreras,  cura  de  San  Andrés,  y  bien  conocido  por  la  Sinopsis  histórica  cronoló- 
gica de  España ,  en  diez  y  seis  tomos;  don  Gabriel  Alvarez  de  Toledo,  á  quien  se  refieren  estos 
apuntes;  don  Andrés  González  de  Barcia ,  abogado  célebre  por  entonces,  consejero  de  Castilla 
poco  más  adelante ,  y  entendido  colector  de  varios  de  nuestros  historiadores  de  Indias ;  fray  Juan 
Interían  de  Avala ,  religioso  de  la  Real  y  militar  orden  de  la  Merced  y  Redención  de  cautivos,  pre- 
dicador eminente ,  no  contaminado  por  el  mal  gusto  que  á  la  sazón  reinaba  en  la  oratoria,  y  cuyo 
hbro  más  notable  es,  sin  duda.  El  pintor  cristiano  ij  erudito,  no  debiéndose  tampoco  omitir  que 
tra;lujo  el  Catecismo  de  Fleuri  al  castellano;  elpadre  Bartolomé  Alcázar,  de  la  Compañía  de  Jesús  y 
cronista  de  su  instituto,  versadísimo  en  divinas  y  humanas  letras  ,  autor  de  la  Chrono  historia  de 
la  Compañía  de  Jesús  en  la  provincia  de  Toledo  y  de  sus  varones  ihistres;  padre  José  Casani ,  tam- 
bién jesuíta,  maestro  de  matemáticas  y  sobresaliente  en  literatura,  entre  cuyas  produccíone.^ 
se  cuenta  la  Escuela  militar  de  fortificación  ofensiva  y  defensiva,  arle  de  fuegos  y  de  escuadronar,  y 
el  Tratado  de  la  naturaleza  y  origen  de  los  cometas,  con  la  historia  de  ellos;  don  Antonio  Dongo 
Barnuevo.  corregidor  de  Villanueva  de  la  Jara  y  de  Inhiesta,  y  posteriormente  bibliotecario,  de 
(¡uien  existe  una  Paráfrasis  del  responsorio  de  san  Antonio  de  Padua,  en  octavas  reales;  don 
Francisco  Pizarro,  marqués  de  San  Juan  y  distinguidísimo  traductor  de  la  tragedia  de  Corneille 
titulada  Cinna;  don  José  de  Solís  y  Gante,  marqués  de  Castelnuovo,  en  seguida  conde  de  Saidueña, 
y  por  último  duque  de  Montellano,  autor  de  un  Piomance  endecasílabo ,  detestando  la  bárbara  po- 
lítica de  Ptolomeo  en  la  acción  de  cortar  la  cabeza  d  Pompeyo;  y  don  Vicencio  Squarzafigo  Centu- 
rión y  Arrióla ,  señor  de  la  Torre  del  Pasaje ,  buen  matemático  y  autor  de  una  Disertación,  pre- 
tendiendo probar  que  para  el  más  perfecto  uso  de  las  voces  es  conveniente  cnreylar  la  ortografía  de 
ellas  á  sus  orígenes. 

Para  dar  mejor  á  conocer  á  don  Gadrjel  Alvarez  de  Toledo  ,  bueno  es  citar  estos  dos  cortos 
pasajes  de  su  apologista  :  « ¡  Diabólico  llamas  á  un  varón  ejemplar,  cuya  sola  presencia  edificaba. 


■SONETOS, 
á  quien  prudentemente  impedía  su  padre  espiritual  los  fervorosos  excesos  de  su  penitenciii ,  bien 
escondida  en  una  natural  alegría  y  jocosidad,  y  de  quien  no  se  oyó  palabra  ofensiva,  estudiando 

lo  más  perfecto! í  «Parciales  de  mi  autor  eran  cuantos  le  conocían  y  trataban.  Enseñaba  sin 

magisterio  ni  soberbia.  Ocultaba  su  ei-udicion  cuanto  lo  permitía  la'urbanidad  del  trato  ci- 
vil. Nada  despreciaba  de  lo  que  oia ,  y  en  la  amigable  y  dulce  modestia  del  trato  so  insinuaba  á  la 
benevolencia  común  y  al  aprecio  y  veneración  de  todos. » 


POESÍAS. 


SONETOS. 


La  soberbia  es  el  principio  de  la  idolatría 

¿A  quién  doblas  la  bárbara  rodilla, 
Necio  inventor  de  simulacros  ciento, 
Si  en  religión  hipócrita,  es  tu  intento 
Máscara  vil  del  culto  que  se  humilla? 

Tuya  es  la  estatua  que  en  el  solio  brilla, 
Pues  esclavo  su  numen  de  tu  aliento. 
Cuando  abrazas  postrado  el  pavimento, 
Parte  contigo  la  soberl)ia  silla. 

En  la  torpe  deidad  que  en  mármol  mientes, 
Sacrilego  cincel  deja  descritos 
De  tu  pecho  los  monstruos  diferentes ; 

Que  el  execrable  aplauso  de  tus  ritos. 
Celebrando  deidades  delincuentes, 
Quiere  hacer  adorables  tus  delitos. 


II. 

La  muerte  es  la  vida. 

Esto  que  vive  en  mí,  por  quien  yo  vivo. 
Es  la  mente  inmortal  de  Dios,  criada 
Para  que,  en  su  ¡wincipio  transf(n-mada. 
Anhele  al  fin  de  quien  el  ser  recibo. 

Mas  del  cueij)0  mortal  al  peso  esquivo, 
El  alma  en  un  letargo  sepultada. 
Es  mi  ser  en  esfera  limitada. 
De  vil  materia  mísero  cautivo. 

En  decreto  infalible  se  prescribe 
Que  al  golpe  justo  que  su  lazo  hiere. 
De  la  cadena  terrenal  me  prive. 

Luego  con  fácil  conclusión  se  infiere 
Que  muere  el  alma  cuando  el  hombre  vive, 
Que  vive  el  alma  cuando  el  hombre  muere. 


III. 
A  Roma  destruida. 

Caíste,  altiva  Eoma,  en  fin  caíste, 
Tá,  que  cuando  á  los  cielos  te  elevaste. 
Ser  cabeza  del  orbe  despreciaste, 
Porque  ser  todo  el  orbe  pretendiste. 

Cuanta  soberbia  fábrica  erigiste, 
Con  no  menor  asombro  despeñaste. 
Pues  del  mundo  en  la  esfera  te  estrechaste, 
1  Oh  Roma !  y  sólo  en  tí  caber  pudiste. 

Fundando  en  lo  caduco  eterna  gloria, 
Tu  cadáver  á  polvo  reducido, 
Padi'on  será  inmortal  de  tu  victoria; 

Porque  siendo  tú  sola  lo  que  has  sido, 
Ni  gastar  puede  el  tiempo  tu  memoria, 
Ni  tu  ruina  caber  en  el  olvido, 


.\l  rey  nuestro  scfior  don  Felipe  V,  en  ocasión  de  k; 
que  han  logrado  sus  armas. 

¿Triunfas  ó  lidias,  héroe  venturoso? 
Pues  compitiendo  glorias  con  Al  cides. 
Aun  permitir  no  quieres  á  tus  lides 
El  instante  infeliz  de  lo  dudoso. 

Si  vence  tu  semblante  belicoso. 
Con  la  victoria  la  victoria  impides, 
Pues  dejas,  con  los  rayos  que  despides, 
Todo  el  furor  de  la  cuchilla  ocioso. 

Mas  ¿qué  mucho,  si  el  líey  omnipotente. 
De  tu  causa  custodia  militante. 
Tu  derecho  asegura  permanente. 

Haciendo  su  justicia  vigilante. 
Pluma  de  sus  decretos  diligente 
p]l  filo  de  tu  espada  fulminante ! 


ROMANCE    ENDECASÍLABO- 
AI  martirio  de  san  Lorenzo 

Convoca  ¡  oh  Roma!  de  tu  luz  antigua 
Los  astros,  que  con  fúlgidos  ardores, 
De  la  atmósfera  opaca  de  diez  siglos 
Disipan  claros  la  prolija  noche. 

El  que  robado  á  la  severa  curia 
Del  fuego  sacro  en  fulminantes  oi-bea, 
Al  obsequio  negó  de  sus  quirítes 
De  su  i^olvo  supremo  los  honores : 

El  que  á  enemigas  huestes  numerosaa 
Su  sin  igual  esfuerzo  sólo  opone, 
Y  hace  del  Tíber  al  cristal  suspenso 
Lámina  escasa  á  contener  su  nombre; 

Aquel  que  logra  en  desigual  arena, 
Rendidos  los  albanos  Geriones, 
Que  de  su  acero  el  insidioso  filo 
La  consanguínea  ¡púrpura  colore; 

El  que  burlando  con  ardid  valiente 
Del  gálico  Tifco  los  furores, 
Del  yugo  infame,  que  á  la  patria  quita. 
Ciñe  á  su  cuello  la  memoi'ia  nol)le; 

El  que  del  ronco  pájaro  de  Juno, 
Cuando  los  gritos  vigilantes  oye. 
Libra,  en  la  noche,  el  furor  de  Brcno 
Del  Capitolio  las  cautivas  torres; 

El  que,  depuesta  la  purpúrea  veste 
Del  patrio  suelo  en  la  riqueza  pobre, 
De  laureada  reja  al  noble  surco. 
Siembra  virtudes,  y  victorias  coge; 

El  f[ue  á  las  negras  aras  de  Megei'a 
Víctima  voluntaria  se  ))ropone, 
Portjue  el  marcial  oprobio  de  sus  huestes 
La  ilustre  tinta  de  sxi  sangre  borre; 

El  que  purgando  en  fuego  religioso 
De  su  diestra  los  ínclitos  errores. 
Fénix  eterno  de  la  pira  etrusca, 
Glorias  alcanza,  que  la  fama  robe; 

El  que,  domando  con  prudencia  sum^ 
Del  caudillo  africano  los  ardores, 


DON  GABlíIEL  ALVAREZ  DE  TOLEDO. 


Rübó  á  su  Liviíi  perezosas  ramas, 

(¿no  en  círculo  triunfal  pus  sienes  orlen; 

El  que,  humillando,  cual  felice  Marte, 
De  Cartago  las  altas  presunciones, 
Columna  opuso  á  la  cadente  patria 
En  el  sosten  glorioso  de  su  nombre; 

Aquel  por  quien  en  Taranto  dcsbechos 
De  PiíTO  los  lunados  batallones, 
El  animal  turrígero  del  Ganges 
Le  rinde  al  Tíber  la  cerviz  indócil ; 

Corto  teatro  para  gi-andc  asunto 
Le  darás  á  mi  voz,  aunque  revoques 
De  la  quietud  de  tu  soñado  Elisio 
La  corona  triunfal  de  tus  héroes. 

Un  hombre  solo,  desarmado,  herido, 
Desde  la  liza  de  inflamado  bronce, 
Con  plácido  semblante  menosprecia 
El  armado  fiu-or  de  tus  legiones. 

No  teme ,  aunque  el  sacrilego  combate 
Auxiliares  sus  águilas  convoc[uen 
Los  inicuos  ejércitos  que  alista 
La  antorcha  funeral  de  Tesifone. 

No  es  éste,  no,  de  los  varones  fuertes. 
Que  al  duro  afán  de  bélicas  labores, 
En  las  bruñidas  láminas  que  visten, 
Sólidos  miembros  les  prestó  Mavorte. 

No  es  de  los  mercenarios  que  á  tu  insignia 
Consagrando  su  furia  y  sus  rencores , 
Con  rostro  alegre  las  compradas  almas 
Al  juego  incierto  de  la  guen-a  exponen. 

Ño  del  Rifeo  (1)  en  la  silvosa  cumbre 
Compañero  insensible  de  sus  roliles. 
En  fiera  hueste  el  congelado  soplo 
Arrostró  de  los  recios  aquilones. 

No  los  destellos  del  anliente  sirio 
Sufrió  en  los  senos  de  la  Livia,  donde 
La  sangre  abrasa  y  envenena  el  pecho 
La  luciente  jionzoña  de  sus  soles. 

En  vez  de  las  defensas  aceradas. 
Duros  testigos  del  afán  del  Bronte, 
Viste  nevado  lino,  no  más  puro 
Que  lo  son  de  su  pecho  los  catrdores. 

Al  pueblo  religioso  que  le  atiende , 
Ministro  fiel  de  aaclano  sacerdote, 
El  pasto,  que  es  palabra,  le  reparte ; 
La  palabra,  que  es  pasto,  le  propone. 

Laurencio  :  ya  su  nombre,  en  fiel  presagio, 
Es  emblema  feliz  de  sus  blasones, 
Tejiendo  la  corona  de  sus  triunfos 
Los  sagrados  laureles  de  su  nombre. 

Laurencio,  que  del  clima  celtibero 
Rama  fecunda  floreció  los  bosques, 

Y  hoy  trasladada  á  tus  latinos  campos. 
Sombra  sagrada  le  previene  al  orbe. 

Este  burla  con  santa  inobediencia, 
Que  del  poder  soberbio  el  yugo  rompe, 
Preceptos  viles,  que  su  fuerza  pierden. 
Por  ser  de  ley  suprema  transgresiones. 

Mira  cómo,  á  pesar  de  los  tormentos, 
Constancia  muestra  el  desangrado  joven, 

Y  en  la  voz  iuniortal  de  sus  heridas 
Del  yerto  laVjio  los  silencios  rompe. 

De  los  rasgados  miembros  fugitiva. 
Ya  no  domina  el  alma  al  cuerpo  informe , 

Y  en  el  fatal  asedio,  apenas  guarda 
Del  corazón  la  defendida  torre. 

Peso  felice  del  mortal  ecúleo  (2), 
Del  torno  intentan  los  volubles  orbes 
Que  á  la  violencia  inútil  crezca  el  cuerpo, 
Porque  el  gigante  espíritu  se  acorte. 

Ya  al  duro  corazón  del  juez  inicuo 
De  Alecto  agita  el  viperino  azote, 

Y  rencor  infernal  corre  en  su  pecho, 
Escribiendo  en  la  frente  sus  furores. 

Ya  manda,  porque  el  sueño  de  las  Parcas 
Selle  loa  ojos  del  feliz  hcróe. 
Que  en  la  mentida  imagen  del  sosiego 
Inauditos  martirios  le  coloquen. 

(11  Montaña  situada,  segun  la  geografía  anligua,  al  norte  de  Is 
Iü^ritia,  liátia  el  origen  del  rio  Tíinais. 
^^)  Eciileo  ,  polio  para  atormentar. 


De  ardientes  barras  hórrida  palestra 
Oculta  el  triunfo  y  el  tonnento  expone ; 
Porque  en  el  oro  de  su  fe  quilaten 
DeJ  ruginoso  lecho  los  crisoles. 

Áspero  aliento  de  rabioso  labio 
Enardece  del  fuego  los  furores , 
Y  él  con  fugaces  circuios  desprecia 
Del  impío  cebo  la  materia  torpe. 

A  la  voraz  hoguera  no  consiente 
Que  á  la  inocente  victima  devore. 
Porque  al  ímprobo  altar  de  sus  enconos 
El  mundo  rinda  eternas  oblacií-nes. 

Ingeniosa  crueldad  modera  el  fuego, 
Para  que  los  tormentos  que  dispone, 
De  los  confines  de  la  vida  pasen, 
Sin  que  la  línea  de  la  muerte  toquen 

Mas  de  otro  fuego  la  celeste  llama. 
Que,  sagi-ado  volcan ,  el  pecho  esconde, 
Con  incendios  seráficos  consume 
Del  materi.al  incendio  los  ardores. 

Escucha  cómo  el  inocente  reo. 
Fiscal  sagrado  de  su  juez  enorme. 
Con  la  ardorosa  llama  de  su  labio 
Más  articula  rayos  que  razones  : 

«En  vano  con  sacrilego  coraje. 
Ciego  cultor  de  tus  soñados  dioses, 
Intentas  que  en  mi  pecho  acrisolado 
La  fe  sagitada  los  suplicics  borren. 

))Bui-la  fácil  serán  de  mi  constancia 
Aduncos  peines  (3)  y  dentados  orbes. 
En  cuyas  piuitas  hónúdas  la  muerte 
Es  lo  menos  mortal  que  ss  propone. 

))No  al  hierro  ni  á  la  llama  se  permite 
Que  los  arcanos  de  la  monte  violen, 
Donde  el  dedo  de  Dios  Omnipotente 
Único  escribe  su  sagrado  nombre. 

))E1  frágil  sor  no  atacas  de  Lauí'encio, 
Ni  la  flaqueza  mísera  del  hombre ; 
Del  corvo  acero  y  del  fatal  ecúleo 
Serán  ociosas  las  sangrientas  voces. 

)) Aquel  que  vive  en  mí,  por  quien  yo  vivo. 
Inspirando  su  aliento  en  mis  temores, 
A  la  cera  inconstante  de  mi  pecho 
Constancia  infunde ,  que  respeta  el  bronce. 

))Tal,  despreciando  el  ceño  de  Neptuno, 
De  escollo  antiguo  la  constancia  inmóvil, 
Rotas  las  ondas  en  su  altiva  frente. 
Son  de  su  pié  rendidas  sumisiones 

))Los  tesoros  que  anhela  tu  codicia, 
Ya  están  seguros  en  erario  adonde 
Ni  tenebrosa  insidia  los  usurj^a. 
Ni  peste  asoladora  los  coiTompe. 

))  El  pálido  metal ,  que  debió  vida 
Del  profano  carácter  á  los  moldes. 
En  el  sello  viviente  del  Cordero 
Mejora  el  precio  y  diviniza  el  nombre. 

))  Ya  le  atesora  próvida  codicia 
Entre  las  manos  de  los  ricos  pobres, 
Que  de  gloria  inmortal  en  santa  usura. 
Recibiendo  nos  hacen  sus  deudores. 

)) Campo  es  feliz  la  mano  del  mendigo, 
Y  el  áureo  gi-ano  qiie  su  seno  esconde. 
Mies  que  burlando  la  segur  tirana. 
Colma  fecundo  las  empíreas  trojes. 

))Y  tú,  supremo  Autor,  á  quien  mi  mente. 
Que  de  su  esencia  esencia  te  conoce, 
En  oblación  eterna  se  consagra. 
Holocausto  feliz  de  ardor  más  noble. 

))  Ya ,  Señor,  que  al  espíritu  cautivo 
Desatas  las  orgánicas  prisiones,  _ 
De  los  festivos  himnos  de  la  patria 
Oiga  el  destierro  las  alegres  voces. 

))Suma  Deidad,  que,  eterna,  inaccesible, 
Los  mundos  riges  en  tu  trono  inmoble, 
Siendo  el  glorioso  exceso  de  tus  luces 
Sagrado  velo  que  tu  ser  esconde  ; 

))Tú,  que  del  siemjn'e  en  el  feliz  ahora. 
De  inmensa  soledad  inmensa  corte, 


(3)  Peinen  ndunrnx  ,  peines  retorcidos.  Instrumentos  de  punfa^ 
aceradas  con  que  los  tiranos  mandaban  atormentar  ;i  los  santos 
mártires. 


LA  BURROMAQUU. 


Eli  la  esfera  infinita  do  tí  misimo 
Gozabas  tus  eternas  perfecciones ; 

))Tú,  que  del  campo  estéril  de  la  nada, 
Porque  del  todo  las  especies  brote, 
En  el  principio  oscuro  de  los  tiempos 
La  semilla  esparciste  de  tus  voces ; 

))Tú,  que  midiendo  en  luminosos  giros 
De  las  esferas  el  camino  acorde. 
En  el  móvil  cimiento  de  los  aires 
Fundaste  íii-me  de  la  tierra  el  orbe ; 

»Tá,  de  cuya  palabra  fulgurante, 
A  los  acentos  que  imperiosos  oj^e, 
Radiantes  ecos  de  improvisas  luces 
En  la  bóveda  etérea  corresponden  ; 

))Tú,  que  con  limpias  y  azuladas  aguas 
Así  el  undoso  Océano  compones, 
Que  ministro  potente  de  tus  iras. 
Del  mundo  antiguo  la  memoria  borre ; 

))Tú,  que  al  imperio  de  tu  voz  creaste, 
Para  ornar  de  la  tierra  el  bulto  informe, 
La  verde  vestidui-a  de  la  grama 

Y  el  recamo  fragranté  de  las  rtores ; 
))Tú,  que  les  diste  á  los  primeros  astros, 

Con  proprios  y  prestados  resplandores, 
El  radiante  diadema  de  los  dias 

Y  el  tenebroso  cetro  de  las  noches ; 

))Tú,  que  mandaste  al  húmedo  elemente, 
Que,  con  escama  ó  pluma,  aliente  y  forme 
Mudos  vivientes  que  en  las  ondas  naden, 
Canoro  pueblo  que  los  aires  corte 

)) Templo  es  el  universo,  en  cuyas  aras, 
Para  gloria  inmutable  de  tu  nombre, 
El  vario  ser  de  todo  lo  criado 
Perene  sacrificio  se  propone. 

))Del  mar  soberbio,  de  la  tierra  humilde. 
Te  ofrecen  disonancias  uniformes 
La  delicada  voz  de  su  armonía 

Y  el  bramido  profmido  de  sus  choques, 
))De  las  esferas  al  eterno  gii'o, 

Mvisica  silenciosa  te  componen 
Los  rayos  soñolientos  de  la  luna 

Y  del  sol  esjjlendente  los  ardores. 
))Todo,  Señor,  alaba  tu  gi-andeza; 

Sólo  rebelde  á  tu  deidad  el  hombre. 
Arma  contra  tus  leyes  sacrosantas 
El  noble  imperio  que  en  su  mente  pones, 
))  Vanas  deidades  á  su  arbitrio  finge, 

Y  la  verdad,  latiendo  en  sus  errores. 
Desmiente  aqitello  mismo  que  pronuncia 
En  el  soñado  titulo  de  dioses 

))Los  troncos  odoríferos  de  Arabia, 
Al  ver  que  mano  idólatra  los  viole. 
Su  repugnancia  en  lági-imas  pronuncian, 

Y  su  congoja  explican  en  sudores 

))La  emperatriz  temida  de  las  gentes, 

Roma,  cabeza  universal  del  orbe. 
Cuando  de  todas  en  las  leyes  manda, 
De  todas  obedece  á  los  errores. 

))  Cuando  al  carro  soberbio  de  sus  triunfor. 
Rinden  el  cuello  bárbaras  naciones. 
Del  altar  de  sus  ídolos  odiosos 
Es  basa  humilde  su  diadema  noljle. 

))  Levántese  el  Señor,  y  en  su  presencia 
Se  deshagan  los  negi-os  batallones, 
Como  el  ardiente  rostro  de  la  llama 
Fáciles  lazos  de  lacera  rompe. 

))  Como  del  sol  el  rayo  matutino 
Rasga  los  senos  de  la  niebla  informe, 
Como  del  Bóreas  el  armado  aliento 
Disipa  el  humo  y  limpia  el  horizonte; 

nDel  rayo  de  tus  iras  al  impulso, 
Desvanecida  la  soberbia  mole, 
A  su  nativo  polvo  restituya 
La  confusa  Babel  de  impiu-os  dioses 

))La  tieiTa,  con  temblores  pavorosos, 
Los  edificios  bárbaros  desplome. 
En  que  con  impía  religión  los  jaspes 
Violento  yugo  á  sv;  cerviz  imponen. 

«Elevando  montañas  cristalinas, 
Sepulte  el  mar  las  eminentes  torres. 
Que  aclaman  con  escándalo  en  las  nubes 
El  efímero  imperio  de  su  Jove, 


«Turbando  al  polo  su  quietud  eterna. 
Se  desaten  los  caspios  aquilones. 
Desvaneciendo  las  opacas  nieblas 
Que  formaron  idólatras  errores. » 

Así  dijo ;  y  el  alma  desatada, 
En  instante  cjuc  tiempo  desconoce, 
En  las  sidéreas  bóvedas  que  pisa, 
De  su  voz  los  divinos  ecos  oye 

Ya  suena  el  aleluya  sempiterno 
De  la  Salem  angélica  en  los  montes, 

Y  á  las  voces  que  nunca  se  fenecen, 
Ecos  de  gloria  eterna  corresponden. 

Ya  del  Cades  querúbico  las  palmas 
Llenan  la  diestra  del  triunfante  joven, 

Y  del  empíreo  Elisio  los  laureles 
Forman  guirnalda  que  su  sien  corone. 

Fénix  sagrado  de  la  celeste  llama, 
Cercado  de  divinos  resplandores. 
Es  para  siempre  en  el  altar  del  ciclo 
Levita  del  eterno  Sacerdote. 


FRAGMENTOS  DEL  POEMA  INTI'JlíJ.ADO 
LA    BURROMAQUIA. 

EEBUZNO  PRIMERO. 

Si  vizcainado  merecí  algún  dia 
Tu  burrámcn,  Garnica,  pardicano. 
Concédele  á  mi  cántabra  poesía 
!E1  ronco  acento  del  mejor  paisano; 
Emula  del  relincho  tu  armonía, 
Escuche  alegre  el  espacioso  llano, 

Y  el  valle  que  en  sus  parvas  le  alimenta 
Filomena  cuadrúpeda  le  sienta. 

Cuadi'úpeda  será ,  pero  canora ; 
Dígalo  cuando  al  fin  de  la  jornada, 
Su  olfato  aplaude,  si  su  vista  ignora. 
El  anuncio  feliz  de  la  cebada ; 
Dígalo  en  los  destellos  de  la  am-ora 
La  gallicina  música  emulada. 
Haciendo  su  roznante  melodía 
Trompa  bnrrátil ,  que  despierta  al  dia. 

Oiga  el  claro  rebuzno  de  la  fiera 
Pompa  de  la  Cantabria  la  corriente 
Del  Vidaso,  que  guarda  en  su  ribera 
De  su  huella  el  carácter  elocuente  ; 
De  hierro  blando  más  que  su  mollera 
Armada,  le  oiga  la  indomable  gente. 
Porque  atruene  los  términos  del  mundo 
Del  roznido  canoro  el  son  profundo. 

Donde  oprime  Sandalia  victoriosa 
Del  lívico  Neptuno  el  espinazo. 
Para  ser  en  su  esfera  procelosa 
De  vagas  quillas  útil  embarazo. 
Isla  yace  el  Austro  venturosa. 
Del  gran  coturno  mínimo  retazo, 
Que  ya  del  asno  á  la  memoria  clara 
Debió  el  ínclito  nombre  de  Asinara. 

Si  en  sus  peñascos  Itaca  escondida, 
Al  tiempo  jacta  la  duliquia  gloria, 

Y  i3or  ella  en  el  orb;>  conocida, 
Compite  á  Creta  y  Chipce  la  memoria, 
A  tí,  Asinara,  deja  ennoblecida 

Del  pardo  invicto  la  inmortal  historia. 
Por  quien  felice  te  formó  el  destino 
Verde  lunar  del  rostro  cristalino. 
Anciano  rey  de  la  región  florida 
Es  asnal  paladín,  burro  africano. 
Que  á  esfuerzos  de  su  espada  no  vencida, 
El  cetro  ajeno  trasladó  á  su  mano  ; 
Borra  con  su  prudencia  encanecida 
Las  notas  de  su  título  tirano, 

Y  arraigados  de  Dafne  los  desdenes. 
Son  verde  adorno  de  sus  pardas  sienes. 

De  la  reina  Burrilda  prenda  cara 
Quedó  Archi})urro,  emulación  de  Apolo, 
Porque  el  daño  del  número  vengara, 
Creciendo  singular,  si  nació  solo ; 
Pollo  real,  que  de  su  estirpe  clara 
Las  glorias  lleve  al  contrapuesto  polo. 


DON  GABEIEL  ALVAIIEZ  DE  TOLEDO. 


Y  artífice  feliz  de  su  destino, 

Aun  antes  de  ser  pollo,  fué  pollino. 

Apenas  la  burrátil  primavera 
Cerdosas  flores  dis()eusó  al  semblante, 

Y  la  luz  racional  de  su  mollera 
Amaneció  el  sindéresis  asnante, 
Cuando  en  lid  blanda  y  en  disputa  fiera, 
Alternando  la  lira  y  el  montante. 

Con  triunfo  igual  se  confesó  rendido, 
Marte  á  su  coz.  Mercurio  á  su  roznido. 

Color  incierto  al  ínclito  pollino 
Del  crepúsculo  dio  la  luz  dudosa, 
De  blandas  cerdas  blanco  remolino 
Amaneció  su  frente  tenebrosa ; 
Los  zainos  ojos  con  ñilgor  sanguino 
Su  majestad  aumentan  bon'orosa, 

Y  haciendo  sombra  á  las  hirsutas  cejas, 
Se  dilatan  prolijas  las  orejas. 

Los  ámbitos  del  rostro  belicoso 
Con  la  bordada  jáquima  guarnece, 

Y  por  manto  á  sus  hombrcis  decoroso 
La  tiria  enjalma  su  estatura  crece; 
De  la  herradura  el  orbe  ruginoso 

A  su  sólida  planta  fortalece, 

Y  excedidos  los  céfií'os  veloces, 
Alas  les  presta,  les  imprime  coces. 

Dulcísima  lisonja  fué  del  viento 
De  su  voz  la  canora  carraspera, 

Y  en  envidia  suave  de  su  acento, 
Ecos  asnales  rejiitió  la  esfera ; 

Ya  suspende  profundo  su  concepto, 
Ya  en  agudo  roznido  le  acelera. 
Prestando  su  armonía  concertada, 
Alma  al  pesebre,  vida  á  la  cebada. 

Mal  se  contiene  el  ánimo  insolento 
En  el  recinto  del  zafiro  undoso, 

Y  de  Céres  el  vasto  continente 
Aiin  estrecha  su  pecho  generoso ; 
Hasta  el  pesebre  desprecii')  fulgente. 
Que  al  Cancro  adorna  el  seno  luminoso, 
Donde  acuerdan  gavillas  de  los  cielos 
La  memoria  inmortal  de  sus  abuelos. 

La  deidad  dueña  de  plumadas  tocas. 
Que  á  chismes  de  metal  el  orbe  altera, 
Con  la  voz  enlutada  de  cien  bocas 
De  trágico  clamor  pobló  la  esfera  ; 
Y'a  publican  los  huecos  de  las  rocas 
Que  al  rey  de  la  famosa  Formentera, 
De  un  vasallo  la  industria  fementida 
Le  usurpó  el  cetro,  le  qiiitó  la  vida. 

Grandasno,  á  quien  el  mundo  veneraba, 
Néstor  mejor  de  la  pollina  gente. 
Ya  al  blando  yngo  de  la  ley  ligaba 
Las  cervices  del  pueblo  inobediente ; 
Cuando  en  tranquila  majestad  gozaba 
De  los  aplausos  que  adquirió  prudente, 
Fué  porque  á  su  ambición  sirvió  de  estorbo 
Victima  del  infame  Jumentorbo. 

Era  Grandasno  do  Burrilda  hermano, 

Y  el  pesar  de  tan  lijgubre  suceso 
En  el  cariño  del  monarca  anciano, 
A  no  sobrarlo,  le  qiiitára  el  seso  ; 
Visten  las  señas  del  dolor  insano 

Del  viejo  sabio  hasta  el  garzón  travieso. 
Turbando  triste  la  quietud  del  polo, 
De  varios  pechos  un  rebuzno  solo. 

Triste  Label,  de  xm  mísero  gemido, 
Es  de  asnal  paladín  el  reino  todo ; 
El  Senado,  en  bayetas  escondido. 
Vierte  y  enjuga  de  su  llanto  el  lodo ; 
La  plebe  con  dolor  embravecido, 
Sin  que  á  su  pena  le  prescriba  el  modo, 
Sacudiendo  las  válidas  orejas, 
Se  arranca  sus  selváticas  cernejas. 

Es  uso  antiguo  en  la  nación  jumenta, 
Cuando  celebra  exequias  soberanas. 
Que  el  granado  verdor  que  la  sustenta 
Ignore  su  pesebre  dos  semanas  ; 
Sólo  de  leve  paja  se  alimenta, 
Con  que  gimen  también  las  tripas  vanas : 
Que  negarse  al  comer  de  todo  punto 
Fuera  igualar  al  vivo  y  al  difunto. 


De  contrarios  afectos  la  tormenta 
Del  joven  bun-o  el  corazón  agita. 
El  soplo  del  amor  su  pena  aumenta, 

Y  el  mismo  soplo  su  venganza  incita ; 
Ternezas  el  amor  le  representa, 
Furores  el  amor  le  solicita, 

Y  el  odio  en  el  cariño  concebido, 
De  padre  ilustre  es  hijo  mal  nacido. 

Va  coronando  la  funesta  pompa. 
Hacia  el  túmulo  regio  dirigida. 
Donde  del  pueblo  la  nativa  pompa 
Más  ex[)lica  ignorada  que  entendida; 
No  permite  el  dolor  que  entera  rompa 
La  voz  por  explicada  comprimida, 

Y  mal  cortada  de  la  pena  fiera. 

El  rebuzno  hacia  dentro  y  hacia  friera. 

De  Archiburro  los  pasos  contenia 
Cíipuz  prolijo,  que  sus  lomos  grava, 
Negro  penacho  en  triste  lozanía 
Con  sus  largas  orejas  disputaba; 
El  volcan  del  coraje  con  que  ardía, 
La  tristeza  del  rostro  fomentaba, 

Y  así  llegó  á  bañar  con  llanto  pío 
El  asnotafio  de  su  heroico  tio. 

Los  funerales  ritos  acabados , 
A  su  alcázar  el  joven  se  reduce. 
Donde  en  lucha  de  afectos  encontrados , 
Funestos  monstruos  el  pesar  produce ; 
No  á  que  alivie  sus  miembros  fatigados 
La  noche  obliga,  ni  el  silencio  induce. 
Que  del  bélico  asunto  que  medita, 
El  invencible  tábano  le  agita. 

Ya  cuando  las  azudas  de  zafiro 
Las  soñolientas  horas  derramaban, 

Y  del  Arturo  al  perezoso  Tiro 

Su  carro  los  friones  transformaban. 
Mal,  repugnando  al  plácido  retiro, 
Donde  nuevas  fatigas  le  aguardaban. 
El  cueipo  laso  derribado  bruma 
De  blanda  paja  la  mullida  pluma. 

Apenas  de  Morfeo  el  cetro  blando 
Los  párpados  sellaban  soñolientos, 

Y  el  Loteo  sus  ojos  inundando, 
Beben  dulces  olvidos  sus  tormentos ; 
No  bien  dormido  descansaba,  cuando 
Alas  hurtando  á  h  s  nocturnos  cientos, 
En  negro  bulto,  á  quien  la  sombra  crece, 
De  Grandasno  la  imagen  le  aparece. 

La  regia  albarda,  en  tornos  dividida. 
Las  sangrientas  heridas  ostentaba; 
La  piel,  del  negro  polvo  confundida, 
Su  rucia  majestad  dificultaba ; 
La  panza,  de  los  cuervos  carcomida. 
Injurias  de  insepiüto  publicaba, 

Y  en  los  i  jares  torpe  matadura 
Gritaba  quejas  de  la  parca  dura. 

«¿Duermes,  le  dice,  joven  generoso? 
Mal  convienen  el  sueño  y  el  cuidado ; 
Tú  descansas  del  lecho  en  el  reposo, 
Yo  en  el  campestre  cieno  revolcado. 
Despierta,  y  el  acero  belicoso, 
Qiíe  ofendido  se  queja  de  guardado. 
Cuando  en  tu  diestra  triunfos  amanece, 
A  gloria  tuya  mi  venganza  empiece.» 

Dando  mi  respingo  por  el  aire  vano, 
Despai"eció  la  somVira  macilenta, 

Y  con  rebuzno,  que  sonó  lejano. 

El  dulce  sueño  de  Archiburro  ahuj-enta; 
Con  el  impulso  del  imán  paisano. 
Aun  más  que  late  el  corazón,  revienta, 

Y  violento  en  la  esfera  de  su  espacio. 
La  quietud  interrumpe  del  palacio. 

Doraban  ya  los  altos  chapiteles 
Del  sol  vecino  los  infantes  rayos, 

Y  compitiendo  vientos  y  vergeles. 
Despliegan  plumas,  anticipan  mayos) 
A  su  propicia  luz  saludan  heles 

Con  fragrantés  y  armónicos  ensayos, 
Confundiéndose  dulces  y  suaves, 
l'intadas  llores  y  canoras  aves; 

Cuando  con  voz  convoca  disonante 
La  bocina  de  regio  pregonero 


LA  BÜRROMAQÜIA. 


Los  senadores  que  el  imperio  asnantü 
Mantienen  justo  y  autorizan  fiero  ; 
Cuantos  visten  la  ropa  rozagante, 
Cuantos  empuñan  el  bastón  guerrero, 
Al  declinar  la  laminara  febea. 
Concurran  á  la  asnátil  asamblea. 

De  árbol  anciano  el  pabellón  hojoso 
Es  el  sitio  á  las  juntas  destinado, 
Donde  á  la  sombra  de  dosel  frondoso 
Re  congrega  el  magnífico  Senado ; 
Renuevo  fué  feliz,  pimjiollo  hermoso, 
Al  fecundo  terreno  trasladado. 
Según  antigua  fama  certifica. 
Del  fatídico  tronco  de  Garnica. 

Ya  junto  el  areopago  jumentoso, 
Silencio  aspira  en  el  ameno  llano, 
El  viento  entre  los  ramos  temeroso 
Su  curso  enfrena  con  obsequio  vano; 
Todo  el  bestial  ODUgreso  respetoso. 
Del  bun-o  joven  al  jumento  anciano. 
Con  serena  atención,  con  faz  modesta, 
Del  Príncipe  esperaba  la  propuesta. 

Archiburro  en  retórica  violenta 
La  expetlicion  propone  meditada, 
Del  ñ'umentorio  rey  la  faz  sangric  uta 
Furor  imprime  á  su  oración  airada; 
De  Jumentorb.)  la  cerviz  exenta 
De  sus  plantas  supone  conculcada, 

Y  en  la  elocuencia  que  su  gesto  abulta, 
Fué  decisión  lo  que  soñó  consulta. 

Dejó  de  hablar,  y  los  prudentes  viejos 
Licencia  piden  con  asnal  talante, 

Y  en  la  impensada  novedad  perplejos. 
De  Anagiiirre  consultan  el  semblante ; 
El  cual,  norma  feliz  de  los  consejos. 
Sabio  en  la  guerra  y  en  la  paz  triunfante , 
Por  ciencia  y  experiencia  venerado. 

Es  Catón  del  cuadi'úpedo  senado. 

Este,  con  suspensiones  ponderadas, 
Aumentó  las  arrugas  de  la  frente. 
Preparando  en  maduras  cabezadas 
La  atención  que  le  observa  diligente : 
Hirió  la  tierra  en  trémulas  patadas. 
Lustró  al  concurso  en  ademan  doliente, 

Y  acabado  el  paréntesis  prolijo, 
Estas  razones,  rebuznando,  dijo  : 

«Las  empresas,  señor,  que  el  odio  traza, 
Siempre  fueron  al  juicio  sospechosas. 
Pues  la  razón  sus  luces  embaraza 
Del  rencor  en  las  nubes  tenebrosas  ; 
En  consecuencias  trágicas  se  enlaza 
Quien  premisas  siguió  precipitosas ; 
Que  no  sale  seguro  el  argumento 
Cuando  es  la  voluntad  entendimiento. 

))E1  valor  de  la  gente  frumentaria, 
Indomable  en  el  orbe  la  acredita. 
Dejando  en  lides  de  ambición  contraria 
Su  libertad,  con  su  herradura  escrita; 
Sufre  el  cetro  parcial,  no  tributaria. 
Con  que  al  poder  la  autoridad  limita, 

Y  cuando  en  glorias  y  exenciones  crece. 
Más  parece  que  manda  que  obedece. 

))De  aquí  le  ^iene  á  la  jirogenie  parda 
El  prÍA'ilcgio,  que  constante  dura. 
Pues  sólo  viste  la  marcial  albarda 
En  fieros  trances  de  la  guerra  dura ; 
No  de  peso  servil  seña  bastarda 
La  deforma  con  torpe  matadura, 
Ni  al  espinazo  válido  le  asusta 
El  palo  inicuo,  ni  la  carga  injusta. 

))De  Jumentorbo  el  férvido  coraje 
Los  rebeldes  espíritus  fomenta, 

Y  en  libertad  mentido  el  vasallaje. 
Superior  manda,  cuando  igual  se  ostenta; 
Cuando  al  feroz  y  rudo  paisanaje 

De  vanas  exenciones  alimeijt 

A  su  imperio  ignorado,  mas  seg  iro, 

De  cada  pecho  le  fabrica  un  muro 

))  La  piedad  de  vuestro  padre  yn,  cadente 
Resguardo  persuade,  no  conquista, 
Si  en  el  regio  laurel  resplandeciente, 
A,iena  sangi-e  su  verdor  conquista; 


Tranquilidades  Jingo  lo  aparente, 

Y  las  brasas  del  muerto  antagonista. 
Aunque  en  cautas  cenizas  sei^ultadas, 
Escondidas  están ,  mas  no  apagadas. 

))Si  en  distantes  empresas  empeñado, 
Llegare  de  su  muerte  el  trance  duro. 
Abandonas  tu  intento  desairado 
O  arriesgas  el  imperio  mal  seguro ; 
El  dominio  aventuras  heredado 
Por  la  incierta  esperanza  de  un  futuro, 

Y  según  el  refrán  de  nuestra  crusca. 
Lo  propio  pierde  quien  lo  ajeno  busca.» 

Más  fué  á  decir ;  pero  con  furia  V)rava, 
Desatando  en  su  voz  un  torbellino, 
Al  anciano  concurso  amedrentaba 
Tragacardos,  indómito  pollino. 
Habitador  antiguo  de  la  Java, 
Marcial  honor  del  género  asinino, 
Que  ya  sus  vastos  lomos  hurtó  fiero 
De  la  opresión  violenta  de  un  yesero. 

«La  helada  sangi-e  de  tus  flojas  venas 
(Dice  iracundo)  tu  razón  ofusca, 

Y  con  fantasmas  de  verdad  ajenas. 
En  nuestra  infamia  tu  descanso  busca; 
Trampantojos  retóricos  ordenas. 

Con  que  el  miedo  en  los  pechos  se  introduzca. 
Buscando  conveniencias  en  el  ocio; 
Que  no  hay  asno  que  ignore  su  negocio. 

))Si  no  hubiera  ])eligro  en  el  intento, 
¿Dónde  el  valor  heroico  se  mostrara? 
¿Quién,  salpicado  del  coral  sangriento. 
El  laurel  á  sus  sienes  enredara? 
Vulgar  asunto  de  vulgar  aliento 
Las  tibeas  diligencias  ocupara; 
Pero  en  empresas  de  perenne  gloria 
Es  el  riesgo  escalón  de  la  victoria. 

))De  voluntario  acusas  el  empeño 
Qrre  inexcusaVjle  nuestro  pecho  abraza, 

Y  profeta  infeliz,  con  rucio  ceño. 
En  el  discurso  mezclas  la  amenaza; 
Culpas,  espantadizo  y  zahareño, 

La  noble  empresa  que  Archiburro  traza, 
Pesando  en  las  balanzas  de  tu  susto, 
Delincuente  el  valor,  al  miedo  justo. 

«Aplaudir  el  valor  del  enemigo 
Es  hidalgo  primor  de  quien  combate , 
No  de  quien  busca  tímido  un  testigo 
Que  del  oprobio  su  opinión  rescate ; 
Desate  furias  '1  tartáreo  abrigo. 
Con  que  el  triunfo  acredite  que  dilate. 
Que  no  suspenden  ímpetus  bastardos 
El  ínclito  furor  de  Tragacardos. 

))De  internas  inquietudes  el  recelo 
Cauto  ponderas,  misterioso  indicas, 

Y  con  injuria  del  nativo  suelo. 
Un  miedo  en  otro  miedo  fortificas; 
Ingenioso  en  tu  tímido  desvelo, 
Temores  por, temores  multiplicas ; 
¿Dónde  tus  sustos  hallarán  abrigo. 
Si  temes  al  contrario  y  al  amigo? 

«Cualquiera  (prosiguió,  terciando,  airado, 
El  rojo  palio  que  en  sus  hombros  pende). 
Cualquiera  que  el  designio  meditado 
Con  timidez  sofistica  suspende. 
Del  géneros-)  espíritu  olvidado, 
A  todo  el  mundo  jumental  ofende; 
Que  cuando  clama  del  honor  la  ofensa. 
No  es  asno  quien  discurre  lo  que  piensa.» 

Con  semblante,  Archiburro,  mesurado 
El  conclave  disuelve  turbulento, 

Y  su  marcial  designio  decretado. 
Deja  del  solio  el  superior  asiento ; 
En  el  ameno  bosque  retirado, 

A  consulta  llamó  su  pensamiento. 

Con  quien  suspenso  y  pensativo  encierra 

En  la  paz  exterior  la  interior  guerra. 

Relaja  las  jnrámides  pilosas 
Pardo  diadema  de  la  vasta  frente, 
De  sus  ojos  las  luces  jumentosas 
Fijas  deja  en  el  pradcj  floreciente; 
Inmóviles  las  ])Iantas  belicosas, 

Y  la  nariz  armónica  silente, 


10 


DON  GABllIEL  ALVAUEZ  DE  TOLEDO. 


Absorto  se  quedó,  de  tal  manera, 
Que  á  no  ser  burro,  tronco  pareciera. 

Revuelve  en  sus  asnales  suspensiones 
El  alto  asunto  que  llenó  su  idea, 

Y  en  alterado  mar  de  confusiones 
Su  pcn.samicnto  jumental  ondea ; 

I  Quó  pastos,  qué  pesebres,  qué  regiones 
Logrará  de  su  estirpe  la  tarea ! 
Tan  grave  peso  le  debió  á  su  mente 
El  noble  orígm  de  la  burra  gente. 

Del  bélico  iliscurso  arrebatado, 
Hiere  la  tierra  su  robusta  pata, 
Donde,  de  verdes  juncias  coronado, 
Risueño  arroyo  su  caudal  desata ; 
A  los  impulsos  del  compás  errado. 
Que  inadvertidamente  le  maltrata, 
Del  árbol  de  Siringa  tristes  quejas 
Llenan  de  voz  y  espanto  sus  orejas. 

«¿Por  qué,  Arcbilnirro,  con  airada  mano 
Interrumpes  mi  trágico  reposo. 
Cuando  fuera  el  vengarme  de  un  tirano, 
Asunto  de  tus  iras  decoroso? 
I  Por  qué  quebrantas  el  verdor  lozano. 
Que  es  de  mis  miembros  túmulo  piadoso, 
Sin  advertir  que  púrpixra  parienta 
Del  hueco  tronco  la  virtud  fomenta? 

))Ya  fué  tiempo  quií  en  joven  primavi^ra 
Pació  verdor  el  que  en  verdor  se  oculta. 
Del  hado  inexorable  ley  severa 
Desde  jimiento  en  tronco  me  consulta ; 
Al  crudo  filo  de  la  Parca  ñera 
Túmulo  vegetable  me  sepulta, 

Y  de  los  prados  el  verdor  nativo 
Esconde  muerto  el  que  sustenta  vivo. 

))  Burraldo  soy,  tu  primo  sin  ventura, 
Cuya  muerte,  de  todos  ignorada. 
Hace  que  nieguen  á  mi  sombra  oscura 
Aun  el  consuelo  inútil  de  llorada  ; 
De  Jumentorbo  la  perfidia  dura, 
Contra  tu  regia  estirpe  conjurada, 
Me  mató,  atravesando  estos  caminos, 
Por  medio  de  dos  lobos  asesinos. 

))No  retardes  la  empresa  meditada 
Que  noble  abrigas  en  el  pardo  seno, 

Y  del  tirano  la  ambición  armada 
Padezca  el  rayo  sin  que  escuche  el  trueno ; 
Con  faz  benignamente  remontada. 

La  protección  te  guarda  de  Sileno, 

Y  el  hado,  favorable  á  tu  conquista, 
En  tus  banderas  la  victoria  alista.» 

Dejó  de  hablar ;  y  trémulas  sus  hojas. 
Del  apacible  céfiro  movidas, 
Eco  de  sus  burrátiks  congojas, 
Las  deja  dulcemente  repetidas  ; 
Con  duras  quejas,  consonancias  flojas. 
Alternadas  están  y  confundidas ; 
Pues  con  blanda  expresión  de  su  lamento. 
Tanto  como  el  rebuzno,  dijo  el  viento. 

La  admiración  del  joven  vuelta  en  ira. 
Arde  su  pecho  jumental  Megera, 
Volcan  fumoso  su  nariz  respira. 
Con  que  ardientes  roznidos  acelera; 
Con  trote  insano  por  el  bosqiie  gira, 
Los  troncos  bate  con  la  testa  fiera ; 

Y  quebrantando  nísperos  y  enebros, 
Las  sandeces  compite  á  Beltenébros. 

Más  dentro  está  de  si  cuando  más  fuera; 
Que  en  los  extremos  de  la  suerte  dura, 
Quien  los  motivos  del  dolor  pondera, 
Hace  prueba  del  juicio  la  locura ; 
¿Quién  resiste  al  pesar,  que  no  le  altera. 
En  fe  de  su  difícil  cornadura? 
;  De  qué  se  alaba,  si  de  balde  cuerdo. 
Quiere  pasar  por  sabio,  siendo  lerdo  ? 

Ya  en  la  inquieta  quietud  de  su  palacio 
El  grande  fin  los  medios  proporciona. 
Reduciendo  á  peciueño  cartapacio 
Cuanto  circunda  la  burral  corona ; 
Las  rentas  examina  muy  despacio. 
La  paga  y  los  soldados  parangona, 
Porque  seguro  sus  medidas  tome ; 
Que  no  hay  asno  que  sirva  si  no  come. 


Los  aparatos  bélicos  prepara 
Con  dirección  pausada  y  diligente ; 
Que  sin  estudios ,  su  prudencia  rara 
Sabe  la  regla  de  Festina  lente; 
Los  empleos  y  el  mérito  compara 
Con  mano  anticipada  y  providente, 
Dejando  siempre  su  elección  juiciosa, 
Ocupado  el  valor,  la  <jueja  ociosa. 

Extranjeros  auxilios  solicita 
Que  al  empeño  común  concurran  fieles ; 
Que  igual  á  todos  la  venganza  incita, 
Como  iguales  aguardan  ios  laureles. 
Desde  el  jumento  livio  al  asno  scita 
Prevengan  los  marciales  arambeles, 
Porque  en  subsidio  de  tan  justa  guerra, 
Recreas  del  mar  inunden  á  la  tierra. 

De  sabias  instrucciones  prevenidos, 
Parten  embajadores  diferentes, 
Que  al  nolile  asunto  dejen  persuadidos 
Los  monarcas  amigos  y  parientes; 
Con  correos  madura  repetidos 
La  expedición  de  la  guerrera  gente ; 

Y  supliendo  el  defecto  de  los  trotí  s, 
Cruzan  el  golfo  asnales  paquebotes. 

Ya  para  el  alto  asunto  que  imagina, 
La  juventud  previene  generosa, 
En  cuyos  lomos  sustentar  maquinp. 
De  su  fama  la  imagen  portentosa ; 
La  floreciente  multitud  pollina 
A  la  empresa  prepara  sanguinosa. 
Porque  inspiren  sus  prósperos  sucesos 
Con  diestros  leves,  con  pesados  sesos. 

Cuantos  en  dulce  soledad  habitan. 
Huéspedes  libres  de  florido  prado, 

Y  con  planta  voluble  solicitan 

Al  Bóreas,  de  su  huella  despreciado, 

Ya  entre  fatigas  bélicas  agitan 

Con  desherrada  diestra  el  fresno  herrado, 

Y  rebuznando  anhélitos  marciales, 
Aumentan  los  asnáticos  reales. 

Cuantos  del  trigo  y  la  cebada  amiga 
Dan  al  robusto  lomo  carga  honrosa, 

Y  burlando  la  válida  fatiga. 
Previenen  la  bardasca  rigurosa. 

Ya,  sin  que  el  tiempo  su  galope  siga. 
Agitan  la  palestra  fervorosa , 
Siendo,  en  noble  defensa,  transformada, 
Su  albarda,  arnés;  su  jáquima,  celada. 

Cuantos  de  las  serviles  angarillas 
Líquida  pesadumbre  padecieron , 

Y  tal  vez,  impacientes  de  sufrillas. 
Las  ánforas  sonantes  sacudieron, 
Ya  trazando  burrátiles  hebillas 
Los  ataharres  bélicos  ciñeron, 
Siendo  el  que  lidia  menos  arrogante 
Del  quinto  dios  envidia  rebuznante. 

Cuantos  presos  en  cárcel  movediza 
Vuelven  la  noria  con  el  giro  ciego, 

Y  en  cíi'culo  que  afanes  eterniza. 
Sufren  la  injuria  del  cultor  gallego, 
Ya  en  curso  que  su  gloria  inmortaliza. 
Truecan  el  agua  por  el  marcio  fuego. 
Porque  su  diestra,  en  bélicos  sudores, 
Desagüe  los  vivientes  atanores. 

Cuantos  en  los  magníficos  serones 
Van  de  huertas  andantes  agravados. 
Siendo  de  rudo  esparto  paladiones, 
De  pepinos  arjólicos  preñados. 
Para  torres  de  rígidos  cartones 
Dan  cimiento  en  los  lomos  dilatados, 
Con  que  en  el  uso  de  la  guerra  impía 
Son  elefantes  de  menor  cuantía. 

Cuantos,  en  recua  mancheguil  atados, 
Miden  la  senda  en  perezosa  fila, 

Y  de  injusta  bardasca  equilibrados. 
Enderezan  la  Ctarga,  que  vacila. 
Del  duro  cautiverio  rescatados. 
Previenen  oficiosos  la  mochila, 

Y  brincando  por  valles  y  por  cerros. 
Trocaron  en  corbatas  los  cencerros. 

Cuantos  de  duros  cantos  oprimidos, 
Atlantes  de  la  esfera  lapidosa, 


LA  BÜRROMAQUIA. 


11 


Tur  ásperos  repechos  conducidos , 
Piedra  los  graba,  y  los  sei^ulta  losa, 
ya  los  robustos  lomos  sacudidos , 
Ágiles  burlan  su  opresión  odiosa. 
Porque  en  el  peso  de  marciales  lides 
Fuese  de  Atlante  sostituto  Alcídes. 

Cuantos,  atados  en  servil  tahona, 
De  Ision  imitaron  el  tormento. 
Explicando  en  su  lánguida  persona 
Del  quebrantado  gi-ano  el  molimiento, 
Ya  ensayando  la  bélica  chacona. 
Tejen  el  prado  en  caracoles  ciento. 
Porque  puedan,  propicia  ó  importuna, 
La  rueda  gobernar  de  la  fortuna. 

Arde  la  corte  en  bélicos  furores, 
PiCsuena  el  aire  con  horror  festivo, 
Ya  es  primavera  de  tejidas  flores 
El  nicio  justacor  de  paño  vivo  ; 
Esconden  con  jienachos  discolorcs 
De  las  orejas  el  airón  nativo, 

Y  basta  la  infante  crin,  que  parda  crece, 
Con  vejeces  de  Chipre  se  encanece. 

Herido  el  parche  con  feroz  concento. 
Los  brutales  espíritus  incita. 
Del  alegre  clariu  el  son  sangriento 
Al  más  pausado  corazón  irrita ; 
Festivas  luminarias  dan  al  viento 
Los  resplandores  que  el  fusil  vomita, 
Sazonando  la  muerte  de  manera, 
Que  el  más  cuerdo  borrico  la  comiera. 

De  asnos  mancebos  multitud  lozana 
En  pacifica  guerra  se  ejercita, 

Y  en  blandas  lides  de  discordia  vana 
Los  bisónos  ardores  habilita ; 

Luce  gentil  la  oposición  paisana. 
Que  su  burrátil  pundonor  incita, 

Y  fomentados  de  festivas  voces. 
Alternan  los  mordiscos  y  las  coces. 

El  fusil,  ya  en  el  hombro,  ya  en  la  mano, 
Airado  pende  y  acertado  tira. 
El  pié  redondo  con  compás  ufano 
Osado  carga,  cauto  se  retira; 
Ya  junto  el  escuadi'on  estrecha  el  llano, 
Ya  disipado  sin  desorden  gira, 

Y  con  lince  destreza  y  furor  ciego, 
Hacen  ensayo  de  la  muerte,  al  juego. 

El  breve  apresto  de  la  regia  flota 
De  Asnalmarin  á  la  prudencia  fia. 
Que  registró  en  la  esfera  más  remota 
De  Tétis  la  salobre  monarquía ; 
Con  peligrosas  experiencias  nota 
Cuanto  sagaz  su  juicio  dií-curria ; 
Asno  que  sabe  manejar  prudente 
El  bastón  y  la  gúmena  igualmente. 

Del  arsenal  al  puerto  conducidas, 
Pisan  la  móvil  planta  las  galeras, 

Y  de  tenaces  dientes  sostenidas. 

La  oprimen  gi-avcs,  la  desprecian  ñeras; 
Las  flámulas,  del  viento  sacudidas. 
Dan  á  la  vista  vagas  i)r¡maveras, 

Y  el  lino,  ya  plegado,  ya  pendiente, 
Leyes  impone  al  húmido  tridente. 

De  pollinos  la  náutica  milicia. 
Puebla  conoció  libre  la  cubierta; 
Cual,  ostentando  su  burral  pericia, 
Trepa  el  árbol  mayor  con  ]ilanta  cierta ; 
Cual,  desfrutando  la  ocasión  propicia. 
Ronca  tendido  con  la  boca  abierta ; 
Que  sin  temer  las  iras  del  mar  fiero. 
Hay  asno  que  se  aplique  á  marinero. 

Ya  dispuesto  el  marítimo  c(juipajc. 
Que  armamento  llamaban  algún  dia. 
La  seña  esperan  del  feliz  viaje, 
Para  dejar  contentos  la  bahía; 
Ya  los  ardores  del  marcial  coraje 
Violentos  la  tardanza  comprimia, 

Y  ya  con  lento  pié  llega  cansada 
Mi  musa  jumentil  á  la  posada. 

REBUZNO  SEGUNDO. 

En  tanto  la  infelice  Formentera 
Goza,  engañada,  su  exención  altiva; 


Rota  la  cincha  de  la  ley  severa, 
Al  peso  justo  su  espinazo  esquiva ; 
Los  delitos  padece  que  venera, 

Y  de  su  propria  libertad  cautiva, 
En  injuria  funesta  de  las  lej'es. 
Tantos  como  atrevidos,  tiene  reyes. 

Pueblan  loa  montes  asnos  foragidos, 

Y  en  sus  duras  malezas  embreñados, 
Asaltan  á  los  burros  desvalidos. 
Que  atraviesan  la  senda  descuidados ; 
Contra  su  especie  misma  embravecidos, 
De  jumentos  en  lobos  transformados. 
Crece  brutalidades  su  ardimiento. 

Si  hay  nuis  bruto  que  ser,  siendo  jumento. 

El  pollinejo  que  á  su  madi-e  sigue, 
Del  hambre  y  la  fatiga  espeluznado, 
No  con  sus  quejas  ablandar  consigue 
El  furor  en  sus  pechos  obstinado ; 
Su  mísera  inocencia  los  ijersigue, 
Infesta  siempre  al  ánimo  malvado, 

Y  formando  coletos  de  las  pieles. 
Comen  su  carne  asnófagos  crueles. 

No  en  la  quietud  tranquila  de  sus  lares 
Guarda  el  patricio  su  vejez  dichosa. 
Pues  turban  los  tumultos  militares 
El  pesebre  en  que  plácido  reposa ; 
A  coces  le  quebrantan  los  i  jares. 
Dejando  en  irrisión  facinerosa. 
De  la  fecunda  presa  en  menoscabo, 
Al  asno  muerto,  la  cebada  al  rabo. 

Burla  insolente  del  garzón  pollino 
Es  del  jumento  anciano  la  pereza, 

Y  atravesando  pronto  su  camino. 
Le  introduce  maligna  ligereza ; 
Ata  sutil  al  rabo  del  mezquino 
De  tejidas  aulagas  larga  pieza. 

Que  cuando  entre  las  corvas  se  embaraza, 
Le  aguija  espuela,  y  le  deshonra  maza. 

El  pupilo,  que  en  mísero  cercado 
Sus  jumentiles  orfandades  llora, 

Y  en  el  verdor  del  alcacer  sembrado 
Envidiadas  herencias  atesora. 

De  zánganos  violentos  asaltado. 
La  libertad  y  el  alimento  ignora, 
Siendo  el  peso  infeliz  de  las  gavillas, 
Carga,  y  no  refacción,  de  sus  costillas. 

El  furor  en  el  trono  colocado. 
Triunfa  la  injuria,  la  justicia  gime, 
La  maldad  es  derecho  autorizado. 
Que  hace  callar  al  misero  que  oprime ; 
Tímido  el  inocente  del  culjDado, 
Con  disfraz  delincuente  se  redime. 
Porque  sólo  su  bárbara  violencia 
Reputa  por  delito  la  inocencia. 

Cansada  Juno  de  su  asnal  malicia. 
Providente  castigo  le  ])repara, 

Y  la  serena  faz  de  su  justicia 

Más  sañuda  mostró  cuanto  más  clara ; 
La  blanca  lluvia  que  vertió  propicia. 
Niega  rebelde  ú  desparece  avara, 

Y  despreciando  de  la  tierra  el  grito. 
Viste  á  la  pena  el  traje  del  delito. 

La  fértil  isla,  que  ocultaba  el  suelo 
A  inundación  de  súbitas  espigas, 
Donde  Favonio  ctm  fecundo  anhelo 
Del  cultor  excusalja  las  fatigas, 
Ya  motilando  su  dorado  pelo 
Del  Austro  las  tijeras  enemigas, 
Sin  ver  en  sus  terrones  una  malva, 
Más  que  de  estéril,  se  quejó  de  calva. 

La  fragi'ante  república  de  Flora 
Del  aire  adusto  cetro  tiraniza, 

Y  en  vez  de  aljófar  líquido,  la  aurora 
La  fulmina  con  férvida  ceniza; 
Cuanto  apacible  céfiro  colora. 

El  Euro  abrasador  esteriliza. 
Entregando  la  plebe  floreciente 
Lánguido  cuello  á  la  segur  ardiente. 

El  verdor  primogénito  de  Vesta 
En  triste  palidez  muda  la  gi-ama, 

Y  la  esmeralda  rústica  depuesta, 
Desmaya  Dafne  su  constaiite  rama; 


12 


DON  GABRIEL  ALVAKEZ  DE  TOLEDO. 


A  todo  cshierzo  vegetable  upuesta 
Del  aire  adverso  la  invisible  llama, 
Aun  borra  en  influencias  pcrogi-inas 
La  estéril  producción  de  las  espinas. 

El  origen  de  súbitos  raudales 
Niegan  del  aire  las  instables  fuentes, 

Y  dejan  los  perenes  manantiales, 
Desmentidas  al  monte  sus  corrientes ; 
Del  centro  fugitivo  los  cristales 
Vuelven  al  centro  en  cauces  diferentes, 
Para  negar  de  Témis  el  quebranto, 
Aun  el  consuelo  mísero  del  llanto. 

Nunca  de  Juno  turban  el  semblante 
Tejidas  niebl.as,  fáciles  vapores, 
Ni  en  sus  campos,  con  urna  crepitante, 
Esparce  Acuario  líquidos  furores; 
No  al  Aries  los  favonios  espirante 
Dan  la  fecunda  vida  de  las  flores; 
Que  de  Nemea  el  animal  rugiente 
Zodiaco  es  de  Febo  permanente. 

Del  corvo  hierro  el  surco  repetido 
Sigue  en  jiródigo  afán  mano  cultora, 

Y  el  áureo  don  de  Céres  esj-iarcido, 
Esperanzas  falaces  atesora ; 

No  en  el  húmedo  centro  recibido, 
Fecunda  corrupción  su  ser  mejora; 
Que  en  su  seno  la  tierra  endurecida 
Para  muerte  común  guarda  su  vida. 

Abriendo  bocas  misera  la  tierra, 
De  sus  ardores  la  congoja  explica, 

Y  exhalado  el  volcan  que  el  pecho  encierra, 
Su  tormento  en  su  queja  multiplica; 
Cuanto  al  ambiente  que  vecino  yerra, 
Ansioso  el  labio  por  consuelo  aplica , 

En  la  invisible  llama  que  le  enciende 
Bebe  la  sed  que  desechar  pretende. 

Con  ambas  manos  Atrojws  severa 
Los  estambres  buiTátiles  cortaba, 

Y  con  la  sed  y  el  hambre  á  su  tijera 
Los  rigui'osos  cortes  afilaba ; 

No  permitió  que  Cloto  feneciera 
La  madeja  que  pronta  devanaba, 

Y  hasta  la  misma  tela  de  la  vida 
Antes  se  vio  cortada  que  tejida. 

De  vivas  sombras  multitud  pollina 
Vaga  los  bosques  con  remisa  planta, 
Buscando  alivio  á  su  aflicción  mezquina 
Con  lengua  ardiente  y  con  voraz  garganta ; 
Alcacer  delicioso  se  imagina 
El  cardo  que  sus  cuellos  atraganta, 

Y  con  ramas  de  rígidas  escobas 
Del  estómago  barren  las  alcobas. 

Rucia  ilusión  de  débil  fantasía 
El  más  robusto  paladín  parece. 
En  sus  i  jares  triste  anatomía 
Mengua  la  panza,  y  las  costillas  crece ; 
Al  basto  lomo,  que  canal  partía. 
Nudosa  sierra  su  espinazo  ofrece, 

Y  la  planta  que  trémula  se  asienta. 
La  fantasma  derriba,  no  sustenta. 

Aun  al  triste  descanso  del  gemido 
Les  dificulta  su  postrado  aliento, 

Y  en  trozos  el  rebuzno  dividido. 
Desfigura  la  voz  de  su  lamento ; 
Mal  de  los  flacos  hombros  sostenido. 
Derriban  el  ])escuczo  macilento, 
SirAiendo  sólo  de  explicar  sus  quejas 
El  pando  ventilar  de  las  orejas. 

Cuál  en  retiros  de  la  opaca  sierra 
Umbrc)so  refrigerio  solicita, 

Y  las  ])iedadcs  de  la  enjuta  tierra 
Con  azadón  rotundo  solicita; 

Si  el  difícil  humor  que  el  centro  encierra, 
Tal  vez  sus  diligencias  acredita. 
Da  su  lengua,  que  ansiosa  se  adelanta. 
Envidia,  y  no  consuelo,  á  su  garganta. 
Cuál  por  humedecer  su  adusta  boca. 
Lágrimas  pide  á  los  yacentes  ojos, 

Y  al  escondido  llanto  que  provoca, 
De  la  Parca  propone  los  despojos ; 
Mas  cuando  el  pecho,  con  terneza  poca, 
Prepara  triste  alivio  á  sus  enojos. 


En  suspiros  ai-dientes  que  despide , 
La  sed  aumenta  y  el  consuelo  imi)ide. 
De  Jumentorbo  el  ánimo  insolente 
No  cede  al  peso  de  comunes  daños, 

Y  contra  los  castigos  impaciente. 
Labra  de  los  avisos  los  engaños ; 
Esconde  ciego  la  obstinada  frente 

A  la  luz  de  imjjortantes  desengaños  ; 

Que  el  asno  que  en  maldades  se  h.".ee  viejo, 

Por  guardar  la  costumbre,  da  el  ¡¡ellejo. 

Remedio  busca  á  la  común  dolencia. 
Que  agrava  el  mal,  porque  el  delito  agrav.i. 
Irritando  del  hado  la  paciencia, 
Contra  quien  vanamente  conjuraba ; 
En  los  arcanos  de  la  uegi-a  ciencia 
Delincuentes  antídotos  buscaba. 
Por  medio  del  insigoie  Asnalandrujo, 
Jumento  de  nación,  de  secta  brujo.    ■ 

Este,  que  de  Pitágorasla  escuela 
Cursó  primero,  burro  silencioso, 

Y  los  misterios  que  en  guarismos  cela. 
Penetró  agudo,  concibió  ingenioso, 
Desjjues  en  la  región  de  la  canela, 
Emulo  de  sus  saijios  portentoso, 
Aficionado  de  las  negras  artes, 

Se  hizo  hechicero,  no  nombrando  partes. 

Cuantas  virtudes  la  esmeralda  bruta 
En  botica  silvestre  deposita, 
A  los  imperios  de  su  mano  astuta, 
En  remedios  ó  en  daños  ejercita ; 
Con  las  ondas  del  mar  el  cielo  enluta. 
Los  astros  al  abismo  precipita, 

Y  hasta  el  verdor  del  alcacer  ameno 
Le  traslada  á  su  prado  del  ajeno. 

Ni  la  fiera,  ni  el  ave,  en  tierra  y  viento, 
Le  recata  el  gorjeo  ni  el  bramido; 
Que  intérprete  seguro  de  su  acento. 
Oye  palabra  el  que  escuchó  sonido ; 
Por  más  que  irracional  su  pensamiento 
Salga  en  bárbaras  cifras  escondido. 
De  sus  idiomas  lo  difícil  vence, 

Y  aun  hay  quien  diga  que  aprendió  vascuence. 
Su  triste  habitación  busca  el  tirano 

En  los  silencios  de  la  noche  fria, 
Y"  desnudo  del  séquito  paisano. 
Sólo  su  esfuerzo  le  hace  compañía ; 
En  ignoradas  sendas  cruza  el  llano, 
Siendo  su  pena  de  sus  pasos  guía ; 

Y  cuando  soñoliento  el  sol  despierta. 
Pulsa  del  mago  la  cerrada  puerta. 

Yace  una  gruta  ó  cóncavo  nativo. 
Bostezo  horrible  del  averno  oscuro, 
Al  pié  de  un  monte,  que  gigante  altivo. 
Soberbio  asalta  el  estrellado  muro  ; 
Emulo  siempre  al  resplandor  activo, 
Lnpidiendo  de  Febo  el  rayo  puro, 
Da  á  la  cueva  su  inmensa  pesadumbre. 
Eterna  noche  con  eterna  cumbre. 

Aquí  de  Asnalandrujo  la  persona 
Puebla  de  soledad  el  seno  triste, 

Y  con  mudos  candados  aprisiona 

El  pueblo  de  fantasmas  que  le  asiste; 
Con  monjiles  de  dueña  quintañona 
Los  carcomidos  paredones  viste, 

Y  el  suelo  cubren  víboras  airadas, 
Menos  nocivas,  pero  más  calladas. 

Al  primer  toque  de  la  mano  fuerte. 
Corrió  la  puerta  el  bastidor  frondoso, 

Y  apareció  el  teatro  de  la  mvierte. 
Cuanto  patente  más ,  más  pavoroso ; 
Los  aparatos  lúgubres  advierte 

El  tirano,  in-itado  de  medroso, 

Y  cuando  el  paso  adelantar  intenta, 
Así  el  negro  vestiglo  se  i^resenta. 

La  intonsa  barba  el  pecho  le  inui^daba, 
Carácter  de  su  asnal  fisonomía. 
La  blanca  crin  á  trozos  enlutaba, 
De  negi-os  humos  fúnebre  ataiixía ; 
Vario  despojo  de  pantera  brava 
Con  horrible  decoro  le  cubria, 

Y  de  muerta  culebra  torpe  funda 
La  viviente  coroza  le  circunda. 


LA 

Con  breve  ruego,  que  soberbia  espira , 
Su  pena  Jumentorbo  le  ijropone , 

Y  el  mago,  que  pausado  se  retira, 
Muda  obediencia  á  sus  pisadas  pone ; 
Con  lenta  huella  por  la  estancia  gira 
Hasta  el  íntimo  seno  en  que  compone 
De  antorcha  funeral  la  luz  oscura, 
Funesto  dia,  en  quien  la  noche  dura. 

Gnicso  cordón,  de  víboras  tejido, 
Suspende  por  los  pies  hambriento  lobo, 
Ciiyo  cuello  voraz  entumecido 
Gime  suplicio  el  que  amenaza  robo ; 
De  su  furia  gravado  y  sostenido, 
Alternando  el  despeño  y  el  corcovo, 
Corta  los  aires  con  rabioso  gesto , 
De  infiel  columpio  volatín  funesto, 

Asnalancb'ujo  con  ligera  jilanta 
Clava  en  su  testa  los  obtusos  dientes. 
Trasladando  á  su  férvida  garganta 
Del  bruto  los  espíritus  ardientes ; 

Y  duplicados,  con  fiereza  tanta. 
Del  pecho  los  ardores  impacientes, 
Oscuras  voces  á  gi-uñir  empieza, 
Que  aun  al  rebuzno  añaden  aspereza. 

«¡Oh  tú,  que  de  los  sótanos  calientes 
(Clama  severo)  la  región  habitas, 
Eey  atezado  de  las  tristes  gentes, 
Que  en  suplicios  eternos  ejercitas ; 
Tú ,  que  por  arcaduces  diferentes 
Los  espíritus  sorbes  que  vomitas, 
A  quien  consagi'an  Átropos  y  Cloto 
La  informe  tela  y  el  estainbre  roto ! 

))Tú,  que  en  ardores  del  eterno  estío, 
Comes  de  cisco  sin  beber  de  nieve, 

Y  con  fuego  y  sin  luz,  tu  reino  umbrío 
Del  crepúsculo  ignora  el  raj'o  breve ; 
Tú,  que  al  rigor  del  testamento  impío, 
Con  pena  gi-ave,  sin  alivio  leve. 
Contento  vives  de  tu  suerte  negra. 
Sólo  por  verte  libre  de  tu  suegra; 

))  A  la  imperiosa  voz  de  mi  conjuro. 
Deja  i  oh  Pluton  !  la  bóveda  funesta, 

Y  huésped  repugnante  del  sol  puro, 
Preven  á  mi  pregunta  tu  respuesta; 

¿No  vienes  /  ¿  Xo í  Pues  de  mi  acento  oscuro 
Sabrá  rendirte  la  canción  funesta. 
Pues  ni  del  diablo  la  protervia  impía 
Se  librará  de  un  asno  que  porfía.» 

Nadie  responde  al  brujo  rabicano 
(  Que  se  hace  sordo  el  diablo  á  quien  le  ruega 
Por  más  que  estrecha  con  precepto  insano 
Los  pueblos  de  la  cálida  Noruega ; 

Y  mal  rendido  de  su  esfuerzo  vano. 
De  vergüenza  feroz ,  con  ira  ciega. 
Abandonó  las  furias  del  abismo, 

Y  por  más  diablo,  se  llamó  á  sí  mismo. 
Del  lobo  en  las  entrañas  palpitantes 

Oráculo  consulta  mondonguero. 
Dividiendo  los  miembros  espirantes 
Con  los  roñosos  filos  de  un  jifero; 
De  la  vida  en  los  senos  más  distantes 
Examina  sagaz  el  rojo  agüero, 

Y  en  membranas  de  injusta  pepitoria. 
Leyó  del  pueblo  la  fatal  historia. 

De  amarillez  el  hígado  teñido. 
Con  osciu'as  estrellas  se  pintaba ; 
El  pulmón ,  en  sus  fuelles  escondido, 
Las  teclas  del  aliento  sepultaba ; 
Del  diestro  lado  el  corazón  herido. 
En  cárdeno  licor  se  desangraba, 
Pero  el  siniestro,  ([ue  robusto  hervía. 
Con  amenazas  de  carmín  latía. 

«Nuevo  mal,  Jumentorl)o,  nuevo  estrago 
(Clama  despavorido  Asnalandrujo), 
Ya  cumple  la  tragedia  en  el  amago 
De  las  estrellas  el  contrario  influjo ; 
Ya  ¡jísan  libres  el  tridente  vago 
Selvas  nadantes  que  la  suerte  indujo. 
Por  quien  adverso  Júpiter  destina 
Del  orbe  poUinesco  la  ruina. 

))¡  Oh,  cuánta  sangi-c  á  las  burrales  venas 
Sacarán  las  lancetas  militares  1 


BURROMAQUIA. 

1  Oh ,  cuánto  han  de  infamarse  las  arenas 
Con  los  mondados  hu-csos  de  tus  pares  ! 
Ya,  Onopuli  infclice,  tus  almenas 
Desamparan  los  dioses  tutelares, 

Y  tus  muros,  que  al  cielo  se  atre\ieron. 
Serán  prisión  de  quien  defensa  fueron. 

))¿Qaé  furor  (¡oh  jumentos  belicosos!) 
Las  Consanguíneas  diestras  arrebata, 

Y  en  trances  torpemente  generosos 
Tanta  parienta  púrpura  desata? 
;  Por  (lué  aguijáis  los  liados  presurosos 
Con  vil  codicia  de  victoria  ingrata, 
Para  que  rompan  las  costillas  duras 
De  pata  igual ,  iguales  herraduras  .' 

»¿  Adonde  (¡oh  Jove!)  el  mísero  gemido 
Potliá  librarse  del  rigor  del  hado, 
Sí  aun  contra  nuestra  especie  conmovido, 
Su  catástrofe  tienes  decretado? 
¿Dónde  el  mortal,  de  penas  combatido, 
Contra  tus  iras  hallará  sagrado, 
Sí  no  le  basta  (¡oh  Jove  riguroso!) 
Aun  el  ser  asno  para  ser  dichoso  ? 

))Deja  la  tierra,  insigne  Jumentorbo; 
Huye  á  la  mar,  si  el  hado  lo  permito, 
Antes  que  de  la  Parca  el  filo  corvo 
En  tu  rebelde  estambre  se  ejercite : 
No  tu  valor,  con  delincuente  estorbo, 
Las  cóleras  de  Júpiter  irrite, 

Y  huyendo  de  las  plumas  del  destino, 
Nade  delfin  el  que  trotó  pollino. 

))— -¿Cómo  (responde)  al  pecho  redomado 
La  ignominiosa  fuga  le  aconsejas, 
Si  el  estruendo  del  orbe  desplomado 
No  moverá  mis  sólidas  orejas? 
Por  más  que  apriete  Júpiter  airado 
Con  nuevas  cinchas  mataduras  viejas, 
Constante  aguardo  su  furor  infesto; 
Que  no  es  buen  asno  el  que  escarmienta  presto 

))La  saña  de  las  furias  infernales 
Muerto  me  podrá  ver,  mas  no  vencido, 
Ni  en  mis  angustias  logrará  mortales, 
Aun  el  mísero  triunfo  del  gemido  ; 
Despreciando  los  bienes  y  los  males, 
A  la  infausta  palestra  me  convido, 

Y  exento  siempre  del  rigor  del  hado. 
Viviré  muerto,  pues  viví  matado. 

))Tú,  que  la  tez  del  golfo  sosegada 
Soplo  de  contrabando  la  introduces. 
Apagando  con  noche  anticipada 
),  Del  sol  purpúreo  las  infantes  1  ices; 

Tú,  que  á  la  alborea  llenas  estrellada 
Del  mar  con  los  distantes  arcaduces, 

Y  burlando  pragmáticas  celosas. 
Sacias  la  sed  de  las  enjutas  osas; 

«Desata  en  las  campañas  cristalinas 
Los  pellejos  del  griego  cauteloso, 

Y  la  enemiga  ilota  que  imaginas 
Sepulta  en  el  abismo  proceloso. 
Cuantos  á  las  empresas  peregrinas 
Elevaron  su  espíritu  medroso. 
Padezcan  con  gravamen  importuno 
Las  vastas  aguaderas  del  Neptuno.» 

Su  auxilio  el  mago  vacilante  ofrece, 

Y  el  tirano,  que  airado  se  dcs]u'de, 
Con  huella  (jue  distancias  desparece. 
El  peilrajoso  laberinto  mide  ; 
Su  obstinación  con  su  peligro  crece, 

Y  ya  en  la  junta  que  feroz  preside. 
Para  reglar  la  prevenida  guerra, 
Con  los  rebeldes  sátrapas  se  encierra. 

El  ardor  de  los  pechos  arrogantes 
Con  afectada  persuasión  concita. 
Viendo  la  prontitud  de  sus  talantes 
Con  zainas  letras  en  su  gesto  escrita; 
Los  peligi'os  pondera  más  di.stantcs, 
Con  torpes  miedos  su  coraje  irrita, 

Y  hostigando  los  ánimos  atroces. 
Más  que  palabras,  pronunciaba  coces. 

Impacientes  las  bestias  generosas 
Sus  elocuentes  pullas  escuchaban, 

Y  alternando  las  patas  buUieioBas, 
La  inquietud  de  sus  pechos  explicaban ; 


13 


M 


DON  GABRIEL  ALVAREZ  DE  TOLEDO, 


Hinchadas  las  narices  silenciosas, 
Balbucientes  roznidos  murmuraban. 
Perdónenme  la  frase  de  susun-os ; 
Que  no  es  la  miel  para  los  labios  burros. 

Si  tnieno  fué  la  persuasión  airada, 
Rayo  fué  la  respuesta  embravecida , 

Y  al  estrago  la  fiu-ia  conjurada, 
Quedo,  por  más  discorde,  más  unida ; 
Chterra  suena  la  playa  batanada, 
G-uerfa  pronuncia  la  montaña  herida, 

Y  hasta  en  la  voz  que  por  los  aires  yerra, 
Es  el  rebuzno  del  rebuzno  Guerra. 

Ya  la  indómita  plebe  frumentaria 
Pai-a  el  certamen  bélico  se  alista, 

Y  despreciando  la  invasión  contraria, 
Burla  soberbia  su  burral  conquista; 
No  el  infiel  giro  de  la  rueda  varia 

A  su  rebelde  cspiritu  contrista, 
Pues  sus  violentos  tornos  asegura 
Con  el  clavo  menor  de  su  herradura. 

La  fama  de  regiones  peregrinas 
Trajo  al  socorro  varios  caballeros, 
Que  de  Marte  en  las  duras  oficinas 
Ilustran  sus  burrátiles  aceros  ; 
Esparcen  sus  proezas  paladinas 
De  su  clarin  los  labios  vocingleros, 
Dando  noble  palestra  á  sus  hazañas, 
De  la  segunda  Cércs  las  campañas. 

Uno  entre  todos  á  la  empresa  vino. 
De  zainos  hechos  y  de  zurdo  trato. 
Que  conduciendo  el  escuadrón  pollino, 
Pisa  solíerbio  el  arenal  ingrato  ; 
Es  el  nombre  del  héroe  peregrino 
Diracocinto,  mulo  maragato, 
Que  diptongo  de  ambiguo  nacimiento. 
Ni  bien  caballo  fué,  ni  mal  jumento. 

La  basta  espalda,  con  pespuntes  de  oro, 
La  triangular  albarda  le  cubria, 
Cuya  figura  con  marcial  decoro 
Su  maragata  especie  distinguía ; 
Los  conductos  del  órgano  canoro 
Violenta  cuchillada  le  partía, 
Por  quien  pronuncian  relinchadas  voces, 
Justo  suplicio  de  traidoras  coces. 


Ya  los  corvos  relámpagos  de  acero 
Son  del  campo  cometas  Ijrilladores , 
Donde  guardando  á  la  razón  sus  fueros, 
Usa  el  furor  geométiúcos  primores ; 
Ya  por  ardid  de  su  coraje  fiero. 
Es  el  arte  auxiliar  de  sus  rencores, 

Y  oprimiendo  el  volcan  nevado  engaño, 
Modera  el  odio  por  lograr  el  daño. 

Archiburro,  que  en  rasgos  pachecales 
Toda  la  esfera  del  valor  limita. 
En  líneas  que  describe  horizontales, 
Al  enemigo  centro  solicita ; 
Jumentoi'bo,  con  iras  infernales. 
Preparando  sin  arco  lasagita. 
Cauto,  le  opone  de  su  oblicua  espada 
La  virtud,  por  unida,  mejorada. 

Era  zurdo  el  tremendo  Jumeutorbo, 

Y  así  el  ángulo  recto  aborrecía, 

Y  con  insidias  de  su  acero  corvo 
Las  enemigas  puntas  rebatía ; 
Los  tercios  gana  del  fatal  estorbo, 

Y  á  conclusión  violenta  procedía; 
Pero  le  deja  su  designio  vano 
Falta  de  dedos  su  robusta  mano. 

Ardiendo  el  pardo  en  ira  generosa, 
Al  zurdidícstro  impávido  acomete , 

Y  en  diagonal  injuria  fervorosa 
Burla  defensas  de  bruñido  almete  ; 

El  diestro  airón  de  la  cimera  umbrosa 
Borda  cortado  el  florido  tapete, 

Y  duplicando  causas  á  sus  quejas, 
Quedó  zurdo  también  de  las  orejas. 

No  así  de  Hircania  el  céfiro  manchado 
Aumenta  en  rabias  el  matiz  nativo, 


Cuando,  de  sus  cachorros  despojado, 

Al  cazador  persigue  fugitivo; 

No  don  Sancho  de  Azpeitia  el  afamado 

Cantabrizó  coraje  más  activo, 

Cuando  dobló  su  sólido  cogote 

La  tajante  segur  de  don  Quijote  ; 

Como  el  turno  cuadrúpedo,  inflamado 
En  las  voraces  llamas  de  Megera, 
De  sí  se  olvida  por  dejar  vengado 
El  honor  de  su  viva  cabellera ; 

Y  el  asnaquíno  método  olvidado. 
Fulminando  la  bélica  espetera. 
Abrió  en  el  pecho  al  émulo  valiente 
De  coral  jumentoso  noble  fuente. 

El  pardo,  que  en  su  púrpura  vertida 
Más  espíritus  cobra  que  derrama 
Por  la  pequeña  puerta  de  la  herida. 
De  sus  rencores  avivó  la  llama, 

Y  en  nunca  reparada  zambullida 
Prolongando  su  fúlgida  carama, 
Porque  pague  á  la  Parca  negi'os  censos, 
Le  descerraja  el  cofre  de  los  piensos. 

Pródiga  baña  la  palestra  dura 
De  la  alma  roja  trágica  corriente, 

Y  la  vida,  que  al  trán.síto  apresura, 
Sólo  de  su  coraje  está  pendiente ; 
Vacilando  la  válida  estatura. 

Aun  en  los  cuatro  píes  está  cadente, 

Y  en  inútil  arrimo  transformada, 
Báculo  apenas  es  la  que  fué  espada. 

Sólo  á  vengarse,  no  á  vivir,  aspira 
El  ncgi'o  burro,  de  consejo  falto, 

Y  aun  el  desmayo,  introducido  en  ira, 
Al  héroe  íntima  el  postrimer  asalto ; 
Todo  el  nativo  guardarnes  conspira ; 
El  que  tropiezo  fué,  se  admira  salto, 

Y  sobre  el  pardo,  en  ímpetus  atroces, 
Llueve  mordiscos  y  graniza  coces. 

Archiburro,  en  compás  siempre  medido, 
Los  villanos  insultos  e\átaba, 

Y  con  aguja  de  puñal  buido 

La  albarda  natural  le  pespuntaba. 
Hasta  que  al  fin  postrado  y  no  tLndido, 
Víctima  noble  de  su  furia  brava. 
Cayó  con  formidable  batacazo 
El  ya  cadáver  del  tremendo  asnazo. 

Gime  con  ecos  flébiles  la  tierra. 
Oprimida  del  bárbaro  coloso, 

Y  el  alma  bruta,  que  sus  miembros  yerra, 
Mal  desampara  el  pecho  generoso  ; 

Mas  ya  en  rebuzno  qiie  el  abismo  atierra, 
Huéspeda  de  su  centro  tenebroso. 
Del  Orco,  que  en  su  seno  aun  no  la  abraza, 
A  las  tartáreas  sombras  amenaza. 

Cortadas,  pues,  en  el  certamen  crudo 
La  cabeza  mayor  del  pueblo  insaiio. 
Ya  de  la  lanza  en  el  extremo  agudo 
Ilustra  fija  la  enemiga  mano ; 
De  añoso  roble  viste  al  tronco  rudo 
De  la  cribada  piel  despojo  vano, 

Y  circundado  con  adorno  feo, 
Parece  apodo  lo  que  fué  trofeo. 

La  frumentaria  hueste  disipada 
Desampara  sus  ínclitas  banderas, 

Y  por  bosques  y  grutas  sepultada. 
La  viste  su  temor  plumas  ligeras ; 
No  retarda  su  fuga  disparada 

El  imán  gavillado  de  las  eras, 

Y  el  dolor  en  el  miedo  contenido. 

No  se  atrevió  el  rebuzno  á  ser  gemido. 

La  muralla  de  Onópoli  famosa. 
Del  temblor  temeroso  desplomada. 
Le  dio  brecha  espontánea  y  espaciosa, 
Del  pardo  á  la  malicia  concertada ; 
Ya  la  burral  insignia  victoriosa. 
Por  intrépida  diestra  enarbolada, 
Es,  soln-e  sus  almenas  tremolando, 
Sérico  juego  del  favonio  blando. 

Vive  ¡  oh  feliz  I  por  quien  la  parda  gente, 
Símbolo  ya  de  esclavitud  obtusa, 
En  padrones  de  mármol  elocuente 
Su  gloria  por  el  orbe  ve  difusa; 


A  MI 


Vive,  ¡  oh  !  vive,  y  la  fama  reverente, 
De  tus  hazañas  vocinglera  musa, 
Cuando  tu  nombre  á  los  futuros  rompa, 
De  tu  rebuzno  formará  su  trompa. 


A  MI  PENSAMIENTO. 

Errante  pensamiento, 
Que  con  ligeras  alas. 
Huésped  del  orbe  todo, 
Sólo  eres  peregrino  de  tu  patria, 

Suspende  un  poco  el  vuelo, 

Y  alguna  vez,  de  tantas, 
Escúchate  á  tí  proprio, 

Si  cabe  tu  delirio  en  tus  palabras. 

¿Qué  implicación  es  ésta, 
Que  con  fatigas  vanas, 
Es  la  inquietad  tu  centro, 

Y  en  tu  misma  inquietud  aun  no  descansa 
¿  Buscas  el  bien  '  No  hay  duda ; 

Pues  tu  violencia  blanda 

Es  el  imán  que  inclina 

El  voluntario  fiel  de  tu  balanza. 

¿  Sabes  el  bien  que  buscas  ? 
No.  Pues  ya  no  me  espanta 
Que  encuentres  al  engaño 
Cuando  llevas  por  norte  la  ignorancia. 

¿  Qué  noticias ,  qué  señas 
Llevas  á  empresa  tanta. 
Si  para  conseguirla 
Sólo  el  mérito  tienes  de  ignorarla? 

No  á  los  sentidos  oigas ; 
Que  es  pretensión  errada 
Que  conozca  el  sentido 
Lo  que  al  entendimiento  se  recata. 

Sus  vanos  coloridos, 
Con  perspectivas  falsas. 
Hechizos  de  los  ojos, 

Y  llanto  son  de  la  razón  burlada. 
A  la  sed  del  deseo 

Sirven  copas  doradas. 

Que  en  mentidas  lisonjas. 

Brindan  dxilzuras,  y  venenos  guai'dan. 

Sueño  de  los  despiertos 
Son  sus  necios  fantasmas. 
Cuya  falaz  ventura 
En  el  punto  se  pierde  que  se  alcanza. 

Aun  la  verdad  que  dicen, 
Mentira  es  disft-azada, 
Pues  viene  á  desmentirla 
El  instante  que  dura  el  pronunciarla. 

La  esfera  del  sentido, 
Cuando  empieza,  se  acaba ; 
jCómo  será  en  los  bienes. 
Si  aun  es  para  los  males  limitada  ? 

Basten  yr  tantas  horas 
Neciamente  gastadas, 
Solicitando  riesgos, 
Que  primero  que  adulan,  desengañan, 

I  Dime  si  algún  instante. 
Tu  gloria  imaginada. 
En  la  paz  que  fingias. 
No  te  acordó  la  guerra  que  negabas ! 

Los  cristales  fingidos 
De  tus  fuentes  soñadas 
A  tu  sediento  labio 
Sirvieron  fuego,  si  brindaron  agua. 

Como  á  la  luz  serena 
Que  esparce  la  mañana, 
Al  relámpago  sigues, 
Que  ostenta,  más  que  luces,  amenazas. 

Al  conseguir  la  dicha 
Que  anhelaban  tus  ansias, 
El  logro  del  deseo 
Fué  suplicio  infeliz  de  la  esperanza. 

Licauto  paj arillo 
Busca  la  verde  rama, 

Y  es  prisión  de  sus  plumas 

Lo  que  creyó  descanso  de  sus  plantas. 

Rapaz  inadvertido 
Oprime  aguda  espada, 


PENSAMIENTO. 

!  Y  halla  mortal  herida 

Donde  luz  halagüeña  imaginaba, 

I  ¡  Sustos  al  conseguirla ! 

I  Fatigas  al  busc.ai-la ! 
No  es  gloria  la  que  aflige. 
No  menos  conseguida  que  esperada. 

Malogrados  his  dias, 
La  razón  mgañada, 
La  libertad  violenta, 

Y  todo  sin  el  todo  que  buscaba. 
La  continua  tarea 

Con  que  tus  hierros  labras. 

Lástimas  de  infclice 

Malogras  con  las  culpas  de  obstinada. 

Estudia  mejor  libro ; 
Que  es  costosa  enseñanza 
Aguardar  que  te  enseñe 
La  necia  discrtcion  de  la  desgracia. 

Conócete  á  ti  mismo, 

Y  con  prudencia  cauta. 
Desde  el  mal  que  te  sobra 
Pasarás  á  la  dicha  que  te  falta. 

Pero  si  á  tí  te  ignoras. 
Es  locura  obstinada 
Anhelar  una  dicha 
Que  no  sabes  si  en  tí  será  desgi-acia. 

Esa  fuerza  invencible 
Con  que  al  bien  te  abalanzas, 
Antes  de  conocerla. 
Será  tu  precipicio  ejercitarla. 

Cuanclo  el  bien  cierto  sigues 
En  apariencias  falsas. 
El  vuelo  en  que  le  buscas 
Es  el  conato  con  que  del  te  apartas. 

I  Quién  eres  y  á  (juién  buscas  ? 
¡  Oh  Provitlcncia  sabia. 
Que  ilustrará,  sabida, 
La  verdad  que  me  alumbra  aun  ignorada ! 

¿Qué  oculto  bien  es  éste. 
Que  en  criaturas  tantas. 
En  ninguna  responde, 

Y  para  que  le  busque,  en  todas  ILama? 
Si  en  la  tierra  le  l)uscas. 

Su  fii-meza  retrata  ; 

Pero  no  vive  exenta 

De  la  inviolable  ley  de  la  mudanza. 

Si  en  el  mar,  por  inmenso. 
Tus  atenciones  paras, 
Para  llorar  tu  engaño. 
Te  dará  los  raudales  de  sus  aguas. 

El  viento  te  murmura 
Con  la  voz  de  sus  aiu-as , 
Que  busques  el  sosiego 
En  la  esfera  fugaz  de  la  inconstancia. 

Si  el  fuego  solicitas. 
Cual  mariposa  incauta. 
Por  gloria  de  sus  luces, 
Encuentras  el  tormento  de  sus  llamas. 

Todos  el  bien  procuran, 

Y  es  consecuencia  clara 
El  que  en  sí  no  le  tienen, 
Pues  nadie  solicita  lo  que  alcanza. 

¿Qué  dicha  es  ésta,  cielos. 
De  condición  tan  rara, 
Que  ni  puedo  adquiriría. 
Ni  cabe  en  mi  poder  el  no  buscarla? 

Si  eres  bien,  ¿cómo  afliges? 
Si  eres  mal,  ¿cómo  arr.astras? 
¡  Oh  misterio,  que  mudo. 
Explicas  más  allá  de  lo  que  callas  i 

¿  De  qué  le  sirve  al  ave 
Batir  la  pluma  osada. 
Si  la  iJihuela  (1)  burla 
El  conato  ligero  de  sus  alas? 

Ni  despreciarla  puedes, 
Ni  á  conseguirla  bastas ; 
¿Cómo  .será  esta  dicha, 
Que  ni  puedo  saberla,  ni  ignorarla? 


(1)  Tri-mino  de  cetrería,  que  significa  la  correa  con  que  se  su- 
jetan los  pies  (le  las  aves. 


]G 


ÜON  GABRIEL  ALVAREZ  DE  TOLEDO. 


Mas  ¿qué  clamor  es  ésto, 
Que  en  lo  interior  del  alma 
Siempre  escucho  sus  voces, 
Aunque  nunca  percibo  sus  paLibra.s? 

Con  silencioso  acento 
Siempre  tenaz  contrasta 
La  ení^añosa  dulzura 
De  la  sirena  infiel  que  me  ai-rcbata. 

Escuchémosle  un  rato, 
Por  ver  si  nos  declara 
La  duda  desta  dicha. 
Que  es  imposible,  siendo  necesaria. 

Digamos  cómo  acusa 
Tu  ilusión  obstinada, 
Y  cómo  á  sus  verdades 
Aun  las  mentiras  ])rcstan  eficacia 

Dios  es  el  bien  C|ue  buscas, 
¡Y  tu  ciega  ifiíumincia 
Aquel  inmenso  todo 
Busca  en  las  criaturas,  en  la  nada! 

Búscale,  jnies  te  busca; 
Óyele,  pues  te  llama; 
Que  dcscansai'  no  puedes. 
Si  en  su  divino  centro  no  descansas. 


PAEAFBASIS  DEL  SAUTO   T.O, 
Miscrpre  mei. 

Al  trono  de  tus  clemencias 
Suban,  Señor,  mis  congojas; 
Que  el  permitir  que  las  diga, 
Es  prenda  de  que  las  oigas. 

Según  la  esfera  infinita 
De  tu  piedad,  me  perdona; 
Que  á  tan  enormes  delitos 
Slenor  piedad  fuera  corta. 

Número  mis  culpas  tienen, 
Mas  no  tus  misericordias ; 
Disipa,  Señor,  las  unas, 
Magnificando  las  otras. 

Lávame  m  ás ;  que  aunque  al  pecho 
Con  tus  promesas  confortas, 
En  errores  tan  impuros 
Aun  es  mancha  la  memoria. 

Lávame  más,  y  tu  gracia 
r.orre  con  diestra  piadosa. 
Con  la  tinta  de  sus  luces, 
El  carácter  de  mis  sombras. 

Porque  conozco  mi  yerro. 
Te  pido  le  desconozcas ; 
Siendo  raudal  que  le  limpie 
Las  lágrimas  que  le  lloran. 

Siempre  ante  mí  está  mi  culpa, 
Cuya  imagen  horrorosa, 
Aunque  en  el  llanto  me  ciega, 
Nunca  su  vista  me  estorba. 

Duro  fiscal  de  sí  misma, 
Verdugo  atroz  de  sí  projn-ia. 
Castigo  eterno  amenaza 
Por  duración  transitoria. 

Misericordia,  Dios,  misericordia. 

Sólo  contv.a  tí  pecjué  ; 
Pero  si  tu  vista  sola 
Mira  y  condena  mi  culpa, 
¿Que  otros  la  ignoren,  qué  importa? 

¿Qué  importa  que  las  tinieblas 
Mis  torpes  yerros  escondan, 
Si  á  obsequio  de  tu  justicia 
Luces  las  tinieblas  brotan  / 

Confieso  y  lloro  mi  cnlita, 
Y  el  (jue  la  confiesa  y  llora, 
Pide  que  con  él  destruyas 
El  monstruo  que  sin  ti  forma. 

Tú,  Señor,  has  ¡u-ometido 
Que  el  que  contrito  te  invoca, 
Logre  en  la  voz  que  le  acusa 
El  eco  que  la  perdona. 

Cuando  el  juicio  de  los  impíos 
A  examinarte  se  oponga, 
La  verdad  de  tus  palabras 
Confunda,  Señor,  sus  obras. 

Misericordia ,  Dios,  miscricordio. 


En  culpa  fui  concebido, 
Y  su  original  ponzoña, 
Aun  siendo  mi  vida  ajena. 
Hizo  ya  la  culpa  pi'opria. 

I  Qué  mucho,  si  á  las  raíces 
JI(jrtal  veneno  inficiona. 
Que  de  las  funestas  ramas 
Delincuentes  frutos  rompan? 

No  es  disculpa  á  mi  malicia 
Que  mi  miseria  i)roponga. 
Sino  añadir  á  tus  luces 
I\Iás  triunfo  con  mayor  sombra. 

Dios,  de  la  verdad  amante. 
Ya  el  corazón  y  la  boca. 
Cuanto  á  mi  mentira  arguyen, 
Tanto  á  tu  verdad  pregonan. 

Tú,  que  las  ocultas  sendas 
Que  el  juicio  mortal  ignora, 
A  mi  yiecho  revelaste 
J>as  tinieblas  lumiiuisas; 

Y  yo,  en  más  luces  más  ciego. 
Supe  hacer  m;'is  criminosas 
(^on  los  beneficios  tuyos 
Las  ingratitudes  proprias. 

Misericordia ,  Dios,  miseiñcordiri. 

Aquel  celeste  rocío 
Que  al  humilde  hisojío  informa. 
Las  deformes  manchas  quite 
De  mi  conciencia  leprosa. 

En  la  fuente  de  tu  gracia 
Lavando  la  impura  estola, 
En  candores  inocentes 
Ambos  á  la  nieve  opongn,. 

Cuando  el  interior  oído 
Tus  alegres  voces  oiga. 
Reflorezca  de  mis  huesos 
La  casi  marchita  pompa. 

No  el  rostro  de  tu  justicia 
Sobre  mis  delitos  ¡-¡ongas  ; 
Tu  piedad ,  Señor,  los  mire , 
Que  con  su  vista  los  borra. 

Nuevo  corazón  te  pido; 
Que  el  que  mi  pecho  aprisiona, 
Cuanto  en  latidos  alienta. 
Tanto  en  recuerdos  sofoca. 

Un  recto  espíritu  infunde 
En  mis  entrañas  ansiosas. 
Que  al  impulso  de  tus  leyes 
Sus  movimientos  componga. 

Misericordia ,  Dios,  misericordia. 

No  me  arrojes  de  tu  vista, 

Y  la  tutela  )ii  adosa 
De  tu  espíritu  sagrado 
Nunca  deje  mi  custodia. 

De  tu  salud  suspirada 
Vuelvan,  Señor,  las  memorias. 
Que  en  esperanzas  felices 
Dulces  posesiones  logran. 

Fortalezca  mis  desmayos 
Tu  inspiración  poderosa. 
Que  cuanto  frágil  derriba, 
Tanto  benigno  conforta. 

Yo  enseñaré  á  los  inicuos 
Con  el  perdón  que  me  otorgas, 

Y  mi  tiniebla  ilustrada 
Será  de  su  error  antorcha. 

Por  más  que  obstinado  el  imjilo 
Tu  sacra  luz  desconozca, 
De  tu  piedad  el  reflejo 
Amenazará  sus  somliras. 

Misericordia ,  Dios,  misericordia. 

Dame  valor  con  que  rinda 
La  hostilidad  sediciosa 
En  que  á  mi  fuerte  flaqueza 
Sufro,  siempre  vencedora. 

Si  para  vencer  mi  sangre 
Mi  espíritu  corroboras , 
Yo  formaré  de  mis  triunfos 
Los  himnos  de  tus  victorias. 

Desata,  Señor,  mis  labios, 
Para  que  con  voz  canora 
Al  futuro  siglo  anuncie. 


Con  mis  miserias,  tus  glorias. 

Si  para  aplacar  tus  iras 
Bastasen  víctimas  solas. 
Siempre  de  su  tibia  sangre 
Tuviera  tus  aras  rojas. 

No  aceptas,  no,  el  sacrificio 
Que  impuro  fuego  devoi'a. 
Ni  de  las  manchadas  manos 
Recibes  las  limpias  hostias. 

Del  espíritu  afligido 
Las  no  explicadas  congojas, 
Siempre  á  sacrificios  mudos 
Encuentran  piedad  no  sorda. 

Del  corazón  humillado 
La  contrición  dolorosa 
Tanto  en  tu  aprecio  la  eleva , 
Cuanto  en  su  polvo  le  postra. 
Misericordia ,  Dios,  miseric( 

Vuelve  los  ojos  benignos 
A  la  Sion  que  te  implora , 
Porque  á  su  cautivo  cuello 
El  tenaz  vínculo  rompas. 

Tu  Salem  amada  entonces. 
Que  su  antigua  paz  recobra , 
De  los  renovados  muros 
Ceñirá  ti'iunfal  corona. 

Entonces  los  sacrificios 
Que  la  justicia  disponga. 
Antes  que  en  tu  altar  pavesas. 
Serán  en  tu  solio  antorchas. 

Entonces  los  holocaustos 
Darán  en  gratas  aromas 
Humos  que  la  llama  oculten. 
Sin  que  los  votos  escondan. 

Entonces  de  puras  rescs 
Las  bien  elegidas  copias 
A  los  religiosos  filos 
Darán  las  cervices  prontas. 

Misericordia ,  Dios,  misericordia. 


EOMANCE. 
A  Cristo  crucificado. 

De  cuatro  aceradas  puntas 
Con  cruda  violencia  roto. 
Vierte  el  divino  cadáver 
Cuatro  sangrientos  arroyos. 

Bárbara  impiedad  le  ciñe 
De  espinas  diadema  tosco. 
En  que  le  añade  al  tormento 
Nuevas  puntas  el  oprobrio. 

En  la  esfera  de  su  ñ-ente 
La  infame  nube  de  abrojos 
Palideces  de  sii  bulto 
Inunda  en  licores  rojos. 

¡  Oh  coronas  !  ¡  Oh  laureles ! 
Venid  á  aprender  el  modo 
De  halagar  como  apreciables. 
Hiriendo  como  injuriosos. 

¿  Es  éste ,  es  éste  el  scniblantí 
En  quien  los  ángeles  todos,  • 
Con  temblor  reverentes. 
Fijan  los  sedientos  ojos? 

¿Este,  á  cuyos  sacros  rayos 
El  serafín  respetoso 
En  las  abrasadas  plumas 
Oculta  trémulo  el  rostro  ? 

¿Cómo,  gran  Sol  de  justicia, 
Sutiles  que  en  vuelo  afrentoso 
Los  vapores  de  la  culpa 
Suban  á  empañar  tu  solio? 

Pero  quieres  que  deshechos 
Esos  infieles  estorbos, 
Subiendo  á  tu  luz  injuria. 
Bajen  piedad  á  mi  polvo; 

Que  mal  el  velo  purpúreo 
Cela  su  oculto  tesoro ; 
Pues  si  le  emboza  en  afrentas. 
Le  descubren  los  embozos. 

¿  Cómo,  á  pesar  del  tormento, 
Se  ostenta  el  sagrado  rostro 


Más  divino  en  lo  paciente 

Que  antes  se  mostró  en  lo  hermoso  ? 

Vuelto  hacia  la  tierra  espera; 
Que  al  hombre,  á  sus  voces  sordo, 
Como  enamorado  busca, 
Y  busca  como  piadoso. 

La  sangre  que  sobra  al  pecho 
Ofrece  inclinado  el  rostro; 
Que  al  amor  sobran  piedades , 
Bi  falta  crueldad  al  odio. 

Desnudo  el  sagrado  cuerpo, 
Buñ-e  que  el  rencor  rabioso 
Con  dura  irrisión  le  labre 
Nuevas  cruces  de  sus  ojos. 

Ya  de  la  ofrecida  tierra 
El  racimo  misterioso. 
Exploradores  robados, 
Muestran  de  la  cruz  los  hombros. 

La  candida  vestidura, 
Teñida  en  el  sacro  mosto. 
Be  queja  de  que  ha  pisado 
El  dni'o  lagar  él  solo. 

Yo  veo  que  mis  errores , 
Cuando  á  decirlos  me  postro, 
A  la  voz  de  confesarlos, 
Eco  responde  piadoso. 


, 


SALVE,  REGIKA. 

Salve,  Emperatriz  sagi-ada, 
Que  en  esa  región  empírea. 
Triunfante  ocupas  la  diestra 
Del  Eey  eterno  á  la  silla ; 

Tú,  á  quien  la  celeste  curia 
Venera,  aplaude  y  publica 
Del  Hijo,  Espíritu  y  Padre 
Por  Esposa,  Madre  é  Hija; 

Cuyas  vencedoras  sienes. 
De  luz  inmortal  ceñidas. 
Coronando  las  estrellas. 
Se  coronan  de  sí  mismas; 

En  cuya  veste  las  gracias, 
Ya  infusas  y  ya  adquiridas, 
De  la  caridad  el  oro 
Con  vario  lustre  matizan. 
Salve,  Eepina. 

Madre  de  misericordia, 
Alba,  en  cuya  luz  benigna 
Baña  en  piedades  sus  rayos 
El  claro  Sol  de  justicia. 

Paloma,  que  desplegaste 
Aquella  triuiifante  oliva 
Cuyas  pacíficas  ramas 
El  óleo  eterno  destilan. 

Tú ,  en  cuyos  sacros  oídos 
Responden  siempre  propicia 
Los  ecos  de  la  clemencia 
A  la  voz  de  la  fatiga. 

Nube ,  á  quien  en  sacros  visos 
El  tris  dulce  rubrica , 
Que  entre  Dios  y  entre  los  hombres 
El  piadoso  pacto  firma. 

Tus  castos  brazos  ofrece 
Aquella  inmensa  primicia 
Que  dio  de  infinita  deuda 
Satisfacción  infinita. 
Salve,  liegiiia. 

Vida  en  cuyo  sacro  aliento, 
Cuando  piadosa  le  inspiras. 
El  gran  cadáver  del  orbe 
A  nuevo  ser  resucita. 

Sol,  que  á  los  helados  pechos, 
A  quien  blando  fuego  aplicas , 
En  las  sombras  de  la  muerte 
Enciendes  luz  de  la  vida. 

Judit,  que  á  la  patria  opresa 
Redimes  con  diestra  invicta , 
Siendo  á  tu  planta  desprecio 
Los  triunfos  de  tu  cuchilla, 

Ester,  que  al  cautivo  pueblo 
Con  tu  dulce  ruego  libras 
XéB,  macilenta  garganta 

I  Ps,-xviu, 


íiOMANCES. 

De  la  ya  segur  blandida. 

Arca,  que  guardas  segura 
Tu  religiosa  familia , 
En  el  seno  de  las  gi-acias. 
Del  diluvio  de  las  iras. 
Salve,  Regina. 

Dulce  Reina,  dulce  Madre, 
Que  con  tu  apacible  vista 
Nuestros  amargos  sollozos 
Conviertes  en  dulces  risas. 

Tú ,  tlel  mortífero  pomo 
A  las  violencias  nocivas. 
Por  antídoto  y  sustento. 
Gratos  néctares  fabricas. 

Por  tí  del  león  sagrado 
Las  irritadas  mejillas. 
Cuantas  rugieron  venganzas, 
Tantos  néctares  ministran. 

Tú  en  los  castos  paladares. 
Que  endulzas  y  purificas, 
Todos  los  sabores  unes 

Y  todos  los  giistos  cifras. 

Salve,  Regina. 

Segura  esperanza  nuestra, 
En  cuyo  cimiento  estriba 
Los  edificios  que  labra 
El  horror  de  las  ruinas. 

Por  tí  la  mísera  nave, 
Que  gi-ave  huracán  agita. 
Burla  los  ceños  del  golfo 
En  la  qtdetud  de  la  orilla. 

Por  tí,  cuando  el  Ponto  brama. 
Por  tí,  cuando  el  viento  silba, 
Plácidas  ondas  navega 

Y  auras  recibe  tranquilas. 
Eva,  que  en  venganzas  justas 

De  la  Eva  primera,  pisas. 
Con  la  huella  de  la  gracia, 
La  cerviz  de  la  malicia. 
Salve,  Regina. 

Sus  desamparados  hijos, 
Del  destierro  en  que  caminan, 
A  la  patria  que  en  tí  esperan , 
Tiernos  clamores  envían. 

Gimen,  y  el  gemido  ardiente. 
Cuando  á  tus  aras  le  aplican , 
Hacer  holocausto  intenta 
Del  pecho  la  ofrenda  indigna. 

Lloran,  y  el  amargo  llanto, 
En  sus  venas  sucesivas, 
Con  el  baño  doloroso. 
La  pobre  oblación  expía. 

A  tí  las  pesadas  frentes, 
Del  triste  jTigo  oprimidas, 
Voces  de  llanto  consagran 

Y  ecos  de  sudor  dedican. 

A  tí  claman,  en  ti  esperan, 
Que  sus  cervices  cautivas 
De  las  cadenas  tiranas 
Al  duro  peso  redimas. 

Labradores  de  un  terreno 
Cuyas  broncas  rebeldías, 
A  su  inf elice  cultura , 
Lágrimas  da  por  espigas; 

Donde  en  ingratas  respuestas 
De  sus  tareas  perdidas. 
Cuanto  es  sudor  en  las  frentes, 
Es  en  los  surcos  espinas. 

De  Babilonia  en  los  valles, 
En  que  cautivos  habitan. 
De  Sion  dulces  recuerdos 
Halagan  cuando  lastiman. 

I  Oh,  cuándo,  Salem  triunfante, 
En  tus  murallas  impíreas, 
Al  cincel  de  amor  labradas. 
Piedras  serviremos  vivas  I 

Mira,  Emperatriz  suprema. 
Cómo  su  cansada  vista 
En  tí,  como  puerta  suya, 
Con  devoto  afecto  fijan. 

A  las  oscuras  conicntes, 
Que  el  terreno  esterilizan, 


I? 


Los  raudales  de  sus  ojos 
Añaden  líquidas  iras. 

De  los  infelices  sauces 
Pendientes  las  dulces  liras, 
Al  aire  d.>  los  gemidos 
Hacen  el  llanto  armonía. 
Salve,  Regina. 

Ea,  pues,  dulce  Abogada, 
Desde  el  solio  en  que  dominas, 
A  la  cárc  1  en  que  yacen, 
Tus  blandos  ojos  inclina. 

Vuelve  tus  ojos  benignos, 
Cuyas  luces  compasivas. 
De  sus  duros  calabozos 
Las  tristes  nieblas  disipan. 

Por  tí  nuestra  errante  huella. 
Dulcemente  corregida , 
Después  del  destierro  largo, 
La  (terna  patria  repita. 

Muéstranos  el  dulce  fruto 
Que  en  tus  brazos  recopila 
La  fecundidad  gozada 
De  la  tien-a  prometida. 

Aquel  racimo  precioso. 
Cuya  púrpura  exprimida 
A  los  abrasados  pechos 
Castas  embriagueces  brinda. 

I  Oh  tú  clemente,  oh  piadosa, 
Oh  tú  dulce !  Pues  se  cifran 
Piedad,  dulzura  y  clemencia 
Sólo  en  decir  :  ¡  Oh  María! 

Desplega,  oh  Virgen,  los  labios, 
Con  cuya  purjjúrea  cinta 
La  diestra  de  las  venganzas 
Con  blando  vínculo  ligas. 

A  los  sempiternos  solios 
Suba  tu  oración  benigna. 
Confundiendo  las  distancias 
De  escuchada  y  conseguida. 

Haz  que  tu  afligida  ph  be. 
Viendo  de  Jesús  cumplidas 
Las  inefables  promesas. 
Por  tí  y  en  él  siempre  vivan. 
Salve,  Regina. 


A  la  sombra  de  Dido,  huyendo  de  Enóas. 

Con  atropellada  fuga, 
De  Dido  la  sombra  vaga 
Burla  del  piadoso  Eneas 
Los  suspiros  y  las  plantas. 

El  verde  Elíseo  fatiga, 

Y  de  su  huella  la  estampa 
Con  intempestivas  flores 
Su  hermoso  rumbo  declara; 

Que  mal  el  bosque  la  cela , 
Si ,  á  despecho  de  sus  ramas. 
Cuanto  su  pena  oscurece, 
Tanto  su  bs  lleza  aclara. 

Ya  del  anhelant;í  joven 
En  los  brazos  implicada, 
En  humo  vano  resuelve 
Su  hermosura  y  su  esperanza. 

Del  aire  en  que  se  convierte 
Con  fulminantes  palabras, 
C!uanto  halagaba  la  vista, 
Tanto  el  oído  amenaza; 

¿Adonde,  pérfido,  adonde, 
El  infiel  curso  arrebatas, 

Y  á  quien  engañando  huyes. 
De  nuevo  fingiendo  engañas? 

I  Qué  bien  doradas  disculpas 
Fementido  el  labio  traza, 
Para  que  segunda  ofensa 
Burle  segunda  venganza  I 

Morir  podré,  aunque  estoy  muerta; 
Pruebe  tu  traición  la  saña; 
Que  á  filos  de  ingratitudes, 
Serán  mortales  las  almas. 

Preceptos  de  Jove  finges; 
Que  el  que  un  inocente  agravia, 


18 

Tiembla  si  no  hace  A  los  dioses 

Cómplices  (tTi  sus  infamias. 

No  acreditan  tus  disculi)as 
De  su  rayo  las  tardanzas; 
Que  no  delitos  tan  viles 
Merecen  tan  nobles  armas. 

En  tu  vida  está  tu  pena; 
Que  en  sus  providencias  altas, 
Obstinación  permitida 
Es  cul)m  más  castigada. 

De  Vónus  hijo,  blasonas 
Su  desmentida  prosapia, 
Como  si  causa  di  odio 
Fuese  del  amor  la  causa. 

Puro  aborto  de  los  riscos, 
A  quien  la  razón  fué  dada, 
Porque  hallase  en  tus  cautelas 
Peligros  mi  confianza. 

Cándido  primer  sustento 
Tigres  te  dieron  hircanas, 
A  quien  tu  labio  engañoso 
Cambió  venenos  á  rabias. 

Helados  peñascos  fueron 
Cuna  de  tu  aleve  infancia, 
De  quien  robaste  dureza, 
Y  dismcntisti.'  constancia=:. 

Vete,  ingrato,  vete,  en  busca 
De  tu  prometida  Italia, 
Cuyo  solio,  e'n  mi  ruina 
Caduco  cimiento  labra. 

Deja,  perjuro,  el  abismo; 
Que  en  su  quietud  desdichada 
Se  malogran  fingimientos, 
Pues  no  caben  esperanzas. 


DON  GABRIEL  ALVAREZ  DE  TOLEDO. 


A  cinco  cazadores  que  salieron  á  un  soto,  y 
se  volvieron  sin  hacer  caza;  anduvieron 
diez  legu.is,  reventaron  cu^itro  muías  que 
llevaron  el  corlie,  y  el  señor  MarqufS  de 
Castelnovo  luno  de  los  cazadores^  mató 
de  tres  tiros  un  cabrito. 

POESÍA  FAMILIAK. 

Cierto  colegio  perito 


De  cazadores  sali() 

A  despol)lar  el  distrito, 

Y  en  solo  un  dia  mató 
Cuatro  muías  y  un  cabrito. 

Las  muías,  desesperadas, 
Se  lamentan  de  infelices. 
Pues  (las  f()rtuna.s  trocadas) 
Ven  erradas  las  ])erdiccs, 

Y  á  si  se  ven  desherradas. 

Su  suerte  están  maldiciendo. 
Porque  á  las  liebres  taimadas, 
Que  el  campo  van  discurriendo, 
No  las  aciertan  paradas, 

Y  á  ellas  las  matan  corriendo. 
Salió  la  mosquetería 

A  la  primer  luz  del  alba, 

Y  con  común  alegría. 
En  lugar  de  batería. 
Todo  se  redujo  á  salva. 

A  salvaguardia  convida 
Todo  el  ejército  fuerte 
A  la  caza  combatida, 

Y  en  cada  tiro  de  muerte 
Le  dan  una  fe  de  vida. 

Asestando  los  cañones, 
A  gana-pierde  disparan 
Pacíficas  municiones, 

Y  las  perdices  se  paran 

A  hablar  con  los  perdigones. 

El  más  tímido  conejo 
Alegre  atraviesa  el  prado, 
Sin  mirar  por  su  pellejo, 

Y  no  tiene  más  cnidado 
Que  no  morirse  de  viejo. 

La  liebre  más  perezosa. 
Cuando  la  cuadrilla  junta 
Con  más  conato  la  acosa. 
Vuelto  el  hocico ,  pregunta 
Si  mandan  alguna  cosa. 

Extraños  son  los  primores 
Con  que  el  juego  de  la  caza 
I  Entablan  estos  señorc  s, 
'  Pues  con  cinco  matadores 


Apenas  hicieron  baza. 
Un  cabrito  brincador, 

Como  no  entiende  la  treta, 

Vino  á  pagar  su  furor. 

Sin  saber  que  hay  escopeta 

Graduada  de  asador. 
Ya  un  diestro  joven  prepara 

El  fulminante  arcabuz. 

Ya  se  le  pone  á  la  cara, 

Ya  le  a¡)unta,  ya  dis|iara; 

Dio  fuego,  mas  no  dio  luz. 
El  cabritillo  travieso, 

Como  en  cólera  le  vio. 

Procura  ganar  un  teso  (1), 

Y  al  punto  (jue  disparó, 
!  Le  pregunta  :  ((¿  Es  á  mi  eso?» 

Amargo  como  una  hiél, 
I  El  cazador  le  dispara 
I  Segundo  tiro  cruel , 
I Y  desta  vez  le  acertara, 
'A  no  dar  muy  lejos  del. 
!     Tercera  vez  ( ¡  suerte  impía  1) 
j  Se  previene  á  darle  como, 
I Y  él,  viendo  tanta  porfía, 
:  Ya  que  no  pudo  del  plomo, 

Se  murió  de  cortesía. 
Mirad  si  el  tiro  fué  bobo 

(Dice),  de  contento  ciego, 

El  ínclito  Castelnovo ; 
i  De  hoy  más  mi  boca  de  fuego 
I  La  trueco  en  boca  de  lobo. 
j      Cierto  es  que  hace  maravillas 
I  Mi  destreza  singular, 
i  Y  así  quiero  proseguillas; 

A  otra  vuelta  he  de  matar 

Todas  las  siete  cabrillas. 
j     Dispara  ya  sin  recelo, 
1  Cazador  tan  afamado  ; 
I  Pues  quien  con  poco  desvelo 
I  Mata  un  cabrito  parado, 

Ya  matará  un  buey  al  vuelo, 

(1)  La  cima  de  un  cerro  ó  collado» 


í'IN  DE   I  AS  poesías  DE  DON  GABRIEL  ALVAREZ  DE  TOLEDO, 


DON  EUGENIO  GERARDO  LORO 


NOTICIAS  BIOGRÁFICAS  Y  JUICIOS  CRÍTICOS. 


I. 

A  pesar  de  la  celebridad  extensa  y  duradera  de  este  poeta ,  son  tan  escasos  los  pormenores  bio- 
gráficos que  de  él  se  han  conservado,  que  diligentes  escritores ,  que  han  hecho  recientes  inves- 
tigaciones acerca  de  las  circunstancias  principales  de  su  vida  (1),  no  dan  noticia  exacta  de  los 
años  de  su  nacimiento  y  de  su  muerte ,  ni  del  lugar  de  su  naturaleza. 

Por  fortuna  han  venido  á  nuestras  manos  unos  apuntes,  que  pertenecieron  á  la  colección  del 
señor  don  Bartolomé  José  Gallardo  ("2),  relativos  á  la  partida  de  bautismo  y  al  testamento  de  aquel 
afamado  poeta.  Consta  en  ellos  que  nació  en  la  villa  de  Cuerva  (5),  donde  fué  bautizado,  el  dia  30 
de  Setiembre  de  4679,  y  que  fueron  sus  padres  don  Eugenio  Lobo,  natural  de  Toledo,  y  doña 
María  Rodríguez  de  la  Huerta,  natural  de  la  mencionada  villa.  En  e;!ad  muy  temprana  dedicaron 
á  su  hijo  Eugenio  Gerardo  á  la  carrera  de  las  armas;  ya  en  la  guerra  de  sucesión  era  capitán  de 
caballos-corazas  del  regimiento  viejo  de  Granada  ,  y  con  este  titulo  se  publicaron  varias  de  sus 
poesías,  en  Sevilla  (imprenta  de  Leefdael,  1715),  en  Cádiz  (imprenta  de  Jerónimo  Peralta,  1717) 
y  en  otras  épocas  y  ciudades.  Si  el  rey  Felipe  V  abrigaba ,  como  se  ha  repetido  tantas  veces, 
cierta  animadversión  contra  el  capitán  coplero,  que  en  alguna  ocasión  empleó  su  festiva  musa  pa- 
ra burlarse  de  los  franceses ,  esta  animadversión  hubo  de  ser  generosa,  como  la  única  que  puede 
caber  en  corazones  magnánimos,  pues  todo  da  indicio  de  que  el  valor,  la  lealtad  y  los  mereci- 
mientos militares  de  don  Eugenio  Gerardo  Loro  fueron  tasados  por  aquel  soberano  con  equidad 
y  sin  sombra  de  encono.  Tomó  parte  en  las  gloriosas  campañas  de  su  tiempo;  se  halló  en  los  cer- 
cos de  Lérida  y  Montemayor  y  en  la  conquista  de  Oran ,  y  pasó  á  Italia  con  el  mismo  Felipe  V. 
En  la  guerra  contra  el  Austria  se  distinguió  notablemente,  y  en  la  brillante  y  sangrienti  batalla 
de  Campo-Santo  ,  junto  al  Tánaro  (  8  de  Febrero  de  1745),  recibió  cuatro  heridas  graves,  dos  de 
metralla  y  dos  de  bala  de  fusil  (4).  Tres  meses  después  estaba  todavía  curándose  de  sus  heridas  en 

(1)  Los  señores  flon  Vicente  Barraníes  y  don  Cayeta-  tuvieron  aveeiiirlados  sus  padres  durante  muchos  años, 
no  Alberto  de  la  Barrera.  y  en  ella  reciiiió  el  poeta  su  primera  eilucaci<in.  Por  eso 

(2)  «Estos  apuntes  son  de  puno  del  señor  Basaran,  ve-  sin  duda  la  miruba  como  su  verdailera  patria,  y  así  lo 
ciño  de  Toledo,  casado  con  la  heredera  de  Gi;i\ardo  Lobo  indicaba  en  estos  versos : 

(8  de  Mayo  de  1839).  Se  conserva  el  retrato  del  poeta  Del  Tajo  en  las  arenas, 

en  la  biblioteca  arzobispal  de  Toledo».  {Nota  escrita,  n..„,!ll'^l]^fí!^!!!^tJ.^'"l. 
al  pié  de  los  apunten,  por  el  mismo  señor  Gallardo.) 

(3)  Esta  villa,  cercana  á  Toledo  y  dependiente  de  la  (4)  «Yo  salida  la  batalla  con  cuarenta  granaderos  mé- 
ciudad,  sirvió  muchas  veces  de  punto  de  descanso  en  nos,  y  con  cuatro  aííujeros  más  en  mi  cuerpo.»  (Carta 
las  cacerías  de  algunos  monarcas  españoles.  d.'  don  Eugenio  GF.RAnno  Lono  al  reverendisimo  padre 

Gerardo  Lobo  pasó  siempre,  Aun  enire  sus  contem-  macs'ro  fray  iV.,  escrila  en  Bolonia,  el  20  de  Maye 
foráneos,  por  natural  de  Toledo.  En  esta  ciudad  es-     de  1743.) 


De  aquel  suspiro  que  arrojé  primero. 


20  DON  EUGENIO  GERARDO  LOBO. 

Bolonia,  rcduciilo  á  la  triste  nocosidad  de  sostenerse  con  muletas.  No  habia  pasado  todavía  del  gra- 
do de  brigadier,  y  quejábase  entonces  de  no  haber  alcanzado  en  ocasión  tan  propicia  el  de  gene- 
ral, que  á  la  sazón  habia  sido  concedido  á  otros  brigadieres  más  protegidosó  más  afortunados (í). 
Poco  tardó  en  quedar  satisfecha  la  legítima  andjicion  que  por  aquel  tiempo  traia  resentido  y 
desasosegado  el  ánimo  de  Gebaudo  Lobo.  Fui';  nombrado  mariscal  de  campo  y  caballero  de  la  or- 
den de  Santiago ,  y  más  adelante ,  reinando  ya  Fernando  VI ,  recibió  el  cabal  galardón  que  me- 
recían sus  altas  prendas  y  sus  eminentes  servicios.  Murió  ,  á  consecuencia  de  haber  caiilo  desas- 
trosamente de  su  caballo,  en  Agosto  de  1750  (2),  siendo  teniente  general  del  ejército,  capitán  de 
guardias  de  infantería  española ,  y  gobernador  militar  y  político  de  la  plaza  y  ciudad  de  Bar- 
celona. 

L.  A.  DE  Cueto. 


II. 
DEL  DOCTOR  DON  PEDRO   GONZÁLEZ   GARCÍA,    obispo  de  la  puebla  de   los 

ÁNGELES,   SECRETARIO  Y  TESORERO  DE  LA  REAL  ACADEMIA  ESPAÑOLA  (CONTEMPORÁNEO 
DEL  poeta). 

He  leído  con  gustosa  atención  el  libro  de  varias  poesías  que  escribió  el  galante  ingenio  de  don 
Eugenio  Gerardo  Lobo  ,  cuyo  brazo,  enseñado  á  dar  el  más  animoso  espíritu  á  su  espada,  da  igual 

valentía  á  su  pluma La  sal  discretísima  de  sus  versos  los  hace  dulcísimos  y  sabrosos En 

nada  muestra  más  el  autor  su  ingenio  y  su  juicio,  que  en  el  asunto  que  llama  cliichisveo ,  mal 
recibido  de  los  fervores  y  delicadeza  del  celo  cristiano.  Luce  en  este  juguete  su  ingenio ,  haciendo 

especulativamente  probable  lo  que  es  tan  arduo  y  difícil  en  materia  la  más  peligrosa Sus 

obras  son  nuevo  lustre  de  la  poesía  y  de  la  lengua  española. 


III. 
DE  FRAY  ANTONIO  VENTURA  DE  PRADO,  de  la  real  academia  española,  ca  « 

TEDRÁTICO    DE    TEOLOGÍA    DE    LA    UNIVERSIDAD    DE    SEVILLA,    PREDICADOR    DEL     REY,    CALI- 
FICADOR   DE    LA    INQUISICIÓN    (CONTEMPORÁNEO    DEL    POETA ). 

Esta  siempre  plausible  vena,  sin  gastar  licencia  alguna,  se  graduó  de  ortodoxa;  porque  aque- 
lla libertad  á  que  suele  precisar  la  armonía ,  se  mira  tan  desterrada  por  su  natural  facundia  ,  que 
en  lugar  de  estrechar  á  don  Eugenio  la  consonancia ,  parece  que  la  consonancia  misma  le  pide 

siempre  licencia  para  afortunarse  con  su  obra Todas  nueve  Musas,  parece  conspiran  con 

igual  conato  á  infundir  su  número  :  felicidad  galanteada  de  todos,  poseída  de  muy  raros 

Nuestro  don  Eugenio  es  en  lo  serio  dulcemente  grave,  y  en  lo  festivo  saladamente  apacible ;  en 
la  lira  es  subUme;  en  la  elegía,  dulce;  en  la  cítara,  suave;  y  con  el  albogue,  el  mismo  chiste  (3). 

(\)  «Siento  que  á  la  sombra  (le  este  beneficio  (le  la  real  profesión.»  {Carta  citada  de  don  Eügemo  Gerardo 

gratitud  (una  pensión  sobre  la  encomienda   de  Dai-  Lobo.) 

miel)  se  desvanezca   la  esperanza  de  mi  regular  as-         (2)  No  por  los  años  de  1756  ó  t7o7,  como  han  ase- 
censo  á  mariscal  de  campo ,  cuando  lo  han  conseguido  gurado  algunos  escrilores. 

dos  brigadieres  en  mi  regimiento,  y  muellísimos  en  el          (3)  Reproducimos  este  extravaganlc  juicio  única- 

ejército,  no  sólo  más  modernos  en  el  grado,  pero  sin  mente  como  muestra  del  estragado  gusto  de  la  época; 

comparación  en  los  antecedentes  empleos ;  pues  ya  tenía  bien  es  verdad  que  el  padre  fray  Antonio  de  Prado  fué 

yo  cargado  un  baúl  de  patentes,  y  llena  la  fantasía  de  uno  de  bis  bombres  más  enfáticos  y  pedantes  de  su  tiem- 

fiampañas,   sitios,   batallas  y  particulares  funciones,  po.  Es  el  mismo  que  llamó  á  su  poema  San  7{a/ac/,((eu- 

íuando  los  unos  no  conocíanla  luz,  ni  los  otros  la  tropciia  poética,  en  siete  centurias  »(£,.  ^.  de  Cueto.) 


NOTICIAS  BIOGRÁFICAS  Y  JUICIOS  CKITICOS.  21 

IV. 

DE  DON  VICENTE  BARRANTES. 

(Semanario  Pinlorcbco.) 

En  nuestra  humilde  opinión ,  Gerardo  Lobo,  con  más  reposado  carácter,  y  con  nacer  en  más 
clásico  siglo,  hubiera  dado  mucha  honra  á  las  letras  castellanas,  porque  su  numen  era  inago- 
table, lozanísima  su  imaginación,  su  facilidad  extremada,  sus  conocimientos  no  vulgares,  y  le 
adornaban ,  en  ftn ,  casi  todas  las  dotes  de  los  grandes  poetas. 


V. 

DEL  EXCELENTÍSIMO  SEÑOR  DON  ANTONIO  ALCALÁ  GALIANO. 

(Historia  de  la  literatura  española,  francesa,  inglesa  é  italiana  en  el  siglo  xviii.) 

Otro  poeta  florecía  en  aquel  tiempo,  el  cual  hoy  está  casi  olvidado,  aunque  en  mi  juventud 
era  todavía  leído  y  gustaba.  Pocos  de  mis  oyentes  habrán  leído  á  don  Eugenio  Gerardo  Lobo, 
de  quien  dicen  excitó  mucho  el  enojo  de  Felipe  V  por  cierta  burla  que  hizo  de  los  franceses,  cuan- 
do dijo,  pintando  en  estilo  jocoso  el  estado  de  una  casa  : 

Dos  cochinos  al  entrar 
Me  dieron  la  enhorabuena; 
Que  el  trato  con  los  franceses 
Me  hizo  entenderles  la  lengua. 

Felipe  V  creyó  que  esta  alusión  al  trato  con  los  franceses  encerraba  una  sátira  del  trato  que 
existia  con  los  franceses  desde  que  él  había  venido  á  reinar  en  España,  y  por  eso,  como  saben  mu- 
chos, trató  á  Gerardo  Lobo  con  singular  despego,  y  le  llamó,  según  cuentan,  el  capitán  coplero. 
Lobo  era  capitán  del  regimiento  de  guardias  de  infantería  española ,  creado  por  el  mismo  Felipe  V, 
y  el  pertenecer  á  aquel  cuerpo  en  aquel  tiempo  era  una  prueba  de  ser  de  una  familia  de  más  que 
mediano  lustre.  Sin  embargo,  no  creyó  que  desdecía  de  su  calidad  el  ser  poeta.  Compuso  algunos 
versos  largos ,  que  verdaderamente  son  todos  ellos  detestables  y  adolecen  de  los  vicios  de  la  es- 
cuela malamente  llamada  gongorina ,  pues  aunque  Góngora ,  en  sus  Soledades  y  PoUfemo,  dio  los 
peores  ejemplos  de  gusto,  no  es  el  único  de  mal  gusto  entre  los  escritores  de  su  tiempo,  y  muchos 
le  criticaban ,  que  incurrían  después  en  la  mayor  parte  de  las  faltas  que  en  él  reparaban.  Los  versos 
largos  de  Gerardo  Lobo  eran  de  la  mala  escuela  que  antes  dominaba ;  no  así  sus  décimas ,  las 
cuales  son  fáciles,  fluidas,  graciosas,  y  recuerdan  los  mejores  tiempos  de  nuestra  literatura;  pues 
aunque  se  le  ha  llamado  el  capitán  coplero,  y  le  cuadra  bien  tal  título,  es  menester  confesar  que 
hubo  un  período,  desde  que  nuestra  literatura  se  afrancesó,  en  que  se  despreció  demasiado  á  los 
copleros ,  y  aunque  éstos  no  deben  ser  citados  como  modelos ,  es  preciso  tener  presente  que  los 
copleros  empezaron  nuestra  literatura ;  que  ésta  fué  de  copleros  hasta  el  siglo  xv,  y  en  las  obras 
de  los  copleros  se  hallaba  una  parte  de  la  índole  del  ingenio  español  en  sus  mejores  días.  ¿Quién 
no  se  acuerda  de  las  chistosas  y  aun  famosas  décimas  de  Gerardo  Lobo,  en  que  pinta  su  aloja- 
miento con  aquellas  hipérboles  tan  á  nuestro  gusto,  en  que  dice  que  halló  desierto  el  lugar, 
porque  todo  él  había  ido  á  limpiar  una  parva  de  centeno?  ¡Qué  donosura  hay  en  aquella  otra, 
donde,  pintando  á  su  patrona ,  dice  : 

De  mi  patrona  el  matiz 
Al  alma  causa  vaivén ; 
Trae  por  frente  una  sartén. 
Cuyo  rabo  es  la  nariz ; 

con  otra  porción  de  rasgos  de  esta  especie !  Quien  quiera  conocer  todos  los  pasos  de  nuestra  lite 


SONETOS. 

ratura  señaladamente  la  senda  de  la  versificación  y  de  los  versos  cortos,  y  ver  cómo  se  fueron 
conservando  el  consonante  y  el  mecanismo  de  la  décima  y  de  la  redondilla,  para  desaparecer  casi 
enteramente  á  fines  del  siglo  xviii,  y  volver  á  aparecer  ahora,  como  con  gusto  se  nota  que  ha 
aparecido  con  todo  su  brillo  y  toda  su  gracia,  no  debe  despreciar  las  obras  de  Gerardo  Lobo. 


POESÍAS. 


SONETOS. 


Sobre  que  no  le  ha  movido  nunca ,  para  el  manejo  de  la  pluma  y 
de  las  armas,  oUu  interés  (lui;  el  de  cumplir  cou  su  capricho 
y  obligación. 

A  tu  iucierto  favor,  fortuna  airada, 
Ni  mi  discurso  ni  mi  brazo  aspira, 
Con  la  dulce  lisonja  de  la  lira. 
Con  el  noble  instrumento  de  la  espada. 

Puso  aquella  en  mi  mano,  mal  templada, 
Ocio  divino,  que  furor  inspira ; 
Al  filo  de  ésta  la  razón  conspira 
De  defensa  común,  siempi-e  sagrada. 

Poco  pierdes  conmigo,  auntiue  alevoso 
Tu  giro  alterne  sin  piedad  alguna  , 
Del  libre  acento,  del  valor  forzoso  ; 

Pues  si  próspera  fueses  y  oportuna , 
Ni  me  llamara  yo  más  venturoso, 
Ni  te  tuviera  por  mayor  fortuna. 

II. 

Amante,  que  celoso  arroja  en  un  rio  un  diamante  que  traia  por 
memoria. 

i  Oh  dulce  prenda,  testimonio  un  dia 
De  la  jurada  fe  de  quien,  traidora. 
El  pacto  iiltraja  y  la  razón  desdora 
De  la  noble  verdad  que  me  debia  ! 

]  Oh  dulce  prenda  cuando  amor  quería  1 
Dulce  más  que  á  las  flores  blanda  aurora, 
Alegre  entonces,  como  triste  ahora  : 
1  Tan  inconstante  fué  la  suerte  mia ! 

Vui'lve  á  tu  dueño ;  pero  no  :  ese  errante 
Fugitivo  cristal  selle  tu  gloria, 
Digno  sepulcro  de  tii  luz  cambiante ; 

Pues  trocada  en  ofensa  mi  victoria, 
Ni  ya  puede  en  su  mano  ser  diamante, 
Ni  ya  puede  en  mi  mano  ser  memoria. 

III. 
Á  una  dama  llamada  Rosa,  en  su  cumpleaños. 

SONETO   FESTIVO. 

Ya  de  obsequiantes  el  concurso  vario 
Sobre  el  asunto  formará  mil  gb  sas, 
Entretejiendo  en  la  oración  mas  rosas 
Que  recoge  en  Abril  un  boticario. 

Te  dirán  que  eres  bello  relicario 
De  las  saetas  del  amor  dichosas, 

Y  que  el  año  que  cumplen  las  hermosas 
Sólo  gasta  el  papel  del  Calendario ; 

Que  se  marchitan  las  comunes  flores, 
Pero  rosas  cual  tú,  siempre  divinas, 
Con  el  tiempo  duplican  los  primores. 

No  te  dejes  llevar  de  esas  doctrinas, 
Pues  se  pasan  muy  presto  los  verdores, 

Y  ee  quedan  punzando  las  espinas, 


IV. 

Se  prueba  que  la  envidia  y  el  amor  ciegan  igualmente  el  enten- 
dimiento, con  el  caso  de  la  túnica  de  José. 

Llevan  al  padre  túnica  manchada 
Los  que ,  vendiendo,  infames,  á  su  hermano, 
Se  le  fingen  al  pobre  triste  anciano 
Devorado  manjar  de  fiera  airada; 

No  la  miente  su  enojo,  impresionada 
De  dura  garra  ni  de  diente  insano. 
Porque  el  crédito  fian  sólo  al  vano 
Accidente  exterior  de  ensangi-entada. 

Desconocen,  turbados,  que  la  fiera, 
Cuando  rapante  con  el  joven  lidia, 
La  túnica  en  pedazos  dividiera  ; 

Ni  el  buen  padre  repara  en  la  perfidia, 
Por  más  que  entre  sus  manos  la  ve  entera  : 
I  Así  ciega  el  amor,  así  la  envidia  1 


Es  difícil  la  enmienda  en  la  vejez. 

Gusté  la  infancia,  sin  haber  gozado 
El  dulcísimo  néctar  que  bebía  ; 
Pasé  la  adolescencia  en  la  porfía 
De  áspero  estudio,  mal  aprovechado  : 

La  juventud  se  llevan  Marte  airado. 
Amor  voluble,  rústica  Talía, 
Sin  acordarme  que  vendrá  algún  dia 
La  corva  ancianidad  con  pié  callado. 

Y  cuando  llegue,  que  será  temprana, 
¿Qué  empresa  entonces  seguiré  contento? 
¿La  de  triunfar  de  mí?  ¡Ceguera  insana, 

Esperar  el  más  arduo  vencimiento 
Quien  el  dia  perdió,  con  su  mañana. 
En  la  noche  infeliz  del  desaliento  1 


VL 

Estando  los  revés,  principes  é  infantes  apostados  á  batida  de 
lobos  en  el  roto  de  Oñana,  sorprendió  el  puesto  de  los  prin- 
cipes un  toro,  sin  que  nadie  lo  peicibiese  mas  que  sus  altezas ,  y 
ya  muy  de  cerca,  salió  el  Principe  al  encuentro,  algunos  pasos 
■fuera  del  puesto,  y  disparándole,  cayó  el  toro  muerto. 

Atrevido  cunl  Júpiter,  quería 
Lunado  bruto  de  rabiosa  saña,  ^ 
Presumiendo  ser  coso  la  campaña 
En  Europa  turbar  la  luz  del  dia. 

Sale  al  encuentro,  para  su  osadía^ 
El  real  garzón,  delicias  de  la  España;^ 
Fulmina  el  plomo,  y  con  su  acierto  baña 
De  sangi-e  al  campo,  al  Bétis  de  alegría. 

i  Oh  1  dichoso  un  acaso  contingente, 
Que  ya  en  suceso,  es  ejemplar  fecundo 
De  lo  heroico,  lo  amante  y  lo  valiente  ; 

Y,  1  oh  felice  cadáver  sin  segundo, 
Cuya  púrpura  es  riego  permanente 
De  la  esperanza  que  ha  sembrado  el  mondo  1 


SONETOS, 


VII. 


Para  poner  en  el  túmulo  en  las  honras  que  celebró  el  regimiento 
de  Guardias  de  inlanleria  española,  en  el  convento  de  padres 
trinitarios  descal/ús  de  la  ciudad  de  Barcelona,  al  excelen- 
tísimo señor  l)ui|ue  de  üsuuaique  goce  de  U ios, i,  coronel  (¡uc 
fué  de  diclio  regimiento. 

No  suspendas  el  paso,  caminante; 
I^rosigue,  mira  sólo,  y  considera, 
A  los  reflejos  de  esa  triste  hogriiera, 
Cuánto  pudo  la  muerte  en  un  instante. 

Y  mientras  buscas  con  tesón  constante 
El  término  feliz  á  tu  carrera , 
Una  noticia  te  daré  severa. 
Que  á  tolerarla  no  serás  bastante  : 

A  tu  patria  verás  anochecida, 
De  su  mejor  adorno  despojada, 
y  entre  lágrimas  tristes  sumergida  ; 

Hallarás  en  congoja  dilatada 
Honor,  riqueza,  calidad  y  vida, 
En  polvo,  en  humo,  en  ilusión,  en  nada. 


VIII. 

Remitiendo  á  un  amigo  los  pocos  borradores  con  que  se  hallaba 
de  sus  obras  el  autor. 

Esas,  que  el  ocio  me  dictó  algún  dia, 
Con  leve  aplicación  rimas  sonoras, 
No  en  las  rosadas  ó  purpúreas  horas, 
Como  el  Horacio  cordobés  (1)  decia ; 

Sino  en  aquellas  en  que  yo  jiodia. 
Sin  cuidado  de  tardes  ó  de  auroras, 
Dedicar  á  las  Musas,  mis  señoras, 
Un  pedazo  de  vana  fantasía. 

Te  remito  en  los  propios  borradores 
De  la  phtma  fugaz,  porque  se  vea 
Cuáles  son  en  su  fuente  mis  errores; 

Ya  que  á  conceptos  de  mayor  idea 
El  capricho  de  varios  impresores 
Al  piíblico  sacó  con  mi  librea. 

IX. 

Al  mismo  asunto. 

Pocas  son  producciones  del  cuidado. 
Muchas  sí  de  improviso  devaneo. 
Que  en  respuesta  marchalian  del  correo, 
En  simple  borrador  ó  mal  traslado. 

Otras  hice  en  la  mente  recatado, 
Escribiendo  sin  pluma  algún  trofeo. 
Por  vencer  tentacioni-s  de  Morfeo, 
Y  cumplir  con  mi  guardia  desvelado  : 

Rasgué  algunas  que  acaso  en  la  puericia 
Compuse  fácil,  con  menor  decencia 
De  la  que  pide  la  común  justicia ; 

Pues  si  entonces  tal  vez  la  inadvertencia 
Pudo  hacer  menos  grave  la  malicia, 
Ya  pesaran  no  poco  en  la  conciencia. 


A  la  vana  esperanza  de  un  loco  pensamiento. 

,  Sigue  veloz  mi  loco  pensamiento 
A  la  imagen  mental  de  su  esperanza, 

Y  cuando  ya  imagina  que  la  alcanza. 
Desfallece  en  los  brazos  del  tormento  ; 

Vuelve  en  sí,  y  entre  el  llanto  cobra  aliento, 

Y  otra  vez,  con  la  frágil  semejanza, 
Renace  en  su  ilusión  la  confianza, 

Y  otra  se  burla  de  su  pena  el  viento. 
Siempre  rcjjite  la  infeliz  tarea, 

Nunca  observa  la  luz  del  desengaño, 

Y  en  círculo  infinito  se  pasca ; 

Siendo  en  las  líneas  de  su  rumbo  extraño, 
Sombra  el  objeto,  la  intención  idea, 
El  bien  mentira,  y  realidad  el  daño. 


(1)  Góngora. 


XI. 

De  accidentes,  descuidos  y  atenciones 
Cautelosa  el  amor  red  eslabona; 
Ni  la  consume  el  tiempo  ni  baldona. 
Porque  sus  nudos  son  las  perfecciones. 

De  la  dócil  raíz  de  las  pasiones 
Labra  el  arco  cruel  con  que  blasona  ; 
Varia  especie  de  afectos  ocasiona 
El  distinto  metal  de  sus  arpones. 

Ciego  y  rapaz,  gigantes  ha  vencido, 
Porque  lidia  y  apunta  con  la  estrella. 
Vista,  fuei'za  y  razón  del  combatido  ; 

Sin  usar  de  las  manos,  triunfos  sella. 
Pues  la  ocasión  la  red  tiende  al  sentido, 

Y  aquel  la  tira  que  se  pone  en  ella  (2). 

XII. 

Al  primor  cor  que  la  señora  Bfirbara  St.ibili  recitó,  en  la  ópera 
de  César  en  Eyiplo,  el  paso  de  dar  veneno  en  una  copa  á  To- 
lomeo. 

Aquel  veneno,  Bárbara,  fingido 
Es  tósigo  en  la  escena  verdadero, 
Que  en  tu  labio  sonoro  y  lisonjero 
Recibe  el  corazón  por  el  oido .: 

■  Cómo  puede  la  fuerza  del  sentido 
Resistir  su  violencia,  si  primero 
Tu  semblante,  ya  grato,  ya  severo. 
Deja  el  uso  del  alma  suspendido? 

Mira  el  término  sumo  á  que  se  extiende 
La  dulce  magia  de  tu  voz  sonora , 

Y  si  el  hárharo  nombre  te  comprende  ; 
Pues  con  ceño  tranquilo  y  paz  traidora, 

Finges  dar  un  veneno  á  quien  te  ofende, 

Y  le  das  verdadero  á  quien  te  adora, 

XIIT. 
Á  la  muerte  de  Luis  Primero,  rey  de  España. 

De  augusta  flor  de  lis  muerte  temprana 
Llora  la  España,  y  con  razón  lo  llora, 
Porque  la  Parca  fué  siempre  traidora , 
Mas  que  con  otro,  con  su  rey  tirana. 

Las  esperanzas  cpie  gloriosa  y  vana 
Concibió  en  él ,  volaron  en  un  "hora , 
Viendo  su  noche  en  medio  de  su  aurora, 

Y  que  su  sol  se  jiuso  en  su  mañana. 
Tres  lustros,  poco  más,  se  vio  florida 

En  el  jardín  de  España  esta  ñor  bella, 

Y  un  año  apenas  de  su  acción  regida. 
Sólo  queda  un  alivio  á  tal  querella, 

Y  es,  que  por  premio  á  su  inocente  vida, 
Pasase  de  ser  flor  á  ser  estrella. 

XIV. 

Tronco  de  verdes  ramas  despojado, 
Que  albergue  en  otra  edad  fuiste  sombrío, 

Y  estás  hoy  al  rigor  de  Enero  frió. 
Tanto  mas  seco  cuanto  más  mojado. 


(2)  Este  ingenioso  soneto  es  contestación  á  otro,  no  minos  in- 
genioso, que  fue  leido  :i  Gerardo  Lobo  por  una  señora.  ílé  aquí  el 
soneto  á  que  contesta  Lobo.  Merece  conservarse,  por  la  discreta 
sorna  que  encierra. 

SONETO. 

Dígame  quien  lo  sabe  ,  de  qué  es  heclia 
L->  red  de  amor,  que  tantas  almas  prende, 

Y  como,  habiendo  tanto  que  li  tiende, 
No  está  del  tiempo  ya  rota  y  deshecha; 

De  qué  fabrica  clareo  con  que  flecha. 
De  quien  valor  ni  industria  se  deliende; 

Y  cumo,  cuándo,  adonde  ó  quién  le  vende, 
De  oro,  de  plomo  y  plata  tanta  (lecha, 

Si  es  rapaz,  como  dicen ,  ;,de  qué  viene 
El  vencer  los  gigantes?  Y  si  es  ciego, 
¿Cómo  pone  al  herir  cierta  la  mira? 

Y  si ,  como  le  pintan,  siempre  tiene 
En  una  mano  el  arco,  en  otra  el  fuego, 
¿Quien  le  tieadc  la  red  y  quién  la  tira? 


DON  EUGENIO  GERARDO  LOBO 

Dichoso  tú,  que  en  esc  pobre  estado 
Ámi  vives  más  feliz  que  yo  en  el  mió ; 
Infeliz  yo,  que  triste  desconfio 
Poder  ser,  como  tú,  de  otro  envidiado. 

Esa  pompa  que  ahora  está  marchita, 
Por  aquella  estación  florida  espera, 
Que  aviva  flores,  troncos  resucita. 

Forma  el  año  su  giro,  y  lisonjera 
La  primavera  á  todos  os  visita ; 
Sólo  para  mi  amor  no  hay  primavera, 


XV. 

Al  salir  la  expedición  de  España  contra  OrSn. 
Vé,  lucido  escuadrón,  vó,  fuerte  armada, 
Del  monarca  de  España  empeño  augusto, 

Y  el  pendón  infeliz  del  moro  adusto 
Su  luna  llore  en  tí  siempre  eclipsada. 

Vete,  y  vuelve  de  triunfos  coronada, 
Gloria  de  Dios,  y  de  la  patria  gusto ; 
Haga  en  los  moros  tanto  estrago  el  susto. 
Que  quede  en  ocio  la  invencible  espada. 

Contra  viles  sectarios  mahometanos, 
1  Ah,  Señor !  de  su  causa  no  te  olvides ; 
Que  en  tu  brazo  se  fian ,  no  en  sus  manos. 

Vuelve  en  triunfos,  Señor,  todas  sus  lides  : 
Tiempo  es  ya  de  que  en  leones  africanos 
La  clava  esgrima  el  español  Alcídes. 

XVI. 

Sentencia  de  uno  de  los  siete  sabios  de  Grecia  (1). 

I  Qué  importará  que  el  avariento  cobre 
Oro  á  quintales,  perlas  ciento  á  ciento, 
Si  la  sed  misma  que  le  trae  sediento 
Le  obliga  siempre  á  que  ruindades  obre? 

Más  rico  que  ese  rico  es  aquel  pobre, 
Que,  de  ambición  y  de  codicia  exento. 
Hace  que  lo  que  falta  al  avariento. 
Como  no  lo  apetece ,  á  si  le  sobre. 

Las  riquezas  el  uno  desestima, 
El  proprio  engaño  al  otro  lisonjea  ; 
Me  agrada  aquel  cuanto  éste  me  lastima. 

Pues  ¿quién  será  tan  ciego,  que  no  vea, 
Que  éste  es  siervo  del  oro,  pues  le  estima, 

Y  aquel  señor  de  sí,  pues  no  desea? 

XVII. 
Á  Marsia,  llorando  (2). 

Tanto  á  tus  claros  ojos  desafia 
El  tirano  dolor  que  el  alma  siente, 
Que  á  los  diluvios  de  cristal  corriente 
Todas  sus  luces  tu  beldad  les  fia. 

Vivo  el  cuidado,  mustia  la  alegría. 
Dio  sepulcro  á  tu  sol  tu  mismo  oriente ; 

Y  á  pesar  del  ahogo,  se  consiente, 
Más  triste  sí ,  no  menos  bello,  el  dia. 

Fué  de  tus  luces  providencia  rara 
El  que  á  un  afán  el  llanto  las  rindiera, 

Y  en  derretido  aljófar  anegara; 

Y  á  los  activos  rayos  de  tu  esfera 
Fué  preciso  que  el  agua  los  templara, 
Porque  el  mundo  á  su  ardor  no  se  encendiera, 

XVIII. 

Vuélvese  sombra  osciira  el  claro  cielo, 
Eclipsa  el  limpio  sol  sus  resplandores, 
Viste  la  luna  pálidos  horrores. 
Rásgase  todo  del  santuario  el  velo. 

El  líquido  raudal  se  torna  en  hielo. 
Mustias  fallecen  del  jardín  las  flores, 
Medrosos  callan  cisnes,  ruiseñores, 
Monstruos  arroja  de  su  centro  el  suelo, 


(1)  Quis  divcs?  Qui  lühil  cupial.  Quis  pauper?  Avarus. 

(21  Juagamos  conveniente  advertir  que  si  nos  hemos  decidido 
i  publicar  este  alambicado  soneto  y  otras  vJrias  composiciones  en 
que  el  ingenio  cslii  ahogado  por  el  artiQcio,  lo  hacemos  única- 
mente por  miras  de  historia  literaria,  esto  es,  para  dar  clara  idea 
del  conceptuoso  estilo  que  reinaba  en  la  poesía. 


El  aire  jjavoroso  da  bramidos, 
En  sus  quicios  la  tierra  se  estremece, 
El  mar  sediento  los  peñascos  sorbe. 

Rómpense  escollos,  fieras  dan  rugidos  ; 
I  Qué  confusión  !  |  qué  horror  1  ó  Dios  padece, 
Ó  se  acaba  la  máquina  del  orbe  (3). 


XIX, 

Amor  Qrme  en  la  ausencia. 


,  Di,  bárbara  fortuna  :  ¿en  qué  he  ofendido 
A  tu  injusta  deidad,  tan  irritada, 
yue,  para  verte  al  fin  desenojada, 
Aim  no  me  basta  estar  arrepentido? 

Ya  me  miras  postrado,  ya  abatido. 
Castigado  mi  error,  y  tú  vengada; 
No  me  persigas  más  ;  que  desairada 
Tanta  violencia  está  con  un  rendido. 

La  patria,  los  amigos,  la  riqueza, 
La  estimación,  la  gloria,  son  despojos 
Que  en  mi  daño  consigue  tu  fiereza ; 

Pues  ¿qué  más  solicitan  tus  enojos? 
¿  Que  olvide  yo  de  Lísis  la  belleza? 
Nunca  i  oh  fortuna  1  lo  verán  tus  ojos, 

XX. 

Bascando  un  amante  la  causa  de  su  amor  en  su  propria  ceguedad. 

I  Qué  vano  intento  y  ciego  desvarío 
Es  éste  de  adorarte,  Anarda  bella. 
Si  influyen  juntos  en  mi  ingrata  estrella 
Mi  tierna  adoración  y  tu  desvío? 

¿En  qué  me  fundo,  Anarda,  en  qué  me  fio. 
Si  éste  conozco,  si  malogro  aquella , 
Pues  ni  puedo  eximirte  á  mi  querella, 
Ni  doblar  la  cerviz  de  tu.albedrío? 

Firme  seré,  no  obstante  ;  y  si  el  trofeo 
J)e  tu  esquiva  altivez  mi  amor  no  alcanza, 
A  mi  culto  otro  altar  no  será  empleo. 

Siempre  estaré  en  la  firme  confianza 
De  que  el  negar  laureles  al  deseo 
No  cierra  el  horizonte  á  la  esperanza, 

XXL 

Aquel  peñasco  á  quien  el  mar  azota 
Por  verle  en  su  dureza  castigado, 
Y  sólo  encuentra,  á  fuerza  de  obstinado, 
La  espuma  en  su  rigor  deshecha  y  rota; 

Aquel  a  cuya  cumbre  no  alborota 
Tanto  triste  stispiro  articulado. 
Que  en  ecos  vuelven  al  opuesto  lado. 
Porque  en  su  seno  la  piedad  no  acota; 

Comparando  á  mi  amor  su  resistencia, 
En  su  inmovilidad  querrá  decirme 
Que  es  igual  su  constancia  á  mi  paciencia. 

En  vano  i  oh  peña !  intentas  persuadirme : 
Tan  noble  amor  no  admite  competencia; 
Tú  más  duro  serás ,  es  él  más  firme. 

XXII. 

Arder  en  viva  llama,  helarme  luego, 
Mezclar  fúnebre  queja  y  dulce  canto. 
Equivocar  la  risa  con  el  llanto, 
No  saber  distinguir  nieve  ni  fuego. 

Confianza  y  temor,  ansia  y  sosiego, 
Aliento  del  espíritu  y  quebranto. 
Efecto  natural,  fuerza  de  encanto, 
Ver  que  estoy  viendo  y  contemplarme  ciego  ; 

La  razón  libre ,  preso  el  albedrío, 
Querer  y  no  querer  á  cualquier  hora. 
Poquísimo  valor  y  mucho  brío  ; 

Contrariedad  que  el  alma  sabe  6  ignora , 
Es,  Marsia  soberana,  el  amor  mió. 
¿Preguntáis  quién  lo  causa?  Vos,  Señora, 

(3)  AutDempalitur,  aul  mundi  maquina  disolviiur. 


SONETOS. 


26 


XXIII. 

Satisfacción  á  quien  leyere  estos  versos. 

Cuando  leyendo  estás  ritmo  amoroso, 
Lasciva  flor  de  mi  Parnaso  ameno, 
No  de  áspid  corazón ,  torpe  veneno, 
Esconde  entre  sus  hojas  lo  dañoso. 

No  arguye  privación  de  mi  reposo 
Este  volumen ,  de  terniiras  lleno  ; 
Mia  es  la  pluma,  sirvo  al  sjusto  ajeno; 
Ellos  son  infelices,  yo  piadoso. 

Sentidas  quejas,  blandas  expresioneSj 
Ayes  amantes,  lágrimas  á  rios, 
Efectos  del  amor  y  sus  arpones, 

No  fueron  de  mi  fiebre  desvarios, 
Sino  que  afectos  de  otros  corazones, 
Supe  yo  exagerarlos  como  mios. 

XXIV. 

Mniü!  se  retratar  una  dama,  y  no  acertaron  los  pintores  á  sacar  ■ 
una  copia  parecida. 

Ten  esa  mano,  artífice,  que  errado. 
Copiar  intentas  celestial  figura  ; 
Sus  líneas  sujetar  á  la  pintura, 
Es  perder  el  respeto  á  lo  sagrado  ; 

Presuma ,  en  su  destreza  confiado ; 
No  logrará  el  pincel  lo  que  procura ; 
Que  de  tan  rara  y  célebre  hermosura 
Sólo  el  lienzo  será  trasunto  helado. 

En  balde  humana  y  terrenal  destreza 
Del  sublime  primor  que  Dios  reparte 
Quiere  imitar  la  sin  igual  belleza. 

Cesa,  pintor ;  no  tienes  que  cansarte : 
Portento  que  formó  naturaleza, 
No  se  estrecha  á  los  límites  del  arte. 

XXV. 

Á  Juan  V,  rey  de  Portugal ,  que  amansó  á  un  caballo,  rebelde  á 
cualquiera  otio. 

Así  domes,  señor,  del  mahometano 
Sectario  vil  el  reino  dividido. 
Como  ese  altivo  bruto  ha  conocido 
El  poder  invencible  de  tu  mano. 

Así  del  trace ,  el  árabe  y  persiano 
El  orgullo  á  tus  pies  logres  rendido. 
Como  ese  Etonte ,  en  iras  encendido, 
Resistir  quiere,  y  lo  procura  en  vano. 

Así  los  dos,  que  habitan  sitio  adusto, 
Negi'o  etiope,  pálido  agareno. 
Te  adoren  rey,  te  aclamen  dueño  augusto. 

Así  de  Tctis  al  cerúleo  seno 
Tus  bajeles  le  den  horror  y  susto. 
Como  el  caballo  obedeció  tu  ñ'eno. 

XXVI. 

A  la  muerte  del  Marqués  de  Santa  Cruz,  insigne  varón  en  armas 
y  letras. 

Venció  la  suerte  de  su  mano  armada ; 
¿Quién  habrá  que  escapársele  presuma? 
Venció  la  suerte ,  y  con  j^resteza  suma 
La  vida  al  mejor  héroe  robó,  osada. 

Mas  no  importa ;  que  vive  eternizada 
En  lágrimas  que  el  tiempo  no  consuma  ; 
Una,  que  se  labró  buril  su  pluma  ; 
Otr.as,  que  desbastó  cincel  su  espada. 
,  A  despecho  del  tiempo  sus  victorias, 
A  pesar  del  olvido  sus  trofeos. 
Firmes  son  instrumentos  de  sus  glorias. 

De  su  espada  y  su  pluma  altos  empleos, 
Duran,  más  que  en  el  bronce,  en  las  memorias  ; 
Duran,  más  que  en  el  jaspe,  en  los  deseos. 

XXVIT. 

k  la  estatua  del  Silencio,  primorosa  hechura  de  diestro  artífice. 

Sabio  escultor,  tu  industria  sólo  pudo 
Acreditar  verdad  tan  mentirosa. 
Con  imir  en  estatua  milagrosa 
Parlero  al  máriuol  y  al  silencio  mudo. 


Callada  la  respeto,  y  luego  dudo 
Si  es  engaño  á  la  vista  misteriosa, 
Que  un  mismo  dedo  la  hace  silenciosa, 

Y  de  los  labios  la  desata  el  nudo. 
¿Calla  ó  dice?  En  razón  tan  encontrada, 

Lo  niego  todo  y  todo  lo  concodo, 
Pues  dice  mucho,  aun  cuando  no  habla  nada, 
I  Oh  1  sácame,  escultor,  de  tanto  enredo; 

Y  á  querer  que  la  estime  por  callada, 
Dale  otra  mano  y  quítale  aquel  dedo. 

XXVIII. 

Respondiendo  á  nn  amigo  que  se  convidó  á  venir  á  celebrar  los 
días  de  cumpleaños  el  autor  á  su  casa. 

Fabio,  de  tu  amistad  quedo  dudando 
En  esta  persuasión  que  estoy  leyendo. 
Porque  me  induces  á  aplaiidir  riendo 
Aquel  instante  cu  (jue  nací  llorando. 

Aquella  pobre  cuna  contemplando. 
Lágrimas  de  dolor  estoy  vertiendo, 

Y  en  el  cuándo  pasado  estoy  temiendo 
Las  amenazas  del  futuro  cuándo. 

Fúnebre  consecuencia,  mas  precisa, 
Que  á  nuestros  vanos  pensamientos  aja, 

Y  en  el  mismo  nacer  se  nos  avisa. 

I  Ah,  cuánto,  Fabio,  á  la  razón  ultraja 
El  que  consagi-a  cánticos  de  risa 
Al  día  que  recuerda  la  mortaja  I 

XXIX. 

Á  una  dama  que  no  queria  ser  amada  siendo  muy  hermosa. 

,  Ese  cristal,  Belisa,  que  retrata 
A  tu  rara  beldad,  sin  ser  pintura. 
En  el  mismo  primor  de  tu  hermosura 
Te  copia  la  razón  de  ser  ingrata. 

Cuando  tu  vista  en  él  más  se  dilata, 
Quedas  en  tus  soberbias  más  segura. 
Porque  en  tu  imagen  tu  intención  apui'a 
Las  altiveces  con  que  se  recata. 

Mas,  porque  es  toda  amable  esa  belleza, 

Y  porque  su  beldad  no  tenga  á  insulto 
El  que  á  otro  amor  profane  su  grandeza. 

Ama  tú  sola  tu  divino  vulto  ; 
Que  rindiendo  tú  misma  tu  entereza, 
Sin  padecer  desaires  tendrás  culto. 

XXX. 

Á  una  dama  cruel  para  los  que  la  querían. 

Como  en  las  ñores  del  jardín  ameno 
Oculto  vive  el  áspid  encerrado, 

Y  en  el  pié  que  le  pisa  descuidado 
Su  diente  clava,  escuiie  su  veneno  ; 

Así  entre  luces  de  esplendor  sereno 
Vive,  Marsia,  tu  amor  disimulado, 
De  donde  sale  el  rayo  fulminado. 
Que  produce  las  ansias  en  que  peno. 

Mi  corazón ,  que  en  vano  se  defiende 
Del  rigor  que  en  tus  ojos  se  atesora. 
Mayor  criieldad  en  tí  probar  pretende. 

Vengativo  es  el  áspid,  tú  traidora, 
Pues  el  áspid  maltrata  á  quien  le  ofende, 

Y  tú  ofendes,  oh  Marsia,  á  quien  te  adora  (1), 

XXXI. 

Comparación  de  un  amor  ron  el  mar 

Bate  el  mar  en  la  roca  que  resiste 
El  duro  asalto  de  soberbia  saña , 

Y  el  piloto  que  surca  su  campaña, 

A  instantes  teme  su  naufragio  triste. 

Mas  mirando  en  la  esfera  que  le  asiste 
Astro  benigno,  cuya  luz  no  engaña. 
Corta  la  espuma,  que  las  gavias  baña, 

Y  al  mismo  riesgo  que  recela  embiste. 


(1)  Este  último  terceto  recuerda  la  idea  con  que  termina  el  so- 
neto del  mismo  autor  á  Bárbara  Stábili. 


26 


DON  EÜOENIO  GERARDO  LOBO. 


Sufrí  en  el  j^olfo  ilo  la  vida  enojos  ; 
Mas  cuanrlo  el  cielo  vi  de  tu  hermosura, 
Arrostré  de  la  suerte  los  antojos ; 

Y  ya  no  temo  la  borrasca  dura ; 
Que  en  mirando  las  luces  de  tus  ojos, 
Todo  es  tranquilidad,  todo  es  dulzura. 

XXXTI. 

A  DI)  mngnate  ilustre  y  sabio  que  vivía  mis  Rustoso  en  el  retiro, 
ocupado  en  el  cultivo  de  su  jardia  y  de  las  letras,  que  aplicado 
á  los  negocios  de  estado. 

Viva  en  ocio  apacible  reposado 
Quien  tuvo  arrullos  de  modesta  cuna, 
Pero  no  el  que  en  las  astas  de  la  luna 
Meció  su  primer  lecho  respetado. 

,  El  grande  no  creció  tan  elevado 
A  yacer,  sino  á  estar  como  ooluna. 
Que  insensil)lc  al  vaivén  de  la  fortuna, 
La  máquina  sostenga  del  Estado. 

,  Vos,  señor,  que  miráis  vuestra  ascendencia 
A  la  sombra  de  solios,  no  de  flores, 

Y  el  gran  libro  sabéis  de  la  experiencia, 
Dejad  hojas  de  plantas  y  de  autores, 

Y  cultive  madura  la  prudencia , 
Para  el  público  bien,  frutos  mejores. 


CARTA  PASTORIL  A   UN  CONDISCÍPULO. 

Si  de  simples  ovejas 
República  paciente 
Permite  á  un  pobre  pastoril  desvelo 
Que  á  miserables  quejas 
De  dolor  inocente 

Piedades  busque,  que  agradezca  el  cielo, 
El  noble  desconsuelo 
Acompaña,  oh  Belardo, 
De  aquel  pastor  tu  amigo,  aquel  Gerardo, 
Que  en  más  alegre  dia 
Fus  voces  alternaba, 

Y  en  cercano  redil  introducía 
Recíproco  ganado, 
Después  que  fatigaba 

Con  el  silbo,  la  honda  y  el  cayado, 

En  caluroso  estío, 

La  falda  al  monte  y  la  ribera  al  rio. 

Del  Tajo  en  las  arenas. 
Piadosísima  cuna 

De  aquel  suspiro  que  arrojé  primero. 
De  mis  gustos  ó  penas, 
En  discorde  fortuna, 
Parcial  te  vio  la  selva  y  compañero, 

Y  al  curso  lisonjero 

De  arroyo  transparente, 

Parto  fecundo  de  risueña  fuente, 

De  juncos  y  espadañas 

Coronadas  las  sienes, 

A  beneficio  de  silvestres  cañas. 

Cantábamos  iguales 

Los  inconstantes  bienes, 

Las  dulces  penas,  los  sabrosos  males 

De  rústicos  amores, 

Calma  del  viento,  envidia  de  pastores. 

Quedó,  al  fin,  dividido 
Este  lazo  constante 
De  estrechísima  unión,  por  el  empeño 
De  haberte  conducido 
Á  dehesa  muy  distante, 
Allá  sobre  el  Genil,  tu  rico  dueño  ; 
Acuérdeme  del  ceño 
Que  por  turbado  oriente 
Sacó  el  sol  aquel  dia;  pues  tú  ausente, 
La  selva,  el  monte,  el  ¡irado, 

Y  sierras  elevadas, 

Lloraron  de  pesar  ;  lloró  el  ganado, 
Lloraron  sus  pastores, 

Y  las  Musas  sagradas 

Con  el  mió  alternaban  sus  dolores 

En  endechas  distintas; 

Lloraba  Coridoa,  lloraba  Amíntas, 


Mas  i  qué  mucho,  Belardo, 
Si  el  contento  de  todos 
Te  llevaste,  y  también  quietudes  mias' 
Tú,  con  genio  gallardo 

Y  pacíficos  modos. 

Hiciste  alegres  los  infaustos  dias; 
Tú  siempre  componías 
Las  agrestes  contiendas. 
Dividiendo  los  t<''rminos  y  haciendas 
De  discordes  zagales ; 

Y  tu  albogue  sonoro 

Fué  consuelo  común  para  los  males, 

Sonando  de  manera. 

Entre  el  rústico  coro. 

Que  si  Títiro  acaso  le  atendiera 

Se  quedara  admirado, 

A  la  sombra  del  haya  recostado 

Faltó  á  mis  ocios  luego 
De  tus  sabias  lecciones 
La  siempre  natural  dócil  doctrina, 

Y  su  invisible  fuego 
En  mis  tiernas  pasiones 
Introdujo  el  amor,  peste  divina. 
Que  por  oculta  mina 

Las  médulas  abrasa ; 

Ni  pobre  choza,  ni  soberbia  casa. 

Ni  templo  se  asegura 

De  sus  llamas  voraces ; 

Me  abrasé  finalmente  en  la  hermosura 

De  Amarilis,  pastora 

De  quien  fueron  secuaces 

Cuantos  zagales,  al  salir  la  aurora, 

Dulces  amantes  quejas 

Conducían  al  prado,  más  que  ovejas. 

Más  que  ovejas,  deseos 
Apacentaba  honesta 
En  su  selva  feliz  y  en  las  vecinas ; 
Lascivos  semideos 
Del  bosque  y  la  floresta 
Entallaron  su  nombre  en.  las  encinas ; 
Las  tágides  divinas 

Y  dríadas  hermosas. 

De  junquillos  y  acantos,  oficicisas, 
Tejían  la  gxiírnalda 
A  sus  rubios  cebellos ; 

Y  Pomona  tal  vez  sobre  su  falda. 
De  sus  frutos  mejores 

Dejaba  los  más  bellos. 

Que  arrojaba  después  á  los  pastores ; 

Y  yo  una  tarde,  ufano, 
Conseguí  una  manzana  de  su  mano. 

Desde  entonces  al  mudo 
Lenguaje  de  sus  ojos 
Debí  señales  de  atención  parlera, 

Y  á  su  padre  sañudo 
Ergasto  mil  enojos. 

Que  inquietaron  á  toda  la  ribera ; 

De  sus  rencores  era 

Mi  probreza  motivo ; 

De  mis  ansias,  no  el  verle  dueño  altivo 

De  mil  cabras  traviesas. 

Que  con  cargadas  ubres 

A  cabritíllos  mil  y  á  muchas  mesas 

Daban  grato  alimento ; 

Ni  el  ver  en  los  Octubres 

A  Baco  en  su  lagar  siempre  contento; 

Sólo  de  mi  codicia 

Amarilis  fué  asunto  y  fué  delicia. 

Fué  mí  delicia  ,  y  tanto, 
Que  sólo  puse  en  ella 
Los  términos  honestos  de  mi  gloría ; 
Al  lisonjero  encanto 
De  favorable  estrella, 
Consentí  en  los  indicios  de  victoria ; 
Tan  firme  en  mi  memoria 

Y  en  mis  rudas  canciones, 

Que  primero  las  tórtolas  y  lialcones, 

Lebreles  y  venados. 

Raposas  y  polluelos 

Se  verán  juntos  en  los  verdes  prados, 

Y  primero  la  luna 
Girará  por  los  cielos. 


CARTA  PASTOfilL. 


2? 


Sin  leve  mutación  ó  mancha  alguna, 

Que  Amarilis  no  sea 

Objeto  dulce  de  mi  grata  idea. 

Desde  el  laurel  cercano 
Al  chozo  de  retama, 
Filomena  mis  ansias  atendia, 

Y  del  trace  tirano, 
Sobje  la  fresca  rama, 

La  tragedia  mezcló  con  mi  armonía ; 

Cuando  la  entonces  mia 

Pastora,  deliciosa 

Más  que  en  el  huerto  la  temprana  rosa, 

Fingiendo  que  cortaba 

Del  romeral  florido 

Los  mi\s  tiernos  cogollos,  escuchaba 

En  la  simple  dulzura 

Del  rústico  gemido 

Excesos  de  mi  amor  y  mi  ventura , 

Causando  á  los  desvelos 

De  otro  amante  pastor  envidia  y  celos. 

De  otro  pastor  amante. 
Uno  que  de  la  sierra 
Descendió  á  nuestro  valle  deleitoso, 
De  la  más  abundante 
Cabana  de  la  tierra 
Tan  rico  mayoral  como  dichoso. 
Quien  con  pellico  airoso 

Y  palabras  traidoras 

Alteró  la  quietud  de  las  pastoras, 

Regalando  del  monte 

Dulcísimos  panales 

En  tazas  del  antiguo  Alcimedonte, 

Ricas  pieles  manchadas 

De  varios  animales. 

Cayados  de  marlil,  ruecas  doradas; 

Y  mi  Amarilis  era 

Del  nuevo  ciüto  la  deidad  primera. 

Yo,  que  del  buen  Corebo, 
Anciano  padre  mió, 
Más  ejemplos  guardaba  que  rebaños, 
Pues  por  cuenta  de  Febo 
Las  ninfas  de  su  rio 
Fueron  nutrices  de  mis  tiernos  años, 

Y  corderos  extraños, 
Como  sabes,  regía , 

Mísero  apenas  tributar  podia, 

Cuajada  en  limiña  hortera. 

En  el  zurrón  castañas. 

La  nuez  sabrosa,  la  amigada  pera, 

Y  tal  vez  á  mi  anhelo 
Rindieron  las  montañas 
Blanca  paloma,  llardo  conejuelo 
O  tímido  venado, 

Que  ofrecí,  de  azucenas  coronado. 

Mas  tocaba  yo  solo, 

De  siete  desiguales 

Leves  cicutas,  flauta  delicada. 

Que  por  orden  de  Apolo, 

En  los  cañaverales 

Del  Tajo  fabricó  musa  sagrív];, 

De  muchos  envidiada. 

De  algunos  aplaudida , 

Y  de  aquel  embeleso  de  mi  vida 
Más  que  de  todos ;  pero 

A  su  padre  ambicioso 

Las  esquilas  del  rico  ganadero 

Sonaban  más  suaves 

Que  el  eco  armonioso 

De  mi  zampona,  cuando  en  versos  graves 

A  Amarilis  cantaba, 

Y  su  nombre  en  las  selvas  resonaba. 
¡  Oh  cuántas  veces,  cuántas, 

Con  celoso  desvelo 

Abandoné  el  redil,  siguiendo  acaso 

La  huella  de  sus  plantas. 

Si  por  ventura  el  suelo 

Me  daba  algún  indicio,  siempre  cscasoJ 

¡Cuántas  en  el  ocaso 

La  luz  se  sepultaba, 

Y  detras  del  vallado  yo  acechaba 
Si  entre  una  li  otra  tropa 

De  zaealas  volvía  1 


Y  cuanto  entonces  con  la  verde  copa 

Al  carrasco  más  pobre 

El  álamo  excedía, 

Tanto  Amarilis  descollaba  sobre 

Las  que  fueran ,  sin  ella. 

El  sol  ausente,  cada  cual  estrella. 

Egón,  en  fin,  tirano 
(Asi  el  pastor  se  llama). 
Que  después  de  tu  ausencia,  [  oh  nunca  fuera! 
Desde  el  monte  Mariano 
Sus  ganados  derrama, 
Agostando  el  verdor  de  la  ribera. 
Con  astucia  severa 
De  recatado  empeño 
(Ya  ménrs  fuerte  de  mi  Í7ijusto  dueño 
La  virtud  generosa), 
Al  codicioso  Krgasto 
La  pidió  cautamente  por  esposa, 
Manejando  de  modo 
El  infelice  fasto, 

Que  en  un  sí  (¡  ay  de  mí  triste !)  logró  todo 
Cuanto  pudo,  importuna, 
Arrancar  de  mi  pecho  la  fortuna. 

Ignorante  este  dia 
De  mi  destino  adverso. 
En  el  tronco  de  un  árbol  cortezudo 
Por  acaso  escribía 
No  sé  qué  triste  verso 
Con  la  punta  sutil  de  hierro  agudo ; 
Cuando  un  acaso  j^udo 
Decir  mi  desventura. 
Porque  suelto  el  rebaño  en  la  espesura 
De  no  distante  cerro. 
En  fe  de  mi  descuido, 
Dormida  entonces  centinela  el  perro 
La  honda  abandonada. 
Sin  piedra  ni  chasquido, 
Degolló  la  más  dócil  bien  manchada 
Bellísima  cordera. 
Voraz  la  saña  de  rapante  fiera. 

No  la  pérdida  tanto. 
Como  el  fatal  agüero, 
La  quietud  alteró  de  mi  ventura, 
Pues  del  perenne  llanto 
De  mi  dolor  severo 
Nuevo  líquido  arroyo  se  apresura; 

Y  así  de  mi  ternura 
Desahogaba  el  tormento: 

« ¡  Oh  tú ,  infeliz  entre  corderas  ciento, 
La  siempre  más  amada 
Del  tímido  ganado, 
No  fueras,  como  fuiste,  desdichada, 
Si  el  brazo,  ya  cobarde. 
Empuñase  el  cayado, 
En  tu  defensa  prevenido  tarde! 
Pero  quede  deshecho 
En  más  pedazos  que  se  parte  el  pecho.» 
Tírele  airado  y  ciego, 

Y  arrojé  juntamente 

El  sosiego  del  alma  apetecido, 

Pues  el  efecto  luego 

Del  pasado  accidente 

En  alegre  rumor  llego  á  mi  oido, 

Cuando  en  todo  el  cgido 

Los  instrumentos  viles 

De  panderos  y  flautas  pastoriles 

A  las  chozas  y  aldeas 

Cantaban  el  trofeo 

De  Amarilis  y  Egón ;  se  encienden  leas 

En  la  frondosa  calle 

De  Pan  y  de  Himeneo ; 

Y  yo,  fuera  de  mí ,  fuera  del  valle 

Y  fuera  de  mi  vida, 

Muerdo  los  troncos  como  fiera  herida, 

Otro  motivo  entonces 
Avivaba  la  llama 

De  mi  fuego  infernal,  ocultío  y  fiero, 
Porque  digno  de  bronces, 
El  eco  de  la  fama 
Le  aplaudía,  jamas  tan  lisonjero, 
I  Oh,  mal  haya  el  primero 
Que  dividió  en  el  mundo 


DON  EUGENIO  GERARDO  LOBO. 


Los  caudales  comnnes ;  y  el  seguudo 

Mal  haya  otras  mil  veces, 

Que  de  plebe  y  nobleza 

Fundó  la  distinción,  sin  solideces, 

Cuando  sólo  se  admira 

Por  timbre  la  riqueza, 

Y  la  virtud  sagrada  se  retira 
A  pobre  albergue,  donde, 

Por  falta  de  equidad,  su  luz  esconde! 

Y  ti"! ,  Egón  venturoso, 
Que  nunca  así  lo  fueras 
Si  la  fortuna  con  su  propria  mano, 
Por  el  fin  caprichoso 
De  sus  altas  quimeras, 
No  te  hiciese  heredero  del  anciano 
Riquísimo  Silvano ; 
Vive  contento,  vive, 

Y  para  oprobio  de  mi  fe  recibe 
Aquel  don ;  mas  ¿qué  digo? 
Muere  primero,  muere, 

Y  el  hado,  de  quien  fuiste  tan  amigo 
De  modo  te  aborrezca. 

Que  allí  donde  estuviere 

Tu  mayor  interés,  luego  perezca ; 

Y  en  llegando  á  ser  pobre , 

Sólo  el  fastidio  del  amor  te  sobre. 

Al  rocío  ñ'ecuente , 
Como  infecunda  piedra, 
La  virtud  corresponda  de  tus  prados, 

Y  en  canícula  ardiente , 
El  laurel  con  la  hiedra, 

El  olmo  con  la  vid,  mueran  quemados, 

A  tus  muchos  ganados 

Niegue  cualquier  ribera 

El  cristalino  humor,  ó  el  cielo  quiera 

Que  con  vanos  rumores 

Al  arroyo  apresure 

Sólo  el  llanto  de  míseros  pastores, 

Cuando  en  los  meses  fieros 

Tanto  la  nieve  dure , 

Que  fallezcan  sin  pasto  los  corderos, 

O  en  su  cuello  inocente , 

Durmiendo  el  perro,  el  lobo  se  ensangriente. 

En  tu  contorno  alojes 
Las  macilentas  hambres, 

Y  nunca  á  la  piedad  lleguen  lus  ecos ; 
Por  más  polvo  que  arrojes 

A  los  vagos  enjambres, 

No  bajen  á  tus  corchos  ni  á  los  huecos 

De  tus  árboles  secos ; 

Antes  bien  en  sus  quiebras , 

Con  ponzoñoso  aliento  las  culebríis 

Lifeccionen  los  nidos 

De  las  simples  palmias, 

Y  alternando  los  cuervos  los  gemidos 
De  su  infausta  mañana, 
Taladren  las  carcomas 

Al  fecundo  frutal ;  y  siempre  vana 

La  fatiga  en  tus  prados. 

Sólo  sirvan  al  fuego  tus  arados. 

De  las  lu-nas  de  Jovu, 
Aquella  de  los  males 
Se  vierta  sobre  tí  y  sobre  tu  selva, 

Y  desde  el  tosco  adobe 
De  los  rudos  corrales 

Hasta  el  templo  de  Ccrcs  se  disuelva; 

A  tu  casa  no  vuelva, 

Una  vez  desterrada, 

La  paz  tranquila,  la  verdad  amada, 

Y  desnuda  de  mieses. 
De  pámpanos  y  flores 

La  estación  variable  de  los  meses. 

En  trojes  y  tinajas 

Sólo  sepulte  horrores. 

Sin  que  del  chozo  á  las  humildes  pajas 

Perdone  ardiente  estío ; 

Ardan  las  fuentes  y  se  seque  el  rio. 

Nunca  el  cielo  propicio, 
Antes  bien  irritado. 
Corresponda  al  dolor  de  tu  querella, 

Y  á  cualquier  sacrificio 
Que  le  rindas  postrado, 


Corrompa  el  genio  de  maligna  cñlrcUa. 

Y  tú,  entre  todas  bella, 
Como  nadie  traidora. 

Fija  siem)irc  en  mi  amor,  alma  pastor.a. 

No  pienses  que  mi  pecho 

Tu  daño  solicita 

Con  la  fuerza,  la  rabia  y  el  despecho 

De  tantas  maldiciones ; 

Numen  silvestre  admita 

Las  que  le  ofrezco  internas  obl.aciones, 

Porque  te  obsequie  grato 

Y  conserve  en  su  gruta  tii  retrato. 


OCTAVAS  FESTIVAS. 

A  la  derrota  de  unos  pasteles  en  el  Palau  (antiguo  palacio  de  Bar- 
celona), en  que  el  autor,  por  el  estorbo  de  una  dama,  no  tuvo 
más  parte  que  el  precepto  de  referir  el  suceso. 

Como  á  Eneas  Elisa  de  Cartago, 
Renovar  me  has  mandado  un  sentimiento, 
A  cuyo  triste  lamentable  estrago 
Se  estremece,  señora,  el  pensamiento ; 
Pero,  pues  es  tu  gusto  dulce  halago. 
Que  elocuencias  infunde  al  torpe  acento. 
Las  agonías  pintaré  crueles 
De  la  Troya  infeliz  de  los  pasteles. 

Ya  la  húmeda  noche  desde  el  cielo 
Su  carroza  fugaz  precipitaba. 
Cuando  escucho  un  motín ,  y  á  su  desvelo, 
La  terrestre  región  titubeaba. 
Era  todo  el  alcázar  Mongibelo, 
Pues  nocturnos  relámpagos  vibraba. 
Por  sus  bocas  flamígeras  y  ardientes. 
La  cruel  batería  de  unos  dientes. 

Acudo  al  riesgo,  pero  acudo  en  vano, 
Pues  insolente  bárbara  cuadrilla 
Jugaba,  diestra  de  tajante  mano, 
La  ya  encorvada  natural  cuchilla. 
Al  grave  susto  del  furor  cercano 
Se  suspende  mi  aliento  ó  se  amancilla, 
Viendo  que  ocupa  el  trágico  combate 
El  camino  cubierto  del  gaznate. 
,  Paladión  de  vidrio,  fabricado 
A  manera  de  monte  por  el  arte , 
Del  torpe  dios  de  vides  coronado, 
Aborta  incendios,  y  furor  reparte, 
Al  tiro  bacanal  desembrazado 
De  la  sedienta  lid,  en  cada  parte. 
Resonaron  las  bóvedas  internas, 

Y  gimieron  del  susto  las  tabernas. 
Deidad  gallarda,  entonces  parecida 

A  la  noble,  bellísima  Creusa, 
Que  usurpó  del  erario  de  mi  vida 
Cuantos  alientos  concedió  á  mi  musa ; 
Con  rozagante  púrpura  vestida, 
Del  duro  avance  á  mi  crueldad  recusa, 
Me  suspende  el  aliento,  le  desdora  ; 
1  Lo  que  debe  mi  hambre  á  esta  señora ! 

La  sed  ardiente  de  logi-ar  despojos, 
Impaciencias  prestaba  á  mi  osadía ; 
El  dominio  imperante  de  sus  ojos 
Leyes  de  hielo  al  ánima  jmponia. 
Allá  me  impelen  bélicos  arrojos, 
Aquí  me  pasma  la  congoja  mía  ; 

Y  triste  en  medio  mi  pasión  apura 
Lo  que  tira  el  pastel  y  la  hermosura. 

¿Viste  tal  vez ,  del  uno  y  otro  nido, 
Bajar  de  cuervos  turba  vocingl  ra 
A  la  verde  mansión  donde  tendido 
El  cuerpo  yace  de  difunta  fiera? 
No  de  otra  suerte  el  antes  dividido 
Tropel  marcial  se  junta,  donde  espera 
Que  á  sus  ansias  arroje,  descubierto 
El  vientre  del  pastel ,  un  gato  muerto. 

No  á  la  garza  se  abaten  presurosos 
Con  más  violencia  rápidos  halcones, 
Como  al  triunfo  se  arrojan  animosos 
Los  insignes,  los  ínclitos  varones. 
I  Oh  tres  y  cuatro  veces  venturosos ! 
I  Oh  afortunada  gente !  j  Oh  campeones, 


parís  y 

Que  en  el  miindo  llenasteis  de  alabanza 
Los  capaces  archivos  de  la  pauzal 

De  la  fábrica  dulce,  delicada, 
Apenas  queda  mísero  fragmento, 
Desde  la  grave  copa  empavesada 
Hasta  el  último  pobre  pavimento. 
No  hay  pared  que  no  quede  dembada, 
Ultrajando  el  furor  voraz  y  hambriento 
Alquitraves,  cornisas  y  colunas, 

Y  yo  entre  todos  me  quedé  en  ayunas. 
Mas  no  tanto,  que  intrépido  y  constante 

No  quisiese  mezclarme  en  el  trofeo , 
Bien  que  estorbos  me  puso  cada  instante 
El  dueño  hermoso  del  combate  feo. 
Ya  finalmente,  ciego  y  arrogante, 
Desenvaino  la  espada  del  deseo, 

Y  á  ios  cómplices  todos  de  aquel  trato 
Traspasé  con  la  punta  del  olfato. 

Abandono  aquel  trágico  distrito, 
No  de  cobarde  huyendo,  de  prudente. 
Pues  á  fuerzas  de  número  infinito, 
Saberse  retirar  es  ser  valiente. 
Al  Anquíses  llevé  de  mi  apetito 
Sobre  el  hombro  ;  reliquias  de  obediente 
l^or  penates,  y  sólo  entre  la  ruina 
A  los  lares  dejé  de  la  cocina. 

Este  es,  señora,  el  lamentable  agravio 
De  la  triste,  infeliz,  trágica  historia, 
Desairada  dos  veces  de  mi  labio, 
Pero  impresa  cien  mil  en  mi  memoria. 

Y  éste  un  recuerdo,  que  le  dice  al  sabio  : 
«No  al  valor  le  atribuyas  la  victoria, 
Ni  en  el  mérito  fundes  los  laureles ; 
Porque  el  hado  reparte  los  pasteles.» 


DIALOGO  MÉTRICO  DE  PÁRIS  Y  ELElNA 

para  que  cantasen  dos  señoritas. 
INTRODUCCIÓN. 

Páris,  infiel  pií-ata 
Del  milagro  de  Grecia, 
El  incendio  de  Troya 
Tiene  en  su  nave,  porque  tiene  á  Elena, 
En  la  dorada  popa, 
Que  el  viento  lisonjea, 
De  esta  suerte  batalla 
En  él  el  ruego,  y  el  agravio  en  ella, 

PÁEIS. 

Perdona,  halagüeño. 
Dulcísimo  bien. 
La  ofensa  de  quien , 
De  puro  mirar,  no  supo  atender. 

{Recitado.) 
Perdona ,  y  si  culpaste 
Mi  nunca  arrepentido  atrevimiento, 
Tú  á  robar  me  enseííaste 
Con  modo  más  violento. 
Pues  yo  adoro  la  presa ,  y  tu  cuidado 
Al  mismo  que  cautiva  ha  despreciado. 

ELENA.  (Arla.) 
Intentas  en  vano, 
Aleve  tirano, 
Vencer  mi  crueldad , 
Pues  tu  cautiverio 
No  tiene  el  imperio 
De  mi  libertad. 

{RecitacUt.) 

¿Cómo  tan  indiscreto 
En  repetido  agi-avio. 
Injurian  mi  respeto 
Las  necias  expresiones  de  tu  labio? 

PÁRIS.  (Aria.) 
Bellísima  Elena, 
Pues  eres  motivo     ' 
De  toda  mi  pena, 
Permite  el  dolor, 


ELENA. 

Que  es  bárbaro,  esquivo. 
Injusto  rigor. 
Decir  el  tormento. 
Callar  el  amor. 

(Recitado.) 
Y  pues  ya  mi  fortuna  ha  echado  el  resto, 
Venza  el  ruego  á  la  crueldad. 

ELENA. 

i  Qué  es  esto  I 

(Coplas.) 
I  Que  es  esto,  loco  Páris, 
No  sabes  que  es  delirio 
Querer  con  una  ofensa 
Sobornar  un  cariño  ? 

PÁRIS. 

I  Ay,  dueño  mió  I 
Que  á  tus  ojos  son  glorias 
Los  precipicios. 

ELENA. 
En  aras  del  decoro 
Se  pierde  el  sacrificio. 
Cuando  es  el  rendimiento 
Disfraz  de  lo  atrevido. 

PÁRIS. 
j  Ay,  dueño  mió  ! 
Que  no  bastan  preceptos 
Contra  el  destino. 

ELENA.  (Recitado.) 
Vivo  yo,  qv;e  soy  sola 
El  arbitrio  capaz  de  mi  fortuna. 
Que  á  tu  loca  importuna 
Porfía  irreverente 
Despedace  primero  que  se  aliente. 

(Aria.) 
Es  mi  noble  respeto 
El  ara  y  la  deidad, 
Y  el  don ,  aunque  secreto, 
Que  rinde  lo  indiscreto. 
Castiga  la  crueldad. 

PÁRIS. 

No  es  un  amor  ofensa,  que  es  martirio. 

ELENA. 

Es  ofensa  un  amor  cuando  es  delirio. 

PÁRIS. 

Castiga  á  tu  hermosura, 
Que  es  toda  la  razón  de  mi  locura. 

ELENA. 

No,  no  hay  razón 

PÁRIS. 

Sí,  sí  hay  razón 

ELENA. 

En  desear 

PÁRIS. 

En  adorar 

ELENA. 
Si  es  tirana 

PÁEIS. 

Si  es  hermosa 

LOS  DOS. 
La  elección. 

ELENA. 
No,  no  hay  razón, 
PÁRIS. 

Sí ,  sí  hay  razón. 
ELENA. 
No  hay  razón,  infiel  Páris, 
Que  tu  aleve  traición 
Disfrace  alevosías 
Con  el  vano  semblante  del  amor, 


29 


so 


t>ON  EUGENIO  GERARDO  LOBO. 


parís. 
Sí  hay  razón,  dulce  Elena, 
Pues  tan  grande  pasión 
Con  menos  que  un  estrago 
Ko  expresara  la  fuerza  de  su  ardor. 

ELENA. 

No  hay  razón  que  se  atreva, 
Delincuente  la  voz, 
Á  referir  un  culto 
Donde  delito  fué  la  adoración. 

rÁEls. 
Sí  hay  razón  ;  que  en  el  templo 
Al  Ídolo  a<rravió 
Quien  recela  el  peligro, 
Pues  desdora  milagros  el  temor. 

ELENA. 
No,  no  hay  razón, 

PÁUIS. 
Sí,  sí  hay  razón. 

(Hecitadfl.') 
Cuando  me  precipito. 
Eres  tú  mi  descargo  y  mi  delito. 

ELENA. 
Pues  yo  seré  instrumento 
De  tu  ruina,  tu  estrago  y  tu  escarmiento 

PÁRIS.  (Aria  á  dúo.) 

Mi  esperanza 

ELENA. 

Mi  venganza 

PÁRIS. 
Lisonjera 

ELENA. 

Siempre  fiera 

LOS  DOS. 

No  podrá  retroceder. 

PÁRIS. 
Pues  constante 

ELENA. 

Vengativa 

PÁRIS. 
Fiel  amante 

ELENA. 

Siempre  esquiva 

LOS  DOS. 
Al  destino  he  de  vencer. 


ORATORIO  MÍSTICO  Y  ALEGÓRICO, 

que  en  el  culto  de  María  Santísima  del  Pilaf  cantó  la  rapilla  de  la 
catedral ,  en  el  convento  de  San  Cayetano  de  la  ciudad  de  Bar- 
celona ()). 

LA  FE.  1    LA  CARIDAD. 

LA  ESPERANZA.    |    JACOB 

CORO   DE  VIRTUDES. 

CORO. 
Desdoble  la  idea  de  mudas  señales 
Obscuros  conce})t()S,  enigmas  divinos, 
Y  en  los  arcanos  de  lumbre  sagrada 
Enciendan  las  sombras  la  luz  del  prodigio. 

FE. 

¿  Qué  pretendes,  Jacob , 
Después  que  has  conseguido 

(1)  >'o  titubeamos  en  publicar  este  Oíatoiio,  á  pesar  de  algunas 
singularidades  de  pensamiento. que  contiene  ,  para  poner  de  mani- 
fiesto cuAn  aventajado  era  (íerabdo  Lorh  en  los  primores  rítmicos 
que  requiere  la  poesía  destinada  al  cauto. 


La  bendición  que  cuesta 

El  tormento  mental  de  un  sacrificio  ? 

ESPERANZA. 
¿Dónde ,  desde  la  risa 
Del  padre  desprendido. 
Por  la  causa  y  el  modo, 
Te  encaminas,  dos  veces  peregrino? 

CARIDAD. 

¿Dónde,  de  Bersabé 
Dejando  el  dulce  sitio, 
Aun  más  que  de  las  breñas. 
De  los  misterios  abres  el  camino  ? 

LAS  TRES. 
Las  virtudes  somos, 
Que  vamos  contigo, 
Para  los  viadores 
Fatiga  y  alivio. 

JACOB.  (Recitado.) 

A  ciimplir  obediente 
De  mi  padre  la  ley,  ]iues  él  desea 
Hacerme  dueño  de  Raquel  hermosa, 
Aquella  que  en  su  idea 
Sin  duda  concibió,  por  no  manchada 
De  Canaan  en  la  estii"pe  contagiosa; 

Y  en  fe  de  preservada. 
La  tuvo  prevenida 

Para  dulce  descanso  de  mi  vida. 

(Aria.) 
Mi  fe,  mi  esperanza. 

Mi  amor  me  asegura 

Tener  su  hermosura 

Por  prenda  dichosa 

De  mi  bendición ; 

Pues  sólo  se  alcanza. 

Llevándoos  delante. 

La  imagen  preciosa. 

La  joj^a  constante 

De  ia  perfección. 
Mi  fe,  etc. 

FE.  (Recitado.) 

Pues  ya  tu  entendimiento 
Disposición  iDreviene  á  aquel  suave, 
Tranquilo  movimiento 
De  dócil  voluntad,  que  infundir  sabe 
La  noble  afición  pía 
A  creer  la  verdad  del  qiie  te  envia. 
Sin  mental  evidencia. 
En  acción  me  tendrás  en  tu  presencia. 

(Aria.) 

En  Raquel  te  haré  lograr 
Belleza  más  singular 
Que  aquella  que  has  concebido; 
Y  para  llegarla  á  ver, 
I^or  fuerza  me  has  de  tener 
A  la  puerta  del  oído. 

En  Raquel,  etc. 

ESPERANZA.  (Recitado.) 

Yo  asistirte  prometo. 
Pues  aquel  superior  intelectivo 
Apetito  te  mueve 
Al  bien  más  arduo,  al  bien  más  excesivo; 

Y  aunque  tu  afecto  debe 

Buscar  el  gozo  de  Raquel  hermosa, 
La  tendrás  desdeñosa, 
Si  á  tu  padre  no  ves,  en  su  hermosura. 
Como  causa  final  de  tu  ventm-a. 

(Aria.) 

Con  dulces  ideas 
Sabré  consolar 

De  angosto  camino  la  pena  cruel ; 
Y  no  me  has  de  hallar 
•    Así  que  poseas 
En  ocio  tranquilo  la  luz  de  Raquel, 
Con  dulces  f  etc. 


LAS  TEES. 

T  pues  en  tí  se  afianza 
La  promesa  de  que  fueron 
Guarismos,  arenas  y  astros, 
En  el  mar  y  el  fií-mamento... 


FE. 

Te  acompaño  hasta  el  logro 
De  tus  deseos ; 

Y  en  sus  trofeos. 

Tú  verás  que  te  alumbro 
Cuando  te  ciego. 

ESPERANZA. 
Hasta  el  triunfo  te  sigo, 
Que  pretendieres, 

Y  en  sus  placeres. 
Hallarás  que  me  ganas 
Cuando  me  pierdes. 

CARIDAD. 

,  Facilito  imiDosibles 
A  tus  ideas, 
Para  que  veas 
Que  un  hipóstasis  hago 
De  cielo  y  tierra. 

FE. 
En  mi  palabra  real...., 

ESPERAXZA. 

En  mi  promesa  fiel 

CARIDAD. 

En  mi  ansia  inmortal...,, 

LAS  TRES. 
Consiste  el  celestial 
Regazo  de  Eaquel. 

JACOB.  (Hccitado.') 
Sin  vuestra  compañía, 
En  vano  me  atreviera 
A  buscar  el  favor  de  una  hermosura, 
A  quien  ya  considera 
Mi  amante  fantasía 
Azucena  cercada 
De  punzantes  abrojos, 
Cuyos  hermosos  ojos 
(Felicísimo  agravio 
De  luces  inmortales) 
De  paloma  serán  enamorada; 
De  palma  su  estatura ; 
Cendal  purpúreo  el  labio, 
Que  destile  panales  ; 
Ebúrnea  torre  el  cuello, 
Que  sepa  herir  de  amor  con  nn  cabello, 

(  Aria.) 
I  Cuándo,  cuándo  pasará 
El  invierno  congelado 
De  mis  ansias  y  temores? 
¿Cuándo,  cuándo  llegará 


ORATORIO  MÍSTICO 
CARIDAD.  (Hecitaeto.) 

El  favor  de  mi  lado 
Tu  poder  natural  nunca  alcanzara; 
A  no  haberme  llamado 
La  forma  habitual  (jue  en  tí  ha  esculpido 
Quien  para  tanto  asunto  te  ha  elegido  ; 
Y  aunque  más  en  el  ara 
De  Raquel  tributase  tu  porfía, 
Sin  mi  presencia,  informe  quedaría 
El  holocausto  atento. 
Porque  yo  soy  de  todo  el  complemento. 

Enlazado 
Tu  cuidado 
Con  mi  agrado. 
Te  aseguras  el  favor ; 
Que  en  los  bienes 
Que  previenes, 
Nada  tienes 
Sin  la  prenda  del  amor 

enlazado,  etc. 


.«11 


Aquel  tiempo  señalado. 
En  que  aparezcan  las  flores? 
¿  Cuándo,  etc. 

CARIDAD. 
Concede  á  tu  fatiga 
Alguna  breve  tregua ; 
Que  la  calma  del  justo 
No  desdora  el  favor,  antes  le  alienta. 

LAS  TEES. 

Y  en  el  hábito  interno 
De  tus  potencias. 
Cuidaremos  nosotras 
De  tus  empresas. 
Descansa,  duerme,  sosiega. 

JACOB. 

Sobre  esta  piedra  inclino, 
Gustoso,  la  cabeza, 
Aunque  cueste  un  prodigio. 
Que  produzca  piedades,  una  piedra, 
CORO. 

Descansa,  duerme,  sosiega, 

JACOB. 

Venga  mi  objeto  amado 
Al  huerto  de  mi  idea, 

Y  mezcle  sus  aromas 

Con  la  mirra  insufrible  de  mis  penas, 
CORO. 
Descansa,  duerme,  sosiega. 

LAS  TRES. 

Supuesto  que  enferma 
De  suaves  amores, 
Cercadle  de  flores, 
Dejadle  que  duerma, 

Y  no  le  despertéis  hasta  que  él  quiera, 

CARIDAD,  {llecitado.) 
Deba  á  nosotras,  deba, 
Jacob  enamorado, 
Ponerle  con  cuidado 
Una  escala  tan  nueva. 
Que  en  subiendo  á  su  cumbre, 
Si  á  Eaquel  no  examina 
(Que  no  sé  si  podrá  mientras  camina), 
A  lo  menos  del  todo  de  su  lumbre 
El  más  puro  reflejo 
En  enigma  verá  por  el  espejo. 

{Aria.) 

Las  virtudes  cardinales 
Instrumentos  potenciales 
Apliquen  al  material , 

Y  noblemente  hermanadas, 
"Vayan  formando  las  grauas 
En  el  taller  natural. 

Las  virtudes,  etc. 

CORO   DE  VIRTUDES, 

Al  precepto  obedientes 
Estamos,  porque  veas 
Que  ya  el  principio  forma 
Quien  pone  la  obediencia; 

Y  haciendo  consonancia 
La  rígida  tarea, 
Afirme  el  martillo. 
Desbaste  la  azuela. 
Realce  el  escoplo 

Y  corte  la  sierra. 

CARIDAD. 
De  tal  suerte  ha  cumplido 
Su  encargo  la  Prudencia, 
Que  el  material  labrado 
Vendrá  donde  convenga. 

PE. 

De  modo  la  Templanza 
Consume  las  cortezas. 
Que  sólo  la  medula 
So  ve  do  la  madera, 


H'2 


ESPERANZA. 
'Pan  igual  la  Justicia 
Las  mide  con  su  regla, 
Que  ocupa  cada  gi-ada 
La  clase  de  su  esfera, 

CARIDAD. 

Las  enlaza  y  las  une 
Tan  bien  la  Fortaleza, 
Que  elevación  ni  viento 
Las  tuerce  ni  las  quiebra. 

LAS  TRES  VIRTUDES, 

Tu  mística  escala 
Ya  tienes,  Jacob ; 
El  camino  es  óste 
De  tu  bendición. 


DON  EUGENIO  GERARDO  LOBO. 

JACOB. 
Me  engolfa,  me  anega 

CARIDAD. 

Y  logi-ando  las  ansias  de  tu  amor,..,, 

JACOB. 
Tu  luz,  tu  favor? 

CARIDAD. 
El  bien  que  aquí  se  encierra , 
Será  bendita  en  tí  toda  la  tierra. 

JACOB.  (Aria.) 
I  Qué  es  esto,  qué  es  esto. 


CARIDAD,  (lieeitado.) 
Y  pues  que  ya  elevada, 
Con  una  y  otra  punta 
Los  dos  extremos  junta 
Del  todo  y  de  la  nada, 
Suba,  suba  por  ella 
Al  cielo  de  su  estrella. 
Si  es  que  tiene  la  mente  sosegada, 

PE. 

Ya  ha  vencido 

El  vano  ruido 

Del  sentido 

Y  las  ijotencias, 
Y  en  las  tinieblas  del  letargo  asiste 
Luz  que  no  comprendieron  las  tinieblas, 

ESPERANZA. 
Ya  más  quieto. 
Va  sujeto 
Hacia  el  objeto 
Que  desea, 
Y  deponiendo  la  fineza  activa, 
Á  contemplarle  pasa  la  fineza, 

CARIDAD. 

Ya  su  vida, 

Enardecida 

Con  la  herida 

De  mis  flechas, 
A  la  esencia  del  bien  tanto  se  une. 
Que  casi  se  equivoca  con  la  esencia. 

LAS  TRES. 

Y  de  grada  en  grada, 
Se  ve,  en  competencia. 
Subir  los  afectos. 
Bajar  las  finezas. 

CARIDAD.  (Recitado.) 
Yo,  Jacob ,  te  aseguro 
Que  el  misterioso  puesto 

JACOB.  (Entre  sueños.) 

¿Qué  es  esto,  qué  es  esto 

CARIDAD.  (Aria.) 
,  Donde  catre  seguro 

A  la  fatiga  encuentra  tu  fervor 

JACOB, 
Dulcísimo  amor? 

CARIDAD. 
Patrimonio  ha  de  ser  eternamente 

De  tanto  descendiente 

JACOB. 

¿Tan  presto,  tan  presto 

CARIDAD. 

Como  astros  encumbra 

JACOB. 
Me  ciega,  me  alumbra 

CARIDAD. 

El  dosel  del  sagrado  firmamento 
Arenas  ciñe  la  inconstante  vega 
Del  undoso  elemento 


Dulcísimo  amor? 
I  Tan  presto,  tan  presto, 
Me  alumbra,  me  ciega, 
Me  engolfa,  me  anega, 
Tu  luz,  tu  favor? 

tQué  es  esto,  qué  es  esto, 
)ulcísimo  amor? 

(  Dcsjñcrta . — Recitado. ) 
Aguarda,  asombro  de  mi  vida,  aguarda; 
Permite  que  en  deliquio  contrapuesto 
Apure  rayos  y  en  tus  ondas  arda ; 
Mas  i  dónde  voy  ?  ¿  Qué  es  esto  ? 

VIRTUDES. 

I  Qué  es  esto,  qué  es  esto,  Jacob? 

JACOB. 

No  lo  sé. 

VIRTUDES. 

¿  Tan  presto,  tan  presto  despiertas 

JACOB. 
Me  asombra 


Del  sueño. 


VIRTUDES. 


La  sombra., 


VIRTUDES. 

De  amor? 

JACOB. 
Que  miré. 

VIRTUDES. 
¿Qué  es  esto,  qué  es  esto,  JacobT 
Tan  presto  despiertas 
Del  sueño  de  amor  ? 

JACOB. 

No  lo  sé ; 
Me  asombra 
La  sombra, 
Que  miré. 

VIRTUDES, 

Di,  Jacob,  de  tu  sueño 
Las  especies  infusas 
Que  dejó  el  cielo. 

JACOB, 

¿  Qué  he  de  decir,  si  hasta  aquí 
Con  realidad  no  sabía 
Que  al  sagrado  recinto  dé  esta  tiei'ra 
La  deidad  de  los  orbes  ilumina  ? 

FE, 

Sin  su  asistencia, 
Estuviera  cautiva 
Tu  descendencia ; 
Que  es  su  potencia 
La  razón  objetiva 
Del  bien  que  esperas. 

JACOB. 
Piedra,  escala.  Dios  encuentro, 
Cuando  á  Raquel  atendía; 
Un  ascenso,  una  unión,  toda  una  gloria. 
Temeroso,  no  sé  lo  que  me  explican. 

PE, 

Aunque  sin  duda 
La  verdad  de  su  fuente 


COMPOSICIONES  VARIAS. 


Sale  desnuda, 
Como  es  tan  ruda 
La  ¡Dotencia  paciente, 
La  vuelve  obscura. 

JACOB. 
La  casa  de  Dios  es  ésta, 
Del  cielo  puerta  divina, 
Imagen  de  Raquel,  pues  es  tu  escala 
A  la  repromisión  fácil  subida, 

FE. 

De  tu  creencia 
Material  sei'á  objeto, 
Sueño,  apariencia; 
La  Omnipotencia, 
El  formal  del  secreto 
Que  te  revela. 

JACOB.  (Recituilo.) 
Sea,  sea  en  buen  hora 
Objeto  material  de  mi  creencia 
Esa  piedra  felice  ;  y  pues  la  aurora 
Término  ])nso  al  sueño. 
De  los  sentidos  dueño, 
Y  s'-ntidos  de  tanta  inteligencia, 
Pongámosla  erigida 
En  forma  de  pilar,  y  consagrada 
Con  el  rito  de  ungida, 
Quede  casa  de  Dios  intitulada, 
En  señal  de  que  es  ella 
El  camino  seguro  de  mi  estrella, 

{Aria.) 
Por  ciñ'a  de  mi  consuelo 
Este  sitio  logre  altar, 
Y  sea  puerta  del  cielo 
El  timbre  de  su  pilar. 

FE. 
Venérese  atalaya 
De  uno  y  otro  horizonte, 
Que  registre  constante. 
Cuando  desde  la  cumbre  de  aquel  monte. 
Para  socorro  de  sus  hijos,  vaya 
El  gallardo  gigante 
De  pasos  peregrinos. 
Que  ha  de  correr  ansioso  estos  caminos, 

{Aria.) 

Atalaya  ha  de  ser 
De  los  pasos  de  amor. 
Pues  supo  comprender 
Las  sendas  del  favor. 

Atalaya,  etc, 

ESPERANZA. 

Conságrese  columna. 
Jeroglífico  santo 
De  la  seguridad  de  tu  fortuna ; 
Y  después  que  posea 
Raquel  un  hijo  de  dolor  y  llanto, 
El  bulto  de  esta  idea. 
Nube  al  sol ,  norte  cierto 
En  las  sombras  será  de  otro  desiertOg 

{Alna.) 
Columna  de  fuego, 
Que  sigue  al  sosiego. 
Será  en  el  camino 
De  patria  inmortal ; 
Y  nube  que  luego 
Del  rayo  divino 
Al  fiel  peregrino 
Resguarde  leal. 

LAS  TRES. 

Pilar  en  fin  se  erija. 
Pronóstico  seguro  de  algún  dia. 
Cuando  aquel  tu  dichoso  descendiente. 
De  eterna  mansedumbre. 
Encamine  tu  pueblo  hacia  la  cumbre 
Del  prometido  oriente , 
Y  alivie  la  agonía 
De  los  sedientos  males 
Con  el  puro  cristal  de  sus  raudales, 

I,  PS.-XVIII, 


B3 


Señale  la  fuente 
Del  Omnipotente 
Augusto  pilar ; 

Y  en  el  cautiverio, 
Feliz  refrigerio 
Sabrá  desalar. 

y  pues  en  piedra  atalaya. 
Columna  y  pilar  se  halló. 
Llámese  puerta  del  cielo, 
Dígase  casa  de  Dios, 

Y  en  esta  figura 
Venere  Jacob 

1  .    ;is  virtudes  escala  más  fiel. 
Camino  seguro,  que  lleva  la  unión, 
Imagen  en  piedra  de  hermosa  Raquel , 
Enigma  sagrado  de  la  redención. 


endecasílabo. 
Á  las  suntuosas  columnas  del  convento  de  la  Cartuja  de  Roma. 

Pirámides  de  Mémfis,  que  en  el  mundo 
El  renombre  gozáis  de  maravillas. 
Porque  de  pardas  nubes  coronada. 
Vuestra  eminencia  al  cielo  desafia; 

Vos,  cuya  excelsa  fábrica  presume 
Vencer  del  tiempo  la  segur  altiva ; 
Vos,  en  cuya  soberbia  arquitectura 
Se  eternizó  la  vanidad  egipcia; 

Vos,  que  lográis  en  fúnebres  entrañas, 
Donde  cadáver  real  se  dej^osita. 
Cuanto  halló  de  gentiles  la  soberbia 
V  buscó  de  mortales  la  codicia; 

Vos,  que  en  tumbas  labradas,  si  funestas. 
Fuisteis  lisonja  á  la  ignorancia  antigua. 
Cuando  hoy  tesoro  oculto  en  vuestras  sombras 
Rindió  supersticiosa  idolatría; 

Vos,  que  albergáis  en  escondidos  senos, 
Entre  el  oro  de  Ofir,  pobres  reliquias, 
Como  si  al  resplandor  de  los  metales 
Fuese  menos  ceniza  la  ceniza; 

Tomad,  si  puede  ser,  el  movimiento ; 
Piedras,  venced  vuestra  quietud  nativa; 
Peregrinad  á  Roma  á  ver  milagi'os. 
Que  mudamente  á  la  atención  convidan. 

Allá,  donde  mansión  tiene  desierta 
Del  patriarca  Bruno  la  familia. 
Consagrando  entre  nobles  desengaños 
Las  vastas  soledades  en  que  habitan ; 

Hallaréis  por  ornato  á  su  Tebaida 
Tan  hermosas  columnas  erigidas. 
Que  encuentra  en  su  estatura  agigantada. 
Duda  el  concepto,  admiración  la  vista. 

Pensaréis  que  son  riscos  trasladados, 
Ó  peñas  del  desierto  transferidas ; 
Pues  sólo  son  columnas,  donde  excede 
Con  su  primor  el  arte  lo  que  imita. 

Cada  obelisco  allí  que  ves  gigante, 
No  forma,  como  á  vos,  partes  distintas, 
Sino  que  entera  máquina  compone 
De  cada  Atlante  la  porción  altiva. 

El  cincel  se  cansó  de  desbastarlos, 

Y  muestran  su  rudeza  tan  pulida, 
Que  su  misma  pesada  corpulencia 
Descuido  pareció,  y  es  bizarría. 

Llegad;  medid  las  encumbradas  moleSj, 

Y  alcanzaréis  que  en  su  elevada  cima 
No  se  atreve  el  Olimpo  á  competencias. 
Pues  contempla  su  altura  allí  excedida. 

Allí,  pues,  respetad  profundamente, 
Si  cabe  en  piedras  reverencia  pía, 
Aun  más  que  el  edificio  que  sustentan. 
La  misteriosa  acción  que  significan. 

Del  heroísmo  de  la  fe  cristiana 
Vivos  emblemas  son,  mudos  enigmas, 

Y  en  su  altura,  que  al  cielo  se  levanta, 
Contemplación  sagrada  vive  escrita. 

Volved  ahora,  si  podéis,  á  Mémfis; 
Dejad  estas  marmóreas  maravillas ; 
Pero  ¿  no  vais,  pirámides  ?  Sin  duda 
Estáis,  de  tanto  asombro,  confundidas. 


B4 


A  UN  ÁOinLA. 


Cruza  veloz  el  viento, 
De  plumas,  no  de  perlas,  coronado, 
De  aire  y  de  luz  sediento, 
Del  cielo  de  unas  cumbres  abortado, 
Pájaro  generoso, 

Garra  la  uña,  alfange  corvo  el  pico ; 
Que  vuela  venturoso. 
Rico  de  plumas  y  de  estragos  rico ; 
Robador,  no  de  Europa, 
Mas  del  que  al  mayor  dios  sirve  la  co- 
Desde  el  sublime  nido,  [pa; 

Que  el  cóncavo  le  dio  de  alguna  peña, 
Aprende  presumido 
El  privilegio  que  á  su  estirpe  enseña, 
De  contar  sin  desmayo, 
Desde  su  regia  cuna. 
Del  sol  Jos  esplendores  rayo  á  rayo. 
Si  cruza  el  bosque  que  el  Favonio  pei- 
Por  mérito  ó  fortuna,  [na. 

Todas  las  aves  la  coronan  reina , 

Y  ni  en  árbol,  ni  en  gruta. 

El  trono  y  majestad  se  le  disputa ; 

gual  entre  llores  rosa, 
cual  noble  león  entre  las  fieras. 
Logra  majestuosa 
Dominio  entre  las  aves  más  ligeras ; 
Su  vuelo  es  tan  violento, 
Que  aun  no  la  iguala  borrascoso  vien- 

Y  porque  no  desdiga  [to  ; 
De  su  ejercicio  su  feliz  corona, 
Fiera  tal  vez  castiga. 

Noble  tal  vez  perdona, 

Y  severa  ó  propicia, 

Usa  una  vez  piedad,  otra  ju;ticia. 


ROMANCES. 


I. 

Envió  un  regalo  de  pemiles  y  chorizos  al 
excelentísimo  señor  Conde  de  Aguilar 
(quien  fué  muy  dado  á  la  lilosofia  moder- 
na). 

De  la  mejor  biblioteca 
De  este  país,  mi  atención 
Remite  esos  tomos ;  nadie 
Tan  sabio  como  su  autor. 

Sobre  la  misma  materia 
Van,  de  buen  comentador. 
Unos  chorizos  al  margen, 
A  manera  de  adición. 

Repásalos  poco  á  poco, 
Pues  que  más  se  aprovechó 
En  bucólicas  de  plato 
Que  en  ideas  de  Platón. 

Deja  á  Cartesio,  á  Diveo, 
Maygnau,  Gasendo  y  Bacon; 
Que  aunque  todos  saben  bien, 
Un  pernil  sabe  mejor. 

¿  Qué  te  importa  que  sea  el  todo 
Entidad  distinta  ó  no 
De  sus  partes,  si  lo  mismo 
Son  torreznos  que  jamón? 

Deja  que  materia  y  forma 
Se  distingan  en  rigor. 
Pues  que  nunca  te  deshace 
El  pernil  la  distinción. 

Deja  que  el  continuo  sea 
De  infinita  división. 
Como  siempre  en  tu  cocina 
Sea  continuo  el  asador. 

Que  obre  imviediate  ó  mediata 
La  sustancia,  ¿qué  importó, 
Como  en  tu  estómago  ejerzan 
Las  lonjas  su  operación? 

Que  sea  entidad  separable, 
Y  no  modo,  la  calor, 
Nada  importa ,  como  tú 
Hagas  bien  la  digestión. 


DON  EUGENIO  GERARDO  LOBO. 

Que  la  privación  se  tenga 
Por  principio  no  es  error. 
Mientras  no  haya  en  los  principios 
De  tu  mesa  privación. 

No  niegues  á  la  materia 
Su  infinita  partición , 

Y  sacarás  más  lonjita.s 
Que  los  átomos  del  sol. 

¿  Qué  sirve  que  el  microscopio 
Haga  al  mosquito  capón , 
Si  microscopios  no  tiene 
El  paladar  ni  el  sabor  ? 

Sin  la  costra  de  alambiques, 
Sin  fatiga  y  sin  sudor, 
Hallarás  el  aiput  tnortmim, 
En  haciendo  un  chicharrón. 

En  manos  de  la  disputa 
El  cielo  al  mundo  dejó  ; 
Bien  se  le  conoce  al  pobre 
La  asistencia  del  tutor. 

Aristóteles,  Teoñ-astro, 
Pitágoras  y  Cenon 
Jamas  pudieron  saber 
La  esencia  de  un  caracol. 

Un  Jerónimo,  Agustino, 
Crisóstomo  y  Besarion 
Supieron  más  ;  pero  en  esto 
Se  burlaba  el  Hacedor. 

En  el  Océano  inmenso 
De  este  escondido  primor 
No  hay  que  buscar  los  tamaños; 
Toda  ballena  es  ratón. 

También  en  talos  quimeras 
Gastaba  algún  tiempo  yo, 

Y  en  mi  vida  supe  cómo 
Se  establece  un  cañamón. 

Y  así,  mudando  sistema. 
Pasa  á  sargento  mayor, 

Y  establecí  por  principio, 
Pura  potencia,  al  doblón. 

De  aquí  las  formas  deduzco 
Del  vivir  mucho  mejor, 
Porque  sin  él  cualquier  cosa 
Es  un  ente  de  razón. 

Esta  si  que  es  crisopeya, 
Pues  haciendo  un  tres  de  un  dos, 
Se  convierten  luego  en  plata 
Los  yerros  de  mi  renglón. 

No  me  aventajara  Lulio 
En  manejar  el  crisol, 
A  no  podrirme  los  polvos 
La  santa  restitución. 

Y  por  fin ,  lleva  sabido 
Que  sin  caudal  es  Catou, 
Actus  entis  in  poteyítia 
Prout  in potentia.  Y  adiós, 

IL 

Al  tesorero,  pidiéndole  libre  alguna  canti- 
dad sobre  su  sueldo. 

Amigo  y  señor,  divierte 
El  tiempo  en  mis  disparates. 
Pues  es  la  tesorería 
Hospital  de  ociosidades. 

No  ignoras  que  al  Rey  mantengo. 
Ya  con  maña,  ya  con  arte, 
La  invisible  compañía 
De  treinta  necesidades. 

El  lapsus  lingua  del  pré 
Ha  pagado  unos  puntales 
Que  echó  á  la  vida  el  señor 
Carpintero  de  las  carnes. 

Tan  colicuado  le  envías. 
Que  ya  el  ingenio  no  vale, 
Ni  le  ha  quedado  á  la  industria 
Más  arbitrio  que  salvarse. 

Los  Escotes  del  bastón 
Perdieron  los  memoriales, 

Y  en  el  libro  de  sus  cuentas 

No  hay  más  que  ceros  al  margen. 
Ni  una  placilla  ad  honor em 


Encajan  los  miserables. 
Porque  extractos  alambiques 
Nos  alquitaran  la  saugTe. 

Yo  no  sé  la  teología 
Del  Merode,  ni  otras  artes. 
Que  en  leyes  de  gatomaquia 
Estudian  los  gavilanes. 

Si  el  Rey  me  lo  da,  lo  cómo ; 
Si  no,  me  muero  de  hambre ; 
Que  á  no  servirle,  lo  mismo 
Me  pasara  en  otra  parte. 

No  blasono  mayorazgos ; 
En  Toledo,  mi  carácter 
En  casa  de  un  mercader 
Importará  un  par  de  guantes. 

Del  real  erario  he  vivido ; 
Si  algo  me  envían  mis  padres. 
Aun  no  llega  á  los  excesos 
De  gastos  particulares. 

Jamas  escupí  antesalas, 
Sonriéndome  con  pajes, 
Ni  al  ruido  de  mis  tacones 
Dispertaron  tus  umbrales. 

Aborrecí  cuidadoso 
El  estrechar  amistades , 
Cuando  hipócritas  finezas 
Se  rematan  en  un  dame. 

Hasta  aquí  no  he  conocido 
A  la  miseria  el  semblante, 

Y  á  fe  que  tiene  una  cara 
Como  ti'einta  catalanes. 

Es  villana,  es  contrahecha, 
Es  espuria,  es  ignorante, 
Sabe  á  chinches,  huele  á  suegi-as, 

Y  se  viste  de  desaires. 

El  ¡mladar  se  enmohece , 
Por  lo  poco  que  se  barren , 
Con  escobas  comestibles. 
Telarañas  guturales. 

Honra  cómo  y  honra  bebo. 
Honra  es  la  tienda  y  el  catre, 

Y  de  todas  estas  honras 
El  estómago  es  cadáver. 

Reformación  el  vestido 
Me  pide  por  todas  partes , 
E  intactas  las  f  altriquen    , 
Aun  conservan  los  hilvants. 

Limpio  le  suelo  traer. 
Porque  las  manchas  le  salen, 
En  virtud  de  la  saliva, 
A  las  cinco  de  la  tai-de. 

Mi  rocín  está  de  suerte, 
Que  en  los  riesgos  de  un  avance. 
Si  le  empuño  por  la  cola. 
Me  puede  servir  de  alfanje. 

Con  el  viento  se  gobierna, 

Y  es  gusto  ver  cómo  parte , 
Con  el  poniente  á  mi  tienda, 
A  Calaf  coa  el  levante. 

Prevención  traigo  de  fuelles 
Para  calmas  natm-ales, 

Y  con  espuelas  de  soplos 
Le  fatigo  los  ijares. 

Cuando  encontrados  le  mueven 
Vieutecillos  transversales. 
Piensan  algunos  que  marcho 
Encima  de  un  estandarte. 

Y  así ,  pido  que  me  libres 
Lo  que  tengas  por  más  fácil, 
En  pago  de  mis  corrientes 
O  á  cuenta  de  mis  parantes. 

En  la  Troya  de  mi  suerte 
Serás  Eneas,  que  saques 
A  el  Anquíses  de  mi  vida 
Sobre  los  hombros  de  un  vale. 

Serás  César,  que  derrotes 
En  la  Farsalia  de  males 
Ejércitos  pompeyanos 
De  cien  mil  necesidades. 

En  la  Roma  de  mi  nngustia 
Serás  Tarquino  galante, 
Que  violes  con  una  firma 


Mis  bolsillos  virginales. 

Si  no  lo  hicieres,  serás 
Tesorero  perdurable, 
Sin  caudal  y  con  libranzas 
De  trescientos  Castelares. 

Y  en  cualquiera  providencia 
Eogaré  que  Dios  te  guarde  : 
Prats  del  Rey  y  Octubre  quince  (1). 
Amicus  tuus  :  Qiddam  jjaujjcr. 

III. 

Respuesta  á  una  carta  en  que  ásperamente 
fué  calumniado  el  autor  de  poco  activo  cu 
el  cange  particular  de  un  caballero. 

Señora,  baste  que  sea 
Mi  triste  vida  juguete 
De  discursos  vandomales 

Y  empeños  estaramborges. 
Baste  ver  á  mis  costillas 

Austeras  y  penitentes, 
Filosofando  en  terrones. 
Cuál  es  dócil,  cuál  es  fuerte. 

Baste  vivir  receloso 
De  que  en  guardias  ó  piquetes , 
Un  Ítem  mando  de  plomo 
Me  haga  heredero  del  réquiem. 

O  que  á  mis  sesos  un  golpe 
Por  codicilo  les  deje. 
En  la  posesión  del  cráneo, 
Una  reliquia  de  á  geme 

Baste  ^ivi^  inquilino 
Donde  saben  tantas  veces 
Los  hisopos  de  Vizcaya 
Menudear  los  asperges. 

Baste  temer,  cuando  llega 
El  capellán  y  arremete 
Con  absolvos  de  antubion 

Y  pésames  de  torrente ; 

Sin  que  avancen  desde  el  Ebro, 
Por  el  Cinca  y  por  el  Segre , 
Tus  rigores  voluntarios, 
Tus  enojos  miqueletes. 

Una  carta  he  recibido. 
Tan  seca,  tan  astringente, 
Que  fué  imposible  el  abrirla 
Sin  imtarla  con  aceite. 

T^a  pluma,  que  fué  en  tus  dedos 
Tal  vez  garzota  del  fénix, 
Cauon  parece,  arrancado 
De  las  alas  de  una  sierpe. 

Xo  es  tinta  de  alcaparrosa 
La  que  imprimió  caracteres, 
Sino  zumo  de  cicutas, 
Confeccionado  con  hieles. 

Tebaida  es  todo  el  papel 
De  una  firma  penitente, 
Sin  postdatas  farvalacs 
Ni  rasguillos  pelendengues. 

Este  suceso  sonsaca 
De  mis  íntimos  retretes 
Media  docena  de  enfados 
Que  guardaba  para  un  huésped. 

Mas  ¡  ay !  que  al  reñir  contigo. 
Los  rencores  se  me  tuercen. 
Se  me  congelan  los  ceños. 
Se  me  desmayan  los  dengues. 

¿  Tengo  yo  la  culpa  acaso 
De  que  los  canges  te  alejen 
La  esperanza  de  cobrar 
Atrasados  y  corriente  s  ? 

Zúñiga,  Córelova,  Aponte 
Tus  ojerizas  merecen. 
Pues  fueron  del  desajuste 
Los  tres  superintendentes. 

Pasaron  á  Momaneu, 
A  festejar  con  banqiaetes 
La  salud  incorruptible 
De  las  damas  abstinentes; 

Gestándoles  poco  susto 
Que  todas  elesempaiieuten, 

ii)  nii. 


ROMANCES. 

Desemboden,  desemprimen 
Otro  puñado  de  meses. 

Pero  yo,  que  de  las  Musas 
Soy  tan  inútil  sirviente, 
Que  por  no  gastar  su  aliento. 
Me  soplan  con  unos  fuelles; 

Semiracional  de  aquellos 
Que  nacimos  solamente 
A  fuer  de  ayuda  de  costa 
Que  Dios  envia  á  la  especie; 

Del  culto  de  tus  altares 
Monacillo  tan  endeble, 
Que  apenas  saqué  incensario 
En  las  vísperas  sok^mnes; 

Pues  arrimado  á  un  rincón 
Cuando  cantaban  las  preces 
Los  demás  sacrificantes, 
Yo  decia  los  amones; 

Que  adoré  la  estampa  á  longé, 
Eentlí  tributos  líbente?', 
Formé  suspiros  ad  intra , 
Llevé  desprecios  externe; 

I  Cómo  he  poelido  dar  causa 
Para  que  el  alfange  juegue 
El  Heródes  de  tu  ceño 
En  mis  ansias  inocentes  ? 

Serena  el  furor.  Señora; 
Que  si  más  tiempo  le  ejerces, 
En  la  parroquia  del  mundo 
No  han  de  quedar  feligreses. 

Pero  no  te  desenojes ; 
Que  relámpagos  celestes 
Alumlsrau  lo  que  amenazan. 
Autorizan  lo  C[ue  hieren. 

Al  mirar  mis  vanidades , 
Víctimas  de  tus  desdenes, 
Igualan  los  en-vádiosos 
El  número  á  los  vivientes. 

Sí  tan  hermosas  crueldades 
Los  desaciertos  merecen, 
Se  i^ondrán  las  transgresiones 
En  el  solio  ele  las  leyes. 

Y  pues  tus  dulces  castigos 
Lo  que  ultrajan  envanecen, 
Bien  hayan  las  desventuras 
Que  me  hicieron  delincuente. 

A  fe  que  la  seriedad. 
Con  el  viento  que  la  impele , 
También  desdobla  en  tu  obseejuio 
Flámulas  y  gallardetes. 

Y  es  mucho;  que  en  esta  tierra 
La  discreción  se  reviene, 

El  numen  se  entelaraña 

Y  el  discurso  se  enmohece. 
Aquí  (separo  excepciones) 

Son  las  que  llaman  mujeres. 
Hermosas  como  mis  males, 
Pulidas  como  mis  bienes. 

En  las  alcobas  del  cuerpo 
Arrellanaela  entretienen 
Un  alma  que  se  espereza, 
Un  corazón  que  se  duerme. 

La  canícula  en  su  garbo 
Engarapiñarse  puede, 

Y  encanicularse  á  vista 

De  su  chiste  los  diciembres. 
Es  el  primor  de  su  lengua 
Acedía  de  la  mente. 
Garraspera  del  oído 

Y  taladro  de  las  sienes. 

Es  cada  pié,  cuando  menos, 
Una  gi'osura  perenne, 
Un  toelavia  de  nervios. 
Un  ítem  más  do  juanetes. 

Tomando  posta  los  ojos 
Muy  temprano  para  verle. 
Descansan  á  media  noche 
En  el  mesón  del  Empeine. 

Bien  hayas  tú  (tentación 
De  equívoco  me  acomete). 
Que  siendo  soberbia,  sabes 
En  lo  poco  que  te  tienes, 


85 

Retórica,  donde  puso 
Naturaleza  elocuente 
Mucha  elegancia  de  fuego 
En  laconismos  de  nieve. 

Bien  hayas  tú,  desahogo 
De  los  divinos  pinceles. 
Agua  va  de  discreciones, 
Antubion  de  rosicleres. 

Cuyos  triunfos  se  gi-adúan 
Tan  sobre  todo,  que  tienen 
Inmunidad  de  italianos 
O  distinción  de  irlandeses. 

Bien  hayas  tú,  y  aun  mal  hayas, 
Si  haces  que  me  ensobreceje. 
Me  enmodorre,  hipocondrice, 
Me  ensaturne  y  me  ennoruegue. 

Sin  pedir  perelon ,  no  es  fácil 
Que  en  conciencia  te  confieses; 
Pide,  Señora,  pues  tengo 
Natural  de  hacer  mercedes. 

Y  en  el  ínterin  memorias 
Al  Marqués  y  á  su  adhcrente, 
Y  á  las  coreliales  privanzas 
Del  interior  gabinete. 

Dios  te  guárele  cuanto  gustes ; 
Prats  del  Rey,  Setiembre  veinte, 
Mil  setecientos  y  once; 
Señora,  tu  mequetrefe. 

IV. 

Responde,  estando  en  campaña ,  á  una  dama 
que  le  envió  á  pedir  unos  versos. 

¿  Es  posible  que  me  mandes 
Escribir  versos,  Anarda, 
Cuando  en  lugar  de  las  Musas, 
Me  están  soplando  las  balas? 

I  Cuando  mullen  cuidadosas 
Mis  estériles  csjialdas, 
Sobre  un  catre  de  terrones. 
El  transportin  de  una  capa? 

¿Cuando  el  sudor,  que  se  ingiere 
Entre  el  polvo  que  se  cuaja. 
Me  pespuntea  el  semblante 
Con  perfiles  de  argamasa? 

I  Cuando  enfrente  de  banderas 
Tanto  peligi-o  amenaza. 
Que  sólo  puede  tu  vista 
Ser  cosa  más  arriesgada? 

¿Cuauelo  temo  que  me  envíen, 
Con  despachos  ele  Vizcaya, 
A  llevar  á  tóela  prisa 
Al  purgatorio  una  carta? 

Pero,  al  fin,  si  cortejando 
Tu  voluntad  me  despachan, 
Me  iré  al  instante  á  la  gloria, 
Derecho  como  una  albarda. 

Quisiera  no  obedecerte; 
Mas,  ay,  que  á  mis  repugnancias, 
Si  las  busco  empedernidas, 
Las  encuentro  almibaradas. 

Los  elescargos  se  me  huyen, 
Las  disculpas  se  me  escapan. 
Mientras  se  le  va  cayendo 
Al  albedi-ío  la  baba. 

Y  pues  tu  inñujo  amanece, 
Haré  que  toquen  al  alba. 
En  la  torre  de  mi  idea, 
Conceptillos  de  campana. 

Acusas  mi  olvido,  como 
Si  entre  desventuras  tantas, 
Al  t 'mplo  de  mi  memoria 
Se  atraviesen  las  desgracias. 

Desmoronar  nunca  pudo 
De  mi  atención  el  alcázai", 
Ni  la  ojeriza  del  tiempo. 
Ni  el  rencor  de  la  distancia. 

De  la  Troya  de  mi  suerte, 
El  Eneas  de  mis  ansias. 
En  los  hombros  del  re.=peto, 
Indemne  sacó  tu  estampa. 

¿  Qué  importa  que  contra  escollos 


S8 

Diiro  bajel  se  deshaga, 

Si  el  ídolo  se  reserva 

A  cuidados  de  una  tabla? 

Guardo  en  mi  memoria  aqxiella 
Urbanidad  soberana, 
De  cuyo  donaire  fueron 
Mis  presunciones  esclavas. 

Y  aun  mi  vanidad  segura 
En  la  aceptación  se  ensalza; 
Que  en  tu  garbo  se  acreditan 
l)i5cretas  las  confianzas. 

¡Oh,  las  veces  que  he  llorado 
Que  en  tí  la  fortuna  ingi-ata 
Coronas.'  la  ojeriza 
Con  que  aborrece  á  las  gracias! 

Mas  ¿qué  importan  sus  rigores, 
Si  cuando  los  desembraza, 
Desacredita  su  impulso 
El  mármol  de  tu  constancia? 

¡  Oh,  pese  !  Pero  ¿qué  digo? 
La  música  va  muy  alta ; 
Bajemos  el  punto,  y  vuelva 
Otra  vez  la  zarabanda. 

Dices  que  estás  en  clausura, 

Y  es  elección  acertada ; 
Que  al  fin,  eres  para  monja 
Como  yo  para  garnacha. 

La  contemplación  estudias, 
Cuando  lecciones  de  santa 
Ño  te  han  de  entrar,  aunque  apures 
Muchos  quintales  de  pasas. 

Sin  agraviar  los  respetos 
De  tan  nobles  circunstancias, 
Ha.s  de  ser  canonizable 
Cuando  Kagotzí  sea  papa. 

Quien,  como  tú,  se  corona 
Con  tanto  primor  de  marca, 
No  ha  menester  locutorios 
Para  burlar  esperanzas. 

Si  de  todos  sus  arpones 
A  Cupido  le  degradan , 
Puede  gastar  en  mocliuolos 
La  munición  de  sus  armas. 

Si  apunta  sin  tus  primores. 
Aunque  se  quite  la  banda, 
No  ha  de  herir  dos  albedrios 
En  setecientas  semanas. 

Si  ya  no  es  que  maudso, 
Del  falcistol  hace  aljaba, 

Y  un  flechazo  de  maitiu';  s 
Nos  tira  por  tu  garganta. 

¿Qué  hará  sin  las  rubicundas 
Sutiles  volantes  ascuas, 
Que  son  cabellos  de  ángel 
Para  el  plato  de  las  almas? 

¿Sin  el  campo,  donde  mil 
Libertades  corren  cañas, 

Y  aunque  ninguna  tropieza, 
Todas  mil  se  descalabran? 

¿  Sin  los  paréntesis  rubios. 
Donde  lo  hermoso  separa. 
De  la  prosa  de  las  luces. 
Dos  centellas  clausuladas? 

¿Sin  aquel  proporcionado 
Pirámide,  que  levantan 
Los  triunfos  de  las  facciones. 
Por  blaáon  de  filigrana? 

¿Sin  los  bochornos  rasgados. 
De  cuyos  incendios  saca 
Tabardillo  la  memoria. 
El  pensamiento  tercianas? 

¿  Sin  las  esferas  en  donde 
Envidiosa  Venus  planta. 
Para  producir  sonrojos, 
Suavisimas  bofetadas? 

¿  Sin  la  cátedra  pequeña, 
En  que  arguyendo  la  gracia, 
Concluye  á  las  hermosuras 
Con  silogismos  de  grana? 

Mas  ¿yo  retratos?  ¿Qué  es  esto? 
Bien  sé  que  no  te  pintara 
Si  el  pincel  ó  los  colores 


DON  EUGENIO  GERARDO  LOBO. 

Me  costasen  dos  de  plata. 

Gracias  á  Apolo,  que  tengo 
Los  materiales  en  casa, 

Y  que  el  sudor  de  la  musa 
Es  aceite  de  linaza. 

Pero  es  preciso  que  sienta 
Todo  el  papel  que  se  gasta ; 
Que  al  fin  es  de  mi  bolsillo 
Un  pedazo  de  sustancia. 

No  admires  galanterías ; 
Que  siempre  yo  con  las  damas. 
De  mis  prodigalidades 
Desembarazo  abundanci  as. 

Si  respondes,  as'guro 
(¡Mucho  digo!  pero  vaya) 
Rescatar  á  toda  costa 
De  la  estafeta  la  carta. 

Y  en  el  ínterin,  memorias 
A  las  que  han  sido  gallardas, 
Del  templo  de  tu  hermosura 
Finísimas  sacristanas. 

Dios  te  guarde  cuanto  puede; 
Octubre,  veinte,  en  campaña 
De  Prats  del  Rey,  años  once; 
Quien  iw  come, pero  masca. 

Y. 

Caita  que  escribirt  el  autor  á  una  parienta 
suya ,  oidora  en  Ha 'celona ,  en  icspuesta 
de  otra  que  ella  escribió,  (iui'j;índose  de 
su  descuido  en  escribirla. 

Recibo,  parienta mia, 
De  tu  ingenio  y  de  tu  puño, 
Una  carta  familiar, 
Que  ha  menester  un  conjuro. 

Me  gradúas  de  veleta 
Con  estilo  campanudo, 

Y  casi  casi  has  estado 
Para  decir  que  soy  trullo. 

Jamas  me  escribes  gustosa, 
Siendo  en  la  cuenta  que  ajusto, 
Tantas  las  quejas  que  trago. 
Como  los  portes  que  escupo. 

No  cabiendo  en  tu  silencio 
Murmuraciones  del  vulgo, 
De  los  chismes  que  te  cuentan 
Haces  la  pluma  cañuto. 

Me  acumulas  más  delitos. 
Me  fomentas  más  insultos, 
Que  han  revelado  en  cien  plazas 
Los  calzones  del  verdugo. 

Vive  Apolo  (que  es  el  dios 
De  todos  los  boquirrubios), 
Que  me  causas  más  bochornos 
Que  veinte  meses  de  Julio, 

En  la  línea  de  pariente 
Soy  el  más  fino  avechucho 
De  cuantos  muerden  los  hierros 
De  las  jaulas  de  este  mundo. 

Si  no  quieres  escribirme. 
No  puede  importarme  mucho, 
Porque  sé  de  tu  salud, 
Sólo  con  tomarme  el  pulso; 

Pues,  como  tus  accidentes 
Son  la  esencia  de  mis  sustos. 
Si  tú  equívoca  la  gozas, 
El  lo  dice  tartamudo. 

Cuando  el  pincel  del  destino 
Copia  bienes  ó  infortunios 
Para  tu  casa,  en  la  mia 
Hace  primero  el  dibujo. 

En  verdad  que  el  conceptillo 
Era  razonable  asunto 
Para  revolver  un  poco 
Los  baúles  del  discurso. 

Pero  gastar  con  parientas 
Dulces  hipérboles  cultos, 
Es  lo  mismo  que  escribir 
Tiernos  requiebros  á  tiu-no. 

Mas,  no  obstante,  bien  conoces 
Que  tus  penas  ó  tus  gustos 
Me  los  trae  certificadoa 


La  estafeta  del  influjo. 

Cuando  el  pirata  accidente 
Te  robó  el  color  purpúreo, 
Anduve  yo  en  esta  vida 
Con  patente  de  difunto. 

Y  cuando  convaleciste 
Con  el  semblante  algo  mustio, 
Parecía  yo  entre  todos 
Recaudador  de  sepulcros. 

Soy  de  tus  dichas  compulsa, 
Soy  de  tus  males  trasunto. 
Gaceta  de  tus  pesares 

Y  baraja  de  tus  triunfos. 
Si  tú  te  alegras,  me  rio; 

Si  te  entristecías,  me  enluto; 
Si  te  regalas,  me  ensebo: 

Y  si  no  comes,  me  enjugo. 

Si  te  enfadas,  me  envinagro; 
Si  te  .suavizas,  me  endulzo; 

Y  si  riñes,  amartillo 

En  cada  dedo  un  trabuco. 

Si  te  esperezas ,  me  estiro; 
Si  te  frunces,  me  repulgo; 

Y  si  bostezas ,  enseño 

La  canal  de  los  mendrugos. 

Si  vas  deprisa,  soy  ave ; 
Si  despacio,  soy  testudo  ; 
Si  te  duermes ,  soy  lirón ; 

Y  si  velas,  soy  lechuzo. 

Si  estás  serena,  soy  calma; 
Si  llorosa,  soy  diluvio; 
Si  enflaqueces,  soy  menguante; 

Y  si  engordas,  plenilunio. 
De  tus  sueños  soy  Morfco, 

De  tus  recados,  Mercm'io; 
De  tus  ojerizas,  Jove  ; 
De  tus  tristezas.  Saturno. 

Si  estás  grave,  soy  Catón; 
Si  estás  elocuente,  Tulio; 
Si  chistosa,  soy  Marcial, 

Y  algima  vez  soy  Catulo. 

Si  te  confiesas,  me  embisten 
Vocaciones  de  cartujo; 
Pero  tú  tienes  cuidado 
De  alargarme  este  disgusto. 

Si  te  levantas  temprano. 
Antes  del  alba  madrugo, 

Y  si  acaso  te  resfrias. 
Luego  al  instante  estornudo. 

Si  haces  labor,  lo  conozco, 
Porque  este  día  me  pudro ; 

Y  sé  cuando  estás  en  misa 
Por  lo  que  parlo  y  murmuro. 

La  tarde  que  te  visitan 
De  la  audiencia  los  Liciu'gos, 
Llamo  Ticio  al  que  es  Gonzalo, 

Y  Sempronio  al  que  es  Ángulo, 
Cuando  el  reloj  purpur.ido 

Te  se  atrasa  algún  minuto, 
A  mi  estómago  al  instante 
Se  le  antojan  almendi-ucos. 

Cuando  en  forma  de  palomo, 
Alternando  los  arrullos. 
Caracolea  el  pariente , 
Yo  desde  acá  digo  :  «Truco.» 

Y  de  estas  finezas  saco 
Tan  mala  paga,  tal  fruto. 
Como  si  fuese  tu  genio 
La  situación  de  mis  juros. 

Mas  yo  mudaré  de  estilo, 
Siendo  para  lo  futuro , 
De  tus  cosas  trasgo,  duende, 
Sango,  obnoscelio  j_  sucubo. 

Azar  seré  de  tus  juegos. 
De  tus  quietudes  tumulto  ; 
Cuando  bebas,  mosca  muerta; 
Cuando  comas,  pelo  sucio. 

De  tus  riñas,  tijeret.as; 
De  tus  pláticas,  absurdo; 
De  tus  ayes,  aleluya ; 
De  tus  músicas,  nocturno. 

Seré  en  tus  cintas  enredo, 


Picsbalon  en  tus  coturnos, 
En  tus  vestick's  polilln  , 

Y  on  tus  cucajcs  engrudo, 
Eaton  de  tus  alhacenas , 

Y  lo  que  guardes  á  hurto, 
Te  lo  tengo  de  roer, 
Aunque  sea  dia  de  ayuno. 

Al  paje  más  diligente 
Te  le  he  de  vol  ver  un  biuTO, 
Que  trabuque  los  recados 

Y  te  dé  ciento  por  uno. 
Haré  que  te  corte  el  sastre 

En  la  gala  más  del  uso, 
En  vez  de  mangas,  alforjas, 

Y  en  vez  de  escotes,  embudos. 
Cuando  enAidies  en  la  otra 

Algún  lazo  de  buen  gusto, 
Uispomlré  que  no  haya  tit mía 
Donde  se  encuentre  segundo. 

Cuando  salgas  en  el  coche 
A  la  fiesta  de  más  rumbo, 
He  de  romper  una  rueda 
En  la  mitad  del  concurso. 

Cuando  vayas  á  palacio, 
Al  salón  de  los  coluros, 
A  la  oreja,  como  dogo, 
Te  he  de  echar  un  mamaluco, 

Que  con  capa  de  discreto 

Y  con  camisa  de  pulpo 
Te  atormente  los  oídos 

Y  te  ahorque  los  discursos. 
Y  cuando  salgas  deprisa 

(Por  lo  que  al  cielo  le  plugo) 
He  de  barajar  los  coches. 
Porque  no  se  encuentre  el  tuyo. 

Algo  más  hiciera,  pero 
Al  candil  le  dan  singultos, 

Y  on  muriéndose ,  se  viste 
Toda  mi  casa  de  luto. 

Ya  fallece,  ya  boquea, 

Y  ya  la  sueiíe  dispuso 
Que  pues  escribo  sin  tiento. 
Me  vaya  á  acostar  á  pulso. 

Dios  te  me  guarde,  Montijo, 

Y  Noviembre  veinte  y  uno 
Del  año  de  diez  y  ocho; 

A  tus  pies :  Eugeiiio  Liipo. 

VI. 

A  un  amigo,  dándole  cuenta  de  un  aloja- 
miento. 

Si  acaso,  amigo  y  señor. 
Viviendo  alegre  en  Llerena, 
Se  te  hace  cuesta  arriba 
Acordarte  de  una  sierra , 

Reza  alguna  vez  la  Sajve 
(Si  es  que  por  descuido  rezas), 

Y  no  olvidarás  á  los 
Desterrados  hijos  de  Eva. 

Yo  lo  estoy,  por  los  pecados 

Y  mi  desdicha,  en  Calera, 
Lugar  que  entre  unas  carrascas 
Escondió  naturaleza. 

Llegué  cuando  resucitan, 
Al  juicio  de  mi  trompeta, 
Del  sepulcro  de  sus  chozas, 
Veinte  y  dos  cuerpos  de  jerga, 

Xo  son  más  sus  moradores, 

Y  todos  juntos  me  llevan 
A  una  casa,  vivo  ejemplo 
De  la  mujer  que  se  afeita. 

Algo  relumbrante  el  lejos, 
Un  2D0C0  pálido  el  cerca. 
Telarañas  por  dedentro 

Y  mucha  cal  por  deñicra. 
Dos  cerdudos  (1),  al  entrar, 

Me  dieron  la  enhorabuena ; 
Que  el  trato  con  los  franceses 
Me  hizo  entendeiles  la  lengua. 

(1)  Voi  amicuada :  cerdo. 


ROMAÍJ'CES. 

Recibióme  una  patrona 
Ojiblanca  y  carinegra ; 
Patrona ,  amigo ,  que  puede 
Ser  patrón  de  las  galeras. 

Por  el  balcón  de  una  toca, 
Mal  tejida  y  bien  deshecha, 
Asoma  una  contextura, 
Que  ni  mi  culpa  es  más  fea. 

De  los  bajos  del  sayal, 
l]n  mil  deshilados,  cuelgan 
Unas  como  campanillas. 
Que  tocan,  pero  no  tientan. 

Entre  el  montaraz  melindre, 
Unos  piesecitos  muestra, 
Largos  como  mi  dcsgi'acia, 
Anchos  como  tu  conciencia. 

Al  fin,  perfilando  el  cuerpo 

Y  bajando  la  cabeza. 

Entré  á  un  cuarto,  cuyas  vigas 
Me  hicieron  ver  las  estrellas. 

Era  su  interior  adorno, 
A  el  poniente  una  gatera, 
Un  bufete  corcovado 

Y  una  silla  patituerta. 

Un  medio  agujero  á  un  lado 
Está  haciendo  penitencia 
Por  la  vanidad  que  tuvo 
D¿  querer  ser  alhacena. 

Sobre  un  jioco  de  tomiza, 
Que  entre  dos  palos  se  enreda. 
Se  mii'a  un  colchón  con  menos 
Vellón  que  mis  faltriqueras. 

En  el  techo  dos  racimos 
Iban  corriendo  parejas 
Tras  un  pero  más  podrido 
Que  la  sangre  de  mis  venas. 

Sobre  el  vasar  de  un  rincón 
Estaba  una  ratonera. 
Un  corcho  con  sal ,  un  cuerno 

Y  una  Santa  Magdalena. 

Los  cuadros  son  :  uq  San  .Juan 
Con  su  gorra  y  su  bandera; 
Un  San  Roque  de  papel , 
Acancerada  una  pierna. 

En  seis  ó  siete  personas, 
A  verme  vino  la  aldea. 
Alcaldes,  concejo,  clero. 
Niños,  mujeres  y  viejas. 

Me  daban  paternidad, 
Señoría  y  excelencia, 

Y  yo  sólo  deseaba 

El  que  me  diesen  la  cena. 

Diéronmela,  finalmente, 
Sobre  la  gibada  mesa, 
Más  roida  que  un  dichoso. 
Más  amarga  que  mis  penas. 

Sentéme  de  medio  lado, 
Con  tal  hambre,  que  vendiera 
Veinte  primogenituras 
Por  un  plato  de  lentejas. 

El  subcinericio  pan 
Que  Elias  comió  en  la  higuera 
Pareciera,  junto  al  mió. 
Oriundo  de  Vallecas, 

Galgos  mis  dedos  cazaron , 
Después  de  andar  una  legua. 
La  pechuga  de  un  conejo 
En  el  rincón  de  xma  hortera. 

Porque  la  falta  del  vino 
Sabrosa  el  agua  supliera, 
Me  sirvió  de  postre  aquello 
Que  al  pródigo  de  merienda. 

Y  echando  la  bendición , 
Porque  mi  patrona  huyera, 
Se  finalizó  el  convite, 

Y  comenzó  mi  tragedia; 
Pues  mi  caballo  el  Guzman, 

Por  sólo  la  impertinencia 
De  un  dolorcillo  de  tripas, 
Se  murió  como  una  bestia. 

La  falta  de  la  botica 
Este  daño  recompensa, 


37 

Porque  puedo  comprar  otro 
Con  lo  que  ahoiTÓ  de  recetas. 

listas  son  mis  desventuras ; 
Ponías  á  sus  piós,  si  llegan 
Al  templo  de  las  deidades , 
Para  que  el  serlo  desmientan, 

A  mis  jefes,  compañeros 

Y  amigos,  si  toman  tierra 
En  el  puerto  de  esc  emporio 
Del  cuartel  de  las  tormentas, 

Como  antigua,  poner  puedes 
A  su  arbitrio  mi  obediencia, 
Mientras  para  mi  epitafio 
Se  perfecciona  esta  letra : 

Soneto. 

Aquí  yace  en  concreto  un  capitán  , 
Que  en  abstracto  le  dieron  la  ración  ; 
Un  vtensUio,  unjn'é  y  una  ínspemion 
Fué  su  cirrio,  apostema  y  zaratán. 

Manda,  pues,  que  le  entierren  en 
[un  pan, 
Por  si  vive  en  oliendo  el  migajon; 

Y  no  doblen  por  él,  pues  la  ocasión 
De  su  muerte  fué  sólo  el  ¿dan,  dan, 

[dan .' 

Muere,  en  fin,  consolado,  porque  al 

Ya  se  lleva  sabido  qué  es  (jajé     [fin, 

Y  á  qué  cosa  se  llama  botiquín. 
Deja  tacitas  para  dar  el  té. 

Unas  gacetas  de  la  Alsacia  y  Rin, 
Polvos  de  Chip7'e  y  hojas  de  café, 

VIL 

A  una  señora  que  se  habia  sangrado,  alu- 
diendo á  la  precisión  de  hacerle  un  regalo. 

Mehan dicho,  Anarda,  que  esfuerza, 
Pues  te  sangras,  regalarte  ; 
Mal  haya  el  médico,  amén , 
Que  ordenó  que  te  sangrases. 

¿No  es,  mirado  á  buenas  luces, 
Cortesano  disparate 
Que  hayan  de  pagar  mis  bienes 
El  delito  de  tus  males  ? 

¿  Tienen  simpatía  acaso 
Tus  venas  y  mis  caudales, 
Que  ha  de  salirse  mi  bolsa. 
Porque  se  vierta  tu  sangre? 

Según  esto,  más  enfermo 
Estoy  yo,  pues  cada  instante 
Que  á  tí  la  vena  te  apuntan, 
A  mi  el  corazón  me  parten. 

Mas ,  ya  que  soy  un  perdido. 
Determino  el  enviarte 
Ocho  cuartos,  porque  sepas 
Que  yo  tal  vez  soy  galante. 

Bien  pudiera  á  menos  costa 
Cumplir;  mas  quiero  que  saquea 
Trajecillo  de  tisú 
Con  ñuecos  y  farfalaes. 

Recibe  el  regalo  y  calla ; 
Porque  no  habrá  quien  se  case 
Conmigo,  al  saber  que  tengo 
Tantas  prodigalidades. 

Recibe  también  el  susto 
Que  tengo  al  ver  que  en  tu  catre 
Se  atreve  alevosa  punta 
A  un  jazmín  de  hueso  y  carne; 

Por  cuya  cisura  breve 
(Ahora  quiero  remontarme) 
Se  precipitó  cojjíosa 
Inundación  de  corales; 

En  cuyo  golfo  jmdiera 
Del  albedrío  la  nave 
Surcar  peligros  de  nácar 
Entre  rojas  tempestades. 

Y  así  podi-é  desquitar 
Mi  gasto  con  embarcarme, 
Y  en  laa  India.s  del  baiTcño 
Ir  cargado  de  granates. 


38 


vin. 


Se  empeñaron  unas  señoras  con  su  panenta 
la  oidora  para  que  mandase  al  aulor  es- 
cribir unas  décimas  sobre  cierto  asunto, 
T  encontrando  embarazo  para  la  obedien- 
cia, respondió  en  nombre  de  la  interceso- 
ra  con  este  romance. 
Lograr,  amigas,  no  puedo 

Que  responda  Lobo;  indicio 

De  que  vuestras  discreciones 

Son  mordazas  de  su  estilo. 
Con  máscara  de  respeto 

Autoriza  lo  remiso, 

Para  que  la  repugnancia 

Se  acredite  sacriticio. 
Si  se  lo  mando,  respondo 

Que  á  preceptos  peregrinos, 

Sólo  sabe  -venerarlos 

El  que  no  acierta  á  cumplirlos. 
Si  me  eno j  o,  dice  :  «  Tantos 

El  ceño  aumenta  atractivos, 

Que  para  el  bien  de  los  ojos 

Es  noble  usura  el  delito.» 
Si  le  ruego,  se  suspende; 

Y  cuando  yo  me  imagino 

-  Que  va  á  soltar  un  concepto, 
Desaprisiona  un  suspiro. 
En  fin ,  ya  tomó  la  pluma , 

Y  después  de  discursivo, 
Para  escribir  una  lira, 
Einpezó  :  «Muy  señor  mió.» 

Él  sin  duda  está  hechizado. 
Pues  en  su  almohada  se  han  visto, 
Con  trescientos  alfileres, 
Dos  sonetos  amarillos. 

Dejémosle  para  necio, 
Dejémosle  para  indigno, 

Y  dejémosle ;  que  es  toda 
La  esencia  de  su  martirio. 

No  piense  que  á  mí  me  falta 
Habilidad  ó  artificio 
Para  zurcir  cuatro  coplas, 
Si  empiezo  á  tomar  el  hilo. 

Plegué  á  Dios  que  cuando  quiera 
Subir  la  cuesta  del  Pindó, 
Tropiece  su  numen  tanto, 
Que  se  quiebre  los  hocicos. 

Y  cuando  pida  á  las  Musas 
La  inspiración  ó  el  auxilio. 
Porque  no  puedan  soplarle, 
Las  halle  con  garrotillo. 

Plegué  al  hado  que  se  vean. 
Por  la  mano  de  asesinos. 
Descuartizados  sus  versos 
En  las  columnas  de  un  libro, 

Y  cuando  alguno  traslade 
Sus  papeles  clandestinos. 
De  donde  penda  el  concepto, 
Allí  cuelgue  un  desatino. 

Plegué  á  Dios  que  cuando  piense 
Que  al  mundo  tiene  aturdido. 
Venga  un  sacristán  de  monjas 
A  pedirle  un  villancico. 

Vayase,  en  fin,  noramala, 
Pues  yo  le  juro  y  le  afirmo 
Que  de  no  hablarnos  con-verso, 
Se  ha  de  ver  arrepentido. 

IX. 

Quéjase  un  ofendido  del  infiel  proceder 
de  una  deidad. 

ROMAIÍCE  CÓMICO. 

Sabed ,  rústicos  pastores , 
La  traición  de  mi  enemiga 
Zagala,  en  quien  son  igualas 
La  hermosura  y  la  mentira. 

Sabed  que  aquellos  honores, 
Que  alguien  tuvo  por  caricias, 
Fueron  contra  mi  inocencia 
Doradas  alevosías. 

Admitió  mis  sacrificioB 


DON  EUGENIO  GERARDO  LOBO. 

I  Para  ejercitar  sus  iras , 
'  Vistiendo  sus  tolerancias 
'  De  dulces  hipocrcsias. 
I      Proporcionando  al  ascenso 

El  golpe  de  la  cnida, 
I  Sobre  algunas  presunciones 
I  Colocó  á  mi  fantasía. 
En  mi  necia  confianza 

Aseguró  su  malicia; 

Que  también  en  las  deidades 

Hay  sagradas  villanías. 
Llevóme  por  el  camino 

De  una  lisonja  mentida, 

Y  me  disparó  una  ofensa 
Al  revolver  de  una  dicha. 

¿Quién  creyera  que  en  su  agrado 
Se  ocultase  la  malicia? 
Pero,  ¿quién  no  lo  creyera. 
Sabiendo  la  suerte  mía? 

Más  incurable  se  hizo 
La  falsedad  que  la  herida. 
Porque  enconó  á  la  paciencia 
El  modo  de  dirigirla. 

¡Cuánto  mejor  me  estuviera 
Adorarla  siempre  esquiva! 
Que  al  fin,  hay  mucha  distancia 
Desde  el  agravio  á  la  ira. 

Desden  fuera  que  á  mi  obsequio 
Desatendiese  propicia, 
Pero,  admitido  v;ltrajarle, 
No  es  desden,  que  es  grosería. 

Se  conoce  delincuente, 

Y  con  mayor  ojeriza, 
Sin  permitirme  la  queja, 
Me  concede  la  justicia. 

Me  ofrece  satisfacciones , 

Y  las  que  pido  la  irritan; 

De  suerte  que  en  sus  engaños. 
Aun  se  confunde  á  sí  misma. 

Si  la  escucho,  en  su  elocuencia 
Tanto  mi  razón  peligra. 
Que  si  la  arguyo  quejoso. 
Me  satisface  ofendida. 

Quiere  que  mis  ojos  mientan 
En  lo  mismo  que  examinan, 

Y  que  se  abrase  en  los  suyos 
La  verdad  de  mis  noticias. 

Como  tiene  de  si;  parte 
Tanta  perfección  divina. 
Naufraga  mi  entendimiento 
En  el  golfo  de  su  vista. 

Pero  yo  pondré  mi  estrago 
Delante  de  la  porfía, 

Y  ser  podi'á  que  se  ahogue 
El  volcan  en  mis  cenizas. 

Ya  me  he  resuelto  á  no  verla . 
Ya,  pastores,  no  he  de  oírla; 
Mal  haya  el  suceso  infame 
Que  de  tanto  bien  me  priva. 

Y  pues  venganza  os  he  dado 
De  los  celos  de  algún  dia. 
Trocad  lastimosamente 

En  piedades  las  envidias. 

Aprended  los  escarmientos 
En  el  libro  de  mi  vida. 
Si  contra  hermosas  traiciones 
Haber  pudiese  doctrinas. 

Y  tú,  como  todas  falsa. 
Como  nadie  peregrina, 
Como  mi  estrella  inconstante. 
Como  mi  fortuna  impía; 

Tú,  que  las  gracias  me  pides 
De  honores  que  vulgarizas. 
Como  si  entre  tantas  fuese 
Mi  obligación  la  más  digna; 

Tú ,  que  me  expones  al  riesgo, 

Y  el  precipicio  castigas, 
Fundando  tus  diversiones 
En  malquistar  mi  alegría; 

Quédate  en  paz,  mientras  noble 
Mi  desengaño  conquista 
Del  inocente  albedxío 


¡  La  usurpada  monarqnla. 

Quédate  en  paz ,  mientras  hago 
Violencia  á  mi  fantasía; 
Que  bien  podrá  separarla 
De  mi  razón  tu  injusticia. 

Quédate  en  paz  ;  que  te  juro 
Por  todo  el  fuego  en  que  ardia , 
De  resistirme ,  aunque  muera , 
De  no  quejarme,  aunque  viva. 

X. 

Á  una  sirvienta  arrimona. 

Sirvienta  de  los  demonios, 
Doncella,  y  sábelo  Dios, 
O  fregona  ó  barrendera 
De  las  basuras  de  amor, 

¿No  me  dirás  qué  me  quieres 
Siempre  que  á  tu  casa  voy? 
Pues  en  echarractanto  ojo. 
Los  traigo  siempre  al  vizor. 

Te  llegas  siempre  que  hay  modo 
De  despabilar  velón ; 
Me  miras  y  te  sonríes, 

Y  de  cuando  en  cuando  hay  tos. 
El  pellizco  anda  que  rabia, 

Y  lo  haces  con  tal  primor. 
Que  traigo  en  mis  pobres  carnes 
Señales  de  tu  pasión. 

Si  me  g,lcanzas  con  la  pata. 
Allá  va,  tenemos  coz, 

Y  el  codo  también  se  arrima, 
Que  en  tí  puede  ser  codon. 

¿De  decirte  pan  por  pan, 
Que  no  entiendo  enigmas  yo. 
No  es  esto  que  en  buen  romance 
Me  tienes  inclinación? 

I  Ay  desdichado  de  mí  I 
Oiga  el  diablo  en  lo  que  dio; 
¿^Acaso,  porque  eres  Gila, 
Juzgaste  que  soy  Antón? 

Pero  no  consiste  el  caso 
En  que  tú  me  quieras,  no. 
Porque,  en  fin,  eso  va  en  gustos, 

Y  no  es  esto  lo  peor. 
Lo  que  á  mí  me  escandaliza, 

Y  es  para  ello,  por  quien  soy. 
Que  me  picas,  y  te  escapas 
Como  chinche  que  mordió. 

Si  me  arrimo,  tú  me  pegas 
Un  garrafal  rempujón ; 

Y  si  á  otra  voy,  no  me  dejas 
Articular  una  voz. 

Ni  bien  pasiva,  ni  activa. 
Tu  reproba  condición, 
i)  no  muestre  que  padece, 
O  no  me  impida  la  acción. 

I  Quieres  oler  á  palacios 
Con  basquina  de  mesón? 
Ha  de  haber  méritos  antes, 
Para  haber  favores  post. 

I  Qué  cocinero  donaire 

Y  qaé  dengue  tan  fregón  I 
;  No  ves  que  soy  señorito, 

Y  te  hago  mucho  favor  ? 
¿  Con  qué  conciencia  me  ofreces 

Unas  señas  de  tizón. 
Unos  pies  llenos  de  callos, 

Y  unas  manos  de  sudor  ? 
Admitirte  yo  sería 

Acto  de  mi  indignación ; 
¡  Si  lo  supiera  mi  madre. 
Qué  azotes  llevara  yo  I 

Mira,  nadie  lo  sabrá. 
Callo  como  un  confesor ; 
¿No  quieres?  ¡  Pues  vén  y  pica, 

Y  verás  qué  pescozón  1 
Que  una  dama  como  tú 

(^on  un  galán  como  yo. 
Ha  de  ser  mío  el  donaire, 

Y  tuya  la  adoración. 


XI. 

A  una  pretensión  amorosa ,  seé'uida  imcví 
días. 

INTRODUCCIÓN. 

Deprle  ayer  hizo  ocho  dias, 
y  en  buena  cuenta  boy  son  nueve, 
Que  pretendo  tus  favores 

Y  merezco  tus  desdenes. 
En  ciento  veinte  y  seis  horas 

Van  otros  tantos  papeles, 
Que  en  gerga  de  enamorados 
Suelen  llamarse  billetes. 

De  docenas  de  romances, 
Poco  más  ó  menos,  siete ; 
De  décimas  y  sonetos, 
Discui-ro  que  quince  ó  veinte. 

E.-^tás.  Marfisa,  hecha  un  poste, 
Sin  hablar  ni  rcspnndcrme, 
Tan  hermosa  y  má&  que  nu)ica, 
Trin  ingrata  como  siempre. 

Tengo  botado  en  poesía 
La  Aganipe  é  Hipocrene, 
Para  purgarte  de  esquiva , 
Y  aun  no  te  bastan  dos  fuentes. 

Yo  sé  que  soy  de  tu  gusto  : 
Pues  dime  tú  qué  pretendes, 
;  Que  me  pudra  yo  en  deseos 
Unos  diez  ó  doce  meses? 

Si  has  de  admitirme,  desj^acha. 
Míralo  bien ;  mas  advierte 
Que  en  cada  instante  que  tardas, 
No  sabes  lo  que  te  pierdes. 

Bien  haya  amor  lacayuno. 
Que  tíquis-míquis  no  entiende, 
Su  carcaj  dispara  coces, 
SdS  halagos  son  cachetes. 

Y  las  deidades  fi'egonas. 
Sin  ari-umacos  ni  dengues. 
De  estos  requiebros  se  pagan, 
A  estas  baterías  ceden. 

Pero  acá  una  señorita, 
Preciada  de  imijertinente, 
Está  rabiando  y  se  sufre 
Para  obstentar  altiveces. 

Pues  ¡qué  !  ¿quieres  que  amor  viva 
En  purgatorio  perenne, 
Sin  que  le  des  un  sufragio, 
Que  alivie  lo  qr.e  padece? 

No,  señora ;  que  ocho  dias 
Es  espacio  suficiente 
Para  probar  la  constancia 
De  un  corazón  que  te  quiere. 

¿Acaso  es  mi  amor  judio, 
Orlado  de  tocas  verdes. 
Que  en  sinagoga  de  ultrajes, 
Viva  de  esperanzas  siempre? 
Pues  voto  á  tal ,  señorita , 
Que  si  hoy  no  se  arrepiente , 
Se  la  va  amasando  un  pan 
Tan  blando  como  unas  nueces, 

Y  si  poco  noviciado 
Nueve  dias  le  parecen , 
No  faltará  religión 
En  donde  mi  amor  profese. 

Adiós,  dueña  desdeñosa ; 
Que  acabo  con  qvie  te  ruegue 
Mucha  paz  en  esta  vida, 
Y  en  la  otra  zarambeque  (1). 

XII. 
Disculpa  de  un  amor  hijo  de  superior  cansa. 

Imposible  idolatrado, 
Con  quien  obstinada  el  alma, 
Aun  mirándote  imposible, 
No  pone  freno  á  sus  ansias. 

Oye  de  un  pecho  rendido 
Quejas  mal  articuladas, 

H\  Danza  alegre  y  bulliciosa,  entonces  muy 
usada  cnlre  los  negros. 


ROMANCES. 
Que  han  empezado  en  sollozos, 

Y  en  impaciencias  acaban. 
Oye,  si  acaso  el  gemido 

A  un  duro  escollo  quebranta, 

0  si  no  es  tu  resistencia 
Más  dura  que  mi  eficacia. 

Ya  sabes  que  de  tus  ojos 
La>  estrellas  soberanas, 
Si  al  entendimiento  inclinan, 
A  la  voluntad  arrastran. 

Si  obedezco  á  sus  influjos, 
¿Cómo  culpas  de  arrogancia 
La  obstinación  que  en  quererte. 
De  obedecerte  no  pasa? 

Vuelve  el  crédito  á  tus  luces ; 
Que  es  tiranía  sobrada 
Castigar  lo  que  fomentas , 

Y  despreciar  lo  que  causas. 
Si  yo  piidiera  no  amarte, 

Amarilis,  y  te  amara. 
Fuera  culpa  de  mi  arbitrio 
Querer  arder  en  tu  llama. 

Mas,  si  sirvo  á  tus  violencias, 
;  Por  qué  tu  altivez  tirana 
De  tan  bello  y  noble  origen 
Los  privilegios  quebranta? 

Payos  son  tuyos  las  flechas 
Que  amor  contra  tí  dispara ; 
Pues  ¿  en  qué  ofende  un  impulso 
Que  está  sirviendo  á  su  causa? 

Pero  ;eu  quejas  repetidas 
Para  qué  mi  voz  se  cansa. 
Si  en  imposibles  remedios 
Un  fino  amor  se  desaira? 

XIII. 

Quemado  por  la  daraa  el  papel  antecedente, 
va  otro. 

Segunda  vez.  Amarilis, 
Lleva  mi  temeridad 
Segunda  tabla  á  tu  templo, 
Nueva  Aactima  á  tu  altar. 

Las  tiranías  del  numen 
Nunca  pueden  estorbar 
Que  se  repitan  obsequios 
En  culto  de  su  deidad. 

No  se  hicieron  escarmientos 
Para  un  corazón  leal ; 
Quien  huye  de  los  peligros , 
¿Será  glorioso  jamas? 

Tus  iras  mi  sacrificio 
Llevar  al  fuego  podrán ; 
Mas  no  pueden  impedirme 
La  gloria  de  idolatrar. 

Desprecios  no  atemorizan 
A  quien  no  ignora  que  está 
A  espaldas  do  lo  tirano 
La  imagen  de  la  piedad. 

¿  Qué  importa  que  tus  rigores 
Me  anuncien  un  fin  fatal. 
Si  sólo  el  lograr  tus  iras 
Halaga  la  vanidad? 

1  Si  sabes  c^ue  yo  te  adoro, 
Mas  que  nunca  logre  hallar 
En  tu  atención  un  sollozo. 
En  tus  lástimas  un  ay  I 

Sólo  me  daria  susto 
Ser  ignorado  mi  afán  ; 
Si  sabes  que  por  tí  muero, 
¿Qué  mayor  felicidad? 

Para  este  inocente  obsequio 
Preven  incendios  allá, 
Y  apuremos  cual  más  cansa , 
Si  el  escribir  ó  el  quemar. 

Una  grande  diferencia 
En  nuestros  afectos  hay : 
Yo  soy  temoso  en  ser  firme , 
Tú  en  ser  ingrata  tenaz. 

Y  como  arder  por  lo  hermoso 
Fué  siempre  más  natural 
Que  el  despreciar  lo  rendido. 


3Í> 
Ve  tú  quién  ha  de  triunfar. 

Mira,  Amarilis,  que  amor 
Es  travieso  y  es  rapaz  ; 
¿  Quieres  apostar  conmigo 
Que  al  fin  las  has  de  pagar? 

Haz  lo  que  quieras;  que  nunca 
En  mi  empeño  he  de  cesar. 
Hasta  que  de  mi  fatiga 
Se  avergüence  tu  crueldad. 

xrv. 

Á  un  hombre  que  decía  no  haber  amor  en  el 
mundo. 

Quien  dice  que  está  seguro 
De  la  violencia  de  amor, 
O  presume  de  insensible, 
O  desmiente  su  razón. 

El  que  niega  la  eficacia 
Del  más  poderoso  arpón , 
Le  roba  el  calor  al  fuego, 
Y  niega  la  luz  al  sol. 

¿Cómo  es  posible  que  un  alma 
Se  libre  de  su  rigor, 
Si  en  ella  es  naturaleza 
La  fuerza  de  esta  pasión  ? 

Negar  lo  amable  á  lo  bello, 
Es  negarle  á  la  elección 
Aquel  acierto  que  debe 
A  un  influjo  superior. 

¿Qué  queda  que  hacer  al  hombre. 
Si  aun  el  bruto  más  feroz 
Sabe  sentir  un  desaire 
Como  apreciar  un  favor  ? 

¿No  estás  oyendo  las  quejas 
Del  pájaro  gemidor. 
Que  está  llorando  en  las  ramas 
El  tálamo  que  perdió  ? 

¿No  estás  mirando  los  besos 
De  aquellas  palomas  dos, 
Que  están  formando  del  pico 
El  cauce  del  corazón  ? 

Allá  se  rinde  á  una  vid 
Un  silencioso  amador, 
Dando  á  entender  su  cariño 
En  aprovechar  su  unión. 

Sigue  el  acero  á  su  imán. 
Las  flores  buscan  al  sol , 
El  fuego  sube  á  su  esfera 
Y  vibra  el  aire  á  la  voz. 

Luego  si  logra  el  instinto 
Privilegios  de  razón, 
¿Cómo  á  la  razón  se  niega 
Lo  que  es  su  prueba  mayor? 

Con  que,  Fabio  presumido, 
Ó  tienes  amor  ó  no  : 
Si  no,  véndete  por  mármol ; 
Si  amas,  confiesa  tu  error. 

XV. 
Historia  de  Medoro  y  Zelima  (í). 
Aquel  añ-icano  ilustre, 
Galán,  valiente  y  bizarro, 
Para  las  delicias  joven, 
Para  la  prudencia  cano; 
Dulce  lisonja  del  alma, 

Y  noble  cifra  de  cuantos 
Para  robar  corazones 
Produjo  el  suelo  africano; 

A  rienda  suelta  le  miro 
Huyendo  de  sus  contrarios. 
Con  la  una  mano  en  la  rienda, 

Y  el  alfange  en  la  otra  mano. 
(( ¿  Adonde  vas,  caballero  ? 

Detente,  no  corras  tanto, 
Pues,  sin  tanta  priesa,  sé 
Que  te  hizo  el  amor  su  rayo. 


(2)  Este  romance  fué  escrito  en  las  moce- 
dades del  autor.  Es  una  gallarda  imitación  di 
Góngora. 


40 

»)Aguárclate  un  poco,  y  mira 
Que  acá  te  queda  en  el  campo 
IJq  alma  con  poco  aliento 

Y  un  corazón  en  pedazos. 
«Llegando  viene  á  tu  tienda 

Duro  tropel  de  cristianos, 

Y  su  caudillo  me  lleva, 

Al  par  mi  dueño  y  mi  esclavo. 

)) — Feliz  el  suelo,  me  dice, 
Que  liberal  ha  brotado 
Tan  mal  defendida  rosa 
Entre  abrojos  mahometanos. 

))Acaso  eícgl  esta  tienda 
(l  Oh,  cuánto  debí  al  acaso  I ) 
Para  el  saqueo,  y  me  pií  rdo 
En  las  riquezas  que  hallo. 

«Aljófares  y  corales, 
Ya  deshechos,  ya  cuajados ; 
Perlas  que  \'ierten  tus  ojos. 
Perlas  que  esconden  tus  labios. 

))Ya  que  no  vea  tu  risa, 
No  vea,  mora,  tu  llanto ; 
¡  Cómo  triunfarás  riendo, 
Si  puedes  triunfar  llorando ! 

))Cese  de  tus  tiernos  ojos 
El  bellísimo  quebranto; 
Que  aunque  enemigo,  soy  noble ; 
También  perdono,  aunque  mato. 

))Libre  estás,  preso  me  tienes, 
No  te  asustes  de  escucharlo  ; 
Que  respetar  á  las  damas 
Saben  pechos  castellanos. 

))Si  quieres  salvar  la  vida. 
Monta  sobre  este  caballo, 
Lleva  tus  joyas,  y  lleva 
En  un  alma  la  de  entrambos. 

))En  este  rayo  andaluz 
No  enfrene  el  miedo  tu  paso, 
Sube  en  el  corcel  y  vuela 
Con  los  suspiros  que  exhalo. 
«Dejadla  que  corra  libre. 
No  la  detengáis,  soldados; 
Que  corre  peligro  el  triunfo 
Si  deja  verse  en  el  campo.» 

Oprimió  la  espalda  al  bruto. 
Con  su  noble  carga  ufano. 
Exhalación  de  aquel  cerro, 
De  dos  bellos  soles  carro. 

(( i  Adonde  vas  ?  le  pregunta 
Voz  que  sale  de  un  peñasco  ; 
Medoro  soy,  si  á  Medoro, 
Que  te  huye,  vienes  buscando.» 

Remora  su  voz  la  enfrena. 
Arrimo  le  dan  sus  brazos. 
Su  amante  deseo  albricias, 

Y  su  cansancio  desmayo. 

(( ¡  Sola  me  expusiste  al  riesgo, 
La  vida  en  duda,  tirano  I 
I  Qué  bien  te  esconde  una  peña, 
Duro  corazón  de  mármol  1 

» I  Ingrato  sobre  medroso  1 
¿De  cuándo  acá,dime,  ingrato. 
Aprendiste  á  huir  cobarde 

Y  á  abandonarme  villano  ? » 
Quejas  que  el  amor  inspira. 

No  rompen  de  amor  los  lazos ; 
Los  desagravios  se  admiten , 
Porque  los  oye  el  agi'ado. 

«  Perdidos  somos,  Medoro  ; 
Huyamos  del  sitio,  huyamos. » 
Dijo;  y  montando  los  dos. 
Veloces  salvan  el  campo. 

Pica  el  acicate ,  y  pica 
Al  corazón  abrasado, 
Ya  la  ingratitud  del  moro. 
Ya  la  atención  del  cristiano. 

XVI. 
A  Lísis,  cazando. 
Fatigaba  el  bosque  á  truenos 
De  un  largo  estrecho  cañón, 


DON  EUGENIO  GERAEDO  LOBO. 

Que  fabricó  para  r;iyo 
La  blanca  esfera  de  amor, 

Llsis,  la  Venus  del  Tajo, 
Ligando  con  rara  unión 
Lo  hermoso  con  lo  valiente, 
Lo  divino  y  lo  feroz. 

Su  montaraz  hermosura, 
Su  bellísimo  rigor, 
Milacrro  de  los  tres  siglos 
De  su  feliz  duración. 

Con  iras  airosas  sigue 
La  senda  que  le  enseñó 
Adusta  sed  del  sabueso, 
Cayita  industria  del  ventor. 

A  su  venatorio  examen 
La  vida  no  redimió 
Manchada  tigre  ligera, 
Blanco  pájaro  veloz. 

Si  aciertos  logra  su  audacia 
En  las  vidas  qiic  quitó, 
;  No  hallan  más  triunfos  sus  ojos 
En  un  firme  corazón  ? 

Si  matas,  Lísis,  las  fieras, 
¿  Por  qué  los  deseos  no  ? 
;,  Han  de  morir  más  felices 
Los  brutos  que  mi  razón? 

Mas  ¡  ay  !  que  dándoles  susto 
Y  negando  mi  atención, 
Lísis  prosigue  en  matarlas, 
Prosigo  en  morirme  yo. 


DÉCIMAS. 


Al  reverendo  padre  fray  Josef  Hebrera ,  pre- 
dicador general  de  la  religión  serállca, 
cronista  de  la  provincia  de  Aragón,  ele, 
desde  el  cuartel  de  Berlanga. 

Yo,  aquel  capitán  Gerardo, 
De  cuya  infeliz  historia 
No  tendrá  el  mundo  memoria. 
Aunque  tome  el  anacardo; 
Que  en  el  más  noble  gallardo 
Concm'so  iiarticular, 
Llegando  á  sacrificar 
El  respeto  y  el  temor. 
Gasté  tal  vez  buen  humor. 
Que  es  cuanto  pude  gastar; 

Yo,  aquel  que  di  con  los  pliegos 
De  perdidos  borradores , 
Vendimia  á  los  impresores 

Y  mayorazgo  á  los  ciegos; 
Gracias  á  un  millón  de  legos. 
Que  á  los  mios  añadió 
Cuantos  errores  soñó, 
Estando  de  suerte  ya, 

Que  no  los  conocerá 
La  musa  que  los  parió; 

A  tí  ( j  ola  padre ! ),  á  quien  celebro 
Por  grande ,  por  uno  solo , 
Por  mayorazgo  de  Apolo 

Y  por  dulce  honor  del  Ebro; 
Por  regalo,  este  requiebro 
Envió;  y  porque  la  ñierte 
Tenacidad  de  mi  suerte 
Quede  en  algo  divertida, 
Quiero  contarte  mi  vida, 
Para  que  sepas  mi  muei-te. 

Después  c^ue  desgracia  esquiva 
Me  arrojó  donde  pudieran, 
Si  rail  pródigos  vinieran, 
Engordar  su  comitiva. 
Contra  mi  la  ardiente  estiva 
Pialña  del  can  apresura 
A  el  aire  con  peste  impura, 
La  tierra  con  tabardillo, 
Al  fuego  con  garrotillo 

Y  al  agua  con  calentura. 
Tan  incomparable  ardor 

Estas  mansiones  perciben, 


Que  pienso  que  se  conciben 
En  la  ft-agua  de  mi  amor; 
Dice  la  vida  en  sudor 
Que  se  le  enciende  la  casa; 
El  polvo  al  instante  pasa 
A  restañar  las  fluxiones, 
V  se  meten  las  facciones 
Entre  fundas  de  argamasa. 

El  Adonis  más  bizarro 
Envuelve  su  perfección 
En  túnicas  de  carbón , 
Con  sus  pespuntes  de  barro; 
Pienso  que  al  deifico  carro 
Le  rige  otra  vez  y  altera 
La  vanidad  altanera 
De  algún  faetón  desvarío; 
Pues  lo  que  en  Li^ia  es  estío. 
Se  llama  aquí  primavera. 

Siempre  música  me  dan 
Con  alternación  bizarra, 
Por  de  dia  la  cigarra. 
Por  de  noche  el  alacrán; 
Si  busca  el  sediento  afán 
De  agua  dulce  alguna  seña. 
Zupia  bebe,  y  si  se  empeña 
En  procurar  refrescarla. 
Es  menester  arrimarla 
Al  chiste  de  xana  extremeña. 

Como  son  de  tosca  y  dura 
Calidad  los  alimentos , 
También  los  entendimientos 
Se  han  convertido  en  grosura; 
Aquí  murió  la  lectura 
De  Homero  sobre  su  Aquíles; 
Pues  los  genios  más  sutiles, 
Sólo  con  frases  sencillas, 
En  tomos  de  algarrobillas 
"\'an  comentando  pernües. 

Yo  en  Berlanga,  lugar  chico, 
A  soledad  me  condeno; 
Que  sin  duda  no  soy  bueno, 
Pues  que  no  me  comunico; 
A  desenlazar  me  aplico 
Del  mundo  tiranas  redes. 
Cuyas  falibles  mercedes, 
Porque  al  desempeño  apoyen, 
Como  me  han  dicho  que  oyen, 
Se  las  digo  á  las  paredes. 

Las  mujeres  que  he  mirado. 
De  las  pieles  que  trasquilan 
Todos  los  vellones  hilan , 
Pero  ninguno  delgado ; 
Por  el  gesto  y  por  el  gi-ado, 
Negi-as  parcas  las  supongo; 

Y  así ,  si  á  hablarlas  me  pongo, 
La  retórica  trabuco 

En  ñ-ases  de  calambuco 

Y  metáforas  de  Congo. 

8i  me  acuesto,  por  instantes 
Me  cansan,  impertinentes, 
Los  etíopes  pungentes , 
Vivos  átomos  saltantes; 
Luego  escuadrones  volantes 
De  imperceptible  saeta 

Y  fastidiosa  trompeta 

Se  muestran  tan  importunos, 
Que  quisiera,  con.o  algunos. 
Tener  cara  de  baqueta. 

Según  á  escozor  provoca 
La  invisible  chusma  alada. 
Llego  á  discurrir  que  untada 
De  celos  tiene  la  boca; 
Más  me  pica,  si  me  toca, 
El  aguijón  diamantino, 
Que  un  as  en  el  revesino; 
Pues  á  su  dardo  punzante, 
Aun  no  es  escudo  bastante 
El  cutis  de  un  vizcaíno. 

Luchando  con  el  empeño 
De  la  idea  y  del  quebranto, 
A  bofetadas  espanto 
A  la  canalla  y  al  sueño; 


Llega  el  semblante  risneño 
De  la  aurora  enternecida, 

Y  al  instante  me  con%ada 
Chocolate  sin  cspnma, 
Tan  claro  como  tu  pluma, 
Tan  malo  como  mi  vida. 

Vísteme  en  abreviatura. 
Sin  espejo  y  sin  cuidado; 
Que  es  mucho  para  soldado 
No  cuidar  de  la  hermosura : 

Y  como  alguno  asegura 

Que  en  llanto  y  risa  la  aurora 
Vierte  perlas,  que  atesora, 
í^algo  á  incitarla  á  las  cumbres, 
Con  gi-acias,  con  pesadumbres; 
Pero  ni  rie  ni  llora. 

Veo  asi  que  en  realidad, 
Quien  sólo  lleva  en  sus  tropos, 
J.uccs,  colores,  piropos, 
Muere  de  necesidad; 
Valia  etérea  tempestad 
De  ñores  llama  al  Abril, 
(Janoro  alado  pensil 
Al  ave,  al  vino  ambrosía, 
Al  sol  linterna  del  dia, 

Y  sol  nocturno  ni  candil. 
Voy  á  misa ,  y  no  bien  digo 

La  entrada  de  una  oración, 

Cuando  la  imaginación 

Me  saca  pur  un  postigo; 

En  ir,  no  obstante,  prosigo. 

Pues  esto  lo  considero 

Como  aquel  que  á  un  charco  entero 

Con  un  harnero  desagua. 

Que  ya  que  no  saque  agua, 

Lk'va  mojado  el  harnero. 

Vuelvo  á  casa,  y  son  el  plato 
De  mi  almuerzo  y  de  mi  alivio, 
Con  dos  décadas  de  Livio, 
Seis  emblí  mas  de  Alciato; 
Suelo  escribir  algún  rato 
Cuatro  rimas  á  mi  amor, 
Sin  traslado,  que  en  rigor, 
Asuntos  de  tanta  fe 
En  limpio  están  mientras  que 
No  salen  del  bon-ador. 

Autores  aplico  varios 
A  mi  profesión  honrosa, 
Siendo  mi  lección  curiosa. 
De  César  los  comentp.rios; 
Ningunos  más  necesarios 
Que  Vegecio  y  Censorino; 
A  este  equipaje  me  inclino; 

Y  así ,  sólo  encuentro  en  él 
Aderezos  de  papel , 
Vajillas  de  pergamino. 

Para  murales  ardides 

Y  construcciones  de  plazas. 
Registro  en  Cresa  las  trazas , 
Grande  expositor  de  Euclídes; 
En  estas  y  en  otras  lides 

Las  horas  vengo  á  gastar. 
Porque  no  diga  el  lugar 
Del  Éxodo  que  á  comer, 
Me  siento  sólo  á  beber, 

Y  me  levanto  á  jugar. 
Cómo,  en  siendo  mediodía, 

ün  pobre  puchero  yermo. 
Que  suelen  llamar  de  enfeiino, 

Y  es  sólo  de  economía; 
Es  principio,  es  medianía, 
Es  el  todo  y  el  Lavs  Deo, 
Porque  en  el  vano  recreo 
De  mi  mesa  no  se  alcanza 
Más  postre  que  mi  esperanza, 
Más  dulce  que  mi  deseo. 

El  ir  después  es  forzoso 
(Aunque  con  gana  no  mucha) 
Al  teatro  de  la  lucha , 
Que  otros  llaman  del  reposo ; 
Donde  salen,  como  al  coso. 
Los  vagantes  clandestinos. 


DÉCIMAS. 

Susurrantes  capuchinos 

De  volátiles  coturnos. 

Que  si  antes  fueron  nocturnos, 

Ya  se  vuclví  n  vespertinos. 

Me  levanto  fa.stidiado. 
Sin  saber  si  me  desvelan , 
Más  que  todos  los  que  vuelan, 
Los  nio^íiuitos  del  cuidado; 
Del  apolíneo  collado 
Quiero  subir-  la  montaña. 
Poro  de  suerte  me  araña 
El  influjo,  y  se  rehusa. 
Que  imagino  que  la  musa 
Se  me  ha  vuelto  musaraña. 

Salgo  á  ver  del  superior 

Y  compañ'  ros  la  cara , 

Y  en  el  intendente  para 
La  plática  y  el  fiu-or. 
Hasta  que-  dice  un  doctor: 
(( Sacrilegos  maldicientes, 
¿No  veis  que  los  penitentes. 
Cuando  en  .el  pesar  se  emplean, 
A  Dios  le  piden  que  sean 

Sus  oídos  int'.  ndentes  ?» 

La  justicia  de  este  texto 
Me  vuelve  á  casa  temprano, 
Donde  en  las  horas  que  gano, 
Pierde  la  paciencia  el  resto; 
A  ninguno  soy  molesto, 
A  mí  proprio  me  fastidio, 

Y  sobre  el  ocio  en  que  lidio 
(A  varias  lecciones  pronto) 
Marcho  á  buscar  en  el  Ponto 
Melancolías  dt  Ovidio. 

Después  los  criaelos  mios 
Un  par  de  huevos  previenen , 
Que  sólo  de  frescos  tienen 
El  que  SU'  len  llegar  frios; 
Tal  vez  son  re  galos  pío3 
Estos  pobres  aparatos. 
Pues  al  quitar  los  ornatos 
De  las  tiernas  comisuras. 
Trago,  en  dos  embestidiu-as, 
Un  par  de  pollos  uounatos. 

Salgo,  en  fin,  con  mi  pasión, 
Al  am-a  buscando  ñia ; 
Ser  cual  Céfalo  quería, 
Pero  soy  cual  Endimion; 
Pues  en  la  vaga  región 
Sólo  enciicntro  con  la  luna. 
En  cuya  faz  importuna 
Va  estudiando  mi  eficacia 
Crecientes  de  mi  desgracia. 
Menguantes  de  mi  fortuna. 

Las  constelaciones  leo. 
Que  al  campo  supremo  esmaltan , 
Pero  en  v-ano,  pues  me  faltan 
Esferas  de  Tolomeo ; 
Allí  supiera  el  deseo 
Las  que  la  dicha  me  sorben , 
Pero  es  fuerza  que  me  estorben , 
No  siendo  en  azul  estadio. 
Aquel  que  descrijisit  radio 
Totvm,  qui  ge7itibus  orbem. 

De  esta  suerte  se  pasea 
En  imo  y  en  otro  intento. 
Vagamundo  el  pensamiento. 
Por  el  campo  de  la  idea; 
Feliz  tú,  que  en  la  asamblea 
Del  más  noble  consistorio, 
Tienes  por  lustre  notorio. 
En  el  Ebro  aclamación , 
Crédito  en  la  religión, 

Y  aínda  mais  el  refectorio. 
No  olvides  mis  intereses 

Cuando  te  alumbren  los  astros 
De  Azlores,  Gurreas,  Castros, 
De  Julves,  Martes,  Urrieses, 
Palafox  y  las  que  vieses 
Floras  del  ibero  prado, 
Norte  ya  de  mi  cuidado; 
Pero  bien  se  lo  merece : 


41 


En  Berlanga,  Julio  trece; 
Tuyo  siempre,  el  Desterrado. 


Irónicas  inslrucciones  para  ser  buen 
soldado  (1). 

Será  estudio  principal 
De  un  soldado  verdadero. 
El  no  quitarse  el  sombrero. 
Aunque  ¡Dase  el  General; 
Desprecie  á  todo  oficial , 
Hable  con  ceño  cruel , 

Y  en  metiéndose  con  él, 
Sin  que  la  razón  le  venza, 
Encaje  una  desvergüenza 
Al  arcángel  san  Migue!. 

Blasone  con  arrogancia 
De  incesante  mataclor. 
Advirtiéndole  que  el  valore 
Se  vincula  en  la  ignorancia; 

Y  si  alguno  con  instancia 
Le  dijere  que  algún  dia 
Saber  quién  es  Dios  podia, 
Eesponda  muy  confiado 
Que  para  ser  gran  soldado 
No  es  menester  teología. 

Si  por  alguna  ocasión , 
Del  pré  le  faltase  el  real, 
Al  vasallo  más  leal 
Puede  quitarle  un  millón; 
Que  en  esta  compensación 
Es  su  albeelrío  la  tasa, 

Y  si  con  boleta  pasa, 

Lleve  siempre  por  muy  cierto 
Que  se  entiende  en  el  cubierto 
Cuanto  encontrare  en  la  casa. 

Si  va  por  paja,  ya  sabe 
Que  es  circunstancia  precisa 
Que  se  traiga  la  camisa, 
La  cama,  el  burro  y  el  ave; 
Que  desmorone,  que  cave, 
Pues  tiene  en  el  nombre  regio 
Para  todo  privilegio; 

Y  si  la  iglesia  está  á  mano. 
Será  un  gi-ande  veterano 
Si  se  engulle  un  sacrilegio. 

Dü'ija  á  toda  heredad 
La  ejecución  de  su  intento; 
Que  Adán  en  su  testamento 
Le  ha  dejado  la  mitad; 
Con  esta  seguridad 
Agoste,  vendimie,  pode, 
Sin  que  nadie  le  incomode ; 
Que  ya  el  hm-to  no  es  pecado. 
Después  que  se  ha  bautizado 
En  la  pila  del  Merode. 

Siempre  que  pueda,  correr. 
Pues  si  el  caballo  se  muere, 
Darán  otro,  si  el  Rey  quiere 
Sus  elominios  defender; 
Échele  luego  á  pacer 
En  el  trigo  más  cercano; 
Que  aunque  sea  muy  temprano 

Y  haga  daño  á  la  salud. 
Se  granjea  la  virtud 

De  aniquilar  al  paisano. 
Si  se  halla  en  el  paraje 
De  batalla,  ponga  lista 
La  potencia  de  la  vista 
Al  escuadrón  del  bagaje; 
Cierre  con  el  equipaje 
Con  desorden  desmedido. 
Sin  que  nada  le  haga  ruido. 
Pues  muy  poco  se  abandona 

(\)  Este  papel  se  compuso  á  fin  de  refre- 
nar algunos  desórdenes  introducidos  por  la 
confusión  de  los  principios  de  la  guerra; 
pero  le  hizo  inütil  el  tiempo  con  la  exactilud 
(nunca  bien  ponderada)  y  la  disciplina  de  las 
tropas.  (Nota  del  mismo  Gerardo  Lobo.) 


42 

Que  el  Rey  pierda  la  corona, 
Si  él  consiguiere  un  vestido. 
En  siendo  oficial,  la  bata 
Compre  por  autoridad, 

Y  gaste  una  eternidad 
En  ponerse  la  corbata; 
Sea  voto  de  reata 

De  quien  la  mano  le  dé  ; 
Hable  sin  saber  de  qué, 
Estudie  con  ansia  toda, 
Por  las  ft-ascs  de  la  moda, 
La  cartilla  del  gaje. 

Tenga  á  costa  de  su  afán 
Al  proveedor  muy  propicio, 
Que  le  importa  el'  beneficio 
De  la  cebada  y  el  pan  ; 
Quéjese  de  que  no  dan. 
Por  más  que  triunfe  y  que  vista, 

Y  no  complete  la  lista 
De  los  precisos  soldados  ; 
Que  es  quitar  á  sus  criados 
El  que  pasen  la  revista. 

Olvide  en  todo  la  ley. 
Pues  sin  afán  ni  desvelo 
Puede  encajarse  en  el  cielo 
Con  la  patente  del  Ecj-; 
No  lea  quién  fué  Muley, 
César,  Numa,  Craso,  Emilio, 
Marcial,  Homero  y  Virgilio: 
Pues  nadie  sabrá  más  que  él , 
Como  sepa  en  el  cuartel 
La  ciencia  del  utensilio. 

Si  agua,  lumbr-,  luz  y  sal 
Le  debe  dar  el  patrón , 
Pida  por  cada  ración 
A  lo  menos  un  quintal; 
Convide  á  todo  mortal 
A  comer,  sin  fatigarse, 
Para  poder  ajustarse 
En  la  mayor  conveniencia, 

Y  déjese  la  conciencia  ; 

Que  esto  se  llama  ingeniarse. 

Tome,  afectando  virtud. 
Lo  que  añadan  los  cuitados , 
Porque  tenga  á  loa  soldados 
En  el  lugar  con  quietud; 
Véndales  la  rectitud 
De  su  empleo  natural; 
Que  la  violencia  moral, 
Aunque  parece  espantosa. 
No  piense  que  es  otra  cosa 
Que  un  pecadillo  mortal. 

En  su  vida  dificulte 
Licencia  á  persona  cierta. 
Para  que  la  plaza  muerta 
En  su  bolsa  se  sepulte; 
A  el  arrendador  consulte 
Sobre  vender  el  sustento 
Para  el  militar,  exento 
De  cargas  é  imposiciones, 

Y  él,  por  cobrar  los  millones, 
Partirá  su  arrendamiento. 

Si  está  el  lugar  inuy  cargado. 
Ajuste  su  evacuación, 

Y  venda  por  compasión 
A  el  General  su  tratado; 
Inste,  ruegue  porfiado, 
Aunque  le  respondan  tibio, 
Hasta  lograr  el  alivio; 

Que  con  lo  que  él  se  enriquece 
Cargar  al  otro,  merece 
La  fama  de  Tito  Livio. 
Si  ir  á  la  corte  desea , 
Su  ausencia  puede  ajustar; 
Que  es  bien  que  pague  el  lugar 
Aquello  que  li-l  se  pa.'sea; 
Junte  toda  la  asamblea, 

Y  proponga  al  consistorio 
Un  reformado  notorio. 

Que  está  ausente  y  vendrá  presto, 

Y  ajústelo;  que  por  esto 
No  ha  de  ir  al  purgatorio, 


DON  EUGENIO  GERAIÍDO  LOBO. 

Si  marcha,  vaya  delante, 
Por  los  lugares  cercanos. 
El  Nerón  de  los  paisanos, 
Verbi  gracia,  el  ajTidante; 
Absuelva  luego  al  instante 
Al  que  deje  los  cuatrines, 
Y  si  se  aloja  á  los  fines, 
Sus  setecientas  boletas 
Las  ha  de  sacar  completas. 
Aunque  pese  á  los  maitines. 

Advierta  que  los  que  vienen 
A  formar  su  alojamiento. 
Le  han  de  dar  ciento  por  ciento 
De  las  plazas  que  no  tienen; 
Diga  que  allí  se  detienen 
Otro  dia;  y  luego  aparte. 
Vendrá  el  cura,  quien  con  arte, 
Que  se  vaya  ajustará 
Cobre  el  censo,  y  marchará 
Con  la  música  á  otra  parte. 

Diga  á  el  alcalde  cuitado 
Que  nunca  se  cobrarán 
De  la  cebada  y  1 1  pan 
Los  recibos  que  ha  tomado; 
Cómpreselos  de  contado 
Por  una  inútil  porción. 
Después  en  la  provisión 
Tendrá  ganancia  segura ; 
Que  esto  no  es  más  que  una  usura 
Con  bonísima  intención. 

Defienda  sin  argüir, 
Pero  no  sin  porfiar, 
Que  el  soldado  puede  hurtar 
Para  comer  y  vestir; 
Que  el  patrón  ha  de  sufrir, 
Ya  que  vasallo  se  nota, 
El  mantenerle  la  bota, 
El  reloj  con  la  cadena, 
Almuerzo,  comida,  cena. 
Vanidad,  caballo  y  sota. 

Inflame,  en  ün,  su  elocuencia 
Con  términos  de  autubion , 
Suelte  una  manutención , 
Aforrada  en  siibsistencia; 
Saque  á  la  pobre  conciencia 
De  sus  límites  estrechos, 
Pues  no  son  más  estos  hechos 
Que  ingenios,  sabidurías, 
Arbitrios,  economías, 
Manos  libres  y  provechos. 


A  (ion  Luis  de  Narvaez ,  su  teniente  coronel, 
dándole  cuenta  de  la  infelicidad  de  los 
lugares  de  líondonal  y  Elecliosa,  que  le 
locaron  de  cuartel ,  enlos  montes  do  To- 
ledo. 

Después,  amigo,  del  dia 
Que  entre  kirie  y  aleluya , 
Te  apartaste  con  la  tuya , 
Dejando  mi  compañía ; 
Después  que  de  Andalucía 
Te  dio  el  viento  en  las  narices, 
Por  mil  sierras  infelices 
Fatigaron  mis  trabajos 
Los  caminos  de  los  grajos, 
Las  sendas  de  las  perdices. 

En  busca  de  mi  cuartel 
Anduve  de  cerro  en  cerro, 
Hecho  un  lobo  y  hecho  un  perro. 
Porque  no  daba  con  él; 
El  lugar  del  coronel 
Pasé,  como  fué  notorio; 
También  pasé  el  refectorio 
De  Montalvo,  de  Esporrin, 
El  Soler,  y  pasé,  en  fin. 
Las  penas  del  purgatorio. 

Con  industria  artificiosa, 
A  cualquiera  que  encontraba. 
Como  enigma,  preguntaba 
Por  Bodonal  y  Elechosa; 
Oyendo  esta  cosicosa, 


Dijo  un  Fulano  de  Tal: 
«  De  Elechosa  y  Bodonal 
Se  llevó  los  habitantes 
Un  arroyo,  mucho  antes 
Del  diluvio  universal.» 

Con  esto  andaba  sin  fin, 
Sin  término  ó  paradero. 
No  llevando  más  dinero 
Que  los  cuartos  del  rocin; 
Por  uno  y  otro  confín, 
Investigando  destinos, 
Militant'^s  peregrinos. 
Me  seguían  mis  soldados. 
Los  caballos  desherrados, 
Pero  errados  los  caminos. 

Quiso  Dios  que  á  puro  andar. 
Hecho  racional  hurón, 
Atisbé  la  situación 
Adonde  estuvo  el  lugar; 
Empecé  á  brujulear, 

Y  entre  quemadas  encinas, 
Vi  unas  casas  como  ruinas. 
Que  hicieron  catorce  en  todo. 
Pegadas  á  un  cerro,  á  modo 
De  nido  de  golondrinas. 

Aquí  trepando,  se  envasa 
La  tropa  mi  concolega, 
Pero  hallaba  solariega 
A  la  una  y  otra  casa; 
Cuando  en  este  instante  pasa 
Una  mujer  por  aquí, 
Un  jabalí  por  allí, 

Y  yo  no  supe  qué  hacer. 
Si  tirar  á  la  mujer, 
O  apuntar  al  jabalí. 

Tan  bella  fué Pero  ahora 

No  la  pinto,  que  es  de  noche ; 
Aguarda  que  desabroche 
Cándidos  pechos  la  aurora; 
Deja  que  destile  Flora 
Aljofarados  candores. 
Que  desenvaine  fulgores 
El  mayorazgo  del  día, 

Y  que  enarbole  Talía 
Tabla,  pincel  y  colores. 

Pero  ¿dónde  lo  elocuente 
Me  lleva?  Con  dos  tizones. 
Tirando  cuatro  borrones. 
Se  pinta  más  fácilmente. 
«¿  Dónde  (dije)  está  la  gente 
De  este  villaje  tan  bueno?» 

Y  ella  con  labio  sereno 
Respondió  :  «Todo  el  lugar 
Salió  esta  tarde  á  limpiar 
Una  parva  de  centeno. » 

Maldiciendo  mi  destino. 
Hice  boletas  de  balde. 
Siendo  yo  escribano,  alcalde, 
Alojamiento -y  vecino; 
Para  mi  casa  examino 
Una  como  ratonera, 
Que  tenía  en  la  cimera. 
Con  industrias  exquisitas. 
Muchas  cruces  de  cañitas 
Por  techo  ó  por  cobertera. 

Parecía  portalillo 
De  Belén,  pues  acumula 
Buey  cansado,  flaca  muía, 

Y  al  margen  un  jumentillo; 
Ella  tiembla,  y  no  me  humillo 
Al  miedo ;  pues  considero 

Que  aunque  el  techo  todo  entero 
Sobre  mí  venga  á  caer, 
liO  más  que  me  puede  hacer. 
Es  ensuciarme  el  sombrero. 

Me  embutí  en  un  cuarto  estrecho. 
En  cuya  tuerta  pared 
No  hay  Vialcon,  ventana  ó  red, 
Pero  sobran  en  el  techo; 
Con  vanidades  de  lecho, 
Sobre  un  corcho  requemado, 
Hético  y  extenuado, 


Un  débil  colclion  se  hilvana, 
Que  algún  tiempo  fué  por  lana, 
y  se  volvió  trasquilado. 

Yace  de  madero  burdo, 
Mal  descostillado,  un  cofre, 
Cuelga  un  medio  San  Onofi-e, 

Y  un  San  Jerónimo  zm-do; 
Al  verle  empuñar,  me  atiu-do, 
De  la  piedra  el  chicharrón  ; 
Eoto  tiene  el  corazón , 

No  de  golpes  que  se  ha  dado. 
Sino  de  haberle  tirado 
Dos  pellizcos  un  ratón. 
Una  silleta  de  paja 

Y  un  buf etillo  se  expresa , 
Que  tiene  por  sobremesa 
Un  pedazo  de  mortaja; 
Debajo  un  galgo  se  encaja, 
Que  me  regala  con  roscas; 

Y  entre  telarañas  toscas, 
Vive  medio  tarro  infiel, 
Que  era  archivo  de  la  miel , 

Y  ya  es  reclamo  de  moscas. 
De  mi  patrona  el  matiz 

Al  alma  causa  A^aiven; 
Trae  por  frente  una  sartén, 
Cuyo  rabo  es  la  nariz ; 
Sus  ojos  (¡cosa  iirfeliz!) 
Por  niñas  tienen  dos  viejos, 
Se  descuelgan  rapacejos 
De  la  boca  á  las  pechugas, 

Y  entre  el  vello  y  las  arrugas 
Se  pueden  cazar  conejos. 

En  dos  varas  de  sayal 
La  humanidad  embanasta, 

Y  unas  como  medias  gasta 
De  pelo  muy  natural ; 
Uno  y  otro  carcañal 

Es  de  galera  espolón, 

Y  en  la  circunvalación , 
Patrimonio  de  girones, 
Cirios,  borlas  y  pendones 
Caminan  en  procesión. 

En  el  sobaco  derecho 
Mete  un  mico  racional. 
Envuelto  en  medio  pañal , 

Y  lo  restante  deshecho; 
Cuando  lo  enarbola  al  ijecho, 
TJna,  á  modo  de  ala  floja 

De  murciélago,  despoja 
Por  resquicios  del  jubón, 

Y  al  niño  asesta  un  pezón, 
Como  tabaco  de  hoja. 

Con  su  donaire,  su  aseo 

Y  su  agasajo  exquisito, 
Se  retira  el  apetito 

Dos  mil  leguas  del  deseo; 
Su  antorcha  apaga  Himeneo, 

Y  el  afecto  sensual 

Se  esconde  en  un  carcañal. 
Huyendo  la  inquisición; 
Que  aquí  la  propagación 
Es  un  pecado  bestial. 

Esta  es  la  casa  en  que  vivo 

Y  la  patrona  en  que  muero. 
Esta  la  gloria  que  espero 

Y  el  galardón  que  recibo; 
Ahora  el  lugar  te  desci-ibo. 
Pues  la  ociosidad  abunda; 
Sobre  un  chinarro  se  funda. 
Sólo  un  candil  le  amanece, 
Un  tomillo  le  anochece 

Y  una  gotera  le  inunda. 

Su  término  son  cien  jaras, 
Con  seis  colmenas,  que  apenas 
Darán  miel  las  seis  colmenas 
Para  lavarse  dos  caras; 
Para  el  gasto  de  las  aras 
Vino  no  tributa  el  suelo. 
Porque  no  tiene  majuelo. 
Guindo,  peral  ó  castaiío, 
Ni  en  él  se  ve  más  rebaño 


DÉCIMAS. 

Que  las  cabrillas  del  cielo. 
La  tierra  más  cultivada, 
De  mejor  terruño  y  linde. 
Avena  en  buen  año  rinde, 

Y  la  sembraron  cebada; 
Si  está  de  trigo  colmada, 

Y  la  cosecha  no  yerra. 
Centeno  el  gañan  encierra, 
Con  que  al  sudor  satisface; 
¡Mira,  amigo,  lo  que  hace 
El  sombrar  en  buena  tierra! 

Encontré  por  conjetura 
La  iglesia,  donde  exquisitas 
Lloraban  mil  candclitas 
Sobre  triste  sepultura; 
Jamas  tal  arquitectura 
Hallé  en  el  vocabulario; 
De  almagre  tiene  un  calvario, 

Y  allá  en  el  propiciatorio. 
Dos  almas  del  purgatorio 
Se  columpian  de  un  rosario. 

Una  cesta  el  dia  de  fiesta 
Pone  el  cura,  y  los  pobretes 
Le  van  echando  zoquetes; 
Yo  temí  entrar  en  la  cesta. 
La  misa  estaba  dispuesta, 

Y  apenas  me  piise  á  oilla, 
Cuando  empieza  una  cuadrilla 
De  muchachuelos  pelones 

A  darse  de  mogicones 
Por  tocar  la  campanilla. 

A  éste  pega  el  sacristán. 
Una  vieja  riñe  á  esotro, 
Mientras  de  la  cesta  el  otro 
Se  engulle  al  descuido  un  pan; 
Unos  devotos  están , 
Otros  rien  la  contienda, 
Hasta  que  con  reverenda 
Gravedad  y  compostura, 
La  oblación  consume  el  cura, 

Y  los  muchachos  la  ofrenda. 
Si  me  paseo,  se  apura 

El  ánimo  fatigado; 
Que  es  lugar  más  intrincado 
Que  lugar  de  la  Escritura; 
Tal  vez  hablo  con  el  cura 
De  dédalos,  de  faetontes, 
De  Sstrolabios,  de  horizontes. 
De  diamantes,  de  esmeraldas; 

Y  al  fin ,  porque  tienen  faldas , 
Hablo  tal  vez  con  los  montes. 

Aqiií  nació  la  carencia, 
Madre  de  la  poquedad ; 
Parió  á  la  necesidad 
En  brazos  de  la  al.istinencia; 
Si  de  Dios  la  omnipotencia 
Me  saca  de  esta  ensenada. 
Quedará  glorificada 
Otra  vez;  pues  es  lo  mismo 
El  sacarme  de  este  abismo. 
Que  el  hacerme  de  la  nada. 

Aristóteles  decia 
(Filósofo  el  más  profundo) 
Que  en  los  ámbitos  del  mundo 
No  se  da  cosa  vacia; 
Mas,  vive  Dios,  que  mentía 
En  su  sistema  ó  su  chanza; 
Porque  tengo  confianza 
Que  lo  contrario  dijera 
Si  en  este  tiempo  viviera 
En  mi  cuartel  ó  en  mi  panza. 

De  puro  sutil  me  quiebro. 
Mis  ojos  sobi-esaltados 
Tristes  están  y  arrimados 
A  la  pared  del  celebro; 
Allí  les  dice  un  requiebro 
La  amistad  del  colodrillo, 

Y  recelo  que  Ronquillo, 
Presidente  vigilante. 
Mande  prender  mi  semblante. 
Porque  le  traigo  amarillo. 

Del  alma  enemigos  tres 


43 


No  dan  aquí  testimonio, 
Porque  si  viene  el  demonio. 
Se  le  resbalan  los  pies; 
El  mundo  busca  interés , 

Y  fué  á  otra  parte  por  eso, 

Y  para  que  en  lo  travieso 
Liviandad  ninguna  encarne, 
Ya  no  me  tienta  la  carne. 
Que  sólo  me  toca  el  hueso. 

Corren  haciendo  remansos 
Las  tripas,  en  sus  campañas, 
Sortija,  estafermo  y  cañas; 
Ojalá  corrieran  gansos. 
Si  de  burros  ó  de  mansos 
Cencerros  oyen  tal  vez , 
Presumen  que  es  almirez, 

Y  hay  tripa  que  se  adelanta 
A  subirse  á  la  garganta. 
Donde  me  come  la  nuez. 

Es  tanta  mi  laxitud, 
Que  en  muriéndome,  me  obligo 
A  que  una  paja  de  trigo 
Me  sobre  para  ataúd; 
La  necesidad  virtud 
Hace  mi  dolor  acerbo, 

Y  dejándola  proterbo, 
Mis  penitencias  entablo. 
Para  imitar  á  san  Pablo; 
Pero  no  me  viene  el  cuervo. 

Emboscado  en  la  aspereza, 
El  hambre  conmigo  lucha ; 
Bien  sabía  que  era  mucha , 
Mas  no  tanta,  mi  flaqueza; 
La  fantasía  tropieza 
En  una  y  otra  Adsion, 

Y  á  costa  de  la  oración, 
Por  comerme  todo  entero 
Al  hermano  compañero, 
Ser  quisiera  un  san  Antón. 

La  memoria  es  mi  caudal; 
Esta  envían  mis  desvelos 
Para  el  Conde  de  Hornachuelos, 
Para  su  hermano  y  Corral; 
En  mi  estimación  leal 
A  los  Valenzuelas  hallo; 
También  mi  amistad  no  callo 
A  Pineda,  el  que  por  yerro 
Me  dio  un  grandísimo  perro, 
Diciendo;  «¡Qué  gran  caballo!» 

Dile  que  fué  picardía 
El  ajuste,  pixes  pudiera 
Haberme  dicho  que  era 
Caballo  que  se  moría; 

Y  pues  ya  la  fantasía 

Se  cansa,  y  yo  me  acobardo, 
Con  tus  preceptos  aguardo 
Que  siglos  tu  vida  goce; 
Elechosa  y  Julio  doce. 
Tu  amigo,  Eugpnio  Gerardo. 


A  nn  caballero  que  en  una  tertulia  cometió 
involuntariamente  un  desairarlfsirao  des- 
liz, cuando  cantaba. 

Antimúsico  aturdido, 
Que  me  expones  al  desaire 
De  echar  décimas  al  aire 
Cuando  viene  corrompido. 
Igual  atención  te  pido 
A  la  que  en  infausto  dia 
Presté  á  nefanda  armonía. 
Porque  el  mal  se  distribuj'a, 

Y  resulten  en  la  tuya 
Los  fastidios  de  la  mía. 

Modo,  tiempo  y  prolacion 
Para  cualquier  asonancia 
Circunscribe  la  elegancia 
Sonora  del  diapasón; 
Pero  en  aquesta  ocasión , 
Al  tiempo  y  modo  desdices, 

Y  sus  reglas  contradices; 
Pues  de  tu  treno  indecente 


44 

La  prolacion  solamente 
Ha  Iletrado  á  mis  narices. 

Bien  supe  yo  que  esta  ciencia 
Tal  vez  admite  las  falsas 
Por  saínetes  ó  por  salsas 
Del  aire  de  la  cadencia; 
Pero  nunca,  en  mi  conciencia, 
Llegué  á  saÍ3er  que  el  ornato 
De  su  métrico  aparato 
Pudiese  haber  confundido 
La  falsedad  del  sonido 
Con  las  veras  del  olfato. 

Dejaste  desde  el  exordio 
A  la  tertulia  aturdida, 
Porque  nadie  vio  en  la  vida 
Soplar  sobre  el  clavicordio; 
Ni  violin ,  ni  monacordio, 
Ni  dulce  flauta  suave 
Seguir  tal  termino  sabe; 
Pues  del  modo  qxie  procede. 
Sólo  la  corneta  putdu 
Ser  de  su  tono  la  clave. 

Ni  aun  el  mismo  Barrabas, 
Con  sus  tétricas  ideas, 
Soltara  tales  corcheas 
Sin  método  ni  compás; 
Ya  sé  que  astuto  dirás 
Que  tanto  asombro  fulmina 
Una  infeliz  clandestina 
Resi?iraeion  trabucada, 
Que  rodó  precipitada 
Toda  la  escala  ai-etina. 

Escriben  que  aquel  primero 
Inventor  sacó  los  puntos 
Del  son  que  formalian  juntos 
Los  martillos  del  herrero; 

Y  tu  discurso  altanero, 
Para  que  en  todo  descuelle, 

Y  principios  atropelle 

De  las  costumbres  ancianas, 
Busca  otra  solfa  en  las  vanas 
Eespiraciones  del  fiielle. 

No  faltan  aixtoridades 
De  que  tuGse  instituido 
El  canto  para  el  oido 
De  las  mentidas  deidades. 
1  Oii  cuántas  prosperidades 
Lograrás  alli !  Yo  pienso 
Que  fuera  tu  elogio  inmenso 
Eternizado  en  los  bronces. 
Porque  en  tí  se  hallara  entonces 
La  música  y  el  incienso. 

Sólo  siento  que  se  diga , 
Con  improporcion  tirana. 
Que  la  poesía  es  hermana 
De  la  música ,  y  amiga; 
No  tendi'á  poca  fatiga 
Quien  lo  defienda  constante. 
Si  tú  concurres  delante, 
Porque  formarás  un  paso, 
Que  todo  el  monte  Parnaso 
No  le  encuentre  consonante. 

El  músico  Timoteo 
(Según  Plutarco)  inflamaba 
A  Alejandro,  el  que  empuñaba 
La  espada  á  cualquier  gorjeo; 
Tú  adquieres  mayor  trofeo, 
Pues  al  oír  el  tirano 
Frigio  rumbo  tramontano. 
Que  desembuchas  tonante, 
Empuiía  luego  al  instante 
La  nariz  todo  cristiano. 

Dicen,  ¡oh  influjo  celeste! 
Que  Tales  Milcsio  un  día, 
Por  medio  de  la  nrmonía, 
De  Candía  arrojó  la  peste; 
Tu  primor,  contrario  de  este 
Efecto  de  heroica  hazaña. 
De  tales  efluvios  bañí". 
El  claustro  de  mi  academia, 
Que  causar  puede  epidemia 
A  todo  el  reino  de  España, 


DON  EUGENIO  GEBABDO  LORO. 

Décimas  improvisadas  en  una  tertulia,  so-' 
bre  los  liiulos  de  comedias  que  elegían 
unas  señoras. 

PARA  GALANES. 

I  De  qué  sirve  que  mi  empeño 
A  tanta  deidad  c  lebre, 
Si  es  preciso  que  se  quiebre 
Mi  adoración  en  su  ceño  ? 
En  vano  me  finjo  dueño 
De  dicha  tan  deseada, 
Si  ha  de  quedar  desairada 
Mi  ofrenda  en  su  ser  divino, 
Ya  que  esto  fué  cu  mi  destino 
Darlo  todo  y  no  (hir  nada. 

iQué  loco,  ciego  y  errante 
Es  del  hado  el  desvarío. 
Pues  al  demérito  mío 
Da  la  dicha  más  triunfante! 
Lo  humilde  con  lo  brillante. 
Lo  excelso  con  lo  profundo 
Une  en  lazo  sin  segundo, 
Porque  tanto  logro  sea 
En  el  bosque  de  mi  idea, 
ni  mayor  vwnstrvo  del  mundo. 

Yo,  que  viví  satisfecho 
De  que  no  pudo  el  amor. 
Con  halago  ó  con  rigor. 
Tener  dominio  en  el  pecho. 
Conozco  que  mi  despecho 
No  bastó,  pues  apresiu-a 
Contra  la  fuerza  segura 
Que  en  mi  corazón  jjrevino 
Los  asaltos  del  destino, 
Las  armas  de  la  hermosura. 

Para  rendir  oblación 
Al  bien  que  llego  á  lograr. 
Es  insuficiente  altar 
La  pira  del  corazón; 
Sólo  en  la  imaginación 
Podré  tributar  discreto 
Por  holocausto  el  respeto,' 
Siendo  mi  idoa  en  su  trato. 
El  castillo  del  recato, 
El  alcázar  del  secreto. 

A  ingrata  esqrdva  hermosura 
Idolatró  mi  paciencia, 

Y  ahora  la  contingencia  • 
Me  ofrece  beldad  segura; 

Y  pues  en  aquella  dura 
La  ojeriza  y  el  rigor. 
Siga  en  ésta  mi  temor 
Nuevo  estilo,  rumbo  extraño. 
Por  saber  en  este  año 

Quién  es  quien  premia  el  amor. 

Blasonaba  tan  exento 
Del  niño  gigante  alado, 
Que  no  rendí  á  su  cuidado 
Lo  frágil  de  un  loensamiento; 
Mas  ya  un  interno  tormento 
Me  aflige  con  tanto  ardor. 
Que  el  vaticinio  interior 
Me  dice  en  el  mal  que  paso: 
«No  hay  chanzas  con  el  acaso, 
No  hay  bm'lns  con  el  amor.)) 

Puesto  que  el  cielo  propicio 
A  tal  gloria  me  convida. 
Ya  no  ha  de  haber  en  mi  vida 
Aliento  sin  sacrificio  ; 
Muera  la  pasión  ó  el  vicio. 
Que  á  vulgar  asimto  inílama; 
Encienda  el  suspiro  llama 
De  más  decenf.s  agrados; 
Que  á  pesar  de  los  cuidados. 
Antes  que  todo  es  mi  dama. 

La  fortuna  me  ha  llevado, 
Por  acaso  contingente. 
Donde  ya  mi  amor  prudente 
Me  tenía  colocado; 
La  suerte  con  el  cuidado, 
Felicemente  oportuna, 
Con  tanto  primor  se  auna, 


Que  llevándose  la  palma. 
Canta  en  .su  silencio  el  ¡tima 
Triunfos  de  amor  y  fortuna. 

Andaba  mi  pensamieut') 
En  amar  tan  Víigamundo, 
Que  desfrutaba  en  el  mundo 
A  cada  paso  un  contento: 
Mas  cuando  el  destino  atento 
(No  sé  si  por  barbarismo) 
De  tanta  dicha  un  abismo 
A  mi  corazón  le  da. 
Por  no  ofenderte,  será 
El  alcaide  de  si  mismo. 

Vivía  mi  presunción 
De  amor  tan  indiferente. 
Que  sólo  al  gusto  presente 
Le  tenía  por  pasión; 
Pero  en  aquesta  ocasión, 
El  niño  rey,  dios  vendado, 
Por  reo  me  ha  declarado, 
Y  suñ-o  con  pena  fuerte 
En  la  plaza  de  mi  suerte 
El  garrote  más  hien  dado. 

Aunque  siempre  he  preferido 
La  libertad  al  amor. 
Siendo  en  mi  dócil  ai-dor 
Lo  más  fácil ,  más  lucido. 
Desde  ahora  mi  sentido 
Rinde  holocausto  mental 
A  tu  hermosura,  con  tal 
Que  no  has  de  estar  descontenta 
Si  alguna  vez  me  \iolcnta 
La  fuerza  del  natural. 

Nunca  del  amor  injusto 
Me  rindió  la  infi-.l  violencia. 
Porque  no  hubo  en  mi  advertencia 
Otra  razón  que  mi  gusto; 
Mas,  ya  que  á  la  Icj-  me  ajusto 
De  este  anual  pasatiempo, 
Tolerando  el  contratiempo 
De  servidumbre  tan  loca, 
Sabrá  mi  pecho  y  mi  boca 
Mentir  y  mudarse  á  vn  tiempo. 

Pues  ia  suerte  lo  permite. 
No  hagas,  señora,  quo  tragua 
Un  amor  que  me  empalague 
O  un  desprecio  que  me  iiTite; 
Será  bien  que  se  limite 
Tu  discreción  de  manera, 
Que  ni  de  dulzuras  muera. 
Ni  me  altere  con  recelos , 
Porque  soy,  de  amor  y  celos. 
El  licenciado  Vidriera. 

Ya  sin  razón  se  querella 
Del  hado  mi  devaneo 
Cuando  influye  á  mi  deseo 
La  más  favorable  estrella; 
Consigue  mí  amor  por  ella, 
En  siempre  propicia  u.sura , 
La  más  prudente  eo}dura. 
La  más  blanda  condición. 
La  más  noble  discreción, 
La  más  hidalffa  hermosura. 

Aunque  al  desmerecimiento 
De  mi  persona  aborrezcas. 
Es  justo  que  favorezcas 
La  fe  de  mi  rendimiento : 
Lo  humilde,  obsequioso,  atento 
De  mi  corazón  rendido 
Dorará  lo  deslucido 
Con  que  emprendo  tanta  gloria, 
Para  ser  en  tu  memoria 
Amado  y  aborrecido. 

Por  niás  que  la  suerte  ciega 
Con  mis  fortunas  porfia. 
No  llegó  mi  fantasía 
Adonde  mi  triunfo  llega; 
A  mi  noble  afecto  entrega 
El  más  airoso  })rimor 
De  los  dominios  de  amor. 
Porque  el  orbe  considere 
Lo  que  reparte,  si  quiere, 


El  acaso  y  el  error. 

Pues  la  fortuna  porfía 
En  darme  apacible  objeto, 
La  rendiré  mi  respeto 
De  amor  ó  de  cortesía: 
Si  quisiere,  todo  el  rii:i 
yeré  su  esclavo  meniul: 
Si  no  giista,  en  caso  tal 
Ko  sentiré  su  desvío, 
Porque  traiüfo  en  mi  albedrío 
Ln  pledro  filosofal. 

Trapacista  lisonjero 
De  cualquier  casualidad, 
Siempre  tuve  por  deidad 
A  la  que  hallaba  primero; 

Y  pues  el  hado  severo 
Me  precisa  á  ser  amante, 
Ciego,  rendido  y  constante 
He  de  ser  en  la  apariencia. 
Porque  en  toda  contingencia, 
Fingir  y  Trampa  adelante. 

De  aquesta  felicidad 
Es  tan  glorioso  el  trofeo, 
Que  parece  que  al  deseo 
Siguió  la  casualidnd; 
Aspire  mi  ceguedad 
Hasta  el  orbe  de  la  luna, 
y  en  dicha  tan  oportuna, 
Será  mi  amor  sin  segundo, 
El  escándalo  del  mundo, 
El  momtriio  de  la  fortuna. 

El  empeño  que  conspira 
Contra  mí  el  hado  severo, 
En  Ja  idea  es  verdadero, 

Y  en  el  asunto  mentira; 
El  festejo  sólo  mira 

A  un  fingimiento  vulgar, 
Cuando  es  cierto  mi  pesar  ; 

Y  así,  no  llego  á  entender 
Cómo  eu  mi  labio  ha  de  ser 
A  vn  tiempo  fingir  y  aviar. 

Cuando  triunfo  tan  jiropicio 
Me  conduce  la  ventura. 
Será  especie  de  cordura 
El  saber  perder  el  juicio; 
Ai'da  humilde  sacrificio 
Toda  la  razón  que  pierdo, 
Para  acreditarme  cuerdo, 
Pues  es,  entre  lo  viviente, 
Sin  amor,  loco  el  prudente , 

Y  con  él ,  El  loco  cnerdo. 
Soy  tan  malo  para  amante. 

Que  si  logro  algún  consuelo, 
Me  cuesta  el  duro  recelo 
De  que  no  ha  de  ser  constante; 
Si  me  ultrajan,  al  instante 
Tan  servilmente  me  humillo, 
Qiie  mi  corazón  sencillo 
Paga  hechuras  al  enfado : 

Y  así,  bien  ó  mal  tratado. 
Soy  Él  sastre  del  Campillo. 

Mi  amor,  por  mió,  aborreces, 
y  por  ser  tuyo,  también 
Adoro  siempre  el  desden 
De  todas  tus  esquiveces; 
Me  consuela  muchas  veces 
Ver  que  en  esto  te  he  vencido. 
Pues  no  es  triunfo  tan  lucido, 
Tan  noble,  tan  señalado, 
Como  un  desden  adorado, 
Un  amor  aborrecido. 

I  Cómo  puedo  ser  amante 
Todo  un  año  á  la  seguida, 
Si  no  he  sabido  en  mi  vida 
Tener  amor  un  instante  ? 
Mas ,  pues  el  destino  errante 
Quiere  que  mi  rumbo  tuerza. 
Ya  mi  cuidado  se  esfuerza 
A  ser  con  dulces  enojos. 
Del  encanto  de  tus  ojos 
El  hechixrtdo  por  fuerzo . 

Jíuuca  pudo  en  mi  ambición 


DÉCIMAS. 

Caber  tanta  vanidad, 

Y  así,  más  que  realidad, 
Es  mi  fortuna  ilusión; 
Quimera  de  la  razón 

Será  el  bien  que  logro  ansioso. 
Pues  para  hacerme  dichoso 
Por  tan  extraño  camino. 
Me  hizo  sin  duda  el  destino 
El  mágico  prodigioso. 

Con  tan  favorable  efecto 
Se  ha  portado  la  exp-.-riencia, 
Que  se  fué  la  contingencia 
Adonde  estaba  el  afecto ; 
Suerte  de  bien  tan  perfecto 
No  pudo  salir  alguna. 
Pues  con  unión  oportuna 
Se  abrazan  en  este  paso, 
Logi'os  de  intento  y  de  acaso. 
Lances  de  amor  ij fortuna. 

Tendrá  en  mi  la  suerte  mia 
Respeto  sin  alabanza, 
Humildad  sin  confianza. 
Temor  sin  hipocresía; 
Siendo  fin  de  mi  porfía , 
Respeto,  humildad,  temor, 
Porcjue  logre  su  fervor 
Sin  celosos  desvarios, 
En  los  tres  cuidados  mios, 
Los  tres  afectos  de  amor. 

La  conctn'rencia  me  obliga, 
Sin  causa  ni  fundamento, 
A  hacer  del  gusto  tormento, 

Y  del  gracejo  fatiga; 

En  vano  el  amor  me  instiga. 
Cuando  el  pecho  no  se  inflama ; 

Y  asi,  su  impulso  me  llama. 
Por  precisa  obligación , 
Con  agrado  y  sin  pasión, 

A  ser  El  galán  sin  dama. 

En  esta  casualidad. 
Que  mi  demérito  alcanza. 
Más  allá  de  la  esperanza 
Llega  la  felicidad; 
De  mi  propria  voluntad. 
Huyó  la  suerte  f .portuna , 
Sin  que  proporción  alguna 
Tengan  los  merecimientos , 
Porque  son  mis  pensamientos 
Los  hijos  de  la  fortuna. 

Gracia,  prudencia,  hermosura, 
Que  son  el  lazo  más  fuerte, 
Se  vinculan  en  mi  suerte , 
Se  estrechan  en  mi  ventura.; 
Tanto  logi-o,  tanta  usura 
Facilita  la  ocasión. 
Porque  sepa  mi  pasión , 
Sin  desdoro  de  lo  esquivo, 
Cuál  es  mayor  atractivo. 
Cuál  es  mayor  perfección. 

Discreto  íie  de  anteponer, 
Galán  he  de  preferir, 
Al  logi"o  del  conseguir, 
La  dicha  del  merecer; 
Solamente  á  padecer 
Se  dedica  mi  persona , 
Pues  cuando  el  amor  blasona 
En  los  imperios  del  alma. 
La  servidumbre  es  la  palma. 
El  mérito  es  la  corona. 

Faltando  el  merecimiento, 
En  que  fundar  la  esperanza, 
í]s  tormenta  la  bonanza, 
Y  es  la  fortuna  tormento; 
Pues,  como  llega  violento 
Tanto  bien  á  mis  sentidos, 
Se  hallan  altos  y  abatidos, 
Cobardes  y  valerosos , 
Infelices  y  dichosos , 
Obligados  y  ofendidos. 

Tendrá  esta  dicha  en  mi  aprecio 
Asegurada  la  gloria. 
Si  consigo  en  tu  memoria 


I  La  fortuna  de  un  despiecio; 
Aunque  expresiones  de  necio 
Sólo  en  mi  labio  hallarás. 
En  mi  respeto  tendrás 
Toda  la  ley  del  primor. 
Porque  en  la  ciencia  de  amor, 
El  más  necio  sabe  más. 
Con  atención  oficiosa 
Te  dai-é,  si  no  te  alejas, 
Ansias,  susjúros  y  quejas, 
Porque  no  tengo  otra  cosa; 
Si  jugares  melindrosa. 
Te  recogeré  las  bazas, 

Y  si  de  esto  te  embarazas, 
Ko  inquietaré  tus  sosiegos. 
Porque,  ya  en  veras,  ya  en  juegos. 
Hombre  pobre  todo  es  trazas. 

Si  en  los  amantes  empeños 
Me  desprecia  tu  hermosura, 
No  le  falta  á  mi  cordura 
Bastante  caudal  de  ceños: 
En  los  tratos  halagüeños 
Soy  derretido  también , 
Porque,  atento  al  mal  y  al  bien, 
Pago  con  cierto  primor 
El  amor  ctn  el  amor. 
El  desdan  con  el  desden. 

La  oportunidad  que  el  cielo 
Ofrece  á  mi  fantasía 
En  incesante  porfía, 
yerá  asunto  de  mi  anhelo; 
Cultivará  mi  desvelo 
S  is  instantes  presurosos 
Con  afectos  amorosos; 
Pues  si  en  amantes  deslices 
Labra  el  descttido  infelices, 
La  ocasión  hace  dichosos. 

La  indócil  extravagancia. 
Que  á  la  suerte  corresponde. 
Coloca  los  bienes  donde 
Siempre  vive  la  ignorancia; 
Mas  ya  con  dulce  elegancia, 
Mis  interiores  secretos 
Sabrán  estudiar  respetos. 
Pues  si  por  rumbos  distantes 
Busca  la  dicha  ignorantes, 
El  amor  hace  discretos. 

PABA  DAMAS. 

En  mi  amante  extravagancia 
Hallaran  siempre  partido. 
Aunque  me  hubieran  cabido 
Los  doce  Pares  de  Francia; 
Admito  sin  repugnancia 
Al  primero  que  me  atiende, 

Y  sin  saber  si  me  entiende. 
Si  se  eleva  ó  si  se  pasma 

De  cualquier  galán  fantasma. 
Me  finjo  Z«  dama  duende. 

A  un  estilo  cortesano 
Se  debe  grata  atención, 
A  una  atrevida  expresión 
El  enojo  más  tirano; 
Si  ejerce  un  obsequio  ufano. 
Logrará  mis  atenciones ; 
Mis  iras,  si  habla  en  pasiones. 
Porque  sabe  mi  cuidado. 
Con  el  ceño  y  el  agrado. 
Cumplir  dos  obligaciones. 

Sepa  cuando  á  mis  enojos 
Sacrifica  sus  fervores , 
Que  oscurecen  mis  rigores 
Cuanto  iluminan  mis  ojos; 
Si  suavísimos  despojos 
Logra  en  mi  vista,  también 
Penas  tendrá  en  mi  desden, 
Porque  pueda  su  fineza, 
En  mi  ingenio  y  mi  belleza. 
Saber  del  mal  y  del  bien. 

En  mi  labio,  en  mi  semblante, 
Logra  el  más  contemplativo, 


4G 

Tal  vez  sin  causa  lo  esquivo, 
T  tal  sin  ruego  lo  amante; 
Suelo  parecer  constante, 

Y  des])ucs  causar  recelos , 
Afectando  otros  desvelos, 
Porque  sea  su  memoria 
Teatro  de  pena  y  gloria, 
Certamen  de  amor  y  celos. 

La  circunstancia  del  dia 
Requiere  un  amor  atento. 
Cuando  el  aborrecimiento 
Es  naturaleza  mia; 
La  atención ,  la  cortesía 
Pide  decente  favor, 

Y  BÓlo  saña  y  rigor 

En  mi  natural  se  hallan ; 

Y  así,  en  mi  pecho  batallan 
Afectos  de  odio  y  amor. 

Entre  amorosa  inquietud 

Y  desden  de  airado  ceño , 
Puede  mediar  el  empeño 
De  una  noble  gratitud; 
No  implica  á  la  rectitud 
Que  yo  debo  practicar, 
El  oir  sin  escuchar, 
Atender  sin  admitir, 

No  ultrajar  y  despedir, 
Agradecer  y  no  amar. 

No  puede  causar  quebrantos 
A  mi  neutral  devaneo, 
Añadir  xm.  chichisveo 
En  el  niimero  de  tantos; 
Admito  en  buen  hora  á  cuantos 
La  casualidad  propuso, 
Porque  mi  genio  difuso, 
Andando  de  ceca  en  meca, 
Deja  el  desprecio  á  la  rueca, 

Y  tiene  El  amor  al  uso. 
Siempre  el  amante  más  justo 

Busca,  afectando  respeto, 
Antes  que  el  bien  del  objeto. 
La  lisonja  de  su  gusto; 
Si  hallara  en  amor  disgusto. 
Tuviera  por  frenesí 
La  solicitud;  y  así. 
Nunca  quiero  el  interés 
De  un  contrato  donde  es 
Cada  tino  para  s?. 

Porque  no  miides  el  trato. 
Mi  desvelo  no  se  inclina , 
Pues  el  ser  la  mujer  fina 
Hace  al  hombre  ser  ingi-ato; 
Batalla  contra  el  recato, 

Y  después  qirc  le  venció. 
No  aprecia  el  lauro,  eso  no; 
Que  en  lance  tan  oportuno. 
Siendo  preciso  que  alguno 
Triunfe,  Primero  soy  yo. 

Cuando  una  fina  elegancia 
Exagera  su  tormento. 
Oigo  el  ruido  del  acento, 

Y  no  escucho  la  sustancia: 
Mi  enojo  ó  mi  repugnancia 
Nunca  ha  querido  llegar 
Al  lance  del  disputar; 
Pues  para  argüir  mejor 
Contra  las  leyes  de  amor, 
iVó  hay  cosa  como  callar. 

Por  más  que  el  destino  intente 
Sobornar  mi  corazón , 
Sacará  de  mi  razón 
Un  desaire  solamente; 
No  es  justo  que  me  violente 
Casualidad  importuna 
A  que  por  idea  alguna 
Sufra  mi  gusto  ó  mi  honor 
Sinrazones  del  amor. 
Mudanzas  de  la  fortuna. 

Si  al  gracejo  de  este  dia 
Pertenece  la  elección, 
A  tí  ejercer  la  atención, 
^  mí  ultrajar  tu  osadía; 


DON  EUGENIO  GERARDO  LOBO. 

Siendo  siempre  á  la  porfía 
De  amor  insensible  roca. 
Porque  cuando  se  convoca 
Tiempo,  amor  y  desden ,  lleve 
Cada  uno  lo  que  debe. 
Cada  cual  lo  que  le  toca. 

Aunque  es  vulgar  sentimiento 
De  común  necia  doctrina. 
Que  la  fortuna  apadrina 
Al  mayor  atrevimiento, 
Sepa  que  en  mi  tratamiento 
No  tiene  esta  ley  particlo. 
Pues  si  tal  vez  be  querido. 
Siempre  en  mi  afecto  ha  llevado, 
El  temor  del  humillado, 
La  dicha  del  atrevido. 

El  más  sagaz  rendimiento 
No  le  debe  á  mi  cuidado 
La  lisonja  de  un  agrado, 
La  vanidad  de  un  acento: 
Dejo  que  se  lleve  el  viento 
Las  quejas  sin  respirar, 
Porque  para  despreciar. 
Convencer  y  concluir, 
Al  siempre  necio  argüir 
Del  amor,  Basta  callar. 

Si  me  alegra  interiormente 
La  fineza  de  un  amante. 
Manifiesto  en  el  semblante 
Un  enfado  solamente; 
Con  tal  máxima,  lo  ardiente 
No  se  reduce  á  tibiezas , 
Porque  deben  las  bellezas 
Mostrar  en  las  ocasiones. 
Despejos  contra  expresiones, 
Indvstrias  contra  jinezni;. 

No  admito  el  vano  trofeo 
Que  el  acaso  me  señala, 
Pues  de  la  atención  la  gala 
Es  máscara  del  deseo; 
Del  diil ce' amoroso  empleo 
Sólo  ha  triunfado  el  temor. 
Porque  en  batallas  de  amor 
No  es  esfuerzo  la  osadía ; 
Retirarse  es  valentía. 
Vencerse  es  mayor  valor. 

Si  admito  este  obsequio  ó  no, 
Cualquier  fácil  discurrir 
Se  lo  puede  presumir, 
Pero  no  lo  diré  yo; 
Lo  qiíe  la  idea  engendró, 
Guardará  el  labio  discreto. 
Pues  para  tener  sujeto 
A  un  galán ,  siempre  dudoso 
Entre  infeliz  ó  dichoso, 
Nadie  fie  su  secreto. 

Supo  un  discreto  decir. 
Con  airoso  comprender. 
Que  el  servir  por  merecer, 
Ni  es  merecer,  ni  servir; 

Y  así ,  debes  prevenir 
Tan  desnudo  el  adorar. 
Que  no  le  llegue  á  empeñar 
El  deseo  del  favor, 

Pues  es  fineza  ma_yor, 
Amar  sólo  por  amar. 

Ni  para  el  divertimiento 
Mi  arbitrio  le  da  esperanza, 
Porque  tal  vez  de  la  chanza 
Se  sigue  el  atrevimiento; 

Y  sepa  su  rendimiento 
Que  un  desengaño  forzoso 
Es,  por  lo  pronto  y  airoso, 
Sin  esperar  á  mañana. 

La  crueldad  menos  tirana, 
El  castigo  más  piadoso. 

Me  ofende  el  ac-'so  injusto 
Por  meterse  en  n.i  elección, 
Me  agravia  tu  pretensión, 

Y  el  amor  me  da  disgusto; 
Mas  con  un  desprecio  ajusto 
Ultrajar  las  esperanzas 


De  todas  ti-es  confianzas , 
Porque  satinen  mis  deseos, 
De  un  desaire,  tres  trofeos, 
JDe  vn  castigo,  tres  venganzas. 

Soy  fiera  en  la  condición. 
Pues  me  irrita  el  rendimiento; 
Rayo  soy,  cuj'o  ardimiento 
Fulmina  á  loca  pasión; 
Soy  piedra,  en  quien  la  atención 
O  se  quebranta  ó  se  arredra; 
Sólo  con  mi  g  nio  medra 
La  furia,  el  rencor,  el  daño; 

Y  así ,  en  mí  tiene  este  año 
La  fiera. ,  el  rayo  y  la  piedra. 

Aunque  siempre  la  esquivez 
Es  costumbre  de  mi  trato. 
He  de  suspender  lo  ingrato 
Siquiera  por  esta  vez; 
Expóngase  mi  altivez 
A  un  aü-oso  contratiempo, 
Por  ceder  en  pasatiempo 
De  tan  común  alegi-ia, 
Al  dia  lo  que  es  del  dia, 

Y  para  Bar  tiempo  al  tiempo. 
Señor  galán,  si  me  ama. 

Ha  de  saber  desde  luego 
Encubrir  de  modo  el  fuego, 
Que  no  respire  la  llama; 
Saber  confundir  la  fama 
De  amor,  teniendo  sus  flechas 
Ocultas,  mas  no  deshechas; 

Y  entre  otras  calidades , 
Saber  recatar  verdades , 
Saber  desmentir  sospechas. 

Aunque  en  el  blando  exterior 
De  mi  arrogancia  escondida. 
Te  parezca  que  en  mi  vida 
Quel)ré  algún  plato  de  amor; 
Oculto  imi^aciente  axdor. 
Que  me  consume  y  me  cansa, 

Y  si  juzgas  que  descansa 
Mi  corazón  mudo  y  yerto, 
Huye  del  fuego  encubierto. 
Guárdate  del  agua  mansa. 

Si  me  idolatras  rendido. 
No  tendrás  en  mi  cuidado 
Afecto  ni  desagrado. 
Fácil  memoria  ni  olvido; 
Sólo  equívoco  partido 
En  mi  manejo  hallarás. 
Sin  darte  quejas  jamas; 
Porque  en  delitos  de  amor, 
El  burlarse  es  lo  mejor. 
El  perdón  castiga  más. 

El  hado  y  mi  obstinación 
Se  dieron  dura  batalla, 

Y  en  sus  despojos  se  halla 
Cautiva  mi  presunción; 
Mas  nunca  mi  condición 
Podi'á  lo  esquivo  perder. 
Para  que  llegue  á  entender 
Que  en  su  humano  combatir, 
No  está  el  triunfar  en  rendir, 
No  está  el  matar  en  vencer. 

El  amor  más  fino  es 
De  tan  civil  jerarquía. 
Que  envuelve  en  la  cortesía 
La  usura  del  interés; 
Aspira  á  su  logro,  y  pues 
Esto  ofende  á  la  belleza. 
No  le  admite  mi  entereza. 
Pues  halla  el  entendimiento 
La  ofensa  en  el  rendimiento, 
El  agrario  en  la  fineza. 

Aunque  la  casualidad 
De  aqueste  accidente  ufano 
Encuentra  ya  de  antemano 
Ajena  mi  libertad. 
No  ofende  á  la  realidad 
Que  al  primer  objeto  tengo, 
La  atención  que  te  prevengo, 
Cuando  en  ella  no  me  arraigoj 


Pues  si  con  quien  caigo,  caigo, 
También  Con  quien  vengo,  vengo. 

(Aunque  escribió  el  autor  más  déci- 
mas de  esta  especie,  no  se  han  hallado.) 


Enviando  cuatro  búcaros  en  el  dia  de  su 
cumpleaños  á  una  señora  recien  vestida 
de  beata  y  con  anuncios  de  mística. 

Quien  desea  que  tu  vida 
En  gloria  más  dilatada 
Pueda  quedar  engolfada, 
Sin  riesgos  de  sumergida, 

Y  que  siempre  conducida 
De  la  fortuna  en  el  can-o, 
Laurel  disfrute  bizarro, 

Que  nunca  el  tiempo  marchite. 
Por  devoción  te  remite 
Esas  memorias  de  barro. 

Quien  para  el  merecimiento, 
Que  ensalzar  puede  ninguno, 
Va  regulando  uno  á  uno 
Los  astros  del  firmamento, 

Y  en  el  número  sin  cuento 

De  los  guarismos  que  encierra , 
La  competencia  destierra 
De  los  términos  del  dia. 
Por  panegírico  envia 
Esos  elogios  de  tierra. 

Quien  para  copiar  trofeos 
De  tu  trato  y  tus  acciones. 
Va  pidiendo  perfecciones 
Al  pincel  de  los  deseos, 

Y  no  reconoce  empleos. 

Que  en  parte  puedan ,  ó  en  todo, 
La  gracia  fingir,  ó  el  modo, 
De  prendas  tan  singulares, 
Deposita  en  tus  altares 
Esas  reliquias  de  lodo. 

Quien  aspira  solamente 
A  lograr  en  tu  memoria. 
Con  oblación  transitoria. 
Los  créditos  de  inocente, 

Y  supone  reverente 

A  tu  atención  empleada 
En  la  primera  morada 
Para  empeño  más  felice, 
En  ese  obsequio  te  dice. 
Barro,  tierra,  lodo,  nada, 


Ilusiones  de  quien  va  á  las  Indias  á  hacer 
fortuna. 

¡Válgame  Dios,  el  tesoro 
Que  he  de  juntar!  ¡qué  equipaje  1 
No  sé  si  tendré  bagaje 
Para  los  tejos  de  oro; 
De  plata,  metal  sonoro, 
Haré  trastes  de  cocina, 
Reposteros  de  la  China 
Llevarán  todos  mis  machca 
Con  muchísimos  penachos 
De  aljófar  y  venturina. 

¡  Qué  mesa  labrar  espero, 
De  una  arquitectura  rara, 
Si  hallo  un  zafiro  de  á  vara. 
De  éstos  que  llaman  tablero! 
Asientos  de  nácar  quiero, 
Con  mucho  flueco  en  la  falda; 
El  ramillete  ó  guirnalda 
De  una  amatista  ha  de  ser, 
Y  á  sus  lados  ha  de  haber 
Seis  cubiertas  de  esmeralda. 

Bata  de  oro  es  baladi ; 
Bordada  tengo  de  hacerla. 
Donde  se  engaste  la  perla. 
El  jacinto  y  el  rubí; 
Cargas  de  canela  allí 
Daré  á  la  lumbre  por  cebo, 
Fabricando  catre  nuevo 
Peí  ágata  y  el  coral. 


COMPOSICIONES  VARIAS. 

Que  tenga  eu  cada  puntal 
Un  topacio  como  un  huevo. 

Mis  caballos ,  ¡  qué  arrogantes 
Comerán  en  el  Pirú , 
En  morrales  de  tisú. 
Celemines  de  diamantesl 

Y  si  salieren  errantes 
Los  prevenidos  sucesos, 

¿Hay  más  que  honrar  con  mis  huesos 
La  hija  de  un  mercader, 

Y  tomarla  por  mujer 
Con  setecientos  mil  pesos  7 


47 


Definición  del  c/tichisveo ,  escrita  por 
obedecer  á  uaa  dama  (1). 

Es,  señora,  el  chichis  veo 
Una  inmutable  atención, 
Donde  nace  la  ambición 
Extranjera  del  deseo; 
Ejercicio  sin  empleo. 
Vagante  llama  sin  lumbre. 
Una  elevación  sin  cumln-e, 
Un  afán  sin  inquietud, 
Que  no  siendo  esclavitud. 
Es  la  mayor  servidumbre. 

Es  un  enfático  gusto, 
Gloriosamente  empleado 
En  fomentar  un  agi-ado 
Sin  las  pensiones  del  susto; 
Es  un  rendimiento  augusto 
De  una  humilde  vanidad, 
Donde  la  capacidad 
Con  sus  caudales  se  obliga 
A  la  incesante  fatiga 
De  una  eterna  ociosidad. 

Es  un  racional  tributo. 
Que  la  diversión  previene 
Sobre  un  ara,  donde  tiene 
Propriedad  sin  usufruto; 
Un  decoroso  estatuto. 
Del  que  es  siiavísimo  imperio, 
Desahogo  de  lo  serio, 
Respiración  del  cuidado, 

Y  es  un  chiste  disfrazado 
Con  máscara  de  misterio. 

Es  un  dominio  que  alcanza 
Inmensa  jurisdicción. 
Que  parece  posesión , 

Y  ni  aun  toca  en  la  esperanza; 
No  expone  la  confianza 

A  poca  seguridad. 
Antes  bien  la  voluntad 
Exenta  vive  del  daño. 
Porque  se  trata  este  engaño 
Con  la  mayor  realidad. 
Es  afectado  tormento 
De  un  cauteloso  albedrío. 
Que  encamina  al  desvarío 
Por  reglas  de  entendimiento; 
Seguro  consentimiento 
De  recíproca  llaneza, 
Dohde  parcial  ia  agudeza, 
Vende  en  manos  del  primor, 


(1)  Muchas  otras  décimas  escribió  el  autor 
con  motivo  de  la  controversia  suscitada  por 
el  chiclúsveo.  En  todas  abunda  el  sutil  dis- 
creteo de  la  época;  en  algunas  hay  ingenio 
verdadero,  como  en  la  siguiente,  en  que 
tributa  respetuosa  admiración  á  la  mujer : 

El  hombre  debe  poner 
En  la  perfección  su  afecto, 

Y  de  todo  lo  perfecto 
Es  tesoro  la  mujer; 
Es  la  armonía  del  ser, 
Es  colmo  de  la  grandeza. 
Crédito  de  la  nobleza, 

De  amor  sublime  dechado, 

Y  el  primor  más  estudiado 
De  la  gran  naturaleza. 


Agrado  que  no  es  favor, 

Afecto  que  no  es  fineza. 

Es  aquella  de  Platón 
Alta  idea  reiípetable. 
Que  hizo  al  alma  separable 
De  su  misma  propensión; 
Sutilísima  opinión 
De  natural  repugnancia. 
Pues  la  común  elegancia 
De  los  preceptos  que  informa. 
Sin  materia  admite  forma. 
Accidente  sin  sustancia. 

Es  una  correspondencia 
De  pensamientos  visibles, 
Que  de  algunos  imposibles 
Hace  tal  vez  apariencia; 
Anfibológica  ciencia 
Del  ignorar  y  saber, 
Emjieñada  en  proponer. 
Con  repugnancias  notables. 
Los  principios  demostrables 
De  lo  ipie  no  puede  ser. 

Es,  en  fin,  ficción  hermosa 
De  autorizada  cautela. 
Deslumbradora  novela 
De  una  verdad  mentirosa; 
Perspectiva  que  ingeniosa 
Abulta  lo  que  desvia, 
Elevada  fantasía. 
Sin  afecto  y  con  fervor, 
Y  es  de  las  ansias  de  amor 
La  más  discreta  ironía. 

Este  es,  señora,  el  retrato 
Más  legal,  más  parecido 
(Según  lo  que  he  comprentlido) 
Del  señor  Chichisveato; 
Si  á  tu  ingenio  fuere  grato. 
Será  mi  mayor  hazaña, 
Pues  no  ignoras  cuánto  empaña 
Al  dulce  primor  del  arte, 
Entre  los  ceños  de  Marte, 
El  polvo  de  la  campaña. 


DESPOSORIO  FELIZ. 
VILLANCICO. 

Ya  entra  la  triunfante  esposa 
En  el  jardin  que  plantó. 
Ciega,  aunquL'  santa,  la  fe; 
Ciego,  aunque  lince,  el  amor. 

Donde  yacen,  para  obsequio 
Reverente  de  los  dos. 
Esclavo  el  entendimiento, 
La  voluntad  en  prisión. 

Ya  empuña  la  inextinguible 
Clara  luz,  por  quien  echó 
El  óleo  la  Caridad 
En  el  vaso  del  fervor. 

Ya  la  reciben  prudentes 
Las  vírgenes,  cuya  voz. 
De  innumerables  acentos, 
Compone  la  admiración. 

¿  Quién  es  ésta  que  al  huerto 
De  dulces  asperezas. 
Cargada  de  riquezas, 
Asciende  del  desierto, 
Labrando  con  acierto 
Llanura  de  la  cuesta? 
¿Quién  es  ésta,  quién  es  ésta? 

¿Quién  es  ésta,  que  armada 
De  escudos  mil  pcjidientes 
(Virtudes  diferentes). 
Es  torre  colocada? 
Angélica  morada 
Alterne  la  respuesta. 
¿Quién  es  ésta,  quién  es  ésta? 

LIRAS. 

Será  sin  duda  aquella 
Hija  feliz  amada. 
Que  al  verse  requebrada, 


43 

Hermosa  joven,  candida  doncella, 

Del  pastoral  gemido 

Oyó  el  acento  é  inclinó  el  oido. 

Será  la  que  ambiciosa 
De  aquel  cariño  tierno 
De  padre  sempiterno 

Y  de  constante  patria  prodigiosa, 
Olvidó  con  cuidado 

La  casa  paternal  y  el  pueblo  amado. 

Será  la  que  enamora 
Con  el  semblante  hermoso 
Al  rey  más  poderoso, 

Y  en  las  hijas  del  reino  donde  mora, 
Asegura  sus  dones, 

Y  de  los  ricos  de  él  aclamaciones. 

DOTE  SEGURO. 

Tres  eslabones  de  oro 
Son  la  dote  y  el  caudal 
Que  pulió  para  Tomasa 
El  artífice  Tomas. 

La  Fe,  de  quien  es  sujeto 
Potencia  intelectual. 
Lleva  primera  en  origen, 
Pero  no  en  la  dignidad. 

El  segundo  la  Esperanza, 
Preludio  del  ganancial, 
Enigma  de  las  virtudes. 
Que  en  logi-ándola  se  va. 

La  Caridad  cierra  el  lazo  : 
Mas  sabe  su  esposo  ya 
Que  es  primera,  pues  es  forma 
De  la  Fe  la  Caridad. 


LETEILLA. 

k  una  viuda  moza  y  rica,  llorando  sin  con- 
suelo la  muerte  de  su  marido 

Si  el  dolor  no  finges, 
Dime,  ¿poi'  qué  lloras  i" 


DO?í  EUGENIO  GERATÍDO  LOBO. 

Si  por  perder  un  marido, 
Te  vemos,  Nise,  llorona, 

Y  no  hay  materia  más  fácil 
De  componer  que  unas  bodas ; 

Dime,  ¿por  qné  lloras? 
Si  en  tu  alegre  viudedad 
Te  hallas  tan  rica  y  hermosa. 
Sin  tener  quien  te  lo  vede, 

Y  teniendo  tú  qué  comas ; 

Dime,  ¿por  qvé  lloras? 
Si  era  tu  marido  anciano, 

Y  quedas  tan  fresca  y  moza, 
Aunque  con  algo  de  menos. 
De  más  con  otras  mil  cosas  ; 

Dime,  ¿por  qué  lloras? 
Si  todas  noches  te  echaba 
Tan  desentonadas  roncas, 

Y  esta  nocturna  inquietud 
Evitas  durmiendo  á  solas ; 

Dime,  ¿por  qué  lloras? 
Si  su  condición  maldita 
Contra  la  bendita  esposa 
Zurcia  cada  semana. 
Regañaba  á  todas  horas ; 

Dime,  ¿por  qué  lloras? 
,  Si  en  el  tiempo  de  casada, 
A  imitación  de  las  otras, 
Le  amabas  como  ninguna, 

Y  vivias  como  todas ; 

Dime,  ¿por  qué  lloras? 
Si  en  vida  de  tu  marido 
No  tenías  voto  en  cosa , 

Y  con  su  muerte  te  miras 
Hecha  primera  persona ; 

Dime,  ¿por  qué  lloras? 
Si  en  este  siglo  las  viudas, 
Sin  mangas  justas  ni  toca , 
Tienen  libertad  de  cintas 

Y  pueden  inventar  modas  ; 

Dime,  ¿por  qné  lloras? 
Si  en  lugar  suyo  te  queda 
Un  premio  como  unas  doblas, 


Un  confesor  como  un  padre, 

Y  una  tia  doncellona ; 

Dintf,  ¿por  qué  lloras? 
Si  el  árbol  puede  dar  frutos, 

Y  para  evitar  la  nota. 
Hay  aldea  por  San  Juan, 
Otra  pila,  otra  parroquia ; 

l>ime,  ¿por  qué  lloras? 
Si  al  tiempo  de  arrepentirtc 
De  pasadas  vanaglorias. 
Cuando  quisieres  ahorcarte, 
Nunca  t(í  ha  de  faltrir  soga ; 
Dime,  ¿por  qué  lluras? 
Si  cuando  las  garapiñas 
Se  te  vuelven  asquerosas, 
En  vez  de  naranja  ó  fresa. 
No  puede  faltarte  aloja; 
Dime ,  ¿por  qué  lloras? 
Si  el  carnero  te  fastidia, 

Y  puedes  á  poca  costa 
Componer,  y  aun  con  ganancia, 
Con  otras  carnes  tu  olla ; 

Dime,  ¿por  qué  lloras? 
Si  puede  haber  un  indiano 
Con  muchas  piezas  de  sobra, 

Y  se  las  puedes  jurar, 

Pues  también  damas  se  soplan : 
Dime,  ¿por  qné  lloras? 
Si  tienes  la  libertad 
Eu  parte  de  fe  hugonota, 

Y  puedes  lograr  cadena 
Sin  la  sujeción  de  esposa  ; 

Dime,  ¿j)or  qué  lloras? 
Si  Juan  reposa  en  el  cielo 
(Sabe  Dios  dónde  reposa), 

Y  tienes  quien  á  Dios  pida 
Que  te  conceda  su  gloria ; 

Dime,  ¿por  qué  lloras? 
Luego,  Nise  mia, 

8  eres  una  boba, 
si  no  lo  ñnges, 
Dime,  ¿por  qué  lloras? 


VIS  DE  LAS  POESÍAS  DE  DON  EUGEiao  GEEARDO  LOBO, 


DOCTOR  DON  DIEGO  DE  TORRES 

Y    YILLARROEL. 


NOTICIAS  BIOGRÁFICAS  Y  JUICIOS  CRÍTICOS. 


1. 

Nació  DON  Diego  de  Tc^res  en  la  ciudad  de  Salamanca,  en  1696,  y  fué  bautizado  en  la  pano- 
quia  de  San  Isidro  y  San  Pela  yo.  Su  padre,  Pedro  de  Torres,  librero  de  aquella  ciudad,  fué  hijo 
de  un  hábil  tapicero  (í ),  que  habia  aprendido  el  oticio  en  Flándes,  donde  sirvió  al  Rey  como  sol- 
dado raso.  Su  madre,  Manuela  de  Villarroel,  fué  hija  de  un  mercader  de  lienzas,  establecido 
asimismo  en  la  ciudad  de  Salamanca.  Pedro  de  Torres  ejerció  durante  algunos  años  su  profesión 
de  librero  con  buena  fama  y  próspera  fortuna;  pero  su  numerosa  ñimilia  (tuvo  diez  y  ocho  hijos), 
y  la  guerra  de  sucesión ,  calamitosa  para  su  comercio,  de  tal  manera  llegaron  á  empobrecerle, 
que  informado  el  Real  Consejo  de  Castilla  de  los  sacrific'osque  habia  hecho  en  favor  de  la  causa 
del  Rey  durante  la  guerra  con  Portugal,  mandó  á  la  ciudad  que  le  señalase  una  pensión  vitalicia 
de  cuatrocientos  ducados  anuales,  y  trescientos  doblones  de  una  vez,  para  que  reparase  algún 
tanto  sus  pérdidas.  Aliviada  su  atlictiva  situación,  pudo  ya  vivir  aquella  honrada  familia,  aun- 
que con  estrechez,  sin  apremiante  miseria.  Pedro  de  Torres,  que,  según  refiere  su  hijo,  leia  to- 
dos los  libros  de  su  tienda,  llegó  á  ser  hombre  notablemente  instruido,  y  advirtiendo  que  Diego 
estaba  dotado  de  claro  y  desembarazado  ingenio,  empleó  cuantos  medios  estaban  á  su  alcance 
para  darle  esmerada  y  provechosa  educación.  Primero  en  casa  del  doctor  don  Juan  González  de 
Dios,  profundo  helenista  y  rígido  maestro,  y  después  en  el  Colegio  Trilingüe,  donde  vistió  una 
beca  que  alcanzó  su  padre  de  la  universidad  de  Salamanca,  adquirió  Diego  los  rudimentos  esen- 
ciales de  una  enseñanza  fecunda  y  severa.  La  disciplina  escolástica  no  amansó,  sin  embargo,  los 
ímpetus  del  mozo  atolondrado  y  travieso.  El  mismo  refiere  la  loca  agitación  que  entró  en  su  alma 
en  aquella  edad  de  movimiento  y  de  alegría  : 

Las  novelas,  las  comedias  y  los  autores  romancistas  me  entrelnvieron  la  ociosidad  y  el  retiro  forzado...  Los 
años  me  iban  dando  fuerza,  robustez,  guslo  y  atrevimienio  para  desear  todo  bnnje  de  enredos,  diversiones  y  dis- 
parates, y  yo  empecé  con  furia  implacable  á  meterme  en  cuantos  desatinos  y  despropó.sifos  rodean  ios  pensa- 
mientos y  las  inclinaciones  de  los  muciíaclios.  Aprendí  á  bailar,  á  jugar  la  espada  y  la  pelóla,  á  torear,  á  hacer 
versos,  y  paré  todo  mi  ingenio  en  discurrir  diabluras  y  enredos  para  librarme  de  la  reclusión  y  las  tareas  en  que 
se  deben  emplear  los  buenos  colegiales  de  aquella  casa.  Abría  puertas,  falseaba  llave»,  hendía  candados,  y  no  se 
escapaba  de  mis  manos  pared,  puerta  ni  ventana,  en  donde  no  pusiese  las  disposiciones  de  falsearla,  romperla 
ó  escalarla  (2). 

Claro  se  ve  que  para  encaminar  por  buen  sendero  aquella  condición  activa  y  turbulenta ,  era 
forzoso  que  viniera  á  guiarle  la  áspera  mano  de  la  experiencia.  No  tardaron  en  acibarar  su  ju- 
ventud los  sinsabores  que  acarrea  siempre  el  desvío  del  orden  y  de  la  disciplina  que  la  sociedad 

(1)  Tejedor  de  tapices.  biografía  forma  el  tomo  xv  de  las  Obras  do  aquel  célc- 

(2)  Vida  del  doctor  don  Diego  de  Torres  t  Villar-      bre  y  popular  escritor. 
ROEL,  escrita  por  él  mismo.  Esta  curiosísima  autu- 


60  DON  DIEGO  DE  TOREES  Y  VILLARROEL. 

impone  á  todos  para  provecho  y  amparo  de  todos.  Huyó  desaleiitadamente  del  santo  y  sereno 
hopear  de  sus  padres,  y  vivió  en  Portugal  algún  tiempo,  ocultando  su  nombre  (i),  y  sujeto  á  las 
humillaciones  y  á  las  azarosas  vicisitudes  de  la  vida  del  charlatán  y  del  expatriado. 

Vuelto  á  su  país,  y  aleccionado  por  el  infortunio  y  el  desengaño,  quedó  «  medroso  de  las  cala- 
imidades  que  se  expone  á  j)a]ecer  el  que  se  entrega  á  los  derrumbaderos  de  su  ignorante  y  anto- 
>jadiza  imaginación  (2).  j  Entonces  vivió  retirado  y  corregido  e¡i  la  modesta  casa  paterna,  y  el 
estudio  fué  su  refugio,  su  recreo  y  la  curación  de  sus  desvarios.  Por  aquel  tiempo  empezó  á  pu- 
blicar, con  el  nombre  burlesco  de  Gran  Piscátor  de  Salamanca,  que  le  quedó  por  apodo  (3),  sus 
almanaques  y  sus  pronóslicos ,  y  á  saborear  el  dulce  deleite  de  ganar  hom'a  y  provecho  con  las 
producciones  del  ingenio.  Momentos  pasó  de  extremado  apuro,  en  los  cuales  le  aquejó  la  más 
desdichada  miseria  (4).  En  otras  ocasiones  vivió,  «comiendo  á  costa  ajena,  huésped  honrado  y 
aquerido  en  las  primeras  casas  d3l  reino.»  Dos  años  vivió  en  Madrid,  en  casa  de  la  Condesa  de 
los  Arcos.  Después  pasó  también  algún  tiempo  en  casa  del  Marqués  de  Almarza,  hasta  que,  mo- 
vido por  los  consejos  del  señor  Herrera,  presidente  del  Consejo  de  Castilla  y  obispo  de  Sigüenza, 
que  se  aficionó  á  sus  festivos  escritos  y  deseaba  verle  empeñado  en  más  provechosos  estudios,  se 
opuso  á  la  cátedra  de  matemáticas  de  la  universidad  de  Salamanca,  que  alcanzó  y  desempeñó 
con  notable  gloria.  El  humor  festivo  y  el  desembarazado  ingenio  de  Torres  le  granjeaba  la 
amistad  de  muchos  encumbrados  personajes,  que  le  atraían  y  agasajaban;  pero  no  los  bus- 
caba, y  casi  á  pesar  suyo  rccibia  sus  favores,  pues  nunca  se  vio  carácter  menos  dócil  al  yugo  de 
las  formas  artificiales  y  de  las  etiquetas  mundanas  (5).  Después  de  su  escapatoria  de  Portugal, 
ganó  en  Madrid  pobremente  su  vida,  bordando  para  una  tienda  portátil  de  la' Puerta  del  Sol; 
después  fué  visitador  del  tabaco  en  Salamanca.  Pensó  en  meterse  fraile,  pero  en  breve  echó  de 
ver,  sin  duda,  que  carecia  de  la  mansedumbre  y  del  reposo  que  requiere  la  vida  contemplativa 
del  claustro.  A  punto  estuvo  de  hacerse  contrabandista.  Nada  apaciguó  su  imaginación  incons- 
tante y  cavilosa ,  hasta  que ,  como  hemos  dicho,  logró  ser  catedrático  y  doctor  de  la  universidad 
de  Salamanca.  Aun  entonces  tuvo  un  grave  quebranto,  sin  la  menor  culpa  de  su  parte.  Acusado 
de  complicidad  en  una  causa  formada  á  su  amigo  el  caballero  don  Juan  de  Salazar,  que  hirió  á 
un  sacerdote  en  un  arrebato  de  ira,  se  fugó  primero  á  Francia  (6),  y  después  fué  extrañado  del 
reino  y  pasó  á  Portugal,  donde  la  celebridad  de  su  nombre  verdadero  le  indujo  á  usar,  por  ver- 
güenza, el  de  don  Francisco  Bermudez,  segundo  nombre  supuesto  que  adoptaba  en  aquel  país. 
Después  del  largo  destierro  de  tres  años,  fué  reconocida  su  inocencia  y  volvió  al  goce  de  su  cá- 
tedra. Entonces  sólo  le  aquejaron  los  sinsabores  comunes  de  la  vida ,  alguno  de  los  cuales  le  sus- 
citaban acaso  su  agresiva  franqueza  y  su  sarcástica  alegría.  Nunca  estuvo  muy  sobrado  de  bie- 
nes de  fortuna,  pero  esto  sólo  puede  achacarse  á  su  generoso  é  irreflexivo  desprendimiento,  pues 
ademas  de  los  rendimientos  de  su  cargo  universitario,  ganaba,  con  la  publicación  de  sus  hbros  y 
sus  folletos,  cantidades,  para  aquel  tiempo  y  aun  para  cualquiera  otro,  muy  crecidas  (7). 

Torres  escribió  muchas  poesías  líricas  y  algunas  dramáticas.  La  mayor  parte  de  ellas  están 
impresas  en  los  tomos  vn,  vni  y  ix  de  la  edición  que,  en  quince  volúmenes,  se  hizo  en  los  años 
de  4794  á  1799.  Son  sus  escritos  de  mayor  extensión  los  siguientes  : 


(1)  Tomó  el  nombre  de  Gabriel  Gilberto  cuando  se  »  des  y  repetidas,  jamas  pudo  arrastrarme  á  las  ante- 
alistó como  soldado  en  un  regimiento  portugués.  » salas  de  los  poderosos;  sus  paredes  siempre  estuvieron 

(2)  Palabras  del  miímo  Torres.  »  quejosas  de  mi  desvío,  pero  no  de  mi  veneración.» 

(3)  Adoptó  este  nombre,  imitando  los  pronósticos  (Torrds.) 

del  Gran  Piscátor  Sarrabal  de  Milán.  (6)  No  pasó  de  Burdeos. 

(4)  «Alquilé  media  cama,  compré  un  candelero  de  (7)  «Pudiera  ser  rico  con  mis  ahorros;  pero  siem- 
» barro  y  una  vela  de  sebo,  que  me  duró  más  de  seis  »  pre  andan  iguales  los  gastos  y  las  ganancias.  He  der- 
)>meses,  porque  las  m.is  noches  me  acostaba  á  oscuras.  «rainado  entre  mis  amigos,  parientes,  enemigos  y  pe- 
»  Padecí  unas  horribles  hambres,  tanto,  que  alguna  vez  «lardistus  más  de  cuarenta  mil  duendos...  En  veinte 
wme  desmayó  la  daqueza.»  {Vida  de  Torres.  Segundo  «años  de  escritor  he  percibido  á  más  de  dos  mil  du- 
viaje  á  Madrid.)  «cados  cada  año,  y  todo  lo  he  repartido,  gracias  á 

(o)  «  Siempre  he  conservado  un  aborrecimiento  es-  »  Dios ,  sin  tener  á  la  hora  en  que  esto  escribo  más  re- 

))pant.oso  ü  los  intereses,  honras,  aplausos,  preten-  «puestos  que  algunos  veinte  doblones ,  que  guarda  mi 

)) sienes,  puestos,  ceremonias  y  zalamerías  del  mundo.  »  madre,  que  ha  sido  siempre  la  tesorera  y  repartidora 

»La  urgencia  de  mis  necesidades,  que  han  sido  gran-  »de  mis  trabajos  y  caudales.»  (Turres.) 


NOTICIAS  BIOGRÁFICAS  T  JUICIOS  CEÍTICOS.  61 

Anatomía  de  lo  visible  é  invisible  de  ambas  esferas  y  y  viaje  fantástico.  Dedicado  al  rey  don  Fer- 
nando el  Sexto. 

Sueños  morales ,  visiones  ij  visitas  de  don  Francisco  de  Quevedo. 

Sueños  morales;  Los  desahuciados  del  inundo  y  de  la  gloria. 

Tratados  físicos ,  médicos  y  morales ;  Vida  natural  y  católica. 

El  Ermitaño  y  Torres ,  en  que  se  trata  de  la  piedra  filosofal.  Cartilla  rústica ,  eclesiástica  y  as- 
trológica. 

Vida  de  la  venerable  madre  Gregoria  de  Santa  Teresa.  (Dos  tomos.) 

Vida  del  padre  don  Jerónimo  Abarrúteyui  y  Figueroa,  fundador  del  colegio  de  Padres  Cayeta- 
nos (le  Salamanca. 

La  Cátedra  de  morir. 

El  DOCTOR  Torres  no  era  humilde ,  pero  era  verdaderamente  modesto.  Sentía  hervir  en  su  mente 
un  entendimiento  activo  y  vigoroso.  Pero  por  lo  mismo  sus  obras  le  parecieron  siempre  destitui- 
das de  profundidad  é  hijas  de  un  numen  liviano  y  juguetón.  «  Yo  confieso,  decia  con  donaire, 
que  para  mí  perdieron  el  crédito  y  la  estimación  los  libros ,  después  que  vi  que  se  vendían  y 
apreciaban  los  mios.» 

Pasó  los  últimos  años  de  su  vida  con  holgura  y  serenidad ,  ocupado  en  la  administración  de 
los  bienes  del  Duque  de  Alba  y  del  Conde  de  Miranda,  en  honrosas  comisiones  de  la  universidad 
de  Salamanca,  y  en  la  formación  de  nuevos,  pronósticos ,  cómputos  eclesiásticos  y  cálculos  astro- 
lógicos; tarea  que  fué  siempre  para  él  amena  y  provechosa.  Murió  después  de  1758. 

Así  describe  el  doctor  Torres  su  persona  en  la  tercera  parte  de  su  Vida  :  «  Pintaréme  como 
I  aparezco  hoy  (había  cumplido  cuarenta  y  seis  años).  Tengo  dos  varas  y  siete  dedos  de  estatura; 
» los  miembros  tienen  simetría ;  la  piel  del  rostro  está  llena ,  aunque  ya  van  asomando  hacia  los 
» lagrimales  de  los  ojos  algunas  patas  de  gallo;  no  hay  en  él  colorido  enfadoso  ni  pecas.  El  cabe- 
íllo  todavía  es  rubio;  alguna  cana  suele  salir  á  acusarme  lo  viejo.  Los  ojos  son  azules  y  peque- 
I  ños;  las  cejas  y  la  barba  pobladas  de  un  pelambre  alazán.  La  nariz  caudalosa  y  abierta.  Los  la- 
íbios  frescos  y  rasgados  con  rectitud.  Los  dientes  cabales  y  estrechamente  unidos...  El  cuerpo 
» se  va  ya  torciendo  hacia  la  tierra...  Soy,  todo  junto,  un  horabron  alto,  picante  en  seco,  blan- 
í  co,  rubio,  con  más  catadura  de  alemán  que  de  castellano.» 

L.  A.  DE  Cueto. 


II. 

Son  tan  breves  é  insignificantes  los  juicios  que  han  quedado  de  este  autor,  ya  olvidado,  y  des- 
deñado por  la  escuela  literaria  del  reinado  de  Carlos  III,  que  hemos  juzgado  oportuno  reproducir 
aqui  el  juicio  más  razonado  y  menos  severo  que  el  doctor  Torres  escribió  de  sus  propias  obras. 
Está  en  uno  de  los  diálogos  entre  El  Ermitaño  y  Torres  : 

TOnilES. 

Parece  que  veo  allí  mis  escritos,  y  siento  que  tengas  en  este  huerto  de  literatura  árboles  tan  silvestres,  en 
que  nada  se  ve  sino  es  iiojas. 

EL    ERMITAÑO. 

No  liay  duda  que  tus  obras  timen  necesidad  de  mucho  castigo,  porque  en  muchos  pasajes  se  reconocen  de- 
lincuentes; también  es  cierto  que  en  las  más  de  ellas  reina  la  libertad,  y  te  puedo  asegurar  que  en  estas  soleda- 
des me  produce  su  lectura  un  género  de  deleite  que  se  conforma  con  mi  desengaño.  He  visto  en  muchas  de  ellas 
el  poco  caso  que  haces  de  las  ceremonias  y  pesadeces  del  mundo  político;  he  visto  la  inclinación  que  tienes  á 
burlarte  de  los  cuidados  que  muerden  íí  los  hombres  ordinariamente;  no  se  me  ha  escondido  la  solidez  de  tus 
verdades,  ni  el  provecho  de  tu  moral.  Tu  estilo  me  agrada,  porque  es  natural  y  corriente,  sin  sombra  alguna 
de  violencia  ó  afectación;  tus  sales  me  divierten... 

TOURES. 

No  dudo  que  mi  castellano  es  menos  enfadoso  que  el  que  se  observa  por  lo  común  en  los  escritos  modernos. 
Mi  cuidado  ha  sido  sólo  hacer  patente  mi  pensamiento  con  I  is  más  claras  expresiones,  huyendo  de  hablar  el  cas- 
tellano en  latin  ó  en  griego;  peste  que  se  ha  derramado  por  casi  todo  el  orbe  de  los  escritores  de  España... 
La  lectura  de  mis  obras  tiene  alguna  cosa  de  deleitable,  no  tanto  por  las  sales  como  por  las  pimientas.  Es  cierto 


62  DON  DIEGO  DE  TOREES  T  VILLAEROEL. 

que  propongo  algunas  verdades  y  sentencias;  pero  si  les  faltara  esto,  ya  liabria  quemado  todos  mis  papeles.  Los 
más  de  ellos  han  nacido  entre  cabriolas  y  guitarras,  y  sobre  el  aroon  de  la  cebada  de  los  mesones,  oyendo  los 
gritos,  chanzas,  dcsver¿;üonzas  y  pullas  de  los  caleseros,  mozusdc  muías  y  caminantes,  y  así  están  Henos  de  dis- 
parates, como  compuLstüs  sin  estudio,  quietud,  advertencia  ni  meditación. 

A  esto  puede  añadirse  que  tcuj-'o  tantos  enemigos  como  la  dicfa;  éstos  con  sus  sátiras  me  han  destemplado 
el  estilo,  y  en  mis  del'onsas  he  divulgado  lo  que  me  ponia  en  la  pluma  el  resont¡mi"nto  y  no  la  reflexión...  La  ne- 
cesidad lia  tenido  mucha  inílueiicia  en  algunos  de  mis  ]>apelos,  porque  yo  estaba  hambriento  y  desnudo;  con  que 
no  trataba  de  enseñar,  sino  de  comer  y  de  ganar  para  la  decencia  y  el  abrigo;  esto  lo  he  publicado  muchas  veces 
en  mis  impresos. 


III. 
JUICIO  DEL  DIARIO  DE  LOS  LITERATOS  DE  ESPAÑA  (1737). 

(Con  motivo  de  la  obra  titulada  Los  desahuciados  del  mundo  y  de  la  gloria,  sueño  místico,  moral  y  físico.) 

Don  Diego  de  Torres  es  tan  conocido,  que  aunque  se  hubiera  publicado  esta  obra  sin  su  nom- 
bre, ella  bastaba  para  descubrirle,  habiéndose  hecho  conocer  y  distinguir  el  carácter  de  su  au- 
tor por  una  infinidad  de  pequeñas  producciones  que  ha  dado  al  público,  y  en  que  la  uniformi- 
dad del  lenguaje  y  cierto  particular  espíritu  de  imitación  denotan  claramente  su  origen,  so- 
brando para  determinarlo  las  otras  luces. 

El  público  de  España  ha  recibido  con  aplauso  las  travesuras  de  este  ingenio.  No  solamente  los 
iliteratos  han  hecho  su  delicia  de  la  lectura  de  sus  obras;  también  los  hombres  doctos  han  descan- 
sado de  la  tarea  de  estudios  más  severos,  solicitando  lograr  en  ellas  algunos  festivos  intervalos; 
no  se  ha  usado  de  más  poderoso  exorcismo  para  lanzar  el  demonio  de  la  melancolía.  Este  unifor- 
me y  casi  general  consentimiento  ú  aprobación  del  gusto,  nos  induce  á  pensar  que  en  los  escritos 
de  DON  Diego  se  deja  oir  alguna  agradable  armonía,  con  que  se  deleita  el  espíritu  de  sus  lectores. 
Lo  que  tenemos  por  cierto  es,  que  ninguno  de  nuestros  nacionales  ha  llegado  tan  cerca  de  Que- 
vedo.  No  hacemos  el  cotejo  en  el  fondo  y  gravedad  de  las  doctrinas;  pero  nos  parece  que  en 
estas  obras  se  resucita  el  mismo  género  de  donaire  y  desenfado  que  reina  en  los  discursos  y  re- 
flexiones de  aquel  grande  español. 

Debe  don  Diego  esta  propiedad  de  la  imitación  á  sus  nativas  disposiciones,  ayudadas  de  una 
continua  lección  de  aquellos  escritos.  Algunos  han  querido  persuadir  que  no  contienen  los  de 
nuestro  autor  sino  robos  preciosos.  No  dudamos  que  alguna  vez  se  h-aya  servido  de  las  invencio- 
nes de  Quevedo  como  de  los  originales  más  célebres,  según  la  costumbre  de  los  pintores;  tam- 
poco negaremos  que  en  unas  ü  otras  pinceladas  acuerda  con  demasiada  claridad  la  valentía  del 
original  que  copia,  deslizándose  acaso  la  pluma  insensiblemente,  sin  noticia  de  la  voluntad, 
adonde  la  lleva  la  memoria,  ó  ya  concurriendo  casualmente  con  el  otro  escritor  en  unas  mismas 
frases,  de  lo  cual  hay  innumerables  ejemplos.  Pero  no  es  de  todos  examinar  ni  calificar  r'e  robos 
los  pensamientos,  y  tiene  su  particular  diticidtad  no  caer  en  un  juicio  falso,  siendo  arriesgado 
discernir  entre  el  robo  y  la  imitación,  por  ser  los  términos  confines  y  no  tan  distantes  como  se 
cree  vulgarmente. 

En  cuanto  á  la  dicción  castellana,  no  puede  negarse  que  es  la  menos  impura  que  se  halla  en 
las  obras  de  los  españoles  modernos,  aunque  en  algunos  razonamientos  serios  se  le  suelen  esca- 
par hispanismos  bajos  y  voces  de  humilde  institución  ,  lo  que  contradice  á  la  gravedad  de  seme- 
jantes discursos.  El  número  de  sus  periodos  es  desafectado,  sin  que  por  esto  deje  de  ser  hermo- 
so. Corre  la  oración  en  sus  escritos  con  gracias  que  no  son  forasteras  del  natural.  La  abundancia 
en  el  idioma  es  maravillosa ,  y  antes  en  algunos  pasajes  llega  á  ser  vicio  el  exceso  de  la  fecunli- 
dad.  No  se  puede,  sin  ofender  su  derecbo,  contradecir  que  tiene  este  escritor,  para  las  piezas  de 
elocuencia,  todas  aquellas  felices  disposiciones  que  de  parte  de  la  naturaleza  se  juzgan  necesa- 
rias, y  que  se  ven  en  pocos;  no  pudiéndose  adquirir  con  el  más  obstinado  estudio  de  la  oratoria 
ni  con  el  más  frecuente  ejercicio  de  las  declamaciones,  pues  siempre  se  observa  una  palpable 
diferencia  entre  el  retórico  y  el  elocuente. 

Habiéndose  propuesto  casar  el  deleite  con  la  instrucción,  deleitando  y  amonestando  al  lector, 


NOTICIAS  BIOGRÁFICAS  Y  JUICIOS  CRÍTICOS.  63 

según  el  consejo  de  Horacio  y  el  instituto  de  los  satíricos  y  cómicos,  ha  solicitado  que  concurran 
estas  dos  calidades  en  las  más  de  sus  obras,  trayendo,  con  el  celo  y  dulzura  de  las  invenciones 
y  donaires,  al  provecho  de  la  enseñanza.  Pero  aunque  ha  hecho  serias  reflexiones  para  castigar 
las  costumbres,  se  deja  conocer  que  ha  lijado  con  demasía  la  atención  en  las  representaciones 
íestivas,  siendo  muchas  veces  vicioso  en  los  apodos  y  prolijo  en  las  imágenes  ó  pinturas  que 
nos  ofrece,  pecando  otras  de  exhorbitante  en  la  calidad  y  número.  También  se  desazonan  los 
manjares  por  abundancia  de  sa»l,  que  en  siendo  mucha,  muerde  y  no  sazona. 

Algunos  de  sus  enemigos,  envidiosos  de  los  aplausos  y  fortuna  de  sus  obras,  han  desahogado 
con  sus  plumas  el  fuego  de  la  emulación.  No  han  fallado  otros  celosos  correctores  que  le  han 
reprendido  algunos  yerros  y  el  desenfado  de  su  expresión.  Unos  y  otros  han  escrito  con  agrio 
y  destemplanza.  A  los  más  les  ha  respondido  nuestro  autor  sin  moderar  los  incendios  de  su  in- 
dignación, propagándose  la  rabia  de  aquellos  en  éste.  La  irritación  le  ha  destemplado  hasta  pu- 
blicar, con  sentimiento  de  los  juiciosos,  proposiciones  jactanciosas  y  menos  arregladas,  con  des- 
aire de  la  cordura  y  poca  satisfacción  de  la  modestia.  Pero  mucho  se  le  debe  perdonar  por  el  de- 
recho de  provocado,  y  más  en  consideración  de  un  ardimiento  juvenil  y  de  un  fogoso  tempera- 
mento. 

IV. 

DE  DON  CAYETANO  ALBERTO  DE  LA  BARRERA. 

(Catálogo  bibliográfico  y  biográfico  del  teatro  antiguo  español.  Madrid,  1860.) 

Dieron  principalmente  fama  y  renombre  al  doctor  Torres  sus  Pronóslicos  ó  Almanaques, 

publicados  desde  1723  á  1753,  y  sus  imitaciones  de  Quevedo,  cuyo  estilo  supo  remedar  con  espe- 
cial habilidad.  Escribió  versos  líricos  y  juguetes  dramáticos,  no  faltos  de  gracia  y  donaire.  Estas 
obras  y  otras  varias ,  cien  tilicas,  devotas ,  morales  y  criticas ,  que  produjo  su  fecunda  pluma ,  for- 
man quince  volúmenes  en  8."  en  la  reimpresión  de  Madrid,  año  de  1799.  Sufri(')  un  destierro 
injusto  á  Francia,  por  consecuencia  de  calumniosa  acusación  de  complicidad  en  ciertas  heridas 
causadas  por  su  amigo  don  Juan  de  Salazar,  y  también  le  ocasionaron  disgustos  sus  compañeros 
de  universidad.  Jubilado  en  1731,  vivía,  siete  años  después,  desempeñando  varias  administracio- 
nes de  sus  protectores,  el  Duque  de  Alba  y  el  Conde  de  3Iirand£^,  y  otras  comisiones  honrosas,  y 
ocupado  incesantemente  en  sus  cómputos,  cálculos  y  pronósticos. 

OBRAS   DRAMÁTICAS  DEL   DOCTOR   TORRES. 

Juguetes  de  Talla,  entretenimientos  del  numen;  varias  poesías  líricas  y  cómicas,  que  á  dife- 
rentes asuntos  escribió  el  doctor  don  Diego  de  Torres  Villaroel,  catedrático  de  matemáticas  en 
la  universidad  de  Salamanca,  dedicadas  al  excelentísimo  señor  don  Fernando  de  Silva  Álvarez  de 

Toledo duque  de  Güescar,  conde  de  Gal  vez Tomo  n. —  Impreso  en  Sevilla,  en  la  imprenta 

real  de  don  Diego  López  de  Haro,  en  calle  de  Genova  ;  4.",  sin  año  de  impresión  (1744), 

Dedicatoria  del  autor  :  Salamanca,  20  Julio  4744. —  Aprobación  ,  firmada  en  Salamanca,  Ene- 
ro 1759.  —  Licencia  del  Consejo  :  Madrid  ,  Febrero  1739.—  Aprobación  de  fray  Juan  de  Nájera, 
Sevilla,  1744.— Licencia  del  ordinario:  Sevilla,  Agosto  1744.— Fe  de  erratas:  Madrid,  Julio,  1744. 
—  Suma  de  la  lasa  :  id.,  id.,  id.  —Décimas  al  autor.  — Prólogo  de  éste;  declara  que  el  tomo  se 
había  impreso  sin  su  corrección. 

Contiene  -.—El  hospital  en  que  cura  amor  de  amor  la  locura.  (Comedia  jocosa  en  tres  jornadas, 
con  los  intermedios  siguientes) :— Kntremes,  De  El  duende.— Buile,  de  La  ronda  del  uso. 

Sigúese  : — Juicio  de  Páris  y  robo  de  Elena.  Zarzuela  en  dos  jornadas,  con  una  Introducción. — 
Baile  y  saínete  de  Negros  (entre  las  dos  jornadas),  y  concluye  con  Fin  de  fiesta,  en  contradanza. 

La  armonía  en  lo  insensible,  y  Eneas  en  Italia. — Zarzuela  compuesta  por  Toíires  y  don  José 
Ormaza,  en  dos  jornadas,  co/i  Introducción.  -Saínete  entremesado. — Fin  de  fiesta. 

Siguen  luego  : — Introducción.— Intermedio,  sin  título  (para  una  comedia).— Saínete  de  Los  Gi- 
tanos.—Sainete  de  la  Taberna  de  la  puerta  de  Villamayor.—  Sa.inete  de  El  Valentón.—  Saínete 
de  El  Poeta. — Saínete  de  La  Peregrina,  para  el  aria  del  Alcalde,  zurumbático.— F/csto  cómica, 
sin  título. — Otras  tres  lo  mismo.  (Todas  á  los  años  de  varios  amigos  del  poeta.)—  Fiesta  cómica 


61 


SONETOS. 


y  música  para  el  dia  que  cumple  años  Torres.— Fi?i  de  fiesta  ó  baile  francés. —  Diálogo  entre  un 
sordo  viédico  y  un  vecino  gangoso.— Los  figurones  ridículos  en  Salamanca.  (Villancico  entre  varias 


personas.) 

Piezas  sueltas  .-—Saínete  de  El  miserable, 
güela. 


Saínete  Fiesta  de  gallos,  y  Estafermo  en  la  alde- 


poesías. 


SONETOS. 


Ciencia  de  los  cortesanos  de  este  siglo. 

Bañarse  con  harina  la  melena, 
Ir  enseñando  á  todos  la  camisa,  ^ 
Espada  que  no  asuste  y  que  dé  risa, 
Su  anillo,  su  reloj  y  su  cadena  ; 

Hablar  á  todos  con  la  faz  serena, 
Besar  los  pies  á  mi  sa  (1)  doña  Luisa, 

Y  asistir  como  cosa  vanj  precisa 

Al  pésame ,  al  placer  y  enhorabuena ; 

Estar  enamorado  de  si  mismo. 
Mascullar  una  aricta  en  italiano, 

Y  bailar  en  francés  tuerto  ó  derecho  ; 
Con  esto,  y  olvidar  el  catecismo, 

Cátate  hecho  y  derecho  cortesano, 
Maa  llevaráte  el  diablo  dicho  y  hecho. 

II. 
Confusión  y  vicios  de  la  crtrte. 

Muías,  médicos,  sastres  y  letrados 
Corriendo  por  las  calles  á  millones, 
Duques,  lacayos,  damas  y  soplones. 
Todos  sin  distinción  arrebujados; 

Gran  chusma  de  hidalguillcs  tolerados. 
Cuyo  examen  lo  hicieron  los  doblones, 

Y  un  pegujal  de  diablos  comadrones. 
Que  les  tientan  la  honra  á  los  casados; 

Arrendadores  mil  por  excelencia. 
Metidos  á  señores  los  piojosos, 
Todo  vicio  con  nombre  de  decencia ; 

Es  burdel  de  holgazanes  y  de  ociosos. 
Donde  hay  libertad  suma  de  conciencia 
Para  idiotas,  malsines  y  tramposos. 

III. 
La  casa  de  un  gran  señor. 

Un  rodrigón  que  siempre  está  en  pelea 
Con  la  de  pajes  lamerona  jimta. 
Un  pobre  mayordomo  que  se  unta, 

Y  un  contador  maldito  que  lardea  ; 
Una  señora  á  quien  el  ocio  asea  , 

Y  otras  que  siempre  están  de  blanco  en  punta, 
Una  dueña  arrugada  y  rejiJTinta, 

Que  rellena  de  chismes  la  asamblea; 

Un  comprador  que  riñe,  roba  y  miente, 
Un  cocinero  de  la  misma  masa, 
Gran  chusma  de  libreas  insolente; 

Envidia  mucha,  adulación  sin  tasa, 

Y  el  gran  señor,  que  sirve  solamente 
De  testigo  del  vicio  de  su  casa, 


(1)  Contracción  de  mi  señora, 


IV. 

En  qaé  consiste  la  nobleza  de  muchos  que  nacen  figura 
de  caballeros. 

Pensaba  yo  (ya  sé  que  fué  simpleza) 
Que  aquestos  caballeros  que  hacen  ruido, 

Y  acá  en  la  corte  se  labraron  nido, 
Que  eran  de  superior  naturaleza. 

Pues  charros  son,  quitada  la  corteza. 
De  los  que  en  nuestra  tierra  hablan  vivido, 
Que  añaden  cuatro  pliegues  al  vestido, 

Y  lina  melena  más  á  la  cabeza. 

Un  montañés  nacido  en  una  nasa, 
Un  gallego  que  en  nabos  fué  su  cría, 
Un  castellano  hecho  á  pan  y  masa. 

Con  quí,  consiste  toda  esta  hidalguía 
En  vivir  treinta  leguas  de  su  casa , 

Y  en  aguantarlo  aquí  la  cortesía. 

V. 

Los  ladrones  míis  famosos  no  están  en  los  caminos. 

Oigo  decir  á  muchos  cortesanos  : 
«Tal  oficina  tiene  tres  mil  reales, 
Pero  vale  diez  mil  y  muy  cabales.» 
j  Válgame  Dios,  y  azotan  á  gitanosl 

Aquestos  son  rateros  chabacanos, 
Que  pillan  una  capa,  unos  pañales, 
Un  borrico,  una  muía,  y  sus  caudales 
No  llegan  á  seis  cuartos  segovianos. 

Reconocer  los  montes  es  quimera ; 
Que  no  son  ermitaños  los  ladrones, 
Ni  en  los  jarales  buscan  su  carrera. 

Haga  aquí  la  justicia  inquisiciones, 

Y  verá  que  la  corte  es  madriguera, 
Donde  están  anidados  á  montones. 

VI. 

El  atractivo  de  las  mujeres  no  consiste  en  los  adornos  del  traje. 

Sacó  Dios  la  mujer  de  mi  costilla, 

Y  yo  salí  de  la  costilla  de  ella, 

Y  se  circula  en  su  fantasma  bella 

La  propia  sangre  que  en  mis  venas  brilla. 

Póngase  hito,  gala  ó  mascarilla ; 
Este  amor  propio,  cuando  no  mi  estrella, 
Arrastra  mis  pasiones  á  querella, 
Que  no  oculta  el  disñ-az  su  maravilla. 

Luego,  aunque  nos  la  vistan  de  salvaje. 
Siempre  irán  los  deseos  viento  en  popa , 
Buscando  la  hermosura,  no  el  ropaje ; 

Y  si  ésta  es  del  deleite  dulce  sopa. 
Enmienden  á  su  cuerpo,  no  á  su  traje, 
Porque  en  él  está  el  daño,  no  en  la  ropa. 

VIL 

Habiéndole  robado  en  un  mesón ,  dando  querella  ante  la  justicin, 
raSs  importó  lo  que  dejó  en  poder  de  ministros  que  lo  robado. 

Lejos  de  mí  procesos  y  abogados. 
Párrafos,  textos,  plazos,  peticiones; 
Que  el  sayo,  la  camisa  y  los  calzones 
Dejo  en  poder  de  moros  ó  letrados. 


SOÍÍETOS. 


65 


Ya  no  más  judiciales  alegados ; 
To  alegaré  por  textos  coscorrones, 
Pues  se  zumban  malsines  y  ladi-ones 
De  Cujacios,  Dontlos  y  Salgados. 

Ya  que  á  las  leyes  la  maldad  resiste, 
Favorézcame  el  palo  de  una  escoba 
Siempre  que  me  despoje  el  insolente; 

Que  para  condonar  á  aquel  que  insiste 
En  retener  la  prenda  que  me  roba, 
Un  alcalde  de  palo  es  suficiente. 

VIH. 

Modo  de  preíeiuler. 

Hagan  corregidor  á  Sancho  Panza, 
Póngase  don  Quijote  de  togado, 
Sea  Juan  de  la  Encina  el  celebrado, 

Y  suba  Pedro  Grullo  á  la  privanza, 
,Que  se  le  dé  la  cátedra  á  Carranza, 

;,  Á  usted  que  se  le  da  ?  ¡Vano  cuidado! 
Étase  usted  de  ver  el  paloteado, 

Y  dé  gracias  á  Dios  que  no  entra  en  danza. 
Y  si  quisiere  usted  logi'ai'  el  trato 

De  ser  mandón,  justicia  y  aplaudido, 
Ni  estudie,  ni  se  esconda  con  recato; 

Que  logrará  lo  mismo  que  ha  perdido, 
Si  se  hace  zalamero,  mogigato. 
Adulador,  soplón  y  entrometido. 

IX. 

Motivo  de  no  seguir  las  pretensiones. 

Si  después  que  la  cátedra  consigo. 
Dejo  la  piel  en  esta  ruin  milicia, 
Bravo  chasco  se  lleva  mi  codicia, 

Y  miserable  presa  mi  enemigo. 
Búrlese  de  otro  el  diablo,  no  conmigo; 

Que  ya  está  satisfecha  mi  avaricia 
Con  comer  y  vestir  lo  que  es  justicia , 

Y  mirando  al  nacer  me  sobra  abrigo. 
Si  yo  ñiera  inmortal,  ya  pretendiera 

Ser  rico  y  venerado  por  discreto  ; 
Pero  si  he  de  morir,  todo  es  quimera. 

Locura  es  provocar  vano  respeto, 
Si  puede  ser  que  de  repente  muera 
Aun  antes  de  acflbnr  este  soneto. 

X. 

Pago  que  da  el  rauudo  A  los  poetas. 

Dícese  de  Quevedo  que  fué  claro, 

Y  que  en  algunas  coplas  está  obsceno ; 
Gúngora  puede  ser  que  fuese  bueno, 
Pero  ya  sus  comentos  le  hacen  raro. 

El  Calderón,  que  nos  lo  venden  caro, 
Sólo  de  lo  amatorio  fué  muy  lleno, 

Y  nos  dejó  en  la  cómica  un  veneno, 
Que  nos  hemos  bebido  sin  reparo. 

La  idea  de  Juan  Pérez  fué  abatida, 
De  Solís  intrincada,  ¡infeliz  suerte! 
¡  Oh  ciencia  pobre !  i  Facultad  perdida  I 

1  Mundo  borracho,  que  al  varón  más  fuerte, 
Después  de  ajarlo,  miserable,  en  vida. 
Predicas  estas  honi'as  en  sii  muerte  i 

XL 

Aconseja  á  su  iicimana ,  doña  Josefa  de  Torres,  que  no  se  dé 
al  estudio  de  la  poesía. 

Mi  padre  hace  sonetos  lindamente, 
Octavas  nuestro  abuelo  las  hacia , 

Y  bien  poco  há  que  se  murió  una  tia 
Por  hacer  seguidillas  de  repente. 

Villarroel  (que  se  daba  por  pariente) 
Fué  muy  favorecido  de  Talla, 

Y  yo  hago  tal  cual  copla,  Pepamia, 
Por  no  negar  la  casta  solamente. 

Del  loco  mayorazgo  estáis  exentos 
Los  que  nacéis  segundos,  y  no  trates 
De  revolver  papeles  ni  instrumentos ; 

Pero  si  escribes  métricos  dislates. 
No  te  podi'é  negar  los  alim -utos. 
Mas  te  pondré  la.  letra  en  los  orates. 


XIL 


Describe  su  vida  en  la  crtrte,  satisfaciendo  A  un  amigo,  que  le  dijo 
que  en  su  país  se  decía  que  andaba  perdido. 

Dan  las  doce  del  dia,  y  yo  me  paro 
Á  escoger  entre  veinte  y  aun  más  ollas 
El  mejor  perdigón,  mejores  pollas, 

Y  esto  es,  Antonio,  que  me  vendo  caro. 
Me  quieren  mil  amigos,  y  en  su  amparo 

Fundo  (sin  ser  pegote)  est"as  bambollas; 
Gasto  sus  coches,  gozo  de  sus  follas. 
Sin  que  nadie  me  ponga  algún  reparo. 
Debo  á  mis  almaua(|ues  mi  vestido, 

Y  me  paga  la  musa  mi  techado  ; 
Cuatro  1í)h-os  me  dan  gusto  crecido. 

Y  estando  de  fortuna  mejorado, 
Dicen  en  mi  país  que  estoy  perdido ; 

Pero  mienten,  que  estoy  muy  bien  hallado, 

XIIL 
Al  ir  á  escribir,  confiesa  su  dcsconflanza. 

Sobre  la  mesa  el  codo,  y  acostada 
En  la  siniestra  mano  la  cabeza. 
La  pluma  en  ristre,  que  á  tenderse  empieza 
Sobre  plana  no  escrita  y  ya  borrada; 

Así  estaba  el  ingenio  en  la  estacada, 
Cuando  asaltó  de  i^rcsto  á  mi  rudeza 
De  Calderón  la  gracia  y  la  agudeza, 

Y  de  Solís  la  musa  celebrada. 
Cogióme  su  memoria  tan  de  susto. 

Que  ni  con  prosa  ni  con  verso  salgo  ; 
Consulto  el  miedo,  á  sus  ideas  justo  ; 

Y  viendo  que  con  éstos  nada  valgo, 
Dejé  la  pluma,  desmayóse  el  gusto, 

Y  eché  las  Musas  á  espulgar  un  galgo. 


XIV. 
El  presente  siglo. 


V 


Vale  más  de  este  siglo  media  hora, 
Que  dos  mil  del  pasado  y  venidero. 
Pues  el  letrado,  relator,  barbero, 
¿Cuándo  trajeron  coche,  sino  ahora? 

I  Cuándo  fué  la  ramera  tan  señora? 
¿Cuándo  vistió  galones  el  cochero? 
¿Cuándo  bordados  de  oro  el  zapatero ? 
Hasta  los  hierros  este  siglo  dora. 

¿  Cuándo  tuvo  la  corte  más  lozanos 
Coches,  carrozas,  trajes  tan  costosos, 
Más  músicos  franceses  é  italianos  ? 

Todo  es  riqueza  y  gustos  poderosos : 
Pues  no  tienen  razón  los  cortesanos, 
Porque  ahora  se  quejan  de  viciosos. 

XV. 

Habla  con  don  Francisco  de  Quevedo  en  las  sátiras  á  los  cornudos . 

1  Ah,  señor  don  Francisco!  i  Si  usted  viera 
El  mundo  cómo  está  desde  aquel  dia 
Que  vino  aquella  tal  señora  mia 
A  cobrar  en  sus  ansias  la  postrera ! 

1  Ay,  amigo,  que  no  lo  conociera ! 
Porque  entonces,  al  fin,  se  distinguía 
El  animal  del  bruto,  y  asi  habia 
Quien  viese  la  función  en  talanquera. 

Para  cuatro  cornudos  vergonzantes 
Que  usté  alcanzó  en  su  siglo,  ya  perdido, 
Hizo  extremos  y  sátiras  picantes. 

Dé  mil  gracias  á  Dios  no  ser  nacido, 
Pues  si  hubiera  alcanzado  chichísvantcs, 
Antes  fuera  cornudo  que  marido. 

XVI.  .> 

Infelicidad  de  las  pretensiones. 

Si  yo  hago  el  memorial,  tiempo  perdido; 
Si  lo  hace  el  abogado,  adiós,  dinero; 
Si  visita  el  agente,  mal  agüero, 
Y  si  visito  yo,  quedo  rendido. 


M  DON  DIEGO  DE 

Gasto  en  membretes,  póngome  fruncido, 
Dame  una  sobarbada  el  consejero, 
Viene  el  procurador  por  mi  puchero, 

Y  luce  el  escribano  mi  vestido. 

No  ba  de  darme  ninguno  lo  que  importe 
Al  patrimonio  y  pasos  excusados ; 
Pues  fuera  pretensiones,  fuera  porte. 

Pero  ¡es  dolor  que  acuerden  mis  cuidados, 
Cuando  tengo  mis  cuartos  en  la  corte, 
Unos  molidos,  los  demás  gastados  1 

XVII. 

Pinta  lo  miserable  de  sus  conveniencias. 

En  una  cuerna  un  cclcmin  de  sal  (1)^ 
Un  san  Onofre  al  óleo  cu  un  papel, 
Un  tintero,  dos  libros,  un  rabel , 

Y  un  cántaro  con  agua  elemental. 
Estas  alhajas  tengo  en  un  portal, 

Que  es  mi  casa,  mi  alcoba  y  mi  dosel. 
Donde  sirve  de  cama  mi  buriel, 

Y  de  sillón  un  duro  pedernal. 

Sobre  un  poyo  de  piedi-a  está  un  candil. 
Que  me  da  luz  hasta  que  sale  el  sol ; 
Ceno  una  sopa  á  veces  del  pernil, 

Leo  en  Quevedo,  célebre  español, 
y  alegre  en  mi  tiniebla  y  su  pensil, 
No  se  me  da  del  mundo  un  caracol. 

XVIII. 
Lo  poco  qne  debe  al  mundo. 

No  debo  al  Rey  garnacha  ni  obispado. 
Ni  á  mis  pai'ientes  donación  ni  herencia ; 
Como  salí  del  vientre  á  la  inclemencia. 
Estoy  de  honras  y  deudas  redondeado. 

Treinta  años  de  mi  vida  se  han  pasado, 
Sufriendo  el  desabrigo  y  la  carencia; 
Pero,  gracias  á  Dios,  tengo  paciencia. 
Que  de  ruines  deseos  se  ha  burlado. 

Manden  otros,  gobiernen  sin  medida ; 
Que  yo  me  quiero  estar  en  mi  aposento 
Con  mi  paz ,  del  orgullo  retraída ; 

Que  por  huir  de  mandas  el  tormento, 
No  he  querido  tener  en  esta  vida 
Ni  trapos  de  que  hacer  mi  testamento, 

XIX. 
Vida  bribona. 
En  una  cuna  pobre  fui  metido. 
Entre  bayetas  burdas  mal  fajado, 
Donde  salí  robusto  y  bien  templado, 

Y  el  rústico  pellejo  muy  curtido. 
A  la  naturaleza  le  he  debido 

Más  que  el  señor  ,  el  rico  y  potentado, 
Pues  le  hizo  sin  sosiego  delicado, 

Y  á  mí  con  desahogo  bien  fornido. 
El  se  cubre  de  seda,  que  no  abriga. 

Yo  resisto  con  lana  á  la  inclemencia ; 
El  por  comer  se  asusta  y  se  fatiga, 

Yo  soy  feliz,  si  halag(j  á  mi  conciencia. 
Pues  lleno  á  todas  horas  la  ban-iga. 
Fiado  de  que  hay  Dios  y  hay  providencia. 

XX. 

A  un  letrado  que  escribió  un  papel  contra  la  astronomía, 

Que  sepa  de  las  leyes  un  bolonio, 
No  hay  que  admirarse  de  eso,  mí  Talla; 
Que  al  más  tonto  le  sobra  fantasía 
Para  cuentos  de  Cayo  y  de  Sempronio. 

Pero  que  quiera  darnos  testimonio 
De  la  cierta  formal  astronomía 
De  un  letrado  la  falsa  abogacía , 
No  hizo  tal  intentona  ni  el  deriionio. 

El  judiciar  del  cielo  y  las  esferas 
No  toca  á  Justiniano  ni  á  Dónelo  ; 
Sus  juicios  son  azotes  y  galeras. 

Cuide  usted  de  su  jiis;  que  es  vil  desvelo 
Querer  traer  el  cielo  á  sus  quimeras. 
Como  si  fuera  malhechor  el  cielo. 

^1)  Consonantes  forzados. 


TOEEES  Y  VILLAREOEL. 


XXI. 


Cuenta  los  pasos  de  la  vida. 

De  asquerosa  materia  fui  formado, 
En  grillos  de  una  culpa  concebido, 
Condenado  á  morir  sin  ser  nacido. 
Pues  estoy  no  nacido  y  ya  enterrado. 

De  la  estrechez  obscura  libertado, 
Salgo  informe  teiTon  no  conocido. 
Pues  sólo  de  que  aliento  es  un  gemido 
Melancólico  informe  de  mi  estado. 

Los  ojos  abro,  y  miro  lo  primero 
Que  es  la  esfera  también  cárcel  obscura; 
Sé  que  se  ha  de  llegar  el  fin  postrero. 

Pues  i  adonde  me  guia  mi  locura. 
Si  del  ser  al  morir  soy  prisionero. 
En  el  vientre,  en  el  mundo  y  sepultura? 

XXIL 
De  repente ,  con  consonantes  forzados. 

Sea  ó  no  sea  muy  copioso  el  año. 
Que  se  venga  el  Abril  triste  y  risueiío. 
No  es  cosa  que  me  quita  el  gusto  y  sueño, 
Puí^s  yo  soj'  mi  pastor  y  mi  rebaño. 

Yo  duermo  lindamente  en  un  escaño, 
Cómo  lo  que  me  sobra  y  sin  empeño, 
Yo  me  sirvo  á  mí  mismo  y  soy  mi  diiefio. 
Me  gusta  todo  porque  nada  extraño. 

Las  pretensiones  desprecié  con  saña. 
El  amor  no  me  ba  dado  ni  un  rasguño. 
Trato  con  poca  gente,  porque  engaña. 

A  la  avaricia  téngola  en  un  puño, 

Y  así  me  estoy  metido  en  mi  cabana, 
Henchido^con  más  glorias  que  un  don  Ñuño. 

XXIIL 
De  repente ,  con  pies  forzados,  describe  algunas  cosas  de  la  corte. 

Pasa  en  un  coche  un  pobre  ganapaiij 
Mintiendo  ejecutorias  con  su  tren  ; 
Pasa  un  arrendador,  que  en  un  vaivén 
Se  nos  vuelve  á  quedar  peraíustran. 

Pasa  después  un  grande  tamborlan , 
Llevando  la  carroza  ten  con  ten , 

Y  pasa  un  simple  médico  también, 
Parando  el  coche  por  cualquier  zaguán. 

Pasa  un  gran  bestia  puesto  en  un  rocin. 
Pasa  como  abstinente  el  que  es  ladrón, 
Pasa  haciéndose  docto  un  matachín. 

Todo  es  mentira,  todo  confusión; 
Yo  me  rio  de  todo,  porque  al  fin 
Los  toros  estoy  viendo  en  mi  balcón. 

XXIV. 

La  muclia  lección  de  libros  suele  ser  daiSosa, 

Consumí  en  la  doctrina  y  agudeza 
De  los  libros  gran  parte  de  mi  vida, 

Y  he  quedado  peor  ;  que  está  tupida 
De  ajenos  desatinos  mi  cabeza. 

Buscaba  en  los  doctores  mi  rudeza 
De  cierta  duda  la  mejor  salida, 

Y  halló  mil  opiniones  sin  medida, 
Pues  uno  el  si,  y  el  otro  el  no  me  reza. 

Más  necio  vengo  á  ser,  más  imprudente. 
La  razón  natural  está  más  ruda. 
Pues  ya  por  sí  no  asiente  ni  consiente. 

Antes  pudo  opinar,  ya  quedó  muda  ; 
¿Quién  dirá  la  verdad?  Dios  solamente, 

Y  yo  ¿  qué  haré  ?  Morirme  con  la  duda. 

XXV. 

Con  los  mismos  consonantes  que  don  Francisco  de  Quevedo 
»..  desengaña  á  los  soberbios  de  su  vanidad. 

Engulle  el  poderoso  ric^  sopa, 
Cuando  á  mí  me  contenta  una  zurrapa, 

Y  siendo  el  mundo  dilatado  mapa, 
Le  parece  á  su  vicio  estrecha  copa. 

Con  bordada,  sutil  y  blanda  ropa 
El  barro  humano  diligente  tapa, 

Y  á  mí  me  envuelve  miserable  capa 
T  un  negi-Q  camisón  de  ruda  estopa. 


SONETOS. 


67 


Ostenta  á  todos  la  gotosa  tripa, 

Y  puede  ser  el  que  mejor  me  sepa 
A  mí  la  sucia  bota  que  á  él  su  pipa ; 

De  la  humana  miseria  hu_yendo  trepa ; 
Pero,  por  más  que  puja,  anda  y  ahipa, 
Todos  somos  racimos  de  una  cepa. 

.    XXVI. 

Con  ocasión  de  toner  ya  escrito  el  Viscfilnr  del  afío  1726,  y  haber 
sacado  el  hoípilal  do  Madrid  un  privilegio  para  (|ue  no  se  im- 
prima, esc:ii)ü  a  su  alteza  el  señor  don  Carlos,  para  (¡ue  perniila 
que  se  imprima  en  su  cuarto,  donde  tiene  por  diveision  una 
imprenta. 

En  medio  del  escollo,  preso,  atado, 
Encallada  la  nave  en  que  corria , 
El  remo  roto  y  el  timón  sin  guia, 
Yace  aquel  pescador  desventurado. 

Ya  dio  á  fondo,  señor,  lo  trabajado, 

Y  calmó  la  volante  fantasía, 
Porque  se  dio  á  la  vela  la  porfía 
De, un  bajel  enemigo  disfrazado. 

A  tí  clamo,  señor,  que  en  esta  esfera 
Eres  asilo  de  las  ansias  cierto  ; 
Líbrense  mis  trabajos,  y  yo  muera. 

Sea  el  nuevo  cuidado  campo  abierto  ; 
Qiae  como  asicnttn  plaza  en  tu  galera  (1), 
Con  feliz  rumbo  llegarán  al  puerto. 

XXVII. 

Responde  á  una  dama  que  le  envió  á  preguntar  qué  hacia 
en  su  destierro. 

Al  fuego  (ie  un  hogar  estoy  tendido. 
Dando  dos  higas  al  invierno  crudo, 

Y  envuelto  en  un  talego  pobre  y  rudo. 
Estoy,  si  no  galán ,  muy  bien  vestido. 

Sobre  un  fuerte  varal  tengo  extendido 
De  un  pesado  lechon  el  gran  menudo, 
Donde  á  las  horas  de  mi  gana  acudo. 
Gustoso,  alegi'e,  sano  y  comedido. 

Euclídes,  mi  guitarra  y  el  tintero, 

Y  el  monte  alguna  vez,  son  mi  cuidado; 
Los  que  busco  y  arrojo  cuando  quiero. 

Esta  es  mi  vida,  mi  quietud,  mi  estado ; 
Si  esto  es  vivir  ausente  y  prisionero, 
Góceme  yo  mil  años  desterrado. 

XXVIII. 

Escribe  desde  Amarante ,  lugar  de  Portugal ,  la  miseria 
que  padece  en  su  destierro. 

A  un  acebnche  tosco  está  arrimado 
(Sombra  triste  no  más  de  lo  que  ha  sido) 
Mi  débil  cuerpo,  ílaco  y  aterido. 
De  sus  pies  y  sus  culpas  arrastrado. 

Con  un  rudo  sobeo  anda  ligado 
Un  angeo  talar,  que  es  mi  vestido, 
De  las  tres  erres  sólo  guarnecido. 
Que  son :  roto,  raido  y  remendado. 
,  Tal  cual  vez  salgo  (anatomía  andante) 
A  llorar  mis  desgracias  ó  mi  yerro 
Al  rústico  poblacho  de  Amarante. 

Así  vivo  difunto  en  mi  destierro,     ^ 
Pues  con  mi  horrible  y  pálido  semblante. 
Llamando  á  todos  voy  para  mi  entierro. 

XXIX. 

Á  Filis. 

Yo  te  adoro,  mi  bien,  y  es  de  tal  suerte 
Esta  mi  adoración  apetecida. 
Que  ya  no  tiene  libertad  mi  vida 
Para  dejar  de  amarte  hasta  la  muerte. 

Estrecho  lazo  del  amor  más  fuerte 
Me  tiene  presa  el  alma  agradecida, 
y  el  mismo  cautiverio  me  convida 
A  eternizar  la  gloria  de  quererte. 


(1)  Es  un  instrumento  de  la  imprenta. 


Filis  divina,  de  admirar  no  acabo 
Tu  perfección,  tu  ingenio  y  tu  hermosura; 
En  ella  al  cielo  y  4  su  Autor  alabo ; 

Con  tu  luz  va  mi  estrella  muy  segura; 
Ruégete  que  me  admitas  por  tu  esclavo, 
Y  tendré  de  un  monarca  la  ventura. 


XXX. 

A  Filis,  encareciendo  su  adoración.  ^ 

Góngora,  Lope  y  otros,  que  la  idea 
De  las  Musas  siguieron  altamente, 
Por  objeto  del  numen  elocuente 
Tuvieron  su  deidad,  su  Dorotea. 

Yo,  Filis,  discretísima  Medea, " 
Hechizo  universal  de  lo  viviente, 
En  tu  belleza  tengo  reverente 
Mi  ejercicio,  mi  gloria  y  mi  tarea. 

Ellos  con  el  donaire  y  la  dulzura 
Del  plectro,  que  al  espíritu  se  exalta. 
De  su  atención  logiaron  la  ventura. 

Mi  musa  no  es  tan  grave  ni  tan  alta. 
Mas  para  merecer  á  tu  hermosura 
Suple  el  amor  lo  que  al  ingenio  falta, 

XXXL 

Despídese  de  Filis. 

Adiós,  Filis ;  adiós,  dueño  adorado ; 
Mi  sino  quiere,  en  su  rigor  violento. 
Que  lleve  mis  suspiros  otro  viento. 
Que  de  tu  esfera  hermosa  está  apartado. 
,  A  ser  de  tan  feliz  tan  desdichado, 
A  la  rastra  me  lleva  mi  tormento, 

Y  aunque  á  veces  me  engaña  el  sufrimiento, 
Voy  de  volverte  á  ver  desconfiado. 

Adiós,  adiós,  y  canta  alegremente 
Al  risueño  Jalón,  fértil,  sonoro. 
De  mi  amor  y  tu  gracia  lo  excelente. 

Mientras  yo  triste  en  las  arenas  de  oro 
Del  Tórmes  caudaloso  y  elocuente. 
Tu  olvido  temo  y  la  distancia  lloro. 

XXXII. 
Á  Clori,  habiéndola  mandado  sangrar. 

¿  Yo  lo  he  de  ver,  y  permitir  que  fiero 
Bañe  y  toque ,  mi  Clori ,  á  fuer  de  sabio. 
Adonde  audacia  fuera  el  limpio  labio, 
Con  sus  manos  lavadas  un  barbero? 

Mal  haya,  amén,  el  módico  grosero 
Que  receta  por  bienes  un  agravio, 

Y  mal  haj'a  mil  veces  mi  astrolabio. 
Que  no  previno  tan  fatal  agüero. 

Mas,  ya  que  vivas  rosas  desatadas 
Han  de  salir  de  venas  tan  lucidas. 
Haz,  bárbaro,  roturas  abreviadas; 

No  fallezcan  á  un  tiempo  las  dos  vidas. 
Pues  á  la  proporción  de  las  picadas 
Han  de  ser  en  mi  pecho  las  heridas. 

XXXIII. 
Á  Lesbia ,  estando  para  ausentarse. 

La  sagrada  y  formal  filosofía 
Fué  el  empleo  hasta  aquí  de  mi  locura, 
Pero  después  que  he  visto  tu  hermosura, 
Son  mis  libros  tus  ojos.  Lesbia  niia. 

En  tu  gracioso  cielo,  noche  y  dia. 
Alza  mi  amor  su  celestial  figura, 

Y  en  ella  siente,  cifra  y  conjetura 
El  bien,  el  mal,  la  pena  y  la  alegría. 

Cielo  eres,  cuya  bella  consonancia. 
Con  luz,  con  movimiento  en  mi  existencia, 
Su  luz  divina  infunde  en  mí  constancia ; 

Y  ¿qué  importa  se  mude  tu  presencia. 
Si  tierno  miro  que  á  cualquier  distancia 
No  me  puedo  escapar  de  tn  influencia? 


68 


DON  DIEGO  DE  TORRES  Y  VILLAEROEL. 


XXXIV. 
Pide  á  una  dama  su  mano  para  decir  la  buena  aventura. 

Si  á  ese  cóucavo  riges  soberano, 
Si  su  luz  por  las  tuyas  iluminan, 
De  tí  poilrti  saber  dónde  me  inclinan 
Las  estrellas  que  tienes  tan  á  mano. 

Permíteme  que  astrólogo  y  gitano. 
Vea  en  tu  diestra  qué  leyes  determinan 
Esas  rayas  y  montes  que  dominan 
Las  supremas  alturas  de  lo  humano. 

Esta  línea  mensal  gozo  me  advierte, 
La  láctica,  fortuna  prevenida, 
Ese  monte  de  Venus  es  mi  suerte  ; 

Mas  ¡  ay !  que  la  vital  es  mi  homicida. 
Pues  advierto  que  á  costa  de  mi  muerte 
Va  creciendo  la  raya  de  tu  vida. 

XXXV. 
Á  una  señora  impaciente  de  genio. 

No  te  enojes,  bien  mió,  no  te  alteres. 
Vive  entre  mil  deleites  singulares, 

Y  deja  los  disgustos  y  pesares 

A  la  clase  común  de  las  mujeres. 

Tú  eres  deidad,  y  tan  divina  eres. 
Que  se  van  á  tus  pies  y  á  tus  altares 
\i2iS  almas  y  las  vidas  á  millares, 
A  darte  en  sacrificio  los  placeres. 

Tuyo  es  el  mundo  y  tuyos,  cielo  mió. 
Los  singulares  triunfos  y  blasones 
Que  te  dieron  tu  gracia  y  señorío  ; 

No  deslustres,  mi  bien,  tan  altos  dones  ; 
Que  para  todo  tienes  albedrío. 
Mas  no  para  alterar  tus  j^erfecciones. 

XXXVL 
Dice  á  Filis  lo  imposible  de  pintar  su  hermosura. 

Si  deseas  tu  copia  fiel  y  pura, 
Filis  divina ,  celestial  portento, 
Me  tienes  que  prestar  tu  entendimiento. 
Que  él  solo  puede  hablar  de  tu  hermosura. 

No  puede  la  más  sabia  criatura. 
Aunque  goce  un  angélico  talento. 
Describir  una  parte ,  un  pensamiento 
De  tu  beUa  y  gi-aciosa  arquitectura. 

Mi  copia  no  sirviera  de  aplaudirte , 
Pues  aunque  á  mi  me  sobra  lo  obediente. 
Me  falta  la  virtud  de  definirte... 

El  cielo  copie  tu  beldad  luciente ; 
Que  á  mi  me  toca,  hasta  morir,  servirte, 

Y  ajnar  tu  original  eternamente. 

XXXVTT. 
A  una  señora,  en  día  de  cumpleaQos. 

Si  donde  va  mi  pluma  el  alma  fuera, 
Tu  salud,  dueño  mió,  eternizara, 

Y  aunque  el  afecto  fino  me  abrasara, 
En  tí  para  ser  fénix  renaciera. 

Mi  obligación  de  estímulo  sirviera, 

Y  de  materia  mi  fineza  clara ; 
Mi  corazón  amante  fuera  el  ara , 

Y  mi  cariño  su  inmortal  hoguera. 
Y  si  lograr  pudiera  de  esta  suerte 

Tu  salud,  como  víctima  ofrecida , 

Me  arrojara  al  volcan  con  ansia  fuerte; 

No  se'viera  mi  gloria  destruida. 
Dejando  asegurada  con  mi  muerte 
Tu  vida,  que  de  todos  es  la  vida. 

XXXVIII. 

Muéstrase  agradecido  á  su  desgracia ,  pues  logra  por  ella  haber 
caldo  en  suerte  con  la  más  apacible  beldad  del  Tórmes. 

1  Dichosa  enemistad !  Feliz  desvelo 
De  la  rabiosa  infame  tiranía. 
Pues  que  por  ella  goza  el  alma  mia 
La  bienaventuranza  de  tu  cielo. 


Tranquilidades  juro  á  todo  el  suelo. 
En  nombre  de  tu  gloria,  en  este  dia; 
Porque  con  año  t.al,  mi  astrologia 
Siglos  dai'á  á  la  tierra  de  consuelo. 

Como  astrólogo  no,  como  poeta. 
Los  altos  juicios  de  mi  numen  fundo 
En  su  esfera  más  breve  y  más  perfecta ; 

Y  por  tí  olvidará  mi  amor  profundo 
Cuantos  imagen,  luz,  astro  y  planeta 
Arden  y  ocupan  el  celeste  mundo. 

XXXIX. 

Escribe  A  Filis  los  ejercicios  que  tiene  en  la  aldea  en  tiempo 
de  su  destierro. 

Guardian  soy  de  los  cerdos  y  los  patos. 
Unzo  los  bueyes,  á  la  burra  apeo, 
A  los  pavos  apito  y  pastoreo, 

Y  los  llevo  á  beber  á  los  regatos. 

Las  cabras  mamo,  voy  tras  los  chibatos, 
La  zorra  ruto,  al  gavilán  careo, 
Remiendo  las  coyundas  y  el  sobeo. 
Las  calzas,  los  sayuelos  y  los  hatos. 

Cuelo  por  el  egido,  apaño  el  rozo, 
y  soy,  Filis  hermosa,  en  una  pieza. 
Aperador,  porquero,  sastre  y  mozo  ; 

Por  tí  vivo  y  padezco  tal  bajeza, 

Y  en  ella  hallara  mi  seguro  gozo. 
Si  yo  olvidar  pudiera  tu  belleza. 

XL. 

A  una  dama. 

Nace  el  sol  derramando  su  hermosura, 
Pero  pronto  en  el  mar  busca  el  reposo ; 
1  Oh  condición  instable  de  lo  hermoso, 
Que  en  el  cielo  también  tan  poco  dura  I 

Llega  el  estío,  y  el  cris-tal  apxira 
Del  arroyo  que  corre  presuroso. 
Mas  ¿qué  mucho,  si  el  tiempo,  codicioso 
De  sí  mismo,  tampoco  se  asegura? 

Que  hoy  eres  sol,  cristal,  ángel,  aurora, 
Ni  lo  disputo,  niego,  ni  lo  extraño  ; 
Mas  poco  ha  de  durarte,  bella  Flora; 

Que  el  tiempo,  con  su  curso  y  con  su  engafio, 
Ha  de  trocar  la  luz  con  que  hoy  te  dora 
En  sombras,  en  horror  y  en  desengaño. 

XLI. 

A  Filis,  poseída  de  dolor. 

Cruel  dolor,  que  al  dulce  bien  amado 
Le  robas  el  color  y  la  alegría. 
Ceba  tu  furia  en  la  paciencia  mia. 
Pues  estoy  á  tu  saña  acostumbrado. 

Deja  en  paz  á  mi  bien  ;  y  vivo,  airado. 
Rompe  y  trastorna  toda  mi  armonía, 
Porque  quiero  halagar  su  tiranía 
Con  suñ-ir  tu  rigor  y  mi  cuidado. 

Deja  libre  á  la  hermosa  prenda  amada , 

Y  vuélvele  su  gusto,  su  contento 
A  costa  de  mi  vida  desdichada ; 

Vén  á  aumentar  mi  amante  sufrimiento. 
Pues  poco  importa  ya  que  se  le  añada 
Un  dolor  más  á  mi  mortal  tormento. 

XLII. 

A  Francisca  de  Castro,  cómica  y  cantarína  insigne. 

Bella  madre  de  amor,  dádiva  hermosa 
Que  hizo  á  la  tierra  Jove  soberano, 
Embeleso  del  chiste  cortesano 

Y  reina  del  donaire  poderosa. 

¡  Oh ,  mil  veces  felice  la  dichosa 
Hora  en  que  el  cielo  dio  con  larga  mano, 
Para  deleite  del  linaje  humano, 
Al  mundo  tu  belleza  prodigiosa  ¡ 
,  1  Oh,  si  fuese  la  voz  de  mi  instrumento 
Emula  de  los  cantos  más  gloriosos, 

Y  no  desagradable,  ronca  y  triste ! 
Pasara  yo  mi  vida  (¡qué  contento!) 

Celebrando  con  himnos  armoniosos 
La  fortunada  aurora  en  que  naciste. 


SONETOS. 


59 


xLni. 

Á  Fernando  VI,  en  la  muerte  de  Felipe  V. 

Al  pié  de  aqueste  regio,  triste,  adusto, 
Pálido  monumento,  en  que  se  encierra 
El  mayor  Eey  que  veneró  la  tierra, 
Llora,  noble  Femando,  que  es  muy  justo. 

Llora,  y  lloremos  en  tu  padre  augusto, 
Guerrero  en  paz,  pacifico  en  la  guerra, 
El  rigor  con  que  incauto  le  destierra. 
Siempre  fatal  decreto,  nunca  injusto. 

Pero  no  llores,  no ;  que  en  su  partida 
Mejora  de  fortuna,  reino  y  suerte. 
En  premio  á  su  virtud  esclarecida. 

Y  á  tí  te  deja,  aunque  en  dolor  tan  fuerte, 
Infinitos  ejemplos  en  su  vida, 

Y  todas  nuestras  vidas  en  su  muerte. 

XLIY. 

La  tierra,  el  polvo,  el  humo,  en  fin,  la  nada, 
Al  héroe  más  insigne  y  portentoso. 
Es  el  único  triunfo,  el  más  glorioso, 
Que  robar  has  logi-ado,  muerte  airada. 

La  vida  de  su  fama  celebrada, 
Fe ,  virtud  y  valor  y  celo  ansioso, 
Exentos  de  tu  brazo  pavoroso. 
En  lo  eterno  aseguran  su  morada. 
,  Al  honor,  al  aplauso,  al  ardimiento, 
A  la  piedad ,  al  culto  y  á  la  gloria 
Tocar  no  pudo  tu  furor  violento. 

Pues  si  de  tantas  vidas  la  memoria 
Eterna  vive  en  este  monumento, 
¿En  qué  fundas,  oh  Parca,  tu  victoria? 

XLY. 
Ruega  á  Filis  qne  baga  más  comunicable  su  hermosa  presencia. 

No  encubras,  Filis  mia,  tus  facciones, 
Tus  ojos  apacibles  y  serenos; 
Sólo  en  tus  perfecciones  se  echa  menos 
El  no  comunicar  tus  perfecciones. 

¿No  ves  en  las  floridas  estaciones 
Las  flores  en  los  cuadros  más  amenos 
Derramar  su  hermosura,  y  dejar  llenos 
Los  sentidos,  rompiendo  sus  botones  ? 

Tú  eres  un  cuadro  que  el  Autor  divino 
Plantó  del  mundo  en  el  jardín  hermoso. 
Dando  al  sentido  gloria  en  su  pintura. 

No  escondas,  no,  tu  rostro  peregrino ; 
Que  le  robas  al  mundo  un  bien  precioso ; 
Mira  que  es  bien  ajeno  la  hermosura, 

XLVI. 

Salió  el  niño  de  Venus  más  querido 
A.  su  blanda  conquista  acostumbrada, 

Y  tardando  en  volver  á  su  morada, 
Dióle  la  bella  macke  ]Dor  perdido. 

Sale,  corre,  pregunta  por  Cupido, 
Impaciente,  solícita,  asustada, 
Mustio  el  color,  el  pelo  desgreñada , 
Le  busca  en  Paío,  búscale  en  Egnido. 

Búscale  entre  las  ninfas  que  venera 
Más  hermosas  la  selva,  el  rio,  el  prado. 
Búscale  entre  las  ninfas  que  el  mar  cria. 

Tocó  del  padre  Tórmes  la  ribera, 

Y  hallóle  aquí  pendiente  del  nevado 
Cuello  de  la  hermosísima  María. 

XLVII. 
No  es  agraviar  á  las  deidades  solicitar  con  los  dones  sus  halagos. 

Clori,  solicitar  con  un  presente 
Inclinar  la  belleza  que  enamora. 
El  triste  amante  que  padece  y  llora 
Fugitivo  desden,  ira  inclemente, 

No  es  quererle  comprar  groseramente 
La  piedad  y  el  amor  á  su  señora. 
Sino  agradar  á  la  deidad  que  adora, 
Haciéndole  una  ofrenda  reverente. 


No  es  esto  poner  precio  á  las  beldades 
Supremas,  si  prudente  lo  reparas; 
No  es  desaii'e,  ni  así  llamarlo  oses. 

Dobla  el  don  las  sagradas  majestadea, 
No  es  agravio  la  ofrenda  de  las  aras, 
Las  dádivas  aplacan  á  los  dioses. 

XLVIIL 

Estampaba  Clorinda  su  figura 
De  un  rio  en  el  cristal  resplandeciente, 
Cuando  el  húmedo  dios  de  la  corriente 
Sintió  dentro  del  agua  su  hermosura. 

Enamorado  de  la  imagen  pura, 
Solicita  abrazarla  estrechamente ; 
El  agua  ajirieta  en  vano,  y  luego  siente 
De  su  amoroso  error  la  desventura. 

«Oh  Dios  (le  dije),  en  tu  desgracia  veo, 

Y  en  esa  imagen  que  engañó  tus  lazos, 
Representada  la  fortuna  mia; 

))Pues  cuando  todo  es  brazos  mi  deseo, 
Así  también  se  burla  de  mis  brazos 
Otra  imagen  que  está  en  mi  fantasía.» 

XLIX, 
Á  Filis,  enamorada  de  sf  misma. 

Filis,  que  armada  de  desden  constante 
Resistió  siempre  á  la  deidad  de  Egnido, 

Y  al  salir  de  las  lides  de  Cupido 
Siempre  la  coronó  laurel  triunfante; 

Viendo  ayer  su  bell -za  en  el  brillante 
Cristal  de  un  arroyuclo  suspendido. 
De  sí  misma  sintió  su  pecho  herido, 

Y  con  rabia  lloró  el  dolor  amante. 
Miróla  amor,  y  dijo  :  « ¡  Oh  desdeñosa 

Ninfa !  Padece  la  venganza  dura 
Que  corresponde  á  tu  beldad  ingrata ; 

)>Pues  contra  tu  hermosura  poderosa 
Es  sólo  poderosa  la  hermosura ; 
De  hermosa  muera  quien  de  hermosa  mata.» 

L. 

Aun  viejo  vicioso,  maldiciente,  que  escribió  una  sátira 
contra  el  autor  il). 

Después  que  á  tu  arrastrada  juventud 
La  enfermó  tu  viciosa  ociosidad. 
Entregas  á  la  vil  mordacidad 
Tu,débil  y  maligna  senectud, 

A  la  boca  estás  ya  del  ataúd , 
Sin  haber  visto  el  rostro  á  la  piedad ; 
Para  hacer  bien  te  falta  actividad, 
Para  hacer  mal  te  sobra  la  salud. 

No  es  vida  de  eclesiástico  civil 
La  que  consiimes,  bárbaro,  cruel. 
En  las  operaciones  de  gentil ; 

Que  ambos  vivimos  mal ,  verdad  es  fiel , 
Yo  lo  que  afirmas  soy,  y  aun  soy  más  vil ; 

Y  tú  eres  lo  que  dice  tu  papel. 


LI. 

¿  Cuándo  vendrá  la  muerte?  No  sabemoB, 
¿El  cómo  y  el  lugar?  Ni  en  conjetura, 
¿El  detener  su  cmso ?  j  Qué  locura ! 
Sólo  es  cierto  y  de  fe  que  fallecemos. 

Pues  i  cómo  la  amenaza  no  tememos 
Del  Criador  de  toda  criatura  ? 
Deseche  la  maldad  nuestra  cordura, 

Y  el  viaje  del  alma  preparemos. 

La  muerte,  aunque  parece  que  se  esconde, 
Cada  momento  nos  está  acechando  ; 
Dejémosla  que  siga  y  que  nos  ronde. 

Ella  va  y  viene,  y  nos  está  esperando, 

Y  ya  que  nos  oculta  cómo  y  dónde. 
Estemos  prontos  para  siempre  y  cuando, 

(1)  Consonantes  forzados. 


60 


DON  DIEGO  DE  TORRES  Y  VILLAEROEL. 


LII. 


La  rica  Filis  de  curarse  trata, 

Y  un  médico  nuij'  docto  solicita ; 
Viene  sin  detención,  y  deja  escrita, 
En  papel  poco,  mucha  patarata. 

Viendo  cuan  doctamente  aquel  la  mata, 
Que  venga  otro  doctor  la  dama  grita, 

Y  acude  en  un  caballo  á  la  visita 
Otro  que  puede  andar  en  la  reata. 

Una  dieta  de  médicos  reputa 
Preciso  convocar,  en  la  cual  vota 
Cada  uno  en  apoyo  de  su  seta. 

Poco  tiempo  después  todo  se  enluta. 
Murióse  Filis  ya ;  pero  se  nota 
Que  se  murió  de  ahita  con  la  dieta. 

Lili. 

Un  viejarrón  secajo  en  lo  cecial, 
Por  desmentir  lo  tiojo  y  lo  senil, 
A  la  sombra  mugrienta  de  un  candil, 
Hace  de  su  cuaresma  carnaval. 

Un  estudiante,  tonto  sin  igual. 
Da  opinión  en  el  caso  más  civil , 

Y  un  agarrante  lánguido  alguacil 
Se  mete  á  ser  Donello  y  Carlebal. 

Uua  beata  se  entra  á  coronel, 
Una  hormiga  se  mete  á  caracol, 

Y  un  escriba  debajo  de  vm  dosel. 
Todos  se  esconden  de  la  luz  del  sol ; 

Pero  á  la  luz  de  la  razón  más  fiel 
Les  alza  este  soneto  el  facistol. 

LIV  (1). 

Un  rico  ya  no  tiene  qué  rascar, 
Un  caudillo  no  tiene  qué  regir. 
Un  picaron  no  tiene  qué  reir. 
Ni  tiene  un  envidioso  qué  rabiar. 

Un  logrero  no  tiene  qué  rapar, 
Un  valentón  no  tiene  qué  reñir. 
No  hay  en  un  escolar  qué  resumir, 
Ni  ya  un  pirata  tiene  qué  remar. 

Un  príncipe  mitiga  su  rigor, 
Un  desleal  la  paz  quiere  romper, 

Y  en  África  vomita  su  rencor. 
La  América  ya  toca  á  recoger. 

La  Europa  solamente  oye  el  rumor, 

Y  el  Asia  tendrá  un  hueso  que  roer. 

LY. 

Anda  soberbio  y  oseo  un  charlatán, 
Dando  celos  al  mundo  con  su  tren  ; 
Mas  presto  la  justicia  de  un  vaivén 
Le  pondrá  de  espantajo  en  un  zaguán. 

Quiere  otro  majadero  sacristán, 
En  la  velocidad  de  un  santiamén. 
Meterse  de  rondón  hasta  Belén, 
Profecías  vendiendo  á  lo  Balan. 

Métese  á  consejero  un  arlequín, 

Y  á  místico  de  pasta  otro  bufón, 

Que  aun  no  quiere  cansarse  de  ser  ruin, 

Pero  él  y  otro  inocente  tolondrón, 
De  repente,  llamados  de  un  clarín, 
Irán  (donde  yo  callo)  en  procesión. 

LVI. 
Pasa  por  muy  celoso  á  falsa  luz 
El  que  es  más  alcahuete  que  un  tapiz, 

Y  porque  va  vc^stido  de  terliz, 
Por  gallego  se  cuela  el  andaluz. 

Muy  encubierto  del  sagaz  cajjuz 
Pasa  el  trompón  pizpierno  por  nariz, 

Y  aun  en  el  plato  pasa  por  perdiz 
El  desabrido  indómito  avestruz. 

Pasará  por  político  el  más  soez, 

Y  por  poco  advertido  el  más  capaz, 

Y  el  desengaño  tomará  su  vez. 

Mas,  como  á  mí  me  dejen  en  mi  paz, 

Y  suene  en  mi  cocina  el  almirez, 
Arda  Bayona  y  truene  en  Alcaraz. 

(1)  Este  soneto  pertenece  al  Pronóstico  de  Tobres  para  el  aüo  1739. 


LVII. 


Fabio  en  su  calorosa  juventud 
Brinca  por  la  mayor  atrocidad, 
Cuando  en  el  curso  medio  de  su  edad 
Los  zancajos  le  pisa  el  .itaud. 

Fileno  á  la  dulzura  de  un  laúd 
Se  recrea  con  vil  serenidad, 

Y  la  misma  frecuencia  á  la  impiedad 

Es  la  que  guarda  el  sueñe  á  su  inquietud. 

Por  trepar  á  más  alto  que  fué  el  Cid, 
Padece  Felisardo  mortal  sed. 
Que  no  puede  apagar  fecunda  vid; 

Mas  la  fortuna  airada  echa  su  red, 

Y  desploma  con  rabia  y  con  ardid 
Sobre  tanto  edificio  su  pared. 

LVIIL 

Gorra  y  rodilla  en  tierra  un  oficial, 
Fruncido  y  escondido  el  oropel , 
Hace  sus  arrumacos  á  un  laurel, 
Porque  sirva  á  sus  sienes  de  frontal. 

Otro  muy  reverendo  magistral 
Atisba  desde  el  frontis  de  un  cancel, 

Y  con  lágrimas  tiernas  á  un  dosel 
Una  punta  le  pide  en  su  sitial. 

Otro  engerto  en  prior  y  ministril, 
Lleno  de  bascas  ya  del  facistol. 
Trueca  por  el  haul  el  santo  atril. 

De  la  ronda  por  fin  sale  el  farol, 

Y  descubre  á  su  moco  de  candil 
Cuanto  no  pudo  ver  de  sol  á  sol. 

LIX  (2). 

Marte  airado,  vestido  de  escarlata, 
Con  la  espada  en  la  mano  al  mundo  reta, 

Y  al  estruendo  de  caja  y  de  trompeta, 
Parte  del  mundo  en  furia  se  desata. 

Los  comercios  trasudan  oro  y  plata 
Al  tenor  del  poder  que  los  aprieta ; 
La  gente  de  las  aguas  anda  inquieta. 
La  de  tierra  se  aflige  y  se  maltrata. 

Un  alto  chapitel  se  jDrecipita, 
Desmorónase  erguida  una  garzota, 

Y  un  palacio  eclesiástico  se  enluta. 

Y  la  gran  providencia  clama  y  grita. 
Porque  ve  que  la  oprime  y  que  la  azota 
Sólo  la  gente  infame  y  disoluta. 


SILVA  AMOROSA. 

Tan  grande  es.  Filis  mia. 
El  ansia  de  adorarte. 
Que  sólo  por  amarte 
Quiero  la  noche  y  solicito  al  dia... 
El  amarte  es  mi  aliento. 
Tu  luz  mi  pensamiento, 

Y  si  tal  vez  en  calma 

Dejo  mi  explicación,  es  porque  aspiro 

A  nombrarte  mejor  con  un  suspiro; 

Que  ésta  es  la  frase  principal  del  alma. 

De  noche  miro  al  cielo, 

Centro  de  mí  consuelo, 

Las  estrellas  admiran  mi  firmeza; 

Yo  todo  soy  amor,  ellas  belleza. 

A  su  constancia  excedo, 

Pues  amante  me  quedo, 

Y  ellas  di  alba  á  los  celajes  rojos 
Se  esconden  á  mis  ojos. 

Sí  me  aprisiona  el  sueño, 

Se  vale  de  mi  amor  y  de  mi  pena; 

Préstale  mi  cuidado  su  cadena, 

Mi  memoria  la  imagen  de  mi  dueño; 

Mí  vida  y  mi  pasión  equivocando. 

Despierto  duermo,  porque  duermo  amando. 

Deseo  que  madrugue  el  sol  luciente. 

Para  que  tenga  la  firmeza  mia 

Al  examen  del  día 

El  crisol  más  flamante  y  reverente... 

(2)  Este  soneto  y  el  anterior  pertenecen  al  Pronóstico  de  1752. 


COMPOSICIONES  VARIAS. 


61 


Que  es  tanta  tu  hermosura, 

Que  la  roca  más  dura 

Abre  su  esquivo  pecho, 

O  en  lági-imas  deshecho 

De  la  preciosa  fuente  que  lo  deja, 

U  de  la  verde  queja 

Por  donde  halló  su  entrada 

La  siempre  interesada 

Nunca  marchita  hiedra, 

Guirnalda  inseparabl  ■  de  la  piedra. 

En  cada  arroyo  tu  beldad  contemplo, 

Y  me  sirve  de  ejemplo 
Su  fugitiva  nieve 

De  cuan  ])rcsto  se  pasa 
De  amor  la  dicha  breve, 

Y  que  un  instante  de  dulzura  escasa 
Goza  qiiien  siglos  de  esperanza  bebe. 
No  hay  tronco  que  no  sea 

Papel  donde  te  vea, 

Por  tu  nombre,  que  escribo 

Para  tenerle  vivo 

Y  abrazarlo  constante; 

A  pesar  de  tus  mudas  esquiveces, 
Si  los  árboles  crecen ,  también  creces, 
Querida  Filis,  pues  de  cada  instante 
Que  el  cuchillo  los  álamos  penetra. 
Va  creciendo  en  los  troncos  cada  letra. 
En  la  humilde  azucena 
Tu  modestia  idolatro, 

Y  en  el  verde  teatro 
De  la  fragante  escena, 

No  hay  ílor  que  se  deseche', 
Hoja  que  no  aproveche, 
O  en  Cándido  suspiro  se  resuelva, 
O  en  lisonjeros  átomos  se  envíe 
Al  aire  que  la  guie, 

Y  al  eco  c^ue  la  vuelva. 
Del  fuego  de  la  rosa 
Soy  vaga  mariposa, 

Pero  son  tus  memorias  mis  cenizas, 

Con  que  asi  me  eternizas, 

Fénix  de  las  aromas. 

De  donde  especies  materiales  tomas; 

Para  encender  el  rumbo  de  mis  alas 

Al  jazmin  me  señalas. 

Para  templar  ardores, 

Menudo  copo,  niibe  de  las  ñores. 

Del  clavel  atractivo 

Frases  de  amor  aprendo. 

Con  el  aliento  vivo, 

Lacónico  lenguaje. 

Enigmas  bellos  de  tu  luz  d-^rrama. 

Pues  siendo  tan  cefiido  para  el  traje, 

Va  dilatando  el  garbo  de  mi  llama 

Las  puras  guijas  que  el  arroyo  muerde, 

Sombras  heladas  que  su  espejo  empaña, 

Ojos  de  la  montaña. 

Que  el  valle  gana  y  que  la  cumbre  pierde. 


A  los  años  de  Filis,  para  introducir  una  cantada. 

Para  celebrar  á  Filis, 
Hoy  mi  musa  juguetona 
Me  llama,  me  galantea, 
Me  pellizca  y  me  retoza. 

De  oro  fino  son  las  cuerdas 
De  la  cítara  que  toca ; 
Que  el  festejo  de  mi  musa 
Es  fineza,  y  no  lisonja. 

Los  números  que  derrama 
Sigue  mi  voz  orguUosa 
De  las  glorias  que  consigue 
Filis  en  cantar  sus  glorias. 

Las  bellas  ninfas  del  Tormos 
A  mi  acento  se  convocan, 
Y  al  tañido  de  mi  musa. 
Danzan  en  tu  obsequio  todas. 

Del  sacro  rio  las  aguas, 
De  la  alameda  las  hojas, 
Tu  dulce  nombre  resuenan. 
Festivamente  armoniosas, 


Porque  todos  te  celebren. 
Mi  voz  disonante,  ronca, 
Inculta,  desapacible. 
Así  á  los  vientos  informa : 

Ninfas  que  las  ftorcs 
En  los  valles  del  l'indo  cortáis, 
Si  de  ílon  s  guirnaldas  tejéis, 
De  mi  Filis  la  ñ-ente  ciñáis. 

Dulces  ruiseñores 
Que  los  ramos  del  Pindó  movéis, 
Si  de  acentos  elogios  formáis, 
De  mi  Filis  el  nombre  cantéis. 

Ninguno  al  aplauso,  al  festejo  resista; 
Que  el  mismo  Apolo  á  los  cultos  se  apresta, 
Apolo,  que  á  Filis  oñ-ece,  en  su  fiesta. 
Las  luces,  los  rayos  que  bebe  en  su  vista. 

Este  dia  á  las  glorias 
De  tu  nombre  se  ofrece,  bella  Filis , 
Por  quien  el  cielo  jura  á  los  vergeles 
Verter  la  copia  ya  de  los  matices. 
,  La  flor  de  tu  belleza. 
Emula  de  claveles  y  jazmines. 
Imite  su  esplendor  tan  felizmente. 
Que  de  ellos  sólo  el  csiilendor  imite. 

Vive,  Filis  hermosa, 
y  tantos  siglos  de  ventura  vive, 
Que  se  canse  en  medir  tus  duraciones 
El  alto  móvil  que  los  siglos  mide. 

Goza,  pues,  sempiterno 
El  círculo  de  dia  tan  felice, 
Y  vive  sola  tú  todas  las  vidas 
Que  consume  tu  anior,  tus  ojos  rinden. 

Así  sus  votos  explique 
Mi  espíritu  á  todas  horas. 
Formando  para  tu  fiesta 
Un  templo  de  la  memoria. 


LIRAS  FESTIVAS 

á  la  segunda  salida  do  los  reyes,  nuestros  señores,  don  Felipe  Vy 
dona  Isabel  l'arnesio,  y  ios  infantes,  aeonipafiando  al  Siiilisimo 
desde  el  Itetiro  a  San  Sebastian ,  y  dieron  cien  doblones  al  en- 
te rm  o. 

Si  yo  fuera  poeta 
De  unos  que  tienen  plectros  y  laúdes, 
¡Qué  linda  cantaleta 
Le  diera,  insigne  Rey,  á  tus  virtudes! 
Pero  me  trata  el  Pindó  con  tal  roña. 
Que  ni  prestarme  quiere  ixna  zampona. 

Si  yo  amistad  tuviera 
Con  una  de  las  ocho  ministriles, 
Maravillas  dijera 

Al  sol  de  Parma ;  pero  son  tan  viles. 
Que  porque  sigue  á  Urania  mi  alborozo. 
No  las  debo  á  las  otras  un  retozo. 

Si  yo  fuera  ligero, 
Al  caduco  Pegaso  le  montara, 
r  por  el  orbe  entero 
Glorias  de  dos  altezas  pregonara; 
Mas  tiene  para  mí  mañas  atroces, 

Y  ya  no  fueran  las  primeras  coces. 
Pues  yo,  sin  la  Iklicona, 

Sin  plectro,  sin  Parnaso  y  sin  las  leyes 
De  ninguna  fregona, 
He  de  hacer  coplas  á  los  mismos  reyes; 
Que  para  cas  >  tan  extraño  y  solo 
No  necesito  de  su  dios,  Apolo. 

Mas  que  no  escriba  terso, 
Escriba  yo  clarito  y  con  simpleza; 
Que  en  lo  que  toca  á  verso 
Yo  me  las  avendré  c<m  mi  pobreza; 
Sin  el  furor  escribiré  realmente. 
Como  Dios  me  ayudare  solamente. 

Las  dos  personas  reales. 
Dueños  ambos  de  muchas  monarquías, 

Y  para  más  señales. 

Aquellos  mismos  que  pasados  dias 
Los  llevó  Dios  gustosos  y  sin  queja 
A  ser  testamentarios  de  una  vieja; 

Segunda  vez  dichosos. 
Los  busca  y  los  encuentra  en  el  Retiro, 


G3 


DON  DIEGO  DE  TORRES  T  VILLARROEL. 


Le  signen  afectnosos; 
Pero  de  sus  afectos  no  me  admiro; 
Que  hasta  los  reyes  en  aquesta  vía 
Deben  buscar  el  pan  d  ;  cada  dia. 

Segunda  vez  mas  finos 
Adoran  los  dos  reyes  soberanos 
Sus  rctlejos  divinos, 

Y  daba  gusto  verlos  tan  humanos 

A  los  que  á  todo  el  orbe  ponen  guerra, 
De  paz  postrados,  á  la  paz  en  tierra. 

Los  príncipes  amantes 
Rinden  á  Dios  su  corazón  por  templo, 
Le  acompañan  constantes ; 
[Oh  lo  que  pudo  aquel  primer  ejemplo! 

Y  todos  siguen  con  la  fe  divina 
A  la  dulce  del  alma  golosina. 

Con  devota  alegi-ia  • 

Hijos  y  padres  van  en  fila  ó  corro; 
«Vamos  con  Dios,  se  oia, 
A  visitar  enfermos  y  al  socorro»; 

Y  cada  cual  se  anima  y  no  se  empacha, 
Pues  lo  hace  el  general  de  la  capacha. 

A  dar  vida  á  un  paciente 
Iba  el  divino  Amor  Sacramentado, 

Y  al  mísero  doliente 

Ya  le  tuvo  la  muerte  emperdigado; 
Quitó  Dios  su  guadaija,  incorporóse, 
Vio  la  cara  del  Rey,  y  libertóse. 

El  Rey  al  condolido 
Con  los  ciento  de  marras  satisface ; 
Se  alienta  el  afligido; 
¡Oh,  cómo  sabe  Dios  lo  que  se  hacel 
Pues  si  yo  fuera  á  ver  al  desdichado, 
¡Qué  poco  le  dejara!  Ni  un  cornado. 

¡Oh  tiempo  venturoso! 
Edad  la  más  florida  para  España ; 
Todo  es  gusto  y  reposo. 
Ya  en  la  corte  los  males  son  cucaña, 
Pues  vemos  que  en  aquestas  ocasiones 
Vale  ya  un  tabardillo  cien  doblones. 

A  mi ,  pobre  tunante , 
Que  estoy  en  esta  corte  pretendiente , 
Bien  podéis,  Dios  amante. 
Enviarme  otro  socorro  diligente ; 
Que  por  salir  del  infeliz  estado, 
Tomaré  á  buen  partido  un  entripado. 

Sufriré  cien  ventosas, 

Y  por  los  mismos  cien,  á  cien  lancetas, 
Las  zupias  venenosas 

Que  da  el  arte  de  Apolo  en  sus  recetas; 

Todo  lo  tragaré  sin  ademanes, 

Por  ponerles  cadena  á  mis  desvanes. 

Y  si  acaso  sucede, 
Que  todo  puede  ser,  Rey  mió  amante. 
Vuestra  grandeza  piiede, 
Sin  gastar  ceremonias  y  adelante. 
Entrar  en  esta  choza  pobre,  escasa. 
Como  si  fuera  en  vuestra  propia  casa. 

Veréis  en  mis  pared'  s 
De  telaraña  y  cal  unos  tapices, 
Que  hacen  gustosas  redes , 

Y  después  notaréis,  pues  sois  felices. 
La  miseria  que  tiene  en  estos  suelos 
Quien  se  suele  pascar  por  esos  cielos. 

Venid,  pues,  á  mi  casa, 

Y  no  traigáis  la  guardia  ni  valones; 
Que  aunque  tan  mal  se  pasa. 

Por  última  señal  de  mis  blasones 

Y  solar  conocido  de  mi  villa, 
Mantengo  todavía  una  guardilla. 

Aquí  estaréis  un  rato, 
Contemplando  la  gloria  de  este  empleo, 

Y  sin  mAs  aparato 

Ni  mayor  agasajo  que  el  deseo, 
Os  volveréis  con  Dios,  con  alegría. 
Con  su  gran  bendición  y  con  la  mia. 


ORACIÓN 

que  dijo  el  autor,  siendo  presidente  de  la  academia  que  se  hizo 
en  casa  del  scúor  .Marqués  de  Alniaiza ,  con  el  motivo  de  haboise 
traslududo  á  su  oratorio  un  santo  (jucilijo,  formado  de  un  bas- 
tón ,  para  convertir  á  la  fe  cristiana  á  dos  maliometanos  esclavos 
de  uno  de  los  marqueses  de  i'lores  Dávila  (1). 

¡Cómo  azotas  en  vano  (2), 
Precipitando  auroras. 
Melancólico  anciano. 
Los  veloces  caballos  de  las  horasl 
Huella,  huella  inclemente 
Cuantos  milagros  de  divina  idea 
Creó  gloriosamente 
Poder  augusto,  contumaz  tarea ; 
Que  en  los  hondos  obscuros 
De  la  ngion  callada  del  olvido 
Nunca  respirarán  aires  impuros; 
Pues  al  caliente  rayo  de  los  diaa 
De  un  nombre  esclarecido, 
Vida  recobran  las  cenizas  frías. 
Del  codicioso,  del  hambriento  fuego  (3) 
El  calor  impaciente 
El  templo  dirigió  más  excelente 
Que  encumbró  á  deidad  falsa  culto  ciego; 

Y  aunque  á  columnas  ciento 
Confiaron  del  Asia  tantos  reyes 
Su  eternidad  inmóvil,  al  violento 
Imperio  de  sus  leyes 

Y  á  osadía  tan  loca. 

Mucho  nombre  heredó  ceniza  poca. 
De  los  años  el  bélico  tormento  (4), 
Sorda  pólvora  siendo  los  instantes. 
Batió  muros  excelsos,  que  constantes 
A  Babilonia  el  viento  encarcelaron, 

Y  aun  de  su  rayo  á  Júpiter  armaron. 
Los  mármoles  más  puros  (5) 

Que  trasparentó  el  sol  en  senos  duros, 

El  árabe  envió,  cuya  obstinada 

Inculta  solidez ,  rebelde  en  vano. 

Domó  cincel  de  artífice  gitano. 

Ménfis  alzó  de  miembros  tan  hermosos 

Una  y  otra  pirámide  elegante. 

Monumentos  gloriosos , 

Donde  urna  ñ'agTante 

Entre  aromas  sábeos 

Dio  tumba  á  sus  altivos  Tolomeos; 

Mas  el  tiempo  insaciable 

Devoró  al  fin  tan  claros  panteones. 

Aunque  para  esconder  fábrica  tanta 

En  la  nada  insondable , 

Dilataron  los  siglos  su  garganta, 

¿  Qué  diré  de  un  trofeo  (6) 

Que  levantó  el  amor  soberbiamente, 

Del  culto  ma'asoleo 

Bellísimo  occidente? 

¿  Qué  del  vasto  coloso  (7), 

Aquel  de  Rodas  cíclope  eminente, 

Que  pretendió  ambicioso 

Tocar  al  sol  con  su  espaciosa  frente  i 

¿Y  qué  diré  de  aquella  (8) 

Torre  que  ilustró  Faro, 

Cuyo  resplandor  claro 

Al  alto  Olimpo  le  aumentó  una  estrella? 

¿Quién  callará  el  divino  (9), 

De  alto  marfil  brillante. 

Dos  veces  simulacro  peregrino. 

En  que  más  adorable 

Se  sintió,  del  artífice  al  desvelo. 


fl)  Publicamos  algunos  fragmentos  de  esta  composición  alambi- 
cada y  difusa  ,  como  testimonio  de  la  fuerza  que  ;iuii  conservaba  el 
goiif/orismo  en  la  época  del  descenso  de  este  contagio.  El  doctor 
Torres,  que  asi  escribía  cuando  queria  levantar  el  estilo,  blasona 
á  cada  paso  de  su  amor  á  la  sencillez  y  á  la  claridad. 

[it  Conviériese  la  oración  al  tiempo. 

(5)  El  templo  de  Diana  en  Kfeso. 

(4)  Los  muros  de  Babilonia. 

(.'»)  Las  pirámides  de  .Mémtis. 

(íí)  El  sepulcro  de  .\rtemisa. 

(7)  El  coloso  del  Sol, 

(8)  La  torre  de  Faro. 

(9^  La  imúgeu  de  Júpiter  que  hizo  Fidas,  de  marfil. 


COMPOSICIONES  VARIAS. 


GS 


La  deidad  del  tonante , 

Que  empuñando  en  el  cielo 

Su  poder  soberano 

El  raro  formidable 

Que  forjaron  las  iras  de  Vulcano? 

Tan  ilustres  miln.írros,  tan  famosos, 

A  velas  desjjle.íradas , 

Tus  mai:^  espumosos, 

Oh  Saturno,  corrieron, 

Hasta  que  más  hinchadas 

Las  ondas  de  Aquilón  embravecido, 

¡Qué  angustia!  d- scendieron 

A  tu  seno  profundo, 

Mas  nunca  bajarán  al  del  olvido... 

Abra,  pues,  la  memoria  (1) 

El  pai-io  mármol  que  celoso  encierra 

Al  héroe  excelente 

Que  coronó  de  llores  á  la  tierra, 

Y  á  sus  sienes  de  gloria, 
Zúñiga  generoso  (2), 

Marte  naval,  cuyas  hazañas  sumaa 

Vio  el  reino  de  Ncptuno  temeroso 

Por  tantos  ojos  como  tuvo  espumas... 

El  insigne  bastón,  el  milagroso 

Soberano  estandarte , 

Aquel  que  tremoló  poder  robusto 

De  brazo  omnipotente, 

Que  á  la  caterva  del  estigio  Marte 

Temor  helado  fué,  pálido  susto, 

[Oh  qué  dichosamente! 

Siguieron  dos  paganos , 

Triunfos  ya  de  tan  rara  maravilla, 

Que  á  los  solios  profanos 

De  altares  torpes  antes 

Doblaron  la  sacrilega  rodilla, 

Dieron  humos  fragrantés; 

Corrió  el  estadio  todo  de  la  vida 

El  héroe,  y  ganó  el  palio  de  la  fama 

A  su  valor  debida: 

Y  como  vencedor  de  tantas  lides, 
Sus  sienes  guarneció  de  aquella  rama 
A  quien  la  frente  consagró  de  Alcídea.., 

tOh  tú,  banda  canora 
)e  numerosos  cisnes,  cxiyas  plumas 
Del  Tórmes  las  espumas 
Peinan  del  Tórmes ,  que  si  no  atesora 
Al  sol  desmenuzado  en  sus  arenas, 
Del  árbol  á  Minerva  consagrado 
Su  frente  adorna,  y  por  ocultas  venas, 
Con  pié  prolijo  corre,  enamorado 
De  la  Castalia  fuente , 
Con  quien  mezcla  su  nácar  trasparentel 
¡Oh  vos,  nevadas  aves, 
A  quienes  Febo  su  calor  inspira , 
Por  cuyos  cuellos  suaves 
Dulcemente  respira 
De  nuístro  Manzanares  la  ribera, 
Aun  más  que  por  su  varia  primaveral 
I  Oh  vos,  que  festejáis  por  regalado. 
Con  tono  lisonjero, 
A  las  ninfas  del  Ebro  dilatado, 
Que  origen  claro  fué  del  nombre  ibero) 
A  vos  os  solicita ; 
No  pues  milagro  tanto 
Ciegamente  confunda  en  sus  horrores 
La  sombra  densa  que  el  silencio  habita» 
Cantad  esfuerzos  de  la  fe  sagi-ada , 

Y  á  los  locos  ardores 

Del  infeliz  Faetón  vuestra  templada 

Garganta  hurtad ,  y  sólo 

Aires  festivos  su;  ne  la  palestra, 

Y  cada  pluma  vuestra 

Peine,  hiera  la  cítara  de  Apolo  (3). 


(1)  Fl  ".■.qut's  de  Flores  Dávila. 

(•2i  deneral  de  la  armada. 

(3)  La  cítara  ge  locaba  cod  ana  pluma  llamada  peine. 


OCTAVAS. 


En  el  dia  de  cumplir  sus  aQos  mi  señora  doüa  Alfonsa  Prieto, 
señora  de  Tamámes. 

Antes  que  el  sol  de  tu  semblante  hermoso 
Naciese  al  mundo,  dueño  idolatrado, 
Estaba  el  sol  ceñudo  y  proceloso, 

Y  el  aire  desabrido  y  eclipsado; 
El  cielo  aparecía  nebuloso. 

De  forasteras  sombras  em})añado, 

Y  es  porque  no  bañaban  sus  cristales 
Las  luces  de  tus  ojos  celestiales. 

Mustias  las  flores,  áridas  las  fuentes, 
Sin  curso,  sin  ci  lor  y  sin  frescura , 
Yacían  en  sus  centros  impacientes 
Antes  que  amaneciese  tu  nermosura; 
Mas  después  que  tus  rayos  refulgentes 
En  el  orbe  vertieron  su  luz  pura, 
Todo  quedó  florido  é  ilustrado. 
La  flor,  la  fuente ,  el  aire ,  el  viento,  el  prado. 

Los  mares,  en  su  orilla  recostados, 
Apenas  perezosos  se  movían. 
Porque  en  sus  reinos  graves,  dilatados. 
Tus  divinos  ardores  no  influían; 
Sus  conchas,  sus  espumas  y  pescados 
Cuasi  alentaban,  cuasi  no  vivían  ; 
Pero  al  sentir  tu  espíritu  en  su  calma 
Sintieron  vida  y  duplicada  el  alma. 

Naciste  en  fin,  bellísimo  portento, 

Y  hoy  hace  el  sol  memoria  venturosa 
Del  día  en  que  le  dio  tu  lucimiento 
Mejor  luz  á  su  esfera  luminosa; 
Vive  feliz ,  da  vida  y  da  contento 

Al  mundo  que  presides  milagrosa, 
Pues  todo  el  orbe,  á  honor  de  tal  ventura. 
En  este  dia  su  deidad  te  jura. 
Vive  mil  veces,  vive,  dueño  amado, 

Y  mil  veces  recibe  adoraciones 

De  cuanto  has  producido  y  aumentado 
Del  cielo  y  de  la  tieiTa  en  las  regiones; 
Vive,  y  admite  de  mi  amor  sagrado 
Puras  y  venerables  sumisiones, 
Ya  que  merezco  ser,  por  mis  destinos, 
Feliz  esclavo  de  tus  pies  divinos. 


Asegura  á  Filis  lo  eterno  de  su  adoración. 

Antes  que  yo  te  ohide ,  dueño  mió , 
El  más  hermoso,  amable  y  soberano. 
Verás  con  flores  al  invierno  frió, 

Y  con  hielos  y  escarchas  al  verano, 
Al  sol  sin  luz ,  al  alba  sin  rocío, 

Al  mar  sin  ondas,  sobre  el  monte  al  llano; 

Y  lo  que  es  más,  verás  en  tal  fortima, 
Faltarle  al  cielo  estrellas,  sol  y  luna. 


El  Príncipe  en  el  retiro. 

Dichosa  soledad ,  monte  sagrado. 
Sosegada  mansión  de  la  grandeza, 
En  tí  vivo  gustoso  y  descuidado ; 
Aquí  me  sirves  con  mayor  riqueza, 
Dándome  por  alfombra  el  verde  prado, 
Por  vistosos  tapices  la  maleza, 
Plata  en  los  montes,  en  las  guijas  oro ; 
Pues  ¿dónde  hay  reino  con  mayor  tesoro? 


A  la  brevedad  de  la  vida,  de  repente. 

Momentáneo  el  vivir,  el  morir  cierto. 
Corta  satisfacción  y  grande  cargo, 
Tormenta  superior,  difícil  puerto. 
Dulcísimo  principio,  y  fin  amargo; 
Imposible  el  recurso,  habiendo  muerto. 
Instante  breve  y  contingente  largo; 
Con  estas  evidencias  se  apercibe 
Quien  muere  en  vida,  y  en  la  muerte  vive. 


64  DON 

COMPOSICIONES  VARIAS. 

A  una  señora  que  se  estaba  peinando. 

Con  bella  descompostura 
Está  tu  dulce  gi-acejo 
Consultándole  al  espejo 
Grandezas  de  tu  hermosura; 
Dichosa  la  criatura 
Que  goza,  Filis,  de  tí; 
Yo  desdichado  nací. 
Porque  vivo  contemplando 
Que  aunque  tú  te  estás  peinando, 
No  te  peinas  para  mí. 


Llevóle  un  amigo  íi  visitar  á  una  señora, 
y  dijo  tsla  décima  de  repente. 

A  ver  á  vuestra  deidad 
Yine,  Filis,  todo  niio, 
Muy  poltrón  con  mi  alhcdrío, 
Suelto  con  mi  voluntad; 
Vi  y  adoré  tu  beldad , 
Y  le  rendí  en  tierna  calma 
De  mis  descuidos  la  palma ; 
Perdí  el  sosiego  en  la  lid. 
Bien  me  estaba  yo  en  Madj-id, 
Bien  me  lo  dijo  allá  el  alma. 


A  Maria  Santísima ,  de  repente. 
Nace  el  cielo  para  vos , 
Dios  mió,  al  nacer  María, 
Con  que  en  est?  mismo  dia 
Partís  el  cielo  los  dos ; 
María  es  trono  de  Dios , 

Y  Dios  es  la  gloria  de  ella, 

Y  si  él  mismo  pudo  hacella, 
Como  quiso  y  como  pudo. 
Que  es  la  gi-an  lleina  no  dudo, 
La  más  santa  y  la  más  bella. 


Discordia  de  un  cnnsreso  eclesiúslico 
en  la  elección  del  Superior. 

El  rencor,  la  adulación, 
La  asechanza,  la  porfía, 
El  odio  y  la  simpatía 
Votan  en  esta  sesión ; 
I  Qué  tal  será  la  elección 
Donde  hay  tedio  tan  proñmdo  ! 
Por  cierto  yo  me  contundo 
De  ver,  en  tal  desconsuelo. 
Que  donde  todo  es  del  cíelo, 
Se  encuentre  tanto  del  mundo. 


La  ineptitud  ambiciosa. 

Un  no  sé  cómo  se  llama, 
Quiere  con  ansia  importuna 
Escalar  á  la  fortuna 
Por  las  faldas  de  una  dama ; 
Pero  el  pobre  más  infama 
Con  lo  que  intentó  vah  r; 
Que  esto  llega  á  merecer 
Quien  se  llegó  á  persuadir 
Que  es  camino  de  subir 
Lo  que  es  senda  de  caer. 

Cierto  hombron  con  inquietud 
Pretende  una  dignidad, 
y  hace  de  su  necedad 
Caparrota  á  la  virtud ; 
Mas  la  suprema  aptitud 
Le  desprecia  con  rigor  ; 
Que  el  príncipe  superior 
Examina  que  el  pobrete 
Tiene  de  docto  el  ribete, 
y  de  avestruz  lo  interior. 


DIEGO  DE  TORRES  Y  VILLARROEL. 

Glosa  en  estilo  aldeano  la  siguiente  cuarteta.  '  Q"^  ^^  g'^^^P^-  ^^  ^"^  ^^^^^P^" 
que  fue  asunto  de  una  academia. 


Un  este  maldito  mundo 
De  naide  se  ha  dejiar, 
Tií  2^(ir  tigo  y  yo  por  migo, 

Y  iKrcvrarsc  salv<ir. 

Es  el  jastre  un  trapacero, 
El  hidalgo  pegajoso. 
El  señor  cura  ambicioso, 

Y  ladrón  el  abacero; 
Todos  son  como  el  ventero. 
Que  es  un  hombre  foribundo; 
Pues  con  cuidado  profundo, 
Antón,  guarda  la  tu  casa, 
Porque  todo  aquesto  pasa 
En  este  maldito  mundo. 

El  alcalde  mos  arruina 
Con  daca,  el  Rey  lo  ha  mandado, 

Y  ( 1  escribano  y  letrado 
Ambos  van  á  la  mohína; 
Sale  á  atisbar  la  vecina , 
El  dotor  sale  á  matar; 
Percurémonos  librar 

De  tan  infame  ganado, 

Y  pues  naide  es  abonatlo, 
De  naide  se  ha  dejiar. 

Todo  es  muerte ,  todo  es  guerra 
En  el  cortijo  villano, 
Pues  mos  mata  el  cenijano, 

Y  el  sacristán  mos  entierra; 
No  hay  en  toda  nuesa  tierra 
7\.migo  para  el  amigo, 
Cualquiera  es  un  enemigo; 

Y  asi,  Antón,  nih-apor  tí. 
Cada  uno  para  sí , 

Til  por  tiíjo  y  yo  jjor  migo. 

Y  aunque' hay  tanto  menistril, 
Nuesa  aldea  es  lo  mijor; 
Que  está  mil  veci  s  píor 
Aquel  mundo  de  Madril; 
Por  este  vi.  jo  carril 
Hemos  todos  de  pasar, 

Y  sólo  hemos  de  cuidar. 
Aquí  pava  entre  los  dos, 

De  obrar  bien  ;  que  Dios  es  Dios, 
Y jjercurarse  salvar. 


Respuesta  '.'t  la  señora  doña  María  Joaquina, 
mandándole  esta  señora  que  le  de  los  días 
en  verso. 

¿Yo  darte  días?  ¡Jesús! 
¡Qué  grosería  tan  necia! 
;No  V  s.  Filis,  que  eso  es 
Hacerte  en  dos  días  vieja? 

Los  que  te  di  hoy  hace  un  año 
Te  quitara  si  pudiera ; 
Mira  qué  traza  de  darle 
Más  di  as  á  tu  belleza. 

El  dar  días  no  le  toca 
A  mi  atención  ni  á  mí  ciencia; 
Solo  el  sol  es  ciuien  los  da , 
Que  el  astrólogo  4os  cuenta. 

¡Dar  días!  lo  hace  la  muerte. 
Cuya  condición  funesta 
Con  el  golpe  de  las  horas 
Las  edad "S  atropella. 

Mira  cómo  podré  darte 
Cosa  con  que  tú  perezcas, 
Cuando  sabes  que  mi  estudio 
Sí'ilo  en  guardarte  se  emplea. 

Tú,  que  los  sabes  hacer 
Con  los  dos  soles  que  ostentas, 
Dám(  los  á  mí ;  que  yo 
P(^co  importa  que  me  muera. 

No  hay  que  esperar  ni  un  minuto 
De  mi  pluma  ni  mi  lengua. 
Porque  yo  no  acici'to  á  darte 
Cosa  que  dañarte  pueda. 

Déte  Dios  los  que  mereces, 
Pero  con  tal  providencia, 


Ni  te  canse  ni  lo  sientas. 

Déte  Dios  cuantas  edades 
Los  futm-os  consideran, 
Multiplicando  deleites 
Al  gusto  y  la  fortaleza. 

Vive,  mas  con  tal  templanza. 
Que  á  todo  el  mundo  parezca 
Que  cada  dia  renaces 
Más  linda  cuanto  más  vieja. 

Celebrar  tus  dias,  vaya, 
Pero  ¿darlos?  quita,  fuera; 
Que  es  contra  mi  propia  vida 
Cargar  con  dias  la  vuestra. 

Ya  sé  que  cumples  hoy  años, 

Y  hacer  mi  debido  es  fuerza; 
Que  en  dia  de  cumplimiento 
Parece  mal  la  llaneza. 

También  sé  que  debo  fino 
Mostrar  por  precisa  deuda 
Mi  numen  ó  mi  locura, 
Que  en  poco  se  diferencia. 

Venga  el  fénix,  que  sin  éste 
No  hay  años ;  pero  no  venga ; 
Que  el  fénix  es  pajaiTOta 
Que  por  todo  el  mundo  \'uela. 

Venga  el  sol ;  pero  no,  no; 
Que  para  quien  sabe,  cuerda. 
Hacer  las  tinieblas  luces. 
Serán  luces  las  tinieblas. 

Fiero  trabajo  es  que  un  hombre 
No  haya  de  usar  de  su  ciencia. 
Favor  pidiendo  á  los  cielos, 

Y  socorro  á  las  estrellas. 
Pero  /á  quién  apelaré 

Para  salir  de  esta  empresa, 
Cuando  tu  copia  ha  cíejado 
A  mi  discurso  por  puertas  ? 
Buzo  al  mar  he  de  arrojarme, 

Y  de  corales  y  perlas 
Me  tengo  de  abastecer. 
Porque  en  mí  lo  fino  veas. 

Yo,  ama  mía,  aunque  algo  torpe 
Estoy  por  tener  ya  renta. 
En  dia ,  por  tuyo,  mío, 
He  de  desatar  la  idea. 

Mas  no  gastemos  las  horas 
En  digresiones  molestas, 

Y  pues  te  he  de  dar  los  días, 
Allá  van ,  escucha  atenta. 

Venturas,  felicidades 
Mi  carillo  te  desea ; 
Pero  quien  hace  dichosos 
Es  preciso  <\\o  las  tenga. 

Todo  linaje  de  bienes 
La  fortuna  te  conceda, 
Pues  no  te  negó  los  suyos 
La  hermosa  naturaleza. 

Del  tiempo  pueeles  burlarte. 
Porque  los  años  que  cuentas , 
Aun  más  que  años,  son  ñoriela 
Sucesión  de  primaveras. 

El  qiie  la  edad  por  tí  pase. 
Ni  te  asuste  ni  entristezca. 
Porque  á  tus  dias,  no  dias, 
Qiie  juventueles  aumentas. 

Vive,  porque  mi  amo  viva. 
Pues  es  tanta  su  firmeza, 
Que  alienta  de  que  respiras, 

Y  respira  de  que  alientas. 
Y  vivo  porqire  yo  viva ; 

Mas  por  Dios  que  no  enflaquezcas, 
Porque  pendiente  de  un  hilo 
Mi  triste  vida  no  tengas. 

Pues  ya  acabé  con  mi  empeño, 
Adiós,  y  no  te  haga  fuerza 
Que  con  tus  dias  acabe 
El  que  mil  almas  te  diera. 


Festiva  narración  de  las  fiestas  y  colocación 
de  san  Isidro,  patrón  de  Madrid,  en  la  er- 
mita que  mandú  labrar  el  exceleiilisirao 
señor  Marqués  de  Valero,  etc. 

Ya  la  musa  que  prestada 
Me  dio  tu  deidad  lucida, 
Apolo,  rey  de  mi  vida, 
Está,  de  puro  trillada , 
Como  una  paja  molida. 

Ya,  oh  de  Délos  soberano, 
Si  tu  garbo  no  me  presta 
Para  que  haga  mi  verano 
Otra,  bien  sé  que  de  aquesta 
No  podré  sacar  un  gi-ano. 

No  ha  de  ser  muy  reluciente, 
Relamida  ni  zahareña , 
Porque  en  la  era  presente 
Necesito  solamente 
Una  musa  algo  trigueña. 

Pío  me  la  ha  de  prestar 
Tu  aliento,  si  te  complace  ; 
Que  la  volveré  á  entregar 
Tal  cual  me  la  quieras  dar 
Mientras  mi  Agosto  se  hace. 

Sea  la  más  retirada. 
Venga  mi  maestro  y  padr-e  ; 
Que  yo  la  haré  mi  abogada. 
Pues  si  no  fuere  comadre , 
Yo  haré  que  sea  mi  ahijada. 

Mas  no  sea  muj'  lampiña  ; 
Que  necesito  su  maña 
Para  referir  la  hazaña 
De  un  cierto  r^ue  en  la  campiña 
Hizo  la  mayor  campaña. 

Ya  viene  la  tal ;  que  ahoia 
La  ha  sentido  mi  furor; 
Cuenta  y  ser  trabajadora, 
Poi-que  usted  viene,  señora, 
A  servir  á  un  labrador. 

Bajó  bizarra  al  sotillo, 

Y  el  trabajo  no  rehusa. 
Porque  sin  poner  excusa, 
Entonándose  en  el  trillo. 
Así  cantó  la  tal  musa : 

Erase  aquel  lalirador 
Presumido  de  galán. 
Con  valona  y  con  gabán. 
Que  se  puso  á  cavador 
Por  sólo  ser  holgazán; 

Aquel  que  de  cuando  en  cuando 
Hacia  venir  á  los 
Angeles  bellos  cantando, 

Y  por  estar  descansando , 
Las  afufaba  con  Dios; 

Aquel  que  siempre  pedia, 

Y  hoy  á  pedir  nos  enseña; 
Mas  con  tan  rara  porfía. 
Que  nos  consta  que  algún  clia 
Sacó  jugo  de  una  peña; 

Aquel  que  el  aconsejar 
Con  tal  poder  ejecuta. 
Que  para  nuestro  ejemplar 
A  la  tierra  más  enjuta 
Lágrimas  le  hizo  saltar; 

Aquel  qire  cuando  se  casa, 
A  no  ser  marido  empieza. 
Pues  sabemos  con  certeza 
Que  sólo  fué  de  su  casa 
Su  María  la  Cabeza; 

Aquel  que  nunca  creyó 
Del  mundo  vana  lisonja, 

Y  tanto  se  retiró , 

Que,  como  si  fuera  monja. 
De  entre  rejas  no  salió; 

Aquel  que  en  era  lucida 
Recogió  en  granos,  contento. 
La  cosecha  conseguida. 
Pues  la  parva  de  su  vida 
Siempre  la  llevó  á  buen  viento; 

El  que  fué  por  \'irtud  pura 
En  el  orbe  celebrado, 

Y  entre  toda  criatura 

I.  PS. -XVIII. 


COMPOSICIONES  VARIAS. 

Fué,  si  no  de  gran  altura. 
Más  que  todos  espigado; 

Aquel  que,  si  bien  me  acuerdo. 
Del  siglo  entre  las  barajas 
Vivió  para  todos  cuerdo, 
Pero  para  sí  tan  lerdo, 
Que  se  dormía  en  las  pajas; 

Aquel  labrador  honrado. 
De  santo  y  justo  denuedo, 
Que  guió  siempre  el  arado 
Hacia  el  puente  de  Toledo, 
Como  vamos  á  este  lado; 

Aqueste  que  se  era,  pues. 
Vivía  recogidito 
Con  otro  santo  bendito, 
Que  pienso  se  llama  Andrés, 
Como  dice  el  san  Benito; 

Santo  de  paciencia  tanta, 
Tan  penitente  y  helado. 
Que  con  celoso  cuidado 
Siempre  hace  semana  santa. 
Porque  siemi^re  se  está  aspado. 

Pues  en  tu  casa,  Señor, 
Que  es  la  octava  maravilla. 
Habitaba  este  pastor, 
Que  es  Isich-o,  un  labrador 
Que  hoy  es  guarda  de  la  villa. 

Este  mismo,  va  de  cuento, 
Que  conocéis  como  á  mí , 
Tuvo  una  casa  aposento 
Muy  vieja,  caída  y 
De  poco  conocimiento. 

Vos,  mirándolo  abatido, 

Y  sin  casa  á  sus  i:)laceres, 
Devoto,  amante,  advertido. 
Como  á  pobre ,  habéis  querido 
Ahorrarle  los  alquileres. 

En  mejoría  no  escasa 
Le  autoriza  vuestro  ejemplo. 
Pues  logi-ando  en  corta  basa 
Un  templo  como  una  casa. 
Le  dais  casa  como  un  templo. 

De  limosna  mandáis  dar 
La  casa  á  Isidro;  y  por  tanto. 
Con  industria  singular. 
Os  habéis  venido  á  alzar 
Con  la  limosna  y  el  santo. 

Vuestro  celador  Tamayo 
Cuidaba  de  sus  abrigos; 
Pero  Isidro,  como  es  payo. 
Apenas  que  sintió  el  Mayo, 
Quiso  echar  por  esos  trigos. 

El  buen  tiempo  apenas  ve. 
Cuando,  sin  saberlo  vos, 
A  casa  se  iba;  porque 
Este  varón  siempre  fué 
Así  á  la  buena  de  Dios. 

Por  salir  del  aire  infiel 
Que  en  la  corte  sopla  impuro. 
Marchar  quiso  á  su  cuartel, 
Cerca  de  Carabanchel, 
Que  de  allí  viene  más  puro; 

Mas  Ferreras,  que  notaba 
Al  Santo  en  tal  calentura, 

Y  que  si  se  descuidaba, 
Sin  sacramentos  marchaba 
Ni  reverendas  del  cura; 

Como  es  un  médico  bueno, 
Que  en  crisis  no  se  limita. 
Su  bendición  dio  sereno. 
No  digo  al  Santo,  á  la  ermita, 
A  la  entrada  del  onceno. 

Apenas  sabe  que  está 
Pronto  el  cuarto  y  dividido. 
Para  mudarse  hacia  allá. 
Antes  del  catorce,  ya 
Isidro  estaba  vestido. 

Salió,  pues,  al  pai-ecer. 
Muy  galana  su  persona. 
Con  tela  de  plata  en  muer. 
Sin  acordarse  qxie  ayer 
Le  vio  ucencia  con  valona. 


C5 


Salió  (no  es  contra  su  fama) 
Aun  más  bizarro  que  el  Cid, 
Lleno  de  amorosa  llama 
(Cosa  común  en  Madrid) , 
De  escudero  de  una  dama; 

Pero  su  cielo  mejora 
Cuando  en  servir  se  embelesa, 
Pues  sin  señal  de  traviesa, 
Estaba  la  tal  señora 
Como  una  santa  Teresa. 

Los  dos  bienaventurados. 
Que  son  uno,  aunque  son  dos, 

Y  de  un  mismo  ser  formados. 
Ambos  iban  apareados 

Y  con  su  Madre  de  Dios. 
Muy  amante  y  divertido 

Iba  el  Santo  en  gran  manera, 

Y  en  señas  de  lo  rendido. 
Por  una  y  por  otra  cera 
Se  miró  lo  derretido. 

La  corte  se  despobló, 
Marcha  la  gente  á  millares, 

Y  como  al  milagro  víó. 
Más  allá  de  Manzanares 
Todo  Madrid  se  pasó. 

Habia  en  aquellos  sotos 
Del  pobre  rio  sediento. 
Con  festivos  alborotos. 
Mil  millones  de  devotos, 

Y  de  botas  era  un  cuento. 
Con  la  santa  procesión. 

Cuando  á  la  ermita  llegaron, 
Muchos  hacen  la  razón, 

Y  los  que  esperan  echaron 
A  rodar  el  bodegón. 

Brindis  habia  á  millares, 

Y  el  que  no  bebió  jamas, 
Colaba  copas  á  pares, 

Y  hasta  el  sobrio  Manzanares 
Bebió  una  gótica  más. 

Todo  hombre ,  toda  mozcorra, 
Grandes,  medianos  y  chicos, 
Porque  la  alegría  corra. 
Uno  hace  lobo,  otra  zorra, 

Y  unos  á  otros  se  hacen  micos. 
Ni  un  tomillo  al  rededor 

Se  ve  en  estos  horizontes; 
Pero,  según  el  rumor. 
Dudo  si  en  el  mundo  hay  montea 
Con  tanta  caza  mayor. 

Colocado  el  peregrino 
Allá  en  su  casa  bendita , 
El  concurso  que  sin  tino 
En  tropa  marchó  á  la  ermita. 
Después  que  se  fué,  se  vino. 

Todo  pobre  se  destina 
A  juguetes  de  esta  casta, 

Y  en  la  noche,  ya  vecina. 
Todos  se  festejan,  y  hasta 
La  pólvora  anduvo  fina. 

Volaban  á  la  eminencia, 
Al  derecho  y  al  través. 
Cohetes  de  grande  excelencia, 

Y  entre  tanta  diferencia. 
Fui  yo  solo  el  buscapiés. 

Para  que  luzca  la  hoguera, 
Hastillas  se  hacen  y  rachas; 
Pero  el  gusto  es  de  manera, 
Que  hasta  de  las  mismas  hachas 
Hicieron  pábilo  y  cera. 

El  aire  cubren  en  esta 
Función  cohetes  como  abispas, 

Y  de  la  lumbre  molesta. 
Más  de  cuatro  de  la  fiesta 
Salieron  echando  chispas. 

De  lo  que  os  he  referido 
Con  mi  musa  impertinente. 
Todo  estuvo  muy  lucido; 
Pero  el  fuego  especialmente 
Fué  lo  que  metió  más  ruido. 

Duró  la  luz  hasta  el  dia, 

Y  el  mundo  se  equivocaba. 


66 


DON  DIEGO  DE  TORRES  Y  VILLARROEL. 


Pues  cuasi  se  distinguia 

!ái  era  sol  el  que  venía, 

O  era  fuego  que  alumbraba. 

Y  todo  lo  que  tal  cual 
Os  cuento  en  estilo  payo, 
Pasó  á  los  trcc?  de  Mayo, 
Que  en  su  cuenta  original 
Lo  dirá  mejor  Tamayo, 

Que  en  el  festivo  alboroto 
Hizo  extremos  muy  veloz, 

Y  mayordomo  devoto, 
Como  tiene  vuestra  voz, 
Cumplió  también  con  el  voto. 

El  día  siguiente,  pues, 
Que  si  mal  no  lo  confundo, 
El  catorce  era  del  mes, 
Salió  el  Dios  de  San  Andrés, 
Que  es  el  Dios  de  todo  el  mundo ;   • 

Y  en  la  casa  bien  dispuesta 
(Quien  lo  vio  así  lo  asegura), 
Sin  reñir  hasta  la  siesta. 
Dios,  san  Isidro  y  el  cura, 
Dicen  que  tuvieron  fiesta. 

De  las  soKas  el  sentido 
Suspende  la  procesión; 
Pero  al  Santo,  en  conclusión , 
Un  palmito  del  oido 
Le  dieron  bravo  sermón. 

Después  que  todo  pasó 
Con  la  armónica  alegría. 
El  tercero  fué  un  gran  dia, 
Porque  la  archicoft-adía 
A  toda  luz  se  portó. 

La  misma  ñcsta  y  juguetes 
Hace  en  invenciones  bellas; 
Pero  me  causó  querellas 
Ver  que  volvieron  los  cohetes 
A  contarme  las  estrellas. 

Es  oficio  que  me  toca, 

Y  por  primera  asentí; 
La  segunda  me  provoca ; 
Que  ha  sido  quitarme  á  mí 
Este  cuento  de  la  boca. 

Todos  con  gusto  felice, 
Por  adular  al  poder, 
Adelantan  el  placer; 

Y  yo  soy  tan  infelice. 

Que  no  me  dejan  que  hacer. 

Y  por  si  alguno  complace, 
Todos  dirán  maravillas 

En  prosa  que  satisface, 
Pero  ninguno  lo  hace, 
Como  Torres ,  en  quintillas. 

Con  que  en  este  rudo  canto. 
De  mi  chola  mal  trasunto, 
Gracias  os  damos  por  tanto, 
Por  su  obra  las  da  el  Santo, 
Pero  yo  por  el  asiinto. 

Os  pagará  con  aumento, 
Porque  celoso  dispone 
Llevaros  al  firmamento, 

Y  allá  con  Dios  se  compone 
Para  que  se  os  dé  un  asiento. 

Y  entre  tanto,  quiere  aquí 
Daros  de  vida  mil  cuentos. 
Porque  Dios  lo  querrá  así ; 
Que  si  consistiera  en  mí. 

Os  diera  mil  y  quinientos. 

Si  al  gusto  del  labrador 
Ha  sido  en  fiestas  tan  largas 
El  contento  de  esplendor, 
Eso  que  lo  averigüe  Vargas, 
Que  fué  su  amo  y  señor. 

Que  recibáis  bien ,  sospecho. 
De  mi  ignorante  capricho 
Corto  el  don  y  sin  provecho; 
Que  esto  es,  aunque  mal  dicho. 
Lo  que  con  el  Santo  han  hecho. 


A  la  señora  doña  Joaquina  de  Morales,  dán- 
dola sus  dias,  y  le  remite  unas  li^'as. 

Ama  de  este  mal  criado, 
Ama  de  este  duro  infante , 
Que  por  lo  mismo  debieras 
Despedirle  y  desterrarle; 

Ama,  á  quien  san  Amador 
Amara,  amaría,  amase, 

Y  amase,  amaría,  amara 
San  Gonzalo  de  Amarante; 

Ama,  gloria  sempiterna, 
Ama,  vida  perdurable , 
Ama  de  Oriente  á  Poniente , 

Y  ama  estante  y  habitante. 
Llegó  ya,  señora,  el  día. 

La  hora,  el  cuarto,  el  instante. 
En  que  mi  fe  te  Joaquine, 

Y  mi  esperanza  te  Ane. 
Llegó  aquel  crítico  punto 

De  que  ofrezca  á  sus  altares , 
Con  mis  números  camuesos, 
Sacrificio  á  tus  3íorales. 
Con  tu  esposo  Solazar 
Tengan  tus  dias  mil  sales', 

Y  lleguen  á  tus  narices 
Por  olorosos  azahares. 

Jilgueros  y  ruiseñores 
Siempre  aleluyas  te  canten, 

Y  nunca  á  tu  ore j  a  entonen 
Sus  kiries  los  sacristanes. 

Sean  para  tí  los  tiempos 
Siempre  unos  tiempos  pascuales. 
Todos  los  años  te  sobren , 
Aunque  los  meses  te  falten; 

Hallen  tu  casa  los  gustos. 
Ignórenla  los  pesares. 
Conózcanla  los  aciertos, 

Y  huyanla  los  disparates. 
Tus  dias ,  por  venti;roso3 , 

Lleguen  á  ser  singulares, 

Y  sjan,  por  infinitos. 

Tus  dias  más  que  pliu'ales. 

Gózalos  en  hora  buena. 
Muchos,  buenos  y  abundantes. 
Más  fuertes  que  dos  Galenos, 
Más  sanos  que  dos  imanes. 

Más  felices  que  dos  tontos'. 
Más  largos  que  dos  gigantes , 
Más  anchos  que  dos  tontillos. 
Más  huecos  que  dos  briales, 

Más  risueños  que  dos  albas , 
Más  amenos  que  dos  valles. 
Más  floridos  que  dos  mayos. 
Más  alegres  que  dos  bailes; 

Templados  como  violines. 
Corrientes  como  canales , 
Gustosos  como  minuetes. 
Desenvueltos  como  frailes, 

Regalados  como  obispos. 
Gordos  como  cardenales, 
Cebados  como  capones. 
Activos  como  ciclanes. 

Tan  lindos  como  tu  genio. 
Bellos  como  tu  semblante , 
Dulces  como  tus  palabras, 

Y  airosos  como  tu  talle. 
Gózalos  así ;  que  yo. 

Estando  ausente  y  distante , 
Es  forzoso  que  los  tenga 
Tan  malos  como  mis  males. 

Y  así ,  yo  me  los  prometo 
Fríos  como  mi  romance , 
Turbados  como  mi  vista. 
Secos  como  mi  gaznate , 

Pandos  como  mis  orejas. 
Podridos  como  mi  sangre. 
Retuertos  como  mis  tripas. 
Sucios  como  mis  cuajares, 

Mordidos  como  mis  uñas , 
Torpes  como  mis  pulgares . 
Negros  como  mi  sotana, 


Y  crasos  como  mis  guantes. 
No  habrás  visto  tales  diaa 

Ni  aun  en  los  caniculares, 
Ni  se  habrán  visto  mayores 
Desde  que  há  que  hay  colegiales. 

Guárdalos ,  no  se  te  pierdan ; 
Cógelos,  no  se  te  escapen, 

Y  agárralos,  no  los  lien. 
Porque  éstos  tocan  y  vanse. 

Cuidado,  que  el  tiempo  es  loco, 

Y  se  muda  á  todos  aires , 

Y  para  con  las  hermosas 
Tiene  unas  vueltas  fatales. 

Con  sus  dias  torna  y  vuelve 
A  estropear  á  sus  semblantes , 
Ya  llenándolos  de  arrugas, 
Ya  cubriéndolos  de  usagTe. 

No  permitas  que  se  suelten , 
Permite  sólo  que  pasen , 

Y  la  señal  de  sus  pasos 

Ni  te  hiera  ni  aun  te  amargue. 
Ellos  son  locos ,  y  porque 

No  hagan  algún  disparate. 

Te  remito  aquesas  ligas, 

Sólo  para  que  los  ates. 
Lígalos  y  deja  libres 

Tus  piernas  para  que  salten, 

Y  con  el  tiempo  y  fortuna. 
De  andar  á  coces  no  pares. 

Corre,  brinca  y  zapatea 
Las  cortesanas  deidades. 
Vive  y  déjalas  que  mueran, 
Rie  y  déjalas  que  rabien; 

Que  viviendo  tú,  es  preciso  . 
Que  desairadas  se  hallen. 
Porque  tu  cara  á  las  suj^as 
Muy  malas  caras  las  hace. 

Pero  goza  tú  los  dias 
Que  yo  deseo  que  alcances, 

Y  haz  feas  cuantas  bellezas 
Quiere  hacer  lindas  el  arte. 

Yo  los  doy,  tú  los  acepta, 
Para  que  con  éste  encaje 
Lo  de  dimes  y  diretes. 
Lo  de  dares  y  tomares. 

Vive  más  que  viven  todos 
De  Vivanco  los  abades. 
Vive  todos  los  vivires , 
Los  víveres  y  vivares; 

Y  vive  tanto,  por  fin , 
Que  en  tii  competencia  se  halle 
El  fénix  con  andadores, 
Matusalén  en  pañales. 


A  una  bruja  que  reventó  chupando  el  aceite 
de  una  lámpara  que  daba  luz  á  un  santo 
Cristo.  Asunto  de  Academia. 

Que  pinte  una  vieja  bruja 
La  Academia  me  encarga, 

Y  aunque  yo  estoy  de  ese  temple, 
Al  óleo  quiero  pintarla; 

Pero  no  ha  de  poder  ver 
La  copia  que  yo  la  haga. 
Pues  siendo  vieja,  es  preciso 
El  que  la  saqixe  arrugada. 

Mas  tomo  la  brocha  y  pinto, 

Y  como  saliere  salga, 
Antes  que  se  me  despinte 
Por  chimenea  ó  ventana. 

Era  del  siglo  de  antaño 
Infernal  carantamaula. 
Toda  cuerdas  y  pellejos, 
Mucho  andrajo  y  mucha  falda; 

Troglodita  de  aceitera, 
Gomia  de  la  sangre  humana, 
Heredes  con  toca  y  moño, 

Y  Saturno  con  enaguas; 
Coroza  es  del  Santo  Oficio, 

Hueca,  penitente  y  larga. 
Engrudo,  cartón ,  ungüento. 
Mucho  azufre  y  pocas  llamas; 


A  la  Inquisición  impresa 
Tiene  en  su  maldita  cai-a, 
Humo,  carbón,  chamusquina, 
Calabozos,  cruces  y  aspas; 

Dos  difuntas  candilejas 
Son  de  sus  ojos  las  ascuas, 
Que  se  encienden  candelita 
Cuando  chupa  ó  se  emborracha; 

El  pizpierno  de  un  ahorcado 
Es  su  nariz,  que  derrama 
Por  sus  cañones  ceciales 
Las  enjundias  de  la  cara; 

Es  alquitara  viviente. 
Que  moquea  en  verde  barba 
Hacia  el  borde  de  los  labios 
Dos  badajos  de  campana; 

Caldera  de  Lucifer 
Es  su  boca  belfa  y  ancha, 
En  donde  hierven  los  pactos, 
En  soplando  las  palabras. 

Esta,  que  á  puros  ungüentos 
Tiene  el  cuerpo  hecho  una  plasta, 

Y  si  lo  mueve ,  es  porque 
Le  da  el  diablo  muchas  alas; 

Volando  de  viga  en  viga, 
Saltando  de  mata  en  mata. 
Con  los  vuelos  de  sus  culpas 
Vino  á  buscar  nuevas  manchas. 

Llegó  á  chuparle  la  vida, 
Torpe  lechuza  nefanda, 
A  una  luz  que  reverente 
A  un  crucifijo  alumbraba. 

Hecha  geringa  la  boca, 
La  devota  aceite  traga, 

Y  con  aquestas  unciones 
Empezó  á  babear  el  alma. 

Quiso  Dios  de  un  reventón 
Aplanarle  las  entrañas; 
Que  si  no,  le  chupa  al  Cristo 
El  costado  de  la  llaga. 

Voló  la  bruja,  mas  como 
Iba  ya  tan  bien  untada. 
Empezaron  los  demonios 
Sin  detención  á  lardearla, 

Al  pié  de  una  sepultura 
Muerta  yace,  no  enterrada; 
Que  al  sacrilego  la  Iglesia 
Ni  lo  suñ-e  ni  lo  ampara. 

Ojo  alerta,  fuera  brujas, 
Sanguijuelas  desalmadas; 
Que  todas  las  que  se  pegan. 
De  aqueste  modo  la  pagan. 

Viejas,  las  que  andáis  sorbiendo 
Los  niños  y  las  muchachas, 
Cuidado,  que  acaban  fritas 

Y  en  el  aceite  estrelladas. 
Cuidado,  que  estas  figm-as 

Padecen  estas  barajas, 

Y  solamente  en  el  fuego 
Se  juega  con  tales  cartas. 

Que  se  gaste  el  óleo  quiere 
El  esposo,  pero  que  arda. 
Para  que  siempre  encendida 
Esté  la  luz  cuando  llama. 

Y  pues  ya  pinté  la  bruja. 
Su  muerte  é  historia  extraña, 
Declárese  que  he  cumplido 
Lo  que  el  certamen  me  manda. 


PRONOSTICO, 

Autorcillos  de  pronósticos. 
Que  en  lo  etéreo  y  lo  marítimo 
Calzáis  escamas  de  sábalos, 
Vestís  plumas  de  cernícalos; 

Y  para  el  fogoso  ámbito 

Y  para  el  terrestre  círculo 
Hacéis  juicios  macarrónicos 

Y  escribís  discm-sos  frivolos; 
Vosotros ,  que  con  los  números 

De  algunos  tristes  versículos 


COMPOSICIONES  VARIAS. 

Os  introducís  á  cítaras , 

Y  nunca  pasáis  de  pífanos; 
Vosotros,  que  tan  famélicos 

Porque  os  den  mendi-ugos  tísicos, 
Buscáis  Mecenas  magnánimos, 

Y  siempre  los  halláis  míseros; 
Vosotros,  que  por  dos  dátiles 

Andáis  echando  los  hígados, 

Y  si  acaso  tenéis  párvulos. 
Los  sustentaréis  pelicanos; 

Vosotros,  que  brujuleándole 
Las  estrellas  al  zodíaco. 
En  los  errores  sois  cónsonos, 
Como  en  los  aciertos  dísonos; 

Vosotros,  que  siempre  inhábiles 
Sois  unos  pobres  esguízaros, 
Que  al  principio  coméis  rábanos, 

Y  por  postre  mondáis  nísperos; 
Vosotros,  que  sois  murciélagos 

Y  al  sol  os  remontáis  Icaros, 

Y  con  nada  de  Diógenes, 
Queréis  ser  en  todo  cínicos; 

Vosotros,  que  con  la  trápala 
De  vuestros  versos  ridículos 
Dais  que  cantar  á  los  jácai-c3 

Y  que  reír  á  los  picaros; 
Amainad,  amainad,  tábanos. 

El  zumbante  inmundo  espíritu. 
Que  parece  diablo  súcubo, 
Que  forzó  demonio  íncubo. 

Yo  os  escribiré  las  fórmulas, 
Con  todos  sus  adminículos, 
Para  que  sigáis  el  método 
De  un  pronóstico  certísimo; 

Aunque  os  confiesa  mi  oráculo 
Que  sin  duda  más  verídico 
Es  aquel  libro  del  Éxodo. 

Y  también  el  del  Levttico. 
Empiezo,  pues,  sin  preámbulos, 

Y  aseguro  que  magníficos 
Serán  los  Reyes  Católicos 

Y  los  Rej'cs  Cristianísimos, 
Precitos  serán  los  bárbaros , 

Y  herejes  contumacísimos. 
No  conociendo,  estrambóticos, 
Otro  dios  que  su  ventrículo. 

Sucesos  prometen  bélicos 
Los  aparatos  armígeros, 

Y  de  que  reciban  tártagos 
Se  librarán  los  ijacíficos. 

Desde  el  Ártico  al  Antartico 
El  sol,  planeta  flamígero. 
Calienta  á  todo  pauíDérrimo 
Que  á  él  se  está  espulgando  ad  Ubi- 
ha  luna,  dama  sopílfera,        [_tum. 
Muestra  su  aspecto  cornígero. 
De  que  se  librará  el  célibe, 

Y  juntamente  el  presbítero. 
Marte,  que  siempre  es  intrépido, 

Explica  el  militar  ímpetu, 

Y  en  la  bala  y  en  la  pólvora 
Lleva  veneno  mortífero; 

El  señor  Mercurio  y  Júpiter, 
Planetas  reverendísimos. 
Uno  tira  por  lo  gálico 

Y  otro  va  por  lo  radífero; 
Venus  reparte  á  las  jóvenes 

Sus  incendios  fogosísimos, 
Con  que  les  quema  los  tuétanos 
Aun  á  los  más  eremíticos; 

Saturno,  en  fin,  melancólico, 
Planeta  es  que  vale  ad  ?iihilit/n, 
Porque  Júpiter  acérrimo 
Le  rebanó  los  testículos. 

Habrá  inquietud  en  los  tráfagos , 
Habrá  sesión  en  los  sínodos, 
Aforismos  en  los  médicos , 
Como  en  los  poetas  dísticos; 

En  los  españoles  célebres , 
Que  hay  romancistas  niiríficos. 
Se  verán  versos  esdrújulos 

Y  también  endecasílabos; 


C7 


Olor  precioso  en  los  árabes, 
Delicia  amena  en  los  ítalos , 
Campañas  de  óleo  en  los  héticos , 
Montes  de  arena  en  los  líbicos; 

En  hospitales  perláticos, 
En  jñscinas  paralíticos. 
Revoluciones  en  cárceles, 

Y  discordias  en  capítulos; 
Controversia  en  los  galénicos, 

Oposición  en  los  químicos. 
Raras  modas  en  los  áulicos. 
Arte  nuevo  en  los  políticos; 

Mucha  sed  en  los  hitlrópicos. 
Mucha  ignorancia  en  los  físicos , 
Mucha  opulencia  en  los  principes, 

Y  vanidad  en  los  títulos; 
Mucho  pez  en  el  Océano, 

Muchos  cedros  en  el  Líbano, 
Mucho  volcan  en  el  Tártaro, 
Mucho  oro  y  plata  en  el  Indico; 

En  los  nacimientos  júbilos, 
En  los  parentescos  vínculos , 
Varios  lances  en  los  cómicos, 
Hipérboles  en  los  líricos; 

Figuras  en  los  retóricos , 
Disparates  en  los  críticos, 
]\Iucho  viento  en  los  fantásticos, 
Mucho  escorpio  en  los  satíricos; 

En  los  tratantes  empréstitos, 
Depósitos  en  los  síndicos, 
Poca  alegría  en  los  jiálidos, 
Poco  sueño  en  los  solícitos; 

Serán  varones  totalitcr 
Todos  los  que  fueren  integi-os , 

Y  descubriránse  hipócritas 
Los  que  se  fingieron  místicos; 

El  que  niegue  ha  de  ser  ácido, 
El  que  dé  será  dulcísimo, 
Siempre  el  pobre  será  estólido, 

Y  el  rico  siempre  científico; 

A  un  poltrón  le  será  el  tálamo 
Gratamente  suavísimo. 
Como  á  un  obstinado  el  túmulo 
Pavorosamente  horrífico; 

En  litigios  se  dan  términos , 
Con  que  se  forman  artículos. 
Que  por  no  ser  apostólicos, 
Los  desprecian  los  jurídicos; 

En  los  coros  habrá  clérigos, 
Ladrones  en  los  patíbulos , 
Ambiciones  en  los  présules, 

Y  en  los  potentados  ídolos; 
Tendrá  buen  humor  el  plácido, 

Opaco  semblante  el  tímido. 
Cólera  gastará  el  tórrido, 

Y  en  flema  abundará  el  frígido; 
Ordinariamente  en  féretros 

Se  leerán  geroglíficos , 

Y  en  asuntos  de  certámenes 
Habrá  cosecha  de  equívocos; 

Habrá  entre  los  académicos 
Mil  argumentos  sofísticos 
Sobre  el  fruto  del  sicómoro. 
Sobre  la  flor  del  junípero; 

Sobre  si  el  fénix  es  pájaro, 
Ya  incógnito  ó  ya  rarísimo, 

Y  sobre  si  este  monóculo 
Es  arábigo  ó  genízaro; 

Sobre  qué  escritor  es  sólido, 

Y  sobre  qué  autor  es  liciuido. 
Cómo  ha  de  lucir  la  cláusula. 
Cómo  brillar  el  período; 

Habrá  de  libros  artífices 
Tan  insulsamente  insípidos. 
Que  se  estancarán  por  zánganos, 

Y  ellos  creerán  son  Píndaros; 
Pareciéndole  en  sus  máximas 

El  que  no  le  igualan  ínclitos. 
El  Virgilio  en  su  BucoUn , 
Ni  en  sus  Ejiútflliis  Cicero: 

La  más  encendida  púrpura 
Polvo  se  hará  funestísimo. 


C3 


DON  DIEGO  DE  TORRES  Y  VILLARROEL. 


Que  beba  la  Parca  en  bilcai-o , 
Como  el  becerro  israelítico; 

Las  cosechas  serán  fértiles  , 
Si  es  que  se  ligan  manípulos 
En  tan  abundantes  cúmulos  > 
Como  aquellos  egipcíacos; 

Proseguirán  los  desórdenes 
De  algunos  usos  gentílicos, 
Que  satiriza  enigmático 
Un  nuevo  poeta  exíodo; 

Sucesos  se  verán  prósperos, 

Y  también  infelicísimos, 
Dando  materia  los  piélagos 
A  lo  de  Ponto  y  de  Tristihiis ; 

Prosigue  el  vestir  espléndido, 
No  para  el  comer  opíparo. 
Guerra  siempre  entre  los  máximos, 

Y  victoria  por  los  mínimos; 
Del  supremo  por  inválido 

Padece  opresión  el  ínfimo, 

Y  se  cumple  ad  pedem  littcra'. 
Nadie  contra  el  potentísimo; 

Trabaja  la  tierra  arándola 
El  buey,  y  no  el  betleemítico ; 
Cocea,  pero  le  es  áspero 
Calcitrar  contra  el  estímulo; 

En  el  país  etiópico 
Padecerán  calor  íntimo, 
Pero  reinará  el  carámbano 
En  el  bélgico  y  el  scítico; 

Los  más  presumidos  Hércules , 
En  estrados  odoríferos. 
Trocarán  la  trompa  horrísona 
Por  el  violin  placidísimo; 

Cuando  para  el  sacro  cántico 
Toque  á  maitines  el  címbalo. 
En  el  sarao  doméstico 
Tocará  á  danzas  el  tímpano; 

Atropellarán  indómitos 
Príncipes  muchos  lo  lícito. 
Sin  tener  hasta  los  últimos 
Memoria  de  los  novísimos; 

En  una  provincia  un  pérfido, 

Y  á  un  tiempo  en  otra  un  carísimo, 
Del  antídoto  hace  tósigo, 

Y  del  tósigo  hace  antídoto; 
Con  sus  intervalos  lúcidos 

Habrá  mil  locos  explícitos. 
Que  con  el  orbe  lunático 
Tendi'án  comercio  recíproco; 

Haránse  juegos  del  tángano 
Aquellos  juegos  olímpicos, 

Y  en  los  de  las  damas  frágiles 
Habrá  conciertos  ilícitos; 

En  atención  á  sus  crímenes 
Mandará  un  rey  celosísimo 
Aniquilar  los  adúlteros 

Y  confundir  los  sacrilegos; 
Amigos  habrá  mecánicos 

Como  poco  fidelísimos ; 
Que  fenecieron  los  Pílades 

Y  acabaron  los  Enríalos; 
Amantes  habrá  en  lo  público. 

Aunque  no  de  amor  finísimo. 
Porque  ya  Tisbe  es  pretérito, 

Y  ya  no  es  presente  Píramo; 
Por  Faetontc  frenético 

Lágrimas  corre  el  Erídano, 
Cuando  por  Orfeo  armónico. 
Dulzuras  resuena  el  Ismaro; 

Debajo  de  una  haya,  músico 
Bien  toca  la  flauta  Títiro, 
Entre  tanto  que  hecho  acémila. 
Carga  con  el  canto  Sísifo; 

Ha  de  privar  la  farándula. 
Que  es  de  la  mentira  símbolo, 

Y  ha  de  volar  otro  Dédalo, 
De  todo  el  ingenio  epílogo; 

Un  platicante  de  Hipócrates 
Está  sumamente  rígido. 
Porque  halla  cura  á  los  síncopes 
Vi\  quídam  moderno  empírico; 


Ha  de  causar  grande  estrépito 
Cuando  un  potentado  bigamo 
Vuelva  la  casaca  en  hábito, 

Y  trueque  la  banda  en  cíngulo; 
Y  también,  por  caso  súbito. 

Habrá  de  admirar  muchísimo. 
Cuando  vean  que  es  insólito 
Sobre  el  maestro  el  discípulo; 

Vuelve  á  casa  un  hijo  pródigo, 
Perdónase  á  un  deudor  vílico, 
Sube  al  cielo  un  pobi'c  Lázaro, 

Y  baja  un  avaro  ad  Inferos; 
Uno  con  alma  malévola 

Quiere  parecer  santísimo. 

Dando  á  entender  que  es  extático, 

Y  solamente  es  estítico; 
Fórjanse  morteros  cóncavos 

Para  los  polvos  naríticos. 
Que  con  el  pulgar  y  el  índice 
Se  verán  entre  dos  dígitos; 

Troya  se  abrasa,  y  no  hay  cántaro 
Que  apague  el  volcan  terrífico, 
Caliéntase  al  fuego  Hécuba, 

Y  está  tiritando  Príamo; 
Reinarán  dolores  cólicos 

Y  habrá  accidentes  nefríticos. 
Que  aun  hay  lobos  HeleogábaldS 

Y  aun  duran  tigi-es  Antíocos; 
Va  contra  el  humano  género 

Moviendo  guerra  el  lucífero, 
Mas  de  su  furor  las  ráfagas 
Se  las  rebate  el  Altísimo; 

Naval  armamento  náufrago 
El  puerto  toca  amenísimo. 
Que  pinta  en  oro  un  Protógencs , 

Y  canta  en  verso  un  Antímaco ; 
En  un  congi"eso  despótico. 

En  que  votos  hay  unívocos. 
Contra  el  de  todos  los  prácticos 
Se  sigue  el  de  un  metafísico; 

Halará  un  trofeo  tan  clásico. 
Que  para  su  panegírico. 
Ni  aun  fiiera  elocuente  Isócratcs , 
Ni  aun  fuera  elegante  Alcídamo. 

Este,  autores,  es  el  cálculo 
Por  donde  podréis  diestrisimos 
Inferir  de  lo  astrológico 
Lo  extrínseco  y  aun  lo  intrínseco. 

Daréte ,  lector  benévolo 
(Seas  etíope  ó  nítido). 
Para  vivir,  un  catálogo 
De  consejos  salutíferos. 

El  frió  de  Enero  huyelo, 
El  hielo  en  Febrero  evítalo. 
El  viento  de  Marzo  arrópalo, 
El  rocío  de  Abril  píllalo, 

El  olor  de  Mayo  gózalo. 
Calor  de  Junio  abanícalo. 
Bochorno  de  Julio  siégalo. 
Incendio  de  Agosto  tríllalo, 

Pepino  en  Setiembre  déjalo. 
Pollo  en  Octubre  empcrdígalo, 
El  pavo  en  Noviembre  ásalo, 

Y  el  cerdo  en  Diciembre  fríelo. 
Con  esto  el  deseo  tácito 

De  tu  heredero  harás  írrito, 

Y  remozaráste  próvido, 
Volviendo  á  tu  estado  prístino. 

Lector,  mi  romance  acéptaL  >, 
En  tu  memoria  percíbelo. 
Pin  tu  voluntad  estámpalo 

Y  en  tu  entendimiento  linéalo. 


VILLANCICO 

AL  NACIiMlENTO  DE  JESÚS. 

INTRODUCCIÓN. 

EL  VALENTÓN. 
Paso  á  paso,  á  lo  penoso. 
Un  valentón  del  Barquillo 


Viene  á  saber  si  son  ciertas 
Las  maravillas  del  Niño. 

Si  no  le  dejan  entrar. 
Jura  y  perjura,  mohíno. 
Que  por  el  Hijo  de  Dios 
Habrá  la  de  Dios  es  Cristo, 

CORO. 
No  ha  de  entrar  el  valiente , 
Afuera  vaya , 
Deje  barbaridades 

Y  baravatas; 
Vayase  fuera,  vaya, 
Porque  encierra  esta  humilde 
Pobre  morada 

Todo  el  poder  del  mundo, 
Valor  y  gala; 
Vayase  fuera ,  y  todos 
Le  demos  vaya. 

VALENTÓN, 
Por  vida  del  otro  Dios, 
Que  he  de  entrar,  sino... 

COKO. 

Fanfarria, 
VALENTÓN. 

Echaré  mano  á  los  Cristos, 
Por  vida  de... 

CORO, 

Patarata, 
Ya  le  han  dicho  se  mude, 

Y  fuera  vaya, 

Si  no  quiere  ver  ruinas 
Sus  arrogancias; 
Vayase  fuera,  vaya, 
Porque  en  este  sitio 
No  se  da  entrada 
A  quien  padece  dudas 
Tan  temerarias; 
Vayase  fuera ,  y  todos 
Le  demos  vaya. 

VALENTÓN. 
Por  el  Dios  que  adoro,  que 
Me  escuchen  una... 

CORO. 

Palabra. 

VALENTÓN. 

Y  pues  vengo  á  razonar, 
Que  valga  la  razón. 

CORO. 

Valga. 
Diga,  pues,  lo  que  quiere, 

Y  afuera  vaya, 

Y  desde  afuera  diga 
Sus  baravatas; 

Y  si  son  sus  i^reguntas 
De  mala  casta , 
Pagará  los  arrojos 

De  su  ignorancia; 
Vayase  fuera,  y  todos 
Le  demos  vaya. 

COPLAS. 

VALENTÓN. 

Se  cuentan  de  aqueste  Niño 
Maravillas  tan  extrañas. 
Que  no  es  milagro  que  un  hombre 
Dude  un  poco,  y... 

ÉL  Y  CORO. 

Santas  pascuas, 

CORO, 

Y  ésa  es  la  gracia. 

El  que  no  es  comprehensible 
Su  beldad  rara. 

VALENTÓN. 

Dicen  resiste  á  los  fuertes. 
Que  á  los  humildes  levanta, 


Y  siendo  todo  del  cielo, 
Que  á  tomar  la  tien-a... 

ÉL  Y  COBO. 

Baja. 

CORO, 

Y  ésa  es  la  gracia, 
Que  el  que  todo  es  divino, 
También  se  humana. 

VALENTÓN. 

Se  refiere  que  ha  nacido 
De  una  Virgen  soberana, 
Que  antes  y  después  del  parto 
Es  y  ha  sido... 

ÉL  Y  CORO. 
Pura  y  casta, 
CORO. 

Y  ésa  es  la  gracia, 

Y  que  fué  concebida 
También  sin  mancha. 

VALENTÓN. 
Dicese  también  que  es  hombn 
Cuando  de  nacer  acaba. 
Que  es  uno,  que  es  trinidad. 
Que  es  esencia  y  es... 

ÉL  Y  CORO. 

Sustancia. 
CORO. 

Y  ésa  es  la  gracia, 
Que  dos  naturalezas 
En  uno  se  hallan. 

VALENTÓN. 

Dícesc  que  es  poderoso, 

Y  que  en  cielo  y  tierra  manda 
Cuando  está  muerto  de  frió 

Y  durmiendo  en  unas... 


EL  Y  CORO. 


Pajas. 


CORO. 

Y  ésa  es  la  gracia. 
Que  teniéndolo  todo, 
No  quiere  nada. 


OTRO  VILLANCICO. 
LA  GAITA  ZAMORANA  (1). 

rNTRODUCCION. 

Cantando  llegó  al  portal 
Un  gaitero  de  Zamora, 

Y  oyéndolo  los  pastores. 
Nuevamente  se  alborozan; 

Se  rien  á  carcajadas 
Con  las  canciones  que  toca, 

Y  tienen  una  gran  noche 
Con  su  gaita  y  con  su  bota, 

Estribillo. 
CORO   PRIMERO. 

Hola,  jau,  ¿ah  gaitero? 

GAITERO. 

Hola,  jau,  ¿quién  mellamaí 

CORO  SEGUNDO. 
Amigos ,  amigos. 

GAITERO. 
¿Y  qué  es  lo  que  mandan  7 
CORO  PRIMERO. 

Que  pues  esta  noche 
Es  de  bulla  y  zambra , 

(1)  Este  villancico  y  el  antcrinr  los  publi- 
camos como  muestra  de  poesía  poputnr. 


COMPOSICIONES  VAEIAS. 

Chifle  el  tamborilillo, 
Zumbe  la  gaita. 

CORO  SEGUNDO. 
Y  á  la  gloria  del  Verbo, 
Que  está  en  las  pajas... 

LOS  DOS  COROS. 
Chifle  el  tamborilillo, 
Zumbe  la  gaita. 

GAITERO. 
Por  el  Verbo,  crean , 
No  cantaré  nada. 
Si  no  me  remojan 
Antes  la  palabra, 

voz  PRIMERA, 
La  bota  está  llena 
De  una  carraspada 
Más  fuerte  que  Heredes, 
Que  los  niños  mata, 

GAITERO. 

Pues  allá  va,  amigos'. 
Una  gi'an  tonada. 
Que  ahora  cien  años 
Nueva  se  llamaba. 

Arrojóme  la  poring^icsilla. 
Naranjillas  del  su  naranjal, 
Arrojómelas  y  arrójeselas , 
Yvolviómclas  á  arrojar. 

CORO. 

Ga ,  ga ,  ga ,  gi ,  gi ,  gi ,  ga ,  ga ; 
Sopla,  sopla,  gaitero; 
Sopla  y  soplemos. 

voz   PRIMERA. 
Vaya  un  brindis  al  Hijo 
Del  Padre  eterno. 

CORO  PRIMERO, 
Gor,  gor,  gor,  gor. 

CORO   SEGUNDO, 
Gor,  gor,  gor,  gor. 

GAITERO. 
Gor,  gor,  gor,  gor. 

CORO. 
Viva,  viva  el  Iirfante, 
Gloria  del  cielo. 

voz  PRIMERA. 
Vaya  ahora  á  la  nuestra. 

voz  SEGUNDA. 
Gran  pensamiento. 

CORO  PRIMERO, 

Gor,  gor,  etc. 

CORO   SEGUNDO. 

Gor,  gor,  etc. 

GAITERO. 

Gor,  gor,  etc. 

CORO. 
Vítor,  vítor,  vítor, 
Vítor  y  medio. 

COPLAS. 

GAITERO. 

Pues  si  se  ha  de  festejar 
Al  Niño  con  tonos  nuevos , 
Allá  va  uno  muy  propio 
De  la  noche,  por  lo  fresco. 

Todos  me ])7'eg untan 
Por  la  mi  Maiñuna; 
Esa  fanfarrona 
Conmigo  no  habla. 
Tumbailá,  mi  3/arianitaf 
Tumbarla,  mi  Mariana, 


ca 


LOS  DOS  COROS. 

Ga,  ga,  gi,  gi,  ga,  ga. 
Sopla ,  sopla ,  gaitero ; 
Sopla ,  sopla  y  soplemos. 

voz   SEGUNDA. 

Pues  brindis  á  María, 
Madre  del  Verbo, 

voz. 

Vaya , venga  y  nos  haga 
Muy  puen  provecho. 

CORO   PRIMERO. 

Gor,  gor,  etc. 

CORO   SEGUNDO 

Gor,  gor,  etc. 

GAITERO. 

Gor,  gor,  etc. 

DOS  COROS. 
Viva ,  viva  el  Infante , 
Gloria  del  cielo. 

GAITERO. 

Pues  es  también  de  su  agrado 
Que  esta  noche  nos  holguemos , 
Vaya  otro,  que  vive  Crivas, 
Que  vale  cualquier  dinero, 

Al  villano  que  le  dan 
La  cebolla  con  el  pan, 
No  le  daban  otra  eos 
Sino  la  mujer  hermosa 
Y  cebolla  con  el  pan. 

LOS  DOS  COROS, 

Ga,  ga,  gi,  gi,  ga,  ga. 
Sopla,  sopla,  gaitero; 
Sopla  y  soplemos, 

VOZ   PRIMERA, 

A  José  vaya  un  brindis , 
Buen  carpintero, 

VOZ  SEGUNDA, 

Vaya,  venga,  y  nos  haga 
Muy  buen  provecho, 

CORO  PRIMERO. 

Gor,  gor,  etc. 

CORO   SEGUNDO. 

Gor,  gor,  etc, 

GAITERO, 
Gor,  gor,  etc. 

CORO. 
Viva ,  viva  el  Infante , 
Gloria  del  cielo. 

GAITERO. 

Recibe ,  pues ,  dueño  mió, 
Esta  señal  de  mi  afecto. 
Pues  para  mostrar  mi  amor 
No  tengo  más  instrumentos. 

Triste  de  Jorge , 
Si  el  alcalde  le  j^rende  ó  le  coge; 
Triste  de  él , 
Si  el  alcalde  le  llega  á  prender. 

DOS  COROS. 

Ga,  ga,  ga,  gi,  etc. 
Sopla,  sopla,  gaitero; 
Sopla  y  soplemos. 

voz   PRIMERA. 

Vaya  un  brindis  á  los  reyes 
Que  vienen  con  el  lucero. 

voz   SEGUNDA. 

Vaya  y  venga ,  y  nos  haga 
Muy  buen  provecho. 


DON  DIEGO  DE  TORRES  Y  VILLARROEL. 


COBO   PRIMERO. 

Gor,  gor,  etc. 

COBO  SEGUííDO. 
Gor,  gor,  etc. 

GAITERO. 

Gor,  gor,  etc. 

CORO. 
Viva ,  viva  el  Infante , 
Gloria  del  cielo. 

GAITERO. 

Con  esta  canción,  pastores, 
Daremos  fin  al  fostejo, 
Pues  ya  con  la  carraspada 
Estamos  á  medios  pelos. 

Tanto  bailé  con  la  gaita  gallega , 
Tanto  bailé,  que  me  enamoré  de  ella 
Tanto  bailé,  tanto  luiilára. 
Tanto  bailé,  que  me  enamoricara. 

DOS  COBOS. 
Ga,  ga,  gi,  gi,ga,ga. 
Sopla,  sopla,  gaitero; 
Sopla  y  soplemos. 

VOZ   PRIMEBA. 

Brindis  á  que  muera  Heródes, 
Rey  carnicero. 

voz  SEGUNDA. 
Vaya ,  venga ,  y  nos  haga 
Muy  buen  provecho. 

CORO  PEIMEBO. 

Gor,  gor,  etc. 

CORO  SEGUNDO, 
Gor,  gor,  etc. 

GAITERO. 

Gor,  gor,  etc. 

CORO. 

Viva,  viva  el  Infante, 
Gloria  del  cielo. 


GOZOS  Y  DEPRECACIONES 
á  María  Santísima, 

que  con  el  nombre  de  la  Cueva  Santa  se 
venei-a  en  el  reino  de  Valencia ,  en  el  obis- 
pado de  Segorbe. 

Hagan  ecos  dulces, 
Oh  Virgen  María, 
En  tu  Cueva  Santa 
Nuestras  agonías. 

Cueva  Santa  eres , 
Donde  se  eterniza 
Aquel  insondable 
Pozo  de  aguas  vivas; 

Cueva,  donde  encuentra 
Entrada  y  salida , 
Por  cueva  de  gracia. 
El  Sol  de  justicia; 

Cueva ,  cuya  entrada 
Se  ostenta  benigna , 
Brevemente  en  sola 
Una  Ave  María; 

Cueva  siempre  Santa, 
Tan  graciosa  y  fina, 
Que  nadie  se  queja 
De  la  despedida; 

Cueva  eres ,  de  donde 
Nos  vienen  las  dichas, 
Gozos  y  consuelos , 
Gracias  y  caricias; 

Amj)aro,  refugio, 
Salud,  medicina. 
Remedio,  socorro, 
Luz ,  camino  y  guía; 

Descanso  á  desvelos , 
Alivio  á  fatigas, 


Aliento  á  desmayos, 
Ventura  á  desdichas; 

Contra  el  enemigo 
Escudo,  loriga, 
Greba,  hielmo,  lanza, 
Arnés  y  cuchilla; 

Puerta  del  Oriente, 
Siempre  cristalina, 

Y  puerta,  de  quien 
Todo  el  cielo  es  silla; 

Puerta  que  con  ella 
A  la  sierpe  antigua. 
Dándole  en  los  ojos. 
La  condenó  en  vista: 

Puerta  que  quebranta 
Cervices  altivas 
Del  dragón  que  horrible 
Siete  lenguas  vil)ra; 

Puerta  soberana. 
Que  por  diamantina, 
A  las  del  infierno 
Destroza  y  desquicia; 

Puerto  eres  seguro. 
Pues  todos  publican 
Que  á  buen  puerto  llega 
Quien  de  tí  se  abriga; 

Espejo  luciente 
De  forma  tan  linda, 
Que  hace  buena  cara 
Al  que  en  él  se  mira; 

Estrella  del  mar, 
En  cuya  luz  fija 
Tiene  buena  estrella 
Quien  de  ella  se  fia; 

Eres  casa  de  oro 
Para  el  que  mendiga, 
Pues  siempre  en  tí  el  pobre 
Halla  casa  rica; 

Matutina  estrella, 

Y  tan  matutina. 

Que  haces  sol  la  sombra , 

Y  la  noche  dia; 
Del  Amor  divino 

Esposa  querida. 

De  Dios  Hijo  Madre, 

De  Dios  Padre  Hija; 

Madi-e  siempre  Virgen, 
Siempre  pura  y  limpia  : 
Limpia  concibiendo, 
Pura  concebida; 

Corona  de  astros 
En  la  corte  empírea, 
De  luna  calzada 

Y  de  sol  vestida; 

Flor  la  más  luciente, 
Luz  la  más  florida , 
Que  da  resplandores 
A  las  maravillas; 

Virgen  tan  prudente , 
Que  en  vela  continua, 
Nunca  se  vio  en  tí 
La  luz  extinguida; 

Aurora  brillante , 
Alba  esclarecida , 
En  quien  nada  es  llanto 

Y  en  quien  todo  es  risa  ; 
Única  especiosa. 

Real  Margarita, 

Que  apuró  en  el  precio 

Al  cielo  sus  Indias; 

Esclava  y  Señora , 
Pero  tan  divina. 
Que  á  un  tiempo  te  exaltas 
Con  lo  que  te  humillas; 

Reina  tan  humilde. 
Que  á  las  jerarquías, 
Por  humilde  y  reina. 
Causas  armonía; 

Virgen  poderosa. 
Virgen  escogida. 
Virgen  excelente , 
Virgen  peregi'ina; 


Madre  de  clemencias. 
Madre  de  delicias , 
Madre  de  dulzuras , 
Madre  de  alegrías; 

Belona  terrible , 
Que  rayos  fulminas 
Contra  barbarismo, 
Contra  idolatrías; 

Azote  divino 
De  las  herejías, 
Que  al  Norte  oscurecen 

Y  le  descaminan; 

En  tí  está  de  asiento 
La  sabiduría , 
Por  quien  reyes  reinan , 
Potentes  dominan; 

Rosa  en  Jerico, 
Palma  en  Cades  brillas, 

Y  bálsamo  excelso 
Nos  aromatizas; 

Suavidad  esparces. 
Como  electa  mirra , 

Y  el  panal  de  grana 
Tu  labio  es  almíbar; 

Fuente  eres  sellada , 
Escala  sin  ruina, 
Paloma  sin  hicl , 
Rosa  sin  espinas; 

Tierra  sin  tributo. 
Torre  defendida , 
Arca  sin  naufragio, 
Vaso  sin  acíbar; 

Estrella  sin  noche, 
Vara  no  torcida , 
Espejo  sin  mancha 

Y  nave  sin  scilla; 
Ciprés  elevado. 

Singular  oliva, 
Exaltado  cedjo 

Y  fecunda  viña; 
Abigail  bella, 

Raquel  aplaudida, 
Ester  soberana 

Y  Judit  invicta; 
Eres  toda  pulcra , 

Celestial  María , 

De  tu  pelo  una  hebra 

Dulce  es  de  amor  liga; 

Ojos  de  paloma, 
Que  en  quiebras  anida 
De  tórtola  amante 
La  hermosa  mejilla; 

Torre  de  David 
La  garganta  indica , 
Fragrancias  de  incienso 
El  .vestido  espira; 

África  y  Europa 
Tu  imagen  admiran, 

Y  América  y  Asia 
Ya  la  solemnizan; 

Concede  te  aplauda 
La  pluma ,  la  lira , 
El  canto,  la  musa. 
El  rapto  y  la  ritma; 

Admite,  Señora, 
Esta  rogativa 
Que  el  amor  te  oft-ece, 
La  fe  te  dedica; 

Y  tu  devoción, 
Permite  se  imprima 
En  los  corazones 
Con  sangre  por  tinta; 

Infieles  convierte, 
Cristianos  auxilia , 
Concordias  ordena. 
Reyes  pacifica; 

Fervores  alienta, 
Piedades  excita. 
Potencias  inüama, 
Pechos  ilumina; 

Incendios  aplaca, 
Vientos  apacigua, 


Piélagos  serena , 
Tierras  fertiliza; 

Destierra,  destruye, 
Aparta,  aniquila, 
Eebate ,  repele , 
Impide  y  evita 

Las  hambres ,  las  pestes , 
Las  guerras ,  las  cismas , 
Las  muertes,  los  daños, 
Los  odios ,  las  iras; 

Y  en  siglos  eternos 
Tu  soberanía 
Luzca ,  brille ,  alumbre , 
Triunfe ,  reine  y  viva. 


Medio  mundo  se  rie 
leí  otro  medio ; 
{o  soy  solo,  y  me  rio 
3el  mundo  entero. 

Por  no  ver  de  mi  casa 
La  gran  contienda. 
Me  retiro  á  ser  loco 
Por  conveniencia. 


Aunque  de  guardias  ceñida 
La  vida  de  un  soberano. 
Es  de  la  muerte  roida. 
Porque  es  la  muerte  un  gusano 
Que  se  engendra  de  la  vida. 


Á  un  príncipe  la  muerte 
Cierra  los  ojos. 
Porque  á  su  desengaño 
Los  abran  otros. 

Su  acaso  importa ; 
Que  algima  vez  de  luces 
Sirven  las  sombras. 


Mira  qué  rayos  vibra 
La  desventura ; 
Sobre  tí  cae  la  rueda 
De  tu  fortuna. 

Teme  el  estrago; 
Que  aunque  rayos  de  rueda. 
Por  fin  son  rayos 

Ya  suenan  las  trompetas 

Y  los  timbales. 

Ya  del  lecho  de  Venus 
Se  .arroja  Marte. 

A  un  sordo  tocan  ; 
Que  es  menester  trompetas 
Para  que  oiga. 

Las  naves  que  del  golfo 
Se  redimieron, 
^liren  que  el  puerto  tiene 
También  sus  riesgos ; 

Que  tal  vez  nacen 
Peligros  de  las  mismas 
Seguridades. 

En  un  plato  ratones 
Comen  y  gatos, 
Mas  luego  sacan  éstos 
Los  pies  del  plato ; 

Pues  los  ratones. 
Por  fin  y  postre,  sirven 
De  fin  y  postre. 

Entrarás  al  molino, 
Maquilon  nuevo. 
Probarás  á  qué  sabe 
Batir  los  pliegos  ; 

Que  al  más  bizarro 
Los  cuadernos  le  dejan 
Descuadernados. 

Gitanilla  del  alma, 
Vén  á  la  corte, 
Yo  robaré  dineros, 

Y  tú  atenciones ; 


COMPOSICIONES  VARIá.S. 

Vén ,  que  en  las  selvas 
No  habitan  las  hermosas, 
Sino  las  fieras. 

El  chinel  y  el  esbirro 
Son  mengues  sueltos; 
Guárdate  de  sus  churres 
Mi  colovcro. 

¡Ay,  que  en  el  coime, 
Por  jamarte  la  bruña 
La  lumi  corre! 

El  nudo  (le  unas  riendas 
Enmarañadas 
Finalmente  se  corta, 
No  se  desata. 

Ensuciando  candores 
De  limpias  honras, 
Hoy  camina  ima  lengua 
De  boca  en  boca ; 

No  hay  quien  lo  aquiete , 
Cuando  va  desbocado 
Lo, maldiciente. 

A  que  temple  una  lira 
Ponen  á  un  burro, 
Y  lo  hará  cuando  un  necio 
Caiga  del  suyo ; 

Pues  que  se  nota 
Que  es  tan  sordo  de  oreja 
Como  de  col.i.. 


COPLAS, 

A  buen  viento  camina 
La  parva  de  los  locos, 
Porque  si  uno  se  agosta , 
Mil  salen  de  retoño. 

ESTRIBILLO. 

Antaño  hubo  locos, 

Y  hogaño  los  hay  y  todo. 
Murióse  un  lisonjero, 

Y  ya  renace  un  monstruo, 
Que  á  la  oreja  persuade 
Los  hurtos  por  socorros. 
Antaño,  etc. 

Si  á  un  tirano  ministro 
Lo  llevan  los  demonios, 
De  los  infiernos  viene 
Otro  peor  que  el  otro. 
Antaño,  etc. 

Si  los  gusanos  hacen 
De  un  mal  juez  refectorio, 
De  aquellas  corrupciones 
Nacen  nuevos  abortos. 
Antaño,  etc. 

Si  falleció  un  avaro. 
Viven  mil  codiciosos, 
Que  h.acen  segundo  entierro 
De  la  plata  y  el  oro. 
Antaño,  etc. 

Si  muere  algún  falsario 
Del  culto  religioso, 
JTil  hipócritas  salen 
Á  violar  lo  devoto. 
Antaño,  etc. 

Si  nos  hizo  en  la  horca 
Un  asesino  cocos. 
Más  de  ciento  han  quedado 
Indomables  al  potro. 
Antaño,  etc. 

Si  un  necio  presumido 
Falta  en  el  consistorio, 
Luego  vuelve  á  llenarse 
De  porras  y  de  porros. 
Antaño,  etc. 

Si  la  virtud  asoma 
Al  político  coro. 
Nadie  la  da  la  mano, 
Los  más  la  dan  de  codo. 
Antaño,  etc. 

Yo  veo  de  año  en  año 
Al  siglo  más  furioso, 


71 


Y  sólo  sé  que  es  juicio 
Este :  Dios  sobre  todo. 
Antaño  hubo  locos, 

Y  hogaño  los  hay  y  todo. 


Vean  esta  figura 
Del  mundo  en  estampas  solas, 
Los  que  para  hacer  cabriolas 
Buscan  la  mayor  altura ; 
Vean  su  descompostura, 
Que  entre  burlas  y  entre  chanca. 
Buena  va  la  danza. 

Aquel  de  barbas  lampiñas. 
Que  nos  echa  tantas  piernas. 
Fué  paje  de  las  tabernas, 

Y  hoy  es  señor  como  hay  viñas  ; 
Sus  embustes  y  rapiñas 

Han  subido  su  balanza  ; 
Buena  va  la  danza. 

Danzando  va  un  motilón , 
Que  cuantos  brincos  ha  dado, 
Siendo  pasos  para  ahorcado, 
Han  sido  de  exaltación  ; 

Y  por  aqueste  escalón 
Ha  subitlo  á  la  privanza ; 
Buena  va  la  danza. 

Allí  se  ve  un  paisano 
Muy  mamón  de  señorías, 

Y  porque  danza  folias, 

Ya  juzga  que  no  es  villano ; 
De  rústico  en  cortesano 
Le  trocó  aquella  mudanza ; 
Buena  va  la  danza. 

Aquel  que  levanta  el  trote 
Há  poco  que  era  alcahuete, 

Y  hoy  es  rufián  de  copete , 
Muy  erguido  de  cogote ; 
Ya  se  nos  vende  gigote. 
Siendo  un  pobre  Sancho  Panzn ; 
Buena  va  la  danza. 

Aquel,  por  el  interés 
Que  le  dio  corto  bolsón, 
Desconoce  su  nación 

Y  se  vende  gen  oves ; 
Los  más  danzan  al  revés 
En  aquesta  contradanza ; 
Buena  va  la  danza. 


Vengan  á  ver  mis  señores. 
Porque  es  fuerza  que  les  guste, 
Los  cofrades  del  embuste 
Pasar  por  mis  bastidores ; 
Escuchen  á  los  clamores, 
Pues  ya  suena  el  esquilón ; 
Dil'ni,  dilon, 
Que  pasa  la  procesión. 

Aquel  viejo  que  porfia 
En  arrimarse  al  altar. 
Pensando  va  en  cómo  echar 
A  perder  la  cofradía ; 
¡Ay  del  pobre  que  confia 
Su  placer  á  su  intención  I 
D'ilin,  dilon, 
Que  pasa  la  procesión. 

Ese  que  lleva  el  atril , 
Tan  devoto  y  halagüeño, 
Aunque  parece  pequeño. 
Desde  su  alcurnia  es  gentil: 
Nunca  fué  su  pecho  vil 
Devoto  de  la  pasión  ; 
Dilin,  dilon. 
Que  pasa  la  ¡Jroccsion, 

Allí  va  un  par  de  figuras 
De  espadín  y  cabellera, 
Que  ahora  se  alumbran  con  cera, 
Y  antes  cenaban  á  obscuras ; 
Mezclados  van  con  los  cuicas, 
Por  coger  la  refacción ; 


72 

Dilin,  dilou, 
Qvc_pam  la  procesión. 

Aquel  de  la  falsa  risa, 
Que  los  engaños  aprueba. 
La  sobrepelliz  que  lleva 
La  arrancó  á  cierta  camisa ; 

Y  ser  cierto  nos  lo  avisa 
Lo  maduro  del  faldón  ; 
Dilin,  dilon, 

Que  pasa  la  procesión. 

Aquel  de  los  ojos  tiernos 
Tan  devoto  y  sin  mirar, 
Capaz  es  de  enamorar 
A  un  alma  de  los  infiernos  ; 

Y  ha  puesto  y  tiene  más  cuernos 
Que  pasan  por  Malagon ; 
ífilin,  dilon, 

Que  pasa  la  procesión. 


DOxV  DIEGO  DE  TORRES  Y  VILLARROEL. 

A  la  hora  del  tráu::ito. 
TODAS. 


COPLAS  DEL  TITIRITERO. 

Las  flguras  del  ínundi  novi. 

Mira  los  figurones 
De  más  de  marca  ; 
El  más  ruin  extranjero 
Todo  lo  tapa. 

Estarán  escondidas 
Siglos  enteros, 
Mientras  dure  en  la  corte 
Tu  mundo  nuevo. 

Teme,  pues,  que  algún  día 
Se  salga  fuera ; 

Que  éste  es  mundo,  y  el  mundo 
Da  muchas  vueltas. 

Estas  figuras  siempre 
Tienen  mal  pleito, 
Pues  reducen  á  voces 
Sil  parlamento. 

Desde  el  solio,  que  sólo 
Dio  su  fortuna. 
Van  y  vienen  palabras, 
Sin  obra  alguna. 

No  agarres  la  corona. 
Porque  á  su  dueño 
Desasirás  lo  firme 
De  su  cimiento; 

Y  si  tanto  la  palpas, 
Habrá  quien  crea 
Que  es  para  que  se  ruede 
De  la  cabeza. 

Los  reparos  son  sólo 
Quien  la  derriba, 
Pues  la  mano  que  llega 
Su  piedra  quita. 

Las  vidas  y  las  luces 
Son  tan  hermanas. 
Que  un  soplo  las  alienta, 
Y  otro  las  mata. 

No  se  fie  ninguno 
De  sus  incendios. 
Que  á  la  hoguera  más  ñierte 
La  gasta  un  viento. 

Mientras  burlan  distancias 
Vuestros  deseos. 
Vamos  á  hacer  poblados 
Otros  desiertos. 

Que  en  las  dudas  de  un  daño 
Que  está  tan  cerca. 
Mejor  va  el  que  se  parte 
Que  el  que  se  queda. 

Las  usuras  que  antes 
Vivieron  solas 
Tienen  autoridades 
■  De  muchas  togas. 

En  los  tuertos  civiles 
Tienen  su  apoyo; 
Que  hay  Pandectas  que  tienen 
Lev  para  todo. 

Con  un  aire  se  mueve 
Toda  justicia, 


Y  el  que  corre  en  tu  tierra, 
Sopla  en  la  mia. 

Este  que  fuma  y  bebe, 

Y  el  que  hace  el  oro, 
Tan  borracho  es  el  uno 
Como  es  el  otro. 

Yo  no  gasto  arbitristas. 
Ni  cónsules  tampoco; 
De  lo  que  Dios  me  envia 
Me  soy  el  rey  Palomo ; 
Antaño  era  bobo, 

Y  hogaño  lo  soy  y  todo. 
En  el  crisol  y  el  cuño 

Me  gusta  más  el  oro, 
Pero  al  destino  dejo 
Que  lo  azaranden  otros ; 
Antaño  era  bobo,  etc. 

Al  médico  no  hablo, 
Del  letrado  me  escondo. 
Con  dieta  y  con  paciencia 
Yo  me  sufro  y  me  engordo  ; 
Antaño  era  bobo,  etc. 

Cuanta  riqueza  traga 
El  uno  y  otro  polo, 
La  tiene  mi  desprecio 
En  la  salud  que  gozo ; 
Antaño  era  bobo, 
Y'liogaño  lo  soy  y  todo. 


COPLAS  DE  LAS  BRUJAS. 

LA  COLODRA, 
,  Oiga  el  señor  astrólogo 
O  Piscator  hispánico. 
Aquestos  juicios  sátrapas 
De  un  femenino  cántico. 

TODAS. 
Óigalos,  llévelos 
Por  estaciones  y  ámbitos. 
Porque  son  más  veridicos 
Que  los  que  da  su  cánialo. 

TODAS. 
Óigalos,  etc. 

LA  SOPÍLPEEA. 
El  Saturno  decrépito, 
Con  su  curso  flemático, 
Influirá  pestífero 
Venenos  al  Antartico, 

TODAS. 
Óigalos,  etc. 

LA  COECHENA. 

El  Marte  más  intrépido, 
Con  el  humor  cismático, 
Verterá  entre  políticos 
Las  discordias  á  cántaros. 

TODAS. 

Óigalos,  etc. 

LA  COLINDEES, 
Una  deidad  ridicula, 
Con  gesto  á  lo  seráfico. 
De  lági-imas  hipócritas 
No  en j  ugará  los  párpados. 

TODAS, 

Óigalos,  etc. 

MAEICACA, 
El  fúnebre  presbítero. 
Ensalmador  camandulo, 
Con  balandrán  católico 
Tapará  lo  mecánico. 

TODAS, 
Óigalos,  etc. 

LA  PIZORRA. 

El  religioso  pérfido 
Del  halagüeño  escándalo 
Encontrará  en  un  cólico 


Óigalos,  etc. 

LA  CORUJA. 

El  general  jurídico 
Alegará  con  Bártulos, 

Y  soldados  frenéticos 
Despreciarán  sus  párrafos. 

TODAS. 

Óigalos,  etc. 

MARÍA  ANDRONES. 

Vivirán  muy  solícitas 
Demócrito  y  Heráclito, 
Siendo  contrarios  lógicos 
De  físicos  oráculos. 

TODAS. 

Óigalos,  etc. 

LA  PICAZA. 

Junto  al  solio  patético 
lía  de  ensuciarse  un  sátiro, 

Y  con  sorbos  estíticos 
Poncb-á  el  orden  estático. 

TODAS. 
Óigalos,  etc. 

LA  CHUPOXA. 
El  botiquín  más  célebre, 
Entre  lo  dulce  y  cáustico. 
Aplica  diaforéticos 
A  los  cuerpos  espárragos. 

TODAS. 

Óigalos,  etc. 

LA  COMIXA. 
El  medicastro  rórido. 
Relleno  de  preámbulos, 
Con  recetas  germánicas 
Deja  el  humor  más  lánguido. 

TODAS. 

Óigalos,  etc. 

LA  CATUJA. 

Aquestos  juicios  lúgubres 
Diga,  seor  matemático, 
Que  los  sopló  una  astróloga 
Que  calcula  en  el  báratro. 

TODAS. 

Óigalos,  etc. 

LA  MEDELLINA. 
Sirvan  los  versos  líricos 
De  estos  discursos  mágicos 
Para  alimento  pútrido 
De  holgazanes  y  zánganos. 

TODAS. 
Óigalos,  etc. 

LA   PEDOTA. 

La  tropa  de  Justiniano, 
Robadores  de  por  vida, 
Con  licencia  y  sin  medida 
A  todo  alargan  la  mano; 
Del  doctor  y  el  escribano 
Guardai'éis  las  faltriqueras. 
TODAS. 

Que  los  jueces  y  hechiceras 
Todos  chupamos. 
Unas  niños  y  otros  cuartos. 

LA  PAJARILLA. 
El  médico  de  contado 
Es  juez  y  lacb-on  muy  fuerte, 
Pues  da  sentencia  de  muerte 
Después  que  nos  ha  robado ; 
Con  ellos  tened  cuidado, 
Que  son  guadañas  rateras, 

TODA». 

Que  los  jueces  y  hechiceras,  etc. 


LA  LIMONA. 

Ojo  avizor,  cuenta,  gentes, 

Y  cuidad  de  los  bolsones; 
Que  los  jueces  y  ladrones 
Son  más  que  los  inocentes, 

Y  besan  muy  diligentes 
A  las  caras  peruleras. 

TODA?. 
Q)íi  los  jueces  y  hechiceras,  etc. 

LA   VILLODRES. 

El  letrado  y  cocinero 
Guisan  á  don  ínteres, 

Y  el  abogado  lo  es 
Solamente  del  dinero, 

Y  el  bufón  y  el  lisonjero 
Fabrican  las  latlroneras. 

TODAS. 

Que  los  jueces  y  hechiceras,  etc. 

LA   CHAFULLA. 

Chicos  y  grandes  robamos 
Por  camino  singular, 

Y  el  tiempo  nos  ha  cíe  hurtar 
Lo  qiie  todos  nos  hurtanios  ; 
Vivamos,  pues,  y  bebamos. 
Guarde  cada  cual  sus  peras. 

TODAS. 

Que  los  jueces  y  hechiceras,  etc. 


PEIMAVEEA, 

I  Con  qué  soberbia  levanta 
Un  verde  laiu-el  su  copa ! 
¡  Qué  pocas  son  sus  raices 

Y  qué  muchas  son  sus  hojas ! 
,  En  las  mismas  que  le  sirven 

A  su  esplendor  y  á  su  pompa. 
Se  escribirán  algún  dia 
Los  sucesos  de  su  historia. 

Sobre  su  verdor  lozano 
Sus  esperanzas  apoya. 
Sin  ver  que  la  noche  quita 
Los  colores  á  las  cosas. 

Eesplandece  con  el  sol , 

Y  se  rie  con  la  aurora ; 
Teme  que  se  vuelva  el  aire 
Jurisdicción  de  la  sombra. 

Contra  el  tiempo  se  rebela, 

Y  á  sus  leyes  imperiosas 
Juzga  hurtarse  cuando  al  tiempo 
Hasta  los  cedros  se  postran. 

Los  desprecios  de  la  envidia 
Son  de  su  dicha  carcoma ; 
Que  en  el  puerto  confianzas 
Son  escollos  en  las  ondas. 

¿  Qué  es  lo  que  le  ha  dado  en  preu- 
La  fortuna  varia  y  loca ,  [das 

Cuya  condición  dos  veces 
La  padece  quien  la  ignora? 

El  pié  le  besa  un  arroyo 
Por  adulación  forzosa ; 
¿A  cuántos  troncos,  á  cuántos, 
Besa  los  pies  la  lisonja? 

Mordiendo  le  va  lo  propio 
Que  con  rendimiento  toca, 

Y  en  pasando  le  murmura 
Aun  lo  mismo  que  le  adora. 

Su  fin  le  avisa  un  nocturno 
Pájaro,  y  su  voz  ahogan 
Euiseñores  lisonjeros 
Con  cantadas  armoniosas ; 

Despreciando  éste  los  rayos 
Que  á  Jove  Vulcano  forja, 
Comi  si  á  Jove  faltaran 
Otras  armas  poderosas. 

Un  huracán  formidable 
Desvanecerá  sus  glorias; 


COMPOSICIONES  VARIAS. 

Que  glorias  que  escribe  el  viento. 
Es  el  viento  quien  las  borra. 


7a 


DEL  estío. 

Para  componer  un  tres 
Seis  sacristanes  están. 
Seis  que  de  música  tienen 
No  más  que  lo  sacristán. 

El  que  más  de  estos  cermcñoíi. 
Tiene  tanta  habilidad. 
Que  á  ima  letra  de  aleluya, 
Solfa  de  réquiem  ])ondi-á. 

Con  muchas  velas  se  alumbra 
Aquesta  comunidad. 
Todas  de  cera,  y  á  f o 
Que  no  tiene  colmenar. 

Poncü-án  la  solfa,  porque 
Saben  de  puntos  no  mal; 
Que  el  menor  de  ellos  ha  sido 
Zapatero  en  su  lugar. 

A  las  lámparas  de  un  templo 
Chupan  el  olio  vital , 

Y  con  música  pretenden 
Satisfacer  la  deidad. 

Buen  arrullo  le  disponen 
Al  inocente  rapaz , 
Su  música  de  relinchos 
Es  buena  para  arrullar. 

Al  son  de  un  órgano,  que 
Es  de  una  capilla  real. 
Cantarán,  mas  esta  tecla 
No  la  quiero  yo  tocar. 

Un  descompasado  antojo 
Ha  de  llevar  el  compás  ; 
Si  no  fuere  lo  que  siiena, 
Lo  que  fuere  sonará. 

Todas  tres  voces  iguales 
Quieren  poner,  sin  mirar 
Que  no  hay  armonía  donde 
Falta  la  desigualdad. 

1  Qué  bravos  casamenteros 
Hemos  llegado  á  encontrar, 
Que  procuran  neciamente 
Desposar  á  Gil  con  Blas  ! 

A  cada  punto  que  ponen, 
Humedecen  el  tragar; 
Apuran  las  vinageras, 
Mas  no  la  dificultad. 
,  Sobre  las  voces  del  tono 
A  las  greñas  andan  ya ; 

Y  metiendo  el  pleito  á  voces, 
A  tirar  de  un  muerto  van. 


DEL  OTOXO. 

Todo  el  mundo  es  desconcierto 
Desorden  todo  y  baraja  ; 
La  mayor  desdicha  es,  que 
La  fortuna  se  emborracha. 

En  una  casa  de  orates. 
Para  loqueros  señala 
A  un  químico  y  á  un  poeta, 
Ambos  mei-ecen  la  jaula. 

Un  facineroso  insigne 
Sobre  un  trono  se  levanta, 

Y  verás  que  da  la  ley 
Aquel  mismo  que  la  agravia. 

Coronados  de  laurel 
Entran  al  son  de  una  salva , 
Con  los  bigotes  postizos, 
Un  capón  y  una  beata. 

Cierto  capitán  parece 
Con  un  plumaje  en  la  plaza, 

Y  son  plumas  de  gallina 
Las  que  componen  su  gala. 

Para  la  salud  de  un  reino 
Consultando  está  un  monarca 


A  un  mal  galenista ,  que 
Sangre  de  pobres  derrama. 

El  mayordomo  avariento 
Pone,  con  ciega  ignorancia. 
Para  una  sardina  sola 
Doscientos  gatos  de  guardia. 

De  remotas  tierras  viene 
Un  cocinero  de  fama, 

Y  viene  desde  tan  lejos 
Para  hacer  una  ensalada. 

Terrible  incendio  ocasionan 
Las  lágiúmas  de  una  dama , 
Para  que  se  vea  un  fuego 
Que  debe  su  oriente  al  agua. 

La  montaña  está  confusa. 
Todo  es  ruido  en  la  montaña, 

Y  se  miran  ya  las  cumbres 
Inferiores  á  las  faldas. 

En  el  banquete  ha  propuesto 
La  discordia  su  manzana, 

Y  llega  el  tiempo  de  que 
Se  maduren  las  granadas. 

Cañas  buscan  los  morlacos 
Para  pescar  oro  y  plata, 

Y  los  más  de  los  bastones 

Se  van  convirtiendo  en  cañas. 


DEL  INVIERNO. 

Carátulas  quita  el  tiempo. 
Que  es  quien  todo  lo  revela , 
A  todos  los  que  componen 
Una  mogiganga  seria. 

Un  reverendo  togado 
El  primero  se  presenta, 
Oidor  lo  creyó  el  engaño. 
Sordo  la  verdad  lo  encuentra. 

Se  descubre  un  estadista, 
A  quien  la  paz  se  encomienda, 
Que  con  un  fuelle  por  boca, 
Sopla  el  fuego  de  la  guerra. 

Más  bigotes  que  un  tudesco 
Cierto  general  ostenta ; 
Quítale  el  tiempo  el  embozo, 

Y  se  descubre  una  dueña. 
Uno  que  por  justiciero 

Se  nos  vende  acá  en  la  tierra, 
Vende  la  justicia,  sin 
Que  jamas  justicia  venda. 

Por  las  pragmáticas  que 
Todos  los  puñales  vedan. 
De  un  protomédico  ilustre 
Se  prohiben  las  recetas. 

En  plumas  de  secretarios 
Duerme  un  señor  sin  caiitela; 
Quien  ahora  en  plumas  duerme, 
Sin  pluma  después  despierta. 

No  hay  que  buscar  los  del  tribu 
En  narices  aguileñas; 
Que  una  procesión  de  chatos 
Se  ve  venir  de  Judea. 

De  Catón  jura  un  ministro 
De  barba  y  de  ropa  luenga ; 
Sígnele  el  tiempo,  y  lo  ve 
Entrar  en  una  taberna. 

A  un  príncipe  negligente 
Sus  vasallos  lisonjean , 
En  su  persona  lo  escujjen. 
Lo  adoran  en  su  moneda. 

Por  el  mar  transporta  el  oro 
La  codicia  marinera, 

Y  apuestan  el  mar  y  el  hombre 
A  quién  traga  más  riquezas. 

Todo  es  cliamusquina  y  humo, 

Y  á  la  misma  chimenea 
Yo  tan  sólo  me  caliento 
Mientras  los  otros  se  queman. 


74 


LETRILLAS  SATÍRICAS. 


I. 

Del  astro  amante  ó  impío 
-A  nadie  el  furor  alcanza, 
Porque  todo  el  mundo  danza 
Al  compás  de  su  albedi'Io; 
Nadie  tiene  señorío 
En  la  humana  libertad; 
Porque  nuestra  voluntad 
Se  mueve  sola  por  sí. 
Y  que  vaya  la  danza 
De  aqui para  alli, 
¿Qué  se  me  da  á  mi? 

Marte  con  rara  inquietud 
Guerras  influye  y  dispone, 

Y  nunca  más  se  compone 
La  pacífica  quietud ; 

Su  actividad  y  virtud 
Los  príncipes  desbaratan, 

Y  el  capítulo  que  tratan 
Cuasi  cumplido  lo  vi. 

Y  que  vaya  la  danza,  etc. 
El  sol  muy  mal  agestado, 

Con  un  aspecto  fatal , 
Derribar  quiero  á  un  marcial, 

Y  él  se  está  muy  asentado; 
Con  el  oro  se  ba  fijado 
En  el  trono  m.ás  severo  ; 
Que  también  vence  el  dinero 
Todo  solar  ñ'cncsí. 

Y  que  vaya  la  danza,  etc. 
Saturno  y  Marte  precitos, 

Con  irrisibles  desprecios. 
Quieren  que  pasen  por  necios 
Los  sabios  más  eruditos; 
Sus  voces  y  sus  escritos 
Confunde  Marte  y  ahoga, 

Y  á  otros  les  viste  de  toga, 
Siu  saber  á  quis  vel  qni. 

Y  que  vaya  la  danza,  etc. 
La  luna  allá  se  embanasta 

En  los  soberbios  palacios, 

Y  entre  perlas  y  topacios 
Chismes  y  cuentos  engasta; 
Con  unos  sus  cuartos  gasta 
Con  desorden  singular, 

Y  á  otros  no  les  quiere  dar 
Un  solo  maravedí. 

Y  que  vaya  la  danza,  etc. 
Mercurio,  sabio  en  su  oficio, 

Varios  sistemas  produce, 
Pero  Venus  se  introduce 
A  turbar  todo  su  juicio; 
Proseguía  su  perjuicio 
Contra  la  corte  más  fuerte. 
Mas  se  atravesó  la  muerte, 

Y  todo  lo  dejó  así. 

Y  que  vaya  la  danza 
De  a  (¡vi  para  alli, 
¿(¿ue  se  me  da  á  mit 


DON  DIEGO  DE  TORRES  Y  VILLARROEL. 


IL 

En  tono  de  judiciar, 
A  mil  de  juicio  has  sacado; 
Bastante  has  pi-o7iosticado. 
Ya  no  es  tiempo  de  chistar; 
Oir,  ver  y  callar, 

Y  meterse  en  un  rincón , 

Y  chitan. 

Por  seguir  la  rectitud 
Un  príncipe  enfermará, 

Y  tanto,  que  se  verá 
]\Iuy  cerca  del  ataúd; 
Tú  ruega  por  su  salud 
Con  ardiente  devoción , 

Y  chitan. 

Por  el  modo  más  grosero, 
Haciéndose  ruin  mendigo, 


La  ciudad  al  enemigo 
Venderá  el  otro  guerrero; 
Tú  guarda  de  ól  el  dinero, 

Y  deja  que  sea  ladrón, 

Y  chiton. 

Con  el  político  ti-ajc. 
Raspado  de  su  corteza. 
Hasta  el  trono  de  la  alteza 
Quiere  trepar  un  salvaje ; 
Déjalo  que  suba  y  baje. 
Que  él  dará  algún  tropezón, 

Y  chiton. 

Verás  al  otro  beato 
Que  hace  como  que  se  arroba, 

Y  al  tiempo  que  sube,  roba. 
Quitando  á  todos  el  hato; 
Huye  tú  de  aquese  gato. 
No  te  dó  algún  ai-añon, 

Y  chiton. 

Verás  que  el  otro  se  encien-a 
A  discurrir  y  á  estudiar 
En  cómo  ha  de  alborotar 
Las  quietudes  de  tu  tierra; 
Tú  con  nadie  tengas  guciTa, 
Enróscate  en  tu  jergón, 

Y  chiten. 


ni. 


Todo  es  hacer  conferencias, 

Y  de  discordias  tratar, 
Pero  se  ven  menudear 

Los  palos  y  Ins  pendencias. 
Todas  estas  diferencias 
Nacen  de  falta  de  fe, 
¿Y  el  por  qué? 
Ese  yo  me  le  sé,  me  le  sé. 

Una  armada  deseada 
Del  puerto  sale  briosa, 

Y  la  invasión  cautelosa 
Se  la  tiene  bien  armada ; 
Deshecha  y  aprisionada 
Será  de  quien  yo  me  sé , 
¿  Y eljyor  qué?  etc. 

El  que  empieza  á  ser  malquisto 
Da  de  ima  traición  disculpa, 

Y  al  diablo  le  echa  la  culpa 
De  lo  que  el  diablo  no  ha  visto; 
Por  burlar  anda  muy  listo 

La  deidad  que  veneré, 
¿Y  el  por  qué?  etc. 

Ai-rancándole  de  cuajo 
La  fortuna  y  el  caudal 
A  un  infeliz  mercurial. 
Le  tiene  Venus  debajo; 
La  causa  de  su  trabajo 
A  nadie  revelaré, 
¿  Y  el  por  qué  ?  etc. 

Mucre  un  rico  potentado 
De  n\\  pesar  terrible  y  fuerte, 

Y  otros,  des]nies  de  su  muerte, 
Su  país  han  desolado; 
Conjuros  esto  han  trazado. 
Que  no  los  descubriré, 

¿Y  el  por  qué?  etc. 

Uno  por  amigo  pasa 
Del  más  bravo  de  los  Martes, 

Y  por  todas  cuatro  partes 
Le  están  quemando  la  casa; 
Yo  bien  sé  quién  se  la  abrasa. 
El  motivo  no  diré, 

¿Y el ])or  qué?  etc. 

A  pagar  un  negro  yerro, 
Que  nunca  podrá  dorar, 
Un  presumido  escolar 
Sale  á  un  cerrado  destierro; 
Vaya  y  coma  el  pan  de  perro. 
Que  yo  también  lo  tragué, 
¿Y  el  jior  qué? 
Ese  yo  me  le  sé,  yo  me  le  sé. 


IV. 


De  Venus  vencido.  Marte 
De  caballero  me  ai-mó, 

Y  por  insignias  me  dio 
Uniforme  y  estandarte; 
Como  bisoño  en  el  arte , 
Yo  de  casaca  volví , 

Y  al  revés  me  la  vesti, 

Y  ándese  asi. 

Mercurio,  sol  de  la  ciencia. 
Me  dio  en  sus  doctos  estrados 
De  políticos  tratados 
La  física  inteligencia; 
Dióme  amigable  influencia, 

Y  al  contrario  lo  aprendí, 

Y  al  reres  me  la  vestí,  etc. 
El  sol  con  influjo  experto 

Serenidad  me  asegura, 

Y  de  la  paz  y  ventura 

Me  puso  en  el  rumbo  cierto; 
Derecho  guiaba  al  puerto, 
Pero  el  camino  torcí, 

Y  al  reres  me  la  vestí,  etc. 
Saturno  guardó  mi  vida. 

Aunque  es  planeta  de  muerte, 

Y  mi  rebeldía  fuerte 

Fué  tan  sólo  mi  homicida; 

Seguridad  conocida 

Me  dio  su  guadaña á  mí, 

Y  al  reres  me  la  vesti,  etc. 
Júpiter,  compadecido. 

Me  estorbaba  una  traición, 
Pero  mi  ciega  pasión 
En  la  traición  me  ha  metido; 
Tapó  mi  horror  conocido, 
Pero  yo  lo  descubrí , 

Y  al  reres  me  la  vestí,  etc. 
Del  planeta  más  furioso 

Puedes  burlar  el  poder, 

Y  su  coraje  vencer 

Con  la  virtud  y  el  reposo; 
Modera  el  genio  vicioso, 
Porque  no  cantes  así, 

Y  al  revés  me  la  vestí, 

Y  ándese  asi. 


¿Quería  el  hipocritou, 
Lleno  de  astucia  y  miseria. 
Que  su  malicia  y  laceria 
Tragase  por  devoción  ? 
Templado  soy,  no  tragón, 

Y  no  he  de  hacer  tal  exceso, 

Y  á  otro  pci-ro  con  ese  hueso. 
¿Quiere  el  injusto  en  su  audiencia, 

Cuando  agobia  la  balanza. 
Que  lo  que  es  jíura  venganza 
Lo  mame  por  providencia  ? 
¿Y  quiere  que  á  su  conciencia 
Sacrifique  mi  embeleso? 

Y  á  otro  perro  con  ese  hueso, 
¿Pretende  el  otro  badea. 

Afectando  mil  denuedos, 
Que  sus  traiciones  y  miedos 
Como  máximas  los' crea  ? 
No  haré  tal  si  lo  desea. 
Que  en  mi  dictamen  soy  tieso, 

Y  á  otro  perro  con  ese  hueso. 
La  del  semblante  lamido, 

Que  con  sus  dengues  me  muele, 

¿Quiere  que  por  honra  cuele 

La  fealdad  y  el  olvido? 

No  haré  tal ,  que  es  conocido 

De  todos  su  poco  seso, 

í'  á  otro  perro  con  ese  hueso. 

Otro  gálico  importuno, 
Afectando  elevación, 
; Quiere  que  á  su  corrupción 
Se  le  pase  por  ayuno? 
No  creo  en  hombre  ninguno, 


Porque  el  más  santo  es  travieso, 
I^á  otro  perro  con  ese  luicso, 

¿Desea  el  otro  malvado, 
Que  esconde  la  villanía, 
Que  pase  por  hidalguía 
Lo  soberbio  y  lo  adornado, 

Y  que  el  papel  que  ha  falseado 
Lo  engulla  por  fiel  proceso  ? 

Y  á  otro  perro  con  ese  hueso. 


VI 

Andan  muchos  santurrones. 
Que  se  elevan  por  arrobas, 
Vendiéndonos  sus  corcovas 
Por  buenas  inclinaciones; 
Cuenta  que  sus  invenciones 
Tienen  muy  mal  paradero, 
YA7iton  Perulero, 
Cada  cual  atienda  á  su  juego. 

El  arbitrista  malvado, 
De  buen  celo  revestido, 
Al  celoso  más  erguido 
De  su  honor  ha  derribado; 
Lo  que  debia  el  menguado 
Era  estarse  en  su  agujero, 

Y  Antón  Perulero, 

Cada  cual  atienda  á  su  juego. 

El  cronista  que  jura 
De  manosear  abolorios. 
Se  mete  il  hacer  desposorios 
Sin  cruz  ni  arras  ni  cura. 
Deje  qiie  toda  osatura 
Descanse  en  su  podridero, 

Y  Antón  Perulero, 

Cada  cual  atienda  á  su  juego. 

El  escolar,  que  es  polilla 
Del  mendrugo  y  del  zoquete, 
Ya  quiere  que  su  bonete 
Haga  oficios  de  capilla; 
No  le  ajusten  la  golilla, 
Vuélvase  al  vade  y  tintero, 

Y  Antón  Perulero, 

Cada  cual  atienda  á  su  juego. 


TIL 


Oye  usted ,  señor  letrado, 
El  de  los  códigos  rotos, 
No  nos  dispare  alborotos 
Desde  su  estudio  malvado; 
Mire  que  el  ñn  depravado 
El  demonio  lo  revela, 
Y á  ti  te  lo  digo,  hijuela; 
entiéndelo  tú,  mi  nuera. 

Mire  usted,  señora  hermosa, 
Que  su  rostro  y  sus  facciones 
De  arrugas  y  berrugones 
Será  una  sima  horrorosa; 
No  viva  usted  tan  pomposa. 
Que  presto  ha  de  ser  abuela , 
Y á  ti  te  lo  digo,  hijuela; 
entiéndelo  tú,  mi  nuera. 

Sepa  usted,  seor  militar. 
El  baladron  con  denuedo. 
Que  nadie  le  tendrá  miedo 
Hasta  que  lo  vea  pelear; 
No  se  mata  con  parlar, 
Aunque  es  su  boca  una  azuela, 
Y  á,  tí  te  lo  digo,  hijuela; 
Entiéndelo  tú,  mi  miera. 

Mire  usted,  seor  estudiante. 
El  de  la  lógica  parda , 
Que  el  empleo  se  retarda 
Al  que  vive  de  tunante; 
Estudiar,  y  Dios  delante. 
Es  lo  que  ayuda  y  consuela , 
Y á  ti  te  lo  digo,  hijuela; 
Entiéndelo  tú,  mi  nuera. 


COMPOSICIONES  VARIAS. 

COPLAS. 

Contemplando  está  Floro, 
Desde  sus  males, 
Lo  que  puede  el  inlhijo 
De  las  deidades; 

Tarde  ha  llegado 
A  su  juicio  la  dicha 
Del  desengaño. 

Aquel  rostro  en  quien  lucen 
Dos  bellos  soles, 
Albergue  es  de  finezas 

Y  de  traiciones; 
Huyan  su  trato. 

Que  en  sus  voces  abriga 
Luces  y  engaños. 

Llora  la  ausencia  Lesbia 
De  su  Feniso, 

Y  sus  males  aumenta 
Con  sus  suspiros; 

Porque  á  la  nave 
Se  le  hinchan  las  v^las 
Con  tanto  aire. 

El  Alción  comienza 
Su  triste  canto, 

Y  con  él  nos  recuerda 
Males  de  antaño; 

Fiero  profeta 
Es  de  los  desconsuelos 
Que  nos  esperan. 

Los  argonautas  roncos 
También  dan  voces, 

Y  ni  el  eco  siquiera 
Se  les  conoce; 

Que  sus  suspiros 
Ya  cerrados  encuentran 
Todos  caminos. 

Guia  con  dulces  pasos 
Su  lanza  Marte, 
Porque  también  sus  furias 
De  amores  saben; 

Y  así  dispone 
Añadir  más  aceros 
A  los  arpones. 

Con  los  leños  ya  rotos 
El  viento  juega, 

Y  naufragios  se  pasan 
Por  mar  y  tierra; 

¡Ay  de  quien  fia 
A  inconstancias  del  viento 
Todas  sus  dichas! 

La  hermosura  que  ha  sido 
Gozo  de  España, 
Olvidada  de  todos 
Su  vida  acaba; 

Su  cuerpo  hermoso 
Con  los  ojos  enjutos 
Lo  miran  todo.«. 

Brindan  muy  atrevidos, 

Y  alegi-es  hablan 

Los  que  cogen  las  copas 
Por  ambas  asas, 

Y  del  convite 
Salen  pocos  dichoso.s. 
Mil  infelices. 

Cuidado  con  la  plaza. 
Soldado,  alerta ; 
Que  entre  asechanzas  viven 
Las  centinelas; 

Porque  el  dinero 
Suele  dar  más  modorra 
Que  el  mismo  sueño. 

Besa  la  parda  arena 
Una  bar(|uilla. 
Que  conduce  á  los  piiertos 
Mucha  alegi'ía; 

Un  rey  hermoso 
Es  quien  en  ella  carga 
Tant'i  alborozo. 

Quieren  los  tagarotes 
Ser  abogados, 

Y  á  doctores  se  meten 


78 


Los  cirujanos; 

Y  estudian  todos 
En  hurtarse  el  oficio 
Unos  á  otros. 

¡Ay  libertad  dichosa, 

Y  qué  mal  hacen 

En  andarte  vendiendo 
Tantos  amantes! 
Sim  unos  bobos, 

Y  quien  no  te  ha  perdido 
Te  vende  sólo. 

Honra  y  hacienda  pierden 
Unas  familias, 

Y  es  porque  unas  arguyen 

Y  otras  rcjilican; 

Y  verán  presto 

La  conclusi(m  tan  mala 
De  su  argumento. 

Muy  contento  Fileno 
Con  su  ventura. 
Ya  no  teme  los  ceños 
De  su  fortuna; 

Y  es  porque  piensa 
Con  los  clavos  del  oro 
Fijar  su  rueda. 

Un  monstruo  formidable 
Nace  en  el  Norte, 
Pero  á  criarse  viene 
En  nuestros  montes; 

Y  es  porque  en  ellos 
Tiene  á  pasto  los  pastos 
De  su  alimento. 

Ya  todo  malcontento 
Ni  va  ni  viene. 
Porque  ya  se  declaran 
Independientes ; 

Que  su  mal  genio 
No  quiere  á  rey  ni  Boque 
Vivir  sujeto. 

¡Ay  hermosa  Dorinda, 
Que  en  tus  luceros 
Todos  los  regocijos 
Se  están  sonriendo! 

Pero  á  tu  Floro 
Esas  risas  le  salen 
Mucho  á  los  ojos. 

El  año  ya  se  acaba, 
Pero  mi  pena 
En  el  alma  la  tengo 
Queda  que  queda; 

Y  es  porque  nace 

De  una  causa  que  es  causa 
De  muchos  males. 


COPLAS. 


En  un  serio  teatro. 
Que  el  orbe  admira. 
La  lisonja  se  viste 
De  la  mentira; 

Pero  en  su  historia 
El  pajjcl  de  las  luces 
Hacen  las  sombras. 

Todas  las  existencias 
Trueca  el  destino, 
Y  el  mérito  es  la  prenda 
Del  precij)icio; 

Todo  se  muda, 
Pero  no  la  desgracia 
De  mi  fortuna. 

Libio  de  Abeto  puebla 
Su  gran  marina, 
Pero  en  el  mar  naufraga 
De  su  codicia; 

Y  en  esta  empresa 
Es  lo  que  más  le  ahoga 
Lo  que  le  alienta. 

Quiere  el  valor  de  Silvio, 
Que  el  orbe  asombra, 
Coronar  sus  trofeos 
Sin  las  coronaa; 


76 

Mas  á  su  arbitrio 
Be  oponen  los  empeños 
De  su  albedrío. 

La  edad  del  oro  acuerdan 
Los  militares 
En  los  triunfos  gloriosos 
De  sus  alfaiiLTcs; 

Pcru  á  su  aliogo, 
Ni  aun  de  cobre  se  vuelve 
La  edad  del  oro. 

Proseguir  su  dominio 
Discurre  Fabio, 

Y  sus  años  le  privan 
Aun  de  sus  años; 

Porque  íl  la  Parca 
No  es  defensa  el  pellico 
Ni  la  tiara. 

Las  naves  que  borrasca 
Deshecha  corren , 
Porque  el  Norte  buscaron, 
Pierden  el  Norte ; 

Y  el  mar  se  ostenta 
Cristalino  teatro 

De  su  tragedia. 

Consuelo  y  pena  Floro 
Por  su  amor  mide, 

Y  como  el  fénix,  muere 
De  lo  que  vive  ; 

Que  su  discurso 
En  sus  ansias  fabrica 
Cuna  y  sepulcro. 

En  la  curte  de  Venus 
Marte  preside, 
Pero  Mercurio  opuesto 
Le  contradice ; 

Que  es  consiguiente 
Oponerse  á  los  triunfos 
Los  intereses. 

En  el  bello  hemisferio 
Délas  delicias 
La  hermosura  y  la  gracia 
Forman  su  liga  ; 

Y  por  más  señas. 

Que  es  cuidadoso  estrago 
De  otras  potencias. 

Un  palacio  en  centellas 
"^''a  se  disuelve, 

Y  de  que  tanto  luce 
Se  desvanece ; 

Sus  piedras  saben 
Olvidar  lo  insensible 
Para  quejarse. 

¡Oh!  cómo  los  piratas 
Crueles  lidian. 
Disfrutando  en  los  robos 
Mejores  Indias; 

Siendo  voraces 
De  las  canas  espumas 
Sangrientos  sacres. 

A  un  escolar  jjilongo 
De  letras  gordas , 
En  lugar  de  la  albarda, 
Le  dan  la  toga  ; 

Pero  su  traza 
Mejor  es  para  rccua 
Que  para  sala. 

De  una  plaza  se  baten 
Los  muros  dobles, 

Y  es  el  oro  el  que  usurpa 
Su  oficio  al  bronce ; 

Porque  dorada 
Es  la  llave  maestra 
De  todas  guardas. 

Mucho  mandas,  Aurelio; 
Fortuna  quiera 
No  destruyan  tus  mandas 
Una  respuesta  ; 

No  mandes  tanto. 
Si  es  que  en  tu  muerte  quieres 
Mandar  en  algo. 

Auncjue  las  existencias 
Del  año  mueren , 


DON  DIEGO  DE  TORRES  Y  VILLARROEL. 


Para  mí  está  el  destino 
Siempre  en  sus  trece ; 

Que  su  malicia 
Eternidades  jura 
Para  mi  ruina. 


SEGUIDILLAS. 

Anda  la  muerte  lista 
Con  su  guadaña ; 
Aquí  corta,  allí  trincha, 

Y  acá  rebana ; 

Que  es  tan  ceñuda , 
Que  ni  cetros  respeta 
Ni  caperuzas. 

La  malicia  embozada 
Con  el  descuido 
Vuelve  en  pocas  cenizas 
Un  gran  castillo; 

Muchos  lo  lloran. 
Porque  ven  entre  el  humo 
Que  allí  fué  Troya. 

Quéjanse,  mas  sin  causa, 
Los  necios  ricos. 
Porque  á  ellos  les  piden 
Lo  que  es  preciso. 

Justo  es  que  paguen  , 
Que  los  pobres  no  tienen 
Que  dar  á  nadie. 

Llora  mucho  un  don  Lindo 
Porque  trabaja; 
1  Quién  acá  lo  cogiera 
Con  una  hazada ! 

Ya  viera  entonces 
Lo  que  son  los  trabajos 
De  aldea  y  corte. 

Una  boda  es  el  iris 
De  una  pendencia, 

Y  una  guerra  se  quita 
Con  otra  guerra ; 

Pero  se  nota 
Que  es  pendencia  más  larga 
La  de  la  boda. 

A  ministros  y  tropas 
Les  dan  el  pago 
De  todos  sus  servicios 

Y  sus  cuidados ; 
Llegó  la  hora, 

Porque  el  plazo  más  largo 
Se  cumple  y  cobra. 

A  buscar  delincuentes 
Sale  un  ministro, 

Y  los  delitos  tapa 
Con  sus  delitos ; 

Y  es  el  dinero 

El  que  de  juez  le  hace 
Malvado  reo. 
Una  remonta  fuerte 

Y  una  recluta 

En  el  agua  y  el  campo 
Felices  surcan ; 

Y  en  mar  y  tierra 
Dan  de  sus  ardimientos 
Sobradas  señas. 

Si  mi  albergue  se  quema, 
Se  pierde  poco; 
Que  con  cuatro  espadañas 
Levanto  otro. 

¡Ay  del  palacio 
A  quien  rondan  los  vientos, 
Truenos  y  rayos  1 

Un  tesoro  escondido 
Desculare  un  pobre , 

Y  al  descubierto  salen 
Muchos  ladrones; 

Ellos  lo  pescan, 

Y  él  encuentra  en  el  oro 
Mayor  miseria. 

Confiada  en  las  fuerzas 
Mal  presumidas, 
A  la  ley  se  resiste 


Una  provincia ; 

Y  es  destrozada, 
Porque  en  la  ley  no  puso 
Su  confianza. 

Fuera  de  sus  dominios 
Enferma  un  grande, 
Porque  el  mal  sigue  á  todos 

Y  en  todas  jiartes ; 

Y  convalece. 

Porque  no  hay  lisonjeros 
Que  lo  contemplen. 

Prenden  allá  en  la  corte 
A  muchas  damas. 
Porque  diz  que  unas  prenden 

Y  otras  agarran ; 

Y  si  es  por  esto. 
Cargar  puede  el  alcalde 
Con  todo  el  sexo. 

Los  estudios  profanos 
Renuncia  un  docto, 

Y  aunque  al  moral  se  ai^lica, 
No  es  virtud  todo; 

Que  se  ha  notado 
Que  el  beneficio  quiere 
Más  que  al  estado. 

Contristado  se  mira 
Un  gi-an  ministro. 
Porque  ya  son  tragedias 
Sus  regocijos. 

Padezca  y  sufra ; 
Que  no  puede  ser  todo 
Buena  ventura. 

A  hurtadillas  pretende 

Y  en  tiempo  obscuro, 

Y  las  claras  visitas 
Las  hace  oculto ; 

Más  lo  descubre 
La  linterna  que  ronda 
A  todas  luces. 

Reconcilian  las  damas 
A  malcontentos; 
El  medio  es  peligroso, 
Pero  es  gran  medio; 

Porque  las  damas 
Lo  que  quieren  lo  logran 
O  lo  avasallan. 

Un  testamento  alegra 
A  una  familia, 

Y  la  muerte  mejora 
Su  triste  vida ; 

Porque  ella  sólo 
Es  la  que  á  los  avaros 
Hace  garbosos. 

Grande  fortuna  corre 
Un  ingeniero, 

Y  á  sus  obras  exalta 
Sólo  su  ingenio ; 

Que  hay  muchas  obras 
Que  por  genio  y  fortuna 
Salen  famosas. 

Tápanse  unos  rateros 
Con  buena  capa, 

Y  nuesas  chozas  dejan 
Arrebañadas ; 

Ya  no  hay  qué  lleven, 
Como  no  nos  apañen 
Nuesas  mujeres. 

Una  flota  navega 
Por  mediodía, 
Pero  el  viento  hace  noche 
La  luz  que  gira ; 

y  en  nuestra  España 
Son  sus  velas  anuncios 
De  luminarias. 

Los  hijos  de  las  casas 
Son  regocijos, 

Y  una  grande  se  pierde 
Por  un  mal  hijo  ; 

Pero  la  causa 
De  tan  malos  sucesos 
Es  la  crianza. 

La  prisión  suelta  Fabio, 


Mas  no  loa  hierros, 
Y  en  la  libertad  halla 
Más  cautiverio ; 

Que  su  delito 
Le  tendrá  en  todas  partes 
Preso  y  cautivo. 

Unos  hipocritones, 
Que  celo  fingen , 
Predicando  pobreza, 
Eoban  y  piden ; 

Cuidado,  qtie  andan 
En  traje  de  palomas 
Las  abutardas. 

Ya  que  el  año  se  acaba , 
Ojalá  acaben 
Los  males  que  empezaron 
Por  nuesos  males ; 

Pero  me  temo 
Que  estos  males  mos  cundan 
Hijos  y  nietos. 

En  fin,  la  triste  vida 
Vamos  colando: 
Que  peor  es  morirse 
Que  el  estar  malos; 

Y  el  que  naciere , 
Que  vaya,  y  tome  el  miindo 
■  Como  lo  encuentre. 


SEGUIDILLAS. 

Hablaré  en  seguidillas, 
Verso  de  moda ; 
Que  con  eso  me  excuso 
De  gastar  prosa ; 

Y  así  conviene. 
Porque  salga  el  suceso 
Claro  y  coi-riente. 

Dan  en  tierra,  de  un  soplo, 
Áulicos  grandes, 
Cuando  el  viento  pensaron 
Por  saludable ; 

Todos  engañan, 

Y  los  más  que  saludan. 
Soplan  que  rabian. 

Lleva  el  agua  unas  puentes, 

Y  es  muy  costoso; 
Contémplese  si  cuestan, 
Cuestan  los  ojos. 

Destrozo  gi-ande  ; 
Si  las  puentes  se  pierden, 
¿Qué  harán  las  naves  ? 

En  la  mar  y  en  la  tierra 
Van  en  aumento 
Las  ansias,  las  tormentas 

Y  los  tormentos ; 

Y  en  una  y  otra 

Hay  trabajos  como  agua. 
Puesto  que  ahogan. 

El  fuego  á  una  gran  casa 
Quema  y  alumbra, 

Y  éste  es  el  mejor  modo 
Con  que  la  ilustra ; 

Y  es  lo  más  raro. 
Que  en  la  casa  del  fuego 
Domine  Acuario. 

Arrogantes  y  fieras 
Las  medias  lunas, 
Quedan  con  un  eclipse 
Tristes  y  obscuras ; 

Mucho  discurren 
En  ver  si  lucir  pueden , 
Pero  no  lucen. 

Mudará  de  semblante 
Toda  la  guerra ; 
Puede  ser  que  su  cara 
Parezca  buena ; 

Pero  se  abrigua 
Que  no  es  cara  ni  rcstr-i. 
Que  es  mascarilla. 

En  las  cortes  del  Aries 
Mudan  gobierno; 


COMPOSICIONES  VARIAS. 

Si  es  gobierno  el  mudado. 
Sin  duda  es  bueno  ; 

Pero  se  teme 
Ser  gobierno  que  á  todos 
Los  desgobierne. 

Van  y  vienen  las  postas 

Y  postillones, 

Y  todos  van  y  vienen 
Poco  conformes ; 

Y  cg  el  motivo. 
Porque  cada  uno  tira 
Por  su  camino. 

Varias  congi'Cgaciones 
Tiene  un  congreso; 
Hay  mucho  congi-cgado, 
Nada  hay  resuelto ; 

De  que  se  infiere 
Que  saldi-á  todo  á  salga 
Lo  que  saliere. 


77 


En  estas  endechas, 
Ni  cultas  ni  claras, 
Los  sucesos  vengan 

Y  los  juicios  vayan. 
Mercurio  revuelve 

De  príncipes  casas  ; 
¡Oh,  qué  de  Mercurios 
Hay  en  antesalas! 

Él  Marte  guerrero 
Sus  tajos  di., para. 
Cuando  dan  reveses 
En  otra  batalla. 

Los  muros  se  arriesgan. 
Los  lienzos  lo  pagan ; 
Pero  yo  no  digo 
Santiago  ni  Holanda. 

A  un  príncipe  malo 
Su  doctor  lo  sana ; 
Vayase  por  otros, 
Que  por  él  acaban. 

Con  gran  precipicio 
Marcha  una  madama, 

Y  es  una  comedia 
Ver  esta  jornada. 

Una  deidad  sube 
Porque  la  otra  baja ; 
Fortunas  ajenas 
Son  propias  desgracias. 

Un  prelado  gi-ande 
Por  sus  circunstancias. 
De  una  erisipela. 
Parte  á  mejor  patria. 

Prisiones  de  pobres 
Habrá  en  abundancia ; 
El  delito  sobra. 
Que  lo  pobre  basta. 

Unas  bodas  ricas 
Se  ajustan  y  tratan  ; 
Se  hace  el  casamiento, 
Pero  no  se  casan. 

Habrá  de  alegi'ía 
Muchas  luminarias ; 
Muchos  ven  que  lucen , 
Pocos  ven  que  abrasan. 

Y  pues  tengo  dicho 
Lo  que  el  astro  parla, 
De  sucesos  sobra. 
De  delirios  basta. 


SEGUIDILLAS. 

De  un  soldado  valiente. 
Lleno  de  heridas. 
Hasta  las  cicatrices 
Castra  la  envidia ; 

Porque  no  tenga 
Ni  la  Señal  más  leve 
De  sus  proezas. 

Un  poderoso  muere, 


Y  aunque  es  desdicha. 
Suele  haber  muchas  muertes 
Que  dan  la  vida ; 

Errar  no  puede 
Dios,  que  sólo  dispone 
Lo  que  conviene. 

Al  uso  se  dedican 
Ciertos  mancebos, 

Y  los  ancianos  echan 
Por  esos  cerros ; 

Y  es  porque  notan 
El  que  las  novedades 
Son  peligrosas. 

Una  madama  grita, 

Y  otra  vocea , 

Y  no  hay,  aunque  las  oyen, 
Quien  las  entienda ; 

Y  es  que  los  gritos 
Son  el  mayor  silencio 
De  sus  designios. 

Uno  va  y  otro  viene, 

Y  otro  se  queda ; 
Otros  ni  van  ni  vienen , 
Ni  andan  ni  llegan  ; 

Y  en  esta  danza 
Tienen  la  mayor  burla 
Las  esperanzas. 

Unos  rústicos  andan 
En  cierta  corte. 
Sembrando  como  el  trigo 
Las  desazones  ; 

Y  su  cosecha 
La  ziza.ña  maldita 
La  hace  soberbia. 

Hablase  de  unas  paces 
Por  cosa  cierta, 

Y  entre  las  paces  mismas 
Anda  la  guerra ; 

Porque  un  demonio 
Echar  ha  conseguido 
La  paz  del  coro. 

En  el  fuego  un  palacio 
Corre  borrasca, 
Mas  las  aguas  sosiegan 
Las  fieras  llamas ; 

Pero  las  chispas 
No  pueden  apagarse 
Ni  en  muchos  dias. 

LTnos  enemiguillos 
De  tantos,  tantos, 
Nuevas  adversidades 
Me  están  trazando ; 

Y  á  carcajadas 
De  su  traza  me  rio 

Y  aun  de  sus  trazas. 
Una  dama  preciosa. 

De  todo  linda, 

En  su  obsequio  y  su  gracia 

Se  precipita ; 

Y  es  que  el  aplauso. 
Aunque  es  bueno,  da  á  veces 
IMuy  malos  ratos. 

Suben  y  bajan  muchos 
De  los  soldados, 

Y  otros,  ni  alzan  ni  bajan, 
Ni  dan  un  paso  ; 

Mas  cierto  empeño 
Los  hará  andar  á  todos 
Al  retortero. 

Los  letrados  recetan 
A  los  enfermos, 

Y  los  médicos  juran 

Y  votan  pleitos ; 
Con  que  así  salen. 

En  vez  de  concordancia. 
Mil  disparates. 

Un  doctor  sin  doctrina, 
Metido  á  docto. 
Tiene  el  don  y  ía  ciencia 
De  errarlo  todo ; 

Y  no  .se  logra 

Ni  que  le  conozcamos 


78 

Ni  se  conozca. 

Anclase  un  arbitrista, 
Como  bacL'ii  tudos, 
Cambiando  sus  ideas 
Por  })lata  y  oro ; 

Porque  en  su  planta 
Solamente  la  suya 
Es  la  franaiicia. 

En  el  mar  corre  el  fuego, 
Por  tierra  el  agua, 
y  las  llamas  se  inundan 
y  el  agua  abrasa ; 

¡  Raro  portento ! 
Que  truequen  sus  oficios 
Los  elementos. 

Dos  ejércitos  fuertes 
Se  dan  batalla, 
y  los  muertos  son  solos 
Los  que  la  ganan. 

Nadie  lo  dude ; 
Que  el  camjio  es  del  que  queda, 
No  del  que  huye. 

A  un  privado  diclioso 
Por  todos  casos 
Ya  le  priva  la  muerte 
De  ser  privado ; 

Que  su  guadaña 
Es  quien  pudo  arrojarlo 
De  su  privanza. 

Rodeado  de  cautelas 

Y  desengaños, 
Un  infclice  sale 
De  sus  trabajos; 

Que  es  gi-an  maestra 
De  astutas  prevenciones 
Doña  Miseria. 

Hay  en  puerto  y  marina 
Celebridades 
Por  las  presas  y  presos 
De  algunas  naves ; 

Unos  se  alegran , 

Y  otros,  más  que  su  estrago. 
Lloran  sus  presas. 

Venga  lo  que  viniere, 
Sólo  me  importa 
Disponer  que  me  toque 
Lo  que  me  toca ; 

Tenga  yo  gusto, 

Y  más  que  al  mundo  arrojen 
Del  mismo  mundo. 

Yo  me  conocí  mozo, 
Mas  ya  estoy  viejo, 

Y  esto  lo  hacen  los  años 
y  los  sucesos : 

Todo  se  acaba. 
Pues  se  mueren  los  mismos 
Que  á  todos  matan. 


DON  DIEGO  DE  TORRES  Y  VILLARROEL. 


Estaba  Amarilis  bella 
En  su  tocador  herniosa , 
Y  fué  el  polvo  de  sus  rizos 
Un  momento  de  su  aurora. 

Quiere  un  togado  subir 
A  la  cumbre  en  una  hora; 
Pero  le  imiiiden  las  fa,ldas , 
Que  es  lo  mismo  en  que  se  apoye 

En  un  instante  se  acaba 
Todo  su  esplendor  y  pompa , 
Quedando  sus  resplandores 
Entre  confusión  y  sombras. 

A  escribir  vidas  ajenas 
Se  introduce  la  lisonja; 
Pero  sabrá  que  es  mentira 
Quien  supiere  algo  de  historia. 

El  em])cño  y  la  pasión 
Transmutan  todas  las  cosas; 
El  heno  sube  á  ser  cedro, 
y  el  cedro  á  el  heno  se  postra. 


Un  espíritu  animoso 
Se  acobarda  y  se  acongoja, 
Porque  le  falta  á  su  aliento 
El  motivo  de  su  gloria. 

Estas  son  mis  profecías , 
Que  súlo  el  viento  las  borra. 
Porque  se  las  lleva  el  aire , 
Que  es  el  mismo  que  las  forja. 


SEGUIDILLAS. 

Dicen  que  la  fortuna 
Es  varia  y  loca; 
Es  mentira,  que  es  cuerda, 
Que  aprieta  y  afloja; 

Cuidado,  alerta. 
Que  á  muchos  los  ahoga 
Si  los  aprieta. 

Un  soldado  atrevido, 

Y  no  en  la  guerra. 
Sólo  de  un  vara-palo 
Pierde  las  fuerzas; 

Que  la  justicia 
Sabe  postrar  gigantes 
Con  la  varita. 

En  el  mundo  que  corre 
Todo  está  vario; 
No  llega  á  ser  comedia , 
Todo  es  ensayo; 

Y  en  esto  encuentro 
Que  el  galán  es  el  oro, 
Gracioso  el  tiempo. 

Un  triste  en  sus  trabajos 
Suspira  y  llora, 

Y  cuanto  más  suspira, 
Más  se  acongoja; 

Mas  no  sea  necio. 
Que  el  reírse  de  todo 
Es  el  remedio. 

A  un  enfermo  recetan 
Duerma  en  holanda , 
Porque  para  el  descanso 
Es  buena  cama; 

Y  es  que  esta  tela 
Está  urdida  con  trama 
De  adormideras. 

Viendo  qite  en  esta  vida 
Todo  se  muda , 
Un  desdichado  intenta 
Mudar  fortuna; 

Pero  no  advierte 
Que  al  que  mucho  se  muda 
Nadie  lo  quiere. 

Una  dama  suspira 
Porque  su  casa 
Se  mira  ya  desierta 

Y  abandonada; 
Que  en  esta  vida. 

En  faltando  el  dinero 
No  hay  alegría. 

En  un  puerto  se  miran 
Naves  y  remos , 

Y  será  la  tormenta 
El  mismo  puerto; 

Que  la  codicia 
Es  piloto  muy  falso, 
Que  descamina. 

Un  león  se  embravece. 
Sañudo  y  ñero, 

Y  la  humildad  le  quita 
Todo  su  ceño; 

Que  un  poderoso 
A  perdonar  agravios 
Siempre  está  jironto. 

Allá  lejos  se  pegan 
Bravas  porradas , 

Y  entre  muchos  aceros 
Los  plomos  andan; 

Pero  á  la  postre. 
Para  tanta  discordia 


pobre 


Se  da  buen  corte. 

Un  estudiante  pide 
Le  den  la  palma , 

Y  sólo  logra  el  po' 
Una  sotana; 

¡Fuerte  desdicha! 
No  se  premian  las  letras 
En  esta  vida. 

El  calor  de  un  engaño 
Mata  á  un  ministro; 
No  es  cosa  ésta  tan  nueva, 
Que  no  se  ha  visto; 

Pero  su  celo 
Vive  en  los  corazones 
De  todo  el  reino. 

A  la  sombra  de  un  árbol 
Se  acogen  muchos , 

Y  la  fruta  le  quitan 
Con  disimulo; 

Pero  cuidado. 
Que  para  los  pardales 
Hay  espantajos. 

Muy  contenta  está  Filis 
Porque  se  casa , 

Y  en  su  boda  lo  grande 
Es  la  desgracia; 

Porque  en  un  punto 
Se  le  escapa  el  marido 
Al  otro  mundo. 

Un  empleo  vacante 
Suspende  á  muchos; 
A  muchos  los  alegra , 

Y  á  otros  da  susto; 

Y  es  cosa  fuerte , 

No  escarmienten  con  esto 
Los  pretendientes. 

El  sosiego  y  el  ocio. 
El  juego  y  vicio 
Tienen  á  un  ganancioso 
Pobre  y  perdido; 

Y  es  consecuencia 
El  que  se  pierde  todo 
Cuando  se  juega. 

En  una  grande  corte 
Se  viste  gala , 

Y  se  ahuyentan  las  sombras 
Con  luminarias; 

Porque  un  lucero 
Se  ve  entre  resplandores 
Del  firmamento. 

En  un  con^áte  vemos 
Se  sirven  platos , 
Pero  en  los  brindis  se  hallan 
Tragos  amargos; 

Y  el  disimulo 

Es  de  vidas  y  honras 
Cruel  verdugo. 

Unos  quieren  y  piden 
Lo  que  otros  quieren, 
Pero  ninguno  alcanza 
Lo  que  pretende; 

Que  como  es  aire , 
Huj^e  de  entre  las  manos , 

Y  ánn  se  deshace. 

Con  horror  y  con  susto 
Se  ve  un  incendio. 
Que  más  qtiema  y  abrasa 
Cuanto  más  lejos; 

Y  es  cosa  rara , 

Que  le  enciende  lo  mismo 
Con  que  se  apaga, 

A  un  poderoso  empeño 
Nadie  resiste , 

Y  aunque  se  piden  treguas. 
No  se  le  admiten; 

Ríndese  presto 
La  ciudad ,  porque  teme 
A  un  elemento. 

Por  la  nieve  caminan. 
Sin  sentir  frió. 
Los  que  úc  Marte  heredan 
Valor  y  brío; 


Y  en  cada  planta 
Dejan  todos  con  gloria 
Fija  una  palma. 


Por  vida  de  Baco,  que 
He  de  echar  por  esta  boca 
Mil  pestes,  mil  barrumbadas; 
Fuera  de  ahí ,  que  salen  tedas. 

Sale  un  picaron  de  raza , 
Que  es  una  corrida  zorra , 
Sonsacando  al  mundo,  y  lleva 
Por  ganzúa  la  parola. 

Entra  un  sopón  muy  hambriento. 
Que  es  un  lobo  con  su  loba , 

Y  hacen  los  dos  fuerte  riza 
En  todo  cuanto  se  rozan. 

Sale  la  niña  de  mi  alma, 
Que  es  una  niña  bitonga , 
Engañando  ojos  leales 
Con  sus  lágrimas  traidoras. 

Entra  lleno  de  galones 
Un  bergante  capa-rota , 

Y  á  lo  angosto  de  su  bribia 
Quiere  reducir  la  Europa. 

Sale  un  hipócrita  astuto, 
Haciendo  la  pasmarota , 

Y  con  su  mon-diu  delante , 
Almas  vende ,  cuerpos  compra. 

Entra  un  zángano  á  dar  leyes , 

Y  sin  Dios  y  sin  ley  roba , 

Y  son  sus  libros  y  manos 
La  polilla  y  la  carcoma. 

Sale  la  guerra  del  mundo, 

Y  asi  que  la  paz  asoma , 
Soldados  y  generales 

Se  tienden  á  la  bartola. 

Entra  en  la  estrechez  más  triste 
La  damisela  gloriosa , 
Donde  hasta  el  fin  de  su  vida 
Quiere  hacer  la  vita  bona. 

Sale  de  madre  también 
Otra  más  linda  matrona , 
Desparramando  á  millares 
Los  consiielos  y  las  honras. 

Entra  en  fin  y  sale  en  fin 
La  avaricia  y  la  lisonja. 
Una  haciendo  de  las  suyas , 

Y  otra  haciendo  de  las  otras. 
Chiton ,  y  no  hay  que  seguir 

Estas  raras  quisicosas , 

Que  nunca  podrá  encontrarlas 

La  patrulla  ni  la  ronda. 


SEGUIDILLAS. 

Pagarás  tus  maldades , 
Mundo  borracho, 
Ya  que  á  todos  con  ellas 
Nos  das  el  pago; 

Pues  ha  venido 
Quien  castigue  y  quien  cure 
Tus  desatinos. 

No  has  de  dar,  mundo  loco. 
Sola  una  vuelta , 
Porque  habrán  de  ponerte 
De  vuelta  y  media; 

Y  así,  cuidado. 

Que  han  de  andar  los  azotes 
Siempre  por  alto. 

En  los  blandos  colchones 
De  su  riqueza 
Un  ministro  caido 
Duerme  y  espera; 

Y  andando  el  tiempo, 
Desde  su  cama  toma 
Más  alto  el  vuelo. 

Infinitos  lechuzos 
A  oscuras  quedan , 
Porque  se  han  derramado 


COMPOSICIONES  VARIAS. 

Las  aceiteras; 

Y  derramadas 
Aprovechan  y  alumbran 
Toda  cabana. 

A  su  fin  á  otra  parte 
Ya  van  marchando. 
Con  algunas  gabelas, 
I  Muchos  gabai-ros; 

Con  que  les  jiobrcs 
Nos  veremos  más  libres 
De  comilones. 

¡Ay!  cómo  estás  soplando, 
Crui'l  Febrero, 
Al  blandón  más  lucido 
Del  hemisferio; 

Pero  tu  furia 
No  apagará  sus  luces 
Ni  su  hermosura. 

Sus  rayos  cuasi  muertos, 
A  pesar  tuyo, 
Mejor  luz ,  nueva  gloria 
Darán  al  mundo; 

Porque  los  ruegos 
Contra  tus  rabias  todas 
Mueven  al  cielo. 

Con  un  nudo  al  pescuezo 
Grita  su  arrojo 
Un  traidor  y  arbitrista 
Todo  en  un  tomo; 

Mucho  lo  lloran 
Otros  dos  que  aiTastrando 
Llevan  la  soga. 

Los  correos ,  las  postaa 

Y  las  espías , 

Unas  van ,  otras  vienen 

Y  otras  destinan; 

Y  aunque  se  encuentran , 
No  se  ofenden ,  que  sólo 
La  paz  desean. 

Allá  en  los  gabinetes 
De  donde  salen , 
Todos  por  valúas  sendas 
Van  á  una  parte; 

Y  todos  unos , 

A  un  asunto  resuelven 
Muchos  asuntos. 

Grave  estrago  en  las  casas 
Chicas  y  viejas 
Hace  el  agua ,  y  á  muchas 
Pone  por  tierra; 

Y  otras  más  grandes 
También  tiene  contrario, 
Que  las  abate. 

Unas  bodas  se  ajustan 
En  una  aldea, 
Pero  son  sus  personas 
De  estirpe  regia; 

Y  sus  tratados 
Una  guciTa  destruyen 
De  muchos  años. 

No  hay  hora  en  que  descanse 
La  prenda  hermosa. 
No  hay  hora  en  que  no  llore 
Por  lo  que  llora; 

Porque  es  su  llanto 
La  tem^jlanza  más  dulce 
De  sus  cuidados. 

No  ha  de  volver  enjutos 
A  ver  sus  ojos. 
Porque  á  un  golpe  faltaron 
Sus  gustos  todos; 

Y  sus  deleites , 

Ni  tendrán  substitutos, 
Ni  equivalentes. 

Muy  pocas  esperanzas 
Da  de  una  vida , 
Preciada  de  profeta , 
La  medicina; 

Mas  miente  mucho, 
Como  los  que  se  arriman 
A  sus  estudios. 

A  pesar  de  sus  juicios 


Y  recetario.'; , 
Vivirá  su  excelencia 
Por  muchos  años; 

Como  infinitos , 
Que  hoy  viven  ,  y  mataron 
Sus  aforismos. 

Una  nuLva  alianza 
De  mercaderes 
Muchas  utilidades 
Al  lley  ofrece; 

Y  no  habrá  duda. 
Pues  en  tales  ganancias 
No  entra  la  suya. 

Unas  naves  Iktaban 
Con  viento  en  popa, 

Y  su  curso  detienen 
Vientos  y  rocas; 

Todos  perecen, 
Soldados,  pasajeros 

Y  mercaderes. 

Yo  creí  que  el  dinero 
Se  habia  olvidado 
De  poner  en  fortuna 
Los  mentecatos; 

Mas  su  malicia, 
Ni  el  rigor  ni  la  astucia 
Podrán  batirla. 

Ya  se  van  deshaciendo 
De  la  campaña 
Los  que  en  campos  hacían 
Fuertes  murallas; 

Unos  llevaron 
Corto  premio,  mas  otros 
¡Lo  que  han  llevado! 

Un  señor,  por  el  mundo 
Gran  viandante , 
El  postrero  ha  cumplido 
De  sus  viajas; 

Y  esta  jornada 

La  harán  cuantos  caminan 

Y  cuantos  paran. 
Premia  el  Rey  las  fatigas 

De  un  gran  soldado, 
Pero  no  lo  remedia 
De  los  trabajos; 

Porque  la  guerra 
Le  ha  dejado  la  vida 
Corta  y  enferma. 

Ya  es  locura  fiarse 
De  la  fortuna , 
Porque  se  acabó  el  rumbo 
De  sus  locuras; 

Que  en  tal  gobierno 
Sólo  gracia  y  justicia 
Darán  los  premios. 

Un  gran  señor,  que  es  honra 
De  la  campaña , 
Dichosísimo  vuelve 
De  una  embajada; 

Dando  á  su  i'cino. 
Entre  muchos  aplausos, 
Honra  y  provecho. 

Con  humildad  fingida 
Quiere  un  ministro 
Volver  á  la  soberbia 
De  ser  temido; 

Pero  es  un  necio, 
Porque  conocen  todos 
Sus  fingimientos. 

Plumas  y  galas  viste 
Preciosa  gente , 

Y  andan  los  regocijos 
De  plebe  en  plebe; 

Y  un  nacimiento 

Es  quien  produce  tanto 
Gusto  y  recreo. 

No  sólo  en  las  audiencias 
Se  tratan  pleitos. 
Que  también  los  escucha 
Guerra  y  comercio; 

Y  con  gran  saña 
Unos  firma  la  pluma, 


BO 

Y  otros  la  espada. 
Con  una  nueva  liga 

La  paz  se  ata , 

Y  otra  liga  promete 
De  desatarla; 

Pero  no  puede , 
Porque  el  nudo  primero 
Es  el  más  fuerte. 

Con  pieardías  logra 
Un  literato 
Que  ande  su  capirote 
Por  los  estrados; 

Pero  muy  presto 
Capirote  más  fuerte 
Le  dará  el  tiempo. 

En  países  remotos 
Resuena  Marte , 

Y  con  rigor  astuto 
La  guerra  se  hace; 

Pero  sus  tiros 
Tal  cual  vez  los  perciben 
Nuestros  oidos. 

Nuevas  enemistades 
Dará  esta  guerra , 

Y  un  soberano  á  otro 
Se  piden  levas; 

Mas  los  socorros 
Antes  de  los  embarcos 
•Se  van  á  fondo. 

Reducido  á  lo  oscuro 
D?  un  calabozo 
Está  el  hombre  más  claro, 
.Alas  libre  y  solo ; 

Y  su  desdicha 
Será  mayor  si  logra 
La  luz  del  dia. 

Ojalá  que  durara 
Siglos  el  año, 
Mas  el  ansia  es  amigo 
Que  ya  ha  espirado; 

Pero  i  que  importa , 
Si  vive  quien  retiene 
Las  dichas  todas? 

Bluchos  años  felices 
Verán  los  mozos; 
Que  los  que  somos  viejos 
Veremos  pocos; 

Y  Dios  nos  guarde 
Al  que  tantas  promete 
Felicidades. 


DON  DIEGO  DE  TORRES  Y  VILLARROEL. 


SEGUIDILLAS. 

En  el  mundo,  que  siempre 
Fué  una  baraja. 
Una  vez  juega  el  oro, 

Y  otra  la  espada; 

Y  de  esta  suerte, 

Lo  que  un  dia  se  gana, 
Otro  se  pierde. 

Danzando  en  la  maroma 
De  sus  trofeos, 
Un  volatín  del  mundo 
Cae  en  el  suelo; 

Y  es  tal  el  golpe , 

Que  hasta  en  lo  más  remoto 
Los  ecos  se  oyen. 

Qua  cante  dulcemente 
Mandan  á  un  asno, 

Y  á  un  ruiseñor  encierran 
En  un  establo; 

Pero  sucede 
Que  el  borrico  rebuzna , 

Y  el  ave  muere. 

Bien  sé  que  la  paciencia 
En  esta  vida 
Hace  menos  crueles 
A  las  fatigas; 

Pero  me  temo 
Que  falte  para  tantas 
El  sufrimiento. 


Una  junta  se  forma 
Para  una  empresa. 
Que  pone  á  los  discursos 
En  centinela; 

Y  si  se  logra. 
Será  feliz  sin  duda 
La  tierra  toda. 

En  pobre  tumba  muestra 
Cadáver  tosco 
Que  está  unido  lo  frágil 
A  lo  ]iom.poso, 

Y  que  en  lo  bello, 
Para  no  ser  caduco 
No  haj-  privilegio. 

Dos  escolares  tontos 
Quieren  meterse 
A  reformar  el  mundo 
Con  nuevas  leyes; 

Siendo  su  vida 
La  que  de  la  reforma 
Más  necesita. 

Esos  cánticos  suaves, 
Dulce  jilguero. 
Mira  que  te  anticipan 
Tu  cautiverio; 

Porque  tus  silbos 
Son  reclamos  que  avisan 
A  tu  enemigo. 

En  el  amante  lazo 
De  dos  prodigios 
Se  aprisionan  gustosos 
Los  albedríos; 

Siendo  felices 
Los  que  á  yugo  tan  suave 
Los  cuellos  rinden. 

¡  Oh,  qué  lindos  danzantes 
De  barbas  luengas 
En  un  teatro  bailan, 
Que  se  las  pelan  ! 

Mas  sus  mudanzas 
Han  de  dar  una  vuelta 
Algo  pesada. 

Al  horroroso  estruendo 
De  la  campaña 
Gimen  unas  provincias 
Acobardadas. 

Pero  su  llanto 
Ni  las  libra  del  susto 
Ni  del  estrago. 

Una  urraca  ha  salido, 
Tan  gritadora. 
Que  perturba  las  noches 
Más  silenciosas; 

Mas  cierto  tiro 
La  molestia  nos  quita 
De  sus  graznidos. 

Encuéntranse  dos  guapos 
Con  un  cobarde. 
Que  ha  vivido,  por  serlo. 
Sin  enojarse; 

Y  á  poco  rato 

Sale,  con  sus  lecciones. 
Hecho  un  Bernardo. 

El  intrépido  filo 
De  la  guadaña 
Siega  la  más  sonora 
Dulce  garganta; 

Llenando  á  muchos 
El  repentino  golpe 
De  llanto  y  luto. 

Déjenme  que  me  ria 
Con  gran  gustazo. 
Hasta  echar  carcajadas 
Por  los  zancajos, 

De  ver  fiue  un  sastre 
Da  una  gran  campanada 
Con  sus  dedales. 

Con  la  paz  que  procura 
Solo  un  congreso. 
Se  abren  todas  las  puertas 
De  los  comercios; 

Y  la  abundancia 


Se  rebosa  donde  hubo 
Mayores  faltas. 

Ya  publica  la  fama 
Por  las  regiones 
Las  notables  proezas 
Del  mayor  hombre; 

Y  la  noticia 
Llena  de  regocijos 
Muchas  provincias. 

BaV)ilonia  soberbia. 
Guarda  tus  muros, 
Para  no  ser  trofeo 
De  hados  injustos; 

No  te  descuides, 
Que  hay  quien  corte  los  troncos 
De  tus  pensiles. 

En  prisión  rigurosa 
Llora  alligido 
Uu  culpado  his  yerros 
De  sus  delitos; 

Y  las  cadenas 
Hacen  con  sus  lamentos 
Triste  cadencia. 

Cargada  de  despojos 

Y  de  placeres 
Una  nave  lucida 
Al  puerto  vuelve; 

Y  con  su  ari'ibo 
Muchas  playas  se  llenan 
De  regocijo. 

Las  máximas  de  Marte, 
Que  anda  encendido. 
Con  mañosa  cautela 
'Mudan  designio; 

Y  á  una  provincia 
Sus  descuidos  la  ponen 
En  triste  ruina. 

Un  discurso  que  siempre 
Fué  extravagante, 
Se  empeña  en  persuadirnos 
Mil  disparates; 

Y  lo  que  logra , 
Es  que  todos  se  rian 
De  sus  historias. 

Brama  el  mar  irritado, 
Se  enoja  el  Noto, 
Formando  mil  peligros 
En  cada  escollo; 

Pero  la  industria, 
De  las  ondas  y  vientos 
Las  fuerzas  burla. 

¿De  qué  sirven  riquezas. 
Puestos  y  fama. 
Si  con  todos  los  bienes 
La  muerte  carga  ? 

Vamos  viviendo, 

Y  atemos  las  locuras 
De  los  deseos. 

Ni  los  gustos  nos  muevan, 
Ni  los  disgustos ; 
Que  es  una  morondanga 
Todo  este  mundo; 

Y  lo  que  importa 
Es  tener  solamente 
Paciencia  y  olla. 


SEGUIDILLAS. 

Un  codicioso  alumbra 
Para  que  jueguen 
Dos  taures  á  un  juego 
Que  entrambos  pierden; 

Y  al  fin  se  ha  visto 
Que  el  alumbrante  queda 
También  perdido. 

En  uno  y  otro  mundo 
Rebulle  Marte, 
Y  á  un  mismo  tiempo  junta 
Guerras  y  paces : 

No  es  maravilla 
Que  acullá  se  acaricie 


Y  aqaí  se  riña. 

De  un  calabozo  negro 
Sale  á  la  calle 

Quien  vivió  entre  las  mismas 
Obscuridades; 

Y  su  conducta 

En  medio  de  las  luces 
Le  tiene  á  obscuras. 

A  un  palacio  acomete 
Voraz  el  fuego, 

Y  lo  que  más  le  abate 
No  es  el  incendio; 

Que  la  codicia 
En  su  buque  ocasiona 
Mayor  la  ruina. 

A  un  pretendiente  espera 
Boda  felice, 
Que  ya  el  hado  le  mira 
Menos  terrible; 

Y  más  ahora, 
Que  la  luna  no  veda 
Cosa  de  bodas. 

En  la  cárcel  concluye 
Cierto  tunanta 
Con  todas  sus  jornadas 

Y  corretajes; 
Pero  ha  logrado 

Vivir  casa  de  balde 
Por  muchos  años. 

Un  hipócrita  quiere 
Subir  al  trono, 

Y  se  queda  en  el  aire 
Con  sus  arrobos; 

Sin  que  se  dude 
Que  ha  de  bajar  rodando 
Si  arriba  sube. 

Para  cierto  edificio 
Ciertos  maestros 
Hacen  plan  y  perfiles   • 

Y  dan  consejos; 

Y  es  la  desgracia, 
Que  lo  hecho  y  lo  dicho 
Se  queda  en  planta. 

Al  lamentable  caso 
De  una  tragedia 
Sacristanes  acuden 
A  echarle  tierra; 

Y  el  triste  caso 
Deja  á  muchos  sopistas 
Beneficiados. 

Postas  van,  postas  vienen, 

Y  quedan  postas, 

Y  están  las  correrías 
Muy  silenciosas; 

Mas  poco  á  poco 
Se  divulga  la  idea 
Del  gran  negocio. 

Dos  aspiran  á  un  cargo 
Con  vigilancia ; 
Uno  ligero  vuela, 

Y  el  otro  nada; 
Pero  á  su  anhelo 

Le  contribuyen  poco 
Dos  elementos. 

La  cautela  y  la  furia 
Sólo  te  animan ; 
¡Qué  loco  que  te  tiene, 
Fabio,  tu  envidia  1 

¿  De  qué  te  sirve 
Vivir,  si  tú  no  sabes 
Lo  que  te  vives  ? 

Ya ,  Señor,  llegó  el  tiempo 
De  que  otro  mande; 
Paciencia ,  que  son  cosas 
Que  Dios  las  hace; 

Y  ahora  cuidado. 

Que  en  soltando  el  manejo, 
Se  suelta  el  diablo. 

¿  Para  qué  son  embustes, 
Fabio,  ni  dengues, 
Si  por  trepar  al  mando 
Ii08  vientos  bebes? 

I,  PS.-XYUI, 


SEGUIDILLAS. 

Mas  no  te  canses. 
Que  ya  te  han  conocido 
Todos  el  baile. 

Unos  amigos  falsos 
Urden  y  tejen 
Traiciones  contra  el  mismo 
De  quien  depeiiden; 

Y  sus  maldades 

Se  descubren  sin  duda 
Por  ser  cobardes. 

Guarde  usted  su  hermosura 
De  una  desgracia, 
Que  vienen  las  viruelas 
Borrando  caras; 

Cuidado,  Filis ; 
Que  ser  fea  es  lo  mismo 
Como  morirse. 

En  fin ,  llegó  la  hora 
De  dar  de  bruces, 
Claudio,  con  tus  embudos 

Y  tus  embustes; 
Ya  se  acabaron 

Los  convites,  los  trenes 

Y  los  saraos. 

Nadie  de  los  que  sirven 
Se  queje  ahora, 
Pues  anda,  con  el  jiremio, 
La  paga  pronta; 

No  faltan  quejas, 
Pero  son  por  costumbre 

Y  aun  por  soberbia. 
Pasquinistas,  alerta, 

Abrir  el  ojo, 

Que  la  horca  se  engulle 

A  un  sedicioso; 

Ojalá  tomen 
De  él  escarmiento  tantos 
Murmuradores. 

Con  las  levas  y  quintas 
Que  se  disponen 
Se  asustan  los  honrados 

Y  los  bribones; 
Pero  no  teman 

Que  muerdan  el  cartucho 
Quintas  y  levas. 
Un  estafador  tonto 

Y  un  lisonjero 

En  la  trampa  han  caido 
De  medio  á  medio ; 

Y  sus  infamias 

Se  dirán  por  las  calles 
Acostumbradas. 

A  empujones  y  muerdos 
Se  crucifican 
Un  corvata,  una  gola 

Y  una  golilla ; 

Y  la  pendencia 
Durará  hasta  que  el  uno 
De  los  tres  muera. 

Las  paredes  se  arruinan 
De  ciertas  casas, 

Y  una  queda  de  honores 
Más  arruinada; 

Esta  se  estrella, 

Y  las  otras  se  ensalzan 
Con  cuatro  piedras. 

En  el  mar  combatidas 
Vagan  las  naves, 

Y  es  porque  están  los  vientos 
De  muy  mal  aire ; 

Pero  en  la  tierra. 
Porque  algunas  perecen, 
Tocan  á  fiesta. 

Gracias  á  Dios  de  Anfriso, 
Que  de  su  abuelo 
Adelantadas  logra 
Honras  y  premios ; 

Pues  sus  acciones, 
Más  que  premio,  merecen 
Castigo  enorme. 

Veinte  y  seis  almanaques, 
Con  éste,  llevo; 


él 


Pocos  años  me  quedan 
De  almanaquero ; 

Porque  la  vida 
Se  va  desmoronando 
De  dia  en  di  a. 

Mas,  lector,  no  te  aburras 
Porque  yo  falte. 
Que  hay  muchos  que  te  adulen 
Con  disparates ; 

Que  en  todas  eras 
Se  recoge  de  tontos 
Larga  cosecha. 


SEGUIDILLAS. 

Fabio,  pues  viento  solo 
Son  las  palabras. 
No  fabriques  en  ellas 
Tus  esperanzas ; 

Pues  es  preciso 
Que  hayan  de  dar  en  tierra 
Tus  edificios. 

Médicos  y  letrados, 
Antandra  hcimosa. 
Mucho  te  galantean. 
Dios  te  socorra ; 

¡  Ay  pobrccita. 
En  qué  riesgo  que  tienes 
Hacienda  y  vida! 

Con  lo  que  uno  confirma. 
Mil  se  conforman, 

Y  dan  gracias  que  tome 
Lo  que  les  toma  ; 

Y  en  la  obediencia 
El  resguai-do  aseguran 
De  lo  que  queda. 

Sobre  un  gran  negociado 
Postas  se  toman, 

Y  unos  van  por  apuesta, 

Y  otros  á  posta  ; 

Y  este  negocio 
Al  fin  de  la  carrera 
Correrá  todo. 

Viento  en  popa  caminan 
A  los  alivios 
Todas  las  esperanzan 
y  los  designios ; 

Y  en  breve  salen 

A  ser  bienes  modernos 
Antiguos  males. 

Anda,  beldad  hermosa, 
Tras  de  tu  vida 
La  traición  con  el  nombre 
De  medicina ; 

Huye  consejos. 
Que  las  palabras  llevan 
Todo  el  veneno. 

No  te  cojan,  Anarda, 
Falsas  promesas, 
Mira  que  el  avariento 
Nada  respeta ; 

Y  su  avaricia 

Arrollar  quiere  á  un  tiempo 
Tu  honor  y  vida. 

Con  los  brazos  cruzados 
Marte  descansa. 
Mientras  los  suyos  juega 
Belona  sabia; 

Pero  no  puede. 
Porque  son  sus  contrarios 
Muchos  y  fuertes. 

Tenga  usted,  señor  mundo, 
Cuanto  usted  tiene, 
Para  teñir  soberbios 

Y  pretendientes ; 
Ruede  la  bola. 

Que  á  mi  sólo  me  tañe 
Lo  que  me  toca. 

Un  cobarde  á  un  valiente 
Los  premios  quita. 
Porque  el  cobarde  tuvo 


82 


DON  DIEGO  DE  TORRES  T  VILLARROEL. 


Buen  coronista ; 

Que  los  papeles 
De  infinitos  cobardea 
Hacen  valientes. 

Por  un  chisme,  que  á  un  docto 
Buscó  la  oreja, 
Opiniones  bien  claras 
Dudosas  quedan; 

Y  es  la  desdicha 

Que  esta  el  docto  de  parte 
De  la  mentira. 
Galas,  joyas,  libreas 

Y  coches  ricos, 
Todo  luce  en  la  boda 
Del  bello  Anñ-iso ; 

Mas  brevemente 
Por  un  luto  la  pompa 
Se  desvanece. 

Todavía  aquel  preso 
De  algunos  años 
Vive  entre  los  cerrojos 

Y  los  candados ; 
Pero  en  su  causa , 

Aunque  todos  la  dicen, 
Ninguno  habla. 

Regalos,  reverencias 

Y  sumisiones, 

Oran  valimiento  tienen 
En  toda  corte ; 

Y  estos  ardides 
Siempre  hicieron  dichosoa 
Los  infelices. 

Cabildos,  consistorios, 
Claustros,  concejos 
Hacen  muy  desunidos 
Ayuntamientos  ; 

Pero  se  observan 
En  las  separaciones 
Las  obediencias. 

El  tiempo  de  la  vida 
Me  empuja  á  coces, 

Y  al  sepulcro  me  arrean 
Sus  fieros  golpes ; 

Pero  entre  tanto. 
De  mi ,  de  él  y  del  mundo 
Me  estoy  zumbando. 

Venga  el  tiempo  y  la  muerte 
Cuando  ellos  quieran. 
Que  yo  mondo  y  lirondo 
Voy  á  la  tierra  ; 

Y  voy  riendo 
Del  chasco  que  se  maman 
Mis  herederos. 


SEGUIDILLAS. 

Antes  te  coronabas 
De  flores,  Filis ; 
Ya  la  pálida  nieve 
Tus  sienes  ciñe; 

Y  es  la  desdicha. 

Que  á  un  tiempo  se  te  acaban 
Belleza  y  vida. 

Huye  de  inciensos,  Fabio; 
Mira  que  en  ellos, 
Aun  son  más  los  bochornos 
Que  los  inciensos ; 

Dichoso  el  que  antes 
Conoce  en  estos  humos 
Los  claros  males. 

En  traje  de  beata 
Vive  la  envidia, 
Y  por  milagros  pasan 
Sus  tiranías ; 

Y  es  porque  hay  necios 
Que  penetrar  no  saben 
De  ropa  adentro. 

Ya  le  cogiú  la  murria 
A  un  arbitrista, 
Porque  el  crisol ,  por  oro, 
Le  dio  cenizas ; 


Y  aquestos  polvos 
Lo  atollan  en  un  sucio 
Perverso  lodo. 

Preso  llora  el  más  libre 
De  los  esclavos, 
Y  conforma  infortunios 
Con  los  aplausos ; 

Mas  siempre  exceden 
Los  pesares  y  penas 
A  los  placeres. 

Un  anciano  que  es  honra 
De  nuestra  España, 
De  sus  graves  cuidados 
Feliz  descansa ; 

Dejando  á  un  tiempo 
Gustosos  y  admii'ados 
Los  extranjeros. 

Revoluciones  andan 
En  un  palacio, 
Porque  un  duende  lo  vuelve 
De  arriba  abajo ; 

Y  la  malicia 
También  lo  vuelve  todo 
Patas  arriba. 

Sus  banderas  bizarras 
Marte  enarbola, 

Y  á  tomar  sus  fusiles 
Gente  convoca ; 

Mas  todo  para 
En  conferencias,  vocea, 

Y  en  amenazas. 

Por  malo  te  visitan 
Muchos  dotores; 
iQué  caro  ha  de  costarte! 
¡  Ay  pobre ,  pobre  1 

Yo  no  te  entiendo. 
Infeliz,  pues  aburres 
Vida  y  dinero. 

Un  escolar  que  hace 
De  escrupuloso, 
Busca  el  triste  el  infierno 
A  lo  devoto  ; 

Porque  el  malvado 
Hurta,  miente  y  engaña 
De  cabo  á  rabo. 

Del  polvo  de  la  tierra 
Un  edificio 
A  ser  casa  se  sube, 

Y  es  obelisco ; 

Mas  con  la  misma 
Prontitud  que  es  su  entrada, 
Es  su  caida. 

A  remedar  las  ciencias 

Y  facultades. 

Unos  van  y  otros  vienen 
De  varias  partes  ; 

Nada  hacen  nuevo, 
Que  remiendos  son  todos 

Y  más  remiendos. 
Los  cabellos  se  tira 

Cierta  madama. 
Porque  perdió  la  idea 
De  sus  venganzas  ; 

Y  muchos  dias, 
Calva  y  con  el  coraje 
Llora  sus  cuitas. 

Hombres  hay  en  un  reino, 

Y  en  otro  hombres , 
Pero  todos  sujetos 
A  sus  errores ; 

No  nos  cansemos, 
Que  acá  son  ciertos  solos 
Los  desconciertos. 

Unos  doctos,  actores 
De  los  delitos. 
Cargan  á  la  inocencia 
Con  los  castigos ; 

Mas  con  el  tiempo 
Volverán  los  azotes 
Tras  de  los  reos. 

Con  la  vela  y  el  remo 
La  nave  gira, 


Y  en  el  puerto  descansa 
De  sus  fatigas, 

Y  feliz  cobra 

En  salvas  y  festejos 
Sus  ansias  todas. 

Echa  plantas  y  planta» 
Un  ingeniero, 
Mas  sus  plantas  no  sirven, 
Ni  sus  modelos ; 

Porque  se  ha  visto 
Que  son  más  los  plantones 
Que  los  plantíos. 

¡  Qué  presto  dio  de  bruces 
El  que  corria 
Sin  miedo  á  los  tropiezos 
Ni  á  las  caldas  1 

Pero  ¡qué  presto 
Otro  corre  que  corre 
Sin  escarmiento  I 

Una  corte  risueña 
Las  cortes  hace 
A  la  corte  que  Anarda 
Celosa  aplaude; 

Y  es  un  contrato 

Quien  produce  en  las  corte» 
Gustos  tan  altos. 

Por  entrar  al  pillaje 
Anda  muy  lista 
Con  sus  adulaciones 
La  hipocresía ; 

Mas  no  halla  logro. 
Pues  dio  con  quien  se  ríe 
De  sus  arrobos. 

Hipócritas,  bufones 

Y  petardistas 

Se  meten  donde  tienen 
Mala  salida ; 

Algunos  salen, 
Pero  los  más  se  quedan 
En  los  zarzales. 

Gabinetes  y  estrados 
Pisan  los  gremios, 

Y  no  es  lo  malo  el  piso, 
Sino  el  asiento ; 

Porque  se  temen 
Que  si  el  banco  retiran, 
Por  tierra  queden. 

De  hora  en  hora  la  muerte 
Me  va  atrapando, 

Y  en  cada  año  la  pongo 
Para  no  errarlo ; 

Y  es  muy  seguro 
Acertar,  sin  que  tenga 
Remedio  alguno. 

Y  ha  de  haber  muchos  tontos, 
Cuando  yo  muera. 

Que  adivinanza  llamen 
La  que  fué  treta ; 

Y  darán  gritos, 
Sin  querer  acordarse 
De  lo  mentido. 


PASMAROTAS  (1), 


El  mundo,  que  há  tiempo 
Que  es  chocho  y  caduco. 
Después  de  sus  años 
Quiere  echarse  al  mundo. 


li)  El  itftrT^iR  TonRF.s  dirt  este  extraño 
tiombre  de  Pasmaroias  á  Viirias  de  sus  le- 
trillas satíricas.  I'ublicamns  las  más  de  rilas 
A  pi'sar  de  la  desmeilida  vulpridad  de  sa 
cslili).  Tienen  cierto  iiitiTCS  literario  por  el 
desi'iifado  extraorilinario  con  que  estS  ma- 
nejado el  idioma,  y  ademas  interés  hihtorico, 
pMr(|ue,  así  como  otros  versos  popuíares  da 
'loRiiKs,  e:-t  n  sembradas  de  alusioucs  pih 
liticas  de  acuella  época. 


Paciencia,  qve  es  hco 
Y  hace  mil  absurdos. 

El  es  un  fantasma 
Tan  cruel  é  injusto, 
Que  por  leyes  pone 
Sus  torpes  abusos. 

De  paz  diz  que  viene, 
Cuando  loco  iluso, 
Trae  en  revoltina 
Vivos  y  difuntos. 

De  paz  diz  que  viene, 
Después  que  nos  trujo 
Desde  los  Barberas 
Hasta  los  Panduros, 

1  Qué  traza  de  paces  , 
Si  sembrando  insultos, 
Alza  alli  un  corrillo, 
Hace  acá  un  tumulto  I 

¡  Qué  traza  de  paces , 
Si  en  todos  concursos 
El  hacer  derechos 
Encarga  á  los  zurdos! 

1  Qué  traza,  si  al  rico 
Repleto  y  ceñudo, 
De  gordas  viandas 
Le  atesta  el  vandujo! 

[  Qué  traza ,  si  al  pobre 
Hambriento  y  desnudo 
De  el  buche  le  saca 
Mordido  el  mendrugo! 

¡  Qué  traza ,  si  al  noble 
Honrado  y  sesudo 
Lo  rinde  y  sujeta 
Al  vil  y  al  palurdo! 

¡  Qué  traza,  si  al  blanco 
Lo  aturde  á  estornudos, 

Y  gasta  en  Angola 
Los  Cándidos  cultos! 

Para  jueces  rect  s 
T  ministros  justos 
Su  cosecha  toda 
Le  quita  al  verdugo. 

Para  casta  honrada 
Escoge  á  los  putos, 

Y  encarga  á ladrones 
Que  descubran  hurtos. 

Para  guapos  anda 
Tras  de  los  cornudos, 

Y  para  oradores 
Busca  los  cazurros. 

El  planta  las  borlas 
A  los  guedejudos, 

Y  para  maestros 
Encaja  á  los  burros. 

No  falta  quien  dice 
Que  es  cuerdo  y  astuto. 
Mas,  por  más  que  digan, 
Aqueste  es  el  mundo. 

Vaya, torne  y  vuelva 
Mientras  yo  le  sufro, 

Y  entre  tanto  sepa 
Que  también  me  zumbo. 

Que  aunque  sé  que  tiene 
Los  bríos  robustos, 
Sus  porradas  todas 
Ya  dan  muy  en  duro. 

Y  cuando  yo  caiga. 
Que  caeré  presumo. 
No  de  sus  golpazos. 
Sino  de  maduro. 

Paciencia ,  que  es  loco 

Y  hace  mil  absurdos. 


IL 

El  mundo  gobierna 
La  suerte  imperiosa ; 
Bueno  andará  el  mundo 
Con  ama  tan  loca. 

Déjala!  tú, 
Xrwde  la  bola. 


PASMAROTAS. 

Aun  lo  caprichudo 
Tiene  de  señora. 
Que  si  ojos  le  faltan. 
Antojos  le  sobran. 

Revuelve  los  caldos 

Y  vuelca  las  ollas; 
No  hay  casa  con  casa. 
Ni  cosa  con  cosa. 

El  que  ves  an-iba, 
De  peluca  blonda, 
Que  hoy  camina  á  Flándea, 
Vino  ayer  de  Angola. 

De  pelos  presumen 
Los  calvos  ahora, 

Y  el  sermón  de  ayuno 
Predican  los  gomias. 

Donde  hablan  de  paces 
Las  guerras  se  forjan, 
Se  esgrimen  las  garras, 
Se  tiran  las  gorras. 

Su  derecho  á  voces 
Cada  cual  pregona', 

Y  cada  derecho 
Tiene  mil  corcovas. 

Uno  una  bandera 
Juzga  que  tremola, 

Y  es  su  camisón, 
Lleno  de  palomas. 

A  Troya  cercaron 
Enemigas  tropas; 
Tardóse  en  ganar, 
Mas  ganóse  Troya. 

Muchos  de  la  manta 
Tiran,  y  ella  es  corta; 
Eomperáse  al  fin. 
Si  Dios  no  lo  estorba. 

Nunca  hubo  en  el  siglo 
Ceguera  tan  loca, 
Pues  de  lazarillos 
Los  ciegos  blasonan. 

No  halla  los  calzones 
Blas  entre  su  ropa, 
El  Blas  es  Marica, 
La  Menga  machorra. 

No  topa  con  ellos, 

Y  con  todos  topa, 
Porque  se  los  puso 
La  señora  novia. 

Una  rota  dieron 
Los  de  la  tizona, 

Y  en  Roma  s^!  habla 
Mucho  de  la  Rota, 

La  filosofía 
Está  hecha  una  boba, 

Y  la  tienen  con 

El  dedo  en  la  boca. 
Llaman  asamblea, 

Y  son  (si  se  nota) 
Pocos  l.'S  doctores, 

Y  muchas  las  borlas. 
Juegue  la  fortuna 

Y  ruede  la  bola ; 

Que  un  oUon  de  migas 
Me  espera  en  mi  choza. 
Déjalo  tú, 

Y  ruede  la  bola. 


III. 

Entre  los  de  el  juicio 
Hay,  sin  controversia. 
Cien  arrobas  menos 
De  lo  que  se  piensa. 

Óyelo  tú, 

Y  siga  la  gresca. 

Los  puestos  se  ocupan, 
Las  plumas  se  emplean , 

Y  sede  vacante 
Están  las  molleras. 

Aquella  golilla, 
Que  el  compás  les  llevft| 


Jamas  ha  tenido. 
Ni  pies,  ni  cabeza.- 

Hombres  de  dos  caras 
Son  los  que  se  aprecian. 
Porque  semejantes 
Son  á  la  moneda. 

Venus  el  cortijo 
Lo  turba  é  inquieta, 

Y  hay  por  Mariblanca 
La  marimorena. 

Concurren  las  partea 
De  aquesta  pendencia, 

Y  al  son  de  las  cajas, 
Se  dicen  las  quejas. 

Causó  una  fregona 
Toda  la  refriega ; 
El  Señor  nos  libre 
De  diablos  con  tetas. 

Fué  sobre  la  capa 
La  otra  diferencia, 

Y  el  que  metió  paz 
Se  quedó  con  ella. 

Ya  se  abrió  el  mercado, 

Y  es  tal  la  ceguera. 
Que  hasta  las  arañas 
Despachan  sus  tolas. 

No  hay  cosa  que  no 
Se  compre  en  la  feria ; 
El  favor  se  vende, 
La  razón  se  venda. 

Cuidado  consigo 
Los  amigos  tingan, 
Porque  vuelve  Judas 
A  poner  su  tienda. 

La  tela  de  el  juicio 
También  se  varea, 
Unos  á  pulgadas, 
Los  otros  á  piezas. 

En  otras  edades 
Fueron  cali'  juelas, 

Y  ahora  se  han  vuelto 
Plazas  las  conciencias. 

Por  coger  la  carne 
Que  está  en  la  espetera, 
El  gato  de  gatos 
Maya  que  revienta. 

Ya  cayó  el  patrón 
De  la  barca  lutnga, 

Y  en  suegra  y  mujer 

Le  aguardan  dos  suegras. 

Facción  la  nariz 
Es  de  la  prudencia, 

Y  más  que  la  chata 
Supo  la  aguileña. 

Uno  diz  que  tiene 
Todo  el  mundo  acuestas, 

Y  un  tutilimundi 
Es  lo  más  que  lleva. 

¡Oh,  edad  fugitiva, 
Cómo  te  me  ausentas, 
Que  se  van  los  años, 

Y  los  daños  quedanl 
Óyelo  tú, 

Y  siga  la  gresca. 


t:i 


IV. 


Sin  pizca  de  seso, 
La  loca  fortuna 
Por  teatros  corre, 
Por  palacios  cruza. 

Por  mi,  que  se  tienda. 
Que  baje  ó  que  tuba. 

Con  su  bola  en  ristre 
Se  mete  en  la  bulla, 

Y  á  los  chicos  birla 

Y  á  los  grandes  burla. 
A  unos  destronca, 

A  los  más  estruja, 

Y  aun  á  los  que  halaga 
Deja  sin  ventur», 


Si 

En  el  rio  Negro, 
De  su  saña  injusta, 
A  unos  ahoga, 
A  otros  chapuza. 

Ella,  por  su  antojo, 
T  por  huelga  empuja 
La  tropa  á  desdichas, 
A  honores  la  chusma. 

Al  que  con  sus  letras 
Los  reinos  ilustra. 
En  vez  de  capelo. 
Le  da  caperuza. 

Al  que  con  sus  armas 
De  enemigos  triunfa. 
De  otros  enemigos 
Peores  circunda. 

Al  que  al  pié  de  el  palo 
"Vio  su  sepultura , 
Con  sus  mi.smos  hombros 
Al  dosel  lo  aupa. 

Al  que  con  inciensos 
Bañó  su  figura, 
Con  un  cuerno  ahora 
Su  nariz  perfuma. 

Al  que  manejaba 
Arado  y  coj'uudas. 
Loriga  le  pone , 
Bastones  empuña. 

Al  que  allá  en  los  cuernos 
Puso  de  la  luna, 
En  los  de  un  marido 
Lo  vuelca  y  bazuca. 

Al  que  (.n  gabinetes 
Fué  Ñuño  Ilasura, 
A  santo,  por  fuerza, 
Lo  mete  en  las  grutas. 

A  la  señorita 
Que  manda  y  que  triunfa. 
La  cierra  la  tamba 

Y  la  abre  la  tumba. 
Hace  á  doña  Blanca, 

De  estéril,  fecunda, 
Mas  la  prole  toda 
Se  le  volvió  amusca. 

La  dama  que  andaba 
Por  Antón  tan  mustia , 
En  Antón  la  mete 

Y  por  Antón  suda. 

A  un  par  de  tinosos 
Por  Pepas  y  pupas. 
Cairel  pone  al  uno, 

Y  al  otro  peluca. 
Sobre  todo  truena 

Su  saña  caduca, 

Y  á  raro  no  coge 
Su  furiosa  lluvia. 

Dispare  los  rayos 
Que  quiera  su  furia  ; 
Que  á  bien  que  en  mi  choza 
Me  meto  si  chuza. 

Por  mi,  (jue  se  tietida, 
Que  baje  ó  que  suba. 


DON  DIEGO  DE  TORRES  Y  VILLARROEt. 


V. 

A  nadie  en  el  mundo 
Su  alguacil  le  falta, 
Y  no  hay  parte  en  parte 
Sin  parte  contraria, 

ISábvLu  tú, 

Y  cm'ra  la  zambra. 
Engéndranse  moscas, 

Tejen  las  arañas, 
Nacen  los  ratonts 

Y  paren  las  gatas. 
Agua  y  sal  navega 

La  opulenta  barca, 

Y  en  el  mar  se  vuelve 
Todo  sal  y  agua. 

En  el  mar  al  viento 
Quieren  poner  tasa, 


Como  si  el  mar  fuera 
Pellejo  de  gaita. 

A  pescar  curatos 
Fué  la  estudiantada ; 
Si  fueron  por  peras. 
Traerán  calabazas. 

Cuidado,  que  hay  perros 
De  tan  fiera  casta, 
Que  al  principio  muerden, 

Y  á  la  postre  ladran. 
Está  morriñosa 

Toda  la  manada ; 
El  hambre  es  el  lobo, 
Si  es  que  lobos  faltan. 
Culpa  el  pastor  tuvo 
De  aquesta  desgracia, 

Y  á  los  rabadanes 
Les  echó  las  cabras. 

Peces  de  rapiña 
Vuelan  lo  que  nadan  ; 
Uno  hay  en  el  charco, 

Y  á  f e  que  no  es  rana. 

El  que  entró  á  ser  mico 
Aj-er  en  la  sala , 
El  teatro  todo 
Volvió  en  mogiganga. 

La  matraca  suena, 

Y  los  legos  andan. 
Unos  con  estoques, 

Y  otros  con  estacas. 
Un  diablo  cojuelo 

Es  quien  toca  al  arma; 
En  sabiendo  el  chasco, 
Les  dará  matraca. 

Los  que  en  el  festejo 
Carátulas  gastan. 
Son  tenidos  por 
Hombres  de  dos  caras. 

^La  riña  se  enciende, 
Las  luces  se  apagan, 
Discurren  á  tientas 

Y  salen  á  gatas. 

¡  Oh,  qué  lindas  piezas 
Salen  á  campaña  I 

Y  en  un  gabinete 
Es  donde  disparan. 

El  que  más  confia 
En  volver  con  lana, 
En  cueros  se  vuelve 
De  esta  encamisada. 

Casqúense  los  cascos 
Con  las  testaradas. 
Cada  dia  quiero 
Mas  á  mi  calvarla. 

Palacios  habiten 
Los  que  en  otros  mandan ; 
Que  no  habrá  palacio 
Como  mi  tinaja. 

Sábelo  tú, 
1  corra  la  zambra. 


VL 


Te  ensanchas  de  cuerdo, 
Amigo  don  Zoilo, 
Porque  allá  en  tus  bragas 
Lo  murmuras  todo. 

Pues  todos  so)HOS  locos, 
Los  unos  y  los  otros. 

Pues  yo  también  quiero 
Decirte  á  lo  tonto 
Lo  que  yo  me  he  visto 
Por  mis  mismos  ojos. 

¿  Ves  aquel  que  cruza 
Calles  y  contornos 
En  traje  de  oveja? 
Pues  ése  es  un  lobo. 

¿Ves  al  que  gigante, 
Y  con  tantos  lomos, 
Haciendo  está  de  hombre? 
Pues  ése  es  un  mono, 


I  Ves  al  que  maestro, 
Con  borlas  de  docto. 
Se  precia  de  Tulio? 
Pues  es  un  cotorro. 

¿Ves  aquel  que  gacho 
Y  fuera  de  el  coto, 
Mansedumbre  afecta? 
Pues  ése  es  un  toro. 

¿Ves  aquel  que  hace, 
De  erguido  y  de  sobrio, 
Reverencias  tantas  ? 
Pues  ése  es  un  zorro. 

¿Ves  al  que  presenta 
Narigón  de  á  folio, 
Por  signo  discreto? 
Pues  ése  es  un  romo. 
¿Ves  al  que  severo. 
Sesudo  y  juicioso, 
Las  suertes  reparte  ? 
Pues  ése  está  rorro. 

¿Ves  al  que  relumbra 
Con  galones  de  oro? 
Pues  son  las  escorias 
De  el  cobre  y  de  el  plomo. 

¿Ves  á  aquel  que  firma 
Don  Carlos  Osorio? 
Pues  es  de  el  calvario 
Caballero  tronzo. 

¿Ves  á  aquel  rapado 
Que  parece  mozo.' 
Pues  tiene  más  meses 
Que  diez  abolorios. 

¿Ves  á  aquel  que  presta, 
Haciendo  el  piadoso? 
Pues  un  usurero 
Es  hasta  los  codos. 

¿Ves  á  aquel  que  abraza 
A  unos  y  á  otros? 
Pues  ése  es  un  puro 
Asesino  á  fondo. 

¿Ves  al  penitc  nte 
Humilde  y  pilongo? 
Pues  la  hipocresía 
Es  toda  en  un  tomo. 

¿Ves  los  dos  que  salen 
Tan  tiesos  de  el  coro? 
Pues  uno  es  un  burro, 
Y  el  otro  es  un  borro. 

¿Ves  aquel  que  gasta 
Tanto  requilorio? 
Pues,  para  servirte, 
Tercerote  mondo. 

Mi  sentir  te  he  dicho 
En  aqueste  tono. 
Porque  no  presumas 
Que  lo  sabes  todo. 

Pues  todos  somos  locos, 
Los  unos  y  los  otros. 


VIL 


Aunque  escribo  á  bulto, 
Sin  objeto  fijo, 
Escucha,  que  ahora 
Quiero  hablar  contigo. 

Óyelo  tú. 
Que  á  ti  te  lo  digo. 

Claro  y  sin  rebozo 
Diré  lo  que  he  visto. 
Pues  soy  de  tu  vida 
Un  viejo  testigo. 

Yo  te  vi  no  há  mucho 
Con  la  hortera  al  cinto. 
De  puertas  en  puertas 
Aullando  bodigos. 

Y  vi  que  tus  bragas 
Sacaban  al  frió, 

De  tu  nalgatorio 
Tarazones  vivos. 

Y  ahora  te  veo 
Poderoso  y  rico, 


Sin  saber  de  dónde 
Tanto  bien  te  vino. 

Aunque  ahora  me  acuerdo 
Que  entonces  se  dijo 
Que  sin  ver  las  Indias, 
Lo  encontraste  en  Quito. 

Yo  te  vi  en  campaña 
Petimetre  y  lindo, 
Dando  mil  revueltas 
Por  dar  un  tornillo. 

Y  después  rodeado 
De  ajenos  servicios, 
Dieron  las  mentiras 
Honras  al  delito. 

Yo  te  vi  en  escuelas 
Con  bárbaro  estilo, 
En  bárbara  haciendo 
Muchos  barbarismos. 

Y  entonces  hubiera 
Cualquier  bonetillo 
En  tu  cabezorra 
Mirádose  indigno. 

Y  porque  te  acoge 
Un  diablo  de  asilo, 
Mitras  y  capelos 

Te  parecen  chicos. 

En  una  mazmorra 
Yo  te  vi  captivo, 

Y  que  por  Diciembre 
Te  cantaban  grillos. 

Y  ahora  le  canta 
A  tu  despotismo 
Música  ambiciosa, 
Dulces  villancicos. 

Yo  de  vejiguero 
Te  vi  revestido, 

Y  el  caga-la-olla 
Fuiste  de  el  campillo. 

Guiabas  la  danza 
Con  tambor  y  pito, 

Y  á  señor  te  has  puesto 
De  golpe  y  zumbido. 

Yo  te  vi  en  la  cuerda 
Hacer  de  arlequino, 

Y  ganar  la  vida 

A  corcovo  y  brinco. 

Mira  que  se  arrmnan 
Estos  edificios, 
Que  estriban  sus  altos 
En  ruines  principios, 

Y  que  tu  soberbia 
Ha  de  dar  de  hocicos; 
Que  asi  te  lo  advierto 

Y  lo  pronostico. 
Óyelo  tú, 

Que  á  ti  te  lo  digo. 


VIII. 


La  camacha  aquella, 
Diabla  de  montilla. 
Vuelve  más  maestra 
A  abrir  su  oficina. 

Riete  tú , 
T que  ande  la  trisca. 

Gramática  parda 
Sabe  la  maldita, 

Y  escribir  pudiera 
La  pardomancia. 

Semblantes  adoba 

Y  figuras  guisa, 
Que  es  para  los  ojos 
Arte  de  cocina. 

Por  sus  recetarios 
De  nigromancía, 
A  unos  remienda, 
Con  lo  que  á  otros  quita. 

Ojos  de  repuesto 
Tiene  en  su  botica, 
De  los  que  le  sobran 
A  toda  vecina. 


PASMAROTAS. 

Guiado  de  im  palo, 
Un  quídam  se  arrima, 
Que  se  hallaba  ciego 
Por  falta  de  vista. 

Cien  ojos  le  puso 
En  la  frente  misma, 

Y  ni  uno,  de  ciento, 
Le  sobra,  á  fe  mia. 

A  dos  mil  soplones 
Que  andan  en  gavilla 
Los  capó  de  orejas 
Nuestra  Celestina. 

Kepartiulas  entre 
Los  de  vara  en  cinta ; 
Una  oreja  sólo 
Cada  cual  tenía. 

De  Platón  los  sesos 
La  sabia  Merlina 
Tiene  reservados 
Para  medicinas. 

Untóse  con  ellos 
La  soberanía : 
De  aquí  empezó  el  juicio 
A  ser  estadista. 

Tantos  saltimbanquis 
Como  se  fatigan, 
Llegarán  muy  tarde 
Si  van  tan  aprisa. 

En  la  procesión 
Que  esta  diabla  mira, 
Mucho  se  cojea. 
Poco  se  camina. 

De  tanta  cojera 
La  causa  maligna 
Buscan  al  zancajo, 

Y  está  más  arriba. 
Las  uñas  le  cortan 

Esta  vez  á  un  quídam. 
Que  arpista  parece, 

Y  no  es  sino  arpía. 
Aun  le  quedan  garras. 

Porque  su  malicia 
Entre  cuero  y  carne 
Las  tiene  escondidas. 

Si  están  de  colmillos 
Calvas  las  encías. 
Presto  habrá  melenas 
A  la  jabalina. 

Bien  la  vejancona 
Los  miembros  imita ; 
Que  no  ha  de  haber  sólo 
Pelucas  postizas. 

Riete  tú , 
Y  que  ande  la  trisca. 


85 


IX. 


Ya  suena  y  resuena 
El  tambor  y  adufe  ; 
De  gorja  está  el  mundo, 
Quiera  Dios  que  dure. 

Lo  que  no  me  toca, 
Qve  suene  y  retumbe. 

A  la  feria  llama, 

Y  á  la  feria  acude, 
De  raro  gentío 
Bara  miíchedumbre. 

Llénanse  los  valles, 
Los  montes  se  cubren ; 
Allí  se  levantan , 
Acullá  se  hunden. 

Vienen  á  racimos 

Y  chorreando  azumbres, 
Muy  abigarrados 

Los  señores  chutres. 

Con  sus  macaiTones 
Repletas  sus  ubres, 
Panduros  rechinan 

Y  barbetas  crujen. 
Sayos  enterizos. 

Bigotes  albures, 


Ladrando  á  manadas, 
Jurando  se  escurren. 

Con  botas  en  ristre. 
Bufando  de  duques, 
Vienen  derretidos 
Los  de  los  menjunjes. 

En  paños  menores 
Los  gallegos  cutres 
Llegan ,  que  así  llegan , 
Por  más  que  madruguen. 

Fritos  en  gazpacho 
Vienen  andaluces. 
Metiéndose  en  jijos, 
En  jajes  y  jujes. 

Con  sus  migas  de  ajo, 
Hervldose  los  buches. 
Los  azafraneros 
Por  allí  rebullen. 

Toda  bahorrina 
La  campaña  encubre, 
Mucho  cachivache. 
Mucho  zurribui-re. 

Las  plazas  se  llenan, 

Y  van  por  las  cumbres, 
Chalanes  ahondo, 

A  pote  taúres. 

De  todo  se  vende. 
Lo  bajo  y  lo  ilustre. 
Bastones,  plumajes. 
Gorras  y  capuces. 

Por  todo  y  en  todo 
Se  cambia  y  reduce, 

Y  de  la  justicia 

No  se  ve  un  vislumbre. 

Corre  por  las  filas 
Un  don  Peranzules, 
Que  trueca,  que  cobra. 
Que  vende  y  que  gruñe. 

Por  los  muradales 
Trueca  los  perfumes, 

Y  las  bibliotecas 

Las  vende  á  los  jurdes. 

De  los  cortesanos 
Cobra  esclavitudes, 

Y  con  los  alegres 
Cambia  pesadumbres. 

Prosiga  la  feria. 
Dure  lo  que  dure; 
Que  si  yo  allá  fuere , 
A  mí  que  me  emplumen. 

Lo  que  no  me  toca , 
Que  suene  y  retumbe. 


Albricias,  que  el  mundo 
Sin  duda  está  cuerdo. 
Pues  da  con  justicia 
Castigos  y  premios. 

Vaya  usted  á  otro  perro 
Con  a  que  se  hueso. 

Humildes  ensalza. 
Abate  soberbios, 
Liberales  premia , 
Castiga  avarientos. 

Socorre  las  viudas 

Y  guia  á  los  cieg.is. 
Los  huérfanos  cria, 

Y  reuiedia  enfermos. 
Limosna  da  al  pobre, 

Al  triste  consuelo. 
Captivos  desata, 

Y  redime  presos. 
Ahorca  asesinos, 

Azota  rateros. 
Empluma  alcahuetas 

Y  empala  adulterios. 
Mancebas  recoge. 

Encierra  mancebos, 
Niños  adoctrina, 

Y  respeta  viejos, 


86 

Ya  las  injusticias 
Están  por  el  suelo, 

Y  Dios  sea  bendito, 
Porque  ya  era  tiempo. 

Ya  los  sabios  tienen 
Ventura  y  respeto, 

Y  el  ocioso  vano 
Desgracia  y  desprecio. 

Ya  no  tiene  fuerza 
Alguna  el  dinero, 

Y  el  mérito  sólo 
Consigue  los  puestos. 

Ya  nadie  pondera 
Delitos  ajenos, 

Y  todos  conocen 
Sus  menores  hierros. 

Nadie  se  maltrata 
Por  lograr  ascensos, 
En  su  estado  todos 
Están  muy  contentos. 

No  hay  interesados, 
Ni  avaros  logreros; 
Sólo  se  procura 
El  bien  de  los  pueblos. 

No  corre  ti  engaño. 
La  mentira  menos, 

Y  así  no  hay  motivos 
Para  sentimientos. 

Hay  paz  octaviana 
En  todo  congreso, 
Porque  todo  el  mundo 
Castiga  8U  genio. 

Ya  en  los  pleitos  nada 
Compone  el  empeño; 
Todo  va  arreglado 
A  ley  y  derecho. 

Ya  no  hay  robo  alguno 
En  cortes  ni  puertos ; 
Que  todos  son  fieles , 
Hasta  los  venteros. 

Ya  son  en  la  tierra 
Puros  los  contentos, 

Y  así  tiene  el  mundo 
Bemedos  de  cielo. 


DON  DIEGO  DE  TORRES  Y  YILLARROEL. 


Todo  es  muy  posible, 
Así  lo  concedo; 
Mas  perdone  el  mundo, 
Que  yo  no  lo  creo. 

Vaya  usted  á  otro  perro 
Con  agüese  hueso. 


XI, 


De  guijarros  traigo 
Lleno  mi  bonete; 
El  que  esté  sin  gorra 
Que  guarde  sus  sienes. 

Y  allí  va  ese  morro, 

Y  dé  donde  diere. 
En  pedrea  acaba 

Lo  que  fué  juguete; 
Que  acaban  las  burlas 
Las  más  de  esta  suerte. 

El  que  tira,  tire, 
Que  he  de  defenderme , 
O  ya  con  la  honda, 
O  ya  á  mantiniente. 

Allá  va  un  cascote  y 

Y  pegue  ú  no  pegue , 
Asesto  mi  tiro 

Al  del  sayo  verde. 

Que  es  un  mercachifle, 
Que  hurta  cuanto  vende, 

Y  á  todos  encaja 
El  gato  por  liebre. 

Vaya  otro  morrillo, 

Y  acierte  ó  no  acierte, 
Hago  puntería 

A  don  Turuleque. 
Que  es  oñcialazo 

Y  soplón  solemne , 
Ya  de  sacabuche, 
Ya  de  saca-mete. 

Esta  peladilla 
Va  para  don  Pierres, 


Aquel  rompe-esquinas, 
Aquel  mata-siete, 

Que  al  honor  de  Baco 
Hace  muchas  veces 
Muchas  reverencias. 
Con  muchos  traspieses. 

Un  nuégado  vaya 
Al  señor  don  Lésmes, 
Gorra  perdurable. 
Petardo  perene. 

Sarna  y  salpullido. 
Que  á  pan  y  manteles. 
En  la  mesa  es  gomia, 

Y  en  la  casa  duende. 
Vaya  un  ladrillazo 

Al  jaque  escribiente. 
Que  en  las  honras  haca 
Rasgones  de  á  geme. 

Hombre  que  por  pluma 
Esgrime  un  machete, 

Y  en  piojos  y  envidia 
Berbenea  y  hierve. 

Otro  ripio  vaya 
Al  gritón  rebelde, 
Que  asusta  á  chiflidos 
El  vulgo  y  la  plebe. 

Político  burdo. 
Si  no  mequetrefe, 
Blasfemo  arrogante 
Con  humo  elocuente. 

Y  por  fin  va  un  ñisca, 
Que  disparo  adreda 

Al  sacristanazo 

Que  me  gorjeó  el  réquiem. 

Que  ello  ya  está  visto. 
Que  andaremos  siempre 
A  pícame ,  Pedro, 

Y  yo  picaréte. 

Pero  vengan  rollos, 
Como  yo  me  quede 
Con  honda  y  pedrusco, 
Por  lo  que  viniere. 

Y  allá  va  ese  morro, 

Y  dé  donde  diere. 


WIS  DE  hA&  POESÍAS  DB  DON  DISUO  DB  lOBRES  X  yiLLARROBL. 


JORGE    PITILLAS. 


NOTICIAS    BIOGRÁFICAS   Y   JUICIOS    CRÍTICOS. 


(Como  complemento  de  las  curiosas  noticias  contenidas  en  el  siguiente  apunte 
autógrafo  de  Gallardo,  véase  lo  que  acerca  de  Jorge  Pitillas  decimos  en  el 
Bosquejo  Ustórico-crUíco  de  la  poesía  castellana  en  el  siglo  xviii.) 

I. 

APUNTE  AUTÓGRAFO 
DE  DON  BARTOLOMÉ  JOSÉ  GALLARDO. 


HERVÁS  (licenciado  don  José  Gerardo  de),  il^'H.— Seudónimos  de  Hervás :  don  Hugo  Herrera 
DE  Jaspedós  ;  Jorge  Pitillas. 

De  la  vida  de  este  ingenioso  y  elegante  escritor  se  sabe  muy  poco,  y  eso  poco  y  su  muerte 
consta  por  el  testimonio  de  un  amigo  suyo,  en  carta  de  un  anónimo,  no  sé  qué  reverendo  de 
grandes  campanillas,  de  que  existe  copia  entre  los  manuscritos  de  la  Biblioteca  Real  de  Ma- 
drid (T-108). 

El  autor  de  la  carta,  presumo  yo  que  ha  de  ser  don  Juan  Martínez  Salafranca;  las  señas  que  se 
dan  de  él  son  :  que  estaba  empleado  en  un  hospital;  que  tiene  una  tahona  en  la  calle  del  Barco; 
Ítem,  que  era  administrador  del  liospital  déla  nación  francesa  en  Madrid. 

Como  quiera,  la  carta  es  curiosa;  copio  de  ella,  no  ya  sólo  lo  relativo  á  nuestro  Hervás,  sino 
lo  tocante  al  autor  de  la  carta  y  á  varias  personas  ilustres  de  la  Biblioteca  Real ,  donde  sirvió  Sa- 
lafranca.—  Carta  canta  : 

uMadrid,  26  de  Abril  de  1745. — Mon  trés-R.  P.,  etc.  Vuestra  reverencia  tuviera  mucha  razón  de  quejnrse... 
Según  vuestra  reveiencia  me  da  á  entender,  no  recibió  la  caria  en  que  le  avisaba  la  muerte  de  mi  querida  ma- 
dre, que  murió  el  día  \a  de  Junio  de  1742... 

Pocos  dias  después  murió  un  grande  amigo  mió,  abogado,  á  quien  usted  trató  algunas  veces,  que  se  llamaba 
don  Josef  Hervás;  vestía  hábitos  largos  y  hablaba  un  poco  francés... 

Don  Juan  de  triarte  há  cerca  de  dos  años  que  es  oficial  de  la  secretaria  de  Estado,  con  retención  de  su  em- 
pleo de  bibliotecario,  y  es  también  de  la  Academia  de  la  Lengua  Española.  Está  muy  ocupado  con  sus  empleos, 
muy  gordo  y  muy  rico,  poro  sin  desconocer  á  sus  amigos... 

Su  hermano  há  mucho  tiempo  que  no  escribe;  pero  se  sabe  que  tiene  un  buen  corregimiento  en  Indias,  de 
donde,  si  vuelve,  vendrá  bien  acomodado... 

Don  Blas  Antonio  Nasarre  estuvo  á  principios  del  año  pasado  enfermo  de  mucho  pf^ligro;  pero  ya  está  resti- 
tuido á  su  robustez,  y  aprecia  mucho  á  vuestra  reverencia ,  de  quien  hacemos  muy  frecuente  memoria  en  nues- 
tras conversaciones.» 


88  JORGE  PITILLAS. 

En  el  mismo  códice  de  la  Biblioteca  Real  está  original  la  sátira  de  Jorge  Pitillas  ,  con  esta 

nota : 

19.  «Apunto  en  un  papeJ  que  pesa  el  plomo, 
Que  en  Groelandia  las  zorras  son  malditas. 
Según  refiere  Wanderlarclik  el  Romo; 

20.  «Con  oirás  mil  noticias  exquisitas, 
Que  pudieran  muy  bien,  según  su  casta, 
Aumentar  las  Memorias  eruditas. 

lEstos  dos  tercetos  se  concibieron  y  escribieron  primeramente  asi,  y  después  se  reformaron, 
según  se  lee  en  el  cuerpo  de  la  sátira  (1),  por  las  supervenientes  atenciones  de  amistad  y  comer- 
cio estrecho  entre  Pitillas  y  el  autor  de  las  Memorias  eruditas,  y  porque,  ante  todas  cosas,  es 
justo  respetar  illud  amicitice  sanctum  ac  venerabile  nomen.—Madrid  y  Mayo8deilU.r>—{KuhTi- 
caáo.)» 

i 

Quizá  del  autor  mismo  de  la  sátira. 

Y  á  continuación  de  esos  tercetos,  estampa  otro  el  autor,  en  que  confirma  la  especie,  que  toca 
Salafranca  en  su  carta ,  de  la  afición  de  Hervás  á  la  lengua  francesa ,  á  saber  : 

Hablo  francés  aquello  que  me  basta 
Para  que  no  me  entiendan,  ni  yo  entienda, 
Y  fermentar  la  castellana  pasta. 

Me  inducen  á  creer  que  esta  carta  sea  de  Salafranca,  varias  especies  de  otras  cartas  del  mismo 
al  erudito  don  José  de  Ceballos,  escritas  posteriormente,  retirado  y  aburrido  en  Villel ,  su  patria, 
pueblo  de  Aragón. 

En  una,  fecha  en  Febrero  de  1750,  contándole  su  vida  y  trabiíjos,  le  dice  :  «  Estudio  la  medici- 
»na,  primero,  con  el  doctor  Babia,  clérigo  y  médico  de  profesión;  después,  con  los  padres  jesui- 
»tas,  las  artes  matemáticas,  y  los  idiomas  griego  y  hebreo,  y  otros,  en  mi  cuarto;  todo  esto  sin 
»faltar  mañana  ni  tarde  (sin  pretender  cosa  alguna)  á  la  librería  del  Rey.» 

En  carta  del  mismo  al  mismo,  fecha  en  i 6  de  Octubre,  le  dice  :  tEl  papel  de  la  Derrota  {¿de  los 
■» Alanos,  por  el  padre  Isla?)  le  presté  á  un  amigo,  y  sabiéndolo  un  comisario  del  Santo  Oficio, 
»envió  por  él,  y  aunque  tengo  licencia  de  leer  lo  prohibido,  se  le  remití. 

»E1  de  Rivera  (  ?  )  también  llegó  por  el  correo.  Es  pluma  de  mejor  aire  y  gala,  y 

»de  genio  capaz  de  mayores  empresas.  Ya  habrá  reparado  usted  que  descubre  el  misterio  que  yo 
•observé  en  el  Diario  (de  los  Literatos),  para  que  quedase  oculto  nuestro  famoso  correspondiente 
»don  Hugo  de  Herrera ;  cuya  critica ,  por  su  gran  delicadeza,  y  por  la  fertilidad  de  las  sales  con  que 
>supo  disfrazar  una  oportuna  y  lien  seguida  ironía,  se  hizo  preciso  que  la  conservásemos  oculta 
>por  entonces,  para  que  la  envidia  y  la  ignorancia  no  tuviesen  objeto  en  que  cebarse. 

iFuera  de  que  don  Hugo  no  quiso  tampoco  exponer  su  persona  á  los  insultos  que  nosotros  (los 
«redactores  del  Diario  de  los  Literatos)  padecimos;  ni  era  justo  hacerlo,  en  atención  á  su  carácter 
jé  instituto.  Y  vea  usted  aquí  cómo  se  nos  vino  á  la  mano  la  ocasión  de  satisfacer  su  curiosidad 
len  este  asunto... 

»De  Soto-Marne  (2),  lo  dicho  dicho.  Para  escribir  contra  Feijóo,  es  menester  otro  Feijóo;  y  de 
Ȏstos  entran  muy  pocos  en  libra... 

»E1  padre  confesor  del  Rey,  ni  me  favorecía,  ni  me  favorecerá,  porque  no  soy  de  los  chilla- 
idores...» 

En  otra  de  24  de  Mayo  1752,  le  dice  :  « El  reverendísimo  padre  Burriel  está  en  Toledo,  traba- 
» jando  en  la  librería  de  la  santa  iglesia.  Ha  encontrado  escritos  admirables,  pero  le  faltan  copian- 
»tes  proporcionados.» 

(1)  Enmendados  corren  así,  impresos  la  primera  vez,  y  aüpRo  de  noticias  an  almario, 

en  1741,  en  el  séptimo  y  último  tomo  del  Diario  de  los  tm¡^£7mZS)¡ier^^^^^^^  '''''* 
Literatos  de  España,  de  que  era  uno  de  los  redactores 

Salafranca:  (2)  Fray  Francisco  de  Soto  y  Marne,  uno  de  los 

Apunto  en  un  papel ,  que  pesa  el  plomo,  vigorosos  mpugnadores  de  Feijóo. 

Que  Dioscórides  fué  grande  herbolario, 
Según  refiere  Wandenlarclik  el  homo. 


NOTICIAS  BIOGRÁFICAS  Y  JUICIOS  CRÍTICOS.  89 

A  ostas  noticias  tan  originales,  agregamos  las  que  nos  da  el  bibliotecario  Pellicer,  en  nombre 
de  su  hijo  Casiano,  en  la  Historia  del  histrionismo  en  España,  publicada  el  año  de  1804.  En  el  ar- 
ticulo de  Petronila  Jibaja  (a)  la  Portuguesa,  dice  de  nuestro  don  José  Gerardo  lo  siguiente  : 

«Uno  de  los  amartelados  admiradores  de  esta  célebre  actriz  fué  don  José  Gerardo  de  Hervás. 

íEste  Hervás  es  aquel  Jorge  Pitillas,  y  aquel  otro  don  Hugo  Herrera  de  Jaspedós,  que  disfra- 
zado con  estos  nombres,  publicó  en  el  Diario  de  los  Literatos  de  España,  la  Sátira  contra  los  ma- 
los escritores  y  el  Extracto  del  poema  de  San  Antonio  Abad,  por  don  Pedro  Occjo;  en  que  ma- 
nifestó tanto  caudal  de  ingenio  festivo,  de  ironía  delicada  y  de  estilo  castizo  castellano.» 

Este  ingenio,  pues,  malogrado,  que  murió  en  la  flor  de  su  edad,  el  ano  de  1742,  escribió,  el 
de  1756,  una  carta  á  la  Jibaja,  que  se  copiará  aquí  de  su  original  (Biblioteca  Real,  estante M,  có- 
dice 41),  para  acreditar  el  mérito  singular  de  esta  comedianta,  y  por  confirmar  el  sazonado  in- 
genio del  autor... 

El  epígrafe  dice  así  : 

a  Carta  á  la  célebre  comedianta  Petronila  Jibaja,  llamada  comunmente  la  Portuguesa ,  en  oca- 
sión de  haber  convalecido  de  una  peligrosa  enfermedad.» 

La  fecha  de  la  carta  es  en  Portillo  y  Abril  29  de  1736...  Don  Hugo  Herrera  de  Jaspedós. 

Véase  si  don  José  Gerardo  nos  quiso  engañar  con  la  verdad,  fingiendo  que  escribía  desde  Por- 
tillo, que  quizá  sería  su  verdadera  patria,  la  cual  se  ignora,  al  menos  por  mí. 

Don  Hugo  Herrera  de  Jaspedós  es  anagrama  de  don  Josef  Gerardo  de  Hervás. t> 

Véase  sí  esta  comedianta  es  aquella  que,  escapada  á  Portugal,  dio  luego  un  manifiesto,  escrito 
con  indecible  gracejo,  y  en  estilo  que  me  hace  sospechar  que  su  autor  era  muy  digno  de  serlo 
del  ingenioso  Gil  Blas. 

A  este  apunte  de  Gallardo  debemos  añadir  que,  ademas  de  la  célebre  sátira  sobre  los  malos 
escritores,  y  de  la  carta  satírica ,  llena  de  agudeza,  en  que  se  burló  del  extravagante  poema  de  don 
Pedro  Nolasco  Ocejo,  titulado  El  Sol  de  los  anacoretas,  San  Antonio  Abad,  publicó  Hervás,  en 
el  Diario  de  los  Literatos  (tomo  vn) ,  otra  carta  burlesca  sobre  el  Rasgo  épico,  verídica  epiphone- 
ma,  etc.,  del  doctor  don  Joaquín  Casses. 


II. 
DEL  EXCELENTÍSIMO  SEÑOR  DON  ANTONIO  GIL  DE  ZARATE 

(Manual  de  literatura. — Resumen  liist''rico  de  la  literatura  española.) 

Descuellan  también  en  aquel  triste  período  (la  primera  mitad  del  siglo  xvm),  y  merecen  citarse 
con  aprecio,  dos  composiciones  notables,  que  son  El  Dcucallon ,  del  Conde  de  Torrepalma,  y  la 
sátira  conocida  con  el  nombre  de  Jorge  Pitillas,  cuyo  autor  se  dice  fué  don  José  Hervás.  Esta 
última,  sobre  todo,  merece  ocupar  uno  de  los  primeros  lugares  entre  nuestras  composiciones  del 
género  á  que  pertenece,  siendo  una  pintura  bellísima  del  estado  en  que  se  hallaban  entonces  las 
letras  españolas. 


III. 
DEL  EXCELENTÍSIMO  SEiÑOR  DON  FRANCISCO  MARTÍNEZ  DE  LA  ROSA. 

(Anotaciones  á  la  Poética.) 

Muy  superior  á  todas  las  publicadas  en  época  precedente  (alude  á  las  sátiras  literarias)  es  la  que 
se  imprimió,  en  el  siglo  último,  en  el  Diario  de  los  literatos  de  España ,  encubriéndose  su  autor, 
don  José  Gerardo  de  Hervás,  bajo  el  fingido  nombre  de  Jorge  Pitillas.  Supónese  en  ella  el  poeta 


90  JORGE  PITILLAS. 

irritado  al  ver  el  estrago  de  la  literatura,  y  animado  del  deseo  de  desahogar  su  bilis.  En  todo  el 
contexto  de  esta  sátira  reinan  la  viveza  y  la  facilidad ,  y  abundan  la  sal  y  el  donaire.  El  poeta  toma 
para  sus  pinturas  una  brocha  cargada  de  color  fuerte,  y  la  maneja  luego  con  la  mayor  facilidad 
y  desenfado.  Amenaza  el  poeta  con  censurar,  señalándolos  con  sus  propios  nombres,  á  tanto  mal 
escritor,  de  la  misma  suerte  que  lo  hicieron  los  mejores  satíricos  antiguos  y  modernos,  con  cuyo 
ejemplo  se  apoya. 


POESÍAS. 


CARTA  DE  JORGE  PITILLAS.' 

ÉSCEITA  Á  LOS  AUTORES  DEL  DIARIO  DE  LOS  LI- 
TERATOS  DE  ESPAÑA  (tomo  vil,  página  192 
hasta  la  214  )(1). 

Muy  seSores  míos  :  Una  larga  mansión  en  esa 
corte,  á  dependencia  de  muchos  ratos  ociosos,  me 
dio  la  oportunidad  de  emplearlos  más  en  la  lectura 
de  todo  lo  que  salia  nuevamente  á  la  luz  pública;  y 
esta  afición,  hecha  ya  costumbre,  la  continúo  con 
ahinco  aun  en  el  retiro  de  mi  casa,  adonde  há  al- 
gunos meses  que  me  he  restituido.  Los  repetidos 
chascos  que  en  el  gusto  y  en  la  bolsa  me  ha  acar- 
reado esta  imprudente  curiosidad ,  me  han  puesto 
de  malísimo  humor  contra  casi  todos  los  escritores 
de  nuestro  siglo ,  y  en  el  ánimo  de  procurarme  una 
honesta  venganza,  que  sea  compatible  con  el  cris- 
tianismo y  la  racionalidad.  De  esta  resolución  re- 
mito á  ustedes  una  prueba  en  esa  sátira,  para  que 
vean  un  efecto  práctico  de  mis  adversas  disposicio- 
nes hádalos  libros  nuevos  y  sus  autores  ,  coadyu- 
vadas de  mi  avanzada  y  achacosa  edad ,  que  me 
constituye  naturalmente  regañón.  Espero  deber  á 
ustedes  el  favor  de  que  la  hagan  lugar  (el  más  hu- 
milde)  en  uno   de  sus  diarios,  avisándome  á  su 

(1)  Esta  carta,  con  la  sitira  que  la  acompDña,  llegó  i  nuestras 
manos  en  lo  de  Mayo  del  año  1741,  con  el  artilicio  y  embozo  con 
que  han  llegado  otras,  cuyos  autores  quieren  permanecer  ocul- 
tos. Por  esto  no  podemos  servir  al  público,  ni  aun  con  la  sospe- 
cha de  quién  pueda  haber  escrito  uno  y  otro,  bien  que  las  tene- 
mos muy  fuertes  para  presumir  que  ni  es  fabrica  de  Barcelona, 
r¡  tiene  su  autor  el  nombre  jocoso  que  ha  querido  apropriarse. 
Sea  como  fuere,  la  publicamos  con  gusto,  así  por  la  inraediala  co- 
Tlüxion  que  tiene  con  nuestro  instituto,  como  porque  estamos  bas- 
tantemente persuadidos  á  que  recibirán  una  no  común  satisfac- 
ción los  inteligentes  en  este  génerj  de  escritos,  de  que  sin  razón 
hemos  carecido  en  nuestro  siglo.  No  tenemos  que  añadir  á  lo  que 
el  autor  de  la  sátira  dice  en  su  prólogo,  en  orden  á  su  buena  in- 
tención y  sinceridad  ,  porque  la  creemos  bastantemente  probada, 
y  aun  creemos  que  á  corta  reflexión  se  conoccrái  que  observó 
rigurosamente  todas  las  leyes  de  la  caridad  cristiana  y  política. 
T  ya  que  el  mismo  autor,  en  su  citado  prólogo,  apnni  los  conven- 
cimientos de  que  pudiera  necesitar  este  punto ,  no  hablamos  nos- 
otros en  el,  por  lisonjear  cuanto  antes  el  buen  gusto  de  nuestros 
lectores.  I'ara  que  éstese  continúe,  deseáramos  que  el  público 
fu£se  del  nuestro,  y  recibiese  con  aceptación  la  sátira  que  le  ofre- 
cemos, con  cuya  condición  promete  su  autor  enviarnos  otras;  y  si 
lo  cumpliere,  seremos  igualmente  puntuales,  sin  perder  ocasión, 
en  publicirlas,  como  lo  hacemos  con  ésta. 

(Nota  de  ¡os  autores  del  Diario.) 


tiempo  de  lo  que  resulte  de  su  publicación ,  para  qna 
junto  su  aviso  de  ustedes  con  las  observaciones 
que  yo  también  haré  por  acá ,  me  determinen  sobro 
el  hacer  igualmente  públicas  otras  no  pocas  sátiras, 
en  todo  parecidas  á  la  adjunta,  y  para  que  ya  que- 
dan muchos  materiales  aparejados.  ínterin,  se- 
pan ustedes  que  deseo  servirles  y  que  les  soy  su 
muy  apasionado ;  porque  aunque  ustedes  no  son 
tan  buenos  como  yo  quisiera,  son,  empero,  los  me- 
nos malos  y  los  que  menos  han  ejercitado  mi  pa- 
ciencia. 

Nuestro  Señor  guarde  á  ustedes  muchos  años. 
Barcelona  y  Abril  29  de  1741. — B.  L.M.  de  uste- 
des su  afecto  y  seguro  servidor,  Jorge  Pitillas. 

Señores  don  Juan  Martínez  Salafranca  y  don 
Leopoldo  Jerónimo  Puig. 

SÁTIRA  PRIMERA. 

Contra  los  malos  escritores  de  este  siglo. 

Por  un  anónimo,  Jorge  Pitillas, 

Irasci  nostro,  non  debes.  Cerdo,  libelle, 
Ars  íua,  non  vila  ,  esl  caí  mine  la-sa  meo. 
Innocuos  perniille  sales ,  cur  Mere  nobis 
Hon  liceat,  licuit  stjugiilare  Ubi?  (2) 

Admonére  ro/uimits,  non  morderé : prodesse, 
non  ledere :  Coiisulere  moribus  honúnum,  non 
officere  \7>]. 

i  QUIEN   LEYERE, 

Tengo  muy  creído  que  la  calidad  y  aun  la  cla- 
ridad de  este  escrito  causará  extrañeza  á  todos,  es- 
cándalo á  muchos,  y  mortificación  á  algunos.  Cau- 
sará precisamente  extrañeza  á  todos, porque  siendo 
éste  el  único  papel  en  su  género  que  en  nuestros 
tiempos  se  ha  dejado  ver  en  España,  es  consi- 
guiente que  una  cosa  tan  absolutamente  nueva 
sea  recibida  con  maravilla  universal.  El  escándalo 
tendrá  lugar  en  aquellos  espíritus  flacos  que  f*6 
hororrizan  de  todo,  y  al  solo  título  de  sátira,  con 
gesto  ponderado  y  continente  de  Catones,  decla- 
marán altamente  contra  la  corrupción  del  siglo  y 
malicia  de  los  hombres.  Últimamente ,  eerá  de  no 

(2)  Martial,  lib.  iii,  epigr.  xcii 

(3)  Erasm. 


SÁTIRA. 


91 


pequeña  mortificación  para  los  sujetos  interesa- 
dos y  contra  quienes  se  dirige,  porque,  á  la  ver- 
dad, no  hay  cosa  que  más  aflija  á  los  hombres  que 
el  verse  asaltados  por  la  parte  que  tienen  más  sen- 
sible, esto  es,  por  sus  obras  y  producciones  de  su 
entendimiento. 

Pero  contra  estos  siete  vicios  hay  siete  virtudes; 
quiero  decir  que  contra  estas  tres  dolencias  hay 
tres  antídotos,  con  que,  supuesta  la  buena  disposi- 
ción del  paciente,  se  puede  justamente  esperar  su 
restablecimiento. 

La  enfermedad  de  los  primeros  no  es  de  cuidado, 
como  no  se  complique  con  otra  más  peligrosa  ó  la 
acompañen  algunos  síntomas  perjudiciales  ;  porque 
en  realidad,  la  extrañeza  en  este  caso  debe  mirar- 
se más  como  efecto  de  la  novedad  que  como  acha- 
que ;  y  así ,  á  éstos  bastará  recetarles  la  considera- 
ción de  que  no  sólo  en  lo  físico  se  debe  admitir  la 
renovación  de  especies,  que  ésta  tiene  también  lu- 
gar en  otras  materias,  y  que  por  eso  el  tiempo  con 
su  vicisitud  repite  en  el  teatro  del  mundo  la  repre- 
sentación de  algunas  cosas  que  estaban  sepulta- 
das en  la  ignorancia  ó  en  el  olvido. 

Los  segundos  son  de  más  difícil  curativa,  ó  acaso 
del  todo  incurables ;  y  esto  no  tanto  por  lo  perni- 
cioso de  su  dolencia ,  cuanto  por  sus  malas  dispo- 
siciones, y  lo  poco  que  se  ayudan  para  librarse  de 
ella.  Ciertamente  no  encuentro  en  toda  mi¡  botica 
cosa  que  bien  les  cuadre.  Pero,  valga  por  lo  que 
valiere,  hágoles  presente  que  harto  tiempo  tienen 
para  aspavientos  y  hazañerías  ;  que  procuren  ante 
todas  cosas  examinar  seriamente  este  opúsculo,  y 
le  verán  rebosando  buena  fe  é  igual  intención ,  y 
sin  que  en  todo  él  se  descubra  la  menor  seña  de  un 
ánimo  depravado  y  que  gusta  de  ofender  : 

Qitod  vilium  procul  abfore  chartis, 

Atque  animo  prius;  ut  si  quid proniillere  déme 
Possum  aliud  ,  veré  promillo. 

Y  últimamente  ,  que  no  perjudica  á  la  concien- 
cia ni  al  Estado  el  que  halla  un  libro  no  escrito  á 
BU  gusto,  y  le  es  lícito  enfadarse  muy  de  veras  de 
BU  mala  lectura. 

Los  terceros,  en  su  indisposición ,  tienen  razón 
que  les  sobra;  y  así,  yo  les  tengo  mucha  lástima, 
no  sólo  por  la  mortificación  que  los  desazona,  sino 
también  por  el  motivo  que  la  produjo.  Pero  es  pre- 
ciso considerar  (y  sea  más  consuelo  que  receta) 
que  desde  que  hicieron  públicos  sus  trabajos,  me 
dieron  á  mí  y  á  todos  un  absoluto  derecho  de  for- 
mar el  juicio  que  á  cada  uno  le  pareciese ;  y  de 
aquí  nace  que  en  caso  de  declararse,  conviene  ha- 
blar con  ingenuidad;  porque  no  por  complacer- 
les es  cosa  de  abandonar  el  sentido  común.  Fuera 
de  que  ,  lo  que  yo  digo  no  es  ninguna  decisión 
Rotal ,  ni  el  evangelio  de  san  Marcos  ;  y  así  pueden 
muy  bien  mantenerse  en  su  amor  proprio  y  ha- 
cerse toda  la  merced  que  quisieren.  Bien  que  me 
temo  que  sean  únicos  en  su  dictamen,  ó  le  siga 
quien  no  le  autorice  ;  sin  que  por  esto  presuma  yo 


de  voto  de  calidad,  sino  porque  es  consecuencia 
precisa  de  una  notoria  ineptitud. 

Estas  reflexiones,  como  naturalísimas,  son  con- 
vincentes ,  y  debieran  aquietar  enteramente  á  los 
que  son  principal  objeto  de  ellas;  dudo,  empero, 
del  buen  efecto ,  por  lo  arraigado  que  está  ea  el 
mundo  el  tiránico  dc)minio  de  la  preocupación  y  el 
capricho.  No  obstante,  me  ha  parecido  inexcusa- 
ble el  proponerlas  (omitiendo  otras  que  la  recta 
razón  influye),  así  para  mi  satisfacción  y  de  los 
indiferentes,  como  para  mayor  confusión  de  los 
tercos,  y  darles  á  conocer  que  en  ellos  se  verifica 
con  lastimosa  propiedad  lo  de  video  mel lora, probo- 
que ,  deteriora  sequor. 

Pero  advierto  que  no  aprecio  tanto  la  compla- 
cencia de  divertirme  y  divertir  á  otros  ,  que  deje 
de  observar  cuidadosamente  las  resultas  serias  que 
pueda  tener  mi  proyecto.  Por  eso  va  esta  primera 
sátira  en  figura  de  peregrino  á  sondear  los  ánimos. 
Si  de  su  publicación  acaece  que  descubriéndose 
algunos  inconvenientes  (que  por  no  alcanzarlos 
se  bajean  escapado  á  mi  buena  intención),  se  me 
proponga  un  solo  reparo  racional  ó  algún  califi- 
cado resentimiento,  desde  luego  cesaré  muy  gus- 
toso en  su  prosecución.  Pero  si  sólo  se  me  reconvi- 
niese con  futilidades  y  necias  quejas  de  hazañeros 
ó  de  interesados,  que  respiran  por  la  herida,  corre 
muy  de  mi  cuenta  el  no  hacerla  de  ellos,  y  conti- 
nuaré en  mi  labor,  produciendo  á  corta  distancia 
de  tiempo  otras  diferentes  sátiras  del  mismo  cali- 
bre y  circunstancias  que  la  presente,  en  que  me 
ría  y  nos  riamos  á  costa  de  escritores  chapuceros. 
— Vale. 

sí.tiba  pbimera. 

Liberius  si 

Dixero  quid,  si  forte  jocosius,  hoc  mihi  jurts  cum  venia  iahU. 

No  más,  no  más  callar,  ya  no  es  posible ; 
Allá  voy,  no  me  tengan  ;  fuera  digo, 
Que  se  desata  mi  maldita  horrible. 

No  censures  mi  intento,  oh  Lelio  amigo, 
Pues  sabes  cuánto  tiempo  he  contrastado 
El  fatal  movimiento  que  ahora  sigo. 

Ya  toda  mi  cordura  se  ha  acabado, 
Ya  llegó  la  paciencia  al  postrer  punto, 

Y  la  atacada  mina  se  ha  volado. 
Protesto  que  pues  hablo  en  el  asunto, 

Ha  de  ir  lo  de  antaiio  y  lo  de  hogaño, 

Y  he  de  echar  el  repollo  todo  junto. 

Las  piedras,  que  mil  dias  há  que  apaño. 
He  de  tirar  sin  miedo,  aunque  con  tiento. 
Por  vengar  el  común  y  el  propio  daño. 

Baste  ya  de  un  indigno  sufrimiento. 
Que  reprimió  con  débiles  reparos 
La  justa  saña  del  conocimiento. 

He  de  seguir  la  senda  de  los  raros; 
Que  mendigar  sufragios  de  la  plebe  (1) 
Acarrea  perjuicios  harto  caros. 

Y  ya  que  otro  no  chista  ni  se  mueve. 
Quiero  yo  ser  satírico  Quijote 
Contra  todo  escritor  follón  y  aleve. 

Guerra  declaro  á  todo  monigote, 

Y  pues  sobran  justísimos  pretextos. 
Palo  habrá  de  los  pies  hasta  el  cogote. 


(1) 


Non  ego  ventosa;  plebi»  suffragia  venor. 

(üom.,  lib.  I,  ep.  xií,  V.  57.) 


92 


JORGE  PITILLAS. 


No  me  amedrentes,  Lclio,  con  tns  gestos  (1); 
Que  ya  he  arlvertiilo  que  el  callar  á  todo 
Es  confundirse  tontos  y  modestos. 

En  vano  intentas  con  severo  modo 
Serenar  el  furor  que  me  arrebata, 
Ni  á  tus  pánicos  miedos  me  acomodo. 

¿Quicrts  que  aguante  más  la  turba  ingrata 
De  tanto  necio,  idiota  presumido, 
Que  vende  plomo  por  preciosa  plata? 

¿  Siempre  he  de  oir  no  más  ?  ¿  No  permitido 
Me  ha  de  ser  el  causarles  un  mal  rato. 
Por  los  muchos  jieores  que  he  sufrido?  (2), 

También  yo  soj'  al  uso  literato  (3), 
T  sé  decir  romboides,  turhilloncs, 
y  blasfemar  del  viejo  Pcrijjaio. 

Bien  sabes  que  imprimí  imas  conclusiones, 

Y  en  famoso  teatro  argüí  recio, 
Fiando  mi  razón  de  mis  pulmones. 

Sabes  con  cuánto  afán  busco  y  aprecio 
Un  libro  de  impresión  clzcviri/tna , 

Y  le  compro  (aunque  ayune)  á  todo  precio. 
También  el  árbol  quise  hacer  de  Diana, 

Mas  faltóme  la  plata  del  conjuro, 
Aunque  tenía  vaso,  nitro  y  gana. 

Voy  á  la  biblioteca ,  allí  procuro 
Pedir  libros  que  tengan  mucho  tomo, 
Con  otros  chicos  de  lenguaje  oscuro. 

Apunto  en  un  papel,  que  pesa  el  plomo, 
Que  Dioscórides  fué  grande  herbolario, 
Según  refiere  Wandcnlarchk  el  romo, 

Y  allego  de  noticias  un  almario, 

Que  pudieran  muy  bien ,  según  su  casta, 
Aumentar  el  Merctir'w  Utei'ario  (4). 

Hablo  francés  aquello  que  me  basta 
Para  que  no  me  entiendan ,  ni  yo  entienda, 

Y  fermentar  la  castellana  pasta. 

Y  aun  por  eso  me  choca  la  leyenda 
En  que  no  arriba  hallarse  un  apanaje 
Bien  entendido  que  al  discreto  ofenda. 

Batir  en  ruina,  es  célebre ^^^Síye 
Para  adornar  lina  española  ^íVrff, 
Aunque  Galváu  no  entienda  tal  potaje. 

¿Qué  es  esto,  Lelio?  ¿mueves  la  cabeza? 
¿Que  no  me  crees,  dices?  ¿Que  yo  mismo 
Aborrezco  tan  bárbara  simpleza? 

Tienes,  Lelio,  razón;  de  este  idiotismo 
Abomino  el  ridículo  ejercicio, 

Y  huyo  con  gran  cuidado  de  su  abismo  (5), 
La  práctica  de  tanto  error  y  vicio 

Es,  empero  (según  te  la  he  pintado), 

De  un  moderno  escritor  sabido  oficio, 

Hácele  la  ignorancia  más  osado, 

Y  basta  que  no  sepa  alguna  cosa. 
Para  escribir  sobre  ella  un  gran  tratado, 

Y  si  acaso  otra  pluma  más  dichosa 
En  docto  escrito  deleitando  instruye, 
Se  le  exalta  la  bilis  envidiosa. 

Y  en  fornido  volumen,  que  construye 
(Empuñando  por  pluma  un  varapalo). 
Le  acribilla,  le  abrasa,  le  destruye. 

Ultrajes  y  dicterios  son  regalo 
De  que  abundan  tan  torpes  escrituras, 
Siendo  cada  palabra  un  fuerte  palo. 

En  todo  lo  demás  camina  á  oscuras, 

Y  el  asunto  le  olvida,  ó  le  defiende 
Con  simplezas  é  infieles  imposturas. 

Su  ciencia  sólo  estriba  en  lo  que  ofende, 
y  como  él  diga  desvergüenzas  muchas, 
La  razón,  ni  la  busca,  ni  la  entiende. 


(i)  Aufer 

Me  vtiHu  íerrere 

bum  quie  Cris¡iiiú  docuit  me  Janitor,  edo. 

(Moral.,  lib.  ii,  i.at.  7,  v.  43.) 

(2)  Semper  ego  anditor  íanluin?  Sumquam  né  rcponam 
Yexntus  Iv/ies?  (Juven.,  sat.  i ,  v.  1.) 

(3)  Et  nos  ergo  mamim  fenil/r  sabdu.rimus,  ele. 

Ídem,  ibiil.,  V.  1.^.) 
(41  Alude  Jorge  Pitilus  á  un  pcriiidico  que  publicaba  don  Sal- 
vado- José  Mnücr.  (iVo/a  del  Culector.) 
t5)        Seque  eiiiin  hoc  sludeo,  bui.'alis  ul  viilii  7i  gis 
Pagina  turgescat,  darepondus  idónea  fumo. 

(Pers.,  sat.  5,  v.  19.) 


A  veces  se  prescinde  de  estas  luchas, 

Y  hace  toda  la  costa  el  propio  Marte, 

En  que  hay  plumas  también  que  son  muy  duchas. 

No  menor  ignorancia  se  reparte 
En  estas  infelices  producciones. 
De  que  Dios  nos  defienda  y  nos  aparte. 

Fljanse  en  las  esquinas  cartelones, 
Que  al  poste  más  macizo  y  berroqueño 
Le  levantan  ampollas  y  chichones. 

Un  titulo  pomposo  y  halagüeño, 
Impreso  en  un  papel  azafranado. 
Da  del  libro  magnííico  diseño. 

Atiza  la  Gaceta  por  su  lado, 

Y  es  gran  gusto  comprar  por  pocos  reales 
Un  librejo  amarillo  y  jaspeado. 

Caen  en  la  tentación  los  animales, 

Y  aun  los  que  no  lo  son ,  porque  desean 
Ver  á  sus  compatriotas  racionales, 

Pero  ¡  oh  dolor!  mis  ojos  no  lo  vean ; 
Al  leer  del  frontis  el  renglón  postrero, 
La  esperanza  y  el  gusto  ya  flaquean. 

Marin,  ,Sanz  ó  jMuTioz  son  mal  agüero, 
Porque  engendran  sus  necias  oficinas 
Todo  libro  civil  y  chapucero. 

Crecen  á  cada  paso  las  mohínas. 
Viendo  brotar  por  planas  y  renglones 
Mil  sandeces  insulsas  y  mezquinas. 

Toda  dedicatoria  es  clausulones 

Y  voces  de  pié  y  medio  (6),  que  al  Mecenas 
Le  dan,  en  vez  de  inciensos,  coscorrones. 

Todo  prólogo  entona  cantilenas. 
En  que  el  autor  se  dice  gran  supuesto, 

Y  bachiller  por  Lugo  ó  por  Atenas, 
No  menos  arrogante  é  inmodesto. 

Pondera  su  proyecto  abominable, 

Y  ofrece  de  otras  obras  dar  un  cesto. 
Yo  lo  fio,  copiante  perdvu'able. 

Que  de  ajenos  andi'ajos  mal  zurcidos 
Formas  un  libro  engerto  en  porra  ó  sable; 

Y  urgaudo  en  albañales  corrompidos 
De  una  y  otra  asquerosa  Poliantea, 
Nos  apestas  el  alma  j  los  sentidos. 

El  estilo  y  la  frase  inculta  y  fea 
Ocupa  la  primera  y  ¡josírtr  llana. 
Que  leo  enteras,  sin  saber  que  lea. 

No  halla  la  inteligencia  siempre  vana 
Sentido  en  que  emplearse,  y  en  las  voces 
Derelinques  la  frase  castellana, 

¿Por  qué  nos  das  tormentos  tan  atroces^ 
Habla,  bribón,  con  menos  retornelos, 
A  paso  llano  y  sin  vocales  coces. 

Habla,  como  han  hablado  tus  abuelos. 
Sin  hacer  profesión  de  boquilobo, 

Y  en  tono  que  te  entienda  Ciempozuelos. 
Perdona,  Lelio,  el  descortés  arrobo; 

Que  en  llegando  á  este  punto,  no  soy  mió, 

Y  estoy,  con  tales  cosas,  hecho  un  bobo. 
Déjame  lamentar  el  desvarío 

De  que  nuestra  gran  lengua  esté  abatida, 
Siendo  de  la  elocuencia  el  mayor  rio. 
Es  general  locura  tan  crecida , 

Y  casi  todos  hablan  cual  pudiera 
Velloso  geta  ó  rústico  numida. 

¡Y  á  éstos  respeta  el  Tajo!  ]A  éstos  venera 
Manzanares,  y  laumilde  los  adora!  (7) 
lOh  ley  del  barbarismo  agria  y  severa! 

Preguntarásme  acaso,  Lelio,  ahora. 
Cuáles  son  los  implícitos  ef  cribas 
Contra  quienes  mi  pluma  se  acalora. 

Yo  te  daré  noticias  positivas 
Cuando  hable  no»ii?iafim  de  estos  payos, 

Y  les  ponga  el  jDellejo  como  cribas. 
Más  claro  que  cincuenta  papagayos 

Dirá  sus  nombres  mi  furioso  pico. 
Sin  rodeos,  melindres  ni  soslayos, 
¿La  frente  arrugas?  (8)  ¿Tuerces  el  hocico. 


(fi)       Projicit  ampultas,  et  sesguipedalia  verba. 

(llorat.,  in  Art.,  v.  97. 

(7)  Hos  tu,  Nile,  calis!  ¡Et  líos  tu  Tihris  adoras! 

(8)  Quid  contraxisíis  frvntem  ? 

(I'laut.,  in  l'rol.  Ámyhytr.) 


SÁTIRA. 


93 


¿Al  nomhiatim  taces  arrninacos? 
Óyeme  dos  palabras  te  suplico. 

Yo  no  he  de  llamar  á  estos  bellacos 
Palabra  alguna  que  la  ley  detesta, 
Ni  diré  que  son  putos,  ni  berracos. 

Sólo  diré  que  su  ignorante  testa, 
Animada  de  torpe  y  brutal  mente, 
Al  mundo  racional  le  es  muy  infesta. 

Tontos  los  llamaré  tan  solamente, 

Y  que  sus  libros  á  una  vil  cocina 
Merecen  ser  llevados  prestamente, 

A  que  Dominga  rústica  y  niobina 
Haga  de  ellos  capaces  cucuruchos 
A  la  pimienta  y  á  la  especia  fina  (1). 

De  este  modo  han  escrito  otros  más  duchos 
Satíricos  de  grados  y  corona. 
De  que  da  la  leyenda  ejemplos  muchos. 

En  sus  versos  LuciUo  no  perdona 
Al  cónsul,  al  plebeyo,  al  caballero  (2), 

Y  hace  patente  el  vicio  y  la  persona. 
Ni  Lelio  adusto,  ni  Scipion  severo, 

Del  poeta  se  ofenden,  aunque  maje 
A  Mételo  y  á  I/tipo  en  su  mortero  (3). 
Cualquiera  sabe,  más  que  sea  paje, 
Que  Horacio,  con  su  pelo  y  con  su  lana. 
Satiriza  el  pazguato  y  el  bardaje. 

Y  entre  otros  á  quien  zurra  la  badana 
(Por  defectos  y  causas  diferentes). 

Con  Casio  el  escritor  (4)  no  anduvo  rana. 

Pues  montas,  si  furioso  hincó  los  dientes 
Al  culto  Alpino,  aquel  que  en  sus  cantares 
Degollaba  Memnones  inocentes; 

El  que  pintaba  al  Ein  los  aladares  (5) 
En  versos  tan  malditos  y  endiablados 
Como  pudiera  el  mismo  C'nñizares. 

Persio  á  todo  un  AWon  tiró  bocados, 

Y  sus  conceptos  saca  á  la  vergüenza, 
A  ser  escarnecidos  y  afrentados  (6). 

Juvenal  su  labor  así  comienza, 

Y  á  Codro  el  escritor  nombra  y  censura  (7), 
Sin  que  se  tenga  á  mucha  desvergüenza. 

No  sólo  la  Thrscida  le  es  muy  dura; 
A  Télefo  y  á  Oréstes  spiritado 
También  á  puros  golpes  los  madura  (8), 

Con  esto  á  sus  autores  hunde  un  lado. 
Si  á  Cluvicno  (9)  le  quiebra  una  costilla, 

Y  una  pierna  á  Matlwn  el  abogado  (10). 
Con  libertad,  en  fin,  pura  y  sencilla. 

Observa  en  toda  su  obra  el  mismo  estilo. 
Nombrando  á  cuantos  Ice  la  cartilla, 

Y  por  si  temes  que  me  falte  asilo 


(1)  Nfvioram  cito  rapfu.i  in  cuHnam 
Cordillnn  madidn  li'i/as  painjro, 
Vel  t/iuris,  piperisque  sis  cuailhis. 

iHlart.,  lib.  iii,  cp,  il.) 

(2)  Primores  populi  arripnit  pnpninmque  Irihulim. 

(Honit.,  sal.  I.  lib.  ii.  v.  69.) 

(3)  iVíon   La-lius,  mil  qni 

Ituxit  ab  npprcsita  mcritnm  Cortluifiine  iicmcn 
hiyenin  nffoisi?  Aiil  Ursn  d  luere  Melello, 
Famosisque  Lupo  cooperlu  vcr^ilius? 

(Ilorat.,  ibiil.,  v.  63.) 

(4)  Amrl  scripsixxe  dncenlos 

Ante  cihim  versas,  tulidcm  canalus:  ihlrusci 

Qiinle  fntl  l'.assi  rápido  fervcnliiis  umni 

Inqeninm.  iHorat.,  lib.  i,  sat.  10,  v.  M9.) 

(3)       Turi/idus  Alpinns  iiigu/al  dum  Memnonn,  dumque 
befingit  Rheiii  luleuin  capul.  Haíc  ogo  ludo. 

(Ídem,  ibid.,  v.  óG.) 

(6)  Torva  Mimalloneis,  etc. 

(Pcrs.,  sat.  1,  v.;,'9.) 

(7)  Vexatus  toties  rauci  Theseide  Cndri. 

(.luven.,  sat.  1,  v.  2.) 

(8)  Impune  diem  cimsiimpsi-ril  ingens 

Telephns?  Aut  summi  inm  mmgine  libri 
Scripltis,  el  in  tergo  nundum  finilus  Oi  estes. 

ilbid.,v.  1.) 

(9)  Si  nnlura  nrgat,  fácil  indignalio  versnm. 
Qualemcnmque  polest ;  Quales  ego,  vel  i'.ltivienus. 

(Ibid.,  V.  79.) 

(10)  Te  cnnaiile  dio  ti/ti  quissis, 

Oralor  vehemens,  an  Curlius,  an  Mnilin. 

(Idera,  sat.  11,  v.  53.) 


En  ejemplo  de  autor  propio  y  casero, 
Uno  he  de  dar  que  te  levante  en  vilo. 

Cervantes  el  divino  viajero  (11), 
1^1  que  se  fué  al  Parnaso  piano,  piano, 
A  cerner  escritores  con  su  harnero. 

Si  el  gi-an  Mercurio  no  le  va  á  la  mano. 
Echa  á  Lo/raso  (12)  de  la  nave  al  Ponto, 
Por  escritor  soez  y  chavacano. 

De  Arholanchcs  (18)  descubre  el  genio  tonto, 
Nombra  á  Pedvosa  (14)  novelero  infando, 

Y  en  criticar  á  entrambos  está  pronto. 

Sigue  el  Pastor  de  Iberia  (1.5),  autor  nefando, 

Y  el  que  escribió  la  Picara  Justina , 
Capellán  lego  del  contrario  bando  (10). 

Y  si  este  libro  tanto  se  acrimina, 

¿Qué  habría  si  al  Alfonso  (17)  áspero  y  duro 
Le  pillase  esta  musa  censorina? 

Otros  más,  con  intento  ca.sto  y  puro. 
Ata  de  su  censura  á  la  fiel  rueda, 

Y  les  hace  el  satírico  conjuro. 

Aunque  implícitamente,  y  sin  que  pueda 
Discernir  por  la  bulla  y  mescolanza 
Cuál  es  Garcilasista  ó  Timoneda  (18). 

Bien  la  razón  de  su  razón  se  alcanza, 
Porque  (como  él  en  versos  placenteros 
Intima  en  el  discurso  de  su  andanza) 

Ccrnicahs,  que  son  lagartijeros. 
No  esperen  de  gozar  las  preeminencias 
Que  gozaii  gavilanes  no  pecheros  (19). 

Cesen  ya,  Lelio,  pues,  tus  displicencias, 

Y  á  vista  de  tan  nobles  ejemplares. 
Ten  los  recelos  por  impei'tinencias. 

Y  excusemos  de  dares  y  tomares; 

Que  el  hablar  claro  siempre  fué  mi  maña, 

Y  me  como  tras  ello  los  pulgares. 
Conozco  que  el  fingir  me  aflige  y  daña; 

Y  así,  á  lo  blanco  siempre  llamé  blanco, 

Y  á  Mañér  le  llamé  siempre  alimaña. 
No  por  eso  mi  genio  liso  y  franco 

Se  empleará  tan  sólo  en  la  censura 
Del  escrito  que  cree  cojo  ó  manco; 
Con  igual  gusto,  con  igual  lism-a, 


(11)  Migad  do  Cervantes,  en  su  Xinje  del  Parnaso. 

(ti)  Amonio  de  Lofrnso,  poeta  y  soldado  .-ardo,  autor  de  la  no- 
vela pastoril  Los  diez  libros  de  fortuna  de  amor.  I. a  idea  de  arrojar 
á  1-ofraso  al  mar,  por  mal  poeta,  se  reliare  á  este  pasaje  del  Viaje 
del  Parnaso,  capitulo  iii : 

Gritó  la  cliusma  toda  :  «Al  mar  se  arroje, 
Vaya  Lofraso  al  mar  sin  resistencia. 
—  Por  Dios  ,  dijo  Jleicurio,  que  me  enoie  » 

lAw/rt  del  Colector.) 
(13)  Jerónimo  de  Arbolanches.  Natural  de  Tudola  ,  autor  de  una 
novela,  á  un  tiempo  caballeresca  y  pastoril ,  titulada  los  nueve 
libros  de  Las  Aviovs  i  hijas  del  Principe  Avidoí.  A  esta  novela. 
fundada  en  una  singular  conseja,  alude  Cervantes  cuando  dice: 
De  verso  y  prosa  el  puro  desatino 
Noi  dio  a  entender  c|ue  de  Arbolanches  eran 
La.y  Ávidas  pesadas  de  contiuo. 

(¡dem) 
(II)  De  Pedresa  dice  Cervantes; 

De  una  intrincada  y  mal  compuesta  prosa, 
I  e  un  asunto  sin  juro  y  sin  donaire, 
Cuatro  novelas  disparo  l'edrosa. 

[ídem.) 
(13)  El  Pastor  de  Iberia  es  una  novela  pastoril  en  VlTso  y  prosa 
de  Bernardo  de  la  Vega.— Sevilla,  l.VJl.  {ídem.) 

(16)  Este  verso  es  de  Cerv.intes,  que  al  llamar  burlescamente 
capel/aniego  al  3uUniie  La  p  cara  .luslino ,  aludia  tal  vez  á  la 
circunstancia  de  haber  sido  escrita  esta  novela  picaresca  por  An- 
drés Pérez  de  León,  fraile  dominico.  <Idem.} 

(17)  Aquí  alude  sin  duda  .Iorge  Pitillas  á  El  Alfonso,  ó  Funda- 
ción del  reino  de  Porlugul,  poema  castellano  del  caballero  portu- 
gués Francisco  Botellio  de  Moraes  y  Vascoiicellos,  que  compuso 
ademas  otras  obras,  entre  elhs  el  satírico  6  ingenioso  libro  Las 
cuevas  de  Salamanca.  Fué  individuo  de  la  Academia  Española. 

(.Ídem.) 

(18)  Verso  de  Cervantes.  Viaje  del  Parnaso,  capitulo  vii.  [ídem.) 
(19>  Versos  de  Cervantes.  Yiaje  del  Parnaso,  capitulo  v,  (Idcm.) 


04 


JOEOE  PITILLAS. 


Dará  elogios,  humilde  y  respetoso, 
Al  que  goza  en  el  mundo  digna  altura; 

Que  no  soy  tan  mohíno  y  escabroso. 
Que  me  oponga  al  honor,  crédito  y  lustre 
De  autor  que  es  benemérito  y  famoso. 

Pero,  ¡oh  cuan  corto  que  es  el  bando  ilustrel 
¡Cuan  pocos  los  que  el  justo  Jove  ama  (1), 
y  en  quien  rai  saña  critica  se  frustre  I 

Ya  ves  cuan  impetuosa  se  derrama 
La  turba  multa  de  escritores  memos, 
Que  escriben  á  la  hambre,  y  no  á  la  fama. 

Y  así,  no  extrañes,  no,  que  en  mis  extremos 
Me  muestre  más  sañudo  que  apacible , 

Pues  me  fuerza  el  estado  en  que  nos  vemos. 
La  vista  de  un  mal  libro  me  es  terrible, 

Y  en  mi  mano  no  está  que  en  este  caso 
Me  deje  dominar  de  la  irascible. 

Dias  há  que  con  c  jño  nada  escaso 
Hubiera  desahogado  el  entresijo 
De  las  fatigas  tétricas  que  paso, 

Si  tú,  en  tus  cobardías  siempre  fijo, 
No  hubieras  conseguido  reportarme; 
Pero  ya  se  fué,  amigo,  quien  lo  dijo. 

De  aquí  adelante  pienso  desquitarme; 
Tengo  de  hablar,  y  caiga  el  que  cayere ; 
En  vano  es  detenerme  y  predicarme. 

Y  si  acaso  tú  ú  otro  me  dijere 
Que  soy  semipagano  (2)  y  corta  pala, 

Y  que  este  empeño  más  persona  quiere. 
Sabe,  Lelio,  qu3  en  esta  cata  y  cala, 

La  furia  que  me  impele  y  que  me  ciega, 
Es  la  que  el  desempeño  más  señala; 


(1)  Pttuci  quos  (vquua  amav'it 

Júpiter.  (Virí..  lib.  vr,  ^iieid.,  v.  129.) 

(2)  Ipxe  f!einip(i(}anifi 

Ád  sacra  valum  carmen  affero  nuslrum. 

tFers.,  in  Prolog.,  v.  C.) 


Que  aunque  es  mi  musa  principianta  y  lega, 
Para  escribir  contra  hombres  tan  perversos, 
Si  la  naturaleza  me  lo  niega , 
La  misma  indignación  me  hará  hacer  versos  (3). 


SONETO    (4), 

Oh  tú,  cuervo  infeliz,  cuyo  graznido, 
Con  bronca  voz,  con  destemplado  aliento, 
Al  compás  del  más  rústico  instrumento 
Intimas  desazones  al  oido. 

Di,  ¿qué  infernal  Apolo  te  ha  influido 
Tan  discorde,  tan  bárbaro  concento? 
jOh,  quién  nunca  tuviera  entendimiento 
Para  que  nunca  fueses  entendido! 

Deja  la  inculta  lira;  no  presumas 
Profanar,  atrevielo  é  insolente. 
La  noble  ocupación  de  nobles  plumas; 

Pues  no  conseguirás,  aunque  lo  intente 
Tu  necia  rustiquez  con  ansias  sumas, 
Que  el  sagrado  laurel  orle  tu  frente. 


(3)  Si  natura  negat,  fácil  indignaüo  versum. 

:Juvpn.,  sat.  i,  V.  79.) 

(4)  Este  soneto  fué  estampado  en  la  carta  burli  sea  de  Jorre  Pi- 
tillas contra  don  l'edro  Nolasco  ücejo,  autor  de  un  perverso  poema 
á  san  Antonio  Abad.  ^Diario  de  lus  Lileralos,  tomo  v,  página  .lü.) 
No  cabe  duda  en  que  el  soneto  es  del  mismo  Jokge  Pitillas.  Dice 
éste  con  sorna  ,  en  su  carta  ,  lo  siguiente  : 

«No  han  dailo  ustedes  poco  motivo  á  don  l'edro  de  levantar  el 
Dgrito  y  lamentarse  del  poco  miramiento  con  que  se  le  trata,  llamiin- 
»dole  pnela  siir.stre...  y  esto  con  tanto  empeño  y  acrimonia,  que 
»no  dudo  le  aplicarian  isi  de  él  tuviesen  noticia)  un  soneto  que 
»liizo  cierto  amiijo  mió  A  otro  poeta  de  la  misma  estofa  de  que  us- 
»tedes  in  ustaniente  nos  quieren  hacer  ¿i  don  Pedro,  y  que,  pues 
»pára  entre  mis  manuscritos,  le  he  de  trasladar  aquí.» 

(Nota  del  Colector.) 


riN  DE  LAS  POESÍAS   DE  JORGE  PITILLAS, 


DON  IGNACIO  DE  LUZAN. 


NOTICIAS  BIOGRÁFICAS  Y  JUICIOS  CRÍTICOS. 


MEMORIAS  DE  LA  VIDA  DE  DON  IGNACIO  DE  LUZAN, 

ESCRITAS    POR    SU    HIJO    DON    JUAN    IGNACIO    DE    LUZAN,    CANÓNIGO    DE    LA    SANTA    IGLESIA 

DE    SEGOVIA. 


La  creencia  en  que  estoy,  con  bastante  fundamento,  de  que ,  sin  embargo  de  ser  tan  conocida 
la  Poética  de  don  Ignacio  de  Luzan,  por  lo  que  toca  á  su  persona  sólo  queda  generalmente  una 
noticia  confusa  y  diminuta,  me  ha  movido  á  escribir  estas  Memorias  de  su  vida.  Las  dividiré  en 
dos  partes  :  en  la  primera  trataré  de  su  nacimiento,  educación  ,  estudios,  viajes  y  empleos;  y  en 
la  segunda,  después  de  dar  una  ligera  idea  de  su  carácter  moral  y  de  sus  talentos ,  y  de  referir 
algunas  particularidades  que  manifiestan  el  juicio  que  de  ellos  hicieron  sus  primeros  maestros 
y  otras  personas,  y  comprueban  el  mió,  daré  una  noticia  razonada  de  sus  principales  obras, 
tanto  impresas  como  inéditas ,  con  el  juicio  que  he  formado  de  cada  una  de  ellas,  ciñéndome  cuan- 
to sea  posible  y  permita  la  materia,  para  no  ser  molesto  á  los  lectores.  Procuraré  igualmente  evi- 
tar la  nota  de  apasionado;  pero  si  enteramente  no  lo  consiguiere,  me  servirán  de  disculpa  los 
justos  motivos  por  que  lo  debo  ser. 

Nació  este  caballero  en  Zaragoza,  á  28  de  Marzo  del  año  de  1702,  y  le  bautizaron  en  la  Seo. 
Fueron  sus  padres  don  Antonio  de  Luzan  y  Guaso,  señor  de  Castillazuelo,  y  gobernador  entonces 
del  reino  de  Aragón,  y  doña  Leonor  Pérez  Claramunt  de  Suelves  y  Gurrea.  Sus  abuelos  paternos, 
don  Jaime  Teodoro  de  Luzan,  señor  de  Castillazuelo,  y  doña  Ana  de  Guaso  y  Coscón;  y  los  ma- 
ternos, don  Gaspar  Pérez  Glaramunt  de  Suelves  Fernandez  de  Luna,  señor  de  Suelves  y  Artaso- 
na ,  y  doña  Benita  de  Gurrea  y  Turlán ,  hija  de  los  señores  condes  del  Villar.  Ideaban  los  padres 
de  DON  Ignacio  darle  desde  sus  más  tiernos  años  la  educación  correspondiente  á  una  persona  de 
tan  distinguido  nacimiento;  pero  no  lo  pudieron  efectuar,  tanto  por  la  muerte  inopinada  de  doña 
Leonor,  como  porque  el  estado  que  tenian  las  cosas  en  aquel  reino  puso  á  don  Antonio  en  cir- 
cunstancias que  le  obligaron  á  dejar  su  patria,  y  pasar  con  toda  su  familia  á  Barcelona,  donde 
miurió  el  año  de  4706,  dejando  huérfano,  de  edad  de  cuatro  años,  á  su  último  y  más  querido  hijo; 
de  suerte  que  estando  también  fuera  de  España  todos  sus  tios  y  hermanos,  vino  á  quedar  don 
Ignacio  sin  otro  arrimo  que  el  de  su  abuela  paterna ,  cuya  situación ,  avanzada  edad  y  falta  de 
salud,  junto  con  la  poca  ó  ninguna  tranquilidad  que  se  lograba  en  toda  la  Cataluña,  y  especial- 
mente en  Barcelona,  acabaron  de  hacer  impracticables  todos  los  pensamientos  que  hahian  tenido 
sus  padres  en  orden  á  su  educación.  Sin  embargo,  aunque  esta  señora,  á  pesar  de  sus  buenos 
deseos,  no  pudo  darle  aquella  formal  y  metódica  que  se  intentaba,  hizo  de  su  parte  cuanto  le  su- 
girió su  afecto  y  le  permitieron  las  circunstancias  en  que  se  hallaba;  y  la  buena  disposición  natu- 
ral de  DON  Ignacio  suplió  en  lo  posible  la  falta  irremediable  de  otros  auxilios.  Procuró  la  abuela  ins- 
truirle en  la  verdadera  religión ,  inspirarle  amor  á  ella ,  y  radicar  en  su  alma  las  semillas  de  todas 


%  DON  IGNACIO  DE  LUZAN. 

las  virtudes  cristianas  y  políticas;  manteniendo  y  fomentando  al  mismo  tiempo  aquella  tenaz  afi- 
ción á  saber,  que  ya  en  sus  cortos  años  manifestaba. 

Asi  aprovechó  el  tiempo  que  residió  don  Ignacio  en  Barcelona,  hasta  el  año  de  171S,  en  que 
concluido  el  célebre  sitio  de  aquella  ciudad  ,  pasó,  en  edad  de  trece,  á  Mallorca ,  donde  se  detuvo 
algún  corto  tiempo,  en  compañía  de  don  José  de  Luzan,  eclosiástico,  tío  suyo,  que  le  llevó  con- 
sigo á  Genova,  y  luego  á  Milán.  Allí  estuvo  de  asiento  dicho  tío  cinco  ó  seis  años ,  no  se  sabe  con 
qué  destino;  y  allí  fué  donde  empezó  el  joven  Ignacio  á  recibir  de  buenos  maestros  una  enseñanza 
metódica ;  porque  á  poco  tiempo  de  haber  llegado  á  aquella  ciudad,  logró  su  tío  colocarle  en  el 
seminario  de  nobles,  llamado  de  Patellani,  que  sin  duda  estaba  incorporado  con  el  colegio  Brai- 
dense  de  jesuítas,  ó  á  su  cargo  en  cuanto  á  los  estudios.  En  él  aprendió  prontamente  la  lengua 
italiana,  y  después  estudió  con  el  padre  Perotto  la  gramática  latina,  y  últimamente  con  el  padre 
Cinnami  la  retórica.  Más  adelante  aprendió  con  perfección  la  lengua  francesa.  Continuó  en  aque- 
lla ciudad,  dedicado  enteramente  al  estudio  de  las  bellas  letras,  hasta  que  con  motivo  de  estar  su 
tío  nombrado  para  una  plaza  de  inquisidor  en  Sicilia,  tuvo  que  dejar  á  Milán,  y  pasar  en  su 
compañía  á  Ñapóles,  donde  se  detuvo  dos  ó  tres  meses,  que  aprovechó  estudiando  la  lógica  de 
Aristóteles  y  las  de  otros  autores  modernos.  Pasó  después  á  Palermo,  y  creyéndose  ya  de  asiento 
en  aquella  isla,  pensó  seriamente  en  tomar  carrera  determinada,  para  proporcionar  su  acomodo. 
Su  genio  dulce  y  estudioso  no  era  á  propósito  para  la  dura  é  inquieta  profesión  militar;  y  cono- 
ciendo muy  bien  que  para  los  empleos  civiles  ó  eclesiásticos  no  hay  otra  puerta  que  el  estudio 
de  alguna  de  las  facultades  mayores,  se  dedicó  al  de  la  jurisprudencia,  en  que  hizo  más  que  re- 
gulares progresos.  El  año  de  47:27  se  graduó  de  doctor  en  ambos  derechos  en  la  universidad  de 
Catana;  y  ya  antes,  en  el  de  4724,  tal  vez  aspirando  al  logro  de  algunos  beneficios  para  asegurar 
su  manutención  si  faltaba  su  tío,  y  en  el  ínterin  se  proporcionaba  empleo  correspondiente  de 
toga  ó  de  iglesia ,  se  había  ordenado  de  prima  y  grados. 

Pero  aunque  su  principal  estudio  era  éste,  que  abrazó  por  necesidad,  no  se  contentó  con  la  ju- 
risprudencia de  las  aulas,  sino  que  extendió  su  aplicación  al  derecho  patrio,  y  levantó  su  enten- 
dimiento hasta  las  partes  más  sublimes  de  esta  ciencia,  como  son  el  derecho  público,  natural  y 
de  gentes,  en  los  que  sin  duda  debió  de  adquirir  singulares  luces,  que  conservó  y  manifestó  mu- 
chos años  después  en  obras  y  papeles  importantes,  trabajados  por  gusto  ó  por  comisión  superior, 
en  los  diversos  graves  negocios  que  estuvieron  á  su  cuidado.  Y  no  siendo  aun  bastante  el  estudio 
vasto  y  profundo  que  hacia  en  una  facultad  tan  espinosa,  para  ocupar  todo  su  talento  y  para  sa- 
tisfacer completamente  á  su  natural  curiosidad,  y  á  aquella  vehemente  propensión  que  siempre 
tuvo  á  saber  y  lograr  una  universal  instrucción,  sin  ser  dueño  de  sí  mismo  en  esta  parte,  le  fué 
preciso  abrazar  al  mismo  tiempo  otros  muchos  de  que  voy  á  dar  cuenta. 

Dedicóse,  pues,  don  Ignacio  en  primer  lugar  al  estudio  de  la  filosofía  moderna,  tanto  sistemá- 
tica como  experimental ,  y  al  tie  las  matemáticas ,  en  que  fué  su  maestro  el  padre  Spedaleri ,  je- 
suíta, profesor  entonces  de  mucho  crédito.  En  una  de  sus  obras  inéditas  se  ven  bastantes  indi- 
cios de  su  aprovechamiento  en  uno  y  otro;  y  por  otra  parte,  asegurando  él  mismo  en  una  carta 
á  un  amigo  residente  en  Alemania,  que  hallaba  particular  deleite  en  las  matemáticas,  los  que  sa- 
ben á  fondo  esta  ciencia  comprenderán  desde  luego  que  debió  tener  en  ella  una  inteligencia  más 
que  mediana.  Con  igual  gusto  y  provecho  emprendió  el  de  la  historia  en  todos  sus  ramos,  y  como 
tan  inseparables  de  éste,  el  de  la  cronología,  para  el  cual  se  formó  él  mismo  un  breve  tratado, 
que  aprendió  de  memoria ;  y  el  de  la  anticuaría ,  disponiendo  á  este  fin  dos  tablas  muy  á  propó- 
sito para  adquirir  gran  facilidad  y  destreza  en  el  conocimiento  de  las  medallas ,  y  en  la  inteligen- 
cia de  sus  leyendas  é  inscripciones.  Con  estos  y  otros  medios  consiguió  ser  peritísimo  en  la  crí- 
tica de  la  historia,  como  lo  acreditó  en  adelante  en  varias  obras  que  escribió  en  España.  Aplicóse 
con  no  menor  cuidado  á  la  teología  moral  y  expositiva,  y  á  la  lectura  de  los  Santos  Padres. 
Aprendió  la  lengua  alemana,  que  hablaba  y  escribía  corrientemente.  Se  perfeccionó  en  la  italia- 
na, que  manejaba  con  igual  primor  y  propiedad  que  los  más  hábiles  nacionales.  No  dejó  de  cul- 
tivar la  latina,  en  que  era  muy  diestro;  y  últimamente,  estudió  á  fondo  la  griega,  siendo  su  maes- 
tro el  padre  Jerónimo  Giustinianí ,  jesuíta,  famoso  profesor  de  ella,  en  que  hizo  tales  progresos,  que 
traducía  y  comentaba  á  Homero  de  repente.  Aprendió  casi  de  memoria  los  mejores  poetas  italia- 
nos, latinos,  y  algunos  de  los  griegos;  y  aun  extendió  su  aplicación  hasta  dar  algunos  ratos  á  la 
música  y  al  dibujo,  y  no  sin  aprovechamiento.  Acaso  parecería  increíble  todo  esto,  sí  no  lo  ase- 
gurase el  mismo  don  Ignacio  en  la  carta  ya  citada  al  amigo  residente  en  Alemania;  el  cual,  ad- 


NOTICIAS  BIOGRIfICAS  T  JUICIOS  CRÍTICOS.  ÍI7 

mirado  y  aun  temeroso  de  que  perdiese  la  salud,  le  respondió,  procurando  con  razones  y  ejem- 
plos persuadirle  á  que  refrenase  esta  bárbara  curiosidad.  Pero  le  replicó  don  Ignacio,  demostrando 
que  lo  que  á  él  le  parecía  imposible  ó  muy  perjudicial,  no  era  sino  muy  fácil  y  útil  á  un  hombre 
de  talento,  ejecutándolo  con  el  método  y  la  dirección  que  él  mismo  habia  ideado  y  explica.  Ló 
particular  es,  que  al  mismo  tienjpo,  como  si  estuviera  muy  despacio,  ó  como  si  no  tuviera  otra 
ocupación,  no  cesaba  de  escribir  y  componer  poesías,  discursos,  traducciones  y  otras  obras  de 
que  se  hablará  á  su  tiempo,  ya  por  su  gusto,  ya  por  encargo  de  dos  academias  de  Palermo,  de  que 
era  individuo,  y  que  se  juntaban,  la  una  en  casa  del  señor  Filingeri,  príncipe  de  Santa  Flavia, 
y  la  otra ,  llamada  del  Buen  Gusto,  en  casa  de  un  erudito  canónigo  de  aquella  iglesia,  llamado  don 
Agustín  Panto. 

Así  vivía  DON  Ignacio  en  Palermo,  entregado  enteramente  á  sus  estudios  y  al  trato  continuo  de 
todos  los  eruditos  de  aquella  ciudad,  cuando  en  el  año  de  17:29  asaltó  la  muerte  á  su  tio  don 
José,  que  le  mantenía ;  por  lo  que  le  fui;  preciso  volver  á  Ñapóles  para  acogerse  á  la  sombra  de  su 
hermano,  el  Conde  de  Luzan ,  que  se  hallaba  de  gobernador  del  castillo  de  San  Telnio.  La  mu- 
danza de  domicilio  en  nada  alteró  el  género  de  vida  de  don  Ignacio.  Estudiar,  escribir  y  tratar 
con  los  sabios  más  célebres  de  Ñapóles  eran  sus  continuas  ocupaciones.  Es  verdad  que  alguna 
debilidad  que  empezó  á  experimentar  en  su  salud,  le  obligó  á  moderarse  en  cuanto  al  estudio; 
pero  esta  misma  necesidad,  auiujue  le  varió  en  el  modo,  le  mejoró  en  la  sustancia;  porque  to- 
mando nuevo  método,  no  tan  fatigoso,  pero  más  útil  y  seguro,  meditaba  más,  aunque  estudiaba 
menos.  Allí  compuso  varias  obras,  de  que  hablaré  más  adelante.  El  año  de  1752,  la  nueva  aca- 
demia, titulada  de  los  Ereinos,  que  se  habia  erigido  el  año  antes  en  Palermo,  y  en  la  que  á  por- 
fía se  habían  alistado  los  ingenios  más  sobresalientes  de  toda  Italia,  le  declaró  por  uno  de  sus 
individuos,  con  el  nombre  de  Egidio  Menaüpo. 

En  fin  ,  el  año  de  1735,  informado  el  Conde  su  hermano  del  mal  estado  en  que  se  hallaba  la  ha- 
cier.da  que  poseía  en  Aragón,  juzgó  muy  conveniente  que  volviese  don  Ignacio  á  España  con  los 
poderes  necesarios  para  administrarla;  loque  ejecutó  prontamente,  abandonando  gustoso,  por 
servir  á  su  hermano  y  volverá  su  amada  patria,  todas  las  grandes  proporciones  y  bien  fundadas 
esperanzas  de  hacer  una  carrera  brillante,  conque  le  brindaba  la  fortuna  en  aquellos  países. 
Desembarcó  en  Barcelona,  y  desde  allí  vino  derechamente  á  Zaragoza,  donde  por  entonces  fijó 
su  residencia,  y  más  adelante  se  retiró  á  Monzón,  por  parecerle  pueblo  más  acomodado  para  su 
vida  filosófica  y  estudiosa.  También  pasó  algunas  temporadas  en  la  ciudad  de  Huesca,  por  los 
mismos  motivos ,  y  por  otro  más  particular;  pues  por  los  años  de  1756  á  1757  pensó  en  darse  una 
compañera  que  le  sirviese  de  consuelo  en  su  poco  próspera  suerte,  y  manejase  la  economía  ca- 
sera ,  que  de  ordinario  suele  sor  repugnante  ó  impracticable  á  los  genios  muy  amantes  del  estu- 
dio. Gobernóse  en  este  asunto  por  ideas  muy  propias  de  un  filósofo,  y  fué  á  buscar  en  una  pe- 
queña aldea  lo  que,  á  mí  ver,  no  creyó  fácil  de  encontrar  en  las  ciudades  y  pueblos  de  mucho 
gentío  y  bullicio.  Buscó,  digo,  una  mujer  de  buen  parecer,  prudente,  honesta  y  hacendosa,  y 
todo  lo  halló  á  medida  de  su  deseo  en  doña  María  Francisca  Míncholet,  hija  de  don  Jorge  Min- 
cliolet,  hidalgo  hacendado  del  lugar  de  Añes. 

Entregado  enteramente  hasta  entonces  don  Ignacio  al  deleite  que  le  causaba  el  estudio,  y  bas- 
tante ocupado,  por  otra  parte,  en  el  manejo  de  la  hacienda  de  su  hermano,  aunque  sin  otro  arbi- 
trio para  subsistir  que  las  asistencias  que  éste  le  daba,  no  habia  pensado  en  pretensiones,  ó  no 
había  tenido  tiempo  para  ellas;  pero  después  de  casado,  viendo  que  ya  tenía  persona  en  quien 
poder  con  seguridad  descargar  el  peso  de  su  administración,  y  echando  de  ver  al  mismo  tiempo 
que  se  aumentaba  su  familia,  y  no  su  renta,  conoció  que  ya  podía  y  aun  d^-bia  resolverse  á  pa- 
sar á  la  corte,  y  correr  los  ordinarios  trámites  de  pretendiente.  Con  efecto,  hizo  varios  viajes  á 
Madrid,  pero  su  natural  encogimiento  apenas  le  permitió  acercarse  á  aquellas  puertas  que  otros 
saben  hacerse  abrir  casi  al  primer  golpe.  Y  así,  en  cuantas  veces  se  dejó  ver  en  la  corte  no  ade- 
lantó un  paso  pura  mejorar  de  fortuna,  y  sólo  llevó  el  estéril  consuelo  de  que  los  que  le  trataron 
le  reconocieron  acreedor  á  una  muy  distinguida. 

Sin  embargo,  aunque  por  entonces  nada  logró  de  lo  que  pretendía,  se  puede  decir  que  sumé- 
rito  iba  insensiblemente  levantando  el  edificio;  porque  sí  no  lograba  premios  y  empleos,  recibía 
públicas  y  no  equívocas  demostraciones  de  la  estimación  que  ya  se  hacia  de  sus  talentos  y  literatura; 
pues  en  el  año  de  1741  fué  elegido  académico  honorar'o  de  la  Real  Academia  Española,  el  siguien- 
te pasó  á  la  clase  da  supernumerario,  y  un  poco  mas  adelante  fué  recibido  en  la  de  la  Historia. 
I.  Ps.-xviii,  7 


98  DON  IGNACIO  DE  LUZAN. 

La  precisión  de  trabajar  de  continuo  en  los  asuntos  á  que  con  mucho  ardor  se  dedicaban  en- 
tonces ambas  academias,  y  acaso  la  no  infundada  esperanza  de  que  estos  mismos  trabajos  lite- 
rarios le  abrirían  algún  día  el  camino  á  un  establecimiento  decente,  le  movieron  á  detenerse  en 
Jí;;r!riw,  en  su  úuimo  viaje,  por  mucho  más  tiempo  que  en  otros;  y  no  le  engañó  su  corazón  ,  por- 
que en  el  año  de  1747,  impensadamente,  y  sin  haberlo  pretendido,  se  halló  nombrado  para  la  se- 
cretaria de  embajada  de  Paris,  en  ocasión  do  estar  destinado  por  embajador  á  aquella  corte  el 
excelentísimo  señor  Duque  de  Huesear,  después  de  Alba.  Insinuaré  de  paso  que,  según  parece, 
no  fué  de  mucha  satisfacción  para  los  hermanos  de  don  Ignacio  este  destino,  particularmente  para 
el  conde  don  Antonio,  que  respondió  á  quien  le  dio  la  noticia,  en  términos  que  denotan  no  ha- 
berle creido  correspondiente  al  cúmulo  de  circunstancias  que  concurrían  en  su  hermano;  pero 
éste,  más  bien  enterado  de  la  estimación  que  logran  en  España  y  otros  países  tales  empleos,  le 
admitió  gustoso,  y  pasó  prontamente  á  la  referida  corte,  donde  residió  con  este  carácter  hasta 
Setiembre  del  año  de  1749,  en  que,  por  haberse  retirado  á  España  el  Embajador,  se  le  dio  el  de 
encargado  de  negocios,  que  ejerció  hasta  que,  nombrando  el  Rey  nuevo  embajador  y  secretario, 
se  restituyó  á  España ,  por  3Iayo  de  1730. 

Sin  embargo  de  las  delicadas  circunstancias  en  que  se  hallaban  los  negocios  políticos  entre 
aquella  corte  y  la  nuestra  cuando  se  confirió  á  don  Ignacio  la  secietaría,  desempeñó  las  obligacio- 
nes de  su  empleo  muy  á  satisfíiccion  de  su  majestad;  y  en  prueba  de  ello,  le  confirió  á  su  vuelta 
plaza  del  Consejo  de  Hacienda  y  de  la  Junta  de  Comercio,  le  hizo  superintendente  de  la  Real  Casa 
de  Moneda  de  Madrid ,  y  poco  después  tesorero  de  la  Real  Rihlioteca. 

Establecido  ya  con  su  familia  de  asiento  en  la  corte,  continuó  sirviendo  á  su  majestad  en  los 
referidos  empleos,  y  trabajando  en  otros  negocios  y  encargos  secretos  de  la  mayor  importancia, 
que  se  le  cometieron  por  los  ministros,  y  especialmente  por  ei  señor  don  José  de  Carvajal ,  que  no 
sólo  tenía  particular  confimza  en  los  talentos  :!e  don  Ignacio,  sino  que  le  honraba  con  una  íntima 
amistad.  Esta  misma  le  llevó  á  la  academia  del  Buen  Guslo,  que  tenía  en  su  casa  la  excelentísima 
señora  doña  Josefa  de  Zúñiga  y  Castro,  marquesa  de  Sarria,  señora  muy  instruida  y  discreta;  y 
con  alusión  á  sus  muchos  viajes,  tomó  el  nombre  de  El  Peregrino,  y  compuso  y  leyó  en  ella  va- 
rias poesías,  que  fueron  recibidas  con  aplauso  de  los  concurrentes. 

El  señor  don  Fernando  VI  determinó  por  entonces  dar  una  insigne  prueba  de  la  protección 
con  que  quería  honrar  y  fomentar  á  las  tres  nobles  artes,  elevando  al  título  de  Academia  de  San 
Fernando  la  junta  preparatoria  que  para  el  cultivo  de  ellas  había  establecido  su  augusto  padre,  y 
asistió  don  Ignacio  como  académico  á  la  función  de  apertura ,  que  se  tuvo  el  año  de  17o'2.  En  el  mis- 
mo año  acordó  la  Real  Academia  de  Buenas  Letras  de  Barcelona  admitirle  por  individuo  suyo  en 
la  clase  de  honorario.  Por  último,  en  el  año  de  1754,  parece  que  el  Rey,  persuadido  á  que  nuestro 
DON  Ignacio  era  capaz  de  desempeñar  cargos  de  mucha  mayor  entidad  que  los  que  ejercía,  pen- 
saba levantarle  á  uno  de  los  primeros  puestos  del  Estado;  pues  se  sabe  tuvo  secreto  aviso  de  un 
personaje  que  manejaba  los  principales  negocios,  de  estar  ya  destinado  para  un  grande  empleo. 
Y  á  mi  ver,  á  este  aviso  aluden  sin  duda  unas  expresiones  vertidas  en  su  elogio  académico  por  el 
señor  don  Fernando  de  Magallon,  que  siendo  sujeto  de  la  mayor  confianza  de  don  Ignacio,  pudo 
saber  de  su  boca  lo  mismo  que  también  han  asegurado  otras  personas  que  tuvieron  iguales  mo- 
tivos de  estar  bien  informadas  en  el  asunto.  Pero  la  muerte  le  sorprendió  aceleradamente,  y  ahogó 
al  nacer  las  nuevas  y  agradables  esperanzas  de  su  familia;  porque  casi  al  mismo  tiempo  en  que 
se  le  dio  el  aviso  referido,  cayó  gravemente  enfermo,  y  á  los  siete  ú  ocho  días,  en  el  19  de  Mayo 
del  mismo  año  de  1754,  habiendo  mostrado  en  toda  su  enfermedad ,  hasta  el  último  instante  de  su 
vida,  la  mayor  constancia ,  serenidad  y  resignación  ,  espiró,  con  mucho  sentimiento  de  cuantos  le 
conocieron  y  trataron.  Se  t'ene  entendido  que  aun  el  Rey,  cuando  le  dieron  la  noticia  de  su 
muerte ,  manifestó  con  expresiones  muy  honoríficas  la  particular  estimación  que  había  hecho  de 
DON  Ignacio;  y  en  prueba  de  ella,  nombró  por  su  caballero-paje  al  hijo  segundo,  que  es  quien 
escribe  estas  Memorias.  De  allí  á  pocos  dias  concedió  á  la  viuda  una  pensión  de- nueve  mil  reales; 
y  por  muerte  de  ésta,  acaecida  año  y  medio  después  de  la  de  su  marido,  continuando  su  maj  'S- 
tad  sus  pieilades  con  la  familia  de  don  Ignacio,  mandó  repartir  dicha  pensión  entre  sus  tres  hijos : 
dos  mil  y  quinientos  á  cada  uno  de  los  dos  varones;  al  primero,  que  servia  en  la  marina,  hasta 
que  llegase  á  ser  en  propiedad  capitán  de  fragata;  y  á  mí,  hasta  que  saliese  de  su  real  casa  con 
el  acomodo  correspondiente;  y  los  restantes  cuatro  mil  á  la  hija,  con  calidad  de  vifalicios;  cir- 
cunstancias todas  que  denotan  el  superior  concepto  en  que  tenía  su  majestad  á  don  Ignacio. 


NOTICIAS  BIOGRÁFICAS  Y  JUICIOS  CRÍTICOS.  99 

Fué  este  caballero  tan  amado  y  bienquisto  en  todas  partes  por  sus  prendas ,  como  estimado 
por  su  literatura.  Su  bella  índole,  y  la  buena  educación  moral  que  recibió  desde  sus  primeros 
años,  se  correspondieron  y  ayudaron  recíprocameiile;  y  una  sana  filosofía,  que  fué  el  más  pre-  ^ 
cioso  fruto  de  sus  estudios,  forlilicó,  arraigó  y  purleccionó  en  su  alma  lo  que  la  naturaleza  y  la 
enseñanza  habían  plantado  en  ella;  de  suerte  que,  aun  en  el  ardor  de  la  edad  juvenil,  jamas  se 
le  conoció  vicio,  ni  otra  pasión  que  la  de  estudiar  y  saber.  Ni  las  varias  fortunas  de  su  vida ,  ni  la 
infinita  diversidad  de  costumbres  y  ejemplos,  conversaciones  y  lecturas  en  los  muchos  países  en 
que  estuvo,  jamas  pudieron  corromper  su  corazón,  ni  apartarle  un  punto  de  la  práctica  constante 
de  todas  las  virtudes  cristianas  y  políticas.  Su  ingenio  era  delicado,  su  imaginación  viva  y  aun 
fogosa,  pero  al  mismo  tiempo  arreglada.  Tenia  memoria  feliz  y  entendimiento  claro,  perspicaz, 
dilatado  y  capaz  de  comprender  á  un  tiempo  muchos  y  muy  diversos  asuntos,  sin  confuntlirlos. 
Estaba  dotado  naturalmente  de  juicio  sólido  y  seguro,  de  gusto  sano  y  de  discernimiento  tino; 
calidades  que,  perfeccionadas  con  la  rellexion  y  el  estudio,  se  advierten  en  todas  sus  obras.  A 
estas  prendas,  tan  apreciables  y  tan  necesarias  para  estudiar  con  fruto  y  escribir  con  acierto, 
juntaba  un  ardiente  amor  al  bien  público,  en  especial  de  su  patria,  que  fue  siempre  el  principal 
objeto  que  se  propuso  en  todo  lo  que  escribió,  como  él  mismo  asegura  en  cierta  obra  de  que  luego 
daremos  noticia. 

En  prueba  de  su  talento  natural,  no  omitiré  la  noticia  de  que  durante  su  estancia  en  Barce- 
lona se  dedicó  á  leer  la  Historia  de  España  del  padre  Mariana,  y  que  antes  de  tener  once  años 
la  sabía  casi  de  memoria,  y  daba  igualmente  razón  de  la  sagrada  y  de  la  mitología.  Pero  donde 
se  ofrecen  las  pruebas  más  seguras  de  sus  felices  disposiciones  naturales,  es  en  los  testimonios 
que  recibió  de  sus  maestros  en  los  primeros  estudios  que  hizo  en  Milán ,  que,  como  ya  dije,  lo  fue- 
ron el  padre  Peroti,  de  latinidad,  y  el  padre  Cinnami,  de  retórica;  quedando  bien  acreditada  la 
justicia  de  las  demostraciones  que  les  mereció,  con  el  juicio  que  de  algunas  poesías  que  compuso 
estando  aun  en  el  aula  de  retórica ,  hizo  el  padre  Tomas  Ceva ,  del  mismo  colegio,  hombre  de 
gusto  muy  delicado,  gran  lilósofo  y  poeta.  Estas  poesías  italianas  y  latinas  existen  todas  ó  la  ma- 
yor parte  en  mi  poder,  y  en  ellas  se  ve  conürmado  lo  que  he  dicho  de  su  natural  buen  gusto; 
pues  no  teniendo,  cuando  las  hizo,  perfecta  noticia  de  las  reglas  del  arte,  las  observó  como  si  las 
liubíera  estudiado  á  foi;do.  Y  esto  mismo  demuestra  cuan  conformes  á  la  buena  razón  natural  son 
las  reglas  fundamentales  de  la  poesía.  Así  lo  reconoció  don  Ignacio  cuando  después  leyó  las  obras 
del  padre  Le-Bossu  y  otras  sobre  la  materia;  y  el  haber  hallado  tan  ajustadas  las  reglas  de  sus 
autores  á  las  que  su  misma  razón  le  había  dictado,  fué,  á  mi  ver,  uno  de  los  motivos  más  fuertes 
que  tuvo  para  declararse  celoso  y  constante  defensor  de  esas  mismas  reglas. 

En  el  corto  tiempo  que  se  detuvo  en  Ñapóles,  al  paso  para  Palermo,  entro  otros  libros  fdosófi- 
cos,  leyó  la  lógica  que  comunmente  llaman  de  Port-Pioyal,  y  la  compsuílió  en  castellano  con 
suma  brevedad,  claridad  y  exactitud.  Estando  ya  en  Palermo,  y  siondo  de  edad  de  veinte  y 
dos  años,  poco  más,  á  instancia  de  otro  joven  amigo  suyo,  compuso  un  compendio  de  las  cuatro 
principales  partes  de  la  lilosofía:  lógica,  metafísica,  física  y  moral;  en  el  que  se  advierten  dos 
circunstancias  dignas  de  aprecio  :  una  es  la  bella  latinidad  con  que  está  escrito,  y  otra  el  haber 
omitido  todo  lo  superíluo,  sin  que  falte  nada  de  lo  esencial.  Siguió  en  él  comunmente  las  opinio- 
nes de  Cartesio,  aunque  algunas  veces  le  impugna;  y  aun  sobre  algunos  puntos  en  que  le  siguió 
entonces ,  reílexionando  algún  tiempo  después,  mudó  de  dictamen,  y  lo  anotó  así  en  el  lugar  cor- 
respondiente. Poco  después  de  babor  formado  este  compendio  ó  tratado,  escribió  una  epístola, 
dirigida  al  mismo  joven,  con  el  título  í)c  morte  non  meliienda,  en  que  se  echa  de  ver  bastante 
elegancia,  erudición  y  buena  filosofía.  Diremos  de  paso  que  por  entonces,  y  por  encargo  de  una 
academia,  de  que  era  miembro  en  aquella  ciudad,  compuso  y  leyó  en  junta  pública  un  discurso 
en  italiano,  intitulado  :  Rcndimcnto  de  grazie  á  noslro  S'ujnor  Gesii-Christo,  en  que  acredita  estar 
bastante  versado  en  la  Sagrada  Escritura  y  expositores.  Defendió  también  en  una  carta  española, 
con  erudición  y  solidez,  á  los  íilósofos  modernos,  en  particular  á  Cartesio;  y  dio  pruebas  suficien- 
tes de  sus  progresos  en  el  derecho  civil  y  canónico,  pues  se  halló  capaz  de  escribir  varios  trata- 
dos sobre  las  materias  de  doie,  de  substitutionibus,  donaiionibus ,  et  censibus;  y  también  compuso 
una  especie  de  compendio  de  las  instituciones,  con  notas,  para  las  cuales  le  serviria  de  mucho 
auxilio  el  poder  meditar  originalmente  los  textos  del  código;  pues  al  mismo  tiempo  que  estudiaba 
jurisprudencia  aprendió  la  lengua  gi'iega  con  la  perfección  que  dije  arriba,  acreditándolo  algu- 
nas poesías  que  compuso  en  este  idioma ,  y  las  traducciones  que  hizo  entonces  de  algunas  odas 


100  DON  IGNACIO  DE  LUZAN. 

de  Safo  y  de  Aiiacreonte,  y  del  idilio  de  Ero  y  Leandro  de  Museo,  en  octavas,  que  después  re- 
dujo á  endechas  de  gusto  muy  delicado,  y  de  los  Avisos  de  Isócrates  á  Demónico. 

Cuando  dOx\  Ignacio  se  desocupó  de  los  ejercicios  facultativos,  pensó  en  emplear  á  beneficio  de 
la  patria  sus  talentos  y  las  muchas  luces  que  liabia  adquirido  en  tanta  diversidad  de  estudios. 
Para  ejecutarlo  mejor,  le  pareció  preciso  ponerse  á  aprender  formalmente  su  nativo  idioma,  no 
sólo  con  el  fin  de  saberle  radicalmente,  sino  también  porque,  como  había  salido  de  España  en  tan 
corta  edad,  habiendo  ya  muchos  años  que  no  tenía  trato  sino  con  extranjeros,  y  hallándose  aun 
con  poca  proporción  de  leer  autores  españoles,  se  explicaba  en  castellano  con  alguna  dificultad 
é  impropiedad,  como  el  mismo  confesó  en  carta  escrita  desde  Palcrmo  á  otro  paisano  suyo.  Por 
dicha  acertaron  á  ir  á  Palermo  algunos  españoles  eruditos,  con  quienes  hizo  amistad;  y  logrando 
por  este  medio  todo  lo  que  tanto  deseaba,  se  dedicó  al  punto  á  trabajar  en  varias  obras  que  hacia 
tiempo  meditaba ,  pareciéndole  podían  ser  muy  útiles  y  aun  precisas  en  España.  Hablaremos 
ahora  de  dos  únicamente.  La  primera  consistía  en  extender  en  un  tratado  formal  y  metódico  un 
pensamiento  suyo  original,  y  sin  duda  muy  provechoso.  Había  observado  con  grande  atención 
los  muchos  defectos  en  que  ordinariamente  caen  los  hombres  en  el  modo  de  explicarse  en  las 
conversaciones  de  cualquier  especie ;  é  igualmente  había  reflexionado  sobre  la  necesidad  en  que 
se  ven  á  las  veces,  no  sólo  los  hombres  de  carácter  y  suposición,  sino  todos  en  general,  de  hablar 
en  público  ó  en  particular  con  cierto  género  de  orden  y  elocuencia,  sin  haber  tenido  tiempo  de 
pensar  lo  que  van  á  decir.  Finalmente,  habia  advertido  cuánto  pierden  de  su  estimación,  por  esta 
falta,  muchos  que  la  merecen  por  otras  prendas,  y  cómo  dominan  en  todas  las  conversaciones, 
y  arrastran  á  sí  las  voluntades  los  que  saben  hablar  bien ;  y  procurando  indagar  las  causas  de 
uno  y  otro,  escribió  esta  obra,  que  intituló  Retórica  de  las  conversaciones ,  en  la  que  propuso  los 
medios  que  le  parecían  oportunos  para  evitar  los  defectos,  y  adquirir  primor  y  pulidez  en  el  ha- 
blar. 

Lo  segundo  á  que  se  dedicó  al  mismo  tiempo,  y  con  mayor  tesón ,  como  cosa  de  más  impor- 
tancia, fué  á  juntar  los  materiales  y  echar  los  cimientos  para  el  edificio  de  su  Poética.  A  este  fin 
iba  estudiando  á  fondo  las  de  Aristóteles  y  Horacio,  en  sus  originales  y  en  sus  comentadores,  y 
los  mejores  tratados  que  sobre  esta  materia  se  habían  escrito.  Leía  con  atención  los  más  famosos 
poetas,  así  españoles  como  forasteros,  antiguos  y  modernos,  apuntaba  sus  observaciones,  ex- 
tractaba sus  obras,  y  hacia  juicios  críticos  de  todas  ellas,  así  en  general,  como  en  particular,  de 
los  pasajes  más  célebres  ó  más  notables.  La  mayor  parte  de  estos  trabajos  existen  en  mí  poder,  y 
en  todos  manifiesta  su  buen  gusto  y  fino  discernimiento;  y  especialmente  en  los  extractos  que 
hizo  de  las  Liisiadas  de  Camoens,  y  de  la  traducción  de  Homero  de  madama  Dacier,  bien  se  pue- 
de asegurar  que  ya  en  aquella  edad  acertó  á  decir  cuanto  bueno  han  dicho  después  sobre  estas 
dos  obras  los  mejores  críticos,  y  aun  algo  más,  fundándose  en  las  mismas  razones  que  ellos,  y 
aun  añadiendo  otras  mejores.  No  menos  inteligencia  y  gusto  se  advierte  en  la  crítica  que  hizo 
del  discurso  que  escribió  sobre  la  égloga  monsieur  de  Fontenelle,  en  que  don  Ignacio  no  se  ma- 
nifiesta muy  inclinado  á  rendir  adoraciones  á  aquel  ídolo  de  los  literatos  franceses.  En  ella  dirige 
todas  sus  líneas  á  probar  que  sí  desagradaron  á  Fontenelle  varios  pasajes  de  algunos  bucólicos 
antiguos,  fué  por  no  tener  idea  justa  de  la  naturaleza  de  la  égloga ,  ni  haberlos  entendido  bien; 
y  así  no  pudo  percibir  en  qué  consiste  su  gracia  y  propiedad. 

Por  entonces  no  le  fué  posible  llevar  á  la  perfección  que  deseaba  su  obra  principal ;  pero  á  úl- 
timos del  año  de  1728,  presentó  á  la  academia  del  canónigo  Panto  el  resultado  de  todo  su  trabajo 
en  seis  discursos,  que  intituló  :  Ragionamcnti  sopra  la  ¡locsia,  que  fueron  la  base  principal  de  la 
Poética  que  más  adelante  publicó.  Poco  después  presentó  á  la  misma  academia  un  papel  inge- 
nioso, con  el  titulo  de  Sogno  dil  biion  gusto,  en  que  hace  una  crítica  recta  y  juiciosa  de  varios 
poetas  y  otros  escritores.  En  medio  de  estas  ocupaciones ,  no  dejaba  de  componer  poesías  en  varios 
idiomas,  entre  las  cuales  son  notables  dos  en  latín,  una  elegía  á  santa  Rosalía,  patrona  de  Pa- 
lermo, con  motivo  del  terremoto  que  sintió  aquella  ciudad  en  el  año  de  1726,  y  unos  yambos  en 
alabanza  de  su  tío  don  José  y  de  los  otros  dos  inquisidores  de  Sicilia.  Ambas  composiciones  son 
muy  elegantes ,  especialmente  la  primera.  Las  italianas  que  hizo  en  la  misma  ciudad  fueron  mu- 
chas, y  se  publicaron  las  más  en  la  colección  que  imprimió  algunos  años  después  la  academia  de 
los  Ereinos,  que  aun  no  se  habia  erigido  cuando  don  Ignacio  volvió  á  Ñapóles. 

En  esta  última  ciudad  contíruió  la  lectura  do  varios  poetas  españoles,  llevando  adelante  la  idea 
de  la  Poética  ,  sin  dejar  por  eso  de  trabajar  en  otras  obras.  Allí  compuso  un  tratado  de  ortografía 


NOTICIAS  BIOGRÁFICAS  Y  JUICIOS  CRÍTICOS.  101' 

española,  y  después,  á  instancia  de  una  dama,  también  española,  que  deseaba  entender  el  oficio 
parvo,  que  rezaba  todos  los  dias,  compuso  una  obrita  intitulada:  Método  breve  para  enseñar  y 
aprender  las  lenguas;  por  cuyo  medio,  en  cuatro  ó  cinco  meses  logró  la  referida  señora  imponerse 
en  el  latin  lo  bastante  para  el  fin  que  deseaba.  Al  gusto  que  le  daban  sus  ocupaciones ,  se  añadió 
el  de  contribuir  á  la  buena  educación  de  un  hijo  del  Conde,  su  hermano,  para  quien  trabajó,  en 
lengua  italiana ,  un  tratado  completo  de  ética,  con  este  titulo  :  De  i  principi  della  mora /<?,  del  que 
empezó  á  hacer  una  traducción  al  castellano,  que  no  acabó,  según  parece. 

En  Ñapóles  compuso  varias  poesías  italianas,  entre  las  cuales  merecen  atención  un  idilio  á  la 
Condesa  Bagarotti,  y  una  canción  en  elogio  del  abate  Perlro  Metastasio,  con  quien  tenia  corres- 
pondencia. Ambas  fueron  muy  estimadas  y  aplaudidas  del  mismo  abate,  y  de  los  sujetos  á  quie 
nes  éste  las  leyó,  como  lo  dice  en  su  respuesta  á  la  carta  que  don  Ignacio  le  escribió  remitiendo^ 
selas,  y  lo  confirma  la  que  éste  recibió  de  un  caballero  napolitano  que  se  hallaba  entonces  en 
Viena.  También  escribió  algunas  poesías  españolas,  y  entre  ellas  me  ha  parecido  tienen  particu- 
lar mérito  dos  canciones  celebrando  la  conquista  de  Orean  por  el  Conde  de  Montemar.  El  público 
puede  haber  hecho  juicio  de  ellas,  pues  las  ha  visto  impresas  en  el  Parnaso  Español.  Don  Ignacio 
remitió  estas  dos  canciones  á  un  amigo  suyo  residente  en  Viena,  que  las  mostró  á  varios  españo- 
les que  á  la  sazón  se  hallaban  en  aquella  corte,  y  las  celebraron  m.ucho,  aunque  al  mismo  tiempo 
no  dejaron  de  hacer  algunos  reparos,  que  expuso  el  amigo  en  su  respuesta;  pero,  según  parece  de 
otra  carta  del  mismo,  la  satisfacción  que  dio  don  Ignacio  fué  tal,  que  no  dejó  lugar  á  réplica.  En 
fin ,  poco  antes  de  salir  de  Ñapóles,  concluyó  el  plan  que  pensaba  entonces  seguir  en  su  Poética, 
pero  que  varió  después  en  mucha  parte. 

Establecido  en  Zaragoza ,  luego  empezó  á  darse  á  conocer  por  su  ingenio  y  erudición.  Allí  escri- 
bió diversas  poesías,  y  una  de  estas  composiciones  se  imprimió  en  la  misma  ciudad  el  año  de  1756, 
con  el  titulo  de  Aplausos  poéticos  de  don  Ignacio  de  Luzan  á  las  bodas  de  los  excelenlisimos  señores 
doña  Mariana  Espinóla  y  Silva  y  don  Francisco  Espinóla,  príncipe  de  Morfeta,  dedicados  á  la  ex- 
celentísima señora  doña  María  Francisca  de  Mnncayo,  princesa  del  sacro  romano  imperio,  marquesa 
de  Coscojiiela.  Son  dos  canciones,  una  en  español  y  otra  en  italiano ,  tienen  mérito  seguramente, 
y  lo  reconocieron  así  cuantos  las  vieron.  No  parecerá  fuera  de  propósito  insinuar  aquí  que  re- 
cien llegado  á  España,  le  cayó  á  las  manos  el  nuevo  Diccionario  de  la  Academia  Española,  y  como 
si  previese  ya  que  había  de  ser  con  el  tiempo  individuo  suyo,  empezó  á  trabajar  sobre  él  muchas 
anotaciones  y  adiciones  importantes,  de  que  usó,  con  utilidad  de  la  Academia,  después  que  fué 
admitido  en  ella. 

No  había  perdido  de  vista  don  Ignacio  la  principal  obra  que  traía  ideada,  y  luego  que  se  vio 
establecido  en  Zaragoza,  volvió  á  continuar  su  trabajo  con  empeño;  de  suerte  que  consiguió  aca- 
barla y  publicarla  en  la  referida  ciudad,  el  año  de  1737.  Los  diaristas  de  España  (i)  hicieron  luego 
extracto  de  ella,  y  la  llenaron  de  elogios;  pero  también  la  pusieron  algunos  reparos ,  á  que  su  autor 
satisfizo  con  modestia  y  solidez,  en  un  discurso  apologético  que  trabajó  de  acuerdo  con  su  grande 
amigo  don  José  Ignacio  de  Colmenares  y  Aram])uru,  oidor  en  la  Cámara  de  Comptos  del  reino  de 
Navarra,  á  quien  le  dedicó,  y  de  quien  son  las  eruditísimas  notas  que  le  acompañan ,  con  el  nom- 
bre de  Enrico  Pío  Gilasecas  Modenés,  anagrama  del  suyo.  Imprimió  este  discurso  en  Pamplona, 
en  el  año  de  41 ,  cuidando  de  su  impresión  y  corrección  el  mismo  señor  Colmenares,  encubriendo 
igualmente  el  nombre  del  autor  bajo  el  de  don  Iñigo  de  Lanuza.  Extractaron  también  y  elogiaron 
dicha  obra  los  diaristas  de  Trévoux,  cerca  de  once  años  después  de  publicada.  Al  tiempo  mismo 
que  daba  la  última  mano  á  la  Poética,  no  dejaba  por  eso  de  atender  á  otras  obras ,  aunque  no  de 
tanto  momento,  pues  por  entonces  tradujo  en  verso  de  romance  la  comedia  del  Marqués  Maffei 
intitulada  Le  Ceremonie,  que  está  en  borrador,  y  no  de  última  mano;  y  luego,  en  el  mismo  gé- 
nero de  verso,  con  la  gracia  y  primor  que  se  echan  menos  en  la  antecedente,  el  Artaserse,  ópera 
del  Metastasio.  Subsisten  también  de  aquel  tiempo  fragmentos  de  un  poema  burlesco,  muy  gra- 
cioso, que  empezó  con  el  título  de  La  Giganteida ,  en  que,  por  el  estilo  que  tiene,  se  conoce  que- 
ría imitar  el  de  Quevedo  en  las  Locuras  de  Orlando,  pero  sólo  en  lo  que  merece  ser  imitado. 

Luego  que  don  Ignacio  se  desembarazó  de  la  impresión  de  su  Poética  y  de  su  apología ,  se  en- 
tregó á  otros  estudios  más  graves  y  útiles ,  empezando  el  borrador  de  una  obra  que  intituló  Pers- 
pectiva política ,  cuyos  cuadernos  ó  pliegos  remitía  por  el  correo  al  mencionado  ministro,  para 

(1)  Alude  al  célebre  Diario  de  los  literatos  de  España. 


102  DON  IGNACIO  DE  LUZAN. 

que  le  dijese  su  dictamen;  y  con  efecto,  por  su  consejo,  por  el  de  otros  sabios  á  quien  la  mostró 
más  adelante,  y  por  nuevas  especies  que  vio  y  reflexiones  que  hizo,  reformó  en  ella  muchas  co- 
sas, y  la  concluyó,  poniéndola  en  limpio.  En  esta  obra  se  propuso  significar  el  sistema  de  una 
sana  polílicii,  en  varios  símbolos  ó  jeroglíficos.  Me  atrevo  á  decir,  no  sin  fundamento,  que  esta 
es  la  mejor  y  más  bien  escrita  de  todas  sus  obras ;  y  me  persuado  á  que  harían  el  mismo  juicio  to- 
dos los  que  la  leyesen  con  conocimiento  de  la  materia,  y  más  sabiendo  que  mereció  la  aprobación 
de  los  señores  don  José  de  Carvajal,  duque  de  Alba,  difunto,  y  don  Benjamín  Keene,  embajador 
que  fué  de  la  Gran  Bretaña  en  nuestra  corte,  amigo  del  señor  Luzan.  Esta  obra  pudo  ser  una  de 
las  que  más  contribuyeron  á  su  fortuna.  En  ella  manifestó  que  su  principal  talento,  y  el  que  más 
le  importaba  cultivar,  era  el  de  que  menos  caso  había  hecho  hasta  entonces. 

En  el  año  siguiente  de  174:2,  hallándose  en  la  corte ,  y  ya  próximo  á  marchar  á  Aragón ,  le  vino 
á  las  manos  un  tomo  de  las  Memorias  de  Trévonx,  correspondiente  al  mes  de  Marzo  de  aquel  año, 
y  en  el  articulo  22,  página  474,  de  la  traducción  de  don  José  de  Torres,  tropezó  con  unas  cláu 
sulas,  que  le  ofendieron  en  lo  más  vivo  de  su  corazón ,  que  era  el  amor  de  la  patria,  y  le  dieron 
motivo  para  escribir,  apenas  llegó  á  Zaragoza,  una  epístola  latina,  dirigida  á  los  padres  editores 
del  referido  diario.  La  envió  á  Madrid  á  algunos  amigos,  á  quienes  pareció  bien,  y  determinaron 
imprimirla,  como  deseaba  don  Ignacio  se  hiciese;  pero  sobrevinieron  tales  estorbos,  que,  después 
de  un  año,  sólo  pudo  lograr  se  le  restituyese  el  manuscrito,  y  el  año  de  1745  la  hizo  él  mismo  im- 
primir en  Z:u"agoza,  acompañada  de  otras  dos  cartas  españolas,  la  primera  de  uno  de  aquellos 
amigos  de  Madrid ,  en  que  expresaba  los  motivos  por  que  habían  suspendido  la  impresión ;  y  la  se- 
gunda del  mismo  don  Ignacio,  en  que  procuró  desvanecer  todas  las  razones  de  la  antecedente.  No 
quiero  graduar  aquí  el  mérito  de  uno  y  otro  escrito;  pero  diré  como  cierto  que  los  padres  de 
Trévoux,  ácuyas  manos,  según  ellos  dicen,  no  llegó  esta  obra  hasta  el  Julio  del  año  del747,  die- 
ron cuenta  de  ella  con  mucho  elogio  en  el  tomo  correspondiente,  y  desde  entonces  mudaron  en- 
teramente de  lenguaje  en  cuanto  á  la  literatura  española,  y  empezaron  á  extractar  varios  escritos 
de  nuestros  nacionales. 

Hallándose  don  Ignacjo  en  Monzón ,  el  mismo  año  de  1742,  compuso  una  comedia  con  el  título 
de  La  Virtud  coronada ,  para  representarse  en  la  casa  de  ayuntamiento,  por  varias  damas  y  ca- 
balleros de  la  misma  villa.  En  esta  comedia ,  sin  duda  por  condescender  al  gusto  de  los  que  ha- 
bían de  ejecutarla ,  no  observó  las  reglas  del  arte  con  aquella  exactitud  que  se  debía  esperar  de 
quien  las  había  enseñado  y  defendido  con  tanta  inteligencia  y  constancia.  Sin  embargo,  tiene 
caracteres  bien  sostenidos,  moralidad  excelente,  la  trama  y  el  enredo  buenos,  y  la  solución  bas- 
tante natural,  aunque  imitada,  según  creo;  la  versificacícfti  es  fluida,  fácil  y  libre  de  toda  afec- 
*■  tacion  ,  y  está  bien  guardado  el  decoro  de  las  personas.  Compuso  también  con  el  mismo  objeto 
I  jna  loa  ingeniosa,  y  después  otras  varias  poesías  de  algún  mérito,  entre  las  cuales  parece  la  más 
,  apreciable  una  canción  de  bello  estilo,  dirigida  al  señor  don  Manuel  de  Roda,  sobre  un  cometa 
'  aparecido  por  entonces.  Algún  tiempo  después  volvió  á  Madrid,  y  dedicado  más  que  nunca  á  los 
trabajos  académicos,  escribió  muchos  discursos  sobre  todas  las  partes  de  la  gramática,  ortografía 
y  demás  objetos  de  la  Academia  Española,  y  para  la  de  la  Historia  trabajó,  entre  otras  cosas,  dos 
disertaciones. 

En  la  primera,  que  es  Sobre  el  origen  y  patria  de  los  godos,  dijo  por  incidencia  una  proposición 
en  que  parecía  dar  por  sentado  haber  sido  Ataúlfo  el  primer  rey  godo  de  España.  Otro  señor  aca- 
démico muy  erudito  presentó  á  la  Academia  una  disertación  exponiendo  las  muchas  dificultades 
que  le  ocurrían  contra  aquella  proposición.  Entonces  don  Ignacio,  por  dos  motivos  tan  urgentes 
como  el  de  tener  que  dar  su  parecer  por  el  oficio  de  censor  de  la  Academia  que  ejercía ,  y  el  de 
ser  el  autor  de  aquel  aserto,  se  vio  en  la  precisión  de  fundarle  y  rebatir  las  objeciones  del  otro 
académico.  Este  fué  el  asunto  de  la  segunda,  que  tiene  por  título  :  Disertación  en  que  se  demues- 
tra deberse  contar  á  Ataúlfo  por  primer  rey  godo  de  España.  La  felicidad  y  el  acierto  con  que  des- 
empeñó el  asunto  fueron  tales,  que  desde  entonces  se  mira  este  punto  como  una  verdad  clara  é 
indubitable. 

Por  este  tiempo  don  Lorenzo  Santayana,  oidor  de  Zaragoza,  le  remitió  el  original  de  la  obra 
que  escribió  con  el  título  de  Gobierno  poñlico  de  los  pueblos  de  España,  manifestándole  sus  deseos 
de  saber  el  juicio  que  formase  de  ella;  lo  que  dio  motivo  á  don  Ignacio  para  responderle  en  una 
carta,  donde,  ademas  de  los  grandes  elogios  que  da  á  la  obra,  vierte  multitud  de  noticias,  que 
acreditan  profunda  erudición  en  la  materia.  Por  entonces  se  discurre  fué  cuando  compuso  un 


NOTICIAS  BIOGRÁFICAS  Y  JUICIOS  CRÍTICOS.  103 

papel  bastante  bueno  sobre  el  catastro,  y  empezó  á  reformar  en  su  Poética  varias  cosas,  y  añadir 
otras  bastante  esenciales,  sin  que  dejase  de  continuar  al  mismo  tiempo  en  el  obsequio  délas  Mu- 
sas, componiendo  muchas  poesías  castellanas  y  latinas.  Entre  éstas  merecen  especial  mención 
unos  Epinicios  al  Delfín  de  Francia,  sobre  la  batalla  de  Fontenoy,  ganada  por  los  franceses  el  año 
de  d745,  los  que  después  tradujo  en  tercetos;  y  unos  elegiacos  al  señor  don  José  del  Campillo,  so- 
bre el  recobro  de  su  salud.  Tradujo  en  diversos  metros  varias  odas  de  Horacio  y  de  Anacreonte, 
el  salmo  Miserere,  el  himno  Pange  lingua,  y  finalmente,  con  mucha  elegancia  y  propiedad,  en 
tercetos ,  la  Epístola  de  Medea  á  Jason ,  de  Ovidio. 

El  año  de  1746,  con  motivo  de  la  exaltación  del  señor  Fernando  el  Sexto  al  trono,  ademas  de  dos 
sonetos  impresos,  aunque  sin  su  nombre,  compuso  un  poema  con  el  titulo  de  Juicio  de  Púris, 
renovado  entre  el  Poder,  el  Ingenio  //  el  Amor,  en  la  entrada  solemne  (jne  hizo  en  su  imperial  villa 
de  Madrid,  el  dia  i  O  de  Octubre  de  1746,  el  lien  nuestro  señor  don  Fernando  el  Sexto.  Fábula  épica 
de  DON  Ignacio  de  Luzan,  dedicada  á  la  Reina  nuestra  señora  doña  María  Béirbara  de  Portugal,  por 
mano  de  la  excelentísima  señora  Condesa  de  hemos,  su  camarera  magor.  Está  impresa  en  el  Par- 
naso Español.  En  el  año  siguiente  de  1747,  por  orden  superior,  y  con  tiempo  muy  limitado,  hizo  la 
traducción  de  la  ópera  de  Metastasio,  intitulada  La  clemenza  di  Tito,  que  había  de  represcntarso 
delante  de  sus  majestades,  en  el  carnaval  del  mismo  año ;  y  como  era  tan  versado  en  la  lengua  ita- 
iana,  y  por  otra  parte  tenia  bien  penetrado  el  espíritu  del  autor,  le  fué  fácil  trasladarle,  aunque  en 
breve  término,  á  nuestro  idioma  y  en  buenos  versos,  notándose  únicamente  en  ellos  tal  cual  defecto 
ó  incorrección ,  disculpable  en  la  precipitación  con  que  se  hicieron.  Últimamente,  por  encargo  de 
un  principal  ministro,  dio  por  escrito  un  dictamen  sobre  la  colocación  de  los  collares  del  Toisón 
y  Sancti  Spirilus  en  las  armas  reales;  con  lo  que  acabó  de  llenar  la  idea  que  el  Ministerio  había 
formado  de  su  capacidad.  De  allí  á  poco,  como  ya  dije,  se  le  destinó  á  la  secretaría  de  embajada 
de  París,  donde  prosiguió  haciendo  lo  mismo  que  hasta  entonces,  en  todo  el  tiempo  que  le  deja- 
ban libre  las  ocupaciones  de  su  empleo.  Alk  compuso  varias  poesías  en  francés,  italiano,  espa- 
ñol y  latín.  Entre  ellas  son  notables  unos  dísticos  latinos,  elegantes  y  de  mucha  delicadeza  ,  con 
este  epígi-afe  :  De  JEdibus  marquivnissoe  Pompadeuri  ad  Fontemblavium ,  y  una  epístola  macarró- 
nica, que  cerca  de  un  año  después  de  haber  llegado  á  París,  escribió  á  su  grande  amigo  don  Juan 
de  Iriarte,  en  la  que  con  chiste  le  da  cuenta  de  varias  cosas  que  había  visto  en  aquella  corte,  es- 
pecialmente de  la  Real  Biblioteca  y  del  carácter  del  bibliotecario.  Respondió  el  señor  Iriarte,  ex- 
presando el  juicio  que  hacia  de  aquella  composición,  en  el  siguiente  dístico  semiraacarrónico  : 

Tam  bona  cum  noris  macarrónica  fingere,  Luzan, 
NcB  tua  Merliuo  plus  quoque  Musa  sapit. 

Los  pensamientos  y  estilo,  así  de  la  epístola  como  de  unas  notas  que  la  acompañan ,  son  tales, 
que  se  puede  inferir  que  don  Ignacio,  en  medio  de  los  más  arduos  negocios,  conservaba  aquel 
humor  y  despejo  propios  de  un  hombre  enteramente  desocupado.  Luego  hizo  una  buena  crítica 
de  Catilina,  célebre  tragedia  de  Crébillon.  También  empezó  á  escribir  unas  Memorias,  en  que 
pensaba  hacer  sincera  relación  de  los  sucesos  principales  de  aquel  tiempo,  y  de  las  verdaderas 
causas  de  todos  ellos,  según  el  conocimiento  que  logró  por  medio  del  manejo  continuo  de  los  más 
secretos  é  importantes  papeles,  y  de  las  negociaciones  en  que  tenia  tanta  parte,  juntando  á  la 
narración  las  reflexiones  y  conjeturas  que  su  experiencia  y  capacidad  le  sugerían.  En  esta  obra 
se  proponía  dos  objetos :  el  uno  era  poder  tener  siempre  bien  presentes  todas  estas  noticias ,  para 
las  ocasiones  que  se  le  pudiesen  ofrecer  en  adelante ,  sin  riesgo  de  que  la  variedad  de  otros  nego- 
cios y  de  otras  especies  se  las  confundiesen  ó  se  las  borrasen  de  la  memoria;  y  el  otro,  instruir 
á  los  jóvenes  que  entran  en  la  carrera  de  la  política.  También  estando  en  París  formó,  por  en- 
cargo de  la  Academia  de  la  Historia,  unas  apuntaciones  muy  eruditas  para  la  geografía  de  Espa- 
ña, y  poco  antes  de  salir  de  la  misma  corte,  á  imitación  de  la  obra  que  escribió  el  abate  Girard, 
empezó  á  trabajar  una  sobre  los  sinónimos  de  nuestro  idioma.  Otras  escribió  en  Francia,  de  más 
entidad  y  mérito  que  todas  las  que  he  referido ;  pero  la  calidad  de  los  asuntos  que  en  ellas  trata, 
prohibe  dar  aquí  noticia  individual  de  ellas,  como  también  omitiré  la  de  una  controversia  litera- 
ria que  tuvo  con  el  señor  Van-Hoeis,  embajador  de  los  Estados  Generales  en  aquella  corte. 

En  medio  de  estas  ocupaciones,  halló  tiempo  para  buscar  y  ¡untar  una  porción  considerable 
de  exquisitos  libros ,  tratar  y  visitar  con  frecuencia  á  los  principales  sabios ,  é  informarse  menu- 


j^  DON  IGNACIO  DE  LUZAN. 

damente  de  todo  lo  más  importante  y  curioso  de  Paris,  en  especial  do  las  ciencias  y  artes,  y  mé- 
todo de  sus  estudios  y  escuelas.  Asistió  á  todo  el  curso  de  física  experimental  que  explicaba  el  cé- 
lebre abate  Nollet;  y  si  su  vuelta  á  España  se  hubiera  dilatado  algo  más,  tenía  ánimo  de  asistir 
también  al  de  química  y  farmacia,  que  según  los  principios  de  Beclier,  Boerhave  y  Sthal,  abrió 
por  entonces  monsieur  de  la  Planche. 

No  hacia  toJo  esto  por  mera  curiosidad ,  sino  con  el  fin  de  apuntar  sus  observaciones,  y  reco- 
ger ideas  y  noticias,  para  producir  después  obras  útiles  á  su  patria.  Con  efecto,  restituido  á  Es- 
paña, volvió  al  instante  á  tomar  la  pluma  para  concluir  las  que  traía  ideadas  ó  empezadas,  y  para 
formar  el  plan  de  otras,  que  sus  luces,  celo  y  continua  aplicación  le  sugerían.  La  primera  que  dio 
á  la  luz  pública  fué  la  (pie  tiene  por  titulo  Memorias  literarias  de  París,  que  salió  impresa  en 
el  mes  de  Abril  de  1751.  El  objeto  de  esta  obra,  que  está  escrita  con  mucha  erudición  y  buena 
critica,  no  fué  otro  que  el  de  presentar  á  los  ojos  de  los  españoles,  como  en  un  lienzo,  el  estado 
de  todo  género  de  estudios  en  aquella  corte,  haciendo  juicio  exacto  é  imparcial  de  lo  bueno  y 
malo  que  había  advertido  en  ellos,  para  que  sus  compatriotas,  estimulándose á  abrazar  lo  uno,  y 
sabiendo  evitar  lo  otro,  resucitasen  la  antigua  gloria  literaria  de  España. 

Deseoso  de  contribuir  por  su  parte,  en  cuanto  le  fuese  posible,  á  tan  digno  objeto,  y  de  apro- 
vechar la  ocasión  que  le  ofrecían  el  celo  y  la  amistad  del  señor  don  José  de  Carvajal ,  para  pro- 
mover pensamientos  útiles  al  bien  público,  formó  el  plan  de  una  academia  general  de  Ciencias, 
Arles  y  Bellas  Letras,  que  deseaba  se  fundase  en  Madrid,  en  el  cual  comprendió  cuanto  había 
que  prevenir  en  el  asunto,  como  eran  :  los  estatuios,  número  de  académicos  honorarios,  nume- 
rarios, asociados  y  de  otras  clases;  la  renta  que  debía  tener,  y  su  distribución;  forma  de  la  casa  en 
que  habían  de  ser  las  juntas;  división  de  clases,  y  número  de  individuos  que  había  de  tener  cada 
una;  y  finalmente,  lista  de  los  sujetos  que  le  parecían  más  á  propósito  para  académicos,  con  ex- 
presión de  la  clase  en  que  convendría  poner  á  cada  uno  de  ellos.  No  tuvo  efecto  esta  idea ;  pero 
se  puede  asegurar  dio  motivo  á  otra  muy  plausible ,  aunque  no  tan  vasta ,  que  fué  la  de  eriiilr  so- 
lemnemente, como  ya  he  dicho,  en  Academia  Real,  con  el  título  de  San  Fernando,  para  el  cul- 
tivo de  las  tres  nobles  artes,  la  junta  preparatoria  que  existía,  mandada  formar  por  el  señor  don 
Felipe  V,  pues  aunque  don  Ignacio  no  fué  el  único  á  sugerir  este  pensamiento,  se  distinguió  en 
promoverle  con  el  señor  Carvajal.  Siendo  uno  de  los  académicos  de  honor,  recitó,  el  día  de  la 
apertura,  unas  octavas  alusivas  al  objeto;  y  el  año  siguiente,  con  motivo  de  la  distribución  délos 
primeros  premios,  recitó  también  una  canción,  un  soneto  italiano  y  un  epigrama  latino.  Otro 
asunto  no  menos  importante  excitó  también  su  amor  á  la  patria,  y  le  movió  á  escribir  un  pro- 
yecto para  precaver  las  carestías  de  trigo;  el  cual,  si  se  llegase  á  poner  en  planta,  sin  más  que 
alguna  ligera  variación  ó  adición,  según  las  circunstancias  presentes,  acaso  produciría  el  efecto 
que  deseaba  su  autor.  En  dicho  año  de  17oi,  con  el  fin  de  ir  introduciendo  el  buen  gusto  en  la 
dramática,  dio  á  la  prensa  la  traducción  de  una  comedia  de  monsieur  Nivelle  de  la  Chaussée, 
con  el  título  de  La  razón  contra  Ja  moda ,  que  dedicó  á  la  señora  Marquesa  de  Sarria ,  en  cuya 
academJa  la  había  leído  manuscrita,  con  mucho  aplauso  de  los  concurrentes.  Los  diaristas  de 
Trévoux  hablaron  de  esta  traducción  con  particular  elogio. 

Dedicóse  luego  á  dar  la  última  mano  á  la  corrección  de  su  Poética.  El  trato  continuo  que  ha- 
bía tenido  en  París,  no  sólo  con  los  mejores  poetas  y  con  los  eruditos  más  distinguidos  de  Fran- 
cia ,  sino  también  con  algunos  de  otras  naciones ,  y  al  mismo  tiempo  la  lectura  de  muchas  obras 
que  hasta  entonces  no  había  podítlo  tener  á  la  mano,  refinaron  su  buen  gusto  y  dilataron  sus 
luces,  de  suerte  que  juzgó  necesario  rever  con  cuidado  la  obra,  reformar  lo  conveniente,  y  aña- 
dir lo  que  faltaba  en  ella.  Los  diaristas  de  Trévoux  habían  notado  que,  al  parecer,  el  señor  Luzan 
no  tenia  noticia  ó  no  apreciaba  los  poetas  ingleses ,  pues  no  habló  de  ellos  en  su  Poética ;  y  esta 
fué  una  de  las  cosas  que  creyó  necesario  añadir,  como  lo  hizo.  Igualmente  parece  debió  recono- 
cer que  la  sátira  es  una  especie  de  poesía  que  merece  tratado  aparte,  como  lo  habían  advertido 
los  diaristas  de  España;  pues  con  eiécto  le  escribió,  si  no  está  equivocada  la  persona  que  me  ha 
dado  la  noticia ,  refiriéndose  á  quien  le  aseguró  haberle  leído.  También  añadió  muchas  cosas 
esenciales  en  la  historia  de  la  poesía  vulgar;  varias  observaciones  muy  delicadas  y  nada  comunes 
sobre  algunas  especies  de  metros  castellanos ,  y  sobre  la  mejor  elección  y  más  bella  colocación 
de  los  consonantes.  Todas  estas  adiciones  se  conoce  las  trabajó  de  priesa,  y  que  por  lo  mi-smo  ne- 
cesitaban aumento,  más  orden  y  más  corrección,  especialmente  las  que  tocan  á  la  historia  de  la 
poesía  vulgar;  pero  le  faltó  el  tiempo,  no  sólo  para  perfeccionar  esto,  sino  para  escribir  otras  que 


NOTICIAS  BIOGKÁFICAS  Y  JUICIOS  CRÍTICOS.  1<^'3 

tenía  meramente  apuntadas,  y  entre  ellas  un  tratado  del  perfecto  comediante,  para  añadir  á  la 
Poética,  pareciéndole,  con  mucha  razón  ,  que  el  buen  efecto  de  un  drama  depende  en  gran  parte, 
de  su  buena  ejecución.  Sólo  tenemos  el  plan  y  la  distribución  de  los  capítulos,  que  seguramente 
abrazan  todo  lo  necesario  para  conseguir  la  perfección  en  este  arte.  Es  lástima  que  no  pudiese 
poner  en  ejecución  una  idea  tan  bella  y  tan  útil  y  precisa,  singularmente  en  España,  donde  los 
comediantes  se  forman  sin  estudio,  y  sólo  por  medio  de  una  práctica  harto  defectuosa. 

Entre  las  poesías  que  compuso  por  ejUónces,  sobresalen ,  un  poema  jocoso,  que  intituló  La  Ga- 
tomiomoquia ,  escrito  con  gracia  y  pinceladas  satíricas,  alusivas  al  estilo  de  algunos  predicadores 
que  eran  famosos  en  aquel  tiempo;  dos  canciones,  una  á  la  primavera ,  y  otra  sobre  su  natural  in- 
clin:;cion  á  la  poesía;  una  elegía  latina  al  Conde  de  Perelada,  cuando  estaba  para  partir  á  Lisboa 
con  el  carácter  de  embajador,  y  un  romance  satírico,  muy  chistoso,  con  el  título  de  El  Gacetero 
quejoso  de  su  forluna. 

El  carácter  que  por  lo  general  se  advierte  en  las  obras  del  SEÑon  Luzan  es  un  espíritu  filosófico 
y  metódico,  con  solidez  y  gusto,  y  un  genio  inclinado  á  profundizar  y  desentrañar  las  materias, 
tal  vez  con  menudencia  excesiva. 

Algunos  repararán ,  particularmente  en  la  Poética,  la  frecuencia  de  citas  y  la  copia  de  pasajes 
enteros  de  autores  famosos;  pero  todo  era  preciso  en  aquel  tiempo  para  entrar  bien  armado  en  la 
ardua  empresa  que  tomó  de  hacer  la  guerra  al  mal  gusto,  y  restablecer  el  bueno.  Las  que  ahora 
'Son  verdades  llanas  y  corrientes,  eran  entonces  opiniones  extravagantes  y  nuevas,  aun  entre  los 
que  se  preciaban  de  doctos.  La  razón  sola  debía  bastar  para  el  logro  de  su  intento ;  pero  cono- 
ciendo que  basta  pocas  veces,  tuvo  por  preciso  apoyarla  con  la  autoridad;  bien  que  si  alguna  vez 
las  halló  encontradas,  procuró  hacer  patente  la  preferencia  que  se  debía  dar  á  aquella  sobre  ésta. 
Su  estilo  prosaico  es  natural,  sencillo,  y  en  general  corriente,  aunque  alguna  vez  se  nota  cierta 
sequedad  é  incorrección.  En  sus  poesías,  en  lo  que  permite  la  locución  poética,  es  semejante  al 
de  su  prosa.  En  ellas  hay  más  arte  que  numen  ,  pero  no  le  falta  éste ;  aunque,  á  mi  parecer,  es  más 
principalmente  obra  del  arte  lo  primoroso  y  acabado  de  algunas  de  sus  composiciones. 

He  dejado  correr  la  pluma,  sin  poderlo  remediar,  más  de  lo  que  pensé  al  principio;  porque  tra- 
tándose de  la  vida  de  un  hombre  de  talento,  virtuoso,  aplicado,  laborioso,  y  no  menos  digno  de 
estimación  por  sus  prendas  que  por  sus  obras,  por  muy  conciso  que  quisiera  ser  el  historiador, 
y  más  siéndolo  yo,  es  preciso  tenga  mucho  que  hablar.  En  fin ,  el  juicio  que  á  consecuencia  de 
todo  lo  expresado  deba  formarse  del  mérito  verdadero  de  don  Ignacio  de  Luzan,  se  deja  á  los  lec- 
tores discretos ,  sabios  y  desapasionados.  Yo  he  cumplido  por  mi  parte ,  del  mejor  modo  que  me 
ha  sido  posible,  con  el  obsequio  que  debo  á  su  memoria,  y  con  el  deseo  de  algunos  amigos,  en 
cuyo  concepto  merece  aún  mayores  elogios. 


II. 

DEL  EXCELENTÍSIMO  SEÑOR  DON  MANUEL  JOSÉ  QUINTANA. 

(Introducción  á  !a  poesía  castellana  del  siglo  xviu.) 

El  primer  escritor  que  se  presenta  en  el  orden  del  tiempo,  es  don  Ignacio  de  Luzan;  no  dejando 
de  ser  un  fenómeno  notable  que  el  primer  poeta  de  quien  haya  de  hablarse  sea  también  un 
maestro  de  poética.  La  suya  ,  publicada  en  1757,  tiene  el  mérito  de  ser  un  libro  muy  bien  hecho. 
y  el  mejor  de  los  que  en  aquella  época  se  publicaron.  Sano  y  seguro  en  principios,  oportuno  y 
sobrio  en  erudición  y  en  doctrina,  juicioso  en  el  plan  y  claro  en  el  estilo,  presentaba  unas  dotes 
de  seso,  de  arte  y  de  buen  gusto  que  no  se  reunían  ftícil mente  en  los  talentos  que  á  la  sazón  cul- 
tivaban las  letras,  unos  depravados  con  el  mal  gusto  que  aun  dominaba  en  la  opinión  vulgar, 
otros  dados  á  un  fárrago  indigesto  de  noticias  y  discusiones,  ya  pueriles,  ya  importunas,  y  siem- 
pre fastidiosas.  Notóse  entonces  que  algunas  cosas  estaban  ligeramente  tratadas  en  este  libro,  y 
otras  omitidas;  notóse  también  la  severidad  excesiva  con  que  eran  juzgados  algunos  poetas  espa- 


]06  DON  IGNACIO  DE  LUZAN. 

ñüles,  principalmente  Góngora  y  Lope  de  Vega  (1).  El  autor  justiticaria  tal  vez  su  rigor  con  la 
necesidad  de  oponerse  á  la  licencia  y  abusos  que  la  abundancia  y  abandono  del  uno  y  los  delirios 
del  otro,  hablan  introducido  en  la  poesía.  Pero  lo  que,  en  mi  opinión ,  desluce  más  esta  obra,  es 
la  poca  amenidad  con  que  está  escrita  ,  y  el  poco  interés  que  inspira.  Al  ver  el  tono  seco  y  desa- 
brido con  que  Luzan  habla  de  una  arte  tan  halagüeña  y  seductora,  nadie  le  creyera  penetrado  de 
las  bellezas  del  argumento  que  trata,  ni  menos  le  tuviera  por  poeta.  No  es  de  extrañar,  pues,  que 
fuese  poco  leida  entonces ,  y  que  por  de  pronto  su  influjo  en  los  progresos  y  mejora  del  arte  fuese 
corto,  ó  más  bien  nulo.  Las  obras  de  critica ,  en  lo  general ,  dirigen  y  no  estimulan,  enseñan  y  no 
inspiran;  la  Poética  de  Luzan,  por  el  modo  de  su  ejecución,  debia  estar  expuesta,  más  que  otra 
alguna,  á  este  efecto  escaso  y  limitado;  y  útil  á  los  maestros  para  enseñar,  á  los  críticos  para  re- 
prender, no  podia  servir  mucho  á  los  ingenios  i)ara  producir. 

A  este  fin  era  mejor  el  ejemplo,  siempre  más  activo  y  poderoso  que  los  preceptos  :  Luzan  tiene 
la  gloría  de  haberle  dado  también  ,  y  sus  escritos  poéticos,  comparados  con  los  versos  desatinados 
que  á  la  sazón  se  componían,  tienen,  por  su  invención  y  disposición,  por  su  armonía  y  por  su 
estilo,  un  mérito  bien  sobresaliente.  Las  dos  canciones  á  la  conquista  y  defensa  de  Oran  ,  com- 
puestas hacía  los  años  de  1752,  son  dos  exhalaciones  hermosas  en  medio  de  una  oscuridad  muy 
profunda  ;  y  pocos  ó  ninguno  estaban  todavía  en  estado  de  igualarle,  cuando  veinte  años  después 
hacia  resonar  estos  acentos  en  la  Academia  de  San  Fernando  : 


Sólo  la  virtud  bella. 

Hija  de  aquel  gran  Padre,  en  cuya  mente 

De  ludo  bien  la  perfección  se  encierra, 

Constante  dura  sin  mudanza  alguna. 

En  vano  la  fortuna 

Hace  contra  su  paz  rabiosa  guerra, 

Cual  contra  (irme  escollo  inútilmente 

Rompe  el  mar  sus  furiosas  ondas ;  ella. 

Como  la  Gja  estrella. 


Que  el  rumbo  enseña  al  pálido  piloto 
Cuando  más  brama  el  aquilón  y  el  nolo, 
Al  puerto  guia  nuestro  pino  errante. 
¿Quién  con  esto  se  acuerda 
De  envilecer  el  plectro  resonante, 
Donde  de  vista  la  virtud  se  pierda , 
O  un  falso  bien,  ó  un  engañoso  bálago 
Sirva  de  asunto  al  canto,  y  más  de  estrago? 


Parece  que  Luzan,  en  esta  noble  y  grave  poesía ,  daba  el  tono  á  su  siglo,  y  señalaba  al  ingenio  el 
rumbo  que  debia  seguir  para  hacerse  respetar.  Pero  sus  versos  ,  como  los  de  casi  todos  los  pre- 
ceptistas ,  se  recomiendan  más  por  el  artificio,  la  gravedad  y  el  decoro,  que  por  el  fuego,  la  ima- 
ginación y  la  abundancia.  Aun  cuando  tuvieran  un  carácter  más  ardiente  y  seductor,  como  no 
fueron  muchos  los  que  escribió,  y  esos  inéditos  en  gran  parte  hasta  mucho  tiempo  después ,  re- 
sulta que  no  pudieron  servir  al  público  ni  de  estímulo  ni  de  dechado.  Para  los  pocos,  sin  em- 
bargo, que  entonces  cultivaban  las  musas,  y  eran  todos  ó  amigos  ó  apreciadores  de  Luzj^n,  no 
dejaron  de  concurrir  á  acreditar  los  principios  de  circunspección  y  de  buen  gusto  que  él  obser- 
vaba cuando  escribía. 

Puede  contarse  en  este  número  á  don  Agustín  Montíano ,  el  cual  corresponde  más  bien  á  la 
historia  de  la  poesía  dramática,  por  sus  laudables  esfuerzos  para  reformarla,  y  por  sus  tragedias, 
apreciadas  mucho  entonces,  leídas  después  muy  poco,  y  creo  que  nunca  representadas.  A  aquella 
época  pertenecen  también  el  supuesto  Jorge  Pitillas,  escriLor  satírico,  ingenio  fuerte,  despejado 
y  agudo,  de  quien  por  desgracia  no  se  conserva  más  que  una  composición ,  publicada  por  pri- 
mera vez,  en  4741,  en  el  Diario  de  los  ¡iíeratos  de  España,  y  reimpresa  otras  muchas  después;  el 
Conde  de  Torrepalma,  que  en  su  imitación  ovídiana  del  Deucalion,  hizo  prueba  de  un  eminente 
talento  para  versificar  y  describir;  y  en  lin,  don  Josef  Porcél,  autor  de  unas  églogas  venatorias, 
aplaudidas  mucho  entonces ,  pero  nunca  publicadas  (2). 


{\)  Puede  verse  en  el  tomo  iv  d«d  Diario  de  los  lite- 
ratos de  ¿'s/Mñrt, -articulo  1.°,  la  critica  que  aquellos 
juiciosos  periodistas  lucieron  de  la  nueva  Poética;  la  úl- 
tima parte  del  artículo  es  de  don  Juan  de  triarle,  y  es 
curioso  en  ella  ver  á  un  gramático  tomar  la  defensa  de 
Góngora  contra  un  poeta. 


(2)  Por  más  esfuerzos  que  he  empleado  en  buscarlas 
y  verlas  para  dar  alguna  ¡dea  de  su  mérito  y  su  carác- 
ter, lian  escapado  á  todas  mis  diligencias,  y  si  son  ta- 
les como  se  dice,  hacen  mal  los  que  las  poseen  en  no 
enriquecer  nuestra  literatura  con  ellas.  Don  Luis  Ve- 
lazquez,  en  sus  Orígenes  de  (o  poesia  ca¿íejía/iaj  hSOO 


NOTICIAS  BIOGRÁFICAS  Y  JUICIOS  CRÍTICOS.  107 

m. 

DE  DON  JOSÉ  MARCHENA. 

(Lecciones  de  filosofía,  moral  y  elocuencia. — Burdeos,  1819.) 

Varios  académicos  imaginaron  el  proyecto  de  resucitar  los  buenos  estudios  de  la  sana  litera- 
tura :  escribió  el  apreciable  Luzan  su  Poética,  en  que  corroboró  los  inconcusos  preceptos  de  la 
antigüedad  con  ejemplos  sacados  de  poetas  españoles,  y  los  partidarios  del  equivoco,  que  al  cul- 
teranismo del  siglo  anterior  hablan  sustituidlo  Gerardo  Lobo,  la  Manja  de  Méjico  y  un  maestro 
León  (1),  que  en  nada  se  parece  al  maestro  León  coetáneo  de  Felipe  II,  se  callaron ,  ó  enmen- 
dados ó  corregidos ;  siendo  la  publicación  de  las  poesías  del  cura  de  Fruime  el  postrer  aliento 
de  esta  moribunda  secta. 


IV. 

DE  DON  FERNANDO  JOSÉ  WOLF,  secretario  de  la  Biblioteca  Imperial  de  Viena, 

{Floresta  de  rimas  modernas  castellanas. —  París,  1837.) 

Los  primeros  ensayos,  aunque- débiles  y  aislados,  para  introducir  el  gusto  francés,  los  hicieron 
el  Marqués  de  San  Juan  con  su  traducción  del  Cinna  de  Gorneille,  que  apareció  en  1713,  y  Ca- 
ñizares con  su  Sacrificio  de  ífigenia.  Mas  estaba  reservado  el  dar  el  primer  paso  decisivo  en  esta 
carrera  á  un  poeta  preceptista,  que  se  habia  formado  en  países  extranjeros ,  y  bebido  la  purísima 
agua  del  Parnaso  francés  á  las  orillas  del  Sena  mismo.  Este  dogmatizador  de  la  escuela  galo- 
hispana  fué  DON  Ignacio  de  Lüzan,  que  en  su  Poética,  publicada  por  primera  vez  en  d737,  trató 
de  erigir  un  faro  que ,  después  de  tantas  borrascas  románticas ,  guiase  sus  compatriotas  náufra- 
gos al  seguro  puerto  del  clasicismo. 

De  aquella  Poética,  harto  conocida  y  decantada  por  los  clasiquistas ,  baste  decir  que  en  cuanto 
á  sus  principios ,  es  una  mera  copia  de  las  de  Aristóteles ,  Horacio  y  Boileau ,  escrita  en  un  tono 
seco  y  desabrido  (á).  No  es  de  extrañar,  pues,  que  fuese  poco  leida  entonces,  y  que  por  de 
pronto  su  influjo  en  los  progresos  y  mejora  del  arte  fuese  corto  ó  más  bien  nulo.  Pero  Luzan  no 
se  contentó  tan  sólo  con  recomendar  el  nuevo  gusto  en  sus  preceptos,  sino  también  con  el  medio 
más  eficaz  del  ejemplo,  en  lo  cual  fué  ayudado  por  algunos  amigos  suyos. 


mención  de  ellas  dos  veces ,  y  siempre  con  particular  es-  senta  aquí  como  de  un  mismo  siglo  los  tres  poetas  quo 

timacion  ;  pero,  como  este  escritor  era  demasiado  uidul-  cita.  Gerardo  Lobo,  mencionado  el  primero,  nació  un 

gente  en  la  aplicación  de  la  crítica  á  los  casos  particu-  año  antes  de  la  muerte  de   León  Murchante.  Este, 

lares,  no  puede  darse  enteramente  crédito  á  su  reco-  como  la  Monja  de  Méjico,  pertenece  al  siglo  xvu,  aquel 

mendacion.  Los  Orígenes  son  un  libro  muy  apreciable  al  xvin.  {Ñuta  del  Colector.) 

por  su  excelente  plan  y  por  las  noticias  que  en  él  se  en-  (2)  Estas  duras  palabras  con  que  Wolf  califica  el  es- 
cuenlran  ,  mas  no  por  el  gusto  ni  por  el  discernimiento  tilo  de  Luzan,  así  como  otras  muchas  del  crítico  ale- 
crítico.  {Nota  de  Quintana.)  man,  están  copiadas  de  Quintana,  pero  copiadas  sin 

(1)   Este  maestro  León ,  que  Marchena  contrapone  discernimiento.  Quintana  llam.a  también  seco  y  desa- 

aquí  á  fray  Luis  de  León,  es  el  maestro  don  Manuel  de  brido  al  tono  de  Luzan  ;  pero  no  aplica  esta  severa  y, 

León  Marchante,  que  se  hizo  famoso  en  su  tiempo  por  á  juicio  nuestro,  injusta  censura,  al  estilo  general  de 

sus  entremeses,  jácaras,   chambergas,  relaciones  de  la  Poeíí'ca,  sino  á  la  forma  rígida  con  que  habla  de  una 

ciego,  y  otras  poesías  rastreras  y  conceptuosas.  arle  tan  halaijüeña  y  seductora  como  la  poesía.  {Nota 

Sorprende  la  ligereza  con  que  el  abate  Marchena  pre-  del  Colector.) 


108  DON  IGNACIO  DE  LUZAN. 

V. 

DEL  EXCELENTÍSIMO  SEÑOR  DON  ANTONIO  GIL  DE  ZARATE. 

{Manual  de  literatura. —  Resumen  hislórico. — 1844.) 

En  aquel  infeliz  período  (la  primera  mitad  del  siglo  xviii)  se  estableció  la  Academia  Española, 
vno  dejaron  de  hacer  esfuerzos  algunas  personas  distinguidas  para  resucitar  nuestra  muerta  lite- 
ratura, labrándDse  sordamente  la  revolución  que  la  habia  de  presentar  bajo  un  aspecto  nuevo, 
sujeta  ya  á  los  principios  del  clasicismo  traido  de  allende  los  Pirineos.  El  primer  síntoma  que  se 
advirtió  de  esta  mudanza,  fué  la  publicación  de  la  Poética  de  dox  Igxacio  de  Luza\,  publicada 
en  1757;  obra  que  al  pronto  no  pro  lujo  sensación  alguna,  poro  que  años  después  llegó  á  ser  el 
código  literario  de  los  mejores  ingenios.  Era  esta  Poética  un  libro  compuesto  con  buen  juicio  y 
sana  crítica,  en  que  por  primera  vez  en  España  se  proclamaban  los  principios  del  buen  gusto, 
aunque  se  deprimía  quizá  demasiado  á  algunos  de  nuestros  poetas  antiguos,  entre  ellos  al  inmor- 
tal Lope  de  Vega. 

LüZAN  dio,  ademas,  el  ejemplo  con  algunas  regulares  poesías,  aunque  pocas,  notándose  entre 
ellas  las  odas  sobre  la  toma  y  defensa  de  Oran.  Tenía  poco  numen  ,  y  sus  versos  son  correctos, 
pero  faltos  de  animación  y  de  colorido  poético ;  no  obstante,  podían  considerarse  como  un  pro- 
digio en  medio  de  los  insulsos  couleros  que  todavía  abundaban,  remedando  las  extravagancias 
de  los  pasados  cultos. 


VL 

DEL  EXCELENTÍSIMO  SEÑOR  DON  ANTONIO  ALCALÁ  GALIANO. 

(Historia  de  la  literatura  española,  francesa,  inglesa  é  italiana ,  en  el  siglo  xvin. — Lecciones  pronunciadas 

en  el  Ateneo  de  Madrid.  — 1847.) 

Antes ,  ó  al  lado  de  Feijóo,  florecieron  otros  escritores  de  menor  nota.  Entonces  hubo  un  don 
Ignacio  de  Luzan,  á  quien  no  puede  dejar  de  nombrarse  cuando  se  trata  de  nuestra  historia  lite- 
raria. Era  Luzan  hombre  entendido,  escritor  aventajado,  pero,  como  suele  decirse,  usando  de  la 
comparación  trivial,  aunque  exacta,  déla  poesía  con  la  pintura,  falto  de  colorido;  desmayado, 
B¡n  bríos;  hombre  de  conocimientos  profundos,  y  que  si  no  fué  superior  á  su  época,  hizo  más 
que  lo  que  hacer  suelen  los  hombres  de  todos  los  tiempos.  Hubo  de  sentirse  escandalizado  al  ver 
el  estado  en  que  se  hallaba  la  literatura  en  nuestra  patria  ,  y  aunque  sabía  algunas  lenguas,  y 
de  las  letras  latinas  tenía  bastante  conocimiento,  hubo  de  dirigirse  á  Francia,  como  el  país  de 
donde  venía  entonces  la  luz  que  llamaba  toda  la  atención,  y  no  permitía  se  llevasen  los  ojos  á 
buscar  guía  en  otra  antorcha  que  la  que  resplandecía  en  la  nación  vecina.  Vio  en  aquella  rei- 
nante la  escuela  clásica  de  Luis  XIV;  también  habia  estudiado  la  Poética  de  Aristóteles,  con  los 
comentarios  que  le  habian  puesto  los  escritores  franceses;  y  tomando  la  teoría  de  un  padre  Le- 
Bossu,  cuyo  ensayo  sobre  el  poema  épico  corría  con  mucha  fama  por  aquellos  días,  la  puso  en 
castellano,  la  exornó,  la  agregó  á  la  de  Aristóteles,  y  con  sus  preceptos  dio  á  España  un  Arte 
poética,  de  que  hasta  entonces  se  carecía.  Juzgó  nuestro  teatro,  como  parecía  en  otro  tiempo, 
acertadamente,  aunque,  según  el  dictamen  de  muchos  críticos  modernos,  con  algún  desacierto. 
No  fué,  sin  embargo,  enemigo  acérrimo  de  nuestro  Calderón  y  demás  autores  dramáticos;  pero 
al  censurarlos,  no  supo  darse  razón  de  cuál  era  la  clase  de  espíritu  que  animaba  sus  obras ;  no  se 
cuidó  de  investigar  cuál  era  el  cstatlo  de  la  nación  en  que  escribían.  La  crítica  de  aquel  tiempo, 
critica  en  que  sólo  se  miraba  á  la  parte  externa  de  los  escritos ,  señalaba  á  éstos  ciertas  formas. 
Luzan  vio  estas  formas  según  Aristóteles  las  bosqueja,  según  las  habían  señalado  con  más  vigor 
Horacio,  y  después  los  críticos  franceses;  y  pintado  este  cuadro,  encontró  que  las  obras  de  Cal- 
derón no  se  ajustaban  perfectamente  á  aquel  modelo,  y  las  condenó.  Por  lo  demás,  hizo  justicia 


NOTICIAS  BIOGEÁFICAS  T  JUICIOS  CRÍTICOS.  109 

á  nuestro  gran  dramático,  celebró  su  fecunda  imaginación;  pero,  según  él,  tenía  el  defecto  de  no 
haber  observado  las  tres  unidades  de  acción ,  lugar  y  tiempo ;  defecto  que  le  encuentran  también 
muchos  críticos,  de  los  cuales  yo  me  aparto,  venerándolos.  Le  encontró  otros  defectos  mayores 
de  lo  que  son  en  realidad ,  esto  es ,  que  tenía  un  estilo  demasiado  conceptuoso,  y  que  se  apartaba 
con  frecuencia  de  la  expresión  verdadera  de  las  pasiones,  por  usar  el  lenguaje  del  ingenio  sutil, 
afeado  ademas  con  la  pedantería. 

Don  Ignacio  de  Luzan  hizo  un  servicio  y  un  daño  á  la  literatura  española.  Los  que  dicen  que  hizo 
un  servicio,  y  ésta  ha  sido  una  opinión  que  ha  estado  en  boga  durante  largo  tiempo,  aciertan, 
porque,  en  verdad,  él  no  destruyó  nada  bueno  en  nuestra  patria.  El  gusto  de  nuestros  escritores 
era  pésimo  :  Luzan  no  quiso  acudir  sino  á  las  fuentes  en  donde  entonces  se  bebía  :  acudió,  pues,  á 
Francia,  y  restableció  hasta  cierto  punto  el  buen  gusto  literario.  Él  mismo  hizo  justicia  á  la  poe- 
sía sabia  del  siglo  xvn  ;  olvidó  empero,  y  esto  no  se  sabía  entonces,  que  nuestra  poesía  tiene  dos 
ramos  :  la  poesía  sabia,  la  poesía  académica,  que  empezó,  puede  decirse ,  con  Garcilaso,  aunque 
ya  se  encuentra  algo  de  ella  en  Juan  de  Mena,  el  3Iarqués  de  Santillana  y  otros  autores  más 
antiguos,  y  que  en  parte  venía  de  la  poesía  italiana;  y  la  poesía  popular,  la  poesía  del  Cancio- 
nero (1),  la  de  los  romances  del  conde  Claros  y  del  conde  Oírlos ;  poesía  de  que  Melendez  y  otros 
han  hecho  algunas  imitaciones,  á  íines  del  siglo  próximo  pasado. 

Asimismo  no  conoció  nuestra  literatura  dramática  nacida  en  España,  y  que  era  la  verda- 
dera hermana  de  nuestros  romances;  hteratura  que  los  italianos  no  habían  conocido  en  sus 
tragedias;  porque,  aunque  la  comedia  italiana  tiene,  de  la  escuela  de  Planto  y  Terencio,  com- 
posiciones de  bastante  mérito,  pues  en  Planto  reluce  particularmente  la  fuerza  cómica,  que  el 
mismo  3Ioliére  ha  imitado  muchas  veces,  algunas  la  ha  igualado,  y  otras  se  ha  quedado  corto, 
y  Terencio  se  recomienda  por  la  intensidad  de  sus  afectos,  por  la  elegante  sencillez  de  su  len- 
guaje, y  por  ser  el  autor  de  quien  se  han  tomado  más  sentencias  :  Homo  sum,  Jmmani  niliil  á 
me  alicmim  inüo.—Nam  id  arbilror  adprimfí  in  vita  esse  utile,  ut  ne  quid  nimis;  y  otras;  á  pesar 
de  esto,  aun  la  comedia  latina,  y  más  todavía  la  italiana,  carecían  de  cierta  fuerza;  así  que,  ni 
las  comedias  de  Maquiavelo  ni  las  de  Ariosto  habían  dado  alma  á  la  escena  cómica.  De  las 
tragedias  italianas  antiguas  nada  se  diga,  valiendo  poco  todas  ellas,  aun  la  de  Torcuato  Tasso. 
Entonces  apareció  en  España  Lope  de  Vega;  pero  antes  los  cómicos  españoles  habían  dado 
alguna  muestra  de  ciertas  dotes ,  que  hahian  de  dar  lustre  á  nuestra  escena ,  y  de  los  de- 
fectos que  la  deslustran.  Luzan  no  conoció  esto,  ni  el  mérito,  ó  por  mejor  decir,  ni  la  índole 
de  los  romances  y  de  nuestro  teatro;  liabló  de  la  poesía  española  como  poesía  buena,  pero 
imitadora,  la  cual  algunas  veces  imitando  se  remonta  mucho,  y  entonces  es  digna  de  admi- 
ración ;  pero  en  donde,  según  él ,  no  hay  nada  original ,  no  pudiendo  por  lo  mismo  menos  de 
desmerecer  al  lada  de  su  íiermana  mayor,  la  hermosa  poesía  italiana. 

Estos  fueron  los  yerros  de  Luzan;  pero  los  que  dicen  que  erró  completamente,  y  que  desacre- 
ditó nuestra  literatura ,  no  se  hacen  cargo  de  que  la  literatura  estaba  en  descrédito  en  aquel 
tiempo,  de  que  estaba  casi  enteramente  olvidada.  No  desacreditó  la  literatura  anti^'ua;  no  habló 
de  la  poesía  académica,  censurándola;  dijo  poco  de  la  dramática;  desaprobó  en  ella  algunas 
cosas  sin  razón,  pero  no  acabó  con  la  literatura  buena,  sino  con  la  mala  que  había  en  su  tiem- 
po. Es  verdad  que  siguiendo  con  demasiado  rigor  á  Aristóteles  y  al  clasicismo  francés ,  preten- 
dió hacer  un  marco  dentro  del  cual  se  encajonasen,  por  decirlo  así,  todas  las  obras  del  inge- 
nio; que  siguiendo  reglas  demasiado  severas,  no  conoció  que  los  diferentes  tiempos  requieren 
diferentes  especies  de  composiciones;  qui;  la  diversidad  de  pueblos  y  de  gobiernos  hace  variar  el 
juicio  que  se  forma  de  los  cantos,  y  el  espíritu  que  á  éstos  debe  animar,  y  por  eso  es  digno  de 
censura  á  veces ,  aunque  no  por  haber  sido  de  la  edad  en  que  vivía. 

Luzan  fué  asimismo  poeta,  y  como  á  tal  no  debe  dársele  elogio  alguno.  Es  verdad  que  no  in- 
currió en  las  faltas  en  que  cayeron  los  de  su  tiempo  y  del  inmediatamente  anterior;  es  verdad  que 
no  dio  en  las  extravagancias  mismas  que  procuró  desterrar ;  que  miró  con  horror  los  retumban- 
tes metros  de  ücejo  (2),  el  Polifemo  y  las  Soledades  de  Góngora;  por  consiguiente,  fué  muy  dete- 

(1)  Aquí  confumle  Calinno,  al  parecer,  la  poesía  Antonio  Abarl),  poema  en  ortavas,  de  don  Pcfiro  Nolns- 
erudila  de  los  Cancioneros  con  la  popular  de  los  Ro-  co  Ocejo,  que  Jori;e  Pitillas  ridiculizó  con  singular  do- 
manceros.  {Nula  del  Colector.)  naire  en  el  Diario  de  los  litfratos. 

(2)  Alude  Galiano  á  El  SdI  de  los  anacoretas  (san  {Ñuta  del  Colector.) 


j^Q  DON  IGNACIO  DE  LUZAN. 

nidamcnte  haciendo  versos  de  once  silabas  en  lenguaje  correcto  y  esmerado;  imití^  á  los  demás 
poetas  en  aquello  de  invocar  á  las  Musas  y  demás  temas  comunes  en  que  durante  mucho  tiempo 
ha  consistido  nuestra  poesia ,  y  que  todavía  sienten  algunos  no  ver  reproducidos ,  lamentándose 
de  que  liavan  caido  en  desuso  las  imágenes  que  admiraban  á  los  poetas  de  nuestros  primeros 
años.  Su  Oda  d  las  artes  y  La  conqnisla  de  Oran  son  producciones  que  adolecen  de  los  mismos 
defectos  de  frialdad  elegante  y  continua  imitación  ajustada,  ó  reproducción  de  pensamientos 
ajenos  y  corrientes. 


MAS  NOTICIAS  SOBRE  DON  IGNACIO  LUZAN  Y  LOS  LITERATOS  DE  SU  TIEMPO. 

Cuando  el  erudito  don  Juan  Agustin  de  Cean  Bermudez  escribió  la  biografía  de  don  Eugenio 
Llaguno,  lo  hizo  con  datos  de  las  respuestas  dadas  a  un  interrogatorio,  entre  cuyas  preguntas  fi- 
guraban las  siguientes:  «  ¿Quienes  eran  los  concurrentes  á  la  Academia  del  Duen  Gusto,  congre- 
gada en  casa  de  la  marquesa  de  Sarria?  — ¿Quiénes  los  que  sucesivamente  fueron  concurriendo  á 
la  tertulia  de  Monitano?  — Si  don  Juan  de  h'iarte,  don  Blas  Nasarre,  don  Ignacio  Hermosilla  eran 
montianistas,  y  si  el  señor  Gampománes  alcanzó  estas  juntas  y  concurrió  á  ellas. — Si  entre  la 
tertulia  nocturna  de  Montiano  y  la  vespertina  del  padre  Sarmiento  había  alguna  relación  conoci- 
da, ó  se  componía  de  unos  mismos  sujetos. »— Muy  en  su  lugar  se  hallaban  todas  estas  pregun- 
tas, como  que  don  Eugenio  de  Llaguno  y  Amírola  había  sido  paje  de  bolsa  de  don  Agustín  de 
Montiano  y  Luyando.  Ahora  va  á  dejar  de  seguir  inédito  lo  que  don  Bernardo  Iríarte  contestó  así 
á  esta  parte  deí  interrogatorio:  «Bernardo  L-iarte  tenía  muy  corta  edad  cuando  algunos  literatos 
y  sujetos  de  varías  clases  concurrían  en  casa  del  Marqués  de  Sarria,  hermano  del  primer  secre- 
tario de  Estado  y  del  Despacho  don  José  de  Carvajal  y  Lancáster,  para  que  pueda  designar  quié- 
nes eran ,  y  menos  calilicar  su  mérito.— La  tertulia  de  Sarria  pudo  ser  abuela,  mas  no  madre  de 
la  tertulia  de  Montiano.  Se  ignora  si  tuvieron  algún  parentesco  ó  conexión,  ni  si  la  de  Montiano 
descendió  de  la  del  Marqués  de  Sarria. —  Consta,  sí,  á  Bernardo  h'iarte  que  en  casa  de  don  Blas 
Antonio  Nasarre ,  bibliotecario  del  Rey,  se  juntaban  por  las  noches  (don  Juan  de  triarte  no  asis- 
tía, porque  todas  las  pasaba,  como  las  demás  horas  del  día,  estudiando  y  trabajando,  y  obligan- 
do á  su  sobrino  Beriianlo  á  hacer  lo  mismo)  varios  literatos,  y  entre  ellos  don  Ignacio  Luzan,  y  á 
veces  don  Agustín  de  Montiano  y  Luyando  ,  algunos  individuos  de  la  Biblioteca  y  otras  personas. 

Luego  que  falleció  Nasarre,  atrajo  Montiano  á  su  posada  muchos  de  los  asistentes  á  la  tertulia 

de  aquél.  Progresivamente  se  fueron  agregando  varios  eruditos  y  sujetos  de  buen  gusto ,  ya  de 
los  avecindados  en  Madrid,  ya  de  los  que  venían  de  las  provincias  del  reino  y  hasta  de  América. 
Así  llegó  á  ser  bastante  numerosa,  y  á  veces  tanto,  que  los  literatos  se  disgustaban ,  porque,  ha- 
biendo logrado,  después  de  muchas  instancias,  la  mujer  de  Montiano,  doña  Josefa  Manrique  (ha- 
bía sido  camarista  de  la  reina  Farnesio),  y  su  sobrina,  doña  Margarita ,  ser  admitidas  en  la  sala  de 
la  tertulia,  acudieron  á  ella  gentes  indoctas,  que  incomodaban  á  la  docta,  y  fué  preciso,  para 
desahogo  de  ésta  y  pasto  del  alma  y  cuerpo  de  aquellas,  poner  una  mesa  de  biribís,  donde  tu- 
viesen digna  ocupación  ,  formando  así  ancho  aparte  los  literatos. — De  esta  última  clase,  eran  ter- 
tulianos constantes  don  Ignacio  de  Luzan  ,  don  Juan  Iriarte,  que  ya  salía  por  las  noches,  para  des- 
cansar de  su  tarea  diaria  y  distraerse;  don  Ignacio  de  Hermosilla  y  Sandoval,  don  Antonio  Pisón, 
lector  de  la  princesa  de  Asturias,  hoy  reina;  don  Luis  Velazquez,  marqués  de  Valdeflores;  don  Fe- 
lipe de  Castro,  célebre  escultor  gallego.  Canipoinanes  concurrió  pocas  veces  á  la  tertulia,  á  los 
principios,  y  después  no. —  Bernardo  Iriarte  llegó  á  asistir  también;  don  Eugenio  de  Llaguno, 
que  era  inmediato  y  perenne  asistente,  como  que  vivía  en  la  propia  casa  de  Montiano,  llevó  una 
noche  al  mismo  Bernardo  Iriarte  á  la  tertulia,  contra  la  voluntad  de  su  tío,  que  prefería  se  entre- 
tuviese en  casa,  estudiando  el  sobrino;  más  hubo  de  ceder,  y  ya  le  llevaba  en  su  compañía,  mi- 
rando como  equivalente  de  las  tareas  nocturnas  en  que  le  ocupaba,  la  amena,  variada  é  indirecta 
instrucción  que  adquiriría  oyendo  las  condenaciones,  discursos  y  lecturas  de  los  doctos  é  inge- 
niosos asistentes  á  la  tertulia  de  Montiano.  Los  días  de  fiesta  llevaba  el  tio  don  Juan  al  otro  so- 
brino Domingo,  niño  todavía,  para  que  aprovechase  algo  allí  y  no  hiciese  travesuras  en  casa. — 
Ninguna  relación  había  entre  la  tertulia  de  Montiano  y  la  sociedad  ó  concurrencia  de  la  celda  del 


EL  JUICIO  DE  parís.  lll 

padre  fray  Martin  Sarmiento  por  las  mañanas  y  tardes.  Don  Juan  de  Triarte  iba  á  ver  al  padre 
Sarmiento  todos  los  domingos  después  de  misa,  y  llevaba  á  su  sobrino  Bernardo.  Eran  pocos  los 
concurrentes ,  y  entre  ellos  habia  académicos. — Don  Blas  Nasarre  no  pudo  asistir  á  la  tertulia  de 
Montiano,  pues  ésta,  según  va  dicho  ,  no  tuvo  principio  ni  existió  hasta  después  del  fallecimien- 
to del  mismo  Nasarre.» 

No  hay  mejor  edición  de  la  Poética  de  Luzan  que  la  hecha  en  dos  tomos,  el  año  de  1789,  por 
Sancha,  pues  en  ella  intercaló  don  Eugenio  Llaguno  todas  las  adiciones  y  enmiendas  del  mismo 
don  Ignacio,  á  quien  habia  tratado  en  la  juventud,  y  cuyos  consejos  le  fueron  muy  útiles  en  el 
resto  de  su  vida. 


POESÍAS. 


JUICIO  DE  parís, 

RENOVADO 

ENTRE  EL  PODER,  EL  INGENIO  Y  EL  AMOR  (1). 


r 


FÁBULA  ÉPICA. 

En  la  entrada  pública  lieclia  por  el  señor  don  Fernando  VI 
en  ¡Madrid,  á  10  de  Octubre  de  1746. 

No  la  ira  del  hijo  de  Peleo, 
Ni  los  viajes  del  sabio  Ulíses  canto, 
Ni  el  héroe  que  de  Troya  y  fuego  aqueo 
Trajo  á  la  Italia  el  gran  cantor  de  Manto, 
Ni  al  que  de  ilustre  pluma  ha  sido  empleo, 
Gloria  de  Portugal,  del  moro  espanto, 
Ni  las  piadosas  armas  en  Suría, 
Ni  hazañas  de  valor  y  cortesía. 
,  Más  dulce  inspü-acion,  furor  más  blando 
A  pacifico  asunto  el  pecho  inflama  : 
El  triunfo  cantaré  con  que  Fernando 
Entró  en  su  leal  villa,  que  le  aclama; 
Diré  cómo  en  su  obsequio  disputando. 
Poder,  Ingenio,  Amor  ganaron  fama 
De  su  gran  corte  en  (íl  teatro  augirsto, 
Y  que  en  ñn  venció  Amor,  como  era  justo. 

Bajad  de  vuestro  monte  á  darme  aliento, 
Musas,  que  á  todas  nueve  hoy  os  imploro  : 
Unas  me  templaréis  para  el  intento 
La  dulce  lira  y  el  clarín  sonoro; 
Otras  haréis  ciue  en  delicado  acento 
Mi  voz  iguale  á  vuestro  amable  coro, 
Para  cantar  del  gran  monarca  glorias. 
Esmeros  de  Madrid,  de  Amor  victorias. 

Y  tú,  María  Bárbara,  heroína 
Por  quien  Iberia  aspira  á  ser  dichosa, 
Dígnate  de  ilustrar  con  tu  divina 
Musa  lo  que  la  mía  emprender  osa ; 


(1)  Para  muestra  del  estado  de  nuestra  poesía  en  el  presente 
siglo  XVI, r,  publicamos  esta  pieza,  que  existia  inédita  con  todas 
las  demás  de  su  erudito  autor.  El  asunto  cst;)  concebido  con  ma- 
jestad V  elesacion  ;  la  idea  es  muy  ingeniosa  y  muy  poética  ,  y  se 
halla  felizmente  establecida  y  desempeñada  .  singularmente  en  la 
conclusión  v  ti  iunfo  del  Amor  contra  el  liignüo  y  el  Poder,  que  es 
excelente  ;  ¡a  erudición  es  acendrada  y  exquisita  ,  aunque  no  siem- 
pre se  podrá  reputar  por  oportuna  ;  la  versiticacion  es  muy  pro- 
pia ,  y  maniliesta  el  canicter  de  este  poeta,  en  cuyas  composi- 
ciones, por  lo  general,  luce  más  el  arte  que  la  naturaleza.  He 
esto  nace  que  á  sus  versos  les  falte  todavía  algo  de  aquel  espíritu, 
llenura,  copia  ,  facilidad  y  soltura  que  admiramos  en  los  poetas 
del  siglo  de  oro;  prueba  evidente  del  estrago  que  han  heclio  en 
nuestra  poesía  t;intoí  años  de  cdmipcion  y  decadencia  ,  pues  aun 
no  han  podido  acabjr  de  resl.ihlircr  su  riibusiez  y  antigua  lozanía 
los  más  clásicis  artilices  de  nuestro  tiempo.  Sin  embargo,  se  ofre- 
ce al  publico  esta  ingeniosa  composición  ,  no  tan  sólo  por  el  gran 
crédito  de  su  autor,  como  por  sobresaliente  entre  cuantas  hemos 
Visto  y  leido  sobre  semejantes  asuntos. 

(Nota  de  López  de  Sedaño  en  su  Parnaso  espafíoi.) 


A  perdonar  la  majestad  inclina  ; 
Que  tu  piedad  merece  genero;  a 
3uien  do  tu  esposo  Rey,  con  alta  idea, 
Decir  presume  y  acertar  desea. 
,  Quizá  después,  si  se  permite  un  dia 
A  humana  voz  asunto  más  que  humano, 
Alentada  á  tu  sombra  mi  Talía, 
Resonará  tu  nombre  soberano, 
Haciendo  que  obsequiosos  á  porfía. 
En  ecos  le  repitan  monte  y  llano; 
Que  oigas  en  tanto  humilde  te  suplico 
Versos  que  respetoso  á  tí  dedico. 

En  la  estación  que  el  hijo  de  Latona 
Por  el  signo  de  Libra  el  curso  extiende. 
Cuando  el  otoño  fértil  se  corona 
De  hermosa  fruta,  cjue  en  el  árbol  pende, 

Y  en  los  dones  de  Baco  y  de  Poraona 
El  hacendoso  agricultor  entiende, 
Mirando  alegre  que  ya  premia  el  cielo 
Su  trabajosa  vida  y  su  desvelo; 

,  Cerca  de  Manzanares,  recostado 
A  la  sombra  de  un  álamo  coposo. 
Mientras  mi  gauadillo  al  verde  prado 
La  yerba  repastaba  presuroso, 
Por  conceder  al  cuerpo  fatigado, 
Mientras  más  hiere  el  sol ,  dulce  reposo, 
De  la  mansa  corriente  al  blando  ruido. 
Suspendido  quedé ,  si  no  dormido. 

Entonces  reparé  que  sus  cristales 
El  rio  por  el  medio  dividía, 

Y  de  su  centro,  hermosas,  celestiales, 
Ágiles  ninfas  vi  que  producía; 

De  p'-rlas  y  finísimos  corales 
Rico  adorno  cada  una  en  sí  traía ; 
Un  anciano  después  con  urna  al  lado 
Apareció,  de  juncia  coronado. 

Cual  fabulosa  antigüedad  pintaba 
Al  padre  Tibre  ó  al  dardano  Janto, 
Cuando  sobre  las  ondas  se  asomaba 
A  oir  de  algún  mortal  queja  ó  quebranto, 
O  como  al  dios  Neptuno  figuraba 
Musa  gentil  en  su  fingido  canto. 
Cuando  iba  por  el  mar  con  Deyopea, 
Cimodoce,  Nerine  y  Calatea; 

Tal  Manzanares  á  mi  vista  ofrece 
EspL'ctáculo  nuevo  y  agradable ; 
Crece  mi  suspensión,  mi  pasmo  crece, 
Al  ver  que  aquel  anciano  venerable 
Conmigo  desde  el  agua  á  hablar  empiece 
Con  apacible  voz  y  rostro  afable. 
Fielmente  su  discurso,  no  prolijo. 
Conserva  la  memoria ;  así  me  dijo  : 

((p]xtranjero  pastor,  que  en  mi  ribera 
Buscas  tranquilidad  á  tus  fatigas. 
Vite  otra  vez,  no  es  ésta  la  primera, 
Y  sé  tu  nombre  ya,  sin  que  lo  digas  ; 
Las  bellas  ninfas  de  esta  undosa  esfera 


112  DON  IGNACIO 

Únicas  son  de  tu  zampona  amigas ; 
Zampona  y  voz  antes  de  ahora  oyeron, 
Antes  también  á  entrambas  aplaudieron. 

))Si  tanto  pudo  tu  infclice  estrella, 
Que  por  otras  tu  voz  no  fué  atendida, 
Bástete  que  conmigo  tu  querella 
Tuvo  suerte  mejor,  fué  bien  oída. 
Premiar,  agradecer,  propio  es  de  aquella 
Piedad  que  en  inmortal  pecho  se  anida  ; 
Por  eso  una  aidua  empresa  te  confio; 
No  temas,  yo  deidad  soy  de  este  rio. 

))De  tres  émulos  genios  juez  severo, 
En  disputas  de  gloria  codiciosas, 
Poder,  Ingenio,  Amor,  que  seas  quiero, 

Y  juzgues  sus  contiendas  generosas. 
Eecto  el  juicio  ha  de  ser,  el  juez  cutero 
Dádivas  no  recibe  cautelosas  ; 
Atif  nde  á  la  verdad  y  á  la  justicia. 
No  la  pasión  te  ciegue  ó  la  codicia.  _ 

))No  será  nuevo  que  un  pastor  decida 
Entre  deidades  gr.ave  competencia  ; 
Páris  troyano,  allá  en  los  valles  de  Ida, 
Dio  en  la  famosa  lid  fatal  sentencia, 

Y  con  áurea  manzana  apetecida 
A  Venus  concedió  la  preferencia ; 
Tú  también,  de  los  tres  al  que  venciere 
Esta  palma  has  de  dar,  sea  el  que  fuere.» 

Dijo,  entregando  la  triunfante  rama, 
De  vitoriosas  diestras  honradora; 
Luego  á  su  habitación  de  ovas  y  lama 
Sumióse  entre  las  ondas,  donde  mora. 
Nuevo  prodigio,  ya  previsto,  llama 
Mi  atención,  admirada  en  lo  que  explora: 
Tres  gallardos  mancebos  de  improviso 
En  mi  presencia  aparecer  diviso. 

De  los  tres,  el  más  alto  y  más  robusto 
De  brillante  diadema  orna  la  frente, 
Respeto  inspira  su  semblante  augusto. 
Admiración  su  traje  refulgente. 
Cuanto  pesca  en  Ceilan  el  indio  adusto. 
Cuanto  cria  sin  precio  el  rico  Oriente, 
Matiza,  con  primor  nunca  imitado. 
El  manto,  el  tonelete  y  el  calzado. 

El  Ingenio  el  segundo  (ya  el  primero 
Que  era  el  Poder  estaba  conocido). 
Galán,  fuerte,  vivaz,  pronto,  ligero, 
Pero  casi  desnudo  ó  mal  vestido  ; 
Alas  tiene,  con  ellas  altanero 
Tal  vez  subir  al  cielo  ha  presumido; 
Dos  grillos  á  los  pies  duros  le  oprimen, 
Que  pobreza  y  desgracia  al  vivo  exprimen. 

El  tercero  un  rapaz ,  que  respiraba, 
Al  acercarse  á  mí,  suave  fu-go, 
Por  las  señas  de  arpón,  arco  y  aljaba. 
Que  era  el  rapaz  Amor  conocí  luego; 
No,  cual  en  tiempo  antiguo,  se  mostraba 
Temible  á  hombres  y  dioses,  aunque  ciego; 
Este  sin  venda  en  la  halagüeña  vista 
Corazones  cautiva,  almas  conquista. 

Aunque  tan  desigual  á  mi  se  mide. 
El  primero  el  Poder  á  hablarme  empieza, 
Que  cuando  ha  men.  ster,  anhela  ó  pide, 
Sab'?  humillar  con  todos  su  grand  za; 
La  seria  gravedad  de  sí  despide , 
Transformando  en  halago  la  entereza. 
Tal  César  busca  para  el  arduo  empeño 
De  Amidas  á  la  puerta  humilde  1 'ño. 

«Noble  pastor  (así  empezó  alabando), 
Sin  duda  al  cielo  tienes  muy  propicio. 
Pues  competencias  de  uno  y  otro  bando 
De  tu  capacidad  remite  al  juicio; 
En  la  entrada  feliz  del  gran  Fernando 
Cada  uno  de  los  tres  cumplió  su  oficio; 
No  niego  esta  verd.ad,  pero  ¿quién  puede 
Disputar  con  quien  tanto  en  todo  excede  ? 

«Mas,  porque  veas  que  á  tu  juicio  dejo 
Libre  para  que  juzgue  lo  que  sienta, 
Y  que  de  la  justicia  el  puro  espejo 
Nunca  mi  autoridad  manchar  intenta, 
Sirviendo  á  la  razón  S()lo  en  bos(iuejo, 
Te  daré  de  gran  suma  breve  cuenta, 
y  en  pocos  rasgos  te  diré  la  mucha 


DE  LUZAN. 

Soberbia  pompa  de  la  fiesta;  escucha  : 

))Con  sombras  salió  el  sol ,  haciendo  alarde 
De  ceder  á  otra  luz  por  la  mañana; 
Pero  otro  nuevo  sol  (que  el  cielo  guarde 
Sin  ver  ocaso  hasta  la  edad  más  cana) 
Dustró  el  Oriente  por  la  tarde, 

Y  á  su  lado  la  aurora  lusitana ; 

Y  así,  con  duplicados  arreboles, 
Vio  aquel  dia  dos  albas  y  dos  soles. 

«Ceda  el  Oriente  á  la  felice  puerta 
Por  donde  éste  salió  desde  su  cielo. 
Dando  en  sus  luces  esperanza  cierta 
De  serena  bonanza  al  patrio  suelo; 
Ocho  caballos,  cuya  piel  incierta 
En  tigres  los  disfraza  con  anhelo. 
Tiraban  la  carroza  coronada, 
Llena  de  majestad,  de  oro  cuajada. 

«No  extrañes  que  en  silencio  á  tantos  pase, 
Que  seguían  al  Pey,  ó  precedían  ; 
Primero,  si  uno  á  uno  los  nombrase, 
El  dia  y  aun  la  voz  me  faltarían; 
Ni  es  dable  que  ésta  á  referir  bastase 
El  lustre,  el  esplendor  con  que  lucían 
llamas  (en  la  nobleza  y  en  la  tropa) 
A  cuyos  troncos  obedece  Europa. 

«De  tan  lucido  séqviito  servidos. 
Los  Eeyf  s  al  antiguo  templo  fueron 
De  la  Almudena;  allí,  reconocidos, 
A  Dios  y  á  su  gran  Madre  gracias  dieion; 
Luego  entre  mil  aplausos  repetidos 
Portas  dispuestas  vallas  se  volvieron, 
Viendo  ya  iluminado  el  ancho  giro 
De  la  gran  plaza  y  calles,  al  Retiro. 

«Por  toda  esta  carrera  arcos  triunfales 
En  varias  partes  mi  atención  dispuso, 
De  tanta  magnitud  y  pompa,  cuales 
Ni  á  sus  triunfales  héroes  Roma  puso; 
Allí  de  preciosísimos  metales 
Hizo  pródigamente  en  todos  uso, 

Y  por  las  calles  paralela  valla 
Distingue  el  paso  y  forma  su  mxxralla. 

«Las  paredes  allí  se  disñ-azaron, 
Vistiendo  el  mármol  delicada  seda 

Y  paños ,  en  que  belgas  se  esmeraron 
Con  arte  tal ,  que  á  la  pintura  exceda; 
El  lucimiento  con  que  se  emularon 
Nobles  fieles  vasallos,  no  hay  quien  pueda 
Dignamente  decir,  sin  que  sea  agravio 
De  su  primor  el  no  elegante  labio. 

«Del  Monarca  en  obsequio  hasta  las  fuentes 
Su  desnudez  en  nuevo  traje  mudan, 
Adornadas  por  mí  con  eminentes 
Máquinas,  en  que  mil  obreros  sudan; 
Luego  con  mucha  luz  resplandecientes, 
Murmm-ando  entre  sí,  confusas  dudan 
Qué  novedaei  contra  su  ser  se  fragua, 
O  sí  quieren  que  abrase  y  arda  rl  agua. 

«En  la  Plaza  Mayor  (la  fuerza  mía 
Aquí  supo  ostentar  adonele  llega), 
A  pesar  ele  la  noche,  el  claro  dia 
Continuado,  á  su  horror  la  entrada  niegay 

Y  en  mil  cristales ,  en  que  resurtía 
Multiplicada  luz,  admira  y  ciega; 
Quejáronse  las  sombras  asustadas. 
De  sus  mismos  dominios  elesterraelas. 

«En  el  siguiente  el  júbilo  festivo 
Prorumpe  en  diversión ,  alegre  risa , 
Monstruos  y  fieras  imitando  al  vivo, 

Y  trajes  con  rielícula  divisa ; 
Reina  el  placer  en  tóelos  expresivo, 

Y  cuando  ya  es  la  luz  sombra  indecisa , 
Con  hachas  la  jovial  tropa  discurre, 

A  verla  el  pueblo  de  tropel  concurr  '. 
«En  la  tercera  noche  el  aire  aclara 
Jláquina  artificial  desde  la  tierra, 

Y  como  si  á  sus  hijos  emulara, 
Hace  á  los  ciclos  inocente  guerra: 
Contra  la  azul  región,  mientras  dispara 
Todo  el  incendio  que  en  su  seno  encierra. 
Con  las  continuas  llamas  que  vomita. 
Naval  combate  y  ciudael  fuerte  imita. 

«Medio  desnuda  el  alba,  en  el  postrero 


JUICIO  CE  PÁRIS. 


íiá 


I)ia,  désete  el  Oriente  se  apresura, 
Por  ver  el  espectáculo  guerrero, 
Donde  el  genio  español  su  brío  apura. 
Del  olímpico  estadio  el  lisonjero 
Aplauso  general  en  vano  dura ; 
Calle  Atenas  sus  grandes  juegos  cuatro, 

Y  Roma  su  famoso  anfiteatro. 
))La  gala,  bizarría  y  gentileza 

De  los  cuatro  campeones  animosos, 

Su  valor,  su  ardimiento,  su  destreza 

En  los  casos  y  empeños  peligrosos; 

La  ciega  furia  y  natural  fiereza 

De  los  heridos  toros  recelosos, 

Pintar  no  es  dable,  que  el  pincel  se  asusta 

Con  los  mismos  peligi'os  de  que  gusta. 

«Después  de  tan  magnífico  aparato, 
¿Quién  se  me  atreve  á  disputar  la  gloria? 
Es  agravio  á  mi  altivo  genio  innato 
Solamente  el  dudar  de  la  victoria. 
I  Qué  pudieran  hacer,  que  fuese  gi-ato 
Obsequio  y  digno  de  inmortal  memoria, 
En  corto  plazo,  un  niño  y  un  desnudo, 
Cuando  todo  mi  esfuerzo  apenas  pudo? 

))Si  gloriosa  ambición  tu  pecho  mueve, 

Y  mejorar  deseas  de  fortuna ; 
Si  del  oro  la  sed  acaso  debe 
A  tus  deseos  atención  alguna, 

Yo  haré,  pastor,  que  tu  experiencia  pruebe 
Juntas  muchas  fortunas  sólo  en  una ; 
Pide  á  tu  arbitrio,  mi  poder  ofrezco; 
Pero  la  palma  solo  yo  merezco. » 

Calló  el  Poder,  mostrando  en  el  semblante 
De  enojo  y  de  pesar  no  leve  indicio, 
Como  que  era  agi-aviarle  si  un  instante 
A  su  favor  se  dilataba  el  juicio. 
Siguió  el  Ingenio  vivo,  penetrante. 
Hecho  de  la  elocuencia  al  ejercicio; 

Y  al  empezar  á  defender  su  causa. 
Hizo,  mirando  en  torno,  breve  pausa. 

Cual  músico  de  Italia  primoroso. 
Antes  de  comenzar  aria  canora 
Del  Sasone ,  del  Vinci  ó  del  famoso 
Escarlati,  la  voz  primero  explora, 

Y  en  bajo  son  lo  más  dificultoso 
Del  no  visto  papel  lee  y  decora, 
Después  todo  el  raudal  del  dulce  canto 
Suelta  á  ser  del  oido  amable  encanto; 

Así  con  arte,  á  la  prudencia  junto. 
El  Ingenio,  algún  tanto  suspendido. 
Veloz  recorre  ya  uno,  ya  otro  punto, 
De  elegante  discurso  prevenido; 
Al  fin  empieza  el  meditado  asunto. 
Abriendo  el  dulce  labio  detenido, 
Por  donde  un  rio  de  elocuencia  sale, 
Que  más  que  el  mismo  vencimiento  vale, 

«Si  alguna  vez  pude  llamarme  (dice) 
Venturoso,  á  mi  ver,  sin  duda  es  ésta; 
Antes  el  gusto  ajeno  satisfice, 
Sólo  al  mió  mi  lengua  ahora  se  presta"; 
Todo  concttrre  á  hacerme  aquí  felice  : 
El  mismo  heroico  asunto,  y  la  propuesta 
Palma,  y  el  juez,  cuyo  inocente  seno 
De  codicia  y  pasión  contemplo  ajeno. 

))¿  En  qué  mejor  empeño  sus  primores 
Mi  misma  habilidad  emplear  quiere. 
Sino  en  probar  que  á  sus  competidores 
En  los  obsequios  de  su  Rey  prefiere? 
El  noble  ramo,  honor  de  vencedores, 
Estimaré,  si  mi  valor  le  adquiere. 
Sólo  por  este  fin ,  con  esta  idea 
De  que  mi  obsequio  superior  se  vea. 

))Ni  este  blasón  podrá  negarme  alguno. 
Sea  el  Amor,  sea  el  Poder;  los  corazones 
Encender,  alentarlos  pudo  el  uno, 

Y  el  otro  de  Pluton  verter  los  dones; 
Ineficaz  por  sí ,  bien  que  oportuno 
Medio  uno  y  otro  en  tales  ocasiones,     - 
Si  el  Ingenio  esos  medios  no  dirige, 
Ordena,  perfecciona,  une  y  corrige. 

«Erigió  excel.sas  máquinas  costosas, 
Fué  pródigo  el  Poder  de  su  tesoro. 
No  lo  niego;  alzó  vallas  primorosas, 


Hizo  la  misma  copia  vil  el  oro, 
No  lo  niego;  excedió  las  más  famosas 
Fiestas  de  que  hay  memoria,  no  lo  ignoro, 
No  lo  niego ;  mas,  dado  que  agotara 
Su  caudal,  ¿sin  el  mío  qué  lograra? 

))La  proporción,  el  método  y  el  arte, 
La  simetría,  el  gusto,  la  belleza. 
El  haber  superado  en  cada  jiarte 
A  la  rica  materia  la  d  streza ; 
El  orden  con  que  todo  se  reparte, 
La  novedad  de  ideas,  la  fineza, 
La  variedad,  ¿debióse  en  algún  modo 
AI  Amor  ó  al  Poder?  ¿  No  es  mío  todo? 

))En  vano  entrambos  sin  razón  pretenden 
Disputarme  la  pahua,  á  que  se  oponen; 
Por  vanidad  ó  por  pasión  no  entienden 
Las  causas  de  lo  mismo  que  suponen ; 
A  la  razón,  á  la  justicia  ofenden, 
Cuando  al  Ingenio  osados  se  anteponen. 
Como  ya  de  otros  miembros  la  insolencia 
Le  negó  á  la  cabeza  la  obediencia. 

))En  esta  grande  fábrica  divina. 
De  su  mismo  Hacedor  según  decreto. 
El  iimiortal  espíritu  domina. 
Lo  corpóreo  y  mortal  está  sujeto ; 
Padece  el  uno  lamentable  ruina. 
El  otro  eterno  aspira  á  eterno  objeto ; 

Y  sus  obras,  si  al  mió  se  atribuyen, 
A  eternizar  su  nombre  contribuyen. 

)>Así  los  dones  que  ofrecerte  intenta 
Mi  justo  empeño,  á  los  demás  exceden  ; 
Mal  con  una  pasión  siempre  violenta. 
Mal  con  el  oro  compararse  pueden. 
Si  crees  á  mi  voz,  de  engaño  exenta, 
Diles  que  allá  con  lo  que  dan  se  queden ; 
Yo  que  seas  feliz  sólo  pretendo. 
Las  causas  de  las  cosas  conociendo. 

))Por  mí  de  la  virtud  la  excelsa  cumbre 
Pisarás  fuera  del  vulgar  abismo ; 
Heroico,  imperturbable  por  costumbre, 
Renovarás  antiguo  estoicismo ; 
Siguiendo  entonces  la  celeste  lumbre, 
Lograrás  el  imperio  de  tí  mismo 
Con  mejor  cetro  que  el  que  ya  ganaron 
Los  que  grandes  ciudades  conquistaron, 

«Laurel  febeo  adornará  tus  sienes. 
Como  sigas  mi  voz,  guía  y  maestra. 
Atesorando  no  caducos  bienes 
De  la  docta  Minerva  en  la  palestra. 
Haré  yo  que  al  materno,  que  ya  tienes. 
Pueda  añadir  por  mi  tu  lengua  diestra 
El  Ítalo,  el  francés,  el  griego  idioma, 

Y  el  puro  y  terso  de  la  antigua  Roma. 
))Por  mí  en  tus  labios,  de  dulzura  llenos. 

Tendrá  su  trono  la  divina  Suada, 

Y  vencerá  los  ánimos  ajenos. 
Mezclando  lo  que  instruye  á  lo  que  agrada. 
Por  mí  del  sacro  Pindó  en  los  amenos 
Bosques  resonará  tu  bien  templada 

Lira,  de  cuyo  son  pagado  Apolo, 
Pensará  colocarla  junto  al  Polo. 

«Con  mi  favor  entenderás  profundo 
De  la  naturaleza  altos  arcanos  ; 
Cómo  de  huevos,  en  sazón  fecundos, 
Nazca  todo  viví  nte  (aun  los  humanos) ; 

Y  cómo  dentro  de  uno  otros  segundos 
Incluyeron  de  Dios  próvidas  manos, 
Para  que  de  una  en  otra  maravilla 
Mil  semillas  encierre  una  semilla. 

«Cómo  de  movimiento  y  de  figura 
Diversa  todo  cuerpo  se  fabrica. 
Mostrando  en  su  admirable  arquitectura 
Que  es  inmenso  el  saber  que  le  edifica ; 
En  amistad,  que  con  la  vida  dura, 
Una  alma  el  cuerpo  humano  vivifica. 
Que  piensa,  que  discurre,  ama,  desea; 
En  vano  inquirirás  lo  que  ella  sea. 
,  »0  bien  cómo  por  todo  el  universo 
Átomos  crió  Dios  indivisibles, 

Y  movimiento  en  todos  muy  diverso 
Para  sus  fines  puso  imperceptibles. 
Uniendo  por  lograrlos  el  disperso 


!1 


114 


DON  IGNACIO  DE  LÜZAN. 


Conjunto  de  corpiisculos  sensibles ; 

Y  cómo  es  grave  todo  cuerpo,  y  trae 
Por  la  fuerza  que  impele  y  la  que  atrae. 

))Con  qué  pr-sion  del  cuerpo  luminoso 
La  luz  hasta  nosotros  se  propaga, 
Movido  con  impulso  vorticoso 
El  sutil  éter,  que  en  el  aire  vaga ; 

Y  cómo  en  todo  objeto  no  poroso 

K  surta  aquella,  y  los  colures  haga, 

De  lo  encarnado  azul,  pajizo  y  verde, 

Que  en  los  poros  del  negro  entra  y  se  pierde. 

))Y  cómo  entre  dos  nubes  comprimido 
Nitro  y  azufre,  trueno  y  rayo  exhala, 

Y  á  la  misma  materia  el  encendido 
Tardo  betún  del  Mongivclo  iguala; 
Aunque  excede  en  estrago  y  estallido 
Cuando  arruina  ciudades,  campos  tala, 

Y  cuando  á  impulso  del  volcan  etneo 
Se  estremecen  Peloro  y  Liliboo. 

))Por  mí  sabrás  cómo  la  tierra  miden 
Diez  círculos  celestes,  no  igualmente, 
Que  en  cinco  zonas  toda  la  dividen , 
Dos  templadas,  dos  frias,  una  ardi  nte; 
Uno  en  que  signos  seis  y  seis  resid-n, 
Cali'.'  es  del  Sol  de  Oriente  hasta  Occidente ; 
La  tierra  inmóvil  su  gran  curso  admira, 
O  bien  voluble  en  torno  á  Febo  gira. 

))Cada  planeta  con  distinto  curso 
A  la  tierra  ó  al  sol  rodea  crrant: ; 
Su  magnitud,  sus  pases  el  discurso 
Del  hombre  mide,  á  imitación  dj  Atlante ; 
Examina  su  aspecto,  y  su  concurso 
Averigua,  ya  próximo  ó  di.-tante  ; 
Su  más  pequeño  movimiento  apui-a, 

Y  futuros  eclipses  asegura. 

))Cuando  después  tu  aplicación  destines 
De  pasados  sucesos  á  lo  serio, 
El  gobierno  verás  y  los  coníines 
Del  asirio,  romano  y  griego  imperio ; 
Por  mí  sabrás  en  sus  opuestos  fines 
Cuánto  distaba  un  Tito  de  un  Tibtrio  ; 
Por  qué  los  reinos  suban  y  florr  zcan , 
Por  qué  caigan,  enfermen  y  fallezcan. 

))Todo  esto  y  más  mi  gratitud  promete 
Por  una  sola  palma  que  codicia; 
Ni  las  dádivas  mias  interprete 
Por  soborno  ó  cohecho  la  malicia ; 
Cuando  tu  labio  á  mi  favor  decrete. 
No  á  mí,  sino  á  tí  mismo  harás  justicia  ; 
Tuyo  es  el  ínteres  ;  tú ,  como  cuerdo, 
Mira  bien  lo  que  pierdes,  si  yo  pierdo.» 

Así  el  Ingenio  me  seduce  el  alma, 

Y  con  arte  elocuente  el  p-  cho  obliga; 
Dudo  entre  mí  si  le  daré  la  palma 
Antes  que  el  otro  sus  razones  diga; 
Mas  ya  cobrado,  en  una  breve  calma. 
Determino  aguardar  que  Amor  prosiga. 
Al  fin  habló  de  Citerea  el  hijo  ; 

1  Oh  Musas  I  acordadme  lo  que  dijo. 

«¿Qué  es  esto,  dioses  inmortales?  ¡Cuánto 
Se  ha  de  abusar  de  la  paciencia  mia? 
¿Mortal  Poder,  mortal  Ingenio,  á  tanto 
Se  atreve  con  sacrilega  osadía? 
¿^Hay  quien  contra  mi  numen  sacrosanto 
Pretende  disputar,  vencer  porfía  ? 
I  Loca  altivez  de  envanecidas  gentes  1 
¿Y  tú,  divina  madre,  lo  consientes? 

))¿Por  dónde  empezaré?  ¿Qué  diré  luego? 
Por  la  misma  gran  copia  el  labio  duda. 
El  uno  al  humo  de  soberbia  ciego. 
Fiado  el  otro  en  su  elocuencia  aguda, 
Uno  y  otro  sujetos  á  mi  fuego, 
Desprecian  mi  razón  como  desnuda; 
¿Y  yo  lo  he  de  sufrir?  ¿A  mí  dcs])recios 
El  Ingenio?  ¿El  Poder  á  mí?  ¡  Qué  necios  I 

))Pero  quiero  templarme ;  el  orbe  admire 
Que  Amor  á  la  razón  hoy  se  sujeta ; 
Mi  calidad,  mi  fuerza  s.-  retire, 
No  salga  de  mi  aljaba  una  saeta; 
Si'>ln  á  ganar  esta  victoria  aspire 
Mi  mérito  mayor,  sin  que  prometa 
Al  juez,  porque  se  atiendan  mia  razones, 


Medios  de  la  injusticia,  inicnog  dones. 

))¿  Dones  dije  ¡  ¡  Qué  mal !  Mejor  dijera 
T(')SÍgos,  inquietudes  y  tormentos. 
¡  Pobre  pa.stor,  si  tu  inocencia  diera 
Oidos  al  Poder  y  á  sus  intentos ! 
I  Qué  presto  el  mando,  el  oro  mismo  fuera 
El  mayor  torcedor  de  tus  contentos! 
',Qué  presto  desearías  tu  majada. 
Tu  feliz  libertad,  tu  choza  amada! 

))Pucs  ¿qué  diré  de  las  que  da,  halagüeño, 
Dádivas  el  Ingenio  seductoras? 
Por  ellas  perderás  el  dulce  sueño, 
El  ocio  blando  y  las  mejores  horas. 

Y  después  de  un  penoso  asiduo  sueño, 
¿Qué  lograrás?  Sólo  saber  que  ignoras; 

Y  lo  que  es  más,  dejándote  sin  una. 
Mil  dichas  dará  á  un  necio  la  fortuna. 

«Dirán  tal  vez  que  en  la  función  pomposa 
Que  de  nuestra  contienda  es  el  motivo, 
Sólo  el  Poder  lució  con  su  ostentosa 
Magnificencia,  hollando  lo  excesivo; 
O  que  sólo  el  Ingenio  en  la  industriosa 
Disposición  venció  por  discursivo; 
Que  Amor  ignora  lo  que  es  pompa  y  arte... 
¿Con  que,  no  tuvo  Amor  en  eso  parte? 

))Pu(  s  ¿quién  el  alma  fué?  ¿Quién  fué  el  primero 
Móvil  de  tantos  júbilos  y  fiestas? 
¿Quién,  sino  Amor,  en  todos  fiel,  sincero, 
Dio  pruebas  de  sí  mismo  manifit  stas? 
Al  Amor  se  debió  todo  el  esmero 
De  emulaciones  noblemente  opuestas; 

Y  á  los  tres,  por  quí.  n  todo  se  ordenaba, 
¿Quién,  sino  un  fino  amor,  los  alentaVja? 

))Sólo  el  amor  de  los  vasallos  fieles 
Los  reinos,  los  imperios  eterniza; 
El  artificio  es  de  tiranos  crueles; 
La  basa  del  poder  es  movediza; 
De  las  augustas  sienes  los  laureles 
Del  subdito  el  afecto  fertiliza; 
Dulce  de  tiernas  lágrimas  tributo 
Los  colma  de  verdor,  de  hojas  y  fruto, 

))¡  Cuántas  vertió  por  su  Fernando  España, 
De  gozo  y  de  placer  enternecida! 
Al  pronunciar  el  nombre  amado,  baña 
De  humor  al  rostro  el  alma  conmovida; 
En  cada  vítor,  con  ternura  extraña. 
Se  exhala  un  corazón ,  vuela  una  vida; 
Una  vida,  de  quien  en  su  servicio 
Cada  vasallo  haría  sacrificio. 

))¿  Por  dónde  equivaldrán  reinos,  ciudades 
Ciencias,  artes,  ingenio,  oro,  riqueza, 
Al  cetro  que  en  las  finas  voluntaeles 
De  los  vasallos  tiene  su  fií'meza? 
Pues  ¡qué  si  del  Monarca  las  piedades 
Recompensan  fineza  con  tmeza! 
Así  reina  Fernando,  de  que  arguyo 
Que  ha  de  ser  reino  mío  el  reino  suyo. 

))Yo  reinaré,  y  en  su  dominio  vasto     . 
Reinarán  la  átirea  paz,  las  santas  leyes; 
Irán  seguras  al  herboso  pasto. 
Sin  las  zozobras  del  pastor,  las  greyes; 
Rozarán ,  para  dar  común  abasto, 
Uno  y  otro  erial  uncidos  bueyes, 

Y  á  influjos  de  Himeneo  y  la  abundancia, 
Crecerá  el  pueblo  en  su  tranquila  estancia. 

«Entonces  sí  que  en  españoles  pechos 
Entrará  la  amistad  sin  embarazos, 

Y  reciprocamente  satisfechos. 
Doblarán  unos  y  otros  los  abrazos; 
La  blanca  fe  con  nudos  más  estrechos 
De  la  amistad  apretará  los  lazos, 
Renovando  la  edad  de  oro  sencilla, 

Y  el  candor  de  costumbres  sin  mancilla. 
«Entonces  con  impulso  peregrino 

Mi  llama  sentirán  fieras  y  troncos; 
El  lobo,  el  gamo,  el  ciervo  montesino 
Dirán  su  celo  con  ahullidos  broncos; 
Una  palma  á  otra  palma,  uno  á  otro  pino 
Dirá  que  le  ama  entre  gemidos  roncos; 
Al  olmo  amado  abrazarán  las  vides; 
Tú  también  amarás ,  árbol  de  Alcídes. 
«Mas  ¿  para  qué  me  canso  ?  Otros  alegufjn 


JUICIO  DE 


Razones,  pruebas,  méritos  sin  tasa; 
Humíllense  á  su  juez,  ofrezcan,  rueguen; 
Por  tal  abatimiento  Amor  no  pasa. 
A  los  que  el  ramo  vencedor  me  nieguen , 
Castigará  mi  ardor,  que  el  mundo  abrasa; 
Dámele,  y  si  aun  le  niega  tu  porfía, 
Yo  me  lo  tomaré  ;  la  palma  es  mia.» 
Así  diciendo,  con  violencia  suma 
El  ramo  de  la  mano  me  arrebata; 
Luego,  moviendo  la  ligera  pluma, 
Sobre  nosotros  vuela,  y  la  inmediata 
Atmósfera  cercana  agita  y  bruma; 

Y  con  burla  cruel,  que  más  maltrata, 
Alegres  tornos  dando  por  el  aire, 

Se  rie  aleve  del  común  desaire. 

Colérico  el  Poder,  como  agraviado 
Contra  el  Amor,  en  vano  se  esforzaba 
Por  alcanzarle;  en  vano  apresurado 
A  volar  el  Ingenio  se  probaba; 
Alas  tenia,  si,  pero  el  doblado 
Peso  de  los  dos  grillos  le  agravaba. 
¡Oh  duros  grillos,  que  abatís  su  vuelo  I 
Por  vosotros  no  sube  al  mismo  cielo. 

En  tanto  Amor,  que  desde  cerca  advierte 
De  uno  y  otro  el  pesar  y  el  pasmo  mío. 
Gritando  dice :  «  Locos ,  ¿  de  qué  suerte 
Pensó  vencerme  vuestro  desvarío  ? 
;Xo  sabéis  que  el  Amor  siempre  e.i  más  fuerte, 
I  que  todo  lo  debe  á  su  albedrío  ? 
Pero  cese  el  dolor,  cese  el  enojo; 
No  es  para  mí  esta  palma,  este  despojo. 

))A  objeto  más  sublime  y  escogido 
Destina  el  cielo  esta  triunfante  rama; 
Objeto  en  quien  Poder  é  Ingenio  ha  unido 
Con  tierno  Amor  la  verdadera  fama; 
Objeto  á  quien,  con  pura  fe  rendido, 
Todo  el  pueblo  de  Hesperia  admira  y  ama, 

Y  á  quien,  si  en  otro  juicio  parecieran, 
Juno,  Venus  y  Palas  se  rindieran. 

))De  María  y  de  Bárbara  eslabona 
Los  nombres  en  el  suyo  ventm'oso; 
España  y  Portugal  de  ser  blasona 
Su  trono  aquella,  éste  su  oriente  hermoso; 
A  entrambos  mundos,  cuya  real  corona 
La  adorna  al  lado  de  su  augusto  esposo, 
Puede  hacerlos  felices,  si  se  digna 
Mirarlos  sólo  con  piedad  benigna. 

))Ved  si  tiene  poder ;  pues  igual  luce 
El  ingenio  en  su  espíritu  divino; 
Eégia  virtud  en  él  guia  y  conduce 
El  coro  de  otras  prendas  peregrino; 
De  todas  adornada,  en  sí  produce 
Mérito  superior  á  su  destino; 
Cierran  el  coro  excelso  dos  doncellas, 
Música  y  Poesía,  hermanas  bellas. 

))Vive  en  su  pecho  amor,  pero  el  honesto. 
El  justo  amor,  qiie  á  la  virtud  complace, 

Y  de  su  esposo  en  la  presencia  puesto 
(Con  bella  proporción),  de  Anteros  hace; 
Junto  con  este  amor  bien  manifiesto, 
Para  con  sus  vasallos  otro  nace. 

Por  quien ,  cual  madre ,  con  ternura  rara 
Los  oye,  los  atiende,  los  ampara. 

))Pues  si  Poder,  Ingenio  y  Amor  tienen 
Sólo  en  Bárbara  el  centro  d*-  su  esfera. 
Sólo  á  su  heroico  mérito  convienen 
Cuantas  palmas  el  mió,  el  vuestro  adquiera. 
¿Qué  hacemos,  pues,  aquí.^  ¿Qué  se  detienen 
Nuestros  obsequios  ?  Desde  esta  ribera 
Vuelvo  á  darle  el  trofeo  que  he  ganado; 
El  que  pueda  volar  venga  á  mi  lado.» 

Dijo,  y  al  punto  el  aire  dividiendo, 
Con  vuelo  ligerísimo  se  aleja. 
El  Poder,  lo  imposible  conociendo 
De  volar  como  Amor,  sólo  se  queja; 
El  Ingenio,  á  sí  mismo  recumendo. 
Pensativo  medita;  al  fin  despeja 
Las  nubes  de  la  ñ-ente,  y  con  semblante 
Alegre  al  Poder  dice  :  «  Oye  un  instante. 

«Justicia  fué  de  Amor,  y  no  violencia, 
Dar  la  palma  á  quien  tanto  la  merece; 
Pero  que  él  solo  en  la  real  presencia 


PARÍS. 

Logre  la  dicha  de  ofrecerla,  acrece 
La  pena,  pues  su  injusta  preferencia 
Contra  nuestras  razones  establece; 
Mas  si  tú  aquí  me  vales  como  amigo. 
Que  alcancemos  á  Amor  luego  me  obligo. 

))Rompe  estos  grillos,  que  mi  brío  abaten; 
Rómpelos  con  la  fuerza  de  tu  brazo; 
Verás  con  qué  vigor  el  aire  tratan 
Estas  alas,  ya  libre  de  su  lazo; 
Como  los  pies  tus  manos  me  desaten, 
Entrambos  juntos  con  estrecho  abrazo. 
De  Amor  el  vuelo  en  breve  alcanzaremos, 

Y  la  gloria  común  nos  partiremos. 
Persuadióse  el  Poder,  y  el  hierro  indigno 

Del  uno  y  otro  pié  con  mano  fuerte 
Hace  menudos  trozos,  y  benigno 
Del  Ingenio  feliz  muda  la  suerte; 
Este,  que  j'a  vencido,  ve  el  maligno 
Astro  que  dominaba  en  él,  convierte 
En  viveza,  en  vigor  y  en  alcgria. 
El  antiguo  dolor  que  le  oprimía; 

Y  cual  ave  que  en  jaula  ó  en  pihuela 
Largo  tiempo  se  vio  presa  y  cerrada. 
Si  tal  vez  de  la  mano  que  la  cela 
Puede  escapar,  de  lazos  libertada. 
Alegre  en  giros  mil  vuela  y  revuela 
Por  celebrar  la  libertad  cobrada ; 

Así  la  suya  en  giros  de  alborozo 
El  Ingenio  celebra,  absorto  en  gozo, 

Y  con  nuevo  valor  y  confianza. 
Abrazando  al  Poder,  se  entrega  al  viento; 
Rapidísimo  vuela;  á  Amor  alcanza 
Antes  que  pueda  ejecutar  su  intento. 

Al  fin  los  tres  lograron  su  esperanza, 

Y  al  trono  real,  con  fino  rendimiento, 
Donde  Bárbara  brilla,  se  postraron, 

Y  á  sus  plantas  la  palma  consagraron. 


115 


CANCIÓN  PRIMERA. 

1    LA    CONQUISTA   DE    ORAK. 

Ahora  es  tiempo,  Euterpe,  que  templemos 
El  arco  y  cuerdas,  y  de  nu-  stro  canto 
Se  oiga  la  voz  por  todo  el  hemisfero ; 
Las  vencedoras  sienes  coronemos 
Del  sagrado  laurel  al  que  es  espanto 
Del  infiel  mauritano,  al  Marte  ibero. 
Ya  ¿para  cuándo  quiern 
Los  himnos  de  alegría  y  las  canciones, 
Premio  no  vil  que  el  coro  de  las  nueve 
A  las  fatigas  debe, 

Y  al  valor  de  esforzados  corazones? 
¿Para  cuándo  estai-á.  Musas,  guardado 
Aquel  furor  que  bebe , 

Con  las  ondas  suavísimas  mezclado 

De  la  Castalia  fuente  el  labio  solo 

De  quien  tuvo  al  nacer  propicio  á  Apolo? 

Una  selva  de  pinos  y  de  abetes 
Cubrió  la  mar,  angosta  á  tanta  quilla; 
Para  henchir  tanta  vela  faltó  viento ; 
De  flámulas  el  aire  y  gallardetes 
Poblado  divisó  desde  la  orilla. 
Palíelo  el  africano  y  sin  aliento ; 
Del  húmedo  elemento 
Dividiendo  los  líquidos  cristales, 

Y  blandiendo  Neptuno  el  gran  tridente. 
Alzó  airaelo  la  frente. 

De  ovas  coronada  y  de  corales  : 

«Quién  me  agobia  con  tanta  pesadumbre 

La  espalda?  ¿Hay  quien  intente 

Poner  tal  vez  en  nueva  servidumbre 

Mi  libre  imperio?  O  ¿por  ventura  alguno 

Me  le  quiere  usurpar?  ¿No  soy  Neptuno?» 

Así  decia  el  dios.  Las  españolas 
Proras  en  tanto  del  undoso  seno 
Iban  cortando  la  salada  espuma ; 
Humildes  retirábanse  las  olas. 
Céfiro  por  el  cielo  ya  sereno 
Batía  en  tomo  su  ligera  pluma. 
¿Adonde  irá  la  suma 


116 


DON  IGNACIO  DE  LÚZAN. 


De  tanto  alado  pino?  ¿Hay  otro  mundo 
Que  el  español  intrépido  someta? 
¿  Hay  otros  que  acometa 
Riesgos  por  el  Océano  profundo  ? 
¿Si  es  que  al  soberbio  inglés  moverá  guerra, 
O  si  verá  otra  vez  la  Etnisia  tierra? 
)  Adonde  ha  de  ir  ,  sino  es  donde  le  llama 
La  santa  fe,  la  verdadera  fama? 
Estremecióse  el  africano  suelo, 

Y  temblaron  de  Oran  torres  y  almenas, 
Del  formidable  vencedor  á  vista ; 

En  vano  á  la  m  zquita  erróneo  celo 

Trae  madres  y  esposas,  de  horror  llenas, 

A  rogar  que  5l ahorna  las  asista. 

No  hay  poder  que  resista 

Al  ímpetu  y  ardor  del  león  de  España, 

Que  vino,  vio  y  venció ;  y  el  agareno 

Probó,  de  susto  lleno, 

A  un  tiempo  amago  y  golpe  de  su  saña; 

Cual  suele  ver,  no  sin  mortal  desmayo, 

Rasgarse  en  ronco  trueno 

Las  pardas  nubes,  y  abortar  el  rayo, 

El  pasmado  pastor,  y  todo  junto 

Arder  ciclo  y  encina  á  un  mismo  punto. 

Reconocen  los  bárbaros  adarbes 
El  ya  noto  pendón  que  se  enardola 
Con  armas  de  Castilla  y  celtiberas; 
Gimen  de  pena  y  rabia  los  alarbes, 
Al  ver  que  el  viento  plácido  tremola 
Con  respeto  la  cruz  de  las  banderas. 
De  escuadras  lisonjeras. 
De  alados  paraninfos  cortejada. 
Entra  la  Fe  triunfante  por  las  puertas. 
Ahora  de  nuevo  abiertas 
Por  el  celo  de  España  y  por  su  espada. 
Huye  del  Alcorán  el  falso  rito, 

Y  abandona  desiertas 

Las  mezquitas  infames  ;  y  bendito 
El  lugar  profanado  y  templo  inculto. 
Vuélvese  á  consagrar  en  mejor  culto. 

Estas  1  oh  noble  España !  son  tus  ai'tes : 
Al  cielo  dirigir  guerras  y  paces. 
Pelear  y  vencer  sólo  por  Cristo ; 
Del  orbe  entero  ya  las  cuatro  partes. 
Siempre  invencibles,  discurrir  tus  haces 
Por  la  sagrada  religión  han  visto. 
Por  ti ,  desde  Calisto 

Hasta  el  opuesto  polo,  en  trecho  inmenso, 
Al  verdadero  Dios  el  indio  adora , 

Y  el  que  en  la  tierra  mora 

Donde  al  cruel  Pluton  se  daba  incienso. 

Por  tí  del  Evangelio  arrebolada. 

Con  mejor  luz  la  aurora 

Del  Ganges  sale,  y  por  tí  da  la  entrada 

A  nuestra  fe  la  más  remota  playa 

Del  Japón,  de  la  China  y  de  Cambaya. 

Por  tí,  de  hoy  más,  el  bárbaro  numida, 
El  de  Getulia  y  el  feroz  masilo 
Dejarán  la  impía  secta  y  ritos  vanos ; 
Renacerán  á  más  felice  vida 
Cuantos  habitan  entre  Lixo  y  Nilo 
Abrazando  la  ley  de  los  cristianos. 
Con  tratos  más  humanos 
El  togado  español  pondrá  sus  leyes 
Entonces  al  morisco  vasallaje , 

Y  parias  y  homenaje 
Recibirá  de  los  vencidos  reyes. 
La  piedad ,  el  valor,  la  verdadera 
Virtud  y  el  nuevo  traje 
Aprenderá  la  Livia  prisionera ; 

Y  sabiendo  imitar,  sin  otra  cosa, 

Su  misma  esclavitud  la  hará  dichosa, 
Sulcará  el  industrioso  comerciante 
El  libre  mar  Tirreno  y  el  Egeo, 
Sin  temor  de  mazmorra  ó  de  grillete. 
¿  Si  diré  lo  que  mandas  que  ahora  cante, 
[Oh  Febol  ó  dejaré  que  lo  que  veo 
Claro  en  la  edad  futura  otro  interprete? 
El  andaluz  jinete 
Beberá  d(;l  ("edron,  el  santo  muro 
Libertado  será,  y  el  fiel  devoto 
Podrá  cumplir  su  voto, 


De  tiranos  insultos  ya  seguro. 

Tendrá  la  España,  más  que  un  tiempo  Boma, 

De  su  imperio  en  el  coto. 

El  marfil  indio  y  el  sabeo  aroma 

Para  las  aras  y  el  sagrado  fuego  ; 

Vén,  oh  dichosa  edad,  pero  vén  hu'go. 

De  tu  antiguo  valor  asi  no  olvides 
Los  ilustres  ejemplos,  patria  mia. 
Lejos  del  ocio  y  de  extranjera  pompa; 
Ame  el  fuerte  mancebo  armas  y  lides, 

Y  en  vez  de  afeminada  mekidia, 
Guste  sólo  del  parche  y  de  la  trompa. 
Ambos  i  jares  rompa 

Con  la  espuela  el  bridón  ;  con  pecho  fuerte. 
Entre  polvo,  humo  y  fuego  á  verse  aprenda, 

Y  por  la  brecha  ascienda 

A  buscar  y  vencer  la  misma  muerte; 
O  aprenda  á  domeñar  del  mar  la  furia, 
O  á  moderar  la  rienda 
Del  gobierno  político  en  la  curia. 
Dejando  en  guerra  y  paz  clara  memoria 
Así  se  sube  al  templo  de  la  gloria. 

Pues  ya  tanto  tu  vuelo  se  remonta, 
Canción  ligera  y  pronta. 
Vé  de  Oran  á  la  playa, 

Y  allá  también  contigo  al  campo  vaya 
Este  aplauso  primero ; 

Y  di  en  mi  nombre  al  vencedor  ibero. 
Que  si  por  dicha  tanto 

Como  ya  su  valor  puede  mi  canto. 

Sin  que  el  tiempo  ó  la  envidia  al  fin  lo  estorbe, 

Será  eterna  su  fama  en  todo  el  orbe. 


CANCIÓN  II. 

k  LA  DEFENSA  DE   OBÁN. 

Dame  segunda  vez,  Euterpe  amiga, 
Bien  templada  la  lira  y  nuevo  aliento. 
Que  alcance  á  referir  nuevas  hazañas : 
Ya  de  Oran  y  de  Ceuta  las  campañas 
Ofrecen  otra  vez  alto  argumento, 
Que,á  renovar  aplausos  nos  obliga. 
El  África  enemiga 
Ya  produce  otras  palmas  y  laureles 
Para  adornar  del  español  la  frente. 
Tú,  divina  Piéride,  consiente 
Que  del  furor  sagrado  con  que  sueles 
Grandes  héroes  cantar,  y  sus  renombres, 
A  pesar  del  olvido,  entre  los  hombres 
Inmortales  hacer,  pida  hoy  no  poco  : 
Es  justa  la  razón  por  que  te  invoco. 

Como  la  generosa  águila  altiva,  * 

Sobre  las  vagas  aves  hecha  reina, 

Y  que  sirve  al  Tonante  al  pronto  rayo. 
Si  de  su  arrojo  en  el  primer  ensayo 
Culebra  arrebató  que  escamas  peina, 

Y  erguida  la  cerviz  su  furia  aviva; 
En  vano  ya  cautiva 

De  la  garra  feroz,  silba  y  forceja ; 
Que  el  ave,  uñas  y  pico  ensangrentada. 
Ño  suelta  más  la  presa,  y  remontada 
Por  la  región  suprema,  el  vuelo  aleja, 
Hasta  que  el  monstruo  el  fiero  orgullo  abate; 

Y  destrozado  en  desigual  combate, 
Palpitando  algún  miembro,  en  tieiTayace; 
Lo  demás  en  el  aire  su  hambre  pace. 

Así  la  osada  juventud  de  España 
Contra  el  moro  obstinado  ahora  defiende 
Las  conquistas  debidas  á  su  brío. 
En  vano  el  ya  perdido  señorío 
La  descendencia  de  Ismael  pretende 
Recobrar  con  la  fuerza  ó  con  la  maña. 
Veráse  la  campaña 
De  Marruecos,  de  Argel  y  Terudante 
De  púrpura  teñida  y  ríos  rojos  ; 
Revolcará  los  bárbaros  des})ojos 
Al  mar  del  Mediodía  y  al  de  Atlante, 
Destinados  juguete  al  Euro  y  Noto ; 
Cuando  después  sulcáre  algún  piloto 
Las  playas  hasta  donde  fué  Caitago, 


CANCIONES. 


117 


Conocerá  en  los  huesos  ei  estrago. 

Es  difícil  empresa  al  enemigo 
La  firmeza  vencer  de  tales  pechos, 
Que  honra  sólo,  valor  y  fe  respiran  : 
Ya  vulgares  ejemplos  no  se  admiran  ; 
Ya  del  brazo  español  no  salen  hechos, 
Sin  conducir  la  heroicidad  consigo. 
Del  infeliz  Rodiúgo 
No  dura  más  el  ocio  y  muelle  trato  : 
Entre  noble  vergüenza  y  rabia  lucha 
Cualquiera  de  nosotros  cuando  escucha 
El  nombre  pronunciar  d  •  Mauregato. 
Ya  en  defender  circunvalado  muro 
Con  varia  muerte  es  del  ibero  duro 
Propio,  innato  el  tesón,  del  cual  arguyo 
Que  seria  obstinado,  á  no  ser  suyo. 

1  Oh  Cantabria  feroz  !  ¡  Oh  de  Sagunto 
Inflexible  valor  !  ¡  Oh  gran  Numancia, 
Cuyas  pérdidas  hoy  son  nuestra  gloria  1 
Siempre  que  se  renueva  la  victoria 
De  nuestra  heroica  indómita  constancia, 
Falta  voz  á  la  fama  en  tal  asunto. 
Cuando  el  extremo  plinto 
Llegó  del  hado,  el  fiero  numantino 
Al  fuego  se  arrojó  de  rogos  varios, 
Dejando  admiración  á  los  contrarios ; 
Trofeos  no  ;  que  el  vencedor  latino, 
Cuyo  valor  no  en  vano  se  eterniza, 
Sólo  pudo  triunfar  de  la  ceniza  : 
No  haga  otra  gente  de  constancia  alarde; 
Que  á  esto  no  llegó  nunca,  ó  llegó  tarde. 

Nace  del  fuerte  el  fuerte,  y  de  la  interna 
Virtud  del  padre  toma  el  becerrillo 
Que  en  las  dehesas  de  Jarama  pace. 
¿Acaso  alguno  vio  jamas  qne  nace 
Del  águila  feroz  triste  cuclillo, 
Nocturno  buho  ó  palomita  tierna? 
Como  en  cadena  eterna 
Se  eslabona  el  valor,  y  la  prudencia 
Se  infunde  al  español  de  sus  pasados , 
De  aquellos  ascendientes  celebrados 
Esta  nació  valiente  descendencia, 
De  quien  ahora  tiembla  el  mauritano  ; 
Después  vendrán ,  y  no  lo  espero  en  vano , 
Eraulándose  en  glorias  y  en  efetos, 
Los  hijos  de  los  hijos  y  los  nietos. 

Canción,  si  yo  pudiese,  bien  querría 
Hacer  de  modo  que  tu  voz  oyese 
La  zona  ardiente ,  la  templada  y  fría ; 
Y  que  en  tus  alas  fuese 
La  fama  de  mi  patria  y  sus  trofeos 
A  los  pueblos  del  Indo ,  á  los  Sábeos  , 
A  los  de  Arauco ,  Taura ,  Ida ,  Erimanto  ; 
Pero  no  son  tus  alas  para  tanto. 


CANCIÓN  líl  (i). 


Ya  vuelve  el  triste  invierno, 
Desde  el  confín  del  Sármata  aterido, 
A  turbar  nuestros  claros  horizontes 
Con  el  ceñudo  aspecto  y  faz  rugosa, 
Con  que,  á  influjos  de  la  Ossa, 
Manda  intratable  en  los  rifóos  montes 
Y  en  la  Zembla  polar,  donde  temido 
Señor  de  eterna  nieve  y  hielo  eterno. 
Con  tirano  gobierno. 
La  entrada  niega  á  todo  trato  humano ; 
El  piloto  holandés  se  atreve  en  vano, 
Ando  pescador  del  Ceto  inmenso, 
A  surcar  codicioso 
El  piélago  glacial;  el  frió  intenso 
Para  su  rumbo,  y  deja  riguroso 
En  remota  región,  lejos  del  puerto, 
La  quiUa  inmoble,  el  navegante  yerto. 


(i)  Fué  Icida  por  el  autor  en  la  .academia  de  San  Fernando, 
el  23  de  Diciembre  de  1753. 


II. 

La  hermosa  primavera 
Desterrará  al  invierno,  coronada 
La  bella  frente  de  jazmin  y  rosa. 
Cual  iris  que  en  las  nubes  aparece; 
Se  alegra  y  reverdece 
A  BU  vista  la  tierra,  y  olorosa 
Recrea  los  sentidos,  recobrada 
La  lozanía  y  juventud  primera. 
Poco  antes  prisionera 
La  fuentecilla  de  enemigo  hielo. 
Ya  entonces  libre  fertiliza  el  suelo, 

Y  nuevas  yerbas  alimenta  y  cria; 
Robles,  hayas  y  pinos 

Vuelven  á  hacer  la  selva  más  umbría; 
En  tanto  al  aire  mil  suaves  trinos 
Esparcen  las  canoras  avecillas, 
Más  agradables  cuanto  más  sencillas. 

III. 
Sucederá  el  estío, 

Y  el  Can  fogoso  y  el  León  rugiente 
Marchitará  la  verde  pompa  y  flores , 

Y  agotará  á  la  fuente  sus  cristales  ; 
Así  bienes  y  males 

Mezcla  próvido  el  ciclo ;  moradores 

Hay  en  la  fria  zona,  hay  en  la  ardiente. 

Sufriendo  extremos  de  calor  y  frió  ; 

Su  vario  señorío 

Ejerce  en  todo  la  inconstante  suerte. 

Nace  sujeta  á  sucesiva  muerte 

Cada  estación  ;  murió  la  antigua  gloria 

De  Roma  y  de  la  Grecia, 

Cuyas  soberbias  ruinas  y  memoria 

Tanto  la  fama  lisonjera  aprecia ; 

Que  al  impulso  fatal  de  las  edades 

Mueren  también  los  reinos  y  ciudades, 

IV. 

Sólo  la  virtud,  bella 
Hija  de  aquel  gi-an  padre,  en  cuya  mente 
De  todo  bien  la  perfección  se  encierra. 
Constante  diira  sin  mudanza  alguna ; 
En  vano  la  fortuna 
Hace  contra  su  paz  rabiosa  guerra. 
Cual  contra  firme  escollo  inútilmente 
Rompe  el  mar  sus  furiosas  ondas ;  ella. 
Como  la  fija  estrella 
Que  el  rumbo  enseña  al  pálido  piloto. 
Cuando  más  brama  el  Aquilón  y  el  Noto, 
Al  puerto  guia  nuestro  pino  errante. 
¿Quién  con  esto  se  acuerda 
De  envilecer  su  plectro  resonante. 
Donde  de  vista  la  virtud  se  pierda, 
O  un  falso  bien,  ó  un  engañoso  halago 
Sirva  de  asunto  al  canto,  y  más  de  estrago  7 

V. 

No,  no ;  lejos  aparte 
Apolo  del  Parnaso  error  tan  ciego ; 

Y  en  sus  sagrados  bosques  no  resuene 
Sino  pura  armonía  y  casto  acento ; 
Con  severo  instrumento. 

Calzado  el  gran  Coturno,  el  aire  llene 

De  trágico  terror  Lfighinto  (2),  el  griego 

Canto  emulando  en  sencillez  y  en  arte. 

Yo  cantaré  de  Marte 

Las  heroicas  hazañas ,  que  gloriosos 

Acabaron  los  hijos  generosos 

De  nuestra  España,  y  llenaré  la  esfera 

De  aplausos  de  su  fama ; 

Y  sin  ser  por  afecto  lisonjera 

Mi  voz,  creciendo  la  apolínea  llama. 
Me  oirán  remotos  climas  admirados 
Celebrar  nuevos  hechos  ignorados. 

(2)  Leghmlo  Dulichio  es  el  nombre  que  la  Academia  de  los  Ar- 
cades  de  Roma  ha  dado  i  don  Agiistin  de  .Montiano,  director  de  la 
Real  Academia  de  la  Historia,  académico  de  la  Real  Española  y 
académico  honorario  de  esta  Real  Academia  de  las  tres  nobles 
Artes;  aqui  se  alude  n  sus  tragedias  Virginia  y  Ataúlfo. 

(Esta  ñola  y  las  siguientes  de  la  presente  composición  son  de 

LCZAM.j 


llg  DON  IGNACIO 

vx 

Maa  Febo  en  este  di  a 
No  me  permite  que  d }  Slarte  airado 
Cante  las  obras  y  el  furor  horrendo, 
Ni  estragos  tristes  de  sus  armas  fieras. 
Cedan  palmas  guerreras 
A  pacilica  oliva ,  y  el  estruendo 
Militar  se  convierta,  mejorado, 
En  apacible  métrica  armonía. 
A  t(  la  lira  mia, 

Noble  Academia,  hoy  se  consagra  solo ; 
A  tí  me  manda  celebrar  Apolo, 

Y  que  á  tus  bellas  hijas  floreciente 
Corona  teja  amiga 
La  poesía  para  ornar  su  frente. 
Premio  no  vil  de  toda  su  fatiga; 
Lo  que  no  puede  el  oro,  el  verso  puede ; 
Que  el  dar  eterna  fama  á  todo  excede. 

VIL 

La  luz  y  sombras  dieron 
Feliz  principio  y  ser  á  la  Pintura; 
Creció  su  gracia  l1  vario  colorido, 

Y  el  arte  del  escorzo  y  perspectiva; 
Sólo  el  tacto  en  la  viva 
Imitación  de  objetos  lo  fingido 
Puede  reconocer,  y  la  estructura 
Qu'í  artificiosas  lineas  compusieron. 
Cuanto  los  ojos  vieron, 
Cuanto  ideó  la  fantasía ,  ñeles 
Imitadores  copian  los  pinceles, 
A  un  lienzo  dando  bulto,  alma  y  acciones; 

Y  con  arte  que  admira. 
Movimientos,  afectos  t  pasiones 
De  gozo,  de  dolor,  miedo,  amor,  ira ; 

Y  si  le  falta  hablar,  la  vista  duda 
Cómo  tal  perfección  puede  ser  muda. 

VIII. 

Con  cincel  primoroso. 
Noble  Escultura,  igiial,  sabes  los  duros 
Mármoles  animar,  y  afecto  blando 
Diestra  inspirar  en  modelados  bustos. 
Tú  palacios  augustos. 
Oh  grande  Arquitectura,  levantando, 
Arcos,  teatros  y  soberbios  muros. 
Sabes  tu  nombre  eternizar  famoso. 
Aun  del  rodio  coloso 
Dura  la  admiración,  y  la  romana 
Gente  ensalza  al  autor  de  la  trajana 
Coluna ;  aun  vive  el  nombre  de  Lisipo ; 
Aun  vive  Apeles ,  claro 
Amigo  del  gran  hijo  de  Filipo ; 

Y  viven,  á  pesar  del  tiempo  avaro, 
Praxitéles  y  Zéuxis,  y  el  que  quiso  (1) 
Todo  el  arte  apurar  en  su  laliso. 

IX. 

Pero  ¿  á  quó  fin  la  aquea 
Fama  me  acuerda  nombres  y  memorias 
De  antiguos  siglos,  cuando  ya  los  cielos 
Me  ofrecen  nuevo  asunto  en  nuestra  Iberia? 
El  arte  á  la  m.atcria 
Excede  con  primores  y  desvelos 
En  este  real  albergue,  en  quien  las  glorias 
De  España  cifra  una  ingeniosa  idea  (2). 
Tal  es  justo  que  sea 
La  esfera  y  centro  de  sus  grandes  reyes , 
Para  dar  desde  aquí  suaves  leyes 
A  los  dos  obedientes  hemisferios. 
Aquí,  al  vivo  esculpidos 


(1^  ProtiSgcnes,  que  empleó  sirte  anos  en  el  cuadro  ño.  lalisj, 
obra  tan  famosa  ,  que  por  no  inteiiumpirla  ,  Demelrio  levantó  el 
sitio  de  Itddas.  en  cuyo  anabal  estaba  l'rutogenes  pintando. 

[i)  El  revcrenilisiuio  padie  fray.Maitin  Saiiniento,  doctísimo 
benedictino,  lia  dado  la  idea  de  los  adornos  del  nuevo  real  palacio, 
cuya  planta  y  ejecución  lia  corrido  por  don  Juan  Saclieti,  maes- 
tro y  arquitecto  principal  de  su  ma. estad,  director  honorario  de  la 
Real  Academia  de  San  Fernando  por  la  arquitectura,  etc. 


DE  LUZAN, 


Por  el  cincel  de  artífices  hesperios, 
Respiran  reyes  siempre  esclarecidos, 
Y  el  primero  es  Fernando,  en  cuya  guarda 
Euge  un  león  (3)  y  su  señal  aguarda. 


Mas  ¿cuál  tan  peregrina 
Fábrica  suntuosa  se  levanta. 
Obra  de  docta  mano?  (4)  ¿A  quién  dedica 
Un  magnifico  celo  (5)  el  nuevo  templo? 
De  tan  devoto  ejemplo 
La  universal  aclamación  publica 
El  intento  piadoso,  y  de  la  santa 
Educación  los  frutos  adivina. 
A  aquel  que  de  la  alpina 
Grey  fué  pastor  celoso,  al  grande  Sales, 
Consagra  estas  memorias  inmortales, 
De  una  gi'an  reina  la  piedad  profusa. 
Permite  que  en  tus  sienes 
Entrelace,  señora,  humilde  musa 
Esta  hiedra  á  los  lauros  que  ya  tienes, 
En  tanto  que  con  plectro  más  sonoro 
Se  ocupa  en  tí  todo  el  aonio  coro, 

XI. 

Sagrado  evangelista. 
También  tus  aras  renovadas  veo 
Por  artífice  diestro  (6),  que  redujo 
Lo  hermoso  y  grande  á  limitado  giro. 
Allí  igualmente  admiro  (7) 
Al  pincel  español,  cuyo  dibujo 
Ilustre  hazaña  y  militar  trofto  (8) 
Del  gran  Felipe  acuerda  á  nuestra  vista, 
A  Samuel  y  al  salmista  (9) 
Rey  al  ungirse,  otro  pincel  colora; 

Y  al  santo  Apóstol  que  la  España  implora 
Por  su  patrón ,  en  la  feliz  orilla  (10) 

Del  Ibero,  y  el  sacro 

Principio  de  la  antigua  alma  capilla, 

Y  el  Pilar  y  divino  simulacro 

Al  ñ-esco  exprime ,  y  como  todo  á  vuelo, 
Al  suelo  aragonés  se  vino  el  cielo. 

XIL 

Nieto  del  grande  Albano  (11), 
A  quien  Minerva  y  Marte  belicoso 
Guian  de  la  virtud  al  arduo  templo. 
De  claros  ascendientes  por  las  huellas; 
Tú  también  á  las  bellas 
Tres  nobles  artes  con  ilustre  ejemplo 
Amparas  y  proteges,  y  oficioso 


(51  Se  indica  el  león  marmóreo  colocado  en  la  fachada  principal 
del  nuevo  palacio,  entre  las  estatuas  del  liey  y  Iteina,  nuestros  se 
ñores;  asi  el  león  como  las  dos  estatuas,  y  otras  del  mismo  pala- 
cio, son  obras  excelentes  de  don  Pelipe  de  (lastro,  escultor  de  c;.- 
mara  de  su  majestad,  director  de  la  Academia  de  San  Fernando 
por  la  escultura  ,  acad/mico  romano  y  florentino,  y  entre  los  ár- 
cades  llamado  C.ailesio  Libadico  ;  obtuvo  en  el  Capitolio  el  primer 
premio  de  la  primera  clase  de  la  escultura,  el  año  1759. 

(1)  La  fabrica  del  nuevo  real  convento  de  religiosas  de  la  Visita- 
ción, obra  de  don  Francisco  Cailier,  arquitecto  y  director  hono- 
rario de  la  Academia  de  las  tres  nobles  Ai  tes. 

I.'ii  1.a  piedad  y  el  celo  de  la  lieina,  nuestra  señora,  hace  edificar 
este  ma^nilico  convento  y  templo  ,  para  la  educación  de  niñas  no- 
bles según  el  instituto  dé  San  Francisco  de  S;iles. 

(6i  Don  Ventura  Uodriguez ,  teniente  principal  de  arquitecto  ma- 
yor del  nuevo  real  palacio,  director  actual  de  la  de  San  Fernan- 
do, etc.,  ha  hecho  la  nueva  iglesia  de  San  Marcos. 

O)  Iion  Luis  González  Velazquez,  pintor,  académico  de  San 
Fernando,  etc.,  que  lia  pintado  la  cúpula  de  la  iglesia  de  San  Marcos. 

'S)  Uno  de  los  recuailros  de  la  referida  cúpula  representa  la  ba- 
talla de  Almansa ,  ganada  por  las  armas  del  señor  Felipe  V,  que 
está  en  gloria ,  el  año  1707,  dia  de  San  Miircos. 

(Oi  ('uadio  de  la  unción  de  David  por  Samuel,  presentado  á  la 
Academia  por  don  Antonio  González  Velazquez,  pensionado  del 
Hev  en  lioma. 

(10i  El  mismo  don  Antonio  González  Velazquez  ha  pintado  al 
fresco,  este  año,  la  capilla  de  nuestra  Señora  del  Pilar  de  Zaragoza. 

(11;  II  excelentísimo  señor  Duque  de  Huesear,  mayordomo  ma- 
yor de  su  majestad,  académico  consiliario  de  la  Academia  de  San 
Fernando  de  las  tres  nobles  Artes.  Con  el  nombre  de  Albano  se 
alude  al  gran  Duiíue  de  Alba,  uno  de  los  abuelos  de  su  excelencia, 
bien  conocido  por  las  historias ,  y  por  sus  hazañas  en  los  reina- 
dos de  Carlos  V  y  Felipe  II. 


Tiendes  en  su  favor  la  amiga  mano. 

Y  tú,  que  pío,  humano. 

El  imperio  ecpañol  en  paz  estable 

Riges,  Sexto  Fernando,  admite  afable 

Agradecidos  votos  que  te  ofrecen 

Las  artes  decoradas; 

A  tí  las  ciencias,  que  á  tu  influjo  crecen; 

A  tí  invocan  las  musas,  y  alentadas 

Con  tu  piedad,  de  flores  de  Htlicona 

Van  tejiendo  á  tu  frente  otra  corona. 


Suspende  aquí  tu  vuelo, 
Canción  ;  no  quieras  remontarte  tanto 
Es  muy  débil  tu  voz,  inculto  el  canto 
Para  tan  alto  empeño.  Al  dios  de  Délo 
Cede  la  empresa ;  él  solo , 
Con  cítara  divina. 
Sabrá  esparcir  del  uno  al  otro  polo 
El  nombre  de  Fernando,  y  celebrarle. 
Tú  con  respeto  humilde  te  avecina 
A  su  real  trono ;  y  pues  para  elogiarle 
Tu  amor  ni  voces  ni  conceptos  halla, 
Póstrate  á  tu  Señor,  ámale  y  calla. 


COMPOSICIONES  VARIAS.  U9 

Traducción  de  una  oda  de  la  poetisa  Safo  (1). 
'^aívsTaí  [J.01  xeívo;  íao;  ñzoiciw 

A  los  celestes  dioses  me  parece 
Igual  aquel  que  junto  á  tí  sentado, 
De  cerca  escucha  cómo  dulcemente 

Hablas,  y  cómo 
Dixlce  te  ries :  lo  que  á  mi  del  todo 
Dentro  del  pecho  el  corazón  abrasa. 
Mas  1  ay!  que  al  verte,  en  la  garganta  un  nudo 

De  habla  me  priva  ; 
La  lengua  se  entorpece ;  ya  por  todo 
Mi  cuerpo  un  fuego  ráx)ido  discurre ; 
De  los  ojos  no  veo,  los  oidos 

Dentro  me  zumban. 
Toda  yo  tiemblo,  de  sudor  helado 
Toda  me  cubro;  al  amarillo  rostro 
Poco  faltando  para  ser  de  veras, 

Muerta  parezco  (2). 


VERSIÓN  DEL  HIMNO  PANGE  LINGUA, 

Celebra,  oh  lengua  mia, 
El  misterio  inefable 
Del  sacrosanto  cuerpo  glorioso 
Del  Hijo  de  María, 
y  de  la  inapreciable 
Sangre  que  el  Rey  de  gentes  poderoso 
Vertió  con  larga  mano 
Por  el  linaje  humano. 

A  nosotros  fué  dado, 
Por  nosotros  nacido 
De  intacta  virgen  pura  y  sin  mancilla ; 

Y  habiéndonos  tratado 
Él  mismo,  y  esparcido 

De  su  santa  doctrina  la  semilla. 
De  admirable  manera 
Concluyó  su  carrera. 

De  la  postrera  cena 
En  la  noche,  maestro  y  presidente, 
Con  todos  los  apóstoles  y  hermanos, 
Cumpliendo  enteramente 
Lo  que  en  la  ley  mosaica  se  ordena, 
Él  mismo  allí  á  los  doce,  por  sus  manos. 
Con  extraño  portento, 
Se  entregó  en  alimento. 

Allí  el  Verbo  humanado 
Con  su  eficaz  palabra 
Convierte  el  pan ,  por  modo  peregrino, 
En  su  cuerpo  sagrado. 
Igual  prodigio  labra. 
Su  sangre  haciendo  lo  que  ya  fué  vino. 
Si  á  tan  altos  prodigios  el  sentido 
Desfallece  oprimido. 
Basta  sólo  la  fe,  cuya  firmeza 
Dará  al  pecho  sincero  fortaleza. 

A  tanto  Sacramento 
Postrados  adoremos, 

Y  el  anticuado  infructuoso  rito 
Del  viejo  Testamento 

Por  el  nuevo  dejemos  ; 

Y  si  el  sentido  falta  en  lo  infinito 
De  obra  tan  rara  y  alta. 

Supla  la  fe  su  falta. 

Al  todopoderoso 
Padre,  y  al  Hijo,  que  igualmente  puede, 
Cántese  humilde  aclamación  festiva, 

Y  al  que  de  ambos  procede. 
Espíritu  amoroso. 

Iguales  alabanzas  con  fe  \'iva, 

Tgtiales  bendiciones 

Tributen  nuestros  fieles  corazonea. 


SONETO. 


En  el  dia  de  la  proclamación  del  Rey  nuestro  señor, 
don  Fernando  VI. 

En  este  sacro  venturoso  dia. 
Sexto  Fernando  augusto,  en  que  os  proclama 
Vuestro  pueblo,  y  su  padre  y  rey  os  llama , 
En  lágrimas  bañado  de  alegría  ; 

Voz  por  el  aire  oyó  mi  fantasía 
De  dos  reyes,  empleo  de  la  fama, 
De  cuyo  tronco  sois  excelsa  rama. 
Que  proféticamente  así  decia  : 

«España  tendrá  Rey  de  nuestro  nombre. 
Que  igualará,  triunfando  del  olvido. 
Del  Tercero  y  del  Quinto  el  gran  renombre.» 

Entonces  dije  yo  :  «Pues  si  ha  subido 
Fernando  al  trono,  ¿qué  hay  de  que  me  asombre? 
Hoy  mismo  el  vaticinio  se  ha  cumplido.» 


JUDIT. 
Traducción  de  un  soneto  italiano  de  Juan  Bautista  Zappi. 

En  fin  volvió  Judit,  volvió  triunfante, 
Y  el  pueblo,  « ¡Viva,  viva !»  repetía. 
El  héroe,  de  mujer  nada  tenia 
Más  que  el  tejido  engaño  y  el  semblante. 

Tropel  de  doncellitas  anhelante 
El  manto,  el  pié  besábanla  á  porfía  ; 
La  diestra  no,  porque  aun  miedo  iniundia 
Por  la  muerte  del  bárbaro  arrogante. 

La  voz  de  cien  profetas  lisonjera, 
«  Será  ilustre,  decia,  tu  memoria 
Mientras  del  sol  dm-áre  la  carrera. » 

Grande  fué  su  valor  en  la  victoria, 
Pero  mayor  cuando  volvió  á  su  esfera. 
Estaba  toda  humilde  en  tanta  gloria. 

(1)  Esta  composición  y  las  cuatro  siguientes,  hasta  ahora  iné- 
ditas, están  sacadas  de  los  papeles  autógrafos  de  la  Academia  del 
Buen  Gusto,  que  posee  el  señor  don  Pascual  de  Gayangos. 

{Nula  del  cu  lector.) 

(2)  Nos  ha  parecido  oportuno  copiar  aquí  la  aplaudida  traduc- 
ción que  hizo  de  esta  crlebre  oda  don  José  del  Castillo  y  Ayensa, 
para  que  pueda  compararse  con  la  de  Luzan,  la  cual,  si  no  nos  en- 
gañamos, aventaja  á  la  de  Castillo  en  sencillez  y  en  fidelidad: 

ODA  A  so  AMANTE. 

Lesbia ,  las  dichas  de  los  dioses  prueba 
Este  mancebo  cabe  tí  acostado  ; 
Este  que  goza  de  tu  hablar  suave, 

l;e  tu  sonrisa. 
¡Mirólo!  triste  el  corazón  ent'mces 
Bindese  opreso,  de  repente  falta 
Voz  á  mis  laucos,  mi  trabada  lengua 

Tilrnase  muda. 
Súbito  siento  que  sutil  discurre 
Dentro  mis  venas  ardorosa  llama, 
Huye  la  vista  de  mis  ojos ,  zumban 

Ya  mis  oidos. 
Toda  me  cubro  de  sudor  helado, 
Más  amarilla  que  la  yerba  quedo, 
Tiemblo,  y  cercana  de  la  muerte,  exhalo 

Débil  suspiro .  [ídem.) 


120 


SONETO, 


Cuando  pienso,  Señor,  la  repetida 
Ofensa  á  tu  deidad  por  mi  pecado, 
Te  juzgd  contra  mi  tan  irritado, 
Que  me  borres  d?l  libro  de  la  vida. 

La  oveja  me  consuela  que  perdida 
Volvió  sobre  tus  hombros  al  ganado : 
Misteriosa  figura  del  cuidado 
Que  te  cuesta  la  sangre  redimida. 

Esta  oveja  infeliz,  hoy  s  parada 
t)e  tu  sacro  redil,  suspira  ansiosa 
El  dulce  pasto  de  tu  fiel  manada. 

No  permita,  Señor,  tu  poderosa 
Ardiente  caridad,  que  prenda  amada 
Sea  del  lobo  presa  vergonzosa. 


EL  JUICIO   DE   parís, 

ROMANCE  BURLESCO, 

Señora,  el  juicio  de  Páris 
No  es  el  juicio  de  Paris, 
Ni  el  de  París  Montmartcl, 
O  el  de  Paris  Du  Vernay. 
Allá  Páris  fuó  un  pastor 
(Años  há  más  de  tres  mil), 
Hijo  de  Príamo  el  viejo, 
Rey  del  troyano  confín. 
Ya  sabéis  que  el  ser  pastor 
No  era  oficio  entonces  vil, 

Y  que  sabía  ser  cetro 
Un  cayado  pastoril. 
Páris,  pues,  gallardo  joven, 
Galán,  brioso  y  gentil. 
Guardaba  en  los  valles  de  Ida, 
Con  \ida  alegre  y  feliz. 

El  ganado  de  su  padre; 
Con  esto  solo,  y  servir 
A  Enone,  una  bella  ninfa, 
Que  le  amaba  más  que  á  sí, 
Vivia  mejor  mil  veces 
Que  Amurátf  s  y  Selim. 
Dejemos  á  nuestro  Páris 
En  este  estado  que  oís, 
Bien  hallado  con  sus  valles, 
Con  su  Enone  y  su  redil ; 

Y  vamos  á  que  en  el  cielo 
(Esto  sólo  es  referir 
Fábulas  de  falsos  dioses , 
Que  el  griego  quiso  fingir); 
Vamos,  digo,  á  que  allá  arriba. 
En  el  palacio  turquí, 

Donde  sulian  los  dioses 
Comer,  beber  y  dormir, 
Habia  ilna  gran  contienda. 
Cual  no  la  ha  habido  hasta  aquí, 
Entre  tres  primeras  damas 
De  aquella  farsa  gentil. 
Entre  Palas,  Juno  y  Venus, 

Y  el  motivo  de  esta  lid 
Era  una  manzana  de  oro. 
En  quien  el  diestro  buril 
Esculpió  este  moté  :  Dése 
A  la  más  hermosa.  Aquí 

No  extrañaréis  que  os  acuerde 

Cuan  antiguo  es  el  reñir 

Por  el  oro  y  la  hermosura. 

Causas  de  discordias  mil. 

Cada  una  de  las  tres  diosas 

La  quería  para  sí, 

Por  más  bella  que  las  otras ; 

Pero  ¿quién  sería  allí 

Tan  loco  ni  tan  grosero. 

Que  sin  irle  ni  venir, 

En  di.sputas  de  hermosura 

Se  atreviese  á  decidir  ? 

Júpiter,  que  era  bellaco 

Y  de  ingenio  muy  sutil. 

Halló  un  medio  el  más  al  caso 

Que  se  pudo  discurrir, 

y  fué  echar  aquellas  cabras 


DON  IGNACIO  DE  LUZaN. 

A  un  pastor;  mandó  venir 
A  Mercurio,  su  volante, 

Y  le  habló  muy  serio  así: 
«Vete  con  estas  tres  damas 
Sin  enaguas  ni  chapín, 
Sin  i)olvos  y  sin  tontillo. 
Sin  quitarlas  ni  añadir, 
Al  valle  de  Ida,  y  á  Páris, 
Trciyano,  le  has  de  decir, 
De  mi  parte,  que  á  las  tres, 
A  las  luces  de  un  candil. 
Si  no  bastan  las  del  sol. 
Muy  despacio  y  muy  en  sí. 
Las  vea,  las  examine. 

Las  especule,  y  en  fin, 

A  la  que  en  conciencia  juzgue 

Más  bella  y  más  fililí 

La  dé  esa  manzana  de  oro; 

Y  demos  con  esto  fin 

A  quimeras  y  á  disputas. 

Que  dan  tanto  que  decir.» 

Dicho  y  hecho ,  el  buen  Mercurio, 

Por  los  campos  de  zafir 

Volando  con  las  tres  diosas. 

Se  presentó  vis  á  vis 

(¡Que  no  hará  ya  un  asonante, 

Pues  me  hace  francés  á  mí!) 

Del  pastorcillo,  y  en  tono 

De  embajada  muy  civil. 

Le  dijo  de  esta  manera: 

«  Todos  estamos  aquí ; 

Piuenos  días,  Parisito; 

Esta  manzana  hesperil 

Habéis  de  dar  á  una  de  estas 

Muchachas ,  á  la  más  ruin , 

Que  es  decir,  á  la  más  bella; 

Jiipiter  lo  manda,  ¿ois? 

La  sentencia  y  la  manzana; 

Garnacha  sois,  decidid.» 

Quedóse  absorto  el  mozuelo, 

Sin  voz,  sin  alma,  sin,  sin,,. 

No  sé  sin  qué  se  quedó. 

Mas  la  reina  Juno  en  sí 

Le  hizo  volver,  pues  en  letras 

Contra  un  mercader  de  ofir 

Le  ofrece  cuatro  millones 

De  perlas  y  de  rubís, 

Diciendo  que  le  hará  luego 

Grande  del  Misisipí, 

O  virey  de  Filipinas, 

O  cura  proprio  en  Madrid. 

Resistió  el  juez  al  asalto, 

Y  Palas  entró  en  la  lid. 
Ofreciendo  hacerle  sabio 
Más  que  al  docto  don  Turpin, 
Más  guapo  que  á  don  Tristan, 
Más  esforzado  que  al  Cid 

Y  más  agudo  de  ingenio 
Que  una  vara  de  alguacil, 
«No  ha  lugar,  dijo  el  Pastor, 

Y  hable  Venus. »  ¡  Ay  de  mil 
Si  habla  Venus  como  suele, 

Y  él  la  escucha,  allí  dio  fin. 
«  Páris  mío  (dijo  Venus), 
Lo  que  ofrecen  hasta  aquí 
Esas  dos  damas  es  una 
Patarata  para  tí; 

Tú  no  has  de  ser  asentista, 
Ni  colegial,  ni  arlequin. 
Dej  a  el  guerrear  para  un  loco, 
Para  un  niño  el  escribir, 
Para  un  necio  el  ascender, 

Y  tú  atente  á  un  faldellín; 

Y  pues  hijo  eres  de  amor, 
Sólo  has  de  seguirme  á  mí. 
En  Lacedemonia  hay  una 
Hermosura  mujeril, 
Fondo  en  leche  y  azucena. 
Con  pespuntes  de  carmín, 
Que  es  alhaja  para  un  rey 
Cansado  ya  de  parir, 

A  esta  beUeza  la  tengo 


Prevenida  para  ti; 

Si  me  das  esa  manzana, 

Elena  es  tuya.  ¡Elení ! » 

(El  ta  se  quedó  allá  dentro 

Atascado,  sin  salir). 

«¿A  Elena  me  ofreces  (dijo 

El  Pastor),  á  Elena?— Sí, 

Replicó  Vénus.^Pues  esto 

Se  acabó,  no  hay  que  decir. 

Prosiguió  Páris;  tú  toma 

Y  daca;  vosotras  id , 

Y  ved  si  os  dan  para  peras 
Algunos  maravedís ; 

Que  aquí  ya  no  hay  más  manzanas, 

Pues  la  que  habia  la  di.» 

Ya  os  pinté  el  juicio  de  Páris, 

Siendo  Ovidio  el  maniquí. 

De  lo  serio  á  lo  jocoso 

Sin  discrepar  en  un  tris, 

A  imitación  de  este  juicio. 

En  España  me  atreví 

A  escribir  otro;  no  es  nada 

A  qué  asunto  le  escribí. 

Era  el  asunto  un  Fernando, 

Que...  mas  no  os  lo  he  de  decir; 

Vos  le  veréis  en  los  mismos 

Versos ,  que  voy  á  incluir. 

Sólo  os  diré  que  el  Poder, 

Ingenio  y  Amor  aquí 

Hacen  el  papel  que  Juno, 

Palas  y  Venus  allí. 

Veréis  á  los  tres  por  una 

Palma  también  competir. 

Rio,  pastor,  y  otras  cosas. 

Que  yo  soñé  sin  dormir. 

¡Qué  versos  leeréis,  señora. 

Que  octavazas  de  aprendiz  i 

No  las  hiciera  peores 

Un  sastre  de  Chamartin. 

Pero  mis  versos,  por  malos, 

Tal  vez  os  harán  reir, 

Como  los  que  de  repente 

Se  dictan  á  don  Joaquín, 

Si  esto  siquiera  no  logro, 

Me  he  de  ir  á  ser  alfaquí, 

Por  la  posta,  desde  el  Roul 

Plasta  la  Arabia  feliz. 

París,  Hotel  de  Maison, 

A  diez  y  ni;eve  de  Abril ; 

Mal  dije,  que  son  de  Octubre, 

Pero  algo  se  ha  de  suplir 

A  este  maldito  asoiiante. 

Que  me  trae  fuera  de  mí. 

Madavie,  vótre  tres  hnnible, 

Et  tres  obéissant  servi- 

Tenr:  De  Luzan.  Ya  acabé, 

Pues  yo  mismo  me  partí. 


LEANDRO  Y  HERO  (1). 

IDILIO    ANACREÓNTICO  (2). 

Musa,  tú,  que  conoces 
Los  yerros,  los  delirios, 
Los  bienes  y  los  males 
De  los  amantes  finos, 

Dime,  ¿quién  fué  Leandro? 


(1)  Esta  f;ibnla  es  nna  de  las  mejores  cora- 
posiciones  de  este  ilustre  ingenió  ;  est.i  se- 
guida con  arte  y  concluida  con  todo  acierto, 
a  que  ayuda  no  poco  la  especie  del  metro, 
para  el  cual  tuvo  nuestro  autor  gracia  más 
particular.  Asi  el  estilo  es  m;is  limpio  y  cor- 
regido, y  la  versilicacion  m;is  dulce,  armo- 
niosa y  corriente.  Y  aunque  el  argumento  es 
tomado  del  (.rifpo  .Uu.sco,  tiene  mi'ritos  la 
oDra  para  poder  estimarse  como  original. 

'Nota  de  López  de  Sedaño  en  su  Parnaso 
Español.) 

(i)  Fué  recitado  por  LczANÍr/  Peregrino) 
en  la  Academia  del  Buen-Gusto.  {Nota  del 
colector.) 


/  Qtié  dios  ó  qué  maligno 
Astro  en  las  rieras  ondas 
Cortó  á  su  vida  el  hilo  ? 

Leandro,  á  quien  mil  Teces 
Los  duros  ejercicios 
Del  estadio  ciñeron 
De  rosas  y  de  mirtos, 

Ya  en  la  robusta  lucha, 
Ya  con  el  fuerte  disco, 
Ya  corriendo  ó  nadando, 
Diestro,  gallardo,  invicto, 

Amaba  á  Hero  divina. 
Bellísimo  prodigio 
Sobre  cuantas  bellezas 
Sesto  admiró  y  Abido. 

Negro  el  cabello,  ufano 
De  naturales  rizos. 
Realzaba  del  cuello 
Los  candidos  armiños. 

En  proporción  y  gracia 
De  rostro,  talle  y  brío, 
Quiso  ostentar  el  cielo 
Esmeros  peregrinos. 

Pero  en  los  ojos...  i  dioses  I 
¿Qué  quiso,  ó  qué  no  quiso. 
Para  que  fuesen  obra 
Digna  de  quien  los  hizo? 

De  ellos  amor  tomaba 
Fuegos  arrojadizos, 
Cuando  abrasar  queria 
Tierra,  cielos  y  abismo, 

Pero  aun  más  que  otras  gracias, 
Brillaba  el  atractivo 
De  una  modestia  humilde, 
De  un  natural  sencillo. 

Tal,  entre  los  celajes 
De  nubes  escondidos , 
Vibran  del  sol  los  rayos. 
Ardores  más  activos; 

Y  tal  entre  las  flores, 
A  gustos  exquisitos 
Más  que  una  rosa  agrada 
Un  cárdeno  jacinto. 

Viola  Leandro  un  dia 
En  los  cultos  festivos 
Que  á  Venus  tributaban 
De  Sesto  los  vecinos 

(Que  era  sacerdotisa 
'  Del  templo  y  sacrificio, 

Y  aun  emulaba  en  todo 
Al  sacro  numen  ciprio). 

Viola  en  el  gran  concurso 
De  los  solemnes  ritos 
Brillar  único  asombro; 
Viola,  y  quedó  perdido. 

Y  á  la  deidad  del  templo 
Con  el  nuevo  excesivo 
Ardor  que  le  abrasaba, 
Frenético  le  dijo  : 

«Gran  diosa  de  Citera, 
De  Páf  os  y  de  Gnido, 
Esta  mortal  belleza 
Es  tu  traslado  vivo. 

«Perdona,  pues,  si  á  ella 
Tus  mismos  cultos  rindo, 

Y  si  un  traslado  adoro. 
Equivoco  contigo.)) 

Oyó  Venus  sus  voces. 
Oyólas  el  dios  niño , 

Y  decretaron  ambos 
Venganzas  y  castigos. 

¿Tanto  el  enojo  puede 
En  ánimos  divinos? 
;  Un  lenguaje  del  alma 
Ha  de  ser  un  delito  ? 

Dígame  el  que  conozca 
A  Venus  y  á  Cupido, 
Si  es  más  cruel  la  marh'e, 
O  es  más  cruel  el  hijo. 

1  Qué  sé  yo  !  Cruel  la  madre, 
Cruel  y  vengativo 
Es  el  hijo,  que  ejerce 


COMPOSICIONES  VARIAS. 

Tiránicos  caprichos. 

Miró  tierno  Leandro, 
Habló  amante,  instó  fino. 
Ya  mudo,  ya  elocuente, 
Con  ojos  y  suspiros. 

Oyóle  Hero  con  pecho. 
Ya  tímido,  ya  esquivo; 
Mas  poco  á  poco  un  fuego 
La  entró  por  los  sentidos ; 

Un  fuego  que  es  veneno, 
Un  fuego  (jue  es  martirio; 
Si  es  martirio  y  veneno, 
¿  Cómo  es  apetecido  ? 

De  una  torre  en  la  playa 
El  murado  recinto, 
De  esta  sacerdotisa 
Era  albergue  y  retiro. 

Allí,  cautos  sus  padres, 
Del  concurso  y  bullicio 
Este  bello  tesoro 
Guardaban  escondido. 

Mas  contra  amor  ¿  qué  muro 
Será  seguro  asilo. 
Si  todo  lo  penetran 
Sus  vencedores  tiros? 

Leandro,  enamorado. 
Resuelto  y  atrevido. 
Los  r^'paros  allana, 
Desprecia  los  peligi'os. 

Pasar  nadando  ofrece 
Del  uno  al  otro  sitio, 
Prometiendo  himeneos 
Nocturnos  y  furtivos. 

Mas  sobre  las  almenas 
De  la  torre,  encendido 
Quiere  que  un  farol  arda, 
De  sus  bodas  testigo; 

Cuya  luz  para  el  nuevo 
Peligroso  camino 
Sirva  de  norte  y  guía 
En  rumbos  no  sabidos. 

Al-de,  farol ;  no  ceses , 
Astro  de  amor  benigno; 
Que  astro  serás  de  muerte, 
Si  se  apaga  tu  brillo. 

/  Quién  podrá  de  un  amante 
Estorbar  los  designios. 
Si  el  amor  é  himeneo 
Los  promueven  unidos  ? 

Lleno  ya  de  esperanzas 
Vuelve  Leandro  á  Abido, 

Y  cuenta  los  instantes 
Como  si  fueran  siglos. 

Aquel  dia  primero 
Parecióle  infinito, 
La  luz  del  sol  odiosa. 
Larguísimo  su  ciclo. 

Sólo  impaciente  anhela 
Que  se  anticipe  el  giro 
De  la  estrellada  noche. 
Las  sombras  de  Cocito. 

Llegó  en  fin  de  las  sombraa 
El  lóbrego  dominio, 
Oscitreciendo  objetos 
Remotos  y  vecinos. 

El  joven,  en  la  playa 
Arrojando  el  vestido, 
A  las  ondas  se  entrega 
Con  intrépido  brío ; 

Y  alternando  de  brazos 

Y  pies  el  ejercicio, 
Ágil  y  diestro  rompe 
El  ímpetu  marino. 

Nereidas,  que  asustadas, 
En  vuestros  cristalinos 
Palacios  admirasteis 
Empeño  tan  no  visto, 

Decidme,  /cómo  pudo, 
Imitador  de  Frixo, 
Surcar  el  Ponto,  siendo 
Piloto  de  sí  mismo? 

Mas  ya  habia  gran  trecho 


121 


Del  piélago  rencido, 

Y  ya  el  cansado  brazo 
Rehusaba  su  oficio. 

Ciara,  brillante  luna, 
Con  rayos  rellexivos, 
De  Antitrite  á  los  campos 
Daba  argentados  visos. 

Leamli-o  ,  ya  al  extremo 
Término  reducido, 
A  su  favor  acude 
En  el  fatal  conflicto. 

<(  Diosa  triforme,  dice 
Con  ánimo  sumiso. 
Protectora  de  amantes, 
Propensa  siempre  á  oírlos; 

))  Si  los  casos  de  Latmo 
No  has  puesto  aún  en  olvido, 

Y  sabes  lo  que  puede 
Un  amor  como  el  mió, 

))  Séame  aquí  tu  numen 
Favorable  y  propicio , 

Y  en  la  playa  de  Sesto 
Dame  el  puerto  que  pido. )) 

Fuese  el  favor  del  numen, 
O  fuese  el  norte  fijo 
Del  farol,  que  ya  ctrca 
Vio  arder  con  grato  auspicio, 

O  fuese  amor,  que  suele 
Con  prósperos  principios 
Atraer  los  amantes 
A  infaustos  precipicios; 

Cobrando  nuevo  aliento, 
A  esfuerzos  repetidos, 
Afierra  de  la  ai-ena 
El  suelo  movedizo. 

AUi,  á  aguardarle  sola. 
Su  fina  esposa  vino, 

Y  al  verle,  tiembla  toda. 
De  susto  y  regocijo. 

«Vén,  esposo,  le  dice; 
Llega  á  los  brazos  mios; 
Para  exponerte  tanto, 
/  Cómo  ha  de  haber  motivo? 

))Araor  venció  tan  dirro 
Insólito  camino. 
¿Cómo  vienes?  ¿Qué  numen 
Tu  conductor  ha  sido? » 

Así  diciendo,  enjuga 
Los  restos  del  rocío 
Salobre  que  del  cuerpo 
Corrían  hilo  á  hilo; 

Y  a  la  torre  le  guia. 
Aliviando  el  prolijo 
Afán  con  oficiosos 
Brazos  entretejidos. 

Entre  tanto  Himeneo, 
Volando  en  torno,  el  vivo 
Sagrado  fuego  enciende 
De  sus  nupciales  pinos. 

Pero  antes  que  saliese 
El  astro  matutino, 
Ya  volvía  Leandro 
A  su  confin  nativo. 

Así  todas  las  noches , 
Por  el  silencio  amigo, 
Iba  nadando  á  Sesto, 
Centro  de  sus  cariños. 

Tal  ruiseñor  amante 
Vuela  y  revuela  al  nido, 
Donde  de  su  consorte 
Le  llama  el  tierno  pico. 

Pero  en  amor,  ¿qué  halago 
Se  vio  jamas  continuo? 
Movibles  son  sus  dichas. 
Sus  escarmientos  fijos. 

En  fin  salió  una  aurora 
Con  ceño  y  desaliño; 
Siguióse  triste  dia 
En  tenebroso  Olimpo; 

La  noche  añadió  horroreí; 

Y  para  más  cumplirlos, 
Dio  licencia  á  los  vientos 


122 

Eolo,  BU  caudillo. 

Bóreas,  Ábrego  y  Noto, 
Con  tropel  improviso , 
Turban  las  quietas  ondas 
Del  Jonio  y  del  Euxino. 

Bramaba  el  mar  airado 
Con  espantable  ruido, 
Y  respundia  á  truenos, 
Desgajado,  el  Empíreo. 

Ardia  el  aire  á  rayos , 
Cuyo  esplendor  maligno, 
De  la  celeste  saña 
Era  funesto  indicio. 

Siete  dias  pasaron 
Sin  mostrarse  de  Cintio 
La  luz ,  y  siete  noches 
Sin  luceros  ni  signos. 

Leandro,  en  tanto  triste, 
Anhela  ver  tranquilo 
El  mar,  y  ya  calmados 
Los  vientos  enemigos. 

Pero  al  fin,  impaciente, 
Cediendo  á  su  destino  , 
Fuese  á  la  playa,  y  de  esta 
Manera  habló  consigo: 

«Corazón,  ¿qué  te  espanta? 
¿Qué  importará  que  tibios 
Huyamos  de  una  muerte, 
Si  de  otra  nos  morimos  ? » 

Dijo;  y  de  su  arrestado 
Amante  desvarío 
Im  pelido,  se  arroja 
Almar  embravecido; 

Y  á  pesar  de  su  furia, 
Contra  los  torbellinos 


DON  IGNACIO  DE  LÜZAN. 

Lucha  con  fuerte  brazo 
Por  no  poco  distrito, 

Pero  ya  se  redoblan 
Del  Aquilón  los  silbos, 
Levanta  el  mar  sus  olas, 
Aumenta  sus  bramidos. 

I  Ay,  mísero  Leandro ! 
Ya  con  dolor  te  miro 
Contiguo  á  las  estrellas, 

Y  al  Tártaro  contiguo. 
Agotadas  las  fuerzas , 

Sin  aliento,  sin  tino, 

Y  del  farol  amado 

El  claro  norte  extinto; 

Viendo  por  todas  partes. 
Presente  á  los  sentidos, 
De  la  pálida  muerte 
El  bárbaro  cuchillo, 

A  las  ondas  se  vuelve 
Trémulo  y  semivivo , 
Hallar  piedad  pensando 
Donde  nunca  la  ha  habido. 

(( Ondas ,  si  darme  muerte 
Es  decreto  preciso , 
No  á  la  ida ,  á  la  vuelta , 
Matadme  á  vuestro  arbitrio. » 

Las  cruelts  ondas  niegan 
Al  ruego  los  oidos, 

Y  le  sepultan  dentro 
De  su  profundo  abismo. 

Entonces,  exhalando 
El  último  suspiro, 
Tres  veces  á  Hero  llama 
Con  lamentable  grito; 

Tres  veces  por  el  aire 


Repitieron  distinto 

El  nombre  aquellas  playas , 

Aquellos  altos  riscos. 

Viole  el  alba  otro  dia. 
Cuando  dejaba  al  Indo, 
Y  tuvo  horror  del  triste 
Espectáculo  indigno. 

Al  pié  de  la  alta  torre, 
Del  mismo  mar  traído, 
Yacía  el  infelice 
Yerto  cadáver  frío. 

Cual  suele  quedar  mustio 
Cárdeno  hermoso  lirio. 
Si  le  arrancó  el  arado 
O  deshojó  el  granizo. 

Viole  Hero ,  y  de  la  torre 
Se  arroja  sobre  el  mismo 
Cadáver,  y  allí  logra 
En  la  mutrte  su  alivio. 

Así  tuvieron  ambos 
Igual  fin  indiviso. 
Viéndose  en  vida  y  muerte 
Hero  y  Leandro  vivos. 

Es  fama  que  lloraron 
De  Sesto  los  sombríos 
Bosques,  y  que  se  oían 
Mil  veces  los  gemidos. 

Y  al  huésped  extranjero, 
Llorando  compasivo , 
Contaba  el  triste  caso 

El  morador  de  Abido. 

Y  hasta  en  lejanos  climafl, 
Con  flébil  tierno  estilo. 

El  trágico  suceso 
Cantaba  el  Peregrino. 


rUí  DE  LAS  POESÍAS  DB  DON  IGNACIO  DK  LTJZAN 


DON  ALFONSO  VERDUGO  Y  CASTILLA, 

CONDE    DE    TORREPALMA. 


NOTICIAS  BIOGRÁFICAS  Y  JUICIOS  CIÚTICOS. 


I. 

Á  pesar  de  los  aplausos  que  en  el  siglo  pasado  y  en  el  presente  se  han  prodigado  á  El  Deuca- 
lion,  nadie  ha  intentado  siquiera  conocer  la  vida  de  su  autor. 

Ignorábanse  hasta  el  año  y  el  lugar  del  nacimiento  y  de  la  muerte  de  don  Alfonso  Verdugo  y 
Castilla;  pero,  á  fuerza  de  investigaciones,  y  siguiendo  algunas  conjeturas  que  no  han  quedado 
defraudadas ,  el  colector  de  estas  poesías  ha  tenido  la  fortuna  de  dar  con  varios  datos  esencia- 
les de  la  historia  de  este  poeta,  y  entre  ellos  con  su  partida  de  bautismo  (1).  En  ella  consta  que 
nació  en  la  ciudad  de  Alcalá  la  Real,  el  dia  3  de  Setiembre  de  1706.  Su  padre,  el  Conde  de  Tor- 
repalma,  establecitlo  en  Granada,  pertenecía  á  h  alta  nobleza  de  Andalucía  (2).  Era  éste  uno  de 
los  varones  más  ilustrados  de  su  tiempo,  y  don  Alfonso,  aficionándose  á  las  letras,  no  hizo  más 
que  seguir  la  senda  que  le  habia  trazado  el  paternal  ejemplo.  Así  es  que  llegó  á  entrar  gloriosa- 
mente en  la  Academia  Española  y  en  la  de  la  Uistoria ,  y  fué  conciliario  de  la  de  San  Fernando. 

Los  primeros  pasos  de  la  vida  pública  del  Conds,  tal  vez  por  la  malevolencia  de  sus  émulos, 
hubieron  de  acarrearle  amargos  sinsabores.  De  ello  dan  indicio  unas  octavas  que  le  dirigió  su 
hermana,  sor  Ana  de  San  Jerónimo,  como  para  infundirle  aliento  contra  la  adversidad.  Mayor  en 


(1)  Esta  partida  se  halla  en  el  libro  décimo  de  bau- 
tismos de  la  santa  iglesia  mayor  y  colegiata  de  Santa 
Maria  de  la  Mota ,  de  la  ciudad  de  Alcalá  la  Real  (pro- 
vincia de  Jaén),  y  dice  así : 

«  En  veinte  y  cuatro  dias  del  mes  de  Setiembre  de 
mil  setecientos  y  seis,  el  ilustrísimo  señor  Doctor  don 
Diego  Caslell  Ros  de  Medrano,  Abad  de  esta  Abadía, 
del  Consejo  de  Su  Majestad,  y  Calificador  de  la  Supre- 
ma y  General  Inquisición  :  baptizó  en  esta  Santa  Iglesia 
{more  Episcopi)  un  niño  que  nació  á  tres  de  dicho  mes, 
y  le  puso  por  nombre  Alfonso,  Ignacio  :  hijo  legítimo 
del  señor  don  Pedro  Verdugo  Albornoz,  Caballero  del 
Hábito  de  Alcántara,  Conde  de  Torrepalma,  Corregidor, 
Justicia  Mayor  que  ha  sido  de  esta  ciudad  y  las  demás 
de  su  partido,  y  al  presente  lo  es  de  la  de  Granada-:  y 
de  la  señora  doña  Isabel  María  de  Castilla ,  Lasso  de  Cas- 
tilla, su  legítima  mujer.  Fué  su  padrino  el  reveri'ndo 
padre  fray  Juan  Mexias,  predicador  actual  en  su  Con- 
vento de  Nuestra  Señora  de  Consolación  de  esta  ciudad, 
coa  licencia  que  exhibió  de  su  Provincial ;  y  testigos  los 
Licenciados  don  Juan  de  Aranda  Pineda,  Vicario;  don 
Juan  Antonio  de  Guelte ,  Notario  de  la  Santa  Inquisición 
de  Córdoba  y  Beneficiado  propio  de  la  Parroquial  do 


Santo  Domingo  de  Silos  de  esta  ciudad ;  don  Cristóbal 
Cedillo  y  don  Francisco  Garrido  Espinosa  de  los  Monto- 
ros,  Curas  de  esta  Santa  Iglesia.» 

(2)  Era  señor  de  Gor,  de  Herrera,  de  Valdecañas, 
de  Boloduy,  de  Santa  Cruz,  del  Nacimiento;  capitán 
perpetuo  de  la  nobleza  de  la  ciudad  de  Carmena,  etc. 
Se  casó  dos  veces.  En  primeras  nupcias  con  doña  Jo- 
sefa de  Adorno,  señora  de  Romnnitia,  de  la  cual  no 
tuvo  sucesión.  En  segundas  nupcias,  con  doña  Isabel 
Maria  de  Castilla  y  Lasso  de  Castilla.  Con  esta  señora 
tuvo  numerosa  prole;  pero  sólo  llegaron  á  edad  adulta 
un  hijo  varón,  don  Alfonso,  y  cuatro  hijas,  á  saber: 
doña  María  Antonia,  que  en  1710  casó  en  Granada  con 
el  í^eñor  don  Nicolás  Alvarez  de  Bohorques,  marqués 
de  los  Trujillos  (con  cuyo  enlace,  por;no  haber  dejado 
sucesión  el  don  Alfonso,  se  unió  á  la  casa  del  Marqués 
de  los  Trujillos  el  mayorazgo  de  los  Verdugos,  condes  de 
lorrepahna,  y  los  mayorazgos  délos  Casullas,  señores 
de  Gor);  doña  Juana  y  doña  Ana  (ambas  religiosas),  y 
otra  hermana  menor,  dona  Isubel  Sofía,  la  cual  casó 
con  don  Juan  de  Cárdenas.  (Apunte  sacado  de  los  ar- 
chivos de  la  casa  del  Duque  de  Gor.) 


124  DON  ALFONSO  VERDUGO  Y  CASTILLA. 

edad,  y  acaso  en  fortaleza  cristiana,  doña  Ana  le  da  saludables  consejos,  y  le  escita  á  buscar  la 

gloria  imitando  á  su  padre,  al  cual  habían  perdido  recientemente  : 

Creced  á  ser  blasor>  de  nuestra  era; 
De  vos  también  se  cuente  enriquecida : 
"Vuelva  á  vivir  en  vos  quien  os  dio  vida. 


Más  adelante  b  dice  que, 


En  la  primera  edad  endurecido 

A  sufrir  de  liado  injusto  la  inclemencia. 


sólo  alcanzará  palmas  gloriosas  en  la  virtud ,  asilo  del  corazón  y  el  único  bien  de  la  tierra  que  es 
fácil  conquistar,  y  que  nadie  puede  arrebatarnos  : 

No  la  defiende  tempesloso  muro, 
Ni  en  sí  nos  la  escondió  la  tierra  avara; 
Bien  es  digno  del  hombre  y  bien  sef^uro 
¿Qué  fuerza,  si  él  no  quiere,  la  sopara? 
Tiemble  la  tierra  ó  brame  el  aire  impuro, 
Ella  sola  le  abriga  y  le  repara  : 
En  ella  sola  encuentra  su  decoro. 
Su  aliento,  su  descanso  y  su  tesoro  [i). 

Andando  el  tiempo,  se  despejó  el  anublado  horizonte  de  su  vida.  Después  de  entrar  al  servicio 
inmediato  de  la  Gasa  Real ,  couio  mayordomo  de  semana ,  fué  nombrado,  por  decreto  de  Fernan- 
do VI,  de  13  de  Mayo  de  i7o5,  ministro  plenipotenciario  en  Viena,  donde  ejerció  este  cargo  hasta 
el  año  de  1760.  De  alli  le  envió  Carlos  III,  con  el  alto  carácter  de  embajador,  á  la  corte  de  Turin. 
En  ella  falleció  el  año  de  1767.  Gran  parte  de  su  correspondencia,  como  embajador  en  Gerdeña, 
se  conserva  en  Simancas ,  en  el  departamento  de  Estado  (legajos  números  desde  el  5,328  hasta 
el  S,354). 

Se  ha  extraviado  la  mayor  parte  de  las  poesías  líricas  del  Conde  de  Torrepalma,  así  como 
el  poema  La  libertad  del  pueblo  de  Israel  por  Moisés,  de  que  habla  Porcél,  en  el  Juicio  lunático 
leido  en  la  Academia  del  Buen  Gusto,  establecida  en  Madrid,  en  casa  de  la  Marquesa  de  Sarria. 
Torrepalma  era  á  la  sazón  presidente  de  esta  academia.  En  ella  leyó  una  oración,  que  pue- 
de servir  de  muestra  de  la  prosa  de  este  insigne  escritor  (2).  Las  ideas  son  elevadas,  pero  el  estilo 
adolece  en  sumo  grado  de  artificial  y  de  ampuloso.  Las  poesías  inéditas  que  ahora  publicamos 
están  sacadas  de  autógrafos  de  Torrepalma,  contenidos  en  las  actas  de  la  misma  Academia,  que, 
con  ánimo  franco  y  bondadoso,  nos  ha  comunicado  nuestro  amigo  el  insigne  bibliógrafo  don  Pas- 
cual de  Gayangns,  y  de  otros  papeles,  que  con  igual  bondad  nos  ha  franqueado  el  señor  Duque 
de  Gor,  descendieute  del  ilustre  poeta.  Estas  poesías,  á  excepción  de  ciertos  pasajes  de  El  Juicio 
final,  y  de  algunos  bellos  versos  diseminados  en  ellas ,  son  poco  dignas  de  la  pluma ,  casi  siempre 
acendrada  y  briosa,  del  autor  del  Deucalion  (3). 

L.  A.  DE  Cueto. 


II. 

DEL  EXCELENTÍSIMO  SEÑOR  DON  ANTONIO  ALCALÁ  GALIANO. 

(Historia  de  la  literatura  española ,  francesa,  inglesa  é  italiana  en  el  siglo  xvui.) 

» Por  el  mismo  tiempo  (1741)  salió  á  luz  una  obra  que  ha  merecido  elogios  de  don  Manuel  José 
Quintana ,  crítico  á  quien  reverencio ,  si  bien  disto  á  veces  de  su  opinión ;  crítico  de  la  escuela 

(\)  Estas  octavas  fueron  imprecas  con  el  siguiente         (2)  Hemos  leido  esta  oración  en  un  códice  perlene- 

epígrafe  :  A  su  hermano  don  Alfonso  Verdugo,  dia  de  cieute  al  señor  Marqués  de  P.dal. 
San  Ildefonso,  después  de  la  muerte  de  su  padre,  y  cer-  (3)  El  Deucalion  fué  ya  publicado  en  el  tomo  xxix 

codos  de  persecución.  [Obras  poéticas  de  la  madre  sor  de  la  Biblioteca  de  Autores  Españoles. 
Ana  de  San  Jerónimo,  pág.  296.) 


HOMANCES.  125 

clásica  francesa,  pero  privilegiado  en  esa  escuela  misma,  y  que,  con  todas  sus  faltas,  pues  con- 
fieso que,  según  mi  modo  de  juzgar,  tiene  algunas,  todavía  debe  ser  tenido  por  uno  de  los  prime- 
ros entre  cuantos  lia  producido  España  ,  y  merece  ser  respetado  por  la  generación  presente ,  aun 
en  los  mismos  casos  en  que  se  desvie  de  sus  opiniones.  Don  Manuel  José  Quintana  dio  grandes 
elogios  al  DeucaUon  del  Conde  de  Torrepalma  ,  obra  que,  sin  ser  una  producción  de  alto  mérito, 
es  una  composición  poética  muy  notable.  Dice  don  Manuel  José  Quintana  que  tiene  trozos  de  poe- 
sía descriptiva  de  los  más  animados  y  valientes  que  hay  en  castellano,  aunque  conserva  algunos 
resabios  del  antiguo  culteranismo.  Es  cierto;  pero  puede  añadirse  que  quizá  los  resabios  que  con- 
serva del  antiguo  culteranismo  son  una  de  las  cosas  que  constituyen  su  mérito  verdadero. 

iEl  DeucaUon  no  es  más  que  una  perífrasis  de  un  trozo  de  las  Metamorfosis  de  Ovidio.  Sabido 
es  que  el  diluvio  de  DeucaUon  está  descrito  por  el  poeta  latino  en  su  mejor  obra;  que  Ovidio,  es- 
critor elegante  y  fácil ,  es  uno  de  los  poetas  más  agradables,  aunque  no  debe  ser  tenido  en  tan  alto 
precio  cuanto  otros  poetas  antiguos. 

»E1  poeta  castellano  copió,  tradujo,  perifraseó  al  latino.  Pero  en  sus  octavas,  muchas  de  las 
cuales  son  bellísimas  por  lo  robusto  de  la  expresión ,  y  por  lo  sonoro  de  los  versos  y  del  período, 
hay  asimismo  pensamientos  nuevos  que  presentan  imágenes  hermosas.  Bella,  natural,  tierna  es 
la  de  aquella  madre  que,  arrebatada  por  las  aguas  y  ya  vencida  por  ellas, 

Va  al  hijo  ehtre  las  ondas  levantando... 

»Más  hermosura  de  pensamiento  y  de  expresión  tiene  todavía  otra  octava,  donde  se  pinta  á  un 
hombre  huyendo  en  su  caballo  del  desatado  torrente,  y  que  en  el  punto  mismo  en  que  va  á  sal- 
var á  una  persona  de  su  afecto,  montándola  á  las  ancas,  se  encuentra  con  que  ha  ocupado  aquel 
lugar  su  enemigo,  terminando  todo  con  decir  que  en  aquella  trágica  escena 

al  dudoso 

Trance  que  de  tan  rara  liiclia  pende, 
Pone  funesta  paz  la  onda  que  asciende. 

íEste  último  verso,  sobre  la  belleza  de  su  sonido,  que,  no  obstante  un  tanto  de  dureza,  le  hace, 
con  todo,  por  este  lado  de  los  mejores  que  hay  en  castellano,  encierra  un  hermoso  pensamiento,  y 
el  epíteto  de  funesta,  dado  con  acierto  en  aquel  lance,  á  la  paz,  es  una  de  las  antítesis  mejores  que 
pueden  imaginarse,  sin  que  peque  de  afectada,  como  las  más  veces  sucede  á  esta  figura  retórica, 
ni  que  desdiga,  por  lo  conceptuosa ,  de  la  triste  majestad  de  la  pintura. 

iBasta  de  hablar  de  autores  medianos,  aunque,  por  desgracia,  no  es  posible  tratar  con  deten- 
ción sino  de  escritores  de  esta  clase,  refiriéndonos  á  aquella  época. 


POESÍAS. 


Respuesta  del  seSor  dox  Alfonso  VKRnrco 
Y  Castlla.  conde  db  Torrep\lm\,  reliía- 
do  al  lugar  de  Ciempozuolos,  á  diveiliisu 
justo  sentimiento  poi'  la  muerte  de  un  hi- 
jo que  amaba  ,  á  una  carta  que  le  escribió 
desde  la  corte  su  amigo  dun  José  Antonio 
l'oicel  U). 

EOMAlíCE. 

Desde  el  desierto,  y  aun  desde 
Aquella  encendida  zarza , 
De  no  embotadas  espinas , 
De  no  amortecidas  llamas, 

Que  así  punzante,  que  así 
Voraz  la  memoria  guarda 
De  una  aguda  ardiente  pena 
La  incombusta  pertinacia; 


íl)  Véase  esta  carta  en  las  poesías  de 
Porcél, 


Desde  este  triste  desinrto, 
Por  donde  las  horas  pasan 
Del  ocio  y  de  la  tristeza, 
Torpemente  dilatadas; 

Desde  este  silencio,  donde 
Con  medroso  horror,  sagradas 
Las  selvas,  de  mis  gemidos 
Los  secretos  ecos  guardan; 

Como  al  conocido  acento 
Despierta  el  que,  en  la  turbada 
Calma  del  sueño,  obedece 
Al  imperio  que  lo  llama ; 

Al  grito,  amigo,  levanto 
El  postrado  genio,  y  tarda 
La  mente ,  mal  de  las  penas 
Se  despereza  agraviada ; 

Mal  de  los  libres  suspiros 
Intercepta,  y  agitada 
La  voz,  tolera  del  metro 
La  compuesta  consonancia, 


Con  todo,  por  no  negarle 
Su  justo  imperio  á  la  santa 
Ley  de  la  amistad,  mis  penas 
Sacrificaré  en  sus  aras. 

L'e  las  desechadas  Musas 
Las  lozanías  ingratas 
Llamaré  al  servil  oficio 
De  que  inspiren,  no  escuchadas, 

A  este  olmo  negro  se  abracen, 
Por  vos,  las  verdes  guirnaldas 
De  sus  pámpanos  y  hiedras. 
De  sus  mimos  y  sus  chanzas. 

Mas  perdonad  si  tal  vez 
Me  distraigo  de  su  zambra, 
A  escuchar  íntimo  genio, 
Que  en  silencio  el  pecho  inflama, 

Por  más  que  ellas  al  antiguo 
Siervo  lascivas  regalan, 
Piadosamente  molestas. 
Fastidiosamente  humanas  j 


126 


Fiadas  en  que  es  tan  débil , 
Que  no  habrá  en  su  moral  flaca, 
Contra  ellas,  como  en  Boecio, 
Azotes  de  otra  fantasma. 

Y  es  verdad:  ni  ella,  ni  ellas 
Saben  ya  templar  el  agua; 
Que,  como  el  cuerpo  de  Aquíles, 
Báñase  del  sabio  el  alma, 

A  decir  verdad,  no  sé 
Cuál  presunción  más  engaña; 
La  razón  puede  muy  poco. 
El  genio  no  vale  nada. 

Yo,  que  un  tiempo  estaba  ufano 
Con  aquestas  dos  alhajas, 
Desafiando  á  los  hijos 
Ilustres  de  Abdcray  Jlantua, 

Ya  reconozco  que  apenas 
Pueden  mantener  mis  barbas 
El  nombre  de  varoniles, 
Si  se  les  borra  mojadas. 

Toda  la  doctrina  olvido^ 
Hecho  un  conde  de  Saldaña; 
Que  sólo  el  nombre  de  hijo 
Tenaz  la  memoria  guarda. 

Ya ,  en  vez  de  virtudes ,  tengo 
Da  ellas  las  frias  estatuas. 
Que  autorizan  con  la  ruina 
El  golpe  que  las  quebranta. 

Mellados  yunques  ostenta 
Mi  un  tiempo  dura  constaucia, 

Y  yace  mi  fortaleza 
Entre  columnas  quebradas. 

Mas  ¿por  qué,  necio,  confieso 
Verdades  tan  desgraciadas, 
Que  basta  contradecirlas. 
Para  logi'ar  f ais  ai'las  ? 

Oscura  luz  la  de  ciencia, 
En  cuyas  verdades  pasa 
El  conato  d'í  adquirir' as 
Por  la  realidad  de  hallarlas. 

Si  es  el  vestir  la  per.^ona 
Ser  persona  en  esta  farsa, 

Y  basta  el  flaco  albedrío 
A  obrar ,  si  á  pensar  no  basta ; 

Si  vale  la  acción  grosera 
Para  graduar  las  almas, 

Y  no  ha  de  haber  quien  distinga 
Si  somos  Maria  ó  Marta, 

Compongámonos  el  hombre 
De  sus  mismas  repugnancias, 

Y  la  fuerza  con  que  hace, 
Sea  virtud  con  que  pasa. 

El  héroe  lo  forman  dos 
Cosas  que  le  son  contrarias; 
Los  casos  da  la  fortuna, 

Y  las  glorias  la  alabanza. 
Obrar,  el  más  flaco  puedo; 

Que  la  menos  noble  alma 
El  pié  mueve  hacia  el  peligro, 
El  pecho  expone  á  la  espada. 
Sufre  callando  el  gemido, 

Y  sin  que  á  la  frente  salga 
El  polvo  de  la  gran  ruina, 
O  el  humo  di  mucha  llama, 

De  las  inciertas  virtudes 
Basta  para  gloria  falsa. 
Para  ornamento  del  héroe. 
Para  asunto  de  la  fama. 

Mas  padecer  la  ruina 

Y  al  golpe  de  las  desgracias 
Estremecers-^  la  vida 
Sin  violarse  la  templanza. 

Si  es  humano,  toca  al  menos 
La  extrema  sublime  raya 
Que  á  la  deidad  se  avecina 

Y  sobre  los  astros  manda. 
Difícil,  pero  inmutable, 

La  suma  virtud  estampa 

Su  etérea  imagen  en  todos 

Los  gradii.s  que  hay  en  su  escala. 

No  ajniremos  solideces; 
Que  iniamarémos  la  causa 


DON  ALFONSO  VERDUGO  Y  CASTILLA 

Que  allá,  en  el  funesto  baño, 
Mantuvo  la  sangre  helada. 

Autoricemos  el  siglo 
Con  virtudes  bien  contadas; 
Que  así  hicieron  Grecia  y  Roma, 

Y  así  harán  España  y  Francia. 
Callad,  por  Dios,  mis  flaquezas 

Y  aun,  pues  vuestra  pluma  sabia 
A  la  eternidad  escribe. 
Inventadle  mi  desgracia. 

Mas  no  hagáis  tal;  que  se  corre 
El  juicio  de  oir  que  cambia 
Una  flaqueza  que  humilla 
Por  una  ficción  que  infama. 

O  yo  soy  muy  verdadero, 
O  soy,  amigo,  un  panarra, 
O  todos  (y  es  más  creíble) 
Nos  baten  moneda  falsa. 

Dichoso  el  que  decir  puede 
Que  es  la  condición  humana 
Frágil,  pero  cada  uno 
Sabe,  á  su  costa,  que  es  f rada. 

Digalo  yo,  pues  ]ior  eso 
A  esLa  soledad  callada, 
A  remendarle  los  cascos, 
Me  traje  mi  calabaza. 

Gran  obra,  auníjue  para  ella 
La  naturaleza  sabia 
Hace  en  ruinas  de  caduca 
llenovaciones  de  varia. 

Todo  se  lo  lleva  el  tiempo, 

Y  aun  de  los  duelos  que  causa , 
Borra,  como  en  polvo  impr..sa3, 
Las  huellas  y  las  estampas. 

Reparables  son  las  penas, 
Fugitivas  las  desgracias, 
Breves  los  daños,  caducos 
Los  maks,  cortas  las  ansias. 

La  vida  más  brev(!  el  fin 
De  muchas  penas  alcanza, 
Que  si  inhumanas  afligen. 
También  fallecen  humanas. 

Por  eso  del  tiempo  espero 
Que  la  alteración  tirana, 
Que  ejerce  cuando  d..  struye, 
No  niegue  cuando  restaura. 

Mientras  me  repara,  elijo 
La  soledad,  porque  haga 
Honesta,  como  de  César, 
La  toga  la  oculta  ansia. 

Para  componer  el  hombro 
Natural  aun  no  se  halla, 
Ni  el  humor  de  la  alegría, 
Ni  el  pulso  de  la  templanza. 

El  filósofo  está  hecho 
Tantos  añicos,  que  es  nada 
Lo  que  queda,  aun  siendo  algo 
Conocer  lo  que  le  falta. 

El  p  -litico  ha  perdido 
La  ambición  y  la  esperanza, 

Y  sin  ellas  anduviera 
Mejor,  pero  nunca  anda. 

Del  cortesano  no  encuentro 
El  buen  gusto,  ¡cosa rara! 

Y  se  me  convierte  en  necio 
Por  sola  esa  circunstancia. 

Para  el  caballero  envío. 
Por  dispensa  necesaria 
De  ciertas  lágrimas  tristes, 
Al  fuerte  Amadís  de  Gaula. 

En  rehaciendo  las  figuras 
De  aquestas  carantamaulas, 
Al  gran  teatro  del  mundo 
\'oÍveré  á  llevar  mi  farsa. 

Si  mientras  sigue  el  difícil 
Intento  de  repararlas. 
Se  acabare  la  comedia, 
Silbad,  ó  batid  las  palmas. 


Al  incendio  de  Roma  porKcron. 

ROMANCE   (1). 

Aquella  ciudad  insigne. 
Cuyo  poder,  cuyo  imperio 


Fueron  las  mayores  obras 
De  la  fortuna  y  el  tiempo; 

Aquella  en  que,  con  la  humilde 
Línea  de  un  surco,  ciñeron 
Los  hados  soberbia  planta 
Al  trono  del  universo  ; 

A  quien  dio  Ilómnlo  forma, 
Respeto  á  las  leyes  Remo, 
Culto  Numa,  tierra  Tulo, 
Mar  Anco,  y  Prisco  gobierno; 

A  la  que  otros  dos  Tarquines, 
Con  dichosa  injuria,  hicieron 
Fuerte,  sufrido  el  tirano, 
Libre,  arrojado  el  soberbio; 

Cuj'os  duros  hijos  tantas 
Veces  alternar  supieron 
Los  manejos  desiguales 
De  la  mancera  y  el  cetro; 

En  su  varonil  austera 
Parquedad,  no  pretendiendo 
Más  que  engrandecer  las  almaa 

Y  fortalecer  los  cuerpos; 
Aquélla,  dueña  del  mundo, 

Que  al  incontrastable  fuero 

De  poder  y  saber  más 

Fué  granjeando  su  imperio; 

Iloma,  cuyo  augusto  nombro 
Reverencialmente  oyeron 
Los  ardientes  mauritanos, 
Los  erizados  armenios; 

Bajo  el  imperio  infelice 
De  Nerón ,  en  quien  unieron 
Muchos  siglos  su  esperanza. 
Muchos  siglos  su  escarmiento; 

En  cjuien  prometió  juntarse, 
Por  h  rencia  y  por  afecto, 
Con  la  piedad  de  los  Julios 
La  virtud  de  los  Éneos; 

De  la  más  ilustre  casa 
Digno  y  augusto  incremento 
Un  tiempo,  }■  un  tiempo  alumno 
Del  estoico  más  severo; 

En  fin,  bajo  del  dominio 
De  Domicio  Claudio,  en  fuego 
Mandado,  árdela  gran  Roma, 

Y  él,  cantando,  lo  está  viendo. 
Desde  la  torre  eminente 

Que,  para  menos  funestos 
Registros,  labró  aquel  grande 
Protector  de  los  ingenios, 

Mira  la  trágica  esciina. 
Tan  cruel,  que  el  duro  objeto 
Que  aun  quebrantara  la  ira. 
No  le  destempla  el  sosiego. 

Con  débil ,  mas  no  alterado 
Espíritu,  en  dulce  metro. 
Aun  le  regala  el  oido_ 
La  memoria  de  otro  incendio. 

Aquella  famosa  ruina 
De  Troya,  que  en  justo  duelo 
Llora  el  orbe.  Nerón  canta, 
Recreándose  en  su  acuerdo. 

Ambicioso  de  su  vista 
A  Roma  incendia,  y  el  pecho, 
Con  furor  nativo,  copia 
La  venganza  de  los  griegos. 

Arden  las  antiguas  casas. 
Arden  los  sagi-ados  templos, 

Y  derretidos  los  bronces. 
Borran  los  nombres  eternos. 

Fluj'en  los  ricos  metales, 

Y  los  bustos  corpulentos 
Líquido  el  bronce  desata, 
Deshace  el  oro  disuelto. 

(1)  Fué  leirto  por  su  autor  en  la  Academia 
del  Buea  Gusto. 


Con-e  liquidado  un  Césaí, 
-Destila  ardiente  un  Pompeyo, 
Humea  candente  un  Bruto, 

Y  cae  un  Catón  deshecho. 
Ya  las  altísimas  ruinas 

Forman  horroroso  estruendo, 

Cayendo  los  chapiteles 

A  apagarse  en  los  cimientos. 

Tanto  daño  mal  pudiera 
Subordinarse  á  un  recreo, 
Si  lo  que  odiaba  cruel 
No  despreciara  soberbio. 

Tantos  bienes,  tantas  vidas, 
Puestas  de  un  antojo  al  precio. 
Más  que  aborrecer  como  hombre , 
Fué  malgastar  como  dueño. 

En  tanto,  mientras  la  enorme 
Pira  con  rostro  sereno 
Ve,  y  los  populares  llantos 
Mezcla  en  mímicos  gorjeos, 

Truena,  no  esperado,  el  polo; 

Y  roto  del  humo  denso 
El  velo  impuro,  descubre 
Celeste ,  raro  portento. 

Con  terrible  aspecto,  Egeria, 
Del  tostado,  del  sangriento 
Rostro  inflamado  apartando 
La  pavesa,  el  humo,  el  fuego, 

« ¡  Oh !  tú ,  dice,  de  los  hombres 
Baldón  sumo,  oprobio  extremo, 

Y  de  los  ñeros  tiranos 
Molesto  y  urgente  ejemplo; 

«Despierta,  feroz,  inicuo, 
Del  desvanecido  sueño 
De  la  majestad,  y  mira 
Un  Domicio  en  cada  siervo. 

» Apenas  el  buriel  tosco, 
O  los  criminales  hierros. 
Mano  inflaman  que  no  sea 
Menos  indigna  del  ceti-o. 

))Si  la  injusta  sangre  debe 
Al  castigo,  al  escarmiento. 
La  efusión  funesta  ¡  oh  cuánto 
Corre  por  tus  venas  riesgo! 

))¡A1  inocente  te  atreves 
A  inquietar!  Pues  ¿á  qué  afecto, 
Si  no  goza  la  tutela. 
Ha  de  sufrir  el  gobierno  ? 

))La  sagrada  paz  del  justo 
Osas  profanar;  ¡ay,  necio! 
Que  el  pacto  rompes  del  trono, 

Y  no  te  valdrán  sus  fueros. 
))¿Qué  miras  en  esas  llamas, 

A  cuyo  abrasador  fuego 

Y  á  sus  caducos  aplausos 
Fueron  pábulo  primero  / 

»  Si  buscas  á  Troya,  en  Troya 
Fué  piadoso  Eneas,  Héctor 
Fuerte,  Priamo  prudente: 
Virtudes  copia,  y  no  incendios. 

«Infiel  imitas,  pues  dista 
Mucho,  al  más  fácil  cotejo. 
Un  incendio  que  es  victoria, 
De  un  incendio  que  es  denuesto, 

))Aun  quedan  Troyas  al  Asia; 
Ardan ,  en  su  oriental  seno. 
Los  nunca  domados  partos. 
Los  siempre  rebeldes  meaos. 

«Ciudades  baña  el  Danubio, 
Donde  los  raj'os  severos 
Del  Jove  romano  vibren , 
Su  sacra  llama  venciendo. 

))Mas  no  harán;  porque  Maborte 
Desdeñara  sus  sangi-ientos 
Laureles  al  delicado 
Ornato  de  tus  cabellos. 

»No  harán;  que  de  la  victoria 
A  las  aras,  los  inciensos 
Sudores  son  varoniles. 
No  femeniles  ungüentos. 

))No  harán;  que  la  civil  sangre, 
Yertida  en  el  patrio  suelo, 


BÓMANCES. 

Venganza  á  los  cielos  pide, 
Y  la  vengarán  los  cielos. 

)>Ya,  ya  se  sincopa  infausta 
La  edad  fatal,  sucediendo 
Al  trigésimo  segundo 
El  septuagésimo  sexto. » 

Dijo;  y  fué  más  pavoroso, 
Después  del  grito,  el  silencio; 
Porque  quedó  resonando 
En  el  corazón  el  eco. 

Madrid ,  y  Enero  23  de  17-49. 


A  César,  mirando  la  cabera  de  Pompeyo. 
EOMANCE. 

¿Tanto  un  solo  trance,  tanto 
Una  victoria  consigue. 
Que  las  campañas  hemacias. 
Del  mundo  el  trono  deciden  ? 

Cede  Pompej-o  del  campo 

Y  el  imperio  el  común  linde; 
¡Oh,  en  cada  insignia  que  abate. 
Qué  de  provincias  que  rinde! 

Despojos  son  de  Farsa! ia 
Sordo  el  Nilo,  undoso  el  Tigris, 
Fechero  el  Aráxcs,  rudo 
El  Danubio,  sacro  el  Tiber. 

Venciste,  César;  j^a  cede 
A  tu  fortuna  sublime 
Todo  el  orbe;  ya  domado* 
Te  rinde  el  cuello  :  venciste. 

Ya  el  imperio  soberano. 
Que  partido  no  pudiste 
Tener,  tienes  solo:  ya 
La  paz  el  cansancio  pide. 

Ya  Egeria  sus  duras  leyes 
A  tus  preceptos  remite, 

Y  medi-osos  los  augures. 
Adulan  cuanto  predicen. 

¡Gran  dicha!  Pero  Pompeyo, 
Solo,  desterrado  y  triste, 
Aun  desde  el  séptimo  cielo. 
Defensa  es  grave  del  Tiber. 

Aun  grande  en  la  ruina,  toda 
Tu  fortuna  contradice ; 
Que  no  ha  cedido  la  suerte 
Quien  las  virtudes  compite. 

Justa  causa ,  si  á  los  hados 
Ingrata,  mísero  sigue; 
Arcano  suyo  es  tu  duda ; 
Teme  cuando  se  descifre. 

Mas  ya,  traidor  Tolomeo, 
Tan  justo  temor  redime; 
Gran  presente  gran  delito; 
¡Qué  mal  hace!  ¡Qué  bien  sirve! 

Pues  ¿qué  es  esto?  ¿El  mayor  logro 
Con  lági-imas  le  recibes  ? 
¿  Será  piedad  ?  Es  muy  tarde. 
¿Será  amor?  Es  muy  difícil. 

Esa  destroncada  testa 
La  misma  es  que  perseguiste; 
Su  estrado  labró  tu  dicha, 

Y  porque  ella  muere ,  vives. 
Presente  es  que  el  mundo  todo 

Te  hace,  porque  vaticines 
El  lugar  á  que  te  exaltas. 
El  poder  con  que  lo  riges. 

Su  más  soberbio  presagio 
Roma  te  cede;  y  repite 
De  su  hadado  Capitolio 
Para  tí  el  agüero  insigne. 

De  la  cabeza  del  mundo 
Misterio  igual  te  prescribe; 
Cabeza,  cuya  voz  tiemblen 
Los  indómitos  Quirites. 

¿Lloras  las  dichas?  ¿O  en  otro 
Llanto  del  griego  aprendiste 
A  llorar  que  el  mundo  estreche 
Tu  gloria  en  sua  anchos  fines  1 


127 

O  mejor  la  grave  muerte. 
Que  sus  victorias  consiguen, 
A  tan  alto  precio  caras , 
A  tanta  condición  viles. 

Suspende,  empero,  del  llanto 
La  acción  dudosa,  y  percibe 
Ronca  voz ,  que  tristes  hados 
Con  ímpetu  sacro  dice: 

«  ¡Oh  tú,  el  más  cruel  alumno 
De  la  más  piadosa  estirpe; 
Torpe  infamador  del  nombre 
Del  justo  nieto  de  Anquises! 

»Üye  el  fatídico  aliento 
Que,  porque  su  juicio  intime, 
Némesis  firmó  severa. 
Dictó  colérica  i-.rinis. 

))  Mortal  terror  te  conmueve 
Al  ver  cómo  se  salpiquen 
Tan  mal  eternos  laureles 
De  bien  caducos  rubíes. 

))En  vano  exentas  sus  hojas 
Prometen  inmarcesibles 
Inmunidad  de  los  rayos, 
Si  al  acero  no  resisten. 

«Donde  Jove  perdonara, 
Por  más  iras  que  fulmine, 
Al  traidor,  el  traidor  osa 
No  perdonar  al  felice. 

«Présago  el  llanto,  tu  ruina 

Y  la  de  la  patria  gime. 
Para  quien  ya  de  sus  aves 
La  sombra  es  funesto  eclipse. 

«No  temas  que  ya  el  Senado 
Nuevo  caudillo  habilite, 
Ni  á  suceder  á  Pompeyo 
Haya  en  Roma  quien  aspire. 

«Cadáveres  son  segundos 
Los  padres ,  que  en  este  triste 
Yerto  labio  respiraron 
El  último  aliento  libre. 

»  Ya  el  que  otro  tiempo  Senado, 
Panteón  es  sólo  de  efigies 
Mudas,  en  que  los  oficios 
Vanos  títulos  se  inscriben... 

«  Duro  imperio  el  libre  Lacio 
Sufre,  y  si  su  obsequio  humilde 
Es  mientras  vives  seguro, 
Mal  seguramente  vives. 

«La  dulce  libertad,  que  huye, 
Te  va  dejando,  al  partirse. 
En  su  indeleble  memoria 
Un  enemigo  invencible. 

«Torpe  fin  á  Apio  y  Tarquino 
Ambas  violencias  consiguen ; 
¿  Y  á  la  libertad  violada 
No  habrá  en  Roma  quien  vindique  7 

«Sí;  que  Brutos  son  é  Icilios 
Cuantos  su  muralla  ciñe, 
A  defender  valerosos 
La  antigua  inmolada  virgen. 

«  La  estatua  que  al  viejo  Mario 
Furtivamente  erigiste. 
Teme  que  al  fin,  con  los  nuevos 
Que  previo  Catón ,  se  arruine. 

«Teme  el  ejemplo  que  lloras; 
Pues  las  virtudes  suV)limes, 
Mal  en  tí  serán  tutela. 
Si  en  Pompeyo  fueron  crimen. 

»  Quirino,  en  tanto,  su  diestra 

Y  aun  su  ejemplo  te  apercibe; 
Que  deidad  anticipada 

Hará  que  en  los  astros  brilles. » 

Dijo;  y  pertinaces  ecos 
Del  César  la  mente  oprimen, 

Y  entre  su  laurel  eterno 
Ruinosa  hiedra  se  ciñen. 

Uadrid,  18  de  Mayo  de  1749. 


123 

A  una  señora  muv  aprensiva ,  que  se  ponia 
en  cura  sin  ni-cesiilad ,  y  tema  P  aii  rtcvü- 
cion..  dos  santos,  mrdieos,  de  un  cuadro 
colocado  a  la  cabecera  de  su  cama,  hstan- 
do  una  noche  durmiendo,  entro  en  su  al- 
coba, con  los  Sacramentos,  el  párroco. 
1  os  liabian  pedido  para  una  criada  de  la 
casa  V  el  cura  se  eijuivoco,  creyendo  que 
eran'pafa  la  señora,  la  cual  se  asusto,  y 
saltó  de  la  cama  en  camisa  huyendo,  y  el 
cura  la  siguió  algunos  pasos,  hasta  que  lo 
desengañaron. 

ROMANCE   (1). 

¿Qué  es  esto,  Amarilis  mia, 
Que  ele  tu  su.sto  me  cuentan  ? 
Diz  que  te  asaltan  los  santos 
Sacramentos  de  la  Iglesia. 
Dicen  que  te  quiso  un  cura 
(No  es  mucho  que  te  quisiera) 
Dar  (extraño  es,  pero...  vaya) 
La  unción:  l  eso  es  friolera  1 
Discúlpelo  que  en  entrando 
A  brujulear  la  enferma, 
Dos  módicos,  aunque  santos, 
Se  encontró  á  la  cabecera. 
De  más  se  enmienda  el  refrán 
Del  perro,  v  diga  á  la  letra 
Que  ba  entrado  el  cura  en  la  alcoba, 
Porque  halló  la  puerta  abierta. 
To  no  sé  dónde  fundó 
La  razón  de  congruencia. 

I  Qué  hallarla  moribundo 

Es  lo  que  saber  qui.^icra! 

Tu  hermosura  está  muy  fuerte, 

Muy  sana  tu  gentileza, 

Eobustísima  tu  gi-acia, 

Vivísima  tu  belleza. 

Sólo  hallar  agonizando, 

Podria,  pasiones  necias. 

No  discretas,  porque  mueren 

En  la  infancia  las  discretas. 

En  fin,  el  susto  á  la  fuga 

Te  previno  tan  ligera, 

Que  peligra  lo  decente 

Donde  hay  sin  puntos  carrera. 

Considere  aquí  el  piadoso, 

En  mitológica  idea. 

De  las  ninfas  fugitivas 

Eepresentarse  la  escena. 

Una  Dafne  huyendo  mire, 

No  tan  vestida,  y  más  bella, 

Y  Apolo,  rezando  salmos. 
De  sobrepelliz ,  tras  ella. 
Una  Atalanta  corriendo, 
A  quien  detener  intenta. 
Cauto,  Hipómencs,  cambiando 
Tres  manzanas  á  una  pera. 
Diana  segunda  admire, 

Puea  hasta  el  nombre  me  suena, 
De  eclesiástico  Acteon  vista, 

Y  en  rojo  cendal  envuelta. 
De  corrida  y  corredora , 
Entre  confusa  y  resuelta, 
Sin  aliento,  mas  con  habla, 
Dulcísimos  hielos  hecha. 
Se  me  representa  á  mí , 

1 Y  bien  que  se  representa!... 
1  Oh,  quién  el  susto  y  la  fuga, 
Dichoso,  pintar  pudiera , 
Logrando  en  un  cuadro  solo 
El  primor  de  cuatro  escuelas ! 
De  miniatura  tu  cara, 
Al  fresco  el  desnudo,  en  medias 


-  (n  Fácilmente  so  echa  de  ver  en  el  tono 
chancero  v  familiar  de  esta  poesía  y  do  las 
dos  siRuienlcs,  halladas  en  los  archivos  de 
la  casa  de  Cor,  en  ('.ranada,  que  fueron  es- 
critas por  el  Conde  dk  Torbkpalma  en  los 
años  de  su  mocedad,  sin  pretcnsión  alguna 
literaria. 


DON  ALFONSO  VERDUGO  Y  CASTILLA. 


Aguadas  tus  ropas,  y 

Al  óleo  el  cura  pusiera. 

El  paisaje  sería 

De  disposición  incierta, 

Medio  .alcoba,  medio  templo, 

Y  por  fin,  botica  entera. 
Por  allí  colocarla 
Otras  imágenes  bellas. 

Con  mucha  atención  copiadas 

Y  con  mucha  injuria  expresas. 
Pintara  en  distancias  varias 
También  figuras  diversas, 

Y  en  la  última  lont.ananza 
Escribiría  el  faciehitt. 
Este  lienzo  luego,  al  culto 
Que  mi  memoria  reserva. 
Grandísimo  voto,  en  noble 
Eterno  templo  pusiera... 

Mas  tú,  que  escarmiento  logras 

En  im  susto,  de  tí  aleja 

De  la  cruel  medicina 

Las  costosas  contingencias, 

De  falaces  aprensiones 

El  vano  temor  des(  cha, 

Y  usa  para  tus  congojas 
Las  pócimas  de  la  huelga. 
No  es  otra  cosa  el  amago 
Que  terrible  te  amedrenta, 
Sino  es  la  postrimería 

De  emplastos  y  de  recetas. 
Deja  á  tu  salud  ser  tuya. 
Sin  que  á  «lerced  la  poseas 
De  arte  que  el  dárnosla  cifra 
En  peligros  de  perderla. 

Y  si  no,  teme  que  el  cura 
Fantasma  se  te  aparezca, 

Y  que,  al  pedir  tú  el  sucino, 
Acuda  con  la  ampolleta. 


A  una  dama  que  sacó  á  bailar  el  Conoe  de 
ToHREPAiMv,  y  que  representó  en  una 
pieza,  haciendo  él  de  Numen,  y  ella  de 
Armonía. 

DÉCIMAS. 

Señora,  aunque  es  osadía 
Elogiaros,  es  acción 
A  que  se  obliga  la  unión 
Del  numen  y  la  nriiionia: 
En  este  vínculo  ña 
Mi  arrojo  su  dos-mpeño. 
Si  vos  del  terrible  empeño 
Me  sacáis  en  que  ya  estoy. 
Haciendo  que  os  sirva  hoy,  ^ 
Pues  de  uno  y  otro  sois  dueño. 

De  puro  feliz  se  corre 
Hoy  mi  fe,  entre  dicha  tanta. 
Mirándoos  Bárbara  santa. 
Con  la  palma  y  con  la  torre. 
La  propiedad  no  se  borre 
De  los  símbolos,  por  Dios, 
Pues  nos  dejan  á  los  dos 
Bien  puestos,  partiendo  aquí 
El  martirio  todo  á  mí,        . 
Y  toda  la  gloria  á  vos. 


Porque  es  tan  fiero  el  rigor. 
Hoy,  de  vuestro  esquivo  trato. 
Que  desdeñoso,  el  retrato 
Hacéis  por  procurador. 
Dejad,  pues,  que  su  esplendor 
Logre  perfección  tan  alta, 
Pul 8  cuando  el  pincel  esmalta 
Vuestro  semblante  apacible. 
Le  da  (parece  imposible) 
La  única  prenda  que  os  falta. 

Del  ¡lincel  la  valentía 
Con  alma  en  la  cojiia  os  muestra; 
Pero  no  es  el  alma  vuestra. 
Es  más  bien  el  alma  mia; 
Pues  no  tiene  antipatía 
Con  el  amor  ni  el  querer, 

Y  á  mi  genio  viene  á  ser. 
Pues  la  copia  hermosa  y  rara 
Sólo  tiene  el  alma  para 

Ser  de  vuestro  parecer. 

Éste  tan  constante  sigo. 
Que,  llevado  de  él  mil  veces» 
Tengo  yo  mis  esquiveces 
De  parte  vuestra  conmigo; 
Por  él  á  tratar  me  obligo 
Con  rigor  á  los  que  escucho 
Que  os  sirven,  y  según  lucho, 
Imitándoos,  con  la  fe 
De  cierta  ansia,  pienso  que 
Debéis  de  quereros  mucho. 

Mas  si  habéis  de  examinar 
Lo  que  mostráis  entender, 

Y  se  puede  responder 

Lo  que  gustáis  preguntar. 
Dejad  un  rato  ap.artar 
El  respeto  superior 
De  vos,  el  duro  rigor. 
La  altivez  fiera,  el  desden, 

Y  veréis  si  queda  quien 
Os  vaya  á  contar  su  amor. 

1  Oh,  cuánta  pena  callada 
Mostraría  en  este  caso 
Que  esos  cortejos  de  paso 
Eran  triunfos  de  parada  I 
Pero  no  estéis  engañada. 
Creyendo  que  dejan  vidas 
Para  huir  vuestras  heridas; 
Sabed  que  los  que  se  fueren, 
Porque  no  riñáis  que  mueren. 
Van  á  morirse  á  escondidas. 

No  penséis  que  es  nuevo  el  mal 
Que  llora  tanto  infcliee,  _ 
Pues  cuanto  á  la  copia  dice, 
Lo  calla  al  original. 
Mas  nu(  stro  temor  mortal 
Nos  tiene  tan  oprimidos. 
Que  si  al  retrato,  atrevidos, 
Declaram.os  la  pasión 
Con  gritos  del  corazón, 
Es  porque  no  tiene  oídos. 


Al  retrato  de  la  Marquesa  de  Espinardo, 
corregidora  de  Granada. 

DÉCIMAS. 

El  primor  mejor  logrado 
Del  pincel  y  su  destreza, 
Fué  de  ver  vuestra  belleza 
Ligada  á  perpetuo  agrado; 
Y  así  todo  el  mundo  osado 
Le  intima  el  afecto  fiel 
Que  oculta  á  vuestro  cruel 
Ceño;  hallando  entre  los  dos, 
Todo  lo  hechicero  en  vos, 
Todo  lo  apacible  en  él, 


la  Academia  del  Buen  Gusto  dedica 
pobre  numen  el  Difcil  [i). 


su 


Cascado  abeto,  del  sagrado  mirto 
Donde  mi  olvido  te  dejó  pendiente 
(Voto  no  ya  del  triunfo  de  mi  canto, 
Despojo  de  ocio  inculto  si)  desciende. 

Vuelva  á  pulsar  la  mano  del  sonoro 
Leño  las  dulces  cuerdas,  si  consiente 
El  polvo  antiguo  que  al  rozar  el  plec- 

[tro. 
Las  primitivas  cláusulas  encuentre. 

Si  el  ocio  que  el  espíritu  divino 
De  las  celestes  Musas  entorpece, 
O  el  áulico  rumor  que  las  ahuyenta, 
Agilidad,  serenidad  conceden; 

(2)  Nombre  que  usaba  en  la  Academia  de 
la  Marquesa  de  Sarria  el  CosuJí  i>s  loiiRS- 
PALUA. 


elegía. 


120 


Si  la  agitada  mente ,  breve  espacio 
La  inquietud  calma  y  el  afán  suspende, 

Y  dejando  el  estrépito  profano, 

Sólo  á  escuchar  la  inspiración  atiende; 

No  la  antigua  dureza,  no  la  propria 
Escasez,  no  la  culta  te  amedrente 
Oscuridad,  que,  grillos  de  mi  ingenio, 
De  etéreo  numen  son  prisión  terrestre. 

Si  ya,  otro  tiempo,  la  frondosa  orilla 
Del  Dauro  umbrío  oyó  en  su  estancia  fértil, 
Al  sonoro  susurro  de  sus  auras, 
Sencillo  concertar  mi  canto  alegre; 

Si  me  miraron  sus  cristales  puros, 
Triste,  tal  Vfz,  hurtar  á  su  corriente 
Poca  luz  en  la  sombra  de  mi  bulto. 
Mucho  silencio  en  mi  lamento  débil; 

Si  me  escucharon  sus  hermosas  ninfas 
Gemir  amante;  si  aun  sus  troncos  pueden 
Eternas  señas  dar  del  duro  estilo, 

Y  amargo  ejemplo  al  que  sus  cifras  Ice; 
Menos  compadecido  Manzanares, 

La  viril  voz  escuche  cuando  aliente 
El  ronco  pecho  números  ingratos, 
Que  en  sus  áridas  márgenes  resuenen. 

Grave  la  voz ,  si  disonante  y  ruda, 
Al  nuevo  coro  su  concento  agregue; 
Si  suspendida  el  alma,  no  conmuta 
La  acción  que  canta  en  la  quietud  que  atiende. 

A  la  heroica  armonía  se  levante 
La  humilde  voz,  porque  sublime  anhele 
De  las  ásperas  cumbres  del  Parnaso 
Pisar  altiva  las  soberbias  frent  s. 

¿Qué  mucho,  si  más  alto  Olimpo  es  solio 
De  protectriz  deidad,  á  quien  le  deben 
Nueva  vida  las  Musas,  nuevas  luces 
Apolo,  nuevos  cisnes  Hipocrcne? 

No  ya  á  su  fronte  osados,  á  su  planta 
Se  tejerán  humildes  los  laureles, 
Más  vanos  que  de  ser  diademas  antes, 
De  ser  ahora  á  su  beldad  tapetes. 

Tan  noble  origen  el  sagrado  influjo 
De  estos  dichosos  números  enciende  : 
Calle  los  de  Calíope  su  Orfeo; 
Lino  los  de  su  Febo  no  recuerde. 

A  este  celeste  fuego,  el  más  grosero 
Metal  que  concibió  embrión  rebelde. 
La  tierra,  por  dichosa  crisopeya, 
Oro  correrá  líquido  y  luciente. 

Dignas  voces  serán  cuantas  module 
Quien,  ilustrando  su  armonía,  puede. 
En  el  obsequio  de  deidad  tan  alta. 
Honrar  con  lo  que  invoca  lo  que  ofrece. 

Donde  el  precepto  da  la  suficiencia, 
Es  gi'osero  el  temor,  no  reverente; 
¿  Qué  importarán  las  leyes  de  los  hados. 
Si  el  destino  imposibles  no  venciese  ? 

Tú  digna  harás  de  tu  atención  mi  lira; 

Y  cuando,  ennoblecida  de  esta  suerte, 

La  escuche  el  orbe,  entonces  de  tu  aplauso 
Fama  será,  que  el  tiempo  reverencie. 

Y  así ,  vuelva  á  pender,  pero  en  tu  templo, 
I  Oh  deidad  generosa !  donde  acuerde    ' 
Todo  el  poder  de  tu  benigno  influjo, 
Cada  vez  (¿ue  sonando  no  disuene. 

Madrid,  9  de  Enero  de  1749. 


Á  la  temprana  macrte  de  una  hermosura. 

ELEGÍA  (1). 

Al  doloroso  oficio,  Melpomene, 
Desciende  pía,  y  el  amargo  llanto 
Turbe  las  claras  ondas  de  Hipocrene. 

Destemple  á  la  suave  lira  el  canto 
El  ronco  aliento  que  el  pesar  exhala; 
Sólo  el  sollozo  es  ritmo  del  quebranto. 

Desnuda  el  arte  aun  de  la  oscura  gala 
Que  permite  la  fúnebre  armonía, 
Y  notas  de  dolor  sólo  señala. 

(1)  Leída  en  la  Academia  del  Buen  Gusto. 
},  Ps.-ivm, 


Derrama  aquella  torpe  melodía 
Que  el  intimo  pesar  al  llanto  tierno, 
Al  desolado  suspirar  confia; 

Y  entonces  con  mi  canto  el  tuyo  alterno, 
Lloraremos  de  Fílida  la  muerte 
Con  inmortal  sentir,  con  duelo  eterno. 

En  quien  edad,  naturaleza,  suerte. 
Dichas  acumularon  y  esperanzas, 
Que  hoy  la  ruina  en  lástima  convierte. 

¡Oh  del  tiempo  falsísimas  bonanzasl 
[Oh  veces  infalibles  de  la  vida! 
¡De  la  suerte  firmísimas  mudanzas! 

¡Que  en  vano  nuestra  fe,  mal  conducida 
Del  sentido,  da  incienso  á  la  hermosura, 
Si  huye  entre  el  humo  la  deidad  perdida! 

¿Cuál  pudo  nunca,  humana  compostura, 
No  digo  vida,  eternidad  celeste. 
Prometer,  como  en  Fílida,  segura? 

¿Cuál  habrá  que  la  cólera  no  infesto 
De  las  rabiosas  parcas,  y  en  los  hados 
La  invidia  de  los  númenes  no  honeste? 

Sin  duda,  de  este  tósigo  tocados. 
Con  torpe  mano  ofenden  é  insidiosa 
El  bien  de  los  mortales  desgi-aciados. 

¿Pues  qué?  ¿Sufriera  Venus  licenciosa, 
De  una  casta  belleza  superada. 
Perder  del  Ida  la  sentencia  honrosa? 

¿  Sufriera  Jove  de  la  esposa  amada 
La  dignidad  vencida,  ó  Palas  viera 
Su  fortaleza  y  su  prudencia  ajada, 

Sin  que  al  impulso  de  la  invidia  fiera, 
Estimulada  la  celeste  ira, 
A  la  inicua  venganza  se  moviera? 

Pero  en  vano  sus  cóleras  conspira 
Tenante  Jove,  y  del  humano  coro 
Quizá  al  divino  á  Fílida  retira. 

Que  amor  labrando  con  sus  flechas  de  oro 
Indelebles  imágenes,  en  ellas 
La  guardan  nuestros  pechos  con  decoro. 

El  que  sólo  burlar  de  las  estrellas 
La  potestad  maligna  pudo,  quiere 
Eternizar  á  Fili  en  sus  querellas. 

Mientras  durare  el  tiempo;  mientras  diero 
Voces  la  fama,  acuerdos  la  memoria, 

Y  el  pecho  humano  afectos  concibiere, 
Con  generosas  lágrimas  la  hiptoria 

Llorará,  ai^laudirá  su  nombre,  siendo 
Pena  á  los  siglos,  cuando  á  Filis  gloria, 

¡Qué  mucho,  si  las  señas  repitiendo 
Del  gran  sujeto,  y  del  acerbo  caso 
Propagado  el  dolor,  se  irá  esparciendo! 

¿  Celebró  nunca  el  cantador  Parnaso 
Beldad,  gracia,  virtud  ó  nrenda  alguna, 
Cuyo  esmero  no  viese  en  í'ili  acaso  ? 

Las  perfecciones  que  ella  sola  auna 
Hicieran  celebradas  y  famosas 
Mil  gentiles  bellezas  cada  una. 

Aquellas  trasparencias  luminosas, 
Que  aun  más  que  del  bellísimo  semblante^ 
Del  alma  son  facciones  generosas; 

Aquella  honesta  risa;  aquel  brillante, 
Si  puro,  fuego  de  sus  bellos  ojos, 

Y  do  su  tez  la  púrpura  flamante; 
Aquel  herir,  sin  fulminar  enojos; 

Aquel  rendir,  sin  conocer  cautivos; 
Aquel  triunfar,  sin  adquirir  despojos; 

Aquellos  de  su  espíritu  nativos 
Dotes,  que  la  prudencia  y  la  cordura 
Lustraron  con  fáciles  cultivos; 

El  celeste  esplendor  de  su  hermosura, 
De  su  ingenio  la  fuerza  soberana, 
De  sus  costumbres  la  inocencia  pura, 

Eepugnaron,  sin  duda,  de  la  humana 
Dicha  la  breve  miserable  esfera, 
Incapaz  de  tal  bien,  estrecha  y  vana. 

Con  causa;  pues  si  el  mundo  contuviera 
Astros  de  tanta  luz,  ¿qué  vista  ociosa 
Los  ojos  al  Olimpo  divirtiera? 

No  es  nuestro  tanto  bien.  Sólo  la  ansiosa 
Acción  del  llanto  es  nuestra,  el  sentimiento 
De  la  pérdida  triste  y  dolorosa. 

En  la  trágica  patria  del  tormento 


130 


Quedamos,  para  ciar,  con  nuestra  queja, 
Mat'  ria  eterna  á  su  inmortal  contento. 

Sólo  de  nuestro  amor  al  cargo  deja 
La  merecida  fama,  y  del  humano 
Ser,  indignada,  su  beldad  aleja. 

Vive  nueva  deidad;  si  el  soberano 
Jove  su  copa  ya  á  tus  labios  bellos 
Mejor  concede  que  á  la  frigia  mano, 

O  si  entre  los  purísimos  destelloa 
Del  alto  firmamento  luz  moderna, 
Eres,  como  en  la  tierra  injuria  de  ellos, 
Virtud  allá  de  su  eficacia  eterna. 

Madrid  y  Febrero  8  de  \'iO. 


ESTANCIAS  (1). 

Ta,  Mercurio  del  Jiipiter  de  España; 
Ya,  nuevo  Taris,  no  entre  la  selvosa 
Cumbre  del  Ida,  sino  en  la  que  erige 
El  arte  vencedor,  más  laboriosa. 
Más  regular,  y  no  inferior  montaña, 
Las  tres  antiguas  émulas  suspiran 
El  premio  de  beldad  suma  á  que  aspiran. 

¡Oh  cuantas  al  certamen  generoso. 
Costosas  glorias,  ínclitos  sudores, 
Logi-adas  ansias  cada  cual  produce, 
Coronadas  de  tantos  esplendores; 
Cuántas  gotas  la  frente  al  operoso 
Conato  exhala,  cuando  en  justa  norma 
El  lienzo,  el  edificio,  el  bulto  formal 

Grave  la  una  miro,  y  corpulenta 
Digna  esposa  de  Jove,  qup  á  su  fuego 
Debe  tal  vez  sublimes  producciones; 
Autora  de  los  dioses,  que  honra  el  ruego; 
De  piedras  y  metales  opulenta; 

Y  si  el  diáfano  viento  no  preside. 
En  él  su  verdadero  espacio  mide. 

Otra,  ya  belicosa  el  brazo  aplica 
A  las  rígidas  armas,  ya  la  mente 
A  las  ciencias  veraces,  y  el  estilo 
De  las  doctas  edades  diestramente 
En  las  ruinas  magníficas  explica; 
Templos  labra  á  los  dioses  celestiales, 

Y  morada  inmortal  á  los  mortales. 
Otra  la  tersa  tez  al  colorido 

Fia  lasciva,  y  al  paterno  cielo 
Luces  mendiga,  trasparencias  miente; 
Alma  del  mundo,  su  fecundo  anhelo 
Formas  produce  ó  muda,  y  repetido 
De  nn  lienzo  opaco  en  el  espejo  inculto, 
Mpiica  finge  el  cuerpo  sin  el  iDulto. 

¿  (¿ué  espera  ya  tu  arbitrio  soberano? 
Ptrdone  en  tanto  el  sabio  Caduceo; 

Y  las  suertes  concede,  que  á  más  gloria 
Multiplica  felices,  para  empleo 

De  tanto  genio,  pródiga  tu  mano; 
Pues  al  honor  del  premio  que  repartes, 
Todas  son  Venus  las  hermosas  artes. 

Todas  abrigan  en  su  blando  seno 
Turba  de  Cupidillos,  si  consiente 
El  amor  de  las  artes  este  nombre; 
Juegan  cercanos  con  audacia  ardiente, 
Corriendo  el  campo  del  estudio  ameno; 
La  competencia  aumenta  los  esmeros, 

Y  émulo  de  la  gloria  nace  Anteros. 
Consagra  al  alto  Júpiter  hispano. 

Con  fausto  auspicio,  el  templo  prodigioso. 
Honor  de  la  nación,  gloria  del  orbe. 
Logro  de  tu  cuidado  generoso; 
Eeciban  de  su  gracia  y  de  tu  mano 
El  premio,  aqní  donde  hizo  en  cada  parte 
La  última  pompa  de  su  esmero  el  arte. 

Ya  será  digna  al  ínclito  Fernando 
La  morada,  (¡ue  hoy  lustran  á  tu  ruego 
Sus  reales  virtudes,  que  ya  encienden 
En  los  recientes  lares  puro  fuego; 


(1)  Fufron  loidns  por  el  Conde  !>",  TnnnrpM  Ji\,  cnnciliario  de  la 
Real  Aciilcmia  (leS;in  Kernnnilo,  en  hi  junla  pública  celebrada  por 
«ita  misma  Academia  el  -¿3  de  Üicierabie  de  IToó. 


DOíT  ALFONSO  VERDUGO  Y  CASTILLA. 

Blanca  llama,  la  infausta  mejorando 
Del  incendio  voraz,  al  cielo  sumo 
Levante  la  piedad,  el  voto,  el  humo. 

La  justicia,  el  amor  y  la  clemencia; 
La  liberalidad,  el  premio  justo. 
Bien  como  el  sol  las  matutinas  aves, 
Que  viene,  anuncian,  ya  su  dueño  augusto* 
Ciertos  anuncios  dan  de  su  presencia, 
Clamando,  cuando  á  verle  se  aperciben, 
Que  viva  el  Rey  donde  sus  glorias  viven. 

Que  viva  más  que  al  tiempo  ruinoso 
Siglos  despreciará  el  alcázar  culto; 
Que  viva  más  que  en  los  eternos  broncea 
Su  nombre,  ó  en  los  mármoles  su  bulto; 
Viva,  siempre  feliz  y  siempre  esposo 
De  la  que  hace  dichoso,  sin  segundo, 
Al  que  es  la  dicha  de  uno  y  otro  mundo. 

Y  vosotros,  maestros  excelentes, 
Que  dais  vida  á  su  imagen  y  amplio  espacio 
A  su  trono  real ,  los  laureados 
Instrumentos  dijad,  del  gran  palacio 
En  los  frisos  altísimos  pendientes. 
Para  que  logren  de  la  edad  futura 
Tímida  imitación,  gloria  segura. 

Y  no  menos  vosotros,  turba  ardiente, 
Juventud  en  las  artes  iniciada, 
Plantel  de  honor  del  siglo  sucesivo, 
Seguid  la  áspera  senda  comenzada; 
Que  desde  el  arduo  fin  benignamente 
Os  llaman,  ostentando  su  belleza. 
La  virtud,  el  honor  y  la  riqueza. 


LAS  RUINAS. 
Pensamientos  tristes. 

Sobre  las  altas  y  desnudas  rocas 
Que  del  sagrado  Tajo  presuroso 
Asombran  las  profundas  aguas  puras, 
Méuos  sentado  que  rendido  y  triste, 
El  infeliz  Alfeo  al  sordo  viento, 
Al  silencioso  yermo,  confiaba 
Entre  no  mudas  lágrimas  sus  males, 

Y  entre  largos  suspiros  breve  aliento. 
Condoler  hizo  lastimosamente 

El  eco  tierno  los  peñascos  duros, 

Y  mil  veces  el  nombre  repetido 
De  Fili  resonar  los  altos  montes. 

Ya  declinaba  á  sus  postreras  horas 
Mal  conocido  el  dia,  y  el  nubloso 
Cielo  de  blanca  nieve  encanecía 
Las  vecinas  montañas,  dilatando 
La  ya  dudosa  luz  en  sus  rcílejos. 

Cansado  de  llorar,  levanta  apénaa 
La  macilenta  cara,  y  el  cercano 
Boreal  horizonte  apenas  mira , 
Que,  de  negras  agujas  coronado, 
Al  cielo  torres,  majestad  al  suelo 
De  la  antigua  Toledo  ofrece  grave; 
Cuando  á  la  desolada  fantasía 
Da  lamentable  especie  el  cruel  destrozo 
Del  alto  alcázar;  y  la  gran  ruina 
Mirando,  así  entre  lágrimas  prorumpe : 

«¡Oh  suerte  humana,  aun  á  las  piedras  friaa 
De  sus  mortalidades  contagiosa! 
[Oh  suerte  humana,  que  la  eterna  roca. 
Burladora  en  su  asiento  de  los  años. 
Apenas  á  su  imperio  condujiste, 
Cuando,  de  frágil  forma  en  ser  segundo, 
A  duración  caduca  la  obligaste  1 
¡Oh  suerte  humana!  ¿No  le  bastaria 
Al  ruinoso  edificio  el  diente  oculto 
De  un  dia  y  otro,  de  uno  y  otro  año. 
Para  que  al  paso  de  la  edad  medido. 
Se  fuesen  desconchando  y  desluciendo 
Los  blancos  muros,  las  almenas  altas 
Al  golpe  de  los  vientos;  y  las  torres 
Erguidas  lentamente,  desplomando 
Su  corpulencia  grave,  y  qu'^  el  embate 
De  muchos  siglos,  aun  cruel  entonces, 


LAS  RUINAS. 


131 


Postrase  tanta  máquina  sublime, 
Sin  que  de  acerbos  hados  feneciese  7 

/Rompe,  también,  intempestiva  parca 
A  la  impropia,  á  la  vida  artificiosa 
De  lo  insensible,  el  nunca  visto  hilo? 
Pero  su  dura  ley  nada  perdona; 
¡Oh  suerte  humana,  á  dura  ley  sujetal 

I  De  qué  sirvió  que  la  juiciosa  mano 
Erija  incorruptibles  sus  trofeos 
A  la  inmortalidad,  en  jaspe  y  bronce? 
I  De  qué  al  arte  sagaz  dotar  de  eterna 
Firmeza  la  robusta  arquitectura. 
Si  no  hizo  inmune  el  que  fundó  constante? 

En  vano,  en  tu  decoro  repetidas 
Vio  nuestra  edad  las  peregrinas  señas 
Que  el  pincel  y  el  escoplo  tradujeron,  . 
Desde  la  arcana  antigüedad  del  mundo, 
De  la  desnuda  Arcadia,  de  la  austera 
Esparta,  de  la  triple  marcia  Roma, 
Para  que  en  tí  viviesen  nuevamente 
Cuantas  virtudes  coronó  la  fama, 
Ya  en  el  candor  de  los  primeros  siglos, 
Ya  del  adulto  mundo  en  las  fortunas. 

Tu  hermosura,  que  pudo  al  peregrino 
Remora  dulce  ser,  y  al  ciudadano 
Soberbia  gloria  y  respetoso  objeto, 
Huyó  en  incendio  breve,  y  solamente 
El  triste  acuerdo  á  la  memoria  queda. 
A  la  memoria,  que  en  tu  ruina  grande 
Mayor  imagen  con  dolor  percibe. 
A  la  memoria,  pasto  venenoso 
Del  ánimo  infeliz,  que  está  royendo 
Su  mortal  cebo  con  canino  diente. 
Ella  de  entre  sus  pórfidos  caldos 
Levanta  ideas  tristes,  y  en  las  señas 
Do  una  ruina,  otra  ruina  copia. 

Fábrica  fué  mejor,  y  la  más  bella 
Que  á  la  enemiga  luz  de  infausto  oriente 
Dio  el  autor  del  pequeño  y  grande  mundo. 
Alcázar  fué,  que  un  tiempo  dedicaron 
El  honor,  la  concordia  y  la  fortuna 
Para  albergue  y  asilo  venturoso 
De  la  inviolada  paz,  de  la  fe  inmune; 
Y  para  conservar  á  las  edades , 
Aun  más  que  las  imágenes  hermosas 
De  héroes  felices,  de  infelices  reyes. 
De  la  austera  virtud  el  duro  ejemplo; 
Ya  en  propria  imitación,  ya  trasfundido 
En  la  aptitud  dichosa  con  que  nace 
Quien  la  bondad  á  quien  el  ser  le  debe. 
Templo  fué  inmaculado  del  más  puro 
Amor  que  llamas  aceptó  legales; 
De  cuyo  fuego  ardientes  son  cenizas 
Los  suspiros  exánimes,  que  apenas 
Durando  en  ellos,  moribunda  exhala 
Mi  vida,  más  de  su  dichoso  fuego. 
Que  del  fatal  tizón  la  otra  pendiente. 

Ya  ruina  menor  yace,  que  no  deja 
Tantos  despojos  del  completo  triunfo 
La  verdadera  muerte,  ni  perdona 
A  las  mudas  reliquias,  ni  concede 
Aun  lo  mismo  que  deja;  y  así,  en  tanto 
Que  en  sus  quebrados  jaspes  permanecen 
La  memoria  y  la  lástima  durables, 
Lástima  sólo,  y  sin  ñ-agmentos  ruina, 
Me  permiten  los  hados,  que  supieron. 
De  las  sangrientas  furias  irritados, 
Destrozar  más,  con  potestad  inicua, 
Que  componer  gratísimos  pudieran. 

Si  no  viene  á  su  dura  ley  sujeta 
La  virtud  santa,  y  del  etéreo  Olimpo 
Merecida  desciende  al  pecho  humano, 
¿Por  qué,  á  su  dura  ley,  la  vida,  el  lazo 
De  la  virtud  y  el  hombre  se  disuelve? 

¿  Preserva  de  los  rayos  del  tonante 
Breve  laurel;  aun  en  la  impía  frente. 
Que  (más  de  temerarios  p  nsamientos 
Que  de  sagradas  hojas  guarnecida) 
Su  ira  concita,  y  de  la  horrible  parca 
A  la  invisible  flecha,  no  reserva 
La  luciente  diadema  de  incoiTuptaa 
Virtudes,  que  se  ciñen  con  respeto 


Los  dioses  celestiales;  domestica 

La  hermosura  las  ñeras,  y  aun  á  verla 

No  se  detienen  los  urgentes  hados? 

Mas,  si  ellos  ptrfeccioncs  respetaran. 
Fuera  nuestra  fortuna  diferente; 
Tú,  constante  en  el  alto  y  firme  asiento, 
Contrastaras  el  tiempo;  y  yo,  dichoso, 
A  los  dioses  la  suerte  no'invidiára. 

Viviera  Fili,  y  en  su  vida  sólo 
Mayores  bienes  nuestra  edad  tuviera. 
Que  la  credulidad  supersticiosa 
En  el  siglo  feliz  del  oro  admira. 

Viera  en  su  ánimo  grande  nu  stro  mundo 
Familiares  los  dioses,  si  los  dioses 
Etéreas  son  virtudes;  viera  el  suelo 
Segunda  vez  la  fugitiva  Astrea 
Su  mansión  habitar,  y  de  un  sencillo 
Corazón  admitir  el  trono  humano. 

Las  dichas  y  los  candidos  placeres. 
Con  las  risueñas  gracias,  su  belleza 
En  séquito  cortés  acomjiañandü, 
Felicidad  vertieran  y  alegría 
Delante  de  sus  ojos  celestiales. 

Viviera  Fili,  y  el  corrupto  siglo 
Mirara  renovar,  con  raro  ejemplo, 
La  integridad  sabina,  la  romana 
Constancia,  y  de  las  griegas  hermosuras 
Casta  censura,  en  superior  belleza. 

Pero  tanto  los  dioses  aborrecen 
Al  mundo  inicuo;  tanto  indigna  vive 
La  virtud  en  la  tierra,  que  ella  acorta 
Al  ánimo  que  adorna  el  vital  plazo. 

Oh  digna  causa  de  una  prodigiosa 
Muerte,  cuyos  principios  ignoraron 
La  sabia  medicina  y  la  más  sabia 
Naturaleza,  que  admiró,  confusa, 
De  sus  leyes  el  orden  profanado. 

Lozana  juventud,  ¿dónde  tenías 
Tu  robustez,  tus  fuerzas  arrogantes, 
Tu  salud  vividora?  Mas  ¡qué  digol 
¿Cuando  no  están  en  brazos  de  la  muerte? 

¿Y  tú,  burlado  amor;  tú,  de  las  parc:;3 
Subdito  humilde,  que  á  su  imperio  cedes 
Tus  más  altos  trofeos,  dónde  estabas? 
Pero,  ay,  que  estabas  en  mi  incauto  pecho; 

Y  aunque  cruel,  medroso  como  niño. 
Viendo  en  mi  corazón  el  trance  duro. 
De  horror  estabas  tú  también  batiendo. 
Asustado,  las  trépidas  alillas; 

Y  las  divinas  flechas  de  la  aljaba 
Cayéndose  sin  orden,  las  entrañas 
Con  mil  diversas  puntas  mil  venenos 
Me  penetraban  tormentosas,  mientras 
Tímido  tú  temblabas  del  espanto. 

¿Qué  mucho,  si  al  suceso  lastimoso. 
Temblar  sensibles  de  piedad  pudieran 
Esas  altas  esferas  cristalinas? 

Decidlo,  Musas,  y  al  horrendo  caso 
Levantad,  si  podéis,  el  grito  mió; 
Despedazad  en  doloroso  canto 
El  ronco  pecho,  y  conceded  al  labio 
Voz  que  convenga  al  triste  pensamiento. 
Cantad  aquí;  cantad,  entre  estas  ruinas, 
Como  en  sima  funesta  horrible  y  propia, 
De  mi  eterno  dolor  la  causa  fiera. 

Y  tú,  sagrado  Tajo,  á  tus  corrientes 
El  fragoso  rumor  embraveciendo. 
Acompaña  mi  voz,  y  el  Océano 
Mi  llanto  escuche  en  tus  postreras  ondas. 

Tú,  noche,  que  á  mis  cantos  amorosos 
Fresco  silencio  y  atención  prestaste. 
Por  tus  callados  páramos  dilata 
En  ecos  pavorosos  mi  lamento. 

Vosotras,  blancas  Dríades  hermosas, 
Que,  tal  vez  más  con  vuestras  rubias  trenzas 
Que  no  con  la  preciosa  arena,  hicisteis 
Rica  la  amena  margen,  las  cabezas, 
Del  peñascoso  albergue,  mal  enjutas. 
Sacad  piadosas,  y  llorad  conmigo. 

Mientras  el  triste  Alfeo  arrebatado 
Al  llanto  así  de  su  dolor  convoca 
Las  impropicias  Musas,  las  nocturnas 


132 


DON  ALFONSO  VERDUGO  f  CASTILLA. 


Sombras  y  las  corrientes  espumosas; 
El  frió  viento,  con  doblada  fuerza, 
De  las  espesas  nubes  desplumaba 
Las  blancas  alas,  y  al  absorto  amante 
Con  no  sentida  nieve  iba  cubriendo. 

Levanta  al  cirio,  que  nubloso  aun  nie^a 
Sus  luces  bellas,  los  turbados  ojos; 

Y  en  su  atención  la  débil  fantasía, 
Objetos  figurando,  donde  coza 
Más  verdadera  luz  el  invisible 
Espíritu  dichoso,  le  descubre 

La  imagen  de  su  Fili;  ya  los  miembros 
En  invencible  rigidez  padecen 
Mortífera  quietud:  el  yerto  labio 
Ya  el  nombre  amado  apenas  articula. 
Fija  la  vista,  y  más  el  i)uro  afecto. 
En  la  cilestc  imagen,  letal  frió 
Los  últimos  espíritus  extingue, 

Y  en  alta  nieve  yace. 


A  la  procesión  de  rogativa  que  se  liizo  en  Granada,  el  afio  Í7ó4, 
por  la  falta  de  lluvias,  en  que  salió  Nuestra  Señora  de  la  Au- 
rora. 

SONETO, 

Ya  del  eterno  sol,  divina  Aurora, 
A  tu  albor  matutino,  en  nuevo  día, 
Renace  el  pueblo,  y  de  la  noche  fria 
Huye  el  horror,  y  el  ciclo  se  colora. 

Ya  te  saluda  en  tu  primera  hora 
Tanta  ave  dulce,  dulce  ave  María, 
Compitiendo  en  tu  agrado  la  armonía 
Del  que  himnos  canta  y  del  que  culpas  llora. 

Salude  alba  tan  pura  húmedo  cielo 
Con  fecundo  rocío,  y  tu  semblante 
Vivifique  uno  y  otro  campo  adusto. 

Vuelve,  Señora,  á  ser  nuestro  consuelo; 
Danos  nube  de  lluvias  abundante , 
Como  antes  diste  de  tu  seno  al  Justo. 


En  elogio  de  las  adiciones  v  correcciones  que  íi  la  célebre  rioguel, 
de  don  Diego  de  L'lloa,  puso,  de  orden  de  una  dama,  don  Juan 
Altamirano. 

SONETO   satírico. 

Si  en  la  hebrea  hermosura,  que  desdora 
La  memoria  de  Alfonso  esclarecido, 
De  España  el  hado  infausto  vio  vertido 
El  encantado  cesto  de  Pandora; 

Si  al  copiar  la  beldad  que  lo  enamora, 
Ulloa,  á  mil  desgracias  ofrecido. 
Vio  inanimado  el  bulto  apetecido, 
Que  con  celeste  ardor  se  informa  ahora; 

Ya,  mejor  Prometeo,  á  su  hermosura 
Da,  con  fuego  apolíneo,  ser  segundo, 
En  luz,  robada  no,  sino  inlluida 

De  numen  tal ,  que  á  su  eficacia  pura 
Deben  belleza,  acierto,  aplauso,  vida, 
Raquel  la  copia ,  Altamirano  el  muado. 


Reverso  de  la  medalla  antecedente. 

SONETO    SATÍRICO. 

Al  fuerte  patriarca  la  primera 
Raquel  á  larga  senectud  redujo; 
Al  victorioso  Alfonso,  torpe  indujo 
La  segunda  á  manchar  su  gloria  entera. 

La  mental,  la  canora,  la  tercera, 
Al  grande  Ulioa  duros  hados  trujo. 
¡Oh  hermosura  nociva,  cuyo  influjo 
Fatal  aún  en  las  copias  persevera! 

Mas  ya  de  la  beldad  el  hado  infausto 
Vence  un  ímpetu  sacro  y  soberano, 
Que  en  nueva  copiad  nombre  antiguo  emplea. 

Jacob  descanse,  Alfonso  viva  casto, 
Ulloa  se  asegure;  Altamirano 
Lo  enmienda  todo,  haciendo  á  Raquel  fea. 


Al  desposorio  de  la  serenísima  infanta  de  Fspaña  doña  María  Teresa 
con  el  serenísimo  Üellin  de  Francia. 

INVOCACIÓN  DE  HIMENEO. 

Vén,  Himeneo ;  vén,  vén.  Himeneo. 
Del  cielo  luminoso, 
Descada  deidad,  grata  desciende 
Al  tálamo  real  de  ri/v/cii  bella , 

Y  al  voto  ardiente  del  amante  esposo. 
De  nueva  luz  enciende, 

No  ya  tea  nupcial;  fausta,  sí,  estrella, 
Que  corone  de  dichas  el  deseo. 

Vén ,  Himeneo  ;  vén ,  vén ,  Himeneo. 

De  aquella  pura  llama, 
Nudo  y  vida  del  mundo,  que  produce 
La  amistad  santa  y  la  concordia  fuerte, 
La  hacha  legal  en  casta  luz  inflama; 
Aquel  fuego  en  que  luce 
La  verdad,  la  virtud,  la  feliz  suerte, 
Se  propague  en  tu  antorcha  por  trofeo. 

Vén,  himeneo ;  vén,  vén.  Himeneo, 

Desciende,  numen  bello, 
Coronado  de  gracias  y  de  amores, 
y  con  suave  mano  la  coyunda 
Enlaza  en  uno  y  otro  tierno  cuello; 
Que  ignoren  los  rigores 
De  la  edad  ,  y  perpetua  su  fecunda 
Juventud  burle  del  s -nil  Proteo. 

Vén,  himeneo ;  vén,  vén.  Himeneo. 

El  tálamo  suave , 
Como  de  frescas  rosas  Citcrea , 
Amor  de  lirios  candidos  florezca; 
Cándidos  entre  tanto  que  del  grave 
Metal  el  fulgor  sea 

Esplendor  de  sus  hojas,  y  que  oñ'ezca 
Campo  el  cielo  al  blasón  de  Clodoveo, 

Vén,  Himeneo ;  vén,  vén,  Himeneo, 

Vén ,  pues ,  acompañado 
De  la  Gloria,  el  Honor  y  la  Fortuna, 
A  quien  la  Paz  y  la  Victoria  sigan, 

Y  etérea  Astrea,  en  plaustro  laureado, 
Descenderá  oportuna 

De  su  celeste  asilo,  si  la  obligan 
Altas  virtudes  en  heroico  empleo. 
Vén,  Himeneo;  vén,  vén.  Himeneo, 

De  los  felices  hados , 
Que  reservan  los  astros  misteriosos, 
Al  franco  pueblo  y  á  la  hesperia  gente, 
A  la  voz  de  su  madre  aun  uo  fiados. 
Revela  tú ,  gloriosos. 
Los  triunfos  que  preparas,  si  consienta 
El  nupcial  coro  trompas  del  Febeo. 

Vén,  Himeneo;  vén,  vén.  Himeneo. 


EL  JUICIO  FINAL  (1). 

Alma  horrísona  al  duro  bronce  infunde 
Alígero  escuadrón ,  á  cuyo  ruido, 
La  tierra,  el  mar,  el  viento  se  confunde, 

Y  el  eco  vuelve  el  miedo  repetido; 

Y  miedo  que  antecede  al  que  difunde 
A  cuanto  yace  pálido  y  dormido, 
Tremenda  voz ,  la  que  terror  segundo  (2) 
Extendió  por  los  ámbitos  del  mundo. 

«Venid  al  juicio  del  tremendo  día, 
¡Oh  muertos  1  dice.  Glorias  y  maldades 


(1^  Copiado  de  un  manuscrito  autógrafo  del  CovnE  de  Torre- 
PAi.MA,  que  se  conserva  en  la  biblioteca  de  su  ilustre  casa,  en  Gra- 
nada. Debemos  esta  copia  ;i  la  bondad  de  nuestro  digno  amigo  el 
señor  Du(|ue  de  (lor,  descendiente  del  célebre  poeta. 

Todo  indica  que  falla  el  principio  del  poema.  No  es  verosímil 
que  un  poeta  de  aquel  tiempo  empezase  sin  invocación  un  canto 
de  esta  especie.  Puede  conjeturarse  ademas,  por  otras  razones, 
que  p|  autor  no  dio  la  ultima  mano  á  esta  obra.  lA'.  del  Cnlcclor.) 

(2i  Llama  el  poeta  lerror  segundo  al  que  ha  de  causar  la  des- 
trucción del  genero  liumano  jior  el ¡ucgo,  aludiendo,  al  parecer,  á 
la  destrucción  primera  ;)«r  f/ ni/wa,  i¡ue  ya  babia  cantado  Torhe» 
PALMA  eii  El  Deuculiun.  {.Idcin.) 


Sin  velo  están  :  se  hundió  la  monarquía 
Que  eterna  idolatraron  las  edades. 
Eobó  el  incendio,  con  igual  porfía, 
Los  reinos,  las  provincias,  las  ciudades: 
Ya  una  misma  ceniza  ha  confundido 
La  humilde  choza  y  el  palacio  erguido. 

»La  república  alada  de  los  vientos, 
Pavesa  ya,  dejó  su  reino  vago; 
Bl  prado  y  monte  gimen,  macilentos, 
Dl'  su  pueblo  cuadrúpedo  el  estrago; 
De  las  llamas  los  ímpetus  sedientoa- 
Se  bebieron  el  rio,  arroyo  y  lago... 
Levantad,  pues;  que  en  trágica  campaña 
Ya  ostenta  el  fuego  su  mayor  hazaña.  » 

Gimió  la  tierra  al  formidable  acento, 
Temblaron  sus  cimientos  eternales. 
Rimbombaron  las  ráfagas  del  viento, 
Turbáronse  los  orbes  celestiales; 
El  mar  bramó,  y  en  raudo  movimiento 
Subió  á  la  esfera  en  montes  de  cristales. 
Descubriendo  entre  tantos  parasismos 
Sus  entrañas  la  tierra  y  sus  abismos. 

Cuando  así  lo  insensible ,  portentoso 
Del  Juez  se  mira  el  enojado  ceño, 
Los  sepulcros ,  que  en  lecho  tenebroso 
El  último  guardaban  fatal  sueño, 
Rasgando  ya  su  seno  pavoroso 
(Funesto  asilo  de  su  triste  dueño). 
Volvieron  de  repente  al  ser  humano 
Cuanto  robó  la  inexorable  mano. 

Tornóse  á  concertar  la  artificiosa 
Fábrica  de  los  miembros  destruida; 
Buscóse  una  á  otra  parte  cuidadosa, 
Para  otra  vez  cobrar  la  antigua  vida; 
Brotó  la  tierra,  en  fin,  tanta  copiosa 
Organizada  mies,  por  sí  movida, 
Que  dejaran  por  vana  su  tarea 
Las  semillas  de  Cadmo  y  de  Medea  (1). 

Pequeña  escuadra  es ,  ínfima  parte 
De  copia  tanta,  en  número  infinita. 
La  inmensa  multitud  del  persa  Marte, 
Que  al  licio  Janto  sus  cristales  quita  (2); 
Ko  esfuerzos  el  valor  allí  reparte; 
Los  ánimos  el  miedo  debilita; 
Suplicios  sí ,  no  hazañas,  belicosa, 
La  inerme  tr  ipa  aguarda  temerosa. 

Levanta  impío  su  fatal  semblante, 
Mas  ¡qué  informe!  ¡qué  pálido!  ¡qué  horrendo! 
El  miedo  horrible  d^l  suplicio  instante 
Del  pecho  arranca  el  suspií-ar  tremendo; 
Batalla  el  corazón,  late  incesante, 
Y  encontrados  impulsos  confundiendo. 
Se  aira,  tiembla,  fallece,  y  á  horror  tanL 
Se  añade  luego  inconsolable  llanto. 

Cuál ,  infeliz ,  en  su  conciencia  mira 
No  haber  razón  que  del  castigo  indulte, 
E  intenta,  por  huir  del  Juez  la  ira. 
Que  el  mar  en  sus  abismos  le  sepulte; 
O  de  alto  monte,  en  su  dolor,  suspira 
Por  bárbaro  sepulcro  que  le  oculte... 
Su  temor  escondiera  aun  del  infierno 
En  el  profundo  lago  sempiterno  (3). 

Cuál,  contra  sí  cruel ,  muerde  incesante 
La  mano  que  á  obrar  m<al  le  ñié  obediente; 
Cuál  maltrata  su  pálido  semblante; 
Cuál  mesa  sus  cabellos  impaciente; 
Pero  ya,  bien  que  no  la  de  Thaumante 
Hija  etérea  (4),  aparece  refulgente 
El  arco  hermoso,  de  colores  ciento, 
Que  sustenta  del  Juez  el  alto  asiento. 

Rasgados  ya  los  cielos  á  la  saña 
De  la  ardiente  tenante  batería. 
Poblarse  el  aire ,  que  de  luz  se  baña , 


(1)  Reminiscencia  de  los  libros  ni  y  vii  de  las  Metamorfosis,  de 
Ovidio.  Sabido  es  (|ue  el  Oonuk  uk  Torrepalma  imito  al  poela  la- 
tino en  El  Decau/ioii.  (iV.  dc¡  Culeclvr.) 

(ii  Alude  aqui,  sin  duda,  el  autor  al  innumerable  ejército  de 
Jórjcs.  (ídem.) 

(5)  Quis  mihi  hoc  Iribual  uí  inferno  protegas  me  et  abscondas  me 
dvnec pertranseat  furor  luus.  'ídem.) 

(i)  Hija  de  Thauraas  ó  Thaumante,  sobrenombre  de  Iris.  <Idem.) 


EL  JUICIO  FINAL. 

De  alígera,s  escuadras  se  veía. 

El  regio  trono  por  la  azul  campaña 

En  las  alas  del  viento  descendía; 

Anuncios  de  que  viene  ya  cercano 

El  Dios  de  las  venganzas  soberano  (5), 

En  medio,  pues,  de  la  ancha  región  clara 
Más  que  los  astros ,  aparece  hermosa 
Aquella  de  virtud  divina  vara. 
Que  de  la  alta  Síon  baja  gloriosa; 
Porque  ya  viene  á  dominar  preclara 
De  su  enemigo  entre  la  turba  odiosa  (6): 
Sacro  estandarte,  cuyo  signo  dice 
El  mayor  lauro,  el  triunfo  más  felice. 

Ya  en  esto,  con  su  corte,  descendía 
De  sus  sacros  palacios  paternales 
El  Rey  de  la  más  alta  monarquía, 
El  Señor  de  los  reinos  inmortales, 
A  quien  carro  de  fuego  conducía, 

Y  á  las  bárbaras  tropas  desleales 
Aumentaba  las  ansias  y  desmayos 
El  horrísono  estruendo  de  sus  rayos. 

Al  pasar  las  regiones  cristalinas 
La  ignífera  carroza,  los  lucientes 
Astros  que  luces  ven  más  peregi-inaa, 
Se  retiran  y  ceden  reverentes; 
Elice  y  Cinosura  en  sus  marinas 
Vedadas  aguas  se  entran  diligentes; 
Tiembla  el  León;  huye  Orion  lluvioso; 
Corre  de  Europa  el  robador  hermoso. 

Con  mortal  palidez  la  luna  errante 
Callaba,  envuelta  en  las  tinieblas  Mas, 
Por  faltarle  al  tributo  radiante 
La  luminaria  eterna  de  los  días; 
El  aparato,  en  fin,  llegó  triunfante, 

Y  el  tribunal  dispuesto  contra  impías 
Trasgresiones  de  su  alto  testamento. 
Majestuoso  el  Juez  tomó  su  asiento  (7). 

De  las  cavernas  del  eterno  llanto 
Nocturna  infame  tropa  desmandada. 
Para  fiscalizar  astuta  cuanto 
Humana  libertad  cometió  errada. 
Con  odioso  trojiel  asiste,  en  tanto 
Que  á  piadosas  defensas  turba  alada 
Se  previene ,  aunque  frustran  sus  deseos 
Muchos  fiscales  contra  muchos  reos. 

Pasmosas  atenciones  previniendo 
A  la  que  última  fué ,  bien  que  primera 
Tragedia  universal,  el  Juez  tremendo 
Mandó  callar  la  turba  plañidera; 
Paran  los  cielos  su  sonoro  estruendo. 
La  tierra  su  gemir,  su  saña  fiera 
El  mar,  su  furia  el  viento,  y  aun  callaron 
Los  abismos,  que  atentos  escucharon. 

Principia  el  acto ,  y  al  concurso  inmenso 
Vasto  volumen  se  abre,  cuyas  planas 

Y  caracteres  hablan  por  extenso 
Las  acciones  más  ñitiles  humanas; 
A  éstas  tal  vez  no  se  nogó  el  asenso, 

Y  engañado  dictamen  juzgó  vanas... 
I  Oh!  ¡qué  error!  pues  en  este  libro  toma 
Un  peso  grave  la  ligera  coma. 

Lee  cada  cual  allí  cuanto  obró  errado, 

Y  aun  más,  de  que  él  se  glorió  inocente; 
Cuanto  recató  en  sombras;  lo  ignorado 
Es  ya  noticia  universal  patente. 
El  sagrario  del  pecho,  que  al  cuidado 
Del  corazón  jamas  fué  inobediente, 
Saqueado  se  ve;  con  vil  desdoro 
La  fama  desperdicia  su  tesoro. 

I  Oh,  qué  metamorfosis,  qué  portentos 
Los  contenciosos  actos  descubrían  i 
Pública  ya,  de  mil  lobos  sangrientos. 
La  candidez  hipócrita  exi)onian: 
No  ya  de  algún  locuaz  atrevimientos, 
Culpas  sí,  ya  patentes,  convertían, 
De  infame  cuervo  en  sombras  atezadas 
La  blanca  pluma  de  aves  simuladas. 


133 


(5)  Annuntiaveriint  cítli  jualitiam  ejus.  iN.  del  Colector.) 
(^1  Viryaiii  viilulis  tu(F  emitet  duminus  ex  Sion  duminare  in  me- 
dio inimicorum  íuoruni.  (ídem.  I 
(7;  ¡n  sede  mujestults  sua:.  ^Idem.) 


134 


DON    ALFONSO  VERDUGO  Y  CASTILLA. 


Ta  1  oh  lujurioso  vil  I  tu  trato  obsceno 
Infamará  la  inmensa  muchedumbre; 
Tu  corazón,  i  oh  avaro  !  nunca  lleno. 
Cuantos  vieron  del  sol  la  eterna  lumbre. 
Muerde  i  oh  envidia  1  tus  áspides,  veneno 
Que  el  feliz  derramaba  en  su  alta  cumbre; 
Que  allí  abominarán,  aun  delincuentes, 
Alimento  tan  bárbaro  las  gentes. 

Prosigue  el  juez,  y  su  inflexible  vara 
Con  igual  discreción  segrega  atenta 
Del  que  vil  lobo  el  crimen  lo  declara, 
La  que  es  oveja  del  delito  exenta. 
Así  á  aquél  para  el  fuego  lo  prepara; 
A  éste  á  su  aiestra  con  amor  lo  asienta: 
Convéncense  los  reos ,  y  l  oh ,  con  cuánto 
Dolor  acerbo,  interminable  lla»to  ! 

1  Qué  propicios  patronos ,  qué  abogados 
Tendrás  que  te  d  fiendan  elocuentes. 
Si  aun  aquéllos,  de  Dios  grandes  privados, 
Los  retira  el  temor  de  delincuentes  1 
jDe  la  más  bella  madre  los  sagrados 
Ruegos  allí  se  interpondrán  clementes?..» 
[  Qué  asombro!  la  dulcísima  María , 
Severa  entonces,  cuando  siempre  pial 

I  Oh,  las  que  tiemblan,  coronadas  testn»  I 
1  Oh,  las  sacras  tiaras  que  allí  gimen  I 
Las  púrpuras  al  hombro  son  molestas; 
Las  diademas  no  ajustan,  sino  oprimen. 
Ya,  la  soberbia  y  majestad  depuestas, 
Los  ánimos  reales  se  comprimen; 
Ya  siente  Hostilio  que  su  tosca  lana 
Se  viese  en  el  imperio  augusta  grana.  _ 
Conf  úndese  Alejandro  en  sus  victorias, 

Y  el  Grande  nombre  lo  publica  injusto; 
Pompeyo  gime  sus  pasadas  glorias, 

Y  César  llora  su  laurel  adusto. 

Los  Scipioncs  desprecian  sus  memorias ; 
A  Octaviano  desdórale  lo  augusto; 
Decio  infama  á  su  saña  las  porfías , 

Y  el  bárbaro  Nerón  sus  tiranías. 

A  Craso  su  opulencia  no  le  adula, 
Ni  á  Lúculo  sus  mármoles  preciosos; 
Aflige  á  Apicio  (1)  su  execrable  gula, 
A  Horacio  sus  falernos  generosos. 
Bias  (2)  su  ciencia  fatua  la  regula, 

Y  el  de  Arpiño  (3)  sus  labios  prodigiosos; 
El  de  Mantua  condena  sus  loores, 

Y  Nason  y  Tibulo  sus  amores. 

La  virtud  sola,  con  la  faz  serena, 
Sin  miedo  asiste  al  tribunal  sagrado; 
Ño  revuelve  en  su  pecho  mortal  ¡lena, 
Ni  la  consume,  tácito,  el  cuidado; 
El  Juez  la  mira,  de  sus  gracias  llena, 
Con  vista  amante,  con  benigno  agrado; 
Convídala  á  su  diestra,  y  ella  sube 
En  rico  trono  de  dorada  nube. 

«Vén,  dice,  y  de  coronas  inmortales 
Ciñe  I  oh  mi  amada!  la  sagrada  frente; 
Inmensos  bienes  tras  pasados  males 
Te  preparó  mi  Padre  omnipotente; 
Pasaron  ya  los  ímpetus  brumales 
Del  frió  invierno;  aurora  más  luciente 
Las  sombras- borra  de  la  noche  fria: 
Vén,  pues,  y  goza  ya  de  etirno  dia.» 

Sube,  y  con  ella  van  al  alto  asiento, 
Con  el  decoro  igual,  los  que  abatidos 
El  mundo  despreció,  y  á  su  lamento 
Retiró  inexorable  los  oidos. 
Sube  Lázaro  alegre,  aquel  que  hambriento 
Sólo  canes  halló  compadecidos; 
Sube,  y  ultraje  ya  no  lo  perturba , 
El  que  fué  innoble  vulgo,  pobre  turba. 

Llégasele  también  su  feliz  turno, 
En  tan  sacro  senado,  al  que,  brioso, 
Del  tercer  heredero  de  Saturno 
Despreció  el  mayorazgo  poderoso: 
Fuera  ya  vasto  esmalte  á  su  coturno 

(\)  Famoso  gastriínomo  romano  del  tiempo  de  Augusto. 
del  Colector.] 
(ii  Fili^sofo  ;  uno  de  los  siete  sabios  de  Grecia.  (ídem.) 
(3)  Cicerón  ;  nació  en  Arpinum.  {Idcm.] 


iJN'o/a 


Del  Pactólo  y  Ceilan  lo  más  precioso; 
Ya  se  gloria  en  el  felice  aumento 
De  que,  si  uno  dejó,  le  dieron  ciento. 
Al  que  inútil  cubrió  tosco  vestido, 
Rica  gala  ya  adorna ,  honor  luciente; 
Todo  el  soi  lleva  en  partes  dividido 
La  preciosa  diadema  de  su  frente. 
En  sus  propios  diamantes  va  encendido 
El  collar  de  su  cuello  trasparente, 

Y  en  la  mano,  que  luces  multiplica, 
Gloriosa  palma  la  victoria  indica. 

El  que  nunca  gustó  de  Circe  impura, 
En  fármaco  (4)  fatal,  dulce  veneno, 
Ni  del  bastardo  incendio  llama  oscura 
Alimentó  en  sus  venas  ni  en  su  seno; 
Ahora  del  sacro  néctar  la  dulzura 
Gustoso  liba,  y  de  fatiga  ajeno. 
En  el  puro  raudal  do  eterna  vida 
Dichas  halla  sin  sombra  y  sin  medid». 

Se  introducen  é  inundan  el  oido 
Suaves  olas  de  acorde  melodía. 
Que,  á  no  ser  inmortal,  fuera  el  sentido 
Náufrago  en  dulces  mares  de  armonía. 
Del  Trisagio  el  aplauso  repetido 
En  consonancia  alterna  competía, 

Y  al  eco  triste  del  siniestro  llanto, 
Sus  cadencias  anima  el  dulce  canto. 

La  contraria  caterva,  que  infelice. 
Con  torva  faz  y  con  sangrientos  ojos 
De  los  justos  advierte  lo  felice, 
Fomenta  con  su  envidia  sus  enojos. 
Blasfema  de  su  Dios;  torpe,  maldice 
Que  en  pos  de  los  deleites  haya  abrojos; 

Y  por  no  ver  del  justo  el  gozo  eterno, 
Quiere  que  le  anticipen  el  infierno. 

La  triste  Erinnis  (5)  se  entra  ya  en  el  pecho 
Del  tirano  mayor  que  asombró  al  mundo  (6); 
Agítale  impaciente  su  despecho, 

Y  contra  sí  revuélvese  iracundo; 

Ya  del  que  á  su  crueldad  blanco  fué  hecho 
(Hijo  de  la  paloma  sin  segundo) 
Besa  el  pié  sacro,  y,  bárbaro,  aun  le  insidia, 
Bebiendo  celos,  vomitando  envidia. 

A  los  mártires  ve,  que,  astros  brillantes, 
Siete  veces  di  sol  vencen  los  rayos... 
Nunca  en  ellos  sus  iras  arrogantes 
Hallar  pudieron  del  valor  desmayos, 
Cuando  sus  santos  cuerpos  palpitantes, 
De  crueldad  en  sacrilegos  ensayos. 
De  hambriento  diente  destrozaba  el  filo 
O  animaban  los  bronces  de  Perilo  (7). 

La  ronca  voz,  envuelta  en  los  gemidos 
Que  del  ardiente  corazón  levanta, 
«Yo  á  éstos  (exclama)  los  hollé  abatidos. 
Cual  suele  á  polvo  vil  grosera  planta; 
Yo  los  vilipendié  con  repetidos 
Agravios,  y  hoy  me  ciegan ,  pues  es  tanta 
De  su  esplendor  divino  la  luz  bella, 
Que  con  ellos  el  sol  aun  no  es  estrella. 

))Que,  en  fin,  de  Dios  era  Hijo  verdadero 
El  que  yo  aborrecí  crucificado; 
Que  es  El  mismo,  es  El  mismo  el  Juez  severo 
Que  á  eterna  mi  ignominia  ha  condenado. 
¡Felices  Pedro  y  Pablo!...  ¡Dolor  ñero  I 
Merecí  mi  destino  desdichado: 
Ciego  estuve  aun  con  cuanta  me  previno 
Luz  verdadera  Hiperion  divino  (8). 

«¿Dónde  mis  glorias  y  mi  imperio  fueron? 


(1)  Fármaco,  en  su  acepción  general ,  medicamento.  Aquí  está 
usada  esta  palabra  en  su  sentido  especial  de  medicamento  hechi- 
zado ó  liltro  para  conciliar  el  amor  de  alguno.  (Nota  dd  Colector.) 

(5)  Furia,  ddnn.) 

(6)  Alude,  como  se  ve  después ,  al  emperador  Nerón.  [ídem.) 
(7l  Famoso  artífice,  que  para  complacer  á  Fálaris ,  tirano  de 

Agrigeiito,  inventó  como  suplicio  un  toro  de  metal  colocado  sobre 
una  hoguera.  Los  alaridos  de  la  victima  en  él  encerrada  se  ase- 
mejaban á  los  mugidos  del  tero.  Aquí  alude  el  Co.nde  de  Tdbiie- 
PALMA  á  los  martirios  que  arrostraban  impávidos  los  primeros 
cristianos.  {ídem.) 

(8)  Hit)erion,  en  la  mitología  griega,  padre  del  sol,  y  aun  el  sol 
mismo.  ToRRKPALMA  se  vale  de  este  emblema  pagano  oara  llamar 
sol  divino  i  nuestro  Seilor  Jesucristo.    ídem.) 


EL  JUICIO  FINAL. 


135 


¿Dónde  mi  alcázar  y  palacio  rico? 
lias  ¡ay!  que  á  mi  memoria  se  vinieron, 

Y  con  ellos  mis  ansias  multiplico. 
Si  cual  errante  luna  me  lucieron, 

Quedó  la  eterna  sombra  en  que  me  implico; 
Gusté  de  Babilonia  el  fatal  vaso, 
y  me  dejó  la  sed  en  que  me  abraso. » 

Estas  y  otras  inútiles  querellas. 
Con  afecto,  ya  triste,  ya  furioso. 
Forma  Nerón,  y  le  acompaña  en  ellas 
El  gemir  de  aquel  vulgo  lastimoso; 
Pero  el  Juez  no  pretende  socorrellas; 
Es  antes,  sí,  su  voz  trueno  espantoso, 

Y  á  cada  airado  acento  un  rayo  halla 
En  la  sentencia  la  infeliz  canalla. 

No  profano,  sagrado  si,  inflamante 
Espíritu  mi  helado  pecho  encienda: 
Respire  llamas ,  y  la  voz  levante 
Que  al  mor  y  al  viento  la  inquietud  suspenda. 
Parad,  cielos,  la  máquina  sonante, 

Y  escuchad  con  horror  la  voz  tremenda 
Que  arroja  el  Ju;  z,  flamígero  torrente 
Que  airado  sale  de  su  pecho  ardiente. 

«  Caterva  (dice),  vastagos  malditos, 
Generación  fatal,  iutiel  congreso, 
/  Qué  hicieron  mis  poderes  infinitos. 
Que  de  un  inmenso  amor  no  ñiera  exceso? 
Cargando  sobre  mí  vuestros  delitos, 
Dejé  la  vida  al  formidable  peso; 
Mas  de  mi  amor  y  paternal  halago 
Olvido,  iniquidad  fué  vuestro  pago. 

«Hambre  cru'-l,  que  el  cuerpo  devoraba, 
Pálido  y  débil  me  dejó  algún  dia, 

Y  la  sed,  que  el  humor  me  desecaba, 
En  las  fauces  la  voz  me  detenia. 

Tu  gula  entonces  más  se  regalaba, 
y  llegando  á  tu  mesa  mi  porfía, 
Quedamos,  lleno  tú,  pero  yo  hambriento; 
Embriagado  tú,  mas  yo  sediento. 

))Tal  vez  me  viste  en  el  Diciembre  cano, 
Cuando  helado  Aquilón  furias  levanta, 
Sin  abrigo  temblar  al  frió  tirano , 

Y  hollar  la  nieve  con  desnuda  planta. 
Tiro  te  dio  la  púrpura ,  y  no  en  vano 


Con  ella  hiciste  resistencia  tanta; 
Te  pedí  la  más  rota,  y  ser  no  pudo; 
Quedando  tú  vestido,  y  yo  desnudo. 

))Mis  flacos  miembros,  que  rendidos  viste. 
En  medio  del  camino  conculcastes; 
Sin  darme  tú  consuelo,  estuve  triste; 
Enfermo,  en  mis  dolencias  me  olvidastes; 
Peregrino,  tii,  en  fin,  no  me  acogiste; 
Antes  el  dulce  sueño  procurastes , 
Hallándolo,  de  mí  bien  descuidado, 
En  blando  lecho,  en  pabellón  dorado, 

»  Luego  si  acusa  á  la  justicia  mía 
La  retardada  pena  á  insulto  tanto, 
No  he  de  daros  la  luz  de  eterno  dia, 
Mas  la  profunda  noche  del  espanto. 
Gemid  allí  en  la  horrenda  compañía 
De  su  bárbaro  príncipe,  y  de  cuanto. 
De  la  virtud  romi^iendo  la  cadena. 
Mereció  en  fuego  eterno  eterna  pena, » 

Así  dijo;  y  al  punto  levantando 
Su  nueva  comitiva  y  corte  alada, 
Volvió,  regiones  de  cristal  surcando, 
De  su  alcázar  eterno  á  la  morada. 
Oscura  nube  entonces,  ocultando 
El  fulgor  de  la  esfera  iluminada. 
Truena  terrible,  y  con  fragor  euvia 
Fuego  del  cielo  á  la  cat  rva  impía. 

Segunda  vez  el  liquido  elemtnto 
Bramó,  desamparando  sus  abismos; 
Volvió  á  alterar  sus  ráfagas  el  viento, 
Lucharon  entre  sí  los  cielos  mismos; 
Titubeó  la  tierra  de  su  asiento; 

Y  gimiendo  entre  tantos  parasismos, 
Su  faz  rasgó,  mostrando  su  rotura 
La  horrenda  boca  del  averno  oscura. 

Volcan  airado,  llama  tenebrosa 
Por  la  lóbrega  sima  s,'  dilata. 
Cuyo  incendio,  con  furia  impetuosa, 
En  voladores  humos  se  desata; 
Bramando  envuelve  á  la  caterva  odiosa 

Y  á  las  cavernas  hondas  la  arrebata, 
Donde  en  el  ciego  abismo  que  la  oculta 
A  eternidad  de  horrores  la  sepulta. 


FIN  Di.  LAi>  I'OKSi/S  Vt:   DOV  ALFONSO   VEEDÜGO  Y  CASTILLA. 


DON  JOSÉ  ANTONIO  PORGÉL. 


NOTICIA  BIOGRÁFICA. 


Poco  más  que  su  nombre  se  sabía  basta  abora  de  este  poeta,  tan  respetarlo  en  el  sií?lo  último. 
Escasas  son  todavía  las  noticias  que  de  él  tenemos;  pero  bastan  para  formar  juicio  acerca  de  su 
situación  social  y  literaria  (i).  Nació  en  Granada  don  José  Antonio  Porcél  y  Salablanca,  por 
ios  años  de  1720.  Se  consagró  desde  lurgo  á  la  carrera  de  la  Iglesia,  y  bubo  de  distinguirse  en  ella, 
pues  no  tardó  en  ser  nombrado  colegial  del  Sacro-Monte  de  Granada.  Más  adelante  llegó  á  ser  ca- 
nónigo de  la  colegiata  del  Salvador  de  la  misma  ciudad,  y  pasado  algún  tiempo,  de  su  metropoli- 
tana iglesia. 

No  conocemos  todas  las  obras  de  este  distinguido  escritor.  El  difunto  Marqués  de  Pidal  poseía 
dos  tomos  manuscritos  de  ellas,  que  probablemente  pertenecieron  al  mismo  Porcél,  pues  con- 
tienen algunos  apuntes  autógrafos.  Uno  de  estos  tomos,  señalado  con  el  número  iv,  da  motivo  á 
presumir  que  se  ban  perdido  otros  dos  tomos  cuando  menos.  Nuestras  exploraciones  para  encon- 
trarlos ban  sido  infructuosas.  El  primero  de  los  tomos  que  conocemos  contiene  el  poema  El  Adonis, 
en  cuatro  églogas  vcnalorias,  y  unos  apuntes  encomiásticos  de  Porcél,  escritos  por  don  Antoro 
Benito  y  Nuñez,  discípulo  y  gran  admirador  del  poeta  granadino.  El  otro  tomo,  cabalmente  el  se- 
ñalado con  el  número  iv,  contiene  lo  siguiente : 

i.°  Una  oración  pronunciada  por  el  Conde  de  Torrepalma  en  la  Academia  del  Buen  Gusto,  que 
celebraba  sus  juntas  en  casa  de  la  Condesa  de  Lémos,  Marquesa  de  Sarria  (1749  á  1751). 

2."  Juicio  lunático,  ó  crítica  burlesca  de  las  producciones  literarias  que  se  habían  leído  en  di- 
cha academia.  Este  juicio,  escrito  con  notable  donaire,  en  prosa  fácil  y  elegante,  da  idea  del  cla- 
rísimo entendimiento  y  de  la  no  vulgar  instrucción  de  Porcél.  Como  fiscal  de  la  academia,  tenía 
que  cumplir  con  la  obligación,  inherente  al  cargo,  de  juzgar  las  obras  presentadas,  y  lo  hizo  en 
verdad  de  una  manera  ingeniosa,  mezclando  entre  las  agudezas,  reflexiones  de  sazonada  crítica. 
No  sólo  censura  con  bastante  libertad  á  sus  compañeros  de  academia;  también  esgrime  áspera- 
mente las  armas  de  la  sátira  contra  su  propio  poema,  dando  en  ello  testimonio  de  discernimien- 
to y  abnegación, 

3.°  Oración  gratulatoria  á  la  Real  Academia  Española,  el  día  5  de  Enero  de  1752,  en  que  fué 
recibido  en  ella  por  académico  don  José  Antonio  Porcél,  canónigo  de  la  iglesia  colegial  del  Salvador 
de  Granada,  siendo  director  de  la  academia  por  su  majestad,  el  excelentísimo  señor  don  José  de 
Carvajal  y  Lancáster,  ministro  de  Estado,  gobernador  del  Supremo  Consejo  de  Indias,  etc.  (Esta 
oración  equivalía  entonces  al  discurso  de  recepción  de  nuestros  días.) 

4."  Carla  del  difunto  Rey  de  Prusia,  padre,  á  su  hijo  reinante ,  Federico  II,  desde  los  campos 
Elíseos  (traducida  del  francés  por  don  José  Antonio  Porcél). 

b."  Algunos  versos  de  Porcél  (firmados). 

Don  Antero  Benito  y  Nuñez  afirma  que  el  Obispo  de  Santa  Fe  de  Bogotá  había  escrito  la  vida 

(i)  Casi  todas  eslas  noticias  eslán  tomadas  de  un  por  el  señor  Marqués  de  Pidal,  quien  nos  lo  franqueó 
códice  adquirido,  no  muclio  antes  de  su  fallecimiento,      con  su  bondad  acostumbrada. 


NOTICIA  BIOGRÁFICA.  137 

del  insigne  poeta  (4),  y  demuestra  con  sus  palabras  cuanto  se  lamentábanlos  eruditos,  á  mediados 
del  siglo  xvni,  de  que  no  se  diese  á  la  estampa  el  Adonis  de  Porcél.  «Su  mérito,  dice,  ha  colocado 
al  autor  entre  los  cinco  únicos  poetas  de  este  siglo  (2).  Así  lo  caracteriza  el  sabio  autor  de  los 
Omjenes  de  la  poesía  española  (3).  Muchas  instancias  han  hecho  los  eruditos  para  publicar  estas 
églogas,  y  á  la  verdad  no  es  razón  que  la  poesía  española  carezca  de  un  primor  que  hasta  ahora 
no  le  han  dado  sus  más  célebres  escritores...  Uno  de  los  pocos  que  han  logrado  la  fortuna  de 
eerel  poema,  ha  sido  el  ingeniosísimo  Gerardo  Lobo,  que  lo  tenía  ya  dispuesto  para  la  prensa, 
y  á  no  haberle  prevenido  la  muerte,  no  hubiera  retardado  respeto  alguno  su  publicación... 
Estoy  esperanzado  que  no  ha  de  faltar  quien  nos  dé  este  gusto.» 

Frustrada  quedó  esta  esperanza.  La  poesía  artificial  de  Porcél  no  encontró,  por  lo  visto,  editores 
que  se  decidiesen  á  darla  á  luz.  Ahora  ,  no  hay  por  qué  ocultarlo,  hemos  titubeado  en  ofrecer  al 
púbüco  un  poema  que,  á  pesar  de  estar  escrito  con  viva  fantasía,  dista  mucho  de  merecer  el  ser 
tenido  por  modelo  en  las  letras  de  nuestros  dias.  Consideraciones  de  historia  literaria  nos  han  mo- 
•vido  al  cabo  á  publicarlo  íntegro  en  la  presente  colección. 

Don  José  Antonio  Porcél  tradujo  algunas  obras  francesas;  enfre  ellas,  en  verso  castellano.  La 
Dama  doctora,  de  autor  francés  anónimo,  escrita  contra  los  jansenistas  (4),  y  en  verso  suelto  El 
Facistol  {Le  Liitrin),  poema  satírico  de  Boileau. 

Porcél  no  sólo  fué  individuo  insigne  de  las  reales  academias  Española  y  de  la  Historia ,  sino 
que  resplandeció  por  su  saber  y  por  su  estro  poético  en  dos  de  las  academias  particulares  más  seña- 
ladas de  su  tiempo :  la  del  Trípode  de  Granada  y  la  del  Buen  Gusto,  establecida  en  Madrid ,  en  casa 
de  la  Marquesa  de  Sarria.  En  la  primera  tomó  el  nombre  de  el  Caballero  de  los  Jabalíes;  en  la 
segunda ,  el  de  el  Aventurero. 

El  citado  don  Antero  Benito  Nuñez  escribió  algunos  versos  en  honra  de  su  esclarecido  maestro. 
Entre  ellos  el  siguiente,  en  que  celebra  con  escaso  numen  las  églogas  venatorias  de  El  Adonis: 

¿Cuándo  hablaron  tan  dulces  los  pastores? 
¿Cuándo  las  bellas  ninfas  así  hablaron? 
¿Cuándo  en  conceptos  tales  se  explicaron 
Las  finezas,  los  celos,  los  amores? 

¿Cuándo  de  nnitológia  los  errores 
Con  embelesos  tales  se  escucharon? 
¿Cuándo,  suspensos,  de  cantar  dejaron 
Los  parleros  y  dulces  ruiseñores?... 

Cuando  una  voz  más  viva,  más  sonora 
Dio  á  las  selvas  Porcél  en  su  instrumento; 
Cuando- la  lira  de  Porcél  canora 

Pobló  de  acentos  mágicos  el  viento; 
Cuando  su  diestra  musa  encantadora 
Á  la  ninfa  (5)  prestó  su  dulce  acento. 

L.  A.  DE  Cueto. 


(1)  «El  señor  Caballero,  cuyo  mérito  le  ha  elevado  á  don  José  Villarroel ,  cuyas  chocarrerías  eran  celebra- 
la  mitra  de  Santa-Fe  de  Bogotá,  que  actualmente  goza,  das  casi  al  igual  de  los  chistes  de  Quevedo. 

tiene  escrita  la  historia  literaria  de  nuestro  poeta.»  (3)  Don  Luis  José  Velazquez. 

{Nota  escrita  en  uno  de  los  tomos  manuscritos,  al  pa-  (4)  Da  esta  noticia  don  Luis  José  Velazquez.  No 

recer,  después  de  1770.)  conocemos  esta  traducción,  y  no  podíamos  determinar 

(2)  No  es  fácil  atinar  ahora  con  estos  cinco  poetas.  cuál  sea  el  verdadero  original  francés.  Tal  vez  La 
Atendido  el  gusto  entonces  dominante,  tal  vez  no  sea  Dame  médecin,  comedia  en  cinco  actos,  de  Mont- 
aventurado  suponer  que  estos  ingenios,  que  tan  pri-  fleury,  representada  en  París,  en  1678. 
\ilegiados  se  juzgaban  en  aquella  edad,  sean,  ademas  (5)  Alude  ala  ninfa  J;iaxa;-íe,quereOereáPrócm 
de  Porcél,  Gerardo  Lobo,  Luzan,Torropalma,  yMon-  en  el  poema,  la  historia  de  Adonis. 

tiano  y  Luyando.  ¿Quién  sabe?  acaso  era  uno  de  ellos 


138  DON  JOSÉ  ANTONIO  POFiCÉL. 

JUICIO  SATÍRICO  QUE  LRYÓ  DON  JOSÉ  ANTONIO  PORCÉL  de  su  propia  cbda, 
EL  ADONIS,  EN  LA  Academia  del  Buen  Gusto. 

(Finge  el  nutor  que  Dartoloraé Leonardo  de  Argensola  pronuncia  el  juicio  ante  una  academia  fantástica  de  poeta»  difuntos, 
de  la  cual  era  presidente  Garcilaso,  secretario  Lope  de  Vega,  y  portero  Rcnyifo.) 

«De  El  Adonis,  poema  en  églogas  venatorias,  cuyo  autor  se  llama  aquí  el  Caballero  de  los  Ja- 
balíes, conocido  por  este  nombre  en  su  academia  del  Trípode  de  Granada,  y  por  el  de  el  Aven- 
turero en  la  del  Buen  Gusto,  en  Madrid,  se  me  ha  cometido  la  crítica;  confieso  que  rae  lastimó 
sólo  el  título  de  églogas  venatorias,  porque  hasta  ahora  no  se  ha  dado  este  género  de  drama ,  ni 
S3  puede  dar;  pues,  como  él  mismo  confiesa  en  su  prólogo  con  la  autoridad  de  Scalígero,  es  in- 
compatible con  el  sosiego  para  el  canto  la  fatiga  de  un  cazador;  pero,  llevado  tal  vez  de  la  ambi- 
ción de  señalarse  con  la  novedad,  atropello  por  la  misma  razón  que  conocía,  y  cargó  la  culpa  á 
su  academia,  que  así  se  lo  mandaba;  sin  embargo,  como  las  piscatorias  no  son  menos  extrañas 
que  las  venatorias,  y  hubo  un  Sanazaro  que  emprendiese  aquellas  (aunque  se  disputa  si  con  feli- 
cidad), concebí  esperanzas  de  que  nuestro  Aventurero  imítase  á  lo  menos  en  lo  problemático  del 
acierto,  como  en  el  arrojo,  al  Sanazaro  Feadamenos.  Dignamente  se  intituló  el  Caballero  de  los 
Jabalíes,  como  don  Quijote  el  de  los  Leones,  para  ser  el  Quijote  de  los  poetas,  pues  en  él  ha- 
llamos el  juicio  desconcertado  y  la  imaginación  desarreglada  que  en  aquel  manchego  puso  el 
señor  Cervantes. 

íLa  obra  es  una  quisicosa,  un  monstruo,  un  Proteo  poético,  que  por  cada  aspecto  tiene  distinta 
figura,  sin  combinación  y  sin  tino.  Si  la  consideramos  égloga,  la  hinchazón  del  estilo,  las  conti- 
nuas metáforas  y  las  transposiciones  insufribles  destruyen  esta  consideración.  Es  de  admirar  la 
satisfacción  con  que  principia  en  las  cuatro  églogas  la  narración  de  la  fábula  de  Adonis  en  boca 
de  Anaxarte;  siendo  doctrina  sentada  que  todo  principio  de  poema  ha  de  ser  sencillo,  y  se  ha 
de  ir  elevando  progresivamente  (y  aun  esta  elevación  progresiva  de  ningún  modo  se  permite  en 
la  égloga,  si  ya  no  se  introduce  sujeto  competente,  como  el  Sileno  de  Virgilio),  empieza  la  pri- 
mera con  una  descripción  de  Chipre,  pomposa  y  altisonante,  para  decir  después  que  allí  vivía 
Adonis  y  se  entretenía  en  la  caza.  A  la  segunda  da  principio  con  otra  descripción  de  las  selvas 
del  mismo  Chipre,  tan  cansada  como  redundante.  A  la  tercera,  con  la  pintura  del  rio  Lico  y  sus 
riberas,  tan  impertinente  como  las  demás.  A  la  cuarta,  finalmente,  con  la  de  la  noche,  que 
empieza ,  aunque  afectada ,  más  regular,  pero  después,  queriendo  imitar  la  célebre  del  gran  poeta, 
se  hace  fiístidioso  y  vulgar. 

»Si  se  mira  el  poema  como  venatorio,  de  nada  tiene  menos;  toda  la  cacería  se  reduce  á  las  nin- 
fas sentadas  junto  á  las  redes ,  aguardando  allí  las  batidas  fieras ;  pero  las  de  Chipre  sin  duda 
eran  alimañas  muy  advertidas  (serian  zorras  las  más),  y  los  sabuesos  tan  amigos  del  descanso, 
que  se  vuelven  las  redes  sanas,  los  perros  satisfechos  de  dormir,  las  fieras  se  quedan  en  pacífica 
posesión  de  sus  grutas,  y  solamente  las  cazadoras  fatigadas,  más  que  del  cuerpo,  de  la  cabeza 
(en  especial  la  Anaxarte) ,  por  haberse  estado  una  tarde  entera  hablando  del  cuento  de  Adonis. 
"Yo  creo  que  con  más  justicia  pudo  el  Guariní  haber  llamado  á  su  Pastor  Fido  poema  venatorio, 
por  aquel  Silvio  que  apenas  deja  los  bosques,  ni  piensa  en  otra  cosa  que  en  su  Melampo. 

»Da  á  entender  el  autor  que  ha  dado  en  las  églogas  un  poema  trágico,  separado  de  las  introduc- 
ciones de  las  ninfas;  esto  es,  sin  el  drama.  ¡Este  es  mayor  monstruo!  ¿Cuántas  cosas  quiere  que 
sea  este  parto,  que  no  lo  acabamos  de  fijar  en  especie  alguna  del  mundo  poético?  Pero  sea  poe- 
ma trágico,  y  ¿(¡ué  tal?  Como  las  pinturas  antiguas,  sin  movimiento.  Lo  preciso  para  que  logre 
alguno  juntarlo  con  el  drama  de  las  ninfas,  y  entonces  resulta,  ó  que  la  ñibula  del  Adonis  entra 
por  episodio,  y  episodio  seis  veces  mayor  que  el  argumento,  ó  que  sean  cuatro  acciones.  ¿Qué  le 
parece  á  la  Academia?  Aun  hay  más :  que  toda  la  obra  es  una  fábula  milesia ;  porque,  ¿qué  ins- 
trucción resulta  de  todo  su  fárrago?  Que  No  hay  amor  en  las  selvas  con  ventura;  digna  verdad,  y 
útilísima,  para  dejar  el  vicio  como  se  estaba,  pero  hermoso  título  para  una  comedía  de  las  mu- 
chas que  hoy  nos  refieren  que  ocupan  lastimosamente  los  teatros.» 

Aquí  llegaba  el  señor  Argensola,  cuando  yo,  atónito  con  lo  que  me  estaba  sucediendo,  quería 
salirine,  temeroso  de  que  me  dieran  las  bofetadas  que  á  Cherilo,  y  me  arrojasen  de  la  sala  con 
ignominia;  pero  el  x\riosto,  riyéndose  de  mis  sustos,  t  Sosiégate,  me  dijo,  y  escucha;  que  ya  ten- 


EL  ADONIS.  139 

drás  qué  agradecerme.»  Proseguía  mi  rígido  fiscal,  cuando  el  Presidente,  notando  que  se  dilata- 
ba, ó  que  censuraba  poco  benigno,  le  interrumpió,  diciendo  :  «  Basta,  basta;  que  hay  otras  mu- 
chas obras  que  ver;  diga  ahora  el  que  quisiere  defender  al  impugnado.»  Levantóse  entonces  Ge- 
rardo Lobo  y  dijo  :  t  Yo  hiciera  por  defenderlo;  pero,  como  quiera  que  está  presente,  y  que  aun- 
que, por  ser  mortal,  no  se  le  permite  que  hable  aquí ,  no  se  le  quita  el  que  escuche,  y  no  me  atrevo 
al  riesgo  de  no  llenar  su  espectacion,  y  más  cuando  creo  que  él  está  hecho  cargo  de  todas  esas 
objeciones,  que  no  piensa  indisolubles.  — Pues  suspéndase  por  ahora  (diio  Garcilaso)  el  decidir 
del  mérito  de  su  obra.» 


POESÍAS. 
EL    ADONIS, 

EN  CUATRO  ÉGLOGAS  VENATORIAS. 


AL  LECTOR   BENÉVOLO. 

Si  estuviera  cierto  que  este  poema  se  había  de 
quedar  en  las  manos  de  los  amigos  entre  quienes 
se  ha  escrito,  ocioso  fuera  mi  prólogo;  porque  á 
cada  uno  de  ellos  les  sobra  erudición  para  la  poca 
que  contiene  esta  obrilla ,  y  hechos  á  favorecer  mis 
producciones,  perdonarán  sin  mi  disculpa  los  yer- 
ros. Mas ,  como  incidentemente  (aunque  no  lo  vul- 
garice la  prensa )  puede  desligarse  á  manos  de 
quien  no  tenga  en  mi  favor  aquellos  antecedentes, 
me  parece  oportuno  preocupar  su  atención  con  al- 
gunas advertencias.  Sea  la  primera  decir  la  oca- 
sión de  esta  obra. 

El  señor  Conde  de  Torrepalma ,  en  quien  la  más 
ilustre  nobleza  y  la  más  culta  erudición  igualmen- 
te han  competido  una  admirable  concordia,  institu- 
yó en  sus  casas ,  á  las  riberas  del  Dauro  (banda  de 
cristal  que  se  ciñe  la  amenísima  ciudad  de  Grana- 
da ,  mi  patria),  una  academia,  donde  congregados 
algunos  jóvenes  hábiles ,  llevaban  en  bellos  poe- 
mas logrados  los  ocios  que  permitían  las  tareas  de 
más  serias  facultades.  Por  haberse  en  su  principio 
congregado  sólo  tres  individuos ,  se  llamó ,  y  aun 
se  llama,  la  Academia  del  Trípode.,  y  para  más 
chistoso  saínete  de  la  decente  diversión ,  al  estilo 
de  las  caballerías  antiguas ,  las  casas  del  señor  Con- 
de, donde  nos  congregábamos  ,  se  llamaron  el  cas- 
tillo de  las  Mutaciones ,  y  dejó  cada  académico  su 
nombre  por  uno  al  estilo  de  los  de  aquellos  caba- 
lleros andantes ,  por  lo  que  á  mí  me  dio  la  suerte 
el  de  Caballero  de  la  Floresta ,  que,  en  atención  á  la 
presente  obra ,  mudé  por  el  de  los  Jabalíes ,  bajo 
el  cual  soy  autor  de  estas  églogas. 

Al  principio  de  cada  mes  se  celebraba  la  acade- 
mia ,  presidida  de  su  presidente  ,  fiscal  y  secreta- 
rio ,  los  que ,  abriéndola  con  sus  oraciones  corres- 
pondientes ,  presentaba  por  su  orden  cada  individuo 
BU  poema.  Este  se  criticaba ,  quedando  el  autor  elo- 
giado en  lo  que  merecía ,  y  corregido  en  lo  que  di- 


sonaba. Ventilábanse  siempre  puntos  de  no  vulgar 
erudición ,  pues  la  variedad  de  materias  que  de  los 
no  comunes  asuntos  se  deducía ,  abría  la  puerta  al 
vasto  país  de  todas  facultades  ;  de  esta  suerte  se 
Interesaba ,  no  sólo  el  bello  manejo  y  pureza  del 
idioma  (que  era  el  principal  y  formal  objeto),  sino 
la  habilitación  para  más  altas  especulaciones  (1). 

(1^  A  estas  noticias  relativas  á  la  Academia  del  Trípode,  do 
Granada  ,  podemos  afiariir  las  siguientes,  que  han  sido  comuni- 
cadas al  Colector  por  disposición  de  su  ilustre  y  bondadoso  ami- 
go, el  señor  Duque  de  Gor  ¡descendiente  del  Conde  de  Torrepal- 
ma), que  conserva  en  su  biblioteca  de  Granada  algunas  de  las 
actas  originales  de  aquella  célebre  academia. 

A  mediados  del  siglo  anterior,  por  los  años  de  1740  á  17o0,  se 
celebraba  en  Granada  una  reunión  literaria,  llamada  Academia  del 
Trípode ,  á  la  que  concurrían  algunos  poetas  granadinos,  y  soste- 
nía correspondencia  con  otros  residentes  en  vñrias  ciudades.  So 
reunia  gener^^lmente  en  jueves,  ya  en  casa  del  Conde  de  Torre- 
palma  ,  donde  fué  fundada  ,  ya  en  la  de  don  Rodrigo  Velazquez  de 
Carvajal  ó  en  las  de  otros  socios.  Por  algunas  actas  que  se  con- 
servan manuscritas ,  puede  formarse  juicio  de  la  organización  do 
la  academia  y  del  método  de  sus  tareas. 

Habia  un  presidente,  un  secretario  y  un  fiscal,  elegidos  por 
los  socios.  Éstos  se  reunían  para  elegir  los  asuntos  ó  temas  de 
las  composiciones  que  repartían  entre  los  socios,  los  cuales  de- 
bían leer  las  poesías  en  la  sesión  siguiente.  El  fiscal  las  recogía 
para  hacer  el  juicio  critico  de  todas  ellas ,  y  después  de  censura- 
das, el  secretario  proclamaba  el  nombre  del  que  habia  obtenido 
el  premio  de  honor. 

Los  asuntos  eran,  ya  serios,  ya  festivos,  y  solían  señalar  el  nú- 
mero de  versos  ó  de  estrofas  que  habiadetenercada composición. 

Los  socios  lomaban  seudónimos  caballerescos,  como  los  de 
Caballero  de  la  Verde  Espada ,  Caballero  de  la  Luenga  Andanza, 
Caballero  de  la  Cuita,  Caballero  de  la  Peña  Devota,  Caballero 
Acótilo,  etc.;  lo  cual  hace  que  sea  difícil  de  averiguar  el  verdade- 
ro nombre  de  cada  uno  por  las  lirmas  de  sus  composiciones;  sin 
embargo,  el  fiscal,  en  sus  calificaciones,  los  designaba  algunas 
veces  por  su  nombre  verdadero. 

Los  temas  á  asuntos  de  academia  eran  la  mayor  parte  serios  j 
de  carácter  heroico  ó  religioso,  pero  ademis  se  leían  las  demás 
poesías  que  llevaban  los  socios,  y  eran  también  censuradas  Por 
el  fiscal,  recibiendo  otro-;  premios,  si  lo  merecían. 

También  eran  leídas  las  composiciones  de  los  corresponsales,  d 
los  que  el  secretario  participaba  la  calificación  que  hablan  obtenido. 

A  esta  Academia  acudía  la  ciudad  de  Granada  ,  para  la  compo- 
sición de  las  loas,  entremeses,  autos  y  poesías  que  se  acos- 
tumbraba leer  en  algunas  fiestas  religiosas  j  civiles. 


140 


DON  JOSÉ  ANTONIO  PORCÉL. 


En  una ,  pues  ,  de  estas  .academias  se  me  dio  por 
asunto  la  fábula  de  Adonis,  en  églogas  venatorias. 

Más  de  lo  que  pareció  entonces ,  fué  difícil  mi 
empeño,  pues  fué  haber  de  penetrar  un  camino 
hasta  ahora  de  otro  no  inculcado.  Églogas  pastori- 
les ,  muchas  ;  piscatorias ,  aunque  pocas ,  se  halla- 
ban en  nuestros  poetas  españoles  ;  pero  venatorias, 
en  ninguno  (1) ,  á  lo  menos  que  yo  tenga  vistos, 
como  Garcilaso  ,  Cámoens ,  Esquilache ,  Herrera  y 
otros  autores  bucólicos.  Verdad  es  que  la  segunda 
égloga  de  Garcilaso  trae  algo  venatorio  ,  pero  ac- 
cesoriamente ,  porque  en  lo  principal  es  pastoril. 
De  los  latinos  no  tengo  noticia  de  otro  que  de  Sa- 
nazaro  (que  son  piscatorias).  Natalis  Comes  (Noel 
Conti)  escribió  De  Venatione,  pero  no  en  estilo  dra- 
mático. 

Y  lo  más  cierto  es ,  que  no  admite  la  poética  dra- 
ma venatorio  ;  y  asi  justamente  lo  excluye  Ju- 
lio César  Scalígero  ,  porque  se  avienen  mal  la  fati- 
ga de  seguir  las  fieras  y  el  sosiego  para  el  canto. 
Venatores  quidem  (dice  aquel  desenfrenado  crítico), 
quia  sunt  in  motu  minus  ad  verba  propensi  sunt  (2) 
quin  nec  quam  faustum  putamus  in  venatu  loqui, 
necdiim  ut  cantus  aptus  judicetur.  El  pastor  sí  que, 
recostado  á  la  sombra  de  una  haya,  mientras  que 
pace  su  ganado  ,  con  inalterable  quietud  maneja  su 
albogue  y  hace  resonar  la  selva. 

No  hallé ,  en  ñn  ,  otro  medio  que  suponer  á  los 
cazadores  aguardando  las  fieras  junto  á  las  redes. 
Así  Plinio  el  menor ,  libro  v,  epístola  6.*,  ad  retía 
aedebam  ;  y  Sanazaro ,  aunque  piscatorio  ,  citado  y 
enmendado  por  Scalígero, 

Proecipitem  lenta  expectans  ad  retia  TyTtinum. 

Aun  desta  suerte  no  se  aquieta  el  escrúpulo,  pues 
el  canto  puede  ahuyentar  las  fieras ,  á  no  ser  el  de 
Orfeo ,  que  las  atraía.  Sin  embargo ,  como  quiera 
que  pude ,  me  fué  preciso  obedecer  la  Academia, 
con  la  confianza  de  que  para  el  yerro  llevo  antici- 
pada la  disculpa  de  haber  caminado  por  donde  no 
he  hallado  huella. 

Sólo  te  pido  ,  oh  lector  ,  no  extrañes  las  prolijas 
narraciones  con  que  una  de  las  ninfas  extiende  la 
fábula  de  Adonis,  pues  si  debe  aplaudirse  é  imi- 
tarse el  ejemplar  de  Garcilaso ,  lo  tengo  en  su  se- 
gunda égloga,  donde  Nemoroso  ,  con  la  prosopo- 
peya del  rio  Tórmes ,  describe  (con  bien  prolijo  dis- 
curso) las  hazañas  del  Duque  de  Alba. 

A  alguno  parecerá  que  el  estilo  no  es  bucólico  ó 
de  égloga ,  especialmente  en  la  narración  del  Ado- 
nis, llena  de  frases  figuradas  y  algunas  elevacio- 
nes del  numen  ;  pero  debe  advertir  que  si  en  lo  bu- 
cólico obliga  la  ley  á  que  las  personas  que  se  in- 
troducen en  la  égloga  hablen  sencillamente,  es  por 
suponerse  que  los  tales  interlocutores  son  pastores, 
de  quienes  fuera  impropio  é  inverosímil  otro  esti- 
lo ;  pero  siendo  égloga  venatoria ,  y  los  que  hablan 

(1)  Véase  lo  que  se  dice  acerca  de  esto  en  el  Bosquejo  histórico 
que  precede  á  esta  colección. 

(2)  Scalígero  [Poética,  lib.  v,  cap.  iv.) 


cazadores ,  que  pueden  ser ,  no  meramente  hombres 
del  campo  ,  sino  aun  reyes ,  príncipes  y  otras  perso- 
nas instruidas ,  no  es  impropia  la  erudición  ni  fra- 
se elevada.  Precaviendo  esto ,  al  introducir  las  nin- 
fas digo  : 

Las  dos  envidia  bella  de  Hclicona ; 

suponiéndolas  instruidas  y  eruditas ,  para  que  no 
se  extrañe  su  estilo ,  no  olvidando  por  esto  el  que 
en  cuanto  puedan  hablen  como  en  el  campo,  y  que 
las  comparaciones  sean  traídas  de  las  mismas  cosas 
de  la  caza  ;  y  así  creo  que ,  con  no  menor  motivo 
que  Góngora  de  la  suya ,  podré  yo  de  la  mia  decir 
que  es 

Culta  BÍ,  aunque  bucólica,  Talía. 

He  procurado  imitar  los  mejores  poetas  latinos 
y  castellanos  ;  de  éstos,  á  Garcilaso,  y  en  especial 
al  incomparable  cordobés  don  Luis  de  Góngora 
(delicias  de  los  entendimientos  no  vulgares),  de 
quien  te  confieso  hallarás  algunos  rasgos  de  luz, 
que  ilustren  las  sombras  de  mi  poema.  Si  me  censu- 
rares ,  respóndate  el  gran  poeta,  copiando  muchas 
veces ,  más  que  imitando ,  á  Homero. 

Si  consideras  la  narración  de  la  fábula  del  Ado- 
nis separada  de  las  introducciones  y  sucesos  de  las 
dos  ninfas  Anaxarte  y  Prócris ,  advertirás  que  pro- 
curé formar  un  poema  trágico ,  con  todas  sus  par- 
tes ,  y  de  este  modo  lo  separas.  Unirás  muy  bien  los 
tres  argumentos ,  si  contemplas  que  toda  la  obra 
se  dirige  á  persuadir  que 

No  hay  amor  en  las  selvas  con  ventura. 

A  cuya  conclusión  sirven  como  de  argumentos 
ah  exemplo  todas  las  fábulas  ;  las  más  que  me  sirve 
la  mitología ,  otras  que  yo  invento  ó  aplico,  como 
la  Pirene ,  sus  celos ,  su  carro ,  su  viaje  á  Tracia ;  la 
del  sátiro  convertido  en  piedra  y  fuente  del  desen- 
gaño ,  y  las  esparcidas  por  la  mitología  ,  ajustadas 
y  conexas  con  la  de  Adonis.  No  ha  sido  éste  el  me- 
nor trabajo.  Si  fueres  escrupuloso  en  la  imposible 
cronología  de  las  fábulas ,  acuérdate  del  célebre 
anacronismo  de  Virgilio  contra  la  verdad  de  la  his- 
toria de  la  Reina  de  Cartago ,  y  disculparás  el  que 
yo  lo  cometa  repetido  en  una  fábula. 

Llamo  al  poema  bucólico  por  darlo  en  églogas,  y 
dramático ,  que ,  ademas  del  diálogo  que  constituye 
la  égloga,  dice  acto,  representación,  que  eiectiva.- 
mente  se  verifica ,  en  especial  en  la  cuarta  égloga. 
Si  te  parece  que  se  excluyen ,  vuelvo  á  remitirte  á 
la  segunda  de  Garcilaso ,  que  es  égloga  y  es  dra- 
ma ,  como  lo  advierte  y  vindica  Herrera ,  en  sus 
notas  al  mismo.  Léelas ,  y  depondrás  en  mi  favor 
algún  otro  escrúpulo. 

Si  me  fuera  lícito  comentarme  (algunos  se  han 
tomado  esta  licencia),  quitada  la  grosera  corteza 
de  las  fábulas ,  te  descubriera  no  pocas  verdades 
morales ,  y  aun  teológicas  ;  pero  si 

Ohlectant  adoperta  etiam  misteria  mentem, 
Ultrb  objectorttm  vilius  estpratium 

(S.  Prosper.,  epig.  51), 


EL  ADONIS, 
tenga  en  buen  hora  el  entendimiento  del  que  lea 
la  delicia   de  encontrarlas  ;  sólo  prevendré  que  en 
la  verdad  que  intento  persuadir  : 

No  hay  amor  en  las  selvas  con  ventura , 


141 


disfrazo  otra  más  alta;  ésta  es  aquella  gran  senten- 
cia de  san  Gregorio  :  Nec  castitas  magna  est  sine 
bono  opere ,  nec  aliquod  opus  bonum  est  sine  castitate 
(D.  Greg. ,  Hom.  in  evang. ,  13),  que  quiero  dar  á  en- 
tender cuando  digo  : 

unirse  mal  procura 

Lascivo  el  ocio  á  la  fatiga  honesta ; 

y  así ,  introduzco  á  Anaxarte ,  casta ,  pero  blasfema 
con  sus  dioses  ;  á  Prócris ,  aunque  más  religiosa, 
enemiga  de  la  castidad ,  y  ambas  castigadas  con 
trágicos  fines. 

Sólo  resta ,  oh  lector ,  advertirte  que  el  callar  mi 
nombre  (1)  no  lo  tengas  por  mera  modestia. 

¡Siglo  fuera  en  que  tuviera  vanidad  en  publicar- 
lo !  Pero  no  soy  tan  hipócrita ,  que  venda  por  vir- 
tud lo  que  solamente  ha  sido  un  ardid  desultorio  (2), 
para  que  algunos  (no  digo  todos),  literatos  sólo  en 
la  facultad  que  profesan ,  sabiendo  que  la  mia 
es  de  más  sagradas  ocupaciones ,  no  desprecien 
abiertamente  mi  nombre  con  la  obra ,  ó  porque  no 
distinguen  que  éstos  son  propiamente  ocios,  en 
cuya  amenidad  respira  fatigado  el  ánimo  de  las 
arideces  de  otras  ciencias ,  ó  porque  imaginan  que 
el  tiempo  que  se  consume  en  ellos  impide  é  inha- 
bilita para  los  progresos  en  aquellas  serias  ocupa- 
ciones ;  pero  á  los  tales  responde  dignamente  Julio 
César  Scalígero  en  un  pasaje  singular  (3). 

Finalmente ,  si ,  demasiado  tétrico ,  desprecias 
estos  versos  por  flores  inútiles ,  no  te  digo  yo  que 
sean  frutos  sazonados,  y  más  de  una  juventud 
que  cuando  los  produjo  no  contaba  cinco  lustros  ; 
pero  si  te  avisaré  que 

HcBC,  si  difiplicw ,  fnertinf  solatia  nohis, 
HcEC  fuei'unt  nohis prcemia ,  si  plcm/i. 

(Martialis  epig. 


ÉGLOGAS  VENATORIAS. 
EL  ADOXIS. 

ÉGLOGA  PRIMERA. 

ANAXAETE,    PRÓCRIS. 

Las  selvas  describia  enmarañadas, 
De  estruendos  venatorios  impedidas, 
No  menos  que  de  amores  fatipradas; 

El  vicio  y  la  virtud  en  las  reñidas 
Deidades,  si  apacible,  no  molesta 
La  verdad  en  las  fábulas  mentidas. 

Vencido  aquel  y  victoriosa  ésta 

(1)  PoRcÉL  intentaba  publicar  su  poema  con  el  seudónimo  El 
Caballero  de  loa  Jabalíes,  que  adoptó  en  la  Academia  del  Trípode. 

r2)  Desullorio,  que  se  denuncia  á  si  mismo. 

(5)  Jui.  C.  Scalig.,  in  prolog.  ad  Paetic,  versus  ¡inem.  El  pasaje 
em^ioita  asi :  íion  sunl  audiendi  qui,  etc. 


En  el  tiempo;  que  unirse  mal  procura 
Lascivo  el  ocio  á  la  fatiga  honesta. 

Poblada  de  escarmientos  la  espesura, 
Porque,  su  casto  límite  violado, 
No  hay  amor  en  las  selvas  con  ventura. 

Este,  pues,  ocio  dulce,  que  ha  alternado 
Con  más  dignos  afanes,  solicita 
Tu  ocio,  oh  ilustre  Conde  (4),  y  tu  sagrado; 

Si  ya  no  el  que  glorioso  te  ejercita 
Afán  en  una  y  otra  real  esciiela, 
Humildes  atenciones  te  limita; 

Si  j'a  no  aplicas  la  dorada  espuela 
Al  generoso  bruto,  que,  obediente 
A  la  maestra  mano,  el  circo  vuela; 

Si  ahora  no  bebes  de  la  culta  fuente 
(Nieta  do  la  cabeza  de  Medusa) 
Que  el  laurel  te  retrata  de  la  frente; 

Si,  en  fin,  el  que  la  atiendas  no  te  acusa 
La  musa  heroica,  que  inmortal  te  aclama; 
Oye  esta  vez  mi  venatoria  musa. 

Mientras  que  llega  el  tiempo  que  á  la  fama 
Dé  yo  de  tu  ascendencia  gloriosa 
El  tronco  real,  sin  olvidar  la  rama. 

Óyela;  que  si  en  selva  espaciosa 
Mi  cerdoso  animal  huirse  pudo 
De  su  acerada  pluma,  no  dichosa. 

Más  felice  será  si  en  el  no  rudo 
Bosque  de  tanto  tronco  esclarecido 
Consigue  el  león  regio  de  tu  escudo, 

De  su  poder  valiente  defendido. 
Blasones  desdeñando,  cuya  gloria 
Mientras  que  soy  mortal  daré  al  olvido. 

A  mi  enemiga  suerte  la  victoria 
Quitaré,  y  al  rumor  de  tus  piedades, 
Escucharán  los  siglos  mi  memoria. 

Las  blancas  desataba  ancianidades 
De  los  montes  el  sol,  y  renacía 
A  la  primera  de  sus  cuatro  edades. 

Nuevo  fénix,  el  año,  pues  vestia, 
Si  varías  plumas  no,  de  hojas  y  flores 
Varío  esplendoi-,  que  dibujaba  el  dia; 

Cuando  en  Chipre,  mansión  bella  de  amores, 
Cuyas  selvas  Diana  aun  no  perdona, 
Seguían  de  la  caza  los  errores, 

Prócris,  que  de  su  dardo  fiel  blasona, 
Y  Anaxarte,  que  ilustre  es  por  la  aljaba, 
Las  dos  envidia  bella  de  Helicona. 

Anaxarte  los  triunfos  desdoraba 
Del  amor,  su  desdcTi  anteponiendo; 
Las  glorías  del  amor  Prócris  cantaba; 

Cuando  en  la  ardiente  siesta,  concediendo 
Treguas  á  la  robusta  montería. 
Bajaban  dulcemente  compitiendo. 
Cuyo  amebeo  canto  así  decía  : 

PRÓCEIS. 
A  aquel  que  no  desea 
Del  amor  la  suave  tiranía, 
No  así  le  lisonjea 

La  llama  en  que  se  abrasa  el  alma  mia; 
La  llama  que  saldrá  del  pecho  tarde  : 
[Tan  dulcemente  en  sus  cuidados  ardel 

ANAXARTE. 
Tan  cruelmente  en  sus  cuidados  arde 
Quien  de  Amor  atrevido 
Fía,  inocente,  el  corazón  cobarde. 
Que  siente  sin  sentido. 
Si  las  glorias  de  amor  traen  estos  daños, 
Mal  hayan  sus  engaños. 

PRÓCRI8. 
Bien  hayan  sus  engaños, 
Si  con  ellos  Amor  dulce  entretiene 
El  ocio  de  los  años; 
Pues  generoso  espíritu  no  tiene 
Aquel  á  quien  sus  flechas  no  le  inflaman; 
Que  arden  los  dioses,  y  los  dioses  aman. 

ANAXARTE. 

Que  arden  los  dioses,  y  los  dioses  aman, 

(4)  El  Conde  de  Torrepalma ,  don  Alonso  Verdugo  y  Castilla,  A 
quien  Por.cLL  dedicó  el  poema, 


142  DON  JOSÉ  ANTONIO  POECÉL. 

Sacrilegio  es,  que  lloro; 

Cuando  Amor  en  los  brutos,  que  lo  infaman, 

Gasta  sus  flechas  de  oro, 

I  Oh,  no  así,  ciego  dios,  confundir  quieras 

Los  dioses  con  las  fierasl 


PROCRIS. 
Los  dioses  con  las  fieras 
Keconocen  de  Amor  el  vasallaje, 
Glorias  suyas  primeras , 
Pues  no  es  del  alto  Júpiter  ultraje 
Que  p'  ndan  de  sus  leyes  y  estatutos 
Las  deidades,  los  hombres  y  los  brutos. 

ANAXARTE. 

Las  deidades,  los  hombres  y  los  brutos, 
De  Júpiter  veneran 
El  dominio,  de  cuyos  atiibutos 
Todo  su  bien  esperan; 
Pero  de  Amor  ¿qué  bien?  Ansias,  desvelos, 
Agravios,  rabias,  celos. 

PEÓCRIS. 

Agravios,  rabias,  qelos 
Son  del  Amor  preciosa  pesadumbre. 
Por  cuj'os  desconsuelos 
Se  escala  de  la  dicha  la  alta  cumbre; 
Porque  ¿  quién  deberá  á  la  suerte  amiga 
Dicha  que  no  le  cueste  una  fatiga  ? 

ANAXARTE. 

Dicha  que  no  le  cueste  una  fatiga 
Ninguno  juzga  buena; 
Que  no  es  durable  el  bien  que  no  se  siga 
Por  premio  de  una  pena; 
Mas  son  de  amor  las  sinrazones  tales, 
Que  por  un  solo  bien  piden  mil  males. 

Y  así,  pues  tanto  elogio  cede  en  vano, 
T  es  justa  contra  Amor  la  queja  mia, 
Prócris,  no  ensalces  más  á  ese  tirano. 

PRÓCKIS. 

Neciamente  obstinada  en  tu  porfía. 
Teme  al  Amor,  que  es  dios;  no  su  ardimiento 
Castigue  tu  sacrilega  osadía. 

ANAXARTE, 
Añosa  encina,  á  quien  en  vano  el  viento 
Agite,  á  las  de  Amor  dulces  querellas 
Seré,  ó  roca  en  el  mar,  de  eterno  asiento. 

PEÓCRIS. 
Injurias  el  poder  de  las  estrellas, 
Si  ya  no  es,  oh  Anaxarte,  que  el  castigo 
En  tu  dureza  te  previenen  ellas. 

Y  si  pisas  de  Chipre  el  suelo  amigo. 
Que  da  á  Venus  altares,  considera 
Que  es  suyo,  de  su  hijo  el  enemigo. 

AMASARTE. 

Yo,  aunque  en  Chipre  bebí  la  luz  primera. 
Cual  ninfa  del  Taigeto  fatigosa. 
De  Diana  la  ley  guardo  severa. 

Discurriendo  las  selvas  presurosa, 
No  guardó  fiera  de  mis  leves  puntas, 
Por  más  que  huyó  veloz,  la  piel  hermosa. 

PRÓCRI3. 

Si  en  opiniones  no,  en  tareas,  juntas 
Chipre  nos  tiene,  pues  también  ligera 
Vago  yo  por  las  selvas  amatuntas. 
ANAXARTE. 

Selvas  de  Chipre  busque  quien  venera 
A  la  hija  del  mar  y  al  nieto  alado; 
No  del  sagrado  Eurótas  la  ribera. 
PRÓCRIS. 

Yo  por  Chipre  mi  Atenas  hedejado, 
A  Erecteo,  su  rey,  á  Critia  hermosa; 
Esta  mi  hermana,  aquel  mi  padre  amado. 

Hasta  las  aras  de  la  chipria  diosa 
El  voto  me  condujo  que  poseo, 
Pues  de  Céfalo  soy  amante,  esposa. 

Ni  injuria  de  Diana  el  voto  creo; 
Que  amar  no  es  de  una  oréade  desdoro, 


Si  es  casto,  y  no  sacrilego,  el  deseo. 

Y  aun  agraviada  su  deidad  ignoro, 
Pues  para  que  á  mi  Céfalo  le  cuadre , 
Me  dio  este  dardo,  cuyo  extremo  es  de  oro; 

Y  este  manchado  perro,  cuyo  padre 
Fué  en  los  montes  de  Creta  celebrado, 
Como  en  Laccdemonia  fué  su  madre. 

El  uno  y  otro  don  es  envidiado  : 
El  dardo  es  siempre  inevitable;  el  perro 
Es  de  nariz  sagaz,  de  pies  alado. 

Ayer  lanzó  las  sombras  al  destierro. 
De  la  luciente  aurora  el  fuego  rojo. 
Cuando  una  tigre  en  lo  alto  de  arjuel  cerro 

El  sabueso  me  alcanza,  el  dardo  arrojo. 
Con  él  su  muerte,  y  de  la  piel  manchada 
Mi  espalda  cubrirá  el  feliz  despojo. 

Ni  há  mucho  que  á  una  cierva,  que  alcanzada 
No  fué  del  viento,  le  aferró  sus  plumas. 
En  el  lomo  mi  flecha  atravesada. 

Ligera  huyó  por  eminencias  sumas, 

Y  por  si  llega  en  su  fatiga  ardiente 
A  beberse  su  sangre  en  las  espumas. 

Dirigí  el  paso  errante  hacia  esta  fuente. 
Que,  de  esos  verdes  troncos  desatada. 
Espejo  es  de  ellos  mismos  transparente. 

Conoce  ya,  Anaxarte,  cuan  errada 
A  las  selvas  de  Chipre,  maliciosa. 
Me  destinas,  por  verme  enamorada. 

Contra  tí  es  tu  opinión  más  injuriosa  : 
Selva  de  amor,  á  quien  sus  flechas  de  oro 
Bárbaramente  ultraja,  es  peligrosa. 

Más  digno  de  tí  fuera  y  tu  decoro 
Por  las  cumbres  del  Ménalo  ó  Taigeto, 
De  Diana  seguir  el  casto  coro. 

ANAXARTE. 

No  sé  si  de  mis  hados  es  secreto 
Que  ninfa,  ni  de  Venus,  ni  Diana, 
Ofenda  de  ambas  diosas  el  respeco. 

De  un  Itis,  cierto  joven,  cuya  vana 
Porfía  dignamente  se  querella 
De  mi  desden,  si  ya  éste  no  le  ufana. 

Recibí  aquel  lebrel,  á  quien  la  estrella 
Con  negros  rayos  dora  la  ancha  frente , 
Como  otras  negi'as  manchas  la  piel  bella. 

El  don  precioso  ponderó  altamente; 
Pero  conmigo  el  celebrado  perro 
Ni  acosa  fiera,  ni  aun  las  ramas  siente. 

No  proporciona  tiro  que  no  yerro; 

Y  ayer  huyó,  rompiendo  los  cordeles , 
De  un  oso  que  bajaba  de  aquel  cerro; 

Cuando  antea,  de  mi  puerta  en  los  dinteles, 
Sus  años  el  venado  descubría, 

Y  en  mí  la  tigre  sus  manchadas  pieles. 
Bajo  de  aquel  peñasco  ayer  dormía, 

De  vencer  tanto  monte  fatigada, 
Si  ya  para  mí  el  monte  fieras  cria; 

Y  el  sueño  (¡oh  contra  mí  deidad  airada!) 
Me  mostró  á  mí  sin  mí  (no  sea  el  agüero 
Constante),  en  el  peñasco  transformada. 

Con  todo,  en  tí  mayor  el  riesgo  espero; 
Que  en  el  precioso  don  que  ostentas  vana. 
Se  puede  disfrazar  tu  fin  postrero. 

No  sé  qué  hado  se  envuelve.  De  Diana 
Quien  ajaba  su  ley,  más  merecía 
Que  los  dones ,  la  ira  soberana. 

Mas,  pues  el  ruido  de  esta  fuente  fría, 
Que  al  dia  aplaude,  si  á  la  noche  asombra. 
Del  viento  y  de  las  aves  la  armonía, 

Y  el  blando  suelo  sobre  verde  alfombra 
Descanso  ofrecen,  miónti'as  los  sabuesos. 
Carleando,  buscando  van  la  sombra. 

Nosotras  de  estos  álamos  espesos 
Gocemos,  Prócris,  el  opaco  frío; 
Prevendré  de  tus  hados  los  sucesos. 

Ni  será  emulación  del  genio  mío  : 
El  que  tus  dichas  disuadir  procura, 
Es  de  tu  mismo  amor  el  desvarío. 

Enamorada  ninfa,  ¿la  espesura 
Sacrilega  frecuentas?  ¿Quién  tal  osa? 
No  hay  amor  en  las  selvas  con  ventura. 

Siendo  los  bosques  de  Diana  hermosa 


EL  ADONIS. 


143 


En  sus  Jurisdicciones  sin  castigo, 
No  ha  de  admitir  á  Amor  la  casta  diosa. 
¿  Presumes  que  piadosa  fué  contigo, 

Y  fué  con  Venus  inmortal  severa? 
Escucha;  que  á  decírtelo  me  obligo. 

PRÓCEIS. 

Si  es  de  Venus  y  Adonis ,  bien  quisiera 
De  sil  historia  saber  el  triste  cuento, 
Que  ignoro,  como  en  Chipre  forastera. 

AIíAXAETE. 

Logi'ará  tu  atención  un  escarmiento, 

Y  yo  que  no  me  acuses  que  infielmente 
Maldigo  á  Amor,  y  sus  aplausos  siento. 

PRÓCKIS. 

De  tus  labios  mi  oido  está  pendiente. 
AXAXARTE. 
En  Chipre,  isla  famosa,  alegre  asiento 
De  la  hija  bella  de  la  espuma,  donde 
Tempe  hermoso,  que  luce,  Arabia,  que  arde 
En  humos  suavísimos,  esconde 
Los  que  le  erige  Safo  altares  ciento, 
Cuando  del  voto  en  repetido  alai'de, 
Lascivamente  religiosa,  ofrece 
Del  Amor,  que  aborrezco,  las  fatigas, 
Cuyas  campañas  Céres  enriquece 
De  sus  rubias  espigas, 

Y  á  cuyos  amenísimos  pensiles 
Debe  Amaltea  todos  sus  abriles, 
Coronada  de  bárbaros  escollos. 
Donde  legitimó  tal  vez  sus  pollos 
De  Júijiter  el  ave. 

Si  toda  ella  no  es  escollo  grave, 

No  de  ruda  aspereza, 

Sino  de  la  amenísima  belleza 

Que  Narciso  consulta,  prodigioso. 

Del  mar  Panfilio  en  las  azules  ondas; 

En  este,  pues,  hermoso 

Recreo  aun  de  los  dioses  inmortales, 

Incendio  Adonis  de  sus  ninfas  era, 

Cuyo  dulce  gemido, 

Que  el  ingrato  garzón  oir  no  espera. 

Liquidaba  en  ternísimos  cristales 

Las  duras  piedras  de  sus  grutas  hondas; 

Entonces,  pues,  exento 

(Y  nunca  más  feliz)  de  las  injustas 

Irlandas  fatigas  del  traidor  Cupido, 

Las  del  monte  robustas 

Solicitaba  con  gallardo  aliento. 

Un  dia,  que,  de  un  can  acompañado. 

De  rica  aljaba  y  de  venablo  armado, 

A  sus  redes  los  ciervos  agitaba 

(Si  bien  aun  perdonaba 

Los  fieros  peligrosos  animales. 

Cuyo  encuentro,  á  pesar  de  su  osadía. 

Leu  cipe,  su  nutriz,  le  prohibía). 

Llegó,  de  sus  errores  conducido, 

A  una  floresta,  cuyo  sitio  ameno, 

Por  la  espesura  opaca  defendido. 

Niega  el  calor  y  desconoce  el  dia. 

Banda  de  cristal  era  transjsarente. 

Que  atravesaba  el  florecido  seno, 

Un  arroyo,  que ,  en  lúbrico  desvío, 

Es  arroyo,  era  fuente  y  será  rio. 

No  bien  el  ignorado 

Principio  investigó  de  la  corriente 

El  bello  cazador,  cuando,  asaltado 

De  la  mayor  ventura,  no  prevista, 

Eémora  de  sus  pasos  fué  su  vista. 

A  la  margen  del  músico  aiToyuelo, 

Eústico  pabellón,  culto  boscaje, 

Hacia  el  licencioso  maridaje 

De  las  confusas  hiedras  con  los  troncos, 

En  cuya  fresca  estancia. 

De  donde  ahuyenta  las  ardientes  horas 

La  aura  sutil  con  susurrante  vuelo, 

Tortolillas  se  esconden  gemidoras, 

Que  con  arrullos  roncos 

Alternan  en  confusa  consonancia 

De  alegres  paj arillos, 


Que  en  sonoro  tropel  se  competían; 

Los  que  aun  no  enmudecían. 

Solícitos  alados  cupidillos , 

Con  el  dedo  en  la  boca  defendiendo 

La  quietud  con  que  olvida  penas  graves, 

A  la  apacible  sombra,  al  sordo  estruendo 

Del  cristal,  de  las  hojas  y  las  aves. 

Durmiendo  dulcemente 

Ninfa  hermosa  (según  el  joven  piensa), 

Que  el  delicado  cuerpo  transparente 

Deja,  ó  por  más  descanso  ó  más  decoro. 

Sobre  un  coj  in  de  púrpura  y  de  oro. 

A  Actcon  temerario,  nada  expuesto 

El  sitio,  y  el  calor,  que  le  dispensa 

Todo  ropaje  desechar  molesto. 

Verle  j)ermiten  al  garzón  curioso 

La  mayor  parte  de  su  hermosa  nieve, 

Helado  fuego  que  su  vista  bebe; 

Cuya  ambición  sedienta  no  saciada. 

En  el  alma  abrasada 

Produjo  un  dulce  afán,  con  que  suspira 

Cuanto  más  la  contempla  y  más  la  mira. 

Y  en  el  pecho,  hasta  entonces  orgulloso. 
La  herida  del  amor  fué  tan  oculta. 
Que,  sintiendo  el  dolor,  como  no  usado. 
Hasta  el  nombre  ignoró  de  su  cuidado. 
Viendo,  pues,  que  el  prolijo  sueño  indulta 
El  que  él  mismo  condena  atrevimiento. 
De  sitio  se  mejora,  y  más  se  llega; 
Porque ,  cuanto  es  su  voluntad  más  ciega 

Y  su  vista  más  lince,  inadvertido. 
Dar  quiere  toda  el  alma  en  un  sentido; 
Pero  al  no  comedido  movimiento 
(Que  más  que  levemente 

Las  ramas  sacudió),  la  ninfa  bella 
Despierta,  y  en  el  lecho  incorporada. 
Aun  presa  en  soporífero  beleño. 
Con  uno  y  otro  dedo  transparente 
Tocó  en  sus  ojos,  ahuyentando  el  sueño. 
Luego  al  placer  y  al  mundo  recobrada 
(Cielo  animado  y  breve  su  hermosura). 
En  la  una  y  otra  luminosa  estrella 
Abrió  dos  soles,  que  al  garzón  amante 
Deslumbraron,  su  vista  no  bastante 
Al  duplicado  dia. 

Con  que  se  esclareció  la  selva  obscura. 
Mientras  que  los  amores  convocaba. 
Con  las  hermosas  manos  deshacía 
Las  rubias  trenzas  por  el  blanco  cuello. 
Que  en  varios  giros  sueltas  poner  quiso, 
Perfiles  de  oro,  en  alabastro  liso; 

Y  en  el  semblante  bello 
Mezclados  los  carmines  y  candores, 
Flores  daba  á  la  luz,  luz  á  las  flores. 
Adonis  adoraba  silencioso. 

Con  voto  aun  de  su  afecto  no  entendido, 

La  divina  hermosura. 

Que  no  juzga  de  ninfa  semidiosa 

Ni  de  aquel  triste  suelo; 

Pues  siendo  de  la  esfera  su  luz  pura, 

Y  su  voz  dando  celestial  sonido. 
Bañado  el  aire  en  ambrosía  del  cielo. 
Si  no  es  la  cbipria  diosa, 

Venus  habrá  de  ser  menos  hermosa. 

De  sacrilego  entonces  acusando 

Su  ardiente  anhelo,  que  al  respeto  cede, 

La  fuga  solicita,  mas  no  puede  ; 

Porque,  la  planta  tímida  luchando 

Con  los  rebeldes  ojos,  que  rehusan 

Dejar  el  espectáculo  suave. 

Huir  quisiera,  pero  huir  no  sabe. 

Así  temia,  así  dudaba,  cuando, 

A  pesar  de  las  ramas,  que  lo  excusan, 

El  can,  hasta  allí  mudo, 

Contra  incierto  rumor  embravecido. 

Descubrió  al-cazador  allí  escondido. 

Al  improviso  estruendo, 

Guiar  dejó  sus  pasos  de  su  oido 

La  ninfa  bella,  y  viendo 

Al  garzón,  que  no  pudo, 

A  sus  plantas  rendido,  encontrar  modos, 

O  para  aus  escusas,  ei  se  piensa 


lii 


DON  JOSÉ  ANTOKIO  PORCEL. 


Culpado,  ó  para  declarar,  amante, 
Alguno,  cuai.d)  no  sus  mal/s  todos; 
Ella,  con  Immanlsimo  semblante. 
Que  aun  mayores  delitos  le  dispensa, 
De  sus  pies  á  sus  brazos  lo  levanta, 

Y  deponiendo  más  lo  soberano, 
A  la  suya  enlazó  su  blanca  mano, 

Y  al  sitio  lo  condujo  delicioso 

Que  al  joven  le  guardó  ventura  tanta; 
Donde  sentados,  ella  confundiendo 
Con  afable  esquivez  el  ceño  hermoso. 
Como  quien  para  deponer  lo  esquivo, 
Que  aun  fingir  no  ([uisiera, 
El  ruego  sólo  del  amante  espera; 
Mañosamente  al  joven  fué  motivo 
De  que ,  rudos  temores  desechando, 
Redujese  su  amor  de  aquel  secreto 
En  que  lo  acobardaba  su  respeto. 
Menos  cobarde  ya,  más  atrevido, 
Era  con  dulces  iras  contenido 
De  la  que,  no  negándose  obligada, 
Se  iba  ya  confesando  enamorada; 
Hasta  que  olmo,  feliz  por  lo  abrasado, 
Si  Alcídes  es  Amor,  á  él  consagrado, 

Y  ella  vid,  en  halagos  floreciente. 
Para  que  estrechamente 
Reciprocase  los  suaves  lazos. 
Pámpanos  de  cristal ,  le  dio  sus  brazos. 
Entóneos  los  errantes 
Licenciosos  cupidos. 

Dando  al  viento  en  sus  alas  mil  colores, 
El  improviso  tálamo  coronan, 

Y  mientras  paj arillos  ciento  entonan 
Dulces  epitalamios,  no  entendidos. 
De  sus  carcajes  ellos  á  porfía 
Flechan  sobre  los  dos  chiprios  amantes, 
De  cuantas  fértil  aura  cngendi-ó  flores 
En  las  selvas  de  Chipre  deliciosas. 
Alhelíes,  mosquetas,  lirios,  rosas. 

Así  Adonis,  que  habia 

Triunfado  del  Amor,  fué  el  más  dichoso 

De  su  aljaba  trofeo; 

Pero,  aunque  así ,  vencido  y  victorioso, 

Coronaba  de  gloria  su  deseo 

El  venturoso  amante. 

De  su  dicha  mayor  quedó  ignorante. 

Pues  si  bien  sospechaba 

Que  era  deidad  sublime,  porque  en  esta 

Desconfianza  ruda, 

Aun  lo  hacia  feliz  la  misma  duda. 

Casi  á  las  evidencias  se  negaba. 

Era,  pues,  la  que  ninfa  juzgó  hermosa, 

O  rústica  deidad  de  la  floresta. 

La  blanda  madre  del  Amor  tirano. 

Que  el  coro  de  los  dioses  soberano 

Dejó,  del  garzón  chiprio  enamorada, 

Y  quiso,  con  cuidado  descuidada, 

A  aquel  casual  encuentro  en  la  espesura, 

Facilitarle  su  mayor  ventura; 

Pero,  aunque  digno  al  joven  considera, 

Atenta  á  su  decoro,  le  recata 

Su  deidad  por  entonces,  pues  humano, 

Aunque  la  envidia  de  los  dioses  era, 

Quizá  de  una  vez  sola  no  pudiera 

Embeleso  sufrir  tan  soberano; 

Y  así,  el  mayor  indicio  le  dilata. 
Que  en  sus  dudas  le  alumbre. 

Hasta  que  á  sus  favores  se  acostumbre. 

De  este  modo  también  era  trofeo 

De  su  hijo  la  madre,  tan  rendida 

A  Adonis,  que  impaciente  su  deseo. 

Con  la  edad  detenida 

En  períodos  precisos,  su  cuidado 

^ué,  y  tormento  prolijo. 

Aun  desde  que  nació  postumo  hijo 

De  una  desgracia  y  de  un  delito  feo. 

Kació  hermoso,  infeliz,  bien  que  amparado 

Del  que  le  arrulló  dulce,  infante  tierno, 

Entre  sus  brazos,  de  las  gracias  terno; 

Porque  así  de  la,s  ninfas  granjeara, 

Con  la  precisa  lástima,  el  cuidado, 

Que  le  educó  fielmente; 


Y  aun  el  piadoso  empleo 
Diosa  hubo  que  envidiara, 

Pues  con  él  (bien  que  entonces  inocente). 
Nació  de  Venus  el  fatal  deseo. 
Niño,  pues,  en  sus  brazos  regalado 
Tal  vez  le  tiene  la  Ericina  diosa, 

Y  él  con  la  tierna  mano  cariñosa 

Y  gestos  halagüeños, 
Vagando  de  su  pecho  por  la  nieve 

Y  por  la  cara  hermosa. 

En  la  boca,  de  dulce  risa  llena. 

Tal  vez  la  detenia,    - 

Como  que  sus  caricias  pretendía. 

Licencioso  se  atreve 

Con  los  dedos  pequeños 

A  asirle  á  Venus  los  purpúreos  labios; 

Y  ella,  aunque  diosa,  de  su  mal  ajena, 
Con  ambiciosos  besos  lo  fatiga  ; 
Porque  así  dulcemente  lo  castiga 

Los  atrevidos,  que  apetece,  agravios; 

Pero  insensiblemente. 

Aun  con  su  madre  ñero. 

El  otro  hijuelo  alado 

(Si  ya  Adonis  no  pueda  ser  primero; 

Más  no  pudiera  ser  tan  insolente. 

Si  bien  fué  más  hermoso); 

Aquel,  pues,  engañoso 

Produciendo  en  la  madre  iba  un  cuidado, 

En  cuanto  blandamente 

Leve  en  el  corazón  le  puso  fuego. 

Que  escándalo  fué  luego. 

1  Oh  principio  inocente 

Del  amor !  ¡  Cuánto  asi  ha  tiranizado 

Tu  engañosa  osadía ! 

¡  Oh,  bienaventurado 

Quien  de  tí  no  se  fia ! 

Tú,  monstruo  lisonjero, 

Del  Nilo  en  las  riberas 

Te  querellas  primero 

Con  voces  lastimeras; 

Y  el  menos  descuidado  caminante. 
De  tu  llorosa  crueldad  (confusa 
Con  tu  lamento  fiero) 

Aun  se  fia,  ignorante, 

Y  de  sus  pasos  la  tardanza  acusa; 
Pero,  después  que  lastimosamente 
De  tu  engaño  su  vida  es  inocente. 
Maldice  su  piedad,  que  apresurado 
A  morir  lo  traia. 

1  Oh,  bienaventurado 

Quien  de  tí  no  se  fia ! 

Tú,  engañosa  sirena. 

Con  músicas  halagas 

Al  inconsiderado  navegante, 

El  que,  para  que  tú,  traidor,  te  hagas 

De  sus  despojos,  de  su  vida,  dueño. 

El  veneno  se  bebe  resonante 

Con  ambicioso  oido. 

Hasta  que  tarde  llora,  sumergido 

Su  lastimado  leño. 

Que  en  vano  besa  ya  tu  infiel  arena; 

Porque,  monstruo  de  plumas  escamado. 

Nieto  del  mar,  aun  no  te  conocía. 

¡  Oh ,  bienaventurado 

Quien  de  tí  no  se  fial 

Tú,  áspid  entre  flores  escondido. 

Que,  de  inocentes  manos  aprehendido, 

Ai;n  siendo  nieve  fria  la  que  prende, 

Con  el  veneno  el  corazón  enciende, 

Pues  así,  de  los  celos  irritado. 

Eres  áspid  que  abrasa  cuanto  enfria. 

¡Oh,  bienaventurado 

Quien  de  tí  no  se  fia! 

Tú,  acero  refulgente. 

Con  cuyo  filo  agudo 

(Si  breve  rato  pudo 

Cualquiera,  aun  no  sin  miedo. 

Probarte  en  duro  cutis  blandamente) 

Al  descuido  menor  se  corta  el  dedo, 

Y  al  verse  ensangrentado 
Maldice  su  porfía. 

I  Oh,  bienaventurado 


EL  ADONIS. 


Quien  de  tí  no  ise  fia ! 

Tú,  en  fin,  tú,  fuego  aleve, 

A  quien  blanca  ceniza  disimula, 

Cuando  el  viento  la  mueve 

(Que  aun  no  la  agita  leve,  si  la  adula), 

De  improviso  se  irritan  sus  centellas, 

Y  bárbaro,  aun  se  atreve  á  las  estrellas, 
¡Tal  fuego  disfrazado 

Por  la  ceniza  fria  1 

¡Oh,  bienaventurado 

Quien  de  tí  no  se  fia! 

¡Oh,  qué  ciegos  que  sois,  tristes  mortales, 

Que  un  bien  solicitáis  que  han  infamado 

Sinnúmero  de  males! 

Yo  no.  Amor,  porque  ya  te  conocía, 

Que  eras,  aun  cuando  halagas,  lisonjero 

Cocodrilo,  sirena,  áspid,  acero 

Y  fuego  simulado. 

En  quien  la  sacra  esfera  arder  podía. 

I  Oh,  bienaventurado 

Quien  de  tí  no  se  fia! 

Apenas  se  media 

Con  años  seis,  de  Adonis  la  estatura, 

Cuando  logró  con  éstos 

Edad  de  perfecciones  su  hermosura. 

Los  miembros  bien  dispuestos 

Eran  de  hermosa,  aunque  robusta  nieve, 

En  cuanto  su  pequeña  edad  le  debe ; 

Blandamente  robustos  son  sus  brazos, 

De  los  que  el  bosque  aguarda  ya  mil  lazos ; 

La  orgullosa  garganta 

Del  grueso  y  ancho  pecho  se  levanta. 

La  que  suben  formando 

Cándidas  roscas  de  alabastro  blando ; 

La  barba,  hermosamente  bipartida, 

Deseos  incitalia. 

Porque  aun  no  es  de  la  edad  oscurecida; 

Hojas,  por  donde  el  ámbar  respiraba, 

Eran  sus  labios  gruesos. 

Del  carmín  dos  excesos; 

Carmín  que  en  las  mejillas  no  excedía, 

Porque  la  nieve  no  lo  permitía. 

Confundiéndose  dulcemente  en  ellas 

El  carmín  con  la  nieve; 

Siendo  duda  no  leve 

Si  es  púrpura  nevada, 

O  nieve  purpurada; 

Porque  del  vario  rosicler  confuso 

Se  encendiesen  más  bellas. 

La  nariz  descendía,  delicada. 

Del  intermedio  de  las  dos  estrellas 

(Tales  brillaban  sus  vivaces  ojos). 

Que  de  los  arcos  de  oro  de  sus  cejas 

Flechaban  contra  las  etéreas  salas 

Mil  luces,  si  de  Venus  mil  enojos; 

Y  á  Júpiter  los  dioses  dieron  quejas, 
Porque  á  Cupido  no  quitó  las  alas, 

Y  en  Adonis  las  puso, 

O  que  á  éste,  aun  en  el  bosque,  niegue  el  uso 

Del  arco  de  marfil  y  flechas  de  oro 

(Del  ciego  dios  decoro), 

O  que  su  despejada  alegre  frente 

Serenidades  del  amor  no  ostente, 

Y  más  cuando  sobre  ella. 
Preciosos  embarazos. 

De  sus  cabellos  los  dorados  rizos 

Tendieron  tantos  lazos. 

Cuantos  para  una  y  otra  ninfa  bella 

Prepararon  hechizos. 

Éste,  pues,  de  las  selvas  embeleso, 

Cupido  ya  travieso. 

Si  Adonis  no  insolente, 

En  un  valle  apartado, 

A  su  edad  inocente , 

Divertia  con  otros  cupidillos. 

Engañando  los  simples  pajarillos. 

Que  de  algún  ramo  de  ellos  agitado. 

De  un  arroyo  á  la  margen  se  volaban, 

Y  en  la  liga  falaz  que  puesto  habían 
Tenazmente  se  asian. 

Chillan  las  avecillas,  sacudiendo. 
Por  desasirse,  las  pequeñas  alasj 

I,  PS,-XVIII, 


Y  al  mido  corriendo, 

A  una  pintada  jaula  encomendaban 

Su  trabajo  sencUlo. 

De  éstos,  pues,  un  pintado  pajarillo 

Sujetó  á  un  hilo  Adonis,  que  ligero, 

Si  engañado,  volaba 

Cuanto  la  débil  cuerda  permitía. 

Adonis  se  alegi'aba, 

Y  el  hilo  retraía; 

Mas  viéndolo  en  la  yerba  lastimero, 
Segunda  libertad  le  concedía 
(Libertad  engíiñosa); 

Y  cuando  la  avecilla,  presurosa, 
Segunda  vez  al  viento  se  dilata, 
Gavilán  que  la  acecha,  la  .arrebata, 

Y  en  sus  garras  chillando,  se  la  lleva. 
Adonis  se  entristece, 

Y  en  el  semblante  gemebundo  crece 
El  sentimiento  tanto. 

Que,  difundido  en  inocente  llanto. 
Corre  con  pié  ligero, 

Y  á  la  náyade  cuenta,  que  lo  cria. 
De  su  pájaro  el  caso  lastimero. 
«Amada  (ella  le  dice)  prenda  mia»; 

Y  con  la  blanca  mano  le  desvia 
Los  sudosos  ricillos  de  la  frente, 

Y  los  llorosos  ojos  blandamente 
Le  enjuga  cariñosa. 

«A  otra  aurora  la  liga  pegajosa 

Te  detendrá  otros  pájaros  más  bellos; 

Y  viniendo  con  ellos 
(Perdona  el  tierno  lloro). 

En  jaula  que  te  guardo  yo,  de  oro. 
Estarán  encerrados. 
Porque  libres  del  pájaro  insolente 
Halles,  cuando  tú  quieras,  tus  cuidados; 

Y  si  después  brioso, 
Mucho  más  generoso 

Ejercicio  en  las  selvas  juntamente 
Con  tu  robusta  edad  venir  se  espera 
(Esperanza  no  vana), 
Ninfa  que  un  tiempo  fué  mi  compañera, 

Y  ahora  el  coro  sigue  de  Duina, 
Traerá  entonces  (así  lo  prometia, 
A  solicitud  mia, 

Y  yo  te  lo  prometo) 

Tres  veces  dos  sabuesos,  que  instruidos 

En  las  fragosas  cumbres  del  Taigeto 

Serán ,  y  desde  liiégo  conducidos. 

Yo  con  estudio,  en  que  á  Minerva  imploro, 

Porque  nunca  de  Aracne  temo  el  hado, 

Tariamente  historiado, 

Te  bordo  un  cinto  de  oro. 

Un  venablo  tendrás  también  luciente. 

Que  del  grande  Acteon  fué  don  precioso 

A  Oreade,  que  amaba; 

De  ésta  también  el  arco  sinuoso. 

Que  la  flecha  que  arroja  errar  no  sabe, 

Y  de  marfil  la  aljaba, 
Con  las  saetas  grave.» 

Y  con  tanta  esperanza. 
Que  aun  no  advertidamente 

Mil  vaticinios  de  su  edad  alcanza, 
Después  de  dulcemente  acariciado, 

Y  con  traerle  aprisa 

Un  pequeño  carcaj  que  le  ha  enviado. 

Hurtándolo  á  Cupido, 

La  alta  deidad  de  Gnido, 

Se  alegró  Adonis  tanto. 

Que  interrumpió  su  llanto 

Con  inocente  risa. 

Si  el  hombre  no  pasara 

Del  primer  lustro,  Prócris,  yo  le  amara. 

Pues  en  sus  breves  años  considero 

Aquella  edad  dorada 

Que  vistió  al  mundo  del  candor  ])rimcro. 

Mas  ¡oh  engaño!  ¡oh  ficción  mal  adorada 

De  las  gentes!  ¡oh  hombre  siempre  fiero! 

Tu  inocencia  mentida 

Traidor  es  lecho,  donde 

Con  la  razón  se  esconde 

I-a  malicia  dormida, 

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DON  JOSÉ  ANTONIO  PORCÉL. 


Porque  cuando  despierte  sea  homicida 
Infame  de  la  noble  compañera. 
Logras  la  luz  primera 
Del  que  trabaja  para  tí  los  días, 
Cuando  triste  y  con  lágrimas  recibea 
Lo  que  alegre  debias; 

Y  es  porque  apenas  vives, 
Cuando  ya  eres  ingrato 

Al  primer  bien  de  tu  primer  fortuna. 

Piadoso  fué  recato 
Del  que  los  brazos  te  ligó  en  la  cuna; 
Industrias  no  bastantes 
A  que  el  estorbo  no  rompieses ,  cuando, 
De  dulce  leche  y  de  coraje  Heno, 
Dividiste  las  rígidas  serpientes 
En  un  pedazo  y  otro,  palpitantes, 
Manchadas  del  mortífero  veneno 
Las  fajas  inocentes. 
Defensa  del  valor  fué ,  generosa 
Sí,  pero  monstruosa; 

Y  quien  fué  monstruo  para  la  defensa, 
Monstruo  podia  ser  para  la  ofensa. 
Entre  dulces  caricias  regalado, 

Cual  áspid  crece  en  el  florido  lecho. 
Fiero  el  hombre,  de  vicios  escamado, 
No  un  mundo,  mil ,  de  su  ambicioso  pecho 
Después  no  llenan  el  fatal  vacío. 
Alimentólo  pío, 

Y  se  produjo  un  enemigo  el  mundo. 
Cuando  menos  dañó,  no  de  su  mano, 
Menos  de  su  altanero  pensamiento 
Eedimir  pudo  el  viento 

Al  ave  que,  plumado  torbellino, 

Subió  á  fijar  en  vano  su  fortuna 

A  las  alternas  astas  de  la  luna. 

Ni  reservó  contra  el  fatal  destino 

Su  mudo  cortesano 

De  Nei^tuno  el  palacio  cristalino. 

Que  en  sus  alcobas  defendido  en  vano, 

De  su  gula  mercedes 

Cubrió  sus  mesas,  si  llenó  sus  redes. 

Ni  á  cuantas ,  si  de  armas  no  desnudaa 

Fieras  guardan  sañudas 

Las  lóbregas  cavernas  de  la  tierra. 

Privilegiaron  de  sangrienta  guerra 

Con  el  hombre,  que  bárbaro  procura 

(Para  adornos  crueles 

Del  triunfo  que  su  mano  le  asegura) 

Vestido  horrendo  de  sus  brutas  pieles. 

No  ya  contento  con  mandar  tirano 

La  irracional  tres  veces  monarquía, 

Tal  vez  con  sangre  de  su  propio  hermano 

Manchó  acero  caliente 

El  que  en  la  diestra  impía 

El  hambre  puso  del  metal  luciente. 

¿Que  mucho,  si  ella  lo  arrojó,  insolente, 

Al  diáfano  reino  de  Neptuno, 

Conculcado  hasta  allí  de  otro  ninguno, 

Que  del  oro  no  fuese  el  ardimiento.' 

Este  el  mayor  neblí  formó  de  pino, 

Que,  despojado  de  las  que  bizarras 

Verdes  pompas  le  dio  su  padre,  el  bosque, 

Tendidas  alas  le  vistió  de  lino, 

Y  de  los  remos  le  adapte')  las  garras; 
Porque  con  unas,  del  ind(3cil  viento 
La  hinchada  cara  fatigar  presuma, 

Y  con  otras,  del  líquido  elemento 
Rasgue  la  azul  espalda, 

Que  contra  el  mismo  que  le  hirió  despide, 

En  vez  de  roja  sangi'c,  blanca  espuma. 

En  éste,  pues,  veloz  y  fiero  mide 

Las  distancias  que  apenas  sabe  el  dia, 

Desde  que  arrulla  en  la  rosada  falda 

La  tierna  luz  del  sol  la  blanca  aurora, 

Hasta  que,  ya  cadáver,  lo  atesora 

Urna  de  cristal  fria. 

Tan  bárbara  osadía. 

Hija  de  su  ambición,  no  temió  luego 

Del  toro  fulminante 

El  tenebroso  fuego. 

Ni  el  dragón  vigilante. 

Que  el  pálido  metal  defendió  en  vano 


De  en  avarienta  mano. 

Si  este  monstruo  es  el  hombre,  ¿quién  adoia 

Su  inocencia  en  su  aurora. 

Si  en  su  cénit  estrago  furibundo, 

No  se  redimen  de  su  saña  fiera 

Los  ignorados  términos  del  mundo? 

Y  si  el  hombre  es  el  bien  que  nos  pondera 
El  amor  insolente, 

¿Qué  bien  de  monstruo  tal,  Prócris,  se  espera? 

Justamente  aun  su  nombre 

Desdeño,  y  justamente 

A  Amor  ultrajo,  y  aboiTCzco  al  hombre. 

El  zodíaco  todo, 

Desde  que  Adonis  vio  la  luz  del  dia. 

Quince  veces  el  sol  lustrado  habla, 

Cuando  ya  de  otro  modo 

Las  selvas  fatigaba. 

No  con  dardo  ó  aljaba 

(Venus  no  lo  consiente  todavía). 

Mas  sí  el  bosque  impedido 

Con  las  sutiles  redes  bien  prendidas 

De  los  árboles  altos, 

Él  perturbaba  el  valle  con  ruido, 

Y  después  en  las  ramas  escondido, 
Bandas  de  tordos,  mirlos  y  zorzales, 
En  la  red  ya  metidas, 

Al  recogerla  él,  daban  mil  saltos. 

Enredándose  aun  más  confusamente. 

Cuyo  infinito  cuente 

Cuando  le  alivie  el  hombro  fatigado 

Leucipe,  que  en  su  gruta  le  ha  esperado. 

No  hurtaba,  á  su  cuidado  diligente. 

El  vago  conejuelo 

El  de  la  tierra  abrigo  tortuoso, 

Por  más  que  lo  resguarde  temeroso. 

No  se  huyó  á  su  desvelo 

La  liebre  corredora. 

No  el  cervatillo  tierno 

Con  el  apenas  pululante  cuerno. 

Mas  cuando  ya  mejora 

Su  juventud  un  lustro  más,  quedando 

No  menor,  más  robusta  su  belleza, 

A  desdeñar  empieza 

El  de  las  selvas  ejercicio  blando, 

Y  el  peligro  apetece. 
A  Leucipe  le  intima 

Le  cumpla  lo  que  ofrece. 
Negárase  ella,  pero  no  se  anima 
A  ofender  lo  que  amaba. 
Pues  en  negarse  ofende 
A  quien  persuade  en  vano; 

Y  así,  aunque  renuente  y  oficiosa, 
Cuando  á  su  nuevo  cazador  instruye, 
Al  hombro  le  suspende 

De  agudas  Hechas  la  fecunda  aljaba, 
Cuya  labor  preciosa 
De  artífice  elegante  el  seso  arguye. 
Para  la,  aunque  robusta,  blanca  mano 
El  arco  primoroso  le  previene, 

Y  por  si  el  tiro  continuado  afloja 

La  extensa  cuerda,  el  dardo  le  apercibe, 

Donde  el  acierto  de  Acteon  aun  vive. 

Si  bien  que  ya  le  enoja 

(Por  si  el  agüero  peso  alguno  tiene) 

La  injuria,  á  que  se  expuso,  de  Diana; 

O  ya  ie  ajusta  primorosamente 

De  la  bien  liccha  pierna  hasta  lo  alto 

Los  coturnos  de  grana, 

Y  el  cinto,  donde  el  oro  sabiamente 
Casos  le  proponía  desgraciados 

De  jóvenes  hermosos, 

Nada  en  la  selva  ni  en  amor  dichosos; 

Obra  prolija  de  su  docta  aguja. 

Que  aptamente  ceñido. 

Para  (pie  no  embaracen  la  caiTcra, 

Los  mal  sueltos  vestidos  arrebuja. 

De  éste,  en  fin,  pende  asido 

El  cuerno  resonante. 

Que  al  que  le  inspira  aliento  de  su  boca. 

Si  aun  fieras  no  le  expone, 

Á  los  canes  provoca, 

Que,  en  tanto  que  la  ninfa  lo  dispone, 


EL  ADONIS. 


14í 


A  la  caza,  que  espera, 

Gimen  inquietos,  ladran  impacientes 

En  ti  cordón  de  seda, 

Oribazo  j  JJorceo. 

A  éste ,  de  la  arboleda , 

Que  aun  no  registra  el  sol,  nada  se  esconde; 

Aquel  las  cimas  consiguió  eminentes. 

Negro  Acholo  y  lanudo, 

Que  á  su  astuta  fiereza  corresponde , 

Con  el  silvestre  Aileo, 

Cuyo  horrendo  ladrido 

Más  que  todos  turbar  el  monte  jiudo. 

Agre,  de  agudo  olfato,  y  distiiiuuido 

Con  negi'as  manchas,  candido  Mclampo, 

Todos  seis  que  de  Acíiya, 

De  Adonis  á  los  ruegos  importunos. 

Traer  hizo  la  Naya, 

Y  que  en  las  cumbres  del  Taigcto  unos, 
Otros  de  Creta  en  el  famoso  campo, 
Instruyó  de  Diana  el  vago  coro. 

La  Aurora  compon  ia 

Con  frescas  rosas  las  coyundas  de  oro, 

Que  con  los  tres  alígeros  Etonte 

Ya  recibía  del  luciente  carro. 

Cuando  al  monte  salia. 

Segundo  sol  del  monte. 

El  cazador  bizarro; 

Tan  bello  Apolo  la  ribera  amena 

Deja  del  licio  Xanto, 

Y  á  la  materna  Délos  se  destina, 
Pendiente  al  hombro  suena 

Con  flechas  ciento  su  carcaj  bruñido, 

Y  en  la  mano  divina 
El  arco  de  oro,  en  tanto 

Que  del  Cintio  las  cimibres  examina. 

Lustraba,  pues,  la  falda  floreciente 

Del  monte  (ya  de  engaños  mil  ceñido. 

Con  las  nudosas  redes  extendidas) 

Adonis,  impedido 

De  la  turba  impaciente 

De  los  que,  á  la  trailla  mal  sujetos 

(Bien  los  conduzca  la  maestra  mano 

De  tres  garzones  bellos  y  briosos. 

Que  la  fatiga  ¡larten  oficiosos) 

Sabuesos  se  enredaban  inquietos, 

Y  el  paso  interrumpian  del  que  en  vano 
Acelerar  procuran. 

Retardándolo  más  que  lo  apresuran. 
Llegado  al  sitio  ya  de  las  batidas, 
Duro  aliento  dio  al  cuerno  resonante; 
Volviólo  monte  y  valle  repetido, 

Y  un  can  y  otro  anhelante 
Doblaba  la  impaciencia  y  el  ladrido; 
Cuando  por  un  ribazo 

Un  jabalí  cerdoso 

El  primero  aparece 

(¡Oh,  el  último  sea  éste  que  se  ofrece. 

Porque  último  no  sea!); 

Quita  de  la  trailla  el  fuerte  lazo. 

Aun  tirantes  lolS  cuellos, 

Y  uno  y  otro  moloso, 
Ligeros  á  la  fiera  parten  ellos... 

PRÓCRIS. 

Lo3  que  el  descuido  nuestro,  si  avisado, 
Libres  dejó  (entre  tanto  tú  refrena 
Los  de  Adonis),  el  monte  han  perturbado. 

ANAXARTE. 
Y  con  profundos  ecos  ya  resuena, 
Al  molesto  ladi-ido ,  el  hondo  valle. 

PRÓCRIS. 

A  un  oso  precipita  mi  Pemena; 
Preven  la  flecha  :  inei'mes  no  nos  halle. 

ANAXARTE. 

Yo,  por  si  á  la  red  viene ,  aquí  lo  aguardo. 

PRÓCRIS. 

Yo  hacia  aquel  risco  voy  por  atajalle, 
ANAXARTE. 

La  flecha  yo  le  tiraré. 


PBOCRIS. 

Yo  el  dardo. 


ÉGLOGA  SEGUNDA. 


ANAXARTE,    PRÓCRIS. 


Amor,  ya  he  conocido 
(¡Oh  tardo  desengaño!) 
El  mal  do  me  ha  traído 
Tu  lisonjero  engaño. 
Canté  tus  flechas  de  oro. 
Canté  tus  triunfos,  y  tus  triunfos  lloro. 

Si  pierdo  mi  ventura, 
¿Por  qué  fatigo,  fuerte. 
Con  flechas  la  espesura? 
Flechas  no  han  de  ofenderte, 
Que  quizá  fueron  hechas 
Para  lisonjear  á  un  dios  con  flechas. 

El  bien  que  aun  no  ha  gozado 
Le  cobras  en  fatigas 
A  quien  te  ha  conquistado 
De  gentes  enemigas 
Respetoso  cariño. 
Por  mayor  de  los  dioses  y  dios  niño. 

Contra  infames  querellas. 
Que  hablaban  tu  improperio. 
Yo  igualé  á  las  estrellas 
La  gloria  de  tu  imperio; 
Yo  arrastré  por  decoro 
La  vil  prisión  de  tus  cadenas  de  orow 

Yo,  pues,  negué  ¡oh  insolente 
Nieto  de  las  espumas! 
Que  hiriendo  dulcemente 
Tus  arrojadas  plumas. 
Do  quiera  que  las  tiras. 
Siembras  piedades  y  recoges  iras. 

Así  mi  fiel  conato 
Tu  deidad  defendía, 

Y  ahora  me  eres  ingrato. 
Mas  ¡ay  de  aquel  que  fia 
Que  le  ha  de  ser  propicio 

Dios  ciego,  que  no  mira  el  sacrificio. 

Por  un  bien  que  me  diste. 
Si  nombre  tal  merece. 
Arde  el  corazón  triste, 

Y  ama  lo  que  aborrece. 
¡Oh  infelices  desvelos! 

No  quiero  amor  si  no  hay  amor  sin  celoB, 

i  Qué  !  ¿  tan  presto  deshechas 
Glorias,  traidor,  regalas? 
¡Oh,  mal  bajean  tus  flechas! 
¡Oh,  mal  hayan  tus  alas! 
¡Mal  haya  quien  te  ignoral 
¡Mal  haya  yo,  que  te  conozco  ahora) 

ANAXARTE. 

¿Cómo  así,  Prócris,  al  Amor  infamas? 
¿Sabes  que  estás  en  Chipre,  y  que  es  dios  fuerte? 

PRÓCRIS. 
Dichosa  tú,  Anaxarte,  que  no  amas; 

Así  te  burlas  de  mi  triste  suerte. 
Tú  vives,  y  yo  muero  sin  consuelos. 

ANAXARTE. 
¿YCéfalo,  tu  vida? 

PRÓCRIS. 

Ya  es  mi  muerte. 

ANAXARTE. 

¿Tan  presto  tus  ardores  fueron  hielos? 
PRÓCRIS. 

Y  hielos  sin  dejar  de  ser  ardores, 

ANAXARTE. 
Monstruos  compones, 


US 


DON  JOSÉ  ANTONIO  POECÉL. 


PBOCEIS. 

Monstruos  son  loa  celos. 

ANAXABTE. 
Neciamente  maldices  sus  rigores; 
Que  el  Amor  con  fatigas  antes  lucha 
Que  logre  de  la  suerte  los  favores. 
PEÓCRIS. 
Así  lo  pensé  yo;  pero  ya  es  mucha 
La  fatiga,  y  mayor  que  la  propuesta 
Fortuna. 

AIíAXARTE. 
Luego  ¿  ya  no  amas  ? 

PEÓCRIS. 

Escucha. 

Ayer  nos  dividió  en  la  ardiente  siesta 
El  oso,  de  los  canes  agitado, 
Yo  el  monte,  tú  inquiriendo  la  floresta, 

Kecibiéndolo,  en  fin ,  precipitado, 
Término  de  su  vida  y  su  carrera 
Fué  mi  dardo  fatal,  nunca  evitado. 

Religiosa,  á  la  deidad  severa 
De  Diana  ofrecerle  determino 
Los  sangrientos  despojos  de  la  ñera. 

Clavé  tres  veces  en  el  sacro  pino 
La  formidable  testa,  y  otras  tantas, 
Sacudida  del  tronco,  al  suelo  vino. 

La  sangre  toda  me  ligó  á  las  plantas 
El  piadoso  temor,  sin  saber  dónde 
Su  agüero  me  dirán  las  selvas  santas; 

Cuando  del  alto  pino  la  que  esconde 
Dríade,  con  el  que  murmuró  acento, 
De  lo  interior  del  tronco  así  responde : 

«El  sacrilego  huye  atrevimiento. 
Diana  y  Venus  no  han  juntado  altares; 
Y  ¡ay  de  tí  cuando  ninfa  sea  el  viento  1 

))E1  término  tú  aquí  de  mis  pesares 
No  juzgues,  ni  me  acuses  de  importuna; 
Que  sucesos  te  esperan  singulares.» 

Diana  airada,  mi  oblación  ninguna, 
Olvidando  sus  redes  y  sus  canes , 
Sagrado  solicito  á  mi  fortuna. 

De  Venus  me  conducen  mis  afanes 
Al  gran  templo,  que  en  medio  se  divisa 
De  aquel  oscuro  bosque  de  arrayanes. 

La  planta  apenas  sus  espacios  pisa, 
Cuando  cincel  de  Dédalo  elegante 
Mis  ojos  roba,  mi  atención  precisa. 

Vestía  la  pared  de  oro  brillante 
Lámina  firme,  donde  la  memoria 
De  las  cosas  fijó  lo  vacilante. 

Como  triunfo  de  Amor,  de  Venus  gloria, 
En  el  metal  precioso  se  derrama 
Cuanta  la  Grecia  dio  sutil  historia. 

Por  el  Egeo,  aquí  de  Amor  la  llama 
En  Elena  conduce  el  triste  fuego, 
Cuyas  cenizas  heredó  la  fama. 

Allí,  olvidando  el  laberinto  ciego, 
A  la  inventora  del  auxilio  de  oro 
Tesoo  lleva,  y  desampara  luego. 

Medea,  de  Jason  con  el  tesoro. 
Igual  es  hurto  aquí,  y  allí  el  Tonante 
Por  Europa  gentil  navega  toro. 

En  negro  carro  el  infernal  amante 
A  Proserpina  roba  aqiií,  y  en  vano 
Ciane  clama ,  y  Céres  gime  errante. 

Pero  de  docta,  si  moderna,  mano, 
Moderno  robo  en  lámina  reciente 
Triunfo  pendía  del  Amor  tirano. 

Su  historia  habló  la  línea  siguiente : 
Bóreas  robando  á  Orit'ta  de  Erectco; 
Dudar  podía  lo  que  vía  ausente. 

Pero  en  tanto  que  dudo  lo  que  veo. 
Nuncio  hallo  que  mi  duda  absolvió  vana, 
Sabiendo  lo  que  no  quiso  el  deseo. 

Bárbaro  amante  de  mi  cara  liermana 
El  Bóreas,  que  en  el  ísmaro  resuena. 
Lo  que  no  al  ruego,  á  la  violencia  gana. 

En  tanto,  pues,  que  en  la  ribera  amena 
Del  transparente  Iliso  se  divierte 
La  hermosa  Oritia,  de  su  mal  ajena, 


Un  torbellino  la  arrebata  fuerte; 
¡Oh,  qué  bien  del  cincel  el  duro  empeño 
El  caso  imita,  la  violencia  adviertel 

Bu  el  metal  el  arrugado  ceño 
Del  amante  feroz  aun  no  consiente 
Ser  con  sus  propias  dichas  halagüeño. 

La  hórrida  barba ,  y  por  la  ruda  frente 
El  áspero  cabello  cano  hacia 
Nieve  mucha  del  Cáucaso  inclemente; 

Pero  entre  tanta  nieve  aun  parecía 
Amante,  y  en  su  pecho  congelado 
De  su  bárbaro  amor  la  llama  ardía. 

Me  persuadí  que  del  feroz  cuñado 
Al  furibundo  soplo  se  quejaba. 
Ultrajada  la  selva,  el  mar  hinchado. 

La  hermosa  causa  de  su  amor  llevaba, 
Segura  bien,  sobre  sus  alas  frias, 

Y  ella  triste  sus  males  informaba. 
Creí ,  oh  dulce  hermana ,  me  reñías 

Mi  ausencia,  de  mi  amor  los  desvarios, 

Y  el  vale  lastimosa  me  decías. 
Respuesta  fueron  ya  los  ojos  míos. 

De  lágrimas  copiosos ,  cuyo  afecto 
No  perdonó  los  circunstantes  píos. 

En  tanto,  pues,  que  con  el  vano  objeto 
El  alma  padecia  amargamente, 

Y  en  llanto  amargo  respondió  el  efeto. 
Finalizados  ya  solemnemente 

Los  sacriñcíos  de  la  augusta  diosa. 
Cerróse  el  templo  y  excluyó  la  gente. 

Salí  con  nuevos  males  pesarosa. 
El  pecho  de  temor  y  dudas  lleno, 

Y  de  explorar  mis  hados  deseosa. 
A  la  sagi'ada  gi-uta  de  Sileno 

Llegué  á  tiempo  que  Ifis  (nunca  oído 
De  tí)  llegaba,  de  su  mal  ajeno. 

Estaba  el  viejo  sátiro  tendido, 
Con  ebrio  sueño,  en  las  desnudas  piedras. 
De  la  una  mano  el  tirso  mal  asido; 

La  otra  vertiendo  el  frasco,  con  que  medras, 
Oh  Baco,  y  en  el  suelo  ajadamente 
La  corona  de  pámpanos  y  hiedras. 

Entre  los  dos  le  asimos  fuertemente, 

Y  cuando  despertó,  se  halló  impedidas 
Las  manos  del  adorno  de  su  frente. 

«  Perdona  las  prisiones  atrevidas 
(Le  decimos),  y  de  uno  y  otro  amante 
Desenvuelve  los  hados  y  las  vidas.» 

El  entonces,  el  pecho  ya  anhelante. 
Con  el  alumno  que  encerraba,  dice  : 
((Fíame  lo  futuro,  ¡oh  tiempo  instante! 

»Vuestro  amor  uno  y  otro  es  infelice. 
A  tí,  oh  joven,  un  fatal  desvío 
El  deseo  y  la  vida  contradice. 

»Sí  tu  razón  no  vence  el  desvarío, 
Te  estoy  mirando  fúnebre  escarmiento, 
Si  infame  gloria  de  un  desden  impío. 

«Cuando  en  tí  lidie  el  postrimer  aliento, 
Ni  del  cielo  has  de  ser  ni  de  la  tierra; 
Que  á  tí  y  á  tu  espei-auza  tendrá  el  viento. 

»En  tí,  ninfa,  el  amor  no  menos  yerra : 
Tiernamente  tu  Céfalo  te  adora; 
Mas  ¡oh  envidiosa  de  los  celos  guerra! 

»En  sus  brazos  verás  la  blanca  aurora; 
Mas  cuando  en  el  cénit  Apolo  tuesta 
Las  altas  cumbres,  que  en  su  infancia  dora, 

«Fatigado  del  monte,  en  la  floresta. 
Deliciosos,  sin  tí,  hallará  consuelos. 
Que  engañen,  dulces,  la  abrasada  siesta. 

«Muy  fatales,  oh  Prócris,  tus  recelos...» 
Dijo;  y  aun  suprimió  «desdicha  alguna»; 
Mas  ¿qué  mayor  desdicha  que  los  celos? 

Con  ellos  solos  contra  mí  se  auna 
Cuanto  infelice  corre  derramando 
En  los  tristes  mortales  la  fortuna. 

Venciste  ya,  Anaxarte,  exagerando 
Las  traiciones  de  Amor,  los  mismos  cielos 
Contra  mí  tu  opinión  acreditando. 

Yo  de  Diana  los  sagrados  duelos 
Nunca  temiera,  ni  sangrienta  muerte; 
Fuera  yo  así  feliz,  mas  no  con  celos. 

I  Qué !  ¿  á  Céfalo  en  la  selva  le  divierte 


De  otros  cuidados  otro  pensamiento? 

¡Oh  Amor!  ¡que  me  engañases  de  esta  suerte! 

ANAXARTE. 
Tan  costosa  experiencia,  oh  Prócris,  siento 
Te  haya  traído  á  mi  opinión, 

PEÓCSIS. 

;Y  en  vano; 
Que  aun  he  de  amar  la  causa  y  el  tormento! 

ANAXAETE. 

¿Ni  de  Cintia  el  enojo  soberano, 
Ni  del  sátiro  viejo  los  recelos, 
Ni  el  insulto  del  Bóreas  tirano. 

Te  apartan  del  amor  y  sus  desvelos? 

PRÓCBIS. 
Insistiré  vagando  la  espesura 
Hasta  encontrar  la  causa  de  mis  celos. 

AJÍAXARTE. 

Es  desesperación,  más  que  locura; 
Conoce  ya  que  por  Diana  esquiva. 
No  hay  amor  en  las  selvas  con  ventura. 

Aun  contra  mí,  que  no  soy  tan  altiva, 
A  Ifis,  si  insiste  (al  voto  del  Sileno), 
Si  no  de  amor,  de  vida,  se  le  priva. 

PRÓCRIS. 

Por  tanto  nuevamente  te  condeno. 
Muere,  ¿y  resistes?  ¡De  Medusa  fiera 
Te  hizo  peñasco  el  rígido  veneno ! 

Que  Ifis  ha  de  morir  por  tí  se  espera; 
Mas  tú  también  de  Venus  el  castigo 
(Si  no  es  tu  sueño  vano)  considera. 

Pero  á  Ifis  lo  comparas  mal  conmigo. 
El  celos  no  padece,  yo  los  siento; 
Cura  mi  mal,  y  á  aborrecer  me  obligo. 

Mientras  en  Prócris  dure  este  tormento, 
Contra  el  enojo  de  deidad  severa. 
Contra  la  muerte  seguirá  su  intento. 

ANAXARTE. 

¡Ah  Prócris,  Prócris!  no  es  la  vez  primera 
Que  por  contrarestar  los  celos,  hubo 
Quien  no  pudo  evitar  la  muerte  fiera. 

Nuestro  Adonis  no  menos  necio  estuvo... 
Pero  ya  será  bien  suelte  sus  canes. 
Que  nuestra  intermisión  ligados  tuvo; 

Y  sujetos  los  nuestros,  tus  afanes 
Celosos  te  perdonen  por  un  rato, 
Para  que  nuevos  escarmientos  ganes. 

PRÓCRie. 
Segunda  vez  mi  oído  pende  grato. 

ANAXARTE. 
Yace,  á  la  parte  donde  m^iere  el  dia, 
En  la  extendida  falda  de  aquel  monte. 
Una  selva  ó  un  sitio,  embarazado 
De  álamos  altos,  de  gigantes  pinos, 
A  quien  muy  pocos  fia 
De  sus  rayos  divinos 
El  luminoso  padre  de  Faetonte, 
Por  lo  que  perezoso  se  levanta 
A  dejar  poco  dia  en  noche  tanta; 

Y  en  lo  más  silencioso  ó  más  sagitado 
De  su  verde  espesura 

Estancia  hay  más  amena, 
De  cuya  opulentísima  cultura 
Amaltea  su  cuerno  capaz  llena, 

Y  á  la  tieiTa  derrama  sus  abriles. 
De  sus  siempre  amenísimos  pensiles 
Huye  el  ardiente  estío, 

Huye  el  invierno  frió; 

Que  á  la  una  ni  otra  mano 

Nunca  obedecen  sus  floridas  puertas, 

A  ellos  siempre  cerradas, 

Para  la  primavera  siempre  abiertas; 

Porque  el  ladrón  de  Europa,  soberano, 

La  piel  vestida  estrellas,  blanco  toro, 

Las  abre  y  guarda  con  sus  cuernos  de  oro. 

Las  hiedras,  que,  á  Lieo  consagradas, 

Abrazan  de  su  frente  los  racimos , 

Lascivas  enredando 


EL  ADONIS. 


149 


Los  no  distantes  árboles  opimos, 

Verde  con  ellos  son  dosel  érondoso 

Del  prado  delicioso. 

Rey  de  la  primavera, 

A  quien  tapete  blando 

Pintó  de  mil  colores 

Mora,  que,  Usunjera, 

Tantas  en  verde  campo  tejió  flores, 

Cuantas  imitó  en  vano 

Del  babilonio  la  maestra  mano. 

El  sitio,  pues,  aunque  silvestre,  culto, 

No  desdeñó  Pomona, 

Que  dulce  le  corona 

De  extendidos  parraleí 

Y  de  otros  variados  mil  frutales; 
En  tanto  que  las  náyades  vecinas 
Sobre  el  césped  inculto 
Desatan  de  sus  urnas  cristalinas 
Arroyuelos  errantes, 

Que  al  romperse  vidriosos  y  sonantes 

Sobre  las  blancas  guijas 

(Limpios  trastes  del  líquido  instrumento), 

Las  errabundas,  las  pintadas  aves. 

En  verde  ramo  ó  verde  margen  fijas 

(Cuanto  varias  al  canto,  más  suaves) 

Llenan  la  selva  umbría 

De  traviesa  armonía, 

Mientras  que  suena  perezoso  el  viento; 

Toda  la  selva  amena 

Dulces  delicias,  dulce  amor  resuena. 

Hasta  los  rudos  troncos, 

Las  copas  inclinando 

Del  céfiro  al  susurro  menos  blando. 

Le  solicitan  con  suspiros  roncos; 

Y  hacia  la  parte  donde 

Uno  y  otro  ciprés  se  ofrece  altivo, 

Euda  compaje  de  quebradas  piedras, 

Que  bien  se  viste  de  lascivas  liiedras. 

Mal  se  corona  de  laurel  esquivo; 

Sagrada  es  gruta,  que  apacible  ostenta 

Cuanta  luz  soñolienta 

En  sombra  amiga  esconde; 

Mientras  que  por  la  jjarte  más  interna 

El  risco  de  la  húmeda  caverna 

De  entre  el  verde  menudo  adianto  (1)  vierte 

Lágrimas  una  á  una,  que  al  aurora 

Fueran  más  clara  risa,  cuando  llora; 

Y  después  juntas  en  la  urna  avara, 
Fuente  las  pierde  dulce,  fi-ia,  clara. 
La  que,  parlera  hija 

De  la  callada  gruta,  se  divierte 

Hacia  el  ameno  prado, 

Hurtándose  prolija 

A  la  margen  florida  y  sus  confines 

De  violas,  de  rosas,  de  jazmines. 

A  este,  imes,  amenísimo  sagrado 

Descendía  ñ-ecuente , 

Desamparando  las  etéreas  salas. 

La  blanca  Citerea, 

Aun  más  hermosa  que  la  luz  febea, 

Cuando  en  nubes  de  grana 

Envuelve  el  blanco  dia. 

Emula  de  Diana, 

Si  en  los  desdenes  no,  vestido  habia 

De  cazadora  montaraces  galas. 

Pues  sujetó  aptamente 

El  precioso  ropaje  hebilla  de  oro, 

El  que  no  recataba 

(Desnudo  el  pecho  y  muslo  transparente) 

La  misma  hermosa  nieve  que  escondía; 

Calzada  los  purpúreos  coturnos , 

Al  hombro  el  arco  permitió,  y  la  aljaba, 

Y  al  céfiro  avariento 

De  sus  rubios  cabellos  el  tesoro, 

Honroso  vencimiento 

De  los  rayos  diurnos; 

En  torno  la  seguía 

Escuadrón  faretrado 

De  alados  cupidillos,  que,  traviesos, 

Tal  vez  ella  modera  sus  excesos; 

(1)  Adianto  es  voz  griega ,  que  corresponde  al  culanlrilh. 


160 


DON  JOSÉ 

Si  bien  que  era  guiado 

De  su  traidor  hijuelo, 

Que  en  la  amorosa,  81  fatal  jornada 

(Aun  con  su  propia  madre  delincuente), 

Antecedía  con  astuto  vuelo; 

Cuando  ella,  enamorada 

De  su  Adonis,  solícita  regía 

El  can-o  de  oro  y  de  cristal  luciente, 

Del  que  tiraban  hipocisnes  bellos. 

Los  que,  al  sentir  sobre  los  blancos  cuellos 

El  encarnado  azote,  sacudido 

De  la  alta  mano  de  la  amante  diosa, 

Desde  las  regias  transparentes  salas 

Tienden  bajando  las  conformes  alas, 

Por  entre  nubes  de  oro,  nieve  y  rosa, 

A  la  selva  de  Chipre  deliciosa, 

Término  de  su  vuelo. 

Este  ya  conseguido. 

Porque  su  alta  venida  no  se  dude 

Para  cuando  allí  vuelva 

(Bien  que  senda  de  luz  su  vuelo  note) , 

begunda  vez  sacude 

Su  blanca  mano  el  rubicundo  azote, 

Cuyo  crujido  resonó  en  la  selva, 

Cuando  ya  al  prado  se  permite  leve, 

Copia  de"  flores  de  su  falda  llueve, 

Que  á  sus  estrellas  el  brillante  suelo 

Añadió,  porque  son  llores  del  cielo. 

El  menor  cupidillo  ya  desprende. 

Oficioso,  del  brillante  carro 

Al  uno  y  otro  tirador  bizarro. 

Que,  libres  ya  de  la  fatiga  suma, 

El  ala  y  pierna  cada  cual  extiende; 

Luego  sacuden  los  ajados  cuellos, 

y  con  los  picos  bellos 

Peinan  la  blanca  pluma. 

Sobre  el  que  más  la  peina 

Sube,  oprimiendo,  aunque  con  leve  peso, 

La  blanda  espalda  el  cupidillo  avieso. 

Mas  el  cansado  cisne,  sacudido. 

El  que  ya  Gauimédes  ser  quería, 

Si  no  de  Jove,  de  su  chipria  reina. 

De  sus  pequeñas  alas  se  confia, 

Y  el  espacio  (aunque  breve)  ya  medido, 
Que  la  diosa  distaba, 

Al  que  la  antecedía, 

Bello  enjambre  de  amores,  se  amanera. 

Venus,  pues,  cuidadosa  registraba 

El  sitio  ameno,  donde  hallar  espera 

Su  Adonis  adorado. 

Señas,  y  alegres  señas,  ya  le  han  dado 

Uno  y  otro  sabueso,  que,  tendido 

Bajo  la  sombra  amiga, 

Aun  anhelaba  en  la  anterior  fatiga. 

Mas  su  deseo  entonces  la  ejecuta; 

Pero  le  pagó  en  breve  á  su  deseo. 

Pues  á  la  entrada  de  la  amena  gi'uta. 

Dulcemente  dormido 

(Cuando  más  arde  el  luminar  febeo) , 

Su  Adonis  ve,  querido, 

A  quien  fué  (aun  con  su  diosa  obsequioso) 

Pabellón  verde  el  arrayan  frondoso, 

Galán  de  la  c  >rriente, 

Y  aun  adorado  de  la  amiga  fuente, 
Que  con  labio  alternante  cristalino 
El  pié  le  besa  y  sigue  su  camino. 
La  diosa,  atenta  al  sueño, 

O  á  la  ocasión  de  contemplarle  atenta, 
Llegando  silenciosa  por  la  espalda, 
Junto  al  garzón  se  sienta, 

Y  blandamente  al  arrayan  negado 
Lo  acomoda  con  su  falda. 
Divertido  su  dueño, 

El  escuadrón ,  en  tanto,  faretrado 
De  alados  cupidillos  se  esparcía 
Por  el  ameno  sitio  y  selva  umbría. 
A  los  unos  los  llama 
Junto  arroyuclo  manso, 
Al  que  no  perderán  dulce  descanso. 
Bajo  alta  sombra  la  mullida  grama; 
Y  entre  tanto  de  la  una  y  otra  rama 
L08  ttrcos  y  carcajee  suspendían, 


ANTONIO  PORCEL. 

Que  al  viento  licencioso  que  los  mueve 

Lentamente  respiran  fuego  aleve. 

Ciego  deseo  de  vulgares  almas; 

Otros  que  de  sus  alas  se  confian 

Mientras  que  de  ellas  penden,  ó  á  la«  palmas, 

Con  dulces  ñ'utos  graves , 

Para  su  diosa  usurpan  los  más  bellos, 

O  los  nidos  inquieren  de  las  aves , 

Que  aun  á  pesar  del  susto  tlcsamparan, 

Y  volamlo,  se  van  quejando  de  ellos. 

El  arco  otros  preparan. 

Los  confines  del  bosque  disctirriendo, 

y  á  los  faunos  y  dríades  salvajes 

Ahuyentan ,  prohibiendo 

Que  los  verdes  celajes 

Les  dispensen,  cui-iosos. 

De  la  diosa  los  hurtos  amorosos, 

Pero  ella,  al  sosiego  solamente 

Del  fatigado  joven  atendiendo, 

Con  el  dedo  en  la  boca,  mudamente 

Silencio  les  vocea  á  los  traviesos 

Cupidos  voladores; 

Callen,  pues,  cuando  duei-men  sus  amorc». 

Entre  los  verdes  árboles  espesos 

El  viento  duerma  y  calle; 

Ni  se  alteren  las  fieras. 

Ni  al  latido  del  can  resuene  el  valle. 

Ni  las  aves  parleras 

Sobre  los  verdes  troncos. 

Ni  los  cristales  roncos, 

Dulces  miirmuradorcs; 

Callen, pues,  cuando  duermen  sus  amores. 

A  dos  ó  tres  cupidos  ya  convoca. 

Que ,  rodeando  su  dormido  dueño, 

Al  ventilar  de  las  pintadas  alas. 

Céfiros  sean  suaves; 

Y  aunque  lo  sientan  sus  cuidados  graves, 
A  más  delicias  se  dilate  el  sueño; 
En  tanto  que  ella,  ó  con  la  blanca  mano, 

0  con  el  siiave  aliento 
Del  clavel  bipartido  de  su  boca. 
Enjuga  blandamente 
Del  bello  joven  la  sudosa  frente. 
Pero  el  amor  tirano. 
Con  la  prolija  tregua  mal  contento. 
El  sagrado  reposo 
Con  fantasmas  altera. 
Haciendo  al  joven  sueñe  fatigoso 
Que  su  Venus  amada, 
Impropiamente  esquiva. 
Plumas  el  pié  calzada , 
Se  le  hurta  de  sus  brazos  fugitiva , 

Y  él  la  sigue ,  atrevido , 
Por  la  espesura  verde  ; 

Y  así ,  con  voz  que  en  cada  acento  pierde, 
Habla  de  esta  manera  : 
«Venus ,  aguarda ,  espera  ; 

1  De  tu  Adonis  querido 
Así  desatas  los  suaves  lazos  7 
¿Así  de  donde  alienta ,  un  alma  parte  J 
¿Son  mejores  los  brazos 
Del  celoso  marido , 
Tanto  deforme  él  como  tú  hermosa  ? 
¿  Son  los  del  fiero  Marte , 
Afable  tú ,  como  él  desapacible  ? » 
Crece ,  pues ,  la  fatiga  mentirosa , 
Hasta  que  el  brazo  perezoso  tiende, 

Y  cuando  juzga  que  los  vientos  prende, 
De  la  que  contemplaba  en  dulce  lecho , 
Enamorada  diosa, 
El  blanco  tiene,  el  regalado  pecho, 
Mezcla  hechicera  de  jazmín  y  rosa, 
En  cuya  dulce  nieve 
Sacude  el  sueño  y  los  incendios  bebe. 
«¿Cuándo  fui  de  tus  brazos  fugitiva? 
(La  diosa  dice  al  joven  suspendido), 
bolamente  huyo  esquiva 
Al  deforme  marido ; 
Huyo  ese  dios  guerrero , 
Por  sañudo ,  por  fiero  ; 
Sólo  á  Adonis  adoro  : 
Por  tí  me  dejo  las  estrellas  de  oro 


EL  ADONIS. 


151 


Y  las  eternas  risas  ; 

Que  es  mi  cielo  la  tierra  que  tii  pisas. 

Y  porque  hoy,  nuevo  cazador  bizarro 
De  fieras ,  á  ejercicio  más  robusto 
(Nada  atento  á  mi  susto, 

Ni  de  la  sabia  ninfa  á  las  porfías). 
Vi  que  al  monte  sallas , 
En  mi  estrellado  j  cristalino  carro 
Bajé  á  ser  (ya  que  ciego  te  resuelvas) 
Cazadora,  contigo,  de  estas  selvas; 

Y  solamente  aguardo 

(Con  tus  arrojos  dulces  paces  hechas) 

Me  rcfiei-as  hoy  cuántas 

Siguieron  fieras  tus  feroces  plantas, 

Que ,  ó  mancharon  tu  dardo , 

O  gastaron  tus  flechas.  — 

Amada  gloriábala, 

Gloria  que ,  eterna  como  tú ,  no  acabe 

(El  chiprio  amante  dice; 

Del  labio  ella  pendia, 

Y  al  coloquio  suave 
Aun  callaron ,  atentos , 

Los  arroyos ,  las  aves  y  los  vientos) , 

Nada  he  sido  felice; 

Si  lo  infeliz  lo  funda , 

Cuando  la  suerte  castigó  primera , 

No  esperar  favorable  la  segunda. 

El  sol  daba  jirineipio  á  su  carrera, 

La  noche  aun  detenida 

En  el  opuesto  iimbral  del  horizonte  , 

Cuando  yo  salí  al  monte 

((Cauteloso  con  redes  su  distrito), 

Y  á  la  primer  batida , 
Los  cerros  eminentes 

Un  jabalí  producen  animoso , 

Contra  quien  á  los  canes ,  ya  impacientes, 

Del  que  los  sujetó  cordón  celoso 

Pronto  la  ansiada  libertad  permito. 

No  más  ligera  fué  piedra  pesada 

Que  de  la,  que  alta  gira,  honda  despide 

Del  diestro  balear  la  fuerte  mano; 

Ni  el  cretense,  que  nunca  libró  en  vano 

De  la  tirante  cuerda  flecha  alada , 

Con  más  velocidad  los  aires  mide , 

Que  de  la  inculta  fiera 

La  distancia  ganaron  los  seis  perros , 

Posponiendo  los  llanos  y  los  cerros 

(Mal  se  supiera  el  cuándo) 

A  su  planta  ligera. 

Al  bruto ,  pues ,  ladrando 

Por  una  y  otra  parte,  preocupaban; 

No  le  muerden,  morderle  amenazaban; 

Pues  aunque  lo  intentan,  sólo  al  viento  muerden; 

Cuando  ya  lo  consignen ,  ya  lo  pierden; 

Porque  la  ñera,  el  cerro  levantando , 

Fuego  los  ojos,  el  marfil  tajante, 

El  espumoso  diente. 

Con  tal  presteza  á  un  can  y  otro  anhelante 

Revolvía  bufando, 

Que  Aileo,  porque  fué  más  insolente, 

En  un  brazuelo  gravemente  herido , 

Cayó  en  la  yerba  con  horrendo  aullido; 

Pero  tanto  lo  agitan , 

Que  hacia  donde  yo  estoy  lo  precipitan. 

Menos  distante  el  animal  tremendo , 

Mi  palpitante  corazón  insulta; 

Inopinado  susto ,  que  no  entiendo 

(Si  bien  fué  mortal  susto); 

La  flecha  al  arco  ajusto, 

Y ,  ó  fuese  error  de  la  turbada  mano , 

O  que  rencor  alguno  soberano 

En  esta  fiera  mi  desdicha  oculta , 

Voló,  y  sobre  los  ojos  de  Dorceo, 

.Con  mucha  sangre  rojos. 

Perdió  los  que  del  lince  fueran  ojos. 

Burló  la  red,  los  canes ,  mi  deseo , 

De  todos  el  fatal  bruto  eximido , 

Si  de  todos  seguido; 

La  selva .  el  monte ,  el  valle ,  la  ribera 

Fatigue  tiempo  tanto 

(Vana  fatiga) ,  cuanto 

Hasta  el  alto  cénit  de  su  carrera 


Me  fué  dejando  el  luminar  del  día. 

Menos  cansado  que  confuso  había, 

Si  no  la  confusión ,  parte  perdido 

Del  cansancio  en  aquesta  estancia  umbría, 

Del  más  florido  abril  amena  injuria, 

Cuando  con  nueva  furia 

La  no  esperada  ya ,  fiera  enemiga. 

Mortal  horror  de  la  sagrada  selva, 

Vuelve ,  porque  yo  vuelva 

Al  susto ,  al  dardo ,  al  puesto ,  á  la  fatiga. 

No  tu  regazo  hoy,  fiera, 

Suave  olvido  de  fatigas  tantas. 

Si  con  veloces  plantas 

La  naya  de  esta  fuente  no  viniera , 

Y  á  la  cerdosa  fiera 

La  alma  feroz  hubiera  despedido , 

Que  á  la  una  y  otra  penetrante  pluma 

Arrojó  entre  un  bufido. 

Envuelta  en  sangre  y  en  bascosa  espuma. 

No  bien  reconocido 

A  la  ninfa  gallarda , 

Noble  restauradora  de  mi  vida, 

Sino  con  lisonjero  rendimiento. 

Pronto  solicité  agi-adecimiento 

(ftlás  noble  cuanto  menos  se  retarda); 

Cuando  ella  me  convida , 

Y  oficiosa ,  lleva  juntamente 

Al  remanso  apacible  de  su  fuente, 

Llanto  prolijo  de  su  verde  gi-uta. 

La  que  al  sol  niega  ardiente, 

El  enlace  sombrío 

De  ese  laurel  y  sus  lascivas  hiedras. 

Que  han  trepado  esas  piedras 

Por  abrazar  su  tronco; 

Yo  á  su  apacible  frío , 

El  cinto  desciñendo  y  el  pendiente 

Carcaj  sobre  la  yerba  matizada, 

Despedía  el  cansancio  dulcemente, 

Pero  la  blanca  ninfa  enamorada, 

Por  el  auxilio  pronto  de  mi  vida. 

El  premio  solicita  de  mis  brazos, 

Y  con  traviesos  lazos , 

Cual  hiedi'a  se  me  enreda  impertinente^ 

Pero  yo  el  laurel  era  de  su  fuente. 

Pondera ,  pues ,  rendida ,   ^ 

Su  amor,  no  entonces  nuevo, 

A  cuyo  antiguo  trato 

Más  de  una  inquietud  debo. 

Yo ,  por  no  serte  ingrato , 

Si  no  grosero ,  ingrato  fui  con  ella; 

I  Quién  ha  dejado  el  sol  por  una  estrella? 

La  ninfa  desdeñada 

(Y  aun  la  temo  celosa), 

Porque  más  sus  desprecios  no  consiente, 

Se  caló  á  lo  profundo  de  su  fuente, 

Hasta  cuya  caverna  de  cristales 

La  deprimía  el  peso  de  sus  males. 

Sosegado  dormía. 

Hasta  que  la  fatiga  mentirosa 

(Dulce  traición  de  amor)  dejó  alterada 

Mi  quietud  para  suerte  más  dichosa, 

Pues  que  tú,  gloria  mía, 

Fuiste  burlando  todos  sus  engaños, 

Dulce  reparadora  de  mis  daños.  — 

No  en  vano  recelé  (siguió  la  diosa 

El  sabroso  decir;  Adonis  mudo 

El  labio,  si  los  ojos,  elocuente. 

Dando  á  ellos;  y  la  escucha ,  suspendido 

Igual  parte  del  alma  que  al  oído); 

No  mi  anterior  recelo  impertinente 

Fué ,  Adonis  mió ,  cuando , 

Tierno  cazador  rudo , 

Seguir  quisiste  las  robustas  fieras; 

Tú  harás  mis  persuasiones  verdaderas, 

Ahora  ex]irrinientando 

Que  tu  mucha  bclh'za 

(La  que  es  mucho  mayor  que  tu  destreza) 

No  hade  rendir  los  fieros  animales. 

Si  á  la  madre  rindió  del  dios  vendado. 

Para  ejercicios  tales 

(Que  no  me  niego  tanto  á  tu  cuidado) 

Llenen  tu  inclinación  y  tu  desvelo, 


152 


DON  JOSÉ  ANTONIO  PORCÉL. 


Tímido  el  conejnelo, 
La  liebre  corredora , 
El  gamo  temeroso , 
La  perdiz  gemidora, 

Y  cuando  más  brioso , 

Más  noble  quieras  la  fatiga,  puedes 
Ejercitar  los  ciervos  en  tus  redes; 

Y  pues  te  fué  contrario 
El  jabalí  cerdoso. 

Segunda  vez  no  vuelvas,  animoso, 
A  eer  con  mi  peligro  temerario. 
Deja  á  garzones  fuertes 
Seguir  las  fieras  con  agudas  muertes, 

Y  que  solicitando 

En  su  barbaridad  vayan  su  fama; 
Pero  tú,  Adonis  blando, 
Tu  blanda  Venus  ama. 

Y  en  fin ,  cuando  más  ciego  te  resuelvas. 
No  ignores  que  los  jóvenes  hermosos, 

Y  más  si  amados  son,  ó  son  amantes, 
Son  infelices  en  las  verdes  selvas. 
Del  cinto  los  dibujos  primorosos, 
Con  el  oro  brillantes , 

Y  que  llenó  no  en  vano 

Con  mil  colores  la  prolija  mano 

De  Leucipe,  en  la  aguja  la  más  rara 

(Alta  disposición  de  mi  cuidado , 

rara  que  sus  historias  compulsara)  , 

Te  ciñan,  oh  mi  Adonis,  de  escarmiento, 

QiXQ  compongan  tal  vez  tu  atrevimiento.  » 

El  cinto ,  pues ,  dorado , 

Que  á  no  ser  ya  del  joven  propria  alhaja, 

Del  cielo  ñicra  la  brillante  faja, 

Si  capaz  fuera  de  abrazar  el  cielo , 

Alzó  Venus  del  suelo , 

Y  con  dedo  oficioso  señalando, 
Así  prosiguó  hablando : 

«  Atento  estas  historias  considera; 

Aquí  del  sacro  Eurota  en  la  ribera, 

El  hermoso  Jacinto , 

De  los  dioses  amado , 

De  Apolo  mayormente  engrandecido, 

¡Oh  inevitable  hado! 

Ya  de  la  amante  mano  yace  herido; 

Cuya  sangre  caliente 

Por  la  menuda  yerba. 

Si  el  licio  dios,  que  su  desgracia  siente. 

Para  flor  de  su  nombre  la  reserva , 

Aun  se  queja  infelice , 

Y  aun  en  sus  hojas  su  lamento  dice. 
Allí  Orion,  de  triplicado  padre, 

Si  de  ninguna  madre , 

Cuando  alegre  se  junta 

Al  coro  de  Diana  fatigoso. 

De  improviso  asaltada 

La  veloz  planta  de  la  corva  punta 

De  escorpión  venenoso, 

Por  la  herida  la  vida  desatada , 

De  sus  hados  injustos  se  querella, 

Y  ya  con  noche  eterna  oscurecido , 
En  vana  luce  estrella. 

En  aquel  bosquecillo  separado. 

Del  sol  aun  ignorado , 

Aun  cuando  en  la  mitad  del  cielo  prende. 

La  casta  diosa  con  sus  ninfas  bellas 

(De  aquella  luna  estrellas) , 

Desnuda ,  con  la  blanca  nieve  enciende 

El  cristal  del  remanso  que  la  baña; 

Y  Acteon,  ein  ruido 

Las  intrincadas  ramas  apartando 

(Su  silencio  lo  engaña; 

Que  es  solícito  mucho  un  cast  i  (jído), 

La  cabeza  inclinando , 

Lascivo  arroja  los  sedientos  ojos. 

Que  de  la  casta  (allí)  desenvoltura 

Aun  no  se  satisfacen;  que  es,  mirando, 

Hidrópica  la  sed  de  la  hermosura. 

La  vio  desnuda  al  fin,  y  no  de  enojos, 

Que  la  vistió  su  ira. 

Pues  apenas  lo  siente , 

Cuando  él  sintió  en  castigo,  si  no  afrenta, 

1/08  duros  ganchos  en  la  dura  frente. 


Eacional  bruto  en  cuanto  se  retira 

Del  obsceno  cuidado , 

Acteon  j'a  se  ausenta 

De  donde  habia  llegado 

Hombre  irracional  antes. 

Los  perros  anhelantes, 

Lealmente  traidores 

Al  dueño,  ciervo  ya,  lo  despedazan; 

Su  muerte  así  se  trazan 

Los  que  su  antojo  á  la  razón  prefieren; 

Por  eso  á  mam  s  mueren 

De  BUS  mismos  errores. 

Más  allá  mirar  puedes 

Al  incauto  Narciso , 

Que  agitando  los  ciervos  á  sus  redes. 

Sordo  se  muestra  al  boreal  aviso 

Del  eco,  que,  quizá  porque  le  ama, 

Y  revocarle  del  peligro  urgente , 
Repetido  lo  llama. 

Llega  con  él ,  y  en  esa  clara  fuente, 

Cuando  á  su  margen  breve  flor  lo  llores. 

No  tú  de  tu  dictamen  te  enamores. 

Pero  deja  á  Narciso; 

Que  otro  joven  gallardo 

Te  ofrece  hacia  esta  parte  en  Cij :"  ' 

Ágil  en  la  carrera  y  en  el  dardo; 

Pero  nada  dichoso 

En  el  dardo  le  arguyas; 

Que  éste,  que  se  desangra,  ciervo  hermoso 

(Delicias  antes  suyas), 

Del  hierro  amigo  recibió  la  herida. 

A  dolor  tanto  el  joven  da  la  vida, 

Y  ya  adusto  ciprés  con  sombra  oscura 
Viste  de  horror  su  misma  sepultura.  » 
Al  joven  así  Venus  suspendía, 
Regalando  su  oído 

Con  las  palabras  de  inmortal  sonido; 

Y  el  carro  de  la  luz  ya  descendía 
A  encerrar  en  las  ondas  su  tesoro; 
Cuyos  cuatro  caballos  anhelantes 
(Fuego  espumando  las  ardientes  bocas) 
En  vano  muerden  la  obediencia  de  oro. 
Con  que  el  rojo  Titán  los  detenia, 

Por  ver  más  tiempo  de  los  dos  amantes 

Los  alternos  dulcísimos  abrazos; 

Que ,  á  pesar  de  los  verdes  embarazos 

Del  intrincado  bosque,  visto  habia 

No  pocas  veces  ya,  y  veces  no  pocas , 

Por  estarlos  mirando , 

Llevó  bien  tarde á  sepultar  el  día; 

Y,  ó  fuese  envidia,  ó  ya  venganza  fuese 

De  la  desgracia  que  por  Venus  llora 

En  la  que  ya  perdió  Leucote  amada, 

Hizo  á  su  casta  hermana  sabidora 

Del  amoroso  hurto,  que  enojada 

De  que  mortal ,  y  aun  inmortal ,  pudiese 

Sus  santas  selvas  profanar  amando , 

Así  clamaba:  d  ¡Oh  Venus!  ¡hasta  cuándo 

De  tus  desenvolturas 

Testigos  han  de  ser  mis  espesuras  7 

¿  Tan  f  ácü  la  memoria  no  reservas 

De  las  sutiles  redes , 

Risa  del  cielo ,  astucia  de  Vulcano  ? 

Mas  solamente  tú  vengarme  puedes, 

¡Oh  padre  de  los  dioses  soberano  1 » 

Dijo;  y  sus  blancas  ciervas, 

A  quienes  dieron  la  primera  cuna 

Las  candidas  cavernas  de  la  luna , 

A  las  coyundas  trasparentes  ata 

De  su  carro  de  plata , 

Donde  sentada ,  dio  el  sonante  azoto 

(Que  el  pronto  vuelo  note , 

Y  que  al  cielo  la  lleve) 
A  sus  lomos  de  nieve , 

Y  por  el  vago  viento , 
'Más  que  el  viento  ligeras , 
Dejaron  del  Eurota  las  riberas. 
La  carroza  de  plata,  que  desdoro 
Fué  ya  del  estrellado  firmamento, 

Con  las  que  luces  dio,  que,  si  no  iguales 
A  las  que  desde  el  bello  plaustro  de  oro 
El  rubio  Febo  envia. 


EL  ADONIS. 


153 


Eran  candores  de  nocturno  dia, 
Cercaban  los  melosos  inmortales, 
Por  los  cielos  ladrando 
T  las  celestes  fieras  acosando. 
Llegada  á  los  palacios  de  diamante 
(Morada  de  los  dioses)  la  alta  diosa, 
De  esta  suerte  habló  á  Júpiter,  quejosa: 
((¡Oh  de  los  dioses  Rey,  Dios  de  los  reyes, 
Que  con  imperio  eterno,  altivo  riges 
Celestial  y  terrena  monarquía, 

Y  que  una  y  otra  afliges , 

Si  levantas  la  diestra  fulminante! 

De  las  selvas  en  vano 

Me  concediste  la  soberanía; 

Cuando  ni  mi  dominio  ni  mis  leyes 

Su  sagrado  reservan  del  insulto 

De  Venus,  mi  enemiga. 

No  en  la  tierra  hay  profano 

Que  tema  mi  rigor,  ni  á  tanto  obliga 

El  insolente  indulto 

De  su  lasciva  diosa. 

No  al  honesto  recato,  no  á  las  puras 

De  mi  castidad  leyes ,  la  sagrada 

Selva  ya  se  destina;  toda  arde 

De  pasión  amorosa 

En  licenciosas  mil  desenvolturas. 

Venus,  pties,  torpemente  enamorada 

De  Adonis,  de  Cinaras  hijo  y  nieto, 

De  dominar  mis  bosqu'S  hace  alarde. 

No  sólo  contradice  mi  respeto. 

Las  selvas  encendiendo  en  llama  impura; 

También  suele,  atrevida. 

La  aljaba  al  hombro,  y  en  la  indigna  mano 

El  arco  de  marfil  (cual  yo)  ceñida, 

Fatigar  la  espesura; 

Y  émula  vana  (¡oh  Padre  soberano!), 
Cuando  ya  no  me  usurpe,  me  contrasta 
Mis  honestos  afanes  torpemente. 

De  mi  honor,  de  mi  nombre  así  me  priva; 

Pues,  si  no  Venus  casta, 

Diana  ya  lasciva 

(Cuando  en  el  bosque  y  en  amor  se  emplea). 

Con  mi  noble  tarea 

Su  liviandad  desmiente. 

Pudo  ella  castigar  el  desacato 

De  Hipómenes,  que,  ingrato 

Al  que  le  prestó  auxilio  en  su  carrera, 

Ruge  en  los  montes ,  coronada  fiera. 

Yo  de  Adonis  no  puedo  el  exterminio. 

¿Así  me  restituyes  mi  dominio, 

Oh  Padre?  No  ya  en  vano,  si  la  santa 

Justicia  yace,  Venus,  orguUosa, 

Insigne  triunfo  de  mi  nombre  canta.» 

Dijo;  y  luego  el  Tenante, 

Con  risa  leve,  aunque  majestuosa, 

Y  con  aquel  semblante 
Con  que  improvisamente 

Las  negras  tempestades  atrepella, 

Y  serena  los  cielos; 
Después  que  levemente 

Las  honestas  mejillas  de  la  diosa 

Con  graves  labios  sella , 

De  esta  suerte  le  habló,  y  escuchó  ella: 

«Tan  indignos  recelos. 

Oh  casta,  oh  integérrima  Diana, 

A  abrigar  nunca  vuelvas. 

Tuyas  han  sido,  tuyas  son  las  selvas; 

Y  aunque  Venus  liviana 

En  ellas  introduzca  sus  amores, 

Tuyos  serán ,  oh  diosa ,  tus  honores. 

Permite  tú  entre  tanto 

A  Venus  la  espesura; 

Que,  si  por  ley  de  tu  estatuto  santo 

No  hay  amor  en  las  selvas  con  ventura. 

De  sus  amores  el  fatal  progreso 

Traerá  su  desventura; 

De  esta  suerte  el  exceso 

Acusar  no  podrán  de  tus  enojos. 

Ni  Venus  mi  justicia  rigorosa, 

Por  más  que,  lastimosa. 

Lágrimas  den  sus  ojos. 

Así  te  venga  el  mismo  que  te  agravia; 


Que  si  tal  vez  mi  providencia  sabia 

Permite  á  los  mortales. 

De  mi  justicia  reos 

(Y  en  cuya  mente  ciega 

Se  confunden  los  bienes  y  los  males), 

Precipitarse  tras  de  sus  deseos, 

Y  si  tal  vez  la  pena  les  dilato 

(Que  aun  con  el  cojo  pié,  improvisa  Uega), 

Es  porque,  si  desato 

De  los  sagrados  de  mi  mente  archivos 

La  cadena  de  acasos  sucesivos 

(Si  son  acasos  los  cpie  ya  previa 

La  eterna  ciencia  mia), 

De  entre  sus  mismos  hierros  sale  envuelto 

El  castigo,  j  el  numen  queda  absuelto 

De  la  que  cierta  fué,  si  tarda,  pena; 

Así  van  arrastrando  la  cadena 

Los  míseros  mortales 

De  su  propio  suplicio, 

Que  los  prende  en  el  mismo  precipicio. 

Tú,  pues,  oh  casta  diosa,  los  fatales 

Sucesos  que  yo  aguardo,  aguarda  atenta; 

Que  si  Adonis  ahora. 

Seguro  de  su  diosa  en  los  favores , 

Y  nada  temerosa  de  tus  duelos, 

Las  dichas  de  su  amor  apenas  cuenta. 

Porque  el  número  ignora 

(Y  ámi  ignora  del  hado  los  rigores), 

Como  nunca  hay  amor  donde  no  hay  celos, 

Celos  habrá  algún  dia, 

Que  acaben  con  su  amor  y  su  osadía. 

Venus  en  vano  su  desgracia  sienta. 

La  selva  de  su  amor  desamparada , 

Absuelta  mi  justicia  y  tú  vengada.» 

Dijo;  3^  la  diosa  al  infalible  hado 

Remite  de  sus  quejas  el  cuidado, 

Y  vuelve  á  sacudir  la  doble  rienda 
Del  carro,  de  esplendores  mU  ceñido, 
Cándido  honor  de  los  azules  velos, 
Que,  de  las  blancas  ciervas  conducido, 
Del  azote  al  crujido, 

Que  resonó  en  los  cielos , 
Segunda  vez  las  vagas  nubes  riza 
Tras  sí,  bajando  luminosa  senda. 
Que  origen  tuvo  en  el  palacio  eterno, 

Y  esclareció  del  Ménalo  la  cumbre. 
Donde  Diana  al  retorcido  cuerno 
Cuantas  fieras  esconde  atemoriza... 

PnócEis. 
Suspéndete,  Anaxarte;  que  ligera 
Baja  de  aquel  collado  la  raposa 
Que  escándalo  es  fatal  de  esta  ribera. 

ANAXARTE. 

¿Y  qué,  si  la  del  dia  luz  dudosa 
Seguirla  impide  ya? 

PRÓCEIS. 
De  la  campiña 
Estrago  es  la  vulpeja  prodigiosa. 

ANAXAETE. 

Ella  el  más  culto  prado  desaliña. 
No  ha  de  dorar  ya  Cércs  su  esperanza. 
Ni  espera  Baco  liquidar  su  viña. 

PHÓCRIS. 

En  Chipre  peste  tal  será  venganza 
De  tn  diosa. 

AÍJAXARTE. 
La  fama  así  lo  dice; 
Pues  contra  ella  valor  ni  industria  alcanza; 

Pero,  pues  mi  lebrel  me  contradice. 
Tu  Lelapa  me  entrega;  que  mañana 
He  de  ver  si  feliz  soy  ó  infelice. 

PEÓCRIS. 

Este  es. 

ANAXABTE. 

1  Hermoso  perro!  Aplausos  gana 
Al  can  que  late  estrellas,  luminoso. 
Bien  dice  que  su  dueño  fué  Diana. 
¿Tu  dardo? 


154 


DON  JOSÉ  ANTONIO  POKCÉL. 


PBOCRIS. 

El  dardo  lo  llevó  mi  esposo. 

AJS'AXABTE. 

Aun  sobran  flechas,  que  en  la  aljaba  incluyo, 

PEÓCRIS, 
La  noche  baja.  El  dios  más  poderoso 
Tuyo  sea. 

ANAXAETE. 
Y  Céfalo  sea  tuyo. 


ÉGLOGA  TERCERA. 


ANAXARTE,   PROCRIS. 
ANAXARTE. 
La  santa  paz  y  la  amistad  sencilla 
Huyó  á  las  soledades; 
Yo,  para  consoguilla, 
Solicité,  buscando  sus  verdades, 
Las  selvas,  que  fatigo; 
Mas  si  viene  conmigo 
El  sagiado  rencor  de  las  deidades, 
Discurrir  será  en  vano 
La  selva,  el  monte,  la  ribera,  el  llano. 

PRÓCRIS. 
La  selva ,  el  monte,  la  ribera ,  el  llano, 
De  mis  celos  seguida. 
No  perdoné,  y  la  mano 
Aun  no  sé  de  la  flecha ,  y  sé  la  herida. 
Ni  hallo,  aunque  no  la  ofenda, 
Deidad  que  me  defienda; 
Y  aun  de  tristes  agüeros  afligida, 
Eien ,  cuando  yo  peno, 
Amor,  Venus,  Diana  y  el  Sileno. 

ANAXAETE, 

Amor,  Venus,  Diana  y  el  Sileno, 
O  son  falsas  deidades, 
O  á  injustas  las  condeno. 
Si  el  engaño  (¡sagradas  son  verdades!) 
Proprio  es  del  ser  humano, 
No  de  lo  soberano. 

Dios  no  elijas  que  es  dios  con  falsedades; 
Si  no  es  que  en  él  adores 
Las  envidias ,  las  iras ,  los  rencores. 


Las  envidias,  las  iras,  los  rencores 
Si  sufro  de  Diana, 
Debió  de  sus  rigores 
Defenderme  Ericina  soberana; 
Pero  ajó  el  sacrificio. 
Negando  el  beneficio; 
Y  si  no  pudo,  adoración  fué  vana, 
Ocioso  todo  el  culto. 
La  religión ,  el  voto,  el  ara ,  el  bulto. 

ANAXARTE. 

La  religión,  el  voto,  el  ara,  el  bulto 
Yo  á  Diana  bfrecia; 
Mi  defensa,  mi  indulto 
Contra  el  Amor  en  su  deidad  creia; 
Mas,  ó  desechó  el  ruego, 
O  cedió  á  Venus  luego; 
La  que  ya  contra  mí  con  boca  impla 
A  vengar  sus  injurias 
La  Nemesia,  las  parcas  y  las  furias. 


La  Némesis ,  las  parcas  y  las  furias, 
Todo  lo  son  mis  celos. 
Céfalo,  si  me  injimas. 
Así  á  la  diosa  vengarás  de  Délos, 
Sin  que  Venus  lo  vede. 
Que  ó  no  premia,  ó  no  puede. 
Estas  no  son  deidades,  ó  en  los  cielos 
Hay  Dios  que  las  exceda, 
Que  gobierne,  castigue,  premie  y  pueda. 


ANAXARTE, 
Que  gobierne,  castigue,  premie  y  pueda, 
Sólo  á  Júpiter  nombres; 
A  éste  el  dominio  queda 
Universal  sobre  deidades  y  hombres. 
Si  de  otro  es  excedido. 
Aun  Jove  es  dios  mentido. 
De  estas  verdades,  Prócris,  no  te  asombres. 
No  es  Diana  deidad  que  no  oye  el  ruego; 
No  Venus  vengativa,  no  Amor  ciego, 

PRÓCRIS. 
¿Cómo  contra  Diana  eres  osada; 
Diana,  aquella  diosa  en  el  fastigio 
De  tus  adoraciones  colocada? 

ANAXAETE, 

Ya  cedió  á  Venus  en  fatal  litigio 
Inferior  su  poder;  y  así,  oye  ahora 
De  mis  tristes  agüeros  un  prodigio. 

Ayer  salí  cuando  la  blanca  aurora 
Su  negro  hijo  con  luciente  llanto 
Lustra,  y  las  flores  rien  lo  que  llora. 

Por  la  verde  ribera  me  adelanto, 
Adonde  la  raposa  vil  no  aleja 
La  peste  que  vio  un  tiempo  el  Erimanto. 

Tendida  la  nariz ,  la  que  le  deja 
Noticia,  el  viento  recogió  el  moloso, 

Y  libre,  parte  á  la  fatal  vulpeja. 
Cierzo  ftié  el  can  del  llano  polvoroso; 

Y  yo,  por  ver  la  singular  disputa. 
De  un  collado  consigo  lo  imperioso. 

Miro  desde  él  qiie  la  vulpeja  astuta, 
Porque  el  Lélapa  el  ímpetu  ¡lerdiera. 
Su  huida  con  mil  vueltas  ejecuta. 

Huye  al  monte;  él  la  sigue,  y  ya  la  asiera, 
Si  ella  con  giro  incierto  al  prado  verde 
Segunda  vez  no  hiciese  su  carrera. 

Ya  la  erizada  cola  el  can  le  muerde 
Tres  veces,  pero  veces  tres  lo  engaña, 

Y  tres  veces  la  alcanza ,  y  tres  la  pierde. 
Ladi-a  el  can  generoso,  pues  su  saña 

Mal  sufre  que  en  las  fuerzas  no  le  iguale, 

Y  burle  la  astutísima  alimaña. 

Así  el  valor,  que  á  la  contienda  sale. 
Juntar  lo  heroico  con  lo  astuto  debe. 
Pues  donde  no  el  valor,  la  astucia  vale. 

Cansada  yo  de  la  vulpeja  aleve. 
Doy  una  flecha  al  nervio  retorcido, 

Y  el  nervio  al  aire,  que  veloz  la  lleve; 
Cuya  acerada  punta  (conseguido 

En  la  vil  fiera  el  golpe)  rechazada 

Fué,  como  de  algún  mármol ,  con  sonido. 

Restituyóme  al  llano,  apresurada. 
Cerca  registro  lo  que  lejos  via, 

Y  hallo  lo  que  admiré,  y  miré  asustada. 
No  se  movía  el  can ,  no  se  movia 

La  fiera,  que  algún  dios  (y  mi  contrario) 
Para  jaspe  á  uno  y  otro  endurecía. 

Al  Lélcqja  el  manchado  color  vario 
El  suyo  falta  á  la  vulpeja,  siendo 
Figuras  ambos  ya  de  mármol  pário. 

Los  que  el  cincel  de  Fidias  estuiJendo 
Fatigó,  anula  el  dios  que  éstos  construye. 
Lo  muerto  en  lo  insensible  desmintiendo; 

Que  aunque  lo  vivo  en  ambos  se  destruye, 
De  los  dos  jaspes  frios,  por  el  llano. 
Creyeras  que  uno  ladra  ,  el  otro  huye. 

Ya  con  tanto  prodigio  y  tanto  arcano, 
De  agüeros  mil  fecundo,  noto  ahora 
Que  aquel  mi  primer  sueño  no  fué  vano. 

Y  pues  Cintia  mis  hados  no  mejora, 
Temo  que  en  mí,  algún  tiempo  jaspe  duro. 
Su  enojo  escriba  Venus  vengadora. 

De  los  dioses  la  fe  por  esto  abjuro; 
Que  en  vano  el  culto  solamente  obligo 
A  este  dios,  si  de  aquel  no  me  aseguro. 


Si  yo,  Anaxarte,  mis  pesares  digo. 
Estimarás  los  tuyos,  pues  los  cielos 
Quizá  más  rigorosos  son  conmigo. 


EL  ADONIS. 


155 


Cansada  de  inquirir  mis  propios  celos 
(Que  hay  quien  busque  también  sus  propios  males), 
A  este  soto  bajé  con  mis  desvelos.  ■ 

Con  distancias  el  sol  pendia  iguales , 
Cuando,  según  que  fué  común  aviso, 
Te  aguardé  de  esta  fuente  en  los  cristales. 

Lisonjero  entre  tanto  el  sueño  quiso 
Eendirme  dulcemente  á  la  funesta 
Sombra  de  este  algún  tiempo  cipariso; 

Mas  no  bien,  engañada,  la  propuesta 
Quietud  le  admito,  cuando  con  ignoto 
Agüero  triste  la  quietud  molesta. 

De  igual  ñrmeza  y  hermosura  noto 
En  la  que  me  pintó  florida  esfera, 
Dos  árboles,  honor  del  verde  soto. 

Exenta  se  juzgó  su  primavera 
(Tanto  la  propia  estimación  engaña) 
De  aii-ado  viento  de  segur  gi'osera. 

Si  no  de  ésta,  de  aquel  después  la  saña 
Eepentina  asombr-ó,  como  furiosa. 
Tras  sí  precipitando  la  montaña. 

Su  ronco  silbo  de  la  selva  umbrosa 
El  silencio  y  las  hojas  sacudía, 

Y  ella,  ultrajada,  resonó  quejosa. 
Pero  el  fatal  estrago  padecía, 

De  los  árboles  dos,  el  uno  solo; 

Que  el  otro,  inmoble,  al  viento  resistía. 

Al  uno  pues  (que  honrar  pudiera  Apolo) 
Ya  vacilante  de  su  firme  asiento. 
Arrancó  entero  el  furibundo  Eolo; 

Y  envuelto  en  torbellino  más  violento, 
No  se  vio  más ,  pues  lo  llevó  sin  duda 
A  extraños  montes  el  extraño  viento. 

A  su  violencia  sucedió  sañuda 
El  aura ,  que  suave  se  mecia 
Entre  los  brazos  de  la  selva  ruda; 

La  cual  entonces  ya  se  componía 
De  su  pasado  ultraje  con  el  blando 
Susurro,  que  las  hojas  le  pulía. 

Sobre  los  verdes  troncos  derramando 
Favores  iba  el  aura  lisonjera, 
Contra  uno  solo  ruinas  prep.nrando; 

Pues  el  que  de  los  dos  ya  única  era 
Delicia  de  aquel  bosque,  con  quien  vana 
Fué  ya  del  viento  la  invasión  primera, 

Al  impulso  del  aura  más  liviana 
Desgajado  cayó,  cual  si  cayese 
Al  duro  golpe  de  segur  villana. 

Solicité  del  sueño  me  advirtiese 
El  fin  de  los  dos  troncos  misterioso. 
Por  si  algo  de  mis  hados  envolviese. 

Dudaba  cómo  el  siempre  delicioso 
Del  aura  leve  impulso  conseguía 
Lo  que  el  viento  no  pudo  más  furioso; 

Cómo  con  los  dos  árboles,  que  hacia 
Una  la  especie  y  la  hermosura  hermanos, 
Fué  ominosa  del  viento  la  porfía. 

Misterios  recelaba  soberanos, 
Hasta  que  el  sueño,  porque  mal  advierta, 

Y  dudosa  me  aflijan  sus  ai'canos, 

Con  mil  fatigas,  de  mi  mal  incierta. 
Confusa  me  dejó,  y  se  fué  volando 
Con  prestas  alas  por  la  ebúi-nea  puerta. 

Segunda  vez  mis  hados  consultando 
Al  sátiro  adivino  con  son  triste. 
Mis  sueños ,  así  hablaba ,  interpretando : 
,  «Tú  y  Oritia,  tu  hermana,  los  que  viste 
Arboles  sois:  aquel  con  quien  la  airada 
Fuerza  del  viento  bramador  embiste, 

)) Oritia  es,  por  el  Bóreas  rohada; 
El  otro,  á  quien  del  aura  los  consuelos 
Ofenden,  tú  eres,  Prócris  desdichada; 

))Puestu  esposo...  tu  engaño...  Mas  los  cielos 
Solo  esto  de  tus  hados  me  relatan: 
Moi'irás  si  del  aire  tienes  celos.n 

Luego  si  tanto  mal  mis  hados  ti-atan. 
Más  que  tú  infeliz  soy,  cuando  no  ignoras 
Que  ya  los  celos  aun  del  aire  matan. 

AJJAXAETE. 

Desdichas  lloro,  si  desdichas  lloras. 
Pero  un  rato  á  los  males  nos  neguemos; 


Que  el  sol  enciende  ya  las  blancas  horas. 

Los  canes  á  estos  troncos  sujetemos, 
Y  en  tanto  que  esperamos  que  á  las  redes 
Vengan  las  fieras  que  batido  habernos, 

A  esta  sombra  apacible  escuchar  puedes 
De  Adonis  la  desgracia,  y  la  fortuna 
Del  mejor  de  las  selvas  Ganímédes. 


Empieza. 


PROCRIS. 
ANAXARTE. 


Tú  perdóname  impoi'tuna. 
De  aquella  áspera  cumbre,  que  no  en  vano, 
Coronándola  tantos  obeliscos. 
Nombre  al  Olimpo  le  usurpó  y  altura, 
Fugitivo  serrano 

(Sí  bien  que  cuando  más  huir  procura, 
Morador  es  eterno  de  sus  risccs), 
El  licor  trasparente 
Con  apacible  estruendo 
De  entre  fríos  peñascos  su  corriente 
Espumoso  desata; 

Hasta  que,  dueño  ya  de  sus  raudales, 
Por  la  ribera  amena 
Con  prolijos  rodeos  se  dilata. 
Líquida  sierpe  de  sonora  pl  ata , 
Que  por  escamas  lúbricas  rizando 
La  fria  espalda  de  una  y  otra  ola. 
La  cabeza  tal  vez  vuelve,  buscando 
Su  trasparente  cola; 
Pero  nunca  encontrada. 
Manso  después  recoge  sus  cristales; 

Y  si  bien  huye  con  quietud  serena. 
Parece  que  descansa  en  el  arena, 
O  que  en  cama  de  jaspes  fabricada 
Se  duerme  bajo  la  alta  sombra  oscura 
De  frondosa  alameda. 

Que  de  una  y  otra  orilla  se  levanta, 

A  ver  en  sus  cristales  su  verdura. 

En  ésta  pues,  mientras  que  vario  canta 

El  que  esconde  en  sus  hojas  dulce  coro 

De  aves,  deliciosísima  arboleda, 

A  un  tronco  recostado 

Adonis ,  olvidaba  dulcemente, 

No  su  Venus,  y  menos  su  cuidado, 

Si  de  la  caza  la  fatiga  ardiente. 

Que  temióla  frío  el  céfiro  sonoro. 

Cuando  víó  (ya  el  sosiego  profanando) 

Por  el  valle  sombrío 

Bajar,  huyendo  al  rio. 

De  sátii'o  lascivo  ninfa  bella, 

Que,  exhalación  de  nieve, 

Alas  al  viento  debe, 

Voces  el  viento  á  ella; 

Pero  el  amante  feo. 

Más  veloz ,  porque  es  más  precipitado. 

Si  bien  con  torpes  alas,  el  deseo. 

Copiando  de  la  ninfa  la  carrera. 

La  tiene  en  la  ribera, 

Y  á  pesar  de  sus  quejas,  tenazmente 
.  De  ella  se  abraza  osado. 

Cual  suele  estrechamente 

Ligar  con  verdes  lazos 

La  hiedi-a ,  escollo  altivo  ó  fuerte  muro; 

Tal  el  sátiro  impuro 

La  ninfa  anuda  con  los  torpes  brazos; 

Siendo  él  hiedra  lasciva,  y  ella  en  breve 

Escollo  de  cristal,  muro  de  nieve. 

De  la  ninfa  á  la  queja. 

Que  el  coro  de  los  dioses  conmovía. 

El  ocio  Adonis  y  el  descanso  deja, 

Y  al  sitio  va  de  la  fatal  porfía. 
Donde  con  la  una  mano 
Asiendo  un  asta  á  la  bicorne  frente 
Del  sátiro  liviano, 

Con  la  otra  el  hierro  le  escondió  luciente 

En  la  boca,  de  amarga  espuma  llena. 

Con  el  duro  bocado 

(Freno  ya  de  su  bárbaro  apetito) 

Cayó  descoyuntado 

El  corvo  fauno  en  la  menuda  arena; 

Pero,  piadosos  ya  con  su  delito 


166 


DON  JOSÉ  ANTONIO  POROÉL. 


Los  justos  dioses  de  la  sacra  altura, 
Crecer  le  hacen  en  informe  roca , 
Que  la  inferior  mitad  de  su  figura 
Esconde,  la  otra  en  piedra  conservando, 
Aun  rudas  señas  de  su  audacia  dando. 
Mas  la  corriente  larga 
De  negí'a  sangre,  que  la  fria  boca 
Entre  gemidos  desi)edia  roncos. 
Fuente  caer  se  deja  cristalina, 
Que  ya  con  lazos  de  espumosa  plata 
El  verde  pié  guarnece  de  los  troncos; 
y  después  que  ya  el  fauno,  risco  ahora , 
Por  la  diforme  boca,  que  aun  conserva, 
La  escupe  allí  sobre  menuda  yerba, 
Ella  hasta  el  claro  rio  se  dilata, 
Trasparente,  sonora, 
Pero  que  la  huye  amarga 
La  más  ardiente  sed ,  que  la  examina; 
Asi,  aunque  lloren  los  pasados  daños, 
Amargos  son  los  claros  desengaños. 
Vuelto  á  la  ninfa  el  cazador  valiente, 

Y  no  á  cobrar  el  agradecimiento, 

A  pagar,  sí,  obsequioso  rendimiento. 

Volvió  ella  más  rendida. 

Era  ésta  la  ninfa  de  la  fuente. 

De  la  apacible  gruta  moradora. 

Que  al  bello  joven,  despreciada,  adora; 

Cuya  costosa  vida 

Defendió  ya  del  animal  cerdoso, 

Que  murió  de  su  dardo  á  los  rigores; 

Y  ella  á  los  ojos  del  garzón  de  amores, 
Convidados  del  sitio  delicioso. 
Adonis,  más  que  amante,  cortesano, 
La  ninfa  prende  de  la  blanca  mano 
(Nunca  ella  el  dulce  lazo  desharía), 

■  Y  á  la  margen  sombría 
Del  rio  perezoso 

Tomaron  uno  y  otro  verde  asiento. 
El  joven  ya  con  su  impaciencia  lucha, 
Mudo  é  inexcusable  á  las  que  aguarda 
Oír  quejas  de  la  náyade  gallarda; 
La  que,  celosa,  en  tanto  que  él  la  escucha. 
Divertido  su  amor,  su  oido  atento. 
Más  que  del ,  estas  voces  fió  del  viento  : 
<tNo  debo  agradecerte  aún,  no,  celosa, 
l'Oh  más  duro  que  mármol  á  mis  quejasl 
La  defensa  gloriosa 
(Tuyo  sea  el  blasón)  por  tí  acabada. 
También  yo  defendí  tu  ingrata  vida , 

Y  no  es  agradecida , 

y  aun  la  que  tú  me  cuestas  me  es  negada. 

Más  que  imaginas,  dejas  si  me  dejas. 

Oh  tú ,  envidia  de  cuanto. 

Montaraz  dios ,  la  verde  selva  mora , 

El  menos  rudo  mis  desdenes  llora. 

Por  más  que,  fuego  líquido,  su  llanto 

Mi  cristal  frió  encienda, 

Por  más  que  de  su  culto,  de  su  ofrenda, 

Aras  sean  inmortales 

Los  rudos  troncos  hoy  de  mis  umbrales. 

Y  si  es  que  no  me  aprecias 

Por  ignorar  lo  que  ninguno  ignora , 

Oye,  sabrás  quién  es  la  que  desprecias, 

Quién  es  la  que  te  adora. 

Pirene  soy  :  mi  origen  fué  divino  ; 

No  te  diré  que  hermosa , 

Sí  que  el  cerúleo  dios  del  mar  salado 

En  lecho  cristalino 

En  otro  tiempo  me  abrazaba  esposa. 

De  este  aun  furtivo  tálamo,  Oencreo 

Fué  hijo,  que,  cual  tú ,  ahora  la  fatiga 

Amaba  de  la  selva,  y  su  cuidado. 

También  amó  á  Licaste,  ninfa  bella, 

Que ,  del  inculto  bosque  moradora , 

Dio  siempre  grato  oido  á  su  querella ; 

Mas  Diana,  enemiga 

De  cuantos  el  dios  niño  citereo 

Esclavos  marca,  aunque  bus  hierros  dora, 

Porque  otro  amor  no  vuelva 

Á  profanarle  la  sagrada  selva, 

Señalar  quiso  un  mísero  escarmiento 

En  el  gallardo  hijo  de  Neptuno; 


Y  así ,  mientras  sediento 

Mi  Cencreo  infeliz  el  oportuno 

Buscaba  alivio  de  una  clara  fuente. 

La  vengativa  diosa. 

Disimulando,  siente 

Entre  las  ramas  la  batida  ñera  ; 

Una  flecha  despide  venenosa 

(Si  ya  el  veneno  su  rencor  no  era). 

Cayó  el  mísero  joven,  y  arrojando 

Sobre  el  cristal  que  estaba  contemplando 

El  alma  purpurante. 

Dejó  de  ser  viviente  y  ser  amante. 

Con  llanto  tan  prolijo 

La  muerte  recibí  del  caro  hijo. 

Que  al  verde  umbral  de  mi  profunda  gruta, 

En  lági-imas  deshecha,  no  vio  enjuta 

Mi  dolorosa  faz  el  claro  dia. 

No  vio  la  noche  fria. 

Oyeron  mis  gemidos 

Los  altos  dioses,  y  compadecidos 

De  mi  copioso  llanto  trasi^arente. 

Me  derramaron  fuente, 

Con  cuyas  claras  lágrimas  ahora 

Mi  verde  gruta  su  Cencreo  llora. 

Y  el  padi-e  de  las  luces  y  las  musas  , 
Porque  á  desdichas  tantas 
Fortunas  correspondan ,  si  no  iguales , 
Docta  me  hizo  en  cuantas 

Ciencias,  ó  ya  adquiridas,  ó  ya  infusas, 

Concedió  á  los  mortales  ; 

Privilegio  también  de  mis  cristales, 

Pues  el  que  á  ellos  el  labio  da  oficioso. 

Docta  erudición  bebe  ; 

Siendo  indicio  no  leve 

Del  afán  estudioso 

El  pálido  semblante 

Del  que  mis  cultas  aguas  solicita  ; 

Por  cuyo  efecto,  y  no  porque  permita 

Ajarse  mi  hermosura,  me  conviene 

El  nombre  de  la  pálida  Pirene  ; 

Pero  entre  todas,  de  la  negra  ciencia, 

Con  la  que  pude  al  fauno  petulante 

Castigar  la  insolencia , 

Si  medio  no  buscara  en  sus  arrojos, 

De  que  ahora  escucharas  mis  enojos. 

Pues  ocioso  es  mi  ruego, 

Y  de  que  la  defensa  que  emprendiste, 
En  tus  blasones  pueda  numerarse , 

Y  aumentarse  mi  fuego,  si  aumentarse 
Puede  ya  más  el  fuego 

Que  el  pecho  abrasa  triste. 

De  la  magia ,  piues ,  tanto  la  estudiosa 

Tarea  logra  los  progresos  mios. 

Que  á  mis  conjuros  vieras 

Retroceder  los  rios 

A  su  fuente,  admiradas  las  riberas. 

Cuantas  veces  yo  quiero,  prodigiosa. 

El  sosiego  alterar  del  mar  profundo, 

Lo  altero,  y  lo  sosiego  furibundo. 

El  áspid  á  mi  mágico  sonido 

Se  rompe  entre  las  flores,  palpitante. 

En  vano  defendiendo 

La  vuelta  cola  el  soñoliento  oido, 

No  de  altas  voces  el  confuso  estruendo, 

Y  el  del  auxiliar  metal  sonante 
A  la  paciente  luna 

Reservó  vez  alguna 

De  mi  imperio  violento, 

Que  aun  á  ¡lesar  de  la  calmosa  noche. 

Pude  arrancarla  de  su  blanco  coche ; 

Y  si  clamo  furiosa , 

Con  roncos  silbos  me  responde  el  viento. 

Confúndese  la  selva  pavorosa. 

Tiemblan  los  montes,  y  la  dura  tierra 

Me  arroja  los  cadáveres  que  encierra. 

En  cuyos  manes  frios 

Estudio  y  hago  los  prodigios  mios, 

Pero  con  poder  tanto, 

Oh  Adonis  generoso. 

Tu  bellísimo  encanto. 

Más  que  todos  los  mios  poderoso, 

Me  venció  dulcemente ; 


EL  ADONIS. 


167 


Y  como  la  deidad  de  Venus  bella, 
Que  superior  conozco,  reverente , 
Te  ganó  á  sus  desvelos , 

Para  ganarte  yo  á  mis  desvarios , 

Euda  me  encuentran  los  encantos  mios ; 

Mas  tan  sagrados  celos 

No  excluyen  mi  querella 

Ni  que  yo  llore  mis  amantes  males  ; 

Que,  aunque  inferior,  en  lo  inmortal  iguales, 

Deidad  soy  yo  también ,  si  deidad  ella. » 

Calló  la  ninfa ,  y  cortesanamente 

Adonis  le  responde  : 

«Tu  amor  escucho  agradecidamente, 

Pues  sólo  es  mió  el  agi-adecimiento, 

Que  en  cuanto  de  otra  deuda  no  es  exento, 

Lo  que  puede  mi  amor  te  corresponde. 

De  Citcrea  al  amoroso  trato 

Tú  me  condenarás  si  soy  ingrato, 

Oh  mi  Pirene  hermosa , 

Como  si  á  tu  afición  no  agradecido... — 

Oh,  si  yo  te  dijera 

(La  ninfa  luego  interrumpió,  celosa) 

Que  todas  sus  caricias  han  nacido 

De  un  odio  que  inmortal  ha  merecido, 

No  tu  fe  verdadera, 

Sí  tu  aborrecimiento. 

Quizás  arrepentido, 

Más  fácil  en  tí  hallara  acogimiento 

Mi  amorosa  fatiga. 

Tu  Venus  es,  oh  joven  engañado. 

Tu  inmortal  enemiga ; 

Alta  disposición  te  lo  ha  ocultado, 

Y  á  pesar  de  los  ciclos. 
Pues  sufro  tus  rigores, 

Has  de  sufrir  sus  odios  de  mis  celos; 

Y  si  escucharme  quieres , 

Pues  supiste  quién  soy,  sabrás  quién  eres. 

!^n  la  gran  Chipre ,  donde  asiento  fijo 

A  Venus  dieron  ya  sus  moradores. 

Reinó  Cinaras,  hijo 

De  aquel  Pigmalion  cuyo  valiente 

Cincel  le  dio  igualmente 

Prodigiosa  hermosura 

Y  esposa  merecida , 
Pues  debió  á  su  escultura 
Comimicarle  Venus  dulce  vida ; 
Porque  en  Cinaras  ,  de  ambos  procedido 
(Premio  hasta  entonces  nunca  pretendido 
De  sus  fatigas  fieles). 

Descendencia  consigan  los  cinceles. 

Hija  de  éste  fué  Mirra,  más  hermosa 

Que  la  animada  abuela, 

Pues  si  mano  mortal  tan  prodigiosa 

La  formó  y  tan  perfeta, 

Divina  mano  á  la  divina  nieta 

Comunicó  su  esmero. 

Quitó  las  luces  del  mayor  lucero, 

Y  las  puso  en  sus  ojos. 

Tan  poderosos  rayos  mil  despojos 

A  Venus  le  usurparon,  que,  envidio.ia. 

Si  ya  no  temerosa 

De  que  le  diese  Chipre  sus  altares , 

Consulta  al  blando  hijuelo, 

Que  no  agita  su  vuelo 

Sino  para  traiciones  y  desdichas 

(Que  éstas  son  siempre  del  amor  las  dichas). 

Promete,  p^^es,  de  Mirra  el  exterminio. 

Que  asegure  el  dominio 

A  la  envidiosa  madre ; 

Saca  una  Hecha,  y  en  los  dulces  rayos 

La  templa  de  los  dos  luceros  bellos , 

Que  aun  él  pudiera  consumirse  en  ellos  ; 

1  al  corazón  del  descuidado  i^atlre 

La  arroja,  que,  abrasado 

En  el  lascivo  incendio  preparado, 

El  veneno  conoce 

Y  el  veneno  apetece ; 

Y  como  el  bien  no  alcanza , 
Tanto  el  anhelo  crece 

Cuanto  se  le  minora  la  esperanza, 
Hasta  que  con  violencia. 
Ociosa  ya  su  bárbara  ternura, 


Esposo  y  padre  fué  de  sn  heímOsura; 

Pero  después  que  sabe 

Su  infeliz  descendencia. 

Pues  su  hija  y  su  esposa 

Se  iba  sintiendo  grave 

Con  ei  peso  del  que  hijo  y  nieto  espera, 

Temiendo  que  su  excusa  descubriera 

La  infamia  vergonzosa. 

Con  otro  obscuro  amante 

Licenciosa  la  llama; 

Fácil  engaño,  que  llevó  la  fama. 

Con  bárbaro  le  intima  atrevimiento 

Su  muerte ,  porque  Venus  enemiga , 

Porque  el  Amor  tirano 

Cantase  el  injusto  vencimiento, 

Y  con  minaz  semblante. 
En  la  trémula  mano 

El  atrevido  acero, 

Sigue  á  la  fugitiva,  que  ya  en  vano 

Evita  el  fin  postrero  ; 

Porque  una  y  otra  delicada  planta 

(Piedad  fué  de  los  dioses  soberanos) 

Se  le  asen  y  retuercen  en  la  tierra. 

Que  profundas  raíces  las  encierra. 

Los  lisos  brazos  y  las  blancas  manos. 

Cuando  mal  defensiva  los  levanta, 

A  que  en  vano  se  esfuercen 

Contra  el  bárbaro  intento, 

En  la  elevación  misma  se  retuercen, 

De  intensas  ramas  intrincados  lazos , 

Para  que  pueda  con  sus  verdes  brazos 

Tal  vez  lascivo  regalarse  el  viento. 

Al  viento,  pues,  le  deja 

Crespas  y  ásperas  hojas  sus  cabellos. 

Para  (jue ,  dueño  dellos , 

La  antes  dorada,  verde  ya  madeja, 

Q  Céfiro  le  peine  enamorado, 

O  le  enmarañe  Bóreas  enojado. 

Dura  siente  corteza 

El  blando  cutis  de  sus  miembros  bellos , 

Que ,  ya  ásperos  y  rudos , 

En  un  derecho  tronco  se  conforman. 

Interrumpido  de  escabrosos  nudos, 

Y  en  fin  de  Mirra  la  fatal  belleza 
Se  fué  despareciendo 

En  el  árbol  frondoso 

Que  su  nombre  y  sus  lágrimas  hereda, 

El  padre  ijicestnoso, 

Porque  sin  que  el  castigo  en  él  suceda, 

Verdugo  sea  él  de  su  delito. 

Del  ni  bien  brazo,  ni  bien  rama,  asiendo, 

Pues  el  que  brazo  asió,  lo  suelta  rama, 

Con  espantoso  grito 

El  acero  clavó  en  el  rudo  tronco. 

Que  al  golpe  dentro  se  quejaba  ronco. 

Por  lágrimas  amargas  vierte  gomas , 

Que  fragantes  aromas, 

Del  delito  disfrazan  los  hoiTores , 

Para  que  así,  la  fama  desmentida, 

Esparza  sus  hipócritas  olores, 

Si  ya  no  es  que  las  lágrimas  que  llora 

Le  acrediten  de  aurora. 

Que  de  su  nuevo  sol  trae  la  vida. 

Pues  de  la  grande  herida 

Un  infante  produce , 

Que  aun  á  porfía  de  los  cielos  luce. 

Huye  el  improprio  abuelo, 

Y  al  nieto  prodigioso 

Lo  deja  encomendado  al  duro  suelo; 

Duro,  pero  quizá  más  que  él  piadoso; 

Desde  cuyas  fragantes  esmeraldas 

Las  náyades  ti-asladan  á  sus  faldas 

El  expósito  bello. 

Donde,  cuando  le  abrigan  cariñosas, 

De  su  piedad  á  excesos , 

El  tierno  llanto  á  sosrgar  se  atreven, 

Y  con  mil  dulces  é  inocentes  besos 
Las  lágrimas  le  beben. 

Con  las  que  d<ja  el  tronco  lastimoso 
(Antes  su  madre),  amargas,  si  olorosas, 
Ungen  el  cuerjjo  hermoso; 

Y  viendo  que ,  lloroso, 


158 


DON  JOSÉ  ANTONIO  POECÉL. 


flehnsa  obsequio  tanto, 

Los  blancos  pechos  llena 

De  dulce  leche,  le  ofreció  Rumena, 

Y  con  caricias  le  compuso  ti  llanto. 
Este  fuiste  tú,  Adonis,  que  á  las  bellas 
Ninfas  debiste  ya  más  de  un  cuidado; 
Fuiste  dellas  criado, 

Y  regalado  de  ellas, 

Y  de  mi  desde  entonces  deseado. 
Pero  de  la  Acidalia  (aun  vengativos 
Contra  tu  infeliz  madre  sus  enojos) 
En  tí  bebieron  los  incautos  ojos 

Los  cariños,  que,  entonces  no  lascivos, 

Ahora ,  á  mi  pesar,  arden  deseos , 

Si  ya  no  son  de  vuestro  amor  trofeos. 

De  las  cenizas ,  pues ,  de  sus  fatales 

Odios  naciste  tú,  y  nació  contigo 

Su  amor,  que  es  tu  enemigo; 

Porque  si  de  los  dioses  inmortales. 

Inmortales  también  fueron  las  iras, 

Sus  ojos  te  dio  Amor  cuando  no  miras ; 

Que  son  indignos  de  tu  pecho  ardoi-es , 

Que  la  llama  alentó  de  sus  rencores. » 

Adonis  respondiera , 

Si  el  coloquio  prolijo  no  atajara 

Tropa  de  ninfas,  cuyo  empeño  era 

Un  ciervo  que  ya  herido  descendía. 

Huyendo  á  la  ribera 

l)e  la  ya  entrada  muerte 

Que  en  la  honda  flecha  al  lado  le  seguía. 

Adonis,  que,  á  no  haberla,  deseara 

La  ocasión  que  ya  advierte, 

A  otra  siesta  la  naya  remitiendo. 

El  arco  previniendo. 

Deja  la  molestosa  compañía, 

Y  veloz  sigue  el  venatorio  cstn^endo, 
Sin  la  vida  inmortal  quedó  Pirene 
Al  ver  tanto  desprecio 

Del  que ,  ingrato,  se  aleja  ; 

Ni  voces  halla,  ni  sentido  tiene 

Para  la  justa  queja. , 

Que  á  lo  menos  culpase  su  amor  necio  ; 

Si  no  es  que  en  esta  tormentosa  calma 

Se  atropello  á  los  ojos  toda  el  alma. 

Á  los  ojos,  que  vean 

Huir  lo  que  aborrecen  y  desean 

(Contradiciones  en  amor  posibles), 

Sigue  piies,  aun  vestida  en  mármol  frío, 

Con  los  que  de  la  inmóvil  planta  hereda 

Su  veloz  vista  pasos  invisibles, 

Al  qne  antes  de  tocar  del  bosque  umbrío 

La  próxima  arboleda. 

Se  halla  en  los  brazos  de  su  amante  diosa, 

De  cuya  blanca  mano 

La  flecha  liabia  salido 

J)el  animal  herido, 

Tras  quien  (más  de  su  Adonis  cuidadosa) 

Tiajaba  entonces  al  florido  llano. 

Donde,  después  que  de  la  rematada 

Fiera  Adonis  le  ofrece  los  despojos, 

A  pesar  de  la  naya  y  de  sus  ojos , 

La  diosa,  enamorada, 

A  la  mano  del  joven  concedida 

La  suya  regalada , 

Se  escondió  en  la  espesura. 

Tálamo  que  ha  de  ser  de  su  ventura. 

Sintió  Pirene  la  invisible  herida 

De  la  celosa  flecha,  y  de  la  calma 

A  que  el  hielo  la  ató,  despertó  el  alma, 

Y  el  corazón  vencido  di  1  despecho, 
Que ,  con  la  inmortal  rabia  entumecido, 
Aun  más  se  irrita ,  en  vano  contenido 
En  la  esfera  brevísima  del  pecho, 

Al  que  hubiera  en  cenizas  desatado 
El  incendio  voraz  de  sus  enojos , 
Si  en  lági'imas  ardientes  li(iuidado, 
No  suspirárii  el  fuego  por  los  ojos, 

Y  por  la  boca  el  humo  articulado 
Con  extremos  feroces , 

En  descompuestas  voces, 

Con  que  llamaba  á  los  piadosos  cielos 

A  la  impía  venganza  de  sus  celos. 


Sobre  el  escollo,  así,  á  quien  viste  hiedra, 

Serpiente  en  gruesas  roscas  abreviada 

Se  enciende  en  ii-as  cuando,  lastimada 

De  la  improvisa  piedra 

Que  acechadora  mano  ha  despedido, 

Desenvuelve  feroz  con  sordo  ruido 

El  volumen  de  rígidas  escamas, 

Y  el  furor  espumante 

Por  la  boca  despide  sibilante , 

Y  por  los  ojos  sanguinosas  llamas. 
Hasta  que  la  mitad  del  cu'  rj)0  enhiesta , 
Buscando  á  quien  le  agi-avia ,  cruel  apresta 
El  veneno  rabioso. 

Que ,  agitándose ,  atrae ,  por  vertello, 

Al  fauce  hinchado  y  al  cerúleo  cuello. 

Entre  tanto  los  dos  chíf)reos  amantes 

lilegaron,  uno  de  otro  conducido, 

A  un  vállete  florido. 

Que  con  alta  ciñeron  celosía 

Los  olmos,  que,  gigantt  s 

Para  defensa  del  sagrado  coto. 

Eran  verdes  jayanes  de  aquel  soto. 

A  su  Adonis  la  diosa  desceñía 

Las  armas  montaraces , 

Para  que  á  aquella  guerra  que  mentía 

Treguas  ponga  el  Amor  con  dulces  paces. 

Sentados  ya  l)ajo  la  intonsa  greña 

De  mal  cavada  peña. 

Testigo  mudo  de  parlera  fuente , 

Venus ,  en  tanto  que  oficiosamente 

Las  Acidalias  tres  le  desprendían 

El  pesado  carcaj  y  flechas  leves , 

Y  con  fragranté  néctar  la  rocían 
El  que  recogen  ya  rudo  cabello. 

Que  mientras  más  inculto  está  más  bello, 
Suave  abriendo  los  carmines  breves, 
Cuantas  siguió  en  la  selva  enmarañada 
Fieras  le  ex]K>ne,  y  cuantos  tuvo  en-ores, 
Cazadora  al  fin  poco  ejei'citada  ; 
Diana,  mas  Diana  enamorada  ; 
Pero  el  garzón  de  Venus  los  favores, 
Tibiamente  amoroso, 
Si  no  desestimaba , 
Limitaba  quejoso; 

Porque  el  odio,  hasta  entonces  ignorado, 
Contra  la  infeliz  madre  (tronco  ahora) 
Aquel  amor  de  Venus  le  acusaba  ; 

Y  aunque  el  joven  la  adora , 
Porque  á  su  queja  fuese  más  deudora, 

Y  él  pareciese  menos  obligado. 

Le  hablaba  en  el  semblante  su  cuidado; 

Mas  la  diosa,  esforzando  sus  finezas, 

Aunqiie  no  le  mentían  sus  recelos 

(Tanto  temió  á  Pirene  y  á  sus  celos). 

Las  causas  exploró  de  sus  tristezas, 

Las  que  el  joven  expuso,  y  las  que  en  todo 

La  diosa  satisfizo  de  este  modo  : 

((  El  amor  que  á  tu  Venus  mereciste, 

Oh  bello  garzón  mío. 

No  ha  desacreditado 

El  odio,  no  el  castigo;  el  justo  hado 

Que  de  tu  madre  oíste, 

Debióse  á  su  soberbio  desvarío, 

Pues  que  naciendo  humana, 

Mi  deidad  insultaba  soberana, 

Y  ella  mortal ,  yo  diosa , 

En  su  dictamen  ful  menos  hermosa. 
Pagó  su  atre-\T,miento, 

Y  tú ,  inocente ,  no  tan  sólo  exento 
Fuiste  de  mis  rigores. 

Sino  dulce  ocasión  de  mis  amores. 
Los  de  la  tierra  si,  que  odios  prolijos, 
Trasfunden  de  los  padres  á  los  hijos. 
En  el  cielo  aun  aquel  que  se  castiga, 
Si  su  culpa  aborrece. 
De  quien  la  ira  temió,  el  amor  merece; 
Que  á  la  deidad,  amiga  ó  enemiga 
La  hacen  del  hombre  vicios  ó  virtudes; 

Y  para  (¡ue  no  dudes 

Cuál  castigan,  cuál  pr- mían  las  deidades, 
Aprendo  de  esta  historia  mis  verdades  : 
Hubo  en  Chipre,  de  rústicas  encinas. 


ÉL  ADONIS. 


159 


Obscurísimo  un  boj,  que,  venerado 

De  antigua  religión,  por  mudo  asiento 

De  la  noche  y  del  sueño  perezoso, 

Aun  lo  ignoraba  el  viento  ; 

Que  aun  al  viento  intimaba  el  sitio  umbroso 

Sacro  terror,  silencio  religioso. 

Del  dodónco  bosque  en  lo  ignorado 

Aras  fueron  divinas 

A  Jove  hospitalicio  levantadas , 

Pero  que  profanó  el  Cerasta  indino. 

Que,  hospedando  al  incauto  peregrino, 

Con  falso  voto,  víctima  inocente 

Lo  hacia  de  su  bárbara  costumbre, 

Salpicando  de  púrpura  caliente 

Las  aras  consagradas, 

Manchando  á  lui  tiempo  con  infame  culto 

La  religión ,  el  sitio ,  el  ara,  el  bulto. 

De  mi  Chipre  (si  entonces  era  mia) 

Quiso  retroceder  la  hermosa  lumbre 

(Como  la  huyó  otro  tiempo  de  Tiestes) 

El  gran  padre  del  dia, 

Y  aun  la  malvada  tierra 

(Digna  ya  estancia  de  infernales  pestes) 

Mi  antiguo  amor  desamparar  quería. 

Desisto ,  porque  el  todo ,  que  temía 

Mis  enojos  severos. 

Logre  inmune  la  parte  qiie  no  yerra. 

Mas  decreté,  advertida, 

Este  castigo  á  los  Cerastas  fieros: 

Cada  cual  de  ellos  de  improviso  tiente 
Entumecerse  la  rugosa  frente , 
De  la  que,  endurecida, 
Salió  una  y  otra  punta  retorcida. 
La  ya  pesada  testa 
Los  ojos  inclinalia  al  triste  suelo, 
Indignos  antes  del  alegre  cíelo; 
Las  manos  bipartidas , 
Con  los  pies  bipartidos  confundidas , 
Iguales  forman  pasos  perezosos, 

Y  los  miembros  gravosos 

Del  cuerpo ,  que  á  otra  forma  ya  se  extiende , 

Tostada  piel  se  visten,  que  arrollada, 

Parte  no  poca  por  el  cuello  pende. 

En  vano  levantada 

La  torva  faz  (en  esto  no  mudada), 

El  aire  busca  vago; 

O  á  aquel  que  mira  le  amenaza  estrago , 

O  al  querer  exclamar ,  enfurecido , 

Lo  que  fué  humana  voz,  suena  bramido; 

Y  en  fin ,  por  la  justicia  soberana 
Que  de  mi  Chipre  restauró  el  decoro  , 
Uno  y  otro  Cerasta  bramó  toro; 

Si  bien  que  si  la  antigua  forma  humana 

A  distinta  pasó  naturaleza. 

No  la  antigua  fiereza. 

Para  que  si  antes  tanta 

Humana  sangre  al  ara  sacrosanta 

Salpicó  por  su  mano , 

Ahora  en  el  que  á  Jove  soberano 

Hecatombe  se  aclame. 

La  suya  largamente  se  deiTame. 

De  uno  de  estos  Cerastas  (si  ya  fieras) 
Fué  hijo  Pigmalíon,  y  tu  ascendiente, 
A  quien  digno  creyeras 
De  mí  primer  hon'or  al  padi'e  impío , 
O  que  él,  por  desafecto ,  el  culto  mío 
Negase  ín-everente; 
Pero  desecha  el  juicio,  que  te  miente; 
Que  él  me  am<) ,  yo  le  amé,  y  aun  yo  le  hice 
Tan  del  todo  felice , 
Que  su  dicha  mayor,  por  más  trofeo , 
Fué  posesión  aun  antes  que  deseo. 
El  hueso  de  la  fiera 
Que  para  viva  máquina  de  Marte 
Alimentó  del  Ganges  la  ribera, 
Materia  fué,  si  dura. 
Fácil,  á  la  que  forma  dio  excelente 
Del  gran  Pigmalíon  el  culto  arte. 
Cedió  naturaleza  reverente, 

Y  engaviada,  adoró  en  la  estatua  fría 
Mí  imitada  hermosm-a, 

O  simulacro  mió,  que  aunque  mudo, 


A  no  saber  de  mí ,  yo  misma  dudo 
Que  mortal  me  dijera 
Si  yo  ó  aquella  estatua  Venus  era. 
Entre  tanto  el  artífice  no  humano 
Ya  el  amor  de  su  obra  concebía. 
No  sé  si  porque  suya  ó  porque  mia. 
Ardían  en  olores  mis  altares, 

Y  la  devota  mano 

Los  cargaba  de  dones  singulares 

En  el  tiempo  que  él  su  estatua  ostenta, 

Y  cuando  ya  á  mis  aras  la  dedica. 
La  deidad  que  veneran  multiplica. 
Yo,  al  sacrificio  atenta. 

Después  de  que  tres  veces  crepitante 

Hice  subir  la  llama  luminosa , 

El  alma  le  inspiré  á  la  estatua  fria. 

Porque ,  si  en  ella  yo  me  repetía , 

No  era  bien. que  en  su  inánime  belleza, 

Pensase  algmi  humano 

Que  morir  pudo  la  Ericina  diosa. 

Duda  el  feliz  amante , 

Y  ve,  al  curioso  examen  de  la  mano, 
Que  del  marfil  se  ablanda  la  dureza 
En  la  parte  que  al  tacto  de  la  nieve 
Siente  absorto  latir  la  vena  leve. 
Quedó  inmóvil  al  súbito  portento , 
Mientras  que  ella  cobró  más  movimiento, 
Porque  juzgase  en  la  dudosa  calma 

Que  se  animó  la  Venus  con  el  alma 

Que  á  él  faltó  suspendida. 

Como  en  callada  noche  mujer  bella. 

Dulcemente  dormida , 

Prestar  á  su  quietud  suele  la  vida , 

Y  en  tanto  que  reposa. 
Estatua  muda  es  de  nieve  y  rosa; 
Mas  sí  la  deja  el  sueño. 

Que  fué  aquel  tiempo  de  su  vida  dueño , 
El  alma  vuelve  á  su  semblante,  y  ella, 
Que  la  luz  encontró  que  no  tenía, 
Sabe  que  vive,  y  agi-adece  el  dia. 
Así  después  que  el  simulacro  hermoso 
Se  erigió  del  imánime  reposo. 
La  luz  aplaude,  alegre  se  concita; 

Y  como  el  nuevo  ser  que  goza,  duda, 
Para  animarse  luego  menos  ruda. 
Con  varios  movimientos  se  ejercita. 
Pigmalíon,  no  ya  del  bien  dudoso. 
El  primor  de  su  mano  ya  viviente 
Quiere  que  premio  sea. 

Cuando  no  de  su  amor,  á  Citerea, 
De  aquel  arte  excelente. 
Concedí,  y  ella,  con  mi  auspicio  honroso, 
Al  que  autor  conoció  saludó  esposo. 
De  este  singular  tálamo  Cinaras 
Nació,  el  que  fué  tu  joadi-e , 
Padre  y  esposo  de  tu  hermosa  madre, 
Que  para  ser  ahora  tronco  rudo , 
Quiso  escalar  mis  aras, 
y  que,  á  haber  sido  menos  indiscreta. 
Merecer  todos  mis  favores  pudo. 
Si  no  por  ella,  por  gloriosa  nieta 
De  la  que  Prometeo  mejor  funda 
Ebúrnea  deidad ,  Venus  segunda; 
Mas  cuanto  perdí  amor  por  el  respeto 
Que  á  mi  deidad  debía. 
Lo  gané  en  tí,  su  más  glorioso  nieto. 
Porque  veas,  oh  Adonis  mío,  ahora 
Que  la  que  aborrecía 
Al  Cerasta  sangrieiito , 
Su  descendencia  en  Pigmalíon  adora; 
Que  la  que  á  ésta  colmó  de  bienes  ciento, 
A  su  Mirra  abrumó  con  hartos  males ; 
Que  la  que  á  Mirra  castigó  severa. 
Por  su  Adonis  dejó  la  sacra  esfera; 
Así  los  dioses  obi-an  inmortales. 
Castigando  y  premiando 
Del  modo  que  los  va  determinando 
La  libre  ejecución  de  los  mortales  ; 
Así  en  Pigmalíon,  tu  ilustre  abuelo. 
Ningún  estorbo  fué  para  mi  culto 
El  debido  quebranto,  el  desconsuelo 
Por  el  infeliz  padre, 


160  DON  JOSÉ 

Cuya  fortuna  mereció  bu  insulto; 
Porque  ha  de  malquistarme  tus  amores 
La  que  apenas  supiste  infeliz  madre , 
Y  más  cuando  te  mtiuyen  los  reucorea 
De  una  ninfa  envidiosa. 
¡Oh,  el  castigo  le  den  sus  mismos  celos! 
I  No'  eres ,  oh  garzón  bello ,  de  tu  diosa  ? 

ÍNo  soy  la  que  antepuse,  enamorada, 
,a  triste  tierra  á  los  alegres  ciclos  ?» 
Como  hoguera  cubierta 
De  la  fria  ceniza  apenas  arde, 
O  se  alienta  cobarde; 
Mas  si  la  agita  el  viento , 
Despide  el  blanco  polvo ,  y  ya  despierta 
Se  irige  á  tanta  llama ,  que  podia , 
Trasladada  al  brillante  firmamento, 
Lucir  pedazo  del  nocturno  dia; 
Del  fuego ,  así ,  de  amor ,  que  no  extinguido 
En  el  jüTcn  habia. 
Aunque  sí  sofocado , 
De  la  ninfa  el  celoso  atrevimiento 
La  diosa  con  el  aire  articulado , 
Que  agitó  el  corazón  por  el  oido, 
Docta  en  insinuar  tiernos  amores , 
Levantó  á  mayor  llama  los  ardores. 
Adonis ,  pues ,  con  nuevo  rendimiento 
A  su  adorada  Venus  prometia 

La  que  ya  no  tenía 

Alma  del  mismo  amor  merecedora; 

Cuando  cortando  el  viento 

El  dios  de  amor  con  sus  ruidosas  alas, 

Llegó  veloz,  y  de  la  amante  diosa 
"Alteró  el  sosegado  ])ensamiento. 

«  Oh  madre,  dice,  ahora 

Dejo  alterado  el  Ericino  monte , 

Que  á  su  Venus  infiel  repetir  duda 

Los  cultos  reverentes 

Con  que  otro  tiempo  embarazó  sua  aras 

De  aromas  mil  ardientes. 

Dicen  los  desamparas , 

y  que  sólo  de  Chipre  cuidadosa , 

Sus  selvas  tiempo  tanto  te  detienen  , 

Que  ocioso  el  ruego  ya,  la  fibria  muda, 

En  vano  al  templo  con  los  votos  vienen; 

Tu  enemiga  Diana 

De  la  infiel  gente  los  aplausos  gana. 

Aquel,  puus,  que  de  Venus  fué  divina. 

Ya  de  Diana  es  templo. 

Si  aun  aprecias  el  nombre  de  Ericina,- 

Aparte  de  la  tierra  el  vil  ejemplo , 

Porque  así,  desleales , 

No  te  desprecien  los  demás  mortales. — 
« ¡Ah  ingratos  ericinos 

$  Siguió  Venus),  perdisteis  la  memoria 
)e  aquella  antigua  gloria 
(Mas  ya  sois  de  ella  indinos). 
Que  os  ganó  Erice,  del  Amor  hermano  1 
Mi  enojo  soberano 
Hará...  Pero  será  más  oportuno 
Con  el  suave  imán  de  mis  piedades 
Atraer  las  erradas  voluntades. 
Mas  no  ha  de  conseguir  rebelde  alguno 
Que  yo  tan  presto  de  mi  bien  me  ausente. 
Insidioso  rapaz ,  vuela ,  no  pares; 
Vuelve  otra  vez  á  la  ericina  gente , 

Y  en  tanto  que  voy  yo  á  que  mi  presencia 
El  disturbio  componga  irreverente, 

Y  ofreciéndome  al  voto  en  sus  altares, 
El  amor  les  conquiste  y  la  obediencia, 
Tú ,  derramando  arpones , 
Destruye  sus  rebeldes  corazones, 

Y  tú ,  mi  garzón  bello  y  gloria  mia , 
La  edad  que  de  la  noche  reste  al  dia, 
Pues  tu  Venus  te  tiene , 

Sé  de  tu  Venus  dueño, 

Y  deja  que  á  Pirene 

De  azules  sombras  la  circunde  el  sueño... )) 

PRÓCRIS. 

Ya,  oh  Anaxarte,  entre  pálida  vislumbre 
Caduca  el  sol,  ya  apenas  le  veremos 
JIu  el  azul  cristal  perder  su  lumbre, 


ANTONIO  PORCEL. 

Las  redes  y  los  canes  retiremos; 
Pues  mucre  el  sol.  Adonis  aun  no  muera; 
Nú  en  un  hora  dos  soles  sepultemos. 
De  Venus  en  el  cielo  aun  luzca. 

ANAXAJBTE. 

Hiciera, 
Siendo  importuna  más,  tu  atención  vana. 

PEÓCEIS. 

Pues  adiós;  que  mi  Céfalo  me  espera. 
ANAXARTE. 

Vé  sin  celos,  y  adiós,  hasta  mañana. 


ÉGLOGA  CUARTA 


IFIS,  CÉFALO,  ANAXARTE,  PRÓCRIS. 

IFIS. 

Gimo  y  lloro  de  Amor  la  indigna  saña, 
y  la  queja  escuchó  y  el  llanto  mió , 
La  fiera ,  el  ave ,  el  viento ,  la  montaña, 
El  mudo  tronco  y  el  sonoro  rio; 
Sólo,  Anaxarte,  en  toda  la  campaña, 
Huye  mis  voces  tu  d<  sden  impío; 
Los  riscos  culpan  tns  rigores  JdcIIos, 
¡Insensible  tú  más  que  todos  ellos! 

CÉFALO. 
Canto  de  Amor  ternísimas  piedades, 

Y  aplaudo  sus  diücísimos ardores; 
Alegres  me  oyen  estas  soledades, 

Y  viven  porque  viven  mis  amores; 
Resuenan  dulces  mis  felicidades , 
Los  pájaros,  las  fuentes  y  las  ñores. 

Que  esperan  vida,  oh  Procris,  de  tus  huellas, 
I  Oh,  más  suave  tú  que  todas  ellas! 

IFIS. 
Braman  el  mar  y  el  viento,  que  propicios 
Tal  vez  se  rinden  del  piloto  al  ruego; 
El  fuego  ardió  en  sublimes  edificios , 
Pero  supo  ceder  al  agua  el  fuego; 
Pierde  la  tierra  sus  eternos  quicios , 
Pero  en  ellos  se  vuelve  á  afirmar  luego; 
Sólo  dura  un  desden ,  y  excede  en  guerra 
Al  aire ,  al  fuego ,  al  agua  y  á  la  tierra. 

CÉFALO. 
La  fluida  del  agua  pesadumbre 
Va  hacia  el  mar ,  que  su  cuna  fué  primera; 
El  fuego  anhela  la  celeste  lumbre , 
Fija  la  tierra  al  centro  persevera, 
El  viento  ama  la  silbosa  cumbre; 

Y  cuando  no,  de  Prócris  aprendiera 
Amor,  y  la  firmeza  de  su  intento, 

La  tierra ,  el  fuego ,  el  agua  y  aun  el  viento, 

IFIS. 
Mas  si  Tántalo  aun  dura  en  su  fatiga. 
Aunque  el  cristal  del  labio  se  le  quite, 
Si  aunque  fijar  el  risco  no  consiga, 
El  grave  peso  Sísif o  repite , 
Yo  tu  desden,  oh  dulce  mi  enemiga , 
Sigo  hasta  que  el  infierno  me  limite; 
Pero  si  tu  desden  me  aflige  eterno , 
Muerto  de  amores,  aun  me  sobra  infierno. 

CÉFALO. 
La  hiedra  hecha  pedazos,  aun  constante, 
Al  duro  escollo  arrima  los  pedazos  ; 
Dividida  la  vid  del  tronco  amante, 
Aun  le  convida  con  los  verdes  brazos. 
Yo,  que  feliz  ya  fui,  mis  dichas  cante, 
Aunque  no  vuelva  á  repetir  los  lazos ; 
Que  si  Prócris  anima  mi  memoria, 
Vivo  de  amores,  aun  me  sobra  gloria. 

IFIS. 

¿Feliz  Céfalo? 

CÉFALO. 

¿Iñs  desdichado? 


ÉL  ADONIS. 


Í6Í 


IFIS. 

Mi  envidia  caliñca  tu  fortuna. 

CÉFAIiO. 
No  fuera  yo  sin  ella  afortunado; 

Y  tu  infelicidad  fuera  ninguna, 
Si  no  envidiaras;  condición  forzosa 
Del  que  habita  debajo  de  la  luna. 

IFIS. 

¿Has  visto  acaso  á  mi  enemiga  hermosa? 

CÉPALO. 
Con  mi  Prócris  la  dejo  en  la  ribera. 

IFIS. 
El  que  á  Anaxarte  junta  con  tu  esposa, 
Juntar  á  Venus  con  Diana  espera. 

CÉPALO. 
Juntas,  si  en  los  dictámenes  no  unidas, 
El  monte  escalan  con  veloz  carrera. 

Y  la  abrasada  siesta,  divertidas , 
Templan,  historias  largas' refií'icndo, 
Los  amores  contándose  y  las  vidas. 

IFIS. 

Aquella  por  quien  yo  vivo  muriendo , 
Más  que  de  amores,  de  desdenes  sabe; 
Dígalo  yo,  que  los  estoy  sintiendo. 
CÉPALO. 

Lastimado  me  ha  tu  pena  grave; 
Pero  si  el  cazador  porfía  aun  cuando 
A  las  dos  flechas  yerra  el  bruto  ó  ave, 

No  dejes  tú  de  porfiar  amando; 
Pide  flechas  á  Amor,  que  aunque  sea  fiera , 
Fieras  se  rinden  á  su  tiro  blando. 

IFIS. 

No  puedo  desistir  aunque  quisiera , 
Pues  cuando  á  más  rigores  me  destina, 
Amo  yo  más  su  condición  severa. 

Seis  vecis  por  la  selva  cristalina 
Siguió  el  sol  todos  los  celestes  brutos 
Con  las  flechas  de  luz  que  les  fulmina. 

Y  este  tiempo  mis  ojos,  nunca  enjutos, 
Un  peñasco  regaron;  ¿quién  espera 
Cultivar  un  peñasco  y  que  dé  frutos? 

La  aurora  muchas  veces  la  primera 
Vio  en  sus  puertas  la  testa  colmilluda 
Que  yo  quité  de  la  cerdosa  ñera; 

La  del  venado,  de  años  no  desnuda, 

Y  al  fin  cuantos  mi  dardo  conseguía 
Fieros  despojos  de  la  selva  ruda. 

De  mis  lebreles  uno  admitió  un  día, 

Y  aunque  el  don  fué  estimado,  ia fineza 
Despreció  su  desden,  porque  era  mia. 

Tronco  á  tronco  examina  la  maleza , 

Y  aun  mudos,  te  dirán  que  á  mi  tormento 
Fué,  aunque  dura,  más  blanda  su  corteza. 

Viendo,  pues,  cuan  en  vano  el  sentimiento 
Me  tiene  día  y  noche  á  sus  umbrales. 
Siendo  ella  á  mis  gemidos  roca  al  viento, 

Al  sátiro  adivino  de  mis  males 
Cuenta  doy,  quien,  terrible,  me  asegura 
Oráculos,  que  no  entendí,  fatales. 

Pero  por  más  que  se  resista  dura , 
La  he  de  seguir,  amando  sus  desdenes, 
Por  llano,  monte,  valle  y  espesura. 

CÉPALO. 

Sí  tú  contraria  á  la  fortuna  tienes, 
Propicia  yo;  porque  de  amor  iguales 
En  número  á  tus  males  son  mis  Vjíenes. 

Mas  si  es  verdad  que  hay  de  efectos  tale» 
Mortífera  una  planta  que  ingerida 
Con  nuevos  jugos,  pierde  los  fatales. 

En  mí  pecho  tu  pena  introducida, 
Aun  podrá  ser  que  sea  tu  tristeza 
Consolada,  y  así  disminuida. 

Y  pues  sé  de  tu  dardo  la  destreza, 
Hacía  la  fuente  de  los  arrayanes 
Penetremos  ahora  la  maleza; 

Que  en  ella  ventearon  mis  tres  canes 

I,  Ps.-xviu, 


Una  manchada  tigre.  Vén  conmigo; 
Venceremos  afanes  con  afanes. 

IFIS. 

Por  si  á  Anaxarte  encuentro,  ya  te  sigo. 

ANAXARTE. 
Aunque  Venus  cruel  y  Amor  sangriento 
Con  prodigios  asusten  mi  memoria. 
Ni  Amor  ha  de  cantar  el  vencimiento , 
Ni  blasonará  Venus  la  victoria: 
Y  aunque  en  mí  labre  al  mundo  un  escarmiento 
La  de  los  tiempos  lamentable  historia. 
Verá  el  mundo  que  pasa ,  aunque  ahora  empieza, 
Más  allá  de  la  muerte  mi  dureza. 

PRÓCKIS. 

Aun  cuando  Venus,  no  compadecida , 
El  rencor  de  Diana  no  me  indulta: 
Aun  cuando  de  presagios  imjjedida, 
El  hado  hallar  mis  celos  dificulta  , 
Yo  he  de  buscar  la  causa  fementida 
Do  quiera  que  se  esconda,  y  si  se  oculta 
En  la  vaga  región  mi  sentimiento, 
He  de  buscar  mis  celos  en  el  viento. 


I  Oh  Prócris  1 


ANAXAETE. 

PRÓCKIS. 

¿  Oh  Anaxarte  ? 

ANAXAETE. 

¿  Apenas  luce 
El  claro  día,  cuando  al  monte  sales  ? 

PRÓCRIS, 
Como  á  tí,  mi  destino  me  conduce. 

Sí  nos  desasosiegan  tan  fatales 
Presagios,  i  cómo  con  el  dulce  sueño 
Se  han  de  avenir  nuestros  amargos  males  7 

Tras  de  Céfalo  vine,  al  duro  empeño 
De  buscar  mi  desdicha. 

ANAXARTE. 

¿  No  ha  advertido 
Céfalo  tus  cuidados  en  tu  ceño  ? 

PRÓCRIS. 

De  su  sospecha  yo  los  he  escondido; 
Ternezas  sí,  no  tímidos  recelos, 
De  mí  ahora  más  que  nunca  oye  rendido. 

Pues  pudiera,  sabidos  mis  desvelos, 
Para  culpar  mis  quejas  cauteloso. 
Frustrarme  la  evidencia  de  mis  celos. 

Del  dardo  de  Diana  prodigioso 
Desde  ayer  le  hice  dueño,  y  cuantas  fieras 
Le  postra  me  las  rinde,  obsequioso. 

AiíAXARTE. 

Si  él  te  obsequia  tan  fino,  ¿cómo  esperas 
Evidenciar  tus  celos  ? 

PRÓCRIS. 

Como  alguna 
Espía  que  frecuenta  estas  riberas. 

Llamarle  ha  oido  por  la  selva  á  una 
Ninfa  á  quién,  repitiendo  «Laura  mía». 
Con  amorosas  voces  la  importuna. 

Por  lo  tanto,  le  sigue  mi  porfía, 

Y  es  que  ánti  s  á  sus  ojos  que  á  su  oido. 
La  causa  de  mis  ansias  se  confia. 

Para  que  dé  esta  suerte  convencido, 
Mis  quejas  no  desmienta. 

ANAXARTE, 

Así  apresura 
Su  fiero  golpe  el  hado  fementido, 

Así  de  Adonis  fué  la  suerte  dui-a; 
El  quiso  en  la  espesxira  hallar  sus  celos, 

Y  halló  su  fiera  muerte  en  la  espesura. 
Pero  así  falsifique  mis  recelos 

Diana,  y  á  tu  Céfalo  te  vuelva, 

Y  conmigo  piadosos  sean  los  cielos; 
Que  pues  que  vagan  hoy  por  esta  selva 

Los  dos  de  cuyo  encuentro  huir  queremos, 

U 


162 


DON  JOSÉ  ANTONIO  PORCEL. 


Antes  que  el  sol  ar.lientes  nos  devuelva 

Las  horas  que  templadas  aun  tenemos. 
Oídos  me  concedaH  sosegados, 

Y  el  triste  ün  de  Adonis  lloraremos. 

PEÓCRIS. 
Así,  Anaxarte,  engañas  mis  cuidados. 
ANAXARTE, 

Mi  verdad  así  avisa  tus  excesos, 

PEÓCRIS. 
Que  escuche  sorda  yo  quieren  mis  hados. 

ANAXARTE. 

Por  ahora  sujettmos  los  sabuesos, 

Y  aquí,  do  el  ser  halladas  de  la  gente 
Dificultan  los  árl)olcs  espesos; 

A  esta  peña,  (^ue  herida  blandamente, 
Tanta  sangre  derninia  cristalina. 
Elige  asiento  y  oye  atentamente. 

PRÓCRIS. 
A  tu  voz  toda  Prócris  se  destina. 

ANAXARTE. 

Coronada  del  opio  y  el  beleño , 

La  negra  noche  fria 

Del  carro  perezoso  desprendía 

La  mitad  ya  de  las  oscuras  horas, 

Que  sobre  toda  la  grosera  tierra 

Envueltas  derramaba  en  dulce  sueño; 

En  tanto,  pues,  que  silenciosamente 

Caían  las  estrellas  brilladoras. 

Desvanecida  ya  la  dura  guerra 

Del  Abrigo  y  sus  fuerzas  auxiliares, 

Admitían  (por  más  que  sordamente 

Lo  murmuraban  las  soberbias  ondas) 

Alto  sosiego  los  ])roíundos  mares, 

Muda  en  los  montes  la  silbosa  cumbre. 

Caduca,  hacia  los  valles  inclinada, 

Al  parecer,  del  sueño  más  cargada 

Que  de  su  ponderosa  pesadumbre. 

Cada  tronco  en  la  selva  enseñar  pudo 

Silencio  á  los  peñascos,  porque  mudo , 

Se  esconde  el  viento  en  sus  cavernas  hondas. 

Del  sosegado  campo  en  el  ameno 

Sitio  callaban  las  parleras  aves , 

Las  fieras  descansaban  en  las  grutas, 

Los  peces  en  las  ovas  nunca  enjutas, 

Y  hasta  los  siempre  tímidos  tiranos 
Al  dulce  soporífero  veneno 

Dan  los  cuidados  graves; 

Todo,  en  tin,  bajo  la  alta  sombra  oscura 

Sosiega,  pero  no  admitir  podia 

En  sus  ojos  la  noche  perezosa 

Pirene,  que  á  sus  cí'Ios  inmortales. 

Sobre  aras  de  sangrienta  fantasía 

Simulacros  coloca,  en  que  figura 

Sus  venganzas  crueles; 

Mientras  sus  dos  amantes  envidiados, 

En  lecho  que  ofrecían  blandas  pieles, 

Burlaban  pus  cuidados. 

Precipitóla  al  lin  su  rabia  ardiente 

De  un  valle  á  lo  profundo  , 

Donde,  después  que  religiosamente 

(Desnudos  pié  siniestro  y  hombros  bellos) 

De  negro  lago  (averno  allí  segundo) 

Humedeció  tres  veces  los  cabellos, 

Que  por  el  rostro  ¡¡álido  dilata, 

Nube  que  á  luz  ninguna  lo  recata, 

Y  después  que  volviendo  á  las  estrellas 
Las  etiopes  suyas,  aunque  bellas. 
Gritó  tres  veces  con  clamor  horrendo 
(El  valle  los  asombros  repitiendo), 
Dijo  así  furibunda,: 

«lüh  caos,  oh  del  Erebo  cavernas. 
Por  cuya  mansión  lóbrega,  profunda, 
Tantas  ])áli(las  vagan  sombras  friasl 
jOh  deidades  del  Orco  sempiternas! 
lOh  Némcsis  feroz  I  ¡Oh  infame  terno 
De  las  negras  hermanas ,  cuya  greña 
Rompe  con  silbos  el  silencio  eterno! 
jAlto  monte,  hondo  valle,  selva  muda, 


Testigos  ya  de  las  injm-ias  mías; 

Y  tú ,  triforme  Ecate ,  que  obediente 

Me  instruyes,  y  te  instrujxs  en  mi  ayuda, 
El  hijo  de  Cinaras  me  desdeña, 

Y  no  por([ue  otros  brazos  no  consiente. 
Desprecia  mis  desvelos; 

De  Venus  es  favorecido  amante, 

Y  aun  más  allá  de  agravios  son  mis  celos. 
No  i)ara  que  él  arrastre  mis  cadenas 
Vengo,  oh  diosa,  á  impedir  tus  negras  araa 
De  escogidas  verbenas; 

No  las  virtudes  examino  raras 

Del  masculino  incienso. 

Ni  porque  él  arda,  en  mí  quemar  ya  pienso 

El  laurel  en  tus  llamas  crepitante. 

Ni  prevendré  ignorante 

El  engaño  sutil  de  tres  colores 

A  que  enrede  su  amor  en  mis  amores; 

Ni  para  ahora  estimo 

Una  y  otra  brevísima  figura, 

Que,  ó  ya  de  blanca  cera  ó  negro  limo 

Su  ingrato  nomlire  escrita, 

La  una  á  mis  incendios  se  derrita. 

La  otra  para  otro  amor  que  el  de  Pirene, 

Piedra  se  haga  es([uivamente  dura. 

No,  pues,  te  invoco  para  oficios  tantos; 

Que  si  á  su  Venus  verticorde  tiene , 

Si  el  mismo  Amor  es  el  mayor  hechizo, 

En  vano,  Ecate,  nuestra  ciencia  hizo 

Contra  Amor  los  encantos; 

Y  pues  el  nuestro  á  su  poder  no  alcanza, 
Su  amor  no  pido,  pido  mi  venganza; 

Y  para  que  la  logren  mis  anhelos, 

I  Qué  mayores  encantos  que  mis  celos  ? 

Mas  porque  contra  mí  (que,  semidiosa, 
Soy  menos  que  su  Venus  poderosa) 
Con  su  maj'or  poder  no  se  defienda 
Marte  igual,  igual  haga  la  contienda, 
Marte,  que  al  Istro  septicorne  toro. 
En  rápidos  cristales  liquidado. 
En  sangre  envuelve  las  arenas  de  oro, 

Y  de  la  diosa  chipria  enamorado, 
A  pesar  de  la  red  que  lo  destierra , 

Arde  aun  más  que  en  las  ii'as  de  la  guerra, 

En  su  ausente  cuidado. 

Al  dios  pues,  si  en  mis  celos  lo  comprendo, 

Si  en  mis  iras  lo  enciendo, 

Dos  venganzas  en  una 

Lograrán  su  poder  y  mi  fortuna. 

Sólo  ahora  me  conviene,  y  sólo  pido. 

Un  prodigioso  carro,  que,  ceñido 

De  las  fm'ias  que  llevo 

Y  de  los  negros  humos  del  Erebo, 

A  Tracía  por  los  vientos  me  conduzca, 
Aun  antes  que  del  Indo  mar  reduzca 
Despierto  Apolo  el  luminoso  tiro.» 

Dice ;  y  á  sus  deseos  obediente 
Cuanta  estigia  deidad  el  Orco  encierra. 
Debajo  de  sus  pies  tembló  la  tierra, 

Y  al  tremendo  suspiro 
(La  faz  rasgando  dura). 
Desahogos  abrió  por  nueva  boca. 
Que  del  averno  á  la  garganta  obscura 
Pudo  unirse,  según  sus  fauces  toca; 
Cuya  rotura  ingente 

Arrojó,  envuelto  en  humo  pestilente. 
Caliginoso  carro,  en  cuyo  adorno 
(Con  los  silbos  el  valle  estremeciendo) 
Tortuosas  sierpes  ciñen  en  contorno, 

Y  tiran  dos  cerúleos  dragones, 
Fieras  del  Flegetonte  exhalaciones. 
La  indigna  maga,  entonces  recogiendo 
La  que  el  rostro  ocultó  esparcida  greña. 
Con  desaliño,  intrépida,  la  anuda 

En  larga  azul  serpiente. 
Que  con  mano  sañuda 
Arrancó  de  su  carro  sibilante, 

Y  con  la  misma  coronó  su  frente. 
Concediendo  el  semblante 

Feroz  ya,  y  tan  feroz,  que  lo  desdeña 
La  que  sin  celos  fué  Pirene  hermosa, 

Y  es  con  celos  Erímis  hori'orosa, 


EL  ADONIS. 


1G3 


fanto  en  la  mujer  pueden ,  despreciada, 

De  su  fiera  venganza  los  anhelos , 

Si  ya  no,  en  vez  de  encantos , 

Que  desdeñen  sus  iras,  monstruos  tantos 

Produce  la  azul  hidra  de  los  celos. 

Ya  en  el  infame  carro  sublimada, 
Segunda  sierpe  ocupa  la  alta  mano, 
Con  cuyo  azote  sibilante  en  vano 
Castiga  los  di-agones,  que  violentos, 
Viento  añadido  fueron  á  los  vientos, 
Tisífone,  tan  ñera, 
Por  las  lóbregas  salas 
Suele  batir  las  descarnadas  alas; 

Y  la  maga  de  Coicos ,  tan  ligera , 
De  no  menores  furias  irritada. 

En  carro  que  también  llevan  dragones 
Dejó  de  su  Tesalia  las  regiones 
Hasta  Corinto,  termino  á  sus  vuelos, 
Donde  en  sus  iras  abrasó  sus  celos. 

Del  sol  no  ardía  la  primera  lumbre 
Para  enjugar  los  frios  horizontes. 
Cuando  del  Hemo  en  la  escabrosa  cumbre 
(Del  Hemo,  rey  de  los  treicios  montes) 
El  dios  sañudo  de  la  guerra  ardiente 
Las  armas  se  cenia  mal  enjutas 
De  la  sangre  del  scita  inobediente; 

Y  Belona,  entre  tanto  diligente. 
Porque  más  fiero  vuelve  á  devástanos, 
De  las  del  Aquilón  lóbregas  grutas 
Sacaba  los  indómitos  caballos, 

Que  al  formidable  carro  resistían. 
Cuando  los  dos  dragones  que  traian 
El  de  Pirene,  humos  respirando, 

Y  con  los  silbos  roncos 

El  aire  convecino  lastimando, 

Se  dejaron  caer  sobre  unos  troncos 

Que  con  la  inculta  greña 

Las  sienes  coronaban  de  una  peña. 

El  fatal  espectáculo,  el  estruendo, 
Este  oido,  aquel  visto  veces  pocas, 
Aun  temiera  el  dios  fuerte. 
Si  la  horrorosa  ninfa,  previniendo 
Mudo  silencio  á  las  silbantes  bocas , 
No  hablara  de  esta  suerte : 
<(  Desciñe ,  oh  Marte  ínclito,  desciñe 
Las  que  fatigó  Bronte  armas  lucientes, 

Y  cuantas  del  Araxes  rudas  gentes 
Convocado  han  las  bárbaras  riberas 
Beban,  mientras  su  sangre  no  las  tiñe, 
Seguramente  ya  sus  aguas  fieras; 

Que  ahora  te  armará  de  sus  furores 

La  que  cuantas  azules  sierpes  ciñe 

Contra  tu  pecho  á  una; 

No  yo  de  las  Euménides  soy  ima. 

Bien  me  desmientan  cuantos  visto  horrores; 

Pirene  soy,  que  ya  fui  en  tiempo  alguno 

Del  Júpiter  del  mar  cerúlea  Juno; 

Pero  después,  rendida  al  amor  necio 

De  un  Adonis,  que  al  fin  joven  gallardo, 

Ahora  es  de  Chipre  en  las  malezas 

Más  dichoso  en  amores  que  en  el  dai'do, 

Rico  haciéndolo  yo  de  mis  finezas. 

Sólo  ha  tenido  para  mí  un  desprecio. 

Para  otra  las  caricias. 

Si  es  que  temen  tu  saña 
Los  dioses  cuando  asombras  las  treícias 
Riberas ,  y  has  sabido  ser  amante , 
Válete  de  ti  mismo  en  este  instante, 
Que  hay  mayor  enemigo  en  la  campaña. 
La  blanca  hija  de  la  espuma,  aquella, 
No  sé  si  tan  mudable  como  bella. 
Que  fué ,  y  aun  ahora  es ,  pero  que  en  vano, 
Alta  solicitud  de  tus  deseos 

Y  gloria  de  tus  bélicos  trofeos, 

Y  cuya  blanca  mano 

Te  quitó  la  celada  de  diamante. 
Cuando  al  espejo  dulce  de  sus  ojos 
Lo  feroz  componías  del  semblante, 

Y  haciendo  dueño  á  Amor  de  tus  despojos, 
Vez  alguna  en  sus  brazos  dulce  calma, 
Vida  adquiriste,  y  te  dejaste  el  alma; 
Esta,  pues,  al  olvido  te  condena; 


Ya  su  memoria,  oh  Marte,  substituye 
A  Adonis,  tan  indigno,  que  su  madre 
Fué  su  hermana,  y  de  hijo  no  lo  excluye. 
Ni  de  nieto,  el  que  fué  su  abuelo  y  padre. 
De  Chipre,  en  fin  ,  en  la  espesura  amena. 
Joven  tan  infamado, 
Del  dardo  y  de  las  flechas  fatigado, 
Dardo  le  quita  y  Hechas  tu  enemiga, 

Y  el  que  en  sus"brazos  deja  la  fatiga. 
En  el  campo,  que  visten  sombras  verdes, 
Logradas  mil  numera 

Dulcísimas  batallas,  que  tú  pierdes, 
Cuando  ella  lo  que  yo  he  perdido  alcanza. 
No  lo  permita  más  tu  deidad  fiera. 
Oh  Gradívo,  y  si  iguales  nuestros  duelos 
En  mis  celos  has  visto  ya  tus  celos 
Vea  yo  mi  venganza  en  tu  venganza. » 

Dijo  ella;  y  icducír  pudiera  nunca 
Mortífero  escorinon  á  furia  tanta 
A  incauto  cazador,  á  cuya  planta 
Comunicó  punzante 
Negro  veneno  por  la  cola  adunca , 
Pues  si  aquel  vivo  fuego  lo  enfurece. 
Ya  intensísimo  frío  lo  entorpece, 

Y  á  los  disueltís  miembros  trepidante 
Hórrida  amarillez  viste  el  semblante; 
El  grande  hijo  de  Juno,  el  dios  guerrero. 
Aun  más  extremos  siente. 

Cuando  con  mayor  furia 

Señas  dio  de  mortal  al  accidente, 

Que  lo  inmortal  le  encubre, 

Pues  asaltado  el  corazón  valiente 

(Hoguera  dulce  de  su  amor  primero) 

De  la  celosa  injuria, 

Que  cual  nieve  friísima  le  cubre. 

Sin  la  amorosa  llama  palpitante, 

La  sangre  toda  le  robó  al  semblante. 

Que  de  nuevo  lo  enciende 

En  la  venganza  que  sangriento  emprende; 

Uuas  veces  del  ódío  al  amor  pasa, 

Al  ódío  otras  del  amor  apela, 

Padeciendo  así  un  hielo  que  le  abrasa. 

Un  ardor  que  le  hiela ; 

Que  para  ardores  suscitar  y  hielos, 

El  essorpion  picaba  de  los  celos. 

Sañudo  pues,  y  nunca  más  sañudo. 

Arrojó  la  celada  de  diamante, 

Y  svis  vistosas  plumas  despedaza. 
Pisa  el  sonante  escudo. 

Y  el  arnés  reluciente  desenlaza. 

«  Si  de  mí  un  joven  débil  y  aun  desnudo 

Se  gloria  triunfante, 

¿  Para  qué  (dice)  son  las  fuertes  mallas  1 

;  Para  qué  visto  acero  fulminante  ? 

Si  hay  quien  á  Marte  predomine  fuerte, 

¿  Para  qué  es  Marte  dios  de  las  batallas? 

¡  Ah,  Venus  enemiga  1 

Mi  confianza  tu  traición  castiga  ; 

Mas  yo  castigaré  el  indigno  amante, 

Y  sin  más  armas  que  mis  manos  fieras. 
El  corazón  le  sacaré  á  pedazos. 

Para  que  en  él,  aun  inmortal,  tú  mueras, 
Para  (jue  con  su  muerte. 
Del  que  tálamo  han  sido. 
Túmulo  sean  tus  infieles  brazos. — 

))En  vano  ¡nfurecido 
(Dijo  Pirene)  pierdes  tantas  iras, 
Porque,  aun(|ue  tu  valor,  oh  Marte,  es  cierto, 
Al  que  enemigo  despreciable  miras 
No  fácil  vencerás  á  campo  abierto ; 
Aun  de  tu  ¡¡ensamíento,  si  lo  alcanza. 
La  guardará  su  diosa. 
Permíteme  tú  á  mí  que  insidiosa 
Fie  á  un  engaño  la  fatal  venganza. 
La  industria ,  pues,  que  me  dictó  mi  ciencia, 
A  mi  intento  ya  hubiera  obedecido. 
Si  no  hubiera  t-  mido 
Que  Ericina,  deidad  más  poderosa. 
Mis  esfuerzos  venciese  ; 

Y  asi,  quise  que  hiciese 

Igual  poder  igual  la  competencia. 
Tú  á  Tracín  dejarás  por  Chipre  ahora, 


164 


DON  JOSÉ  ANTONIO  PORCÉL. 


Que  si  al  poder  de  mi  infalible  arte 
Entregas  tu  deidad,  oh  excelso  Marte, 
Tú  serás  vencedor,  yo  vencedora.— 

«Tuyo  es  Marte,  oh  Pirene 
(Dice  él  dios),  aunque  indigna  la  venganza 
fcea  del  valor  niio; 

Que  si  las  lides  que  el  Amor  alcanza 
Con  engaños  mantiene, 
Sustenta  con  ardides. 
Dignas  de  mi  valor  no  son  sus  lides. 
Cual  si  fuf'se  el  menor  de  los  mcn-talcs, 
A  tu  alta  ciencia  mi  deidad  confio; 
Para  contiendas  tales 
No  soy  ya  de  las  armas  el  dios  fuerte, 
Amante,  sí,  agraviado,  y  como  vea 
Sin  el  hijo  de  Mirra  á  Citirea, 
Tú  la  ocasión,  tú  el  modo,  oh  ninfa,  advierte; 

Y  aunque  me  insulte  la  rebelde  tierra, 
Al  ocio,  entre  esas  peñas  derribado. 
Quede  el  sangriento  carro  de  la  guerra. 
Mientras  que  á  pelear  en  otros  duelos 
El  carro  azul  me  lleva  de  los  celos.» 

Dice;  y  ligero  sube 
Al  carro  de  la  ninfa  serpentino, 
Que  circundado  de  impalpable  nube, 
Penetró  de  los  vientos  el  camino. 
Hasta  llegar  de  Chipre  á  la  espesura, 
Donde  encubiertos  por  la  nube  obscura 
Los  recibió  la  cueva  de  Pirene, 

Y  un  sátiro,  que  en  ella  los  aguarda, 
Por  la  ninfa  instruido. 

De  la  ausencia  de  Vónus  los  previene; 

Díceles  cómo  ha  ido. 

Antes  que  el  sol  rayase  al  horizonte, 

Al  Ericino  monte. 

«Asi  no  se  retarda 

La  venganza,  que  ya  segura  tengo, 

Pirene  entonces  dijo; 

Entre  tanto  prevengo 

Que  tú,  oh  sátiro,  espía  de  las  selvas, 

Luego  que  á  fatigarlas  salga  el  hijo 

Y  nieto  de  Cinaras , 

Con  pronto  aviso  vuelvas. 

Tú,  dios,  mientras  el  hado  se  ejecuta, 

Al  transparente  alcázar  de  mi  gruta 

Entra  conmigo,  donde 

En  bien  culto  jardin  mi  ciencia  escondí 

Cuantas  produce  el  Pindó  yerbas  raras. 

Cuantas  da  el  Apidano 

Y  el  tésalo  Peneo, 

Xas  que  alimenta  Bebe  en  su  laguna, 

Y  las  que  dio  á  mi  mano 

El  venenoso  monte  de  la  Luna. 
De  éstas  (si  á  mi  deseo 
Tu  propósito  insiste) 
Confección  se  previene. 
Que  ajena  forma  viste, 

Y  que  tú  vestirás,  porque  Pirene 

Y  porque  Marte  vea 

La  celosa  venganza  que  desea.» 
Así  los  dos  rivales,  indignados. 
Precipitaban  los  injustos  hados 
Del  infeliz  amante, 
Que,  ausente  de  su  amada  Citerea, 
Tanto  el  corazón  triste  le  fatiga 
La  amenidad  de  Chipre  deliciosa. 
Cuanto  por  un  desierto  y  otro  errante 
Le  fuera  más  amiga 
Con  su  Venus  el  África  arenosa. 
Tanto  acusa  la  hermosa  luz  febea, 
Cuanto  le  hiciera  breve  y  menos  triste 
La  larga  noche  en  la  Noruega  fria, 
Solamente  la  luz  de  la  que,  bella, 
Del  cielo  espuma  es,  del  mar  estrella. 

Pero,  como  alternar  sólo  podia 
Con  sus  afanes,  mientras  venus  vuelva, 
El  afán  generoso  de  la  selva; 
Al  robusto  ejercicio  prevenido, 
Apenas  llegó  á  un  prado,  á  quien  le  viste 
Mucho  Alcidcs  de  frescas  sombras  pardas, 
Cuando  fué  de  Leucipe  detenido; 
Líucipe  (que  si  no  de  Mirra  al  nombre, 


Desde  que  Adonis  era  infante  tierno, 

A  su  cuidado  sucedió  materno). 

Habiendo  convocado 

A  la  florida  esfera 

Cuantas  ninfas  gallardas 

Del  claro  Lico  ilustran  la  ribera, 

Con  el  bello  cliente 

Sentada  al  verde  margen  de  su  fuente. 

Aun  más  que  divertirle  el  fiel  cuidado 

De  su  adorada  ausente, 

Que  olvidase  quería 

El  venatorio  empeño  de  aquel  día. 

Pues  de  los  celos  y  la  infame  ciencia 

Que  hacían  á  Pirene  sospechosa 

(No  ya  en  vajm)  temia  algún  insulto. 

Permitido  de  Venus  en  la  ausencia. 

Por  más  que  antes  hubiese  sido  indulto 

La  autoridad  de  la  asistente  diosa; 

Y  asi,  á  las  ninfas  pide  compañeras, 

Que  no  remisas,  cuanto 

O  de  frstiva  danza  ó  dulce  canto 

Les  enseña  en  el  ocio  de  sus  redes 

La  escuela,  ruda  no,  de  sus  riberas, 

Ostenten;  porque  al  chiprio  Gauimédea 

Para  ellas  usurpen  parte  alguna 

De  la  atención  con  que  á  su  afán  suspira. 

Compítense  oficiosas;  cuando  una 

Prestó  el  alma  sonora 

A  la  ninfa,  sonante  caña  ahora. 

Porque  cuantos  respira 

Desahogos  breves  el  prestado  aliento, 

Los  dedos  alternantes 

Le  hacen  variar  el  modulado  viento; 

Tjas  cuerdas  otras  hieren  resonantes 

De  la  zampona,  menos  ruda  entonces; 

De  otras  dos  el  espíritu  impelido, 

Sonando  gime  en  los  torcidos  bronces 

De  la  una  y  otra  venatoria  trompa; 

Mas  tan  dulce  gemía, 

Porque  á  las  fieras  la  quietud  no  rompa. 

Que  el  que  pudiera  ser  marcial  ruido. 

Era  delicadísima  armonía. 

A  éstos,  pues,  y  á  otros  muchos  más  suaves 

Instrumentos,  en  tanto  que  Nerina 

(Sirena  hermosa  de  las  selvas)  cauta, 

O  el  dardo  y  la  carrera  de  Atalanta, 

De  Aretusa  el  desden,  ó  ya  en  más  grava» 

Números  Ericina 

A  nacer  vuelve  de  la  blanca  espuma; 

El  escuadrón  que  resta 

De  náyades  festivas,  ajustando 

Al  vario  son  el  ágil  movimiento. 

Va  numerosamente  complicando 

Con  una  y  otra  planta  la  floresta. 

La  vaga  nieve ,  que  si  pisa  el  prado, 

Honor  le  da  fecundo. 

Coros  tejía  tales 

Sobre  la  yerba  verde. 

Que  el  que  los  siguió  firme  pensamiento, 

O  á  pocos  giros  cede  fatigado, 

O  confuso  se  pierde. 

Tantos  enreda  laberintos  bellos 

De  animados  cristales, 

Que  Amor,  Tcseo  segundo, 

Felicemente  se  ])erdiera  en  ellos. 

Aun  el  que  al  Euro  ronco 

Eesistió,  se  moviera  firme  tronco, 

A  no  tenerle  suaves  los  reclamos 

De  cuantos  se  vistió  músicos  ramos. 

Canoros  ruiseñores, 

Que  de  las  ninfas  al  confuso  acento 

Competian,  y  el  viento 

gJien  que  sonoramente),  atropellado, 
uia  de  las  hojas  y  las  flores 
A  las  rocas,  de  donde  revocado 
Por  el  eco  suave, 
Al  fin  con  los  arroyos  se  quejaba. 
Porque  ya  en  toda  la  floresta  cabe. 
Más  fastidioso  entonces  acusaba 
Entre  sí  el  joven  el  saltante  coro. 
La  confusa  armonía, 
El  teatro  festivo,  el  sitio  ameno, 


EL  ADÓXIS. 


165 


Y  aunque  atento  al  decoio 

De  las  gallardas  ninfas  obseqiiiosas, 
Cortés  las  aplaudía, 
El  alegre  bullicio  juzga  ajeno 
De  quien  para  sus  ansias  amorosas 
Sólo  estima  las  selvas  silenciosas; 
Cuando  siniestro  el  pájaro  de  Marte 
Resonar  hizo  el  más  vecino  tronco, 
Que ,  sacudido  de  su  pico  bronco. 
Despertó  el  eco  de  la  hueca  parte. 
Suspéndense  las  ninfas,  suspendida 
Leu  cipe,  á  quien  del  pico  las  señales 
Mil,  aunque  inciertos,  vaticinan  males. 
«Oh  ninfas  (dice),  enmudecer  quisiera, 
De  especies  que  no  entiendo  confundida; 
Siempre  este  ave  mavorcia  fué  agorera , 
Pero  ahora  más  que  nunca  á  mis  cuidados 
Inquietud  trajo  mucha. 
Oh  tú,  Pirene,  Circe  de  estas  selvas, 
Si  es  que,  segundo  Pico,  tus  amores 
A  Adonis  sigilen,  no  fatal  resuelvas 
Que  le  sigan  los  mismos  tristes  hados. 
Si  á  precio  de  que  deje  mi  porfía. 
Quisieres  que  te  instruyan  mis  temores, 
Oh  Adonis  mió,  breve  rato  escucha.» 
Callaron  todos,  y  ella  así  decía  : 

«Del  gran  padre  Saturno  liijo  gallardo 
Fué  Pico,  en  otro  tiempo  rey  ausonio, 
Ágil  no  sólo  en  manejar  el  dardo. 
Con  quien  fueran  inciertos  los  más  fijos, 
En  instruir  también  los  que  el  favonio 
Cuadrepedes  le  dio  fogosos  hijos, 

Y  en  lo  valiente,  en  lo  bizarro  sólo 

De  Marte  envidia,  emulación  de  Apolo, 

Y  cuidado  de  cuantas 

La  ribera  coronan  floreciente 
Del  Albula  sagrado  ninfas  bellas; 
Pero  sólo ,  entre  tantas 
Dulces  de  Amor  querellas , 
Agradecida  fué  la  de  Gánente; 
Canente,  hija  del  bifronte  Jane, 
A  cuya  gran  belleza, 
El  terno  de  las  diosas  soberano 
Separó,  envidiosamente  atento, 

Y  á  su  canora  voz  el  mar  y  el  viento. 
En  tanto  que  su  armónica  destreza, 

DeiTamando  la  acorde  melodía. 

Músicas  redes  sobre  el  viento  habia 

Tendido,  que  suaves, 

Las  alas  detuvieron  de  las  aves. 

Las  fieras  con  las  suyas  detenia 

En  las  selvas  su  amante 

Sobre  un  manchado  bruto,  que  anhelante, 

Cuando  impaciente  gime 

Al  ronco  son  del  cuerno  retorcido, 

Sí  la  maestra  mano  lo  reprime, 

Con  bizarra  inquietud  el  campo  oprime, 

Y  si  de  la  carrera  es  advertido, 
A  la  doctrina  atento. 

Padre  debió  de  ser,  no  hijo,  del  viento, 
Según  vitela;  arrogante. 
No  por  el  que  de  plata  le  vestía , 
Si  bien  que  venatorio,  jaez  luciente; 
No  por  el  freno  de  oro. 
Que  argentaba  la  espuma  que  vertía. 
Sino  por  la  que  siente 
Majestad  de  su  dueño,  que  envidiaran 
Los  que,  del  sol  pisando  luces  bellas, 
Al  relincho  sonoro 
La  tropa  hacen  huir  de  las  estrellas. 
Ufanos,  pues,  aquellos  anhelaron 
Bajo  la  mano  augusta 
Del  real  joven  b(llo, 
A  quien  preciosa  faja  la  que  pende 
Púrpura  le  sujeta,  y  por  el  cuello 
Hebilla  de  oro  aj  usta , 
Como  las  sienes ,  gi-ave  no,  corona 
(Si  corona  hay  no  gi-ave); 
La  siniestra,  que  sabe 
Ser  diestra  en  el  manejo,  que  blasona, 
La  rienda  ocupa,  á  la  que  el  bruto  atiende; 

Y  en  la  diestra,  gallardc 


Vibra  el  luciente  dardo, 

Y  por  las  selvas  de  Diana  esquiva 
Corre,  de  sus  sabuesos  precedido, 

Y  aunque  en  vano,  ceñido 

De  su  real  venatoria  comitiva, 

A  tiempo  que  la  bella,  si  engañosa. 

Circe,  de  quien  fué  padre  el  rubio  Febo, 

Dejado  su  maléfico  horizonte. 

Para  la  confección  de  sus  rigores 

Recogía  oficiosa 

Las  singulares  yei-bas  de  aquel  monte. 

Esta,  pues,  miró  al  ínclito  mancebo, 

Y  suspensa,  en  señal  de  que  rendía 
Al  victorioso  joven  los  despojos 
Dejó  caer  las  venenosas  flores, 
Ociosas,  pues  el  alma  por  los  ojos 
Aun  más  fuertes  venenos  recogía. 
¿Qué  mucho,  si  fué  verlo,  desearlo 
Uno,  y  otro  fué  amarlo, 

Y  en  aquel  breve  instante 

En  su  pecho  juntó  siglos  de  amante? 
Mas,  como  á  la  ocasión  de  su  deseo 
Estorbo  era  no  poco,  ya  el  febeo 
Caballo,  que  á  sus  ojos  lo  arrebata. 
Ya  la  que  le  circunda  muchedumbre, 
De  la  escabrosa  cumbre 
Un  jabalí  desata, 
Cuyo  bulto  fingió  su  negra  ciencia; 

Y  el  garzón,  que  á  distancia  bien  segura 
Correr  vio  la  verdad  de  su  apariencia, 
Tras  ella  el  noble  bruto  precipita; 
Ladran  los  cams,  y  la  turba  grita. 
Corrió  pues,  engañado. 

Hasta  quedar  cerrado 

De  toda  la  espesura, 

Que,  más  enmarañada,  niega  el  paso 

Al  sin  alas  Pegaso, 

Cuyo  aliento  fogoso 

Nieblas  desata  de  su  blanco  pecho, 

Si  ya  no  es  que  en  espuma  lo  ha  deshecho» 

Desampáralo  Pico  presuroso, 

Y  en  seguimiento  del  cerdoso  bulto, 
Del  bosque  penetró  lo  más  inculto. 

En  tanto  ella,  sus  magias  murmurando, 
Tanta  niebla  á  la  tierra  exhalar  hizo, 
Que,  obediente  al  hechizo, 
6u  padre  retiró  el  luciente  coche, 

Y  el  cíelo,  que  arrastró  la  falda  oscura. 
Horror  fué  á  los  monteros ,  que,  extrañando 
La  anticipada  noche, 

Cada  cual,  sin  noticia,  sin  destino, 

Vagaba  por  el  campo  laurentíno. 

Pico,  empeñado  más  en  la  esijesura, 

Tras  la  que  aun  conseguir  no  desespera, 

Imaginada  fiera, 

Dudaba  á  tiempo  que  la  maga  amante, 

La  alma  feroz  mintiendo, 

En  el  bello  semblante 

El  paso  le  detuvo,  así  diciendo: 

«En  vano  vas  siguiendo 

A  quien  huye,  y  te  dejas 

A  quien  te  sigue,  oh  Rey,  con  dulces  quejas. 

Hija  soy  del  hermoso  autor  del  dia, 

Mi  belleza  á  tus  ojos  se  confia. 

Mi  poder  tiembla  el  abrasado  averno; 

Si  me  enojo,  la  tierra  se  estremece. 

El  cielo  me  obedece; 

Nada  hay  inasequil)Íe  á  mis  encantos; 

Ríndete  á  aquella  á  quien  se  rinden  tantos. 

Concédete  de  Circe  al  amor  tierno, 

Y  saludará  el  sol  su  ilustre  yerno. — 
Tarde  á  ese  honor  me  ensalzan  soberano 
(El  joven  dice)  rendimientos  tales, 
Seas  ó  no  de  las  diosas  inmortales; 
Superioridad  tuya  no  consiente 

La  altiva  hija  del  glorioso  Jano, 
Mi  adorada  Canente, 
A  quien,  para  que  dueño  mió  ñiera, 
El  gran  Saturno  reconoce  nuera. — 

))Ño  serás  (Circe  prosiguió  furiosa) 
Esposo  suyo  hoy,  ni  ella  tu  esposa, 
Ni  tanto  atrevimiento 


166 


DON  JOSÉ  ANTONIO  POrxCEL. 


Verá  el  sol,  qne  desprecias,  sin  castigo. 
Porque  aprendas,  no  dulce  ya,  enemigo, 
A  costa  de  tu  vil  racional  vida. 
Que  soy  mujer,  amante  y  ofendida.» 
Dice;  y  volviendo  el  pálido  semblante 
Veces  dos  á  la  parte  donde  muere 

Y  adonde  nace  el  dia, 
Con  murmurado  acento, 

Que  de  violentas  acompaña  acciones, 
Tres  veces  dice  incú;?nita9  canciones, 

Y  otras  tantas  al  triste  garzón  hiere 
Con  la  que  ya  no  en  vano  prevenía 
De  oro  mágica  vara. 

Pico,  de  su  destino  aun  ignorante, 
Dt  1  hechizo  fatal  huir  pretende, 
Por  lo  que  pide  al  viento 
Lo  veloz,  de  que  ya  no  necesita. 
Pues  los  que  á  la  carrera  brazos  tiende, 
Al  viento  sacudió,  improvisas  alas, 

Y  el  cuerpo,  no  ya  grave, 
Por  las  etéreas  salas 

La  tierra  se  dejó,  plumas  vestido, 

De  hombre  aun  no  del  todo  desmentido, 

Cuando  se  desconoce,  ágil  se  irrita, 

Y  de  su  pico  bronco 

Resonar  hace  el  golpe  en  hueco  tronco; 
Cuyo  enojo  aun  conserva. 

Él  grande  Pico,  en  fin,  pequeña  ave, 
Con  el  nombre  aun  reserva 
Sjñas  de  lo  que  fué,  porque  presuma 
Su  antiguo  real  decoro; 
Pues  cuanto  le  vestía  augusta  grana, 
Viste  encarnada  pluma, 

Y  dorada  la  parte  que  en  el  cuello 
Ocupó  la  preciosa  hebilla  de  oro; 

Como  también  la  que  en  la  forma  humana 

Corona  le  ciñó,  le  ciñe  inhiesta 

De  plumas  de  oro  rutilante  cresta; 

Pájaro,  pues,  tan  bello. 

Que  lo  consagra  con  su  nombre  Marte. 

Cuando  él,  por  su  hado  injusto, 

Era  ya  leve  morador  del  viento, 

La  venatoria  tropa  discurría. 

Sin  perdonar  la  tenebrosa  parte 

Del  prodigioso  monte, 

Que  les  hurta  el  acento, 

Que  vago  repetía 

De  su  perdido  rey  el  nombre  augusto; 

A  tiempo  que,  aclarado  el  horizonte. 

La  maga  restituye 

El  usurpado  dia, 

Y  cuando  veloz  huye 

Del  escuadi'on  errante,  preocupada, 

Y  por  el  noble  dueño  preguntada. 
Intrépida  del  caso  les  instruye. 
Claman  enfurecidos, 

Y  en  confuso  tropel  la  insultan ,  cuando 
Ella,  nuevos  conjuros  derramando. 
Las  rocas  le  resjiond'n  con  gemidos, 
Las  flores,  palpitando, 

Del  centro  brotan  sangre  pestilente. 

Produce  cada  tronco  una  serpiente. 

La  tierra  se  abre,  y  por  el  aire  vago 

Vuelan  los  manes  del  estigio  lago. 

Atónitos  los  nobles  laurentinos. 

Huyen  precipitados, 

Pero  no  de  su  dueño;  huyen  los  hados, 

Que  á  los  golpes  ferinos 

Del  báculo  terrible , 

A  cada  cual  prestó  figura  horrible 

De  varios  brutos ,  que  de  aquel  estrago 

Huyendo  (bien  que  ya  el  mayor  no  evitan), 

Las  cavernas  del  monte  solicitan. 

Después  la  fiel  Gánente, 
Errante  por  el  rústico  horizonte. 
Llorando  canta  su  perdido  esposo; 
«Pico»,  repite,  y  conmovido  el  monte, 
«PicoD,  le  vuelve  en  eco  lastimoso. 
Como  en  selva  profunda, 
Desde  la  seca  rama 
La  simple  tortolilla  gemebunda 
Al  perdido  consorte  dulce  llama, 


Llenando  á  todas  horas 
La  soledad  de  lástimas  Bonoras; 
Así  canta  y  sus]iii"a 
La  ninfa,  que,  doliente. 
Blasonar  pudo  de  animada  lira 
(Y  hermosa  lira  de  marfil  viviente), 
Pues  si  al  herirle  música  su  pena. 
Acorde,  aunque  tristísima,  resuena. 
Canoro  fué  instrumento  de  sus  males, 

Y  sus  lágrimas  cuerdas  de  cristales. 
El  Albula  la  oyó,  y  alzó  la  frente. 
De  laurel  y  de  cañas  coronada, 

Y  escuchándola  atento. 

De  su  corriente  se  olvidó  ligera; 

Mientras  que  ella,  en  su  margen  recostada, 

Conducía  al  dulcísimo  lamento 

Cuantos  produjo  troncos  la  ribera; 

Donde  la  vio  constante. 

Sin  dejar  de  ser  música  y  amante. 

Seis  veces  al  nacer  el  claro  dia, 

Y  seis  la  noche  fria. 
Hasta  que,  atenuada, 

Y  en  los  dulces  suspiros  desatada, 
Recibió  el  viento  en  sí  (todo  ya  viento) 
La  música,  la  voz  y  el  instrumento. 
Tanta  fué.  Adonis  mió,  la  venganza 
De  la  ofendida  Circe,  hija  de  Febo; 

Y  si  no  olvidas  que  al  real  mancebo 
No  pudo  defender  el  suegro  Jano, 
No  Saturno,  su  padre,  quizá  en  vano 
Te  aliente  la  esperanza 

De  que  en  sus  justos  límites  contiene 

El  poder  de  tu  Venus  á  Pireiie. 

Témela  pues,  celosa  y  ofendida. 

Cuando  no  temas  su  execrable  ciencia; 

Guarda,  oh  bello  garzón,  tu  amable  vida, 

Cuando  no  para  tí,  para  tu  diosa. 

Que,  de  su  dulce  Adonis  deseosa, 

Término  ya  pondrá  á  la  amarga  ausencia; 

La  que  merecedora 

No  es  ya  de  tanto  duelo. 

Pues  no  porque  del  cielo 

Falte  el  sol,  y  á  las  trémulas  estrellas 

(Mientras  que  en  cama  duerme  de  cristales) 

Despedazadas  dé  sus  luces  bellas, 

Creen  eterna  su  ausencia  los  mortales. 

Que  presto  vuelve,  y  apacible  dora 

Las  ráfagas  purpúreas  de  la  aurora. 

Y  si  aun  en  tí  el  cuidado  de  la  selva 
Insiste,  es  vana,  Adonis,  tu  porfía. 
Porque  aun  la  media  edad  no  resta  al  dia, 

Y  cuando  ésta  se  acabe. 
Quizá  para  tí  vuelva 

Más  largo  dia  en  la  deidad  que  aguardas.» 
Dijo  Leucipe;  y  el  garzón,  atento, 

Y  á  sus  prudentes  ruegos  más  suave, 
Después  que  confesó  su  rendimiento 
A  las  ninfas  gallardas, 

A  tanto  noble  obsequio  agradecido 

(Aunqiie  no  menos  triste), 

Por  entonces  desiste 

Del  venatorio  empeño  pretendido. 

Nunca  por  los  temores  persuadido 

(Que  indignos  son  de  generoso  pecho), 

Sino  por  las  que  ha  hecho 

Instancias  su  Leucipe,  á  quien  venera) 

Y  porque  ya  otro  afán  suyo  no  era, 
Pues  como  el  pié  cautivo,  que  si  excede 
La  distancia  precisa 

Que  la  dura  cadena  le  concede. 

Tirante  ella,  su  prisión  le  avisa; 

El  joven  así,  triste,  aprisionado 

A  la  imaginación  puesta  en  su  diosa, 

Si  va  hacia  otro  cuidado. 

Segunda  vez  lo  vuelve  á  su  tormento 

La  cadena  que  arrastra  el  pensamiento. 

Así  se  suspendía, 
Para  sobrevenir  más  repentino. 
Del  hijo  de  Cinaras  el  destino; 
Pero  entonces  Diana,  quo,  insidiosa. 
En  la  Amatunta  selva  se  escondía, 

Y  atenta  al  menor  paso 


EL  ADONIS. 


167 


Del  joven  infelice, 

Traje  y  forma  mintió  de  Doralice, 

Del  monte  ninfa  bella, 

Y  tarabion  noticiosa 

El  fiero  Marte  y  la  cruel  Pirene 

De  la  fatal  venganza  que  previene , 

Pues  Júpiter,  movido  á  sn  querella , 

Lo  que  á  Venus  negó,  concedió  á  ella; 

Viendo  que  si  el  garzón  no  se  apercibe 

A  la  fatal  batida, 

A  pesar  suyo  se  dilata  el  caso 

Que  el  sacro  honor  de  su  esquivez  decida; 

Astucia  tal  concibe. 

Que  fué  verdad  y  engaño. 

Pues  á  él,  joven  incauto,  aun  conocido 

El  daño  á  que  se  entrega, 

Le  hizo  abrazar  el  daño. 

Sobresaltada,  pues,  al  sitio  llega 

Que  las  blancas  náyades  coronaban, 

r  aunque  en  vano,  el  dolor  lisonjeaban 

Del  amante  afligido; 

Y  admitida,  aparente  Doralice 
De  aquel  teatro  atónito,  así  dice : 
((Todo  el  monte,  oh  mi  Adonis,  he  corrido 
(  Pues  te  encuentro,  dichosa  mi  fatiga), 
Aunque  ahora ,  á  mi  pesar  y  el  tuyo,  diga 
Que  tu  enemigo  Marte 

Discurriendo  va  el  llano  y  la  espesura, 
Solicitando  hallarte; 

Y  hallado,  á  las  estigias  aguas  jm-a 
Que  han  de  admirar  los  cielos 

La  sangi'ienta  venganza  de  sus  celos. 

Si  ya  en  tí  no  me  mienten 

Las  que  registro  venatorias  señas, 

Para  salir  al  monte  te  apercibes; 

¡Oh  infeliz  joven!  lo  que  tardas  vives. 

Si  prudentes  consejos  no  desdeñas, 

Ellos  no  te  consienten 

Qne  á  las  selvas  te  arrojes  temerario; 

Que  es  poderoso,  advierte,  tu  contrario. 

Que  es  dios  fuerte,  y  que  tiene  de  su  parte 

Los  celos  para  ser  des  veces  Marte.» 

Dijo,  y  precipitado 
El  noble  joven  de  improvisa  rabia, 
Si  }'a  no  de  las  furias  agitado, 
O  de  los  celos,  que  también  son  furias, 
<(ilás  que  me  obligas  (respondió),  me  injurias. 
No  me  instruye,  me  agravia, 
Tu  consejo,  oh  engañada  Doralice; 
No  soy  de  tan  vil  pecho  y  tan  cobarde, 
Que  lo  que  un  ruego  me  debió  prudente, 
Me  deba  el  miedo  vil  indignamente. 
No  quieren  tus  desvelos 
Que  yo  en  salir  á  la  espesura  tarde, 
Cuando  tu  necia  persuasión  me  dice 
Que  en  la  misma  espesura  andan  mis  celos. 
La  robusta  tarea. 
Atento  de  Leucipe  á  la  porfía, 
Hasta  venir  la  hermosa  Citerea, 
Olvidado  ya  había; 

Pero  perdone  ya;  porque,  aunque  vuelva 
Mí  diosa,  en  cuyos  ojos  arde  el  orbe, 

Y  con  imperio,  que  amo,  me  lo  estorbe, 
Ahora  he  de  fatigar  la  inculta  selva. 
Sin  olvidar  la  más  remota  parte. 

Por  si  me  halla  ese  dios,  terrible  Marte. 
Ni  porque  él  sea  dios,  y  dios  tan  fiero, 
Yo  mortal  apacible,  no  gueixero, 
La  campaña  me  vedes; 
Que  mortal  fué  Diomédes, 

Y  de  él  ignominiosamente  herido, 
Huyó  ese  dios  temido. 

Si  débil  joven  soy,  me  hacen  valiente 

Dos  veces,  ya  el  ser  yo  favorecido 

De  la  preciosa  causa  de  estos  duelos 

(Cuya  deidad  espero  que  me  aliente), 

Ya  mis  rabiosos  celos; 

Por  lo  que  en  esta  parte 

También  vengo  yo  á  ser  dos  veces  Marte.» 

Dice;  y  como  el  novillo  más  lozano 
En  el  cerrado  soto,  al  dulce  abrigo 
De  la  amiga  vacada, 


Si  ha  sentido  en  el  llano 
A  la  novilla  amada , 

Y  oyó  bramar  al  toro,  su  enemigo 
(Que  más  que  su  rival,  su  padre  fuera) 
Celoso  rompe,  con  la  rabia  fiera, 

La  valla  de  las  madres  defensiva ; 
Deshace  la  maleza  enmarañada , 

Y  cuanto  halla  derriba , 

Hasta  verse  en  la  rústica  estacada. 
Donde  igualar  intenta  su  fortuna 
Con  la  crecida  su  áuu  crrciente  luna. 
Así  el  infeliz  joven,  en^ahadu 
De  la  que  califica  valentía, 

Y  era  sólo  un  colérico  dcs))echo. 

Que  encendieron  los  celos  en  su  pecho, 

Ociosa  de  las  ninfas  la  porfía, 

Por  todas  atropella. 

Las  ramas  desenlaza,  estorbos  huella, 

Y  de  sus  nobles  canes  rodeado. 

Se  hurtó  á  los  ojos  de  la  tropa  bella. 
Que  en  vano  con  clamores  aun  procura 
Los  oiga  el  que  ya  vaga  en  la  espesura. 
]Micntras  que  con  el  cuerno  resonante 
El  bello  cazador  el  monte  altera, 
El  sátiro,  que  era 
Espía  vil,  con  el  aviso  viene 
A  la  insidiosa  gi-uta  de  Pirene, 
La  que  ya  prevenía  en  vaso  de  oro 
La  confección  (de  la  que  no  era  ajeno, 
Proprío  sí;  porque  el  oro  más  brillante, 

Y  no  el  barro,  esconder  suele  un  veneno); 
Tomando,  pues,  la  mágica  bebida, 

De  las  insignes  yerbas  extraída, 

«Oh  Marte  (dice),  salva  la  que  adoro 

Deidad  tuya;  tus  celos  ahora  imploro. 

En  vano  ahora  fluctúas 

En  lo  que  ya  mí  ciencia  vio  preciso; 

Estos  sus  hados  son;  no  impedir  oses 

El  que  es  ya  alto  decreto  de  los  dioses; 

Muera  ya  el  hijo  aleve 

De  Mirra;  la  ocasión  es  nuestra,  bebe.» 

Bebió  por  fin  el  dios,  y  de  improviso 

Sintió  cubrirse  de  cerdosas  púas, 

Mientras  que  el  cuello  hinchado, 

Que  por  los  juntos  hombros  le  crecía, 

Con  la  alta  cerviz  áspera  se  unía; 

Sobre  los  cortos  brazos  derribado. 

Fácil  la  tierra  toca 

Con  la  espumante  prolongada  boca, 

Que  rayos  vibra  de  marfil  agudo, 

A  los  que  encender  pudo 

El  fuego  que  reparte 

De  sus  ojos;  y  en  fin,  el  que  era  Marte, 

Cerdoso  es  ya  animal,  jabalí  fiero. 

En  quien  del  dios  guerrero 

Quedaron  solamente 

Los  frios  celos  y  la  ira  ardiente. 

Entre  tanto  las  selvas  discurría 
Adonis,  de  furor  y  sustos  lleno. 
Los  que  no  conocía; 
Pues,  por  más  que  salírsele  procura 
El  palpitante  corazón  del  pecho, 
A  su  falso  valor  autor  ha  hecbo 
De  lo  que  el  triste  corazón  le  advierte, 
Présago  ya  de  la  vecina  muerte, 
Cuan<li)  cual  suele  el  improviso  trueno 
Estremecer  la  bárbara  espesura 
Del  sublime  Ceraunio,  castigado 
Del  raj'o,  que  sus  altas  rocas  parte; 
Tal  vio  por  un  collado 
Venir  precipitado  al  que  era  Marte, 

Y  ya  es  cerdosa  fiera,  que  bufando, 

Y  tras  sí  desgajando 

La  déliil  jara  y  la  robusta  encina. 
La  selva  estremeció  circunvecina. 
En  tanto  «jue  él  intrépido  lo  espera, 
Sordo  al  corazón  noble. 
La  espalda  dando  á  un  roble, 

Y  el  arco  jirevenido, 

El  escuadrón  de  perros,  atrevido, 
Lacb'ando  cercan  la  mentida  fiera. 
Que,  las  cerdosas  púas  esgrimiendo 


168 


DON  JOSÉ  ANTONIO  PORCBL, 


De  la  cerriz  valiente, 

Y  fulminando  el  espumoso  diente, 
Derriba  por  el  campo 

A  Arboloy  á  Oribazoy  áMelampo; 

Por  lo  que,  Agre,  aprendido  el  escarmiento, 

Lejos  le  insulta  con  lailrido  ronco. 

Adonis,  la  distancia  regulada, 

La  flecha  entregó  al  viento, 

Que,  por  el  viento  errada, 

Áspid  de  acero,  se  clavó  cu  un  tronco. 

Ligero  acude  al  dardo. 

Que,  asiendo  mal  la  mano  trepidante, 

Deja  caer  al  suelo, 

y  al  inclinarse  á  recobrarlo  tardo, 

Llega  el  fiero  animal ,  y  á  golpe  cierto, 

En  el  siniestro  lado  descubierto 

Escondió  todo  su  marfil  tajante. 

¿Cuándo,  si  ahora  no,  se  enluta  el  cielo? 

El  joven  moribundo, 

Caido  ya  sobre  la  yerba  verde. 

Preciosa  copia  de  corales  pierde, 

Y  de  la  grande  herida 

A  p  dazc  s  saliendo  va  la  vida; 

A  cuyo  tiempo  llegan  presurosas 

(guantas  de  la  ribera 

Aun  le  buscan  náyades,  conducidas 

Del  sátiro ,  que,  astuto, 

Refirió  (y  omitió  que  cómplice  era) 

De  Pirene  y  del  dios  la  hazaña  fiera. 

Mas  no  bien  solemnizan,  lastimosas. 

El  fiero  golpe  del  cerdoso  bruto. 

Que  aun  iba  atravesando  la  espesura. 

Cuando  por  la  región  del  aire  pura 

Precipitaban  el  luciente  carro 

Las  blancas  aves  de  la  chipria  diosa. 

Que  desde  el  Ericino,  cuidadosa. 

Tornaba  á  ver  su  cazador  bizarro, 

Y  asaltada  del  mísero  lamento, 

Cierta,  aunque  no  informada,  de  sus  males, 
Juzgando  tardo  lo  veloz  del  viento, 
Dejó  al  viento  su  carro  de  cristales, 
y  se  fió  de  su  ligera  planta. 
De  cuya  blanda  fugitiva  nieve 
Sacó  entonces  aguda  espina  aleve 
La  púrpura  con  que  hoy  arde  la  rosa; 
Pero,  sorda  al  dolor  la  amante  diosa, 
Aun  más  veloz  corrió  á  mayor  tormento. 
Afligida  Leucipe  se  adelanta, 

Y  más  bien  que  á  la  voz,  al  sentimiento. 
La  causa ,  el  caso,  el  agresor  reduce, 

Y  al  sangriento  teatro  la  conduce. 
Llega,  y  la  turba  mísera  apartando, 
A  su  Adonis  encuentra  palpitando ; 
Porque  el  hado  guardaba  en  fiel  retiro 
Para  Venus  el  último  suspiro; 

■y  así ,  en  señal  de  que  entregarle  quiere 
Aun  el  alma  angustiada  con  que  muere, 
Tres  veces  se  afirmó  sobre  sus  brazos , 

Y  tres  se  derribó,  y  otra  su  anhelo 
(Mientras  qu'-  Venus  lo  contempla  tierna) 
Porfió  á  abrir  los  moribundos  ojos, 

Que  no  sufriendo  ya  la  luz  del  cielo, 

Aman  su  noche  eterna. 

Hasta  que,  rotos  los  vitales  lazos 

(Que  para  unirse  más,  se  habían  unido), 

Huyendo  salió  el  alma  con  gemido. 

Venus,  furiosa  entonces,  castigando 

Su  blanco  pecho,  y  á  las  flores  dando 

Los  dorados  despojos 

D,e  su  inculto  cabello, 

Aun  abrazada  del  difunto  bello, 

Así  clamó:  «Decidlo,  Melpomene, 

¿Para  qué  son  los  dios(  s  inmortales, 

Si  la  inmortalidad  no  los  redime 

De  cuanto  triste  al  mundo  sobreviene? 

Felices  los  humanos, 

E  infelices  los  dioses  soberanos, 

A  cuya  dura  suerte 

No  pondrá  dulce  fin  la  amarga  muerte. 

Ya  mi  dolor  eternamente  gime, 

¡Oh  hados  fementidos  1 

O  al  abrigo  ponedme  de  los  males, 


Ó  dad  mortalidad  á  mis  gemidos. 

ÍCómo,  mi  dulce  Adonis,  ha  cortado 
jáqucsis  de  tu  vida  el  hilo  de  oro. 
Apenas  comenzado, 
Si  Venus  inmortal  en  tí  vivia? 
|Ay,  mi  bien  deseado 
Al  tiempo  que  perdido! 
¿Cómo  ha  desparecido 
En  tus  mejillas  bellas 
La  dulce  paz,  que  hacía 
Con  la  azucena  candida  la  rosa? 
1  Cómo  los  rayos  de  tus  dos  estrellas , 
Con  cuya  luz  hermosa 
Brillaba  la  deidad  del  tercer  cielo? 
Púsose  el  sol.  Oh  ninfas,  vuestro  llanto 
No  deje  el  mió,  para  que  haga  junto 
Un  mar,  para  urna  de  mi  sol  difunto. 
Vuestro  dolor  sea  tanto. 
Que  para  eternizar  mi  desconsuelo. 
Por  sacrificio  de  anuales  ritos 
Deis  á  mis  aras  los  dolientes  gritos. 
¡Ah  fiero  JLartc,  indigno  aun  de  este  suelol 
Vilísimo  desdoro 
Del  sacro  néctar  y  el  celeste  coro, 
inmortal  j-o  no  sea , 
O  con  su  Adonis  pague  Citerea 
El  misero  tributo. 

Si  á  ver  volviere  tu  semblante  bruto. 
[Oh  bárbara  Pirene!  ¡oh  Circe  infame! 
Si  aborreces  cruel,  si  amas  perjura. 
Mi  poder  desde  hoy  hará  que  vean 
La  hórrida  amarillez  de  tu  hermosura; 
Porque,  ultrajados  los  colores  vivos. 
Que  amó  Neptuno,  sean 
Desprecio  aun  á  los  faunos  más  lascivos, 

Y  no  porque  el  color  triste  se  crea 
Que  efecto  de  tus  aguas  se  derrama , 
Sino  también  porque  tu  rostro  afea, 
Diga  desde  hoy  la  fama 

Que  es  ya  dos  veces  jtálida  Pirene. 
En  vano  nuestros  bárbaros  desvelos 
Duración  usurparon  á  la  triste 
Causa  de  mi  dolor  y  vuestros  celos  ; 
Porque ,  si  es  la  mitad  del  alma  mia 
Adonis,  que  aun  asiste 
Dentro  del  pecho,  donde  yo  le  abrigo. 
Vuestros  celos  y  él  viven  conmigo; 

Y  para  que  también  viva  su  gloria, 
Su  rojo  humor  haré  yo  tan  fecundo, 
Que  produzca  á  los  siglos  su  memoria.  » 

Dice;  y  sacando  el  néctar  soberano, 
Que  en  una  ampolla  de  oro  contenia. 
Lo  roció  con  rostro  gemebundo 
Sobre  los  que  en  la  rústica  esmeralda 
Se  congelaban  líquidos  rubíes. 
La  sangi-e,  pues,  al  prodigioso  arcano 
Obedeciendo,  empieza  á  levantarse , 

Y  en  partes  diferentes  á  empollarse, 
Hasta  hacerse  de  hojas  carmesíes 

La  anémona  que  acaba  aun  cuando  empieza, 

Y  que  para  adornar  su  verde  falda 
Eligió  desde  allí  la  primavera. 
Entre  tanto  la  tropa  lastimera 

De  ninfas  echa  con  piadosa  mano 

Copia  de  flores  sobre  el  cuerpo  frió. 

De  quien  el  alma  huyó,  no  la  belleza, 

Que  entre  el  palor  venusto  se  ha  quedado. 

Después  á  un  valle  umbrío, 

De  funestos  ciprcses  coronado. 

Lo  condujeron ,  donde 

Preciosa  tumba  de  cristal  lo  esconde. 

En  la  que  este  letrero 

Llamó  con  voces  de  oro  al  pasajero  : 

«Yace  aquí  reposando 

Aquel  para  quien  Némesis  reparte 

De  Venus  la  piedad,  la  ira  de  Marte. 

¡Oh  tú,  (£ue  vas  cazando! 

Adonis  fué  la  luz  de  este  horizonte; 

Pues  murió,  el  sol  se  puso,  deja  el  monte, » 

PRÓCEIS. 

Cuanta  me  referiste  horrenda  historia, 


EL  ADONIS. 


ing 


Aun  cuando,  dulce,  mi  dolor  divierte, 
Con  asombros  fatiga  mi  memoria. 

AXAXARTE. 

No  á  mí  los  dioses  de  tu  triste  suerte 
Me  instruyen;  pero  el  hijo  de  Cinaras 
Buscó  sus  celos  y  encontró  su  muerte. 
Si  en  la  prolija  historia  bien  reparas, 
Teatro  en  ella  tal  te  he  describido, 
Que  hacen  sangriento  sus  tragedias  raras. 

Y  aunque  la  tempestad  yo  haya  traido, 
Mira,  Prócris,  si  el  rayo  evitar  puedes 
Cuando  ya  el  trueno  lastimó  tu  oido. 
Vestidas  de  escarmiento  las  paredes 
De  su  templo,  Diana  aun  te  asegura 
Que  con  amor  no  vuelvas  á  sus  redes. 
Tus  celos  no  profanen  su  espesura, 
Pues  por  las  iras  de  su  diosa  fuerte, 
No  hay  amor  en  las  selvas  con  ventura. 

PBÓCEIS. 

Si  Adonis ,  no  sin  miedo  de  la  muerte, 

Buscó  sus  celos,  yo  los  busco  ciega; 

Que ,  como  es  ciego  Amor,  riesgos  no  advierte. 

Mas,  ¿cómo,  cuando  tu  consejo  ruega 

Que  yo  evite  el  enojo  de  Diana, 

A  tí  de  Venus  el  temor  no  llega  ? 

ANAXARTE. 

Yo  nunca  temo  á  una  deidad  liviana. 

PRÓCEIS. 

La  que  esquiva  aun  veneras,  algún  dia 
Fué  con  Endimion  diosa  y  humana. 

ANAXARTE. 

Siempre  esta  rigidez  ha  de  ser  mia. 

PRÓCRIS. 
Yo  he  de  seguir  mis  celos  inquiriendo. 

ANAXARTE. 
/Aun  porfía  tu  error? 

PRÓCRIS.       - 
¿Tu  error  porfía? 
ANAXARTE. 
Pero  ¿no  escuchas  venatorio  estruendo? 

PRÓCRIS. 

Una  tigre  fatigan  juntamente 
Céfalo  é  Ifís ,  hacia  aquí  corriendo. 

ANAXARTE. 

¡Qué  confusión  de  perros  y  de  gente! 
Prócris ,  que  no  nos  hallen  procuremos. 

PRÓCRIS. 

Tu  Barcino  ladrando  está  impaciente. 

ANAXARTE. 

¿Y  tu  Pemena? 

PRÓCRIS. 
No  los  libertemos 
Sino  del  tronco  que  los  ha  tenido, 

Y  cada  una  con  el  suyo  huü-émos. 
Ya  el  mió  desaté. 

ANAXARTE. 

Prócris  ha  huido, 
Sin  que  el  sabueso  yo  reducir  pueda. 
Ahora  ha  de  descubrirme  su  ladrido. 
To,  Barciu''...  Partió  el  cordón  de  seda 
Por  junto  á  la  manilla,  y  en  mi  mano, 
Mientras  que  él  huye ,  su  prisión  se  queda. 

IFIS. 

Ya  te  tengo;  no  huirás  mi  amor  insano; 
Siga  Céfalo  allá  su  chipria  fíera, 

Y  yo  á  mi  fiera  hircana. 

ANAXARTE. 

Será  en  vano. 

IFIS. 

jAh  ninfa  ingrata!  Ya  se  huyó  ligera, 


Dejándome  el  cordón  con  qiie  la  asia; 
Seguirla  el  pensamiento  aun  no  pudiera, 
¿Hasta  dónde  los  hados  mi  porfía 
Conducen?  Si  ha  de  ser  hasta  la  muerte. 
Muera  yo,  y  morirá  la  pena  mia. 
Si  en  vano,  oh  Anaxarto ,  ya  se  %'ierte 
Por  mis  ojos  un  mar  nunca  bastante 
Á  contrastar  escollo  que  es  tan  fuerte; 
Si  eres  aun  más  dura  que  el  diamante, 
Que  á  la  sangi-e  se  rinde ,  y  tii  no  al  llanto, 
Sangre  que  exprime  el  corazón  amante, 
Duro  fin  acredite  trson  tanto, 

Y  cuando  allá  me  tenga,  horror  añada 
Tu  crueldad  al  reino  del  espanto. 
Este  des]Kijo,  que  tu  mano  airada 

En  la  mia  dejó,  que,  aunque  suave. 
Prenda  es  tuya,  á  rigores  ensenada, 
Será  instrumento  que  mi  vida  acabe. 
Recibe  el  un  extremo,  oh  tronco  fb-me, 
Porque  el  otro  reciba  el  cuerpo  grave. 
Ya  puedo  todo  al  aire  permitirme; 
Oh  sol,  que  en  los  dos  vives  de  Anaxarte, 
De  tres  soles  á  un  tiempo  he  de  partirme. 

CÉFALO. 
Huyó  la  fiera,  y  de  Diana  el  arte 
Burlará,  y  al  más  rápido  sabueso... 
Pero  ¿qué  es  lo  que  cimbra  hacia  esta  parte? 
¡Ah,  selvas  santas!  ¡qué  fatal  suceso! 
¡Ifís ,  con  la  garganta  ya  partida, 
De  un  tronco  pende  miserable  peso! 
No  dudo  que  Anaxarte  es  la  homicida. 
Si  con  la  mano  no,  con  los  desdenes, 
Que  ya  no  pudo  consentir  su  vida. 
¡  Oh  hermosura !  Cruel  imperio  tienes , 
Pues  ya  vida ,  ya  muerte  al  mundo  seas , 
Para  estrago  del  mundo  siempre  vienes. 
Ya  la  última  obediencia,  que  deseas, 
Dio  á  tu  bárbaro  imperio  su  destino. 
¡Oh  ninfa!  vén,  porque  tus  triiinfos  veas. 
Pero  ella  aquí  se  acerca. 

ANAXARTE. 

Hacia  aquí  vino 
El  sabueso,  si  no  me  engaño.  —  ¿Viste, 
Oh  Céfalo,  en  el  monte  á  mi  Barcino? 

CÉFALO. 

Lo  que  yo  veo  es  ese  estrago  triste. 

ANAXARTE. 
¿Iñs  murió  por  mí?  Mis  dichas  creo. 

CÉFALO. 
De  algún  escollo  sin  piedad  naciste. 

ANAXARTE. 

En  Chipre  he  de  cantar  este  trofeo. 
¡  Oh ,  si  con  él  pendiera  el  Amor  mismo, 

Y  cuantos  no  infamaron  su  deseo! 

CÉFALO. 

El  horrendo  espectáculo  al  abismo 

Estremece,  y  el  cielo,  que  nos  mira. 

Recela  de  su  luz  el  parasismo. 

¡Y  tú  insultas,  cruel!  Mas  no  suspira 

Un  pecho  que  es  de  hieiTo.  ¡Oh!  no  devuelva 

Sobre  tí  Venus  la  sagi-ada  ira. 

ANAXARTE. 
No  es  poderosa,  no,  y  aunque  resuelva 
Mi  muerte,  yo  sabré  que... 

CÉFALO. 

¡Dioses  santos! 
Toda  es  prodigios  la  Amatunta  selva. 
¿Qué  querrán  anunciarme  monstruos  tantos? 
O  Némesis  se  irrita,  ó  la  espesura 
Produce  de  Tesalia  los  encantos. 
Apenas  la  cruel  ninfa  procura 
Finalizar  la  voz  blasfema,  cuando 
Cesa  la  voz ,  la  lengua  es  piedra  dura. 
La  planta ,  que  hacia  mí  movió,  parando, 
Jaspe  quedó,  los  ojos  ya  no  mueve; 


170 


DON  JOSÉ  ANTONIO  PORCÉL. 


El  color  del  semblante  va  faltando; 
De  mármol  es  el  ijecho,  antes  de  nieve, 

Y  sin  ciue  envidie  de  Medusa  el  arte, 
Kl  numen  vengador,  en  punto  breve, 
De  risco  la  vistió  por  toda  parte; 
Aunque  peñasco  rígido  quedando, 
Piedi-a  es  ahora,  y  piedra  fué  Anaxarte; 
Porque ,  el  corazón  duro  derramando 
Por  toda  ella  el  rígido  veneno, 

Fué  todo  lo  demás  petrificando. 

Huiré  de  tanto  horror,  y  al  sitio  ameno 

Que  está  en  el  centro  de  la  falda  umbrosa, 

De  toda  la  espesura  verde  seno, 

Iré  á  olvidar  la  caza  fatigosa, 

Si  no  tragedias  tantas.  Venus  bella , 

Guárdame  á  Prócris,  y  serás  mi  diosa. 

PRÓCBIS, 

Desde  este  que  eminente  se  descuella 
A  hermosa  vista  risco  formidable , 
Que,  aunque  difícil,  superó  mi  huella, 
Se  me  descubre  toda  la  agradable 
Campaña,  pero  ni  á  Anaxarte  veo. 
Ni  á  Céfalo,  ni  á  Ifis  miserable. 
Quizá  los  dificulta  á  mi  deseo 
La  verde  confusión;  mas  ya  igualmente 
Las  horas  parte  el  luminar  febeo. 
El  venatorio  estruendo  antecedente 
Cedió  al  silencio  ya ,  y  aun  la  e¡ípcsura 
Arde,  á  pesar  del  aura,  mudamente. 
[Ni  un  can  que  late!  pero  á  la  llanura 
Céfalo  baja  por  aquel  repecho, 

Y  hacia  el  valle  de  Adonis  se  apresura, 
Donde  dicen  le  aguarda  en  blando  lecho 
Esa  Laura  que  tantos  ya  le  cuesta 
Fieros  cuidados  á  mi  triste  pecho. 

Sin  duda  solicita  la  floresta; 
Porque  en  ella  la  ninfa  á  sus  desvelos 
Previene  ali\ios  de  la  ardiente  siesta. 
I  Oh,  lo  que  me  persuaden  mis  recelos! 
Yo  desciendo.  Piedad,  diosa  enemiga, 
Porque  voy  á  morir  ó  á  ver  mis  celos. 

CÉFALO. 

Aquí  do  el  agua  clara  y  sombra  amiga 
El  verde  prado  bañan  de  frescura , 
Dejar  quiero  el  calor  y  la  fatiga. 
Ya  que  no  pueda  la  memoria  dura 
Del  triste  caso,  que  aunijue  fuese  ajena. 
Me  aflige  propia  aquella  desventura. 
Junto  á  este  arroyo  que  apacible  suena, 

Y  fuente  al  pié  de  aquella  palma  nace, 
De  entre  la  rubia  bulliciosa  arena, 
Bajo  del  arqueado  opaco  enlace 

De  verdes  hiedras  con  los  troncos  rudos, 
Fresco  sitial  á  mi  cuidado  yace. 
Reclinado  sobre  él,  mientras  los  nudos 
De  la  red  doy  al  ocio,  y  mis  tres  canes 
Bajo  la  tosca  breña  anhelan  mudos, 
Descanso  dulce  tengan  mis  afanes, 
Que  hoy  no  poco  los  tuvo  ejercitados 
Desde  la  fuente  de  los  Arrayanes 
Aquella  tigre  que  precipitados 
Nos  trajo  por  la  s^-lva  peligrosa. 
Los  venatorios  tráficos  burlados; 
Pero,  por  si  ella  ó  otra  alguna  osa 
Alterar  mi  quietud,  aquí  prevengo 
El  dardo  inevitable  de  mi  esposa. 


Aquí  segura  la  ocasión  ya  tengo. 
lÁun  está  solo!  ¿Si  mi  agravio  piensa? 
O  á  morir  ó  á  vivir  de  una  vez  vengo. 
Este  intrincado  sitio  me  dispensa 
Ver  sin  ser  vista,  pues  al  más  agudo 
Lince  las  ramas  son  muralla  densa; 
Mas  porque  el  sobresalto  aun  no  sacudo, 
I¡)ríade  ser  quisiera  de  esta  palma, 
Q  con  ojos  y  oídos  jaspe  mudo. 
Aun  la  respiración  le  niego  al  alma, 
Temiendo  me  descubra  su  aire  leve. 


CEPALO. 


Toda  la  selva  yace  en  muda  calma. 

"Sólo  murmura  esta  disuelta  nieve 

De  que  las  verdes  lenguas  de  los  troncos 

El  lisonjero  céfiro  no  mueve. 

Silencio  dieron  los  j-jeñascos  broncos 

A  la  alta  selva,  ni  las  dulces  aves 

Se  solicit.an  con  suspiros  roncos. 

Todo  arde  y  calla,  y  callas  tú,  que  sabes, 

Oh  Aura,  que  en  medio  del  ardiente  dia 

Haces  tú  leves  mis  fatigas  graves. 

1  6'«,  Avra  mia ,  vén;  vén.  Aura  wia; 

Dulce  hielo  serás  del  pecho  ardiente. 

Vén,  Avra  mia  ,  vén;  vén ,  Anra  vúa. 

Pero  si  rumor  vano  no  me  miente. 

Las  ramas  se  han  movido,  y  al  estruendo, 

Un  can  y  otro  ladrando  va  impaciente. 

La  fiera  es;  al  dardo  me  encomiendo; 

Desde  aquí  se  lo  arrojo  antes  que  huya. 

Logré  el  golpe. 

PRÓCRI3 


¡Ay  de  mil 
CÉFALO. 


Mas  ¿qué  estoy  viendo? 

PRÓCRIS. 

Que  será  sin  estorbos  Laura  tuya 

Cuando,  más  que  á  este  dardo,  al  sentimiento 

De  mis  celos,  mi  vida  se  concluya. 

CÉFALO. 

Sobre  mí  caiga  todo  el  firmamento. 

Yo  al  aura,  al  viento,  que  el  calor  templara, 

Llamé. 

PRÓCRIS. 

I  Ay  de  mí!  Pues  ya  fué  ninfa  el  viento. 
No  me  puede,  oh  Diana,  ser  más  cara 
Tu  dádiva  fatal,  cuando  la  admiro. 
De  tanta  sangre  como  vierto  avara. 
Céfalo,  adiós;  porque  difícil  miro 
El  dia,  para  mí  ya  noche  oscura. 
Aura  es  también;  recoge  este  suspiro. 


Faltó  ya  de  la  tierra  la  hermosm-a, 

Faltó  mi  bien,  faltó  de  toda  parte. 

Llegó  mi  mal,  llegó  mi  desventura. 

¿Cómo  al  dolor  el  monte  no  se  parte? 

¿Si  al  ver  mi  llanto,  aun  con  su  amante  impía, 

De  ser  peñasco  dejaría  Anaxarte? 

¿No  era  yo  aquel  que  candido  aplaudía 

Mis  gustos  como  eternos?  ¡  Qué  cencano 

Vive  el  triste  pesar  de  la  alegría! 

¡Oh  coro  de  los  dioses  soberano! 

¿Que  hubo  de  morir  mi  bella  esposa, 

Y  de  su  esposo  á  la  sangrienta  mano? 
[Oh  antelación  del  hado  rigorosa! 

1  Prevención  fué  muy  corta  para  esta 
Tanta  tragedia  horrible  y  lastimosa! 
¿Qué  fui'ia.s  hoy  por  toda  esta  floresta 
Sembrando  han  ido  fúnebres  horrores, 
Si  para  el  amor  dulce  fué  dispuesta? 
Pero  si  es  selva ,  y  selva  con  amores. 
Ya  que  la  evite,  mísero,  me  advierte 
Adonis,  muerto  entre  sus  bellas  flores, 
De  Cencreo  infeliz  la  amarga  suerte. 
Del  triste  Ifis  la  desgracia  fiera, 

Y  de  mi  Prócris  la  sangrienta  muerte. 
No  me  castigues  ;  huyo,  diosa  austera. 
Huid,  huid,  mortales,  la  espesura; 
Porque  por  ley  (que  aun  Júpiter  venera) 
No  hay  amor  en  las  selvas  con  ventura. 


COMPOSICIONES  VARIAS. 


171 


COMPOSICIONES  VARIAS  (1). 


Epitafio  á  una  perrita  llamada  Armeñnda. 
Bajo  de  este  jazmín  yace  Armelinda , 
Perrita  toda  blanca,  toda  linda, 
Delicias  de  su  ama, 
Que  aun  hoy  la  llora;  llórala  su  cama, 
La  llora  el  suelto  ovillo, 
Como  el  an-ebujado  papelillo 
Con  que  jugaba;  llórala  el  estrado, 
Y  hasta  el  pequeño  can  del  firmamento, 
De  Erígone  (2)  olvidado, 
Muestra  su  sentimiento; 
Solamente  la  nieve  se  ha  alcgi-ado, 
Pues  si  yace  Armelinda  en  urna  breve , 
Ya  no  hay  cosa  más  blanca  que  la  nieve. 


Epitafio  al  sepulcro  de  un  perro  dogo,  muy  especial ,  que  se  en- 
terró en  el  patio  de  los  Naranjos  del  colegio  de  Santiago  de  Gra- 
nada. 

Aquí  yace  Arrofjante , 
Dogo  hermoso;  \i\\6  para  él  bastante. 
Poco  para  su  dueño,  cuyo  anhelo 
Lugar  le  diera  con  el  can  del  cielo. 
Sirvió  siempre  leal,  y  en  ocasiones 
Ahuyentó  de  su  casa  los  ladrones; 
Sólo  su  dueño,  oh  triste,  noche  y  día 
Fué  su  solaz  y  fué  su  compañía. 
Si  sirves,  caminante. 
Mucho  que  aprender  llevas  de  Arrogante, 


Lloraras  cuando  supieras 
Que  dentro  de  un  mes  mcjrias; 

Y  ¡es  posible  que  te  rías, 

Y  quizás  mañana  muerasl 


Fábula  de  Alfeo  y  Aretusa  (3). 

Canto  el  amor  del  despreciado  Alfeo, 
Cuyas  quejas  dulcísimas,  dolientes. 
Por  las  amargas  ondas  de  Xereo 
Aun  oyen  de  Aretusa  las  corrientes. 
Pues  tú,  deifico  dios,  otro  deseo 
Siguiendo  vas  con  círculos  lucientes, 
Haz  que  en  estas  mis  cláusulas  sonoras 
Yo  me  corone  del  desdan  que  lloras. 

Tú,  de  Arellano  honor.  Mecenas  mió, 
Que  aman  las  Musas  y  prohija  Astrea, 
Que  el  caudaloso  Bétis,  patrio  rio, 
Lleno  de  lustros  saludar  d<sea; 
Este  mi  ocio  escucha,  si  es  que  fio 
Lo  grave  dividir  de  tu  tarea; 
Logre  yo  tus  favores  entre  tanto 
Que  los  desdenes  de  Aretusa  canto. 

Del  dios  rey  de  las  aguas  hija  era 
Ninfa  de  Acaya,  á  quien  la  esquiva  diosa, 
Cuando  desde  el  Eurota  va  á  su  esfera. 
Deja  el  dominio  de  la  selva  umbrosa, 
Que  en  la  tropa  de  Oréades  ligera. 
Siendo  la  más  gentil,  la  más  hermosa, 
Aun  ausente  de  F<  bo  la  alta  hermana. 
No  desean  las  selvas  á  Diana. 


(1)  Estas  composiciones,  asi  como  El  Adonis,  se  imprimen 
ahora  por  primera  \07..  Algunas  de  ellas  f-stán  copiadas  de  un  có- 
dice de  la  escoi;i(la  librrria  di'l  señor  Marqués  de  l'idal;  las  más, 
de  los  autfisrafos  ilol  mismo  l'oitrfL,  que  forman  parte  de  las  ac- 
tas de  la  Academia  del  ííuin  C.usto.  {Sn/a  del  tolectir.) 

i'2)  Hija  de  ícaro.  liescubriO  hi  muirte  de  su  padre  por  medio 
de  una  perra,  que  no  cesaba  de  aullar  sobre  la  sepultura  de  ícaro. 
CSota  del  Colec/or.) 

'■>)  Dedicó  PoiicÉL  esta  comi)osicion  al  señor  don  Francisco  Ra- 
mire?.  de  Arellano,  alcalde  del  crimen  en  la  real  audiencia  de 
Bai'celona.  (^ola  del  Colecto?:) 


No  ilustró  del  Taigeto  la  escabrosa 
Cumbre  ninfa  más  bella,  pues  la  frente 
En  cada  estrella  vence  luminosa 
Los  ojos,  que  abre  el  cielo  transparente;    ■ 
De  cuanto  en  sus  mejillas  mezcla  hermosa 
Hizo  con  el  jazmín,  clavel  ardiente. 
Queda  uno,  que  en  dos  hojas  se  señala, 
Qu'^  encierra  perlas,  y  ámbares  exhala. 

Bajando  al  j)ec)io  de  su  blanco  cuello, 
Mucha  nieve  en  dos  partes  dividía, 
Sobre  cuyo  candor  suelto  el  cabello. 
Las  hebras  de  oro  el  viento  confundía; 
Así  inunda  de  rayos  ( 1  sol  bello, 
Nevado  escollo  al  despuntar  del  dia; 
De  sus  manos,  en  fin,  son  los  albores 
Incendios  de  cristal,  hielos  de  ardores. 

Esta,  de  Venus  inmortal  desdoro, 
Dejánclolc  á  la  esiialda  el  peso  leve 
Del  ebrirnco  carcaj  y  flechas  de  oro. 
Estas  ajusta  al  arco,  que  las  mu^e; 
Penetra  el  bosque,  y  el  errante  coro 
Cede  al  aplauso  que  á  Aretusa  debe. 
Porque  usurpa  á  las  glorias  de  Atalanta, 
Lo  cierto  el  tiro,  lo  veloz  la  planta. 

Igualmente  partiendo  su  carrera. 
El  sol  las  blancas  horas  encendía. 
Cuando  Aretusa,  que  corrió  ligera 
Los  arduos  montes  y  la  selva  umbría, 
Fatigada  desciéndela  la  ribera, 

Y  en  su  encendida  nieve  permitía 

Que  en  más  bello  cénit,  con  más  auroras. 
El  sol  hiciese  las  ardientes  horas. 

Por  laberinto  de  ál  amos  frondoso. 
De  verdes  sauces  por  estancia  amena. 
Profundo  un  rio  cOx-re  silencioso, 
O  se  desliza  con  quietud  serena; 
De  éstí  un  remanso  advierte  delicioso. 
Que  no  le  esconde  la  menuda  aireña. 
Pues  contaba  en  sus  senos  transparentes 
Uno  á  uno  sus  cálculos  lucientes. 

La  calurosa  ninfa,  que  procura 
Término  á  sus  afanes  deseado, 
Solícita  registra  la  espesura. 
Por  si  alguno  la  advierte  Acteon  osado; 
La  soledad  el  sitio  le  asegura, 

Y  habiendo  sus  despojos  confiado 

De  un  sauce ,  dio  al  cristal  el  blanco  bulto. 
Donde  quedó  cubierto,  mas  no  oculto. 

En  el  claro  remanso,  no  lasciva, 
O  se  abate,  ó  se  eleva,  ó  se  recrea, 
Pareciendo  en  la  espuma  fugitiva. 
Segunda  de  las  ondas  Citerea; 
Sus  brazos  (blancos  remos,  en  que  estriba) 
Cortan  las  aguas;  y  si  lisonjea 
El  viento  de  sus  hebras  el  tesoro. 
Bajel  es  de  marfil,  con  velas  de  oro. 

En  hondas  grutas  de  cristal  luciente 
El  dios  Alteo,  entonces  sosegado. 
Oye  turbar  sus  aguas,  y  la  frente 
Alzó,  de  verdes  cañas  corcmado; 
Mira  la  blanca  ninfa,  mira,  y  siente 
Dulces  incendios  en  su  pecho  helado; 

Y  suspensos  sus  rápidos  cristales, 
Así  siente  su  amor,  así  sus  males  : 

«  Si  piensas,  ninfa  bella,  que  no  dura 
Un  instantáneo  amor,  y  excusas  fiera 
El  bien  que  me  promete  esta  ventura. 
Para  crecer,  amor  tiempos  no  espera. 
Si  el  ver  y  el  adorar  una  hermosura 
Son  dos  cosas,  ninguna  es  la  primera; 
Yo  te  vi,  yo  te  amé,  y  otros  amantes 
No  te  adoraron  m.ás,  te  amaron  antes. 

))Calurosa  y  cansada,  tus  fatigas 
Recibieron  benignas  mis  arenas; 
Dulcemente  en  mis  aguas  j-a  mitigas 
El  calor  y  el  cansancio,  y  no  mis  penas; 
Ya  que  en  mi  propia  urna  tú  me  obligas 
A  beber  el  veneno  que  en  mis  venas 
Arde,  reciproquemos  los  favores; 
Mitiguen  tus  cristales  mis  ardores. 

))Dueño  soy  (si  soy  tuyo  ¡qué  fortuna!) 
De  cuanto  engendra  la  ribera  amena; 


172 


DON  JOSÉ  ANTONIO  POEC¿L. 


Mil  arroTUclos  desde  su  alta  cuna 
Bajan  su  plata  á  mi  clorada  arena; 
Contémplase  en  mí  el  sol,  la  errante  luna 
Aun  no  se  mueve  en  mi  quietud  serena; 
Mas  ¿para  qué  numero  bienes  tales, 
Si  ya  sólo  soy  dueño  de  mis  males  ?» 

Dice;  y  lascivo  apenas  se  adelanta, 
Cuando  ella  de  sus  ondas  se  le  exime 
Intrépida,  fiando  á  veloz  planta 
Nobles  defensas,  que  el  amante  gime; 
Mas,  como  aunque  á  Aretusa  en  fuga  tanta 
Alas  preste  el  desden,  nunca  reprime 
Sus  esfuerzos  amor,  que  es  dios  alado, 
Vuela  ella  esquiva,  y  él  enamorado. 

«Aguarda,  espera  (dice);  oh  ninfa,  tente; 
lOh,  si  el  amor  un  muro  te  opusiera  I 
Teme  de  áspid  dormido  el  mortal  diente, 
Cuando  no  el  pomo  de  oro  en  tu  carrera; 
Mas  lay  de  mí!  que  ni  el  metal  luciente, 
Ni  el  veneno  «nortal  te  suspendiera; 
Pues  no  detuvo  ya  tu  pié  divino 
Mi  pena  más  mortal,  mi  amor  más  fino.» 

Sorda  Aretusa,  y  más  veloz  que  el  viento. 
Huye,  y  el  dios,  que  en  vano  ya  la  nombra, 
Tanto  se  adelantó  en  su  seguimiento, 
Que  una  vez  abrazó  la  amada  sombra; 
Del  fatigado  pecho  el  recio  aliento 
El  tierno  oido  de  la  ninfa  asombra; 

Y  como  el  dios  acuoso  la  seguía, 
Creyó  que  húmedo  el  austro  la  impelía. 

Asi  afligida  con  el  riesgo  instante 
La  casta  compañera  de  Diana, 
Contra  el  esfuerzo  del  insano  amante, 
A  su  deidad  apela  soberana. 
((  Oh  dicisa  (dice) ,  si  guardé  constante 
Tus  santas  leyes ,  y  si  aplausos  gana 
Tu  decoro,  defiende  de  este  impío 
Mi  honor  por  tuyo,  cuando  no  por  mió.» 

La  diosa,  conmovida  al  justo  lloro. 
De  opaca  y  densa  niebla  rodeada, 
La  oculta,  y  luego  la  madeja  de  oro 
Corre  en  hilos  de  plata  liqíxidada; 
No  de  coral,  de  aljófar  es  tesoro 
La  sangre  de  las  venas  desatada, 

Y  al  deshacerse  en  los  cristales  puros , 
Bullen  la  blanda  carne  y  huesos  duros. 

Entre  tanto,  cual  dando  vueltas  ciento, 
En  alta  noche  el  can  infiel  dormido, 
A  espacioso  redil  el  lobo  hambriento 
Aulla,  y  crece  el  mísero  balido; 
Tal  gira  en  tomos ,  firme  aún  en  su  intento, 
La  opuesta  nube  el  dios;  y  más  rendido. 
Por  si  su  ingrata  bella  aun  no  se  excusa, 
«|0h  mi  Aretusa,  clama,  oh  mi  Aretusa!» 

Desató  el  viento,  en  fin,  la  niebla  fría, 
Dejando  descubierto  al  triste  Alfeo, 
Fuente  ya,  á  aquella  por  quien  su  porfía 
Torpes  delicias  prometió  al  deseo. 
'Vuelve  á  sus  aguas,  nunca  á  su  alegría; 
Aunque,  por  corto  de  su  dicha  empleo. 
Le  conceden  que  junte  su  coiTÍente 
De  BU  amada  Aretusa  con  la  fuente. 


Acteon  y  Diana  (1). 

Aquella  que  nos  informa, 
Que  aunque  tres  formas  vistió, 
Ño  querrá  Tin  hombre,  y  que  no 
Será  de  ninguna  forma; 

Pues  si  bien  Pluton  de  un  cuerno 
La  llevó  por  su  querida, 
De  estos  casados  la  vida 
Vino  á  ser  luego  un  infierno; 

Con  quien  de  amoroso  empeño 
No  hay  quien  acordarse  cuente, 

(1)  Esta  fábula  burlesca  ,  en  verdad  harto  desaforada  en  su  es- 
tilo, fué  compuesta  en  las  mocedades  de  Porcel,  cuando  aun  lle- 
vaba éste  en  la  Academia  del  Trípode  el  primer  nombre  que  usó  en 
ella,  esto  es,  el  de  El  Caballero  de  la  ¡'¡oirsla.  (Nota  del  Colector.) 


Y  aun  Endimion  .solamente 
Se  acuerda  como  por  sueño; 

Hija  de  Jove  (un  borracho) 

Y  Latona,  que  parió  una 
Muchacha  como  una  luna, 

Y  como  un  sol  un  muchacho. 
Fatigada  ésta  del  uso 

De  las  flechas  un  verano. 
Pues  siendo  menor  su  hermano, 
A  abochornarla  se  puso; 

Viendo  entre  unas  espesuras 
Que  un  mudo  remanso  habia. 
Tan  claro,  que  le  decia 
A  cualquiera  dos  frescuras, 

Dijo  :  <(  En  bañarme  convengo, 
Ninfas,  presto,  á  desnudarme  ; 
Que,  aunque  ca.sta,  he  de  limpiarme, 
Pues  soy  leona  y  manchas  tengo.» 

Desnudas  todas ,  se  fragua 
El  baño,  y  aunque  temían 
Sí  desnudas  las  verían. 
Echaron  el  pecho  al  agua. 

Y  cuando  en  las  aguas  mudas 
Las  faltas  que  desmentían 
Vestidas,  las  descubrían 
Como  verdades  desnudas, 

Acteon,  hijo  de  Arísteo 

Y  Autonoe,  llegó  cazando 
A  la  fuente,  adivinando 
Que  allí  habría  un  buen  ojeo. 

Aquí  fué  la  fiesta  brava , 
Aquí  el  chillar,  y  agua  echarle; 
Pero  el  gato,  al  zapearle, 
A  la  carne  se  acercaba. 

«Vanos  son  esos  trabajos, 
Ninfas  (dice);  no  gritéis. 
Ni  vuestros  tiples  me  alcéis; 
Que  yo  busco  vuestros  bajos. 

))Mí  brazo  es  de  todas  mangas, 
Por  feas  no  os  aflijáis; 
Que  yo,  porque  lo  sepáis, 
También  suelo  cazar  gangas. 

«Porque  vea,  no  hayas  pena, 
Diana  tus  cuartos  menguantes; 
Que  mis  cuartos  son  bastantes 
Para  hacerte  luna  llena. 

«Que  seas  casta  no  contrasta 
Lo  que  á  tu  honor  es  debido. 
Porque  lo  que  yo  te  pido 
Cosa  es  que  te  deja  casta.» 

Diana  con  ojos  severos 
Dice  :  «  No  te  gloriarás, 
Pues  si  en  carnes  visto  me  has, 
Yo  haré  te  vean  en  cueros. 

»Y  pues  de  verme  los  yerros 
Te  tengo  de  castigar, 
Eso  que  me  quieres  dar, 
Guárdalo  para  los  perros.» 

Dijo,  y  cornudo  venado 
Lo  hizo:  pero,  si  hacer  pudo 
La  que  díú  en  casta  un  cornudo, 
I  Qué  no  hará  la  que  no  ha  dado? 

Huyendo,  pues ,  por  los  cerros 
Sus  perros,  que  lo  encontraron, 
Fíeles  lo  despedazaron, 
Con  qtie  murió  dado  á  perros 

Para  cofres  recogieron 
El  cuero,  y  á  la  cabeza 
Enterrada,  esta  simpleza 
O  esta  discreción  pusieron  : 

«Hombres  bobos,  que  al  ver  una  hermosura. 
Le  entregáis  las  potencias  y  sentidos, 

Y  aun  poseéis  las  dichas,  entendidos 
Estad  en  que  la  dicha  no  es  segura. 

«Acteon  escarmientos  os  procura; 
Que  á  una  casta  deidad  (sí  ennoblecidos 
Deben  los  riesgos  ser  apetecidos) 
Dio  un  sentido,  y  ya  llora  su  locura. 

»Sólo  en  la  vista  tuvo  su  delicia, 

Y  se  vio,  cual  lo  ves,  muerto,  deshecho, 
Bruto  y  con  astas;  ¡lero  no  lo  dudo, 


COMPOSICIONES  VARIAS. 


173 


))pTies  cualquiera  mujer  que  se  codicia 
(Sea  la  mejor),  lo  deja  á  un  hombre  hecho 
Un  pobre,  un  bruto,  y  lo  peor,  cornudo.» 


SONETOS. 
I. 

Enviando  unos  dulces  á  una  dama ,  que  no  gustaba  de  otros  ver- 
sos que  los  deGaicilaso,  en  ocasión  de  hallarse  indispuesta  (1). 

Cerca  del  Dauro,  en  soledad  amena. 
Con  tu  memoria,  oh  Julia,  divertía 
Los  males  de  mi  triste  fantasía, 
De  cuyo  bien  la  ausencia  me  enajena; 

Cuando  por  nuevo  susto,  nueva  pena... 
Ya  no  quiero  más  culto,  Julia  mía : 
Digo  en  pluma  corriente;  que  ayer  dia 
Me  dijeron  que  no  quedabas  buena; 

Que  era  el  mal,  resfriado,  y  yo  en  tal  caso 
Almendras,  te  receto,  confitadas ; 
Prendas  son  de  mi  afecto  en  nada  escaso, 

Y  con  motivo  de  tu  mal  buscadas; 
Cómetelas,  y  di,  con  Garcilaso: 
¡Oh  dulces  prendas,  por  mi  mal  halladas! 


II. 

Al  Uustrisimo  señor  don  Pedro  de  Salazar,  obispo  de  Córdoba, 
en  ocasión  de  haber  ordenado  de  presbíteros  á  unos  eclesiásti- 
cos granadinos. 

Conslilues  principes  super  om- 
nem  terram  memores  erunt  nomi- 
nis  lui.  (Psal.  xliv.) 

A  ti,  oh  principe,  áureo  candelero  , 
Que  esplendores  derrama  indeficientes 
Por  el  cordobés  templo,  reverentes 
Dirige  afectos  corazón  sincero. 

De  tu  altamente  señalado  esmero 
Las  gratitudes  guardarán  presentes. 
Hijos  de  aquella  que  entre  muchas  gentes 
Sus  rojos  granos  coronó  primero  (2); 

Pues  si  tu  mano  los  eleva  á  honores 
Sobre  la  tierra,  hallando  en  su  alta  gloria 
De  príncipes  sagi-ados  el  renombre; 

Dignamente  previene  á  tus  favores 
El  corazón  afectos,  la  memoria 
Veneración  eterna  de  tu  i^ombre. 


IIL 

En  la  muerte  y  sepulcro  del  doctor  don  Blas  Antonio  Nasarre 
y  Ferriz,  del  consejo  de  su  majestad,  etc. 

Yace  aquí  varón  ínclito ;  aquí  empaña 
Negro  horror  una  pluma  brilladora. 
Aquí  el  ejemplo  singular  mejora 
La  virtud,  que  las  ciencias  acompaña. 

Su  alma  aquella  de  esplendores  baña; 
Mientras  á  la  urna  que  éstas  atesora, 
Llora  la  amistad  ñel,  el  honor  llora. 
Lloran  las  musas  de  la  gi-ande  España; 

Llora  aún  la  envidia,  pero  llora  en  cuanto 
Falta  en  su  ilustre  vida  el  mortal  cebo, 
Que  ejercitó  sus  venenosos  dientes; 

Pero  convierta  ya  su  cruel  llanto 
En  más  feroz  rugido;  porque  Febo 
Su  fama  envía  á  las  postreras  gentes. 


IV. 

A  la  memorable  hazaña  de  Alonso  Pérez  de  Guzman  el  Bueno^ 
en  el  sitio  de  Tarifa. 

Del  fuerte  rey  el  desleal  hermano, 
Más  por  traición  que  por  valor  seguro, 
Confie  aun  más  que  en  el  ariete  duro, 
En  la  vil  saña,  en  el  enojo  insano. 

(1)  Esta  composición  y  las  siguientes  fueron  leídas  en  la  Aca- 
demia del  Buen  Gusto.  uVo/a  del  Coleclor.) 
[i)  Alusión  alambicada  á  Granada. 


Prevenga,  pues,  el  bárbaro  africano 
Ultimo  asalto  al  vacilante  muro, 
Y  del  metal  del  sol  hijo  más  puro 
La  adusta  frente  coronarse  iifano; 

Que  de  tanta  traición,  invasión  tanta, 
Oh  Alfonso,  triunfarás,  cuando  triunfares 
De  un  amor  paternal:  ¡oh  alta  victoria! 

En  vano  Ausonia  su  Torcuato  canta; 
Que  harán  tu  hazaña,  viéndola  ambos  mares. 
En  ambos  mundos  inmortal  tu  gloria. 


En  el  elogio  del  padre  fray  Bartolomé  Rubio,  religioso  francisca- 
no, que  murió  con  fama  de  santidad,  cuya  vida  compendió  en  el 
panegírico  que  le  predicó  el  reverendísimo  padre  lector  jubila' 
do  Mora,  con  la  alegoría  de  piedias  preciosas  por  virtudes. 

Este  que,  dulce  Tulio,  ha  desatado 
Tesoro  de  docuenoia  prodigiosa. 
Preciosísimas  picdi"as  á  tu  ansiosa 
Noble  solicitud  ha  d'^-ramado. 

Desenvolverá  en  ellas  tu  cuidado 
Vii-tudes  que  en  la  noche  tenebrosa 
De  nuestro  mundo  hicieron  luminosa 
El  alma  pía  de  varón  sagitado. 

Luce  entre  todas,  como  la  más  bella, 
La  caridad,  rubí  ardiente  en  cuanto 
Bayos  imita  enardecida  estrella. 

Dejó  cuanto  fué  suyo  el  varón  santo; 
Poco  es,  él  mismo  se  entregó  por  ella. 
Oh  tú,  que  aquí  la  encuentras,  da  otro  tanto. 


VL 

La  bella  Anarda  conducida  era 
Sobre  un  torpe  cuadrúpedo,  /no  explico 
Lo  que  era  así  ?  Pu:  s  era  en  un  borrico; 
Yo  no  quiero  ser  culto;  /hay  tal  quimera? 

Llegaba,  pues,  mi  bestia  á  la  ribera 
De  Aguas-Blancas,  y  dando  de  hocico. 
Derribó  la  deidad,  y  por  tantico 
No  se  aretusa  aunque  su  Feo  muera. 

Su  cuyo  acudió  luego,  recibiendo 
Al  desmayado. sol;  mucho  intentaron 
Las  mañas  del  burrillo  porta-coles: 

Pues  si  cuatro  caballos,  despidiendo 
De  sí  un  sol  solo,  al  mundo  lo  abrasaron, 
¿Qué  no  abrasara  rm  burro  con  dos  soles? 


VIL 

A  Cristo  crucificado  (3). 

El  demonio,  feísimo 
Puso  al  hombre  más  negro  que  la 

Y  por  cosa  que  no  importa  una 
Perdió,  ¡Señor,  tu  soberana 

Pero  siendo  tu  amor  el 
Descendiste  dtl  cielo,  y  nuestra 
Pm-ificaste,  cuando  de  una 
Agua  y  sangro  nos  diste  en  esa 

Blanca  el  hombre  vistió 

Y  en  el  alma  sonó  perpetua 

La  que  es  del  Padre  Eterno  eterna 
Pues  tu  muerte.  Señor,  me  hizo 
Para  que  yo  con  muerte  viva. 
Muera  mi  culpa  en  penitencia 


AvesU'vz, 
Pez, 
Nuez, 
Luz. 

Arcaduz, 
Hez 
Vez 
Cruz. 

Sohrepdliz, 
Paz 
Voz. 
Feliz, 
Haz 
Atroz. 


VIIL 


La  nunca  bastantemente  celebrada  musa  de  mi  señora  la  Marque- 
sa de  Gastrillo  halda  empezado  un  poema  heroico,  cuya  materia 
eran  las  glorias  de  Salamanca,  su  patria,  y  antes  de  concluirlo 
murió. 

(Soneto,  con  alusión  á  la  fábula  de  Orfeo  y  Eurídice.) 

Canta  en  buen  hora,  afrenta  castellana, 
Del  tracio  Orfeo  la  patricia  historia, 

(3)  Este  soneto  con  pies  forzados  fué  compuesto  en  la  Acade- 
mia del  Luen  Gusto.  \iSota  del  C oledor.) 


174 


DON  JOSÉ  ANTONIO  PORO  ÉL. 


Y  del  oscnro  tiempo  lamcmona, 
A  tu  voz  resucite  la  eilad  cana. 

Cauta,  y  venza  tu  lira  soberana 
Cuanta  niebla  Letea  su  alta  gloria 
Ofuscó  por  caduca  y  transitoria, 
O  mordió  el  diente  de  la  envidia  insana. 

El  reino  del  olvido,  penetrado 
De  tu  estudio,  obediente  á  tu  armonía. 
La  patria  á  esplendor  nuevo  restituye. 

Ma-s  cuando  á  mirar  vuelves  lo  jiasado, 
Antes  que  salga  á  ver  el  claro  din, 
Con  tu  luz,  todo  en  triste  sombra  huye. 


IX. 

En  elogio  del  sermón  de  honras  al  iliistr'simo  y  revetendisimo  sc; 
ñor  don  Pedro  de  Castro  Vaca  v  Ouiúonos,  presidente  «ine  fue 
de  la  chancillcría  de  Granada,  a'ziibis|io  después  de  esla  ciu- 
dad, üllimainente  de  Sevilla,  v  limd.idor  de  la  iglesia  coleí,'ial 
del  Sacro  Monle,  etc.,  preillcadb  por  el  levercndisiino  padre  Pi- 
colas Calderón,  de  la  Compañía  de  Jesús,  ele.  I.a  idea  del  sermón 
tué;  l'edro,  tres  veces  piedra. 

De  mi  insigne  varón  el  alma  pía, 
Recta  vara,  cayado  dilig/nte, 
Dificulté  elogiase  dignamente 
Quien  tanta  mereció  noble  osadía. 

Licurgo,  el  Danro  un  tiempo  lo  temía, 
Pastor  después,  lo  aína  reverente, 
Y  aun  el  Bétis  alzó  la  algosa  frente 
Al  eco  tierno  que  le  oyó  algún  día. 

De  ancianos  siglos  prendas  sacrosantas 
Monumento  le  deben  generoso, 
Siendo  él  la  Piedra  en  quien  boy  persevera. 

Mas  lo  Máximo  halló  de  glorias  tantas 
Quien,  siendo  Pedro  Máximo,  ingenioso 
Pedro  tres  teces  grande  lo  pondera. 


EpitaQo  de  Felipe  V. 

En  este  esplendor,  no  de  egipcio  vano, 
Regio  túmulo  sí,  santo  reposo. 
El  monarca  se  esconde  más  glorioso 
Que  triunfó  del  inglés,  postró  al  germano. 

De  los  Filipos  del  imperio  hispano 
Fué  el  quinto,  y  el  primero  en  lo  animoso; 
Que  el  cetro,  aun  más  que  á  su  natal  dichoso. 
Debió  al  cielo,  á  su  espada  y  á  su  mano. 

Premió  virtudes,  castigó  maldades. 
De  su  fe  y  su  justicia  el  celo  santo; 
Fué  dechado  de  honor  y  de  heroísmo. 

Murió  para  vivir  en  las  edades. 
¡No  habrá  en  el  orbe  rey  que  sea  tanto  1 
Pero  todos  vendrán  á  ser  lo  mismo. 


A  nuestros  católicos  revés  don  Fernando  el  Pexio  y  doña  María 
Bárbara  felicita,  en  su  exaltación  al  trono  de  las  Españas.  un 
su  ignorado  pero  leal  vasallo,  en  esta  afectuosa 

CANCIÓN  HEROICA. 

Cuanto  la  negi-a  noche  triste  llora. 
En  procelosas  lluvias  desatada, 
Las  cenizas  del  patlre  de  Faetonte; 
Tanto  al  aparecerse  coronada 
Di  rosa  y  de  jazmín  la  blanca  aurora, 
Se  dilata  sereno  el  horizonte, 
Se  rie  el  valle  y  regocija  el  monte. 
¡Oh  cisnes  elocuentes! 
¡Oh  del  más  grande  rey  st'ibditas  gentes! 
Ya  al  sepultado  sol  digno  tributo 
De  lágrimas  r  udisteis,  bien  que  el  llanto 
Consumir  no  pudiera  rlolor  tanto; 
Ahora  baiiad  el  aire  de  armonía, 
Los  pechos  desatad  en  alegría; 
Que  ya,  á  pesar  del  tenebroso  luto, 
Vuelve,  de  luz  su  esfera  coronando, 
P>árbara,  aurora,  con  su  sol,  I'ei-nando. 

Soberbio  el  cortesano  Manzanares, 
No  ya  pobre,  que  al  justo  llanto  pío, 
Porque  el  Marte  español  voló  á  su  esfera, 


Dejó  de  ser  arroyo  y  creció  á  rio; 
Imponer  piensa  leyes  á  ambos  mares, 

Y  márgenes  pidiendo  á  su  ribera, 
Aquelóo  segundo,  brama  fiera; 
Brama,  y  para  que  rompa 

Más  dulcemente  el  aire,  muda  en  trompa 
El  cuerno  de  cristal,  con  el  que  intenta 
Cantar  un  tiempo  la.s  futuras  glorias. 
Que  alma  eterna  han  de  ser  de  las  historias; 

Y  en  tanto,  á  su  deseo  iluminados 
Los  tenebrosos  senos  de  los  hados, 
A  la  sagrada  llama  con  que  alienta 
Febo  su  heroica  trompa  cristalina. 
Asi,  oh  gran  rey,  tus  glorias  vaticina  : 

«Levanta,  España,  la  orgullosa  frente, 

Y  en  cada  afecto  préstame  un  oido; 
Escúchame  aclamar  tu  rey  Fernando, 
Tu  rey  Fernando  el  Sexto  esclarecido, 
Que  el  renombre  juicioso  de  Prudrnie 
Para  sí,  entre  otros  muchos,  reservando, 
Irá  de  los  Fernandos  renovando 

Lo  grande  del  primero. 
La  santidad  heroica  del  tercero, 
Del  quinto  lo  católico,  y  de  todos 
Sus  regios,  sus  gloriosos  ascendientes. 
Cuanto  ilustres  los  hizo  entre  las  gentes, 
LograTido  que  á  las  luces  de  su  historia 
Lisonja  vuelva  á  ser  de  la  memoria 
El  esplendor  antiguo  de  los  godos, 

Y  que  del  sol  en  el  afán  diurno 
El  siglo  se  repita  de  Satiirno. 

))La  hermosa  ñ-eute,  de  laurel  ceñida, 

Y  el  cetro  de  oro  ve  en  la  blanca  mano 
De  Bárliara,  tu  reina,  astro  luciente 
Del  firmamento  augusto  lusitano. 
Esta,  al  real  consorte  parecida, 

Es  la  que  ha  de  aumentar  gloriosamente 

La  piedad,  el  valor,  el  celo  ardiente. 

Ya  de  su  Lusitana, 

Ya  de  la  Isabel  nuestra  castellana. 

Bárbara,  pues,  y  bárbara  en  la  parte 

Del  nombre,  es,  por  lo  afable  de  sus  hechos, 

ídolo  y  culto  de  españoles  pvchos; 

Si  ya  no  sea  que  el  afecto  mismo 

Discretamente  suene  á  barbarigmo 

Cuando  la  adore  de  futuro  Marte 

Fecunda  (si  es  que  Febo  no  me  engaña)^ 

Juno  del  grande  Júpiter  de  España. 

¿Me  engaño,  ó  del  olimpo  bajar  veo, 

Atropellando  nubes  de  oro  y  nieve, 

Seis  blancos  brutos,  conduciendo  ufanos, 

En  carro  que  del  sol  los  rayos  bebe. 

La  paz  y  la  justicia,  que  al  deseo 

Feliz  de  nuestros  reyes  soberanos 

Se  abrazan  dulces  y  se  dan  las  manos? 

Volando  se  adelanta 

La  sincera  verdad,  la  virtud  santa, 

La  filicidad  sigue  prometiendo 

Quedarse  con  nosotros,  y  entre  tanto 

La  traición,  la  lisonja,  el  triste  llanto. 

Los  pálidos  cuidados  y  la  guerra. 

Que  hizo  en  sangre  y  furor  arder  la  tienda, 

Al  negro  abismo  de  su  luz  huvi-ndo 

Precipitados,  las  espaldas  vuelven, 

Y  como  al  sol  las  nivblas,  se  resuelven, 
«Ahora  sí  que  de  Marte  las  violencias 

Cerrado  el  templo,  esconderá ,  de  Jano, 

Y  abÍL-rto  el  de  Minerva,  en  sus  altares 
Merecidos  (y  alguna  vez  en  vano) 
Exaltadas  serán  artes  j"^  ciencias; 
Dando  ya  al  viento  velas  por  talares, 
Mercurio  fiel  frecuentará  los  mares; 
Ahora  por  otras  lides 

Coronarán  los  pámpanos  á  Alcídes; 

Y  sin  que  el  miedo,  herido  el  parche,  acuerde, 
Cantará,  mientras  pace  su  ganado, 

El  pastor  á  la  sombi-a  descuidado; 
Hecho  aguijón  el  hierro  de  la  espada. 
Contento  el  labrador  verá  dorada 
De  sus  espigas  la  esperanza  verde, 

Y  entre  tanto  en  el  yelmo  enmohecido 
Castas  palomas  compondrán  su  nido, 


COMPOSICIONES  VARIAS. 


175 


wTanta,  pnes,  en  los  días  de  Fernando 
Abundancia  de  paz  y  de  justicia 
Nacerá  á  sus  vasallos  oportuna; 
Esta  esperada  paz  será  propicia, 
Hasta  que  del  gran  padi-c  suscitando 
El  ánimo,  la  espada  y  la  fortuna, 
Del  solio  haga  caer  la  media  luna, 
Cuando  el  león  glorioso. 
El  águila  y  el  gallo  generoso 
Con  fe  se  junten,  con  afecto  puro, 

Y  sus  armas  católicas  triunfantes 
Cubran  el  mar  de  bárbaros  turbíintes. 
Tu,  oh  Rey,  á  quien  el  cielo  guarda  tanto, 
De  Cristo  librarás  el  mármol  santo; 

A  tí  te  espera  de  Sion  el  muro , 

Y  el  sagi-ado  Jordán,  que,  expulso  el  moro, 
La  sed  te  templará  en  celada  de  oro. 

))Óigame  el  cielo,  oh  gran  monarca  mió, 

Y  en  tanto  que  mi  anuncio  no  me  engaña. 
En  feliz  hora  ocupa  con  tu  esposa 

El  trono  real  de  la  invencible  España. 
Eeinad;  que  en  el  menor  vasallo  fio 
Que  el  corazón,  cuando  los  ojos  no  osa, 
Os  envié  con  ansia  generosa; 
Reinad,  y  tarde  ó  nunca 
De  Átropos  corte  la  cuchilla  adunca 
De  vuostras  ^idas  el  dorado  hilo, 
Porque  gocéis  con  prole  dilatada 
Larga  paz,  feliz  cetro,  invicta  espada.» 
Dijo  el  undoso  dios,  y  el  grave  acento 
Oyó  el  Ebro,  y  vohiólo  á  dar  al  viento. 
Hasta  que  lo  escuchó  el  bárbaro  Nilo, 
Que  iritado,  arrojó  contra  las  rocas 
Rabiosa  espuma  por  sus  siete  bocas. 

Canción,  mucho  presumes  si  procurí'S 
A  los  siglos  hurtar  cosas  futuras; 
Di  sólo  que  en  el  ínclito  Fernando 
La  España  logra  un  príncipe  valiente, 
Religioso,  magnánimo  y  Prxidente. 

A  la  hermosura  ,  pudor,  susto  y  libertad  de  Andrómeda, 

expuesta  al  mouslruo  marino. 

CAÍíCION. 

A  un  alto  escollo  rudo, 
Del  enojado  mar  eterna  injuria, 
Opuesta  siempre  á  su  encrespada  furia, 
Con  uno  y  otro  rigoroso  nudo, 
A  la  hija  de  Cefeo  ligar  pudo 
La  bárbara  sentencia 
De  decretos  fatales, 
Que  en  el  tribunal  ciego  de  los  malos 
Promulgó  de  sus  hados  la  inclemencia, 
Por  exponerla  así  á  la  ardiente  saña 
Del  que  ya  le  previene  muerte  ñera 
En  la  cerúlea  líquida  campaña. 
Cruel  monstruo  marino. 
Horror  de  la  ribera, 
Sin  culpa  que  ocasione  su  destino; 
Que  para  tanto  mal,  tanta  fatiga, 
Le  basta  una  deidad  por  enemiga. 

Al  viento  se  esparcía 
El  rico  oñr  de  su  cabello  undoso, 
Juzgándose  él  entonces  más  dichoso; 
Pues,  como  toda  Anch'ómeda  gemía 
La  una  y  otra  prisión  que  la  oprimía. 
El  que  solo  quedaba. 
Libre  de  estas  crueldades. 
Parece  que  ostentaba  libertades; 
Sí  ya,  tal  vez  piadoso,  no  intentaba 
Lo  que,  á  ser  libres  las  ligadas  manos, 
Procuraran,  cubriendo  el  rostro  bello; 
De  este  modo  á  los  cultos  soberanos 
De  su  honestidad  pudo 
Atender  su  cabello, 
Pues  el  santo  pudor,  al  ver  desnudo 
Su  blanco  bulto  hermoso,  bien  quisiera 
Que  el  escollo  se  abriese  y  la  escondiera. 

Aunque  en  el  riesgo  instante. 
Del  susto  con  los  pálidos  desmayos. 
Las  mejillas  ajar  debían  sus  mayos, 
Al  ver  expuesto  su  recato  amante, 


Con  el  carmin  cubrieron  purpiarante. 

Vergonzosas,  su  nieve. 

Lai'go  el  llanto  corría 

De  sus  ojos,  que  en  perlas  lo  volvía 

El  nácar-,  concibiendo  en  concha  breve 

El  copioso  rocío  de  su  cielo, 

A  tieni])o  que  obsequioso  el  mar  besaba 

(Repitiendo  en  cada  ola  su  desvelo) 

bu  presa  planta  bella, 

Y  aun  deidad  la  adm-aba 

De  sus  aguas,  si  Tétis  no,  que  al  valla, 
«Si  es  tan  infeliz  (dijo)  como  hermosa, 
Poco  es  la  muerte  para  no  ser  diosa. 

«¿Por  qué,  oh  tú,  soberano 
Rey  de  los  dioses  (tierna  su  voz  dice). 
Quieres  que  sea  yo  tan  infelice? 
¿Es  la  inocencia  ya  título  vano? 
Si  de  rigor  armó  tu  excelsa  mano 
Mi  madi-e  Casiopea, 
Vana  con  su  hermosura, 
Desprecien  las  Nereidas  por  locura 
Lo  que  sólo  dictó  la  altiva  idea 
De  necia  presunción,  y  no  envidiosas, 
Infamemente  ultrajen  el  decoro 
De  deidades,  si  no  es  que  más  hennosas. 
Las  haga  una  venganza. 
Hija  de  un  vil  desdoro, 

Y  si  suya  la  culpa,  no  la  alcanza 

La  muerte,  ya  confiesan  que  es  más  bella, 
Porque  sea  yo  infeliz,  y  deidad  ella. 

))¿Que  las  ir.as  dominen 
Los  áninios  celestes  ?  ¿  Que  sea  digno 
En  los  dioses  lo  mismo  que  hace  indigno 
En  los  mortales  que  al  rencor  se  inclinen? 
Mas  ¿qué  me  quejo?  Contra  mí  fulminen 

Y  decreten  ruinas; 
Dejaré  de  esa  suerte 
Lastimosa  mi  fama  con  mi  muerte, 

Y  ellas,  degenerando  de  divinas. 
La  suya  dejarán  ignominiosa, 

Y  de  su  impiedad  odios  inmortales. 

Y  pues  de  una  deidad  la  acción  gloriosa. 
Que  divina  la  arguye, 

No  propia  de  mortales 

Y  humanos,  ser  no  humano  constituye. 
Deidades  serán  ellas,  mas  tan  vanas, 

Qiie  sólo  en  la  crueldad  serán  no  humanas.» 

Entre  estas  lastimosas. 
Bien  justas  quejas,  ya  del  monstruo  horrendo 
Prevenía  en  las  aguas  el  estruendo 
Terror  á  aquellas  playas  arenosas , 
Cuando,  ladrón  el  susto,  á  las  hermosas 
Mejillas  purj^uradas 
Robó  cuanta  riqueza 
El  pasado  rubor  dio  á  su  belleza. 
Huye  á  lo  extremo  por  las  no  ignoradas 
Sendas  la  sangre  helada,  y  de  su  ayuda 
El  noble  corazón  destituido. 
Su  regulado  movimiento  muda, 

Y  la  quietud  altera; 
Mas  á  su  rey  querido 

La  parte  superior  dio  la  primera  • 

El  socorro,  y  la  ninfa  quedó  en  breve 
Inmóvil  roca  de  cristal  ó  nieve. 

Pero,  aunque  te  publique 
Humana,  sin  dejar  de  ser  divina. 
Oh  Andrómeda,  el  temor  que  te  domina, 
Aunque  en  el  feroz  monstruo  signifique 
Alta  envidia  su  saña,  y  multiplique 
Contra  tí  su  porfía, 
Mano  hay  que  lo  escarmienta 

Y  que  de  lo  mortal  te  deja  exenta; 
Castigada  la  bárbara  osadía 

Por  fuerte  joven,  que  en  el  bruto  alado. 

Del  triunfo  de  "Medusa  hijo  valiente. 

Victorioso  se  aclama,  y  su  cuidado 

De  cuantas  maneluí  espumas 

El  negTo  humor  caliente 

Del  monstruo,  hará  nacer  otro  con  plumas, 

Parto  noble  á  ser  fama,  que  felice. 

Por  inmortal  deidad  te  solemnice, 


176 


DON  JOSÉ  ANTONIO  PORCÉL. 


DIÁLOGO. 

PEDRO,  POETA. 

POETA. 

Si  Pedro,  en  amar  diestro, 
Ignora  á  su  Maestro, 
De  amante  no  se  alabe; 
Que  el  que  lo  que  ama  ignora,  amar  no  saDe. 

PEDRO. 

Cuando  en  desconocerlo  tuve  empeño, 
Entonces  mejor  sujje  amar  mi  dueño; 
Porque  sabio  en  amar  8iem]irc  se  llama 
El  que  sabe  guardar  aqu<  llu  que  ama; 
Yo  lo  negué,  mas  lo  guardé,  si  pude. 
Negándolo,  librarme  de  la  muerte. 


POETA. 


De  qué  suerte  no  entiendo. 

PEDED. 

De  esta  suerte. 
Por  el  amor  en  mí  Jesús  vivia; 
Si  me  confieso  suyo,  no  se  dude 
Que  yo  también  moria; 
Muriendo  yo,  dos  muertes  padeciera; 
La  de  cruz  y  la  mia,  que  sintiera; 
Negándolo  yo,  vivo  y  me  reservo; 

Y  así,  aunque  en  el  Calvario  á  morir  viene, 
Queda  vivo  en  la  parte  que  en  mí  tiene; 
Luego,  cuando  lo  niego,  lo  conservo 

En  la  parte  que  puedo;  esto  es  amarlo, 

¿Qué  tienes  que  dudarlo? 

Si  Pedi-o,  por  guardarlo,  á  Jesús  niega, 

Y  por  amarlo,  que  lo  guarda  alega. 
Cuando  en  desconocerlo  tiene  empeño,  . 
Entonces  mejor  sabe  amar  su  dueño. 


Carta  al  señor  de  Gor,  conde  do  Toricpalma, 
retirado  de  la  curte  al  lugar  de  Cieuipozue- 
los,  -i  divertir  el  quebranto  por  la  póidida 
de  un  hijo  que  amaba  tiernamente  (1). 

Conde  mió,  ya  no  puedo 
Sufrir  ausencia  tan  larga; 
Si  es  por  probar  mi  cariño, 
Ya  está  de  prueba  y  de  marca, 

¿Los  ocho  di  as  son  éstos? 
O  tenemos  lo  de  marras; 
Diómela  por  quince  di  as. 
Tómela  por  tres  semanas. 

Mas,  como  contigo  cuanto 
Te  es  preciosísimo  guardas 
En  mujer,  hija  y  sobrino, 
¿Qué  Porcél  ni  qué  alcaparra? 

Consolárame  el  saber 
Que  tu  musa  conquistaba 
(Como  suele)  el  laurel  sacro. 
Que  se  enreda  con  tu  Palma. 

Pero  aun  no  habrán  los  judíos 
Tocado  de  Ethan  la  playa  (2). 

ÍNo  sé  por  qué!  pues  tu  musa 
ío  se  ahoga  aun  en  más  agua. 

Y  sí  sé:  tu  flojería, 
Que  de  la  mia  es  hermana ; 

Y  luego  riñes  ([ue  duermo, 

Y  yo  pregxinto,  ,•  y  tú  pajas? 
Dormirás  muy  lindamente, 

T  á  las  diez  de  la  mañana 
Cuando  más,  con  tus  papeles. 
Por  juego,  tomarás  tabla. 

La  tarde  la  hará  el  paseo, 
La  noche  buena,  y  no  larga 
La  malilla,  y  me  diréis 
Que  no  la  habéis  hecho  malal 

Pero  la  comida  olvido; 
Como  con  poeta  hablaba, 
Pensé  que  siendo  lo  menos. 
Era  por  demás  nombrarla. 

Mas  tu  mesa  es  más  y  más 
Abundante,  culta  y  franca; 
Eres  poeta,  y  tal  poeta! 
¡Oh,  cjué  fueras  si  ayunaras! 

Por  acá  muy  lindamente 
Se  hace,  y  aun  con  ventaja 
En  lo  caliente,  sin  moscas, 

Y  con  más  luz  meridiana. 

Se  duerme  ni  más  ni  menos. 
Porque  yo  tengo  esta  gracia 
Desde  niño,  y  cuando  duermo, 
No  me  hablo  ni  con  el  Papa. 

Pero,  si  tu  huésped  soy. 


(1'  Vrasc  la  contestación  del  Conde  de 
Torrepalma  en  las  poesías  de  éste. 

(•2)  AUidi'  al  poeni,\  sobre  iloisés,  que  á  la 
Sazou  e&cribia  I'orrepalma. 


¿Qué  quieres,  señor,  que  haga? 
Dar  de  mano  á  los  cuidados, 

Y  de  cabeza  en  la  almohada. 

¿Qué  importa,  pues,  que  mis  pleitos 
Me  los  metan  á  baraja. 
Que  la  capilla  del  Rey 
Del  manteo  no  me  asga; 

Que  la  cámara  no  quiera 
Purgar  para  mí  una  capa 
De  coro,  ni  que  el  Infante 
Mande  darme  una  sotana? 

Tenga  en  tu  casa  un  rincón, 
Ocios,  libros,  mesa  y  cama; 
Muérase  el  mundo,  y  que  viva 
Mi  Conde  de  Torrepalma. 

Tú  mi  Mecenas,  mi  Comes 
Miecnas  eres ,  y  Espartlia , 

Y  eres  el  Dois  nobis  hcBC 
Otia  fecit ,  si  aquí  encaja. 

Mas,  oh,  que  en  vano  porfió 
En  adobarte  las  chanzas, 
Tú  sin  gusto  para  oírlas, 
Yo  sin  genio  para  hablarlas. 

¡  Quién  para  ahora  tuviera 
La  sal  de  todas  las  salsas! 
¡  Quién  se  qnevedeizase! 
¡Quién  se  villarroclára! 

Por  divertirte ,  á  Talía 
Galanteé,  y  la  picana. 
Siendo  una  ninfa  corriente. 
Para  mí  se  ha  vuelto  estatua. 

Hubiérame  sido  Dafne, 
Pues  con  su  laurel  lograra 
Aderezarte  un  but^n  plato 
De  aceitunas  ó  alcaparras; 

O,  ya  que  quiso  ser  piedra, 
Muchísimo  enhoramala 
Fuera  una  Anaxarte;  que 
Yo  por  eso  no  me  ahorcara. 

Pero,  según  lo  afligida 
Que  está  su  Carantamaula, 
Una  Ni'obe  está  hecha 
Por  yo  no  sé  qué  le  falta. 

Tú,  que  mejor  que  yo  sabes 
De  aquella  viril  constancia. 
Donde  el  sufrimiento  pule 
Lo  que  los  pesares  labran; 

De  aquel  moral  estoicismo, 
Cuyas  hojas,  bien  rumiadas, 
Hacen  de  una  rica  seda 
La  tela  de  las  desgracias; 

De  aquel  socrático  humor... 
Mas  todo  esto  es  patarata; 
Más  llano  y  mejor:  de  aquella 
Tu  conformidad  cristiana; 

Podrás  decirle  mil  cosas; 
Que  aunque  yo  diga  otras  tantas, 
Valen  más  las  que  tú  dices, 
Y  mucho  más  las  que  callas. 


Y  después  que  la  castigues. 
Vuélvemela  más  humana, 
Si  es  que  se  puede  ajusfar 
Tu  lira  con  mi  guitarra. 

Vaya  ahora  de  noticias; 
Que  fuera  delito,  carta 
De  la  corte  y  sin  Gaceta  ; 
Mas  no  te  diré  patrañas. 

Tuvimos  nuestra  academia 
Esta  semana  i)asada. 
Asistiendo  ambas  dos  luces  (3), 
Que  no  consumen  y  abrasan. 

Nuestro  amable  secretario. 
Pues  le  amamos  y  nos  ama, 
La  academia,  en  un  soneto. 
Abrió  con  llave  dorada. 

Tan  dulcemente  el  Ainnso  (4) 
Cantó  del  Genil  las  aguas, 
Que  lo  pensé  Garcilaso, 
Viendo  que  en  su  vega  canta. 

El  Zángano  (5)  en  un  romance 
Tocó  muy  bien  la  pavana 
A  Catuja,  á  cuyo  son 
La  risa  en  todos  brincaba. 

Yo  saqué  mi  guapo  Aquíles, 
Aquel  mi  antiguo  fantasma ; 
Pero  (bien  lo  sabe  Apolo) 
Allí  le  tembló  la  barba... 

Esto  va  malo,  y  cansado 
El  portador,  ya  me  aguarda, 
Cuando  por  despachar  presto 
Escribo  en  verso  la  carta. 

Si  son  versos  lo  verás; 
Ellos  como  vienen  saltan, 
Para  que,  pues  son  mis  gozos, 
En  esos  Ciempozos  (6)  caigan. 

Mi  rendimiento  á  los  pies 
De  mi  señora  tocaya; 
Si  le  ofende  la  llaneza. 
El  asonante  lo  causa. 

Yo  bien  sé  que  eres  su  Cayo, 
Su  señoría  tu  Cava, 
Que  se  alfonsea,  y  que  tú, 
Si  no  te  cmpepas,  te  empapas. 

A  nuestro  Marqués,  que  quedo 
Suyo  como  antes  estaba: 
Tu  capellán,  José  Antonio 
Porcél,  desde  esta  tu  casa. 


(.")  Alude  sin  duda  á  la  Marquesa  de  Sar- 
ria y  á  la  Duquesa  viuda  de  Arcos,  cultiva- 
doras ambas  de  las  letras 

1 1)  Don  lilas  Antonio  Nasarre.  Alude  á  la 
l'ábulii  (Id  Genil,  que  leyó  ^■asarre  en  la  Aca- 
demia del  Buen  Gusto, "dándola  por  suya. 

líi)  Don  José  Villarroel ,  presbítero,  poeta 
festivo,  muy  admirado  entonces. 

(6)  Equivoco  sobre  Cicmpomelos. 
\íiolas  del  Colector.) 


PIN  DE  LAS  rOESTAS  DE  DON  JOSÉ  ANTOMO  POECÉL, 


FRAY  DIEGO  GONZÁLEZ. 


NOTICIAS  BIOGRÁFICAS  Y  JUICIOS  CRÍTICOS. 


I. 

DEL  PADRE  FRAY  JUAN  FERNANDEZ  (1). 

El  maestro  fray  Diego  Tadeo  González  tuvo  por  patria  á  Ciudad-Rodrigo,  y  por  padres  á  don 
Diego  Antonio  González  y  á  doña  Tomasa  de  Ávila  García  y  Várela ,  no  menos  recomendables 
por  lo  ilustre  de  su  linaje  que  por  sus  virtudes  morales,  cristianas  y  civiles.  Con  el  uso  de  la  ra- 
zón se  descubrió  en  él  la  afición  á  la  poesía ;  la  sublime  armonía  de  esta  ciencia  divina  era  tan 
conforme  con  su  alma,  que  bastaba  que  un  escrito  lo  fuese  en  verso  para  atraerle  á  su  lec- 
ción. Por  esta  causa  leyó  en  los  años  primeros  de  su  vida  todo  lo  mejor  que  en  poesía  tiene  la  len- 
gua española,  proporcionándole  libros  su  mismo  padre,  quien,  sin  ser  poeta,  conocía  y  estimaba 
todos  los  primores  del  arte.  Era  dificultoso  que  quien  congeniaba  tanto  con  los  poetas,  tuviese  un 
corazón  liosco  y  desamorado,  y  así  sintió  González  las  heridas  de  amor  casi  al  mismo  tiempo  que 
los  encantos  de  los  versos.  Esta  dulcísima  pasión,  que  ha  sido,  por  lo  común,  el  primer  en- 
sayo de  los  poetas,  lo  fué  también  del  nuestro,  aunque  sus  versos  no  han  llegado  á  nuestros dias. 
Se  deja  concebir  que  serian  tan  mal  formados  como  oportunos  para  su  intento,  y  así  lo  signiiica 
él  mismo  en  la  carta  á  Jovino,  cuando  dice  que,  sin  deber  á  Apolo  numen  ni  inflamación,  cantó 
amoroso. 

Siendo  de  diez  y  ocho  años  (2)  tomó  el  hábito  de  san  Agustín,  y  profesó  en  el  convento  de  San 
Felipe  el  Real  de  Madrid ,  día  23  de  Octubre  de  1751.  Hizo  sus  estudios  en  Madrid  y  en  Salaman- 
ca, con  aplicación  y  aprovechamiento;  pero  sus  mismos  condiscípulos  observaban  en  él  un 
genio  particularísimo  para  la  poesía,  y  una  aplicación  singular  á  todos  los  libros  que  trataban  de 
ella.  Horacio  y  fray  Luis  de  León  fueron  sus  autores  favoritos;  de  uno  y  otro  sabía  Lis  odas  casi  de 
memoria ,  y  al  último  le  estudió  con  tanto  gusto  y  esmero,  que  se  le  pegó  el  estilo,  hasta  el  extre- 
mo de  imitarle  con  la  mayor  perfección.  Una  prueba  de  esta  verdad  son  las  adiciones  ó  suplemen- 
tos que  hizo  déla  traducción  de  los  capítulos  de  Job,  que  estaban  incompletos,  y  se  notan  en  la 
impresión  de  la  Exposición  de  Job,  con  letra  bastardilla;  particularidad  capaz  sola  de  hacer  ad- 
vertir cuál  es  obra  de  fray  Luis,  y  cuál  de  fray  Diego  González,  como  lo  confiesan  los  inteli- 
gentes. 

Siguió  la  carrera  escolástica  con  honor,  no  obstante  que  su  genio  moderado  y  pacífico  aborre- 
cía aquel  ergotismo  encarnizado  que  ílorecia  en  su  tiempo,  tanto  como  amaba  los  libros  que  con 
método  y  claridad  trataban  las  materias  teológicas.  Tanto  en  la  cátedra  como  en  el  pulpito  era 
oído  con  gusto,  y  muchas  veces  con  admiración.  En  Salamanca  })redicó  un  sermón  del  Santísi- 
mo Sacramento  con  tal  unción  y  elocuencia,  que,  arrebatado  el  inmortal  Ratilo,  uno  de  los  oyen- 
tes ,  de  su  entusiasmo,  escribió  aquella  oda  que  comienza  :  Tal  de  la  boca  de  oro,  etc. ;  una  de  las 
mejores  de  este  grande  ingenio,  que  á  un  mismo  tiempo  hace  honor  al  orador  y  al  poeta  (o). 

(d)  Era  grande  amigo  y  admirador  de  Jovellanos.  (2)  Había  nacido  en  1733.  (Nota  del  Colector.) 

Cultivó  la  poesía  con  el  nombre  de  Liseno.  Fnw  Dikgo  (3)  De  este  elocuente  sermón ,  que  llenó  de  fervoro- 

GoNZALEz  le  profesaba  entrañable  cariño.  En  una  carta  so  entusiasmo  á  sus  oyentes  y  causó  gran  sensación  en 

le  llama  consudo  de  mis  trabajos  y  alivio  de  mis  ti-is-  Salamanca,  dio  noticia  fray  Diego  González  á  Juvella- 

tezas.  {Nota  del  Colector.)  nos  en  estos  llanos  y  modestos  términos,  que  ponen  da 

I,  Ps. -XVIII.  13 


^;,q  FEAT  DTEGO  GONZÁLEZ. 

Luego  que  completó  los  años  de  lección  que  prescribe  la  religión ,  procuró  ésta  no  tener  ocioso 
un  sujeto  en  quien  se  reunían  las  prendas  más  singulares  para  el  gobierno.  Era  de  un  genio  su- 
mamente pacítlco  y  suave  ;  amaba  tiernamente  á  sus  semejantes,  y  con  extremo  á  aquellos  á  quie- 
nes se  unía  con  los  vínculos  de  la  amistad.  El  conocimiento  de  la  fragilidad  liumana,  y  el  ejerci- 
cio de  una  caridad  verdadera,  le  hacían  mirar  las  faltas  de  sus  hermanos  con  tanta  compasión, 
que  jamas  hubo  delito  que  no  encontrase  para  con  él  ó  disimulo  ó  misericordia.  Exactísimo  en  el 
(•uiiq)limiento  de  sus  obligaciones,  reprendía  con  el  ejemplo  más  que  con  las  palabras;  siempre 
jiumano  para  con  los  frágiles,  cariñoso  con  los  observadores  déla  ley,  y.  prudente,  afable  y  justo 
con  todos.  Con  tan  bellas  cualidades  desempeñó  á  satisfoccion  de  los  superiores  los  cargos  de  se- 
cretario de  la  Visita  General  de  la  provincia  de  Andalucía,  el  de  jn-ior  de  los  conventos  de  Sala- 
manca, Pamplona  y  Madrid  ,  el  de  secretario  de  la  provincia  de  Castilla,  y  de  rector  del  colegio 
de  Doña  María  de  Aragón. 

En  medio  de  la  severidad  de  las  prelacias,  no  pudo  jamas  olvidar  las  musas,  ni  hacerse  desen- 
tendido de  la  bondad  y  dulzura  de  su  corazón,  que  le  inclinaban  á  ellas.  En  su  regazo  encontraba 
la  trauíjuilidad  y  consuelo  que  tal  vez  le  quital)an  sus  empleos ;  y  así ,  donde  quiera  que  se  halla- 
ba, siempre  hizo  versos,  que  es  decir,  siempre  se  procuro  un  inocente  descanso.  Ka  hermo- 
sura y  la  virtud  no  pueden  menos  de  hacer  sensación  en  los  pechos  más  castos,  ni  de  hacerse  amar 
de  los  moralistas  más  severos.  Su  fuerza  es  irresislíLle ,  y  cuando  á  sus  naturales  encantos  se 
allega  la  acalorada  imaginación  y  entusiasmo  de  un  poeta,  presentan  aspectos  tan  dulces  y  risue- 
ños, que  no  hay  profesión,  no  hay  institutos  que  puedan  prevalecer  contra  su  influencia.  Toda 
la  fdosofía  de  Epicteto,  todos  los  esfuerzos  de  la  tristeza  y  el  rigor  se  desvanecen  y  quedan  inertes 
en  presencia  de  un  colorido  virginal  y  de  unos  ojos  brillantes,  significativos  y  modestos. 

El  MAESTRO  Go.vzALEz  uo  cra  de  aquellos  espíritus  melancólicos  y  sombríos  que  desconocen  lo 
amable  de  la  virtud  y  lo  maravilloso  de  las  obras  del  Criador,  porque  se  halle  empleado  en  el  sexo 
femenil.  Amó  cuanto  conoció  que  era  amable,  porque  era  bueno,  y  procuró  celebrar  con  sus  ver- 
sos los  dones  celestiales  que  admiró  en  alguna  que  otra  belleza ,  pero  en  unos  versos  tan  puros  y 
castos  como  su  alma.  Dos  señoras  principalmente  se  advierten  en  sus  poesías:  una  llamada  con 
uomltre  poético  Melisa ,  y  otra  nombrada  Mirta;  aunque  es  preciso  confesar  que  esta  última  es  la 
más  celebrada,  por  causa  de  la  famosa  Sátira  contra  el  Murciélago,  tantas  veces  impresa.  Entre 
las  dos,  se  puede  decir  que  partieron  el  estro  de  Delío,  y  que  sus  nombres  y  sus  gracias  alternaron 
al  son  de  su  dorada  lira.  Ambas  viven  actualmente,  una  en  Cádiz  y  otra  en  Sevilla,  y  por  esta 
causa  no  me  atrevo  á  publicar  sus  nombres.  Sentiría  ofender  su  modestia ,  y  no  sé  si  la  sombra 
del  dulcísimo  Delio  se  resentiría  de  que  profanaba  la  amistad,  haciendo  palentes  los  objetos  de  su 
amor  (1). 

manifiesto  el  conflicto  de  un  alma  Inimilde  y  timorata  nestoy  capaz  para  comenzar  siquiera  una  obra  de  tanta 

ante  arduos  deberes  y  graves  empeños:  «dificultad  para  mí,  y  que  pide  infinito  más  sosiego 

«Me  he  hallado  en  el  mayor  apuro  para  disponer  un  «que  el  que  yo  puedo  esperar...  y  que  sí  hubiera 

» sermón,  que  es  aquí  de  mucho  empeño,  y  lo  ha  sido  «conocido  que  la  intención  do  usted,  cuando  me  en- 

«mucho  más  para  mí ,  por  haber  pasado  algunos  años  »  vio  el  plan  ,  era  que  desde  luego  había  de  comenzar 

» sin  predicar,  y  haber,  de  consiguiente,  perdido  el  nú-  «á  formalizarlo,  me  hubiera  excusado  con  el  mejor 

wnieu  de  hacer  sermones,  que  en  otros  tiempos  eran  «modo,  y  en  ninguna  manara  me  encargara  de  lo  que 

»todami  delicia...  Ayer,  dia  \0,  le  echó  de  mí,  y  aun  «no  podia  yo  desempeñar.»  (Carta  autógrafa  del  maes- 

»no  me  he  salisfecho  de  respirar  de  la  opresión  en  que  tro  González  á  Jovellanos,  de  20  de  Junio  de  1778. — 

»me  puso  la  dificultad  que  hallé  en  su  composición.  Colección  del  Marqués  de  Pidal.)  {Nota  del  Colector.) 
«Creo  que  el  oficio  de  prior,  después  de  haberme  ro-  (1)  Este  amor  fué  siempre  de  la  naturaleza  más  ideal 

Mbado  mi  natural  dulzura,  lia  enervado  todo  el  vigor  y  casta  que  imaginarse  puede.  Así  lo  declaraba  síem- 

»de  mi  espíritu,  y  es  capaz  de  privarme  del  uso  de  la  pre  fray  Diego  González.  Véase,  por  ejemplo,  lo  que 

)) razón.  Enteramente  me  desconozco,  y  me  admiro  de  escribía  á  Jovellanos  con  motivo  de  una  broma  dada  al 

»  mí  mismo.  Me  hallo  tan  desmemoriado,  que  se  me  ol-  prior  de  Sevilla ,  fray  Miguel  de  Miras,  acerca  de  su  en- 

»vidan  los  nombres  de  las  cosas  más  comunes;  cosa  lusiasmo  por  la  candida  Trudina: 
))que  á  veces  me  da  risa,  y  á  veces  me  causa  el  mayor  «No  he  conceptuado  yo  la  inclinación  de  nuestro 

3) cuidado.  ¡  Ay ,  dulcísimo  amigo  mió!  ¿Qué  podré  de-  nMireo  á  Trudina  de  otro  modo  que  como  usted  me  la 

3)cir  á  usted  acerca  de  Las  cuatro  Edades?  Puedo  ase-  »  expresa,  ni  siento  de  otro  modo  en  la  materia ,  ni  qui- 

wguraile  con  toda  verdad  que  mientras  no  salga  de  «siera  que  otro  conceptuara  de  oira  manera  la  inclina- 

»csfe  quisquilloso  oficio  y  tristísimas  circunstanci:'s,  no  «cion  de  De^io  á  la  honestísima  Mirta,  á  quien,  más 


NOTICIAS  BIOGRÁFICAS  Y  JUICIOS  CRÍTICOS.  179 

En  los  úttimos  períodos  de  su  vida  pensó  González  que  debia  emplear  sus  versos  en  asuntos  más 
serios  y  más  propios  de  su  sabiduría  y  de  sus  años.  Fomentó  este  pensamiento  una  preciosa  carta, 
en  verso,  que  dirigió  don  Gaspar  Melchor  de  Jovellanos,  desde  Sevilla,  á  Dclio  (el  maestro  Gonzá- 
lez), Butilo  y  Liseno,  residentes  entonces  en  Salamanca  (1),  en  que  les  persuade  á  renunciar  al 
amor,  y  á  que  empleen  sus  versos  en  objetos  grandes,  que  traigan  provecho  á  la  patria  é  imnorta- 
licen  sus  nombres.  El  público  ha  sido  ya  testigo  del  efecto  que  causó  esta  carta  en  Batiio  (Melen- 
dez  Valdés),  y  lo  viera  completamente  en  Delio,  si  una  tristeza  mortal ,  nacida  de  sus  conti- 
nuos achaques,  le  hubiera  dado  Jugará  que  continuase  y  diese  fin  al  poema  de  Las  Edades ,  que 
dejó  solamente  comenzado.  Sin  embargo,  el  libro  primero  y  la  égloga  intitulada  Llanto  de  Delio 
y  profecía  de  Manzanares,  i)ruelxm  bien  que  tenia  fondo,  y  esto  para  más  que  asuntos  amorosos. 
Concurrió  á  hacer  estéril  su  deliciosa  pluma  una  extraordinaria  desconlianza  que  tenía  de  sí 
mismo  (2).  Jamas  hubo  hombre  que  se  juzgase  apto  para  menos  ,  ni  tuviese  más  baja  estimación 
de  los  partos  de  su  entendimiento  (5) ;  y  esto  era  tanto  más  admirable,  cuanto  veia  frecuente- 
mente aplaudidas  sus  obras  de  personas  inteligentes  é  incapaces  de  tributar  lisonjas.  Por  este 
mismo  principio  era  muy  taciturno  en  las  concurrencias;  temía  hablar  delante  de  literatos,  por- 
que no  se  tenía  en  este  concepto.  Alguna  vez ,  estimulado  de  los  amigos ,  hablaba  y  decía  su  pa- 
recer, y  entonces  veíamos  y  admirábamos  todos  sus  conocimientos,  sus  luces  y  su  modestia.  Con 
un  semblante  triste ,  meditabundo  y  macilento  (4) ,  poseía  una  sal  ática  para  sazonar  sus  con- 
versaciones familiares,  que  ponía  admiración.  O  no  había  de  tener  una  cosa  ridiculo,  ó  se  lo  ha- 
bía de  encontrar  el  ¡maestro  González  ;  y  como  poseía  el  conocimiento  de  la  lengua  y  todas  las 
gracias  de  la  expresión  ,  hacia  amable  y  divertido  su  trato,  y  al  mismo  tiempo  instructivo ;  pues 
bien  sabida  es  la  sentencia  de  Cervantes,  que  el  hacer  reír  no  es  sino  de  grandes  ingenios. 

Sus  poesías  manifiestan ,  mejor  que  cuanto  puede  decirse ,  el  carácter  del  maestro  González. 
En  ellas  se  echa  de  ver  un  geni')  dulcísimo,  una  alma  penetrada  del  amor,  un  talento  claro  y  des- 
pejado, una  inclinación  decidida  á  lo  mejor,  un  tino  particular  para  elegir  lo  más  bello,  y  últi- 
mamente, un  lenguaje  tan  puro  y  castizo,  y  una  versificación  tan  dulce  y  armoniosa,  que,  sin 
disputa,  lleva  en  esto  último  ventaja  al  grande  fray  Luís  de  León.  Sin  embargo  de  tan  altas  cua- 
lidades, vivió  casi  desconocido,  porque  aborrecía  la  ambición,  y  todos  los  medios  infames  deque 
se  vale  para  elevar  á  los  sujetos.  Era  franco,  sencillo,  ingenioso,  sin  aquella  ostentación  ni  fausto 
que  suelen  aparentar  algunos  para  venderse  por  sabios ;  y  con  la  mayor  frecuencia  le  oí  confesar 
sobre  varias  materias,  sin  rubor  alguno,  su  ignorancia.  Yo  no  he  leido  ese  libro  ;  No  entiendo  esa 


Mquela  hermosura,  le  aficionó  la  natural  modestia  de  «cilmcnte  conseguirán  de  mí  el  que  no  la  vuelva  á 

))su  semblante  y  cierta  confrontación  de  las  dos  al-  «mostrar,  ni  ella  me  sirva  de  impedimento  para  em- 

))mas.  No  era  capaz  Mireo,  á  quien  tengo  por  de  vé-  «prender  lo  que  se  ofreciere;  mas  creo  que  no  alcan- 

wras  virtuoso,  de  otra  inclinación  menos  pura.»  (Carta  «zarán  á  desterrarla  de  mi  espíritu.  Y  á  la  verdad,  des- 

autógrafa  de  fray  Diego  González.  —  Colección  del  » pues  de  haber  enviado  aquella  carta,  sentí  mucho  el 

Marqués  de  Pidal.)  {Xota  del  Colector.)  «haber  ponderado  tanto  mi  desconfianza  y  deprimido 

(1)  Puede  verse  esta  caria  en  las  Obras  de  Jovclla-  «mis  talentos,  por  el  temor  de  que  pudiese  parecer 
nos,  tomo  xlvi  de  la  Biblioteca,  pág.  37.  (hlcm.)  «todo  esto  artificio  del  amor  propio;  que  así  como  el 

(2)  En  la  presente  colección  hemos  incluido  algu-  » astuto  médico  suole  ponderar  mucho  la  gravedad  do 
nos  versos  inéditos  del  maestro  González.  «la  dolencia  pnra  acreditar  más  la  curación,  así  los 

No  hemos  querido  dar  á  la  estampa  una  Cantilena  á  «hombres  suelen  confesar  con  demasiada  humildad  su 

Mirla  y  una  Sátira  á  «na  vieja,  que  hemos  encontrado  « insuficiencia,  para  que  después  se  estimen  en  algo  sus 

entre  los  papeles  de  Jovellanos,  por  paiecornosamiías  «obras  como  superiores  á  la  esperanza.»  (Colección 

composiciones  indignas,  por  varios  motivos ,  de  aquel  del  Marqués  de  Pidal.) 

simpático  poeta.  {Ídem.  En  realidad  era  hombre  instruido,  y  Jovellanos  le  lla- 

(3)  En  una  carta  al  padre  Miras  decía  estas  modestas  ma  el  sabio  Delio.  {Nota  del  Colector.) 

palabras:  W  Tuvo  algunos  siiLsabores  de  familia.  Refiere  uno 

«Yo  he  compuesto  muy  pocas  cosas  con  juicio,  y  en  de  ellos  á  Jovellanos  en  una  larga  carta,  escrita  en  la 

»todas  ellas  se  echa  bien  de  ver  mi  falta  de  instruc-  Coruña,  el  2ü  de  Agosto  de  1779.  Le  apesadumbraba  de 

»cíon.»  tal  manera,  que  dice  en  su  carta: 

En  otra  carta,  dirigida  á  Jovellanos  el  19  de  Octubre  «Muy  tristes  imaginaciones  agravan  .sobremanera 

de  1776,  le  dice  así :  «mis  comunes  pesares  y  la  infelicidad  que  llevo  deníro 

(( La  desconfianza  en  todas  mis  obras  mo  es  tan  con-  »de  mí  mismo  adonde  quiera  que  camino.  »  {ídem.) 

«genial,  que  las  razones  con  que  usía  rae  arguye,  fá- 


180  FRAY  DIEGO  GÓNZALE2. 

materia;  Me  faltan  principios  para  juzgar  de  tal  ó  tal  cosa:  tales  eran  sus  expresiones  cuando  se 
le  quería  precisar  á  decir  su  parecer  sobre  algún  asunto  que  no  penetraba  bien. 

Vivió  siempre  conio  quien  tenía  que  morir;  pero  cuando  se  convenció  de  que  su  muerte  estaba 
cercana ,  avivó  su  espíritu,  y  procuró  volver  toda  su  atención  á  Dios  y  á  la  eternidad.  Entonces  le 
entró  algún  escrúpulo  por  causa  de  sus  poosias,  y  habiéndolas  juntado  con  varias  cartas  y  pape- 
les inútiles,  me  encargó  que  lo  quemara  todo  junto,  sin  advertirme  nada.  Yo  sospeché  el  engaño 
que  quería  hacerme,  del  demasiado  cuidado  que  ponia  en  ocultarlo;  y  como  su  suma  debilidad 
no  le  liabia  permitido  barajar  bien  ios  papeles,  antes  de  aplicar  la  llama  conocí  que  estaban  allí 
sus  poesías.  Apartólas  con  cuidado,  y  libré  de  un  eterno  olvido  los  felices  partos  de  este  ingenio 
español;  pero  él  quedó  muy  satisfecho  de  que  con  su  muerte  perecían  también  todos  sus  versos. 
Esto  fué  cuatro  días  antes  de  morir,  y  desde  entonces  me  clavaba  con  mucha  frecuencia  la  vista, 
y  me  decia  :  Esto  es  morir.  En  este  momcnlo  no  lemo  d  la  miierle:  sólo  temo  mi  vida  pasada;  pero 
Jesucristo  murió  por  mí.  Agravósele  el  mal,  recibió  los  santos  sacramentos,  y  descansó  en  el  Se- 
ñor, día  40  de  Septiembre  de  l'üi,  con  la  mayor  tranquilidad,  dejando  á  sus  amigos  llenos  de 
dolor,  y  á  todos  grandes  ejemplos  de  conformidad,  fervor  y  magnanimidad  cristiana. 

No  quiero  hacer  análisis  de  sus  poesías,  ni  referir  ciertas  particularidades,  que  serian  tan  esti- 
madas dentro  de  dos  siglos  como  importunas  al  presente.  Una  amistad  de  las  más  verdaderas  me 
hacia  testigo  de  todos  sus  secretos,  y  esto  ¡mismo  le  unía  tan  estrechamente  conmigo,  que  nada 
hizo  ó  pensó  en  que  yo  no  tuviese  parte.  Llegó  esto  hasta  el  extremo  de  usar  de  mis  versos  como 
sí  fuesen  suyos ,  dándolos  por  tales  á  personas  que  se  los  pedían.  Los  que  saben  cuánto  incomoda 
un  hijo  espúreo  del  entendimiento ,  conocerán  á  fondo  en  esta  sola  acción  la  fineza  del  maestro 
González  para  con  sus  amigos.  El  público  ilustrado  no  retractará  el  juicio  que  tiene ,  ya  hace 
tiempo,  formado  de  este  grande  hombre;  antes  bien  creo  que  ahora,  que  se  le  presentan  todas  sus 
poesías  purificadas  y  netas,  las  estimará  como  es  justo,  y  las  colocará  entre  las  de  nuestros  escla- 
recidos poetas  ,  al  lado  de  las  de  Garcilaso,  de  fray  Luís  de  León  y  de  Herrera. 

El  MAESTRO  González  tenia  sus  poesías  sin  orden  alguno.  Yo  las  he  dado  alguna  coordinación, 
clasificando  las  piezas  según  su  especie.  Varias  composiciones  se  me  han  remitido  á  la  muerte  del 
MAESTRO  González.  Ellas  prueban  que  tenia  amigos,  y  que  no  eran  de  aquellos  á  quienes  las  mu- 
sas miran  con  ceño.  ¡  Ojalá  que  cualquiera  de  ellos  se  hubiera  tomado  el  trabajo  de  escribir  estas 
memorias  del  maestro  González  !  Mi  amistad  lo  hubiera  agradecido,  ellos  quedarían  más  satisfe- 
chos, el  público  mejor  servido,  y  el  maestro  González  dignamente  elogiado.  ¡  Jovino!  (Jovellanos); 
¡ah  elocuentísimo  Jovino!  hé  aquí  el  Lysíppo  que  debería  sólo  formar  la  estatua  de  Alejandro; 
pero  conténtate,  amado  lector,  con  las  desaliñadas  cláusulas  que  ha  dictado  la  verdad ,  y  ha  in- 
terrumpido muchas  veces  un  dolor  eterno ,  que  durará  tanto  en  mi  alma  y  en  mis  ojos  como  la 
imagen  del  maestro  González  en  mi  corazón. 

[Salamanca,  1795.) 


II. 
DE  M.  G.  TICKNOR. 

(Historia  de  la  Literatura  española.) 

«El  MAESTRO  GoNZAi^Ez,  como  pocta ,  se  adhirió  más  que  Melendez  ala  antigua  escuela  caste- 
llana ,  aunque  eligiendo  uno  de  sus  mejores  modelos ,  pues  imitó  á  fray  Luís  do  L'^on  con  tan  fe- 
liz éxito,  que  al  leer  sus  odas  y  algunas  de  sus  versiones  de  los  salmos ,  nos  parece  oír  aún  la  so- 
lemne entonación  de  su  gran  maestro.  Sus  poesías  más  populares,  sin  embargo,  pertenecen  al 
género  festivo,  tales  como  El  Murciélago  alevoso,  que  se  reimprimió  muchas  veces;  sus  ver- 
sos A  la  quemadura  de  un  dedo  de  Filis,  y  otros  juguetes  semejantes,  en  que  se  mostró  dueño  ab- 
soluto (le  cuantos  giros  felices  y  gracias  de  estilo  encierra  el  antiguo  lenguaje  poético  de  Castilla. 
Un  poema  didáctico  sobre  Las  cuatro  edades  del  hombre ,  que  comenzó ,  dedicándolo  á  Jovellanos, 
quedó  sin  concluir.  Sus  poesías ,  que  circularon  con  profusión  durante  su  vida,  parece  haber  sido 
para  él  de  muy  poca  importancia.  » 


ÉGLOGAS. 


181 


POESÍAS. 


LLANTO  DE  DELIO 

Y   PROFECÍA   DE   MANZANARES. 


ÉGLOGA 

escrita  con  motivo  de  la  temprana  muerte  del  señor  infante  don 
Carlos  Eusebio,  y  del  felicísimo  fecundo  parto  de  la  serenísima 
señora  Princesa  de  Asturias. 

DELIO,  MANZANARES,  POETA. 

POETA. 

El  sol  hacia  su  ocaso  declinaba 
y  entre  nubes  oscuras  se  esconclia 
Por  no  ver  los  desórdenes  del  suelo; 
En  calma  el  viento  estaba, 
y  el  canto  de  las  aves  no  se  oia, 
A  la  vista  negado  el  claro  cielo; 
Todo  aumentaba  el  duelo 
De  Delio  malhadado, 
Que,  mientras  su  ganado 
Pastaba  junto  al  tardo  Manzanares, 
Lloraba  sin  alivio  sus  pesares. 

Alzando  al  cielo  el  rostro  lagrimoso 
(¡Ah!  ¡cuáut-  demudado  de  como  era 
Cuando  los  duros  hados  permitían!), 
Lanzó  un  ¡ay!  lastimoso, 
Que  del  eterno  asiento  conmoviera 
Los  montes,  que  dolerse  parecían; 
Mas  no  correspondían, 
Como  otras  veces ;  que  ora 
La  ninfa  habitadora 
De  los  bosques  tapaba  las  orejas. 
Cansada  ya  de  repetir  sus  quejas. 

Tomó  la  lira ,  que  á  su  lado  estaba ; 
La  lira,  don  de  Apolo,  que  victorias, 
Amores  y  del  campo  la  verdiua 
Algún  dia  entonaba 
(¡Oh  tristes,  molestísimas  memorias); 
Mas  ora,  ya  trocada  su  dulzura 
En  amarga  ternura, 
La  arrima  al  pecho  blando, 

Y  sus  cuerdas  sonando. 

En  triste  son  y  lúgubre  armonía, 
Hablando  con  el  rio,  así  decia  : 

DELIO. 

Rehuye,  oh  Manzanares,  presuroso 
Del  suelo  que  hasta  aquí  te  fuera  amigo, 

Y  retira  del  Tajo  tu  carrera; 

Del  Tajo,  que  después  de  ser  testigo 

Inhumano  del  caso  doloroso, 

Que  el  horror  esparció  por  su  ribera , 

La  nueva  lastimera 

Va  cruel  publicando 

Por  donde  va  pasando, 

Desde  el  extremo  ardiente  á  Lusitania, 

Diciendo  en  su  corriente  : 

«ya  de  Hesperia  la  luz  resplandeciente 

Faltó  en  la  Carpetania.» 

¡Oh  triste  hora!  ¡Oh  tenebroso  dia. 
En  que  del  centro  de  la  deliciosa 
Selva,  do  están  los  lares  más  sagrados, 
Salió  la  voz  doliente  y  lastimosa  : 
«Murió  Carlos,  murió  nuestra  alegría.» 
Temblaron,  al  oiría,  los  collados; 
Pastores  y  ganados 
Lloraron  de  consuno. 
¡Oh  fracaso  importuno! 
I  Oh  tierna  flor!  ¡Oh  tela  delicada, 


Cuyo  precioso  hilo, 

Torciilü  apenas,  con  agudo  filo 

Cortó  la  Parca  airada ! 

¡Oh  muerte  injusta!  ¿cómo  nos  robaste 
De  un  g(il])e  solo  toda  la  hermosura 
y  esperanza  de  nuestra  amada  gente? 
La  tierna  edad  ¿no  te  inspiró  ternura? 
¿ Pudiste  ver  sus  ojos?  ¿No  cegaste 
Al  ver  la  majestad,  que  ya  en  su  frente 
Rayaba  claramente? 
¿  O  acaso  el  nomlu-e  augusto 
Te  causó  tanto  susto. 
Que  el  mismo  miedo  te  infundió  osadía 
Para  tan  fiera  hazaña. 
Pensando  que  lograrla  tu  guadaña 
No  pudiera  otro  cüa  ? 

¿  Posible  es  que  en  tu  daño,  niño  hermoso. 
Reservase  Esculapio  los  secretos 
Que  le  alcanzaron  nombre  y  ser  divino? 
¿Acaso  sus  durísimos  decretos 
No  los  obedeciste  religioso  1 
¿Por  tu  carne  (¡ay!)  no  abrió  el  hierro  malino 
Doloroso  camino? 
¿Rehusaste,  por  ventura. 
Probar  el  amargura 
De  la  roja  corteza  peruana? 

Y  tras  esto,  ¿  el  dios  crudo 
Tuvo  tanta  dureza ,  que  ver  pudo 
Finar  tu  luz  temprana? 

¿  Ni  bastó  á  detenerte ,  alma  preciosa. 
Peí  delicado  cuerpo  la  hermosura, 
A  tu  ser  celestial  correspondiente? 
¿Ni  de  tu  dulce  madre  la  amargura? 
¿Ni  del  padre  y  abuelo  la  forzosa 
Pena?  ¿  Ni  el  ver  la  plebe  condoliente. 
Que  religiosamente 
En  uno  congregada. 
Por  tu  salud  amada 
Votos  mil ,  con  fervor  y  llanto,  hacia 
Al  cielo  ?  ¿  Ni  el  temprano 

Y  rico  sacrificio,  por  mi  mano 
Alzado  cada  dia? 

Volaste  al  cielo,  en  íin ;  dejaste  al  suelo, 
Miedo  en  el  corazón,  llanto  en  los  ojos, 
De  tu  ausencia  eternal  dignos  legados. 
La  tierra  fria  cubre  tus  despojos. 
Trocóse  la  alegría  en  triste  duelo. 
La  madre,  digna  de  mejores  hados, 
Por  campos  y  collados 
Corre  sin  ornamento, 
Llenando  de  lamento 
La  horrible  soledad,  y  tiernas  quejas. 

Y  yo,  de  los  pastores 

Escándalo,  por  darme  á  mis  dolores, 
Olvido  mis  ovejas. 

En  la  más  retirada,  más  sombría 
Mansión  de  esa  enlazada  selva  umbrosa, 
Do  nunca  penetrara  el  rayo  ardiente 
(Que  sin  tí  hasta  la  luz  me  fué  enojosa, 

Y  aborreciera  toda  compañía), 
Allí  me  escondo  y  lloro  largamente. 
No  hay  quien  atentamente. 
Mirando  tal  tristura. 

No  la  juzgue  locura  ; 

Mas  yo,  en  vez  de  negarlo,  lo  confieso, 

Pues  forzoso  imagino 

Que  quien  te  pierde  á  tí,  Carlos  divino, 

Pierda  también  el  seso. 

Si  alguna  vez  al  cuerpo  fatigado 
Regala  con  su  bálsamo  Morfeo, 
Entredicho  poniendo  á  mis  querellas, 
Al  piuito  me  parece  que  te  veo 


183 


FEAY  DIEGO  GONZÁLEZ. 


Con  tus  tiernas  hermanas  por  el  prado 
Andar  cogiendo  de  sus  flores  bellas. 
Adornando  con  ellas 
Tu  dorado  cabello, 

Y  que  al  verte  tan  bello, 
Abrazos  mil  te  da  la  dulce  Luisa, 
Te  besa  el  padre  amable , 
Mirándolo  el  abuelo  venerable 
Con  apacible  risa. 

Mas  luego,  vuelto  en  sí  del  dulce  engaño 
El  ánimo  mezquino,  cual  torrente 
Con  grave  impedimento  det'uido. 
Que  crece,  rompe,  y  vuelve  fuertemente 
De  las  quietas  azudas  li  tamaño 
Sobre  los  secos  ejes  con  gemido, 
Poniendo  en  útil  ruido 
La  aceña,  que  yaciera 
Dormida  en  su  ribera , 
Asi  el  dolor  insano  toma  aumento 
De  la  quietud  pasada, 

Y  cuanto  aflige  al  alma  descuidada 
Le  pone  en  movimiento. 

Mil  metli-osos  portentos,  no  creídos 
Entonces,  tanto  mal  nos  anunciaron; 
Mis  ovejas  miraban  tristemente 
Adó  el  sol  mucre  ¡súbito  espiraron 
Dos  corderos  á  Carlos  ofrecidos ; 
La  guerra  ¡ay,  Dios  !  la  flor  de  nuestra  gente 
Devoraba  inclemente , 

Y  Marte,  ardiendo  en  ira, 
Holló  y  rompió  la  lira 

De  Dalmiro,  ¡oh  dolor!  la  digna  sólo 
De  celebrar  la  gloria 
De  Carlos,  extendiendo  su  memoria 
Del  uno  al  otro  polo. 

¡Oh  Tajo!  huye,  y  luengos  giros  dando. 
Evita  el  cruel  recinto,  y  su  verdura 
Trueca  en  árido  yermo  y  pavoroso  ; 
Crezca,  en  vez  de  la  flor,  la  espina  dura, 
Ni  vierta  allí  la  aurora  el  llanto  blando, 

Y  do  amores  cantaba  el  delicioso 
Ruiseñor,  el  medroso 

Buho  mil  quejas  cante, 

Para  que  el  caminante 

Diga,  al  ver  tal  mudanza  :  «¿Dó  se  ha  ido 

El  verdor  de  este  suelo  ? » 

Y  le  digan  :  «  Castigo  fué  del  cielo, 
Por  lo  que  ha  consentido.» 

Desde  que  al  mundo  el  sol  su  rayo  encubre, 
Comienzo  aquí  tendido  el  triste  llanto. 
Que  no  enfrena  la  noche  temerosa. 
Veo  volver  los  cielos  entre  tanto, 

Y  el  paso  circular  se  me  descubre, 
Señalado  por  Juno  recelosa 

A  Calixto  amorosa. 

Aquí  la  aurora  bella 

Me  encuentra  en  mi  querella, 

Aquí  me  halla,  al  comenzar  su  día, 

Apolo  refulgente. 

Todo  pasa  y  se  muda  ;  solamente 

Qufda  la  puna  mia. 

Y  tú,  prt  eioso  rio,  si  aprendiste 
A  ser  piadoso  de  los  regios  lares. 
Que  bañas  ledo,  atiende  á  mi  gemido, 

Y  apruebe  la  razón  de  mis  pesares 
El  coro  de  las  ninfas  que  te  asiste. 
Mas  ¡  ay !  que  en  tus  arenas  divertido. 
Me  niegas  el  oído. 

Ni  curas  de  mis  quejas, 

Y  sin  pena  te  alejas, 

Y  me  dejas  en  mísero  lamento  I 
Pues  lleva  en  tus  cristales, 
Para  dulce  testigo  de  mis  males, 
El  débil  instrumento. 

POETA. 

Aquí  dejó  el  pastor  su  triste  canto, 

Y  á  las  aguas  echó  la  dulce  lira, 

Sin  saber  la  virtud  que  en  sí  tuviera. 
Sintió  el  rio  el  encanto, 

Y  mientras  Dulio  el  nuevo  caso  admira, 
Pió  á  conmoverse  toda  la  ribera. 


I  Oh,  si  dado  me  fuera 

Ref'  rir  como  es  digno 

El  caso  peregrino! 

Dilo  tú,  sabia  Musa,  ó  dame  aliento 

Para  que  decir  pueda  este  portento. 

El  rio,  que  yacía  confundido 
Con  la  menuda  arena,  de  repente 
Se  incorporó  en  figura  sobrehumana, 

Y  apareció  vestido 

De  túnica  sutil  y  trasparente. 
Venerable  su  faz  y  soberana, 
La  liarba  luenga  v  cana 

Y  el  cabello  rizado, 
De  espadañas  cercado, 
]\rostral:)a  en  la  estatura  y  gentileza 

Que  era  propia  de  un  dios  tanta  grandeza. 

íSüljre  el  siniestro  codo  recostado. 
Tres  veces  sacudi(')  del  crespo  pelo 
Las  arenas,  que  lluvia  parecían 
De  plata  sobre  el  prado. 
Alzó  la  ¡poderosa  diestra  al  cielo , 
Los  coros  de  las  ninfas  atendían, 

Y  en  silencio  yacían 
Los  faunos,  que  al  ruido, 
Del  bosque  habian  salido. 

Y  el  Dios,  mirando  á  Delio,  que  estuviera 
Sorprendido,  le  habló  de  esta  manera  ; 

MANZANARES. 

¿  Por  qué  te  das  tormento, 
Pastor  desacordado, 

Y  llenas  de  clamores  mis  riberas? 
Cese  ya  tu  lamento, 

Y  á  son  más  elevado 

Templa  la  dulce  lira  placentera, 

Y  á  la  celeste  esfera 
Levanta  en  este  dia 
Las  santas  bendiciones 

Y  soberanos  dones 

Que  el  cielo  piadoso  nos  envia, 

Y  la  extraña  ventura 

Que  el  bien  de  nuestros  campos  asegura. 

Carlos ,  de  tí  llorado, 
Eterna  luz  habita, 
Sentado  entre  los  dioses  inmortales, 
De  rosas  coronado, 
Que  el  tiempo  no  marchita, 

Y  abundoso  de  bienes  celestiales , 
Con  manos  liberales 

A  nuesti'a  tierra  amada 

Ha  tanto  repartido. 

Que  parece  ha  subido 

A  robar  la  riquísima  morada 

Y  tesoros  del  cielo. 

Para  verterlos  sobre  nuestro  suelo. 

Oye  mi  profecía 
Con  oídos  atentos. 
Que  el  tiempo  venidero  hará  patente ; 
Guadarrama  y  Fonfría 
Sus  eternos  asientos 
Primero  trocarán,  que  levemente, 
En  lo  que  aquí  te  cuente, 
De  la  verdad  sincera 
Discuerden  mis  razones, 
Ni  se  frustren  los  dones 
Prometidos,  qxie  es  justo  te  refiera. 
Pues  la  razón  precisa 
Escucha  ya.  La  amable  y  dulce  Luisa... 

POETA. 

Apenas  el  augusto  nombre  oyeron 
Ninfas  y  faunos,  con  alegre  ruido 
Tantos  vivas  al  cijelo  levantaban. 
Que  al  dios  interrumpieron. 

Y  el  un  coro  del  otro  dividido, 

Los  faunos  dvilces  himnos  entonaban, 

Y  las  ninfas  hollaban, 
Con  gracia  y  compostura, 
D(;l  suelo  la  verdura. 

«Viva,  viva»,  los  unos  repetían ; 
Las  otras,  «Luisa,  Luisa»,  respondían. 
Duró  i)or  largo  rato  el  alegría 


ÉGLOGAS. 


183 


Y  festín  comenzado,  que  mirara 

El  numen  complacido ;  y  conociendo 
Que  nunca  acabaría 
Sí  á  los  coros  silencio  no  intimara, 
En  los  labios  proféticos  poniendo 
El  índice,  y  diciendo  : 
«Escuchad  lo  restante»; 
Encendiendo  el  semblante, 
y  el  gozoso  tumulto  sosegado, 
Siguió  el  dios  el  discurso  comenzado, 

MANZANARES. 

La  amable  y  dulce  Luisa, 
La  más  bella  pastora 
Que  vio  en  su  regía  orilla  el  Eridano, 

Y  hoy  nuestro  suelo  pisa, 
En  cuyo  rostro  mora 

El  coro  de  las  gracias,  y  lo  humano 
Junto  á  lo  soberano, 

Y  cuando  mis  orillas 
Pasea  airosamente, 
Por  verla  solamente 

Corren  todos  U)s  pueblos  en  cuadi-illas, 

Ni  cesan  de  alabarla. 

Ni  se  hartan  sus  ojos  de  miraxla; 

Aquella  nuera  amada 

Del  mayoral  más  bueno 

Que  nuestros  valles  rige  cuidadoso ; 

De  Venus  regalada, 

En  el  fecundo  seno 

(¡Tanto  nos  es  el  cielo  dadivoso!) 

Siente  el  peso  amoroso 

Del  duplicado  fruto. 

Que  hará  perpetuamente 

Dichosa  ntiestra  gente, 

Y  quitará  á  la  Hesperia  el  triste  luto, 
Entregando  al  olvido 

El  llanto  por  el  doble  bien  perdido. 

El  término  cumplido 
De  nuevas  fases  jiiiras. 
Por  Luisa  dejará  su  bosque  amado, 

Y  al  Endymion  dormido 
Lncina  en  las  alturas  ; 

Y  el  mayoral,  mostrando  con  agi'ado 
Al  pueblo  allí  ayuntado 

Los  dones  superiores, 

«Ve  aquí,  dirá,  ¡oh  preciada 

Nación!  asegurada 

La  clara  sucesión  de  tus  señores. 

La  pena  se  disipe 

De  dos  Carlos  con  Carlos  y  Felipe.» 

Y  con  extraño  gozo 
La  plebe  religiosa 
Loará  por  tal  don  al  cíelo  santo. 
Correrá  el  alborozo 
Por  la  tierra  dichosa, 

Y  oii-áse  por  do  quiera  el  dulce  canto, 
Que  beneficio  tanto 

En  verso  peregrino 

Levante  á  la  alta  esfera, 

Desde  esta  mi  ribera , 

Donde  moran  las  Musas  de  contino, 

Hasta  aquellas  majadas. 

Por  el  mar  de  nosotros  alejadas. 

De  flores  olorosas 
Las  cunas  rodeadas. 
Las  gracias  mecerán  suavemente ; 

Y  asistiendo  oficiosas, 
Cantarán  mil  tonadas. 

Con  que  toda  tristeza  y  mal  se  ahuyente 

Y  el  bien  esté  presente, 

Y  con  susurro  blando 
Las  amigas  abejas 
Adormii-án  sus  quejas, 

En  tanto  que  las  parcas,  volteando 

Los  husos  sin  estruendo. 

Los  preciosos  estaml)res  van  torciendo. 

Mas  luego  que  pasando 
Los  años  no  sentidos, 
A  sus  amados  padres  conocieren, 

Y  su  luz  explicando 
La  razón,  los  crecidos 


Ejemplos  de  virtud  heroica  vieren, 

Y  cuando  percibieren 
La  piedad  del  abuelo. 
De  la  virtuosa  madre 
La  dulzui'a,  y  del  padre 

El  valor  y  otros  dones  mil  del  cielo, 

Y  ya  en  edad  mayores, 

Las  historias  de  sus  progenitores 

Lean...  y  cómo  trajo 

Eilipo  el  Animoso 

Desde  el  Sena  la  sangre  esclarecida 

A  nuestro  amado  Tajo, 

Del  cíelo  don  precioso, 

Con  que  fué  nuestra  Hesperia  enriquecida, 

Y  su  gente  regida 

Por  costumbres  mejoi-cs ; 
Cómo  ])ulió  su  tríije, 
Ci'imo  fijó  el  lenguaje, 

Y  el  cauto  acrisoló  de  los  pastoreo, 
Con  otros  claros  hechos. 

Cuya  memoria  dura  en  nuestros  pechos,,, 

Entonces  nuestro  suelo 
Brotará  nuevas  florep. 
Volverá  al  mundo  la  ofendida  Astrea, 

Y  reinará  sin  duelo 
Entre  nuestros  pastores. 
Tornará  el  siglo  de  Saturno  Khea, 

Y  verterá  Am  altea 
Del  rico  don  sagrado 
Los  bienes  sin  medida. 
La  grama  apetecida 

Seguro  pacerá  nuestro  ganado, 

Y  en  las  ociosas  horas 
Cantarán  tanta  dicha  las  pastoras. 

Kecibirá  el  arado 
Facilidad,  y  el  fcuto 
Excederá  la  rústica  esperanza. 
Mercurio  con  agrado 
Percibirá  el  tributo 
De  la-nave  traída  con  bonanza. 

Y  á  Minerva  alal^auza 
Se  dai'á  cuando  hiciere 
Que  en  las  hesperias  partes 
Sus  tres  amadas  artes, 

Y  cuanto  ya  empezado  bueno  hubiere, 
Por  el  doble  talento 

Llegue  á  su  perfección  y  complemento. 

Mas  oye  las  señales 
Que  á  tanta  profecía 
Acompañan,  en  fe  de  verdadera. 
Con  pactos  inmortales 
Se  firmará  algún  día 
La  paz  más  ventajosa  y  lisonjera 
A  toda  mi  ribera. 
Después  que  tremolados 
Los  soberbios  leones, 
Sean  en  tus  pendones, 
Castilla,  en  triunfo  y  ovación  llevados 
Por  el  valor  hispano, 
Desde  el  seno  balear  al  mejicano. 

Y  la  ciudad  alzada 
En  la  afiieana  orilla. 
Donde  la  esclavitud  fijó  su  .asiento, 
Al  suelo  derrocada, 
Con  la  infame  gavilla. 
Verás  por  fin  con  ruina  y  escarmiento. 
El  ibero  ardimiento 
Con  más  razón  temido 
Será  de  aquella  gente, 

Y  porque  eternamente 

Se  extirpe,  á  tan  humano  intento  unido. 

El  dueño  soberano 

De  África  y  Asía  nos  dará  su  mano. 

¡Oh  Delio,  si  lograras. 
Por  raro  don  del  cielo, 
Que  tu  edad  se  midiese  por  la  mía! 
¡Cómo  ledo  cantaras 
Las  dichas  de  este  sucio. 
Cumplida  ya  tan  alta  profecía  I 
Pero  la  muerte  ñ'ía 
Te  ocupará,  y  tu  canto 
Con  verso  más  ameno 


181 


FKAY  DIEGO  GONZÁLEZ. 


Proseguirá  Liseno, 

A  quit-n  oye  Compluto  con  espanto; 

Y  tal  vez  el  Henares 

Alzó  el  pecho,  atendiendo  á  sus  cantares. 

También  con  alto  estilo 
Ayudará  al  intento 

El  que  en  el  Tormos  canta  dulcemente, 
Batilo,  el  buen  Batilo, 
A  quien  dio  su  instrumento 
Dalmiro,  que  con  voz  desfalleciente 
Le  dijo  :  «  Solamente 
Á  tí,  zagal,  es  dado 
Concertar  esa  lira, 
Que  destrozó  con  ira 
Marte,  y  cantar  del  sig'o  bienhadado; 

Y  será  el  canto  diño 

Si  lo  aprobare  el  juicio  de  Jo  vino.» 

POETA. 
Dijo  el  rio,  y  tornóse  al  ser  primero; 
Faltó  el  grande  auditorio  de  repente; 
Volvió  en  sí  Delio,  y  la  visión  tuviera 
Por  sueño  lisonjero, 
Si  un  gozo  celestial,  que  dulcemente 
Sintió,  no  la  aprobara  verdadera. 

Y  notando  que  era 
El  dia  ya  pasado, 
Amenazó  el  ganado, 

Y  caminó  seguro,  á  su  alquería, 
Del  cumplimiento  de  esta  profecía. 
Dicebam  cei'te :  Vatum  twn  irrita  corrunt 

Avguria... 

(Statius.lib.  V,  sjlvar.  II.) 


ÉGLOGA. 

DELIO   Y   MIRTA. 
MIRTA. 
¿Qué  tienes,  Delio  mió?  ¿Qué  accidente 
En  tu  rostro  el  color  ha  demudado? 
Ayer  te  vi  gustoso  y  complaciente 

Gozar  de  mis  caricias  ;  hoy,  airado 
El  semblante,  ojeroso  y  macilento, 
El  cabello  sin  orden  desgreñado, 

Muda  la  voz ,  turbado  el  pensamiento, 

Y  el  lamento  á  los  aires  esparcido, 
Publica  ser  extraño  tu  tormento. 

¿Qué  nueva  pena,  di,  te  ha  poseído? 
Cuéntame  tu  dolor,  por  ver  si  alcanza 
Alivio  el  mal  conmigo  conferido, 

DELIO. 

I  Ay  Mirta !  Que  el  vivir  sin  esperanza 
Ha  causado  este  trueque  tan  extraño. 
De  tu  mudanza  nace  mi  mudanza. 

Antimio  me  ha  traído  el  desengaño 
De  que  todo  tu  amor  fingido  era  : 
Antimio  me  ha  sacado  del  engaño, 

Luego  que  á  pacer  vino  esta  ribera 
Con  su  ganado,  ayer,  i  Oh  suerte  impía  I 
I  Quién  de  tí  tal  mudanza  presumiera 

Antes  de  su  llegada  1  Yo  leia 
En  tu  semblante  toda  mi  ventura. 
Tu  mirar  halagüeño  me  decía  : 

«Tuya  soy,  Delio  mío»;  y  con  dulzura 
El  fuego  de  tu  pecho  ponderabas. 
¿Cuántas  veces  dejaste  á  la  ventura 

Los  amados  corderos  que  guardabas, 
En  medio  de  la  siesta  amarizados? 

Y  luego  de  la  mano  me  tomabas, 
Y  por  los  matorrales  intrincados 

Me  llevabas,  diciendo  :  «Vén  conmigo 
Tá  solo,  Delio  mío;  que  sentados 

))Donde  el  bosque  se  estrecha  en  lazo  amigo, 
En  tanto  que  sestean  los  pastores. 
Cantaremos  á  solas  sin  testigo, 

))Con  gusto  y  con  placer,  nuestros  amores.» 
Testigo  es  de  aquel  roble  la  rudeza. 
Que  al  tiempo  hará  inmortales  tus  favores 

Pasados ;  pues  cediendo  su  dureza 


De  agudo  pedernal  al  golpe  fuerte , 
De  tu  mano  escribiste  en  su  corteza 

Un  letrero  que  dice  de  esta  suerte  ; 
«  Delio ,  mió  has  de  ser  toda  la  vida, 
Y  Mirta  te  ha  de  amar  hasta  la  muerte.» 

]  Ay  !  Cuántas  veces,  á  mí  cuello  asida, 
Dijiste  :  «Vén,  pastor,  hacia  esta  fuente 
(Ya  que  el  tiempo  oportuno  nos  convida); 

)) Templaremos  de  amor  la  sed  ardiente, 
Más  con  el  trato  dulce  y  amoroso 
Que  con  el  frío  raudal  de  su  corriente.» 

Juzgábame  con  esto  venturoso ; 
Pero  al  llegar  Antimio  á  esta  ribera, 
De  mi  pecho  faltó  todo  el  reposo. 

1  Ay  Mirta  de  mi  vida!  ¿quién  creyera 
En  tu  pecho  mudanza  semejante. 
Para  él  alegre,  para  mí  severa? 

De  Antimio  no  te  apartas  un  instante; 
En  todo  al  triste  Delio  le  prefieres; 
Antimio  mira  afable  tu  semblante; 

El  no  vive  sin  tí ;  tx'i  sin  él  mueres : 
Tú  le  sigues  do  quiera  que  se  ausenta ; 
El  sigue  por  do  quiera  que  tú  fueres. 

Sí  Antimio  va  zaguero,  luego  inventa 
Tu  amor  algún  motivo  no  esperado 
Para  esperar  á  Antimio  ;  ó  desalienta 

Tu  pecho,  de  rendido  y  fatigado, 
O  tal  vez  imaginas  que  el  cerdoso 
Cordel  de  tus  abarcas  se  ha  soltado, 

Y  dices  :  «Corre,  Delio,  presuroso; 
Que  en  el  sembrado  se  entran  las  ovejas, 
y  el  ceñir  esta  abarca  me  es  forzoso, 

))En  este  breve  rato  que  te  alejas  ; 
Pues  ¿  qué  dirán  los  dioses  si  contigo 
Te  vieran  esta  vez?»  Y  así  me  dejas. 

Yo  en  pos  de  las  ovejas  luego  sigo, 

Y  vuelvo,  y  hallo  á  Antimio  en  tu  presencia, 
De  tu  acción  recatada  fiel  testigo. 

¿Qué  dirían  los  dioses,  cuya  ciencia 
Siempre  obstáculo  fué  de  mí  ventura? 
Los  dioses  lo  miraron  con  paciencia. 

¿Y  qué  dijeron  cuando  en  la  espesura 
De  esa  selva  te  vieron  otro  dia, 
Recostada  en  su  pecho,  sin  cordura, 

Atendiendo  á  unos  versos  que  leia 
(Obra  suya,  que  alaba  á  todas  horas); 
Versos  que  en  toda  métrica  porfía, 

Aunque  los  cante  en  voces  muy  sonoras, 
Los  escuchan  con  tedio  los  zagales 

Y  los  oyen  con  burla  las  pastoras? 

I  Ay  Mirta !  si  los  dioses  inmortales. 
De  estos  nuestros  afanes  caso  hicieran, 
Ellos  piedad  tuvieran  de  mis  males. 

Tu  duro  corazón  enternecieran, 
Tus  mudanzas  hubieran  castigado, 

Y  mi  amor  al  de  Antimio  prefirieran. 

¿No  me  respondes,  Mirta?  ¿  Te  ha  turbado 
La  justa  relación  de  mi  tormento, 
O  no  merece  Delio  desdichado 

Consuelo  en  su  dolor?  ¡  Ah !  cobra  aliento, 
Habíame,  más  que  digas  que  me  engaño, 

Y  ojalá  me  dijeras  que  yo  miento. 


I  Ay,  Delio,  Delio !  i  Cuánto  ve  en  bu  daño 
Un  hombre  de  los  celos  afligido , 
Lince  al  dolor  y  topo  al  desengaño! 

A  todas  tus  querellas  he  atendido, 
Y  á  no  ver  que  el  amor  te  enajenaba, 
Me  hubiera  de  tus  quejas  ofendido. 

¿  No  te  dije  bien  claro  que  ya  amaba 
A  Antimio  cuando  tú  me  descubriste 
El  incendio  que  el  pecho  te  abrasaba? 

En  este  caso,  ;  tú  no  pretendiste 
Tener  en  mi  cariño  alguna  parte. 
Sin  perjuicio  de  Antimio?  ¿No  dijiste  : 

«A''ivir  me  es  imposible  sin  amarte ; 
Bien  sé  que  Antimio  á  tí  te  amó  primero, 
Tú  de  su  amor  no  puedes  apartarte. 

»Amanos  á  los  dos,  porque  j'o  quiero 
Ser  amado  de  tí  con  fe  sencilla. 
Aunque  tenga  en  tu  amor  lugar  postrero. 


ÉGLOGAS. 


185 


«Entre  los  dos  no  habrá  jamas  rencilla, 
Contento  con  su  parte  cada  uno ; 
Serán  de  amor  la  nueva  maravilla 

))Dos  pastores,  que  amaron  de  consuno 
A  una  misma  pastora  con  desvelo, 
Sin  que  entre  ellos  hubiese  duelo  alguno»? 

Tú  mismo  ves  que  Antimio  sin  recelo 
Te  ve  participar  de  mis  favores, 
Sin  que  por  eso  forme  queja  ó  duelo, 

¿Y  te  puedes  quejar  que  en  mis  amores 
Logre  Antimio  la  parte  que  le  cabe, 

Y  á  que  son  sus  obsequios  acreedores? 

DELIO. 
No  fuera,  á  la  verdad,  mi  mal  tan  grave, 

Y  mi  tormento  fuera  más  sufrible, 

Si  esto  posible  fuera  ;  mas  quien  sabe 

Lo  que  es  amor,  no  tiene  por  posible 
Que  vivan  dos  amores  en  un  pecho, 
Por  ser  el  uno  al  otro  incompatible. 

Yo  fundo  mi  razón  en  mi  propio  hecho. 
Desde  que  empecé  á  amarte,  Mirta  mia. 
De  todo  el  corazón  te  di  el  derecho. 

Las  pastoras  dejé  qite  antes  quería 
(Si  bien  que  de  ellas  nunca  iné  sabido 
Mi  amor);  la  Inés,  la  Fabia  y  Rosalía, 

La  Arsenia,  cuyo  rostro  es  aplav^dido; 
La  Julia  y  otras  mil  pastoras  bellas, 
Por  tí  sola  vinieron  en  olvido. 

Buen  testigo  son  de  esto  las  querellas 
Continuas  de  Fascinia,  la  envidiosa, 
Que  tú  no  puedes  menos  de  sabellas, 

Pues  sentida  de  mí,  de  tí  celosa. 
Te  cuenta  con  voz  triste  y  lastimera 
Mis  desprecios ,  y  en  esto  no  reposa. 

Y  yo,  mi  dulce  Mirta,  no  creyera 
Que  te  adoraba  con  amor  sencillo. 

Si  en  mi  pecho  otro  amor  caber  pudiera, 

MIRTA. 

Mira,  Pelio  :  yo  tengo  un  corderillo 
Blanco,  de  rojas  manchas  salpicado, 
Cuya  madre,  al  dejarle  en  un  tomillo, 

Murió  de  un  accidente  no  esperado; 
Apliquéle  á  otra  oveja,  que  criaba 
Otro  de  blanco  y  negro  variado. 

Al  principio  ia  oveja  le  extrañaba; 
Después  ya  le  criaba  y  le  lamia ; 
Era,  en  fin,  tanto  ya  lo  que  le  amaba, 

Que  si  por  algún  caso  le  perdía. 
Ansiosa  le  buscaba  con  balido  ; 
De  manera  que  nadie  conocía, 

Ni  tú ,  Delio,  lo  hubieras  conocido, 
Con  tu  mucho  saber  y  tu  experiencia, 
Cuál  era  de  los  dos  el  más  querido. 
DELIO. 

lAy  triste!  que  aunque,  estando  en  tu  presencia, 
Tal  vez  pueda  creer  que  soy  amado 
De  ti,  ya  llegó  el  tiempo  de  mi  ausencia. 

Pues  Arsenio,  á  quien  sirvo,  ¡  ah  triste  hado  1 
Me  ha  enviado  á  decir  que  sin  tardanza 
Amenace  hacia  el  Tórmes  el  ganado, 

Y  temo,  con  razón,  que  esta  mudanza 
En  tu  pecho  resfrie  mis  amores, 

Y  en  el  mió  dé  fin  á  la  esperanza. 

MIRTA. 

Antes  producirá  el  Diciembre  flores 
En  los  prados,  y  el  Julio  las  corriente3 
Suspenderá  con  hielo,  y  los  olores 

Del  tomillo  y  romero  florecientes 
Huirá  la  docta  abeja,  y  harán  lecho 
En  las  hojas  del  ft-esno  las  serpientes, 

Y  no  florecerá  el  ingrato  helécho 
En  esta  nuestra  selva  umbrosa  y  fría. 
Que  falten  tus  amores  de  mi  pecho. 

DELIO. 

Y  antes  la  liebre  tímida  á  porfía 
Siguiendo  en  pos  del  galgo  irá  con  saña, 

Y  el  Tíber,  que  por  Koma  el  paso  guia, 
La  corte  bañará  de  nuestra  España ; 

Y  olvidando  sus  huertos  y  verdores, 


El  Ebro  correrá  por  la  Bretaña ; 

Y  la  cierva  sedienta  en  los  calores 
Olvidará  la  cristalina  fuente. 

Que  falten  de  mi  jiecho  tus  amores. 

Y  pues  es  ya  forzoso  que  me  ausente, 
Este  favor,  por  último,  te  pido 

Que  siempre  en  tu  memoria  esté  presente. 

Yo  viviré  muy  triste  y  afligido 
Sin  tu  dulce  presencia;  mas  la  pena 
Con  mis  versos  templar  he  discurrido ; 

Que  tú,  Mirta,  no  ignoras  tengo  vena, 

Y  no  hay  uno  entre  todos  los  zagales 

Que  me  exceda  en  cantar  con  dulce  avena. 

Yo  te  los  enviare ,  porque  mis  males 
Logr  n  alguna  v;'z  enternecerte  ; 

Y  si  place  á  los  dioses  inmortales. 

Las  veces  que  yo  pueda,  vendré  á  verte, 

Y  te  traeré  manzanas  olorosas. 

I  Ay !  quiera  el  cielo  que  en  dichosa  suerte 

En  estas  nuestras  selvas  deleitosas 
Los  tres  vivamos  siempre  en  lazo  amante. 
Gozando  edades  largas  venturosas ; 

Que  aunque  á  los  dos  yo  en  años  adelanto 
La  cana  en  mí  cabello  aun  no  es  nacida. 
Ni  surca  la  honda  ruga  mi  semblante. 

Y  si  tú  nos  excedes  en  la  vida. 
Honra  con  un  sepulcro  nuestra  muerte, 
Bajo  una  losa,  do  será  esculpida. 

De  acerado  cincel  á  golpe  ñierte 
(Si  es  que  tienes  valor  para  escribilla). 
Una  letra  que  diga  de  esta  suerte  : 

«Aquí  yace  de  amor  la  maravilla : 
Dos  pastores  que  amaron  de  consuno 
A  una  misma  pastora  con  desvelo, 
Sin  que  entre  ellos  hubiese  duelo  alguno.» 


Á  LAS  NOBLES  AETES. 

ODA. 

Levanta  ya  del  suelo 
El  rostro  lagi-imoso. 
Virtud,  hija  del  cielo,  don  divino; 

Y  recobra  el  consuelo, 
Que  ciego  y  alevoso 

Te  robó  el  ya  pasado  desatino  ; 
Que  el  áspero  camino 
Por  do  sigue  á  la  gloria, 

Y  á  tu  morada  guia , 
Emprenden  á  porfía 

Mil  jóvenes,  borrando  la  memoria 

Del  vil  ocio  indolente 

En  que  yaciera  la  española  gente. 

De  tu  rara  belleza. 
Más  que  del  prometido 
Rico  tesoro,  el  ánimo  aguijado, 
Sacude  la  pereza, 

Y  el  siglo  corrompido, 

Que  el  honor  de  tus  artes  ha  manchi  do 

Con  gusto  depravado. 

Condena, y  redarguye 

Los  pasados  errores 

Con  mil  bellos  primores, 

Que  el  usurpado  honor  las  restituye ; 

Y  ofrece  á  los  umbrales 

De  tu  templo  mil  obras  inmortales. 

Bien  como  el  pequeñuelo 
Grano,  que,  cuando  nace. 
No  bien  el  pico  llena  á  la  avecilla, 

Y  el  palestmo  suelo 
Robusto  árbol  le  hace 

Después',  do  anida  de  aves  gran  cuadrilla 

(¡Oh  rara  maravilla!), 

Así  las  diseñadas 

Obras  menudamente 

Por  la  asociada  gente 

En  breve  carta  tienen  encerradas 

Grandezas,  cuya  suma 

No  la  alcanza  la  lengua  ni  la  pluma. 

De  la  madre  natura 
Los  seres  desmayados 


186  FRAY 

A  más  sublime  estado  los  levantas, 
¡Oh  divina  Pintura! 

Y  al  lienzo  trasladados, 
Instruyes  la  razón,  la  vista  encantas 

Y  así  el  aire  suplantas 
Pe  la  verdad  que  imitas, 
Que  con  los  coloridos 
Por  su  mano  ofrecidos, 

También  el  ser  parece  que  la  quitas, 

Tanto,  que  si  advirtiera 

La  usurpación,  colores  no  te  diera. 

En  superficie  lisa. 
Sin  que  causen  aumento 
Colocar  valles,  montes,  selvas,  rios, 
A  distancia  precisa. 
Acción  sin  movimiento ; 
Fondos,  lejos,  alturas  j  vacíos; 
La  mar  de  sus  navios 
Separar,  y  la  tierra 
Del  globo  refulgente, 

Y  sombra  que  la  luz  nunca  destieiTa, 
Jamas  logi-ó  natura ; 

I  Sido  es  don  tuyo,  celestial  Pintura 

A  golpes  repetidos 
De  acero  riguroso, 
O  al  vivo  fuego  sueltos  los  metales, 

Y  en  moldes  oprimido 
(Que  al  varón  virtuoso 

Sólo  pueden  labrar  trabajos  tales). 

Obras  tus  inmortales 

Efectos,  ¡oh  Escultura'! 

Por  tí  son  conservados 

Los  héroes  celebrados 

De  la  virtud,  cuando  la  muerte  dura 

Los  reduce  á  ceniza, 

Y  tu  diestro  cincel  los  eterniza. 
La  ninfa  desdeñosa, 

En  leño  convertida, 

Huyendo  del  amor  de  Apolo  ardiente. 

Con  acción  prodigiosa 

Recobra  nneva  vida 

Por  la  escultura,  y  mano  diligente, 

Que  poderosamente 

También  anima  el  bruto 

Mármol  con  igual  arte 

En  que  un  dia  Anaxarte 

Fué  mudada,  por  ver  con  ojo  enjuto 

A  su  puerta  colgado 

Al  mancebo  de  Cypro  malhadado. 

Bajo  el  olmo  frondoso, 
O  en  la  caverna  (scura, 

0  en  choza  humilde,  el  hombre  habitaría, 
Sin  tu  auxilio  piadoso, 

1  Oh  sabia  Arquitectura ! 

Tú  le  elevas  al  cielo,  y  la  vacía 
Región,  que  no  podia. 
Huella  con  firme  planta. 
Ti'i,  fundando  ciudades, 
Fijas  las  sociedades,  ' 

Por  tí  el  regio  palacio  se  levanta 
A  d.ar  cuidado  al  cielo 

Y  eterno  peso  al  carpetano  suelo. 
Al  Dios  que  tierra  y  cielo 

Ni  espacio  imaginable 

Pueden  ceñir,  en  todo  ilimitado. 

Tú  con  devoto  celo 

Y  mano  infatigable 

Eriges  tenijilo  augusto,  do  adorado 

Del  pueblo,  ante  él  postrado, 

Recibe  sacrificio ; 

I  Ah !  el  que  en  verdad  le  implora. 

Le  encuentra  á  toda  hora 

En  él ,  tan  amoroso,  tan  propicio, 

Liberal  y  elemente , 

Como  si  allí  habitara  solamente. 

Incauta  lira  mia, 
Sólo  á  humildes  cantares 
En  la  margen  del  Tórmes  avezada, 
¿Quién  te  infundió  osadía 
Para  que  en  Manzanares 
Cantes  cosa  tan  nueva  y  elevada? 
I  Ay  I  deja  la  empezada 


DIEGO  GONZÁLEZ. 

Locura ;  que  no  es  dado 

A  tus  débiles  puntos 

Tratar  estos  asuntos, 

Y  más,  cuando  hasta  el  cielo  los  ha  alzado, 

Con  verso  más  divino. 

De  otras  liras  el  canto  peregrino. 


EL  MURCIÉLAGO  ALEVOSO. 

INVECTIVA. 

Estaba  Mirta  bella 
Cierta  noche  formando  en  su  aposento. 
Con  gracioso  talento, 
Una  tierna  canción,  y  porque  en  ella 
Satisfacer  á  Delio  meditaba, 
Que  de  su  fe  dudaba. 
Con  vehemente  expresión  le  encarecía 
El  fuego  que  en  su  casto  pecho  ardia. 

Y  estando  divertida. 
Un  murciélago  fiero,  j  suerte  insana  I 
Entró  por  la  ventana; 
Mirta  dejó  la  pluma,  sorprendida, 
Temió,  gimió,  dio  voces,  vino  gente; 

Y  al  querer  diligente 

Ocultar  la  canción,  los  versos  bellos 
De  borrones  llenó,  por  recogellos. 

y  Delii),  noticioso 
Del  caso  que  en  su  daño  habia  pasado. 
Justamente  enojado 
Con  el  fiero  murciélago  alevoso. 
Que  haliia  la  canción  interrumpido, 

Y  á  su  Mirta  afligido. 

En  cólera  y  furor  se  consumía, 

Y  así  á  la  ave  funesta  maldecía  : 
«Oh  monstruo  de  ave  y  bruto, 

Que  ciñ-as  lo  peor  de  bruto  y  ave, 

Vision  nocturna  grave. 

Nuevo  horror  de  las  sombras,  nuevo  luto. 

De  la  luz  enemigo  declarado, 

Nuncio  desventurado 

De  la  tiniebla  y  de  la  noche  fria, 

¿  Qué  tienes  tú  que  hacer  donde  está  el  dia? 

)>Tus  obras  y  figura 
Maldigan  de  común  las  otras  aves, 
Que  cánticos  suaves 
Tributan  cada  dia  á  la  alba  pura; 

Y  porque  mi  ventura  interrumpiste , 

Y  á  su  autor  afligiste. 

Todo  el  mal  y  desastre  te  suceda 

Que  á  un  murciélago  vil  suceder  pueda. 

))La  lluvia  repetida, 
Que  viene  de  lo  alto  arrebatada, 
Tan  sólo  reservada 
A  las  noches,  se  oponga  á  tu  salida; 
O  el  relámpago  pronto  reluciente 
Te  ciegue  y  amedrente; 
O  soplando  del  Norte  recio  el  viento, 
No  permita  un  moscpiito  á  tu  alimento. 

))La  dueña  melindrosa, 
Tras  el  tapiz  do  tienes  tu  manida, 
Te  juzgue,  inadvertida, 
Por  telaraña  sucia  y  asquerosa, 

Y  con  la  escoba  al  suelo  te  derribe; 

Y  al  ver  que  bulle  y  vive 

Tan  fiera  y  tan  ridicula  figura, 
Suelte  la  escoba  y  huya  con  presura. 

))Y  luego  sobrevenga 
El  juguetón  gatillo  bullicioso, 

Y  primero  medroso 

Al  verte,  se  retire  y  se  contenga, 

Y  bufe  y  se  espeluce  horrorizado, 

Y  alce  el  rabo  esponjado, 

Y  el  espinazo  en  arco  suba  al  cielo, 

Y  con  los  pies  apenas  toque  el  suelo, 
»]\Ias  luego  recobrado, 

Y  del  primer  horror  con-valecido. 
El  pecho  al  suelo  unido, 

Traiga  el  rabo  del  uno  al  otro  lado, 

Y  cosido  en  la  tierra,  observe  atento; 

Y  cada  movimiento 


ODAS. 


187 


Que  en  tí  llegue  á  notar  su  perspicacia, 
Le  provoque  al  asalto  y  le  dé  audacia. 

))En  fin ,  sobre  tí  venga , 
Te  acometa  y  ultraje  sin  recelo, 
Te  arrastre  por  el  suelo, 

Y  á  costa  de  tu  daño  se  entretenga; 

Y  por  caso  las  uñas  afiladas 
En  tus  alas  clavadas, 

Por  echarte  de  sí  con  sobresalto, 
Te  arroje  muchas  veces  á  lo  alto. 

))Y  acuda  á  tus  chillidos 
El  muchacho,  y  convoque  á  sus  iguales. 
Que  con  los  animales 
Suelen  ser  comunmente  desabridos; 
Que  á  todos  nos  dotó  naturaleza 
De  entrañas  de  fiereza. 
Hasta  que  ya  la  edad  ó  la  cultura 
Nos  dan  humanidad  y  más  cordura. 

«Entre  con  algazara 
La  pueril  tropa ,  al  daño  prevenida, 

Y  lazada  oprimida 

Te  echen  al  cuello  con  fiereza  rara; 

Y  al  oirte  chillar  alcen  el  grito 
]Y  te  llamen  maldito! 

Y  creyéndote  al  fin  del  diablo  imagen. 
Te  abominen,  te  escupan  y  te  ultrajen, 

«Luego  por  las  telillas 
De  tus  alas  te  claven  al  postigo, 

Y  se  burlen  contigo, 

Y  al  hocico  te  apliquen  candelillas', 

Y  se  rian  con  duros  corazones 
De  tus  gestos  y  acciones, 

Y  á  tus  tristes  querellas  ponderadas 
Correspondan  con  fiesta  y  carcajadas 

))Y  todos  bien  armados 
De  piedras,  de  navajas,  de  aguijones. 
De  clavos,  de  punzones. 
De  palos  por  los  cabos  afilados 
(De  diversión  y  fiesta  ya  rendidos), 
Te  embistan  atrevidos, 

Y  te  quiten  la  vida  con  presteza, 
Consumando  en  el  modo  su  fiereza. 

))Te  puncen  y  te  sajen. 
Te  tundan,  te  golpeen,  te  mai'tillen. 
Te  piquen,  te  acril>illen. 
Te  dividan,  te  corten  y  te  rajen. 
Te  desmiembren,  te  partan,  te  degüellen, 
Te  hiendan ,  te  desuellen , 
Te  estrujen,  te  aporreen,  te  magullen. 
Te  deshagan ,  confundan  y  aturrullen. 

))Y  las  supersticiones 
De  las  viejas  creyendo  realidades, 
Por  ver  curiosidades , 
En  tu  sangre  humedezcan  algodones, 
Para  encenderlos  en  la  noche  oscura. 
Creyendo  sin  cordura 
Que  verán  en  el  aire  culebrinas 

Y  otras  tristes  visiones  peregrinas. 
«Muerto  ya,  te  dispongan 

El  entierro,  te  lleven  arrastrando, 
Gori,  gori,  cantando, 

Y  en  dos  filas  delante  se  compongan 

Y  otros,  fingiendo  veces  lastimeras. 
Sigan  de  plañideras , 

Y  dirijan  entierro  tan  gracioso 

Al  muladar  más  sucio  y  asqueroso; 

«Y  en  aquella  basura 
Un  hoyo  hondo  y  capaz  te  faciliten, 

Y  en  él  te  depositen, 

Y  allí  te  den  debida  sepultura  ; 

Y  para  hacer  eterna  tu  memoria. 
Compendiada  tu  historia 
Pongan  en  una  losa  duradera. 
Cuya  letra  dirá  de  esta  manera  : 


»Aquí  yace  el  murciélago  alevoso 
Que  al  sol  horrorizó  y  ahuyentó  el  día, 
De  pueril  saña  triunfo  lastimoso, 
Con  cruel  muerte  pagó  su  alevosía : 
No  sigas,  caminante,  presuroso, 
Hasta  decir  sobre  esta  losa  fría : 


Acontezca  tal  fin  y  tal  estrella 

A  aquel  que  mal  hiciere  á  Mirta  bella.» 


Á   MELISA. 

SUEÑOS. 

Soñaba  yo.  Melisa 
(Ya  que  quieres  saber  lo  que  soñaba); 
Soñaba  yo  que  en  un  ameno  prado 
Andabas  tú  con  prisa 
Tejiendo  de  las  llores  que  brotaba 
Una  guirnalda;  y  luego  con  agrado 
(¡Oh  favor  no  esperado!) 
Con  ella  frente  y  sienes  me  cenias, 

Y  con  rostro  halagüeño  me  decías  : 
((A  tí  solo,  entre  tud';s  los  pastores, 
Se  deben  los  honores. 

Yo,  Delio,  por  tí  muero, 

Y  en  el  amor  á  todos  te  prefiero.» 
Con  el  extraño  gozo. 

El  corazón  del  centro  se  salia, 

Y  al  fin  me  despertó  con  su  latido. 
Bañado  en  alborozo. 

Mas  luego  me  acordé  que  en  cierto  dia 
Este  favor  á  Antimio  has  concedido, 

Y  á  mí  le  has  preferido; 

Pues  le  diste  de  Apolo  los  honores. 
Por  más  que  murmuraron  los  pastores. 

Y  apónas  hube  aquesto  recordado, 
Me  volví  de  otro  lado, 

Y  con  Culera  y  ceño 

Maldije  la  vigilia,  alabé  el  sueño. 
Volví  á  quedar  dormido, 

Y  sentado  me  Ijallé  junto  á  una  ftiente. 
Mirando  su  murmullo  muy  atento; 

Y  estando  divertido. 

Allí  llegaste  apresuradamente, 
Pidiendo  de  beber,  y  yo  al  momento 
Un  vaso  te  presento; 

Y  dices  tú  con  risa  y  burla  mia  : 
«No  es  ésa,  Delio,  el  agua  que  pedia; 
La  sed  que  yo  padezco  es  amorosa  ; 

Y  siempre  codiciosa 
De  tus  eternos  lazos. 

Sólo  pueden  templarla  tus  abrazos.» 

Yo,  viendo  mi  ventura. 
Fui  á  lograrla,  los  brazos  extendidos, 

Y  cayó  de  mi  mano  el  fi'ágil  vaso 
Sobre  una  peña  dura, 

Y  el  golpe  me  reduce  á  los  sentidos; 

Y  vuelto  bien  en  mí  por  este  acaso. 
En  mi  memoria  paso 

Las  veces  que  esta  dicha  repetías 
A  tu  Antimio,  y  á  mí  te  resistías, 
De  nueva  faz  de  religión  armada; 

Y  viéndole  entregada 
En  brazos  de  otro  dueño. 
Maldije  la  vigilia,  alabé  el  sueño. 

Volví  la  vez  tercera 
A  dormir,  y  soñé  que  con  gran  prisa 
Tocabas  con  la  aldaba  á  mi  postigo. 
Diciendo  desde  afuera : 
«Abre,  no  temas  nada;  soy  Melisa, 
Que  me  vengo  á  vivir  siempre  contigo 
En  lazo  eterno  amigo; 
Tendremos  ya  los  dos  común  el  techo. 
El  ajuar,  el  vivir,  la  mesa,  el  lecho. 
En  uno  juntaremos  los  ganados, 
Que  con  bienes  doblados, 

Y  con  paz  jimtamente. 
Pasaremos  la  vida  dulcemente.» 

Yo,  de  mi  dicha  cierto, 
Dejo  el  lecho,  dormido,  apresurado; 

Y  destinando,  ruedo  la  escalera, 

Y  en  el  zaguán  despierto. 

Bañado  el  rostro  en  sangre  y  maltratado, 

Y  vi  que  esta  ventura  (¡oh  suerte  fiera!) 
Imposible  me  era, 

Pues  el  lazo  que  á  mí  me  prometías. 
Tratado  con  Antimio  lo  tenías; 


188 


FEAY  DIEGO  GONZÁLEZ. 


Y  aunque  quedé  del  sueño  mal  herido, 
Más  que  de  ól,  ofendido 

De  la  verdad ,  con  ceño 

Maldije  la  vigilia,  alabé  el  sueño. 

Estas  dichas  soñaba 
En  una  misma  noche,  interrumpida 
Tres  veces;  y  aunque  el  bien  íingiuo  era, 
Ansioso  deseaba 

Que,  ya  que  sólo  el  sueño  fué  mi  vida, 
Mi  vida  un  continuado  sueño  fuera. 
[Oh  si  siempre  durmiera! 
Sólo  el  sueño  me  hiciera  venturoso; 
Mas,  pues  vivir  velando  me  es  forzoso, 
Sufrir  será  preciso  tus  rigores; 

Y  al  ver  que  en  tus  amores 
Vanamente  me  empeño. 
Maldigo  la  vigilia,  alabo  el  sueño. 


HISTORIA  DE  DELIO. 

Á  JOVIÍíO. 

Jovino,  descendido 
De  claros  y  altos  reyes, 
Que  del  bárbaro  yugo  redimieron 
Al  fiel  pueblo  oprimido, 

Y  las  sagradas  leyes 

Juntas  con  el  imperio  defendieron, 

Y  lejos  lo  extendieron; 
Jovino,  nueva  gloria 
Del  cántabro  animoso, 
Del  romano  orgulloso, 

Viejo  enemigo  de  fatal  memoria; 
A  servir  no  avezado 

Y  con  tarda  cadena  domeñado; 
Jovino,  gloria  mia; 

Jovino,  mi  Jovino 

gííombre  en  mi  boca,  cual  la  miel,  sabroso), 
i  mi  ofrenda  tardía 
Te  puede  hallar  benigno, 

Y  el  nombre  de  quien  fué  tan  desidioso 
Aun  no  te  es  enojoso, 

Eecibe  su  retrato 

(Del  tuyo,  ¡ay!  jcuán  distante!). 

Que  explica  lo  bastante 

De  su  origen ,  sus  prendas  y  su  trato, 

Y  vida  mal  gastada , 

Con  eternales  lágrimas  llorada. 

De  los  que  en  la  ribera 
Del  Duero  con  fatiga 
Rompen  con  corvo  arado  el  duro  suelo 
(Ocupación  severa. 
Que  la  culpa  enemiga 
Al  hombre  diera,  con  el  llanto  y  ^uelo), 
De  tales  plugo  al  cielo 
Que  fuese  provenido 
Mi  padre  bienhadado, 
Civilmente  empleado. 
De  bienes  y  virtud  abastecido; 
Tan  dulce  y  bondadoso. 
Que  eu  él  tuvo  Temisa  digno  esposo. 

Temisa ,  asombro  raro 
De  virtud  y  hermosura, 
Ninfa  del  Tórmes ,  aunque  descendía 
En  donde  el  Ebro  claro 
Tiene  su  cuna  pura 

Y  nace  voluntaria  la  hidalguía; 
Pero  la  Parca  impía 

Con  temprana  tijera 
Cortó  el  hilo  precioso; 

Y  mientras  el  esposo 

Dio  al  cadáver  la  honra  postrimera 

Con  triste  llanto  y  luto. 

El  hijo  lo  miró  con  rostro  enjuto. 

Así  que ,  tierno  niño 
Temisa  me  dejara 

Al  cuidado  del  padre,  en  quien  vivía 
De  la  esposa  el  cariño, 
Porque  no  me  faltái-a 
Cuanto  á  la  tierna  edad  se  le  debía. 

Y  allí  en  la  patria  mí* 


Que  los  fuertes  vectones 

Mirobriga  llamaron, 

Los  dioses  me  miraron 

Con  piedad ,  y  de  sus  sagrados  doñea 

Me  dieron  bien  sin  cuento, 

Pero  más  voluntad  que  entendimiento. 

Antes  que  el  nuevo  dia 
De  la  razón  rayase 
Sobre  el  ánimo  incauto,  ya  Cupido 
Conquistado  tenía 
El  pecho,  en  que  reinase 
Con  más  imperio  que  su  madre  en  Gnido. 
y  yo,  cruelmente  herido, 
Al  cielo  alcé  mi  ruego, 
P)añado  en  largo  llanto. 
Sin  que  diluvio  tanto 
Pudiera  amortiguar  el  dulce  fuego 
Que  la  vista  primera 
De  la  honesta  Melisa  en  mí  encendiera. 

La  de  los  negros  ojos, 
La  de  luengas  pestañas. 
Sin  par  hermosa  y  á  la  par  discreta; 
Causadora  de  enojos. 
De  asaz  duras  entrañas , 
Que  de  amor  no  domó  cruda  saeta, 
A  tal  fiera  sujeta 
El  ánima  y  rendida, 
Amaba  ardientemente, 
Ama1)a  tiernamente. 
Amaba  sin  templanza  y  sin  medida; 
Amaba,  en  fin,  de  modo. 
Que  aun  ahora  al  recordarlo  tiemblo  todo. 

De  tíil  fuego  agitado. 
Sin  que  á  Apolo  debiera 
Numen  ni  inflamación,  canté  amoroso, 

Y  á  la  sombra  sentado 
En  la  fresca  ribera 

Del  Águeda  Serrano  cascajoso. 
Cantaba  sin  reposo, 

Y  cantando  juzgaba 
Conquistar  la  sirena, 
Que  á  triste  llanto  y  pena, 

Sin  cantar  ni  aun  hablar,  me  condenaba* 

Y  en  tamaña  tristura, 

De  mi  edad  pasó  toda  la  verdura. 

Mas  vino  un  claro  dia, 
En  que  piadoso  el  cielo. 
Se  dignó  poner  fin  á  mi  locura; 

Y  á  la  tierra  venía 

Con  dulce  y  raudo  vuelo 

La  común  hija  llena  de  hermosura, 

La  santa  Témis  pura, 

De  mis  daños  ciiidosa. 

Que  cual  nieto  me  amaba; 

y  junto  adó  yo  estaba 

Se  llegó,  y  con  voz  todopoderosa. 

Mirándome  severa. 

Me  comenzó  á  decir  de  esta  manera : 

«¡Oh  joven  sin  sentido! 
¿Cómo  con  torpe  hecho 
Resistes  los  decretos  celestiales  ? 
No  te  fué  concedido 
El  amoroso  pecho 
Para  centro  de  amores  terrenales; 
Huye  de  tantos  males; 
Mejor  destino  sigue; 
La  errada  vida  enmienda, 

Y  emprehende  la  ardua  senda 

Por  do  la  gloria  heroica  se  consigue. 
Sus,  acógete,  Delio, 
Al  templo  augusto  del  famoso  Aurelio.» 
Dijo,  y  alzó  su  vuelo, 

Y  mirándome  afable, 

Volvióse  al  seno  de  do  había  salido; 
Dejando  de  consuelo. 
De  gozo  y  paz  durable 

Y  santo  amor  el  tierno  pecho  henchido, 

Y  el  fuego  que  Cuj^ido 
Con  imperio  tirano 
Allí  encendido  habia, 
Vuelto  en  ceniza  Ma. 

Y  yo,  atento  al  precepto  soberano, 


CANCIONES. 


1S9 


De  la  diosa  clemente 

El  oráculo  cumplo  prestamente. 

¡Oh!  ¡si  no  se  entibiara 
En  el  pecho  mezquino 
El  alto  fuegu  de  que  fué  inflamado  I 
Quizá  mi  voz  sonara 
En  cántico  divino, 
Sobre  el  Tabor  ó  el  Gólgota  sentado. 
Pero  aunque  á  son  sagrado 
De  la  cítara  mia 
Las  cuerdas  arreglaba, 

Y  á  veces  las  mudaba, 
Amores  solamente  respondía; 

Y  así,  canté  de  amores. 

Sin  sentir  de  Cujndo  los  rigores. 

Ya  el  astro  luminoso 
En  la  sañuda  frente 
Del  león  veinte  veces  ha  tocado, 

Y  el  rústico  oficioso 
Con  acerado  diente 

Otras  tantas  su  seca  mies  cortado 
Desde  que,  recostado 
En  sus  vastos  oteros. 
Me  oyera  el  sabio  Henares 
Amorosos  cantares, 

Y  celebrar  los  hijos  de  Cisneros 
En  su  más  alta  gloria. 

¡Ay!  ¡cuánto  me  atormenta  esta  memorial 

Allí,  aunque  sin  cuidado. 
Canté  la  donosura 

De  Julia,  ninfa  humilde  del  Henares, 
En  quien  Venus  ha  dado, 
Ciñ-ando  la  hermosura. 
Breve  causa  á  larguísimos  pesares. 
También  en  mis  cantares, 
De  otras  mil  ninfas  bellas. 
Que  aquel  sucio  habitaban, 
Los  nombres  resonaban; 
Pero  la  más  loada  en  todas  ellas 
Era  la  Gumersinda, 
Ninfa  tan  desgraciada  como  linda. 

Después  bajo  otro  cielo 
Canté  de  la  divina 
Mirta  la  honestidad  y  la  fe  rara; 

Y  así,  por  todo  suelo 
Mi  cítara  mezquina 
Eternamente  amores  resonara. 
Si  ayer  no  la  arrojara 

Con  ira  de  mi  pecho 

Al  Termes ,  que  iba  hinchado. 

Turbio  y  apresurado; 

Justamente  movido  á  tanto  hecho. 

De  leer  cuidadoso 

De  Jovino  el  ensiieño  prodigioso. 

¡Oh  sueño  peregrino! 
jOh  asombro  lastimoso! 
¡Oh  verdad  disfrazada  sabiamentel 
¡Oh  soñador  divino! 
¡Oh  Josef  misterioso! 
Tú  enseñas,  tú  reprehendes  dulcemente; 
Tú  poderosamente 
El  sueño  sacudiste, 
En  que  siempre  yacieran, 

Y  sin  gloria  murieran 

Batilo,  con  Liseno  y  Delio  triste. 

Más  sabes  tú  soñando 

Que  todos  tus  amigos  afanando. 

¡Oh,  si  la  muy  ligera 
Rueda  trajera  el  dia 
Feliz  en  que  los  máximos  honores 
El  gran  Jove  te  diera 
De  nuestra  monarquía, 
Nacido  para  cosas  muy  mayoresl 
Entonces  tus  loores 
En  verso  numeroso 
Delio  ledo  cantara, 

Y  al  cielo  levantara 

El  nombre  de  Jovino,  y  el  dichoso 

Dia  tan  deseado 

Fuera  con  blanca  piedra  señalado. 

Cuando  con  soberana 
Gloria,  muy  semejante 


Al  soñador  divino  del  Oriente, 

La  gente  carpetana 

Te  reciba  triunfante 

Y  doble  la  rodilla  reverente, 

Tras  el  carro  luciente 

Siguiendo  irán  gozosos 

Batilo,  con  Liseno, 

Delio,  de  gloria  Heno, 

Conquista  de  tus  versos  poderosos; 

Pues  ¿qué  mejor  destino 

Que  ser  los  tres  el  triunfo  de  Jovino? 


VISIONES  DE  DELIO. 

CANCIÓN  (1). 

Yo  vi  una  fuentecilla 
De  manantial  tan  lento  y  tan  escaso. 
Que  toda  el  agua  piu-a  que  encerraba 
Pudiera  reducilla 
Al  recinto  brevísimo  de  un  vaso. 
Del  pequeño  arroyuelo  que  formaba, 
Por  ver  en  qué  paraba. 
El  curso  perezoso  fui  siguiendo, 

Y  vi  que  sin  cesar  iba  creciendo 
Con  el  socorro  de  agua  pasajera. 
En  tal  forma  y  manera. 

Que  cuando  lo  he  intentado. 
Ya  no  pude  pasar  del  otro  lado. 

Siguiendo  fui,  curioso. 
Su  margen,  hasta  ver  qué  fin  tenía, 

Y  vi  que  á  corto  trecho  ya  formaba 
Un  rio  caudaloso, 

Y  tal,  que  vadearse  no  podía; 
Más  abajo  los  puentes  dominaba, 

Y  más  allá  llevaba 

Las  naves  sobre  sí;  más  adelante. 

En  caudales  le  vi  tan  abundante, 

Que  al  entregar  al  mar  sus  aguas  bellas, 

En  vez  de  dar  con  ellas 

El  trilíuto  debido, 

Juzgara  que  á  añ-entarle  había  venido. 

Yo  vi  una  centellita 
Que  por  caso  á  mi  puerta  había  caído, 

Y  de  su  pequenez  no  haciendo  cuento, 
Fuíme  á  dormir  sin  cuita; 

Y  estando  ya  en  el  sueño  sumergido, 
A  d:  shoras,  ¡ay  cielos!  sopla  el  viento, 

Y  excita  en  un  momento 

Tal  incendio,  que  el  humo  me  despierta; 
La  llama  se  apodera  de  mi  puerta, 

Y  mis  ajuares  quema  sin  tardanza; 

Y  yo  sin  esperanza. 
Confuso  y  chamuscado. 
Sólo  pude  salir  por  el  tejado. 

Yo  vi  un  vapor  ligero. 
Que  al  impulso  del  sol  se  levantaba 
De  la  tierra,  do  apenas  sombra  hacia. 
No  hice  caso  primero; 
Mas  vi  que  por  momentos  se  aumentaba, 

Y  luego  cubrió  el  cielo,  robó  el  dia, 

Y  al  suelo  descendía 

En  gruesos  hilos  de  agua,  que  inundaron 
Mis  campos,  y  las  mieses  me  robaron; 

Y  á  mí,  que  en  su  socorro  fui  á  la  era. 
Me  llevó  la  ribera. 

Do  hubiera  perecido, 

Si  no  me  hubiese  de  una  zarza  asido. 

En  fin ,  yo  vi  en  mi  pecho 
Nacer,  Cádiz,  tu  amor,  y  fácil  ñiera 
En  el  principio  haberlo  contenido; 
Mas,  poco  satisfecho 
Con  ver  su  origen,  quise  ver  cuál  era 
Su  fin,  y  de  mi  daño  no  advertido. 
Hallo  un  río  crecido, 
Que  á  toda  libertad  me  corta  el  paso; 
Hallo  un  voraz  incendio,  en  que  me  abraso; 

(i)  En  el  manuscrito  enviado  í  .loveKanos  por  el  maestro  Gojj. 
ZALF.z,  que  tenemos  á  la  vista  ,  hay  dos  estrofas  que  fueron  supri- 
midas en  la  edición  que  hizo  el  padre  Fernandez.  De  ellas  reuro-< 
ducimos  aquí  una  sola.  La  otra  no  lo  merece, 


190  FRAY  DIEGO  GONZÁLEZ. 

Hallo  ana  tempestad,  que  me  arrebata 

Y  de  anegarme  trata. 
lAyl  ¡Guu  cuánta  inclemencia 
El  amor  castigó  mi  negligencia! 

Canción,  vé  y  dile  á  Mirta,  de  mi  paxte, 
Que  se  digne  siíiuiera  de  leerte, 

Y  si  acaso  acertare  á  interpretarte , 
Vuelve  á  decirme  tan  dichosa  suerte. 


AL  KIO  GUADAL  ETE. 

CAITCION, 

Guadalete  gracioso, 
Que  en  repetidos  tornos  dividido, 
El  curso  has  suspendido, 
Que  hasta  Arcos  seguías  presuroso, 

Y  en  la  jyereza  con  que  de  61  te  alejas, 
Das  á  entender  que  dejas 

Con  repugnancia  su  terreno  bruto, 
Retardando  al  Océano  el  tributo. 

Escucluí  de  un  ausente 
Del  gaditano  suelo  las  razones 
Que  de  tus  detenciones 

Y  rodeos  arguyen  lo  imprudente. 
Bien  cierto  que  si  tú  las  contemplaras, 
El  paso  aceleraras, 

Por  lograr  mejor  aire,  mejor  suelo. 
Mejor  sol,  mejor  luna,  mejor  cielo. 

¿  Qué  tiene  este  terreno. 
Que  pueda  parecerte  delicioso? 
Es  áspero,  fragoso. 
Desigual,  peñascoso,  nada  ameno, 
Que  verle,  al  corazón  cubre  de  luto; 

Y  ser  terreno  bruto 

Tu  repetido  torno  lo  asegura. 

Pues  con  uno  le  formas  la  herradura. 

Ni  detenga  tu  paso 
La  vista  (aunque  parece  apetecible) 
De  un  pueblo  inaccesible. 
De  toda  sociedad  y  bien  escaso; 
Do  casa  sobre  casa  fabricada, 
Una  en  otra  apoyada. 
Vinculan  ciertamente  su  caida, 
Por  divino  presagio  prevenida. 

¡Desventm-ada  gente. 
Que  en  punto  de  sus  dioses  dividida, 
Será  desatendida 

Su  ofrenda,  como  culto  irreverente! 
i^ues  nunca  fué  aceptable  ni  propicio 
Á  Dios  el  sacrificio 

Que,  en  vez  de  unir  las  gentes  en  concordia, 
Es  inmortal  origen  de  discordia. 

De  tanto  desacato 
Iletira,  Guadaletc,  tus  cristales', 
Antes  que  tantos  males 
Mancillen  su  jiureza  con  el  trato; 

Y  ya  de  confusión  y  horror  cubierto, 
Sigue  derecho  al  puerto, 

De  do  parten  alegres  los  liajeles 

Al  grande  emporio  de  las  gentes  fieles. 

De  aquí  ámuy  corto  trecho 
Te  dará  el  Majaceite  sus  cristales, 
Que,  aunque  pobre  en  caudales, 
Va  siguiendo  su  ci^rso  más  derecho; 

Y  este  nuevo  socorro  de  agua  pura 
Te  añadirá  presura 

Para  que,  huyendo  de  la  gente  fiera, 
Llegues  presto  á  la  dicha  que  te  espers 

De  amargo  sentimiento 
Mis  lágrimas  vertidas  por  presente 
Agrego  á  tu  corriente 
Para  hacer  más  veloz  su  movimiento. 
Ni  tu  caudal,  por  dulce,  con  desvío 
Desdeñe  el  llanto  mió; 
Que,  aunque  tiene  en  su  origen  a»,rirgura, 
La  pierde  en  mis  canales  de  dulzura. 

Así  que,  enriquecido 
Con  tal  caudal ,  corriendo  presuroso, 
Por  puerto  delicioso 
Darás  al  mar  tributo  encarecido; 


Y  allí,  con  tus  cristales  confundidas, 
Mis  lágrimas  sentidas 
Podrán  lograr  la  venturosa  suerte 
Que  le  es  dada  al  triste  que  las  vierte. 

De  Cádiz  el  hermoso 
Besar  j'odrán  el  muelle  celebrado, 
Pondo  Hércules  osado 
A  sus  c<mquistas  puso  fin  glorioso. 
O  tal  vez  de  furiosos  vendábales 
Movidos  mis  raudales, 
Podrán  (¡qué  dicha!)  en  olas  encrespadas 
Asaltar  sus  murallas  deseadas. 

Y  el  asalto  logrado. 

Da,  Guadalete,  al  mar,  como  es  debido. 

El  caudal  recibido. 

Pues  con  tal  condición  te  fué  entregado. 

Mis  lágrimas  irán  más  adelante 

A  pagar  un  amante 

Feudo  á  seno  mejor  que  las  reciba; 

Que  algo  tiene  de  mar  quien  las  motiva. 

Y  si  en  caso  impropicio 

No  hallan  en  este  mar  buena  acogida. 
Juro  que  ya  en  mi  vida 
No  alzaré  en  sus  altares  sacrificio 
A  la  sacra  deidad  que  en  Cipro  mora; 

Y  mi  lira  sonora. 

En  vez  de  los  primores  gaditanos. 
Cantará  los  blasones  carpetanos. 


Á  VECINTA  DESDEÑOSA  (1). 

CANCIÓN. 

I  Por  qué  tan  desdeñosa 
Miras,  Vecinta  bella, 
Á  Delio  fiel,  que  tu  ventana  atiende? 
Si  de  él  estás  quejosa. 
Explica  tu  querella , 

Y  el  fuego  del  enojo  que  te  enciende. 
Contra  quien  no  comprende 

En  sí  mayor  pecado 

Que  el  haberle  Diana, 

Con  su  sentencia  inhumana, 

A  triste  y  dura  cárcel  condenado. 

¡Ay!  que  de  tu  desvío 

Sospecho  mayor  causa  en  daño  mió. 

Si  fueran  tus  rigores 
Para  todos  igiiales, 

Y  eterno  fuera  el  ceño  de  tu  cara, 
Sufriera  mis  dolores 

Y  callara  mis  males, 

O  sólo  de  mi  suerte  me  quejara, 

Ni  el  desden  extrañara; 

Que  el  haber  siempre  amado 

A  las  Lices  esquivas 

O  Dafnes  fugitivas 

Esta  mi  estrella,  éste  es  mi  hado. 

¡Ay,  (pie  Vecinta  hermosa 

Tan  sólo  para  Delio  es  rigurosa! 

Dando  al  cielo  alegi'ía. 
Alzas  los  bellos  ojos 
A  Jualindo,  que  el  alto  techo  mora 
(/  Quién  vio  más  claro  dia?), 
y  luego  con  enojos 
Los  diriges  á  Delio  sin  demora 
()  Quién  vio  más  triste  hora?). 

Y  sólo  eu  tu  semblante. 
Centro  de  amor  y  tedio. 
Sin  crcpi'isculo  medio. 

Se  miran  (¡qué  prodigio!)  en  un  instante 

Juntarse  cu  lazo  raro 

La  trista  noche  con  el  dia  claro. 


(1)  "Te  lie  (le  íleber  el  favor  ric  (juc  la  canción  ;i  Vénula  ilesdeño- 
»,?o,  iior  ningún  tiliilo  vaya  íi  (',;i(IÍ7. ,  no  sea  que  di'  en  las  manos 
ixlc  Milla ,  y  se  ilesa/one  i'sta,  juzgando  lo  (lue  no  hay ;  jiues  Delio 
»no  tuvo  m;i.s  asnillo  en  coniponeila  i|uc  los  ruegos  de  sus  amigos 
«niatritoiises,  al  ver  que  cierta  señorita  vecina  S(ilo  miraba  con 
«agrado  ;i  cierto  luml/aolhis,  y  á  los  demás  nos  miraba  con  cierto 
«desden  y  ceño.»  (Carta  autógrafa  de  fuat  Diego  Conzai.ez  á  un 
íntimo  aiiiigo  suyo,  que  se  hallaba  en  Sevilla.— Colección  del  se- 
Cor  Marqués  de  f'idal.) 


ODAS. 


191 


Si  buscas  ser  querida, 
Hallarás  en  mi  pecho 
El  Cipro  y  Pafo,  donde  Venus  mora; 
Si  á  ser  aborrecida 
Te  inclina  tu  despecho, 
No  desprecies,  Vecinta,  á  c^uien  te  adora; 
Déjate  por  ahora 
De  ese  mirar  esquivo, 

Y  el  rostro  desdeñoso 
Convierte  en  amoroso; 

;  No  ves  que  del  amor  el  fuego  activo 
En  el  des])recio  prende, 

Y  el  soplo  adverso  más  la  llama  enciende? 
A  la  noche  funesta 

Sucede  el  claro  dia 

Y  torna  á  los  mortales  el  consuelo; 
La  parda  nulie  opuesta, 

Que  el  aire  entristecía, 

En  gruesos  hilos  de  agua  baja  al  suelo, 

Y  el  ceño  quita  al  cielo; 

Y  la  mar,  alterada 
Del  vcndabal  furioso, 
Recobra  su  reposo ; 

Sigue  á  la  guerra  cruel  la  paz  amada; 

Sólo  eterno  percibo, 

Vecinta,  en  tu  semblante  el  ceño  esquivo. 

¡Ay,  Dclio  fementido! 
Quizá  porqvie  olvidaste 
De  Mirta  gaditana  la  fe  pura, 
Al  cielo  has  ofendido. 
Las  diosas  enojaste. 

¡Ay,  Dclio,  Deiio  !  vuelve  en  tu  cordura; 
Sufre  la  pena  dura 
A  que  te  han  condenado 
Diana,  encrudecida, 

Y  Venus,  ofendida; 

Que  es  el  morir  de  sed,  porque  has  dejado 

Las  abundosas  mares 

Por  la  triste  escasez  del  Manzanares. 

¡Ay  triste!...  pero  deja. 
Canción,  y  corta  el  hilo  ya  á  la  queja ; 
Que  tras  la  luenga  noche  vino  el  dia. 
rNo  viste  cómo  el  alba  se  reia, 

Y  que  Vecinta  hermosa 
Comienza  ya  á  mirarte  cariñosa? 


ODA. 

I  Por  qué  tan  riguroso. 
Político  severo, 

Tuerces  con  ceño  el  rostro,  y  ofendido, 
Repites  desdeñoso 
Con  ademan  grosero.. 
El  coa.c  de  la  rana  desabrido, 
Porque  Celia,  cumplido 
Un  lustro  solamente. 
Para  ser  educada , 
Del  seno  es  separada 
Maternal,  y  cual  víctima  inocente, 
Llevada  á  la  clausura, 
Que  tú  juzgas  eterna  sepultura? 

Eterna  sepultura. 
Donde  en  perpetuo  olvido 
Sus  gracias  yacerán;  pues  el  estado 
Del  claustro  por  ventura 
Le  será  persuadido; 

O  cuando  deje  el  claustro,  ¿qué  ha  logrado, 
No  habiéndola  enseñado 
La  sabia  economía, 
Que  á  la  muj  t  abona 
Y  la  forma  matrona, 
A  quien  una  familia  se  confia? 
Difícil  y  útil  ciencia. 
Que  sólo  da  el  ejemplo  y  experiencia. 

Y  tal  vez  preocupada. 
En  nimias  devociones 
Coloca  la  esperanza  de  ser  buena, 
La  carga  abandonada 
De  sus  obligaciones. 
Lo  que  la  pura  religión  condena; 
O  bien  se  desenfrena, 


Y  sigue  sin  medida 
Los  mundanales  giistos 

Y  placeres  injustos, 

A  qixe  por  tanto  tiempo  ftié  impedida; 

Cual  rio  represado. 

Que  el  obstáculo  puesto  ha  derrotado, 

¡Oh!  cuan  enormemente 
De  la  razou  te  al'jas. 
Político,  juzgando  desdichada 
A  Celia,  la  inocente. 
Que  sin  duelo  ni  quejas, 
Del  corrompido  mundo  separada. 
Viene  á  ser  cultivada; 
Como  oliva  preciosa 
Entre  abrojos  nacida. 
Que  de  ellos  dividida, 

Y  trasplantada  á  tierra  deliciosa, 
Paga  después  tributo 

Dando  á  su  tiempo  el  sazonado  fruto, 

El  fruto  sazonado, 
Merced  de  la  cultura 
Que  en  este  santo  asilo  se  propone. 
Donde  el  primer  cuidado 
Es  enseñar  la  pura 

Religión,  que  es  la  regla  que  compone 
El  corazón  y  pone 
Al  apetito  freno, 

Y  forma  las  matronas. 
Que  tú  en  vano  blasonas, 

Obra  de  un  siglo  de  desorden  lleno; 

Que  mal  á  otros  arregla 

Quien  el  propio  interior  tiene  sin  regla. 

Maestras  ilustradas. 
Cual  aquí  se  prometen, 
A  Celia  dictarán  en  sus  lecciones 
Las  acciones  sagradas 
Que  al  estado  competen. 
Condenando  las  falsas  devociones 
Con  las  supersticiones; 

Y  si  allí  persevera 
Celia  el  tiempo  bastante, 
Será  ejemplo  constante 

De  que  la  piedad  sólida  y  sincera 

Siempre  se  ha  conciliado 

Con  el  bien  verdadero  del  Estado. 

Maestras  permanentes, 
Al  sumo  Bien  ligadas 
Con  triple  indisoluble  ligadura, 
A  las  tiernas  clientes. 
Para  ser  educadas, 
El  bien  les  fijarán  de  la  cultura. 
Ni  la  pasión  impura. 
Ni  el  ínteres  grosero, 
Ni  el  capricho  variable 
De  libertad  instable , 
Tendrán  jamas  entrada  en  el  esmero 
De  una  sabia  enseñanza. 
Virtuosa,  gratuita  y  sin  mudanza. 

Aquí  halla  la  nobleza 
Ventajosa  acogida 
A  costa  de  un  dispendio  moderado, 

Y  la  humilde  pobreza, 
Con  amor  recibida, 

Es  tamljien  educada  con  agrado. 

Aquí  logra  el  Estado 

Seminario  profundo 

De  mai'stras  formadas, 

Que  des]  lues  separadas, 

Esparcirán  la  fama  por  el  mundo. 

De  un  establecimiento, 

Gloria  de  nuestro  siglo  y  ornamento. 


TERCETOS. 

Delio,  en  la  pranja,  da  A  cntentlor  á  Mirta  la  preferencia  que  de  ella 
hace  respecto  de  Peria  ,  bajo  la  met.ifora  de  dos  olivos. 

En  la  amorosa  estancia  donde  vivo, 
De  todo  humano  trato  retirado, 
Planté  no  há  mucho  tiempo  un  tierno  olivo, 

Puse  en  él  mi  afición  y  mi  cuidado: 
Dos  veces  le  regaba  cada  dia, 


FKAY  DIEGO  GONZÁLEZ. 


Y  alguna  vez  estando  recostado 
A  su  pié,  de  mis  ojos  le  añadía 

El  riego  de  un  extraño  sentimiento. 
Mi  cuidado  y  cultivo  agradecía, 

Y  lo  mostraba  el  prodigioso  aumento, 

Y  como  en  tierra  fértil  y  amorosa 
Echó  raíz  profunda,  esparció  al  viento 

La  hermosísima  rama  en  pompa  aii-osa; 

Y  yo,  para  que  más  prevaleciera. 
Con  mano  diligente  y  cuidadosa 

Del  contorno  arranqué  cuanto  pudiera 
Impedir  el  aumento  prodigioso; 

Y  con  esto  ha  arraiirado  de  manera. 

Que  aunque  es  árbol  crecido  y  muy  pomposo, 
No  ha  podido  arrancarle  de  mi  estancia 
El  vendabal  más  terco  y  más  furioso. 

Del  fruto  que  me  da  con  alnmdancia. 
Con  sus  hojas  y  flores  aprensado, 
Un  bálsamo  saqué  de  tal  fragancia 

Y  virtud,  que  á  mis  llagas  aplicado 
(Aunque  yo  mortalmente  estaba  herido), 
De  todas  las  heridas  he  sanado. 

Y  otro  olivo  que,  estando  yo  dormido, 
Maro  cerca  de  allí  plantado  había. 

Por  más  que  su  crianza  ha  pnuuovído, 

Y  le  regó  abundante  cada  dia. 
Jamas  se  vio  crecido  ni  frondoso; 

Y  al  ver  que  el  otro  más  prevalecía, 

Y  á  raí  de  que  medrase  cuidadoso, 
Se  ha  ido  marchitando  lentamente, 
Hasta  que  se  ha  secado,  de  envidioso. 


EL  TRIUNFO  DE  MANZANARES. 

CA2ÍCI0N  (1). 

Precioso  Manzanares, 
Que  entre  arenas  caminas,  lejito  el  paso, 
Cuanto  en  aguas  ■  soaso, 
Tan  rico  en  virtudes  singulares ; 
Dote  que  fué  debido  justamente 
A  tu  estrecha  corriente  ; 
Que  nunca  en  lo  crecido  y  abundoso 
Cifró  naturaleza  lo  precioso. 

A  tí  mi  dulce  acento 
Se  consagra  esta  vez ;  y  si  me  es  dada 
La  lira  celebrada 
De  los  Lesbíos,  tu  nombre  daré  al  viento, 

Y  el  triunfo  por  tu  medio  conseguido. 
Si  fuere  permitido 

De  los  cisnes  que  pisan  tus  arenas, 
De  cuya  grande  fama  al  mundo  Ueuaa. 

A  tu  margen  se  dignan 
Congregarse  los  dioses  celestiales 
Cuando  de  los  mortales 
Los  negocios  más  graves  determinan. 
Por  eso  gracias  mil  te  concedieron, 

Y  cuna  te  eligieron 

De  claros,  poderosos,  altos  reyes. 

Que  en  dos  mundos  dominan  y  dan  leyes. 

De  tí,  el  muy  extendido 
Guadiana;  dé  tí,  el  Ebro  deleitoso 

Y  el  Bétis  abundoso, 

El  hondo  Duero,  el  Tajo  abastecido, 

Y  cuantos  rios  cortan  en  porciones 
Laa  hesperias  regiones ; 

De  tí  uno  reciben  sus  raudales, 
Leyes  y  dirección ,  si  no  caudales. 

Por  tí  el  apresurado 
Genil  al  Bétis  sigue  en  derechura, 

Y  lleva  el  agua  pura 

Cual  en  su  blanco  origen  se  le  ha  dado. 
Por  tí  es  libre  del  Tiber  turbulento. 
Que  con  dañoso  intento 
Le  quiso  amancillar,  y  juntamente 

(1)  «Quificra  estar  m;'is  desocupado  de  lo  que  me  liallo,  para  en- 
«viarte  una  copia  de  la  canción  tilulada  />'/  Tiiunfo  del  Mainana- 
i>res,  que  un  tal  Delio  compuso  con  ocasión  del  decrolo  ültima- 
•mente  ganado  en  1 1  Consejo  contra  otro  que  vino  del  Tiber  sobre 
•la  Bélica  monástica  ,  cumu  tú  sabes  muy  bien.»  I  (^arla  aulógi^afa 
de  FRAV  üiEco  GoN/.ALF.z  al  padre  Miras.  Tuinies,  l'ebrerü  1 5 de  17"6.) 


Dar  un  extraíío  rumbo  á  su  corriente. 

Del  Tibe :•,  avezado 
A  hacer  temer  á  todas  las  naciones 
Con  sus  inundaciones. 
De  Pirra  el  siglo  á  Roma  amenazado. 
I  Ay,  cuan  entumecido  y  orgulloso, 

Y  su  ímpetu  furioso! 

I  Ay,  cuántas  bellas  tierras  dejó  aisladas, 
De  nu(  stro  amado  suelo  s  paradas  1 

Del  Tiber,  que  intentaba 
Abolir  las  memorias  aplaudidas» 
A  real  nombre  erigidas. 
Que  la  bética  gente  veneraba  ; 

Y  el  templo  virginal  invadir  luego 
De  la  diosa  del  fuego; 
Presidente ,  con  cruel  decreto  airado 
Del  soberano  Jo  ve,  no  aprobado. 

j  Ay,  cuánta  desventura 
A  la  bética  gente  aconteciera. 
Si  Jove  permitiera 
Cumplir  del  crudo  Tiber  la  ley  dura  I 
I  Cuántos  males  suft'ieran,  cuántos  dañoa 
Pastores  y  rebaños  I 
Todo  fuera  trastorno  y  falta  de  orden . 
Extraña  confusión,  ciego  desorden. 

Sobre  el  olmo  pomposo, 
Do  sola  la  paloma  asiento  hiciera. 
El  torpe  i)ez  se  viera, 

Y  como  pez  el  gamo  pavoroso 
Surcara  (confundida  la  natura) 
La  cristalina  anchura, 

Y  llevara  Proteo  sus  ganados 

A  los  ásperos  montes  nunca  hollados. 

¿A  cuál  dios  invocara 
La  confusa  provincia,  que  á  su  ruina 
Con  presura  camina  ? 
¡  Ay,  y  cuan  vanamente  fatigara 
El  coro  femenil  de  las  vestales. 
Con  himnos  virginales. 
De  la  dormida  diosa  las  orejas. 
Negadas  á  sus  cánticos  y  quejas  1 

¿A  quién  cometería 
Júpiter  soberano  el  rayo  ardiente, 
Que  á  la  afligida  gente 
Vengase  de  maldad  y  alevosía? 
A  tí  fué  dado,  Manzanares  bello. 
El  poder  conteneUo; 

Y  el  buen  Genil  hallar  pudo  en  tí  solo 
Marte,  Venus,  Amor,  Mercurio,  Apolo. 

Así  los  otros  rios 
Tanta  parte  te  den  de  sus  caudales , 
Que  sobre  tus  cristales 
Crucen  la  Carpctania  los  navios, 
Como  yo  extenderé  colitis  canciones 
Por  todas  las  naciones' 
Tu  nombre  y  fama,  siempre  agradecido 
Al  triunfo  por  tu  mano  conseguido. 

Y  tú,  Genil  dichoso, 

Sigue  al  Bétis,  y  anima,  de  pasada, 

La  gente  desmayada 

Del  habido  temor,  y  victorioso 

Vé  cantando  tu  triunfo  dulcemente, 

Diciendo  alegremente : 

(( No  temáis ;  libres  sois  de  tantos  males,  n 

Y  da  nueva  presura  á  tus  raudales, 
A  quien  no  detuvieron 

Ni  las  amenas  selvas,  ni  los  prados, 

De  flores  mil  sembrados, 

Ni  su  curso  los  hielos  suspendieron, 

Ni  sus  raudas  orillas  azotaron 

Las  ovas,  ni  escucharon 

De  las  ranas  el  canto  des.ibrido. 

Ni  vayon  ni  espadaña  allí  se  vido. 

Sigue,  pues,  con  presura 
Por  do  la  sabia  mano  te  condujo 
Con  poderoso  influjo 

Y  santas  leyes,  llenas  de  cordura ;_ 
Hasta  que,  al  verte  raudo  y  victorioso, 
El  Bétis  amoroso. 

Extendiendo  los  brazos  luengamente, 
En  su  seno  reciba  tu  corriente 

Y  luego  sosegando 


CANCIONES. 


l9á 


La  presura,  los  brazos  paternales 
Tus  hermosos  cristales 
Hacia  el  mar  gaditano  irán  llevando 
Por  terrenos  fecundos,  deliciosos, 

Y  á  los  pueblos  hermosos 

Que  en  la  apacible  orilla  fueres  viendo, 
La  nueva  de  tu  triunfo  vé  esparciendo. 

¡  Ay  1  guarte  que  el  encanto 
De  margen  sevillana  lisonjera 
Detenga  tu  carrera  ; 
Ni  quieras  escuchar  el  dulce  canto 
De  las  ninfas  que  forman  mil  cuadrillas, 

Y  en  las  frescas  orillas 

Hieren  la  blanda  arena,  que,  aunque  ufanas 
Son  envidiosas  de  las  gaditanas. 

Antes,  cual  sabio  griego. 
Tus  oidos  atapa  prontamente, 

Y  á  paso  diligente 

La  lucarina  playa  ocupa  luego, 

Y  sin  temer  escollos  peligrosos, 
Entra  en  los  abundosos 

Y  dilatados  mares,  ya  vecinos. 
Llenos  de  mil  veleros  ricos  pinos, 

Y  luego  hacia  Levante 

Dobla  la  larga  punta  aguda  y  fiera 

Del  Can,  do  pereciera 

Mil  veces  el  incauto  navegante, 

Y  descubre  el  emporio  gaditano, 

Y  corre  luego  ufano 

A  besar  sus  orillas  reverente 

Y  saludar  la  hermosa  y  dulce  gente. 

Y  si  entre  los  millares 

De  ninfas,  de  hermosura  y  gracia  llenas, 

Que  pisan  sus  arenas, 

A  la  fiel  y  divina  Miiía  hallares 

(Que  ignorar  no  podrás  aún  entre  tantas). 

Besa  sus  bellas  plantas , 

Y  dile  de  mi  amor  cuanto  tú  puedas, 
Con  que  aíiadas  que  siempre  corto  quedas, 

Dile  que  en  la  ribera 
Del  apacible  Tórmes  argentado 
Apasta  su  ganado 
El  triste  Delio,  cuya  suerte  fiera 
(Quizá  por  apagar  su  llama  ardiente) 
Lo  tiene  de  ella  ausente; 
Pero  antes  será  el  mundo  piezas  hecho 
Que  falte  Mirta  bella  de  su  pecho, 

Dile  que  noche  y  dia. 
Con  pastoril  zampona  ó  dulce  avena, 
Por  divertir  la  pena. 
El  nombre  de  su  Mirta  al  cielo  envia, 

Y  olvidan  sus  ovejas  los  pastores 
Por  oir  sus  loores, 

Y  el  pecho  alzó  tal  vez  del  ancho  asiento 
El  padi-e  Tórmes,  y  atendió  á  su  acento. 

Dile  que  en  la  delgada 
Arena,  nunca  hollado  de  la  gente, 
Graba  continuamente 
El  dulce  nombre  de  su  Mirta  amada, 

Y  crece  y  sube  con  el  olmo  alzado, 

Y  que  siempre  empleado 

En  formar  de  sus  prendas  larga  historia, 
Hará  eterna  de  Mirta  la  memoria. 


CÁDIZ  TRANSFORMADO, 

T    DICHAS    BORáDAS    DEL    PASTOR    DELIO 

CANCIÓN. 
Desde  que  vivo  ausente 
De  la  bella  ciudad  que  fué  la  gloria 
Donde  hizo  eterno  asiento  mi  deseo. 
Me  está  continuamente 
Afligiendo  de  dia  su  memoria, 

Y  de  noche  me  sirve  de  recreo; 

Y  aunque  en  sueños  no  creo, 
Por  ser  regularmente  necedades , 
Tal  vez  fueron  misterios  y  verdades, 

Y  he  de  contar  con  verso  mesurado 
Las  dichas  que  he  soñado 

En  una  noche  fria, 

Y  era  aoñnr  el  ciego  gue  veia, 

?,  PS,-2ÍYIII, 


Soñé  (como  transforma 
El  sueño  las  ideas  á  su  grado) 
Que  no  era  Cádiz  lo  que  se  pensaba, 
Sino  de  humana  forma 
Una  pastora,  que  de  mi  ganado 
Los  Cándidos  corderos  apastaba, 

Y  Mixta  se  llamaba. 

Llena  de  honestidad  y  de  hermosura, 
Centro  do  discreción  y  de  fe  pura, 

Y  yo  gozaba  en  suerte  venturosa 
De  su  vista  gi-aciosa 

Las  veces  que  queria  ; 

Y  era  soñar  el  ciego  que  veia. 
Soñé  que  transformado 

Cádiz  en  Mirta  bella,  así  me  habla  : 

<n  Con  que,  presto  del  Tajo  á  la  ribera 

Trasladas  el  ganado  ? 

1  Triste  la  que  nació  mísera  esclava  1 

Cierto  puedí  s  estar  que  si  pudiera. 

Con  gusto  te  siguiera. 

Hasta  dejar  los  abundosos  mares 

Por  la  triste  escasez  del  Manzanares ; 

Pero  el  alma,  que  es  libre,  irá  contigo, 

O  quedará  conmigo 

La  tuya  en  compañía. » 

Y  era  soñar  el  ciego  que  veía,. 
Soñé  que  amarizadas 

Mis  ovejas  dejaba  en  la  espesura, 

Y  á  la  playa  me  fui,  sin  curar  de  ellas, 

Y  noté  unas  pisadas 

Bien  estampadas  en  la  arena  pura. 
Que  juzgué  ser  de  ]\Iirta  por  lo  bellas ; 
Siguiendo  fui  las  huellas, 

Y  vi  que  con  el  dedo  habia  formado 
En  la  arena  este  indicio  de  su  agrado : 
«Quien  me  sigue  será  correspondido; 
Delio  lo  ha  conseguido.» 

Y  Mirta  lo  escribía ; 

Y  era,  soñar  el  ciego  que  veia. 
Soñé  que  mis  zagales 

Me  dieron  una  nueva  lastimosa 

De  Cádiz,  y  j'o  en  llanto  me  anegaba, 

Llorando  tantos  males, 

Y  al  punto  llegó  Mirta,  presurosa, 

Y  vi  que  con  un  lienzo  que  tomaba 
El  llanto  me  enjugaba, 

Y  aplicando  la  mano  al  casto  pecho, 
«Vive,  pastor  (me  dice),  satisfecho, 
Que  en  Cádiz  vivirás  eternamente.» 

Y  yo  muy  ciertamente 
Mi  ventura  creía ; 

Y  era  soñar  el  ciego  que  veia. 
Soñé  que  Mirta  bella 

Me  miraba,  y  decia  con  agrado  : 

«I  Por  qué  pasas,  pastor,  la  vida  triste? 

Ya  cesó  mi  querella ; 

Ya  sé  que  tu  caudal  has  retirado 

Del  banco  genoves,  donde  perdiste 

En  lo  que  allí  impusiste; 

Y  todo  por  entero  lo  empleaste 

En  nuestro  Cádiz  fiel,  donde  lograste 
Tener  inmenso  lucro  y  muy  seguro; 
Yo,  Mirta,  te  lo  juro 
Por  toda  la  fe  mía. » 

Y  era  soñar  el  ciego  que  veia. 
Soñé  que  el  mar  furioso 

Habia  sumergido  una  isletilla, 

Do  Mirta  estaba  entonces  (¡dura  estrella!), 

Y  estando  yo  lloroso. 

Sintiendo  tal  desgracia,  en  una  orilla, 
Vi  en  las  aguas  formar  su  imagen  bella; 
Iba  á  arrojanne  á  ella. 
Mirta,  que  estaba  atrás,  sin  yo  sabello, 
Lns  brazos  dulcemente  me  echa  al  cuello. 
Diciendo  :  «No  te  pierdas  por  hallarme, 
Si  quieres  agradarme. 
Pues  vivo  todavía.» 

Y  era  soñar  el  ciego  que  veia. 
Soñé  que  se  acercaban 

Unas  abejas  á  los  labios  bellos 

De  Mirta,  que  dormía,  que  en  lo  rojo, 

Bella  rosa  juzgaban  j 

15 


194 


FRAY 

Yo,  incauto,  al  espantarlas,  toqué  en  eUoe; 
Mirta,  sobresaltada,  abrió  los  ojos; 
Yo  temí  sus  enojos ;  ,     •     * 

Mas  vi  que  me  miraba  complaciente, 

Y  moviendo  los  labios  dulcemente, 
La  miel  que  las  abejas  no  lograron, 
En  mí  la  destilaron 

Con  lo  que  me  decia  ; 

Y  era  soñar  el  cirr/o  que  veia. 
Soñé  que ,  embebecido 

En  un  mapa  que  Arsenio  me  liabia  dado, 
Miraba  yo  de  Cádiz  la  belleza, 

Y  Mirta,  que  lo  vido 
(Juzgándolo  de  Genova  traslado), 
Le  tomó  de  mis  manos  con  fiereza 

Y  habló  con  aspereza ; 

Mas  luego,  vuelta  un  poco  en  la  cordura, 
Viendo  su  engaño,  dijo  con  ternura : 
«No  dudaré,  pastor,  eternamente 
De  tu  pecho  inocente, 
Ni  tú  de  la  fe  mia.» 

Y  era  soñar  el  rier/o  que  veia. 
Soñé  que,  el  diestro  codo 

Puesto  en  el  verde  prado,  Mirta  bella 
Sobre  la  blanca  mano  reclinaba 
El  rostro,  y  de  este  modo 
Conmigo  conversaba  cariñosa. 
Vi  que  la  vista  al  cielo  levantaba 

Y  que  me  preguntaba  : 

¿Qué  trecho  habrá  desde  la  tierra  al  cielo, 
Pastor  ?))  Y  yo  la  dije  sin  recelo  : 
«Medido  de  tu  mano  diestramente, 
Un  codo  solamente»; 

Y  ella  se  complacía ; 

Y  era  soñar  el  ciego  gue  veia. 
Soñé  que  divertido 

Estaba  yo  á  deshoras  de  la  noche. 
Formando  una  canción  á  mi  pastora. 
Sentí  á  mi  puerta  un  ruido. 
Como  si  allí  parado  hubiera  un  coche, 

Y  luego  se  me  dijo  en  voz  sonora  : 
«Delio,  llegó  la  hora 

De  que  dejes  las  selvas  y  el  ganado, 
Pues  no  eres  para  rústico  formado  ; 
Vén ,  que  en  Cádiz  te  espera  ansiosamente 
Con  quien  eternamente 
Gozarás  de  tu  dia.» 

Y  e}'a  soñar  el  ciego  que  veia. 
Yo,  de  mi  dicha  cierto. 

Dejo  el  lecho,  dormido,  apresurado, 

Y  destinando,  ruedo  la  escalera, 

Y  en  el  portal  despierto, 

Bañado  el  rostro  en  sangre  y  maltratado; 

Y  vi  que  en  esta  ventura  (¡ah  suerte  fiera!) 
Imposible  me  era, 

Pues  vi  que  aun  subsistía  irrevocable 
De  Diana  el  decreto  formidable ; 

Y  aunque  quedé  del  sueño  mal  herido, 
Más  que  del,  ofendido 

De  la  verdad,  con  ceño 

Miré  la  vida ,  y  con  placer  el  sueño. 

Canción,  vé  á  Mirta,  y  di  de  parte  mia 
Que  si  de  mi  verdad  y  amor  dudaba, 
Sepa  que  si  soñaba 
El  ciego  que  veia, 
Era  sólo  soñar  lo  que  quería. 


A  MELISA. 

CANCIÓN, 

Andando  yo  cazando. 
Vi  una  blanca  paloma,  que  batía 
Las  alas  con  extraño  movimiento, 

Y  luego  fui  notando 

Que  por  línea  derecha  descendía 
Hacia  la  boca  de  un  dragón  hambriento. 
El  cual  con  torpe  aliento 
Había  su  vigor  entorpecido, 

Y  hacia  sí  la  traía  sin  sentido, 

Con  tal  dulzura  y  suavidad  tan  raía, 


DIEGO  GONZÁLEZ. 

Que  si  yo  no  llegara 
Tan  oportunamente, 
Fuera  despojo  de  su  crudo  diente. 

Compadecido  de  ella, 
Disparé  mi  arcabuz,  y  dividida 
La  columna  de  aliento  que  mediaba, 
Cayó  á  mis  pies  la  bella 
Paloma,  sí  no  muerta,  atontecida. 
Yo  la  puse  en  mi  pecho  y  fomentaba. 
Por  ver  si  en  sí  tornaba; 
Mas  ella,  apenas  se  hubo  recobrado. 
Después  de  haberme  el  corazón  robado. 
Hacia  la  fiera  boca  alzó  su  vuelo, 

Y  con  tanto  desvelo 
Por  ella  se  ha  metido 
Como  pudiera  por  su  amado  nido. 

Estando  en  mi  majada. 
Entregados  al  sueño  los  mastines, 
Vi  que  un  lobo  sagaz  acometía 
A  una  cordera  amada, 
Que  estaba  del  rebaño  en  los  confines; 
Yo,  que  más  que  á  las  otras  la  quería, 
Tr.as  el  lobo,  que  huía 
Con  el  robo,  siguiendo  fui  con  priesa, 

Y  del  hambriento  diente  hurté  la  presa, 
Pero  tan  maltratada,  que  mirando 
La  sangre  amancillando 
Del  vellón  la  blancura, 
Me  llenó  las  entrañas  de  ternura. 

Con  bálsamo  oloroso 
Sus  heridas  curé ,  compadecido, 

Y  desde  entonces  mucho  más  la  amaba. 
Mas,  ¡  caso  prodigioso  I 
Apenas  hubo  bien  convalecido. 
Volvió  el  lobo  fatal,  que  la  buscaba, 

Y  el  ganado  acechaba, 

Y  luego  que  lo  vido  la  cordera. 
De  mis  brazos  saltó,  \  quién  lo  creyera! 

Y  fué  siguiendo  en  pos  del  lobo  hambriento 
Con  balido  y  lamento, 

Y  tan  apresurada 
Como  pudiera  tras  su  madi-e  amada. 

Viniendo  de  camino. 
Vi  un  cazador  astuto  que  tenía 
En  redes  varias  aves  encerradas, 
Cuyo  arte  peregrino 
Con  fingido  reclamo  las  traía, 

Y  á  un  engañoso  cebo  aficionadas, 
Del  daño  no  avisadas. 
Se  entraban  en  las  redes  con  anhelo. 
Pensando  hallar  su  paz  y  su  consuelo; 
Vi  entre  ellas  una  tórtola  tan  bella, 
Que,  enamorado  de  ella, 
Deseando  lograrla , 
Di  todo  mí  caudal  por  rescatarla. 

Llévemela  en  el  pecho 
A  mi  aldea,  que  cerca  de  allí  estaba, 

Y  yo  la  regalaba  con  cuidado, 

Y  estando  satisfecho 
De  que  ella  mis  halagos  estimaba, 
Luego  que  ya  me  vido  confiado. 
Con  vuelo  acelerado 
Caminó  hacia  la  red  en  derechura, 

Y  en  ella  volvió  á  entrarse  sin  cordura. 
Yo  en  vano  fui  á  cobrarla  presuroso, 
Porque  al  hombro  alevoso, 
Por  más  que  le  decia. 
No  pude  persuadirle  que  era  mia. 

Melisa,  si  ent:ndieras 
Lo  que  quieren  decir  estas  visiones. 
No  fuera  quien  las  vio  tan  desdichado; 
Entonces  conocieras 
Las  astucias,  engaños  y  traiciones 
De  que  Delio  prudente  te  ha  librado, 

Y  hubieras  estimado 
Su  mucha  diligencia  y  mucho  celo; 
Pero  al  Hn  la  verdad  quitará  el  v.lo 
Al  engaño,  y  verás  que  aquel  amante, 
A  quien  pagas  constante 
De  tu  amor  el  tributo. 
Es  dragón,  lobo  y  cazador  astuto. 


ODAS. 


m 


A  LISENO  (1). 

ODA. 

¿Por  qué  te  das  tormento, 
Liseno,  si  te  da  el  cielo  santo 
El  mirar  el  portento 
Que  al  Tajo  pone  espanto 

Y  á  sus  laÍ3Íos  renueva  el  sabio  canto? 
Dichoso  y  bienhadado 

Quien  logra  ver  de  Lisi  la  luz  pura, 

Do  con  modo  no  usado 

La  gran  madre  natura 

Cifró  el  mimen ,  la  gracia  y  la  hermosura. 

Ver  el  rostro  halagüeño 
Donde  mora  el  agi-ado  de  contino, 

Y  nunca  el  negi'o  ceño 
Ni  otro  vapor  malino 
Alteró  lo  sereno  y  cristalino; 

Y  aquel  hablar  sabroso, 
Entre  carmin  y  perlas  fabricado, 
Correr  cual  el  precioso 
Raudal  recien  formado. 
Sobre  las  puras  guijas  deslizado. 

¡Oh!  no  ya  ingrato  al  cielo, 
Torna ,  oh  caro  Liseno,  en  tu  cordura ; 
Recobra  tu  consuelo, 

Y  deja  la  tristura 

Al  malhadado  Delio  y  sin  ventura. 

¡Ay!  si  entre  tantos  males. 
Me  fuese,  como  á  tí  te  es,  concedido 
El  ver  los  divinales 
Ojos  donde  Cupido 
Reina,  más  fuerte  que  su  madre  en  Gnido; 

Dejando  mi  ganado 
Del  Tórmes  argentado  en  la  ribera , 
De  el  dulce  bien  llevado, 
Por  do  quiera  que  fuera, 
Como  la  sombra  al  cuerpo,  la  siguiera, 

O  ya  por  la  espesura 
Al  ciervo  con  saeta  fatigara, 
O  ya  en  la  margen  pura 
Del  Tajo  se  sentara, 

Y  su  voz  en  las  aguas  resonara. 
Del  canto  suspendido. 

Viviera  de  mis  daños  olvidado, 
Puesto  el  atento  oido 
Al  son  de  dulce  acordado 
Deljfjlectro  sabiamente  meneado. 


TRADUCCIÓN  DEL  SALMO  VIII. 

I  Cuan  grande  y  admirable, 
Oh  Señor,  en  quien  nuestro  bien  se  encierra, 
Es  tu  nombre  adorable 
En  todo  cuanto  cierra 
La  redondez  inmensa  de  la  tierral 

Pues  la  magnificencia 
Que  en  tus  excelsas  obras  se  ha  mostrado, 
En  poderío  y  ciencia 
Así  ha  sobrepujado. 
Que  más  que  el  alto  cielo  se  ha  elevado. 

Sacaste  tu  alabanza 
De  infantil  boca,  que  aun  enjuga  el  pecho; 
La  enemiga  alianza 
Confundida,  y  deshecho 
El  odio  vengador  y  su  despecho. 

Que  si  los  cielos  miro. 
Esmero  de  tu  mano  omnipotente, 

Y  el  desvelado  giro 
De  la  luna  luciente, 

Y  de  estrellas  el  coro  refulgente, 
Liiégo  digo,  admirado  : 

jQué  es  el  hombre,  que  tanto  le  encareces 
Tu  amor,  ó  el  engendrado 
Del  hombre,  que  mil  veces 
Con  tu  visitación  le  favoreces? 
Poco  menos  le  hiciste 


(1;  Su  amiyo,  el  padre  Feruandez. 


Que  el  ángel,  y  de  honor  le  coronaste 

Y  gloria,  y  le  pusiste. 
Luego  que  le  formaste, 

Sobre  todas  las  cosas  que  criaste. 

Y  todo  sometido 

Lo  dejaste  á  sus  pies  y  á  su  mandado; 

El  rebaño  vestido 

De  lana,  el  buey  pausado, 

Y  cuanto  pace  yerba  en  monte  ó  prado; 

Y  las  ligí  ras  aves. 

Que  alz-ívn  el  vuelo  á  la  región  vacía, 

Y  los  pescados  p'^ves, 
Que  cruzan  á  porfía 

Las  sendas  de  la  mar  salada  y  fria. 

¡  Cuan  grande  y  admirable. 
Oh  Señor,  en  quien  nuestro  bien  se  encierra, 
Es  tu  nombre  adorable 
En  todo  cuanto  cierra 
La  redondez  inmensa  de  la  tierra! 

Al  Padre  poderoso, 
Al  Hijo  sin  fin  sabio,  y  al  supremo 
Espíritu  amoroso 
Se  dé  el  honor  eterno 
Ahora  y  siempre  y  por  siglo  sempiterno. 
Amén, 


TRADUCCIÓN  DEL  SALMO  X. 

¿Para  qué  me  decis  (si  en  Dios  confio): 
«Siis,  corre,  aguija,  vuela,  y  como  el  ave 
Traspasa  el  monte  y  la  encumbrada  sierra? 
¿No  ves  los  muchos  que  con  pecho  impío 
Aparejan  el  arco  duro  y  grave 
Aljaba,  que  saetas  mil  encieiTa, 
Para  herir  en  oculto  al  inocente? 
¿  No  ves  que  han  derrocado 
Al  suelo  prestamente 

Cuanto  tú  en  luengo  tiempo  has  fabricado?» 
Mas  ¿qué  hice  yo,  cuitado? 
Ni  ¿  de  quién  temeré,  si  desde  el  cielo, 
El  Señor,  que  en  su  santo  templo  mora, 
Sentado  como  juez,  mira  piadoso 
La  causa  de  los  pobres  y  su  duelo, 

Y  de  los  hombres  la  conciencia  explora 
Con  juicio  riguroso, 

Y  pregunta  imparcial  á  cada  uno, 
Al  justo  y  al  impío  de  consuno? 

Que  el  que  ama  la  maldad,  aborrecida 
Tiene  á  su  misma  alma;  y  Dios,  airado, 
Lloverá  los  peligros  por  do  quiera 
Sobre  los  pecadores ;  su  bebida, 
A  los  malos,  y  suerte  postrimera 
Serán  fuego  y  azufre,  y  al  airado 
Viento  tempestuoso  corrompido; 
Porque  es  j  usto  el  Señor,  y  siempre  amanf  e 
De  la  justicia  ha  sido, 

Y  á  la  equidad  miró  de  buen  semblante. 


TRADUCCIÓN  DEL  HIMNO  Vlim,  CREATOR. 

Vén,  Criador  Espíritu  amoroso,  ' 

Vén  y  visita  el  alma,  que  á  tí  clama, 

Y  con  tu  soberana  gracia  inflama 
Los  pechos  que  criaste  poderoso. 

Tú,  que  abogado  fiel  eres  llamado. 
Del  Altísimo  don,  perenne  fuente 
De  vida  et(>rna,  caridad  ferviente. 
Espiritual  unción,  fuego  sagrado; 

Tú  te  infundes  al  alma  en  siete  dones. 
Fiel  promesa  del  Padre  soberano; 
Tú  eres  el  dedo  do  su  diestra  mano. 
Tú  nos  dictas  palabras  y  razones. 

Ilustra  con  tu  luz  nuestros  sentidos, 
Del  corazón  ahuyenta  la  tibieza; 
Haznos  vencer  la  corporal  flaqueza. 
Con  tu  eterna  virtud  fortalecidos. 

Por  tí,  nuestro  enemigo  desterrado. 
Gocemos  de  paz  santa  duradera; 

Y  siendo  nuestra  guía  en  la  carrera, 
Todo  daño  evitemos  y  pecado, 


196 


FRAY  DIEGO  GONZÁLEZ. 


Por  tí  al  eterno  Padre  conozcamos, 

Y  al  Hijo,  soberano  omnipotente, 

Y  átí.  Espíritu,  de  ambos  procedente, 
Con  viva  fe  y  amor  siempre  creamos. 

Toda  ploria  sea  dada  al  Padre  eterno, 

Y  al  Hijo,  de  la  muerte  victorioso, 

Y  al  soVierano  Espíritu  amoroso. 
Ahora  y  siempre  y  por  siglo  sempiterno. 


TKADUCCION  DEL  CÁNTICO  MAGNÍFICAT. 

Alaba  y  eno^andece 
A  su  Dios  y  Señor  el  alma  mia, 

Y  en  mi  espíritu  crece 
El  gozo  y  alcgi-ía 

En  Dios,  mi  Salvador,  en  qnien  confia. 

Y  porque  se  ha  dignado 

Mi  baja  condición  mirar  clemente, 
Mi  nombre  celebrado 
Será  de  gente  en  gente. 
Llamándome  dichosa  eternamente. 

El  poderoso  j  pío. 
Que  Santo  es  su  renombre  y  ornamento. 
Ha  obrado  en  favor  mió 
Maravillas  sin  cuento, 
Que  exceden  todo  humano  entendimiento, 

Y  su  grande  clemencia 

Se  extenderá  propicia  eternamente 

A  toda  descendencia. 

Con  tal  que  toda  gente 

Le  doble  la  rodilla  reverente. 

De  fortaleza  y  brío 
Armó  su  brazo  excelso  poderoso, 

Y  confundió  al  impío 
Soberbio,  presuntuoso, 

En  sus  designios  vanos  orgulloso. 

De  la  encumbrada  silla 
Derribó  al  poderoso  y  engreído, 

Y  á  la  plebe  sencilla 
Del  estado  abatido 

Hasta  el  solio  de  gloria  le  ha  subido. 

Colmó  al  necesitado 
De  bienes  soberanos  con  largueza, 

Y  al  rico,  confiado 
En  su  falaz  riqueza. 

Dejó  vacío  en  mísera  pobreza. 

En  gracia  ha  recibido 
A  Israel,  recordando  su  clemencia; 
Como  hubo  prometido 
A  la  antigua  creencia, 
A  Abraham  y  su  larga  descendencia, 

Al  Padre  sea  la  gloria, 
Al  Hijo  y  al  Espíritu,  cantada 
En  eterna  memoria. 
Como  siempre  fué  dada 

Y  será  por  los  siglos  tributada. 


TRADUCCIÓN  DEL  HIMNO  TU  BEUM. 

A  vos.  Señor,  por  Dios  os  alabamos, 

Y  vuestro  señorío 

Sobre  todas  las  cosas  confesamos, 
Padre  eterno  de  inmenso  poderío 
Os  venera  la  tierra 

Y  cuanto  el  orbe  encierra. 
Por  angélicos  coros  sin  reposo, 
Los  cielos  y  las  altas  potestades, 
El  querubín  y  serafin  gozosos, 
Con  incesante  canto 

Os  entonan  el  Santo,  Santo,  Santo; 
Señor  de  los  ejércitos  terrible. 
Cielo  y  tierra  rebosan  vuestra  gloria 

Y  majestad;  el  coro  glorioso 

De  apóstoles,  el  número  plausible 

De  profetas  y  ejército  invencible 

De  mártires  triunfantes 

Os  alaban  constantes. 

La  Iglesia,  por  el  mundo  difundida. 

Os  confiesa  por  Padre  omnipotente, 

y  á  vuestro  venerado 


Unigénito  Hijo  coctcrno, 

Y  al  Espíritu  Santo  juntamente. 

(Oh  ungido  del  Señor  1  ¡Oh  Cristo  amado  I 

Tú  eres  Rey  de  la  gloria, 

Hijo  etornal  del  Padre  sempiterno. 

Tú,  habiendo  de  tomar  el  ser  humano 

Para  librar  al  hombre,  que  criaste. 

Con  ser  inmenso,  no  te  dcdignaste 

De  la  estrecha  clausura 

De  las  entrañas  de  una  virgen  pura. 

Tú,  vencida  la  muerte,  nos  abriste 

Con  poderosa  mano 

lias  puertas  eternales. 

Que  la  culpa  fatal  habia  cerrado 

A  todos  los  mortales. 

Tú  á  los  cielos  subiste, 

Y  á  la  diestra  del  Padre  estás  sentado, 

Y  vendrás,  como  juez  justo  y  severo, 
A  juzgarnos  el  dia  postrimero, 

Dia  terrible  y  triste. 

Por  tanto,  ahora  postrados, 

Favor  pedimos  los  que  redimiste 

Con  tu  sangre  preciosa ; 

Haz  que  en  suerte  dichosa 

Con  tus  santos  seamos  numerados. 

Salva  tu  pueblo  y  la  heredad  preciosa 

Que  por  propia  elegiste, 

Y  hacia  tí  nos  dirige  eternamente 
Con  devota  porfía. 

Cada  dia  tu  nombre  bendecimos 

Y  por  todos  los  siglos  le  alal)amos. 
Guárdanos  sin  pecado  en  este  dia; 
Piedad,  Señor,  piedad  á  ti  pedimos, 

Y  así  como  de  tí  siempre  esperamos, 
Tu  gran  misericordia  consigamos. 

En  tí  espero,    Señor,  continuamente; 
No  seré  confunelido  eternamente. 


A  UNA  PINTURA  CONFUSA  DE  LA  GLORIA. 

OCTAVA. 
Una  rara  visión,  qiie  representa 
Un  conjunto  de  varias  confusiones, 
En  color  de  azafrán  y  de  pimienta. 
Donde,  á  costa  de  muchas  atenciones, 
Sólo  nota  la  vista  más  atenta 
Manos,  patas,  cabezas,  pies  y  alones, 
¿Por  qué  motivo  se  ha  de  llamar  gloria? 
¿No  era  mejor  llamarla  pepitoria? 


A  UN  ORADOR  CONTRAHECHO,  ZAZOSO 


Y     SATÍRICO. 


Botijo  con  bonete  clerical, 
Que  viertes  la  doctrina  á  borbollón , 
Falto  de  voz,  de  afectos,  de  emoción; 
Lleno  di  furia,  ardor  y  odio  fatal; 

La  cólera  y  despique  por  igual 
Dividen  en  dos  partes  tu  sermón, 
Que,  por  tosco,  punzante  y  sin  sazón, 
Debieras  predicárselo  á  un  zarzal. 

I  Qué  prendas  de  orador  en  tí  se  ven  1 
Zazoso  acento,  gesto  pastoril. 
El  metal  de  la  voz  ciial  de  sartén. 

Tono  uniforme  cual  de  tamboril. 
Para  orador  te  faltan  más  de  cien; 
Para  arador  te  sobran  más  de  mil. 


CENSURA  DE  UNOS  SONETOS  ACRÓSTICOS. 
-  OCTAVA. 

Esos  versos  que  ves  tan  adornados 
No  son  efecto,  Mirta ,  de  gran  ciencia ; 
Por  pintor,  no  poeta,  son  formados. 
Más  que  obra  de  talento,  de  paciencia; 

Y  aunque,  hacia  varias  partes  ordenados, 
Siempre  tienen  su  cierta  inteligencia, 

Y  forman  con  las  letras  mil  juguetes, 
No  son  sonetos,  sino  soneonetíS, 


COMPOSICIONES  VARIAS. 


197 


TEADUCCION 
del  epitado  latino  que  el  Bembo  hizo  á  Rafael: 

lile  Me  est  Baphael,  timuit,  qno  sospite,  vinel, 
Rervm  magna  paren» ,  et  mm'ienie  morí, 

TRADUCCIÓN. 
Aquí  yace  Rafael, 
De  quien  natura,  admirada, 
Receló  por  su  pincel, 
Viviendo  él,  ser  superada, 
Y  morir  muriendo  él. 


ÉGLOGA 

eon  motivo  de  la  exaltación  al  trono  y  proclamación  de  nucstr  j 
augusto  soberano  Carlos  IV  (Ij. 

BATILO,  DELIO. 

BATILO. 

;,De  dónde,  Delio  amado. 
Tan  extraña  alepria? 
Poco  há  que  en  este  sitio  recostado, 
Arreglando  tu  lira  á  tono  triste. 
Con  fúnebre  elegía 
A  toda  la  ribera  enterneciste, 
Moviendo  tu  lamento 
A  tomar  interés  en  tus  pesares 
Al  ledo  Manzanares, 
Que  el  pecho  alzó  del  arenoso  asiento; 

Y  ora ,  de  gozo  el  rostro  trasportado, 
De  hiedra  y  arrayan  recien  cortado 
Rodeada  la  frente. 

Festivo,  sin  cesar,  alegre  cantas, 

Y  á  tu  celeste  esfera  el  son  levantas, 

Y  el  nombre  carolino  juntamente; 
El  nombre  carolino, 

Que  en  la  ribera  suena  de  contino, 

DELIO. 

No  te  admires ,  zagal ,  si  en  este  dia 
Es  mi  gozo  excesivo, 
A  tocar  en  locura; 
Que  es  extraño  el  motivo, 

Y  á  veces  es  cordura 

Perder  el  seso,  i  Oh  amada  patria  mia' 

I  Oh  felices  edades. 

En  que  la  alma  vii-tud  es  ensalzada 

Y  en  trono  real  sentada! 

Ya  se  ven  humanadas  las  deidades 
En  medio  de  la  plebe  alborozada; 
Ya  torna  el  reino  de  Saturno  y  Rhea, 

Y  derrama  Amaltea 
Del  rico  don  sagi-ado 
Los  bienes  sin  medida. 

¡  Oh  dichoso  el  zagal  á  quien  es  dado 

El  comenzar  la  vida 

En  tan  feliz  momento! 

Paced,  paced,  pastores,  libremente. 

Seguros  de  invasión  de  lobo  hambriento; 

Cantad  alegremente 

Nuestras  glorias  futuras, 

Y  el  nombre  carolino  juntamente. 
[Oh  dichas!  ¡oh  favores!  ¡oh  venturas! 
¡Oh  Carlos  deseado!  ¡oh  dulce  Luisa! 
Venid,  tiempos,  venid  á  toda  prisa. 

BATILO. 

Bien  hiciste  en  decirme  que  no  era 
Locura  consumada  tu  alegría; 
Que  por  tal  la  tendría 
Quien,  como  yo,  te  oyera 
Decir  cosas  tan  v.árias  presuroso, 
Sin  proseguir  alguna  señalada 
Ni  hacer  allí  parada ; 
Cual  en  valle  abundoso 
Deja  la  hambrienta  oveja  mal  pacida 


(1)  Fray  Diego  González  dejó  sin  concluir  esta  égloga. 


La  grama  comenzada, 

Del  codiciado  nácar  atraída, 

0  cual  la  mariposa 

Que  toca  en  varias  flores,  desvelada, 

Y  en  ninguna  reposa. 

¿De  dónde,  pues,  tu  falta  de  cordura? 
¿Qué  frenesí  de  nuevo  te  ha  tomado. 
Siendo  pastor  de  juicio  acreditado? 

DELIO. 

Pues  qué,  ¿no  ves  trocada  la  natura? 

1  En  el  prado  florido 

No  ves  el  resplandor,  cuando  á  Diana 

En  diversión  liviana 

Detiene  en  Látmos  el  pastor  dormido? 

¿No  ves  por  los  oteros 

Saltar  las  corderillas. 

Retozar  los  corderos. 

Volar  los  colorines  en  cuadrillas? 

¿No  escuchas  el  divino,  no  aprendido, 

Canto  del  ruiseñor,  que  la  celosa 

Consorte  reconoce  desde  el  nido. 

Donde  en  cama  mullida 

Fomenta  cariñosa 

La  familia,  en  los  huevos  escondida? 

¿  No  ves  subir  al  cielo,  bordeando. 

La  calandria  parlera, 

En  justa  proporción  la  voz  alzando, 

Y  luego  se  descuelga  á  la  pradera 
Precipitadamente  ? 

¿No  es  aquella  que  aixulla  en  nuestra  estancia 

La  tórtola  doliente? 

¿Del  monte  en  la  ladera 

No  miras  el  almendro  floreciente  ? 

¿No  sientes  la  fragancia 

De  las  rosas  que  nacen  por  do  quiera, 

Y  todo  en  medio  del  invierno  crn  !■>.' 

BATILO. 

¿Tanto  tu  gozo  enajenarte  p;; 
Que  juzgues  cosas  tales 
Las  hogueras  que  en  muestra  de  alegría 
Encienden  los  zagales  ? 


SATISFACCIÓN  DEL  GENIL  TRIUNFANTE 

AL  DAHEO  QUEJOSO   (2). 

¿  Por  qué  te  das  tormento, 
Darro,  cíe  que  en  el  triunfo  conseguido 
Tu  nombre  no  has  oido  ? 
¡Oh!  deja  la  querella  y  el  lamento, 

Y  torna  á  dar  contento  y  alegría 
A  tu  angostura  umbría; 

Que  si  yo  llevo  el  nombre  en  la  victoria, 
Del  triunfo  llevas  tú  toda  la  gloria. 

Aunque  del  seno  frío 
Los  dos  nacemos  de  esa  madre  cana. 
Plugo  á  la  soberana 
Mano  de  hacer  los  dos  un  solo  rio. 
Para  este  fin  el  nombre  tú  perdiste, 

Y  gran  caudal  me  diste  ; 

Y  yo  el  nombre  te  di  para  el  intento, 
Corto  caudal,  y  tardo  movimiento. 

No  tú ,  como  el  Segura , 
Que  el  triunfo  celebró  de  la  insolencia, 

Y  puso  la  inocencia 

En  cadena  insoliible  y  cárcel  dura. 

Por  eso  condenaron  sus  raudales 

Los  dioses  inmortales 

A  ser  de  cara  madre  distraídos , 

y  en  las  movidas  tierras  consumidoa. 


(2)  I, a  hemos  copiado  del  manuscrito  autógrafo  que  envió  frat 
Diego  á  Joveilanos. 


199 


•FRAY  DIEGO  GONZÁLEZ. 
k    LA    PAZ 
ventajosamenle  concluida  por  Carlos  lU. 


SONETO. 

La  piierra  por  un  caso  inevitable 
Invadió  la  española  monarquía, 
Juzgando  que  aceptada,  acabaria 
De  una  vez  con  la  gente  miserable; 

Y  rehusada,  al  monarca  respetable 
La  gloria  militar  rebajaría. 
El  pueblo  ofrece  á  Carlos  á  porfía 
Dones  mil  del  tesoro  inagotable 

De  su  amor;  y  por  Carlos  negociada, 
Viene  la  paz  con  palma  de  victoria. 
La  guerra  cruel ,  huyendo  apresurada , 

Tantos  despojos  deja  en  nuestra  tierra, 
Que  Carlos  de  la  paz  saca  la  gloria, 
Y  el  pueblo  la  abundancia  de  la  guerra. 


ENDECHAS  (1). 

Á  Mirta,  ausente. 

Por  aliviar  mis  penas 
Te  escribo,  Mirta  hermosa; 
Mas  dudo  del  alivio; 
Que  la  pena  es  mayor  con  la  memoria. 

¿  Cuándo,  mi  dulce  Mirta, 
Cuándo  será  la  hora 
Que  tu  presencia  amada 
AlcCTe  fin  á  mi  amargura  ponga? 

¿Cuándo  ahuyentarás,  cuándo, 
Tinieblas  horrorosas , 
Que  á  un  inocente  pecho 
Entristecen,  oprimen  y  sofocan? 

Corre  el  tiempo  á  mis  daños 
Con  planta  voladora, 

Y  á  mis  placeres  anda 

Con  planta  lenta,  toi-pe  y  perezosa. 

[Cuántas  veces  (¡qué  dicha!) 
A  tu  puerta  amorosa 
Llamo  y  digo  :  «  Abre,  Mirta, 

Y  ahuyenta  con  tu  risa  mis  congojas!» 
¡Y  cuántas  ¡dolor  fiero! 

Mirando  tan  remota 

La  esperanza  de  verte. 

Lágrimas  tristes  de  mis  ojos  brotan! 

Ya  fatigo  los  montes 
Con  voces  lastimosas, 
Pidiéndoles  á  Mirta , 

Y  tan  sólo  ecos  tristes  me  retornan. 
Ya  de  la  cruel  Diana 

Me  quejo;  ya  á  la  hermosa 
Venus  suplico  humilde 
Que  á  mis  amantes  quejas  corresponda. 
Vén,  pues,  querida  Mirta, 

Y  el  mal  que  me  devora 
Truécalo  en  alegría 

Con  tu  presencia  dulce  y  amorosa. 

Dios  te  guarde  más  años 
Que  hilos  tienen  las  tocas 
Del  refulgente  Apolo. 
Termes,  á  dos  de  Enero. —  Qíiien  te  adora. 


A  la  noche  funesta 
Sucede  el  claro  dia, 

Y  toma  á  los  mortales  el  consuelo; 
La  parda  nube  opuesta, 

Que  el  aire  entristecía, 

En  gruesos  hilos  de  agua  baja  al  suelo, 

Y  se  descubre  el  cíelo; 

Y  la  mar,  alterada 
Del  vendabal  furioso, 
Recobra  su  reposo; 

Sigue  á  la  guerra  cruel  la  paz  amada; 

Solo  eterno  percibo 

De  mi  fortuna  airada  el  cefío  esquivo. 

(1)  Copiada  de  las  poesías  manuscritas  que  envió  el  maestro 
Go.NZALEz  á  Joveltanos. 


LAS  EDADES. 

POEMA  DIDÁCTICO. 

LA  NIÑEZ. 

Mtíitis  ciijusque  nolandi  aun t  tibí  mores, 
Mobtlibtisque  dfcor  nuluris  daiidus ,  el  annis. 
heddere  qui  voces  jam  scti  ¡mer,  et  pede  verlo 
Signal  humum,  gcsti/  panius  colludere,  el  iram 
ColUyil,  ac  ponil  lemere;  el  muialur  iii  horas. 

(Horatius,  Epist.  ad  Pisone$J 

ARCnUENTO   DEL  PRIUER   LIBRO. 

Niim.  1.  Proposición. 

2.  Dedicación. 

3.  Recomendación  de  la  materia. 

Á.  Admirase  la  providencia  de  Dios  en  la  creación  del 
mundo  y  los  entes  que  le  ocupan ,  y  sus  designios  en 
orden  al  hombre. 

b.  Complacencia  del  soberano  Criador  en  sus  obras. 

6.  Creación  del  hombre,  compuesto  de  cuerpo  y  sima,  y 

caos  inmenso  entre  la  materia  y  el  espíritu. 

7.  Admirable  providencia  con  que  el  Criador  proporcionó 

estas  dos  compartes,  ¡lara  que  compusiesen  un  todo. 

8.  Prerogativas  y  felicidad  del  hombre  en  el  estado  ino- 

cente. 

9.  Degradación  de  la  naturaleza  por  la  desobediencia  del 

primer  hombre. 

10.  Males  y  miserias  en  que  incurrió  el  hombre  por  su  des- 

obediencia. 

11.  Bienes  naturales  que  quedaron  en  el  hombre  después 

de  su  degradación;  sus  excelencias ,  señorío,  indus- 
tria y  talento  para  procurarse  su  felicidad  por  medio 
de  la  agricultura,  comercio  y  descubrimiento  de  las 
artes  y  ciencias. 

LIBRO  PRIMERO. 

1.  Decir  en  verso  grave,  numeroso, 
Del  hombre  vegetable ,  y  las  sazones 
Por  donde  sin  sentirlo  es  conducido, 
En  cada  edad  notando  las  pasiones 

Que  son  propias,  por  don  raro  y  precioso 
Concede,  ¡oh  sabia  Musa  !  y  al  olvido 
Entrega  el  verso  blando  que  á  mi  lira 
Dictaste  en  vida  umbrátil.  (¡Ay  locura. 
Con  eternales  lágrimas  llorada!) 
El  verso  didascáíico  me  inspira. 
Mezcla  la  utilidad  con  la  dulzura; 
La  sola  utilidad ,  que  ni  es  tocada 
Del  fuego  celestial  la  mortal  gente. 
Ni  del  sacro  furor  su  pecho  henchido 
Para  otro  fin;  ni  fuera  conveniente 
Tratar  asunto  menos  importante. 
Por  mis  años  á  tal  sazón  venido, 
Que  la  cana  en  mi  pelo  ya  ha  nacido, 

Y  va  á  surcar  la  ruga  mi  semblante. 

2.  Y  tú,  sabio  Jovino,  mi  ventura, 
Gloria  inmortal  del  legionense  suelo, 
A  quien  la  más  sincera,  la  más  pura 
Duradera  amistad  unió  conmigo 

(Don ,  entre  cuantos  dones  debo  al  cielo, 
El  más  digno  de  prez)  ;  ora  tasando 
Estés  á  la  maldad  digno  castigo. 
Representando  al  Dios  de  la  venganza; 
Ora  con  tierno  pecho  consolando 
De  la  viuda  y  el  huérfano  el  lamento; 
Ora  examines  en  la  fiel  balanza 
Que  te  confia  la  divina  Astrea, 
La  dudosa  razón  con  ojo  atento 

Y  pecho  libre  de  pasión  malina; 
Suspende  por  un  rato  la  tarea 
Forense,  en  que  te  tiene  sumergido 
El  provecho  común ,  y  determina 

En  el  nuevo  camino  que  has  mostrado, 
Mis  pasos  aun  dudosos ;  lo  torcido 
Endereza,  levanta  lo  abatido. 
Tilda  con  negi-a  tinta  el  verso  errado; 


LAS  EDADES, 


1S9 


Infúndeme  valor,  si  desaliento 
En  la  ardua  vía  por  do  va  la  gloria. 
Yo  extenderé  del  uno  al  otro  polo 
El  nombre  de  Jo%ano,  su  talento, 

Y  de  sus  hechos  la  lucida  historia. 
Tuya  es  la  idea,  mió  el  verso  solo; 
Tus  doctos  pensamientos  vé  dictando; 
Yo  al  dulce  verso  los  iré  acordando. 

3.  Así  como  un  geógi'afo  erraría 
Si  mil  reinos  extraños  describiera, 

Al  desprecio  entregando  el  patrio  suelo; 
O  como  el  padre,  ([ue  curar  debiera 
De  su  casa  la  sabia  economía, 

Y  la  ajena  mirase  con  desvelo; 
Así  nosotros  (créeme,  Jovino) 
Erramos,  ¡ay!  erramos  torpemente, 
En  objetos  extraños  consumiendo 

De  nuestro  entendimiento  el  don  divino, 
Que  para  el  propio  liiin  ]irimeramenie 
Nos  fuera  concedido;  ó  discurriendo 
Por  las  oscuras  ciencias,  comparemos 
Unas  cosas  con  otras  vanamente; 
O  los  ajenos  hechos  meditemos 
En  la  historia,  do  el  daño  y  el  provecho, 
La  acción  laudable  con  el  torpe  hecho 
Conñmdidos  están  (el  grande  Apolo 
Juzgue  si  ella  es  más  útil  que  dañosa); 
Sr)lo  de  nuestro  ser,  de  nuestro  solo 
Vivir  siempre  olvidados,  consumimos 
La  vida,  sin  sal>er  cómo  vivimos. 
Como  entre  flores  necia  mariposa , 
De  objetos  en  objetos  discurrimos, 
Sin  tomar,  cual  abeja  diligente, 
A  nuestro  propio  bien  lo  conveniente. 

4.  Que  muy  de  otra  manera  meditaba 
Nuestro  común  provecho  aquel  divino 
Hacedor  de  las  cosas  que  en  su  mente 
Eternalmente  concebido  habia, 

Y  nada  para  si  necesitaba, 
Eico,  abundoso  y  en  feliz  destino, 

Y  todo  el  ser  en  si  lo  contenia. 

¡Oh  dignación!  ¡Oh  amable  pi'ovidcucia! 
¡Oh  divino  consejo,  eterno  y  sabio! 
¡Oh  poder!  ¡Oh  bondad!  del  alto  cielo 
Envia  la  sagrada  inteligencia. 
Que  puriñque  el  torpe,  inmundo  labio 
Con  fuego  de  tu  altar,  para  que  pruebe 
Decir  tus  obras  santas  y  desvelo 
Paternal  hacia  el  hombre;  confundido 
El  sacrilego  error,  que  al  necio  ateo 
Dictó  en  secreto  el  corazón  aleve, 

Y  el  sistema  orgulloso,  que  el  oido 
Cierra,  cual  áspid  sordo,  el  sabio  encn.ito 
Del  gitano  pastor,  del  pueblo  hebreo 
Padre  y  legislador,  que  poseído 

Del  fuego  celestial  y  sacrosanto, 
Que  arder,  sin  consumir  la  zarza,  vído; 
En  la  falda  del  Sina  refeiúa. 
Prestándole  atención  la  ruda  gente. 
Cómo  el  mundo  en  eterno  horror  yacia, 

Y  en  la  nada  yaciera  eternamente. 
Si  el  soberano  Autor  no  le  extrajera 
Del  no  ser,  cual  sí  allí  ya  ser  tuviera. 

Y  sonando  la  voz  omnipotente. 
La  universal  materia  salió  fuera, 
Aunque  inerme,  vacia,  informe,  impura, 
La  faz  ceñida  de  tiniebla  oscura. 

¡Ah!  cuan  desaliñada  y  diferente 
De  como  fué  después  que  la  adornara 
Su  espíritu  divino,  y  la  in.spirára 
Virtud,  con  luengua.s  alas  colji jando 
La  inmensa  mole  de  agua,  cual  fecunda 
Sus  huevos  la  paloma  al  calor  blando  ! 
¡Cuánta  virtud,  cuan  varia,  la  infundial 
La  luz  clara  salió  de  la  profunda 
Tiniebla,  distinguiendo  noche  y  dia 
Para  el  trabajo  y  ocio  virtuoso. 
Lo  más  puro  del  liquido  elemento 
Alzó  en  inmensa  altura,  y  extendido 
Cual  magnífica  piel  el  firmamento, 
Cubrió  el  resto  del  ser  en  giro  airoso; 
El  resto,  que  aun  yacia  confundido 


En  el  centro,  do  tuvo  inmoble  asiento 

La  tierra,  que  dil  agua  separada, 

Mostró  la  acca  faz,  y  señalado 

Fué  el  término  en  que  el  mar  se  contuviera, 

Con  ley  eterna  nunca  traspasada. 

Luego  abrió  de  la  tierra  el  seno  amado, 

Y  explicó  las  virtudes  que  la  diera 
Su  fecundo  calor,  y  de  verdura 
Apareció  vestida,  y  prometía 

En  esperanza  el  fruto  sazonado, 
Que  sus  especies  pro))agar  debía. 
¡Oh,  cuánta  variedad!  ¡C 'minia  hermosura! 
¡Qué  grande  utilidad!  ¡Qué  muchedumbre 
De  cada  vegetal!  Allí  fué  hallado 
Desde  el  humilde  hisopo  hasta  el  alzado 
Cedro,  que  ostenta  el  líbano  en  su  cumbre. 
Despucs  adornó  el  ciclo  á  competencia 
Con  lucientes  estrellas,  cuyo  cuento 
Sólo  pudo  saber  su  eterna  ciencia. 
El  sol,  padre  del  día,  rodeando 
La  tierra  en  desvelado  movimiento, 
Los  días  numeraba,  y  declinando 
Del  Capricornio  al  Cáncer  lentamente. 
El  fiño  y  sus  sazones  señalaba 
La  luna,  de  la  noche  presidente, 
Sus  luces  recogiendo  y  dilatando, 
Los  tiempos  y  los  meses  anunciaba. 
Entre  tanto,  del  agua  el  seno  blando. 
Que  el  divino  calor  aun  fomentaba, 
Del  ser  un  nuevo  grado  producía. 
Capaz  de  movimiento  y  de  sentido. 
Los  silenciosos  peces  por  la  fría 
Cristalina  región  luego  giraron; 

Y  las  canoras  aves  con  ruido 

Desde  el  agua  tan  raudo  el  vuelo  alzaron, 
Como  si  allí  posadas  estuvieran , 

Y  el  trueno  horrendo  de  arcabuz  oyeran. 
La  madre  tierra  el  nunca  estéril  seno 
Abrió  segunda  vez,  y  en  un  instante 

El  anchuroso  espacio  se  víó  lleno 
De  animales  en  turba  numerosa. 
De  cuerpo,  astucia  y  ser  desemejante, 
Cual  cierra  la  distancia  prodigiosa 
Del  sutil  arador  al  elefante, 

Y  del  necio  jumento  á  la  raposa. 

6.  Como  un  sabio  pintor,  que  concluido 
El  lienzo,  largo  tiempo  meditado 

Y  con  profundo  estudio  diseñado. 
Atento  lo  contempla,  y  complacido 
Nota  lo  definido  en  las  figuras. 

El  cauto  desperñl  de  los  contornos, 
Lo  sinuoso  y  plegado  en  los  díntorno3, 
El  ameno  follaje  en  las  verduras. 
De  la  luz  á  la  sombra  la  insensible 
Degradación,  la  huella  imperceptible 
Con  que  el  dulce  pincel  varió  las  tintas. 
Que  dan  la  suavidad  y  la  belleza, 

Y  á  veces  contrapuestas  y  distintas, 
Dando  el  claro  y  oscuro  fortaleza, 
Aumentan  el  relieve,  y  juntamente 
Extienden  las  distancias  luengamente. 
Que  al  contrario  sujirimcn  á  porfía 
I>os  escorzos,  con  diestra  economía; 

y  míramlo  mil  veces  sus  labores, 
Observa  cada  vez  nuevos  primores; 
Mira  el  todo,  y  se  pasma;  admira  el  arte 
Llevado  á  perfecci(jn  en  cada  parte; 

Y  tanta  maravilla  contem]ilando, 

El  semblante  le  l)aña  el  grande  gozo, 

Y  en  el  pecho  le  liulle  el  alborozo... 
Así  el  divino  Artífice,  mirando 

De  sus  divinas  oV)ras  la  hermosura. 
Orden  y  proporción,  se  complacía, 

Y  en  ver  todo  lo  hecho  tuvo  holgura. 
Cada  cosa  por  sí  le  parecía 
Buena,  y  mirado  todo  juntamente. 
Le  pareció  acabado  y  excelente; 
Tanto,  que  el  Criador  se  envaneciera, 
Sí  en  un  Dios  vanidad  haber  pudiera. 

Y  todo  lo  bendijo  afablemente, 
^laudando  á  los  vivientes  que  llenasen 
La  ancha  tierra,  y  su  ser  multiplicíisen. 


200 


FRAY  DIEGO  GONZÁLEZ. 


6   Y  en  tanto  que  los  ángeles  cantaban 
Mil  acordados  himnos,  y  alababan 
El  divino  poder,  cual  si  acabado 
Hubiera  ya  sus  obras,  en  el  pecho 
Beservaba  el  Señor  nuevo  cuidado 
Hacia  el  hombre,  pues  sólo  á  su  provecüo 
Ordenaba  su  amor  todo  lo  hecho. 

Y  con  voz  majestuosa  y  resonante, 
Rebosando  bondad  por  el  semblante , 

«  Hagamos  (dijo)  al  hombre.»  Cesó  el  cr.nto. 
Sobrevino  á  loa  coros  el  espanto; 

Y  vieron  admirados  que  inclinada 
La  inmensa  majestad  al  bajo  lodo, 
Tomaba  una  porción,  y  separada 
Del  resto,  en  forma  airosa  la  pulía, 
Cubriendo  con  rosada  piel  el  todo, 
Que  innumerables  partes  contenia. 
Cada  cual  destinada  al  propio  olieio. 
¡Qué  conexión ,  qué  orden ,  qué  artificio 
En  huesos,  nervios,  venas  se  guardaba! 
iQué  belleza,  qué  talle  y  simetría 

En  todo  el  exterior  manifestaba! 
Mirado  el  bello  rostro,  parecia 
Que  en  apacible  sueño  reposaba. 
Mas  ¡ay!  que  eternamente  careciera 
De  toda  sensación  y  movimiento, 

Y  como  estatua  inánime  yaciera. 
Si  el  Criador,  con  su  divino  aliento 
Soplándole  en  el  rostro  blandamente, 
Espíritu  inmortal  no  le  infundiera; 
Espíritu  inmortal,  alma  viviente, 
Del  mismo  que  la  hacia  imagen  clara, 

Que  apenas  11'  gó  al  cuerpo  (¡oh  maravilla!). 

Abrió  los  ojos,  cual  si  dispertara 

Del  sempiterno  sueño,  y  prestamente 

Doblando  con  respeto  la  rodilla, 

Reconoció  á  su  Dueño  soberano. 

Le  amó  con  casto  amor;  agradecido 

Besó  la  santa  bienhechora  mano, 

Que  le  dio  el  noble  ser,  constituido 

De  materia  y  espíritu;  porciones 

De  tan  raras  y  opuestas  condiciones. 

Que  de  la  una  á  la  otra  no  se  viene 

Por  graduación,  ni  entre  ellas  se  conviene, 

Ni  hay  orden ,  proporción  ni  analogía; 

Que  un  infinito  caos  intendene 

Entre  una  y  otra,  más  intransitable 

Que  el  grande  espacio  que  imposible  hacia, 

Desde  el  pobre  feliz  al  miserable 

Sediento  rico,  que  en  la  llama  ardia. 

El  corto  refrigerio  que  pedia 

Para  templar  la  sed  intolerable. 

7.  Y  con  haber  entre  ellas  tal  distancia, 
Tanta  contrariedad  y  disonancia, 

Las  ayuntó  el  Señor  en  amigable 
Lazo  con  modo  oculto  y  admirable, 
Poniendo  entre  las  dos  tal  dependencia. 
Que  á  cualquiera  impresión  que  recibiese 
La  materia,  en  el  alma  á  competencia 
Idea  Bcme jante  se  formase; 

Y  al  contrario,  si  el  alma  precibiese 
Tristeza  ó  alegría,  resultase 

Dolor  ó  gusto  al  cuerpo.  Cual  si  viste 
Alguna  vez  en  lira  resonante 
Dos  unísonas  cuerdas,  que  si  heriste 
Una  de  ellas,  la  otra,  aunque  distante, 
Hace  el  mismo  sonido,  alegre  ó  triste. 
Sin  ser  herida;  así  las  dos  porciones 
Humanas  reciprocan  sus  pasiones, 

Y  se  afligen  ó  gozan  mutuamente, 
Viendo  que  el  daño  propio  ó  el  provecho. 
Del  de  su  compañera  es  dependiente, 

Y  á  su  cooperación  funda  derecho ; 
De  do  viene  el  temor  de  sejjararse, 

Y  dulce  precisión  de  siempre  amarse. 

8.  Mas,  ¿quién  podrá  explicar  el  alDundoso 
Dote  con  que  fué  el  alma  enriquecida 

Para  este  desposorio  ?  En  don  precioso 
La  original  justicia  fué  añadida. 
Que  el  orden  y  armonía  conservaba, 

Y  con  doradas  riendas  sujetaba 

La  inferior  turba  de  apetitos  varios, 


Para  que  ni  rebeldes  ni  contraríos, 
D'.l  racional  deseo  desdijesen, 
Y  siempre  á  la  razón  obedeciesen; 
A  la  razón,  que  á  todo  presidia, 
Cual  sol  en  claro  ciclo,  y  procedia 
Ilustrada  con  ciencia  suficiente 
Para  poder  vivir  virtuosamente. 
Ni  allí  el  grosero  error,  ni  la  enemiga 
Pasión  ó  enfermedad  poder  tuviera 
Para  impedir  la  concertada  liga, 
Ni  el  conocí  r  y  obrar  lo  que  era  justo; 
Gozando  el  hombre  libertad  entera. 
Propia  del  sano  estado  y  ser  robusto; 
Pronto  siempre  el  auxilio  soberano, 
Sin  el  cual,  por  su  culpa  no  cayera, 

Y  queriendo,  con  él  permaneciera, 

Y  obrara  el  bien  con  vigorosa  mano; 
Pues  fácil  le  era  el  bien,  que  la  traidora 
Ley  de  los  miembros  contradice  ahora. 

9.  Así  vivia  en  venturosa  suerte 
El  primer  hombre,  y  nada  perturbaba 
La  dulce  posesión  de  su  contento. 
Libre  de  enfermedad  y  fiera  muerte. 
Que  el  perdido  vigor  le  reparaba, 

Y  contra  la  vejez  le  aseguraba 
Del  vital  leño  el  próvido  alimento; 

Y  el  rico  patrimonio  que  gozaba. 
Unido  con  la  amada  compañera, 
A  la  futura  gente  transfundiera. 
Si  el  precepto  tan  fácil  como  justo 
Del  supremo  Señor  no  traspasara, 

Y  de  tan  alto  bien"  no  le  privara 

Del  soberbio  Satán  el  triunfo  injusto, 
Con  astucia  traidora  conseguido; 
El  triunfo  injusto,  que  con  grave  canto. 
Interrumpido  á  veces  con  el  llanto, 

Y  laúd  triste  sabiamente  herido. 
Lamentaba  con  verso  numeroso 
En  la  orilla  del  Támesis  nubloso 
El  religioso  Milton;  y  al  sonido, 
Sus  rubias  ninfas  la  cabeza  alzaban, 

Y  á  la  historia  tristísima  atendian, 

Y  con  profundos  ayes  renovaban 
La  memoria  del  dulce  bien  perdido, 
Mirando  al  Padre,  cuya  urna  henchían 
Con  el  copioso  llanto  que  vertían. 

10.  Cual  máquina  exquisita,  que  el  talento 
Del  exacto  Elicot  con  lenta  mano 
Complicó  sabiamente,  y  conformaba 
Con  la  luz  celestial  su  movimiento, 

Y  en  breve  espacio  en  orden  soberano 
De  los  celestes  orbes  limitaba; 

Y  tal  vez  roto  el  muelle  de  violento 
Golpe,  ú  de  mano  rústica  partida 
La  preciosa  cadena,  cesa  el  orden, 

Y  todo  es  confusión,  todo  desorden; 
Así  la  mano  de  Satán  grosera 
Perturbó  la  armonía  establecida 
Por  el  Autor  divino,  quebrantando 
La  justa  rienda,  que  enft-enar  debiera 
Al  apetito  bruto,  que  usurpando 

Los  ajenos  derechos,  tomó  el  mando; 
Quedando  la  razón  en  suerte  triste. 
Ciega,  débil,  confusa,  y  á  la  hora 
Hecha  una  vil  esclava,  de  señora. 
¡Oh  amarga  culpal  ¡Cuánto  mal  trajiste 
Al  hombre  en  breve !  Tú  le  derrocaste 
Del  no  entendido  honor  en  que  vivia, 

Y  al  jumento  insipiente  le  igualaste; 
Tú  el  sagrado  derecho  le  robaste 

De  hacer  con  mano  fácil,  si  quería, 
El  bien,  que  obrar  en  vano  oía  porfía, 
Si  el  rayo  celestial,  nunca  debido, 
La  razón  tenebrosa  no  esclarece, 

Y  el  corazón  helado  no  enardece. 
Tú  con  furor,  con  espantoso  ruido 
Corriste  los  cerrojos  eternales 
Del  horroroso  abismo,  do  cerrados 
Tenía  el  soberano  Autor  los  males, 
A  prisión  sempiterna  condenados, 

Si  tú  los  duros  hierros  no  rompieras, 

Y  el  indulto  fatal  le  concedieras. 


COMPOSICIONES  VARIAS. 

Por  tí  en  el  mundo  entró  la  muerte  fria. 
Por  tí  la  enfermedad  y  la  dolencia, 
La  vergonzosa  desnudez,  la  impía 
Siempre  traidora  infiel  concupiscencia, 
La  ignorancia,  el  orgullo,  la  insaciable 
Codicia,  la  hambre  y  sed,  y  la  indigencia, 

Y  de  otros  monstruos  turba  innumerable. 
Que  de  tropel  salieron  del  profundo 
Para  dañar  al  hombre  miserable, 

Y  establecer  su  imperio  en  todo  el  mundo. 
Por  tí  sola  fué  el  hombre  dcsten-ado 
Del  delicioso  Edén,  y  condenado 
A  no  volver  á  hallar  el  surtidero 
Común  del  que  en  Egipto  corre  undoso 
Phison ,  y  del  Araxes  sonoroso. 
Del  Eufrates  alegre,  y  del  ligero 
Tigris.  Por  tí  la  tierra,  que  primero 
De  su  gi-ado  los  frutos  produjera, 
En  posesión  maldita  fué  treicada, 
Que  sólo  diera  al  dueño  la  grosera 
Espina  y  cruel  abrojo,  si  no  fuera 
Con  duro  y  corvo  arado  fatigada, 

Y  con  sudor  y  lágrimas  regada. 
11.  ¡Oh  amarga  culpa!  ¡Tanto  mal  hiciste 

Al  mísero  mortal!  Mas  no  lograste 

Acabarlo  del  todo;  tú  mudaste 

Su  estado  y  condición;  mas  no  pudiste 

Mudar  el  noble  ser,  ni  le  quitaste 

El  dominio  supremo,  el  poderío 

Que  ejerce  sobre  todo  lo  terreno. 

Con  que  hace  andar  el  cuello  al  yugo  atado 

Al  novillo  valiente,  y  doma  el  brío 

Del  altivo  caballo  con  el  freno. 

Ni  la  astucia  sagaz,  con  que,  ó  de  grado 

O  por  fuerza ,  al  pez ,  ave  y  alimaña 

Hace  reconocer  el  señorío, 

Que  en  vano  huyendo  van  por  la  montaña^ 

O  por  el  aire  vago  ú  hondo  rio. 

Y  salva  quedó  al  hombre  la  inventora 
Industria,  que  muy  breve  le  condujo 
Del  perizoma  humilde  al  refulgente 
Oro  y  la  blanda  seda,  con  que  ahora 
El  cuerpo  cubre  con  soberbio  lujo. 

Y  presto  fué  seguido  á  la  astringente 
Bellota  ti  grano  fértil  delicioso. 
Con  mil  dulces  manjares  y  sazones. 

Y  luego  aspiró  el  hombre  á  la  abundancia, 

Y  puso  móvil  puente  al  mar  undoso. 
Corriendo  sin  fatiga  la  distancia 
Inmensa  que  separa  las  regiones. 
Que  nunca  alcanzó  á  ver  el  carnicero 
Buitre  subido  al  cielo;  y  peregrinas 
Especies  mil  tomó  del  extranjero, 
Dándole  lo  sobrado.  Y  las  divinas 
Artes  advirtió  en  sí,  con  que  levanta 
A  un  nuevo  y  alto  ser  el  ser  primero; 

Y  trasladando  á  un  lienzo  la  natura. 
Instruye  la  razón,  la  vista  encanta, 

Y  fija  á  un  ser  la  fugitiva  historia; 

Y  cediendo  al  cincel  la  piedra  dura, 
O  en  moldes  los  metales  desatados. 
De  sus  héroes  conserva  la  memoria; 

Y  del  suelo  se  aleja,  y  la  vacía 
Región  huella  seguro,  y  en  dorados 
Techos  habita,  y  junta  en  sociedades 
Los  hombres,  que  con  sabias  leyes  guia 
A  su  felicidad;  y  da  tormento 
Con  máquinas,  y  obliga  á  la  natura 
A  descubrir  las  causas  y  verdades. 
Que  oculta  en  seno  oscuro  y  avariento; 
O  con  activo  fuego  la  depura, 

Y  en  principios  resuelve,  y  mil  esencias 
Destila  de  tal  precio  y  eficacia. 
Que  le  sirven  de  alivio  en  sus  dolencias. 


201 


PINTURA  DESEADA. 

Si  la  efigie  verdadera 
De  Mirta  se  ha  de  formar, 
Debe  el  cielo  aparejar 
Todo  el  lienzo  de  su  esfera. 
Es  preciso  que  el  sol  diera 
Sus  rajaos  para  pinceles. 
Color  sus  virtudes  fieles, 
Su  grande  prudencia  el  tiento. 
Digna  idea  su  talento. 
La  mano  el  supremo  Apeles. 


A  UNA  SEÑORA 
que  se  quejaba  de  que  hubiesen  tratado  á  otra  Antes  que  á  ella, 

Si  un  caminante  penara 
De  sed,  y  junto  al  camino, 
Por  acaso  peregrino. 
Una  fuentccilla  hallara, 

Y  no  siendo  la  más  clara 
El  agua,  bebiera  aquí, 
Aunque  no  lejos  de  allí 
Otra  mejor  agua  hubiera, 
;  Extrañaras  fjue  bebiera? 
Pues  esto  me  pasa  á  mí. 

Si  un  infeliz  naufragara, 

Y  á  una  tabla  que  encontrase. 
Gustoso  la  mano  echase, 

Y  así  la  vida  salvara, 
¿Hubiera  quien  lo  extrañara, 
Ni  juzgara  frenesí 
Porque  tal  vez  por  allí 
Pasar  un  barco  pudiera. 
Que  al  puerto  le  condujera? 
Pues  esto  me  pasa  á  mí. 

,  Yo  soy  aquel  caminante 
A  quien  la  sed  desalienta, 

Y  en  amorosa  tormenta 
Soy  infeliz  naufragante. 
Ya  os  he  dicho  lo  bastante 
En  comparaciones  dos: 
Hablad,  Señora,  por  Dios; 
Que  ese  silencio  me  abrasa. 
Eso  es  lo  que  á  mí  me  pasa; 
Decid  lo  que  os  pasa  á  vos. 


A  LA  NOCHE, 

PINTADA     POR     J.     VERNBT. 

DÉCIMA. 

¿A  qué  luz  examinaste, 
Gran  Vernet,  la  noche  oscura, 
Que  en  tu  famosa  pintura 
Tan  al  vivo  la  copiaste? 
Si  de  noche  la  pintaste, 
¿Qué  luz  tu  pincel  guió? 
Si  de  dia,  no  sé  yo 
Cómo  tanta  oscuridad, 
Juzgándola  realidad. 
Su  luz  no  la  disipó. 


A  DON  BARTOLOMÉ  VÁZQUEZ, 

HABIENDO    GRABADO    LA    LÁMINA    DE    SAN    AOUBTIK. 
QUINTILLA, 


Grabaste,  ¡oh  Vázquez  divino! 
Esta  vez  con  tal  primor. 
Que  en  tu  buril  peregrino. 
Con  ser  tan  grande  Agustino, 
Parece  mucho  mayor. 


2o: 


AL  PENSAMIENTO. 


Cesa  ya,  pensamiento, 
Cesa  siquiera  un  rato 
De  aunicntar  mis  temores 
Con  propuner  mis  daños. 

Deja  de  repetirlo; 
Que  ya  tengo  notado 
Ser  propia  la  mudanza 
De  todo  bien  criado. 

Ya  sé  que  el  sol  hermoso 
Con  circulo  diario, 
Si  brilla  en  el  Oriente, 
Se  ofusca  en  el  Ocaso. 

Ya  de  la  luna  bella 
He  advertido  en  los  cuartos 
Crecientes  y  menguantes, 
Alientos  y  desmayos. 

Sé  que  á  la  primavera 
Sigue  el  seco  verano, 
Y  la  noche  funesta 
Al  dia  alegre  y  claro. 

Y  aun  sé  que  aquestas  cosas 
(¿Cómo  podré  negarlo?) 
Son  imagen  muy  viva 
Del  bien  que  yo  idolatro. 

Mas  ¿qué  ventajas  logras 
De  lo  que  yo  te  alargo. 
Si  las  copia  en  lo  bello, 
No  en  lo  mudable  y  vario  ? 

Es  .sol,  mas  siempre  fijo; 
Es  luna  sin  desmayo. 
Es  primavera  eterna. 
Es  dia  perpetuado; 

Pues  cesa,  pensamiento, 
Cesa  siquiera  un  rato 
De  aumentar  mis  temores 
Con  proponer  mis  daños; 

Que  siendo  de  constancia 
Mirta  prodigio  raro. 
Ni  ella  puede  mudarse, 
Ni  yo  puedo  pensarlo. 


EN  LOS  DÍAS  DE  LISL 

No  sale  tan  gallarda 
Por  las  doradas  puertas, 
Del  Oriente  la  aurora 
En  las  mañanas  frescas. 

Como  hoy  en  las  orillas 
Del  Tajo  te  presentas, 
Oh  bella  Lisi  mia, 
A  celebrar  tu  fiesta. 

Al  paso  que  los  giros 
De  la  celeste  ru  da 
Tus  bellos  años  forman, 
Tus  claros  dias  cueíatan, 

Con  pasos  florecientes 
Tu  verde  primavera 
Va  caminando  al  grado 
De  juventud  perfecta. 

El  tiempo,  que  grosero 
Castiga  otras  bellezas 
Con  canas  que  envilecen 
O  con  rugas  que  afean , 

Va  pintando  en  tu  rostro. 
Con  mano  sabia  y  diestra. 
Mil  gracias  peregrinas. 
Mil  perfecciones  nuevas. 

Brilla  en  tu  frente  hermosa 
La  luz  muy  más  serena; 
Ni  más  resplandeciente 
Su  rostro  al  cielo  muestra 

La  luna  plateada. 
Que  el  tuyo  tú  á  la  tierra 
Do  imprimen  hoy  tus  plantas 
La  delicada  huella. 

Los  ojos...'  Musa  mia, 
I  Cómo  mi  voz  pudiera 


FRAY  DIEGO  GONZÁLEZ 

Pintar  los  rutilantes 
Ojos  que  en  pos  me  llevan? 
¿  Quién  me  dará  que  junte 
Del  sol  la  luz  inmensa. 
La  sombra  de  la  noche 

Y  ol  fuego  de  la  esfera, 
Para  pintar  sus  brillos, 
Su  gracia  y  su  viveza? 

Juegan  sobre  tu  boca 
Las  risas  halagüeñas, 

Y  en  el  ebúrneo  pecho, 
Tesoro  de  belleza, 
Derrama  su  blancura 
La  candida  azucena. 

¡Ay  tristes,  ay  dichosos 
Los  ojos  que  te  vean! 
Dichosos  si  te  agradan, 
Tristes  si  los  desprecias. 

Aun  en  la  ausencia  dura 
Mi  alma  los  contempla, 

Y  su  luz  la  embriaga, 
Sus  llamas  la  penetran. 

Mil  veces  bienhadado 
El  joven  que  merezca 
El  gozar  para  siempre 
De  tu  amable  presencia. 

Logrado  habrá  en  tí  sola 
(¡Oh  venturosa  estrella  1) 
Un  cielo,  un  sol,  un  fénix, 

Y  itn  diamante  en  fineza. 
Nunca  tan  claro  cielo 

Las  nubes  oscurezcan, 

Y  sol  tan  refulgente 
Jamas  ocaso  tenga. 

Tu  vida  á  los  diamantes 
En  duración  exceda, 

Y  la  ficción  de  Arabia 
En  tí  verdad  se  vea , 

Y  tus  amables  padres, 
Con  tus  hermanas,  sean 
Testigos  oculares 
De  edad  tan  duradera. 

Esto  escribía  Delio 
A  su  pastora  bella , 

Y  en  verso  lo  escribía ; 
Que,  como  en  tanta  fiesta, 
De  gozo  pierde  el  juicio, 
Por  eso  díó  en  poeta. 


EL  DIGAMOS, 

ó  EL  AMOK,  DE  MIHEO   (1). 

D) (tamos,  blanda  Musa, 
Di g limos  de  Mireo, 
Digamos  el  ñ-acaso. 
Digamos  el  suceso. 

De  Mireo  y  Cupido 
Digamos  y  cantemos. 
Del  uno  la  venganza, 
Del  otro  el  escarmiento. 

De  Mireo  digamos, 
Filósofo  severo, 
Que  amar  juzgó  delito 
Ajeno  de  hombre  cuerdo; 

De  aquel  que  motejaba 
Con  risa  el  embeleso 
De  Batilo  en  Cipáris, 
Y  en  Mirta  el  de  su  Delio. 

Digamos  cómo  un  día 
El  dios  alado  y  tierno 
Tomó  justa  venganza 
Del  estoico  Mireo, 

(1)  Ésta  es  una  de  esas  composiciones  de 
poesía  intima  y  familiar  que  pierden  el  inte- 
rés y  una  parte  de  su  donaire,  pasada  la 
oportunidad.  Está  dirigida  al  padre  Miras,  A 
quien  fray  DiEfio  (González  escribia  casi 
siempre  en  tono  cliancero.  I, a  publicamos 
ahora,  siguiendo,  en  parte,  el  manuscrito 
que  envió  el  mismo  fray  üieco  i  Jovellanos. 


Que  en  la  orilla  del  Bétis 
Andaba  descubriendo 
De  la  naturaleza 
Los  ocultos  efectos. 

Digamos  que  Trudina, 
Por  un  casual  encuentro. 
Le  dio  materia  hermosa 
A  su  empezado  intento. 

Quiso  advertir  en  ella 
Cuál  era  aquel  veneno 
Que  de  los  hombres  turba 
Los  no  acordados  pechos. 

Y  como  el  otro  sabio, 
Observador  protervo. 
Que  intentó  del  Vesubio 
Comi^rehender  el  misterio, 

Escaló  la  aUa  cumbre, 

Y  averiguar  queriendo 
Del  incendio  la  causa. 
Pereció  en  el  incendio; 

Así  las  perfecciones 
Contemplando  Mireo 
De  la  sin  par  Trudina, 
Notó  un  extraño  cerco. 

Sobre  la  frente  hermosa> 
De  pelo  corto  y  crespo; 
Paróse  á  ver  la  causa 
Del  bello  fenómeno. 

¡Ay  triste!  que  era  el  arco 
De  do  el  niño  severo, 
Que  en  pos  de  la  pastora 
Tiraba  el  crudo  nervio. 

Le  disparó  una  flecha, 

Y  atravesado  el  pecho, 
Sobre  la  verde  grama 
Cayó  el  triste  Mireo. 

Y  el  dios ,  no  bien  vengado, 
Tomó  un  solo  cabello 

De  la  madeja  hermosa 
De  la  pastora ,  y  presto 
Le  ató  de  píes  y  manos , 

Y  con  burla  y  desprecio 
Se  lo  entregó  á  Trudina 
Como  manso  cordero. 

Y  dando  carcajadas, 
Volvióse  el  niño  al  cielo 
A  consolar  la  pena 

Del  corazón  materno, 

Y  del  vecino  bosque 
Sin  número  salieron 
Pastores  y  pastoras 

A  celebrar  el  hecho. 

Ellas  forman  mil  corros, 
De  las  manos  asiendo, 

Y  airosamente  danzan. 
Hollando  el  prado  ameno. 

Los  pastores  cantaban 
Muchos  disAetos  versos; 
No  me  acuerdo  de  todos, 
Diré  los  que  me  acuerdo. 

«Nadie  el  amor  rehuya, 
Ni  burle  de  su  imperio; 
Quien  presuma  de  estoico. 
Téngasele  por  necio. 

)) Nunca  digáis,  pastores, 
Cuando  no  estáis  sedientos, 

Y  aun  hiendo  el  agua  turbia  : 
De  aquí  no  beberemos.» 

Esto  digamos,  Musa; 
Siempre  digamos  esto, 

Y  nunca  más  digamos, 

Y  no  digamos  menos. 
Digamos...  Pero  cesa, 

Musa;  que  si  Mireo 
Tuviere  más  digamos. 
Más  digamos  diremos. 


A  LA  QUEMADURA 

DEL  DEDO  DK   FÍUS. 

El  caso  que  ha  pasado 
Contigo,  Filis  bella, 
Por  más  que  tú  lo  afií'mes, 
No  es  fácil  qiie  lo  crea. 

I  Cómo  podrá  creerse 
Tan  extraña  quimera 
Cual  es  el  que  á  la  nieve 
El  fuego  abrasa  y  quema? 

Pues  tauta  repugnancia 
El  caso  representa 
De  que  á  uno  de  tus  dedos 
La  llama  se  le  atreva; 

Por  más  que  negra  cintr. 
Le  ciñe  y  le  rodea , 

Y  por  la  cruz  del  lazo 
Lo  jura  y  lo  protesta, 

Nunca  creeré  tal  cosa 
Mientras  que  no  te  vea 
Aprender  de  tus  daños 
A  ser  menos  severa 

Con  los  que  tus  dos  ojo3 
Abrasan  y  atormentan; 
Que  semejantes  casos 
Al  mismo  amor  enseñan 

A  templar  sus  rigores 

Y  suavizar  sus  flechas. 
Escucha,  Filis  mia. 
El  caso  que  se  cuenta 

Del  hijo  de  la  diosa 
Que  en  Pafo  y  Gnido  reina. 
Dejando  á  un  lado  el  arco, 
La  aljaba  y  las  saetas, 

Cogiendo  andaba  florea 
Cupido  en  una  selva. 
Vido  una  fresca  rosa 
Que  la  prisión  estrecha 

Del  capullo  rompia. 
Esparciendo  bellezas. 
Cortóla,  y  en  su  centro 
Vio  una  oficiosa  abeja, 

Que  dulce  miel  libaba 

Y  la  dorada  cera. 
Tomóla  por  las  alas 
El  niño  incauto,  y  ella 

El  aguijón  esgrime 
Con  tanta  violencia, 
Que  en  uno  de  sus  dedos 
Clavado  se  lo  deja. 

Con  el  dolor  insano 
El  tierno  dios  se  queja, 
Turbando  con  sus  lloros 
Los  cielos  y  la  tierra. 

Volando  por  los  airea 
Con  voces  lastimeras 
Fué  en  busca  de  su  madre; 

Y  puesto  en  su  presencia. 
Con  tiernos  puchericos 

Le  cuenta  su  tragedia. 


COMPOSICIONES  VARIAS. 

Mas  la  prudente  diosa , 
Entre  tierna  y  risueña. 

Le  dice  :  «Aprende ,  hijo, 
A  usar  de  más  clemencia 
Con  los  flacos  mortales, 
Que  imperioso  atormentas. 

))Pues  si  la  leve  punta 
De  una  mosca  pequeña 
Te  causa  tanto  daño. 
Que  el  dolor  te  enajena, 

))¿  Qué  sentirán  los  hombres 
Cuando  de  tus  saetas. 
Del  duro  arco  enviadas, 
Penetrados  se  vean .' » 

Desde  entonces  Cupido 
En  su  daño  escarmienta, 
Y  hiere  menos  veces 
O  con  menos  liereza. 

Así  tú,  ó  más  piadosa 
Ya  desde  hoy  te  nos  muestra 
Con  los  que  de  tus  ojos 
Abrasan  y  atormentan; 

O  el  caso  que  ha  pasado 
Contigo,  Filis  bella, 
Por  más  que  tú  lo  afirmes, 
No  es  fácil  que  lo  crea. 


203 


A  LISI,  MALAGUEÑA, 

Ni  la  rubia  Calipso 
Mostró  mayor  terneza 
Cuando  de  la  isla  Ogigia 
Ulíses  se  le  ausenta; 

Ni  la  famosa  Dido 
Hizo  mayor  fineza 
Subiendo  al  alto  techo 
A  ver  partir  su  Eneas; 

Como  ha  debido  á  Lisi, 
Divina  malagueña. 
El  malhadado  Delio, 
A  quien  la  suerte  fiera 
Dio  la  dicha  de  amarla 
Al  tiempo  de  perderla. 

Yacia  en  blanco  lecho... 
¡Oh  Delio!  ¡cuánto  yerras. 
Pues  dices  que  yacia 
La  vida  que  te  alienta! 

En  blando  lecho  estaba, 
De  mil  cuidados  llena , 
Que  el  sueño  de  la  noche 
De  sus  ojos  alejan. 

El  ruido  del  caballo 
Lleva  la  triste  nueva 
A  Lisi  de  que  Delio 
Para  siempre  se  ausenta; 

Y  toda  poseida 
De  singular  fineza. 
El  frió  despreciando 
(Que  otro  fuego  la  quema), 

Salta  del  casto  lecho. 


Sin  buscar  más  decencia 
Que  la  que  al  acostarse 
Previene  una  doncella. 

El  cabello  sin  orden 
Claramente  demuestra 
Cuánto  aventaja  al  arte 
La  fiel  naturaleza. 

El  cambray  delicado, 
Avaro  y  cruel ,  intenta 
Cubrir  el  blanco  pecho, 
Tesoro  de  belleza, 

Y  en  parte  lo  consigue, 
Pero  á  la  vista  deja 
Dos  breves  hemisferios 
De  nieve,  que  le  afrentan. 

De  la  breve  cintura 
Airosamente  cuelgan 
Los  lienzos  que  á  los  ojos 
Roban  mejor  Elena. 

Nunca  la  fresca  aui'ora 
Se  levantó  tan  bella 
A  desterrar  las  sombras 
De  la  noche  funesta; 

Jamas  la  blanca  Tétis 
Cumplió  su  anual  promesa 
Al  sepulcro  de  Aquiles 
Con  tanta  gentileza; 

Como  por  dar  á  Delio 
La  vista  postrimera 
Salió  del  lecho  Lisi. 
¡Oh  Musa,  si  la  vieras  I 

La  cerrada  ventana 
Con  presta  diligencia 
Abre,  se  asoma,  mira; 
No  ve  á  Delio;  ¡qué  penal 

Mas  ¿cómo  era  posible. 
Si  en  una  sazón  mesma 
El  alba  se  levanta 

Y  la  noche  se  ausenta? 
Lisi  se  vuelve  al  lecho; 

Delio  triste  se  aleja. 
Entonces  ignorante 
De  tamaña  fineza. 

Mas  luego  noticioso, 
Siente  al  doble  la  ausencia, 
Se  qiieja  de  su  suerte. 
Blasfema  de  su  estrella, 

Y  al  aire  vago  esparce 
Tristísimas  endechas. 

Vé  á  Málaga  volando, 
Mi  dulce  cantilena, 

Y  goza  la  ventura 

Que  á  tu  amor  se  le  niega, 

Y  si  logras  la  dicha 
De  llegar  á  las  bellas 
Manos  de  Lisi  hermosa, 
Mil  veces  se  las  besa; 

Y  vuelve  luego,  luego, 
A  traerme  las  nuevas , 
Alegres,  si  te  acoge, 
Tristes,  si  te  deshecha. 


BTN  DE  LAS  POESÍAS  DE  FRAY  DIEGO  GONZÁLEZ. 


DON  VICENTE  GARCÍA  DE  LA  HUERTA. 


NOTICIA  BIOGRÁFICA  Y  JUICIO  CRITICO. 


El  descuido  y  abandono  de  los  escritores  en  consignar  las  noticias  históricas  de  los  hombres 
distinguidos  de  su  tiempo,  es  para  los  sucesores  causa  de  justa  reconvención,  sin  hacerse  cargo 
de  que  ellos  mismos  suelen  usar  con  sus  contemporáneos  de  igual  injusticia ,  que  les  será  igual- 
mente echada  en  cara  por  los  que  vendrán  después. 

Y  este  abandono,  y  esta  dificultad  de  averiguar  los  sucesos,  se  hace  sentir  tanto  más,  cuanto 
más  cercanos  están  á  nuestros  dias;  de  suerte  que,  tratándose  de  formar  artículos  ó  noticias  bio- 
gráficas, nos  es  más  fácil  escribir  uno  de  Cervantes  ó  de  Lope ,  que  otros  de  Iriarte  ó  de  Cienfue- 
gos,  que  murieron  ayer.  No  parece  sino  que  los  hombres  están  convenidos  en  negar  su  atención 
y  desdeñar  el  estudio  de  los  que  vieron  y  trataron,  para  consagrar  sus  vigilias  y  diligencia  en  bus- 
ca de  tradiciones  y  recuerdos  vagos  de  los  que  los  siglos  anteriores  miraron  con  igual  desden. 

Estas  reílesiones  nos  han  venido  naturalmente  á  la  pluma  al  tiempo  de  querer  trazar  este  lige- 
ro bosquejo  de  uno  de  los  autores  privilegiados  del  siglo  anterior  :  del  crítico  audaz ,  cuyo  carác- 
ter turbulento  excitó  á  la  vez  el  entusiasmo  del  público  y  el  encono  de  los  escritores ;  del  autor 
patriota,  que  por  un  exceso  de  celo  se  dejó  arrastrar  á  los  más  violentos  extravíos  en  defensa  de 
una  causa  noble  y  justa :  la  causa  de  la  antigua  poesía  nacional. 

Todos  los  libros  que  hemos  tenido  á  la  vista  para  trazar  estas  líneas ,  las  obras  de  los  señores 
Sempere,  Signorelli,  Buterveck,  Sismondi,  Bourgoing,  Laborde,  Martínez  de  la  Rosa  y  Quin- 
tana ,  nos  suministran  diversidad  de  juicios  críticos,  más  ó  menos  extensos  y  razonados,  acerca  de 
García  de  la  Huerta  como  autor;  pero  todos  son  harto  escasos  en  proporcionarnos  datos  del  hom- 
bre; es  decir,  de  aquellas  circunstancias  en  que  le  colocó  la  suerte,  y  que  pudieron  influir  en  su 
desmedido  orgullo ,  su  altiva  independencia  y  su  animosidad  contra  todo  lo  que  le  rodeaba.  Fal- 
tos, pues,  de  estos  datos,  hemos  recurrido  á  buscarlos  á  otras  personas  y  á  otros  documentos  más 
allegados  á  este  escritor;  pero  desgraciadamente  tampoco  han  podido  satisfacernos  tan  cumplida- 
mente como  deseábamos,  y  únicamente  hemos  podido  reunir  algunas  breves  indicaciones  biográ- 
ficas, que  expondremos,  juntamente  con  nuestro  propio  juicio,  sobre  el  carácter  y  obras  del 

autor. 

Don  Vicente  Antonio  García  de  la  Huerta  nació  en  la  villa  de  Zafra ,  obispado  de  Badajoz,  en 
9  de  Marzo  de  1734,  y  fué  hijo  legítimo  de  don  Juan  Francisco  García  de  la  Huerta  y  de  doña 
María  Muñoz ,  personas  ambas  de  calificada  nobleza.  Hizo  sus  estudios  en  la  universidad  de  Sala- 
manca ,  y  antes  de  concluirlos  vino  á  Madrid,  donde  contrajo  matrimonio,  en  40  de  Abril  de  4757, 
con  doña  Gertrudis  Carrera  y  Larrea,  natural  de  aquella  ciudad. 

Desde  sus  primeros  años  demostró  con  repetidas  obras  su  inclinación  á  la  poesía ;  y  entre  otras 
de  las  primeras  que  contribuyeron  á  darle  celebridad,  puede  citarse  la  Égloga  de  los  ¡lescadores, 
leída  el  28  de  Agosto  de  1760,  en  la  distribución  de  los  premios  de  la  Ac;idemia  de  San  Fernando. 
Estos  versos,  y  otra  multitud  de  composiciones  que  diariamente  salían  de  su  pluma;  la  arrogancia  y 
osadía  conque  desde  un  princii)io  se  anunció  como  el  restaurador  del  gusto  nacional,  fuertemente 
atacado  en  las  obras  de  los  Luzanes,  Montianos  y  otros  preceptistas  á  la  francesa;  su  juventud,  su 
belleza  personal,  el  desenfado  de  sus  modales,  y  la  brillante  posición  social  en  que  muy  luego  se 
colocó,  como  bibliotecario  déla  Real ,  oficial  de  la  secretaría  de  Estado  é  individuo  de  la  Academia 
Española,  de  la  de  la  Historia  y  déla  de  San  Fernando,  atrajeron  á  Huerta  el  favor  del  público  y 
el  fácil  acceso  á  la  más  elegante  sociedad,  á  par  que  la  envidia  y  encono  de  casi  todos  los  escri- 
tores de  su  tiempo. 


NOTICIA  BIOGRÁFICA  Y  JUICIO  CRÍTICO.  205 

Pero  Huerta  ,  en  vez  de  desarmar  á  éstos,  y  hacerse  más  y  más  digno  de  aquéllos  con  su  es- 
tudio y  adelantamientos ,  prefirió  envolverse  en  la  nube  del  incienso  que  quemaba  en  sus  aras 
el  vulgo  admirador,  y  lanzar  desde  allí  rayos  acerados,  continuos,  indiscretos,  contra  todos  los 
que  osaban  negarle  el  tributo  de  adoración  ;  protestando  audazmente  contra  toda  regla  que  no 
fuese  su  capricho,  y  convirtiendo  en  absurda  una  causa  cuyo  origen  era  loable,  á  fuerza  de  indo- 
cilidad, de  acrimonia  y  de  jactancia. 

Una  desgracia  doméstica ,  de  la  cual  no  tenemos  datos  suficientes  para  consignarlos  aquí,  pero 
que  podemos  atribuir  también  á  la  extravagancia  y  fiereza  de  su  genio ,  le  hizo  decaer  rápida- 
mente del  favor  de  la  corte,  hasta  el  extremo  de  ser  privado  de  sus  empleos,  y  confinado  á  la  pla- 
za de  Oran ,  donde  permaneció  algunos  años.  Pero  Huerta  no  por  eso  se  desanimó  ni  cedió  un 
punto  de  sus  arrogantes  pretensiones;  y  el  público,  interesado  más  y  más  por  él  á  causa  de  su 
adversidad ,  continuó  recibiendo  con  entusiasmo  sus  producciones  líricas ,  en  todas  las  cuales  pa- 
recía afirmarse  en  sus  extravíos,  su  obstinación  y  su  independencia. 

Regresado  después  á  Madrid ,  no  quiso  volver  á  sus  antiguos  empleos,  por  no  querer  hacer  para 
ello  solicitudes  que  le  parecían  incompatibles  con  su  honor  ofendido  y  su  inocencia ;  y  creemos 
que  por  entonces  estuvo  únicamente  ocupado  en  la  casa  del  Duque  de  Alba,  uno  de  sus  más  deci- 
didos favorecedores. 

Durante  su  larga  ausencia ,  las  nuevas  doctrinas  literarias  se  habían  desarrollado  notablemen- 
te; el  gusto  del  público ,  dirigido  por  hombres  tan  aventajados  como  Jovellanos,  Iriarte,  Forner 
y  Moratin ,  había  cambiado  casi  del  todo ;  y  Huerta  ,  en  lo  más  vital  de  su  carrera ,  en  lo  más  en- 
cumbrado de  sus  manías,  se  veía  atacado  continuamente  por  hombres  á  quienes  él  había  mirado 
con  desden,  y  que  ahora  volaban  ya  á  su  altura,  á  impulsos  del  aura  popular. 

No  era  hombre  Huerta  de  ceder  un  punto  en  su  sistema  por  este  contratiempo.  A  las  aprecia- 
bles  obras  de  sus  contrarios  respondía  con  amargas  sátiras  y  afectado  desden  ;  á  los  punzantes 
epigramas  que  aquéllos  le  devolvían  ,  contestaba  con  denuestos ,  y  tratándoles  poco  menos  que  de 
traidores  á  la  patria  por  su  manía  en  imitar  las  obras  extranjeras.  No  contento  con  esta  lucha  in- 
terior ,  ni  bastándole  á  desfogar  su  carácter  procaz ,  promovió  otra  no  menos  acre  con  los  escrito- 
res franceses,  italianos  y  de  todas  las  naciones,  que  no  confesasen  y  sostuviesen  la  infalibilidad  de 
Calderón  y  de  Góngora. 

En  sus  escritos  críticos ,  que  por  fortuna  son  hoy  apenas  leídos ,  se  ve  lo  que  puede  extraviarse 
la  razón  de  un  hombre  de  talento  cuando  echa  por  el  camino  del  orgullo  y  de  la  intolerancia.  Allí 
se  trata  nada  menos  que  de  ím'jécíles  á  Racine  y  á  CorneíUe ,  se  proclama  altamente  ignorante 
al  público  francés,  se  dicen  mil  desatinos  de  los  escritores  italianos,  y  hasta  la  figura  colosal  de 
Voltaíre,  que  por  entonces  llenaba  la  Europa,  queda  acribillada  á  impulsos  de  los  fieros  dardos 
de  nuestro  poeta  extremeño. 

Deseando  probar  sus  asertos  en  favor  de  la  excelencia  del  antiguo  teatro  español,  emprendió 
Huerta,  en  178o,  la  publicación  de  una  colección  de  comedías  de  las  que  él  creyó  más  perfectas 
de  Calderón,  Solís  y  otros  autores;  pero  desgraciadamente,  ni  su  gusto  propio  ni  el  de  la  época 
eran  para  hacer  con  buen  juicio  esta  elección  ;  por  manera  que  si  fuera  posible  achacar  monoto- 
nía al  magnifico  y  aun  ignorado  tesoro  de  nuestro  antiguo  repertorio  dramático ,  sería  buen  do- 
cumento la  colección  de  Huerta,  en  que  dio  casi  exclusivamente  preferencia  á  las  comedías  de 
intriga,  descuidando  completamente  los  otros  géneros,  y  mostrando  parcialidad  exclusiva  con 
unos  autores,  al  paso  que  afecta  olvidar  á  otros,  y  entre  éstos,  nada  menos  que  á  Lope,  Tirso  de 
Molina,  etc. —  Los  juicios  que  hace  de  aquéllos  y  de  sus  comedias  son  igualmente  apasionados, 
escasos  de  criterio;  de  suerte  que  esta  colección  ha  llegado  á  desaparecer  justamente,  y  única- 
mente hallamos  de  apreciable  el  tomo  último,  en  que  inserta  un  catálogo  de  más  de  seis  rail  títu- 
los de  comedias  españolas. 

Pero  lo  que  hay  que  observar  con  sorpresa  es,  que  este  mismo  hombre,  que  proclamaba  tan  al- 
to su  sistema ,  y  que  negaba  á  su  siglo  la  facultad  de  tener  un  gusto  distinto  del  anterior;  que 
anatematizaba  á  los  clásicos  de  allende  y  á  sus  imitadores  de  aquende  hasta  el  extremo  de  poner- 
los fuera  de  la  ley  del  sentido  común ,  cediese  luego  insensiblemente  á  la  fuerza  del  gusto  domi- 
nante ,  y  se  dejase  arrastrar,  á  su  pesar,  en  la  práctica  por  un  camino  tan  distinto  del  que  trazaba 
en  teoría. 

Con  efecto ,  las  obras  dramáticas  de  Huerta  (las  más  notables  y  mejores  de  las  varias  que  es 
cril>ió}  vienen  de  todo  punto  á  dar  razón  á  sus  contrarios,  y  demuestran  bien  á  las  claras  quq 


206  DON  VICENTE  GARCÍA  DE  LA  HUERTA. 

SU  talento  era  capaz  de  convencerse,  aunque  sin  confesar  ni  creer  él  mismo  en  su  convicción. 

lista  circunstancia  envuelve  tal  contradicción,  y  da  tal  carácter  de  extravagancia  al  personaje, 
que  apenas  podemos  comprenderle  los  hombres  de  este  siglo ,  cuando,  después  de  saber  que  ocu- 
pó la  mayor  parte  de  su  vida  en  atroces  diatribas  contra  los  preceptistas  y  galomanos,  vemos  lue- 
go en  sus  obras  dramáticas  una  obra  griega  {Agamenón  vengado),  una  traducción  del  francés  de 
ese  mismo  Voltaire,  blanco  de  sus  tiros  [Jaira),  y  una  tragedia  española  con  las  formas  clásicas 
{Ra¡uel). 

Esta  última ,  la  más  importante  de  las  producciones  de  Huerta  ,  y  la  única  que  hoy  hace  re- 
cordar su  nombre  con  aprecio,  en  medio  de  su  sujeción  á  los  preceptos  de  Horacio,  es,  sin  embar- 
go, la  expresión  del  pensamiento,  noble  en  sí,  aunque  exagerado,  que  inspiró  á  Huerta  toda  su 
vida  :  el  de  restaurar  la  pompa ,  originalidad  y  bizarría  de  nuestro  teatro  nacional,  contra  el  ama- 
nerado disfraz  de  que  pretendían  vestirle  los  críticos  traspirenaicos.  Y  ¡ojalá  que,  más  afirmado  en 
su  juicio ,  hubiera  prescindido  en  su  obra  de  ciertas  regias ,  (¡ue  ahora  se  tienen  ya  por  inútiles, 
como  las  unidades  de  tiempo  y  lugar!  Entonces  hubiera  demostrado  más  y  más  la  verdad  que, 
ciego  de  pasión,  acometía,  y  no  adoleciera  de  los  mismos  defectos  que  pretendía  combatir. 

Esto  no  obstante,  y  aunque  aprisionado  en  la  complicada  red  que  los  críticos  preceptistas  se 
complacían  por  entonces  en  extender  sobre  toda  obra  del  genio;  aunque  dominado,  á  su  pesar, 
por  la  fatal  condición  que  el  público  de  la  época  imponía  con  pesado  hierro  á  su  mano ,  ;  cuánto 
no  campea  en  la  Raquel  el  altivo  pensamiento,  la  generosa  independencia,  la  lozana  imaginación 
de  aquel  paladín  de  nuestras  antiguas  glorias  literarias ,  de  aquel  imprudente  defensor  hasta  de 
los  extravíos  del  genio  español. 

Por  muchos  que  sean  los  años  trascurridos ,  por  mucho  que  los  sucesos  y  las  alteraciones  de 
la  época  hayan  influido  en  nuestro  modo  de  ver  y  juzgar  las  obras  literarias,  todavía  no  hemos 
perdido  del  todo  el  gusto  español ,  y  un  cierto  orientalismo  en  las  ideas,  que  nos  hace  simpatizar 
con  aquellos  talentos  que  se  nos  revelan  con  cierto  aparato  de  formas,  pompa  y  magnificencia  en 
la  expresión. 

La  aparición  de  Raquel  en  el  teatro  español,  en  1778,  fué  para  Huerta  el  apogeo  de  su  triunfo ; 
no  de  estos  triunfos  momentáneos  y  desabridos  que  hoy  están  en  uso ,  y  consisten  en  que  cuatro 
amigos  pidan  á  voz  en  grito  que  se  les  saque  á  las  tablas  al  autor ,  sino  triunfo  tan  espontáneo, 
inmenso  y  verdaderamente  nacional,  que  acaso  no  tiene  otro  semejante  en  los  fastos  de  nuestra 
gloria  literaria.  Baste  decir  que  todos  los  teatros  de  España  la  pusieron  simultáneamente  en  esce- 
na; que  mientras  el  autor  preparaba  su  impresión,  fueron  sacadas  á  mano  más  de  dos  mil  copias 
para  las  Américas,  y  que  reproducida  después  por  la  prensa  hasta  once  veces  en  vida  de  su  au- 
tor, llegó  á  poco  tiempo  á  ser  tan  popular,  que  desde  el  Rey  hasta  el  último  manólo  de  Lavapiés 
repetían  de  coro  aquellos  magníficos  versos  de  la  exposición : 

Toda  júbilo  es  hoy  la  gran  Toledo ;  etc. 

Ocasión  era  ésta  para  juzgar  desapasionada  y  concienzudamente,  á  más  de  sesenta  años  de  dis- 
tancia, esta  célebre  y  singular  producción;  pero  sería  de  nuestra  parte  sobrado  atrevimiento,  des- 
pués del  exquisito  análisis  de  ella  que,  con  la  suma  de  conocimientos,  gusto  y  buena  fe  que  le  dis- 
tinguen ,  consignó  en  sus  obras  criticas  el  señor  don  Francisco  Martínez  de  la  Rosa. 

Las  nuevas  doctrinas  literarias  (que  parece  haber  anticipado  Huerta  más  de  medio  siglo)  han 
venido,  sin  embargo,  á  justificarle ,  en  términos  que  hoy  los  críticos  más  juiciosos,  y  entre  ellos 
los  señores  Martínez  de  la  Rosa  y  Quintana ,  parecen  echarle  en  cara  su  docilidad  á  plegarse  á  las 
unidades  de  tiempo  y  lugar;  docilidad  involuntaria,  que  le  fué  impuesta,  como  queda  dicho,  por 
su  época,  y  que  realmente  constituye  el  defecto  principal  de  la  Raquel;  pues  es  bien  seguro  que 
con  mayor  amplitud  para  explayar  su  argumento  que  el  angustioso  término  de  un  día  y  el  escaso 
espacio  de  un  salón,  hubiera  Huerta  podido  desplegar  más  medios  en  la  conducción  de  la  intriga 
y  más  verosimilitud  en  la  catástrofe. 

Pero,  sea  de  esto  lo  que  quiera ,  y  disculpado  de  antemano  por  aquellos  inconvenientes,  todavía 
la  Raquel  es,  á  nuestro  modo  de  ver,  la  tragedia  más  altamente  española,  en  su  esencia  y  conjunto, 
que  ostenta  nuestro  teatro  moderno ;  su  expresión  la  más  noble  y  espontánea ,  y  su  versificación 
la  más  rica  y  armoniosa  que  jamas  se  oyó  en  nuestra  escena. 

Todavía  hoy,  después  de  tantos  y  tan  apreciables  autores  como  han  enriquecido  ésta ,  es  impo- 
gíbltí  drtsentenderie  del  encanto  que  produce  su  lectura ;  todavía ,  una  vez  leída  ,  es  imposible 


ÉNDIMION.  ¿o? 

olvidarla  ni  confundirla  con  otra  alguna.  Y  decimos  leida ,  porque  los  hombres  del  siglo  actual 
no  hemos  podido  tener  el  placer  de  verla  representada  en  nuestros  teatros ;  pues  unas  veces  por 
causas  políticas,  fáciles  de  adivinar,  y  otras  por  los  diferentes  gustos  literarios,  no  recordamos 
que  haya  sido  ejecutada  en  nuestro  tiempo;  injusticia  notoria  con  la  primera  joya  de  nuestra  es- 
cena trágica ,  que  estamos  seguros  sería  vengada,  en  el  día ,  de  aquel  desden,  por  el  entusiasmo  del 
público  espectador. 

Nueve  años  después  de  su  ostentoso  triunfo  ,  víctima  siemj)re  de  los  continuados  tiros  de  sus 
adversarios,  aunque  repeliéndolos  con  igual  fuerza,  murió  Don  Vicente  Gaiicia  de  la  Huerta  en 
Madrid,  el  día  12  de  Marzo  de  1787,  en  la  calle  del  Lobo ,  número  2o,  siendo  sepultado  en  la  par- 
roquia de  San  Sebastian.  Dejó  un  hijo,  llamado  don  Luis,  teniente  de  artillería. 

La  saña  literaria  (la  más  a[)asionada  y  duradera  de  todas),  que  tanto  le  habia  molestado  en  vida, 
no  perdonó  siquiera  su  tumba,  y  todavía  la  tradición  nos  conserva  un  burlesco  epitafio,  que  se 
atribuye  á  Iriarte. 

La  posteridad,  empero,  exenta  de  la  animosidad  que  inspiraba  á  sus  contemporáneos  por  su 
carácter  díscolo  y  altanero ,  debe  apreciar  justaiaeate  al  gran  poeta  ,  sin  hacer  alto  en  las  debili- 
dades del  hombre. 

Ramón  Mesonero  Romanos. 


POESÍAS. 


ENDIMION. 

POEMA    HEROICO. 

CANTO  ÚNICO. 


Viva  fuente  de  luz  inmensa  y  pura, 
Radiante  autor  del  luminoso  dia. 
Deidad  que  en  vano  resistir  prucura 
Del  caos  nocturno  la  tiniebla  fria  ; 
A  cuyo  influjo  debe  su  hermosura 
Cuanto  el  terráqueo  globo  encierra  y  cria, 
Pues  os  tributa  obsequios  reverente, 
Por  padre  universal,  todo  viviente. 

II. 

Pastor  galán ,  á  cuyo  nombre  debe 
Eterna  fama  el  rústico  cayado, 
Desde  que  envidia,  torpemente  aleve, 
El  pellico  os  vistió  no  acostumbrado; 
Divino  director  de  aquellas  nueve 
Deidades  que  el  tesálico  collado 
Hospeda  fácil,  porque  en  ecos  diestros. 
Himnos  resuenen  á  los  timbres  vuestros. 

III. 

Numen  de  Cinto,  tutelar  de  Délo, 
Inspirad  dulce  acento  al  pecho  mió. 
Por  desempeño  del  fogoso  anhelo 
Que  á  empresa  tanta  fuerza  mi  albedrío. 
Así  en  Dafne  logréis  vuestro  desvelo, 
Calmando  suave  el  áspero  desvío, 
Y  así  corone  la  amorosa  llama 
La  pompa  hojosa  de  su  verde  rama. 

IV. 

No  de  Marte  sangriento  belicosos 
Conflictos  dar  al  público  pretendo; 
Logros  de  amor,  en  todo  venturosos, 
Será  el  asunto  que  dudoso  emprendo; 
Quejas  tiernas,  suspiros  aniorosos. 
Que,  álos  celestes  orbes  ascendiendo, 
Abatieron  con  fuerza  no  importuna, 
Entre  los  brazos  de  un  pastor,  la  Luna. 


Desde  el  Meandro,  en  su  corriente  vario. 
Hasta  el  Icario  mar,  siempre  famoso, 
A  quien  dio  nombre  el  hijo  temerario 
Del  fugitivo  artífice  ingenioso; 
Dulce  verdor,  florido,  extraordinario, 
Vestido  al  campo  da  tan  delicioso. 
Que,  aunque  no  su  hermosura  se  exagera, 
Dii'ás  que  nace  de  él  la  primavera. 

VL 

Este  hermoso  país,  á  quien  no  ha  dado 
El  rústico  labor,  ni  el  hierro  insulto, 
Pues  liberal  produce,  de  su  grado. 
Dobles  cosechas  de  su  seno  inculto, 
De  los  bárbaros  Cares  habitado, 
A  Pales  tributaba  ardiente  culto, 
Siendo  constantes  de  su  celo  indicios, 
En  cien  aras  perennes  sacrificios. 

VII. 

Al  pastoril  oficio  sólo  dados 
Eran  los  moradores  de  la  tierra, 
Y  huyendo  la  prisión  de  los  poblados, 
Vagos  vivían  la  fragosa  sierra. 
No  sujeta  al  aprisco  sus  ganados. 
Cada  res  libre  por  el  monte  yerra ; 
Aquí  canta  un  pastor  entretenido, 
Allá  suena  de  la  onda  el  estallido. 

VIIL 
Todo  era  libertad,  todo  bonanza; 
Tal  cual  queja  de  amor  se  percibía; 
Que  no  hay  región  remota  que  no  alcanza, 
Dulce  rapaz,  tu  suave  tiranía. 
Nadie  de  amor  evita  la  asechanza. 
Por  remedios  que  oponga  á  su  porfía. 
Vive  desiertos,  huye  las  ciudades  ; 
Que  amor  te  buscará  en  las  soledades. 
IX. 
A  este  pensil  hermoso,  en  que  eslabona 
Su  copia  Céres,  Flora  sus  primores, 
Inalterable  alcázar  de  Pomona, 
Dilatada  república  de  flores, 
Sirve  al  erguido  Látmos  de  corona, 
Adornando  sus  cumbres  superiores. 
Como  señor  de  cuanto  predomina. 
De  laurel  verde  y  permanente  encina, 


208 


DON  VICENTE  GARCÍA 


Humildes  ganaderos  sólo  habitan 
De  la  falda  del  monte  las  estancias, 
En  que  tal  vez  sus  bríos  ejercitan 
Oponiendo  arrogancias  á  arrogancias; 
Tal  vez  más  quietos,  con  su  canto  imitan 
De  Orfeo  y  Amfion  los  consonancias  ; 
Que  aun  en  toscos  y  rústicos  pastores 
Muestra  naturaleza  sus  primores. 

XI. 

Exceso  de  hermosura  y  perfeccionea , 
Adoración  del  llano  y  la  colina, 
A  Endimion  tributaban  sumisiones 
Cuantos  tocó  su  fama  peregrina. 
Cuantos  produce  el  Látmos  suaves  dones, 
Triunfos  de  su  hermosura  los  di  stina. 
Mucho  alcanza  el  poder  y  la  ventura, 
Pero  más  avasalla  la  hermosura. 

XII. 
Cuantas  pastoras  son  del  monte  umbroso 
Gallarda  admiración,  dulce  embeleso. 
Comparadas  al  joven  prodigioso. 
De  sus  triunfos  aumentan  el  proceso. 
Cuál  con  arte  y  estilo  laborioso 
Pellicos  labra,  cuál  con  más  travieso 
Ingenio,  matizando  mil  primorea. 
Hace  cifi"as  de  amor  las  que  son  flores, 

XIII. 
Sordo  el  pastor  hermoso  á  las  querellas 
De  cuantas  ninfas  en  su  amor  ardian, 
Más  fraguaba  el  desvío  las  centellas 
Del  volcan  que  en  sus  pechos  encendían. 
¡Oh  influjo  superior  de  las  estrellas. 
Cuan  neciamente  desmentir  porñan 
Tu  impulso  aquellos  cuya  resistencia 
Hace  de  amor  más  dura  la  violencia! 

XIV. 

En  los  horrores  lóbregos  del  monte, 
Mortal  habitación  de  monstruos  fieros, 
Nuevo  Marte,  mejor  Belerofonte, 
Cebaba  sus  espíritus  guerreros. 
En  cuanto  circundaba  el  horizonte, 
Despotismo  gozaban  los  esmeros 
De  su  esfuerzo,  al  amor  siempre  negado, 
Cuanto  más  desdeñoso,  más  amado. 

XV. 

Por  más  que  me  desprecie  el  dueño  hermoso, 
A  quien  fatigo  en  vano  con  mi  ruego. 
Es  precepto  del  hado  riguroso 
Que  su  desden  avive  más  mi  fuego. 
¡Oh  ley  severa,  parto  escandaloso 
De  un  tirano  más  bárbaro  que  ciego  1 
Éste  es  del  amor  el  fiero  poderío. 
Forzar  á  un  imposible  el  albedrio. 

XVI. 

Desatendida  sí ,  no  despreciada 
(Porque  no  es  el  desden  descortesía), 
Paró,  en  fin,  en  hoguera  arrebatada, 
La  que  centella  leve  parecía. 
Fuerzas  dio  á  la  pasión,  no  limitada, 
Del  desden  no  remiso  la  porfía. 
Fué  amor  solicitud,  llegó  á  locura. 
Tanto  obliga  el  desden  eu  la  hermosura. 

XVII. 

Alma  á  los  vientos,  lengua  á  la  maleza. 
El  dulc"  nombre  repetido  daba. 
Undimion  resonaba  la  aspereza. 
Cuando  Endimion  el  céfiro  alentaba. 
El  risco  duro,  la  áspera  corteza 
Eternos  caracteres  ostentaba. 
Porque  arguyesen  sus  grabados  nombres 
Ser  á  veces  más  blandos  que  aun  los  hombres. 

XVIII. 

No  por  eso  más  grato  respondía 
Í¡1  hermoso  zagal  á  cuantas  quejas 


DE  LA  HUERTA. 

El  aura  suave  y  vaga  refería, 
Porque  el  umbral  pulsase  á  sus  orejas. 
Del  globo  azul  la  acorde  simetría 
Era  su  amor,  cifrando  en  las  reflejas 
Luces  de  las  estrellas  su  cuidado, 
Idólatra  del  cielo,  enamorado. 

XEX. 

Sola  de  Arcas  hermosa  descendencia, 
Por  todos  atributos  peregrina, 
Reina  de  Caria,  cuya  augusta  herencia 
A  sus  méritos  sólo  se  destina. 
De  Minerva  gallarda  competencia, 
No  perdido  su  amor  logro  Hipperina, 
Aunque  más  bella,  más  afortunada 
En  no  ser  de  Endimion  tan  desdeñada. 

XX. 

Altamente  adoraba  al  prodigioso 
Joven  galán,  de  todos  adorado, 
Aumentando  su  fuego  impetuoso 
Ser  gratamente  acepto  su  cuidado. 
Al  pecho  más  bizan-o  y  generoso 
Envidias  dio  su  amor  no  despreciado. 
¡Cuánto  el  bien  se  codicia  y  se  desea! 
I  Qué  envidiado  será  quien  lo  posea! 

XXL 

Cuando  el  albergue  riistico  buscando, 
pisando  noche  y  confusión  sombría, 
La  oscura  soledad  abandonando, 
A  su  choza  los  pasos  dirigía. 
Centinela  de  amor  atalayando. 
La  S'nda  que  era  de  su  norte  guía, 
Hipperina  á  Endimion  se  presentaba, 

Y  de  acaso  su  industria  disculpaba. 

XXII. 

Penetraba  Endimion  el  amor  puro 
Que  Hipperina  en  su  pecho  fomentaba, 

Y  aunque  no  méuos  libre,  menos  duro, 
Ku  innato  desamor  disimulaba. 

Tal  vez  favorecida  del  oscuro 
Horror  de  las  tinieblas,  declaraba  • 
La  ninfa  sus  deseos  encendidos. 
Logrados  sólo  en  ser  con  gusto  oidos. 

XXIII. 

Si  alguna  noche,  desdeñando  el  rudo 
Abrigo  pastoril  de  su  cabana. 
Quiso  habitar  aquel  silencio  mudo 
Que  de  sombra  y  horror  el  monte  baña. 
De  tristes  quejas,  que  ocultar  no  pudo. 
Hinche  la  soledad  con  ansia  extraña, 

Y  hasta  encontrar  su  amor  en  la  espesura, 
No  se  tiene  Hipperina  por  segura. 

XXIV. 

Sin  que  peligro  su  inquietud  perdone. 
Busca  de  su  perdido  bien  indicio; 
En  cada  fiera  un  riesgo  se  propone, 

Y  una  desgracia  en  cada  precipicio. 
Halla  á  Endimion  agi-adecido,  y  pone 
Su  gratitud  por  venturoso  auspicio 
De  su  pasión,  que  equivocada  crece, 
Como  si  siempre  amara  el  que  agradece. 

XXV. 

Con  esto  satisfecha  la  zagala, 
Vida  llegó  á  vivir  tan  venturosa, 
Que  ninguna  delicia  al  gusto  iguala. 
Que  concibe  al  mirarse  tan  dichosa. 
Mas  la  varia  fortuna,  que  resbala 
Del  bien  al  mal,  obró  tan  poderosa. 
Que  en  un  punto  trocó  su  ceño  adusto 
En  tormento  la  dicha,  en  pena  el  gusto. 

XXVL 

¡Oh  inconsistencia  vil  y  deleznable 
Del  teatro  del  mundo  y  ser  humano. 
Más  que  las  ondas  de  la  mar  instable. 
Mudable  más  que  el  viento  y  polvo  vanol 


ENDIMTON. 


Nada  conserva  el  ser,  todo  es  variable, 

Indicios  del  iiuperio  soberano, 

Si  arbitro  de  variar  la  suerte  á  todo 

Principio  universal  del  mismo  modo. 

XXVII. 

Cuando  llepú  á  juzgar  la  ninfa  bella 
Del  todo  su  fortuna  asegurada, 
Liígubre  influjo  de  fatal  estrella 
Su  dicha  oscureció,  no  bien  lograda. 
Murió  su  amor,  ensangrentando  en  ella 
Celoso  frenesí  su  fuerza  airada. 
Perdió  á  Endimion ,  halló  la  muerte  dura ; 
Su  cuidado  causó  su  desventura. 

XXVIII. 

Yace  una  gruta,  tosca  arquitectura, 
De  que  artífice  fué  naturaleza, 
Del  Látmos  sacro  en  la  suprema  altura, 
Que  de  estrellas  corona  su  cabeza  ; 
Seno  apacible ,  que  del  llibla  apura 
En  ft-agrantes  aromas  la  riqueza, 
A  las  Gracias  albergue  delicioso, 

Y  á  veces  á  Endimion  dulce  reposo. 

XXIX. 

Observatorio  de  las  luces  bellas 
Del  orbe  azul  al  joven  divertía. 
Examinando  atento  en  todas  ellas 
La  brillante  simétrica  armc^nia. 
Apurar  á  los  astros  sus  centellas 
Astrónomo  tenaz  se  prometía. 
¡Oh  dulce  facultad,  cuyos  desvelos 
Penetran  los  arcanos  de  los  cielos! 

XXX. 

Atónito  al  mirar  las  perfecciones 
De  animados  portentos  luminosos, 
Al  discurso  agotaba  admiraciones, 
Enajenado  en  éxtasis  sabrosos. 
De  un  letargo  apacible  á  las  prisiones 
Cedían  sus  espíritus  fogosos, 

Y  abandonando  el  cuerpo  en  quieta  calma, 
Entre  los  astros  se  hospedaba  el  alma. 

XXXI. 

La  cítara  de  Orfeo  prodigioso. 
Sus  suaves  cuerdas,  ya  luces  sonoras ; 
De  Arion  el  asilo  proceloso. 
Sus  escamas  estrellas  brílladoras ; 
El  carro  celestial  que  perezoso 
Guia  Boótes ,  por  notar  las  horas ; 
El  lascivo  Orion,  de  Argos  la  popa, 

Y  el  Can  mayor,  que  guarda  fué  de  Europa; 

XXXIL 

Dulce  estudio,  tarea  peregrina 
Eran  al  docto  joven,  que  entregado 
A  contemplar  la  máquina  divina, 
Quiso  librarse  todo  á  este  cuidado. 
Borró  el  intenso  estudio  de  Hipperina 
El  tierno  amor  y  albergue  acostumbrado. 
Ofreciendo  la  estancia  y  su  recreo 
Mayor  cebo  á  su  astrólogo  deseo. 

XXXIII. 

Toldo  de  lín  robre  de  ropaje  adusto, 
En  que  Baco  ostentaba  su  riqueza, 
Hizo  el  pastor,  y  de  su  pié  robusto 
Arrimo,  aun  á  pesar  de  su  aspereza. 
Lecho  florido,  hermoso  más  que  augusto, 
En  el  suelo  mulló  naturaleza. 
Feliz  desierto,  en  donde  todo  sobra, 

Y  los  gustos  se  encuentran  sin  zozobra. 

XXXIV. 

El  nocturno  crepúsculo  borraba 
Las  sombras  que  la  luz  formó  del  dia ; 
Lóbrego  embajador,  que  adelantaba 
La  oscuridad,  que  el  caos  conducía; 
El  monte  sordo,  sólo  se  escuchaba 
De  corrientes  cristales  la  armonía, 

I,  PS. -XVIII, 


Y  en  la  espesura  de  las  sombras  graves 
Roncos  graznidos  de  agoreras  aves. 

XXXV. 

De  la  cárcel  eolia  al  duro  abrigo 
El  Euro  reducido  tormentoso, 
Ni  combatía  el  áspero  quejido, 
Ni  aun  adulaba  al  álamo  frondoso. 
Cuanto  á  la  noche  su  silencio  amigo 
Duró,  no  se  elevó  caliginoso 
Vapor  para  ofuscar  las  luces  bellas; 
Que  del  sol  participan  las  estrellas. 

XXXVI. 

Éstas,  intensamente  divertido. 
El  astrólogo  joven  contemplaba, 
Por  eximir  su  nombre  del  olvido, 
Que  gallai-dos  espíritus  no  acaba. 
Cuando  rápidamente  sorprendido 
De  inmensa  luz,  que  activa  le  abrazaba, 
Incapaz  del  insulto  luminoso. 
Interrumpió  su  estudio  y  su  reposo. 

XXXVII. 

Nunca  de  Febe,  en  el  silencio  quieto, 
Resplandeció  más  clara  la  hermosura, 
O  fuese  acaso  en  el  divino  objeto, 
O  del  pastor  antojo  por  ventura. 
Ni  en  el  éter,  á  sombras  no  sujeto, 
Inundación  de  luz  brilló  más  i)ura 
Que  la  noche  feliz  en  que  atendida 
Rindió  Febe  á  Endimion,  siendo  vencida. 

XXXVIIL 

Rayos  ardientes  imitaba  el  oro 
Del  delicado  fúlgido  cabello; 
En  su  faz  clara,  del  zafir  decoro, 
Aun  más  que  lo  divino  era  lo  bello. 
De  resplandor  origen  y  tesoro, 
Luz  mendigan  los  astros  á  su  cuello, 
Retratando  en  su  aliño  compendiado 
Todo  el  celeste  cóncavo  estrellado, 

XXXIX. 

Farol  flamante,  el  carro  luminoso 
Dos  animados  Etnas  conducían, 
Que  rayos,  en  su  anhélito  fogoso, 
Aun  más  que  respiraban ,  encendían. 
De  luceros  concurso  caudaloso 
Eran  las  riendas,  que  su  ardor  reglan  j 
Que  creyeras  por  modos  soberanos 
Trasladada  la  eclíptica  á  sus  manos. 

XL. 

En  este  aspecto,  en  todo  peregrino. 
Adorno  igual  á  la  mayor  belleza, 
Vio  Endimion ,  ya  halagado  del  destino, 
De  Febe  la  divina  gentileza. 
En  vano  el  joven  contra  amor  previno 
Del  desamor  antiguo  la  entereza, 
Quedando  en  el  insulto  acelerado, 
Ciego  el  discm-so,  y  él  enamorado. 

XLL 

Fuego  voraz,  mortífero  veneno 
Prendió  su  corazón  apasionado; 
Torpe  el  sentido,  de  tinieblas  lleno. 
Desamparó  el  di.^cTirso  á  lo  animado. 
Perdióse  la  memoria,  en  cuyo  seno 
Sucedió  eternamente  su  cuidado. 
Murió  el  gusto,  quedó  la  pena  viva ; 
Así  trata  el  amor  á  quien  cautiva. 

XLIL 

Tendido  estaba  en  el  fragranté  lecho, 
Examinando  la  abrasada  herida 
Que  amor  tirano  ejecutó  en  su  pecho, 
Que  franca  hiciese;  al  alma  la  salida. 
Y  en  suHpiros  y  lágrirras  deshecho. 
Desesperaba  de  la  triste  vida, 
Al  mirar  la  distancia  incomprensible. 
Que  hacia  su  remedio  inaccesible, 

U 


209 


210 


DON  VICENTE  GARCÍA  DE  LA  HUERTA, 


XLIII. 


De  su  fortuna  el  áspero  suceso 
En  compasivos  ecos  lamentaba, 
Motejando  su  ingenio,  cuyo  exceso 
A  estado  tan  mortal  le  condenaba, 
Maldecia,  irritado,  el  embeleso 
Que  en  su  estudio  curioso  le  empeñaba; 
jOh  de  Amor  peregrinas  invenciones. 
Qué  bien  que  disimulas  tus  traiciones  1 
XLIV. 

Viendo  casi  imposible  ya  en  lo^lmmano 
La  medicina  á  su  amoroso  fuego, 
Lo  que  fortuna  pretendiera  en  vano, 
Fió  rendido  el  obsequioso  ruego. 
El  ánimo  esforzó,  y  al  soberano 
Numen  hermoso  dirigiendo  luógo 
La  voz  humilde,  con  acentos  tales 
Penetró  las  distancias  celestiales. 

XLV. 
Portento  luminoso  de  esa  esfera. 
Que  á  vuestra  luz  mendiga  su  hermosura ; 
Deidad  triforme,  cuya  voz  impera 
Del  reino  de  Pluton  la  estancia  oscura ; 
Reina  del  monte,  oid  la  postrimera 
Voz  de  mi  aliento,  que  mi  vida  apura ; 
Así  idolatren  vuestro  imperio  eterno 
El  empíreo,  la  tierra  y  el  infierno, 

XLVI. 
Aunque ,  pastor  humilde  y  abatido, 
Me  oscurezca  mi  tosco  nacimiento, 
No  es  así  mi  valor,  ánn  excedido 
Del  ardor  de  mi  espíritu  violento. 
Por  mi  poder,  monarca  me  apellido 
Del  monte  todo,  haciendo  mi  ardimiento 
Que  le  juren  en  su  circunferencia. 
Juntos  hombres  y  fieras,  la  obediencia, 

XLVII, 

Adorno  á  mis  umbrales  horroroso, 
Triunfos  son  de  vencidos  animales. 
Ni  al  tigre  libra  el  natural  furioso 
De  pregonar  mi  ardor  á  mis  umbrales ; 
Ni  el  león  por  bravo,  por  tenaz  el  oso, 
Evitan  mis  espíritiis  marciales. 
Todo  se  rinde  á  mi  poder  altivo; 
Guerra  es  la  caza;  de  despojos  vivo. 

XLVIII. 

Cuantas  riquezas  la  abundante  tierra 
En  plantas  cria,  en  árboles  ñorcce. 
Tributos  mios  son,  que  de  esta  sierra 
El  villanaje  rústico  me  ofrece. 
Ganado  inmenso  mi  redil  encierra, 

Y  tanto  con  mi  haber  mi  fama  crece. 
Que  en  todo  el  Látmos  y  su  reino  hermoso 
Me  llaman  Endimion  el  poderoso. 

XLIX. 

No  hay  pastora  en  el  monte  cuyo  ruego 
Correspondencia  en  mí  no  haya  intentado. 
De  Clicie  he  desdeñado  el  amor  ciego, 

Y  de  Lisi  el  afecto  he  despreciado. 
Sola  Hipperina  el  amoroso  fuego 
Ne  del  todo  perdió,  pues  su  cuidado 
Pudo  lograr,  sin  ser  correspondencia, 
Equivocada,  amor  una  apariencia. 

L. 

Vos  sola  sois,  hermosa  sucesora 
Del  músico  pastor,  padre  del  dia, 
ídolo  celestial,  que  el  alma  adora. 
Quien  quebrantó  mi  tosca  rebeldía. 
Vos,  luz  perenne,  que  el  empíi-eo  dora, 
Fuerza  disteis  de  amor  á  la  porfía  ; 
Por  vos  crece  de  amor  la  ilustre  gloria, 
A  vos  debe  Cupido  esta  victoria. 

LL 

Si  ya  triunfó  de  mí  vuestra  belleza, 
y  de  Cupido  esclavo  me  apellido, 


Obre  conmigo  vuestra  gentileza. 
Cual  noble  vencedor  con  el  vencido. 
Ni  es  acción  clara ,  ni  gentil  proeza 
La  muerte  dar  al  que  se  ve  rendido; 
Siendo  infame  quien  obra  de  esta  suerte, 
Persiguiendo  al  rendido  hasta  la  muerte. 

Ln, 

Vos  deidad  sois,  yo  humilde  ganadero; 
Bien  advierto  la  suma  preferencia  ; 
Mas,  siendo  todo  amor,  mi  ser  altero, 
Sin  conocer  del  vuestro  diferencia. 
No  fué  estorbo  al  troyano  lo  grosero, 
A  que  en  Venus  dejase  descendencia. 
Hechos  emprende  amor  inaccesibles; 
Vence  una  voluntad  los  imposibles. 

Lin. 

No  severa  queráis  que  el  amor  puro, 
Que  anima  el  yerto,  moribundo  pecho, 
Vilmente  acabe  en  el  martirio  durri. 
Que  piadoso  previene  mi  despecho. 
Padrón  á  vuestra  gloria  el  más  seguro 
Será  la  acción  que  obréis  en  mi  provecho. 
Socorred  á  Endimion  en  mal  tan  fuerte, 
O  recibid  por  víctima  su  muerte. 

LIV. 

Sentidas,  aun  más  bien  que  pronunciadas, 
Tales  razones  triste  referia 
El  hermoso  pastor,  más  bien  logradas 
Que  su  misero  estado  prometía. 
Oyó  Febe  las  quejas  lastimadas, 
Dejóse  persuadir  de  su  porfía  ; 
Miró  al  pastor,  notó  su  gentileza, 

Y  amó  correspondida  su  belleza. 

LV. 

[Oh  violencia  del  ruego  prodigiosa, 
Cuánto  alcanza  y  penetra  tu  desvelo! 
La  tierra  haces  esfera  liiminosa, 

Y  abates  las  deidades  hasta  el  suelo. 
Dígalo  Febe,  cuya  luz  hermosa, 

A  ruegos  de  un  zagal,  huj'endo  el  cielo, 
En  brazos  del  pastor  apetecible 
Otra  esfera  encontró  más  apacible. 

LVL 

Logi'ó  Endimion  su  intento  deseado, 
Que  todas  sus  venturas  coronaba ; 
Febe  halló  en  su  pastor  enamorado 
Amor,  que  aun  á  su  amor  aventajaba. 
En  este  dulce  delicioso  estado 
Cada  cual  su  ventura  exageraba, 
En  tanto  que  Hipperina  presurosa 
El  monte  penetraba  recelosa. 

LVII. 

Viendo  de  noche  ya  cubierto  el  cielo, 

Y  que  su  dulce  amor  no  parecía, 
El  monte  todo,  con  mortal  anhelo, 
Celosa,  más  que  amante,  discurría. 
Llegó  á  la  gruta,  en  cuyo  hermoso  suelo 
De  su  tragedia  vio  la  tiranía. 

Miró  á  Endimion,  de  Febe  poseído, 

Y  en  él  su  mal  hallado  y  bien  perdido. 

LVIII. 

Muerta  quedó  mirando  en  otros  brazos 
El  dueño  hermoso  que  ella  idolatraba. 
Celoso  frenesí  abrevió  los  plazos 
Que  á  su  tragedia  el  hado  reservaba,     - 
Cuando  en  más  tiernos,  más  estrechos  lazoa 
Sus  esclavos  amor  api'isionaba; 
Mas  j  oh  dichas,  de  nadie  bien  Icgi-adas, 
Siempre  con  la  pensión  de  limitadas  1 

LIX. 

Era  preciso  que  su  curso  hiciese 
Febe  y  que  á  su  Endimion  desamparase, 

Y  más  preciso  que  el  pastor  sintiese 
La  ausencia,  que  «u?  dicha?)  retardase. 


VEESOS  CASTELLANOS. 


A  Júpiter  rogó  que  le  atendiese  ; 
Oyóle  el  dios,  y  porque  no  penase, 
Piadoso  le  inspiró  perpetuo  sueño, 
Que  aliviase  la  ausencia  de  su  dueño. 

LX. 

Hace  Febe  su  ciírso  refulgente, 
Y  al  cabo  de  61,  el  Látmos  visitando, 
Feliz  hace  á  Endiniion,  eternamente, 
Si  no  entonces,  rendido  á  un  sueño  blando. 
Dichoso  amor,  premiado  elignamente, 
Que  recompensa  tal  está  gozando; 
Feliz  pastor,  á  riuicn  eterna  dura 
En  tal  tranquilidad  tanta  ventura. 


211 


VERSOS  CASTELLANOS 

qne  sirvieron  para  adornar  ins  principales  sitios  por  donde  pasó 
el  rey  don  Carlos  III  cuando  hizo  su  entrada  pública  en  Madrid, 
en  el  año  1700,  conipufs'os  por  encargo  de  su  ayuntaniienlo,  é 
impresos  ei  la  reiaciou  publicada  eu  el  expresado  aüu. 

CASTILLA. 

Sus  altivos  homenajes 
Hoy  rinde  Castilla  á  Carlos, 
Para  mejor  ensalzarlos. 


Emula  de  sus  blasones , 
Postra  á  vuestros  pies  reales, 
León,  en  sus  naturales, 
Propagados  los  leones. 


En  tantas  aclamaciones 
Y  comunes  parabienes 
Ofrece  Aragón  por  elones, 
Para  que  orléis  vuestras  sienes. 
El  oro  de  sus  bastones. 

GALICLA.. 

Porque  á  Carlos  pruebas  dé 
Galicia  de  su  afición, 
Orla  su  escudo  y  blasón 
De  las  armas  de  la  fe. 


Con  los  números  terceros 
Siempre  fué  feliz  Sevilla  ; 
Pues  un  tercero  la  ensalza 
Si  un  tercero  la  conquista 

GRANADA. 

Siguiendo  de  amor  las  leyes , 
Besa  Granada  tus  pies, 
Y  alfombra  de  Carlos  es 
La  que  fué  solio  de  reyes. 

NAVARRA. 

Hoy  Navarra  ofrece  sola 
Con  sus  cadenas ,  testigos 
Con  que  su  esfuerzo  acrisola, 
Sujetar  los  enemigos 
De  la  nación  española. 

CÓRDOBA. 

Más  hoy  á  Córdoba  ilustra 
Ser  rica  prenda  de  Carlos , 
Que  cuanto  la  ennoblecían 
Cónsules  y  califados. 

TOLEDO. 

Con  los  mAs  rendidos  modoa 
Da  indicio  de  su  terneza 
Toledo,  porque  vean  todos 
Que  está,  á  tus  pies  la  cabeza 
Del  imperio  de  los  godos. 

VALENCIA. 

Valencia  en  sa  nombre  ofrece 
A  Carlos  valor  profundo, 


Y  tanto  su  industria  crece, 
Que  en  breve  tiempo,  parece 
Le  podrá  ofrecer  un  mundo. 

CATALUÑA. 

Si  al  esfuerzo  catalán, 
Carlos,  la  rienda  soltares. 
Arbitros  de  tierra  y  mares 
Tus  ejércitos  serán. 

MURCIA. 

De  la  murciana  opulencia 
Hoy,  Carlos,  pruebas  tenéis, 
Dándoos  su  magnificencia 
Timljres,  con  que  coronéis 
Toda  vuestra  descendencia. 

JAÉN. 

Jacn  ofrecer  merece 
Su  valentía  orgullosa, 
Que  al  ilustre  ejemplo  c^-ece 
Que  la  memoria  le  ofrece 
De  las  Navas  de  Tolosa. 

VIZCAYA. 

En  Vizcaya,  el  hierro  indicio 
De  aquí  adelante  será 
Del  acierto  que  tendrá, 
Carlos,  en  vuestro  servicio. 

GUIPÚZCOA. 

En  tanto  cañón  sañudo 
Guipúzcoa  os  da,  según  veo, 
El  implacable  deseo 
De  añadir  más  á  su  escudo. 

EXTREMADURA. 

Si  de  Febo  la  luz  pura 
Nuevos  mundos  nos  mostrara, 
A  Carlos  los  conquistara 
El  valor  de  Extremadura. 

MALLORCA. 

Hoy,  con  su  obsequio  á  tus  pies, 
Te  ofrecen  los  baleares, 
Con  el  amor  más  cortés, 
El  opulento  interés 
Del  dominio  de  los  mares. 

ASTURIAS. 

A  Asturias  glorias  duplica 
Ser  de  dos  Carlos  vasalla  : 
Da  Carlos,  príncipe  nuestro, 

Y  de  Carlos,  rey  de  España. 

AL  PRÍNCIPE  DON  CARLOS  ANTONIO    DE    BORBON  (1). 

Renuevo  heroico  del  varón  glorioso 
Que  por  rey  nos  da  el  cielo  soberano. 
Nieto  del  gran  Felipe  el  Animoso, 
Aníbal  español,  Numa  cristiano; 
Hoy  príncipe  es  aclama  generoso, 
De  Carlos  sucesor  el  celo  hispano, 
Y  heredero  también,  porque  así  cuadre. 
Del  ínclito  valor  de  vuestro  padre. 

FILIPINAS. 

Del  Asia  noble  porción. 
Las  Filipinas  os  dan 
Hoy,  Carlos,  veneración  ; 
Que,  aunque  remotas,  están 
Prontas  á  su  obligación. 

ISLAS  MARIANAS. 
Guirnaldas  tejen  lozanas, 
En  fe  de  su  lealtad, 
A  Carlos  las  Marianas, 

Y  ofrecen  su  amenidad 
A  sus  plantas  sobci'auaa. 

(1)  Esta  octava  es  una  paráfrasis  de  una  inscripción  latina  es- 
crita, asi  como  todas  las  ilrmas,  en  prosa,  latinas  v  rastcllanas'  nuo 
sirvieron  en  los  arcos  y  adornos  de  la  carrera,  por  el  ilustnsimo 
seúor  don  Pedro  Hodriguez  Campomanes. 


212 


DON  VICENTE  GAKCIA  DE  LA  HUERTA. 


CHILE. 

Si  milagro  del  valor 
Fnó  un  tiempo  Chile  y  Aranco, 
Ya  de  Carlos  en  obsequio, 
Será  del  amor  milagx-o. 

PERÚ. 

Más  al  Perú  le  enriquecen, 
Carlos ,  tus  leyes  divinas 
Que  el  tesoro  de  sus  minas. 

NUEVA  GRANADA. 

Hoy  en  obsequio  de  Carlos 
Compite,  por  su  fe  heroica, 
La  Granada  americana 
Con  la  Granada  española. 

RIO   DE   LA   PLATA. 

Para  que  con  más  decoro 
Demuestre  su  pasión  grata, 
Correrán  á  tu  tesoro, 
Carlos,  manantiales  de  oro 
Desde  el  Eio  de  la  Plata. 

ORINOCO. 

Dando  de  su  amor  señales, 
Cái'los,  si  posible  fuera, 
De  Orinoco  los  raudales 
Dejarían  su  ribera 
Por  besar  tus  pies  reales. 

COSTA-RICA. 

Nunca  mejor  Costa-Rica 
Me  podré  llamar  que  cuando 
De  Carlos  adoro  el  mando. 

LA  ESPAÑOLA. 

Si  del  valor  español 
Es  dechado  la  Española, 
No  lo  es  menos  del  amor 
Con  que  hoy  á  tus  pies  se  postra, 

LA   FLORIDA. 

Para  que  ,  en  fe  de  su  amor, 
A  Carlos  más  frutos  rinda, 
Ssrá  de  hoy  en  adelante 
Más  florida  la  Florida. 

NUEVA  ESPAÑA. 

Con  esplendidez  extraña, 
Como  á  su  amor  le  conviene. 
Riqueza  inmensa  previene 
A  Carlos  la  Nueva  España. 

NUEVA  GALICIA. 

De  Carlos  la  protección 
Apellida  con  justicia 
La  rica  Nueva  Galicia. 

NUEVA  VIZCAYA. 

En  el  valor  singular 
Y  amor  que  á  Carlos  ostenta. 
Sólo  la  antigua  Vizcaya 
Competirá  con  la  Nueva. 

YUCATÁN. 

A  Carlos,  de  su  fe  pura 
Finos  ttstimonios  dan 
Honduras  y  Yucatán. 

CALIFORNIA. 

Perlas  California  ofrece 
A  Carlos  hoy,  cuantas  cria 
El  alba,  al  nacer  el  dia. 

CANARIAS. 

Nunca  más  afortunadas 
Las  Canarias  habrán  sido 
Que  desde  que  han  merecido 
Sor  de  Carlos  ilustradas, 


PRESIDIOS. 

Los  presidios  africanos 
Ofrecen  á  tu  albedrío 
El  antiguo  señorío 
De  los  pueblos  transfretanos. 

A  LA  REINA  NUESTRA  SEÑORA  Y  REAL  FAMILIA. 

ínclita  Amalia,  ilustre,  generosa, 
De  Carlos  digna  esposa,  y  reina  nuestra, 
Admitid  la  expresión  más  obsequiosa 
Que  hoy  la  española  lealtad  os  muestra. 

Y  vos,  progenie  augusta,  numerosa, 
Creced  feliz ,  ponjue  en  la  estirpe  vuestra 
Goce  el  mundo  en  virtudes  peregrinas 
Multiplicados  héroes  y  heroínas. 

A  LA  REINA  MADRE  NUESTRA  SEÑORA  Y    6EÑ0E 
INFANTE   DON   LUIS,   HERMANO  DEL  REY. 

Muestras  os  dan  de  su  agradecimiento. 
Magnífica  Isabel,  las  expresiones 
Con  que  en  tan  grande  universal  contento 
España  grata  os  rinde  aclamaciones. 

Y  vos,  glorioso  Luis,  cuyo  ardimiento 
Nuevo  blasón  será  de  los  Borbones, 
Vivid  feliz,  para  llenar  de  glorias 
Vuestra  vida,  la  España  y  las  historias. 


ÉGLOGA  PISCATORIA, 

leída  en  junta  general  celebrada  por  la  Real  Academia  de  San 
Fernando,  en  'AS  de  Agosto  de  1760,  para  la  distribución  de  los 
premios  á  los  discípulos  de  las  nobles  arles. 

Interlocutores. 
POETA,  ALCIÓN,  GLAUCO. 

POETA. 

Bramaba  el  ronco  viento, 

Y  de  nubes  el  sol  oscurecido. 
Horror  al  mar  indómito  anadia ; 
El  líquido  elemento. 

De  rayos  y  relámpagos  herido, 

Contra  su  proprio  natural  ardia. 

Huye  la  luz  del  dia. 

Que  el  fuego  interrumpido  sostituye. 

De  sus  cabanas  huye 

El  pescador  al  monte  más  vecino; 

Y  sólo  en  tan  violento  torbellino. 
Rotas  quedan,  del  mar  en  las  orillas. 
Jarcias,  entenas,  árboles  y  quillas. 

Objeto  son  funesto, 

Y  embarazo  también  de  las  arenas. 
Náufragos  leños  y  húmedo  velamen , 

Y  en  elemento  opuesto 

Truecan  los  hombres  aguas  de  hoixor  llenas, 

Y  las  focas  la  seca  arena  lamen. 
Con  pavoroso  examen 
Advierte  destrozada  su  barquilla 
En  la  trágica  orilla 

Alción ,  y  en  el  monte,  aun  mal  seguro 
Recela  Glauco;  porque  el  golfo  duro 
Abandonar  su  antiguo  seno  quiere, 

Y  huir  del  cielo,  que  le  azota  y  hiere. 
Ce-de  la  furia  brava 

Del  Aquilón  insano  de  repente, 

Y  el  sol  sus  luces  otra  vez  envia ; 
El  mar,  que  traspasaba 

Sus  líneas,  restituye  al  continente 

Cuanto  usurpado  su  rigor  habla. 

Renace  la  alegría 

En  los  campos,  y  dobla  su  hermosura 

La  risueña  frescura 

Que  llovieron  las  nubes  á  la  tierra, 

Y  dejando  el  asilo  de  la  sierra, 
Pueblan  la  orilla  humildes  pescadores, 

Y  Glauco  y  Alción  competidores. 
Y  viendo  que  serenas 

El  mar  y  el  cielo  dan  atento  oido, 
A  cantar  mutuamente  se  aperciben. 
De  BUS  rVií5tigos  scaos 


Cada  cual  saca  un  caracol  torcido, 

En  que  gi-abadas  dos  sirenas  viven. 

Blando  asiento  reciben 

Del  prado,  mal  enjuto  todavía, 

y  porque  de  dulcísima  armonía 

Se  llenen  aire,  tierra  y  mar  vecinos, 

Con  modos  hasta  entonces  peregrinos, 

Siendo  asomo  y  recreo  del  ambiente, 

Cantan  y  tañen  alternadamente. 


[Con  cuánta  saña  el  cielo 
Ha  fulminado,  oh  Glauco,  esta  riberal 
Parece  que  su  anhelo 
Sólo  vengarse  de  nosotros  era. 
Aun  la  lluvia  destilan  estas  plantas, 
Como  que  lloran  desventuras  tantas. 

Quéjanse  aquestas  hayas 
Que  su  verdor  en  luto  han  convertido 
Las  ondas  de  esas  playas, 
Con  que  el  soberbio  mar  las  ha  batido, 

Y  el  soplo  de  los  céíu-os  veloces 
Parecen  sus  suspií-os  y  sus  voces. 

Repara  en  mi  barquilla. 
De  torpes  algas  y  desdicha  llena, 
Arrojada  á  la  orilla 

Y  soterrada  en  la  fatal  arena , 

Y  que  parece  el  trabucado  leño 
Infeliz  monumento  de  su  dueño. 

Acuérdeme  de  cuando 
La  muerte  á  todos  nos  llevó  las  vidas. 
Llevándose  á  Fernando. 
Pues  miro  las  desdichas  repetidas 
Que  entonces  nos  causó  la  muerte  ingrata, 
En  esta  tempestad ,  que  las  retrata. 

En  noche  tenebrosa 
Quedaron  estas  tien-as  sumergidas, 

Y  de  muerte  horrorosa 
Amenazadas  nuestras  tristes  vidas. 
Todo  quedó  en  su  ruina  vacilando; 
Tantos  males  causó,  muerto  Fernando, 

Negó  la  tierra  el  fruto 
Del  labrador  al  genio  codicioso, 

Y  de  funesto  luto 

Vistió  la  mar  su  ceño  riguroso; 

Que  en  tormento  tan  dirro  y  tan  terrible 

Afectó  sentimiento  aun  lo  insensible. 

Perdieron  ciencia  y  arte 
Asilo  y  premio:  pues  su  larga  mano 
Distribuye  y  reparte 
El  galardón  con  celo  soberano; 
Logrando  en  breve  tiempo,  por  preludio. 
Excesos  y  milagi-os  del  estudio. 

Testigo  Mantua  sea 
De  cixanto  su  favor  ha  promovido 
La  juvenil  tarea, 
Pues  el  primor  miramos  excedido 
En  mármoles,  diseños  y  pinceles 
De  Fidias ,  de  Vitrubios  y  de  Apeles, 

Juventud  laboriosa , 
Instruye,  previniendo  á  los  blasones 

Y  fama  victoriosa 

De  Carlos  repetidas  duraciones, 
Porque  ostenten  sus  glorias  celebradas 
Lienzos  sus  cuei-pos,  piedras  animadas. 

Pero,  porque  quiso  el  cielo 
Darle  reino  menor,  no  será  justo 
Que  mi  imprudente  celo 
Renueve  con  memorias  el  disgusto. 
Recoged,  musa  mia,  el  triste  canto, 
y  en  alabanzas  convertid  el  llanto. 

GLAUCO, 

Deja,  Alción,  memorias 
Que  tanto  al  bien  se  oponen  que  gozamos, 

Y  las  presentes  glorias 

Al  cielo,  como  es  justo,  agradezcamos  ; 

Que  aquel  que  el  bien  que  logra  no  agradece. 

Da  bien  claro  á  entender  no  lo  merece. 

Repara  en  esa  fuente, 
Cuan  pobre  de  aguas  antes  discurría. 

Y  que  ya  su  corriente 


ÉGLOGA  PISCATORIA. 


213 


Frescura  al  suelo,  al  aire  da  armonía, 
Deudora  á  la  tormenta,  que  ha  dejado 
Con  su  raudal  enriijuccido  el  prado. 

Repara  en  las  arenas 
Cuánto  tesoro  el  piélago  ha  escupido, 

Y  mira  cuan  serenas 

Las  ondas  de  la  mar  se  han  suspendido. 
Porque  después  de  tanto  desconsuelo 
El  bien  disfrutes  que  te  ofrece  el  ciclo. 

Do  bienes  semejantes 
Colmó  á  España  de  Carlos  la  presencia, 
Cuando  eií  naves  triunfantes. 
Contrastando  del  mar  la  resistencia. 
Emulo  de  la  luz  que  el  orbe  baña, 
Tranquilizó  la  tempestad  de  España. 

Así,  piadoso  el  cielo. 
Hizo  que  el  bien  al  daño  se  siguiese, 

Y  que  en  tanto  desvelo, 

Dulce  sosiego,  dulce  paz  naciese. 
Nuevo  ser  logró  Es})aua  y  nueva  vida : 
Tan  dulce  fué  de  Carlos  la  venida. 

Parece  que  la  tierra , 
Para  adularle,  nuevos  frutos  cria, 

Y  este  mar  cuanto  encierra 

En  sus  entrañas  á  sus  pies  envía, 

Y  en  su  confuso  y  rústico  lenguaje, 
Parece  que  le  jura  vasallaje. 

El  ingenio  y  la  ciencia , 
A  Carlos  por  deidad  reconociendo. 
De  su  beneficencia 
Están  gloriosas  pruebas  recibiendo. 
Hable  Heráclea,  asombro  renacido 
De  enmcdio  del  sepulcro  y  del  olvido. 

¡Cuántas  felicidades 
Se  deben  esperar  de  quien  glorioso 
Desentierra  ciudades , 
Porque  pueda  el  ingenio  laborioso 
Seguir  en  los  modelos  soberanos 
El  primor  de  los  griegos  y  romanos! 

Por  el  orbe  aplaudidas 
Serán  del  grande  Carlos  las  memorias, 

Y  de  ellas  excedidas 

Cuantas  épocas  tienen  las  historias, 

Y  cronista  será  de  sus  renombres 

La  admiración  y  pasmo  de  los  hombres. 

Con  Carlos  solamente 
Cualquiera  mal  el  cielo  ha  compensado 
A  España,  cuya  frente 
Perpetuo  ceñirá  laurel  sagrado. 
Porque  la  admiren  todas  las  edades 
Como  dechado  de  felicidades, 

ALCIÓN. 
[Oh,  qué  bien.  Glauco,  dices! 
Carlos  la  edad  de  oro  ha  reducido, 

Y  los  dias  felices, 

Viniendo  Carlos,  han  amanecido; 
Carlos  el  monte,  Carlos  el  mar  suena, 

Y  de  Carlos  está  la  tierra  llena. 

GLAUCO. 
Pinceles  y  buriles, 
Cinceles  y  k-oqueles  fatigados, 
En  líneas  y  perfiles 
Ofrecerán  sus  hechos  retratados , 
Que  en  lienzo,  cobre,  piedra  y  bronce  duro 
Perpetúen  su  nombre  en  lo  futuro. 

ALCIÓN. 

Alcázares  reales 
La  arquitectura  formará,  divina. 
Elogios  inmortales, 
Que  á  sus  victorias  el  amor  destina. 
Para  que  vivan  sin  mudanza  alguna, 
Contra  el  tiempo,  la  vida  y  la  fortuna, 

GLAUCO. 
A  enemigos  insultos 
Levantará  castillos  torreados 
De  corpulentos  bultos, 
Cuyas  minas  y  fosos  elevados 
Al  enemigo,  que  ofender  procura. 
Amenacen  con  muerte  y  sepultura. 


214 


DON  VICENTE  GABCÍA  DE  LA  HUERTA. 


ALCIOK. 

Columnas  cinceladas, 
Que  aun  el  mismo  Trajano  envidiana, 
Se  verán  levantadas, 
De  hermosa  robustez  j  simetría, 
Que,  al  paso  que  en  el  orbe  se  derrama, 
La  sirvan  de  puntales  á  su  fama. 
GLAUCO. 

Coronará  sus  glorias 
Con  arcos  á  sus  triunfos  erigidos, 
Que  de  ilustres  victorias 
Ketratarán  los  hechos  esculpidos, 
Conservando  en  los  siglos  venideros 
Del  valor  muestras  y  del  arte  esmeros. 

ALCIÓN. 
Magníficas  mansiones. 
Del  pueblo  conveniencia  y  hermosura, 
Serán  las  producciones 
Que  ofrecerá  á  sus  pi/s  la  arquitectura. 
Dejando,  en  prueba  de  su  amor  devoto, 
En  cada  piedra  consagrado  un  voto. 

GLAUCO. 
En  alabastros  finos 
Ejercerá  el  cincel  sus  perfecciones, 

Y  en  bustos  ptregrinos 
Renacerán  L js  fuertes  campeones , 
Cuyas  hazañas  el  discurso  admiren, 

Y  en  el  molesto  material  respiren. 

ALCIÓN. 

De  mármoles  hermosos. 
De  pinta  varia  y  consistencia  dura , 
Animará  colosos 

La  docta  aplicación  de  la  escultura. 
Que  copien  tan  al  vivo  el  movimiento, 
Que  sólo  se  eche  menos  el  aliento. 
GLAUCO. 

Augustos  medallones. 
De  Carlos  las  victorias  historiadas 

Y  bélicos  blasones. 
Ocuparán  magníficas  portadas. 

Que  á  heroicos  hechos  la  nación  alientan, 

Y  el  esfuerzo  de  Carlos  representen. 

ALCIÓN. 
El  pirata  africano. 
Que  tal  vez  infestó  nuestra  ribera. 
Del  esfuerzo  cristiano 
Sobrepujada  su  arrogancia  fiera, 
En  duras  piedi-as ,  que  en  su  daño  brillen , 
Tendrá  padrones  que  su  orgullo  humillen. 

GLAUCO. 

En  el  rógio  semblante 
Del  magnánimo  Carlos,  valeroso 
Delineará  arrogante 
Triunfos  de  su  reinado  venturoso, 

Y  de  España  pintando  las  victorias , 
Renovará  el  pincel  antiguas  glorias. 

ALCIÓN. 
De  sus  augustos  hijos 
Los  heroicos  alientos  heredados 
Ejercerán  prolijos 
Del  orbe  los  pinceles  afamados , 
Franqueando  materia  á  la  pintura 
Su  valor,  su  constancia  y  su  cordura. 

GLAUCO, 

Con  hechos  portentosos 
De  sus  ínclitos  nobles  ascendientes, 
Ostentarán  gloriosos 
Pinceles  y  colores  á  las  gentes, 
Ser  privativo  timbre  de  la  España 
Que  en  sus  reyes  no  hay  hecho  sin  hazaña. 

ALCIÓN. 

De  España  las  historias 
Darán  asunto  grave  á  los  pintores, 

Y  en  dibujar  sus  glorias 
Brillarán  dignamente  las  colores, 


Pintando  que  al  esfu?rzo  sin  segundo 
De  sus  hijos  se  debe  un  uuevo  mundo. 

GLAUCO. 
Adornen  las  paredes 
De  los  regios  magníficos  palacios 
De  Carlos  las  mercedes, 

Y  entre  otros  triunfos,  ornen  sus  espacios, 
En  anchos  cuadros,  que  guarnezca  el  oro. 
La  rendida  cerviz  del  incÜo  y  moro. 

ALCIÓN. 
En  todos  tiempos  sea. 
Para  aumentar  de  Carlos  los  blasones. 
Aplaudida  tarea 

Las  empresas  copiar  de  sus  pendones. 
Porque  renazcan  á  marciales  lides 
Carpios ,  Corteses ,  Córdobas  y  Cides. 

GLAUCO. 

Eternice  la  historia. 
Acorde  con  el  lienzo  y  los  pinceles. 
De  Carlos  la  memoria, 
Purqut;  sus  augustísimos  laureles 
Pongan  sus  descendientes,  al  mirarlos, 
En  el  heroico  emjieño  de  imitarlos. 

ALCIÓN. 
Duros  bronces  heridos 
A  líneas  de  buriles  delicados, 
O  á  puro  ardor  fluidos, 
O  del  volante  rígido  apretados. 
En  estampas,  en  bultos  y  medallas. 
Votos  conservajrán ,  triunfos  y  batallas. 

GLAUCO. 

Serán  por  todas  partes 
Las  virtudes  de  Carlos  veneradas, 

Y  aqu--  stas  nobles  artes 

Con  justicia  de  todos  celebradas, 
Cuando  las  gentes  peregrinas  vean 
Cuan  dignamente  bu  primor  emplean. 

ALCIÓN. 
Los  mismos  marineros. 
Que  con  las  redes  este  mar  fatigan , 
En  reinos  extranjeros 
Los  primeros  serán  que  elogios  digan 
Del  ingenio  español,  y  para  muestras, 
Obras  comerciarán  de  manos  diestras. 

GLAUCO. 
Verá  el  astuto  China 
Su  primor  en  España  mejorado, 

Y  el  África  vecina 

Con  envidia  las  glorias  del  Estado; 

Que  mientras  Carlos  tenga  en  él  su  asiento, 

Irán,  con  sus  influjos,  en  aumento. 

ALCIÓN. 
La  matritense  escuela 
Por  todo  el  mundo  ganará  renombre, 
Cuando  tanto  desvela 
A  sus  alumnos  ensalzar  su  nombre ; 
Conservando  su  fama  y  claros  lustres 
En  las  obras  de  artífices  ilustres. 

GLAUCO. 

Y  España,  enriquecida 
Con  tau  nobles  y  doctos  ejercicios, 
Premiará,  agradecida , 
El  glorioso  sudor  de  sus  patricios, 
Porque  los  premios  más  los  estimulen, 

Y  glorias  á  sus  glorias  acumulen. 

POETA. 

Aquí  llegaban,  cuando 
El  piscatorio  tráfago  y  estruendo 
De  remos  y  marítima  algazara 
Paró  su  acento  blando, 

Y  los  acordes  puntos  suspendiendo, 
La  red  nudosa  cada  cual  prepara, 

Y  6u  barca  repara , 
Remitiendo  tan  ínclita  materia, 
Tan  sublime  y  tan  seria, 


CANTO. 


215 


Á  ingenio  más  fecundo  y  peregrino, 
Que  con  estilo  y  número  divino 
De  Carlos  en  elogios  rompa  el  canto; 
Que  á  tanto  héroe  se  debe  numen  tanto. 


CANTO 

recitado  en  la  junta  general  celebrada  por  la  Real  Academia  de 
San  Fernando  en  3  de  Junio  de  1763,  para  la  distribución  de 
premios  á  los  discípulus  de  nobles  artes. 

I. 

Ninfas  del  Manzanares,  si  algún  dia 
El  vulgo  de  sus  faunos  os  vio  atento, 
Suspensas  de  la  dét>il  armonía 
Del  menos  que  bucólico  instrumento  (1), 
Hoy,  que  siguiendo  más  sublime  via, 
Renuevo  el  antes  aplaudido  intento, 
Renovad  la  atención,  porque  ella  sea 
InspLi'acion  y  elogio  de  mi  idea. 

II. 

Hechos  oiréis  que  excedan  las  ficciones 
De  las  más  elevadas  fantasías, 
Y  ser  mis  decantadas  predicciones 
Sucesos  ya  que  ilustran  nuestros  días. 
Si  ocupan  mundo  y  fama  los  blasones 
Del  gi-ande  Carlos,  á  las  rimas  mias 
Ofrezcan ,  en  señal  de  amor  profundo, 
Su  voz  la  fama,  su  teatro  el  mundo. 

III. 

Verde  dosel ,  hermoso  más  que  augusto, 
Esmeros  y  delicias  del  verano. 
Era  el  follaje  de  un  laurel  robusto. 
Pulido  del  primor  de  culta  mano. 
Ni  el  helado  Aquilón ,  ni  el  sirio  adusto 
Violar  pudieron  su  verdor  lozano  ; 
La  vez  primera  que  la  envidia  impura 
No  se  atrevió  á  insultar  á  la  hermosura. 

IV. 

Acaso  porque  el  dios  del  bosque  ameno, 
Su  belleza  mirando  peregrina, 
Hizo  su  albergue  su  copado  seno, 
O  en  él  estableció  su  ara  divina  ; 
O  que  de  glorias  contemplando  lleno 
El  español  imperio,  le  destina, 
Siguiendo  el  uso  sus  constantes  leyes , 
A  coronar  los  triunfos  de  sus  reyes. 


Sobre  el  húmedo  césped  descansaba , 
Al  pié  de  este  hijo  bello  de  la  tierra , 
Al  blando  silbo  que  entre  guijas  daba 
Líquida  sierpe ,  que  nació  en  la  sierra. 
Morfeo,  que  de  cerca  me  acechaba , 
Declara  á  mis  sentidos  dulce  guerra  ; 
Rindióme ,  acreditándome  vencido 
Lo  más  noble  del  alma  suspendido. 

VI. 

Al  punto  me  ofreció  la  fantasía , 
Coronada  de  excelsos  torreones, 
Si  no  el  palacio  del  autor  del  dia, 
Otro  que  ilustran  más  decoraciones. 
De  estrellas  puras  y  oro  puro  habia 
Labrado  los  augustos  paredones 
El  artífice ,  uniendo  con  desvelo 
Lo  más  precioso  de  la  tierra  y  cielo. 
VIL 

El  orden  no  de  Jonia  ni  C'orinto 
En  el  noble  edificio  se  ostentaba. 
Ni  en  todo  su  magnífico  recinto 
El  toscano  ni  el  dórico  brillaba. 
Otro  orden  superior,  otro  distinto 
La  corpulenta  máquina  animaba , 
Su  primor  aumentando  y  su  decoro, 
Luz  á  los  astros,  brillantez  al  oro. 

(1)  Alude  el  autor  íi  la  égloga  piscatoria  que  hizo  para  lí  distri- 
bución de  premios  de  '28  de  Agosto  de  ITtiü. 


vin. 

Ser,  al  principio,  imaginé  el  febeo 
Alcázar,  y  que  allí  con  pié  profano 
Me  habia  conducido  mi  deseo 
A  ser  de  su  esplendor  nuevo  tirano. 
Nuevo  castigo  al  nuevo  Prometeo 
Vibraba  sobre  mi  celeste  mano. 
Siendo  aun  en  la  ilusión  el  triste  agüero 
A  culpa  incierta  susto  verdadero. 

IX. 

Huir  quería,  y  presuroso  huyera. 
Si,  previniendo  mi  turbado  intento, 
Otro  nuevo  prodigio  no  acudiera 
A  poner  en  mi  fuga  impedimento. 
De  verde  edad  un  bello  joven  era. 
Que ,  conducido  por  el  leve  viento. 
Serenó  con  su  vista  mis  enojos, 
Prisión  del  pié  y  asombro  de  los  ojos. 

X. 

Un  manto  del  color  del  claro  cielo, 
Al  hombro  con  gentil  aire  terciado. 
Era  su  adorno,  y  sobre  el  blondo  pelo 
Azul  sombrero,  de  alas  coronado. 
Coturno  alado  para  el  pronto  vuelo, 

Y  bastón  también  de  alas  adornado. 
Que  la  lid  de  dos  sierpes  dividía , 
Del  precioso  metal  que  el  Tajo  cria. 

XI. 

«No  temas,  dijo  con  acento  blando 
El  dios,  y  pues  la  suerte  te  ha  traido 
Al  sagrado  lugar  que  estás  mirando, 
A  otro  mortal  ninguno  concedido, 
Ii'ás  á  tu  memoria  confiando 
Cuanto  alcances  con  vista  y  con  oido, 
Porque  después  su  relación  extraña 
Admire  al  mundo  y  engrandezca  á  España. 

XIL 
))Ese  edificio  excelso  que  reparas, 
Cuya  custodia  á  mí  Minerva  fia, 
Sudor  es  de  las  tres  deidades  claras 
Que  imitan  cuanto  cielo  y  tierra  cria ; 
Aquellas,  digo,  que  en  sus  cultas  aras 
Venera  la  mantuana  academia, 

Y  á  quienes  Carlos,  dando  al  orbe  ejemplo, 
Entre  sus  lares  las  consagra  templo. 

XIII. 
))Ellas,  en  fe  de  cuanto  lo  agradecen, 
Este  padrón  erigen  á  sus  glorias, 
Donde  á  los  siglos  que  vendrán  ofrecen 
Conservadas  sus  ínclitas  memorias  ; 
Aunque,  si  tanto  sus  blasones  crecen. 
Mal  podrán  comprenderse  en  las  historias, 
Ni  será  cuanto  el  orbe  se  derrama 
Templo  bastante  á  su  gloriosa  fama. » 

XIV. 

Esto  dijo,  y  moviendo  el  caduceo, 
El  dorado  dintel  tocara  apenas, 
Cuando  patentes  hizo  á  mi  deseo 
Arcanidadcs  de  lo  humano  ajenas. 
No  pasma  tanto  en  el  undoso  Egeo 
Al  piloto  la  voz  de  las  sirenas. 
Que  á  su  muerte  conspiran  con  su  canto. 
Como  á  mis  ojos  el  divino  encanto. 

XV. 

Era  una  suntuosa  galería, 
A  cuyo  extremo  por  ningún  camino 
La  más  aguda  vista  alcanzaría. 
Cansada  aun  en  lo  vario  y  peregrino; 
Un  zafiro  era  el  techo,  donde  hería 
Del  rubio  Apolo  el  resplandor  divino, 

Y  en  él  con  tal  viveza  se  copiaba, 

Que  un  nuevo  cielo  con  su  sol  formaba. 

XVI. 

Ricos  despojos  de  pincel  valiente, 
Que  del  oro  el  valor  sobrepujaban, 
y  del  docto  cincel,  promiscuamente, 


216 


DON  VICENTE  QAECIA  DE  LA  HUERTA. 


Cubrían  la  pared  ó  entretallaban. 
Gran  lugar  ocupaba  dignamente 
El  buril,  y  los  huecos  que  quedaban, 
Con  obras  de  arrogancia  y  hermosura, 
De  milagros  Kenó  la  arquitectura. 
XVII. 
Trasladó  la  escultura  á  un  mármol  parlo 
De  Carlos  la  real  munificencia. 
Las  llaves  franqueando  de  su  erario 
A  la  toga  y  la  espada  con  clemencia  (1). 
Marte,  no  tan  feroz  ni  temerario, 
y  Minerva,  sumisa  con  decencia, 
Su  gratitud  al  don  que  recibían, 
Con  muda  voz  á  Carlos  exprimían. 

XVIII. 
La  disciplina  militar  expuso, 
De  la  mano  de  Apeles  auxiliada, 
En  un  cuadrado  lienzo,  que  dispuso 
Su  antigua  brillantez  acrecentada. 
BizaiTa  tropa,  ejercitando  al  uso 
De  mejor  arte,  ó  el  fusil  ó  espada  (2), 
En  su  gallarda  muestra  y  movimiento 
Llevaba  sobrescrito  el  vencimiento. 

XIX. 

De  allí  no  muy  distante  parecía 
Un  medallón,  cuyo  espacioso  plano 
El  rubio  bronce,  que  Corinto  envia. 
Relevaba  con  arte  soberano. 
En  él  la  siempre  humana  cirugía, 
Al  pecho  puesta  la  obsequiosa  mano, 
Rendidas  gratitudes  tributaba, 

Y  el  coturno  de  Carlos  adoraba  (3). 

XX. 

En  otra  parte  el  cobre  suavizado, 
Al  oro  compitiendo  en  pulimento, 
A  esfuerzos  del  buril  más  delicado, 
Cómodo  figuraba  un  pavimento  (4). 
Mostraba  allí  su  aspecto  abrillantado 
Mantua,  y  con  más  decoro  y  ornamento. 
Grata  al  nuevo  esplendor  que  le  debia. 
Dosel  más  digno  á  Carlos  ofrecia. 

XXL 

Más  adelante  se  elevaba  exenta 
Una  aguja,  que  obró  maestra  mano 
Con  los  rayos  que  en  lid  sanguinolenta 
Vibró  Mavorte  ó  inflamó  Vulcano. 
El  acueducto  allí  se  representa 
Con  que  á  Segovia  enriqueció  el  tebano, 

Y  una  inscripción ,  en  donde  se  leia  : 
Nueva  escuela  real  de  artilleria, 

xxn. 

Animado  á  merced  de  la  escultura, 
Reconocí  de  España  el  genio  bello. 
Con  dobles  alas ,  que  á  la  esfera  pura 
Le  elevaban,  á  ser  de  luz  destello. 
Hiedra,  laurel,  oliva,  encina  dura 
Ofrecían  corona  á  su  cabello, 

Y  tapete  á  sus  plantas  los  blasones 
De  almenados  castillos  y  leones. 

XXIII. 

Reparé  que  en  la  diestra  sostenía 
Una  fábrica  antigua,  ciiyo  seno 
A  la  vista  de  todos  se  oñ-ecia. 
De  humanidad  y  de  riquezas  lleno. 
Ser  conocí  una  ilustre  librería. 
Que  retratando  un  paraíso  ameno. 
Los  deliciosos  frutos  que  llevaba 
Con  dulce  agrado  á  todos  franqueaba. 


(1)  Aumenta  so  majestad  comodidades  á  la  tropa,  y  sueldos  á  loi 
ministros  togados. 

(-2)  Mejora  su  majesUd  el  ejercicio  en  toda  la  tropa. 

(3)  Establece  su  majestad  un  colegio  de  cirugía  en  Barcelona. 

í4)  Manda  su  majestad  hacer  el  nuevo  empedrado,  y  se  consi- 
gue el  aseo  y  hermosura  de  ia  corte. 


XXIV. 


Allí  la  aplicación  fogosa  ardía 
De  stiljlimes  ingenios  laboriosos. 
Haciendo  con  su  estudio  cada  dia 
Los  blasones  de  España  más  famosos. 
Sobre  la  puerta  principal  había 
De  Carlos  un  retrato,  y  en  lustrosos 
Caracteres  decia  un  lema  breve  : 
A  ti,  oh  gran  Carlos,  vii  esj)hndor  se  debe  (5). 

XXV. 

En  el  opuesto  mitro  resaltaba 
De  oro  una  medalla  primorosa , 
Cuyo  medio  relieve  retrataba 
La  acción  menos  feliz  y  más  gloriosa. 
Armada  formidable  vomitaba 
Gente  feroz,  escuadra  numerosa. 
Sobre  los  campos,  que  si  el  mar  circunda, 
El  ejército  nuevo  los  inunda. 

XXVI. 

Era  la  Habana,  á  quien  la  saña  oprime 
Del  marítimo  inglés,  cuya  fiereza, 
Aunque  al  principio  con  valor  reprime , 
Triunfó  la  inmensidad  de  la  braveza. 
Ya  estrecho  cerco  con  rigor  comprime 
De  pocos  defendida  fortaleza  ; 
Pocos,  que  muchos  deben  presumirse. 
Los  cjue  intentan  morir  y  no  rendirse. 

XXVIL 

Es  su  caudilllo  aquel  hijo  de  Marte, 
Velasco,  claro  honor  de  las  montañas. 
Entrando  de  sus  glorias  á  la  parte 
González  en  la  muerte  y  las  hazañas. 
Ya  el  hierro  ardiente  el  aire  turbio  parte. 
Rugiendo  á  su  estampido  las  campañas, 
Del  fuerte  siendo  escándalo  y  fracaso, 

Y  de  valientes  vidas  triste  ocaso. 

XXVIII. 

Sin  miedo  á  la  continua  batería 

Y  estrago  de  morteros  y  cañones. 
Mantiene  la  española  bizarría 
Los  ya  desmantelados  torreones. 

Ya  apenas  piedra  sobre  piedi-a  había. 
Cuando  uniendo  los  fuertes  corazones. 
Si  bien  del  largo  padecer  deshechos , 
Nuevas  murallas  forman  de  sus  pechos. 

XX  LK. 

Tiirbó  al  inglés  la  acción  desesperada. 
Llenándole  la  envidia  de  despecho, 
Pero  una  mina,  con  furor  volada. 
Ruinosa  puerta  abrió  por  largo  trecho. 
Llevó  el  estrago  á  la  ftliz  morada, 
A  recibir  el  galardón  del  hecho, 
Las  almas  de  españoles  venturosas, 
En  coronas  más  dignas  y  gloriosas. 

XXX. 

Troncos  cuerpos  de  espíritus  altivos 
Dejan  los  campos  de  pavor  cubiertos, 
Que  con  fieros  semblantes,  más  que  vivos, 
Amenazan  aun  pálidos  y  muertos. 
El  muro  aportillado  ejecutivos 
Entran  los  anglos,  de  su  triunfo  ciertos ; 
Pero  les  pone  su  defensa  ruda 
El  daño  en  claro  y  la  victoria  en  duda. 

XXXL 

Quien,  porque  ya  la  munición  faltaba. 
Sobrándole  el  esfuerzo  y  valentía. 
Del  inútil  fusil  haciendo  clava. 
Los  monstruos  calidouios  abatía ; 
Quien ,  ya  sin  armas,  las  que  á  la  ira  daba, 
La  ruina  en  sus  peñascos  impelía , 
Siendo  despojo,  en  su  furor  extremo. 
Mil  Accis  á  los  pies  de  Polifemo. 


(5)  Aamenta  su  majestad  la  dotación  de  su  real  biblioteca  Tel 
Diimero  de  sus  empleados, 


CANCIÓN. 


217 


XXXJI. 

Mas  triunfando  los  hados  injuriosoa, 
T  al  sangriento  rigor  de  las  heridas 
Muertos  los  capitanes  valerosos , 
Ultimo  resto  de  las  nobles  vidas, 
Entran  los  vencedores ,  que  furiosos, 
Buscando  á  sus  espadas  homicidas 
Empleo,  sólo  hallaron  en  el  fuerte 
Repetida  la  imagen  de  la  muerto. 

XXXIII. 

[Oh  tragedia  feliz ,  que  das  á  España 
Aun  en  la  adversidad  perpetua  gloria  ; 
Nombres  felices,  cuya  heroica  hazaña 
Tendrá  en  la  voz  del  orbe  viva  historial 
Pues  del  olvido,  contra  el  odio  y  saña, 
Monumentos  previene  á  su  memoria 
Tierra  y  mar,  y  con  muestra  peregfrina 
El  primor  de  una  mano  salmantina  (1). 

XXXIV. 

Una  columna  en  distinguido  asiento , 
Con  singular  esmero  cincelada, 
Al  esfuerzo  español ,  del  Sacramento 
La  colonia  ñgura  sojuzgada. 
Del  ejército  el  brío  y  ardimiento, 

Y  del  caudillo  la  gloriosa  espada, 
En  Italia,  otro  tiempo  conocida 

Y  de  proprios  trofeos  guarnecida. 

XXXV. 

Más  adelante  el  gran  templo  de  Jane 
Copió  un  pincel ,  en  cuyo  centro  encierra 
El  grande  Carlos  con  potente  mano 
El  espantoso  monstruo  de  la  gueiTa. 
Brama,  oprimido,  dentro,  é  inhumano 
Salir  quisiera  á  perturbar  la  tierra, 
A  no  ser  freno  de  su  furia  insana 
De  Carlos  la  presencia  soberana. 

XXXVI. 

Una  deidad  del  cielo  se  deriva, 
De  virginal  pureza  decorada, 
Ceñida  el  pelo  de  brillante  oliva, 

Y  el  cueipo  de  una  túnica  nevada. 
Igualaba  del  sol  la  llama  viva 

El  resplandor  de  la  deidad  sagrada, 

Y  á descubrirse  entonces  las  estrellas, 
Fueran  menos  brillantes ,  menos  bellas. 

XXXVII. 

Sostenida  en  el  aire  con  humano 
Ademan,  coronó  á  Carlos  la  frente 
La  dulce  paz ,  llenando  el  soberano 
Aspecto  de  delicias  el  ambiente. 
El  reprimido  orgullo  lusitano 
Del  blasón  figurado  en  la  serpiente  (2), 
Que  domó  Carlos  con  robusta  planta, 
Kespira  libre  y  la  cerviz  levanta. 

XXXVIII. 

En  medio  de  la  excelsa  galería, 
Armado  Marte  á  Carlos  representa , 
Benignidad  vertiendo  y  alegría 
Sobre  el  ara  de  jaspe  en  que  se  asienta. 
Cuanto  el  soberbio  templo  se  extendía 
Llena  de  majestad  la  efigie  exenta, 

Y  el  grave  rostro  del  sagrado  bulto 
Inspira  religión ,  provoca  á  culto. 

XXXIX. 

Obra  era  el  busto  de  la  docta  mano 
Que  acrecentar  honor  á  Grecia  sabe, 

Y  restaurar  con  arte  más  que  humano 
Cuanto  al  cincel  el  tiempo  menoscabe  (3), 
Al  ver  el  simulacro  soberano. 

Bañóse  el  pecho  de  contento  suave, 

Y  del  afecto  natural  movidos, 
Arrebató  la  vista  los  sentidos. 


(1)  Don  Tomas  Francisco  Pi'ieto,  director  del  grabado,  hizo  una 
medalla,  que  rep:esenta  esta  arción. 
[•i]  Es  blasón  del  escudo  de  Portugal  una  serpiente. 
{7>}  Don  Juan  Pascual  de  .Mena,  director  de  esculiura. 


XL. 

Volar  quisiera  á  venerar  postrado 
Al  monarca  mayor  y  más  glorioso, 
Y  en  el  augusto  altar  dejar  grabado 
Mi  labio  siempre  humilde  y  obsequioso. 
Arrojóme  veloz ,  y  conturbado 
Del  movimiento  al  ímpetu  furioso. 
Despierto,  y  desvanécense  en  el  viento 
Sueño,  palacio,  altar  y  pensamiento. 

XLL 

Lloré  perder  la  vista  deliciosa 
Sin  poder  penetrar  completamente 
Cuanto  la  augusta  casa  misteriosa 
Comprendía  en  su  ámbito  luciente. 
Mas  si  la  suerte  monos  rigurosa 
Algún  alegi-e  dia  me  consiente, 
Me  oirán  cantai-  del  Tajo  las  Napeas, 
Homero  á  Aquíles  y  Virgilio  á  Eneas. 

XLIL 

Entre  tanto,  vosotros ,  generosos 
Alumnos  de  la  ilustre  madre,  á  quienes 
Hoy  Astrea  reparte  victoriosos 
Círculos,  con  que  orléis  las  nobles  sienes. 
Esforzad  los  espíritus  gloriosos 
A  empresas  que  más  dignos  parabienes 
Os  puedan  merecer;  que  yo  hasta  tanto 
Suspendo  el  plectro  y  finalizo  el  canto. 


CANCIÓN 


que  por  encargo  de  la  Real  Academia  de  San  Fernando  compuso 
el  autor,  con  motivo  de  haber  rcmiiido  á  ella  el  Príncipe  nues- 
tro señor  y  el  señor  infante  don  Gabriel  dos  diseños  de  arqui- 
tectura, delineados,  sombreados  v firmados  desús  manos.  Lijóse 
en  la  junta  general  de  5  de  Junio  de  1763. 

Dulce,  canora  Clio, 
Róbate  un  breve  rato  al  sacro  coro. 
Dejándote  traer  del  leve  viento, 

Y  pulsa,  á  ruego  mió, 

Los  trastes  de  cristal,  las  cuerdas  de  oro 

Del  celestial  dulcísono  instrumento; 

Que  si  proteges  mi  glorioso  intento, 

Lograrás  que  á  la  dulce  melodía, 

Suspendan  las  esferas 

Su  voluble  porfía. 

Las  aguas  sus  corrientes  lisonjeras, 

Y  el  sol  su  curso  pare. 
Mientras  tu  lira  con  mi  voz  sonare. 

Teatro  suntuoso 
Era  un  regio  salón  á  circo  grave 
De  ingenios  de  Minerva  laureados. 
Su  recinto  espacioso 
Parece  que  archivó  con  rica  llave 
Los  primores  allí  más  delicados. 
De  piedras  y  de  lienzos  animados. 
No  cubrirse,  formarse  parecía 
La  magnífica  pieza, 

Y  como  el  arte  había 

En  ellos  apurado  su  destreza. 

Engañado  el  discurso. 

Los  juzgó  tal  vez  parte  del  concurso. 

El  acto  presidian, 
Bajo  regios  doseles  elevados. 
Todas  las  gracias  sólo  en  dos  matronas. 
En  sus  ojos  lucían, 

Y  en  su  vestido  virginal  sembrados, 
Los  astros  más  brillantes  de  las  zonas. 
Ostentaba  una  y  otra  seis  coronas 

A  concurso  de  espü'itus  alados, 

Que  con  graves  tareas 

A  lienzos  preparados. 

Piedra  y  metal  trasladan  mil  ideas, 

Y  compiten  activos 

Del  laurel  los  honores  siempre  vivos. 

Los  mármoles  molestos 
Unos  hendían  ;  otros  figuraban 
Edificios,  que  á  lineas  dividían; 
Otros  los  indigestos 
Colores  con  fatiga  quebrantaban ; 


218 


DON  VICENTE  GARClA  DE  LA  HUEKTA. 


Templar  el  duro  hieiTO  otros  porfían. 
Aquí  el  luciente  cobre  sacudian, 
Haciéndole  al  buril  más  obediente; 
Liquidaban  metales 
Allí  con  llama  ardiente; 

Y  todos  daban,  en  su  afán,  señales 
Que  su  ingenio  fecundo 

Formaba  el  embrión  de  un  nuevo  mundo, 

Su.«  obras  ya  ofrecían, 
Del  último  primor  acrisoladas, 
Tímidos ,  al  examen  riguroso. 
Unos  se  prometían 
Las  coronas  al  digno  reservadas, 
Otro  desconfiaba  temeroso. 
La  expectación  del  circo  numeroso 
Severidad  al  acto  acrecentaba, 

Y  al  tiempo  que  ya  Astrea 
El  premio  preparaba 

Con  que  ilustrar  la  más  feliz  tarea, 

Un  extraño  suceso 

El  acto  suspendió,  pasmó  el  congreso. 

Las  ajustadas  puertas. 
De  fuerzas  soberanas  impelidas, 
Con  súbito  rumor  y  común  susto 
Parecieron  abiertas ; 
Eetrajo  de  las  venas  comprimidas 
El  rojo  humor  el  pecho  más  robusto, 
A  todos  ocupaba  el  terror  justo. 
Cuando,  sembrando  luces  celestiales, 
Con  luminosa  huella 
Ilustró  los  umbrales 
Una  deidad,  cuya  presencia  bella. 
Cual  Febo  el  claro  dia, 
A  los  ánimos  trajo  la  alegría. 

Torreada  corona, 
Como  suele  á  Minerva  atribuirse, 
Su  hermosa  ftente  con  honor  cenia. 
Ornaba  su  persona 
Un  ropaje,  cuya  obra  distinguirse 
El  celeste  esplendor  no  permitía. 
En  la  siniestra  por  blasón  regía 
En  vez  de  cetro,  del  metal  precioso 
Compás  y  escuadra,  dando 
Su  ademan  generoso 
Muestras  de  majestad,  y  provocando 
Con  amable  violencia 
Su  augusto  aspecto  á  culto  y  reverencia. 

La  noble  arquitectura , 
Con  real  esplendor  condecorada, 
De  todos  conocida  fué  al  momento, 

Y  con  civil  dulzura 

De  las  caras  hermanas  saludada, 
Llegó  á  ocupar  el  superior  asiento. 
Entonces,  dando  al  aire  el  blando  acento. 
En  delicadas  voces  y  suaves. 
Con  notable  energía. 
Estas  razones  graves 
Articuló,  bañando  la  armonía 
La  región  leve  y  pm-a, 

Y  el  ánimo,  el  deleite  y  la  dulzura. 
En  vano  los  laureles 

En  mi  agravio  destina  vuestra  mano 
A  triunfos  que  ámí  sola  se  han  debido ; 
Pues  ni  Fidias  ni  Apeles, 
Ni  cuantos  por  su  ingenio  soberano 
Libertaron  sus  nombres  del  olvido, 
Ni  cuantos  larga  edad  ha  producido 
En  los  climas  de  Europa  venturosos 
Disputarme  pudieran 
Sus  blasones  gloriosos, 

Y  cuando  á  empresa  tanta  se  movieran, 
Serla  el  vencimiento 

Pena  segura  al  ciego  atrevimiento. 

Sacó  entonces  del  seno, 
Sobre  el  terso  papel  delineadas. 
Dos  fábricas  de  dórico  artiñcio. 
En  el  blanco  terreno 
Con  tan  gi-ande  primor  perficionadas , 
Que  el  más  severo  dio  de  pasmo  indicio. 
No  encontró  el  más  escrupuloso  juicio 
Sino  la  admiración  en  sus  primores  j 
Primores  que  excedían 


Los  aplausos  mayores 
Que  al  numeroso  circo  merecían, 
Cuyo  asombro  advirtiendo. 
Así  la  diosa  prosiguió  diciendo  : 

«A  mí  se  deben  sola 
Coronas  djl  mayor  merecimiento 

Y  premios  de  más  alta  jerarquía, 
Pues  el  hado  acrisola 

Su  influjo  grato,  á  mi  favor  atenío, 
Colmándome  de  dichas  y  alegría. 

ÍOh  memorable,  venturoso  dia, 
)e  mí  con  blanca  piedra  señalado 

Y  digno  sacrificio! 
En  mi  pecho  obligado 

Templo  tendrás,  y  con  humilde  oficio 

El  ánimo  devoto 

Kepetirá  cada  momento  el  voto. 

«Pues  noble  empleo  he  sido. 
De  maestra  gozando  privilegios 

Y  honores  que  llegó  nadie  á  lograrlos, 

Y  estudio  ennoblecido 

Del  desvelo  de  dos  jóvenes  regios. 
Digna  progenie  del  glorioso  Carlos ; 
Dos  jóvenes  excelsos,  que  al  nombrarlos. 
El  orbe  todo  con  razón  se  humilla, 

Y  la  dichosa  España, 
Doblando  la  rodilla, 

•Por  cuanto  el  Bétis,  Ebro  y  Tajo  baña. 

En  floridos  vergeles 

Rinde  á  sus  pies  olivas  y  laureles. 

wAquestos  monumentos. 
Con  que  hoy  enriquecernos  han  querido 
Sus  ilustres  tareas  venturosas 

Y  sublimes  talentos, 

Con  dignidad  y  con  honor  debido 
Logren  veneraciones  obsequiosas. 
Vosotras,  oh  deidades  generosas 

Y  genios  á  la  gloria  consagrados, 
Depositarios  fieles 

De  tan  ricos  dechados. 

Alfombras  prevenid,  colgad  doseles 

Y  construid  altares 

A  vuestros  nuevos  dioses  tutelares. 

«Empresas  que  acreditan 
Aun  en  la  tierna  edad  maduros  bríos, 
En  breA^e  el  orbe  llenarán  de  glorias. 
Cuando  ya  supeditan 
Tan  ancho  campo  á  los  elogios  mios, 

Y  tan  fórtil  materia  á  las  historias. 
Acumular  victorias  á  victorias 

A  ser  vendi-á  su  más  digno  ejercicio, 

Y  adquirirse  renombres 
Del  común  beneficio. 

Siendo,  por  eso,  eternizar  sus  nombres, 
Blasón  de  los  pinceles , 
Gloria  de  los  buriles  y  cinceles. 

))Los  ingenios  sutiles, 
Que  los  néctares  liban  de  Helicona 

Y  al  Pindó  huellan  la  cerviz  sombría. 
En  sus  cultos  pensiles 

A  sus  dos  frentes  tejerán  corona ; 
Corona  que  á  los  siglos  desafia. 
Darán  feliz  asunto  á  su  armonía 
Las  conquistas  de  bárbaras  naciones. 
Seguidas  ó  imitadas 
Las  paternas  acciones, 
De  la  fama  en  el  templo  atesoradas, 
La  paz  establecida, 

Y  Astrea  al  suelo  ya  restituida. 
«Las  ciencias  obsequiosas. 

Fomentadas  también  por  todas  partes. 
Publicarán  sus  timbres  igualmente, 

Y  con  muestras  piadosas 
Favorecidas  las  sutiles  artes, 
Extenderán  su  fama  al  continente 
Del  nuestro  más  remoto  y  diferente. 
Pasmo  será  y  envidia  al  extranjero 
La  relación  gloriosa 

Del  paternal  esmero 

Con  que  las  honren ,  y  será  famosa 

En  cuanto  Febo  baña, 

Por  tan  heroicos  príncipes,  España. 


ENDECASÍLABOS. 


2ia 


»Atmqne  á  tantos  primores, 
Con  que  hoy  ilustran  nuestro  docto  gremio 

Y  en  permanentes  sellos  reduplican 
Nuestras  glorias  mayores, 
Podremos  prevenir  en  vano  premio 
Competente  al  honor  que  nos  aplican. 
Pero  ya  las  esferas  les  dedican 

En  sus  estancias  plácidas  y  bellas 

Premios  más  permanentes 

En  coronas  de  estrellas, 

Cuando,  felices  hechas  ya  las  gentes 

De  los  dos  hemisferios, 

Trasladen  á  los  astros  sus  imperios. 

))Y  en  tanto,  porque  vea 
El  orbe  de  su  amor  claras  señales, 
A  Carlos  y  Gabriel  el  premio  debe 
La  dichosa  tarea, 

Y  el  círculo  de  ramas  inmortales 

Con  que  el  sudor  ilustre  se  promueve.» 

Esto  dijo,  y  lloviendo  el  viento  leve 

Guirnaídas,  en  un  punto  coronadas 

Las  vencedoras  sienes 

Quedaron ,  y  embargadas 

Del  súbito  placer  y  extraños  bienes 

Del  cuerpo  las  acciones, 

Y  hecho  el  sentido  un  mar  de  admiracionea. 
La  común  algazara, 

Los  dos  amados  nombres  repitiendo, 

Al  cielo  con  estrépito  subia; 

La  esfera  pura  y  clara , 

A  las  voces  del  suelo  respondiendo, 

El  aplauso  esforzó  con  su  armonía. 

Y  yo,  que  parte  fui  de  la  alegría , 
Obedeciendo  al  superior  mandato 
Que  me  ilustra  y  apremia. 
Perpetuar  así  trato 

El  suceso  feliz,  docta  Academia, 

Si  por  ventura  Clio 

No  desdeñó  el  humilde  rueeo  mió. 


endecasílabos 

recitados  pn  la  Roal  Academia  de  San  Fernando,  en  la  j«nta  ge- 
neral (|ue  se  celebró  para  la  distribución  de  premios,  el  dia  23 
de  Julio  de  1778. 

¡Oh  tú,  que,  alma  del  viento^  tantas  veces 
Penetraste  la  esfera  cristalina. 
Osando  competir  la  siempre  acorde 
Revolución  con  que  sus  orbes  giran  1 

Vuelve,  voz  mia,  á  ser  en  los  elogios 
Del  grande  Carlos  nuevamente  oida ; 
Objeto  capaz  sólo  de  excitarte. 
Por  tantos  años  muda  ó  intermisa  (1). 

Y  tú,  oh  lira,  que  diste  á  los  albogues 
De  incultos  bereberes  (2)  armonía. 
Cuando,  escuchando  desusados  tonos , 
Admiró  Orfeos  la  feroz  Nnmidia  (3)  ; 

Al  peine  de  marfil  el  dúctil  oro 
Presta  fácil,  y  pronta  resucita 
Del  polvo  en  que  has  yacido,  infelizmente 
Envuelta  de  tu  dueño  en  la  ruina. 

Pues  si  vosotras  ayudáis  mi  intento, 
En  el  registro  eterno  de  los  dias 
Consagrarán  mis  versos  la  memoria 
De  la  ocasión  feliz  que  los  inspira. 

Contra  los  cuales,  ni  voraz  el  fuego, 
Ni  el  hierro,  ni  de  Júpiter  las  iras 
Podrán  jamas,  pues  fuero  de  inmortales 
De  numen  superior  se  les  deriva  ; 

De  aquel  cuyos  benéficos  influjos 
Senté  la  humanidad,  y  el  munuo  admira, 
Pues,  como  sol  de  más  cercana  esfera, 
Fomenta,  ilustra,  alienta  y  vivifica. 


(i)  En  varias  distribuciones  de  premios  de  la  Academia  ha  re- 
citado el  autor  diferentes  composiciones  porilcas. 

(•2|  En  el  año  177-2  esciibio  el  ;iulMr  una  écloga  africana,  ¡ntilu- 
lada  Los  Bereberes,  con  motivo  de  haberse  erigido  en  la  plaza  de 
Or;in  la  estatua  del  Rey  nuestro  señor.  • 

(5)  Asi  se  llamaba  gran  parte  de  la  costa  de  África,  principal- 
mente en  las  inmediaciones  de  ürán. 


Ostenta,  oh  Mantua,  tú  principalmente , 
De  las  magnificencias  con  que  brillas 
Compendiado  el  catíilugo  prolijo, 
A  su  desvelo  paternal  (iebidas. 

Para  que,  retratadas  por  mi  celo. 
De  su  fama  en  el  templo  (i)  excelso  sirvan, 
C(mtinuando  las  series  dilatadas, 
A  su  historia  inmortal  de  pruebas  vivas. 

Hablad  vosotros,  generosos  lares, 
En  que  concordemente  se  concilian 
Naturaleza  y  arte  (o),  émulas  sólo 
En  la  acumulación  cíe  maravillas ; 

No  siendo  la  menor  la  jn-odigiosa 
Trasforra ación  (G)  que  dignamente  indica 
Vuestro  noble  destino,  y  los  sublimes 
Genios  que  os  embellecen  y  os  habitan. 

Hablad  también  vosotros,  suntuosos 
Edificios  c<>ntiguos  (7),  en  que  cifra 
La  esplendidez  sus  profusiones  todas, 
La  conveniencia  todas  sus  medidas. 
Habla  igualmente  tú,  facilitada 
Correspondencia  pública  (8),  que  afirmas 
El  principal  comercio,  y  proporcionas 
Del  trato  del  au?ente  la  delicia. 

Ilalilad  vosotras,  al  mantuano  suelo 
Trasplantadas  hespéridos  divinas (9), 
Verdaderos  elisios  españoles. 
Nuevos,  fragrantés  y  frondosos  Hiblas. 

Hablad,  soberbios  arcos  (10),  cuyas  moles, 
Minando  el  aire,  al  cielo  se  encaminan, 
Y  conducen  de  Carlos  la  memoria 
De  la  inmortalidad  á  la  alta  silla. 

Hablad  vosotros ,  genios  laboriosos , 
Que  con  franqueza  próvida  destina 
A  la  instrucción  de  juventud  ilustre  (11), 
Luz  del  Estado  y  esperanza  altiva. 

Habla,  oh  ducado  liceo  matritense  (12), 
En  que  sobre  las  ya  muertas  semillas 
De  los  héroes  del  Austria,  el  grande  Carlos 
Replanta  la  i^iedad  y  la  doctrina. 

Y  tú  en  particular,  noble  instituto 
Del  derecho  español,  que  atento  explicas. 
Intérprete  cabal  de  nuevo  Numa , 
Las  sabias  leyes  que  á  sus  pueblos  dicta ; 

¡Instituto  feliz!  pues  tus  cimientos. 
Puestos  por  mano  tal  (13),  ya  prometían 


(1)  En  la  distribución  de  premios  del  año  de  1763  recitó  el  autor 
un  canto  heroico,  en  quese  dcscribeel  templo  de  la  Fama,  dedicado 
á  lasbenelicencias  del  íiey  nuestro  señor. 

(íji  En  el  año  du  1771  se  trasladó  la  Academia,  del  real  palacio 
de  la  l'anaderia  á  las  casas  que  hoy  ocupa,  en  las  que  su  majestad 
estableció,  al  mismo  tiempo,  el  rico  gabinete  de  Historia  nataral. 

(G)  Lui'go  que  la  Academia  lojiró  su  actual  residencia,  derrib'i 
la  antigua  portada,  y  substituyó  otra  de  buen  gusto  y  arquitectura. 

(7i  Las  reales  aduanas,  edilicio  grandioso,  mandado  hacer  por 
su  majestad,  ba  o  la  dirección  del  brigadier  don  Francisco  Sabati- 
ni ,  académií  o  de  honor. 

(8)  Establecido  el  mejor  orden  en  la  administración  de  los  cor- 
reos, se  construyó,  i  costa  de  grandes  sumas,  el  edilicio  de  la  Pos- 
ta en  la  Puerta  del  .'•ol,  que  por  su  situación  es  uno  de  los  princi- 
pales adornos  de  Madrid,  bajo  la  dirección  y  diseños  de  don  Jai- 
me Maniuet,  académico  de  mérito. 

(9i  El  excelentísimo  señor  Conde  de  Aranda,  consiliario  de  la 
Academia,  siendo  presidente  del  (Consejo,  ideó  y  mandó  formar  el 
hermoso  paseo  del  Prado,  sin  costo  del  público,  por  los  diseños 
del  capitán  de  ingenieros  don  Jos('  de  liermosilla,  académico  de 
honor,  por  cuyo  ialleciniiento  continúa  la  dirección  de  la  obra  don 
Ventura  Rodríguez,  director  de  aríiuilectura. 

(10)  Los  consta  nidos  en  la  puerta  de  los  I'ozos  y  en  la  de  San 
Vicente,  y  especialmente  el  que  se  está  construyendo  en  la  de  Al- 
calá, proyectado  it;Halmente  por  el  excelentísimo  señor  Conde  de 
Aranda,  y  promovido  ton  particular  celo  por  el  señor  don  José 
Antonio  de  Armona,  corregidor  de  Madrid,  consiliario  de  la  Aca- 
demia. 

(11 1  El  real  seminario  de  Nobles,  reducido  á  mejor  orden  en  su 
administración  y  enseñanza,  por  el  plan  del  excelentísimo  señor 
don  Jorge  Juan,"  consiliario  de  la  Academia. 

( 12)  Los  esludios  generales  de  San  Isidro  el  Real,  fundados  por 
Felipe  IV  en  el  Colegio  Impeiial,  construido  y  dotado  por  la  em- 
peratriz doña  Waria  de  Austria,  han  recibido  mayor  lustre  y  au- 
mento de  la  munilicencia  del  Rey  nuestro  señor  con  los  hábiles 
profesores  que  ocupan  las  citedias,  habiéndose  al  mismo  tiempo 
traslailado  á  su  ma;;nílico  templo  la  antigua  capilla  de  san  Isidro, 
con  aumento  de  individuos  y  de  sus  dotaciones,  para  su  culto. 

(13i  La  real  Academia  de  Derecho  patrio,  promovida  en  sus  prin- 
cipios por  el  celo  y  sabiduría  del  excelentísimo  señor  Conde  de 


220 


DOX  VICENTE  GARCÍA  DE  LA  HUERTA. 


En  tns  mismos  nafales  el  brillante 
Grado  á  que  diírnaniente  te  Kublimas. 

Habla  tú,  circunspecta,  ilustre,  sabia 
Corte  de  Astrea,  que  oticiosa  miras 
Como  proprio  el  común  bien  de  los  hombres, 
Reblados  por  tu  fiel  distributiva ; 

Y  mostrarán  tus  ütilos  aumentos  (1) 
Que  á  Carlos  debes  la  real  fatiga, 
La  atención  propria  de  héroes,  el  desvelo 
l'rúvidü  con  que  afirma  la  justicia. 

Habla  también  del  mérito  y  esfuerzo  (2) 
Señal  y  recompensa  distinguida, 
Al  sujeto  más  digno  consagrada 
Por  la  causa  mayor  y  más  ])ropicia. 

Hablad  vosotras,  soledades  yermas  (3) 
En  pueblos  numerosos  convertidas, 

Y  vosotros,  incultos  peñascales. 

Que  ya  habita  Vertuniuo,  y  Ceros  pisa; 
Monumentos  eternos,  que  á  la  gloria 
De  Carlos  el  amor  grato  dedica. 
En  cada  piedra  consagrando  un  voto, 

Y  una  oblación  humilde  en  cada  espiga. 
Hablen  también  las  dóciles  corrientes 

De  los  rios  (4),  que  aprenden  nuevas  vias, 

Y  gloriosos  de  haberle  obedecido, 
ufanos  á  morir  al  mar  caminan. 

Hablen,  tratables  ya,  los  altos  montes  (5), 
Que  el  comercio  y  el  tráfico  impedían ; 
Soberbios  obiliscos ,  que  á  su  gloria 
Alzó  naturaleza  preventiva. 

Hablen  también  por  boca  de  la  fama 
Las  recientes  victorias  y  conquistas. 
Logradas  por  quien  tiene  sus  proezas 
En  ambos  mundos  con  su  espada  escritas  (6), 

Hablen...  Mas  ¿dónde  arrebatada  lleva 
íli  amor  la  voz ,  que  audaz  y  presumida, 
En  abreviado  plan  compendiar  quiere 
Materia  incomprensible  é  infinita? 

Quede  á  vosotros,  oh  felices  genios, 
A  quienes  hoy  corona  vuestra  misma 
Laboriosa  vii'tud,  por  la  alta  mano  (7) 
Que  el  premio  al  repartiiie  multiplica. 

Quede  á  vosotros,  pues,  el  arduo  empeño 
De  ocupar  en  su  historia  peregrina 
Los  nobles  instrumentos  con  que  el  arte 
Lienzos,  bronces  y  mármoles  anima. 

Que  si  acaso  á  mi  musa  amaneciese, 
Entre  tantas  tormentas,  algún  día 
Lifausto  menos,  y  benigna  estrella 
Alegre  influye  y  diestra  me  ilumina ; 

Trocada  entonces  en  sonante  trompa 
La  poco  culta,  si  obsequiosa,  lira, 

Y  en  heroica  epopej'a  convertidos 
Los  tonos  de  la  débil  elegía. 

La  tierra,  el  cielo  mismo,  sorprendido 
De  lo  sublime  de  la  acción  que  elija 


Florirtablanca,  tres  veces  electo  presidente  de  ella;  cuyo  lustre 
pros¡í;ue  bajo  la  dirección  del  señoi-  don  Miguel  de  Galvez,  del 
Supremo  Consejo  de  Guerra,  con  conocidos  progresos. 

(1;  A  lepresentacion  del  excelentisimo  señor  Conde  de  Aranda, 
se  aumentaron  en  el  Consejo  Supremo  viirias  plazas  para  facilitar 
la  expedición  de  las  causas. 

(2)  La  nueva  distinguida  orden  de  Carlos  III,  para  premio  del 
valor  y  mérito,  fué  instituida  con  motivo  del  nacimiento  del  Infan- 
te en  1771,  bajo  el  patrocinio  de  Mana  .Santísima,  en  su  Purísima 
Concepción. 

(5;  Las  nuevas  poblaciones  de  Siena-Morena,  la  Parrilla  y  otros 
términos,  que  antes  estaban  incultos,  hechas  á  expensas  del  real 
erario. 

(4)  Los  nuevos  canales  de  Manzanares  y  Murcia,  abiertos  bajo 
el  patrocinio  de  su  majestad. 

(i))  Los  nuevos  caminos  formados  en  lo  íspero  de  Sierra-Morena 
para  facilitar  el  paso  á  las  Andalucías,  y  el  comercio  con  los  prin- 
cipales puertos  de  la  carrera  de  Indias. 

(6i  El  excelentísimo  señor  don  Pedro  Cevallos,  capitán  general 
de  los  reales  ejércitos,  acaba  de  conijuistar  con  el  que  lia  manda- 
do en  America,  la  isla  do  Santa  (;atalina  y  la  colonia  del  Sacra- 
mento, l-.n  la  ultima  guerra  de  Italia  dio  muestias  heroicas  de  su 
valor,  y  en  la  ijuc  después  se  hizo  ü  la  corona  de  Portugal  tomo, 
siendo  capitán  general  de  Buenos-.\ires,  la  expresada  colonia ,  de 
que  ha  triunfado  por  dos  veces. 

O)  El  excelentísimo  señor  Conde  de  Floridablanca,  primer  se- 
cretario de  Kslado,  protector  de  la  Academia,  repartió  por  si  mLs- 
mo  los  premios,  con  la  benignidad  y  agrado  que  le  caracterizan. 


Cuando  con  ellas  eternice  á  Carlos, 
Repetirán  asombros  á  mis  rimas. 


AL  REY  NUESTRO  SEÑOR, 

en  su  venida  á  habitar  el  palacio  nuevo,  dia  i.'  de  Diciembre 
de  i'nH.  La  Real  Biblioteca  (8). 

Entrad  en  hora  buena,  excelso  Carlos, 
Del  popular  aplauso  precedido, 
En  ese  regio  alcázar,  que  os  previene 
De  larga  edad  felices  vaticinios. 

Entrad  en  hora  buena ,  pues  sus  puertas. 
Movidas  por  sí  mismas  de  sus  quicios, 
En  fe  de  ser  su  dueño,  ya  os  franquean 
En  augustos  salones  solio  digno. 

Aquí,  donde  Vulcano  de  los  reyes 
Consumió  los  alcázares  antiguos. 
Siendo  retrato  del  troyano  incendio, 
Dorados  techos,  altos  obeliscos; 

Aquí ,  pues ,  donde  el  fuego  impetuoso 
Murallas  derribó,  torres  deshizo, 
Envidioso  tal  vez  de  los  blasones 
Del  austríaco  cesar  Carlos  Quinto, 

A  influjos  de  otro  Quinto,  el  gran  Felipe, 
Primer  Borbon  á  España  concedido. 
El  que  fué  de  cenizas  monumento, 
Cual  fénix  renació,  noble  edificio, 

Tan  corpulentamente  artificioso, 
Que  tal  vez  le  juzgaron  los  sentidos 
Monte  de  mármol  sólido,  á  que  el  arte 
Dio  ilustre  forma  con  sudor  prolijo. 

Pues  hierro  y  mármol  solos,  combinados 
Contra  el  poder  del  tiempo  y  del  olvido, 
Unen  su  inmensidad,  sin  tener  parte 
Ni  el  duro  roble  ó  cedro  peregrino. 

En  vano  así  las  lluvias  iriportunas, 
El  ftrrioso  Aquilón,  ni  el  fuego  activo 
Contra  él  conspirarán ,  y  aun  á  la  tierra 
Limoble  la  tendrá  su  peso  mismo. 

Los  atrios  int'-riores,  que  sustentan 
Columnas  mil  de  dórico  artificio, 
De  esiDlendideces  nobles  y  ric|uezas 
Vasto  tesoro  son,  capaz  archivo. 

Los  mármoles  y  jaspes  resplandecen. 
Haciendo  que  resixlten  más  sus  brillos 
El  oro,  que  por  todas  partes  viste 
Muros,  cornisas,  bóvedas  y  frisos. 

Su  hermosa  situación  nuevo  realce 
De  su  mérito  es ,  y  el  extendido 
Término  delicioso  que  descubre 
Por  cualquiera  sección  de  su  recinto; 

Pues,  sobre  una  colina  edificado, 
Goza  de  aires  más  puros  y  más  limpios. 
Con  que  alcanza  la  vista  libremente 
Cuanto  comprende  en  sí  largo  distrito. 

Por  aquí  su  real  píilacio  Febo 
Descubre  en  los  albores  matutinos, 
Y  por  allá  las  lóbregas  estancias 
En  que  sepulta  su  esplendor  occiduo. 

Por  esta  parte  más  templado  el  Bóreas, 
Por  la  otra  sopla  el  Austro  menos  frió ; 
De  modo  que  por  todos  cuatro  aspectos 
Logra  del  cielo  influjos  más  benignos. 

Descúbrense  de  allí ,  por  largo  trecho, 
Los  campos  abundantes  y  floridos 
De  que  Céres  y  Baco  á  competencia 
Disputan  igualmente  el  señorío. 

Al  contorno  también  .se  ven  los  montea. 
En  tal  forma  dispuestos,  que  sus  visos 
Figuran  un  augusto  anfiteatro, 
De  selvas  florecientes  guarnecido. 

Vese  el  inmenso  pueblo,  que  estrechando 
El  ámbito  espacioso  en  mayor  circo, 
Acude  á  ver  ansioso  á  su  monarca. 
De  reverente  afecto  compelido. 

Aquí,  mientras  que  España  feliz  fuere 
En  gozaros  por  rey,  Príncipe  invicto, 

(S)  Paráfrasis  de  unos  versos  latinos  escritos  por  don  Juan  Oteo, 
oficial  de  la  real  biblioteca. 


IOS  BÉBEBERES. 


221 


Seréis  pasmo  del  orbe ,  acostumbrado 
A  ser  regido  de  español  dominio ; 

Pues  supo  España  de  su  ilustre  seno 
Césares  producir  esclarecidos, 
Sembrando  por  el  orbe  mil  coronas, 

Y  aun  hoy  no  olvida  su  anterior  estilo. 
Desde  aquí  contaréis  en  larga  serie 

Tantos  ínclitos  reyes  como  hijos, 
Cuyos  hijos,  después  de  muchos  años, 
Por  maestro  os  tendrán  y  ejemplo  vivo. 

Y  entre  tanto  esta  regia  biblioteca, 
Que  tanto  vuestro  amor  ha  merecido, 

Y  logra  hoy  de  más  cerca  contemplaros, 
Ultimo  esmero  de  un  feliz  destino, 

Al  orbe  extenderá  vuestras  grandezas, 
Pues  la  suerte  propicia  la  ha  ofrecido 
(Porque  pueda  elogiarlas  dignamente) 
La  ventura  de  ser  de  ellas  testigo. 

Y  en  tanto  que  á  esta  empresa  se  dedica, 
Porque  conste ,  señor,  el  gran  motivo 

De  la  fe  con  que  os  ama,  un  monumento 
En  estos  versos  dejará  erigido  : 

«Yo,  ilustre  hija  de  Filipo  el  Grande, 
Que  el  quinto  á  España  fué  de  los  Filipos, 
De  Carlos  por  la  gi-an  munificencia, 
A  ser  del  orbe  la  primera  aspiro. » 


LOS    BEREBERES. 

ÉGLOGA  AFEICANA 

&  la  erección  de  la  estatua  que  dedicó  á  la  memoria  del  Rey  nues- 
tro señor  en  la  plaza  de  as  armas  de  Oran  ,  el  dia  20  de  Enero 
de  177-2,  el  señor  don  Eugenio  ¡le  Alvarado,  etc.,  comandante 
general  de  aquellas  plazas  y  fortalezas. 

BASIR.    SELEIMAN.    AMAR.    POETA. 
POETA. 

En  la  falda  del  Kar  (1),  cuya  ai'dua  cumbre 
Atalaya  es  del  mar  Mediterráneo, 
Que  émulo  del  hispano  Charidemo  (2), 
Contrapone  el  Atlante  mauritano  (3) ; 

Allí  donde  las  ruinas  de  Tagaste  (4) 
Ofrecen  suntuosos  desengaños 
A  la  humana  soberbia,  y  mil  fragmentos, 
Que  el  tiempo  perdonó,  de  industria  acaso; 

Desde  donde  los  altos  homenajes 
De  los  muros  de  Oran,  blasón  preclaro 
Del  católico  esfuerzo,  resplandecen , 
Cuando  no  asustan  con  tronantes  rayos; 

Allí  donde  la  ramas  enlazadas 
Del  fresno  verde ,  del  taray  copado, 
Al  claro  sol  la  entrada  difícultan, 

Y  hermoso  pabellón  tejen  al  campo; 
Basir  y  Amar,  honor  de  la  Numidia  (5), 

Ambos  pastores ,  y  soldados  ambos , 
En  cuya  mano  im  instrumento  mismo 
Tal  vez  es  alcabuz ,  tal  vez  cayado ; 

Músicos  y  cantores,  cuyas  gracias, 
Unidas  á  un  espíritu  gallardo. 
Probado  en  lides  mil ,  los  acreditan 
Martes  de  Libia,  Orfeos  africanos; 

Guiados  de  unos  mismos  pensamientos, 
Amantes  igualmente  y  desdeñados. 
Sobre  el  florido  césped  descansaban, 
Si  en  quien  ama  se  puede  dar  d  scanso; 

Y  viendo  que  tranquilos  por  el  bosque 
La  verde  grama  peinan  sus  ganados, 

Y  á  insultos  militares  prevenidos, 

(1)  Asi  llaman  los  naturales  á  un  monte  distante  de  Oran  dos  le- 
guas, que  extendiéndose  por  su  falda  hasta  la  que  llaman  punta 
de  la  Aguja,  forma  promontorio.  Los  españoles  le  apellidan  cerro 
de  San  Agustín. 

i2)  Kn  la  geografía  antigua  se  llama  asi  el  rabo  de  Cata,  en  la 
costa  de  España,  distante  cinco  leguas  de  .Almería,  hacia  Levante. 

(5)  La  punta  de  la  Aguja  y  cerro  de  San  Agustín  son  los  extre- 
mos del  Atlante  menor. 

(4)  Patria  de  san  Agustín,  cuyas  ruinas  permanecen  hasta  ahora. 

(51  Conservan  todavía  los  moros  alaibes  6  del  campo  el  mismo 
modo  de  vida  de  los  antiguos  nómades  ó  numidas,  habitando  en 
Riendas. 


Tascan  los  duros  frenos  sus  caballos; 

Templados  los  nudosos  albogones  (6), 
Con  que  Pan  el  primero  trilló  el  labio, 
De  su  amor  y  armonía  el  dulce  duelo 
Empiezan,  voz  y  música  alternando. 

El  vulgo  de  los  árboles  parece 
Que  atento  escucha  sus  acentos  blandos ; 
Que  no  es  nuevo  milagro  en  la  armonía 
Dar  sentido  á  los  troncos  j  peñascos. 

Desdenes  de  Xelifa  Basir  llora, 

Y  Amar  llora  de  Xaira  el  pecho  helado; 
¡Dichosos  en  llorar  sólo  rigen  s! 

1  Infeliz  del  que  llora  desengaños! 

Como  un  mismo  dolor  los  afligia. 
Ambos  á  un  mismo  tiempo  susjjiraron, 
Siendo  en  los  dos  el  aire  del  suspiro 
Alma  del  instrumento,  voz  del  canto. 
BASIE. 

Xelifa  hermosa,  que  en  su  luz  más  pura, 
Ofuscas  su  esplendor  á  las  estrellas, 
Como  tu  candidez  á  la  blancura 
De  la  leche  apretada  en  las  encellas ; 

Recibe  el  amor  mió. 
Envuelto  en  las  querellas  que  te  envió. 
AMAR. 

Envuelto  en  las  querellas  que  te  envió, 
Xaira  divina,  un  corazón  amante 
Consagro  por  trofeo  á  tu  albedrío, 
1  Oh  tú ,  que  al  sol  excedes  rutilante 

En  gracia  y  en  belleza, 

Y  á  las  palmas  de  Zahara  (7)  en  gentilezal 

BASIE. 

Templa  el  desden  y  templa  los  rigores, 
Gloria  de  IIulat-Alí'(8),  y  el  amor  mió 
Trata  menos  cruel,  porqu'  minores 
El  insufrible  mal  de  tu  desvío. 

Si  no  quieres  que  muera, 
Oh  más  que  el  lince,  más  que  el  tigre  fiera. 

AMAR. 

O  más  que  el  lince,  más  que  el  tigi-e  fiera, 
Bl.ison  de  Jalfa  (9),  deja  el  inclemente 
Ceño  y  no  ultrajes  mi  pasión  sincera, 
Si  no  quieres  que  de  una  en  otra  gente. 

Errante  y  peregrino, 
Llore  tu  crueldad  y  mi  destino. 
POETA. 

Aquí  llegaban  cuando,  interrumpidos 
Sus  amebeos  de  rumor  cercano. 
El  bravo  Seleiman  se  les  presenta. 
Los  frondosos  canceles  penetrando. 

Seleiman,  que  de  nobles  bereberes  (10) 
Condujo  un  tiempo  al  más  lucido  bando. 
Cuando  con  disensiones  intestinas  (11) 
Ardió  en  tumultos  el  alarbe  campo  (12). 

A  cuyo  solo  nombre  las  murallas 
De  Tremecen  (13)  y  Máskara  (1-1)  temblaron, 

Í6)  U.san  los  alarbes  de  unas  simples  cañas  por  flautas,  con  solos 
algunos  taladros,  y  entre  ellos  es  cosa  da  mucha  habilidad  y  tra- 
bajo el  tocarlas. 

(7!  Desierto  en  lo  interior  de  esta  parte  de  África,  poblado  de 
algunos  aduares  cuando  huyen  los  alarbes  por  no  pagar  sus  con- 
tri biiriones.  Se  crian  en  el  las  m;is  hermosas  palmas,  y  con  sus 
dátiles  engordan  los  caballos  que  produce,  los  cuales  son  los  me- 
jores de  Afrira. 

iS)  Parcialidad  ó  aduar  de  caballeros,  que  conserva  el  nombre 
de  un  antiguo  jeque. 

CJ)  Parcialidad  de  moros  caballeros  bien  conocida  en  las  inme- 
diaciones de  Oran. 

(lOi  Nación  antigua,  que  habiti  la  mayor  parte  déla  costa  ó  rife 
de  África,  desde  Tánger  hasta  Bonn,  que  es  la  antigua  llippima. 
Del  nombre  beréber  se  formó  el  de  Uerebertn ,  que  con  poca  alte- 
ración conserva  todavía  esta  costa. 

(IDA  la  venida  del  actual  bey  de  Poniente,  bajo  cuvo  gobierno 
se  comprende  el  campo  de  Oran,  se  rebelaron  las  principales  par- 
cialidailcs  de  caballeros. 

'\i]  Los  moros  del  campo,  que  viven  en  aduares,  se  llaman  en 
su  lengua  arbis,  que  viene  de  la  voz  arab,  que  significa  campo,  y 
asi  el-arbi  O  at-arbí  es  lo  mismo  que  moro  campalre,  á  distinción 
de  los  que  viven  en  ciudades. 

1 15)  Ciudad  sujeta  al  Uey,  distante  doce  leguas  de  Oran,  hacia 
Poniente. 

( 1  ii  Residencia  del  Bey,  distante  doce  leguas  de  Oran,  hacia  M^ 
diodia. 


222 


DON  VICENTE  GARCÍA  DE  LA  HUERTA. 


Y  mal  seguro  en  ellas,  muchas  veces 
Sn  ruina  j  perdición  temió  el  tirano. 

De  una  fogosa  alfana  se  deriva, 
Hija  del  Aquilón ,  á  quun  brindaron 
De  Mostagán  (1)  las  abundosas  selvas 
Cuarenta  lunas  (2)  sus  sabrosos  pastos. 

Como  ti  lazo  del  deudo  los  estrecha, 

Y  de  antigua  amistad  también  el  lazo, 
Con  corteses  palabras  se  saludan , 

Y  se  reciben  con  amigos  brazos. 

Mas  viendo  Seleiman  en  sus  semblantes 
La  estampa  de  su  duda  y  sobresalto. 
Segunda  vez  de  la  nacieut':'  yerba 
Hecha  alcatifa  el  natural  estrado, 

Por  disipar  su  confusión  y  susto, 
Así  empezó  :  ((Vosotras,  del  Parnaso 
Diosas,  á  cuyos  plectros  se  reservan 
Héroes  ilustres  y  sucesos  claros, 

))Lo  que  dijo  cantad ;  que  no  es  decente, 
En  los  elogios  del  glorioso  Carlos, 
Instrumento  la  voz  de  un  infelice  ; 
Baste  ser  mió  el  afecto  y  el  conato.» 

SELEIMAN. 

De  los  reyes  de  España  prenda  digna, 
O  por  conquista  de  su  celo  santo, 
O  por  ser  áe  sus  ínclitas  milicias 
Palestra  del  valor  y  seminario, 

Oran  fué  siempre  aquel  artilicioso 
Briareo  de  piedi-a,  cuyos  brazos. 
Tantos  como  castillos  le  circundan. 
Flechan  perpetuamente  hoiTor  y  estragos. 

Entre  sus  valerosos  mogataces  (.3), 
Lugar  por  su  j^rudencia  señalado 
Goza  Alí,  desde  el  tiempo  que  Busláguen  (4) 
La  abandonó,  cobarde,  á  un  solo  amago  (5). 

Este,  pues,  una  vez,  entre  otras  muchas. 
Que  honró  mi  albergue,  oculto  y  disfrazado  (6), 
Del  parentesco  á  la  amistad  traido, 
El  postrer  Eamadan  (7)  que  celebramos, 

Como  sabio  en  los  ritos  nazarenos  (8), 
y  en  las  costumbres  españolas  sabio. 
Tanto  supo  decirme,  y  su  elocuencia 
O  su  verdad  conmigo  pudo  tanto. 

Que  depuesto  aquel  odio  interminable, 
Que  es,  más  que  religión,  razón  de  esta(Ío, 
Con  que  aborrece  el  musulmán  su  nombre, 
Del  cristiano  las  dulces  leyes  amo. 

Amo  la  suavidad  de  su  gobierno, 

Y  amo  en  su  rey  el  más  cabal  dechado 
De  aquellas  almas  que  la  Omnipotencia 
Destinó  para  el  bien  de  los  humanos. 

Transportado  el  anciano  venerable 
En  los  elogios  de  su  rey  amado, 

Y  el  corazón  vertiendo  por  los  ojos, 
Mil  veces  anudó  su  voz  el  llanto. 

Contaba  del  gi-an  Carlos  las  proezas 


(1)  Ciiulail  en  la  rosta  de  Levante,  i  doce  leguas  de  Orín,  cer- 
ca de  la  marina. 

(-2)  l.ns  moros,  como  los  demás  árabes,  riioiitan  ios  dias  por  los 
de  la  luna. 

(3)  Asi  llaman  los  moros  de  paz  establecidos  en  Oran,  y  que 
sirven  á  su  majestad  en  la  guerra.  JIuclios  de  ellos  descienden  de 
alarbes,  establecidos  en  la  plaza  Jntes  (juc  se  perdiese,  el  ano  do 
1708;  los  (|ue  volvieron  :i  ella,  el  de  U'ri,  CJaudo  se  reconíinislii. 
Otros  son  de  los  nae  se  n  fuítian  del  campo,  fnos  y  otros  sirven  va- 
lerosamente, saliendo  todos  los  dias  á  custodiar  el  ganado,  á  liacer 
la  descubierta  por  la  mañana  y  á  batir  la  entrada  a  las  demás  iio- 
pas.  He  (ístos  se  puede  decir  (liie  comen  siempre  el  pan  bañado  de 
sa  san^trc.  por  la  i]üe  derraman  en  las  continuas  escaramuzas  que 
tienen  con  los  enemigos. 

(i>  Kl  bcv  Mustaf.i  lué  llamado  ürtulaguen  (y  padre  de  los  bigotes, 
por  usarlos'muv  grandes;  de  donde  se  inliere  rnm  impropriamen- 
te le  llaman  lo"s  españoles  Bíí;o/í7/m,  liaciendo  diminutivo  el  au- 
mentativo ,  que  en  árabe  se  forma  de  este  modo. 

(S)   Ap' ñas  vio  Mustafj  Busláguen  nuestra  armada,  el  año  de 
1"li-2,  cu-iiiilo,  lleno  de  un  terror  pánico,  aftandonula  plaza  de  Onm. 
(fi)  Los  moros  de  paz  suelen  ir  ii  los  aduares  donde  tienen  pa- 
rientes A  traer  ganados,  caballos  y  otras  cosas.  Van  disfrazados  y 
estjn  ocultos,  jior  los  terribles  castigos  que  hace  el  Hey  cuando 
coge  alüuno  de  ellos. 
(7)  .\si  llaman  los  árabes  á  su  cuaresma  ó  ayuno,  que  es  una 
cr-luna  entera, 
mo    ^8)  Los  á'  abes  Ibnaan  nzara  á  los  cristianos. 


Desde  su  infante  edad ,  en  que  imitando 
El  claro  ejemplo  de  su  heroico  padre. 
Fué  una  conquista  su  primer  ensayo  (9); 

Cuando  admirando  á  los  famosos  héroes 
Que  habían  antes  al  África  asombrado  (10), 
Sobre  su  misma  herencia  y  patrimonio 
Se  hizo  un  nuevo  derecho  por  su  brazo. 

Contaba  que  en  Veletri  su  denuedo 
Tornó  en  feliz  el  más  temible  acaso, 
Al  águila  arrancando  del  imperio 
La  victoria,  con  que  iba  ya  volando. 

Fuera  temeridad,  de  su  prudencia 
Compendiar  los  efectos  acertados, 

Y  aun  inútil  fatiga,  cuando  el  orbe 

Se  hace  á  sí  mismo  honor  de  publicarlos. 

De  su  justicia  el  Fuero  CaroVmo 

Monumento  será,  que  propagando 

Su  nombre  á  las  edades  venideras, 

.  Irá  en  las  alas  del  común  aplauso. 

Así  las  soberanas  decisiones, 
Qu:'  del  hispano  solio  dimanando, 
Felicidades  son  á  sus  dominios, 

Y  admiración  y  envidia  á  los  extraños, 
Oráculos  serán  en  todos  tiempos, 

A  que  el  ilustre  gremio  de  los  sabios 
Templos  erigirá  de  su  memoria, 

Y  de  su  culto  rendirá  holocaustos. 
El  paternal  amor  y  providencia 

Con  que,  al  común  provecho  desvelado, 
Concilla  y  une  tan  gloriosamente 
Los  títulos  de  padre  y  soberano. 
Tantas  dignas  empresas  los  publican, 

Y  más  bien  la  franqueza  de  su  erario. 
Recompensa  dichosa  de  la  industria, 

Y  abierto  siempre  al  mérito  y  trabajo. 
Accesibles  los  montes  intratables  (11), 

Que  antes  negaban  al  comercio  el  paso, 
Son  obeliscos  que  á  su  fama  ilustre 
Formó  naturaleza  de  antf^mano. 
Hechos  ya  poblaciones  (12)  los  desiertos, 

Y  hecho  fecundo  el  más  estéril  campo. 
Estas  espigas  son  sus  oblaciones, 

Y  aquellas  piedras  votos  consagrados. 
Dóciles  las  corrientes  de  los  rios  (13), 

Se  mudan  útilmente  á  su  mandato, 

Y  ellos,  de  obedecer  á  tanto  dueño, 
Hasta  el  mar,  donde  mueren,  corren  vanos. 

Su  corte ,  embellecida  á  sus  expensas 
Hasta  un  extremo  al  parecer  milagro, 

Y  vencidos  aquellos  imposibles  (lé). 
Por  la  torpe  desidia  figurados, 

De  su  celo  y  constancia  monumentos 
Serán  eternos,  inmortalizando 
Las  obras  de  su  mano  la  agradable 
Perpetua  aclamación  de  un  pueblo  grato  (15). 

Amedrentado  ya  por  sus  bajeles, 
O  rendido  el  fui-or  de  los  corsarios, 
Ara  sin  susto  el  labrador  la  costa, 

Y  el  navegante  el  mar  sin  embarazos. 
Su  poder  toda  Europa  reconoce. 

Sus  armas  llevan  el  terror  y  espanto 
Al  más  remoto  clima,  si  hay  alguno 
De  quien  antes  su  amor  no  haya  triunfado. 
Cuando  el  volcan  de  Cillia  (16)  por  cien  bocas 

(9)  El  írlorioso  padre  de  su  majestad  vino  á  conquistar  los  rei- 
nos de  España,  ai  i  como  el  Kóy  nuestro  señor  conquisto  el  de 
Ñapóles  V  Mcilia. 

(10.  \'\  Duque  de  .Montemar,  que  mandó  en  jefe  la  expedición  y 
toma  de  Oran,  mandó  igualmente  las  tropas  en  la  conquista  de 
Najioles. 

(11)  Alude  al  gran  camino  que  se  ha  abierto  en  los  montes  de 
Sierra-Morena. 

t12)  Las  que  ha  mandado  su  majestad  establecer  en  Sierra-Mo- 
rena y  otras  partes. 

i13)  Alude  á  los  nuevos  canales  para  facilitar  el  comercio  y  trá- 
fico. 

iH)  Los  que  se  teiiian  por  insuperables  para  la  limpieza  de  Ma- 
drid, conseguida  tan  \oiila  osamenle. 

(lii*  l'or  las  útiles  obras  hechas  por  su  majestad  para  adorno  y 
utilidad  de  Madiid. 

!l6i  Asi  llaman  los  moros  el  monte  y  castillo  de  Santa  Cruz,  cuyo 
cañón,  por  la  eminencia  de  su  situ.icion,  alcanza  m.is  que  el  de 
los  demás  castillos,  por  cuya  razón  le  suelen  llamar  también  mar- 
jasu,  esto  es,  tira  lar  ¿o. 


LOS  BEREBERES. 


223 


Sobre  los  horizontes  comarcanos 
Fuego  vomita,  y  con  el  ronco  estruendo 
Rimbomban  hondas  ramblas  y  barrancos  ; 

Y  cuando  los  aceros  españoles , 

Horror  de  í  rcsla  y  Grava  (1),  ensangrentados, 
De  cadáveres  pueblan  la  campaña, 

Y  de  dolor  (2)  nuestros  albergues  vagos  (3), 
Aquel  grave  sonido  estre])itoso, 

Y  estos  mortales  golpes  que  lloramos, 
Ecos  son  de  su  voz  y  de  su  aliento, 
Meras  ejecuciones  de  s\i  amago. 

El  ardid  y  valor  que  de  nosotros 
Hacen  que  triunfen  siempre  los  cristianos, 
Inspiraciones  son  de  su  pericia, 
O  influjos  de  su  esfuerzo  derivados. 

¡Cuántas  veces  Brahim  (4)  á  nuestros  ojos. 
Siempre  vencido  y  nunca  escarmentado, 
Su  osadia  pagó,  perdiendo  en  ella 
La  flor  de  sus  alcaides  y  soldados! 

Mas  ¿qué  mucho  que  siempre  la  victoria 
Corone  la  asta  del  pendón  cruzado , 
Cuando  es  un  Alvarado  quien  le  guia, 
Lustre  y  honor  del  suelo  americano? 

Aquel  que  con  domésticos  ejemplos, 
En  la  escuela  de  Marte  alicionado, 
Tuvo  por  preceptores  de  su  brío 
De  sus  mayores  (5)  los  gloriosos  fastos. 

De  aquellos  campeones  invencibles. 
Que  á  su  rey  nuevos  mundos  conquistando. 
Aun  fueron  sus  inmensas  extensiones 
De  su  heroico  valor  corto  teatro. 

¡Cuántas  virtudes!  ¡Cuántas  excelencias 
De  él  referia  el  mogataz  anciano, 

Y  cuan  gustosamente  embelesada, 
Pendiente  estaba  el  alma  de  sus  labios! 

Este,  pues,  igualmente  de  Belona 
Que  de  Minerva  alumno,  ejecutando 
No  menos  vigoroso  sus  proyectos, 
Que  los  medita,  reflexivo  y  cauto, 

Después  que  de  Brahim  diversas  veces. 
Del  grande  Rczalcazar  (G)  en  los  llanos 
Triunfar  le  vimos  y  ganar  victorias  (7), 
Aun  sin  costa  del  riesgo  y  del  cuidado; 

Y  después  que  á  los  montes  eminentes 
Que  á  Oran  dominan  (8)  y  le  son  padrastro, 
Cerró  la  entrada,  que  el  descuido  atento 
Abierta  conservó  por  tantos  aüos; 

Convertido  su  espíritu  brillante 
Al  gobierno  político,  y  llevando 
De  su  rey  las  gloriosas  intenciones 
Por  norte  de  su  idea  y  de  sus  pasos, 

El  bien  común  solícito  promueve. 
Sin  que  embaracen  sus  intentos  altos 
Inconvenientes,  que  constante  allana; 
Obstáculos,  que  vence  despreciando. 

Oráculo  severo  de  las  leyes, 
Al  bueno  premia,  si  castiga  al  malo; 
Siendo  de  su  equidad  igual  elogio, 
De  uno  la  queja,  y  de  otro  los  aplausos. 


(1)  Dos  parcialidades  de  las  afectas  al  Bey,  y  que  m:Ss  frecuente- 
mente incomodan  vi  Onin. 

(-2)  Alude  al  duelo  extraordinario  de  las  moras  en  las  muertes 
de  sus  parientes,  y  los  pmndes  alaridos  con  que  las  lloran,  convi- 
dándose unas  á  otras  para  este  ministerio.  Se  arañan  los  rostros 
hasta  sacar  sangre  de  las  mejillas,  y  repiten  incesantemente  la 
admiración  matraliall,  por  lo  cual  los  españoles  llaman  á  esto  ha- 
cer melrulla. 

(3)  Porque  no  tienen  lugar  sesjuro,  mudándose  de  unas  en  otras, 
según  la  abundancia  o  escasez  de  pastos. 

(1)  Asi  se  llama  el  actual  bey  del  Poniente. 

(o)  El  señor  don  Euseiiio  Alvarado,  etc.,  es  descendiente  de  las 
casas  de  Alvarado  y  I'izarro,  tan  conocidas  en  el  mundo  por  sus 
gloriosísimas  conquistas. 

í6)  Castillo  ó  cindadela  principal  de  Oran,  que  guarda  las  ave- 
nidas por  la  cjsta  de  Levante,  y  en  cuyos  llanos  se  presentan  las 
tropas  del  Bev  m.is  comunmente. 

(7i  Alude  alas  dos  felices  funciones  de  los  dias  6  y  7  de  Febre- 
ro del  año  pasado  de  I"71,  en  que  perdió  el  Fiey  muela  gente  y 
caballos,  por  las  buenas  dispjsieiones  del  General,  que  atrajo  al 
enemigo  adonde  nuestra  nií>t¡alla  pudo  hacer  efecto. 

(8i  ívstB  es  el  monte  de  la  .Meseta,  que  domina  á  Oran  y  todos 
sus  castillos,  cuya  cortadura  ha  manifestado  ya  cuan  útil  y  necesa- 
ria es  para  la  conservación  de  la  plaza. 


El  pueblo  con  brillantes  editicics 
Mejora  y  pule,  y  los  soberbios  arcos  (9), 
Que  parecen  padrones  de  cu  fama. 
Unen  la  conveniencia  y  el  ornato. 

El  singular  amor  á  su  monarca, 
Que  arde  en  su  pecho  generoso  y  gi-ato, 
En  cuantos  rendimientos  le  tributa. 
Dignamente  se  está  manifestando. 

Por  todos  hable  el  ínclito  trofeo 
Que,  en  los  natales  del  Tercero  Carlos, 
Erige  á  la  memoria  de  sus  triunfos. 
Ultimo  esmero  de  maestra  mano  (10). 

Hable  aquel  mármol  que  de  los  ciucelea 
Aliento  recibiendo,  retratado 
Conservará  de  un  rey  glorioso  y  justo 
La  memoria  en  su  digno  simulacro. 

Hablen  los  jaspes,  ya  vanagloriosos 
De  su  feliz  destino,  sustentando 
Al  numen  tutelar  de  Mauritania, 

Y  hable  ese  hermoso  Atlante  de  alabastro. 
Hable  el  amor  y  esmero  generoso 

De  aquellos  celosísimos  vasallos  (11) 

Que,  á  su  ejemplo,  á  su  amado  rey  consagran 

Sudores,  vigilancias  y  trabajos. 

Hablen...  mas  ¿dónde  transportarme  dejo 
Del  amor  que  me  inflama ,  retardando 
El  designio  feliz  que  me  conduce 
A  seguir  las  banderas  del  gran  Carlos? 

Atravesando  acaso  esta  espesura, 
Oí  vuestras  querellas,  y  obligado 
De  la  fina  amistad  que  os  he  debido. 
Quise  de  mis  intentos  avisaros. 

Si  seguirlos  queréis ,  seréis  dichosos 
Con  tan  glorioso  dueño;  mas  si  acaso 
Amor  os  aprisiona,  prendas  sean 
De  mi  constante  afecto  aquestos  lazos. 

POETA. 

Así  acabando  el  beréber  valiente. 
Conmueve  los  espíritus  bizarros 
De  Amar  y  de  Basir,  cjue  ya  en  sus  pechos 
A  más  noble  pasión  lugar  han  dado. 

Olvidados  de  Xaira  y  de  Xelif  a 
(Afectos  en  amor  no  extraordinarios, 
Que,  como  niño  en  fin,  le  desesperan 
Tal  vez  las  arperezas  y  el  mal  trato). 

Llevados  de  más  altas  esperanzas, 

Y  por  la  espalda  el  alcabuz  terciado. 
Siguen  en  sus  caballos  voladores. 
Del  presuroso  Seleiman  los  pasos. 

Caminan  por  las  sombras  de  la  noche, 

Y  llegando  á  los  fuertes  avanzados, 
Al  rendir  el  qvién  vive  el  centinela, 
Sintió  ser  moros ,  y  avisó  á  su  cabo. 


CANCIÓN 

á  las  bodas  del  serenísimo  señor  Príncipe  de  Asturias,  nuestro 
señor,  con  la  serenísima  señora  Infanta  de  Parma,  que  dibiau 
haberse  efectuado  en  el  real  sitio  do  Aranjuez. 

I. 

«Del  sol  en  la  luz  pura 
Tu  antorcha  enciende,  candido  Hiranneo, 
Alma  deidad,  que  el  orbe  regeneras, 
Y  tu  vuelo  apresura 
Sobre  el  suelo  español,  donde  el  deseo 
Te  apellida  con  ansias  verdaderas. 


(9)  Los  pi^rticos  fabricados  sin  rosto  del  erario  ni  del  publico  en 
la  plaza  de  las  ai  mas 

(lU)  Sobre  el  modelo  de  Mateo  Sanz,  diestro  escultor  valencia- 
no, se  ha  formado  el  retíalo  ;le  su  maicstad,  de  un  mármol  durí- 
simo, sacado  de  unas  canteras  desconocidas.  Vicente  de  Lanalde 
y  Ignacio  Basterrechea,  vizcaínos  hábiles  en  escultura  y  cantería, 
han  labrado  el  busto,  la  columna  y  demás  piedras  con  el  mavor 
primor. 

(11)  non  Joaquín  Antonio  Nario,  guarda-almacén  principal, á  cu- 
yo cuidado  y  cargo  ha  estado  la  obra,  que  ha  desempeñado  con  tan 
Dutoriú  esmero. 


224 


DON  VICENTE  GARCÍA  DE  LA  HUERTA. 


Espíritus  amantes, 
De  esas  puras  esferas 
Dulcísimos  alados  habitantes, 
De  Himeneo  volad  en  compañía, 
A  celebrar  tan  venturoso  dia. 
II. 
))Yo,  el  Tajo,  decantado 
Por  el  oro  que  envuelvo  en  mis  arenas, 

Y  más  famoso  desde  aquí  adelante. 
Pues  ha  privilegiado 

Mis  florecii-ntes  márgenes  amonas, 

Amor  para  el  teatro  más  brillante, 

Donde  se  represente 

La  acción  más  relevante. 

El  mayor  triunfo  de  su  flecha  ardiente, 

Vuestras  deidades  llamo  y  solicito, 

Y  mis  votos  y  súplicas  repito. 

III. 
»Que  no  la  vez  primei'a 
Será  que  hayáis  honrado  aquesta  orilla. 
Defiriendo  á  mis  justas  peticiones; 
Pues  ya  os  vio  esta  ribera 
Acumular  blasones  á  Castilla, 
Enlazando  reales  corazones  (1), 
Cuando  los  convecinos 
Cerros  adoraciones 
Os  rindieron  por  modos  peregrinos , 

Y  cuando  á  vuestra  vista  reverentes 
Inclinaron  sus  cumbres  eminentes. 

IV. 

«Descended  presurosos 
Aquí,  donde  de  Jiipitcr  touante 
El  ara  antigua  mi  corriente  baña, 
O  los  muros  famosos , 
Ilustre  alcázar,  templo  rutilante 
Del  poderoso  Júpiter  de  España. 
Atended  á  mi  ruego; 
Respire  esta  campaña 
Dulces  alientos  de  amoroso  fuego, 

Y  copíese  por  nueva  maravilla 

El  cielo  del  amor  á  aquesta  orilla. 

V. 

))Y  vosotras,  deidades 
Que  las  corrientes  presidís  famosas 
Que  de  España  el  terreno  fecundizan. 
Dejad  las  soledades 
De  las  sonantes  peñas  cavernosas, 
De  donde  vuestras  aguas  se  deslizan. 
Coronad  con  las  ramas 
Que  triunfos  solemnizan 
La  anciana  frente ,  porque  de  las  llamas 
Que  enciende  amor  en  tantas  ninfas  bellas. 
No  os  abrasen  las  plácidas  centellas.» 

VL 

Así  el  anciano  rio, 
Sobre  un  ílotante  césped  apoyado. 
Dijo;  y  apenas  su  oración  acaba, 
Se  calo  ai  centro  frió. 
El  vulgo  de  los  faunos,  asombrado, 
Saber  tantos  arcanos  anhelaba. 
Quedóse  suspendido 
El  viento,  que  escuchaba; 
Las  ninfas,  que  el  discurso  han  entendido, 
O  de  asombro  ó  de  envidia  se  retiran , 

Y  hasta  los  troncos  el  portento  admiran. 

VII. 
Todo  era  confusiones , 
Mudo  silencio  y  atención  dudosa, 
Cuando  nuevo  suceso  de  repente 
Duplicó  admiraciones. 
Bañó  de  nueva  luz  su  faz  hermosa 
El  aire  puro,  el  campo  floreciente 
Vistió  nuevos  colores, 

Y  el  rio,  que  presiente 


(H  En  este  real  sitio  se  lian  celebrado  varios  desposorios  de 
personas  de  la  casa  real  de  Esoaña. 


Acercarse  sus  júbilos  mayores, 
Por  mostrarse  gozoso  y  satisfecho. 
Líquido  oro  corrió  por  largo  trecho. 

VIIL 

Cuanta  digna  belleza 
Crédito  á  España  da,  cuanto  brioso 
Joven  ostenta  alientos  invencibles 
En  marcial  gentileza. 
Pueblan  al  'losque  ameno  y  delicioso. 
Ya  anuncian  his  susurros  apacibles 
De  Carlos  la  venida, 

Y  ya  con  más  sensibles 
Muestras  toda  la  selva  conmovida 

Le  aplaude,  al  ver  que  su  feliz  asiento 
Llena  de  majestad  y  de  contento. 

IX. 

Y  aquel  joven  dichoso, 
Cuyos  triunfos  corona  adelantados 
Tan  dignamente  la  fortuna  grata, 

Y  del  padre  glorioso 
Imitando  los  hechos  celebrados. 

Más  riue  el  nombre ,  el  espíritu  retrata  • 

Ya  su  amable  presencia 

La  alegría  dilata 

Por  toda  la  festiva  concurrencia ; 

Que  en  los  votos  y  aplausos,  que  duplica, 

Manifiesta  su  fe,  su  amor  explica. 

X. 

Mas  ¿qué  nuevo  contento 
Conmueve  los  opuestos  horizontes? 
¿Qué  luz  no  acostumbrada  resplandece 
Por  todo  el  firmamento? 
¿Por  qué  resuenan  los  excelsos  montes? 
¿Quién  tanto  obsequio  y  sumisión  merece? 
¿Qué  deidad  soberana 
Estas  selvas  florece? 
Mas  ¿qué  dudo,  si  ninfa  parmesana, 
Honor  del  sacro  Pó,  Luisa  divina, 
Del  Tajo  los  contornos  ilumina? 

XI. 

Cuyo  digno  sujeto 
Tanto  esplendor  incluye  soberano, 
Cuanto  ilustra  Farnesios  y  Borbones. 
Grande  y  único  objeto, 
Capaz  de  llenar  sólo  con  su  mano, 
De  Carlos  las  amantes  ambiciones ; 
Prenda  en  quien  asegura 
Aumento  á  sus  blasones 
De  España  el  trono,  pues  que  de  su  altura 
Derivarán  gloriosos  prototipos 
De  Alejanch-os,  de  Luises  y  Filipos, 

XII. 

Mas  ya  el  dios  oficioso, 
Los  nupciales  adornos  ostentando, 
Desciende  entre  gozosos  parabienes ; 
Ya  con  nudo  amoroso 
Los  dos  hermosos  cuellos  enlazando, 
Orla  de  flores  las  felices  sienes ; 
Venturoso  tal  dia. 
Que  tan  colmados  bienes 
Predice  á  la  española  monarqiiía ; 
Feliz  época,  origen  de  las  glorias 
Que  han  de  aumentar  sus  ínclitas  historias. 
XIII. 

El  Tajo,  alborozado, 
Derrama  en  mayor  copia  sus  tesoros, 

Y  del  tiempo  á  pesar,  rejuvenece. 
Por  el  bosque  sagrado 

Danzas  de  faunos  y  de  ninfas  coros 
Alegres  vagan,  con  que  el  gusto  crece, 

Y  en  los  cielos  hiriendo 
El  aplauso,  parece 

Va  respondiendo  el  agradable  estruendo 
Que  forman,  de  ios  montes  en  los  huecos. 
De  Luisa  y  Carlos  los  amados  ecos. 

XIV. 

Vuela  la  ninfa  bella, 
Sobre  la  alas  del  amor  llevada. 


COMPOSICIONES 

Al  que  el  cielo  la  da  dnlce  consorte. 

Ya  la  gloriosa  huella 

De  sus  plaíitas  espera  alborozada 

Con  grato  obsequio  la  mantuana  corte; 

El  carro  venturoso 

Sigue  como  su  norte 

De  amantes  genios  escuadrón  glorioso, 

Sacudiendo  Himeneo  la  divina 

Antorcha,  que  los  guia  é  ilumina. 

XV. 

Y  yo,  que  tanta  parte 
Tuve,  señor,  en  las  aclamaciones, 
Os  consagro  el  suceso  en  copia  breve, 
Y  aunque  rudo  y  sin  arte , 
Me  inspira  Euterpe  en  todas  ocasiones  ; 
Si  á  que  benigno  la  admitáis  os  mueve, 
Príncipe  generoso, 
Oiréis  el  tono  leve 
Convertido  en  aliento  armonioso; 
Que  mi  lira,  que  aplaude  hoy  himeneos. 
Trompa  sonante ,  entonai'á  trofeos. 


PROPÓSITOS  Y  DESEOS  JUICIOSOS 
DE   US    desesgaSado    de    las   apakiencias   cortesaxa? 

EXDECASÍLABOS. 

¡Cuan  sosegada,  cuan  tranquilamente 
Los  dias  pasarán  en  el  secreto 
Retiro  que  ¡preven  go  por  asilo 
A  los  recios  naufragios  que  padezco!  (1) 
¡  Cuánto,  ay  de  mí ,  retarda  á  mi  esperanza 
El  Todopoderoso  este  consuelo, 

Y  entre  cuántas  zozobras  fluctuando 
El  alma  está  con  dudas  y  deseos! 

Apresura  tu  ciirso,  oh  nueva  vida ; 
Pues  que  nacer  de  nuevo  me  contemplo 
Aquel  dia  que  á  mi  me  restituya, 
Rotos  de  la  ambición  los  duros  hierros. 

Enteramente  mió,  ya  olvidado 
De  la  corte  el  estrépito  y  estruendo, 
Empezaré  á  gozar  vida  gustosa, 
A  pesar  del  horror  de  los  desiertos. 

Falto  de  todo,  viviré  sobrado 
Con  mi  conformidad ,  y  más  contento 
Me  dará  el  verme  libre  de  la  envidia 
Que  el  ver  aquí  abundarme  lo  superfluo. 

Este  robusto  brazo,  á  quien  dio  timbres 
El  marcial  ejercicio  y  cruel  denuedo. 
Hecha  azadón  la  así  gloriosa  espada. 
Ala  tierra  abrirá  sus  hondos  senos. 

Vendrán  á  ser  mis  campos  mis  estados, 
Donde  imperio  despótico  ejerciendo. 
Serán  sus  frutos  dulces  y  sabrosos 
El  tributo  más  grato  y  lisonjero. 

Claras  aguas  de  fuentes  abundantes. 
Formando,  ya  remansos,  ya  arroyuelos, 
Reft'igerio  darán  á  mis  fatigas, 

Y  tal  vez  me  darán  limpios  espejos. 
La  acorde  melodía  de  las  aves. 

Que  coronan  los  álamos  y  fresnos, 

Más  agradable  sonará  á  mi  oído 

Que  los  más  concertados  instrumentos ; 

Haciendo  aquel  susurro  delicioso 
Que  entre  las  ramas  forma  el  fresco  viento, 
Un  agradable  bajo,  que  realce 
Aquel  sencillo  natural  concierto. 

Los  campos  florecientes,  que  matizan 
Abril  y  Mayo  con  pinceles  diestros, 
Mis  alfombras  serán ,  más  estimadas 
Que  las  que  teje  Fez  ó  hila  Marruecos. 

El  verde  empavesado  de  los  sauces, 
Reparo  contra  ráfagas  del  cierzo. 
Preferidos  serán  de  mí  á  los  dobles 
Ricos  tapices  que  varió  el  flamenco. 


(1^  Son  muy  reparables  las  impropiedades  de  lenguaje  en  que  i\ 
veces  incurre  Hcerta.  l'adecer  naufragios  es  frase  peregrina,  que 
reprueban  la  razón  y  el  idioma 

I,  Ps.-xviíi. 


VARIAS. 

Luego  al  rolnisto  pié  de  árbol  frondoso, 
Cuando  ya  la  fatiga  exija  el  sueño. 
Mejor  que  en  pabellones  de  oro  y  plata, 
Gozaré  los  halagos  de  Morfeo, 

¡Oh  dia  venturoso!  /cuándo  llegas 
A  redimir  mi  duro  cautiverio? 
Precipítate,  vuela;  que  notarte 
Con  piedra  blanca  juro  y  te  prometo. 


225 


TRISTES  EXPRESIONES 

DE   CJf  DESCONSOLADO, 
ENDECHAS     REALES. 

Testigos  son ,  bien  mió, 
Las  lágrimas  que  vierto 
Del  dolor  riguroso 
Que  las  abre  camino  desde  el  pecho. 

Mis  ardientes  suspiros 
Es]:)arcen  por  el  viento 
Las  uucvas  infelices 
De  que  está  el  triste  corazón  enfermo. 

La  palidez  del  rostro 
Es  transparente  espejo. 
Por  donde  se  trasluce 
Mi  vida  reducida  á  los  extremos. 

Ni  animo  las  palabras , 
Ni  articulo  los  ecos  ; 
Tanto,  que  se  equivocan 
Con  mis  ayes  las  voces  que  profiero. 

Mis  ojos  han  cegado 
Con  el  llanto  sangriento, 

Y  escribo  en  mis  mejillas 

Con  líneas  de  dolor  mi  mal  acerbo. 

El  pasmo  que  me  oprime 
Me  embarga  el  movimiento, 

Y  si  acaso  me  animo, 

Pienso  que  en  cada  planta  un  monte  muevo. 

En  fin,  estoy  de  suerte. 
Que  á  cada  instante  temo 
El  término  infelice 
Que  acabe  con  mi  vida  y  mi  tormento. 

Estos  son,  Lisi  mia. 
Los  crueles  efectos 
Que  en  Fabio  han  producido 
Los  tósigos  hechizos  de  tus  versos. 

¡Qué  ajena  estaba  el  alma 
Del  dolor  que  padezco, 
Al  tomar  en  las  manos 
La  sangi'ienta  sentencia  de  que  muero! 

Conduje  á  mi  cabeza 
El  riguroso  pliego, 
Dándole  con  mis  labios 
De  mi  dichosa  esclavitud  el  sello, 

¡Cuan  bien  hiciste,  Lisi, 
En  el  mandato  expreso 
De  que  le  abriese  solo. 
Estando  ausente  de  tus  ojos  bellos! 

Pues  así  te  libraste 
De  verme  ante  ellos  muerto, 

Y  ahorraste  la  fatiga 

De  tener  compasión  aquel  momento, 

Parece  que  el  caballo , 
Mi  desdicha  sintiendo, 
Quiso  con  mil  desvíos 
Decirme  le  arrojase  de  mi  seno; 

Como  quien  conocía, 
Más  racional  que  el  dueño. 
Era  mi  diligencia 
El  camino  de  mi  desasosiego, 

Pero  no  era  posible 
Penetrar  tal  agüero, 
Durando  en  mis  oídos 
Todavía  recientes  tus  requiebros. 

Mas  ¡oh  cuánto  se  engaña 
Quien  se  fia  indiscreto 
De  favores  logizados 
Sin  el  apoyo  del  merecimiento! 

Con  la  presente  angustia, 
Tan  torpe  está  el  ingenio, 


22(5 


DON  VICENTE  tlARCIA  DE  LA  HUERTA. 


Que  ni  acierto  á  explicarme, 

Ni  puedo  más  que  producir  lamentos. 

Mándasme,  Lisi  mia, 
Que  encierre  en  el  silencio 
Ijas  abrasadas  ansias , 
Vivas  exhalaciones  de  mi  pecho. 

Bien  conoces,  bien  mió, 
Lü  duro  del  precepto. 
Querer  que  se  repriman 
De  infinitos  volcanes  los  incendios 

Si  yo  no  te  adorara 
Con  aquel  amor  cicfío. 
Admiración  del  mundo, 
Ejemjilar  del  amor  más  verdadero, 

No  fuera  tan  difícil 
Acceder  á  tu  ruego. 
Siendo,  como  es,  tu  gusto 
Norma  aun  de  mis  más  leves  pensamientos. 

Pero  encuentro  imposible 
Reprimir  tanto  fuego, 
Por  más  que  favorezcan 
Tu  voluntad  mi  amor  y  mi  respeto. 

Apagar,  dueño  mió. 
No  podrán  mis  deseos. 
Ni  el  tiempo,  ni  tus  iras. 
Ni  la  muerte,  que  cada  instante  espei'O. 

Aun  después  de  mi  vida. 
En  mi  cadáver  yerto 
Tomarán  nuevo  bulto 
Y  volarán  á  tí  como  á  su  centro. 

Si  yo  condescendiera. 
Bien  mió,  con  tu  empeño, 
Indigno  me  juzgara 
De  haber  dichoso  sido  en  algún  tiempo. 

Porque  es  caso  imposible 
Que  aquel  qiie  llega  á  serlo 
No  f  sté  siemioi-c  anhelando 
Glorias  que  son  de  tal  valor  y  precio. 

Y  así,  perdona,  Lisi, 
Si  obedecerte  niego 

En  cosas  que  me  pueden 
Acreditar  de  infame  y  de  grosero. 

Y  si  vengarte  quieres. 
Mi  bien,  puedes  hacerlo. 
Con  sólo  permitii'me 

Rondar  las  kices  de  tu  hermoso  cielo. 

Amante  mariposa. 
Moriré  en  tus  incendios , 
Contento,  Lisi  mia. 
Con  ser  tu  amor  el  mal  de  que  fallezco. 

Esto  te  dice  Fabio, 
De  tristezas  tan  lleno. 
Como  lo  están  probando 
Los  números  forzados  de  sus  metros. 

Disculpa,  dueño  mió, 
Al  mal  limado  verso 
El  torpe  desaliño, 
Por  la  ingenua  verdad  de  sus  conceptos. 

Y  vive  persuadida 

Que  el  amor  que  alimento, 

A  pesar  de  la  suerte. 

Apuesta  duraciones  con  lo  eterno. 


O  con  más  justos  nombres , 
Infierno  repetido  de  los  hombres. 

IL 

Publíquelo  mi  pena. 
Que  tanto,  Lisi,  al  separarnos  crece, 
Con  mo(,los  de  rigor  jamas  usados, 
Que  de  mí  me  enajena, 

Y  aun  la  dukc  memoria  desvanece 
Del  feliz  galardón  de  mis  cuidados. 
Suspiriis  abrasados, 

Lágrimas  vivas  de  mis  muertos  ojos, 

Desazones  y  enojos, 

Temores,  ansias,  sustos,  desconsuelos, 

Y  por  corona  de  desdichas,  celos, 
Son  familia  casera 

Que  al  separarme  de  tu  lü»  me  espera. 

TIL 
El  mal  mullido  lecho. 
En  que  mis  penas  aliviar  solia. 
Teatro  de  suplicios  asemeja, 

Y  en  continuo  despecho 

Se  escucha  el  eco  de  la  pena  mia, 

í'ormado  de  una  queja  y  otra  queja. 

Vanamente  forceja 

Ccuitra  el  tropel  de  males  riguroso 

Mi  espíritu  fogoso, 

Conociendo  que  á  lid  tan  encendida 

Término  pondrá  sólo  el  de  mi  vida. 

Siendo  por  raros  modos 

Remedio  á  un  mal  el  mal  mayor  de  todos. 


PONDERACIÓN  DE  LAS  PENAS 

PADECIDAS  KS  UNA  CORTA  AUSENCIA. 
MADRIGALES. 


Ausencias  son,  bien  mió. 
Eternas  de  mi  amor  consideradas 
Las  tristes  horas  que  de  tí  me  aiisento, 
Y  con  fiero  desvío, 
Aprensiones  del  vulgo  autorizadas 
Me  apartan  de  tu  vista  y  mi  contento. 

¿Qué  rudo  entendimiento 
El  nombi'e  dio,  á  respetos  tan  tiranos , 
De  respetos  humanos? 
Debiéndolos  llamar  más  propriamente 
Necia  vulgaridad  iranertinente, 


QUEJAS  DE   UN   SENTIDO  DE   MALDICIENTES 

QUE   DE  SACRE  Drr  ABAN  SU  FINO   AMOR. 

ROMANCE  ENDECASÍLABO. 

¿No  te  bastaba,  bárbara  fortuna, 
Para  saciar  tu  condición  tirana, 
Ensangrentarte  en  mi  arrastrada  vida. 
Sino  que  aun  quieres  lastimarme  el  alma? 

¿Qué  más  queréis,  infames  enemigos, 
Si  veis  á  la  fortuna  declarada 
En  favor  vuestro,  tanto,  que  parece 
ínteres  suyo  proprio  mi  desgracia? 

¿Qué  más  podéis  apetecer,  villanos, 
Cuando  me  veis  ceder  con  mano  franca 
Altivas  pretensiones ,  y  contento. 
Niego  á  la  envidia  y  ambición  entrada? 

¿Podéis  más  desear  de  mi  ardimiento, 
A  quien  ninguno,  aunque  soberbio,  iguala, 
Que  haberle  sujetado  y  abatido 
Casi  hasta  lo  vergonzoso  de  la  infamia? 

¿No  pudierais ,  traidores,  en  mi  pecho 
Tomar  satisfacción  de  vuestra  rabia , 
Sin  mostrar  que  el  vengaros  con  la  lengua 
Es  porque  manos  para  hacerlo  os  falt.an? 

Si  nobles  sois,  y  si  os  preciáis  de  honrados, 
Bien  pudierais  buscarme  cara  á  cara  ; 
Mas  ¿cómo  ha  de  ser  noble  quien  comete 
La  torpe  bastardía  de  ocultarla? 

Pienso  que  queréis  mucho  vuestra  vida. 
Cuando  reñis  con  desiguales  armas, 
Y  como  os  contempláis  en  descubierto, 
La  defensa  ponéis  en  la  distancia. 

Vive  el  cielo,  que  estoy  avergonzado, 
Más  que  de  la  calumnia,  de  que  híiya 
Personas  de  tan  viles  pensamientos. 
Que  vivan  solamente  de  fragiiarlas. 

Pero  no  importa  que  en  perjuicio  mió 
El  mundo  se  conjure  ;  que  su  s.aña 
No  podrá  oscurecer,  ni  su  malicia, 
La  verdad  inocente  de  mi  causa. 

Vive  tú,  idolatrada  Lisi  mia; 
Que  mientras  seas  tú  norte  del  alma, 
Ni  tempesad  habrá  que  me  atribule. 
Ni  naufragio  en  que  no  consiga  tabla. 


QUEJAS  DE  UN  AUSENTE 

IiIRA$. 
I. 

Amado  dueño  mió, 
De  cuyas  celestiales  perfecciones 
Esclavo  mi  albedrío, 
Adora  ciegamente  las  prisiones, 
Escucha,  si  te  deja  otro  deseo, 
El  miserable  estado  en  que  me  veo. 

II. 

No  ya.  Amarilis  bella. 
Cual  otro  tiemi)o,  cantaré  suave, 
Cuando  benigna  estrella 
Quiso  mostrarme  aspecto  menos  grave. 
Pues  me  ha  dejado  la  pasión  que  siento 
El  numen  torpe,  ronco  el  instrumento. 

III. 

Todo  soy  confusiones 
Cuando  me  acuerdodel  dichoso  estado 

Y  las  satisfacciones 

Con  (jue  me  vio  Cupido  coronado, 
Viendo  ahora  que  muda  adversa  suerte 
El  bien  en  mal,  y  la  ventura  en  muerte. 

I\^ 

¡Oh  cuántos  envidiosos, 
Mal  contentos  entonces  con  mis  dichas, 
Estarán  ya  gozosos. 
Viéndolas  convertidas  en  desdichas, 

Y  cuántos,  sin  tomar  de  mí  escarmiento, 
Renov.arán  su  malogrado  intento! 


El  que  antes  te  adulaba, 
Hablando  bien  de  mí  ó  de  cosa  mi  a, 
Porque  en  esto  notaba 
Que  se  cifraba  tod.a  tu  alegría. 
Mudando  en  trato  alegre  el  vil  engaño. 
No  mirará  ya  á  más  que  á  hacerme  daño. 

VI. 

Los  que  antes  mis  amigos 
Gustaban  de  nombrarse,  vuelta  en  ira 
Su  amistad,  enemigos 
Ron  declarados  ;  pero  más  me  admira 
El  ver  alguno  que  con  modo  injusto 
Celebra  con  donaires  mi  disgusto. 

VII. 
Pero  el  dolor  más  fuerte 
Que  me  aflige  en  tan  triste  desconsuelo, 
Es  privarme  de  verte , 
Porqiic  así  más  se  aumente  mi  desvelo. 
;,Quién  ha  visto  dolor  más  extremado, 
Que  separar  á  dos  que  se  han  .amado.' 

VIII. 

Ausente  de  tus  ojos , 
Bien  á  costa.  Amarilis,  de  los  mios. 
Todo  me  causa  enojos, 

Y  tales  son  mis  necios  desvarios, 

Que  cuantos  veo,  cuantos  hablo  y  trato 
Me  gradúan  de  necio  y  de  insensato. 

IX. 

Viene  la  noche  fria, 

Y  cuando  en  ella  hallar  descanso  espero, 
Me  aflige  más  que  el  din, 
Eenovando  las  penas  de  que  muero, 

Y  al  alba  suelo  hallar,  por  más  quebranto, 
Humedecido  el  lecho  con  mi  llanto. 

X. 

En  cada  acción  que  animo, 
Siento  mi  mal,  pues  con  modal  grosero 
Mi  adorno  desestimo, 

Ni  en  nada  pienso  más  que  en  mi  mal  fiero. 
Esperando  con  ansias  inmortales 
La  muerte  por  remedio  de  mis  males. 


COMPOSICIONES  VAIÜAS. 

XL 
Quiera  piadoso  el  cielo, 
Alivio  darme  en  tantas  desventuras, 
O  con  ligero  vuelo 
La  Parea  ataje  mis  desdichas  duras; 
Que  es  menor  mal  la  muerte  á  que  me  ofrezco 
Que  el  infierno  de  males  que  padezco. 

xn. 

Y  tú,  Amarilis  mía, 
Dueño  querido,  á  quien  el  alma  adora, 
Cuida  de  tu  alegría 
Mientras  un  desdichado  gime  y  llora; 
Que  así  será  menor  mi  mal  injusto, 
Y  se  limitará,  si  tienes  gusto. 


SEGURIDADES  DE  UN  AMOR  VERDADERO. 

ENDECASÍLABOS. 

Los  ncgTos  caracteres  que  matizan 
Con  el  luto  del  alma  el  papel  terso, 
Puros  raudales  fueron  en  su  origen. 
Que  dcsjjues  atezó  el  dolor  violento. 

Turbio  vapor,  que  desjndio  á  los  ojos 
El  material  adusto  de  mi  pecho. 
Corto  raudal  á  mitigar  la  llama, 
Pero  bastante  á  pul)licar  el  fuego. 

Lági-imas  vivas  son,  si  bien  ajenas 
Del  cristal  primitivo  en  que  nacieron ; 
Milagi-os  del  dolor  que  me  atormenta. 
Que  sabe  convertir  lo  blanco  en  negro. 

En  ellos  te  traslado  mis  desdichas, 
Estimadas  por  dichas  de  mi  afecto, 
Pues  el  ser  ti"i  la  causa  desfigura 
La  sangrienta  impresión  de  los  tormentos. 

Repásalos  siquiera,  dueño  mió, 

Y  ya  que  yo  por  mí  no  lo  merezco. 
Desengaño  que  debo  á  tu  hermosura 
Desde  que  el  alma  te  juró  por  du(  ño, 

Conviértate  á  piedad  su  porte  triste, 
En  que  van  publicando  abatimiento. 
Cubiertos  del  C'  lor  de  mis  quebrantos, 

Y  encadenados  como  mis  deseos. 

Mas  ¡oh  cuánto  me  engaña  mi  delirio! 
Pues  ¿quién  puede  llegar  á  ser  tan  necio, 
Que  espere  compasiím'de  una  belleza 
Que  adorna  de  impiedades  sus  trofeos? 

Aborréceme,  pues  ;  que  no  es  posible 
Que  consigas  con  tu  aborrecimiento 
Que  mi  encendido  amor  menos  me  abra.sc, 
Ni  mi  ciega  pasión  me  mate  menos. 

Usa  cuantos  rigores  te  persuada 
La  airada  sutileza  de  tu  ingenio. 
Pues  para  despreciarlos  y  sufrirlos 
Tengo  .ánimo  mayor  que  todos  ellos. 

Estudia  en  los  horrores  de  estos  montes 
Nuevos  rigores  de  sus  monstrurs  fieros. 
Lisonjas  d'  1  amante  pecho  nao, 
Ansioso  siempre  de  sufrir  de  nuevo. 

Que  antes  el  sol  .a]).agará  sus  luces 

Y  se  hundirá  la  máf|uina  del  cielo, 
Que  Fabio  deje  de  .adorar  á  Lisi, 
A  p'  sar  de  sus  iras  y  desprecios. 

Pues  fuera  muj'  villano  su  cariño 
Si  le  apartaran  de  su  pensamiento. 
Ni  alegres  esperanzas  de  otras  glorias, 
Ni  el  temor  de  los  males  más  acerbos. 


GOZOS  DE  UNA  DICHA. 

ENDECASÍLABOS. 

¿Qué  importan  los  infiernos  repetidos 
De  que  fué  reducido  centro  el  pecho. 
Si  tan  altos  favores  galardonan 
La  fiel  moderación  de  mis  respetos? 

¿Qué  importa  haber  penado  y  padecido 


DON  VICENTE  GARCÍA  DE  LA  HUERTA. 


Ansias  mortales  y  dolor  \'iolento, 
iSi  ba  sido  c4  tolerar  correr  la  posta, 
Para  llegar  á  descansar  al  cielo? 

Corrido,  dulce  dueño  de  mi  nda, 
Me  quedo  cada  vez  que  considero, 
Kn  ti  tanta  piedad  para  premiarme, 
En  mí  la  imiiroporcion  de  merecerlo. 

Como  estaba  tan  Lecho  á  desengaño.", 
Recelaba  del  sueño  lisonjero 
Hubiese  dado  bulto  á  mis  venturas. 
Para  burlar  mi  amante  devaneo. 

Mas  no  ha  sido  lisonja  do  la  idea 
Eí^ta  vez,  porque  yo,  Lisi,  me  acuerdo 
Mariposa  haber  sido  de  tus  luces, 
Y  pavisa  encendida  de  mi  fuego. 

En  dulces  lazos  confundió  oficiosa 
lia  madre  del  amor  nuestros  incendios ; 
[Qué  más  dichas,  que  más  satisfacciones, 
l'ara  quien  debe  enloquecer  con  menos! 

Envidia  ttivo  Amor  de  mis  venturas, 
y  al  verme  coronar  tantos  trofeos. 
Por  desf|uite  y  venganza  de  su  enojo, 
Segundos  tiros  asestó  á  mi  pecho. 

Nuevo  incendio  añadir  quiso  á  mi  llama. 
Como  si  fuera  fácil  dar  aumento 
A  una  pasión  qiíe  tiene  traspasados 
Los  términos  remotos  de  lo  inmenso. 

Yo  vivo  tan  contento  con  mis  glorias. 
Que  embebido  mi  amante  pensami-^nto. 
Sólo  se  ocupa  en  contemplar  las  dulces 
Gracias  imponderables  de  su  dueño. 

Consérvalas,  amada  Lisi  mia. 
Largas  edades,  siglos  sempiternos, 
Para  cjue  el  mundo  goce  en  tu  hermosura 
Tan  alta  prueba  del  poder  del  cielo. 


INTRODUCCIÓN  PABA  LA  TRAGEDIA  ESPAÑOLA  INTI- 
TULADA BAQUEL,  EN  SU  PRIMERA  EEPEESENTACION 
EN  LA  CÓETE,  AÑO   1778. 

Madrid  ihistre,  cuyo  noble  seno 
A  España,  al  orbe  siempre  ha  producido 
Admiración  y  envidia  en  tantos  héroes. 
Cuantos  nnmera  generosos  hijos; 

Gloria  que  caliñcan  los  insignes 
Fastos ,  que  han  conservado  y  transmitido 
Blasones  y  virtudes  de  Gudieks, 
Vargas,  Ln janes,  Dámasos  é  Isidros; 

Hermosas  damas ,  de  este  firmamento 
Ltiz  y  esplendor,  de  cuyos  dulces  brillos 
Aprenden  lucimiento  las  eternas 
Claras  antorchas  de  los  astros  fijos; 

Ordenes  todas  del  feliz  estado, 
Que  fuera  enorme  agravio  distinguiros, 
Cuando  os  iguala  la  suprema  dicha 
De  ser  de  tan  gi-an  rey  vasallos  dignos  ; 

De  Carlos,  del  cristiano  Atlante,  ilustre 
Dechado  de  monarcas,  cuyos  píos 
Paternales  afectos  serán  pasmo 
Al  prolijo  proceso  de  los  siglos; 

Hoy  á  escuchar  los  trágicos  acentoa 
De  española  Melpómene  os  convido, 
No  disfrazada  en  peregrinos  modos, 
Pues  desdeña  extranjeros  atavíos; 

Vestida,  sí,  ropajes  castellanos, 
Severa  sencillez  y  austero  estilo. 
Altas  ideas,  nobles  pensamientos, 
Que  inspira  el  clima  donde  habéis  nacido. 

Escuchad  de  Raquel  la  desventura, 
Copiada  mal  en  los  afectos  mios, 
Si  bien  llenos  de  obsequio  y  rendimiento 
Y  de  un  constante  empeño  de  serviros. 

Prestad  oido  grato  á  sus  ciuebrantos ; 
Mas  ;qué  teme ,  qué  duda  el  conseguirlo, 
Siendo  hermosa,  y  vosotros  españoles ; 
Infeliz,  y  vosotros  compasivos? 


AL  BOMBARDEO  DE  ARGEL 

POR  LAS  ABMAS  E.SPAÑOLAS 

al  mando  del  tcnienlc  general  de  h  armada  don  Antonio  Barccló 
(Agüslo  de  nS5)  (1). 

La  humilde  pluma,  que  dichosamente 
En  los  elogios  del  mayor  monarca  (2) 
Logró  atiuel  alto,  aípiel  brillante  vuelo 
Que  el  mundo  admira  y  aun  la  envidia  ensalza; 

Honor  deliido  á  la  materia  y  mimen 
Que  los  nobles  espíritus  inliama 
Citando  do  las  virtudes  en  obsequio, 
Al  mérito  tributan  alabanzas  ; 

¿  Recatará  sus  rasgos  en  el  tiempo 
Que  del  gran  Carlos  las  gloriosas  armas, 
Ojirimiendo  los  mares  de  la  Libia, 
Fulminan  la  rebelde  Maiu'itania? 

¿Cuando  atónito  el  orbe  considera 
El  feliz  logro  de  victorias  tantas, 
Que  en  el  confin  de  América  (3)  empezando, 
A  Europa  asustan,  á  África  amenazan?  (4;-; 

¿  Cuando  su  paternal  pío  desvelo 
En  las  empresas  que  medita,  labra 
La  dicha  de  sus  pueblos,  cuantas  veces 
Sigue  la  ejecución  sus  reglas  sabias? 

/  Cuando,  después  de  una  obstinada  guerra; 
De  una  guerra  en  que  Marte  de  su  saña 
Los  estragos  condujo  amoladores 
A  la  América,  Europa,  Añ-ica  y  Asia  (5); 

En  vez  de  desarmar  la  heroica  diestra. 
Que  dio  al  orbe  la  paz  en  que  descansa , 
Para  castigo  de  quien  no  la  adora. 
Vibra  rayos  ardientes  en  su  espada? 

¿Cuando  los  fuertes  hijos  de  Pelona, 
Que  en  su  seno  feraz  produce  España, 
Añaden  á  los  timbres  heredados 
Nuevas  coronas  y  recientes  palmas? 

Y  en  fin,  tú,  oh  musa,  que  en  iguales  casos 
Celebraste  los  héroes  de  la  patria, 

Y  en  sus  triunfos  y  glorias  añadiste 

Tu  voz  siempre  á  la  tromjoa  de  la  fama  (G), 

I  Podrás  muda  quedar  cuando  te  ofrece 
Tan  gustosa  materia,  heroica  y  amplia. 
El  grande  Parceló?  /En  el  ocio  y  polvo 
Te  mantendrás  tú,  oh  lira,  sepitltada? 

No,  porqi:e  aitnque  su  nombre  solamente 
En  laconismo  enérgico  le  traza 
El  elogio  más  digno,  recordando 
De  tanta  insigne  acción  la  serie  larga. 

Mal  quedara  con  eso  satisfecha 
Mi  afición  fina,  mal  desempeñada 
Aquella  obligación  que  siempre  titvo 
A  la  virtud,  el  bueno,  de  elogiarla. 

Y  aun  pareciera  hazaña  de  la  envidia , 
Siendo  constantes  sus  virtudes  raras, 

Y  común  el  ¡irovecho  que  producen, 
Dejar  de  concurrir  á  eternizarlas. 

Llenen  mis  versos,  pues,  y  sus  elogios 
La  redondez  del  orbe  qtte  le  aclama, 

Y  escúchense  en  mi  voz  las  expresiones 
De  una  nación  reconocida  y  grata. 

Llevado  ya  del  general  aplauso, 
Llenaba  las  regiones  más  extrañas 
De  Parceló  el  renombre ,  y  mil  combates 
De  coronas  sus  sienes  adornaban ; 


(1)  Esta  composición  no  ha  sido  impresa  en  las  Obras  pnélicas 
del  autor.  Pocos  lasíjos  encierra  de  la  ¡íallardía  de  estilo  i|iie  te- 
nia 11i;kiit,v  en  su  mocedad.  La  publicamos  en  la  presente  colec- 
cioii  por  su  car.icter  histórico  y  como  muestra  del  estilo  del  autor 
en  sus  últimos  años. 

Ci-  El  autor  i)ublic(i  varios  elogios  del  rey  Carlos  111  en  el  Tem- 
plo  de  la  Fama  y  en  otras  varias  obras. 

(."))  Las  primeras  conquistas  hechas  por  las  armas  españolas  en 
aquella  guerra  fueron  las  del  conde  Gálvez,  en  la  Mobila,  etc. 

(X\  Alude  á  la  conquista  de  Menorca  por  el  duque  de  Crillon, 
isla  cercana  ;i  África  y  frecuentada  de  los  argelinos. 

(.'>)  En  esta  guerra  se  ha  peleado  en  todas  las  cuatro  partes  dci 
mundo. 

(fií  En  el  mismo  Templo  de  la  Fama  se  elo.?ian  varios  español^ 
diíjnos  de  memoria,  cuales  son:  Velasco,  Goiizalez  y  otros. 


OOMPOSICIONEB  VA1UA8. 


¿'2d 


Cuando  encendido  Marte,  sus  alumnos 
Convoca  al  sún  de  pavorosas  cajas, 
y  á  la  empresa  más  digna  y  decorosa 
Alegre  corre  juventud  bizarra. 

Jactábase  el  inglés  de  inexpugnable 
En  las  rocas  que  el  mar  Hercúleo  baña  (1); 
Rocas  que  no  es  valor  el  defenderlas, 

Y  es  gloria  el  solo  intento  de  expugnarlas. 
Gloria  i^ropia  de  aquel  aliento  y  brío 

Que  recomienda  á  la  nación  hispana, 
A  quien ,  por  su  carácter,  toda  empresa 
Más  agradable  le  es,  cuanto  es  más  ardua. 

El  registro  perpetuo  de  sus  triunfos 
Lo  publique  en  sus  fastos  la  sagrada 
Ancianidad,  sus  ínclitas  mcmurias. 
En  que  ejemplos  mayores  se  señalan. 

Así  el  héroe  balear,  á  quien  desvelan 
üe  su  patria  las  glorias,  las  ventajas 
De  tierra  y  mar  que  á  Gibraltar  protegen, 
Por  la  naturaleza  i^rodigadas, 

Superar  se  propone;  halla  en  su  ingenio 
Medios  con  que  el  feliz  proj'ecto  allana ; 
La  sola  idea  al  anglo  atento  asusta, 
Tiembla  la  roca  al  verla  efectuada. 

Aparecen  las  máquinas  sutiles , 
La  diestra  arquitectónica  se  pasma 
Al  A'er  ejecutarse  á  un  tiempo  mismo 
Buque,  diseño,  gálibos  y  escala. 

Crece  la  admiración  á  sus  efectos ; 
Entran,  salen,  revuelven  y  disparan, 

Y  de  su  joequeñez  misma  al  abrigo. 
Flechan  sobre  el  inglés  lluvia  de  llamas. 

Sienten  los  edificios  más  robustos 
El  estrago  ;  destruj'en,  despedazan 
La  ciudad;  el  horror,  la  muerte,  eJ  pasmo 
Vuela  en  los  globos  rápidos  que  lanzan. 

La  paz  se  muestra  al  suelo;  evito  al  anglo 
La  ruina  que  ya  teme,  y  las  gallardas 
Naciones  que  el  empeño  unió  y  peligro, 
Emulas  y  concordes  se  separan. 

Parte  el  héroe,  dejando  en  indelebles 
Caracteres  de  horror  eternizada 
Su. gloria  en  la  pirámide  nativa, 
Que  abrumando  la  tierra,  el  ciclo  escala. 

Descansa  el  reino  en  el  gracioso  seno 
De  la  paz ;  pero  Carlos ,  á  quien  llaman 
Atenciones  de  padre  y  soberano, 
Nuevas  felicidades  le  prepara. 

El  ánimo  real  turban  y  agitan 
Altos  cuidados  ;  gime  interceptada 
La  industria  mercantil,  inerme  presa 
De  bandidos  el  mar,  y  de  piratas. 

Cubre  el  Mediterráneo  el  vil  enjambre 
Que  aborta,  á  fuer  de  pestilente  plaga, 
Del  seno  inmundo  Argel,  á  quien  sostiene 
Inhumana  indulgencia  j  tolerancia. 

Pasa  las  viudas  noches  en  querellas 
La  infelic:,  la  tierna  desposada 
Por  su  esclavo  consorte ;  el  padre ,  el  hijo 
Excita  el  llanto  en  sus  familias  caras. 

El  miedo  del  incurso  del  corsario 
Desvela  al  pescador  en  su  cab.aña, 
¡Y  cuántas  veces  el  insulto  cierto 
AI  pastor  ahuyentó  de  sus  majadas! 

Resuélvese  asolar  el  nido  infame. 
De  donde  tantos  daños  se  propagan , 

Y  cometida  á  Barceló  la  empresa, 
Empieza  la  elección  á  asegurarla. 

Aplaúdese  el  intento;  los  bajeles 
Se  aprestan,  la  victoria  el  pueblo  canta 
En  presagio;  aun  el  más  tibio  quisiera 
Con  sns  alientos  impeler  la  escuadra. 

Admira  Cartagena  del  caudillo 
La  actividad,  el  celo  y  perspicacia, 

Y  no  menos  admira  el  ardimiento 
De  la  brillante  juventud  que  manda. 

Pasa  la  fama  el  mar,  la  triste  nueva 
Consterna  al  pueblo,  tiemblan  las  murallas 


f1)  Llámase  el  Esírorlio  herchlcn,  pni-qiio  alli  piisd  llriciilos 
columnas,  ó  porque  abrió  esla  comunicación  á  los  dus  mares. 


De  la  pérfida  Argel ,  al  solo  nombro 
Del  General  el  más  feroz  desmaya. 

Recuérdales  el  miedo  los  combates 
De  Barceló,  recuérdales  la  amarga 
Esclavitud  de  tanto  arráez  valiente. 
Que  vencido  por  él ,  cadena  arrastra. 

Pai'cce  ya  la  escuadra  formidable 
Pronta  á  zarj)ar,  los  aires  se  embarazan 
De  gi'imi)olas,  banderas,  gallardetes, 

Y  del  común  aplauso  y  algazara. 

Del  fondo  del  infierno,  donde  haliita. 
Sale  la  envidia  entonces,  y  sn  rabia. 
Alientos  exlialando  venc-nosos, 
Al  viento  mismo  el  movimiento  embarga. 

Contra  el  curso  ordinario  de  los  tiempos. 
Aprisionan  los  vasos  muertas  calmas. 
Que  el  ánimo  del  héroe  sólo  agitan  ; 
Del  héroe,  porque  el  triunfo  le  retardan. 

Vence,  en  fin,  su  jnedad;  los  homenajea 
De  Theutátes  (2)  parece  se  levantan 
A  saludar  las  conocidas  velas. 
Que  más  que  el  viento,  impele  la  esperanza. 

Irritase  de  nuevo  el  monstruo  horrendo, 

Y  en  su  auxilio  convoca  las  borrascas ; 
Mezcla  mares  y  vientos,  que  destrozan 
Cascos,  palos,  velámenes  y  jarcias. 

El  seno  illicitano  (3)  los  acoge. 
Combatida  del  mar  la  furia  brava , 

Y  reparados,  tientan  nuevos  triunfos 

Del  mar,  del  viento  y  de  la  envidia  insana. 

Del  profnndo  canal  las  inquietudes 
Superan  ya ;  las  costas  africanas, 
Al  ver  se  les  acerca  su  ignominia. 
Parece  se  retiran  y  recatan. 

Márcase  Argel ;  á  los  veloces  leños 
Da  el  ansia  de  la  gloria  nuevas  alas. 
Ya  revasan  la  punta  á  quien  dio  nombro 
El  infame  sepulcro  de  la  Cava  (4). 

Ya  llegan...  Mas  ¿qué  digo?  Allí  la  envidia, 
De  nuevas  tempestades  auxiliada, 
A  pesar  del  esfuerzo  y  de  la  industria. 
Los  buques  preeqiita  y  arrebata. 

Cediendo  al  huracán  imi)etuoso. 
Que  las  rocas  marítimas  arranca. 
Corren  la  costa,  á  Mostagán  descubren, 
Arseo  (5),  Canastel ,  Oran  y  Almarza  (0). 

Entonces  la  deidad  que  de  el  empíreo 
Al  justo  atiende  y  la  piedad  ampara, 
Con  sólo  descubrirse  ahuyentó  el  monstruo, 
Templó  los  vientos,  sereno  las  aguas. 

Vuelven  á  Argel  las  proas ;  felizmente 
Arriban ,  se  aseguran  y  reparan ; 
Ni  disimula  el  susto  que  la  oprime 
La  prevenida  bárbara  arrogancia. 

Entre  tanto  el  caudillo,  que  desprecia 
Riesgos  y  agüeros,  en  la  misma  pl;;    i. 
En  aquel  mismo  mar  que  fué  teatro 
De  escenas  nal  gloriosas,  pero  infaustas, 

Representa  la  acción  más  generosa 
De  que  es  capaz  el  heroísmo  ;  nada 
Le  turba,  ni  aun  del  orbe,  que  le  atiende 
La  censura,  que  á  todos  acobarda. 

Forma  el  ataque,  distribuye,  regla 
Con  oportunidad  la  más  exacta, 
Sin  sujeción  á  inciertas  teorías. 
Movimientos,  lugares  y  distancias. 


[t]  El  castillo  viejo  Je  Cartagena,  fundado  sobre  un  cerro  en 
que  liubo  un  templo  dedicado  á  ücrcurio  Theutátes. 

iril  Puerto  llamado  de  Santa  Pola  ó  l,usar  Nuevo,  donde  vero- 
simiUnente  estuvo  la  antigua  lllici,  lioy  Lidie,  que  dio  nombre  á 
aquel  mar. 

lii  F.n  las  cercanías  de  .\rgel  hay  una  punta  y  baiila  que  llaman 
de  la  üalu  Mujer,  porque  se  cree  vulfjarmente  que  está  allí  ciUcr- 
rada  la  Cava,  (i  porque  desembarcó  por  allí  cuando  fué  á  pedir  á 
su  padre  vengan/a  del  agravio  qu(-  había  recibido.  Sucesos  invero- 
símiles y  despreciados  de  la  buena  cnlíea. 

(.-))  puerto  y  bahía  distante  de  Oran  seis  leguas  al  Levante,  tan 
capaz,  (jue  mmlios  le  tienen  |ior  el  l'urlus  Mikjuus  de  los  antiguos 
geógrafos.  Se  halla  ohandonado  al  primero  que  le  ocupa,  cuya  fa- 
cilidad, y  la  de  su  defensa,  puede  incitar  á  esla  empresa. 

(6)  Puerto  y  plaza  inmediata  á  Oran,  que  también  se  llama  Mnr- 
-ntquivir. 


U.-Jo 


DON  VICENTE  GARCÍA  DE  LA  HUERTA. 


Que  c-n  un  alma  sublime  las  ideas 
Que  dan  á  otros  las  artes  son  innatas, 

Y  un  f^cnio  criador,  con  el  dominio 
De  quien  las  puede  producir,  las  trata. 

Describen  lar<ía  linca  los  üotant-es 
Abreviados  volcanes,  cuyas  alas 
Forman  también  flotantes  basiliscos, 
Que  hon-ur  vomitan  y  extenninio  exhalan. 

Los  bóvedas  azules  de  los  cielos 
Rimbomban  al  furor  de  las  bombardas, 

Y  el  estrépito  sólo,  á  quien  perdona 
El  tiro  horrible,  á  dar  la  muerte  basta. 

Las  excelsas  colinas  que  circundan 
Por  todas  pai-lea  la  abatida  plaza, 
De  temor  de  que  el  daño  U-s  alcance. 
Se  sumen,  se  contraen  y  anonadan. 

Busca  asilo  en  los  campos,  pavorosa, 
lia  multitud  del  pueblo,  y  asombrada, 
Olvida  aun  la  codicia  sus  t(  soros. 
Sus  lares  abandona  y  desampara. 

Ni  por  eso  descuida  su  defensa 
La  Taifa  (1)  infame;  la  atmósfera  cuajan 
innumerables  tiros  que  despiden 
Baluartes,  fortines  y  topana3(2). 

Re]:)¡te  tentativas  vigorosas 
Tor  el  mar,  que  el  hispano  ardor  rechaza', 
Sin  que  el  daño  y  opi'obrio  que  recibe, 
De  hacerlas  nuevamente  la  retraiga. 

Des])lóraanse  entre  tanto  las  tronantes 
Fortalezas,  incóndianse  las  casas, 

Y  en  humo,  en  llamas,  en  estruendo,  en  llantos, 
El  horror  infernal  Argel  retrata. 

Atento  el  héroe,  á  todas  partes  vuela; 
Las  menos  esenciales  circunstancias 
Previene  y  aprovecha ;  á  su  presencia 
Todo  es  proezas,  todo  son  hazañas. 

Presiente  su  experiencia  de  los  tiempos 
La  variación,  del  viento  la  mudanza, 

Y  aprovechando  los  instantes,  vuelve 
Triunfante  á  ver  los  muros  de  Espartaría  (3), 

A  gozar  con  los  bravos  campeones 
Noble  y  gran  parte  de  la  acción  preclara. 
Los  premios  que  la  patria  les  previene. 
El  lauro  que  mi  musa  les  consagra. 


AL  MISMO  ASUNTO. 


SONETO. 


Del  gran  Carlos  la  sabia  providencia, 
Al  bien  común  atenta,  determina. 
De  Argel  con  el  incendio  y  con  la  ruina. 
Poner  freno  á  la  bárbara  regencia. 

La  constancia,  el  valor  y  la  prudencia 
De  BarCL'ló  á  la  gi-ande  acción  destina ; 
Mas  la  fortuna,  el  viento,  el  mar  se  ob>stina 
Contra  su  celo,  esfuerzo  y  experiencia. 

Vence  los  elementos  y  la  suerte 
El  héroe  balear;  confunde,  huella. 
Abrasa  á  Argel.  Adversidad  ninguna 

Intimida  al  varón  constante  y  fuerte  ; 
Que  el  valiente  los  riesgos  atrepella, 
Y  el  prudente  domina  á  la  fortuna. 


SONETOS. 


I. 

A  una  ausencia  voluntaria  de  Lisi. 

Paite  á  dorar  con  luces  celestiales 
De  los  lloridos  sotos  los  primores, 
A  dar  nuevos  alientos  á  las  flores 
Y  veneno  mortal  á  los  zagales. 

(t)  Asi  se  llama  la  guarnición  de  Argel. 

(2)  Asi  llaman  los  moros  las  baterías  con  que  tienen  guarnecida 
toda  su  baliia. 

(3)  Cartagena  se  Uamrt  antiguamente  C.arlhago  Spartaria,  por  el 
esparto,  (|U';  es  tan  común  en  sus  inmediaciones,  y  para  disliii- 
puirla  de  la  Africana  v  de  la  que  se  habia  fundado  antes  en  las 
costas  de  Cataluña. 


Yo  quedo  en  el  infierno  de  mis  males, 
Victjma  del  volcan  de  mis  ardores; 
Lastimoso  ejem])lar  á  los  pastores 
Que  alcancen  mis  martirios  infernales. 

De  nuevas  flores  tu  lielleza  vista 
Esas  florestas,  mientras  mi  quebranto 
Fúnebres  flores  á  mi  muerte  alista. 

Y  no  te  cause  mi  exprt  sion  es))anto; 
Pues  si  tú  las  produces  con  tu  vista, 
Yo  también  con  el  ric  go  de  mi  llanto. 


IL 

En  la  ausencia  de  Lisi. 

Si  es  muerte,  si  es  infierno,  Lisi  mia, 
El  punto  que  me  roba  á  tu  jiresencia. 
Del  vulgo  la  mordaz  impertinencia 
O  de  mi  hado  infeliz  la  tiranía, 

¡Cuánta  habrá  sido,  oh  Lisi,  mi  agonía, 
Mi  confusión,  mi  pena  y  mi  dolencia. 
Considerada  bi(  n  la  eterna  ausencia 
De  las  eternas  horas  de  este  dia! 

¡Ay  dulce  pi'cnda  mia!  si  el  no  verte 
Un  breve  tiempo  tiene  tanta  parte 
De  sentimiento,  que  me  da  la  muerte, 

¡Cuánta  será  mi  pena  al  caitemplarte 
Capaz,  por  mi  destlieha,  de  perderte ; 
Incapaz,  por  mi  mal,  de  recobrarte! 


in. 

Si  tu  mérito,  Lisi,  conocieras. 
Como  la  envidia  disuadir  procura, 

Y  estimaras  en  tanto  tu  hermosura 
Cuanto  estimarla  pur  razón  debieras. 

Poco  d(  sconfiáras  ni  temieras 
De  un  amor  tan  Lal  y  fe  tan  pura, 

Y  viviendo  en  tu  mérito  segura. 
Menos  motivos  de  pesar  me  dieras. 

¡Cuál  quedara  la  envidia,  Lisi  mia, 
Al  verte,  como  estás,  desconfiada, 
Desvanecid.T,  su  mordaz  sospecha, 

Y  en  mí  el  deseo  y  pertinaz  porfía 
De  A'erte  de  tu  mérito  pagada, 
Por  verte  de  mi  afecto  satisfecha  1 


IV. 

Al  desmayo  de  una  dama,  causado  de  un  alioz  sucesc». 

Hermoso  y  adorado  dueño  mío. 
Copia  y  compendio  del  hermoso  cielo. 
Origen  de  mi  mal  y  mi  desvelo, 
Norte  de  mi  cuidado  y  albedrío. 

Cobrad  aliento,  resucite  el  brío. 
Que  muerto  yace  en  tanto  desconsuelo; 
No  así,  siendo  su  sol,  neguéis  al  .  ndo 
La  luz  que  eclipsa  ese  desmayo  frió. 

Libre  del  daño  que  esgrimió  á  mi  vida 
En  vuestro  riesgo  mi  contraria  .suerte. 
Bien  podéis  ya  alentar  asegurada, 

Si  no  queréis,  dulcísima  homicida. 
Que  en  Fabio  sea  verdadera  muerte 
La  que  en  vos  sólo  es  muerte  figurada. 


El  amor  reverente. 

Si  nadie  puede  verte  sin  amarte, 
Dulce  bien  mió,  y  nadie  puede  verte 
Sin  que  It'  abrasen  con  rigor  de  muerte 
Ardentísimas  ansias  de  agradarte  ; 

Quien  logra  tan  de  cerca  contemplarte, 
Y  tanto  como  yo  sabe  qiiererte. 
Difícil  es  que  á  contenerse  acierte 
En  los  límites  sólo  de  mirarte. 

Abrasóme  á  tu  vista,  dueño  mió; 
Pretendo  triunfos,  pero  al  conocerte, 
Repugnante,  desisto  en  mis  trofeos; 


SONETOS. 


231 


Que  á  mi  ciego  furioso  desvarío 
Refrena  más  el  miedo  de  ofenderte 
Que  le  mueve  el  tropel  de  mis  deseos. 


V 


VI. 

El  verdadero  amor. 


Antes  al  cielo  faltarán  estrellas, 
Al  mar  peligros,  pájaros  al  viento, 
Al  sol  su  resplandor  y  movimiento, 

Y  al  fuego  abrasador  vivas  centellas ; 
Antes  al  campo  producciones  bellas, 

Al  monte  horror,  al  llano  esparcimiento, 
Torpes  envidias  al  merecimiento, 

Y  al  no  admitido  amor  tristes  querellas; 
Antes  sus  flores  á  la  primavera. 

Ardores  inclementes  al  estío, 
Al  otoño  abundancia  lisonjera 

Y  al  aterido  invierno  hielo  y  frió. 
Que  ceda  un  punto  de  su  fe  primera. 
Cuanto  menos  que  falte,  el  amor  mió. 


Vil. 

Un  amante  desconfiado  de  su  mérito. 

¿Qué  es  esto,  amante  corazón  rendido? 
I  De  qué  te  sirve  tan  dichoso  estado, 
Si  tus  penas ,  parece  se  han  doblado 
De  que  empezaste  á  ser  favorecido? 

La  im.ágen  horrorosa  del  olvido 
Turba  mi  gloria  y  crece  mi  cuidado, 
Y  aun  al  alma,  confieso,  ha  penetrado 
(No  celos)  un  recelo  mal  nacido. 

¡Ay  Lisi  mia,  en  qué  mortal  qiiebranto 
Despedazado  el  corazón  me  siento, 
De  un  temor  á  la  rústica  violencia! 

Y  si  solo  un  temor  me  aflige  tanto, 
¡Cuánto  será,  bien  mío,  mi  tormento. 
Si  á  ser  este  temor  llega  evidencia! 


VIII. 
Disculpa  de  una  justa  desconüanza. 

Perdona,  Lisi  mia,  la  extrañeza. 
Si  en  dicha,  que  es  mayor  que  la  esperanza, 
En  idioma  de  mi  desconfianza, 
Lastima  tus  oídos  mi  fineza. 

Que  hiciera  agravio  á  la  mayor  belleza, 
Si  tranquilo  en  mi  torpe  confianza, 
No  temiera  en  mis  dichas  la  mudanza 
Que  tu  mérito  inspira  y  mi  rudeza. 

Disculpe  tu  gallardo  entendimiento 
Mis  tiernos  siempre  apasionados  modos, 
Dialecto  del  temor  más  importuno, 

Nacido  de  mi  fiel  conocimiento. 
Que  aunque  gloria  mayor  logi-ó  que  todos, 
También  merezco  menos  que  ninguno. 


IX. 

A  la  hermosura  de  Lisi. 

Es  tan  grande  mi  amor,  oh  Lisi  mia. 
Que  no  podré  explicarle  aunque  más  quiera. 
Porque  si  en  voces  mi  valor  cupiera, 
Ni  de  tí  ni  de  mí  digna  sería. 

A  tu  mérito,  Lisi ,  y  gallardía 
Amor  se  debe  de  más  alta  esfera, 
Y  si  acaso  adorarte  alguien  pudiera 
•Como  mereces,  solo  yo  podría. 

No  es  soberbia,  mi  bien,  no  desvarío 
Del  juicio  perturbado  al  miserable 
Estado  en  que  hoy  se  advierte  mi  albedrío; 

Verdad  es  cierta  y  hecho  incontrastable, 
Pues  si  bien  se  examina  el  amor  mió, 
Tan  sólo  á  tu  belleza  es  comparable. 


X. 

.\mor  verdadero. 

Arde  mi  corazón,  y  su  violento 
Incendio  por  las  venas  se  derrama. 
Siendo  pábulo  noble  de  esta  llama 
Amor  que  en  mis  entrañas  alimento. 

Ardiente  exhalación  es  cada  aliento. 
Que  el  aire  vago  á  su  contacto  inflama. 
Si  es  que  más  propriamente  no  se  llama 
Bostezo  del  volcan  de  mi  tormento  (1). 

Este  es,  Lisi,  mi  amor  voraz  y  activo, 
A  quien  es  imposible  hallar  segundo; 
Milagro  que  obró  en  mí  naturaleza. 

Sujierior  al  amor  más  excesivo, 
^layor  que  cuanto  en  sí  comprende  el  mundo; 
Sólo,  Lisi,  inferior  á  tu  belleza. 


PARÁFRASIS 

de  la  oda  xvi  del  libro  ii  de  Horacio,  que  empieza : 
Otium  divos,  etc. 

Á  GEOSFO. 

Hecho  montes  de  espuma,  el  ancho  Egeo 
Oprime  al  navegante,  mal  seguro. 
En  el  pol)re  bajel,  que  insulta  el  noto; 
Vestida  Febe  dtl  confuso  arreo 
De  negi'as  nubes,  que  en  el  cielo  obscuro 
Ocultan  las  estrellas  al  piloto. 
Con  duplicado  voto 
Invoca  las  deidades, 

Y  maldice,  entre  tantas  tempestades. 
La  ambición,  que  del  ocio  le  retira, 

Y  más  por  él  que  por  su  mal  suspira. 
Los  traces  escuadrones  belicosos , 

Y  los  medos  gallardos  con  su  aljaba. 
Cansados  ya  de  la  prolija  guerra. 
Suspenden  de  los  troncos  victoriosos 
El  arco  y  flechas,  el  escudo  y  clava, 

Y  anhelan  por  el  ocio  de  su  tierra, 
¡Oh  Grosfo!  pues  no  encierra 

La  púrpura  de  Tiro, 

El  oro  rubio  y  el  azul  safiro 

Valor  tan  grande,  que  su  pi'emio  iguale 

La  justa  estimación  que  el  ocio  vale. 

Que  las  riquezas,  que  la  sed  aumentan 
Al  hidrópico  avaro,  y  los  lictores, 
A  cuya  voz  la  plebe  retirada 
Despeja  el  paso  al  Cónsul,  nunca  ahuyentan 
Del  pecho  el  alboroto  y  los  temores 
Que  afligen  la  memoria  lastimada. 
Ni  espantan  la  pesada 
Bandada  de  cuidados 
Que  por  los  techos  de  marfil  labrados 
Vuelan,  y  quitan,  con  pesar  del  dueño. 
Sosiego  á  la  alma,  y  á  los  ojos  sueño. 

Aquel,  sí,  vivirá  sin  competencia, 
En  cuya  mesa,  rica  de  contento, 
Si  pobre  de  manjares,  aparece 
Sabroso  plato  de  paterna  herencia, 

Y  hace  del  ocio  su  mayor  sustento, 
Al  paso  que  regalos  no  apetece. 

Y  si  al  sueño  se  ofrece , 
Ni  la  ambición  le  incita. 

Ni  del  oro  la  sed  le  solicita  ; 
Antes  en  quieta  apetecible  calma 
Descansa  el  cuerpo  y  se  susjjende  el  alma. 

¿Qué  nos  cansamos,  pues  la  vida  es  corta, 
En  codiciar  con  peligroso  engaño 
Cosas  tan  varias,  pues  nos  bastan  menos? 

ÍY  para  qué  el  mudarnos  nos  importa 
)e  nuestro  reino  proprio  al  reino  extraño, 
Que  así  atrevidos,  de  codicia  llenos, 
Rompiendo  al  mar  los  senos, 
Corre  nuestra  osadía 
De  donde  nace  adonde  muere  el  dia? 
Pues  ¿quién,  aunque  camine  á  otras  regiones, 
Ha  dejado  en  su  patria  sus  pasiones? 

(1)  Este  verso  demuestra  que,  á  pesar  del  adelanto  de  los  tiem- 
pos, no  estiiba  el  gongorismo  enteramente  desterrado. 


2JL' 


DON  VICENTE  GARCÍA  DE  LA  HÜEKTA. 


Lleva,  cuando  «e  embarca,  el  pasajero 
El  cuidado  á  la  nave,  y  le  acompaña, 
yin  que  de  el  se  divida  eternamente; 
Sigue  también  al  escuadrón  ligero 
De  caballos  que  corre  la  campaña, 
No  sé  si  más  veloz  y  diligente 
Que  á  la  templada  fuente 

Huye  herida  la  cierva, 

Que  apenas  huella,  de  temor,  la  yerba, 

O  más  que  el  curo,  que  con  furia  brevo 

Turbando  el  ciclo,  tempestades  mueve. 
Con  los  presentes  bienes  satisfecho. 

El  ánimo  dc.-preoie  la  esperanza 

De  los  que  han  de  venir  y  llegan  tarde, 

y  temple  en  dulce  risa  alegre  el  pecho 

El  llanto  amargo,  sin  hacer  mudanza 

Ni  sujetarse  al  mal  como  cobarde; 

Poniue  no  es  justo  aguarde 

Siempre  de  la  f<jrtuna 

Feliz  suceso  sin  desgracia  alguna; 

Que  no  hay  cosa  mortal,  por  ningún  modo. 

Que  se  pueda  llamar  dichosa  en  todo. 
Al  claro  Aquiles,  aunque  joven  fuerte. 

Hijo  de  Tétis  y  de  Troya  espanto,. 

Alevosía  aiTcljató  traidora, 

Y  su  pri>lija  edad,  si  no  la  muerte, 
A  Titon  consumió,  estimado  tanto 
De  la  que  jjnr  Mcmnon  aljófar  llora. 

Y  por  ventura  ahora 
La  voluntad  divina. 

Por  vuestro  mal,  á  mi  favor  se  inclina, 

Y  con  el  ticm]io,  (jue  volando  llega, 
Venturas  me  dará  que  á  vos  os  niega. 

Ahora  para  vuestro  lucimiento 
Braman  las  vacas  de  Sicilia,  gruesas, 

Y  en  cien  manadas  cubren  los  valdíos, 

Y  de  cabras  y  ovejas  otras  ciento 
Pacen  el  verde  adorno  á  las  dehesas 

Y  agotan  los  cristales  á  los  rios, 

Y  con  gallardos  bríos 

Y  relincho  bizarro 

Tasca  el  caballo  el  freno  á  vuestro  carro, 

Y  para  que  os  vistáis  le  da  á  la  lana 
Duplicado  color  la  tiria  gi-ana, 

A  mí  la  suerte,  que  con  todo  puede. 
Con  mano  cortamente  dadivosa 
Me  dio  un  pequeño  campo,  que  poseo, 

Y  un  espíritu  noble  me  concede 
Para  imitar  la  citara  famosa 
De  Píndaro,  Simónides  y  Alceo, 

Y  un  inmortal  deseo 
De  despreciar  no  poco 

El  vulgo  necio,  maldiciente  y  loco, 
Que  no  están  de  su  lengua,  si  murmura, 
Libre  inocencia  ni  bondad  segura. 

TRADUCCIÓN 

de  un  posnjc  de  Ovidio  en  el  libro  xiii  de  los  Mclamorfoses  (i). 

¿De  qué  servia  tu  valor  entonces. 
Cuando,  si  bien  mis  hechos  examinas. 
Era  mi  diligencia  y  mi  cuidado 
El  gobierno  total  de  la  milicia? 

Uso  de  estratagemas,  porque  en  ellas 
Pereciesen  las  haces  enemigas, 

Y  formando  trincheras,  se  aseguran 
Los  campos  nuestros  por  industria  mia. 

Con  blando  estilo,  con  palabras  suaves 
Reduzco  á  muchos  que,  de  la  fatiga 
De  la  guerra  cansaílos,  proyectaban 
Desamparar  las  destrozadas  filas. 

Mi  astucia  y  arte  con  igual  acuerdo 
Víveres  á  las  tropas  facilita, 
Formando  ingenios  y  armas,  con  que  puedan 
Aventajarse  á  las  troyanas  iras. 

¿Qué  hace,  pregunto,  tu  valor  entonces? 
Tan  Sillo  p>  lear;  pues  tu  osadía, 
Sin  arte  y  sin  prudencia  discurriendo. 
Va  por  donde  el  furor  la  precipita. 

A]  Quls  liiu.iusin  crat?  ele. 


VARIAS  TRADUCCIONES 

DE    FRAGMENTOS    DE    ALGUNOS    POKTAS    KIIANCESES. 

FRAGMENTO  1. 

En  sistemas  sutiles 
No  malogres  el  tiempo, 
Ni  en  brillantes  discursos, 
Que  jamas  te  darán  luz  ni  provecho. 

Confiesa  tu  ignorancia 
Sin  rubor  ni  recelo. 
Supuesto  es  á  tí  mismo 
Arcano  todo  en  tí,  todo  misterio. 

¿Y  queremos,  osados, 
Que  á  tan  viles  sujetos 
El  árlñtro  del  mundo 
Descubra  sus  designios  y  proyectos?' 

FRAGMENTO   II. 

De  los  misterios  santos 
La  oscuridad  augusta, 
Dócil  y  humilde  adoro, 
Sin  que  esto  me  avergüence  ni  confiinda. 

Contra  el  Señor  supremo 
Jamas  armo  disj)utas, 
Pues  para  conocerle 
¿Quién  me  podrá  alumbrar,  si  él  no  me  alumbra? 

El  dice,  y  yo  lo  creo. 
Que  sin  vergüenza  alguna 
De  su  Autor  á  las  plantas 
•  Se  rinde  la  razón  que  más  presuma. 

FRAGMENTO   III. 

¿Ves  aquel  libertino 
Que  en  público  declama 
Contra  aquel  Dios,  que  él  mismo 
Cree  y  reconoce  allá  dentro  del  alma? 

Esta  verdad  que  él  siente, 
Al  punto  pregonara. 
Si  el  miedo  de  la  mofa 
De  sus  falsos  amigos  le  dejara, 

Y  así,  cuando  á  los  cielos, 
A  Dios  mismo  amenaza, 
De  infame  cobai'día 
Son  movidas  sus  obras  y  palabras. 

FRAGMENTO   IV. 

Gran  Dios,  son  tus  decretos 
Llenos  de  equidad  santa, 

Y  tu  mayor  delicia 

Haces  de  ser  propicio  á  nuestra  causa. 

Mas  tantas  son  mis  culpas. 
Que  si  me  perdonara 
Tu  bondad  mis  delitos, 
Tu  divina  justicia  quebrantaras. 

Mi  inicjuidad  enorme 
La  compasión  aparta, 

Y  elección  no  te  deja, 

Bi  no  es  para  el  castigo  que  me  aguardn. 

A  tu  interés  se  opone 
Mi  dicha  y  mi  esperanza, 

Y  tu  misma  clemencia 
Parece  exige  mi  total  desgracia. 

Truena,  hiere,  ya  es  tiempo; 
Guerra  á  guerra  rechaza; 
Que  yo,  aun  muriendo,  adoro 
La  razón  que  te  inspira  la  venganza. 

Mas  ¿  sobre  cuál  paraje 
Caerá  el  rayo  que  lanzas. 
Que  no  se  halle  teñielo 
De  Cristo  con  la  sangi-c  sacrosanta? 

FRAGMENTO  V. 

Son,  pecador,  mis  juicios 
Llenos  de  equitlad  santa, 

Y  mi  mayor  delicia 

Hago  de  ser  propicio  á  vuestra  causa. 

Sin  herir  mi  justicia. 
Mi  bond.ad  se  declara. 
Por  más  culpas  que  tenga, 
Por  aquel  que  ha  empezado  á  detestarlas. 


Así  de  tus  delitos 

La  más  pesada  carga 

Asombrarte  no  debe,  [da. 

Ni  el  temor  del  castigo  que  te  aguar- 
Mi  interés  verdadero 

De  tu  dicha  se  labra , 

Pues  nunca  he  iDermitido 

Perezca  aquel  que  arrepentido  clama. 
Contento,  mis  deseos 

Y  mi  gloria  se  ensalza 
Al  verte  tan  contrito 

Con  el  copioso  llanto  que  derramas. 

Concédote  gustoso 
La  paz,  más  gxaerra  no  haya, 

Y  adora,  como  debes  , 

De  mi  severidad  la  justa  causa. 

Pues  que  sobre  el  rebelde 
Solamente  descargan 
Mis  iras,  y  en  él  vengo  [ta. 

Del  Dios-Hombre  la  sangi-e  sacrosan- 


ROMANCE 

leido  por  el  autor  en  la  junta  pública  de  la 
Real  Academia  de  San  Fernando  de  17  de 
Jubo  de  1784  a.'. 

En  las  orillas  del  rio 
Que  del  Morcuera  (2)  desciende 
A  rendir  tributo  á  Carlos 
En  sus  derretidas  nieves , 

Y  rondando  el  alto  muro 
De  su  generoso  albergue. 
Por  besarle  el  pié  al  Jarama 
Va  ufano,  aunque  va  á  su  muerte, 

Reposaba  acaso  Hortelio, 
Aquel  que  en  sus  años  verdes 
Con  su  amor  y  su  armonía 
Solemnizo  sus  corrientes. 

Aquel  que,  al  cantar  sus  penas, 
Por  sentirlas  y  atenderle, 
Oyentes  tornó  los  troncos, 
Vocales  los  aires  leves. 

Apenas,  pues,  de  Morfeo 
Disfrutaba  los  placeres 
(Que  pocas  veces  se  niegan 
Al  que  de  ambición  carece). 

Su  vagante  fantasía 
Pulsa  repentinamente 
Sordo  rumor,  que  de  cerca 
Algún  portento  previene. 

Crece  el  estrépito,  y  cuando 
Le  hace  el  pavor  que  despierte, 
Al  extraordinario  espectro 
Más  y  más  su  asombro  crece. 

En  un  profundo  remanso, 
Que  acaso  ó  próvidamente 
Cavaron  del  rudo  invierno 
Las  avenidas  perennes; 

Sobre  el  vegetable  trono 
Que  forma  un  flotante  césped , 
Carro  triunfal  que  las  aguas, 
Si  no  le  arrastran ,  le  mecen ; 

Se  ostenta  el  anciano  rio, 
Apoyado  en  urna  breve , 
De  cuyo  seno  el  raudal 
De  fluvial  linfa  procede. 

Undantes  barba  y  cabello, 
Espalda  y  pecho  humedecen, 
Y  en  fe  de  ser  Manzanares, 
Ciñe  diadema  sus  sienes. 

Juncos,  mimbres  y  espadañas. 
Enlazados  diestramente 
(Obra  de  sus  ninfas  bellas). 
Natural  dosel  le  tejen. 

Túrbase  Hortelio  á  su  vista, 


(1)  Este  romance  no  fué  incluido,  por  sor 
de  época  posterior,  en  las  Obras  poclicas  de 
Huerta,  publicadas  en  177S. 

(2)  Monte  en  la  siena  de  r.uadanama,  en 
cuyas  cercanías  nace  el  rio  Manzanares. 


ROMANCES, 

No  porque  el  susto  le  aterre. 
Sino  porque  á  lo  sagrado 
Tal  veneración  se  debe. 

Y  previniendo  el  oido 
Al  grande  oráculo,  siente 
Que  del  hondo  pecho  el  numen 
Tales  voces  desenvuelve  : 

((  Hortelio,  pues  que  los  dioses 
Me  permiten  (jue  intei-prete 
Las  alegres  esperanzas 
De  los  arcanos  celestes, 

»Parte  á  Mantua,  donde  á  Carlos 
Consagrando  afectos  fieles, 
Exhala  el  jiucblo  en  su  gozo  (3) 
La  llama  leal  que  le  encieiule; 

«Donde,  á  pisar  del  carácter, 
Todo  español  enloquece, 
Y  aun  no  es  al  grande  motivo 
Demostración  competente, 

))Cuando  la  divina  Luisa, 
La  alta  estir]ie  de  los  héroes, 
Con  duplicados  renuevos 
Replanta  tan  felizmente. 

))Allí  hallarás  congregada, 
De  Minerva  en  los  retretes, 
A  su  más  querida  alumna, 
La  Academia  Matritense, 

))Que  coronando  sus  triunfos 
A  buriles  y  pinceles, 
A  escuadra  y  cincel,  á  un  tiempo 
Sus  lides  dirime  y  mueve. 

))Allí  hallarás  dispensando 
A  las  artes  excelentes , 
A  la  nobleza  y  la  ciencia, 
Su  favor  concordes  siempre. 

))Allí  hallarás  al  ilustre 
Mecenas  {i)  que  las  protege 
Por  el  augusto  de  Esjjaña, 
A  cuyo  influjo  florecen. 

«Acpiel  de  quien  al  Segura  (5) 
Más  el  mérito  ennoblece 
Que  las  inmensas  riquezas 
Que  él  presta  á  Vertumno  y  Céres. 

«Aquel  rpie  aun  cuando  á  su  estudio 
El  renombre  no  debiese 
De  sabio,  cpic  se  ha  adquirido 
Tan  común  y  justamente, 

))La  protección  que  dispensa 
Al  sabio,  es  fuerza  le  diese 
En  el  templo  de  los  sabios 
El  lugar  más  preeminente. 

«Hallarás,  en  ñn,  allí 
Concurso  ilustre ,  que  ofrece , 
En  sus  deseos  curiosos. 
Un  premio  de  nueva  especie. 

«Diráslos,  pues,  cómo  el  cielo. 
Propicio  á  España,  promete 
Por  iDremio  de  las  virtudes 
Que  en  su  gi-an  Rey  resiilandcccn, 

«Abundancias  y  venturas, 
Fijos  y  durables  bienes. 
Constante  paz  y  victoria 
De  sus  contrarios  rebeldes. 

«Dirás  que  del  formidable 
Naval  armamento  espere 
A  su  acertado  destino 
Sucesos  correspondientes. 

«Que  el  mallúri[uin  valeroso. 
Cuyo  esfuerzo  y  nombre  temen , 
Como  el  candido  britano, 
Los  tostados  bereberes, 


.  (5)  Al  tiempo  que  se  escribía  esto,  se  es- 
taban solemnizando  el  nacimiento  de  los 
señores  infantes  Carlos  y  Felipe,  y  la  glo- 

I  riosa  paz  con  Inglaterra. 

14)  El  excelentísimo  señor  Conde  de  Flo- 
ridablanca,  protector  de  la  Academia. 

to)  líio  que  pasa  por  la  ciudad  de  .Murcia, 
patria  de  su  excelencia,  con  cuyas  a^'uas  se 
riega  su  famosa  huerta  y  la  de  Oriliucla, 
de  asombrosa  feracidad. 


233 

«Venciendo  al  viento  lo  adverso, 
Menospreciando  accidentes 

Y  atropellando  peligros. 

Que  el  temor  aljulta  ó  miente, 

))Sulfúrcos  globos  arroja, 
Tempestad  de  rayos  llueve 
Sobre  la  pérfida  Argel, 
Quf  ya  en  sus  ruinas  se  envuelve  (G); 

«Y  nuevamente  abrasada 
La  ladronera  insulinte. 
Vuelve,  dando  al  fresco  viento 
Los  triunfantes  gallardetes. 

«Dirás  que  esiiere  de  Luisa 
Hermosa  y  prolija  serie 
De  benéficos  monarcas 

Y  de  guerreros  valientes, 

«Que  al  claro  abuelo  imitando. 
De  Borbim  el  nombre  lleven 
A  los  últimos  confines 
Donde  el  sol  su  luz  extiende ; 

«Que  los  sublimes  ingenios, 
Que  el  premio  ilustra  y  promueve. 
De  celebrar  sus  hazañas 
A  la  grande  obra  se  apresten  : 

«La  pintura  con  colores. 
La  escultura  con  cinceles, 
El  grabado  con  buriles 
Las  eternice  y  conserve ; 

«Pues  el  cielo  determina 
Que  sus  altos  hechos  queden 
Para  ejemplo  de  los  siglos 

Y  admiración  de  las  gentes.» 
Dijo,  y  calándose  al  fondo. 

La  visión  desaparece , 
Pues  removidas  las  aguas , 
Perdieron  lo  transparente. 

Vuela  en  las  alas,  Hortelio, 
Del  fino  amor  cjue  le  impele, 

Y  trasladando  al  papel 
El  gran  suceso,  obediente. 

Le  presenta  á  la  Academia, 
Porque  así  más  se  celebi-e 
Con  su  afecto  y  numen,  menos 
Dichosos  que  reverentes. 


ROMANCE. 
(Imitación  de  don  Luis  de  Gongora.l 

Por  cabo  de  cien  jinetes 
El  noble  Cíutierre  marcha 
Sobre  el  campo  de  Ciumiel 
Desde  la  Fuerza  de  Aranda  ; 

El  más  valiente  caudillo 
De  cuantos  ve  la  campaña 
Desde  el  Duero  al  claro  Tónnes, 
Desde  el  Pisuerga  al  Adaja. 

Monta  luia  manchada  yegua, 
Que  riberas  del  Riaza 
Nació,  á  ser  exhalación, 
Y  asombro  de  las  comarcas. 

Lleva  pendiente  del  hombro 
Una  berberisca  adarga, 
A  Celin  ganada,  jeiiue 
De  Medina  y  Almenara. 

En  la  vigorosa  diestra, 
Defensa  ya  de  su  patria. 
Rige  el  animoso  jí'iven 
Un  recio  roble  por  asta. 

Una  ancha  cuchilla  ciñe, 
En  mil  rencuentros  jorobada, 
C'ontra  las  vidas  alarljes 
Fatal  segur  de  la  Parca. 

Sale,  23ues,  tan  orgullosa 
La  juventud  castellana, 


fCi  La  relación  inserta  en  la  Gaceta  de.  iía- 
í/r/í/ de 'lude  .lulio  de  este  aíio  (17S4),  con- 
lirma  el  acierto  del  (  ráculo, \)\i(ts  dice  que  e! 
día  12  encendieron  nuestras  bombas  á  Ar- 
Kel,  cuyo  incendio  duró  hasta  las  cuatro  de 
la  tarde  desde  'as  ocho  del  mismo  día. 


234 

Que  á  mirar  su  bizarría 
Suspende  el  Duero  sus  aguas. 

Los  generosos  caballos 
Marcial  müsica  compasan, 
Al  sún  del  hierro  que  imprimen 

Y  al  son  del  hierro  que  tascan. 
Ya  descubren  de  Cíumiel 

Las  ardiente.s  atalayas, 

Y  en  Ins  cultivatlos  campos 
Las  adultas  mieses  talan. 

Sintiendo  el  rebato  Hizán, 
Presuroso  se  levanta 
A  los  brazos  de  la  muerte, 
De  los  brazos  de  Baraja; 

Daraja,  deidad  morisca, 
De  cuyo  amor  á  las  aras 
•Seis  años  fueron  de  Ilizán 
Servicios  ofrendas  vanas. 

Al  primer  paso  tropieza, 

Y  requiriendo  las  ai-mas. 
Herida  la  diestra  mano. 

Con  sangre  el  estrado  mancha. 

Túrbase  la  bella  mora 
Con  señales  tan  infaustas, 

Y  de  tan  tristes  acasos 
Tristes  vaticinios  saca. 

Enmudécela  el  dolor; 
Pero  una  sola  mirada 
Dijo  de  una  vez  más  cosas 
Que  dijeran  mil  palabras. 

Cadenas  hace  sus  brazos , 
Que  el  cuello  de  Hizán  enlazan , 

Y  de  sus  lági-imas  tiernas 
Segundas  cadenas  labra. 

Mas  viendo  el  valiente  moro 
Que  hace  ya  en  el  campo  faltfi, 
Sus  lágrimas  ri']irimiendn, 
Así,  al  despedirse,  la  habla  : 

«No  temas,  Daraja  bella, 
Que  á  los  enemigos  salga  : 
Que  á  quien  venció  tus  desdenes, 
Xo  habrá  que  resista  nada.» 

Salió  al  campo,  y  don  Gutierre 
Al  encuentro  se  adelanta, 

Y  de  los  demás  seguido. 
La  sangi-ienta  lid  se  traba. 


DON  VICENTE  UAIiClA  DE  LA  HUERTA. 


ROMANCE  IL 

El  africano  alarido 

Y  el  ronco  son  de  las  armas 
En  los  valles  de  Gnmiel 
Eran  saludos  del  alba. 

Que  á  ser  testigo  salía 
De  las  victorias  que  alcanzan 
Contra  las  infieles  lunas 
Las  cuchillas  castellanas. 

Cuando  el  valeroso  Hizán 
Sobre  una  fogusa  alfana. 
Regalo  de  Hacen,  alcaide 
De  Font-Haeén  y  la  Adrada, 

Desnudo  el  nervioso  brazo, 

Y  el  albornoz  á  la  espalda, 
Esgi-ime  la  muerte  eu  una 
Tunecina  cimitarra. 

Crece  la  sangrienta  lid, 

Y  el  suelo  de  sangre  empapan 
I^as  azagayas  moriscas 

Y  las  españolas  lanzas. 
Bórdase  el  campo  á  colores. 

Que  antes  fué  todo  (scarlata. 
De  turbantes  y  almaizares, 
De  aljaiduces  y  almalafas. 

Los  golpes  de  las  cuchillas, 
(;uand(j  hieren  ó  reparan. 
El  vecino  monte  atruenan 

Y  el  turbado  ambiente  inflaman. 
Anima  Hizán  á  los  suyos 

Con  su  ejemplo  y  hus  palabras, 

Y  el  valiente  don  (iutierre, 
Cuanto  Hizán  anima,  mata. 


Y  cada  español  presume 
Que  él  solo  por  sí  bastara 
A  derribar  de  Gumiel 
Las  enemigas  muialla.s, 

Y  á  coronar  por  sí  solo, 
Según  fia  de  su  espada, 
De  cabezas  berberiscas 
Las  almenas  de  su  patria.  ' 

Ni  el  número  superior 
Sus  alientos  acobarda; 
Que  á  contrarestar  á  muchos 
Tocos  con  justicia  bastan. 

Llena  de  horror  á  este  tiempo, 
lia  bellísima  Daraja 
Con  sus  pensamientos  tristes 
También,  dudosa,  batalla. 

Deja  el  ya  enfadoso  lecho, 

Y  á  una  ton-e  de  su  casa. 

Más  que  el  tierno  amor  la  guia, 
El  duro  temor  la  arrastra. 

Descubre  el  sangriento  campo, 

Y  las  haces  mahometanas. 
Más  que  vencidas,  deshechas. 
Dan  á  la  fuga  las  plantas. 

Descubre  al  gallardo  Hizán , 
Que  él  solo  la  lid  restaura, 

Y  cuanto  con  ignominia 
Sus  soldados  desamparan; 

Y  en  lágrimas  y  suspiros 
Abre  salida  á  sus  ansias ; 
Unos,  cual  su  amor,  ardientes. 
Otras,  cual  su  pena,  amargas. 

El  corazón  en  el  pecho 
Con  tanta  zozobra  salta, 
Que  parece  pronostica 
Las  desdichas  que  le  aguardan. 

Al  tiempo  que  don  Gutierre 
Entre  todos  se  señala, 

Y  por  largo  trecho  siembra 
De  víctimas  la  campaña ; 

Viendo  ya  que  la  victoria 
Orlar  sus  sienes  prepara, 

Y  que  solo  Hizán  sustenta 
La  ya  perdida  batalla. 

Por  entre  los  enemigos 
Cual  rayo  ardiente  se  lanza, 

Y  todo  cuanto  resiste 
Atropella  y  desbarata. 

Huye  el  rigor  de  su  brazo 
La  berberisca  canalla, 

Y  el  que  no  huye  de  su  vista. 
Es  que  el  temor  le  embaraza. 

Entonces  el  bravo  Hizán, 
Con  furia  desesperada, 
Al  ver  cómo  don  Gutierre 
Tan  reciamente  le  carga. 

Feroz  le  sale  al  encuentro, 
Mas  con  suerte  tan  escasa. 
Que  antes  de  sentir  el  golpe, 
Grabó  en  el  suelo  la  estampía. 

En  el  animoso  pecho 
Abrió  el  hierro  puerta  ñ-anca, 

Y  tan  capaz  como  acaso 

La  abrió  la  envidia  en  el  alma. 

Las  rotas  calientes  venas 
Purpúreos  raudales  manan, 
Que  segunda  vez  tiñeron 
Las  rojas  flores  de  grana. 

Al  espectáculo  triste , 
Un  mortal  desmayo  embarga 
De  la  amante  mora  bella 
Las  más  envidiables  gracias  ; 

Y  tanto  el  dolor  creció. 
Que  no  cabiendo  su  extraña 
Pasión  en  todo  su  pecho. 

La  ahogaron  sus  mismas  ansias. 
Murió,  pues,  dejando  ejemplo 
Que  de  amor  la  fuerza  V)landa 
En  el  pecho  más  esquivo 
Más  profundamente  labra. 

Y  los  fuertes  castellanos. 
Gloriosos  de  su  jornada 


Y  ricos  de  gozo,  vuelven 
A  ver  los  muros  de  Aranda. 


ROMANCE  AMOROSO. 

Bosques  y  selvas  del  Pardo, 
Que  con  cristalinas  aguas 
El  humilde  Manzanares 
Riega,  fecunda  y  regala; 

Arboles  que  tantas  veces 
Me  habéis  escuchado,  y  tantas 
Ayudádome  á  sentir 
Mis  congojas  y  mis  ansias; 

Frescos  valles  que  albergáis 
En  las  floridas  estancias 
La  causa  de  mis  desdichas, 
Si  bien  inocente  causa; 

Estadme  otra  vez  atentos. 
Si  por  ventura  no  os  cansa 
El  escuchar  tantas  veces 
Quejas  que  nunca  se  acaban, 

A  vosotras,  mudas  selvas, 
Las  fio,  porque  callarlas 
Sabréis,  si  es  que  aun  á  los  mudo3 
Se  debe  tal  confianza. 

Oídme,  pues,  así  Lisi, 
Deidad  de  aquestas  comarcas. 
Muchos  siglos  os  liorezca 
Con  su  vista  y  con  su  planta; 

Así  de  su  sol  hermoso 
Gocéis,  y  vuestras  campañas 
A  sus  ojos  y  á  su  pié 
Deban  primaveras  largas. 

Así  adorne  vuestros  valles 
Con  su  gentileza  y  gala, 

Y  así  por  ella  os  envidien 
Esas  altivas  montañas. 

Lastimaos  de  mí  vosotras , 

Y  á  f e  que  estáis  obligadas. 
Si  no  queréis  de  esta  vez 
Acreditaros  de  ingratas. 

Ya  sabéis,  selvas  amigas. 
Con  cuánta  pasión,  con  cuánta 
Terneza  tengo  á  los  ojos 
De  Lisi  rendida  el  alma. 

Ocioso  será  pintaros , 
Pues  la  habéis  visto,  sus  raras 
Perfecciones,  su  hermosura, 
Su  discreción  y  sus  gracias. 

Baste  deciros  que  no  hay 
Desde  el  Tajo  al  Guadarrama 
Pastor  que  á  su  gentileza 
No  consagre  oñ-endas  vanas. 

Los  más  gallardos  zagales, 
Que  de  libres  blasonaban, 
Tienen  ya  de  su  esquivez 
Las  voluntades  esclavas. 

No  se  oyen  en  estos  cotos 
Sino  las  quejas  que  lanzan 
Zagales  enamorados 
De  finezas  mal  pagadas. 

Los  árboles,  las  arenas 
En  sus  cortezas  y  playas 
El  dulce  nombre  de  Lisi 
Distintamente  trasladan. 

Los  arroj'os  la  enamoran 

Y  lascivamente  labran 

De  su  murmurio  las  voces. 
Con  que  su  amor  la  declaran. 

Las  ninfas,  que  de  los  fresnos 
Viven  las  frescas  moradas. 
Aficionadas  á  Lisi, 
La  hacen  dosel  de  sus  ramas. 

Y  las  que  el  anciano  rio 
Habitan,  cuando  ella  pasa, 
Del  vado  margen,  á  verla, 
La  frente  húmeda  levantan. 

El  mismo  céfiro  blando, 
A  Flora  la  fe  negada , 
Viste,  en  obsequio  de  Lisi , 
Nueva  hermosura  á  sus  alas. 


Hasta  los  robustos  robles , 
Con  blandura  extraordinaria, 
Cuando  ven  á  Lisi ,  humillan 
A  sus  pies  la  copa  anciana. 

Los  inocentes  corderos 
Aprenden  de  quien  los  guarda 
A  publicar  en  balidos 
De  Lisi  las  alabanzas. 

Todo,  en  fin,  respira  amor 
Esta  selva,  sus  cabanas 
De  amorosas  invenciones 
La  humilde  fábrica  esmaltan. 

En  los  gabanes  belludos 
Amantes  cifras  se  enlazan, 
Vistiéndose  los  zagales 
Su  misma  pasión  por  gala. 

Sola  Lisi  exenta  vive 
De  este  cuidado,  y  no  basta 
Tanto  amor,  tanta  fineza, 
A  hacerla  menos  tirana. 

Si  oye  suspiros,  la  enojan, 
Finezas  la  desagradan. 
Sentimientos  no  la  obligan, 
Y  elogios  suyos  la  agravian. 

¿Qué  haré,  pues,  selvas  amig:;3, 
En  confusión  tan  extraña  ? 
■  Mas  oh,  qué  ciegas  Locuras, 
Pedir  á  un  mudo  palabras! 

;Qué  me  habéis  de  aconsejar, 
Selvas,  si,  por  mi  desgracia. 
Aunque  compasión  os  sobre. 
La  lengua,  selvas,  os  falta? 

Pero  si  bien  interpretan 
Vuestro  silencio  mis  ansias, 
¡Cuánto,  siendo  mudo,  enseña! 
¡Cuánto  dice  cuando  calla! 

Ya ,  en  fin ,  con  vuestro  silencio 
5Ie  respondéis  que  me  valga 
Del  consejo  de  callar. 
Invención  de  amor  tirana. 

Ame  fino,  ame  constante. 
Sirva  y  merezca,  y  no  salga 
Al  labio  el  volcan,  el  fuego. 
Por  más  que  se  abrase,  al  alma. 

Vea  Lisi  y  vea  el  mundo 
Que  aquel  que  más  la  idolatra, 
Por  no  ofenderla,  reprime 
El  ardor  en  que  se  abrasa. 

Y  que  antes  morirá  Fabio 
De  amor  á  la  ardiente  llama, 
Que  importune  por  remedio 
A  quien  tanto  incendio  causa. 


IDILIO  PASTORAL. 

Ya  que  he  quedado  en  donde 
Podi-á  escucharme  sólo 
El  profundo  silencio 
De  estos  bosques  umbrosos, 

Y  donde  son  testigos 
De  los  males  que  lloro 
Solamente  los  sauces. 
Las  aves,  los  arroyos; 

En  tanto  que  de  Lauso 
Al  dulce  cuello  logro 
Ser,  por  fin  de  mis  penas. 
Lo  que  la  hiedra  al  olmo; 

Salgan  al  aire  quejas 
Que  mi  pecho  amoroso 
Ocultas  ha  tenido 
Tan  largo  tiempo  á  todos. 

Tirana  suerte  mia 
(Mejor  tlijera  monstruo; 
Que  bien  merece  el  nombre 
Tu  ceño  riguroso). 

Ya  estará  satisfecha 
Tu  saña  en  los  oprobios 
A  que  me  has  conducido, 
Atroces  y  afrentosos. 

¿  No  te  bastó  traerme, 
Después  de  tan  notorios 


IDILIOS. 

Desastres,  infortunios. 
Pesadumbres  y  ahogos, 

Adunde,  desterrada 
De  mi  patria,  aun  no  gozo 
Seguridad  siquiera 
Del  riesgo  á  que  me  robo  ? 

Pensé  que  en  estos  bosques 
Encontraran  jiiadoso 
Asilo  mis  desdichas. 
Término  mis  sollozos; 

Y  apenas  en  su  margen 
El  pié  mal  firme  pongo, 

Y  de  pasados  sustos 
Apenas  me  recobro, 

Cuando  más  riesgos  siento, 
^layor  peligi'o  corro; 
Ilailando  al  que  aborrezco. 
Cuando  busco  al  que  adoro. 

Anñ-iso  y  Lauso...  ¡Oh  cielos. 
Con  qué  placer  y  enojo 
El  nombre  de  éste  explico, 

Y  el  nombre  de  aquél  formo! 
¡Qué  extremos  tan  distantes, 

Contrarios  y  remotos! 
¡  Qué  grato  y  dulce  el  ixno. 
Qué  aborrecible  el  otro! 

,En  sueños  me  amenaza 
(Aun  ahora  me  asombro) 
De  Anfriso  el  duro  acero. 
Vengativo  y  furioso. 

Y  en  medio  de  la  dulce 
Tranquilidad  que  logro 
En  esta  amena  selva, 
Desde  que  en  ella  moro, 

Me  asalta  la  m'  moria 
El  pesar  envidioso; 
Que  nunca  son  cumplidos 
Del  infeliz  los  gozos. 

Si  dueraio,  me  interrumpe 
La  quietud  y  reposo 
La  imagen  de  mi  muerte. 
Que  me  amenaza  en  todo. 

El  bosque  me  amedrenta. 
Pues  por  doblarme  asombros. 
Parece  que  produce 
Anfrisos  do  sus  troncos. 

Ni  á  lamentar  me  atrevo 
Mis  males  lastimosos ; 
Que  la  voz  y  la  lengua 
Anuda  el  miedo  proprio; 

Temiendo  que,  contrario, 
El  eco  misterioso 
Distintas  lleve  á  Anfriso 
Las  cláusulas  que  rompo. 

Si  el  céfiro  se  mueve 
Entre  el  boscaje  tosco, 

Y  como  suele,  forma 
Estrépitos  sonoros. 

Huyendo  amedrentada. 
Me  fingen  mis  antojos 
Amenazas  de  Anfriso 
Del  céfiro  los  soplos. 

Pero  entre  tantos  .sustos. 
Que  á  cada  paso  toco, 

Y  á  tantas  desventm-as 
Que  me  cercan  cu  torno, 

Una  dicha  prefiero. 
Un  placer  antepongo, 
Estrella  en  los  naufragios 
En  que  gimo  y  zozobro. 

Pues  de  Lauso  la  vista, 
Que  á  tanta  costa  compro. 
De  penas  y  desastres 
Minora  mis  ahogos 

Con  la  dulce  esperanza 
De  los  fines  dichosos 
Que  tanto  amor  merece. 
Pues  espero  y  conozco      [me  enojos. 

Que  no  siempre  han  de  ser,  por  dar- 
Mi  estrella  adversa,  el  cielo  riguroso. 


236 


IDILIO  IL 

Pues  desde  aquí  descubro 
La  amada  concha  bella 
En  que  se  deposita 
La  más  brillante  perla; 

Mientras  el  sol  ardiente 
En  la  abrasada  siesta 
Recoge  por  las  sombras 
Rabadanes  y  ovejas, 

Y  mientras  las  zagalas. 
Temiendo  las  ofensas 
Del  ardiente  solano. 

Que  en  las  flores  se  venga. 
En  los  albergues  frescos 
Pacificas  sosiegan, 
Y  al  robusto  ejercicio 
Dan  apacibles  treguas, 

Y  cu  tanto  que  en  sus  nidos 
Descansan  las  parleras 
Avecillas  canoras 

De  aquestas  dulces  selvas, 

Y  hasta  los  mismos  brutof 
En  sus  hondas  cavernas. 
Del  sol,  que  los  abrasa, 
Evitan  la  violencia, 

Y  mientras  que  las  aguas 
De  las  fuentes  risueñas 
Con  su  rumor  tem])lado 
También  del  sol  se  (luejan, 

Que  con  activos  rayos. 
Haciéndolas  que  pierdan 
Su  natural  frescura, 
Las  fulmina  y  calienta; 
Cuando  descansan  todos, 
I  Mi  amor  despierto  vela. 
Sin  que  á  tomar  descanso 
El  ejemplo  le  mueva 

De  ovejas,  rabadanes. 
Aves,  fuentes  y  fieras; 
Que  no  admite  sosiego 
Aquel  que  ama  de  veras. 

Del  dulce  dueño  mió 
Amante  centinela 
(Que  taml)ien  se  milita 
De  amor  en  las  banderas). 

Intentarán  en  vano 
Del  sol  las  iras  fieras 
Que  desampare  el  puesto 
Que  amor  guardar  me  ordena; 

Que  el  pecho,  endurecido 
A  tantas  inclemencias 
I  Con  que  el  rigor  me  trata 
De  mi  contraria  estrella, 
I      No  recela  intemperies ; 
'  Pues  su  valor  se  i^recia 
De  haberse  endurecido. 
De  desdichas  á  prueba. 

Ni  el  riguroso  invierno, 
Cuando  con  nieve  densa 
O  densa  niebla  cubre 
El  orbe  de  la  tierra, 

O  el  Aquilón  horrendo 
En  pueblos  y  florestas 
Altas  torres  derriba, 
Ancianos  robles  vuelca, 

Y  cuando  el  duro  hielo 
Con  rigurosa  fuerza 
Abrasa  y  anií^uila 
Las  más  adultas  yerbas, 
Podrán  de  mis  intentos 
Hacer  que  un  paso  tuerza, 
Pues  no  son  poderosos , 
Por  más  rigor  que  tengan, 

Inviernos,  aquilones. 
Hielos,  nieves  y  nieblas, 
A  que  de  intento  mude 
Aquel  que  ama  de  veras. 

Testigos  sois,  oh  bosques. 
Si  acaso  se  os  acuerda. 
De  haberme  visto  el  hielo 
Inmoble  á  su  fiereza; 


21ÍG 

Que  el  alma  no  sentía 
Su  grave  rigor,  hecha 
Al  helado  destoniple, 
Lisi ,  de  tu  tibieza. 

Tendido  en  tus  umbrales 
Pasé  noches  enteras ; 
Que  hasta  los  mismos  vientoa 
Burlaban  mi  paciencia. 

La  ])crezi  sa  aurora 
51.  halló  veces  diversas, 
Estatua  de  alabastro, 
Al  umbral  de  tus  puertas , 

Y  cubierto  de  nieve 
Desde  el  pié  á  la  cabeza, 
JIc  juzgo  simulacro 
De  mi  esperanza  muerta. 

¡Cuántas  veces  Jlelampo, 
Compasivo  á  mis  penas, 
Mirando  cuantas  iras 
Contra  mí  el  cielo  flecha, 

Procuró  con  halagos 
Hacer  que  me  volviera, 
Como  quien  dice  :  Fabio, 
Pasta  ya  de  fineza! 

Que  á  quien ,  como  mi  dueño. 
Tiene  el  pecho  de  piedra, 
No  hay  tiernas  expresiones 
Que  ablanden  su  dureza. 

El  mismo  bruto,  el  mismo 
Mclanipo  (¿quién  creyera 
Que  irracionales  brutos 
Tan  coni])asivos fueran?). 

Mis  histimas  oyendo. 
Compadecido  de  ellas. 
Parece  acompañaba 
Con  ladridos  mis  quejas, 

ResiHiiuliendo  á  mis  ansias 
Con  su  muda  elocuencia  : 
(( En  vano  estos  umbrales 
Con  llanto,  Fabio,  riegas, 

))  Si  el  corazón  del  dueño 
Que  en  ellos  se  aposenta 
Aun  es,  por  tu  desgracia, 
Más  duro  que  sus  peñas. )) 

Pero  estos  desengaños, 
Pero  estas  evidencias 
\i  acaban  mis  desdichas 
Ni  mi  pasión  moderan  ; 

Poniue  no  hay  infortunios 
Ni  males  hay  que  puedan 
Hacer  mude  de  intento 
Aquel  que  ama  de  veras. 


ENDECHAS. 

Alegoría  de  una  esperanza  bion  fundada , 
y  desgraciadamente  desvanecida. 

Barqueros  de  estas  costas, 
Que  visteis  algún  dia 
Al  feliz  leño  mió 
Surcar  mares  de  dichas, 

Ya  están  desagraviadas 
Vuestras  pobres  barquillas, 
Que  con  envidia  vieron 
Las  glorias  de  la  raia. 

Ya  la  veis,  encallada 
Entre  almejas  y  guijas. 
Lástima  ser  y  ejemplo 
Aun  de  la  misma  envidia. 

Los  rojos  gallardetes. 
Que  el  viento  á  soplos  riza. 
Escarnio  son  del  agua , 
Que  los  liiere  y  salpica. 

Que  hasta  las  mismas  ondas 
Su  infamia  solicitan, 
Escupiéndola  al  rostro 
Espumas  pf)r  salivas. 

En  las  hineliadas  velas. 
Que  el  céfiro  inovia. 
Ya  el  Ábrego  inclemente 
Borrascas  pronostica. 


DON  VICENTE  GAKCIA  DE  LA  HUERTA. 


Y  no  en  las  velas  sólo 
Muestra  su  tiranía. 
Las  jarcias  destrozando. 
Las  gúmenas  y  trizas  ; 

Sino  que,  conduciendo 
Al  extremo  sus  iras. 
Con  soplos  y  balances 
La  confunde  y  la  silba. 

La  que  antes  fué,  barqueros, 
Honor  de  estas  marinas, 
Ya  ofn  ce  desengaños 
Tan  sólo  con  su  vista. 

De  macilentas  algas 
La  ven  ya  oscurecida 
Focas  que  la  admiraron 
Sirena  fugitiva. 

Los  mástiles  dorados, 
Que  entretejieron  cintas. 
Patíbulos  funestos 
Trágicamente  imitan. 

Los  robustos  costados. 
Que  en  vano  el  mar  fatiga. 
Infame  broma  cubre 
Desde  el  bordo  á  la  quilla. 

En  vez  de  loa  delfines. 
Que  sus  rumbos  seguían, 
Encuentra  solamente 
Con  monstruos  que  la  embistan. 

Arenas  (jue  la  varen, 
Remoras  que  la  opriman , 
Tormentas  que  la  aneguen 

Y  calmas  que  la  afligan  ; 
Escollos  que  la  rompan'. 

Ballenas  que  la  sigan. 
Piratas  que  la  abrasen, 
Corsarios  que  la  rindan, 

Son  ya  las  esperanzas 
Que  al  tráfico  la  animan. 
¿Quién  pensará  con  ellas 
Desamparar  la  orilla? 

Desechada  é  iniítil 
La  seca  jílaya  pisa, 
Ventajas  que  ha  logrado 
Al  fin  de  sus  fatigas. 

Considerad,  barqueros. 
En  mi  infeliz  barquilla 
Los  efectos  contrarios 
Del  tiempo  y  de  los  dias. 

Tomad  de  ella  escarmiento, 
Pues  pueden  sus  desdichas. 
Si  bien  las  reflexiona 
La  mayor  osadía, 

Al  mas  desalumbrado 
Dar  luz  que  le  dirija 
Por  los  expuestos  rumbos 
Del  golfo  de  la  vida. 

Pero  aun  tengo  esperanza, 
Mientras  Lisi  divina 
Estas  costas  habite, 

Y  el  vivir  lo  permita, 
Que  vuelva  el  leño  mió 

A  su  ventura  antigua, 
Feliz  y  escarmentado 
En  sus  desgracias  mismas 

Mas  entre  tanto,  ¡oh  barca! 
Tu  orgullo  es  bien  reprimas , 

Y  será  tu  paciencia 

La  puerta  de  tus  dichas. 


RELACIÓN  PASTORAL. 

Detras  de  ese  altivo  monte, 
Cu.ya  soberbia  encumbrada. 
Pesadumbre  aun  de  la  tierra. 
Es  insoportable  carga ; 
Natural  Babel  de  riscos. 
Cuya  frente,  coronada 
De  peñascos  por  almenas. 
Las  esferas  atalaya; 
]\Ionstruoso  hijo  del  siempr 
Turbulento  Guadarrama, 


Que  por  ocultar  el  vano 
Fiero  intento  con  que  traza 
Escalar  del  firmamento 
Las  sempiternas  murallas. 
De  perpetua  niebla  cubre 
Su  erizada  frente  cana ; 
Yace  un  pueblo,  y  bien  que  yaco 
Se  dirá,  pues  dos  montañas^ 
A  un  valle  la  luz  negando, 
Entre  lóbregas  pizarras 
Oscuro  panteón  le  forman, 
Funesta  tumba  le  labran. 
De  pastorales  albergues. 
Si  no  de  pajizas  casas. 
Se  compone,  donde  asiste 
La  sencillez  aldeana. 
Más  gustosa  que  en  los  altos 
Palacios  con  que  levanta 
Hasta  el  cielo  sus  ideas 
Ija  soberlíia  cortesana. 
Aquí  nací,  y  tan  contento 
Desde  mi  primera  infancia 
Hasta  la  edad  juvenil 
Pasé  las  breves  jornadas. 
Que  fué  mi  tranquilidad , 
Viendo  que  amor  no  embaraza 
Mi  libre  pecho,  la  envidia 
De  la  juventud  serrana. 
Exento  así,  pues,  vivia 
De  amor;  ni  me  desvelaban 
Más  cuidados,  más  sospechas, 
Más  recelos  ni  más  ansias 
Que  el  ejercicio  robusto 
De  la  caza,  en  que  em2:)leaba 
El  tiempo  que  los  amantes 
A  su  ciego  error  consagran. 
Pero  en  este  tiemi^o  amor. 
Sentido  de  que  gozara 
Exención  de  su  dominio 
Mi  voluntad,  de  la  causa 
Misma  que  de  sus  prisiones 
Mi  corazón  libertaba. 
Se  valió  para  ¡Drenderme. 
¿Quién  creyera,  quién  pensara 
Que  hallara  en  su  robustez 
Su  tirana  industria  traza 
De  asaltar  mi  libertad 
Y  comenzar  su  venganza? 
Belisa,  pastora  bella. 
Que  era  de  aquellas  comarcas 
Pales  y  Venus  á  un  tiempo, 
Fué  la  complicada  causa 
De  mi  bien  y  de  mi  mal. 
¡Oh  fementida,  oh  tirana 
Ley  de  amor,  que  no  permites, 
Aun  después  de  ofensas  tantas. 
Que  no  la  celebre  hermosa, 
Por  más  que  la  culi^e  ingrata! 
Fatigando  el  monte  un  dia, 
Perseguía  entre  unas  jaras 
Un  cerdoso  bruto,  cuya 
Fiereza  de  la  montana 
Era  horror,  del  viento  asombro, 
Pues  una  flecha  lograda 
En  el  erizado  cerro 
Huia  con  furia  tanta, 
Que  le  juzgó  el  monte,  al  ver 
Su  violencia,  que  volaba 
Alada  quimera,  siendo 
El  mortal  arjion  las  alas. 
Huyendo  así  de  la  muerte, 
Por  lo  espeso  de  las  matas 
Iba  vertiendo  la  vida, 
Envuelta  en  sangrientas  bascas; 
Cuando  á  Belisa  asaltando. 
Que  de  unas  manchadas  cabras 
En  aquellas  espesuras 
El  rebaño  apacentaba, 
Tanta  fué  su  turbación 
Al  contení  ¡llar  tan  cercana 
Su  muerte  al  rigor  violento 
De  su  vengativa  saña, 


Que  no  la  dejó  el  asombro, 
Irresoluta  y  turbada 
Con  tan  inminente  riesgo, 
Siquiera  mover  las  plantas 

Y  remitir  á  la  fujja 

De  su  vida  la  esperanza ; 
A  tiempo  que  interrumpido 
Mi  ardimiento  de  sus  blandas 
Voces,  salvando  peligros 
De  quiebras  y  de  tajadas 
Peñas,  llegué  donde  vi 
Sobre  la  menuda  gi-ama 
Desmayada  la  mayor 
Hermosura ,  desmayada 
A  Belisa.  ¿  Quién  pudiera , 
Sin  que  el  pincel  la  agi-aviára 
De  mis  torpes  expresiones. 
Como  la  encontré  pintarla? 
Sólo  diré  que  á  su  vista 
Sentí  luego  tan  no  usada 
Turbación  en  los  sentidos, 
Que,  sin  penetrarlas  causas. 
Advertí  faltarme  á  uii  tiempo 
Acción ,  aliento  y  palabras. 
Mira  tú  cuánta  sería 
Su  b jllcza ,  pues  postrada 
Al  riguroso  accidente 
De  un  desmayo,  fuerza  alcanza, 
La  que  juzgaras  sin  vida, 
Para  arrebatarme  el  alma. 
?.Ias  considerando  en  cuánto 
Peligi-o  la  suya  estaba 
En  tal  lugar,  hice  esfera 
Mis  brazos  de  la  eclipsada 
Luz  de  sus  divinos  ojos, 

Y  atraído  de  la  mansa 
Armonía  de  una  fuente, 
Pudo,  al  auxilio  del  agua, 
Eecordar  de  aquel  desmayo, 
Lági'imas  vertiendo  tantas. 
Que  pareció  pretender 
Pagar  á  la  fuente  clara 

La  vida  que  la  debia 
Con  las  perlas  que  lloraba, 
Segura  ya  del  peligro. 
De  mí  se  ausentó,  ]3agada 
Mi  diligencia  con  dulces 
Expresiones  cortesanas. 
Parece  que  de  este  acaso 
No  sacó  menos  llagada 
De  amor  el  alma  Belisa, 
Pues  la  vi  responder  grata 
A  mi  declarado  afecto, 
Pagándola  con  tan  raras 
Muestras ,  que  ya  en  nuestra  aldea 
y  en  todas  las  comarcanas 
Eramos  los  dos  la  envidia 
De  pastores  y  zagalas. 
¡Cuántas  veces  contemplando 
La  hoguera  del  sol,  juraba 
Que  antes  en  el  mar  de  Oriente 
Moriría  que  faltara 
Su  íino  amor!  ¡Cuántas  veces 
El  sol,  con  que  atestiguabas, 
Te  acusará  tu  perjurio, 
Viendo  que  su  luz  no  falta, 

Y  que  tú  no  te  avergüenzas 
De  faltar  á  tu  palabra! 
¡Cuántas  veces  me  juró. 
Haciendo  las  ñientes  claras 
Testigos  de  su  fineza , 

Que  antes  la  altiva  montaña 
Mediría  el  hondo  valle 
Con  su  frente  levantada 
Que  me  olvidase!  ¡Oh  Belisa! 
¿Así  el  juramento  guaridas? 
vivia  en  la  aldea  acaso. 
Por  mi  mal  y  mi  desgi-acia, 
Anfriso,  en  toda  la  sierra, 
De  su  poder  y  abundancia 
Por  fama  más  conocido. 
Que  de  su  valor  por  fama. 


COMPOSICIONES  VARIAS. 

Dio  en  ser  éste  mi  contrario, 
Sacando  tan  á  la  plaza 
Los  favores  de  Belisa, 
Que  del  vulgo  la  voz  vaga 
Luego  empezó,  en  mengua  min, 
A  vutar  j'a  por  su  causa, 
Siendo  la  mucha  riqueza 
De  Anfriso  quien  sobornaba 
El  es])íritu  ambicioso 
De  Salido,  de  mi  ingrata 
Belisa  padre  ;  pues  viendo 
Cuan  bien  á  su  intento  estaba 
El  empleo  de  su  hija. 
Abreviando  circunstancias. 
Me  usurpó  prenda  con  tantos 
Finos  servicios  ganada. 
Decirte  cuanto  dolor 
Me  causó,  con  cuantas  ansias 
Batallé,  por  más  qiie  astuta 
Con  lágrimas  y  palabras 
Me  aseguraba  Belisa 
Mis  recelos,  fuera  larga 
Detención.  Baste  saber 
Que  cuando  el  dia  llegaba 
j  En  que  ya  del  rico  Anfriso 
Publica  la  dicha,  daban 
Señas  de  mi  muerte,  en  vez 
De  tristes  lutos,  sus  galas ; 
Huí  del  pueblo,  diciendo 

Y  haciendo  locuras  tantas. 
Que  hasta  los  mismos  peñascos, 
A  quienes  me  lamentaba. 
Parece  me  respondían 

Del  eco  con  la  a'oz  blanda 
A  mis  quejas,  motejando 
La  correspondencia  falsa 
De  Belisa.  En  ñn,  huyendo 
La  ingratitud  de  mi  patria, 

Y  de  la  aleve  Belisa 

Las  traiciones  y  asechanzas, 
A  estos  bosques  me  destierro, 
Por  ver  si  en  ellos  descansan 
Mis  pesares,  aunque  mal. 
Quien  tiene  tan  lastimada 
El  alma,  de  descansar 
Podrá  tener  esperanza. 
Siendo,  como  son,  eternas 
Enfermedades  del  alma. 


RELACIÓN  AMOROSA. 

La  mejor  parte  de  España, 
Donde  olivas  y  palmares 
Guirnalda  ti'iunfante  tejen 
Del  Guadiana  al  sesgo  margen , 
Por  donde  del  castellano 
Confín ,  ya  opulento,  sale 
A  dar  undoso  tributo 
A  los  lusitanos  mares. 
Es  mi  patria.  De  sus  selvas 
Los  florecientes  lioscajes 
En  pastoriles  majadas 
Oyeron  los  tiernos  ayes 
Con  que  pisé  de  la  vida 
Los  peligrosos  umbrales. 
Ricos  de  gustos  y  haciendas 
Eran  por  aquellos  valles 
Mis  padres,  más  que  de  campos. 
Dueños  de  las  voluntades 
De  cuanto  zagal  brioso, 
De  su  opulencia  á  los  gajes, 
O  corvo  cayado  rige 
O  lino  estalla  sonante. 
Diferencias  y  disgustos 
De  antiguas  enemistades 
(Que  hasta  las  selvas  penetra 
La  envidia)  hicieron  trasladen 
Sus  antiguos  patrimonios 
A  las  dulces  y  agradables 
Riberas  del  clai'o  Duero, 
Cuyos  hermosos  raudales 


237 


Fueron  el  espejo  en  donde 
Noté  primero  asomarse 
Sobre  el  rojo  labio  el  bozo. 
Sutil  y  dorado  esmalte. 
El  pastoril  ejercicio 
Seguí  t.ambien,  siendo  Pales 
Única  deidad,  á  cuyo 
Obsequio  mi  fe  constante 
Fué  en  perennes  sacrificios 
El  humo  de  sus  altares. 
Mas  ]iarcciendo  á  mi  heroico 
Espíritu  estrecha  cárcel 
Los  términos  anchurosos 
De  aquellas  frondosidades, 
Guiado  de  mi  ardimiento, 
Que  con  rigidez  notable 
Parecía  reprenderme 
Mis  torpes  ociosidades, 
Pasé  al  cristalino  Tórmcs. 
Acjuí  quisiera  pintarte , 
Si  para  tan  arduo  empeño 
Fuera  mi  ingenio  bastante, 
La  amenidad  de  sus  sotos, 
La  gala  de  sus  zagales. 
Segunda  apacible  Arcadia 
Semeja  el  sitio  agradable, 
Donde  residencia  tiene, 
Entre  obsequiosas  deidades, 
I^a  más  divina  zagala. 
La  hernuisura  más  amable 
De  cuantas  admira  Febo 
Desda  que  en  Oriente  nace 
Hasta  que  en  el  mar  sepulta 
Sus  rayos  occidentales. 
No  te  ofenda,  Lisi  mia, 
Que  así  la  elogie  y  alabo, 
Si  te  digo  que  ella  sola 
Es  de  tu  hermosura  imagen. 
Minerva  es  su  nombre,  y  yo, 
Que  á  heroicas  dificultades 
Nací  inclinado,  propuse 
Seguir  la  empresa  arrogante 
De  conquistar  su  belleza 
Con  rendimientos  y  afanes. 
No  digo  que  no  fué  oído 
Mi  amor,  que  no  logré  en  parte 
De  mi  fe  corresiiondencias  ; 
Que  pienso  fuera  culpable 
Hipocresía  negar, 
Lisi,  lo  que  todos  saben. 
Mas  como  mi  corazón 
Mal  satisfecho  se  hallase 
Ya  en  el  Tórmes,  ó  ya  fuese 
Que  el  cielo,  más  favorable, 
Así  me  llamaba  al  logro 
De  tantas  felicidades. 
Del  helado  Guadarrama 
Pisé  la  frente,  sin  darme 
Asombro  sus  canas  nieves. 
Ni  su  aspereza  pesares. 
Llegué,  en  fin,  á  estas  florestas, 

Y  el  ameno  Manzanares 
Me  recibió  con  lisonjas, 
Convocando  á  cortejarme, 
Como  á  huésped  de  sus  sotos. 
Cortesanos  rabadanes. 

En  los  rústicos  albergues 
Se  celebró  mi  hospedaje, 

Y  en  festivas  luminarias 
Vistió  luz  por  gala  el  aire. 
Concurrieron  al  festejo. 

De  los  pueblos  circunstantes 

El  valor  y  la  belleza 

En  zagalas  y  zagales. 

Mas  como  vemos  que  el  sol, 

Cuando  de  los  brazos  sale 

De  la  aurora,  da  en  sus  luces 

Ocaso  á  las  más  brillantes 

Antorchas  del  firmamento. 

Cegando  sus  claridades ; 

Así  tú,  divina  Lisi, 

Con  tu  hermosura  dej.ifte 


238 


DON  VICENTE  GARCÍA  DE  LA  HUERTA. 


Sin  valor  ni  lucimiento 
Las  que  prcsuniiomn  antes 
Suplir  CKii  sus  resi)lanclorcs 
Del  sol  el  fuetío  radiante. 
Entraste  tú  al  baile,  Lisi, 

Y  yo  también  entré  al  baile : 
Tñ  A  (lar  envidia  á  sus  ninfr.s, 

Y  yo  á  morir  de  mirarte, 
Pues  liizo  tu  vista  en  mí 
Impresiones  tan  notables, 
Que  sobrescritas  mis  penas 
En  mi  turbado  semblante, 
No  faltó  quien,  condolido 
De  mi  pelip'o,  exclamase: 
<(¡  Oh  qué  mal  recibimiento, 
Lisi,  á  nuestro  huésped  haces, 
Pues  tan  brevemente  en  él 

Se  esmeran  tus  crueldades !  » 

Y  es  virdad,  ]>u(s  desde  entonces 
La  vida  que  me  dejaste, 

Más  que  vida,  muerte  ha  sid<>, 

Llevándome  mis  pesares 

Al  desesperado  extremo 

De  aborrecerme  y  matarme. 

¡Cuántas  veces  á  mi  cuello, 

Amenazado  el  infame 

Cuchillo,  de  tus  desdenes 

Quise  en  mí  mismo  vengarme' 

'No  porque  mi  fino  amor 

Tus  elesvios  desairasen 

(Que  en  fin  no  eran  importunas 

Mis  penas ,  auneiue  tan  grave ¿_), 

Sino  porque  contemplaba 

Lo  imposible  de  lograrse 

En  tu  condición  esquiva 

Mis  renelimientos  amantes. 

¡Cuántas  veces  estos  fresnos, 

Que  ahora  testigos  haces 

De  mis  venturas,  lo  fueron 

De  mis  desdichas  y  males! 

¡Cuántas  veces,  conmovido 

En  tristes  ecos  el  aire, 

Indicó  compadecerse 

De  mis  congojas  mortales! 

¡Cuántas  veces  de  sus  grutas 

El  algoso  Manzanares 

Oyó  mi  voz ,  aumentando 

Mis  lágrimas  sus  rauelales ! 

¡Cuántas  veces  de  estas  fuenlos 

Las  cristalinas  deidaeks 

Lloraron  también  conmigo! 

¡Cuántas  las  fieras,  las  aves, 

Los  sotos,  prados  y  selvas, 

Poblados  y  soledades 

Pregoneros  ele  mi  amor 

Se  hicieron,  por  demostrarte 

Que  puelieran  mis  dcselichas 

Labrar  inelocilidaeles. 

No  hay  corteza  en  roble  ó  fresiic. 

Ni  peña  en  que  no  se  grave 

De  rail  eles  coronadas 

El  repetido  carácter, 

Por  mostrar  que  sola  Lisi 

Impera  en  las  voluntades 

De  los  hombres.  Si  reparas 

Del  rio  en  el  claro  margen, 

En  él  hallarás  también 

Mi  amor,  y  á  cualquiera  parte 

Adonde  la  vista  vuelvas. 

Encontrarás  con  señales 

De  mi  pasión,  de  mis  penas. 

De  mis  ansias  y  pesares. 

Todo  por  mí  te  hablará; 

Que  aunque  propuse  callarte 

Mi  amor,  ejuise  por  lo  menos 

Mis  elesvenfuras  y  afanes 

Decir  á  quien  los  oyese, 

Ya  que  no  los  remediase. 

Así  he  vivido,  esperando 

Que  la  suerte  me  mostrase 

La  deseada  ocasión 

De  ser\nrte  y  no  cansarte. 


Sean,  pues,  tan  repetidas 
Pruebas  ele  mi  fe  constante 
Mi  abono,  y  supla  también 
Los  méritos  que  me  falten. 
Adorada  Lisi  mia, 
Saber  que  si  dueño  me  haces 
De  tu  divina  belleza, 
Dobles  cadenas  añades 
A  mi  esclavituel  elichosa, 
Y  que  en  este  p^  cho  amante 
Tendrá  el  agradecimiento 
Eternas  seguridades. 


JUSTA  DESCONFIANZA 

DEL  FAVOR. 

Presto  celos  llorarás. 


Fabio,  cuya  fe  constante 
Logra,  por  triunfo  ele  amor, 
Pocas  horas  ele  favor, 
Después  de  un  siglo  de  amanto, 
Advierte  el  curso  inconstante 
De  la  fortuna,  y  verás 
El  gran  peligro  en  (jue  estás ; 

Y  acuéreícnte  otros  mayores 
Que  si  hoy  disfrutas  favores , 
Prrsto  celos  llorivrás. 

Aelvierte  en  ejemplos  tantes, 
Porque  no  té  cause  sustos, 
Que  los  fines  ele  los  gustos 
Son  principio  ele  los  llantos. 
Escarmiento  te  elen  cuantos 
Murienelo  conocerás 
De  amor;  y  si  no,  verás 
Tus  elesvenfuras  notorias, 

Y  las  que  celebras  glorias, 
Presto  celos  llorarás. 

Mientras  fuiste  desdichadc-, 
Sin  logro  de  tu  amor  justo, 
Vivías  libre  elel  susto 
De  perder  el  bien  lograelo ; 
Pero  ya  que  has  alcanzado 
La  elicha  en  que  altivo  estás. 
Gózala,  que  ya  hallarás 
En  ella  pena  más  dura, 

Y  lo  que  ayer  fué  ventura 
Presto  celos  llorareis. 

En  tu  suerte  viendo  estoy, 
Fabio,  la  inconstancia  vana. 

Y  ser  infierno  mañana 
La  que  gloria  llamas  hoy. 
Duración  precisa  eloy 

A  las  dichas  en  que  estás , 

Y  si  permanecen  más 
Las  glorias  en  que  te  ves, 
No  te  desvanezcas,  pues 
Presto  celos  llorarás. 


Rcllcxionrs  mclanciílicns  de  un  .imniitcilPs- 
graciado  en  una  noche  aci;'.i,a. 

EOJIANCE. 

Clamores  tristes,  con  cuyo 
R(  ijctido  desconcierto 
Parece  que  prevenís 
Las  exequias  á  mi  cuerpo, 

No  con  vuestras  elisonancias 
Temáis  alterar  mi  sueño; 
Que  no  elesvclan  clamores 
A  quien  siempre  está  elespierto. 

Proseguid  mientras  la  aldea 
Yace  en  general  sosiego, 

Y  mientras  yo  con  mis  ánsir.íi 
Segundos  clamores  muevo, 

Para  que  así  se  confundan 
Mis  aycs  con  vuestros  ecos, 

Y  mis  lástimas  no  sean 
El  escándalo  del  pueblo. 


Que  pues  he  sido  en  mis  dichas 
Tan  reservaelo  y  secreto 
(Dichas,  en  fin,  conseguidas 
Tras  de  tanto  amor  y  tiempe)), 

En  mis  eleselichas  también 
D'  bo  serlo,  porque  temo 
Publiquen  éstas  ahora 
Lo  que  aquéllos  no  elijeron. 

Óyeme  tú,  Lisi  mia. 
Si  el  elolor  en  que  te  veo 
Te  permite  ejue  elistraigas 
Un  rato  tu  pensamiento. 

Y  suspcnele,  elueño  mió, 
Por  un  instante  el  decreto 
Que  pronunció  el  pundonor 
Con  el  lenguaje  elel  miedo. 

Kn  tanto  ejuu  mis  suspiros, 
Mezclados  con  mis  lamentos. 
Vuelan,  Lisi,  á  tus  oielos, 
An-ojaelos  ele  mi  pecho, 

Recíbelos,  elueño  mió; 
Que  si  reparas  en  ellos. 
Verás  que  son  engcnelrados 
Del  mismo  aire  de  tu  aliento. 

Cruel  tirana  fortuna. 
Monstruo  infame,  pues  no  creo 
Que  deidael  sea  C£u¡en  es 
De  tiranías  compendio, 

I  Por  ejué  razón  te  ensangrientas 
En  mí  con  tan  gránele  extremo. 
Que  pienso  que  el  perseguirme 
Tienes  sólo  por  empeño  ? 

Yo  pensé  que  mi  humildad 
Me  preservara  del  riesgo 
üe  los  tiranos  vaivenes 
Con  que  oprimes  los  soberbios ; 

Mas  veo  que  me  engañaba. 
Pues,  por  mis  deselichas,  veo 
Que  persigues  igualmente 
A  los  grandes  y  pequeños. 

¿Cómo  he  de  vivir,  fortuna. 
En  el  infernal  tormento 
De  ver  la  prenda  que  adoro 
Arrancada  de  mi  pecho  ? 

Quien  con  el  favor  de  Lisi 
Se  coronó  de  trofeos, 
I  Poelrá  sufrir  la  sospecha 
De  las  eliehas  de  otro  elueño? 

Quien  de  sus  elivinos  labic)S 
Oyó  una  vez  ecos  tiernos, 
;  Podrá  descansar  pensando 
Los  inficiona  otro  aliento? 

No  es  posible,  ni  es  posible 
Que  yo  me  acomode  al  tiempo ; 
Que  mí  pasión  no  distingiie 
Ni  de  tiempos  ni  sujetos. 

Para  mí  siempre  es  mortal 

Y  enemigo  verdaelero 
Quien,  con  elcrecho  ó  sin  él, 
Me  roba  un  bien  ejue  poseo. 

Ni  aelmito  leyes,  ni  miro 
Inconvenientes  ni  riesgos. 
Porque  es  mi  amor  mi  abogaelo, 
I  Y  siempre  fué  el  amor  ciego. 

Ya  tengo  detemiinaela 
La  conclusión  de  mi  pleito, 

Y  en  causa  que  es  tan  sangrienta. 
Será  el  elecreto  de  hierro. 

Con  mi  muerte  se  remedia 
Mi  mal.  Muera,  pues,  sabiendo 
I  Que  con  mi  muerte  se  quitan 
Inconvenientes  de  enmedio. 

Y  vive  tú,  Lisi  mía, 
Venturosa,  pues  con  esto 
Serán  también  para  mí 
Glorias  los  mismos  tormentos. 


SentimieDlos  tiernos  contra   los  desdenes 
de  Lisi. 

REDONDILLA?. 

Si  pretendes  por  despojos, 
Lisi,  los  alientos  mios, 
I  Qué  has  menester  de  desríos , 
Cuando  te  sobran  ti;s  ojos? 

Si  con  mi  muerte,  mi  bien, 
Esperas  tu  libertad, 
Mátame  con  tu  beldad, 
Pero  no  con  tu  desden; 

Pues  será  doble  rigror, 
Cuando  en  tu  mano  lo  tienes. 
Que  me  mates  á  desdenes, 
Pudiendo  morir  de  amor. 

Y  nadie  podrá  ofenderte 
Si  lo  hicieres  con  tal  arte, 
Porque  yo,  por  disculparte, 
Me  achacaré  á  mí  mi  muerte. 

Y  aun  te  será  más  blasón 
Oír  que  tu  amante  Fabio 

Ha  muerto,  no  de  tu  agravio. 
Sí  sólo  de  su  pasión. 

Que  se  hae«  agravio  á  tu  pura 

Y  poderosa  belleza 

En  que  usurpe  la  fiereza 
Su  poder  á  la  hermosura. 
Deja  que  mi  amante  fe 
Me  mate,  pues  de  esta  suerte 
Tú  consigues  darme  muerte, 

Y  yo  lo  agradeceré. 

Pues  logras  de  esta  manera 
Que  á  tu  beldad  peregrina 
La  idolatren  por  divina, 

Y  no  la  infamen  por  liera. 

Y  es  alivio  á  mi  tristeza 
Saber  que ,  en  lance  tan  fuerte . 
Los  que  celebren  mi  muerte 
Celebrarán  tu  belleza. 

Y  mis  penas  lastimosas 
Harán,  cuando  más  no  puedan , 
Que  tu  hermosura  concedan 
Hasta  las  más  envidiosas. 


Desconfianza  de  quien  tiene  experiencias 
de  su  poca  diclia. 

ROMANCE. 

Adorado  dueño  mió, 
¡Oh  (jué  mal,  Lisi,  comienzo, 
Adulándome  con  cíichas 
Que  ni  gozo  ni  merezco! 

Y  si  aun  para  ser  tu  esclavo 
Me  faltan  merecimientos. 
Mira,  mi  bien,  si  conozco 

Lo  imposible  de  mi  empeño, 

Pero  disculpa  esta  vez 
Su  rústico  devaneo 
A  quien  tu  amor  ha  dejado 
Desnudo  de  entendimiento; 

Y  escucha,  si  lo  permiten 
Tus  esquiveces,  mis  ecos, 
Qtie  á  luz  salen  de  la  oscura 
Triste  cárcel  de  mi  pecho. 

No  respiran  esperanzas, 
Pues ,  aunque  prendas  de  un  necio, 
Están  ya  desengañados 
De  la  estrella  de  su  dueño. 

Bástalos  que  los  admitas; 
Que  son  tan  humildes  ellos. 
Que  con  estar  en  tus  manos. 
Les  sobra  mucho  de  premio. 

¡Infeliz  de  aquel  que  vive 
En  tan  gi-ande  abatimiento, 
Que  le  tienen  envidioso 
Sus  papeles  y  conceptos! 

Bien  podéis  estar  gozosos. 
Bien  logrados  pensamientos , 
Pues  llegáis  adonde  yo 
Ni  aun  con  la  esperanza  llego. 


COMPOSICIONES  VARIAS. 

Venturosos  caracteres. 
Cuyo  bárbaro  contexto 
Me  usurpa  el  premio  que  debe 
Lisi  al  ansia  de  que  muero. 

¿Quién  no  ha  de  tener  envidia. 
Que  os  viere  pasar  tan  presto 
Del  infierno  en  que  nacisteis 
A  la  gloria  en  que  os  contemplo.' 

Ya  en  vosotros  verifico 
Aquel  sabido  proverbio: 
Que  dcí-hace  la  fortuna 
El  2)(ir tillo  del  discreto. 

Que  no  fuerais  tan  dichosos, 
O  tardarais  nías  en  sei'lo. 
Si  no  anduvierais  vestidos 
De  borrones  y  defectos. 

/  Qué  títulos  colorados 
Os  honran,  sino  el  sangriento 
Humor  que  vierten  mis  ojos 
En  el  llanto  con  que  os  riego  ? 

Si  noble  origen  tenéis 
(Pues  nacisteis  de  mi  afecto), 
Con  vuestra  humilde  crianza 
Perdisteis  el  privilegio; 

Pues  al  punto  que  del  alma 
Dejasteis  el  noble  centro. 
Os  dio  vestido  la  oscura 
Villanía  de  un  tintero. 

Pudiera  vuestra  ventura 
Dar  á  mi  esperanza  aliento, 
Si  ella  estuviera  más  viva, 
Y  yo  fuera  menos  cuerdo. 

Slas  ;qué  se  yo  si  algún  dia 
(Que  todo  lo  acaba  el  tiempc) 
Podrá  entrar  mi  voluntad 
Por  la  puerta  que  mis  versos? 

No  te  desesperes ,  Fabio, 
Pues  por  experiencia  vemos 
Que ,  aun  cuando  no  la  esperamos , 
Muestra  su  piedad  el  cielo. 


239 


Celebridad  y  gozo  de  una  solicitud 
bien  admitida. 

ROMANCE. 

Dichoso  jjuedes  llamarte 
De  hoy  adelante,  amor  mió. 
Pues  el  fin  de  tus  desdichas 
Es  de  tus  dichas  principio. 

Rendido  idolatro  á  Lisi 
Desde  aquel  instante  mismo 
En  cjue  la  luz  de  sus  ojos 
Abrasó  la  de  los  mios. 
,  Hidrópico  de  su  llama. 
Aun  viendo  mi  precipicio. 
Mi  muerte  ansioso  buscaba 
En  cada  abrasado  giro. 

Bien  templara  mis  ardores 
Tanto  continuado  esquivo 
Desden,  á  nacer  mi  fuego 
De  deseos  mal  nacidos ; 

Mas  siendo  mi  amor  tan  nclilo. 
Se  liquidaba  más  fino. 
Cuantas  más  pruebas  sufría 
Del  crisol  de  sus  desvíos. 

Y  cual  suele  en  mies  adulta 
Chispa  leve,  á  beneficio 
Del  viento  que  inspira  suave, 
Causar  incendios  activos. 

Del  mismo  modo  en  mi  pecho 
Causaba  doblados  bríos 
Al  fuego  que  le  abrasaba. 
Tanto  rigor  repetido. 

En  mi  amante  corazón, 
A  pesar  del  prototipo. 
Templo  fabriqué  á  su  imagen , 
Obsequioso,  aunque  no  digno. 

Continuamente  en  sus  aras 
Ai'dian,  por  sacrificios. 
Humildes  exhalaciones 
De  los  afectos  más  finos. 


Plegarias  eran  continuas 
Mil  continuados  martirios ; 
Jlas  cuanto  por  sí  lograban. 
Desmerecían  por  mios. 

Guardas  mis  .sentidos  era. 
Del  ídolo  peregrino. 
Sirviéndole  mis  potencia.s 
De  religiosos  ministros. 

Mirad  si  en  templo  de  amoi 
Serian  fieles  los  oficios. 
Cuando  eran  sus  operarios 
Mis  potencias  y  sentidos. 

Sorda  la  deidad  al  culto, 
Con  airado  ceño  altivo 
Mis  rendidas  sumisiones 
Castigaba  por  delitos. 

Muchas  veces  mis  querellas 
No  llegaban  á  su  oido, 

Y  si  alguna  vez  llegaban. 
Era  su  despacho  indigno; 

Hasta  C[ue  cauto  advertí, 
Después  de  tantos  suspiros. 
Que  suelen  desconfiados 
Ser  hasta  los  cielos  mismos. 

Pruebas  fueron  de  mi  amor 
Sus  afectados  desvíos, 

Y  examen  de  mi  firmeza 
Sus  rigores  vengativos. 

Ya  Lisi  mi  amor  estima. 
Pues  ya  sus  ojos  me  han  dicho 
Que  minea  fué  mal  pagado 
Amor  que  fué  conoeido. 

De  dos  tiernos  corazones 
Uno  solo  el  amor  hizo, 

Y  dos  finas  voluntades 
Una  sola  han  producido. 

Dichoso  yo,  que  despuc.^ 
De  males  tan  repetidos, 
Veo  logrados  mis  deseos, 

Y  mi  amor  correspondido. 


ENDECHAS  A  UNA  AUSENCIA. 

Montes  de  África  adustoS; 
Cuyas  cumbres  soberbias 
O  escalan  ó  sostienen 
Las  celestes  esferas ; 

Sierras  de  Mairritanin , 
Cuya  inculta  aspereza 
Sus  fieras  y  sus  hombres 
De  horror  y  susto  pueblan; 

I)eshechos  edificios. 
Mal  conservadas  huellas 
De  la  opulenta  Velez , 
Que  sois  ruinas  apenas. 

Si  bien  justo  retrato 
En  que  se  representan 
Mis  dichas  arruinadas 
A  golpes  de  la  fuerza ; 

Ignominioso  escollo, 
Cuya  estéril  dureza 
El  llanto  de  infelií  es 
Inútilmente  riega ; 

Ilaljitacion  confusa, 
DoihIc  á  un  tiempo  se  hospedan 
Delitos  y  desgracias, 
?.Ialicias  é  inocencias; 

Mar  proceloso  y  vago, 
Que  de  mi  bien  me  alejas, 
Y  transparente  muro. 
Me  aprisionas  y  encierras ; 

C'uj'as  ondas  mil  veces 
Mis  lági-imas  aumentan, 
Ordinario  ejercicio 
Del  infeliz  cjue  pena ; 

Pues  todos  sois  testigos 
De  las  sentidas  quejas 
Con  que  be  solemnizado 
Los  males  de  esta  ausencia, 

Escuchad  nuevamente. 
Si  va  no  os  son  molestas, 


240 

Mis  qufjns  lastimosas, 
I'or  repetidas ,  necias. 

Veréis  con  qué  ternura, 
Dando  á  mi  llanto  treguas, 
Anfión  de  estos  montes , 
Muevo  árboles  y  peña-s  ; 

l'ucs  es  el  mal  que  siento 
De  tal  naturaleza, 
Que  ii  lo  más  insensible 
Obligará  á  que  sienta. 

Y  tú,  divina  Lisi 

Mia,  aunque  más  se  ofenda 
La  que  de  ti  me  aparta, 
Adversa  inicua  estrella ; 

Aunque  á  mi  cautiverio 
Se  doblen  las  cadenas, 
Eslabonando  hierros 
Que  mi  honor  oscurezcan, 

Y  aunque  contra  mi  vida, 
Que  es  ya  la  sola  prenda 
Que,  porque  no  la  estimo, 
La  fortuna  me  deja. 

Esgrime  los  rigores 
Con  que,  cuando  se  empeña 
En  arruinar  alguno, 
Formidalile  se  ostenta. 

Al  extranjero  pliego, 
Cuando  tus  manos  bellas 
Le  colmen  de  la  dicha 
Que  á  su  dueño  se  niega, 

Compadecida  rompe 
La  cifra  que  le  sella  ; 
Que  será  á  un  desdichado 
Sobrada  recompensa. 

Y  al  leer  sus  expresiones , 
Oscuramente  impresas 
(Porque  lágrimas  borran 
Lo  que  la  pluma  huella), 

Con  derrttido  llanto 
Tus  ojos  humedezcan 
Segunda  vez  ya  entonces 
Las  venturosas  letras; 

Que  bien  merecen  serlo, 
Siquiera  porqi;e  llevan 
Estampada  consigo 
Mi  gi'atitud  eterna; 

Y  a(iuellos  sentimientos 
Que  en  el  alma  se  engendi-an 
De  quien  sólo  en  tí  vive, 
En  tí  sólo  contempla. 

Cuando  los  vendábales 
En  borrascas  deshechas 
Los  mares  africanos 
Eevuelvcn  y  apropellan, 

Y  las  hinchadas  olas, 
Embistiendo  en  la  tierra, 
En  líquidas  escuadras 
Las  altas  rocas  trepan; 

Si  entre  todas  alguna 
Parece  más  exenta, 
A  quien  espumas  rizas 
Penacho  hermoso  peinan, 

Inadvertidamente 
Articula  la  lengua, 
Del  corazón  movida : 
«Mi  Lisi  es  como  aquélla.» 

Cuando  los  pescadores 
Con  sus  barcas  ligeras 
Ensayan,  por  recreo. 
Marítimas  palestras , 

Y  ya  en  graves  naumaquias, 
Ya  en  volantes  carreras. 

Las  fuerzas  de  sus  brazos 
En  sus  remos  estrenan. 

La  más  veloz  barquilla, 
Que  atrás  las  otras  deja, 
Cuando  con  algazara 
La  victoria  vocea. 

Porque  al  propuesto  coto 
Se  abalanza  y  acerca, 
Coronados  los  yialos 
De  grímpolas  de  seda, 


DON  VICENTE  GARCÍA  DE  LA  HUERTA. 


Me  excita  el  ver  su  triunfo 
Mil  expresiones  tiernas, 
Alusivas  á  tantos 
Triunfos  de  tu  belleza; 

Y  á  que  exclame  me  obliga. 
Sin  que  censuras  tema 

De  tantos  que  lo  escuchan: 
«Mi  Lisi  es  como  aquélla.» 
Los  convecinos  niíjntes, 
Que  en  torno  nos  rodean , 

Y  del  menor  Atlante 
Son  porciones  inmensas; 

Sus  cimas  eminentes, 
Que  los  cielos  penetran. 
De  erguidas  palmas  cubren 
Por  gala  ó  por  soberbia. 

Entre  las  cuales  siempre 
Alguna  más  descuella 

Y  aparece  á  la  vista 
Más  hermosa  y  derecha; 

Cuya  bella  ventaja 
Tus  gracias  me  recuerda, 

Y  á  que  exclame  me  incita 
«Mi  Liííi  es  como  aquélla.» 

Cuando  los  nortes  frios 
El  ambiente  despejan, 

Y  el  cielo  desentoldan 
De  las  ]3esadas  nieblas, 

Y  en  las  costas  tle  España 
Se  ven  las  cordilleras 

Que  eslabonan  los  montes 
De  Estepona  yMarljcUa; 

La  alta  sierra  de  Mi  jas, 
Que  entre  todas  campea, 
Haciendo  á  la  Nevada 
Ventaja  ó  competencia. 

Cuantas  veces  la  miro, 
Reproduce  en  mi  idea 
Tu  belleza,  exclamando: 
«Mi  Lisi  es  como  aquélla.» 

Los  rebaños  de  Focas, 
Que  Proteo  apacienta, 
Riquezas  de  Anfitritc, 
Dote  de  sus  Nereidas, 

Cuando  en  el  seco  estío 
Estos  mares  alegran , 
Tejiendo  á  ñor  del  agua 
Mil  danzas  placenteras, 

Y  las  inmobles  rocas, 
Al  ver  su  ligereza, 

O  de  asombro  ó  de  envidia, 
Aun  más  inmobles  quedan  ; 

La  que  á  las  otras  hace 
Ventaja  manifiesta, 
O  quieta  sobrenade, 
O  se  dispare  flecha, 

Me  mueve  con  su  exceso 
Mil  amantes  ternezas. 
Como  qiie  dice  el  alma: 
«Mi  Lisi  es  como  aquélla.» 

Advierte,  Lisi,  cuánta 
Debe  ser  la  fineza 
De  quien  en  todas  partes 
Con  tu  imagen  encuentra, 

Pero  ;  qué  es  necesario 
Recurrir  á  quimeras , 
Cuando  en  el  alma  vives , 
Como  señora  de  ella? 


VERSOS  DE  ARTE  MENOR, 

Á   FÍLIS. 

I  Quién ,  sin  m;  recerlas , 
Logra  grandes  dichas, 
Que  no  desconfie 
De  sus  dichas  mismas? 

¿Quién  del  valimiento 
Pisó  la  alta  cima, 
Quf  no  le  atribulen 
Sustos  de  caídas  ? 


I      ¿  Quién  al  mar  se  aiToja 
'  En  débil  barciuilla. 
Que  de  vendábales 
No  tema  las  iras? 

¿  Quién  será  tan  necio, 
Dulce  Filis  mia, 
Que  esté  confiado 
Por  gozarte  fina  ? 

Quien  logi-a  sin  sustos 
Glorias  excesivas 
Y  (^ue  sobrepujan 
Aun  su  fantasía. 

Si  cuerdo  no  teme 
Llorarlas  perdidas, 
O  á  su  amor  agravia , 
O  no  las  estima; 

Pues  quietud  tan  torpe 
A  un  hombre  acredita 
Por  de  rudo  ingenio 
U  de  alma  mezquina. 

Quien  sobre  sí  vuelva, 
Por  vano  que  viva. 
Hallará  defectos 
Que  le  desconfian. 

Ni  al  papel  más  terso. 
Ni  al  agua  más  limpia 
Quebraduras  faltan. 
Faltan  arenillas. 

A  las  blancas  perlas 
De  mayor  cuantía 
Averigua  tachas 
Quien  las  examina. 
El  aire  más  puro 
Tal  vez  se  matiza 
De  oscuros  vapores. 
Que  la  tierra  envía, 
Al  sol  oscurecen 
Nieblas  atrevidas, 
Y  á  la  luna  asombran 
Sus  manchas  sombrías. 

Pues  si  estas  verdades 
Vemos  repetidas 
En  cosas  que  más 
El  mundo  autorizan , 

¿Cómo  ha  de  gozarte 
Con  quietud  tranquila 
Quien  tantos  borrones 
Oñ'ece  á  tu  vista? 

No  te  cause  espanto, 
Gloria  de  mi  vida, 
Que  dichas  y  sustos 
En  mí  se  compitan: 

Pues  más  imposible 
Creí  yo  algún  dia 
La  unión  venturosa 
Con  que  amor  nos  liga, 

Viendo  las  ventajas 
Que  lleva  infinitas 
A  mi  ser  hiimilde 
Tu  soberanía. 

Perdona,  bien  mió, 
Mis  necias  porfías, 
Por  ser  de  mi  amor 
Reverentes  hijas ; 

Que  ésta  es  la  pensión 
De  glorias  crecidas. 
Logradas  á  influjos 
Sólo  de  la  dicha  : 
Vivir  con  temor 
Que  pueda  algún  dia 
Darlas  por  el  pié 
El  poder  ó  envidia. 


Quejas  contra  el  continuado  desden  de  una 
lieiraosuia. 

ROMANCE. 

Por  si  de  esta  vez  me  acaba 
El  dolor  que  me  atormenta, 
Atiende,  mi  bien,  mis  ansias, 
Ya  que  no  las  compadezcas. 


Temeroso  las  traslado 
Al  papel  desde  la  lengua ; 
Que  pienso  que  han  de  ofenderte , 
Por  mias,  si  no  por  quejas. 

Aunque  si  ellas  te  ofendieren , 
Con  despreciarlas  te  vengas, 

Y  será  el  mayor  castigo 
Que  tú  las  des  y  yo  sienta. 

Repara  bien ,  dueño  mió, 
De  mi  pasión  la  fineza, 
Pues  te  inspiro  la  venganza 
Cuando  aun  no  pienso  en  la  ofensa. 

¿Quién  creyera,  Lisi  mia. 
Que  después  de  tus  promesas. 
Me  hubieras  de  dar  lugar 
A  requerirte  con  ellas  / 

/,  Así  las  seguridades 

Y  las  palabras  sustentas 
Con  que  eternas  prometías 
Mis  dichas  y  tu  firmeza? 

¿  Quién  fiar  podrá  en  mujeres,' 
Pues  tú,  que  su  excepción  eras. 
La  fe  prometida  ultrajas. 
Tus  palabras  atrepellas? 

A  pesar  del  mundo  todo, 
Juramos  los  dos  eternas, 
Yo  mi  fineza  y  amor, 

Y  tú  su  correspondencia. 
Milagro  es  de  mi  pasión. 

Cuando  das  de  humana  señas. 
Que  te  idolatre  divina; 
Mas  ¡ay,  que  es  mi  pasión  ciega! 
Y  asi,  mi  amor  te  disculpa, 

Y  aunque  á  mi  pesar,  confiesa 
Que  tú  no  estás  obligada 

A  ser  constante  en  tu  mengua. 

Si  títulos  me  adornaran, 
Si  honores  me  ennoblecieran. 
Fueran  menos  disculpables 
Tu  mudanza  y  tu  tibieza. 

Pues  no  hay  en  la  aldea  toda. 
Con  ser  tan  grande  la  aldea. 
Pastor  que  no  esté  quejoso 
De  ver  lo  mal  que  te  empleas. 

No  ha  sido  tu  condición 
La  que  tus  afectos  trueca ; 
Sola  ha  sido  mi  furtuna ; 
De  ella  sola  tengo  queja. 

Al  mar  de  amor  no  se  entregue 
El  que  infeliz  se  contempla ; 
Que  provoca  á  la  fortuna 
Quien  se  arroja  al  mar  sin  ella. 

Rosas  fueron  mis  venturas, 
Gocé  su  fragancia  bella ; 
Pero  al  fin  se  deshojaron 
Dentro  de  mis  manos  mesmas. 

Mira  ahora,  Lisi  mia. 
Si  eran  vanas  mis  sospechas, 

Y  si  eran  mis  sentimientos 
De  desconfianzas  necias. 

Males  que  han  de  atormentarme, 
Aun  distantes  me  amedrentan , 
Porque  me  ha  hecho  en  mis  desdichas 
Adivino  la  experiencia. 

Vanos  fueron  mis  cuidados 

Y  vanas  mis  diligencias ; 
Que  no  bastan  precauciones 
A  contrarestar  estrellas. 


ROMANCE. 

Ya,  Lisi,  ha  llegado  el  tiempo 
En  que  es  preciso  quejarme, 
Y  que  escalen  del  silencio 
Mis  sentimientos  la  cárcel. 

No  espero  yo  que  mis  quejas 
En  tu  duro  pecho  labren. 
Porque  á  un  corazón  de  acero 
No  hay  suspiros  que  le  ablanden. 

Quejóme  por  desahogo 
Del  voraz  incendio  que  arde 

I,  Ps,-XVJII, 


COMPOSICIONES  VARIAS. 

En  mi  pecho,  á  cuya  llama 
Mi  vida  es  pavesa 'fácil. 

Escucha  esta  vez  siquiera, 
Si  te  lo  permite  el  grande 
Anhelo  con  que  apresuras 
El  dejarnos  y  ausentarte, 

Y  3'a  que  tus  gustos  llevas 
A  los  sotos  y  á  los  valles. 
Lleva  también  las  memorias 
De  mis  penas  y  pesares. 

Desde  que  vi  tu  hermosura 
Te  di  culto  y  vasallaje. 
Porque  no  hubo  diferencia 
Entre  el  verte  y  adorarte. 

A  lo  más  noble  del  pecho 
Hice  templo  de  tu  imagen, 
Recompensando  lo  fino 
La  humildad  del  homenaje. 

Desde  entonces  he  vivido. 
Bien  á  costa  de  mis  ayes. 
Sacrificado  al  martirio 
De  disimular  y  amarte. 

Pena  es  ésta  tan  tirana, 
Que  á  el  infeliz  que  la  pase , 
Ni  aun  los  más  altos  favores 
Son  á  compensarla  parte. 

Es  verdad  que  algunas  veces 
Me  Eucedió  despeñarme 
A  los  torpes  desenfados 
De  diversiones  vulgares, 

Y  como  el  ciego  que  á  impulso 
De  algún  alevoso  infame 

Mide  incauto  el  precipicio. 
Sin  conocer  su  desastre. 

Así  yo,  ciego  y  confuso 
Con  tus  luces  celestiales, 
No  era  mucho  que  anduviese 
En  despeños  cada  instante; 

Mas  como  dentro  vivías 
De  mi  corazón  amante. 
No  halló  otra  pasión  lugar 
Por  donde  al  alma  pasase. 

Con  esta  especie  de  amor 
He  vivido  tan  constante. 
Que  no  han  podido  los  días 
Disuadirme  ni  apartarme ; 

Y  aunque  es  cierto  que  no  encuen- 
Para  una  empresa  tan  grande,     [tro 
Ni  méritos  que  me  alienten. 
Ni  ventura  que  la  allanen, 
j      Y  aunque  á  cada  paso  toco 
I  Estorbos  insuperables, 
¡  No  es  mi  espíritu  de  aquellos 
Que  aterran  dificultades. 
!      Muchas  veces  con  la  envidia 
'  He  lidiado;  pero  es  fácil 
j  Vencer  á  los  que  pelean 
Con  solo  incivilidades; 
I      Hombres  que  se  califican 
Indignos,  si  no  incapaces 
De  albergar  en  su  vil  pecho 
La  noble  pasión  de  amarte. 
Tu  altivez  3-  mi  humildad 
Tampoco  han  sido  bastantes 
Para  divertir  mi  empeño. 
Ni  para  desengañarme. 

Al  cielo  deber  quisiera, 
Tan  sólo  por  agradarte, 
Las  gracias  de  tu  belleza. 
Las  perfecciones  de  un  ángel; 

De  otro  modo,  ya  conozco 
El  éxito  lamentable 
De  mis  tristes  pensamientos, 
Castigados  por  audaces. 

Pero  entre  tantas  desdichas 
Hallo  alivio  al  acordarme 
Que  las  deidades  también 
Suelen  tal  vez  humanarse. 

La  diosa  de  la  hermosura 
Amó  á  Anquíses,  cuyo  enlace 
Dio  á  Eneas  el  noble  timbre 
De  descender  de  deidades. 


241 

Mas  |oh  qué  en  vano  me  alienlau 
Ejemplos  irregulares, 
Pues  no  hay  razones  que  valgan 
Cuando  la  dicha  no  vale! 


ROMANCE. 

No  os  atropelleis,  traidoras, 
Mortales  desconfianzas. 
Pues  para  acabar  conmigo 
Menos  diligencia  basta. 

Si  el  humillar  á  un  rendido 
Tenéis  por  heroica  hazaña, 
Bien  puede  ser  que  lo  sea, 
Pero  más  parece  infamia. 
Si  ejercierais  los  rigores 
Contra  Icjcas  .arrogancias. 
Siempre  fuera  tiranía, 
Pero  fuera  disculpada. 

Pastores  tiene  la  aldea 
Llenos  de  soberbia  tanta. 
Que  parece  desafian 
La  fortuna  cara  á  cara. 

En  éstos  cebar  pudierais 
Vuestra  condición  tirana, 
Y  perdonar  á  abatidos 
Zagales  de  inferior  laya  ; 

Aunque,  si  bien  considero 
Vuestra  terca  pertinacia. 
Tanto  insistís  en  matarme, 
Que  parece  que  os  lo  pagan. 

Asesinos  sois,  cobardes. 
Que  con  astucias  y  mañas 
Dormís  de  día,  y  de  noche 
Redobláis  las  asechanzas. 

Memorias  tristes  a.sustan 
Mis  dichosas  esperanzas ; 
Que  hasta  mis  proprias  potencias 
Se  me  han  vuelto  mis  contrarias. 

Si  alguna  vez  salgo  al  soto, 
Corrido  al  ver  tanta  gala. 
Vuelvo  lleno  de  temores 
Y  vergüenza  á  mi  cabana. 
Pastores  me  atemorizan, 
Cuj'a  presunción  villana 
Hace  la  guerra  á  los  pobres 
Con  esplendidez  bastarda. 
Entre  brillantes  pellicos 
Disimulan  ó  disfrazan 
Las  toiT^es  aborrecibles 
Cualidades  de  sus  almas. 

Ostenten  ellos  grandezas ; 
Que  á  mí,  bien  mío.  me  basta, 
Para  exceder  sus  aplausos , 
La  posesión  de  tus  gracias. 


A  LA  AUSENCIA  DE  LISI. 

ROMANCE. 
Bella  pastora  del  Tajo 
Cuj'a  gala  y  gentileza 
Dan  más  mérito  á  sus  ondas 
Que  el  oro  de  sus  arenas; 

Flora  de  esos  horizontes, 
Que  á  inñujos  de  tu  presencia 
En  cada  flor  reproduces 
Repetidas  primaveras; 

Pales  de  esos  verdes  sotos, 
A  cuya  rara  belleza 
Todo  corazón  es  templo. 
Toda  libertad  ofrenda. 

Supuesto  que  de  estos  campos 
Tiranamente  te  ausentas, 
Donde  llevas  nuestras  almas, 
Lleva  también  nuestras  quejas, 

Si  entre  tantos  mayorales 
Como  á  tu  deidad  obsequian. 
Tiene  un  humilde  zagal. 
Si  no  aceptación,  licencia. 
De  Tin  corazón  todo  tuyo 

16 


242 


DON  VICENTE  GARCÍA  DE  LA  HUEETA. 


Escucha  expresiones  tiernas, 

Y  ya  que  no  compasiva, 
Muéstrate  esta  vez  atenta. 

Dejástenos...  Ya  se  explican 
Bastante  las  ansias  nuestras, 
Pues  solamente  en  ilejar;ios, 
Todos  los  males  nos  dejas. 

Lut-'s  viste  iManzanares, 

Y  no  se  halla  en  sus  riberas 
Pastor  que  no  se  lamente. 
Zagal  (jue  no  gima  endechas. 

Por  el  pastoril  avío 
Que  nos  honraba  las  fiestas, 
Sólo  vestimos  gabanes 
Cortados  de  pieles  negras. 

No  hay  más  música  en  los  sotos 
Que  canciones  lastimeras, 
Quejas  de  tu  tiranía, 
Maldiciones  á  tu  ausencia. 

No  se  escucha  en  el  contorno 
Voz  que  lástima  no  sea, 

Y  hasta  á  el  ganado  parece 
Que  tiene  el  mal  trascendencia. 

Ya  la  inquietud  bulliciosa 
De  las  reses  más  traviesas 
Es  miserable  balido, 
Que  adula  al  que  las  gobierna. 

El  recental  más  robusto 
Enfermo  pace  la  yerba, 

Y  más  que  el  sangriento  lobo, 
Daña  al  hato  su  tristeza. 

El  can  que  en  continuas  luchas 
Hizo  alarde  de  sus  presas, 
O  yace  enfermo  en  la  grama, 
O  no  hay  hora  en  que  no  duerma. 

Los  gallardos  rabadanes, 
Antes  honor  de  estas  vegas. 
En  la  amarillez  del  rostro 
Llevan  de  su  mal  las  señas. 

Y  yo,  á  quien  coia  razón 
Tu  ausencia  infausta  atormenta, 
La  acompaño  con  mis  ansias. 
La  sigo  con  mis  querellas. 

Escándalo  de  estos  bosques 

Y  lástima  de  escás  selvas 
Son  los  términos  mortales 
A  que  mi  furor  me  lleva. 

Mis  reses  descarriadas 
A  porfía  se  despeñan , 

Y  han  perdido  la  memoria 
De  las  mas  trilladas  sendas. 

Quizás,  por  lisonjearme. 
Duelos  entre  sí  fomentan ; 
Que  el  desatiento  del  dueño 
Hasta  á  sus  apriscos  llega. 

Para  aplacar  tus  desvíos, 
Oficiosas  mis  ovejas, 

Y  por  ser  víctimas  tuyas, 
Al  sangriento  hierro  vuelan. 

No  hay  quietud  en  los  rediles , 
Ni  en  nuestros  cotos  se  encuentran 
Más  que  rencillosas  luchas 

Y  escandalosas  contiendas. 
Todo  el  campo  perturbado 

Por  todas  partes  se  ostenta. 
Más  que  ominosos  indicios 
De  los  males  que  en  él  reinan. 

Todo  en  continuo  desorden 
Estará  mientras  no  vuelvas; 
Vuelve,  porque  tantos  daños 
Se  atajen  con  tu  presencia, 

Pero  ¿  para  qué  procuro 
Engañar  así  mis  penas. 
Cuando  han  de  volver  contigo 
Tus  esquiveces  primeras  ? 


Satisfacciones  á  una  calumnia. 
ROMANCE. 
Mal  haya  la  infame  lengua, 
Permobo  dueño  del  alma, 


Que  á  un  mismo  tiempo  fomenta 
Tus  disgustos  y  mi  infamia; 
Mal  haya  el  indigno  pecho 
En  cuya  envidiosa  fragua 
Dieron  forja  á  tal  mentira 
Los  celos  o  mi  desgracia; 

Y  mal  haya  mi  fortuna, 
Que  me  prodiga  y  recata 
Las  ocasiones  de  oiría 

Y  los  medios  de  vengarla. 
Parece  que  el  mundo  todo 

En  mi  daño  se  declara , 
Como  que  siente,  bien  mió, 
Verte  tan  mal  empleada. 

Con  ficciones  y  mentiras 
Hacerme  la  guen-a  trata, 
Por  ser  armas  que  él  conoce 
Que  yo  no  sé  manejarlas. 

Sin  apelar  á  invenciones. 
La  envidia  en  mí  proprio  hallara 
Deméritos  que  me  humillen 

Y  defectos  que  me  abatan. 

Y  sin  recurrir  al  torpe 
Villano  medio  que  abraza. 
De  indiciar  de  sospechosas 
De  mi  fino  amor  las  ansias. 

Quiera  el  cielo,  Lisi  mia. 
Si  acaso  Fabio  te  agravia, 
Que  de  tus  hermosos  ojos 
Le  falten  las  luces  claras. 

Las  lágrimas  con  que  riega 
El  terso  papel  que  mancha. 
En  pena  de  su  delito. 
Le  atosiguen  la  entrañas ; 

Estos  ardientes  suspiros, 
Con  que  el  ambiente  se  inflama, 
Sirvan  de  hoguera  en  que  el  torpe 
Vil  corazón  se  deshaga. 

En  tus  esquiveces,  Lisi, 
Te  encuentre  siempre  obstinada, 

Y  oiga  siempre  de  tu  boca 
Sólo  ultrajes  y  amenazas. 

El  sol  sus  luces  le  niegue , 
Su  claro  cristal  el  agua, 
El  aire  puro  su  aliento, 

Y  la  tierra  su  morada. 
Vengativo  hierro  corte 

Su  fementida  garganta , 

Y  en  su  mal  nacido  pecho 
Se  embote  su  misma  espada. 

Pero  bien  seguro  vive. 
Mi  bien,  de  desdichas  tantas, 
Quien  cifra  sus  glorias  todas 
En  idolatrar  tus  gracias. 

Inventen  mis  enemigos 
Imposturas  temerarias; 
Que  yo  tengo  en  mi  amor  tierno 
Mi  inocencia  acreditada. 

Y  entre  tanto,  dueño  mió. 
Desprecia  aprensiones  vanas, 
Falsos  partos  de  la  envidia, 
Producciones  de  la  rabia; 

Que  primero  al  firmamento 
Cubrirán  del  mar  las  aguas 
Que  un  punto  mi  amor  decline 
Ni  mi  fe,  Lisi,  decaiga. 

Y  hasta  después  de  la  muerte 
Unidas  nuestras  dos  almas, 
Geroglíficos  serán 

Del  amor  y  la  constancia. 


Consideraciones  de  un  amante  desconfiado. 


iQué  triste  despierta  el  alba, 
Qué  funestas  y  qué  graves 
De  las  cumbres  tic  los  montes 
Condensadas  nubes  nacen  1 


¡  Qué  poco  alumbra  la  clara 
Antorcha  del  cielo  errante. 
Impedido  su  esplendor 
De  nublos  y  oscuridades! 

¡Qué  mudas  están  las  selvas 

Y  qué  callados  los  valles. 
Qué  en  silencio  los  poblados 

Y  cuan  en  quietud  las  avesl 
Todo  respira  tristeza. 

Todo  en  torpe  sueño  yace. 
Todo  es  soledad  y  todo 
Acompaña  á  mis  pesares, 

¡Qué  mansas  corren  las  fuentes, 
Qué  torpe  susurra  el  airel 
No  hay  pastor  que  no  sosiegue. 
No  hay  despierto  can  que  ladre. 

Quieto  el  redil,  no  se  (  scucha 
Res  que  rumie  ni  que  bale ; 
Duerme  el  recental,  asido 
Del  tierno  pezón  que  lame. 

Sólo  yo,  en  tanta  quietud. 
No  sosiego  ni  me  cabe 
Más  descanso  que  en  suspiros 
Deshacerme  ó  exhalarme. 

¿Por  qué,  Amarilis  divina. 
Contra  mí  esgrimes  crueldades. 
Sabiendo  que  acá  en  mi  pecho 
Tiene  adoración  tu  imagen  ? 

¿  Qué  motivo  darte  pudo 
Mi  fe  para  que  la  trates 
Con  desi^recios  y  rigores , 
Con  desdenes  y  desaires? 

No  por  ser  deidad,  presumas 
De  cruel  y  de  fiera  ;  que  antes 
Es  la  piedad  atributo 
De  las  supremas  deidades. 

No  dices  que  me  aborreces. 
Porque  eres  cauta;  pero  haces 
Lo  que  no  quisiera  hicieses, 
Sólo  por  desagradarme. 

Tu  misma  boca  me  ha  dicho 
Que  primero  que  olvidases 
Mi  fineza  te  darían 
Muerte  tus  mismos  pesares. 

En  mis  manos  muchas  veces 
Ser  mia  siempre  juraste. 
I  Cómo  tu  palabra  ultrajas, 
Sacrilegamente  fácil  ? 

Yo  no  creo  me  aborrezcas  ; 
Que  están  mis  fidelidades 
Satisfechas  de  no  haber 
Quien  más  c^ue  yo  te  idolatre. 

Haber  puede  más  dichoso 
Alguno,  y  que  por  mi  ultraje. 
Yo  sea  el  ¡^rimero  en  quererte, 

Y  él  lo  sea  en  agradarte. 
Más  ricos,  más  poderosos. 

Más  augustos  y  más  grandes 
Podrá  haber,  pero  no  habrá 
Quien  sepa  más  estimarte. 

Yo  soy  un  j^astor  humilde. 
Tan  sólo  rico  de  males  ; 
Mas  tengo  un  ánimo  noble 

Y  un  amor  inestimable. 
No  creo  de  tí  mudanzas 

Ni  otras  traiciones  infames; 
Que  eres  noble ,  y  si  me  agravias , 
A  tí  misma  agravios  haces. 

Pero  aunque  tú  me  aborrezcas, 
Me  olvides  y  me  maltrates, 
Jamas  en  mí  encontrarás 
Más  que  una  pasión  constante; 

Y  lo  poco  que  viviere 
Desde  el  punto  que  me  aparte 
De  tí ,  será  suspirando 
Por  tormentos  que  me  acaben; 

Adorando  tu  hermosura. 
Idolatrando  tu  imagen; 
Que  éste  es  en  j^echos  honrados 
El  modo  de  despicarse. 


FIN  DE  LAS  poesías   DE  DON  VICENTE  GARCÍA  DE   LA  HUERTA, 


DON  JOSÉ  CADALSO. 


NOTICIAS    BIOGRÁFICAS    Y   JUICIOS    CRÍTICOS. 


Quien  examine  con  critica  é  imparcialidad  la  historia  literaria  de  nuestra  nación  durante  el 
período  que  corrió  desde  el  reinado  de  Felipe  111  hasta  mediado  el  siglo  xvnr,  verá  envueltos  en 
la  ruina  del  imperio  español  los  conocimientos  científicos,  el  buen  gusto  en  la  literatura  y  poesía, 
y  la  elegancia  de  la  hermosa  lengua  castellana,  que  en  los  tiempos  anteriores  había  elevado  la  na- 
ción al  mayor  grado  de  gloria  y  prosperidad.  Ni  podrá  verse  sin  dolor  y  asombro  tan  lastimosa  y 
precipitada  decadencia,  ni  dejar  de  mirar  con  cierto  linaje  de  gratitud  y  respeto  el  celo  ilus- 
trado y  la  constante  laboriosidad  de  los  sabios  que  procuraron  restaurar  los  buenos  estudios,  com- 
batiendo errores  y  preocupaciones  ya  muy  arraigadas  y  envejecidas. 

Después  de  don  Ignacio  de  Luzan ,  que  con  su  Poética  señaló  el  camino,  y  con  sus  obras  propias 
dio  un  ejemplo  del  buen  gusto  en  nuestra  poesía,  pocos  han  tenido  mayor  influjo  en  tan  feliz  re- 
volución como  DON  José  Cadalso.  Si  en  los  Erudilos  á  la  violeta  ridiculizó  con  graciosa  ironía  la 
hipocresía  literaria  de  aquellos  hombres  presuntuosos  y  charlatanes  que  pretenden  alucinar  con 
una  erudición  universal,  tan  superlícial  y  vana  como  dañosa  al  progreso  de  las  ciencias;  si  en  las 
Carlas  marruecas  censuró  con  suma  discreción  los  vicios  de  nuestra  literatura,  de  nuestra  descui- 
dada educación  y  de  nuestras  desarregladas  y  perniciosas  costumbres;  si  en  otros  escritos  lu- 
ció siempre  el  ingenio,  la  gracia  y  la  delicada  ironía  para  corregir  las  preocupaciones  dominan- 
tes en  su  tiempo,  en  sus  poesías  se  vio  renacer  el  gusto  anacreóntico  de  Villegas ,  la  tcrimra  de 
Garcilaso,  la  sublimidad  de  Herrera  y  la  agudeza  satírica  de  Quevedo  y  de  Góngora. 

A  dotes  tan  singulares  unió  Cadalso  un  carácter  franco  y  afable,  un  genio  festivo  y  ameno,  y 
un  conocimiento  singular  de  los  principales  idiomas  vivos  de  las  naciones  cultas;  y  esto  contri- 
buyó á  extender  y  estrechar  sus  relaciones  de  amistad  y  correspondencia  con  los  más  floridos  in- 
genios de  su  edad,  dirigiéndolos  por  los  buenos  principios  al  templo  de  la  gloria,  sin  aquellas  ri- 
validades y  enconos  que ,  por  desgracia ,  suelen  ser  tan  comunes  entre  los  literatos.  Justo  será, 
pues,  que  procuremos  honrar  la  memoria  de  este  célebre  escritor  con  algunas  noticias  de  su 
vida,  ilustrando  de  este  modo  un  periodo  muy  principal  de  nuestra  historia  literaria. 

Nació  DON  José  Cadalso  en  la  ciudad  de  Cádiz,  á  8  de  Octubre  de  1741,  y  fué  bautizado  el  mar- 
tes 10  del  mismo  mes,  en  la  catedral  de  aquella  ciudad.  Era  originario  de  una  familia  antigua  y 
solariega  de  Vizcaya,  y  por  eso  él  mismo,  en  algunas  partes  de  sus  poesías,  llama  á  este  país  su 
patria  (1).  Sus  padres,  don  José  de  Cadalso  y  doña  Josefa  Vázquez  de  Andrade,  después  de  ha- 
berle dado  una  educación  doméstica  muy  esmerada  bajo  la  dirección  de  los  jesuítas,  le  enviaron 
á  Paris,  donde  estudió  con  mucho  aprovechamiento  las  humanidades ,  las  ciencias  exactas  y  na- 
turales, y  las  lenguas  latina,  francesa,  inglesa,  alemana,  italiana  y  portuguesa;  en  cuyos  conoci- 
mientos se  perfeccionó  durante  los  viajes  que  emprendió  seguidamente  por  Inglaterra,  Francia, 
Alemania  ,  Roma ,  Ñapóles  y  Portugal. 

Volvió  á  lispaña  á  la  edad  de  veinte  años ,  cuando  se  había  declarado  la  guerra  con  Portugal ; 
y -habiendo  tomado  en  Diciembre  de  1761  el  hábito  de  la  orden  militar  de  Santiago  en  la  iglesia 
de  clérigos  agonizantes  de  la  calle  de  Fuencarral  de  Madrid  ,  entró  á  servir  de  cadete,  en  4  de 
Agosto  de  1762,  en  el  regimiento  de  caballería  de  Borbon,  que  ya  estaba  en  campaña.  En  ella 

(1)  Al  Dero  de  Cantabria,  patria  mia. 

(Tercelon  á  la  Fortuna.) 


2j^  DON  JOSÉ  CADALSO. 

hizo  importantes  servicios,  hallándose  en  el  destacamento  de  Villa-Bella  cuando  los  enemigos  pa- 
saron el  Tajo  V  en  el  sitio  y  rendición  de  Almeida.  Es  notable  la  ocurrencia  que  tuvo  estando  de 
centinela  en  iina  gran  guardia,  situada  A  la  orilla  de  un  rio.  Hablando  con  mucha  propiedad  en 
iii'dés  con  un  oficial  de  esta  nación,  logró  persuadirle  era  paisano  suyo,  y  con  este  conocimiento 
pudo  adquirir  noticias  importantes  y  prestar  particulares  servicios  al  general  en  jefe  del  ejér- 
cito, Conde  de  Aranda,  que  le  nombró  edecán  suyo  y  le  manifestó  desde  entonces  el  mayor 
aprecio. 

En  22  de  Junio  de  1764  recibió,  en  premio  de  estos  servicios ,  el  grado  de  capitán  en  el  mis- 
mo regimiento  de  Borbon  ;  en  iú  de  Setiembre  de  1772  se  le  nombró  capitán  efectivo,  sargento 
mayor  en  44  de  Enero  de  1776 ,  y  comandante  de  escuadrón  en  21  de  Abril  de  1777. 

Siguiendo  á  su  regimiento,  fuéá  Zaragoza,  en  donde,  según  él  mismo  refiere,  empezó  á  aficio- 
narse á  la  poesia  (1).  Trasladado  desde  allí  á  Madrid,  estuvo  en  4767  en  Alcalá  de  Henares,  donde 
conoció  al  señor  don  Gaspar  de  Jovellanos ,  todavía  muy  joven ,  recien  llegado  de  Asturias 
al  colegio  mayor  de  San  Ihlefonso.  A  su  ejemplo,  y  acaso  con  sus  consejos,  Jovellanos  cultivó  des- 
pués la  poesia  con  mucho  esplendor,  según  lo  declara  él  mismo  en  una  epístola  en  que  describe 
á  Mireo  (el  religioso  de  san  Agustín  fray  Miguel  de  Miras)  los  sucesos  de  su  vida  (2). 

Por  estos  años  estuvo  Cadalso  embarcado,  con  tropas  á  sus  órdenes,  en  la  escuadrilla  de  jabe- 
ques que  mandaba  don  Juan  de  Araoz  en  las  aguas  de  Gibraltar.  También  estuvo  Cadalso  en  Sa- 
lamanca desde  1771  hasta  principios  de  4774,  donde  mereció  la  mayor  estimación  de  los  sabios 
y  literatos  de  aquella  célebre  universidad,  contribuyendo  particularmente,  con  su  natural  afabi- 
lidad ,  á  que  los  jóvenes  que  se  distinguían  por  su  talento  y  favorables  disposiciones  recibiesen 
aquella  instrucción  y  delicado  gusto  que  tanto  había  de  influir  después  en  la  mejora  de  los  estu- 
dios y  en  el  restablecimiento  do  nuestra  literatura  y  poesía.  Así  sucedió  con  don  Juan  Melendez 
Valdés.  Cadalso  encontró  en  este  joven  prendas  bastantes  para  presagiar  que  podía  ser  uno  de  los 
más  insignes  poetas  de  nuestro  Parnaso.  Tratóle  con  amistad,  y  llegó  á  amarle  con  tal  ternura, 
que  se  lo  llevó  á  vivir  en  su  compañía,  instruyéndole,  no  sólo  con  los  buenos  libros  de  la  litera- 
tura extranjera,  sino  indicándole  los  excelentes  modelos  que  debía  seguir  é  imitar  en  sus  compo- 
siciones poéticas.  El  mismo  Melendez  confesaba  sinceramente  cuanto  debía  á  la  compañía,  trato 
y  ejemplos  de  Cadalso,  sin  los  cuales  acaso  hubiera  seguido  el  mal  gusto  de  otros  copleros  y  ver- 
sificadores despreciables  (5). 

Los  que  sepan  apreciar  el  alto  mérito  de  Melendez,  y  conozcan  que  ha  fijado  en  la  poesía  caste- 
llana una  nueva  época,  por  el  fondo  de  doctrina,  por  el  carácter  ameno  y  agradable,  por  los  prin- 
cipios y  estudio  de  la  naturaleza,  y  cuánto  influyó  en  los  poetas  de  aquella  edad,  podrán  calificar 
lo  mucho  que  se  debe  á  Cadalso  en  esta  ventajosa  reforma,  y  la  justicia  con  que  alababa  á  su  jo- 
ven discípulo.  Por  estos  mismos  años  mantenía  con  don  Tomas  de  Triarte,  que  le  dedicó  su  tra- 
ducción del  Arte  poética  de  Horacio,  una  correspondencia  epistolar  en  verso,  como  se  infiere  de 
las  cartas  que  éste  le  escribió  en  4774,  1776  y  4777,  y  se  hallan  publicadas  en  la  colección  de  sus 
obras  (4).  Con  igual  franqueza  y  amistad  trataba  á  don  Vicente  García  de  la  Huerta,  á  don  Nico- 
lás Fernandez  de  Moratin ,  al  maestro  fray  Diego  González,  al  Marqués  del  Mérito,  á  don  José  Igle- 
sias, todos  insignes  poetas  de  su  tiempo,  celebrando  sus  obras,  y  estimulándolos  siempre  á  culti- 
var la  buena  poesía  y  la  pureza  y  hermosura  del  idioma.  La  primera  obra  que  publicó  fué  la 
tragedia  original,  intitulada  Doíí  Sancho  García,  conde  de  Castilla,  impresa  en  4771  con  el  seu- 
dónimo de  Juan  del  Valle,  y  reimpresa  ya  con  el  verdadero  nombre  del  autor  en  4784.  Esta  trage- 
dia se  representó  en  el  mismo  año  de  1771,  y  de  ella  hizo  entonces  honorífica  mención  el  señor 

(I)  Con  pecho  humilde  y  reverente  paso  tes  de  la  venida  de  Dalmiro  (Cadalso).  Este  ingenio, 

Llegué  á  la  sacra  falda  del  Parnaso ,  ^  ^Q^j^g  ]yces  grande,  me  animó  á  la  poesía,  y  á  él  debo 

Ovidio  y  Tasso de  Melendcz   FaWtfs.— Salamanca,  30  de  Marzo  de 

(2)  Véase  en  el  tomo  xlvi  de  esta  Biblioteca,  pági-  1770.— Es  la  primera  que  escribió  á  Jovellanos,  sin 
na  6.  conocerle  personalmente  y  movido  únicamente  por  las 

(3)  ((Si  las  musas  salmantinas  no  tuvieran  una  justa  alabanzas  que  tributaba  á  este  bombre  insigne  fray 
vergüenza  de  parecer  ante  las  hispalenses,  yo  osaría  Diego  González,  amigo  íntimo  de  Melendez.  Tenía  éste 
remitir  á  usía  algunas  composiciones  menos  imper-  á  la  sazón  veinte  y  dos  años.)  {Nota  del  Colector.) 
foctas  qup  In^  que  produáa  este  dosapaciblo  terreno  án-  (4)  Epístolas  i ,  n ,  v  y  xi. 


NOTICIAS  BIOGRÁFICAS  Y  JUICIOS  CEÍTICOS.  245 

don  Pedro  Napoli  Signorelli  en  su  Hiatoria  crítica  del  teatro  (1),  diciendo  que  el  argumento  es  trá- 
gico, que  está  tratado  con  juicio  y  buen  estilo,  y  bien  expresada  la  pasión  de  la  Condesa,  si  bien 
nota  y  le  desagrada  la  perpetua  consonancia  de  los  versos  pareados,  y  el  estar  poco  preparada  la 
violenta  propuesta  del  moro,  que  pretende  de  una  madre,  como  prueba  de  su  amor,  la  muerte 
de  su  hijo.  Esta  tragedia,  que  (según  Signorelli)  es  digna  de  alabanza  en  su  conjunto,  no  debió 
ser  objeto  de  la  sátira  de  los  copleros,  y  los  cómicos  no  debían  haber  dejado  de  representarla.  El 
mismo  escritor  nos  da  noticia  de  otra  tragedia,  inédita ,  de  Cadalso,  intitulada  Numancia ,  que  era 
muy  aplaudida  de  los  pocos  que  la  hablan  leido  (2).  Este  juicio  sin  duda  recibirá  algunas  modi- 
ficaciones en  el  tiempo  presente,  en  que,  apreciando  el  mérito  de  Cadalso  como  uno  de  los  res- 
tauradores del  teatro  en  esta  difícil  y  sublime  composición ,  se  han  visto  otros  dramas  del  mismo 
argumento  con  mejor  desempeño  y  mayor  aceptación.  En  el  Sancho  García  de  Cadalso  se  ha  ce- 
lebrado, entre  otras,  la  pintura  de  las  obligaciones  de  la  grandeza,  puesta  en  boca  de  don  Gon- 
zalo en  la  escena  n  del  acto  iv  (3). 

Al  año  siguiente  de  1772  publicó  los  Eruditos  á  la  violeta  ^  sátira  ingeniosa  contra  los  que  con 
cortos  estudios  y  superficial  doctrina  aparentan  saberlo  todo;  vicio  que  halló  muy  propagado  en 
España,  y  que  conoció  era  una  de  las  causas  de  que  progresasen  tan  poco  entre  nosotros  los  co- 
nocimientos útiles ,  que  tanto  adelantaban  en  las  naciones  extranjeras.  Publicó  esta  obra  con 
el  nombre  de  don  José  Vázquez,  y  la  aceptación  con  que  fué  recibida  del  público  ilustrado  le  es- 
timuló á  dar  á  luz  en  el  mismo  año  el  Suplemento ^  en  el  cual  insertó  varias  traducciones  de  los 
poetas  latinos,  franceses  é  ingleses  que  habia  citado  en  la  lección  de  poética  de  sus  Eruditos,  en- 
tre ellas  la  de  la  famosa  relación  de  la  Fedra,  de  Racine,  y  la  del  Funus  Passeris,  de  Catulo.  Entre 
las  cartas  de  sus  discípulos,  todas  Mimas  de  instrucción  saludable,  de  excelente  doctrina,  del  más 
puro  y  ardiente  patriotismo,  resalta  la  de  un  erudito  viajante  á  la  violeta  á  su  catedrático,  porque 
conocía  bien  Cadalso  que  de  los  viajes  hechos  por  jóvenes  superficiales,  que  no  conocen  todavía 
su  país  nativo,  se  introducen  en  él  todos  los  vicios  de  fuera,  y  se  propagan  y  autorizan  las  preocu- 
paciones contra  la  propia  nación.  En  las  Carlas  marruecas,  que  dejó  inéditas,  y  se  han  impreso 
después  tantas  veces ,  campean  el  mismo  amor  patrio  y  los  deseos  eficaces  de  purificar  á  su  na- 
ción de  aquellos  vicios  y  preocupaciones  que  con  sobrada  malignidad  sirven  de  ocasión  y  apoyo 
á  las  invectivas  de  los  extranjeros. 

Bajo  el  mismo  nombre  de  don  José  Vázquez  publicó,  en  1773,  sus  poesías  líricas,  con  el  título  de 
Ocios  de  mi  juventud,  agradecido  á  la  aceptación  con  que  el  público  recibió  las  obras  anteriores. 
Habia  pensado  publicar  otros  escritos  sobre  diversos  ramos  de  literatura,  y  comenzó  por  la  poesía, 
dando  un  modelo  de  ser  en  las  materias  amorosas  modesto  y  afectuoso,  sublime  en  lo  her<)ico,  y 
agudo  y  ameno  en  lo  satírico,  y  presentando  un  dechado  de  la  fluidez  y  armonía  de  la  versifica- 
ción, y  de  toda  la  gala,  la  gracia  y  el  colorido  de  la  poesía,  sin  que  para  ello  se  valiese  de  las 
trasposiciones  forzadas,  ni  del  uso  de  palabras  anticuadas,  ni  de  aquel  estilo  cortado  que  obliga 
á  veces  á  perder  la  fluidez  y  armonía;  defectos,  por  desgracia,  harto  comunes  en  algunos  de  los 
que  últimamente  han  enriquecido  nuestro  Parnaso.  Ésta  fué  la  última  de  las  obras  que  vio  publi- 
cadas durante  su  vida. 

Entre  tanto  siguió  los  cuarteles  y  marchas  de  su  regimiento,  sin  que  las  ocupaciones  literarias 
le  distrajesen  de  atender  preferentemente  al  buen  desempeño  de  sus  obligaciones  militares.  Ha- 
llándose en  el  Montijo,  el  año  de  1774,  enseñó  la  táctica  del  célebre  Inspector  de  caballería  don 
Antonio  Ricardos  Carrillo,  á  quien  debió  siempre  singular  distinción  y  aprecio,  especialmente 
después  que  habiendo  pasado  revista  al  regimiento  de  Borbon  en  el  Casar  de  Cáceres,  lo  encontró 
en  el  mejor  estado  de  instrucción  y  de  disciplina,  bien  provisto  de  armas  y  caballos,  y  con 
mucho  orden  y  claridad  en  las  cuentas  de  la  caja.  A  este  concepto  de  los  jefes  superiores  corres- 
pondía el  amor  con  que  le  miraban  los  subalternos  y  la  tropa  ,  que  veian  en  él  un  padre,  que  sa- 
bía reunir  la  franqueza  y  dulzura  de  su  buen  trato  al  interés  de  corregir  sus  faltas,  de  mejorar  sus 
costumbres  y  administrarles  justicia.  El  mismo  señor  Ricardos  (cuyo  voto  es  de  mucho  peso  en 


(i)  Conoció  Cadalso  á  Signorelli  en  la  célebre  tcr-  (2)  Storia  critica  di  tealriant.emod.,  lib.  ni,  capí- 
tulla  literaria  de  la  antigua  fonda  de  San  Sebastian,  lulo  vi. 

adonde  le  presentó  don  Nicolás  de  iMoratin ,  y  en  la  (3)  Scmpere ,  Biblioteca  de  los  mejores  escritores 

cual  leyó  sus  Cartas  marruecas.  {Nota  del  Colector.)  del  reinado  de  Carlos  III,  tomo  n,  pág.  22. 


246  DON  JOSÉ  CADALSO. 

el  asunto)  decía,  á  fines  de  1776,  en  uno  de  sus  intonnes,  hablando  de  Cadalso  :  «Este  oficial  tiene 
valor  sobresaliente,  ilustrado  talento,  ha  demostrado  suma  aplicación  en  el  desempeño  de  la  sar- 
gentía mayor  que  obtiene,  y  remediada  su  conducta  de  las  vivezas  de  mozo  (1),  se  puede  esperar 
mucha  utilidad  de  su  servicio.» 

Asi  hidjifra  sido  si  los  sucesos  de  su  noble  carrera  no  hubieran  frustrado  tan  lisonjeras  espe- 
ranzas. La  guerra  declarada  á  los  ingleses  en  1779  llevó  á  Cadalso  con  su  regimiento  al  ejér- 
cito (jue  se  formó  para  el  bloqueo  y  sitio  de  Gibraltar.  La  nombradla  y  buen  concepto  de  este 
sabio  militar  le  captó  la  confianza  y  distinción  del  general  en  jefe,  don  Martin  Álvarezde  Soto- 
mayor,  después  conde  de  Colomera,  quien  le  nombró  desde  luego  su  edecán  ó  ayudante  de 
campo,  y  recompensó  su  mérito  proporcionan'. ole,  á  fines  de  1781,  el  grado  de  coronel ;  pero  ha- 
llándose, por  orden  del  mismo  general,  en  una  batería  de  cañones  muy  avanzada,  llamada 
San  Martin,  frente  á  Gibraltar,  en  la  noclie  del  i27  al  28  de  Febrero  de  1782,  á  las  nueve  y 
media  se  vio  una  granada,  disparada  de  la  batería  enemiga  denominada  L'líses,  que  se  diri- 
gía al  paraje  donde  se  hallaba  Cadalso.  Advirtiéronle  del  riesgo  que  corría ;  pero  despreciando 
el  aviso  con  serenidad  ,  y  creyendo  algunos  que  pasaba  la  granada  por  encima ,  un  casco 
de  ella ,  que  le  hirió  de  rechazo  en  la  sien  derecha ,  le  llevó  parte  de  la  frente  y  acabó  con  su 
temprana  vida.  Su  pérdida  causó  un  sentimiento  general  en  todo  el  ejército  y  en  cuantos  le  co- 
nocían y  trataban.  El  gobernador  mismo  de  Gibraltar,  que  desde  <ántes  de  la  guerra  le  apreciaba 
como  su  amigo,  y  muchos  oficiales  ingleses,  que  habian  experimentado  su  buen  trato,  noble  ca- 
rácter y  varia  erudición ,  hicieron  un  duelo  muy  honorífico  en  esta  ocasión  á  la  memoria  de  este 
digno  militar  español.  Pocos  sucesos  desgraciados  han  lamentado  las  musas  castellanas  con  ver- 
sos más  dulces  y  afectuosos.  Don  Juan  Melendez  Valdés  (2),  don  .losé  Vaca  de  Guzman,  el  maes- 
tro fray  Diego  González,  el  Conde  de  Noroña  (5),  y  cuantos  eran  favorecidos  é  inspirados  de  Apo- 
lo, entristecieron  con  acentos  lúgubres  nuestro  Parnaso  (4).  Todos  le  reconocían  por  su  maestro 
y  por  su  modelo  y  amigo ,  y  bajo  estos  títulos  es  difícil  encontrar  otro  que ,  exento  de  emulacio- 
nes y  rivalidades  pueriles ,  haya  sabido  unir  más  á  los  grandes  ingenios  de  su  tiempo ,  dirigir  sus 
pasos  á  la  gloria  de  la  nación  y  á  los  progresos  de  la  literatura,  y  abrir  en  España  un  nuevo  cam- 
po á  la  poesía  (S). 


ADICIÓN  A  LA  NOTICIA  BIOGRÁFICA  DE  CADALSO. 

Sólo  una  tradición  confusa,  y  en  el  día  casi  enteramente  perdida,  conservaba  hasta  ahora  la 
memoria  de  la  peregrina  resolución  que  tomó  Cadalso  de  hacer  desenterrar  el  cadáver  de  la  inte- 
resante actriz  Ignacia  Ibañez ,  que  llegó  á  inspirarle  una  pasión  frenética.  Aun  más  que  acto  de 
amorosa  demencia,  la  exhumación  hubo  de  parecer  en  aquel  tiempo  criminal  profanación.  Ape- 
nas bastó  la  infiuencia  del  Conde  de  Aranda  para  acallar  el  escándalo  producido  entonces.  El 
tiempo  y  el  silencio  de  los  escritores  han  desvanecido  la  impresión  y  hasta  la  memoria  del  he- 
cho. A  él  alude  indudablemente  Quintana  en  estas  palabras  :  «Un  lance  funesto  en  los  afectos  ju- 
veniles de  Cadalso  le  dio  ocasión  á  exhalar  su  dolor  en  sus  Noches  lúgubres.  y>  Quintana  conocía 
las  circunstancias  del  lance  funesto;  pero  siguió  la  costumbre  de  ocultarlas  por  miramientos  que 
hoy  dia  fueran  intempestivos. 

(1)  Probablemente  aludía  aquí  el  Inspector  á  los  su  elegía  A  la  Fortuna,  ven  general  sus  vorsoscortos. 
ruidosos  amores  de  Cadalso  con  la  comeJiai;ta  María  El  ahate  Marcliona,  á  pesar  de  la  intolerancia  i\o  su 
Ignacia  Ibañez.  {Nota  de'  Colector.)  ci  ilica,  dice  de  Cadalso  :  «Kste  autor  ora  indisputable- 

(2)  Sempere,  en  su  Biblioteca,  artículo  Melendez,  mente  hombre  de  tálenlo. »  {Nota  del  Colector.) 
tomo  IV,  pág.  61 ,  publicó  algunas  estrofas  de  esta  can-  (5)  Ksta  noticia ,  salvo  algunas  adiciones  y  modiíi- 
cion  fúnebre.  caciones,  que  hemos  juzgado  indispensables,  es  la  mís- 

(3)  Elegía  MS.  nia  que  se  publicó  en  Madrid  al  frente  de  las  obras  de 

(4)  Quintana  escribe  deCADALSO:  «Él  hizo  revivir  la  Cadalso  (1803),  escrita  indudablemente  por  un  con- 
anacreónlica,  que  estaba  enterrada  co;i  Villegas  siglo  temporáneo  del  poeta.  —  La  edición  de  1818  es  más 
y  medio  había.  »  En  seguida  aplaude  algunas  de  sus  completa  que  la  de  1803,  y  contiene  todas  las  obras  del 
odas  eróticas,  los  bellos  rasgos  que  se  encuentran  en  autor.  {ídem.) 


NOTICIAS  BIOGEAFICAS  Y  JUICIOS  CRÍTICOS.  247 

Una  feliz  casualidad  ha  traido  á  nuestras  manos  la  carta,  que  á  continuación  publicamos,  escri- 
ta, en  1791,  por  un  amigo  de  Cadalso,  la  cual  contiene  explicaciones  y  pormenores  curiosos.  Esta 
carta  fué  copiada  en  Cádiz,  el  año  1824,  por  don  Bartolomé  José  Gallardo.  Tenemos  á  la  vista  la 
copia  autógrafa  de  este  eminente  bibliógrafo.  Su  original  existia  entonces  en  la  biblioteca  del 
lectoral  Triánes. 

Don  Leandro  Fernandez  de  Moratin  ,  en  la  Vida  de  su  padre ,  da  algunas  noticias  de  las  co- 
nexiones que  existieron  entre  Cadalso  y  la  mencionada  actriz.  Creemos  oportuno  reproducirlas 
aquí  : 

a  Cultivaba  por  entonces  don  Nicolás  Fernandez  de  Moratin  la  amistad  del  célebre  Cadalso. 
Juntos  frecuentaban  la  casa  de  María  Ignacia  ibañez,  sensible,  modesta,  hermosa,  joven  actriz, 
á  quien  el  segundo  de  ellos  amaba  con  la  mayor  ternura,  y  para  honor  de  las  que  pisan  el  teatro, 
era  igualmente  correspomlido.  La  celebró  en  sus  versos  con  el  nombre  de  Filis,  y  apenas  empezó 
á  llamarse  dichoso,  lloró  su  muerte.  No  quiso  Dalmiro  que  su  amiga  representase  la  tragedia  de 
Sancho  Garda  hasta  que  Moratin  la  hiciese  recomendable  al  público  en  el  papel  de  Ilonnesinda. 

lEsta  tragedia  hubo  menester  toda  la  protección  del  Conde  de  Aranda  para  darla  al  toalro  :  tal 
era  la  oposición  que  tenía  la  mayor  parte  de  los  cómicos  á  lo  que  llamaban  estilo  francés... 
Leyóse  la  tragedia  en  el  vestuario  del  teatro  del  Príncipe.  María  Ignacia  no  opuso  otra  dificultad 
que  la  de  creerse  poco  hábil  para  el  desempeño  de  su  papel.  Vicente  Merino,  á  quien  llamaron 
el  Abogado,  galán  de  aquella  compañía  y  amigo  íntimo  del  poeta,  repitió  lo  que  había  dicho  la 
divina  Filis;  los  demás  dijeron  despropósitos,  ó  callaron  entonces  para  murmurar  después.» 

La  Hormesinda  fué  representada  en  1770.  Al  ver  Cadalso  el  feliz  éxito  de  la  representación ,  y 
los  aplausos  que  recibía  RIaría  Ignacia,  ya  no  titubeó  en  dar  al  teatro  su  tragedia.  «  En  el  año  si- 
guiente de  1771  se  representó  el  Sancho  García  ,  y  don  Nicolás  Fernandez  de  Moratin  celebró  en 
elegantes  versos  el  mérito  del  autor  y  el  de  la  interesante  actriz  que  desempeñó,  menos  tímida 
con  los  aplausos  de  Hormesinda ,  el  papel  de  la  Condesa  de  Castilla. » 

L.  A.  DE  Cueto. 


CARTA   DE   UN   AMIGO  DE  CADALSO   SOBRE   LA   EXHUMACIÓN  CLANDESTINA  DEL  CADÁVER   DE   LA   ACTRIZ 

MARÍA    IGNACIA    IBAÑEZ. 

Amigo  raio  :  Su  curiosidad  de  usted  me  ha  puesto  en  la  precisión  de  indagar  vidas  ajanas,  pues  aunque  tan 
amigo  de  nuestro  Cadalso,  jamas  me  confió  semejante  lance.  Últimamente,  con  noticias  de  esta  parte,  presun- 
ciones de  la  otra ,  memorias  de  aquí,  palabras  de  allá,  y  á  costa  de  mucha  impertinencia,  he  conseguido,  atan- 
do inmensidad  de  cabos,  poder  informar  á  usted  de  toda  la  historia,  para  que,  impuesto  y  hecho  cargo  del  fun- 
damento, pueda  usted  leer  con  más  conocimiento  y  satisfacción  ese  apreciable  manuscrito,  inimitable  aun  al 
mismo  autor,  como  usted  verá. 

Concluidas  las  guerras  de  Portugal,  benefició  Cadalso  una  compañía  de  caballería  en  el  regimiento  de  Bor- 
bon,  á  expensas  de  una  crecida  herencia ,  la  que  desechó,  como  su  genio  prometía.  Marchó  á  Madrid  por  dispo- 
sición del  excelentísim.o  señor  Conde  de  Aranda.  Entre  los  encantos  de  la  corte,  no  fué  otro  capaz  de  arrebatarle 
sino  el  de  la  señorita  Ibañez,  cómica  en  aquel  teatro.  No  le  fué  dificultoso  el  logro  de  su  pretensión,  teniendo 
de  su  parte  sus  muchos  talentos,  y  sobre  todo,  una  buena  prevención  de  doblones,  opositores  á  la  verdad  insu- 
fribles. Al  fin  consiguió  su  deseo,  y  con  su  deseo  concluir  su  dinero,  quedando  reducido  á  harta  estrechez.  Es 
de  advertir  que  en  este  tiempo  á  madama  Ihañoz  la  solicitaron  el  Conde  de y  otros  de  bastante  supo- 
sición; circunstancias  para  que  el  desplumado  Cadalso  parase  su  vuelo;  pero  no  sucedió  así,  pues,  contra  el  ca- 
rácter voluble  de  su  s"xo,  y  á  pesar  del  interés  que  predonjina  á  las  de  esta  clase,  se  revistió  aquella  heroína  de 
un  entusiasmo  impropio  de  su  estado,  y  singular  en  estos  tiempos.  Despreció  los  intereses  y  las  interesantes  ofer- 
tas de  sus  apasionados,  manteniéndole  una  ejemplar  constancia,  y  diciéndole  que  quien  habia  di>;ipado  con 
ella  todos  sus  bienes,  no  merecía  una  recompensa  cual  él  se  maliciaba;  que  se  desimpresionase  de  semejante 
error,  y  que  se  convenciese  de  que  siempre  sería  suya.  Tanto  enamoró  esta  inesperable  acción  el  corazón  de  Ca- 
dalso, tanto  cautivó  su  voluntad,  y  tanto  obcecó  sus  claras  luces,  que  determinó  casarse  con  ella,  sin  reflexio- 
nar las  consecuencias  de  semejante  absurdo.  Pero  ;f\  qué  no  arrastrará  una  pasión,  obligada  de  un  proceder  tan 
fino?  Cuasi  no  pudieran  apartarlo  de  estas  locuras  las  persuasiones  de  don  Juan  deiríarte  y  otros  amigos,  á  no 
interponer  su  autoridad  el  señor  Conde  de  Aranda.  En  e.-ta  critica  estación ,  de  rrsultas  de  un  resfriado ,  cayó  en 
cama  la  Ibañez,  y  su  errada  curación  ó  complicación  de  enfermedades  motivaron  que  al  tercer  día  de  cama  es- 
pirase en  los  brazos  de  su  amante.  ¡Fuerte  sentimiento  para  un  pecho  tan  apasionado!  (Ya  da  esta  noticia  en  la 
Primera  noche. )  Le  perturbó  tanto  este  golpe,  llegándole  á  embriagar  de  tal  modo  la  reflexión,  que  casi  terminó 
en  demencia.  Cierto  que,  en  lo  que  cabe,  admito  disculpa  su  locura.  La  liermosura ,  gracia  y  buen  proceder  de  la 


2^8  DON  JOSÉ  CADALSO. 

Ibañez  se  unian  á  unos  superiores  talentos  (pues  parte  délos  Ocios  de  mi  juventud,  que  intitula  Cadalso,  son 
escritos  por  ella)  y  á  la  lin"za  que  le  manifestó,  esmerándose  en  manifestarla  cuanto  más  abatido  le  veia  ,  y  aun 
ayudándole  infinito.  En  mnelio  tiempo  no  salia  Cadal-o  ile  la  iglesia,  sin  moverse  de  la  losa  que  cubría  su  me- 
moria sino  las  lloras  que  le  precisaban  los  sacristanes  á  sulir  del  templo.  Su  melancolía,  poco  alimento,  mi- 
seria en  que  vivia  á  causa  de  sus  muchos  empeños,  lo  condnjiTon  á  unos  términos  deplorables,  con  indicios  de 
se"iiir  el  mismo  camino  que  madariia,  como  deseaba.  Úllimamenle  paró  su  violento  dolor  en  la  extravagancia 
de  desenterrar  el  cadáver;  pasó  al  pié  de  la  letra  todo  lo  que  describe  en  la  Primera  noche.  En  la  Segunda 
dif  renciau  bastante  las  noticias,  pues  aunque  es  evitlente  el  lance  de  los  asesinos  y  el  reconocimiento  de  la 
justicia,  no  lo  es  la  prisión  que  supone  en  la  cárcel.  En  esto  están  unánimes  lo>  votos,  con  bastante  funda- 
mento, pu"s  su  graduación  no  permitía  semejante  tropelía.  La  Tercera  noche  de  su  capricho  puso  en  ejecu- 
ción el  irredexionado  intento,  pero  no  llegó  á  efecto  por  la  vigilancia  de  varios  espías  que  con  esta  mira  puso  el 
Conde  de  Arnnda,  por  los  muchos  indicios  que  tenía.  L'llimamente  lo  encontraron  en  la  parroquia  de  San  Sebas- 
tian de  esta  corle  (teatro  de  esta  tragedia);  con  el  mayor  sigilo,  según  las  instrucciones  que  tenían,  lo  sacaron, 
como  también  al  sepulturero,  de  quien  sólo  he  sabido  que  paró  en  un  presidio,  y  que  tanto  á  él  como  á  su  fami- 
lia socorría  Cadalso  en  todo  lo  necesario.  Después  de  unas  sabias  y  bien  fundadas  reconvenciones,  lo  desterró 
el  señor  Conde  de  la  corte  (1),  y  reci''ntes  estos  lances,  compuso  el  papel  que  con  tanto  motivo  usted  aprecia.  Un 
amigo  de  mi  regimiento  le  estorbó  que  siguiese  su  composición,  advirtien  lo  que  tenía  su  memoria  fija  en  aquel 
irremediable  sentimiento ,  y  que  su  salud  en  nada  mejoraba;  lo  consiguió,  y  disipada  la  melancolía  ,  quiso  con- 
cluir, á  instancia  de  varios  amigos,  su  obra  empezada  ;  pero  le  fué  imposible  seguir  el  mismo  estilo,  confesando 
que  aquella  obra  era  sólo  hija  de  su  sentimiento.  Corren  varias  conclusiones  de  la  Primera  noche ,  pero  todas  di- 
ferencian del  primer  sentido.  Ha  de  advertir  usted  que  Virtelio  era  su  barbero;  en  las  poesías,  Dalmiro  es  don 
Juan  de  Iriarle;  muchos  de  los  versos  conocerá  usted,  por  el  asunto,  se  hicieron  á  la  vida  y  muerte  de  la  Ibañez. 
Hasta  aquí  he  conseguido  indagar.  Me  parece  haber  llenado  mi  encargo,  y  así  solicito  la  recompensa  de  usted, 
que  será  proporcionándome  ocasiones  de  servirle,  y  no  dudando  de  la  verdadera  amistad  de  su  amigo  y  seguro  ser- 
vidor.—M.  A.»  — Ag.°  (sic)  D."  Ca... 

(1)  El  Juez  de  la  Noche  tercera  es  el  Conde  de  Aranda.  (Nota  del  ColectorA 


POESÍAS. 


BEFIEBE  EL  AUTOS  LOS  MOTIVOS  QUE  TUVO  PARA 
APLICARSE  Á  LA  POESÍA,  Y  LA  CALIDAD  DK  LOS 
ASUNTOS  QUE  TRATABA  EN  SUS  VERSOS. 

Caro  lector,  cualquiera  que  tú  seas, 
Que  estos  mis  ocios  juveniles  veas, 
No  pienses  encontrar  en  su  lectura 
La  majestad,  la  fuerza  y  la  dulzura 
Que  llevan  los  raudales  del  Parnaso, 
Mena,  Boscan,  Ercilla,  Garcilaso, 
Castro,  Espinel,  León,  Lope  y  Quevedo: 
No  ofrezco  asuntos  que  cumplir  no  puedo. 
Sé  que  el  mortal  á  quien  benigno  el  hado 
La  morada  de  Pindó  ha  destinado. 
Halla  en  su  cuna  la  sagrada  rama 
Con  que  se  sube  al  templo  de  la  fama. 
Tanta  dicha  á  los  cielos  no  he  debido, 
Bajo  tan  fausto  signo  no  he  nacido. 
En  falsas  cortes  y  en  malicia  fiera 
De  mi  vida  pasé  la  primavera ; 
Jamas  compuse  versos  hasta  el  dia 
Que  me  dejó  la  estrella  mAs  impía 
A  mi  pena  y  rigor  abandonado, 
Objeto  débil  del  rigor  del  hado, 
Y  con  amor  y  ausencia,  mal  más  fuerte 
Que  cuantos  he  nombrado  y  que  la  muerte. 

Entonces,  por  remedio  á  mi  tristeza, 

De  Ovidio  y  Garcilaso  la  terneza 

Let  mil  veces,  y  otros  tantos  gozos 

Templaron  mi  dolor  y  mis  sollozos. 

Huyendo  de  los  hombres  y  su  trato. 

Que  al  hombre  bueno  siempre  ha  sido  ingrato, 

Sentado  al  pié  de  un  álamo  frondoso. 

En  la  orilla  feliz  del  Ebro  undoso, 


[Cuántas  horas  pasé  con  los  sentidos 
En  tan  sabrosos  metros  embebidos! 
jAy,  cómo  conocí  que  en  su  lectura    . 
Derramaban  los  cielos  más  dulzura 
Que  en  el  divino  néctar  y  ambrosía! 
Mi  tristeza  en  consuelos  convertía, 

Y  mis  males  yo  mismo  celebraba 
Por  la  delicia  que  en  su  cui-a  hallaba; 
Así  como  se  alienta  el  peregrino 
Cuando  encuentra  con  otro  en  el  camino, 

Y  con  gusto  el  piloto  al  mar  se  entrega 
Si  otro  con  él  el  mismo  mar  navega; 
Como  se  alivia  el  llanto  si  un  amigo 
De  nuestras  desventuras  es  testigo; 
Así  los  tristes  versos  que  leía 
Templaban  mi  fatal  melancolía, 
Hasta  que  en  ellos  me  dispuso  el  cielo 
De  todo  mi  dolor  total  consuelo. 

Así  mi  alma  al  Pindó,  agradecida, 
Cultivarle  juró  toda  la  vida. 
Con  pecho  humilde  y  reverente  paso 
Llegué  á  la  sacra  falda  del  Parnaso, 

Y  como  en  siieños,  vi  que  me  llamaban 
Desde  la  sacra  cumbre,  y  me  alentaban, 
Ovidio  y  Taso,  á  cuyo  docto  influjo 

Mi  mimen  estos  versos  me  produjo : 
Todos  de  risa  son ,  gustos  y  amores. 
No  tocaré  materias  superiores; 
De  los  supremos  dioses  y  los  reyes 
La  oscura  voz  y  las  secretas  leyes; 
Los  arcanos ,  enigmas  y  misterios , 
No  digo  con  osados  versos  serios; 
Antes  con  más  sencillo  y  bajo  tono 
Celebro  la  cabana  y  dejo  el  trono. 


COMPOSICIONES  VARIAS. 


249 


Ya  canto  de  pastoras  y  pastores 
Las  fiestas,  el  trabajo  y  los  amoresj; 
Ya  de  un  jardín  que  su  fragancia  envía 
Escribo  la  labor  y  simetría ; 
Ya  del  campo  el  trabajo  provech'^so, 

Y  el  modo  de  que  el  toro  más  furioso 
Sujete  al  yugo  la  cerviz  altiva, 

Y  al  hombre  débil  obedií  nte  viva ; 
Ya  canto  de  la  abeja  y  su  gobierno 

Y  el  dulce  tono  del  jilguero  tierno. 
No  mido,  con  inútil  osadía, 

Cuánto  anda  el  astro  que  preside  al  dia, 
Ni  celebro  vilmente  á  los  varones 
Funestos  á  la  paz  de  las  naciones. 
Matar  los  hijos,  degollar  las  madres, 
Violar  las  hijas,  afrentar  los  jiadrcs. 
Lleven  al  hombre  al  templo  de  la  gloria, 
Al  toque  de  clarín  de  la  victoria; 
Pero  jamas  con  versos  inhumanos 
Héroes  he  de  llamar  á  los  tiranos. 
Y  di,  lector  :  ¿acaso  nos  importa 
(Pues  la  vida  es  tan  frágil  y  tan  corta) 
Que  Febo  dé  su  vuelta  concertada. 
Siendo  la  tierra  la  que  está  parada, 
O  que,  parado  el  sol,  la  tierra  suelta, 
Al  rededor  de  Febo  dé  la  vuelta  ; 
Ni  que  el  piloto  audaz  y  codicioso 
Busque  nuevos  caminos  al  ansioso 
Navio,  y  que  disjjute  sí  es  posible 
Hallarlos  por  el  paso  inaccesible 
Hacía  el  norte  de  Asia  no  cursado, 
O  sí  es  mejor  el  paso  acostumbrado 
Por  donde  los  gigantes  patagones 
Admiran  los  castillos  y  leones 
En  las  popas  de  naves  españolas, 
Cuando  surcan  aquellas  bravas  olas? 
No  leas  con  temor.  Ni  voz,  ni  idea 
Verás  en  mí  que  indecorosa  sea, 
Ni  ofenderé  al  pudor  más  recatado. 
Podrá  decir  mis  versos  sin  cuidado 
El  labio  virginal ,  sin  que  ofendidos 
Deje  mi  blando  numen  sus  oídos. 


DECLARA  EL  AUTOR  SU  AMOR  Á  FILIS. 

No  canto  de  Numancia  y  Sagunto 
El  alto  nombre  ni  la  envidiable  gloria, 
Que  ninguna  nación  tiene  en  su  historia. 
No  elijo  por  asunto 
El  noble  ardor  del  portugués  famoso, 
Que  con  el  traje  de  infeliz  villano 
Puso  freno  afrentoso 
Al  grande  orgullo  del  poder  romano. 
Ni  de  Pelayo  canto  las  acciones 
Con  que  domó  las  bárbaras  naciones 
A  España  conducidas, 

Y  en  ella  mantenidas 
Por  codicia  africana. 
Por  venganza  inhumana, 

Y  porque  estaba  España  deliciosa 
Sepultada  en  el  lujo,  desidiosa. 
Ni  tocaré  con  numen  elevado 

La  prudencia,  virtud,  valor  y  saña 
Del  valiente  extremeño 
Que  con  glorioso  empeño 
Al  terreno  envidiado 
Llevó  las  armas  de  la  invicta  España. 
Ni  canto  á  Carlos  Quinto,  aquel  guerrero 
Que  prendió  de  la  Francia  al  Soberano, 
Venció  al  francés  y  castigó  al  germano 

Y  al  africano  fiero. 

Ni  al  noble  hermano  de  Felipe  Augusto, 

Que  en  el  mar  de  Lepanto, 

Con  grande  estrago  y  susto, 

Puso  cadena  al  Turco,  al  orbe  espanto. 

Ni  de  Alvaro  Bazan,  de  quien  ingleses 

Y  turcos  y  franceses 
Conservarán  impresa  la  memoria. 
Contando  en  cada  acción  una  victoria. 
Ni  el  brío  más  que  humano 

Del  Cid  Díaz,  soberbio  castellano, 


Que  con  su  lealtad,  fuerza  y  prudencia. 

Deteniendo  la  rueda  á  la  fortuna, 

Las  armas  de  su  rey  puso  en  Valencia 

Sobre  la  media  luna. 

Ni  las  hazañas  y  virtudes  raras 

De  Córdobas,  Navarros  y  l\scaras, 

Carpios,  Verdugos,  Vargas,  l^Iondragones, 

Con  la  turba  inmortal  de  otros  varones. 

Nobles  abuelos  nuestros,  y  soldados 

En  España  nacidos. 

En  Italia  y  en  Flándes  conocidos 

Y  por  el  orbe  entero  respetados. 

Sin  que  la  envidia  de  la  gente  extraña 
Pueda  negar  su  gloria  á  nuestra  España. 
No  fué  á  mi  musa  dado, 
Con  el  horrendo  son  del  bronce  herido. 
Cantar  como  sagrado 
El  guerrero  rigor,  grato  al  oído 
Del  que  entre  sangre ,  robo,  rapto  y  furia, 
A  la  infeliz  humanidad  injuria. 
— '       Mi  lira  canta  la  ternura  sola ; 
Apolo  me  la  dio.  Venus  templóla, 

Y  aun  ella  preludió  mi  dulce  acento. 
Que  al  céfiro  paraba  por  el  viento, 

A  las  aves  sacaba  de  sus  nidos, 

Al  hombre  enajenaba  sus  sentidos ; 

A  sus  sonoras  voces 

Se  amansaban  los  brutos  más  feroces, 

Y  las  mismas  deidades  elevadas 
Quedaban  con  sus  ecos  encantadas. 
Con  tal  impulso  tu  favor  no  imploro, 
Familia  docta  del  castalio  coro; 
Divinas  nueve  hermanas. 

No  os  pido  aquellas  fuerzas  solícranas 
Con  que  Homero  cantó  del  griego  armado' 

Y  del  cielo  en  dos  bandos  separado, 
Las  iras  y  el  rencor.  Musas,  no  os  pido 
El  numen  escogido 

Con  que  cantó  Virgilio  al  pío  Eneas , 

Por  entre  incendios  y  horrorosas  teas 

Sacando  padre,  dioses,  hijo,  esjiosa 

De  Troya  lastimosa ; 

Venciendo  vientos,  mares  y  enemigos 

Hasta  fundar  á  Roma. 

Diverso  vuelo  toma 

Mí  pluma,  que  al  amor  he  dedicado; 

Porque  en  metro  mezclado 

De  gusto  y  de  tristeza 

Celebro  de  mí  Filis  la  belleza, 

Y  temiendo  del  hado  los  vaivenes. 
Canto  su  amor  y  lloro  sus  desdenes. 


FRUTO  QUE  DESEO  SACAR  DE  MIS  POESÍAS. 

Horacio  con  sus  versos  aspiraba 
Be  la  inmortalUlad  á  la  alta  cumbre; 
En  ellos  fabricaba 

Mansión  para  su  nombre,  y  discurría 
Que  al  tiempo  vencería, 

Y  que  la  muchedumbre 

De  días  y  de  meses  y  de  edades 

De  las  posteridades 

Sería,  con  su  nombre  comparada. 

Lo  que  es  la  tierra,  de  hombres  habitada, 

Respecto  de  los  astros  que  miramos 

Y  de  los  que  ignoramos 
En  esa  inmensa  esfera. 

Pero  mi  musa,  menos  altanera. 
Sin  aspirar  á  que  sus  poesías 
Sean  doctos  objetos 
Allá  en  lejanos  días, 
Cuando  vivan  los  hijos  de  mis  nietos. 
Solamente  desea 

Que  en  estas  hojas  mi  consuelo  vea 
En  el  mar  de  la  suerte  en  que  navego. 
Cual  pasajero  ciego 

Y  tímido,  ignorante 

Del  rumVjo,  de  las  costas  y  del  viento, 

Y  del  mudable  y  bárbaro  elemento. 
Temiendo  á  cáela  instante 
Hallar  segura  muerte. 


260 


DON  JOSÉ  CADALSO. 


Sin  que  la  aparte  mi  sollozo  blando, 
Y  no  como  el  piloto  osado  y  fuerte, 
Que  á  los  cuatro  elementos  va  burlando, 
Porque  las  artes  sabe 
Del  viento  aleve  y  la  ligera  nave. 


BOBBE   SER  LA   POESÍA   UN   ESTUDIO   FRIVOLO,  Y  CON- 
VENIRME APLICARME  Á   OTROS  MAS  SERIOS. 

Llegóse  á  mí  con  el  semblante  adusto. 
Con  estirada  ceja  y  cuello  erguido 
íCapaz  de  dar  un  peligroso  susto 
Al  tierno  pecho  del  rapaz  Cupido), 
Un  animal  de  los  que  llaman  sabios, 
Y  de  este  modo  abrió  sus  secos  labios  : 

«  No  cantes  más  de  amor.  Desde  este  dia 
Has  de  olvidar  hasta  su  necio  nombre; 
Aplícate  á  la  gran  filosofía ; 
Sea  tu  libro  el  corazón  del  hombre. » 
Fuese,  dejando  mi  alma  sorprendida 
De  la  llegada,  arenga  y  despedida. 

I  Adiós,  Filis,  adiós  !  No  más  amores, 
No  más  requiebros,  guPtos  y  dulzuras, 
No  más  decirte  halagos,  darte  flores, 
No  más  mezclar  los  celos  con  ternuras, 
No  más  cantar  por  monte,  selva  ó  prado 
Tu  dulce  nombre  al  eco  enamorado; 

No  más  llevarte  flores  escogidas, 
Ni  de  mis  palomitas  los  hijuelos , 
Ni  leche  de  mis  vacas  más  queridas. 
Ni  pedirte  ni  darte  ya  más  celos, 
Ni  más  jurarte  mi  constancia  pura, 
Por  Venus,  por  mi  fe,  por  tu  hermosura. 

No  más  pedirte  que  tu  blanca  diestra 
En  mi  sombrero  ponga  el  fino  lazo, 
Que  en  sus  colores  tu  firmeza  muestra, 
Que  allí  le  colocó  tu  airoso  brazo; 
No  más  entre  los  dos  un  albedrío; 
Tuyo  mi  corazón,  el  tuyo  mió. 

Filósofo  he  de  ser,  y  tú ,  que  oiste 
Mis  versos  amorosos  algún  dia. 
Oye  sentencias  con  estilo  triste 
O  lúgubres  acentos,  Filis  mia, 
Y  di  si  aquel  que  requebrarte  sabe , 
Sabe  también  hablar  en  tono  grave. 


A  LA  FORTUNA. 

I  Dónde  hallarás  quien  resistirse  pueda, 
Ciega  deidad ,  al  delicioso  encanto 
Del  son  del  torno  de  tu  instable  rueda? 

Si  de  algún  triste  el  doloroso  llanto 
Aparta  al  sabio  de  la  atroz  ruina, 
¡Qué  poco  dura  el  saludable  espanto! 

La  mayor  parte  con  vigor  camina 
Al  aereo  templo  de  la  diosa  Fama, 

Y  despreciar  ejem})los  determina. 
Enciende  la  ambición  su  horrenda  llama, 

Toca  el  clarín  la  gloria,  el  mundo  suena, 

Y  nuevas  redes  tu  locui-a  trama. 
El  alma  débil  de  furor  se  llena  ; 

Segunda  vez  se  entrega  á  tu  mudanza, 
Que  los  gustos  más  gratos  envenena. 

También  guióme  un  tiempo  la  esperanza, 
Monstruo  á  quien  abortó  tu  devaneo, 

Y  culpé  tu  rigor  y  tu  tardanza. 

¡Oh,  cuántas  veces  se  inflamó  el  deseo 
En  este  pecho  joven  é  inocente. 
Que  ya  por  fin  desengañado  veo! 

iCuál  crecía  el  incendio,  qué  imprudente 
Propuse  levantar  al  firmamento 
Mi  nombre  del  Ocaso  hasta  el  Oriente! 

El  militar  estruendo,  el  duro  acento 
Del  jefe  que  las  tropas  disponía, 
El  ronco  son  del  bélico  instrumento. 

La  clin  del  animal  que  Bétis  cria, 
El  brillo  que  el  dorado  Tajo  presta 
Al  fiero  de  Cantabria,  patria  mia  ; 

La  pólvora ,  á  las  madres  tan  funesta, 
Con  estrépito  horrendo  en  los  cañones, 


Que  tantas  viaas  y  sollozos  cuesta, 

Y  de  la  horrenda  guerra  las  acciones, 
Parecíanme  gloria,  soberanas 

Dignas  de  los  que  habitan  las  mansiones 

Del  alto  Olimpo,  y  que  las  nueve  hermanas 
Sólo  debían  entonar  loores 
A  las  almas  feroces  é  inhumanas. 

Llenábase  mi  pecho  de  furores 
Al  leer  de  Curcio  y  de  Solis  la  historia. 
De  Alejandro  y  Cortés  aduladores. 

Envidiaba  á  los  dos  la  fiera  gloria 
De  ver  en  Motezuma  y  en  Darlo 
Caprichos  de  la  suerte  y  la  victoria. 

Un  héroe  sabio  y  un  monarca  pío 
Parecíanme  indignos  de  su  cuna, 
Su  libro  indigno  del  estudio  mío. 

Con  gusto  vi  la  bélica  fortuna 
Del  soberbio  bretón  al  lusitano 
Dar  contra  España  audacia  no  oportuna, 

Y  las  melenas  del  león  hispano 
Coronarse  con  lises ,  y  á  su  saña 
Rendir  Almeida  el  alto  muro  ufano. 

Y  al  ver  de  Marte,  por  la  dura  España, 
Rodar  el  carro  con  horrible  estruendo, 

Y  alzar  la  muerte  su  infeliz  guadaña, 
Iba  yo  en  mi  memoria  recorriendo 

Historias  dignas  de  dolor  y  espanto, 

Y  mi  alma  con  sus  nombres  complaciendo 
De  Numancia,  Sagunto  y  de  Lepan to. 

De  Méjico,  de  Cozco  y  de  Pavía, 

De  San  Quintín,  de  Álmansa  y  Camposanto, 

De  Roncesvalíe  y  tanto  crudo  dia 
Que  en  nuestros  fastos  con  orgullo  se  halla 

Y  lee  la  juventud  con  alegría. 
Deseaba  llegase  la  batalla 

En  que  las  tropas  que  la  Lii^e  ordena 
Huyesen  de  Lisboa  á  la  muralla, 

O  rindiesen  el  cuello  á  la  cadena, 
Para  venir  de  Atocha  al  templo  santo. 
Que  de  himnos  victoriosos  siempre  suena, 

Y  do  ven  las  naciones  con  espanto 
Banderas  y  estandartes  y  tambores. 
Con  nuestro  gozo  y  con  ajeno  llanto; 

Pero  dias  más  gratos  y  mejores 
Iba  trayendo  el  tiempo  á  los  mortales. 
Enfrenando  de  Marte  los  rigores. 

Y  Carlos,  lastimado  de  los  males 
Que  el  mundo  en  tantos  años  padecía, 
Le  quiso  repartir  bienes  iguales , 

Y  así  como  Neptiino  volvió  el  día 
Quietud,  y  sol  al  triste  mar  turbado, 
Por  iras  de  la  diosa  que  quería 

Anonadar  la  gente  á  quien  el  hado 
Prometía  el  imperio  de  la  tierra , 
Así  también  al  mundo,  encarnizado 

En  una  larga  y  horrorosa  guerra, 
Carlos  dio  paz,  y  el  mundo  gozar  pudo 
Los  muchos  bienes  qxie  su  nombre  encierra, 

El  soldado,  colgando  el  fuerte  escudo 
En  el  nativo  hogar,  al  padre  anciano, 
Con  tono  extraño  y  ademan  forzudo. 

Contó  los  lances  de  la  guerra,  ufano 
De  que  su  simple  voz  oida  sea 
Por  cariñosa  madre,  tierno  hermano. 

Zagales  toscos  de  la  misma  aldea, 
Y  la  zagala  joven  y  gallarda 
Con  quien  unir  su  corazón  desea, 

Y  á  quien  el  día  deseado  tarda. 
Ya  de  otro  caos  la  naturaleza 
Sale  segunda  vez ;  no  se  acobarda 

El  marinero  ya  con  la  fiereza 
Del  mar,  ni  el  labrador  ya  se  detiene 
En  romper  de  la  tierra  la  dureza. 

Cada  arte  y  ciencia  nueva  vez  previene 
A  quien  la  trate  aplausos  y  consuelo; 
A  los  mortales  la  quietud  ya  viene, 

Y  la  voz  de  los  pueblos  llega  al  cíelo: 
Con  júbilos,  con  gozo  y  alegría. 

El  cielo  esparce  su  bondad  al  suelo; 
-Y  yo,  sintiendo  el  deseado  dia, 
Viendo  en  él  mi  esperanza  fenecida, 
Pues  la  guerra  tu  gracia  me  ofrecía, 


COMPOSICIONES  VARIAS. 


251 


Vine  á  la  corte,  donde  nueva  vida 
Nuevas  lides  ofrece  y  nueva  pena , 
Con  colores  de  gustos  bien  fingida. 

Allí  arrastré  la  rígida  cadena , 
Tan  dura,  que  aun  después  de  rescatado, 
En  mis  oidos  su  ruido  suena. 

Sí,  fortuna,  yo  vi  (¡cuan  espantado 
Hasta  ver  que  lo  mismo  siempre  ha  sidol), 
Vi  lo  que  nunca  hubiera  yo  sonado, 

Y  por  tus  sacerdotes  conducido, 
Tus  ritos  vi ,  tus  víctimas  y  templo, 
Joven  audaz  y  nada  apercibido. 

Guióme  de  otros  muchos  el  ejemplo, 
Cuya  vida  juzgaba  yo  calmada, 
Y  ahora  esclavitud  triste  contemplo. 

Ya  con  rodilla  ante  el  altar  doblada, 
Movió  mi  débil  mano  el  incensario 
Por  culto  de  una  estatua  inanimada. 

La  cara  del  amigo  y  del  contrario 
Mil  veces  vi  con  arte  equivocarse, 
La  del  cobarde  y  la  del  temerario. 

En  fin,  vi  con  dolor  adulterarse 
Virtud,  honor,  bondad,  y  con  pasiones 
Del  más  horrible  género  mezclarse. 

Me  engañaste  hasta  aquí.  ¡Cuántas  razoi»*e 
Tirana  me  pusiste,  deseando 
Llevarme  más  allá  !  ¡  Cuántas  me  pones 

Con  rostro  afable  y  con  acento  blando, 
Aun  después  del  desprecio  con  que  veo 
Al  que  vas  abatiendo  ú  ensalzando! 

Lo  sabes ,  y  que  yo  sólo  deseo 
Huir  de  tí,  porque  jamas  consigas 
De  mi  pecho  formar  nuevo  trofeo. 
Por  más  que  me  acaricies  ó  persigas, 


Á   UN   HÉROE, 


ADVIRTIENDO  QITE  APRECIE  A  LOS  POETAS  ,  PORQUE 
ELLOS  TRASMITEN  Á  LA  POSTERIDAD  LAS  HAZAÑAS 
DE  LOS  HOMBRES  GRANDES. 

,  Los  lauros  que  en  la  lid  habéis  ganado, 
A  Marte  no  ofrezcáis  ,  agradecido; 
Vuestro  nombre  y  el  triunfo  conseguido 
Quedará  en  pocos  años  sepultado 

En  el  eterno  olvido. 
Mas  si  con  esas  victoriosas  manos 
Os  despojáis  del  ramo  de  la  gloria, 
Y  á  Febo  dedicáis  vuestra  victoria , 
Las  Musas  á  los  siglos  más  lejanos 

Llevarán  la  memoria. 


PASATIEMPOS, 

Sacó  Fabio  su  libro  de  memorias, 
En  que  todos  los  dias  apuntaba 
De  su  importante  vida  las  acciones, 
A  la  posteridad  noticias  gratas. 
Leyó  de  la  semana  antecedente 
La  cuenta,  que  escribió  con  pluma  exacta: 
Li'ines  me  enamoré,  martes  lo  dije. 
El  miércoles  me  dieron  esperanzas. 
Jueves  me  amaron,  viernes  fastidíeme. 
El  sábado  di  celos,  vi  mudanzas. 
El  domingo  inclíneme  hacia  otra  parte... 
¡Miren  una  semana  bien  gastada! 


CARTA  DE  FLORINDA 

k  SU  PADRE   EL  CONDE   DON  JULIÁN,   DESPUÉS 
DE   SU   DESGRACIA. 

Señor  (pues  ya  no  debe 
Apellidarte  padre  aquesta  triste, 
A  quien  el  astro  aleve 
Arrebató  el  honor  que  tú  la  diste). 
Te  envío  con  mi  carta  mi  quebranto; 
Mezcla  tú  mis  renglones  con  tu  llanto, 
¡  Ay!  trémula  mi  mano 
Borra  los  caracteres  que  escribía, 


Porque  el  dolor  tirano 
Agita  con  temblor  la  pluma  mía. 
Mi  mano,  en  infortunio  tan  deshecho, 
Imita  lo  agitado  de  mi  pecho. 
,  Conozco  por  mi  aliento, 
Antes  que  acjuesta  carta  ha  de  acabarse, 
Tencb'á  nuevo  tormento 
Mi  corazón  en  no  poder  vengarse ; 
Florinda  morirá,  sin  que  en  Rodrigo 
Vengues  mi  honor,  castigues  tu  enemigo. 

Cuando  tan  fuerte  sea 
Mi  pecho,  que  á  sus  males  no  se  rinda ; 
Cuando  mi  padre  vea 
Su  honor  entre  desdoros  de  Florinda; 
Muerto  te  quedarás,  ¡  oh  padre  amado  ! 

Y  nuestro  honor  marchito  y  no  vengado. 
Mas  aunque  no  resista 

Mí  fuerza  á  la  ignominia  de  expresarla, 

Ni  tu  infelice  vista 

A  la  dura  desdicha  de  mirarla, 

A  la  posteridad  estos  renglones 

Acaso  servirán  como  lecciones. 

Al  joven  don  Rodrigo 
Hermosa  parecí,  llamóme  hermosa. 
¡Ay,  sobrado  te  digo 
En  frase  tan  sencilla  y  azaroza! 
El  era  rey  y  joven  y  era  amante, 

Y  yo  mujer,  hermosa  é  ignorante. 
¡  Con  qué  tiernas  miradas 

Me  declaró  el  amor  que  me  tenía! 

¡Qué  voces,  disfrazadas 

Con  estudiado  estilo,  proferia! 

Sus  ojos  y  su  boca  se  ligaban 

Contra  mi  corazón,  y  del  triunfaban. 

Mi  corazón ,  ajeno 
De  lo  que  amor  se  llama  entre  los  necios, 
Se  tuvo  tan  sereno. 

Que  por  halagos  tiernos  dio  desprecios ; 
Pero  de  amor  la  inexplicable  llama 
A  veces  en  el  fuego  más  se  inflama. 

¡Qué  fiestas  no  intentaba 
Para  lograr  sus  fines,  suntuosas! 
La  corte  se  admiraba, 
Ignorando  las  causas  asombrosas ; 
Yo  sola  no  ignoraba  de  esas  fiestas 
La  causa  y  consecuencias;  ¡qué  fune.stas! 

Mil  veces  al  torneo 
El  mismo  don  Rodrigo  se  veía 
Las  alas  del  deseo 

Mezclar  con  las  del  traje  que  vestía ; 
El  traje ,  la  divisa  y  la  librea 
Los  fines  me  explicaban  de  su  idea. 

Mil  otras  se  postraba 
A  su  triste  vasalla  el  Soberano, 
Rendido  me  juraba 
Pondría  sus  dominios  en  mí  mano; 
Alguna  vez  más  bajo  se  abatía. 
Diciendo  que  á  mis  pies  todo  pondría. 

Las  cargas  del  reinado. 
Tan  duras  de  llevar  y  tan  precisas. 
Dejaba,  descuidado. 
En  manos  ó  malvadas  ó  indecisas  ; 
¿  Cuál  podia  mandar  un  reino  entero 
Quien  era  de  otro  reino  prisionero  ? 

Por  fin,  los  maliciosos, 
A  costa  de  desvelos  y  cuidados. 
Supieron  los  dudosos 
Motivos  por  él  mismo  declarados. 
Comenzaron  sus  necios  artificios 
A  preparar  mayores  precipicios. 

Algunos, ignorando 
Que  el  peclu)  femenino  más  entero 
Suele  reutlirse  blando 
De  la  soberbia  al  tono  lisonjero. 
Quisieron  deslumbrar  el  pecho  mío 
Con  ideas  de  mando  y  poderío. 

Decían  que  grandeza. 
Palacio,  España  toda,  el  mundo  entero 
A  mis  pies  su  cabeza 
Al  punto  rendiría  con  esmero, 

Y  que  aceptase  el  lauro  prodigioso 
De  ser  reina  del  rey  más  poderoso. 


262 


DON  JOSÉ  CADALSO. 


A  todos  resistía 
Tu  hija,  combatida  de  mil  modos  ; 
Bolo  se  defendia 

Mi  honor,  que  se  oponía  contra  todos; 
Contra  el  amor,  en  artes  abundante, 
Solo  el  honor  consigue  ser  triunfante. 

Triunfé;  pero  Cupido, 
Viéndose  de  mi  triunfo  avergonzado 

Y  viéndose  vencido, 

A  todos  los  delitos  arrestado, 

A  la  astucia  juntó  y  á  la  demencia. 

Engaños,  amenazas  y  violencia. 

Un  dia  (¡con  qué  agüeros 
Me  lo  predijo  el  cielo,  con  qué  susto ! ), 
Con  aspectos  severos, 
Nublado  el  sol,  no  vio  al  rey  injustoj 
Un  negro  gavilán  vi  que  seguía 
A  una  tierna  paloma,  que  le  huía. 

Yo  vi  que  á  una  cordera 
Un  lobo  devoraba  ensangi-cntado; 
Yo  vi  su  sana  fiera 
Al  pié  de  mí  palacio  desgraciado. 
|Necia  de  mí,  que  coa  agüeros  tales, 
No  me  temí  los  más  atroces  males! 

En  ese  mismo  dia 
Roiirigo  me  llamó  y  así  me  dijo: 
<(  Tu  noble  valentía 
Venció,  por  fin,  á  mi  fervor  prolijo; 
Admiro  tu  virtud  y  la  venero, 
Yo  mismo  envidio  un  pecho  tan  entero, 

))Florinda,  ya  se  acaba 
De  mí  persecución  el  necio  empeño; 
Aun  mi  alma  se  alaba 
De  humillarse  á  la  fuerza  de  tu  ceño; 
Vive  felice,  sin  temor  ni  susto; 
Ya  no  aspiro  á  más  gusto  que  tu  gusto. » 

Mis  lágrimas  siguieron, 
Del  gozo  á  la  sorpresa  de  mi  oído, 
Como  seguir  se  vieron 
Al  susto  en  otro  tiempo  conocido; 

Y  mí  alma,  con  tan  nuevas  mutaciones, 
Lloraba  y  aplaudía  sus  blasones. 

,  Al  fin,  agradecida, 
A  sus  plantas  póstreme  presurosa ; 
Júrele  que  en  la  vida 
Olvidaría  acción  tan  generosa 

Y  que  la  sangre  toda  de  mí  gente 
Vertería  en  su  obsequio  reverente. 

Iba  mí  entendimiento 
Con  lágrimas  y  voces  á  explicarse 
En  su  agradecimiento,    ' 
Cuando  mi  corazón  sentí  turbarse, 

Y  con  el  nuevo  gozo  enajenada, 
Caí  entre  sus  brazos  desmayada. 

Mas  ¡cíelo!  mi  hermosura 
Sin  duda  nuevo  lustre  en  mi  tristeza, 

Y  su  osada  locura 

Nuevas  fuerzas  tomó  de  mi  ñaqueza, 

Y  mi  alma  entre  las  sombras  de  la  muerte 
Dejó  de  ser,  como  en  la  vida,  fuerte. 

Volví  del  accidente, 
lOjalá  que  á  la  vida  no  volviera! 

Y  Eodrígo,  insolente, 
Mirábame  con  complacencia  fiera, 
Diciendo;  «¿Ves,  Florinda,  cómo  el  cíelo 
Favoreció  mí  ardor  y  mí  desvelo  ? 

))Lo  qi;e  tú  has  resistido 
Con  tan  ciego  tesón  y  tiranía, 
El  cielo  ha  permitido 
En  un  instante  ;  ya  te  he  hecho  mía. 
Lo  que  ha  empezado  ti  cielo  prosigamos 
En  dulce  unión  el  tiempo  que  vivamos.» 

Al  oírle  y  mirarme , 
Eompí  los  nudos  que  su  brazo  hacia, 

Y  fiera  al  arrancarme 

Cobré  la  voz,  y  al  tiempo  que  él  huía, 
Dije:  ((¡  Ay  de  tí,  Rodrigo  !  tus  maldades 
Han  de  llorar  las  míseras  edades.» 

I  Qué  necia !  ¡  Cuál  sonaba 
Mi  voz  por  el  palacio  del  delito ! 
iQué  triste  publicaba 
1(1  crimen  de  Rodrigo  y  mi  conflicto  I 


«¡Venganza,  sí,  venganza!»,  repetía, 

Y  al  cielo  y  á  la  tierra  la  pedia. 
Viendo  que  tierra  y  cielo 

Sordos  cstalmn  siempre  á  mis  oídos, 
Hólo  pedi  consuelo 
A  mis  tristes  potencias  y  sentidos; 
¡Excesos  son  de  la  venganza  insanos! 
Quise  matar  al  Rey  con  estas  manos. 

Pensé  yo  convidarle 
A  mi  jardín,  con  fácil  fingimiento 
Mí  pecho  presentarle, 
Conio  cambiando  en  gusto  su  tormento; 
Decirle  que  podía  sin  recelo 
Contar  con  mi  terneza  su  desvelo; 

Y  al  tiempo  que  él ,  demente. 

Con  la  amorosa  llama  deslumhrado. 

Se  llegase  impaciente 

Al  pecho  á  quien  creía  conquistado. 

Con  un  puñal  lavar  en  su  toi-peza 

La  mancha  derramada  en  mi  flaqueza. 

Mas  sin  duda  los  reyes 
Son  de  tan  superior  naturaleza. 
Que  las  humanas  leyes 
Humillan  el  rigor  y  fortaleza, 

Y  sólo  puede  castigar  corona.s 
Quien  maneja  los  astros  y  las  zonas. 

Ya  me  falta  el  aliento 
Para  la  grave  empresa  meditada; 
Un  impulso  violento 
Me  detiene  la  mano  levantada, 

Y  en  tan  dudoso,  obscuro  y  cruel  abismo. 
Vuelvo  el  puñal  contra  mi  pecho  mismo. 

Y  al  punto  (¡  quién  creyera 
Que  faltara  á  Florinda  valentía  ! ) 
Que  lo  emprendo,  severa. 
Tiembla,  cobarde,  aquesta  diestra  mia, 

Y  así  á  mi  padre  en  mi  desdicha  apelo. 
Por  muerte,  por  honor  y  por  consuelo. 


EL   PODER   DEL    ORO   EN   EL   MUNDO. 
DIÁLOGO  ENTEE  CUPIDO  Y  EL  POETA. 

Poeta,      Tu  imperio  ya  se  acaba ; 

Guarda,  niño,  las  flechas  en  la  aljaba. 
Cupido,    Pues  y  los  corazones 

I  Cómo  han  de  conquistarse? 
Poeta,      Con  doblones. 


A  LOS  DÍAS  DEL  EXCELENTÍSIMO  SEÑOR 

CONDE   DE   BICLA. 

,  Salid,  ninfas  del  Ebro; 
A  mis  voces  juntad  vuestra  armonía; 
Cantad  al  que  celebro 
En  su  dichoso  y  deseado  dia ; 
Salid,  ninfas,  cantando, 

Y  el  eco  suene  con  acento  blando. 
Una  tropa  ligera 

De  sátiros  y  faunos  y  süvanos 
Impaciente  os  espera. 
Venida  de  los  montes  más  lejanos. 
Para  formar  su  danza, 

Y  lloran  tristes  ya  vuestra  tardanza. 
Las  aves  lo  supieron 

(Sin  duda  de  algún  numen  inspiradas), 

Y  más  prontas  unieron 

Sus  voces  por  los  cielos  concertadas, 

Y  con  voz  más  sonora 

Más  presto  despertaron  á  la  aurora. 

Apenas  del  ()riente 
Abrió  las  puertas  la  rosada  aurora, 
Cuando  el  prado  y  la  fuente 
Vistió  la  mano  de  la  diosa  Flora, 
Regando  el  verde  suelo 
Con  el  sonoro  y  líquido  arroyuelo. 

Pisad,  ninfas  del  prado, 
Con  libre  pié  la  rosa  y  azucena, 

Y  del  pelo  dorado 

Caigan  las  perlas  en  la  orüla  amena, 


COMPOSICIONES  vIeIAS. 


253 


Porque  adorno  más  bello 

A  vuestra  sien  dará  ^iiestro  cabello. 

I  Egi-egio  Villalpando  ! 
Así  cantaba  yo  con  bajo  acento 

Y  lira  humilde,  cuando 

Sentí  en  mis  venas  un  ardor  violento, 

Cual  suele  de  repente 

De  Etna  brotar  un  ígneo  torrente, 

Y  así  como  se  extiende 

Por  campo,  valle,  prado,  selva  y  monte 
La  llama,  y  más  se  enciende, 

Y  parece  abrasado  el  horizonte ; 
Así  me  sentí  luego 

Todo  encendido  en  un  sagrado  fuego. 

No  pisa  más  osada 
La  trípode,  que  anuncia  lo  futuro, 
La  Pitica  inspirada, 

A  quien  Febo  abre  el  libro  siempre  oscuro, 
Donde  están  estampados 
Los  divinos  secretos  de  los  hados; 

Ni  se  le  eriza  el  pelo. 
Ni  la  voz  se  le  turba  en  la  garganta', 
Ni  mira  osado  al  cielo. 
Ni  lleno  ya  de  fuerza  se  levanta 
Con  el  ardor  y  asombro 
Que  mi  alma  siente  cuando  yo  te  nombro, 

Ni  del  vulgo  profano 
La  turba  ofrece  reverente  oido 
Al  tono  más  ([ue  hiimano. 
Que  el  sacerdote  pitio  ha  proferido, 
Con  más  sagi-ado  espanto 
Que  el  mundo  me  oye  si  tu  nombre  canto, 

Ya  veo  que  del  rio 
Cuyo  nombre  ha  tomado  España  entera, 
Al  fuerte  acento  mío, 
Sale  el  anciano  dios  con  faz  severa 

Y  tridente  en  la  mano, 
Igual  al  de  Neptuno  soberano. 

Ya  aparta  del  cabello 
Los  juncos  y  las  conchas  y  corales, 

Y  por  el  duro  cuello 

Lo  esparce  en  lai-gas  trenzas  desiguales 
Con  la  ner\nida  diestra, 

Y  la  ancha  frente  y  sus  an-ugas  muestra, 
,  Con  la  siniestra  aplica 

A  su  gran  boca  un  caracol  horrendo, 
Que  sus  voces  duplica. 
Causando  al  eco  un  nunca  oido  estruendo; 
Siete  veces  le  toca, 

Y  siete  tiembla  la  cercana  roca. 
Y  mirándome  adusto 

(Sintiendo  que  un  mortal  alcance  á  tanto 

Que  conmueva  á  su  gusto 

A  las  mismas  deidades  con  su  cauto), 

De  envidia  y  rabia  lleno. 

Vuelve  á  sus  ondas  por  su  verde  seno. 

Detiene  su  corriente 
El  Ebro,  y  se  sosiega  la  onda  pura, 

Y  hacia  el  golfo  de  Oriente 

Su  curso,  como  suele,  no  apresura, 

Y  Neptuno,  irritado, 

Echa  menos  el  feudo  acostumbrado. 

Ya  del  tranquilo  rio 
Las  ninfas  y  tritones  van  saliendo; 
Éstos  con  grande  brío 
Las  importunas  olas  van  abriendo, 
Porque  salgan  gustosas 
Las  ninfas  en  sus  conchas  primorosas. 

Zagalas  y  pastores , 
Que  esperáis  en  la  orilla  sn  llegada, 
Decid  si  otras  mayores 
Bellezas  vio  jamas  vuestra  morada. 
Decid,  verdes  orillas, 
Si  nunca  visteis  tales  maravillas. 

Apenas  han  salido 
Del  agua,  cuando  dan  dulces  acentos 
Al  eco  suspendido, 

Y  su  gozo  se  esparce  por  los  vientos. 
Decid,  aves  canoras. 

Si  nunca  oísteis  voces  tan  sonoras. 

Ya  la  mansa  corriente 
A  la  orilla  feliz  bien  envidiada 


Las  lleva  blandamente, 

Y  los  tritones  sienten  su  llegada, 

Y  sacando  hacia  fuera 

Los  brazos,  cada  cual  la  suya  espera, 

L^no,  que  más  desea 
La  vuelta  de  su  amada  ninfa,  dice* 
«Vuelve,  mi  Galatta, 
Vuelve  al  constante  amor  de  este  infclice ; 
Así  la  cipria  diosa 
Te  haga  cada  dia  más  hermosa.» 

Esto  mismo  repite 
Cada  cual  á  la  suya  con  terneza, 

Y  sabroso  convite 

La  prepara,  en  señal  de  su  fineza, 

De  peces  y  de  frutas 

Que  el  rio  cria  dentro  de  sus  grutas, 

Pero  ellas  no  se  cuidan 
De  tanto  anhelo  y  de  dulzura  tanta. 
Viendo  que  las  convidan 
A  herir  el  suelo  con  ligera  planta 
Pastores  más  hermosos 

Y  sátiros  y  faunos  bulliciosos. 
Témplanse  los  panderos 

Y  flautas  y  zamponas  pastoriles 
Con  los  suaves  jilgueros 

Y  zagales  con  voces  juveniles, 

Y  con  sus  blancas  manos 

Tocan  las  ninfas  sones  más  que  humanos. 

La  más  bella  levanta 
Al  alto  Olimpo  tu  eminente  cuna, 

Y  con  brío  te  canta 
Superior  al  poder  de  la  fortuna, 

Y  «viva  Riela,  viva», 
Exclama  el  coro  de  la  comitiva. 

,  Otra  su  voz  ofrece 
A  lo  benigno  de  tu  noble  pecho, 
E  igualarle  parece 
A  los  influjos  del  empíreo  techo, 

Y  el  coro  junto  exclama: 

«Qiie  Riela  viva  con  eterna  fama.» 

Otra  dice  que  fuiste 
Al  reino  liltimamente  del  gran  Carlos ; 
Que  á  los  indios  pusiste 
Bajo  su  amparo  para  rescatarlos, 

Y  el  gran  coro  vocea  : 

«Viva  el  gran  Riela,  venturoso  sea.» 

Otra  ninfa  te  canta, 
Venciendo  con  estrago  á  los  germanos, 

Y  dice:  «  ¡  Cuánto  espanta 

El  hierro,  si  lo  esgrimen  esas  manos !» 

Y  el  coro,  que  lo  ha  oido. 

Repite  :  «Viva  quien  triunfante  ha  sido. » 

Otra  dice :  «  Tu  celo 
Para  las  armas  del  hispano  Marte, 
La  bóveda  del  cielo 
Vuelve  mayor  su  voz  para  alabarte. » 

Y  el  coro  escucha  atento 

Y  dice:  «Viva»,  con  sonoro  acento, 
A  cada  ninfa  hermosa 

Que  cantaba  con  celo  tus  loores, 

La  comitiva  ansiosa 

Ofrecía  guirnaldas  de  mil  flores, 

Y  ella  se  las  quitaba , 

Y  en  tu  estatua  de  mármol  las  dejaba. 
Y  el  tiempo,  gi-ave  anciano. 

Con  hoz  irresistible  y  destructora 

Se  aparece,  y  ufano 

Mirando  á  la  cuadrilla  que  te  adora. 

Dice :  Éste  será  el  solo 

A  guien  defienda  de  mi  brazo  Apolo, 


TRADUCCIÓN  DE  HORACIO. 

Al  constante  varón  de  ánimo  justo 
Jamas  imprime  susto 
El  furor  de  la  plebe  amotinada. 
Ni  la  cara  indignada 
Del  injusto  tirano. 
Ni  del  supremo  Júpiter  la  mano 
Cuando  irritado  contra  el  mundo  truena, 
Ni  cuando  el  norte  suena; 


254 


DON  JOSÍ  CADALSO. 


Caudillo  de  borrai3C3s  y  de  vientos; 
Si  el  orbe  se  acabara , 
Mezclados  entre  sí  los  elementos, 
El  justo  pereciera  y  no  temblara. 


DESDENES  DE  FILIS. 

ÉGLOGA 

ENTRE  DALMIRO  Y  ORTELIO,  PASTORES. 

POETA. 

Como  la  tortolilla  en  su  retiro, 
Con  solitarios  llantos  y  lamentos, 
Triste  se  queja  del  rigor  del  hado, 
Asi  en  un  bosque  el  infeliz  Dalmiro 
Sus  quejas  amorosas  daba  al  viento, 
De  verse  de  su  ninfa  abandonado. 
Lejos  de  su  ganado, 
De  su  cabana  ausente. 
En  su  dolor  demente, 
De  todos  y  de  todas  se  ausentaba. 
Lloraba  y  sus  sollozos  duplicaba; 
Sólo  la  soledad  apetecía , 
Porque  ella  le  imitaba 
Con  tanta  natural  melancolía. 

¿  Cuántas  veces  el  sol ,  cuántas  la  luna 
Sus  concertados  giros  revolvían, 

Y  al  pié  del  mismo  tronco  le  encontraban  i 
El  vecino  arroyuelo  y  la  laguna 
Helarse  y  deshelarse  se  veian, 

Y  mudado  á  Dalmiro  nunca  hallaban. 
Las  aves  que  pasaban 

Hallaban  á  Dalmiro 

En  el  mismo  retiro. 

Las  mismas  voces,  con  el  mismo  acento, 

Solia  dar  á  la  región  del  vionto; 

El  eco  de  sus  voces  se  cansaba, 

Porque  de  su  lamento 

Lo  mismo  cada  dia  duplicaba. 

Si  alguno  sin  morir  ha  padecido 
De  celos  y  desdenes  la  as]iereza. 
Sabrá  lo  que  Dalmiro  padecía. 
Ya  estaba  á  tal  estado  reducido. 
Que  ni  aun  llorar  podia  su  tristeza ; 
Falto  de  fuerza,  estatua  parecía; 
Morirse  se  veia, 

Y  sin  duda  muriera, 

Si  algún  dios  no  quisiera 

Que  en  lo  sereno  de  la  noche  clara 

Con  su  rebaño  Ortelio  se  acercara 

Y  conociera  á  sti  Dalmiro  amado; 
Pero  no  por  la  cara , 

Que  ésta  se  habia  ya  desfigurado. 

Ortelio,  por  los  aires  conducido, 
Al  triste  objeto  que  en  los  aires  daba 
Llegó,  miró,  y  prorumpió  en  lamentos. 
Por  su  antigua  amistad  enternecido, 
Su  pecho  al  de  su  amigo  ya  acercaba; 
Ya  le  daba  sabrosos  alimentos. 
Ya  varios  condimentos 
De  yerbas  y  de  üores. 
Por  si  con  sus  odores 
Sacarle  del  letargo  conscguia ; 
En  vano  con  dulzura  socorría 
En  sus  brazos  al  triste  moribundo; 
Morir  con  él  quería; 
¡Ya  no  hay  tales  amigos  en  el  mundo! 

Dalmiro  abrió  los  ojos  lentamente 

Y  los  fijó  sobre  su  Ortelio  amado, 

Y  al  punto  que  le  vio,  sintió  consuelo. 
Esfuerzos  hizo  con  su  voz  doliente 
Para  contar  á  Ortelio  su  cuidado. 

Su  llanto,  su  dolor,  su  desconsuelo, 

Rasta  que  quiso  el  cielo 

Que  en  tal  amigo  hallara 

Consuelo  que  bastara. 

Contándole  con  queja  su  quebranto. 

En  todo  el  mundo  no  hay  consuelo  tanto 

Como  contar  á  su  leal  amigo 

El  motivo  del  llanto, 


Sin  arte,  sin  respeto,  sin  testigo. 

Este  coloquio  entre  los  dos  pastores 
Pasó;  si  lo  oye  alguna  ninfa  bella, 
¡  Cuál  se  envanecerá  de  su  hermosura , 
Al  ver  que  al  hombre  matan  los  rigores 
De  la  beldad  más  que  los  de  la  estrella, 
Como  prueba  esta  lúgubre  aventural 
En  la  verde  espesura 
De  este  modo  se  hablaron 

Y  la  historia  trataron; 

No  se  tenga  por  cuento  fabuloso: 
Es  tan  seguro  como  lastimoso. 
Todo  pastor  de  amores  escarmiente 
Lance  tan  horroroso, 

Y  escuche  este  coloquio  atentamente. 

OP.TELIO. 
¡Oh  tierno  amigo  de  este  pecho  mio< 
¡Oh  Dalmiro,  el  mejor  de  los  pa.storesI 
Dime  la  causa  de  tus  graves  males. 
Te  veo  moribundo,  yerto,  frió 

Y  perdidos  del  rostro  los  colores, 

Y  tus  ojos  parados  y  mortales. 
Alientos  desiguales 

Tu  pecho  da  con  pena; 

La  voz  se  te  enajena. 

¡Ay!  sácame,  te  pido,  del  cuidado; 

Sí  acaso  mi  amistad  has  olvidado, 

Te  pongo  empeño  superior  ahora: 

Dime  lo  que  ha  pasado; 

Te  lo  pido  por  Filis,  tu  pastora. 

DALMIRO. 
¡Ortelio,  amado  Ortelio!  calla,  calla; 
Aumentas  con  nombrarla  mi  quebranto, 
Si  el  verla  me  causo  tanta  alegría. 
Este  tiempo  pasó;  tan  otra  se  halla. 
Que  si  tú  me  la  acuerdas ,  en  el  llanto 
Verás  el  fin  de  aquesta  vida  mia. 
¡En  triste  aciago  día 
Miré  yo  su  hermosura  1 
¡Oh  cuánta  desventura 
Aquel  funesto  dia  ha  producido! 
No  sé  cómo  mi  fuerza  ha  resistido. 
¡Oh  necia  ceguedad  de  los  mortales! 
¡  Cuántas  veces  ha  sido 
Un  bien  principio  de  increíbles  males! 


¿Quién  ?  ¿Filis?  ¿La  que  tanto  me  quería? 

ÍLa  que  un  amor  sin  fin  te  asegm-aba 
delante  de  zagalas  y  pastores? 
¿La  qi;e  buscaba  ñores 
Por  el  valle  y  el  prado, 

Y  un  ramo  bien  ligado 

Con  cinta  del  color  de  la  firmeza 
Te  daba  como  prenda  de  fineza? 
¿La  que  te  permitía  que  llevase 
Su  falda  tu  cabeza , 

Y  la  siesta  de  Agosto  asi  pasase  ? 


La  misma,  sí,  la  misma.  ¿Quién  creyerft 
Que  la  que  fué  tan  buena  se  trocara 
En  exceso  de  fraude  y  tiranía? 
Mas  fácilmente  imaginado  hubiera 
Que  el  céfiro  borrascas  abortara 

Y  la  luna  saliera  por  el  dia. 
Más  fácil  parecía 

Vivir  el  tigre  fiero 

Con  el  manso  cordero, 

Salir  los  astros  por  el  Occidente, 

Volver  un  rio  contra  su  corriente, 

Dar  los  ciprescs  rosas  olorosas 

Y  andar  el  inocente 

Seguro  por  ciudades  engañosas. 
Lo  que  le  parecía  más  posible 
No  ha  sucedido  al  infeliz  Dalmiro; 
Lo  que  juzgué  imposible  me  sucede. 
Es  céfiro  como  antes  apacible. 
La  luna  por  la  noche  da  su  giro, 
Al  tigre  la  cordera  el  puesto  cedej 
Ni  el  rio  retrocede, 


COMPOSICIONES  VARIAS. 


255 


Ni  ha  mudado  la  anrora 

Su  antiguo  curso  y  hora , 

Ni  del  ciprés  se  acaba  la  tristeza, 

Ni  en  las  ciudades  fraude  y  sutileza. 

El  orden  de  las  cosas  no  ha  variado 

En  la  naturaleza, 

í"  Filis,  sola  Filis,  se  ha  mudado. 

ORTELIO. 
Y  tú,  Dalmiro,  cuyo  altivo  pecho 
Triunfaba  ufano  del  rigor  más  fuerte 
Que  á  veces  te  ofrecía  tu  pastora, 
I  Ese  valor  acaso  se  ha  deshecho, 
Que  tan  triste  y  postrado  llego  á  verte? 
¿Para  cuándo  tu  fuerza  vencedora? 
Alienta,  pues,  ahora, 
Y  suspende  ese  llanto; 
No  merecía  tanto 

La  misma  madre  del  rapaz  Cupido; 
La  misma  Venus  nunca  ha  merecido 
El  dominio  de  un  alma  generosa. 
El  mérito  ha  perdido 
Por  ser  mujer,  si  le  ganó  por  diosa. 

DALMIBO. 

Tienes  razón...  pero  valor  no  tengo; 
Ya  muero,  si,  ya  muero;  ni  un  instante 
Me  queda  de  una  vida  tan  cansada ; 
Si  algún  aliento...  alguna  voz  mantengo. 
Sólo  es  para  pedirte  que  á  mi  amante , 
Mal  dije,  que  á  mi  ingrata,  que  á  mi  amada 
Digas  que  está  acabada 
De  Dalmiro  la  vida ; 
Que  queda  complacida ; 
Que  muero,  cual  viví ,  suyo  de  veras. 
Ya  siento  de  mis  ansias  las  postreras. 
Adiós,  Ortelio;  ya  me  siento  yerto 
Entre  congojas  fieras. 

POETA. 
Esto  dijo  Dalmiro  y  quedó  muerto. 
Ortelio,  del  cadáver  cuidadoso. 
Una  tumba  erigió,  como  es  debido. 
Con  ramas  de  cipreses  enlazadas. 
No  de  mirto,  que  á  Venus  es  gustoso. 
Ni  de  hiedra,  que  es  grata  al  dios  Cupido, 
Ni  de  otras  yerbas  al  amor  sagradas. 
Dejólas  coronadas 
Con  un  corto  letrero 
(Y  nada  lisonjero. 
Como  otros  epitafios  que  ha  dictado 
La  adulación);  porque  éste  tné  grabado 
Para  ejemplar  de  otros  amores ; 
Yo  le  tengo  copiado 
"^  así  decia ;  escarmentad ,  pastores : 

«Engañando  está  Dalmira 
Al  pastor  que  la  enamora. » 
Pero  él  responde :  uPastora , 
¿Eso  es  verdad  ó  mentira'/ » 

GLOSA. 

Ella  dice  :  «  Dulce  dueño, 
Toda  es  tuya  el  alma  mia ; 
En  tí  pienso  todo  el  dia, 
Contigo  de  noche  sueño. 

))Dime,  pastoSr  :  ¿no  te  admira 
La  virtud  de  quien  te  adora  ? » 
Pero  él  responde:  n Pastora, 
¿Eso  es  verdad  ó  mentira'/)) 

Ella  dice  :  «  Si  la  suerte 
Una  corona  me  diera, 
I  Cuan  gozosa  la  perdiera, 
Mi  dueño,  por  no  perderte  I 

)>Tu  pastora  sólo  aspira 
A  que  la  ames  cual  te  adora.» 
Pero  él  responde :  «  Pastora  y 
¿Eso  es  verdad  ó  mentira? 'd 


INJURLi  EL  POETA  AL  AMOR. 

Amor,  con  flores  ligas  nuestros  brazos; 
Los  niios  te  ofrecí  lleno  de  penas. 
Me  echaste  tus  guirnaldas  más  amenas, 
Secáronse  las  flores,  vi  los  lazos, 

Y  vi  que  eran  cadenas. 
Nos  guias  por  la  senda  placentera 
Al  templo  del  placer  ciego  y  propicio; 
Yo  te  seguí,  mas  viendo  el  artificio, 
El  peligro  y  tropel  de  tu  carrera, 
Vi  que  era  un  precipicio. 
Con  dulce  copa,  al  parecer  sagrada, 
Al  hombre  brindas,  de  artificio  lleno; 
Bebí ;  quemóse  con  su  ardor  mi  seno; 
Con  sed  insana  la  dejé  apurada 

Y  vi  que  era  veneno. 

Tu  mar  ofrece,  con  fingida  calma, 
Bonanza  sin  escollo  ni  contagio; 
Yo  me  embarqué  con  tal  falaz  presagio, 
Vi  cada  rumbo,  que  se  ofrece  al  alma, 

Y  vi  que  era  un  naufragio. 
El  carro  de  tu  madre,  ingrata  diosa. 
Vi  que  tiraban  aves  inocentes ; 
Besáronlas  mis  labios  imprudentes. 
El  pecho  me  rasgó  la  más  hermosa 

Y  vi  que  eran  serpientes. 
Huye,  amor,  de  mi  pecho  ya  sereno, 
Tus  alas  mueve  á  climas  diferentes, 
Lleva  á  los  corazones  imprudentes 
Cadenas,  precipicios  y  veneno. 

Naufragios  y  serpientes. 


RETRACTASE  EL  POETA  DE  LAS  INJURIAS    QUE    DIJO 
AL  AMOR,   EN  EL  MISMO  METRO. 

Amor,  yo  te  injurié,  lleno  de  penas, 
Cuando  Filis  me  hirió  con  sus  rigores; 
Pero  ha  vuelto  á  mi  pecho  sus  favores, 
Vuélveme  á  echar  tus  lazos  ó  cadenas. 
Hechas  de  suaves  flores. 
El  precipicio  que  pintó  mi  pena. 
Su  peligro  y  tropel  me  ofrece  en  vano. 
Filis  me  vuelve  á  amar,  dame  tu  mano 

Y  llévame  al  placer;  su  s'.nda  amena 

Es  prado  fresco  y  llano. 
El  vaso  que  arrojé  cuando,  afligido. 
Su  licor  discurrí  ser  venenoso. 
Vuelve  á  embriagar  mi  pecho  ya  gozoso; 
Ya  le  vuelvo  á  gustar;  ¡ay  dios  Cupido  1 
Es  néctar  delicioso. 
Los  vientos  que  en  tu  mar  turban  las  aguas, 

Y  yo  juzgué  ser  fieros  septentriones. 
Ya  veo  son  ligeras  mutaciones 

O  soplos  con  que  enciendes  más  tus  fraguas 

Y  nuestros  corazones. 

Las  que  llamó  serpientes  mi  injusticia, 

Y  llevan  la  deidad  de  la  hennosura, 

Me  han  vuelto  á  deleitar  con  su  blancura ; 
Palomas  son  sin  hiél  y  sin  malicia 

Y  llenas  de  ternura. 
Vengan,  amor,  tu  lazo  y  tu  firmeza ; 

Llévame  al  templo,  dame  tu  bebida. 
Tu  soplo  aliente  mi  alma  enternecida, 

Y  pon  de  las  palomas  la  terneza 

En  mi  Filis  querida. 


A  LA  FORTUNA. 

Fortuna,  á  quien  el  vulgo  llama  diosa 
(Y  tanto  tu  inconstancia  lo  desmiente), 
Ni  creas  que  tu  ceño  me  amedrente. 
Ni  que  por  ver  tu  cara  más  gustosa 
Inmute  yo  mi  frente. 
Con  ella  levantada  te  he  mirado. 
Despreciando  tus  males  y  tus  bienes, 
Y  cuando  de  triunfar  del  orbe  vienes. 
Te  venzo,  y  del  laurel  que  tú  has  ganado 
Corono  yo  mis  sienes. 


256 


AL  ESPEJO  DE  FILIS. 


Cristal,  como  eres  liso,  pnro  y  llano, 
No  sabes  lo  riiie  importa  el  fingimieuto; 
A  Filis,  enseñando  su  hermosura, 
Igualaste  lo  altivo  con  lo  bello. 

Tan  niña  como  Amor  era  mi  Filia, 
Cuando  te  señaló  por  consejero, 
Contigo  consultando  los  designios 
De  encadenar  á  todo  el  universo; 

Si  entonces  tú  sus  fuerzas  la  ocultaras 
Mil  daños  evitaras  á  este  pecho. 
Primer  cautivo  que  en  él  de  ella  tuvo 
Encanto  y  cárcel  con  dorados  hierros. 

Pero  tú  claramente  lo  dijiste, 
Que  no  igualaba  el  oro  á  sus  cabellos, 

Y  que  en  ellos  tenía  mil  tesoros 
Para  soborno  del  entendimiento; 

Que  no  habia  en  el  mundo  tales  dardos 
Como  los  rayos  de  sus  ojos  negros. 
Entró  en  campaña,  y  con  tan  fuertes  armaf 
Miró  y  triunfó  de  todo  el  orbe  entero. 

De  los  ojos  humildes  y  postrados 
El  lánguido  bajar  rendido  y  tierno, 
Para  templar  las  iras  de  un  amante 
Cuanto  conviene  para  sus  intentos; 

El  levantar  los  ojos  enojados 
Con  aire  majestuoso  de  desprecio, 
Para  enfrenar  de  algún  osado  amante 
En  su  pasión  el  atrevido  afecto; 

El  inquieto  volver  con  gozo  ó  susto 
Los  ojos  por  la  tieiTa  ó  por  el  cielo, 
Para  encontrar  errantes  por  el  aire 
Los  de  un  amante  fácil  y  ligero  ; 

El  pararlos  también  á  un  solo  punto 
Para  tijar  los  de  un  amante  inquieto, 
T  las  demás  funciones  de  los  ojos 
Tú  la  enseñaste  y  todos  padecemos. 

Tu  escuela  la  enseñó  de  las  risitas, 
Más  ó  menos  fingidas,  los  misterios, 
Tapando  con  gracejo  el  abanico 
Los  dientes,  que  en  la  risa  ya  se  vieron; 

El  asomar  las  lágrimas,  si  acaso 
Han  de  causar  algún  terrible  efecto, 

Y  el  retirarlas  cuando  á  la  tristeza 
Conviniese  mezclar  algún  tormento; 

Aquel  llevar  la  mano  á  la  cabeza, 
Tomando  flor  ó  cinta  por  pretexto, 

Y  siendo  el  enseñar  la  hermosa  mano 
El  solo  fin  de  tan  sutil  manejo. 

Todos  estos  sabidos  artificios. 
Con  muchos  más,  que  para  mi  reservo. 
Tú  solo  la  enseñaste  ;  mas  no  sabes 
Cómo  se  vale  de  la  fuerza  de  ellos. 

I  Ay  1  no  la  digas  más  las  perfecciones 
Que  en  su  hermosura  deyjosita  el  cielo, 
O  pide  á  las  deidades  que  de  bronce 
Pongan  un  corazón  en  este  pecho. 


DON  JOSÉ  CADALSO. 

¡Ayl  fueron  quebrantados 
Tan  altos  juramentos, 
Y  de  los  elementos 
Ninguno  me  dejó  de  ser  testigo. 
Su  falso  pecho,  pues  fingió  conmigo, 
Has  de  temer,  aunque  insensato  seas, 
Que  fingirá  contigo. 
Por  más  que  entre  fortunas  hoy  te  veas. 


PELICIO,  NUEVO  AMANTE  DE  FILIS. 

¿Estás  envanecido,  oh  nuevo  amante, 
De  esta  conquista  que  antes  era  mia, 
Pensando  mantenerte  eternamente? 
Si  discurres  que  tú  la  harás  constante. 
Te  engaña  tu  infelice  fantasía. 
Como  la  mia  me  engañó  inocente. 
Un  rápido  corriente. 
El  más  veloz  venado, 
El  mar  más  encrespado 
Es  menos  imposible  que  detengas. 
Que  no  que  un  solo  punto  te  mantengas 
En  ese  corazón,  que  me  ha  dejado, 

Y  es  bien  que  te  prevengas 

A  verte,  cual  me  ves,  abandonado. 

Ni  creas  juramentos  numerosos, 

Por  sus  hermosos  labios  repetidos, 

Y  por  sus  bellos  ojos  confirmados; 
En  lanc(>s  los  más  tiernos  y  amorosos 
Los  recibieron  estos  mis  oídos , 
Jlntre  t.an  dulces  voces  encantados, 


TRADUCCIÓN  DE  HORACIO. 

Lejos,  lejos  de  mí,  vulgo  profano; 
Oidme,  gentes  ,  metros  nunca  oídos ; 
Que,  como  sacerdote  de  las  Musas, 
A  las  vírgenes  canto  y  á  los  niños. 
Los  pueblos  temen  á  sus  saci'os  reyes, 
Y  los  reyes  también  tiemblan,  rendidos 
Ante  el  excelso  trono  del  gran  Jove, 
A  cuyo  ceño  el  cielo  y  el  abismo 
Se  mueve  obedeciendo,  y  cuya  mano 
Aterró  á  los  gigantes  atrevidos. 


REMITIENDO  Á  UN  POETA  JOVEN  LAS  POESÍAS 
DE  GARCILASO  CON  ALGUNOS  VERSOS  MÍOS. 

Si  mis  ásperos  metros  yo  te  envió 
Con  dulces  versos  del  divino  Laso, 
No  juzgues  que  el  orgullo  necio  mío 
Me  finja  que  le  iguale  en  el  Parnaso. 
Lo  hago  porque  juntas  quiero  darte. 
Con  prendas  de  mi  amor,  reglas  del  arte. 


MUDANZAS  DE  LA  SUERTE. 

Es  cosa  natural 
Trocarse  el  bien  en  mal; 
Y  sucede  también 
Trocarse  el  mal  en  bien. 

EJEMPLO  PRIMERO. 

Con  vengativa  y  poderosa  mano 
El  padre  y  rey  supremo 
De  hombres  y  dioses,  Jove  soberano, 
Tantos  rayos  vibró  como  hay  estrellafl 
En  su  mansión  divina, 

Y  en  uno  y  otro  extremo 
Del  orbe  estremecido 
Cayeron  las  centellas. 
Oyese  el  cruel  ruido. 
Temióse  la  ruina, 

Y  los  hombres  creyeron  qtie  reinaba 
Aquél ,  cuyo  furor  los  espautaba. 

Los  límites  rompió  del  mar  salado 
El  dios  á  quien  fue  dado 
El  imperio  del  mar  y  el  gran  tridente, 

Y  donde  templo  y  gente 

Y  campo  y  monte  había; 

Hasta  aquel  crudo  y  horroroso  dia 
Hicieron  resonar  con  tristes  sones 
Sus  retorcidas  conchas  los  tritones, 

¡Triste  mortal!  creyeras. 
Si  aquel  estrago  vieras, 
Que  de  peces  la  inmensa  muchedumbre 
Del  Guadarrama  anclara  por  la  cumbre, 
Que  apenas  pasan  las  ligeras  aves, 

Y  aun  más  juzgaras  que  las  grandíes  naves 
(Como  la  que  tremola 

La  bandera  española, 

Del  nombre  de  Filipo  guarnecida, 

Y  del  inglés  Matheus  tan  temida) 
Pasaran  por  las  ásperas  monta-ñas 
De  nevacla  cabeza. 

Con  ciue  naturaleza 

La  Europa  separó  de  los  Españas. 

También  soltó  la  rienda  á  su  elemento 
El  que  contiene  uno  y  otro  viento 
En  una  cueva,  cuya  sacra  puerta 
Solamente  fué  abi'.rta 


COMPOSICIONES  VÁRUS. 


tor  complacer  á  la  divina  hermana 

De  Jo  ve,  que  tirana, 

Las  naves  del  troyano  perseguía ; 

Y  Vulcano,  á  quien  poco  parecía 
Forjar  los  rayos  para  el  dios  tonante, 
Cien  Vesubios  produjo  en  un  instante, 

Y  ardió  la  mar  y  cielo,  y  aire  y  tierra , 

Y  cuanto  el  orbe  encierra. 

¡Con  qué  terror  los  míseros  mortales 
Temblaron  y  lloraron 
El  cúmulo  de  males 
Que  juntos  los  cercaron! 

ÍNada  valió  contra  el  peligro  y  susto 
!&  ciencia  al  sabio,  la  virtud  al  justo? 
¿Qué  fin  tuvo,  decid,  el  dia  aciago, 
Oh  Musas,  que  pintasteis  este  estrago? 
Pasó  la  tempestad,  calmóse  el  dia, 

Y  se  trocó  el  terror  en  alegría. 

EJEMPLO  SEGUNDO. 

Por  industria  de  sabios  profesores, 

Y  trabajo  de  esclavos  bien  premiado, 
Está  ya  preparado 

Con  extraños  primores 
El  soberbio  salón  para  las  fiestas. 
Con  lujó  están  dispuestas 
Las  mesas ,  con  licores  y  manjares 
Traídos  por  los  mares 
De  cuanta  tierra  yace  diferente 
Desde  el  umbral  del  sol  hasta  Occidente. 
Los  vasos  de  oro  y  los  de  bronce  (tales 
Que  el  arte  es  superior  á  los  metales), 
Los  de  piedras  preciosas 

Y  los  adornos  varios 

(Despojo  bien  ganado  á  los  contrarios), 
Coronados  de  rosas, 
Cubren  las  mesas,  llenas  las  memorias 
De  batallas,  trofeos  y  victorias. 

La  música  de  bélicos  acentos, 
Mezclados  con  suaves  instrumentos. 
Que  alternan  de  la  corte  y  la  campaña 
Los  gustos  y  la  saña, 
O  ya  tierna  ó  ya  grave, 
Aplaude  el  nombre  invicto  del  que  sabe, 
Guardando  la  memoria  de  la  guerra. 
Gozar  los  bienes  que  la  paz  encierra. 
Junta  con  nuevo  arte 
Tus  gustos.  Venus,  tus  venganzas,  Marte. 

¡Con  qué  bella  arrogancia 
Aguardan  ya  las  ninfas  el  momento 
Que  ha  de  romper  lo  dulce  de  su  acento 
Por  el  aire  ocupado  con  odores, 
O  ya  de  pomos  de  sutil  fragancia, 

0  ya  de  suaves  flores! 
Unas  á  otras  se  miran , 

Se  envidian  y  se  admiran". 

No  porque  envidia  rigurosa  sientan, 

Sino  por  el  anhelo 

Con  que  todas  intentan 

Levantar  hasta  el  cielo 

El  nombre  victorioso 

Del  héroe  que  en  un  carro  primoroso 

(Que  fué  de  un  grande  príncipe  vencido) 

Llega  ya  rodeado,  y  conducido 

De  un  séquito  de  nobles  que  á  su  lado 

Habían  noblemente  peleado. 

En  medio  de  una  turba  de  doncellas 

De  tierna  edad  y  de  beldad  cumplida, 

Que  anuncian  su  venida , 

Llega  Flora,  mayor  que  todas  ellas, 

Como  en  el  fresco  prado, 

De  flores  esmaltado. 

Se  distingue  la  rosa. 

El  llega,  y  ella  presurosa... 
Pero  ¿qué  es  lo  que  admiro? 

1  Si  será  realidad  lo  que  yo  miro? 

Cuando  creí  que  el  gusto, 
La  pompa,  la  delicia,  la  hermosura, 
Los  placeres,  la  música,  la  danza,,, 
I  Qué  poco  el  gozo  dura! 
i  Qué  súbita  mudanza! 
I  Cómo  se  trueca  en  susto 

I,  Ps,.xviu, 


26t 


Lo  que  nos  fué  más  grato! 
Pues  ¿qué  fin  tuvo  el  célebre  aparato? 
El  héroe  quiso  hablar,  y  de  repente 
Le  acometió  feroz  un  accidente 

Y  se  murió;  gimió  toda  la  sala 

Y  en  luto  se  trocó  toda  la  gala. 


SOBRE  NO  QUERER  ESCRIBIR  SÁTIRAS. 

Ciertos  hombres  adustos, 
Llenos  de  hipocondría. 
Que  vinculan  sus  gustos 
En  desterrar  del  mundo  la  alegría. 
Como  amantes  por  otros  despreciados. 
Sabios  empobrecidos, 
Poderosos  caídos. 
Hijos  malos  ó  padres  mal  casados. 
Me  dicen  que  dejando  la  ternura 
Con  que  mi  musa  sabe 
Cantar  con  tono  suave 
Tus  gustos,  Raco;  Venus,  tu  hermosura; 
En  vez  de  celebrar  estos  placeres. 
Hable  mal  de  los  hombres  y  mujeres, 
Sin  reparar  el  labio  enfurecido 
De  esta  implacable  gente 
Que  á  todo  hombre  viviente. 
En  cualquiera  lugar  que  haya  nacido, 
Sea  iroques  ó  patagón  gigante. 
Fiero  hotentote  ó  noruego  frió, 
O  cercano  ó  distante. 
Le  miro  siempre  como  hermano  mió, 
Recibiendo  en  mí  seno, 
Al  malo  con  piedad,  con  gusto  al  bueno. 

Lejos  de  contentarme. 
Prosiguen  con  más  fuerza  en  incitarme 
A  que  deje  los  huertos  y  las  flores, 
Pastoras  y  pastores. 
Viñas,  arroyos,  prados, 
Ecos  enamorados. 
La  selva,  el  valle,  la  espesura,  el  monte, 

Y  que  no  inste  al  dulce  Anacreonte, 
Al  triste  Ovidio,  al  blando  Garcilaso, 
A  Catulo  amoroso,  á  Lope  ñno, 

Ni  á  Moratin  divino. 

Que  entre  éstos  tiene  asiento  en  el  Parnaso; 

Sino  que  la  tranquila  musa  mía. 

De  paloma  que  fué,  .se  vuelva  arpía; 

Que  los  vicios  pondere  con  fiereza 

Y  haga  gemir  á  la  naturaleza 

Bajo  los  golpes  de  mi  ingrata  mano. 

Con  esto  todos,  á  cual  más  ufano. 

Me  refieren  los  vicios  de  los  hombres 

Con  horrorosos  nombres, 

Como  astucia,  rencores,  inconstanciaj 

Bajeza ,  tiranía , 

Codicia  y  arrogancia. 

Traición ,  ingratitud  é  hipocresía. 

Pero  así  como  tiemblan  sorprendidos 

Los  villanos  de  un  pueblo,  acostumbrados 

A  su  quietud,  cuando  la  vez  primera 

Penetra  sus  oídos 

La  música  guerrera. 

Cuando  llegan  soldados 

De  rostro  fiero  y  de  extraños  trajes. 

Con  estrépito  horrendo 

De  hombres,  de  caballos  y  equipajes, 

Y  se  dividen  con  igual  estruendo 

Por  la  pequeña  plaza  en  cortos  trozos, 

Y  los  viejos  refieren  á  los  mozos 

Que  aquellos  hombres  matan  á  la  gente 

Y  se  comen  los  niños  fieramente, 

Y  cada  madre  esconde  y  encomienda 
A  su  dios  tutelar  la  dulce  prenda 
Del  matrimonio  santo; 

Pues  así  yo  con  no  menor  espanto 

Oí  ios  nombres  y  ponderaciones 

De  vicios  y  pasiones. 

De  que  tal  vez  privados  no  se  hallaban 

Los  mismos  que  en  los  otros  los  tachaban, 

Y  vi  que  el  solo  digno  de  censura 
Es  el  que  ponderarlos  más  procura, 

17 


26á 


Sin  otro  fin  que  ^1  ostentar  ingenio 
En  la  mordacidad,  ira  y  rencores;    _ 
Y  así  vuelvo  á  cantar,  según  mi  genio, 
Tus  viñas,  Baco;  Venus,  tus  amores, 


EPÍSTOLA  DEDICADA  A  ORTELIO. 


DON  JOSÉ  CADALSO. 

Que  pierda  la  dulzura  competente, 
Como  sucede  á  todos  los  autores 
En  manos  de  mejores  traductores)  : 

El  tiempo  en  que  esta  obra  yo  compuse, 
Las  faltas  que  hallarás,  lector,  excuse. 
Quietud  busqué,  no  fama,  destcn-ado, 
Por  distraer  á  mi  alma  del  cuidado. 

Adiós. 


Desde  el  centro  de  aquestas  soledades, 
Gratas  al  que  conoce  las  verdades 

Y  la  complicación  de  los  engaños 
Del  mundo,  y  aprovecha  desengaños. 
Te  envió,  amado  Ortelio,  lino  amigo, 
Mil  pruebas  del  descanso  que  consigo. 

Ovidio  en  tristes  metros  se  (quejaba 
De  que  la  suerte  no  le  toleraba 
Que  al  Tiber  con  sus  obras  se  acercase. 
Sino  que  al  Ponto  cruel  le  destinase; 
Mas  lo  que  de  poeta  me  ha  faltado 
Para  llegar  de  Ovidio  á  lo  elevado, 
Me  sobra  de  filósofo,  y  pretendo 
Tomar  las  cosas  como  van  viniendo. 

jOh,  cómo  extrañarás,  cuando  esto  veas, 

Y  sólo  bagatelas  aquí  leas , 

Que  yo,  criado  en  facultades  serias. 
Me  aplique  á  tan  ridiculas  niateriasl 

Ya  arqueas,  ya  levantas  esas  cejas. 
Ya  el  manuscrito  de  la  mano  dejas, 
Y'  dices  :  «Por  juguetes  semejantes, 
I  Por  qué  dejas  los  puntos  importantes? 
[No  sé  por  qué  capricho  tú  ya  olvidas 
Materias  tan  sublimes  y  escogidas! 

))¿Por  qué  no  te  dedicas,  como  es  justo, 
A  materias  de  más  valor  que  gusto  ? 
Del  público  derecho,  que  estudiaste 
Cuando  tan  sabias  cortes  visitaste ; 
De  la  ciencia  de  Estado  y  los  arcanos, 
Del  interés  de  varios  soberanos; 
De  la  ciencia  moral ,  que  al  hombre  enseña 
Lo  que  en  su  obsequio  la  virtud  empeña ; 
De  las  guerreras  artes  que  aprendiste 
Cuando  á  campaña  voluntario  fuiste; 

))De  la  ciencia  de  Euclídes  demostrable,, 
De  la  física  nueva  deleitable , 
¿  No  fuera  más  del  caso  que  pensaras 
En  escribir  aquello  que  notaras? 
¿Pero  coplillas,  y  de  amor?  ¡Ay  tristel 
Perdiste  el  poco  seso  que  tuviste. » 

¿Has  dicho,  Ortelio,  ya  cuanto,  enfadado, 
Quisiste  á  este  pobre  desterrado  ? 
Pues  mira,  ya  con  fresca  y  quieta  flema 
Te  digo  que  prosigo  con  mi  tema. 

De  todas  estas  ciencias  que  refieres 
(Y  añade  algunas  otras,  si  quisieres), 
Yo  no  he  sacado  más  que  lo  siguiente : 
Escúchame,  por  Dios,  atentamente; 
Mas  no,  que  más  parece  lo  que  digo 
Relación  que  no  carta  de  un  amigo. 

Si  miras  mis  sonetos  á  la  diosa 
De  todas  las  antiguas  más  hermosa, 
El  primero  dirá  con  claridades 
Por  qué  dejé  las  altas  facultades, 

Y  sólo  al  pasatiempo  me  dedico; 
Que  los  leas  despacio  te  suplico, 

Y  si  conoces  que  razón  me  sobra, 

Calla,  y  no  juzgues  ([ue  es  tan  necia  mi  obra, 
Pero  si  acaso  omites  este  asunto, 

Y  la  crítica  pasas  á  otro  punto, 
Cual  es  el  que  contiene  la  obra  mía. 
Faltas  contra  la  buena  poesía. 

Conozco  tu  razón,  mas  oye  atento; 
Con  Ovidio  respondo  á  tu  argumento : 
Si  qna  mcis  fnerint ,  vt  crunt ,  vitiosa  libellis, 

Excusata  tito  temj}07r,  lector,  haie. 
Exiilcram ;  rcquieaque  viihi  non  fama  pctita  est; 

Mens  intenta  sids  ne  forct  usque  7)ialis  (1), 
Significa  (y  perdona  la  osadía 
De  interpretar  de  Ovidio  la  armonía, 
Porque  en  la  traducción  es  consiguiente 


(\]  Ovidio,  lib.  IV,  Trlst.,  eleg.  i,  v.  1, 2,  .^,  i. 


INVOCACIÓN  DEL  OVIDIO  A  LA  MUSA. 

[Oh  musa,  que  de  Ovidio  condujiste 
La  pluma  magistral  en  los  amores! 
Pues  sentido  he,  como  él,  fieros  rigores. 
La  gracia  que  á  su  pluma  concediste, 
A  la  mía  concede  sus  ardores. 

A  Ovidio  se  parezca  en  esta  gracia 
Quien  tanto  se  parece  en  su  desgracia; 
Aparta  de  mi  pluma  y  de  mi  mente 
Conceptos  viles,  bajas  expresiones  ; 
Destierra  lo  ordinario  y  lo  indecente , 
Frecuente  en  los  comunes  corazones. 

Haz  que  mi  pluma,  ufana  en  lo  eminente, 
Esmalte  en  sus  poemas  sus  blasones 
Tanto,  que,  por  el  vulgo  no  entendida, 
Sea  sólo  de  sabios  aplaudida. 

Del  español  Olimpo  muchas  diosas 
(Cuyas  iras  te  juro  son  funestas). 
Si  mucho  más  que  Venus  son  hermosas. 
Mil  veces  más  que  Palas  son  honestas. 
Mis  obras  en  sus  manos  primorosas 
Algún  felice  dia  serán  puestas , 

Y  viendo  alguna  voz  torpe  y  oscura, 
Convertirán  en  ceño  su  hermosura. 
Ortelio,  cuyo  genio  Apolo  sabe, 
Pues  es  del  dios  Apolo  conocido, 

Es  de  carácter  noble,  fino,  suave, 

Y  Ortelio  es  el  Mecenas  que  he  elegido. 
No  creas  que  jamas  su  genio  alabe. 

Sino  lo  más  sublime  y  escogido, 

Y  la  serenidad  de  su  semblante 

Se  ofuscará  en  lo  torpe  ó  disonante. 


LAMENTASE  UNA  PASTOEA  DE  LA  INJUSTICIA  DE  SU 
MADKE  EN  LAS  SIGUIENTES  SEXTAS  Á  LA  CODICIA. 

Si  usurpas  la  justicia, 
¿No  basta  á  tus  furores, 
Sin  querer  tu  malicia, 
El  dominio  usurpar  de  los  amores  7 
¿  Por  qué  diste  á  mi  madre  un  poderío 
Que  tú  no  tienes  en  el  pecho  mió? 

Tu  fuerza  prodigiosa, 
Con  arrancar  el  mundo  de  sus  ejea 
Conténtese  ambiciosa. 
Como  al  amor  en  sus  resortes  dejes. 
Todo  el  mundo  te  cedo  como  tuyo; 
Pero  tú  deja  á  Venus  lo  que  es  suyo, 

¡Oh!  ¿Cómo  has  permitido, 
Venus ,  que  de  una  madre  la  codicia. 
Del  fruto  de  Cupido 
No  ofreciese  á  tí  sola  la  primicia. 
Reservándose,  injusta. 
La  ley  que  sólo  á  tí  sería  justa? 

Una  tierna  pastora 
Con  flores  sus  amores  fina  ostenta 
Al  dueño  á  (juicn  adora. 
Símbolo  de  su  pecho  le  jorcsenta ; 
Regalarte  una  lior  mi  alma  medita, 
Silvio,  mas  ¡ah  mi  Silvio,  qué  marchital 

Intacto  está  mi  pecho, 
I  Goza  de  su  ternura ,  Silvio  amado, 
Seguro  y  satisfecho 

De  que  nadie  hasta  ahora  la  ha  logrado! 
Esta  prenda  te  pruebe  mi  terneza  ; 
Que  la  otra,  sin  aquesta,  uo  es  fiaieza. 


COMPOSICIONES  VÁKIAS. 


2S9 


CARTA  A  AUGUSTA, 


MATEONA  QUE,  INCLINADA  A  LA  FILOSOFÍA,  EMPIEZA 
Á  FASTIDIAESE  DE  LA  CÓBTE. 

¡Egregia  Augusta  mia! 
Me  dices  en  tu  carta  celebrada 
Que  á  la  filosofía 
Alguna  vez  te  sientes  inclinada; 
Eecíbela  en  tu  pecho,  persuadida 
Que  ella  es  el  solo  bien  de  nuestra  vida. 

Tristes  son  los  mortales 
Que  fingen  en  su  idea  diversiones ; 
Sus  fuerzas  desiguales, 
Al  peso  de  sus  males  y  aflicciones, 
Con  exteriores  gustos  y  contentos 
Ocultan  lo  interior  de  sus  tormentos. 

Al  filosofo,  Augusta, 
En  cada  punto  la  naturaleza 
Obsequia,  sirve  y  gusta. 
Todo  es  para  él  quietud ,  todo  riqueza, 
Ni  se  acaba  el  contonto  que  recibe; 
Vive  feliz',  y  muere  como  vive. 

El  vulgo  de  los  hombres 
Vive  entre  pena,  envidia,  llanto  y  susto; 
Su  vida  (no  te  asombres) 
Apenas  por  mil  penas  logra  un  gusto, 

Y  aun  ése  acaba  y  pasa  tan  tem])rano, 
,Que  aun  no  le  goza  el  corazón  humano, 

Recibe,  pues,  prudente, 
La  luz  que  ya  comienza  á  iluminarte. 
Agradece  el  presente 
Que  quieren  1  as  estrellas  regalarte  ; 
El  tiempo  te  dirá  lo  que  has  ganado, 

Y  la  razón  dirá  lo  que  has  dejado. 
De  la  corte  te  ausenta. 

El  filósofo  en  ella  es  despreciado. 
Pues  ni  finge,  ni  ostenta, 
Ni  adula,  ni  es  ansioso,  ni  es  osado. 
Vente  á  la  aldea ;  su  sencilla  vida 
A  la  naturaleza  es  parecida. 

Por  los  campos  el  sabio 
Usa  de  aquel  derecho  incontrastable 
De  que  su  justo  labio, 
Cual  siente  el  corazón ,  se  explique  y  hable : 
Al  malo  llama  malo,  al  necio,  necio, 

Y  á  cada  cosa  da  su  justo  precio. 
El  pecho,  sin  el  susto 

De  tanto  respetillo,  enajenado. 

Concibe,  como  es  justo, 

Lo  que  el  alma  tranquila  le  ha  dictado; 

Y  el  alma,  sin  ficciones  misteriosas. 
Recibe  las  especies  de  las  cosas. 

Deja  lo  artificioso. 
Desprecia  la  lisonja  y  la  mentira , 
Olvida  lo  estudioso. 
Abandona  ese  fausto  que  te  admira  ; 
La  corte  y  las  locuras  que  eslabona 
Deja,  desprecia,  olvida  y  abandona. 

Aprecia  lo  apacible. 
Busca  lo  que  es  sencillo  y  placentero, 
Goza  de  lo  plausible, 
Experimenta  un  gozo  verdadero. 
Al  campo  y  los  placeres  que  presenta 
Aprecia,  busca,  goza,  experimenta. 

Esos  coches  dorados. 
Esos  encajes,  telas  y  diamantes. 
Esos  muchos  criados. 
Esos  timbres,  blasones  arrogantes, 
Olvida,  pues  no  gozas  de  ellos  nada. 
Siendo  menos  señora  que  encantada. 

Esta  alegre  campaña. 
Este  bosque,  vergel,  jardin  y  prado, 
Este  arroyo  que  baña 
Este  tesoro  para  tí  guardado, 
Disfruta,  pues,  con  pródiga  franqueza 
Toda  la  liberal  naturaleza. 

Verdad  es  que  en  la  aldea, 
De  fatuos  una  turba  bulliciosa 
Que  tu  toaleta  vea , 

Ño  puedes  encontrar,  Augusta  hermosa : 
Pero  hallarás  pastoras  y  pastores 


Que  to  cubran  el  lecho  con  mil  flores. 

Ni  el  paje  primoroso, 
Ni  la  criada  antigua  y  estimada 
Un  almuerzo  suntuoso 
Presentará  en  vajilla  bien  labrada, 
Pero  la  leche  blanca  cual  tu  frente 
Permitirás  mi  mano  te  presente. 

Ni  polvos,  ni  pomada. 
Cintas  compuesta.'^ ,  aguas  ni  alfileres 
Te  oft-ece  mi  morada, 
Ni  espejo,  consejero  de  mujeres ; 
Podrás  en  un  arroj'o  divertirte, 
Lavarte,  poner  floi«es  y  vestirte. 

Los  muchos  ornamentos. 
Que  el  lujo  cada  dia  multiplica, 
Son  fuertes  argumentos 
De  lo  que  el  artificio  fructifica ; 
Mas  sólo  pucdcji  engañar  al  necio. 
Como  ellos  acreedor  á  tu  desprecio. 

Aquí,  que  solamente 
Tendrás  que  divertirte  y  recrearte. 
Vestida  lisamente. 
Serán  superfinos  compostura  y  arte; 
Agravio  debe  ser  á  la  hermosura 
El  ofrecerla  afeite  y  compostura. 

Después  que  estes  vestida, 
Visita  no  tendrás  ni  concurrencia 
En  que  esté  establecida 
Murmuración ,  mentira  ni  demencia; 
Un  sencillo  pastor  y  su  pastora 
A  saludar  vendrán  á  su  señora. 

A  la  hora  destinada 
Para  el  preciso  natural  sustento. 
La  mesa  preparada 
Verás  en  un  ameno  apartamento 
Con  sazonado  gusto  y  alegría, 
Sin  plata,  sin  primor  ni  simetría. 

No  esperarás  sensuales 
Mezclas  de  mil  sustancias  combinadas 
De  peces,  de  animales 

Y  de  aves,  con  las  salsas  delicadas , 
Que  en  un  pequeño  plato  han  reunido 
Todo  cuanto  este  mundo  ha  producido. 

Pero  hay  los  pichoncitos 
Que  en  casa  por  mi  mano  he  sustentado. 
Los  frescos  pecccitos 
Que  en  las  vecinas  aguas  he  pescado, 

Y  un  jabalí  pretendo  regalarte 

Que  en  el  bosque  maté  por  obsequiarte. 

Pues ¡qué  de  las  sabrosas 
Riquezas  de  los  troncos  que  he  plantado! 
¡Qué  peras  tan  gustosas! 
¡Qué  pero  tan  hermoso  y  colorado! 
Tendrás  en  mi  vergel  melocotones, 
Nar^ijas,  brebas,  limas  y  melones. 

Después  que  hayas  comido, 
Si  buscas  el  descanso  y  el  reposo. 
Ya  te  tengo  escogido 
Un  paraje  encantado  y  delicioso 
En  una  parte  del  jardin  de  casa. 
Por  donde  el  Ebro  en  miniatura  pasa, 

Los  árboles,  cargados 
De  flores  olorosas ,  hacen  techo 
Con  ramos  enlazados, 
Con  que  el  furor  del  sol  queda  deshecho 
Mil  pájaros,  gozando  la  frescura. 
Se  burlan  de  su  ardor  en  la  espesura. 

Al  pié  de  un  mirto  ameno 
Te  pondré  con  mis  manos  una  cama, 
No  de  pluma  relleno. 
Sino  de  azar,  jazmin  y  verde  grama; 
A  sus  lados  dos  fuentes  van  tocando. 
Que  los  van  defendiendo  y  refrescando. 

No  temas  los  mosquitos. 
Ni  abispas,  en  los  huertos  tan  frecuentes; 
Habrá  mil  cefiritos 
Que  con  sus  alas  anden  diligentes. 
No  temas  ;  dormirás  tan  descansada, 
Que  tu  cama  será  bien  envidiada. 

De  tantos  ccfirillos. 
De  tantas  aguas  claras  y  ligeras, 
De  aquellos  arbolillos, 


260 


DON  JOSÉ  CADALSO. 


De  las  aves  sonoras  placcuteras 
Los  trinos,  el  ruido  y  el  mormullo 
Te  Bcrv'irán  de  lisonjero  arrullo. 
No  soñarás,  te  juro, 

Y  en  caso  que  tú  sueñes ,  dueño  mió, 
Será  sueño  seguro 

De  terror  y  fastidio; 

Será  agradable  y  dulce  como  el  puesto 

Que  á  conciliar  el  sueño  te  he  dispuesto. 

Después ,  si  tú  quisieres 
Dar  un  paseo,  no  he  de  conducirte 
Adonde  mil  mujeres 
Pretendan,  envidiosas,  maldecirte, 

Y  mil  hombres ,  ansiosos  de  burlarte, 
Empiecen  con  mentiras  á  engañarte. 

A  la  corte  dejemos 
Ese  que  allí  paseo  delicioso 
Llaman;  acá  busquemos 
Otros  cuj'o  placer  sea  gozoso; 
Encontrar  en  el  campo  ameno,  llano. 
Uno  por  cada  dia  de  verano. 

De  vuelta  del  paseo. 
Teatro  ni  tertulia  concun-ida 
No  pida  tu  deseo. 

Como  en  la  corte  se  halla  establecida; 
Se  juntan  en  mi  casa  mil  pastores, 

Y  tratan  varias  cosas  y  aun  amores. 
Después  de  esta  asamblea, 

En  que'ni  la  virtud  ni  honor  se  ofende, 

Y  el  alma  se  recrea 

Y  por  el  campo  de  placer  se  extiende, 
Cada  uno  se  recoge  á  su  cabana 

Con  paz ,  que  entre  los  grandes  es  extraña. 

No  pienses  que  se  olvide 
La  dulce  idea  del  amor,  Augusta ; 
El  campo  nunca  impide 
Una  pasión  que  al  alma  tanto  gusta ; 
Antes  con  su  quietud  y  divei'siones 
Se  llenan  más  de  amor  los  corazones. 

Si  es  natural  instinto 
El  principio  de  amor  en  nuestro  pecho. 
En  el  verde  recinto 
Siempre  se  halla  gozoso  y  satisfecho, 
Pues  en  el  campo  la  naturaleza 
Ostenta  su  primor  y  su  grandeza. 

Verás  cómo  el  jilguero, 
Entre  los  ramos  de  vergel,  parece 
Que  obsequia  placentero 
A  la  jilguera  que  su  amor  merece; 
Dulzuras  la  persuade  cuando  canta, 
Su  corazón  anima  á  su  garganta, 

[Si  vieras  cuál  corteja 
El  eficaz  pichón  á  su  consorte! 
íQué  fino  la  festeja! 

No  hay  tan  finos  amantes  en  la  corte,      "* 
Verás  cómo  ella  paga  su  fineza 
Con  gusto,  con  halago  y  con  terneza. 

El  toro  bruto,  horrendo. 
Feroz,  precipitado  y  espantoso, 
Se  ve,  menos  tremendo. 
Que  se  despoja  de  su  ardor  furioso, 
y  se  llega  á  su  vaca  tan  rendido 
Como  el  galán  más  tierno  y  derretido. 

Hasta  las  plantas  tienen 
Sus  lances  amorosos  extremados; 
Verás  cómo  entretienen 
Las  vides  á  los  olmos  abrazados ; 
Mil  brazos  de  sus  pechos  van  saliendo, 

Y  todos  á  los  olmos  ofreciendo. 
Mil  veces  me  he  parado 

Al  ver  cómo  el  imiierio  de  Cupido 
Más  lejos  ha  llegado 
Que  el  del  conquistador  más  atrevido. 
Filósofo  yo  soy...  y  te  prometo 
Que  estuve  por  rendirte  mi  respeto; 

Con  que ,  si  tú  quisieres 
Abandonar  la  corte,  fausto  y  arte, 

Y  si  no  te  atrevieres 

A  dejar  del  amor  el  estandarte. 
Vén  por  acá ,  que  aquí  te  buscaremos 
Un  amante  tal  cual  como  le  hallemos. 
Si  ya  (como  se  estiLi) 


Tuvieres  en  la  corte  quien  lo  sea 

En  posesión  tranquila. 

Contigo  le  traerás  á  que  esto  vea , 

Como  sus  artificios  no  adulteren 

La  sencillez  de  aquellos  que  lo  vieren. 

Pero  si  el  tal  amante 
(No  obstante  que  en  la  corte  se  ha  criado) 
Fuese  fino  y  constante, 
Discreto  sobre  todo  y  moderado, 
Le  nombraremos  rey  de  los  pastores 

Y  juez  de  este  distrito  y  sus  amores. 
Augusta,  no  te  rias 

De  lo  que  va  mi  pluma  á  proponerte ; 
De  tus  coqueterías 
Me  temo  contra  mí  quieras  valerte. 
Iba  á  decirte...  mas...  no  digo  nada. 
Que  te  estoy  viendo  echar  la  carcajada, 

Pero  allá  voy,  no  obstante  : 
Decia  que  si  acaso  no  tuvieres 
A  estas  horas  amante , 
Ni  buscarle  quisieres... 
Aquí  estoy  yo,  filósofo  sin  duda; 
Mas  piensa  que  el  amor  todo  lo  mnda. 

Del  ciego  dios  alado 
He  visto  más  milagros  prodigiosos 
Que  hay  en  el  verde  prado 
Flores  y  paj arillos  armoniosos; 
Hace  jocoso  al  serio,  alegre  al  triste; 

Y  á  su  suave  poder  nada  resiste. 
[Cuántos  conquistadores 

Perdieron  de  sus  triunfos  todo  el  fruto 

Porque  de  sus  amores 

Marte  ofreció  á  su  Venus  el  tributo, 

Y  marchito  el  laurel  de  sus  proezas, 
Con  mirto  coronaron  sus  cabezas! 

¡Cuántas  veces  los  jueces 
De  su  recta  justicia  se  olvidaron, 

Y  en  injustos  dobleces 

Su  vara  á  las  beldades  inclinaron! 
¡Cuántas  veces,  de  recta,  la  han  torcido 
En  arco  corcovado  de  Cupido. 

¡Cuántas  el  marinero. 
Insigne  por  el  arte  y  valentía, 
Se  escapa  del  severo 
Océano,  que  riesgo  le  oñ-ecia 
En  los  golfos,  escollos  y  en  arenas, 

Y  viene  á  naufragar  en  las  sirenas! 
Más  ejemplos  citara 

Si  fuera  necesario  el  ir  probando 
Una  verdad  tan  clara, 
Que  todos  pueden  ir  atestiguando; 
Lleve  su  mano  cada  cual  al  pecho, 
Los  milagi'os  verá  que  amor  ha  hecho. 

Verás  con  qué  presteza 
Me  quito  aquesta  barba  respetada, 
Verás  esta  cabeza 
Con  ñores  y  con  cintas  adornada, 

Y  en  un  vestido  alegre  y  primoroso 
Trocado  el  sayo  osciu'o  y  espantoso. 

De  mi  filosofía 
Estos  despojos  juntaré,  y  haciendo 
Una  ara  sacra  y  pía, 
Irélos  á  mi  Véuus  ofreciendo 
Con  dos  palomas,  para  que  propicio 
Su  numen  no  desprecie  el  sacrificio. 

Y  luego  te  aseguro 
Que  ayer  á  un  arroyuelo  me  miraba; 
Por  Cupido  te  juro 
Que  un  rostro  regular  representaba, 

Y  bien  sea  verdad  ó  bien  deseo. 

Yo  me  decia :  «  No,  no  soy  tan  feo. » 

Mis  ojos  no  se  vieron 
Ni  chicos ,  ni  llorosos ,  ni  apagados  ; 
Sabes  que  merecieron 

Ser  de  otros  (¡qué  hermosos!)  bien  mirados; 
Los  dientes  aun  conservan  su  blancm-a, 

Y  el  uno  y  otro  labio  su  frescura. 
Vamos  claros  :  suspiran 

Cada  dia  los  hombres  nada  hermosos ; 
Las  damas  los  admiran 
Como  prodigios  raros  y  pasmosos ;  _ 
No  es  el  amor  por  cierto  en  las  mujerefi 


COMPOSICIONES 


El  que  distingue  más  de  pareceres. 

Yo  mismo,  cuando  niño 
(Pasé  aquel  tiempo  alegre  como  sueño), 
Fui  visto  con  cariño 
De  una  deidad,  que  me  llamó  su  dueño; 
Tú  puedes  repetir  lo  que  ha  pasado 
Mil  años  há,  si  sigues  lo  empezado. 
,  Este  es  el  campo  ameno, 
Este  soy  yo,  filósofo  ó  amante, 
Éste  el  tiempo  sereno 
Que  pasa  en  un  retiro  semejante ; 
Mas  no  lo  creas ,  vén  á  ser  testigo, 
á-ugusta,  y  á  gozar  de  ello  conmigo. 


A  LAS  NINFAS  DE  MANZANARES, 

OFENDIDAS  POE  UX  LIBELO  QUE  SE  LE  ATBIBTTYÓ 
AL  AUTOR,  CON  CUYO  MOTIVO  SALIÓ  DE  MADBID 
LA  NOCHE  ULTIMA  DE  OCTUBRE   DE  1768. 

Ninfas  de  Manzanares, 
Felices  y  adorables  semidiosas, 
Cid  de  mis  pesares 
Los  ayes  y  las  quejas  lastimosas; 
Tantas  aguas  no  lleva  vuestro  rio 
Como  lágiümas  vierte  el  llanto  mío. 

Madrileñas  divinas, 
Cuya  dulzura,  halago  y  genio  afable, 
Cuyas  mii-adas  finas 
El  genio  ablandarán  más  intratable, 
Si  al  cielo  pide  el  hombre  su  consuelo, 
Yo  mi  consuelo  pido  á  vuestro  cielo. 

Algún  astro,  celoso 
De  la  inmensa  fortuna  que  gozaba 
Mi  corazón  dichoso. 
Mis  indecibles  dichas  envidiaba, 

Y  por  tanto,  cortó  con  golpe  airado 
Mi  -^-Tielo,  hasta  los  cielos  remontado. 

Y  si  fuisteis  diosas 
En  el  castigo  acerbo  que  me  disteis, 

Y  mujeres  furiosas 

Por  el  mal  proceder  con  que  lo  hicisteis 
(Pues  por  un  crimen  nunca  comprobado, 
Fui,  antes  que  convicto,  castigado). 

Volved  á  ser  deidades , 
La  bondad  vuélvase  á  vuestro  pecho. 
I  Ahí  cesen  las  crueldades, 

Y  unid  el  corazón  que  habéis  deshecho; 
Así  como  después  que  el  rayo  aterra. 
El  iris  une  al  cielo  con  la  tien-a; 

Para  que  el  corazón  mió, 
Sus  penas  olvidando  y  sus  pesares, 
Llegando  á  vuestro  rio. 
Las  orillas  besando  á  Manzanares, 
Repita  ya  sin  voces  lastimosas  : 
<(  j  Cuan  adorables  sois,  oh  semidiosas  1» 


GUERRAS  CIVILES 
ENTRE  LOS  OJOS  NEGROS  Y  LOS  AZULES. 

Ardia  el  reino  entero  de  Cupido 
En  bandos  y  civiles  disensiones; 
El  yugo  del  dominio  sacudido, 
Aspiran  á  cual  más  los  corazones; 
Todo  mortal  se  puso  enfurecido 
Contra  sus  infalibles  decisiones; 
Alguna  vez  el  hombre  libre  habia 
De  rechazar  tan  dura  tiranía. 

Venus ,  acostumbrada  eternamente 
Á  ser  de  todo  humano  obedecida. 
Miraba  con  furor  é  impaciente 
A  la  plebe  mortal  tan  atrevida; 
La  plebe  la  insultaba,  inobediente, 
En  clara  rebelión,  ya  conocida; 
El  más  humilde  y  pobre  ciudadano 
Hablaba  con  estilo  soberano. 

La  diosa  en  vano  amenazaba,  fiera, 
La  rebelde  ciudad  castigarla  ; 
En  vano  publicaba,  placentera, 
Las  quejas  de  la  plebe  escucharía, 


VÁRLiS. 

Y  en  vano  de  benigna  y  de  severa 

Su  cara  en  dos  semblantes  componía; 
El  pueblo  enfurecido  no  escuchaba, 

Y  más  su  desacato  propagada. 

El  templo  de  la  diosa  (que  solía 
Contener  á  millares  los  pastores. 
Que  en  dulce  enamorada  melodía. 
De  sol  á  sol  cantaban  sus  amores). 
Vacio  y  solitario,  parecía 
Jardín  ya  despojado  de  sus  flores; 
Hasta  los  sacerdotes  desertaban 
De  las  aras  del  numen  que  adoraban. 

Y  como  son  furiosos  los  excesos 
Que  Venus  en  el  hombre  ha  suscitado, 
Cada  día  el  furor  hizo  i)rogre8os 
En  todo  aquel  imperio  desgraciado; 
Fueron  tan  horrorosos  los  sucesos, 
Que  estuvo  el  terniilo  para  ser  quemado; 
Ni  aun  lo  sagrado  intacto  permanece 
Cuando  la  plebe  manda  y  no  obedece. 

Dejaban  los  pastores  sus  ganados, 
Que  libres  se  esparcían ,  sin  gobierno, 
Por  valles,  montes,  campos  y  collados. 
Teniendo  otro  cuidado  naás  interno, 
De  su  apacible  genio  enajenados. 
A  Chipre  convirtieron  en  infierno; 
Inferirás,  lector,  de  estos  renglones 
Cuánto  mudan  al  hombre  sus  pasiones. 

Hubo  amante  muy  fino  y  muy  constante. 
Que  por  ser  de  otro  bando  su  adorada, 
Fanático,  en  su  amor  se  hizo  inconstante, 

Y  su  pasión  primera  fué  inmolada. 
Alguna  dama  abandonó  á  su  amante 
Por  la  misma  razón  tan  ponderada ; 

En  fin ,  nada  era  amor,  todo  ora  abismo : 
Tanto  puede  en  el  vulgo  el  fanatismo. 

Ya  veo  á  mí  lector,  sobresaltado, 
Querer  saber  la  causa  de  este  evento; 
Al  que  en  un  punto  se  halla  interesado, 
La  incertidumbre  es  el  mayor  tormento. 
Perdóname  ¡oh  lector  enamorado! 
Si  tardo  en  referirte  aqueste  cuento. 
He  visto  algunos  sabios  recrearse 
En  ver  al  ignorante  atormentarse. 

Diré  la  causa  atroz  de  este  fracaso, 

Y  si  quieres  lograr  tan  alto  objeto. 
El  secreto  ocultar  en  todo  caso, 
Prométeme ,  lector  sabio  y  discreto, 
Tu  lengua  no  camine  un  solo  paso. 

Pues  no  hay  cosa  más  frágil  que  un  secreto; 
Lo  mismo  un  confidente  lo  proclama 
Que  todas  las  cien  bocas  de  la  fama. 

Con  motivo  de  hacerse  un  temjjlo  ufano 
En  Chipre  á  la  deidad  de  los  amores, 
La  imagen  encargó  su  soberano 
Al  más  diestro  de  todos  los  pintores; 

Y  pues  pintar  deidades  es  en  vano 
Con  los  humanos  débiles  colores, 
A  la  idea  dejo  lo  inasequible  ; 

Que  ella  suele  alcanzar  á  lo  imposible. 
Guiado  de  su  idea  el  nuevo  Apeles, 
Apura  los  primores  de  su  ciencia, 

Y  nunca  obedecieron  los  pinceles 
Más  sabios  á  copiar  la  inteligencia. 
Jazmines,  azucenas  y  claveles 
Formaron  una  hermosa  competencia; 
Una  parte  alabar  de  este  retrato 
Sería  sin  razón,  tras  ser  ingrato. 

Pero  el  ¡jíntor,  dudoso  si  pondi-ia 
Ojos  negros  ó  azules  á  su  diosa. 
Materia  que  apurarse  merecía, 
Salía  de  su  oficina  primorosa 
Para  decir  la  duda  que  tenía 
Al  rey  de  aquella  corte  deliciosa , 
Entró  en  palacio,  su  sentir  propuso, 

Y  á  tomar  la  resimesta  se  dis]iuso. 

^  El  Rey  dijti,  j.ruduntc  :  o  Esta  materia 
No  puede  resolverse  en  un  instante; 
Quiero  que  en  una  junta  grave  y  seria 
Se  trate  una  cuestión  tan  importante, 
Pues  de  una  luz  humana  la  miseria 
A  decidir  la  duda  no  es  bastante ; 


261 


262 


DON  JOSÉ  CADALSO. 


Cien  matronas  serán  las  congregadas, 
En  las  materias  de  ojos  afamadas. 

Llegaron  por  encanto  en  un  momento 
Las  ninfas  que  se  habian  convocado; 
Se  les  pidió  <-l  debido  juramento 
Sobre  un  altar  á  Venus  consagrado; 
Juraron  el  tratar  sin  fingimiento 
Cualquier  asunto  que  les  fuere  dado ; 
I  Qué  poca  fe  nos  ha  quedado,  digo, 
Cuando  se  pone  al  cielo  por  testigo f 

El  tribunal  severo,  majestuoso, 
Se  estableció  en  un  bosque  en  que  nacía, 
Ya  la  hiedra,  ya  el  mirto  voluptuoso; 
Travieso  un  arroyuclo  le  cenia 
Su  curso  detenido,  pues  curioso 
Oir  este  congreso  pretendía ; 
Mil  aves  en  los  mirtos  lo  escucharon, 
ir  después  que  lo  oyeron  lo  parlaron. 

Entraron  las  mujeres  holandesas. 
Más  blancas  que  la  nieve  y  más  heladas, 
Preciosas  por  su  aseo  las  francesas, 
Las  turcas  por  los  turcos  despreciadas, 
Hermosas  en  colores  las  inglesas. 
De  Italia  las  sirenas  afamadas. 
Casadas  y  doncellas  (ó  solteras) 
Y  viudas  (reverendas  embusteras). 

Entraron  las  egipcias,  las  georgianas, 
Asiáticos  encantos  las  de  Tiro, 
Las  altas  y  robustas  circasianas, 
Pero  ¿qué  es  ¡oh  Cupido!  lo  que  miro? 
I  Qué  ninfas  son  aquéllas  que  cercanas 
Al  mismo  altar  de  la  hermosura  admiro? 
;Qué  ninfas  son  aquéllas,  ó  qué  diosas, 
Tan  vivas,  tan  agudas  y  garbosas? 

Apolo  (cuyo  curso  cuotidiano 
De  todo  el  orbe  la  redonda  esfera 
Llena  de  los  favores  de  tu  mano). 
Suspende  lo  veloz  de  tu  carrera ; 
Dime  :  ¿qué  parte  del  jardín  hvimano 
Produce  aquesta  flor  tan  placentera? 
Tus  rayos  de  los  suyos  son  despojos. 
Pues  tanto  fuego  dejas  en  sus  ojos. 

Ya  conoces  que  son  las  celebradas 
Ninfas  del  Manzanares,  Ebro  y  Tajo; 
El  que  mirare  atento  sus  miradas, 
Conocerá  su  gracia  y  agasajo; 
Distinguirá  estas  ninfas  adoradas 
Con  el  vestido  noble  ó  con  el  majo. 
Tienen  un  no  sé  qué...  que  quien  las  mira, 
No  le  olvida  jamas,  j  más  le  admira. 

Dejad  ¡oh  ninfas!  que  las  extranjeras 
Presuman  de  un  color  más  delicado; 
Una  mirada  vuestra  ¡oh  lisonjeras! 
Es  rayo  contra  un  pecho  fulminado,' 
Vuestros  hermosos  ojos  son  esferas 
Que  inspiran  con  intiujo  declarado; 
Aqueste  rayo  es  tanto  más  temible, 
Cuanto  es,  por  ser  de  un  cielo,  irresistible. 

Cese  la  digresión ,  al  caso  vamos ; 
Lector  (la  pluma  se  me  fué),  perdona, 
Pues  cuando  de  las  ninfas  conversamos 
Toda  dilatación  Venus  abona; 
A  nuestro  asunto  principal  volvamos, 
Que  con  el  fin  se  logra  la  corona ; 
Estoy  para  empezar,  con  el  mantuano, 
Aquello  de  jWma,  virnmqve  cano. 

Mas  como  del  desorden  es  la  fuente 
Tia  conjunción,  dispuso  una  britana 
Que  á  la  nobleza,  en  puesto  preeminente, 
La  plebe  no  llegase,  por  profana. 
Sino  que  en  un  paraje  diferente 
Se  sentase  la  gente  ciudadana. 
Como  en  Londres  (es  fácil  que  repares) 
Se  apartan  los  comunes  de  los  pares. 

Las  sultanas,  cacicas  y  duquesas 
En  mullidos  de  rosa  están  sentadas. 
Más  allá  las  condesas  y  marquesas 
Sobre  alfombras  de  Tiro  coronadas. 
Hidalgas  más  allá  se  quedan  tiesas 
De  verse  entre  señoras  elevadas  ; 
¿Orden  entre  mujeres  quién  creyera 
Que  todo  el  orbe  junto  consiguiera? 


De  diputadas  de  la  plebe  baja 
La  cámara  común  se  componía, 
La  cómica  asistía  con  la  maja. 
La  naranjera  y  la  limera  había, 

Y  las  del  gremio  atroz  de  la  naaja, 
Quinta  esencia  de  majas  se  veía, 

Y  como  en  todas  clases  se  enamora. 
No  hay  clase  que  no  dé  procuradora. 

Luego  que  se  tomaron  los  asientos, 
Una  matrona  noble  y  elegante 
Su  arenga  pronunció  á  los  parlamentos 

Y  el  punto  declaró  tan  importante; 

jQué  tropos,  qué  figuras ,  qué  ornamentos, 
Hijos  de  la  elocuencia  altisonante! 
Con  atención  pasmosa  lo  escucharon; 
Harto  fué  que  el  silencio  conservaron. 

Otra  matrona  fina  y  primorosa. 
Sutil  y  delicada  en  estructura, 
Alzó  la  voz  y  dijo  artificiosa  : 
(( i  Quién  hubiera  pensado  tal  locura? 
/,  Esta  materia  puede  ser  dudosa? 
Supremo  tribunal  de  la  hermosura, 
¿De  este  pintor  no  es  rara  la  demencia. 
Pretendiendo  formar  tal  competencia? 

«¿Quién  duda  que  el  azul,  bello  senado, 
Es  el  color  del  cielo  ?  ¿  Quién  ignora 
Que  cielo  llama  el  hombre  enamorado 
Al  dueño  idolatrado  á  quien  adora? 
Consta  que  el  negro  es  más  adecuado 
Al  llanto,  de  quien  huye  el  que  enamora  ,* 
Ergo,  quiten  lo  negro  y  su  tristeza 
Del  rostro  que  convida  á  la  llaneza.» 

Dictamen  tan  horrible  fué  ai^robado 
De  inglesas,  holandesas  y  alemanas. 
Con  todas  las  del  clima  más  helado; 
Mas  no  de  las  que  al  sol  están  cercanas; 
De  ojí-negras  doncellas  un  puñado 
Contenían  sus  iras  inhumanas  ; 
Que  alabasen  lo  azul  les  daba  enojos. 
Pues  lo  negi'O  es  la  niña  de  sus  ojos. 

Una  holandesa  dijo  :  «  Los  cabellos 
Rubios  sin  duda  son  los  más  hermosos, 

Y  ojos  azules  siempre  andan  con  ellos 
(Y  no  los  negros,  fieros  y  espantosos)^ 
Con  que,  fuerza  será  reconocellos 

Por  dignos  de  los  rostros  prodigiosos. » 
Del  frío  pecho  la  palabra  helada 
Carámbano  del  aire  fué  colgada. 

Guiñándose  con  gracia  las  malvadas 
Del  ojí-negro  bando,  se  reían 
De  ver  á  las  contrarias ,  que  empeñadas 
Estaban  en  probar  lo  que  querían, 

Y  cómo  despreciaban,  enfadadas, 
El  color  de  los  ojos  que  ofendían, 
Ufanas  en  sus  locos  desvarios, 

I  Que  negros  os  pusieron,  ojos  míos! 

Hasta  que  una  oji-negra  toledana. 
Cansada  de  escuchar  tantos  agravios. 
Dijo  :  (( Estarás  ¡oh  ninfa!  muy  ufana 
De  lo  que  acaban  de  decir  tus  labios 
(Echando  una  míi-ada  tan  galana, 
Que  bastara  á  rendir  siete  mil  sabios); 
Vaya,  ¡qué  breve  un  pleito  se  sentencia 
Cuando  sólo  á  una  parte  se  da  audiencia! 

))Los  ojos  negros  ¡oh  senado  hermoso! 
Toda  la  vida  han  sido  conocidos 
Por  sabios  en  el  arte  primoroso 
De  saber  hechizar  nuestros  sentidos. 
Sí  el  negro  es  tierno  para  el  amoroso, 
Es  fiero  para  los  envanecidos  ; 
El  ojo  negro  es  arma  tan  segura, 
Que  su  herida  mortal  no  tiene  cura, 

))He  visto  ojos  azules  apagados. 
Cuantos  negros  he  visto  son  ardientes ; 
He  visto  ojos  azules  despreciados, 
Los  negros  nunca  son  indiferentes; 
Con  fundamentos  fuertes  y  sobrados 
A  los  negros  declaro  preeminentes. 
Alarde  no  he  de  hacer  de  mi  elocuencia; 
Apelemos ,  si  os  gusta ,  á  la  experiencia. » 

Con  júbilo  aplaudieron  las  beldades 
El  discurso  elegante,  fuerte  y  vivo 


OCTAVAS, 


263 


De  la  dama  oji-negi-a ;  á  sus  verdades 
Sus  ojos  dabau  no  sé  qué  atractivo, 

Y  hubiera  persuadido  falsedades 
Con  el  mismo  despejo  persuasivo; 
Retórica  eficaz  es,  á  fe  mia, 

La  que  funda  en  sus  ojos  la  energía, 

Mucbas  este  dictamen  apoyaron 
Con  dulces  y  agradables  reflexiones; 
Las  del  opuesto  bando  se  irritaron ; 
Los  gritos  añadiendo  á  las  razones, 
Se  opusieron;  las  otras  impugnaron, 

Y  ardió  su  parlamento  en  confusiones ; 
Sobre  materias  menos  importantes 
He  visto  yo  disputas  semejantes. 

Esta  descompostura  en  la  nobleza 
De  la  cámara  egregia  de  los  Pares, 
Lector,  habrá  notado  tu  agudeza ; 
Te  pido  que  á  más  iras  te  prepares ; 
Que  escuches  de  la  plebe  la  fiereza, 

Y  con  la  de  los  nobles  la  compares ; 
Sólo  te  advertiré  que  las  mujeres 
Son  tercas  en  seguir  sus  pareceres. 

De  la  cámara  baja  la  elocuencia, 
Con  doble  contoneo  y  remolino, 
Una  limera,  maja  de  ¡jotencia, 
Propuso  el  punto  con  primor  ladino; 
No  hubo  argumento  en  toda  la  majencia. 
Que  no  pusiese  con  pasmoso  tino; 
Los  ojos  y  el  hocico  retorciendo, 
Dijo:  «¡Naranjas!  ¡Pues!  ¡Qué  tal!  ¡Ya  entiendo! 

»Aqui  estamos,  muchachas  del  Barquillo; 
Habernos  de  firmar  todas  gustosas 
Que  no  queremos  ojo?  del  soplillo.» 
Dijo  una  maja  de  las  más  famosas : 
« i  Los  azules  ?  por  vida  de  Juanillo, 
Queden  á  las  usías  melindrosas... 
Mi  cielo  amado  tiene  por  luceros 
Dos  ojos  negros  como  dos  tinteros. 

))  De  una  cara  con  ojos  de  baraja, 
I  Qué  casa  baria  yo  con  azulejos  ! — ■_ 
Pues  no  faltaba  más,  dijo  otra  maja, 
Con  el  dejo  más  majo  d.'  los  dejos; 
En  vano  por  lo  azul  usted  trabaja ; 
Que  se  sentencie  el  pleito  por  los  viejos. 
Dijo.  No  digo  más,  acábese  esto; 
Que  me  temo,  por  Dios ,  un  fin  funesto. )) 

Una  chula ,  famosa  naranjera, 
De  los  ojos  azules  abogada, 
Dijo,  muy  puesta  en  jarras :  ((Anda  fuera; 
No  he  visto  lengua  yo  más  bien  colgada; 
Descanse  usted,  que  es  lástima  se  miiera, 
De  las  voces  ardientes  sofocada ; 
Sobre  que  digo  yo  que  nunca  he  oido 
Jilguerillo  de  pico  más  loulido. 

))¡Vaya,  qué  tamañica  me  ha  dejao! 
Pero  yo  también  tengo  lengua  y  pico, 

Y  ya  que  sus  vocablos  he  escuchao. 
Oiga  usted  el  aquel  con  que  me  explico. 
Defenderé  el  color  tan  agraviado 

Por  las  bellas  palabras  de  ese  hocico; 

Y  si  negáis  de  mi  razou  lo  fuerte. 
Veréis  cómo  me  explico  de  otra  suerte. » 

¡Bien!  dicen  unas,  ¡mal!  otras  dijeron; 
Eazones  encontradas  ostentaron. 
Todas  hablaron  y  no  se  entendieron  ; 
Las  bocas  en  su  fuerte  se  encontraron, 
Mas  de  ellas  lo  superfluo  conocieron, 

Y  las  uñas  al  lance  prepararon  ; 
Del  argumento  en  el  oscuro  abismo 
No  faltará  doctor  que  haga  lo  mismo. 

Con  esta  variedad  de  pareceres 
Las  voces  á  los  cielos  han  subido; 
En  la  sala  común  de  las  mujeres 
Nunca  mayores  gritos  se  han  oido. 
Yo  te  pido,  lector,  que  consideres 
Lo  fuerte  de  la  bulla  y  del  ruido; 
Mis  pinceles  no  son  aí^az  sutiles 
Para  pintar  batallas  mujeriles. 

En  vano  de  la  sala  respetable 
lía  ja  un  recado  justo  á  las  del  trueno; 
Estas  al  mensajero  miserable 
Despiden  luego,  de  baldones  lleno. 


« ¡Toma!  (dijo  una  maja  venerable), 
¿Nos  quieren  las  usías  poner  freno? 
Más  valiera  también  que  las  usías 
Gastaran  entre  sí  más  cortesías. » 
De  tanta  gritería  alborotados , 
Los  pájaros  huyeron  al  momento, 

Y  fueron  por  las  tapias  y  tejados 
Contando  lo  sangriento  de  este  cuento; 
Habia  mil  pastores  congregados 

A  oir  la  decisión  del  Parlamento; 
Uno  dijo  :  «¡Mujeres!  bien  decia 
Que  en  gritos  y  en  araños  pararla.  » 

Luego  que  por  el  pueblo  hubo  volado 
Con  alas,  como  el  ave,  cierta  diosa, 
A  quien  con  tantas  bocas  ha  pintado 
La  pluma  de  Virgilio  artificiosa, 
El  vecindario,  todo  alborotado, 
Hizo  la  controversia  más  furiosa. 
¿Quién  mete  al  necio  vulgo  en  este  punto, 
Que  es  sólo  para  doctos  digno  asunto? 

Curioso,  y  con  motivo  suficiente. 
Deseas  que  te  diga  el  paradero 
De  estrago  tan  fatal  y  tan  ardiente ; 
Mas  soy  historiador  y  verdadero. 
Deja  que  del  archn'üfe  faciente 
Saque  algunos  papeles  que  venero; 
No  sé  cómo  se  escriben  muchas  cosas 
Con  aire  de  verdades  fabulosas. 

Prometo  con  prolijas  narraciones 
Decirte  el  fin  del  lance  referido, 
Luego  que  logre  las  apuntaciones 
Que  espero  del  archivo  de  Cupido; 
Añadiré  profundas  reflexiones 
De  crítica  y  moral,  como  es  debido; 
Haré  erudito  alarde  de  profundo 
En  todas  las  doctrinas  de  este  mundo. 

Un  hombre  (jue  pronuncia  misterioso, 
Con  cejas  levantadas  ó  arrugadas. 
En  tono  magistral  y  silencioso, 
De  las  materias  menos  elevadas. 
Consigue  ser  tenido  por  pasmoso 
Entre  las  gentes  necias  y  engañadas, 

Y  el  vulgo,  que  por  necio  se  alucbía, 
Del  gi-ave  necio  admira  la  doctrina. 

Pues  si  es  tan  fácil,  musa,  ser  tenido 
Por  hombre  sabio,  docto  é  importante, 
Yo  no  quiero  quedarme  deslucido. 
Sino  afectar  un  aire  interesante. 
Prepárame,  lector,  tu  amable  oido 

Y  admira  cíe  mi  estilo  lo  arrogante 
En  estas  discusiones,  y  ahora  acabo 
Gustoso  con  que  digas  :  ¡Bravo!  ¡bravo I 


OCTAVA. 


Con  motivo  de  conocer  al  joven  Melcndez.de  exquisito  gusto, 
particularmente  en  las  composiciones  amorosas. 

y        Cuando  Laso  miu'ió,  las  nueve  hermanas 
Lloraron  con  tristísimo  gemido. 
Destemplaron  sus  liras  soberanas. 
Que  sólo  daban  lúgubre  sonido... 
Gimieron  más  las  musas  castcnanas. 
Temiéndose  entregadas  al  olvido; 
Mas  Febo  dijo  :  «Aliéntese  el  Parnaso; 
Melendez  nacerá,  si  murió  Laso.» 


OCTAVA. 

Probando  ser  fábula  la  producción  de  los  cuernos 
en  ciertas  cabezas. 

Moisés  con  cuernos  pareció  adornado, 
Y  no  fueron  sus  cuernos  verdaderos ; 
Dos  cuernos  á  la  luna  han  levantado 
Los  astrólogos,  vanos  embusteros  ; 
Al  demonio  con  cuernos  han  pintado. 
Porque  son  los  pintores  majaderos; 
Pues  si  todos  los  cuernos  son  fingidos, 
I  Por  qué  han  de  creer  en  cuernos  los  maridoa  7 


S6á 


DON  JOSÉ  CADALSO. 


CAKCIOK 


Al  estilo  maninco  de  don  Nicolás  Fernander  de  MoratLn 
en  sus  composiciones  lieroicas. 

El  semidiós  que  alzándose  á  la  cumbro 
Del  alto  Olimpo,  prueba  la  ambrosía 
Entre  la  muchedumbre 
De  dioses  en  la  mesa  del  Tenante, 

Y  en  copa  de  diamante 
Purpúreo  néctar  bebe 
Al  son  de  la  armonía 

De  los  astros,  que  en  torno  el  cielo  mueve; 
Si  desciende  algún  dia 
Al  mundo,  le  fastidian  los  manjares 
Del  huerto,  viña,  campo,  monte  y  mares. 
Desde  que  el  Campo  Elíseo  al  tierno  Orfeo 
Oyó  cantar  su  amor  en  tono  blando, 

Y  el  ardiente  deseo 

De  volver  á  lograr  sü  dulce  esposa 

(Cuya  lira  amorosa, 

Mientras  duró  sonando. 

De  Slsifo  y  de  Tántalo  un  momento 

Paró  todo  el  tormento), 

Ya  no  se  admirará  cuando 

Algún  mortal,  al  verse  en  tal  delicia, 

Las  gracias  canta  á  su  deidad  propicia. 

Quien  vio  surcado  el  mar,  minas,  gigantes, 

Sangrientas  amazonas,  gente  extraña, 

Y  limites  distantes 

(De  humana  audacia  no,  mas  sí  del  mundo), 

Y  el  piélago  profundo 
Hiende  con  ancha  nave, 
Volviendo  rico  á  España, 

En  el  tranquilo  hogar  vivir  no  sabe, 

Desprecia  la  cabana. 

La  barca  y  red  que  le  ocupó  primero, 

Antes  que  fuese  osado  marinero. 

El  joven  que  una  vez  del  tracio  Marte, 

De  pálidos  cadáveres  cercado, 

Tremoló  el  estandarte, 

Y  en  el  carro  triunfal  fué  conducido, 

En  su  patria  aplaudido  con  bélico  trofeo 

Y  júbilo  aclamado. 

Por  volver  á  la  lid  arde  en  deseo; 
Ya  desdeña  el  arado. 
Hijos,  esposa,  padre,  mesa  y  lecho; 
Sólo  el  guerrero  honor  le  llena  el  pecho. 

Y  el  que  al  divino  Moratin  oyere 

Los  metros  que  el  tímbreo  dios  le  inspira, 

Y  el  brío  con  que  hiere 

La  cítara  de  Píndaro  sagrada, 

Ya  nunca  más  le  agrada 

La  humana  voz  ni  sones 

De  otra  cualquiera  lira, 

Por  más  que  suenen  ínclitas  canciones. 

Que  necio  el  vulgo  admira. 

Canta,  pues,  entre  todos  el  primero, 

Y  calle  Ercilla,  Herrera,  Horacio,  Homero, 
Canción,  dile  á  mi  amigo 

Que  me  falta  el  aliento, 

Y  que  cuando  cantar  su  gloria  intento, 
Callo  mil  veces  más  de  lo  que  digo. 


ODA  PINDAKICA. 
AL  MISMO. 

jAy,  si  cantar  pudiera 
Los  hijos  de  los  dioses  lira  de  hombre, 
Y  cual  trompa  guerrera, 
De  altísona  armonía. 
Que  ambos  polos  atónitos  asombre , 
Resonase  la  mia. 
Hijo  de  Febo,  joven  prodigioso, 
Cuál  se  alzara  mi  numen  orgullosol 

Se  alzara  por  regiones, 
Astros,  esferas,  mundos,  y  á  su  acento 
Las  célicas  mansiones 
Eco  sacro  darían , 
Y  los  dioses  del  alto  firmamento 
A  escucharme  vendrían  ¡ 


Anfión  y  Orfeó  no  triunfaron  tanto 
Del  mar  y  hórrido  reino  del  espanto. 

Creyéndome  inspirado 
Para  cantar  tus  loores  dignamente, 
Mandándomelo  el  hado, 
Las  musas  castellanas 
Con  lauro  coronándome  la  frente. 
Vendrían  más  ufanas 
Que  las  de  Tébas ,  cuando  el  dios  del  dia 
A  Píndaro  portentos  influía. 

La  cítara  lesbiana. 
Que  con  marfil  y  pulso  á  trinar  hecho, 
Tañe  tu  diestra  ufana. 
En  vano,  dulce  amigo. 
Para  cantarte  aplico  al  blando  pecho; 
No  resuena  conmigo, 
Como  en  tu  mano  armónica  resuena. 
De  pompa,  majestad  y  gloria  llena. 

Resuena  cual  solia 
La  de  Salicio  y  Títiro,  en  lo  blando. 
La  dulce  lira  mia; 
Parezco,  al  imitarte, 
Pastor  que  con  su  avena  va  imitando 
La  trompa  atroz  de  Marte ; 
Que  el  céfiro  se  ríe  y  se  recrea 

Y  la  purpúrea  rosa  se  menea. 
Con  lascivos  arrullos 

Ya  los  pájaros  juntan  su  armonía, 

Y  el  rio  sus  mormullos. 
Siempre  manso  y  tranquilo, 

Cuando  el  mundo  de  horrores  temblaría 

Del  Orinoco  al  Nilo 

Si  las  ruedas  del  carro  resonaran 

Y  de  Marte  la  trompa  acompañaran. 
Fatíganme  en  lo  interno 

Furias,  trasgos  y  manes  que  aparecen 
Del  horrísono  infierno 

Y  báratro  proñindo, 

Y  sol  y  luna  y  astros  se  osciirecen, 

Y  se  anonada  el  mundo. 
Rompiéndose  ambos  polos  con  estruendo, 

Y  el  caos  primero,  tímido,  estoy  viendo. 
Euménides  atroces 

Su  fuego  en  torno  esparcen  con  silbido 

Y  horrendísimas  voces. 
Con  víboras,  serpientes 

Y  culebras  el  pelo  entretejido, 
Los  brazos  relucientes 

Con  lóbrega  vislumbre  tan  siniestra, 
Que  sólo  espectros  y  fantasmas  muestra. 

La  envidia  las  conmueve , 
Sacándolas  del  centro  del  abismo, 

Y  con  ardid  aleve 

En  mi  pecho  las  hunde 

Con  fiero  ardor  contra  mi  amigo  mismo. 

Porque  mil  celos  funde , 

Cuando  la  fama  te  aclamó  poeta 

Con  el  son  inmortal  de  su  trompeta, 

(( ¡  Con  que ,  permite  el  hado 

(Me  dice  en  ronco  son  la  horrible  dea) 

Que  perezca  olvidado 

Tu  nombre  con  tu  verso, 

Y  que  de  Moratin  la  musa  sea 
La  que  del  universo 

Haga  sonar  el  uno  y  otro  polo 

Con  cítara  que  envidie  el  mismo  Apolo  1» 

Dijo  ;  y  su  pecho,  lleno 
De  áspides  ponzoñosos  y  rencores. 
Me  arrojó  su  veneno. 

Ardióse  el  pecho  mío, 
Cual  seca  mies ,  del  rayo  en  los  ardores 
Vibrado  en  el  estío; 
Tu  nombre  aborrecí  con  triste  ceño. 
Cual  esclavo  la  mano  de  su  dueño. 

Mas  la  amistad  sagrada 
Con  su  candida  túnica  desciende 
De  la  empírea  morada ; 
De  virtudes  im  coro 
La  cerca  y  con  su  manto  la  defiende; 
Su  carro  insigne  de  oro 
Deslumhra  y  ciega  al  monstruo  que  me  irrita, 

Y  al  centro  del  horror  le  precipita. 


COMPOSICIONES  VAKIAS. 


265 


Mirándome  la  diosa 
Con  faz  serena  y  lácida  hermosura, 
Dejó  mi  alma  gozosa, 
Cual  esparce  alegría 
Rosada  aurora  tras  la  noche  oscura, 
Dando  consuelo  el  dia, 
Desde  el  lejano  lúcido  horizonte, 
Al  hombre ,  al  bruto,  al  ave ,  al  campo,  al  monte, 
Mi  frente,  que  arrugada. 
De  mi  alma  mostró  el  cruel  tormento, 
Con  mano  regalada 
Alzó,  diciendo:  «Vive 
Con  amigo  tan  ínclito  contento. 
Como  tuyo  recibe 
El  justo  aplauso  y  lírica  corona 
Que  le  da  Olimpo,  Iberia  y  Helicona, 
Aqi;ellos  que  yo  he  unido 
Con  mis  vínculos  gratos  y  celestes, 
Después  que  hayan  cumplido 
Los  dias  de  sus  hados , 
Castor  y  Pólux,  Pílades  y  Oréstes, 
A  Olimpo  son  llevados, 

Y  Júpiter,  llenando  mi  deseo, 
Eternos  viven  Piroto  y  Teseo. 

«Deja  á  las  corvas  almas 
La  sátira  y  rencor,  y  tus  laureles 
Junta  á  las  sacras  palmas 
De  Moratin  divino. 
No  temen  los  amigos,  si  son  fieles. 
Las  iras  del  destino, 

Y  al  lado  de  sus  versos  asombrosos, 
Se  admirarán  los  tuyos  amorosos. 

))A  él  le  ha  dado  Apolo 
La  cítara  de  Pindaro  sonante 
Para  que  cante  él  solo 
De  Carlos  las  hazañas 
(Oyendo  desde  el  punto  más  distante 
Américas  y  Españas 
Coronado  en  cada  una  de  las  zonas), 

Y  sqs  virtudes  más  que  sus  coronas. 

Y  el  hijo  suyo  digno 

(Prole  que  á  España  dio  próspero  el  cielo), 

Y  aquel  rostro  benigno 
De  Luisa  parmesana. 

De  quien  Castilla  guarda  su  consuelo. 
Belleza  más  que  humana, 

Y  de  Gabriel  y  Luis  las  prendas  tales, 
Que  serán  con  sus  versos  inmortales. 

))  Y  por  probarse,  á  veces 
Cantará  de  la  patria  y  sus  varones 
Heroicas  altiveces ; 
Escúchale  entonando 
Sagrados  himnos,  líricas  canciones, 

Y  estándole  escuchando 
Suspenso  el  cielo,  quedan  sin  empleo 
Espada ,  rayo,  lira  y  caduceo. 

))Para  él  es  digno  asunto 
Lo  de  Méjico,  Cuzco  y  de  Pavía, 

Y  Numancia  y  Saguuto, 
San  Quintín  y  Lepante, 

Y  de  Almansa  y  Brihuega  el  claro  dia 
(¡Feliz  á  España  tanto!); 

Pero  tú.,,  canta  céfiros  y  flores. 
Arroyos,  campos,  ecos  y  pastores.» 

Dijo  ;  y  fuese  volando, 
Dejando  mi  alma  llena  de  consuelo, 

Y  un  rastro  fué  dejando 
De  clara  luz  sagrada 

Desde  la  humilde  tierra  al  alto  cielo. 
Su  corona  estrellada 
En  torno  por  el  aire  difundía 
Etéreo  olor  de  líquida  ambrosía, 


A  MELENDEZ  VALDES, 

80BBE  LA  DULZIJEA  DE  SUS  POESÍAS. 

CASCTOK. 

Sigue  con  dulce  lira 
El  metro  blando  y  amoroso  acento 
Que  el  gran  Febo  te  inspira, 


Pues  Venus  te  da  aliento, 

Y  el  coro  de  las  Musas  te  oye  atento. 
Sigue,  joven  gracioso. 

De  mirto,  grato  á  Venus ,  coronado, 

Y  quedará  envidioso 
Aquel  siglo  dorado 

Por  Lasos  y  Villegas  afamado. 
,  Dichosa  la  zagala 
A  quien  le  sea  dado  el  escucharte. 
Pues  tu  musa  la  iguala 
Con  la  diosa  de  Marte  : 
Tal  es  la  fuerza  de  tu  ingenio  y  arte. 

Auncjue  más  dura  sea 
Que  mármoles  ó  jaspes  de  Granada, 
Cual  otra  Calatea, 
O  sea  más  helada 
Que  fuente  por  los  hielos  estancada, 

Al  punto  que  te  oyere. 
Te  admitirá  en  su  candido  regazo; 
Si  tu  voz  prosiguiere, 
Te  estrechará  su  brazo, 

Y  amor  aplaudirá  tan  dulce  lazo; 
Y  las  otras  pastoras. 

De  envidia,  correrán  por  selva  y  prado, 

Y  verá  la  que  adoras 

El  triunfo  que  ha  ganado 

Por  haber  tus  ternezas  escuchado. 

Mas  ¡ay  de  aquellos  necios 
Que  intenten  competir  con  tu  blandura! 
Sólo  verán  desprecios 
De  aquella  hermosura 
Que  i;na  vez  estuchare  tu  dulzura. 

Dirán  su  rabia  y  celos. 
En  el  bosque  más  lóbrego  metidos. 
Injuriando  á  los  cielos; 

Y  oyendo  sus  gemidos, 
Eesponderán  las  fieras  con  bramidos. 

Entrada  del  averno 
Parecerá  aquel  bosque  desdichado, 

Y  do  tu  metro  tierno 
Hubiere  resonado. 

El  campo  que  á  los  buenos  dará  el  hado. 

Pasó  mi  primavera 
(Los  años  gratos  al  amor  y  Febo 
¡Quién  revocar  pudiera!), 

Y  á  juntar  no  me  atrevo 

Mi  voz  cansada  con  tu  aliento  nuevo; 

Si  no,  j'O  cantaría 
Al  tono  de  tu  lira  mis  amores, 

Y  al  tono  de  la  mía 
Cantaras  entre  flores. 

Como  suelen  acordes  ruiseñores. 

Sigue,  sigue  cantando; 
No  pierdas  tiempo  de  tu  edad  florida; 
Que  yo  voy  acabando 
Mi  fastidiosa  vida. 
En  milicia  y  en  cortes  mal  perdida. 

En  alas  de  la  fama 
Tus  versos  llegarán  á  mis  oídos ; 
Si  la  trompa  me  llama 
A  los  mares  vencidos 

Y  á  los  indios  de  Apache  embravecidos, 
O  al  Antartico  polo 

Llevando  las  banderas  del  gran  Carlos, 
Diráme  siempre  Apolo 
Tu.?  versos ,  y  á  escucharlos 
Acudirán  los  pueblos,  y  á  alabarlos. 

Ni  el  estrépito  horrendo 
De  Neptuno,  que  ofrece  muerte  impía, 
Ni  de  Marte  el  estruendo 
Turbará  el  alma  mía 
Si  suena  en  mis  oídos  tu  armonía. 

Aun  cuando  dura  parca 
Mayores  plazos  á  mi  vida  niegue, 

Y  en  la  fúnebre  barca 
Por  la  E.stigia  navegue, 

Y  á  las  delicias  del  Elíseo  llegue, 
,  Oiré  cuando  Catulo, 

A  la  sombra  de  un  mirto  recostado, 

Con  Propercío  y  Tibulo 

Lea,  maravillado. 

Los  versos  que  la  musa  te  ha  dictado, 


266 


DON  JOSÉ  CADALSO. 


Cnando  acudan  ansioBOS 
Laso  y  Villegas  al  sonoro  acento, 
Kepiticndo,  envidiosos : 
«¡Qué  celestial  portento! 
¿A  quién  ha  dado  Apolo  tanto  aliento?» 

Y  yo,  siendo  testigo 

De  tu  fortuna,  que  tendré  por  mia, 
Diré  :  «Vo  fui  su  amigo, 

Y  por  tal  me  queria, 

Y  en  dulcísimos  versos  lo  decia»  (1), 
Haráume  mil  preguntas, 

Puesto  en  medio  de  todos :  «¿De  quién  eres, 

Y  cuántas  gracias  juntas, 

Y  á  qué  zagala  (luicres, 

Y  cómo  baila  cuando  el  plectro  hieres?» 

Y  con  igual  ternura 

Que  el  padre  cuenta  de  su  hijo  amado 
Las  gracias  y  hermosura, 

Y  se  siente  elevado 

Cuando  le  escuchan  todos  con  agrado, 

Responderé  cantando 
Tu  nombre,  patria  ,  genio  y  poesía, 

Y  asombraránse  cuando 
Les  diga  tu  elegía 

A  la  memoria  de  la  Filis  mia  (2). 


SOBRE  LOS  PELIGROS  DE  UNA  NUEVA  PASIÓN. 

SÁFICOS-ADÓNICOS  Á  CUPIDO. 

Niño  temido  por  los  dioses  y  hombres, 
Hijo  de  Venus,  ciego  amor  tirano, 
Con  débil  mano  vencedor  del  miuido, 

Dulce  Cupido. 
Quita  del  arco  la  fatal  saeta, 
Deja  mi  pecho,  que  con  fuerza  heriste 
Cuando  la  triste,  la  divina  Filis 

Me  dominaba. 
Desde  que  el  hilo  de  su  dulce  vida 
Por  dura  parca  feneció  cortado, 
Desde  que  el  hado  la  llevó  á  la  sacra 

Cumbre  de  Olimpo; 
Cuando  constante  con  promesa  justa 
De  que  el^a  sola  me  sería  cara 
Aunque  pasara  las  estigias  olas 

Con  Aqueronte; 
De  negros  lutos  me  vestí  llorando, 
Y  de  cipreses  coroné  mi  frente ; 
Eco  doliente  me  llevó  con  quejas 

Hasta  su  tumba. 
Sobre  la  losa,  que  regué  con  sangre 
De  una  paloma  negra  j  escogida, 
Fué  repetida  por  mi  voz  la  sacra 

Justa  promesa. 
«Sacra  ceniza,  repetí  mil  veces; 
Sombra  de  Filis,  si  mi  pecho  adora 
A  otra  pastora  desde  la  tremenda 

Lóbrega  noche, 
Haz  que  á  mi  falso  corazón  asombre 
Cuanto  las  cuevas  del  averno  oñvcen, 
Cuanto  padecen  los  malvados,  cuanto 

Sísifo  sufre. 
Jurólo,  Filis,  por  tu  amor  y  el  mió, 
Por  Venus  misma,  por  el  sol  y  luna. 
Por  la  laguna  que  venera  el  Padi-e 

Omnipotente.» 
Las  losas  duras,  á  mi  acento  triste. 
Mil  veces  dieron  ecos  horrorosos, 


(t)  Unce  referencia  esta  estrofa  á  la  canción  de  Melendez,  diri- 
gida á  Gahalso  bajo  el  poético  nombre  de  Dalmiro,  que  empie- 
za asi: 

Caro  Dalmiro,  cuando  ú  Filis  suena 
Tu  deliciosa  lira, 

El  riu,  por  oirte,  el  cmso  enfrena, 
Y  el  mar  templa  su  ira,  etc. 

(2)  Esta  elegía  principia  asi: 

¡Oh,  rompa  ya  el  silencio  el  dolor  mió! 
y  es  imitación  de  la  de  Moraün  á  la  muerte  de  la  Reina  Madre. 


Y  de  dudosos  aires  resonaron 

Túmulo  y  ara. 
Dentro  del  mármol  una  voz  confusa 
Dijo  :  Dalmiro,  cumj)Ie  lo  jurado; 
Quedé  asombrado,  sin  mover  los  ojos. 

Pálido,  yerto. 
Temo,  si  rompo  tan  solemnes  votos. 
Que  Jove  apure  su  ri^or  conmigo, 

Y  otro  castigo  que  el  de  ser  llamado 

Pérfido,  aleve. 
Entre  los  brazos  de  mi  nueva  amanto 
Temo  la  imagen  de  mi  antiguo  dueño; 
Ni  alegre  sueño,  ni  tranquilo  dia 

Ha  de  dejarme. 
En  vano  Clóris  (cuyo  amor  me  ofreces), 

Y  á  cuj'o  pecho  mi  pasión  inclinas, 
Pone  divinas  perfecciones  juntas 

Ante  mis  ojos. 
Ante  mi  vista  se  aparece  Filis, 
En  mis  oidos  su  lamento  suena; 
Todo  me  llena  de  terror  y  espanto; 

Tímido  caigo. 
Lástima  causen  á  tu  pecho  ¡oh  niño! 
Las  voces  mias,  mis  dolientes  voces, 

Y  si  conoces  el  dolor  que  causas, 

Lástima  tenme. 
La  nueva  antorcha  que  encendiste  apaga, 

Y  mi  constante  corazón  respire  ; 
Haz  que  no  tire  tu  invencible  mano 

Otra  saeta. 
¡Ay,  que  te  alejas  y  me  siento  herido! 
Ardo  de  amores ,  y  con  presto  vuelo 
Llegas  al  cielo  y  á  tu  madre  cuentas 

Tu  tiranía. 


OTROS  A  VENUS. 

Madre  divina  del  alado  niño, 
Oye  mis  ruegos ;  que  jamas  oiste 
Otra  tan  triste  lastimosa  pena 

Como  la  mia. 
Baje  tu  carro  desde  el  alto  Olimpo 
Entre  las  nubes  del  sereno  cielo. 
Rápido  vuelo  traiga  tu  querida 

Blanca  paloma. 
No  te  detenga  con  amantes  brazos 
Marte,  que  deja  su  rigor  al  verte, 
Ni  el  que  por  muerte  se  llamó  tu  esposo 

Sin  merecerlo. 
Ni  las  delicias  de  las  sacras  mesas, 
Cuando  á  los  dioses,  lleno  de  ambrosía, 
Alegre  brinda  Jove  con  la  copa 

De  Ganimédes. 
Ya  el  eco  suena  por  los  altos  techos 
Del  noble  alcázar,  cuyo  piso  huellas, 
Lleno  de  estrellas ,  de  luceros  lleno 

Y  tachonado. 
Cerca  del  ara  de  tu  templo ,  en  Páfos, 
Entre  los  himnos  que  tu  pueblo  dice, 
Este  infelice  tu  venida  aguarda; 

Baja  volando. 
Sobre  tus  aras  mis  ofrendas  pongo, 
Testigo  el  pueblo,  por  mi  voz  llamado, 
\  concertado  con  mi  tono  el  suyo, 

Te  llaman  madre. 
Alzo  los  ojos  al  verter  el  vaso 
De  leche  blanca  y  el  de  miel  sabrosa; 
Ciño  cou  rosa,  mirtos  y  jazmines 

Esta  mi  frente. 
Mi  palomita  con  la  blanca  pluma. 
Aun  no  tocada  por  pichón  amante. 
Pongo  delante  de  tu  simulacro: 

No  la  deseches. 
Ya,  Venus,  miro  resplandor  celeste 
Bajar  al  templo;  tu  belleza  veo; 
Ya  mi  deseo  coronaste,  ¡oh  madre. 

Madre  de  amores! 
Vírgenes  tiernas,  niños  y  matronas. 
Ya  Venus  llega ,  vuestra  diosa  viene ; 
El  aire  suene  con  alegres  himnos. 

Júbilo  sauto. 


COMPOSICIONES  VARIAS. 


267 


Humo  sabeo  salga  de  las  urnas, 
Dulces  aromas,  que  agradarla  suelen. 
Ambares  vuelen  tantos,  que  á  la  excelsa 

Bóveda  toquen. 
Pueblo  de  amantes,  que  á  mi  voz  acudes, 
A  Venus  pide  que  á  mi  ruego  atienda 
Y  que  á  mi  prenda  la  pasión  inspire 

Cual  yo  la  tengo. 

COBO  DE  NIÑAS. 
Eeina  de  Chipre,  diosa  de  Citéres, 
Tú,. que  á  los  diosee  y  á  los  liom!  res  mandas, 
¿Por  qué  no  ablandas  á  la  dura  Clóris? 
Mándalo,  Venus. 

CORO  DE  NIÑOS. 
Reina  de  Páfos  y  de  amores  diosa, 
Tú,  que  á  los  pochos  llenas  de  placeres, 
¿Por  qué  no  quieres  que  Dalmiro  triunfe? 
Mándalo.  Venus. 

PRIMERA  NIÑA. 

Como  la  rosa 
Agradecida 
Da  mil  aromas 
De  sus  olores 
Al  amoroso 
Céfiro  blando. 
Cuando  la  halaga 
Y  la  rodea; 

PRIMER  NIÑO. 
Haz  que  reciba 
En  su  regazo 
Clóris  afable 
Al  que  la  adora. 
Coro  de  niños,  etc. 

SEGUNDA  NIÑA, 

Como  la  hiedra 
Halla  en  el  olmo 
Vínculo  firme 
Cuando  le  abraza; 

SEGUNDO  NIÑO. 

Haz  que  á  su  amante 
Plácido  rostro 
Ponga  la  ninfa 
Cuando  le  vea. 
Pábulo  nuevo 
Halle  su  llama 
En  su  querida 
Dulce  zagala. 
C<»'o  de  niñas,  eto. 


Á  LA  NAVE    EN   QUE    SE    EMBARCÓ 

ORTELIO    EN    BILBAO    PARA    INGLATERRA. 

ODA. 

SÁFIC0S-ADÓNIC08. 

Ya  deja  Ortelio  la  paterna  casa, 
Ya  le  recibes ,  navecilla  humilde , 
Ya  queda  lejos  la  jamas  domada 

Cántabra  gente. 
Nave  que  llevas  tan  amable  vida. 
Céfiro  gi-ato  llévete  sereno 
Hasta  que  pongas  á  la  amiga  costa 

Ancora  firme. 
Alce  Neptuno  el  húmido  tridente, 
Abra  las  ondas  para  darte  paso. 
Salgan  en  coro  ninfas  y  tritones 

Para  guiarte. 
Ni  toques  costa  ni  movible  arena , 
Ni  sople  hinchado  contra  tu  velamen , 
Gúmena  y  jarcia,  desde  el  alto  polo, 

Hórrido  norte. 
Las  naves  altas  de  cañón  tremendo, 
Con  la  bandera  del  amado  Carlos, 
No  te  abandonen  al  atroz  pirata 

Que  África  cria, 


Ni  temas  golpes  de  la  suerte  aleve ; 
Yo  pido  al  cielo  para  tí  bonanza, 
Y  al  que  le  ruega  por  su  dulce  amigo, 
Júpiter  oye. 


UN  CURRUTACO  EN  1770. 


En  azul  zapatillo  su  pié  embebe, 
De  nevado  listón  ribeteado; 
Media  calada  y  de  color  de  nieve 
Cubre  su  pierna,  á  quien  bordó  el  cuadrado 
Torcida  hebilla,  si  brillante  y  breve, 
Su  pié  le  ajusta  con  sutil  agrado; 
De  oprimido  el  zapato  se  le  queja. 
Por  eso  le  trae  preso  de  la  oreja. 

Negro  calzón  de  rico  terciopelo. 
Ancho  de  hechura,  su  gai-billo  afina, 

Y  según  de  la  moda  el  fiel  modelo. 
El  botón  del  pemil  á  la  pretina; 
Esto  con  especial  fino  desvelo 

Es  de  plata,  de  hechura  la  más  fina ; 

La  charretcln  igual,  y  me  desvela. 

Si  aquesta  es  moda,  verla  en  cliarrdvla. 

Con  más  dijes  que  un  niño,  y  campanillas, 
Cuelga  el  reloj  del  traje  primoroso; 
Primores  todos  son,  que  á  maravillas 
Las  ha  elevado  artífice  ingenioso; 
Divisas  de  su  hechura  son  sencillas 
Cuantas  cuelgan  de  enlace  artificioso; 
Pero  tal  vez  reloj  con  dijes  hartos, 
Horas  suele  tener,  pero  no  cuartos. 

Chupilla  corta,  azul  y  plateada 
Abrocha  de  su  talle  el  aire  ufano, 
Sobre  quien ,  de  los  tiros  de  la  espada 
El  ceñidor  ajusta  su  fiel  mano; 
Verde  cuto  con  vaina  bien  zarpada 
Pende  del  tiro,  en  su  tamaño  enano. 
Cuya  hoja  (si  á  mi  no  se  despinta) 
Virgen  la  pienso,  aunque  la  traiga  en  cinta. 
,  Corbatín  ajustado  el  cuello  oprime, 
O  corbata  de  Holán,  cuya  lazada. 
Si  ya  no  es  que  á  la  nuez  ella  lastime. 
La  sangi'e  tira  al  rostro,  arrebatada; 
El  arcaduz  vital  opreso  gime, 
De  mirar  su  canal  tan  sofocada ; 
Las  venas  saltan  ;  moda  no  es  muy  buena, 
De  tal  locura  demostrar  la  vena. 

De  empolvadas  sortijas  erizada. 
Adorna  aqueste  Adonis  su  cabí  za  ; 
Pelo  propio  es  en  fin,  y  acrisolada 
Moda  especial  de  la  mejor  majeza  ; 
Mas  siendo  en  lo  exterior  toda  nevada, 

Y  en  lo  interior  un  fuego  en  la  fineza. 
Déjame  que  la  llame  Mongivelo, 
Porque  aquesta  expresión  la  viene  á  pelo. 


\J 


SONETOS. 


Sobre  el  poder  del  tiempo. 


Todo  lo  muda  el  tiempo,  Filis  mía ; 
Todo  cede  al  rigor  de  sus  guadañas  : 
Ya  transforma  los  valles  en  montañas, 
Ya, pone  campo  donde  mar  había. 

El  muda  en  noche  opaca  el  claro  dia, 
En  fábulas  pueriles  las  hazañas, 
Alcázares  soberbios  en  cabanas, 

Y  el  juvenil  ardor  en  vejez  fría. 
Doma  el  tiempo  al  caballo  desbocado, 

Detiene  el  mar  y  viento  enfurecido, 
Postra  al  león  y  rinde  al  bravo  toro. 
Sola  una  cosa  al  tiempo  denodado 
Ni  cederá,  ni  cede,  ni  ha  cedido, 

Y  es  el  constante  amor  con  que  te  adoro. 


368 


DON  JOSÉ  CADALSO. 


II. 

De  la  timidez  natural  á  los  hombres. 

I A  cuánto  .«usto  el  cielo  te  condena, 
Oh  género  mortal,  flaco  y  cuitado! 
Se  espantan  unos  en  el  mar  salado, 
Y  tiemblan  otros  cuando  Jove  truena. 

Otros,  si  el  eco  del  león  resuena; 
Otros,  cuando  el  magnate  está  irritado; 
Otros,  cuando  en  la  cárcel  han  pasado 
Dias  y  noches  tristes  con  cadena. 

Yo  solo  discurrí  no  temblaría 
Al  trueno,  ni  al  león ,  ni  al  poderoso, 
Ki  á  la  prisión ,  ui  á  todo  el  orbe  entero. 

Mas  se  engañó  mi  débil  fantasía : 
El  rostro  de  mi  Filis,  desdeñoso, 
Me  cubre  de  terror,  temblando  maero. 


III. 

Sobre  el  anhelo  con  que  cada  uno  trabaja  para  lograr  su  objeto. 

Pierde  tras  el  laurel  su  noble  aliento 
El  héroe  joven  en  la  atroz  milicia  ; 
Sepúltase  en  el  mar,  por  su  avaricia. 
El  necio,  que  engañaron  mar  y  viento, 

Hace  prisión  su  lúgubre  aposento 
El  sabio  por  saber,  y  por  codicia 
El  que  al  dui'o  metal  de  la  malicia 
Fió  su  corazón  y  su  contento. 

Por  su  cosecha  sufre  el  sol  ardiente 
El  labrador,  y  pasa  noche  y  dia 
El  cazador  de  su  familia  ausente. 

Yo  también  llevaré  con  alegría 
Cuantos  sustos  el  orbe  me  presente, 
Sólo  por  agradarte,  Filis  mía. 


IV. 

Renunciando  al  amor  y  á  la  poesfa  Ifrica  con  motivo 
de  la  muerte  de  Filis. 

Mientras  vivió  la  dulce  prenda  mia, 
Amor,  sonoros  versos  me  inspiraste ; 
Obedecí  la  ley  que  me  dictaste, 

Y  sus  fuerzas  me  dio  la  poesía. 

Mas  ¡ay!  que  desde  aquel  aciago  dia 
Que  me  privó  del  bien  que  tú  admiraste, 
Al  punto  sin  imperio  en  mí  te  hallaste, 

Y  hallé  falta  de  ardor  á  mi  Talía. 
Pues  no  borra  su  ley  la  parca  dura 

(A  quien  el  mismo  Jove  no  resiste), 
Olvido  el  Pindó  y  dejo  la  hermosura. 
Y  tú  también  de  tu  ambición  desiste, 

Y  junto  á  Filis  tengan  sepultura 
Tu  flecha  inútil  y  mi  lira  triste. 


V. 


Ya  veis  cuál  viene,  amantes,  mi  pastora. 
De  bulliciosos  céfiros  cercada. 
La  rubia  trenza  suelta,  y  adornada 
Por  sacras  manos  de  la  misma  Flora. 

Ya  veis  su  blanco  rostro,  que  enamora ; 
Su  vista  alegre  y  sonreír,  que  agi-ada; 
Su  hermoso  pecho,  celestial  morada 
Del  corazón  á  quien  el  mió  adora. 

Oís  su  voz  y  el  halagüeño  acento, 
Y  al  ver  y  oir  que  sólo  á  mí  me  quiere, 
Con  envidia  miráis  la  suerte  mia. 

Mas  si  vierais  el  mísero  tormento 
Con  que  mil  veces  su  rigor  me  hiere, 
La  envidia  en  compasión  se  trocaría. 


VI. 

A  la  Primavera ,  después  de  la  muerte  de  Filis. 

No  basta  que  en  su  cueva  se  encadene 
El  uno  y  otro  proceloso  viento. 
Ni  que  Neptuno  mande  á  su  elemento 
Con  el  tridente  azul  que  se  serene. 

Ni  que  Amaltea  el  fértil  campo  llene 
De  fruta  y  flor,  ni  que  con  nuevo  aliento 
Al  eco  den  las  aves  dulce  acento. 
Ni  que  el  arroyo  desatado  suene. 

En  vano  anuncias,  verde  primavera, 
Tu  vuelta,  de  los  hombres  deseada. 
Triunfante  del  invierno  triste  y  frió. 

Muerta  Filis,  el  orbe  nada  espera, 
vSino  niebla  espantosa,  noche  helada, 
Sombras  y  sustos  como  el  pecho  mió. 


VIL 

Probando  que  la  ausencia  no  siempre  es  remedio  contra  el  amor. 

Cuatro  tomas  de  ausencia  recetaron 
A  un  enfermo  de  amores  los  doctores  ; 
El  enfermo  sanó  de  sus  amores , 

Y  los  doctores  sabios  se  mostraron. 
Otros  mil  ejemplares  confirmaron 

De  la  nueva  receta  los  i^rimores; 
Los  astros  conocieron  mis  dolores, 

Y  sin  duda  sanarme  proyectai-on. 
Me  dieron  de  receta  tan  divina 

Cincuenta  tomas  (que  tomé  con  tedio), 
Pero  más  me  agravó  la  medicina, 

Pues  tan  opuesto  al  fin  fué  aqueste  medio. 
Que  agonizando  mi  alma,  se  imagina 
Me  matará  el  remedio  sin  remedio. 


ROMANCES. 


El  poeta  habla  con  su  obra,  remitiéndola  á 
un  amigo  suyo  residente  en  Madrid. 

Id,  versos  dichosos; 
Id,  consuelos  míos, 
A  la  excelsa  corte 
Del  rey  más  benigno. 
Desde  esta  cabana 
Del  techo  pajizo, 
Que  fué  vuestra  cuna 
Y  mi  dulce  asilo. 
Llegad  hasta  donde 
El  humilde  rio 
Los  cimientos  baña 
Del  palacio  altivo; 
Mas  no  la  inocencia 
De  ser  hijos  mios, 
En  llanto  engendrados 
y  en  pena  nacidos, 
Os  lleve  engañados 


Con  afán  continuo, 
Buscando  un  Mecenas 
Entre  los  validos; 
Que  mal  entre  adornos 
De  dorados  libros 
Parecen  las  hojas 
Del  libro  sencillo, 
En  que  mi  tristeza 
Grab()  mis  suspiros. 
Tampoco  á  los  sabios 
Lleguéis  atrevidos. 
Pidiendo  (jue  os  pongan 
Al  lado  de  Ovidio, 
Boscan ,  Garcilaso, 
Marcial  y  Virgilio, 
Argén  sol  a,  Lope 
Y  Homero  divino. 
No  entréis  tan  endebles 
En  tanto  peligro; 
Que  corren  gran  riesgo 
En  un  golfo  mismo 
Las  barcas  pequeñas 
Entre  los  navios 


Que  llevan  de  Cádiz 
A  los  mares  indios 
Las  armas  de  Carlos, 
Su  fe  y  su  dominio. 
Si  acaso  llegáis , 
¡Oh  cuánto  os  lo  envidio! 
Llegad  preguntando 
Por  un  buen  amigo. 
De  prendas  completo 
Y  libre  de  vicios. 
Con  dulzura  sabio, 
Sin  arte  benigno. 
Por  estas  señales, 
A  Ortelio  os  dirijo; 
Ya  esté  con  su  padre, 
De  quien  es  alivio. 
Ya  esté ,  como  suele, 
Allá  en  su  retiro, 
Contando  en  los  astros 
Las  fuerzas  y  giros, 
O  ya  del  teatro 
En  el  noble  circo. 
Aplaudiendo  gracias 


o  tachando  vicios, 
O  ya  con  su  Lísis 
(Que  también  le  he  visto 
Pagar  el  tributo 
De  gozo  y  suspiro 
Al  sexo  amoroso 
Con  afecto  fino), 
Llegad  á  su  pecho. 
Archivo  del  mió, 
Y  decidle  :  «  Ortelio, 
Con  paz  recibidnos ; 
Venimos  de  parte 
Del  triste  Dalmiro. » 


CUENTO. 

En  el  oscuro  bolsillo 
De  un  miserable  avariento 
Reinaba  un  sumo  descanso, 
Duraba  un  largo  silencio. 
Ni  sol  ni  luna  podían 
Enviar  sus  luces  dentro. 
Para  dar  un  corto  alivio 
A  los  tristes  prisioneros. 
Ya  de  esto  habrá  colegido 
El  lector,  como  discreto, 

Y  si  no,  como  atrevido 
(Que  suele  valer  lo  mesmo, 

Y  mil  veces  confundirse 
Discreción  y  atrevimiento); 
Ya  habrá,  digo,  discin-rido, 
Como  digo  de  mi  cuento. 
Que  los  tristes  habitantes 
De  aquel  castillo  tremendo 
No  veian  los  teatros. 

Las  máscaras,  los  pasees, 
Los  banqi;ctes,  las  visitas. 
Las  tertulias  y  los  juegos. 
Ni  tampoco  iban  á  hablarles 
Aquellos  hombres  molestos, 
De  estos  que  hay  que  por  hablar 
Irán  á  hablar  con  los  miiertos. 
Solamente  en  él  entraban. 
Siempre  de  noche  y  con  tiento, 
Del  dueño  de  la  prisión 
Los  largos  y  frios  dedos ; 
Contábalos  uno  á  uno 
Cien  veces  y  aun  otras  ciento. 
Pues ,  señor,  entre  los  tales 
Tristísimos  prisioneros 
Los  habia  muy  alegres 
(O  filósofos,  ó  necios. 
Pues  sólo  en  estas  dos  clases 
Se  ven  penas  con  sosiego), 

Y  por  no  saber  qué  hacerse, 
Se  estaban  entreteniendo 
En  contar  las  travesuras 
Que  los  malvados  hicieron 
Cuando  andaban  por  el  mundo 
Campando  por  su  respeto. 
Oyólos  un  ratoncillo. 
Vecino  de  mi  aposento, 

Que  en  él  suele  comer  libros, 
Porque  no  halla  pan  ni  queso, 

Y  todo  me  lo  contó, 
Prometiéndole  el  secreto. 
Porque  el  ratón  y  yo  somos 
Amigos  y  compañeros, 

Y  pasamos  nuestras  hambrea 
El  y  yo  contando  cuentos. 
Así  dice  que  decian ; 
Óigalo  el  sabio  y  discreto... 
Pero  no  quiero  decirlo, 
Porque  se  oyeran  enredos. 
Culpas ,  delitos  y  fraudes , 
Osadías  y  portentos. 

Que  prueban  lo  que  es  el  hombre, 
y  lo  que  puede  el  dinero. 


nOMANCES. 

Traducción  de  Catulo. 

De  mi  querida  Lesbia 
Ha  muerto  el  pajarito. 
El  que  era  de  mi  dueño 
La  delicia  y  cariño, 
A  quien  ella  quería 
Más  que  á  sus  ojos  mismos. 
Llórenle  las  bellezas. 
Llórenle  los  Cupidos, 
Llórenle  cuantos  hombres 
Primorosos  ha  habido ; 
Porque  era  tan  gracioso, 
Y  con  tan  bello  instinto 
Conocía  á  su  dueño 
Como  á  su  madre  el  niño. 
Ya  se  estaba  en  su  seno, 
Ya  daba  un  vuelecito 
Al  uno  y  otro  lado, 
Volviendo  al  puesto  mismo, 
Su  lealtad  y  gozo 
Mostrando  con  su  pico. 
Ahora  va  el  cuitado 
Por  el  triste  camino 
Por  donde  nadie  vuelve 
Después  de  haber  partido. 
¡Oh,  mal  haya,  mal  haya 
Vuestro  rigor  impío, 
Tinieblas  destructoras , 
Criieldad  del  abismo! 
Que  destruyendo  al  mundo, 
También  habéis  sabido 
Arrebatar  de  Lesbia 
El  pájaro  querido. 
¡Oh  malvados  rigoresl 
¡Oh  triste  pajarillo! 
Que  causan  á  mi  Lesbia 
Duro  llanto  continuo. 
Quitando  á  sus  ojuelos 
Aquel  hermoso  brillo. 


269 


Carta  escrita  desde  una  aldea  de  Aragón  i 
Ortelio  ■  1 ) ,  que  liabia  adivinado  la  melan- 
colía del  poeta. 

Pastor  ingenioso, 
Ortelio  discreto, 
¿  Cómo  has  acertado 
La  vida  que  llevo? 
¿  Qué  estrella  te  dijo 
(Pues  lees  en  los  cielos) 
La  vida  que  paso, 
Cargada  de  tedio? 
Desde  que  del  hado, 
Conmigo  severo. 
La  mano  tirana 
Firmó  mi  decreto, 
No  he  visto  la  cara 
Serena  al  consuelo. 
El  cielo  se  muestra 
Airado  y  tremendo; 
Las  yerbas  sus  verdes 
Matices  perdieron ; 
Las  aves  no  forman 
Sus  dulces  conciertos. 
Como  acostumbraban. 
De  armoniosos  metros. 
Del  sueño,  no  grato. 
Cuando  me  despierto. 
Sólo  oigo  la  ronca 
Voz  del  negro  cuervo. 
Murció] ago  triste. 
Gavilán  siniestro, 
O  de  otros  iguales 
Para  mal  agüero. 
Ni  sueño  gustoso 
Cosas  de  contento; 
Sólo  se  aparecen 

(1)  Don  Vicente  García  de  la  Huerta,  gran- 
le  amigo  del  autor. 


(Si  alguna  vez  duermo) 
Imágenes  tristes. 
De  horroroso  aspecto; 
Si  salgo  á  los  campos 
A  hablar  con  los  ecos, 
Los  ecos  se  espantan 
De  mi  devaneo, 

Y  nunca  repiten 
De  tales  lamentos 
Las  silabas  duras ; 
Con  cuyo  desprecio, 
Andando  en  el  aire. 
Se  las  lleva  el  viento. 
Ya  de  los  ganados 
Olvido  el  gobierno; 
Se  van  mis  ovejas 
Por  donde  no  quiero; 
Ni  sirve  llamarlas, 
Porque  con  desprecio 
Al  amo  insensato 
Perdieron  el  miedo. 
Tal  vez  á  la  orilla 
De  algún  arroyuelo 
A  llorar  mis  cuitas 
Acudo  indiscreto. 
De  verle  tan  libre 

Y  verme  tan  preso. 
De  verle  cuál  corre 
Por  el  campo  fresco. 

Y  ver  cuál  1  a  suerte 
Me  tiene  sujeto, 

Me  aparto  más  triste, 

Y  él  se  va  más  bello, 
Habiendo  tomado 
Notable  incremento 
Con  el  llanto  mió. 
¡Oh,  quieran  los  cielos 
Que  seas  tii  solo 
Quien  saque  provecho 
De  esta  ausencia , 
Arroyo  discreto! 

Si  acaso  mi  flauta 
Entona  algún  metro, 
Resuenan  tristezas. 
Que  arroja  mi  pecho; 
Si  de  otros  pastores 
Las  danzas  presencio, 

Y  como  las  temo 
Del  pecho  que  sabes, 
El  Vjaile  aborrezco. 
Si  llego  á  la  mesa. 
En  vano  el  intento 
De  probar  manjares; 
Ninguno  apetezco. 
Los  otros  pastores. 
Que  advierten  mi  tedio. 
Me  ofrecen  en  vano 
Algún  alimento. 
Entonces,  amigo. 
Comer  plantas  suelo, 

O  frutas  del  campo, 
O  leches  ó  quesos , 
Porque  son  comidas 
De  poco  aderezo, 

Y  son  naturales, 
Como  mis  afectos. 
Del  agua  más  pura 
Alguna  vez  bebo 

De  una  clara  fuente, 
Clara  como  el  pecho, 
Que  á  beber  se  inclina; 

Y  en  su  puro  espejo 

De  horrores  me  espanto 
Cuando  considero 
Mi  cara  ¡qué  adusta! 
Mis  ojos  ¡qué  muertos! 
Mi  boca  ¡qué  triste! 
Mis  labios  ¡qué  socos! 

Y  en  tantas  mudanzas 
Que  padece  el  cuerpo, 
Mi  espíritu  el  mismo, 

Y  el  mismo  mi  afecto 


270 


Que  cuando  solia 
Mirarme  sen  no 
(¡Ortclio,  dtliro!) 
En  ariuel  espejo, 
Tan  limpio,  tan  puro, 
Tan  claro,  tan  terso, 
En  que  yo  veia, 
De  placeres  lleno, 
Alegres  mis  ojos, 
Mi  rostro  halagüeño, 
Mi  boca  chistosa, 
Mis  labios  parleros. 
Diciendo  ternuras 

Y  dulces  requiebros, 
Que  oia  gustoso 

Mi  adorado  dueño; 
Su  vuelo  tomaron 
Las  alas  del  tiempo. 
Cupido,  las  tuyas 
No  sigan  tal  vuelo. 
Los  dias  felices 
Se  pa  aron  luego, 
Apenas  sentidos, 
Cual  soplo  ligero 
De  céfiro  suave, 
Que  convida  al  sueño; 

Y  los  tristes  dias 
Que  al  presente  veo, 
Son  nortes  furiosos. 
Cuyo  soplo  adverso 
Arranca  las  peñas, 
Deshace  los  techos, 
Destruye  los  campos, 
Anuncia  el  invierno. 
Destruye  el  rebaño 
De  tristes  corderos ; 
En  vano  acostumbro, 
Con  piadoso  celo, 

Al  ara  de  Jove, 
El  padi-e  supremo, 
Llevar  la  pregunta 
De  si  este  tormento, 
Que  así  me  aniquila, 
Ha  de  ser  eterno. 
Más  dudas  suscita 
Su  oráculo  incierto, 
Hasta  que  en  furores 
Se  convierte  el  tedio, 

Y  pido  á  los  dioses 
Fulminen  del  cielo 
Centellas  y  rayos 

De  horroroso  estruendo. 
Que  á  negras  cenizas 
Reduzcan  mi  pecho 
(Asunto  bien  fácil, 
Pues  j-a  lo  está  haciendo 
De  amor  y  venganza 
Unido  el  incendio). 
Ya  pido  á  la  tierra. 
Más  blanda  que  el  cielo, 
Que  abriendo  sus  bocas, 
Puertas  del  averno, 
Me  trague  y  sepulte 
En  su  horrendo  seno; 
Ya,  desesperado 
De  no  hallar  consuelo, 
Al  mar  yo  me  arrojo 
Con  mortal  intento; 
Sus  olas,  que  huyen 
De  mi  ardiente  incendio, 
Me  vuelven  á  echar 
A  la  orilla  luego, 
Sin  siquiera  darme 
El  corto  consuelo 
De  que  con  sus  aguas 
Se  apague  mi  incendio; 
Ya  busco  á  las  fieras. 
De  quienes  deseo 
Ser  victima  triste, 

Y  quieren  los  cielos 

Be  ablanden  sus  furias, 

Y  no  mi  tormento; 


DON  JOSÉ  CADALSO. 
Ya  suelen  los  dioses. 
Inmortales  dueños 
De  los  corazones. 
Templar  mis  desvelos 
Por  pocos  instantes, 

Y  en  ellos  contemplo 
La  fuerza  del  hado, 
Que  así  lo  ha  dispuesto; 
Que  el  hombre  no  puede. 
Por  débil  y  necio, 
Frustrar  de  los  dioses 
Los  altos  decretos. 
Entonces,  coTifuso 

Y  de  dudas  lleno, 
Consuilo  mis  cuitas 
Diciendo  á  mi  Ortelio  : 
«Pastor  ingenioso, 
Ortelio  discreto, 
¿Cómo  has  acertado 
La  vida  que  llevo? 
Escatro,  el  pastor 

A  quien  tanto  quiero, 
Te  envía  expresiones 
Dignas  de  su  pecho. 
Por  Jove  te  juro 
(Y  debes  creerlo, 
Porque  yo  lo  digo 
Aun  sin  juramento) 
Que  tu  amado  nombre. 
Que  el  nombre  de  Ortelio, 
Que  nombre  tan  caro 
Será  mi  consuelo 
Mientras  haya  estrellas 
En  el  firmamento, 
Flores  en  el  campo. 
Frutas  en  los  huertos, 
Llantos  en  mis  ojos, 
Y  en  mi  alma  duelos. 
Adiós  ¡oh  mi  amigol 
Otra  vez  y  ciento; 
Adiós  te  repite 
Mi  corazón  necio 
En  la  despedida 
De  un  amado  objeto. 


Con  motivo  do  haber  encontrado  en  Sala- 
manca un  nuevo  poeta  de  exquisito  gus- 
to (I I,  parliculaimente  en  ¡as  composicio- 
nes tiernas. 

Ya  no  verán...  ¡oh  Tórmesl 
Tus  áridas  orillas 
Los  manes  de  Galeno 
y  del  Estagirita. 
Alza  la  anciana  frente. 
Tanto  tiempo  oprimida, 
Y  esparce  por  el  campo 
Desde  hoy  jovial  la  vista. 
I  No  ves  cómo  se  acercan 
Con  música  festiva 
A  tus  arenas  sacras 
El  gusto  y  la  alegría? 
En  torno  de  ellas  vuelan 
Los  juegos  y  las  risas. 
Cerca  vienen  las  Musas, 
Del  gran  Febo  seguidas. 
En  medio  de  aquel  coro 
;No  ves  cómo  camina 
Un  joven,  de  quien  tiene 
Ganimédcs  envidia? 
¿No  escuchas  que  al  acento 
De  su  suave  lira 
Las  nueve  Musas  cantan 

Y  el  verde  prado  pisan  ? 
Para  adornar  sus  sienes 

Y  cabellos,  que  brillan 
Más  que  el  oro,  tributo 
De  las  lejanas  Indias, 


(1)  Melcudez  Valdés, 


Tejiendo  van  guímaldag, 

Y  de  Flora  las  ninfas. 
Para  traer  las  flores, 
Van  y  vienen  aprisa. 
Pues  este  mismo  joven 
Es  por  quien  tus  orillas 
Verán  llegar  las  gracias. 
El  gusto  y  la  alegría. 
Huyendo  de  sus  vocqp 

Y  célica  armonía 
Los  manes  de  Galeno 

Y  del  Estagirita. 


LETRILLAS. 

Sobre  ios  varios  méritos  de  las  mujeres. 

Del  precio  de  las  mujeres 
Son  varios  los  pareceres ; 
Cada  cual  defiende  el  suyo. 
Yo,  que  de  disputas  huyo, 
Que  nunca  gustosas  son, 
A  todos  doy  la  razón 

Y  con  todas  me  contento; 
Oid  hasta  el  fin  del  cuento. 

Unos  gustan  de  que  sea 
Su  dama  hija  de  la  aldea, 
De  sencillo  pecho  y  trato, 

Y  que  no  les  dé  el  mal  rato 
De  artificiosos  amores; 
Que  se  salga  á  coger  flores 
Por  el  campo  el  mes  de  Mayo, 
Con  ligero  y  pobre  sayo. 

Que  de  sus  abuelas  fué... 

Y  tienen  razón  á  fe. 
Otros,  de  más  alto  porte. 

Quieren  damas  de  la  corte, 
Con  majestad  y  nobleza 
Aun  mayor  que  la  belleza. 
Con  adorno  y  compostiu-a. 
Que  dé  brillo  á  su  hermosura. 
Con  fausto  y  ostentación... 
Tá/e  que  tienen  razón. 

Unos  gustan  de  sabidas 
CQue  leídas  y  escribidas 
El  vulgo  suele  llamar) 

Y  que  sepan  conversar 
Del  Estado,  paz  y  guerra. 

Del  aire,  agua,  fuego  y  tierra, 
C-on  la  gaceta  y  café... 

Y  tienen  razón  áfe. 
Otros  son  finos  amantes 

De  las  que  son  ignorantes 

Y  que  entregaron  su  pecho 
Sin  saber  lo  que  se  han  hecho; 
Que  lloran  al  preguntar 
¿Que  cosa  es  enamorar, 

Y  dónde  está  el  corazón  ? 

Y  á  fe  que  tienen  razón. 
Unos  aumentan  su  llama 

Cuando  es  juiciosa  la  dama. 
Circunspecta,  seria  y  grave, 

Y  que  la  crítica  sabe 

Del  vos,  del  tú  y  del  usté... 

Y  tienen  razón  áfe. 

Otros,  al  contrario,  quieren 
Que  las  niñas  que  nacieren 
Nazcan  vivas  y  joviales, 

Y  se  crien  tan  marciales. 
Que  de  dos  ó  tres  vaiveties 
Entreguen,  sin  más  desdenes» 
Las  llaves  del  corazón... 

Y  áfe  que  tiene  Ji  razan. 


LETRILLA  SÜÍCERA, 


El  rayo  severo 
Que  Jove  vibríj 


Celébrele  Homero, 
Que  no  lo  haré  yo 

II. 

La  sátira  fiera 
Que  Persio  escribió 
Cultive  el  que  quiera, 
Qiie  no  lo  haré  yo. 

III. 

Ercilla  con  arte, 
Que  él  mismo  probó, 
Celebre  á  su  Marte, 
Que  no  lo  haré  yo, 

IV. 

Del  mar  que  el  troyano 
Llorando  aumentó 
Escriba  el  Manluano, 
Que  no  lo  haré  yo. 

V. 
Pero  del  dios  ciego, 
Que  Venus  parió, 
Callen  todos  luego. 
Que  bastaré  yo. 


De  amores  me  muero: 
Mi  madre,  acudid; 
Si  no  lleffíi  i s  pronto, 
Veréis  me  morir. 

Catorce  años  tengo. 
Ayer  los  cumplí, 
Que  fué  el  primer  dia 
Del  florido  Abril, 

Y  chicas  y  chicos 
Me  suelen  decir: 
«¿Por  qué  no  te  casan, 
Mariquilla?  Di.,) 

De  amores  me  muero,  eto, 
Ya  sé,  madre  mia. 

Que  allá  en  el  jardin, 

Estando  á  mis  solas, 

Despacio  me  vi 

En  el  espejito 

Que  me  dio  en  Madrid, 

Las  ferias  pasadas. 

Mi  primo  Luis; 

De  amores  me  mvero,  etc 
Miréme  y  miréme 

Cien  veces  y  mil, 

Y  dije,  llorando : 
«¡Ay  pobre  de  mí! 

;  Por  qué  se  malogra 
Mi  dulce  reir 

Y  tiernas  miradas? 
¡Ay  niña  infeliz!» 

De  amores  me  mvero,  etc. 

Y  luego  en  mi  pecho 
Una  voz  oí. 
Cual  cosa  de  encanto, 
Que  empezó  á  decir  : 
(( La  niña  soltera 
I  De  qué  ha  de  servir  1 
La  vieja  casada 
Aun  es  más  feliz. » 
De  amores  me  muero,  do. 

Si  por  ese  mundo 
No  quisiereis  ir 
Buscándome  un  novio. 
Dejádmelo  á  mí. 
Que  yo  hallai'é  tantos. 
Que  pueda  elegir, 

Y  de  nuestra  calle 
Yo  no  he  de  salir.  - 

De  amores  me  mvero,  etc, 

Al  lado  vive  uno 
Como  un  serafín. 
Que  la  misma  misa 
Que  yo  suele  oir. 
Si  voy  Bola,  llega 


LETRI     AS. 

Muy  cerca  de  mi, 

Y  se  pone  lejos 
Si  también  venis. 

De  nmo7-es  me  mvero,  etc. 

Me  mira,  le  miro; 
Si  me  vio,  le  vi 
Ponerse  más  rojo 
Que  el  mismo  carmin, 

Y  si  esto  le  pasa 
Al  pobre ,  decid , 

¿Qué  queréis,  mi  madre. 

Que  me  pase  á  mí? 

De  amoi'es  me  muero,  etc. 

En  frente  vive  otro, 
Taimado  y  sutil. 
Que  suele  de  paso 
Mirarme  j  reir, 

Y  disimulado 

Se  viene  tras  mí, 

Y  á  ver  dónde  llego 
Me  suele  seguir. 

De  amores  me  muero,  eto. 

Otro  hay  que  pasea 
Con  aire  gentil 
La  calle  cien  veces, 

Y  aunque  diga  mil, 

Y  á  nuestra  criada 
La  siiele  decir : 

«  ¡Bonita  es  tu  amal 
I  Te  habla  de  mí? » 
De  amores  me  muero; 
Mi  madre,  acudid; 
Si  no  llegáis jrronto, 
Vcréisme  morir. 


271 


Que  el  marido  á  su  mujer 
Permita  todo  placer. 

Ya  lo  veo; 
Pero  que  tan  ciego  sea. 
Que  lo  que  vemos  no  vea. 

No  lo  creo. 
Que  al  marido  de  sn  madre 
Todo  niño  llame  padre, 

Ya  lo  veo; 
Pero  que  él ,  por  más  cariño. 
Pueda  llamar  hijo  al  niño, 

Ko  lo  creo. 
Que  Quevedo  criticó 
Con  más  sátira  que  yo. 

Ya  lo  veo; 
Pero  que  mi  musa  calle 
Porque  más  materia  no  halle. 

No  lo  creo. 


Letrillas  satíricas,  imitando  el  estilo  de  Gón- 
gora  y  Quevedo. 

Que  dé  la  viuda  un  gemido 
Por  la  muerte  del  marido, 

la  lo  reo; 
Pero  que  ella  no  se  ria 
Si  otro  se  ofrece  en  el  dia, 

No  lo  creo. 
Que  Clóris  me  diga  á  mi : 
«Sólo  he  de  quererte  á  ti», 

Ya  lo  veo; 
Pero  que  siquiera  á  ciento 
No  haga  el  mismo  cumplimiento, 

No  lo  creo. 
Que  los  maridos  celosos 
Sean  mas  guardias  que  esposos, 

Ya  lo  veo; 
Pero  que  estén  las  malvadas. 
Por  más  guardias,  más  guardadas, 

No  lo  creo. 
Que  al  ver  de  la  boda  el  traje. 
La  doncella  el  rostro  baje. 

Yo  lo  veo; 
Pero  que  al  mismo  momento 
No  levante  el  pensamiento. 

No  lo  creo. 
Que  Celia  tome  el  marido 
Por  sus  padi-es  escogido, 

Ya  lo  veo; 
Pero  que  en  el  mismo  instante 
Ella  no  escoja  el  amante. 

No  lo  creo. 
Que  se  ponga  con  primor 
Flora  en  el  pecho  una  flor. 

Ya  lo  veo; 
Pero  que  astucia  no  sea 
Para  que  otra  flor  se  vea, 

No  lo  creo. 
Que  en  el  templo  de  Cupido 
El  incienso  es  permitido, 

Ya  lo  veo; 
Pero  que  el  incienso  baste , 
yin  que  algún  oro  se  gaste, 

No  lo  creo. 


OTRAS. 


Que  un  sabio  de  mal  humor 
Llame  locura  al  amor. 

Ya  lo  veo; 
Pero  que  no  se  enloquezca 
Cuando  otro  humor  prevalezca. 

No  lo  creo. 
Que  una  doncella  guardada 
Esté  del  mundo  apartada, 

Ya  lo  veo; 
Pero  que  no  muera  ella 
Por  salir  de  ser  doncella. 

No  lo  creo. 
Qi;e  un  filósofo  muy  gi-ave 
Diga  que  de  amor  no  sabe. 

Ya  lo  veo; 
Pero  que  no  mienta  el  sabio 
Con  el  pecho  y  con  el  labio, 

iVo  lo  creo. 
Que  una  moza  admita  un  viejo 
Por  marido  ó  por  cortejo. 

Ya  lo  veo; 
Mas  que  el  viejo  en  confusiones 
No  dé  por  cuernos  doblones , 

No  lo  creo. 
Que  im  amante  abandonado 
Diga  que  está  escarmentado. 

Ya  lo  veo; 
Pero  que  él  no  se  desdiga 
Si  encuentra  grata  á  su  amiga, 

^0  lo  creo. 
Que  una  vieja  ya  se  asombre 
Hasta  del  nombre  de  hombre, 

Ya  lo  veo; 
Pero  que  ella  no  quisiera 
Ser  de  edad  menos  severa. 

No  lo  creo. 
Que  una  mujer  á  su  amante 
Jure  ser  siempre  constante , 

Ya  lo  veo; 
Pero  que  se  pase  un  dia, 
Y  ella  quiera  todavía. 

No  lo  creo. 
Que  de  todas  las  mujeres 
No  importen  los  pareceres, 

Ya  lo  two; 
Pero  que  de  la  que  amamos 
El  parecer  no  sigamos , 

No  lo  creo. 
Que  á  la  mujer,  cual  cristal. 
La  quiebre  un  soplo  fatal , 

Ya  lo  veo; 
Pero  que  pueda  soldarse 
Si  una  vez  llega  á  quebrarse. 

No  lo  creo. 
Que  al  espejo  las  coquetas 
Estudien  mil  morisquetas, 

Ya  lo  veo; 
Pero  que  sea  el  cristal 
El  objeto  principal, 

No  lo  creo, 


272 

Que  bastante  he  mumiTirado 
En  lo  que  está  criticado, 

ya  lo  reo; 
Pero  que  mucho  no  pueda 
Criticarse  en  lo  que  queda, 

No  lo  orto. 
Que  la  novia  moza  y  linda 
Al  noble  viejo  se  rinda, 

Ya  lo  veo; 
Pero  que  crea  el  barbón 
Que  ella  rinde  el  corazón, 

Ko  lo  creo. 


Pero  A  mi  ¿qué  se  me  da? 
MaUlita  de  Dios  la  cosa. 

Llora  el  joven  heredero 
Del  padre  anciano  la  muerte, 
Porque  no  dejó  más  fuerte 
El  talegon  del  dinero; 
Pero  mira,  placentero. 
La  comitiva  llorosa, 
Que  al  cuerpo  cantando  está; 
Pero  A  mí  ¿qué  se  me  da? 
Maldita  de  Dios  la  cosa. 

Aquel  que  en  el  coche  ve3 
Mirar  á  todos  con  ceño 
Dé  gracias  á  un  extremefío 
Que  hubo,  por  nombre  Cortés; 
Que  si  no,  bien  al  revés 
Su  persona  fastidiosa 
Iria  de  lo  que  va; 
Pero  A  mi  ¿qué  se  me  da? 
Maldita  de  Dios  la  cosa. 

Dícele  la  hermosa  al  viejo: 
«  Llega ,  dulce  prenda  mia, 
1  Qué  dichosa  me  creerla 
Si  tú  fueras  mi  cortejo!» 
Y  él,  á  pesar  del  espejo, 
A  la  niña  mentirosa 
Casi  creyéndola  está; 
Pero  A  mi  ¿qué  se  me  da? 
Maldita  de  Dios  la  cosa. 


ANACREÓNTICAS. 

Al  pintor  que  me  ha  de  retratar. 

Discípulo  de  Apeles, 
Si  tu  pincel  hermoso 
Empleas  por  capricho 
En  este  feo  rostro, 
No  me  pongas  ceñudo. 
Con  iracundos  ojos, 
En  la  diestra  el  estoque 
De  Toledo  famoso, 
Y  en  la  siniestra  el  freno 
De  algún  bélico  monstruo, 
Ardiente  como  el  rayo, 
Ligero  como  el  soplo; 
Ni  en  el  pecho  la  insignia 
Que  en  los  siglos  gloriosos 
Alentaba  á  los  nuestros , 
Aterraba  á  los  moros; 
Ni  cubras  este  cuerpo 
Con  militar  adorno, 
Metal  de  nuestras  Indias, 
Color  azul  y  rojo; 
Ni  tampoco  me  pongas. 
Con  vanidad  de  docto, 
Entre  libros  y  planos. 
Entre  mapas  y  globos. 
Ecserva  esta  pintura 
Para  los  nobles  locos, 
Que  honores  solicitan 
En  los  siglos  remotos ; 
A  mí ,  que  sólo  aspiro 
A  vivir  con  reposo 
De  nuestra  frágil  vida 
Estos  instantes  cortos, 


í)ON  JOSÉ  CADALSO. 

La  quietud  de  mi  pecho 
Representa  en  mi  rostro. 
La  alegría  en  la  frente , 
En  mis  labios  el  gozo. 
Cíñeme  la  cabeza 
Con  tomillo  oloroso, 
Con  amoroso  mirto, 
Con  pámpano  beodo; 
El  cabillo  esparcido, 
Cubriéndome  los  hombros, 

Y  descubierto  al  aire 
El  pecho  bondadoso; 
En  esta  diestra  un  vaso 
Muy  grande,  y  lleno  todo 
De  jerezano  néctar 

O  de  manchego  mosto; 
En  la  siniestra  un  tirso, 
Que  es  l)acanal  adorno, 

Y  en  postura  de  baile 
El  cuerpo  chico  y  gordo, 
O  bien  ]unto  á  mi  Filis, 
Con  semblante  amoroso, 

Y  en  cadenas  floridas 
Prisionero  dichoso. 
Retrátame,  te  pido. 
De  este  sencillo  modo, 

Y  no  de  otra  manera. 
Si  tu  pincel  hermoso 
Empleas,  por  capricho, 
En  este  feo  rostro. 


Á  la  peligrosa  enfermedad  de  Filis. 

Si  el  cielo  está  sin  luces. 
El  campo  está  sin  flores, 
Los  pájaros  no  cantan. 
Los  arroyos  no  corren , 
No  saltan  los  corderos, 
No  bailan  los  pastores. 
Los  troncos  no  dan  frutos. 
Los  ecos  no  responden... 
Es  que  enfermó  mi  Filis 
Y  está  suspenso  el  orbe. 


Dime,  dime,  muchacho, 
¿  Cuántas  veces  te  he  dicho 
Que  me  des  de  lo  añejo 
Cuando  te  pida  vino  ? 
Anoche ,  en  vez  de  darme 
Del  viejo  bueno  tinto. 
Me  diste  malo  y  nuevo, 

Y  pagué  tu  descuido. 
Apenas  me  llenaste 
Doce  veces  el  vidi-io 
Con  que  suelo,  contento, 
Brindar  á  mis  amigos, 
Cuando  caí  de  espaldas , 
Perdidos  los  sentidos. 
Haciendo  de  mi  mofa 
Las  chicas  y  los  chicos, 

Y  sin  duda  quedara 
En  el  suelo  tendido 
A  no  tocarme  Febo 
Con  sus  rayos  divinos. 
Cuando  de  su  carrera 
Llegaba  al  medio  fijo. 
Dame,  dame  del  viejo; 
A  ver  si  con  su  brío, 

Y  la  luna ,  que  sale , 
Me  sucede  lo  mismo. 

Y  si  tal  sucediere, 
Muchacho,  te  permito 
Que  en  adelante  traigas. 
Cuando  yo  pida  vino, 

Del  nuevo  ó  bien  del  viejo, 
Del  blanco  ó  bien  del  tinto. 


Á  un  amigo,  sobre  el  consuelo  qne  da 
la  poesía. 

,  Mi  dulcísimo  amigo, 
A  tí  y  á  mí  quitarnos 
Los  versos  con  que  alegres 
Esta  vida  pasamos , 
Era  quitar  la  yerba 
Al  fresco  y  verde  prado. 
El  curso  al  arroyuelo, 

Y  á  las  aves  el  canto. 

Y  porque  algunos  necios 
Desprecian  al  Parnaso, 
¿Al  dios  que  nos  inspira 
Hemos  de  ser  ingratos? 
¿Acaso  su  desprecio 
Equivale  al  regalo 

Con  que  suelen  las  Musas 
Venir  á  consolarnos  ? 
¿  Qué  triunfos ,  qué  victoria» 
Ensalzan  al  soldado. 
Qué  empleo  al  ambicioso, 
Qué  moneda  al  avaro. 
Como  al  ai-diente  pecho 
Del  poeta  inspirado. 
Cuando  lleno  se  siente 
Del  dios  del  Pindó  sabio? 
De  amor  y  de  fortuna. 
Que  al  corazón  humano 
Dan  sustos  á  la  vida. 
Dan  á  la  muerte  estragos. 
La  musa  nos  defiende, 
Apolo  nos  da  amparo. 
Cuando  Filis  me  ofende , 
Poniendo  un  ceño  ingrato, 

Y  cuando  tu  Dorisa 

Te  da  un  instante  amargo, 

I  Cuál  cosa  de  este  mundo 

Pudiera  libertarnos 

De  darnos  cruda  muerte 

O  de  vivir  penando. 

Sino  aquel  desahogo 

Que  en  la  musa  encontramos, 

Sino  aquella  dulzura 

Con  que  ella  suele  hablarnos  ? 

Entonces  en  un  verso 

Dejamos  mil  enfados, 

Y  volvemos  gozosos 

En  busca  de  otros  tantos. 
Pues  de  la  ciega  diosa 
Los  vaivenes  aciagos. 
Cuando  castiga  al  bueno, 
Cuando  premia  al  malvado, 
¿Cómo  puede  sufrirlos 
Un  corazón  humano, 
Sino  como  nosotros 
Solemos  tolerarlos  ? 
Despreciando  sus  premios, 
Su  cólera  burlando, 

Y  todo  sin  más  armas 
Que  la  pluma  en  la  mano. 


¿  Quién  es  aquel  que  baja 
Por  aquella  colina. 
La  botella  en  la  mano, 
En  el  rostro  la  risa. 
De  pámpanos  y  hiedra 
La  cabeza  ceñida , 
Cercado  de  zagales. 
Rodeado  de  ninfas. 
Que  al  son  de  los  panderos 
Dan  voces  de  alegría. 
Celebran  sus  hazañas. 
Aplauden  su  venida? 
Sin  duda  será  Baco, 
El  padre  de  las  viñas; 
Pues  no,  que  es  el  poeta 
Autor  de  esta  letrilla. 


Devolviendo  i  dos  amigos  las  coplas  que 
ellos  le  habían  enviado,  y  compuesto  en 
una  partida  de  campo. 

Estos  alegres  metros 
Devuelvo  á  vuestras  manos, 
Amigos  de  mi  vida , 
De  Venus  y  de  Baco, 
Con  mil  amargas  quejas 
De  no  haber  presenciado 
Los  gustos  de  la  mesa, 
Los  placeres  del  campo, 

Y  de  que  ausente  y  triste 
No  pude  acompañaros, 
Ya  tomando  Ja  lira, 

Ya  tomando  los  vasos. 

Y  aunque  sé  que  en  los  versos 
Me  venceríais  ambos, 

Os  venciera  bebiendo, 

Y  quedara  vengado. 


Vuelve,  mi  dulce  lira, 
Vuelve  á  tu  estilo  humilde, 

Y  deja  á  los  Horneros 
Cantar  á  los  Aquíles. 
Canta  tú  la  cabana 
Con  tonos  pastoriles, 

Y  los  épicos  metros 

A  Virgilio  no  envidies. 
No  esperes  en  la  corte 
Gozar  dias  felices, 

Y  vuélvete  á  la  aldea. 
Que  tu  presencia  pide. 
Ya  te  aguardan  zagales , 
Que  con  flores  se  visten , 

Y  adornan  sus  cabezas 

Y  cuellos  juveniles. 
Ya  te  esperan  pastores, 
Que  deseosos  viven 

De  escuchar  tus  canciones, 
Que  con  gusto  repiten. 

Y  para  que  sus  voces 
A  los  ecos  admiren , 

Y  repitan  tus  versos 
Los  melodiosos  cisnes, 
Vuelve ,  mi  dulce  lira , 
Vuelve  á  tu  tono  humilde, 

Y  deja  á  los  Horneros 
Cantar  á  los  Aquíles. 


Á  las  bodas  de  Lesbia. 

Apaga,  Cupido, 
Tu  ligera  llama , 
Si  enciende  Himeneo 
Sus  antorchas  sacras. 
Respeta  de  Lef:bia 
La  mano,  ligada 
A  la  de  su  dueño 
Con  tiernas  guirnaldas. 
Virtud  y  modestia , 
Honor  y  constancia, 
Por  medio  del  templo 
La  llevan  al  ara. 
Tus  armas  son  pocas 
Para  arrebatarla 
De  la  tropa  fuerte. 
Que  ya  la  acompaña, 

Y  si  tus  intentos 
A  tanto  llegaran , 
Vencido,  abatido. 
Burlado  quedaras, 

Y  nuevo  trofeo 
Sería  tu  aljaba 
Del  triunfo  seguro 
Que  honor  alcanzara. 
No  más  me  presentes, 
Con  lisonjas"  falsas. 
Mudables  cimientos 
Para  mi  esperanza; 

í,  Ps.-XVIIl. 


ANACREÓNTICAS, 

Que  de  sus  virtudes 
A  la  luz  sagrada, 
Huyen  las  ideas 
Culp.ables  y  vanas. 
Como  en  noche  oscura 
Entre  las  montañas 
El  miedo  al  viajante 
Pinta  sombras  varias, 
Hasta  que  del  carro 
De  Febo  las  llamas, 
Esparciendo  luces , 
Disipan  fantasmas. 


2r3 


Unos  sabios  gi'itaban 
Sobre  el  sabor  y  nombre 
Del  licor  que  ofrecía 
Ganimédes  á  Jove 
En  las  celestes  mesas. 
Convidados  los  dioses. 
Suspensos  los  luceros 

Y  admirados  los  hombres ; 

Y  yo  dije  á  mi  Filis  : 

((  Déjaks  que  den  voces; 
El  nombre  nada  importa, 

Y  del  sabor,  responde 
Que  será  el  que  tú  dejas 
Cuando  los  labios  pones 
En  la  copa  en  que  bebes 
Los  héticos  licores. 
Cuando  contigo  bebo. 
Cuando  conmigo  comes ; 

Y  déjales  que  griten 
Sobre  el  sabor  y  nombre 
Del  licor  que  ofrecía 
Ganimédes  á  Jove.» 


De  los  amores  de  varios  poetas. 

Ovidio  amó  á  Corina 
Como  Tibulo  á  Delia, 
A  su  Cintia  Propercio, 

Y  Calillo  á  su  Lesbia, 

Y  á  venideros  siglos 
Dijeron  sus  ternezas. 
También  fueron  amantes 
Los  modernos  poetas ; 
Testigos  son  los  nombres 
Que  en  las  frescas  riberas 
Del  Támesis ,  del  Tíber, 
El  Tajo,  el  Ebro  y  Sena 
Llevan  alegres  nombres 
De  felices  bellezas. 
Amadas  por  los  hijos 

Del  dios  que  en  Délfos  reina., 

Y  yo  quiero  á  mí  Filis, 

Y  si  ellos  me  superan 
En  la  dulce  armonía, 
Mi  alma  se  consuela , 
Porque  Filis  las  vence 
A  todas  en  belleza, 

Y  lo  que  por  mí  pierdo. 
Vengo  á  ganar  por  ella. 


Unos  pasan,  amigo, 
Estas  noches  de  Enero 
Junto  al  balcón  de  Clóris, 
Con  lluvia,  nieve  y  hielo; 
Otros  la  pica  al  hombro. 
Sobre  murallas  puestos. 
Hambrientos  y  desnudos, 
Pero  de  gloria  llenos ; 
Otros  al  campo  raso. 
Las  distancias  midiendo 
Que  hay  de  Venus  á  Marte, 
Que  hay  de  Mercurio  á  Venus  ; 
Otros  en  el  recinto 
Del  lúgubre  aposento. 
De  New-ton  ó  Descartes 


Los  libros  revolviendo; 
Otros  contando  ansiosos 
Sus  mal  habidos  pesos, 
Atando  y  desatando 
Los  antiguos  talegos. 
Pero  acá  lo  pasamos 
Junto  íil  rincón  del  fuego, 
Asando  unas  castañas. 
Ardiendo  un  tronco  entero, 
Hablando  de  las  viñas. 
Contando  alegres  cuentos. 
Bebiendo  grandes  copas , 
Comiendo  buenos  quesos ; 
Y  á  fe  que  de  este  modo 
No  nos  importa  un  bledo 
Cuanto  enloquece  á  muchos, 
Que  serían  muj'  cuerdos 
Sí  hicieran  en  la  curte 
Lo  que  en  la  aldea  hacemos. 


Pues  Baco  me  ha  nombrado 
Vírey  de  dos  provincias. 
Que  de  todo  su  imperio 
Son  las  que  más  estima; 
Pues  ya  siguen  las  leyes 
Que  mis  labios  les  dicta. 
De  Jerez  los  majuelos. 
De  Málaga  las  viñas; 
Cobremos  los  tributos 
De  las  uvas  más  ricas, 

Y  mis  alegras  sienes 
Con  pámpanos  se  ciñan, 

Y  salgan  en  mi  obsequio 
Las  cubas  más  antiguas, 

Y  que  vengan  bien  llenas 

Y  vuelvan  bien  vacías. 
Canten  mis  alabanzas 
Al  sún  de  las  botijas. 
De  jarros  y  toneles, 
Con  sus  voces  festivas, 
Zagales  y  zagalas 

De  toda  Andalucía, 

Y  cuantos  asistieron 
A  la  liltima  vendimia 
Digan  :  « ¡Viva  el  vírey 
Que  Baco  les  envia!» 

Y  si  acaso  á  su  canto 
Faltasen  las  letrillas. 
Lo  ya  dicho  cien  veces, 
Otras  ciento  repitan, 

Y  toquen  las  botellas 

Y  suenen  las  botijas. 

Y  sí  logro  dormirme 
Entre  parras  sombrías, 
Bebiendo  y  escuchando 
Tan  dulce  melodía, 

¿Qué  me  importa  que  mueran. 
Qué  me  importa  que  vivan 
Con  pobreza  ó  riqueza, 
Con  susto  ú  alegría, 
Cuantos  otros  vireyes 
La  fortuna  destina, 
Los  unos  á  la  Europa, 
Los  otros  á  las  Indias  ? 


Por  no  sé  qué  capricho 
Filis  juró  olvidarme; 
Pasados  pocos  dias. 
Hizo  otra  vez  las  paces; 
Pero  fué  tan  gustoso 
Aquel  feliz  instante. 
Que  la  digo  mil  veces : 
«Filis,  vuelve  á  olvidarme, 
Con  tal  que  á  ]iocos  dias 
Vuelvas  á  hacer  las  paces.» 


18 


274 


Me  admiran  en  Lucinda 
Aquellos  ojos  notrros, 
En  Aniinta  los  labios, 
En  Cl('>r¡s  el  cabello, 
La  cintura  de  Silvia, 
De  Cintia  el  alto  i)echo, 
La  frente  de  Amarilis, 
De  Lisi  el  blanco  cuello. 
De  Corina  la  danza 

Y  de  Nise  el  acento; 
Pero  en  tí,  Filis  mia, 
Me  encantan  ojos,  pelo, 
Labios,  cintura,  frente, 
Nevado  cuello  y  pecho, 

Y  todo  cuanto  escucho 

Y  todo  cuanto  veo. 


Cuando  vuelvo  de  lójos. 
Hallo  á  Filis  más  linda, 

Y  cuando  estoy  presente, 
Siento  dejarla  un  dia. 
Venus ,  haz  un  portento 
En  esta  Filis  mia, 

Y  es,  que  me  ausente  de  ella 
Sin  perderla  de  vista. 


Los  que  no  saben,  Baco, 
Lo  que  abaixa  tu  reino. 
Juzgan  que  no  pasastes 
Los  altos  Pirineos, 

Y  piensan  que  en  Éspaiía 
No  tienes  grandes  templos, 
Donde  acudan  gustosos 
Los  nobles  y  plebeyos. 
Como  en  otros  países. 

Tu  nombre  es  gi-ato  en  éstos , 
Sólo  que  con  más  brindis 
Se  hace  menos  estruendo. 
Las  horas  que  en  su  curso 
Consume  el  dios  de  Délfos, 
Con  una  sola  copa 
Gasta  el  bello  flamenco. 
Como  el  francés  sociable 

Y  el  alemán  guerrero; 
Pero  los  españoles 

De  otro  modo  lo  hacemos, 

Y  como  es  taciturno 

Y  grave  nuestro  genio. 
Bebemos  y  challamos. 
Callamos  y  bebemos , 

Y  algunos,  que  desechan 
Usos  de  antiguos  tiempos, 
Cantan  tu  nombre  y  beben, 
Condenando  el  silencio. 

Y  tú  viste  á  mi  F'ílis 
(Sus  primorosos  dedos 
Sosteniendo  la  copa) 
Cantar  tu  nombre  en  versos 
Que  tal  vez  yo  compuse 

Por  tí  y  por  ella  á  un  tiempo; 
Por  cierto  que  en  sus  ojos 
Brillaban  dobles  fuegos. 
Con  los  tuyos  ¡oh  Baco! 
Los  de  la  bella  Venus, 

Y  yo,  que  de  uno  y  otro 
Tenía  el  pecho  ardiendo. 
Repetía  las  copas. 
Doblaba  los  requiebros. 
¡Pues  qué!  ¿yo  no  cantaba? 
iQuél  ¿no  cantaba  Ortelio, 
Ausente  de  su  Lisi , 

Por  no  aclarados  celos? 
¡Pues  quú!  ¿no  repetía 
Los  báquicos  acentos 
La  sala  del  Vjanquete 
Con  sus  nocturnos  ecos? 
Publica,  i)U(s,  al  mundo 
Que  tienes  ara  y  templos 
Peede  el  Pirene  altivo 


DON  JOSÉ  CADALSO. 

Hasta  el  Hercúleo  estrecho, 
Mientras  que  yo  publico 
Tu  gloria  al  universo 
Con  jerezanas  cubas 
Y  castellanos  versos. 


Vivamos,  dulce  amigo, 
Mirando  con  desprecio 
Los  aparentes  gustos 
Do  los  ricos  soberbios. 
Dejemos  que  se  miren 
Con  recíproco  miedo, 

Y  con  mutuas  traiciones 
Doren  crudos  venenos ; 
Que  abunden  en  sus  casas 
La  pompa  y  el  recreo. 
Mientras  abundan  sustos 

Y  fraudes  en  su  pecho; 
Que  el  vínculo  reciban 
De  un  violento  himeneo, 
Que  privará  á  sus  almas 
De  amores  verdaderos. 
Tengan  endebles  hijos, 
A  quienes  hagan  necios 
Lisonjas  de  criados. 
Inciensos  de  vil  pueblo; 

Y  mueran  engañados. 
Gozoso  el  heredero, 

Que  quiere,  más  ansioso. 
Quitarles  hasta  el  tiempo. 
Diga  desi:)ues  el  mármol 
A  siglos  venideros 
Lisonjas  que  no  creen 
Los  del  pi'esente  tiempo, 

Y  esta  serie  precisa 
A  los  sabios  dejemos. 
Para  que  ufanos  hizcan 
Sus  disgustos  severos, 
Mientras  hiimildes  gustos, 

Y  por  tanto  más  ciertos, 
De  nuestra  corta  vida 
Ocupan  los  momentos; 

Y  la  amistad  sagrada 
Hermane  nuestros  pechos , 
Como  hermanan  las  Musas 
Nuestros  gustos  y  versos. 
En  sencillos  banquetes, 
Que  sazona  el  afecto. 
Pase ,  sin  ser  sentido. 

El  carro  del  dios  Febo, 

Y  prosigan  los  gozos , 
La  risa  y  el  festejo 
Hasta  que  vuelva  Apolo 
Segundo  giro  al  cielo, 
Guiándonos  Cupido 

A  gozos  más  amenos, 

Con  Filis  y  Dorisa, 

Que  ocupan  nuestros  pechos, 

Y  sin  cuidarnos  mucho 
De  que  lejanos  nietos 
Transmitan  á  los  siglos 
Los  apellidos  nuestros. 
Cantando  nu  stras  obras. 
Gozosos  moriremos. 
Cubriendo  nuestras  tumbas 
Los  buenos  compañeros 
Con  pámjianos  de  Baco 

Y  con  mirtos  de  Venus, 

Y  en  los  vecinos  troncos 
Grabarán  un  letrero. 
Que  diga  lisamente 
Cosas  que  merecemos, 
Versos  que  compusimos 

Y  que  aplaudieron  ellos. 
Zagales  y  zagalas 

De  los  vecinos  pueblos 
Vendrán  á  nuestra  tumba 
Con  flautas  y  panderos ; 
No  con  liigubres  vocea 
Resonarán  los  ecos, 


Sino  con  dulces  tonos 

Y  con  alegres  metros, 
Porque  sabrán,  sin  duda. 
Los  que  nos  conociii'on 
Que  nunca  nos  llenaron 
Ambiciosos  deseos; 

Que  no  fuimos  traidores, 
Avaros  ni  perversos ; 
Esto  cantará  á  todos 
El  respetable  Ortelio, 
De  Venus  y  de  Baco 
Sacerdote  completo, 

Y  con  su  barba  cana 

Y  con  su  grave  aspecto. 
Beberá  grandes  copas. 
Dirá  sabrosos  versos , 
Captándose  de  todos 
El  amor  y  el  respeto. 
Cual  entre  alegres  faunos 

Y  sátiros  traviesos 
Sileno  fué  querido. 
Aquel  viejo  Sileno 

Que  fué  del  mismo  Baco 
Admirado  maestro. 

Y  después  que  consuman 
Los  que  al  templo  vinieron 
La  leche  blanca  y  fría. 

El  vino  tinto  y  viejo, 
Se  volverán  cantando, 
Así  como  vinieron. 
Hasta  que,  doce  meses 
Pasados,  vuelva  al  puesto 
Con  igual  comitiva 

Y  con  igual  afecto 
Ortelio,  y  que  repita 
A  ninfas  y  mancebos : 

(( Cantad ;  qiie  de  Dalmiro 

Y  Moratin  los  cuerpos 
En  esta  tumba  yacen. 
Detente,  pasajero; 

Que  aquí  yacen  los  hijos 
Del  muy  suave  Anacréon. » 


Después  de  haber  bebido 
Anoche  (como  suelo), 
Dormido  en  tiernas  parras. 
Tuve  un  gustoso  sueño. 
Soñé  que  el  gran  dios  Baco, 
Por  dilatar  su  imperio, 
Al  Parnaso  queria 
Ganar  á  sangre  y  fuego. 
Cierta  queja  alegaba 
De  que  Virgilio,  Homero, 
Taso,  Milton  y  Ercilia 
No  le  ofrecen  sus  versos, 
Del  todo  dedicados 
A  poemas  guerreros 
De  elevados  asuntos 

Y  de  pomposos  metros. 
Juntó  de  sus  bacantes 
Muchos  trozos  soberbios. 
Que  esgrimirán  sus  tirsos 
Al  son  de  sus  panderos, 

Y  llenas  de  aquel  jugo 

Que  en  Málaga  han  dispuesto 
Las  manos  de  las  ninfas 
De  aquel  bello  terreno, 
Ya  daban  fieros  gritos 

Y  amenazas  al  eco, 

Y  con  forzudas  danzas 
Disponían  los  cuerpo.s. 
Rodeado  de  faunos, 
Vino  el  viejo  Sileno, 
Para  más  animai'los 
Con  su  rostro  y  acento. 
Dijo  del  dios  del  vino 
Los  animosos  hechos , 
Cuando  triunfó  del  Indo 
Con  sus  armas  y  estruendo, 

Y  ú  cada  verso  sujro 


Ardía  en  nuevo  fuego 
La  tropa ,  deseosa 
De  algún  nuevo  trofeo. 
-Del  mismo  dios  el  carro 
Llegó  al  campo  ligero; 
Tiraban  de  él  dos  tigres 
Feroces  y  sangi-ientos. 
A  la  falda  del  monte 
Con  furia  acometieron, 
Pero  salió  al  camino 
El  anciano  Anacréon, 

Y  mirándole  Baco, 
Detuvo  á  sus  guerreros 

Y  les  dijo  :  «  Por  éste 
A  todos  perdonemos»; 

Y  en  alabanza  suj'a 
Cantó  coplas  el  viejo, 

Y  todos  le  abrazaron 

Y  cantando  se  fueron. 


Á  la  muerte  de  Filis. 
En  lúgubres  cipreses 
He  visto  convertidos 
Los  pámpanos  de  Baco, 
Y  de  Venus  los  mirtrs  ; 
Cual  ronca  voz  del  cuervo, 
Hiere  mi  triste  oido 
El  siempre  dulce  tono 
Del  tierno  jilgiierillo; 
Ni  murmura  el  arroyo 
Con  delicioso  trino; 
Resuena  cual  peñasco 
Con  olas  combatido. 
En  vez  de  los  corderos 
De  los  montes  vecinos, 
Rebaños  de  leones 
Bajar  con  furia  he  visto; 
Del  sol  y  de  la  luna 
Los  carros  fugitivos 
Esparcen  negras  sombras 
Mientras  dura  su  giro; 
Las  pastoriles  flautas, 
Que  tañen  mis  amigos. 
Resuenan  como  truenos 
Del  que  reina  en  Olimpo. 
Pues  Baco,  Venus,  aves, 
Arroyos,  pastorcillos, 
Sol,  luna,  todos  juntos 
Miradme  compasivos, 
Y  á  la  ninfa  que  amaba 
El  infeliz  Narciso , 
Mandad  que  diga  al  orbe 
La  pena  de  Dalmiro. 


Lamentos  con  motivo  de  la  muerte  de  Filis. 

Mi  Filis  ha  mvn-to, 
¡Ay  triste  de  mi! 

GLOSA. 
¡Oh  musa!  (si  acaso 

La  hay  tan  infeliz. 

Que  esté  destinada 

Para  jjresidir 

El  llanto  y  gemido), 

Venid,  influid 

El  tono  más  triste 

Que  se  pueda  oir.  ' 

Mi  Filis  ha  viverto, 
¡Ay  triste  de  mi! 

Desde  estos  mis  brazos. 
En  que  yo  la  vi 
En  dias  alegres 
Mirarme  y  reir, 
La  muerte  alevosa, 
Con  sorpresa  vil, 
Cortó  de  su  vida 
El  hilo  sutil. 
3íi  Filis  ha  muerto, 
¡Ay  triste  de  mi! 


COMPOfíICrONES  VARIAS, 

Los  labios,  muriendo. 
Procuraba  abrir, 
Para  despedirse 
Sin  duda  de  mi; 
Pero  se  secaron 
Sin  poder  servir. 
Cual  rosa  que  muere, 
Pasado  su  Abril. 
Mi  Filis  ha  muerto, 
¡Ay  triste  de  mi! 

Lo  que  no  pudieron 
Sus  labios  decir, 
Quisieron  sus  ojos, 
Volviéndose  á  mí; 
Pero  en  aquel  punto 
Cerrarse  los  vi, 

Y  yo  sólo  pude, 
Turbado,  decir  : 
Mi  Filis  ha  muerto, 
¡Ay  triste  de  mi! 

De  su  fino  pecho 
El  blanco  marfil 
En  pálida  cera 
Convertirse  vi , 

Y  en  tristes  colores 
Aquel  carmesí. 

Que  de  otras  bellezas 
Envidiado  vi. 
Mi  Filis  ha  muerto, 
¡Ay  triste  de  vii! 

Decidme,  deidades 
Tiranas,  decid. 
Sin  la  que  fué  mi  alma 
I  Cómo  he  de  vivir  ? 
La  molesta  vida 
Que  me  consentís. 
Después  de  su  muerte, 
Gastaré  en  decir  : 
Mi  Filis  ha  muerto, 
¡Ay  triste  de  mi! 

Si  vuestros  rigores 
Podéis  convertir 
En  lástimas  justas, 
Mis  quejas  oíd, 
Y  cual  otro  Eneas, 
Que  baje  sufrid 
Con  la  sacra  rama 
Al  campo  feliz. 
Mi  Filis  hu  m  uerto, 
¡A y  triste  de  mi! 

De  mi  amada  prenda 
La  sombra  sutil 
Podi'é  con  mis  brazos... 
Mas  ¡necio  de  mil 
Su  sombra  quería 
Con  el  brazo  asir. 
Cual  si  fuera  cuerpo. 
¡Ay  qué  frenesí! 
Mi  Filis  ha  m  uerto, 
¡Ay  triste  de  mi! 

Cervero,  Aqueronte, 
Las  furias  en  mí 
No  pondrán  asombro. 
Mi  voz  infeliz 
Ablandará  á  todos 
Si  me  oyen  decir : 
Mi  Filis  ha  muerto, 
¡Ay  triste  de  mi! 


Sobre  las  í<oches  lúi/ul/res  que  lie  oompucs- 
to  con  motivo  de  la  muerte  de  Filis,  imi- 
tando 8l  estilo  y  los  pensamientos  de  tris- 
teza de  las  que  compuso  en  inglés  el  doc- 
tor \oung. 

De  la  muerte  de  Filis 
Tres  noches  he  compuesto. 
Tan  tristes,  que  con  nada 
Comparártelo  puedo... 

Mas  sí  que  son  tan  tristes 
Como  gustosas  fueron 


Las  que  pasamos  juntos 
Mientras  vivió  mi  dueño... 


275 


CUARTETAS. 

Sencillas  ponderaciones  de  un  pastor 

^  su  pastora. 
De  este  m.odo  ponderaba 
Un  inocente  pastor 
A  la  ninfa  á  quien  amaba 
La  eficacia  de  su  amor  : 

« ¿Ves  cuántas  flores  al  prado 
La  primavera  prestó  ? 
Pues  mira,  dueño  adorado, 
Más  veces  te  quiero  yo. 

))¿Ves  cuánta  arena  dorada 
Tajo  en  sus  aguas  llevó? 
Pues  mira.  Filis  amada. 
Más  veces  te  quiero  yo. 

))¿Ves  al  salir  de  la  aurora 
Cuánta  avecilla  cantó  .^ 
Pues  mira,  hermosa  pastora, 
Más  veces  te  quiero  yo. 
^  ));Ves  la  nieve  derretida 
Cuánto  arroyuelo  formó  ? 
Pues  mira,  bien  de  mi  vida. 
Más  veces  te  quiero  yo. 

))¿Ves  cuánta  abeja  industriosa 
De  esa  colmena  salió  ? 
Pues  mira,  ingrata  y  hermosa 
Más  veces  te  quiero  yo.  ' 

"¿Ves  cuántas  gracias  la  mano 
De  las  deidades  te  dio  ? 
Pues  mira,  dueño  tirano. 
Más  veces  te  quiero  yo. » 


Canción  de  un  patriota  retirado  á  su  aldea. 

Para  defensa  suva 
Produce  nuestra  España 
Los  caballos  del  Bétis 

Y  el  fierro  de  Cantabria, 

Y  sangre  antigua  goda, 
Que  ansiosa  se  derrama 
Si  su  patria  lo  pide 

Y  si  su  rey  lo  manda; 

Y  para  su  regalo 
La  fruta  delicada. 
Pescados  de  sus  costas. 

Que  entrambos  mares  bañan, 

Y  tesoros  de  Baco 
En  Málaga  y  Peralta, 
En  Jerez  y  Tudela 

Y  en  la  vecina  Mancha ; 
Pues  ea,  amigos  míos. 
Mientras  quieren  las  altas 
Deidndes,  protectoras 

De  la  feliz  España, 
Darnos  la  paz  tranquila 
Que  gozan  las  labranz.as. 
Las  viñas  y  los  huertos. 
Los  rebaños  y  casas. 
Vivamos  y  gocemos 
Cuanto  con  mano  franca 
Nos  da  naturaleza. 
En  los  otros  avara. 
Venid,  venid  alegres. 
Zagales  y  zagalas , 
Con  castañuelas,  tiples, 
Panderos  y  guitajras ; 
Llegaos  á  mi  choza. 
Humilde,  pero  grata, 
Donde  faltan  adornos, 
Pero  gustos  no  faltan. 
De  este  lado  los  chicos, 

Y  de  éste  las  muchachas, 

Y  aquí,  junto  á  mi  puerta. 
Los  ancianos  y  ancianas 


276 


Lloren  de  gozo  viendo 
A  sus  proles  amadas. 
Cantad  alegres  sones, 
Bailad  alegres  danzas, 
Mientras  (¡ue  se  disponen 
has  rusticas  viandas, 

Y  del  vino  más  rico 
Veinte  botas  se  sacan ; 
Jamones  de  Galicia, 
Cecina  de  Vizcaj'a, 
Olivas  de  Sevilla, 

Y  de  Aragón  manzanas. 
Cantad  antiguas  letras. 
Sin  justicia  olvidadas, 
Como  á  vuestras  abuelas 
Las  suyas  las  cantaban. 
Decid  cómo  Rodrigo, 

El  último  monarca, 
Pero  el  más  infelice 
De  la  goda  prosapia. 
Se  pcrtlió  por  amores 
De  la  malvada  Cava, 

Y  á  manos  de  africanos 
Dejó  perdida  España, 
Quedando  en  cautiverio 
Sus  provincias  cuitadas. 
Decid  cómo  Pelayo 
Salió  de  las  montañas 
Con  la  gente  que  tuvo. 
Que  era  poca  y  honrada. 
Cantad  de  don  Alfonso, 
A  quien  el  Casto  llaman, 

Y  que  negó  el  tributo 
De  niñas  desgraciadas. 
Que  al  malvado  rey  moro 
Los  cristianos  pagaban. 
Decid  cómo  ellas  mismas. 
Con  varonil  jactancia, 
Al  lado  de  los  hombres 
Esgrimían  las  armas, 

Y  cómo  todas  ellas 

A  los  hombres  llamaban 
Cobardes  cuando  huían, 
Amantes  si  triunfaban ; 

Y  así  por  varios  trozos 
Los  fastos  de  la  patria 
Decid  con  voz  acorde , 
Al  son  de  vuestra  danza  ; 
Que  yo  también  quisiera, 
Si  no  me  lo  estorbaran 
Lo  flaco  de  mi  cuerpo, 
Los  años  y  las  canas, 
Juntar  con  vuestros  tonos 
La  voz  de  mi  garganta. 
Pero  en  medio  de  todos, 
En  esta  silla  blanda, 
Que  fué  de  mis  abuelos, 

Y  á  mis  bisnietos  pasa. 
Oiré  vuestras  canciones 

Y  veré  vuestras  danzas, 

Y  al  que  excediere  á  todos 
En  la  voz  más  gallarda. 
En  baile  más  airoso. 

Sin  ser  de  envidia  causa. 
Daré  el  debido  premio, 

Y  al  cielo  justas  gi-acias 
Porque  sobre  vosotros 
Tales  dones  derrama. 
Bailad,  cantad  contentos, 
Si  dura  la  p.az  santa, 

Y  si  Marte  os  turbare 
Con  su  horrorosa  saña, 
Sonando  sus  trompetas 

Y  tocando  sus  cajas, 
Dejad  esos  placeres 

Y  acudid  á  Los  armas ; 
Que  para  su  defensa 
Produc(í  nuestra  España 
Los  caballos  del  Bétis, 
El  hierro  de  Vizcaya 


DON  JOSÉ  CADALSO. 

Y  sangre  antigua  goda, 
Que  alegre  se  derrama 
Si  su  patria  lo  pide 

Y  8i  su  Rey  lo  manda. 


Qaintillas  de  estilo  y  conceptos  antiguos 
sobre  yerros  amorosos. 

Los  yerros  que  una  pasión 
Face  sopitañamente 
No  son  yerros ,  tícrros  son. 
Que  aferrojan  á  la  mente. 
Esclava  del  corazón. 

De  la  misma  guisa  al  duro 
Saljcu  prinder  como  al  blando, 
Ca  su  temple  es  tan  segui-o, 
Que  se  va  proporcionando 
Sandio  al  sandio,  puro  al  puro. 

Ligazón  tan  apretada 
Non  d(  sface  la  razón 
Nin  dcraedra  contra  él  nada, 
Sinon  de  tiempo  la  acción 
Con  lima  sorda  y  tapada. 

E  í?olo  el  tiempo  es  asaz 
Forzudo  de  prevenirlos ; 
Él  es  viejo,  amor  rapaz; 
Ansí  sabe  bien  asirlos 
Por  su  fementida  faz. 


VERSOS  PARA  VARIAS  ESTAMPAS 
QUE  REPRESENTAN  LOS  PRINCIPA- 
LES AMORES  DE  LA  FÁBULA. 

Jove  introduciéndose  en  la  torre  de  Danae, 
conveitido  en  lluvia  de  oro. 

Una  vez  Jove  intentó 
Una  conquista  imposible, 
El  oro  la  hizo  factible; 
Mil  Joves  conozco  vo. 


Los  tres  dioses  no  han  do  estar; 
Amor,  con  sí  r  niño  tierno, 
A  los  tres  sabe  mandar. 


IL 

Sobre  otro  asunto. 
En  la  cabeza  le  dio 
ün  palo  Juan  á  Gines  ; 
¿Y  rompiósela  ?  Al  revés, 
El  palo  se  le  rompió. 
Gines  era  aragonés. 


EPITAFIOS 

PARA  PONER   SOBRE   LAS    SEPULTU- 
RAS DE  VARIOS  AMANTES. 
I. 

De  una  mujer  que  murió  de  pura  constancia. 
Sólo  murió  dé  constante 
La  que  está  bajo  esta  losa; 
Acércate,  caminante. 
Pues  no  murió  tal  amante 
De  enfermedad  contagiosa. 


IL 

Al  mismo  asunto. 

Tan  al  fénix  parecida 
Es  la  constante  mujer. 
Que  si  no  vuelve  á  nacer 
De  su  tumba,  está  perdida 
La  fineza  en  el  querer. 


Boda  de  Venus  con  Vulcano,  asistiendo  Marte 
con  los  demás  dioses  ai  banquete. 

¡Venus  alegi-e  y  mocita, 
Vulcano  viejo  y  celoso, 
Marte  amigo  del  esposo, 
Ay  qué  boda  tan  bonita! 

El  Juicio  de  Páris,  que  da  la  preferencia 
á  Venus  sobre  Minerva  y  Juno. 
A  Venus  el  premio  diste , 
Y  el  buen  gusto  lo  aprobó; 
También  te  lo  apruebo  yo, 
Pues  con  las  diosas  que  viste 
Mi  diosa  no  concurrió. 


Eneas  encuentra  á  su  esposa  Creusaenlos 
Campos  Elíseos,  luibiéudola  perdido  en  la 
noche  que  salió  de  Troya. 

Cuando  me  hubiste  perdido, 
¿Los  dioses  no  me  vengaron? 
Sí,  que  al  punto  pronunciaron  : 
«La  mujer  pierda  al  marido»; 

Y  obedecidos  quedaron. 

Medea  después  de  haber  facilitado  á  Jason  la 
conquista  del  vellocino  por  medio  de  sus 
encantos. 

Medea  á  Jason  decía  : 
((¿  Habrá  quien  más  diestro  sea 
En  mágica  hechicería?)) 

Y  Jason  le  respondía : 

«Yo,  que  te  hechicé ,  Medea.  » 


EPIGRAMAS. 
I. 

A  un  cuadro  en  que  se  ven  Júpiter,  Neptuno 
y  Pintón  con  sus  atributos,  y  Cupido  vo- 
lando rniis  arriba. 

Ufanos  con  el  gobierno 
Del  inñcrno,  cielo  y  mar, 


IIL 

De  un  marido  celoso. 

Este  difunto  era  esi^oso, 
Y  los  celos  le  mataron  ; 
De  ejemplar  tan  horroroso 
Los  demás  escarment.iron, 
Pues  ya  ninguno  es  celoso. 

IV. 

De  uno  que  murió  porque  no  logró  casarse 
con  quien  queria. 

El  que  está  atiuí  sepultado, 
Porcjue  no  logró  casarse 
Murió,  de  pena  acabado; 
Otros  mueren  de  acordarse 
De  que  ya  los  han  casado. 


í)e  un  filósofo  que  murió  desesperado  porque 
la  lilosofia  no  le  libertaba  del  amor. 

Porque  su  filosofía 
Contra  el  amor  no  bastó , 
Este  sabio  se  murió  ; 
Dijo  una  que  esto  leía : 
«¡No  soy  filósofa  yo!» 


VI. 
De  un  amante  tímido. 

Viajante,  te  has  de  parar 
Y  mirar  la  sepultura 
De  uno  que  supo  olvidar; 
Que  acjuel  que  no  se  aventura, 
Nunca  pasará  la  mar. 


VIL 

De  una  vieja  que  murió  de  amores. 

Una  vieja  ha  fallecido 
De  amor,  y  aquí  se  enten-ó; 
Considere  el  advertido. 
Si  enamorada  murió, 
Qué  tal  habría  vivido. 


FIN  DE  LAS  POESÍAS  DE  DOK  JOSÉ  CADALSO. 


DON   JOSÉ    MARÍA  VACA   DE    GUZMAN 

Y  MANRIQUE. 


XOTICIA    BIOGRÁFICA, 


Doctor  en  ambos  derechos ,  del  gremio  y  claustro  de  la  universidad  de  Alcalá ,  colegial  por  de- 
recho de  familia ,  llegó  á  ser  rector  perpetuo  del  colegio  de  Santiago  de  los  Caballeros  Manriques 
de  Alcalá.  Su  mayor  título  de  gloria  es  el  canto  épico  titulado  Las  naves  de  Cortés  destruidas  (1). 
Fué  premiado  este  canto  por  la  Academia  Española ,  en  la  junta  que  celebró  el  d3  de  Agosto 
de  1778.  Su  incontestable  nK-rito  le  granjeó  el  aplauso  de  nacionales  y  extranjeros.  El  Journal  de 
/a  Z/í/fóVflíííre  tributó  grandes  alabanzas  á  esta  obra  poética,  que  fué  traducida  en  francés  por 
monsieur  Mollien ,  abogado  del  Parlamento  de  París. 

«El  editor  del  canto  de  don  Nicolás  Fernandez  Moratin  sobre  el  mismo  asunto,  dice  Seinpere, 
dio  á  éste  la  preferencia,  con  cuyo  motivo  publicó  el  señor  Vaca  sus  Advertencias  sobre  el  canto 
de  Las  naves  de  Cortés  destruidas,  t 

En  1789  imprimió  Vaca  de  Guzman  sus  Obras  en  tres  tomos ,  dedicándolas  á  la  reina  doña  Luisa 
de  Borbon.  Contiene  esta  edición  ,  entre  otras  muchas  poesias,  el  romance  endecasilalio  Granada 
rendida,  premiado  también  por  la  Academia  Española,  en  4779,  y  El  Columbano,  égloga  que 
alcanzó  cierta  fama,  y  fué  impresa ,  con  el  seudónimo  de  don  Miguel  Cobo  Mogollón,  en  1784. 

Encubierto  con  este  mismo  seudónimo  publicó  tres  cartas  literarias,  y  con  el  de  don  José  Ro- 
dríguez Cerezo  otra  carta  contra  algunos  «que  habían  intentado  desacreditar  sus  poesías.» 

Así  estas  cartas  como  las  Advertencias  sobre  el  canto  de  Las  naves  de  Cortés  están  comprendi- 
das en  la  edición  de  1789. 

Son  muy  escasas  nuestras  noticias  acerca  de  la  vida  de  Vaca  de  Guzman.  Puede  inferirse  de  sus 
propios  versos  que  estudió  en  Alcalá  de  Henares ,  y  pasó  de  allí  á  Andalucía  con  un  cargo  en  la 
magistratura : 

El  fino  (2) ,  que  de  Henares 
Dejanrlo  las  riberas , 
Al  golfo  gaditano 
Llamado  fué  de  Astrea... 


También  puede  creerse  que  fué  natural  de  Sevilla  y  que  pasó  allí  una  parte  de  su  juventud ,  á 
juzgar  por  los  siguientes  versos  de  la  Vida  de  San  Jjeandro : 

Si  el  natural  afecto 
O  el  dulce  amor  que  im¡  rime 
La  patria  en  corazones 
Preciados  de  sensibles , 

En  facundia  del  labio 


Se  trocara  ,  y  difícil 
No  fuera  tanta  empresa 
De  lira  tan  humilde , 


Del  sevillano  reino 
Sonara  en  los  confines 
Mi  voz,  engrandeciendo 
Sus  singulares  timbres. 

Metrópoli  opulenta, 
¿Cómo  es  posible  olvide 
Tu  suelo,  en  que  corrieron 
Mis  años  juveniles? 


En  4789  era  del  Consejo  de  su  Majestad  y  Ministro  del  Crimen  de  la  Real  Audiencia  de  Cataluña. 

L.  A.  DE  Cueto. 

(1)  La  Biblioteca  de  Autores  Españoles  publicó  ya         (2)  Seudónimo  poético  de  Vaca  de  Guzman. 
este  poema  en  el  tomo  xxix.  (Notas  del  Colector.) 


278 


DON  JOSÉ  MARÍA  VACA  DE  GÜZMAN  Y  MANRIQUE, 


POESÍAS. 


Á  LA  MUERTE  DE  ARDELIA. 

ELEGÍA. 

Llore  la  triste  lira 
Con  8Ón  enternecido 
La  más  fatal  desgracia 
Que  en  muda  escena  representa  el  siglo. 

No  á  Apolo,  no  á  las  Musas 
Pido  favor  ó  auxilios  ; 
Cauoncias  son  penosas ; 
Dícialas  el  dolor,  yo  las  escribo. 

Renuncio  todo  influjo 
Y  todo  ardor  divino; 
Para  expresar  quebrantos 
Númenes  sobran  donde  estoy  yo  mismo. 

Yo...  Pero  ¡qué  dudosas 
Las  cláusulas  animo 
Cuando  explicar  mis  penas 
Aun  no  sé  si  es  tormento  ó  es  alivio  I 

La  tierra  está  sin  flores , 
Sin  astros  el  Olimpo, 
Sin  luces  está  el  viento, 
El  mar  sin  perlas,  sin  coral  los  riscos; 

Sin  gracias  está  Venus, 
Sin  arco  está  Cupido; 
Hijo  y  madre  conocen 
Inútil  su  poder  y  su  atractivo. 

Todos  de  Ardelia  sienten 
El  trágico  destino, 
Relámpago  en  su  curso, 
Que  brilló  antorcha,  y  humo  se  deshizo. 

Al  Bétis  tributaban, 
Monarca  de  los  rios, 
Tesoros  mil  los  campos. 
Llenos  de  flores,  y  de  mieses  ricos. 

Ceñida  la  alta  frente 
De  fértiles  olivos, 
A  verlos  salió  un  dia. 
De  algún  suceso  fúnebre  adivino. 

Confusa  vino  el  alba. 
Copioso  fué  el  roclo 
Con  que  piadoso  el  cielo 
Llorando  ostenta  infaustos  vaticinios. 

El  padre  de  las  luces 
Negó  al  orbe  sus  brillos, 
No  en  vistosos  celajes. 
En  atezadas  nubes  escondido. 

Callaron  de  las  aves 
Los  armoniosos  picos, 
Sólo  de  filomena 
Se  oye  uno  ú  otro  lastimoso  trino. 

Pájaros  agoreros 
Con  lúgubres  graznidos 
Presagios  dan  fatales. 
Que  amedrentan  el  bético  distrito. 

No  ya,  como  solia, 
Ofrece  Abril  florido, 
Vasallo  de  Amaltea , 
El  feudo  de  violetas  y  de  lirios. 

Las  vides  abundantes. 
Los  espaciosos  tt-igos, 
Los  sabrosos  frutales 
No  prometen  sus  dones  exquisitos. 

De  maliciosas  zarzas, 
De  estériles  espinos. 
De  abrojos  infecundos 
Se  puel)ia  el  pago,  el  bosque  y  el  ejido. 

No  ya  los  arroyuelos, 
Cual  antes  fugitivos, 
Con  murmurio  apacible 
Son  lisonjero  encanto  del  oido, 


Suspenden  su  corriente, 
Se  encharcan,  detenidos, 

Y  olvidan,  cenagosos, 

De  sus  vertientes  el  cristal  antiguo. 

Genil  y  Guadalima 
No  adulan,  expresivos, 
La  majestad  del  Bétis, 
Depuesto  de  sus  ninfas  el  bullicio. 

El  Jándula,  el  Guadiato 

Y  el  Bembezar,  remisos. 
Apenas  le  conceden 

El  jurado  tributo  cristalino. 

Inquiere  del  desorden 
El  lúgubre  principio; 
Nadie  le  da  respuesta, 
Sólo  el  viento  le  lleva  los  suspiros. 

De  la  siniestra  parte, 
Que  azota  el  noto  esquivo, 
Nace  el  caliginoso 
Vapor,  que  empaña  el  globo  de  zafiros. 

El  claro  Guadaíra 

Y  el  Genil ,  que  contiguos 
Aquel  paraje  cercan. 

Fueron  para  el  examen  elegidos. 

Al  Bétis,  obedientes, 
Registran  todo  el  sitio, 
Que  desde  Oriente  á  Ocaso 
Aprisionan  los  dos  con  blandos  grillos. 

Bajaba  ya  la  tarde 
Con  pasos  desmedidos, 
Porque,  del  trance  huyendo, 
Sentido  el  sol,  precipitó  su  giro. 

En  medio  de  sus  campos, 
Entre  espantosos  visos, 
Con  detestable  aspecto 
Les  aparece  indómito  vestiglo. 

Obscura  piel,  rugosa, 
Cubre  del  monstruo  altivo 
Dura  armazón  de  huesos, 
Dislocados ,  enjutos  y  amariHos; 

Cóncavas  las  mejillas, 
Los  ojos  escondidos. 
Árido  y  largo  el  cuello. 
Todo  el  semblante  lúgubre  y  cetrino; 

La  sien  hundida  ciñe 
De  beleños  nocivos 
Guirnalda  venenosa, 
Que  la  margen  tejió  del  lago  Estigio. 

Su  diestra  mano  empuña 
Segur  de  agudos  filos , 

Y  en  la  siniestra  lleva 

El  estambre  en  que  ejerce  el  cruel  oficio. 

Vil  tropa  le  circunda 
De  espíritus  inicuos. 
Parciales  de  sus  iras. 
De  su  averna  deidad  genios  malignos. 

Unos,  articulando 
Melancólicos  himnos. 
Unánimes  aclaman 
Su  gran  poder  y  universal  dominio; 

Otros  con  son  molesto 
De  ronco  parche  herido 

Y  enlutadas  sordinas 
Acompañan  los  ecos  mal  distintos; 

Otros  la  representan 
Trofeos  infinitos. 
Desde  el  cetro  al  cayado, 
Desde  la  regia  púrpura  al  pellico, 

Y  arrancando  la  fiera 
Del  íntimo  retiro 
Del  corazón  dañado 
Horrenda  voz,  cjue  estremeció  el  recinto, 


elegía. 


279 


«  Átropos  soy,  les  dice , 
¡  Oh  exploradores  dignos 
Del  arrogante  Bétis! 
Átropos  soy,  que  sé  vuestros  designios. 

))Ni  él  duda,  ni  vosotros, 
Mi  potestad,  mis  bríos, 
Pues  fuisteis  tantas  veces 
De  la  mortal  ejecución  ministros; 

))En  el  umbral  del  mundo 
Obscuros  padres  niios 
El  Erebo  y  la  Noche 
Me  infundieron  las  furias  que  respiro, 

))Yo  los  Sansones  postro, 
Los  Héctores  derribo, 
Venzo  los  Alejandros, 
Los  Scipiones,  Augustos  y  Filipos; 

»  Pero  hasta  aquí  de  cortas 
Victorias  me  glorio; 
De  poco  me  sirviera. 
Si  aquí  parara,  mi  valor  invicto. 

))Este  implacable  acero, 
Que  coH  mi  brazo  animo, 
Acaba  en  este  instante 
De  darme  nombre  para  eternos  siglos. 

))  Mirad  representados 
En  estos  tiernos  hilos 
Los  inocentes  años 
Que  á  Libitina  airada  sacrifico. 

))A  Ardelia,  aquella  ninfa, 
A  Ardelia,  aquel  hechizo, 
Que  parece  que  sólo 
Nació  para  arrastrar  los  albedi'íos ; 

))  Difuntas  ya  sus  luces, 
Ya  su  verdor  marchito. 
Si  Venus  para  envidia, 
Yo  para  ejemplo  á  las  bellezas  pinto. 

»  De  lustro  y  medio  apenas 
El  tiempo  se  ha  cumplido 
Que  Cloto,  hermana  mía, 
El  fatal  copo  de  su  edad  previno. 

»  Láquesis  oficiosa, 
Cumpliendo  su  ejercicio, 
Hilaba  de  su  vida 
El  breve  ciurso  con  afán  continuo, 

))Y  este  acero,  á  los  ojos 
Humanos  imprevisto, 
Cortó  la  débil  hebra, 
De  Ardelia  la  cerviz  rindió  atrevido. 

))Este,  que  de  su  sangre 
Aun  no  se  hallaba  limpio  (1), 
Hoy  nuevamente  en  ella 
Saciar  su  sed  hidrópica  ha  querido. 

»  Este  es  el  que  persigue 
El  corazón  de  Elfino, 
Por  más  que  cisne  cante  (2) 
Al  Manzanares  los  estragos  míos. 

»  Guerra  á  su  estirpe  toda, 
Guerra  campal  publico; 
No  ya  piadoso  Antéros 
Le  suavice  el  dolor  con  que  le  aflijo; 

))  Sus  párpados  hinchados 
No  cierre  compasivo, 
Ni  en  agradable  sueño 
Trueque  el  fatal  letargo  padecido. 

))  De  Venus  las  palomas 
Vuelvan  al  carro  mismo 
Que  dejaron  humildes 
Por  arrullar  sus  i)lácidos  deliquios. 

))No  de  la  hispana  corte 
Corra  callado  el  rio. 
Ni  ya  con  blando  soplo 
Le  halague  el  austro,  al  descansar  benigno. 

))Con  la  sensible  nueva 
De  aqueste  sacrificio 
El  ábrego  violento 
Lastime  la  piedad  de  sus  oidos. 

(1^  Alude  al  fallecimiento  de  algunos  parientes  del  autor,  entre 
los  cuales,  el  de  la  que  propone  bajo  el  nombre  de  Floridiana  en 
las  odas  del  pastor  Elllno.  (Esta  nota  y  las  que  siguen  son  del  mismo 
Vaca  or  Gizman.) 

(■2i  Esta  y  las  cuatro  estrofas  siguientes  aluden  á  las  últimas  de 
la  oda  primera. 


»Bien  entregado  al  útil 
Manejo  de  sus  libros. 
De  los  legisladores 
Interprete  la  mente  ó  el  sentido; 

))Bien  entre  las  fragrancias 
De  nardos  y  jacintos 
Su  vergel  le  tribute 
Aromático  premio  á  su  cultivo; 

»  Bien  á  la  fresca  orilla 
Del  Henares  cristalino. 
De  su  adorada  Lisi 
Cante  el  favor  ó  llore  los  desvíos; 

))  Peneti-en  su  constancia 
Pesares  repetidos, 
Ya  que,  indomable  y  fiera. 
Mi  vanagloria  en  perseguirte  cifro, 

))Volved,  volved  vosotros; 
Que  absorto  é  indeciso. 
Saber  de  horrores  tantos 
Guadalquivir  anhela  los  motivos.» 

Dijo  la  Parca,  y  luego 
Deshecho  torbellino 
La  arrebató,  furioso; 
Tembló  la  tierra  y  bostezó  el  abism 

Guadaíra  asustado, 
Genil  sobrecogido. 
Trémulos  caminaron 
A  dar  al  sacro  Bétis  el  aviso. 

La  catástrofe  tierna 
Le  refieren  unidos; 
Lloró  Bétis,  las  ninfas 
Maltrataron  su  rostro  peregrino, 

Y  yo,  présago  de  este 
Dolor  tan  excesivo. 
Del  Tajo  á  las  riberas 
Huigo  la  nueva,  que  saber  resisto. 

Mas  ¡ay,  que  los  pesares 
Se  expresan  ellos  mismos! 
Se  vienen  sin  llamarlos , 
No  es  medio  de  evitarlos  el  huirlos. 

Bebí,  por  fin,  el  cáliz 
Que  el  hado  me  previno; 
¡Ay,  Elfino  infelice. 
Si  habrá  valor  en  tí  para  suñ'irlol 

Ahogado  de  la  pena. 
Ni  el  llanto  halla  camino. 
Ni  hallan  las  quejas  paso. 
Ni  lo  que  siento  sé ,  ni  sé  si  vivo. 

De  Ardelia  la  belleza, 
Su  anticipado  juicio. 
Su  condición  afable, 
No  han  de  sentir  la  pena  del  olvido. 

¡Oh  qué  funesta  idea 
Se  ofrece  á  mis  sentidos 
De  aquel  postrer  aliento, 
Aqiiel  soplo  mortal,  aquel  martirio! 

Antorchas  macilentas 
Arder  desde  aquí  miro. 
Que  en  llanto  derretidas, 
De  su  luz  extinguida  son  testigos; 

Del  i)ueblooigo  los  ayes, 
Las  exequias  percibo, 
A  mis  ojos  se  vienen 
Aun  las  cenizas  del  sepulcro  frió. 

Despierto,  á  Ardelia  veo, 
A  Ard&lia  hallo  dormido, 
Ardelia  no  me  deja, 
Ardelia  á  tudas  partes  va  conmigo. 

Pero  (•  adonde  me  llevan 
Tan  necios  desvarios? 
¡  Ay  adorada  Ardelia, 
Tú  gozas  dulce  paz  y  yo  deliro! 

Aqueste  bien  que  logras. 
Ese  placer  elisio. 
Infiel  si  le  lamento, 
Indiscreto  seré  si  no  le  envitiio. 

No  ya  tristes  endechas. 
Epitalamios  finos 
A  tu  feliz  consorcio 
Euterpe  cante,  solemnice  Clio; 

Florezca  Abril  de  nuevo, 
Cese  el  horror  sombrío 


260 


DON  JOSÉ  MABÍA  VACA  DE  GUZMAN  Y  MANEIQUE. 


Que  enlutó  al  aire,  y  Febo 
Disipe  nieblas,  brillador  y  activo; 
Alcg:rc  corra  el  liétis, 

Y  con  vistoso  estilo 
Dancen  sus  ninfas  bellas, 
Coronadas  de  adelfas  y  tomillos, 

Genil  \  Guada  ira 
Imítenle  festivos, 

Y  orlen  el  mausoleo 

Con  tiernos  lazos  de  flexible  vidrio. 
En  i)alacio  de  estrellas 

Y  de  lucientes  signos 
Átropos  la  venere. 

Exenta  ya  de  su  rigor  impío; 

Mientras  que  yo  del  treno 
Reformo  el  son  prolijo, 

Y  á  su  dichoso  estado. 

Lira,  dolor  y  pensamiento  rindo, 


A  LISI. 

LIRAS. 

Orfeo  de  las  aves, 
El  ruiseñor  canoro, 
Al  viento  dando  músicas  suaves, 
Como  nunca  sonoro. 
Arrulla  al  hijo  con  su  pico  de  oro. 

En  la  fresca  mañana 
Le  roba  el  pobre  nido, 

Y  en  él  su  prenda  la  afición  humana; 
Entonces,  dolorido, 

El  canto  trueca  en  misero  gemido. 
Después  le  ve  encerrado, 

Y  templa  su  lamento 

Ver  del  dueño  el  solicito  cuidado 

Con  que  le  expone  al  %áento, 

Donde  á  los  padres  deba  el  alimento. 

Crece  el  pequeño  hijuelo. 
Su  adulta  edad  advierte, 
No  su  prisión,  el  paternal  desvelo; 
Allí  le  da  la  muerte, 

Y  paga  así  la  culpa  de  su  suerte. 
Hijo  de  amor  he  sido, 

Lisi  me  ha  cautivado, 

De  esperanzas  amor  me  ha  mantenido, 

Amor  mutrte  me  ha  dado, 

Y  pago  asi  la  sinrazón  del  hado. 


AL   INVIEENO. 


CANCIÓN  FESTIVA. 


Ya  las  cumbres  del  alto  Somosierra, 
Viejo,  barbón ,  lanudo  y  cazcarriento, 
Con  el  licor  de  la  nariz  colgando, 
Llega  en  volandas  de  aquilón  violento, 
Y  fiero  el  paso  á  las  Castillas  cierra 
El  caballero  Invierno,  tiritando; 
Los  montes  coronando 
Va  ya  de  niebla  opaca; 
Copos  de  nieve  saca. 
Que  hilen  las  sierras  en  la  noche  fria, 
Dueñas  caducas  que  en  su  ca,sa  cria; 
Ya  en  Pcña-Lara  archiva  los  vapores 
Que  Julio  en  algún  dia 
Verá  con  luminarias  y  tambores. 

Los  árboles  (quedaron  en  camisa, 
Del  aii'e  corpulentos  escobones, 
Cadavéricos,  secos  y  arrecidos; 
Solo  el  naranjo  pretendió  exenciones 
(Y  el  mérito,  por  cierto,  causa  risa, 
De  ser  naranjos  para  andar  vestidos); 
Los  pagos  divertidos 
De  viñas  espaciosas, 
Cuyas  uvas  sabrosas 
Colmarán  de  sus  dueños  los  lagares. 
Ya  muestran  descarnados  costillares. 
Débiles  brazos  y  caducas  piernas. 
En  tanto  que  á  millares 
Sus  efectos  nos  dicen  las  tabernas. 


A  los  arroyos  se  hinchan  las  narices. 
De  las  nub js  corrientes  orinales ; 
Las  anguilas  y  barbos,  uno  á  uno. 
Alborotados  dan  en  los  cañales; 
Resbalan  en  la  nieve  las  perdices, 
Los  pastores  se  hielan,  y  oportuno 
Los  templa  el  desayuno. 
Que  en  rústico  dornajo 
Sal,  agua,  aceite  y  ajo 
Condimentaron ,  y  el  pimiento  ardiente. 
Plato  que  en  lengua  de  la  misma  gente 
(Poético  desaire  del  lucero) 
Trocó  el  nombre  decente 
De  Venus  ó  lucífero  en  mignero. 

Incómodos  espesos  chaparrones 
Hacen  que  anden  las  gentes  con  chapines  ¡ 
Unos  llevan  diademas  enceradas. 
Otros  se  calzan  botas  ó  botines. 
Acechaban  en  tales  ocasiones 
Los  antiguaos  viciosos  si  moradas 
Llevaba  ó  encarnadas 
Las  medias  una  niña 
Al  alzar  la  basquina. 
Si  olvidaba  el  recato  con  el  lodo; 
Pero  aquesto  en  el  tiempo  fué  del  godo, 

Y  no  debió  el  bigote  ser  eterno; 
Se  viste  de  otro  modo, 

Para  los  bajos  ya  siempre  es  invierno. 

Aquel  á  quien  gahan  los  españoles 
Llamaron ,  y  nosotros  los  franceses 
Surtovt  decimos  en  mejor  idioma. 
Del  cofre  sale  ya  para  estos  meses , 
En  que  vemos  por  brújiila  los  soles ; 
La  capa  y  su  galón  se  pica  y  toma, 
Porque  si  alguno  asoma 
Con  ella,  da  disgusto, 

Y  no  es  hombre  de  gusto 

Si  su  talle  y  sus  piernas  nos  esconde, 

Y  el  afeitado  hocico  mete  adonde 

De  su  lamida  tez  nos  deje  á  obscuras, 

Y  aquesto  corresponde ; 

Que  ya  no  hay  Ñuños,  aunque  sí  Rasuras. 

Sufren  los  pajes  el  rigor  tremendo 
Del  hielo,  si  acompaña?!  la  señora 
A  quien  no  ha  dado  coche  la  fortuna; 
Su  gentil  cuerpo  va  luciendo  aliora, 
Mientras  triunfa  del  frió  el  reverendo 
Padre  fray  Cabriolé ,  que  lleva  el  ama; 
Si  no  hay  platos  que  lama. 
Si  la  ración  es  chica. 
Todo  aquesto  no  implica 
Con  la  fanfarrona  que  se  ostenta, 
Si  él  limpio  y  estirado  se  presenta. 
Bien  que  quisiera  más  (si  mal  no  atino) 
Tener  en  buena  cuenta 
Por  Navidades  algo  de  cochino. 

Canción,  deja  tu  curso; 
No  más  garapiñarme, 

Y  trata  de  llevarme 

Al  brasero,  que  arrastra  á  mi  albedi'ío. 

Con  Lisi,  dueño  mió. 
Tostaré  las  castañas;  verás  cómo 
Nos  burlamos  del  frió 
Con  frasquillos  de  anis  y  cinamomo. 


AL   SUEÑO, 

CANCIÓN. 

Descanso  de  la  vida  atribulada, 
Dulce,  sabroso  y  apacible  sueño, 
Deban  á  la  virtud  de  tu  beleño 
Mis  ojos  esta  tregua  deseada. 
A  tí  recurre,  de  vivir  cansada, 
Un  alma  noble,  que  sus  males  gime ; 
Pei'o  en  la  tierra,  dimc  : 
¿Quién  sin  males  vivió,  quién  sin  fatigas? 
No,  sueño,  no  lo  digas; 
Muerte  es  la  vida  en  penas  tan  fatales, 
Y  tú  solo  la  tregua  de  sus  males. 

Canción ,  á  vivir  voy  hasta  la  aurora  ; 
Mi  suerte  se  mejora ; 


COMPOSICIONES  VARIAS 
No  es  muerte  el  sueño,  que  es  error  advierte ; 
Vida  es  el  sueño,  si  la  vida  es  muerte. 


281 


SILVA. 


Hijo  de  prado  ameno, 
Que  á  las  ásperas  sierras  Seguntinas 
Teje  alfombras  de  heno, 
Al  que  debe  tu  origen ,  nombre  y  cuna; 
Depósito  de  perlas  cristalinas, 
Claro  espejo  del  sol  y  de  la  luna; 
Henares  sacro,  de  la  prenda  mia 
Pacífico  recreo  en  algún  dia; 
[Oh  venturoso  Henares, 
Oye  mi  voz  doliente, 
Y  tu  raudal  se  aumente 
Con  el  cristal  que  vierten  mis  pesares! 
[Oh  venturoso  Henares! 
Si  de  mi  aiisencia  la  expresión  penosa 
Imita  Celia  hermosa, 
Si  á  Tajuña  llevares, 
Cuya  margen  habita  el  amor  mió. 
Estas  sentidas  lágrimas  que  envió; 
Si  los  llantos  juntares, 
¡Oh  venturoso  Henares! 
Feliz  te  llamará  mi  trist^i  acento, 
Si  te  expresare  su  fatal  lamento; 
Serás,  cogiendo  aljófar  tan  precioso, 
¡Oh  Henares!  venturoso. 
De  Creso  las  riquezas  adelantas, 
Si  en  Tajuña  heredares  perlas  tantas; 
Gózate  en  ellas  cuanto 
Más  las  aumenta  de  ambos  el  quebranto; 
Pero  tan  rica  herencia 
Lo  menos  habrá  sido; 
Gózate  más  en  ver  en  una  ausencia 
Pagada  fe,  y  amor  correspondido. 


EL  OLVIDO  IMPOSIBLE. 

CANTO. 

Con  fuga  presurosa 
Las  estrellas  del  cielo 
Llevó  tras  sí  la  noche  silenciosa, 
Que  con  mayor  anhelo 
Rasgó  en  los  aires  el  opaco  velo. 

De  Elfino  desvelado 
La  penosa  fatiga 
El  lecho  deja  en  lágrimas  bañado, 

Y  á  abandonar  le  obliga 

Toda  quietud  que  á  su  dolor  desdiga. 

Furioso  el  can  ardiente 
De  Erígone  ladraba, 
Mientras  la  madre  Céres,  diligente, 
De  rubia  mies  colmaba 
Los  campos  que  propicia  dominaba. 

Rayaba  el  claro  dia, 

Y  á  ellos  Elfino  sale. 

Porque  hacerlos  partícipes  quería 

De  los  ayes  que  exhale; 

Mas  no  halla  alivio  que  á  su  pena  iguale 

No  lejos  de  Compluto, 
De  fresca  grama  lleno, 
y  del  raudal  de  Henares  mal  enjuto, 
Yace  un  valle  que  ameno 
Copia  su  gala  en  el  cristal  sereno. 

De  asiento  sus  orillas 
Sirven  al  infelice. 

Que  en  voces  expresándose  sencülas , 
Porque  así  le  suavice, 
Las  aguas  mira  y  su  dolor  las  dice. 

«Para,  llorando  exclama. 
Para,  sagrado  Henares, 
A  la  voz  que  con  lágrimas  te  llama ; 
Que  al  claro  Manzanares 
Suspendí  alguna  vez  con  mis  pesares.|)) 

Deten,  v?ido.io  rio, 
Tu  cuí'so  acelerado, 
Oyó  decir  al  sentimiento  mió  ; 
Obedeció,  y  doblado 
Fué  su  caudal  habiéndome  escuchado. 


Tú,  pues,  que  de  mí  oiste, 
Cuando  yo  amar  solia. 
Porque  á  Celia  en  tu  margen  divertiste, 
Ser  de  la  prenda  mia 
Pacifico  recreo  en  alfjun  dia; 

Tú,  que  en  quietud  serena 
Quisiste,  á  mis  clamores, 
Templar  la  activa  sangre  á  Filomena, 
Y  en  pasados  ardores 
Escuchaste  de  Lisi  los  amores; 

Oye,  que  ya  no  canto 
Las  armas  de  Cupido, 
No  es  ya  la  ausencia  objeto  de  mi  llanto, 
Ni  serlo  han  merecido 
El  desden  ni  los  celos  ni  el  olvido. 

Más  racional  idea 
Provoca  mi  lamento, 
Más  justos  aj'cs  mi  canción  emplea, 
Más  digno  sentimiento, 
Oh  Henares  sacro,  te  procura  atento, 

Y  pues  benigno  Apolo 
Tan  noble  ardor  me  inspira, 
Ver;is  cómo  del  uno  al  otro  polo 
A  lástimas  conspira. 
Cantando  penas,  mi  funesta  lira. 

Tus  álamos  erguidos 
Verás  testigos  de  ellas. 
No  de  Faetón,  de  mí  compadecidos, 
Ni  de  tus  ninfas  bellas 
Oirás  más  himnos  ya  que  mis  querellas. 

El  ave  que  hace  salva 
Con  majestad  sonora 
A  los  blancos  crepúsculos  del  alba. 
No  ha  de  entonar  canora. 
Si  oye  el  acento  de  mi  pena  ahora, 

¡Oh,  si  como  la  siento 
Explicarla  supiera! 
Fatigara  las  ráfagas  del  viento. 
Los  montes  derritiera. 
De  horror  llenara  la  celeste  esfera. 

No  lloran  ya  mis  ojos 
Una  temprana  muerte. 
No  lloro  ya  sus  míseros  despojos; 
Lloro,  si  bien  se  advierte. 
El  invariable  ceño  de  mi  suerte. 

Lloro  el  que  no  mejoro 
Del  llanto  la  porfía ; 
Este  rigor  de  su  violencia  lloro, 
Aquesta  fantasía. 
Este  tesón  de  la  memoria  mia, 

Lamento,  jardinero, 
Que  ha  niurchiiado  el  Mayo 
La  pompa  del  Ahr'd  con  rigor  fiero; 
Pastor,  mi  muerte  ensayo, 
La  voz  suspensa  á  impulsos  de  un  desniay  „ 

Aquella  tierna  rosa. 
La  más  hella  zagala, 
Mi  dulce  bien,  mi  Floridiana  hermosa, 
Dio  al  ábrego  su  gala, 
A  la  mortal  segur  su  aliento  exhala, 

En  el  invierno  helado 
Di  al  cielo  mis  clamores. 
Trofeo  fui  del  hado. 
Ejemplo,  en  sus  rigores, 
Lastimoso  de  amantes  y  pastores; 
Y  al  ir  el  sol  cayendo. 
Pensaba  en  mi  partida, 
Venid,  ovejas  tristes,  repitiendo 
Con  voz  enternecida , 
Que  hoja  ya  la  noche  denegrida. 

¡Ah,  si  lograr  pudiese 
Que,  sin  que  la  olvidara, 
Su  triste  fin  de  mi  memoria  huyese, 
De  aquella  beldad  rara 
Su  catástrofe  tierna  separara! 

Y  porque  el  contratiempo 
Más  á  mi  pecho  abrume, 
Sabe,  HenaiX'S,  que  el  tiempo. 
Que  todo  lo  consume, 
Solo  este  mal  eternizar  presume, 

Esas  altas  colinas. 
Que  tu  corriente  baña. 


282 


DON  JOSÉ  MARÍA  VACA  DE  GUZMAN  Y  MANRIQUE. 


Manifiestan  en  árabes  ruinas 

Cuanto  borró  su  saña 

Triunfos  de  Alfonso  y  esplendor  de  España. 

Con  Ímpetus  extraños 
Se  atreve  li  la  belleza, 
Al  valor  noble,  á  los  alegres  años, 
La  pompa  y  la  riqueza ; 
Solo  este  m"al  resiste  á  su  fiereza. 

Aquí  llegaba  Elfino, 
T  acomodando  el  brazo 
Entre  su  sien  y  el  prado  peregrino, 
Fuó  un  pequeño  ribazo 
Tregua  á  sus  males  y  á  su  afán  regazo. 

Fresca  ayudaba  el  aura 
La  empresa  de  Morfeo, 

Y  al  infeliz  que  su  quietud  restaura, 
Más  que  el  sueño,  el  deseo. 

Le  conduce  á  la  margen  de  Leteo. 

Honda  caverna  toca 
Su  paso  temeroso. 
De  ol  r  ingrato  y  espantable  boca. 
Que  ciñe,  perezoso. 
Obscuro  lago  y  bosque  tenebroso. 

A  la  áspera  bajada 
La  errante  planta  inclina , 

Y  del  ansia  veloz  precipitada. 
Por  ella  se  encamina 

Al  imperio  inmortal  de  Proserpina. 

No  á  su  Eurídicc  bella 
Busca  en  la  estancia  obscura. 
Que  sabe  que  es  del  cielo  fija  estrella ; 
Remedios,  sí,  procura 
Para  olvidar  tan  grande  desventura. 

Sintió  por  sus  confines 
Las  huellas  el  Cervero, 
Clavó  los  ojos  y  erizó  las  crines, 
Expidiendo  ]U'imero 
Por  tres  gargantas  el  ladrido  fiero. 

No  á  Élfino  desanima 
El  eco  que  resuena, 

Y  al  espantoso  clima 

De  horror  confuso  llena,    ' 
Seña  fatal  de  pavorosa  escena. 

Como  al  viador  errante 
Incierta  la  fortuna, 
Del  cielo  oculta  el  resplandor  brillante 
Cuando  noche  importuna 
Opone  nubes  densas  á  la  luna. 

Así  entre  obscuras  nieblas 
Por  rumbos  gira  inciertos, 

Y  en  confusión  de  pálidas  tinieblas. 
Palacios  toca  yertos 

De  aquellos  reinos  de  Pintón  desiertos. 

Los  primei'os  estrados. 
Monstruos  descomunales , 
Habitaban  el  llanto,  los  cuidados, 
La  muerte  y  sueño  iguales. 
Miedo,  }>obreza,  senectud  y  males. 

Verse  á  otro  lado  deja 
Con  aspecto  horroroso 
El  hambre,  que  maldades  aconseja, 
El  trabajo  afanoso 

Y  la  guerra ,  enemiga  del  reposo. 
Los  deleites  del  siglo. 

Que  la  virtud  lamenta, 

Y  la  loca  discordia,  infiel  vestiglo, 
Allí  se  representa, 

Que  sienjes  por  cabellos  alimenta. 
Briarco  centimano 

Y  las  Scilas  biformes. 

Los  centauros,  de  medio  cuerpo  humano, 

Las  arpiías  disformes 

Dan  testimonios  del  horror  conformes. 

Incluyen  triste  via 
Las  infernales  venas. 
Que  al  negro  margen  de  Aqueronte  guia, 

Y  de  volcanes  llenas, 

Al  C'ocitu  vomita  las  arenas. 
Guarda  es  Carón  horrendo 
De  la  turbia  conúente; 
Centellas  de  los  ojos  despidiendo, 
Muestra  coñudamente 


Barba  prolija  y  arrugada  frente. 

Cual  vemos  selva  ruda. 
Que  el  piso  de  hojas  cubre 
Al  tiempo  que  los  árboles  desnuda, 

Y  su  aridez  descubre 

La  fiera  saña  del  penoso  Octubre ; 

Como  en  los  altos  mares 
Se  ven  alzar  el  vuelo 
Los  ejércitos  de  aves  á  millares, 
Que  huyendo  el  crudo  hielo. 
Buscan  ansiosas  más  tcmjDlado  suelo; 

Así  de  tanta  sombra. 
Residuos  de  la  vida, 
La  prodigiosa  multitud  asombra, 

Y  á  lástimas  convida, 

Del  rio  en  la  ribera  detenida. 

En  la  triste  barquilla 
Que  Carón  gobernaba. 
Pasar  pretenden  á  la  opuesta  orilla; 
Él  los  unos  llevaba, 

Y  los  otros  á  tierra  rechazaba. 
Luego  que  á  Elfino  advierte 

El  pálido  barquero. 

Sin  compasión  de  su  infelice  suerte. 

Con  aspecto  severo 

Así  le  dice ,  encapotado  y  fiero  : 

«  ¡Oh  tú,  que  á  aquestas  ondas, 
Viviendo,  te  presentas, 
A  quien  las  rige  es  fuerza  que  respondas. 
Pues  tal  valor  ostentas  : 
I  Quién  eres,  á  qué  vienes  ó  qué  intentas  ? 

))Sabe,  aunque  no  te  asombras 
De  ver  prodigio  tanto. 

Que  éste  es  el  centro  obscuro  de  las  sombras. 
Es  la  mansión  del  llanto, 
De  la  noche ,  del  sueño,  del  espanto. 

))¿  En  dónde  caber  pudo 
Tan  bárbaro  deseo 
De  penetrar  por  este  campo  mudo, 
Sin  que  acobarde,  reo 
De  igual  empresa,  el  infeliz  Teseo? 

«Detente  y  retrocede; 
Esa  tu  audaz  lociu-a. 
Sin  orden  de  los  dioses  ver  no  puede 
La  orilla  que  procura 
Hasta  dar  á  tus  huesos  sepultura.» 

Dijo  el  averno  anciano, 

Y  el  Ijosque  señalaba 

Del  tránsito  felice  con  la  mano 
A  los  que  ya  aguardaba, 

Y  el  paso  de  la  Estigia  preparaba; 
Cuando  desprevenido 

Músico  dulce  acento, 

Rumor  extraño,  allí  jamas  oido, 

Embarazando  el  viento. 

Pudo  esforzar  de  Elfino  el  desaliento. 

.    La  estancia  se  ilumina 

Con  luces  celestiales. 

Como  cuando  la  aurora  está  vecina  ; 

Infalibles  señales 

De  aparecer  los  dioses  inmortales. 

Sobre  luciente  nube. 
Cual  llama  fulgorosa 
Del  sol,  que  á  la  mitad  del  cielo  sube. 
Su  alegre  faz  de  rosa 
Muestra  el  rapaz  de  Citerea  hermosa , 

Y  una  acerada  punta 
De  la  aljaba  extrayendo. 
Grato  á  "Elfino,  « /  conócesla  ? »,  pregunta 

Y  ceñudo  volviendo. 

La  voz  dirige  al  portador  horrendo : 

(( Basta,  piies  no  aprovecha 
Tu  resistencia  vana; 
Esta  es,  Carón,  la  flecha 
Que  atravesó,  inhumana, 
El  corazón  de  Elfino  y  Floridiana. 

))  Elfino  reamozca 
Su  in\icta  fortaleza; 
Mas  jiu'o  por  la  Estigia  que  conozca 
Que  sabe  á  su  terneza 
Hacer  Cupido  la  mayor  fineza. 

))Est"  ramo,  que  admite, 


EOMANCE  endecasílabo. 


2a3 


De  oro  brillante  y  puro, 

La  negra  esposa  del  soberbio  Díte, 

Por  esc  lago  obscuro 

Le  facilite  tránsito  seguro, » 

Dice  y  desaparece, 
El  don  fatal  dejando; 
Conócele  Carón ,  la  barca  ofrece ; 
Los  remos ,  á  su  mando, 
Van  la  Estigia  corriente  fatigando. 

Sus  ondas  atraviesa 
Elfino,  y  finalmente 
La  opuesta  orilla  victorioso  besa, 
Que  holló  más  fácilmente 
Que  tanto  noble  espíritu  paciente. 

Errante  por  los  montes, 
Los  valles  y  cavernas 
De  tan  desconocidos  horizontes, 
Corrió  por  las  avernas 
Mansiones  de  las  penas  sempiternas. 

Ofrécele  un  paraje 
Dos  sendas,  que  di^áde; 
Aquí,  dudoso  del  incierto  viaje, 
Riesgos  y  dichas  mide , 

Y  á  su  dios  tutelar  auxilio  pide. 
Este  celeste  influjo 

Le  da  patentes  señas 

Al  escuchar  en  la  siniestra  el  flujo 

De  Flegeton  por  breñas 

Con  el  continuo  choque  de  las  peñas, 

A  su  margen  divisa. 
De  tres  muros  cercada, 
Soberbia  fortaleza,  que  le  avisa 
De  la  gente  malvada 
Ser  la  estancia  al  castigo  destinada. 

La  vereda  desecha 
De  aquel  horrible  seno, 

Y  el  paso  dirigiendo  á  la  derecha, 
Llega  á  un  lugar  ameno. 

Donde  eterniza  su  ventm-a  el  bueno. 

Yace  un  bosque  en  un  valle. 
Que  del  Bóreas  promete 
Resguardo  en  una  y  otra  espesa  calle. 
Cuyo  verde  tapete 
Lame  halagüeño  el  silencioso  Lete, 

Al  rededor  del  rio. 
Por  campiñas  extensas, 
Se  reconoce  popular  gentío, 
Grupos  de  almas  inmensas. 
Más  que  las  nieblas  de  los  mares  densas ; 

Y  así  como  á  las  flores 
Del  fértil  prado,  cuando 
Las  comunica  Abril  matiz  y  olores, 
En  numeroso  bando 
Cercan  abejas  con  susurro  blando; 

De  semejante  modo 
Por  aquellas  riberas 
Se  percibe  sonar  el  campo  todo, 

Y  hacen  de  estas  praderas 

Las  almas  sus  eternas  primaveras. 

Elfino  se  enternece, 
Conociendo  gozoso 
Las  aguas  del  olvido  que  apetece, 

Y  corre  presuroso, 

De  conseguir  su  objeto  no  dudoso. 

(( Huya  de  mi  memoria 
Tu  imagen  de  esta  suerte, 
Oh  Floridiana,  de  tu  Elfiíio  gloria; 
Que  ohñdarte  es  quererte , 
Si  siempre  he  de  vivir  viendo  tu  muerte. )) 

Dijo;  y  no  bien  intenta 
Gustar  de  los  raudales 
Con  que  le  brinda  la  corriente  lenta 
Los  postrimeros  vales 
De  su  dolor  y  síntomas  fatales, 

Cuando  (¡asombro  increíble!) 
En  su  acción  impedido, 
Violentado  de  fuerza  irresistible. 
Cual  olmo  allí  nacido. 
Se  quedó  inmóvil ,  á  la  tierra  asido. 

En  la  región  umbrosa 
Segunda  vez  resuena 
La  voz  del  hijo  de  la  cipria  diosa, 


No  blanda  y  de  amor  llena, 

Sino  de  espanto,  que  el  confin  atruena, 

«Mortal,  dice,  no  piense 
Tu  j)resuncion  la  es  dado 
Que  ese  turbio  caudal  se  la  dispense; 
A  un  tiempo  quitre  el  hado 
Que  terminen  tu  vida  y  tu  cuidado, 

))Si  á  tan  extraño  polo 
Bajé  del  alto  asiento, 
Si  á  él  te  condujo  mi  favor,  fué  sólo 
Mi  justo  pensamiento 
Hacerte  ver  lo  inútil  del  iutento.v 

Frenético  delira. 
Los  vientos  embaraza 
Elfino  á  su  clamor,  muertes  respira. 
Mal  el  ansia  disfraza. 
Que  al  corazón  opn  so  despedaza ; 

La  sentencia  que  escucha. 
Las  fuerzas  que  oponía 
Por  desasirse  con  penosa  lucha, 

Y  Febo,  que  ya  ardia, 

Le  dispertaron  y  entre  sí  decia : 

«¡Ah  devaneo  loco! 
¡Fantasía  sin  rienda! 
Deja,  deja  que  muera  poco  apoco. 
Murió  mi  amada  prenda, 

Y  no  hay  Loteo  que  mi  mal  suspenda.» 
Fuese,  y  con  doble  lloro. 

Tersos,  lucientes,  bellos, 

Sacó  los  que  guardaba  hilos  de  oro, 

Y  embebecido  en  ellos , 

Besó  de  Floridiana  los  cabellos. 


GEANADA  EENDIDA 

Romance  endecasílabo,  premiado  por  la  Real  Academia  Española, 
en  Junta  que  celebró  en  el  día  22  de  Junio  de  1779,  y  segundo 
concurso  después  de  la  creación  de  la  Academia. 

Un  ánimo  constante 

Es  acreedor  del  cielo  á  los  auxilios. 

Desciende  en  mi  favor  del  alto  cielo, 
Tii,  que  demuestras  en  el  vate  argivo 
El  verso  digno  de  cantar  las  guerras 
Y  hazañas  cíe  monarcas  y  caudillos, 

Y  dime  ¡oh  musa!  cómo  conquistaron, 
Siendo  su  tutelar  el  cielo  mismo. 

Los  Católicos  Beyes  el  emporio 

En  donde  muere  el  Darro  cristalino. 

Apenas  este  numen  á  la  tierra 
Mostró  serenos  sus  azules  visos, 
A  los  espacios  del  luciente  Toro 
Trasladando  del  sol  el  domicilio, 

Y  á  la  más  fértil  estación  del  año 
Comenzó  á  enriquecer  con  su  rocío, 
Tributando  al  Abril  flores  el  prado. 
Música  el  ave  y  danzas  el  ejido, 

Cuando  á  España  sus  ecos  dirigiendo, 
«Tiempo  es,  prorumpe,  ya  de  que  tus  hijos 
Sacudan  de  una  vez  el  torj^e  yugo. 
Pues  se  cumplieron  los  decretos  míos.» 

Dijo  el  cielo,  y  España,  á  sus  acentos. 
Dando  treguas  al  triste  parasismo, 
De  sus  hijos  la  cólera  provoca. 
Que  ya  en  furor  convierten  el  conflicto. 

La  corte  de  Boabdil  sombras  errantes 
Alteran  entre  tanto,  interrumpido 
El  nocturno  silencio,  y  de  sus  muros 
Se  lanzan  melancólicos  suspiros. 

«¡Ay,  Granada,  de  tí!»,  se  oye  que  dicen 
Los  agarenos  manes,  y  al  bramido 
Del  aquilón  soberbio  corresponden 
De  infaustas  aves  agoreros  picos. 

Todo  es  horror,  y  no  de  la  tragedia 
Se  engañan  los  terribles  vaticinios. 
Cuando  ya  de  la  España  sobre  el  moro 
Brillan  desnudos  los  aceros  limpios. 

Buscan  los  ricos-hombres,  presurosos, 
Al  prudente  Consejo,  que  advertido 
Del  celestial  favor  que  los  anima, 
Su  influjo  ofrece  unir  con  el  divino. 


584  DON  JOSÉ  MARÍA  VACA  DE 

Era  el  anciano  de  agradable  aspecto, 
Larfo  el  cabello,  cano  y  sin  aliño, 
Arrue:ada  la  piel,  vivos  los  ojos. 
Pronto  á  escuchar,  y  en  resolver  prolijo  ; 

Ya  tardo,  ya  veloz  su  movimiento. 
Afable  en  trato  y  en  hablar  medido, 
Un  báculo  una  mano  manejaba. 
Otra  una  antorcha  de  esplendtir  continuo. 

Del  pecho  separó  la  inculta  barba, 
T  miró  al  ciclo  con  fervor  activo; 
Sin  desplegar  los  labios ,  se  resuelve ; 
Parte  y  lleva  los  proceres  consigo; 

Entra  en  Sevilla,  toca  los  umbrales 
Del  real  palacio,  llega  al  trono  digno 
De  Isabel  y  Fernando  y  les  acuerda 
Sus  alientos  con  ecos  persuasivos, 

«Príncipes,  dice,  padres  de  la  patria, 
Augustos  siempre ,  triunfadores  píos , 
A  cuyo  esfuerzo  la  indomable  Europa, 
El  mundo  todo  es  ámbito  sucinto; 

«España,  esa  matrona  portentosa. 
Que  todo  el  orbe  suspendió  á  prodigios, 
Terror  del  altanero  Ca|)itolio, 
Embeleso  del  celta  y  del  fenicio, 

«Desde  el  dia  que  turbio  el  Guadalete 
(Del  cielo  fué  tan  ejemplar  castigo; 
^1  destruyó  de  España  las  riquezas. 
El  redujo  su  fausto  al  precipicio), 

«Desde  el  momento  en  que  entregó  á  sus  ondas 
La  libertad  de  la  nación  y  el  brillo, 
Que  extinguieron  las  leyes  de  Witiza 
Y  sepultó  el  desorden  de  Kodrigo; 

«Humilde,  resignada,  venerando 
De  la  airada  dt  idad  los  altos  juicios, 
Ante  sus  aras  con  perennes  votos 
Su  corazón  en  lágrimas  deshizo. 

«No  la  engañó  su  tierna  confianza; 
Oyóla  el  cielo,  y  suscitó  propicio 
Los  Pelayos,  los  Jaimes >  los  Alfonsos, 
Los  Fernandos,  Ordoños  y  Eamiros. 

«La  discordia,  de  sierpes  coronada. 
Arroja  en  tanto  su  hálito  nocivo, 
Que  á  la  matrona  enflaqueció  las  fuerzas 
En  sus  reinos  opuestos  y  divisos. 

«El  justo  cielo  (por  aquesta  causa 
DecretaiKlo  pausados  los  alivios) 
De  la  canalla  vil  que  le  oj^rimia 
Permitió  retardar  el  exterminio; 

«Pero  al  volcan  en  que  fabrica  Lémnos 
Las  armas  de  los  dioses  vengativos 
Corrió  Himeneo  y  encendió  la  tea 
Que  á  vuestro  regio  tálamo  previno. 

»Se  aplaude  del  Moncayo  al  Guadarrama 
El  enlace  feliz,  corren  amigos 
El  Ebro  y  Duero,  el  árabe  se  asusta 
Viendo  unirse  á  las  barras  los  castillos. 

«Domasteis  su  altivez,  y  una  mañana 
El  claro  Dios  los  ojos  compasivos 
Tendió  sobre  la  España,  y  esforzado 
Juró  ampararla  por  el  lago  Estigio. 

«Viendo,  al  iluminarla  con  sus  rayos, 
Que  faltaba  el  reflejo  peregrino 
En  la  piedra  mejor  de  su  corona, 
Empañada  del  pérfido  enemigo  ; 

«¿Hasta  cuándo,  deidad  que  así  la  afliges. 
Exclamó  al  cielo,  la  hallarán  mis  gii-os 
En  triste  esclavitud?  /Caben  acaso 
Tantas  iras  en  ánimos  divinos? 

«Ni  hubo  tardanza  ;  condesciende  el  cielo, 
É  inspira  á  España;  España  acude  al  brío 
De  BUS  hijos ;  me  buscan  y  conformes 
A  excitar  vuestro  espíritu  han  venido. 

«Es  tiempo  de  vencer;  vuelve  á  Granada, 
lOh  íYrnandoI  que  ya  contarse  miro 
De  Bulhaxix  (1)  la  casa  en  tus  palacios. 
Las  montañas  del  Sol  (2)  en  tus  dominios. 

«Sus  ágatas  el  alto  Charidemo  (3), 
Genil  su  plata  te  consagra  fino, 

fl^  Rey  moro  de  Granada,  que  ediílcó  el  palacio  real  de  la  Al- 
hambra. 
Q)  Las  Alpuiarras. 
fl)  El  cabo  de  Gata. 


GUZMAN  Y  MANEIQUE. 

Te  ofrece  el  Darro  sus  arenas  de  oro, 

Y  Guadix  sus  ligeros  hipogrifus. 

«Tú  á  disponer  el  orden  de  la  guerra 
[Oh  nieta  invicta  del  augusto  Enricol 
En  Alcalá  te  quedarás  en  tanto 
Que  gloriosa  te  avanzas  al  peligro. 

«No  importa ,  no,  que  el  arrogante  pueblo 
Se  envanezca  de  haberos  resistido 
Tantos  años  ;  vn  ánimo  constante 
Es  acreedor  del  cielo  á  los  auxilios. 

«Valor,  felicidad  y  confianza 
Os  han  de  acompañar;  caiga  ese  altivo 
Coloso  mauritano,  y  en  la  Iberia 
No  suenen  más  del  Alcorán  los  ritos. 

«Clame  Belona ,  y  á  su  voz  horrrenda 
Se  turbe  el  reino  infiel  desde  el  distrito 
Que  Almanzor  baña  hasta  las  sierras  que  orla 
Guadalcntin  con  lazos  cristalinos. 

«Vuestro  el  triunfo  será ,  vuestra  la  gloria ; 
España  va  con  vos,  el  cielo  mismo; 
El  se  interesa  en  vuestro  vencimiento; 
Yo,  que  con  esta  antorcha  os  ilumino...» 

No  acabó  la  razón.  La  confianza 
Se  deja  ver  en  hábito  distinto 
Del  que  otras  veces  la  encubrió,  y  Fernando 
Conoce  el  don  que  al  cielo  ha  merecido. 

Apoyóse  el  Consejo  silencioso 
Sobre  el  cayado,  y  ella  el  pecho  invicto 
Tocó  del  Rey,  diciendo  :  «  En  este  centro. 
Por  orden  de  los  númenes,  asisto.» 

Envuelto  en  una  nube  de  humo  y  polvo, 
Que  dirige  violento  torbellino, 
Todo  cubierto  de  sudor  y  sangre, 
Se  presenta  el  Valor  enardecido; 

Fijó  la  vista  en  el  marcial  congreso, 
Alzó  el  nervioso  brazo  denegrido, 

Y  asiendo  la  real  mano,  «  De  esta  diestra 
Yo  haré  que  tiemble  el  universo»,  dijo. 

Se  transiiarentan  los  dorados  techos, 

Y  aparece,  del  viento  conducido. 

Un  carro  victorioso,  en  que  á  las  llamas 
Imitaban  carbunclos  y  zaíii'os. 

Manifiéstase  en  él  el  sacro  bulto 
De  la  Felicidad,  que  de  improviso 
Depuso  el  caduceo  y  cornucopia, 

Y  así  de  todos  la  atención  previno. 
Llevó  la  blanca  mano  con  presteza 

Al  seno  virginal,  de  cuyo  archivo 
Sacando  con  risueñas  expresiones 
Frondosos  ramos  de  laurel  y  mirto, 

«Tejed,  dice  del  séquito  á  los  genios, 
Tejed  coronas  de  marcial  estilo 
A  Isabel  y  Fernando,  cuyas  sienes 
Me  manda  orlar  el  soberano  Olimpo. » 

Así  los  tres  hablaron ,  y  Fernando 
No  esperó  más.  «  El  cielo  obedecido 
Sea,  dijo,  celtíberos  valientes  ; 
Que  yo  estoy  con  vosotros,  y  él  conmigo.» 

«Yo  me  pondré  á  la  frente  de  mis  tropas, 
Isabel  prorumpió;  yo  en  el  designio 
Empeñaré  á  mis  vándalos  guerreros, 
Yo  armaré  de  furor  mis  numantinos.» 

Llena  en  tanto  las  márgenes  del  Bétis 
La  hispana  juventud,  como  en  estío 
Negro  escuadrón  de  próvidas  hormigas 
Corre  á  sus  cuevas  con  el  rubio  trigo. 

El  valiente  extremeño,  el  castellano 
Se  apresta,  y  de  Cantabria  lo  florido. 
Los  que  habitan  del  Júcar  las  orillas. 
Los  de  Idubeda  y  Puerto  Brigantino; 

Murcia ,  abundante  en  piedras  y  metales, 
Córdoba,  rica  en  fértiles  olivos. 
Las  comarcas  del  Turia  y  Grande  Ibero, 

Y  la  que  riega  el  Tórmes  fugitivo; 
Y  tú,  del  mar  señora,  que  recibes 

Nombre  y  ser  del  magnánimo  Barkino, 
Diste  también  á  tus  amados  reyes 
Soldados  valerosos  y  escogidos; 

Ni  yo,  ingxato  á  la  cuna  y  monumento 
De  mis  mayores,  al  silencio  rindo 
lOh  madre  de  héroes,  imperial  Toledo! 
El  bélico  furor  de  tus  patricios. 


I 


ROMANCE  ENDECASfLABO. 


285 


Al  Consejo  los  Reyes  y  sns  tropas 
Siguen,  y  llevan  al  Valor  consigo, 
Que  asistiendo  á  la  diestra  de  Fernando, 
Influye  en  todos  vengador  y  activo. 

Así  volviendo  á  la  ciudad  de  Alcídes 
La  espalda  ufanos,  en  sus  pechos  mismos 
Trocaba  la  apacible  confianza 
El  horror  de  la  lid  en  regocijo. 

Corta  los  vientos  y  su  furia  enfrena, 
Templa  el  extremo  del  calor  y  el  frió, 

Y  abre  sendas,  con  todos  halagüeña, 
La  alma  Felicidad  por  el  camino. 

Así  encontró  al  ejército  brioso 
Tercera  vez  la  aurora;  mas  no  quiso 
Volver  al  mar  el  hijo  de  Latona 
Sin  mostrarle  el  objeto  apetecido. 

De  Granada  se  ven  los  chai)ite]es, 

Y  el  gran  Villcna  (1)  dice  :  «Ya  diviso 

A  Granada.  ¡Granada!»  Y  por  las  tropas 
Se  oye  «¡Granada!»)  repetir  á  gritos. 

Llegaron  á  unos  plácidos  lugares, 
Amenos  prados,  cuj'O  dulce  hechizo. 
Formado  de  placeres  inocentes. 
Es  poderoso  imán  de  los  sentidos. 

Imitando  de  la  hija  de  Taumántes, 
Opuesta  al  sol,  mil  varios  coloridos, 
Su  suelo  esmaltan  la  morada  viola. 
El  clavel  rojo  y  los  azules  lirios; 

Febo  aumenta  su  luz  mientras  las  auras 
Se  enriquecen  con  ámbai'es  distintos; 
Chupa  la  tior  la  abeja  laboriosa 

Y  rumian  los  ganados  el  tomillo ; 
En  los  álamos  verdes  Filomena 

^uelta  la  voz  con  delicados  trinos , 
ítis  la  escucha ,  y  lloran  igualmente 
De  Progne  y  de  Tereo  los  delitos. 

Hay  una  sierra  á  que  la  blanca  nieve 
Está  siempre  oprimiendo  (los  antiguos 
Soloria  la  llamaron),  cuyas  puntas 
Esconderse  en  la  esfera  han  presumido. 

Sus  altas  cumbres ,  célebre  atalaya 
Del  mar  de  España  y  clima  berlierisco, 
Demuestran  dos  lagunas  insondables, 
Cuna  del  más  dichoso  de  los  rios. 

Nace  de  ellas  Genil,  y  despeñado, 
Eápido  corre  hasta  amansar  su  giro 
En  esta  vega  deleitosa,  en  donde 
Se  ve  de  bellas  náyades  servido. 

Filodoce,  la  ninfa  más  gallarda, 
Salió  acaso  á  su  orilla  y  divertido 
El  pensamiento  tuvo  en  los  arroyos. 
Que  hacia  ella  corren  entre  grama  y  guijo; 

Vio  y  conoció  las  armas  españolas, 

Y  arrójase  al  cristal  con  el  designio 
De  avisar  á  su  dueño,  más  ansiosa 
Que  en  otro  tiempo  el  infeliz  Narciso. 

Suenan  las  aguas  con  el  golpe  y  mueven 
De  tersa  espuma  blancos  remolinos. 
En  tanto  que  Genil  sacó  la  frente. 
Ceñida  de  amarantos  y  carrizos. 

Puso  los  pies  en  la  cerúlea  concha, 
Que  le  sirvió  de  asiento,  y  conocido 
El  gran  monarca  que  su  margen  pisa, 
Alzó  al  cielo  las  manos  y  asi  dijo  : 

«¿Veniste,  en  ñn,  conquistador  famoso? 
I  Oh  causa  digna  del  anhelo  miol 
¿Veniste  ya  á  vencer  ?  ¿  Que  á  tí  triunfante 
He  de  ver,  y  al  alárabe  rendido  ? 

))Sí,  Fernando;  sí,  rey;  así  lo  ordena 
El  ciclo  santo,  que  su  voz  lo  ha  dicho; 
Yo  lo  oí,  que  en  mis  sierras  resonaba, 

Y  en  las  cuevas  también  de  mi  retiro. 
))No  más,  no  más  que  mis  arenas  pura8 

Manche  la  torpe  huella,  no  el  impío 
Descendiente  de  Agar  lave  su  cuerpo 
En  el  cristal  que  te  consagro  limpio. 

))Cantad,  ninfas,  tañed,  y  á  manos  llenas 
Dad  flores  á  tu  huésped  ;  no  indecisos 
Estén  los  lauros  de  mi  fresca  orilla ; 
Desgajadlos,  oh  ninfas,  y  rendidlos.» 

(1)  Don  Diego  Pacheco,  marqués  de  Villena. 


Bajaba  ya  la  noche  silenciosa , 
Cerca  estaba  Granada ,  y  para  el  sitio 
Manda  sentar  sus  reales  el  Monarca, 
Del  celoso  Consejo  persuadido; 

Pero  en  lo  más  profundo  de  las  sombras 
Juzgó  llenaba  de  esplendor  divino 
Una  beldad  su  tienda  y  que  le  hablaba, 
Ni  bien  despierto  estando,  ni  dormido. 

Era  hermosa  en  extremo,  aunque  sus  ojos 
Cubre  un  cendal  más  blanco  que  el  armiño, 

Y  en  sus  manos  llevaba,  misteriosa, 
Oñ-enda  celestial  de  pan  y  vino. 

«Yo  soy  la  Fe,  le  dice,  á  quien  conoce; 
Yo  cautivé  tu  religioso  oido; 
El  cielo  manda  que  en  la  heroica  España 
Acabe  de  tener  mi  trono  fijo. 

))De  tí  fia  la  acción;  cúmplela,  y  funda 
En  este  dichosísimo  distrito 
Una  ciudad,  que  con  mi  nombre  alcance 
De  su  deidad  el  alto  patrocinio.» 

Desaparece,  y  de  Titon  la  esposa 
Apenas  el  ejército  lucido 
De  las  estrellas  ahuyentaba,  cuando 
Así  <lió  á  su  razón  principio  : 

«Ya ,  vasallos ,  las  órdenes  del  cielo 
Fuei'za  es  cumplir;  la  fe  que  he  ivcibido 
En  la  sagrada  fuente  me  estimula 
A  hacerla  de  mi  vida  sacrificio. 

«Bien  que  vuestro  valor  y  confianza, 
Si  tan  grandes  promesas  examino. 
Nos  están  aclamando  vencedores 
Del  fiero  orgullo  que  á  postrar  veniínos. 

»A1  arma ,  pues ,  y  ocúpense  los  montes 
Que  á  esta  fértil  llaniira  están  vecinos  ; 
Parte,  oh  Villena,  y  la  altivez  humilla 
Que  abrigan  las  entrañas  de  esos  riscos.» 

Dijo;  y  el  gran  Pacheco  acelerado 
Camina,  y  cual  el  lobo  enfurecido 
Turba  el  rebaño  que  en  callada  noche 
Reposa  descuidado  en  el  aprisco, 

Se  avanza  y  de  las  pérfidas  aldeas 
Abrasa  los  humildes  edificios; 
Tembló  la  capital ,  abrió  sus  puertas 

Y  opuso  sus  alarbes  vengativos ; 

Pero  Fernando,  en  cuyo  sacro  escudo 
Se  rompen  los  alfanges  enemigos, 
Desbaratando  la  defensa  débil. 
La  volvió  á  contener  en  su  recinto. 

Cunde  el  pavor  en  toda  la  comarca, 

Y  los  soldados  por  el  monte  unidos 
Queman  los  pueblos,  y  á  las  tiendas  vuelven, 
Llenos  de  honor  y  de  despojos  ricos. 

Viene  Isabela,  del  Valor  llamada, 

Y  al  hollar  el  terreno  granadino, 
«Salve,  repite,  centro  delicioso 
De  dulce  vida  y  de  placer  elisio. 

,  ))Ya  antes  os  vi;  no  es,  campos  de  Granada, 
Esta  la  vez  primera  que  os  admiro; 
Ya  os  vi  citando  quedó  con  sangre  humana 
De  vuestras  fuentes  el  raudal  teñido; 

))Y  aunque  ahora  con  mis  hijos,  con  mi  esposo, 
En  no  ajiartarme  hasta  triunfar  insisto, 
Premiando  el  cielo  mi  constancia,  espero. 
Sin  llamar  á  las  Parcas,  conseguirlo. 

»E1  cielo  hará,  piadoso  con  los  hombres, 
Que  sin  el  duro  corte  de  sus  filos 
Rinda  el  monarca  bárbaro  su  imperio, 

Y  España  vuelva  en  sí  de  su  deliquio. » 
Entonces  el  Consejo,  diligente, 

En  alas  de  su  esfuerzo  conducido, 
A  Granada  camina,  donde  expone 
Así  á  Boabdil  sus  útiles  avisos  : 

«Huj^e,  hijo  de  Albohacen,  huye  de  España; 
A  África  busca  y  á  los  mares  libios, 
A  las  faldas  te  acoge  del  robusto 
Atlante,  coronado  de  altos  pinos; 

»0  bien  A  esos  dos  héroes  (respetando 
Del  cielo  santo  el  inmortal  edicto) 
Cede  el  laurel  y  su  favor  implora, 
Aquel  favor  que  admiran  los  rendidos. 

»Yo  vi ,  yo  vi  al  Valor  siempre  á  su  lado. 
Yo  á  la  Felicidad  también  he  visto 


286 


DON  JOSÉ  MARÍA  VACA  DE  GÜZMAÍT  T  MANRIQUE. 


Volver  la  espalda  &  tu  infelice  solio; 
Contra  tí  ol  ckIo  está,  teme  su  juicio. 

))É1  hizo  descender  la  confianza 
A  las  armas  de  España,  y  al  presidio 
De  Santa- Fe  se  acogen ,  que  en  tus  tierras 
Levantan  ya  los  españoles  mismos. 

))De  allí  no  faltaián  (que  son  constantes 

Y  religiosos  son)  hasta  rendiros 
A  la  penosa  angustia  del  asedio 

O  al  destrozo  sangi-iento  del  cuchillo.» 

Discurrió  un  sudor  frió  por  los  miembros 
Del  j\Ionarca  á  esta  voz  ;  lloró  cautivos 
Sus  vasallos  en  traficas  refriegas , 
T  vio  en  sus  torres  ya  á  sus  enemigos. 

Ríndese  á  tantos  males,  y  llamando 
A  Abulcacin,  su  alcaide,  «Al  fin  perdimos 
Nuestro  reino,  le  dice,  y  nuestra  patria. 
|0h  patria,  oh  compañeros,  oh  destino! 

))/  Cobré  para  esto  el  usurpado  trono? 
¡Cuánto  mejor,  ilustres  gi-anadinos, 
Hubiera  sido  que  Abohardil  (1)  reina.se, 
Aunque  perverso,  aunque  traidor  é  inicuo! 

))¡ Cuánto  mejor  que  él,  que  manchó  su  fama 
Con  el  crimen  de  injusto  fratricidio, 
Derram.ase,  enemigo  de  su  sangi-e, 
Junta  C(in  la  del  padre  la  del  hijo! 

«¡Cuánto  mejor...  Mas  ¡ay  que  ya  no  es  tiempo 
De  tanta  reflexión!  Ya  es  desvarío 
No  ceder  á  la  fuerza;  el  oponerse 
Ya  no  será  valor,  sino  delirio. 

))Escucba,  Abulcacin,  lo  que  te  manda 
Tu  señor  y  tu  rey,  Boabdil,  tu  amigo; 
No  lo  perdamos  todo;  vé  á  Fernando 

Y  dile...  me  estremezco  al  pro'ferirlo. 

))Di  á  Isabel  que  á  sus  armas  invencibles 
Granada  se  rindió.  Busca  el  partido 
Más  ventajoso  á  tu  infelice  patria; 
El  cielo  es  el  autor,  yo  su  ministro. » 

Diciendo  aquestas  últimas  palabras, 
La  cabeza  inclinó,  y  por  el  vestido 
Viendo  correr  las  lágrimas  amargas, 
Se  oyó  de  los  vasallos  un  suspiro. 

Parte  el  alcaide  á  Santa-Fe,  y  Fernando 
Con  blanda  condición,  rostro  benigno 
Le  recibe,  y  remite  sus  propuestas 
A  dos  que  la  prudencia  ha  distinguido. 

Hernán  de  Zafra,  eterno  á  las  edades, 

Y  Gonzalo  de  Córdoba  el  invicto. 

Que  de  Gran  Capitán  alcanzó  el  nombre 
Sobre  Alejandros,  Héctores  y  Pirros, 

Trataron  algún  tiempo  los  conciertos , 
Que  al  fin  las  partes  juran  por  escrito, 
Del  vencedor  precioso  monumento. 
Modelo  de  piedad  con  el  vencido. 

Alégrase  Boabdil  de  los  tratados, 

Y  los  suyo?  con  él;  pero  atrevido, 
El  insano  Furor  con  torpe  insulto 
Amotinó  los  ánimos  triinquilos, 

Y  puntas  mil  flechando  envenenadas 
Con  zumo  del  eléboro  nocivo, 
Que  la  Nevada  Sierra  le  aprontaba, 
Su  corazón  en  llamas  convertido, 

Turbios  los  ojos,  pálido  el  semblante, 
Los  labios  entre  espumas  mal  distintos, 
Erizado  el  cabello  y  rechinando 
Los  horrorosos  dientes  denegridos, 

La  ciudad  corre  en  torno;  ya  blasfema, 
Ya  hiere  el  pecho  á  golpes  repetidos , 
Ya  rasga  las  inmimdas  vestiduras, 

Y  así  delira  el  bárbaro  prodigio  : 

«¿Qué  demencia,  no  ya  moros  valientes, 
Torpes  hijos  del  ocio,  qué  maligno 
Espíritu  os  gobierna?  ¿Qué  letargo 
Os  pone  de  vosotros  en  olvido  ? 

«i Oh  vil  generación!  ¿y  sois  vosotros 
Los  fieros  é  indomables?  ¿Producidos 
Sois  de  aquellos  varones  generosos 
Que  rindieron  de  España  el  poderío? 

))¿Vo8  sois  de  aquellos  moros  descendientes 

(I)  Rey  moro  de  r.ranada,  üo  de  Boabdil,  henuano  de  Albo- 
baccD, 


Que  Junquera  admiró,  de  aquellos  mismos 
Que  dieron  muerte  á  Aznar,  que  á  las  iglesias 
Quitaron  sus  Hermogios  y  Dulcidlos, 

«Destroz.aron  sus  reyes,  y  á  la  Ceca 
Con  denuedo  trajeron  inaudito 
De  su  apóstol  los  cóncavos  metales, 
Que  en  lámparas  quedaron  convertidos  ? 

))¿Y  tú,  Boabdil,  de  la  nación  afrenta. 
Asi  tu  patria  entregas?  No  imagino 
Que  humanos  pechos ;  ponzoñosa  sierpe 
Te  coíividó  con  su  aliento  á  silbos. 

))Los  Ismaeles,  Muleyes  y  Levines  (2) 
No  así  el  trono  trataron.  Al  indigno 
Sucesor  deponed,  árab'  s  nobles, 
Que  al  nazareno  vil  quiere  abatiros. 

))¿  Pensáis  que  guarden  los  sagrados  pactoaf 
¿No  advertís  su  doblez,  .sus  artificios? 
¿Juzgáis  no  vengarán  su  yerta  sangi-e? 
¡Oh,  cómo  os  burlarán  los  fementidos! 

))0s  robarán  esposas  y  tesoros , 
Degollarán  los  inocentes  niños, 
Las  agarenas  vírgenes  honestas 
Víctimas  han  de  ser  de  su  apetito. 

))Ya  el  espantoso  son  de  las  cadenas 
Que  os  harán  an-astrar,  los  duros  grillos 
Que  á  los  pies  llevaréis,  vuestros  lamentos 
Escucho  resonar  en  mis  oídos. 

))Veo  la  sangre  mora  derramada, 
El  baldón  del  Profeta  (me  horrorizo). 
El  oprobio,  el  infame  abatimiento. 
La  infausta  esclavitud,  el  cruel  martirio.» 

No  habló  más ;  contra  el  Rey  clama  la  plebe, 
La  confianza  le  templó;  imprevisto 
Llegó  el  Valor,  y  al  monstruo  sedicioso 
Lanzó  al  averno,  del  cabello  asido. 

« i  Quién  eres ,  huésped?  ¿  Qué  fatales  casos 
A  la  región  del  llanto  te  han  traído? », 
La  negra  Juno  preguntó,  y  él  luego, 
Hablando  así,  sus  dudas  satisfizo  : 

«Pues  el  dolor,  oh  reina,  inexplicable 
Me  mandas  renovar  de  haber  perdido 
En  la  alta  montaña,  á  impulso  de  los  godos, 
Las  lunas  africanas  el  dominio, 

))Escucha  en  breve  el  último  trabajo 
Que  van  á  padecer,  aunque  al  decirlo 
Se  estremezca  la  mente,  aunque  tu  imperio 
Gima  al  horror  que  absorto  le  anticipo. 

))Yace  cerca  de  üíberis ,  exenta 
De  los  rayos  del  sol  y  sorda  al  ruido 
De  hombres  y  fieras ,  una  cueva  oscura , 
Que  cueva  fué  del  nigi'omante  antiguo; 

))Gar  en  idioma  arábigo  se  nombra, 

Y  los  soldados  de  Tarif,  unido 

El  vocablo  al  de  A'afa ,  patria  suya. 
Así  al  pueblo  llamaron  que  describo. 

«Pobláronle  y  metrópoli  erigióse 
De  un  opulento  reino;  fué  temido 
El  nombre  de  Granada  por  el  orbe ; 
Fué,  pero  ya  su  pompa  se  deshizo. 

))Está  impreso  en  la  mente  soberana 
Que  abusó  del  poder,  y  el  infinito 
Distribuidor  de  bienes  y  de  males 
No  olvida,  aunque  retarde  los  castigos. 

))¡0h,  con  cuánto  pavor  á  la  memoria 
Se  me  ofrece  la  voz  de  un  adivino, 
Que  en  la  invasión  de  Zahara  ignominiosa  (3) 
El  triste  fin  de  la  nación  predijo! 

«Encendióse  Aragón,  ai-dió  Castilla, 
Rugió  feroz,  injustamente  herido. 
El  león  de  España,  y  vióse  en  aquel  tiempo 
Fernando  de  sus  tropas  por  caudillo. 

«Ríndese  Alhama ,  y  solicita  en  vano 
Recuperarla  el  sarraceno  brío; 
Cayó  por  tierra  el,  Septenil  famoso, 

Y  destroz.aron  á  Alora  sus  tiros. 

«Se  entregó  Ronda,  se  entregó  MarbeHa, 
Cambil  y  Albahar  postraron  sus  castillos, 
Moclin,  Illora,  Loja,  Zagra,  Baños, 
Bentome  y  Velez  yacen  oprimidos. 

(2)  Revés  moros  de  Granada. 
(5)  Auo  de  1481. 


ENDECASÍLABOS. 


287 


«Ceden  Vera,  Guadis,  Baza,  Almería, 
Salobreña,  Almuñécar,  donde  el  tirio 
Ambicioso  homicida  de  Siqueo 
A  Axis,  ciudad  antigua,  dio  principio. 

))Ya  los  ásperos  montes  de  Axarquía  (1) 
Las  derrotas  no  ven  del  enemigo; 
Ya  Gibralfaro  (2)  á  Málaga  la  excelsa 
Mira  ocupada,  y  al  Zegrí  (3)  cautivo. 

))Como  en  mar  borrascoso  la  alta  roca, 
Contrastando  el  embate  repetido 
De  altivas  olas  y  fiiriosos  vientos, 
Inmóvil  burla  su  tesón  continuo; 

))Así  Granada  resistió  diez  años 
A  esos  reyes;  mas  ellos  han  sabido 
Oponer  á  esta  noble  resistencia 
La  constancia,  su  heroico  distintivo, 

))Del  cielo  descendió  la  Confianza, 

Y  aun  no  ha  corrido  el  sol  los  doce  signos 
Después  que  de  Sevilla  nuevamente 
Partieron,  empeñados  en  el  sitio. 

))No  levantarle  hasta  vencer  intentan; 
Mas  ya  el  árabe  (afrenta  es  referirlo) 
La  ciudad  rinde,  clamo  yo,  y  me  arroja 
Aquí  el  Valor,  porque  á  la  plebe  irrito.» 

Dijo  el  Furor,  y  los  tartáreos  genios 
A  la  espalda  los  brazos  del  vestiglo 
Ligan  con  cien  cadenas,  aumentando 
El  infernal  horror  sus  alaridos. 

Boabdil  en  tanto  con  preciosos  dones 
De  cimitarras,  jaeces  y  castizos 
Hijos  del  Bétis  á  Fernando  aplaca ; 
Le  llama  y  le  recibe  en  el  camino. 

Arrójase  á  sus  plantas;  «Tuyos  somos, 
Tuya  es  Granada,  dice  ;  el  cielo  quiso 
Hacerte  vencedor,  la  Confianza 
Me  anunció  tu  clemencia ,  y  á  ella  aspiro. » 

Ya  dos  auroras  el  sañudo  Enero 
Numeraba,  y  los  jeques  (4)  distinguidos 
Del  pueblo  de  Ismael  borrar  mandaron 
De  la  egira  (o)  el  fatal  día  impropicio. 

Las  llaves  tomó  el  Rey  y  entró  en  la  Alhambra. 
Acuérdame  su  triunfo  esclarecido, 
Caliope  heroica,  y  más  divino  fuego 
Díba  á  tu  inspiración  el  plectro  tibio. 

Eayarcn  cuatro  soles,  y  ostentoso 
El  público  aparato  se  previno; 
Adornaron  las  torres  los  pendones, 

Y  creció  en  Bibai-rambla  el  fiel  bullicio. 

El  Eey,  la  Eeina,  el  Príncipe,  los  gi-andes, 
Los  infanzones  nobles  y  aguerridos, 
Depuestas  ya  las  túnicas  de  Palas , 
Visten  de  Adonis  galas  y  atavíos. 

Oro,  perlas,  crisólitos,  topacios, 
Diamantes,  granas  y  plumajes  rizos 
A  Oñr  retratan,  al  Oriente  copian, 

Y  desdeñan  las  púrpuras  de  Tiro. 
Trocóse  el  son  del  parche  en  melodías, 

Y  la  algazara  pavorosa  en  himnos  ; 
El  cañón,  antes  lengua  de  la  muerte, 
De  salvas  puebla  el  ámbito  festivo. 

En  los  templos  el  cielo  los  inciensos 
Afable  recibió;  voló  al  empíreo 
La  Confianza,  y  coronó  á  los  Reyes 
El  Valor  con  pacíficos  olivos. 

Enjugó  España  el  llanto,  bendijeron 
Sus  príncipes  al  cielo,  agradecidos, 

Y  la  Felicidad  juró  á  este  numen 
No  separar  del  trono  sus  oficios. 

Cayó  el  cetro  fatal  de  Proserpina, 

Y  al  triste  golpe  retumbó  el  abismo; 
Maltrataron  las  furias  sus  cabellos. 
Ladró  el  Cerbero  y  se  irritó  el  Cocito; 

Rodó  del  hombro  á  Sísifo  el  peñasco 
Sin  subir  á  la  cumbre ,  y  miró  Ticio 
Sus  sangrientas  entrañas  palpitantes 
Del  buitre  detenidas  en  el  pico. 

(1)  Montes  de  Málaga,  que  vulgarmente  llaman  aquellos  natura- 
les las  Axarquias. 

(2)  Fortaleza  célebre  de  la  misma  ciudad. 

(3)  Capitán  moro. 

(1)  Los  m;is  ancianos  y  autorizados  de  cada  generación. 
{o)  Principio  de  la  cuenta  de  los  árabes. 


Así,  oh  Reyes  Católicos,  triunfasteis; 
Cuyo  excelso  renombre  os  dejó  escritos 
La  sagrada  ciudad  de  siete  montes 
En  la  memoria  eterna  de  los  siglos. 


LA  FELICIDAD. 

Poema  enviado  A  la  Real  Sociedad  Económica  de  Amigos  del  Pafs 
de  la  ciudad  de  Granuda  ,  por  comisión  de  ésta ,  para  que  so  le- 
yese en  ella  ,  el  dia  2(i  de  Enero  de  1781,  en  que  se  publicaron 
los  premios  distribuidos  entre  los  [¡rolesores  y  discípulos  de  la 
escuela  de  diseño. 

Non  erit  lahoris  fugilans  vir 
implcl  honeum. 

(Hesiod.,  Georg.,  lib.  n.) 

Yo,  aquel  que  en  otro  tiempo,  los  triunfantes 
Católicos  Monarcas  celebrando. 
Canté  los  destrozados  eslabones 
De  Agar  en  la  metrópoli  del  austro  (0); 

De  aquellos  padres  de  la  patria  ahora 
Al  más  ínclito  nieto  derivado, 
El  mismo  influjo  en  el  emporio  mismo, 
Feliz  admiro  y  obediente  canto. 

Aparta,  heroica  musa,  de  mi  oido 
El  marcial  eco  que  aun  parece  alcanzo 
Del  ronco  parche,  y  el  metal  horrendo. 
Cuyos  rumores  trasladaste  al  labio; 

Y  con  plectro  más  dulce  y  apacible 
Haz  ver  al  mundo  el  floreciente  estado 
Que  ha  merecido  la  inmortal  Granada 
A  los  auspicios  del  augusto  Carlos. 

Gozaban  de  su  eterna  primavera. 
En  paz  dichosa,  los  elisios  campos, 
A  tiempo  que  oprimía  á  los  mortales 
La  estación  dura  del  invierno  cano. 

Cuando  de  aquel  afortunado  clima 
Las  celestiales  bóvedas  sonaron. 
Gimieron  las  cavernas,  y  poblóse 
De  resplandores  el  inmenso  espacio. 

Aquel  monstruo  de  lenguas  y  de  plumas, 
De  Titán  y  la  tierra  procreado. 
Parando  el  vuelo  rápido  en  las  cimas 
Que  descollaban  de  los  montes  altos, 

Tres  veces  animó  trompa  sonora, 
Y  otras  tantas  produjo  el  común  pasmo; 
Todos  á  un  tiempo  aguardan  la  noticia 
Del  mimen ,  su  venida  y  aparato. 

La  Fama  entonces  separó,  imperiosa, 
A  Apeles,  Nicias,  Zéuxis  y  Parrasio, 
A  Dinócrates,  Dédalo  y  Vitrubio, 
A  Fidias,  Praxitéles  y  Agesandro; 

Y  esforzando  la  voz,  con  que  igualmente 
Publica  las  proezas  y  los  daños, 
Cii'cundada  de  nubes  su  cabeza. 

Así  captó  la  admiración  cantando  : 

Almas  nobles ,  dichosos  habitantes 
De  la  inmortal  región,  ceda  el  espanto 
De  mi  venida  al  júbilo  que  espero 
De  la  nueva  feliz  que  voy  á  daros. 

De  España  timbres  han  de  ser,  oídme; 
Pero  séame  lícito  entre  tanto 
Pintar  su  decadencia,  porque  puedan, 
En  más  oposición,  lucir  más  claros. 

La  alma  Felicidad  (7),  aquella  misma 
Que  al  trono  de  Isabel  y  de  Fernando, 
De  Granada  expelido  el  sarraceno. 
Su  asistencia  ofreció,  juró  su  amparo, 

De  tal  manera  la  dorada  copa. 
En  cumplimiento  del  eterno  pacto, 
Llenó  después  del  néctar  delicioso 
Con  que  brindaba  á  reyes  y  vasallos, 

Que  la  España,  entregada  á  sus  dulzuras. 
Se  adormeció  al  arrullo  de  este  encanto. 
Sólo  la  brillantez  fué  su  atractivo. 
Su  imán  el  ocio,  su  ídolo  el  descanso. 


(6)  P>omance  endecasílabo  del  autor,  con  el  título  de  Granada 
rendida,  que  consiguió  eJ  premio  de  poesía  por  la  Real  Academia 
Española,  en  el  concurso  del  año  de  1779. 

i'i  Personaje  alegórico,  introducido  en  aquella  obra,  el  cual  al 
fin  de  la  acción  Jura  no  separarse  del  trono  de  los  Reyes  Católicos, 


288  DON  JOSÉ  MAEÍA  VACA  DE 

Fastidiada  de  lides  y  victorias, 
El  coral  de  sus  venas  derramado, 
Sólo  pensó  en  curar  tantas  heridas 
Con  el  bálsamo  suave  del  halago. 

Viendo  que  al  sol  del  español  dominio 
No  era  posible  separar  sus  rayos, 
Ni  teme  aborte  ejórcitos  la  tierra, 
Ni  que  escuadras  vomite  el  Océano. 

Inútil  ya  juzgaba  renaciesen 
Los  Colones,  Cortóses  y  Pizarros; 
Todo  el  mundo  era  suyo,  y  satisfecha. 
Las  lágrimas  culpaba  de  Alejandro. 

¡Con  qué  serenidad,  con  qué  indolencia 
Mira  los  cxtranjoi-os  artefactos! 
I  Con  cuánta  indiferencia  detestable 
Oye  dicterios  y  tolera  agravios! 

Desde  el  solio  de  su  ínclita  grandeza, 
Insensible  al  continuo  menoscabo, 
Sólo  mirar  correr,  la  divertia, 
Arroyos  de  oro  al  clima  más  extraño. 

I  Oh  infiel  Felicidad!  Pero  ¿qué  digo? 
Don  eres  de  que  abusan  los  humanos; 
Del  hombre  esclavas  han  de  ser  las  dichas. 
No  el  hombre  de  ellas  ha  de  ser  esclavo. 

¿  Qué  culpa  tuvo  deliciosa  Capua 
De  que  un  famoso  capitán  incauto 
Pudiese  un  tiempo,  coronando  á  Roma, 
Frustrar  las  esperanzas  de  Cartago? 

Suele  al  favor  seguir  el  devaneo, 
A  éste  el  orgullo,  y  al  orgullo  el  fausto; 
La  inacción,  la  pereza  y  el  olvido 
Constituyen  la  escala  del  estrago; 

No  las  riquezas  que  el  sediento  Midas, 
Atabalipa  y  Creso  acumularon , 
Medran  ociosas,  pues  la  trox  no  llena 
Varón,  á  la  vcrdnd ,  que Jutyr clirahajo. 

Así  España,  engreída,  trató,  ingrata, 
A  su  felicidad;  quitóla  el  mando, 
Marchitóla  el  laurel,  rompióla  el  cetro, 
Easgóla  toriDcmente  el  regio  manto; 

Y  así  la  casa  de  Borbon  excelsa 
La  halló  al  pié  de  su  trono,  suspirando 

Y  humedeciendo  con  el  llanto  triste 
A  la  España,  embriagada  entre  sus  brazos. 

jCuán  distinto  á  Felipe  el  Animoso, 
Cuan  distinto  semblante  presentaron 
Estas,  que  en  algún  tiempo  afrenta  fueron 
Del  hábil  griego  y  del  egipcio  sabio! 

Ajada  de  sus  rostros  la  belleza. 
Mudo  el  aliento  y  el  cabello  vago. 
Entregado  el  ropaje  al  desaliño. 
Convertidos  en  silbos  los  ajilausos, 

Una  al  Monarca  articular  apenas 
Puede  favor,  besando  la  real  mano, 

Y  otra  suplica  al  cielo  reverente 
La  tenga  siempre  de  Felipe  al  lado. 

Resonaba  el  lamento  en  las  entrañas 
Del  príncipe  benigno,  y  al  contacto, 
España,  de  su  mano  poderosa, 
Dilató  el  pecho  y  sacudió  el  letargo. 

Del  modo  que  aparece  más  hermosa 
La  faz  luciente  del  planeta  cuarto 
Cuando  disipa,  de  Enlo  asistida, 
El  proceloso  aspecto  del  nublado; 

Así  más  bello  se  ostentó  el  semblante 
De  la  Felicidad  después  del  llanto; 
Restituido  el  color  á  sus  mejillas, 
A  sus  ojos  devuelto  el  agasajo. 

Felipe  de  Borbon,  luego  que  pudo 
Cerrar  el  templo  del  Infronte  Jane, 
No  perdonó  desvelo  ni  fatiga 
Para  cobrar  el  esplendor  ajado. 

Ciencias,  artes,  comercio,  agricultura, 
Industria,  población,  y  todo  cuanto 
Puede  ensalzar  el  nombre  de  un  rey  grande. 
Plantel  fué  opimo  de  su  augusto  brazo  (1). 

Debió  á  Fernando  su  fecundo  riego, 


(1)  Entre  la  varipdad  de  ob¡etos  que  tiene  este  cuarteto,  v  seria 
largo  é  iniportuno  individualizar  en  estas  notas,  no  debe  omitirse 
rjíic  en  1,-)  de  Julio  de  nil  admitió  aquel  monarca  el  provecto  de 
m  estiKMO  publico  de  las  tres  nobles  arles,  creando,  para  que  tu- 
VHisc  electo,  una  junta  preparatoria. 


GUZMAN  T  MANRIQUE. 

Y  vuestras  nobles  artes  los  atrasos 
Resarcir  en  sus  cultas  capitales 

El  celtíbero  (2)  vio  y  el  carpetano  (3), 

Carlos,  en  ñn,  que  desterró  de  Iberia 
El  fiero  horror  de  los  malignos  hados, 
I)ió  el  incremento  á  aquellas  mismas  artes 
Que  hoy  se  coronan  de  inmortales  lauros. 
No  así  en  la  flecha  se  equivoca  el  verse 
Salir  violenta  al  dispararla  el  arco, 
Caminar  por  el  viento,  presurosa, 

Y  herir  segura  en  el  jiropuesto  blanco; 
Como  Carlos  á  un  tiempo  atiende  amante 

A  la  felicidad  de  sus  estados , 
Activo  la  destina  á  sus  provincias. 
Dichoso  logra  en  ellas  su  conato. 

Más  ligera  discurre  que  Atalanta 
Por  las  regiones  del  dominio  hispano; 
No  á  recoger  el  oro  de  Hipoménes, 
Sí  á  repartirle  con  afán  contrario. 

Industriosa  descubre  los  tesoros 
De  Aristeo,  de  Céres  y  de  Baco; 
Promueve  de  Minerva  el  artificio, 
La  espalda  oprime  á  Melicerta  y  Glauco. 

Viola  Granada  entrar  en  sus  campiñas, 
Vergel  de  Flora,  de  Vertumno  ensayo, 

Y  de  estas  sacras  fértiles  estancias 
Perfecto  original  más  que  retrato. 

A  la  sazón  estaba  la  Abundancia 
Sobre  un  florido  césped  reposando, 
Al  son  de  las  corrientes  donde  cede 
Nombre  y  raudal  el  Genil  al  Darro. 

El  perezoso  sueño  descendía 
De  los  Cimerios  montes ;  con  recato 
Abre  la  puerta  de  mariil  y  baña 
Los  bellos  ojos  con  licor  sagrado. 

Aun  más  heiTuosa  cuando  más  dormida, 
A  la  dulce  violencia  rindió  el  brazo, 

Y  el  peso  de  la  fuerte  cornucopia 
Fué  de  la  amable  sujeción  tirano; 

Cayó  en  la  tierra  la  preciosa  insignia, 

Y  en  la  candida  planta  tropezando, 
Despertó  á  la  beldad,  á  quien  sorprenden 
Pérdida,  novedad  y  sobresalto. 

Vierais  allí  las  deshojadas  rosas. 
Vierais  las  azucenas  y  los  nardos 
Llenar  los  aires  de  átomos  fragrantés. 
Poblar  de  nuevos  ámbares  los  prados. 

Sintió  el  jazmín,  armiño  de  las  flores, 
Manchar  su  tez  en  cenagosos  charcos, 

Y  pareció  sonaba  en  los  jacintos 
El  ay  de  su  tragedia  inveterado. 

Surcan  las  ondas  del  Genil  serenas 
Desprendidos  claveles  y  amarantos; 
Las  delicadas  frutas  se  maltratan 
Al  tropiezo  del  tronco  ó  del  peñasco; 

Mas  la  Felicidad  alzó  del  suelo 
(Dándose  á  conocer)  el  rico  vaso, 

Y  habló  de  esta  manera  á  la  Abundancia, 
Saliendo  al  rostro  el  celestial  agi-ado  : 

«Alma  nutriz  de  Jove  omnipotente. 
Divina  isleña,  que  del  suelo  patrio 
Pasando  á  España,  abandonaste  á  Creta 

Y  de  Meliso  el  paternal  regazo; 

))  Depon  el  miedo,  y  no  ele  estos  países 
Solicites  partir,  ocasionando 
Perpetuo  luto  á  ninfas  y  pastores. 
Triste  clamor  á  sátiros  j  faunos; 

))La  vega  de  Granada  eternamente 
Será  tu  regia  corte  ;  no  un  acaso 
Trastorne  tu  agitado  pensamiento; 
Depon  el  miedo  y  oye  mis  presagios. 

))Si  el  gi-anadino  descuidó  tu  culto. 
Si  al  sueño  te  entregó  su  desamparo. 
Si  el  Genil  usurpó,  si  llevó  el  viento 
Las  dulces  prendas  del  verdor  lozano, 

«Tiende  la  vista  y  mira  el  campo  lleno 
De  micses,  flores,  árboles  y  pastos; 


(2)  En  18  de  Setiembre  de  175t  expidió  el  señor  don  Fernan- 
do VI  su  real  (irden  para  crear  y  anlnrizar  en  Zaragoza  un  congre- 
so sobre  los  estudios  de  las  tres  nobles  artes,  el  cual  principio  tu- 
vo aquella  real  academia, 

^3)  Erigió  este  rey  la  de  Madrid,  en  12  de  Abril  de  1752, 


endecasílabos. 


289 


Mira  que  á  sus  ilustres  naturales 
Todavía  el  terreno  está  brindando; 

))A  los  cuales  yo  misma...  mas  aliora 
Verás,  absorta,  el  prodigioso  caso; 
Que  es  débil  el  oido,  y  por  los  ojos 
El  ánimo  se  enciende  menos  tardo.» 

Dice,  y  de  la  dorada  cornucopia 
Una  granada  del  frondoso  tallo 
Asida  saca ,  y  por  resquicio  breve 
Enseña  los  rubíes  de  sus  granos. 

El  fruto  apenas ,  cuya  tierna  vida 
Fué  preservada  del  común  fracaso, 
A  las  auras  mostró  su  flor  hermosa, 
Enrojecida  por  favor  del  Mayo; 

Un  enjambre  de  abejas  por  el  viento 
Vino  á  rondarla  con  susui-ro  blando, 

Y  cada  cual  con  émula  porfía 
El  útil  jugo  laboriosa  extrajo. 

«Descifra,  exclama  la  beldad  confusa, 
Sacra  Felicidad,  estos  arcanos, 
Si  no  es  que  j'a  mi  corazón  pretenda 
Vaticinar  mi  justo  desagravio.» 

«Así  será,  la  nuucia  del  Monarca 
Responde,  y  cobrarás  tu  antiguo  ornato; 
Ya  á  ver  vuelves  el  reino  de  Saturno, 
Ya  ves  el  siglo  de  oro  renacer  dorado. 

))Esta  jurada  reina  de  las  frutas, 
Siendo  blasón ,  es  símbolo  adecuado 
De  esa  ciudad,  soberbia  sucesora 
Del  esjalendor  de  Iliberis  preclaro. 

))Esa  ciudad,  en  nombre  de  su  reino. 
Promete  auxilio  á  los  designios  vastos, 
Que  en  la  mente  de  Carlos  concebidos, 
Es  lo  mismo  que  verse  practicados. 

))  ¿  Ese  escuadrón  ruidoso  no  reparas , 
Que  observó  el  mundo,  por  misterios  altos, 
Depositar  sus  obras  en  la  boca 
Del  divino  Platón,  de  Ambrosio  el  santo? 

))¿No  admiras  esos  voladores  grupos 
De  sus  almenas  descender  zumbando. 
Pararse  en  la  escarlata  de  estas  hojas, 

Y  á  sus  lares  volver  ricos  y  ufanos  ? 
))Geroglífico  son  de  mil  ilustres 

Generosos  patricios  asociados. 

Que  infatigables  en  mi  honor  trabajan. 

Tu  mansión  en  su  reino  contemplando  (1). 

))Tú  misma,  sí,  tú  misma  los  incitas 
Al  lustre  de  la  patria  y  del  Estado; 
Tú  misma  en  tu  dosel,  á  la  real  sombra, 
Capaz  eres  de  unirlos  y  empeñarlos. 

))Fecundo  el  suelo  en  frutos  y  en  ingenios, 
A  influjos  de  su  celo  y  su  cuidado. 
Para  captar  la  admiración  antigua 
Se  deja  ver  del  mundo  en  el  teatro. 

«Apenas  la  puericia  balbirciente 
Deja  las  fajas,  que  ciñó  llorando, 
Cuando  ya  la  destinan  sus  esmeros 
A  que  se  instruya  en  la  invención  de  Cadmo. 

))¡La  misma  sociedad,  oh  ciián  piadosa 
La  elección  de  maestros  toma  á  cargo, 
Que  enseñen  las  más  sólidas  verdades 
Para  subir  al  inmortal  ])alacio!     ' 

))Tú,  de  ambos  sexos  juventud  briosa, 
A  aquel  próvido  cuerpo  guia  el  paso. 
Que  promueve ,  que  premia  en  hoz  y  torno, 
Del  dia  y  de  la  noche  los  trabajos; 

«Sufre,  robusto  joven,  la  inclemencia 
Del  Julio  ardiente  y  del  Diciembre  helado, 
Que  de  esos  vegetales  que  cultivas. 
La  corona  te  labras  con  tus  manos. 

«Madruga,  mujer  fuerte,  deja  el  lecho, 
El  útil  lino  y  el  vellrm  buscando; 
Que  en  tí  será  plausible  lo  que  ha  sido 
Ignominioso  en  Hércules  tebano. 

«Adorno,  abrigo  os  deberá  la  tierra, 

Y  el  mar  de  sus  bajeles  el  resguardo, 
O  bien  al  ancla  el  cáñamo  sujete, 

O  gire  el  lino  por  el  aire  manso. 
«Vestiréis  las  domésticas  paredes, 

(1)  Es  la  figura  de  la  empresa  de  la  Sociedad  una  granada ,  al 
rededor  de  cuya  üur  vuela  un  enjambre  de  abejas. 

í,  Ps.-xvm, 


Poblai-éis  de  tapetes  los  estrados, 

Y  para  el  más  tremendo  sacrificio 
Cubriréis  los  altares  sacrosantos. 

«Sed  envidia  del  china,  el  turco,  el  persa; 
Volved  á  Holanda  sus  lucrosos  fardos; 
Sujetad  en  el  Támcsis  las  naves. 
Con  que  intente  surtiros  el  britano. 

«Tisbe  amorosa,  en  árbol  convertida. 
Pábulo  apronte  al  hilador  gusano. 
Que  esas  mismas  abejas  que  os  retratan 
Su  Jiombo  (2)  enseñarán  al  reptil  bando; 

«Del  carmín  ,  minio,  sil ,  cóccino  y  ocre, 
Más  que  el  asirlo,  el  de  Ceilan  y  el  Afro 
Sabréis  usar,  dictándoos  los  aciertos 
Plinio,  Vitrubio,  Pólux  y  Filandro  (3), 

«Pero  no  (jueda  aquí ;  pasa  adelante 
El  celo  fiel  que  con  razón  aplaudo; 
Elevar  (¡uiere  su  esforzado  vuelo 
A  la  altiva  cerviz  del  Vaticano. 

«Emulo  de  sus  glorias  y  primores, 
Erige  ya  fecundo  seminario. 
Adonde  logren  de  las  tres  hermanas 
Eternizarsu  los  primeros  rasgos. 

«La  divina  pintura,  estatuaria 

Y  sabia  arquitectura  en  igual  lazo 
Tejen  guirnaldas  en  obsequio  digno 

De  quien  fomenta  sus  principios  arduos. 

«Tú,  dibujo,  que  lo  eres  del  buen  gusto, 
No  de  otra  suerte  que  la  luz  de  faros. 
Las  vas  sacando  al  puerto  apetecido. 
Cuando  temieron  el  fatal  naufragio. 

«Tú,  el  lápiz  entregando  á  débil  pulso, 
La  variedad  siguiendo  de  tus  ramos, 
Inventas,  circunscribes  y  bosquejas 
Las  figuras,  los  bustos  y  los  atrios. 

«Por  tí  florecerán  la  anatomía, 
La  geografía,  hidráulica,  astrolabio; 
Por  ti...  pero  por  tí  sabrán  los  hombres; 
A  tí  este  timbre  sin  igual  fué  dado. 

«Publicarán  los  animados  lienzos, 
Al  temple  de  las  tintas  resaltando. 
La  oposición  de  luces  y  de  sombras, 
A  honor  de  España,  del  pincel  milagros. 

«Serán  emulación  esos  alumnos 
De  los  Zúcaros,  Vincis  y  Ticianos; 
Julios  y  Alesios  callará  Tarpeya, 
Timantes  y  Protógenes  Inacho. 

«Alzará  el  Turia  la  cerviz  algosa, 
Dócilmente  rendido  al  entusiasmo 
De  ver  á  sus  Ribaltas  y  Riberas 
Renacer  á  las  márgenes  del  Dauro. 

«Carroños,  Menas,  Céspedes,  Morales, 
Recos,  Coellos,  Valeres,  Ricéis,  Canoa 
Verá  Iliberia,  por  merced  del  cielo. 
Repetirse  en  sus  diestros  ciudadanos; 

«De  Labrador  imitarán  las  frutas. 
Copiarán  las  florestas  de  Arellano, 
Peces  de  Herrera,  lides  de  Toledo, 

Y  de  Murillo  célebres  retratos; 
«Se  gloriará  la  gran  naturaleza 

De  ver  sus  cielos  en  pequeño  espacio. 
Cuanto  la  tierra  cria,  alienta  el  aire 

Y  respira  en  el  piélago  salado. 
«Pero  ni  aquesos  celestiales  orbes 

Con  cinco  zonas  el  poder  ligaron 
Del  arte  noble,  ni  el  terráqueo  globo 
A  los  ti'cs  reinos  suyos  le  contrajo. 

«Las  pasiones  abraza,  las  sujeta 
A  su  jurisdicción,  y  en  breve  cuadro 
Se  retratan,  se  tocan  y  aun  se  excitan 
Del  alma  noble  movimientos  varios. 

«No  asi  eficaz  Demóstenes  persuade, 
No  imita  así  facundo  Homero,  en  tanto 
Que  Rubens,  gran  poeta  de  los  ojos  (4), 

(2)  Es  voz  griega ;  significa  el  zumbido  de  las  abejas,  y  por  ser 
parecido  al  murmurio  que  lormsn,  al  comer  la  hoja,  los  gusanos  de 
seda,  se  dio  a  éstos  el  nombre  de  bombyccs.  Así  lo  sienta,  entre 
otros,  el  erudito  Francisco  Cáscales,  en  sus  Carlas  filológicas, 
decad.2,  episl.  8. 

(3)  Autores  que  prescriben  á  pintores  y  tintoreros  las  reglas  para 
prepararla  purpura. 

(4)  Expresión  de  Lope  de  Vega. 

19 


290 


DON  JOSÉ  MARÍA  VACA  DE  GUZMAN  Y  MANRIQUE. 


Usúrpalos  derechos  al  Parnaso. 

))¿A  quién  en  viva  imagen  no  estremece 
La  cabeza  de  Enríalo  en  un  palo? 
A  vista  de  ella  la  doliente  madre, 
¿Qué  compasión  no  excita  su  quebranto? 

))¿Qué  impulsos  de  amist:ul  y  de  venganza 
No  representa  con  rencor  bizarro. 
Conociendo  el  cadáver  de  Patroclo, 
El  fiero  vencedor  de  los  troyanos  ? 

«¿Quién,  sino  tú,  oh  pintura,  en  Macedonia, 
Quién,  sino  tú,  en  España  pudo  darnos 
Lo  que  naturaleza  dar  no  j)U('de, 
Del  hijo  de  Filipo  un  fiel  traslado? 

«Pero  ya  la  escultura  sus  prodigios 
Contraponerla  quiere,  y  de  su  erario 
Oficiosa  la  tierra  la  franquea 
Plata,  oro,  bronce,  jaspe  y  alabastro; 

))E1  funesto  ciprés,  el  cedro  umbroso, 
Pórfido  liso  y  reluciente  mármol. 
Blancos  marfiles,  negros  azabaches 
Son  de  su  imjierio  humildes  tril»utarios. 

))Y  al  cincel  obedientes,  deponiendo 
Su  duro  natural,  ofrecen  fi-ancos 
Un  corazón  de  cera  al  artificio. 
Cuerpo  á  la  idea  de  flexible  barro. 

))Asi,  del  sol  imagen,  el  coloso, 
Del  olímpico  Jove  el  simulacro. 
De  metal  rudo  y  de  compacto  hcieso 
Maravillas  del  orbe  á  ser  llegaron. 

«Verán  así  Albaicin  y  Bibarrambla 
Que  en  busca  de  sus  nuevos  estatuarios 
Se  desentraña  el  granatense  reino. 
Presumiendo  de  estatuas  los  peñascos. 

«Perpetuarán  los  héroes,  los  monarcas, 
No  sujetos  á  Láquesis  sus  años, 
Ni  aquestos  pasarán  por  la  hermosura, 
Que  fué  copiada  en  su  verdor  temprano, 

«Ya  en  mi  imaginación  hi  estatua  vuela 
De  Perseo  en  las  alas  de  Pegaso; 
Ya  me  horrorizan  las  oscuras  fauces 
Del  dragón  que  los  mares  abortaron. 

«Andrómeda  con  vivos  ademanes 
Romper  intenta  á  la  coyunda  el  lazo; 
Miente  su  ser  allí  la  piedra,  y  sólo 
Le  manifiesta  en  el  escollo  infausto. 

«Labrarán  con  tal  alma  y  valentía 
El  robo  astuto  del  infame  Caco, 
Que  á  no  temer  que  despertase  Alcídes, 
Hablar  debiera  el  hijo  de  Vulcano. 

«Vuelve,  envidiosa  antigüedad,  los  ojos 
A  la  edad  venturosa  que  gozamos. 
Verá  á  su  Agasias,  á  Lisipo,  á  Scopa, 
El  efesio,  el  argivo  y  el  de  Paros. 

«Mas  ¿Qué  es  esto?  ¿Qué  didce  fantaaía... 
¿Adonde  estoj'?  ¿Qué  misterioso  rapto 
Por  regias  galerías  me  conduc. 
Salas  suntuosas,  apacibles  llanos? 

«¿Qué  cúpulas,  qué  moles,  qué  trofeos, 
Qué  plazas  llego  á  ver  y  anfiteatros? 
¿Con  qué  obeliscos  otra  vez  la  tiírra 
Quiere  turbar  al  celestial  senado  ? 

«¿Qué  circos,  termas,  fosos,  baluartes, 
Que  frontispicios,  pórticos  y  patios, 
Seguros  puentes,  calles  espaciosas 
Me  fingen  la  lisonja  y  el  engaño  ? 

«¿Qué  bien  distribuidas,  niveladas 
Fábricas  miro,  qué  ciudades  hallo? 
Nuevas  provincias  son  y  nuevo  mundo, 
O  me  arrebata  algún  furor  insano. 

«No,  me  responde  ya  la  Arquitectura, 
No  sueñas,  no  delii'as  ;  caminamos 
Todas  á  un  fin,  y  mi  compás  al  reino 
Dará  hermosura,  aumentos  y  resguardos, 

«Estos  ecos  resuenan  en  mi  oido, 
Bellísima  Abundancia,  y  el  conato 
Del  granadino  célebre  congreso 
Cumplirá  lo  que  he  visto  y  escuchado, 

«Soberbio  alcázar,  religioso  temj^lo 
Aquí  Siloe  (1)  labró  con  diestra  mano; 

(1)  Don  Diego  de  Siloe,  ,i  (|uien  Juan  de  Arfe,  en  el  tratado  de 
YMa  comensuracton,  pone  entre  los  primeros  y  más  céjebies  ar- 


Portentos  nacerán  de  sus  cenizas, 
De  torres  altas  y  triunfantes  arcos. 

«Tendrá  por  tí,  oh  escuela  infatigable, 
Timbres  mayores  11  primor  toscano. 
Lucirá  Jonia  y  brillará  Corinto, 
Crecerá  de  la  Dórida  el  aplauso ; 

«Será  cada  columna  monumento, 
Cada  arquitrabe  testimonio  claro, 
Cada  cornisa  ejemplo  memorable 
Del  sudor  por  la  patria  derramado. 

«A  Egipto,  Media,  Caria,  Babilonia 
Pirámides  no  envidies  ni  palacios, 
No  de  Artemisa  regios  mausoleos, 
De  Semíramis  muros  encumbrados; 

«Dispondrán  las  estrellas  que  á  tus  hijos 
Al  orbe  den ,  con  envidioso  pasmo. 
El  noveno  prodigio,  como  dieron 
HeiTcras  y  Toledos  el  octavo  (2). 

«Y  cuando  el  tiempo  de  sus  obras  triunfe. 
Como  el  Vesubio  sumerguió  á  Herculano, 
Si  á  Carlos  guardó  el  cielo  estas  reliquias, 
KesL'rve  á  su  progenie  aquel  hallazgo. 

«¡Ohl  tal  pénlida  él  mismo  no  consienta, 
Ni  que  abusen  mis  ecos  temerarios 
De  tu  atención,  y  más  cuando  ese  cuerpo 
Espera  mis  auxilios  inmediatos. 

«Vuelva  el  fruto  á  tus  manos,  oh  Amaltea, 
Que  franqueó  á  la  abeja  dulce  pasto; 
Queda  en  paz. «  Dijo ,  y  penetró  los  vientos 
Aun  más  veloz  que  desprendido  rayo. 

Cobró  valor  la  hermosa  semidea, 

Y  arrebatando  á  la  Fortuna  un  clavo, 
De  los  ramos  de  Dafne  desdeñosa 
Fijó  un  dosel  en  el  dichoso  campo. 

No  olvidaba  su  culto  el  granadino. 
De  su  felicidad  asegurado, 

Y  ya  vio  Abril  en  su  estación  florida 
Coronarse  de  premios  los  trabajos  (3). 

Todo  esto  siipe  entonces ,  y  ahora  á  tiempo 
Que  Ganimédes,  al  Tonante  grato. 
Empiece  á  derramar  las  claras  linfas. 
De  donde  el  cielo  le  apellida  Acuario; 

Cuando  un  invicto  campeón  sus  flechas 
En  memorables,  en  gloriosos  fastos 
Recuerde  á  la  milicia  más  heroica, 
Triunfante  del  rencor  de  Diocleciano; 

Cuando  intente  la  España,  amaneciendo 
De  Carlos  el  horóscopo  sagrado, 
Ante  las  aras  su  preciosa  vida 
Eternizar  con  votos  y  holocaustos ; 

Aquesta  sociedad  la  mejor  prueba 
De  su  placer  dará;  solemnes  actos 
Expresarán  los  frutos,  al  Monarca, 
De  sus  dones,  influjos  y  mandatos. 

En  los  ricos  metales  el  real  busto 
De  su  gran  protector  delineado, 
Geroglífico  de  ella  un  sol  naciendo, 
Dice  (fue  á  más  h'á  su  esplendo?' (i)  raro. 

Ajilicados  discípulos  convoca 
Segunda  vez,  y  profesores  aptos, 
A  quienes  esta  joya  en  los  laureles 
Prende  que  les  tejió  para  premiarlos. 

Cuál  mi  imagen  dibuja  en  blanca  nube 
Sosteniendo  de  Carlos  el  retrato, 
A  quien  la  misma  sociedad  dedica 
De  las  tres  nobles  artes  el  trabajo  (5); 


quitectos  de  la  nación,  ideó  y  levantó  la  iglosia  catedral  y  nueva 
fjbrica  del  alciizar. 

(-2)  Kl  monasterio  de  San  Lorenzo  del  Escorial ,  á  que  comun- 
mente se  da  el  eloj,'io  de  octava  marariUa  ,  fué  obra  trazada  ,  deli- 
neada y  empezada  por  Juan  l'.auiista  de  Toledo,  por  cuya  muer- 
te se  continuó  á  dirección  de  Juan  de  Herrera. 

(5'i  Kn  i.'i  de  Abril  del  año  ilc  177!)  se  distribuyeron  por  la  pri- 
mera vez  los  premios  á  los  profesores  y  discípulos  de  la  escuela 
del  diseño. 

!-l)  Las  medallas  de  los  premios  tienen  en  el  anverso  el  busto 
del  Bey  nuestro  señor,  y  en  el  reverso  un  sol  brillante  en  su  orien- 
te, con  el  lema  (jue  se  nota  en  el  verso. 

¡5)  Asunto  del  primer  premio  de  pintura.  Dibujado  de  aguada 
()  de  tinta  o  de  lápiz,  de  cualquier  color,  gastado,  plumeado  ó  es- 
fumado, á  elección  del  opo.^'itür;  un  prupo  de  nubes,  y  en  él  una 
(ama  ó  ua  genio  que  sostenga  un  medallón  con  el  busto  del  Aey^ 


ODA. 


¿úl 


Cuál  al  papel  el  natural  modelo  (1), 
Cuál  le  traslada  á  los  grcdosos  planos  (2), 
Cuál  esculpe  del  Darro  la  xirna  y  rocas  (3) 

Y  cuál  retrata  al  cordobés  más  sabio  (-1). 
Cabezas  en  redondo  modeladas 

Se  Ten  allí  del  natural  tamaño  (o), 
Fachadas  que  arregló  la  arquitectura  (0), 
Ordenes  que  practica  y  sus  ornatos  (7). 

Los  proceres  concurren,  y  el  concento 
De  dulces  sinfonías  alternando. 
Se  publican,  reparten,  solemnizan 
Galardones  del  mérito  y  cansancio. 

Gózate,  Apeles,  que  llegó  ya  el  tiempo 
De  celebrar  la  edad  de  un  soberano 
Con  coloridos,  tablas  y  pinceles. 
Que  él  premia,  tú  autorizas  y  yo  ensalzo. 

Formen,  oh  Praxitéles,  tus  alumnos 
Medallones  y  bultos  animados ; 
Mis  lenguas  les  daré,  porque  publiquen 
Del  Monarca  las  glorias  que  yo  callo. 

Señalad,  arquitectos,  este  dia 
Con  blanca  piedra,  y  sigan  tu  dechado. 
Oh  Dédalo,  en  su  honor,  siendo  su  ingenio 
Quien  los  remonte  al  apolíneo  carro. 

Con  su  felicidad  y  su  abundancia 
Le  obsequian  los  ilíberos  gallardos, 

Y  en  colores,  relieves  y  medidas 
Vuestras  artes  le  capten  los  agrados.    • 

Así  ha  de  ser,  espíritus  dichosos , 
De  la  prisión  de  vuestro  cuerpo  salvos; 
Yo,  que  entre  los  mortales  os  di  nombre, 
Yo  soy  quien  igual  suerte  les  preparo. 

Volverán  á  escucharme  estas  campiñas, 
Emulación  del  Tempe  tesaliano. 
Una  y  mil  veces  me  verán  si;s  valles , 
Ocuparé  otras  tantas  sus  collados. 

Así  podré  de  aquel  plantel  fecundo 
Los  ruidosos  progresos  noticiaros; 
Allá  mis  propias  alas  me  conducen, 
Me  llama  la  función  ;  gozosa  parto. 

No  bien  ailiculó  la  voz  postrera 
La  vigilante  voladora,  cuando. 
Repitiendo  el  estrépito  primero, 
A  los  ojos  se  roba  y  al  cuidado. 

Zéuxis  la  llama,  pero  no  su  vuelo 
(Como  otro  tiempo  el  de  las  aves  trajo 
A  las  pintadas  uvas)  con  sus  voces 
Consiguió  suspender  al  monstruo  alado. 

Protógenes,  pintando  su  Jaliso, 
De  Rodas  afligida  en  el  asalto. 
Detener  pudo  al  sitiador  Demetrio, 

Y  aquí  esforzó  sus  súplicas  en  vano. 
Todos  ya  sin  efecto  la  vocean , 

Alzan  las  palmas,  corren  exhalados, 
Suben  al  monte,  asirla  solicitan, 

Y  al  viento  dan  inútiles  abrazos. 

debajo  un  ara,  y  en  ella  esculpida  la  empresa  que  usa  la  Hoal  So- 
ciedad ;  sobre  dicha  ara  varios  trofeos  pcrtciincicntes  á  las  tres  no- 
bles artes,  y  á  un  lado  la  lisura  de  una  majestuosa  matrona,  repre- 
sentativa de  dicho  real  cuerpo,  en  accioii  de  dedicar  sus  votos  al 
Monarca. 

(1)  Del  segundo. de  pintura.  Dibujo  del  modelo  natural  en  un 
pliego  de  marca. 

(-21  Del  segundo  de  escultura.  Copia  del  modelo  natural  en  un 
plano  de  barro. 

^5)  Del  primero  de  escultura.  En  un  plano  de  barro  esculpido  el 
rio  Darro  en  bajo  relieve,  figurado  en  un  viejo  desnudo,  sentado 
sobre  unas  rocas  y  apoyándose  en  una  urna  grande  ó  vaso,  de  don- 
de sale  un  manantial,  que  se  despeña  hasta  llegar  á  un  ameno  pra- 
do, que  fertiliza. 

(4)  Del  tercero  de  pintura.  Copia,  en  un  pliego  de  marca .  de  la 
cabeza  do  la  estatua  del  Séneca  que  est.i  en  la  escuela,  trasladada 
del  pequeño  que  tiene  ;il  tamaño  del  natural. 

I.")!  Del  tercer:)  de  escultura.  La  cabeza  de  la  estatua  del  mucha- 
cho que  está  en  la  escuela  ,  modelada  en  redondo,  del  tamaño  del 
natural. 

(6)  Del  primero  de  ai-quitectura.  En  dibujo  arreglado  á  medidas 
la  portada  principal  de  la  parroquial  de  San  Pedro  y  San  Pablo  de 
Granada,  que  tiene  en  su  nicho  las  estatuas  de  estos  santos  após- 
toles. 

(7)  Del  segundo  y  tercero  de  arquitectura.  Delineado  en  grande 
el  orden  corintio  en  un  cuerpo  suelto,  con  las  plantas  de  las  tres 
partes  que  le  componen.  Copia  'segiin  el  original  presentado  á  es- 
te efecto)  dfl  ornamenlo  del  arquitrabe,  friso  y  cornisa  del  orden 
(ompuesto. 


Tanto  su  nan-acion  los  encantaba, 
Que  fué  forzoso,  su  clarín  callando. 
Paréntesis  de  eternas  alegrías, 
La  tristeza  reinase  por  un  rato. 

Volvieron  sobre  sí;  las  auras  puras 
De  los  plácemes  mutuos  se  Iknaron, 

Y  de  la  oferta  de  verboso  numen 
Es))eran  ver  el  cumplimiento  exacto. 

Voló  también  la  nueva  á  los  mortales; 

Y  yo,  á  la  adusta  Témis  entregado, 
Fui  impelido  á  regar  sus  arideces 
Con  las  vertientes  del  humor  castalio. 

Con  vosotros,  ilustres  compañeros, 
Nobles  patriotas,  con  vosotros  hablo; 
A  vosotros,  si  no  plectro  sonoro, 
Mi  fe,  obediencia  y  voluntad  consagro. 

Recibid,  entre  tanto,  en  sacrificio 
El  sentimiento,  á  mis  afectos  grato, 
De  presentarse  así,  cuando  yo  amara, 
Aun  mejor  que  escribirlos,  recitarlos. 

Dia  vendrá  (¡su  aurora  se  apresure  1) 
Que  en  busca  (le  los  montes  Marianos, 
Junto  al  ara  de  Júpiter,  repase 
Las  ondas  ledas  del  dorado  Tajo; 

Y  después  de  sellar  del  patrio  Í3étis 
Las  arenas  con  ósculos  mis  labios, 
Reconozca  la  silla,  ruboroso, 
Que  entre  vosotros  ocupar  aguardo. 

Del  templo  del  honor  haced  repitan 
Vuestros  elogios  los  dinteles  almos ; 
A  la  ignorada  vil ,  al  ocio  torpe 
Juntos  ahogad  en  el  Estigio  lago. 

Crezca  el  desvelo,  crezcan  los  afanes, 
Cada  vez  más  celosos  é  inflamados 
Por  el  público  bien;  artes  y  oficios 
No  lloren  ya  su  antiguo  desamparo. 

De  las  tres  venturosas  compañeras 
Sea  Granada  digno  santuario; 
Baje  á  teñir  sus  ráfagas  el  iris 
En  las  tintas  del  célebre  gimnasio; 

Baje  la  noche  á  verse  en  sus  oscuros. 
Venga  el  dia  á  ensayarse  de  sus  claros. 
El  aire  encienda  allí  sus  arreboles, 
Sus  espumas  Neptuno  envidie  airado. 

Después  de  embelesar  con  sus  tareas 
En  indico  marfil  y  mármol  parió. 
Suban  escoplo  y  regla  á  colocarse 
En  los  etéreos  Cinosura  y  Plaustro. 

Resucite,  en  obsequio  del  diseño, 
El  noble  estudio  de  los  dos  grabados, 

Y  con  buriles,  tórculos  y  agujas. 
No  padezca  del  tiempo  los  agravios. 

Aqucsas  aulas  el  sistema  nuevo 
Produzcan  algún  dia,  que  anhelamos; 
Adóptenle  los  cultos  españoles. 
Envidíenle  los  griegos  y  romanos. 

Sabed  que  así  la  sociedad  se  ilustra, 
Sabed  c^uc  .así  Granada  logra  aplausos. 
Sabed  que  España  así  se  inmortaliza, 
Se  sirve  así  al  augusto  Soberano; 

Sabed  que  del  honor  ésta  es  la  puerta. 
Sabed  son  éstos  del  favor  los  graclos; 
Finalmente,  xaherl,  pues  vienen  juntos 
Todos  los  bienes  con  la  ciencia  al  sabio, 

Para  el  sabio  los  premios  se  destinan. 
Del  sabio  son  los  triunfos  y  los  lauros, 
Al  sabio  rendirá  frutos  la  tierra, 
El  sabio,  en  ñn,  dominará  los  astros. 


A  LA  MUERTE  DE  DON  JOSÉ  CADALSO. 

ODA  (8). 

Vuela  al  Ocaso,  busca  otro  hemisferio, 
Baje  tu  llama  el  jnélago  salobre, 
Deifico  mimen,  y  á  tu  luz  suceda 
Pálida  noche, 

(8)  Forman  esta  oda  versos  castellanos  de  artificio  latino.  Son 
unos  sálicos,  si  no  común  composición  de  nuestros  poetas,  no  des- 
conocida de  ellos,  pero  cun  la  novedad  del  adorno  de  la  asonan- 
cia, medio  generalmente  preferible  á  un  oído  entre  la  vehemencia 


292 


DON  JOSÉ  MARÍA  YACA  DE  GÜZMAN  Y  MANRIQUE. 


Manto  de  estrellas  el  Olimjio  vista, 
Su  gala  oculten  pájaros  y  llores, 
Sombras  y  nieblas  pavorosas  cubran 
'Valles  y  montes. 
Brinde  Morfeo  delicioso  néctar, 
Llene  el  silencio  el  ámbito  del  orbe, 
No  brame  el  Bóreas  rápido  ni  el  blando 
Céfiro  sople. 
Voz  embarace  fúnebre  los  vientos, 
T  de  Heraclea  la  soberbia  mole 
Gima  espantosa  cuando  los  acentos 
Eco  redoble. 
Mucre  Cadalso,  atónita  repita  ; 
Las  nueve  hermanas  tímidas  entonces 
Del  ronco  acento  sigan  a'sustadas 
Las  tristes  voces. 
Por  la  mejilla  aljófares  desciendan, 
Nuevos  suspiros  el  aliento  forme, 
Libre  el  cabello  por  la  blanca  espalda 
Vague  sin  orden. 
Cerquen  después  el  túmulo  oficiosas. 
Cúbranle  luego  de  ñ-agrantcs  flores, 
Bálsamos  quemen ,  reverentes  humos 
Suban  á  Jove. 
No  en  tiernos  ayes  Ericina  Venus, 
Con  mayor  causa,  espíritu  más  noble 
Ni  más  angustia,  sienta  la  temprana 
Muerte  de  Adonis . 
Que  el  clamor  vuestro,  Piérides  divinas, 
En  son  funesto,  que  las  auras  rompe. 
Llore  á  Cadalso,  á  quien  aruarou  siempre 
Tanto  los  dioses. 
Cántenle  dulces  míseras  elegías , 
O  bien  endechas  lúgubres  entonen, 

0  bien  en  nuevos  sáficos  cadentes 

Digan  acordes: 
«Genio  divino,  cuj'a  dulce  lira, 
Siendo  embeleso  de  la  ibera  corte, 
Del  Manzanares  náyades  atrajo, 
Margen  y  bosques, 
¿Adonde  estás,  que  en  soledades  trisiea 
Yace  el  Parnaso,  ni  Hipocreue  corre, 
Ni  Aonia  florece,  ni  el  Pegaso  vuela? 
Dinos  adonde. 
Pluma  facunda,  relucientí  acero, 
A  nuestras  finas  súplicas  responde  : 

1  Qué  hizo  Minerva  de  tus  altas  glorias? 

¿Que  hizo  Mavorte? 
Calpe  inhumana,  rigurosa  Calpe, 
¿Cuándo  diriges  belicoso  choque 
Contra  una  vida  que  apreciar  supieron 
Númenes  y  hombres? 
Parto  de  Juno,  morador  de  Lémnos, 
De  Citerea  tétrico  consorte. 
Nieve  del  Etna  cubra  tus  incendios 
Abrasadores. 
Rey  de  los  vientos,  Eolo,  que  enfrenas 
El  Noto,  el  Euro,  el  rígido  Apeliótes, 
Para  en  tu  imperio  la  volante  muerte, 
Frustra  su  golpe. 
Y  tú,  hija  cruel  del  Erebo  y  la  Sombra, 
Haz  que  sus  ñlos  tu  segur  embote, 
No  el  vital  hilo,  oh  Átropos,  tan  pronto 
Pérfida  cortes. 
Tristes  anhelos,  malogrados  ayes, 
Quejas  sin  fruto,  inútiles  clamores, 

de  la  consonancia  y  disonancia  de  la  soltura,  la  cual  si  pornin- 
chos  ha  sido  dosecliada  en  nuestros  metros  originarios  y  en  los 
oriundos  de  Italia,  de  todos  cuantos  he  visto  ri  han  llegado  á  mi 
noticia)  ha  sido  adoiitada  en  los  s;iliciis,  en  donde  la  considera- 
ción a  su  origen  nos  representa  mi'nos  necesidad  de  asonancia  ó 
consonancia,  y  viene  á  ser  el  oído  esclavo  de  la  reflexión.  Tam- 
bién prevengo  á  usted  no  tenga  por  versos  sálicos  á  todos  los  que 
vea  bautizados  con  este  nombre ;  ponjue  creen  muchos,  y  creen 
mal,  seyun  en  esta  carta  he  locado,  que  lo  son  todos  los  endeca- 
sílabos; necesitan  para  serlo  la  buena  disposición  délos  tiempos 
de  la  pronunciación,  combinando  la  naturaleza  de  los  acentos  con 
la  exigencia  del  contexto.  He  procurailo  cumplir  con  estas  reglas, 
cuya  liansgresion  es  perceptible,  no  sólo  al  que  entienda  su  eco- 
nomía y  sepa  explicarla  con  términos  poéticos,  según  los  princi- 
pios, sino  al  que  tenga  un  oído  medianamente  arreglado,  que  se- 
f?uramente  distinguirj  en  el  silico  un  sonido  de  que  carecen  mu- 
vlios,  aunque  no  todos  los  endecasílabos  castellanos. 


¿  Qué  rapto  os  lleva  ?  ¿  Qué  furor  os  dicta 
Tales  razones  ? 
¿  Cuál  es  el  rumbo  que  tomáis  en  vano. 
Si  el  mar  airado,  oscurecido  ti  Norte, 
Yerto  el  piloto,  denegado  el  puerto, 
Nadie  nos  oye  ? 
Muere  Cadalso.  Decretólo  el  cielo, 
El  cielo  manda  á  Láquesis  le  robe, 
Y  la  divina  voluntad  no  es  fácil 
Que  se  revoque. 
Ya  Libitina  de  ciprés  funesto 
Ciñe  la  frente ,  y  dirigido  el  orden 
De  marcial  pompa,  gime  en  uno  y  otro 
Trágico  mote. 
Todas  nosotras  en  coro  apacible 
Entonaremos  su  alabanza;  cobre 
Tales  tributos  el  que  dio  á  Castalia 
Tanto  renombre. 
Dulces  amores  deban  sus  cenizas, 
Que  de  Artemisa  la  fineza  doblen, 
A  las  que  en  la  vida  le  debieron  siempre 
Dulces  amores. 
De  sus  estudios,  de  su  rica  vena 
El  tiempo  nunca  la  memoria  borre; 
Tal  no  permitas,  oh  de  la  alma  Venus 
Cándida  prole. 
Entonaremos  en  las  altas  cumbres, 
Templos ,  convites ,  sacras  lustraciones, 
Muere  Cadalso  muerte  de  los  héroes ; 
Triunfe  su  nombre. 
Entonaremos  que  la  amable  vida 
Dio  por  la  patria;  cuyo  honor  pregonen, 
Émulos  nuestros,  alabastro,  jaspe, 
Mármol  y  bronce. 


COLUMBANO. 

ÉGLOGA. 

¡Ay  apacible  y  sosegada  v!da. 
De  vulgar  sujeción  libre  y  exenta, 
lio  el  alma  se  sustenta 
Con  blanda  soledad  entretenida! 
(Espinel,  égloga  iv.) 

INTRODUCCIÓN. 
POETA, 

Canto  el  rústico  bien,  dulce  reposo, 
Vida  feliz,  de  muchos  envidiada , 
Libre-del  necio  mundo  y  sus  cuidados. 
Como  en  mi  mente  la  dejó  copiada 
Una  mañana  el  conversar  sabroso 
De  dos  zagales  que  escuché  en  los  prados, 
Después  que  por  mis  hados. 
En  lágrimas  deshecho. 
Dejé  bañado  el  lecho. 
Que  los  cansados  miembros  despedía, 
Donde  ni  rei)0saba  ni  dormía, 
Ni  hallaba  alguna  apetecida  calma 
La  triste  pena  mía. 
Que  tan  tenaz  se  apoderó  del  alma. 

Influye,  Apolo,  á  quien  tu  auxilio  implora, 
Tus  rayos  en  mi  plectro  se  descubran, 
Y  mis  tibiezas  con  tu  fuego  aviva ; 
Asi  de  Admeto  los  ganados  cubran 
Los  altos  montes  que  tu  luz  colora ; 
Así  Dafne  otra  vez  su  ser  reciba. 
Ni  vuelva  á  serte  esquiva, 
Ni  ya  Faetón  scgunclo 
Quiera  incendiar  el  mundo; 
Así  tu  lira  por  el  orbe  suene , 
Así  los  tiernos  lazos  de  Climene 
Paguen  finezas  de  tu  amor  leales ; 
Llene  tu  numen ,  llene 
El  simple  conversar  de  mis  zagales. 

Y  tú,  Madrid,  asiento  de  Minerva, 
En  cuyo  aplauso  su  metal  sonoro 
Consumirá  la  fama  sin  sosiego, 
Guarda  en  tu  seno  de  Talía  el  oro. 
Que  á  tus  hijos  parece  se  reserva ; 
Arde  facunda  en  el  divino  fuego 


ÉGLOGA. 

De  su  furor,  y  luego, 

En  plácido  descanso. 

Del  Manzanares  manso 

Mi  voz  escucha  á  la  saírrada  orilla, 

Que  de  la  trompa  y  lii-a  á  que  se  humilla 

Ko  compite  el  ardor  ó  la  dulzura ; 

Oye  mi  voz  sencilla, 

Y  ensalzaré  á  los  cielos  mi  ventura. 
Canten  otros  con  numen  elevado : 

Hijos  de  Pedas,  Ínclitos  varón rs  (1), 

Conquistadores  de  la  Nueva  España ; 

Acrediten  los  liravos  campeones, 

Que  dejaron  su  nonitire  eternizado 

En  la  heriHOsa  ciudad  que  Genil  baña  (2), 

Cuando,  en  feliz  campaña 

A  sus  fuerzas  terribles, 

í^us  (O-mas  invencibles 

Granada  se  rindió  (3);  canten  imperios 

Arruinados  en  ambos  hemisferios, 

A  pesar  de  Boabdil  y  Motezuma : 

Tan  altos  ministerios 

Ko  son  objeto  de  mi  humilde  pluma. 

Del  bando  qve  en  forjar  versos  malditos 
Su  edad  consume  y  su  saber  ostenta  (i). 
Nuevo  español  Demócrito  se  ria, 
Ileráclito  le  si^^a,  que  lamenta 
Cuando,  entre  mil  poetas  eruditos, 
Cada  cnal  del  acierto  se  desvia  (5); 
8u  crítica  poesía 
El  Parnaso  corone, 
España  galardone 

Con  aquel  don  qiie  el  mérito  recibe, 
Sacro  laurel  que  eternamente  vive, 

Y  la  docta  Academia  su  alta  gloria 
En  sus  fastos  derive 
Del  tiempo  venidero  á  la  memoria, 

Sonib7'as  de  Archena ,  sacra  y  honda  fuente  (6), 
Dominada  del  alto  Verdeleña  (7), 
Genio  más  noble  vuestro  loor  ajusta. 
Cuarta  gracia  de  Venus  halagüeña, 
Copia  yentil  del  joven  excelente  (8), 
De  la  iíjeria  esplendor,  Carlota  augusta', 
La  complacencia  justa. 
Que  el  poeta  predijo, 
El  cielo  en  tí  bendijo. 
Los  patrióticos  cuerpos  escucharon 
Temj)lados  instrumentos,  que  entonaron 
Los  útiles  jJrogrcsos  de  las  artes  (í>), 
Los  ramos  que  ensalzaron. 
Prosperar  vemos  ya  por  todas  partes  (10). 

Otro  cante  aquel  arte  que  halagando 
Mide  y  combina  el  tiempo  y  el  sonido  (11); 


(1)  Verso  primero  del  canto  do  Las  naves  de  Corles  destruidas, 
compuesto  por  el  autor  y  premiado  por  la  Real  Arademia  Espaiio- 
la,  el  año  de  1778.  Pieviénese  no  escrupuliza  en  las  voces  de  nu- 
men elevado,  que  aijui  usa,  hablando  de  su  obra,  pues  no  bacen  re- 
lación al  desempeño,  sino  i  la  materia;  y  mucho  menos  pudo  es- 
crupulizar cuando  en  los  años  de  1784  y  i7S7  se  dio  á  luz  esta 
égloga,  porque  una  y  otra  vez  se  estanipií  anónima,  y  sólo  se  ex- 
presaron los  nombres  de  los  editores;  acomodando  por  entonces 
al  autor  disimularse,  como  lo  comprueba  la  expresión  canlen 
oíros. 

(-2)  Don  Leandro  Fernandez  de  Moratin,  en  su  romance  endeca- 
sílabo de  La  toma  de  Granada,  que  obtuvo  el  accésit  al  premio  de 
la  misma  Academia,  en  el  año  de  1779. 

(3)  El  autor,  en  su  romance  endecasílabo  de  Granada  rendida, 
premiado  por  la  Academia,  en  dicho  año  de  1779. 

(■i)  Don  Juan  Pablo  Forner,  en  su  Sálira  contra  los  vicios  intro- 
ducidos en  la  poesía  castellana,  premiada  por  la  Academia,  en  el 
año  de  17S"2. 

(o)  Don  Meliton  Fernandez,  en  su  Sálira  contra  los  vicios  inlro- 
ducidos  en  la  poc.s/a  caslellana,  que  sacó  e!  accésit  á  dicho  premio. 

(6)  Don  Ignacio  López  de  Ayala,  en  su  poema  físico  intitulado 
Termas  de  Archena. 

(7i  Monte  deque  hace  mención  dicho  poema. 

(8)  El  mencionado  don  Ignacio  .\yala,  en  su  elegía  intitulada 
Complacencia  de  España,  con  motivo  del  próximo  parto  de  la  sere- 
nísima Princesa  de  Asturias,  año  de  177S. 

(9)  Don  José  Olmeda  y  León,  en  su  romance  en  elogio  de  las 
discipulas  de  las  escuelas  patriiiticas  de  Madrid,  premiadas  por  la 
Real  Sociedad,  en  el  año  de  178-2. 

(10)  Don  Miguel  de  Manuel,  en  su  canción  al  mismo  objeto,  en 
el  de  178o. 

(11)  Don  Tomas  de  Iriarte,  en  su  poema  de  La  Música. 


Otro  haga  ver  del  bárbaro  pirata 

Por  el  héroe  balear  deshecho  el  nido. 

Que  en  vivo  fuego  se  consume  cuando 

El  infernal  horror  Argel  retrata  (12), 

O  el  bien  que  no  dilata 

La  mano  poderosa. 

Cuando  más  jirodiiriosa 

T  iei'te  sus  abnndanrias  Amaltea 

Sobre  el  suelo  cspaTinl,  su  asunto  sea 

En  uno  y  otro  candido  gemelo  (13); 

]VIi  )>luma  no  se  emplea, 

Olí  ¡Madrid  sabio,  en  tan  altivo  vuelo. 

Oye  la  voz  de  Floro  y  Columbano, 
Mancebos  ambos  y  en  cantar  igirales, 
Lejos  de  la  ciudad  y  de  su  estruendo. 
Cuando,  dejando  perlas  y  corales 
Del  regazo  de  Tétis  soberano, 
Iba  su  luz  al  campo  el  sol  volviendo; 
Ellos ,  ya  apeteciendo 
Los  delicados  sones 
De  Mopsos,  Condones, 
Olimpios,  Tírsis,  Titiros,  Alcinos, 
Ya  el  trato  honesto  y  los  favores  finos 
De  Fléridas,  Nerinas,  Calateas, 
Coloquios  peregrinos 
Así  entablan  de  rústicas  ideas. 

ÉGLOGA. 

COLUMBANO,  FLORO,  POETA, 

COLUMBANO. 

Libre  ya,  Floro,  de  la  noche  fria. 
Tregua  gustosa  del  tragin  humano, 
Vengo  á  buscar  tu  dulce  compañía. 

FLORO. 
^El  cielo  aquestos  ocios,  Columbano, 
Nos  quizo  conceder;  ¡cuánto  debieran 
Estimarse  los  dones  de  su  mano! 

¡Oh,  si  sus  propios  bienes  conocieran, 
Una  y  mil  veces  ri'isticos  dichosos! 
L.-a  y  envidia  su  quietud  no  alteran. 

No  hay  aquí  cortesanos  mentirosos, 
Ni  la  semilla  vil  de  aduladores 
Inficiona  los  prados  abundosos  ; 

Ni  en  aquesta  república  de  flores 
Mil  corazones  llenos  de  vileza 
Son  del  oro  y  la  plata  adoradores  ; 

Se  desconoce  el  lujo  y  la  torpeza ; 
Ni  el  vano  funda  torres  en  el  viento, 
Ni  el  pródigo  disipa  su  riqueza. 

Ni  teme  su  caida  el  valimiento. 
Ni  es  la  impiedad  escándalo  del  mundo; 
Reinan  soló  el  reposo  y  el  contento. 

COLUMBAXO. 

Yo  desperté  del  sueño  más  profundo 
Cuando  dejé  la  corte  y  sus  engaños 
Por  aqueste  sosiego  sin  segundo. 

¡Oh  suerte  injusta,  que  en  pasados  años 
Me  arrebataste  el  bien  que  idolatraba  I 
¡Oh  esposa  amada,  oh  pobres  desengañosl 

Cuando  en  tan  dulce  posesión  estaba, 
De  todo  lo  demás  viví  ignoi'ante  ; 
Que  todo  lo  demás  me  fastidiaba. 
^  A  ella  rendido  el  corazón  amante. 
Ni  conocí  otras  lej'es  que  su  gusto. 
Ni  otro  gusto  encontré  que  ser  su  amante. 

Mas  ¡oh  disposición  del  cielo  justo  1 
La  Parca  á  su  belleza  sol)erana 
Se  atre\-ió,  fiera,  en  su  verdor  robusto. 

Cortó,  cruel,  aquella  flor  temprana. 
Más  hermosa  que  fértil  primavera. 
Más  grata  que  el  frescor  de  la  mañana. 

Yo  me  enajeno,  y  como  el  ave  ó  fiera 


293 


(12)  Don  Vicente  García  de  la  Huerta,  en  sus  endecasílabos  Al 
bombardeo  de  Argel,  año  de  1783. 

(15)  El  mismo,  en  su  soneto  al  naciraientodelos  serenísimosse- 
nores  infantes  geijiclos  don  Cáiios  y  dyn  Felipe,  en  el  mismo  afio. 


29é 


DON  JOSÉ  MARÍA  VACA  DE  GUZMAN  Y  MANRIQUE. 


Aburre,  sin  sus  hijos  ó  consorte, 
El  nido  ó  cueva  qiio  sus  glorias  era; 
Así  mi  patria  dejo  pov  la  curte, 

Y  libre  allí  del  amorüso  lazo, 
Conozco  al  mundo  y  su  maligno  porte; 

Oojimigu  mo  aconsejo,  y  luego  traao 
Huiv  .-iiis  peligrosas  t.-ilsedades , 
De  un  gi'iieiíjso  espíritu  embarazo. 

Retiróme,  y  en  estas  soledades 
Me  descubre  lu  trato,  Floro  amigo, 
Un  manantial  copioso  de  verdades. 

FLORO. 

Ese  celeste  globo  es  fiel  testigo 
Del  pesar  que  me  dio  la  desventura 
Que  tu  dolor  comunicó  conmigo. 

Y  juro  á  tu  amistad  sencilla  y  pura, 
No  sólo  lio  romper  su  nudo  santo, 
Sino  velar  (¡ni  te  te  lo  asegura) 

En  divorf.ir  tu  mísero  qui'branto; 
Mas  tú  con  tu  |')oética  armonía 
Recrearnos  i:)udieras  algún  tanto. 

COLUMBANO, 
No  es  ya  mi  musa  la  que  ser  solía ; 

Preséntase  tal  vez  con  triste  queja. 

Me  dicta  alguna  fúnebre  elegía. 
Gime,  solloza,  auséntase  y  me  deja. 

FLORO. 

lOb  lealtad  inmortal!  ¡Oh  noble  pecho! 
I  Qué  raro  acá  en  la  tierra  te  asemejal 

Diviértate  observar  desde  el  repecho 
El  planeta  mayor  del  horizoTite 
Que  se  levanta  del  salobre  Kcho. 

A  calcular  su  magnitud  disponte, 

Y  su  asombrosa  luz ,  que  antes  se  mira 
En  la  cima  de  aquel  opuesto  monte; 

El  cielo  que  nos  habla  y  nos  inspira, 
El  curso  de  los  astros,  las  templadas 
Auras  que  el  desahogo  aquí  respira; 

Las  aves  que  caminan  a  bandadas, 
Las  miisieas  que  entonan  diferentes 
Cuando  están  en  los  árboles  paradas; 

El  mormullo  continuo  de  las  fuentes. 
Que  al  sueño  nos  convidan  apacible. 
Deslizándose  en  rápidas  corrientes. 

¡Oh  desierto  feliz,  bien  indecible! 
¡Cuánto,  al  que  tus  ventajas  examina, 
Es  el  fausto  del  mundo  aborreciblel 

El  di  a  que  á  la  caza  se  destina, 
¡Qué  grato  es  madrugar  con  el  lucero 
Cuando  el  alba  risueña  está  vecina! 

Los  perros,  que  he  criado  con  esmero, 
Al  mirar  la  escopeta,  bulliciosos, 
Con  tropel  nos  rodean  vocinglero; 

A  su  deber  se  apn  stan  oficiosos. 
Unos  saltan,  buscando  la  salida, 
Por  cima  de  los  otros,  presurosos; 

Ya  ponen  con  instancia  repetida 
Las  manos  en  las  sillas  de  las  yeguas. 
Ya  las  muerden  la  cola  á  la  partida  ; 

Juegan,  y  dando  á  su  cansancio  treguas. 
Corren,  se  apartan  y  á  nosotros  vuelven, 
Caminando  en  cada  una  muchas  leguas. 

Aquellos  contra  el  viento  se  revuelven, 

Y  á  perseguir  con  armas  desiguales 
Los  pájiírus  que  vuelan  se  resuelven. 

Sus  sencillos  impulsos  naturales 
No  sin  alguna  diversión  miramos, 
Aunque  al  intento  son  })erjudiciales. 

Por  esta  causa  luego  los  llamamos; 
No  oyen,  se  rinden,  ladran  y  desisten. 
Finalmente  se  vienen  con  sus  amos. 

Cruza  el  conejo  tímido,  y  embisten 
Tras  él  corriendo  todos  á  porfía, 

Y  aunque  se  cansan ,  en  seguirle  insisten  ;• 
Uno  le  coge  y  salta  de  alegría, 

Viénese,  nos  le  entrega,  y  jadeando 
Se  aleja  en  busca  de  la  fuente  fria. 

Quedamos  entre  tanto  examinando 
La  presa  con  la  suave  piel  mojada, 
La  vista  trl-jtc,  el  pecho  palpitaudoj 


Luego  que  es  de  comer  la  hora  llegada, 
Hacemos  alto  al  lado  de  un  arroyo, 
Cuyo  blando  sonido  nos  agrada. 

Si  ser  puede,  buscamos  algún  hoyo, 
Que  el  sudor  del  ambiente  nos  resguarde, 

Y  es  un  florido  césped  nuestro  apoyo. 

La  vianda,  allí,  cjuc  en  la  pasada  tarde 
Silvio,  mi  anciano  padre,  nos  previno. 
De  brindar  hace  al  apetito  alarde. 

Tal  es  la  fiambre  vaca,  el  palomino, 
La  cecina  y  pernil  curado  al  fuego, 
El  exquisito  queso  y  rancio  vino. 

Tomamos  un  brevísimo  sosiego, 

Y  dejando  correr  á  los  cristales. 
Nos  internamos  por  el  monte  luego. 

Entre  jaras,  estepas  y  zarzales 
Atraviesan  las  yeguas  lo  fragoso 
De  peñascos  y  espesos  matorrales. 

Maltratamos  al  ciervo  temeroso. 
Seguimos  á  la  liebre  fugitiva. 
Damos  alcance  al  jabalí  cerdoso, 

Y  hollando  en  la  carrera  más  activa 
La  juncia,  almoraduz ,  murta  y  cantueso, 
Más  fragrancia  en  el  viento  se  motiva. 

Hasta  que  carga  de  la  noche  el  pe  so, 

Y  á  nuestro  domicilio  nos  tornamos, 
Cargados  de  despojos  con  exceso. 

COLUMBANO. 

Corren  á  recibirnos  como  gamos 
Tus  hermanos  pequeños  ;  acabada 
La  cena,  otro  placer  acaso  hallamos. 

Al  pié  del  fresno  que  hay  junto  á  la  entrada 
Se  forma  de  zagales  un  corrillo 
De  destreza  en  tañer  acreditada. 

Mueve  el  árbol  sus  sombras  y  anda  el  brillo 
Vagando  de  la  luna  y  las  estrellas. 
Que  deleitan  el  ánimo  sencillo; 

Tus  hermanas,  castísimas  doncellas. 
Mil  cantares  honestos  entonando, 
Afrentan  las  silvestres  diosas  bellas ; 

Bosteza  Silvio  con  el  sueño  blando. 
Despídese  del  circo  y  se  retira, 
Paso  á  paso  á  su  lecho  caminando. 

La  gracia  natural  allí  se  admira. 
El  recato  en  el  baile  y  compostura. 
Todo  el  conjunto  honestidad  respira. 

FLORO. 

Pues  ¿qué  diremos  si  en  la  fresca  hondura 
De  un  valle  ameno,  de  árboles  cercado, 
Cubrimos  con  las  redes  su  verdura  ? 

Todo  el  contorno  á  voces  conturbado. 
Sacudiendo  los  mimbres  y  retamas, 
Hacemos  huir  al  escuadrón  alado. 

Mal  seguros  creyéndose  en  las  ramas. 
Van  en  la  red  los  pájaros  cayendo; 
Yo  en  este  ardid,  en  semejantes  tramas, 

Mas'me  divierto  si  al  impulso  atiendo 
Del  tordo,  la  oroi^éndola  y  el  mirlo, 
Que  forcejan,  las  alas  sacudiendo. 

Aun  nos  complace  sólo  el  referirlo, 

Y  tú,  siempre  leal,  tórtola  amante. 
Llora  el  lazo,  ¡¡revente  ya  á  gemirlo. 

Olvida  antiguas  penas  un  instante, 
No  al  compañero  sientas  que  perdiste; 
Que  siempre  un  mal  del  otro  va  delante, 

¡Qué  gusto  es  ver  al  jilguerillo  triste, 
Mientras  más  desprenderse  solicita, 
Más  el  matiz  ajar  que  hermoso  viste! 

Llega  á  pensar  que  la  prisión  se  quita 
Rompiendo  el  hilo  con  su  pico  agudo, 
Pero  mejor  le  enreda  que  le  evita. 

Al  rigor  cede  del  difícil  nudo, 

Y  con  mostrar  á  gritos  se  contenta 
Que  pretendió  eximirse  y  que  no  pudo. 

Allá  en  casa  la  carga  se  presenta, 

Y  á  los  pájaros  damos  su  destino. 
Cuya  distribución  el  gozo  aumenta. 

Unos  con  el  gorjeo  y  dulce  trino. 
En  primorosas  jaulas  encerrados, 
Embelesan  el  ámbito  vecino; 

Otros,  perfectamente  sazonados, 


Diferenciar  nos  hacen  de  man  jares, 
Sirviéndonos  de  platos  regalados ; 
Otros  por  les  espesos  encinares 
Con  su  reclamo  atraen  á  la  liga 
Los  simples  compañeros  á  millr.rea, 

COLUMBAJS^O. 

Algunas  horas  con  menor  fatiga 
Entretener  solemos  en  la  pesca, 
Que  á  la  quietud  y  á  la  paciencia  obliga. 

Los  dos  gozamos  de  tu  margen  fresca, 
Almo  Guadalquivir,  undoso  rio, 
Mientras  tus  linfas  céfiro  refresca. 

Allí  encontré,  una  tartle  del  estío 
(En  mí  de  este  ejercicio  la  primera), 
Tristes  memorias  del  tormento  mío. 

Tu  voz,  porque  la  pesca  no  se  huyera, 
Rigoroso  silencio  me  intimalja; 
Pensaba  yo  en  mi  suerte  lastimera, 

Y  entre  mí  mismo  á  ratos  exclamaba  : 
«Ondas  del  Betis  ,  claras  algún  dia, 
Cuando  en  vos  el  bien  mió  se  miraba, 

))  Sentid  su  falta  y  desventura  mia, 
Que  ya  el  bien  mió  en  el  cristal  no  veo, 
Ondas  del  Bétis  ,  claras  algún  dia.» 

Yo  las  vi  entonces  (ó  mintió  el  deseo) 
Turbias,  amargas,  en  su  curso  inciertas, 

Y  al  llanto  unidas  (jue  en  su  aumento  empleo. 
Yo  las  vi,  sí,  de  légamo  cubiertas, 

Anhelar  su  sepulcro  en  Océano, 

Ya  por  mi  bien  sus  márgenes  desiertas. 

PLOEO. 

Y  yo  entre  tanto,  con  mi  diestra  mano 
Teniendo  firme  la  oficiosa  caña. 
Atiendo  al  grave  peso  y  al  liviano. 

Sentado  entre  la  adelfa  y  espadaña, 
Puesto  en  el  hilo  todo  mi  desvelo, 
Veo  que  pica  el  pez  y  que  me  engaña ; 

Renuevo  el  cebo  con  mayor  anhelo, 

Y  cuando  á  asirle  va  con  ansia  mucha, 
Preso  se  ve  del  cauteloso  anzuelo. 

El  grueso  barbo  y  la  pintada  trucha 
En  vano  el  agua  con  la  cola  azotan 
Por  librarse  del  hierro  en  fiera  lucha; 

A  los  hambrientos  peces  alborotan, 

Y  la  próxima  arena  removida. 

Un  grande  espacio  del  caudal  rebotan. 

Otra  vez  en  canal  ó  red  tendida 
El  sollo  cae  ó  sábalo  gustoso, 
Que  á  tierra  sale  á  terminar  su  vida; 

Con  las  últimas  ansias  congojoso, 
Salta ,  se  encorva ,  se  revuelca  y  hiere 
Su  propio  cuerpo,  cruel  y  riguroso. 

La  ágil  anguila,  que  su  fin  difiere, 
Respira  acelerada  por  la  agalla, 
Pero  á  pesar  de  sus  esfuerzos,  muere. 

COLUMBANO. 

Aquí  esta  vida  mil  delicias  halla ; 
No  hay  cosa  alguna  en  tan  dichoso  estado, 
Que  no  brinde  á  emprendella  y  no  dejalla. 

Xo  hay  bien  que  yo  por  tí  no  haya  logrado; 
¿Qué  diversión  á  Silvio  no  he  debido, 
A  Silvio,  dignamemte  venerado? 

I  Quién  mejor  que  él  de  la  calandria  el  nido 
Descubrir  supo  ?  ¿  A  qué  rabel  sonoro 
Disteis,  oh  selvas,  más  atento  oido? 

¿En  qué  certamen  del  villano  coro 
No  venció  diestro,  el  recental  ganando, 
El  vaso  de  acebuche  ó  blanco  toro? 

¿Qué  juez  prudente  del  campestre  bando 
Decidió  tan  feliz  las  competencias. 
Tañendo  los  pastores  ó  cantando  ? 

¿Quién  supo  con  más  arte  y  experiencias 
De  los  tiempos  el  orden  admirable, 
Del  cielo  las  diversas  influencias. 

Los  vaticinios  de  la  luna  instable. 
De  cuadrúpsdos  y  aves  el  acento, 
De  las  yerbas  el  uso  saludable  ? 

A  la  naturaleza  siempre  atento, 
¿Quién  de  la  agricultura  en  las  tareas 
Pudo  adquirir  mayor  conocimiento  ¡ 


ÉGLOGA. 


295 


Conversó  con  las  dríadas,  napeas, 
Silvanos,  faunos,  sátiros,  sueños. 
Ñámenos  sacros  y  apacibles  deas. 

Pomona,  Clóris  y  Feronia  llenos 
Le  dan  de  ramos,  frutas  y  de  amomo 
Cestillos,  que  tejieron  mimbres  y  henos. 

Rindióle  Pales  oloroso  aromo, 
El  miamo  Pan  le  coruiió  de  acanto. 
Casia,  violeta,  nardo  y  cinamomo. 

¡Oh  celestial  virtud,  que  puedes  tantol 
¡Oh  dichosa  de  Silvio  la  alquería, 

Y  cuánto  en  ella  admiro  y  adelanto! 
En  el  invierno  el  despejado  dia, 

Cuando  está  el  sol  en  la  mitad  del  cielo, 
Al  corazón  dilata  y  da  alegría; 

Entre  la  fresca  yerba  el  aroyuelo 
Se  ve  correr,  ufano  de  haber  roto 
Por  la  mañana  la  prisión  del  hielo. 

Nos  deslumbran  en  término  remoto 
Sierras  cargadas  de  rebelde  nieve, 
Que  algún  dia  derrite  el  fiero  Noto. 

El  ancho  rio  sus  humores  bebe, 

Y  el  que  manso  lamió  la  verde  orilla. 
Guerra  á  los  campos  y  ciudades  mueve. 

Tu  suelo  entonces,  ínclita  Sevilla, 
No  es  ya  plantel  que  enriqueció  Vertuno; 
Tumba  es  del  lastre ,  del  timón  y  quilla. 

Del  palacio  salobre  de  Neptuno 
Son  tus  suburbios  lastimoso  ejem23lo. 
Si  erige  el  cuello  el  Bétis  importuno; 

Sus  espumosas  cóleras  contemplo, 
Que  intentan  con  sus  rápidos  vaivenes 
Saltar  tus  muros  y  arruinar  tu  templo. 

Donde  antes  la  opulencia,  el  fausto  y  trenes 
Pisaban  grato  suelo,  difundidos 
Se  lloran  ya  los  ricos  almacenes. 

Llegan  de  la  piedad  á  los  oídos 
Los  soUozos ,  los  gritos  penetrantes 
De  tantos  ciudadanos  afligidos; 

Caminan  las  barquillas  fiuctuantes, 

Y  al  socorro  se  apresta  con  los  dones 
Que  salvaron  en  útiles  instantes. 

¡Gigante  de  cristal,  que  horror  impones 
No  así  te  lleves  el  robusto  puente. 
Ni  tu  florida  margen  abandones! 

De  Itálica,  que  mira  tu  corriente, 
Escándalo  eres  ya ,  ya  las  arenas 
Empanan  tu  cristal  impunemente; 

De  jugo  exhaustas  y  de  broza  llenas 
Deja  las  tierras  tu  furor  que  cubre, 

Y  penetrando  sus  preciosas  venas , 
Donde  su  hacienda  el  labrador  encubre, 

El  grano  hinchado  el  trigo  no  nacido 
Entre  sus  hilos  fértiles  descubre. 

Cuando  al  dia  el  nublado  ha  obscurecido, 
Cuando  violento  el  ábrego  ha  soplado 

Y  la  copiosa  lluvia  ha  descendido, 
Entonces  es  cuando  el  hogar  cercado 

De  la  familia  la  aljuudante  leña 
Arde  y  alumljra  el  campesino  estrado. 

Muchas  veces  tu  padre  nos  enseña 
Sus  olivos  y  huertas  bien  pobladas, 
El  agua  que  las  riega,  de  alta  peña; 

El  valle  en  donde  pacen  sus  vacadas. 
Los  surcos  de  los  bueyes  laboriosos, 
Los  gañanes  con  rústicas  tonadas, 

Ahuj'entando  los  pájaros  golosos. 
Que  buscan  detras  de  ellos  la  simiente 
Envuelta  en  los  terrones  esponjosos  ; 

Ya  ingiere  ó  poda  el  árbol  diligente, 
Planta  la  vid  ó  castra  la  colmena; 
Ya  va  á  ver  el  tral^ajo  de  su  gente; 

De  sus  rebaños  el  balido  suena 
Por  todo  el  campo,  y  de  sus  reses  vemos 
La  alta  montaña  coronada  y  llena. 

¡  Cuántas  veces  el  tiempo  entretenemos 
Viendo  al  cabrito,  al  choto  con  delicia 
Acudir  de  su  madre  á  los  extremos! 

Le  llama,  le  alimenta,  le  acaricia, 

Y  él  luego,  con  la  lengua  mal  enjuta, 
Tampoco  el  bien  del  prado  desperdicia ; 

Después  que  el  néctar  candido  disfruta, 


296  DON  JOSÉ  MAEIA  VACA  DE 

Despuntando  el  orégano  y  tomillo, 
Huyo  del  altramuz  y  la  cicuta 

Escogemos  el  tierno  cordorillo. 
Que  gxiardaion  del  lobo  los  mastines , 
Para  victima  hacerle  del  cuchillo. 

Luógu  que,  coronada  de  jazmines, 
Viene  á  esmaltar,  fragranté  y  halagüeña, 
La  primavera  selvas  y  janlines, 

El  ganado  sujeto  en  red  pequeña 
Kinde  al  dueño  sus  útiles  vellones 
y  ubres  fecundas ,  que  el  pastor  ordeña. 
FLORO. 

Si,  Columbano;  sus  preciosos  dones 
Aquí  el  cielo  sin  limites  derrama, 
Nos  enriquece  en  todas  estaciones. 

Cuando  el  sol  con  más  fuerza  el  campo  inflama, 
Cubren  mis  eras  pálidas  espigas, 
Mi  cercado  á  gustar  sus  frutas  llama. 

Viene  el  Setiembre,  templa  las  fatiga?, 

Y  el  licor  dulce  exprime  de  las  vides 
En  el  lagar  con  las  robustas  vigas ; 

Mi  padre,  atento  á  cuantos  gustos  pides, 
Nos  conduce  por  frescas  arboledas; 
Nunca  al  buscarle  su  labor  impides; 

Al  monte  vas  por  ásperas  veredas^ 
En  sus  molinos  ves  el  fruto  nuevo  . 
Desmenuzarse  con  pesadas  ruedas, 

O  sostenido  en  el  derecho  acebo 
Entre  chopos,  abetos  y  lentiscos, 
El  alto  cerro  á  fatigar  te  llevo, 

Y  desde  la  eminencia  de  sus  riscos 
Dominas  la  cascada  y  sus  orillas. 
El  valle,  la  cabana  y  los  apriscos; 

Divisas  las  ciudades  y  las  villas. 
Bajo  los  pies  las  nubes  divisamos, 

Y  las  aves  que  vuelan  en  cuadrillas; 
Por  entre  breñas ,  árboles  y  ramos. 

Ágil  el  cuerpo,  el  alma  dilatada, 

Y  vivo  el  apetito  á  casa  vamos, 
Donde  la  mesa  hallamos  adornada 

Del  tierno  recental,  manteca  y  leche, 
Kubio  panal  y  nata  delicada. 
COLUMBAÍíO. 
De  ejemplos  tan  visibles  se  aproveche 
El  torpe  paladar  del  poderoso, 

Y  banquetes  espléndidos  deseche. 
Libre  aquí  de  su  trato  peligroso, 

Huiré  de  su  antesala  y  su;?  umbrales, 
Su  mármol  sepulcral  me  será  odioso; 

Me  alejaré  de  pleitos  y  curiales, 
Ko  temeré  del  bravo  mar  las  iras 
Ni  de  la  guerra  lúgubres  señales  ; 

No  escucharé  lisonjas  ni  mentiras, 
Amores  y  celosas  competencias , 
Falsas  palabras  y  engañosas  miras. 

No  veré  afectaciones,  indolencirs. 
Obsequios  tan  serviles  al  dinero, 
Tantas  obscenidades  é  insolencias. 
El  bufón  de  la  corte,  chocarrero, 
De  critico  preciado  y  literato, 
Ya  de  hoy  más  á  mi  lado  ver  no  quiero; 

De  frases  pedantescas  su  aparato 
Suele  un  circo  embobar  de  gente  ruda, 
jY  con  esto  se  engrie  el  mentecato! 

Arduas  materias  decidir  no  duda. 
De  todo  quiere  hablar  y  nada  entiende, 
El  sabio  le  desprecia  con  voz  muda. 

¡Qué  lastimosa  escena  al  que  pretende 
Se  ve  representar!  \Y  qué  bajezas 
Al  infeliz  que  del  favor  depende! 

I  Qué  de  satisfacciones  y  franquezas 
Se  toma  el  fastidioso  entremetido, 
Creyendo  sus  frialdades  agudezas! 

Nota  el  vicio  el  que  más  le  ha  poseído, 
Gobierna  el  reino,  y  aun  el  mundo  todo, 
Quien  gobernar  su  casa  no  ha  sabido; 

Suelen  ser  descorteses  de  igual  modo, 
Cuando  se  miran  en  fortuna  erguida. 
El  hombre  bajo  y  el  ilustre  godo; 

Porque  la  urbanidad  anda  perdida 
6i  el  caballero  de  (juiéu  es  se  acuerda» 


GUZMAN  Y  MANRIQUE. 

O  si  el  villano  de  quién  fué  se  olvida. 

Aunque  el  juicioso  la  paciencia  pierda, 
Rompen  afeminados  los  galanes 
La  gravedad  que  el  sexo  les  recuerda. 

Libre  estoy  ya  de  necios,  charlatanes, 
Ingratos,  crueles,  díscolos,  avaros. 
Inquietos,  perezosos  y  truanes. 

Lejos  de  aquí,  profanos  ;  que  al  trataros 
Entre  el  horror  de  iniquidades  tantas. 
Hallo  que  los  perfectos  son  tan  raros , 

Que  apenas  tantos  se  conocen  cuantas 
Las  puertas  son  de  la  famosa  Tébas, 
O  del  fecundo  Nilo  las  gargantas. 

Tú  solamente  mi  atención  te  llevas, 
Gloria  del  suelo,  soledad  dichosa, 
Que  en  dulce  paz  el  pensamiento  elevas. 

Corresponde  á  mis  ruegos  amorosa 

Y  haz  que  de  un  sol  al  otro  el  nombre  suene 
Por  esas  selvas  ,  de  mi  amada  esposa. 

Mas  ahora,  porque  asi  mi  mal  refrene, 
Permíteme  callarle,  aunque  grabado 
En  su  corteza  un  álamo  le  tiene. 

¡Oh  hechizo  amable  cuando  quiso  el  hado! 
Siempre  que  piens(j  en  el  momento  triste 
Que  último  fué  contigo,  objeto  amado; 

Aquestos  ojos,  que  á  tu  amor  rendiste, 
Dan  á  la  tierra  desatados  rios. 
Porque  así  me  dejaste  y  te  partiste. 

Siente  el  ganado  los  pesares  mios, 
Ni  le  calienta  el  sol  puesto  en  su  altura, 
Ni  halla  fresco  en  los  páramos  sombríos. 

Te  llora  el  soto,  el  valle,  el  aura  pura; 
Te  ofrece  el  cisne  su  funesto  canto; 
Todos  sienten  el  fin  de  tu  hermosura. 

Será  menos  difícil  entre  tanto 
Beba  el  frigio  del  Tajo  la  corriente, 
y  el  español  la  del  remoto  Xanto, 

Que  del  alma  tu  imagen  esté  ausente, 

Y  que  el  devoto  templo  se  desplome 
Que  á  tu  memoria  ofrezco  reverente. 

Cuando  el  penoso  dia  al  mundo  asome 
Que  exequias  te  rindamos  en  el  ara, 
Rumbos  diversos  el  ejido  tome, 

Y  en  justo  obsequio  de  mi  prenda  cara 
Se  oigan  endechas,  fúnebre  sordina 
Haga  el  pastor  de  su  zampona  clara; 

Febo  su  luz  oculte  peregrina. 
No  divino  rocío  el  suelo  moje. 
Cubra  la  niebla  la  región  vecina ; 

El  árbol  de  su  gala  se  despoje, 
Ni  al  olmo  vid,  ni  al  risco  hiedra  abraca. 
Toda  rosa  su  piirpura  deshoje; 

Con  su  infortunio  mi  infortunio  enlace 
La  leona,  de  sus  hijos  separada, 

Y  á  rugidos  los  vientos  embarace; 
Tristes  los  brutos  por  mi  suerte  airada. 

El  ruiseñor  los  venza  en  sentimiento 
Con  son  doliente  y  voz  acongojada. 

Da  al  alto  Jove  el  águila  contento, 
El  ciervo  es  de  Diana  apetecido, 
El  gallo  de  Minerva  es  ornamento. 

De  Neptuno  el  delfín  es  escogido, 
A  Baco  el  fiero  tigre  consagi-ado, 
A  la  paloma  Venus  ha  querido, 

Fué  de  mi  esposa  el  ruiseñor  amado, 
Al  duloe  ruiseñor  ninguno  iguale 
En  sentir  á  mi  dueño  malogrado. 

Campos,  si  á  veros  Columbano  sale, 
Le  adornarán  cipreses  y  beleños. 
No  el  trébol  ó  laurel  que  olor  exhale. 

Aves  parleras,  ágiles,  sin  dueños. 
Divertidle  sus  míseras  querellas, 
Atraedle,  fuentes,  sosegados  sueños; 

Consoladle,  del  bosque  ninfas  bellas; 
Ya  no  hay  mal  que  agüerar,  corneja,  al  mundo, 
Todo  el  bien  le  robaron  las  estrellas; 
Cubrió  á  la  tierra  el  luto  más  profundo, 

POETA, 

Aquí  llegaban  los  zagales,  cuando 
.Tuzgué  que  un  globo  el  viento  iluminaba, 
Y  ái  loa  celestes  diosea  sostcnia, 


ROMANCE  endecasílabo. 


297 


Tanto  el  congreso  allí  se  embelesaoa 
La  amable  vida  rústica  escuchando, 
Que  quedar  solo  Jiípiter  temia, 

Y  así  á  Mercurio  envia 
Por  vagos  horizontes 

A  los  Cimerios  montes. 
Al  sueño  trajo,  su  licor  ofrece, 
Con  él  á  las  deidades  adormece, 
Va  á  cada  cual  el  corazón  ungiendo, 

Y  luego  desparece, 

Por  la  alma  puerta  de  marfil  huyendo. 

En  tanto  los  mancebos  repararon 
Que  de  las  hayas  y  elevados  pinos 
Iban  las  sombras  ya  siendo  menores; 
Por  diversos  senderos  y  caminos 
Las  ovejas  y  cabras  divisaron 
Llevar  á  la  espesura  los  pastores; 
Señas  de  que  en  ardores 
El  sol,  entrando  el  dia, 
Por  instantes  crecía, 

Y  de  esta  vida,  de  inquietud  exenta'. 
En  dulces  amebeos  dieron  cuenta 

A  los  vientos,  que  mansos  los  oyeron ; 
Eco  respondió  atenta, 

Y  entre  sauces  y  robles  se  escondieron. 


EL  TRIUNFO  SOBRE  EL  ORO. 

Romance  endecasílabo,  leido  en  la  Jieal  Sociedad  Económica  de 
Amigos  del  l'ais  de  Madiid  ,  por  encargo  suyo,  en  su  junla  pú- 
blica general  de  •2-i  de  lüciembre  de  17Si,  eñ  que  se  publicaion 
y  dislribuyeron  los  premios  correspondientes  á  las  discipulas 
de  sus  escuelas  patrióticas  por  el  segundo  semestre  del  mismo 
año,  y  otros  pertenecientes  á  agricultura  y  artes. 

Almas  venales,  ímprobos  esclavos 
Del  vil  metal,  c^ue  á  dichas  aparentes, 
Por  vuestro  mal,  os  llama,  y  halagüeña, 
Sirena  encantadora  os  adormece; 

Orgullosos  ministros  de  su  imperio, 
Sellad  el  labio  alguna  vez;  no  siempre 
De  la  razón  al  eco  pei-suasivo 
Confundan  vuestras  locas  altiveces. 

Bien  sé  que  el  enemigo  poderoso 
En  sus  obscuras  cárceles  detiene 
Las  virtudes,  cruel;  pero  algún  dia 
Verán  del  sol  los  puros  rosicleres. 

Enjuga,  amistad  santa,  tus  mejillas, 
¡  Oh  bienhechora  paz !  el  llanto  cese , 
Eespira  ya,  benéfica  templanza; 
Alma  prudencia,  tu  desmayo  aliente. 

No,  invicta  fortaleza,  desampares 
El  corazón  de  los  varones  fuertes ; 
Kodará  ese  coloso  desmedido, 
Y  vendrá  á  ser  oprobrio  de  las  gentes. 

No  dejes,  no,  justicia  soberana, 
La  tierra,  aunque  enemiga  te  exaspere; 
Mira  que  siempre  inmaculado  espejo 
España  ha  sido  de  imparciales  jueces. 

Subalternos,  indignos  mercenarios, 
En  cuya  lengua  vil  asiento  tiene 
La  iniquidad,  aquestos  os  escuchan ; 
¡Que  tal  cicunspeccion  no  se  respete! 

Aquesa  frente  que  ostentáis  tranquila 
A  la  vista  de  un  público,  insolentes 
Seductores  de  Astrea,  estar  debiera 
Cubierta  de  rubor,  á  conocerle. 

Yo  partir  la  imagino  transportado, 
En  vano  el  magistrado  asirla  quiere. 
Sube  veloz,  y  sus  amados  genios 
De  la  fatal  catástrofe  se  duelen. 

Rásganse  de  dolor  las  vestiduras. 
Con  lágrimas  los  vientos  humedecen. 
Alzan  al  cielo  los  hermosos  ojos, 
Suspiros  lanzan  y  las  manos  tuercen. 

Penosa  condición  será  ckl  prado 
Que  sus  amenos  ámbitos  engendren, 
Entre  fragi-antes  flores,  que  deleitan, 
Disimulados  áspides ,  que  muerden ; 

Que  arrastrando  su  pecho  por  la  tierra. 
Llegue  silbando  la  escamada  sierpe 
A  emponzoñar  las  aguas  salu(^ables, 


Ni  es  culpa  del  cristal  ni  de  la  fuente. 

¡A  qué  no  obligas  los  mortales  pechos, 
Malvada  hambre  del  oro!  ¡Cuánto  puedes, 
Hidi'úpica  pasión!  Mas  nueva  idea 
En  este  instante  el  ánimo  sorprende. 

Escena  triste,  llena  de  amargura. 
Aquí  se  me  presenta;  se  estremece 
El  corazón ,  erízase  el  cabello, 

Y  un  helado  sudor  por  mí  se  extiende. 

Si  haUa  paso  La  voz ,  si  el  pecho  acierta 
A  respirar  algún  .aliento  débil. 
Mortales,  escuchad ;  acaso  el  cielo 
De  un  instrumento  vil  quiere  valerse. 

Llegó  el  dia  fatal  de  las  venganzas; 
Siento  crujir  los  sempiternos  ejes, 

Y  el  fuego  descender;  cielos  y  tierra 
Con  espantoso  estrépito  se  mueven. 

Elévanse  las  puertas  eternales, 
Levántanlas  los  príncipes  celestes, 
No  para  que  entre  el  Rey,  para  que  al  trono 
Descienda ,  en  que  á  los  hombres  residencia. 

Lúgubres  voces,  en  sollozo  envueltas. 
Parece  escucho,  que  á  decir  empiecen  : 
«Montes,  venid  sobre  nosotros ;  cubran 
Nuestro  ser  los  collados  eminentes. » 

A  un  metal  ronco,  que  terror  impone, 
Los  cadáveres  yertos  obedecen  ; 
¿Adonde  del  semblante  de  las  iras, 
Delincuente  infeliz,  podré  esconderme? 

En  los  justos  los  reprobos  avaros. 
Viéndolos,  más  que  el  sol  resplandecientes, 
Triunfar  del  oro  y  de  sus  falsos  brillos, 
Clavan  los  ojos  y  á  decirse  vuelven : 

«¿No  son  éstos  aquellos  que  algún  dia 
Nos  sirvieron  de  escarnio,  y  tantas  veces 
El  blanco  vimos  ser  del  improperio. 
De  la  sátira  y  sales  maldicientes? 

«Juzgábamos  nosotros,  insensatos, 
Loca  su  vida,  sin  honor  su  muerte; 
Ved  que  Dios  los  computa  con  sus  hijos, 

Y  suerte  entre  los  santos  le  previene. 
))De  la  verdad  erramos  el  camino, 

No  rayó  en  nuestras  mustias  lobregueces 
Luz  de  justicia;  el  sol  de  inteligencia 
Faltó  para  nosotros  de  su  oriente. 

»  Por  senderos  difíciles  vagando 
Los  de  Dios  ignoramos ;  la  demente 
Soberbia  /qué  aprovecha?  la  jactancia 
De  las  riquezas  ¿qué  útil  nos  confiere? 

«Todo  i^asó  cual  sombra  fugitiva. 
Mensajero  que  corre  velozmente , 
Nave  que  corta  el  agua  fluctuante, 
O  flecha  que  del  arco  se  desprende. 

)>Niiestro  nombre  sonó  como  las  alas 
Del  ave,  que  azotando  el  viento  leve. 
Va  diciendo  con  su  vuelo  el  aire 
Sin  que  señales  del  camino  deje. 

»Así  nosotros,  luego  que  nacimos. 
De  ser  dejamos,  sin  que  al  fin  nos  resten 
Vestigios  de  virtud ;  ya  nos  consume 
Nuestra  malignidacl  y  nos  disuelve. 

))¿Qué  insano  error,  cjué  bárbara  demencia 
Nos  poseyó  ?  ¿  Que  espíritu  rebelde 
Nos  obstinaba .'  Nuestro  desengaño 
Tarde  lo  llora,  tarde  se  arrepiente.» 

Así  diréis;  pero  callad  ahora. 
Infelices,  repito;  no  tolere 
Más  tiempo  la  razón  publique  el  mundo 
Que  el  infame  interés  todo  lo  vende. 

Hay  honor,  hay  virtud,  hay  heroi.smo. 
Hay  magnanimidad  ;  de  los  dinteles 
Del  celestial  Sion  hacia  la  tierra 
Ráfagas  brilladoras  se  desprenden. 

Espíritus,  que  á  cargo  habéis  tenido 
Dañar  la  tierra  y  mar,  suspenso  quede 
El  golpe  hasta  que  vengan  señalados 
Los  siervos  del  pitísimo  en  sus  frentes. 

Que  yo  en  tanto  á  esos  díscolos  sectario! 
De  la  avaricia ,  afrenta  de  la  especie, 
Conduciré  donde  su  eiTor  conozcan, 
Se  convenzan,  se  humillen,  se  avergüencen. 

En  uu  salüü  consistorial  el  celo,,, 


298 


DOíT  JOSÉ  MARÍA  VACA  DE  GÜZMAN  Y  MANRIQUE. 


Pero  aquí  es  fuerza  que  la  lengua  tiemble , 
Se  ofusque  la  razón,  y  la  memoria 
Con  adecuadas  cláusulas  no  encuentre. 

No  es  (1  influjo  que  á  las  Musas  debo, 
Al  empeño  del  dia  suficiente; 
Estas  dóbilcs  fuerzas  me  acobardan 

Y  explica  el  natural  sus  timideces. 

¡Oh,  quién  su  cortedad  de  ajenos  bríos 
Vestir  pudiera ,  porque  de  esta  suerte 
No  tanta  sangre  al  rostro  se  asomara 

Y  la  voz  menos  trémula  estuviese! 
Idólatras  algunos  de  sí  mismos, 

Sólo  el  despejo  apetecer  me  dejen  ; 
Tiene  también  (coiiózcolos)  sus  necios 
Fantásticos  Narcisos  Hipocrene. 

Por  lo  demás,  detesto  y  abomino 
Jactanciosos  espíritus  perennes, 
Que  cuando  piensan  que  lo  saben  todo, 
Ni  saben  ser  humildes  ni  corteses. 

El  padre  es  de  las  luces  (á  él  recurro), 
De  cuyo  seno  todo  bien  desciende , 
Quien  aquello  á  los  párvulos  revela, 
Qut!  esconde  de  los  sabios  y  prudentes. 

En  un  salón  consistorial  el  celo 
Patriótico  las  máximas  convence 
De  los  ilusos ,  que  al  altar  del  oro 
Retribuyen  inciensos  pestilentes. 

No  ya  le  llaman  ídolo  del  hombre, 
Móvil  del  mundo,  ciencia  de  placeresj, 
Imán  del  corazón,  juez  de  la  tierra, 
Terror  de  la  virtud  y  de  los  héroes. 

Este  congreso,  superior  al  vano 
Sistema  con  que  infiel  se  ensoberbecej 
Sus  decantados  triunfos  desestime 
r  sus  pomposos  títulos  desprecie. 

I  Qué  importará  que  estampe  en  sus  memorias 
El  monstruo  con  brillantes  caracteres 
Que  vence  al  mismo  amor,  que  en  todo  el  orbe 
Tantas  victorias  á  su  aljaba  debe? 

A  ese  hijo  débil  del  informe  caos, 
Ciego  rapaz,  sus  hierros  encadenen, 

Y  ufano  de  estos  míseros  trofeos , 
Sus  invencibles  fuerzas  exagere. 

Hay  otro  amor  gigante,  amor  robusto, 
Heroico  amor,  que  su  poder  excede, 
Llevando  el  vuelo  rápido  de  donde 
El  Miño  espira  adonde  nace  el  Bétis. 

Dulce  amor  de  la  patria,  que  has  sabido 
El  celo  despertar,  si  el  celo  duerme. 
Causa  de  aqueste  ventajoso  efecto, 
España  en  sociedades  te  prospere. 

Aquí,  de  la  península  en  el  centro, 
Llega  á  esas  puertas,  y  corrido  advierte 
Su  desengaño  el  interés  altivo, 
Cuyos  vanos  parciales  enmudecen. 

Lejos  de  aquí  los  premios,  los  honores. 
Tratos,  riquezas,  dulces  alicientes 
De  la  torpe  ambición,  que  de  esta  estancia 
Con  bramido  feroz  desaparece. 

Arráncase  el  lucífugo  vestiglo 
Con  una  mano  el  corazón  aleve. 
Con  la  otra  cubre  la  ofuscada  vista. 
Antes  que  el  rayo  de  virtud  la  ciegue. 

De  la  tierra  los  cóncavos  penetra, 
Las  aldabas  del  báratro  conmueve, 

Y  el  eco  las  cavernas  redoblando, 
Hace  que  toda  la  mansión  resuene. 

Exenta  de  sus  hálitos  aquesta 
Noble  porción ,  no  es  mucho  que  descuelle 
Entre  otros  hombres ,  de  ellos  infestados , 
Como  entre  los  virgultos  los  cipreses. 

La  son  desconocidos  los  idiomas 
Del  interés  y  la  avaricia;  indemne 
Levanta  la  cerviz  del  torpe  yugo 
Con  que  á  la  tierra  avasallar  pretenden, 

¿Adonde,  pues,  insignes  ciudadanos, 
Atesoráis?  Decid,  ¿qué  rumbo  lleven 
Los  desvelos,  impensas  y  fíitigas, 
Las  sesiones  y  planes  diferentes  ? 

No  están  aquesos  nobles  corazones 
Adonde  está  el  tesoro;  allí  parecen 
Vuestros  taleatos  Uoade  los  dañosos 


Insectos  ni  corrompen  ni  demuelen. 

Nada  es  vuestro,  del  resto  de  los  hombres 
Sois  aun  vosotros  mismos.  ¿  Y  no  es  éste 
El  triunfo  sobre  el  oro,  que  el  poeta 
Hoy  hace  objeto  de  su  vena  estéril? 

¡Hacer  el  hombre  bien  al  hombre!  ¡Oh  cuánta 
Suljlime  gloria  y  dignidad  envuelve. 
Concepto  que  explicar  mi  tor])e  labio 
No  ha  de  poder!  Mas  si  él  enmudeciere, 

Hablad  vosotras,  racionales  almas, 
Del  alto  Dios  imágenes,  en  quienes, 
Al  infundiros,  como  en  blanda  cera. 
Hizo  impresión  de  sus  eternas  leyes. 

Tú,  Sinaí,  publica  que  es  secuela 
De  aquel  precepto,  cifra  de  los  siete , 

Y  uno  de  aquellos  dos  de  donde  toda 
La  ley  divina  y  los  profetas  penden. 

A  las  luces  pasando  de  las  sombras 
Aquella  voz,  que  al  universo  mueve. 
Oiga  Jerusalen  cuando  prorumpe  : 
Jiini  A  aquellos  haced  que  os  aborrecen. 

Enjuga,  amistad  santa,  tus  mejillas, 
Digo  otra  vez;  renaces  y  floreces. 
Bajo  el  amparo  del  augusto  Carlos, 
En,  brazos  de  este  cuerpo  que  protege. 

El,  respetando  el  vínculo  sagrado 
Que  le  une  á  su  país,  constante  vence 
Las  finezas  de  Aquíles  y  Patroclo, 
Los  extremos  de  Pílades  y  Oréstcs. 

Esos  renuevos  de  la  dulce  patria. 
Tiernas  alumnas,  que  en  sus  años  verdes 
Dan  al  trabajo  el  tiempo  que  otros  muchos 
Sacrifican  á  inútiles  deleites, 

Por  el  sordo  transcurso  de  los  siglos 
Las  lorimeras  serán  que  se  presenten 
En  el  templo  inmortal  de  la  memoria 
A  imprimir  sus  elogios  indelebles; 

Y  mientras  que  los  tiempos  van  cumpliendo 
Mi  vaticinio  en  sucesiva  serie. 
Desciendan  á  la  arena,  codiciosas, 

Y  arranquen  por  su  mano  los  laureles. 
Mas,  esperad,  atletas  esforzadas; 

Los  olorosos  ramos  que  el  ardiente 

Furor  del  rayo  respetó,  este  dia 

Se  han  desgajado  y  orlan  vuestras  sienes. 

Ellos  os  buscan  como  premio  digno 
De  vuestro  afán,  que  por  instantes  crece; 
Alumbre  el  sol  ó  camjDen  las  estrellas, 
Abrase  Cancro  ó  Capricornio  hiele, 

La  lira  que  escucháis,  y  más  sonoras 
Las  cuerdas  que  otros  númenes  moderen , 
Ensalzarán  el  triunfo  laborioso 
Al  halago  de  cláusulas  cadentes. 

En  nuestros  libros,  cuj'as  hojas  llenan 
Empresas  grandes,  y  estampado  tienen 
Tantas  veces  de  Carlos  el  real  nombre. 
Escritos  ya  los  vuestros  aparecen. 

El  sudor  de  la  prensa,  al  repetirlos, 
Es  también  recompensa  del  que  vierten 
Vuestros  poros,  si  agitan  la  tarea 
Las  iuteiiores  fiierzas  que  le  impelen. 

Gozad  la  distinción,  seguid  constantes; 
Logre  la  aplicación  colmadas  creces , 
No  el  lauro  marchitéis,  el  desaliento 
Vuestras  candidas  almas  no  penetre. 

Dignas  así  seréis  de  más  honores. 
Graciosas  á  los  ojos  de  la  plebe, 

Y  á  Dios  aceptas,  que  piadoso  cuida 
Del  abrigo,  el  sustento  y  el  albergue. 

Volved  el  rostro  al  tierno  simulacro, 
Sagi-ada  ostentación  de  estas  paredes, 
Que  del  más  obstinado  iconoclasta 
Está  exigiendo  cultos  reverentes. 

Y  oiga  la  fe  de  su  divina  boca 

Lo  que  expresar  no  cabe  en  los  pinceles. 
Cuando  \'iendo  al  discípulo  escogido, 
Águila  excelsa  que  sus  rayos  bebe, 

Y  señalando  á  la  que  fervorosa 

Le  siguió  hasta  la  cruz  desde  el  pesebre, 
A  los  hijos  de  Adán  en  su  calieza, 
F<í(í  vwstra  madre,  al  espirar  profiere. 
Ésta  es  María,  aquella  por  quien  quiso 


ÉGLOGA. 


299 


Dios  que  los  hombres  todo  lo  tuviesen; 
Contemplad  la  fineza  al  mismo  tiempo 
Que  á  ella  acreedoras  el  trabajo  os  muestre. 
Puede  Marta  solícita  imitarse, 

Y  de  esotra  heroína  penitente, 
Que  el  leño  abraza  y  lo  mejor  elige. 
Los  éxtasis  amantes  emprenderse. 

Es  lina  la  virtud;  á  ella  conducen 
Diversas  sendas  :  si  imploráis  fervientes 
Vuestra  perfecta  vocación  del  cielo, 
El  cielo  hará  que  la  elección  se  acierte. 

Alzad  los  ojos  á  esos  tutelares, 
Mirad  en  sociedad  indeficiente , 
Para  honor  de  Madrid,  poblar  su  reino 
Las  tiaras,  estevas  y  talleres. 

De  éstos  levanta  el  vuelo  heroica  virgen , 
Divísala  su  dueño  entre  canceles , 

Y  (( sube  )>,  la  repite,  hermosa  mia. 
Que  ya  el  invierno  recogió  sus  nieves; 

Y  apareciendo  há  poco  en  nuestras  aras. 
Lirio  entre  espinas,  que  ostentó  su  frente, 
Del  incorrupto  virginal  cadáver 

Besan  el  pié  los  príncipes  y  reyes. 

Seguid  sus  huellas  si  queréis  que  blancas 
Coronas  de  azucenas  se  os  apresten; 
Mas  si  otro  rumbo  os  proponéis,  atentas 
Mirad  del  Manzanares  la  corriente, 

Y  él  os  dirá  las  que  imprimió  en  su  espalda 
Milagi-osa  mujer,  á  quien  sostiene. 
Violentando  su  ser;  que  el  cielo  ordena 

Que  hasta  las  ondas  la  virtud  respeten. 

Ved  á  la  mujer  fuerte,  cuyo  precio 
De  los  confines  iiltimos  procede; 
Buscó  la  lana  y  lino,  porque  cauta 
La, labor  de  sus  manos  la  sustente. 

Estas,  con  oficiosa  alternativa. 
Toman  el  huso  que  la  hilaza  tuerce, 
La  vianda  á  los  domésticos  reparten. 
Se  abren  al  pobre  y  al  hijuelo  envuelven; 

De  su  casa  continua  centinela 
No  comió  ociosa  el  pan.  Cuánto  os  empeñe 
Considerad,  oh  jóvenes  premiadas, 
El  ejemplar  que  vuestra  patria  ofrece. 

Así  no  necesita  de  despojos, 
Que  da  la  lid  ó  el  piélago  promete, 
El  esposo  que,  en  ella  confiado. 
Con  sus  próvidas  manos  enriquece. 

Tú  la  escogiste,  sí,  tú  la  alabaste. 
Consorte  digno;  á  tu  virtud  conviene 
Premio  tan  singular,  pues  en  la  tierra 
Sólo  pudo  María  merecerte. 

Mantuano  Moisés,  á  cuyo  imperio 
Determinó  el  Señor  omnipotente 
Que  en  erupción  extraña  de  cristales 
El  duro  pedernal  obedeciese; 

Isidro  santo,  labrador  dichoso. 
Los  ángeles  por  tí  la  tierra  hienden, 
Los  ángeles  aquellos  cuyas  alas 
El  rostro  cubren  inmortal  y  fuerte, 

¡Honrosa  ocupación,  noble  ejercicio! 
Pasme  el  sentido,  el  pensamiento  eleve 
Que  el  Dios  de  los  ejércitos,  terrible, 
De  agricultor  el  nombre  no  desdeñe. 

Afortunada  clase,  cuyo  esmero 
A  los  progresos  útiles  atiende 
De  tan  bella  noción,  ¡oh  quién  supiera, 
Como  supo  elegirte,  engrandecerte! 

Pudiera  yo  expresar,  á  tolerarlo 
Del  tiempo  y  la  ocasión  las  estrecheces , 
Cuánto  de  ella  las  artes,  los  oficios. 
Cuánto  la  industria  popular  depende. 

Magnánimo  individuo,  que  ocultando 
Tu  ilustre  nombre  y  dignidad,  promueves 
Con  noble  pecho  y  mano  generosa 
La  discusión  y  prácticas  agrestes; 
Los  ai-tículos  ya  de  tu  problema 
Hay  quien  resuelva,  explique  y  desempeñe, 
Para  que  el  campo  así  se  beneficie 
Y  la  pluma  feliz  se  remunere  (1). 

(1)  Habla  del  premio  de  agricultura,  propuesto  por  la  liberalidad 
de  un  socio  de  alio  carácter,  y  diferido  por  la  Sociedad  á  este  día. 


Besad  la  tierra,  vírgenes  atnables, 
Que  ha  criado  el  Señor,  que  reverdece 
A  su  voz,  que  produce  á  su  precepto 
Fruto  que  se  eterniza  en  sus  simientes. 

A  las  manos  del  hombre  las  entrega, 
Porque  puesto  en  las  suyas  las  disperse, 
O  bien  las  niegue  el  plácido  rocío, 
O  bien  en  años  fértiles  las  riegue. 

Ellas  os  alimentan,  y  de  aquella 
Materia  enmarañada  os  abastecen, 
Cuyos  iguales  consistentes  hilos 
Del  vencimiento  son  testigos  fieles. 

Al  tejido  prestad  aqucsas  hebras, 
Al  bordado  auxiliad ;  del  templo  cuelguen 
Telas  (2)  que  al  tabernáculo  de  Cristo  (8) 
Acompañan,  adornan  y  guarnecen. 

A  unos  y  otros,  artis'tas  aplicados. 
La  Sociedad  esclarecida  premie. 
Ya  retraten  la  rosa  y  azucena  (i), 
Ya  dibujen  corintios  capiteles  (5). 

Ni  olvidaré  la  máquina  que  exacta 
De^ vuestro  afán  períodos  numere. 
Señalando  las  horas  y  los  días 
Por  la  veloz  carrera  de  los  meses  (6). 

Lograd  todos  el  premio.  Y  tú,  benigno 
Circo,  á  quien  las  piedades  engrandecen , 
Gózate  en  ellas  mismas  más  que  en  cuanta» 
Perlas  el  Sur  en  nácares  contiene. 

Cante  la  fama  el  paternal  desvelo; 
Sus  nuevos  ecos  los  antiguos  quiebren 
Que  al  trabajo  esparció  de  Babilonia 

Y  bárbaras  pirámides  de  Méufis. 
Cantad  vosotros,  socios  venturosos, 

El  horrendo  suplicio  que  padece 
La  tirana  ambición  en  el  averno. 
Después  que  hollasteis  su  cerviz,  valientes. 

De  esta  suerte  por  cada  cual  espero 
En  el  Dador  de  los  eternos  bienes 
Pueda  la  ilustre  Sociedad  gloriarse 

Y  prorumpir  en  cánticos  alegres. 

Feliz  varón  el  que  se  halló  sin  mancha, 
No  corrió  tras  los  viles  intereses. 
Ni  esperó  en  las  riquezas  y  tesoros. 
¿Quién,  y  le  alabaremos,  es  aQué.ste? 

El  que  obró  maravillas  en  sú  vida, 

Y  probado  en  el  oro,  donde  el  temple 
Del  acero  más  fino  se  destroza. 

Se  vio,  no  obstante,  que  perfecto  fuese. 
Alcanzará  la  gloria  eterna,  y  puesto 
Que  no  quiso,  aunque  pudo,  coiTomperse, 

Y  pudiendo  ser  víctima  del  vicio. 
Fué  superior  á  estímulos  aleves; 

Por  tanto  en  el  Señor  sus  bienes  todos,. 
Como  en  único  objeto,  se  establecen, 

Y  todas  las  iglesias  de  los  santos 

El  tiempo  hará  que  sus  limosnas  cuenten. 


ELFINO. 

ÉGLOGA. 

ELFINO,  LAFINA,  POETA. 
POETA. 

Elfino,  que  de  Henares  á  la  orilla 
De  cabras  un  rebaño  apacentaba. 
Donde  tiene  Minerva  su  alta  silla; 

Y  Lafina,  que  ovejas  gobernaba, 
De  Córdoba  y  Sevilla  en  los  confines. 
Cuando  el  Aries  celeste  publicaba 

El  bando  de  fragrancia  á  los  jardines, 
Y  á  obedecer  su  voz  se  disponían 
Los  narcisos,  mosquetas  y  jazmines; 

A  sus  solas  su  mal  tristes  gemían. 
Como  esjjosos  futuros,  cuj'o  pecho 

(2)  Alude  al  premio  de  bordado,  que  fué  el  segundo  de  los  de 
dibujo. 

(3)  Al  dibujo  presentado  por  el  que  llevó  el  primer  premio. 

(4)  A  la  prueba  de  repente  del  que  llevó  el  segundo  premio. 

(5)  A  la  del  que  llevii  el  primero, 

(6)  Al  premio  de  relojeria. 


300 


DON  JOSÉ  MARÍA  VACA  DE  GUZMAN  Y  MANRIQUE. 


El  amor  y  la  ausencia  á  un  tiempo  herían; 

Los  dos  uno  del  otro  satisfecho, 
No  vulgares  los  dos,  y  lo  encarece 
Elfino  asi,  sentado  en  un  repecho. 

ELFINO. 

Ya  torna  Abril,  el  prado  reverdece, 
Ji.mbares  da  la  flor,  al  ave  alienta 
El  sol,  que  más  solícito  amanece; 

Las  esperanzas  Cores  alimenta 
Del  labrador,  que  al  campo  el  grano  fia, 
Con  que  á  la  aldea  y  la  ciudad  sustenta. 

Alegre  salta  la  manada  mia. 
Sube  y  corona  los  floridos  cerros, 
No  bien  enjutos  do  la  noche  fria. 

Halagan  fieles  los  hermosos  perros, 
Que  en  su  custodia  silenciosas  horas 
Velan,  armados  de  punzantes  hierros. 

Con  danzas  los  pastores  y  pastoras 
La  fuga  del  invierno  tenebroso 
Celebran  y  las  plácidas  auroras. 

Elfino  solo,  triste,  querelloso, 
Alterna  los  suspiros  con  el  llanto, 
Negado  á  la  alegría  y  al  reposo. 

LAFINA. 

¡  Oh  de  naturaleza  dulce  encanto. 
Risueña  y  apacible  primavera. 
Coronada  de  rosas  y  amaranto! 

Tú  llegas,  te  apresuras  placentera. 
Convoyada  de  céfiros  sutiles, 

Y  por  ti  el  llano,  el  monte,  la  ladera 
Se  convierten  en  rústicos  pensiles; 

Por  tí ,  murmurador  el  arroyuelo, 
Cuyo  sonido  alegra  estos  rediles. 

Su  cristal  templa,  fertiliza  el  suelo; 
Tú  en  vegetable  movimiento  pones 
Toda  la  orilla  que  bordó  tu  anhelo. 

Sus  encerrados  fértiles  botones 
Los  árboles  ostentan,  que  adelante 
Serán  de  otoño  sazonados  dones. 

Coge  violetas  la  zagala  errante. 
Que  segi-egada  del  silvestre  coro. 
Ramos  presenta  á  su  pastor  amante. 

Parece  renacer  la  edad  del  oro, 
Todo  brinda  dulzuras,  todo  rie; 
Yo  solo  triste  amargamente  lloro. 

De  los  presentes  bienes  nadie  fie ; 
Incierta  es  siempre  del  mortal  la  lucha , 

Y  mañana  es  dolor  lo  que  hoy  engríe. 

ELFINO, 

Aquí,  mi  bien,  piies  nadie  nos  escucha, 
Aquí,  Lafina  ,  dulce  hechizo  mió. 
Mi  corazón  y  yo  la  pena  mucha 

Que  siente  mi  cansado  desvarío. 
Diremos  á  esas  ásperas  colinas 
O  á  las  claras  corrientes  de  ese  rio. 

Ausunte  de  tus  prendas  peregrinas, 
lOh  dulces  prendas,  por  mi  amor  humanas, 
Prendas  de  amor,  por  vuestro  ser  divinas! 

Ausente  de  tus  luces  soberanas. 
Velando  paso  la  callada  noche, 
Paso  llorando  tardes  y  mañanas. 

Sale  y  se  oculta  de  Faetón  el  coche; 
Yo  insisto  en  mi  dolor,  ningún  amigo 
Encuentro  á  quien  el  pecho  desabroche; 

Cada  estrella  luciente  es  un  testigo 
De  este  fiero  penar,  de  aquesta  queja. 
Este  dolor  que  siempre  va  conmigo; 

Esta  tenaz  memoria  no  se  aleja, 
Ni  me  deja  vivir  su  grave  peso. 
Ni  me  deja  morir,  ni  al  fin  me  deja. 

;, Qué  haré  sin  tí,  dulcísimo  embeleso? 
Tal  eres  para  mí,  bella  serrana. 
Cual  es  al  cazador  el  liosque  espeso, 

A  la  agreste  labfir  lluvia  temprana, 
Al  segador  la  sombra  en  el  estío, 
Al  gusanillo  la  purpúrea  grana. 

A  yes,  si  acaso  en  vano  al  aire  os  fio. 
Tal  no  (juieraii  los  hados  inhumanos. 
Corre  sin  duelo,  amargo  llanto  mió. 

Vosotras  de  los  montes  Marianos 


Puntas  que  pretendéis  rasgar  el  cielo, 
Paso  franco  les  dad,  y  de  estos  llanos 

Alcen  ansiosos  presuroso  vuelo 
Hasta  llegar  á  más  dichoso  clima, 

Y  á  Lafina  dirán  mi  desconsuelo. 

Si  con  su  grey  bajando  de  alia  cima, 
Oh  suspiros,  la  halláis,  á  los  balidos 
Interrumpid,  y  tal  dolor  la  imprima 

Vuestro  lúgubre  st'm  por  los  oidos. 
Que  á  la  tórtola  imite  solitaria. 
Doblando  en  la  enramada  sus  gemidos. 

Sí,  que  el  trastorno  de  mi  suerte  varia 
Me  los  hace  escuchar;  al  dueño  veo; 
No  así  me  burles,  sombra  imaginaria. 

Lafina  está  á  mi  lado,  ú  el  deseo 
Solicita  adularme  ;  ¿qué  conjuros. 
Qué  sucos  de  las  yerbas  del  Leteo, 

Capaces  de  asaltar  celestes  muros, 

Y  de  ellos  desquiciar  la  blanca  luna. 
Me  hacen  mirar  sus  resplandores  puros? 

No  es  ilusión,  verdad  es  mi  fortuna; 
Junto  á  mí  está  Lafina,  y  de  este  campo 
Cogiendo  va  las  flores  una  á  una. 

Ya  con  la  cola  la  halagó  Mclampo; 
Le  acariciaron  ya  sus  manos  bellas; 
Pues  ¿en  qué  me  detengo,  que  no  estampo 

El  tosco  labio  en  sus  preciosas  huellas? 
Los  Elisios  te  envidien,  campo  ameno, 

Y  á  tus  rústicas  flores  las  estrellas. 
Huéspeda  amable,  aquí,  de  sombra  lleno, 

Te  ofrece  Henares  ajiacible  soto. 
Aquí  descansas  en  alfombras  de  heno; 

Aquí ,  ya  el  lazo  de  la  ausencia  roto, 
A  la  luz  que  Himeneo  dé  á  su  tea. 
Verás  cumplrr  á  tu  pastor  el  voto. 

Así,  zagala,  tu  venida  sea 
Grata  al  Campo  Loable,  cual  la  aurora 
Al  que  la  noche  en  la  vigilia  emplea , 

Como  al  prado  el  rocío  que  atesora, 
Como  al  trabajador  el  mediodía, 
El  olivo  á  la  cabra  trepadora. 

La  rubia  miel  te  serviré  á  porfía 
Del  sabroso  panal  de  mi  colmena; 
Vén,  dulce  bien,  á  la  cabana  mia. 

Allí  hallarás,  de  fresca  leche  llena, 
Una  vasija,  allí  la  tierna  fruta, 
Que  al  favor  merecí  de  Filomena. 

De  su  vergel  al  mió,  mal  enjuta. 
Trasplanté  un  dia  la  fecunda  vara, 

Y  árbol  es  ya,  que  réditos  tributa. 

Si  de  él  el  fruto  á  tiempo  no  separa 
La  cauta  mano,  en  su  designio  yerra, 
Pues  la  sazón  en  casa  se  prepara. 

Una  medalla  mi  ajuar  encierra. 
Obra  de  Gil  divino,  con  el  busto 
Del  mayor  soberano  de  la  tierra. 

En  tersos  rasgos  de  moderno  gusto. 
Crisol  que  purifica  y  abrillanta, 
Yace  el  reverso  del  monarca  justo. 

Gánela  cual  los  jíomos  Atalanta; 
Del  Manzanares  páramos  umbríos 
Corrió  mi  musa ,  que  á  otras  se  adelanta, 

Y  á  los  zagales  compañeros  mios 
En  público  vencí  cuando  mi  canto 
El  destrozo  entonó  de  unos  navios. 

En  el  baile,  en  la  fiesta ,  en  el  disanto 
Aumentará  tu  gala  peregrina 
Con  cinta  verde ,  que  pretiero  tanto. 

Dirá  toda  zagala  convecina  : 
(( De  Elfino  el  premio,  el  triunfo  y  la  esperanza 
Penden  juntos  del  pecho  de  Lafina. » 

Envidiará  Amarilis  tu  privanza, 
Clóris  la  lozanía  de  tus  reses. 
Filis  tu  amor,  sin  miedo  de  mudanza. 

Cuando  os  congreguen  los  floridos  meses. 
Descollarán  tu  garbo  y  gentileza 
Como  entre  los  heléchos  los  cipreses. 

Depondrá  la  alimaña  su  aspereza. 
Embebida  en  tu  acento;  si  cantares, 
Las  aves  dejarán  su  ligereza, 

Sus  ubres  los  corderos  á  millares, 
Las  próvidas  abejas  el  tomillo, 


ÉGLOGA, 


SOi 


Y  el  canto  de  sus  náyades  Henares. 
Tú  ganarás  el  juguetón  novillo 

Si  á  danzar  desafias  aldeanas, 
El  vaso  de  acebnche  ó  cabritillo. 

Tuyas  serán  las  rosas  más  tempranas, 
Todos  te  ofrecerán  los  recentales 

Y  olorosos  cestillos  de  manzanas. 

No  ofenderán  tu  planta  los  zarzales, 
Embotarán  sus  puntas  los  abrojos 

Y  aumentarán  su  olor  los  romei-ales. 
Detestarán  el  son  de  tus  enojos 

Y  alegres  trinarán  los  ruiseñores; 
Todo  el  otero  arrastrarán  sus  ojos, 

Sin  que  jamas,  á  su  pastor  traidores, 
Cuando  sus  rayos  vibren  halagüeños. 
La  cualidad  olviden  de  señores. 

Áspides  y  mortíferos  beleños 
Quebrantará  tu  aliento  prodigioso. 
Darán  las  auras  apacibles  sueños. 

Pico-ücejon,  escándalo  fragoso, 
Los  que  á  su  ocaso  empina  la  cabrera 
Somosierra  con  humos  de  coloso, 

Toda  esa  encanecida  cordillera. 
Que  desprendiendo  nieves  á  torrentes, 
A  las  campiñas  amenaza  fiera, 

Hará  ya  lisonjeras  sus  vertientes. 
Derritiéndose  en  mansas  suavidades, 
Que  más  parezcan  deliciosas  fuentes; 

Se  jurarán  eternas  amistades. 
Con  tu  ejemplo,  zagales  y  zagalas, 

Y  al  Parnaso  hollarán  sus  dos  mitades; 
Y  tú,  Gebel-Zulema,  di  que  igualas 

Al  llénalo  de  Arcailia,  que  á  Cupido 
Escucho  siempre,  y  no  á  Minerva  ó  Palas. 
No  mi  zampona  entregaré  al  olvido, 

Y  en  vez  del  apio  amargo,  me  corone 
El  suave  trébol  y  arraj-an  florido. 

Mi  feliz  suerte  Nemoroso  entone 
Al  compás  gi-ato  de  su  avena  ruda, 

Y  de  Launa  el  mérito  pregone. 
Encarece  mi  dicha,  oh  si,lva  cruda, 

¡Dicha  para  tornar  á  Elfino  loco! 
¡Placer  para  dejar  al  alma  muda! 

Lafina  de  mi  vida,  espera  un  poco; 
Que  en  esa  tabla,  donde  mansa  el  agua 
(Y  tanto,  que,  según  su  quietud  toco, 
,  Parece  que  en  Jarama  no  desagua). 
Alamos  nuevos  de  su  margen  pinta, 
Nuevo  Compluto  en  sus  cristales  fragua. 

He  de  mirarme ,  por  si  bien  distinta 
De  mi  alborozo  en  mi  semblante  encuentro 
La  señal  infalible,  amiqii.e  siicinta. 

Yo  volveré;  mas  no,  que  de  mi  centro 
Moverme,  que  eres  tú,  será  imposible. 
El  sacro  rio  llamará  de  adentro. 

Con  bocina  de  nácar  perceptible, 
Una  ninfa  que  al  logro  cornspouda 
De  mi  designio  y  del  cristal  movible, 

Donde  jamas  profundizó  la  sonda, 
La  porción  me  presente  en  concha  lisa, 
Que  al  rostro  con  imágenes  responda. 

Y  tú,  no  en  mis  fortunas  indecisa. 
Calles,  mi  bien;  despliega  tus  claveles, 

Y  aumente  una  hermosura  esa  sonrisa', 
Que  j  amas  copiarla  el  griego  Apeles , 

Ni  bien  pintada  fuera  del  Ticiano, 
Por  más  alma  que  diese  á  sus  pinceles. 

¿No  me  respondes?  ¿Te  importuno  en  vano? 
¿Por  qué  enmudeces?  ¿ Qué  pasión  violenta 
Te  ha  enajenado,  ó  qué  rigor  tirano  ? 

Mas  ¡ay!  que  mi  admiración  se  aumenta, 

Y  con  ella  el  dolor  que  martiriza 
Un  alma  que  de  penas  se  alimenta. 

Ya  Lafina  las  flores  no  matiza; 
Esposa,  aguarda,  y  no  mi  muerte  ensayes. 
Veloz  el  bulto  hermoso  se  desliza 

Por  entre  los  carrizos  y  tarayes; 
Lági-imas  verteré  de  ciento  en  ciento, 

Y  lanzaré  de  mil  en  mil  los  ayes. 
Forma  nieblas  el  diáfano  cíemento. 

Que  me  roban  la  luz;  desaparece, 
^n  fin,  Lafina,  convertida  en  vientoj 


Se  eclipsa  el  sol,  Henares  ensordece, 
Eterno  luto  visten  las  cabanas. 
Sin  tiempo  y  sin  estrellas  anochece. 

Luego  sólo  fantásticas  extrañas 
Sombras  el  devaneo  me  ha  forjado. 
¿En  qué,  Amor,  te  ofendí,  que  así  me  engañas? 

Mentira  ha  sido  mi  dichoso  estado. 
Verdad  es  sólo  la  fatal  ausencia, 
Que  tiene  el  corazón  despedazado. 

Ojos,  constancia,  corazón,  paciencia, 
¿Qué  injusta  ley  de  bárbaro  destino 
Fulmina  contra  un  triste  tal  sentí ncia? 

Ya  no  acierta  la  voz  con  el  camino 
De  los  labios,  un  hielo  me  ha  cubierto. 
El  aliento  me  falta. 

POETA, 
¡Pobre  Elfino! 

Desmayóle  el  dolor,  si  no  le  ha  muerto. 
Recibe,  Amor,  la  victoriosa  ])alma 
De  un  frió  mármol  ó  cadáver  yerto; 

No  con  falsa  piedad  turbes  su  calma, 
Si  ha  de  volver,  sellando  las  arenas. 
Entre  las  voces  á  verter  el  alma. 

Tú,  que  la  sien  de  hisopos  y  verbenas 
Ciñes,  y  á  los  pastores,  oficiosa. 
Dictas,  oh  Musa,  humildes  cantilenas. 

Inspírame  la  voz  con  que  llorosa 

Y  amante  prosiguió  la  queja  fuerte 
De  su  duro  penar  Lafina  hermosa. 

LAFINA. 

¡Quién  creyera  de  tí,  tirana  suerte. 
Que  el  bien  en  mal  tan  pronto  me  tornaras, 
El  júbilo  en  j^esar,  la  vida  en  muerte! 

¡Oh,  nunca  con  tus  luces,  siempre  claras. 
Almo  Febo,  que  todo  lo  iluminas. 
Si  no  he  de  ver  á  Elfino,  me  alumbraras! 

Me  acuerdo  que  en  las  horas  matutinas, 
Cuando  tus  rayos  abrasaban  menos, 

Y  en  las  que  al  vasto  piélago  declinas, 
Cancro  y  León ,  los  faunos  y  silenos 

Nos  vieron  juntos  por  aquestas  peñas 
En  paz  tranquila,  de  disgusto  ajenos. 

Tú,  que  los  cielos  dejas  por  las  breñas 
(Según  me  contó  Elfino  había  leido), 

Y  de  amar  á  un  pastor  no  te  desdeñas, 
¡Cuántas  veces  nos  viste  en  el  ejido. 

Sacra  Diana,  del  ardor  diurno 
Descansar  con  el  fresco  apetecido! 

Por  señas,  que  suspensa  en  el  nocturno 
Afán  por  escuchar  nixestros  amores. 
Alterar  una  vez  quisiste  el  turno. 

Así  lo  sospecharon  los  pastores. 
Aunque  otras  muchas  con  acento  ronco 
Despertó  la  corneja  mis  temores ; 

Pues  de  una  encina  en  el  asiento  bronco, 
Que  no  ya  sudaría  miel  predijo. 
Sino  mirra  amarguísima,  su  tronco; 

Ella  vaticinó  mi  mal  prolijo, 

Y  desde  entonces  el  fatal  agilero 
Quedó  en  mi  oido  y  mi  memoria  fijo. 

Verdadero  fué  el  mal  de  que  ahora  muero. 
Verdadero  el  dolor  que  me  anunciaba; 
¿  Qué  presagio  infeliz  no  es  verdadero  ? 

¡Oh,  qué  bien  mi  pasión,  qué  bien  pensaba 
Cuando  por  no  pasar  el  duro  trance 
De  aquel  adiós  que  el  alma  me  arrancaba. 

Quise  primero  malograr  el  lance 
De  disfrutar  las  vegas  españolas 
De  Pisuerga  y  Genil  á  tardo  alcance, 

Y  sin  temor  de  las  soberbias  olas. 
Yendo  contigo  al  polo  contrapuesto. 
Dejar  mi  ])atria  y  mis  cabanas  solas! 

Ño  me  es  contigo  el  jiiélago  funesto, 
Elfino,  ni  hay  Caribdis,  Scila  ó  Sirte 
Que  en  mí  no  encuentre  un  ánimo  dispuesto^ 

No  hay  regalo  á  mi  oido  sin  oírte. 
Lumbre  para  mis  ojr)S  sin  mirarte. 
Empleo  á  mis  potencias  sin  servirte ; 

Aquel  postrer  adiós,  que  por  no  darte 
Con  él,  y  darme  yo,  ponzoña  fiera, 
Me  lüzo  coiTer  ó  más  oculta  parte, 


302 


DON  JOSÉ  MARÍA  VACA  DE  GUZMAN  Y  MANRIQUE 


Siempre  me  estremeció,  juzgando  que  era 
Del  breve  curso  de  mis  tiernos  años 
Aquel  postrer  adiós  la  hora  postrera, 

¡Qué  bien  previa  los  presentes  daños, 

Y  que  á  estos  duros  y  empinados  riscos 
Habia  de  contar  mis  desengaños! 

Tú,  peñasco,  que  el  valle  y  los  apriscos 
De  la  inclemencia  de  Aquilón  resguardas, 
Guarnecido  de  chopos  y  torbiscos, 

A  esos  luceros,  celestiales  guardas 
De  la  morada  eterna  ,  lleva  el  eco 
De  mis  tristes  suspiros;  ¿á  qué  aguardas? 

Diles  que  al  penetrar  el  hondo  hueco 
De  tus  entrañas,  de  dolor  heridas, 
O  las  ablando  en  parte  ó  las  derrueco. 

Del  cáñamo  las  hebras  retorcidas 
No  obedecen,  ni  el  báculo  ñudoso 
Mis  simples  ovejuelas  esparcidas, 

Que  con  errante  paso,  temeroso 
De  haberse  estrcnií  cido,  dan  indicio 
Del  son  de  su  pastora,  lastimoso. 

El  ciervo  vividor,  que  de  un  solsticio 
Al  otro  contra  el  tiempo  las  porfías 
Numera  en  su  enramado  frontispicio, 

Acrisolando  más  sus  cobardías, 
Teme,  asustado,  mis  dolientes  voces 
Más  que  del  cazador  las  correrías. 

Cortan  el  viento  pájaros  veloces. 
Atraviesan  los  brutos  la  montaña, 
Huyendo  van  los  mansos  y  feroces. 

Los  horroriza  mi  congoja  extraña, 

Y  el  Genil  de  estos  campos  se  retira, 
Oculto  entre  la  juncia  y  la  espadaña. 

En  el  Bétis,  buscando  blanda  pira. 
Con  más  que  nunca  acelerado  curso. 
Por  no  alcanzar  á  oir  á  quien  susj)ira. 

Volved  todos,  volved,  que  ya  el  recurso 
De  mi  mal  hoy  de  más  será  callarle; 
Sufriré  de  los  tiempos  el  transcurso. 

El  andosco  retoce,  el  ave  garle, 
Que  yo  sabré  escribirle  en  las  arenas, 

Y  en  esos  blancos  álamos  gi-abarle. 
De  la  tierra  con  lágrimas  las  venas 

Regaré  porque  crezcan,  y  con  ellos 
El  fatal  testimonio  de  mis  penas. 

Ningún  mortal  se  atreverá  á  ofendellos. 
Más  que  el  laurel  del  rayo  respetado 
Será  el  follaje  de  sus  ramos  bellos. 

Dirá  el  árbol  á  Alcídes  consagrado 
El  triste  fin  de  mis  alegi-es  dias, 
Dias  dichosos  del  primer  estado. 

Ea,  dejadme,  locas  fantasías; 
Borrad  de  mi  memoria  lo?  jilaccrcs 

Y  glorias  breves  porque  fueron  mias. 
La  más  constante  yo  de  las  mujeres, 

Haré  que  mi  fineza  al  mundo  asombre 
Cuando  eternos  del  sol  los  rosicleres 

Escrita  la  hallen  siempre  con  el  nombre 
De  quien  afirma  no  hay  en  todo  el  mundo, 
Para  la  que  bien  quiere,  más  que  un  hombre. 

Tú  eres,  Elfino,  el  solo,  el  sin  segundo, 
T  antes  la  grey,  por  mi  dolor  dispersa. 
Beberá  al  Tigris  su  raudal  profundo, 

La  que  apacienta  el  ganadero  persa 
Desfrutará  la  hética  retama, 

Y  del  Guadalquivir  la  linfa  tersa ; 
Antes  amor  cruel  contra  qiiien  ama 

Tendrá  de  tiernas  lágrimas  hartura. 
Antes  de  arroyos  la  sedienta  grama, 

0  la  golosa  cabra  de  verdura , 

O  la  industriosa  abeja  de  cantueso. 
Que  yo  de  consagrarte  mi  fe  pura. 

Ausente  estás;  ¿qué  importa?  no  por  eso 
Puede  entibiarse  quien  de  veras  quiso; 
Cobra  en  la  ausencia  amor  mayor  exceso. 
Mas  la  Licisca  desde  aquí  diviso, 

Y  aun  un  rabel  escucho:  clara  seña 
De, que  viene  detras  su  dueño  Anfriso. 

El  es,  y  sus  obsequios  no  desdeña, 
Como  en  otro  tiempo,  la  sin  par  Elisa; 
j  A  qué  un  rendido  porfiar  no  empeñal 

1  Venturosos  pastores  1  Por  la  prisa 


Con  que  caminan  no  podré  ocultarme, 
Ni  es  bien  mezclar  mi  llanto  con  su  risa;. 

Tampoco  quiero  nueva  pena  darme, 
O  bien  verdad  les  diga  ó  los  deslumbre. 
Si  llegasen  la  causa  á  preguntanne. 

Que  duermo  fingiré,  pues  de  la  cumbre 
De  la  frontera  sierra  superada 
Llevan  los  dos  la  inmensa  pesadumbre. 

POETA. 

Dijo  Lafina,  y  luego  reclinada. 
Profundo  sueño  á  simular  empieza, 
No  menos  bella  cuanto  más  postrada. 

Llegan ,  y  exclama  Elisa  con  presteza : 
«Suspende  el  eco  á  nuevas  maravillas. 
Que  duerme  de  Diana  la  belleza. 

«¿Ojos  cargados,  húmedas  mejillas 

Y  acelerado  respirar  no  adviertes? 

¡Oh  fuerza  de  pasión,  que  así  la  humillasl 
«Lafina  es  ésta,  y  los  pesares  fuciles 

De  una  ausencia,  sin  duda,  la  rindieron. 

¡Desventurado  amor!  No  la  despiertes.» 
Silencio  mutuamente  se  impusieron, 

Y  con  medidos  pasos  sigilosos. 
Mudas  las  cuerdas  del  rabel ,  partieron. 

Entretanto  los  númenes  piadosos 
En  verdadero  el  sueño  transmutaron , 
Fueron  dosel  los  árboles  umbrosos; 

Mansamente  los  céfiros  soplaron, 
Sordo  lamió  el  arroyo  la  floresta. 
Los  corderinos  sin  balar  mamaron 

Y  el  sol  templó  los  rayos  de  la  siesta. 


LAS  CORONAS  DEL  TIEMPO 

Oda  dirigida  á  la  Real  Sociedad  Económica  de  Amigos  del  Pafs 
de  Granada  ,  por  su  encargo,  para  que  se  leyese  en  ella  el  dia  ■20 
de  Enero  de  1788,  con  motivo  de  la  distribución  de  premios 
respectivos  á  las  tres  nobles  arles,  pintura,  escultura  y  arqui- 
tectura y  á  la  del  grabado. 

Abrió  con  llave  de  oro 
Jano  las  almas  puertas 
Del  año  en  que  la  España 
Decenios  tres  faustísimos  numera. 

Las  cuatro  de  sus  quicios 
Perpetuas  centinelas, 
Por  quienes  otros  tantos 
Rige  hipogrifos  el  mayor  planeta; 

Las  horas  ó  estaciones. 
Que  el  universo  templan. 
Su  método  abandonan, 

Y  por  salir  airosas  se  atropellan. 
De  Granada  á  la  grave 

Patriótica  asamblea, 

Cargadas  de  coronas, 

Que  al  mérito  previenen,  se  presentan. 

De  ciprés  el  otoño. 
De  acónitos,  adelfas 

Y  de  mortal  beleño 
Compone  y  entreteje  la  primera; 

Y  los  mejores  rasgos 
Galardona  con  ella 

Que  al  triunvir  del  Oriente 

En  la  acción  más  piadosa  manifiestan  (1). 

Cuando  el  caudillo  bravo. 
Que  más  el  ver  exenta 
La  patria  del  real  yugo 
Que  el  favor  de  los  cesares  aprecia, 

Yace  de  Macedonia, 
Cadáver,  en  la  arena. 
Del  interés  robadas 
Las  túnicas  de  Palas  opulentas; 

Y  Antonio,  que  á  vtn  amigo 
Consagró  su  elocuencia, 
Provocando  á  venganzas 

Con  la  teñida  púrpura  de  César, 

(1)  Asunto  do!  primer  premio  do  pintura.  Enrnentra  Marco  An- 
tonio el  cadáver  de  Bruto  en  el  campo  de  batalla  ,  desnudo  por  la 
codicia  de  los  soldados,  y  lo  cubre  con  su  preciosa  cota  de  armas, 
Al  óleo,  en  ud  lienzo  de  cinco  pies  de  alto  y  tres  de  ancho, 


ODA. 


Con  su  enemigo  ahora 
Su  humanidad  d -muestra, 

Y  á  otro  sangriento  adorno 
Sustituye  la  cota ,  que  desecha. 

La  segunda  corona, 
Que  vides  hermosean, 
Destina  al  que  retrate 
La  víctima  de  Baco  más  tremenda  (I"). 

Coreso,  sacerdote 
De  la  deidad  lenea  , 
Arde,  sin  esperanzas, 
En  el  amor  de  Caliroe  bella. 

Siente  el  dios  el  desaire, 

Y  á  la  nación  molesta; 
Sólo  la  vida  quiere 

De  Caliroe,  ó  quien  por  ella  muera. 

Va  a  ensangrentar  del  ara 
Los  jaspes  la  doncella, 

Y  Coreso  es  á  un  tiempo 
Ministro  amante  y  dolorosa  ofrenda. 

De  sagrados  laureles 
Tercer  corona  apresta 
Al  que  mejor  dibuje 
Del  Apolino  copia  más  perfecta  (2). 

Pablo  apóstol,  dejando 
La  pérfida  Judea , 
Predica  A  los  gentiles, 

Y  el  vaticinio  de  Isaias  llena. 
En  Listra  milagi-oso  (3) 

Con  Bernabé  se  ostenta, 

Y  en  éste  imaginaron 

Que  Júpiter  bajaba  de  la  esfera. 

Admirando  del  otro 
La  peregrina  lengua , 
Al  nuncio  de  los  dioses 
Pensaron  ver  en  su  persona  mesma. 

Los  toros  y  coronas 
A  sus  umbrales  llega 
Idólatra  ministro, 
Que  unido  al  pueblo,  el  sacrificio  intenta. 

La  impía  apoteosis 
Intrépidos  detestan, 
Sus  vestiduras  rasgan. 

Y  así  exclaman  de  Cristo  los  atletas : 
((¿Qué  intentáis,  licaonios? 

Mortal,  como  la  vuestra, 

Es  esta  organizada 

Forma,  que  al  alma  noble  se  sujeta. 

))  Pasad  del  triste  estado 
De  vanas  apariencias 
A  adorar  al  Dios  vivo. 
Que  crió  el  mar,  los  cielos  y  la  tierra.  » 

Tal  es  á  la  escultura 
La  histórica  propuesta. 
Que  hábiles  profesores 

Y  discípulos  llama  á  la  palestra. 
Su  diseño  el  estío 

En  distinguir  se  esmera 

Con  corona  de  espigas. 

Que  el  más  santo  holocausto  representan. 

De  pacifica  oliva 
Con  otra  lisonjea 
Al  que  la  acción  heroica 
De  Alfonso  el  Quinto  de  Aragón  modela  (4). 


(II  Del  segundo.  Al  punto  de  ir  á  ser  sacrifirada  Caliroe  ante  las 
aras  de  Baco,  por  su  lirden,  para  aplacarle,  por  no  rjuercr  i'sta  cor- 
res|)onder  á  su  sacerdote  Coreso,  éste  vuelve  contra  su  mismo  pe- 
cho el  cuchillo  y  muere  victima  de  su  amor,  lie  aguada  ó  de  tin- 
ta ó  de  lápiz;  de  cualiiuler  color,  gastado,  plumeado  ó  estufado,  á 
elección  del  opositor,  v  en  pliego  de  marca. 

r2i  Hel  tetceío.  Dibujar  la  estatua  del  Apolino  en  pliego  de 
marquilla. 

i5)  Del  primero  de  escultura.  Previene  en  Listra  el  sacerdote  de 
Júpiter  los  toros,  coronas  y  demás  instrumentos  del  sacrilicio  an- 
te las  puertas  de  la  habitación  de  los  santos  Pablo  y  Rern  b(> ,  te- 
niéndolos por  .Inve  v  Mercurio;  y  los  apíisloles,  rasgando  sus  vesti- 
duras, desengañan  v  ¡ircdiran  al  pueblo.  De  bajo  relieve,  en  un  pla- 
no de  tres  pies  de  ancho  y  dos  y  medio  de  alto. 

(4)  Del  segundo.  Se  arroja  a  los  pit-s  de  Alfonso  V  de  Aragón 
uno  de  los  coniurados,  confesando  su  delito  y  entregando  una  lista 
de  todos  los  traidores;  este  principe  la  rasga  sin  querer  leerla.  De 
bajo  relieve,  en  un  plano  de  tres  cuartas  de  alto  y  dos  y  media 
4e  ancho. 


Príncipe  generoso, 
Cuya  real  clemencia 
No  al  rendido  se  ciñe, 
A  los  rebeldes  todos  se  ñ-anquea; 

Y  la  vista  apartando 
De  aquella  infiel  caterva, 
Antes  da  que  al  olvido, 

La  lista  al  viento,  dividida  en  piezas. 

¡Qué  bien  á  un  tiempo  mismo, 
Oh  Sociedad,  fomentas 
Del  cincel  los  esfuerzos 

Y  la  memoria  fiel  de  las  proezasl 
Por  última,  frondosa 

Guirnalda  trae  de  hiedra, 
Con  que  el  mejor  modelo 
De  la  estatua  de  Baco  se  laurea  (5). 

Aparece  el  Invierno 
Con  otras  tres  diademas; 
Así  á  la  arquitectura 
Galardona  sus  titiles  tareas; 

Y  el  alumno  c^ue  diestro 
Más  digno  plan  ofrezca 

De  un  santuario  (6)  en  donde 
Brillen  del  arte  las  segm-as  reglas, 

Se  eleve  la  fachada, 
El  atrio  se  engrandezca, 

Y  el  sacerdote,  el  huésped. 

De  su  cruda  intemperie  se  defienda; 

La  qire  en  sus  largas  noches, 
A  la  luz  de  una  hoguera, 
Tejió  de  pinos  y  hayas. 
Pondrá  en  las  sienes  con  su  mano  yerta. 

Destina  la  segunda, 
De  vastagos  compuesta 
De  los  álamos  altos 
Que  cercan  de  la  Alhambra  las  almenas, 

Al  que  de  Carlos  Quinto 
Mejor  el  aula  regia 
Dibuje  que  á  su  falda 
Muda  ensalza  del  arte  la  excelencia  (7). 

En  primorosos  lazos 
Construyen  la  postrera 
Lozanas  siemprevivas. 
De  prodigiosa  duración  emblema. 

Con  este  distintivo 
Delineados  premia 
El  que  el  orden  compuesto 
Cornisamiento  y  capitel  enseña  (8), 

Con  presunción  de  hermosa 

Y  vanidad  de  reina , 
De  esotras  estaciones 

Se  deja  ver  la  fértil  Primavera. 

De  su  virgíneo  seno. 
La  que  de  sus  florestas 
Guirnalda  formó  sola 
De  fragrantés  y  blancas  azucenas. 

Saca  festiva,  y  dando 
De  sus  beneficencias 
Insignes  testimonies. 
Así  sus  labios  de  carmín  despliega : 

(( Celosos  granadinos, 
Cuya  aplicada  escuela 
Las  innatas  piedades 
Del  soberano  Carlos  se  granjea, 

))A  aquel  que  se  aventaja 
A  cuantos  desempeñan 
Del  buril  el  asunto, 
Aquestos  lirios  dad  á  manos  llenas. 

«Considerada  en  ellos 
La  Providencia  eterna, 
A  la  que  sola  deben 

(.1)  Del  tercero.  Modelar  en  bnio  relieve  la  estatua  de  líaco,  en 
un  plano  de  dos  pies  de  alto  y  medio  de  anclio. 

(6)  Del  primero  de  arquitrclura.  Kl  plan  de  una  ermita  ct'Iebre, 
con  su  atrio,  sacristía,  habitación  del  capellán,  hospedería,  etc.  Su 
fachada  y  enríe  interior  todo  geométrico,  y  su  explicación  por  nú- 
meros, en  pliegos  de  marca. 

(TI  Del  segundo.  Tachada  principal  del  palacio  de  Ciirlos  V  en 
la  Alhambra,  que  está  á  la  vista  de  la  placeta  de  los  Aljibes.  En 
un  pliego  de  marca  mayor. 

(S)  Del  tercero.  Dibuiar  en  grande, en  plantayelevacion,  el  capí' 
tel  y  coraisamieoto  del  orden  compuesto. 


304 


DON  JOSÉ  MARÍA  VACA  DE 


Nutrición,  incrcmeTito  y  subsistencia, 

))La  imáecn  de  aquel  héroe  (1), 
Ornato  de  Viceucia, 
Premiad,  que  con  su  ejemplo 
Los  mundanos  afanes  menosprecia; 

»  Cuyo  fiel  prototipo 
Paga  en  magnificencias 
A  un  palacio  decretos 
Que  adornaron  de  rayos  su  cabeza. 

))Y  vosotros  ufanos 
Estad  de  que  á  las  vuestras, 
Oh  ilustres  vencedores , 
Las  coronas  del  mérito  desciendan, 

))  No  aquellas  de  oro  puro, 
Qv^  denotaban  tersas 
Vencidos  embarazos 
De  fosos,  estacadas  y  trincheras; 

))Ni  de  silvestre  encina, 
Que  orlaban  en  la  guerra 
Las  sienes  del  que  osado 
La  vida  del  patriota  hurtó  á  las  flechas; 

»Ni  de  menuda  grama. 
Que  el  sitiador  no  huella. 
Por  el  contrario  esfuerzo, 
Que  levantó  las  opresoras  tiendas; 

))  Ni  ya  las  que  alcanzaron 
Marciales  ligerezas 
Que  al  muro  y  á  la  nave 
El  terror  condujeron  las  primeras; 

))No  las  desoladoras 
Victorias  os  recuerdan; 
Marte  durmió,  su  hermana 
Depuso  el  ceño  y  apagó  las  teas, 

«Coronas  son  del  tiempo, 
Cuya  perenne  rueda. 
Por  orden  de  Saturno, 
Agitamos  las  cuatro  compañeras, 

))Del  tiempo  en  que  no  sólo 
Carlos  la  espada  cuelga, 
T  manda  en  sus  dominios 
Enmudecer  las  bélicas  trompetas; 

))  Sino  también  de  Europa 
Los  disturbios  serena, 
y  arbitro  de  los  reyes. 
Su  poderosa  decisión  respetan, 

))Tiemj)o  de  paz  y  tiempo 
En  que  admirarse  dejan 
Los  visibles  aumentos 
Del  comercio,  las  artes  y  las  ciencias, 

»  Los  cuatro  señalados 
Eamos  que  á  tal  empresa 
Os  conducen,  testigos 
Fieles  serán  de  sus  munificencias. 

))Y  aquestas  diez  insignias, 
A  futuras  contiendas 
Provocando  aspirantes , 
Producirán  prosperidades  nuevas.» 

Dijo,  y  el  sabio  cuerpo 
Dulcísimas  cadencias 
Opuso  al  plectro  ronco 
Con  que  el  suceso  refirió  el  poeta. 


LLANTO  DE  GRANADA. 

Elegía  que,  con  motivo  del  fullecimiento  de  su  augusto  fundadov, 
el  señor  rey  don  Carlos  III,  se  levó  en  junta  ftenemi,  celebrada 
el  28  de  Febrero  de  1789  por  la  lícal  Sociedad  de  Granada. 

Allá  en  los  campos  fértiles  de  Iberia, 
Sobre  los  cuales  orgullosa  empina 
Su  mole  colosal  entre  las  otras 
Pií'ámide  grosera  encanecida; 

Sitios  alegres  de  verdor  ameno. 
Donde  las  almas,  se  creyó  algún  dia. 
De  sus  ligeros  crímenes  jiuvLadas, 
Gozar  interminables  las  delicias  (2); 

(1)  Del  único  do  grabado.  En  una  lámina  correspondiente  ü  me- 
dio pliego  do  marca  ijiahar  en  dulce  la  ini.i},'en  de  san  Cayetano, 
según  la  eslampa  que  rcpiesenla  la  estatua  que  está  en  el  Vaücaiio, 

li)  Es  opinión  que  los  antiguos  colocaban  en  la  vega  de  Grana- 
lla los  (  ampo'»  Klisiiiii. 


GUZMAN  Y  MANRIQUE. 

Parece  que  una  noche  (noche  horrenda, 
Que  así  mis  pensamientos  intimidas. 
El  pecho  hielas  y  la  voz  ahogas. 
Turbas  la  mente  y  el  cabello  erizas, 

Permíteme  pintarte),  oscuro  el  orbe. 
Las  luces  de  los  astros  escondidas, 

Y  su  estación,  pesada  más  que  nunca, 
Envuelta  entre  las  sombras  de  sí  misma, 

Yo  no  sé  qué  pronósticos  fatales 
Con  mudas  frases  de  silencio  hacia  . 
A  Granada  y  su  reino,  que  al  descanso 
Se  entregaba  forzoso  de  la  vida. 

Cuando  para  tocar  en  Amaltea 
Faltaban  ocho  auroras  á  las  bridas 
De  Etonte  y  de  Flegon,  cuyo  retiro 
De  más  horror  su  lobreguez  vestía  (3), 

La  dominante  Alhambra  veladora 
Significó  con  pulsación  sencilla 
De  su  metal,  que  de  la  larga  noche 
Daba  principio  la  tercer  vigilia. 

El  ave  escarmentada  de  Minerva 
Alzó  la  ronca  voz,  que  prevenía 
Brillante  luz  de  nuevos  resplandores 

Y  del  planeta  cuarto  la  venida. 
Asústase  la  tierra  al  mismo  tiempo 

Que  se  la  anuncian  sus  futuras  dichas. 
Dichas  mezcladas  con  mortal  quebranto, 
Porque  no  hay  nueva  luz ,  si  otra  no  espira. 
No  acabó  de  correr  la  primer  hora  (4), 

Y  el  aquilón  enfurecido  silba, 
Tiemblan  las  sierras,  las  esferas  crujen, 

Y  de  la  España  el  corazón  palpita. 
Liigubre  voz ,  al  parecer  formada 

Del  labio  funeral  de  Libitina, 
Las  peñas  de  los  montes  estremece. 
De  la  región  el  ámbito  horroriza. 

«Murió  el  Rey  de  Granada»,  se  la  escucha 
Articular,  y  luego  enternecida, 
Entre  el  bramido  de  los  roncos  vientos 
Se  deja  percibir  lo  que  suspira. 

Miedo  y  pavor,  caballos  desbocados, 
Que  rompiendo  del  dios  de  la  milicia 
Los  tirantes,  desierta  la  carroza, 
De  Belona  el  azote  inutilizan. 

Con  cuádruple  sonido  de  su  planta, 
De  la  famosa  vega  conmovían 
El  campo  todo,  y  del  torrente  yerto 
Hendido  el  hielo,  en  átomos  rechina. 

Tened,  brutos  indómitos;  modere 
Vuestro  furor  los  bríos  con  que  pisa; 
Mirad  que  á  los  leales  corazones 
Que  esa  ciudad  encierra  atemorizan. 

No  á  su  rumor  despierten ,  y  escuchando 
Desprevenidos  la  fatal  noticia 
De  que  no  vive  Carlos ,  presurosos 
A  morir  tras  su  dueño  se  aperciban. 

Si  no  es  que  ya  de  tanta  desventura 
Ellos  mismos  el  golpe  vaticinan, 

Y  es  inútil  querer  se  les  oculte 

Lo  que  su  propia  turbación  les  dicta. 

Ya  se  me  representa  aquel  emporio. 
Que  anima  dolorosa  fantasía. 
Triste  matrona  sobre  verde  césped. 
Sentada  del  Gcnil  á  las  orillas; 

Dando  el  cabello  á  las  confusas  auras, 

Y  hurtando  al  sol  los  vaj-os  con  que  brilla, 
Piensa  volver  del  Darro  á  las  arenas 

El  oro  que  le  dieron  y  no  estima. 

De  la  tristeza  símbolo,  sus  ojos 
Levanta  al  cielo,  y  su  bondad  propicia, 
Complacida  del  noble  sentimiento. 
Copioso  don  de  lágrimas  la  envía. 

Aljófares  preciosos  se  desprenden, 

Y  apoyada  en  su  diestra  la  mejilla, 
Por  el  marfil  hermoso  de  su  brazo 
A  humedecer  la  tierra  se  deslizan. 

A  impulso  de  sollozos,  que  la  ahogan, 
Rompe  el  collar  de  finas  margaritas, 


(3)  Murió  el  Rey  en  14  de  Diciembre ,  antes  de  salir  el  sol, 
(1)  Y  antes  de  la  una  de  aquella  noche. 


fiLEGÍA. 


805 


¥■  mezcladas  las  perlas  con  las  perlas, 
Enriquecer  intentan  la  campiña. 

Mas  ¡oh  qué  de  fantasmas,  qué  de  sombras 
Pueblan  del  viento  la  región  vacía, 
Que  á  la  beldad  acongojada  inquietan, 
Causando  en  ella  la  impresión  más  vival 

La  enfermedad ,  espectro  macilento, 
Que  á  todas  partes  la  cansada  vista 
Tiende,  por  si  de  lejos,  temerosa, 
La  cruel  tijera  de  Átropos  divisa; 

Las  Hadas  tres,  con  bárbara  jactancia, 
Más  que  por  ser  de  Jo  ve  y  Témis  hijas, 
Ufanas  del  rigor  inexorable, 

Y  del  triunfo  mayor  envanecidas; 

La  muerte,  en  fin,  con  pálido  semblante 
Presidiendo  á  las  otras,  se  imagina 
Granada  que,  en  tropel  acometiendo, 
Confabuladas  vienen  á  abatirla. 

La  pena,  la  opresión,  el  desaliento, 
El  sobresalto  y  la  orfandad  seguían, 
Tribulación,  amarillez,  angustia. 
Aflicción  y  terror,  duelo  y  desdicha. 

Así  estos  monstruos  en  infausta  escena 
De  la  margen  opaca  de  la  Estigia, 
A  superiores  auras  revocados. 
Por  funestas  imágenes  se  explican, 

A  otro  lado  las  ciencias  desmayadas. 
Las  artes  tras  las  ciencias  doloridas. 
Los  oticios,  la  industria  y  el  comercio. 
So  dejan  ver  con  lúgubres  insignias. 

Común  derecho,  público,  y  vosotras, 
Jurisprudencia  patria  y  pontificia, 
Lenguas,  concilios,  dogmas  y  liturgia. 
Eclesiástica  historia  y  disciplina. 

Os  presentáis  en  traje  de  amargura 
Por  aquel  protector  que  os  eterniza, 

Y  en  aulas,  seminarios  y  academias, 
Vuestra  enseñanza  y  esplendor  cultiva  (1). 

Habla  tú  ya,  feraz  naturaleza; 
¿  Qué  crudo  cierzo  tu  verdor  marchita? 
¿  Por  qué  á  esos  tres  teatros  de  tus  reinos 
Corres  asi  la  trágica  cortina? 

I  Temes  que  ya  la  tierra  con  sus  flores 
Deje  de  matizar  las  praderías? 
¿  Que  bruto  no  la  habite,  ni  ave  al  viento, 
O  qxie  el  bronce  en  sus  venas  se  derrita? 

¿A  tus  ojos,  que  alegran  á  los  campos, 
De  llanto  inundas,  y  la  mano  aplicas. 
Por  no  ver  el  museo  matritense. 
Donde  Carlos  tus  dones  deposita? 

La  botánica,  esa  arte  que  á  tu  diestra 
Es  eco  de  tus  ayes ,  á  quien  digna 
De  revelarla  hiciste  tus  arcanos, 

Y  tus  ricos  tesoros  facilitas , 

De  hielo  más  tenaz  cubierto  el  pecho 
Que  el  que  al  hibleo  á  la  sazón  lastima 
De  Carlos  su  erector  en  la  real  corte. 
Con  que  labrarle  piensa  tumba  fria, 

Venus  de  la  lealtad ,  según  demuestra 
Su  palidez,  parece  que  afligida 
De  la  desgracia,  que  observó,  en  sus  plantas 
Siente  de  sus  vergeles  las  espinas; 

O  que  áspid  en  virgultos  encubierto 
Sus  delicadas  venas  martiriza, 
O  á  un  natural  descuido  en  sus  tareas 
La  sangre  la  dañó  yerba  nociva. 

En  la  mineralogía  á  tu  siniestra, 
¡Cómo  se  ve  la  faz  oscurecida 
Del  oro,  el  color  óptimo  mudado, 
Como  cuando  su  luz  el  sol  eclipsa! 

¿En  dónde,  pues,  tristísima  matrona, 
En  dónde  tu  atención.  Granada,  fijas, 
Que  en  el  pesar  ó  el  llanto  no  tropiece, 

{\)  Se  harían  estas  notas  difusísimas  é  improporcionadas  á  la 
concisión  del  olosio  fúnebre,  si  en  ellas  se  individualizasen  las 
fundaciones,  dotaciones,  decretos,  cédulas  reales,  y  en  una  pala- 
bra ,  el  celo  con  que  el  difunto  monarca  promovirt  el  lustre  y  ade- 
lantamientos de  las  letras;  por  esta  razón  se  omiten  semejantes 
citas,  como  también  las  pertenecientes  al  real  esmero  sobre  los 
progresos  de  todas  las  artes,  olicios,  agricultura  ,  industria  y  co- 
mercio, y  á  los  establecimientos  piadosos,  con  que  hizo  tan  me- 
ptorable  su  reinado. 

},  PS.-XYIII, 


Halle  al  dolor,  encuentre  la  fatiga? 

Si  de  visiones  tales  conturbada, 
Del  aire  embarazado  la  retiras , 
En  la  tierra  buscando  el  desahogo 
Con  la  agradable  variedad,  que  pinta, 

En  tus  campos,  suspensos  los  arroyos, 
Ceñudo  el  monte,  lóbregas  las  simas, 
Mudas  las  aves,  áridos  los  prados, 
Las  dríades  del  bosque  fugitivas, 

Ociosa,  inmóvil,  su  labor  desierta. 
Mal  entre  densas  nieblas  distinguida. 
La  agricultura  yace,  abandonada 
A  la  consternación  y  á  la  desidia. 

En  tus  calles  y  plazas...  A  mi  numen 
Dad  ahora  fuego,  musas  granadinas; 
Esforcemos  la  voz;  al  pecho  inflamen 
De  alto  furor  abrasadoras  chispas. 

Eso  sí;  descended,  llenad  mi  plectro, 

Y  aunque  embotado  en  fúnebre  sordina. 
Atraiga  los  peñascos,  si  es  posible. 

El  triste  son  de  mi  cadente  lira. 

En  tus  calles,  tus  jilazas,  á  millares 
De  juventud  leal,  tierna  puericia, 
Exhaladas  por  Carlos  las  entrañas. 
Subir  quieren  en  humos  donde  habita. 

De  un  parasismo  en  otro  y  tropezando 
En  su  infelicidad,  tres  peregrinas 
Trasportadas  beldades  en  el  centro 
De  la  llorosa  turba  se  registran. 

La  pintura,  robados  de  su  aspecto 
Los  colores,  parece  los  destina 
Ala  tersa,  con  trémulas  acciones, 
Tabla,  que  rompe,  j  los  pinceles  tira. 

La  estatuaria  el  cincel,  que  la  distingue. 
Arroja  al  Darro,  por  si  amor  la  obliga 
A  labrar  un  real  busto,  cuya  forma 
La  esté  extrayendo  lágrimas  continuas. 

Y  para  dar  canales  á  las  suyas 
La  arqiiitectura  en  pena  tan  prolija, 
Cuando  ha  faltado  su  columna  en  Carlos, 
En  su  rostro  conserva  las  estrías. 

¿Adonde,  nobles  artes,  os  conduce 
Tanta  enajenación  ?  De  la  perfidia 
Quejaos,  ele  esa  común,  de  esa  implacable 
De  chozas  y  palacios  enemiga. 

Los  ayes  en  los  ángulos  resuenen 
De  la  estancia,  en  que  al  cielo  se  sublima 
La  fundación  de  Carlos  (2) ,  cuyos  doñea 
Entre  tantos  objetos  os  alistan  (3). 

Allí  los  uniréis  á  los  que  aquella 
Porción  celosa  de  la  patria  exjnda, 
Que,  auxiliada  de  gracias  del  Monarca, 
Del  bien  común  y  vuestro  lustre  cuida; 

Aquella  que,  criada  en  los  augustos 
Brazos  de  Carlos,  sus  piadosas  miras. 
Real  ánimo,  benéficos  deseos 
Sabe  llenar  con  justa  economía. 

Amigos  del  país,  los  que  incesantes 
En  su  maj-or  felicidad  vigilan, 
Cuando  en  el  trance  huérfano  le  lloran, 
Nunca  mejor  su  estimación  le  indican. 

Faltóles  su  erector,  faltó  la  mano 
Bienhechora,  que  á  expensas  repetidas 
Se  abrió,  y  con  ella  el  corazón ,  que  pío 
Se  esmeró  en  privilegios  y  franquicias. 

Publíquenlo  industriosos  artefactos 
De  esos  vellones,  que  el  ganado  cria. 
De  esas  semillas,  que  la  tierra  aumenta, 

Y  de  esas  hebras,  que  el  gusano  hila  (4). 
Mas  ¿cjuién  ha  de  callar?  Europa  toda. 

El  africano  y  el  remoto  china, 

P)  Erigii'ise  la  Real  Sociedad  de  Granada  en  virtud  de  reales 
órdenes  del  señor  don  Carlos  III  y  su  supremo  Consejo  de  Casti- 
lla, y  fué  aprobada  por  real  códula ,  expedida  en  28  de  Noviembre 
de  1"76. 

(-2)  I, a  escuela  de  dibujo  establecida  por  la  Sociedad,  el  año 
de  1777,  y  en  '|ne  principalmente  se  atendía  i  los  adelantamientos 
de  las  tres  nobles  arles,  pintura,  escultura  y  arquitectura,  se  dotó 
por  el  Hey,  el  año  de  t78i. 

(4)  El  mismo  augusto  erector  y  protector  fomentó  las  elabora- 
ciones de  la  lana,  cáñamo,  lino  y  seda,  con  diversas  cantidades, 
que  para  dichos  efectos  se  dignó  conceder  á  la  Sociedad. 

29 


306 


DO^r  JOSÉ  MARÍA  VACA  DE 


El  oriental  y  el  indio  de  Occidente 
Serán  del  grande  Rey  paneoiiristas. 

De  fogosos  volcanes  el  Vesubio 
De  Nápoks  y  el  Etna  de  Sicilia 
Levantarán  á  su  ínclito  monarca 
Sobre  las  nubes  elevada  pira. 

Que  no  es  posible,  no,  que  Italia  olvide 
Al  armado  garzón ,  cuya  pericia 
Militar,  cuyos  bélicos  alientos 
De  Monttmar  la  cólera  encendian, 

Cuando  aclamaron  su  valor,  de  Capua, 
De  Gaeta,  de  hitonto  las  conquistas, 

Y  dis])ucsto  le  hallaron  las  coronas 
A  ganarlas  primero  que  ceñirlas  (1). 

Fértil  campaña  de  la  altiva  Koma, 
Que  elevas  á  Veletri,  ni  tú  olvidas 
Entre  el  denuedo  horrísono  de  Palas, 
Del  héroe  las  marciales  bizarrías  (2). 

Ni  ¿cómo  borrará  de  la  momuria 
Neptuno  al  que  en  su  espalda  cristalina 
Vino  cogiendo  de  la  aurora  llantos. 
Corrió  del  alba  numerando  risas? 

Geroglifico  aquestas  á  su  dueño 
Los  júbilos  de  España  pronostican, 

Y  de  los  tristes  reinos  (jue  le  pierden, 
Los  otros  son  imagen  expresiva. 

Hasta  que  Barcelona  alborozada. 
Rindiendo  á  Carlos  de  lealtad  primicias, 
A  cumplir  empezvj  los  vaticinios 
Al  despedirle  las  cerúleas  ninfas  (3). 

Y  el  numen  tridentífero  á  su  imperio, 
Resonando  de  nácar  la  bocina 
En  sus  algosos  labios,  las  futuras 
Ventajas  que  presiente,  felicita. 

No  le  engañó  su  corazón;  por  Carlos 
El  floreciente  pié  de  su  marina, 
Su  táctica  naval,  sus  pabellones 
Respetaron  los  reinos  y  provincias. 

Emula  en  sus  ejércitos  la  tierra, 
La  disciplina  recta  encarecía, 
En  que  unir  lo  mejor  supo  su  acierto 
De  prácticas  mod'  rna  y  primitiva. 

Ella  admiró  poblados  sus  desiertos. 
Dócil  al  caminante  la  colina, 
Nueva  trasportación  en  nuevas  aguas, 
y  nuevo  paso  sobre  las  antiguas. 

Sus  pantanos,  sus  ásperas  malezas 
Vio  convertirse  en  deliciosas  vias. 
Cercadas  de  los  árboles ,  en  donde 
Tórtolas  lloran,  ruiseñores  trinan  (4). 

Uno  y  otro  elemento  los  progresos 

Y  las  utilidades  preconiza 

Del  nacional  comercio,  cuya  fama 
Los  cóncavos  llenó  de  opuestos  climas. 

Pero  volved  en  vos;  algunas  treguas 
Dad  á  los  ayes,  artes  afligidas; 
El  cielo  (ni  es  lisonja  del  deseo) 
Os  mira  afable,  y  el  dolor  suaviza. 

De  él  viene  aquella  sujierior  belleza 
Con  que  el  mustio  recinto  se  ilumina, 

Y  como  el  sol  los  húmedos  vapores, 
El  llanto  ñel  de  la  beldad  disipa. 

(i)  Antes  lie  quedar  el  Rey,  entrtnces  infante  de  España,  en  la 
pacífica  posesión  de  Ins  reinos  de  Ñapóles  y  Sicilia  ,  animó  con  su 
presencia  y  valor  al  Dmiue  de  Monteinar,  con'iuistador  de  Oran  y 
general  ile  las  ai  mas  españolas  en  Italia  ,  el  año  de  177)3  ,  en  que 
se  apoderó  de  Ñapóles,  de  (iaeta  y  de  Capua ,  y  en  c!  de  1731,  en 
que  lucro:i  derrotados  enteramente  los  imperiales  en  las  cercanías 
de  Hitontf). 

[i  ti  año  de  17VÍ,  el  Hey,  que  enliinces  lo  era  de  Ñapóles  y  Si- 
cilia ,  en  la  invasión  de  Veletri  por  las  tropas  enemigas  austriáras, 
puesto  á  la  frente  de  los  carabineros  reales,  los  esforzó  valerosa- 
mente á  la  defensa  ;  y  ocupando  después  el  centro  del  re.nimiento 
de  suaidias  españolas,  dando  con  la  mayor  presencia  de  espíritu, 
en  medio  de  los  contratiempos,  las  más  acertadas  órdenes,  mani- 
festó el  valor  de  un  verdadero  soldado  y  el  talento  de  un  experto 
general. 

(•"i  l>esembarcó  en  Harcclona  el  señor  rey  don  Carlos  III,  el  año 
de  17."i'.i,  en  i|ue  entrii  en  su  reinado,  viniendo  á  tomar  posesión 
del  trono  español. 

(i)  Sun  bien  niilor¡.is ,  aun  ra'is  all.i  de  los  limites  de  la  Kuro|)a, 
las  S'.ibias  (lispii>icioni's  del  Hey,  felizmente  desempeñadas  ,  acerca 
de  nuevas  poblaciones,  caminos,  canales,  puentes,  y  cuanto  pudo 
Qonducir  a  la  publica  felicidad. 


GUZMAN  Y  MANRIQUE. 

Risueño,  aunque  modesto,  sn  semblante, 
Que  de  azucena  y  de  carmín  salpica. 
El  velo  hasta  los  ojos,  y  sagrada 
Cruz  de  su  diestra  con  resj^eto  asida. 

La  religión  se  ofrece  rodeada 
De  virtudes ,  haciendo  que  distingan 
De  cada  cual  el  místico  carácter, 
El  rostro,  la  aptitud  ó  las  divisas. 

Y  la  voz  dirigiendo  á  la  matrona, 
((Oh  Granada,  no  temas;  tanto  distan 
(La  dice)  como  el  cielo  de  la  tierra 
Tus  consideraciones  de  las  mías. 

«Murió  Carlos;  es  ésta,  aunque  terrible, 
De  la  naturaleza  ley  precisa; 
Un  decreto  común  á  los  mortales 
De  aliento  á  reyes  y  vasallos  priva. 

))Es  verdad  que  en  el  tracto  no  pudiste 
De  mal  prolijo  ó  de  dolencia  amlngua. 
Beber,  entre  esperanzas  y  temores. 
Más  lentamente  el  cáliz  del  acíbar; 

))Ni  cometa  fatal  entre  los  astros 
Se  vio  lucir,  que  hablíis^  á  la  impericia 
De  los  vulgares,  que  futuros  males 
De  sus  terrores  pánicos  fabrican. 

))Yo  sí ,  que  de  la  boca  del  Monarca 
El  anuncio  escuché;  yo  en  la  oficina 
De  su  cristiano  pecho  aquellos  justos 
Sentimientos  del  alma  construía. 

«Apenas  de  la  fiebre  acometido. 
De  España  un  joven  león  se  disponía 
A  penetrar  la  tierra,  como  en  busca 
De  sus  preciosas  lusitanas  quinas  (5); 

))Cuando  Carlos,  la  mole  estremeciendo 
De  la  española  octava  maravilla, 
((Gabriel  muere,  repite  resignado, 

Y  es  tiempo  de  que  yo  sus  pasos  siga  »  (G). 
))Fué  asi;  se  postra,  agrávase;  la  corte 

Se  sobresalta,  España  se  contrista; 
Contúrbase  la  tierra;  acude  al  cielo. 
Llama  á  sus  puertas,  su  piedad  suplica. 

))Y  yo,  presente  al  tiempo  que  á  implorarla 
Le  persuaden,  expongo  las  reliquias 
Insignes  de  los  santos,  las  venera; 
Mas  no  á  vivir,  sino  á  salvarse  aspira  (7). 

))Yo  le  imprimí  las  últimas  ideas 
Entre  el  afecto  natural  que  abriga 
Cuando  al  Príncipe  llama,  en  cuj'os  actoa 
Mi  entereza  también  se  enternecía. 

))¡0h  qué  sabios  consejos,  qué  cristianas 
Reflexiones  oí!  ¡Cómo  insistía 
En  mi  guarda,  en  mi  honor,  en  mi  defensa, 

Y  en  la  inviolable  fe  de  la  justicia! 
«¡Qué  ternura,  sin  nota  de  flaqueza. 

Cuando  recomendó  la  real  familial 

¡Qué  amor  cuando  al  vasallo!  ¡Qué  acendrada 

Caridad  cuando  al  pobre  prefería! 

«Basta,  Carlos;  que  es  Carlos  quien  escucha; 
Carlos  quien  á  tu  lado,  reprimidas 
Las  fuentes  de  sus  ojos,  ha  h  redado 
Primero  tu  piedad  que  tu  real  silla. 

«El  te  obedecerá;  y  á  la  pobreza, 
Que  por  el  pan  en  su  indigencia  gi'ita, 
Entregará  las  llaves  de  tu  erario 
Aun  estando  calientes  tus  cenizas  (8). 


(.^j)  Difunta  la  señora  infanta  doña  >Iarfa  Ana  Victoria  de  Portu- 
gal ,  en  "2  de  Noviembre  del  año  pasado  de  1788,  fué  notable  el  do- 
lor (lue  penetró  el  corazón  (k  su  esposo,  el  señor  infante  don  (Ga- 
briel, hi|0  del  lícy,  y  en  el  dia  1"2  del  mismo  mes  le  postró  la  úl- 
tima enfermedad." 

^6i  Inmediatamente  profiriíi  el  Rey  este  oráculo  :  Gabriel  sr  mue- 
re, y  yo  le  sigo.  Verilicise  lo  primero  en  23  del  mismo  mes  de  No- 
viembre, y  lo  segundo  veinte  y  un  dias  después. 

("i  Singular  contestación  del  Pcy,  cerciorado  de  su  próxima 
muerto  trnipiiral,  cuando  el  dia  antes,  al  ¡iresentarsele,  entre  otras 
r('lii|iiias  sa<;ia(las,  el  cuerpo  de  san  Isidro,  patrón  de  Madrid,  y 
los  liiii'sos  t\c  su  santa  esposa,  María  de  la  Cabeza ,  le  persuadían 
á  que  pidiese  á  Dios  su  vida  y  salud  por  intercesión  de  aquellos 
bienaventurados. 

{■<)  Nuestro  augusto  monarca  reinante ,  en  su  real  decreto,  expe- 
dido en  Madiid  ,  a  18  de  liiciembre  del  año  próximo  pasado,  lesol- 
viii  y  mandó,  por  un  efecto  de  su  real  beniínidad  y  compasión  á  sus 
amados  vasallos,  particularmente  los  pobres,  afligidos  por  el  su- 
bido precio  del  pan,  que,  sin  embargo  de  que  la  carestía  de  grí^» 


ODAS. 


))Sé  que  perpetuará  los  que  á  mis  aras 
Obsequiosos,  en  tí  me  renacian, 
Mis  nuevos  Constantinos  y  Tcodosios, 
Mis, antiguos  Davides  y  Josías. 

))E1  los  respetos  de  ambas  potestades 
Hará  guardar,  sin  confundir  las  líneas 
De  imperio  y  sacerdocio,  que  en  tu  escuela 
Halló  tan  sabiamente  distinguidas. 

))Tus  levantados  templos,  tus  piadosas 
Fundaciones ,  que  tanto  te  acreditan , 
Serán  espejo,  donde  atento  mire 
La  feliz  senda  que  al  empíreo  guia. 

«Sostendrá  aquesos  montes ,  erigidos 
Por  tu  piedad  á  tantas  desvalidas 
Personas,  y  en  hospicios  y  bf^^pitalcs 
Continuará  tu  propensión     ;nigna. 

))Tal  le  dije.  Del  peso  de  dos  mundos 
En  los  hombros  del  Príncipe  se  alivia; 
Su  espíritu  recoge,  la  hora  llega, 

Y  le,  entrega  al  Criador  en  paz  tranquila. 
))Esta  fué  el  don  de  Isidro  y  de  su  esposa, 

Y  del  único  bien  que  apetecía 
Ante  sus  cuerpos  santos  el  Monarca, 
Envidiable  católica  premisa. 

))Yo  canto  á  Carlos  cuando  tú  le  lloras, 
Oh  leal  ciudad;  le  aplaudo  con  fe  pía, 
Ciíaendo  allá  laureles,  que  respetan 
Esos  rayos,  que  Láquesis  fulmina. 

))Sí,  Granada:  aquel  grande,  portentoso 
Cúmulo  de  virtudes  me  lo  indica; 
Está  en  el  cielo  el  que  ensalzó  en  la  tierra 
La  Concepción  sin  mancha  de  María. 

))Esta  Patrona  allí,  que  á  sus  dominios 
Señaló  acá  (I),  y  á  la  orden  distinguida 
Que  fundó  de  su  nombre  (2),  le  ha  llevado 

nos,  dimanada  de  la  continuación  de  años  escasos  de  coscclias, 
no  perraitia,  según  cülculos  y  expíüiraentos,  venderse  el  pan  con 
la  deseada  conveniencia,  no  teniendo  el  publico  derecho  a  que 
abasto  alguno  se  le  suminislre  á  nn'nos  precio  de  lo  que  cuesta  ;  en 
prueba  de  la  consideración  que  deben  los  necesitados  á  la  piedad 
de  su  majestad  ,  se  supliese  de  cuenta  de  su  real  hacienda  el  im- 
porte de  la  pt'rdida  que  causase  la  baja  de  un  cuarto  en  el  pan  de 
Madrid,  de  las  dos  clases  de  que  por  lo  regular  se  abastecen  los 
pobres,  por  el  termino  de  seis  meses. 

(I)  Patronato  de  Maria  Santísima,  en  el  misterio  de  su  Concep- 
ción Inmaculada ,  á  favor  de  Kspaña  y  sus  Indias,  concedido,  á  pe- 
tición del  señor  don  Carlos  III,  por  la  santidad  de  Clemente  Xlll, 
en  1760. 

(•2)  La  real  y  distinguida  orden  española  de  Carlos  III,  que  fun- 
dó en  1771,  está  bajo  la  protección  de  la  misma  Señora,  en  dicho 
misterio. 


Donde  celeste  zona  eterna  vista. 

))Pero  no  es  éste  el  único  consuelo 
Con  que  el  mal  de  esta  pérdida  miiigas; 
Casi  no  ha  muerto  un  padre,  que  fecundo 
Dejó  después  de  sí  quien  le  asimila. 

))Cárl(is,  su  hijo  ])iimero,  en  cuyas  sienes 
Pronto  el  laurel,  pacífica  la  oliva. 
Presto  el  mirto,  tejiéndole  guirnaldas, 
Sus  más  fértiles  ramos  depositan; 

))Cárlos  es  ya  tu  rey;  supcrfluo  juzgo 
De  hipérboles  usar;  esta  sucinta 
Simple  noción  de  júbilos  el  alma 
Colme,  que  así  con  sus  pesares  lidia. 

))Léjosde  tu  comarca,  emporio  noble, 
Los  túmulos  profanos,  las  vestidas 
Aras  de  azules  vendas,  los  cipreses, 

Y  el  sexo  que  el  cabeUo  desaliña; 
))Ni  las  negras  ovejas  de  su  sangre 

Llenen  en  su  contorno  las  v.isijns. 
Que  después  en  las  boyas  se  difundí». 
Néctar  con  que  á  los  manes  se  convida  (3). 

))Tú  al  Dios  eterno,  que  por  mí  conoces, 
Ofrecerás  con  ceremonias  pías 
La  sangre  del  Cordero  inmaculado 
Cuando  á  reales  exequias  te  aperoib.is. 

»Tu  Sociedad  Patrit'itica  á  su  templo 
Hará  arder  en  antorchas  derretidas, 

Y  que  en  sus  sacras  bóvedas  resuenen 
Patéticas,  devotas  melodías. 

))Dtspucs  impetrarán  sus  individuos, 
Sin  levantar  del  suelo  la  rodilla. 
De  Carlos  Cuarto  prósperos  sucesos, 
A  Aquel  que  quita  y  da  las  monarquías; 

))Y  compitiendo  al  fénix  las  edades, 
Que  en  lazo  regio  por  mi  bien  asista 
A  su  lado,  embeleso  de  españoles,     * 
La  majestad  excelsa  de  Luisa. 

))Así  sei'á;  mis  aujes,  los  del  reino, 
Los  tuyos,  los  del  cuerpo  que  á  porfía 
Te  enarandecc,  serán  de  sus  virtudes 
Lenguas,  que  romi)an  en  perp<  tuos  vivas,» 

Dijo  la  religión;  Granada  entonces 
Entre  el  dolor  y  admiración  respira, 
El  llanto  templa,  y  su  lealtad  consagi-a 
Al  Rey  de  las  Españas  y  las  Indias. 


(3)  Ceremonias  de  la  antigüedad  pagana ,  en  las  exequias  por  los 
ausentes. 


ODA  I. 

A  la  temprana  muerte  de  Floridiana. 

Tirano  dolor  mió. 
Que  haciéndome  tu  esclavo. 
Voz ,  libertad  y  juicio 
A  un  tiempo  me  has  quitado; 

Mis  penas  te  enternezcan, 
Merezcan  por  un  rato 
Que  desates  piadoso 
De  mi  garganta  el  lazo, 

Y  pues  mi  mal  es  fuerza 
Que  oculte  á  los  humanos, 
Permite  que  le  sepan 
Los  montes  y  los  prados. 

Atiendan...  pero  ¡ay  tristel 
Parece  que,  turbados. 
Los  polos  reproducen 
Su  primitivo  caos. 

Sangre  el  Olimpo  vierte, 
Brota  el  abismo  espantos, 
Gime  la  tierra  y  brama 
El  piélago  salado; 

Aterroriza  á  silbos 
El  Aquilón  insano, 
Y  á  horrores  fulminantes 
El  tétrico  nublado. 

Desparecióse  el  dia, 


Los  pájaros  callaron, 
Desplegó  sin  estrellas 
La  noche  el  negro  manto, 

¡Ay,  pastor  infelicel 
Disperso  mi  ganado,     ' 
Le  llamo  y  no  me  escucha, 
Le  busco  y  no  le  hallo. 

¡Qué  susto!  Yo  fallezco; 
Mas  ¿  dónde  estoy  '  ¿  Qué  extraño 
Frenético  delirio 
Me  pone  en  tal  estado  ? 

I  Ño  está  sereno  el  cielo  .' 
¿No  halaga  el  viento  manso? 
¿  No  está  ía  tierra  inmóvil  ? 
¿  No  esparce  el  sol  sus  rayos  ? 

¿No  pace,  no  retoza 
Unido  mi  rebaño? 
El  simple  corderino 
¿No  acude  á  mi  reclamo? 

Es  verdad;  mas  ¿qué  gusto 
Dará  al  palomo  casto 
Que  rosicler  hermoso 
Dore  los  montes  altos, 

Si  los  hados  á  eterna 
Noche  le  condenaron , 
Robad.a  su  consorte 
Del  gerifalte  airado? 

La  blanca  tortolilla, 


Quejándose  en  los  ramos , 

¿  Qué  consigue,  aunque  en  ellos 

Sople  el  favonio  blando. 

Si  un  huracán  de  penas 
La  turba  su  descanso. 
Muerto  al  furor  del  plomo 
Su  compañero  amado? 

¿A  la  brava  leona 
Qué  bienes  trajo  el  Mayo, 
Aunque  á  la  tierra  adorne 
De  coloridos  varios. 

Si  muertos  los  cachorros 
De  su  albergue  al  estrago, 
Le  fué  la  primavera 
Invierno  yerto  y  cano  ? 

¿  Qué  importa  que  retocen 
Los  corderos  lozanos, 
De  candidos  vellones 
Las  pieles  adornando, 

Si  una  ovejuela  triste, 
Cuando  con  más  conato 
Aplica  el  suave  néctar 
Del  hijuelo  á  los  labios, 

A  balidos  penetra 
Los  hemisferios  altos, 
Porque  la  roba  el  lobo 
Del  alma  los  pedazos? 

A  todos  éstos  brinda 


va 


DON  JOSÉ  MAEf A  VACA  DE  GUZMAN  Y  MANRIQUE. 


La  diversión  en  vano; 
Que  el  que  de  veras  siente 
No  encuentra  objetos  gratos. 

Luego  ¿yo  no  deliro/ 
¡Plugicra  al  dios  vendadol 
¡Ojalá  sueño  fueral 
No  es  sueño  mi  quebranto. 
Bien  conoció  tu  margen 
I  Oh  Manzanares  aacrol 
La  más  bella  zagala 
Del  suelo  carpentano. 

De  superiores  fuerzas 
Robóla  infiel  corsario; 
Yo  la  busco,  y  las  mias 
Inútrlmcnte  canso. 

Tiopczando  entre  sombras 
Por  aquestos  ribazos, 
Ni  el  eco  me  responde 
Cuando  su  nombre  llamo. 

Murió  mi  Floridiana, 
¡Oh  Parca,  que  has  robado 
La  flor  mejor  al  suelo, 
Al  cielo  el  mejor  astrol 

Deten,  undoso  rio, 
Tu  curso  acelerado; 
Mis  ojos  tus  comentes 
Aumentarán ,  en  pago. 

Dime,  ¿cómo  me  deja 
Mi  bien  y  mi  regalo  ? 
Mas  no  responde.  Dime, 
¿  Cómo  no  la  acompaño? 

Ella  muerta  y  yo  vivo, 
¿Cómo  no  va  volando 
Mi  coi'azon  tras  ella 
Por  esos  aires  vago? 

¿  Es  posible,  es  posible 
Que  dia  tan  infausto. 
Cuando  le  miro  triste, 
No  ciego  de  mirarlo? 

Cruel  piedad  ofrece 
Tan  ponzoñoso  vaso, 
Que  devora  y  no  mata 
Con  tósigos  amargos. 

Crueldad  piadosa  ostenta 
Puñal  que  taladrando 
Está  mi  pecho  y  nunca 
Acaba  de  pasarlo. 

Aguarda,  amores  míos; 
Pero  ¡qué  necio  engaño  I 
Juzgo  que  está  presente, 
Y  sombras  mil  abrazo. 

No  advierto  ya  en  la  arena 
De  a(iuellos  breves  pasos 
Las  delicadas  huellas 
Que  antes  iba  buscando. 

Ya  de  aquestas  alfombras, 
Que  la  agi'adaban  tanto, 
No  forman  ramilletes 
Aquellas  blancas  manos. 

Su  deliciosa  risa 
Ni  alegra  ya  estos  campos. 
Ni  incita  de  las  aves 
El  agradable  canto. 

Parece  que  estoy  viendo  , 
Sus  ojos  soberanos 
Flechando  corazones, 
Siendo  sus  cejas  arcos. 

¡De  su  rubia  madeja, 
Cómo  en  el  alma  estampo 
Todo  un  ofir,  de  verde 
Listón  aprisionado! 

¡Qué  gi-aciosa  salia 
Entre  otras  de  sus  años  I 
¡Ay  gracias  fenecidas! 
¡Ay  años  malogrados! 

¿Quién,  pastora  del  alma. 
Quién,  hermoso  milagro, 
Quién,  dulce  esposa  mia, 
Quién  eclipsó  el  sol  claro? 

¿  Qué  pavorosa  nube , 
Qué  vapor  atezado 
Oscureció  destellos 


Que  iluminaban  tanto? 

¿  Qué  sacrilego  impulso 
El  ara  ha  ¡profanado 
Donde  remli  á  C'upido 
Perennes  holocaustos? 

¿  Qué  homicida  sangriento, 
Qué  bái-baro  contrario 
Konijiió  de  nuestras  almas 
Tan  tirme  estrecho  lazo? 

La  tuya  alegre  pisa 
Tapetes  estrellados; 
¡Ay  triste  de  la  mia. 
Que  en  lágrimas  la  exhalo! 

Ni  duermo  ni  sosiego, 

Y  el  sol  en  mi  cuidado 

Me  halla,  al  nacer,  lo  mismo 
Que  me  dejó  en  su  ocaso. 

Horror  me  da  el  bullicio, 
La  soledad  enfado; 
No  hay  cosa  que  me  alegi'C  : 
Tan  tiiste  vida  paso. 

I  Cómo  de  Floridiana 
Olvidaré  los  brazos. 
En  que  el  amor  más  puro 
Cifral.)a  stis  halagos? 

I  Cómo  de  la  memoria 
Podrá  su  esposo  caro 
Borrar  la  casta  imagen 
Del  norte  de  su  agrado? 

Vuelve  á  correr,  ¡oh  rio! 
Que  en  un  ameno  llano 
Jarama  caudaloso 
Tu  auxilio  está  esperando. 

Llevad  los  dos,  unidos. 
Aquesta  nueva  al  Tajo, 

Y  en  la  ciudad  de  Ulíscs 
Sepulte  el  mar  mi  llanto; 

Pues  te  será  más  fácil 
Que  en  retroceso  extraño 
Te  vuelvan  á  tu  cuna 
Los  montes  castellanos. 

Que  vuelvas  á  ver  de  este 
Pastor  tan  desgraciado 
Sin  lágrimas  los  ojos, 
La  vida  con  descanso. 

Riega  á  Aran  juez  fecundo, 

Y  di  al  augusto  C!árlos 
Que  igual  la  Parca  mide 
Las  chozas  y  palacios. 

Bien  por  su  regio  pecho. 
De  esta  fiera  asaltado, 
Conocerá  las  ansias 
De  un  mísero  vasallo; 

Pues  después  que  en  la  España 
Su  nombre  veneramos, 
Madre,  esposa,  hijo  y  nieto 
Cedieron  á  su  estrago. 

Magnánimas  constancias 
De  este  monarca  sabio 
A  tolerar  me  enseñen 
Tan  lúgubre  fracaso, 

Y  pues  en  mí  conozco 
Que  ya  el  dolor  tirano 
Me  quita  el  habla  y  vuelve 
A  su  primer  embargo. 

Acabaré  mis  quejas, 
Clamando  al  cielo  santo 

Y  al  ángel  que  allí  asiste, 
Del  suelo  trasladado. 

Se  duelan  de  estos  ayes. 
Que  ya,  de  aliento  falto, 
Aunciue  sentirlos  puedo, 
No  puedo  pronunciarlos. 

Las  fauces  se  me  anudan, 

Y  al  ir  articulando 

Tu  nombre,  Floridiana, 
Mi  triste  vida  acabo. 

Así  en  el  tosco  .arrimo 
De  un  césped  recostado 
Elfino,  á  las  orillas 
Del  Manzanares  claro, 

De  su  adorada  prenda 


Lloraba  el  fin  amargo, 
IHctando  Melpomene 
Tan  finos  entusiasmos; 
Cu.ando,  el  color  perdido 

Y  el  corazón  helado. 
Quedó  la  voz  suspensa 

A  impulsos  de  un  desmayo. 
Anteros,  viendo  aqueste 
De  amor  prodigio  raro. 
Capaz  de  herir  al  bronce 

Y  enternecer  al  mármol. 
Cerróle,  compasivo. 

Los  párjiados  hinchados, 

Y  en  agradaljlc  sueño 
Troco  el  fatal  letargo. 

A  YénuR  dos  hermosas 
Palomas  de  sti  carro 
Pidió,  que  tan  amantes 
Deliquios  arrullaron. 

Por  sus  venas  el  rio 
Se  deslizó,  callado, 

Y  le  halagó,  benigno. 

Con  blando  soplo  el  austro. 


IL 

Amables  soledades 
De  un  desdichado  joven. 
Ejemplo  lastimoso 
De  amantes  y  pastores; 

Paréntesis  de  un  triste. 
Treguas  de  un  alma  noble, 
Benigno  don  del  cielo. 
Que  humilde  reconoce. 

Ahora,  que  no  hay  zagales 
Que  mi  lamento  estorben, 
Pues  lejos  del  ejido 
Por  esos  cerros  corren , 

Pues  sois  á  la  noticia 
De  mi  dolor  conformes. 
Penetraré  la  sacra 
Piedad  del  cielo  á  voces; 

Y  para  que  sus  penas 
El  pecho  desahogue, 

Las  que  estancó  oprimidas, 
Penosas  aguas  llore. 

De  tan  estrecha  cárcel 
Salid,  testigos  pobres 
De  un  justo  sentimiento. 
Que  no  es  posible  borre. 

¡Oh  lágiúmas  amargas! 
Corred,  corred  veloces. 
Aunque  ajéis  de  los  campos 
Matices  y  colores. 

Poco  importa  que  al  suelo 
Todo  el  verdor  se  robe. 
Si  ha  muerto  Floridiana, 
Marchítense  las  flores; 

No  encuentre  valle  umbroso 
Mi  llanto  que  no  ahogue , 
Ni  selva  que  no  abrase , 
Ni  prado  que  no  agoste; 

Si  tropezare  en  ellos. 
Desgájense  los  robles, 
Liquídense  las  breñas. 
Disípense  los  montes; 

La  tierra  á  su  contacto. 
Con  bostezos  disformes. 
Sus  jDÍadosas  entrañas 
Patentes  haga  al  orbe, 

Y  en  líquidos  metales 
Asombros  mil  aborte, 
En  dolorosa  prueba 

De  que  sus  venas  rompe, 
¡Oh  lágrimas  amargas, 
Corred,  corred  veloces, 
Ahora,  que  no  hay  zagales 
Que  mi  lamento  estorben. 

Me  dicen  que  domine 
Del  hado  los  horrores 
Y  que  en  mi  pecho  reinen 


Alegres  impresiones; 

Que  faltando  aquel  dulce 
Imán  de  mis  amores, 
Fueron  los  sentimientos 
Muy  justos  por  entonces; 

Pero  que  ya  del  tiempo 
Al  duro  imperio  postre 
De  mis  memorias  tristes 
El  trágico  desorden; 

Mas ,  vive  Amor,  detesto 
Tan  pérfidos  errores; 
Ni  es  cuerdo  su  consejo 
Ni  sabias  sus  lecciones; 

O  es  fuerza  que  sus  almas 
Lo  que  es  amar  ignoren, 

0  como  yo,  sin  duda, 

No  aman  los  otros  hombres. 

No  quiso  al  bien  perdido 
Quien  tasa  al  duelo  pone ; 
Que  hay  golpes  á  que  eternos 
Lamentos  corresponden. 

Como  es  tan  imposible 
Que  su  sistema  adopte, 
El  pecho  me  atraviesan 
Tan  necias  persuasiones, 

Y  tanto  me  impacientan, 
Que  temo  qne  destroce 

Mi  cólera  algún  dia 
Sus  tibios  corazones; 

Mas  ¡ay!  que  es  consolarme 
Su  fin,  aunque  me  enojen , 

Y  culpas  tan  piadosas 
Es  fuerza  que  perdone. 

Que  el  llanto,  que  las  quejas, 
Que  aun  las  iras  no  asomen 
Delante  de  ellos ,  manda 
La  ley  que  el  cielo  impone. 

El  pecho  las  encierra, 
El  labio  las  esconde; 

1  Quién  vio ,  cielos ,  tan  grande 
Desgracia  de  pasiones? 

Sólo  al  semblante  hallaron. 
En  tan  furioso  choque, 
Testigo  de  sus  ansias. 
Parcial  de  sus  rigores. 

Éste  ha  sido  el  que  siempre, 
De  adustas  confusiones. 
De  lástima  y  espanto 
Pobló  los  horizontes. 

Ensordeció  los  vientos, 
Horrorizó  los  bosques, 
Estremeció  las  altas 
Esferas  y  regiones. 

Así  me  halló  algún  dia 
La  primavera  en  donde 
Gozaba  en  otro  tiempo 
Delicias  de  la  corte, 

Y  viendo  tal  quebranto. 
No  quiso  que  sus  dones 
Los  humanos  sentidos 
En  tierra  y  aire  gocen; 

Pues  no  hay  flor  en  los  prados 
Que  en  tales  aflicciones 
No  embote  su  fragrancia, 
Su  pompa  no  deshoje; 

Haciendo  á  los  jacintos 
Que  nuevos  aires  formen , 
No  su  fatal  contienda, 
Sólo  mi  mal  exponen. 

Las  nacaradas  rosas, 
Ajando  sus  primores, 
A  rioridiana  sienten, 

Y  Divídanse  de  Adonis. 
Ni  celos  de  Tereo, 

Ni  desaires  de  Progne ; 
Sólo  el  pesar  de  Elfino 
Lloran  los  ruiseñores. 

De  Céfalo  no  atiende 
El  aura  ya  las  voces; 
Que  no  halla  á  quién  dar  celos, 
Si  está  difunta  Pócris. 

Tan  lastimosa  escena 


ODAS. 

Representó  á  los  orbes 
La  desgraciada  reina 
De  esotras  estaciones. 

Acuerdóme  que  en  ella 
A  una  ovejuola  pobre  (1), 
Cuando  al  hijuelo  daba 
Dulcísimos  sabores. 

Los  lobos  inhumanos', 
En  el  cordero  dócil, 
Del  alma  los  pedazos 
Arrancaron  traidores , 

Y  oj'cndo  sus  balidos, 
Con  tiernas  expresiones 
Prorumpí ,  detestando 
Del  Mayo  los  verdores¡: 

Los  corderos  lozanos 
¿  Qué  importa  que  retocen , 
Las  pieles  adornando 
De  cá  adidos  vellones  ? 

¿Qué  delicioso  objeto 
Será  posible  borre 
De  una  inocente  sangre 
Los  trágicos  renglones? 

Desde  entonces  parece 
Que  fiel  mi  gixy  dispone 
Copiar  los  sentimientos 
Que  en  su  pastor  conoce. 

De  verme  se  entristece, 
Suspéndese  y  no  corre, 
Insípido  halla  el  pasto, 
Y  el  manantial  salobre. 

Ceñida  en  la  fragosa 
Ladera  á  que  se  acoge , 
No  hay  que  esperar  que  de  ella 
Las  cumbres  se  coronen. 

No  hay  voz  que  no  la  asuste, 
Piedra  en  que  no  zozobre. 
Zarza  que  no  la  hiera. 
Vereda  que  no  ignore. 

Nunca  advertí  que  tanto 
Su  timidez  agobien 
Los  hielos  de  Diciembre, 
De  Julio  los  calores. 

Tristes  ovejas  mias, 
Perdido  vuestro  norte, 
¿Qué  puerto  se  os  descubre? 
¿  Qué  rumbo  se  os  propone  ? 

¿  Qué  me  miráis  atentas  ? 
Ya  vuestras  suspensiones 
Conozco  que  me  dicen 
Que  á  vuestro  dueño  os  cobre; 

Que  03  restituya  aquellos 
Dos  i^eregrinos  soks 
Que  siempre  os  Tnerecieron 
Tan  finas  atenciones. 

Tal  clamo  j'o  á  los  cielos; 
Pero  ellos  me  responden 
Que  sus  decretos  justos 
No  es  fácil  se  revoquen; 

Pues  si  se  concediera 
Que  tanta  empresa  logren 
De  las  humanas  artes 
Las  fuerzas  inferiores, 

¿  Quién  os  ha  dicho  hubiera 
Ni  aun  leves  omisiones 
Hasta  verter  la  sangre 
Que  por  mis  venas  corre  ? 

Penar  es  el  recurso , 
Sin  que  rigor  se  note , 
Siendo  el  que  yo  me  tomo 
Que  el  mismo  os  proporcione, 

jAy  pastora  agraciadal 
Tus  ecos  tan  acordes 
Fueron  á  sus  oidos. 
Que  ya  me  desconocen. 

Esposa  de  mi  vida, 
Desde  aquesas  mansiones'. 
Que  eternamente  gozas. 
Escucha  sus  clamores. 


(1)  Oda  primera :  «Tirano  dolor  mio.» 


309 


Mas  ya  del  sol  las  ruedas 
Tiran  Flegon  y  Etonte, 
Donde  su  luz  copiosa 
Nuevo  hemisferio  dore; 

Del  Héspero  luciente 
Los  rayos  brilladores 
Asoman  por  resquicios 
De  mustios  arrel>oles; 

Ya  humean  las  cabafías 
Que  humildes  nos  recogen, 
Y  de  los  montes  altos 
Las  sombras  son  mayores. 

De  ellos  desciende  Mopso 
Con  rústicas  canciones; 
Venid,  ovejas  tristes, 
Que  baja  ya  la  noche. 

Al  son  de  la  zampona 
Menálcas  y  él  entonen 
Los  celos  de  Amarilis, 
Las  gracias  de  Licóris; 

De  las  torcidas  ondas 
Que  el  cáñamo  compone. 
Respeten  sus  manadas 
Las  leyes  superiores, 

Y  á  su  redil  unidas, 
Acójanse  conformes 
Adonde  sueño  y  vida 
Melampo  las  custodie; 

Que  yo  os  guiaré  á  vosotras. 
Sin  que  á  los  dulces  sones 
Se  adapten  de  mi  avena 
Más  que  funestos  motes. 

Tanto  penar  los  cielos 
Propicios  nos  mejoren; 
Venid,  ovejas  tristes; 
Que  baja  ya  la  noche. 

En  tanto  que  al  imperio 
Del  rígido  Boótcs, 
Escarchas  -snielve  el  suelo 
Del  cierzo  los  humores. 

Zagales  y  zagalas 
Le  templen  ó  soporten 
Cuando  al  hogar  ardiente 
La  seca  leña  arrojen. 

Al  rededor  unidos. 
Circo  espacioso  formen. 
En  que  alegres  mantengan 
Simples  conversaciones, 

Así  las  largas  horas 
Engañen  uniformes 
Que  el  húmedo  solsticio 
Hurta  de  Febo  al  coche; 

Que  yo  á  sufrir  camino 
Nuevas  cavilaciones. 
Venid,  ovejas  tristes; 
Que  baja  ya  la  noche. 

Rústico  plato  brinde    ■ 
A  su  apetito,  y  logre 
Que  le  envidien  las  mesas 
De  reyes  y  señores. 

Luego  que  sus  sentidos 
Benigno  sueño  ronde. 
Los  nocturnos  sosiegos 
El  lecho  perfeccione. 

Yo  aceptaré  en  mi  mesa, 
Solo,  sin  mi  consorte, 
Lo  que  al  melindre  baste. 
Sin  que  á  la  vida  sobre; 

Y  velaré  en  ausencia 
Del  sol,  pues  tanto  golpe 
Ni  aun  permite  mi  estrella 
Que  así  desimpresione. 

¿Qué  hemos  de  hacer,  Elfino? 
Los  cielos  no  me  oyen. 
Venid,  ovejas  tristes; 
Que  baja  ya  la  noche. 


810  DON  JOSÉ 

AL  MISMO  ASUNTO. 
La  mucrle  de  la  rosa. 


Un  jardinero  triste, 
Bogando  su  pensil, 
Al  Póu  de  uquel  rocío 
Se  lamentaba  así : 
«¡Ay  mísero  de  mí, 
Que  ha  marchitado  el  Mayo 
La  pompa  del  Abril! 

«Llegó  ¡penosa  suertel 
La  primavera,  en  fin, 
Florida  para  todos 

Y  seca  para  mí. 

¡Ay  Mayo  fementido! 

Detesto  tu  matiz ; 

No  le  tejáis  ¡oh  plantas! 

Guirnalda  del  jardín; 

Que  ha  marchitado  el  Mayo 

La  pompa  del  Abril. 

»  Abrió  una  tierna  rosa; 
Keina  jurarla  vi, 
Con  pompa  y  aparato, 
Del  Cándido  jazmín , 
Del  clavel  nacarado. 
Del  pálido  alhelí. 
Del  turquesado  lirio 

Y  encendido  carmín ; 

Y  ya  marchitó  el  Mayo 
La  pompa  del  Abril. 

«Pimpollo  despli  gaba 
Sus  hojas,  y  al  abrir. 
Las  lágrimas  del  alba 
Iba  embebiendo  en  si; 
Guardóselas  á  este 
Jardinero  infeliz 
Para  cuando  llegase 
El  tiempo  de  decir 
Que  ha  marchitado  el  Mayo 
La  pompa  del  Abril. 

))La  sonrosada  aurora 
Por  el  globo  turquí 
Sus  colores,  celosa. 
No  osaba  difundir. 
Sufre  este  día,  ¡oh  bella 
Del  sol  embajatriz! 
Mañana  estarás  libre 
De  tanto  competir, 
Rindiendo  el  Mayo  toda 
La  pompa  del  Abril. 

«Kayo  apenas  febeo 
Llegó  su  tez  á  herir, 
Cuando  pobló  de  olores 
Las  auras  del  confín. 
Apolo  la  enamora, 
Y  á  Dafne  olvida  allí; 
Mas  deshaga  la  pompa 

De  su  natal  feliz; 

Que  el  Mayo  ajar  presume 

La  pompa  del  Abril. 
oDecidme,  flores  bellas, 

1  Adonde  está,  decid, 

La  majestad  jurada 

De  este  verde  país? 

I  Qué  habéis  hecho  de  aquella 

Suprema  emperatriz? 

Mas  ¡ay  dt-  mí!  ya  mudas 

Deeis  que  en  dura  lid 

Ha  avasallado  el  Mayo 

La  pompa  del  Abril. 

))¡Ay  fragrancia  exhalada! 

¡Ay  púrpura  infeliz! 

i  Ay,  cómo  equivocasteis 

El  nacer  y  el  morir! 

Fué  entre  la  cuna  y  tumba 

La  línea  tan  sutil, 

Que  no  sé  distinguirla. 

Aunque  la  sé  sentir, 

Al  ver  que  ha  hollado  el  Mayo 

La  pompa  del  Abril, 


MARÍA  VACA  DE  GUZMAN  Y  MANRIQUE: 

Brindan  mi  esperanza; 
^las  por  ningún  caso 
Pido  las  vedadas; 


«Sosten,  ciprés  funesto, 
De  quien  se  apoya  en  tí 
La  trabajosa  vida, 
Cansada  de  gemir; 
Mis  penas  signifique 
Tu  verdor  juvenil 
Mientras  que  de  mis  labios 
No  dejares  de  oir  : 
¡.\y  mísero  de  mí. 
Que  ha  marchitado  el  Mayo 
La  pompa  del  Abril! 
¡Ay  de  mi!  ¡Ay  de  mí!» 


ROMANCE. 

Hola,  espeía,  serranilla. 
La  del  faldellin  de  ñores. 
Graciosa  envidia  del  prado, 
Bella  emulación  del  bosque. 

Parece  que  el  andorrero 
Embajador  de  los  dioses 
Las  alas  de  sus  talares 
Ha  prestado  á  tus  talones. 
Por  tu  vida,  que  si  el  sol 
Tan  ligeramente  corre, 
Pronto  ha  de  acabar  el  dia , 
Presto  llegará  la  noche, 

¿De  quién  huyts,  zahareña? 
I  Por  qué  tímida  te  escondes, 
¡Si  han  de  ser  mis  pensamientos 
Más  que  tus  pasos  veloces? 

Ellos  son  muy  revoltosos , 
Tus  ojos  muy  juguetones  ; 
No  has  de  librarte  de  que 
Siempre  te  los  enamoren. 

No  obstante  que  advierto  en  ellos 
Un  no  sé  qué  de  señores , 
Que  infunden  respeto  á  un  tiempo 
Y  roban  las  atenciones. 

Aunque  tu  rojo  calzado 
Corra  la  maleza  indócil, 
A  semejantes  perdices 
No  ofenden  mis  perdigones. 

Aunque  te  ladran ,  se  paran 
Mis  sabuesos  cazadores; 
Por  Diana  te  han  tenido, 
Por  astro  te  reconocen. 
Apenas  esta  mañana 
Se  vistió  el  cielo  de  albores. 
Cuando  esta  paloma  en  busca 
Volaba  de  su  consorte, 

Y  acaso  porque  de  esquiva 
Tú  no  la  diste  lecciones, 
Rindió  á  mi  plomo  su  cuello. 
Pena  fué  de  sus  amores. 

Por  primicias  de  mi  caza 
Te  la  presento;  mas  ¿dónde 
Te  has  ocultado,  pobando 
A  mi  albedrío  su  norte  7 

Ojo  alerta,  compañeros. 
Los  que  discuiTÍs  el  monte; 
Allá  van  esos  ojuelos; 
Dios  os  libre  de  ladronea. 


Pidiendo  unas  plantas  de  frutales  de  la 
huerta  de  la  Eagaravita  de  Alcalá  de  He- 
nares á  su  dueño. 

ROMANCE  MENOR, 
Señora,  si  llega 
A  tiempo  esta  carta 
Que  el  buen  humor  reine 
Y  estés  para  gracias. 
No  será,  por  cierto. 
Cosa  muy  extraña 
Que  una  me  concedas. 
Sobrándote  tantas. 
De  tu  paraíso 
Las  plantas  lozanas 
Con  sus  tieruaa  frutas 


Sólo  aquellas  busco 
De  que  hay  abundancia. 
Ni  la  golosina 
De  aquestas  manzanas 
Quiero  sin  el  justo 
Sudor  de  mi  cara; 
Porque  á  mi  pomario 
Siendo  trasladadas. 
Los  favores  tuj'os 
Cultiven  mis  ansias, 
Y  si  .se  lograre 
Mi  empresa  arbolaria, 
Saldrá  por  arrobas 
Lo  que  entra  por  varas. 
No  envidiaré  entonces 
Pomos  de  Atalanta; 
Tuyas  las  primicias 
Serán ,  aunque  al  arma 
Toquen  las  tres  diosas 
Del  pastor  de  marras. 
Sus  fértiles  hojas 
Serán  otras  tantas 
Lenguas  que  publiquen 
Tu  don  y  tu  fama; 
Dejaré  en  sus  troncos. 
No  sólo  grabada 
La  voz  de  tu  nombre. 
Como  con  Anarda 
Nos  cuenta  que  hacia 
Anfriso  en  Arcadia, 
Sino  las  catorce 
Líneas  de  esa  alhaja. 
Que  me  dio  un  poeta. 
Única  en  su  casa. 
Esto  te  suplico, 
Señora,  y  si  mandas 
Que  para  este  efecto 
Me  den  puerta  franca, 
Verás  cómo  al  punto 
Me  arrojo  á  tus  plantas. 


Verde  renuevo,  que  regó  Pomona 
Con  el  cristal  del  caudaloso  Henares, 
Trasladado  á  mi  huerto,  no  repares 
Perder  el  poseedor  que  más  te  abona. 

Aunque  dueño  mej  or,  bella  matrona, 
Dejaste  en  Filomena,  á  tus  pesares 
Rienda  podrás  poner  si  viva  hallares, 

Y  presente  en  la  mia  su  persona. 
Crece  del  viento  escándalo  frondoso, 

Y  llega  á  estar  de  suave  fruto  lleno. 
Que  viniendo  de  dueño  tan  hermoso 

A  enriquecer,  fecundo,  mi  terreno. 
Ha  de  ser  pai'a  mi  dulce  y  sabroso 
Más  qne  la  fruta  de  cercado  ajeno. 


Extracción  .jornada  .trasplante  y  progreso 
de  los  frutales  de  la  Esyaravila,  ó  carta 
de  gracias  en  buen 

ROMANCE. 

Llegúeme  á  tu  huerta  un  dia 
De  los  pocos  que  madrugo. 
Oh  tú ,  la  más  generosa 
Hespérida  de  Compluto; 

Y  como  allí  no  hay  dragón, 
Sino  unos  corteses  chuchos , 
Que  en  viendo  un  bulto  de  forma. 
Saben  respetarle  el  bulto, 

No  hube  menester  de  Alcídes 
La  maza  ni  los  conjuros , 
Ni  hubo  la  de  mazagatos, 
Ni  de  mazaperros  hubo. 

El  jaquetón  mi  tocayo, 
De  orden  tuya ,  me  propuso 
Lo  más  rico  y  sazonado. 
No  obstante  de  ser  tan  crudo. 


Mis  operarios  se  aprestan, 
Y  con  manejo  forzudo 
Cavan  hondo,  porque  aquí 
Aun  los  payos  son  profundos. 

Aquellos  rizados,  bellos 
Ramilletes  de  Vertumno, 
Cuyas  verdes  lozanías 
Despojó  el  Octubre  adusto, 
A  tu  precepto  obedientes, 
Salen,  como  troncos,  rnudos, 
Tamañitos  y  en  los  labios 
Aun  con  el  materno  suco. 

Sobre  los  hombros  los  sacan 
De  tu  recinto,  á  mi  influjo. 
Porque,  siendo  prendas  tuyas, 
Fué  bien  que  entrasen  en  tnunto. 

Luéíío  que  al  Val  avistaron. 
Que  baña  Henares  fecundo. 
Se  humillaron  ante  el  árbol 
De  quien  es  bendito  el  fruto. 

Por  los  Abitn-idos  pasan, 
Senda  que  me  da  disgusto, 
Porque  sov  hombre  que  no 
De  cuahiuier  cosa  me  aburro. 
Por  la  puerta  de  Aguadores 
Entran  libres,  y  es  muy  justo; 
Que  en  tí  no  son  contrabando 
Dádivas,  según  arguyo. 

A  su  antigua  compañía 
Dejando  el  agreste  sulco. 
Por  una  calle  de  Boma 
Entran  también ,  como  expulsos. 

Abro  las  puertas  de  casa, 
No  las  falsas  ;  que  era  injusto 
Entrase  por  cosa  falsa 
En  mi  casa  un  favor  tuyo. 
Entran,  en  fin;  no  reparo 
Conjunciones,  novilunios, 
Ni  me  aconsejo  de  Flinio, 
Ni  á  Columela  consvdto; 

Sino,  á  Dios  te  la  depare 
Buena,  les  abro  un  sepulcro. 
Que,  por  tener  tierra  tuya. 
Ya  relicario  presumo. 

Cada  cual  simbolizando 
Nuestra  amistad  con  sus  nudos, 
Perpetua  paz  establece 
•  Entre  uno  y  otro  terruño. 

En  parangón  de  mi  huerto. 
Juzgo  á  todo  huerto  inculto; 
Ningún  árbol  jimto  á  estotros 
Es  árbol,  sino  árbol uco. 
Ni  el  de  mi  genealogía 
Me  gusta  tanto,  y  no  dudo 
El  andarme  por  sus  ramas 
Más  que  por  las  de  Ataúlfo. 
Solo  un  escozor  me  queda, 

Y  es  que  entre  todos,  ninguno 
Se  ha  anticipado  al  membrillo, 

Y  agrios  sucesos  barrunto. 
Que  asperezas  me  anticipes 

Siento  bastante,  y  á  algunos 
Es  este  fruto  agradable  , 
Pero  á  mí  se  me  hace  duro. 
Con  este  recelo  en  darte 
Las  gracias,  como  era  justo, 
Estar  yo  tan  detenido, 
Al  membrillo  lo  atribuyo. 

Ríndelas  ahora  á  millares, 
Ríndanme  á  millares  frutos; 
Partiré  peras  contigo. 
Que  en  un  estudiante  es  mucho. 

Según  lo  bien  que  han  probado, 
Ha  de  inferir  el  más  rudo 
Que  son  buenos  mis  arranques, 

Y  tus  favores  seguros. 

Se  cuidan  exactamente, 

Y  si  conveniente  juzgo 
Tal  vez  una  rociada. 

La  llevan,  aunque  no  gruño. 

Sé  que  gustan  de  un  arrimo 
Contra  el  aire,  y  como  hay  gustos 


CANTILENAS. 

Que  merecen  palos,  éste 
Se  concedió  á  cada  uno. 

Con  ceniza  y  otra  cosa, 
Que  es  caca  y  estiman  mucho. 
Cubrí  sus  pozas,  y  tanto 
Lo  aprecian,  que  con  impulso. 

Si  un  miércoles  de  Ceniza 
Llené  los  hoyos  impuros. 
Que  en  un  domingo  de  Ramos 
Se  llenen  no  dificulto. 

Tienen  sol,  porque,  á  Dios  gracias, 
Según  en  mi  plan  descubro, 
M.ñyor  despejo  ningún 
Entremetido  le  tuvo. 

Mientras  algún  religioso 
No  vierte  con  disimulo 
Cierta  dosis  amarilla, 
Resi)iran  un  aire  puro. 

En  cuanto  al  agua,  sabiendo 
Te  sirvieron ,  conjeturo 
No  sabrán  de  sequedades, 
Y  les  riego  el  pié  á  menudo. 

Y  en  fin ,  si  el  mudar  de  clima 
Constipó  su  ser  robusto. 
Sabe  que  han  tomado  yemas 
Después  de  los  pediluvios. 


SU 


Á  FILOMENA. 

CANTILENA  PRIMERA. 

Henares  fugitivo. 
Que  bullicioso  rondas 
La  mansión  apacible 
De  Filomena  hermosa , 
Mira  que  hacer  pretende 
Tapete  de  tus  ondas, 

Y  en  tu  agradable  margen 
Construye  verde  choza, 

A  que  rindieron  prontos 
Los  álamos  su  copa. 
Los  pájaros  acordes 
Con  música  sonora 
Quieren  hacer  del  baño 
Las  horas  deliciosas. 
Ruge  el  león  del  cielo, 

Y  á  la  mayor  antorcha, 
Para  templar  tus  linfas. 
Fogosidades  dobla. 
Tan  generoso  hiiésped 
En  su  seno  recojan, 
Llamándose  felices. 
Tus  húmedas  alcobas. 
De  tu  bocina  al  eco 
Las  náyades  convoca 
Que  á  Filomena  bella 

1  Sostengan  oficiosas. 
Entretenga  su  vista 
Aquesa  verde  copia 
De  juncos  y  espadañas, 
Que  tus  orillas  orla. 
Los  árboles  robustos 
La  sirvan  con  su  sombra, 
Mansa  discurra  el  agua. 
El  céfiro  no  corra. 
Los  peces  la  veneren, 
Y  aunque  atentos  conozcan 
La  beldad  peregrina 
Que  en  su  estancia  atesoran, 
Tu  indignación  merezcan 
Curiosidades  locas 
DlI  que  asustarla  piense; 
Que  quiero  en  la  penosa 
Tormenta  de  esquiveces 
Que  contra  mí  se  forja. 
Ver  si  el  sosiego  amable 
Que  en  tus  raudales  logra, 
La  templa  aquella  sangre 
Activa  y  rigorosa. 


II. 

J?n  lina  noche  oscura  (1) 
Cantaba  Filomena, 
Raro  en  aquestos  tiempos 
prodigio  de  destreza; 
Todo  en  silencio  estaba. 
Porque  hasta  el  aura,  atenta, 
Para  su  curso  y  oye 
Los  ecos  que  embelesan; 
Cuando  unos  descuidados 
Ruiseñores  se  inquietan. 
Que  en  celo  están  y  tristes 
Escuchan  su  voz  mesma; 
Filomena  con  esto 
Quedó  ufana  y  contenta. 
Como  el  pintor  antiguo 
Que  salió  con  la  idea 
De  engañar  á  las  aves 
Con  frutas  que  aparenta. 
Mas  fué  tirana  en  esto; 
Que,  como  vive  exenta 
De  amor,  y  son  los  celos 
Forzosa  consecuencia , 
Quien  ignora  sus  glorias 
No  sabe  de  sus  penas. 
Deten  aquese  canto. 
Dulcísima  sirena; 
Mira  que  de  un  celoso 
Rival  en  las  orejas 
Las  mayores  dulzuras 
Amargamente  suenan. 


IlL 

Cazaba  Filomena 
Por  un  bosque  sombrío. 
Dando  á  Diana  celos, 
Y  á  su  memoria  alivio; 
Eran  continuamente 
Trofeos  de  su  brío 
El  tímido  conejo. 
El  dulce  jilguerillo, 
La  oropéndola  hermosa. 
La  tórtola  y  el  mirlo; 
Cuando  un  vencejo  astuto 
Miró  desde  aquel  sitio 
De  humanos  caminantes 
Poblados  los  caminos, 
Que  por  verla  anhelaban. 
De  su  beldad  traidos; 
Repara  atentamente, 
Y  como  siempre  han  sido 
Del  corazón  amante 
Los  ojos  sobre-escrito, 
Leyendo  aquél  por  éstos 
A  aquellos  pajarillos. 
Ainados  compañeros 
(Sobresaltado  dijo). 
Huid  de  Filomena, 

Que  no  vialogra  tiro. 


IV. 

A  la  prisión  del  hcho 
Con  invencible  fuerza 
Rindiéronte  tus  ayes. 
Hermosa  Filomena; 
Riudiéroute,  cruehs; 
I  Qué  victoria  tan  nueval 
lAh,  si  como  los  tuyos. 
Mis  ayes  te  rindieran! 
Siempre  triunfaste  de  ellos; 
Ahora  por  tí  mesma. 
Si  adviertes  lo  que  pueden, 
Verás  lo  que  desprecias. 
Del  retiro  de  Elüno 
En  lance  tal  te  quejas. 
Ni  sé  si  por  cariño, 

(1)  Si-t'ui'lilljs  que  empiezan  así. 


312 


DON 


Ni  sé  sí  por  soberbia; 
¿Quisieras  que  testiguo 
Fuese  de  tus  dohncias? 
¡Qué  mal  de  Elfino,  ingrata, 
Conoces  la  tevnezal 
Para  tan  duro  trance 
Muy  bien  saber  pudieras 
Qué  corazón  no  tiene, 
bi  el  tuyo  no  le  prestas. 


JOSÉ  MARÍA  VACA  DE  GUZMAN  Y  MANRIQUE. 

El  numen  sacrosanto 


V. 

Desde  el  solio  de  Jove, 
Que  rige  el  alto  Olimpo, 
Hasta  las  tenebrosas 
Mansiones  del  abismo, 
Coníjuistador  del  mundo, 
De  Citerea  el  hijo, 
¡  Oh  Filomena  hi-rmosa  I 
Dilata  sus  dominios. 
¿Ves  ese  azul  volumen? 
Contra  los  dioses  mismos 
Victorias  mil  estampa 
Con  letras  de  zafiro; 
Iguales  triunfos  tienen, 
En  tierra  y  mar  escritos. 
Caracteres  de  llores 
Y  cláusulas  de  vidrio. 
Vuelve,  vuelve  los  ojos 
A  tu  ameno  recinto; 
Verás  alli  los  hechos 
De  ese  gigante  niño. 
Ansiosos  arroyuelos 
Por  entre  grama  y  guijo 
Buscan,  enamorados. 
Las  ondas  de  este  rio. 
Rondar  se  ve  en  tu  estancia 
Del  céfiro  atrevido 
Risueña  fuente,  en  donde 
Pudieras  ser  Narciso; 
Escúchanse  en  tu  bosque. 
Con  halagüeños  trinos 
De  amantes  ruiseñores. 
Requiebros  y  cariños. 
¡Qué  ufano  aquel  palomo 
Dueño  se  ve  del  nido. 
Donde  la  fiel  consorte 
Regazo  le  previno! 
Repara  en  uno  y  otro 
Tornasolado  hechizo, 
Cómo  encarec'.n  dulces 
Amores  pico  á  pico. 
La  vid  enlaza  al  olmo, 
La  hiedra  abraza  al  risco; 
No  hay  parte  que  perdonen 
Las  armas  de  Cupido. 
No  pises,  no,  la  arena  ; 
Tema  tu  pié  el  peligro 
¡Ay  enemiga  ingrata! 
De  ese  vergel  ñorido; 
Que  ya  Pomona  y  Diana 
De  ese  dulce  enemigo 
Hicieron  feudatario 
Su  imperio  y  señorío. 
Solo  amor  allí  reina 
(Permíteme  este  aviso); 
Extraños  climas  quiere. 
Ver  tu  desden  esquivo; 
Advierta  tu  cautela 
Que  hubo  deidad  que  quiso 
Que  el  forastero  incauto 
Que  arribe  á  su  distrito 
La  rinda,  á  su  llegada. 
La  vida  en  sacrificio. 


EL  TEMPLO  DE  LA  VIRTUD. 

Oda  leída  en  junta  general  de  la  Real  Socie- 
dad Económica  de  Amigos  del  Pais  de 
Madrid ,  por  su  encargo,  en  10  de  Julio 
de  17Si,  con  motivo  de  los  premios  dis- 
tribuidos en  el  primer  semestre  de  ai)uc'l 
año  á  las  discí pulas  de  las  escuelas  pa- 
tríiiticas  de  los  hilados. 

¿Qué  novedad,  oh  Mantua, 
De  tu  a]).aeible  clima 
Ccn  nobles  inquietudes 
Trastorna  la  armonía? 

De  las  esferas  altas 
Los  ejes  se  desquician, 
Los  signos  y  planetas 
Litrépidos  se  agitan. 

Al  sacro  Manzanares 
Sus  náyades  olvidan, 
Olvida  el  claro  rio 
Las  fértiles  orillas. 

Los  bosques  abandonan 
De  Océano  las  hijas, 

Y  hasta  los  mismos  dioses 
Olvidan  su  ambrosía. 

Creyera  que  hoy  la  aurora, 
Que  aljófar  desperdicia. 
Formaba  sonrosados 
Crepúsculos  aprisa. 

Las  sombras  más  que  nunca 
Corrieron  ñigitivas , 
Madrugó  de  las  aves 
La  grata  melodía. 

Curioso  el  mar,  los  rios 
(Cancro  y  León  lo  riñan) 
Descienden  de  las  nubes 
En  lluvia  intempestiva  (1). 

Sus  rústicos  preceptos 
Anticipó  Eleusina; 
Triptijlemo,  más  ágil. 
Condujo  las  espigas. 

Parto  del  mar,  apenas 
El  Sol  tomó  las  bridas, 
Violento  los  azules 
Alcázares  corria, 

A  Madrid ,  cuidadoso. 
Desde  el  zenit  divisa 

Y  apresurado  busca 
Las  horas  vespertinas. 

¿Qué  novedad,  oh  Mantua... 
Mas  ya  tus  alegrías 
El  no  vulgar  objeto 
Explican  por  sí  mismas. 

¿  Qué  mucho  que  llevando 
La  fama  la  noticia. 
Tan  general  anhelo 
A  un  tiempo  se  perciba. 

Si  en  el  perenne  templo 
Que  á  la  virtud  dedicas , 
De  esta  deidad  al  rostro 
Descorres  la  cortina? 

¡Oh  rustro  amal)le!  el  cielo 
De  fuerzas  atractivas 
Te  dol('i,  con  las  cuales 
Eternamente  brillas. 

Lejos  de  aquí,  profanas 
Ceremonias  inicuas. 
No  en  víctimas  impuras 
Se  manchen  las  cuchillas; 

No  infieles  fanatismos 
A  un  ídolo  dirijan 
Inútiles  inciensos, 
Injustas  armonías. 

Sus  puros  corazones, 
Sus  útiles  fatigas 
A  la  virtud  ofrec  n 
Tiernas  sacerdotisas. 


(1)  La  extraordinaria  lluvia  que  se  verifi- 
ca en  toda  la  mañana  y  parle  de  la  tarde  de 
osle  día  rtiu  ocasión  al  peníamicnto, 


Su  aceptación  indica, 
El  ministerio  premia 
Y  al  ministerio  anima; 

Y  cuando  sus  obsequios 
Al  ara  sacrifica 
De  una  de  sus  tres  gracias 
La  hispana  monarquía  (2), 

Matrona  laboriosa, 
A  la  sombra  acogida 
Del  protector  más  alto. 
Premios  y  honor  publica. 

No,  musa,  no  j^roponea 
Difíciles  enigmas ; 
Existen  del  bosquejo 
Tiradas  ya  las  líneas. 

Carlos,  Amalia,  socios. 
Jóvenes  elegidas. 
Formáis  de  vuestros  fastos 
Vosotros  de  este  día. 

¡Ah  sociedad  excelsa ! 
¿Qué  consonancias  dignas 
Hará  de  tantos  timbres 
La  voz  turbada  mía? 

Tú  escuchaste  á  otros  genioB 
Más  dulces  poesías  (3); 
Los  envidio,  y  de  alguno 
Venero  las  cenizas. 

¿Y  habrá  quien  tus  objetos 
No  tenga  por  divina 
Materia  de  las  cuerdas. 
Que  ecos  al  aire  vibran  ?  (4). 

Piérides  españolas , 
Si  alguno  asi  delira, 
Negadle  vuestro  rostro. 
Desdeñosas  y  tibias. 

Monarcas,  héroes,  guerras 
Canta  la  trompa  altiva; 
La  cítara  los  dioses , 
La  flauta  las  campiñas; 

Los  túmulos  y  manes 
La  fúnebre  sordina ; 
La  lira,  don  de  Apolo, 
Tus  obras  diviniza  (5). 


(2)  Se  celebran  á  10  de  Julio  los  dias  de 
la  señora  infanta  doña  María  Amalia. 

(5)  Es  bien  notorio  el  méiito  de  los  seño- 
res Moratin  ,  Ayala  ,  Olmeda  y  Manuel,  que 
en  semejante  ocasión  desempeñaron  este 
ministerio. 

(i)  Los  que  saben  el  vastísimo  campo  que 
dominan  las  artes  imitadoras,  y  cuan  supe- 
rior lugar  alcanza  entre  ellas  la  poesía,  no 
dudarán  de  esta  verdad.  Nuestro  Luzan  lla- 
ma iíifmilo  el  numero  de  sus  objetos,  y  en 
Muratori  vemos  que  dividiendo  todos'  los' 
entes  creados  ó  increados  en  tres  mundos, 
celestial,  humano  y  material,  estos  tres 
mundos  ó  reinos  de  la  naturaleza  contienen 
un  inlinito  nriraero  de  diferentes  verdades, 
que  todas  son  ó  pueden  ser  objeto  de  la  poe- 
sía (I  de  la  imitación  poética ,  y  que  este  ar- 
te abraza  todas  las  cosas  que  caen  debajo 
de  los  sentidos,  esto  es,  las  materiales  y  las 
que  solo  pueden  comprenderse  por  el  en- 
tendimiento, como  las  espíiituales,y  las  que 
participan  de  materia  y  espíritu  ,  como  las 
cosas  y  acciones  humanas.  Se  ha  escrito 
con  extensión  por  grandes  poetas ,  sin  ex- 
cluir á  los  corifeos,  de  ranas  y  ratones,  de 
mosquitos,  de  pulgas,  y  ;iun  de  la  misma  na- 
da ,  como  hizo  el  licenciado  Tejada  délos 
Reyes,  en  el  poema  tropohigico  a  este  asun- 
to, inserto  en  su  León  prodigioso. 

(^)  La  inteligencia  poética  sobre  este  pan- 
to consiste  en  aplicar  á  cada  materia  el  cor- 
respondiente género  de  poesía.  Acerca  de 
éstos,  y  los  instrumentosque  los  significan, 
hay  diversas  divisiones,  más  ó  menos  gene- 
rales, según  el  más  6  menos  estrecho  signifi- 
cado délos  miembros  divididos.  Como  el 
presente  no  es  un  tratado  didáctico,  no  se 
ha  atenido  el  poeta  servilmente  en  su  enu- 
meración á  doctrina  alguna  autorizada,  bas- 
tándole para  su  intento  aquellos  ejemplos. 
Apcuas  se  hallarán  objetos  más  propios  do 


Dichosa  tú  mil  veces, 
Que  á  la  fatal  desticha 
Del  desvalido  y  pobre 
Tu  inteligencia  aplicas. 

Socorres  enseñando  (1), 

Y  el  dia  de  las  iras 
La  mano  poderosa 
Te  librará  propicia. 

De  la  pereza  infame, 
Que  ya  aherrojada  pisafl , 
En  vano  los  bramidos 
Los  vientos  horrorizan. 

Ya  el  oprobrio,  aquel  monstruo 
Que  advenedizo  habia 
Contaminado  á  Iberia 
Sus  reinos  y  provincias, 

Repasó,  vergonzoso, 
Los  mares  y  colinas, 
Sin  que  aliente  esperanzas 
De  nuevas  correrías. 

A  industria,  artes,  oficios 

Y  agricultura  intimas 
Formen  cordón ,  que  el  paso 
De  tanto  mal  impida. 

Por  ellos  las  naciones 
No  ya  cual  antes  silban 
Al  español,  trocando 
Dicterios  en  envidias. 

Declamadores  fatuos 
De  falsas  impericias, 
España  ha  confundido 
Vuestra  insultante  risa. 

Por  ellos  destrozada 
Se  ve  con  ignominia 
De  la  asquerosa  Venus 
La  pestilente  silla. 

Roto  el  cetro,  y  las  hojas 
De  su  laurel  marchitas, 
Hace  á  sus  lupanares 
Que  eterno  luto  vistan. 

¡Oh,  cómo,  cuerpo  heroico. 
Las  sendas  peregi-inas 
Descubres  que  al  trabajo. 
Sin  que  amedrenten,  guian! 

Tú,  al  paso  qixe  Citéres 
Mentidas  flores  brinda, 
Conviertes,  prodigioso. 
En  ñores  las  espinas. 

Patrióticas  escuelas, 
Atestiguad  festivas 
Esta  verdad,  mostrando 
Del  fruto  las  delicias. 

Soislo  vos,  laureadas 
Discípulas  que  alista 
El  numen  de  este  templo 
En  su  eternal  milicia. 

Por  vos  aqueste  cuerpo 
Al  cielo  se  asimila. 
Negociante  que  busca 
Preciosas  margaritas. 

Vosotras ,  digno  empleo 
De  sus  prudentes  miras, 
Vosotras  sus  designios 
Colgáis  de  granjerias; 

Vosotras ,  triunfadoras 
Del  ocio  y  la  desidia. 
En  cierto  modo  fuisteis 
El  freno  de  los  dias. 

Hatilen  de  vuestro  esmero. 
Labores  y  vigilias, 
Domésticas  paredes. 
De  fábrica  sencilla. 

Al  son  de  la  tarea 
Febo  tal  vez  oia 

la  poesía  lírica  que  las  virtudes  y  las  artes, 
que  lo  son  iguaimonte  de  la  Sociedad.  Sen- 
tados los  principios  de  esta  nota  y  de  las 
dos  antecedentes,  ricbcrénios  inferir  que  los 
inteligentes  habrán  hallado  mucho  que  aplau- 
dir en  las  compüsiciones  anteriores. 

(1)  Según  el  lema  que  tiene  la  empresa 
ie  la  Sociedad. 


ODAS. 

Vuestros  simples  cantares 
A  honor  de  su  venida; 

Y  cuando  al  horizonte 
Su  torno  finaliza, 
Al  arrullo  del  vuestro, 
En  Tétis  se  dormia. 

Guillabais  la  tardanza 
Del  nuevo  sol ,  y  herida 
Del  eslabón  la  })ied5a, 
Se  desentraña  en  chispas. 

Dejad  que  el  hijo  oscuro. 
Que  á  tantos  amancilla. 
Del  Erebo  y  la  Noche 
Dilate  sus  conquistas. 

Mandragoras,  beleños 

Y  adormideras  ciñan 
Las  sienes  del  vestiglo 
Que  á  Jove  se  atrevía. 

Veloz  volando  á  ti  recia 
Contra  el  zagal  del  Ida, 
Belígeros  proyectos 
A  Agamenón  imprima. 

A  pesar  de  los  celos, 
Que  tanto  á  Juno  irritan. 
En  Argos  solamente 
Sujete  cien  espías. 

A  Alectrion  las  luces 
Oculte  matutinas, 
Que  anuncie  transformado 
Por  su  omisión  antigua. 

La  ciudad  de  dos  puertas 
A  la  margen  sombría 
Del  silencioso  Lete 
Tremole  sus  insignias. 

Reine,  en  fin,  entre  tantos 
Que  á  su  poder  humilla, 

Y  la  mitad,  al  menos. 
Le  entregan  de  su  vida. 

Blando  lecho  de  plumas 
A  sus  vasallos  sirva, 
Que  en  perpetuos  cambrayes 

Y  holandas  se  afeminan. 
Vosotras,  superiores 

A  esas  glorias  fingidas. 
Os  remontáis,  buscando 
Esfera  al  sol  vecina. 

Seguís  la  virtud  santa, 
Del  mundo  las  mentiras 
Abomináis  y  al  sueño 
Burláis  sus  tiranías. 

El  apreciable  lino. 
Cuyas  varas  erguidas 
En  átomos  de  cielo 
Parece  que  terminan, 

Ansioso  por  buscaros. 
Se  siembra,  se  cultiva. 
Se  siega,  empoza  y  rompe. 
Se  espada  y  se  rastrilla. 

El  algodón  sus  blancos 
Vellones  os  envía: 
Cubierto  don  de  flores 
Purpúreas  y  amarillas. 

Las  mansas  ovejuelas 
Su  propia  estofa  rica. 
No  para  su  provecho, 
Sí  para  el  vuestro,  crian; 

Porciones  son  informes, 
Que  á  vuestra  mano  aspiran, 

Y  en  delicadas  hebras 
Se  tornan  convertidas; 

Por  ellas  los  mortales 
Su  desnudez  abrigan, 
De  la  heredada  culpa 
Incómoda  reliquia. 

Las  mesas  de  los  reyes 
Su  cubren,  se  entapizan 
Los  palacios,  y  el  suelo 
Se  adorna  de  alcatifas. 

Las  naves,  de  las  aves 
La  rapidez  imitan, 
Venci':^ndo  de  Nereo 
Montañas  cristalinas. 


313 

No  con  vosotras  hablan 
Las  cóleras  que  en  Lidia 
Fulminó  contra  Aracne 
Minerva  vt-ngativa. 

Emulación  honrosa, 
No  loca  altanería. 
De  las  ligeras  ruedas 
Las  vueltas  multiplica. 

Lee,  por  más  que  intente  . 
El  rubor  confundirlas. 
Líneas  del  vencimiento 
En  vuestra  frente  f  scritas, 

Atrás  dejando  tantas 
Nol)les  antagonistas. 
Como  Atalantas  diestras 
Con  pomos  de  oro  os  brindan; 

Mas  no  para  premiaros 
Este  metal ,  que  anida 
La  tierra  en  sus  entrañas. 
Es  dádiva  precisa. 

Del  honor  entusiastas. 
Pensad  como  heroínas , 
Cual  símbolo  apreciable, 
Que  más  que  vale  explica. 

Aquesto  el  respetable 
Real  cuerpo  solicita. 
Cuerpo  que  todo  es  ojos, 
Puestos  en  vuestras  dichas; 

Pues  (permítase  aqueste 
Donaire  á  mi  Talía) 
De  estos  ojos  amantes 
Vosotras  sois  las  niñas. 

Mirad  en  vuestro  amparo 
Unirse  la  milicia. 
El  clero,  la  nobleza. 
Las  togas  y  las  mitras. 

De  la  piedad  ejemplos. 
Que  en  bronce  el  tiempo  escriba. 
Los  príncipes  augustos 
Nos  honran  y  os  alivian  (2). 

Profundo  magistrado  (3) 
En  junta,  que  adjudica 
A  cada  cual  lo  suyo. 
Es  justo  que  presida. 

Aquí  el  pastor  primado  (4) 
Tenéis  que  os  autoriza. 
Os  apacienta,  cela. 
Custodia  y  gratifica; 

Vice-gerente  sabio  (5), 
Genios  que  suministran  (G) 
La  luz  á  aqucsas  almas , 
Tenéis  á  vuestra  vista. 

El  jefe  de  estos  lares  (7) 
Asiste  en  compañía 
De  ilustres  subalternos  (8), 
Atlantes  de  la  villa. 

En  fin,  vuestros  sudores 
Todo  el  Estado  excitan  : 
Así  la  virtud  lleva 
Tras  sí  las  jerarquías. 

Está,  pues,  oh  maestras 
Oficiosas,  benignas. 
En  la  de  esas  alumnas. 
Vuestra  alabanza  dicha. 

(2)  La  Sociedad  Matritense  alcanza  el  sin- 
gular honor  de  contar  entre  sus  individuos 
al  Principe  nuestro  señor  y  los  señores  in- 
fantes don  Gabiiel,  don  Antonio  y  don  Luis. 

(3)  El  señor  don  l'ablo  l'erraiuliz  Bendi- 
clio,  del  Iteal  y  Supremo  (;»nsejo  de  su  ma- 
jestad ,  director  de  la  Sociedad. 

(i)  Kl  excelentísimo  señor  don  Francisco 
Antonio  l.orenzana,  ai /.obispo  de  Toledo, 
individuo  de  la  Sociedad. 

i5i  Kl  señor  don  Alfunso  Camacho,  vica- 
rio eclesiástico  de  Madrid,  individuo  de  la 
Sociedad. 

IH)  Los  señores  curas  pfirrocos  de  Madrid, 
individuos  natos  de  la  Sociedad. 

(7)  Kl  señor  don  .losé  Antonio  de  Armo- 
na,  corregidor  de  Madrid,  individuo  de  la 
Sociedad. 

(Sj  Señores  regidores  de  Madrid,  etc, 


Su 


DON  JOSÉ  MARÍA  VACA  DE  GUZMAN  Y  MANRIQUE. 


Gloriosos  curadores, 
Cuya  inspección  prolija 
Es  el  timón  de  tanta 
Feliz  economía, 

Decid  adunde  llega 
El  ji'ibilo  á  que  obligan, 
Logrados  los  desvelos 
De  un  padre  de  familias. 

Benéfico  congreso, 
De  las  i)iedades  cifra. 
Alma  del  patriotismo 
Y  asombro  de  la  envidia; 

Columnas  de  este  templo. 
Que  la  virtud  habita, 
Sostened  esa  molo, 
Que  al  cielo  se  sublima. 

Y  si  Anteo  de  Alcides 
Las  fuerzas  iludia , 
Cuantas  veces,  cayendo. 
Las  suyas  vigoriza; 

Los  triunfos  de  las  vuestras 
En  la  firmeza  estriban  ; 
No  caigan  y  á  los  siglos 
La  duración  compitan. 

Aumentaréis,  constantes. 
El  bien,  quj  ya  se  admira, 
Ni  extrañéis  que  mi  numen 
Oráculo  os  prediga; 

Pues  tales  monumentos, 
Que  Carlos  eterniza. 
Salidos  manifiestan 
Difíciles  ruinas. 

Este  es  el  lienzo,  oh  socios. 
Que  vuestros  hechos  pinta; 
Disimulad  del  rudo 
Pincel  las  groserías. 

Con  mano  bienhechora, 
De  la  virtud  ministra. 
Los  dones  repartisteis 
Que  tanto  os  acreditan. 

Premiasteis  el  trabajo; 
I  Qué  resta  pues  ?  Unidas 
Al  pueblo  vuestras  voces, 
Os  exj)rcsad  en  vivas. 

Miradle  alborozado  (1); 
Mirad  como  á  porfía 
Alegre  se  empavesa. 
Se  adorna  y  regocija. 

Del  español  monarca 
La  estaVjle  paz  que  firma. 
La  sucesión  que  logra, 
Con  fiestas  solemniza. 

Haced  que  á  vuestras  casas 
Con  bellas  simetrías 
Tiro  y  Sidon  se  asomen , 
Damasco,  Persia  y  China. 

La  invención,  el  buen  gusto, 
Ingenio  y  fantasía 
Luciente  bronce  mientan, 
Bruñido  mármol  finjan. 

Relieves,  medallones, 
Columnas  y  cornisas 
Palacios  apar,  nten, 
Templos  y  galerías; 

Emblemas,  epigramas, 
Geroglífieos,  cifras, 
Empresas,  lemas,  motes 
Vuestros  afectos  digan. 

No  permitáis  (pie  baje 
La  noche  denegrida; 
Pendiente  esté  su  manto 
De  la  región  vacía. 

Lengua.s  de  fuego  hermosas. 
Que  el  ámbito  iluminan. 


<1)  Sp  riispnnia  la  villa  de  Madrid  para 
empezar  á  relrbrar,  tres  dias  después,  los  | 
benelicios  concedidos  á  la  nion:iri|iiia  en  el 
nacimiento  de  los  señores  infantes  gemelos,  ' 
don  Carlos  y  don  Kelipe  ,  hijos  de  los  prin- 
cipes de  Astnrias  ,  nuestros  señores  ,  y  la 
ventajosa  paz  con  Inglaterra. 


Del  corazón  publiquen 
Abrasadoras  piras. 

Del  monstruo  de  la  guerra 
Cantad  las  excesivas 
Fuerzas,  que  Carlos  rompe 
Con  majestad  invicta. 

Los  ínclitos  renuevos 
De  Carlos  y  Luisa, 
Que  en  su  nacer  sorprenden 

Y  c'n  su  crecer  hechizan , 
Serán  de  vuestro  aplauso 

La  ocupación  más  digna; 
Por  ellos  vuestros  votos 
Fervientes  se  repitan. 
Pedid  Cilrlos,  Felipes 

Y  Fernandos  cjue  os  rijan; 
Detestad  Manregatos, 
Rodrigos  y  Witizas, 

Así  será:  los  cielos 
Bendicen,  multiplican 
Los  frutos  que  produce 
Nuestra  fecunda  Lia. 

Dominarán  la  tierra 
Sus  tribus  escogidas. 
Raza  de  excelsos  héroes, 
Que  de  ellas  se  derivan. 

A  su  cabeza  todos 
Doblarán  la  rodilla, 
Catálica  progenie 
Que  el  cetro  inmortaliza. 

Verá  sus  esperanzas, 
En  esta  sucesiva 
Órdem  de  protectores. 
La  Sociedad  cumplidas. 

I  Oh  tiempo,  tiempo!  el  vuelo. 
Con  que  los  siglos  giras , 
Llenará  cuanto  ahora 
Mi  numen  vaticina; 

Que  yo  del  árbol  rojo 
Que  á  Madrid  simboliza, 
Poi-que  estrellas  la  guarden, 
Cuelgo  la  débil  lira. 


SUENO  ALEGÓRICO. 

Oda  dirigida  á  la  Real  Sociedad  Económica 
de  Amigos  del  Pais  de  ("iranada,  por  su  en- 
cargo, para  que  se  leyese  en  ella,  el  dia  50 
de  Mayo  de  17S.S,  en  que  se  publicaron 
premios  distribuidos  á  los  opositores  de 
las  tres  nobles  artes,  pintura,  escultura  y 
arquitectur.i. 

De  aquel  sagrado  monte 
A  cuyas  plantas  yace 
Granada,  que  las  lava 
Del  Darro  en  los  cristales, 

Cuando  mayor  su  sombra 
Bajaba  con  la  tawle. 
Sobre  la  verde  yerba 
Sentado  estaba  Dáfnis. 

Pronta  esperaba  Venus 
Que  el  sol  iluminase 
Con  claros  arreboles 
Los  últimos  celajis; 

Y  el  zagal  que  cantaba, 
Su  corazón  constante 
En  lágrimas  disuelto, 
O  enrarecido  en  ayes. 

Celoso  de  Amarilis, 
Deidad  de  aquellos  valles, 
Pidiendo  hasta  á  los  troncoo 
Venganza  á  sus  desaires, 

Puso  fin  á  sus  tonos 
Bucólicos  y  amantes. 
Cansado  de  dar  quejas 
Inútili  s  al  aire. 

Depuso  el  instrumento, 
Y  el  céfiro  suave 
Le  atrajo  un  dulce  su(ño 
Por  tregua  de  sus  males. 

Por  la  región  oscura , 


De  esta  en  aquella  imagen 
Vr.gaban  las  ideas 
Equivocas  y  errantes; 

Hasta  que  á  su  presencia, 
Con  singular  donaire, 
Se  constituyen  cuatro 
Bellezas  celestiales. 

El  iris,  que  serena 
Las  negras  tempestades, 
A  una  de  ellas  servia 
De  trono  rutilante. 

Pincel  y  tabla  ostenta. 
Que  acopia  en  variedades 
Colores  mil,  que  anuncian 
Vistosos  maridajes; 

Sobre  un  airoso  grupo 
De  pórfidos  y  jaspes 
©tra  el  cincel  llevaba 
Con  que  admiró  al  labrarle; 

Otra  con  las  insignias 
De  reglas  y  compases 
En  basa  d  ■  alabastro 
Sentaba  el  pié  brillante; 

Y  al  del  collado  mismo 
Que  le  sirvió  de  catre, 
A  otra  las  tres  rendían 
Gustoso  vasallaje. 

De  una  granada  hermosa 
La  flor  que  asida  trae, 
Abejas  oficiosas 
Cercaban  eficaces. 

Del  príncipe  facundo 
De  los  latinos  vates 
Copian  lucientes  letras 
El  pensamiento  grave. 

Los  hábiles  insectos, 
Que  el  tenue  humor  extraen, 
Darán  de  leves  cosas 
Objetos  admirables  (2). 

A  Dáfnis  llegan  todas. 
Dejando  sus  lugares, 
Y  á  consolarle  asjiiran 
Con  tiernos  ademanes. 

Esta  su  blanca  mano 
No  duda  franquearle, 
Jurándole  con  ella 
Eternas  amistades; 

Aquélla  con  la  suya 
Le  toca  el  i^echo  amante. 
Para  sanar  de  un  triste 
Los  síntomas  fatales; 

Cuál  á  enjugar  se  apresta 
Sus  lágrimas  cobardes 
Con  los  que  se  desprenden 
Finísimos  cendales; 

Cuál  le  dice  no  fie 
De  cond'icion  tan  fácil, 
Qne  á  todos  v'tejitos  sirve  (3), 
Remedo  de  los  mares. 

Por  si  la  horrible  idea 
De  su  pesar  distraen , 
Le  arrebatan  y  ofrecen 
Escenas  singulares. 

Un  león  generoso  (4), 
Que  hizo  su  voz  temblasen 
De  Jaén  á  Sevilla, 
De  Cartagena  á  Cádiz, 

Yace  en  tierra,  á  la  sombra 
De  un  árbol  saludable , 


(1)  Lema  de  la  empresa  de  la  Sociedad: 
Admiranda  daliuiU  levium  apectacula  rerum. 

(5)  Versos  de  Lope  de  Vega,  en  su  Doro- 
tea ,  hablando  de  las  aguas. 

|4|  Asunto  del  primer  premio  de  pintura. 
Al  óleo,  en  un  lienzo  de  dos  varas  de  ancho 
y  una  y  media  de  alto,  el  siguiente  suceso: 
El  santo  rey  don  Fernando,  á  presenciada 
las  personas  reales  y  su  curte,  recibe  de 
mano  del  Obispo  de  Segovia  el  santo  viáti- 
co, postrado  en  tierra,  con  una  soga  á  la  gar- 
ganta y  un  cruciiijo  en  las  manos  ,  haciendo 
Sacar  de  su  cámara  las  insignias  reales. 


De  cuyos  fuertes  ramos 
Pendiente  está  un  cadáver; 

Intímale  la  fiebre 
Que  olvide  los  manjares 
Que  tributó  á  su  aliento 
Tanta  africana  sangre; 

Y  postrado  á  las  plantas 
De  un  pastor  que  á  la  margen 
Ejerce  del  Eresma 

Su  oficio  vigilante , 

Por  último  sustento 
Aqueste  llega  á  darle 
Blanco  pan ,  si  á  la  vista 
No  mienten  las  señales. 

Cuervo  marino  luego  (1), 
Atento  á  las  piedades 
De  la  espumosa  Tétis, 
Saluda  á  sus  umbrales. 

Recíbele  la  diosa 
Benéfica  y  afable, 
Y  espejos  cristalinos 
Ofrécele  delante; 

Mas  cuando  se  juzgaba 
Que  en  ellos  se  retrate 
Su  formación,  que  adoptan 
Los  peces  y  las  aves, 

Volvió  el  cristal  (extraño 
Prodigio  de  explicarse) 
Un  joven  adornado 
De  pv'irpuras  reales. 

Como  en  pintado  lienzo 
Los  términos  distantes 
Ocupan  dibujados 
Mujei",  escollo  y  áspid; 

Régiilo,  que  acaudilla  (2) 
Eebeldes  estandartes , 
Camina  por  fragosas 
Sierras  piramidales. 

Irresistible  turba 
De  fieros  capitanes 
Intenta  sorprenderle 
Su  brío  inalterable. 

Descuella  entre  sus  hombros, 
Cercada  de  turbantes, 
Alta  mole,  cubierta 
De  negros  tafetanes. 

Intrépido  el  monarca, 
Con  arrojado  avance 
Descubre  de  la  muerte 
El  pálido  semblante; 

Y  con  el  propio  velo 
Cubriendo  el  suyo,  el  trance 
Espera  en  que  la  Parca 

La  cruel  segur  levante. 

La  bárbara  diadema 
Cayó,  sin  que  le  espante 
El  que  á  su  propia  vista 
A  extrañas  sienes  pase. 

El  orbe,  hecho  pedazos, 
Sobre  él  parece  cae; 
Pudo  la  ruina  herirle, 
Mas  no  atemorizarle. 

Escollo  encanecido  (3) 

(1)  Del  segundo.  Al  óleo,  en  un  lienzo  de 
cinco  pies  de  alto  y  tres  de  ancho,  esto  pa- 
saje :  Muere  Hesperia  de  la  herida  de  una 
serpiente,  al  ir  huyendo  de  su  amante  Esaco; 
cuya  desgracia  enfurece  ;i  éste  hasta  el  tér- 
mino de  precipitarse  ai  mar  desde  una  roca. 

í"2)  Uel  primero  de  escultura.  Entran  en 
Laujar  Abenabn,  Diego  Alguacil  y  otros  ca- 
pitanes turcos  y  moriscos  de  la  rebelión  de 
la  Alpujarra;  sacan  de  su  c;imai  a,  medio  des- 
nudo, al  jefe  de  ella,  Mahomod-Aben-Hume- 
ya,  léenle  cieita  carta  que  lii  han  fingido 
para  colorear  su  traición;  eligen  a  su  pre- 
sencia á  Abenabóporreyy  sucesor  suyo,  y  le 
dan  muerte  poniéndole  una  cuerda  al  cuello, 
tirando  un  verdugo  de  cada  uno  de  sus  ca- 
bos ;  acomódase  él  el  dogal  con  una  mano,  y 
cubre  con  la  otra  su  rostro  para  morir.  En 
un  plano  de  barro,  de  cinco  cuartas  de  ancho 
y  tres  de  alto. 

{7>¡  Segundo.  El  atleta  Milon  Crotoniata, 


ODAS. 

Del  tiempo  á  los  embates, 
Escándalo  del  viento, 
Destrozo  de  las  naves, 

Arráncase  al  impulso 
De  recios  vendavales, 
Y  en  tierra  desafia 
Los  árboles  gigantes. 

Al  tronco  más  robusto 
Propone  su  combate; 
Choca  con  él  y  traban 
Dudoso  su  certamen. 

Dilacera  el  peñasco 
Con  fuerza  superante 
Los  fuertes  tegumentos 
Del  enemigo  estable; 

Pero  las  brechas  mismas 
Por  donde  el  paso  se  abren, 
El  corazón  buscando. 
Los  duros  pedernales , 

Cerrándose  y  formando 
Prisiones  vegetables. 
Iluden  y  escarmientan 
El  temerario  alarde. 

Divísase  á  la  puerta 
De  un  edificio  grande  (4) 
JLatrona  que  unir  supo 
Lo  serio  con  lo  amable. 

Concurso  de  ambos  sexos 
Se  acerca;  señal  hace 
Con  recta  vara,  y  luego 
Su  habitación  reparte. 

Del  gi'anadino  emporio 
Advierte  presentarse 
Soberbio  frontispicio  (5), 
Raro  primor  del  arte. 

Debió  así  ser,  cuidando 
Su  erector  que  al  carácter  (6) 
De  los  grandes  objetos 
Del  interior  examen , 

Del  tribunal  no  fuesen, 
Causando  impropiedades. 
La  majestad  y  pompa 
Del  todo  desiguales. 

Mil  jóvenes  activos 
Escuela  respetablí" 
Componen,  que  en  tres  trozos 
Distintos  se  comparte. 

Miraban  cuidadosas 
Las  dos  primeras  clases 
De  un  mancebo  desnudo 
La  formación  y  carnes; 

Y  al  terso  papel  unos  (7), 
Otros  al  barro  frágil  (8) 
Trasladan  las  ideas 


siendo  ya  viejo,  para  hacer  alarde  de  sus  in- 
superables fuerzas,  divide  el  grueso  tronco 
de  un  árbol;  pero,  faltándole  a(iuéllas,  se 
vuelve  á  unir  éste  prontamente,  dejándole 
aprisionadas  las  manos,  por  lo  que,  y  es- 
tando solo  en  el  bosque,  es  |)asto  de  las  fie- 
ras. En  un  plano  de  ires  pies  de  ancho  y 
medio  de  alto. 

(1)  Primer  premio  de  arquitectura.  Una 
casa  de  corrección,  con  la  separación  debida 
para  hombres  y  mujeres,  todas  sus  oficinas 
y  servidumbres, en  un  sitio  deciento  sesenta 
pies  cuadrados;  dos  planes,  uno  del  cuarto 
principal  y  otro  del  bajo;  su  fachada  y  un 
corte  interior,  todo  geométrico,  y  su  expli- 

I  cacion  por  números;  delineado  en  plieijos 

I  de  marca  mayor. 

I      (5)  Segundo.  En  un  pliego  de  marca  ma- 

¡  yor,  en  dibujo  arreglado  á  medidas,  la  planta 
y  fachada  de  la  real  chancilleria,  con  su  es- 

^  cala  y  explicación. 

(6)  Según  el  pensamiento  de  la  inscrip- 
ción que  allí  se  lee,  y  empieza  :  Ul  reriim 
qme  kic  geninlur  magnitudini  non  omnino 
impar  esxet  tri'iunalis  majeslas... 

(7)  Asunto  del  tercer  premio  de  pintura. 
En  un  pliego  de  marca  dibujado  el  grupo 
del  modelo  natural. 

¡      (8i  Del  tercero  de  escultura.  Kn  un  piano 
de  tres  cuaitas  dealtoyuna  tercia  de  ancho, 
1  copiado  el  grupo  del  modelo  natural. 


315 


Por  dirección  del  lápiz. 

De  un  público  edificio  (9) 
Formabau  los  restantes 
En  bien  tiradas  líneas 
Sus  respectivos  planes. 

Dáfais,  celoso  joven, 
Pastor  del  Darro,  en  traje 
De  encantadas  mentiras 
Soñaba  estas  verdades. 

Era  de  noche,  y  era, 
Creciendo  por  instantes. 
El  fresco  del  favonio 
Capaz  de  despertarle. 

Fué  así;  mas  inquietaban 
A  su  aprensión,  no  obstante. 
Las  que  prupuso  el  sueño 
Curiosas  novedades. 

Halla  á  Damori  un  sabio 
Anciano  venerable. 
Que,  dado  á  los  estudios, 
Glorias  huyó  vulgares. 

«  Descíframe,  le  dice, 
José  de  estas  edades. 
Lo  que  admiré  dormido.  )> 
Y  así  le  satisface  : 

«Aquellos  tres  primeros 
Hermosos  personajes 
Dieron  indicios  claros 
De  ser  las  nobles  artes; 

))La  Sociedad  de  Amigos, 
Que  ocupa  nuestros  lares, 
Fué  el  superior  portento 
Que  supo  embelesarte. 

))De  asuntos  que  propone, 
Los  hechos  que  notaste, 
Geroglíficos  fueron 
O  emblemas  especiales. 

))Los  alumnos  que  viste 
Con  émulos  afanes, 
Al  vencimiento  han  sido 
Celosos  aspirantes. 

«Consulta  cuidadoso. 
Si  mi  verdad  dudares, 
Los  manifiestos  de  ese 
Congreso  infatigable. 

))En  fin,  Dáfnis  amigo, 
De  tu  patria  triunfante. 
Por  la  piedad  de  Carlos , 
Aquestos  son  los  aujes. » 

Dijo  Damon,  y  entrambos 
Partiendo  á  sus  hogares, 
Dáfnis  trocó  las  penas 
En  júbilos  leales. 


LA  poesía  vengada. 

Oda  leida  en  junta  general  de  la  Sociedad 
de  Amigos  del  Paisde  Madrid,  por  comi- 
sión de  esta,  el  dia  1-2  de  Julio  de  1788,  en 
que  se  publicaron  los  premios  dislribui- 
dos  á  las  disripulas  de  las  escuelas  pa- 
trióticas de  los  hilados ,  pertenecientes  al 
primer  semestre  de  dicho  año. 

Del  alto  monte  Délos, 
Cuya  vestida  falda 
Guarnece  el  sacro  Mélas 
Con  su  corriente  mansa, 

Bajaba  Apolo,  imberbe, 
De  Julio  una  mañana, 
O  á  copiarse  en  su  espejo, 
O  á  bañarse  en  sus  aguas. 

La  fresca  orilla  apenas 
Su  planta  delicada 
Pisó,  los  cielos  todos 
En  luces  se  desgajan. 


(9i  Del  tercero  de  arquitectura.  Una  por- 
tada de  orden  toscano  para  un  edificio  pú- 
blico de  dos  cuerpos;  planta,  elevación  y 
corte  geométricos.  En  medio  pliego  de  mar- 
ca mayor. 


316 


DON  JOSÉ  MARÍA  VACA  DE  GUZMAN  Y  MANRIQUE. 


Radiante  globo  forman, 
Y  de  Eolo  en  las  alas, 
Al  numen  de  Minerva 
¡Sirvieron  de  peana. 

No  el  exquisito  adorno, 
No  la  reciente  usanza, 
No  la  extranjera  estufa 
Son  de  su  jiompa  galas. 

De  láminas  de  acero 
I5ri  11  adoras  escamas 
La  cubren,  y  su  diestra 
Vilira  sanfíiienta  lanza. 

De  Midusa  borrurosas 
Serpientes  enroscadas 
Se  ven  en  la  siniestra, 
Con  que  el  escudo  emljraza. 

Descubre  por  resquicios 
De  la  marcial  celada, 
Corona  de  aquel  árbol 
Que  su  invención  declara. 

Ni  su  feroz  aspecto 
Ni  aquellas  amenazas 
De  donde  toma  el  nombre. 
Ni  la  inminente  saña. 

Ni  la  cíjiantosa  egida 
Que  aterra  en  las  campañas, 
Temió  el  dios;  que  á  los  diuses 
No  alcanza  su  eficacia. 

Cubiertos  los  semblantes, 
De  bien  dispuesta  traza, 
Dos  jóvenes  de  sexo 
Distinto  le  acompañan; 

Con  ademan  bizarro. 
El  uno  de  oro  y  plata 
Dones  muestra  en  diversas 
Monedas  y  medallas; 

La  otra  instrumentos  varios 
Lleva  en  sus  manos  blancas. 
De  la  industria,  las  artes, 
Oficios  y  labranza. 

((¡  Oh  Cintio!  al  punto  dijo 
La  hija  de  Jove,  extraíia 
Mi  venida  no  juzgues ; 
Escucha  mis  palabras. 

))Conócesme;  no  ignoras 
fEs  tuya)  mi  prosapia; 
Mi  propensión  conoces, 
No  dudas  mis  hazañas. 

))Mi  culto,  mis  inventos 
Ni  mis  fortunas  varias 
Te  son  desconocidas; 
La  fama  las  propaga. 

))E1  útil  lanificio 
De  que  las  duras  parcas 
A  tornar  aprendieron 
Veneno  la  triaca; 

))Este  que  á  los  mortales 
He  dictado,  hoy  me  llama, 
Oh  hermano,  á  tu  presencia, 
De  la  región  hispana. 

))A(jue.sta  infatigable, 
De  su  Rey  fomentada, 
Dechado  el  más  completo 
De  padres  de  la  patria;   ' 

Fomentada  de  Carlos, 
Que  ya  excede,  ya  iguala 
De  sus  predecesores 
Las  prendas  soberanas; 

)) Heredando  á  los  Sanchos 
La  fortaleza  brava , 
Valor  á  los  Alfonsos, 
A  los  Jaimes  constancias; 

«Copia  de  los  Fernandos 
Que  la  virtud  proclama, 
l'elayos,  Reearedos, 
Hermenegildos ,  Wambas; 

»Aqu¿'sta  sus  desvelos 
Festiva  le  consagra 
Como  hija  reverente, 
Y  fiel  como  vasalla. 

))En  su  opulenta  corte 
Mis  tiernas  educandaa 


Consumen  laboriosas 
Materias  de  la  hilaza. 

))No  el  algodón  ya  guarde 
Sus  verdes  avellanas 
Para  el  regalo  y  uso 
De  las  delicias  blandas; 

))Agútanle  á  porfía, 

Y  surten  aplicadas 
De  consistentes  hebras 
Manufacturas  patrias. 

))Tanto  en  limpiar  el  lino 
Los  hierros  se  embarazan. 
Que  ha  de  aumentar  Vulcano 
Cíclopes  á  su  ñ-agua. 

))Y  tú,  Apolo,  si  aun  eres 
Pastor  de  Admeto,  guarda; 
Que  no  están  sus  vellones 
Seguros  en  Tesalia. 

))Tan  abundantes  frutea 
Debí  á  la  vigilancia 
De  un  cuerpo  que  celoso 
Colmó  mis  esperanzas. 

«Tiempo  es  de  (]ue  al  trabajo 
Los  premios  se  repartan, 
A  la  virtud  coronas , 
Al  vencimiento  palmas.» 

Dice;  y  á  sus  secuaces 
Descubre  y  los  señala; 
Aqueste  es  el  socorro, 

Y  estotra  la  enseñanza  (1). 

((  Los  dos,  prosigue,  unidos 
Componen  adecuada 
Empresa,  que  al  empeño 
Por  dos  caminos  llama; 

))Y  pues  los  seis  primeros 
Por  esas  cinco  fajas 
Corriste  del  Zodiaco 
En  carrozas  de  nácar; 

))Tiempo  es  de  que  el  proyecto 
Tu  Dafne  transformada 
Ayude,  y  de  sus  hojas 
Las  teja  la  guirnalda. 

))No  la  aurora  dilates 
A  mis  alumnas  grata; 
La  anhelan ,  y  percibo 
Que  abrevias  tus  jornadas. 

«Numerosa  asamblea 
Tendrá  Madrid,  y  cuantas 
Clases  su  estado  forman 
Verás  allí  alistadas. 

«Úñense  en  su  provecho 
Las  letras  y  las  armas; 
Por  eso  soy  Minerva, 

Y  al  mismo  tiempo  Palas. 
«Nobleza ,  ministerio, 

Clero,  gi-andeza ,  tanta 

Presencia  respetable 

Su  triunfo  y  mío  ensalza. 

«Envia  sus  auxilios  (2) 
La  que  admiraron  franca 
Ya  otras  veces,  de  Iberia 
La  principal  tiara; 

«Por  cuyo  celo  encubro 
Junto  á  su  silla  sacra 
Mis  ciencias  y  mis  hilos 
En  museo  y  alcázar. 

«Ya  del  común  alivio 
Que  la  piedad  entabla 
Se  goza  la  ternura, 

Y  aun  me  parece  saca 
«Del  director  heroico  (3), 

Del  rostro  á  las  ventanas , 

(1)  La  empresa  de  la  Sociedad  comprende 
este  lema  :  Socorre  e/hieíunulo. 

(■2)  Kl  excelentisimo  scüor  don  Francisco 
Anloiiiu  Loi'ciizana,  arzobispo  de  Toledo, 
individuo  de  la  Sociedad  ,  la  dirl^-ló  en  este 
(lia  la  caiilidad  de  l,Oi)()  reales  para  que  se 
reparliescn  e  ilre  las  discipulas. 

(5)  Kl  exi'íílenlisimo  señor  Marqués  de 
rastrillo,  segundo  director,  que  presidió  la 
Junta. 


En  lágrimas  alegres, 
Piedades  encerradas. 

«Influjos  son  de  Carlos, 
De  sus  vasallos  alma 
Benéfica,  que  á  todos, 
Aun  más  que  impera,  arrastra, 

«Aquella  ilustre  villa 
Lo  ve,  conoce,  alaba, 
Por  su  jefe  y  vocales 
Allí  representada. 

«¡Oh,  si  yo  el  digno  elogio 
De  ('arlos  presentara! 
Mi  voz  ,  aunque  divina , 
No  á  tal  empello  alcanza. 

«¡  Oh  mil  veóes  felices 
Españoles!  descansa 
La  mole  de  ese  reino 
En  hombros  del  monarca. 

«Las  fuerzas  de  este  Atlante 
Os  sostienen;  él  manda 
Que  un  Hércules  alivie 
Dificultosas  cargas. 

«Y  no  tan  sabio  fuera 
Si  en  la  elección  dudara; 
Testigo  Europa  toda 
Que  Carlos  no  se  engaña. 

«Columna  de  su  estado, 
Archivo  de  sus  gracias. 
Vara  de  su  justicia, 
De  sus  imperios  baza; 

«Aquel  que,  de  su  augusta 
Vida  importante  guai'da , 
Le  brinda  vigilante 
Las  horas  sosegadas; 

«Y  vuelto  á  la  tarea, 
Su  ánimo  real  explaya, 
Iris  de  paz,  que  siempre 
Serena  las  borrascas; 

«Aquel  en  qiiien  consuelo 
Los  desvalidos  hallan, 

Y  á  todos  accesible , 
Las  voluntades  cajeta. 

«Por  señas,  que  á  ocasiones 
(No,  Dios,  lo  imaginaras), 
Mártir  le  vi  en  obsequio 
De  la  paciencia  santa; 

«Ministro  consumado, 
Ctiya  conducta  sabia 
Hacer  el  mejor  uso 
Sabe  de  su  privanza; 

«A  un  tiempo  generoso  (4), 
Sus  dádivas  derrama 

Y  en  movimiento  pone 
Al  brazo  que  le  exalta. 

«Del  bello  sexo  aquella 
Porción  más  elevada. 
Envidia  de  las  diosas 
De  las  mansiones  altas , 

«Contribuye  del  mismo 
Espíritu  animada , 

Y  hace  brillar  sus  luces 
En  peculians  actas. 

«La  paz  en  ellas  reina; 
Yo  misma,  á  sus  instancias, 
Las  di  de  mis  olivos 
Las  más  frondosas  ramas , 

«La  paz  reina,  aunque  griten 
Historias  mercenarias , 
Insulsas  fabulillas. 
Que  al  bajo  pueblo  agradan. 

«Yerros  de  autor  (5) ,  cu  cuyas 
Anécdotas  extrañas , 


(1)  El  excelentisimo  scfior  Conde  dá  Flo- 
ridablanca,  primer  secretario  de  Kstado,  in- 
dividuo de  la  Sociedad,  la  remitió  este  dia 
5,0U0  reales  para  que  se  repartiesen  entre 
las  discipulas. 

(5)  Monsieur  Linsruet,  en  sus  Anales  hle- 
rarios  y  polilicos,  alirnia  falsamente  que  en 
la  tercera  junta  que  celebiaron  las  señoras 
lur  tania  la  desunión,  que  no  pudieron  eu- 
lenderstí. 


í)e  ligereza  sobra 

Lo  que  de  examen  falta, 

))Era...  No  más;  ,qué  mucho? 
¿De  España  se  trataba? 
La  verdad  se  oscurezca, 
Profánense  siis  aras. 

«Temor  fué  de ,  si  hacia 
Justicia  más  á  España, 
Que  su  nombre  de  un  vasto 
Catálogo  borraran. 

))Tal  impostura  aquellas 
Matronas  ilustradas 
Magnánimas  perdonan 
Con  muda  tolerancia; 

))Así  dan  al  extraño 
(¡Oh,  siempre  aprovecharan I) 
De  bondad  española 
Lecciones  sus  entrañas. 

))Yo  en  este  mismo  punto 
Me  siento  transportada; 
Yo  las  veo,  ni  ansiosa 
Me  canso  de  mirarlas; 

))Yo  las  veo  en  el  dia 
Feliz  que  mis  laureadas 
Jóvenes,  que  ellas  premian, 
El  vencimiento  cantan. 

))Yo  juzgo  que  las  digo  : 
— Gózaos,  grandes  almas, 
En  ver  aquesos  ñ'utos 
Y  oir  sus  alabanzas. 

«Bellas  damas,  en  quienes 
La  Sociedad,  ufana. 
Cifra  sus  glorias,  y  hace 
Alarde  de  cifrarla; 

«Protesto  que  si  al  circo 
Páris  de  juez  entrara, 
Arbitro  de  la  antigua 
Contienda  decantada, 

«Pospuestas  las  deidades. 
Os  diera  la  manzana; 
Segunda  vez  (no  importa) 
Me  doy  por  desairada. 

«La  hija  de  las  espumas 
Os  la  cede;  tomadla; 
Sus  cascos  de  oro  entre  esas 
Alumnas  se  deshagan. 

»Xi  ya  de  sus  tres  socias 
Pondere  la  elegancia; 
Ni  la  unión  exagere. 
Ni  el  beneficio  aplauda. 

«Prendas  son ,  que  en  vosotras 
Se  ven  recopiladas 
Mejor  que  en  Euft-osine, 
En  Talia  y  Aglaya. 

«¡Oh  eficaz  atractivo! 
Si  así  á  las  diosas  tratas, 
¿Qué  harás  con  los  mortales 
Aquesta  tarde  ?  Basta. 

«Sus  gracias,  sus  talentos. 
Su  virtud  sobrehumana 
Os  hechizan,  oh  socios ; 
Distinguidlas,  amadlas. 

«Depositad  sin  miedo, 
Aunque  las  veis  bizarras, 
En  sus  manos  el  timbre 
Que  os  da  renombre  y  fama. 

«Aquel  de  los  estados 
Móvil,  que  los  realza, 
La  justa  economía, 
De  la  opulencia  escala, 

«Su  industria,  su  gobierno. 
Su  norma  moderada 
Al  reino  harán  justicia, 
Mostrando  sus  ventajas. 

«El  sexo  siempre  ha  sido 
Capaz  de  administrarla; 
No  á  un  dios,  sino  á  una  diosa, 
Dio  Jove  su  balanza. 

«De  las  demás  espejos. 
Yo  fio  que  estas  damas, 
No  tan  sólo  la  quieren , 
^a  quieren  por  su  casa, 


ODAS. 

«Volverán ,  si  conviene, 
A  Inglaterra  sus  randas, 
A  laFi-ancia  sus  telas. 
Sus  flores  á  la  Italia. 

«Veréis  que,  dando  ejemplo, 
No  menos  os  encantan 
Que  bien  prendidas ,  cuando 
De  desprenderse  tratan. 

«Veréis...  Pero  ¿qué  digo? 
¿Qué  ideas  me  arrebatan? 
Apolo,  Apolo,  atiende; 
Que  empieza  mi  desgracia, 

«¿Ves  todo  el  aparato 
Que  te  he  pintado.'  ¿Aguardas 
Que  una  función  completa 
Dé  yo  á  Madrid.'  Te  engañas. 

«Tu  hija,  aquella  hija 
Que  más  que  á  Clicic  amas. 
Más  que  á  Climene  sigues. 
Más  que  á  Jacinto  halagas , 

«La  dulce  poesía. 
No  suena  ya  en  mis  aulas  ; 
Abrir  no  quiere  en  eiias 
Sus  labios  de  escarlata. 

«Estos  en  mis  mejillas 
Sus  ósculos  no  estampan; 
Ingrata  desertora. 
Me  ha  vuelto  las  c  spaldas.» 

Iba  á  seguir.  Entonces 
Erato,  que  escuchaba 
Detras  de  unos  alisos, 
Al  pié  de  una  montaña, 

Como,  por  sus  donaires, 
Entre  las  nueve  hermanas. 
Del  presidente  Delio 
Más  consentida  estaba , 

Interrumpió  á  Minerva 

Y  dijo  :  «Yo  actuada 
Estoy  de  esos  sucesos; 

Sé  tu  empresa ,  y  no  es  ardua, 
«La  Sociedad  la  aprecia, 

Y  al  Buen  Gusto,  fantasma 
Que  anda  conmigo  y  temo, 
Acoge  en  su  morada. 

«Las  damas,  que  en  el  mundo 
(Lo  sé  desde  mi  infancia) 
Hicieron  más  j^oetas 
Que  el  numen  á  quien  hablas ; 

«La  memoria,  mi  madre, 
Me  acuerda  que  anhelaban 
Sus  ecos ,  que  hasta  ahora 
No  oyeron  en  su  estancia. 

«Volverá  si  empeñados 
Partimos  en  buscarla, 
Pues  fué  iin  acaso  sólo 
De  su  retiro  causa. 

«Más  dulce  es  el  cariño 
Después  de  ausencia  amarga. 
Tras  los  nublados  Febo 
Muestra  su  luz  más  clara. 

«Yo,  más  veloz  que  el  rayo, 
Los  horizontes  vaga. 
Si  con  tu  fuego,  oh  numen , 
Me  agitas  y  me  inflamas, 

«Volaré  hasta  rendirme, 
Porque  logren  mis  ansias 
Evaporarse  en  humos 
O  enardecerse  en  ascuas. 

«Penetremos,  tomando 
Veredas  separadas , 
El  cielo  estrella  á  estrella. 
La  tierra  planta  á  planta. 

«Tá  deberás ,  Apolo, 
Encaminarte  á  Arcadia; 
Pregunta  á  sus  pastores , 
Registra  sus  cabanas. 

«Y  si  allí  de  su  avena 
No  oyeres  consonancias. 
De  Júpiter  al  trono 
Gira  por  sendas  lácteas. 

«Entonará  sus  himnos 
Quizá,  mientras  dorada 


81? 


Copa  de  Ganímédes 
Con  néctar  le  embriaga. 

«Tú  en  Selim,  Palas  fiera, 
Puedes  blandir  el  asta. 
Por  si  al  ruido  la  abortan 
Las  márgenes  del  Sava  ; 

«Donde  acaso  al  impulso 
De  su  trompa  prepara 
Sublimes  epopeyas 
A  los  héroes  del  Austria. 

«Yo  por  la  tierra  toda 
Recorreré  las  danzas, 
Con  que  el  trabajo  alivian 
Sencillas  aldeanas; 

«Por  si  entre  ellas,  ceñida 
De  sándalo  y  albahacas. 
Levanta  la  cabeza 
Al  son  de  mis  sonajas.» 

Llegaba  aquí  la  musa. 
Cuando  á  breve  distancia 
Vieron  á  la  Poesía 
Cruzar  unas  cañadas. 

Mutuos  se  felicitan; 
Pero  ella,  que  en  la  vana 
Deidad  de  los  hilados 
La  atenta  vista  clava , 

Y  cumplido  el  semestre. 
Sus  premisas  repasa, 
Sospecha,  teme,  corre. 
La  siguen  y  la  llaman. 

No  el  zueco,  no  el  coturno. 
Su  pié  divino  calza; 
Desnudo  le  lastiman 
Las  peñas  y  las  zarzas. 

Pobre,  triste,  aburrida , 
Llorando  sus  desgracias. 
Detesta  los  bullicios. 
La  soledad  abraza. 

Sin  aliño,  el  desorden 
Su  belleza  engalana 
De  una  madeja  de  oro, 
Que  libre  al  aire  daba. 

De  ella  pretendió  asirla 
Minerva,  y  á  quitarha 
La  acción  acudió  pronta 
La  piéride  sagrada. 

«No  á  la  Poesía,  dijo. 
De  los  cabellos  traigas  ; 
Temo  al  Buen  Gusto,  y  á  éste 
No  hay  cosa  más  contraria.» 

De  padre  revestido, 
Grita  Apolo,  la  para , 
La  acaricia  y  persuade 
A  que  al  Congreso  vaya. 

Mas  ella,  matizando. 
Vergonzosa,  cansada. 
La  nieve  de  su  rostro 
Con  ráfagas  de  grana, 

Torciendo  de  ambas  manos 
El  alabastro,  tarda 
La  voz,  torpe  el  aliento, 
Y  en  lágrimas  bañada, 

«¿Hasta  cuándo,  prorumpe. 
Durará  la  edad  larga , 
Oh  padre,  en  que  los  hombres 
Inconstantes  me  agravian? 

«Pasan  siglos,  mortales 
Generaciones  pasan; 
Ya  me  hunden  al  abismo. 
Ya  al  cielo  me  levantan. 

«Me  quieren ,  me  aborrecen ; 
Me  execran,  me  idolatran; 
Cadáver  me  sepultan, 
Fénix  me  hacen  reuazca. 

«¡Ah!  ¡Si  del  mar  inquieto 
Mi  suerte,  en  que  naufraga, 
Salir  pudiese  asida 
De  bienhechora  tabla  i 

«La  Sociedad,  que  ha  sido 
Desde  su  luz  temprana 
Imán  de  mis  delicias. 
Delicias  de  Castalia; 


31S 


DON 


»)La  Sociedad  de  Amigos 
(No  ya  lo  son)  recata 
De  mí  lo8  agasajos  , 
Me  olvida  y  desampara. 

))¿Y  de  rubor  cubierta. 
Que  á  importunarlos  parta 
Mandas,  oh  dios?  ¿Mis  duelos 
Hoy  que  renueve  mandas  ? — 


JOSÉ  MARÍA  VACA  DE  GUZMAN  T 

»No,  Apolo  encapotado, 
No  insistas,  temeraria, 
Repone,  en  excusarte; 
Oye,  obedece  y  calla. 

))Parte,  fatiga  el  viento, 
Recobra  sin  tardanza 
T^a  lira,  y  aquel  dia, 
A  quien  elijas,  dala. — 


MANRIQUE. 

))Ri sueña  satisface  i 
Tal  libertad  me  adapta; 
No  falto  á  tu  obediencia 

Y  logro  mi  venganza. 
))Con  ella  á  Madrid  parto; 

Pondréla  destemplada, 

Y  en  manos  que,  inexpertas. 
No  sepan  manejarla.» 


HIMNODIA,  ó   FASTOS  DEL  CRISTIANISMO. 


PRÓLOGO  DEL  AUTOR ,  EN  LA  EDICIÓN  DE  1792. 

No  hay  lectura  que  la  piedad  de  los  fieles  tenga  más  á  mano  que  la  de  los  santorales,  martirolo- 
gios, Flos-sa)ictonim  y  otros  catálogos  de  las  vidas  de  los  bienaventurados  y  de  las  fiestas  de  la  Iglesia; 
sin  embargo,  esta  considerable  multitud  de  libros  histórico-devotos  no  llena,  por  lo  general,  la  pia- 
dosa curiosidad  de  las  gentes :  apetecerian  un  libro  que  por  menor  les  hablase  de  los  santos  que  leen 
en  el  calendario  vulgar,  el  cual  suele  ser  el  norte  para  la  imposición  de  nombres  en  el  bautismo  ; 
pero  esto  no  se  halla :  los  martirologios  son  incompletos ,  lacónicos  y  no  comprehensiros  de 
los  santos  modernos,  que  por  lo  común  se  llevan  tras  si  la  devoción ;  los  restantes  libros  manua- 
les, ó  no  llenan  todos  los  dias  del  año,  ó  los  ocupan  con  los  santos  nacionales  y  de  particular 
fiesta  ó  rezo  en  el  país  en  donde  están  escritos. 

Un  Año  sagrado  ó  cristiano,  en  que  se  refiriesen  las  vidas  de  los  santos  conforme  los  coloca 
el  calendario  del  arzobispado  de  Toledo,  sería  muy  apreciable ,  principalmente  para  dicha  diócesi 
y  alguna  otra  que  no  le  tiene  distinto  y  peculiar,  y  después  para  las  restantes  del  reino,  que  en  la 
mayor  parte  le  siguen  ;  mas  no  sería  pequeño  el  trabajo  del  autor,  que  se  veria  obligado  á  desen- 
trañar unas  escasísimas  verdades  de  los  oscuros  calabozos  de  la  antigüedad  ,  en  donde  yace 
sepultada  la  memoria  de  muchos  invictos  héroes  de  la  religión,  que  nos  anuncia;  difícilmente 
podría  en  algunos  adelantar  las  noticias  fidedignas  más  allá  de  la  simple  cualidad  de  mártires, 
confesores  ó  vírgenes;  inciertos  en  la  patria,  en  el  género  y  lugar  de  su  muerte,  natural  ó  violen- 
ta; apenas  podrian  otros  ocupar  el  espacio  de  cuatro  líneas. 

Opinando  yo  de  esta  conformidad,  me  ocurrió  ,  en  el  año  de  1788,  presentar  al  público  un  tra- 
bajo útil  y  deleitable  á  varias  de  las  clases  de  gentes  que  le  componen ,  reducido  á  unas  odas  en- 
comiásticas sobre  las  principales  circunstancias  de  los  misterios  de  nuestra  santa  fe,  virtudes  y 
sucesos  más  notables  de  las  vidas  de  los  santos,  por  el  orden  de  las  festividades  del  año,  con  arre- 
glo al  referido  almanak  ó  calendario  vulgar  que  rige  principalmente  en  el  país  entonces  de  mi 
residencia,  que  era  la  insinuada  diócesi  toledana;  en  cuyo  campo  poético  pudiese  la  fantasía  lle- 
nar ron  sus  ideas  ó  imágenes  los  vacíos  que  por  las  razones  expresadas  había  de  dejar  forzosa- 
mente el  historiador. 

Púselo  en  ejecución  ,  proponiéndome  formar  una  completísima  himnodia,  esto  es,  que  no  sólo 
abrazase  todos  los  dias  del  año  con  sus  fiestas  fijas,  sí  también  las  dominicas,  ferias  y  demás  fes- 
tividades movibles,  conformándome  con  el  dicho  calendario  hasta  en  el  modo  material  de  anun- 
ciar los  santos,  menos  en  los  casos  en  que  sus  anuncios  contuviesen  error  en  lo  substancial  ó  ac- 
cidental; trabajé  é  imprimí  los  elogios  de  los  santos  de  fiesta  fija  en  lo?  meses  de  Enero,  Febrero 
y  IMarzo;  lograron  una  singular  estimación  de  los  inteligentes,  y  aunque  mis  ocupaciones  no  me 
permitieron  por  ent()nces  la  continuación  del  proyecto,  no  estoy  remoto  de  ella  en  medio  de  las 
que  han  sobrevenido;  pero  como,  aun  en  el  caso  de  que  éste  no  llegue,  no  creo  desdoren  la  co- 
lección de  mis  obras  de  humanidad  unos  elogios  breves  de  los  santos  ocurrentes  en  dicho  trimes- 
tre, he  deliberado  formar  con  ellos  el  tomo  tercero  de  la  colección  referida. 

Me  lisonjeo  de  que  los  críticos  juiciosos  (que  es  lo  mismo  que  los  verdaderos  críticos)  no  trope- 
zarán en  algunas  noticias  particulares ,  con  especialidad  en  materia  de  milagros,  que  puedan  te- 
ner reparo  de  admitir,  pues  no  ignoran  la  distancia  que  media  entre  la  historia  y  la  poesía.  Es 
cierto  que  siendo  histórica  y  sagrada  la  poesía  de  esta  himnodia,  se  la  ha  de  cercenar  la  ampli- 
tud poética  de  referir  las  cosas  como  pudieron  suceder;  pero  también  es  verdad  que  como  poets^ 


HIMXODIA.  319 

no  deberé  sufrir  la  r?gida  crítica,  que  debería  evitar  como  mero  historiador ;  es  decir  que,  senta- 
dos ambos  principios,  ni  he  de  referir  suceso  que  no  esté  apoyado  eii  autoridad  no  vulgar,  ni 
tampoco  he  de  estrecharme  en  los  rigorosos  límites  de  los  que  se  tengan  en  cierto  modo  por  in- 
concusos ó  que  no  hayan  padecido  contradicion  alguna.  De  igual  modo  procederé  con  lo  que  nos 
hayan  dejado  cuestionable  las  divinas  letras,  en  que  también  seré  poeta,  no  expositor,  atenido  á 
la  sentencia  de  algunos  santos  padres;  y  prescinilíendo  de  la  existencia  ó  no  existencia  de  opi- 
nión contraria ,  abrazaré  la  que  más  se  preste  á  la  poesía  y  esté  más  recibida  al  mismo  tiempo  del 
común  de  las  gentes.  Estos  fueron  mis  propósitos,  y  tales  son  mis  designios  de  exponer  á  los  lec- 
tores esta  útil  y  dulce  tarea. 


día  1."  DE  ENERO. 
La  Circuncishn  del  Señor, 

El  niño  Dios,  que  apenas 
En  un  humilde  establo 
Oculta  lo  divino 
Con  señas  mil  de  humano; 

Pasadas  ocho  auroras 
De  su  horóscopo  sacro, 
Allí  las  lej'es  cumple 
Que  él  mismo  ha  promulgado. 

Amor,  que  obligó  al  Padre 
Su  Unigénito  á  darnos, 
Del  profano  destruye 
Aljaba,  flechas  y  arco. 

De  un  penetrante  filo 
El  Hijo  mismo  es  blanco, 
Para  cargarse  amante 
Las  culpas  del  amado. 

El  Señor  en  sí  lleva 
El  hierro  del  esclavo. 
De  pecador  la  marca 
El  Santo  de  los  santos. 

De  humillación  misterio, 
De  obediencia  dechado, 
Timbre  con  que  autoriza 
La  religión  sus  actos. 

Precepto  doloroso. 
Tristísimo  presagio 
Del  duro  sacrificio 
Que  al  orbe  dará  espanto. 

Su  sangre  purifica 
La  tierra,  que  ha  regado, 
Conduciendo  la  rastra 
Del  portal  al  Calvario. 

De  Jesús,  si  es  posible, 
El  cáliz  pase  amargo, 
Que  sudar  le  hará  sangre, 
De  sólo  imaginarlo. 

No  su  coral  derramen 
Ministros  sanguinarios. 
Que  se  deslice  en  rios 
O  se  detenga  en  lagos. 

Anas,  Caifas,  vosotros. 
Del  pueblo  los  ancianos, 
Atajad  á  la  envidia 
Sus  asombrosos  pasos. 

No  el  azote  desgaire 
Su  Cuerpo  sacrosanto. 
Ni  esté  el  punzante  espino 
Sus  sienes  taladrando. 

Y  tú,  que  has  conocido 
Su  inocencia,  oh  Pilato, 
No  en  la  injusticia  incurras 
De  condenar  sin  fallo. 

Indómitos  plebeyos. 
Su  sangre  derramando, 
De  vos  y  vuestros  hijos 
No  la  pongáis  á  cargo. 

Ni  á  vergonzoso  leño 
Afirmen  pies  y  manos, 
Aunque  se  denominen 
Dulces  después  los  clavos. 

Ni  bárbaro  designio 
De  intrépido  soldado 
Con  lanza  cruel  el  pecho 
Jraspase  temerario, 


Infames  dcicidas, 
Tened  el  impio  brazo; 
I  Para  qué  tan  copiosos 
Arroyos  desatados  ? 

Basta  porción  jioqueña, 
Herido  el  cutis  blando; 
Basta  la  que  ha  vertido 
Jesús  circuncidado; 

Que  C3  infinito  el  precio, 
Y  de  todos  sus  daños 
Puede  una  gota  sola 
Hacer  al  mundo  salvo. 


día  2  DE  ENERO. 
San  Isidoro,  obisjjo  y  mártir, 

Antioquía  soberbia, 
Que  con  oi-gullo  activo 
Desdeñas  los  emporios 
Del  oriental  distrito; 

No  tanto  te  envanezca 
Con  timbres  adquiridos 
Tu  fundador  Seleuco, 
Primer  monarca  siró; 

Ni  tantos  sucesores, 
Que  con  igual  designio 
Te  hicieron  á  porfía 
De  toda  el  Asia  hechizo; 

Ni  haber  de  las  naciones 
En  todos  tiempos  sido 
Apetecido  objeto, 
Que  á  Marte  velar  hizo. 

Vuelve  á  un  pastor  los  ojos, 
Que  en  tus  amenos  sitios 
No  duerme  del  Oróntes 
Al  plácido  ruido. 

Resuenan  en  la  orilla 
Sus  amorosos  silbos; 
Las  náyades  le  admiran 
Velar  sobre  su  aprisco; 

Y  va  de  sus  bocinas , 
Por  cauces  retorcidos. 
La  voz  á  las  nereidas 
Del  ancho  mar  vecino. 

De  ovejas  perseguidas 
Recela  el  precipicio. 
Si  acaso  se  dispersan , 
Siendo  el  pastor  herido. 

Cundiendo  la  ponzoña, 
Procúralas,  benigno. 
Los  pastos  saludables 

Y  manantiales  limpios. 
Isidoro,  cumpliendo 

Su  pastoral  oficio. 
No  deja  á  la  zizaña 
Mezclarse  con  el  trigo. 

Combate,  iluminado 
De  espíritu  divino. 
Los  dogmas  pestilentes 
Del  pérfido  arrianismo. 

Predica  que  existiendo 
El  Verbo  en  el  principio, 

Y  en  Dios  el  Verbo  estando, 
Dios  era  el  Verbo  mismo. 

El  reino  tenebroso 
Estalla,  j  á  bramidog 


Excita  á  sus  parciales 
El  príncipe  maligno. 

Horrendas  se  desatan 
Las  furias  del  abismo, 
Y  dirigen  al  héroe 
Católico  sus  tiros. 

Inflaman  en  venganzas. 
Con  un  tes(m  continuo, 
De  los  heterodoxos 
El  pecho  encruelecido. 

Levanta  sediciosa 
Infame  secta  el  grito. 
Mas  no  el  valor  contrasta 
De  un  corazón  invicto. 

Y  desde  el  cielo  el  Padre, 
Que  al  defensor  ha  oido 
De  la  naturaleza 
Consustancial  del  Hijo, 

«  No  haya  más;  de  trabajos 
Basta,  Isidoro,  dijo; 
El  premio,  que  ganaste, 
Vén  á  gozar  conmigo.» 

La  bárbara  herejía, 
Gozosa  del  permiso. 
Atrepella  al  sagrado 
Bravo  campeón  de  Cristo. 

Y  al  antioqueno  siielo 
Dejando  enrojecido, 

En  sus  manos  coloca 
La  palma  del  martirio. 

Aunque  la  tierra  llore. 
Piadoso  el  cielo,  quiso 
Que  el  que  en  ellas  las  glorias 
De  un  hombre  Dios  ha  escrito, 

En  ella,  en  cuanto  hombre. 
Siguiendo  sus  vestigios , 
Vierta  la  sangi-e  á  manos 
De  agresoi'es  inicuos; 

Y  en  él,  Santo,  le  aclame, 
Dios  Sahaoth  con  himnos, 
Santo,  Santo,  por  todos 
Los  siglos  de  los  siglos. 


día  3  DE   ENERO. 
San  Antcro,  papa  y  mártir, 

Anteros,  esperanzas 
De  Rómulo,  su  padre, 
Delicias  de  la  Grecia, 
De  Italia  honor  brillante, 

Vida  inocente  vive. 
Ofrécese  delante 
De  los  divinos  ojos 
En  carne  mortal  ángel. 

Con  Dios  son  sus  coloquios, 
Sus  ruegos  j'  sus  ayos , 
Ya  en  interior  retiro. 
Ya  al  pié  de  los  altares. 

Sus  lágrimas  le  fueron 
De  dia  y  noche  panes. 
En  busca  de  su  amado. 
Ansioso  de  gozarle. 

Desterrado  hijo  de  Eva, 
De  ellas  al  triste  valle. 
Su  planta  huye  las  flores 
Donde  se  oculta  el  áspid, 


350  ■  DON  JOSÉ 

No  huella  sus  caminos 
De  perdición ,  y  parte 
Por  estrechos,  que  guian 
A  vida  perdurable. 

Por  estas  rectas  vias 
Al  justo  el  Señor  trae, 

Y  así  de  Dios  el  reino 
Se  dipna  demostrarle. 

A  Antcros  este  tiempo 
Se  acercaba;  mas  antes 
Quiso  el  Señor  viniesen 
A  su  poder  las  llaves. 

En  la  romana  si  de 
Le  sienta  el  Inefable, 
Para  que  en  breve  de  ella 
Al  cielo  se  levante. 

Por  muerte  de  Ponciano 
Le  fia  el  gobernalle, 
En  tiempos  borrascosos, 
I9e  la  angustiada  nave. 

Época,  aunque  terrible , 
En  que  eran  importantes 
Deshechos  torbellinos 
y  negras  tempestades. 

La  Providencia  quiso 
Con  sellos  de  corales, 
Del  Testamento  Nuevo 
Testimoniar  verdades. 

De  la  efusión  heroica 
Antcros  va  á  la  parte, 

Y  este  glorioso  efecto 
De  aquella  causa  nace; 

Pues  redoblando  esfuerzos, 
Mandó  formalizasen 
Los  notarios  las  actas 
De  ac[uellos  capitanes. 

Dejando  nn  monumento 
Eterno  á  las  edades , 
Dispuso  que  en  la  iglesia 
De  oculto  se  archivasen. 

Ya  de  Dios  los  designios 
Están  cumplidos,  baste; 
Deja  la  silla,  y  á  otra 
Asciende,  en  que  le  alabes. 

Sube;  Fabián,  espera; 
Di  al  cielo  no  dilate 
Que  sobre  su  cabeza 
Blanca  paloma  baje. 

Piadosa.s  colecciones, 
Que  de  martirios  hace, 
De  Máximo,  prefecto. 
Despiertan  el  coraje. 

Rinde  al  cuchillo  Antero 
Su  espíritu;  ea,  honradle; 
Ya  el  colector,  cristianos. 
De  mártires  es  mártir. 

Su  historia,  á  la  cabeza 
De  esos  legajos  guarden 
Los  archivos;  no  en  serie 
De  tiempos  se  repare. 

¿Qué  hariais  si  la  tierra 
Papel,  si  pluma  el  aire, 
Si  tinta  de  Petelia 
Fuesen  sus  patrios  mares? 

Decid,  y  de  sus  venas 
Con  el  licor  se  estampe, 
Que  por  coger  la  ajena, 
Vertió  su  propia  sangre. 


día  4  DE  ENERO. 
San  Aquilino  y  compañeros  máHires. 

Grecia,  que  siete  sabios 
Levantas  á  los  ciclos, 
E  intentas  de  su  fama 
Llenar  al  universo; 

De  elogiar  deja  á  Eías, 
Aunque  diga,  saliendo 
De  Priena  ;  Mi»  haberes 
¡Todos  conmigo  llero. 

A  Cleóbulo  olvida, 


MARÍA  VACA  t>E  GUZMAK  Y  MANRIQUE. 

Que  de  hacer  bien  un  tiempo 
A  amigos  y  á  enemigos 
Te  daba  los  consejos. 

De  Periandro  boiTa, 
Parto  de  su  talento. 
Políticas  infames. 
Que  adopta  Maquiavclo. 
No  á  Pitaco  pregímes, 
Claro  blasón  de  Lósbos, 
Renunciando  la  regia 
t'urona  (h^  su  premio. 

Ni  á  Ctiilon,  que  difícil 
Creyó  guardar  secreto. 
Callar  sufriendo  injurias, 
Y  emplear  con  fruto  el  tiempo. 

Ni  ú  Solón  engi-andezcas, 
Aciucl  que  dijo  á  Creso  : 
Mientras  vire,  á  ninguno 
Llamar  áirhoso puedo. 

Ni  á  Tales,  qiíe  en  la  fosa 
Se  precipita  ciego, 
Por  contemplar  las  altas 
Luces  del  firmamento. 

Tu  ciencia,  la  del  mundo 
Cubran  oscuros  velos; 
Esos  sabios  delante 
De  la  Deidad  son  necios. 

Ya  la  tórrida  zona 
Emula  tus  progresos; 
De  ciencia  de  los  santos 
Te  opone  siete  ejemplos. 

Aquilino,  Jlarciano, 
Gemino,  Quinto,  Engento, 
Teodoto  y  Trifcjn  vienen 
Del  africano  suelo. 

Huyen  la  tierra,  y  llevan 
Al  alcázar  eterno 
Todo  el  haber,  consigo. 
De  sus  merecimientos. 

Por  los  justos  viadores 
A  Dios,  y  aun  por  aquellos, 
Piden  allí,  que  en  vida 
Sus  homicidas  fueron. 

El  infalible  Numen 
Los  vio  desde  su  asiento 
Guardar  la  fe  y  palabra 
Que  acá  le  prometieron. 

La  pompa  renunciando 
Del  mundo  pasajero. 
Diadema  inmarcesible 
Reciben  de  su  dueño. 

Juntando  la  prudencia 
Al  varonil  esfuerzo, 
A  su  tiempo  observaron 
Las  leyes  del  silencio. 

Así  se  inmortalizan , 
Oprobrios  mil  sufriendo, 
Y  haciendo  provechosos 
Los  últimos  momentos. 

Así  se  constituyen 
Dichosos  veitladcros 
Los  que  antes  de  su  muerte 
Jamas  pudieron  serlo. 

De  dar  en  sima  eterna 
Se  hallaron  más  exentos, 
Cuanto  más  las  alturas 
Tuvieron  por  objeto. 

A  ellas  suben  formando 
Escala  de  siis  cuerpos. 
En  que  sus  iras  ceban 
Los  vándalos  sangrientos. 

Los  sabios,  que  á  su  patria 
Tan  ilustrada  hicieron. 
Las  siete  maravillas 
Sean  del  orbe  griego. 

Los  santos,  que  llenaron 
De  luz  al  mundo  entero, 
Serán  las  siete  estrellas. 
De  Pátmos  sacramento. 


día  5  DE  EííERÓ. 
San  Telesforo,  papa  y  mártir, 

Jesús  del  cristalino 
Jordán  en  las  riberas 
Halla  á  Juan ,  que  en  su  nombre 
Predica  penitencia; 

Y  con  asombro  hendida 
La  celestial  esfera, 
Retumba  en  el  desierto 
La  voz  de  Dios  tremenda. 

Til  eres,  en  alto  tono 
De  majestaá  expresa, 
Mi  hijo  amado;  en  ti,  añade, 
Ture  mi  coniplnceneia. 

Este  acento  del  Padre 
Contaba  un  siglo  apenas. 
Cuando  la  voz  del  Hijo 
Los  desiertos  i)eTietra. 

Venerable  habitante 
De  aquellas  asperezas. 
Siguió  del  grande  Elias 
Telesforo  las  sendas. 

Su  corazón  parece 
Que  á  percibir  se  apresta : 
Tú  eres  vicario  mió; 
Da  pasto  á  mis  ovejas. 

Del  alto  Paracleto 
La  inspiración  ordena 
Que  al  sumo  sacerdocio 
Por  su  virtud  ascienda. 

Al  punto  que  al  precepto 
Prestando  la  obediencia. 
De  todos  los  crej'entca 
Se  pone  á  la  cab  za, 

Espíritu  le  inflama 
Del  celador  profeta, 

Y  contra  los  impíos 
Alza  la  espada  mesma. 

Valentino,  que  en  Cristo 
La  carne  humana  niega, 
Soñándole  formado 
De  cierta  masa  etérea  ; 

Marcion,  que  le  propone 
Desnudo  de  materia, 

Y  solamente  cuerpo 
Fantástico  le  presta; 

Ejercitan  del  Santo 
La  noble  resistencia , 
Lnpenetrable  á  tantas 
Envenenadas  flechas. 

En  medio  de  los  mares, 
Encanecida  piedra. 
No  teme  que  las  olas 
Hinchadas  se  embravezcan, 

Y  mientras  el  Carmelo, 
Que  con  su  sangi'e  riega. 
Corresponde  al  fecundo 
Cultivo  de  su  diestra; 

En  tanto  que  futuras 
Extiende  ramas  bellas 
De  Albertos  á  Sicilia, 
Simones  á  Inglaterra; 

De  Angeles  y  Marías, 
Eufrasias,  Efigenias, 
De  Andreses,  Anastasios, 
De  Juanes  y  Teresas; 

Infatigable  rige 
La  universal  Iglesia,     ' 
Defiende  su  rebaño, 
Le  junta  y  apacienta, 

Al  santo  sacrificio 
Que  acompañen  decreta 
Del  angélico  canto 
Dulcísimas  cadencias; 

Que  el  pueblo,  al  ser  testigo 
De  inmaculada  ofrenda. 
Oiga  en  el  evangelio 
La  voz  de  la  ley  nueva. 

Restaura  el  relajado 
Ayuno  de  Cuaresma, 
Con  que  el  vicio  comprimq 


Y  el  corazón  eleva. 
Así  difunde  á  todos 

Ventajas  que  en  sí  observa  : 
Pontífice  establece, 

Y  ayuna  anacoreta. 


día  6  DE  ENERO. 
La  adoración  de  los  santos  Uc¡/i 

El  alto  Rey  de  reyes, 
Que  á  una  choza  pajiza 
Desciende,  sin  dejarla, 
Desde  su  eterna  silla; 

Aquel  en  cuj-as  manos 
El  corazón  estriba 
De  los  grandes  monarcas, 
Que  exaltan  ellas  mismas; 

Por  quien  los  reyes  reinan. 
Los  príncipes  dominan 

Y  los  legisladores 
Decretan  su  justicia; 

El  que  de  astros  brillantes, 
Que  los  tiempos  dividan , 
Enriqueció  los  cielos, 
Del  mundo  al  cuarto  dia; 

Criando  nueva  estrella, 
A  Oriente  la  destina, 
Porque  á  sus  reyes  sabios 
Conduzca  la  noticia. 

A  un  tiempo,  misteriosa, 
De  luz  les  sirve  y  guía. 
Saliendo  de  la  corte 
Del  fiero  Ascalonita. 

Envuelto  hallan  en  pobres 
Pañales  y  mantillas 
Al  que  no  cabe  en  cuanto 
Su  Omnipotencia  cria. 

Póstranse,  y  en  sus  dones 
Conocerle  acreditan 
Por  Ivcy,  por  Dios,  por  Hombre, 
Con  oro,  incienso  y  mirra. 

Si  Salomón  un  tiempo, 
Su  heroica  fama  oida, 
Viajar  hizo  á  la  Reina 
Del  Austro  muchas  millas; 

Aíjuí  mayor  prodigio 
Que  el  monarca  israelita 
Encuentran  tres  monarcas. 
Que  verle  solicitan. 

Por  ver  á  Dios,  ¿qué  mucho 
Los  hombres  se  aperciban 
A  hollar  tierras  y  mares, 
Sin  perdonar  fatiga, 

Si  Dios  por  ver  al  hombre. 
Sin  verle,  cual  le  via. 
Esclavo  vil  á  causa 
De  original  reliquia. 

Con  la  que  nos  escuclia 
Velocidad  jiropicia. 
Espacios  asombrosos 
Mide,  penetra  y  gira? 

Vcdle  cómo  desciende 
De  su  mansión  empírea. 
Donde  oye  del  trisagio 
Eternas  melodías. 

Vuela,  y  el  primer  móvil 
Pasa,  cuya  continua 
Eevoluciun  esferas 
Inferiores  agita. 

Del  alto  firmamento 
Corre  las  sendas  fijas; 
Deja  á  Satui-no  y  .Jove, 
A  Marte  y  al  Sol  pisa. 

De  Venus  y  Mercurio 
Los  orbes  peregi-ina, 

Y  el  de  la  blanca  Luna, 
Que  en  alta  noche  brilla. 

Regiones  sublunares 
Corta  con  igual  prisa, 

Y  en  Belén  á  la  tierra, 
Que  fabricó,  visita. 

I.  Pa.-xvill. 


HIMNODIA. 

Sus  cálculos  ajuste 
La  sabia  geometría; 
Mida,  ])ucs,  las  distancias 
Del  cielo  á  Palestina. 

No  voy  á  engrandeceros 
Con  insi)ecciou  prolija 
Derrota  que  no  exceiíe 
Los  términos  de  un  p'nf. 

Por  redimir  al  hombre, 
De  Dios  á  hombre  camina; 
¡Ved  ahora  si  ha  vencido 
Distancias  infinitas! 


^Cl 


DIA  7  DE  ENEKO, 
San  Julián,  mártir. 

¿Es  ilusión,  ó  escucho 
Del  cielo  dulce  canto. 
Que  entonan  placenteros 
Aquellos  cortesanos  ? 

¿Es  fantasía,  ó  suena 
Del  mundo  en  el  teatro 
Fi'meln'e  voz,  que  al  aire 
Llena  de  horror  y  espanto  ? 

Tales  las  impresiones 
Son,  que  por  modos  varios 
Motivan,  cuando  mueren, 
Julián  y  Domiciano. 

Julián ,  que  de  la  Iglesia 
En  los  primeros  años 
Llegó  á  ser  en  España 
Dignísimo  prelado; 

A  cuya  vista  olvidan 
Los  nobles  carpetanos 
Al  hijo  valeroso 
De  la  adivina  Manto; 

Al  nieto  de  Tiresias, 
Famoso  rey  tebano. 
Ciego  al  punto  que  mira 
A  Palas  en  el  baño. 

Pues  si  á  Bianor  debieron 
Los  memorables  carros. 
De  que  tomaron  nomlire 
Sus  anchurosos  camjios; 

Los  pone  en  mejor  ruta 
Lucio  Magno  Juliano, 
De  la  virtud  subiendo 
Los  ásperos  collados. 

Juliano,  que,  de  Pedro 
Discípulo  esforzado. 
Es  voz  en  Carpetania 
Del  Evangelio  sacro. 

Se  ve  por  un  decreto 
Del  César  desterrado, 
Venerado  por  otro 
Del  cielo  soberano. 

Domiciano,  que  en  pluma 
Del  grande  Tertuliano, 
Porción,  por  sus  crueldades, 
Fué  de  Nerón  malvado. 

El  mal  de  su  profunda 
Ceguera  inveterado. 
De  celestial  doctrina 
Sufrir  no  puede  el  rayo. 

Julián  del  Papa  y  César 
Toca  afectos  contrarios  : 
A  sí  le  alkga  el  bueno. 
De  sí  le  aparta  el  malo; 

Discípulo  y  maestro. 
Obispo  y  papa,  á  entrambos 
Separan  de  su  vista 
Nerón  y  su  sectario. 

Julián  con  el  martirio 
Consuma  sus  trabajos; 
Aycs  Toledo  exhala, 
Castilla  vierte  llantos, 

Arrastra  España  lutos. 
La  Iglesia  ensalza  el  lauro, 
Le  cantan  los  celestes 
Espíritus  alados. 

El  sucesor  de  Tito, 


E  hijo  de  Vespasiano, 
De  Esteban  fué  despojo 

Y  de  Domicia  estrago; 

Y  cuando  en  Roma  el  César 
Muere  al  furor  del  hado, 
Apolonio  publica 
En  Efcso  el  fracaso. 

Grita,  no  sin  asombro 

Y  admii-acion  de  cuantos 
Le  oyen ,  (jue  ya  está  el  fiero 
Tirano  asesinado. 

Se  lilira  de  opresora 
Tirana  tierra  un  santo, 

Y  la  tieiTa  ojnimida 
Se  libra  de  un  tirano. 


día  8  DE  ENERO. 
San  Luciano  y  comj>añcros,7itár(Í7'Cí. 

Celoso  el  soberano 
Pontífice  Clemente 
De  que  la  fe  por  todo 
El  orbe  se  extendiese; 

Consagrando  á  Luciano 
Pastor  belovacense, 
A  conquistar  le  envía 
Tan  belicosa  gente. 

No,  aunque  á  vista  de  Paruia 
Idólatras  le  prenden , 
Su  expedición  impiden, 
Librado  por  los  fieles. 

En  Arles,  á  despecho 
De  obstáculos,  que  vence, 
Sobre  la  faz  undosa 
Del  Ródano  aparece. 

Pasa  á  Beauvais,  destino 
Que  el  cielo  le  previene, 
Donde  de  su  doctrina 
La  cátedra  establece. 

Comienza  revocando 
A  eterna  vida  infieles. 
Que  á  la  sazón  dormían 
En  brazos  de  la  mu-  rte. 

Detéstanse,  á  su  esfuerzo 
(De  Dios  prodigio  es  éste), 
Confesados  eri'ores 
De  treinta  mil  franceses. 

No  las  palabras  sólo 
Del  Santo  los  convierten , 
Aunque  el  cielo  extremada 
Facundia  le  concede; 

Su  ejemplo  les  predica. 
Sus  obras  le  engrandecen, 
Su  paciencia,  su  ayuno, 
Su  vida  penitente. 

Aquel  amable  trato 

Y  aquel  semblante  alegre, 
Aquel  lanzar  demonios. 
Aquel  curar  las  fi  bres. 

Diácono  Juliano, 

Y  Maximiano  ]ireste, 
Por  él  al  ciclo  sub  n. 
Ceñidos  de  laureles. 

¡Quién  su  abstinencia  suma 
Bien  elogiar  ¡mdiese, 
Kran(|U'  ándose  al  .agua 

Y  yerlias  solamente! 
SusteTitado  en  Cuaresma 

Del  celestial  banquete. 
Observa  á  la  semana 
Sólo  comer  dos  veces. 

Antor,  Jario  y  Latino, 
Tres  enemigos  crueles, 
Arrilian  con  encargo 
De  que  á  Luciano  arresten. 

A  un  monte,  que  domina 
Del  rio  las  corrientes. 
Suben,  en  donde  encuentran 
Sin  resistencia  al  héroe. 

La  cabeza,  inhumanos, 
Del  cuello  le  desprenden , 

21 


UON  JOSÉ  MARÍA  VACA  DE  GUZMAN  Y 


Que  inrsenta  {gustoso 
Con  ánimo  valiente. 

Exánime  se  erige, 
Con  sus  manos  la  aprehende, 
Y  con  ella  al  sepulcro 
Va,  que  elcfritlo  tiene. 

Que  á  la  muerte  resiste 
El  cuerpo  así,  parece. 
No  obstante  que  ya  el  alma 
En  vida  está  perenne. 

Hombre  que  se  alimenta 
Con  el  manjar  celeste, 
En  símbolos,  no  es  mucho, 
De  eternidad  se  exprese. 

Pues  Cristo,  oyendo  dudas 
De  la  nación  rebelde. 
Dijo  :  El  que  este  Pan  come 
Vivirá  eternamente. 


día  9  DE  ENERO. 

San  Julián  y  santa  Basilisu , 
mártires. 

Anastasio,  despierta 
Del  mortal  sueño;  mira 
Que  Julián  te  ha  llamado, 
Julián  te  resucita. 

Preven  admiraciones, 
Que  te  serán  continuas, 
Para  la  vida  nueva 
Que  tienes  concedida. 

Verás  cómo  en  tan  graves 
Trabajos  y  fatigas 
Le  acompaña  su  esposa , 
La  virgen  Basiiisa, 

A  la  que  madre  tantas 
Vü'genes  apellidan , 
Cuando  padre  á  su  esposo 
JIonjes  diez  mil  en  Siria; 

Porque  de  monasterios. 
Con  sus  bei-encias  ricas, 
Aml)0s  los  municipios 
Poblaron  de  Antioquía. 

Verás  cómo  á  él  se  acogen 
De  la  ley  perseguida 
Los  sacerdotes,  que  huyen 
De  las  paganas  iras. 

Afjrchenden  grande  tropa. 
De  que  Julián  es  guía, 
y  del  juez  á  la  audiencia 
El  solo  se  destina. 

Consúmense  los  otros 
Con  el  fuego  que  aplican, 
Por  orden  del  caudillo, 
A  la  mansión  que  habitan; 

Donde  angélicos  coros 
Su  muerte  solemnizan, 
A  tercia,  sexta  y  nona, 
Y  á  la  hora  vespertina. 

Verás  cómo  del  héroe 
Las  carnes  se  lastiman 
Con  varas,  que  crueles 
Su  constancia  ejercitan. 

Uno  de  los  ministros, 
Que  con  Marciano  priva. 
De  un  ojo  entonces  siente 
La  falta  repentina. 

Ora  Julián ,  y  al  punto 
Cobra  la  luz  perdida; 
Conviértese,  y  Maixiano 
Allí  le  martiriza. 

A^'erás  que  por  las  calles 
De  la  ciudad  camina 
Aherrojado,  y  su  causa 
Necio  pregón  publica. 

Llega  á  la  escuela,  en  donde 
De  Celso  la  puericia, 
Hijo  del  presidente 
Marciano,  se  adoctrina; 

Ve  el  niño  que  á  su  lado 
Blanco  escuadrón  se  alista; 


Que  á  sus  sienes  corona 
Brillante  pedrería. 

Inspirado,  los  libros 
De  sus  maestros  tira, 
Presuroso  á  las  plantas 
De  Julián  se  humilla. 

Verás  á  casi  toda 
La  ciudad  conmovida 
Correr,  y  entre  el  gentío 
Marciano  y  Marcionila. 

Marcionila,  de  Celso 
Madre,  que  sus  caricias, 
Para  apartar  del  Santo 
A  su  hijo,  inutiliza; 

Y  cuaiulo  voluntaria 
Entra  en  la  cárcel  misma 
Por  convencerle,  queda 
De  Celso  convencida. 

Verás,  entrando  al  templo 
Julián,  que  se  aniquilan 
Quinientos  simulacros 
En  pálidas  cenizas. 

Siete  hermanos  y  veinte 
Soldados  le  visitan; 
Los  primeros  al  fuego, 
Y  éstos  al  hierro  espiran. 

Marcionila  el  ecVileo 
Vence;  la  saña  impía 
Del  atHado  acero 
Celso  y  Julián  dominan. 

Verás  cómo  los  ojos 
A  tí  y  á  Antonio  quitan; 
,-Qué  verás,  Anastasio, 
Faltándote  la  "vista? 

Tú,  que  de  vana  creencia 
Siguiendo  las  mentiras. 
En  la  vida  primera 
Aun  más  ciego  vivías , 

Por  Julián,  que  piadoso 
Te  llama  á  eternas  dichas, 
Viendo  segunda  muerte, 
Verás  tercera  vida. 


día  10  DE  ENEEO. 

San  Gonzalo  de  Amarante. 

No  hay  que  dudar;  de  un  puente 
La  construcción,  que  entabla 
Gonzalo  en  Amarante, 
Del  Támaga  á  las  aguaSj 

Virtudes  y  milagi-os 
A  la  siUa  romana 
Tantos  expondrá,  y  tales, 
Que  sobren  á  su  causa. 

No  para  la  piadosa 
Empresa  han  de  hacer  falta, 
De  su  vida  y  sii  muerte 
Más  singulares  actas. 

Ejercite  en  biien  hora 
Su  invicta  tolerancia 
La  soberbia,  el  despecho 
Del  hijo  de  su  hermana; 

Aquel  á  quien  el  Santo 
De  su  abadía  encarga 
El  cuidado,  en  el  viaje 
Que  hace  á  la  tierra  santa; 

A^'icai'io  disoluto. 
Que,  infiel  á  su  crianza, 
Aijuello  que  es  del  pobre 
Da  al  lujo,  al  juego  y  caza; 

Abad  por  la  supuesta 
(Con  letras  que  suplanta) 
Muerte  de  quien  le  busca 
Incógnito  en  su  casa, 

Y  peregrino  pide 
Limosna,  que  no  alcanza, 
Cuando  el  abad  profano 
De  manjares  se  sacia; 

E  instando  el  pobre,  hostiga 
Los  perros,  que  le  avanzan 
Y  hieren,  en  cuyo  acto 


MANRIQUE. 

Gonzalo  se  declara, 

Y  acusando  al  ingi-ato, 
Este  al  Santo  maltrata 
Con  su  cayado,  y  si  osa 
Descubrirse,  amenaza. 

Sea  grande  aquel  portento, 
Que  de  unas  temerarias 
Gentes  á  la  grosera 
Inteligencia  adapta. 

Pues  siendo  las  censuras 
Sólo  pro])orcionadas 
Para  el  alma  del  hombre. 
Según  ley  ordinaria. 

Como  que  en  lo  terrestre 
Sola  es  capaz  de  gracia, 

Y  á  comunión  se  admite 
O  de  ella  se  separa; 

A  ciertos  libertinos, 
Que  semejantes  armas 
Burlaban  de  la  Iglesia, 
Mueve,  intimida  y  pasma, 

(Juando  á  unos  blancos  panes 
Fulmina  las  palaln-as, 

Y  azabache  aparecen 
Con  súbita  mudanza; 

Bien  que,  porque  en  su  ducüo 
El  daño  no  recaiga. 
Agua  lustral  les  vuelve 
Su  candidez  primaria. 

El  puente  es  el  compendio 
De  su  mérito,  basa 
Su  caridad,  que  evita 
Del  rio  las  desgracias. 

Su  humildad,  su  paciencia 
También  con  él  se  labran; 
Sus  milagros  los  mismos 
Artífices  proclaman. 

El  suficiente  vino 

Y  agua  perenne  saca 
De  una  pieelra,  en  su  auxilio 
Herida  con  su  vara; 

Con  la  misma  las  ondas 
Cimbre  de  pesca;  carga 
Sobre  sus  hombros  peñas 
Con  fuerzas  más  que  humanas; 

Limosna  pide  á  un  procer 
Que  incomodarle  traza, 

Y  á  su  esposa  con  breve 
Cédula  le  despacha. 

Va,  y  ella  le  despide; 
Mas  léese  á  su  instancia 
El  papel,  donde  escritas 
Tales  razones  halla  : 

(( A  ése ,  para  su  puente. 
Darás  limosna  tanta. 
Cuanto  hallares  que  sea 
El  peso  de  esta  carta.» 

El  cumplimiento  exige 
Gonzalo,  y  necesaria 
Fué  cantidad  notable 
Para  contra2:)esarla. 

Hubo  culpa  en  las  líneas 
De  aquel  papel ,  j  nada 
Mejor  que  la  limosna 
Hay  para  la  balanza. 


día  11   DE  ENERO. 
San  Higinio,  papa  y  mártir, 

I  Qué  importa  que  Antonino, 
A  todo  el  miindo  amable. 
Con  razón  el  renombre 
De  piadoso  alcanzase; 

Que  mirase  al  vasallo 
Cnn  el  amor  de  padre, 
Moderado,  benigno 
Y  á  todas  luces  gi-ande; 

Que  contra  los  cristianos 
Los  edictos  infames 
No  sostuviese,  y  de  ellos 
La  defensa  tomase; 


Si  el  imperio,  engafiado 
De  diabólico  fraude, 
Los  creyó  torpemente 
Princii^io  de  sus  males? 

Por  magos  los  tenía, 
Sortílt'gos,  capaces 
De  estremecer  los  polos 
T  suscitar  los  manes; 

Contrarios  á  sus  dioses, 

Y  á  éstos  intolerables. 
Que  por  ellos  enviaban 
Tantas  calamidades. 

Fué  la  causa  esta  vana 
Opiniv.n  de  tan  gi-avc 
Persecución,  queriendo 
La  ira  así  aplacarles. 

A  la  frente,  en  aquesta 
Época  lamentable, 
El  ateniense  Higinio 
Se  pone  del  combate. 

Sin  dilación  ocupa, 
Por  general  dictamen, 
La  cátedra,  que  deja 
Telesforo  vacante. 

Kcvestido  del  sumo 
Sacerdotal  carácter, 
Ciudad  fué  sobre  monte, 
Que  no  pudo  ocultarse. 

En  alto  caudelero 
Antorcha  dominante. 
La  casa  de  Dios  llena 
De  luces  celestiales. 

¡Cuan  diferentes  eran 
Aquestas,  cuan  distantes 
Estaban  del  incendio 
De  fuegos  infernales! 

No  Higinio  de  Medea 
Se  tema  que  las  artes 
Ejerza,  ni  inliumauo 
Sus  hijos  despedace; 

Ni  entonara  espantosa 
Canción  abominable, 
Con  que  los  montes  tiemblen , 
La  luz  del  sol  se  empañe; 

Ni  en  noche  oscui'a ,  cuando 
Dormido  el  orbe  calle. 
Extraerá  de  las  yerbas 
Los  sucos  eficaces. 

Congregará  á  sus  hijos, 

Y  en  orden  admirable 
Constituirá  que  el  clero 
Por  grados  se  separe. 

En  esos  siete  montes 
Resonará  incansable. 
De  un  pastor  parecida , 
Su  voz  al  silbo  amante. 

Con  ella,  y  á  su  abrigo. 
Las  ovejas  errantes 
Desfrutarán  unida.s 
Los  pastos  saludables. 

Y  si  á  un  dragón  horrible. 
Terror  de  los  mortales, 
Adormeciere ,  haciendo 
Inútiles  sus  fauces, 

No  será  jjorque  el  monstruo 
Eico  tesoro  guarde. 
Por  temor  de  que  astutos 
Robadores  le  asalten; 

Sí  por  guardarle  á  costa 
De  su  preciosa  sangre. 
Viendo  al  dragón  astuto, 
Que  vela  por  robarle. 


día  12  DE  ENERO. 

San  Benita  Abad,  confesor. 

¿Qué  deserción,  oh  Marte, 
Dios  de  la  guerra  dura. 
Es  con  la  que  desmaya 
Tu  saña  furibunda  1 

Un  oficial  sin  nota 


HIMNODIA. 

De  vergonzosa  fuga. 
Con  sus  grados  y  honores 
Tu  profesión  renuncia. 

Del  son  del  ronco  parche 
Huj-e,  auncpio  no  le  asusta; 
Burla  de  tus  trompetas 
El  eco,  (¡ue  no  escucha. 

En  la  táctica  experto, 
Intrépido  en  la  lucha, 
Primero  en  el  peligro. 
Temible  en  la  bravura, 

Norturaherland  ahora, 
Que  de  Biscop  la  cuna 
Le  vio  adornar  de  nuevos 
Laureles,  que  la  ilustran; 

Oxfivin,  su  real  corte, 
Toda  Bretaña  junta. 
Que  en  tan  gloriosa  espada 
Sus  esperanzas  funda; 

Le  ve  que  los  arreos 
De  Palas  se  desnuda, 

Y  que  á  ellos  sustituye 
Monástica  cogulla. 

No  del  Estado  olvida 
Benito  las  fortunas, 
Cuando  al  Dios  verdadero 
De  las  batallrts  busca. 

Conmoverá  su  brazo, 
Porque  su  patria  arguya 
Que  mejor  en  las  aras 
Que  en  las  campañas  triunfa. 

Y  para  que  en  los  fieles, 
Que  á  su  oración  ayudan , 
Más  devoto,  elevado 
Espíritu  se  infunda, 

En  las  magnificencias 
Del  templo  santo  estudia, 
Como  exteriores  cultos 
Del  Dios  de  las  alturas. 

Los  mármoles  acopia, 
Los  alabastros  junta, 

Y  de  Roma  excelentes 
Ai-tifices  ajusta. 

De  Apeles  los  trabajos 
Al  temple  y  óleo  sudan , 

Y  en  los  vidrios  inventa 
Históricas  pinturas. 

Sagrados  ornamentos 
De  dia  y  noche  ocupan , 
En  oro,  plata  y  seda. 
Lanzaderas  y  agujas. 

Hábiles  artesanos 
Multiplicar  no  excusa, 
Que  las  piedras  engasten 

Y  los  metales  pulan. 
Remedios  celestiales 

De  Dios  la  casa  escucha. 

Allí  jamas  oidos, 

De  Orfeo  en  las  dulzuras. 

El  gregoriano  canto 
Con  religiosa  industria 
Al  Támesis,  del  Tílier, 
Hace  que  •se  introduzca. 

Oficios,  ceremonias. 
Que  cela,  amplia,  encumbra. 
Todo  fervor  respira. 
Modestia  y  compostura. 

Así  ensalzar  dispone 
La  Majestad  augusta, 

Y  que  sus  alabanzas 
Más  dignamente  suban. 

Y  asi  en  los  dos  Benitos, 
Que  hijo  y  padre  se  aunan, 
PerJPécciona  Inglaterra 

Lo  que  establece  Nursia. 


o23 


día   1.3   DE   ENERO. 

San  Gumersindo ,  mártir. 

Disputaban  un  tiempo. 
Soberbios  y  empeñados , 


El  cetro  de  los  i-ios 
Guadalquivir  y  Tajo. 

Llamó  de  Acesta  el  hijo 
Ijos  vientos  en  amparo 
Del  primero,  que  es  patü'o 
Nutricio  de  sus  partos. 

Cibeles,  que  al  segundo 
Concede  más  espacio, 
A  éste  accedió,  y  el  ox"0 
Franqueóle  de  su  erario. 

¡Qué  altanero  al  certamen 
Guadalquivir,  qué  ufano 
Su  origen  y  gloriosas 
Antigüedades  trajo! 

Querer  manifestaba, 
A  aquél  que  temerario 
Contradecirle  osara. 
Ahogar  entre  sus  brazos. 

Ni  omitía  las  sierras 
Oróspedas,  ingrato, 
A  cuyas  venas  debe 
Su  nacimiento  claro; 

Sus  islas  alegaba. 
Sus  apacibles  llanos, 
La  célebre  Tartesia 

Y  el  Libistino  lago; 

Los  pueblos  que  del  tiempo 
Cedieron  al  estrago, 

Y  los  que  subsistentes 
Se  eternizaban  vanos; 

Los  héroes  de  su  margen , 
De  Céres  j  de  Baco 
Los  dones ,  las  tesoros 
De  Palas  en  el  árbol; 

De  espíritu  fogoso 
Magníficos  caballos. 
Sus  aguas,  qu  ■  enrojecen 
A  los  vellones  blancos. 

Así  el  Bétis;  mas  luego 
De  las  sierras  bajando 
De  Molina,  de  piedras 
Preciosas  adornado, 

El  Tajo,  y  presumiendo 
Con  ruidrso  aparato, 
Bien  de  español  Pactólo, 
O  Ganges  castellano, 

Se  presenta;  y  «; quién,  dice, 
No  reconoce  el  mando 
Que  yo  ejerzo  en  los  ríos 
Desde  Oriente  hasta  Ocaso? 

))E1  imperial  lo  exprese 
Emporio,  que  resguardo. 
Semicírculo  haciendo 
Al  pié,  que  undoso  lavo. 

))Mis  álamos  umbrosos 
Contestan  mis  aplausos. 
Mis  ninfas,  mis  pastores. 
Del  ruiseñor  el  canto. 

))Mis  frescas  praderías 
Deleitan  en  verano. 
Deleitan  en  otoño 
Mis  frutos  sazonados. 

))Por  el  centro  de  líspaña 
Corro,  y  á  entrambos  lados 
Riego  ciudades,  patrias 
De  ilustres  soberanos. 

«Con  mis  arenas  de  oro 
Rica  corona  labro. 
Cuando  espiro,  á  los  grandes 
Monarcas  lusitanos.» 

Iba  á  seguir;  y  el  Bétis 
A  un  héroe  en  el  teatro 
Presenta  lastimoso. 
Del  Abdcrramén  tirano, 

De  Córdoba  monarca; 
Solicita  que  cuantos 
Sigan  á  Cristo  sean 
Víctimas  de  su  brazo. 

Ministro  Gumersindo 
Del  Señor,  que  en  sus  años 
Primeros  con  sus  padres 
Vino  del  suelo  patrio, 


Con  un  virtuoso  monje. 
Siervo  de  Dios  llamado, 
De  Abdcrramén  despojo, 
De  Dios  es  holocausto. 

Rinde  al  acero  el  cuello; 
De  la  Verdad  al  campo 
Conducen  su  cadáver 
Devotos  los  cristianos. 

En  sus  cenizas  Bétis 
De  Tajo  ha  superado 
Las  arenas;  ¿de  donde 
A  Bétis  honor  tanto  ? 

Toledo  fué  su  cuna; 
Y  el  Tajo,  avergonzado, 
C'alló  viendo  que  daba 
Aimaa  á  su  contrario. 


DON'  JOSÉ  MARÍA  VACA  DE  CUZMAX  Y  MANlMyUK. 


día   14   DE   ENERO. 
Sati    Hilarlo,   ohiann. 

Musa,  oh  tú,  la  que  teng;xs 
En  el  castalio  coro 
A  cargo  las  pinturas 
De  aspectos  horrorosos, 

Expresen  tus  oscuros 
La  mia,  y  dime  cómo 
Triste  noche  pudieron 
Et  rnizar  los  polos. 

Sonando  en  las  cavernas, 
Crujieron  espantosos, 
Su  pavor  indicaron 
Los  astros  con  embozos. 

Opuestos  y  f  ere  ees 
Luchan  con  silbo  ronco 
El  Euro  embravecido. 
Desenfrenado  el  Noto. 

Relámpagos  dispensan 
Sulfúrea  luz ,  que  el  polvo 
Ver  hace  en  densos  grupos 
Subir  al  alto  globo. 

A  los  árboles  falta 
Resistencia  en  sus  troncos; 
Arráncanse  los  unos, 
Dividense  los  otros. 

Las  aves,  de  la  noche 
Lucífugos  abortos, 
Más  que  nunca  amedrentan 
Con  su  graznido  bronco. 

Silba  la  sierpe  fiera , 

Y  con  su  cuerpo  propio 
Inútilmente  azota 

Al  viento  impetuoso. 

La  onza,  de  piel  manchada. 
Fulminando  destrozos. 
Sangrienta  lid  propone, 

Y  oivida  sus  cachorros. 
Ruge  el  león  soberbio, 

Brama  el  toro  valiente, 
Se  irrita  el  elefante 

Y  se  embravece  el  oso. 
Horrísonos  los  mares 

Se  erigen  espumosos; 

Y  oscurecido  el  norte, 
Se  oculta  á  los  pilotos. 

Parece  que  la  tierra, 
ITcndida  en  su  contorno, 
Patentes  ha  hecho  al  mundo 
Sus  negros  calabozos. 

Las  ovcjuelas  balan 
Con  ecos  lastimosos. 
Que  su  dolor  explican, 
y  claman  por  socorro. 

1  Pobres  ovejas!  Pero 
(Aquí  el  mayor  asombro) 
Muchos  de  los  pastores 
Se  han  convertido  en  lobos. 

Hambrientos  las  devoran, 
O  á  precipicios  hondos 
Las  conducen  por  selvas 
De  pastos  venenosos. 

Preservan  sus  rediles 


En  tan  fatal  trastorno 
Los  buenos,  y  se  eleva 
Hilario  sobre  todos. 

Tales  fueron  aquellos 
Tiempos  calamitosos. 
En  que  de  reino  triple 
Constancio  ocupó  el  trono. 

El  corazón  ganado 
Teniendo  de  su  esposo 
Eusebia,  arriana,  gimen 
Los  dogmas  ortodoxos. 

Defiéndelos  Hilario, 
Aquel  prelado  heroico 
De  Poitiers,  de  la  Iglesia 
Lucero  portentoso. 

De  Dios  la  causa  sigue, 
Atropellando  estorbt;s, 
Sin  que  jueces  le  aterren 
Ni  le  intimiden  solios. 

Así  de  aquella  noche 
Vapor  caliginoso 
No  le  ciega,  annque  intente 
Cubrir  al  orbe  todo. 

I  Qué  mucho,  si  ilumina 
La  Luz  de  luz  sus  ojos. 
Que  no  hecha,  si  engendrada, 
Propugna  vigoroso  ? 


día  15  DE  ENERO. 
San  Pallo,  primer  ermitaño. 

Detente,  pasajero. 
Que  con  errantes  plantas 
Las  asperezas  corres 
De  la  inferior  Tebaida. 

Mayor  en  un  sepulcro 
Maravilla  repara 
<íue  aquella  en  que  fué  puesto 
Mausolo,  rey  de  Caria. 

Ni  las  suntuosidades 
De  mármoles  te  atraigan 
En  treinta  y  seis  columnas. 
Más  que  la  nieve  blancas. 

Ni  las  mensuras  grandes 
De  fábrica  elevada, 
Ni  el  arte,  que  tan  bella 
Materia  superaba. 

Mira  una  piedra  tosca, 
Que  sólo  el  tiempo  labra; 
Tu  mente  en  ella  lea, 
Aunque  epitafio  falta. 

No  temas  el  asombro 
Que  encierra  en  las  entrañas 
Del  monte;  si  te  es  dado, 
Su  pesadez  levanta. 

Mas  espera;  que  un  cuervo 
Bate  las  negi-as  alas, 

Y  en  ella  prodigioso, 
Como  en  su  centro,  para. 

Al  ver  qiie  al  esqueleto 
Que  la  caverna  guarda, 
El  pan  de  cada  dia, 
De  parte  de  Dios,  traiga, 

Sabrás  que  todavía 
El  cuerpo  con  el  alma 
Vive,  pues  de  otra  suerte 
Cadáver  le  juzgaras. 

Al  peso  de  los  años 
Sostiénese,  agobiada, 
Sobre  cimiento  débil 
Su  mole  centenaria. 

Árida  piel  ostenta 
Su  penitente  cara, 
Del  temporal  custrida 

Y  de  la  edad  arada. 
Los  ojos  escondidos. 

Cana  y  prolija  barba, 
Eriíuido  el  cuello,  toda 
Su  fábrica  señala. 

En  esa  cueva  oscura, 
Que  vi\  pié  de  la  montaiía 


Es  tumba  de  hombre  vivo, 
Tranquila  vida  pasa. 

Boca  inculta  es  la  puerta 
De  la  gi-osera  sala, 
Guijo  es  el  pavimento, 

Y  risco  la  muralla. 

De  una  palma  hacen  techo 
Entretejidas  ramas; 
Ella  le  viste,  y  ella 
Le  rinde  la  vianda. 

Este  es  Pablo,  aquel  grando 
Del  j'ermo  patriarca , 
Que  pobló  cielo  y  tierra 
De  santos  y  de  lauras. 

Por  él  en  los  desiertos, 
Siendo  maestro  y  pauta, 
Se  han  hecho  familiares 
Con  la  deidad  las  almas. 

Por  él  contemplan  y  oran 
En  vida  solitaria, 

Y  se  oyen  en  las  grutas 
Divinas  alabanzas. 

Tiempo  era  en  que  el  gozo 
De  su  Señor  entrara , 

Y  lleno  ya  de  dias, 

A  su  mansión  le  llama. 

Su  espíritu  ve  Antonio 
Subir  en  lumbre  clara, 
Que  apóstoles,  profetas 

Y  ángeles  acompañan. 
Su  cuerpo  arrodillado. 

Sus  manos  levantadas, 
Más  que  humano  cadáver. 
Parece  viva  estatua. 
Domésticos  leones 
Su  sepultura  cavan , 

Y  el  manto  de  Atanasio 
Le  sirve  de  mortaja. 

La  túnica  de  Pablo, 
De  Antonio  fué  heredada; 
Rindióla  palma  fértil. 
Tejióla  mano  santa. 

Piadoso  el  heredero 
La  guarda  para  usarla 
En  los  solemnes  dias, 
Como  preciosa  alhaja. 

De  todo  desprendióse 
Pablo,  y  humildad  tanta 
No  consintió  dijesen 
Que  se  llevó  la  palma. 


DIA   16  DE   ENERO. 
San  Marcelo,  papa  y  mártir. 

Ahora,  qiie  la  tierra. 
Escena  que  no  vieron, 
Representa  á  los  siglos. 
Asombraos,  oh  cielos. 

Vuestros  lucientes  astros 
Cubrid  de  opaco  velo; 
Ofusquen  densas  nieblas 
La  faz  de  los  luceros. 

I  Para  cuándo  las  iras? 
I  Por  qué  vapores  densos 
No  suscitáis,  que  unidos 
Formen  nublado  negro,    - 

Que  por  ardiente  boca, 
Avisos  y  escarmientos, 
Publique  al  mundo  en  rayos. 
Siendo  la  voz  el  trueno  ? 

O  ¿por  qué  endurecidos 
El  día  placentero 
Dilatáis  del  anuncio 
De  tiempos  más  serenos, 

Cuando  señal  sagi-ada 
Aparezca,  escribiendo 
Brillantes  caracteres , 
Líneas  del  vencimiento, 

Y  de  monarca  pío 
Ponga  el  marcial  denuedo 
Límite  á  las  cruehlades 


Del  bárbaro  Magencio, 
Cuya  infeliz  derrota 
Admire  á  Roma,  siendo 
El  Tibor  sepultura, 

Y  el  Milvio  monumento? 
Dejo  aparte  que  al  vivo 

Retrate  los  perversos 
Nerones,  Domicianos, 
Veros,  Septimios,  Decios; 

Que  de  los  dos  crueles 
Colegas  del  imperio 
A  su  persona  pase 
El  odio  con  el  cetro, 

Y  presuma  en  sangiñcntas 
Ondas  de  mar  bermejo 
Sumergir  las  reliquias 
Del  escogido  pueblo. 

Más  desusada  infamia 
Proyecta,  crimen  nuevo 
Propone  á  las  edades; 
Asombraos,  oh  cielos. 

Sacrilego  destina 
A  vil  abarimiento 
La  sagrada  persona 
Del  Vice-Dios ,  Marcelo. 

Ultraja  en  ella,  impío, 
La  cátedra  de  Pedro, 
La  religión  ultraja, 
Ultraja  á  Cristo  mesmo. 

Después  de  malogrados 
Inútiles  esfuerzos 
De  que  la  fe  renuncie, 

V  dé  al  demonio  inciensos; 
Después  que  del  azote 

Despedazado  el  cuerpo 
Se  presenta  del  santo 
Pontífice  supremo, 

Le  manda,  de  la  Iglesia 
Dispuesto  al  vilipendio, 
Cuidar  de  sus  caballos; 
Asombraos,  oh  cielos. 

¿  Qué  importa  le  disfrace 
Del  traje  el  desaseo. 
Ni  que  así  le  destinen 
A  tan  inmundo  puesto? 

Disipadores  rayos 
Descubre  el  sol  en  medio 
De  las  nubes,  y  el  oro 
Sus  brillos  entre  el  cieno. 

Los  cielos,  que  asombrados 
Le  ven,  al  ministerio 
Atento  de  las  bestias, 
Cuidar  de  sus  arreos, 

Después  que  en  ellos  more, 
Verán  al  impío  dueño 
Morder,  avasallado 
De  Constantino,  el  freno. 


día  17  de  eneeo. 
San  Antonio   Abad. 

Allá  en  la  mustia  orilla 
Del  rio  que,  inflamable. 
Ardiendo  en  aguas  con-e, 
Corriendo  en  llamas  ai'de, 

País  de  horror,  morada 
De  llanto  interminable, 
Región  de  las  tinieblas 
Y  centro  de  los  males. 

Sonó  alta  voz  un  dia, 
Si  dia  puede  hallarse 
Allí  donde  los  tiempos 
En  noche  eterna  yacen. 

Temblaron  del  oscuro 
Reino  los  baluartes; 
Conmoviéronse  todos 
Sus  tristes  habitantes. 

Rindiendo  la  soberbia 
Forzoso  vasallaje, 
Luzbel  oyó  el  decreto, 
Que  juzga  favorable.    . 


HIMNODIA. 

Eu  él  se  le  permite 
Que  al  Cenobiarca  grande. 
Paciente  en  los  trabajos, 
Egipcio  Job  maltrate. 

No  asi  veloz  la  piedra 
Que  negra  nube  esparce. 
Violenta  se  desprende. 
Zumbando  por  los  aires. 

Sin  que  su  impulso  encuentre 
Árbol  que  no  desgaje. 
Ni  vid  que  no  lastime, 
Ni  mies  que  no  quebrante; 

Como  el  común  contrario. 
Que  lanzan  los  volcanes, 
Con  fieros  estampidos 
De  sus  cavernas  sale. 

Revestido  de  tantos 
Espíritus  parciales. 
Cuantos  tras  él  siguieron 
Rebeldes  estandartes. 

Las  venas  penetrando 
De  la  tierra,  al  paraje 
Arriba  donde  Antonio 
Espera  sus  crueldad'  s. 

Atorméntale  á  golpes 
Hasta  rendirle,  y  casi 
De  su  vital  aliento 
Faltaron  las  señales. 

Recobra  los  sentidos 
Horas  después;  triunfante 
Del  enemigo,  insiste 
En  sus  austeros  planes. 

A  Lucifer  coartadas 
Aquellas  facultades. 
Trama,  maquina,  ordena 
Arbitrios  de  entibiarle. 

De  espectros  puebla  el  viento, 
Fantasmas  formidables. 
Visiones  horrorosas. 
Que  á  su  valor  espanten. 

Escúchanse  alaridos, 
Feroces  animales 
Despedazarle  indican 
Con  claros  ademanes. 

«Bien  se  conoce,  Antonio 
Les  dice,  sois  cobardes, 
Pues  venis  tantos  contra 
Un  hombre  miserable. 

»En  vano  el  duro  techo 
Solicitáis  se  aplane 
De  mi  cueva;  en  Dios  fio, 
De  todo  he  de  burlarme.» 

Dijo;  y  la  cruz  formando, 
Les  hace  desamparen 
Los  aires,  y  confusos 
Para  el  averno  parten. 

Al  cielo  alza  la  vista; 
Despréndese  radiante 
Globo  de  luz;  su  aspecto 
Presente  el  Señor  hace. 

«Jesús,  mi  amado  dueño, 
¿Dónde  estabais  durante 
El  tiempo,  le  pregunta. 
De  aquestas  tempestades  ?» 

Sensible  voz  escucha, 
Que  así  le  satisface  : 
«  Contigo,  Antonio,  estaba. 
Mirando  tu  combate. 

)>Y  pues  tan  fiel  has  sido, 
En  mí  hallarás  constante 
La  protección,  y  siempre 
Victorias  he  de  darte.» 

No  ignoraba  el  atleta 
Que  en  las  ganadas  antes, 
Dios  siempre  le  asistía, 
Peleando  por  su  parte. 

Pero  esta  vez  Antonio, 
Cual  satisfecho  amante, 
Por  el  gusto  de  oírlo, 
Pregunta  lo  que  sabe. 


825 
DIA   18  DE  ENERO. 
La  Cátedra  de  san  I'cdro  tn  Jtoina, 

Cuando  á  la  urna  de  Acuario 
Se  apresuraba  Febo, 

Y  sobre  el  horizonte 
Iba  su  luz  subiendo; 

Cuando  estaba  aún  la  tierra 
Rendida  al  crudo  iiiclo, 

Y  numeraba  el  dia 
Décimooctavo  Eiaro, 

Ciiailragésinio  cuarto 
Año  del  Nacimiento 
Del  Señor,  y  segundo 
De  Claudio  en  el  imperio; 

Dcsjiues  que  del  sagrado 
Pontífice  primero 
La  Cátedra  á  Antioquía 
Honró  por  un  septenio. 

Entró  en  Roma  el  Apóstol 
Para  fijarla,  siendo 
La  santidad  su  triunfo, 

Y  su  aparato  el  celo, 
Roma,  de  todo  el  mundo 

Emi:)orio  el  más  soberbio. 
Del  impío  paganismo 
Supersticioso  asiento, 

Ya  de  eternas  verdades 
Es  testimonio  cierto. 
Es  de  la  fe  maestra. 
De  su  unidad  es  centro. 

No  tan  glorioso  ha  sido, 
Que  el  establecimiento 
De  la  romana  gente 
Fuese  de  tanto  peso. 

Que  huya  de  Troya  Eneas; 
Que  sufra  contratiempos; 
Que  arribe  á  Italia,  y  fundo 
En  ella  nuevos  reinos; 

Que  de  una  loba  fiera 
Criados  á  los  pechos. 
Tiemble  el  mundo  las  iras 
De  Rómulo  y  de  Remo; 

Que  gemela  progenio 
De  Marte,  dios  guerrero. 
El  trono  restablezca 
De  Numitor,  su  abuelo; 

Que  los  sabinos  queden 
Por  Rómulo  deshechos. 
Cuando  vengar  intentan 
Forzados  himeneos; 

Que  útil  senado  erija 
Con  justos  reglamentos; 
Que  pueble  el  mar  de  naves, 
De  ejércitos  el  suelo; 

A  los  celestes  ceda 
Todo  blasón  terreno  : 
Débil  el  edificio 
Es,  que  destruye  el  tiempo. 

Pedro  es  la  piedra  firme, 
Que  sirve  de  cimiento 
A  la  Iglesia,  que  rompe 
Las  puertas  del  infierno. 

Sobre  las  vanas  piedras. 
Que  á  simulacros  yertos 
De  ara  sirven,  levanta 
De  la  cruz  el  trofeo. 

A  honor  del  Uno  y  Trino 
Se  queman  los  inciensos, 
Y  el  Cordero  se  inmola 
Que  abrió  los  siete  sellos. 

]{omanos  invencibles, 
Ahora  decid,  os  ruego, 
¿Cuál  jefe  os  ha  colmado 
De  lauros  más  excelsos  ? 

La  leche  de  la  loba 
Triunfos  perecederos 
Os  da;  corona  eterna 
La  sangre  del  Cordero. 


326 


DON  JOSÉ  MAKIA  VxVCA  DE  GÜZMAN 


día    ly    VE    ENEUO. 
San  Canuto,  rey. 


Dinamarqués  monarca, 
Canuto  esclarecido, 
Modelo  de  virtudes 
Y  gloria  de  su  siglo, 

lYincipe  tierno,  apenas 
Del  bélico  hiiKigrifü 
Puide  aíjitar  lotí  fuegos 
ü  reprimir  los  bríos, 

Cuando  su  gran  talento, 
Con  su  valor  unido, 
Le  hace  de  los  daneses 
Ejércitos  caudillo. 

Al  punto  que  Cfigrimia 
Su  brazo  acero  lini])io. 
Suyos  eran  los  campos, 
Las  plazas  y  castillos. 

I'or  él  se  viú  en  aquellas 
Costas  del  Norte  frió 
Purjíarsc  de  i>irata3 
Neinuno  cristalino. 

Kcfrenó  á  Senibia  y  fueron 
Los  Estones  vencidos, 
Perversos  criminales 
De  infames  latrocinios. 

No  el  reino  le  viú  menos 
Leal  vasallo  rendido, 
Siendo  de  Heroldo  hermano, 
Que  fué  de  Suenoo  hijo. 

Quisieron  las  virtudes 
Probarle  en  su  ejercicio, 

Y  primero  obediente 
Verle  que  obedecido. 

Curlandia,  Samogitia 

Y  Estonia  el  p.iganismo 
Olvidan  bajo  el  3"ugo 
De  Canuto  y  de  Cristo. 

Cubierto  de  laureles, 
No  duerme  en  el  benigno 
lít.  gazo  que  á  su  esfuerzo 
La  dulce  paz  previno; 

Pues  en  él  guerra  nueva 
Declara  á  los  delitos. 
Costumbres  relajadas. 
Desórdenes  y  vicios. 

Los  duques  entonados. 
En  quienes  vio,  advertido, 
Que  la  elación  andaba 
A  par  del  fanatismo, 

El  justo  freno  sienten, 

Y  menos  libertinos, 
Observan  de  la  Iglesia 
Los  reglamentos  dignos. 

Agota  sus  tesoros. 
Del  pobre  en  los  alivios, 

Y  son  sus  fundaciones 
De  su  piedad  indicios. 

Embelesado  un  dia 
Al  i)ié  de  un  Crucifijo, 
Prorumpe,  desatando 
De  llanto  tiernos  rios  : 

«¿Qué  es  lo  que  ven  mis  ojíxsí 
¿Dios  pobre,  el  hombre  rico? 
¿Jesús  por  mí  desnudo? 
/  Yo  ante  Jesús  vestido  ? 

))¿  Cómo  en  mi  intento  tardo  ? 
¡Oh  dulce  Jesús  mió! 
Ya  á  tus  llagadas  ])lanta3 
La  regia  pompa  rindo.» 

Dice;  y  de  las  insignias 
Se  despoja,  el  designio 
Mostrando  de  que  aumente 
La  religión  sus  brillos. 

Alza,  oh  tú  de  Judea 
Pretor  contemplativo. 
Aunque  estés  en  el  centro 
Del  Erebo  escondido; 

Alza  la  torva  vista: 
Representada  al  vivo 
Verás  aquí  la  horrenda 


Maldad  de  tu  delirio. 

Y  no  la  causa  leas 
Que  escribes  por  ludibrio; 
Las  púrpuras  y  reyes 
Mira  á  los  pies  divinos. 

Jlas  si  á  Canuto  quieres 
Más  dadivoso  y  lino. 
Espera  del  aleve 
Blacon  al  regicidio. 

El  corazón  le  busca; 
Quizá  hallarás  escrito  : 
El  Iltij  de  los  cristianos, 
Al  Ileij  de  los  judíos. 


DIA  20  DB  ENERO. 
Strn  Sebastian,  míirtir. 

Piéride  sagrada. 
Que  á  heroicos  entusiasmos 
Conduces  las  cadencias 
De  los  sublimes  cantos. 

Acuérdame  los  triunfos 
Del  cai)itan  romano 
Que  bañó  en  luz  divina 
Al  étnico  palacio. 

La  religión  de  Cristo 
La  guardia  h;i  penetrado 
Con  que  su  real  persona 
Defiende  Diocleciano. 

Sebastian ,  más  que  nunca 
Cumpliendo  con  su  cargo. 
No  sólo  está  la  vida 
Del  dueño  custodiando. 

Mas  también  á  discursos, 
No  menos  que  á  milagros, 
Convenciéndole,  intenta 
Ponerle  el  alma  en  salvo. 

Mas  ¡ay!  que  no  le  escuchas, 
Oh  César,  ¡desdichado 
De  tí!  ¡Por  él  felices 
Tus  dóciles  vasallos! 

Ya  Marcia  y  Tranquilino, 
Que  en  el  invierno  cano 
De  su  vejez  detestan 
Errores  temerarios. 

Sus  nueras  y  sus  nietos, 
Nicóstrato,  Cromacio, 
Su  familia,  y  tras  ella 
Setecientos  esclavos. 

De  la  cárcel  alcaide 
Maravillado  Claudio, 
Sesenta  j  cuatro  presos 
En  ella  de  su  cargo, 

Por  Sebastian,  del  cielo 
Son  frutos  sazonados, 
El  agua  que  reciben 
Rojo  licor  tornando. 

Por  él  la  idolatría 
Dejando  su  teatro. 
Con  pasos  presurosos 
Camina  hacia  su  ocaso. 

Segunda  vez  Saturno 
Por  él  es  desterrado, 
Fuego  se  vuelve  Jove, 
Monstruo  Pluton  tartáreo. 

Fué  Sebastian  la  aurora 
De  aquellos  dias  clai'os 
En  que  el  romano  imperio 
Volvió  de  su  letargo, 

Y  en  que  la  Iglesia  santa, 
De  la  piedad  en  brazos. 
Fué  de  las  diez  deshechas 
Tormentas  respirando. 

El  rebaño  escogido 
En  tanto  crece,  al  paso 
Que  más  en  él  se  ceban 
Los  lobos  inhumanos. 

I  Qué  mucho  que  á  las  iras 
Del  imperial  mandato 
Se  expongan  los  alientos 
Del  Defensor  más  bravo  ? 


Y  MANRIQUE. 

¿Y  qué  mucho  supere, 
De  Dios  en  el  amparo, 
De  rígidas  saetas 
Densísimo  nublado  ? 

¿Qué  mucho  diga,  herido 
De  sujieriores  dardos  : 
« ¿  Para  qué  tanta  Hecha , 
O  para  ((ué  arpón  tanto  ?» 

Desnudo  se  presenta 
Cupido  en  aquel  campo, 
Mas  contra  sí  revoca 
La  dirección  del  arco. 

Su  dura  fortaleza 
Desaire  fué  del  árbol, 
Feliz  por  otra  parte. 
Que  logi-a  su  contacto. 

Y  así ,  para  el  acierto 
No  discurráis,  soldados  : 
Siempre  daréis  en  tronco. 
Aunque  apuntéis  al  blanco. 


día  21   DE  ENERO. 

Santa  Inés,  virgen  y  mártir. 

Inés ,  de  la  hermosura 
Más  singular  portento 
Que  Elena,  amor  de  Páris, 
Liicrecia,  imán  de  Sexto, 

Contaba  en  sus  abriles 
Tercero  lustro  tierno. 
Siendo  á  sus  comi^atriotas 
Romanos  embeleso. 

Procopio,  gentil  joven, 
Por  hijo  del  prefecto. 
Juzgó  envidia  de  muchos 
Su  venturoso  empleo. 

De  enamorado  loco 
Arde  en  sus  ojos  bellos, 
Y  de  lograr  su  mano 
No  desperdicia  medio. 

Las  dádivas,  billetes, 
Nuncios,  amigos,  deudos, 
La  aceptación  buscando. 
Encuentran  el  desprecio. 

Rechazadas  las  tropas 
Auxiliares,  resuelto, 
Nueva  lid  al  contrario 
Propone  cuerpo  á  cuerpo. 

Pero  de  sus  mejillas 
La  heroína  tiñendo 
Con  vetas  de  escarlata. 
Copos  de  nieve  tersos, 

«Aparta,  dice,  incauto; 
No  dudes  que  á  mi  pecho 
No  labra  tu  porfía, 
Prendado  de  otro  dueño. 

))Fe  y  palabra  de  esposo 
Me  ha  dado,  de  gran  precio 
Joyas  también,  y  anillo 
Nupcial  puso  en  mi  dedo. 

))De  finas  margaritas 
Enriqueció  mi  cuello; 
Dejó,  por  adornarme, 
De  oro  al  Ofir  sediento. 

))Su  fragrancia ,  á  que  ceden 
Los  bálsamos  sábeos , 
Me  hacen  correr  al  suave 
Clor  de  sus  ungüentos. 

)>Sus  órdenes  escucha 
El  sol,  á  sus  preceptos 
Calla  la  luna,  y  tiemblan 
Su  voz  los  elementos. 

))Ya  el  tálamo  prepara, 
Adórnanle  sus  siervos; 
Sus  esclavas  gozosas 
Me  salen  al  encuentro.» 

Corrido  el  joven  parte, 
Y  al  rival  inquiriendo 
Su  padre,  le  descubren 
Los  laljios  lisonjeros. 

Del  desposorio  santo, 


<jue  llama  devaneo, 
áinft-onio,  juez,  la  arguj-e, 

V  aclmü-ala  suspenso. 
Que  á  Yesta  sacrifique 

Pretende,  y  en  defecto, 
Que  en  lupanar  infame 
Desdore  a  sus  abuelos. 

La  quitan  los  vestidos, 
Clama  la  Santa,  y  luego 
Dios ,  para  que  la  cubra , 
Prolonga  su  cabello. 

A  la  sentina  inmunda 
La  conducen ,  y  el  cielo 
La  viste  blanca  ropa, 
De  su  pureza  premio. 

Procopio  allí  la  busca 
Con  torpe  desenfreno; 
Mas  Lucifer  le  quita 
Los  últimos  alientos. 

Sinfrcnio,  infeliz  padre, 
A  tanto  desconsuelo. 
De  Inés  sólo  en  la  gracia 
Procura  hallar  remedio. 

Ora  Inés,  y  Procopio 
Vuelve  á  la  vida,  haciendo 
Confesión  de  que  Cristo 
Solo  es  Dios  verdadero. 

Irrítansc  al  prodigio 
Ministros  y  agoreros; 
Maga  la  creen,  y  tanto 
Teme  Sinfronio  al  pueblo. 

Que  á  Aspasio,  su  vicai'io, 
Comete  aquel  proceso; 
Quien  de  una  hoguera  intenta 
Que  muera  en  los  incentlios. 

Mas  Dios,  que  el  mortal  golpe 
Reservaba  al  acero. 
En  medio  de  las  llamas 
Deja  á  su  cuerpo  ileso. 

¡  Oh  en  Inés  y  Procopio 
Cuan  diferentes  fuegos! 
No  ofenden  los  de  Aspasio, 

Y  matan  los  de  Yénus, 


día  22   DE   ENERO. 

San  Vicente,  mártir. 

Tiemble  la  débil  pluma, 
Que  en  describir  se  engolfa 
Los  más  dificultosos 
Caminos  de  la  gloria. 

Sendas  de  horror,  y  sendas 
Para  el  valor  más  propias, 
Que  abrigan  por  carácter 
Las  almas  españolas. 

Vicente  valeroso. 
De  la  nación  antorcha, 
Poderoso  en  palabras, 
Como  eficaz  en  obras, 

A  tantos  asombrosos 
Como  el  rigor  apronta, 
O  la  barbarie,  inventos, 
Intrépido  se  aiToja. 

Por  estas  asperezas 
Con  prisa  prodigiosa 
Camina  la  invencible 
Constancia  más  heroica. 

No,  aunque  me  acompaiiára 
La  voz  de  horrenda  trompa, 
Y  agotara  los  claros 
Eaiidales  de  Beocia, 

Bien  explicar  pudiera 
Las  sañas  vengadoras. 
Que  las  siembran  crueles. 
Las  cubren  espantosas. 

La  máquina  estremece 
En  donde  al  cuerpo  postran; 
Van  á  saltar  los  miembros. 
Los  nervios  se  lo  estorban. 

Paréceme  que  escucho 
Fiero  crujir,  que  forman, 


HIMNODL\. 

De  la  catasta  al  juego. 
Los  huesos,  que  disloca. 
I  Con  qué  furor  los  garfios 

Y  uñas  de  hierro  broncas. 
Descoyuntadas  carnes 
Desgarran  y  destrozan! 

Asoman  las  entrañas 
Por  brechas  dolorosas; 
Parece  que  mis  ojos 
Lo  están  mirando,  y  lloran. 

El  ánimo  se  aterra 
Trayendo  á  hx  memoria 
De  ios  ardientes  hierros 
La  cama  abrasadora; 

Parrillas,  cuyos  filos. 
De  aguda  sierra  en  forma, 
Hacen  que  á  todo  el  suelo 
Cubran  lagunas  rojas. 

Planchas,  por  una  parle. 
Tuestan  la  carne  toda, 

Y  la  grasa  el  brasero 
Den-ite  por  la  otra. 

Sal  aplica  á  las  llagas 
La  cólera  rabiosa 
De  verdugos,  que  fieros, 
Violencia  no  perdonan. 

¿Adonde  tus  cenizas 
Están,  Vicente,  ahora? 
¿Vives  ?  i  Cómo  del  cuerpo 
Aun  te  ha  quedado  sombra? 

Daciano,  vil  Daciano, 
Rayo  que  airada  forja. 
Para  probar  de  España 
Las  resistencias,  Roma, 

Después  que  tu  perfidia, 
De  tanto  mal  autora. 
Ha  horrorizado  aquesas 
Esferas  luminosas, 

¿Qué  máximas  concibes? 
¿  Qué  nuevo  plan  adoptas  ? 
/  Quién  te  influyó,  ó  qué  ideas 
Tu  espíritu  trasportan  ? 

De  atormentar  rendido, 
Ordenas  se  disponga 
Blando  lecho,  que  expida 
Suavísimos  aromas. 

En  el  cual  reclinada 
Del  Santo  la  persona. 
No  reste  á  los  sentidos 
Que  apetecer  lisonja. 

¿  Desesperas  ?  ¿  Intentas 
Con  artes  cavilosas 
Pervertirle  ó  cebarte, 
Si  nuevo  vigor  cobra? 

Ya  milagrosamente 
Aquellas  carnes  rotas 
Tornado  Dios  había 
Sanas,  tersas  y  hermosas; 

Y  ve  llevarle  en  triunfo 
Valencia  populosa; 
Mas  (¡oh  prodigio!)  espira 
Luego  que  el  lecho  toca. 

Es  propio  de  los  justos 
(Tirano,  ¿qué  te  asombra?) 
Que  vivan  entre  espinas 

Y  mueran  entre  rosas. 


m 


día  23  DE  ENERO. 
San  Ildefonso,  arzohisjw  de  Toledo. 

Hay  del  Tajo  á  la  margen 
Una  ciudad  antigua. 
Obelisco  que  al  cielo 
Parece  que  se  empina. 

Metrópoli  soberbia. 
De  los  monarcas  silla, 
Que  en  otros  tiempos  fueron 
Terror  de  la  morisma. 

En  cuj-os  nobles  hijos 
Esñierzan  á  porfía , 
Belona  sus  sudores. 


Minerva  sus  vigilias 

De  los  cuales  ¡oh  cuántas 
Yo  alabanzas  diria, 
A  no  estar,  como  en  propios 
Labios,  envilecidas! 

Allí  entre  todos  ellos 
Descuella  y  se  sublima 
El  ínclito  renuevo 
De  Esteban  y  Lucía. 

Bien  España,  aun  el  mundo 
Pregona,  solemniza 
Las  glorias  de  Ildefonso, 
De  Toledo  las  dichas. 

Antorcha  que  temprana, 
Porque  con  luces  vivas 
Ilumine  á  la  Hespeí  ia, 
Supo  encender  Sevilla. 

Espejo  de  prelados. 
En  que  atentos  se  miran. 
Inagotable  ¡lozo 
De  superior  doctrina. 

Para  cuyos  escritos 
Dijera  determinan 
Dar  el  papel  los  ciclos, 
Los  ángeles  la  tinta. 

Mas  callaré,  y  Helvidio 

Y  Joviniano  digan 

Su  elogio,  convencidos 
Del  sabio  antagonista. 

Aquestos,  que  la  intacta, 
Con  plumas  atrevidas. 
Virginidad  perpetua 
Negaron  de  María, 

Guardaban  en  sus  yertaa 
Heréticas  cenizas, 
De  aquel  error  proscripto 
Pavesas  escondidas. 

Y  .arrojando  á  la  España 
Sus  perniciosas  chisjias. 
De  la  infestada  Galia 

Las  góticas  provincias, 
Tres  blasfemos  en  ella 

Que  prendan  solicitan; 

Mas  de  Ildefonso  huj'endo, 

Sin  fruto  se- retiran. 
La  Emperatriz  del  cielo 

Tan  inocente  vida 

Premia,  y  tales  costumbres, 

Y  su  defensa  misma. 
Al  íntegro  prelado 

Así  lo  significa. 

De  ángeles  escoltada, 

De  vírgenes  servida. 

A  la  visión  postrado. 
Recibe  de  rodillas 
Sagrada  vestidura. 
Que  lleve  al  ara  limpia. 

En  ocasión  que  Alcídea 
Sacrificar  quería. 
Le  viste  fatal  ropa 
La  incauta  Deyanira, 

Y  el  infeliz,  lanzando 
Mortales  agonías, 

Sj  abrasa  en  vivo  fuego 

Y  el  sacrificio  olvida. 

,  María  viste  á  Alfonso; 
Este  en  llamas  divinas 
Arde,  y  al  sacrificio 
Procede  más  aprisa. 


día  24  di;,  enero. 
Nuestra  ScTwra  de  la  Pai 

Después  que  don  Alfonso, 
De  aqueste  nombre  el  Sexto, 
Emperador  de  Esj)aña, 
Terror  del  agareno. 

Cargado  de  despojos. 
Restituyó  á  Toledo 
A  la  fe  y  la  obediencia 
De  sus  antiguos  dueños; 


3iS 

Entre  tanto  que  ausente 
De  Lcon  en  el  reino 
Le  tienen  los  afanes, 
Dnra  j>cníiion  del  cetro, 

La  íleina  y  Arzobispo, 
Con  indiscreto  celo. 
No  rolriían  dcí  monai-ca 
Faltar  á  los  conciertos. 

La  jjriiicipal  if;Ksia 
Oía,  en  fuerza  de  ellos, 
Dictados  á  los  moros 
Del  Alot)r;ln  preceptos. 

AsíUtanla  con  armas, 
Purificanla,  y  luego 
Las  aras  y  las  cruces 
Erifien  por  trofeo. 

Católico  primado, 
Deja  sistemas  nucTO?; 
■•ío  temas  que  A  la  misa 
Falten  hipar  y  tiempo. 

La  dominante  torre, 
A  todos  sorprendiendo, 
Lo  Lace  8al>er  con  nueva 
Voz  de  metal  al  i>ueblo. 

Cual  suelo  chispa  dóbil 
En  soca  mies  incendios 
Levantar,  avivada 
Del  Abrciío  violento; 

Los  animes  alarbea 
Asi  se  enanlecicron, 
Vulneradas  las  Icj'es 
Del  juramento  regio. 

De  Sahagun  parte  Alfonso. 
Con  la  noticia  ciego, 

Y  á  su  venganza  siglos 
Parecen  los  momentos. 

Toledo  se  conmueve, 

Y  en  triste  luto  envueltos, 
Sus  proceres  Immildes 

Le  salen  al  encuentro. 

En  tropas  los  vecinos. 
En  procision  el  clero, 
Para  inii)lorar  eleniencia 
Muistran  lloroso  aspecto. 

Su  angustia  el  pueblo  pinta, 
Sacerdotes  gimiendo, 
Vírgenes  sin  aliño, 

Y  él  de  amargura  opresn. 

¿  Qué  más?  UiTaca  misma, 
La  princesa,  embeleso 
En  quien  los  reales  ojos 
Su  padre  tiene  puestos, 

Con  lágrimas  los  suyos , 
De  ceniza  cubriendo 
Su  cabeza  y  vestida 
Del  saco  más  grosero. 

De  Constanza  y  Bernardo 
Pide  el  perdón;  mas  fueron 
Inútiles  clamores. 
Estériles  esfuerzos. 

Entonces  Dios,  que  ampara 
De  modos  tan  diversos. 
Su  corazón  suaviza 
Por  imprevisto  medio. 

Magán,  vecina  aldea. 
Vio  á  los  contraíaos  mesmos 
Iiitereeder,  á  Cristo 
Su  casa  devolviendo. 

Descubre  entr';  las  nubes 
Su  semblante  risueño 
La  dulceí  paz,  y  á  Alfonso 
Entrega  el  caduceo. 

La  jiaz,  aquella  misma 
Que  á  Claudio  en  otros  tiempos 
Debió,  testigo  Koma, 
El  templo  más  soberbio. 

Los  reos  infractores 
De  aquel  error  absueltos. 
Es  t-  do  regocijos 
Kl  toledano  suelo. 

El  templo,  á  que  aspiraban 
Lo8  moros  dcscontent- s , 


DON  JOSÉ  MAIÍÍA  VACA  DE  GUZMAN  Y 

Hace  que  al  Señor  suban 
Pacíficos  inciensos. 

Y  allí  á  la  intacta  Madre, 
De  quien  su  paz  sin  precio 
Nos  dio  y  dejó,  se  ensalza 
Con  anual  recuerdo. 

Templo  á  la  )iaz  ofrece 
Claudio  con  real  esmero, 
Y  Alfonso  por  Jlaria 
Ofrece  paz  al  templo. 


día  25  DE  ENERO. 
Za  conrcríiio?i  de  San  Pablo, 

Saulo  multij)licando 
Contra  los  que  hostigaba 
Discípulos  de  Cristo, 
Mortales  amenazas, 

Pidió  al  gran  sacerdote 
Para  Damasco  cartas. 
En  que  á  la  Sinagoga 
Su  comisión  mostrara, 

Por  la  que  aprisionados 
A  los  fieles,  si  hallaba 
Algunos,  á  la  altiva 
Jerusalen  11  vara. 

Viajando  le  acontece 
Que  del  ciclo  instantánea 
Luz  le  rod  a',  cuando 
Damasco  cerca  estaba. 

Y  cayendo  en  la  tierra. 
Oye  que  así  le  hablan  : 
Saulo,  Sanio,  ¿á  qué  efecto 
Me ]}ersigucs  y  agrarias'.^ 

«¿Quién  eres.  Señor?  dice. — 
Yo  soy  Jesús,  le  explana, 
Contra  quien  tú  suscitas 
Persecuciones  tantas. 

))Es  aquésa  que  alientas, 
Empresa  temeraria; 
Que  al  aguijón  punzante 
En  vano  el  pié  maltrata.» 

Acobardado  tiembla, 
Temeroso  se  pasma; 
«Señor,  ¿qué  es  lo  que  quieres 
Que  yo  ejecute?  exclama. — 

))Levántate,  responde 
El  Señor;  haz  tu  entrada 
En  la  ciudad;  en  ella 
Sabrás  lo  que  es  bien  hagas.» 

Asombrados  los  otros 
Están,  que  le  acompañan; 
No  ven  persona  alguna, 

Y  escuchan  la  voz  clara. 
Saulo  obediente  entonces 

Del  suelo  se  levanta, 

Y  aunque  los  ojos  abre. 
Les  es  la  luz  negada. 

De  la  mano  le  llevan 
A  Damasco,  y  entabla 
No  beber  en  tres  dias 

Y  no  gustar  vianda. 
Entra  á  verle  Ananías, 

Que  prevenido  estaba, 

Y  aquesto,  al  imponerle 
Las  manos,  le  declara  : 

(( Jesús ,  el  Señor  mismo 
Que  cuando  caminabas 
Te  apareció,  me  envia, 
Saulo  hermano,  á  esta  casa. 

»E1  fin  es  que  recibas 
Las  luces  que  te  faltan, 

Y  el  Espíritu  Santo 
Te  llene  de  su  gracia.» 

Al  punto  de  sus  ojos 
Cayeron  como  escamas; 
Cobra  vista,  y  renace 
Del  bautismo  en  las  aguas. 

¡Oh  mil  veces  felice 
Caida!  Tu  eficacia, 
De  un  lobo  carnicero 


MANRIQUE. 

Hace  una  oveja  mansa. 

Ya  nueva  fortaleza 
Es  la  que  en  Saulo  se  halla. 
Aquella  que  acrisolan 
Trabajos  y  desgracias. 

\engan  ahora  infortunios, 
E.\plí(i nenie  su  saña, 
Los  rios  á  creciente?. 
Los  mares  á  borrascas. 

La  desnudez,  sed  y  hambre 
Sienta,  y  en  sus  csiialdas 
Descarguen  cruel  azote 
Los  nervios  y  las  varas. 

La  pobreza  le  oprima. 
Moléstenle  en  su  estancia 
Cárceles,  lluevan  picilras 

Y  truenen  bofetadas. 
En  medio  de  estas  penas 

El  cielo  le  regala, 

Y  hasta  el  tercero  de  ellos 
El  Hacedor  le  exalta. 

Todo  ( s  fruto  de  aqiaclla 
Caida  afortunada; 
Fué  siempre  de  los  astros 
La  humillación  escala. 

Por  eso  Dios,  de  Saulo 
Postrando  la  arrogancia, 
Antes  le  abate  al  suelo 
Que  al  cielo  le  arrebata. 


día  26  de  ElíEEO. 
Sa7i  Püllcarpo, 

Eesuene  por  los  aires 
Esta,  que  á  Pátmos  llega, 
De  Juan  á  los  oidos 
Voz  como  de  trompeta  : 

«Al  ángel  que  de  Esmírna 
La  Iglesia  rige,  muestra 
Mi  mente  por  escrito, 

Y  di  de  esta  manera  : 
«Esto  dice  el  primero 

Y  último,  el  que  en  la  tierra 
Padeció  muerte  y  vive  : 

Tu  angustia  sé  y  pobreza. 
«Eres,  no  obstante,  rico, 

Y  sufres  las  blasfemias 
De  aquellos  que,  sin  serlo, 
Se  llaman  de  Judea. 

»De  Satanás  componejí 
La  sinagoga  adversa; 
Pero  no  te  acobarden 
Trabajos  que  te  esperan. 

»A  muchos  de  vosotros 
Veréis  que  el  diablo  arresta 
Por  tentaros,  durando 
Diez  dias  vuestras  penas. 

»Sé  fiel  hasta  la  muerte, 

Y  de  mi  mano  mesma 
Eecibirás  corona 

De  vida  duradera. 

»Aquel]o,  pues,  escuche 
El  que  sentido  tenga. 
Que  el  Espíritu  Santo 
Propone  á  las  iglesias; 

»Todo  aciuel  quj  esforzado 
Venciere  en  la  pelea, 
De  la  segunda  muerte 
Dichoso  se  preserva.» 

Su  anuncio  Policarpo, 
Ángel  de  Esmirna,  Ikna; 
Gentiles  le  persiguen. 
Judíos  le  molestan. 

Excita  Marco  Aurelio 
Persecución  sangrienta, 
Porque  la  grey  cristiana 
Sus  númenes  detesta. 

Por  orden  del  Procónsul 
Echado'B  á  las  fieras, 
Esmirna  vio  á  los  doce 
Héroee  de  Filadelfi». 


Como  los  fortalece 
De  este  ángel  la  presencia, 
Se  oye  á  la  plebe  infame 
Clamar  por  su  cabeza. 

Ya  en  el  anfiteatro, 
Su  religión  confiesa, 

Y  grita  el  gentil  pueblo 
Que  allí  quemado  muera. 

Viúse  tumultuario 
Juntar  porción  de  leña, 

Y  colocarle  en  medio 
De  abrasadora  hoguera: 

Mas  las  llamas,  no  sólo 
Piadosas  le  respetan, 
Porque  á  Esmirna  á  prodigio"; 
No  Babilonia  venza; 

Sino  que  al  punto  en  forma 
De  bóveda  se  elevan , 
Brillando  resplandores 
De  rayos ,  que  le  cercan. 

Despiden  juntamente 
Fragancia,  cual  si  en  ellas 
Inciensos  se  quemaran 
De  aquella  pura  ofrenda. 

Con  una  espada  entonces 
El  cuerpo  le  atraviesan, 

Y  extingue  aquel  incendio 
La  sangre,  que  le  riega. 

Como  diciendo  á  tiempo 
Que  sale  por  las  brechas  : 
«  Superfina  es  ésta  cuando 
Le  llevó  á  luz  eterna.)) 


día  27   DE  EXEKO. 
San  Juan  Crisóstomo,   oiisjw. 

¿Qué  es  lo  que  ves,  Hesichio, 
Yaron  maravilloso, 
Que  habitas  de  Antioquía 
Los  ásperos  c  ntornos  ? 

■  Qué  visión  portentosa, 
Qué  celestial  coloquio. 
De  tu  oración  ferviente 
Te  ofrecen  los  arrobos? 

A  un  compañero  encuentras 
Divinizado  en  otros, 
Volviendo  al  elocuente 
Crisóstomo  tus  ojos. 

El  jefe  de  los  doce 
Y  el  predilecto  Apóstol 
Le  muestran  apacibles 
Sus  venerables  rostros. 

Dos  misteriosas  llaves 
Pedro  le  da  en  apoj'O 
Del  cargo  que  algún  dia 
Tendrá  sobre  sus  hombros, 

.Juan  le  presenta  un  libro, 
Con  cuyas  líneas  pronto 
De  las  Sagradas  Letras 
Descubra  los  tesoros. 

Crisóstomo  se  postra, 
Humilde,  como  absorto; 
Créese  indigno  de  aquellas 
Promesas,  ruboroso. 

Hizo  en  su  desempeño 
La  predicción  notorio 
Que  el  cielo  no  es  falible, 
Como  en  la  tierra  somos. 

Severo  sin  extremo 
Que  toque  en  rigoroso, 
Indulgente  sin  nota 
De  adulador  al  trono. 

De  las  llaves  defiende 
Los  fueros,  sin  que  el  odio 
De  Eudoxia  le  intimide. 
Ni  le  acobarde  Eutropio. 

De  Boca  de  Oro  el  nombre, 
Leido  el  libro,  más  propio 
Le  fué  que  cuando  Atenas 
IiC  oía  con  asombro. 

Díganlo  las  iglesias 


HIMNODIA. 

De  Asia,  Tracia  y  el  Ponto, 
Pendientes  de  su  labio 
Científico  y  celoso. 

Los  discípulos  de  Arrio, 
Los  del  secuaz  Eunomio, 
Que  asi  santo  convierte 
Como  convence  docto; 

Montañistas,  que  vedan 
Segundos  desposorios, 

Y  á  comunión  al  frágil 
No  admiten,  rigorosos; 

Los  que  en  el  Paracleto, 
Siguiendo  á  Macedonio, 
Sacrilego  practican 
De  la  deicfad  despojo; 

Marcionistas,  que  niegan 
Que  del  humano  polvo 
Han  de  tornar  los  miembros 
A  sus  lugares  propios; 

Paganos,  que  tributan 
Inciensos  al  demonio; 
Todos  se  rinden  á  esto 
Lenguaje  poderoso. 

Con  boca  de  oro  prueba 
Que  hay  una  Iglesia  sólo, 

Y  que  la  piedra  es  Cristo 
Del  edificio  todo. 

Si  el  oro  con  la  piedra 
Se  prueba,  de  otro  modo 
En  Juan  la  piedra  vemos 
Probarse  con  el  oro. 


DIA  28  DE   ENEBO, 

San  Julián,  obispo  de  Cuenca. 

Aquel  hombre  admirable, 
En  quien  parece  dieron 
Los  cielos  á  infelices 
Universal  remedio, 

Amparo  de  viudas, 
De  huérfanos  consuelo, 
Salud  de  los  dolientes 
Y  lumbre  de  los  ciegos; 

Julián,  de  Cuenca  obispo, 
De  caridad  modelo. 
Que  apura  los  raudales 
De  esta  virtud  inmensos, 

Es  el  varón  dichoso. 
Que  en  el  acatamiento 
Fué  del  Señor  hallado 
Su  inmaculado  siervo; 

El  que  jamas  del  oro 
Siguió  los  embelesos. 
Ni  esperó  en  los  nocivos 
Tesoros  y  dineros; 

Y  de  cuyas  limosnas 
Serán  en  todo  tiempo 
Los  justos  congregados 
Gloriosos  pregoneros. 

Felices  españoles, 
¿Qué  á  Dios  retribuiremos 
Por  Julián,  en  quien  cifra 
Los  beneficios  nuestros  ? 

A  la  España  han  servido, 
Por  términos  opuestos, 
Rodrigos  y  Julianes 
De  antidoto  y  veneno. 

Gózate,  antigua  Burgos, 
Más  que  en  tus  privilegios. 
En  que  dichosa  cuna 
Has  sido  de  los  buenos. 

Tu  capitán,  tu  obispo 
Conquistan  tierra  y  cielo, 
Que  hacen  perder  á  España 
Los  de  sus  nombres  mesmos. 

No  importa  que  mi  numen 
Proponga  al  pensamiento 
Del  godo  rey  Rodrigo 
Tri.stísimos  recuerdos. 

Ni  de  un  Julián  traiciones, 
Cuyo  despique  horrendo 


329 


Introdujo  en  la  Iberia 
Las  almas  del  averno. 

Festivo  la  noticia 
Lleva  Arlenzon  al  Duero 
De  una  invencible  espada, 
De  un  báculo  supremo. 

Los  triunfos  que  consiguen 
La  religión  y  el  reino. 
Las  lágrimas  enjugan 
De  aquellos  contratiempos, 

Rodrigo,  Cid  famoso, 
A  Bucar,  que  ha  depuesto 
Del  trono,  j'  á  él  aspira. 
Vence  después  de  muerto. 

Si  en  medio  de  las  tropas 
A  otros  caudillos  vemos, 
Cadáveres  vencidos, 
Cadáver  á  él  venciendo, 

Julián  sale  prelado 
Al  mundo,  y  desde  luego 
Le  ve  admirado  el  mundo 
Cumplir  su  ministerio. 

Pues  al  nacer,  su  mano, 
Señal  de  cruz  haciendo. 
Dio  bendición  á  cuantos 
Presentes  estuvieron. 

Que  si  previstos  de  otros 
Los  méritos  han  hecho 
Oue  ellos  nazcan  benditos, 
El  nace  bendiciendo. 


día  29  DE   ENERO. 

San  Pi-ancisco  de  Sales. 

Mortales  iracundos. 
De  condición  terrible. 
Cuyo  pecho  no  encu  ntra 
Rencor  que  no  vomite; 

Hombres,  cuya  soberbia 
Con  Lucifer  compite. 
Fantasmas  olvidados 
Del  primordial  origen; 

De  Jesús,  oh  altantros, 
Aprended,  si  (S  posible, 
Que  es  manso  y  juntamente 
De  corazón  humilde; 

O  buscad  en  la  tierra 
Al  que  por  El  se  mide, 
A  un  corazón  que  en  dulces 
Piedades  se  derrite. 

Porque  á  Saboya,  al  mundo 
Tanto  bi;  n  anticipe. 
Da  un  septimestre  infante 
Francisca,  de  años  quince. 

Crece,  y  un  amoroso 
Carácter  le  distingue; 
La  humildad  y  blandura 
Siemj)re  á  su  lado  asisten, 

Dispues  que  al  penitente 
La  contrición  imprime. 
Saca  un  lienzo,  que  enjugue 
Los  llantos  que  destile. 

Al  ciego,  de  la  mano, 

Y  al  que  su  mal  impide 
Andar,  en  brazos  lleva 
Al  celestial  convite. 

Después  de  absu'  Ito,  al  pobre, 
Porque  su  pena  alivie. 
Socorre  con  monedas. 
Según  su  clase  exige. 

Entra  en  Tonon  vertiendo 
Verdades  infalibles, 
Donde  al  protestantismo 
Espera  á  rostro  firní''. 

Desprecia  los  insultos, 
Los  oprobrios  permite. 
Las  befas  é  irrisiones 
De  los  herejes  viles. 

Asesinos  le  asaltan , 

Y  á  su  mirar  sensible. 
Se  vuelven  de  improviso 


33U 

Domésticos  los  tipes. 

Dios  decretó,  piadoso, 
Que  los  principios  tristes 
De  su  misión  tuviesen 
Loa  más  alejares  fines. 

Habla,  convence,  mueve; 
Óyenlc,  y  no  resisten; 
Del  país  los  sentimientos 
Católicos  reviven. 

Ger,  Ternier,  O aillard  vuelven 
A  la  I^'lcsia,  felices; 
A  su  ejt  niplo  y  discursos 
Todo  el  Chablais  se  iñnde. 

Beza,  ¿qué  más?  el  impío 
Beza,  aquel  infelicc, 
t'apaz  de  convencerse, 
Mas  no  de  arrei)entirsc, 

Paréntesis  haciendo 
Su  dureza  al  oírle, 
Que  asomen  á  los  ojos 
Sus  lá^^rimas  permite. 

La  gian  sabiduría 
De  Francisco,  decidme, 

tQué  auxiliares  refuerzos 
lleva  para  t  stas  lides .' 

Jlas,  ;para  qué  evidcnciaa 
Pregunto?  Ya  lo  dije  : 
La  humildad  y  blandura 
Siempre  á  su  lado  asisten. 

Iracundos,  soberbios, 
¿Pensáis  que  atribuirse 
Debe  al  temperamento 
De  aquel  varón  insigne? 

No  á  la  naturaleza, 
Dad  á  la  gracia  el  timbre, 
Propicia  á  quien  su  genio 
Colérico  reprime. 

Tal  era  el  de  Francisco; 
Reparad,  al  abrirle. 
Su  hiél  petrificada, 
Que  en  trozos  se  divide. 

Por  el  contrario,  entero 
(T  esperad  qne  aun  palpite). 
Por  más  que  pasen  años. 
Su  corazón  subsiste. 

Así  parece,  cuando 
Genio  y  virtud  compiten, 
Que  estando  vivo  muere, 
Y  estando  muerto  vive. 


DON  JOSÉ  MARÍA  VACA  DE  OUZMAN  Y  MANRIQUE. 


día  30  DE  EXEEO. 

Santa  Martina,  virgen  y  mártir. 

Martina,  ilustre  rama 
De  consular  progenie. 
Admiración  de  Roma 

Y  honor  del  sexo  débil, 
Nacida  para  espanto 

De  las  tartáreas  huestes. 
Que  á  veces  los  resortes 
De  muda  estatua  mueven, 

Se  presenta  animosa 
Ante  gentiles  jueces, 
Su  religión  confiesa, 

Y  no  el  enojo  teme. 

Al  templo  la  conduceii 
De  Apolo,  por  si  ])ueden 
Lograr  C|ue  intimidada 
Al  falso  dios  inciense. 

Apenas  se  descubre 
La  fábrica,  y  ferviente 
Jlartina  al  Señor  ruega 
Que  su  poder  ostente. 

Oyóla  Dios,  y  al  punto 
La  tierra  se  estremece. 
Crujiendo  formidables 
Los  subterráneos  ejes. 

Rechina  el  Capitolio, 
Contúrbanse  los  siete 
Montes,  y  al  aire  azotan 
Los  altos  chapiteles. 


De  la  deidad  el  templo 
Por  partes  se  desprende, 

Y  la  estatua  en  menudos 
Fragmentos  se  convierte. 

Al  demonio,  que  en  ella 
Moraba,  «Tú  me  expeles 
(Se  oyó  decir),  Martina, 
De  esta  mansión  perenne. 

))Mi  engaño,  oh  de  Dios  sicrva, 
Al  alto  ¡loder  cede. 
Que  á  aijueste  imperio  tanta 
Calamidad  previene.» 

Efectos  de  la  magia 
Tales  prodigios  creen; 
Azótanla,  y  su  rostro 
Desgarran  hierros  crueles. 

Los  verdugos  á  tantos 
Portentos  se  convencen , 

Y  en  mártires  los  trueca 
Su  venturosa  suerte. 

Mandan  que  de  Martina 
Las  carnes  alimenten 
A  las  bestias,  y  acabe 
Con  dolorosa  muerte, 

Al  catábalo  luego 
La  arrojan,  y  corteses 
Los  brutos  más  feroces. 
Su  natural  desmienten. 

La  halaga  el  león,  y  encuentran 
Leopardos  y  lebreles 
Sin  facultad  la  garra. 
Sin  ejercicio  el  diente. 

El  Senado,  vei'tiendo 
Coraje,  se  encruelece, 
Sin  que  las  raaravillas 
Le  sorprendan  ó  templen. 

Contra  su  tierna  vida 
Voraz  hoguera  encienden, 

Y  apáganla  las  nubes, 
Que  espesa  lluvia  vierten. 

En  tanto  las  heridas 
De  Martina  enriquecen 
La  tierra  con  copiosa 
Dulce  efusión  de  leche. 

No  la  nocturna  faja 
Su  candidez  pondere, 
Que  forman  de  los  astros 
Unidas  brillanteces; 

Néctar  que  vierte  Juno, 
Por  cuya  senda  emprenden 
Su  camino  al  Ton  ante 
Los  dioses  obedientes, 

Cuando  dispone  el  cielo 
Que  Slartina  franquee 
Raudal ,  que  al  solio  excelso 
Conduzca  invictos  héroes. 

Así  fué;  porque  en  muchos 
Paganos,  que  lo  advierten, 
No  encuentran  resistencia 
Prodigios  tan  patentes. 

De  Cristo  la  romana 
Discípula  valiente 
Confunde  las  quimeras 
Que  el  gentilismo  ofrece. 

Imita  á  su  Maestro 
Con  su  favor;  conteste 
Esta  verdad  Apolo, 
Aunque  al  pagano  pese; 

Pues  cuando  Cristo  nace, 
En  Délfos  enmudece, 

Y  se  destruye  en  Roma 
Cuando  Martina  muere. 


día  31   DE  ENERO. 

San  Pedro  Nolasco,  fundador. 

Canten  otros  los  hechos 
Que  en  sus  años  mayores 
Graduaron  á  Nolasco 
De  admiración  del  orbe; 

Aquel  orar  continuo, 


Y  hallarse  en  los  loores 
Del  templo  largas  horas 
Del  dia  y  de  la  noche; 

Aquel  fervor  y  llanto 
Con  que  en  las  tentaciones. 
Confiado  imploraba 
Del  cielo  los  favores; 

Aquel  constituirse 
Padre,  que  reconocen 
Los  pobres,  que  le  llevan 
Los  Í)ienes  y  atenciones. 

Aquella  dul^x>  idea 
De  soledad ,  que  entonces 
De  Monserrate  mudos 
Desiertos  le  proponen; 

Cuando  el  Señor,  queriendo 
Hacerle  ver,  dispone 
Por  tan  diversos  rumbos 
Eternizar  su  nombre, 

Ciudad  le  representa 
De  puertas  mil,  por  donde 
Percibe  entrar  personas 
De  todas  condiciones. 

Y  aquesta  voz  divina 
Distintamente  oye  : 
En  casa  de  m\  Padre 

Son  m  11  chas  las  mansiones. 
Heroica  trompa  animen, 

Y  al  lado  de  Monforto 
IjC  pinten  levantando 
Católicos  pendones. 

En  donde  de  María 
Viendo  la  imagen ,  corre 
La  fiera  muerte  el  campo 
Del  albigense  indócil. 

Su  caridad  publiquen 
Los  mármoles  y  bronces 
Con  que  redime,  y  queda 
Por  otros  en  prisiones. 

Yo...  Pero  intento  es  vano 
Que  su  puericia  elogie; 
Apenas  mis  encomios 
Serán  admiraciones. 

Si  de  un  varón  no  ha  osado 
Cantar  mi  numen  torpe. 
De  un  niño  me  arrebatan 
Los  singulares  dotes. 

Nace  profetizado 
El  hijo  de  oraciones, 

Y  al  bello  rostro  cercan 
Divinos  resplandores. 

Los  ángeles  del  cielo 
Con  músicas  acordes 
Motivan  en  el  aire 
Sonoras  impresiones. 

Preséntale  Teodora 
En  la  Iglesia;  que  oren 
Por  la  gran  Hostia  quiere 
Decir  el  sacerdote, 

Y  dice  ;  «  Aqueste  niño 
Grande  ante  Dios  se  expone; 
Defensa  de  la  Iglesia, 
Consuelo  de  los  pobres.» 

Dormido  está  en  la  cuna, 
De  Julio  en  los  calores, 

Y  un  enjambre  en  su  mano 
Panal  sabroso  pone; 

Deja  el  materno  pecho, 

Y  llora  si  conoce 

Que  al  pobre  se  despide , 
Que  no  se  le  socorre. 
Va  el  pobre  por  la  calle, 

Y  se  le  llama  á  voces 
Para  acallar  á  Pedro, 
Que  no  en  sus  brazos  llore. 

¡Oh  cuántas  veces,  cuántas, 
Su  tierna  mano  coge, 
Y'al  pobre  da  los  dijes, 
Que  no  quiere  le  adornen. 

Hable  Pedro  Duacense, 

Y  de  este  francés  noble, 
Cuanto  ha  de  dai-  anuncie. 


Fruto  á  los  españoles. 
Y  si  el  león  generoso 
Por  la  uña  se  conoce, 
Las  glorias  de  tal  niño 
Dirán  quién  fué  tal  hombre. 


día  1."  DE   FEBRERO, 
San  Ignacio ,  obisjjo  y  mártir. 

Lejos  de  mi  este  dia 
Elogios  forasteros, 
Cuando  el  amor  del  grande 
Teóforo  celebro. 

Forme  su  elogio  él  mismo, 
Poniendo  manifiv-sto 
Aquel  ardor  divino 
Que  le  consume  dentro. 

Desembarcado  Ignacio 
En  Esmirna,  cumpliendo 
Con  su  martirio  en  Roma, 
Del  César  los  decretos, 

Encuentra  á  varios  fieles, 
Que  á  ella  deben  primero 
Llegar,  y  á  los  romanos 
Escribe  así  con  ellos  : 

«A  todas  las  iglesias 
Digo  que  alegi'e  muero 
Por  Cristo,  si  vosotros 
No  lo  impedís,  cual  temo. 

))No  mis  dichas  estorbe 
Vuestra  piedad,  os  ruego; 
Las  bestias,  que  me  aguardan, 
Despedacen  mi  cuei-po, 

))Es  este  sacrificio 
El  bien  mayor  que  espero; 
La  victima  está  pronta, 

Y  está  el  altar  dispuesto. 
»Dejad  que  pasto  sea 

De  los  leones  fieros; 
Porque  de  Dios  soy  trigo, 

Y  ser  molido  debo. 

))Que  el  vientre  de  las  fieras 
Sea  mi  sepulcro  quiero. 
Sin  que  del  cuerpo  aun  queden 
Levísimos  ñ'agmentos. 

))Que  de  feroces  bestias 
Es  mi  acompañamiento. 
Desde  Siria  hasta  Roma, 
Decir  con  verdad  puedo; 

«Porque  entre  diez  leopardos 
Camino  atado  y  preso. 
Que  peor  me  tratan ,  mientras 
Mejor  se  hace  con  ellos. 

))Pero  feliz  me  llamo, 
Que  por  Jesús  padezco; 
Quiera  El  que  halle  á  mi  arribo 
Prontas  las  fieras  luego. 

))Que  acaso  no  me  embistan 
Es  lo  que  más  recelo. 
Cual  del  Señor  con  otros 
Discípnilos  han  hecho. 

))Yo  irritaré  á  los  brutos 
Si  remisos  los  veo; 
Sé  muy  bien,  perdonadme, 
Que  me  conviene  aquesto. 

))Sí;  intrépido  lo  digo; 
Amo  á  Jesús;  no  anhelo 
Por  los  caducos  bienes. 
Que  tengo  por  estiércol, 

))Ni  males  me  amedrentan; 
Las  fieras,  cruz  y  fuego. 
Mis  huesos  separados. 
Divididos  mis  miembros, 

))Mi  cuerpo  aniquilado, 
La  furia  del  infierno, 
Nada  con  Jesucristo 
Podrá  causarme  miedo. 

))Xada  á  mi  amor  desmaya, 
Disminuye  mi  aliento. 
Entibia  mi  fe  p>ura. 
Ni  daña  á  mis  esfuerzos. 


HIMNODL\. 

«Los  reinos  de  la  tieiTa 
Me  causan  descontento; 
Si  muero  yo  por  Cristo, 
Ser  rey  del  mundo  es  menos. 

)>¡Qué  mal  quien  sirve  al  mundo 
Servir  afecta  al  ciclo! 
Yo  para  dar  á  Cristo 
Mi  vida  estoj'  viviendo.» 

Del  dcííero  invicto. 
Pontífice  antioqucno. 
Caminando  á  la  muerte, 
Tales  las  letras  fueron. 

Altamente  se  entiende 
Que  son  estos  afectos 
De  quien  á  Jesús  lleva 
En  su  interior  impreso. 

De  Juan  Evangelista 
Discípulo  perfecto, 
Más  en  aquestos  actos 
Acreditaba  serlo. 

Divino  amor,  que  inflamas 
A  Juan  é  Ignacio,  advierto 
Que  entre  los  dos  propones 
Hermoso  paralelo. 

De  Jesús  se  reclina 
Sobre  el  pecho  el  maestro, 
Y  el  discípulo  lleva 
A  Jesús  en  el  pecho. 


3S1 


día  2  DE   FEBRERO. 

La  Pin'ijicacion  de  Nuestra  Señora. 

Nace  Jesús,  y  el  seno 
Castísimo  penetra. 
Como  el  sol  por  el  claro 
Cristal,  sin  que  le  ofenda. 

Concíbese  sin  padre 
El  Hijo  en  su  pureza, 

Y  virgen  en  el  parto 

La  Madre,  limpia  queda. 
De  la  una  ley  por  esto 
El  Hijo  se  preserva, 

Y  de  la  otra  la  Madr-e 
También  estaba  exenta. 

Pero  el  objeto  que  hubo 
En  que  la  Madi-e  mesma 
Desposada,  y  el  Hijo 
Circuncidado  fuera. 

Ese  es  el  que  hoy  al  templo 
Al  Hijo  y  Madre  lleva; 
La  i;ua  se  purifica, 

Y  el  otro  se  presenta. 
De  sumisión  ejemplo, 

Camina  adonde  encuentra 
María  complicados 
Los  júbilos  y  penas. 

Simeón,  un  anciano 
Que  de  Israel  espera 
El  consuelo,  habitaba 
La  corte  de  Judea. 

Del  Espíritu  Santo 
Tenía  la  respuesta 
De  que  no  moriría 
Sin  que  al  Mesías  viera. 

Recíbele  inspirado. 
En  sus  brazos  le  eleva, 

Y  prorumpe,  endiosada 
Su  voz ,  de  esta  manera  : 

«Ahora,  Señor,  la  vida 
Terminará  contenta, 

Y  en  paz  de  tu  fiel  siervo, 
Conforme  á  tu  promesa; 

))Porque  mis  ojos  vieron 
Al  Salvador,  que  anhelan, 

Y  haces  patente  á  todos 
Los  pueblos  de  la  tierra. 

«Luz,  que  disi]ja  tantas 
Gentílicas  tinieblas, 

Y  gloria  de  tu  plebe 
De  Israel  sempiterna.» 

Cantó  el  provecto  cisne, 


Que  ya  los  0]os  cierra; 

Mas  antes  en  María 

Los  pone  con  vehemencia; 

Y  previendo  la  espada, 
Que  el  pecho  la  atraviesa, 
De  su  dolor  futuro 
Predice  la  tormenta. 

Advierte,  varón  santo, 
Que  tú  la  paz  te  llevas, 

Y  deja.s  de  Jlaría 

Al  curazon  en  guerra. 

Goza  el  descanso  mudo, 
Mientras  el  dia  llega 
Que  de  la  tierra  el  Niño 
Los  calabozos  hienda, 

Cuando,  habiendo  cumplido 
La  ley  y  los  profetas, 
Al  que  venció  en  un  leño, 
En  otro  leño  venza. 

Poniuc  después,  siguiendo 
Triunfantes  sus  banderas. 
Le  aconqiañcs  cuando  abra 
Las  celestiales  puertas; 

Y  de  tus  plantas  siendo 
Tapete  las  estrellas. 

De  que  á  otros  aventajas, 
Allá  la  gloria  tengas. 

A  Dios  los  demás  justos 
No  ven  sin  que  antes  mueran, 

Y  tú  no  ves  la  muerte 
Sin  que  antes  á  Dios  veas. 


DIA  3  DE  FEBRERO. 
San  Bhis,  obisjfo  y  mártir. 

En  la  cumbre  de  Argco, 
Aquel  soberbio  monte 
Que,  atalaya  de  Armenia, 
Miedo  á  la  esfera  impone, 

H.iy  en  la  selva  oscura 
Una  caverna,  adonde 
Blas,  de  Sebasto  obispo, 
Inspirado  se  acoge. 

Allí  se  le  sujetan 
Las  bestias  más  feroces, 
Parto  de  las  montañas 
O  aborto  de  los  bosques. 

El  lobo,  que  antes  era 
Susto  de  los  pastores. 
Terror  de  las  ovejas 

Y  espanto  de  la  noche. 
No  ya  voraz,  templado 

A  sus  plantas  se  pone, 

Bésalas,  y  recibe 

Sus  santas  bendiciones ; 

El  pardo,  que  su  cuerpo 
Salpica  de  colores. 
Por  ver  á  Blas  emprende 
Carreras  más  veloces; 

Aunque  al  león  valiente 
Los  brutos  rey  coronen. 
De  aqueste  Adán  segundo 
Vasallo  se  conoce; 

De  la  penosa  fiebre 
Le  busca  en  los  ardores, 
Para  que  de  su  mrno 
La  sanidal  recob'-e; 

El  jabalí,  que  abriendo 
Va  el  paso  cuando  corre 
Por  ásperas  malezas. 
Que  su  colmillo  rompe; 

La  hiena,  de  brillantes 
Ojos  y  cuello  inmóvil. 
Que  humana  voz  fingiendo. 
Maquina  sus  traiciones; 

Todos  á  Blas  visitan, 

Y  como  orar  le  noten, 
Le  esperan ,  y  entre  tanto 
Su  oposición  dejjonen. 

Con  los  armados  toros 
Concurren  los  leones, 


332 

Y  están  los  elefantes 
Con  los  rinocerontes. 

Cumpliendo  de  Licinio 
Sangrientas  comisiones, 
Intenta  Apricolao 
Borrar  de  Cristo  el  nombre. 

Enfuricido  manda 
Que  á  las  fieras  arrojen 
Los  fieles  que  en  Sobaste 
Gemian  en  jirisionrs. 

No,  en  busca  de  ellas,  dejan 
Los  diestros  cazadores 
Selva  que  no  penetren 
Ni  cueva  ([ue  j^erdonen. 

A  la  de  Blas  se  acercan, 

Y  en  ella  reconocen 

De  las  que  hay  á  su  entrada 
La  multitud  enorme. 

Mientras  de  ellas  coreado 
El  Santo,  á  Dios  expone 
Sus  ruegos,  cantinelas 
Le  guaidan  veladores. 

Al  juez,  maravillados, 
Lo  notician,  y  entonces 
A  Blas  á  su  presencia 
Conducen,  de  su  orden. 

En  vano  son  los  garfios, 
Los  palos,  los  azotes; 
De  él  oblación  no  esperen 
Los  fabulosos  dioses. 

Ni  es  fácil  que  prodigios 
A  Agrícola  reporten, 
Por  más  que  á  Blas  las  aguas 
Sostengan  y  no  aboguen. 

El  que  amansó  A  las  fieras 
Su  natural  ind(')cil, 
No  puede,  aunque  los  cielos 
Le  explican  sus  favores, 

Domar  los  irritados 
Humanos  corazones. 
Porque  no  hay  una  fiera 
Tan  fiera  como  el  hombre. 


DON  JOSÉ  MARÍA  VACA  DE  GUZMAN  T  MANRIQUE. 


día  4  DE  FEBRERO. 
San  Andrcs  Corslnn,  ohtsjjo. 

¿Qué  llanto,  Andrés,  es  ése 
Que  viertes  compasivo  ? 
;  Qué  aljófares  rebosa 
Tu  jiecho  enternecido? 
•  i  Ahora  que  á  los  ruegos 
Atiendes  de  un  amigo. 
Cuando  á  su  hijo  en  las  aguas 
Reengendras  del  bautismo, 

Lloroso  así  te  ostentas, 
Te  afliges  pensativo, 
Al  cielo  alzas  las  manos, 
Al  aire  das  suspiros? 

Del  Todopoderoso 
Revelación  ha  sido; 
Habla,  y  el  que  mereces 
Conozcan  don  divino. 

Fué  así;  pues  adorando 
Su  voluntad,  rendido, 
Vioh'nta  las  palaV>ras 
A  iiifausti'S  vaticinios. 

¿Que  preguntáis?  ^Qué  03  turba 
Mi  llanto  intrnipestivo? 
<(  Lloro  el  fin  desastrado 
De  aqu'ste  infante,  dijo; 

))De  aqueste  qu-,  iní'elice, 
Para  ser,  ha  nacido. 
Baldón  de  su  familia 
Y  ruina  de  sí  mismo, 

»Cum])lióse,  padeciendo, 
De  su  patria  enemigo, 
A  manos  de  \\n  verdugo 
El  último  suplicio.» 

Con  el  suceso  crece 
La  fama  de  Corsino; 
Toda  Toscana  hueca 


Su  dulce  patrocinio. 

Nómbrale  el  pueblo  todo 
De  Fiésoli  su  obispo; 
La  dignidad  le  asusta; 
Tiembla  de  sólo  oirlo; 

Y  parte  de  Florencia, 
Corriendo  fugitivo, 
Cual  acusado  reo 
En  busca  del  asilo. 

Recorren  la  comarca. 
Solicitando,  activos, 
Desentrañar  los  montes, 
Examinar  los  riscos. 

En  su  busca  malogran 
Ardides  exquisitos; 
iQwtí  mucho,  si  el  hallazgo 
Dios  reservó  á  un  ])rodigio? 

Conocen,  finalmente, 
Frustrados  sus  arbitrios, 

Y  á  la  elección  se  aprestan 
De  sustituto  digno; 

Cuando  un  trienal  infante, 
Con  ecos  bien  distintos, 
Prorumpe  en  milagrosos 
Impulsos  repentinos  : 

((Andrés  es  el  prelado 
Que  Dios  nos  ha  elegido; 
Que  oculto  en  la  Cartuja 
Orando  está,  os  aviso.i» 

A  Andrés  aclaman  todos, 

Y  cede  Andrés  sumiso. 
Haciendo  desde  entonces 
Cadenas  los  cilicios. 

í^ué  singular  aqueste 
De  Corsinis  hechizo. 
Timbre  de  carmelitas 

Y  honor  de  florentinos. 

De  un  niño  Andrés  anuncia 
El  infeliz  destino, 

Y  el  destino  felice 

De  Andi-es  anuncia  un  niño. 


día  5  DE  FEBRERO, 

Santa  Águeda,  virgen  y  márth 

En  vano,  grúega  Elena, 
Cuya  belleza  rara 
Hechiza  á  Menelao, 

Y  á  Páris  arrebata; 

En  vano  aumentas  plumas 

Y  lenguas  á  la  fama; 
Ceda  tu  nombre  á  otra 
Beldad  extraordinaria. 

Tú ,  perdición  de  Grecia, 
De  Príamo  y  su  casa. 
Del  príncipe  troyano 
El  corazón  inflamas. 

Por  esa  tu  hermosura, 
De  tantos  héroes  parca. 
Incendios  son  de  Troya 
Los  agravios  de  Esparta. 

Águeda  esclareci(ia, 
La  virgen  siciliana. 
Cuyo  mérito  tantos 
Corazones  arrastra, 

Al  de  Quinciano  apenas 
Agita,  cuando  apaga, 
Al  aire  de  sii  aliento, 
La  abrasadora  llama. 

Impuros  lenocinios 
De  mi  memoria  ajiarta. 
Oh  musa,  en  cjue  Afrodisia 
Produc^'  sus  infamias. 

Ministra  vil  de  aquella 
Pasión  que  dominaba 
Al  juez,  fueron  sus  torpes 
Provocaciones  vanas. 

Y  la  que  vio  el  tirano 
Andar  sobre  las  ascuas. 
Libra  de  los  horrendos 
Volcanes  á  su  patria. 


En  este  breve  rasgo 
Se  ven  delineadas 
Las  glorias  de  la  excelsa 
Heroína  de  Ti'inacria. 

Ilustre  Sobro  hermosa, 
Sobre  honesta  hacendada, 
Para  conquistar  hombres 
Bastante  la  sobraba. 

Gobernador  pagano. 
Rendido  A  una  cristiana, 
Quinciano  sobi-e  todos 
Sus  dioses  la  idolatra. 

Su  amor  y  sus  deidades 
A  un  tiempo  se  d(.sairan, 

Y  aquél  al  odio  cede 
El  puesto  que  ocupaba. 

Rompe  su  furia  el  freno; 
Despojo  de  su  rabia 
Fueron  las  virginales 
Carnes,  que  el  impío  rasga. 

Ni  perdona,  inhumano. 
Barbarie  desusada; 
Córtala  el  pecho,  que  antea 
Cruelmente  la  atenaza. 

Mas  sin  ílaquear  un  punto 
De  Águeda  la  constancia, 
Reprendiendo  á  Quinciano, 
Lj  dice  :  (( ¿  No  te  esjíanta 

))A  una  mujer,  tirano, 
Cortar  la  delicada 
Parte  con  que  tu  madre 
Te  alimentó  en  tu  infancia?» 

Así,  amazona,  triunfas. 
Cuando  el  pecho  te  falta, 
Que  Pedro  te  devuelve, 
Del  celestial  alcázar. 

Quinciano  más  se  irrita, 

Y  rigoroso  manda 

Que  encendidos  carbonea 
Sean  piso  de  su  planta. 
La  ejecución  empieza, 

Y  luego,  de  asustada, 
Conmueve,  ó  de  furiosa, 
La  tierra  sus  entrañas. 

Se  hunden  los  edificios, 

Y  á  dos  crueles  matan, 
Perversos  consejeros 
De  iniquidades  tantas. 

Quinciano  huye  del  pueblo, 
Que  amotinado  clama; 
Va  á  pasar  el  Simeta, 
Llevado  de  la  barca: 

Y  en  ella  dos  caballos 
Con  este  monstruo  acaban  : 
Uno  le  muerde ,  y  otro 
Al  rio  le  dispara. 

De  Águeda  muerta  sienta 
La  protección  Catania; 
Manda  al  Etna,  y  fogosos 
Torrentes  le  rechaza. 

Así  al  bueno  y  al  malo 
Los  elementos  tratan  : 
Respeta  á  Águeda  el  fuego, 
Mata  á  Quinciano  el  agua. 


día  6  DE   FEBRERO, 
Santa  Dorotea ,  virgen  y  mártir. 

Dotada  de  virtudes 
Y  de  excelentes  prendas, 
Dorotea  al  teatro 
Del  mundo  se  presenta. 

Lo  era  del  cristianismo 
La  antigua  Cesárea, 
De  toda  Capadocia 
Metrópoli  soberbia. 

Al  tribunal  de  Apricio 
La  conducen ,  y  estrochan 
A  que  á  los  falsos  diosea 
Las  víctimas  ofrezca. 

«Así,  el  juez  la  repite. 


Los  Césares  lo  ordenan, 
Que  los  honores  parten 
l3e  la  imperial  diadema. 

Dijo;  y  del  tierno  lab'io, 
Sin  (letencion,  en  esta 
Católica  pi-egunta 
Escucha  la  respuesta  : 

« ¿  A  cucál  de  dos  monarcas 
Querrás  que  se  obedezca, 
Cuando  se  contradicen 
Con  ói-denes  opuestas? 

))¿  Deberé  al  de  los  cielos 
Servir,  ó  al  de  la  tierra? 
¡  Será  Dios ,  será  el  hombre , 
Quien  me  hallará  dispuesta  ?- 

))Iíazonamientos  necios, 
Locas  palabras  deja 
(Replica  Apricio);  al  acto 
O  á  morir  te  apareja.» 

A  vista  de  tan  santa, 
Tan  noble  resistencia. 
La  pone  del  ecúleo 
En  la  tortura  horrenda. 

Allí  fortalecida, 
«  i  Qué  te  detienes !  Ea 
(Prorumpe),  agite  luego 
La  máquina  sus  ruedas. 

)) Preciosos  los  momentos 
Son;  tu  cólera  ceba 
En  mí;  venga  la  muerte, 

Y  j'c  á  mi  Esposo  vea. 
))¡Cómo  á  su  amada  esposa 

Presenta  á  manos  llenas 
Flores  del  paraíso 

Y  frutas  siempre  frescas! 
)>Allí,  á  cuj'as  delicias 

Cedieron  las  hibleas. 
Nunca  se  ven  marchitas 
Las  rosas  y  azucenas. 
«Manzanas  olorosas 
Sus  calles  hermosean, 

Y  putblan  de  fragrancia 
Las  auras  placenteras. 

))Con  su  murmurio  blando 
Al  ánimo  recrean 
Las  fuentes  de  aguas  vivas. 
Que  allí  jamas  se  secan.» 

Nuevo  rigor  malogra 
Apricio  en  cuanto  inventa. 
Hasta  que  al  paraíso, 
Veloz,  la  Santa  vuela. 

Teófilo  letrado. 
Cuando  á  morir  la  llevan, 
Las  flores  y  las  frutas 
La  osa  pedir  por  befa. 

Dorotea  lo  ofrece; 

Y  la  alta  Providencia 
A  aquel  perdido  llama 
Por  tan  extraña  senda, 

A  la  sazón  contaba 
Febrero  la  luz  sexta. 
Cuando  á  Pomona  y  Flora 
La  nieve  hacia  guerra; 

Y  en  figura  de  hermoso 
Niño,  un  ángel  le  entrega 
Tres  pomas  y  tres  rosas 
En  primorosa  cesta. 

La  Santa  así  le  envía, 
Cumpliendo  su  promesa, 
En  invierno  los  dones 
De  otoño  y  primavera. 

Teófilo  se  abisma. 
Su  ceguedad  detesta, 

Y  luego  del  martirio 
La  palma  se  granjea. 

¡Oh,  cómo  el  sexo  débil. 
Cuando  su  empeño  esfuerza, 
De  entrambos  paraísos 
Manzanas  contrapesa ! 

Con  una,  que  el  terrestre 
Produjo,  de  él  destierra 
A  Adán  esclavizado 


HIMNODIA. 

La  incauta  madre  Eva. 

Con  tres,  que  de  el  celeste 
Han  descendido,  á  él  lleva 
A  Teófilo  triunfante 
La  virgen  Dorotea. 


día  7  DE  FEBRERO. 

San  üvmnaldo ,  alad. 

Di,  oh  tú,  Jacob  segundo, 
Romualdo,  que  en  los  valles 
Del  Apenino  sueñas 
Extrañas  novedades, 

Enséñanos  el  modo, 
Si  ruegos  son  bastantes, 
De  subir  por  aquella 
Escala  que  notaste. 

Mas  no  lo  digas;  deja 
Que  yo  de  tu  admirable 
Vida,  para  saberlo, 
Los  trámites  repase. 

La  pubertad  apenas 
Poblaba  tu  semblante. 
Ya  en  la  virtud  la  i)alma 
Llevabas  á  los  grandes. 

La  paciencia  invencible. 
La  que  los  santos  hace, 
Formaba  entre  las  otras 
Tu  principal  carácter. 
Del  elirector  Jlarino 
Hablen  severidades; 
Testigos  su-án  de  esta 
Verdad  irrefragables. 

Dígalo  el  monasterio 
Que  gobernaste  en  Bagni, 
Y  con  igi;al  motivo 
Publique  lo  el  de  Clase. 

La  perfecta  observancia, 
Que  celoso  entablaste, 
A  monjes  imperfectos 
Se  hacia  intolerable. 

Y  como  de  tu  ejemplo 
No  fué  á  sus  genios  fácil 
Sufrir  las  reprensiones 
Mudas,  pero  eficaces; 
De  la  primera  casa 
No  dudan  arrojarte; 
De  la  segunda  hicieron 
Que  el  cargo  renunciases. 

Cristiano  aquí  paciente, 
Aquí  varón  constante. 
Toleras  firme  roca 
Procelosos  embates. 

Ni  el  infierno  tampoco 
Sus  testimonios  calle, 
Aunque  juntos  con  ellos 
Publique  sus  desaires. 

¡Oh  cuántas  veces  hizo 
Satanás  indomable 
A  tu  extenuado  cuerpo 
Blanco  de  sus  crueldadesl 

¡  De  ideas  horrorosas , 
De  monstruos  infernales. 
Oh  cómo  el  pensamiento, 
Oh  cómo  impregna  el  aire! 

Conjúrense  enemigos; 
Tu  paciencia  triunfante 
Con  las  demás  virtudes 
De  tantas  luchas  sale. 

Ya  de  ellas,  Romualdo, 
Es  tiempo  que  descanses; 
Duerme,  que  de  una  fuente 
Te  brindan  los  raudales. 
Vision  divina  el  sueño. 
Como  jamas  suave. 
Te  oft-cce,  apenas  ]iisas 
Sus  lóbregos  umbrales. 

Escala  misteriosa, 
Que  tu  atención  atrae, 
Toca  de  tierra  y  cielo 
Loe  términos  distante». 


Tus  monjes,  transmutado 
En  blanco  el  negro  traje, 
Por  ella  el  cielo  asaltan , 
Católicos  gigantes. 

Así  de  ir  á  los  astros 
Tú, fundador  y  padre 
De  los  camaldulenses, 
Díir  las  lección  s  sabes. 

Transfigurado  Cristo, 
Como  el  sol  es  brillante 
Su  rostro ,  y  sus  vestidos 
Son  á  la  nieve  iguales. 

Con  él  Moisés  y  Elias, 
En  tan  glorioso  lancj. 
Hablan  de  los  trabajos 
'Que  ha  de  sufrir  constante. 

Trabajos  y  paciencia 
(/(inducen  á  sus  larrs, 
Dundo  las  almas  visten 
Candor  s  inmortal  s. 

El  Tabor  y  Ajx  n  no 
Con  luces  cekstiales, 
lal  confirman  en  signos 
De  candidos  ropajes. 


día   8  DE   FEBRERO. 
San  Juan  de  Mata  ,  fundador. 

I  No  te  bastó,  Cartago, 
Que  del  tiempo  á  la  saña. 
Destruida  el  nombre  solo 
De  tu  ambición  quedara  ? 

De  Roma  aun  permanecca 
Rival  en  la  africana 
Túnez,  que  de  tu  polvo 
Soberbia  se  levanta. 

Apasionada  Roma, 
Los  ojos  pone  en  Mata ; 
((Túmz  por  Mata»,  á  efecto 
De  competii'la,  clama. 

Mata,  á  quien  un  prodigio, 
ColuniTia  de  luz  clara, 
Al  recibir  el  órd  n 
Sacerdotal,  proclama. 

En  Roma  admira  cuando 
Intenta  projiagarla, 

Y  su  obediencia  al  sumo 
Pontífice  consagra. 

Emula  entonces  Túnez, 
Hacerle  suyo  trata, 

Y  el  corazón  le  hiere 

La  voz  con  que  le  llama. 

De  París  cobra  Roma 
La  empresa  trinitaria, 
Que  ve  Juan,  y  rciñte 
Su  aparición  al  Papa. 

Logi-a  la  fe  en  sus  hijos 
Huestes  formar  romanas. 
Cuyo  pecho  la  insignia 
Roja  y  azul  esmalta. 

Túnez  le  espera  ansioso, 
Con  tfjda  su  comarca. 
Mas  Roma  le  detiene 
Su  legado  en  Dalmacia. 

Allí  la  disciplina 
De  la  Iglesia  restaura, 

Y  reforma  celoso 
Costumbres.relajadas. 

Rico  de  mies  fecunda 
Vuelve;  mas  no  retarda 
Por  más  tiempo  Inocencio 
El  logro  de  sus  ansias. 

Las  cárceles  de  Túnez 
Las  del  Limbo  retratan; 
Cautivos  impacientes 
Al  Redentor  aguardan. 

Se  esparce  en  las  mazmorras 
Que  Juan  los  mares  yjasa, 

Y  en  prisión  triste  suenan 
Alegres  alabanzas. 

Al  jefe  de  las  tropas, 


S3I 

Que  el  instituto  abrazan 
De  librarlos,  ofrecen 
Agrailcciflas  almas. 

De  África  las  arenas 
Pisa  de  Juan  la  planta, 

Y  no  con  sus  húrrured 
La  Libia  le  acobarda. 

Rodéale  de  infieles 
La  bárbara  canalla, 

Y  entre  ellos,  del  martirio 
Suspira  por  la  palma. 

Kedime  á.  los  cristianos, 

Y  libra  de  las  garras 
Del  león  á  los  que,  flacos 
O  tibios,  vacilaban. 

Lleno  una  vez  de  heridas 
Le  encuentran,  é  inundada 
El  alma  en  gozo,  á  tien>iio 
Que  el  cuerpo  se  desangra, 

Jesús  le  fortifica; 

Y  tanta  tolerancia, 
Parece  cjue  del  mismo 
Los  afectos  a;rastra. 

Así  Mata  cautiva, 
Su  sangre  derramada, 
A  Jesús,  qne  vertiendo 
La  suya,  le  rescata. 


día  9  DE  FEBRERO. 

Santa  Ajwlonia  ,  virgen  y  mártir 


Hijas  esclarecidas 
De  Jove  y  la  memoria. 
Que  habitáis  de  olorosos 
Laureles  á  la  sombra; 

Divinizadas  musas, 
No  fuisteis,  no,  vosotras 
Las  que  al  poeta  infame 
Sirvieron  de  lisonja  ; 

A  aquel  que ,  conmoviendo 
A  Alejandría  toda, 
Contra  la  fe  las  turbas 
Gentílicas  provoca. 

Ministros  del  averno. 
En  su  blasfema  boca, 
Para  que  de  ella  cunda, 
Vertieron  la  ponzoña. 

La  poesía  divina, 
Que  así  afrentada  llora, 
Con  ncgi'o  velo  el  rostro 
Se  cubre  ruborosa. 

Vosotras ,  para  haceros 
A  la  insolencia  sordas. 
La  lira  usáis  las  unas. 
La  cítara  las  otras; 

En  tanto  el  impío  mago 
Irrita  más  que  emboba. 
Preciado  de  adivino, 
La  plebe  sediciosa. 

Gran  desdicha  en  un  tono 
Enfático  pregona. 
Si  en  la  ciudad  el  nombre 
De  Cristo  no  se  borra. 

Centellas  sus  palabras 
Fueron  abrasadoras. 
Que  en  seca  yesca  pi-enden , 
Volcan  ardiente  furman; 

Recelándose  aquella 
Gente  supersticiosa 
Gravemente  ofendidos 
Los  númenes  que  adora, 

Y  que  nunca  pudiera 
Rendirles  mayor  honra     • 
Que  darles  en  los  fieles 
Víctimas  dolorosas; 

Cual  rio  en  avenida, 
Cuyas  hinchadas  olas 
No  hay  camjto  que  no  aiTasen 
Ni  muro  que  no  rompan. 

Furiosos  se  desatan. 
De  Dios  la  grey  acosan; 


DON  JOSÉ  MARÍA  VACA  DE  GÜZMAN  T 
Crueldad  ni  horror  dispensan, 
Se.^0  ni  edad  ix;rdonan. 

Y  así  como  autoriza 
El  general  las  tropas, 
A  quien  más  embravece 
Le  senectud  que  agobia; 

En  años  avanzados 
Descuella  valerosa 
Apf)lonia  entre  todos. 
Alejandrina  Porcia. 

Insúltala  el  vil  pueblo, 
Siendii  su  empresa  loca 
Que  blasfemando  á  Cristo, 
Sus  dioses  reconozca. 

Mas  luego  que  la  advierten 
Incontrastable  roca. 
Sus  C(')leras  atroces 
En  ella  desahogan. 

Al  golpe  de  una  piedra 
Los  dientes  la  destrozan, 

Y  con  la  misma  luego 
Todo  el  semblante  abollan. 

Consumidora  hoguera 
A  su  presencia  aprontan, 
Para  que  delibei'e, 

Y  ó  muerte  ó  vida  escoja. 
Traspórtase;  á  los  cielos 

Alza  los  ojos,  ora, 

La  inspira  Dios,  y  á  ella 

Intrépida  se  arroja. 

Empédoclcs  al  Etna 
Se  lanza,  por  si  logra 
Que  añada  el  paganismo 
A  sus  deidades  otra. 

Precipítase  al  fuego 
La  virgen  Apolonia , 
Por  confesar  no  existe 
Más  que  una  Deidad  sola. 


día   10  DE    FEBRERO. 
Santa  Escolástica,  vinjeii. 

Dichosas  soledades. 
Que  con  muda  elocuencia 
Sois  atractivo  dulce 
De  tantas  almas  bellas, 

De  las  que,  superiores 
A  hechizos  de  la  tierra, 
A  contemplar  las  glorias 
Del  sumo  Bien  se  elevan; 

No  á  los  varones  fuertes 
Ciñáis  la  resistencia 
De  los  que  al  mundo  vencen 
Huyendo  en  la  pelea. 

Hay  en  el  sexo  débil 
Heroica  fortaleza; 
Recoged  las  que  ansiosas 
Vuestro  sagrado  anhelan. 

El  mundo,  esc  tirano 
Que  os  hace  cruda  gueiTa, 
A  Escolástica  invicta 
No  alista  en  sus  banderas. 

Del  cielo  prevenida. 
Desde  su  edad  primera 
Sus  pompas  desestima, 
Su  vanidad  desprecia. 

Ni  alta  cuna  la  engríe. 
Ni  enlaces,  ni  riquezas. 
Ni  su  beldad  la  adula, 
Ni  el  fausto  la  embelesa. 

Esperanzas  del  mundo 
Renuncia  lisonjeras. 
Consagrando  al  Esposo 
Divino  su  pureza. 

Con  Benito,  su  santo 
Hermano,  se  aconseja, 
Y  cerca  de  Casino 
Construye  pobre  celda. 

En  su  estrechez  con  una 
Doméstica  se  encierra, 
Trocando  los  bullicios 


MANRIQUE. 

Por  rudas  asperezas. 

Benito  la  prescribe 
Para  el  retiro  reglas. 
Padre  y  hermano  el  que  antes 
Hermano  sólo  era. 

Con  ellas  gobernaba 
La  fundadora  nueva 
Las  que  su  luz  seguían 
Santísimas  doncellas; 

Colonia  poderosa 
De  aquella  vida  austera, 
Que  á  Escolástica  aclama 
Su  madre  y  su  maestra. 

Daba  de  sí  y  sus  hijas 
A  su  hermano  anual  cuenta, 

Y  en  la  última  visita 
Su  gran  virtud  demuestra. 

De  un  monje  acompañado 
Su  director  la  encuentra 
En  la  cercana  granja 
Donde  acostumbra  verla. 

Concluidas  del  coloquio 
Las  piadosas  materias, 
Desjiedirse  Benito, 
Según  estilo,  piensa. 

Hasta  el  siguiente  dia 
Le  pide  se  detenga 
Para  hablar  de  la  suma 
Felicidad  eterna. 

Pero  la  Santa,  viendo 
Que  gracia  tal  la  niega. 
Ora,  y  sobre  sus  manos 
Apoya  la  cabeza. 

Estando  claro  el  aire. 
Turban  su  faz  serena 
Relámpagos  y  truenos. 
Que  el  ámbito  amedrentan. 

La  intempestiva  lluvia. 
Que  casi  al  campo  anega, 
A  que  abandone  obliga 
Benito  sus  ideas. 

A  otro  dia  sa  apartan. 
Dándola  el  Santo  quejas, 

Y  la  Santa  mostrando 
Del  cielo  la  defensa. 

Muere  á  los  tres,  y  al  alma 
Benito  por  la  esfera 
Ve,  en  forma  de  aquel  ave, 
De  sencillez  emblema; 

Pues  del  mundo  calmando 
La  tempestad  inquieta. 
Después  de  aquel  diluvio, 
Libre  paloma  vuela. 


.DIA  11   DE   FEBRERO. 
San  Saturnino,  jn'csMtero  y  mártir. 

Era  el  tiempo  de  aquella 
Persecución  tirana 
En  que  exhaló  el  imperio 
Su  venenosa  rabia. 

Los  bárbaros  edictos 
De  Diocleciano  acaban, 
Al  parecer,  con  todas 
Las  reliquias  cristianas. 

El  África  no  menos 
Pinturas  sanguinarias 
Presenta  que  el  Oriente 

Y  la  afligida  Italia. 
Vivia  en  Abitina 

Saturnino,  y  llevaba 
La  voz  en  los  oficies 

Y  cex'emonias  santas. 
Celoso  sacerdote 

Se  halló,  por  esta  causa, 
Tolerando  invencible 
Prisiones  inhumanas. 

Los  que  le  acompañaron 
En  las  funciones  sacras, 
Presos ,  por  un  penoso 
Camino  le  acompañan. 


Cantar,  les  era  alivio, 
Divinas  alabanzas; 
Que  hay  corazón  y  lengua 
Donde  ara  y  templo  faltan. 

Arriban  á  Cartago, 
Donde  Anulino  aguarda, 
Procónsul ,  y  traerlos 
A  su  presencia  encarga. 

Del  cielo  se  hallan  todos 
Asistidos;  malgastas 
El  tiempo,  oh  juez;  tus  fuerzas 
Inútilmente  cansas. 

Pregúntales;  repite 
Las  preguntas;  en  nada 
Variarán;  al  examen 
Los  junta  ó  los  separa. 

Una  respuesta  Danto 

Y  Emérito  preparan; 
Beredina  la  misma 
Previene  que  Januaria, 

Pelusios,  Cecilianos, 
Martines,  Honoratas, 
Pomponias,  Margaritas, 
Por  unos  labios  hablan. 

Ni  de  Hilarión  te  asombre, 
Tierno  niño,  la  rara 
Facundia  en  este  idioma, 
Que  con  la  leche  mama. 

Por  más  que  le  atormentes. 
De  Ampelio  en  vano  indagas 
El  sitio  oculto  en  donde 
Las  Escrituras  giiarda. 

De  ellas  Dativo  y  Félix 
Las  páginas  sagradas 
Confesarán  que  al  pueblo 
Leyeron  en  voz  alta. 

Así  el  gentil  procónsul, 
Por  más  que  examinaba. 
Sólo  encontró  en  lo.s  fieles 
Un  corazón  y  un  alma. 

A  Saturnino,  jefe 
De  estos  soldados,  llama; 
«Y  ¿eras,  le  dice  airado. 
Tú  el  que  los  convocabas? — 

»Yo  con  mis  caros  hijos. 
Responde,  celebraba 
De  la  fe  los  misterios; 
Así  la  ley  lo  manda. — 

«Luego  tú,  le  replica , 
De  Anulino  la  instancia, 
Tal  contra  los  decretos 
Del  César  practicabas  1  n 

Y  en  cada  aliento  ñero 
Brotando  muchas  llamas, 
Procede  del  verdugo 

A  estimular  la  sañn. 

Mas  Saturnino  sólo 
Repite  estas  palabras : 
«Así  la  ley  lo  enseña. 
Así  la  ley  lo  manda.» 

Y  mientras  de  la  gloria 
Sobre  Cartago  bajan, 

De  dos  en  dos,  lucientes 
Docenas  de  guirnaldas ; 

Feroces  los  saj^ones 
Al  cuerpo  anciano  avanzan, 

Y  entre  la  enjuta  carne 
Pálidos  huesos  hallan. 

Fué  fuerza,  Saturnino, 
Que  no  titubeara 
Tu  edad  en  los  tormentos : 
Así  la  ley  lo  manda. 


día  12  DE  FEBHEEO. 
Sarita  Olalla,  virgen  y  mártir. 

Llamado  de  Morfco 
Al  pabellón  obscuro, 
En  brazos  de  la  noche 
Durmiendo  estaba  el  mundo. 

El  ave  vigilante, 


HIMNODIA. 

Del  rosicler  futuro, 
En  medio  del  silencio. 
Daba  el  primer  anuncio. 

Y  su  qiiinta  dejando, 
Con  sigiloso  estudio, 
De  padres  y  criados 
Eulalia  sale  A  hurto. 

Camina  á  pié,  venciendo 
Con  superior  infiujo 
Fina  crianza  y  años. 
Que  no  llenan  tres  lustros. 

Ya  el  nuevo  sol  las  trenzas 
De  sus  cabellos  rubios 
Se  aliñaba  en  los  claros 
Espejos  de  Neptuno ; 

Y  Eulalia,  alborozada 
Al  divisar  los  mui'os 
Altos  de  Barcelona , 
Les  dobla  los  saludos. 

Vierte  la  ciudad  sangi'C, 
Viste  la  iglesia  lutos; 
Sólo  se  oyen  de  muerte 
Tristísimos  murmurios. 

Nada  intimida  á  Eul.alia  ; 
Entra,  y  por  el  concurso 
Rompe,  hasta  que  en  el  foro 
Ver  á  Daciano  pudo. 

« i  Así  en  alto  te  sientas , 
Que  del  Dios  mió  y  tuyo 
Altísimo  no  tiembles. 
Oh  juez,  le  dice,  injusto; 

))De  aquel  Dios  verdadero. 
Dios  grande  y  Ente  sumo. 
Que  manda  en  tí  y  en  todos 
Tus  príncipes  augustos? 

» i  A  aquellos  que ,  á  su  imagen  , 
De  la  nada  produjo , 
Para  que  á  El  solo  sirvan, 
La  muerte  das  sañudo  ?  — 

))  ¿  Y  quién ,  osada  joven. 
Eres  tú,  el  juez  repuso, 
Que  así  en  mi  cara  alientas 
Tan  inaudito  insulto  ?  — 

)) Olalla  soy,  responde. 
De  Cristo  esclava ;  ni  huyo 
El  rostro  á  tu  persona. 
Ni  el  cuerpo  á  los  verdugos.» 

Ya  cruje  el  fiero  azote , 
Juega  el  fatal  ecúleo; 
Todo  en  Daciano  es  rabias, 
Todo  en  Eulalia  es  triunfos. 

Tiernas  carnes,  de  tantos 
Martirios  al  conjunto,, 
De  candida  azucena 
Van  á  clavel  puqDÚreo. 

Ardientes  hachas  puestas 
A  los  costados,  mudo 
Su  labio ,  dan  informe 
De  un  corazón  adulto. 

Manda  el  juez,  porque  de  ella 
No  quede  rastro  alguno , 
Se  disperse  en  cenizas 
O  se  disuelva  en  humos. 

Quemarla  intenta  ;  y  lejos 
De  que  globos  confusos 
De  llamas  la  consuman , 
De  ellas  labró  su  escudo; 

Pues  en  su  centro  ilesa , 
Quedaron  al  impulso 
Los  ministros  de  tanta 
V^oracidad  difuntos. 

Muere  en  la  cruz,  y  ordena 
Daciano  furibundo 
Que  permanezca  el  santo 
Cadáver  insepulto. 

«  Devórenla  las  aves , 
Dice  con  ceño  adusto  ; 
De  su  cuerpo  no  queden 
Aun  átomos  menudos.» 

Pendiente  del  madero 
Dejábanla,  y  al  punto 
Tersa  porción  de  nieve 


335 


Cubrió  al  virgíneo  bulto. 

Defiéndela,  y  por  tanto. 
Lo  que  en  amparo  suyo 
Hizo  primero  el  fuego. 
Hacer  la  nieve  supo. 


día  13  DE  FEBRERO. 
Santa  Catalina  de  líicciis,  rirgín. 

Alejamli-o  de  Grecia, 
Que  reinos  dilatados 
Con  su  invencible  espada 
Unió  al  hereditario. 

Conquistador  del  mundo. 
Vierte  ambicioso  llanto 
Por  más  mundos,  queriendo, 
A  h.aberlos,  conquistarlos. 

Alejandra  de  Italia, 
Que  más  gloriosos  lauros 
Aumenta  á  las  familias 
De  Ricciis  y  Poncianos; 

Heroína  que  penetra 
Del  mundo  los  engaños , 
Si  mundos  mil  tuviera. 
Supiera  de;:preciarlos. 

De  él  huye ,  y  con  afectos 
A  aquel  héroe  contrarios , 
Aun  olvidarse  quiere 
Del  nombre  de  Alejandro. 

Ya  Alejandi-ía,  Succia, 
Bolonia  y  Sena,  el  claro 
De  Catalina  habían 
Llevado  hasta  los  astros. 

Este  Alejancb-a  elige, 
Transplantada  del  campo 
Mundanal  al  florido 
Vergel  dominicano. 

Porque,  émula  Florencia 
Del  próximo  y  extraño 
Clima ,  autorice  el  nombre 
Sus  peculiares  fastos. 

En  tanto  Catalina 
Aun  del  mundo  los  lazos 
Teme  en  la  estrecha  celda, 
Donde  la  encierra  Prato. 

De  la  caduca  tien-a. 
Que  la  es  gTavosa  tanto. 
Se  eleva  por  los  aires 
En  prodigiosos  raptos. 

Y  allí  es  toda  su  dulce 
Conversación  y  trato 
Con  Jesús  y  María, 
Con  ángeles  y  santos. 

Hable  la  noche  fria 
De  aquel  natal  sagrado. 
Cuya  memoria  ensalzan 
Gozosos  los  cristianos. 

Ella  dirá  la  hermosa 
Reina  qiie  vio  á  su  lado, 
Vistiendo  ropas  de  oro. 
Que  orlaba  el  gusto  vario, 

María,  á  quien  asisten 
Celestes  coitesanos , 
DestieiTa  las  tinieblas. 
Circundada  de  ra_yos. 

Y  antes  que  el  tin  llegase 
De  este  destierro,  trajo 

A  Catalina  el  fruto 

Del  vientre  puro  y  casto. 

En  Jesús,  tierno  niño, 
Del  celestial  erario 
Riquísimos  tesoros 
Depositó  en  sus  manos. 

Ni  terminan  con  este 
Favor  extraordinario 
Las  glorias  de  esta  virgen, 
Delicias  del  Toscano. 

Crucificada  imagen 
De  Cristo  rnmjie  al  árbol 
De  la  salud  humana 
El  sello  de  los  clavos. 


3n« 

Amor  de  Catalina 
La  anima,  y  separado, 
La  abraza  con  tirnura 
De  esposo  soberano. 

Así  Jesús,  uuiriendo, 
Buscaba  aquellos  brazos 
A  que  desde  las  fajas 
Estaba  acostumbrado. 


día   14   DE   FEBRERO. 
San  Va!cntiJi,  jjresbiiijo  y  mártir. 

Claudio,  ¿qué  temes?  Alza 
La  vista  tenebrosa ; 
Mira  que  foruia  rojos 
Crepúsculos  la  aurora. 

^lira  que  raya  d  di  a, 
Triunfante  de  las  sombras , 

Y  ti  sol  quiere  en  las  piedi'aa 
Herir  de  tu  corona  ; 

Aqu'  1  Sol  sin  ocaso, 
Que  VaUntin  adora. 
Te  ofrece  un  rayo  ;  ;  ay !  ¡  triste 
De  ti,  si  le  nialegras  ! 

No  hagas  tu  noche  eterna ; 
Su  luz  recibe  ahora. 
Que  al  vacilante  pecho 
Blando  rocío  moja. 

Valentín  es  ministro 
De  la  gracia,  que  ronda 
Tu  corazón  ;  si  á  ól  oj'cs , 
¿Por  (jué  á  ella  no  te  postras? 

I  Percibes  la  triaca, 

Y  el  remedio  no  aprontas 
Al  mal  ?  ¿  Tan  bien  hallado 
Estás  con  la  ponzoña? 

¿Te  mueve  su  d(  ctrina, 

Y  tibio  no  la  adoptas. 
Siendo  a  ti;  entendimiento 
Tu  voluntad  traidora? 

No,  emperador,  d'  sprecies 
Fuentes  de  vivo  aljófar, 
Cavando  disipadas 
Cisternas  cenagosas. 

¿  Qué  temes  ?  Y  aunque  sientas 
Amotinarse  Roma, 
¿Menos  que  Pioma,  acaso, 
Tu  salvación  importa? 

Mas  tú  la  sacrificas 
A  una  servil  zozobra. 
Cuyos  brazos  tus  nobles 
Sentimientos  ahogan. 

De  nada  te  ha  servido 
Que  la  razón  conozcas 
Con  que  refuta  el  Santo 
Deidades  mentirosas. 

Le  entregas  á  Calpurnio, 
Éste  á  Así  crio,  y  le  notan. 
Como  lo  fué  en  palabras, 
Maravilloso  en  obras. 

Fué  así ;  jiucs  viendo  Asterio 
Que  al  César  impresiona 
El  Santo,  y  de  Calpui'nio 
Las  cóleras  provoca. 

Cifraba  en  pervertirle 
La  hazaña  más  heroica , 
Para  el  prefecto  airado 
Finísima  lisonja. 

Mas  Dios,  que  dirigía 
Sus  juicios  de  otra  forma, 
A  Valentín  escucha, 
Que  jjor  los  otros  ora. 

Y  aquella  luz  divina. 
La  malograda  antorcha 
En  si  recoge  Asterio, 
Que  Claudio  de  sí  arroja. 

De  una  hija  ciega  pide 
La  cura  milagrosa, 
Que  de  la  verdad  sea 
De  Valentín  fiadora. 

Aquel  en  cuyo  nombre 


DON  JOSÉ  MARÍA  VACA  DE  GUZMAN  Y  MANRIQUE. 


Los  montes  se  trastornan, 
De  su  siervo  al  momentc 
La  petición  otorga. 

La  afligida  doncella 
La  antigua  vista  cobra, 

Y  á  Valentín  se  humilla 
Asterio,  con  su  esposa. 

La  dicha,  á  sus  clamores. 
De  bautizarse  logra ; 
Con  ellos,  su  admirada 
Familia  numerosa. 

De  ella  la  mayor  parte 
De  Valentín  las  glorias 
Imita,  mereciendo 
De  mártir  la  aureola. 

Luz  material  Asterio 
Pretende  en  su  hija  sola, 

Y  halla  c  lestes  luces 
En  su  familia  toda. 


día   15   DE   FEBRERO. 

Los  Satitos  Faustino  y  Joritu , 
7)1  ár  tires. 

Entraba  Adi'iano  al  templo 
Del  Sol ,  en  donde  emprendo 
De  Faustino  y  Jovita 
Triunfar  ó  deshacerse. 

Ufano  estaba  el  Conde 
Itálico,  que  entiende 
Ser  ésta  del  imperio 
La  decisiva  suerte. 

Llorábale  arruinado, 
Temiendo  que  aboliesen 
El  culto  de  sus  dioses 
Los  dos  atletas  fuertes. 

Previene  el  impío  César 
Que  la  oblación  presencien; 
Necio,  que  en  su  mandato 
Su  confusión  previene. 

Alta,  bruñida  estatua. 
De  oro  resiilandecicnte. 
Era  del  metal  gloria, 

Y  honor  de  los  cinceles. 
Cuando  apenas  sus  plantas 

El  pavimento  siente. 
De  la  deidad  mentida 
La  mole  se  ennegrece. 

Cubriendo  oscura  sombra 
Sus  tersas  brillanteces, 
Carbón  es  alirasado 
Lo  que  ascua  fué  luciente. 

Manda  Adriano  que  al  punto 
Los  ministros  se  apresten, 

Y  á  lavar  cuidadosos 
El  simulacro  lleguen. 

Mas  ¡caso  portentoso! 
No  bien  tocarle  quieren , 

Y  á  los  pies  de  los  santos 
En  polvo  se  disuelve. 

Oh  Sol ,  de  Hipcrion  hijo. 
Nieto  ilustre  del  Éter, 
/  Tu  luz  qué  se  hizo  ?  ¿  Cómo 
Intrépido  anocheces? 

Este  trastorno  ¡oh  cómo 
Es  signo  suficiente 
De  cuanto  con  infamias 
Tus  rayos  oscureces! 

Haljle  Venus  á  tiempo 
Que  bailada  en  isla  fértil. 
Lirios  la  tierra  viste, 

Y  oro  las  nubes  llueven. 
Pasífae  con  Circe 

Y  Faetón  lo  comprueben, 
Como  frutos  de  Ncera, 
De  Perseida  y  Climene. 

¡Cuan  distinto  es  el  oro 
Que  al  alto  Dios  se  ofrece, 
En  estos  dos  de  Brescia 
Esclarecidos  héroes; 

En  éstos,  cuyas  boca». 


Cuyos  costados  sienten 
El  deiTetido  plomo, 
Las  láminas  ardientes; 

Hermanos  \  consortes 
Valerosos,  en  ijuienes 
Se  ve  cuan  más  que  el  deudo. 
La  religión  estreche; 

Gozosos  de  que  unidos 
De  ella  en  los  intereses. 
Entre  los  dos  á  un  tiempo 
La  misma  sangre  vierten. 

El  oro,  que  en  el  fuego 
Prueba  el  Omnipotente, 
Es  de  los  cielos  oro. 
Que  eterno  permanece. 

El  oro,  á  que  los  hombres 
Divinidad  conceden, 
Es  oro  de  la  tierra. 
Que  en  polvo  se  convierte. 


I 


día   16  DE    FEBRERO. 

San  Julián  y  cinco  mil  compañei'os , 
mártires. 

De  los  hijos  de  Egipto, 
Que  nombre  al  país  puso 
Del  africano  suelo 
Más  laborioso  y  culto, 

Se  ofrece  á  la  memoria 
El  trágico  infortunio. 
Herido  por  las  hijas 
De  Dánao  furibundo. 

Dánao,  de  Egipto  hermano, 
Ensangrentar  dispuso 
De  cincuenta  himeneos 
Los  tálamos  nocturnos. 

Todas  en  los  esposos 
Cometen  tal  insulto. 
Menos  Hipermenestra, 
Que  idolatraba  al  suyo. 

Paréceme  que  miro 
No  sé  qué  entes  adustos, 

Y  un  singular  coloquio 
Paréceme  qiie  escucho. 

Fiero  espectro  de  huesos 
Denegridos  y  enjutos. 
En  las  egipcias  playas 
Reclinado  descubro. 

A  las  aguas  arroja 
De  la  segur  el  duro 
Hierro,  manchado  en  tantos 
Homicidios  injustos. 

Iba  á  caer;  mas  luego 
Que  entre  cristales  pudo 
Verle,  con  el  tridente 
Le  rechazó  Neptuno. 

El  golpe,  que  estremece 
Los  ámbitos  cerúleos. 
Fué  espanto  de  las  focas. 
De  los  delfines  susto. 

Y  «  ¡Oh  parca,  parca,  dijo 
El  rey  del  mar  ceñudo, 
;  Qué  novedad  á  tanta 
Demencia  te  redujo? 

»;  Perdonas  á  la  tierra, 

Y  todo  el  rigor  junto 

A  mi  imperio,  oh  v^estiglo. 
Conviertes  iracundo? — 

))Te  engañas,  dios,  la  Parca 
Respondió;  ya  rehuso 
Las  muei-tes;  mi  ejercicio 
En  tierra  y  mar  renuncio. 

«Cansada  estoy;  que  en  esto 
Sigo  diverso  rumbo 
De  ese  ambicioso  de  ellas. 
El  cocodrilo  astuto. — 

))  Intento  es  vano,  el  numen 
De  Ténaro  repuso; 
DlI  duro  ministerio 
No  lograrás  indulto. 

«Recobra  tu  guadaña 


Para  mayorea  triunfos, 
Y  los  hijos  de  Egipto 
lío  te  parezcan  muchos. 

))Ordena  la  barbarie 
Que  en  los  siglos  futuros 
Con  horrible  matanza 
Se  escandalice  el  mundo. 

«Aquesta  tien-a  misma 
Será  plantel  fecundo, 
Donde  un  Julián  ofrezca 
Al  cielo  inmensos  frutos. 

«Para  cebarte  en  hombres, 
Cuan  pocos  son,  arguyo. 
Cincuenta,  destinados 
A  femenil  impulso. 

«Sin  contar  del  caudillo 
La  víctima,  te  anuncio 
Que  en  cinco  mil  consortes 
Tendrás  ciento  por  uno.» 


BIA  17    DE  FEBRERO. 

San  Julián  de  Capadocia,  mártir. 

Panfilo,  á  quien  prodigio 
De  santidad  y  ciencia 
Los  límites  del  Asia 

Y  el  África  veneran. 
Orígenes  segundo, 

Luz  de  Fenicia  bella, 
Pasmo  de  Alejandría 

Y  honor  de  Cesárea, 

Si  i  n  esta  ciudad  antes 
De  Palestina  enseña 
Con  la  palabra,  ahora 
Con  el  ejemplo  alienta. 

Parece  que  á  su  impulso 
Se  ven  abrir  las  puertas 
Del  cielo,  y  doce  palmas 
Se  ven  entrar  por  ellas. 

Samuel,  Daniel,  Elias, 
Jeremías  se  acercan, 
E  Isaías,  de  donde 
Fecundo  el  Nilo  riega. 

Luego  que  del  martirio 
Sus  deseos  expresan, 
Firmiliano  pronuncia 
De  muert3  la  sentencia. 

Óyela  imberbe  joven 
Porfirio,  que  en  la  escuela 
De  Panfilo,  su  dueño, 
Aprende  las  proezas. 

Y  pidievido,  esforzado, 
En  alta  voz  licencia 
Para  enterrar  sus  cuerpos, 
Al  punto  se  le  arresta. 

El  fuego  le  consume 
Después  que  le  atormentan 
Por  la  fe,  y  de  las  palmas 
Consigue  la  primera. 

A  Seleuco,  que  al  amo 
Da  en  la  cárcel  la  nueva. 
Por  cristiano  dividen 
Del  cuerpo  la  cabeza. 

Anciano  venerable 
De  la  familia  mesma, 
Del  juez  la  palma  octava, 
Teódulo  se  lleva. 

Amado  por  su  mucha 
Bondad  y  su  prudencia, 
De  Firmiliano  manda 
Después  que  en  la  cruz  muera. 

Diácono  Valente 
De  la  eliana  iglesia, 
Paulo  de  Jamnia ,  cuya 
Virtud  le  recomienda, 

Y  Panfilo,  extraído 
De  su  prisión  molesta, 
Dando  al  cuchillo  el  cuello, 
Hacen  á  Dios  la  ofrenda. 

Mas  dime,  oh  musa  :  ahora, 
Desierta  la  palestra, 

I,  Ps.-svni, 


HIMNODIA. 

¿A  quién  la  palma  el  cielo 
Duodécima  reserva? 

¿  Qué  doce  campeones 
La  alta  mansión  alegran, 
Haciendo  memorables 
De  Junio  las  kalendas? 

Ya  un  joven  forastero, 
Que  escucha  desde  afuera 
Del  pueblo  lo  acaecido, 
Ll(  gó  con  la  respuesta. 

Ya  cuando  á  ser  testigo 
De  los  combates  entra. 
Los  cadáveres  halla 
Tendidos  por  la  tierra. 

Intrépido  se  avanza. 
Abrázalos,  resj^eta 
Las  reliquias;  sus  labios 
Con  ósculos  las  selhm. 

Salúdalos,  los  vuelve 
A  saludar,  y  apenas 
Hay  fuerzas  en  los  hombres 
Que  de  ellos  le  desprendan. 

¡Qué  admiración!  ¿Quién,  diuos, 
Eres,  glorioso  atleta? 
Julián  de  Capadocia, 
Bien  conocerse  deja. 

Este  es  el  que,  besando 
Los  cuerpos  con  tal  priesa. 
El  suyo  da  á las  ascuas, 
Que  lentamente  tuestan. 

Un  ósculo  de  Judas 
Quién  es  el  maestro  ostenta. 
Para  que  tropa  infame. 
Que  acaudilla,  le  prenda. 

A  Julián  prenden ,  siendo 
Sus  ósculos  de  que  era 
De  Jesús  verdadero 
Discípulo  la  seña. 

Y  el  número  de  doce , 
Luego  que  entrambos  besan. 
Por  uno  se  desfalca. 
Por  otro  se  completa. 


837 


día  18  de  febrero. 
San  Heladio,  arzobispo  de  Toledo. 

Heladio,  conde  ilustre, 
Que  en  la  española  corte 
Autorizas  la  regia 
Sangre  de  tus  mayores, 

Desde  aquesas,  que  gozas, 
De  eternidad  mansiones. 
Haz  que  de  luz  un  rayo 
Descienda,  que  me  informe, 

Y  diga  á  cuál  aspecto 
Es  bien  que  un  labio  torpe 
Tus  justas  alabanzas 
Pronuncie  en  breves  voces; 

Inspire  si  es  deljido 
Que  áulico  te  pregone , 
O  monje  te  engrandezca, 
O  arzobispo  te  elogie. 

Sé  cuántos  á  Ildefonso, 
A  quien  diácono  escoges 
En  la  tierra,  diriges 
Del  cielo  resplandores. 

Quien  sucesor  te  imita 

Y  discípulo  te  oye. 

Te  ensalza  en  elocuencias 

Y  en  números  acordes. 
Alábente  sus  gi-avcs 

Enérgicas  razones; 
Con  su  elevado  numen 
Tu  sepultura  se  honre. 
Yo  seguiré  á  lo  lejos 
De  tu  vii-tud  el  norte, 

Y  admiraré  que  á  nuevas 
Empresas  la  dispones. 

Así  en  el  real  palacio 
De  Gundemaro,  procer, 
Arreglas  del  empleo 


Difíciles  gestiones. 

En  sus  brillantes,  lisos 
Pavimentos,  en  donde 
Resbalar  es  tan  fácil, 
E!  pié  advertido  pones. 

Debajo  de  las  galas 
De  cortesano  Adonis, 
Un  alma  generosa. 
Que  las  desprecia,  escondes. 

Y  p.ara  (jue  lo  sepan 
Los  hijos  de  los  hombres. 
Venid  á  ver  á  Heladio, 
Piadosos  españoles. 

A  vuestro  magistrado 
]\Iirad,  que  se  conoce 
Por  las  haces,  que  lleva, 
No  en  manos  de  lictores. 

Sino  en  aquellos  mismos 
Hombros  que  por  entonces 
Del  Estado  sufrían 
La  ponderosa  mole. 

Con  los  monjes  se  mezcla, 
Que  activos  las  recogen , 
Porque  pábulo  al  horno 
Del  Agállense  apronten. 

Ensayo  de  la  vida 
Mon;istica,  que  escoge 
Desjíues,  como  á  su  modo 
De  pensar  más  conforme. 

Allí  donde  ya  enjutos 
Del  mundo  los  sudores, 
Con  las  benignas  auras 
Del  solitario  bosque, 

A  su  Hacedor  eleva 
Altas  contemplaciones. 
Mientras  del  Tajo  trinan 
Celosos  ruiseñores; 

En  cuya  vigilancia 
Dispone  el  cielo  tome 
Para  el  futuro  oficio 
Santísimas  lecciones. 

Cuando  Aurasio,  postrado 
De  la  guadaña  al  golpe, 
Sucesor  en  la  silla 
Toledana  se  nombre. 

A  todo  se  anticipa, 
Para  que  así  se  noten 
Las  que  admiré  en  Heladio 
Previas  disposiciones. 

A  ser  monje  primero 
Empieza,  desde  conde; 
Después  á  ser  principia 
Obispo,  desde  monje. 


DÍA  19  DE  FEBRERO, 
San  Alvaro  de  Córdoba, 

Del  monte  Mariano, 
En  donde  á  horror  apuestan 
Las  simas  y  las  cumbres. 
Los  árboles  y  peñas, 

Al  son  de  las  corrientes 
Que  se  desprenden  de  éstas, 
Y  con  cristal  ruidoso 
El  pié  de  aquellos  riegan. 

La  beldad  despreciada 
De  Nai'ciso,  parlera 
Ninfa  de  los  collados. 
Sonaba  en  las  cavernas. 

Oyóla  acaso  Elfino, 
Cruzando  sus  malezas, 
Por  donde  el  Tercer  Carlos 
Abrió  costosa  senda; 

Elfino,  que  de  Henares 
Dejíindo  las  riberas, 
Al  golfo  gaditano 
Llamado  fué  de  Astrea; 

Elfino,  que  templando 
Estaba  ya  las  cuerdas 
Para  elogiar  los  justos 
En  odas  que  proyecta, 

23 


S38 

Y  atento  á  agnellas  voces, 
Que  trasformaao  en  lenguas 
El  ábrego  traia 

Porque  eco  las  volviera, 

Halla  que  articulando 
Proditcios,  que  la  estrella 
De  Domingo  produce, 
Sn  pensamiento  alientan. 

De  Alvaro  son  encomios, 
Que  Córdoba  vocea, 
Sin  que  de  siglo  en  siglo 
Jamas  callarlos  pueda. 

No  tanto  de  Cardona 
lia  cuna  y  las  grandezas 
Publica,  ctm  que  se  honran 
Magnates  de  la  Hesperia; 

Cuanto  de  un  alma  noble 
La  candida  inocencia, 
Que  guarda  siempre  intacta 
Desde  su  edad  primera; 

Un  celo  porque  tristes 
Las  otras  no  se  pierdan, 
Colmado  de  abundantes 
Frutos  de  penitencia; 

De  cuyo  sacramento, 
Si  los  reyes ,  las  reinas 
Le  hacen  ministro,  él  huye 
De  honores  que  desprecia; 

Una  confianza  suma 
En  la  alta  Providencia, 
Con  la  cual  á  su  pobre 
Comunidad  sustenta; 

A  la  pasión  sagrada 
La  devoción  más  tierna, 
Por  la  que,  cuando  esparce 
La  noche  sus  tinieblas, 

Visita  de  rodillas 
Las  cruces,  que  en  la  arena 
Fija,  con  que  el  camino 
De  Gúlgota  asemeja. 

En  cuyos  tiernos  actos 
pios  quiere  que  sus  fuerzas 
Angeles  corrcboren. 
Que  á  veces  le  sostengan; 

Y  que  otras  en  su  auxilio 
Los  mismos  le  precedan, 
Removiendo  del  suelo 
Más  áspero  las  piedras; 

Que  al  justo  así  estos  fieles 
Espíritus  esfuerzan, 

Y  aun  para  el  cuerpo  evitan 
Tropiezos  de  la  tierra. 

Finalmente,  la  patria 
De  engiandecer  no  cesa 
La  caridad,  que  Cristo 
Maravilloso  premia. 

Conduce  á  su  convento, 
Porque  aliviarse  pueda, 
A  un  pobre,  que  llagado 
y  moribundo  encuentra. 

La  carga ,  que  le  oprime, 

Y  va  en  su  capa.envuelta. 
Noticiaba  á  los  suyos, 
Que  examinarla  esperan. 

Cuando  ¡suceso  extraño! 
La  Majestad  suprema 
Hizo  que  un  crucifijo 
Los  circunstantes  vieran. 

Jesucristo  en  sus  hombros 
Lleva  nuestras  dolencias; 
San  Alvaro  en  los  suyos 
A  Jesucristo  lleva. 


DON  JOSÉ  MARÍA  VACA  DE  GUZMAN  Y  MANRIQUE. 


día  20  DE    FEBRERO. 
San  Lean,  obispo, 

Anhí^laba  Heliodoro 
Le  eligiesen  prefecto 
De  Catania,  sin  torpe 
Nota  de  pretenderlo. 

«Tendrás  cuanto  apetezcas, 


Le  dice  un  mago  hebreo 
Que  consulta ,  con  esta 
Cédula  que  te  entrego, 

))Con  ella  de  los  héroes 
Irás  al  monumento, 
Cuando  esté  más  profundo 
De  la  noche  el  silencio. 

))A11Í  en  menudas  piezas 
La  entregarás  al  viento; 
Ni  tengas  al  que  entonces 
Se  te  aparezca,  miedo. 

))No,  si  bajar  te  manda, 
Le  obedezcas;  con  esto 
Siempre  en  lo  sucesivo 
Sobre  él  tendrás  imperio.» 

Hízolo  así,  y  al  punto, 
S  ntado  sobre  un  ciervo, 
Al  engañado  joven 
Luzbel  salió  al  encuentro. 

«¿Qué  es  lo  que  solicitas 
Aquí?»,  pregunta;  y  luego 
Le  responde  Heliodoro: 
«Sólo  en  tu  busca  vengo. — 

»Si  á  Cristo,  Luzbel  dice, 
Recusas,  de  mis  siervos, 
A  Gaspar  ob  diente 
Tendrás  á  tus  preceptos.» 

Admite  los  partidos 
El  infeliz  mancebo, 

Y  agradecido  besa 

La  diestra  del  espectro. 

No  bien,  aunque  me  asistan 
Cien  lenguas,  bocas  ciento, 

Y  voz  tremenda  al  temple 
De  resonante  hierro. 

Ponderaré  los  males 
En  que  Heliodoro  envuelto 
Trajo  con  sus  encantos 
Al  siciliano  suelo. 

¡Qué  formas  no  transmuta 
Diabólico  Proteo  1 
¡Cómo  á  su  mando  tiene 
Relámpagos  y  truenos  I 

Finge  engañosos  rios 
En  árido  terreno, 

Y  en  aparente  nave 
Halla  en  Bizancio  puerto. 

A  Tírsis  inocente, 
Que  es  del  prelado  deudo. 
Da  mentirosas  palmas 
En  los  circenses  juegos. 

La  silla  catancnse 
Regía  en  aquel  tiempo 
San  León ,  por  divina 
Inspiración  electo. 

Sus  reprensiones  santas, 
Su  doctrina,  su  ejemplo. 
Se  frustraron,  del  mago 
Empedernido  el  pecho. 

Jactábase  el  impío 
Alumno  del  averno 
De  burlar  su  carácter 
Con  irrisorios  hechos. 

De  León  Taumaturgo 
Pensó  que  conduciendo 
Fatuo  coro,  á  la  frente 
Danzase  de  su  clero. 

El  prelado,  las  artes 
Tcsálicas  temiendo. 
Buscó  á  los  pies  de  Cristo 
En  la  oración  remedio. 

Cansóse  Dios  de  agravios, 
Si  así  decirlo  puedo ; 
A  León  oye,  y  concede 
A  la  ciudad  consuelo. 

El  ilustrado  obisi^o 
Echó  su  estola  al  cuello 
Del  discípulo  como 
Rafael  lig(S  al  maestro. 

Condújole  á  una  hoguera. 
Que,  á  su  virtud  sujeto. 
Le  consumió,  quedando 


Estola  y  brazo  ilesos. 

De  Heliodoro  las  fuerzas 
A  la  oración  cedieron 
De  León ,  cual  fué  vencido 
Simón  por  la  de  Pedro. 

Para  irrogar  las  penas, 
Que  sirvan  de  escarmiento. 
Valerse  de  prodigios 
No  necesita  el  cielo. 

Las  causas  naturales 
Surtiendo  sus  efectos , 
Ni  á  uno  sostiene  el  aire, 
Ni  á  otro  perdona  el  fuego. 


día  21  de  febrero, 

San  Félix,  obisjjo. 

La  tenebrosa  noche, 
Antípoda  del  día. 
Capa  de  iniquidades 

Y  origen  de  desdichas ; 
Aquella  que  de  negros 

Caballos  conducida. 
Desciende  coronada 
De  adormidera  estigia, 

A  destinos  opuestos. 
Por  diferentes  vias 
A  un  tiempo  á  los  dudosos 
Mortales  encamina ; 

No  páralos  que  duermen, 
Para  los  que  vigilan 
Las  glorias  se  reservan , 
Los  premios  se  destinan. 

Mas  las  horas  que  al  sueño 
Roban  los  hombres ,  guian 
A  infaustos  precipicios , 
Si  al  vicio  se  dedican. 

Aquel  silencio,  aquella 
Quietud  con  que  termina, 
Al  parecer,  del  mundo 
La  agitación  continua, 

Todo  infunde  retiro 
Interior,  todo  brinda 
A  contemplar  las  altas 
Perfecciones  divinas. 

¡  Cuan  diferentes  usos 
De  su  estación  hacian, 
Félix,  de  Metz  obispo, 
Baltasar,  rey  de  Asiría  I 

¡Cuan  distintas  empresas 
Entrambos  concebían  1 
Pero  también  de  entrambos 
Las  suertes  ¡  cuan  distintas  1 

Baltasar,  aquel  vano 
Monarca  á  quien  las  iras 
Del  Señor  con  Nabuco, 
Su  padre,  no  intimidan. 

Sucesor  temerario, 
Que  el  corazón  no  humilla 
Al  ejemplar  que  tiene 
Tan  ti'ágico  á  la  vista, 

A  espléndido  banquete 
Sus  magnates  convida. 
En  el  cual  cada  uno 
Según  su  edad  bebía. 

Ya  temulento  ordena 
Que  los  licores  sirvan 
En  vasos  de  oro  y  plata. 
De  fábrica  exquisita ; 

Los  mismos  que  del  templo 
De  Salomón  había 
Nabuco  trasportado 
Con  las  alhajas  ricas. 

Los  proceres  en  ellos 
Bebieron  á  porfía , 

Y  el  Rey  con  sus  mujeres 

Y  torpes  concubinas. 
Infames  alabanzas 

Los  dioses  recibian, 
Que  de  metales,  piedras 
y  leños  se  fabrican, 


Aquí  al  fatal  teatro 
Corramos  la  cortina, 

Y  sigamos  del  tiempo 
Las  alas  fugitivas. 

Félix ,  tercer  prelado 
De  Metz,  que  en  compañía 
Se  señaló  del  grande 
Dionisio  Areopagita, 

Las  noches  pasa  insomnes , 
y  de  la  suerte  misma 
La  matutina  le  halla 
Que  la  primer  vigilia. 

Y  un  celestial  ministro 
Dios,  á  quien  loa,  envia, 
Que  en  la  ciudad  su  nombre 
Con  letras  de  oro  escriba, 

Alaba  á  falsos  dioses 
El  babilonio,  y  mira 
Que  mano  escribe  humana 
Lo  breve  de  su  vida. 

Aun  la  visión  ignora, 
Que  Daniel  le  descifra  ; 
Se  inmuta,  y  le  conmueven 
Las  trémulas  rodillas. 

Las  del  pastor  mctense, 
Siempre  en  la  tierra  fijas, 
Visiones  celestiales 
Al  dueño  facilitan. 

Da  corona  á  Darío, 
De  Baltasar  transmigra, 

Y  Dios  hace  que  eterna 
Corona  Félix  ciña. 


día  22  DE  FEBREEO. 

La  Cátedra  de  san  Pedro 
en  Antioquia, 

Ya  el  centurión  Cornelio 
De  itálica  c-  horte 
Habia  recibido 
Los  celestiales  dones, 

Y  Pedro,  cerciorado 
De  la  visión  de  .Jope, 
Bautizaba  indistintas 
A  todas  las  naciones. 

Metrópoli  de  Oriente, 
La  opulenta,  la  noble, 
Populosa  Antioquía 
Por  él  á  Dios  conoce. 

De  Teófilo  su  celo 
Excita  los  rencores, 
Y  previene  al  apóstol 
Durísimas  prisiones. 

Hállale  Pablo  en  ellas, 
Exánime  á  rigores 
Del  hambre,  y  por  sus  rostros 
Copioso  llanto  corre. 

A  Teófilo  vuela, 
A  quien  de  Pedro  expone 
Tan  admirables  cuanto 
Verídicos  informes. 

«Huyen  por  él,  le  dice. 
Las  fiebres  y  dolores; 
No  hay  mal  que  á  virtud  tanta 
Su  actividad  no  postre. 

))Y  aun  verás  más  prodigio, 
Añade,  como  él  ore 
A  Dios  porque  los  muertos 
A  vida  se  revoquen.» 

Concédele  de  Pedro 
La  libertad  el  procer. 
Como  á  un  hijo  difunto 
De  mucho  tiempo  cobre. 

En  Dios  confia  Pablo; 
Ofrécelo  en  su  nombre; 
Va  Pedro  al  monumento, 
y  resucita  al  joven. 

De  Teófilo  el  pasmo 
Quiere  estorbar  que  asomen 
Lágrimas  á  los  ojos, 
Mas  ya  la  valla  rompenj 


filMNODIA. 

Y  arrojándose  á  Pedro, 
Pide  allí  mismo  á  voces 
Que  el  bautismo  sus  muchas 
Iniquidades  borre. 

Siguiéronle,  y  fundaron 
Aquellos  moradores 
Una  iglesia,  y  de  Pedi-o 
La, Cátedra  erigióse. 

Época  tan  dichosa 
Fué  célebre  en  el  orbe. 
Tomando  de  Viandas 
De  san  Pedro  el  rcnomljre. 

Pues  dando  el  sol  el  cuarto 
Círculo  al  horizonte. 
Después  que  j'a  llevaba 
Corridos  signos  once. 

Celebraba,  poseído 
De  STis  supersticiones. 
Fiesta  de  los  banquetes 
El  gentilismo  torpe. 

Sobre  el  sepulcro  hacían 
Pon<>r,  de  sus  mayores. 
Manjar  á  las  errantes 
Sombras  de  Flegetonte; 

Y  la  Iglesia  en  tal  día 
Mandó  desimpresione 
La  Cátedra  autioquena 
Los  étnicos  errores. 

Hacíanse  en  su  obsequio 
Convites  más  conformes 
A  la  razón ,  llevando 
La  caridad  por  norte. 

Hasta  que  couvertidcs, 
Por  abusos  enormes, 
En  gula  la  templanza, 
Y  el  júbilo  en  desorden, 

Motivaron  aquellas 
Santas  disposicitmes 
De  que  á  estos  actos  sólo 
Los  de  piedad  suliroguen. 

Estos  los  convenientes 
Fueron,  ó  los  acordes 
A  aquel  pastor  primado 
De  todos  los  pastores. 

Que  el  lienzo  do  animales, 
Que  cielo  y  tierra  coge. 
Vio  cuando  voz  celeste 
Le  dijo  :  3Iafa  y  come. 

Glorificar  á  Cristo 
Delante  de  los  hombres 
Son  T tandas  de  san  Pedro, 
Que  á  los  demás  propone. 


S39 


día  23   DE   FEBRERO. 

Santa  Marta ,  virgen  y  mártir, 

ISTo  vengas.  Himeneo, 
Devuelve  aquesas  alas. 
Que  te  prestó,  á  Cupido, 

Y  el  curso  veloz  para. 
Lejos  de  Astorga,  lejos 

De  la  española  rama, 
Las  rosas  de  tus  sienes , 
El  humo  de  tus  hachas. 

Con  él  se  desvanezcan 
Los  hálitos  que  esparza 
Suadela,  eficaz  hija 
De  Venus  Acidalia. 

Ni  á  Yugatino  llames. 
Ni  á  Domiduco  traigas , 
Que  á  la  esposa  introduzca 
Del  esposo  en  la  casa ; 

Ni  á  Domicio,  que  en  ella 
De  vigilante  guarda 
La  sirva,  ni  anticipes 
Gestiones  excusadas. 

Inútiles  son  esos 
Oficios  que  preparas. 
Futuros  á  Lucina 

Y  al  numen  de  Diana. 

No  importa  que  ese  impío 


Aborto  de  Bubalia, 
A  quien  contra  Filipo 
Los  rebeldes  proclaman. 

Exterminar  intente 
Con  fulminantes  ansias 
La  religión,  que  fija 
Su  solio  en  las  Españas. 

No  importa  que  el  procónsul 
Paterno,  que  te  llama 
En  su  auxilio,  la  empresa 
Fomente  teiuerai-ia. 

Ya  al  judicial  aspecto 
Se  presta  la  constancia. 
Que  admirarán  los  siglos, 
De  la  invencible  Marta. 

Su  adoración  pret'.nde 
Luzbel  en  las  estatuas 
Que  el  artífice  forma 
Del  oro  y  de  la  plata. 

Niégase  á  la  propuesta, 
Marta,  del  juez,  que  (rata 
Hallar  en  el  ecúleo 
La  enmienda  ó  la  venganza. 

Allí  violentos  choques 
De  las  nudosas  varas 
Sus  virginales  carnes 
Sonrojan  y  maltratan. 

Del  rigor,  que  halla  inútil, 
A  las  caricias  pasa 
El  juez,  y  á  las  promesas 
Su  apelación  instaura. 

Pero  á  esta  firme  peña. 
Parto  de  las  montañas 
De  León,  aunque  lo  intenten, 
Dádivas  no  quebrantan. 

La  santa  fe  en  su  pecho. 
De  Cristo,  radicada. 
No  menos  ( 1  halago 
Que  la  crueldad  desaira. 

Huye,  hijo  de  la  diosa; 
Las  colinas  repasa. 
Que  robles  y  castaños 
Guarnecen  á  su  falda. 

No  más  te  acerques ;  vuelve 
De  Océano  á  las  aguas , 
Y  di  á  Citéres  cuanto 
Mi  voz  te  desengaña. 

Mas  si  acaso  te  fias 
De  estériles  instancias 
Con  que  eludir  paterno 
Tanta  entereza  entabla; 

Si  con  su  hijo  el  enlace 
Que  á  Marta  ofrece,  aguardas, 
Tarde  ó  nunca  tus  teas 
Han  de  avivar  su  llama. 

Marta,  de  Cristo  esposa, 
Ofreciendo  á  la  espada 
El  cuello,  con  su  sangre 
Verás  que  las  apaga. 


DÍA  2i  DE  FEBRERO. 
San  Matías,  apóstol. 

Después  que  del  dichoso 
Monte  de  las  Olivas 
Para  su  eterno  Padre 
Se  encaminó  el  Mesías, 

Levantánduse  Pedro, 
Así  á  la  turba  avisa 
De  casi  ciento  y  veinte 
Personas  que  allí  habia  : 

«Varones,  dijo,  hermanos, 
La  Escritura  divina 
Del  Espíritu  Santo 
Conviene  sea  cumplida ; 

«Aquella  que,  por  boca 
De  David,  profetiza, 
De  Judas,  que  fué  miembro 
De  nuestra  comijañía. 

«Jesús  al  ministerio 
Sagrado  le  destina, 


340  DON 

Y  él  á  los  que  atrevidos 
Le  prenden  acandilLi. 

«Este  poseyó  un  campo 
En  i>rec¡o  de  su  indigna 
Traición,  y  se  hizo  luego 
De  sí  propio  homicida. 

))Suspendiúse  de  un  lazo; 
El  suelo  vio  esparcidas 
Sus  entrañas (cansado 
El  cuirpo  de  sufrirlas). 

»Supo  la  paga  el  pueblo 
De  tanta  alevosía, 
T  Ilaceldama,  esto  es,  campo 
De  sanjrrc  le  apellida. 

))Está,  pues,  en  los  salmos 
Esta  sentencia  escrita  : 
Su  mansión  quede  á  inculto 
Desierto  reducida; 

nNo pueda  en  tiempo  alguno 
Decirse  que  la  habita 
Criatura  humana  ,  y  otro 
Su  obispado  reciba. 

))En  su  lugar,  de  aquellos 
Ser  debe  el  que  se  elija, 
A  i]uiencs  con  su  trato 
Jesús  colmó  de  dichas, 

))Del  bautismo  empezando 
De  Juan  hasta  acjiíel  dia 
Que,  elevado,  una  nube 
Le  hurto  de  nuestra  vista, 

))Y  que  testigo  .sea 
De  aquella  maravilla, 
De  haljcr,  después  de  muerto, 
Tornádose  á  la  vida.» 

Tal  razonó  el  Apóstol; 
T  en  dos  ponen  la  mira, 
Matías  y  Jo.sefo, 
Que  el  Justo  denominan; 

Y  orando,  así  dijeron  : 
(( Tú ,  Señor,  que  registras 
El  corazón  de  todos, 
Cuál  de  éstos,  nos  inspira, 

))Del  apóstata  Judas, 
Que  aleve  prevarica , 
Para  ir  á  su  destino, 
Ha  de  ocupar  la  silla.» 

Danlo  á  la  suerte,  y  ésta 
Fué  á  JIatía.s  propicia, 
Que  luego  con  los  once 
Apóstoles  se  alista. 

Suerte  del  nuevo  apóstol 
Dichosa,  dirigida 
De  Dios,  tú  del  electo 
El  mérito  acreditas, 

Jerusalen  escuche. 
Con  toda  Palestina, 
Su  voz;  por  ella  el  cielo 
Be  colmi'  de  mies  rica. 

Las  luc  s  ])ropagada8 
Del  Evangelio,  rinda, 
Con  piedras  maltratado. 
Su  cuello  á  la  cuchilla. 

Suerte  infeliz  de  Judas, 
Sacrilega  codicia. 
Tú  eres  la  que  á  las  negras 
Sombras  le  precipitas. 

¡Qué  apóstoles  diversos! 
¡Qué  suertes!  ¡Qué  caídas! 
Cae  Judas  por  su  suerte; 
Cae  suerte  por  Matías. 


DIA  25  DE  FEBRERO. 

San  Cesáreo,   confesor, 

I  Adonde  estás ,  Nicea  7 
Kicca,  ¿qué  te  has  hecho? 
¿Qué  t«  has  hecho?  Te  busco, 
Nicea,  y  no  te  encuentro. 

I  Dónde  tus  cdilicios 
Existen?  ¿Qué  se  hicieron 
Xuti  calles  y  tus  plazas, 


JOSÉ  MARÍA  VACA  DE  GUZMAN 

Tus  muros  y  tus  templos? 

Tu  esplendor  se  ba  apagado, 
Tu  pompa  se  ha  deshecho; 
Eres  de  lo  qm;  fuiste 
Apenas  esqueleto. 

Del  podador  la  herida 
No  lloran  los  sarmientos 
De  las  célebres  vides. 
Que  pueblan  tu  ti  rreno. 

Lloran  al  ver,  de  tanta 
Catástrofe  en  efecto, 
Del  polvo  de  tus  ruinas 
Sus  vastagos  cubiertos. 

Mas  ¿quién  es  el  que  de  ellas 
De  increíble  modo  ileso 
Se  desenvuelve,  y  hace 
Escala  de  los  muertos? 

Tembló  la  tierra,  dando 
Con  espantoso  estruendo 
Pavor  á  los  mortales, 

Y  ronco  son  al  viento. 
Las  elevadas  torres, 

Frontispicios  soberbios, 

Ahora  precipitados, 

Son  tumba  de  los  cuerpos. 

Aparece  de  aquesta 
Desolación  en  medio. 
Cuestor  de  la  Bitinia, 
Cesáreo  Nacianceno. 

Parece  que  aunque  el  orbe 
Sobre  él  caiga  en  fragmentos, 
Ni  las  ruinas  le  hieren, 
Ni  le  acobarda  el  miedo. 

(Jon  los  demás  airado 
El  elemento  inquieto. 
Respeta  sus  virtudes. 
Su  ciencia  y  nacimiento. 

Ilustre  en  sus  mayores. 
De  los  qiie  santos  fueron 
Hijo  feliz,  de  santos 
Hermano,  y  santo  él  mesmo. 

Admiración  de  cuantos 
Le  escuchan ,  ya  exponiendo 
De  Hipócrates  lugares 

Y  dogmas  de  Galeno; 
Ya  de  Epicuro  y  Cleante 

Refutando  argumentos , 
A  Platón  explicando 
O  á  Pirrou  rebatiendo; 

Ya  con  demostraciones 
Huminando  diestro 
Los  escritos  de  Euclídes, 
Heron  y  Ptol  orneo. 

Del  apóstata  César 
Temido  por  su  celo, 
Que  en  Valente  y  su  hermano 
Produjo  tanto  aprecio. 

Al  fraternal  cariño 
Aparecido  en  sueños 
De  Gregorio  glorioso. 
Lustre,  claro,  excelso; 

Cual  el  teólogo  santo 
Le  verá,  añade,  al  tiempo 
Que  la  voz  del  arcángel 
Dé  á  la  trompeta  esfuerzos; 

Que  el  cielo  se  trasforme. 
Se  desfigure  el  suelo, 
Se  mude  el  mundo,  y  vaguen 
Libres  los  elementos. 

Alábite,  oh  Cesáreo, 
Tu  hermano;  yo  enmudezco; 
¿Quién  entre  los  mortales 
Podrá  con  tanto  acierto 

Loar  en  las  humanas 
Tu  portentoso  ingenio 
Como  aquel  que  en  las  letras 
Divinas  fué  portento? 

Mueres;  y  si  un  hermano 
Santo  perora  el  duelo, 
Tu  santa  macke  Nona 
Te  erige  monumento. 

El  poder  de  la  tierra 


Y  MANRIQUE, 

No  te  oprimió,  á  tu  aliento 
Sólo  oprimió  la  muerte , 
Porque  es  poder  del  cielo. 


DIA  26  DE  FEBRERO. 
San  Alejandro,  obispo. 

Murió  Aquilas,  y  el  cielo 
Permitió  que  la  tumba 
De  este  patriarca  fuese 
Del  arrianismo  cuna; 

Porque  ambicioso  el  jefe 
De  esta  secta  futura. 
La  silla  alejandrina 
Inútilmente  1)usca. 

La  elección  de  Alejandro 
El  cielo  mismo  alumbra, 

Y  sucesor  de  Aquilas 
El  pueblo  le  saluda. 

Arrio,  indignado,  contra 
La  Iglesia  se  conjura; 
Principio  lastimoso, 
Que  tanto  mal  anuncia. 

En  su  arenoso  suelo, 
Libia,  su  patria,  nunca 
Tan  venenosa  sierpe 
Expuso  á  la  luz  pura. 

Dice  que  el  Verbo  (y  hace 
Que  la  ponzoña  cunda) 
Es  criatura,  jjriucipio 
De  las  demás  criaturas, 

Alejandro  el  Primero 
Declara  guerra  cruda 
A  los  nuevos  errores, 

Y  al  impío  descomulga. 
Presbítero  no  tantos 

Trabajos  le  atribulan. 
De  los  emperadores 
Paganos  en  la  lucha, 

Cuantos  obispo  sufi'e 
Por  la  fe,  que  propugna, 

Y  los  heresiarcas 

A  la  sazón  perturban; 

Pues  mientras  en  su  iglesia 
Tiránicas  las  furias 
En  las  voraces  llamas 

Y  el  hierro  se  gradúan; 

El  cisma,  que  en  Egipto 
Melacio  infame  funda. 
Ejercita  su  celo, 

Y  á  su  rebaño  asusta. 
Este  de  mansedumbre, 

De  erudición ,  facundia 

Y  caridad  portento. 
Digno  de  mejor  pluma. 

Muere  anciano;  y  moviendo 
Su  lengua  Dios,  pronuncian 
Del  sucesor  el  nombre 
Las  últimas  angustias. 

Atanasio,  Atanasio, 
Repite;  uno  lo  escucha 
De  este  nombre,  y  responde; 
Mas  nada  le  insinúa. 

Otra  vez  Atanasio 
Sus  voces  articulan; 

Y  calla  el  que  con  esto 
Ya  de  su  error  no  duda. 

Entonces  profetiza  : 
«Huir,  Atanasio,  juzgas; 
Pero  aunque  más  lo  intentes, 
Será  imposible  que  huyas.» 

Para  Arrio  y  Atanasio 
Fué  abeja,  cuya  industria 
Su  aguijón  guarda  al  uno, 

Y  al  otro  sus  dulzuras. 
Así  de  su  alta  silla 

Es  fuerza  se  reduzca. 
Ocúpela  ó  la  deje. 
Cual  dignamente  usa. 

A  aquel  que  la  apeteco 
Separa,  si  la  ocupa, 


Y  llama,  si  la  deja, 
A  aquel  que  la  rehusa. 


día  27  DE  FEBREKO. 
San  Baldomero ,  confesor, 

No  más,  no  más  Vulcano, 
Falaz  mitología, 
Soñadas  ilusiones, 
Poéticas  mentiras. 

Dejad  historias  vanas 
De  esa  deidad  fingida. 
Que  Jove,  por  disforme, 
Del  cielo  precipita. 

Y  de  los  moradores 
De  Lémnos,  que  á  la  hija 
Coronó  de  Toante, 
Recibe  nxieva  vida; 

Por  cuyo  beneficio 
Allí  su  asiento  fija. 
Donde  el  uso  del  hierro 

Y  el  fuego  les  explica. 
Callad  aclamaciones, 

Que,  del  Egeo  islas. 
Tributan  á  sus  yunques 
Lipari  y  Estrongila. 

Ni  obra  de  su  martillo 
Pandora,  en  quien  principia 
Del  bello  sexo  el  ói'den , 
Se  ensalce  peregrina. 

Ni  en  su  culto  los  gi'iegos 
Con  hachas  encendidas, 
A  los  lampadoforios 
Certámenes  asista. 

Las  chalceas,  vulcanales 
Fiestas,  que  le  dedican 
Gozosos  en  Atenas 

Y  Roma,  se  supriman. 
Discípulos  nosotros 

De  la  sana  doctrina. 
Las  fábulas  huyamos , 
Pues  la  verdad  convida. 

Allá  donde  congregan, 
De  una  montaña  á  vista, 
El  Ródano  y  Saona 
Sus  aguas  cristalinas, 

Baldomero,  artesano, 
Las  venas  beneficia 
Que  á  su  trabajo  aprontan 
Las  subterráneas  minas. 

Casto,  veraz,  humilde, 
Consigue  que  excesiva 
Su  princii)al  carácter 
La  caridad  distinga. 

HeiTcro  pobre,  cuando 
Le  falta  el  oro,  alivia 
Al  pobre  con  sus  ])ropiaí? 
Herramientas  precisas. 

Sin  estos  utensilios, 
¿Qué  es  lo  que  determinas, 
Artífice  glorioso  ? 
¿Qué  intentas?  ¿Que  utilizas? 

El  agua,  que  al  invento 
Su  virtud  suministra , 
Siendo  la  hornaza  iniÚil, 
Para  apagarla  sirva. 

Mas  ¡ay!  que  en  ese  pecho 
Escondes  más  activa 
Fragua,  j  al  cielo  vuelan 
Abrasadoras  chispas. 

Ellas  de  tus  virtudes 
Testigos  son;  publican 
De  un  corazón  amante 
La  inextinguible  pira. 

Tu  religión  ¡oh  cuánto 
De  la  pagana  dista! 
/  Qué  efectos  más  diversos  ? 
I  Qué  causas  más  distintas  ? 

Fingen  que  de  los  dioses 
Vulcano,  en  su  oficina. 
Las  armas,  con  que  vengan 


HIMNODIA. 

Su  cólera,  fabrica. 

Del  numen  verdadero, 
Contra  nuestra  malicia. 
Tú  en  la  tuya  desarmas 
Las  vengadoras  iras. 


341 


día  28  DE   FEBRERO. 

San  Román,  ahad, 

Asia  y  Añ-ica  insignes 
Contra  el  tesón  del  tiempo, 
No  sólo  en  las  ciudades 
De  numeroso  pueblo, 

Sino  en  los  aelmirablea 
De  la  virtud  modelos, 
De  que  en  épocas  varias 
Poblasteis  los  desiertos, 

Bien  es  que  la  Tebaida 
Gloriosa  sus  ejemplos. 
Bien  que  engrandezca  ufano 
Los  suyos  el  Carmelo. 

Pero  advertid  á  Europa, 
Y  creeréis  estar  viendo 
Que  á  ella  se  han  trasladado 
Vuestros  antiguos  yermos. 

Ese  elevado  monte 
De  la  Francia,  que  al  cielo 
Robando  está  las  luces. 
Segundo  Prometeo; 

Jura,  de  cuj-a  mole 
El  Aar  va  lamiendo 
La  planta,  hasta  que  paga 
Al  Éhin  undoso  feudo. 

Natural  obelisco. 
Promontorio  soberbio. 
De  donde  nobles  artes 
Tomaron  lo  grotesco, 
A  su  raíz  sustenta 
Robusto  y  verde  abeto, 
A  pesar  de  los  duros 
Rigores  del  invierno. 

Densísimas  sus  ramas 
Forman  tejido  techo. 
Bajo  el  cual  á  Dios  sirve 
Román,  su  amado  siervo. 

Aqueste,  que  la  vida 
Solitaria  el  primero 
Introdujo  en  los  fines 
Orientales  del  reino. 

Sobre  sí,  al  entablarla 
Las  furias  del  infierno. 
Siente  con  Lupicino, 
Su  hermano  y  compañero. 
Lluvia  espesa  maltrata 
De  piedras  á  sus  cuerpos, 
Y  la  edad  inmatura 
Tuvo  al  peligro  miedo. 

Huyen,  y  en  el  camino 
Retroceden ,  oyendo 
De  una  desconocida 
Mujer  tales  acentos  : 

«/De  dónde,  pues,  soldados 
De  Cristo?))  Entonces  ellos. 
Admirados,  confusos. 
Descubren  el  secreto. 

Responde  la  inspirada : 
«Debierais  al  protervo 
Enemigo  mostraros 
Fortísimos  guerreros, 

))Ni  estar,  varones  justos, 
La  enemistad  temiendo. 
De  quien  por  los  amigos 
De  Dios  vencido  vemos.» 

Dice;  y  á  su  flaqueza 
Reprueban  ellos  mi  smos, 
Que,  de  la  cruz  armados. 
Vuelven  al  choque  fiero. 

De  piedras,  que  los  hieren, 
Vuelve  el  diluvio  luego. 
Hasta  que  su  constancia 
El  írib  fué  sereno. 


Es  p.ira  que  venzamos 
Los  enemigos  nuestros, 
El  modo  en  el  bullicio 
Y  soledad  diverso. 

Cuerpo  á  cuerpo  se  puede 
A  Satanás  el  reto 
Proponer,  si  al  retiro 
Estorba  sus  efectos. 

Mas  de  Venus  y  el  mundo 
LdS  santos  conocieron 
Que  sólo  es  el  huirlos 
El  modo  de  vencerlos. 


día  1.°  de  marzo. 
El  santo  Ángel  de  la  Guarda. 

Hombre,  que  del  albergue 
Materno  producido. 
Naces  al  mundo  en  este 
Momento  en  que  lo  escribo. 

Llora,  pues  al  que  vienes 
Conoces,  aunque  niño. 
Triste  país  cubierto 
De  abrojos  y  de  espinos. 

]  Cómo,  si  bien  supieras 
Los  trances,  los  peligros. 
Los  males  que  te  esperan, 
Doblaras  los  gemidos! 

Te  pasmará  el  invierno, 
Te  abrasará  el  estío. 
Te  embestirán  las  fieras. 
Te  asombrarán  los  riscos. 

Ni  sólo  los  insultos 
Receles  de  los  mistos; 
Los  mismos  elementos 
Serán  tus  enemigos. 

Peligros  en  la  tierra, 
Los  mares  y  los  rios; 
Peligros  en  incendios 

Y  en  recios  torbellinos; 
Peligi'os  en  los  hombres 

De  corazón  inicuo. 
Como  falsos  hermanos 

Y  pérfidos  amigos. 

La  enfermedad,  la  angustia, 
El  susto  están  contigo, 

Y  la  muerte  en  el  mundo 
Concluye  tu  di'stino. 

Mas  logren  dulce  tregua 
Tus  llorosos  principios, 
Tributándote  el  sueño 
Dulcísimos  deliquios. 

En  este  mismo  instante, 
Para  tu  guarda  admiro 
Descender  por  los  aires 
Un  ángel  del  empíreo. 

Porque  Dios  de  tí  ha  dado 
Encargo  á  sus  ministros 
Para  que  te  custodien 
En  todos  tus  caminos. 

Te  llevarán  en  palmas. 
Porque  en  los  precipicios 
No  caigan ,  tropezando. 
Tus  pies  inadvertidos. 

Andarás  sobre  el  áspid 

Y  el  fiero  basilisco. 
Pisarás  al  león  bravo 

Y  al  dragón,  ci-uel  vestiglo; 
A  aquel  dragón  ú  horrenda 

Sierpe  del  paraíso. 

De  ese  llanto  que  viertes 

Origen  primitivo; 

Monstruo  más  insidioso 
Del  mundo  al  laberinto, 
Que  el  que  cncern')  el  de  Creta 
Por  orden  del  rey  Minos; 

León ,  que  rodea  toda 
La  tierra,  y  á  rugidos 
Busca  á  quien  en  su  vientre 
Tenga  sepulcro  vivo. 

El  ángel  te  liberta, 


343 

Busca  sn  patrocinio; 
Saldrás,  si  uo  le  dejas, 
Del  intrincado  sitio. 

¿  De  Ariadiia,  si  l->  rompes, 
Qué  te  aprovecha  el  hilo? 
KltAs  en  este  caso 
La  parca  de  ti  mismo. 


DON  JOSÉ  MARÍA  VACA  DE  GUZMAN  Y  MANRIQUE. 


día  2  DE  MAEZO. 
San  Lvc'to,  obispo. 

¿Qué  línea,  monstruo  horrendo 
De  la  crueldad,  admites, 
Que,  escándalo  del  orbe, 
Tu  insano  furor  pise? 

I  Eres  tú  el  que  blasonas 
De  que  de  Augusto  sifrucs 
La  norma,  y  en  tí  anhelas 
La  humanidad  se  cifre? 

I  Eres  aquel  piadoso 
César,  que  al  exigirte 
Que  capital  sentencia 
Contra  un  mafrnate  firmes. 

Que  isinorar  descaras, 
Al  senado  dijiste, 
El  arte  de  la  pluma 
En  lance  tan  terrible? 

[Qué  bien,  Nerón,  aquestos 
Primeros  que  concibes, 
Sentimientos  benignos. 
Con  los  siguientes  dicenl 

¡Todos  los  hombres  quieres 
Que  en  solo  un  cuello  estriben, 
Por  ver  así  que  á  un  golpe 
De  tu  rigor  i  spiren! 

[A  principios  tan  bellos, 
On  cuan  opuestos  fines. 
Que  hacen  que  la  doctrina 
De  Séneca  así  olvides! 

De  Séneca,  tu  maestro. 
Tu  director  insigne, 
A  quien  áuu  no  perdona 
Tu  saña  irresistible; 

Y  malogrado  ( 1  lance 
De  la  ponzoña,  insistes. 
Por  favor,  en  que  sufra 
La  muerte  que  él  se  elige! 

Mas  ¿qué  mucho?  Agripina, 
Do  quien  el  ser  recibes. 
No  quieres  que  di:  insulto 
Tan  bárbaro  se  libre. 

Ni  en  Octavia  y  Popea, 
Desapiadado  tigre. 
Que  incruento  se  exima 
Tu  tálamo  permites. 

¿Son,  tirano,  los  triunfos 
Aquestos,  son  los  timbres 
Que  en  láminas  de  bronce 

Y  en  mármoles  escribes? 
¿Cuáles  serán?  ¿Acaso 

Son  que  indolente  mires, 
Cantando  á  Ilion  batido, 
Fuego  exhalar  ei  Tiber? 

¿  Que  de  incendiario  á  fiero 
Calumniador  camines, 

Y  reos  á  los  fieles 
Supongas  de  aquel  crimen, 

O  que  al  fatal  pretexto, 
De  este  rebaño  humilde 
Tú  las  persecuciones 
Gentílicas  principies? 

Cebándote  en  sus  jefes. 
Haces  que  al  Maestro  imite 
Pedro,  y  que  Pablo  el  cuello 
Guarnezca  de  rubíes; 

Que  con  sn  sangre  á  Fioma 

Y  á  la  Iglesia  amenicen 
Proceso  y  Martiniano, 
Con  otros ,  que  persigues; 

Que  á  Gervasio  y  l'rotasio, 
Nazario  y  Celso  admire 


Milán,  y  cuente  Pisa 
Sus  mártires  á  miles. 

España  ha  condenado 
Tanta  impiedad,  y  gimen 
Las  ásperas  Asti'irias 
Porque  á  Britonia  afliges; 

Britonia,  cuya  iglesia, 
Pastor  segundo,  rige 
Lucio,  que  al  Cebedeo, 
Su  maestro,  en  ella  sigue; 

Y  al  Capadocio,  que  huye 
De  la  invasión,  asiste 
Y  esfuerza,  á  cuya  causa 
Lpurel  de  mártir  ciñe. 

Después  que  en  Cesárea 
Siente  su  ausencia,  al  triste 
Mensaje  de  su  muerte. 
En  llantos  se  derrite. 

Devota,  á  las  cenizas 
De  Aristübulo  erige 
Sagrado  mausoleo, 
Donde  su  afecto  imprime. 

A  las  del  hijo  excelso, 
Patrón  de  España,  rinde 
De.  gratitud  perennes 
Votos  en  sus  confines. 

Mas  tú,  que  en  las  de  Lucio 
La  impides  se  glorie, 
Oh  Nerón,  con  Britonia 
Cruel  dos  veces  fuiste. 


día  3  DE  MABZO. 
San  Ilemetcrio  y  San  Celedonio. 

En  una  obscura  cárcel 
De  León ,  insigne  emporio, 
Colonia  del  romano. 
Corte  después  del  godo, 

Por  Máximo  y  Asteno, 
Sus  jueces  rigorosos, 
Con  Hemeterio  j^ace^ 
Su  hermano  Celedonio, 

En  el  bizarro  pecho. 
Más  que  en  la  sangre  y  rostros. 
Prototipos  fielmente 
Copiados  lino  de  otro; 

Del  centurión  Marcelo 
Renuevos,  que  frondosos 
Imitan  la  inflexible 
Fortaleza  del  tronco; 

Civil  muerte  aherrojados 
Padecen ,  sin  que  el  sordo 
Trascurso  de  los  tiempos 
Abrevie  el  fin  dichoso. 

La  hoz  de  Saturno,  que  hace 
Tornar  con  filo  corvo 
Al  dórico  edificio, 
De  hiedra  armado  escollo. 

Ni  acaba  con  los  dias , 
Que  pasan  numerosos. 
Ni  consume  á  quien  sufre 
Su  cruel  tesón  tampoco. 

Testigos  los  cabellos. 
Que  á  cubrir  licenciosos 
El  cuerpo,  prolongados 
Descienden  por  los  hombros. 

Mas  ya  benigno  el  cielo, 
Después  que  del  encono 
A  impulsos  toleraron 
Tormentos  horrorosos. 

Los  lleva  á  Calahorra, 
Que  de  su  triunfo  heroico, 
Por  voluntad  divina, 
Teatro  fué  glorioso. 

El  Ebro,  que  la  baña, 
Pretende  que  en  el  propio 
Instante  reproduzca 
De  la  elocuencia  al  monstruo. 

Renazca  Quintiliano, 
Y  agote  los  adornos 
De  ia  oratoria,  en  digno 


Obsequio  de  su  elogio. 

Escríbase  indeleble, 
Mientras  que  de  un  arroyo 
La  orilla  en  los  dos  cuerpos 
Encierra  dos  tesoros. 

Tiempo  vendrá  en  que  el  lazo 
De  la  injusticia  roto. 
La  militante  Iglesia 
Res  ¡iré  en  sus  ahogos. 

Y  la  ciudad,  que  ahora 
Intacto  deja  el  polvo, 
Les  alce  mausoleo 

Y  aclame  sus  patronos. 

Mas  ¡ay!  que  estos  tiranos, 
Corridos,  vergonzosos 
De  tantas  impiedades 
Como  les  dicta  el  odio. 

Ni  la  prisión  horrenda, 
Ni  el  trance  lastimoso 
De  terminar  dos  vidas, 
De  una  espada  al  destrozo, 

Permiten  que  se  escriba, 

Y  lo  ya  escrito  al  pronto 
Estrago  de  las  llamas 
Borraron  cuidadosos. 

Pero  ¡cautela  inútil! 
Más  puede  aquel  Esposo 
De  las  ilustres  .almas 
Que  suben  á  su  trono. 

Elévanse  tras  ellas 
Dulces  prendas  al  globo. 
Que  por  su  bien  halladas 
Fueron  del  alto  polo. 

De  uno  un  pequeño  lienzo. 
De  otro  un  anillo,  asombros 
Excitan  hasta  el  punto 
De  robarse  á  los  ojos; 

Y  harán  anillo  y  velo, 
Contra  humanos  estorbos, 
Eterna  ia  memoria 

De  aquestos  desposorios. 


día  4  DE  MARZO. 
San  Casimiro,  confesot\ 

Viajero  que,  llevado 
De  propensión  curiosa, 
Cortes  y  capitales 
Recorres  de  la  Europa, 

El  Septentrión  te  llama; 
Tu  marcha  presurosa 
Dirige  á  los  extensos 
Estados  de  Polonia. 

Del  Vístula  las  ninfas 
Entre  las  algas  y  ovas 
Levantan  la  cabeza, 
Que  de  verbenas  orlan. 

Alegres  te  conducen. 
Te  muestran  oficiosas 
Las  más  altas  é  insignes 
Grandezas  de  Cracovia. 

Aun  no  verás  aquellas 
Que  espera  suntuosas 
Preseas  el  castillo. 
Que  el  tiempo  desmorona ; 

Las  águilas  de  plata, 
Que  las  armas  denotan 
De  la  nación ,  pendientes 
De  la  techumbre  hermosa, 

Que  al  impulso  movidas 
De  manso  viento,  en  ondas 
Brillantes  á  los  ojos 
Escena  grata  expongan; 

Y  tanto,  qiie  se  piense 
Que  aquellas  conductoras 
De  la  luna ,  que  quiebran 
En  su  cristal,  las  copian. 

Sus  bellas  galerías 
No  existen,  las  famosas 
Pinturas,  los  trofeos» 
Que  ensalzan  las  historias. 


En  la  fecunda  tierra 
Aun  yacen,  piedras  toscas, 
Los  mármoles,  objeto 
De  tanta  vanagloria. 

Juan  Sobieski,  primario 
Origen  de  su  pompa , 
No  ha  nacido,  ni  el  fuerte 
Se  reediüca  ahora. 

Pero  acércate  al  regio 
Palacio  donde  mora 
El  Cuarto  Casimiro; 
Pise  tu  pié  sus  losas. 

Sus  adornos  te  admiren, 
Y  los  salones  corra 
Tu  atención,  que  con  bustos 
De  Césares  se  adornan. 

Las  ninfas  te  introducen , 
Validas  de  las  sombras, 
Del  príncipe  á  la  estancia, 
Que  el  mismo  nombre  goza. 

No  inquieten  á  Morfeo 
Tus  plantas;  silenciosas 
Se  acerquen  hacia  el  rico 
Lecho  donde  reposa. 

Tus  manos  el  brocado 
Del  pabellón  descorran ; 
Verás  dormir  de  Adonis 
La  gentileza  propia. 

Mas  no;  deten  dudoso 
El  paso,  pues  le  estorba 
No  sé  qué  fiel  esclavo 
Que  guarda  su  persona; 

Can,  que  á  su  augusto  dueño, 
Cuando  á  su  pié  se  postra , 
Sobre  la  dura  tierra 
Lealtades  acrisola. 

Pero...  ¡qué  pasmo!  advierte... 
Mira  al  esclavo...  nota... 
Por  las  señas  es  fuerza 
Que  al  príncipe  conozcas. 

Ni  mi  primera  idea 
Mintió;  pues  i  de  qué  forma 
El  noble  Casimiro 
Es  siervo  ?  ;•  á  quién  custodia  ? 

Sí;  Casimiro  es  siervo; 
María  es  la  señora; 
Custodia  la  pureza. 
Que  su  atención  la  roba. 

Allí  en  cilicio  envuelto, 
Bizarro  joven  doma 
Los  ímpetus  impuros 
De  la  halagüeña  diosa. 

Si  de  día  la  escribe 
Tierna  cadente  prosa, 
En  que  sus  fervorosos 
Afectos  desahoga;   . 

De  noche  la  consagra 
La  ofrenda  más  preciosa; 
Así  de  Casimiro 
Los  triunfos  se  pregonan. 

Las  plumas  de  tus  alas, 
Oh  fama  voladora. 
Agita  mientras  yacen 
Las  de  su  lecho  ociosas. 


día  5  DE  MARZO. 
San  E'dschio  y  compañeros,  mártires. 

Yo,  aquel  que  en  otro  tiempo 

Al  coro  de  unos  sabios 
Expuse  mis  cadencias 
Y  merecí  sus  lauros; 

De  aquellos  que  á  Filipo, 
Su  erector,  obsequiando, 
Limpian,  fijan  y  brillos 
Dan  al  idioma  patrio; 

Cuando  entoné  la  hazaña 
Del  general  bizarro 
Que  unió  al  de  España  el  grande 


HIMNODLi. 

Imperio  mejicano  (1) ; 

En  números  más  breves 
El  compatriota  santo 
Propongo  á  los  dominios 
Del  nieto  augusto  Carlos. 

Señor,  ó  bien  sujeto 
Materias  del  estado, 
O  de  la  dura  guerra, 
O  de  tu  real  erario. 

Te  tengan;  ó  de  Alcídes 
Las  columnas  pasando. 
Tu  voz  oigan  las  Indias, 
Nereo  tus  mandatos; 

O  levante  de  Aslrca 
La  balanza  tu  brazo, 
E  incansable  te  admiren 
Ministros  ilustrados; 

O  en  gracias  se  deshaga 
Tu  corazón  humano, 
Al  pobre  socorriendo 
O  al  mérito  premiando; 

O  el  jabalí  á  tus  plantas, 
O  en  su  carrera  el  gamo 
Se  rinda  á  tus  aciertos 
O  al  fuego  de  tu  rayo; 

O  bien  airoso  rijas 
Noble  hipogrifo,  cuando 
Pases  al  sitio  ameno 
Donde  en  estatua,  ufano, 

A  competirte  aspira. 
Del  cincel  por  milagro, 
Cuarto  rey,  cuarto  abuelo 
De  otro  monarca  cuarto; 

O  te  brinde  de  Luisa 
Dulcísimo  regazo, 
,0  á  Fernando  enrojezcan 
Con  ósculos  tus  labios; 

Oye  en  breve  á  mi  musa, 
Que  con  afán  diario 
Reverente  las  losas 
Pisa  de  tu  palacio. 

Medellin,  que  venera 
Tu  nombre  soberano, 
A  Ensebio,  á  Hernando  aclama, 
Gloriosa  patria  de  ambos. 

Displicente  el  Guadiana 
Se  hundió  en  la  tierra  acaso, 
En  donde  tuvo  de  ellos 
Certísimos  presagios. 

Y  á  aparecer  volviendo. 
Su  horóscopo  esj^erando, 
Flemático  á  su  curso 
Parece  el  de  los  años. 

Y  «¡oh  extremeños !  á  tiempo 
Que  unos  y  otros  llegai'on, 

A  conquistar,  decía, 
El  otro  mundo  vamos.» 

Hernán  Cortés,  valiente, 
Llevó  á  sus  Alvarados, 
Escalantes,  Mejías, 
Ordaces  y  Lezcanos. 

Ensebio  generoso 
Se  presta,  acompañado 
De  heroicos  palatinos, 
Rústicos  Y  fírmanos. 

Rompe  Cortés  la  armada 
Luego  que  el  suelo  ha  hollado 
De  América,  á  los  suyos 
Todo  recurso  obviando. 

<(  Ninguno  por  la  patria 
Suspire;  ea,  soldados; 
Si  os  brindan  los  bajeles, 
Rompedlos  ó  quemadlos; 

«Suspirad,  dice,  sólo 
Por  la  gloria;  acordaos 
Que  á  ensalzar  el  real  nombre 
De  Carlos  principiamos.» 

Ante  el  juez  y  al  peligro 
Se  presenta  esforzado 

(lí  Alude  el  autor  ;i  su  poema  Las  Naves 
de  Cortés,  premiado  por  la  .\cadcinia  Espa- 
ñola. 


343 


Eusebio,  con  los  otros; 
Y  con  valor  cristiano. 

Para  que  no  ala  empresa 
Se  opong.in  embarazos. 
Les  está  de  esta  suerte 
Su  corazón  hablando  : 

(( Por  la  patria,  la  gloria 
Nosotros  suspiramos; 
Si  es  la  vitla  el  estorbo, 
No  más  vivir;  quitadlo.» 


día  G  de  marzo. 

Los  Santos  Víctor  y  Victorino, 
mártires. 

Llegaste  en  ñn,  oh  día. 
Tú,  (pie  á  mi  numen  pío 
Mandas  de  la  constancia 
Encarecer  los  triunfos; 

De  la  constancia,  aquella 
De  los  héroes  de  Cristo 
Virtud,  que  puebla  el  cielo 
De  mártires  invictos. 

Aunque  la  cárcel  calle 
Nicomediensc,  indigno 
Lugar  donde  arrestado 
Yace  el  silencio  mismo. 

Aclamaciones  grandes, 
Después  de  tantos  siglos , 
Todavía  parece 
Resuenan  en  mi  oído. 

Nombre  de  vencedores 
Conviene  á  dos  prodigios 
De  heroicidad  cristiana, 
Víctor  y  Victo;-ino. 

Apamia,  de  Bitinia 
Ciudad,  los  ve  afligidos 
De  tormentos,  que  fueron 
De  su  pasión  principio. 

Acompáñanlos  Claudio 
Y  Basa,  á  qidenes  hizo 
La  voluntad  esposos. 
Consortes  el  martirio. 

A  la  prisión  camina 
Con  pié  animoso  Víctor, 
Ni  en  Victorino  el  miedo 
Pone  á  los  suyos  grillos. 

Los  que  oyen  á  la  entrada 
Del  lóbrego  destino, 
El  ruido  de  cadenas. 
El  son  de  los  rastrillos, 

La  misma  horrible  muerte, 
Que  al  encuentro  ha  salido. 
Representada  en  sombras 
O  distinguida  en  visos, 

Ninguna  imagen  fiera 
Hará,  para  abatirlos. 
Que  aquellos  corazones 
Agiten  los  latidos. 

No  el  viador  más  alegre. 
Cansado  del  camino. 
Entra  en  el  refrigerio 
Del  propio  domicilio; 

No  más  gozoso  al  puerto 
Arriba  el  que  vencidos 
Deja  entre  sobresaltos 
Del  golfo  los  peligros; 

Ni  el  que  del  Can  celeste 
Sufre  los  excesivos 
Calores,  mas  ansioso 
Entra  en  el  valle  umbrío. 

Que  de  la  fe  los  fuertes 
Soldados  aguerridos 
Se  prestan  al  sepulcro 
Que  ha  de  enterrarlos  vivos. 

Devóralos  aquella 
Garganta  del  abismo. 
Que  ignoran  los  tiranos 
Ser  senda  del  empíreo. 

Su  constancia  acrisolan 
En  ella;  los  castigos 


344 

Se  aumentan ,  y  ser  santos 
Es  todo  su  delito. 

Allí  se  sabe  apenas 
6i  la  noche  ha  tendido 
8u  manto,  ó  si  la  aurora 
Se  opuso  á  sus  designios. 

Tres  vices,  entre  tanto 
Que  asi  padecen,  Cintio 
Del  Aries  a  los  Peces 
Corrió  los  doce  sijmos. 

Los  oprobios,  el  hambre, 
La  desnudez,  ti  frió, 
Todos  se  confederan , 
Parciales  enemigos. 

Imprégnase  el  ambiente 
En  la  Lediondez  del  sitio 
De  pestilentes  cuerpos 
O  de  átomos  malignos. 

Hasta  de  los  pacientes 
Los  alientos  continuos 
Al  aire  son  de  menos 
Salubridad  motivo. 

Al  conjunto  de  tantos 
Trabajos  repetidos 
Espiran ,  y  hace  el  tiempo 
Su  natural  oficio. 

Pero  mi  musa  torpe 
Se  equivocó  cuando  hizo 
Cómplices  los  alientos 
De  aquestos  homicidios. 

Alientos  superiores. 
Que  hollaron  los  caminos 
De  las  estrellas,  nunca 
Pudieron  ser  nocivos. 


DON  JOSÉ  MARÍA  VACA  DE  GUZMAN  T  MANRIQUTÍ. 


día  7  DE  MAEZO. 
Santo  Tomas  de  Aquino. 

Callen,  deidad  de  Chipre, 
Las  que  en  los  labios  pones 
De  esclavos  infelices 
Adamaduras  voces. 

Tus  lides,  tus  victorias, 
Tus  triunfos  no  pregonen 
Aherrojados  mortales. 
Avasallados  dioses. 

No  llena  de  laureles 
Al  cielo  te  remontes; 
Hay  en  la  tierra,  oh  Venus, 
Quien  tanto  orgullo  dome. 

Vuelve,  vuelve  los  ojos, 
Preciados  de  traidores, 
Que  halagando  las  almas. 
Cautivan  corazones. 

El  hombre  de  su  siglo, 
El  santo  entre  los  hombres ,  . 
El  grande  entre  los  santos 
A  tu  poder  se  opone. 

Aquel  hombre  nacido 
Para  que  al  mundo  asombre, 
Abismo  de  la  ciencia 
y  oráculo  del  orbe; 

El  sol  de  las  escuelas, 
A  cuya  luz  se  ponen 
En  fuga  densas  sombras 
De  heréticos  vapores; 

Angélico  maestro. 
Que  en  voz  sensible  oye 
Estar  canonizados 
Por  Cristo  sus  sudores; 

Eucarístico  Atlante, 
Que  sostiene  la  mole 
De  aquel  cielo,  que  extraños 
Accidentes  esconden. 

Mírale  bien;  advierte 
Del  religioso  joven 
Para  la  lid  aquellas 
Previas  disposiciones. 

Bellezas  tiene  Italia; 
Inf  ándete  en  el  torpe 
Vaso  qtie  á  taq  intentos 


Juzgares  más  conforme. 

Áspid,  de  sius  halagos 
Ocúltate  en  las  llores, 
Y  tu  veneno  toda 
La  sangre  le  inficione. 

Sirena  encantadora. 
Caricias  mil  proponle 
Con  halagüeños  ecos, 
Que  eternamente  llore. 

Mas  ya  lo  intentas;  y  entra 
En  su  prisión  de  golpe 
La  impureza  sin  freno. 
Sin  máscara  el  desorden. 

Mujer  lasciva  astucias 
No  encuentra,  que  no  adopten 
Amantes  sus  i)alabras. 
Obscenas  sus  acciones. 

Tomas,  atribulado 
De  su  contrario  indócil, 
Clama  porque  desciendan 
Auxilios  superiores. 

El  ciclo,  que  le  escucha. 
Le  influye, y  para  el  choque 
De  una  encendida  brasa 
Las  armas  le  propone. 

Intrépido  con  ellas 
Tras  su  enemigo  corre. 
Que  del  rival  huyendo 
Con  pasos  va  veloces. 

Éste  el  tizón  dirige 
A  la  pared,  en  donde 
Una  cruz  en  la  parte 
Terrea,  que  oculta,  forme. 

Al  templo,  que  instantáneo 
Fabrica,  los  blasones 
Lleva  de  los  despojos 
Que  de  la  lid  recoge. 

Del  que  murió  en  el  leño. 
Que  pinta,  los  amores 
Le  abrasan  cuando  extingue 
Fogosas  sugestiones. 

De  la  naturaleza 
Así  invertido  el  orden. 
Encienden  las  cenizas 
y  apagan  los  tizones. 


día  8   DE  MARZO. 

San  Juan  de  Dios ,  fundador. 

I  Quién  es  este  que  viene. 
No  de  Edom,  donde  raya 
Madrugador  el  día, 
Y  vigilante  el  alba, 

Sino  de  las  vecinas 
Provincias  lusitanas. 
Donde  el  sol  en  su  ocaso 
De  ver  á  Europa  acaba; 

Teñidos  los  vestidos. 
Que  de  dolor  se  rasga. 
No  del  coral  de  Bosra, 
Que  vencedor  le  aclama. 

Sino  de  sangre  propia , 
Que  al  impulso  derrama 
De  aquella  conmovida 
Plebe ,  que  le  maltrata  ? 

I  Quién  es ,  si  acaso  es  dable 
Su  rostro,  que  encenaga, 
Distinguir,  cual  no  pudo 
Alfeo  al  de  Diana  ? 

En  él,  de  la  bacante 
Más  fatua  trasmigrada 
El  alma,  si  le  viera, 
I'itágoras  soñara. 

Repélase  el  cabello. 
Arráncase  la  barba, 
El  pecho  se  golpea, 
Derríbase  y  se  arrastra. 

Al  ofendido  cielo 
Los  ojos  y  las  palmas 
Eleva,  y  el  benigno 
Perdón  á  gritos  clama. 


Éste,  si  unas  confusas 
Memorias  no  se  engañan, 
Un  rebaño  en  Castilla 
Zagal  apacentaba, 
j  Le  expuso  acaso  al  lobo  ? 

¿Faltó  á  la  confianza 
>el  mayoral?  ¿  Qué  evento 
Le  turba,  ó  qué  desgracia? 

Mas  no;  que  es  un  soldado, 
Que  en  defensa  del  Austria 
Marchaba,  porque  huyera 
El  Turco  de  Al  manía. 

I  Qiié  novedad  terrible 
Fuera  de  sí  le  saca  ? 
¿Qué  deshonor?  ¿Por  suerte 
Huyó  de  la  batalla? 

Pastor  es,  y  con  esa 
Demencia  extraordinaria 
Que  aparenta ,  del  lobo 
Tartáreo  libra  el  alma. 

Es  soldado,  que  en  medio 
Está  de  la  campaña; 
Valiente  así  pelea 

Y  al  enemigo  ataca. 
Ése  es  á  quien  esperan 

Calamidades  tantas; 
Será  su  azote  el  mundo, 
Será  su  cruz  Granada. 

Mas  ¡qué  suerte  felice 
Por  Cristo  tolerarlas! 
Ni  sólo  á  la  otra  vida 
Reservará  la  paga. 

Los  ángeles  del  cielo, 
Dejando  su  morada. 
La  suya  y  de  los  pobres 
Cuidarán  en  su  falta. 

Con  él  en  los  incendios 
Apagarán  las  llamas; 
Será  Rafael  arcángel 
Su  compañero  y  guarda. 

Disfrutará,  por  medio 
De  imágenes  sagradas. 
De  María  en  sus  preces 
Visiones  soberanas. 

Al  mismo  Cristo  en  hombros 
Conducirá,  y  las  llagas 
De  sus  pies,  al  lavarlos, 
Descifrarán  la  carga. 

Agotará  los  fondos 
De  caridad,  primaria 
Virtud,  que  entre  las  otras 
Su  carácter  señala. 

Aqueste  de  la  enferma 
Naturaleza  humana, 
Éste  del  desamparo 
Será  la  dulce  calma. 

Este  blanco  de  oprobrios 

Y  de  irrisiones ,  cuantas 
Bibataubin  le  ofrece, 
Le  opone  Bibarrambla, 

Este  fingido  fatuo 
Los  cielos  arrebata; 
Granada,  que  le  aflige. 
Se  postrará  á  sus  ai'as. 

Juan,  que  es  gracia,  se  nombra 
De  la  gracia  en  las  aguas, 

Y  de  Dios  le  apellida 

Dios,  que  es  la  misma  gracia. 


día  9  DE  marzo. 

Santa  Francisca ,  viuda. 

Tras  sí  llevado  había 
Los  pámpanos  Octubre, 
Sin  que  esmaltasen  verdes 
Visos  del  cielo  azules; 

Y  del  romano  campo, 
Francisca ,  en  quien  se  arguye 
Que  andaban  á  porfía 
Lo  humilde  con  lo  ilustre. 

En  medio  de  las  viñas 


Áridas  se  descubre, 
Rodeada  de  santas 
Discípulas,  que  instruye. 

Era  el  invierno,  y  Febo 
Verticales  sus  luces 
Enviaba,  porque  á  la  alta 
Mitad  del  cielo  sube. 

Así  del  Bóreas  frío, 
Que  de  la  excelsa  cumbre 
Soplaba  del  Tarpeya, 
Las  fuerzas  disminuye; 

Y  en  la  orilla  del  Tiber, 
Derritiendo  destruye 
Los  que  jactaba  el  hielo 
Lazos  indisolubles. 

La  singular  maestra 
De  todas  las  virtudes 
Allí  de  la  pobreza 
Los  ejercicios  cumple. 

Trabaja  y  corta  leña, 
Que  á  la  ciudad  conduce 

Y  vende ,  cuyo  precio 
A  pobres  distribuye. 

El  cansancio  á  sus  hijas 
A  grave  sed  reduce, 

Y  hace  el  sitio  que  el  pronto 
Eemedio  dificulten. 

No  hay  fuentes,  dista  el  agua, 

Y  es  forzoso  se  juzgue 
Peligroso  que  solas 

¡Se  alejen  y  la  busquen. 

De  Dios  la  providencia 
Apenas  las  induce 
A  esperar,  cuando  nuevo 
Prodigio  las  confunde. 

Las  vides,  que  esperaban 
Con  tantas  lentitudes 
Al  Mayo,  que  su  hermoso 
Verdor  las  restituye. 

Porque  su  fruto  luego 
Los  ardores  maduren 
De  Julio,  y  al  Setiembre 
Fértil  cosecha  anuncien; 

De  sabrosos  y  ñ-escos 
Eacimos,  que  producen, 
En  la  estación  del  año 
Más  rígida  se  cubren. 

No  hay  dudar;  todas  este 
Don  efectivo  gusten; 
No  aquí  Zéuxis  revive. 
Que  á  engaños  estimule. 

Templan  aquel  moksto 
Ardor  que  las  consume , 

Y  al  trabajo  se  aprestan. 
Que  hacen  así  más  útil. 

[Oh  Providencia!  (dijo 
Francisca  bien) ,  tú  acudes 
Cuando  sus  dones  niegan 
Mar,  tierra,  cielo  y  nubes. 

El  don  que  en  Cana  falta, 

Y  en  cuyo  néctar  dulce 
Se  vuelve  el  agua  cuando 
Los  dos  esposos  se  unen , 

Difunto  el  de  Francisca, 
Porque  no  se  atribulen 
Las  esposas  de  Cristo, 
La  falta  de  agua  suple. 


día  10  DE  MAEZO. 

San  Meliton  y  treinta  y  nueve 
compañeros,  má7'tires. 

Yace  j\mto  á  Sebaste 
Un  lago,  cuyo  centro 
A  endurecer  aspiran 
Las  sañas  del  Enero. 

Jamas  empedernido 
Tanto  se  vio  al  violento 
Eigor  de  su  intemperie , 
Desenfrenado  el  cierzo, 

Como  cuando  le  manda 


EniNODL\. 

Un  bárbaro  despecho 
De  cadalso  y  cuchillo 
Servir  al  mismo  tiempo. 

Iban  ya  de  los  montea 
Mayores  descendiendo 
Las  sombras ,  y  cobi-aba 
Más  consistencia  el  hielo. 

Murió  el  sol,  puso  el  agua 
Fin  á  su  movimiento, 

Y  fué  sólido  risco 

Lo  que  era  undoso  espejo. 

Aqueste  de  cuarenta 
Fortísimos  guerreros 
En  una  larga  noche 
Fué  el  doloroso  lecho. 

De  éstos,  á  quienes  tanta 
Reputación  debieron 
Las  armas  imperiales, 
Aqueste  ha  sido  el  premio. 

Mas  no  el  helado  estanque 
Del  más  cruel  tormento 
Lleve  el  nombre;  que  hay  otro 
Más  horroroso  y  nuevo. 

Más  horroroso,  cuando 
Se  ostenta  lisonjero 
Al  paciente,  á  quien  brinda 
Con  dulce  refrigerio. 

Tal  la  hoguera,  y  templado 
Próximo  baño  fueron; 
Lazo  para  que  fuesen 
Apóstatas  cayendo. 

Oh  impiedad,  tú  sabías 
Que  aunque  hay  para  romperlos 
Un  espíritu  pronto. 
También  un  cuerpo  enfermo. 

Pero  ignorabas  cuántos 
Presta  el  Señor  alientos 
Para  que  de  ellos  vuelen, 
Dejándolos  deshechos. 

Tú ,  Agrícola ,  el  más  apto 
De  Licinio  instrumento 
Para  acabar  con  todo 
El  cristianismo  entero; 

Tú,  que  en  tormentos  tales 
Los  expones  al  riesgo 
De  que  el  caduco  eviten , 

Y  vayan  al  eterno; 

Tú  por  tus  propios  ojos 
Verás  su  vencimiento, 

Y  que  inútiles  casi 

Las  suaves  termas  fueron. 

Ni  en  Meliton  aguardes 
El  Benjamín,  que  entre  ellos 
Ultimo  nace  y  muere. 
Flaquezas  de  un  momento. 

Tiene  una  madre  el  joven 
De  varonil  esfuerzo; 
Le  exhortará,  aunque  muera 
Entre  sus  brazos  mesmos. 

Madrugará  la  aurora; 
Verásla  cómo  luego 
Al  hijo,  á  quien  dio  %nda, 
Arroja  entre  los  muertos. 

Si  un  infeliz  soldado 
Deja  á  sus  compañeros. 
Quien  tú  menos  esperas 
Eeemp] azara  su  puesto. 

Fué  así;  pues  en  las  sombras, 
Velando  el  carcelero, 
Globo  de  luz  inmensa 
Vio  que  ocupaba  el  viento. 

Treinta  y  nueve  coronas 
Los  ángeles  trajeron 
Al  escuadrón,  que  sufre 
Dolores  tan  intensos. 

Suspéndese  al  mirarlo, 

Y  queda  más  suspenso 
Por  no  divisar  una 
Corona,  que  echa  menos. 

El  desertor,  que  al  baño 
Se  pasa,  y  muere  luego, 
Le  hace  ver  del  fogoso 


315 


Fenómeno  el  misterio. 

Cristiano  ya,  su  vista 
La  guirnalda  inquiriendo, 
Pasa  aquella  primtra 
Curiosidad  á  anhelo. 

Y  en  la  fatal  laguna 
Entra,  como  diciendo : 
«La  buscaré  en  la  nieve. 
Pues  no  la  hallé  en  el  fuego.» 


día  11   DE  MAKZO, 
San  Eulogio ,  2)reghitc7-o  y  viáHir. 

No  ha  sido,  no,  el  caballo 
Que  produjo  la  tierra. 
Con  el  tridente  herida 
Del  dios  de  las  tormentas; 

No  del  tritouio  numen. 
Por  más  que  la  encarezca, 
La  siempre  verde  oliva, 
Que  el  campo  señorea; 

No  taks  dones  fueron 
En  los  que  dio  halagüeña 
El  bien  mayor  al  hombre 
La  gran  naturaleza. 

Tú,  oh  Córdoba,  que  en  ambos 
Excedes  si  presentas 
Lo  pingüe  de  tus  hazas. 
Lo  fértil  de  tus  dehesas. 

No  hagas  alarde  de  estos 
Frutos  de  la  contienda. 
Que  sostuvo  empeñado 
Neptuno  con  Minerva. 

No  hay  cosa  que  en  lo  humano 
Más  necesaria  sea 
Que  el  hombre  al  hombre;  importa 
La  mutua  dependencia. 

El  hombre,  á  quien  reviste 
De  majestad  Astrea, 
Es  qriien  conserva  al  hombre 
La  vida,  honor  y  hacienda. 

El  hombre,  en  la  campaña 
Continua  centinela, 
De  su  quietud  velando 
Está ,  para  que  duerma. 

Abre  la  tierra  el  hombre, 
Con  su  sudor  la  riega, 
Para  que  de  sus  frutos 
El  hombre  se  mantt'Uga. 

Habitación  le  labra. 
En  donde  se  guarezca 
De  la  intemperie,  y  teje 
Para  vestirle  telas. 

Cuando  la  patria  algunas 
Que  él  aijetece,  niega, 
Tierras  corriendo  y  mares, 
Se  afana  por  traerlas. 

¡Y  qué,  ciudad  gloriosa, 
Esia  verdad  atenta. 
No  tienes  hombres?  De  ellos 
El  mundo  se  hace  lenguas. 

Tus  Sénecas,  Lucanos 
Saliendo  á  la  palestra, 
Los  filósofos  callen, 

Y  callíín  los  poetas. 
Sepúl vedas,  Toledos 

Y  Morales,  perpetua 
De  Córdoba  la  fama 
Harán  que  se  engrandezca. 

Ni  es  lícito  callarte, 
Gran  Capitán,  que  llevas 
Su  nombre  y  oscureces 
Las  lunas  agarenas. 

Pero  al  grande  patriota 
Eulogio  todos  cedan; 
Véase  en  él  cuánto  el  hombre 
En  el  hombre  interesa. 

I  El  universo  mundo 
Poseer  qué  le  aprovecha, 
Como,  no  obstante,  el  aliña 
Detrimento  padezca' 


m 


DON  JOSÉ  MARÍA  VACA  DE  GUZMAN  Y  MANRIQUE. 


Eulofno  la  conduce 
Por  las  seguras  sendas 
Que  van  al  reino  en  donde 
Las  dichas  son  eternas. 

«  Soy  sacerdote ,  dice 
Al  moro  juez;  por  ellas 
Guiar  debo  á  Leocricia, 
Católica  doncella.» 

Era  Leocricia  dama 
De  singulares  prendas, 
Hija  de  j)adres  nobles, 
Aunque  de  errada  secta. 

Al  abrigo  de  Eulogio, 
Presbítero,  enculjierta, 
Hallada  de  los  suyos 
Quiso  el  Señor  que  fuera. 

De  su  castigo  al  í-anto 
Los  instrumentos  muestran; 
Aterran  á  los  otros, 

Y  Eulogio  los  desprecia. 
Del  rey  Mabomad  no  teme 

La  cólera  violenta, 

Y  en  su  consejo  exclama 
Contra  el  falaz  ])rofcta, 

Degiii'llanle,  y  su  pasto 
No  ya  Toledo  espera. 
Pues  su  primada  silla 
Por  la  del  cielo  trueca; 

Por  el  prelado  electo 
La  heroica  cordobesa ; 
Diga  si  el  hombre  es  lUil, 
Pues  mártir  tras  él  vuela. 


día  12   DE  MAKZO. 

San  Gi'egorio,  papa  y  doctor. 

Señor,  que  así  castigas 
A  la  aliigida  Roma, 
Ten  piedad  de  ell  a ,  atenta 
Tu  gran  misericordia. 

De  tus  miseraciones 
Según  la  prodigiosa 
Multitud,  sus  pasadas 
Iniquidades  borra. 

Púrgala  de  sus  culpas; 
Más  y  más  lava  ahora 
Su  error,  con  el  que  vierte 
Enternecido  aljófar. 

El  siervo  de  tus  siervos 
(Como  después  se  nombra), 
Gregorio  el  Grande,  el  llanto 
La  extrae ,  si  la  exhorta. 

Como  por  él  es  fuerza 
Que  su  maldad  conozca, 
El  pecado,  que  siempre 
Tiene  á  la  viFta,  llora. 

Pecó  contra  Tí  solo, 
Y  en  tu  presencia  ]iropia 
Ha  obrado  con  malicia, 
Para  que  de  esta  forma 

Justificado  quedes 
En  tus  palabras  todas. 
Que  de  Gregorio  escuchan 
l'or  la  elocuente  boca; 

Y  salga  tu  tremenda 
Justicia  vencedora 
Cuando  en  humano  examen 
Permitas  que  se  ponga. 

Su  madre,  Silvia  Rea, 
En  culpa  concibióla. 
Sin  que  cautelas  basten 
De  Amulio  á  la  zozobra. 

Mares  vertidos  lleva 
De  sangre;  á  tanta  costa, 
iQué  fúnebres  conquistas! 
I  Qué  trágicas  victorias! 

No  bien  ahora  entre  aquellas 
Espadas  belicosas 
Del  longobardo  fiero 
Su  pecho  desahoga; 
Cuando  la  qxic  en  tus  manos 


La  rectitud  coloca, 
Más  que  ensangrienta,  tala, 
Más  que  hiere,  destroza. 
De  su  centro  las  aguas 
Del  Tiber  licenciosas 
Salen,  al  pueblo  inundan 

Y  á  la  campiña  asolan. 
Del  Océaiui  imitan 

A  las  hinchadas  olas, 

Y  aparecen  nadando 
Serpientes  venenosas. 

Ni  con  su  muerte  el  riesgo 
Se  evita;  su  ponzoña 
En  hálitos  se  esparce, 

Y  el  aire  se  inficiona. 
Cunde  inguinaria  peste, 

Llevándose  horrorosa 
A  millares  y  en  pocos 
Momentos  las  personas. 

Extingue  las  familias, 
Cierra  desoladora 
Las  casas,  ni  al  supremo 
Pontífice  perdona. 

Muerto  Pelagio,  el  clero 

Y  pueblo,  nadie  ignora 
Que  en  Gregorio  los  tristes 
Llorosos  ojos  pongan. 

Huye  de  ellos,  le  siguen. 
Se  oculta;  pero  informa 
De  su  letiro  el  cielo 
Con  nube  luminosa. 

Obedece,  y  del  mismo 
Cielo  ferviente  implora 
Con  públicas  plegarias 
La  gran  piedad,  que  logi-a. 

Cesa  el  contagio,  y  halla 
Vision,  que  misteriosa 
Sobre  la  excelsa  mole 
De  Adriano  se  remonta. 

De  Dios  la  espada  un  ángel, 
De  los  estragos  roja. 
Con  diligencia  limpia, 

Y  á  su  lugar  la  torna. 
Suspende  aquí  el  destrozo 

La  que  en  Constantiuopla 
Acaba  con  Mauricio, 
Siendo  instrumento  Focas. 

A  Gregorio  se  opone 
Mauricio;  Gregorio  ora; 
Por  Gregorio  se  afila. 
Por  Gregorio  se  embota. 


día  13  DE  MAEZO. 
San  Leandro,  arzobispo  de  Sevilla, 

Si  el  natural  afecto, 
O  el  dulce  amor  que  imprime 
La  patria  en  corazones 
Preciados  de  sensibles. 

En  facundia  del  labio 
Se  trocara,  y  difícil 
No  fuera  tanto  empresa 
De  lira  tan  humilde. 

Del  sevillano  reino 
Sonara  en  los  confines 
Mi  voz,  engrandeciendo 
Sus  singulares  timbres. 

Metrópoli  opulenta , 
jCómo  es  posible  olvide 
Tu  suelo,  en  que  corrieron 
Mis  años  juveniles? 

No  sucediera  cuando 
Parar  fuera  posible 
Aun  más  que  hubiese  arenas 
En  mil  Guadalquivires. 

La  silla  de  Lcandi'o 
Fuerza  es  que  al  alnia  avise 
Que  ella  la  dio  el  aumento 
Del  ser  que  la  reviste  ; 

La  silla  de  Leandro, 
Por  quien  de  Aitío  se  extingue 


El  error,  y  en  España 
Intacta  la  fe  vive. 

Tú ,  Leandro  docto  y  santo, 
Triunfaste,  tú  venciste; 
Por  tí  en  la  fuerte  Iberia 
Los  godos  son  felices. 

Tu  sangi-e,  que  en  las  venas 
De  Recaredo  existe, 

Y  mártir,  de  las  suyas 
Hermenegildo  expide, 

Es  estímulo  al  joven 
Monarca  que  diriges. 
Para  que  en  sus  dominios 
La  herejía  se  extirpe. 

Tu  empeño  en  que  Gregorio 
El  Magno  á  Job  explique, 
Hace  descienda  blanca 
Paloma,  que  le  dicte. 

Tú ,  celoso  del  culto 
Que  la  deidad  exige, 
Dispones  que  el  divino 
Oficio  se  coordine. 

A  los  cánticos ,  himnos 

Y  salmos  que  reciten, 
Jlás  dulces  melodías 
Mandan  se  comuniquen, 

Tu  paternal  agrado 
Con  fuerza  irresistible 
Te  hace  al  subdito  amable, 
Aun  cuando  más  corriges. 

Tu  rectitud,  al  paso 
Que  las  palabras  mides, 
Siendo  tan  parco  en  ellas, 
El  Areópago  envidie. 

Tu  caridad,  tu  ciencia, 
Tu  oración  se  publiquen, 

Y  el  rigor  penitente 

Con  que  á  tu  cuerpo  afliges; 

Mientras  que  con  Fulgencio, 
Isidoro  y  la  vírg-.n 
Florencia,  tus  hermanos, 
Corona  eterna  ciñes. 

Y  tú,  Sevilla,  esmero 
De  tu  erector  Alcídes, 
Imán  de  Julio  César 
Renovador  insigne, 

No  en  el  grado  de  aquellas 
Cenizas,  que  tuviste 
En  tu  custodia,  el  oro 
De  Ofir  y  Ai-abia  estimes; 

Y  en  Hércules ,  que  sólo 
Columnas  dos  sublimes 
Levanta  á  las  estrellas, 
No  tanto  te  glories. 

Cuanto  en  tus  padres  Leandro 
É  Isidoro,  dos  firmes 
Columnas,  que  una  sola 
Iglesia  al  cielo  erigen. 


día  14  DE  MAEZO, 
Santa  Florentina ,  virgen. 

Ya  se  pasó  el  invierno. 
La  lluvia  se  ha  apartado; 
En  nuestra  tierra  hay  flores, 
Y  ya  en  la  poda  estamos. 

Resonar  hizo  en  ella 
La  tórtola  el  reclamo. 
La  higuera  dio  su  fruto. 
Su  olor  la  viña  ha  dado. 

Levanta,  amiga  mia; 
Hermosa  mia,  vamos; 
Vén,  p.aloma,  que  moras 
En  cuevas  y  peñascos. 

Muéstrame  el  rostro;  suene 
De  tus  preciosos  labios 
La  voz  en  mis  oídos; 
Voz  dulce,  rostro  grato. 

Tal,  Florentina,  escucha 
Tu  corazón;  volando 
Preséntale  á  tu  Esposo, 


Que  salta  los  collados. 

Disipadas  las  nieblas, 
Que  á  la  estación  turbaron, 
La  primavera  A'iene 
Con  paso  acelerado; 

Aquella  primavera 
De  los  etéreos  campos, 
En  que  jamas  tuvieron 
Jurisdicción  los  hados. 

Allá  es  donde  conducen 
Virtudes  y  trabajos 
Al  reino  de  las  dichas 
Y  patria  del  descanso. 

No  la  heredada,  ilustre 
Sangre  de  Severiano, 
Ni  las  preciosas  fajas 
De  Túrtura  en  los  brazos; 

No  el  fausto  6  la  belleza, 
Ni  ver  avasallados 
Magnates  palatinos, 
Ansiosos  de  tu  mano. 

Urania,  tú,  que  há  poco. 
De  Leandro  en  el  canto, 
Bajabas  del  Olimpo, 
A  tin  de  iluminarlo; 

Tú,  que  el  nombre  derivas 
Del  cielo,  en  cuyo  espacio 
Dulces  himnos  entonas 
Por  sempiternos  años. 

Bien  sabes  los  de  aqui»lla 
Murciana  virgen  cuánto. 
Para  oir  tan  acordes 
Cadencias,  madrugaron, 

Y  quién  hizo  (primero 
La  gracia  venerando) 
Que  con  la  edad  creciesen 
De  su  virtud  los  grados; 

Por  quién  tuvo  tan  grande 
República  á  su  mando, 
De  esposas  del  divino 
Cordero  inmaculado; 

Por  quién  de  austeridades 
Fué  singular  milagro; 
Por  quién  de  la  pureza 
Ministra  se  ha  llamado. 

De  Leandi-o,  hermano  snyo, 
Acuérdame,  en  su  aplauso, 
Los  dos,  que  la  dirige. 
Científicos  tratados. 

La  institución  en  uno 
De  vírgenes;  el  santo 
Desprecio  está  en  el  otro, 
Del  mundo  con  su  fausto. 

Próxima  á  Dios  explica 
La  integridad,  rayando 
Con  la  de  aquellos  puros 
Espíritus  alados. 

Que  es  caduco  demuestra 
Cuanto  existe  debajo 
De  la  región  que  habitas , 
Perecedero  y  vano. 

Ya  que  de  allí  el  acento 
Ha  oido  del  amado, 
Ya  anhela  el  alma  ansiosa 
De  su  Señor  los  atrios. 

Y  mientras  que  blasona 
Por  su  natal  Cartago 

La  Nueva,  y  de  sus  hechos 
Ecija  por  teatro; 

Mientras  que  con  el  cuerpo 
De  Fulgencio,  su  hermano, 
Va  el  suyo  fugitivo, 
De  la  piedad  llevado, 

Y  al  undécimo  Alfonso 
Reservan  el  hallazgo, 
Deshecho  el  sarraceno, 
Los  extremeños  campos; 

Florentina  en  tus  cielos 
Triunfa,  experimentando 
Lo  que  en  la  tierra  supo 
Por  pluma  de  Leandro. 


HIMNODU. 

día  15  DE  MARZO, 
San  Raimundo ,  fundador. 

Volando  de  Saturno 
Las  alas  por  el  orbe, 
La  redención  humana 
Contaba  siglos  doce. 

Poco  á  poco  iba  España 
Del  moro  el  yugo  torpe 
Sacudiendo  á  porfía 
De  bélicos  furores. 

No  los  advenedizos 
Es  fácil  la  abandonen; 
Defiéndense  sitiados, 
Ofenden  sitiadores. 

Marruecos  numerosos 
Ejércitos  opone. 
Que  al  español  obliguen 
A  nuevas  sujeciones. 

El  reino  de  Toledo, 
Que  herencia  reconoce 
Sancho  del  Key,  su  padre, 
Debida  á  los  sudores , 

Vacilante  á  sus  plantas, 
Teme  el  Monarca  que  orle 
Otra  vez  los  califas 
De  lauros ,  que  recobren. 

Pues  la  llave  de  tantas 
Cristianas  posesiones 
Resiste  mal  las  fuerzas 
De  multitud  disforme. 

Franca  á  las  auras  puras, 
Permitida  á  los  soles, 
Calatrava,  distante 
De  cerros  y  de  montes, 

De  pastos  abundosa 

Y  á  la  labranza  dócil , 
Es  centro  de  oretanos 

Y  puerta  de  españoles. 
¡Qué  ufanos  los  alarbes 

Soñados  vencedores 

Se  jactaír,  y  que  al  triunfo 

Mucha  pujanza  sobre! 

Su  bárbaro  denuedo 
Prevenga  admiraciones. 
Cuando  desconocida 
Tropa  al  castillo  asome. 

No  veteranos  busquen 
Guerreros  campeones, 
No  intrépidos  soldados. 
Sí  valerosos  monjes. 

De  las  entrañas  salen 
De  solitarios  bosques, 
A  dar  en  la  campaña 
Belígeras  lecciones. 

¿  Quién  te  influyó,  Fitero? 
/  Qué  raros ,  brilladores , 
Tu  oscuro  claustro,  diñes, 
Fenómenos  esconde? 

;,  Raimundo,  tu  prelado? 
¿Tu  santo  abad?  ¿El  nobia 
Diego  Velazquez  1  i  Tantea 
Ascéticos  varones/ 

¿  En  la  lid  el  silencio? 
¿La  quietud  en  los  choques^ 
I  El  Císter  en  las  fieraá 
Palestras  de  Mavorte'/ 

¿  Quién  te  iníiuyó,  Fitero? 
¿Quién...  Mas  dirán  tus  voces 
Que  el  Dios  de  las  batallas 
Tocó  tus  corazones. 

Al  de  Raimundo  elevan 
Alientos  superioi'cs; 
Sirve  así  á  Dios ,  y  alista 
Desconocidos  hombres. 

Dispone  con  cruz  nueva. 
Que  bordan  rojas  llores, 
De  la  patria  en  obsequio. 
Ilustres  escuadrones. 

Ni  el  fundador  glorioso 
De  esta  müitar  orden 


847 


Olvida  de  su  estrecho 
Estado  obligaciones. 

«Los  vuestros,  Sancho  esclama, 
De  la  campana  al  toque. 
Oh  Padre,  son  corderos, 
Y  al  del  clarín  leones. — 

))Es,  stñor,  que  éste  llama, 
Raimundo  le  responde, 
A  rechaziir  contrarios 
De  Cristo  y  vuestro  nombre; 

))Y  la  otra  á  dirigirle 
Humildes  oraciones 
Por  vos,  y  á  que  en  su  templo 
Le  alabemos  acordes.» 

Bien  dijo  aqueste  atleta; 
Que  en  variedad  de  sones, 
Sin  rendir  los  castillos, 
Se  rinde  al  de  las  torres. 


día  1G  dk  mapzo, 
San  Julián,  ri:ártir. 

¿Adonde  acelerado, 
Cristiano  joven,  partes? 
;  Adonde  te  conducen 
ius  pasos  envidiables? 

Va  Anazai-bo  á  perderte, 
Cilicia  á  malograrte; 
Mas  tú,  Julián,  desprecias 
Los  transitorios  males. 

La  sangre  senatoria. 
Que  en  esas  venas  late, 
Desdeñas,  si  esforzado 
Por  Cristo  no  las  abres. 

Por  tí  clama  la  excelsa 
Jerusalen  triunfante, 
En  tanto  que  sepulcro 
Te  previenen  los  mares. 

Del  gentil  en  Egca 
Te  prende  el  odio  infame, 
Donde  del  juez  Marciano 
Te  expones  al  coraje. 

Destinadas  las  reses 
Están  en  los  altares, 
Su  púrpura  caliente 
Esperan  que  den-ames. 

Ya  aguarda  tales  triunfos 
De  tí  Luzbel ,  y  tales 
De  Luzbel  en  tí  advierto 
Los  ángeles  aguarden. 

Sí;  yo  los  imagino 
Con  atención  notable, 
Por  etéreos  canceles 
Pendientes  del  combate. 

Prevenid,  oh  del  cielo 
Dichosos  habitantes. 
Cánticos,  que  engrandezcan 
Victorias  singulares. 

Julián  de  la  edad  tierna 
Desmiente  lo  cobarde; 
Mirad  en  pocos  años 
Un  ánimo  constante. 

¿Y  qué  esperáis,  paganos, 
Queriendo  en  este  lance 
Que  con  la  madre  el  hijo 
De  aconsejarse  trate? 

¿  Qué  importa  se  conduzcan 
De  tropel  á  la  cárcel, 
En  ordenadas  huestes, 
Afectos  maternales? 

Obráis  contra  vosotros 
En  lides  semejantes; 
Por  Jesús  los  cristianos 
De  todo  se  deshacen. 

Más  y  más  fortalece 
Al  hijo  allí  la  madre; 
Perderle  quiere  al  mundo. 
Quiere  á  su  Dios  ganarle. 

Frustrado  el  bien  que  anhelan, 
Despídenla;  mas  antes 
La  dividen  de  entrambos 


543 

Pies  las  extremidades, 

Para  que  al  hijo,  cuando 
Be  la  riegue  con  sangre, 
La  senda  de  la  gloria 
Su  herida  planta  allane. 

A  ella  Julián  aspira, 
í>in  que  su  culto  alcancen 
Jmajrinarios  entes, 
Vcslitlos  du  deidades. 

Su  paladar  violentan 
Con  el  vino  y  las  carnes, 
Que  ya  sacriticaron 
En  ara  detestable. 

Fatuos,  ¿qué  os  aprovecha 
Que  así  se  le  profane 
Por  fuerza  aquel  sentido, 
Si  el  pecho  está  inculj)able? 

Después  en  saco  estrecho 
Arena  y  sierpes  hacen 
Que  una  abreviada  Libia 
AHÍ  se  le  retrate. 

De  este  modo  le  arrojan 
Al  piélago;  cnsalzadle, 
Dulcísonas  sirenas, 
Con  cítaras  suaves. 

Ufanas  de  tal  huésped, 
Finísimos  corales 
Buscad ,  para  que  de  ellos 
La  tumba  se  le  labre. 

De  losa  trasparente 
Le  sirvan  los  cristales; 
Caracteres  de  perlas 
Este  epitafio  adapten : 

«Aquí  un  ilustre  joven 
Entre  serpientes  yace; 
No  poiTjue  así  las  leyes 
Parricida  le  lancen, 

))No  jiorque  muerte  aleve 
Al  padi-e  dar  osase; 
Sí  porque  no  hizo  ofensa 
A  la  deidad  del  Padre.» 


día  17  DE  MAE7.0. 
San  Patricio,  obisjjo. 

De  despertar  es  tiempo, 
Dormidos  irlandeses; 
Disipadas  las  nieblas 
De  vuestros  ojos  queden. 

Divina  luz  en  esas 
Cavernas  resplandece. 
Donde  Luzbel  las  almas 
Prisioneras  os  tiene. 

La  libertad  va  á  daros 
Un  esclavo,  que  infieles 
Apresaron  un  tiempo 
En  tierra  de  escoceses. 

Patricio,  ese  mancebo, 
A  quien  los  mismos  venden 
En  la  vuestra,  y  en  ella 
Da  pasto  á  inmundas  leses; 
,  Ese  os  liberta;  apóstol, 
Ese  es  el  que  os  defiende, 
Primado  de  la  Hivcrnia; 
No  una  ilusión  os  miente. 

Más  puede  Dios,  y  pudo. 
Cuando  en  la  cuna  aun  duerme. 
Disponer  que  el  abismo 
De  los  milagros  fuese. 

Yo  me  confundo  cuando 
Me  recuerda  la  mente 
Que  de  las  sacras  aguas 
Enjuto  a])énas  viene, 

Hace  que  .aguas  copiosas 
La  enjuta  tierra  apreste, 
La  cruz  allí  formando 
Su  diestra,  que  le  impelen ; 

Y  Gérmas,  que  á  los  ecos 
De  alta  voz  obediente. 
La  mueve,  cobra  vista, 
Bañado  en  las  vertientes. 


DON  JOSÉ  MARÍA  VACA  DE  OUZMAN  Y  MANRIQUE. 


La  maravilla  inversa 
Me  pasma  en  sus  niñeces, 
Con  su  nutriz  estando 
Enferma  inapetente. 

Clama  por  miel  aquélla, 
En  medio  de  la  fiebre 
Que  á  Patricio,  en  su  infancia, 
Prestó  su  blanca  leche. 

Al  agua  cristalina 
Echando  mano,  quiere, 
Lleno  de  fe,  Patricio 
Pagar  lo  que  la  debe; 

Y  aquel  licor  al  punto 
La  cura  el  accidente, 
Hecho  miel,  sin  que  afanes 
A  las  abejas  cueste. 

Donde  el  agua  faltaba. 
Nacen  por  él  las  fuentes; 
Y  donde  antes  la  habia, 
Por  él  desaparece. 

En  esta  edad  primera 
Tales  portentos  pueden, 
De  mandar  en  las  aguas. 
Dar  pruebas  evidentes. 

No  lo  dudéis,  isleños; 
Veréis  estarle  siempre 
Sumisas  las  nereidas. 
Las  náyades  corteses. 

Aquestas  en  el  Sinnia, 
Cuando  pasarle  intente, 
Opondrán  las  arenas 
Del  centro  á  la  corriente. 

Y  en  sus  brazos  las  otras 
Las  ponzoñosas  sierpes 
Ahogarán,  que  de  un  alto 
Promontorio  despeñe. 

Asi  Moisés  por  mares 
Senda  á  Israel  previene; 
Así  al  egipcio  en  ondas 
Del  mismo  mar  sumerge. 

Este,  que  adulto  al  agua 
Correr  manda  ó  detiene, 
También  de  dura  peña 
La  extrae,  si  la  hiere; 

Y  una  vez  que  el  prodigio 
Lo  natural  supere , 

La  sed  penosa  templa 
Después  naturalmente. 

Pero  Patricio,  infante. 
Que  con  su  mano  débil 
Hace  que  rompa  el  claro 
Cristal  de  vena  estéril, 

Y  da  la  vista  á  Gormas 
Con  agua  solamente, 

A  la  naturaleza 
Supera  por  dos  veces. 


día  18  DE  MABZO. 
8an  Gabriel,  arcángel. 

Nuncio  inmortal  del  cielo, 
Invicta  fortaleza 
De  Dios ,  ágil  miiiistro 
De  su  alta  providencia; 

Jefe  de  los  celestes 
Arcángeles,  que  á  empresas 
Las  más  arduas  destina 
De  la  importancia  nuestra; 

Gabriel,  que  en  otros  tiempos. 
Midiendo  las  esferas, 
Comunicabas  claros 
Destellos  á  la  tierra; 

I  Cómo  es  que  ya  en  sus  vastos 
Espacios  no  resuenan 
Tus  voces ,  no  desciendes , 
Y  tu  semblante  alejas? 

Yo  he  visto  testimonios. 
Que  no  es  posible  mientan. 
De  tales  ministerios 
Irrefragables  pruebas. 

Daniel ,  al  tercer  año 


Que  en  Babilonia  reina 
Baltasar,  donde  llora 
Cautiva  la  Judea, 

Los  ojos  levantando 
De  Ulai  sobre  la  puerta, 
A  la  visión  atiende 
De  las  armadas  bestias. 

Del  profeta  la  mente 
Atónita  y  suspensa. 
De  lo  que  está  admirando 
Busca  la  inteligencia; 

Y  de  un  varón  el  eco, 
Que  viene  á  su  presencia, 
«Dispon,  Gabriel,  exclama. 
Que  esta  visión  se  entienda.» 

Tú,  Príncipe  glorioso, 
Sucesos  le  revelas 
De  reyes  de  los  griegos. 
Los  medos  y  los  persas. 

Reinaba  ya  Darío, 

Y  tú  de  las  setenta 
Semanas  le  haces  cargo, 
Que  Dios  á  Israel  abrevia, 

Cuando,  muriendo  Cristo, 
Fin  el  pecado  tenga. 
Se  borre  el  vicio,  y  reine 
Justicia  sempiterna. 

Ya  el  tiempo  se  acercaba, 

Y  hallándote  á  la  diestra 
Del  altar  del  incienso, 
Que  Zacarías  presta. 

La  concepción  le  anuncias 
Del  Precursor,  que  alegi'a 
Su  espíritu,  y  sus  canas 
Hace  rejuvenezcan. 

De  Isabel  en  el  vientre 
Santificado,  mientras 
Juan  los  términos  cumple 
De  la  naturaleza , 

A  Nazareth  desciendes, 

Y  de  María  esperas 
Sólo  un  consentimiento 
Para  jurarla  Reina. 

El  velo  á  tus  ruidosas 
Apariciones  echas, 
O  á  la  común  noticia 
Del  mundo  las  reservas. 

I  Qué  mucho  ?  El  Dios  tremendo 
De  las  iras,  si  esfuerza 
Su  voz ,  hace  que  todo 
El  orbe  se  estremezca. 

Cuando  antes  de  humanarse 
Fuiste  el  órgano  de  ella. 
Temblaban  aun  los  justos 
De  la  palabra  eterna. 

Al  oiría  en  tí  quedaban 
Enfermos  los  profetas. 
Mudos  los  sacerdotes, 
Turbadas  las  doncellas. 

Después  que  de  piedades 
La  redención  nos  llena, 
Es  bien  que  fin  dichoso 
Los  sobresaltos  tengan. 


día  19  DE  MARZO. 
San  José,  esposo  de  Nuestra  Señora, 

Si  hay  lágrimas  de  bienes 

Y  lágrimas  de  males, 

Y  así  como  las  penas. 
Los  gozos  las  extraen. 

Oh  fieles,  redimidos 
Con  la  preciosa  sangre 
Del  Hijo,  ved  al  casto 
Esposo  de  la  Madre. 

Si  no  os  turba  á  respetos 
Su  dignidad,  miradle, 

Y  en  unas  y  otras  fuerza 
Será  se  le  acompañe; 

O  tendi'éis,  como  en  ellas 
Vuestra  atención  se  pare, 


El  corazón  formado 
De  duros  pedernales. 

Así  como  los  rios, 
Corriendo  hacia  los  mares, 
Eegresan  al  undoso 
Lugar  de  donde  salen; 

De  José  humedecen 
Las  lágrimas  amantes, 
Por  sulcos  de  su  rostro. 
Su  barba  venerable. 

Raudal  copioso  forman, 
í  de  ella  al  pecho  caen, 
Su  origen,  que  á  los  ojos 
En  fuentes  las  reparte. 

Ved  qixe  en  ellas  se  anega 
Por  el  penoso  examen 
De  agravios  imposibles 

Y  ciertas  novedades; 

O  vedle  en  cruda  noche 
A  los  cielos  quejarse, 
Porque  así  desamparan 
A  su  Hacedor,  que  nace; 

O  presenciar  del  mismo 
Eeciennacido  Infante 
Los  primeros,  que  vierte, 
Ternísimos  corales; 

ü  oir  que  en  los  futuros 
Espada  inexorable 
De  dolor  la  angustií^da 
Alma  de  dos  traspase; 

O  dividida  en  ambos 
La  suya  en  dos  mitades, 
Salir  de  noche  huyendo 
De  un  bárbaro  coraje; 

Temer,  difunto  Heródes, 
Que  en  Judea  quedase 
Archclao,  heredero 
De  la  crueldad  del  padre; 

Al  fin,  perdido  el  norte 
Divino  en  un  viaje. 
Creer  le  sumergiese 
La  altura  de  los  mares. 

Mas  ved  cómo  producen 
Segundos  manantiales 
Los  gozos,  que  mezclados 
Vienen  con  los  pesares. 

En  vivir  con  María 
Le  dice  no  repare, 
Revelándole  en  sueños 
Todo  el  misterio  un  ángel. 

Multitud  oye  de  estas 
Milicias  celestiales, 
Que  en  Belén,  á  Dios  gloria 

Y  paz  al  hombre  canten; 
Al  humanado  Verbo 

Pone,  al  circuncidarle, 
Jesús,  porque  á  hacer  viene 
Salvo  al  mortal  linaje. 

Simeón  le  reconoce 
Mesías,  y  delante 
Ana  de  los  que  esperan 
La  redención ,  le  aplaude. 

Entra  en  Egipto  aquella 
Divinidad,  triunfante 
De  las  que  precipita 
Falsas  divinidades. 

José ,  á  su  regreso, 
A  Galilea  parte , 
De  Dios  asegurado 
Que  la  tormenta  calme. 

Halla  en  el  templo  al  Niño, 
Sosteniendo  constante, 
Sentado  entre  doctores. 
Científico  certamen. 

(( ¿Qué  es  lo  que  has  hecho,  exclama 
La  Virgen ,  con  tus  ¡jadrcs  ? 
Mira  qué  dolorosos 
Estaban  al  buscarte.» 

No  más,  José;  hallado 
Dios,  de  dolores  baste; 

Y  da  en  emblema  aquesta 
¡teccion  á  los  mortales  : 


HníNODIA. 

«Si  pierde  á  Dios  el  hombre, 
Conozca,  en  su  desastre. 
Que  es  el  dolor  el  medio 
Seguro  de  encontrarle.» 


349 


día  20  DE  MARZO. 
Santa  Eufemia, 

En  aquel  triste  dia, 
Cuando  la  ciudad  santa 
Pase  de  populosa 
A  sola  y  desolada. 

Siendo  tal  el  estrago 
Que  en  las  vidas  humanas 
Practique  el  enemigo. 
Que  apenas  hombres  haya. 

Aprenderán,  anuncian 
Las  páginas  sagradas. 
Siete  mujeres  uno. 
Diciendo  estas  palabras : 

<(  Nuestro  pan  de  sustento 
Nos  servirá;  la  escasa 
Porción  de  nuestra  ropa 
Para  cubrirnos  basta. 

»Invóquese  tu  nombre 
Sobre  nuestra  desgracia, 

Y  éste,  que  padecemos. 
Fatal  oprobrio  aparta.» 

Jerusalen,  sin  duda, 
A  Paflagonia  pasa. 
Donde  cristiana  sangi'e 
A  arroyos  se  desata. 

Maximiano  imperando, 
Con  aflicciones  varias, 
Sin  distinción  de  sexo 
Ni  edad,  los  castigalian. 

En  Amiso  al  l'r  fecto 
Siete  mujeres  halilan 
De  religión  con  una 
Vehemencia  extraordinaria. 

Eufemia  se  ])resenta, 
Con  Juliana  y  Eufrasia, 
Con  Claudia,  con  Matrona, 
Teodosia  y  Alejandra. 

Inspiradas  del  cielo, 
Cristianas  se  delatan; 
Cruel,  injusto,  enemigo 
De  la  verdad  le  llaman. 

Desnudas  el  azote 
Toleran  de  las  varas , 

Y  al  filo  del  acero 

Los  pechos  las  separan. 

Suspéndenlas,  y  á  heridas 
Las  carnes  las  desgarran. 
Hasta  que  hacer  consiguen 
Patentes  las  entrañas. 

A  un  horno  las  arrojan. 
Cuyas  voraces  llamas 
Las  consumen ,  y  entregan 
A  su  Criador  las  almas. 

Eufemia  victoriosa. 
Seguida  de  Juliana, 
Matrona  enardecida 
Con  el  valor  de  Claudia; 

Alejandra,  Teodosia 

Y  Eufrasia,  verdes  palmas 
Encuentran  en  la  seca 
Materia  de  las  brasas. 

Cuando  de  los  copiosos 
Corales  que  derraman, 
Jerusalen  en  lagos 

Y  Paflagonia  nadan. 
Allá  siete  mujeres 

Aprenden  asustadas 
Al  uno,  y  acá  al  otro 
Sorprenden  otras  tantas. 
De  alimentarse  aquéllas 

Y  de  vestirse  tratan; 
Estas  la  muerte  esperan, 
La  desnudez  aguardan. 

Unas  por  el  amparo 


De  esposo  humano  claman; 
Otras  por  el  divino 
Suspiran ,  endiosadas. 

Y  advierte  el  mundo,  cuando 
Sus  anales  repasa. 
Cobardes  las  hebreas. 
Valientes  las  cristianas. 


día  21  DE  MARZO. 
San  JDenito  Abad,  fundador. 

Abrahan  de  la  ley  nueva, 
Que  llenas  ccm  tus  lujos. 
De  flores  á  la  tierra, 
De  estrellas  al  Olimpo; 

Tú,  á  quien  Sublago  labra 
Entre  escarpados  riscos 
Casa,  cueva  ó  sepulcro 
De  un  esqueleto  vivo: 

Y  dejamlo  aquel  triste 
Trasunto  del  abismo, 
Triunfas  en  donde  eleva 
Sus  jiunt.is  el  Casino, 

y  donde,  del  romano 
Imperio  ya  exjx'lido, 
Sus  viltimas  trincheras 
Conserva  el  gentilismo; 

Tú ,  que  del  rey  descubres 
Totila  el  artificio. 
Con  que  el  don,  que  te  ilustra. 
Reconoce  sumiso; 

Y  las  reales  insignias 
Quitar  mandando  á  Higo, 
Propones  al  Monarca 
Seguros  vaticinios; 

Que  estos  lauros,  y  aun  otros 
Te  aguardan ,  oh  Benito, 
Joven  que  al  mundo  escondes 
Tus  años  más  floridos; 

Dinos,  pues,  ¿por  qué  causa 
Desnudo  está,  y  teñido 
Ese  inocente  cuerpo 
De  propia  sangre/  Dinos, 

¿Qué  novedad,  qué  extraño 
Suceso,  qué  imprevisto 
Accidente  ocasiona 
Tan  singular  designio? 

Yaces  en  duro  lecho 
De  abrojos  y  de  espinos. 
Enrojeciendo  arenas 

Y  matizando  lirios. 

Mas  ¡ayl  que  quiere  el  cielo 
Piadoso  descubrirnos 
Lo  que  allá  está  pasando 
Del  alma  en  el  retiro. 

Una  beldad  romana. 
Que  pudo  ser  hechizo 
Del  corazón  humano 
Más  descuidado  y  tibio. 

Ausente  está;  no  importa; 
Sus  flechas  y  sus  tiros 
Dirige  á  las  potencias, 
Si  faltan  los  sentidos. 

Imágenes  hermosas 
Impregnar  han  querido 
Tu  memoria;  Ci teres 
Te  insulta  de  improviso. 

No  en  la  robusta  encina, 
Abriendo  el  ronco  pico, 
Tal  suceso  la  inf.austa 
Corneja  te  predijo. 

En  torno  de  tu  rostro 
Las  alas  bate  un  mirlo, 
Que  da  á  la  lucha  fiera 
Fantástico  principio. 

Penetra  por  tus  miembros 
Dulce  veneno  ciprio, 

Y  á  tus  entrañas  tiernaa 
Perturban  los  latidos. 

Ni  hubo  tardanza;  al  punto, 
Depuestos  los  vestidos, 


350 

Encuentras  en  las  zarzas 
Antídoto  benigno. 

A  la  vencida  diosa 
T  á  tí,  joven  invicto, 
Lastiman  las  espinas 
Por  términos  distintos. 

Si  por  Adonis  Venus 
Vierte  sangre ,  en  sn  auxilio 
Corriendo,  ti'i  en  la  fuga 
De  Venus  y  Cupido. 


DON  JOSÉ  MARÍA  VACA  DE  GUZMAN  Y  MANRlQÜEi 


día  22  DE  MARZO. 
San  Deogracias ,  obisjw. 

Si  alguno  se  empeñase 
En  contar  cuanto  ha  obrado 
El  Señor  por  Deogracias, 
Obispo  de  Cartago, 

Primero  (el  Uticense 
Víctor  exclama)  que  algo 
Dijese,  faltarían 
Las  voces  á  sus  labios. 

Pues  i  adonde  los  niios 
Se  arrojan  temerarios? 
¿De  dónde  á  ellos  el  logro 
De  los  empeños  arduos? 

Pero  el  propuesto  objeto 
Fuerza  es  seguir,  y  cuanto 
No  puedan  las  razones , 
Sabrá  expresar  el  pasmo. 

Tú,  Gciserico,  indigno 
Del  nombre  de  cristiano, 
Que  sacrilego  manchas 
Con  los  errores  de  Arrio; 

Tú  del  Omnipotente 
Fuiste  instrumento;  el  brazo, 
Por  tí ,  de  su  justicia 
Se  armó  contra  el  romano. 

La  capital  del  nmudo 
Se  te  rinde,  y  esclavos 
Haces  á  los  que  todo 
El  mundo  avasallaron. 

Trasmigi'an  las  riquezas 
Del  mar  al  otro  lado, 
Que  príncipes  famosos 

Y  reyes  acopiaron. 

Los  vándalos  y  moros 
Reparten  con  el  saco 
Los  cautivos,  que  pueblan 
Los  puertos  africanos. 

Sepáranse,  afligidos. 
Del  padre  el  hijo  amado, 
La  esposa  del  esposo, 
La  hermana  del  hermano. 

El  prodigioso  siervo 
Del  Señor,  el  prelado 
Cartaginense  al  punto. 
Sensible  á  males  tantos, 

Inquiere,  corre,  vuela 
En  alas  del  cuidado 
A  rescatar,  vendiendo 
Los  más  jtrcciosos  vasos. 

Viendo  que  domicilios 
No  bastaban ,  de  Fausto 
I>a3  basílicas  amplias 
Habilita  y  de  Vario, 

Allí  á  los  infelices, 
A  quienes  el  cansancio, 
El  trabajo,  ó  la  pena 
Dolencia  alguna  atrajo, 

Con  médicos  asiste 

Y  con  sustento,  hallando 
Remedios  el  enfermo. 
Morada  y  lecho  el  sano. 

i  Cuántas  veces  perversos 
Herejes  conspiraron 
Contra  su  santa  vida, 
Validos  del  engauol 

Mas  el  ave  inocente 
Con  el  divino  amparo 
Eludió  de  loa  sacres 


Crueles  los  asaltos. 

La  devoción  católica 
Del  católico  bando 
Fragmentos  solicita 
Del  cadáver  sagrado. 

Y  con  cautela  sabia 
Fué  fuerza,  para  obviarlo, 
Darle  á  la  tierra  á  tiempo 
Que  el  pueblo  estaba  orando. 

Muerto  y  vivo.  Dios  siempre 
Cuidaba  de  61 ,  é  intacto 
Quiso  que  le  dejasen 
Los  buenos  y  los  malos. 


día  23  DE  MAEZO. 
San  Victoriano ,  mártir. 

Vándalo  rey,  en  estos 
Dias,  de  muerte  llenos, 
Triunfan  los  africanos 
Católicos  esfuerzos ; 

Hunerico  tirano. 
Tú,  que  las  pruebas  de  ellos 
Emprendes,  que  te  influye 
La  saña  ó  el  despecho. 

Deja  el  infructuoso 
Tesón  de  distraerlos; 
Tu  confusión  previenes, 
Fabricas  tu  desprecio. 

A  defender  el  dogma 
Con  su  sangre  dispuesto, 
De  la  manera  misma 
Está  el  señor  que  el  siervo, 

Y  si  no,  atentamente 
Escucha  al  opulento 
Cartaginés,  procónsul 
Magnánimo  y  resuelto; 

De  Victoriano  escucha, 
De  quien  sostiene  el  peso 
De  tu  reino,  dictados 
De  Dios,  tales  acentos: 

«Destíneme  á  la  horrenda 
Voracidad  del  fuego, 
A  las  bestias,  á  todo 
Género  de  tormentos; 

))En  vano,  si  á  su  vista 
Cobarde  titubeo, 
Bautizado  en  la  iglesia 
Católica  me  enciiLutro; 

))Pues  cuando  sola  aquesta 
Triste  vida,  que  aliento, 
Hubiera,  y  no  existiese 
Otra  inmortal,  que  espero; 

»Ni  así  me  arrastrarían 
Bienes  perecederos, 
A  ser  de  fe  tan  pura 
Ingrato  contra  el  dueño.» 

Esto  expone  el  piadoso 
Magistrado;  ni  empleos 
Ni  honores  ni  riquezas 
Son  remora  al  intento. 

Mas  tú,  pérfido,  abrigas 
En  diamantino  pecho 
Venganzas,  que  encomiendas 
A  la  crueldad  y  al  tiempo. 

Y  al  paso  que  Aguas-Regias 
Nacidos  ve  á  los  cielos 

Dos  hermanos,  á  quienes 
Dio  el  primer  nacimiento. 

Con  piedras  en  las  plantas 
Todo  un  dia  suspensos, 
Destrozados  con  garfios 
Y  láminas  ardiendo; 

Y  ensalza  comerciantes 
Tabuda  á  los  Frumencios, 
Como  en  el  nombre,  iguales 
En  el  mejor  comercio; 

Del  proc(')nsul  glorioso 
Feliz  cuna  Adruraeto, 
Quiere  de  nuestros  cultos 
Multiplicar  objetos. 


Porque  á  la  Iglesia  colmen 
Los  fuertes  bisaceuos , 
Contra  los  de  Vandalia, 
De  palmas  y  trofeos; 

Y  si  del  cargo  ha  sido 
Proconsular,  que  el  mesmo 
Paraje  que  á  los  otros 
Dé  en  la  provincia  ingreso; 

Victoriano,  las  sendas 
De  los  demás  siguiendo, 
También  por  el  martirio 
Entra  al  celeste  reino. 


DIA  24  DE  MARZO. 

San  Agajñto,  ohispo. 

¡Qué  trastorno!  ¡Qué  espantol 
¿Adonde,  fantasía. 
Confuso  pensamiento. 
Adonde  te  encaminas? 

Y  aunque  no  se  sonroje 
De  habitar  mi  Talía 

Las  selvas,  ¿qué  se  hicieron 
Las  selvas,  en  que  habita? 

I  Adonde  están  los  montes  ? 
¿Adonde  las  colinas 
O  los  gigantes  riscos. 
Que  al  cielo  se  oponían  ? 

No  teme  el  sol  fragosos 
Obstáculos,  que  eximan 
De  sus  ardientes  rayos 
La  faz  de  las  campiñas. 

La  i>ereiosa  noche 
No  de  ellos,  cual  solia. 
Baja  con  negi-as  sombras 
En  brazos  de  si  misma. 

Los  sátiros,  los  faunos 
Y  las  silvestres  ninfas. 
Que  el  bosque  vio  á  par  de  esoa 
Sur  árboles  nacidas, 

Errantes  más  que  nunca, 
Apenas  el  pié  fijan 
En  bronca  tez  de  tantas 
Malezas  conocidas; 

Y  cuando  nueva  aurora 
La  oscuridad  disipa. 
Lucífugos  los  buhos 

No  encuentran  las  encinas. 

La  tímida  paloma. 
La  simple  tortolilla, 
No  hallando  peña  ó  rama, 
Cobardes  se  retiran. 

Los  brutos  ni  los  vientos 
Los  cóncavos  registran, 
Donde  unos  se  guarecen 
Mientras  los  otros  silban. 

Cuando  las  nemorosas 
Oréades  se  admiran 
De  ver  que  los  collados 
Moviéndose  trasmigran, 

Las  náyades  se  pasman. 
Viendo  que  opuestas  vías 
Toman  los  anchos  rios, 
Dejando  las  antiguas. 

Adonde  el  pez  nadaba. 
La  sierpe  se  desliza; 
Donde  antes  el  arado, 
Los  i-emos  se  fatigan. 

Ni  los  hombres  de  tanta 
Trasmutación  se  libran: 
Contra  el  comim  decreto , 
Los  muertos  resucitan. 

La  máquina  del  mundo 
Ya  es  otra;  ni  sj  diga 
Que  es  la  naturaleza 
IJcmonia ,  no  divina. 

Más  alto  es  el  principio: 
Su  Autor  es  quien  i^raetica, 
Admirable  en  sus  santos, 
Aquestas  maravillas. 

Sinadense  prelado 


Agapito  en  la  Frigia, 
Es  de  ellas  instrumento, 
Que  así  las  acredita. 

Por  su  fe  se  trasportan 
Los  montes,  si  predica 
Al  que  ha  de  hacer  que  tiemblen 
En  el  postrero  dia. 

Los  rios  se  trasfieren , 
Que  verán  en  la  activa 
Voracidad  del  fuego 
Ardiendo  sus  orillas; 

Y  nueva  vida  cobran 
Los  que  á  la  eterna  vida 
Después  verá  el  sepulcro 
Salir  de  sus  cenizas. 


DIA  25  DE  MARZO. 

La,  Anunciación  de  Nuestra  Señora 
y  Encarnación  del  Hijo  de  Dios, 

El  grande  sacramento 
De  piedad ,  que  se  ostenta 
En  la  carne,  en  el  alma 
Justificado  queda. 

Al  ángel  aparece, 
Al  gentil  se  revela , 
En  el  mundo  es  creido 
y  á  la  gloria  se  eleva; 

A  todas  las  criaturas 
Conveniente ,  y  en  qi;c  echa 
Como  el  resto,  eni]U'ñado, 
Dios  de  su  omnipotencia; 

Misterio  incomprensible, 
Con  que  al  hombre  dispensa 
Tesoros  infinitos 
Jehová  de  sus  riquezas; 

Basa  de  los  misterios 
De  la  fe,  insigne  prueba 
De  cuanto  sus  amores 
Dios  con  el  hombre  estrecha; 

En  un  supuesto  solo 
Permite  que  aparezcan 
Unidas ,  no  confusas, 
Las  dos  naturalezas. 

Porque  ¿  de  qué  otra  suerte 
Pudo  en  suma  manera 
Comunicarse  al  hombre, 
No  dándole  su  esencia? 

Ya  el  hombre  es  Dios;  á  tanto 
Ensalza  su  bajeza; 
Dios  es  ya  hombre;  así  humilla 
Su  dignidad  suprema. 

Y  así  la  economía 
Dios,  en  su  mente  eterna, 
Dispone  de  las  sumas 
Felicidades  nuestras. 

Llegó  el  tiempo  aplazado; 
¿Qué  falta  al  colmo  de  ellas ? 
En  el  limbo  Isaías 
Parece  que  resuena  : 

Concebirá  mía  Virgen, 
Parirá  nri  Hijo;  venga 
Tanto  bien  de  una  intacta 
Virginidad  sin  mengua. 

Gabriel  te  lo  ha  anunciado, 
María;  tú  eres  ésa  : 
I  Qué  te  turbas  ?  Los  ciclos 
Aguardan  tu  respuesta. 

A  un  fiat  fabricados. 
El  de  tu  labio  esperan , 
Para  que  al  punto  de  ellos 
El  que  le  dio  descienda. 

Los  justos  le  suspiran, 
Los  ángeles  le  anhelan. 
El  orbe  le  ansia,  y  tienes 
Al  paraninfo  alerta. 

Dulcísima  María, 
Que  eres  de  gracia  llena, 
El  Señor,  que  es  contigo, 
Haz  con  nosotros  sea. 

Tú,  bendita  entre  todas 


HIMNODU. 

Las  descendientes  de  Eva, 
Vuelve  á  nosotros  esos 
Tus  ojos  de  clemencia. 

Danos,  pues,  al  Mesías; 
La  ni;be  al  justo  Hueva, 

Y  de  tu  vientre  el  fruto 
Bendito  nos  demuestra. 

Si  el  Padre  así  amoroso 
Al  Hijo  i\os  entrega, 
Tiempo  os  de  que  concibas 
Al  que  El  sin  tiempo  engendra. 

Ya  del  Señor,  oh  Virgen , 
Esclava  te  confiesas ; 
Ya,  á  su  palabra  dócil, 
Tu  voluntad  sujetas; 

Ya  el  Espíritu  Santo 
De  tu  sustancia  mesma 
Forma  un  cuerpo;  ya  un  alma 
Nobilísima  croa; 

Ya  en  él  la  infunde;  ya  une 
El  alma  y  cuerpo  en  mera 
líipostasis  al  Verbo, 
Que  á  hacerse  carne  llega. 

Género  humano,  albricias; 
Mas  ¿qué  preciosa  ofrenda 
Al  personaje  rindes 
Que  en  Nnzarcth  hospedas? 

Es  Dios;  y  ya  que  al  huésped 

Y  á  su  mayor  fineza 
Es  imposible  que  otra 
Condi.crna  se  prevencja. 

En  las  entrañas  de  una 
Purísima  doncella. 
La  mejor  le  tributas 
Alhaja  de  la  tierra. 


Si5Í 


día  26  DE  MARZO. 
San  Sraulio,  ohinjw. 

Juan  te  dejó:  ¿qué  dudas. 
Doliente  Zaragoza, 
Que  del  Ebro  á  la  margen 
Amargamente  lloras? 

Juan ,  tu  pastor,  el  feudo 
Mortal,  por  ley  forzosa. 
Rinde  á  los  tristes  hados, 

Y  huérfana  te  nombras. 
Aquellas  altas  ju-endas 

Recuerda  tu  memoria. 

Que  aun  hoy  tu  afecto  arrastran, 

Y  la  atención  te  roban. 
¿En  tanto  desconsuelo 

Te  ostentas  temerosa? 
¿Vacilas  de  tu  suerte? 
¿  Lo  que  has  de  hacer  ignoras  ? 

¿Ignoras  que  Sevilla, 
Metrópoli  famosa. 
Llena  de  sus  estudios 
Los  ámbitos  de  Europa  ? 

I  Que  allí  el  grande  Isidoro, 
De  las  Españas  honra, 
Ejemplares  de  letras 

Y  de  virtud  acopia? 

¿Que  no  á  tu  iglesia  de  estas 
Del  cristianismo  antorchas 
Falta  una  luz,  que  activa 
Disipe  tantas  sombras? 

No,  pues,  á  la  extinguida 
Brillante  succsora 
En  casa  extraña  busques, 
Habiéndola  en  la  propia; 

Ni  de  familia  ajena 
Te  valgas;  no  era  sola 
Aquella  excelsa  rama 
De  regia  planta  goda. 

Pero  si  no  nie  atiendes'. 
Atiende  al  cielo;  adora 
Su  Providencia;  mira 
Qué  ardiente  globo  forma, 

Y  cuando  en  la  cabeza 
De  tu  arcediano  toma 


Asiento,  Toz  divina 
Se  escucha  de  la  gloria. 
Este  es  mi  sicreo  (dice, 

Y  oiría  el  clero  logra). 
En  quien ,  ^;or  mi  escogido, 
Mi  espirita  rejwsa. 

Braulio,  de  Juan  hermano. 
Ha  sido  á  quien  pregona 
Nuevo  pastor  la  esfera 
Con  señas  prodigiosas. 

A  la  carga  sus  hombros 
Aplica;  instruye,  exhorta, 
Como  en  quien  los  favores 
Celestiales  rebosan. 

Bl.anca  paloma  en  ellos 
Se  vio  una  vez,  que  apronta 
La  doctiina  á  su  oido. 
Que  sale  de  su  boca. 

La  dignidad  Judea 
De  Hijo  de  Dios  conozca 
En  Jesús,  cuando  al  viento 
Esta  paloma  corta; 

Cuando  de  fuego  bajan 
L.as  lenguas  brilladoras, 
Su  doctrina  en  los  labios 
Apostólicos  oiga. 

Aragón  los  favores 
De  las  celestes  zonas 
Halle  inversos  en  tales 
Visiones  misteriosas. 

El  encendido  globo 
La  dianidad  denota, 

Y  el  don  de  la  palabra, 
La  candida  paloma. 


día  27  DE  MARZO. 

San  Bnperto,  ohispo  y  confesor. 

La  voz  de  Dios  oyeron 
Los  bávaros  cautivos 
En  los  senos  oscuros 
Del  torpe  gentilismo. 

Y  no  sus  corazones 
Dejar  endurecidos 
Quisieron  á  los  ecos 
Del  superior  aviso. 

Teodon ,  su  duque,  llama 
A  Ruperto,  á  quien  hizo 
De  su  abundante  viña 
Dios  operario  digno. 

Del  rápido  Danubio 
Solícitos  oficios 
Los  nácares  llenaban 
De  su  flexible  vidrio. 

PJn  el  Teodon  renace 
A  Ruperto  sumiso. 
Apóstol  de  Baviera, 
Y  de  Saltzburgo  obispo. 

Los  grandes,  al  ejemplo 
Del  Soberano,  al  limpio 
Cristal  anhelan,  como 
El  ciervo  en  el  estío ; 

Y  alegre  Ratisbona 
Vio  en  apacibles  visos 
Amanecer  el  dia 

Más  grande  de  los  siglos. 

Jordán  de  la  Alemania, 
No  sólo  el  ancho  rio 
Presta  la  cristalina 
Materia  del  bautismo. 

Sino  que  á  las  prfivincias 
Que  ameniza,  al  ministro 
Conduce,  en  sus  undosas 
Espaldas  sostenido. 

Ruperto  en  las  ciudades, 
Aldeas  y  castillos 
Destruye  la  zizaña. 
Siembra  el  precioso  trigo; 

Y  á  la  inferior  Panonia 
Penetrando  el  prolijo 
Afán  de  las  conquistaSf 


352 


DON  JOSÉ  MARÍA  VACA  DE  GüZMAN  Y  MANRIQUE. 


Que  el  cielo  le  previno, 

Vuelve  por  tierra,  y  entra 
En  Lorch,  donde  al  impío 
Príncipe  de  las  sombras 
Quita  su  domicilio. 

Diabólicos  destruye, 
Supersticiosos  ritos; 
Destruye  del  enfermo 
Los  síntomas  malignos. 
A  este  varón ,  colmado 
De  espíritu  divino. 
Próvido  en  el  consejo 

Y  justo  en  el  juicio, 

Vio  Germania,  en  el  día 
Que  nueva  vida  Cristo 
Cobró  de  entre  los  muertos, 
Partir  de  entre  los  vivos. 

En  él  celebra  á  uu  tiempo 
El  santo  sacrificio, 

Y  el  Viático  recibe, 

Que  se  confiere  él  mismo. 

Convoca  á  sus  amados 
Hermanos,  á  sus  hijos 
Hace  venir,  á  quienes 
fcju  fin  habia  predicho; 

Dulcísimas  doctrinas 
De  sus  labios  melifluos 
Humedecen  los  ojos 

Y  hieren  los  oídos; 
Mas  aquellas  dulzuras 

De  paternal  cariño 
Hasta  el  postrer  instante 
Cuidan  do  sus  alivios; 

Pues  á  Vital  nombrando 
Por  sucesor,  no  quiso 
Quedasen  sin  consuelo 
Los  últimos  suspiros. 


día  28  DE  MAKZO, 
San  Castor,  mcirtir. 

Enmudeció,  y  en  alto 
Silencio  eterno  yace 
La  voz  de  Homero,  oh  Musas, 
A  su  himno  familiares; 

Al  himno  en  que  os  pedia 
Iniiujos  favorables 
Para  cantar  á  Castor 
Con  dulces  suavidades ; 

A  quien  sobre  el  Taigeto 
Expuso  á  los  umbrales 
Primeros  de  la  vida, 
Leda,  del  cisne  amante. 

Mas  ¿qué  elogios  pudisteis 
Dictar  al  ciego  vate 
Y  á  cuantos  de  Aganipe 
Bebieron  los  raudales  1 

Mejor  que  el  cisne  mismo, 
El  Sulmonense  cante 
A  su  hermana,  nacida 
Para  hechizar  á  Fáris. 

A  Castor  como  á  Pólux 
Tcócrito  señale 
A  Júpiter  supremo, 
No  á  Tíndaro,  por  padre; 

O  domador  famoso 
De  caballus  le  aclame 
A])olonio,  subiendo 
De  Jason  á  la  nave; 

Como  Estaniso  cuando 
Los  ojos  perspicaces 
De  Linceo  en  la  encina 
Pudieron  divisarle; 

O  muerto  á  manos  de  éste, 
Marón  nos  le  declare 
Con  su  hermano,  gozando 
Honores  inmortales; 

O  Pindaro,  llevado 
De  blancos  arrogantes 
Hipogrifos,  que  venzan 
JLa  rapidez  del  ake; 


O  en  las  castóreas  danzas 
Honrado,  cuando  salte 
De  jóvenes  armados 
La  multitud  brillante; 
O  Eurípides  su  fuego 
Útil  al  navegante; 
O  el  Venusino  estrella 
Los  mismos  fuegos  llame; 

O  Teognis  testifique. 
Que  por  sus  dioses  grandes. 
Gemelos  los  varones 
Cefalcnses  jurasen. 

No  ya  prestáis  influjos 
A  fábulas  capaces 
De  borrar  el  origen 
De  históricas  verdades. 

Entre  el  albor  del  brazo. 
Luciendo  de  oro  el  mástil. 
Pulsad  del  instrumento 
Los  arreglados  trastes. 

Y  empleadas  en  hechos 
Más  dignos  y  constantes. 
Cantad  las  alabanzas 
De  Castor  el  de  Társis; 
Héroe  cristiano,  cuya 
Violenta  muerte  á  darle 
Lleg(')  corona  eterna 
De  esclarecido  mártir. 

De  él  y  su  compañero 
Doroteo  el  pié  calce, 
Ese  signo  de  treinta 
Estrellas  boreales, 

En  que  á  Castor  y  Pólux 
Convertidos  aplauden 
Antiguos  entusiasmos, 
Poéticos  dislates. 

Más  que  ellas  las  dos  almas 
Resplandezcan;  descansen 
Los  cuerpos  en  la  tierra, 
Y  entiendan  los  mortales 
Que  al  cielo  trasladados 
Serán ,  y  si  elevarse 
A  ver  á  Dios  no  pueden 
Los  ojos  corporales; 

Luego  que  el  postrer  día 
De  tierra  se  levante 
Castor,  y  el  claro  signo 
De  Géminis  se  apague, 

Verá  en  las  suyas  propias 
Al  Verbo  ya  hecho  carne , 
Sin  qiie  jamas  lo  que  una 
Vez  recibió  dejase. 

Consigo  á  Doroteo 
Llevará,  mas  no  el  trance 
Verán  de  que  uno  á  otro 
Cercene  eternidades. 


día  29  DE  MAEZO, 
San  Eustasio,  abad, 

Dulce  es  la  vida,  libre 
De  penas  y  qiiebrantos, 
En  aquellos  momentos 
Que  puede  dispensarlos. 

¡Qué  propio  del  viviente, 
Qué  natural,  al  paso 
Que  sufre  tantos  males , 
El  dilatar  sus  años! 

Del  vicio  de  la  gula 
No  la  templanza  tantos 
Triunfos  como  este  anhelo 
Saca  entre  los  humanos. 

A  los  contraventores 
Reprendiendo  llamamos , 
Primero  que  del  alma. 
De, la  salud  tiranos. 

Ésta,  como  ministra 
De  la  vida,  el  conato 
Se  lleva  de  los  hombres, 
O  el  superior  cuidado. 

Por  ella  v  á  rigores 


De  mal  prolijo  y  largó, 
El  rico  es  pobre  y  feria 
Afanes  á  descansos. 

Préstanse  á  ajeno  arbitrio, 

Y  pasan  resignados 
Durísimas  molestias 
Del  arte  de  Esculapio. 

El  cuerpo,  á  que  ofendía 
El  lecho  menos  blando, 
Al  natural  cauterio 
O  al  potencial  es  franco. 

Ni  menos  que  las  carnes 
Al  cáustico  inhumano, 
Abre  á  aceros  las  venas 

Y  á  pócimas  los  labios. 

A  operación  sus  miembros 
Terrible  abandonados. 
Se  expone  por  la  vida 
Aun  á  abi'cviar  sus  plazos. 

Pero  Eustasio  admirable, 
Eustasio,  el  abad  santo 
De  Luxeu,  ¡á  qué  aspecto 
La  mira  tan  contrario! 

Después  que  la  Borgoña 
Le  vio  alistarse  bajo 
La  recta  disciplina 
Del  gi'ande  Columbano; 

Después  que  llevó  sana 
Doctrina  á  los  váraseos, 

Y  á  Baviera  las  luces 
Del  Evangelio  sacro; 

Después  que  su  instituto 
En  Aquileya  á  salvo 
Sacó  contra  los  tiros 
De  Agreste,  su  adversario; 

Dios  de  sv;  santa  vida 
Le  anuncia  el  fin  cercano, 

Y  aumenta  su  constante 
Fervor  extraordinario. 

Violenta  y  dolorosa 
Enfermedad  en  tanto 
Le  asalta,  y  voz  escucha 
Del  cielo  soberano. 

Morir  á  treinta  dias, 
Al  síntoma  postrado, 
Padeciendo  dolores 
Intensos  en  su  espacio, 

A  su  elección  propone, 
O  de  ellos  aliviado, 
Diferir  de  su  vida 
A  los  cuarenta  el  tracto. 

Al  un  lado  dos  males. 
Dos  bienes  á  otro  lado; 
¿Al  común  de  los  hombres. 
Qué  pimto  menos  arduo? 

Mas  esto  á  los  vulgares 
Espíritus  dejando, 
Eustasio  da  del  suyo 
El  más  heroico  rasgo. 

Pide  á  Dios,  y  consigue, 
Morir  presto  y  penando; 
Que  el  dilatar  su  vida 
Tiene  por  más  cruel  daño. 

Toleran  indecibles 
Dolores  y  trabajos, 
Por  vivir  otros  hombres, 

Y  por  morir  Eustasio. 


día  30  DE  MAEZO. 
San  Juan  Climaco,  ahad. 

Tres  veces  intentaron 
Colcjcar  á  su  arbitrio 
El  Osa  sobre  el  Pélion 
Gigantes  atrevidos. 

Así  escalar  quisieron 
Alcázares  divinos , 
Terribles  ó  agraviados. 
Soberbios  ü  ofendidos. 

De  la  piel  de  Amaltea 
Júpiter  se  prevmp 


Para  vencer,  atento 
De  Témis  al  aviso, 

Y  luego  castigaron 
De  su  poder  invicto, 
Rayos  abrasadores , 
El  loco  desvarío. 

Tal  forjaban  algunos 
Idólatras  antiguos , 
Fundando  sobre  un  hecho 
Torpísimos  delirios. 

Mas  Sinaí,  de  Arabia 
Monte,  logró  el  designio, 
Solo,  que  no  pudieron 
Los  de  Tesalia  unidos. 

Después  que  los  hebreos, 
Del  yugo  fugitivos, 
Dieron  en  el  mar  Kojo 
Sepulcro  á  los  egijK'ios, 

Y  donde  aquel  dichoso 
Natural  obelisco 

Se  eleva  en  la  formada 
Península  del  mismo, 

Recibieron,  dictados 
Al  heroico  caudillo, 
Por  el  Dios  verdadero, 
Preceptos  positivos. 

Aquella  Providencia 
Eterna ,  que  al  empíreo» 
Por  la  observancia  de  ellos, 
Subir  los  hombrts  hizo, 

Dispuso  que  en  el  monte 
A  que  del  ciclo  vino. 
La  Escala  para  el  cielo 
Tuviese  su  pié  fijo. 

Juan  Clímaco  ^n  aqueste, 
Vsí  llamado,  libio, 
La  perfección  enseña, 
Facilita  el  camino. 

Moisés,  de  virtud  lleno. 
En  ella  parecido, 
No  menos  que  en  el  nombre. 
De  Jocabed  al  hijo. 

Monje  ejemplar,  entre  otros 
Subditos  distinguidos 
De  Clímaco,  ser  puede 
De  esta  verdad  testigo. 

De  la  obediencia  santa 
Cumpliendo  el  ejercicio, 
Buscó  materia  para 
Terraplenar  un  sitio. 

En  la  mitad  del  dia, 
Como  jamas  activo. 
Doblaba  el  sol  los  fuertes 
Rigores  del  estío. 

Traidora  fué  la  sombra, 
Con  que  un  peñasco  quiso 
Conducirle  á  la  muerte 
Por  sendas  del  alivio. 

Sensible  á  la  voz  muda 
De  extraño  cocodrilo. 
Del  descanso,  á  que  brinda, 
Admite  loa  partidos. 

Reposa,  al  sueño  llama, 


HIMNODIA, 

Que  en  alas  conducido 
De  un  céfiro  apacible. 
Le  embarga  los  sentidos. 

Apenas  duerm-',  cuando 
Los  ecos  bien  distintos 
De  Juan,  que  le  llamaba, 
Penetran  sus  oídos. 

Despierta,  el  duro  lecho 
Abandona,  y  prulijo. 
De  aquella  voz  inquiere 
Al  dueño  conocido. 

Des)>lómase  al  mumento 
La  peña,  y  al  ruido 
De  su  descenso  tiembla 
El  ámbito  vecino. 

De  aquesta  suerte  (el  cielo 
Librándole  á  prodigios) 
Desde  el  Sinaí  escala 
Sus  muros  diamantinos. 

Velar  para  esto  es  fuerza, 
Oír  por  sus  ministros 
La  voz  de  Dios  atentos, 
Y  huir  de  los  peligros. 


35:} 


DIA  31   DE  MAEZO. 
Santa  Balhina,  virgen. 

La  figura  del  mundo 
Pasa  como  en  escena. 
Que  en  brevísimo  tiempo 
Los  hombres  representan. 

¡Oh  cuánto  de  fatigas. 
Qué  de  sudores  cuesta 
Aquel  indispensable 
Pan  que  los  alimenta  I 

¡De  qué  modo  por  rumbos 
Diversos  se  atarean 
Por  guarecer  sus  carnes 
Del  frío  y  la  inclemencia! 

Pero  ¡oh  cuánto  en  las  cosas 
Que  de  esta  vida  anhelan , 
Más  que  las  necesarias , 
Les  cuestan  las  .superñuas! 

Se  afanan  por  placeres. 
Que  al  sentido  deleitan ; 
Por  la  opinión,  el  mando, 
Las  honras  y  riquezas. 

Dignidades,  empleos. 
Que  tanto  el  homijre  aprecia, 
Su  voluntad  arrastran 
y  su  atención  se  llevan. 

Aquí  el  fatal  orgullo. 
La  vanidad  soberbia, 
Y  aquí  del  sexo  frágil 
La  inveterada  queja. 

Doméstico  gobierno 
Se  le  concede  apenas, 
A  su  inspección  negadas 
Las  armas  y  las  letras. 

De  los  demás  arbitrios 
Destituido,  emplea 


Su  conato  en  que  triunfe 
El  ,dón  de  la  belleza. 
,  Esta  al  ingenio  vence, 
Esta  al  valor  sujeta. 
Por  ésta  todo  el  mundo 
Parece  se  gobierna. 

Esta  se  ensoberbece 
Así;  mas  como  de  ésta 
No  por  igual  á  todas 
Dotó  naturaleza; 

Y  aunciue  en  el  rostro,  donde 
Más  pródiga  se  esmera. 

Es  ñor,  que  en  breve  tiempo 
O  se  marchita  ó  seca, 

Solícitas  trabajan, 
Y  en  estudiar  se  esfuerzan, 
Contra  uno  y  otro  agravio, 
Modos  de  contrahacerla. 

Hermosa  era  Balbina, 
Si  no  desvaneciera 
Su  perfección ,  del  cuello 
Incómoda  apostema. 

Roma  la  vio;  mas  ¡cuánto 
Distaba  ya  de  aquélla 
Que  de  sus  moradores 
Divino  encanto  era! 

El  tribuno,  su  padre, 
A  la  cárcel  que  encierra 
A  Alejandro,  supremo 
Pontilicc,  se  acerca. 

Y  «  ¡  Oh  tú ,  que  á  Jesucrista 
Tan  constante  confiesas! 

Si  quieres,  le  insinúa, 
Que  en  Jesucristo  crea, 

))Haz  salva  á  una  hija  mía. 
Para  que  esposo  pueda 
Darla;  que  es  bella,  y  una 
Enfermedad  la  afea. — 

«Condúcela,  oh  Quirino, 
Responde,  á  mi  presencia, 
E  imponía  estas  prisiones. 
Que  el  cuello  me  molestan.» 

Ejecutóse;  y  luego 
Garzón  de  las  esferas 
A  Balbina  ajiarece 
Con  encendida  tea. 

«  Sé  virgen ,  y  á  tu  Esposo 
Yo  haré,  la  dice,  veas, 
Que  su  preciosa  sangre 
Vertió  por  tí  en  la  tierra.» 

El  nuevo  sol  hallóla 
Libre  de  su  dolencia; 
Y  Quirino,  su  casa. 
La  fe  abrazó  ccn  ella. 

Venid,  venid;  que  ahora 
Podéis  j'a  sin  vergüenza 
Ornar  su  bello  rostro. 
Carmines  y  azucenas, 

Y  ved  que  al  cuello  hermoso^ 
Ya  terso,  en  vez  de  perlas, 
Ciñen,  para  sus  bodas. 
Prisiones  v  cadenas, 


FIN  DE  LAS  POESÍAS  DE  D017  30&Íi  HABÍA  TACA  DE  GUZliLAN  Y  MAMBIQCTE. 


1.  PS,-XVIII 


23 


DON  FÉLIX  MARÍA  SAMANIEGO. 


XOTICIAS  BIOGRÁFICAS  Y  JUICIOS  CmilCOS. 


I. 
DE  DON  MARTIN  FERNANDEZ  DE  NAVARRETE. 

{Tesoro  del  Parnaso  español.) 

Nacii)  en  Vd  villa  de  La-Guardia,  en  la  Rioja,  á  12  de  Octubre  de  4745.  Fueron  sus  padres  don 
Félix  Sánchez  Samaniego  y  doña  Juana  María  Zabala,  natural  de  Tolosa  de  Guipúzcoa.  Como 
liijo  mayor,  heredó  los  mayorazgos  de  su  casa  y  fué  señor  de  las  cinco  villas  del  valle  de  Arra- 
ya. Recibió  de  sus  padres  la  primera  educación  ;  estudió  dos  años  de  leyes  en  Valladolid;  viajó 
por  Francia  con  mucha  utilidad,  y  pasó  después  á  Vergara,  donde  adquirió  importantes  conoci- 
mientos con  el  frecuente  trato  del  Conde  de  Peñaílorida  (i)  y  del  Marqués  de  Narros,  sus  parientes, 
y  fundadores  de  la  Sociedad  Vascongada,  la  primera  que  se  estableció  en  España,  de  la  cual  fué 
Saman'iego  uno  de  los  primeros  socios  de  número,  desde  el  año  de  176o,  en  que  residía  en  La-Guar- 
dia. Vivió  después  muchos  años  en  Bilbao,  por  haber  contraido  allí  matrimonio  con  doña  Ma- 
nuela Salcedo,  de  quien  no  tuvo  sucesión.  Como  socio  de  número,  concurría  á  las  juntas  genera- 
les que  todos  los  años  celebraba  la  Sociedad  alternativamente  en  Vitoria,  Vergara  y  Bilbao,  ame- 
nizando con  su  agradable  y  chistosa  conversación  aquellas  concurrencias.  Residió  también  algu- 
nas temporadas  en  el  seminario  de  Vergara,  como  presidente  de  turno  entre  los  socios  de  núme- 
ro, V  entonces  fué  cuando  comenzó  á  escribir  sus  Fábulas,  acomodándolas  á  la  capacidad  de  los 
niños.  En  1782  le  comisionó  su  provincia  de  Álava  para  evacuar  en  Madrid  asuntos  de  la  mayor 
importancia  ,  que  desempeñó  completamente ,  sin  embargo  de  estar  prevenido  contra  él  y  su  pro- 
vincia el  Ministerio;  habiendo  llegado  á  captarse  de  tal  modo  la  intima  confianza  del  Conde  de 
Floridablanca  ,  que  éste  tuvo  empeño  en  darle  algún  destino  importante,  que  rehusó  constante- 
mente. La  provincia  le  regaló,  á  su  regreso,  una  vajilla  de  plata,  tasada  en  cuatrocientos  mil  rea- 
les, por  no  haber  admitido  dietas  ni  honorarios,  y  haber  hecho  crecidos  gastos;  pero  su  desin- 
terés le  hizo  rehusar  este  regalo,  tomando  una  sola  pieza,  en  señal  de  agradecimiento. 

A  instancia  de  su  tío  el  Conde  de  Peñafllorida,  coordinó  sus  Fábulas  para  instrucción  de  los  se- 
minaristas; y  aprovechándose  de  un  viaje  que  hizo  á  Valencia,  acompañando  á  la  Marquesa  de 
San  Miguel,  su  cuñada,  las  imprimió  allí  en  1781.  Al  año  siguiente  presentó  en  las  juntas  de  la 
Sociedad  el  tomo  ii,  que  se  imprimió  en  Madrid,  por  Ibarra,  en  1784.  Entre  tanto  publicó 
Iriarte  sus  Fábulas  literarias;  habíanse  indispuesto  los  dos,  y  Samaniego  imprimió  un  anónimo 
con  el  título  de  Observaciones  sobre  las  Fábulas  lilerarias,  y  otros  folletos  contra  Iriarte  ;  la  paro- 
dia de  su  Cuzman;  las  Memorias  de  Cosme  Damián,  contra  el  prólogo  del  Teatro  de  Huerta,  etc. 
Poco  cuidatioso  de  su  fama  literaria,  miraba  con  indiferencia  y  poco  aprecio  sus  producciones, 
(pie  hizo  quemar  en  su  última  enfermedad.  Extremamente  aficionado  á  la  música,  tocaba  con 
mucho  gusto  el  violin  y  la  vihuela.  Era  graciosísimo  en  su  conversación  ;  improvisaba  con  chiste 
y  oportunidad.  Falleció  en  La-Guardia,  á  11  de  Agosto  de  180J. 

Escribió  ademas,  entre  otras  cosas,  que  han  quedado  inéditas.  El  Desit*rto  de  Bilbao  y  varias 
poesías  familiares  y  no  pocos  cuentos  festivos,  cuyo  desmedido  desenfado  no  consiente  darlos  á 
la  estampa. 

(1)  Su  lio.  Éste  fué  cjuien  le  estimuló  á  que  escribiese  las  Fábulas. 


NOTICIAS  BIOGRÁFICAS  Y  JUICIOS  CRÍTICOS.  355 

lí. 

DE  DON  ANTONIO  GIL  DE  ZARATE. 

{Manual  de  Literatura.) 

En  el  mismo  género  (las  fiíbulas)  sobresalió,  y  aventají)  á  Iriarte.'otro  poeta  que  este  escritor 
liabia  contagiado  con  su  prosaísmo.  Don  Félix  María  Samaniego  publicó  una  colección  de  fábu- 
las, que  han  hecho  su  nombre  popular  en  España.  En  otra  clase  de  composiciones  Samaniego  hu- 
biera sido  el  más  infeliz  de  los  poetas;  en  ésta  se  elevó  á  una  altura  á  que  nadie,  antes  ni  después 
de  él,  lia  llegado  entre  nosotros.  No  es  un  Lafontaine;  pero  tiene  no  pocas  veces  su  naturalidad, 
su  candor  y  amable  filosofía.  Su  versificación,  sí  bien  con  frecuencia  harto  humilde,  no  desdi- 
ce, sin  embargo  ,  de  sus  asuntos;  es  fácil,  fluida,  y  no  deja  de  adquirir  en  ocasiones  la  armonía 
que  le  conviene.  Todos  sus  contemporáneos  están  hoy  más  ó  menos  olvidados  ó  desatendidos;  él 
solo  conserva  su  reputación  intacta,  y  ha  merecido  que  sus  obras,  reimpresas  infinitas  veces, 
corran  en  manos  de  todos. 


III. 
DE  DON  ANTONIO  ALCALÁ  GALIANO. 

(Ilisloria  de  la  LUeralura  española,  francesa,  inglesa  é  italiana  en  el  siglo  xvni. — 
Lecciones  pronunciadas  en  el  Ateneo.) 

En  las  fábulas  del  poeta  latino  (Fedro)  sólo  hay  las  prendas  de  estilo  en  grado  extraordi- 
nario, señalado  por  su  concisión  elegante.  No  igualando  en  esto  Iriarte  á  Fedro,  se  le  acerca,  con 
todo,  hasta  un  punto  no  común ,  al  paso  que  le  excede  en  la  invención  y  en  la  variedad  y  flexibi- 
lidad; pero  de  las  dotes  descriptivas,  ensalzadas  en  el  fabulista  francés  Lafontaine,  carece,  si  no 
del  todo,  poco  menos;  teniendo  en  este  punto,  en  lengua  castellana,  un  superior  en  un  rival, 
que  vino  á  disputarle  la  palma  en  el  género  de  las  fábulas,  y  que,  si  por  un  lado  le  excedió,  por 
otro  no  quedó  en  una  superioridad  conocida... 

Samaniego,  rival  de  Iriarte,  y  en  ciertos  puntos  su  vencedor,  dotado  de  algunas  prendas  poé- 
ticas como  fabulista ,  pero  de  la  escuela  prosaica  como  crítico ,  al  elogiarle ,  celebrando  su  dese- 
mejanza con  Góngora,  para  ambos  objeto  de  odio,  alaba  en  él  que  fuese 

Por  el  llano, 

Cantándonos  en  verso  castellano 
Cosas  claras,  sencillas,  naturales, 
Y  todas  ellas  tales. 

Que  aun  aquel  que  no  entiende  poesía , 
Dice :  Eso  yo  también  me  lo  diria. 


(Después  de  hablar  de  Iglesias  y  del  Conde  de  Noroña.)  Más  crédito  mere.ió  Don  Félix  María 
DE  Samaniego,  muy  poeta  en  sus  fVd)ulas,  así  en  las  pocas  que  concibió  originales,  como  en  las 
muchas  que  tradujo  ó  imitó;  chistoso,  fácil  y  puro  en  general ,  aunque  á  menudo  incorrecto,  y 
en  alguna  otra  obra  suya ,  aunque  no  falta  de  mérito ,  muy  desigual  al  que  tiene  como  fabu- 
lista. 


356 


DON  FÉLIX  MARÍA  SAMANIEGO. 


IV. 
DE  DON    MANUEL    JOSÉ    QUINTANA. 

{Introducción  á  la  poesía  castellana  del  siglo  xviii.) 

PARALELO  £?a'RE   SAMANIEGO   É   IRIARTE. 

Samaniego  no  puso  en  sus  apólogos  igual  cultiu'a,  igual  limpifiza  de  ejecución ,  igual  mérito  de 
iiivoncion  y  de  oportunidad  que  el  que  luce  en  las  Fábulas  literarias;  Samaniego  procede  con 
m;is  abandono,  y  á  veces  con  descuido  y  desaliño;  pero  ¡con  cuánta  más  gracia,  con  cuánta 
más  poesia  de  estilo  cuando  el  objeto  lo  requiere,  con  cuánto  más  jugo  y  ílexibilidad !  Iriarte 
cuenta  bien;  pero  Samaxiego  pinta;  el  uno  es  ingenioso  y  discreto,  el  otro  gracioso  y  natural. 
Las  sales  y  los  idiotismos  que  uno  y  otro  esparcen  en  su  obra  son  igualmente  oportunos  y  casti- 
zos ;  pero  el  uno  los  busca,  y  el  otro  los  encuentra  sin  buscarlos,  y  parece  que  los  produce  por 
si  mismo ;  en  fin ,  el  colorido  con  que  Samaniego  viste  sus  pinturas,  y  el  ritmo  y  armonía  con  que 
las  vigoriza  y  les  da  halago,  en  nada  dañan  jamas  al  donaire,  á  la  sencillez,  á  la  claridad  ni  al 
despejo.  Si  en  él  hubiera  algo  más  de  candor  é  ingenuidad ,  si  descubriera  menos  malicia,  si  su- 
piera elevarse  á  las  profundas  miras  y  grandes  pensamientos  morales ,  á  que  sabe  remontarse  á 
veces  Lafontaine,  sin  dejar  de  ser  fabulista;  si  diera,  en  fin,  más  perfección  á  sus  versos  cortos, 
que  no  corren,  cuando  los  escribe  solos,  con  la  misma  gracia  y  fluidez  que  cuando  los  combina 
con  los  grandes,  sería  difícil  negarle  el  primer  lugar  entre  los  más  felices  imitadores  del  fabulis- 
ta francés.  Aun  así,  ¿quién  se  lo  podrá  disputar? 


POESÍAS. 


FÁBULAS 


EN    VERSO     CASTELLANO 
PARA  EL  USO 

DEL  EEAL  SEMINARIO  VASCONGADO. 


Dúplex  libelli  dos  est :  quod  risum  movet, 
El  quod  prudenti  vilam  consiho  monet. 

( Phedro,  Fáb.,  pról.,  lib.  i.) 

PEÓLOGO. 

MuchoB  son  los  sabios,  de  diferentes  siglos  y  na- 
ciones, que  han  aspirado  al  renombre  de  fabulistas; 
pero  muy  pocos  los  que  han  hecho  esta  carrera  fe- 
lizmente. Este  conocimiento  debiera  haberme  re- 
traido  del  arduo  empeño  de  meterme  á  contar  fá- 
bulas en  verso  castellano.  Así  hubiera  sido ;  pero 
permítame  el  público  protestar  con  sinceridad,  en 
mi  abono,  que  en  esta  empresa  no  ha  tenido  parte 
mi  elección.  Es  puramente  obra  do  mi  pronta  obe- 
diencia, debida  á  una  persona,  en  quien  respeto 
unidas  las  calidades  de  tío,  maestro  y  jefe. 

En  efecto,  el  director  do  la  Real  Sociedad  Vas- 
congada, mirando  la  educación  como  á  basa  en  que 
estriba  la  felicidad  pública,  empléala  mayor  parte 
de  BU  celo  patriótico  en  el  cuidado  de  proporcionar 


á  los  jóvenes  alumnos  del  Real  Seminario  Vascon- 
gado ciaanto  conduce  á  su  instrucción ;  y  siendo, 
por  decirlo  así,  el  primer  pasto  con  que  se  debe 
nutrir  el  espíritu  de  los  niños,  las  máximas  morales, 
disfrazadas  con  el  agradable  artificio  de  la  fábula, 
me  destinó  á  poner  una  colección  de  ellas  en  verso 
castellano,  con  el  objeto  de  que  recibiesen  esta  en- 
señanza, ya  que  no  mamándola  con  la  leche,  según 
deseó  Platón,  á  lo  menos  antes  de  llegar  á  estado 
de  poder  entender  el  latin. 

Desde  luego  di  principio  ámi  obrilla.  Apenas  pi- 
llaban los  jóvenes  seminaristas  alguno  de  mis  pri- 
meros ensayos,  cuando  lo  leian  y  estudiaban  á 
porfía  con  indecible  placer  y  facilidad ;  mostrando 
en  esto  el  deleite  que  les  causa  un  cuentecillo  ador- 
nado con  la  dulzura  y  armonía  poética,  y  libre  para 
ellos  de  las  espinas  de  la  traducción,  que  tan  des- 
agradablemente les  punzan  en  los  principios  de  su 
enseñanza. 

Aunque  esta  primera  prueba  me  asegura  en  par- 
te do  la  utilidad  de  mi  empresa,  que  es  la  verdade- 
ra recomendación  de  un  escrito,  no  se  contenta  con 
ella  mi  amor  propio.  Siguiendo  éste  su  ambiciosa 
condición,  desea  que  respectivamente  logren  mis 
fábulas  igual  acogida  que  en  los  niños,  en  los  ma- 
yores, y  aun  si  es  posible,  entre  los  doctos;  pero  á 
la  verdad,  esto  no  es  tan  fácil.  Las  espinas,  que  do- 


FÁBULAS. 


357 


jan  de  encontrar  en  ellas  los  niños,  las  hallarán  los 
que  no  lo  son,  en  los  repetidos  defectos  de  la  obra. 
Quizá  no  parecerán  éstos  tan  de  marca ,  dando  aquí 
una  breve  noticia  del  método  que  he  observado  en 
la  ejecución  de  mi  asunto,  y  de  las  razones  que  he 
tenido  para  seí^uirlu. 

Después  de  haber  repasado  los  preceptos  de  la 
fábula,  formé  mi  pequeña  librería  de  fabulistas; 
examiné,  comparé  y  elegí  para  mis  modelos ,  entre 
todos  ellos,  después  de  Esopo,  á  Fedro  y  Lafon- 
taine;  no  tardé  en  hallar  mi  desengaño.  El  prime- 
ro, más  para  admirado  que  para  seguido,  tuve  que 
abandonarle  á  los  primeros  pasos.  Si  la  unión  de  la 
elegancia  y  laconismo  sólo  está  concedida  á  este 
poeta  en  este  genero,  ¿cómo  podrá  aspirar  á  ella 
quien  escribe  en  lengua  castellana,  y  pálpalos  gra- 
dos que  áésta  le  faltan  para  igualar  á  la  latina  en 
concisión  y  energía  ?  Este  conocimiento,  en  que  me 
aseguró  más  y  más  la  práctica,  me  obligó  á  sepa- 
rarme de  Fedro. 

Empecé  á  aprovecharme  del  segundo  (como  se 
deja  ver  en  las  fábulas  de  La  Cigarra  y  la  Hormiga, 
El  Cuervo  y  el  Zorro,  j  alguna  otra)  ;  pero  reconocí 
que  no  podía,  sin  ridiculizarme,  trasladar  á  mis 
versos  aquellas  delicadas  nuevas  gracias  y  sales 
que  tan  fácil  y  naturalmente  derrama  este  ingenio- 
so fabulista  en  su  narración. 

No  obstante,  en  el  estudio  que  hice  de  este  autor 
hallé,  no  solamente  que  la  mayor  parte  de  sus  ar- 
gumentos son  tomados  de  Locmano,  Esopo  y  otros 
de  los  antiguos ,  sino  que  no  tuvo  reparo  en  entre- 
garse á  seguir  su  propio  carácter  tan  francamente, 
que  me  atrevo  á  asegurar  que  apenas  tuvo  presen- 
te otro  precepto  en  la  narración,  que  la  regla  gene- 
ral que  él  mismo  asienta  en  el  prólogo  de  sus  fábu- 
las en  boca  de  Quintiliano :  Por  mtccho  gracejo  que 
se  dé  á  la  narración,  nunca  será  demasiado. 

Con  las  dificultades  que  toqué  al  seguir  en  la 
formación  de  mi  obrita  á  estos  dos  fabulistas,  y 
con  el  ejemplo  que  hallé  en  el  último,  me  resolví  á 
escribir,  tomando  en  cerro  los  argumentos  de  Eso- 
po, entresacando  tal  cual  de  algún  moderno,  y  e7T- 
tregándome  con  libertad  á  mi  genio,  no  sólo  en  el 
estilo  y  gusto  de  la  narración,  sino  aun  en  el  va- 
riar rara  vez  algún  tanto,  ya  del  argumento,  ya  de 
la  aplicación  de  la  moralidad ;  quitando,  añadiendo 
ó  mudando  alguna  cosa,  que,  sin  tocar  al  cuerpo 
principal  del  apólogo,  contribuya  á  darle  cierto  ai- 
re de  novedad  y  gracia. 

En  verdad  que,  según  mi  conciencia,  más  de  cua- 
tro veces  se  peca  en  este  método  contra  los  precep- 
tos de  la  fábula;  pero  esta  práctica  licenciosa  es 
tan  corriente  entre  los  fabulistas,  que  cualquiera 
que  se  ponga  á  cotejar  una  misma  fábula  en  dife- 
rentes versiones,  la  hallará  tan  trasformada  en 
cada  una  de  ellas  respecto  del  original,  que  dege- 
nerando por  grados  de  una  en  otra  versión,  vendrá 
á  parecerle  diferente  en  cada  una  de  ellas.  Pues  si 
con  todas  estas  licencias  ó  pecados  contra  las  leyes 
de  la  fábula  ha  habido  fabulistas  que  han  hecho 
BU  carrera  hasta  llegar  al  templo  de  la  inmortali- 


dad, ¿  á  qué  meterme  yo  en  escrúpulos  que  ellos  no 
tuvieron  ? 

Si  en  algo  he  empleado  casi  nimiamente  mi  aten- 
ción, ha  sido  en  hacer  versos  fáciles  hasta  acomo- 
darlos, según  mi  entender,  á  la  comprensión  de  los 
muchachos.  Que  alguna  vez  parezca  mi  estilo,  no 
sólo  humilde,  sino  aun  bajo,  malo  es;  mas  ¿no  se- 
ría muchísimo  peor  que,  haciéndole  incomprensi- 
ble á  los  niños,  ocupasen  éstos  su  memoria  con  in- 
útiles coplas  ? 

A  pesar  de  mi  desvelo  ,  en  esta  parte  desconfio 
conseguir  mi  fin.  Un  autor  moderno,  en  su  Trata- 
do de  educación,  dice  que  en  toda  la  colección  de 
Lafontaine  no  conoce  sino  cinco  ó  seis  fábulas 
en  que  brilla  con  eminencia  la  sencillez  pueril, y  aun 
haciendo  análisis  de  algunas  de  ellas,  encuentra 
pasajes  desijroporcionados  á  la  inteligencia  de  los 
niños. 

Esta  crítica  ha  sido  para  mí  una  lección.  Confe- 
saré sinceramente  que  no  he  acertado  á  aprove- 
charme de  ella,  si  en  mi  colección  no  se  halla  más 
de  la  mitad  de  fábulas  que  en  la  claridad  y  senci- 
llez del  estilo  no  pueda  apostárselas  á  la  prosa  más 
trivial.  Este  me  ha  parecido  el  solo  medio  de  acer- 
cai'me  al  lenguaje  en  que  debemos  enseñar  á  los 
muchachos ;  pero  ¿quién  tendrá  bastante  filosofía 
para  acertar  á  ponerse  en  el  lugar  de  éstos,  y  me- 
dir así  los  grados  á  que  llega  la  comprensión  de  un 
niño? 

En  cuanto  al  metro,  no  guardo  uniformidad ;  no 
es  esencial  á  la  fábula,  como  no  lo  es  al  epigrama 
y  á  la  lira,  que  admiten  infinita  variedad  de  me- 
tros. En  los  apólogos  hay  tanta  inconexión  de  uno 
á  otro  como  en  las  liras  y  epigramas.  Con  la  varie- 
dad de  metros  he  procurado  huir  de  aquel  mono- 
tonismo  que  adormece  los  sentidos  y  se  opone  á  la 
varia  armonía,  que  tanto  deleita  el  ánimo  y  aviva 
la  atención.  Los  jóvenes  que  tomen  de  memoria 
estos  versos,  adquirirán,  con  la  repetición  de  ellos, 
alguna  facilidad  en  hacerlos  arreglados  á  las  di- 
versas medidas  á  que  por  este  medio  acostumbren 
su  oido. 

Verdad  es  que  se  hallará  en  mis  versos  gran  co- 
pia de  endecasílabos  pareados  con  la  alternativa  de 
pies  quebrados  6  de  siete  sílabas  ;  pero  me  he  aco- 
modado á  preferir  su  frecuente  uso  al  de  otros  me- 
tros, por  la  ventaja  que  no  tienen  los  de  estancias 
más  largas,  en  las  cuales,  por  acomodar  una  sola 
voz  que  falte  para  la  clara  explicación  de  la  sen- 
tencia, 6  queda  confuso  y  como  estrujado  ni  pen- 
samiento, ó  demasiadamente  holgado  y  lleno  do 
ripio. 

En  conclusión,  puedo  perdonárseme  bastante  por 
haber  sido  el  primero  en  la  nación  que  ha  abierto 
el  pasoá  esta  carrera,  en  que  he  caminado  sip  guía, 
por  no  haber  tenido  á  bien  entrar  en  ella  nuestros 
célebres  poetas  castellanos.  Dichoso  yo  si  logro 
que,  con  la  ocasión  de  corregir  mis  defectos,  dedi- 
quen ciertos  genios  poéticos  sus  tareas  á  cultivar 
este  y  otros  importantes  ramos  de  instrucción  y 
provecho.  Mientras  asi  uo  lo  hagan,  habremos  de 


358  DON  FÉLIX  MARÍA  SAMAXIEGO. 

contentarnos  con   lee--  eiis  excelentes  églogas,  y 

sacar  de  sus  dulcísimos  versos  casi  tanta  melodía 

como  do  la  mejor  música  del  divino  Haydn,  aunque 

tal  vez   no  mayor  enseñanza   ni   utilidad.  —  FÉLIX 

Mabía  Samanieoo. 


LIBRO  PRIMERO. 

Á  LOS  CAUALLEROS  ALUMNOS   DKL   BEAL    SEMINARIO 
PATRIÓTICO   VASCONGADO, 

Oh  jóvenes  amables, 
Que  en  vuestros  tiernos  años 
Al  templo  de  Minerva 
Dirigis  vuestros  pasos , 
Seguid,  seg'uid  la  seuda 
En  quu  marcháis,  guiados, 
A  la  luz  de  las  ciencias, 
Por  profesores  sabios. 
Aunque  el  camino  sea, 
Ya  difícil ,  ya  largo , 
Lo  allana  y  facilita 
El  tiempo  y  el  trabajo. 
Kompiendo  el  duro  .«uelo. 
Con  la  esteva  agobiado , 
El  labrador  sus  bueyes 
Guia  con  paso  tardo  ; 
Mas  al  fin  llega  á  verse, 
En  medio  del  verano, 
De  doradas  espigas, 
Como  CéreS,  rodeado. 
A  mayores  tartas, 
A  más  gi'avcs  cuidados 
Es  mayor  y  más  dulce 
El  premio  y  el  descanso. 
Tras  penosas  fatigas, 
La  labradora  mano 
¡  Con  qué  gusto  recoge 
Los  racimos  de  Bacol 
Ea ,  jóvenes,  ea, 
Seguid,  seguid  marchando 
Al  templo  de  Minerva , 
A  recibir  el  lauro. 
Mas  yo  sé,  caballeros, 
Que  un  joven  entre  tantos 
Responderá  á  mis  voces  : 
Ao  puedo,  que  me  canso. 
Descansa  enhorabuena ; 
/Digo  yo  lo  contrario? 
Tan  lejos  estoy  de  eso , 
Que  en  estos  versos  trato 
De  daros  un  asunto 
Que  instruya  deleitando. 
Los  perros  y  los  lobos , 
Los  ratones  y  gatos. 
Las  zorras  y  las  monas, 
Los  ciervos  y  caballos 
Os  han  de  hablar  en  verso ; 
Pero  con  juicio  tanto. 
Que  sus  máximas  sean 
Los  consejos  más  sanos. 
Deleitaos  en  ello, 
Y  con  este  de»causo, 
Á  las  serias  tareas 
Volved  más  alentados, 
Ea,  jóvenes,  ea. 
Seguid,  seguid  marchando 
Al  templo  de  Minerva , 
A  recibir  el  lauro, 
Pero  ¡  qué  !  ¿os  detiene 
El  ocio  y  el  regalo? 
Pues  escuchad  á  Esopn, 
Mis  jóvenes  amados. 

FÁBULA  PRIMERA. 

BL  ASNO  y  EL    COCHINO. 

Envidiando  la  suerte  del  Cochino , 
Un  Asno  maldecía  su  destino, 
«Yo,  decia,  trabajo  y  como  paja; 


El  come  harina,  berza,  y  no  trabaja  : 

A  mí  me  dan  de  palos  cada  dia  ; 

A  él  le  rascan  y  halagan  á  porfía,» 

Así  se  lamentaba  de  su  suerte; 

Pero  luego  que  advierte 

Que  á  la  pocilga  alguna  gente  avanza, 

En  guisa  de  matanza, 

Armada  de  cuchillo  y  de  caldera, 

Y  que  con  maña  fiera 

Dan  al  gordo  Cochino  fin  sangriento, 

Dijo  entre  sí  el  Jumento  : 

Si  en  esto  jjára  el  óciv  y  los  regalos, 
Al  trabajo  me  atengo  y  á  los  jialos. 


FÁBULA  IL 


LA  CIGARRA  Y  LA  HORMIGA. 

Cantando  la  Cigarra 
Pasó  el  verano  entero, 
Sin  hacer  provisiones 
Allá  para  el  invierno; 
Los  trios  la  obligaron 
A  guardar  el  silencio 

Y  á  acogerse  al  abrigo 
De  su  estrecho  aposento. 
Viese  desproveída 

Del  preciso  sustento : 
Sin  mosca,  sin  gusano, 
Sin  trigo  y  sin  centeno. 
Habitaba  la  Hormiga 
AUi  tabique  en  medio, 

Y  con  mil  expresiones 
De  atención  y  respeto 

La  dijo  :  «Doña  Hormiga  , 

Pues  que  en  vuestro  granero 

Sobran  las  provisiones 

Para  vuestro  alimento , 

Prestad  alguna  cosa 

Con  que  viva  este  invierno 

Esta  triste  Cigarra, 

Que,  alegTe  en  otro  tiempo, 

Nunca  conoció  el  daño , 

Nunca  supo  temerlo. 

No  dudéis  en  prestarme ; 

Que  fielmente  prometo 

Pagaros  con  ganancias, 

Por  el  nombre  que  tengo  .» 

La  codiciosa  Hormiga 

Respondió  con  denuedo, 

Ocultando  á  la  espalda 

Las  llaves  del  granero  : 

(( ¡  Yo  prestar  lo  que  gano 

Con  un  trabajo  inmenso  ' 

Dime,  pues,  holgazana, 

¿Qué  has  hecho  en  el  buen  tiempo ?- 

Yo,  dijo  la  Cigarra, 

A  todo  pasajero 

Cantaba  alegremente. 

Sin  cesar  ni  un  momento. — 

I  Hola!  ¿con  que,  cantabas 

Cuando  yo  andaba  al  remo  ? 

Pues  ahora,  que  yo  como, 
Baila ,  ;pese  á  tu  cuerpo. » 


FÁBULA  III. 


EL  MUCHACHO  Y  LA  FORTUNA. 

A  la  orilla  de  un  pozo, 
Sobre  la  fresca  yerba , 
Un  incauto  Mancebo 
Dormía  á  pierna  suelta. 
Gritóle  la  Fortuna  : 
(( Insensato ,  despierta  ; 
¿No  ves  que  ahogarte  puedes, 
Á  poco  que  te  muevas? 
Por  tí  y  otros  canallas 
A  veces  me  motejan. 
Los  unos  de  inconstante, 
Y  los  otros  de  adversa. 
Reveses  de  Fortuna 


FÁBULAS, 


359 


Llamáis  á  las  miserias ; 

¿  Por  qué,  ai  son  reveses 
De  la  conducta  necia  '/ 


FÁBULA  rV. 
LA    CODORNIZ. 

Presa  en  estrecho  lazo 
La  Codorniz  sencilla , 
Daba  quejas  al  aire, 
Ya  tárele  arre])entida. 
«  ¡  Ay  de  mí  miserable , 
Infeliz  avecilla, 
Que  antes  cantaba  libre , 
Y  ya  lloro  cautiva  ! 
Perdí  mi  nido  amado  , 
Perdí  en  él  mis  delicias, 
Al  fin  perdílo  todo , 
Pues  que  perdí  la  vida. 
¿Por  qué  desgracia  tanta? 
I  Por  qué  tanta  desdicha  ? 
¡  Por  un  grano  de  trigo  ! 
I  Oh  cara  golosina  !  n 

M  apetito  ciego 
¡A  cuántos  precipita , 
Que  por  lograr  un  nada, 
IJn  todo  sacrijican! 


FÁBULA  V. 

EL  ÁGUILA  Y  EL  ESCARABAJO. 

Que  me  matan  ;  favor  :  así  clamaba 
Una  liebre  infeliz,  que, se  miraba 
En  las  garras  de  una  Águila  sangrienta. 
A  las  voces,  según  Esopo  cuenta, 
Acudió  un  compasivo  Escarabajo , 

Y  viendo  á  la  cuitada  en  tal  trabajo, 
Por  libertarla  de  tan  cruda  muerte, 
Lleno  de  horror,  exclama  de  esta  suerte: 
(( ¡  Oh  reina  de  las  aves  escogida ! 

I  Por  qué  quitas  la  vida 

Á  este  pobre  animal ,  manso  y  cobarde? 

/,  No  sería  mejor  hacer  alarde 

De  devorar  á  dañadoras  Aeras  , 

O  ya  que  resistencia  hallar  no  quieras, 

Cebar  tus  uñas  y  tu  corvo  pico 

En  el  frió  cadáver  de  un  borrico  1 » 

Cuando  el  Escarabajo  asi  decia  , 

La  Águila  con  desprecio  se  reía, 

Y  sin  usar  de  más  atenta  frase. 
Mata  ,  trincha,  devora,  pilla  y  vase. 
El  pequeño  animal  así  burlado 
Quiere  verse  vengado. 

En  la  ocasión  prirnera 

Vuela  al  nido  del  Águila  altanera , 

Halla  solos  los  huevos,  y  arrastrando. 

Uno  por  uno  fuélos  despeñando  ; 

Mas  como  nada  alcanza 

A  dejar  satisfecha  una  venganza  , 

Cuantos  huevos  ponia  en  adelante 

Se  los  hizo  tortilla  en  el  instante. 

La  reina  de  las  aves  sin  consuelo, 

Eemontando  su  vuelo, 

A  Júpiter  excelso  humilde  llega. 

Expone  su  dolor,  pídele,  ruega 

Remedie  tanto  mal.  El  dios  propicio, 

Por  un  incomparable  beneficio. 

En  su  regazo  hizo  que  pusiese 

El  Águila  sus  huevos,  y  se  fuese  ; 

Que  á  la  vuelta,  colmada  de  consuelas , 

Encontraría  hermosos  sus  poUuelos. 

Sapo  el  Escarabajo  el  caso  todo: 

Astuto  é  ingenioso  hace  de  modo 

Que  una  bola  fabrica  diestramente 

De  la  materia  en  que  continuamente 

Trabajando  se  halla. 

Cuyo  nombre  se  sabe,  aunque  se  calla , 

Y  que ,  según  yo  pienso , 

Para  los  dioses  no  es  muy  buen  incienso, 

Carga  con  ella,  vuela,  y  atrevido 


Pone  su  bola  en  el  sagrado  nido. 
.Túpiter,  que  se  vio  con  tal  basura , 
Al  punto  sacudió  su  vestidura. 
Haciendo,  al  arrojar  la  albondiguilla, 
Con  la  bola  y  los  lauevos  su  tortilla. 
Del  trágico  suceso  noticiosa, 
Arrepentida  el  Águila  y  llorosa 
Ajjrendió  esta  lección  á  mucho  precio  : 

A  midiese  le  trate  con  desprecio, 
Como  al  Escarabajo, 
Porque  al  más  miserable,  vil  y  bajo , 
Para  tomar  venganza  ,  si  se  irrita, 
¿  Le  faltará  siquiera  una  bolita'^ 

FÁBULA  VL 

EL  LEÓN  VENCIDO  POR   EL  HOMBRE. 

Cierto  artífice  pintó 
Una  lucha,  en  que,  valiente, 
Un  Hombre  tan  solamente 
A  un  horrible  León  venció. 
Otro  león,  que  el  cuadi-o  vio, 
Sin  preguntar  por  su  autor, 
En  tono  despreciador 
Dijo  :  Bien  se  dtja  vei' 
Que  es  pintar  como  querer, 
Y  no  fue  leim  el  pintor, 

FÁBULA  VIL 

LA  ZOREA  y   EL  BCBTO. 

Dijo  la  Zorra  al  Busto, 
Después  de  olerlo : 
«  Tu  cabeza  es  hermosa , 
Pero  sin  seso.» 

Como  éste  hay  mncTu^s, 
Que  aunque  parecen  hombres. 
Sólo  son  bustos. 


FÁBULA  VIIL 

EL  RATÓN  DE  LA  CORTE  Y  EL  DEL  CAMPO. 

Un  Ratón  cortesano 
Qonvidó  con  un  modo  muy  urbano 
A  un  Ratón  campesino. 
Dióle  gordo  tocino , 
Queso  fresco  de  Holanda , 

Y  una  despensa  Uena  de  vianda 
Era  su  alojamiento , 

Pues  no  pudiera  haber  un  aposento 

Tan  magníficamente  preparado, 

Aunque  fuese  en  Ratópolis  buscado 

Con  el  mayor  esmero. 

Para  alojar  á  Boepan  Primero, 

Sus  sentidos  allí  se  recreaban  ; 

Las  paredes  y  techos  adornaban, 

Entre  mil  ratonescas  golosinas , 

Salchichones,  pemiles  y  cecinas. 

Saltaban  de  placer,  ¡  oh  qué  embeleso  ! 

De  pcrnil  en  pernil ,  de  queso  en  queso. 

En  esta  situación  tan  lisonjera 

Élega  la  despensera. 

Oyen  el  ruido,  corren,  se  agazapan, 

pierden  el  tino ,  mas  al  fin  se  escapan 

Atropelladamente 

Por  cierto  pasadizo  abierto  á  diente. 

« 1  Esto  tenemos !  dijo  el  campesino  ; 

Reniego  yo  del  queso ,  del  tocino 

Y  de  quien  busca  gustos 

Entre  los  sobresaltos  y_lo3  sustos.» 

Volvióse  á  su  campaña  en  el  instante, 
T estimó  mucho  más  de  allí  adelante. 
Sin  zozobra,  temor  ni  jíesadn/nbres. 
Su  casita  de  tierra  y  sus  legumbres. 


FÁBULA  IX, 
EL  HERBERO  Y  EL  PERRO, 

Un  Herrero  tenía 
Un  Perro  que  no  hacia 


3^0  DON  FÉLIX  M 

Sino  comer,  dormir  y  estarse  echado : 
De  la  casa  jaruas  tuvo  cuidado; 
Levantábase  8<Jlo  á  mesa  puesta; 
Entonces  con  gran  fiesta 
Al  dueño  se  acercaba, 
Con  perrunas  caricias  lo  halagaba, 
Mostrando  de  cariño  mH  excesos 
Por  pillar  las  piltrafas  y  los  huesos. 
«He  llegado  á  notar,  le  dijo  el  an.o, 
Que  aunque  nuucu  te  Hamo 
Jl.  la  nii  sa ,  te  llecas  prontamente  ; 
En  la  fragua  jamas  te  vi  presente, 

Y  yo  me  maravillo 

De  que,  no  dispertándote  el  martillo, 

Te  desveles  al  ruido  de  mis  dientes. 

Anda,  anda,  poltrón  ;  no  es  bien  que  cuentes 

Que  el  amo ,  hecho  un  gañan  y  sin  reposo , 

Te  mantiene  á  lo  conde  muy  ocioso.» 

El  Perro  le  responde  : 

«¿Qué  más  tiene  que  yo  cualquiera  conde? 

Para  no  trabajar  debo  al  destino 

Haber  nacido  perro,  no  pollino. — 

Pues,  señor  conde,  fuera  de  mi  casa; 

Verás  en  las  demás  lo  que  te  pasa.» 

En  efecto  salió  á  probar  fortuna, 

Y  las  casas  anduvo  de  una  en  una. 
Allí  le  hacen  servir  de  centinela 

Y  que  pase  la  noche  toda  en  vela. 
Acá  de  lazarillo  y  de  danzante, 

Allá  dentro  de  un  torno,  á  cada  instante, 
Asa  la  carne  que  comer  no  espera. 
Al  cabo  conoció  de  esta  manera 
Qve  el  destino,  y  no  es  cuento, 
A  todos  nos  cargó  como  al  Jumento. 


FÁBULA  X. 

LA   ZOBBA  T  LA  CIGÜEÑA. 

Una  Zorra  se  empeña 
En  dar  una  comida  á  una  Cigüeña; 
La  convidó  con  tales  espresiones, 
Que  anunciaban  sin  duda  provisionea 
De  lo  más  excelente  y  exquisito. 
Acepta  alegre ,  va  con  apetito ; 
Pero  encontró  en  la  mesa  v-'olamente 
Jigote  claro  sobre  chata  fuente. 
En  vano  á  la  comida  picoteaba. 
Pues  era  para  el  guiso  que  miraba 
Inútil  tenedor  su  largo  pico. 
La  Zorra  con  la  lengua  y  el  hocico 
Limpio  tan  bien  su  "fuente,  que  pudiera 
fiervir  de  fregatriz  si  á  Holanda  fuera. 
Mas  de  allí  á  poco  tiempo,  convidada 
De  la  Cigüeña,  halla  preparada 
Una  redoma  de  jigote  llena  ; 
Allí  fué  su  aflicción  ,    allí  su  pena  ; 
El  hocico  goloso  al  punto  asoma 
Al  cuello  de  la  hidrópica  redoma. 
Mas  en  vano,  pues  era  tan  estrecho. 
Cual  si  por  la  Cigüeña  fuese  hecho. 
Envidiosa  de  ver  que  á  conveniencia 
Chupaba  la  del  pico  á  su  presencia, 
Vuelve,  tienta,  discurre. 
Huele,  se  desatina  ,  en  fin  se  aburre  ; 
Marchó  rabo  entre  piernas,  tan  corrida, 
Que  ni  aun  tuvo  siquiera  la  salida 
De  decir :  Están  verdes,  como  antaño. 
También  huy  para  picaros  engaño. 


FÁBULA    XI. 
LAS  MOSCAS. 

A  un  panal  de  rica  miel 
Dos  mil  Moscas  acudieron , 
Que  por  golosas  murieron , 
Presafl  de  patas  en  él. 
Otras  dentro  de  un  pastel 
Enterró  su  golosina. 

Asi,  si  bien  se  examina, 
Los  humanos  coraumes 


ARIA  6AM ANIEGO. 


Perecen  en  las  prisiones 
Del  vicio  gue  los  dMiiina. 

FÁBULA  XIL 

EL  LEOPABDO  Y  LAS  M0NA3. 

No  á  pares ,  á  docenas  encontraba 
Las  Monas  en  Tttuan,  cuando  cazaba, 
Un  Leopai'do;  apenas  lo  veian, 
A  los  árboles  todas  se  subían, 
Quedando  del  contrario  tan  seguras , 
Que  pudiera  decir:  No  están  maduras. 
El  cazador,  astuto,  se  hace  el  muerto 
Tan  vivamente,  que  parece  cierto. 
Hasta  las  viejas  Monas, 
Alegres  en  el  caso  y  juguetonas. 
Empiezan  á  saltar ;  la  más  osada 
Baja,  aiTímase  al  muerto  de  callada, 
Mira,  huele  y  aun  tienta, 

Y  grita  muy  contenta : 

«  Llegad  ,  que  muerto  está  de  todo  punto , 
Tanto ,  que  empieza  á  oler  el  tal  difunto. » 
Bajan  todas  con  bulla  y  algazara  : 
Ya  le  tocan  la  cara , 
Ya  le  saltan  encima, 
Aquélla  se  le  arrima , 

Y  haciendo  mimos,  á  su  lado  queda; 
Orra  se  finge  muerta  y  lo  remeda. 
Jlas  luego  que  las  siente  fatigadas 
De  correr,  de  saltar  y  hacer  monadas, 
Levántase  ligero, 

Y  más  que  nunca  fiero , 

Pilla ,  mata  ,  devora,  de  manera 
Que  parecía  la  sangrienta  fiera, 
Cubriendo  con  los  muertos  la  campaña, 
Al  Cid  matando  moros  en  España. 

Es  el  peor  enemigo  el  que  aparenta 
Ko poder  causar  daño ; porque  intenta. 
Inspirando  confianza , 
Asegurar  su,  golpe  de  venganza. 


FÁBULA  XIII. 
EL  CIERVO  EK  LA   FUENTE. 

Un  Ciervo  se  miraba 
En  una  hermosa  cristalina  Fuente ; 
Placentero  admiraba 
Los  enramados  cuernos  de  su  frente , 
Pero  al  ver  sus  delgadas ,  largas  piernas , 
Al  alto  cielo  daba  quejas  tiernas. 

(( i  Oh  dioses  !  ¿  A  qué  intento , 
A  esta  fábrica  hermosa  de  cabeza 
Construir  su  cimiento 
Sin  guardar  proporción  en  la  belleza  ? 
1  Oh  qué  pesar  !  ■  Oh  qué  dolor  profundo ! 
¡  No  haber  gloria  cumplida  en  este  mundo  ! » 

Hablando  de  esta  suerte 
El  Ciervo ,  vio  venir  á  un  lebrel  fiero. 
Por  evitar  su  muerte. 
Parte  al  espeso  bosque  muy  ligero  ; 
Pero  el  cuerno  retarda  su  salida. 
Con  una  y  otra  rama  entretejida. 

Mas  libre  del  apuro 
A  dura.?  penas,  dijo  con  espanto  : 
«  Si  me  veo  seguro, 

Pese  á  mis  cuernos ,  fué  por  correr  tanto  ; 
Lleve  el  diablo  lo  hermoso  de  mis  cuernos, 
Haga  mis  feos  pies  el  cielo  eternos. » 

A  si  frecuen  iem  ente 
El  hombre  se  deslumbra  con  lo  hermoso; 
Elige  lo  aparente, 
Abrazajido  tal  vez  lo  más  dañoso; 
Pero  escarmiente  ahora  en  tal  cabeza  : 
El  útil  bien  es  la  mejor  belleza. 


FÁBULA  XIV. 

EL  LEÓN  Y  LA  ZOBBA. 

Un  León  en  otro  tiempo  poderoso , 
Ya  viejo  y  achacoso, 


FÁBULAS. 


801 


En  vano  perseguía,  hambriento  y  fiero, 
Al  mamón  becerrillo  y  al  cordero , 
Que  trepando  por  la  áspera  montaña, 
Huían  libremente  de  su  saña. 
Afligido  de  la  hambre  á  par  de  muerte, 
Discurrió  su  remedio  de  esta  suerte  : 
Hace  correr  la  voz  de  que  se  hallaba 
Enfermo  en  su  palacio,  y  deseaba 
Ser  de  los  animales  visitado. 
Acudieron  algunos  de  contado; 
Mas  como  el  giave  mal  qi;e  lo  postraba 
Era  un  hambre  voraz,  tan  sólo  usaba 
La  receta  exquisita 
De  engullirse  al  mmisienr  de  la  visita. 
Acércase  la  Zorra  de  callada, 

Y  á  la  puerta  asomada, ' 
Atisba  muy  despacio 

La  entrada  de  aquel  cóncavo  palacio. 
El  León  la  divisó ,  y  en  el  momento 
La  dice  :  «Vén  acá ;  pues  que  me  siento 
En  el  ultimo  instante  de  mi  vida, 
Visítame  como  otros,  mi  querida. — 
1  Como  otros !  j  Ah  señor  1  he  conocido 
Que  entraron,  sí,  pero  no  han  salido. 
Mirad,  mirad  la  huella, 
Bien  claro  lo  dice  ella ; 

Y  no  es  bien  el  entrar  do  no  se  sale. » 
La  prudente  cautela  vñielio  vale. 


FÁBULA  XV. 

LA  CIEEVA  Y  EL  CERVATO. 

A  una  Cierva  decía 
Su  tierno  Cervatillo  :  «Madre  mía, 
I  Es  posible  que  un  perro  solamente 
Al  bosque  te  haga  huir  cobardemente, 
Siendo  él  mucho  menor,  menos  pujante  ! 
iPor  qué  no  has  de  ser  tú  más  arrogante? — 
Todo  es  cierto ,  hijo  mío  ; 

Y  cuando  así  lo  pienso,  desafio 

A  mis  solas  á  veinte  perros  juntos. 
Figiírome  luchando,  y  que  difuntos 
Dejo  á  los  unos  ;  que  otros,  falleciendo, 
Pisándose  las  tripas ,  van  huyendo 
En  vano  de  la  muerte , 

Y  á  todos  venzo  de  gallarda  suerte  ; 
Mas  si  embebida  en  este  pensamiento , 
A  un  perro  ladrar  siento , 

Escapo  más  ligera  que  un  venablo, 

Y  mi  victoria  se  la  lleva  el  diablo.» 
A  quien  no  sea  de  ánimo  esforzada 

Ko  armarlo  de  soldado , 

Pues  por  más  que,  al  mirarse  la  armadura , 

Piense,  en  tiempo  de  jmz ,  que  su  bravura 

Herirá,  matará  cuanto  acometa, 

En  oyendo  en  campaña  la  tromjjcta , 

Hará  lo  que  la  Corza  de  la  historia , 

Más  que  el  diablo  se  lleve  la  victoria. 


FÁBULA  XVL 

EL  LABRADOR  Y  LA  CIGÜES'A, 

Un  Labrador  miraba 
Con  duelo  su  sembrado, 
Porque  gansos  y  grullas 
De  su  trigo  solían  hacer  pasto. 
Armó  sin  más  tardanza 
Diestramente  sus  lazos, 
Y  cayeron  en  ellos 
La  Cigüeña,  las  grullas  y  los  gansos, 
«  Señor  rústico ,  dijo 
La  Cigüeña  temblando, 
Quíteme  las  prisiones, 
Pues  no  merezco  pena  de  culpados: 
La  diosa  Céres  sabe 
Que,  lejos  de  hacer  daño. 
Limpio  de  sabandijas, 
De  culebras  y  víboras  los  campos, — ■ 
Nada  me  satisface, 
Kespondió  el  hombre  airado  ; 


Te  hallé  con  delincuentes. 

Con  ellos  morirás  entre  mia  manos.» 

La  inocente  Cigüeña 
Tuvo  el  fin  desgraciado 
Que  pueden  prometerse 
Les  buenos  que  se  juntan  con  los  malos, 

FÁBULA  XVIL 
LA  SERPIENTE  Y  LA  LIMA. 

En  casa  de  un  cerrajero 
Entró  la  Serpiente  un  día, 
Y  la  insensata  mordía 
En  una  Lima  de  acero. 

Dljole  la  Lima  :  «  El  mal , 
Necia,  será  para  tí; 
¿  Cómo  has  de  hacer  mella  en  mí , 
Que  hago  polvos  el  metal?» 

Quien  jneicnde  sin  razón 
Al  viás  fuerte  derribar. 
No  consigue  sino  dar 
Coces  contra  el  aguijón. 

FÁBULA  XVIIL 

EL  CALVO   Y  LA  MOSCA. 

Picaba  impertinente 
En  la  espaciosa  calva  de  un  anciano 
Una  Mosca  insolente. 
Quiso  matarla ,  levantó  la  mano , 
Tiró  un  cachete,  pero  fuese  salva, 
Hiriendo  el  golpe  la  redonda  calva. 

Con  risa  desmedida 
La  Mosca  prorumpió  :  «Calvo  maldito, 
Si  quitarme  la  vida 
Intentaste  por  un  leve  delito , 
¿A  qué  pena  condenas  á  tu  brazo, 
JBárbaro  ejecutor  del  tal  porrazo? — 

»A1  que  obra  con  malicia. 
Le  respondió  el  varón  prudentemente, 
Rigorosa  justicia 
Debe  dar  el  castigo  conveniente , 
Y  es  bien  ejercitarse  la  clemencia 
En  el  que  peca  por  inadvertencia. 

»Sabe,  Mosca  villana. 
Que  coteja  el  agravio  recibido 
La  condición  humana , 
Según  la  mano  de  donde  ha  venido  »  ; 

Que  el  grado  de  la  ofensa  tanto  asciende 
Cuanto  sea  más  vil  aquel  que  ofende. 

FÁBULA  XLS. 
LOS  DOS  AMIGOS  Y  EL  OSO. 

A  dos  Amigos  se  apareció  un  Oso  : 
El  uno,  muy  medroso. 
En  las  ramas  de  un  árbol  se  asegura; 
El  otro,  abandonado  á  la  ventura, 
Se  finge  muerto  rcix-ntinamente. 
El  Oso  se  le  acerca  lentamente; 
Mas  como  este  animal,  según  se  cuenta, 
De  cadáveres  nunca  se  alimenta. 
Sin  ofenderlo  lo  registra  y  toca, 
Huélele  las  narices  y  la  boca; 
No  le  siente  el  aliento, 
Ni  el  menor  movimiento  ; 
Y, así,  se  fiié  diciendo  sin  recelo  : 
«  Éste  tan  muerto  está  como  mi  abuelo. » 
Entonces  el  cobarde. 
De  su  grande  amistad  haciendo  alarde, 
Del  árbol  se  desprende  muy  ligero, 
Corie,  llega  y  abraza  al  compañero , 
Pondera  la  fortuna 
De  haberle  hallado  sin  lesión  alguna, 
Y  al  fin  le  dice  :  «  Sepas  que  he  notado 
Que  el  Oso  te  dccia  algún  recado, 
j  Qué  pudo  8cr? —  Diréte  lo  que  ha  sido; 
Esta.'»  dos  palabritas  al  oído  : 

Aparta  tu  amistad  de  la  persona 
Que  si  te  ve  en  el  riesgo,  te  aba/ndona,  r> 


DON  FÉLIX  MARÍA 


FÁBULA  XX. 


LA  ÁGUILA,    LA   GATA  Y   LA  JABALINA. 

Una  Águila  anidó  .sobre  iiiia  encina. 
Al  pié  criaba  cierta  Jabalina, 

Y  era  un  hueco  del  troncu  corf)ulento 
De  una  Gata  y  sus  crías  aposento, 
Esta  gran  marrullera 

Sube  al  nido  del  Águila  altanera, 

Y  con  fingiiias  lágrimas  la  dice  : 
«  ¡  Ay  misera  de  mí !  ¡  ay  infelice  ! 
Este  sí  que  es  trabajo  : 

La  vecina  que  habita  el  cuarto  bajo. 
Como  tú  misma  ves,  el  dia  pasa 
Hozando  los  cimientos  de  la  casa. 
La  arruinará :  y  eu  viendo  la  traidora 
Por  tierra  á  nuestros  hijos,  los  devora.») 
DespuLS  que  dejó  al  Águila  asustada, 
A  la  cueva  se  baja  de  callada, 

Y  dice  á  la  cerdosa  :  a  Buena  amiga. 
Has  de  saber  que  la  Águila  enemiga, 
Cuando  saques  tus  crías  h;'icia  el  monte. 
Las  ha  de  devorar ;  así  disponte. » 

La  Gata,  aparentando  que  temía, 

Se  retiró  á  su  cuai-to,  y  no  salia 

Sino  de  noche,  que  con  mana  astuta 

Abastecía  su  pequeña  gruta. 

La  Jabalina,  con  tan  triste  nueva, 

No  salió  de  su  cueva. 

La  Águila,  en  el  ramaje  temerosa 

Haciendo  centinela,  no  reposa. 

En  fin,  á  ambas  familias  la  hambre  mata. 

Y  de  ellas  hizo  víveres  la  Gata. 
Jóvenes,  ojo  alerta,  gran  cvidado; 

Que  un  chismoso  en  amigo  disfrazado 
Con  capa  de  amistad  cubre  sus  trazas, 

Y  asi  causaJí  el  vial  sus  añagazas. 


LIBRO  SEGUNDO. 

Á  DON  JAVIER  MARÍA  DE  MUNIVE  É  IDIAQUEZ,  CON- 
DE DE  PEÑAFLORIDA,  DIRECTOR  PERPETUO  DE  LA 
REAL  SOCIEDAD  VASCONGADA  DE  LOS  AMIGOS  DEL 
PAÍS. 

Mientras  que  con  la  espada  en  mar  y  tieiia 
Los  ilustres  varones 
Engrandecen  su  fama  por  la  guerra, 
Sojuzgando  naciones, 
Tú,  Conde,  con  la  pluma  y  el  arado, 
Ya  enriqueces  la  patria,  ya  la  instruyes, 

Y  haciendo  venturosos  has  ganado 

El  bien  que  buscas  y  el  laurel  que  huyes. 

Con  darte  todo  al  bien  de  los  humanos 

No  contento  tu  celo, 

Supo  unir  á  los  nobles  cindadanos 

Para  felicidad  del  jjatrio  suelo. 

La  hormiga  codiciosa 

Trabaja  en  sociedad  fructuosamente, 

Y  la  abeja  oficiosa 

Labra  siempre,  ayudada  de  su  gente. 

Asi  unes  á  Ios-hombres  laboriosos 

Para  hacer  sus  trabajos  más  fructuosos. 

Aquél  viaja  observando 

Por  las  naciones  cultas  ; 

Este  con  experiencias  va  mostrando 

Las  útiles  verdades  más  ocultas. 

Cuál  cultiva  los  campos,  cuál  las  ciencias; 

Y  de  diversos  modos, 

Juntando  estudios,  viajes  y  experiencias, 
Resulta  el  bien  en  que  trabajan  todos, 
i  En  que  trabajan  todos !  Ya  lo  dije , 
Por  más  ((ue  yo  también  sea  contado. 
El  sabio  Presidente  que  nos  rige 
Tiene  aun  al  más  inútil  ocupado. 
Darme,  Conde,  querías  un  üestino, 
Al  contemplarme  ocioso  é  ignorante. 
Era  difícil ;  mas  al  fin  tu  tino 
Encontró  un  genio  en  mí  versificante, 
A  Fedro  y  Lafontaine  por  modelos 
Me  pusiste  á  la  vista, 


SAMANIEGO. 

Y  hallaron  tus  desvelos 

Que  pudiera  ensayarme  á  fabulista, 

Y  pues  viene  al  intento, 
Pasemos  al  ensayo  :  va  de  cuento. 

FÁBULA  PRIMERA. 

EL  LEÓN  CON  SU  EJÉRCITO. 

El  León,  rey  de  los  bosques  poderoso, 
Quiso  armar  un  ejército  famoso. 
Juntó  sus  animales  al  instante : 
Empezó  por  cargar  al  elefante 
Un  castillo  con  útiles,  y  encima 
Rabiosos  lobos,  que  pusiesen  grima. 
Al  oso  le  encargó  de  los  asaltos ; 
Al  mono  con  sus  ge.^tos  y  sus  saltos 
Mandó  que  al  enemigo  entretuviese  ; 
A  la  Zorra  que  diese 
Ingeniosos  ardides  al  intento. 
Uno  gritó  :  (i  La  liebre  y  el  jumento , 
Este  por  tardo,  aquélla  p(,ir  medrosa, 
De  estorbo  servirán,  no  de  otra  cosa. — 
i^De  estorbo '!  dijo  el  Rey  ;  yo  no  lo  creo. 
En  la  liebre  tendremos  un  correo , 

Y  en  el  asno  mis  trojias  un  trompeta. » 
Así  quedó  la  armada  bien  completa. 

Tu  retj'ato  es  el  Lean,  i'onáe prudente , 

Y  si  á  tu  imitación,  «egun  deseo. 
Examinan  los  jefes  á  su  gente, 
A  todos  han  de  dar  útil  empleo. 

¿Por  qué  no  lo  han  de  hacer'/  ¿Habrá  cucaña 
Como  no  hallar  ociosos  en  España  f 


FÁBULA  II. 
LA    LECHERA. 

Llevaba  en  la  cabeza 
Una  Lechera  el  cántaro  al  mercado 
Con  aquella  presteza, 
Aquel  aire  sencillo ,  aquel  agrado , 
Que  va  diciendo  á  todo  el  que  lo  advierte : 
¡  Yo  sí  que  estoy  contenta  con  mi  suerte ! 

Porque  no  apetecía 
Más  compañía  que  su  pensamiento, 
Que  alegre  la  ofi-ecia 
Inocentes  ideas  de  contento , 
Marchaba  sola  la  feliz  Lechera , 

Y  decía  entre  sí  de  esta  manera  : 
«Esta  leche  vendida, 

En  limpio  me  dará  tanto  dinero, 

Y  con  esta  partida 

Un  canasto  de  hueros  comprar  quiero, 
Para  sacar  cien  pollos ,  que  al  estío 
Me  rodeen  cantando  el  pió ,  pió. 

))Del  importe  logrado 
De  tanto  pollo  mercaré  un  cochino ; 
Con  bellota ,  salvado , 
Berza,  castaña  engordará  sin  tino  ; 
Tanto ,  que  puede  ser  que  yo  consiga 
Ver  cómo  se  le  arrastra  la  barriga. 

))Llevarélo  al  mercado; 
Sacaré  de  él  sin  duda  buen  dinero  : 
Compraré  de  contado 
Una  robusta  vaca  y  un  ternero , 
Que  salte  j'  corra  toda  la  campaña , 
Hasta  el  monte  cercano  á  la  cabana. » 

Con  este  pensamiento 
Enajenada,  brinca  de  manera, 
Que  á  su  salto  violento 
El  cántaro  cayó,  j  Pobre  Lechera  ! 
¡  Qué  compasión  !  Adiós  leche,  dinero  , 
Huevos,  pollos,  lechen,  vaca  y  ternero. 

¡Oh  loca  fantasía , 
Que  palacios  fabricas  en  el  viento  ! 
Modei-a  tu  alegría; 
No  sea  que  saltando  de  contento , 
Al  contemplar  dichosa  tu  mudanza, 
Quiebre  su  cantarillo  la  esperanza. 

No  seas  ambiciosa 
De  mejor  ó  más  próspera  fortuna; 
Que  vivirás  ansiosa 


FÁBULAS. 


36S 


Sin  que  pueda  saciarte  cosa  alguna. 

]\ío  anheles  impaciente  el  hien  fvturo; 
Mira  que  ni  el  presente  está  seguro. 

FÁBULA  IH. 
EL  ASNO  SESUDO. 

Cierto  Burro  pacia 
En  la  ft-esca  y  hermosa  pradería 
Con  tanta  paz  como  si  aquella  tierra 
No  fuese  entonces  teatro  de  la  guerra. 
Su  dueño,  que  con  miedo  lo  guardaba , 
De  centinela  en  la  ribera  estaba. 
Divisa  al  enemigo  en  la  llanura  ; 
Baja,  y  al  buen  Borrico  le  conjura 
Que  huya  precipitado. 
El  Asno,  muy  sesudo  y  reposado , 
Empieza,  á  andar  á  paso  perezoso. 
Impaciente  su  dueño  y  temeroso 
(ion  el  marcial  ruido 

De  bélicas  trompetas  al  oido,  s 

Le  exhorta  con  i'ervor  á  la  carrera. 
«¡Yo  correr!  dijo  el  Asno,  bueno  fuera; 
Que  llegue  en  hora  buena  Marte  fiero; 
Me  rindo,  y  él  me  lleva  prisionero. 
I  Servir  aquí  ó  allí  no  es  todo  uno? 
¿Me  pondrán  dos  albardas?  No,  ninguno. 
Pues  nada  pierdo,  nada  me  acobarda: 
Siempre  seré  un  esclavo  con  albarda.  » 
No  estuvo  más  en  sí  ni  más  entero 
Que  el  buen  Pollino  Amidas  el  Barquero, 
Cuando  en  su  humilde  choza  le  despieria 
César,  cou  sus  soldados  á  la  puerta, 
Para  que  á  la  Calabria  los  guiase. 
iSe  podría  encontrar  quien  no  temblase 
Entre  los  poderosos 
De  insultos  militares  horrorosos 
De  la  guerra  enemiga? 
No  hay  sino  la  pobreza  que  consiga 
Esta  gran  exención  :  de  aquí  le  viene, 

Nada  teme  perder  quien  nada  tiene. 

FÁBULA  IV. 
EL  ZAGAL  Y  LAS  OVEJAS. 

Apacentando  un  Joven  su  ganado, 
Gritó  d-esde  la  cima  de  un  collado  : 
((.¡  Favor!  que  viene  el  lobo,  labradores.» 
Éstos,  abandonando  sus  labores, 
Acuden  prontamente , 

Y  hallan  que  es  una  chanza  solamente. 
Vuelve  á  clamar,  y  temen  la  desgracia ; 
Segunda  vez  los  burla.  ¡  Linda  gracia  ! 
Pero  ('qué  sucedió  la  vez  tercera? 

Que  vino  en  realidad  la  hambrienta  fiera. 
Entonces  el  Zagal  se  desgañita, 

Y  por  más  que  patea,  llora  y  grita. 
No  se  mueve  la  gente  escarmentada , 

Y  ei  lobo  le  devora  la  manada. 
¡Cuántas  reces  resulta  de  un  en//iiñn, 

Contra  el  engañador  el  mayor  daño! 

FÁBULA  V. 

LA   ÁGUILA,    LA   COENEJA   Y   LA  TORTUGA, 

A  una  Tortuga  una  Águila  arrebata  : 
La  ladrona  se  apura  y  desbarata 
Por  hacerla  pedazos, 
Ya  que  no  con  la  garra,  á  picotazos. 
Viéndola  una  Corneja  en  tal  faena, 
La  dice  :  «  En  vano  tomas  tanta  pena  : 
•No  ves  que  es  la  Tortuga,  cuya  casa 
Diente,  cuerno  ni  pico  la  traspasa, 

Y  si  siente  que  llaman  á  su  puerta, 

Se  finge  la  dormida  ,  sorda  ó  muerta?  — 

Pues  ¿qué  he  de  hacer  .'  — líemontarás  tu  vuelo, 

Y  en  mirándote  allá  cerca  del  cielo 
La  dejarás  caer  sobre  un  peñasco, 

Y  se, hará  una  tortilla  el  duro  casco.» 
La  Águila,  porque  diestra  lo  ejecuta,     ' 

Y  la  Corneja  astuta, 


Por  autora  de  aquella  maravilla, 
Juntamente  comieron  la  tortilla. 

^;  Qué  podrá  resistirse  á  U7i  poderoso, 
Guindo  de  un  consejo  malicioso  1'' 
Be  estos  tales  se  aparta  el  que  es  prudente ; 
Yasi  ,por  escaparse  de  esta  gente. 
Las  desceyul ¡entes  de  In  tal  Tortuga 
A  cuevas  igtwradas  hacen  fuga. 


FÁBULA  VI. 

EL    LOBO    Y    LA    CIGÜeSA. 

Sin  duda  alguna  que  se  hubiera  ahogado 
Un  Lobo  con  un  hueso  atragantado, 
Si  á  la  sazón  no  pasa  una  Cigüeña. 
El  paciente  la  ve,  hácela  seña  ; 
Llega,  y  ejecutiva , 
Con  su  pico,  jeringa  primitiva, 
Cual  diestro  cirujano, 
Hizo  la  operación  y  quedó  sano. 
Su  salario  pedia, 
Pero  el  ingrato  Lobo  respondía  : 
«¿Tu  salario?  Pues  ¿  qué  más  recompensa 
Que  ol  no  halierte  caus.ado  leve  ofensa , 
Y  dejarte  vivir  para  que  cuentes 
Que  pusiste  tu  vida  entre  mis  dientes  ?» 
Marchó  por  evitar  una  desdicha. 
Sin  decir  tus  ni  mus,  la  susodicha. 
Haz  hien,  dice  el  proverbio  castellano, 
Yno  sepas  á  quién;  pero  es  muy  llano 
Que  no  tiene  razón  ni  por  asomo  : 
Es  menester  saber  á  quién  y  cómo. 
El  ejemplo  siguiente 
Nos  hará  esta  verdad  más  evidente. 


FÁBULA  VIL 

EL  HOMBRE  Y  LA  CULEBRA. 

A  una  Culebra  que ,  de  ñ-io  yerta, 
En  el  suelo  j'acia  medio  muerta 
Un  labrador  cogió  ;  mas  fué  tan  bueno , 
Que  incautamente  la  abrigó  en  su  seno. 
Apenas  revivió,  cuando  la  ingrata 
A  su  gran  bienhechor  traidora  mata. 

FÁBULA  VIH. 

EL  PÁJARO   HERIDO   DE  UNA  FLECHA, 

Un  Pájaro  inocente , 
Herido  de  una  flecha 
Guarnecida  de  acero 

Y  de  plumas  ligeras. 
Decía  en  su  lenguaje 
Con  amargas  querellas  : 
«  i  Oh  crueles  humanos ! 
Más  crueles  que  fieras, 
Con  nuestras  propias  alas, 
Que  la  naturaleza 

Nos  dio,  sin  otras  armas 
Para  propia  defensa. 
Forjáis  el  instrumento 
De  la  desdicha  nuestra, 
Haciendo  que  inocentes 
Prestemos  la  materia. 
Pero  no,  no  es  extraño 
Qne  así  bárbaros  Sean 
Aquellos  que  en  su  ruina 
Trabajan,  y  no  cesan. 
Los  unos  y  otros  fraguan 
Armas  para  la  guerra, 

Y  es  dar  contra  sus  vidas 
Plumas  para  las  ñechas, » 

FÁBULA  IX. 

EL   PESCADOR  Y   EL   PEZ. 

Recoge  un  Pescador  su  red  tendida, 
Y  saca  un  pccecillo.  «  Por  tu  vida , 
Exclamó  el  inocente  prisionero, 


8M 


DON  FÉLIX  MAEÍA  SAMANIEGO. 


Dame  la  bbertad  :  eólo  la  quiero, 

Mira  que  no  te  engaño, 

Porque  ahora  soy  ruin ;  dentro  de  un  año 

Sin  duda  lograrás  el  gran  consuelo 

De  pescarme  más  grande  que  mi  abuelo. 

I  Qué!  ¿te  burlas?  ¿te  ries  de  mi  llanto? 

Sólo  por  otro  tanto 

A  un  hcrmauito  mió 

ün  Señor  pescador  lo  tiró  al  rio. — 

j  Por  otro  tanto  al  rio  ?  i  qué  manía ! 

Keplicó  el  Pescador;  ¿pues  no  sabía 

Que  el  refrán  castellano 

Dice  :  Más  vale  pájaro  en  la  mano...  ? 

A  sartén  te  condeno ;  que  mi  panza 

No  se  llena  jamas  con  la  esperanza.  » 


FÁBULA  X. 

EL  GOBRIOIí  T  LA  LIEBRE. 

Un  maldito  Gorrión  asi  decia 
A  una  Liebre  que  una  águila  oprimia  : 
a  ¿  No  eres  tú  tan  ligera, 
Que  si  el  perro  te  sigue  en  la  carrera, 
Lo  acarician  y  alaban  como  al  cabo 
Acerque  sus  narices  á  tu  rabo  ? 
Pues  empieza  á  correr,  ¿  qué  te  detiene  ? » 
De  este  modo  la  insulta,  cuando  viene 
El  diestro  gabilan  y  la  arrebata. 
El  preso  chilla,  el  prendedor  lo  mata; 

Y  la  Liebre  exclamó  :  o  Bien  merecido. 
¿Quién  te  mandó  insultar  al  afligido, 

Y  á  más,  á  más  meterte  á  consejero. 
No  sabiendo  mirar  por  tí  primero  ? » 


FÁBULA  XL 
JÚPITER  Y  LA  TORTUGA. 

A  las  bodas  de  Ji^piter  estaban 
Todos  loB  animales  convidados  : 
Unos  y  otros  llegaban 
A  la  fiesta  nupcial  apresurados. 
No  faltaba  á  tan  grande  concurrencia 
Ni  aun  la  reptil  y  más  lejana  oruga, 
Cuando  llega  muy  tarde  y  con  paciencia, 
A  paso  perezoso,  la  Tortuga: 
Su  tardanza  reprende  el  dios  airado, 
Y  ella  le  respondió  sencillamente  : 
«  Si  es  mi  casita  mi  retii"o  amado , 
¿Cómo  podré  dejarla  prontamente?» 
Por  tal  disculpa  Júpiter  tenante. 
Olvidando  el  indulto  de  las  fiestas, 
La  ley  del  caracol  le  echó  al  instante, 
Que  ea  andar  con  la  casa  siempre  acuestas. 

Gente»  machuchas  hay  que  hacen  alarde 
De  que  aman  su  retiro  con  exceso ; 
Pero  á  tu  obligación  acuden  tarde  : 
Viven  como  el  rato7i  dentro  del  queso. 


FÁBULA  XII. 
EL  CHARLATÁN. 

«  Si  cualquiera  de  ustedes 
Se  da  por  las  paredes 
O  arroja  de  un  tejado, 
Y  queda,  á  buen  librar,  descostillado, 
Yo  me  reiré  muy  bien  :  importa  un  pito, 
Como  tenga  mi  bálsamo  exquisito.» 
Con  esta  relación  un  chacharero 
Gana  mucha  opinión  y  más  dinero ; 
Pues  el  vulgo,  pendiente  de  sus  labios. 
Más  quiere  á  un  Charlatán  que  á  veinte  sabios. 
Por  esta  conveniencia 
Los  hay  el  dia  de  hoy  en  toda  ciencia, 
Que  ocupan ,  igualmente  acreditados, 
Cátedras  ,  academias  y  tablados. 
Prueba  de  esta  vcrd.ad  será  un  famoso 
Doctor  en  elocuencia,  tan  copioso 
En  charlatanería , 
Que  ofreció  enseñarla 


A  hablar  discreto  con  fecundo  pico , 

En  diez  años  de  término,  á  un  borrico. 

Sábelo  el  Eey  :  lo  llama ,  y  al  momento 

Le  manda  dé  lecciones  á  un  jumento  ; 

Pero  bien  entendido 

Que  sería,  cumpliendo  lo  ofrecido, 

Ricamente  premiado ; 

Mas  cuando  no ,  que  morirla  ahorcado. 

El  doctor  asegura  nuevamente 

Sacar  un  orador  asno  elocuente. 

Dícele  callandito  un  cortesano : 

«Escuche,  buen  hermano ; 

Su  fre.scura  me  espanta : 

A  cáñamo  me  huele  su  garganta. — 

No  temáis,  señor  mió. 

Respondió  el  Charlatán,  pues  yo  me  rio. 

¿En  diez  años  de  plazo  que  tenemos. 

El  Rey,  el  asno  ó  yo  no  moriremos?» 

I\'adie  encuentra  embarazo 
En  dar  un  largo  plazo 
A  imjiortantes  negocios;  mas  no  advierte 
Que  ajusta  mal  su  cuenta  sin  la  muerte. 


FÁBULA  XIII. 
EL  MILANO  Y  LAS  PALOMAS. 

A  las  tristes  Palomas  un  Milano, 
Sin  poderlas  pillar,  seguia  en.  vano  ; 
Mas  él  á  todas  horas 
Servia  de  lacayo  á  estas  señoras. 
Un  dia,  en  fin,  hambriento  é  ingenioso, 
Así  las  dice :  « ¿  Amáis  vuestro  reposo , 
Vuestra  seguridad  y  conveniencia  ? 
Pues  creedme  en  mi  conciencia : 
En  lugar  de  ser  yo  vuestro  enemigo, 
Desde  ahora  me  obligo , 
Si  la  banda  por  rey  me  aclama  luego, 
A  tenerla  con  sc>siego, 
¡Sin  que  de  garra  ó  pico  tema  agravio ; 
Pues  tocante  á  la  paz  seré  un  Octavio.» 
Las  sencillas  Palomas  consintieron; 
Aclámanle  por  rey;  Viva,  dijeron, 
I^'uestro  rey  el  Milano. 
Sin  esperar  á  más,  este  tirano 
Sobre  un  vasallo  mísero  se  planta  ¡ 
Déjalo  con  el  viva  en  la  garganta  ; 
Y  continuando  así  sus  tiranías , 
Acabó  con  el  reino  en  cuatro  días. 

Quien  al  poder  se  acoja  de  un  malvada 
Será,  en  vez  de  feliz,  un  desdichado. 


FÁBULA    XIV. 

LAS  DOS  RAXAS. 

Tenían  dos  Ranas 
Bus  pastos  vecinos. 
Una  en  un  estanque , 
Otra  en  un  camino. 
Cierto  dia  a  ésta 
Aquélla  la  dijo  : 
(( I  Es  creíble,  amiga, 
De  tu  mucho  juicio, 
Que  vivas  contenta 
Entre  los  peligros , 
Donde  te  amenazan, 
Al  paso  preciso , 
Los  pies  y  las  ruedas 
Riesgos  infinitos ! 
Deja  tal  vivienda ; 
Muda  de  destino; 
Sigue  mi  dictamen 
Y  vente  conmigo.» 
En  tono  de  mofa. 
Haciendo  mil  mimos, 
Respondió  á  su  amiga: 
(( 1  Excelente  aviso  I 
lA  mí  novedades ! 
Vaya,  ]  qué  delirio  I 
Eso  si  que  fuera 
Darme  el  diablo  ruido. 


FÁBULAS. 


¡  Yo  dejar  la  casa 
Que  fué  domicilio 
De  padres,  abuelos 

Y  todos  los  mios, 

Sin  que  haya  memoria 
De  haber  sucedido 
La  menor  desgracia 
Desde  luengos  siglos  !  — 
Allá  te  compongas  ; 
Mas  ten  entendido 
Que  tal  vez  sucede 
Lo  que  no  se  ha  visto,  n 
Llegó  una  carreta 
A  este  tiempo  mismo, 

Y  á  la  triste  Rana 
Tortilla  la  hizo. 

Po7-  hombi'cs  de  seso 
Muchos  hay  tenidos , 
Ove  á  nuevas  razones 
Cierran  los  oidos; 
Recibir  consejos 
Es  un  desvario. 
La  rancia  costumbre 
Suele  ser  su  libro. 

FÁBULA  XV. 
EL  PAETO  DE  LOS  MONTES. 

Con  varios  ademanes  horrorosos 
Los  montes  de  parir  dieron  señales  : 
Consintieron  los  hombres  temerosos 
Ver  nacer  los  abortos  más  fatales. 
Después  que  con  bramidos  es25antoso8 
Infundieron  pavor  á  los  mortales. 
Estos  montes,  que  al  mundo  estremecieron, 
Un  ratoncillo  fué  lo  que  parieron. 

Hay  autoi'cs  que  en  voces  misteriosas , 
Estilo  fanfarrón  y  campanudo 
Nos  anuncian  ideas  portentosas  ; 
Pero  suele  á  m  en  udo 
Ser  el  gran  parto  de  su  pensatnie7ito, 
Después  de  tanto  ruido,  solo  viento. 


FÁBULA  XVI. 

LAS  EANAS  PIDIENDO   RET. 

Sin  Rey  vivia,  libre,  independiente, 
El  pueblo  de  las  Ranas  felizmente. 
La  amable  libertad  sólo  reinaba 
En  la  inmensa  laguna  que  habitaba; 
Mas  las  Ranas  al  fin  un  Rey  quisieron, 
A  Júpiter  excelso  lo  pidieron ; 
Conoce  el  dios  la  súplica  importuna, 

Y  arroja  un  Rey  de  palo  á  la  laguna  : 
Debió  de  ser  sin  duda  buen  pedazo, 
Pues  dio  su  majestad  tan  gran  porrazo. 
Que  el  ruido  atemoriza  al  reino  todo; 
Cada  cual  se  zambulle  en  agua  ó  lodo , 

Y  quedan  en  silencio  tan  profundo 
Cual  si  no  hubiese  ranas  en  el  mundo. 
Una  de  ellas  asoma  la  cabeza , 

Y  viendo  á  la  real  pieza. 

Publica  que  el  monarca  es  un  zoquete. 
Congrégase  la  turba,  y  por  juguete 
Lo  desprecian,  lo  ensucian  con  el  cieno, 

Y  piden  otro  Rey,  que  aquél  no  es  bueno. 
El  padre  de  los  dioses,  irritado, 

Envia  á  un  culebrón ,  que  á  diente  airado 
Muerde,  traga,  castiga, 

Y  á  la  misera  grey  al  punto  obliga 
A  recurrir  al  dios  humildemente. 
«Padeced,  les  responde,  eternamente; 
Que  así  castigo  á  aquel  que  no  examina 
Si  su  solicitud  será  su  ruina.» 


FÁBULA  XVII. 
EL  ASNO  y  EL  CABALLO. 

«I  Ah !  ¡  quién  fuese  Caballo  I 
Un  Asno  melancólico  decía ; 


Entonces  sí  que  nadie  me  veria 
Flaco,  triste  y  fatal  como  me  hallo. 

))Tal  vez  un  caballero 
Me  mantendría  ocioso  y  bien  comido, 
Dándose  su  merced  por  muy  servido 
Con  corvetas  y  saltos  de  carnero. 

«Trátanme  ahora  como  vil  y  bajo ; 
De  risa  sirví'  mi  contraria  suerte ; 
Quien  me  apalea  más,  más  se  divierte, 

Y  menos  como  cuando  má.s  trabajo. 
))No  es  posible  encontrar  sobre  la  tiert» 

Infeliz  como  yo.»  Tal  se  juzgaba. 
Cuando  al  Caballo  ve  cómo  pas.aba. 
Con  su  jinete  y  armas,  á  la  guerra. 

Entonces  conoció  su  desatino , 
Rióse  de  corvetas  y  regalos, 

Y  dijo  :  «  Que  trabaje  y  lluevan  palos, 
No  me  saquen  los  dioses  de  Pollino. » 

FÁBULA  XVin. 
EL  COKDERO  Y  EL  LOBO. 

Uno  de  los  corderos  mamantones, 
Que  para  los  glotones 
Se  crian,  sin  salir  jamas  al  prado. 
Estando  en  la  cabana  muy  cerrado , 
Vio  por  una  rendija  de  la  puerta 
Que  el  caballero  Lobo  estaba  alerta, 
En  silencio  esperando  astutamente 
Una  calva  ocasión  de  echarle  el  diente. ' 
Mas  él,  que  bien  seguro  se  miraba, 
Así  lo  provocaba : 

«  Sepa  usted,  seor  Lobo,  que  estoy  preso, 
Porque  sabe  el  pastor  que  soy  travieso  ; 
Mas  si  él  no  fuese  bobo , 
No  habría  ya  en  el  mundo  ningún  Lobo. 
Pues  yo  corriendo  libre  por  los  cerros, 
Sin  pastores ,  ni  perros , 
Con  sólo  mi  pujanza  y  valentía 
Contigo  y  con  tu  raza  acabaría.  — 
Adiós,  exclamó  el  Lobo ,  mi  esperanza 
De  regalar  á  mi  vacia  panza. 
Cuando  este  miserable  me  provoca 
Es  señal  de  que  se  halla  de  mi  boca 
Tan  libre  como  el  cielo  de  ladrones.» 

Asi  son  los  cobardes  fanfarrones , 
Oiíe  se  hacen  en  los  puestos  renta  ¡osos 
Más  valentones  cuanto  yiiás  medrosos, 

FÁBULA  XrS. 
LAS  CABRAS  Y  LOS  CHIVOS. 

Desde  antaño  en  el  mundo 
Reina  el  vano  deseo 
De  parecer  iguales 
A  los  grandes  señores  los  plebeyos, 
Las  Cabras  alcanzaron 
Que  Júpiter  excelso 
Les  diese  barba  larga 
Para  su  autoridad  y  su  respeto. 
Indignados  los  Chivos 
De  que  su  privilegio 
Se  extendiese  á  las  Cabras, 
Lampiñas  con  razón  en  aquel  tiempo, 
Sucedió  la  discordia 
Y  los  amargos  celos 
A  la  paz  octaviana 

Con  que  fué  gobernado  el  barbón  pueblo. 
Júpiter  dijo  entonces. 
Acudiendo  al  remedio : 
«¿Qué  importa  que  las  Cabras 
Disfruten  un  adorno  propio  vuestro, 
Si  es  mayor  ignominia 
De  su  vano  deseo. 
Siempre  que  no  igualaren 
En  fuerzas  y  valor  á  vuestro  cuerpo  1» 

El  mérito  apamite 
Es  digno  de  desprecio; 
La  virtud  solamente 
Es  del  homire  el  ornato  verdadero^ 


866 


3CG 


DON  FÉLIX  MARÍA  SAMANIEQO. 


fíbula  XX. 


EL  CABALLO   Y   EL   CIEKVO. 

Perseguia  un  Caballo  vengativo 
A  un  Ciervo  que  le  hizo  leve  ofensa ; 
Mas  hallaba  segura  la  defensa 
En  su  veloz  carrera  el  fugitivo. 

El  vengador,  perdida  la  esperanza 
De  alcanzarlo,  y  lograr  así  su  intento, 
Al  hombre  le  pidió  su  valimiento 
Para  tomar  del  ofensor  venganza. 

(Consiente  el  hombre ,  y  el  Caballo  airado 
6ale  con  su  jinete  A  la  campaña  ; 
Corre  con  dirección,  sigue  con  maña, 

Y  queda  al  fin  del  ofensor  vengado. 
Muéstrase  al  bienhechor  agradecido  ; 

Quiere  marcharse  libre  de  su  peso; 
Ma.s  desde  entonces  mismo  quedó  preso, 

Y  eternamente  al  hombre  sometido. 
El  Caballo,  que  suelto  y  rozagante 

En  el  frondoso  bosque  y  prado  ameno 
Su  libertad  gozaba  tan  de  lleno, 
Padece  sujícinn  desde  ese  instante. 
Oprimido  del  yugo  ara.  la  tierra: 
Pasa  tal  rez  la  vida  más  amarga; 
Sufre  la,  silla ,  freno,  espuela,  carga, 

Y  aguanta  los  horrores  de  la  guerra. 
En  fin,  perdió  la  libertad  amable 

Por  vengar  una  ofensa  solamente. 
Tales  los  frutos  son  que  ciertaviente 
Produce  la  venganza  detestable. 


empinases , 


LIBRO  TERCERO. 

Á     DON     TOMAS     DE     IKtARTK. 

En  mis  Tersos ,  Triarte , 
Ya  no  quiero  más  arte 
Que  poner  á  los  tuyos  por  modelo. 
A  competir  anhelo 

Con  tu  numen,  que  el  sabio  mundo  admira, 
Si  me  prestas  tu  lira. 
Aquélla  en  que  tocaron  dulcemente 
Música  y  Poesía  juntamente. 
Esto  no  puede  ser  :  ordena  Apolo 
Que,  digno  solo  tú,  la  pulses  solo. 
¿Y  por  qué  solo  tú?  Pues  cuando  menos, 
¿No  he  de  hacer  versos  fáciles,  amenos, 
Sin  ambicioso  ornato? 
¿Gastas  otro  poético  aparato ? 
hi  tú  sobre  el  Parnaso  te  empii 
y  desde  allí  cantases : 
Risco  tramonto  de  época  altanera  , 
«  Oóngora  que  te  siga»,  te  dijera  ; 
Pero  si  vas  marchando  por  el  llano, 
Cantándonos  en  verso  castellano 
Cosas  claras,  sencillas,  naturales, 

Y  todas  ellas  taJes, 

Que  aun  aquel  que  no  entiende  poesía 
Dice  :  Eso  yo  también  me  lo  diria , 
¿Por  qué  no  he  de  imitarte,  y  aun  acaso 
Antes  que  tú  trepar  por  el  Pai-naso? 
No  imploras  las  sirenas  ni  las  musas. 
Ni  de  númenes  usas, 
Ni  Aun  siquiera  confias  en  Apolo. 
A  la  naturaleza  imploras  sólo, 

Y  ella,  sabia,  te  dicta  sus  verdades. 
Yo  te  imito :  no  invoco  á  las  deidades, 

Y  por  mejor  consejo. 

Sea  mi  sacro  numen  cierto  viejo, 
Esopo  digo.  Díctame,  machucho, 
Una  de  tus  patrañas ;  que  te  escucho. 

FÁBULA  PRIMERA, 

EL  ÁGUILA  Y  EL  CUEEVO. 

Una  Águila  rapante, 
Con  vista  perspicaz,  rápido  vuelo. 
Descendiendo  veloz  de  junto  al  cielo, 
Arrebató  un  cordero  en  un  instante. 

Quiere  un  Cuervo  imitarla :  de  un  carnero 


En  el  vellón  sus  uñas  hacen  presa  ; 
Queda  enredado  entre  la  lana  espesa. 
Como  pájaro  en  liga  jnúsionero. 

Hacen  de  él  los  pastores  vil  juguete, 
Para  castigo  de  su  intento  necio. 
Bien  merece  la  btirla  y  el  desprecio 
El  Cuereo  que  á  ser  Águila  se  viete. 

El  viejo  me  ha  dictado  esta  patraña, 

Y  astutamente  así  me  desengaña." 
Esa  facilidad,  esa  de,streza, 

Con  que  arrebató  el  Águila  su  pieza, 
Fué  la  que  engañó  al  Cuervo,  pues  creia 
Que  otro  tanto  á  lo  menos  él  haria. 
Mas  ¿qué  logró?  Servirme  de  escarmiento. 

¡Ojalá  que  sirviese  á  más  de  ciento, 
Poetas  de  mal  gu.^to  inficionados, 
T dijesen,  cual  yo,  drxengaTtados: 
El  Águila  eres  tú,  divino  Iriarte; 
Ya  no  pretendo  más  sino  admirarte: 
Sea  tuyo  el  laurel,  tuya  la  gloria , 

Y  no  sea  yo  el  cuervo  de  la  histoi'ia! 


FÁBULA  II. 

LOS  ANIMALES  CON  PESTE. 

En  los  montes,  los  valles  y  collados. 
De  animales  poblados , 
Se  introdujo  la  peste  de  tal  modo. 
Que  en  un  momento  lo  inficiona  todo. 
Allí,  donde  su  corte  el  león  tenia. 
Mirando  cada  dia 
Las  cacerías,  luchas  y  carreras 
De  mansos  brutos  y  de  bestias  fieras  , 
Se  veian  los  campos  ya  cubiertos 
De  enfermos  miserables  y  de  muertos. 
«Mis  amados  hermanos, 
Exclamó  el  triste  Rey,  mis  cortesanos, 
Ya  veis  que  el  justo  cielo  nos  obliga 
A  implorar  su  piedad,  pues  nos  castiga 
Con  tan  horrenda  plaga  : 
Tal  vez  se  aplacará  con  que  se  le  haga 
Sacrificio  de  aquel  más  delincuente, 

Y  muera  el  pecador,  no  el  inocente. 
Confiese  todo  el  mundo  su  pecado. 
Yo,  cruel,  sanguinario,  he  devorado 
Inocentes  corderos , 

Ya  vacas ,  ya  terneros , 

Y  he  sido,  á  fuerza  de  delito  tanto, 

De  la  selva  terror,  del  bosque  espanto. — 

Señor,  dijo  la  Zorra ,  en  todo  eso 

No  se  halla  más  exceso 

Que  el  de  vuestra  bondad,  pues  que  se  digna 

De  teñir  en  la  sangre  ruin,  indigna. 

De  los  viles  cornudos  animales 

Los  sacros  dientes  y  las  uñas  reales. » 

Trató  la  corte  al  Rey  de  escrupuloso. 

Allí  del  Tigre,  de  la  Onza  y  Oso 

Se  oyeron  confesiones 

De  robos  y  de  muertes  á  millones  ; 

Mas  entre  la  grandeza,  sin  lisonja, 

Pasaron  por  escrúpulos  de  monja. 

El  Asno,  sin  embargo,  muy  confuso 

Prorumpió :  «  Yo  me  acuso 

Que  al  pasar  por  un  trigo  este  verano , 

Yo  hambriento  y  él  lozano , 

Sin  guarda  ni  testigo , 

Caí  en  la  tentación  :  comí  del  trigo. — 

1  Del  trigo !  1  y  un  Jumento  1 

Gritó  la  Zorra,  [  hoirrible  í^trevimiento  I » 

Los  cortesanos  claman  :  «  Este,  éste 

Irrita  al  cielo,  que  nos  da  la  peste.» 

Pronuncia  el  Rey  de  muerte  la  sentencia, 

Y  ejecutóla  el  Lobo  á  su  presencia. 
Te  juzgarán  virtuoso. 

Si  eres,  aunque  perverso ,  poderoso  ; 

Y  aunque  bueno,  por  malo  detestable , 
Cuando  te  miran  pobre  y  miserable. 
Esto  hallará  en  la  corte  quien  la  ven , 

Y  Aun  en  el  mundo  todo.  ¡Pobre  Astrea! 


FÁBULAS. 


FÁBULA  III. 

EL  MILANO   ENFERMO. 

Un  Milano  ,  después  de  haber  viviilo 
Con  la  conciencia  peor  que  un  foragido, 
Enfermó  gravemente. 
Supuesto  qne  el  paciente 
Ni  á  Galeno  ni  á  Hipócrates  leía, 
A  bulto  conoció  que  se  moria. 
A  los  dioses  desea  ver  propicios, 
Y  ofrecerles  entonces  sacrificios 
Por  medio  de  su  madre,  que,  afligida, 
Eogaria  sin  duda  por  su  vida. 
Mas  ésta  le  responde  :  «Desdichado, 

ÍCómo  podi-é  alcanzar  para  un  malvado 
)e  los  dioses  clemencia, 
Si  en  vez  de  darles  culto  y  reverencia . 
Ni  aun  perdonaste  á  victima  sagrada, 
En  las  aras  divinas  inmolada?» 

A.ñ  queremos,  irritando  al  cielo, 
Que  en  la  tribulación  non  dé  consuelo. 


FÁBULA  IV. 
EL  LEÓN  ENVEJECIDO. 

Al  miserable  estado 
De  una  cercana  muerte  reducido 
Estaba  ya  postrado 

Un  viejo  León  ,  del  tiempo  consumido, 
Tanto  más  infeliz  y  lastimoso , 
Cuanto  halña  vivido  más  dichoso. 

Los  que  cuando  valiente 
Humildes  le  rendían  vasallaje, 
Al  verlo  decadente , 
Acuden  á  tratarle  con  ultraje: 
Que ,  como  la  experiencia  nos  en.'-.efia, 
De  árbol  caido  todos  hacen  leña. 

Cebados  á  porfía, 
Lo  sitiaban  sangrientos  y  feroces. 
El  lobo  le  mordía. 
Tirábale  el  caballo  fuertes  coces. 
Luego  le  daba  el  toro  una  cornada, 
Después  el  jabalí  su  dentellada. 

Sufrió  constantemente 
Estos  insultos ;  pero  reparando 
Que  hasta  el  asno  insolente 
Iba  á  ultrajai-le,  falleció  clamando  : 
«Esto  es  doble  morir  ;  no  hay  sufrimiento, 
Porque  muero  injuriado  de  un  jumento.» 

Si  en  su  mudable  í^ida 
Al  hombre  la  fortiona  lia  derribado 
Con  misera  caída, 

Desde  donde  lo  habia  ella,  encumbrado , 
¿  Qué  ventura  en  el  mundo  se  promete. 
Si  aun  de  los  viles  llega  á  ser  juguete? 


FÁBULA  V. 

LA  ZOEEA  Y  LA   GALLINA. 

Una  Zorra ,  cazando, 
De  corral  en  corral  iba  saltando  ; 
A  favor  de  la  noche,  en  una  aldea 
Oye  al  gallo  cantar :  maldito  sea. 
fachada  y  sin  ruido  , 
A  merced  del  olfato  y  del  oído. 
Marcha,  llega,  y  oliendo  á  un  agujero, 
«Este  es»,  dice,  y  se  cuela  al  gallinero. 
Las  aves  se  alborotan,  menos  una. 
Que  estaba  en  cesta  como  niño  en  cuna. 
Enferma  gi-avemcntc. 
Mirándola  la  Zorra  astutamente. 
La  pregunta :  « ¿  Qué  es  eso ,  pobrecita? 
¿Cuál  es  tu  enfermedad?  ¿Tienes  pcnita? 
Habla:  ¿cómo  lo  pasas,  desdichada?» 
La  enferma  la  responde  apresurada  : 
«Muy  mal  me  va,  señora,  en  este  instante; 
Muy  bien  si  usted  se  quita  de  delante, 

Cíuintas  veces  se  vende  un  enemigo, 
Como  gato  por  liebre,  por  amigo; 
Al  oir  su  fingido  cumplimiento , 


Respondiérale  yo  para  escarmiento  : 
(.{Muy  mal  me  va,  señor,  en  este  instante, 
Muy  bien  si  usted  se  quita  de  delante.» 


FÁBULA  VL 
LA  CIERVA  Y  EL  LEÓN, 

Más  ligera  que  el  viento, 
Precipitada  huía 
Una  inocenta  Cierva, 
De  un  cazador  seguida. 
En  una  oscura  gruta. 
Entre  esposas  encinas, 
Atropen  ad  am  en  te 
Entró  la  fugitiva. 
Mas  ¡  ay  !  que  un  León  sañudo, 
Que  allí  mismo  tenía 
Su  albergue ,  y  era  susto 
De  la  selva  vecina. 
Cogiendo  entre  sus  garras 
A  la  res  fugitiva, 
Dio  con  cruel  fiereza 
Fin  sangriento  á  su  vida. 

Si  al  evitar  los  riesgos 
La  razón  no  nos  guia , 
Por  huir  de  nn  tropiezo, 
Damos  mortal  caida. 


FÁBULA  VIL 

EL  LEÓN  ENAMORADO, 

Amaba  un  León  á  una  zagala  hermosa; 
Pidióla  por  esposa 
A  su  padre,  pastor,  urbanamente. 
El  hombre,  temeroso,  mas  prudente. 
Le  respondió  :  «Señor,  en  mi  conciencia, 
Que  la  muchacha  logra  conveniencia; 
Pero  la  pobrecita,  acostumbrada 
A  no  salir  del  prado  y  la  majada, 
Entre  la  mansa  oveja  y  el  cordero. 
Recelará  tal  vez  que  seas  fiero. 
No  obstante,  bien  podremos,  si  consientea, 
Cortar  tus  uñas  y  limar  tus  dientes, 

Y  así  verá  que  ti-ne  tu  grandeza 
Cosas  de  majestad,  no  de  fiereza.» 
Consiente  el  manso  León  enamorado, 

Y  el  buen  hombre  lo  deja  desarmado; 
Da  luego  su  .silbido  : 

Llegan  el  Matalobos  y  Atrevido, 
Perros  de  su  cabana :  de  esta  suerte 
Al  indefenso  León  dieron  la  muerte. 

Un  cuarto  apostaré  h  que  en  este  instante 
Dice,  hablando  del  León,  algún  amante. 
Que  de  la  misma  /nuerte  haría  gala. 
Con  tal  que  se  la  diese  la  zagala. 
Deja,  Fabio,  el  amor,  déjalo  luego; 
Mas  hablo  en  vano,  porque,  siempre  ciego, 
No  ves  el  desengaño , 
Y  asi  te  entregas  ú  tu  jfropio  daño. 


FÁBULA  VIH, 

CONGRESO  DE  LOS  RATONES, 

Desde  el  gran  Zapií-on  ,  el  blanco  y  rubio. 
Que  después  de  las  aguas  del  diluvio 
Fué  padre  univer.^al  de  todo  gato. 
Ha  sido  Miauragato 
Quien  más  sangrientamente 
Persiguió  á  la  infeliz  ratona  gente. 
Lo  cierto  es  que,  ol)ligada 
De  su  per.secucion  la  desdichada. 
En  Ratópolis  tuvo  sn  congi-eso. 
Propuso  el  elocuente  U/tequeso 
Echarle  un  cascabel ,  y  de  esa  suerte 
Al  ruido  escaparían  de  la  muert.e. 
El  proyecto  aprol)aron  uno  á  uno, 
¿ Quién  lo  ha  de  ejecutar?  eso  ninguno. 

«  Yu  soy  corto  de  vista.  — Yo  muy  viejo, 

Yo  gotoso )),  decían.  El  concejo 


3G7 


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DON  FÉLIX  MARÍA  SAMANIEGO 

Se  acabó  como  muchos  en  el  mundo. 
Propown  unvroyccto  sin  segundo: 
Lo  aprueban  :  hacen  otro,  ¡quéponentol 
Pero  ¿la  ejecución.'  Alá  esta  el  cuento. 


FÁBULA  IX. 
EL  LOBO  Y  LA  OVEJA, 

Cruzando  montes  y  trepando  cerros , 
Aquí  mato,  allí  robo, 
Andaba  cierto  Lobo , 
Hasta  que  dio  en  las  manos  de  los  perros. 

Moixlido  y  arrastrado 
Fué  de  sus  enemigos  cruelmente  ; 
Quedó  con  vida  milagrosamente, 
Mas  inválido,  al  fin  ,  y  derrotado. 

Iba  el  tiempo  curando  su  dolencia; 
El  hambre  al  mismo'tiempo  le  afligía ; 
Pero,  como  cazar  áuu  no  podia. 
Con  las  yerbas  hacia  penitencia. 

Una  Oveja  pasaba,  y  él  la  dice  : 
«Amiga,  vén  acá,  llega  al  momento  ; 
Enfermo  estoy  y  muero  de  sediento  : 
Socorre  con  el  agua  á  este  infclice. — 

«¿Agua  quieres  que  yo  vaya  á  llevarte? 
Le  responde  la  Oveja  recelosa ; 
Dime  pues  una  cosa : 
¿  Sin  duda  que  será  para  enjuagarte , 

«Limpiar  bien  el  garguero. 
Abrir  el  apetito, 

Y  tragarme  después  como  á  un  pollito  ? 
Anda,  que  te  conozco,  marrullero.» 
Así  dijo,  y  se  fue;  si  no,  la  mata. 

/  Cuánto  importa  saber  con  quién  se  trata! 


FÁBULA  X. 

EL  HOMBRE  Y  LA  PULGA. 

«Oye,  Júpiter  sumo,  mis  querellas, 

Y  haz,  disparando  rayos  y  centellas, 
Que  muera  este  animal  vil  y  tirano, 
Plaga  fatal  para  el  linaje  humano; 

Y  si  vos  no  lo  hacéis,  Hércules  sea 
Quien  acabe  con  él  y  su  ralea. » 

Este  es  un  Hombre  que  á  los  dioses  clama, 
Porque  una  Pulga  le  picó  en  la  cama ; 

Y  es  justo,  ya  que  el  pobre  se  fatiga, 
Que  de  Júpiter  y  Hércules  consiga. 
De  éste ,  que  viva  despullando  sayos  ; 
De  aquél,  matando  pulgas  con  sus  rayos. 

T'enemos  en  el  cielo  los  mortales 
Recurso  en  las  desdichas  y  en  los  niales; 
Mas  se  suele  ahusar  frecuentemente 
Por  lograr  un  antojo  impertinente. 


FÁBULA  XI. 

EL  CUERVO  Y  LA  SERPIENTE. 

Pilló  el  Cuervo  dormida  á  la  Serpiente, 
Y  al  quererse  cebar  en  ella  hambriento, 
Le  mordió  venenosa.  Sepa  el  cuento 
Quien  sigue  á  su  apetito  incautamente, 

FÁBULA  XII. 

EL  ASNO  Y  LAS  RANAS. 

Muy  cargado  de  leña  un  burro  viejo, 
Triste  armazón  de  huesos  y  pellejo , 
Pensativo,  según  lo  cabizbajo  , 
Caminaba  llevando  con  trabajo 
Su  débil  f  uirza  la  pesada  carga. 
El  paso  tardo ,  la  carrera  larga ; 
Todo ,  al  fin ,  contra  el  mísero  se  empeña , 
El  camino,  los  años  y  la  leña. 
Entra  en  una  laguna  el  desdichado, 
Queda  profundamente  empantanado. 
Viéndose  de  aquel  modo 
CubiertQ  do  agua  y  lodo, 


Trocando  lo  sufrido  en  impaciente, 

Contra  el  destino  dijo  neciamente 

Expresiones  ajenas  de  sus  canas  ; 

Mas  las  vecinas  Ranas, 

Al  oir  sus  lamentos  y  quejidos. 

Las  unas  se  tapaban  los  oidos, 

Las  otras,  que  prudcjitcs  le  escuchaban. 

Reprendíanle  así  y  aconsejaban  : 

«Aprenda  el  mal  Jumento 

A  tener  sufrimiento; 

Que  entre  las  que  habitamos  la  laguna 

Ha  de  encontrar  lección  muy  oportuna. 

Por  Júpiter  estamos  condenadas 

A  vivir  sin  remedio  encenagadas 

En  agua  detenida,  lodo  espeso, 

Y  á  más  de  todo  eso, 

Aquí  perpetuamente  nos  encierra , 
Sin  esperanza  de  correr  la  tierra , 
Cruzar  el  anchuroso  mar  profundo, 
Ni  aun  saber  lo  qiie  pasa  por  el  mundo. 
Mas  llevamos  á  bien  nuestro  destino; 

Y  asi  nos  premia  Júpiter  divino. 
Repartiendo  entre  todas  cada  día 
La  salud,  el  sustento  y  alegría.» 

Es  de  suma  importancia 
Teyíer  en  los  trabajos  tolerancia  ;' 
Pues  la  impaciencia  en  la  contraria  stierte 
Es  un  mal  más  amargo  que  la  muerte. 


FÁBULA  XIII. 
EL  ASNO  Y  EL  PERRO. 

Un  Perro  y  un  Borrico  caminaban, 
Sirviendo  á  un  mismo  dueño ; 
Rendido  éste  del  sueño. 
Se  tendió  sobre  el  prado  que  pasaban. 

El  Borrico  entre  tanto  aprovechado 
Descansa  y  pace  ;  mas  el  Perro,  hambriento, 
«Bájate,  le  decía,  buen  jumento  ; 
Pillaré  de  la  alforja  algún  bocado. » 
El  Asno  se  le  aparta  como  en  chanza  ; 
El  Perro  sigue  al  lado  del  Borrico , 
Levantando  las  manos  y  el  hocico , 
Como  perro  de  ciego  cuando  danza. 

«No  seas  bobo,  el  Asno  le  decia ; 
Espera  á  que  nuestro  amo  se  despierte, 
Y  será  de  esta  suerte 
El  hambre  más,  mejor  la  compañía. » 

Desde  el  bo.sque  entre  tanto  sale  un  lobo  : 
Pide  el  Asno  favor  al  compañero  ; 
En  lugar  de  ladrar,  el  marrullero 
Con  fisga  respondió  :  kíJVo  seas  bobo; 

Espera  á  que  nuestro  amo  se  despierte; 
Que  pues  me  aconsejaste  la  paciencia. 
Yo  la  sabré  tener,  en  mi  conciencia, 
Al  ver  al  lobo  que  te  da  la  muerte. » 

El  Pollino  murió ,  no  hay  que  dudarlo ; 
Mas  si  resucitara , 

Corriendo  el  mundo,  á  todos  predicara  : 
Prestad  auxilio,  si  queréis  hallarlo. 


FÁBULA  XrV, 

EL  LEÓN  Y  EL  ASNO  CAZAIIDO. 

Su  majestad  leonesa  en  compañía 
De  un  Borrico  se  sale  á  montería. 
En  la  parte  al  intento  acomodada , 
Formando  el  mismo  León  una  enramada, 
Mandó  al  Asno  que  en  ella  se  ocultase 

Y  que  de  tiempo  en  tiempo  rebuznase. 
Como  trompa  de  caza  en  el  ojeo. 
Logró  el  Rey  su  deseo , 

Pues  apenas  se  vio  bien  apostado, 

Cuando  al  son  del  rebuzno  destemplado. 

Que  los  montes  y  valles  repetían, 

A  su  selvoso  albergue  se  volvían 

Precipitadamente 

Las  fieras  enemigas  juntamente , 

Y  en  su  cobarde  huida. 

En  las  garras  del  León  pierden  la  nda.. 


FADÜLAS. 


<_'uanclo  el  Asno  se  halló  con  los  despojos 

De  devoradas  fieras  á  sus  ojos, 

Dijo  :  «Par  diez,  si  llego  más  temprano, 

A  ningún  muerto  dejo  hueso  sano.» 

A  tal  fanfarronada 

Soltó  el  Rey  una  grande  carcajada; 

Yes  qiiejajuas  convino 

Hacer  del  andaluz  i/l  vizcaíno. 


FÁBULA  XV. 

EL  CHAKLATÁN  Y  EL  RÚSTICO. 

«Lo  que  jamas  se  ha  visto  ni  se  ba  oido 
Verán  ustedes  ;  atención  les  pido.» 
Así  decia  un  Charlatán  famoso, 
Cercado  de  un  concurso  numeroso. 
En  efecto,  quedando  todo  el  mundo 
En  silencio  profujido, 
Ecmodó  á  un  cochinillo  de  tal  modo. 
Que  el  auditorio  todo, 
Creyendo  que  lo  tiene  y  que  lo  tapa, 
Atumultuado  grita :  Fucj'a  capa. 
Descubrióse,  y  al  ver  que  nada  habia. 
Con  Víctores  lo  aclaman  á  porfía. 
«Par  diez,  dijo  un  patán,  que  yo  prometo 
Para  mañana,  hablando  con  respeto. 
Hacer  el  puerco  más  perfectamente ; 
Si  no,  que  me  la  claven  en  la  ñ-ente.» 
Con  risa  prometió  la  concurrencia 
A  burlarse  del  payo  su  asistencia; 
Llegó  la  hora,  todos  acudieron  : 
No  bien  al  Charlatán  gruñir  oyeron , 
Gentes  á  su  favor  preocupadas , 
Viva,  dicen,  al  son  de  las  palmadas. 
Sube  después  el  Rústico  al  tablado 
Con  un  bulto  en  la  capa ,  y  embozado 
Imita  al  Charlatán  en  la  postura 
De  fingir  que  hn  lechon  tapar  procura ; 
Mas  estaba  la  gracia  en  que  era  el  bulto 
Un  marranillo  que  tenía  oculto. 
Tírale  callandito  de  la  oreja  : 
Gruñendo  en  tiple  el  animal  se  queja  ; 
Pero  al  creer  que  es  remedo  el  tal  gruñido, 
Aquí  .se  oía  un  f»iera,  allí  un  silbido, 
Y  todo  el  mundo  queda 
En  que  es  el  otro  quien  mejor  remeda. 
El  Rustico  descubre  su  marrano ; 
Al  público  le  enseña,  y  dice  ufano : 
«¿Así  juzgan  ustedes?» 
/  Oh  preocupación ,  y  cuánto  puedes! 


LIBRO  CUARTO. 

EL    AUTOR     Á     SUS    VERSOS. 

FÁBULA  PRIMERA. 

LA  MONA  CORRIDA. 

Fieras ,  aves  y  peces 
Corren,  vuelan  y  nadan. 
Porque  Júpiter  sumo 
A  general  congreso  á  todos  llama, 
Con  sus  hijos  se  acercan, 

Y  es  que  un  premio  señala 
Para  aquel  cuya  prole 

En  hermosura  lleve  la  ventaja. 

El  alto  regio  trono 

La  multitud  cercaba. 

Cuando  en  la  concurrencia 

Se  sentía  decir  :  La  Mona  falta. — 

Ya  llega .  dijo  entonces 

Una  habladora  urraca, 

Que,  como  centinela , 

En  la  alta  punta  de  un  ciprés  estaba. 

Entra  rompiendo  filas. 

Con  su  cachorro  ufana, 

Y  ante  el  excelso  trono 

El  premio  pide  de  hermosura  tanta. 
El  dios  Júpiter  qtiiso, 
Al  ver  tan  fea  traza, 

},  Ps,-xvm. 


Disimular  la  risa, 

Pero  se  le  soltó  la  carcajada. 

Armóse  en  el  concurso 

Tal  bulla  y  algazara. 

Que  corrida  la  Mona, 

A  Tetuan  se  volvió  desengañada. 

¿Es  crcible,  señores. 
Que  yo  m  ismo pensara 
£n  consagrar  ú  hipólo 
3/is  versos,  comodignos  de  su  gracia? 
Cuando,  2)or  mi  fortuna. 
Me  encontré  esta  mañana, 
Continuando  mi  ubrilla , 
Kite  cuento  moral,  rsf  a  patraña, 
Yo  dije  á  mi  capote  : 
¡Con  qué  chiste,  qné  gracia 
Y  qué  viros  colores 
El  jorobado  Esopo  ms  retrata  í 
Mas  ya  mis produccicnes 
Miro  con  desean  fianza. 
Porque  aprendo  en  la  Mona 
Cuánto  el  ciego  amor  propio  nos  engaña. 


FÁBULA  IL 
EL  ASNO  Y  JÚPITER. 
«No  sé  cómo  hay  Jumento 
Que,  teniendo  un  adarme  de  talento. 
Quiera  meterse  á  burro  de  hortelano. 
Llevo  á  la  plaza  desde  muy  temprano 
Cada  dia  cien  cargas  de  verdiwa, 
Vuelvo  con  otras  tantas  de  basura, 

Y  para  minorar  mi  pesadumbre, 
Un  criado  me  azota  por  costumbre. 
Mi  vida  es  ésta ;  ¿qué  será  mi  muerte, 
Como  no  mude  Júpiter  mi  suerte?» 
Un  Asno  de  este  modo  se  quejaba. 

El  dios,  que  sus  lamentos  escuchaba, 
Al  dominio  le  entrega  de  un  tejero. 
(( Esta  vida,  decia,  no  la  quiero  : 
Del  peso  délas  tejas  oprimido. 
Bien  azotado,  pero  mal  comido, 
A  Júpiter  me  voy  con  el  empeño 
De  logj-ar  nuevo  dueño. » 
Envióle  á  un  curtidor;  entonces  dice  : 
«Aun  con  este  amo  soy  más  infelice. 
Cargado  de  pellejos  de  difunto 
Me  hace  correr  sin  sosegar  un  punto, 
Para  matarme  sin  llegar  á  viejo, 

Y  curtir  al  instante  mi  )>ellejo.» 
Júpiter,  por  no  oir  tan  largas  quejas, 
Se  tapó  lindamente  las  orejas, 

Y  á  nadie  escucha,  desde  el  tal  pollino, 
Si  le  hablan  d>'  mudanza  de  destino. 

Sólo  en  rerso  se  encuentran  los  dichosos, 
Que  viven  ni  envidiados  ni  envidiosos. 
La  espada  por  feliz  tiene  al  arado  , 
Co)no  el  remo  á  la  pluma  y  al  cayado; 
Mas  se  tienen  por  míseros  en  siima 
Remo,  espada,  cai/ado,  esteva  y  pluma. 
Pues  ¿á  qué  estado  el  hombve  llama  buenoií 
Al  propio  nunca  ;  j)ero  si  al  ajeno. 


FÁBULA  IIL 

EL  CAZADOR  Y  LA  PERDIZ. 

Una  Perdiz  en  celo  reclamada 
Vino  á  ser  en  la  red  aprisionada. 
Al  Cazador  la  misera  decia  : 
«Si  me  das  libertad,  en  este  dia 
Te  he  de  proporcionar  un  gran  consuelo. 
Por  ese  campo  extenderé  mi  vuelo  ; 
Juntaré  á  mis  amigas  en  bandadas, 
Que  guiaré  á  tus  redes,  engañadas, 
Y  tench'ás,  sin  costarte  dos  ochavos. 
Doce  perdices  como  doce  pavos. — 
I  Engañar  y  vender  á  tus  amigas  I 
¿Y  así  crees  que  me  obligas? 
Respondió  el  Cazador ;  pues  no,  señora; 
'  i  pena  de 


36d 


Muere,  y  paga  la  pena  de  traidora, » 


^ 


370 


DON  FÉLIX  MARÍA  SAMANIEGO 

/.//  Prrdiz  fué  h\en  muerta ;  rw  en  (hidahle. 
La  truu'i(»i,'áun  soFiciJ-t ,  es  detestahlc. 


FÁBULA  IV. 
EL  VIEJO  Y  LA  MUlíBTB, 

Entre  montes,  por  áspero  camiuo, 
Tropez.inilf)  con  una  y  otra  peña  , 
Iba  un  Viejo  cargado  con  su  leña, 
Maldici^niío  su  Tnis.rn  destino. 

Al  iin  cayó,  y  vióndope  de  suerte 
Que  apenas  levantarse  ya  podia, 
Llamaba  con  colt^rica  porfía 
Una,  dos  y  tres  veces  á  La  Muerte. 

Armada  de  ijundnñn,  en  esqueleto, 
La  Parca  se  le  ofrccv  cu  aquel  punto  ; 
Pero  el  Viejo,  temiendo  ser  difunto. 
Lleno  más  de  terror  que  de  respeto, 

Trémulo  la  dceia  y  balbuciente  : 
«Yo...  señora...  os  llamé  desesperado; 
Pero... — Acaba:  ,-qné  quieres ,  desdichado? 
— Que  me  cargues  la  leña  solamente.» 

Tenqii  pac'icnña  qnlen  se  cree  infeliee; 
Que  áii;i  1)1  li  s'itiiaciotí  más  lamentable 
£s  la  vida  del  hombre  siempre  amable: 
El  Viejo  de  la  leña  nos  lo  dice. 


FÁBULA  V. 

EL  ENFERMO   Y   EL  MÉDICO. 

Un  miserable  Enfermo  se  moria, 
Y  el  Médico  importuno  le  decía : 
«Usted  se  muere  ;  yo  se  lo  confieso  ; 
Pero  por  la  alta  ciencia  que  profeso, 
Conozco,  y  le  aseguro  firmemente, 
Que  ya  estuviera  sano, 
Si  se'hubiese  acudido  más  teúiprano 
Con  el  benigno  clyster  detergente. » 
El  triste  Enfermo,  que  lo  estaba  oyendo, 
Volvió  la  espalda  al  Médico,  diciendo  : 
«  Señor  Galeno,  su  consejo  alabo. 
Al  asno  muerto  la  cebada  al  rabo. » 

Todo  varón  prudente 
Aconseja  en  el  tiempo  conveniente 
Que  es  hacer  de  la  ciencia  vano  alarde 
JJar  el  consejo  cuando  llega  tarde. 


FÁBULA  VL 
LA  ZORRA  Y  LAS  UVAS. 

Es  voz  común  que  á  más  del  mediodía. 
En  ayunas  la  Zorra  iba  cazando  : 
Halla  una  parra  ;  quédase  mirando 
De  la  alta  vid  el  fruto  que  pendía. 

Causábala  mil  ansias  y  congojas 
No  alcanzar  á  las  uvas  con  la  gan-a, 
Al  mostrar  á  sus  dientes  la  alta  parra 
Negros  racimos  entre  verdes  hojas. 

Miró,  saltó  y  anduvo  en  probaduras?; 
Pero  vio  el  imposible  ya  de  fijo. 
Entonces  fué  cuando  la  Zorra  dijo  : 
«No  las  quiero  comer.  Ao están  maduras. )•> 

No  por  eso  te  muestres  impaciente. 
Si  te  se  frustra,  Fabio,  algún  intento  : 
Aplica  bien  el  cuento , 
Y  di:  No  están  marluras,  frescamente. 


FÁBULA  VIL 
LA  CIERVA  Y  LA  VIÑA. 

Huyendo  de  enemigos  cazadores 
Una  Cierva  ligera, 
Siente  ya  fatigada  en  la  carrera 
Más  cercanos  los  perros  y  ojeadovjts. 

No  viendo  la  infeliz  algún  seguro 
Y  vecino  paraje 
De  gruta  ó  de  ramaje  , 
Crece  su  timidez ,  crece  su  apuro. 


Al  fin,  sacando  ñicrzas  de  flaqueza, 
Continúa  la  fuirn  presurosa  : 
Halla  al  paso  una  Viña  muy  frondosa, 

Y  en  lo  espeso  se  oculta  con  presteza. 
Cambia  el  susto  y  pesar  en  alegría, 

Viéndose  á  paz  y  á  salvo  en  tan  buen  hora. 
Olvida  el  liien,  y  fie  su  defensora 
Los  frescos  verdes  pámpanos  comia. 

Mas  ¡  ay !  que  de  esta  suerte. 
Quitando  ella  las  hojas  de  delante, 
Abrió  puerta  á  la  flecha  penetrante, 

Y  el  listo  Cazador  la  di(j  la  muerte. 
Castigó  con  la  2)ena  merecida 

El  justo  cielo  ú  la  cierva  ingrata. 

Mas  ¿qué puede  esperar  el  que  maltrata 

Al  mismo  que  le  está  dando  la  vida  y 


FÁBULA  VIIL 
EL  ASNO  CARGADO  DE  RELIQUIAS. 

De  Reliquias  cargado, 
Un  Asno  recibía  adoraciones. 
Como  si  á  él  se  hubiesen  consagrado 
Reverencias,  inciensos  y  oraciones. 

En  lo  vano,  lo  grave  y  lo  sevei'o 
Que  se  manifestaba, 
Hubo  quien  conoció  que  se  engañaba, 
Y  le  dijo  ; «  Yo  infiero 

)>De  vuestra  vanidad  vuestra  locura; 
El  reverente  culto  que  procura 
Tributar  cada  cual  este  momento. 
No  es  dirigido  á  vos,  señor  Jumento, 
Que  sólo  va  en  honor,  aunque  lo  sientas, 
De  la  sagrada  carga  que  sustentas,  n 

Cuando  un  hombre  sin  mérito  estuviere 
En  elevado  empleo  ó  gran  riqueza, 
Y  se  cnsobei-heciere 
Porque  todos  le  bajan  la  cabeza; 
Para  que  su  locura  no  prosiga , 
Tema  encontrar  tal  vez  con  qtiien  le  diga: 
{(Señor  Jumento,  no  se  engría  tanto ; 
Que  si  besan  la  peana,  es  por  el  santo, í) 


FÁBULA  IX. 
LOS  DOS  MACHOS. 

Dos  Machos  caminaban  ;  el  primero, 
Cargado  de  dinero , 
Mostrando  su  jienacho  envanecido. 
Iba  marchando  erguido 
Al  son  de  los  redondos  cascabelea. 
El  segundo,  desnudo  de  oropeles, 
Con  un  pobre  aparejo  solamente, 
Alargando  el  pescuezo  eternamente, 
Seguía  de  reata  su  jornada, 
Cargado  de  costales  de  cebada. 
Salen  unos  ladrones,  y  al  instante 
i^sieron  de  la  rienda  al  arrogante  ; 
El  se  defiende,  ellos  le  maltratan, 
Y  después  que  el  dinero  le  arrebatan , 
Huyen,  y  dice  entonces  el  segundo  : 

Si  á  estos  riesgos  exponejí  en  el  mundo 
Las  Hquezas,  no  quiero,  á  fe  de  Macho, 
Dinero,  cascabeles  nipenacfto. 


FÁBULA  X. 

EL  CAZADOR  Y  EL  PERRO. 

Mustaf á ,  perro  viejo. 
Lebrel  en  montería  ejercitado, 

Y  de  antiguas  heridas  señalado 
A  colmillo  y  á  cuerno  su  pellejo, 

Seguía  á  un  jabalí  sin  esperanza 
De  poderle  alcanzar ;  pero,  no  obstante, 
Aguzándole  su  amo  á  cada  instante, 
A  duras  penas  Mustafá  le  alcanza. 

El  cerdoso  valiente 
No  escuchaba  recados  á  la  oreja; 

Y  así,  su  reeistencia  no  le  deja 


FÁBULAS. 


Cebar  al  Perro  su  cansado  diente  ; 

Con  airado  colmillo  le  rechaza, 
Y  bufando  se  marcha  victorioso. 
El  cazador,  íurioso, 
Reniega  del  Lebrel  y  de  su  raza, 

«Viejo  estoy,  le  responde,  ya  lo  veo; 
Mas  di:  ¿sin  Mnstafá  cuándo  tuvieras 
Las  pieles  y  cabezas  de  las  fieras 
En  tu  casa,  de  abrigo  y  de  trofeo? 

«Miras  á  lo  que  soy,  no  á  lo  que  he  sido. 
i  Oh  suerte  desgraciada  ! 
Presente  tienes  mi  vejez  cansada, 
y  mis  robustos  años  en  olvido. 

)>Mas  ¿para  qué  me  mato. 
Si  no  he  de  conseguir  cosa  ninguna?» 
Ux  ladrar  á  la  luna 
£1  alegar  servicios  al  ingrato. 


FÁBULA  XL 

LA  TOETÜGA  T  EL  ÁGUILA. 

Una  Tortuga  á  una  Águila  rogaba 
La  enseñase  á  volar  ;  así  la  hablaba  : 
«Con  sólo  que  me  des  cuatro  lecciones, 
Ligera  volaré  por  las  regiones; 
Ya  remontando  el  vuelo 
Por  medio  de  los  aires  hasta  el  cielo, 
Veré  cercano  al  sol  y  las  estrellas, 

Y  otras  cien  cosas  bellas; 
Ya  rápida  bajando, 

De  ciudad  en  ciudad  iré  pasando; 

Y  de  este  fácil,  delicioso  modo, 
Lograré  en  pocos  días  verlo  todo.» 
La  Águila  se  rio  del  desatino  ; 

La  aconseja  que  siga  su  destino, 
Cazando  toipemente  con  paciencia. 
Pues  lo  dispuso  así  la  Providencia. 
Ella  insiste  en  su  antojo  ciegamente. 
La  reina  de  las  aves  prontamente 
La  arrebata,  la  lleva  por  las  nubes, 
<i  Mira,  la  dice,  mira  cómo  subes.» 

Y  al  preguntarla,  digo,  ¿vas  contenta? 
Se  la  deja  caer  y  se  revienta. 

Para  que  asi  escarmiente 
Quien  despi'ccia  el  consejo  del  jmidente. 


FÁBULA  XIL 

KL   LEOX   Y  EL   EATOK. 

Estaba  un  Ratoncillo  aprisionai^.o 
En  las  garras  de  un  león  ;  el  desdichado 
En  la  tal  ratonera  no  fué  preso 
Por  ladrón  de  tocino  ni  de  queso, 
Sino  poi'que  con  otros  molestaba 
Al  León,  que  en  su  retiro  descansaba. 
Pide  perdón,  llorando  su  insolencia; 
Al  oir  implorar  la  Real  clemencia, 
Responde  el  Rey  en  majestuoso  tono  : 
No  dijera  más  Tito  :  «Te  perdono.» 
Poco  después  cazando  el  León  tropieza 
En  una  red  oculta  en  la  maleza  : 
Quiere  salir,  mas  queda  prisionero; 
Atronando  la  selva  ruge  fiero. 
El  libre  ratoncillo,  que  lo  siente, 
CoiTiendo  llega  :  roe  diligente 
Los  nudos  de  la  red  de  tal  manera, 
Que  al  fin  rompió  los  grillos  de  la  fiera. 

Condene  al  poderoso 
Para  los  infelices  ser  piadoso; 
Tal  vez  se  pvedc  ver  necesitado 
Del  auxiliv  de  aquel  ynás  desdichado. 


FÁBULA  XITL 

LAS  LIEBRES  Y   LAS  RANAS. 

Asustadas  las  liebres  de  un  estruendo, 
Echaron  á  correr  todas,  diciendo  : 
«A  quien  la  vida  cuesta  tanto  susto, 
La  muerte  causará  menos  disgusto. » 


;t71 


Llegan  á  una  laguna,  de  esta  suerte, 

A  dar  en  lo  profundo  con  la  muerte. 

Al  ver  á  tanta  llana  que,  asustada, 

A  las  aguas  se  arroja  ¿su  llegada, 

(I  Hola,  dijo  una  liebre,  ¿con  quo,  hay  oirás 

Tan  tímida'í ,  que  aun  tii-uiblan  de  nosotras? 

I'ues  suframos  con  ellas  el  destino.» 

<'onocicri)n  sin  más  su  desatino. 

^.ví  hi  suerte  adversa  es  tolerable, 
Comparada  con  otra  miserable. 


FÁBULA  XIV. 

EL   GALLO    Y   EL   ZORRO. 

Un  Gallo  muy  maduro , 
De  edad  provecta,  duros  espolones, 
Pacífico  y  seguro. 
Sobre  un  árbol  oia  las  razones 
De  un  ZoiTO  muy  cortés  y  muy  atento, 
Más  elocuente  cuanto  más  hambriento. 

«Hermano,  le  decía. 
Ya  cesó  entre  nosotros  una  guerra, 
Que  cruel  repartia 

.Sangre  y  plumas  al  viento  y  á  la  tierra : 
Baja;  daré,  para  perpetuo  sollo. 
Mis  amorosos  brazos  á  tu  cuello. — 

((Amigo  de  mi  alma. 
Responde  el  Gallo,  ¡qué  placer  inmenso, 
En  deliciosa  calma, 
Deja  esta  vez  mi  espíritu  suspenso  ! 
Allá  bajo,  allá  voy  tierno  y  ansioso 
A  gozar  en  tu  seno  mi  reposo. 

«Pero  aguarda  un  instante. 
Porque  vienen,  ligeros  como  el  viento, 

Y  ya  están  adelante. 

Dos  correos  que  llegan  al  momento. 
De  esta  noticia  jK^rtadores  fieles, 

Y  son,  según  la  traza,  dos  lebreles. — 
nAdioB,  adiós,  amigo, 

Dijo  el  Zorro, que  estoy  muy  ocupado; 

Luego  hablaré  contigo 

Para  finalizar  este  tratado.» 

El  Gallo  se  quedó  lleno  de  gloria. 

Cantando  en  esta  letra  su  victoria: 

Siempre  trabaja  en  su  daño 
El  astuto  engañador; 
A  un  engaño  luiy  otro  engaño, 
A  Wíjyícaro  otro  mayor. 


FÁBULA  XV. 

EL   LEÓN   Y   LA   CABRA. 

Un  señor  León  andaba,  como  un  perro, 
Del  valle  al  monte,  de  la  S'lva  al  cerro, 
A  caza,  sin  hallar  pelo  ni  lana. 
Perdiendo  la  paciencia  y  la  mañana. 
Por  un  risco  escarpado 
Ve  trejiar  una  Cabra  á  lo  encumbrado. 
De  modo  que  parece  que  se  empeña 
En  hacer  creer  al  León  que  se  despeña. 
El  pretender  seguirla  fuera  en  vano  ; 
El  cazador  entonces  cortesano 
La  dice  :  «Baja,  baja,  mi  querida; 
No  busques  precipicios  á  tu  vida  : 
En  el  valle  frondoso 
Pacerás  á  mi  lado  con  reposo. — 
¿  Desde  cuándo,  señor,  la  rea]  ]>ersona 
Cuida  con  tanto  amor  de  labarbona? 
Esos  halagos  tiernos 
No  son  por  bien  ,  apo.itaré  los  cuernos. » 
Así  le  respondió  la  astuta  Cabra, 
Y  el  León  se  fué  sin  replicar  nalabra. 

Lo  paga  la  infeliz  con  el  pellejo, 
Si  tovia  sin  examen  el  consejo. 


FÁBULA  XVL 

LA  HACHA  Y  EL  MANGO. 

Un  hombrf  que  en  el  bo.sque  se  miraba 
Coa  una  Hacha  sin  Mango,  suplicaba 


372 


DON  FÉLIX  MARÍA  SAMANIEGO. 


A  los  árboles  diesen  la  madera 
Que  más  sólida  fuera 
Para  hac  ríe  uno  fui:rte  y  muy  durable. 
Al  punto  la  arboleda  innumerable 
Le  cedió  el  accbuclie;  y  ól,  contento, 
Perfeccionando  luego  su  instrumento, 
De  rama  en  rama  va  cortando  á  gnsto 
Del  alto  ro))lf!  el  brazo  más  robusto. 
Ya  los  árboles  todos  recorría; 
Y  mientras  los  mejores  elegía, 
Dijo  la  triste  encina  al  fresno  :  Amigo: 
Infeliz  (Id  que  ayuda  á  su  enemigo. 


FÁBULA  XVII. 
LA  ONZA  Y  LOS  PASTORES. 
En  una  trampa  una  Onza  inadvertida 
Dio  mísera  caída. 
Al  verla  sin  defensa. 
Corrieron  á  la  ofensa 
Los  vecinos  Pastores, 
No  valerosos,  pero  si  traidores. 
Cada  cual  por  su  lado 
La  maltrataba  airado, 
Hasta  dejar  sus  fuerzas  desmayadas, 
Unos  á  palos,  otros  á  pedradas. 
Al  fin  la  abandonaron  por  perdida ; 
Pero  viéndola  dar  muestras  de  vida, 
Cierto  Pastor,  dolido  de  su  suerte, 
Por  evitar  su  miuite, 
La  arrojó  la  mitad  de  su  alimento, 
Con  que  pudiese  recobrar  aliento. 
Llega  la  noche,  témplase  la  saña  ; 
Marchan  á  descansar  á  la  cabana 
Todos,  con  esperanza  muy  fundada 
De  hallarla  muerta  por  la  madrugada; 
Mas  la  fiera  entre  tanto. 
Volviendo  poco  á  poco  del  quebranto , 
Toma  nuevo  valor  y  fuerza  nueva ; 
Salta,  deja  la  trampa,  va  á  su  cueva, 
Y  al  sentirse  del  todo  reforzada. 
Sale,  sí ,  muy  ligera  ,  pero  más  airada. 
Ya  destruye  ganados , 
Ya  deja  los  Pastores  destrozados: 
Nada  aplaca  su  cólera  violenta  ; 
Todo  lo  tala ,  en  todo  se  ensangrienta. 
El  buen  Pastor,  por  quien  tal  vez  vivia, 
Lleno  de  horror,  la  vida  le  pedia. 
«  No  serás  maltratado , 
Dijo  la  Onza,  vive  descuidado; 
Que  yo  sólo  persigo  á  los  traidores 
Que  me  ofendieron,  no  á  mis  bienhechores.» 

Quien  hace  agravios,  tema  la  venganza; 
Quien  Jíace  bien,  al  fin  el  premio  alcav/za. 


FÁBULA  XVIIL 

EL  GEAJO  VANO. 

Con  las  plumas  de  un  pavo 
Un  Grajo  se  vistió;  pomposo  y  bravo 
En  medio  de  los  pavos  se  pasea  : 
La  manada  lo  advierte,  lo  rodea  ; 
Todos  le  pican,  burlan  y  le  envían, 
¿Dónde,  sí  ni  los  grajos  le  querían? 

¿  Cuánto  há  que  repetimos  este  cuento, 
Sin  que  haya  en  los  plagiarios  escarmiento? 


FÁBULA  XIX. 
EL  HOMBRE  Y  LA  COMADREJA. 

Asi  decía  cierta  Comadreja 
A  un  Hombre  que  la  había  aprisionado : 
«¿Por  qué  no  me  de  jais?  ¿Os  he  yo  dado 
Motivo  de  disgusto  ni  de  queja? 

«¿No  soy  la  que  desvanes  y  rincones, 
Tu  casa  toda,  cual  sí  fuese  mía. 
Cuidadosa  registro  noche  y  día, 
Para  que  vivas  libre  de  ratoneg  ? — 

» I  Qran  fineza  por  cierto  1 


El  Hombre  respondió.  Pues  di,  ladrona, 

Si  tu  glotonería  no  perdona 

Ni  á  ratón  vivo  ni  á  cochino  muerto, 

)íNí  á  cuanto  guardan  ruines  despenseras, 
¿Cómo  he  de  creer  que  tu  cuidado  apura 
Por  mi  bien  los  ratones?  i  qué  locura  ! 
No  tendría  yo  malas  tragaderas. 

«Morirás  ));y  el  astuto  que  pretenda 
Vender  como  fineza  lo  que  ha  hecho 
Sin  mirar  á  más  fin  qué  á  su  provecho , 
Sabrá  que  hay  en  el  mundo  quien  le  entienda. 


FÁBULA  XX. 
BATALLA  DE  LAS  COMADREJAS  Y  LOB  RATONES. 

Vencidos  los  ratones, 
Huían  con  presteza 
De  una  atroz  enemiga 
Tropa  de  Comadrejas : 
Marchaban  con  desorden ; 
Que  cuando  el  miedo  reina, 
Es  la  confusión  sola 
El  jefe  que  gobierna. 
Llegaron  presurosos 
A  sus  angostas  cuevas, 
Logrando  los  soldados 
Entrar  á  duras  penas  ; 
Pero  los  capitanes. 
Que  en  las  estrechas  puertas 
Quedaron  atascados 
Sin  ninguna  defensa, 
A  causa  de  unos  cuernos 
Puestos  en  las  cabezas , 
Para  ser  de  sus  tropas 
Vistos  en  la  refriega, 
Fueron  las  desdichadas 
Víctimas  de  la  guerra  ; 
Haciendo  de  sus  cuerpos 
Pasto  las  Comadrejas. 

/Cuá?itas  veces  los  hombres 
Distinciones  anhelan, 
Y  suelen  ser  la,  causa 
De  sus  desdichas  ellas.' 
Si  Jájñter  dispara 
(S«s  rayos  á  la  tierra , 
Antes  que  á  las  cabanas, 
A  los  palacios  y  á  las  torres  llegan. 


FÁBULA  XXI. 
EL  LEÓN  Y  LA  RANA. 

Una  lóbrega  noche  silenciosa 
Iba  un  León  horroroso 
Con  mesurado  paso  majestuoso 
Por  una  selva :  oyó  una  voz  ruidosa, 
Que  con  tono  molesto  y  continuado 
Llamaba  la  atención  y  aun  el  cuidado 
Del  reinante  animal ,  que  no  sabía 
De  qué  bestia  feroz  quizá  saldría 
Aquella  voz,  que  tanto  más  sonaba, 
Cuanto  más  en  silencio  todo  estaba. 
Su  majestad  leonesa 
La  selva  toda  registrar  procura; 
Mas  nada  encuentra  con  la  noche  oscura, 
Hasta  que  pudo  ver,  ¡  oh  qué  sorpresa  ! 
Que  sale  de  un  estanque  á  la  mañana 
La  tal  bestia  feroz,  y  era  una  Rana. 

Llamará  la  atención  de  mucha  gente 
El  charlatán  con  su  manía  loca; 
Mas  ¿qué  logra,  si  al  fin  verá  el  prudente 
Que  no  es  sino  una  Rana ,  todo  boca  / 


FÁBULA  XXIL 

EL  CIERVO  Y  LOS  BUEl'ES. 

Con  iíiminente  riesgo  de  la  vida     • 
Un  ciervo  se  escapó  de  la  batida, 
Y  en  la  quinta  cercana  de  repente 
Se  metió  en  el  establo  incautamente, 


FÁBULAS. 


373 


Dlcele  un  Buey :  (( i  Ignoras ,  desdichado, 
Que  aquí  viven  los  hombres?  ¡Ah  cuitado  ! 
Detente,  y  hailai-ás  tanto  reposo 
Como  perdiz  en  boca  de  raposo. » 
El  Ciervo  respondió  :  «Pero,  no  obstante, 
Dejadme  descansar  algún  instante, 

Y  en  la  ocasión  primera 

Al  bosque  espeso  emprendo  mi  carrera. » 
Oculto  en  el  ramaje  permanece. 
A  la  noche  el  boyero  se  aparece, 
Al  ganado  reparte  el  alimento , 
Nada  divisa,  sálese  al  momento. 
El  mayoral  y  los  criados  entran, 

Y  tampoco  le  encuentran. 
Libre  de  aquel  apuro, 

El  ciervo  se  contaba  por  seguro; 

Pero  el  Buey,  más  anciano, 

Le  dice  :  « /  Que  ?  ¿  te  alegi'as  tan  temprano  ? 

Si  el  amo  llega,  lo  perdiste  todo; 

Yo  le  llamo  Cien-ojos  por  apodo; 

Mas  chiton,  que  ya  viene.» 

Entra  Cien-ojos;  todo  lo  previene  ; 

A  los  rústicos  dice  :  « Iso  hay  consuelo ; 

Las  colleras  tiradas  por  el  suelo. 

Limpio  el  pesebre,  pero  muy  de  paso; 

El  ramaje  muy  seco  y  más  escaso  : 

Seor  mayoral,  ;es  este  buen  gobierno?» 

En  esto  mira  al  enramado  cuerno 

Del  triste  Ciervo ;  grita  ;  acuden  todos 

Contra  el  pobre  animal  de  varios  modos, 

Y  á  la  rústica  usanza 

Se  celebró  la  fiesta  de  matanza. 

Esto  quiere  decir  que  el  amo  bueno 
No  se  debe  fiar  del  ojo  ajeno. 


FÁBULA  XXIIL 
LOS    NAVEGANTES. 

Lloraban  unos  tristes  Pasajeros 
Viendo  su  pobre  nave  combatida 
De  recias  olas  y  de  vientos  fieros, 
Ya  casi  sumergida; 

Cuando  súbitamente 
El  viento  cabna,  el  cielo  se  serena, 
Y  la  afligida  gente 
Convierte  en  risa  la  pasada  pena; 

Mas  el  piloto  estuvo  muy  sereno 
Tanto  en  la  tempestad  como  en  bonanza; 
P^ies  sabe  que  lo  malo  y  que  lo  bueno 
Está  sujeto  á  súbita  m  udanza. 


FÁBULA  XXIY. 
EL  TORRENTE   Y   EL  EIO, 

Despeñado  un  Torrente 
De  un  encumbrado  cerro, 
Caia  en  una  peña, 

Y  atronaba  el  recinto  con  su  estruendo. 
Seguido  de  ladrones 

Un  triste  pasajero, 

Despreciando  el  ruido , 

Atravesó  el  raudal  sin  desaliento  ; 

Que  es  común  en  los  hombres 

Poseídos  del  miedo , 

Para  salvar  la  vida, 

Exponerla  tal  vez  á  mayor  riesgo. 

Llegaron  los  bandidos. 

Practicaron  lo  mesmo 

Que  antes  el  caminante, 

Y  fueron  en  su  alcance  y  seguimiento. 
Encontró  el  miserable 

De  allí  á  muy  poco  trecho 

Un  Rio  caudaloso. 

Que  corria  apacible  y  con  silencio. 

Con  tan  buenas  señales, 

Y  el  próspero  suceso 
Del  raudal  bullicioso. 
Determinó  vadearle  sin  recelo ; 
Mas  apenas  dio  un  paso. 
Pagó  su  desacuerdo, 


Quedando  sepultado 

En  las  aleves  aguas  sin  remedio. 

Temamos  los peliffros 
De  designios  secretos; 
Cht^  el  ruidoso  aparato, 
Si  no  se  desvanece,  anvncia  el  riesgo. 


FÁBULA  XXV. 

EL  LEÓN,  EL  LOBO  T  LA  ZOBBA. 

Trémulo  y  achacoso 
A  fuerza  de  años  un  León  estaba  ; 
Hizo  venir  los  médicos,  ansioso 
De  ver  si  alguno  de  ellos  le  curaba. 
De  todas  las  especies  y  regiones 
Profesores  llegaban  á  millones. 
Todos  conocen  inoitrable  el  daño; 
Ninguno  al  Eey  ¡n.'pone  el  desengaño; 
Cada  cuíil  sus  remedios  le  procura, 
Como  si  la  vejez  tuviese  cura. 
Un  Lobo  cortesano 
Con  tono  adulador  y  fin  torcido 
Dijo  á  su  Soberano  : 
«He  notado.  Señor,  que  no  ha  asistido 
La  Zorra  como  médico  al  congreso, 

Y  pudiera  esperarse  buen  suceso 

De  su  dictamen  en  tan  grave  asunto.» 
Quiso  su  Majestad  que  luego  al  punto 
Por  la  posta  viniese : 
Llega,  sube  á  palacio  ,  y  como  viese 
Al  Lobo,  su  enemigo,  ya  instruida 
De  que  él  era  el  autor  de  su  venida, 
Que  ella  excusaba  cauti.losanicnte, 
Inclinándose  al  Rey  profundamente. 
Dijo :  <(  Quizá,  Señor,  no  habrá  faltado 
Quien  haya  mi  tardanza  acriminado ; 
Mas  será  porque  ignora 
Que  vengo  de  cumplir  un  voto  ahora. 
Que  por  vuestra  salud  tenia  hecho ; 

Y  para  más  provecho , 

En  mi  viaje  traté  gentes  de  ciencia 
Sobre  vuestra  dolencia. 
Convienen  pues  los  grandes  profesores 
En  que  no  tenéis  vicio  en  los  humores, 

Y  que  solólos  anos  han  dejado 
El  calor  natural  algo  apagado  ; 
Pero  éste  se  recobra  y  vivifica. 
Sin  fastidio,  sin  drogas  de  botica. 
Con  un  remedio  simple,  liso  y  llano. 
Que  vuestra  majestad  tiene  en  la  mano. 
A  un  Lobo  vivo  arránquenle  el  pellejo, 

Y  mandad  que  os  le  apliquen  al  instante; 

Y  por  más  que  estéis  débil,  flaco  y  viejo, 
Os  sentiréis  robusto  y  rozagante, 

Con  apetito  tal,  que  sin  esfuerzo 
El  mismo  Lobo  os  servirá  de  almuerzo.» 
Convino  el  Rey,  y  entre  el  furor  y  el  hierro 
Murió  el  infeliz  Lobo  como  un  perro. 

Asi  viven  y  mueren  cada  d'ui 
En  su  guerra  interior  los  paUícicgos, 
Que  con  la  emulación  rabiosa  ciegos 
Al  degüello  se  tiran  á porfía. 
Tomen  esta  lección  muy  oportuna: 
Lleguen  a  la  privanza  enlurrabuena; 
Mas  labren  gtí  fortuna, 
Sin  cimentarla  en  la  desgracia  ajena. 


LIBRO  QUINTO. 

FÁBULA    PRIMERA. 
LOS    BATONES    Y     EL     OATO. 
Marramaquiz,  gran  gato, 
De  nariz  roma,  pero  largo  olfato. 
Se  metió  en  una  casa  de  Ratones, 
En  uixo  de  sus  lóbregos  rincones 
Puso  su  alojamiento ; 
Por  delante  de  sí,  de  ciento  en  ciento 
Les  dejaba  por  gusto  libre  el  paso, 
Como  hace  el  bebedor,  que  mira  al  vaso ; 


374 


DON  FÉLIX  MARÍA  SAMANIEGO 

Y  ensanchando  asi  más  sus  Iragaderas, 
Al  fin  los  tscogia  como  peras. 
Este  fué  sn  ejercicio  cotidiano  ; 
Pero  tarde  ó  temprano, 
Al  fin  va  los  liatones  conocían 
Que  por  instantes  se  disminuían. 
Don  fínepan,  cacique  ol  más  prudente 
De  la  Katuna  grnte , 
Con  los  suyos  formó  pleno  const-jo, 

Y  dijo  así  con  natural  despejo  : 
«Supuesto,  hermanof!,  que  ol  sangriento  bruto, 
Que  metidos  nos  tiene  en  llanto  y  luto, 
Habita  el  cuarto  bajo. 
Sin  que  pueda  subir  ni  aun  con  trabajo 
Hasta  nuestra  vivienda,  es  evidente 
Que  se  atajará  el  daño  solamente 
Con  no  bajar  allá  de  modo  alguno.» 
El  medio  pareció  muy  oportuno; 

Y  fué  tan  observado , 
Que  ya  Marranuiquk,  el  muy  taimado, 
Metido  por  el  hambre  en  calzas  prietas, 
Discurrió  entre  mil  tretas 
La  de  colgarse  por  los  pies  de  un  palo, 
Haciendo  el  muerto  :  no  era  el  nniid  malo; 
Pero  don  lioepan,  luego  que  advierte 
Que  su  enemigo  estaba  de  tal  su?  rte, 
Asomando  el  hocico  á  su  agujero , 
«Hola,  dice,  ¿qué  es  eso,  caballero? 
¿Estás  muerto  de  burlas  ó  de  veras? 
Si  es  lo  que  yo  recelo ,  en  vano  esperas; 
Pues  no  nos  contaremos  ya  segaros 
Aun  sabiendo  de  cierto 
Que  eras,  á  más  á  más  de  Gaio  muerto. 
Gato  relleno  ya  de  pesos  duros. » 

iSi  alguno  Urga  ron  astuta  muña, 
Yvna  i'cz  nos  engaña, 
JEs  cosa  muy  sabida 
Que  puede  algunas  reces 
JSl  huir  de  sus  trazas  y  dobleces 
Valernos  nada  viénos  que  la  vida. 


FÁBULA  II. 

EL  ASNO  Y  EL  LOBO. 

Un  Burro  cojo  vio  que  le  seguia 
Un  Lobo  cazador,  y  no  pudiondo 
Huir  de  su  enemigo,  le  decia  : 
«Amigo  Loboj  j-Q  me  estoy  muriendo  ; 

))Me  acaban  por  instantes  los  dolores 
De  este  maldito  pié  de  que  cojeo  ; 
Si  yo  no  me  valiese  de  herradores, 
No  me  veria  así  como  me  veo. 

))Y  pues  fallezco,  sé  caritativo; 
Sácame  con  los  ditiitcs  este  clavo, 
Muera  yo  sin  dolor  tan  excesivo, 
Y  cómeme  después  de  cabo  á  rabo. — 

)>¡  Oh  !  dijo  el  cazador  con  ironía, 
Contando  con  la  presa  ya  en  la  mano , 
No  solamente  sé  la  anatomía, 
Sino  que  soy  perfecto  cirujano. 

»E1  caso  es  para  mí  una  patarata, 
La  operación  no  más  que  de  un  momento; 
Alargue  bien  la  pata, 
Y"  no  se  me  acobarde,  buen  Jumento.  » 

Con  su  estuche  moral  desenvainado 
El  nuevo  profesor  llega  al  dolic  ii(v  ; 
Mas  éste  le  dispara  de  contado 
Una  coz  que  le  deja  sin  un  diente. 

Escapa  el  cojo ;  pero  el  triste  herido 
Llorando  se  quedó  su  desventura. 
«¡Ay  infeliz  de  mí  1  bien  merecido 
El  pago  tengo  de  mi  gran  locura. 

))Yo  siempre  me  llevé  el  mejoj-  bocado 
En  mi  oficio  de  T>obo  carnicero; 
Pues  si  puedo  vivir  tan  regalado, 
¿A  qué  meterme  ahora  á  curandero?» 

Eablemos  en  razón:  no  tiene  juicio 
Quien  deja  el  propio  por  ajeno  oficio. 


FÁBULA  in. 
EL  ASííO  Y  EL  CABALLO. 

Iban,  mas  no  sé  adonde  ciertamente, 
Un  CabaHo  y  im  A.sno  juntamente  ; 
Este  cargado,  pero  aquél  sin  carga. 
El  grave  peso,  la  carrera  larga 
Causaron  al  Borrico  tal  fatiga, 
Qiie  la  newsidad  misma  le  obliga 
A  dar  en  tierra.  «  Amigo  compañero , 
No  puedo  más,  decia  ;  yo  me  muero. 
lte]iartamo8  la  carga,  y  será  poca  ; 
Si  no,  se  me  va  el  alma  por  la  boca.» 
Dice  el  otro  :  «  I-íevienta  enhorabuena: 
I  Por  eso  he  de  sufrir  la  carga  ajena? 
Gran  bestia  seré  yo  si  tal  hiciere. 
Miren  y  qué  borrico  se  me  muere.  » 
Tan  justamente  se  quejó  el  Jumento, 
Que  espiró  el  infeliz  en  el  momento. 
El  Caballo  conoce  su  pecado. 
Pues  tuvo  que  llevar  mal  de  su  grado 
Los  fardos  y  aparejos  todo  junto, 
ítem  más  el  pellejo  del  difunto. 

Juan,  alivia  en  sus  penas  al  vrrinn ; 
y  él,  cuando  tú,  las  tengas,  déte  fiyudii; 
Si  no  lo  hacéis  asi ,  temed  sin  duda, 
Que  seréis  el  Caballo  y  el  Pollino. 


FÁBULA  IV. 
EL  LABRADOR  Y  LA  PROVIDENCIA, 

Un  Labrador  cansado. 
En  el  ardiente  estío. 
Debajo  de  una  encina 
Beposaba  pacifico  y  tranquilo. 
Desde  su  dulce  estancia 
Miraba  agradvcido 
El  bien  con  que  la  tierra 
Premiaba  sus  penosos  ejercicios. 
Entre  mil  producciones , 
Hijas  de  su  cultivo, 
Veia  calabazas. 

Melones  por  los  suelos  esparcidos, 
« ¿  Por  qué  la  Providencia , 
Decia  entre  si  mismo, 
Puso  á  la  ruiu  bellota 
En  elevado  preeminente  sitio? 
;  Cuánto  mejor  sería 
Que,  trocando  el  destino. 
Pendiesen  de  las  ramas 
Calabazas,  melones  y  pepinos  ? » 
Bien  oportunamente , 
Al  tiempo  que  esto  dijo. 
Cayendo  una  bellota, 
Le  pegó  en  las  narices  de  improviso, 
(( Par  diez ,  prorumpió  entonces 
El  Labrador  sencillo, 
Si  lo  que  fué  bellota, 
Algún  gordo  melón  hubiera  sido, 
Desde  luego  pudiera 
Tomar  á  buen  partido 
En  caso  semejante 
Quedar  desuarigado,  pero  vivo.» 

A(ji¿i  la,  Procidencia 
Manifestarle  quiso 
Que  supo  á  cada  cosa- 
Señalar  sabiamente  su  destino. 
A  mayor  bien  del  hombre 
lodo  está  repartido; 
Preso  el  pez  en  m  concha, 
Ylibrepoi'  el  aire  el  pajarillo. 


FÁBULA  V. 

EL  ASNO  VESTIDO  DE  LEOK. 

Un  Asno  disfrazado 
Con  una  grande  piel  de  León  andaba; 
Por  su  temible  aspecto  casi  estaba 
Desierto  el  bosque,  solitario  el  prado. 
Pero  quiso  el  destino 


FAJJULAS. 


375 


Que  le  llegase  á  ver  desde  el  molino 
La  punta  de  una  on-ja  el  molinero. 
Armado  entonces  de  un  garrote  ñc-ro, 
Dale  de  palos,  llévalo  á  su  casa ; 
Divúlgase  al  cijntorno  lo  que  pasa. 
Llegan  todos  á  ver  en  el  instante 
Al  que  hahian  temido  León  rcinanÍL'; 
Y  haciendo  mofa  de  su  idea  necia, 
Quien  más  le  resijetó,  más  le  despncia. 

Desde  que  oí  del  Asno  cania r  islo, 
Dos  ochuvfl!!  (tp)ic/!to, 
Si  es  que  Pedro  Fi'rnandrz  no  sr  dijo 
De  andar  con  el  disfraz  de  caballero , 
A  vueltas  del  vestido  y  el  aombrcro , 
Que  le  lian  de  ver  la  j'unta  de  la  oreja. 


FÁBULA  YL 

L.V.  GALLINA   DE   LOS  HUEVOS   DE  ORO. 

Erase  una  Gallina  qu'^  ponia 
Un  huevo  de  oro  al  dueño  cada  di  a. 
Aun  con  tanta  ganancia  mal  contento , 
Quiso  el  rico  avariento 
Descubrir  de  una  ve/,  la  mina  de  oro, 
Y  hallar  en  menos  tiempo  más  tesoro. 
Matóla  :  abrióla  el  vientre  de  contadt> ; 
Pero,  después  de  haberla  n  gistrado, 
¿Qué  Bucetlió?  que  muerta  la  Gallina, 
rerdió  su  huevo  de  oro  y  no  halló  mina, 

¡Cuántos  Jiai/  que  teniendo  lo  hastanfe, 
Enriquecerse  quiei'en  al  instante, 
A  brazando  proyectos 
A  veces  de  tan  rápidos  efectos , 
Que  sólo  en  pocos  meses, 
Cuando  sr  contemplaban  ya  marqueses, 
Contando  sus  millones. 
Se  vieron  en  la.  calle  sin  calzones! 


FÁBULA  VIL 

LOS    CAKGEEJOS. 

Los  más  autorizados,  los  más  viejos 
De  todos  los  Cangrejos 
Una  gran  asamblea  celebraron. 
Entre  los  graves  puntos  que  trataron  , 
A  propuesta  de  un  docto  presidente , 
Como  resolución  la  más  urgente 
Tomaron  la  que  sigue  :  «  Pues  que  al  mundo 
E.stamos  dando  ejemplo  sin  segundo. 
El  más  vil  y  grosero 
En  andar  hacia  atrás  como  el  soguero; 
Siendo  cierto  también  que  los  ancianos, 
Duros  de  piée  y  manoB, 
Causándonos  los  años  pesadumbre, 
No  podemos  vencer  nuestra  costumbre  : 
Toda  madre  desde  este  mismo  instanle 
Ha  de  enseñar  andar  hacia  adelante 
A  sus  hijos;  y  dure  la  enseñanza 
Hasta  quitar  del  mundo  tal  usanza. — 
Garras  á  la  oVjra»,  dicen  las  maestrar.. 
Que  se  creían  diestras  ; 
Y  sin  dejar  ninguno, 
Ordenan  á  sus  hijos  uno  á  uno 
Que  muevan  sus  patitas  blandamente 
Hacia  adelante  sucesivamente. 
Pasito  á  paso,  al  modo  que  podían, 
Ellos  obedccian ; 

Pero  al  ver  á  sus  madres  que  marcha'^xTn 
Al  revés  de  lo  que  ellas  enseñaban, 
Olvidando  los  nuevos  documentos, 
Imitaban  sus  pasos ,  más  contentos. 
Piepetian  sus  madres  sus  lecciones, 
Mas  no  bastaban  teóricas  razones  ; 
Porque  obraba  en  los  jóvenes  Cangicjos 
Solo  un  ejemplo  más  que  mil  consejos. 
Cada  maestra  se  aflige  y  desconsuela. 
No  pudiendo  hacer  práctica  su  escuela ; 
De  modo  que  en  efecto 
Abandonaron  todas  el  proyecto. 
Los  magistrados  saben  el  suceso , 


Y  en  su  pleno  congreso 
La  nueva  ky  al  punto  derogaron , 
Porque  se  aseguraron 
De  que  en  vano  iutciiLaban  la  refonna, 
Cuando  ellos  no  sabían  SL'r  la  uurma. 
Yes  asi;  que  la  fuerza  de  las  leyes 
Suele  ser  el  ejemplo  dv  los  reyes. 


FÁBULA  YIIL 

LAS  RANAS   SEDIENTA!}. 

Dos  Bañas  que  vivían  juntamente, 
En  un  verano  ardiente 
Se  quedaron  en  seco  en  su  laguna. 
Saltando  aquí  y  allí,  llegó  la  una 
A  la  «Jiilla  de  un  pozo. 
IJcna  entonces  de  gozo, 
Gritó  á  su  compañera  : 
((  Vén  y  salta  ligera.» 
Llfgi'),  y  estando  entrambas  á  la  orilla, 
Notando  como  grande  maravilla  , 
Entre  los  agostados  juncos  y  h''no, 
El  fresco  pozo  casi  de  agua  lleno, 
Prorumpió  la  primera:  «/A  qué  esperamos, 
Que  no  nos  an-ojamos 
Al  agua,  que  apacible  nos  convida  ? » 
La  segunda  responde  :  «Inadvertida, 
Yo  tengo  igual  deseo  ; 
Pero  pienso  y  preveo 

Que,  aunque  es  fácil  al  pozo  nuestra  entrada, 
La  agua,  con  los  calores  exbalada. 
Según  vaj'a  faltando, 
Nos  irá  dulcemente  sepultando, 
Y  al  tiempo  <,ut>  salir  sflicitemo.?. 
En  la  Estigia  laguna  nos  veremos.» 

Por  consultar  al  gusto  solamente 
Entra  en  la  nasa  el  pez  incautamente, 
El  pájaro  .'¡rncilh  en  la  red  queda, 
T ¿en  qué  lazos  el  hambre  no  se  enreda? 


FÁBULA  IX. 

EL   CUERVO   Y   EL  ZORRO. 

En  la  rama  de  un  árUol , 
Bien  ufano  y  contento, 
Con  un  queso  en  el  pico, 
Estaba  el  señor  Cuervo. 
Del  olor  atraído 
Un  Zorro  muy  maestro, 
Le  dijo  estas  palabras , 
A  poco  más  ó  menos  : 
«Tenga  usted  buenos  días, 
Señor  Cuervo ,  mi  dueño: 
Vaya  que  estái-s  donoso, 
Mono,  lindo  en  extremo  ; 
Yo  no  gasto  lisonjas, 
Y  digo  lo  que  siento ; 
Que  si  á  tu  bella  traza 
Corresponde  el  gorjeo, 
.Turo  á  la  diosa  CércF, 
Siendo  testigo  el  cielo, 
Que  tú  serás  el  fénix 
De  sus  vasto.s  imperios. » 
Al  oir  un  discurso 
Tan  dulce  y  halagüeño. 
De  vanidad  llevado, 
QuiS'i  cantar  el  Cuervo. 
Abrió  su  negro  pico, 
Dejó  caer  el  queso  : 
El  muy  astuto  Zorro, 
Después  de  haberle  jireso, 
Le  dijo :  «  Señor  bobo. 
Pues  sin  otro  alimento, 
Quedáis  con  alabanzas 
Tan  hinchado  y  repleto. 
Digerid  las  lisonjas 
Mientras  yo  como  el  queso, » 

Quien  oye  adiihidorrs , 
JVuiira  espere  ct ni  premio. 


376 


DON  FÉLIX  MARÍA  SAMANIEGO, 


FÁBULA  X. 
UN  COJO  Y  UN  PICARON. 

A  un  buen  Cojo  un  descortés 
Insultó  atrevidamente : 
Oyólo  pacientemente, 
Continuando  su  carrera , 
Cuando  al  son  de  la  cojera 
Dijo  el  otro  :  «  Una,  dos,  tres, 

Cojo  es.» 
Oyólo  el  Cojo  :  aquí  fué 
Donde  el  buen  hombre  perdió 
Los  estribos,  pues  lo  dio 
Tanta  cólera  y  tul  ira, 
Que  la  muleta  le  tira. 
Quedándose,  ya  se  ve, 

Sobre  un  pié. 
(( Sólo  el  no  poder  correr. 
Para  darte  el  escarmiento , 
Dijo  el  Cojo,  es  lo  que  siento, 
Que  este  mal  no  me  atormenta ; 
Porque  al  hombre  sólo  afrenta 
Lo  que  supo  merecer, 

Padecer, » 


FÁBULA  XL 

JOL   CAEEETEBO  Y  HÉRCULES, 

En  un  atolladero 
Í¡1  carro  se  atascó  de  Juan  Regaña, 
El  á  nada  se  mueve  ni  se  amaña  ; 
Pero  jura  muy  bien :  gran  Carretero. 

A  Hércules  invocó  ;  y  el  i  ios  le  dice  : 
(( Aligera  la  carga  ;  ceja  un  tanto  ; 
Quita  ahora  ese  canto  : 
¿Está? — Sí,  le  responde,  ya  lo  hice. — 

Pues  enarhola  el  látigo,  y  con  eso 
Puedes  ya  caminar.  »  De  esta  manera. 
Arreando  á  la  Mohiua  y  la  Roncera, 
Salió  Juan  con  su  carro  del  suceso. 

Si  liaces  lo  que  estuviere  de  tu  parte, 
Pide  al  ciclo  favor ;  h^  de  aytidarte. 


FÁBULA  XIL 
LA.  ZOKEA  Y  EL  CHIVO. 

Una  Zorra  cazaba ; 
Y  al  seguir  á  un  gazapo, 
Entre  aquí  se  escabulle ,  allí  le  atrapo, 
En  un  pozo  cayó  que  al  paso  estaba. 

Cuando  mas  la  aíligia  su  tristeza, 
Por  no  hallar  la  infeliz  salida  alguna , 
Vio  asomarse  al  brocal,  por  su  fortiuia. 
Del  Chivo  padre  la  gentil  cabeza. 

«¿Que  tal  7  dijo  el  barbón,  ila  agua  es  salada? 
— Es  tan  dulce,  tan  fresca  y  deliciosa, 
Respondió  la  Raposa , 
Que  en  tal  pozo  estoy  como  encantada. » 

Al  agua  el  Chivo  se  arrojó,  sediento ; 
Monta  sobre  él  la  Zorra  de  manera, 
Que  haciendo  de  sus  cuernos  escalera. 
Pilla  el  brocal  y  sale  en  el  momento. 

Quedó  el  pobre  atollado  :  cosa  dura. 
Mas  ¿qidén podrá  á  la  Zorra  dar  castigo, 
Cuando  el  hombre,  aun  á  costa  de  su  amigo, 
Del  peligro  mayor  salir  procura  ? 


FÁBULA  XIII. 
EL  LOBO,  LA  ZOERA  Y  EL  MOXO  JUEZ. 

Un  Lobo  se  quejó  criminalmente 
De  que  una  Zorra  astuta  lo  robase. 
El  Mono  Juez,  como  ella  lo  negase, 
Dejólos  alegar  prolijamente. 

Enterado,  pronuncia  la  sentencia : 
«No  consta  que  te  falte  nada,  Lobo  ; 
Y  tú.  Raposa,  tú  tienes  el  robo.» 
D'jp,  y  loa  despidió  de  su  presencia. 

Esta  contradicción  ea  cosa  buena ; 


La  dijo  el  docto  Mono  con  malicia. 

Al  perverso  su  fama  le  condena 
Aun  criando  alguna  vez  pida  jiisti^ia. 


FÁBULA  XIY. 
LOS    DOS    GALLOS. 

Habiendo  á  su  rival  vencido  un  Gallo, 
Quedó  entre  sus  gallinas  victorioso, 
Más  grave,  más  pomposo 
Que  el  mismo  gran  Sultán  en  su  serrallo. 

Desde  un  alto  pregona  vocinglero 
Su  gran  hazaña:  el  gavilán  lo  advierte; 
Le  pilla,  le  arrebata,  y  por  su  muerte. 
Quedó  el  rival  señor  del  gallinero. 

Consuele  al  abatido  tal  mudanza; 
Sirva  también  de  ejemplo  á  los  mo?-tolcs. 
Que  se  juzgan  exentos  de  los  males 
Cuando  se  ven  en  próspera  bonanza. 


FÁBULA  XV. 
LA  MONA  T  LA   ZORKA. 

En  visita  una  Mona 
Con  una  Zorra  estaba  cierto  dia, 
y  así,  ni  más  ni  menos,  la  decia : 
«Por  mi  fe,  que  tenéis  bella  persona, 

«Gallardo  talle,  cara  placentera, 
Airosa  en  el  andar,  como  vos  sola , 

Y  á  no  ser  tan  disforme  vuestra  cola , 
Seriáis  en  lo  hermoso  la  primera. 

»  Escuchad  un  consejo, 
Que  ha  de  ser  á  las  dos  muy  importante  : 
Yo  os  la  he  de  cortar,  y  lo  restante 
Me  lo  acomodaré  por  zagalejo. — 

y) Abrenuncio,  la  Zorra  la  responde: 
Es  cosa  para  mí  menos  amarga 
Barrer  el  suelo  con  mi  cola  larga 
Que  verla  por  pañal  bien  sé  yo  dónde. » 

Por  ingenioso  que  el  necesitado 
Sea  para  pedñr  al  avariento , 
Este  será  de  superior  talento 
Para  negarse  a  dar  de  lo  sobrado, 

FÁBULA  XVI. 

LA  GATA  MUJER. 

Zapaqmlda  la  bella 
Era  gata  doncella. 
Muy  recatada,  no  menos  hermoeft. 
Queríala  su  dueño  por  esposa, 
Si  Venus  consintiese , 

Y  en  mujer  á  la  Gata  convirtiese. 
De  agradable  manera 

Vino  en  ello  la  diosa  placentera, 

Y  ved  á  Zapaqmlda  en  un  instante 
Hecha  moza  gallarda,  rozagante. 
Celébrase  la  boda ; 

Estaba  ya  la  sala  nupcial  toda 
De  un  lucido  concurso  coronada ; 
La  novia  relamida,  almidonada, 
Junto  al  novio,  galán  enamorado; 
Todo  brillantemente  preparado, 
Guando  quiso  la  diosa 
Que  cerca  de  la  esposa 
Pasase  un  ratoncillo  de  repente. 
Al  punto  que  le  ve,  violentamente , 
A  pesar  del  concurso  y  de  su  amante , 
Salta,  corre  tras  él  y  échalo  el  guante. 

Aunque  del  ralle  Junnildr  á.  la  alta  cumbre 
Inconstante  nos  mude  la  fortuna , 
La  propensión  del  natvral  es  una 
En  todo  estado,  y  más  con  la  costumbre, 

FÁBULA  XVII. 
LA  LEONA  Y  EL  OSO. 

Dentro  de  un  bosque  oscuro  y  silencioso , 
Con  un  rugir  continuo  j  espantoso , 


FÁBULAS, 


S77 


Que  en  medio  de  la  noche  resonaba, 
Una  Leona  á  las  fieras  inquietaba. 
Dicela  un  Oso:  «Escúchame  una  cosa: 
¿Qué  tragedia  horrorosa 

0  qué  sangrienta  gaerra , 

Qué  rayos  o  qué  plagas  á  la  tierra 
Anuncia  tu  clamor  desesperado , 
En  el  nombre  de  Júpiter  airado  ? — 

1  Ah !  mayor  causa  tienen  mis  rugidos. 
Yo,  la  más  infeliz  de  los  nacidos, 
¿Cómo  no  moriré  desesperada, 

Si  me  han  robado  el  hijo ,  |  ay  desdichada  !- 
1  Hola  !  i  Con  que,  eso  es  todo  ? 
Pues  si  se  lamentasen  de  ese  modo 
Las  madres  de  los  muchos  que  devoras, 
Buena  música  hubiera  á  todas  horas. 
Vaya,  vaya,  consuélate  como  ellas; 
No  nos  quiten  el  sueño  tus  querellas. » 

A  desdichas  y  viales 
l'ivÍ7nos  candenados  los  mortales. 
A  cada  cual,  no  obstante,  le  parece 
Que  de  esta  ley  una  excepción  merece. 
Así  nos  conformamos  con  la  pena. 
No  ctMndo  esproj}i<i,  si  cuando  es  ajena. 


FÁBULA  XVIIL 

EL  LOBO  Y  EL  PEREO  FLACO. 

Distante  de  la  aldea, 
Iba  cazando  un  Perro 
Flaco,  que  parecía 
Un  andante  esqueleto. 
Cuando  menos  lo  piersa, 
Un  Lobo  le  hizo  preso; 
Aquí  de  sus  clamores. 
De  sus  llantos  y  ruegos. 
«  Decidme ,  señor  Lobo , 
!  Qué  queréis  de  mi  cuerpo , 
Si  no  tiene  otra  cosa 
Que  huesos  y  pellejo? 
Dentro  de  quince  días 
Casa  á  su  hija  mi  dueño, 

Y  ha  de  haber  para  todos 
Arroz  y  gallo  muerto. 
Dejadñie  ahora  libre ; 
Que  pasado  este  tiempo, 
Podréis  comerme  á  gusto, 
Lucio,  gordo  y  relleno.  » 
Quedaron  convenidos; 

Y  apenas  se  cumplieron 
Los  dias  señ.alados, 

El  Lobo  buscó  al  Perro. 
Estábase  en  su  casa 
Con  otro  compañero. 
Llamado  Matalobos, 
Mastin  de  los  más  fieros. 
Salen  á  recibirle; 
Al  punto  que  le  vieron  , 
Matalobos  bajaba 
Con  corbatín  de  hierro. 
No  era  el  Lobo  persona 
De  tantos  ciiraplimientos; 

Y  asi,  por  no  gastarlos, 
Cedió  de  su  derecho. 
Huia,  y  le  llamaban; 
Mas  él  iba  diciendo 

Con  el  rabo  entre  piernas : 
«  Pies ,  ¿  para  qué  os  quiero  ? » 

Hasta  los  niños  saben 
Que  es  de  mayor  aprecio 
t'n  pájaro  en  la  mano 
Que  por  el  aire  ciento. 


FÁBULA  XIX. 
LA  OVEJA  Y  EL  CIEEVO. 

Un  celemín  de  trigo 
Pidió  á  la  Oveja  el  Ciervo,  y  la  decia  : 
«  Si  es  que  usted  de  mi  paga  desconfia, 
A  presentar  me  obligo 


Un  fiador  desde  luego  , 
Que  no  dará  lugar  á  tener  queja. — 
Tj quién  es  éste?»,  preguntó  la  Oveja. 
«  Es  un  lobo  abonado ,  llano  y  lego. — 

))]  Un  lobo  !  )'a ;  mas  hallo  un  embarazo : 
Si  no  tenéis  más  fincas  que  él  sus  dientes, 
Y  tú  los  pies  para  escapar  valientes , 
¿A  quién  acuniré,  cumplido  el  plazo?» 

Si  quién  es  el  que  pide,  y  sus  fiadores , 
Antes  de  dar  prestado  se  examina, 
Será  menor,  .lin  otra  medicina, 
Za peste  de  los  malos  pagadores, 

FÁBULA  XX. 

LA  ALFOEJA. 

En  una  Alforja  al  hombro 
Llevo  los  vicios, 
Los  ajenos  delante, 
Detras  los  mios. 
Esto  hacen  todos ; 
Así  ven  los  ajenos, 
Mas  no  los  propios. 

FÁBULA  XXL 
EL  ASNO  IKFELIZ. 

Yo  conocí  un  Jumento 
Que  murió  muy  contento 
Por  creer,  y  no  iba  fuera  de  camino, 
Que  así  cesaba  sn  fatal  destino. 
Pero  la  adversa  suerte 
Aun  después  de  su  muerte 
Le  persiguió:  dispuso  que  al  difunto 
Le  arrancasen  el  cuero  luego  al  punto 
Para  hacer  tamboriles , 
Y  (jue  en  los  regocijos  pastoriles 
Bailasen  las  zagalas  en  el  prado, 
Al  son  de  su  pellejo  baqueteado. 

Quien  por  su  mala  estrella  es  in/elice, 
Aun  muerto  lo  será,  Fedro  lo  dice, 

FÁBULA  XXIL 
EL  JABALÍ  Y  LA  ZÜBBA. 

Sus  horribles  colmillos  aguzaba 
Un  Jabalí  en  el  tronco  de  una  encina. 
La  Zon-a,  que  vecina 
Del  animal  cerdoso  se  miraba , 

Le  dice:  « Extraño  el  verte, 
Siendo  tú  en  paz  señor  de  la  bellota, 
Cuando  ningún  contrario  te  alborota, 
Que  tus  armas  afiles  de  esa  suerte. » 

La  fiera  respondió:  «Tenga  entendido 
Que  en  la  paz  se  prepara  el  buen  guerrero. 
Así  como  en  la  calma  el  marinero , 
Yqve  vale  por  dos  el  prevenido, n 


FÁBULA  XXIIL 
EL  PEBBO  Y  EL  COCODRILO. 

Bebiendo  un  Perro  en  el  Nilo, 
Al  mismo  tiempo  cnrria. 
«Bebe  quieto»,  le  decia 
Un  taimado  Cocodrilo. 

Di  jóle  el  Perro  prudente  r 

«  Dañoso  es  beber  y  andar; 
Pero  ¿  es  sano  el  aguardar 
A  que  me  claves  el  diente?» 

/  Oh  mié  docto  Perro  rico! 
Yo  venero  su  sentir 
En  esto  de  no  seguir 
Del  enemigo  el  consejo, 

FÁBULA  XXIV, 
LA  COMADREJA  Y  LOS  BATONES, 
Débil  y  flaca  cierta  Comadreja, 
No  pudiendo  ya  más,  de  puro  rieja, 


37« 


DON  FÉLIX  MARÍA  SAMANIEGO. 


Ni  cazaba  ni  hacia  provisiones 

De  abundantes  Ratones , 

Como  en  tiempos  pasados , 

Que  elegía  los  tiernos,  regalados, 

Para  cubrir  su  mesa. 

Sólo  de  tarde  en  tarde  hacia  presa 

En  tal  cual  que  pasaba  muy  cercano, 

Gotoso,  paralítico  ó  anciano. 

Obligada  del  hambre  cierto  dia, 

Urdió  el  modo  mejor  con  que  saldría 

De  aquella  pobre  situación  hambrienta; 

Pues  la  necesidad  todo  lo  inventa. 

Esta  vieja  taimada 

Métese  entre  la  harina  amontünada. 

Alerta  y  con  cautela , 

Cual  suele  en  la  garita  el  centinela, 

Espera  ansiosa  su  feliz  momento 

Para  la  ejecución  del  pensamiento. 

Llega  el  Ratón  sin  conocer  su  ruina, 

Y  mete  ti  hociqíiillo  entre  la  harina. 
Entonces  ella  le  echa  de  repente 

La  garra  al  cuello,  y  al  hocico  el  diento. 
Con  este  nuevo  ardid  tan  oportuno 
Se  los  iba  embuchando  de  uno  en  uno, 

Y  á  merced  de  discurso  tan  extraño, 
Logró  sacar  su  tripa  de  mal  año. 

Éí feliz  U7i  ingenio  interesante  : 
El  rw$  ayuda  ,  si  el  jH'dei-  nos  deja; 

Y  al  ver  lo  que  pasó  á  la  Comadreja , 
¿Quién  no  aguzará  el  suyo  en  adelante  '.' 


FÍBULA  XXV! 

EL  LOBO  Y  EL  PEEEO. 

En  busca  de  alimento 
Iba  nn  Lobo  muy  tlaco  y  muy  hambriento. 
Encontró  con  un  Perro  tan  relleno , 
Tan  lucio,  sano  y  bueno, 
Que  le  dijo:  «Yo  extraño 
Que  estés  de  tan  buen  año 
C<jmo  se  deja  ver  por  tu  semblante, 
Cuando  á  mí,  más  pujante  , 
Más  osado  y  sagaz,  mi  triste  suerte 
Me  tiene  hecho  retrato  de  la  muerte. » 
El  Perro  respondió:  «Sin  duda  alguna 
Lograrás,  si  tú  quieres,  mi  fortuna. 
Deja  el  bosque  y  el  prado; 
Retírate  á  poblado; 
Servirás  de  portero 
A  un  rico  caballero. 
Sin  otro  afán  ni  más  ocupaciones 
Que  defender  la  casa  de  ladrones. — 
Acepto  desde  luego  tu  partido , 
Que  para  mucho  más  estoy  curtido. 
Así  me  libraré  de  la  fatiga, 
A  que  el  hambre  me  obliga , 
De  andar  por  montes  sendereando  peñas. 
Trepando  riscos  y  rompiendo  breñas, 
Sufriendo  de  los  tiempos  los  rigores , 
Lluvias,  nieves,  escarchas  y  calores.» 
A  paso  diligente 

Marchaban  juntos  amigablemente. 
Varios  puntos  tratando  en  confianza , 
Pertenecientes  á  llenar  la  panza. 
En  esto  el  Lobo ,  por  algún  i-ecelo , 
Que  comenzó  á  turbarle  su  consuelo. 
Mirando  el  Perro ,  dijo:  «He  reparado 
Que  tienes  el  pescuezo  algo  pelado. 
Dimc:  ¿Qué  es  eso?  — Nada. — 
Dímelo,  por  tu  vida,  camarada, — 
No  es  más  que  la  señal  de  la  cadena; 
Pero  no  me  da  pena, 
Pues  aunque  por  inquieto 
A  ella  estoy  sujeto , 

Me  sueltan  cuando  comen  mis  señorea, 
Reclbenme  á  sus  pies  con  mil  amores  : 
Ya  me  tiran  el  pan,  ya  la  tajada, 

Y  todo  aquello  que  les  desagrada ; 
Este  lo  mal  asado, 

Aquél  un  hueso  poco  descarnado; 

Y  aun  un  glotón,  que  todo  ae  lo  traga, 


A  lo  menos  me  halaga. 

Pasándome  la  mano  por  el  lomo; 

Yo  meneo  la  cola,  callo  j'  como. — 

Todo  eso  es  bueno,  yo  tj  lo  confi^'so  ; 

Pero  por  fin  y  postre  tú  estás  preso: 

Jamas  sales  de  casa, 

Ni  puedes  ver  lo  que  en  el  pueblo  pasa. — 

Es  así.  — Pues  amigo. 

La  amada  libertad  que  yo  consigo 

No  he  do  trocarla  de  manera  alguna 

Por  tu  abundante  y  próspera  fortuna. 

Marcha,  marcha  á  vivir  encarcelado; 

No  serás  envidiado 

De  quien  pasea  el  campo  libremente. 

Aunque  tú  comas  tan  glotonamente 

Pan,  tajadas  y  huesos  ;  purquc  al  cabo, 

h'o  hay  bocado  en  sazón  para  un  e^claeo.» 


LIBRO    SEXTO    (1). 

FÁBULA  PRIMERA. 

EL  PASTOR  Y  EL  FILÓSOFO. 

De  los  confusos  pueblos  apartado. 
Un  anciano  Pastor  vivió  en  su  choza. 
En  el  feliz  estado  en  que  se  goza 
Del  vivir  ni  envidioso  ni  envidiado. 
No  turbó  con  cuidados  la  riqíieza 
A  su  tranquila  vida. 
Ni  la  extremada  mísera  pobreza 
Fué  del  dichoso  anciano  conocida. 
Empleado  en  su  labor  gustosamente 
Envejeció  ;  sus  canas ,  su  ex)jeriencia 

Y  su  virtud  le  hicieron,  finalmente. 
Respetable  varón ,  hombre  de  ciencia. 

Voló  su  grande  fama  por  el  mundo; 

Y  llevado  de  nueva  tan  extraña, 
Acercóse  un  Filosofo  profundo 
A  la  humilde  cabana , 

Y  preguntó  al  Pastor  :  «Dime,  ¿en  qué  escuela 
Te  hiciste  sabio  1  ¿Acaso  te  ocupaste 
Largas  noches  leyendo  á  la  candela? 

¿A  Grecia  y  Roma  sabias  observaste? 
I  Sócrates  refino  tu  entendimiento? 
¿La  ciencia  de  Platón  has  tú  medido, 
O  pesaste  de  Tulio  el  gran  talento, 
O  tal  vez ,  como  Ullses,  has  corrido 
Por  ignorados  pueblos  y  confusos , 
Observando  costumbres ,  leyes  y  usos  ? — 

))Ni  las  letras  seguí,  ni  como  Clises 
(Humildemente  respondió  el  anciano). 
Discurrí  por  incógnitos  países. 
Sé  que  el  género  humano 
En  la  escuela  del  miando  lisonjero 
Se  instruye  en  el  doblez  y  en  la  patraña. 
Con  la  ciencia  que  engaña 
•Quien  podrá  hacerse  sabio  verdadero? 
Lo  poco  que  yo  sé  me  lo  ha  enseñado 
Naturaleza  en  fáciles  lecciones  : 
Un  odio  firme  al  vicio  me  ha  inspirado ; 
Ejemplos  de  virtud  da  á  mis  acciones. 
Aprendí  de  la  abeja  lo  industrioso, 

Y  de  la  hormiga,  que  en  guardar  se  afana, 
A  pensar  en  el  dia  de  mañann. 

Mi  mastín,  el  hermoso 

Y  fiel  sin  semejante. 

De  gratitud  y  lealtad  constante 
Es  el  mejor  modelo, 
y  si  acierto  á  copiarle,  me  consuelo. 
Si  mi  nupcial  amor  lecciones  toma. 
Las  encuentra  en  la  candida  paloma. 
La  gallina  á  sus  pollos  abrigando 
Con  SUR  piadosas  alas  comu  madre, 

Y  las  sencillas  aves  aun  volando , 

Me  prestan  reglas  para  ser  buen  padre. 
Sabia  naturaleza,  mi  maestra, 


(1)  Advertencia.  A  excepción  de  un  corto  número  de  argu- 
mentos sacados  de  Esopo,  Fedro  y  Lafontaine,  todos  los  asuntos 
contenidos  en  los  apólogos  de  los" libros  vi,  vii  y  vni  pertenecen 
al  fabulista  inglés  Gay.  El  is  es  origina]. 


FÁBULAS. 


379 


Lo  malo  y  lo  ridículo  me  muestra 

Para  hacérmelo  odioso. 

Jamas  hablo  á  las  gentes 

Con  aire  grave,  tono  jactancioso, 

Pues  saben  los  prudcn  bes 

Que,  lejos  de  ser  sabio  el  que  así  hable, 

Será  un  buho  solemne,  despreciable. 

Un  hablar  moderado, 

Un  bilencio  oportuno 

En  mis  conversaciones  he  guardado. 

El  hablador  molesto  c  importuno 

Es  digno  de  desprecio. 

Quien  escuche  á  la  urraca  será  un  necio. 

A  los  rnie  usan  la  fuerza  y  el  engaño 

Para  el  ajeno  daño, 

Y  usurpan  á  los  otros  su  derecho, 

Los  debo  aborrecer  un  noble  pecho. 

Únanse  con  los  lobos  en  la  caza, 

Con  milanos  y  halcones. 

Con  la  maldita  serpentina  raza. 

Caterva  de  carnívoros  ladrones. 

Mas  ¡  qué  dije  !  Los  hombres  tan  malvados 

Ni  aun  merecen  tener  estos  aliados. 

No  hay  dañino  animal  tan  peligroso 

Como  el  usurpador  y  el  envidioso. 

Por  último,  en  el  libro  interminable 

De  la  naturaleza  yo  medito; 

En  todo  lo  creado  es  admirable  : 

Del  ente  más  sencillo  y  pequeñito 

Una  contemplación  profunda  alcanza 

Los  más  preciosos  frutos  de  enseñanza. — 

))Tu  virtud  acredita,  buen  anciano 
(El  Filósofo  exclama), 
Tu  ciencia  verdadera  y  justa  fama. 
Vierte  el  genero  humano 
En  sus  libros  y  escuelas  sus  errores  ; 
En  preceptos  mejores 
Nos  da  naturaleza  su  doctrina.» 

Asi  quien  sus  verdades  examina 
Con  la  vieditacion  y  la  experiencia, 
Llegará  á  conocer  virtud  y  ciencia. 


FÁBULA  n. 

EL  HOMBRE  Y  LA  FANTASMA. 

Un  joven  licencioso 
Se  hallaba  en  un  estado  vergonzoso, 
Con  sus  males  secretos  retirado  : 
En  soledad,  doliente,  exasperado, 
Cavila,  llora,  canta,  jura,  reza, 
Como  quien  ha  perdido  la  cabeza. 
« ¿  Te  falta  la  salud  ?  Pues ,  caballero , 
De  todo  tu  dinero. 
Nobleza,  juventud  y  poderío 
Sábete  que  me  rio  : 
Trata  de  recobrarla,  pues  perdida , 
;  De  qué  sirven  los  bienes  de  la  vida  ".  o 
Todo  esto  una  Fantasma  le  previno  , 
Y  al  instante  se  fué  como  se  vino. 
El  enfermo  se  cuida,  se  repone  ; 
Dn  nuevo  plan  de  vida  se  propone. 
En  efecto,  se.  casa. 
Cércanle  los  cuidados  de  la  casa , 
Que  se  van  aumentando  de  hora  en  hora. 
La  mujer  (Dios  nos  libre),  gastadora 
Aun  mucho  más  que  rica, 
Los  hijos  y  las  deudas  multiplica  ; 
De  modo  que  el  míuido , 
Más  que  nunca  aburrido, 
Se  puso  sobre  un  pié  de  economi;i . 
Que  estrechándola  más  de  dia  en  dia , 
Al  fin  se  enriqueció  con  opulencia. 
La  Fantasma  le  flicc  :  «  En  mi  conciencia, 
Que  te  veo  amarillo  como  el  oro  ; 
Tienes  tu  corazón  cu  el  tesoro  ; 
Miras  sobre  tu  pecho  acongojado 
El  puñal  del  ladrón  en  arbolado  ; 
Las  noches  pasas  en  mortal  desvelo  ; 
¿Y  asi  quieres  vivir?...  ¡  Que  desconsuelo  !)) 
El  Hombre,  como  caso  milagri.>so, 
Se  trasf ormó  de  avaro  en  ambicioao. 


Llegó  dentro  de  poco  á  la  privanza  : 
I  El  señor  don  Dinero  qué  no  alcanza! 
La  Fantasma  le  muestra  claramente 
Un  falso  confidente  : 
Cien  traidores  amigos, 
Que  quieren  ser  autores  y  testigos 
De  su  pronta  caída. 
Eesuélveso  á  dejar  aquella  vida, 

Y  ya  desengañado , 

En  los  campos  se  mira  retirado. 

Buscaba  los  [il aceres  inocentes 

En  las  ñores  y  frutas  diferentes. 

I  Quieren  ustedes  creer,  esto  me  pasma, 

Que  aun  allí  le  persigue  la  Fantasma? 

Los  insectos ,  los  hielos  y  los  vientos , 

Todos  los  elementos 

Y  las  plagas  de  todas  estaciones 
Han  de  ser  en  el  campo  tus  ladrones. 
Pues  ¿adunde  irá  el  pobre  caballero?... 

Digo  que  es  vn  solemne  majadero 
Todo  aquel  que  jJi'ctende 
Vivir  en  este  mundo  si)i  su  duende. 


FÁBULA  IIL 
EL  JABALÍ  Y  EL  CAKNEKO. 

De  la  rama  de  un  árbol  un  Carnero 
Degollado  pendía  ; 
En  él  á  sangre  fría 
Cortaba  el  remangado  Carnicero. 

El  rebaño  inocente , 
Que  el  trágico  espectáculo  miraba. 
De  miedo,  ni  pacía  ni  balaba. 
Un  Jabalí  gritó:  «  Cobarde  gente, 

))Que  miráis  la  carnívora  matanza  , 
¡  Cómo  no  os  vengáis  del  enemigo?  — 
Tendrá,  dijo  un  Carnero,  su  castigo  ; 
Mas  no  de  nuestra  parte  la  venganza. 

))La  piel  que  arranca  ccm  sus  propias  manos 
Sirve  para  los  pleitos  y  la  guerra. 
Las  dos  mayores  plagas  de  la  tierra, 
Que  afligen  á  los  míseros  humanos. 

«Apenas  nos  desuellan  ,  se  destina 
Para  hacer  pergaminos  }■  tambores  : 

YiMira  cómo  los  hombres  vndhcchnres 
Labran  en  su  maldad  su  propia  ruina. t> 


FÁBULA  V\\ 

EL   BAPOSO,   LA  MUJEE  Y   EL   GALLO. 

Con  las  orejas  gachas 

Y  la  cola  entre  pieimas , 
Se  llevaba  un  Eaposo 
Un  Gallo  de  la  aldea. 
Muchas  gracias  al  alba. 
Que  jmdo  ver  la  fiesta, 
Al  salir  de  su  casa, 
Juana  la  madruguera. 
Como  una  loca  grita  : 

«  Vecinos ,  q  ue  le  lleva  ; 
Que  es  el  mío,  vecinos. » 
Oye  el  Gallo  las  quejas, 

Y  le  dice  al  Raposo  : 
«Dila  que  no  nos  mienta, 
Que  soy  tuyo  y  muy  tuyo.» 
Volviendo  la  cabeza. 

La  responde  el  Raposo  : 
«  Oyes ,  gran  embustera , 
No  es  tuyo,  sino  mió  ; 
Él  mismo  lo  confiesa. » 
Mientras  esto  decía. 
El  Gallo  libre  vuela, 

Y  en  la  copa  de  un  árbol 
Canta  que  se  las  pela. 
El  raposo  burlado 
Huyó;  I  quién  lo  creyera  I 

3V),  pues  á  más  de  cuatro, 
Muy  zorros  en  ,<ivg  tretas, 
Por  hablar  á  destiempo, 
Los  vi  perder  la  presa, 


380 


DON  FÉLIX  MARÍA  SAMANIEGO. 


FÁBULA  V. 

EL   FILÓSOFO   Y   EL   RÚSTICO. 

La  del  alba  sería 
La  hora  en  que  un  Filósofo  salia 
A  meditar  al  campo  solitario , 
En  lo  hermoso  y  lo  vario, 
Que  á  la  luz  de  la  aurora  nos  enseña 
Naturaleza,  entonces  más  risueña. 
Distraído  sin  senda  caminaba, 
Cuando  llegó  á  un  cortijo,  donde  et-taba 
Con  un  martillo  el  Rústico  en  la  mano, 
En  la  otra  un  milano, 

Y  sobre  una  jiortiitil  escal(  ra. 
<(;  Qué  haces  de  esa  manera?», 
El  Filósofo  dijo. 

«Castigar  ¡I  un  ladrón  de  mi  cortijo, 
Que  en  mi  corral  ha  hecho  más  destrozos 
Que  todos  los  ladrones  en  Torozos. 
Le  clavo  en  la  pared...  ya  estoy  contento.. 
Sirve  á  toda  tu  raza  de  escarmiento. — 
))E1  matador  es  digno  de  la  muate, 
El  Sabio  dijo,  mas  si  de  esa  suerte 
El  milano  merece  ser  tratado, 
¿De  qué  modo  será  bien  castigado 
El  hombre  sanguinario,  cuyos  dicutes 
Devoran  á  infinitos  inocentes , 

Y  cuenta  como  misera  su  vida, 
Si  no  hace  de  cadáA'eres  comida? 

Y  aun  tú,  que  así  castigas  los  delitos, 
Cenarías  anoche  tus  pollitos. — 

Al  mundo  le  encontramos  de  este  modo, 
Dijo  airado  el  patán.  Y  sobre  todo, 
Si  lo  mismo  son  hombres  que  milanos. 
Guárdese  no  le  pille  entre  mis  manos.» 
El  Sabio  se  dejó  de  reflexiones. 

Al  tirano  le  nfemlen  lait  rnzonrs 
Que  demnesfran  su  oj'griUo  y  firania; 
Mientras  por  su  sentencia  cada  día 
Muere,  viviendo  él  mismo  Í7U2J  une  mente, 
Por  menores  delitos  otra  gente. 


FÁBULA  VI. 

LA  PAVA  T  LA  HORMIGA. 

Al  salir  con  las  yuntas 
Los  criados  de  Pedro, 
El  corral  se  dejaron 
De  par  en  par  abierto. 
Todos  los  pavipollos 
Con  su  madre  se  fueron. 
Aquí  y  allí  picando, 
Hasta  el  cercano  otero. 
Muy  contenta  la  Pava 
Decía  á  sus  poUuelos  : 
«Mirad,  hijos,  el  rastro 
De  un  copioso  hormiguero. 
Ea,  comed  hormigas, 

Y  no  tengáis  reculo , 

Que  yo  también  las  como  : 

Es  un  sabroso  cebo. 

Picad,  queridos  míos : 

1  Oh  qué  dias  los  jrucstros , 

Sí  no  hubiese  en  el  mundo 

Malditos  cocineros  ! 

Los  hombns  nos  devoran , 

Y  todos  nuestros  cuerpos 
Humean  en  las  mesas 
De  nobles  y  plebeyos. 

A  cualquiír  fiestecilla 
Ha  de  haber  pavos  muertos. 
¡  Qué  pocas  navidades 
Contaron  mis  abuelos! 
I  Oh  glotones  humanos, 
Crueles  carniceros  !» 
Mientras  tanto  una  Hormiga 
Se  puso  en  salvamento 
Sobre  un  árbol  vecino 

Y  gritó  con  denuedo  : 

«1  Hola  !  con  que  los  hombres 
Son  crueles,  perversos ; 


¿Y  qué  seréis  los  pavos? 
1  Ay  de  mi  1  ya  lo  veo : 
A  mis  tristes  parientes, 
I  Qué  digo  !  á  todo  el  pueblo 
Sólo  por  desayuno 
Os  le  vais  engullendo. » 
No  respondió  la  Pava 
Por  no  saber  un  cuento , 
Que  era  entonces  del  caso, 

Y  ahora  viene  á  pelo. 
Un  gusano  roia 

Un  grano  de  centeno : 
Viéronlo  las  Hormigas : 
¡  Qué  gritos  !  ¡Qué  aspavientos  I 
«Aquí  fué  Troya ,  dicen  : 
Mucre,  picaro  perro»; 

Y  ellas  ¿qué  hacían?  Nada  : 
Robar  todo  el  granero. 

Hombres,  Pacos,  Hormigas, 
Segnn  estos  ejemplos, 
Cada  cual  en  su  lihro 
Esta  til  oral  tenetnos. 
La  falta  leve  en  otro 
Es  nn pecado  horrendo; 
Pero  el  delito  propio 
No  más  qve  j)asatiempo. 


FÁBULA  VIL 
EL  ENFERMO  Y  LA  VISION. 

«/  Con  que,  de  tus  recetas  exquisitas, 
Un  Enfermo  exclamó,  ninguna  alcanza?.,.» 
El  médico  se  fué  sin  esperanza. 
Contando  por  los  dedos  sus  visitas. 

Así  desengañado, 

Y  creciendo  por  horas  su  dolencia, 
De  este  modo  examina  su  conciencia  : 
«En  todos  mis  contratos  he  logrado, 

»No  lo  niego,  ganancia  muy  segura  ; 
Trabajé  en  calcular  mis  intereses  : 
Aumenté  mi  caudal  en  pocos  meses , 
Más  por  felicidad  que  por  usura. 

»Sin  rencor  ni  malicia 
Hice  que  á  mi  deudor  pusiesen  preso  : 
Murió  pobre  en  la  cárcel,  lo  confieso; 
Mas,  en  fin,  es  un  hecho  de  justicia. 

»Si  por  cierto  instrumento 
Reduje  una  familia  muy  honrada 
A  pobreza  extremada. 
Algún  día  leerán  mi  testamento. 

«Entonces,  muerto  yo,  se  hará  patente , 
En  la  tierra  lo  mismo  que  en  el  cielo. 
Para  alivio  de  pobres  y  consuelo, 
Mi  caridad  ardiente.» 

Una  Vision  se  acerca  y  dice  :  «Hermano , 
La  esperanza  condeno 
Del  que  aguarda  á  morir  para  ser  bueno. 
Una  acción  de  piedad  está  en  tu  mano : 

«Tus  prójimos ,  según  sus  oraciones. 
Están  necesitados : 
Para  ser  remediados 
Han  menester  siquiera  cien  doblones. — 

» I  Cien  doblones  !  No  es  nada. 
¿Y sí,  porque  Dios  quiera,  no  me  muero, 

Y  después  me  hace  falta  ese  dinero, 
Sería  caridad  bien  ordenada  ? — 

«Avaro,  ¿  te  resistes  ?  Pues  al  cabo 
Te  anuncio  que  tu  muerte  está  cercana. — 
)Me  muero?  Pues  que  esperen  á  mañana.» 
La  Vision  se  volvió  sin  un  ochavo. 


FÁBULA  VIIL 
EL  CAMELLO  Y  LA  PULGA. 

Al  que  ostenta  valimiento 
Cuando  su  poder  es  tal, 
Que  ni  influye  en  bien  ni  en  mal, 
Le  quiero  contar  un  cuento. 

En  una  larga  jornada 
Un  camello  muy  cargado 


I 


FÁBULAS. 


381 


Exclamó,  ya  fatigado  : 
« 1  Oh  qné  carga  tan  pesada  I  » 
Doña  Pulga,  que  montada 
Iba  sobre  él,  al  instante 
Se  apea,  y  dice  an'ogante  : 
«  Del  peso  te  libro  yo.» 
El  Camello  respondió : 
(( Gracias,  señor  elefante.  » 


FÁBULA  IX. 
EL  CERDO,  EL  CARNERO  Y  LA  CABRA. 

Poco  antes  de  morir  el  corderillo 
Lame  alegre  la  mano  y  el  cuchillo 
Que  han  de  ser  de  su  muerte  el  instrumento, 
Y  es  feliz  hasta  el  último  momento. 
Así,  cuando  es  el  mal  inevitable , 
Es  quien  menos  prevé  más  euvidialiK'. 
Bien  oportunamente  mi  memoria 
Me  presenta  al  Lechou  de  cierta  hi.~toria. 
Al  mercado  llevaba  un  carretero 
Un  Marrano,  una  Cabra  y  un  Carnero. 
Con  perdón,  el  Cochino 
Clamaba  sin  cesar  en  el  camino  : 
« ¡  Esta  sí  que  es  miseria  1 
Perdido  soy,  me  llevan  á  la  feria. » 
Así  gritaba;  mas  ¡  coir  qué  gruñidos  ! 
No  dio  en  su  esclavitud  tales  gemidos 
Hécuba  la  infelice. 
El  carretero  al  gi-uuidor  le  dice  : 
(( ¿  No  mil-as  al  Carnero  y  á  la  Cabra, 
Que  vienen  sin  hablar  una  palabi-a.'  — 
j  Ay,  señor,  le  responde,  j'a  lo  veo  ! 
Son  tontos  y  no  piensan.  Yo  preveo 
Nuestra  muerte  cercana. 
A  los  dos  por  la  leche  y  por  la  lana 
QuÍ7,á  no  matarán  tan  prontamente  ; 
Pero  á  mi,  que  sny  bueno  solamente 
Para  pasto  del  hombre...  no  lo  dudo  : 
Mañana  comerán  de  mi  menudo. 
Adiós,  pocilga;  adiós,  gamella  mia.») 
Sutilmente  su  muerte  preveía; 
Mas  ¿qué  lograba  el  pensador  MaiTano  ? 
Nada,  sino  sentirla  de  antemano. 

El  dolor  ni  los  ayes  es  seguro 
Que  no  reviediarán  el  mal  futuro. 


FÁBULA  X. 

EL  LEÓN,    EL   TIGRE   Y   EL   CAMINANTE. 

Entre  sus  fieras  garras  oprimía 
Un  Tigre  á  un  Caminante. 
A  los  tristes  quejidos  al  instante 
Un  León  acudió  :  con  bizarría 
Lucha,  vence  á  la  fiera,  y  lleva  al  hombre 
A  sir  regia  caverna.  «Toma  aliento, 
Le  decía  el  León;  nada  te  asombre  ; 
Soy  t\\  libertador:  estámi'  atento. 

¿Habrá  bestia  sañuda  y  enemiga 
Que  se  atreva  á  mi  fuerza  incomparable? 
Td  puedes  responder,  ó  que  lo  diga 
Esa  pintada  fiera  despreciable. 
Yo,  yo  solo,  monarca  poderoso," 
Domino  en  todo  el  bosque  dilatado. 
¡  Cuántas  veces  la  onza  y  aun  el  oso 
Con  su  sangre  el  tributo  me  han  pagado  1 
Los  despojos  de  pieles  y  cabezas, 
Los  huesos  que  blanquean  este  piso 
Dan  el  más  claro  aviso 
De  mi  valor  sin  par  y  mis  proezas. — 
Es  verdad,  dijo  el  hombre,  soy  testigo  : 
Los  triunfos  miro  de  tu  fuerza  airada, 
Contemplo  á  tu  nación  amedrentada; 
Al  librarme  venciste  á  mí  enemigo. 
En  todo  esto,  señor,  con  tu  licencia. 
Sólo  es  digna  del  trono  tu  clemencia. 
Sé  benéfico,  amable, 
En  lugar  de  despótico  tirano ; 
Porque,  señor,  es  llano 
Cjue  el  monarca  será  más  venturoso 


Cuanto  hiciere  á  su  pueblo  más  dichoso. — 

))Con  razón  has  hablado ; 
Y  ya  me  causa  pena 
El  haber  yo  buscado 
Mi  propi.á  gloria  en  la  desdicha  ajena. 
En  mis  jóvenes  años 
El  orgullo  produjo  mil  errores, 
Que  me  los  lia  encubierto  con  engaños 
Una  corte  servil  de  aduladores. 

)) Ellos  me  aseguraban  de  concierto 
Que  por  el  mundo  todo 
río  reinan  los  humanos  de  otro  modo; 
Tú  lo  sabrás  mejor;  dimc,  ¿y  es  cierto ?)i 


FÁBULA  XL 

LA   MUERTE. 

Pensaba  en  elegir  la  reina  Muerte 
Un  ministro  de  Estado : 
Le  quería  de  suerte 
Que  hiciese  floreciente  su  reinado. 
El  Tabardillo,  Gota,  Pulmonía 

Y  todas  las  demás  enfermedades, 
Yo  conozco,  decía. 

Que  tienen  excelentes  calidades. 

Mas  ¿qué  importa?  La  Peste,  por  ejemplo, 

ün  ministro  sería  sin  segundo  ; 

Pero  ya  por  inútil  la  contemplo. 

Habiendo  tanto  médico  en  el  nuindo. 

Uno  de  éstos  elijo...  Mas  no  quiero, 

Que  están  muy  bien  premiados  sus  servirías 

Sin  otra  recompensa  qu(í  el  dinero. 

Pretendieron  la  plaza  algunos  vicios. 

Alegando  en  su  abono  mil  razones. 

Consideró  la  Reina  su  importancia, 

Y  después  de  maduras  retlexíones , 
El  empleo  ocupó  la  Intemperancia. 


FÁBULA  XII. 

EL  AMOR  Y  LA  LOCURA. 

Habiendo  la  Locura 
Con  el  Amor  reñido. 
Dejó  ciego  de  un  golpe 
Al  miserable  niño. 
Venganza  pide  al  cielo 
Venus,  mas  ;  con  qué  gritos  1 
Era  madre  y  esposa : 
Con  esto  queda  dicho. 
Querellase  á  lns  dioses. 
Presentando  á  su  hijo  : 
¿De  qué  sirven  las  flechas. 
De  qué  el  arco  á  Cupido, 
Faltándole  la  vista 
Para  asestar  sus  tiros  ? 
Quítensele  las  alas 

Y  aquel  ardiente  cirio, 
Si  á  su  luz  ser  no  pueden 
Sus  vuelos  dirigidos. 

Atendiendo  á  que  el  ciego 
Siguiese  su  ejercicio, 

Y  á  que  la  delincuente 
Tuviese  su  castigo, 
Júpiter,  presidente 

De  la  asamblea,  dijo: 
«Ordeno  á  la  Locura, 
Desde  este  instante  mismo, 
Que  eternamente  sea 
De  Amor  el  lazarillo.» 


LIBRO  SÉPTIMO. 

FÁBULA    PRIMERA. 
EL  RAPOSO  ENFERMO. 

El  tiempo,  que  consume  de  hora  en  hom 
Los  fuertes  murallones  elevados, 
Y  lo  mismo  devora 
Montes  agigantados,  ,  . 


382 


DON  rÉLTX  MARf  A  SAMANTEGO. 


A  nn  Raposo  qnif  ó  de  dia  en  dia 
Dientes,  fuerza,  valor,  salud;  de  suerte 
Que  él  mismo  conocía 
Que  se  hallaba  en  las  garras  de  la  muerte. 

Cercado  de  parientes  y  de  amigos, 
Dijo  en  tróniula  voz  y  lastimera : 
«;  Oh  vosotros,  testigos 
De  mi  hora  postrera , 

«Atentos  escuchad  un  desengaño  ! 
Mis  ya  pasadas  culpas  me  atormentan ; 
Ahora,  conjuradas  en  mi  daño, 
¿No  veis  cómo  á  mi  lado  se  presentan? 

«Mirad,  mirad  los  ganso»  inocentes 
Con  su  sangre  teñidos, 
y  los  pavos  en  partes  diferentes, 
Al  furor  de  mis  garras,  divididos. 

«Apartad esas  aves  que  aquí  veo, 

Y  me  piden  sus  pollos  devorados : 
Su  infernal  cacareo 

Me  tiene  los  oidos  penetrados. » 

Los  raposos  le  afirman  con  tristeza, 
No  sin  lamerse  labios  y  narices  : 
«Tienes  debilitada  la  cabeza ; 
Ni  una  pluma  se  ve  de  cuanto  dices. 

«Y  bien  lo  puedes  creer,  que  si  se  viese... — 
¡  Oh  glotones!  callad;  ya,  ya  os  entiendo, 
El  enfermo  exclamo;  ¡si  yo  pudiese 
Corregir  las  costumbres  cual  pretendo! 

«¿No  sentis  que  los  gustos, 
Si  son  contra  la  paz  de  la  conciencia, 
Se  cambian  en  disgustos? 
Tengo  de  esta  verdad  gran  experiencia. 

«Expuestos  á  las  trampas  y  á  los  perros, 
Matáis  y  perseguis  á  todo  trapo. 
En  la  aldea  gallinas,  y  en  los  cerros 
Los  inocentes  lomos  del  gazapo. 

«Moderad,  hijos  mios,  las  pasiones; 
Observad  vida  quieta  y  arreglada, 

Y  con  buenas  acc'oncs 
Ganaréis  cpinion  muy  estimada. — 

«Aunque  nos  convirtamos  en  corderos. 
Le  respondió  un  oyente  sentencioso, 
Otros  han  de  robar  los  gallineros 
A  costa  de  la  fama  del  Eaposo. 

«Jamas  se  cobra  la  opinión  perdida: 
Esto  es  lo  uno.  A  más,  ¿usted  pretende 
Que  mudemos  de  vida? 
Quien  malas  mañas  ha...  ya  nsted  me  entiende.- 

«Sin  embargo,  hermanilo,  crea,  crea... 
El  enfermo  le  dijo.  Mas  ¡qué  siento!... 
¿No  ois  que  una  gallina  cacarea? 
Esto  sí  que  no  es  cuento. « 

Adiós,  sermón; escápase  la  gente. 
El  enfermo  orador  esfuerza  el  grito  : 
¿  Os  vais,  lierniaTifls'.^  Purs  tened  presente 
Que  no  me  haría  daño  algún  pollito. 


FÁBULA  IT. 
LAS  EXEQUIAS  DE  LA  LEONA. 

En  SU  regia  caverna,  inconsolable 
El  rey  león  yacia, 
Porque  en  el  mismo  dia 
Murió  ¡  cruel  dolor  !  su  esposa  amable. 
A  palacio  la  curte  toda  llega, 
Y  en  fúnebre  aparato  se  congi-ega. 
En  la  cóncava  gruta  resonaba 
Del  triste  rey  el  doloroso  llanto; 
Allí  los  cortesanos  entre  tanto 
También  gemian,  porque  el  rey  lloraba ; 
Que  si  el  viudo  monarca  se  riera , 
La  corte  lisonjera 
Trocara  en  risa  el  lamentable  paso. 
Perdone  la  difunta:  voy  al  caso. 
Entre  tanto  sollozo 
El  ciervo  no  lloraba,  yo  lo  creo; 
Porque,  lleno  de  gozo , 
Miraba  ya  cumplido  su  deseo. 
La  tal  reina  le  habia  devorado 
Un  hijo  y  la  mujer  al  desdichado. 
Í¡1  cierYO,  en  fin,  no  llora; 


El  concurro  lo  ndviorto; 
Ül  monarca  lo  sabe,  y  en  labora 
Ordena  con  furor  darle  la  muerte. 
« ¿ Cómo  podré  llorar,  el  ciervo  dijo , 
Si  apenas  puedo  hablar  de  regocijo  ? 
Ya  disfruta,  gran  rey,  más  venturosa, 
Los  Elíseos  Campos  vuestra  esposa  : 
Meló  ha  revelado,  á  la  venida, 
Muy  cerca  dp  la  gruta  aparecida. 
Me  mandó  lo  callase  algún  momento, 
Porque  gusta  mostréis  el  sentimiento.» 
Dijo  así;  y  el  concurso  cortesano 
Aclamó  por  milagro  la  patraña. 
El  ciervo  consiguió  que  el  soberano 
Cambiase  en  amistad  su  fiera  saña. 

Los  que  en  la  indignación  lian  incurrido 
De  los  grandes  señores, 
A  veces  í?í  favor  han  conseguido 
Con  ser  aduladores. 
Mas  no  por  esto  advierto 
Que  el  medio  sea  jmto;  pues  es  cierto 
Que  á  viás  principes  vicia 
La  adulación  sereil  que  la  malicia. 


FÁBULA  líL 
EL  POETA  Y  LA  ROSA. 

Una  fresca  mañana. 
En  el  ñorido  campo 
Un  Poeta  buscaba 
Las  delicias  de  mayo. 
Al  peso  de  las  flores 
Se  inclinaban  los  ramos, 
Como  para  ofrecerse 
Al  huésped  solitario. 
Una  Rosa  lozana, 
Movida  al  aire  blando. 
Le  llama,  y  él  se  acerca, 
La  toma,  y  dice  ufano  : 
«Quiero,  Rosa,  que  vayas 
No  más  que  por  un  rato 
A  que  la  hermosa  Clori 
Te  reciba  en  su  mano. 
Mas  no,  no ,  pobrecita ; 
Que  si  vas  á  su  lado , 
Tendrás  de  su  hermosura 
Unos  celos  amargos. 
Tu  suave  fragancia. 
Tu  color  delicado, 
VA  verdor  de  tus  hojas 
Y  tus  pimpollos  caros 
Entre  estas  florecillaa 
Pueden  ser  alabados : 
Mas  junto  á  Clori  bella, 
Es  locura  pensarlo. 
Marchita,  cabizbaja, 
Te  ii-ias  deshojando. 
Hasta  parar  tu  vida 
En  un  desnudo  cabo. « 

La  Rosa,  que  hasta  entonces 
No  despegó  sus  labios , 
Le  dijo,  resentida : 
«  Poeta  chabacano. 
Cuando  á  un  héroe  quieras 
Coronar  con  el  lauro . 
Del  jardín  de  sus  hechos 
Has  de  cortar  los  ramos. 

y)Por  labrar  su  corona, 
JVo  es  justo  gue  tus  manos 
Desnuden  otras  sienes 
Que  la  vii'tud  y  el  mérito  adornaron.n 


FÁBULA  rv. 

EL  BUHO  T  EL  HOMBBE. 

Vivía  en  nn  granero  retirado 
Un  reverendo  Buho,  dedicado 
A  808  meditaciones, 
Sin  olvidar  la  caza  de  ratones. 
Se  dejaba  ver  poco,  maa  con  arte ; 


' 


FÁBULAS. 


383 


Al  Gran  Turco  itnitabn,  en  osta  parte. 

El  dueño  del  granen^ 

Por  azar  advirtió  que  en  un  madero 

El  pájaro  nocturno 

Con  gravedad  estaba  tnoitiiriio. 

El  Hombre  le  miraba  y  se  reia; 

«¡  Qué  carita  de  pascua  !  le  decia; 

•Puede  haber  más  ridículo  visaje? 

Vava,  (\x\e.  eres  un  raro  personaje. 

I  Por  qué  no  has  de  vivir  alegremente 

Con  la  pájara  gente, 

Seguir  desde  la  aurora 

A  la  turba  canora 

De  jilgueros,  calandrias,  ruiseñores, 

Por  valles,  fuentes,  árboles  y  flores.' — 

Piensas  á  lo  vnl<;ar,  eres  un  necio. 

Dijo  el  solemne  Buho  con  desprecio  : 

Mira,  mira,  ignorante, 

A  la  sabiduría  en  mi  semblante  : 

Mi  aspecto,  mi  silencio,  mi  retiro. 

Aun  yo  mismo  lo  admirn. 

¡Si  rara  vez  me  digno,  como  sabe.s, 

De  visitar  la  luz,  todas  las  aves 

Me  siguen  y  rodean  :  desde  1  uégo 

Mi  mérito  conocen,  no  lo  niego.  — 

¡  Ah  tonto  presumido, 

El  Hombre  dijo  así;  ton  entendido 

Que  las  aves,  mi;y  lejos  de  admirarte, 

Te  siguen  y  rodean  por  bm-larte. 

De  ignorante  orgulloso  te  motejan. 

Como  yo  á  aquellos  hombrea  que  se  alejan 

Del  trato  de  las  gentes, 

Y  con  extravagancias  diferentes 

Han  llegado  á  doctores  en  la  ciencia 

De  ser  sabios  no  más  que  en  la  apariencia.  » 

De  esta  suerte  de  locos 
Hay  liombres  como  buhos,  y  iiojjocos. 

FÁBULA  V, 
LA  MOXA. 

Subió  una  Mona  á  un  nogal, 
T  cogiendo  una  nuez  verde, 
En  la  cascara  la  muerde  : 
Con  que  la  supo  mu}'  mal. 
•  Arrojóla  el  animal , 
T  se  quedé  sin  comer. 

As^í  S7(ele  sucede?' 
A  quien  su  empresa  abandona, 
Porque  halla,  como  la  mona, 
Al 2>rincipio  qué  vencer. 

FÁBULA  VL 
ESOPO  Y  Uíí  ATEXIEJíSE. 

Cercado  de  muchachos 

Y  jugando  á  las  nueces. 
Estaba  el  viejo  Esopo 
Más  que  tudos  al  gre. 

« ¡  Ah  pobre  !  ya  chochea  », 
Le  dijo  un  Atenúnse. 
En  respuesta,  el  anciano 
Coge  un  arco  que  tiene 
La  cuerda  floja,  y  diiv  : 
«Ea,  si  es  que  lo  entiendes, 
Dime,  ¿qué  significa 
El  arco  de  esta  suert>!?)) 
Lo  examina  el  de  Atenas, 
Piensa,  cavila,  vuelve, 

Y  se  fatiga  en  vano. 
Pues  que  no  lo  comprende. 
El  ñ-igio  victorioso 

Le  dijo  :  «Amigo,  advierte 
Que  romperás  el  arco 
Si  está  tirante  siempre  ; 
Si  flojo,  ha  de  servirte 
Cuando  tú  lo  quisieres. » 

Si  al  ánimo  estudioso 
Algún  recreo  dieren, 
Volverá  ásus  tareas 
Mucho  máí  útihnentd. 


FÁBULA  YII. 

DEMETRIO  Y   SIEXANDRO. 

Si  te  falta  el  buen  nomh-e, 
labio,  en  vatio  presumes 

Oue  en  el  mundo  te  tengan  vor grande  hombre, 
Sin  más  que  por  tus  galas  y  perfumes. 
Demetrio  el  Fnlcriano  se  ajiodera 
De  Atenas,  y  aunque  fué  con  tiranía, 
De  agradable  manera 
Los  del  vulgo  le  aclaman  ú  porfía. 
Los  grandes  y  los  nobles  distinguidos 
Con  fingido  jilacerla  mano  besan 
Que  los  tiene  oprimidos; 
Aun  á  los  que  en  el  ocio  se  embelesan 

Y  á  la  poltrona  gente 

Los  arrastra  el  temor  al  cumplimiento. 
Con  ellos  va  Menandro  juntamente. 
Dramático  escritor  de  gran  talento. 
Cuyas  obras  leyó,  sin  conocerle, 
Demetrio.  Con  perfumes  olorosos 

Y  pasos  afectados  entra.  Al  verle 
Llegar  entre  los  tardos  perezosos. 

El  nuevo  Archonte  prorumpió,  enojado  : 

«/,  Con  qué  valor  se  pone  en  mi  presencia 

Ese  hombre  afeminado?  — 

Señor,  le  respondió  la  concuiTcncia, 

Es  Menandro  el  autor.  »  Al  punto  muda 

De  semblante  el  tirano  : 

Al  escritor  saluda, 

Y  con  grata  expresión  le  da  la  mano. 


FÁBULA  VIIL 
LAS  HORMIGAS. 

Lo  que  hoy  las  Hormigas  son , 
Eran  los  hombres  antaño  : 
De  lo  propio  y  de  lo  extraño 
Hacian  su  provisión. 
Júpiter,  que  tal  pasión 
Notó  de  siglos  atrás  , 
No  pudiendo  aguantar  más. 
En  hormig.as  los  trasforma: 

Ellos  mudaron  de  foruia; 
¿i  de  costumbres'.'  Jamas. 


FÁBULA  IX. 

LOS  GATOS  ESCRUPULOSOS. 

A  las  once  y  aun  más  de  la  mañana 
La  cocinera  Juana, 
Con  pretexto  de  hablar  á  la  vecina. 
Se  sale,  cierra,  y  deja  en  la  cocina 
A  Micifuf  j  Zapiron  hambrientos. 
Al  punto,  pues  no  gastan  cumplimientoa 
Gatos  enhambrecidos. 
Se  avanzan  A  probar  de  loa  cocidos. 
«;  Fú,  dijo  Zapiron,  maldita  olla! 
¡  Cómo  abrasa !  Veamos  esa  polla 
Que  está  en  el  asador  lejos  del  fuego.» 
Ya  también  escaldado,  desde  luego 
Se  arrima  Micifuf,  y  en  un  instante 
Muestra  cada  trinchante 
Que  en  el  arte  cisoria,  sin  gran  pena, 
Pudiera  dar  lecciones  á  Villena, 
Concluido  el  asunto. 
El  señor  Micifuf  tocó  este  punto. 
Vtrum  si  se  podia  ó  no  en  conciencia 
Comer  el  asador.  (( ¡  Oh  qué  demencia  I 
Exclamó  Zapiron  en  altos  gritos, 
I  Cometer  el  mayor  de  los  delitos  ! 
¿No  sabes  que  el  hen-ero 
Ha  lleva<lo  por  él  mucho  dinero, 
Y  que,  si  bien  la  cosa  se  examina. 
Entre  la  batería  de  cocina 
No  hay  un  mueble  más  serio  y  respetable? 
Tu  pasión  te  ha  engañado,  miserable. » 
Micifvf  en  efecto 
Abandonó  el  proyecto; 
Pues  eran  loa  dos  Gatoq 


334 


DON  FÉLIX  MARÍA  SAMANIEGO. 


De  suerte  timoratos , 

Que  sí  el  d¡al>lo.  tentando  sus  pasiones, 

Les  pusiese  asadores  á  millones 

(No  hablo  yo  de  las  pollas),  ó  me  engaño, 

O  no  comieran  uno  en  todo  el  año. 


VA  MISMA  FÁBULA  DE  OTRO  MODO. 

¡Qué  dolorl  por  un  descuido 
Micifuf  y  Zapiron 
Se  comieron  un  capón, 
En  un  asador  metido. 
Después  de  haberse  lamido. 
Trataron  en  conferencia 
Si  obrarían  con  prudencia 
En  comerse  el  asador. 
¿Le  comieron?  No  smor. 
Mra  caso  de  conciencia. 


FÁBULA  X. 

EL  ÁGUILA  Y   LA  ASAMBLEA  DE  LOS  ANIMALES. 

Todos  los  animales  cada  instante 
Se  quejaban  A  Júpiter  tonante 
De  la  misma  manera 
Que  si  fuese  un  alcalde  de  montera. 
El  Dios,  y  con  razón,  amostazado 
Viéndose  importunado. 
Por  dar  fin  de  una  vez  alas  querellas. 
En  lugar  de  sus  rayos  y  centellas. 
De  receptor  envia  desde  el  cielo 
Al  Águila  rapante,  que  de  un  vuelo 
En  la  tierra  juntó  los  animales, 
T  expusieron  en  suma  cosas  tales. 
Pidió  el  león  la  astucia  del  raposo; 
Éste  de  aquél  lo  fuerte  y  valeroso; 
Envidia  la  paloma  al  gallo  ñero; 
El  gallo  á  la  paloma  lo  ligero. 
Quiere  el  sabueso  patas  más  felices, 

Y  cuenta  como  nada  sus  narices. 
El  galgo  lo  contrario  solicita; 

Y  en  fin,  cosa  inaudita, 

Los  peces,  de  las  ondas  ya  cansados , 
Quieren  poblar  los  bosques  y  los  prados; 

Y  las  bestias,  dejando  sus  lugares. 
Surcar  las  olas  de  los  anchos  mai-es. 

Dpspues  de  oirlo  tudo , 
El  Águila  concluye  de  este  modo : 
«¿Ves,  maldita  caterva  impertinente , 
Que  entre  tanto  viviente 
De  uno  y  otro  elemento. 
Pues  nadie  está  contento, 
No  se  encuentra  feliz  ningún  destino? 
Pues  ¿para  qué  envidiar  el  del  vecino  ? » 
Con  solo  este  discurso, 
Aun  el  bruto  mayor  de  aquel  concurso 
Se  dio  por  convencido. 

De  modo  que  es  sabido 
Qiie  ya  sólo  se  matan  los  humanos 
Jbn  envidiar  la  suerte  á  sus  herma  tíos. 


FÁBULA    XL 
LA  PALOMA. 

Un  pozo  pintado  vio 
Una  paloma  sedienta  : 
Tiróse  á  él  tan  viíilenta, 
Que  contra  la  tabla  dio. 
Del  golpe,  al  suelo  cayó , 
T  allí  muere  de  contado. 

De  su  apetito  guiado, 
Por  no  consultar  al  juicio, 
Asi  vuela  al  jireeipicio 
JEl  liomhre  desenfrenado. 


FÁBULA  XIL 
EL  CHIVO  AFEITADO. 
«Vaya  una  quisicosa. 


Cuál  es  el  animal  más  presumido , 

Que  rabia  por  hacerse  distinguido 

Entre  sus  semejantes, 

Te  he  de  regalar  un  par  de  guantes. 

No  es  el  pavón ,  ni  el  gallo, 

Ni  el  león  ,  ni  el  caballo; 

Y  así,  no  me  fatigues  con  demandas. — 

¿Será  tal  vez...  el  mono? — Cerca  le  andas, — 

¿El  mico? —  Que  te  quemas ; 

Pero  no  acertarás  :  no,  no  lo  temas. 

Déjalo, no  te  canses  el  caletre. 

Yo  te  diré  cuál  es  :  el  Petimetre, » 

Este  vano  orgulloso 

Pierde  tiempo,  doblones  y  reposo 

En  hacer  distinguida  su  figura. 

No  para  en  los  adornos  su  locura  ; 

Hace  estudio  de  gestos  y  de  acciones 

A  costa  de  violentas  contorsiones  ; 

De  perfumes  va  siempre  prevenido ; 

No  quiere  oler  á  hombre  ni  en  descuido. 

Que  mire,  marche  ó  hable, 

En  todo  busca  hacerse  rcmarcahle. 

¿Y  qué  consigue?  Lo  que  todo  necio  : 

Cuanto  más  se  distingue,  más  desprecio. 

En  la  historia  siguiente  yo  me  fundo. 

Un  Chivo,  como  muchos  en  el  mundo, 
Vano  extremadamente. 
Se  miraba  al  espejo  de  una  fuente. 
((¡  Qué  lástima,  decía. 
Que  esté  mi  juventud  y  lozanía 
Por  siempre  disfrazada 
Debajo  de  esta  barba  tan  poblada! 
¿Y  cuándo  i'  Cuando  en  todas  las  naciones 
No  tienen  ni  aun  bigotes  los  varones  ; 
Pues  ya  cuentan  que  sojí  los  moscovitas, 
Si  barbones  ayer,  hoy  señoritas. 
I  Qué  cabrunos  estilos  tan  groseros! 
A  bien  que  estoy  en  tierra  de  barberos.» 
La  historia  fué  en  Tetuan,  y  todo  el  día 
La  barberil  guitarra  se  sentía, 
El  Chivo  fué,  guiado  de  su  tono, 
A  la  tienda  de  un  mono, 
Barberillo  afamado, 
Que  afeitó  al  señorito  de  contado. 
Sale  barbilampiño  á  la  campaña. 
Al  ver  una  figura  tan  extraña, 
No  hubo  perro  ni  gato 
Que  no  le  hiciese  biirla  al  mentecato. 
Los  chivos  le  desprecian  de  manera, 
Que  no  hay  más  que  decir.  ¡Quién  lo  creyeral 
Un  respetable  macho 
Dicen  que  se  rió  como  uiji  muchacho. 


Si  ftciertas,  Juana  hermosa, 


LIBRO   OCTAVO. 

k  ELISA. 

FÁBULA  PEIMERA, 

EL  NAUPEAGIO  DE  SIMÓNIDES. 

En  tanto  que  tus  vanas  compañeras, 
Cercadas  de  galanes  seductores. 
Escuchan  placenteras 
En  la  escuela  de  Venus  los  amores, 
Elisa ,  retirada  te  contemplo 
De  la  diosa  Minerva  al  sacro  templo. 
Ni  eres  menos  donosa, 
Ni  menos  agraciada 
Que  Clori ,  ponderada 
De  gentil  y  de  hermosa; 
Pues,  Elisa  divina,  ¿por  qué  quieres 
Huir  en  tu  retiro  los  i)laceres  í 
1  Oh  sabía,  qué  bien  haces 
En  estimar  en  poco  la  hermosura. 
Los  placeres  fugaces. 
El  bien  que  sólo  dura 
Como  rosa  que  el  ábrego  marchita  I 
Tu  prudencia  infinita 
Busca  el  sólido  bien  y  permanente 
En  la  virtud  y  ciencia  solamente. 
Cuando  el  tiempo  implacable  con  presteza, 
Q  los  males  tal  vez  inopinados, 


PABÜLAí^. 


385 


Se  lleven  la  hermosura  y  gentileza, 
Con  lágrimas  estériles  llorados 
Serán  aquellos  dias  que  se  íueron 

Y  á  juegos  vanos  tus  amigas  dieron; 
Pero  á  tu  bien  estable 

No  hay  tiempo  ni  accidente  que  consuma: 
Siempre  serás  feliz,  siempre  estimable. 
Eres  sabia ,  y  en  suma 
Este  bien  de  la  ciencia  no  perece. 
Oye  cómo  esta  fábula  lo  explica, 
Que  mi  respeto  á  tu  virtud  dedica. 
Simúnides  en  Asia  se  enriquece, 
Cantando  á  justo  precio  los  loores 
De  algunos  generosos  vencedores. 
Este  sabio  poeta,  con  deseo 
De  volver  á  su  amada  patria  Cco, 
Se  embarca,  y  en  la  mar  embravecida 
Fué  la  misera  nave  sumergida. 
De  la  gente  á  las  ondas  arrojada. 
Sale  quien  diestro  nada, 

Y  el  que  nadar  no  sabe 

Fluctúa  en  las  reliquias  de  la  nave. 

Pocos  llegan  á  tierra,  afortunados. 

Con  las  náufragas  tablas  abrazados. 

Todos  cuantos  el  oro  recogieron. 

Con  el  peso  abrumados,  perecieron. 

A  Clecémone  van.  AUi  vivia 

Un  varón  literato  ,  que  leia 

Las  obras  de  Simónidcs ,  de  suerte 

Que  al  conversar  L  s  náufragos,  advierte 

Que  Simónides  habla  ,  y  en  su  estilo 

Le  conoce;  le  presta  todo  asilo 

De  vestidos,  criados  y  dineros; 

Pero  á  sus  compañei'os 

Les  quedó  solamente  por  sufragio 

Mendigar  con  la  tabla  del  naufragio. 


FÁBULA  11. 

EL  FILÓSOFO  Y  LA  PULGA, 

Meditando  á  sus  solas  cierto  dia, 
Un  pensador  Filósofo  decia  : 
«El  jardin  adornado  de  mil  flores, 

Y  diferentes  árboles  mayores, 
Con  su  fruta  sabrosa  enriquecidos, 
Tal  vez  entretejidos 

Con  la  frondosa  vid  que  se  derrama 
Por  una  y  otra  rama. 
Mostrando  á  todos  lados 
Las  peras  y  racimos  desgajados, 
Es  cosa  destinada  solamente 
Para  que  la  disfruten  libremente 
La  oruga,  el  caracol ,  la  mariposa : 
No  se  persuaden  ellos  otra  cosa. 

))Los  pájaros  sin  cuento, 
Burlándose  del  viento. 
Por  los  aires  sin  dueño  van  gir&ndo. 
El  milano  cazando 
Saca  la  consecuencia : 
Para  mi  los  crió  la  Providencia. 
El  cangr^'jo,  en  la  playa  envanecido. 
Mira  los  anchos  mares,  persuadido 
A  que  las  olas  tienen  por  empleo 
Sólo  satisfacerle  su  deseo. 
Pues  cree  que  van  y  vienen  tantas  veces 
Por  dejarle  en  la  t)rilla  ciertos  peces. 
No  hay,  prosigue  el  Filósofo  profundo, 
Animal  sin  orgullo  en  este  mundo. 
El  hombre  solamente 
Puede  en  esto  alabarse  justamente. 

))Cuando  yo  me  contemplo  colocado 
En  la  cima  de  un  risco  agigantado. 
Imagino  que  sirve  á  mi  persona 
Todo  el  cóncavo  cielo  de  corona. 
Veo  á  mis  pies  los  mares  espaciosos, 

Y  los  bosques  umbrosos. 
Poblados  de  animales  diferentes, 
Las  escamosas  gentes, 

Los  brutos  y  las  fieras, 

Y  las  aves  ligeras, 

Y  cuanto  tiene  alimento 


í,  PS.-XYUI, 


En  la  tierra,  en  el  agua  y  en  el  viento, 

Y  digo  finalmente  :  Todo  es  mió. 

I  Oh  grandeza  del  hombre  y  poderío  I  n 

Una  Pulga  que  oyó  con  gran  cachaza 
Al  Filósofo  maza. 

Dijo:  «Cuando  me  miro  en  tus  narices, 
Como  tú  sobre  el  risco  que  nos  dices, 

Y  contemplo  á  mis  pies  aquel  instante 
Nada  menos  que  al  hombre  dominante, 
Que  manda  en  cuanto  encierra 

El  agua,  viento  y  tierra, 

Y  que  (1  tal  poderoso  caballero 

De  alimento  me  sirve  cuando  quiero, 
Concluyo  finalmente  :  Todo  es  raio. 
j  Oh  grandeza  de  Pulga  y  poderío !  » 
Así  dijo,  y  saltando  se  le  ausenta. 

De  ísic  modo  xr  afrenta 
Aun  al  más  poderoso 
Cuando  se  muestra  vano  y  orgulloso. 


FÁBULA  IIL 
EL  CAZADOR  Y  LOS  C0XEJ03. 

Poco  antes  qiie  esparciese 
Sus  cabellos  en  hebras 
El  ruliicundo  Apolo 
Por  la  faz  de  la  tierra, 
De  cazador  armado, 
Al  soto  Fabio  llega. 
Por  el  nudoso  tronco 
De  cierta  encina  vieja 
Sube  para  ocultarse 
En  las  ramas  espesas. 
Los  incautos  conejos 
Alegres  se  le  acercan. 
Uno  dil  verde  prado 
Igualaba  la  y»  rba  ; 
Otro,  cual  jardinero, 
Las  Áorccillas  siega ; 
^\  tomillo  y  romero 
Este  y  aquél  cercenan  ; 
Entre  tanto  al  más  gordo 
Fabio  su  tiro  asesta  ; 
Dispara ,  y  al  estruendo 
Se  meten  en  sus  cuevas 
Tan  repentinamente. 
Que  á  muchos  pareciera 
Que,  salvo  el  muerto,  á  todos 
Se  los  tragó  la  tierra. 
Des))ucs  de  tanto  espanto, 
¿  Habrá  alguno  que  crea 
Que  de  allí  á  poco  rato 
La  tímida  caterva. 
Olvidando  el  peligro, 
Al  riesgo  se  presenta? 

(A)sa  extraña  parece , 
Mas  no  se  admiren  de  ella. 
¿Acaso  los  humanos 
Hacen  de  otra  manera? 


FÁBULA  ÍV. 

EL  FILÓSOFO  Y  EL  FAISÁN, 

Llevado  de  la  dulce  melodía 
Del  cántico  variado  y  delicioso 
Que  en  un  bosque  frondoso 
Las  aves  forman,  saludando  al  dia, 
Entró  cierta  mañana 
Un  sabio  en  los  dominios  de  Diana. 
Fus  pasos  esparcieron  el  espanto 
En  la  agradabh;  estancia; 
Interrúmpese  el  canto; 
Las  aves  vuelan  á  mayor  distancia; 
Todos  los  animales,  asustados, 
Huj'cn  delante  de  él  precipitados, 
Y  el  Filósofo  queda 
Con  itn  triste  silencio  en  la  arboleda. 
Marcha  con  cauto  paso  ocultamente; 
Descubre  sobre  un  árbol  eminente 
A  un  Faisán,  rodeado  de  su  cría, 

25 


m 


DON  FÉLIX  MARÍA  SAMANIEGO. 


Que  con  amor  materno  la  decía: 

<(  Hijos  mios ,  pues  ya  que  en  mis  lecciones 

Largamente  os  bable  de  los  milanos, 

De  los  buitres  y  halcones  , 

Hoy  hemos  de  tratar  de  les  humanos. 

La  oveja  en  leche  y  lana 

Da  abrigo  y  alimento 

Para  la  raza  humana, 

Y  en  agradecimiento 

A  tan  gran  liicnhechora, 

J^a  mata  el  hombre  mismo  y  la  devora. 

A  la  abeja,  que  labra  sus  panales 

Artificiosamente , 

La  roba,  come,  vende  sus  caudales, 

Y  la  mata  en  ejércitos  su  gente. 
¿Qué  recompensa,  en  suma. 
Consigue  al  fin  ei  ganso  miserable 
Por  el  precioso  bien,  incomparable, 

De  aj'udaí-  á  las  ciencias  con  su  pluma? 
Le  da  muerte  temprana  el  hombre  ingrato, 

Y  hace  de  su  cadáver  un  gran  plato. 

Y  pues  que  los  humanos  son  peores 
Que  milanos  y  azores 

Y  que  toda  perversa  criatura, 
Huií-éis  con  horror  de  su  ligura.» 
Así  charló,  y  el  hombre  se  presenta. 
«Ese  es»,  grita  la  madre,  y  al  instante 
La  familia  volante 

Se  desprende  del  árbol  y  se  ausenta. 

¡  Oh  cómo  habhj  el  Faisán  !  jVtis  ¡qué  dijera 

El  Filósofo  exclama,  .</  supiera 

Que  en  sus  propios  /un» anos 

La  ingratitud  ejercen  los  humanosl 


FÁBULA  V. 
EL  ZAPATERO  MÉDICO. 

Un  inhábil  y  hambriento  Zapatero 
En  la  corte  por  médico  corria  ; 
Con  un  contraveneno  que  fingia 
Ganó  fama  y  dinero. 
Estaba  el  Rey  postrado  en  una  cama. 
De  una  grave  dolencia; 
Para  hacer  experiencia 
Del  talento  del  médico,  le  llama. 
El  antídoto  pide,  y  en  un  vaso 
Finge  el  Rey  que  le  mezcla  con  veneno: 
Se  lo  manda  beber;  el  tal  Galeno 
Teme  morir,  confiesa  todo  el  caso, 
Y  dice  que  sin  ciencia 
Logró  hacerse  doctor  de  grande  precio 
Por  la  credulítlad  del  vulgo  necio. 
Convoca  el  Rey  al  pueblo.  «  i  (Jué  demencia 
Es  la  vuestra,  exclamó,  que  habéis  nado 
La  salud  francamente 
De  un  hombre  á  quien  la  gente 
Ni  aun  quería  fiarle  su  calzado  !  » 

Esto  para  los  crédulos  se  cuenta, 
JEn  quienes  tiene  el  charlatán  su  renta. 


FÁBULA  VL 

EL  MITBCIÉLAGO  Y  LA  COMADREJA. 

Cayó,  sin  saber  cómo. 
Un  Murciélago  á  tierra  ; 
Al  instante  le  atrapa 
La  lista  Comadreja. 
Clamaba  el  desdichado. 
Viendo  su  muerte  cerca. 
Ella  le  dice:  « Mucre ; 
Que  por  naturaleza 
Soy  mortal  enemiga 
De  todo  cuanto  vuela.» 
El  avechucho  grita , 
Y  mil  veces  protesta 
Que  él  es  ratón ,  cual  todos 
Los  de  su  descendencia. 
Con  esto  ¡qué  fortuna  I 
El  preso  se  liberta. 


Pasado  cierto  tiempo. 
No  sé  de  qué  manera, 
Segunda  vez  le  pilla: 
El  nuevamente  ruega; 
Mas  ella  le  risponde 
Que  Júpiter  la  ordena 
Tenga  paz  con  las  aves , 
Con  los  ratones  guerra. 
«¿  Soy  yo  ratón  acaso  ? 
Yo  creo  que  estás  ciega. 
¡Quieres  ver  cómo  vu.lo  1 — 
En  efecto,  le  deja, 
Y  á  merced  de  su  ingenio 
Libre  el  pájaro  vuela. 

Aepii  aprendió  de  Esopo 
La  gente  marinera , 
Murciélagos  que  fitigen 
Pasapoi'ie  y  bandei'a. 
No  importa  que  haya  pocos 
Ingleses  comadrejas; 
Tal  vez  puede  de  un  riesgo 
Sacarnos  vna  treta. 


FÁBULA  VTL 
LA  MARIPOSA  Y  EL  CARACOL. 

Aunque  te  haya  elevado  la  fortuna 
Desde  el  polvo  á  los  cuernos  de  la  luna, 
Sí  hablas,  Fabio,  al  humilde  con  desprecio. 
Tanto  como  eres  grande  serás  necio. 
¡  Qué  !  ¿te  irritas?  /Te  ofende  mi  lenguaje? 
((No  se  habla  de  ese  modo  á  un  personaje.» 
Pues  haz  cuenta,  señor,  que  no  me  oiste, 

Y  escucha  á  un  Caracol.  Vaj-a  de  chiste. 
En  un  bello  jardín,  cierta  mañana, 

Se  puso  muy  ufana 

Sobre  la  blanca  rosa 

Una  reciennacida  Mariposa. 

El  sol  resplandeciente 

Desde  su  claro  oriente 

Los  rayos  esparcía; 

Ella,  á  su  luz,  las  alas  extenJia, 

SiJlo  porque  envidiasen  sus  colores 

Manchadas  aves  y  pintadas  flores. 

Esta  vana,  preciada  de  belleza, 

Al  volver  la  cabeza , 

Víó  muy  cerca  de  si,  sobre  una  rama, 

A  un  pardo  Caracol.  La  bella  dama, 

Irritada,  exclamó:  «¡Cómo,  grosero, 

A  mi  lado  te  acercas?  Jardinero, 

I  üe  qué  sirve  que  tengas  cou  cuidado 

Él  jardín  cultivado, 

Y  guarde  tu  desvelo 

La  rica  fruta  del  rigor  del  hielo  , 

Y  los  tiernos  botones  de  las  jjlantas, 
Si  ensucia  y  come  todo  cuanto  plantas 
Este  vil  Caracol  de  baja  esfera? 

O  mátale  al  instante,  ó  vaya  fuera. — 

))  Quien  ahora  te  oyese, 
Si  no  te  conociese, 

Respondió  el  Caracol ,  en  mi  conciencia, 
Que  pudiera  temblar  en  tu  presencia. 
Mas  díme,  miserable  criatura. 
Que  acabas  de  salir  de  la  basura, 
/  Puedes  negar  que  aun  no  hace  cuatro  días 
Que  gustosa  solías 
Como  humilde  reptil  andar  conmigo, 

Y  yo  te  hacia  honor  en  ser  tu  amigo? 
¿No  es  también  evidente 

Que  eres  por  línea  recta  descendiente 

De  las  orugas,  pobres  hilanderos , 

Que ,  mirándose  en  cueros , 

De  sus  tripas  hilaban  y  tejían 

Un  fardo,  en  que  el  invierno  se  metían, 

Como  tú  te  has  metido, 

Y  aun  no  hace  cuatro  días  que  has  salido? 
Pues  si  éste  fué  tu  origen  y  tu  casa , 

¿  Por  qué  tu  ventolera  se  propasa 
A  despreciar  á  un  Caracol  honrado?» 
El  que  tiene  de  vidrio  su  tejado, 


fIbulas. 


K-ifn  logra  de  lueiio 

CvH  tira?-  las  pedradas  al  ajeno. 


FÁBULA  VIII. 

LOS  DOS  TITIRITEROS. 

Todo  el  pueblo  ,  admirado, 
Estaba  en  una  plaza  amontonado, 
V  en  medio  se  empinaba  un  Titerero, 
Enseñando  una  bolsa  sin  dinero. 
«  Pase  de  mano  en  mano,  les  decia; 
Señores,  no  hay  engaño,  está  vacía.» 
Se  la  vuelven;  la  sopla,  y  al  momento 
Derrama  pesos  duros,  ¡  qué  portento  1 
Levántase  un  murmullo  de  repente. 
Cuando  ven  por  encima  de  la  gente 
Otro  Titiritero  á  competencia. 
Queda  en  espectacion  la  concurrencia 
Con  silencio  profundo. 
Cesó  el  primei'O,  y  empezó  el  segundo. 
Presenta  de  licor  unas  botellas; 
Algunos  se  arrojaron  hacia  ellas, 

Y  al  punto  las  hallaron  trasformadas 
En  sangrientas  espadas. 

Muestra  un  par  de  bolsillos  de  doblones; 
Dos  personas,  sin  duda  dos  ladrones, 
Les  echaron  la  garra  muy  ufanos, 

Y  se  ven  dos  cordeles  en  sus  manos. 
A  un  relator  cargado  de  procesos 
Una  letra  le  enseña  de  mil  pesos. 

«Sople  usted»;  sopla  el  hombre  apresurado, 

Y  le  cierra  los  labios  un  candado. 
A  un  abate  arrimado  á  su  cortejo 
Le  presenta  un  espejo, 

Y  al  mirar  su  retrato  peregrino , 
Se  vio  con  las  orejas  de  pollino. 
A  un  santero  le  manda 

Que  se  acerque;  le  pilla  la  demanda , 

Y  allá  con  sus  hechizos 

La  convirtió  en  merienda  de  chorizos. 

A  un  joven  desenvuelto  y  rozagante 

I^e  regala  un  diamante: 

Este  le  dio  á  su  dama,  y  en  el  punto 

Pálido  se  quedó  como  un  difunto, 

ítem  más  sin  narices  y  sin  dientes. 

Allí  fué  la  rechifla  de  laa  gentes, 

La  burla  y  la  chacota. 

El  primer  Titerero  se  alborota; 

Dice  por  el  segundo  con  denuedo: 

«  Ese  hombre  tiene  un  diablo  en  cada  dedo. 

Pues  no  encierran  virtud  tan  peregrina 

Los  polvos  de  la  madre  Celestina. 

Que  declare  su  nombre.» 

El  concurso  lo  pide,  y  el  buen  hombre 

Entonces,  más  modesto  que  un  novicio, 

Dijo:  «No  soy  el  diablo,  sino  el  vicio. » 


FÁBULA  IX. 

EL  RAPOSO   Y  EL  PERRO. 

De  un  modo  muy  afable  y  amistoso 
El  Mastín  de  un  pastor  con  un  Raposo 
Se  solia  juntar  algunos  ratos. 
Como  tal  vez  los  perros  y  los  gatos 
Con  amistad  se  tratan.  Cierto  dia 
El  Zorro  á  su  compadre  le  decia  : 
«Estoy  muy  irritado; 
Los  hombres  por  el  mundo  han  divulgado 
Que  mi  raza  inocente  (¡qué  injusticia  i) 
Les  anda  circumcirca  en  la  malicia. 
j  Ah  maldita  canalla  1 
Si  yo  pudiera..  »  En  esto  el  Zorro  calla, 
Y  erizado  se  agacha.  «  Soy  perdido, 
Dice,  los  cazadores  he  oido. 
¿Que  me  sucede? — Nada. 
No  temas,  le  responde  el  camarada ; 
Son  las  gentes  que  pasan  al  mercado. 
Mira,  mira,  cuitado. 
Marchar  haldas  en  cinta  á  mis  vecinas, 
Coronadas  con  cestas  de  gallinas, » 


No  estoy,  dijo  el  Raposo,  para  fiestas: 
Vete  con  tus  gallinas  y  tus  cestas, 

Y  satiriza  á  otro.  Porque  sabes 
Que  robaron  anoche  algunas  aves, 

I  He  de  ser  yo  el  ladrón?—  En  mi  conciencia, 

Que  hablé,  dijo  el  Mastín,  con  inocencia, 

¿Yo  pensar  (jue  has  robado  gallinero, 

Cuando  siempre  te  vi  como  un  cordero? — 

¡  Cordero  !  exclama  el  Zorro :  no  hay  aguante. 

Que  cordero  me  vuelva  en  el  instante. 

Si  he  hurtado  el  que  falta  en  tu  majada. — 

¡  Hola!  concluye  el  IVrro,  camar.ida, 

El  ladrón  es  usted,  .según  se  explica.» 

El  estuche  molar  al  punto  aplica 

Al  mísero  Rai)oso, 

Para  que  así  escarmiente  el  cosquilloso. 

Que  de  las  fabulillas  se  resiente. 

Si  no  estás  inocente, 

Dime,  ¿por  qué  no  bajas  las  orejas ? 

Y  si  acaso  lo  estás,  ¿de  qué  te  quejas? 


38Í 


LIBRO  NOVENO. 

FÁBULA    PRIMERA. 

EL  GATO  Y  LAS  AVES. 

Charlatanes  se  ven  por  todos  lados. 
En  plazas  y  cu  estrados, 
Que  ofrecen  sus  servicios  ¡cosa  rara! 
A  todo  el  mundo  por  su  linda  cara. 
Este,  químico  y  médico  excelente. 
Cura  á  todo  doliente  : 
Pero  gratis  :  no  se  hable  de  dinero. 
El  otro,  petimetre  caballero, 
Canta,  toca,  dibuja,  borda,  danza, 
Y  ofrece  la  en.señanza 
Gratis,  por  afición,  á  cierta  gente. 
Veremos  en  la  fábula  siguiente 
Si  puede  haber  en  esto  algún  engaño. 
La  prudente  cautela  no  hace  daño. 

Dejando  los  desvanes  y  rincones, 
El  señor  Mirriniiz,  gato  de  maña, 
Se  salió  de  la  villa  á  la  campaña. 
En  paraje  sombrío, 
A  la  orilla  de  un  rio. 
De  sauces  coronado. 
En  unas  matas  se  quedó  agachado. 
El  Gatazo  callaba  como  un  muerto, 
Escuchando  el  concierto 
De  dos  mil  avecillas. 
Que  en  las  ramas  cantaban  maravillas; 
Pero  callaba  en  vano. 
Mientras  no  se  acercaban  á  su  mano 
Los  músicos  volantes;  pues  quería 
Mirrimi:  arreglar  la  sinfonía. 

Cansado  de  esperar,  prorumpe  al  cabo. 
Sacando  la  cabeza:  Uraro,  bravo. 
La  turba  calla:  cada  cual  procura 
Alejarse  ó  meterse  en  la  espesura; 
Mas  él  les  persuadií')  con  buenos  modos, 

Y  al  fin  logró  que  le  escucha.sen  todos. 
«No  soy  Gato  montes  ó  campesino; 
Soy  honrado  vecino 

De  la  cercana  villa  : 

Fui  Gato  de  un  maestro  de  capilla; 

La  música  aprendí,  y  aun,  si  me  empeño, 

Veréis  cómo  os  la  enseño, 

Pero  gratis  y  en  menos  de  una  hora. 

¡Qué  cosa  tan  sonora 

Será  el  oir  un  coro  de  cantores, 

Verbigracia  calandrias,  ruiseñores!» 

Con  estas  y  otras  cosaa  diferentes, 

Algunas  de  las  aves  inocentes 

Con  manso  vuelo  á  Mirrimiz  llegaron  : 

Todas  en  torno  de  él  so  colocaron. 

Entonces  con  más  gracia 

Y  más  diestro  que  el  músico  de  Tracia, 
Echando  su  compás  hacia  el  más  gordo, 
Consigue  gratis  merendarse  un  tordo, 


888 


DON  FÉLIX  MARÍA  SAMANIEGO. 


FÁBULA  IL 


LA  DANZA  PASTORIL. 

A  la  sombra  que  onece 
Un  gran  peñón  tajado , 
Por  cuyo  pié  corría 
Un  arroj-uelo  manso, 
Se  formaba  en  estío 
Un  delicioso  prado. 
Los  árbolf"!  silvestres 
Aquí  y  allí  plantados, 
El  suelo  siempre  verde, 
De  mil  flores  sembrado, 
Más  agradable  hacían 
El  lugar  solitario. 
Contento  en  ól  pasaba 
La  siesta,  recostado 
Debajo  de  una  encina, 
Con  el  albogue,  Bato. 
Al  son  de  sus  tonadas, 
Los  pastores  cercanos. 
Sin  olvidar  algunos 
La  guarda  del  ganado, 
Descendían  ligeros 
Desde  la  sierra  al  llano. 

Las  honestas  zagalas, 
Según  iban  llegando, 
Bailaban  lindamente, 
Asidas  de  las  manos. 
En  torno  de  la  encina 
Donde  tocaba  Bato. 
De  las  espesas  ramas 
Se  veia  colgando 
Una  guirn.'ihla  bella 
De  rosas  y  amaranto. 
La  fiesta  presidia 
Un  mayoral  anciano; 

Y  ya  que  el  regocijo 
Bastó  para  descanso, 
Antes  que  se  volviesen 
Alegi"es  al  rebaño. 

El  viejo  presidente 
Con  su  corvo  cayado 
Alcanzó  la  guirnalda 
Que  pendía  del  árbol, 

Y  coronó  con  ella 
Los  cabellos  dorados 
De  la  gentil  zagala 
Que  con  sencillo  agrado 
Supo  ganar  á  todas 

Eu  modestia  y  recato. 

Si  la  vh'tufl  premiaran 
Asi  los  cortesanos, 
io  sé  que  no  huiría 
Desde  la  cóHe  al  camj^o. 


FÁBULA  ÍII. 
LOS  DOS  PERROS. 

Procure  ser  en  todo  lo  posihle, 
El  que  ha  de  reprender,  irrejjrensihle. 
Sultán,  perro  goloso  y  atrevido. 
En  su  casa  robó,  por  un  descuido. 
Una  pierna  excelente  de  carnero. 
Pinto,  gran  tragador,  su  compañero, 
Le  encuentra  con  la  nresa  encarnizado 
Ojo  al  través,  colmillo  acicalado. 
Fruncidas  las  narices  y  gruñendo. 
« i  Qué  cosa  estás  haciendo , 
Desgraciado  Sultán?  Pinto  le  dice  j 
¿No  sabes,  iufelíce. 
Que  un  Perro  infiel,  ingrato. 
No  merf.ce  ser  PeiTo,  sino  gato? 
lAl  amo,  que  nos  fia 
La  custodiado  casa  noche  y  día , 
Nos  halaga,  nos  cuida  y  alimenta, 
Le  das  tan  buena  cuenta, 
Que  le  robas,  goloso, 
La  pierna  del  carnero  más  jugoso  1 
Como  amigo  te  ruego 
Jío  la  maltrates  más:  déjala  luego, — 


Hablas,  dijo  Sultán,  perfectamente. 
Una  dnda  me  queda  solamente 
Para  seguir  al  punto  tu  consejo  : 
Di,  ¿te  la  comerás,  si  yo  la  dejo?» 


FÁBULA  IV. 

LA  MODA. 

Después  de  haber  corrido 
Cierto  danzante  mono 
Por  cantones  y  plazas. 
De  ciudad  en  ciudad,  el  mundo  todo, 
Logró,  dice  la  historia, 
Aunque  no  cuenta  el  cómo. 
Volverse  libremente 
A  los  campos  del  África  orgulloso. 
Los  monos  al  viajero 
Eociben  con  más  gozo 
Que  á  Pedro  el  czar  los  rusos. 
Que  los  griegos  á  Ulíscs  generoso. 
De  leyes,  de  costumbres, 
Ni  él  habló,  ni  algún  otro 
Le  preguntó  palabra ; 
Pero  de  trajes  y  de  modas  todos. 
En  cierta  jerigonza. 
Con  extranjero  tono, 
Les  hizo  un  gran  detalle 
De  lo  más  reniarcahle  á  los  curiosos. 
«Empecemos,  decían, 
Aunque  sea  por  poco.» 
Hiciéronse  zapatos 

Con  cascaras  de  nuec  s,  por  lo  pronto; 
Toda  la  raza  mona 
Andaba  con  sus  choclos, 

Y  el  no  traerlos  era 

Faltar  á  la  decencia  y  al  decoro. 

Un  leopardo  hambriento 

Trepa  para  los  monos  : 

Ellos  huir  intentan 

Á  salvarse  en  los  árboles  del  soto. 

Las  chinelas  lo  estorban, 

Y  de  muy  fácil  modo 
Aquí  y  allí  mataba, 

Haciendo  á  su  placer  dos  mil  destrozo!. 

En  Tetuan,  desde  entonces 

Manda  el  senado  docto 

Que  cualquier  uso  ó  moda. 

De  países  cercanos  ó  remotos. 

Antes  que  llegue  el  caso 

De  adoptarse  en  el  propio, 

Haya  de  examinarse, 

En'junta  de  políticos,  á  fondo. 

Con  tan  justo  decreto 
Y  el  suceso  horroroso, 
}De jaron  tales  modas? 
Primero  dejarían  de  ser  monos. 


FÁBULA  V. 

EIi  LOBO  T  EL  MASTUT. 

Trampas,  redes  y  perros 
Los  celosos  pastores  disponían 
En  lo  oculto  del  bosque  y  de  los  cerros, 
Porque  matar  querían 
A  un  Lobo  por  el  bárbaro  delito 
De  no  dejar  á  vida  ni  un  cabrito. 
Hallóse  cara  á  cara 
Un  Mastín  con  el  Lobo  de  repente, 

Y  cada  cual  se  para. 

Tal  como  en  Zama  estaban  frente  á  frente, 

Antes  de  la  batalla,  muy  serenos 

Aníbal  y  Scipion,  ni  más  ni  menos. 

En  esta  suspensión,  treguas  propone 

El  Lobo  á  su  enemigo. 

El  Mastín  no  se  opone. 

Antes  le  dice  :  «Amigo, 

Es  cosa  bien  extraña,  por  mi  vida. 

Meterse  un  señor  Lobo  á  cabricida. 

Ese  cuerpo  brioso 

Y  de  pujanza  fuerte, 


FÁBULAS. 


Que  mate  al  jabalí,  que  venza  al  oso. 
Mas  ¿qué  dirán  al  verte 
Que  lo  valiente  y  fiero 
Empleas  en  la  sangre  de  un  cordero?» 
El  Lobo  le  responde  :  «Camarada, 
Tienes  mucha  razón:  en  adelante 
Propongo  no  comer  sino  ensalada.» 
Se  despiden  y  toman  el  portante. 

Informados  del  hecho 
Los  pastorea,  se  apuran  y  patean; 
Agarran  al  Mastín  y  le  apalean. 
Digo  que  fué  bien  hecho; 
Pues  en  vez  de  ensalada,  en  aquel  año 
Se  fué  comiendo  el  Lobo  su  rebaño. 

¿Con  nna  reprensión,  con  vn  con/iejo 
Se  pretende  quUar  vn  virio  añejo' 


FÁBULA  VL 

LA  HERMOSA  Y  EL  ESPEJO. 

Anarda  la  bella 
Tenía  un  amigo 
Con  quien  consultaba 
Todos  sus  caprichos : 
Colores  de  moda, 
Más  ó  menos  vivos. 
Plumas,  sombrerete, 
Lunares  y  rizos 
Jamas  en  su  adorno 
Fueron  admitidos , 
Si  él  no  la  decia: 
Gracioso,  bonito. 
Cuando  su  hermosura. 
Llena  de  atractivo. 
En  sus  verdes  años 
Tenía  más  brillo. 
Traidoras  la  roban 
(Ni  acierto  á  decii-lo) 
Las  negras  viruelas 
Sus  gracias  y  hechizos. 
Llegóse  al  Espejo : 
Este  era  su  amigo; 
Y  como  se  jacta 
De  fiel  y  sencillo. 
Lisa  y  llanamente 
La  verdad  la  dijo. 
Anarda,  furiosa, 
Casi  sin  sentido, 
Le  vuelve  la  espalda. 
Dando  mil  quejidos. 
Desde  aquel  instante 
Cuentan  que  no  quiso 
Volver  á  consultas 
Con  el  sí;ñor  mió. 
«Escúchame,  Anarda : 
Si  buscas  amigos 
Que  te  representen 
Tus  gracias  y  hechizos, 
Mas  que  no  te  adviertan 
Defectos  y  aun  vicios. 
De  aquellos  que  nadie 
Conoce  en  sí  mismo, 
Dime,  ¿de  qué  modo 
Podrás  con-egirlos?» 


FÁBULA  VIL 
EL  VIEJO  Y  EL  CHALAN. 
«Fabio  está,  no  lo  niego,  muy  notado 
De  una  cierta  pasión,  que  le  domina ; 
Mas  ¿qué  importa,  señor?  Si  se  examina, 
Se  verá  que  es  un  mozo  muy  honrado, 
Generoso,  cortes,  hábil,  activo, 

Y  que  de  todo  entiende 

Cuanto  pide  el  empleo  que  pretende. — 

Y  qué,  ¿no  se  le  dan?...  ¿Por  qué  motivo?.. 
Trataba  un  Viejo  de  comprar  un  perro 

Para  que  le  guardase  los  d'j'ilones ; 
Le  decia  el  Chalan  estas  razones  : 
«Con  un  collar  de  hierro 


Que  tenga  el  animal,  échenle  gente: 
Es  hermoso,  pujante, 
Leal,  bravo,  arrogante; 
Y  aunque  tiene  la  falta  solamente 
De  ser  algo  goloso... — 
¿Goloso?  dice  el  rico;  no  le  quiero.— 
Ño  es  para  marmitón  ni  despensero, 
Continua  el  Chalan  muy  premuroso; 
Sino  para  valiente  centinela. — 
Menos,  concluye  el  Viejo; 
Dejará  que  me  quiten  el  pellejo 
Por  lamer  entre  tanto  la  cazuela.» 


FÁBULA  VIII. 

LA  GATA  COX  CASCABELES. 

Salió  cierta  mañana 
Zapaqiiilda  al  tejado 
Con  un  collar  de  grana. 
De  pelo  y  cascabeles  adornado. 
Al  ver  tal  maravilla, 
Del  alto  corredor  y  la  guardilla 
Van  saltando  los  gatos  de  uno  en  uno. 
Congrégase  al  instante 
Tal  concurso  gatuno 
En  torno  de  la  dama  rozagante, 
Que  entre  flexibles  colas  arboladas 
Apenas  divisarla  se  podia. 
Ella  con  mil  monadas 
El  ca.scabcl  parlero  sacudía: 
Pero  cesando  al  fin  el  sonsonete, 
Dijo  que  por  juguete 
Quitó  el  collar  al  perro  su  señora, 
y  se  le  puso  á  ella. 
Cierto  que  Zapaquilda  estaba  bella, 
A  todos  enamora. 

Tanto,  que  en  la  gatesca  compañía, 
Cuál  dice  su  atrevido  pensamiento, 
Cuál  se  encrespa  celoso  ; 
Eiñen  éste  y  aquél  con  ardimiento, 
Pues  con  ansia  quería 
Cada  gato  soltero  ser  su  esposo. 
Entre  los  arañazos  y  maullidos 
Levántase  Gartaf,  gato  prudente, 

Y  á  los  enfurecidos 

Les  grita  :  «Novel  gente , 

¡Gata  con  cascabeles  por  esposa! 

¿Quién  pretende  tal  cosa? 

¿No  veis  que  el  cascabel  la  caza  ahuyenta^ 

Y  que  la  dama  hambrienta 
Necesita  sin  duda  que  el  marido. 
Ausente  y  aburrido, 

Busque  la  provisión  en  los  desvanea, 
Mientras  ella,  cercada  do  galanes, 
Porque  el  mundo  la  vea, 
De  tejado  en  tejado  se  ¡laKca?» 
Marchóse  Zapoqvildu  convencida, 

Y  lo  mismo  quedó  la  concurrencia, 
¡Cuántos  chascos  se  llt  riu>  rn  la  vida 

Los  que  no  miran  más  que  ¡a  apariencia/ 


FÁBULA  IX. 

EL  RtriSESOB  Y  EL  MOCHUELO. 

Una  noche  de  Mayo, 
Dentro  de  un  bo.sque  espeso, 
Donde,  según  reinaba 
La  triste  oscuridad  con  el  silencio. 
Parece  que  tejí í a 
Su  habitación  Morfeo; 
Cuando  todo  viviente 
Disfrutaba  de  dulce  y  blando  sueño , 
Pendiente  de  una  rama 
Un  Ruiseñor  parlero 
Empezó  con  sus  aycs 
A  publicar  sus  dolorosos  celos. 
Después  de  mil  querellas. 
Que  llegaron  al  cielo, 
A  cantar  empezaba 
La  antigua  historia  del  infiel  Teseo 


389 


390 


DON  FÉLIX  MABIA  SAMANIEGO. 


Cuando,  siu  saber  como, 

Un  cazador  mochuelo 

Al  músico  arrebata 

Entre  las  corvas  uñas  prisionero. 

Jamas  Pan  con  la  flauta 

Tirualó  sus  gorjeos , 

Ni  jcsonótan  grata 

La  dulce  lira  del  divino  Orfeo; 

No  obstante,  ruando  daba 

¡Sus  últimos  lamentos, 

Los  vecinos  del  bosque 

Aplaudian  su  muerte;  yo  lo  creo. 

Si  con  sus  serenatas 

El  mismo  Furinclo 

Viniese  á  despertarme 

Mientras  que  yo  dormía  en  blando  lecho, 

En  lugar  de  los  hraros, 

Diría :  «Caballero, 

¡  Que  no  viniese  ahora 

Para  tal  ruiseñor  algún  mochuelo!» 

Clori  time  »i¡l  ¡/r^i'^ias, 
¿Y qué  logra  con  eso:' 
Ha  cerse  fa  st  ¡diosa 
Par  no  querer  usarlas  á  su  tiempo. 


FÁBULA  X. 

EL  AMO  Y  EL  PEERO. 

«Callen  todos  los  perros  de  este  mundo 
Donde  está  mi  Palomo: 
Es  fiel,  decia  el  Amo,  sin  segxindo, 

Y  me  guarda  la  casa...  Pero  ¿cómo? 
))Con  la  despensa  abierta 

Le  dejé  cierto  dia : 

En  metilo  de  la  puerta. 

De  guardia  se  plantó  con  bizarría, 

»Un  formidable  gato. 
En  vez  de  perseguir  á  los  ratones, 
Se  venía,  guiado  del  olfato, 
A  visitar  chorizos  y  jamones. 

))Palo/no  le  despide  l)uenamente; 
El  gatazo  se  encrespa  y  acalora; 
Riñen  sangrientamente, 

Y  mí  guarda-jaiiiones  le  devora. » 
Esto  contaba  el  Amo  á  sus  amigos, 

Y  después  á  su  casa  se  los  lleva 
A  que  fuesen  testigos 

De  tal  fidelidad  en  otra  prueba. 

Tenía  al  buen  Palomo  prisionero 
Entre  manidas  pollas  y  perdices ; 
Los  sebosos  ríñones  de  un  carnero 
Casi  casi  le  untaban  las  narices. 

Dentro  de  este  retiro  á  penitencia 
El  triste  fué  metido. 
Después  de  algunos  dias  de  abstinencia. 
Al  fin,  ya  su  señor,  compadecido, 

Abre  con  sus  amigos  el  encierro  : 
Sale  rabo  entre  piernas,  agachado  ; 
Al  Amo  se  acercaba  el  pobre  Perro , 
Lamiéndose  el  hocico  ensangrentado. 

El  dueño  se  alborota  y  enfurece 
Con  tan  fatales  nuevas. 

Yo  le  preguntarla:  ¿Y  qué  merece 
Quien  la  v^irtud  expone  á  tales  pruebas? 


FÁBULA  XL 
LOS  DOS  CAZADORES. 

Que  en  una  marcial  función , 
O  cuando  el  caso  lo  pida, 
Arriesgue  un  hombre  su  vida, 
Digo  que  es  mucha  razón. 
Pero  el  que  por  diversión 
Exponer  su  vida  quiera 
A  jugu  te  de  una  fiera 
O  peligros  no  menores, 
Sepa  de  dos  Cazadores 
Una  historia  verdadera, 

Pedro  Ponce  el  valeroso 
y  Juan  Carranza  el  prudente 


Vieron  venir  frente  á  frente 
Al  lobo  más  horroroso. 
El  prudente,  temeroso, 
A  una  encina  se  abalanza, 
Y  cual  otro  Sancho  Panza, 
En  las  ramas  se  salvó. 
Pedro  Ponce  allí  murió. 
Imite m Oí  á  Carranza. 


FÁBULA  XII, 

EL   GATO  Y  EL  CAZADOR. 

Cierto  Gato,  en  poblado  descontento, 
Por  mejorar  sin  duda  su  destino 
(Que  no  seria  Gato  de  convento), 
Paso  de  ciudadano  á  campesino. 
Metióse  santamente 
Dentro  de  una  covacha ,  mas  no  lejos 
De  un  gran  soto  poblado  de  conejos. 
Considere  el  lector  piadosamente 
Si  el  novel  ermitaño 
Probaria  la  yerba  en  todo  el  año. 
Lo  mejf)r  de  la  caza  devoraba, 
Haciendo  mil  excesos ; 
Mas  al  fin,  por  el  rastro  que  dejaba 
De  plumas  y  de  huesos. 
Un  Cazador  lo  advierte  :  le  persigue; 
Arma  trampas  y  redes  con  tal  maña, 
Que  al  instante  consigue 
Atrapar  la  carnívora  alimaña. 
Llégase  el  Cazador  al  prisionero; 
Quiere  darle  la  muerte  ; 
El  animal  le  dice  :  «Caballero, 
Duélase  de  la  suerte 
De  un  triste  pobrecito, 
Metido  en  la  prisión,  y  sin  delito. — 
¿Sin  delito,  me  dices, 
Citando  sé  que  tus  uñas  y  tus  dientes 
Devoran  infinitos  inocentes? — 
Señor,  eran  conejos  y  perdices, 
Y  j'o  no  hacia  más,  á  fe  de  Gato, 
Que  lo  que  ustedes  hacen  en  el  plato. — 
Ea,  picaro,  muere; 
Que  tu  mala  razón  no  satisface.» 

Con  que  sea  la  cosa  que  se  fuere, 
¿La podrá  usted  hacer,  si  otro  la  hac$? 


FÁBULA  XIIL 
EL  PASTOR. 

Salido  usaba  tañer 
L?.  zampona  todo  el  año, 
Y  por  oírle  el  rebaño. 
Se  olvidaba  de  pacer. 

Mejor  sería  romper 
La  zampona  al  tal  Salício; 
Porque  si  causa  j/ei'Juicio, 
En  lugar  de  utilidad, 
La  mayor  h-abilidad. 
En  vez  de  virtud,  es  vicio. 


FÁBULA  XIV. 
EL  TORDO   FLAUTISTA. 

Era  un  gusto  el  oír,  era  un  encanto, 
A  un  Tordo  gran  flautista;  pero  tanto, 
Que  en  la  gaita  gallega, 
O  la  pasión  me  ciega, 
O  á  Mison  le  llevaba  mil  ventaja*. 
Cuando  todas  las  aves  se  hacen  rajas 
Saludando  á  la  aurora, 
Y  la  turba  confusa  chai'] adora 
La  canta  sin  compás  y  con  destreza 
Todo  cuanto  la  viene  á  la  cabeza, 
El  flautista  empezó  :  cesó  el  conci'vto. 
Los  pájaros  con  tanto  pico  abierto 
Oyeron  en  un  tuno  soberano 
Las  folias,  la  gaita  y  el  villano. 

Al  escuchar  las  aves  tales  cosas, 


FÁBULAS. 


891 


Quedaron  admiradas  y  envidiosas. 

Los  jilgueros,  preciados  de  cantores. 

Los  vanos  ruiseñores, 

Unos  y  otros  corridos , 

Callan,  entre  las  hojas  escondidos. 

Ufano  el  Tordo  prita  :  «  C'amaradas , 

Ni  saben  ni  sabrán  estas  tonadas 

Los  pájaros  ociosos, 

Sino  los  retirados  estudiosos. 

))  Sabed  que  con  un  hábil  zapatero 
Estudié  un  año  entero  : 
El  dale  que  le  das  á  sus  zapatos, 

Y  alternando,  silbábamos  á  ratos. 
En  fin,  viéndcmc  diestro, 

Vuela  al  campo,  me  dice  mi  maestro, 

Y  harás  ver  á  las  aves,  de  mi  parte, 
Lo  que  gana  el  ingenio  con  el  arte. » 


FÁBULA  XV. 

EL  EAPOSO   Y  EL  LOBO. 

Un  triste  Raposo 
Por  medio  del  llano 
Marchaba  sin  piernas, 
Cual  otro  soldado 
Que  perdió  las  suyas 
Allá  en  Campo  Santo. 
Un  Lobo  le  dijo  : 
«Hola,  buen  hermano. 
Diga,  ¿en  qué  refriega 
Quedó  tan  lisiado  ? — 
¡  Ay  de  m.í !  responde ; 
Un  maldito  rastro 
Me  llevó  á  una  tr.ampa , 
Donde  por  milagro. 
Dejando  una  pierna, 
Saii  con  trabajo. 
Después  de  algún  tiempo 
Iba  yo  cazando , 

Y  en  la  trampa  misma 
Dejé  pierna  y  rabo.» 
El  Lobo  le  dice  : 

«  Creíble  es  el  caso. 
Yo  estoy  tuerto,  cojo 

Y  desorejado 

Por  ciertos  mastines, 
Guardas  de  un  rebaño. 
Soy  de  estas  montañas 
El  Lobo  decano ; 

Y  como  conozco 

Las  mañas  de  entrambos, 
Temo  que  acabemos. 
No  digo  enmendados, 
Sino  tú  en  la  trampa , 

Y  yo  en  el  rebaño. » 

/  Qve  el  ciego  apetito 
Pueda  arrastrar  tanto! 
A  los  Vriitos  pase. 
¡Pero  á  los  humanos.'.,, 


FÁBULA  XVL 

EL  CIUDADANO   TASTOB. 

Cierto  joven  leia 
En  versos  excelentes 
Las  dulces  pastorelas 
Con  el  mayor  deleite. 
Tenía  la  cabeza 
Llena  de  prados,  fuentes, 
Pastores  y  zagalas. 
Zamponas  y  rabeles. 
Al  fin,  cierta  mañana 
Prorumpe  de  esta  suerte  : 
«¡Yo  he  de  estar  prisionero, 
Cercado  de  paredes , 
Esclavo  de  los  hombrea 
Y  sujeto  á  las  leyes, 
Pudiendo  entre  pastores 
Grata  y  sencillamente 
Disfrutar  desde  ahora 


La  libertad  campestre  I 
De  la  ciudad  al  bosque 
Me  marcho  para  siempre : 
Allí  naturaleza 
Me  brinda  con  sus  bienes, 
Los  árboles  y  rios 
Con  frutas  y  con  peces, 
Los  ganados  y  abejas 
( 'on  la  miel  y  la  leche ; 
Hasta  las  duras  rocas 
Habitación  me  ofrecen 
Kn  grutas  coronadas 
De  pámpanos  silvestres. 
Desde  tan  bella  estancia, 
;  Ckiántas  y  cuántas  veces, 
Al  son  de  dulces  nautas 

Y  sonoros  rabeles. 
Oiré  á  los  pastores 

Que  discretos  contienden. 
Publicando  en  sus  versos 
Amores  inocentes? 
Como  que  ja,  diviso 
Entre  el  ramaje  verde 
A  la  )iast<)ra  Nise, 
Que  al  lado  de  una  fuente, 
Sentada  al  pié  de  un  olmo. 
Una  guirnalda  teje. 
¿Si  s'jrá  para  Mopso?...» 

Tanto  el  joven  enciende 
Su  loca  fantasía, 
Que  ya  en  fin  se  resuelve, 

Y  en  zagal  disfrazado, 
En  los  bosípics  se  mete. 
A  un  rabadán  encuentra, 

Y  le  pregunta  alegre  : 
«  Di  me,  ¿  es  de  Melibeo 
Ene  ga nado  '/ —  M  iente, 
Que  es  mío  :  y  sobre  todo , 
Sea  de  quien  se  fuere. » 

No  respondió  el  buen  hombre 
Muy  poéticamente. 
El  joven  ,  temeroso 
De  que  tal  yaz  le  diese 
Con  el  fiero  garrote 
Que  por  cayado  tiene, 
Sin  ehi.star  más  palabra. 
Huyó  bonitamente. 
Marchaba  pensativo. 
Cuando  quiso  la  suerte 
Que  cogiendo  bellotas 
A  la  pastora  viese. 
« ¡  Oh  Nise  fementida ! 
Exclama;  ¡  cuántas  veces, 
Siendo  niña,  querías 
Que  yo  te  recogiese 
La  fruta  con  rucio 
De  mis  manzanos  verdes  I» 
Diciendo  así,  se  acerca, 
lia  moza  se  revuelve, 

Y  dándole  un  bufido, 
En  las  breñas  se  mete. 
Sorprendido  el  mancebo, 
Dice  :  « i  Qué  me  sucede? 
¿Son  éstos  los  pastores 
Discretos,  inocentes, 
Que  pintan  los  poetas 
Tan  delicadamente? 

A  nuevos  desengaños 
Ya  no  quiero  exponerme.» 
Rendido,  caviloso, 
A  la  ciudad  se  vuelve. 

Yo  siento  á  par  del  alma 
Que  no  se  detuviese 
A  disfrutar  un  pocf) 
De  la  vida  campestre. 
Por  mi  fe,  que  l.is  migas, 
El  ]iastnril  albergue, 
Kl  rigor  del  verano. 
Los  hielos  y  las  nieves, 
Le  hubieran  persuadid» 
Mucho  más  vivamente 

Que  et  un  solemne  loco 


S92 


DON  FÉLIX  MARÍA  SAMANIEGO. 


Todo  aquel  que  creyere 

Hallar  en  la  experiencia 

Cuanto  el  hombre  nos  pinta  por  deleite. 


FÁBULA  XVIL 
EL  LADBON. 

Por  catar  una  colmena 
Cierto  goloso  Ladrón , 
Del  venenoso  aguijón 
Tuvo  que  sufrir  la  pena. 

«La  miel,  dice ,  está  muy  buena  : 
Es  un  bocado  exquisito ; 
Por  el  aguijón  maldito 
No  volveré  al  colmenar. » 

¡Lo  que  tiene  el  encontrar 
La  pena  tras  el  delito/ 

FÁBULA  XVIIl. 
EL  JOVEN  FILÓSOFO  Y  SUS  C0MPAÍÍER03, 

Un  Joven ,  educado 
Con  el  mayor  cuidado 
Por  un  viejo  Filósofo  profundo, 
Salió  por  fin  á  visitar  el  mundo. 
Concurrió  cierto  dia, 
Entre  civil  y  alegre  compañía, 
A  una  mesa  abundante  y  primorosa. 
«]  Espectáculo  horrendo  I  ¡  fiera  cosa! 
1  La  mesa  de  cadáveres  cubierta 
A  la  vista  del  hombre  !...  ]Y  éste  acierta 
A  comer  los  despojos  de  la  muerte  1 » 
El  Joven  declamaba  de  esta  suerte. 

Al  son  de  filosóficas  razones, 
Devorando  perdices  y  j^ichones , 
Le  responden  algunos  concurrentes  : 
(( Si  usted  ha  de  vivir  entre  las  gentes, 
Deberá  hacerse  á  todo. » 
Con  un  gracioso  modo, 
Alabando  el  bocado  de  exquisito , 
Le  presentan  un  gordo  pajarito, 
«Cuanto  usted  ha  exclamado  será  cierto; 
Mas,  en  fin,  le  decian,  ya  está  muerto. 
Pruébelo  por  su  vida...  Considere 
Que  otro  le  comerá ,  si  no  le  quiere. » 

La  ocasión,  las  palabras,  el  ejemplo, 

Y  según  yo  contemplo, 
Yo  no  sé  qué  olorcillo 

Que  exhalaba  el  caliente  pajarillo  , 

Al  Joven  persuadieron  de  manera. 

Que  al  fin  se  lo  comió,  «i  Quién  lo  dijera  1 

1  Haber  yo  devorado  un  inocente  ! » 

Así  clamaba,  pero  friamente. 

Lo  cierto  es  que ,  llevado  de  aquel  cebo, 

Con  más  facilidad  cayó  de  nuevo. 

La  ocasión  se  repite 

De  uno  en  otro  convite, 

Y  de  una  codorniz  á  una  becada, 
Llegó  el  Joven,  al  fin  de  la  jornada, 
Olvidando  sus  máximas  primeras , 
A  ser  devorador  como  las  fieras. 

De  esta  suerte  Ins  vicios  se  insi7man, 
Crecen ,  se  perpetúan 
Dentro  del  coraxon  de  los  humanos, 
Hasta  ser  sus  señores  y  tiranos. 
Pues  jqué  remedio?...  Incatitos  jovenoitos , 
Cuenta  con  los  primeros  pajaritos. 


EL  ELEFANTE, 


FÁBULA  XIX. 

EL  TORO,   EL  ASNO 
ANIMALES, 


Y  LOS  DEMÁS 


Los  mansos  y  los  fieros  animales, 
A  que  se  remediasen  ciertos  males 
Desde  los  bosques  llegan, 
Y  en  la  rasa  campaña  se  congregan. 
Desde  la  más  pelada  y  alta  roca 
Un  Asno  trompetero  los  convoca. 


El  concurso  ya  junto. 

Instruido  también  en  el  asunto 

(  Pues  á  todos  por  Júpiter  previno 

Con  cédula  ante  diem  el  pollino), 

Imponiendo  silencio  el  Elefante, 

Así  dijo  :  <(  Señores ,  es  constante 

En  todo  el  vasto  mundo 

Que  yo  soy  en  lo  fuerte  sin  segundo : 

Los  árboles  arranco  con  la  mano  (1), 

Venzo  al  león  ,  y  es  llano 

Que  un  golpe  de  m  i  cuerpo  en  la  muralla 

Abre  sin  duda  brecha.  A  la  batalla 

Llevo  todo  un  castillo  guarnecido  ; 

En  la  paz  y  en  la  guerra  soy  tenido 

Por  un  bruto  invencible , 

No  sólo  por  mi  fuerza  irresistible. 

Por  mi  gordo  coleto  y  gi-ave  masa. 

Que  hace  temblar  la  tierra  donde  pasa. 

))Mas,  señores,  con  todo  lo  que  cuento, 
Sólo  de  vegetales  me  alimento, 

Y  como  á  nadie  daño ,  soy  querido , 
Mucho  más  respetado  que  temido. 
Aprended,  pues,  de  mí,  crueles  fieras, 
Las  que  hacéis  profesión  de  carniceras, 

Y  no  hagáis  por  comer  atroces  muertes, 
Puesto  que  no  seréis,  ni  menos  fuertes, 
Ni  menos  respetadas. 

Sino  muy  estimadas 

De  grandes  y  pequeños  animales, 

Viviendo,  como  yo,  de  vegetales. — 

Gran  pensamiento,  dicen,  gran  discurso»; 

Y  nadie  se  le  opone  del  concurso. 
Haliló  después  un  Toro  de  Jarama  ; 

Escarba  el  polvo,  cabecea,  brama. 
«Vengan,  dice,  los  lobos  y  los  osos, 
Si  son  tan  poderosos, 

Y  en  el  circo  verán  con  qué  donaire 
Los  haré  que  volteen  por  el  aire. 

¡  Que  i  i  son  menos  gallardos  y  valientes 
Mis  cuernos  que  sus  garras  y  sus  dientes? 
Pues  ;,  por  qué  los  villanos  carniceros 
Han  de  comer  mis  vacas  y  terneros? 

Y  si  no  se  contentan 

Con  las  hojas  y  yerbas,  que  alimentan 

En  los  bosques  y  prados 

A  los  más  generosos  y  esforzados. 

Que  muerdan  de  mis  cuernos  al  instante, 

U  si  no,  de  la  trompa  al  Elefante. » 

La  asamblea  aprobó  cuanto  decia 

El  Toro  con  razón  y  valentía. 

Seguíase  á  los  dos  en  el  asiento. 
Por  falta  de  buen  orden ,  el  Jumento , 

Y  con  rubor  expuso  sus  razones. 

«Los  milanos,  prorumpe,  y  los  halcones 
(No  ofendo  á  los  presentes,  ni  quisiera). 
Sin  esperar  tampoco  á  que  me  muera, 
Hallan  para  sus  uñas  y  su  pico 
Estuche  entre  los  lomos  del  borrico. 
Ellos  querrán  ahora,  como  bobos, 
Comer  la  yerba  á  los  señores  lobos. 
Nada  menos :  aprendan  los  malditos 
De  los  chochas,  perdices  ó  chorlitos. 
Que,  sin  hacer  á  los  jumentos  guerra, 
Envainan  sus  picotes  en  la  tierra; 

Y  viva  todo  el  mundo  santamente. 
Sin  picar  ni  morder  en  lo  viviente. — 
Necedad,  disparate,  impertinencia, 
Gritaba  aquí  y  allí  la  concurrencia. — 
Haya  silencio ,  claman ,  haya  modo. » 
Alborótase  todo : 

Crece  la  confusión ,  la  grita  crece; 
Por  más  que  el  Elefante  se  enfurece, 
Se  deshizo  en  desorden  la  asamblea. 
Adiós,  gran  pensamiento  ;  adiós,  idea. 

Señores  animales,  yo  pregunto : 
¿  Habló  el  As»o  tan  mal  en  el  asunto? 
¿  Discurrieron  tal  vez  con  más  acierto 
Él  Elefante  y  Toro?  No  por  cierto. 


(í)  Buffon,  en  la  Historia  natural^  artículo  del  Elefante,  llama 
asi  i\  la  trompa  de  este  animal. 


COMPOSICIONES  VARIAS. 

Pues  ¿por  qné  solamente  al  buen  Pollino 
Le  gritan  disparate,  desatino? 
Porque  nadie  en  razones  se  jjaraia. 
Sino  en  la  calidad  de  quien  hallaba. 
Pues,  amigo  Elefante,  no  te  asombres. 
Por  la  misma  razón  entre  los  hombrea 
Se  desprecia  una  idea  ventajosa. 
/  Qué  pr'éocujpacion  tan  peligrosa  ! 


393 


poesías  varias. 


Se  conservaban  inéditas,  en  su  mayor  parte,  entre  los  papeles 
del  sefior  don  Martin  Fernandez  de  Navarrcte,  amigo  y  paisano  de 
Samanieco;  papeles  que  vinieron  ;i  parar  á  manos  ile  nuesiro  ma- 
logrado amiKO  el  señor  don  Eustaquio  Fernandez  de  Navarreie, 
nieto  de  aquel  ilustre  escritor. 

RIDÍCULO  RETRATO 

DE  UN  RIDÍCULO  SEÑOR  (1). 


Ahí  va,  que  quieras  ó  no, 
Mi  retrato  ,  y  claro  está 
Que  no  lo  conocerá 
La  madre  que  lo  parió  : 
Está  más  feo  que  yo, 
Más  raro,  más  singular; 
Y  si  gustas  de  mirar 
Su  figura  atentamente, 
Aprende  primeramente 
A  signar  y  santiguar. 

Según  probable  opinión. 
Soy  en  el  ingenio  zorra. 
En  parlería  cotorra. 
En  el  tamaño  gorrión. 
En  la  viveza  ratón , 
y  aunque  de  todo  blasone, 
Siempre  en  duda  se  me  pone 
Qué  especie  de  cosa  soj'; 
y,  por  esta  duda,  estoy 
Casado  suh  eondltionc. 

Mi  cara,  si  se  examina, 
Verá  el  curioso  en  un  año 
Que  es  paje  del  Gran  Tacaño, 
Anuncio  de  hambre  canina  : 
Ni  bien  es  cara  ni  esquina; 
Sólo,  sí,  es  cosa  tan  rara, 
Que  á  todo  el  que  la  repara, 
A  tal  risa  le  provoca. 
Que  para  tomarla  en  boca 
No  sé  cómo  tengo  cara. 

Si  con  maña  monos  cuerda 
Mis  cabellos  has  mirado , 
Creerás  por  mal  de  mi  grado 
Que  soy  animal  de  cerda ; 
No  receles  que  se  pierda 
Tu  gusto,  si  gustas  de  ellos ; 
Son  fuertes,  aunque  no  bellos , 
y  así  tu  vida  estuviera 
Más  segura  si  pendiera 
De  alguno  de  mis  cabellos. 

Lóbrega,  oscura  y  fatal 
Forma  tal  noche  mi  frente, 
Que  á  tientas  tan  solamente 
Encuentro  el  por  la  señal: 
Es  ella  tan  fea  y  tal, 
Que  me  inquieta,  que  me  irrita; 
Negra,  arrugada,  chiquita. 
Siempre  de  mal  en  peor, 
Sin  poderla  hacer  mejor 
A  fuerza,  de  agua  bendita. 


(1)  Habiéndole  diclio  una  gran  sei5ora,  en  Madrid,  que  quería  te- 
ner so  retrato,  le  envió  al  poco  tiempo  estas  décimas ;  por  ellas  se 
puede  formar  una  idea  de  la  Ugura  del  autor,  que,  aunque  con  exa- 
geración, pinta  sin  falsedad  sus  defectos  y  cualidades  físicas. 

(Esta  nota  y  las  siguientes,  relativas  á  los  versos  de  Samameco, 
ton  del  señor  don  Eustaquio  Fernandez  de  Navarrele.) 


Permíteme  que  me  queje 
Que  siendo  mis  ojos  bellos, 
No  gustos,  Marica,  de  tilos, 
Por  más  que  yo  me  dcscejc  : 
Son  de  mi  hermosura  el  eje. 
Son  de  Cupido  dos  grillos, 
y  son  dos  medios  anillos 
De  brillantes,  cual  se  ve  ; 
Mas  nada  sirve,  ¡jorque 
Nadie  repara  en  pelillos. 

Mis  narices  sun  mejores 
Que  las  cchizas  (2)  de  palo, 

Y  si  algo  tienen  de  malo. 
Es  el  meterse  á  mayores  ; 
Mi  cara  con  mil  colores 

Se  avergüenza  cu  su  presencia, 
y  h)iye  con  tal  persistencia, 
Que  la  deja  sin  cimientos , 

Y  como  soi)len  los  vientos. 
No  es  obra  de  ]icrmanencia. 

Mi  boca  es  buena,  y  así 
No  digo  niií.-i ;  punto  en  boca, 
Que  á  mi  boca  no  le  toca 
El  decir  bienes  de  sí : 
Mírala  muy  bien ,  y  di 
Sus  elogios  al  instante  ; 
Di  que  no  hay  á  quien  no  encante 
Por  lo  pulida  y  graciosa. 
Pues  no  le  falta  otra  cosa 
Sino  un  dedo  por  delante. 

Mis  negras  barbas  infiero 
Qué  tales  que  serán  ellas. 
Que  sólo  por  no  tendías 
Estoy  pagando  dinero ; 
Mas  me  consuela  un  barbero 
Que  se  llama  .Iiian  Antonio, 
Asegurando  el  bolonio 
Que  ellas  dicen  que  soj'  hombre; 
Mas,  por  vida  do  mi  nombre. 
Que  es  un  falso  testimonio  (3). 

Mi  cuerpo  por  todas  caras 
Pigmea  talla  promete, 

Y  por  eso  no  se  mete 

En  camisa  de  once  varas ; 
De  esta  falta  que  reparas 
Bien  se  supo  aprovechar 
Mi  mujer,  cjue  ))or  ahorrar. 
Cuando  murió  don  Canuto  (4), 
Me  hizo  un  vestido  de  luto 
Del  tafetán  de  un  lunar. 

Decentes  mis  pies  están 
En  todo  tiempo  aliñados. 
Pues  descalzos  ó  calzados. 
Son  siempre  de  cordobán ; 
Los  puntos  que  calzarán 
Considera  por  tu  vida. 
Pues  por  cosa  reducida 

Y  de  tan  poco  aparato , 
La  horma  de  mi  zapato 
Es  el  pié  de  la  medida  (5), 


Á  UNOS  AMIGOS  PREGUNTONES  (6), 

DÉCIMAS. 

Para  darme  en  qué  entender, 
Ofrecéis  á  mi  elección 
Tres  bellas  cosas,  que  son 
Sueño,  dinero  ó  mujer. 


(2)  Especie  de  trompo  con  que  juegan  los  muchachos. 

(3)  Alusión  graciosa  i  llevar  muchos  ailos  de  casado  y  no  t«ner 
sucesión. 

(1)  iJon  Canuto,  un  lio  del  autor,  llamado  asi.  Ademas  de  la  exa- 
geración graciosa  de  la  pequeilez  de  su  estatura,  alude  en  esta  es- 
trofa ala  tarafieria  de  su  mujer,  que,  según  noticias,  era  de  sobra 
económica  v  guardi'dora. 

(oi  Habla  del  pié  pequeño  en  que  regularmente  termina  la  medi- 
da de  los  zapateros. 

i6i  Habiéndole  dicho  unos  amigos  al  autor  qué  es  lo  nue  prefería 
entre  sueño,  mujer  ó  dinero,  por  queJar^e  de  que  andaba  desvela- 
do, les  (.oaleslócon  estas  décimas.  Las  publicamos  para  demoi- 


304 


DON  FÉLIX  MARÍA  SAMANIEGO. 


Oid,  pues,  mi  parecer 
En  este  ejemplillo  suelto  : 
Su  madre  á  un  niño  resuelto 
Ropa  ó  huevo  le  ofreció, 

Y  el  niño  le  respondió : 
Madre,  yo...  todo  revuelto. 

Mas  si  acaso  os  empeñáis 
En  que  de  las  tres  escoja, 
La  dificultad  es  floja  : 
A  verlo  al  momento  vais; 
Espero  no  me  tengáis 
Por  grosero,  si  A  decir 
Me  preparo,  por  cumplir. 
La  verdad  sin  fingimientos  ; 
Que  dicen  los  mandamientos 
El  octavo,  no  mentir. 

No  será  de  mi  elección 
La  mujer...  porque  yo  sé 
Que  es  ella  de  modo...  que... 
Los  hombres...  pero  ¡chiton! 
Le  tengo  veneración ; 

Y  por  mí  no  han  do  saber 
Que  para  mejor  perder 

El  diablo  á  Jub  su  virtud, 
Le  quitó  hijos  y  salud, 

Y  le  dejó  la  mujer. 
Sueñi5  sólo  he  de  querer 

El  preciso  á  mi  persona, 
Porcjue  á  veces  la  abandona 
Cuando  más  lo  ha  menester. 
Cosa  es  que  no  puedo  ver ; 
De  todo  forma  una  queja; 
Por  una  pulga  me  deja ; 
8e  va,  y  el  por  quó  no  sé; 

Y  me  enfada  tanto,  que 
Lo  teng->  entre  ceja  y  ceja. 

¡Oh  dinero,  sin  segundo. 
Resorte  de  tal  i)ortento. 
Que  pones  en  movimiento 
Esta  máquina  del  mundo  ! 
Por  tí  surca  el  mar  profundo 
En  un  palo  el  marinero. 
Por  tí  el  valiente  guerrero 
Busca  el  peligro  mayor... 
Pues,  pese  al  de  Fuenmayor, 
Yo  te  prefiero,  dinero. 


NUEVA  HELACIOíí  Y  CURIOSO  ROMANCE  DEL  CASO 
MÁS  RAUO  Y  PRODIGIOSO  QUE  HA  SUCEDIDO  DON- 
DE Y  COMO  VERÁ  EL  CURIOSO  LECTOR  EN  LA  SI- 
GUIENTE DESESPERADA 

JÁCARA    (1). 

Santo  Cristo  de  la  luz. 
Señor  de  ciclos  y  tierra. 
Dad  espíritu  á  mi  voz, 
Desatad  mi  torpe  lengua, 
Para  que  jmeda  cantar 
Al  sijn  de  las  cinco  cuerdas 
De  la  barberil  guitarra. 
No  las  sabidas  proezas 
Del  valiente  Pedro  Ponce 
Y  el  guapo  Francisco  Esteban  ; 
No  los  trágicos  sucesos 
De  nuestra  presente  guerra. 
Los  de  Oreilers  en  Ja  Mancha, 


frar  en  lo  que  se  habría  quoiiado  SAM\NiEr,o  si  el  eminente  Conde 
rie  l'cnadorida  no  le  liubicia  hcrho  emprender  sus  fábulas.  El  co- 
filcrismo.que  habla  dominado  sin  rompetencla  en  la  jirimera  mitad 
del  sijjlo  xvm,  aun  leiiia  muchos  parlldarlos  en  la  scsunda,  y  para 
hombres  del  ingenio  a^udo  de  Samanikgo  era  un  medio  cómodü  de 
iQCirsernn  poco  trabajo.  Kl  vul(,'0,  y  paia  el  presente  caso  com- 
prende esta  denominación  á  muchos  doctores,  cargados  de  leyes, 
cinnnes  y  teología,  admiraba,  como  mejor  ¡locla  al  (|ue  ensaríaba 
una  décima  con  pié  forzado,  que  al  cantor  de  hsliuinas  de  Ilativa. 
(1)  l'asada  la  oportunidad,  y  desconocidas  para  nosotros  las  per- 
sonas y  alusiones,  ha  perdido  su  principal  gracia  este  romance, 
que  en  su  tiempo  debió  hacer  reír  á  los  bilbaínos.  I^o  imprimimos, 
no  obstante,  porque  nos  da  á  conocer  algunas  costumbres  vascon- 
ladas. 


Ni  tampoco  la  refriega 
De  Lángara  con  Rodney, 
Ni  las  batallas  sangrientas 
De  la  escuadra  combinada 
En  Brest,  devorando  mesas  (2); 
Que  aun  estos  horrendos  casos 
Son  como  niños  de  teta, 
Si  se  comparan  con  este 
Que  contaré,  si  me  presta 
Cada  cual  de  mi  auditorio 
Como  dos  cuartas  de  orejas. 

En  la  villa  de  Bilbao, 
En  la  hermosa  primavera , 
Dia  diez  y  ocho  de  Abril 
De  setecientos  ochenta. 
Estando  en  Aries  el  sol, 

Y  en  Libra  la  luna  llena, 
Amaneció...  pero  ¿cómo?... 
¡Cosa  rara!  ¡Cosa  nueva! 
Por  el  balcón  del  Oriente 
Febo  asomó  la  cabeza, 
Llenando  de  resplandor 
Jardines,  casas  y  selvas. 
Saludáronle  las  aves  ; 
Respondiendo  á  Filomena 
Mirlas,  calandrias,  jilgueros 
Con  sus  dulces  cantinelas. 
Reíanse  los  arroyos, 

Que  entre  las  guijas  resuenan, 
Acompañando  á  las  aves, 
Como  Gurillon  pudiera ; 
Dos  mil  flores  sus  perfumes 
Al  templado  ambiente  entregan, 
Para  que  así  el  blando  viento 
A  Céres  su  incienso  ofrezca. 
Estaba  pues  la  mañana, 
Dejémonos  de  parleta ; 
Estaba  pues  la  mañana , 
Una  mañana  de  perlas  (3), 
Cuando  de  repente  el  cielo, 
Cubierto  de  nubes  densas , 
Vistiendo  de  luto  al  sol. 
En  triste  llanto  se  anega. 
Lloraba  á  moco  tendido 
Cada  signo,  cada  estrella, 

Y  hasta  las  siete  cabrillas 
Se  llamaban  Magdalenas. 
Esta  lúgubre  mudanza 

No  la  extrañará  quien  sepa 
Que  en  esta  misma  mañana... 
|Dio.ses,  dad  voz  á  mi  lengua ! 
Siendo  los  cielos  testigos 
De  tan  horrorosa  escena... 
Entre  las  siete  y  las  ocho... 
Se  fueron...  dunas  aquéllas. 
No  se  fueron  para  mí , 
Pues  para  mí  no  son  ellas; 
Que  se  fueron  para  cuantos 
Obsequiosos  las  rodean. 
Lloren  ellos  con  los  cielor 
Tal  partida,  tal  ausencia, 

Y  maldigan  á  Zumaya  (4), 
Castillo  do  las  bellezas 
Van  á  vivir  encantadas, 
Hasta  que  haya  quien  por  ellas 
Haciendo  de  don  Quijote. 

A  azotes  y  volteretas 
Desencante  á  su  señora, 

Y  á  nuestro  país  la  vuelva. 
Entre  tanto  veo  j'^o 

Algunos  que  se  pasean 

Sin  más  vida,  sin  más  alma, 

Que  aquel  muñeco  ó  muñeca 

(2)  Alusión  satírica  á  la  larp;;i  estancia  de  la  escuadra  combina- 
da española  y  francesa  rn  Brest,  sin  emprender  ninguna  facción 
de  Ruerra;  lo  i|ue  dio  mucho  que  hablar  en  aquel  tiempo. 

(."))  De  dos  copias  de  este  romance  que  tenemos  á  la  vista,  en  la 
una  faltan  estos  cuatro  últimos  v  rsos. 

(4i  En  la  villa  de  Zumaya  posee  la  familia  de  Mazarredo  una 
casa;  y  por  aqui  el  lector  que  sea  de  las  montañas  vascongadas 
podrí  veuir  ca  conocimiento  de  quiénes  eran  las  seüoras. 


COMPOSICIONES  VARIAS 

Que  da  vueltas  en  un  cuarto 
Después  que  le  dieron  cuerda. 
Sé  también  quien,  al  oir 
Que  cayó  la  más  ligera , 
Por  pedir  un  vaso  de  agua, 
Dijo,  aturdido,  á  su  dueña: 
«Dame  un  vaso  de  Isabel, 
Porque  me  muero  de  pena.» 
Estos  horrendos  estragos, 
y  otros  mil  que  no  se  cuentan, 
Aun  no  habrían  sucedido 
Si  no  fuera...  si  no  fuera... 
(l  Ay,  cielos!  ¿si  lo  diré? 
1  Muda  se  queda  la  lengua !) 
Porque  se  pasaba  el  tiempo 
A  los  pavos  y  terneras, 
A  conejos  y  perdices 

Y  á  la  delicada  pesca, 

Y  aun  á  los  duros  capones, 
Salvo  el  novio,  que  protesta 
Que  esperarla  gustoso, 
Por  más  que  todo  se  pierda. 
Del  médico  desahuciado 
Estaba  un  hombre  en  la  aldea ; 
Previnieron  el  entierro 

Y  las  funciones  de  mesa. 
Porque  el  casarse  y  morirse 
Todo  es  uno  en  esta  tierra  (1). 
Púsose  el  enfermo  sano  ; 

Y  la  familia  reniega 
Del  diablo  de  la  salud. 
Que  tal  petardo  les  pega ; 
Que  un  hombre  debe  morirse, 
Si  está  la  provisión  hecha. 
¿No  es  mayor  inconveniente 
Que  la  novia  se  les  muera, 
Que  se  moje  la  Isabel, 
Que  sus  cortejos  perezcan, 
Que  el  que  se  pudran  los  pavos 

Y  se  pase  la  ternera  ? 
Pues  ¡qué!  ¿no  se  halla  un  carnero 
En  la  más  mísera  aldea? 


395 


Pues  eso  basta;  que  el  resto 
Todo  es  una  friolera. 

Así  claman  los  amantes. 
Heridos  de  aguda  ausencia; 
Así  gritan  por  las  calles 
Con  mil  voces  lastimeras : 
Uno  maldice  á  Cupido, 
Otro  de  Venus  reniega; 
Aquél,  por  no  sentir  males, 
Dicen  que  á  Baco  se  entrega; 
Hay  quien  se  va  con  Diana, 
Y  en  los  bosques  se  alimenta, 
Llenándose  de  bellota, 
Para  convertirse  en  bestia. 
Todos  buscan  y  no  hallan 
Remedio  para  su  pena , 


(1)  En  las  provincias  Vasconsfadas  existe  la  costumbre  de  que 
acudan  todos  los  parientes  y  amigos  á  las  honras  en  casa  del  di- 
funto. En  las  aldeas  y  caseríos  esto  es  muy  caro,  porque  se  tiene 
que  disponer  comida  para  un  numeroso  gentío,  y  como  es  preciso 
llevarlos  comestibles  de  fuera,  hay  (|ue  prevenirse  de  antemano. 
Por  lo  regular,  luego  que  al  enfermo  se  le  da  la  unción  comien- 
zan á  hacerse  las  provisiones,  entre  las  que  no  falta  uii  pellejo  ó 
pellejos  de  buen  vino  riojano  rt  navarro  que  les  cuesta  un  sentido. 
Asi,  pues,  un  entierro  trae  el  mismo  dispendio  y  tríifago  que  una 
boda.  Económicamente  hablando,  es  un  chasco  que  \\n  enfermo  cu- 
re después  de  hechas  las  provisiones;  por(i;ie  unas  honras  que 
llevan  esta  coleta  arruinan  a  una  pobre  familia,  y  es  una  triste  gra- 
cia que  el  gasto  se  haga  dos  veces.  El  gran  Conde  de  Peñadnrida, 
que  siempre  atendií)  á  cuanto  podia  ser  lilil  á  su  pa's,  quiso  abolir 
una  práctica  que,  sin  beneliciar  al  difunto,  puesto  que  no  es  sufra- 
gio, arruinaba  á  los  vivos;  y  como  tenia  <|ue  luchar  con  la  preocu- 
pación y  hasta  con  la  vanidad,  apeló  al  ejemplo.  F'ersuadio  á  su 
madre  que  mand;ira  en  su  testamento  se  la  enterrase  de  pobre  y 
sin  honras,  con  animo  de  cumplirlo.  Esto  ocasionfi  un  pleito  con 
el  cabildo  de  Azcoitia.que  el  Conde  gane').  Desde  entonces,  por 
deferencia  al  Conde  y  por  su  propia  ventaja  ,  mandaron  otros  que 
se  les  enterrase  del  mismo  modo,  y  su  ejemplo  cundió  á  los  case- 
ríos, aunque  no  todo  lo  que  conviniera  al  interés  de  los  mismos 
caseros.  Los  vizcaínos  todavía  gustan  de  arruinarse  en  los  en- 
tierros. 


Y  entre  todos  hay  alguno 
Que  al  dios  Apolo  se  llega, 

Y  en  el  coro  de  las  Musas 
Canta  tal  como  pudiera 
El  más  destemplado  grajo 
Entre  dulces  filomenas. 
Cante,  pues,  éste  mi  copla; 
Diga  de  su  voz  mi  letra; 
Que  yo  quedaré  contento 
Con  ([ue  llegue  á  la.s  orejas 
De  las  ausentes  señoras, 

Y  se  queden  ó  se  vengan; 
Que  entretanto  escribiré 
Lo  que  pasare  en  la  aldea  (2), 

Y  será  segunda  parte 
De  mi  copla  jacarera. 


EPIGRAMAS. 

i.  iniARTE  (3). 

Tus  obras.  Tomas,  no  son 
Ni  buscadas  ni  leídas, 
Ni  tendrán  estimación 
Aunque  sean  prohibidas 
Por  la  santa  Inquisición. 


Qu  janse  Horacio  y  Virgilio  de  la  insípida  traducción  con  qne  don 
Tomas  los  puso  en  parodia  ,  para  darlos  á  conocer  i  los  espa- 
ñoles. 

Grandes  alaridos  dan 
Horacio  y  el  buen  Virgilio; 
Del  sumo  Jove  el  auxilio 
Los  dos  imjjlurando  están. 

«¡Júpiter!  ¿do  están  tus  rayos? 
/Cómo  permites  que  Triarte, 
Traduciéndonos  sin  arte. 
Nos  ponga  en  disfraz  de  payos?» 


COPLAS   PARA   TOCARSE   AL   VIOLIN   (4),   k  GUISA   DE 
TONADILLA. 

Cantar  la  Música  Iriarte 
Se  propuso  en  un  poema; 

Y  en  lugar  de  sinfonía, 
Tocó  hx  gaita  gallega; 

Las  maravillas  de  a(¡mi  arte  canto...  (5) 
¡Dios  guarde,  oh  muñeira,  tu  gracia,  tu  encantol 
De  Juan  de  Mena  llegó 

A  la  berroqueña  oreja 

Aquel  estupendo  verso 

Con  que  el  poema  comienza, 
Y  dijo,  asustado  :  «¿Qué  música  es  ésta7x 
Jamas  otra  tal  me  romjñó  la  mollera. 

(2)  Los  bilbaínos  llaman  aldea  ñ  lodo  lo  que  no  es  Bilbao.  Zn- 
Jiaya,  uno  de  los  diez  y  ocho  pueblos  que  tienen  el  privilegio  de  que 
la  provincia  delluipdzcoa  celebre  las  juntas  en  su  recinto,  es  una 
linda  villa  marítima.  Hoy  la  ha  enriquecido  la  industria  y  trálicode 
la  cal  hidr.iulica,  que  se  elabora  en  su  jurisdicción  de  superior  cali- 
dad; peí  o  ya  desde  antiguo  era  notable.  Valbuena,  en  su  poema  del 
Bernardo,  al  hacer  una  descripción  gpiigr:ilica  de  España  ,  recuer- 
da á  Zumaya,  hablando  del  rio  I' rola,  en  estos  versos: 
«Las  peñas  de  Motrico,  que  en  su  seno 

la  mar  le  cubre  y  le  descubre  en  vano, 

Sirven  al  rio  de  mojón  y  raya... 

Y  éstas  son  las  mimbreras  de  Zumaya.» 
Zumaya,  en  vascuence,  parece  que  significa  juncal. 

|5)  Esta  quintilla,  que  por  sí  sola  es  un  salado  epigrama,  for- 
maba paite  de  varias  que  el  autor  imprimió  len  Itayona  ,  á  loque 
se  cree)  juntamente  con  otras  composiciones  burifscas  sobre  los 
Iriartes,  y  que  éstos  se  dieron  lal  maña  ;i  recoger,  que  no  hemos 
logrado  ver  un  ejemplar. 

(t)  Iriarte  pasaba  por  excelente  violinista. 

(.">)  Este  verso,  i|ue  en  verdad  carece  de  medida  ,  es  el  primero 
del  l'urma  de  la  Musirá  Ciirntase,  v  (Juintana  nos  conservó  la  no- 
ticia ,  que  Muerta  ,  reconciliado  con  iriarte  y  convidado  por  él  i  una 
Irctura  del  poema,  le  preguntó  por  dos  veces  si  aquel  verso  estaba 
bien ,  y  romo  viese  que  el  autor  insistía  en  (|ue  no  necesitaba  cor- 
eccion,  escapó,  dejando  con  la  boca  abierta  á  la  concurrencia. 
S»MAMEr.o,  a  rpiien  no  creemos  capaz  de  hacer  otro  tanto,  tomó 
por  su  cuenta  burlarse  del  verso  que  Iriarte,  acaso  por  un  exceso 
de  amor  propio,  se  cmpeüó  en  sostener. 


306 


Ni  destemplados  clarines, 
Ni  la  zampona  perversa, 
Ni  en  vil  mercado  el  molesto 
Gruñente  animal  de  cerda, 
Que  hasta  los  perros  y  gatos  ahuyentan, 
Tan  desapacible  hirió  mis  potencias. 

¡Señor  Iriarte,  ó  don  diablol 
Si  más  estilo  y  cadencia 
No  dais  al  verso,  dejad 
Vuestra  profesión  coplera, 
O  al  versificar,  ved  antes  si  os  presta 
El  Asno  erudito  (1)  sus  tiesas  orejas. 


DON  FÉLEC  MARÍA  SAMANIEGO. 

EL  SOMBRERERO  (3). 


EL  PASTOR  MÚSICO. 

FÍ.BULA. 

En  los  campos  de  Arcadia 

El  pastor  Melibeo 

Sacaba  diariamente 
Primores  rail  del  rústico  instrumento. 

Jamas  tales  canciones 

Repitieron  los  ecos; 

Porque  no  era  muy  fácil 
Naciese  al  mundo  tañedor  más  diestro. 

Pastores  y  zagalas, 

Llamados  de  su  acento, 

En  bailes  y  retozos 
Pasaban  á  su  lado  alegre  el  tiempo. 

Y  en  tanto  los  ganados 
^  Por  los  vecinos  cerros 

'  Se  exponen,  descarriados, 
Al  carnívoro  lobo  y  otros  riesgos. 
Hoy  faltan  tres  ovejas. 
Mañana  seis  corderos; 

Y  al  ver  pérdidas  tantas , 
Todos  maldicen  al  pastor  funesto. 

Los  viejos  reunidos 

Tomaron  el  acuerdo 

De  arrojarle  al  instante, 
Como  perjudicial,  lejos  del  pueblo. 

Escuchó  la  sentencia 

Con  un  dísden  soberbio, 

Teniéndola  el  pedante 
Por  un  agravio  á  sus  talentos  hecho, 

Como  Scipion  romano 

Salió,  diciendo  necio  : 

«Iréme  ¡y  para  siemprel 
Ingrata  patria,  no  tendrás  mis  huesos. 

¡Echarme  de  estos  campos! 

lAl  fin  hombres  groseros! 

No  merecen  gozarme. 
Pues  desprecian  el  mérito  que  tengo.» 

Diciendo  así,  orgulloso 

Salió  para  el  destierro, 

A  sus  jueces  mirando 
Con  el  más  soberano  menosprecio. 

Lo  mismo  de  continuo 

Sobre  la  tierra  vemos; 

El  orgullo  insensato 
Es  vicio  incorregible  :  esto  no  es  nuevo. 

Pero  vamos  á  cuentas. 

Amigo  Melibeo  : 

El  amo  te  tenía 
Para  cuidar  sus  cabras  y  corderos. 

Si  la  hacienda  le  pierdes, 

¿Qué  le  im]inrta  á  tu  dueño 

Que  las  selvas  encantes, 
Músico  superior  al  tracio  Orfeo?  (2). 


(1)  Don  Juan  Pabln  Fornor  escribió  rnntra  Iriarte  el  papel  qne 
tilulrt  de  este  modo,  y  que  es  á  la  verdad  el  que  menos  le  honra 
de  sus  escritos;  un  folleto  de  este  peñero,  que  es  una  grosería  que 
nada  enseña,  no  pueden  disculparlo  ni  los  poros  aQos. 

1%  En  esta  f.ibula  desarrolla  con  inRcnio  el  mismo  argumento 
que  expuso,  compendiado  en  la  f.ibula  impresa  : 

«Salicio  us;ih3  tañer 
Su  zampona  todo  el  año»,  etc. 


CUENTO. 

A  los  pies  de  un  devoto  franciscano 
Acudió  un  penitente. — Diga,  hermano, 
¿  Qué  oficio  tiene  ? 

—  Padre,  sombrerero, 

—  Y  ¿  qué  estado  ? 

—  Soltero. 

— Y  ¿cuál  es  su  pecado  dominante? 
—Visitar  una  moza. 

—  ¿Con  frecuencia? 

—  Padre  mió,  bastante. 

—  ¿Cada  mes? 

—  Mucho  más. 

—  ¿Cada  semana? 
— Aun  todavía  más. 

—  I  La  cuotidiana? 

—  Hago  dos  mil  propósitos  sinceros... 

—  Pero  dígame ,  hermano,  claramente  : 
¿Dos  veces  cada  dia? 

—  Justamente. 

—  Pues  ¿cuándo  diablos  hace  los  sombreros? 


LOS  HUEVOS  MOLES. 

PARODIA  DE  EL  MURCIÉLAGO  ALEVOSO, 
DEL  MAESTRO  GONZÁLEZ  (4). 

Compuso  Juana  un  dia 
De  huevos  moles  razonable  fuente, 
Sin  saberlo  su  tia, 
Que  la  hubiese  reñido  imp'^'^tinente; 
Con  ella  se  promete 
Obsequiar  á  Perico,  un  mozalbete 
Con  quien  la  niña  tuvo  un  cierto  acaso; 
Mas  esto  no  es  del  cuento.  Al  cuento  paso. 

Hecha  la  fuente  ya,  guardarla  piensa 
En  lugar  reservado : 
En  efecto,  metióla  en  la  despensa; 

Y  dejando  cerrado, 

A  la  labor  se  vuelve  muy  serena; 
Mas  el  diablo  sutil,  que  el  mal  ordena, 
Desbarató  de  Juana  el  fino  intento. 
Eligiendo  un  ratón  por  instrumento. 

Esta  vil  criatura 
Por  todo  el  aposento  discurría 
Con  tanta  travesura, 
Que  agente  de  negocios  parecía; 
Buscando  diligente 
Manjar  en  que  pudiera  hincar  el  diente; 

Y  encontrando  la  fuente  cara  á  cara. 
Para  el  feliz  asalto  se  prepara. 

Jamas  el  gi'iego  acometió  al  troyano, 
El  Campeador  á  Muza, 
A  Bayaceto  el  Tamorlan  tÍBítno, 
Ni  en  cruda  escaramuza 
Con  tanta  fuerza  el  godo  poderoso, 
Testigo  de  ello  el  cielo  luminoso. 
Acometió  á  los  vándalos  y  suevos. 
Como  el  ratón  arremetió  á  los  huevos. 

Allí,  sin  temer  daño, 
Trabado  de  palabra  con  la  fuente, 
La  tripa  de  mal  año 
Saca,  como  se  dice  vulgarmente, 
Sin  que  advirtiese  que  le  estaba  viendo 
Un  enorme  gatazo  reverendo, 
Capón  de  hocico,  si  detras  castrado, 

Y  de  manchas  el  lomo  remendado. 
El  animal,  que  mira 

De  su  ama  el  descuido  bien  notable, 
Salta  al  vasar  intrépido,  y  C3  tira 
Al  ratón  miserable, 


(3)  Sacado  de  la  Colección  de  cuentos  alegres,  de  Samanieco.  (Por 
su  excesivo  desenfado  familiar,  no  es  posible  dar  á  la  estampa  esta 
Colección.)  \'Sota  del  Colector.) 

(i)  [)e  la  Colección  de  cuentos.  Samaniego  en  esta  parodia  no 
iguala  la  riqueza  de  dicción  del  original ,  y  se  conoce  que  ni  lo  pre* 
tendió  tampoco;  pero  agrada  por  su  ligereza  picaresca. 


i 


COMPOSICIONES  VABIAS. 


307 


Cual  liúsar  bravo  6  capitán  prusiano 
Se  tiran  á  un  francés  republicano; 
Siendo  el  final  del  temerario  duelo, 
Fuente,  gato  y  ratón  venir  al  suelo. 

Al  golpazo,  medrosa 
Acude  prestamente  la  sobrina, 

Y  entrando  presurosa, 

La  causa  del  estrépito  examina; 

Y  viendo  ya  perdidos 

Los  huevos  de  Perico  apetecidos , 
El  llanto  empaña  sus  hermosos  soles, 
Justas  exequias  de  los  huevos  moles. 

Mas  volviendo  á  Perico,  que  ignorante 
Del  catástrofe  estaba, 

Y  de  Juanita  la  expresión  amante 
Solícito  esperaba. 

Cuando  fué  noticioso  del  suceso 
Estuvo  á  pique  de  perder  el  seso, 
En  tanto  grado,  que  con  rabia  fiera 
Reconviene  al  ratón  de  esta  manera  : 

«¿Por  qué,  monstruo  malvado, 
El  infernal  hocico  allí  metiste? 
¿Por  qué  á  mi  dueño  amado 
Justo  motivo  de  pesar  le  diste? 
Ni  ¿cómo  impunemente 
Pensabas  asaltar  la  virgen  fuente, 
Dejándonos,  en  pena  tan  tirana, 
A  mí  sin  plato,  sin  consuelo  á  Juana? 

))E1  cielo  vengador,  bestia  disforme, 
Ejecute  contigo, 
En  pena  de  delito  tan  enorme, 
ün  horrendo  ca.stigo; 
Persígante  muchachos  y  criadas, 
Caigas  en  ratoneras  bien  armadas, 

Y  los  vivientes  de  la  tierra  todos 
Te  mortifiquen  de  distintos  modos. 

))Píquente,  pues,  saltones 
Pulgas  y  garrapatas  y  ladillas, 

Y  chinches  y  moscones, 

Moscas,  mosquitos,  tábanos,  polillas, 

Alguaciles  arañas. 

Con  toda  la  caterva  de  alimañas, 

Y  el  brevísimo  cínife  ligero, 

De  tu  delito  incauto  trompetero. 

))Emboscadas  de  gatos  te  aprisionen, 
Te  arañen  y  exterminen. 
Te  persigan,  te  acosen,  te  arruinen, 

Y  nunca  te  perdonen; 

En  lazos  corredizos,  trampas,  redes, 
Huevicida  sacrilego,  te  enredes, 

Y  sin  poder  pai'ar  en  todo  el  mundo, 
Eaton  Caín,  errante  y  vagabundo, 

))Te  muerdan,  te  maltraten. 
Te  ahoguen,  despedacen,  mortifiquen, 
Te  revienten,  te  maten. 
Te  descoyunten  y  te  sacrifiquen; 
Te  ahorquen,  te  estropeen, 
Te  despeñen,  te  arrastren,  te  aporreen, 
Te  hieran,  te  desuellen,  te  mutilen; 
Chilles,  rabies,  te  mueras,  te  aniquilen. 

«Con  pena  tan  debida  tu  insolencia 
Quedará  castigada; 

Yo  contento,  y  en  íin,  por  consecuencia, 
Mi  Juanilla  vengada; 
Mas  porque  á  todos  sirva  de  escarmiento 
El  fin  de  tu  goloso  atrevimiento. 
Este  epitafio,  en  tu  sepulcro  escrito, 
Conserve  el  ejemplar  de  tu  delito  ; 

EPITAFIO. 

»Aquel  cuya  voraz  hambre  rabiosa 
No  perdonó  jalea,  ni  peradas, 
En  el  vasar  más  alto  reservadas, 
Ni  queso,  ni  manteca,  ni  otra  cosa; 

))E1  que  burló  mil  veces  la  famosa 
Vigilancia  gatuna,  y  sus  celadas. 
Trampas  y  ratoneras  celebradas, 
Hoy,  ratón  caminante,  aquí  reposa. 

«Suspende,  pues,  el  paso,  y  considera 
Cuan  cara  le  costó  su  golosina 

Y  el  hacer  que  Juanita  se  afligiera. 


«Asi  enmendar  tu  vida  determina; 
Advirtiendo  que  pena  tan  severa 
Es  el  amor  el  juez  que  la  fulmina.» 


DESCRIPCIÓN 

DEL  CONVENTO  DE  CARMELITAS  DE  BILBAO, 

LLAMADO  EL  DESIERTO  (1). 

FRAGMENTOS. 

En  el  más  sano  clima  de  la  Espafla, 

Una  fértil  colina 

Hermosea  y  domina 

El  mar  y  la  campaña. 

Un  rio  tortuoso, 

Con  las  aguas  marinas  caudaloso, 

Le  presenta  sus  naves  y  la  baña. 

Coronan  su  eminencia 

Un  templo  entre  ciprcses,  y  á  su  lado. 

En  un  bosque  frondoso, 

Un  huTuihle  edificio  colocado. 

Apenas  á  la  vista  descubierto; 

De  veinte  y  cuatro  extáticos  varones, 

Qrandí  s  por  su  retiro  y  j)enitencia, 

Esta  es  la  habitación,  éste  el  Uiíierto. 

Ni  escarpados  peñones. 

Que  forman  precipicios  espantosos. 

Ni  grutas  habitadas  por  leones 

Entre  bosques  umbrosos. 

Ni  aullidos  de  demonios  y  de  diablos, 

Como  entre  los  Antonios  y  los  Pablos, 

Ni  objeto  que  conspire 

A  que  la  soledad  horror  inspire, 

Hay  en  este  retiro  penitente. 

Aquí  naturaleza  hermosa  y  varia 

Recomienda  la  vida  solitaria; 
Aquí  cada  viviente 
Yace  en  reposo  amable; 
Un  silencio  se  observa,  comparable 
A  la  noche  más  quieta; 
Parece  que  de  intvnto 
Ni  el  rio  corre,  ni  la  mar  se  inquieta, 
Ni  los  pájaros  cantan. 
Ni  las  hojas  se  mueven  con  el  viento, 
Y  que  en  sueño  profundo 
Duerme  tranquilamente  todo  el  mundo. 
Así,  cuando  se  acerca  algún  mundano 
A  la  colina  santa, 
Como  pise,  profano, 
El  duro  suelo  sin  desnuda  planta, 
Sólo  de  sus  pisadas  el  ruido, 
Por  el  eco  en  la  estancia  repetido. 
Le  turba,  le  detiene; 
Con  silencioso  paso  se  previene 
A  entrar  en  lo  escondido  del  Desierto: 
Todo  se  le  presenta  como  muerto; 
Duda  si  es  panteón;  pero  ya  escucha, 
O  freír  una  trucha, 
O  bien  que  el  remangado  cocinero 
Alborota  el  cobarde  gallinero. 
El  tímido  mundano  ya  respira. 
Entra;  mas,  sin  embargo,  cuanto  mira 
Le  dice  claramente  : 
«Muerto  estoy  para  el  mundo  enteramente.» 

En  el  seno  profundo  é  ignorado 
De  la  estrecha  clausura 
Habita  cada  monje  sepultado 
En  una  celda  oscura. 
Por  8u  estrecha  ventana. 
Enemiga  del  dia, 
Ni  una  sola  mañana 


f1)  Sllio  mOT  pintdrosco,  entre  Bilbno  y  Porlupalrte ,  jr  que  deí- 
miente  la  idea  f]ue  orodiim  su  nonib:c.  Fsla  desnipcion  se  impri- 
mió en  p1  tomo  iv  ne  la  Biblwlera  nrlerla  de  lilrniiura  espafiola, 
que  publicaron  en  Iturdeos  limprenla  dr  l.awailc  jóM-n  y  sobrino, 
en  iSl'.t,  en  8."  maynn  los  señutes  I*.  Mcndixij  y  M.  Silvela;  pero 
por  un  manuscrito  tau  incxario  y  mcndí.so,  que  i  veci  s  apmas 
se  percibe  el  sentido.  Kl  nueslio,  aunque  sacado  del  original  del 
autor,  es ,  sin  comparación ,  mejOr  que  la  copia  que  sirvió  í  la  im- 
presión, y  ba  sido  coleccionado  con  otros  tres. 


398 


DON  FÉLIX  MARÍA  SAMANIEGO. 


Entró  la  claridad  que  el  alba  envía. 

Mas  en  este  momento  (1)  deleitoso, 

En  que  naturaliza 

Presenta  nueva  luz,  mayor  belleza, 

En  el  lóbrego  seno  de  su  alcoba, 

¡Cómo  en  sueño  profundo  y  delicioso 

El  cenobita  extático  se  arrobal 

Con  celestial  consuelo 

En  espíritu  ve  que  desde  el  cielo 

La  refulgente  aurora 

Con  sus  rayos  el  mar  y  el  campo  dora; 

Ve  que  la  sombra  huye, 

Ve  que  la  luz  naciente  restituye 

A  la  naturaleza  sus  colores; 

Oye  cantar  las  aves  sus  amores, 

Y  á  la  madrugadora  golondrina, 
De  los  pueblos  vecina, 
Que  dice  :  «  Labradores, 
El  dia  se  avecina; 
Honrados  profesores 
De  las  artes  y  oficios, 
Id  á  vuestros  usados  ejercicios)); 
Ve  que  cada  viviente  se  encamina 
Donde  su  instinto  o  menester  le  inclina; 

Y  va  en  este  momento 
Ve" la  máquina  toda  en  movimiento. 
Alaba  entonces  al  Señor,  que  ordena 
Del  universo  mundo  la  colmena, 
Cnva-i  abejas  mira  en  los  humanos; 
Alaba  con  fervor  á  sus  hermanos. 
Que  labran  el  panal  con  vigilancia, 

Y  alaba  sobre  todo  la  abundancia 
Con  que  el  enjambre  próvido  mantiene 
Tanto  zángano  gordo  como  tiene. 

Ya  la  campana  por  el  aire  suena, 

Y  en  el  hueco  abreviado 
Do  la  escondida  alcoba  ya  resuena 
Con  importuna  voz,  y  al  monje  llama; 
Al  monje,  que,  arrobado 
En  el  Tabor  glorioso  ele  su  cama. 
Está  en  sudor  bañaelo. 
Deja,  deja,  corista,  al  religioso 
Que  en  éxtasis  divino  se  recrea; 
No  saques  de  la  mística  pelea 
Al  que  esgrime  su  brazo  victorioso. 
Mas  el  joven  corista,  vigilante. 
Toca,  vuelve,  se  afana, 

Y  después  que  abandona  la  campana, 
Empuña  una  matraca  honñsonante. 
En  ella  emplean  los  membrudos  brazos 
Su  monacal  pujanza , 
Porque  suene  ó  se  haga  mil  pedazos. 
Lleva  el  horrendo  son  de  puerta  en  puerta, 

Y  el  mísero  durmiente  se  despierta. 
«Dios  perdone  al  corista  la  venganza 
De  que  en  todo  el  Benerto 
Sólo  el  de  la  matraca  esto  despierto; 
Por  menos  ele  otro  tanto 

Suelen  llamar  envidia  al  celo  santo.)) 

Diciendo  estas  palabras  se  espereza, 

Se  incorpora,  bosteza, 

Se  remueve,  se  viste...  le  fatiga 

El  peso  de  su  mole...  sin  embargo, 

Sale  desde  su  místico  letargo. 

Con  voluntaria  tos  limpiando  el  pecho, 

Al  frió  coro,  del  caliente  lecho. 

Si  á  la  señal  primera 
Del  canon,  del  tambor,  de  la  bandera, 
Marcha  desde  los  brazos  de  su  esposa, 
Cercada  de  sus  hijos  y  llorosa, 
A  las  ondas  alegre  el  marinero, 
Y  á  la  batalla  intrépido  el  guerrero, 
Es  porque  los  profanos 
Corren  tras  el  honor  y  el  pan  hambrientos; 
También  acuden ,  con  perdón ,  contentos 
Al  son  de  la  corneta  cien  marranos; 
También  al  son  de  la  quebrada  teja, 
Abeja  por  abeja 

(1)  En  yarios  ejemplares ,  convento,  por  falta  de  inteligencia  de 
malos  copiantes ;  el  iupreso  en  Burdeos  está  bien. 


Se  congregan  sin  número  al  enjambre; 

Así  cuando  el  honor  ó  cuando  el  hambre 

Es  el  móvil  del  hombre,  lo  confundo 

Con  tóelos  los  vivientes  de  este  mundo, 

Sujetos  á  las  leyes  del  destino 

Que  la  naturaleza  les  previno; 

Mas  no  confundo  á  aquel  que  en  la  clausura 

Su  pan  y  sus  honores  asegura, 

A  quien  jamas  altera 

El  cañón ,  el  tambor  ó  la  bandera; 

Y  si  grita  la  envidia,  ni  por  eso; 

Que  el  fraile  es  el  ratón  cientro  del  queso, 
O  bien  es  la  polilla  dentro  el  paño; 
Ajjlíquese  la  burla  al  ermitaño. 

Mas  ¡oh  santa  obediencia  religiosal 
Que  ya  á  la  voz  de  la  matraca  odiosa 
Los  frailes  uno  á  uno  se  congregan  (2); 

Y  ya  que  á  paso  lento  al  coro  llegan, 
En  la  sagrada  estancia 

Cantan  con  estudiada  disonancia 

Al  Todopoderoso 

Un  son  lagrimoníaco  y  gangoso. 

Cuando  á  solas  contemplo 
Que  elel  gran  Escorial  en  el  gran  templo 
Los  repletos  y  místicos  varones, 
Con  sus  gordos  elásticos  pulmones. 
Rompen  los  aires,  el  recinto  atruenan, 

Y  hacen  temblar  los  vidrios  ele  palacio 
Cien  frailes  Polifemos,  que  rellenan 
Del  inmenso  edificio  el  grande  espacio, 
Clama  mi  elébil  voz  con  santo  celo  : 

¿A  qué  tanto  gritar?  /es  sordo  el  cielo? 
¿No  escucha  como  grata  é  insinuante 
Aquella  voz  sumisa  y  gangueante 
Del  que  tiene  las  gafas  por  sordina? 
Si  un  vicario  de  mf«njas  se  examina, 
Nos  dirá  que  es  más  elulce  y  penetrante 
Una  voz  virginal  y  femenina; 
Por  esta  regla  harían  los  mundanos 
De  los  cien  Polifemos  cien  sopranos. 
Grite,  pues,  ele  vosotros  quien  quisiere; 

Y  diga  que  en  la  vida  sedentaria 

El  glotón  cjue  más  grita  más  eligiere. 

Mas  en  esta  colina  solitaria. 

Donde  se  comen  truchas  y  salmones  (3), 

Diciendo  (no  lo  creo,  en  mi  conciencia) 

Que  es  mayor  penitencia 

Que  estarse  alimentando  un  año  entero 

De  grasicntas  tajaelas  de  carnero, 

¿  A  qué  dar  tanta  guerra  á  los  pulmones  ? 


(4). 


Hay  una  calavera 
Enfrente  del  asiento 
Del  paelre  presidente; 
Dije  al  refitolero  :  «Bueno  fuera 
Quitar  esta  costumbre  por  dañosa. 
—  ¿Quitarla?  me  contesta  :  ¡linda  cosa!... 
Que  está  puesta  de  intento 
Verá  usted  brevemente, 
Y  está  muy  bien  dispuesto 
Que  esté  la  calavera  en  este  puesto  (5). 

))Miéntras  come  el  caballo  su  cebada. 
El  soldado  dispara  su  pistola; 
Esta  costumbre  sola 
Le  basta  al  animal  para  que  luego 


(2)  En  el  impreso  en  Burdeos: 

«Ai  S(5n  de  la  matraca  clamorosa 
Los  frailes  uno  á  uno  al  coro  llegan; 
Y  en  la  sagrada  estancia, 
no  graves  se  congregan, 
Cantan »,  etc. 

(3)  Estos  versos  se  cncuentrati  suprimidos  en  casi  todas  las  cr- 
pias;  tal  vez  parecieron  demasiado  atrevidos,  aunque  el  autor  no 
habla  sino  de  la  gula  y  regalo  que  cabe  en  la  comida  de  viernes. 

(1)  Aquí  dejó  el  autor  sin  concluir  la  descripción,  y  no  ha  que- 
dado de  lo  restante  otro  fragmento  que  el  siguiente,  en  que  des- 
cribe el  refectorio. 

(5)  Este  primer  párrafo  falta  en  el  impreso  en  Burdeos, y  como 
no  pone  lo  que  sigue  como  fragmento  aparte,  carece  de  ilación  j 
hasta  de  sentido. 


COMPOSICIONES  VAEIAS. 


969 


Ni  el  estruendo  ni  el  fuego 

Le  causen  impresión ,  y  por  fortuna , 

Si  le  causan  alguna, 

Será  para  que  el  bruto  acostumbrado 

Haga  memoria  del  pesebre  amado. 

Aquí  de  la  espantosa  calavera, 

De  la  misma  manera, 

Cuando  delante  de  ella  penitente 

Se  ponga  el  presidente, 

ÍLe  causará  impresión?  ¿hará  memoria 
)el  infitrno,  del  juicio  ó  de  la  gloria? 
¿  Acaso  pensará  en  el  purgatorio, 
O  en  la  dulce  mansión  del  refectorio? 
Verá  entrar  con  la  mente  fervorosa 
Por  su  puerta  anchurosa 
Los  gigantescos  legos  remangados, 
Cabeza  erguida,  brazos  levantados, 
Presentando  triunfantes 
Tableros  humeantes, 
Coronados  de  platos  y  tazones, 
Con  angiiilas,  lenguados  y  salmones; 
Verá  tamV)ii_n  ,  así  como  el  primero 
En  la  refriega  el  capitán  guerrero 
Entra  por  dar  espíritu  á  su  gente; 
Verá,  digo,  que  el  mismo  presidente 
Levanta  al  cielo  sus  modestas  manos. 
Pilla  el  mejor  tazón,  y  sus  hermanos 
Imitan  como  pueden  su  talante, 
y  al  son  de  la  lectura  gangueante. 
Que  es  el  ronco  clarín  de  esta  batalla, 
Todo  el  mundo  contempla,  come  y  calla. 
Verá  cómo  levanta  el  débil  viejo 
La  blanca  taza  de  licor  bermejo, 
Por  su  trémula  mano  nunca  rota. 
Ni  vertida  jamas  la  menor  gota. 
Verá...»  Pero  ya  basta,  señor  mió; 
De  la  tal  calavera  yo  me  rio, 
Mientras  tiemblo  ¡ay  de  mí!  si  considero 
Los  huesos  de  mi  tísico  puchero. 


EL  DIOS  SCAMANDRO. 

CUElíTO   Ó   FÁBULA,   COMO  MEJOR  LO  QUIERAS, 
LECTOR  (]). 

Cuentan  que  un  orador  célebre  en  Grecia, 
Mansión  en  otro  tiempo  soberana 
De  cuanta  ciencia  humana 
El  sabio  mundo  aprecia. 
Quiso  las  ruinas  visitar  de  Troya; 
Simón,  su  amigo,  el  pensamiento  apoya, 
Que  aunque  no  es  anticuario, 
Antes ,  por  el  contrario. 
Tiene  su  si  es  no  es  de  tarambana, 
Le  entró  no  poca  gana 
De  ver  tierra  también,  y  suponía 
Que  el  sabio  ha  de  buscar  su  compañía. 

Parten  los  dos,  y  al  término  del  viaje 
Llegaron  sin  trabajos  é  incidentes; 
¿Qué  vista  para  el  sabio?  ¡oh  fiero  ultraje 
De  la  edad  y  barbarie  de  las  gentes! 
Donde  Ilion  su  altísimo  homenaje 
Alzaba  á  las  esferas  esplendentes. 
Hoy  hallaron  tan  sólo  pobre  aldea, 
Que  ni  remota  idea 
Da  del  gran  pueblo  antiguo  desolado. 
El  sabio,  en  sus  recuerdos  embriagado, 
«  ¡Cómo!  decía,  ;  ni  el  menor  vestigio 
Veré  de  la  ciudad  que  fué  prodigio. 
Por  mano  de  los  dioses  levantado, 
Y  abatido  también  por  las  deidades, 
Pero  cuyo  prestigio 
Pudo  sobrevivir  á  las  edades? 
¿Dó  están  las  torres  que  Héctor  defendía? 
)Dó  los  campos  do  Aquilea  y  Diomédes 
Mostraban  generosa  valentía? 


(1)  Es  imitación  de  La  Fontaine;  al  principio  el  poeta  español 
casi  traduce;  pero  después  se  cansa  y  se  deja  llevar  de  su  genio. 
La  obra  del  fabulista  francés  es  mis  poética;  la  del  espaüol  mas 
MDCilla,  pero  de  moral  más  grave. 


Erudito  lector,  suponer  puedes 
Que  el  que  así  se  explicaba, 
A  la  margen  estaba 
Del  Scamandro  undoso, 
Kio  que  entre  sus  ondas,  sanguinoso, 
Arrastró  rotos  petos  y  celadas, 
A  cabezas  calientes  arraneadas. 

Simón,  que  en  antiguallas  no  repara, 

Y  su  imaginación  tiene  en  reposo, 
A  otros  objetos  dedicarse  ansiara. 
Propios  de  un  hombre  material  y  ocioso. 
Llegó,  puts,  la  ocasión.  Fresca  y  sencilla. 
Con  una  linda  cara, 

Que  hasta  la  misma  envidia  enamorara, 
Llegó  del  rio  á  la  verbosa  orilla 
Incauta  jovencilla. 
Que  en  traje  y  compostura 
Parece  una  aldi-ana. 
Lo  cual  no  perjudica  á  su  hermosura; 
Al  contrario,  al  viajante 
Más  impresión  le  ha  hecho  que  si  fuera 
Ilemilgada  y  enclenque  ciudadana. 
La  hora  terrible  de  la  siesta  era  ; 
Qu:'  en  Asia  hace  calor  sabe  cualquiera; 
Que  el  calor  imjiortuno 
Excita  las  eróticas  pasiones, 

Y  aun  las  encienden  más  las  ocasiones, 
Tampoco  hay  que  explicárselo  á  ninguno. 
Allí,  no  muy  distante, 

Habia  entre  el  ramaje  gruta  oscura, 

Asilo  cierto  contra  el  sol  vibrante, 

En  donde  la  inocente  criatura 

Las  calurosas  horas 

Quiso  pasar,  juzgándose  segura. 

Pero-las  seductoras 

Ondas,  que  limpias  á  sus  pies  p.nsaban 

Y  á  refrescarse  en  ellas  convidaban. 
El  calor,  la  galbana, 

De  bañarse  en  la  niña 

Excitaron  la  gana. 

El  viajero  so  esconde  y  escudriña 

Aquellas  perfecciones. 

Que  atizan  el  volcan  de  sus  pasiones. 

¿Qué  hará?  Si  mete  ruido 

Y  espanta  á  la  deidad,  todo  es  perdido. 
Mas  de  cómo  rendirla,  de  repente. 
Después  que  meditó  por  breve  rato. 
Van  á  suministrarle  un  expediente 
Las  creencias  del  tiempo  mentecato. 

;  No  gozó  á  Dánae,  en  oro  convertido, 

Júpiter  atrevido? 

;  No  hay  otros  mil  ejemplos 

De  dioses,  venerados  en  los  templos. 

Que  tras  una  mortal  ciegos  corrieron, 

Y  madres  las  hicieron 
De  ilustres  semideos ,. 

Que  la  tierra  llenaron  do  trofeos? 

Manos  á  la  obra,  juies;  no  hay  (jue  aturdirse; 

Un  dios  de  este  jatz  i>uede  fingirse. 

Toma  cntí'mccs  Simón  los  elevados 
Aires  de  un  dios  acuático,  cíñeudo 
Sus  cabellos  mojados 
De  césped  y  espadaña, 

Y  toda  su  persona  comjioniendo. 
Luego  con  voz  y  entonación  extraO» 
Al  gran  Mfrcurio  invoca, 

Y  ii  la  deidad  potente 

A  quien  cuidar  de  los  amantes  toca. 
La  tímida  niii-hacha,  que  lo  siente, 
Aunque  sencilla  ignora 
Del  mancebo  la  astucia  disoluta, 
Se  atroi>ella,  se  azora, 

Y  huye  á  esconderse  en  la  profunda  pnita, 
«  Huyes  del  dios,  la  dice,  de  este  rio; 

Vén,  pues,  noreide,  vén,  y  no  te  escondas; 

Que,  con  ser  dueño  mío. 

Serás  también  la  diosa  de  estas  ondas  (2). 

(2  A!  escribir  esla  relación ,  debió  tener  presente  Sím ikieco  es- 
tos lindísimos  versos  del  rinjano  Villegas  : 

•  Vt'-n,  pues,  serrana,  vén.  y  no  le  escondas; 
Serás,  con  ser  esposa  de  este  rio, 


400 


DON  FÉLIX  MAUfA  SAMANIEGO. 


Por  tí  la  forma  de  hombre 

lie  he  gozado  en  tomar;  nada  te  asombre. 

Vuelva  al  rio,  dichoso 

En  gozar  de  ese  cuerpo  delicioso, 

Que  aun  más  que  su  cristal,  puro  es  mi  pecho. 

Vén  á  dejar  mi  anhelo  satisfecho; 

Y  en  pago  estas  riberas 
Esmaltaré  de  ñores, 

Que  huellen  esos  pies  encantadores; 

Y  á  tí  y  tus  compañeras 

(Siempre  que  á,  ser  mi  esposa  te  resuelvas) 
Ninfas  haré  del  rio  ó  de  las  selvas.» 

Nuestra  joven,  que  estaba 
Con  la  cabeza  llena  de  otras  tales 
Hazañas  de  los  dioses  inmortales, 
No  dudó  que  era  un  dios  el  que  le  hablaba. 
A  cedtr  la  deciden  sin  violencia 
Su  halagüeña  elocuencia , 
Su  grato  continente  y  rostro  amable, 
Y,  á  decir  la  verdad,  que  es  bien  palpable, 
Un  no  sé  qué  de  vanidad  de  moza, 
Que  en  superar  á  las  demás  se  goza; 
Flaqueza  mujeril  disimulable. 

En  sus  senos  umbrosos, 
Aquella  gruta ,  al  sol  impenetrable , 
Teatro  fué  dulce  de  hurtos  amorosos; 

Y  él  le  dio,  al  separarse,  la  advertencia 
De  que  á  verle  viniera  con  frecuencia, 
Mas  que  á  nadie  su  suerte  revelara 
Hasta  que  la  ocasión  se  presentara, 
Conforme  á  su  deseo, 

De  anunciar  á  los  dioses  su  himeneo, 
Cuando  el  cónclave  saci'O  se  juntara. 

Ella  ¡cosa  bien  rara! 
El  secreto  guardó  con  gran  prudencia. 

tQué  mujer  no  se  paga 
)e  contar  un  secreto  que  la  halagal 
Mas  hagamos  justicia  á  la  heroína 
De  nuestra  historia  cierta; 
Siguiendo  fiel  la  insinuación  divina, 
Calló  como  una  muerta; 

Y  siempre  que  podia. 
Esto  es  menos  extraño, 
A  la  gruta  venía 

A  verse  con  sii  dios,  después  del  baño. 

Mas  cuando  vino  el  frió, 
Cansado  ya  Simón  de  hacer  de  rio, 
Poco  á  poco  dejó  la  dulce  gruta; 
Que  el  amor  se  fastidia  si  disfruta, 

Y  veleidosos  son ,  como  traidores , 
Los  dioses  del  Olimpo  moradores. 
La  mísera  insensata. 

Viéndose  ya  olvidada,  triste  y  mustia, 
Sus  facciones  maltrata, 

Y  á  los  cielos  acude  con  angustia; 
Recorre  con  afán  la  selva  hojosa, 
Parte  á  la  cueva  que  la  vio  dichosa. 
Mil  veces  sale  y  entra, 

Y  por  más  que  se  mueve,  á  nadie  encuentra. 
Simón ,  que  desde  el  punto 

Que  dejó  de  ser  dios  le  descontenta 
Esta  tierra  de  Troya, 

Y  tiene  algún  barrunto 

De  que  puede  salirle  mal  la'cuenta 
Si  llega  á  descubrirse  la  tramoya , 
Quisiera  abandonar  tales  regiones; 
Mas  entre  tanto  el  sabio  compañero 
Emprendió  excavaciones 
Por  comprobar  las  fábulas  de  Homero; 

Y  héteme  aquí  con  nuevas  detenciones. 
Mi  hombre  vivió  encubierto. 

Como  que  su  conciencia  está  intranquila; 
Mas  ¿cómo  no  tener  algún  descuido. 
Que  en  su  contra  aprovechen 


Tí'lis  feliz  (te  las  moiorcs  ondas 
Que  bajan  íi  dar  lustre  al  mar  sombrío; 
Mira  ()ue  es  justo  que  al  amor  respondas 
Con  dulce  agradecer,  no  con  desvio.» 

Sahanieco  no  dio  S  su  imitación  tanta  entonación  y  poesía; 
lo  requería  el  tono  general  de  su  obra. 


Ojos  que  amor  celoso  despabila? 

Y  así  sucede  :  el  diablo,  que  es  experto 

Y  tiene  gran  placer  en  meter  ruido, 
Cruzando  él  casualmente. 
Dispuso  que  se  halle 

A  la  esposa  endiosada  en  una  calle, 
En  la  cual  de  repente 
Del  pueblo  se  juntó  la  gente  toda 
A  ver  pasar  una  lujosa  boda. 

Héteme  sin  escape  al  pobre  mozo; 
Ella  desde  el  momento 
Que  lo  reconoció,  con  alborozo 
Dijo,  abiertos  los  brazos,  y  en  su  seno 
Echándose  llorosa: 

«¡Scamandro,  mi  diosl  si  sois  tan  bueno, 
¿  Por  qué  dejasteis  vuestra  amante  esposa?» 

La  gente  que  escuchó  á  la  desdichada, 
Luego  soltó  sonora  carcajada; 
Pero  cuando  se  entera 
Del  vergonzoso  caso, 
Al  mal  fingido  dios  del  pueblo  fuera 
A  palos  arrojó  más  que  de  paso. 

El  escapó;  la  incauta  escarnecida, 
En  vista  del  engaño. 
De  cada  lagrimal  soltando  un  caño, 
Lloró  toda  su  vida 
Ser  juguete  de  un  pillo, 
Cuando  creyó  con  ánimo  sencillo 
Que  daba  á  un  dios  su  mano  y  su  persona. 
¡Oh  vil  superstición!  ¿y  hay  quien  te  abona?  (1). 


PARODIA  DE  GUZMAN  EL  BUENO. 

SOLILOQUIO    Ó    ESCElsA    TEÁGICO-XJNIPEESONAL,    CO» 
MÚSICA  EN  LOS  INTERVALOS  (2). 

O  nos  entregas  la  plaza,  ú  degollamos  tu  hijo,  dije- 
ron los  moros  á  Guzman  el  Bueno,  que  mandaba  á 
Tarifa.  Este  bravo  soldado  no  les  da  otra  respuesta 
que  arrojarles  su  propio  cuchillo  desde  el  muro  al 
campo.  Eetirase  á  comer,  oye  gritos,  levántase  de 
la  mesa,  acude  al  muro,  ve  el  sacrificio  de  su  hijo, 
y  se  vuelve  á  continuar  la  comida,  diciendo  con 
serenidad  á  su  esposa  :  « Creí  que  asaltaban  la 
plaza II  (3).  Este  es  el  Guzman  de  la  historia;  pero 
como  en  el  soliloquio  veo  que  el  señor  Guzman  anda 
algo  y  aun  algos  remolón  para  arrojar  el  cuchillo, 


(1)  Sacado  de  una  mala  copia  que  poseía  el  señor  Treviúo,  vica- 
rio de  La  Guardia  ,  en  la  que  á  veces  nos  ha  sido  difícil  comprender 
el  sentido  para  restablecerlo.  La  moralidad  que  resulta  es  muv  del 
gusto  de  aquel  tiempo;  hoy  más  falla  hace  escribir  contra  la  incre- 
dulidad. 

("2)  Obra  que  don  Tomas  de  Iriarte  escribió  en  la  convalecencia 
de  uno  de  los  ataques  de  la  enfermedad  de  gota  que  padecía  hiibi- 
tualmente.  Compúsola  íi  tinos  de  I7St),  estando  en  Sanliicar  de  Car- 
rameda  ,  y  se  representó  por  primera  vez  en  el  teatro  de  Cádiz. 

(¡iota  del  Colector.) 

{7i)  Esta  sencillez  del  suceso  es  luia  de  las  grandes  dificultades 
que  presenta  semejante  aigumento  en  el  teatro.  Que  Guzman  ,  ir- 
ritado de  que  se  atrevan  á  hacerle  una  proposición  infame,  con 
una  amenaza  más  infame  todavía,  arroje,  en  un  arranque  irreflexi- 
vo de  pundonor,  su  espada  á  los  villanos  para  consumar  el  sacrifi- 
cio, y  que  sorprendido  después  por  una  acción  que  ,  bárbara  é  in- 
verosímil, tal  vez  juzg()  impasible,  se  resigne  y  con  un  dominio  ad- 
mirable sobre  si  mismo  ahogue  todos  los  ímpetus  naturales,  lié 
aquí  lo  heroico;  pero  esla  heroicidad  lleva  un  tinte  de  lúgubre  y 
austera  ,  que  no  tiene  nada  de  dramático.  Si  damos  lugar  á  que  an- 
tes que  perezca  su  hijo,  Guzman  piense,  medite,  discuta  el  pro  y 
el  contra  de  la  acción  que  va  á  ejecutar,  nos  parece  bárbaro  que  eíi 
esta  lucha  no  venza  la  naturaleza;  el  sacrificio  debe  hacerse  romo 
cosa  que  no  admite  discusión;  las  quejas,  los  ayes,  los  momentos 
de  debilidad  desnaturalizan  al  héroe.  Los  poetas  dramiiticos  que 
lian  tratado  el  argumento  no  han  podido  vencer  esta  dificultad.  El 
Guzman  de  don  Nicolás  Fernandez  Moratin  sólo  es  apreciable  por 
algunas  escenas  en  que  hay  grandiosidad  y  colorido  local;  el  de 
Gil  y  Zarate  es  un  esfuerzo  de  ingenio,  en  que ,  para  hacer  dramá- 
tico el  asunto,  ha  tenido  el  autor  que  violentar  los  hechos;  el  mo- 
nólogo de  Iriarte  es  malo,  no  habiendo  sabido  hacer  interesante  i 
Guzman,  ni  vencer  ninguno  de  los  inconvenientes  del  argumento. 


coMroyiciON 

y  que  la  serenidad  con  que  volvió  á  la  mesa  se  le 
convierte  toda  en  tenderse  sobre  un  banco  y  pro- 
ruinpir  en  suspiros ,  ayes ,  lamentos ,  lágrimas  y  des- 
mayos, me  parece  que  no  habrá  inconveniente  en 
que  yo,  con  mis  correcciones,  variaciones  y  aumen- 
tos, haya  hecho  un  Guzman  á  mi  antojo. 

Como  es  oficio  nuevo  este  de  hacer  soliloquios, 
he  querido  instruirme  en  la  materia,  y  he  hallado 
en  los  libros  que  la  palabra  soliloquio  está  particu- 
larmente consagrada  á  la  teología  mística;  que  así 
llamamos  á  las  meditaciones  devotas,  verbi  gra- 
cia, los  Soliloquios  de  san  Agustin;  que  los  de  la  es- 
cena deben  llamarse  monólogos.  Yo  quisiera  que  en 
la  escena  no  hubiese  ni  el  nombre  ni  la  cosa,  su- 
puesto que  los  mismos  libros  que  han  hablado  del 
soliloquio  dramático  nos  dicen  que  no  hay  una 
cosa  más  contraria  al  arte  y  á  la  naturaleza  que  los 
tales  monólogos. 

Mas  ya  que  está  hecho  el  que  yo  acabo  de  corre- 
gir, léase  enhorabuena,  y  sepa  el  curioso  lector 
que  los  versos  que  llevan  las  dos  comitas  son  los 
mios. 

GUZMAN  EL  BUENO. 

El  teatro  representa  lo  interior  de  un  castillo,  y  en  el  foro  un  muro 
antiguo  con  almenas  y  escalones  para  subir  en  él ,  y  aun  para 
bajar  de  él ,  como  en  ello  se  contiene. 

Introducción  de  música  marcial  y  ruidosa.  Levántase  el  Iclon,  y  el 
estrépito  de  la  oniuesta  va  disminuyendo  sensiblemente ,  hasta 
finalizar  en  un  piano. 

Guzman,  con  armadura  completa  de  acero,  se  manifiesta  pensativo 
y  sentado  en  un  banco  de  piedra  ,  que  se  supone  pninle  haber  á 
poca  distancia  del  muro.  Luego  que  cesa  la  música  deja  pasar  un 
rato  de  silencio,  verbi  gracia,  cincuenta  y  nueve  segundos,  y 
como  quien  va  á  desembuchar  cosas  portentosas,  dice  asi  con 
silencio  y  gravedad: 

En  el  tropel  confuso  de  encontrados 
Afectos  y  de  ideas  con  que  lidio, 
«  Todos  en  mi  mollera  aposentados', 
y  en  roerme  los  cascos  tan  activos,    • 
Que  ya  empiezo  á  dudar  si  mi  cabeza 
Es  algún  queso,  de  ratones  nido»; 
Eu  las  arduas  y  tristes  circunstancias 
Que  más  y  más  estrechan  mi  conflicto, 
«Y  me  tienen  lo  mismo  que  un  gazapo 
Entre  el  hurón  y  el  cazador  metido»; 
Ahora  c^ue  he  logrado  libertarme 
De  la  importunidad  de  mil  testigos, 
«Cuyos  descomiinalcs  bigotazos 
Imponían  silencio  á  mis  quejidos»; 
Esta  parte  del  muro  de  Tarifa, 
Menos  cercana  al  militar  bullicio, 
Por  algunos  instantes,  auuqne  breves, 
Sírvame  ya  de  solitario  asilo, 
Donde  alivio  me  den  mis  reflexiones; 
((Y  aunque  sean  ajenas  de  mí  mismo, 
Nadie  oírmelas  pueda;  mas  si  acaso 
Algún  soldado  escucha  mis  suspiros, 
Al  sentirlos,  creerá  sin  duda  alguna 
Que  son  de  una  mujer,  no  de  un  caudillo.» 
(Con  voz  más  esforzada.) 

¡Ah,  Guzman  infeliz!  en  tantos  años 
De  bélicas  empresas,  de  continuos 
Afanes  tolerados  por  tu  patria, 
I  Cuándo  tal  sobresalto  has  padecido, 
Angiistia  igual,  tormento  semejante? 
I  Cuándo  tan  débil  tu  valor  se  ha  visto, 
Que,  peligrando  la  española  gloria, 
Temeroso  procedas  é  indeciso? 
« ;  No  eres  tú  el  adalid  por  cuyo  brazo, 
Después  de  mil  victorias,  han  podido 
Recoger  tus  soldados  eu  despojos 
Más  orejas  y  pies  de  berberiscos, 

I,  PS.-XVIIl, 


ES  VARIAS.  ioi 

Que  de  cerdosos  animales  juntan 

En  su  mendicación  frailes  franciscos?» 

(Con  abatimiento.) 
Poro  el  trance  es  muy  duro,  sí,  y  él  solo 
Fuera  capaz  de  enturpectr  tus  bríos. 

(Con  prontitud  y  energía.) 
Urge  el  tiempo,  urge  el  lance,  y  no  permite 
Efugios  ni  demoras  :  un  partido 
Se  ba  de  a'>razar...  de  dos  extremos  uno  : 
O  mí  afrenta  ó  mi  honor  hoy  eternizo. 
«Es  decir,  ¡ay  de  mi!  ¡dioses  eternos! 
O  la  espada  ó  la  rueca.  ¿Cuál  elijo?» 

(Después  de  una  breve  pausa ,  con  admiración.) 
«¿Entre  afrenta  y  honor,  pones  en  duda 
A  cuál  has  de  seguir?...  Sí,  me  decido  : 
Fuera,  fuera  la  espada;  con  la  rueca 
Alguna  vez  á  Héronles  .se  ha  visto. 
La  armadura  de  acero  reluciente. 
Que  en  mi  cuerpo  aterraba  berberiscos, 
De  acjuí  adelante  servirá  en  un  palo 
De  ahuyentar  los  gorriones  de  los  trigos.» 

(Despacio.) 

[Cielos!  ¿Si  mi  aflicción  me  dará  treguas 
Para  observar  con  ánimo  tranquilo 
Cuan  graves  son  las  causas,  cuan  difícil 
Es  el  remedio  de  mi  actual  peligro? 
¿Al  bravo  rey  don  Sancho  no  he  jurado 
Defender  á  Tarifa  y  su  castillo? 
¡Qué!  ¿Sólo  mi  palabra  está  empeñada? 
Aun  más  lo  está  mi  crédito  adcjuirido, 
(( Que  monta  mucho  má.s  para  mí  alcurnia 
Que  toda  mi  palaln-a  y  patriotismo»  (1). 
Soy  en  el  mando  de  esta  fortaleza 
Sucesor  del  maestre  don  Rodrigo  : 
Prometí  sostenerla  á  menos  costa; 
¿  Lo  prometí  una  vez  ? 

(Con  santa  resignación.) 

Pues  á  cumplirlo. 

(Levántase.) 

Las  huestes  marroquíes  cada  dia 
Esfuerzan  más  el  riguroso  sitio; 
Pero  mis  castellanos  no  las  temen. 
Ni  dirán  que  las  teme  su  caudillo. 
Echa  ya  el  resto  el  agareno  infame 
A  su  violenta  saña,  «ó  yo  me  irrito 
Si  tarda  un  poco  más,  junto  mi  tropa, 

Y  cual  nube  preñada  de  gianizo, 

Que  en  las  mieses  descarga  y  las  maltraía, 
Así  sobre  el  ejército  enemigo. 
Sorprendido  su  campo,  haré  que  caigan 
Golpes  con  tal  acierto  repetidos. 
Que  cubran  la  campaña  sus  cabezas 

Y  muelan  con  su  sangre  los  molinos  (2). 

(Con  tono  compasivo.) 

Y  ¿quién  comerá  el  pan  si  todos  mueren  ? 

(Con  resolución.) 

Yo  me  lo  comeré.»  Pero  ¿qué  digo? 
No  el  valor,  no  las  armaa  hoy  em])lea 
Contra  Castilla  y  contra  mí.  Un  arbitrio 

(1)  En  la  /?('.?;;«<•.?/(!  de  mi  Un,  crtica  que  escriliió  también  S>\- 
MAMEfio  del  soliloi|UÍn  de  Iriaite,  cilandu  eslus  dos  versos,  dice  : 
•  Que  sacrili'iue  al  hijo  por  la  patria  y  el  drber  es  aquí  lo  (llftno 
de  alabanza;  pero  que  el  honor  adipiirido  sea  íinlcs  que  este  de- 
ber. V  que  por  aquil  mis  que  por  éste  ciilrciíue  al  hijo  al  lllo  de 
la  espada  ,  lo  vitupero  y  es  un  pensaniienlo  falso,  en  que  se  conoce 
al  cortesano..  Todas  estas  Idi'as  falsas  y  derlamalonas  son  hijas 
de  la  frialdad  de  la  musa  de  Iriarle.que  quisieía  exrilarsc  y  entu- 
siasmarse, v  no  sabe  como.  ;Uue  diferencia  t\v\  hel.iilo  discurso  de 
este  infortunado  padre  y  las  voces  de  fueco  de  l'igmalion!  Tenia 
razón  Korner  cuando,  en  su  saiira  cotitra  las  obras  publicadas  i 
Unes  del  siglo  xvín ,  hace  esta  graciosa  invocación : 

;  Oh  vosotras ,  mis  Piérides  canoras , 
Y  tú  ,  esplendido  padre  de  los  dias , 
(jue  á  Iriarle  nunca  indamas  ni  acaloras! 

(2)  Cansado  de  tanta  frialdad  ,  S*mamego  levanta  el  tono  en  es- 
tos versos,  que,  aunque  burlescos,  tienen  vivacidad  y  poesía. 

26 


402 


Injusto,  vil,  sangriento  ha  meditado; 
Me  amenaza  con  él;  pretende,  impío, 
Practicarle  á  mi  vista;  ya  me  estrecha 
A  resolver  con  plazo  ejecutivo, 
y  por  la  vez  primera  me  intimida. 
(Con  ternura.) 

Sólo  así  lo  lograra...  Cuando  un  hijo. 
Un  hijo  idolatrado,  «que  aun  no  alcanza 
üe  enana  higuera  lus  melosos  higos; 
Un  hijo...  me  parece  que  le  vto 
Que,  vestido  de  fraile,  haciendo  mimes, 
Se  limpiaba  los  mocos  con  la  manga 

Y  la  daba  á  besar  á  los  vecinos»; 
El  que  habia  de  ser  dulce  consuelo 
De  una  madre  amorosa,  y  íiel  arrimo 
De  la  vejez  de  su  cansado  padre. 
Gime  en  poder  de  alárabes  cautivo. 
I  Infante  desgraciado!  i  No  bastaba 
<  Que  postrado  en  la  cama  y  perseguido 
Por  un  Galeno,  general  en  jefe 
Del  barberil  ejército  enemigo. 
Armado  de  geringas  y  lancetas, 
De  drogas  venenosas  y  de  pistos. 
Que  la  flebotomcya  y  la  farmacia. 
Encierran  en  sus  parcjues  prevenidos, 
Contra  enginas,  lombrices,  jMilmonías, 
Viruelas,  sarampión  y  tabardillo; 
No  bastaba  que  en  guerra  tan  sangrienta. 
Los  unos  y  los  otros  encendidos, 
Todos  se  conjurasen  en  tu  daño 

Y  fuesen  entre  si  tus  asesinos?» 
No  bastaba  sin  duda.  El  moro  exige 
Que  hoy,  antes  que  termine  el  sol  su  giro, 
«Al  rededor  del  mundo  calabaza. 
Como  macho  de  noria,  exige,  (.ligo  », 
Que  antes  que  el  sol  se  ponga,  yo  le  rinda 

•     A  Tarifa,  ó  tú  rindas  al  cuchillo 
«Tu  inocente  garguero  y  así  mueras. 
Hablando  con  perdón,  como  un  cabrito.» 
¡Fatal  empeño!  i Atrocidad  horrible! 
;Y  yo,  por  mi  desdicha,  no  testigo. 
No  cómplice  he  de  ser,  sino  autor  de  ella  ? 
(KetlexionanJo.) 

{(¡Yo  autor?  ¡Qué  disparate!  yo  deliro... 
El  moro  es  el  autor  (1),  pues  yo  no  tengo 
Más  parte  en  el  cruento  sacrificio, 
Que  cumplir  con  las  leyes  de  vasallo 

Y  las  de  ciudadano,  y  es  indigno 
Quien...» 

iCon  vehemencia.) 

No  puedo  eximirme  de  un  delito  : 
O  estas  almenas  sin  honor  entrego, 
O  sin  piedad  un  hijo  sacrifico, 

Y  i)ara  siempre  han  de  infamar  mi  nombre, 

0  una  fea  traición  ó  un  parricidio. 

(Arrodillado  y  exclamando  fervorosamente.) 

«¡Cielos!  ¿No  habrá  por  ahí  un  mal  liarbero 
Que  me  sangre  siquiera  de  un  tobillo? 

(Levántase  como  volviendo  de  su  delirio.) 

[Guzman,  Guzman!  si  loco  no  estuvieras, 

1  Dirias  por  ventura  que  es  delito 

Que  un  padre  por  su  rey  y  por  su  patria 
Sacrifique  la  vida  de  su  hijo. 
Cuando  ni  las  murallas  de  Tarifa 
Ni  las  tapias  humildes  de  un  cortijo 
Encierran  en  í]si)aña  ni  un  vasallo, 
Anciano,  pobre,  débil,  desvalido, 
Que,  á  la  señal  primera  de  batalla, 
No  salte  por  las  tapias  al  peligro. 
Para  dar  por  el  rey  y  por  la  patria, 
Con  la  suya,  la  vida  de  sus  hijos?» 

(Adagio  triste.) 

(Paséase  Cuimah  entre  tanto  con  lentitud  ;  párase  iS  cada  dos  6  tres 
pasos ,  como  reflexionando,  y  poniéndose  la  mano  en  la  frente, 
continúa.) 


(1)  Este  morazo  fué  el  luíante  don  íuan.  {Nota  del  autor.) 


DON  FÉLIX  MARÍA  SAMANIEGO. 

¿Con  qne,  es  indisi)ensable  que  tremolen 
En  Tarifa  pendones  berberiscos, 

Y  que  las  africanas  medias  lunas 
«Planten  aquí  sus  cuernos?  [Qué  deliriol 
¡No  faltaba  otra  cosa!  ¡Coronara 
Bello  blasón  mis  méritos  antiguos!» 
¡Loable  ejemplo  diera  A  tantos  nobles 
Jefes,  en  cuyo  br.azo  siempre  invicto 

Y  en  cuya  lealtad  confia  España! 
¿Todos  ellos  valientes,  atrevidos, 
A  competencia  alcanzarán  el  lauro 
De  quebrantar  los  afrentosos  gi'illos 
Con  que  el  soberbio  moro  nos  oprime; 

Y  Alonso  Pérez  de  Guzman,  remiso, 
«  Como  si  fuera  perro  de  convento. 
Que  en  dia  de  gaudeamus,  escondido, 
Huye  del  asador  1  Antes  perezca 
Que  perrunos  ejemplos  dé  á  mi  siglo.» 

(Más  presto  y  más  furioso,  6  prestísimo  y  furiosísimo.) 

Con  todo  vuestro  orgullo  y  poderío, 
¿Por  qué  no  acometéis,  cobardes  tropas, 
Estas  murallas?  Asestad  mil  tiros. 
Apurad  cuantas  máquinas  invente 
El  furor  de  la  guerra  destructivo; 
Escalas  aplicad,  arda  ya  el  fuego, 
La  sangre  inunde  fosos  y  rastrillos, 
«Y  rebosando,  en  fin,  á  borbollones. 
En  ondas  llegue  .al  mar  hasta  teñirlo. 
De  manera  que  dude  el  marinero 
Si  su  bajel  navega  en  agua  ó  vino. 
Mas  ¡ay  que  los  pescados  morirían 
En  el  sangriento  mar,  y  en  tal  conflicto. 
Sólo  habría  en  cuaresma  caracoles.» 
De  este  modo,  vosotros,  asesinos, 
Rendir  queréis  el  corazón  del  padre , 
Ya  que  rendir  no  es  fácil  el  castillo ; 
Pero  es  tan  fuerte  el  uno  como  el  otro, 

Y  temerario  empeño  el  de  abatirlos. 
¡No  triunfaréis!...  La  vida  ha  de  costarme. 

(En  tono  lastimoso.) 

¡Ay  de  mi!  Mas  me  cuesta  la  de  un  hijo... 
¡Fallo  tremendo! 

(Con  entereza.) 


¿Y  qué  ?  ¿  No  es  necesario  ? 
¿No  es  glorioso?  Pues  bien;  no  me  desdigo. 
Hijo  de  un  padre  honrado  morir  debe. 
No  vivir  hijo  de  un  traidor  indigno. 
Y  ojalá  que  tal  víctima  pudiera 
Rescatar,  no  tan  sólo  este  recinto. 
Sino  el  último  albergue  en  que  subsista 
De  sarracenos  el  menor  vestigio; 
«  Pues  el  que  compra  un  huevo  por  un  cuarto. 
También  quisiera  por  el  cuarto  mismo. 
No  sólo  rescatar,  ya  que  lo  gasta , 
Todos  los  huevos  frescos  del  recinto. 
Sino  el  último  huevo  que  se  pudre. 
Sin  redención,  eJi  Fonc.arral  cautivo.» 
Ya  de  ajeno  valor  no  sigo  ejemiilos, 
Antes  dudo  si  habrá  quien  siga  el  mío, 
«¿Qué  es  dudar?  ¿En  España  habrá  pobrete 
Que  tome  por  ejemplo  á  tal  caudillo?» 

(Andante  sonoro  y  majestuoso  con  instrumentos  de  aire.—  Pausa- 
damente) 

¡Que  en  tan  duros  extremos  precipite 
La  obligación  á  un  hombre  bien  nacido! 
«Quiero  decir,  á  un  hombre  sin  joroba. 
Que  no  es  ni  contrahecho  ni  enfermizo.» 
¡  Ay,  que  á  veces  también,  si  es  excesiva, 
Conduce  la  virtud  al  extravío! 
(Con  admiración.) 

fl  ¡Excesiva...  y  virtud!  Bendito  sea 
El  padre  que  engendró  tal  adjetivo.» 

(Con  viveza  y  suma  eficacia.) 

Por  no  ser  desleal,  seré  verdugo; 

¿Y  de  quién?  ¿De  algún  bárbaro  enemigo? 

tDe  algún  perverso  delincuente?  ¿Díme 
)e  quién,  padre  inhumano,  de  quién?  DílOi 


COMPOSICIONES  VÁEIAS. 


403 


«¿Dílo,  dílo  de  quién?  ¿Y  de  quién,  díme; 
Díme,  díme  de  quién?  De  mi  chiquillo. 

(Con  pausa  y  ternura.) 
Una  vez  quise  serlo;  ¡eternos  dioses! 
El  llanto  me  permita  referirlo. 
De  par  en  par  abierta  mi  alhacena , 
Muestra  un  tarro  de  almíbar  exquisito; 
Llega  sobre  él  intrépido  el  infante, 
Traspasado  de  gozo,  y  atrevido, 
Cual  hambriento  león,  que  de  repente 
Cae  sobre  un  venado,  y  allí  mismo 
A  la  presa  se  arroja  y  la  devora, 
A  pesar  de  las  voces  y  latidos 
De  ardientes  cazadores  y  de  perros. 
Que  se  arrojan  intrépidos  al  sitio; 
Así,  ni  más  ni  menos,  el  gallardo. 
Despreciando  mis  pasos  y  mis  gritos, 
Hizo  del  dulce  tarro,  á  mi  presencia. 
El  voraz  y  goloso  sacrificio. 
Entonces...  yo  ¡cruel,  trágico  lance! 
Con  despecho  y  furor...  ¡arrojo  inicuo! 
Mi  mano  paternal  alcé  ti'es  veces 
Para  darle  otros  tantos  azotitos, 

Y  tres  veces  cayó  la  débil  mano 
Del  duro  padre  sobre  el  blando  niño. 
Donde  quiera  que  vaya,  desde  entonces, 
Me  acompaña  la  imagen  de  aquel  hijo, 
Puesto  sobre  mi  bárbara  rodilla, 

Su  pañal  remangado...  ¡padre  impío! 
Sus  pies  en  agitado  pataleo, 
Su  rostro  boca  abajo,  sus  gemidos 
Mezclados  con  horrísonos  azotes. 
Su  cárdeno  y  redondo...  Mas  ¿qué  digo? 
Si  la  sombra,  la  idea  solamente 
De  los  tres  j'a  pasados  azotitos 
Me  persigue  cual  furia  del  averno...» 
¿Qué  sería  si  acaso  en  el  suplicio?... 
(Con  desaliento.) 

Siento  que  ya  mi  espíritu  se  entibia; 
No  sé  cómo  inflamarle...  Determino 
((A  la  llama  marcial  tan  solamente 
Arrimar  de  mi  honor  el  pucherillo. 
¡Ah,  que  también  se  sobran  los  pucheros 
Cuando  el  fuego  á  que  están  es  excesivo!» 

(Con  aflicción  y  ternura.) 

¡Mártir  del  pundonor!  ¡Hijo  inocente! 
¿  Para  qué  te  di  el  ser,  si  de  él  te  privo? 
«Te  di  el  ser,  es  verdad,  pero  ignoraba 
Del  hado  incomprensible  los  designios. 

Y  si  el  que  planta  berzas  en  su  huerta 
Previese  desde  entonces  que  los  chicos 
Del  pueblo  le  echarían  á  tronchazos 
Con  los  tronchos  criados  por  él  mismo. 
Plantaría  espinacas,  y  no  berzas.» 

(Con  lágrimas.) 

Pero,  al  fin,  te  di  el  ser,  amado  hijo. 
¿Son  éstos  los  halagos  placenteros 
Con  que  desde  la  cuna,  dulce  hechizo. 
Mil  veces  á  mis  brazos  te  elevaba? 
«Mil  veces...  menos  tres...  ó  menos  cinco.») 
¿  Para  esto  con  tu  risa  y  gracia  ingenua, 
Con  tus  juegos  pueriles  y  sencillos. 
De  mi  oficio  en  las  ásperas  fatigas 
Fuiste  la  diversión  y  único  alivio? 
«Díganlo  de  papel  las  pelotillas. 
Pendientes  de  tu  mano  por  un  hilo. 
Con  las  cuales  solian  lindamente 
Jugar  á  la  pelota  los  gatitos , 

Y  dígalo  también  el  alforjero. 
Cuando  el  gato,  á  hurtadillas  escondido 
Debajo  de  su  silla  entre  su  ropa , 
Atisbo  que  pendía  un  hiladillo, 

A  guisa  de  cordor  de  campanilla, 
De  lo  alto  de  sus  blancos  calzoncillos.» 

lOh,  nunca  hubiera  impreso  el  tierno  labio 
En  las  blancas  mejillas  de  tal  niño! 
(Llora  uu  poco,  y  después  con  alguna  serenidad  y  pausa.) 


«Ya  que  para  la  guerra  estaba  anuado, 
Al  tiempo  de  partir  á  mi  ejercicio, 
Intenté  de  los  brazos  de  su  madre 
Pasarle  algunas  veces  á  los  mios; 
Mas  no  bien  cariñoso  me  inclinaba, 
Cuando  del  limpio  acero  al  claro  brillo, 

Y  el  terrible  penacho  que  agitaba 
Sobre  el  morrión  el  viento  á  su  albedrío, 
Causábale  terror,  volvia  el  rostro. 
Levantaba  las  manos,  daba  un  grito 

Y  se  arrojaba  al  seno  de  su  madre. 
¡Oh,  permitan  los  númenes  divinos. 
Exclamaba  yo  entonces,  que  este  infante 
Mis  pasos  siga  fuerte  y  atrevido, 

Y  que  al  volver  triunfante  del  combate, 
Trayendo  del  ejército  enemigo 

Los  sangrientos  despojus,  grite  el  pueblo 
Entre  vivas,  anlau-íios  y  bullicio  : 
Aun  es  más  valeroso  que  su  padre  (1); 

Y  que  un  gozo  si  creto,  pero  vivo. 
Penetre  entonces  á  su  tierna  madre.        .j; 
¡Aquestos  eran  los  afectos  mios!  \¿. 
Jlas  ¡.ay!  que  un  furor  pi  r  mi  carrera 

No  me  dejaba  ver  el  claro  indicio, 
El  agüero  fatal  que  me  decia. 
Cuando  de  mi  armadura  huia  el  niño  : 
Apártale  del  caniiio  de  batalla; 
Que  aprenda  el  musa  musee  con  su  tio; 
No  le  metas  soldado,  ni  lo  sueñes; 
Primero  sacristán  ó  monacillo.» 

(Sii'ntase  en  ademan  de  lánguido  y  consternado;  permanece  como 
absorto;  viene  á  ()ue(l;iisc  dormido  ;  ronca  al  compás  de  un  an- 
dante afectuoso;  concluye  éste  con  cuatro  ó  seis  guipes  fuertes, 
al  compás  de  los  cuales  levántase  Ciuman,  y  luego  prosigue  eu 
tono  más  animoso:) 

Pero  ¿qué  es  esto?  ¿Dónde  estoy?  Yo  sueño; 
Me  desconozco...  se  me  turba  eljuicio... 
¿Tan  fácilmente  revocar  pensaba 
Una  sentencia  en  que  mi  gloria  cifro? 

ÍEl  honrado  español  por  mí  ha  de  verse 
•e  esa  insolente  raza  escarnecido? 
Entregaré  á  Tarifa,  enhorabuena. 
Mas  ¿puedo  yo  ceder  bien  que  no  es  mió? 
Tarifa  es  de  mi  rey,  es  del  Estado; 
Entregúela  quien  goce  su  dominio, 

Y  no  el  depositario  de  sus  llaves. 

(Con  pausa.) 

n  Llaves  he  pronunciado,  y  al  decirlo 
No  sé  qué  me  presenta  mi  memoria. 
Acuerdóme  que  tuvo,  allá  en  lo  antiguo. 
El  ama  de  gobierno  de  mi  casa. 
Sin  tanta  obligación,  más  heroísmo. 
Las  llaves  le  pedí  de  la  desjiensa 
Cuandu  era  yo  travieso  y  era  chico  : 
Me  las  has  de  entregar,  le  dije  airado, 
O  he  de  quitar  la  vida  á  tu  perrito. — 
Primero  fui  criada  de  tu  casa 
Que  fuese  ama  del  perro,  y  pues  hoy  mismo 
Uno  y  otro  no  ])uedo  ser  á  un  tiempo, 
El  perro  muera,  la  despensa  libro.» 

(Allegro,  porque  se  me  antoja;  pero  el  señor  Cuzman  volverá  i  re- 
flexionar con  itiual  lentitud  ,  sin  liarer  caso  del  aire  guc  llevare 
la  orquesta,  que  podr.i  tocar,  si  quisiere,  con  iiistruuieutos  de 
tripa  ,  esto  es,  de  cuerdas  de  intestinos.) 

¿No  me  expondrá  mi  hazaña  generosa 
A  un  arrepentimiento  bien  tardío? 

(Cobrando  espíritu ,  con  instrumentos  de  aire ,  como  cómelas ,  cor- 
namusas y  serpcntoncs.) 

¿  Arrepentirme  yo ?  ;  De  qué  ?  ¿  De  un  hecho 
Que,  pregonado  en  los  futuros  siglos, 
Honra  será  de  mi  nación  valiente, 
Blasón  de  mi  linaje  esclarecido?  (2). 


(1)  Obsérvese  la  hermosa  entonación  de  estos  versos,  por  más 
que  acaban  en  una  frialdad  que  hace  reir.  Sam  ameco  parece  que, 
cansado  de  parodiar  versos  insulsos  y  desgarbados,  quiso  dar  ejem- 
plo á  triarte  de  cómo  debe  versificarse  en  los  asuntos  heroicos,  y 
se  lo  dirt  excelente  en  estos  pocos  ren(;lincs. 

(2i  Con  motivo  del  prologo  que  precede  á  la  Iraduccion-de  La 
I    Muerte  de  César,  hecha  por  don  Mariano  Luis  de  Urquijo,  se  pu- 


404 


raes  ¿de  qué  sirve  un  varonil  denuedo, 
Sino  para  domar  estos  precisos  (1) 
Afectos  naturales?— Si  se  opone 
El  pecho  á  los  aceros  enemigos, 
Es  proeza  que  el  ínfimo  soldado 
A  cada  paso  emprende  (2).  El  gran  caudillo 
Algo  más  ha  de  hacer  si  á  gloria  aspira; 
Cuóstele  el  nombre  de  hóroe  sacrificios. 
«Mas  ¿cuáles  serán  éstos?  El  soldado 
Que,  de  su  fiel  esposa  y  de  sus  hijos 
Tiernamente  abrazado,  se  separa, 

Y  corre  presuroso  y  atrevido 

A  ofrecer  sin  ninguna  recompensa 
Por  la  patria  su  vida,  único  asilo 
De  sus  míseros  hijos  y  su  esposa. 
Si  bien  lo  contemplamos,  es  lo  mismo 
Que  la  perra  de  presa,  que  abandona 
Sus  amados  cachorros  y  en  el  circo 
Intrépida  se  arroja  al  bravo  toro, 
Sin  contemplar  primero  en  el  peligro; 
Mas  el  valiente  capitán  que  aspira. 
Cuando  sirve  á  su  rey,  al  heroismo, 
Primero  de  emprender  una  fazaña 
Se  apartará  del  militar  bullicio; 
Como  quien  hace  examen  de  conciencia, 
Pesará  en  la  balanza  de  su  juicio 
La  suma  de  los  males  ó  los  bienes 
Que  le  han  de  resultar  de  positivo 
l3e  seguir  el  honor  ó  la  ignominia. 
De  ser  hombre  de  bien  ó  ser  un  pillo; 

Y  de  tan  nobles  dudas  contrastado. 
Su  palpitante  corazón  invicto, 

Ya  se  cierra,  ya  se  abre,  ya  se  oprime, 

Ya  se  ensancha,  ya,  en  fin,  lo  mismo  mismo 

Que  la  tímida  oruga,  que  se  arrolla 

Y  se  hace  una  pelota  cuando  un  niño 
Por  juguete  la  toca  y  queda  inmóvil 
Hasta  que  al  fin,  cesando  su  conflicto, 
Ya  respira,  se  mueve,  desenrolla, 

blic(í  pn  Madrid  un  Diicorso  coiifulalivo,  en  el  cuál  se  dcdond.-  con- 
tra Iniuii»  la  opera  italiana ,  y  se  critican  algunas  de  las  nuevas 
obras  ilranv.Uicas,  v  entre  ellas,  el  Guzman  de  Iriarte.  i;i  autor  del 
Diacnr.'io  dice,  citando  estos  versos:  «  Aqui  no  veo  sino  un  ambi- 
cioso que  sacrilica  su  hijo  por  la  faina  (|ue  dará  á  la  nación  seme- 
jante sacrilic.io  y  por  la  gloria  que  reportará  á  su  descendencia.  Esto 
quiere  decir  que  si  uno  de  sus  antecesores  hubiese  Itecho  otro  tan- 
to, nadie  hubiera  podido  a;;uantar  su  orgullo,  haciendo  lo  (lue  el 
grajo,  que  se  vistió  de  las  plumas  del  pavón,  y  con  ellas  andaba  muy 
ufano.»  Tiene  razón  el  autor;  el  sacrilicio  es  demasiado  terrible, 
para  que  pueda  legitimarlo  otra  idea  que  la  idea  santa  del  deber; 
consentir  en  él  porcuahiuiera  otra  mi'nos  grande  ó  menos  pura  ,  es 
ciimeter  una  atrocidad.  Ademas,  no  es  éste,  por  fortuna  ,  el  modo 
de  proceder  de  la  naturaleza ;  un  padre  que  por  deber  se  ve  obli- 
gado á  sacrificar  un  hijo,  en  el  primer  arramiue  de  su  cariño  pa- 
ternal maldice  un  deber  que  tan  caro  le  cuesta,  aunque  se  resig- 
ne á  cumplirlo ,  v  no  se  está  gozando  de  antemano  en  el  renombre 
qne  le  dar.i  tal  hecho.  Y  ¿qué  le  importan  al  que  pierde  un  hijo  de 
una  manera  tan  trágica,  todos  los  laureles  de  la  tierr:rí  !'l  autor 
de  Guzíiinn  el  Bueno  no  tema  hijos  ni  tema  calor  en  el  alma  Los 
versos  que  afiade  Sam.í.meco,  criticando  este  pasaje,  est.n  muy  en 
su  lugar. 

(t)  ¡C'ué  poesfa  de  estilo !  Esto  de  prec'mon,  precixinn;  tengo  una 
}))fn.s7í)/i;  aguárdenme  ustedes,  que  voy  á  uu»  ¡irecision...  rae  hue- 
le... ¿lo  diré?  A  lugar  común.  iNnla  del  nutor.) 

i-2i  Prosigue  en  su  carga  el  autor  del  liiscorso,  mal  avenido  con 
el  tono  de  superioridad  y  distinción  que  toma  en  estos  versos.  I, a 
acción  deCiUzman,  continua,  fué  heroica ;  pero  en  el  soliloquio 
del  señor  Iriarte  es  bárbara  y  ambiciosa.  No  es  éste  el  modo  de 
inspirar  la  virtud  y  el  amor  á  la  patria  ;  no  es  éste  el  modo  de  ar- 
rancar, si  es  posible,  la  ambición  de  los  pechos  humanos,  de  re- 
cordar A  los  poderosos  que  los  hombres  ,  según  la  naturaleza ,  to- 
dos son  iguales;  de  mostrar  que  cada  cual  debe  dar  á  conocer 
sus  propios  mrritos  y  no  hacer  ostentación  de  los  de  sus  abuelos; 
y  de  persuadir  qui  la  verdadera  gloria  de  la  patria  sólo  reside  en 
la  felicidad  de  sus  miembros.  Estas  deben  ser  las  principales  mi- 
ras del  que  emprende  instruir  al  pueftio:  sin  ellas,  poco  me  ira- 
jiorta  ver  en  el  autor  un  profundo  erudito  y  un  elegante  poeta, 
jiucsto  que  no  veo  un  filósofo.  Aquí  no  veo  un  héroe  que,  amando 
con  afecto  paterno  al  propio  hijo,  pretiera  ,  sin  embargo,  su  deber; 
que  mis  que  cualquier  otro  ob  éto,  domine  en  su  corazón  la  patria, 
y  que  siga  el  dicho  de  Metastasio  : 

Ln  patria  <*  ««  nnme 
A  cui  sacrificar  tullo  si  debe. 

Por  el  contrario,  veo  un  orgulloso,  un  fanliislicn,  que  trastorna 
con  su  moral  la  mente  y  el  corazón,  lie  otra  manera  se  presenta 
en  la  tragedia  fianccsa  Bruto,  que  también  sacrificó  sus  hijos  á 
la  patria. 


DON  FELTX  MARTA  SAMANIEGÓ. 

Y  sigue  lentamente  su  camino; 

Así,  ni  más  ni  menos,  ya  pasado 

El  golpe  de  sus  dudas,  el  caudillo 

A  la  difícil  cumbre  de  la  gloria 

Vuela,  como  la  oruga  á  su  destino. 

Esto  es  lo  que  ha  de  hacer  si  á  gloria  aspira; 

Cuéstele  el  nombre  de  héroe  sacrificios.» 


(Toma  aliento  y  prosigue.) 

Pero  doy  que  vivieras,  hijo  amado, 
¿Cuál  serla  tu  suerte?  El  ejercicio 
De  tu  guerrero  padre  seguirías; 
«Y  sin  más  que  imitar  su  ardiente  brío, 
En  el  campo  de  Marte  ganaría 
Eterna  fama  tu  valor  invicto; 
Los  fastos  de  la  historia  contarían 
Tus  heroicos  hechos  á  los  siglos. 
Mas  ¡ayl  que  los  poetas  son  los  diablos, 
Y  estarías  expuesto  al  gran  peligro 
De  que  alguno  te  hiciese  un  soliloquio. 
Pues  no,  mono  del  alma,  no,  querido. 
Mejor  es  que  te  maten,  que  te  maten.» 
Resuelto  está. 

(Con  aflicción.) 

Mas  ¡ayl  mueres  cautivo; 
Mueres  en  tierna  edad,  solo,  indefenso; 
«Y  sería  mejor,  más  divertido, 
Que  murieses  en  bulla  entre  nosotros , 
Que  apetecemos  espirar  contigo.» 
Basta,  no  me  enternezcas. 

(Una  pausa.) 

(Dejando  el  tono  de  aüiccion  y  ternura,  se  recobra  y  prosigue  con 
serenidad,  como  si  tal  cosa  no  hubiera  pasado.) 

¿  Cuándo  pude 
Pronosticarle  tan  cruel  destino  t 
Esperaba  aprendiese  con  mi  escuela 
A  ser  un  adalid,  de, cuyo  brío 
Se  estremeciese  el  África;  y  España, 
((  Tan  sólo  con  la  voz  de  Guzmanillo, 
Consiguiese  que ,  en  fuga  vergonzosa, 
El  miserable  enjambre  berberisco 
Se  arrojase  á  las  aguas  procelosas, 
Hasta  dejar  el  golfo  levantino 
Como  taza  de  leche,  c^ue  la  cubren. 
Ahogados  á  millares,  los  mosquitos. 
Mas,  en  fin,  el  mosquito  verdadero 
Tá  lo  fu  ras  sin  duda,  si  tú  mismo 
No  tuvieras  valor  de  decretarte 
Tal  muerte,  ó  no  serías  hijo  mió; 
No  serías  Guzman,  que  los  Guzmanes 
Ya  nos  cuenta  la  historia  que  ab  initio 
Se  han  chupado  los  dedos  por  matarse 
Por  su  patria  y  su  rey  con  heroismo; 
Y  sí  ha  habido  Guzman  que  así  no  sea, 
Era  un  Guzman  de  farsa.» 

(Con  ternura.) 

]Caro  hijol 
¿Y  podrá  ver  tu  padre  desde  el  muro 
Derramada  tu  sangre?  ¿Tuya,  digo? 
¿  La  suya  propia  cual  si  fuera  ajena? 
¿  Quién  ?  ¿  Él  ?...  ¿  Podrá  ver  eso  y  consentirlo  ? 

(Con  resolución  y  entereza  ,  aumentando  por  grados  la  fuerza  do 
la  voz.) 

Podrá,  si  es  noble,  si  es  pundonoroso, 
Si  arrestado,  si  fiel ,  si  buen  patricio. 

(Aumentando  más  y  más  la  voz.) 

(( No  podrá ,  si  es  plebeyo,  sí  es  infame , 
Sí  cobarde,  si  infiel,  si  mal  patricio. 
(Aumentando  la  voz  todo  cuanto  permitan  sus  pulmones.) 
Sí  podi-á...  [uo  podrá!  Pueda  ó  no  pueda, 
Morirá  si  lo  matan. 

(Con  voz  desalcLtada.) 

Mas  ¿qué  digo? 
Aun  cuando  no  lo  maten;  que  la  muerte 
De  tal  modo  vendimia  los  racimos 
De  la  viña  del  mundo,  que  no  deja 
Maduro,  verde ,  grande  ni  chiquito, 


COMrOSIClONES  VARIAS. 


405 


Pues  si  de  todos  modos  vendimiado 

Habrás  de  ser,  ¿qué  importa  que  el  cuchillo... 

Sí  importa;  qt;e  las  uvas,  vendimiadas 

Cuando  están  en  agraz,  hacen  un  vino 

Que  no  hay  diablos...  Detente,  pensamiento; 

Que  no  sé  donde  estoy  ni  lo  que  digo.» 

(Adagio  grave.) 
Hereda  un  hijo  timbres  con  la  muerte 
De  un  padre  ilustre;  aquí  con  la  del  hijo 
Un  padre  los  granjea.  «¿En  qué  consiste 
Tan  portentoso  sin  igual  prodigio? 
El  caso  es  intrincado ;  sin  embargo, 
O  soy  un  gran  camueso,  ó  di  en  el  hito. 
En  que  muere  aquí  el  hijo  antes  que  el  padre, 

Y  no  muere  aquí  el  padre  antes  que  el  hijo. 
Muere  un  hijo  en  la  horca,  vcrhi  grafía, 
Como  el  padre  del  muerto  quede  vivo, 
Hereda  lus  honores  del  difunto; 

Y  nnifatis  nnitandis,  es  lo  mismo 

Del  padi-e  al  hijo  que  del  hijo  al  padre; 
A  no  ser  que  uno  de  ellos  en  pollino 
Pasee  por  las  calles  algún  martes, 
Pues  quedando  en  tal  caso  los  dos  vivos, 
Ambos  disfrutan  del  honor  que  queda, 
Sin  que  se  lo  disputen  los  nacidos.» 

Y  pues  esto  es  así,  ¿qué  me  detengo? 
¿  Qué  nuevas  persuasiones  necesito? 
¿Qué  dudo.'  Cuando  espíritu  me  falte, 
(( Me  alentaré  pensando  que  yo  imito 
AI  brazo  de  Balaim,  y  que  su  burra 
Es  la  imagen  perfecta  de  mi  hijo. 
Éste,  tan  inocente  como  aquélla. 

El  golpe  sufi-h-á  no  merecido; 
Lo  sufrirá  mejor,  no  hablará  tanto 
Como  ella  habló  después  de  recibirlo; 
Pero  detente,  lengua...  no  profanes... 
Por  imitar...  (1).  Ya  basta,  que  es  delito. 
Ea,  acabemos  pues;  y...» 

(Suena  dentro  á  lo  li'jos  una  trompeta;  óyela  Gdíman  sorprendido, 
y  después  de  una  breve  pausa  conliuiia.) 

¿  Qué  escucho  1 

(Otra  corta  pausa.) 

¿Con  que  llegó  el  momento  decisivo? 

(Perturbado.) 

No  hay  duda;  esa  trompeta  que  á  lo  léjo3 
Resuena... 

(Casi  convulso  y  manifestando  en  sus  gestos  y  acciones  que  tiene 
la  imaginación  más  exaltada  i|ue  basta  aquí.) 

Esa  llamada  es  un  aviso. 

(Muy  apresuradamente.) 

Nuevo  mensaje...  «de  que  sale  un  toro 
^'alient?,  agarrochado  y  atre^'ido, 
A  decidir  mis  dudas  con  sus  astas , 
Por  mandado  tal  vez  de  algún  maligno. 
Que  atisbando  esta  escena ,  le  parece 
Que  no  ha  de  tener  fin  tan  gran  delirio  »; 
Pero  si  tal  sucede... 

(Ccn  valor.) 

«  Mi  pañuelo, 

Mi  arrojo,  mi  destreza  con  mis  bríos 
Se  burlarán  de  la  sañuda  fiera.» 

Vuelve  á  sonar  la  trompeta,  y  (Iuzman,  espaniadn,  hace  un  movi- 
miento violento  como  involuntario,  y  mirando  a  todas  partes  me- 
nos á  los  escalones.) 

Otro  recuerdo,  ¡cielos!  Confimdido 
En  mis  tardos  discursos,  no  advertía 
«Que  estoy  sin  talanquera,  sin  asilo 


(1)  Lo  de  la  burra  de  Balaan  y  esta  frase  no  estín  puestos  á 
nnmo  de  pajas.  En  este  pasaje  compaia  óuzman  el  sacrilicio  que 
liacc  con  el  de  Abraliara  y  el  de  Dios ,  que  entregó  su  Unigénito  por 
los  pecadores.  P.ealmen'te  en  el  monologo  de  Cuzman  no  era  del 
caso  tanta  erudición  escrituraria,  y  SAM\-irEC0,  con  su  natural  ma- 
licia, la  sustituyó  por  la  historia  de  la  burra  de  Balaan.  El  autor 
italiano  del  Uisioiso  critica  esta  inconsiderada  confusión  ríe  lo  sa- 
grado coa  lo  profano,  que  dice  le  sorprendió  en  el  señor  Iriarte. 


Para  salvar  mi  vida;  si  me  aprieta 
El  toro  en  su  carrera,  no  hay  arbitrio; 
Si  furioso  acomete,  y  yo,  sereno, 
Con  una  y  otra  suerte  no  le  rindo, 
Me  llevará  en  sus  astas  jior  el  campo 
El  feroz  animal  al  enemigo. 
Así  CDHio  en  la  punta  de  la  hinza 
El  soUlado  presenta  á  su  caudillo 
La  cal)i'za  del  bravo  sarraceno; 

Y  enlúnces,  ¡av  dulor!  ,'<iué  es  lo  que  digo? 
¿En  la  punta  Je  un  cuerno,  por  juguete, 
Han  de  ver  á  Guzman  lus  berberiscos?» 

(Adasio  con  sordinas,  yol  teatro  casi  A  oscuras.  Gizman,  lleno  de 
terror,  en  voz  baja  y  misteriosa,  mirando  á  lodos  lados,  couti- 
Düa  despacio.) 

Las  sombras  de  la  noche  se  apresuran; 
El  sol  ya  en  el  ocaso...  No  hay  arbitrio. 
«Las  gallinas  se  acuestan,  y  ios  gatos 
Todos  van  á  ser  ))ardus.  De  sus  nidos 
Las  lechuzas  saldrán,  y  de  los  templos 
Apagarán  las  lámparas...  Los  chicos^ 
En  camisa,  de  pié  sobre  sus  camas, 
El  aii'e  azotarán  con  los  vestidos 
Por  matar  al  murciélago  que  vuela 
Dentro  del  aposento.» — 51as  si  el  hijo 
Entrego,  de  jjesar  muero  igualmente, 
Aunque  con  honra.  ¡Sarraceno  inicuo. 
Si  acaso  á  tu  barbarie  faltan  armas, 
La  mia  te  las  da  ('2),  porque  me  indigno 
De  que  mi  sangre  tina  y  ennoblezca 
Aceros  viles. 

(Desenvaina  prontamente  el  cuchillo.) 

Este  que  j'o  ciño, 
Enseñado  á  vencer,  sea  instrumento 
De  mi  mayor  victoria. 

(Da  algunos  pasos  hacia  un  lado  del  foro,  y  grita,  haciendo  seña 
con  un  pañuelo,  de  raudo  que  ni  le  oinan  ni  le  vean  ,  por  no  dar 
lugar  á  que  venga  alguno  y  se  pierda  la  unipersonalidad.) 

¡Ah  de  los  miosl 
Corresponded  á  la  señal  del  campo 
Marroquí. 

(Después  de  un  rato  de  silencio,  suena  un  clarin  tan  cercano,  que 
se  conozca  lo  tocan  dentro  del  castillo,  precediendo  á  esta  lla- 
mada ,  un  redoble  de  atabales.  Gi'zman  corre  mirando  atrás ,  tre- 
pa por  los  escalones ,  y  cuando  se  contempla  seguro  dice:) 

Firme  estoy  en  mi  designio. 

(Con  un  súbito  rapto  de  furia.) 

Y  ¿  por  qué,  despechado,  no  convierto 
Este  hierro  fatal  contra  mí  mismo? 
Terminarán  mis  ansias. 

(Dejando  caer  de  la  mano  el  cochillo.) 

¿Qué  pronuncio? 
Absurda  sugestión...  ¡Yo  desvario! 
Recurso  de  almas  débiles.  ¿Adonde 
Me  arrebata  el  furioso  torbellino 
De  mis  pasiones?  «  Mas  ¿acaso  tengo 
Pasiones  yo?  Pudre...  i>oui-é  decirlo. 
Mas  nadie  lo  creerá.  Sobreviviendo 
Al  toro  que  yo  mate,  califico 
Más  bien  mi  intrepidez.»  ¿Qué  meditaba? 
Un  crimen  más  infame  que  el  que  evito  (.3). 

(Recoge  el  cuchillo.) 
Vamos;  me  sobra  aliento...  subo  al  muro. 

(Mientras  se  toca  una  marcha  ,  continúa  Cizman  en  subir  los  p.«ra- 
lones  del  muro,  y  mirando  dtsdc  lo  alto,  como  i  descubrir  el  to- 
ril, que  se  supone  haber  a  poca  distancia  dil  muro,  clama  en 
tono  fanfarrón.) 

Acércate  y  atiende  :  «  Clarincillo, 
Y  seas  quien  quisieres»,  tu  amenaza 


(2)  ;MI  barbarle?  No  es  esto  loque  debió  decir  Guzman  al  arro- 
jar el  cuchillo.  (A'o/fl  rfc/  aulor.) 

(5)  ¿En  que  quedamos,  amigo  Guzman?  ¿es  crimen  dar  un  hijo 
por  la  patria?  I'ues  entonces  a  entregar  la  plaza;  puesto  que  con 
matarse  no  se  evita  que  los  moros  maten  al  hijo,  si  les  tiene  cuen- 
ta. (Nota  del  aulor.) 


406 


DON  FÉLIX  MABÍA  SAMANIEGO, 


No  rendirá  mi  esfuerzo  ni  mis  bríos; 
«Voy  á  dar  ocasión  en  que  desfogue 
Su  brutal  furia  tu  animal  bravio.» 
Asómbrete  mi  acción,  de  ella  colige 
Si  es  cobarde  Guzraan,  y  si  has  creído 
Que  intimidarle  era  posible,  pierde 
Toda  esperanza  ya.  «  Echa,  malifrno. 
Echa  de  ese  toril,  sin  más  tardanza. 
El  feroz  animal,  el  más  temido 
De  valiente  andaluz»;  y  porque  veas 
Que  nada  en  mi  defensa  necesito, 
Y  temas  mi  valor,  toma  en  re.spncsta 
«  El  estoque  y  pañuelo  que  te  tiro.» 

(Arroja  el  pañuelo  y  el  estoque  del  muro  al  campo;  luépo,  al  son 
de  un  adaiíio  lento,  baja  algunos  escalones,  desalentado,  con 
muestras  de  horror,  y  sin  osar  pasai'  m;is  adelante,  prosigue, 
desde  una  altura  conü-nienle  á  su  sei^uridad,  variando  de  tonos, 
según  los  diferentes  grados  de  miedo  ó  de  valor  que  le  ocasione 
su  locura  y  expresa.au  los  versos.) 

Echada  está  la  suerte...  ¡Ahora  tiemblo! 
¡Con  razón,  aunque  tanlc,  me  hoiTorizol 
iCómol  un  pavor...  (no  lo  creyera)  un  pasmo... 
¡No  soy  dueño  de  mt!...  ¿quién  me  da  auxilio? 

(Cobrando  aliento.) 

¿Tanto  vigor,  y  ahora  tal  flaqueza? 

¿Me  pesa  de  mi  arresto?  Xo;  le  admiro  (1), 


(1)  Hé  aquí  estos  periodos  en  el  soliloquio  de  Iriarte  : 
"¿Me  pesa  de  mi  arresto?  No;  le  admiro, 
Le  apruebo,  v  muy  de  veras...  mas  ¡soy  padre  ! 
(No  lie  dicho  bien;  lo  fuii;  ¿porqué  reprimo 
El  justo  llanto?  Con  la  sangre  cumpla 
Mi  amor;  que  con  la  patria  ya  he  cumplido.» 

Ocasión  era  ésta  de  admirar  él  mismo  lo  bien  que  había  cumpli- 
do. Tenía  razón  el  Confutator  en  decir  que  el  Guzman  de  iriarte 
era  on  fanfarrón ,  qae  sacriflcaba  su  hijo  á  la  vanidad. 


Lo  apruebo,  y  muy  de  veras.  «  Soy  torero; 

No  digo  bien,  lo  ful;  que  desde  niño 

Todo  español  que  con  su  sangre  cumpla, 

Ha  de  ser  con  los  toros  atrevido. 

Pero  ¿quó  impulso  es  éste  qi;e  me  lleva 

Hacia  el  muro?  Tal  vez  estará  listo 

Para  salir  el  arrogante  toro.» 

No  sosiego  hasta  verle;  yo  me  animo. 

Apúrese  el  veneno. 

(Vuelve  A  subir  las  gradas  que  bajó,  entretanto  que  la  orquesta  toca 
un  largo  muy  triste  con  sordinas  y  (lautas;  desde  allí,  con  los 
m;ís  expresivos  indicios  de  miedo,  observa  lo  que  pasa  en  el  to- 
ril. Baja  algunos  escalones  atónito,  y  cubriéndose  los  ojos  con 
ambas  manos ,  déjase  caer  en  uno  de  ellos ,  como  postrado  de  la 
congoja,  y  con  voz  angustiada  y  palabras  interrumpidas  dice, 
acompañándose  de  la  música:) 

« ¡Atroz  brutazo!)) 
[Curiosidad  funesta!  ¡Ayl  ¿Qué  he  visto? 
«¡Qué  montaña  de  carne!  ¡Quó  fiereza! 
¡Qué  frentu  tan  rizada!  ¡Qué  bufidos! 
¡Cómo  escarba  la  ticra!  ¡Qué  lomazos! 
¡Qué  ojos  de  Satanás!  ¡Qué  cerviguillol 
¡Qué  par  de  horribles  cuernos  aguzados! 
Yo  los  vi;  sí,  señores,  ¿y  aun  respiro? 
Esto  ya  no  es  vivir,  (Juzman  cobarde, 
Que  tan  de  lleno  el  miedo  te  ha  cogido; 
Pide  á  nuestros  di-amáticos  poetas 
Que  aspiren  á  ser  gente  de  juicio; 
No  imiten  Pigmaleones  ni  Guzmanes; 
Que  al  que  charlaba  á  solas  en  lo  antiguo, 
Luego  que  llegó  el  diálogo  á  la  escena, 
Lo  arrojó  del  teatro,  corregido. 

(Con  acento  y  ademanes  de  desmayo.) 
Y  que  (la  voz  me  falta)  ¡oh  teatro!  ¡oh  teatro  I 
Cedo  al  dolor  de  ver  tus  autorcillos.» 

(Cae  el  telen.) 


FIN  DE  LAS  POESÍAS  DE   DON   FÉLIX   MARÍA   PAMANIEGO. 


DON  JOSÉ   IGLESIAS   DE   LA   GASA, 


NOTICIAS    BIOGRÁFICAS. 


Distinguióse  el  último  tercio  del  siglo  próximo  pasado  por  el  notable  movimiento  literario  que 
se  desarrolló,  no  sólo  en  la  capital  de  la  monarquía,  sino  también  en  otros  puntos  del  reino,  li- 
gurando  entre  ellos  en  primera  linea  la  ¡lustre  ciudad  do  Salamanca;  que  si  es  cierto  que  sus 
sabios  no  brillaban  en  los  consejos  de  Europa,  por  haber  descendido  España  del  elevado  rango 
que  alcanzó  en  tiempos  mejores,  cuando  era  arbitra  de  los  destinos  del  mundo  ,  no  lo  es  menos 
que  desde  los  últimos  albores  del  siglo  de  oro  de  nuestra  literatura ,  nunca  hasta  entonces  hablan 
resonado  en  las  riberas  del  Tórmcs  acentos  tan  dignos  del  Parnaso  castellano,  y  (¡ue  recordaban 
sus  dias  más  venturosos.  líuella  profundísima  lia  dejado  en  la  histuria  literaria  del  siglo  xvni  la 
célebre  escuela  poética  salmantina,  de  la  que  fué  fundador  el  coronel  don  José  Cadalso,  muerto 
gloriosamente  en  Gibraltar,  y  memorable,  más  que  por  el  valor  de  sus  escritos,  por  ser  docto  y 
feliz  maestro  de  Melendez  Valdés,  que  á  su  vez  lo  fué  del  grandilocuente  Quintana  y  del  elegante 
y  castizo  Gallego,  principal  ornamento  los  tres  de  su  escuela,  y  á  cuyo  lado  tiguran,  entre  otros, 
aunque  con  diferentes  merecimientos,  fray  Diego  González ,  don  Nicasio  Alvarcz  de  Cienfuegos  y 
DON  José  Iglesias  de  la  Casa,  objeto  de  este  articulo. 

Pocas  líneas  consagró  á  su  biografía  el  primer  editor  de  sus  obras;  y  esta  sensible  brevedad  ha 
motivado  que  hasta  hoy  no  se  haya  sabido  con  seguridad  más  que  el  lugar  de  su  naturaleza  y  la 
fecha  de  su  muerte,  pues  también  se  ha  incurrido  en  error  en  la  que  se  lijó  el  año  de  su  naci- 
miento. Pero  entre  el  riquísimo  caudal  de  noticias  y  documentos  inéditos  que  para  escribir  la 
historia  de  Salamanca  reunió  con  admirable  constancia  el  escribano  don  José  Iglesias  de  la  Casa, 
hermano  mayor  del  poeta  ,  hemos  tenido  la  fortuna  de  hallar  unas  ligeras  pero  estimables  noti- 
cias biográficas,  escritas  por  el  mismo  diligentísimo  compilador,  que  en  tan  ventajosa  situación 
se  encontraba  para  darlas  verídicas.  Ellas  nos  han  servido  de  guía  para  hallar  las  partidas  de 
bautismo  y  defunción  de  nuestro  autor,  como  asimismo  su  testamento.  Con  tan  fehacientes  tes- 
timonios é  irrecusables  noticias,  y  las  que  nos  suministren  las  mismas  obras  del  moderno  Marcial, 
trazaremos  una  breve  reseña  de  su  corta  y  no  agitada  existencia. 

Nació  DON  José  Iglesias  de  la  Casa  en  Salamanca,  el  jueves  31  de  Octubre  de  1748,  y  el  17  de. 
Noviembre  fué  bautizado  en  San  Martin ,  por  su  párroco  don  José  Rodrigo  Tesso;  siendo  su  padri- 
no su  tío  segundo  don  José  Alonso.  Fueron  sus  padres  José  Iglesias  Barrantes,  natural  de  la  par- 
roquia de  Santa  María  de  la  ciurlad  de  Trujillo ,  y  Teresa  de  la  Casa ,  de  la  parroquia  de  San  Ju- 
lián y  Santa  Basilisa,  de  Salamanca;  tambos  de  noble  linaje,  aunque  la  pobreza  les  constituyó 
en  estado  humilde» ,  como  dice  el  hermano  del  poeta  (1). 
Wt'  Según  el  mismo,  estudió  su  ilustre  hermano  i humanidades  y  teología  en  esta  universidad  ,  y 
W'se  distinguió  entre  los  profesores  de  su  tiempo,  que  admiraban  su  raro  y  peregrino  ingenio.  De- 
dicóse á  la  poesía,  y  fué  muy  versado  en  las  letras  sagradas,  en  que  hizo  profundo  estudio.  Al 
mismo  tiempo  fué  diestro  músico ,  tuvo  mucha  invención  en  el  dibujo,  y  fué  buen  escultor  en 

(1)  Fueron  sus  abuelos  paternos  Francisco  Igle-  tonla  Alonso,  natural  de  la  parroquia  de  San  Julián 

siag,  natural  de  Montehermoso,  obispado  de  Coria,  y  y  Santa  Basili.sa  de  Salamanca.  (Véase  el  libro  de 

María  de  Kivas,  de  la  villa  do  Zarzaquemada ,  del  batitizados  de  la  parroquia  de  San  Martin,  folio  44, 

mismo  obispado;  y  sus  abuelos  maternos,  Blas  de  la  que  principia  el  \.°  de  Marzo  de  1744  y  concluye 

Casa,  de  la  villa  de  Frías,  en  1'f  montañas,  y  An-  el  30  de  Mayo  de  1784.) 


^^  DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 


plata  como  lo  demuestran  varias  obras  que  hizo,  y  entre  ellas  una  pieza  de  la  creación  del  mun- 
do Y  pasajes  principales  de  la  Escritura,  que  consta  de  setenta  y  dos  «guras  de  medio  relieve  y 
existe  o n  poder  del  autor.  En  el  año  de  1783  se  ordenó  en  Madrid  de  presbítero,  y  conociendo  su 
rito  don  Felipe  Bertrán,  obispo  de  Salamanca,  inquisidor  general ,  le  dio  el  beneficio  de  La- 
rirro  vCarabias,  y  después  el  de  Carbajosa  y  Santa  Marta;  cuyas  iglesias  rigió  como  buen  pár- 
"expend'iendo' con  liberalidad  la  mayor  parte  délas  rentas  en  alivio  de  sus  feligreses.  Las 
i'nuas  enfermedades  que  padeció,  ocasionadas  del  demasiado  estudio,  y  su  temprana  muerte, 


p0( 

mer' 

rodi 

roco, 

contír. —  .      -  .  T       •         .  1 

privaron  al  público  de  muclias  buenas  producciones  que  se  esperaban  de  su  aplicación  y  talento. 
A  esto  se  reducen  las  noticias  del  poeta,  escritas  por  su  hermano.  Deducimos  de  ellas  que  su 
instrucción  no  fué  tan  escasa  como  supone  Quintana  {Poesías  selectas,  pág.  420;  París,  1838).  In- 
acnioso  c  instruido,  le  llama  don  Antonio  Alcalá  Galiano,  en  la  lección  xxn  de  su  Historia  de  la 
literatura  cspañoJa,  francesa,  inglesa  é  italiana,  pág.  581;  Madrid,  4845;  y  Ticknor,  en  la  His- 
toria  de  la  literatura  española,  pág.,93,  tít.  iv,  Madrid,  1857,  dice  que  recibió  su  educación  bajo 
los  más  favorables  auspicios. 

Continuas  fueron,  como  hemos  visto,  sus  enfermedades,  y  ya  le  aquejaba  la  que  acortó  pre- 
maturamente su  vida ,  cuando,  pocos  meses  antes  de  su  muerte,  publicó  el  poema  de  La  Teología, 
en  cuvo  prólogo  disculpa  el  escaso  mérito  de  la  obra,  i  ya  porque  su  talento  no  es  de  los  más 
crandes,  ya  por  lo  poco  que  le  ídXOYcce  su  incómoda  situación. »  El  editor  salmantino  dice  que 
su  última  enfermedad  fué  larga  y  penosa,  pero  sin  que  nunca  alterase  la  serenidad  de  su  ánimo. 
No  hallándose  todavía  en  cama ,  otorgó  su  testamento,  eH9  de  Agosto  de  4791,  ante  Felipe  San- 
tiago Bartolomé ,  y  el  26  del  mismo  mes  murió,  á  los  cuarenta  y  dos  años  y  nueve  meses  de  edad, 
en  casa  de  su  hermano  don  José.  El  mismo  día  fué  enterrado  eu  San  Martin ,  según  él  había  dis- 
puesto, con  el  hábito  de  Nuestra  Señora  del  Carmen ,  de  cuya  venerable  orden  tercera  fué  herma- 
no profeso.  Cuando  acaeció  su  muerte  era  párroco  de  Carbajosa  de  la  Sagrada,  aldea  á  una  legua 
escasa  de  Salamanca.  Nombró  por  sus  herederos  á  sus  hermanos  don  José,  doña  Rita  y  doña  Jua- 
na ,  mujer  aquélla  del  librero  don  Francisco  Tojar,  y  ésta  del  doctor  don  José  Pando  y  Huelga  ,  el 
cual  casó  después  en  segundas  nupcias  con  una  dama  de  elevada  cuna.  Legó  á  éste  las  obras  que 
eligiese  de  entre  sus  libros,  y  á  Tojar  unos  manuscritos  de  diversos  asuntos,  de  que,  según  dice, 
va  estaba  enterado;  que  indudablemente  serian  los  de  las  poesías,  cuya  primera  edición  hizo  en 
4795 ,  y  repitió,  considerablemente  aumentada,  en  1798.  Y  á  su  hermano  don  José  le  legó  varios 
documentos  de  devoción,  que  él  salía  ,  como  expresa  el  testador;  cuyos  manuscritos,  según  hemos 
oido,  muerto  que  hubo  el  legatario,  dio  ó  vendió,  entre  otros  papeles,  su  sucesor,  á  un  confite- 
ro. Ignoramos  si  así  fué ;  lo  que  sí  es  cierto,  que  de  los  referidos  manuscritos  hoy  no  tenemos 
noticia.  Pérdida  sensible,  pues  tal  vez  contendrían  algunas  obras  originales  del  autor.  De  entre 
estos  manuscritos  debieron  tomarse  los  Himnos,  sacados  del  fíezo  eclesiástico  inédito  de  Iglesias. 
Fueron  publicados  en  el  Semanario  de  Salamanca,  en  los  números  correspondientes  al  24  de  Di- 
ciembre de  4795,  al  de  igual  fecha  de  4796  y  al  del  22  de  Abril  de  1797.  Igiioramos  si  en  dicho 
periódico  se  publicaron  más,  por  hallarse  incompleta  la  colección  del  Semanario  que  hemos  visto. 

¿Fué  el  padre  de  Iglesias  artífice  platero,  como  el  de  su  célebre  paisano  el  músico  Doyagíie? 
Así  lo  creemos,  no  sólo  porque  la  fortuna  le  constituyó  en  estado  inferior  á  su  noble  linaje,  sino 
también  por  la  destreza  que  en  tal  arte  alcanzó  su  hijo,  superior  á  la  que  suele  lograr  un  simple 
aficionado,  y  que  acaso  adquiriría  al  lado  de  su  padre.  ¿Y  quién  sabe  si  Iglesias  ejercería  esta 
profesión  hasta  los  treinta  y  cinco  años,  época  en  que  recibió  las  sagradas  órdenes?  Nosotros 
creemos  (jue  no  tuvo  carrera  literaria  con  que  poder  atender  á  su  subsistencia,  pues  aunque,  se- 
gún nos  dice  su  hermano,  estudió  teología,  no  indica  que  recibiese  en  dicha  facultad  grado  al- 
guno ;  y  él ,  en  el  poema  de  La  Teología ,  sólo  se  titula  presbítero,  y  en  el  de  La  Niñez  laureada, 
que  publicó  cinco  años  antes  que  el  anterior,  se  denomina  teólogo,  presbítero,  y  natural  parece 
que  si  hubiese  tenido  algún  grado  académico  en  teología,  lo  ex|M-esase  así.  En  el  testamento  no 
se  le  dan  otros  títulos  que  el  úe presbítero ,  beneficiado,  cura  rector  de  Carbajosa  de  la  Sagrada; 
conj.;turas  más  ó  menos  fundadas,  y  á  las  que  cada  cual  puede  dar  el  valor  que  juzgue  conve- 
niente. 

La  casa  en  q^ie  falleció  Iglesias  se  halla  situada  en  la  Plaza  Mayor  de  Salamanca,  señalada  hoy 
con  el  número  19,  y  hace  esquina  al  arco  llamado  del  Toril;  su  puerta  accesoria  da  salida  á  la 
plazuela  de  la  Lonja,  que  ahora  se  denomina  plazuela  del  poeta  Iglesias  de  la  Casa.  Justo  aun- 
que modesto  homenaje  rendido  á  su  memoria. 


NOTICIAS  BIOGRÁFICAS.  409 

No  conservamos  noticia  que  durante  su  vida  publicase  más  obras  que  los  dos  poemas  mencio- 
nados, no  incluidos  nunca  en  la  colección  de  sus  poesías;  reducido  el  de  La  IS'iñcz  laureada  (1) 
á  un  solo  canto  en  loor  del  salmantino  don  Juan  Picorncll  y  Obispo,  que  á  la  edad  de  tres  años 
seis  meses  y  veinte  y  cuatro  dias  fué  examinado  públicamente  por  los  doctores  y  maestros  de  la 
universidad  de  Salamanca,  en  una  de  sus  aulas,  el  dia  o  de  Abril  do  178o.  Suceso  tan  extraordi- 
nario entusiasmó  al  humUde  cisne  del  Tónnes,  que  escribió  el  poema  en  el  mes  que  se  verilicó  el 
examen  ,  como  él  mismo  dice  en  la  estrofa  siguiente : 

Antes  que  el  rubio  sul  con  rayos  de  oro 
En  este  mismo  Abril  abra  las  flores, 
Bañando  de  fecundos  resplandores 
Los  bellos  cuernos  del  celeste  toro; 
En  su  laúd  sonoro 

Saldrá  á  la  margen  de  su  patrio  Tórmes , 
Con  acentos  confonncs 
Su  humilde  cisne,  que  en  ligera  pluma 
Hará  de  tus  prodigios  grata  suma. 

Hácese  en  el  poema  la  descripción  del  examen ,  y  está  escrito  con  la  corrección  y  pureza  de  len- 
guaje que  eran  habituales  al  autor;  siendo,  b;ijo  otros  conceptos,  escaso  su  vahn-  lilcrario,  como 
sucede  al  de  La  Teología  (2),  que  compuso  por  divertir  unos  ocios  que  tal  vez  íío  podría  evitar  de 
oír  a  manera.  Consta  de  ocho  discursos  y  uno  de  introducción;  pensaba  escribir  una  segunda 
parte,  pero  no  pudo  realizarlo  por  su  temprana  muerte.  Es,  si  cabe,  inferior  al  de  La  ISinez  lau- 
reada; pues  Iglesias  generalmente  es  trivial  y  desmayado  en  las  poesías  serias,  en  las  que  ca- 
rece de  elevación  y  brío,  como  en  sus  églogas  y  romances,  que,  sobre  ser  monótonos,  por  no  ofre- 
cer novedad  alguna,  no  hay  en  ellos  cualidad  que  los  haga  estimables;  llegando  al  colmo  de  la 
trivialidad  sus  canciones  A  la  Soledad  y  Á  la  Vanidad  terrena. 

Se  ha  dicho  que  Iglesias  abandonó  el  género  satírico  desde  que  se  ordenó  de  presbítero,  ó  sea 
durante  los  últimos  siete  años  de  su  vida;  así  lo  creemos,  porque  en  este  espacio  de  tiempo  fué 
cuando  publicó  los  poemas  mencionados,  y  porque  de  sus  mismas  poesías  se  infiere  que  era  muy 
joven  cuando  escribía  aquellos  epigramas  y  letrillas  en  que  habia  de  estribar  su  renombre  litera- 
rio. ¡Tan  cierto  es  que  las  llores  más  espontáneas  son  las  que  en  el  Parnaso  ostentan  más  loza- 
nía! En  comprobación  de  los  pocos  años  que  tería  cuando  escribió  varias  de  sus  producciones, 
copiaremos  los  siguientes  versos  : 

I 
Cuando  yo  canto  mis  sales, 


Muchacho  ágil  me  resuelvo. 

(Epig.  lxxvl) 
Óigame ,  que  empiezo , 
1  Hola !  ¿  con  quién  hablo  ? 
Que  niño  arrapiezo^ 
Soy  la  piel  del  diablo. 

(Let.  i,  satíricas.) 


Musa,  pues  eres 

De  edad  tan  tierna^ 

Tú,  que  no  puedes, 

Llévame  á  cuestas. 


(Let.  X,  SATÍB.) 


Cúlpanme  varios  censores 
Que  vn  muchacho  no  es  bien  cante 
En  estilo  mordicante 
Ni  acentos  murmuradores... 

(Let.  XXIII,  satíu.) 


Ticknor,  en  el  lugar  arriba  citado,  dice  que  indignado  Iglesias  de  la  inmoralidad  de  su  ciudad 
natal ,  se  entregó  á  la  sátira;  afirmación  completamente  gratuita,  que  nada  hemos  hallado  que  la 
justifique;  por  el  contrario,  hemos  visto  un  minucioso  extracto,  que  abraza  casi  lodo  el  siglo  pró- 
ximo pasado,  de  las  relaciones  manuscritas  de  Peñas  y  Nuñez,  en  que  dia  |)or  dia  se  apuntan  los 
sucesos  de  nuestra  ciudad,  y  aun  muchos  puramente  privados;  y  aunque  hallamos,  si ,  la  variada 
trama  de  acontecimientos  que  constituyen  la  vida  de  un  pueblo,  no  encontramos  esa  supuesta 
inmoralidad  de  que  habla  sin  fundamento  alguno  el  escritor  anglo-americano.  Parécenos  que 
Iglesias  no  hizo  más  que  seguir  la  índole  de  su  ingenio ,  y  que  el  alcance  de  su  sátira  no  se  li- 

(1)  Imprimióse,  con  las  licencias  necesarias,  en  volvió  á  sufrir  otro  examen,  cuyo  programa  po- 

Salamanca,  año  de  1785,  en  la  oficina  de  la  Santa  seeinos.                                               ' 

Cruz,  por  Domingo  Casero,  precedido  de  un  prólogo,  (2)  Consta  de  un  tomo  en  8.",  de  175  páginas;  so 

y  al  fin  con  una  curiosa  nota  biográfica  del  admi-  imprimió  por  don  Francisco  Tojar,  en  Salamanca, 

rabie  nifio.  que  en  los  dias  7  y  11  de  Marzo  de  1787  aüo  de  1790. 


^jO  DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 

mitaba  al  estrecho  recinto  de  su  ciudad  natal,  como  se  patentiza  con  la  lectura  de  algunos  pasa 
jes  de  sus  letrillas: 


Siglo  friolera , 
Vi  en  atisbo  ocioso ; 
Erase  que  se  era 
Un  cuento  gracioso. 

Este  siglo  es  pasmo 
De  virtud  extraña; 
Eso  es  entusiasmo, 
No  68  sino  patraña. 

¡  Qué  enfcnno  y  malo 
Que  se  llalla  el  mundo! 
Quien  no  lo  crea 
Tómele  el  pulso. 


Una  bola  es  este  mundo, 
Que  harta  está  de  mal  rodaí 
Y  lus  dus  hemos  de  andar 
A  túndame  que  te  tundo. 

(T>ET.  IV  ,  SÁTÍR.)  (LeT.  XXV,  SATÍB.) 

Yo  quiero  que  sepa  el  inundo 
Quién  soy,  y  se  desengañe ; 
Que  el  que  las  sabe  las  tañe. 

(  Let.  vi,  SATÍR.)  (LeT.  XXVIII,  SATÍR.) 

Diz  que  de  este  inferior  globo 
La  máquina  está  trocada ; 
No  sé  nada. 
(Let.  IX,  SATÍR.)  (Let.  xxxi,  satír.) 

Quintana,  en  el  articulo  cuarto  de  su  Introducción  á  la  poesía  castellana  del  siglo  xvni,  hablan- 
do (le  Iglesias,  dice  en  una  nota  :  «Entre  la  corifusion  de  papeles  que  dejó  al  morir,  se  encontra- 
ron centones  de  versos  ¡'e  diferentes  poetas  antiguos,  unas  veces  descompuestos,  otras  literales, 
pero  siempre  combinados  de  manera  que  formasen  un  todo  regular.  De  esta  clase  son  algunas  de 
sus  odas,  y  la  mayor  parte  de  las  villanescas  de  sus  églogas  y  de  sus  idilios.  Las  principales  fuen- 
tes donde  bebia  para  este  trabajo  eran  Balbuena  y  Quevedo.  Ignórase  el  uso  que  pensaba  hacer 
en  adelante  de  estos  estudios,  y  sus  editores  los  publicaron  conforme  vinieron  á  sus  manos.  Lo 
más  particular  es,  que  en  ellos  lo  raro  y  extraño  de  la  ejecución  no  perjudica  á  la  sencillez  del 
pensamiento  principal,  ni  á  la  regularidad  del  todo,  ni  á  la  gracia  de  las  letrillas,  ni  al  fuego  y 
expresión  melancólica  de  la  oda  y  de  los  idilios,  j  Lo  que  prueba,  no  sólo  el  completo  dominio  que 
tenía  de  la  lengua  castellana,  sino  una  prodigiosa  facilidad  para  versificar.  En  las  odas  Al  Dia  y 
A  la  Noche,  y  en  el  idilio  yl/  Desfallecimiento,  se  bailan  algunos  versos  de  Balbuena,  tomados 
de  El  Bernardo,  copioso  aunque  informe  tesoro  de  poesía. 

Como  escritor  epigramático,  don  José  Iglesias  de  la  Casa  no  tiene  rival  en  nuestra  lengua,  y 
hechiza ,  no  sólo  por  lo  agudo  del  pensamiento,  sino  por  la  inimitable  facilidad  y  soltura  en  la 
expresión;  cualidades  que  también  resaltan  en  las  letrillas  satírica?,  donde  cada  estrofa  es  un 
epigrama.  Quintana  le  reconoce  para  estos  géneros  un  mérito  eminente,  que  no  cede  sino  á  Que- 
ve.Io,  de  quien  dice  que,  si  no  tiene  el  raudal  y  la  vivacidad,  tampoco  presenta  el  mal  gusto  y  las 
extravagancias.  Es  cierto  que  también  carece  de  la  acerba  profundidad  de  Quevedo  y  la  gene- 
rosa abundancia  de  Góngora;  pero  no  por  eso  deja  de  ser  en  ocasiones  abundante  y  profundo. 
Profundísimo  se  maniíiesta  en  el  ej)igrama  xx,  cuyo  último  verso  ha  pasado  á  proverbio;  verso 
admirable  y  que  equivale  á  todo  un  poema,  pues  bajo  aquél,  al  parecer  chistoso  y  ligero  pensa- 
miento, se  encierra  la  más  profunda  filosofía.  ¡Quién,  al  leer  aquella  exclamación  final,  no  re- 
cuerda algunas  de  sus  ilusiones  más  halagüeñas,  desvanecidas  al  descender  de  las  regiones  del 
espíritu  al  mundo  material  (pie  nos  rodea  !  Hay  poetas  á  quienes  el  dolor  arranca  carcajadas  en 
lugar  de  gemidos ,  y  nosotros  ,  cuando  leemos  algún  escrito  satírico,  á  través  de  su  sonrisa ,  siem- 
pre creemos  ver  la  huella  de  acerbísimos  dolores.  ¡  Quién  olvida  á  Quevedo  y  á  Larra !  Pero  si 
ficil  y  festivo  se  muestra  Iglesias  en  los  epigramas  y  letrillas,  es  apasionado  y  melancólico  en  los 
idilios,  en  los  que  agrada  hasta  aquel  amable  abandono  en  la  versificación.  ¿Y  á  quién  no  enamo- 
ra la  candida  malicia  de  las  villanescas?  ¿Quién  no  se  encanta  con  la  vivacidad  y  galano  donaire 
df  La  rosa  de  Abril,  La  salida  de  Amarilis,  y  lu  hechicera  entonación  de  la  anacreóntica  vni, 
digna  del  lírico  de  Teyo? 

Ademas  de  las  ediciones  de  Salamanca,  se  han  hecho  otras  muchas  de  las  poesías  de  nuestro 
autor;  siendo  las  más  conocidas  las  de  Barcelona,  de  18^20  y  1837  ;  la  de  París,  do  1821  ;  y  la  de 
Madrid ,  de  1840,  en  cuatro  tomos  en  16." ;  en  el  último  tomo  de  ésta  se  publicó  un  entremés  titu- 
lado El  Pleilo  del  cuerno,  que  no  creemos  escribiese  Iglesias,  y  ademas  unos  epigramas  tomados 
del  Semanario  ¡ñntoresco,  que á  todas  luces  parecen  de  nuestro  autor,  como  asimismo  las  demás 
poesías  incluidas  en  el  tomo  iv,  y  que  ya  lo  habían  sido  en  la  edición  de  Salamanca  de  1798.  Por 
apócrifas  las  tienen  Ticknor  ó  sus  anotadores;  nosotros  creemos  lo  contrario,  pues  para  conven- 


NOTICIAS  BIOGRÁFICAS.  411 

cerse  de  su  autenticidad  ,  no  se  necesita  un  detenido  examen ;  tan  gi'ande  es  su  semejanza  con  las 
reconocidas  como  de  Iglesias,  que  basta  leer,  por  ejemplo,  el  mclancúlico  idilio  primero  del  apén- 
dice, para  que  se  agolpen  á  nuestra  memoria  los  de  los  tomos  anteriores.  Atendiendo,  ademas,  á 
que  Tojar  fué  el  editor  de  este  apéndice,  como  también  de  otras  poesías  con  que  aumentó  la  se- 
gunda edición  ,  queda  completamente  justificada  su  auteuticidad.  En  esta  edición  manifestó  que 
las  traducciones  de  Horacio  y  otra  de  Safo  no  eran  de  Igleíias,  á  quien  se  atribuyeron  por  li  iber 
sido  bailadas  entre  sus  papeles.  (Confesamos  que  sjría  grande  nuestra  sorpresa  si  algún  dia  se 
descubriese  el  verdadero  autor  de  las  poesías  del  apéndice,  en  cuyo  caso  no  vacilariamos  un  solo 
instante  en  considerarlas  como  la  mejor  imitación  que  existe  en  castellano.  Que  estas  poesías  no 
se  incluyesen  en  la  edición  príncipe,  nada  tiene  de  extraño,  no  sólo  ponpie  no  llegarían  á  manos 
del  editor  todas  las  que  circularon  manuscritas  en  vida  de  Iglesias,  sino  porque  tales  omisiones 
casi  siempre  son  inevitables  en  ediciones  postumas. 

No  babiendo  publicado  Iglesias,  durante  su  vida ,  ninguna  poesía  satírica  ,  se  libró  de  los  in- 
convenientes que  por  lo  regular  ocasiona  este  género  de  escritos;  pero  no  se  libró,  en  verdad ,  de 
que  la  edición  de  1798  fuese  proliibida  por  la  Inquisición  en  el  índice  expurgatorio  de  1805.  Don 
Bartolomé  Gallardo  defendió  en  un  folleto  el  libro  probibido;  piTo  las  especiales  circunstanci.is 
del  defensor,  y  lo  violento  de  la  defensa,  fueron  más  bien  perjudiciales  que  provecbosas(I).  Nos- 
otros liemos  oído,  y  lo  reproducimos  por  lo  que  valer  pueda  ,  que  la  proliibicíon  fué  originada  por 
un  émulo  de  Iglesias,  al  ([ue ,  si  odió  vivo,  no  perdouíj  muerto;  ofendiéndole  tal  vez  la  glrtria  y 
popularidad  que  alcanzaban  sus  escritos.  Tan  cierto  es  que  la  envidia  siempre  sigue  al  gei:i', 
como  la  sombra  al  cuerpo. 

Para  completar  cuantas  noticias  liemos  podido  adquirir  acerca  de  Iglesias  y  sus  obras,  tene- 
mos una  verdadera  satisfacción  en  anunciar  que  el  excelentísimo  señor  don  Leopoldo  Augusto  de 
Cueto,  individuo  de  la  Real  Academia  Española,  va  á  pul)licar  las  poesías  del  escritor  salmantino, 
con  las  de  los  poetas  del  siglo  xviii,  en  la  Biblioteca  de  Autores  Españoles,  glorioso  monumento 
que  el  señor  don  Manuel  Rivadeneyra  levanta  con  plausible  peise verane ia  á  la  literatura  nacional. 

Salamanca,  180:2.  Manuel  Villar  y  Macías, 


ADICIÓN  Á  LA  ANTERIOR  NOTICIA  BIOGRÁFICA. 

En  la  biografía  de  don  José  Iglesias  de  la  Casa  bicimos  mención  de  un  folleto  pubüca'io  por 
don  Francisco  de  Tojar,  en  defensa  de  las  poesías  postumas  de  nuestro  autor;  vanas  fueron  nues- 
tras diligencias  para  bacernos  con  el  referido  escrito,  pero  hoy  podemos  dar  circunstanciadas  no- 
ticias de  él ,  gracias  á  la  franca  galantería  de  nuestro  distinguido  amigo  y  colaborador,  doctor  don 
Ramón  Losada ,  pariente  del  poeta,  que  nos  ha  facilitado  un  ejemplar  que  perteneció  al  presbítero 
don  Arcadio  Iglesias,  sobrino  del  escritor  objeto  de  nuestras  investigaciones.  Titúlase  el  mencio- 
nado folleto  :  Memoria  en  defensa  de  las  poesías  postumas  de  don  .Iosé  Iglesias  de  la  Casa  ,  presbí- 
tero; dirigido  al  Santo  Tribunal  de  Valladolid,  por  don  Francisco  de  Tojar.  Año  de  1803.  Está  im- 
preso por  él  mismo,  con  las  licencias  necesarias,  y  consta  de  veinte  y  una  hojas  en  folio  menor. 
Tojar  comienza  manifestando  que  el  24  de  Mayo  del  expresado  año  se  le  notificí)  por  el  señor 
Lectoral  de  esta  Iglesia  de  Salamanca,  de  orden  del  Santo  Tribunal  de  Valladolid  ,  suspendiese  la 
tercera  edición,  que  anunciaba  en  el  prólogo  de  la  segunda,  de  las  poesías  fie  Iglesias,  y  se  le 
preguntaba  quién  era  el  dueño  y  editor  de  ellas.  Por  esta  causa,  Tojar  presentó  el  escrito  con 
que  comienza  el  folleto,  manifestando  ser  él  el  dueño  y  editor  de  las  poesías ,  y  pidiendo  al  mis- 
mo tiempo  al  Tribunal  la  aprobación  para  publicarlas  con  las  correcciones  que  éste  hiciese,  y 
expresó  que  no  había  dado  principio  á  la  nueva  edición,  por  estar  solicitando  en  el  Supremo  Con- 
sejo de  Castilla  el  privilegio  exclusivo  para  que  otros  no  las  pudiesen  reimprimir,  como  lo  habían 
intentado.  En  vista  de  este  escrito,  fechado  el  31  de  Mayo  de  1803,  fué  llamado  Tojar  el  17  de 

(1)  Un  amigo  nuestro  recuerda  haber  visto  en  ijiie  fué  levantada.  Si  así  sucedii'i,  no  creemos  que 

Zaragoza  un  folleto  de  más  de  cien  páginas  en  folio,  este  folleto  sea  el  que  csf  ribió  Gallardo,  el  cual  fue 

publicado  por  Tojar,  en  defensa  de  la  segunda  edi-  rigurosamente  prohibido, 
cion.  Por  esta  ú  otras  causas  la  prohibición  parece 


412  DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 

Julio  por  el  señor  Lectoral ,  para  decirle,  de  orden  del  Tribunal ,  que  éste  habla  tenido  á  bien  darle 
vista  (le  l;is  tres  coDsuras  que  se  habían  heclio  de  las  poesías  de  Iglesias.  La  úUima  de  ellas  está 
fechada  en  Madrid,  á  28  de  Abril  de  1802;  las  otras  carecen  de  esta  circunstancia,  y  en  todas  se 
liaila  omitida  la  firma  del  respectivo  censor,  sin  que  ninguna  se  distinga  por  lo  atinado  de  la  crí- 
tica, patentizándose  en  ellas  ser  sus  autores  ajenos  ó  completamente  extraños  á  los  estudios  li- 
terarios, por  más  que  sólo  les  incumbiese  considerarlas  bajo  el  aspecto  moral.  Haremos  un  bre- 
visinio  extracto  de  las  tres. 

En  la  primera,  después  de  decir  el  censor  que  ha  leidO  y  releído  las  poesías  de  don  Pedro  Igle- 
sias DE  LA  Casa  ,  las  calificó  de  torpes  y  obscenas,  no  sólo  las  satíricas,  sino  aun  las  puramente 
amatorias,  hallando  en  ellas,  ademas  de  estas  faltas,  la  de  gentilismo,  por  sus  alusiones  mitoló- 
gicas, y  á  unas  las  llama  lascivas,  á  otras  vinosas,  y  venenosas  á  todas;  y  concluye  citando  dos 
regfis  de  Natal  Alejandro,  y  algo  de  lo  mucho  que  trae  en  su  confirmación  (lib.  iv,  Theolog.  dog- 
mática, cap.  vm,  art.  2.").  El  segundo  censor  dice  que  no  halla  en  ellas  ninguna  proposición  con- 
tra los  dogmas  de  nuestra  sagrada  religión ,  pero  sí  contra  las  buenas  costumbres;  y  que,  po- 
dría volverse  á  imprimir  entresacando  todo  lo  que  se  halle  en  este  caso;  por  lo  que  juzga  la  obra 
comprendida  en  las  reglas  7."  y  i6.'  del  Expurgatorio.  Finalmente,  el  tercer  censor  concede  que 
es  licito  tratar  materias  de  amor  (el  primero  las  tiene  por  obscenas),  pero  no  como  lo  hace  Igle- 
sL\s,  quien  deja  á  otro  la  gloria  de  versificar  sobre  otros  asuntos,  puesto  que  él  es  muerto  por 
cantar  los  chistes  de  sus  muchachas;  y  en  otras  poesías  dice  que  se  deja  ver  claramente  que  el  au- 
tor tiene  entre  cejas  ciertas  personas,  ciertos  cuerpos,  ciertos  estados,  sobre  los  que  descarga  su 
saña.  Por  estas  cansas,  y  atendida  la  índole  de  la  obra,  la  considera  harto  peligrosa. 

A  esto  principalmente  se  reducen  las  censuras,  y  no  deja  de  lij  r  nuestra  atención  que  el 
autor  de  la  primera  llame  á  íglesl\s  don  Pedro,  después  de  haberle  leido  y  releído.  ¿Sería  tal  vez 
quien  promovit^se  este  asunto,  y  para  evitar  toda  nota  de  parcialidad  equivocase  ex  profeso  el 
nomlire ,  queriendo  dar  i  entender  con  ello  que  no  le  movía  pasión  alguna  personal  al  trazar  la 
acerba  censura  (pie  hizo  de  las  poesías  de  un  autor  que  le  era  completamente  desconocido,  pues- 
to que  así  confundía  su  nombre?  Cualquiera  que  lea  original  la  primera  censura,  se  convencerá 
de  la  pasión  que  mueve  la  pluma  de  su  autor.  Por  otra  parte,  causa  verdadera  sorpresa  que  el 
Tribunal  dejara  pasar  sin  oponer  obstáculo  alguno  la  primera  edición  de  179o,  que  contenia  casi 
todas  las  poesías  satíricas  ,  pues  apenas  hay  nada  aumentado  de  este  género  en  la  segunda  edi- 
ción de  1798,  que  fué  agotada  antes  de  que  nada  se  advirtiese  al  editor,  esto  es,  durante  cinco 
ííños,  ó  sea  hasta  1803,  en  que  se  le  mandó  suspender  la  tercera  edición,  anunciada  en  la  segunda. 
¿Cómo  se  dejó  pasar  tanto  tiempo  entre  el  anuncio  y  la  orden  de  suspensión  de  un  libro  que,  á 
juzgar  por  la  censura,  era  tan  pernicioso?  Senos  dirá  que,  de  haber  suscitado  la  prohibición  un 
émulo  de  Iglesias,  no  hubiera  dejado  pasar  tantos  años;  pero  ¿quién  nos  asegura  que  durante 
ese  tiempo  no  trabajase  para  conseguirlo,  aunque  sin  resultado  alguno  por  entonces? 

A  los  escritos  de  censura  sigue  el  de  defensa  ,  con  que  termina  el  folleto,  y  del  que  copiamos 
los  siguientes  párrafos : 

c  No  están  de  acuerdo  los  censores  en  calificar  las  poesías  postumas  del  presbítero  Iglesias.  Para 
el  uno,  no  solamente  hay  en  todas  ellas  torpeza,  lascivia  y  obscenidad,  sino  también  en  el  pri- 
mer tomo  cosas  contra  la  fe;  el  otro  confiesa  claramente  que  nada  ha  encontrado  en  ellas  que  se 
oponga  á  los  dogmas  de  nuestra  sagrada  religión ;  y  el  tercero  limita  su  censura  al  segundo 
tomo,  que  contiene  las  poesías  del  género  epigramático. 

» En  defensa  del  autor,  nos  haremos  cargo  de  todos  los  reparos  propuestos  por  los  censores, 
satisfaciendo  á  cada  uno  de  ellos  con  el  orden  y  claridad  posible,  y  perdonando  aquellas  injurias 
y  ultrajes  hechos  á  la  buena  memoria  del  difunto  Iglesias,  pues  conocemos  que  no  los  ha  pro- 
ducido la  malicia,  sino  el  celo  de  la  religión,  aunque  falso  é  indiscreto. 

» Convengamos  en  que  las  poesías  postumas  no  son  un  hbro  de  oración  y  meditación ,  ni  del  or- 
den de  las  que  compuso  después.  Pero,  aunque  sería  lo  mejor  tener  al  hombre  siempre  ocupado 
en  la  contemplación  de  objetos  santos,  no  lo  permite  la  condición  humana,  ni  esta  sola  es  bas- 
tante causa  para  prohibir  los  libros  que  tratan  de  otros  asuntos.  Tampoco  basta  que  un  libro 
contenga  materias  que  se  tienen  por  jocosas  y  picantes;  que  hable,  por  ejemplo,  de  la  pasión 
del  amor,  de  los  celos,  de  la  paciencia  de  los  maridos,  etc.  Es  necesario  que  enseñe,  que  dog- 
matice. Por  esta  razón  se  han  prohibido  tantas  comedias  y  novelas  en  qive  se  ve  un  sistema  or- 
denado y  seguido,  donde  se  aprende  el  vicio  por  principios;  y  por  la  misma  razón  se  permiten 


ÍTOTICIAS  BIOGRÁFICAS.  413 

Ó  toleran  muchos  libros  de  agradable  pasatiempo,  especialmente  de  poesía,  en  que  nada  malo  se 
enseña,  en  que  el  ánimo  del  autor  no  es  dogmatizar,  y  en  que,  sin  embargo ,  se  encuentra  al- 
guna expresión  poco  decente,  pero  que  no  deja  impresión  alguna  después  de  su  lectura.  Y  lié 
'aquí  también  la  razón  por  que  el  Santo  Concilio  de  Trento,  como  consta  en  la  regla  7."  del  Ex- 
purgatorio, citado  en  las  censuras,  prohibe  solamente  aquellos  libros  en  (jue  de  propósito  se 
cuentan  ,  tratan  y  enseñan  materias  lascivas  y  obscenas. 

»  Sobretodo,  están  muy  lejos  de  incurrir  en  semejante  censura  las  obras  y  tratados  que  pintan 
las  pasiones  y  el  vicio  con  los  colores  más  negros,  que  exponen  sus  fatales  consecuencias,  y  en 
una  palabra,  en  que  el  autor  se  propone  el  fin  moral  de  corregir  satirizando. 

>  En  esta  inteligencia,  no  hizo  Iglesias  más  que  usar,  y  con  no  poca  parsimonia,  del  privile- 
gio que  tiene  la  sátira,  no  sólo  de  retratar  al  vivo  los  abusos,  resabios  y  extravagancias  de  los 
hombres,  sino  de  cargar  también  la  mano  en  la  pintura  del  vicio  para  que  resalte  su  fealdad.  Ri- 
diculizar, éste  es  el  principal  objeto  de  la  sátira;  para  ello  no  usa  de  otras  armas  que  la  fina  iro- 
nía ,  las  burlas  y  donaires ,  y  en  los  casos  extremos  la  invectiva  elicaz  y  acre,  según  que  conven- 
ga dibujar  el  vicio,  más  como  odioso  que  como  ridiculo.  Los  principios  de  este  ramo  útilísimo 
de  poesía  estriban  en  el  íntimo  conocimiento  del  corazón  humano.» 

Después  de  manifestar  que  el  género  satírico  ha  sido  cultivado  siempre,  pasa  á  justificar  el  de- 
coro y  parsimonia  que  brilla  en  Iglesias,  y  dice  que  todos  ó  la  mayor  parle  de  los  poetas  salí- 
ricos  castellanos  que  le  han  precedido,  han  usado  mucha  más  desenvoltura  y  libertad  que  él;  y 
para  comprobarlo  copia  versos  del  Arcipreste  de  Hita,  de  Quevedo,  Góngora,  Argensola  y  los 
Romanceros. 

Cita  á  continuación  un  pasaje  del  profeta  Ecequiel  (cap.  xxii),  donde  en  estilo  enérgico  se  ex- 
presan los  desórdenes  de  la  carne  y  las  abominaciones  de  los  pecadores.  Rebate  ilespiies  las 
principales  objeciones  que  se  hacen  á  las  poesías;  y  respecto  á  la  inculpación  del  censor  tercero, 
sobre  tener  Iglesias  animadversión  á  ciertos  cuerpos ,  dice  :  « Un  cargo  semejante  se  cx)nvenco  de 
injusto  con  la  simple  lectura  de  los  lugares  citados  (varias  estrofas  de  las  letrillas)  y  de  todas  las 
poesías  de  Iglesias  ;  y  ésta  es  una  justicia  que  usía  ilustrísima  no  me  podrá  negar.  Üe  ella  resultará, 
sin  género  de  duda,  la  sinrazón  con  que  se  le  censura  y  la  pureza  de  intención  de  Iglesias,  y  cier- 
tamente, de  otro  modo,  y  por  los  principios  de  los  censores,  no  habría  libro  ni  autor,  en  que  se 
dijese  algo  contra  la  filosofía  peripatética,  contra  el  abuso  del  escolasticismo  y  el  descuido  ó  des- 
orden en  que  estuvieron  antes  nuestros  estudios  y  universidades,  (jue  no  pudiese  ser  tacliado  de 
mordacidad ;  y  los  primeros  y  más  fuertes  de  los  escritos  mordaces  (permítanos  usía  ilustrísima  este 
desahogo)  serian  los  planes  de  reforma  de  dichas  universidades,  en  que  se  hallan  enunciados  con 
la  mayor  claridad  sus  antiguos  defectos.  En  las  sátiras  de  Iglesias  no  se  reprende  otra  cosa  que 
los  abusos  introducidos  en  las  escuelas;  y  así  es  que  las  dos  veces  que  han  sido  censuradas  sus 
poesías  para  su  publicación,  lo  han  sido  por  dos  doctores  y  catedráticos  de  cánones  y  leves  de 
esta  universidad,  los  únicos  que  poilian  ofenderse  de  los  chistes  de  Iglesias,  porque  habla  con 
ellos  señaladamente  en  la  última  letrilla  citada»  {es  la  xliii,  estrofa  1.°). 

Dice,  respecto  al  cargo  de  gentilismo  que  le  hacen  por  sus  alusiones  mitológicas,  que  el  mis- 
mo pudiera  hacerse  al  Tasso,  Cuinoes,  Fenelon  ,  Quevedo,  Sannazaro  y  otros,  áiui  cuando  trata- 
sen asuntos  religiosos;  y  que  incurren  en  error  gravísimo  los  censores  al  confundir  las  voces 
amatorio  y  obsceno,  que  para  ellos  son  sinónimas,  siendo  en  realidad  tan  diferentes.  Y  concluye 
el  autor  de  la  defensa  alegando,  en  comprobación  de  la  acendrada  piedad  de  Iglesias,  no  sólo 
los  curatos  que  desempeñó,  siendo  el  primero  el  del  Guijuelo,  que  rigió  por  cinco  mese>,  sino  las 
numerosas  poesías  sagradas  que  escribió;  diciendo  que  parafraseó  todos  los  salmos  de  David,  que 
compuso  oficios  en  lengua  castellana  para  todas  las  festividades  del  Señor,  la  Virgen,  losapíjstoles, 
y  para  las  demás  fiestas  principales  del  año,  formando  una  Lira  sagrada,  superior  á  la  de  los 
Leones,  Rebolledos  y  otros,  y  que  en  ella  ,  siguiendo  el  autor  la  norma  de  la  Iglesia  en  sus  horas 
canónicas,  adoptando  muchos  de  sus  himnos  y  antífonas,  y  poniendo  otras  de  suyo,  ha  hecho 
una  obra  única  en  su  línea,  y  un  Rezo  eclesiástico  con  más  de  mil  himnos,  en  que  lodo  respira 
unción  y  la  más  sólida  piedad ,  y  del  cual  se  formarán  siete  tumos  en  8.",  que  se  esU'in  ya  impri- 
miendo, cuya  prueba  se  presenta  á  usía  ilustrísima,  en  los  oficios  al  Criador  y  á  Nuestra  Señora, 
impresos  separadamente,  junto  con  el  poema  do  í.aTeologia  y  las  elegías  ó  Llanto  de  Zaragoza.* 

Estas  elegías  las  escribió  Iglesias  con  motivo  del  incendio  del  teatro  de  aquella  ciudad  ,  y  aun 
creemos  que  las  imprimió  entonces.  No  tenemos  noticia  que  llegasen  á  publicarse  los  liimnos 


^j^  DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 

anteriormente  citados;  tal  vez  el  editor  suspenderá  la  impresión,  disgustado  con  los  entorpecimien- 
tos que  le  ocasionaría  la  denuncia  de  las  poesías  postumas,  y  que  después  no  podria  llevar  á  cabo 
á  causa  de  los  sucesos  de  la  gloriosa  guerra  de  la  Independencia,  época  en  que  la  atención  de  los 
e^prlfloles  todos  se  dirigia,  como  era  preciso,  más  á  las  armas  que  á  las  letras. 

Ignoramos  si  Tojar  mismo  escribió  este  folleto,  aunque  nos  inclinamos  á  juzgarlo  obra  de  aje- 
na pluma,  pues  supone  algunos  conocimientos  literarios,  que  no  es  probable  reuniese  el  editor  de 
las  o!)ras  del  poeta;  pero,  sea  quien  fuere  el  autor  de  esta  defensa,  no  parece  que  obtuvo  resul- 
tado alguno  si  es  cierto,  como  dice  Ticknor,  que  las  poesías  fueron  prohibidas  en  el  índice  ex- 
purgatorio  de  1805. 

l'ara  concluir,  diremos  que  en  la  historia  de  nuestra  literatura,  y  principalmente  en  la  de  la 
escuela  salmantina,  á  que  pertenece  Iglesias,  podemos  considerarle  como  uno  de  los  escritores 
en  que  casi  sin  alteración  se  conserva  el  espíritu  y  tradiciones  de  los  poetas  que  le  precedieron,  y 
como  uno  de  los  últimos  y  más  celosos  guardadores  de  la  pureza  de  la  lengua  castellana ,  pues  en 
sus  obras  brilla  siempre  limpia  de  extrañas  voces  y  giros,  con  que  después  ,  y  casi  siempre  sin 
razón  ,  se  ha  enturbiado  su  caudal,  y  muchas  veces  empobrecido,  creyendo  tal  vez  enriquecerle. 
Entie  los  poetas  de  la  misma  escuela,  iguales  caracteres  se  observan  en  fray  Diego  González,  ni- 
nn'o  imitador  del  estilo  de  fray  Luis  de  León ,  pero  nunca  de  su  alto  vuelo,  pues  no  era  posible. 
Y  ademas  de  los  dos  mencionados  escritores  figura,  como  modelo  de  corrección  y  acendrada  pu- 
reza, D.  Juan  Nicasio  Gallego,  aunque  con  más  altas  miras,  mayores  alientos  y  diferente  espíri- 
tu. No  es  nuestro  ol)jeto  hacer  ahora  el  análisis  de  los  poetas  salmantinos,  ni  aun  á  grandes  ras- 
gos, como  hoy  se  dice;  pero  sí  indicaremos  que  si  hubiesen  sido  tan  castizos  como  los  citados, 
todos  los  es>ritores  de  nuestra  escuela,  no  merecerían  algunos  de  ellos  la  nota  de  galo-seiitimenla- 
les  (porque  también  afectaron  y  exageraron  el  sentimiento),  que  les  dio  un  adusto  crítico,  ni  Mo- 
ratin,  para  comprobarlo,  hubiera  hallado  dónde  copiar  frases,  giros  y  versos  enteros  de  Melen- 
dez,  Cienfuegos  y  Quintana,  en  su  epístola  titulada  La  moderna  Jerigonza,  donde  traspasó  vi- 
siblemente los  límites  de  lo  justo,  como  siempre  acontece  cuando  se  ponen  los  ojos  más  en  las 
personas  que  en  los  objetos  que  se  han  de  juzgar. 

Manuel  Villar  y  Magias. 


CARTA  ESCRITA  AL  EDITOR  DE  ESTAS  POESÍAS  (1). 

Muy  señor  mío  :  Eemito  á  usted  el  tomo  manuscrito  de  Poesías  de  Iglesias  ,  que  me  envió  dias  pasados, 
y  le  doy  uiil  gracias  i)or  el  gusto  que  lie  tenido  en  su  lectura. 

Yo  no  habia  visto  de  este  poeta  más  que  tal  cual  epigrama  y  algunas  letrillas  satíricas.  Habíanme  pare- 
cido excelentes,  y  creía  que  su  genio  era  propio  solamente  de  estas  composiciones.  ¿ Quién  podria  imagi- 
nar que  la  musa  maligna,  que  azota  con  tanta  libertad  los  vicios,  preocupaciones  y  ridiculas  manías  de 
los  hombres,  pintase  también  con  ademan  tan  inocente  los  más  delicados  sentimientos  del  corazón  hu- 
iiíano  ?  La  diferencia  de  un  género  á  otro  es  inmensa  ;  pero  aun  es  más  grande  la  felicidad  de  la  ejecución 
en  ambos  ;  y  yo  estoy  pasmado  al  ver  que  quien  lia  igualado  á  Quevedo,  Góngora  y  Alcázar,  en  soltura ,  li- 
bertad y  donaires,  haya  podido  sobrepujar  á  Garcilaso,  Torre,  Esquilache y  otros  buenos  poetas,  en  gracia, 
delicadeza  y  sentimiento. 

Bien  veo  que  la  condición  del  poeta  era  muy  á  propósito  para  ello.  Destinado  casi  siempre  á  vivir  en  al- 
deas, tuvo  oportunidad  para  observar  y  sentir  la  gracia  que  en  ellas  dan  el  desahogo  del  corazón,  la  sim- 
plicidad y  la  inocencia.  Por  el  contrario,  en  las  ciudades  la  corrupción  délas  costumbres  y  la  complicación 
de  intereses  rebozan  el  pecho,  y  quitan  á  la  naturaleza  la  ingenuidad  de  su  expresión.  Es  verdad  también 
que  entre  los  paisanos  parte  de  la  gracia  se  pierde  por  la  rusticidad  y  grosería  ;  pero  en  la  imaginación  del 
poeta  todo  se  hermosea  ,  la  corteza  grosera  se  desvanece ,  quedando  sólo  la  verdad  del  sentimiento,  ador- 
nada con  los  encantos  de  la  poesía. 

Para  dar  un  aire  de  ternura  y  delicadeza  mayor  á  las  composiciones  de  esta  clase ,  Iglesias  las  pone  casi 
siempre  en  boca  del  sexo  más  débil,  y  de  consiguiente  más  interesante  cuando  siifre.  La  inocencia  y  sim- 
plicidad tienen  su  asiento  propio  en  el  corazón  de  la  mujer;  y  ella  es  quien  habla  en  la  mayor  parte  déla» 
letrillas  pastoriles,  de  las  églogas,  de  las  cantinelas,  y  en  todos  los  idilios. 

(1)  Bdicion  de  Baioelona,  impieuta  de  Oliva,  año  1837. 


NOTICIAS  BIOGRÁFICAS.  415 

La  Esposa  aldeana  es  un  pensamieuto  original ,  y  una  colección  de  villanescas  que  no  tiene  igual  «n 
castellano.  Su  estilo  es  gracioso  y  ligero  :  las  imágenes  sencillas  y  naturales,  tomadas  de  la  naturaleza  del 
asunto  ;  la  versificación  fluida ,  sonora  y  armoniosa  ;  cada  coplita  es  un  rapgo  ;  cada  letrilla  un  senti- 
miento. 

El  mismo  fondo  de  imágenes  y  la  misma  frescura  de  colorido  se  advierte  en  las  Letrillas  de  estribillo 
que  la  siguen  ;  ellas  se  están  cantando  ;  y  La  Zagala  que  viene  del  campo  y  La  Rosa  de  Abril  son  las  uiáa 
graciosas  composiciones  que  de  su  género  hay  en  nuestra  lengua. 

No  se  puede  decir  lo  mismo  de  los  Romances,  que  no  tienen  la  soltura  graciosa  de  los  de  Esqnilache,  ni 
la  amena  riqueza  de  los  de  Góngora.  Yo  siento,  señor  Editor,  que  Iglesias  baya  derramado  en  casi  todos 
un  aire  de  moralidad ,  que  no  parece  el  más  propio  de  semejantes  composiciones  :  bien  es  verdad  que  él  las 
ha  adornado  con  una  infinidad  de  imágenes  bastante  bellas  y  naturales,  de  que  ea  un  buen  ejemplo  el 
último  romance,  donde  afea  á  una  zagala  el  vicio  de  la  vanidad;  el  cuarto,  donde  pinta  la  salida  do 
Amarilis  al  Zurguen ,  no  debe  nada  á  los  mejores,  sea  en  la  dulzura  de  los  afectes ,  ó  en  la  riqueza  de  la 
imaginación. 

Las  Delicias  de  Villegas  son  las  primeras  cantilenas  que  tuvieron  crédito  en  castellano  :  nuestro  poeta 
quiso  ejercitarse  en  aquel  género,  y  excedió  á  su  modelo  en  la  belleza  y  gusto  de  las  imágenes,  y  iirinci- 
palmente  en  la  dulzura  y  verdad  de  los  sentimientos.  Porque  Villegas,  si  tuvo  un  corazón  sensible,  no  supo 
derramarlo  en  sus  versos. 

Usted  se  espantará  de  verme  tratar  con  tan  poco  respeto  á  un  poeta  de  tanto  crédito.  Pero  la  faraa  do 
este  autor  es  fama  de  tradición,  como  la  de  otros  muchos  ;  fama  no  fundada  en  su  mérito  verdadero,  sino 
en  la  decisión  de  alguno  que  ha  querido  y  sabido  fascinar  los  ojos  del  vulgo  de  los  lectores.  Esta  proposi- 
ción puede  ser  algo  aventurada ,  si  se  atiende  al  tiempo  en  que  don  Vicente  de  los  Rios  publicó  y  elogió  á 
Villegas  :  entonces  acaso  las  poesías  de  éste  eran  un  modelo  de  buen  gusto  ;  pero  en  tal  caso,  ¡cómo  estaría 
nuestra  literatura!  ¿Qué  se  diria  de  un  poeta  cuyos  versos  estuviesen  llenos  de  trasposiciones  ridiculas, 
metáforas  oscuras  ó  hinchadas,  palabras  y  expresiones  bajas,  de  alusiones  importtmas,  y  de  erudición  pe- 
dantesca, que  fuesen  escasos  de  imágenes,  y  faltos  enteramente  de  afectos?  Estos'vicios  están  bullendo 
por  todas  partes  en  las  obras  de  Villegas  ;  y  á  pesar  del  nombre  griego  que  tienen  al  frente ,  jamas  se  es- 
cucha en  ellas  el  lenguaje  del  amor.  Pero  de  nada  sirve,  amigo  mió,  saber  griego  y  latin  cuando  falta  el 
buen  gusto.  Yo  apelo  á  los  hombres  que  lo  tienen  ;  y  que  éstos  digan  si  encuentran  placer  alguno  en  la  lec- 
tura de  sus  odas  mayores,  de  sus  sonetos,  de  sus  elegías  y  de  sus  idilios.  Compárese  á  Villegas  con  él  mismo 
cuando  el  gusto  le  sostiene  :  compárese  la  oda  xiv  del  libro  l ,  hecha  en  alabanza  de  Garcilaso,  y  la  bellísi- 
ma oda  sáfica  Al  Céfiro,  con  las  demás  composiciones  suyas,  y  se  palpará  la  inmensa  diferencia  que  hay 
entre  ellas  ,  y  la  justicia  de  esta  censura.  Desengañémonos :  Villegas  estuviera  ya  olvidado,  sin  la  cadencia, 
número  y  armonía  de  sus  versos  cortos ,  y  sin  los  graciosos  remates  de  sus  cantilenas ;  en  estas  prendas  es 
excelente. 

Disimule  usted  esta  digresión,  y  volvamos  á  Iglesias,  cuyas  Anacreónticas,  aunque  no  me  atrevo  á  de- 
cir que  sean  las  mejores  de  nuestra  lengua,  diré,  sin  embargo,  que  tienen  toda  la  gracia  y  ligereza  propias 
de  este  género  de  poesía.  Una  anacreóntica  no  es  una  égloga  ;  y  hé  aquí  la  causa  por  que  las  más  de  las  que 
han  salido  últimamente  con  este  nombre  no  lo  son.  El  genio  de  Anacreonte  era  muy  diverso  del  de  Theó- 
crito  ;  sus  obras  no  son  largas ,  y  jamas  se  aplomó  sobre  las  descripciones  de  la  vida  pastoril :  un  sentimien- 
to risueño,  vestido  con  algunas  imágenes  alegres  y  ligeras,  es  la  materia  de  su  poesía.  Cualquiera,  pues, 
que  la  saca  de  aquí ,  la  estropea. 

Rasgos  de  una  sensibilidad  profunda  y  exquisita,  imágenes  fuertes  y  atrevidas,  hijas  del  delirio,  y  mu- 
chos versos  felices ,  son  las  buenas  prendas  de  los  Idilios  de  nuestro  poeta ,  muy  superiores  á  ios  de  Queve- 
do,  donde  no  hay  más  que  confusión  y  afectación. 

Las  Églogas  no  son  tan  buenas  ;  aunque  tienen  mucha  belleza  de  estilo  y  nniy  buenos  versos,  la  poca 
novedad  en  su  objeto  y  disposición  les  quita  mucha  parte  de  su  mérito.  S(ílo  advertiré  de  paso  que  aunque 
se  ha  dicho  que  la  pesca,  por  ser  una  ocupación  poco  aseada  y  muy  laboriosa,  no  era  buena  materia  para 
las  églogas.  Iglesias,  sin  embargo,  ha  escrito  una  égloga  piscatoria,  donde  todo  es  noble  y  aseado.  Yo 
creo,  amigo  mió,  que  la  poesía  es  como  el  amor,  que  hermosea  todos  sus  objetos. 

Hay  bellísimas  odas  de  todos  géneros  en  castellano.  Las  sublimes  de  Herrera  y  Rioja,  las  morales  do 
fray  Luis  de  León,  y  las  amatorias  de  Torre,  Lope  de  Vega  y  otros  poetas,  son  iguales  alo  rnojor  que 
tienen  los  antiguos  y  modernos.  Las  dos  primeras  y  la  última  de  nuestro  autor  honran  iguahnonte  que 
ellas  la  lengua  española.  Su  expresión  es  enérgica  y  pintoresca,  su  dicción  rica  y  poética,  sus  versos  robus- 
tos y  llenos,  las  imágenes  valientes  y  nuevas,  y  el  fuego  del  sentimiento  siempre  vivo.  ¡Cuánta  riqueza 
de  imaginación  no  brilla  en  la  primera!  El  sol  rodeado  de  las  ninfas,  que  lo  desembarazan  de  los  per- 
trechos de  su  lumbre;  la  noche  cortejada  de  las  estrellas ,  de  las  horas,  de  las  sombras  y  del  silencio ;  «1 
Bueño  cubriendo  con  sus  alas  toda  la  tierra,  y  negándose  á  la  compasiva  plegaria  del  poeta : 

Salen  las  negras  horas,  que  en  beleño 
Ciñen  la  sien  severa, 
Vertiendo  espanto  y  derramftudo  sua&o 
Por  toda  su  carrera. 


418  DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 

Esto  stí  llama  piular  poéticamente.  ¡  Cuan  majestuosa  y  bulante  no  es  también  la  salida  del  sol  en  la 

oda  u! 

Sale  el  sol  con  radiante  sefiorio; 
Toda  la  mar  se  altera ; 
Tiembla  la  luz  Eobrc  al  cristal  sombrío 
Que  bate  sn  ribera. 

Los  rayos  crecen  de  la  luz  febea 
Con  más  pujante  aliento ; 
El  bajo  suelo  en  derredor  humea , 

Y  arder  se  mira  el  vieuto. 

El  objeto  que  pinta  el  poeta  no  es  nuevo  ;  pero  el  colorido,  la  expresión  y  el  giro  todo  es  suyo,  todo 
bellísimo.  Loe  remates  de  sus  eütancias  son  por  lo  común  muy  graciosos  ;  éste,  por  ejemplo,  de  la  oda  iii, 
A  la  Fuente : 

Admlranla  las  aves, 
La  admira  el  sol,  admiraula  las  flores, 

Y  en  acentos  suaves 
Los  tiernos  ruiseñores 

^1  sóu  de  üu  raudal  cantan  amores. 

¡Qué  inmensa  diferencia  de  este  tono  animado  y  gracioso,  á  este  otro,  soberbio,  lleno  de  fuerza  y  de 
entusiasmo! 

¿  No  es  éste  el  reino  del  sangriento  Marte  7 
¿  No  oigo  de  sus  inquietas 
Cajas  el  son ,  y  horrísonas  trompetas  ? 

Sobre  un  carro  agiliiimo,  rodante, 
Descubro  al  dios  horrendo, 
Sus  feroces  cuadrigas  impeliendo  ; 
De  pié  á  cabeza  armado  de  diamante , 
Tras  la  lanza  el  membrudo 
Brazo,  blandiendo  el  fulminante  escudo. 

Así  los  buenos  poetas  saben  dar  el  estilo  conveniente  á  la  diversidad  de  loe  asuntos  que  cantan  ;  y  es  una 
lección  insigne  para  aquellos  que  olvidan  que  la  variedad  es  una  de  las  primeras  fuentes  de  la  belleza  y 
del  placer. 

Recorriendo,  pues,  ahora  todo  lo  dicho  hasta  aquí,  se  ve  que  Iglesias  sabe  plegarse  perfectamente  al 
nivel  de  todos  los  géneros  que  emprende ,  y  que  su  genio  domina  todas  las  materias.  Su  imaginación  es 
siempre  fértil,  su  expresión  rica,  su  estilo  animado  y  pintoresco.  Es  verdad  que  en  sus  Romances  se  ad- 
vieile  alguna  sequedad,  y  poca  novedad  en  las  Églogas ;  pero  esto  se  compensa  con  la  gracia  inocente,  ar- 
monía y  dulzura  de  sus  Letrillas^  con  la  riqueza,  afectos  y  rotundidad  de  sus  Cantilenas  é  Idilios,  y  con 
la  expresión  valiente  de  sus  Odas.  He  notado  también,  en  parte,  alguna  negligencia  en  los  vei'sos  y  varias 
violencias  de  sentido;  pero  me  hago  cargo  de  que  éstas  son  unas  poesías  postumas,  y  de  consiguiente,  que 
no  pueden  tener  aquella  corrección  que  tendrían  si  su  autor  las  hubiera  preparado  para  la  prensa. 

lie  ejecutado,  señor  Editor,  su  encargo  del  mejor  modo  que  me  ha  sido  posible,  y  le  he  dicho  ingenua- 
mmte  mi  sentir  sobre  los  varios  géneros  de  poesía,  contenidos  en  este  tomo  de  Iglesias.  No  dudo  que  en 
siendo  publicado,  los  austeros  filósofos,  y  los  mentecatos  que  los  remedan,  lo  mirarán  con  ceño  y  acaso  con 
desprecio,  por  no  contener,  según  su  estilo,  más  que  miserables  bagatelas.  Pero  usted  dirá,  y  tendrá  razón 
en  df'cirlo,  que  estas  bagatelas  no  se  escribieron  para  ellos.  Si  entretienen  los  ratos  perdidos  y  merecen  la 
aprobación  de  un  hombre  de  gusto,  si  disipan  el  mal  humor  de  otro ,  y  si  alguna  dama  las  aprende  ó  las 
canta,  la  gloria  del  autor  será  satisfecha  y  la  intención  de  los  editores  cumplida. 

Mas  la  prenda  más  apreciable  de  esta  obra  es  la  pureza  y  lo  castizo  del  lenguaje.  Usted  me  dice ,  y  yo  lo 
sabía,  que  Iglesias  no  leía  ningún  libro  extranjero  y  que  apenas  sabía  las  lenguas  italiana  y  francesa.  Si 
la  falta  de  lectura  en  los  libros  escritos  en  ellas  le  jirivó  de  unos  conocimientos  que  hubieran  adornado 
mucho  sus  composiciones,  también  le  preservó,  por  otra  parte,  del  contagio  universal  de  no  hablar  ni  es- 
cribir ni  pensar  de  otro  modo  que  en  francés.  Este  es  ya  un  mal  irremediable,  y  estoy  por  decir  que  ne- 
cesario; porque  quien  no  tiene  lumbre  en  su  casa,  va  por  ella  á  la  del  vecino.  Sea  de  esto  lo  que  fuere,  lo 
cierto  es  que  Iglesias,  que  habia  estudiado  su  lengua  en  los  autores  de  nuestro  siglo  de  oro,  y  que  no  ma- 
nejó otros  en  toda  su  vida ,  no  pudo  viciar  su  estilo  con  la  frase  extranjera ,  y  que  su  libro  debe  ser  tenido 
y  citado  como  un  modelo  puro  de  lenguaje;  prenda  que  falta  á  los  más,  por  no  decir  á  todos  los  versos 
escritos  do  diez  años  á  esta  parte. 

Ánimo,  pues,  amigo  mió.  Yo,  en  nombro  de  todos  los  hombres  de  gusto,  le  doy  las  gracias  y  el  para- 
bien  por  la  publicación  de  esta  obra,  y  lo  animo  á  que  se  ocupe  en  tareas  igualmente  útiles  y  gloriosas  á  1» 
literatura  española. 

Queda  de  V.,  etc.  —  A. 


LETEILLA8. 


417 


POESÍAS. 


LETRILLAS. 


LETRILLA  PRIMERA. 

AL  DIOS  PAlí. 

Rústico  dios  Pan, 
Ruégote  que  asistas 
A  honrar  mis  cantares 
Con  tu  melodia. 

Tú ,  inventor  primero 
De  la  flauta  amiga, 
Que  guardas  del  campo 
Las  tiernas  delicias. 

Así  ufano  goces 
Las  frescas  mejillas, 
Ternuras  y  abrazos 
De  tu  bella  ninfa. 

Haz  que  con  mi  acento 
La  esquivez  altiva 
De  un  amante  atraiga, 
Que  me  desestima. 

Por  él  te  importuno, 
Por  él  noche  y  dia 
Canto  mis  amores. 
Lloro  mis  desdichas. 


LETRILLA  II. 
DE  SUS  CASTAKES. 

Selvas  de  esmeralda, 
Ríos  de  cristal, 
Con  atento  oido 
Mi  lira  escuchad. 

Que  si  mi  voz  dulce 
En  dulce  cantar. 
Cual  hiere  del  monte 
La  concavidad. 

Así  al  zagal  hiera 
Tan  duro  en  amar. 
De  arte  que  su  pecho 
Se  mueva  á  piedad. 

Faunos  y  silvanos 
Los  veréis  llegar, 

Y  por  estos  llanos 
Alegres  triscar. 

Vendrá  el  Amor  niño, 
Mil  ninfas  vendrán, 

Y  en  rueda  de  lazos 
Todos  bailarán. 


LETRILLA  III. 

LA  SOLICITUD. 

Cerrad,  cerrad,  ninfas 
Del  grato  Aran  juez. 
Cerrad  las  salidas 
Del  fresco  vergel . 

Por  si  las  pisadas 
O  el  rastro  de  aquel 
Que  el  alma  me  abrasa, 
Puedo  hallar  ó  ver; 

Pues  la  amena  selva 
Le  ha  de  detener, 
A  mil  paj arillos 
Tendiendo  la  red; 

O  acaso  siguiendo 
Al  Amor  cruel , 

L  Ps.-xYin. 


Tras  de  otras  zagalas 
Al  sefmelo  fué. 

Y  si  vos  le  hallareis, 
Guardadle,  y  sabed 
Que  él  en  mí ,  y  yo  sola 
Mandar  quiero  en  él. 


LETRILLA  IV. 

DE  su  PASTOR. 

No  alma  primavera, 
Bella  y  apacible, 
O  el  dulce  Favonio, 
Que  ámbares  rcsj )i ic  ; 

No  rosada  Aurora 
Tras  la  noche  triste , 
Ni  el  pincel  que  en  flores 
Bello  se  matice ; 

No  nube  que  Febo 
Su  pabellón  pinte, 
O  álamo  que  abrace 
Dos  émulas  vides ; 

No  fuente  que  perlas 
A  cien  años  fie. 
Ni  lirio  entre  rosas , 
Clavel  en  jazmines ; 

Al  romper  el  dia 
Son  tan  apacibles 
Como  el  ])astorcilIo 
Que  en  mi  pecho  vive. 


LETRILLA  V. 

DE  SU  AFECTO. 

Si  yo  en  otro  tiempo, 
Siüsplilla  rapaza, 
Anduve  sin  pena, 
Viví  descuidada , 

Y  en  guardar  me  avine 
Mis  ovejas  mansas. 
Quizá  no  era  entonces 
Dulce  enamorada. 

Mas  hora  yo  pienso 
Que  diera  de  gana 
E]  más  gentil  manso 
De  aquesta  manada 

A  aquel  que  á  mis  ojos 
Mirar  les  dejara 
Los  de  un  pastorcillo 
Que  mira  con  gracia. 


LETRILLA  VI. 

JUGUETE  SENCILLO. 

Alcxi  á  mi  puerta 
Se  pone  á  cantar, 

Y  no  le  respondo. 
Por  ver  lo  que  hará. 

Con  mi  cayadillü 
Le  doy  i)or  detras, 

Y  sin  ver  por  dóniie. 
Me  vuelvo  á  escapar. 

Por  su  yiropio  nombre 
Le  su-.lo  llamar; 
Callo ,  y  por  un  rato 
No  vuelvo  á  chistar. 

Le  quiero  y  me  huelgo 
De  hacerle  bobear, 


Buscándome  en  donde 
No  me  halle  jamas. 

Y  al  fin,  bí  me  hallare, 
Daño  no  me  hará  ; 
Que  no,  no  es  el  homtjro 
Tan  bravo  animal. 


LETRILLA  Vil. 

EL  sueSo  y  el  di:slo. 

Cuando  yo  en  el  piado 
Me  pongo  á  dormir. 
Sueño  que  me  halaga 
Mi  pastor  gentil. 

Dt  Fpierto ,  y  no  viendo 
Holgar  y  reir 
A  Akxi  conmigo, 
Cual  en  sueños  vi, 

De  mí  no  me  acuerdo. 
Ni  acierto  á  vestir. 
Ni  escucho  el  ganado, 
Que  bala  por  mi. 

El  año  que  viene 
No  le  tendré  así ; 
Que  yo  de  mi  lado 
Ño  le  he  dejar  ir  ; 

Pues  casarnos  hemos 
Los  dos  por  Abril , 
Y  en  un  mismo  chozo 
Hemos  de  dormir. 


LETRILLA  VIH. 

CONFIANZA. 

El  mi  ijastorcillo 
Bien  sé  yo  que  suelo 
Por  mí  preguntaros. 
Si  estoy  de  él  ausente. 

Y  que,  aunque  lo  calla. 
Llora  muchas  veces, 
Porque  á  verle  venga 

Y  su  mal  consuele. 
Por  otra  zagala 

No  temo  me  deje. 
Aun  cuando  enojado 
De  sí  me  deseche; 

Pues  sé  que  á  la  hora 
Su  amiga  han  de  hacrme 
De  miel  una  orzuela, 

Y  un  cuerno  de  leche. 

Y  si  esto  no  le  basta. 
Con  que  yo  le  dejo 
Jugar  cierto  ju^go, 
No  podrá  él  valerse. 


LETRILLA  IX. 

RESOLUCIÓN. 

No  de  árbol  frondoso 
La  fruta  primera, 
De  flor  guarnecida 
Al  alba  serena. 

Me  roba  la  vista 
Y  el  alma  me  lleva, 
Cual  mi  zagalejo 
Cuando  á  hablarme  llega. 

Dlceme  si  quiero 
A  la  prima ví'va 

27 


41S 


Con  él  desposarme , 
Porque  su  amor  vea. 

Que  sí  rospurnUTle 
Me  causa  vergüenza ; 
Que  no  replicarlo 
M»'  lia  mayor  pena. 

i'ues  un  si  y  mil  sics, 
A  la  vez  primera 
Que  vuelva  á  decirlo. 
Le  doy  por  respuesta. 


ijul\  Ju:>L  iULEblA.S  DE  LA  CASA. 

Pues  aunque  me  humille, 
Y  sufra  el  liaUlon 
De  ser  despreciada, 
De  Alexi  ts  mi  amor. 


LETRILLA  X. 

BTMtrLACION  AMOROSA. 

Mi  zagal  me  llama 
Grosera  amadora, 
Más  fria  á  sus  ruegos 
Que  la  helada  roca ; 

Cuando  hasta  las  florea 
La  llama  no  ignoran 
De  amor,  en  que  me  ardo 
Turbada  y  medrosa. 

Bien  quisiera  serle 
Humana  en  la  hora, 
Sin  darle  yo  cuenta 
De  mi  afición  loca  ; 

Mas  ser  atrevido, 
Y  hallar  sazón  propia 
De  vencer  recatos, 
Sólo  al  varón  toca; 

Que  si  él  entre  espinas 
No  la  busca  y  corta , 
De  suyo  á  su  mano 
Ko  se'ha  d';  ir  la  rosa. 


LETPvlLLA  XL 

DE  ÜN  BAILK. 

Un  dia  en  las  danzas 
Del  Val  de  Zurgueu 
Me  sacó  á  bailar 
Damon  muy  cortos; 

Y  luego  t  n  el  corro 
Al  ir  á  volver 
La  rueda,  de  un  lazo 
Me  besó  el  joyel; 

Pero  yo  en  los  dientes 
Un  golpe  con  él 
I^e  di,  cuando  quiso 
Besarle  otra  vez. 

Dolióle,  y  los  labios 
Se  empezó  á  morder; 
Me  las  juró,  y  luego 
Airado  se  fué. 

El  zagal,  por  dicha, 
¿  Qué  me  querrá,  hacer? 
Quizá  él  lo  sabrá, 
Que  yo  no  lo  sé. 


LETRILLA  XIL 
PROPENSIÓN  DEL  AMOR. 

Porque  no  le  quiero. 
Me  quiere  Damon, 

Y  Alexi  no  quiere 
Que  le  quiera  yo. 

Muchas  veces  digo : 
)  A  cuííl  de  los  dos 
Daré  yo  las  llaves 
De  mi  corazón  ? 

Damon  las  merece, 
Que  no  me  gustó  ; 

Y  Alexi,  á  quien  amo, 
No  las  mereció. 

Todo  el  gusto  pierdo 
Si  á  Danjon  me  doy  ; 
Si  á  Alexi,  me  abato 
A  un  despreciador. 


LETRILLA  XIIL 

OFERTA. 

De  buscar  mi  Alexi 
Por  un  bosíjue  espeso, 
Niña  tierna  y  sola, 
Cansadita  vengo. 

Al  que  me  dijere 
Iln  qué  prailo  ameno 
Sus  ovi.  jas  i^astan, 
IJiillan  sus  luceros, 

De  marfil  un  vaso 
"\'('le  daré  en  premio, 
V  á  más  de  ello,  encima 
Un  abrazo  tierno. 

Que  si  el  zagal  mió. 
Picado  de  celos, 
Tonialle  quisiese. 
Sintiese  perdello ; 

I'ara  uno  (lue  jiierda, 
Yo  le  daré  ciento, 
"i'  aun  mil,  hasta  tanto 
Que  se  canse  de  ellos. 


LETRILLA  XIV. 

EL   rKONÓSTICO. 

Ya  el  rigor  del  tiempo 
Su  saña  terrible 
Descargue  en  los  campos, 
Que  á  expensas  de  él  viven. 

l'ebo  enardecido 
Con  su  luz  marchite 
La  pomposa  gala 
De  rosa  y  jazmines, 

Fiero  el  austro  robe, 
Cuando  airado  silbe. 
Los  amantes  lazos 
De  álamos  y  vides. 

Que  si  mi  sol  sale 
Lleno  de  matices, 
Ser.  nando  el  cielo, 
De  los  cauqjos  iris, 

Fuerza  es  reflorezca 
Cuanto  toque  y  mire 
Que  enrame  la  selva, 
Y  el  valle  entapice. 


LETRILLA  XV. 

LOS  CELOS. 

Aciuel  pastorcillo 
Que  en  bosques  y  prados 
Seguir  amor  me  hace. 
Travieso  tirano, 

Bien  sé  que  se  duele 
Del  mal  que  yo  callo, 
Por  más  qu.'  lo  encubra, 

Y  aun  borro  los  pasos. 
Si  á  otro  zagalejo 

Hablo  por  acaso. 
Calla,  y  se  le  muda 
Su  color  rosado. 
Enójase  y  vase; 

Y  aunque  yo  le  llamo, 
Me  niega  el  oido 

Y  huye  apresurado. 
Ni  para  acallarle 

Me  han  aprovechado 
Querer  rcgalallc, 
Ni  al  fin  regalallo. 


LETRILLA  XVL 

DONES   SENCILLOS. 

Dos  tórtolas  tiernas, 
Que  Alexi  en  un  nido 
Se  encontró  á  la  aurora. 
Me  regaló  fino. 

De  miel  una  orzucla 
Yo  en  pago  le  envió, 
Y  más,  si  tuviera 
Presentes  más  ricos. 

Que  el  panal  mas  dulce 
Para  el  gusto  mió 
Sólo  es  ver  el  rostro 
De  mi  pastorcillo ; 

Y  más  cuando  ufano 
Me  da  un  canastillo 
De  frescas  manzanas. 
Llenas  de  rocío. 

Luego  que  en  mis  brazos 
Ve  que  lo  he  cogido. 
Se  rie,  y  me  dice... 
Mas  no,  no  lo  digo. 


LETRILLA  XVII. 

FUEGO  AMOROSO. 

Mañanita  alegre 
Del  señor  san  Juan, 
Al  pié  de  la  fuente 
Del  rojo  arenal , 

Con  un  listón  verde 
Que  eché  por  sedal 

Y  un  alfiler  corvo 
Me  puse  á  pescar. 

Llegóse  al  estanque 
Mi  tierno  zagal, 

Y  en  estas  palabras 
Me  empezó  á  burlar : 

«  Cruel  pastorcilla, 
¿Dónde  pez  habrá 
Que  á  tan  dulce  muerte 
No  quiera  llegar? » 

Yo  así  de  él  y  dije  : 
« ¿  Tú  también  querrás  ? 

Y  ese  pccecillo 
No ,  no  se  me  irá. » 


LETRILLA  XVIII. 

AFANES  DEL  AMOR. 

Yo  mi  zagal  tengo , 
Soy  su  enamorada, 
Y  que  él  lo  supiei'a 
No  poco  me  holgara. 

Cuando  llevar  suelo 
Mi  ganado  á  casa, 
Solo  en  el  camino 
Se  sienta  y  me  aguarda. 

Se  oculta ,  y  de  un  grito, 
Si  voy  descuidada , 
Me  asusta,  y  se  burla 
De  verme  turbada. 

De  hablar  mis  vecinos 
Se  huelga  en  el  alma. 
Por  ver  si  entre  tanto 
Le  ve  su  zagala. 

Flores  de  contino 
Me  lleva,  y  enlaza 
De  ellas  á  mi  puerta 
Ramos  y  guirnaldas. 


LETRILLA  XIX. 

DE  su  PASTORCILLO. 

El  mi  pastorcillo , 
En  su  edad  florida. 
Del  cielo  y  del  prado 


Beldad  es  y  envidia. 

De  sólo  adorarle 
Vivo  desde  el  dia 
Que  amor  puso  en  vilo 
Mis  raaj'ores  diclias. 

Vile  tierno  niño , 
Siendo  aun  tierna  niña, 
Cuando  aun  de  él  uo  supe 
Lo  que  apetecía. 

Y  hora,  que,  travieso, 
Amor  me  lo  avisa, 
Mi  ventura  pongo 
En  ser  su  cautiva. 

El  rey  de  mis  gustos 
El  será  algún  dia , 
Y  ojalá  me  llame 
Su  esposa  querida. 


LETRILLA  XX. 

EL  DESVELO. 

Mis  siempre  queridos 

Y  amantes  palomos. 
Que  á  par  de  sus  hembras 
Dan  arrullos  roncos ; 

Las  tiernas  abejas 
De  la  flor  en  torno, 
Con  susurro  bajo, 
Con  murmullo  soi'do ; 

La  tórtola,  que  hace 
Su  asiento  en  el  olmo  , 

Y  en  silencio  blando 
Gime  su  divorcio  ; 

El  bullicio  inquieto 
Del  risueño  arroyo, 
Que  en  fresco  poleo 
Se  baña  oloroso : 

Todo  me  convida 
Al  sueño  sabroso ; 

Y  amor  me  desvela, 
Niño  inquieto  y  loco. 


LETRILLA  XXL 

DE  UNA  AUSENCIA. 

Mi  Alexi ,  que  goza 
De  gentil  donaire. 
Doquiera  que  voy , 
Va  por  escucharme. 

1  Oh  si  también  ahora 
Mi  voz  escuchase , 
Cuando  de  su  ausencia 
Siento  más  los  males  ! 

Todo  en  noche  oscura 
Me  parece  yace , 
Y  que  pierde  el  campo 
Su  esplendor  brillante. 

Mas  dando  sus  luces 
Los  ojos  radientes 
Del  pastor  que  adoro , 
Más  que  el  campo  amable, 

El  lirio  despliega, 
La  azucena  nace , 
Brotan  los  jazmines. 
Los  claveles  se  abren. 


LETRILLA  XXII. 

i.  su  REBAÑO. 

Corderinos  mios, 
El  mal  que  tenéis, 
Cual  el  que  yo  siento, 
No  es  de  hambre  ni  sed. 

Sólo  os  ven  mis  ojos 
Con  hueso  y  con  piel ; 
No  sé  qué  mal  ojo 
Mal  os  llegó  á  ver. 

¡  Qué  mustio  y  mal  sano. 


LETRILLAS. 

Mi  choto,  te  ves , 

Por  más  que  buen  pasto 

Te  (ley  á  pacer  1 

¡  Ay  mis  corderinos , 
Si  el  pesd  cruel 
Que  siento  en  el  alma 
Sentís  vos  también ! 

i  Ay,  que  á  mi  ganado 

Y  ú  su  guarda  llcl 

El  propio  auíor  mata 

Y  ajeno  desden  I 


419 


LETRILLA  XXIIL 

LA   LLAMA  DEL  AMOK. 

Ya  de  mis  zagales 
El  canto  sonoro, 
Y  entre  ellos  las  voces 
De  mi  zagal  oigo. 

Las  j-iuitas  cansadas 
Tornan  al  reposo, 
Puesto  el  lucio  arado 
Sobre  el  yugo  corvo. 

La  suuilü'a  extendida 
Del  traspuesto  Apolo 
Cubre  las  montañas 
Con  \m'  jTt  suroso. 

Mas  la  llama  ardiente 
De  mi  amor  fogoso, 
Ni  ces.ar  la  advierto. 
Ni  menguar  la  noto. 


LETRILLA  XXIV. 

LOS   BltAZOS  DK  ALEXI. 

¿Qué  fuerza,  mi  madre. 
Los  brazos  tendrán, 
Los  brazos  de  Alexi, 
Pequeño  zagal? 

Que  ayer  al  descuido, 
Al  ir  á  pasar 
Un  sendero  angosto. 
Me  llegó  á  abrazar ; 

Y  yo  desde  entonces 
Con  fuego  abrasar 
Me  siento,  aunque  el  simple 
No  lo  hizo  por  mal. 

Ya  dil  zagalejo 
Me  quiero  vengar. 
Ya  me  comiiadczco 
Del  tierno  rapaz ; 

Ya  sufrir  no  puedo 
La  llama  voraz, 
Y  hora  en  csti'  fuego 
Me  quiero  abrasar. 


LETRILLA  XXV. 

EL   CONSEJO. 

l^Ii  abuela  me  dice 
Que  si  me  enamoro. 
Tendré  grandes  iras, 
Pesares  y  enojos. 

Que  amor  es  un  fuego, 
A  cuj-o  ardor  solo 
Nadie  fijó  lindes. 
Nadie  )>uso  coto. 

Mas  la  buena  vieja, 
Yo  creo  que  chocho 
Tiene  ya  el  sentido, 
(Jomo  el  gusto  boto. 

Pues  si  con  mi  Alexi, 
De  amor  ciego  y  loco, 
Traviesa  yo  huelgo. 
Festiva  retozo , 

Toda  la  vehemencia 
Del  amor  fogoso. 
Que  se  aplaca  siento, 
Que  se  endulza  noto. 


LETRILLA  XXVI. 

GRATITUD   PASTORIL, 

Vióme  Alexi  un  día, 
Cansada ,  buscando 
Dos  tiernos  corderos. 
Que  me  habían  faltado; 

Y  él  sobre  sus  hombros 
5Ie  los  trajo  ufano 
Hasta  mi  cabana. 
De  flores  ornados. 

Bien  sé  que  mo  quiere, 
Y  que  bien  cuidados 
Serán  mis  corderos 
Si  con  él  me  ca.'so. 

Para  cuando  él  viva, 
Si  me  da  su  mano. 
Yo  le  cedo  todos , 
Todos  mis  ganados. 


LETRILLA  XXVJI. 

LOS  OJOS  DE  ALEXI. 

Mientras  mis  corderos 
Del  ameno  soto 
Pacen  la  verbena. 
Rumian  los  escobos, 

A  mis  solas  pienso 
Qué  imán  poderoso 
Tendrán  de  mi  Alexi 
Los  alegres  ojos ; 

Que  á  par  de  ellos  vistos, 
Oscuros  y  toscos 
Juzgo  los  luceros 
Del  ceh'ste  globo. 

El  alma  me  llevan, 

Y  pienso  que  es  poco 
Valor  cuanto  valgo 
Para  su  despojo. 

Que  el  i)lacer  de  verlos 
Me  sustenta  sólo, 

Y  en  cosa  ninguna 

Yo  encuentro  más  gozo. 


LETRILLA  XXVI IL 

EL  PREMIO   DE  AMOK. 

Mi  florido  hucj-to. 
Por  mí  cultivado. 
Ser  testigo  suele 
Del  pastor  que  yo  amo. 

La  primer  manzana. 
Que  aun  no  se  ha  pintado. 
Será  solamente 
De  mi  enamorado. 

Aun(|ue  ])ara  el  gusto 
Del  zagal  lozano 
Más  bellas  manzanas 
Yo  conservo  y  guardo. 

Dárselas  he  en  premio. 
Dárselas  he  en  pago 
De  lo  atento  y  fino 
Que  se  me  ha  mostrado. 


LETRILLA  XXIX. 

DE  ALEXI. 

Más  grato  es  mi  Alexi, 
Y  de  más  lindeza, 
Que  de  Alfesibeo 
Las  blancas  ovejas. 

Entre  acanto  tierno 
La  fuente  es  amena. 
Que  sobre  las  flores 
Derrama  bus  perlas  ; 

Pero  es  mas  amable 
La  vista  halagüeña 
De  aquel  qu  ■  travieso 


420 


Junto  á  mi  se  sienta. 

Sin  que  un  solo  imitante 
Dormir  me  conceda, 
Me  está  entrctenif  ndo 
Las  más  de  las  siestas, 

Contándome  cuentos, 
Cantándome  letras, 
Diciéndome  amores 
Y  haciéndome  fiestas. 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA, 

Padece  de  amores, 
Para  refrescarle 
Ko  creo  le  sobren. 


LETRILLA  XXX. 

DESDEN  FINGIDO. 

Cnando  bajo  al  rio 
A  lavar  mis  paños, 
A  que  baje  Alexi 
Cotliciosa  aguardo. 

Luego  por  el  monte 
Se  le  va  el  panado, 

Y  en  verle  perdido 
Le  suelo  dar  chasco. 

Porque  á  mí  no  llegue, 
Agua  con  la  mano 
Le  arrojo,  y  deseo 
Se  acerque  otro  tanto. 

Y  él,  como  á  porfía, 
Más  crecido  rato 
Suele  estar  con  mi  ero , 
Mi  esquivez  burlando. 

De  lo  que  me  dice 
Finjo  que  me  enfado, 

Y  un  deleite  siento. 
Que  no  sé  explicarlo. 


LETRILLA  XXXL 

DB  UN  EAPAZ. 

Oliendo  yo  un  di  a 
Un  fresco  ramillo 
De  azucena  y  msas, 
Un  rapaz  me  dijo  : 

«  Mal  olor  es  ése 
Para  el  gusto  mió ; 
Tus  labios,  zagala. 
Dan  olor  más  fino.» 

Yo  le  dije  entonces  : 
«Mientes,  picarillo; 
Que  el  olor  que  dices , 
Y'o  no  le  percibo ; 

))Ni  estotras  pastoras, 
Que  duermen  conmigo 
Las  más  de  las  siestas, 
Tnl  cosa  me  han  dicho. — 

))No  te  miento,  hermosa, 
Gritó  el  raiiacillo ; 
Que  para  embustero 
Ya  ves  que  soy  niño.» 


LETRILLA  XXXII. 

DE  UN  KEGATJLLO. 

Yo  no  sé  con  qué  haga 
A  mi  bvllo  Adonis 
Un  gentil  regalo. 
Que  á  mi  amor  le  torne. 

Bien  quisirra  hacerle 
Presente  conforme 
Al  gusto  del  que  ama 
Con  prendas  tan  nobles. 

El  queso,  las  natas, 
La  miel  y  otros  dones 
Que  el  canq.o  produce, 
I>e  causan  ardores. 

Mas  ya  se  me  ocurre 
Darle  hoy  diez  limones, 
Y  otros  diez  mañana, 
Que  el  ardor  !«  corten. 

Que  si  tíil  V.  7.  fi.hrc 


LETRILLA  XXXIH. 

LA  PALOMITA. 

r'?w  paloma  blanca 
Como  la  nieve 
Me  hn  picado  en  el  alma; 
Mucho  me  duele. 

Dulce  paloma, 
I  Cómo  pretendes 
Herir  el  alma 
De  quien  te  quiere? 

Tu  pico  hermoso 
Brindó  placeres, 
Pero  en  mi  pecho 
Picó  cual  sierpe. 

Pues  dime,  ingrata, 
j  Por  qué  pretendes 
Volverme  males, 
Dándote  bienes  ? 

¡  Ay !  nadie  fie 
De  aves  aleves ; 
Que  á  aquel  que  halagan , 
Mucho  más  hieren. 

Una  paloma  blanca 
Como  la  nieve 
Me  ha  picado  en  el  alma  ; 
Mucho  me  duele. 


LETRILLA  XXXTV. 

¿  Qué  me  sirve,  Tírsis, 
Que  aprecies  mi  amor. 
Si  continuo  sueles 
Aguar  mi  pasión  ? 

Cuando  yo  á  la  selva 
Por  tí  á  aguardar  voy. 
Tú  sigues  ti  curso 
Del  gamo  veloz. 

¡  Plegué  á  Dios  la  suerte 
Se  cambie  en  los  dos : 
Mi  llama  en  tu  hielo. 
Tu  frió  en  mi  amor  1 

Y  cual  la  novilla 
Que  al  toro  buscó, 
Doliente  y  cansada. 
Solo  halló  rigor; 

Así  á  mí  me  busques, 
Y  á  tu  ardiente  amor. 
Cuando  me  encontrares. 
Desden  te  dé  yo. 


LETRILLA  XXXV. 

I  Oh  infiel  pastor  crudo, 
Crudo  infiel  pastor! 
¡  Oh  de  mármol  duro. 
Duro  corazón  1 

¡  Oh  firme  y  seguro 
En  tu  infiel  traición, 
Cuanto  instable  y  vano 
A  mi  fino  amor  I 

Que  sobre  la  gala , 
Gentileza  y  voz 
De  inmortal  dulzura 
Que  el  cielo  te  dio  ; 

Que  el  bello  semblante. 
La  gracia  y  valor 
Que  tantos  contentos 
Un  tiempo  me  dio ; 

Sólo  eres  quien  causas 
Mi  triste  dolor, 
Y  tú  de  mis  males 
No  haces  compasión. 


CON  ESTRIBILLO. 


LETRILLA  PRIME?. A. 

Si  el  estilo  en  mis  letras 
Mucho  se  humilla, 
Como  vengo  del  campo , 
Ko  es  maravilla. 

Cantar,  yo  cantara 
Los  campos  y  flores. 
La  niñez  y  amores 
Con  que  me  criara ; 
Mas  si  es  cosa  clara. 
Trivial  y  sencilla, 
Como  vengo  del  campo, 
JVo  es  maravilla. 

Si  niña  agraciada, 
Un  niño  pastor 
Cantaba  á  mi  amor 
Más  de  una  tonada , 

Y  yo,  de  picada, 
Jlás  de  otra  letrilla , 
Como  vengo  del  campo, 
JVo  es  marax-illa. 

Si  á  mi  talle  agrada. 
Variado  pellico, 

Y  á  mi  frente  aplico 
Guirnalda  rosada, 

Y  ando  recostada 
En  mi  cayadilla. 
Como  vengo  del  campo. 
No  es  marai-illa. 

Dicen  que  florido 
Traigo  mi  cabello. 

Y  el  seno  y  el  cuello 
De  rosas  giiarnido ; 
Mas  si  he  recogido 
Tanta  florecilla , 
Como  vengo  del  campo. 
No  es  maravilla. 

Morena  me  llama 
Quien  bien  no  me  quiere , 

Y  á  mil  me  prefiere 
El  zagal  que  me  ama ; 
Si  del  sol  la  llama 
Me  trae  tostadilla, 
Como  vengo  del  campo. 
No  es  maravilla. 


LETRILLA  IL 

Pues  de  amar  amores 
Lección  tomé  en  tí, 
Zagal  dcsderioso. 
Duélete  de  mi. 

Mi  rabel ,  que  amores 
Cantara  hasta  aquí , 
Por  tí  solo  en  duelos 
Trocado  lo  vi. 
Tañólo  ¡  ay !  y  sólo, 
Sólo  ¡  ay  I  sé  decir: 
Zagal  desdeñoso. 
Duélete  de  mi. 

De  mi  amor  testigo 
Ves  la  fuente  allí 
Do  la  vez  primera 
La  alma  te  rendí ; 
No  mi  verdad  ella 
Querrá  desmentir ; 
Zagal  desdeñoso. 
Duélete  de  mi. 

Tu  sol  me  llamabas 
una  vez  y  mil. 
Tu  amor,  tu  alba  y  rcsa , 
Tu  espejo  y  pensil ; 
Y  hoy  nombre  de  esclava 
No  merezco  en  tí ; 
Zagal  desdeñoso. 
Duélete  de  mi. 


El  amor  ufano 
Juzgué  yo  que  allí 
De  tan  dulce  triunfo 
Se  empezó  á  cngrcir ; 
Y  hoy  pienso  que  el  odio 
Le  ha  vencido  eu  lid  : 
Zagal  desdeíivso, 
-Duélete  de  m  i. 


LETRILLA  III. 

Llévame  á  Zurguen , 
Do  está  quien  yo  quiero ; 
Anda  acá,  llérame,  can'efero. 

De  mi  bien  ausente, 
Muero  en  esta  aldea ; 
Quien  no  me  lo  crea, 
La  llaga  reciente 
Sienta,  que  otra  siente, 

Y  muera  cual  muero  ; 

Anda  acá,  llécame,  carretero. 

Llévame,  zagal. 
Donde  está  mi  bien  ; 
No  sea  que  haya  quien 
Me  le  trate  mal ; 
No  otra  dicha  igual 
Al  verle  yo  quiero ; 
Anda  acá,  llévame,  carretero. 

Gloria  djl  Zurguen 
Es  mi  zagalejo; 
Su  gala  y  despejo , 
Su  hechizo  y  desden , 
Son  del  querer  bien 
Imán  verdadero  ; 
Anda  acá,  llévame,  carretero. 

Por  quien  yo  suspií-o 
Es  bien  más  precioso 
Que  lo  más  hermoso 
Que  en  los  campos  miro ; 
Si  de  él  me  retiro, 
Se  pone  el  lucero; 
Anda  acá,  llécame,  carretero. 

Su  voz  regalada 
Al  son  de  su  lira 
Un  ardor  inspira, 
Que  ofende  y  agrada ; 
De  él  estoy  tocada , 

Y  huirle  no  quiero ; 

Anda  acá,  llécame,  carretero, 

Al  salir  la  aurora, 
Mi  bien  saldrá  al  prado , 
De  aquélla  buscado 
Que  muy  más  le  adora : 
Pues  mi  amor  no  ignora 
Que  de  amarle  muero  ; 
Anda  acá,  llévavie,  carretero. 


LETRILLA  IV. 

En  vano  á  la  puerta  llama 
Quien  no  llama  al  corazón. 

Zagal ,  tus  cantares  deja : 
No  el  dulce  silencio  alteres, 
Ni  te  quejes  á  mujeres , 
Que  no  han  de  escuchar  tu  queja 
Cesa  de  observar  la  reja , 
Que  rondas  sin  ocasión; 

Que  en  vano  á  la  puerta  llama 
Quien  no  llama  al  corazón. 

De  tu  voz  la  melodía, 
Por  más  que  agrade  al  oido , 
Si  en  el  alma  no  ha  podido 
Hacer  igual  armonía. 
Tenia  por  vana  y  vacía , 
Y  aun  por  disonante  son  ; 

Que  en  vano  á  la  puerta  llama 
Quien  no  llama  al  corazón. 

Los  oídos  que  están  llenos 
De  los  ecos  de  otro  amante , 
Por  gracias  que  tu  voz  cante. 


LETRILLAS. 

Ni  las  aman  ni  echan  menos  : 
Al  fin  son  ecos  ajenos 
Del  cariño  y  afición ; 

Que  en  vano  á  la  puerta  llama 
Quien  no  llama  al  corazón. 


421 


LETRILLA  V. 

Cuando  anuncia  el  lucero 
La  nueva  aurora , 
OriUitas  del  rio 
Jacinta  llora. 

«Vén,  Jacinto,  vén ; 
No  seas  desdeñoso ; 
Corre  presuroso 
Donde  está  tu  bien  : 
Al  pié  del  Zurguen 
Está  quien  te  adora; 
Que  oril/iftis  del  rio 
Jacinta  llora. 

En  tí  está  ijensaudo, 
Pregunta  por  tí, 
Y  yo  ayer  la  vi 
Triste  y  suspirando : 
Sé,  zagal,  mas  blando 
Con  quien  te  enamora ; 
Que  orillitas  del  rio 
Jacinta  llora. 

De  sus  ojos  perlas 
Vierte,  cual  luceros: 
Si  en  hilos  enteros 
Llegaras  á  verlas, 
Fino  á  recogerlas  • 
Fueras  á  la  hora; 
Que  orillitas  del  rio 
Jacinta  llora. 

Llega  á  consolarla ; 
Que  ella  sin  recelo 
Sólo  ama  el  consuelo 
Que  llegues  á  hablarla ; 
Di  sin  asustarla : 
¡Salud  m  i  j)a¡ítora I 
Que  oriUitais  del  rio 
Jacinta  llora. 


LETRILLA  VL 

1  Triste  de  mí ,  que  amo 
A  quien  no  lo  estima  I 
Que  amar  sin  rctorjw 
Fué  la  estrella  mia. 

Cuando  á  ver  á  Alexi 
Voj',  de  amor  herida. 
Curo  de  agradarle 

Y  hacerle  caricias ; 

Y  él,  con  todo,  ingrato. 
Mi  amistad  esquiva; 
Que  amar  sin  retorno 
Fué  la  estrella  viia. 

Los  sus  corderinos 
Van  á  la  sal  mia, 

Y  de  mis  collares 
Les  pongo  divisas ; 

Y  él  me  desconoce. 
Siendo  su  cautiva ; 
Que  amar  sin  retorno 
Fué  lu  egt relia  mia. 

A  sus  mansos  chotos 
Ato  mis  esquilas, 
Sus  cuernos  ornando 
Con  mil  clavellinas ; 

Y  él,  tal  VI  z  ceñudo, 
Las  flores  les  quita  ; 
Qtie  amar  sin  retorno 
Fué  lu  cstrclln  vi  ia. 

Panales  le  envió, 
Mi  leche  y  natillas, 
En  orzas  labradas 
Por  mis  manos  mismas; 

Y  él  los  mis  prescntep 


Siempro  desestima: 
i)ue  amar  sin  retorno 
Fué  la  estrella  mia. 
Juguetón  su  )>erro 
Si  nii)re  me  acaricia; 
Rastréame  y  sigue 
Por  valle  y  colina; 
Y  él  se  va  á  otro  cuento, 
Si  en  éste  me  mira ; 
Que  amar  sin  retorno 
Fué  la  estrella  mia. 


LETRILLA  VIL 

Ki  tú  quitarme 2>uedrs, 
Ni  yo  á  mi  j-ahcl , 
Decir,  zagal,  vei-dades 
Que  sabe  el  Zurguen. 

Cantar  á  la  aurora, 
Que  alegra  el  Oriente , 
El  agua  sonora, 
Que  rie  en  la  fuente. 
La  rosa  luciente. 
Reina  del  verg  1 , 
i\7  tú  quitarme  puedes. 
Ni  yo  á  mi  ralui. 

Así  que  el  despejo, 
Belleza  y  agrado 
De  quien  es  espejo 
El  cielo  y  el  prado, 
Cantar  no  es  vedado 
A  cuantos  lo  ven; 
Que  son,  zagal,  cerda  des 
Que  sabe  el  Zurguen. 

Decir  que  en  tí  vive 
La  vega  ílorida, 
Yerba  y  flor  recibe, 
Toma  aliento  y  vida; 
Que  dejas  vencida 
La  pala  al  clavel, 
Ni  tú  quitarme  jiuedes. 
Ni  yo  a  mi  rabel. 

Que  al  baile,  por  verte, 
Van  muchas  pastoras. 
Firmes  en  quererte, 
Más  bellas  que  auroras; 
Con  voces  sonoras 
Te  canto ,  mi  bien ; 
Que  son,  zagal,  rerdade» 
Que  sabe  el  Zurguen. 


LETRILLA  VIIL 

Anda,  mi  zagal,  anda; 
Trae  me  de  Miranda  fores 

Y  un  ramilki  de  nmar  amorei. 
Galán  de  mis  ojos, 

Si  á  Miranda  vas, 
Seis  claveles  rojus 
De  allá  me  traerás; 
Esto,  y  nada  más, 
Tu  Elisa  te  manda; 
Anda,  mi  zagal,  anda; 
Tráeme  de  .Vi randa  flores 

Y  un  va  millo  de  amar  amores. 
Mucho  hav  qtie  entender 

En  esto  de  llores  : 
Pues  suelo  escoger 
Tal  vez  las  pr  or<  s 
Qui'ii  tras  las  mejores 
Audaz  s<'  demanda  ; 
Anda,  mi  zagal,  anda: 
Tráeme  dr  Miranda  flores 
Y nn  ramill/i  dr  nmar  amores. 

En  Miranda,  dicen 
Que  se  aprende  á  amar, 

Y  otros  lo  desdicen 
Con  me  replicar 

Que  en  cualquier  lugar 
Amor  triunfa  y  manda  : 


422 


Anda,  mi  zagal,  anda; 
Ti'áeme  de  Miranda  floret 

Y  un  ramillo  de  amar  amoret. 
La  fuente  y  la  flor, 

El  bosque  y  el  prado, 
Dicen  quo  de  amor 
Alli  está  tocado ; 
|Y  á  mi  no  me  es  dado 
El  ir  á  Miranda! 
Anda,  mi  zagal,  anda; 
Tráemc  de  Miranda  Jioref 

Y  un  ramillv  de  amar  amores. 


LETRILLA  IX, 

En  la  floresta  un  pastor 
Su  amor  á  Silvia  contaba; 
Pero  ella  le  preguntaba: 
(( ¿  Qvé  paja  rito  es  a  m  or  ?  » 

El  la  dice  :  «Silvia  hermosa, 
Desde  el  punto  en  que  te  vi, 
En  el  corazón  sentí 
Una  flecha  rigorosa ; 
Dicen  que  un  niño  traidor 
We  la  arrojó  de  su  aljaba.» 
Man  ella  le  preguntaba: 
«  /■  0"'  pajarito  es  amor  /*» 

Él  dice :  «Aunque  por  los  ojos 
Me  ha  entrado  este  crudo  mal , 
Yo  jamas  sentí  otro  tal. 
Ni  que  me  dé  más  enojos : 
Cuentan  que  aqueste  dolor 
Clori  á  su  zagal  curaba. » 
Mas  ella  le  replicaba : 
ii ¿Qué pajarito  es  amor?)) 

El  dice :  «  Si  tú  gustaras , 
Diérasme  un  remedio  sano 
Tan  sólo  con  que  tu  mano 
Al  corazón  me  aplicaras ; 
Pero  si  usas  de  rigor, 
Verás  que  tu  Elisio  acaba. » 
Mas  ella  le  importunaba : 
li ¿Qué pajarito  es  amor?)) 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 

Un  tiempo  escucharon 
Londra  y  colorín ; 
Que  nadie  más  que  ellos 
Me  oyera  entendí, 

Y  oyéndome  estaba 
La  rosít  de  Abril. 

En  mi  blanda  lira 
Me  ])use  á  esculpir 
Su  hermoso  retrato 
De  nieve  y  carmín  ; 
Pero  ella  me  dijo  : 
«  Mira  el  tuyo  aquí  » ; 

Y  el  pecho  mostróme 
La  rosa  de  Abril. 

El  rosado  aliento 
Que  yo  á  percibir 
Llegué  de  sus  labios, 
Me  saca  de  mí : 
Bálsamo  de  Arabia 

Y  olor  de  jazmin 
Excede  en  fragancia 
La  rasa  de  Abril. 

El  grato  mirar, 
El  dulce  rcir, 
Con  que  ella  dos  almas 
Ha  sabido  unir, 
No  el  hijo  de  Venus 
Lo  sabe  decir, 
Sino  aquel  que  goza 
La  rosa  de  Abril. 


LETRILLA  X. 
LA  ROSA  DE   ABRIL 
Zagalas  del  valle, 
Que  al  prado  venis 
A  tejer  guirnaldas 
De  rosa  y  jazmin, 
Parad  en  buen  hora, 

Y  al  lado  de  mí 
Mirad  más  florida 
Ija  rosa  de  A  bi'il. 

Su  sien ,  coronada 
De  fresco  alhelí. 
Excede  á  la  aurora 
Que  empieza  á  reir, 

Y  más  si  en. sus  ojos, 
Llorando  por  mí. 
Sus  perlas  asoma 
La  rosa  de  Abril. 

Veis  allí  la  fuente. 
Veis  el  prado  aquí 
Do  la  vez  primera 
Sus  luceros  vi ; 

Y  aunque  de  sus  ojos 
Yo  el  cautivo  fui, 
Su  dueño  me  llama 
La  rosa  de  abril. 

La  dije:  ¿Me  avias? 
Díjomc  ella:  Si; 

Y  porque  lo  crea , 
Me  dio  abrazos  mil : 
El  Amor,  de  envidia. 
Cayó  muerto  allí, 
Viendo  cuál  me  amaba 
La  rosa  de  Abril. 

De  mi  rabel  dulce 

El  eco  ButiJ 


LETRILLA  XI. 

Pues  ellos  solos,  niño, 
Tanto  herir  saben , 
Préstame  tus  ojuelos 
Para  esta  tarde. 

De  ventura  ajenos, 
Lloráis,  ojos  míos, 
De  luces  vacíos. 
De  tinieblas  llenos; 
i  Y  en  esos  serenos 
Tanto  esplendor  arde ! 
Préstame  tus  ojueUis 
Para  esta  tarde  (1). 

Lo  que  yo  más  veo, 
Nunca  ver  quisiera  ; 
No  ve  mi  ceguera 
Lo  que  más  deseo , 
Pues  tu  vista  creo 
De  ver  hace  alarde  : 
Préstame  tus  ojuelos 
Para  esta  tarde. 

En  sombra  importuna 
Vi  males  prt  scntes. 
Con  ojos  patentes 
Nunca  hallé  fortuna ; 
Mas  porque  halle  alguna. 
Aunque  se  retarde, 
Préstame  tus  ojuelos 
Para  esta  tarde. 


LETRILLA  XIL 

¿  Que  beldad  es  aquélla , 
Cielos,  que  miro, 
Al  pasar  el  arroyo 
Del  A  lamillo  ? 

El  hechizo  hermoso 
Sobre  cuantos  cria 
La  ribera  umbría 
Del  Zurguen  undoso. 
Vi  en  juego  donoso 
Y  ademan  sencillo, 
Al  pasar  el  arroyo 
Del  Alaviillo. 

(1;  En  esla  estrofa  falla  un  verso  en  las 
varias  ediciones  de  Iglesias  que  tenemos  á 
la  vista.  Puede  suplirse  en  la  forma  en  que 
aquí  lo  hacemos. 


Vi  más  que  el  sol  bellos 
Sus  graciosos  soles, 
Llenos  de  arreboles 
Sus  rubios  cabellos , 
Jugando  con  ellos 
Galán  ceñrillo, 
Al  pasar  el  arroyo 
Del  Alamillo. 

Con  mirar  piadosa 
La  agostada  selva. 
Fuerza  es  que  la  vuelva 
Mas  fértil  y  hermosa, 
Y  al  jazmin  y  rosa 
Dé  su  olor  y  brillo, 
Al  pasar  el  arroyo 
Del  A  lamillo. 

Decir  el  recreo 
Que  yo  siento  en  vella, 
Veloz  me  atropella 
Mi  ansioso  deseo; 
Si  otra  vez  la  veo, 
Yo  sabré  decillo, 
A I  pasar  el  arroyo 
Del  Alamillo. 


LETRILLA  XIII. 

Tiende  presto  tu  manto, 
Medrosa  noche ; 
Que  me  importa  la  vida 
Matar  á  un  hombre. 

Dar  á  un  descreído, 
Que  mi  vida  lleva. 
Muerte  de  amor  nueva 
Cual  la  que  he  sufrido ; 
Darme  ha  el  más  cumplido 
Trofeo  y  renombre ; 
Que  me  imjwrta  la  vida 
Matar  á  un  hombre. 

Dame  de  tu  aljaba. 
Dame,  Amor,  la  flecha, 
En  matar  más  hecha; 
Dámela,  ¡  ay  !  acaba, 
Y  en  verme  tan  brava 
No,  mi  bien,  te  asombre; 
Que  m e  importa  la  vida 
Matar  á  vn  Iwinbre. 

Tu  flecha  haga  activa 
Yerba  ponzoñosa, 
O  si  encuentra  cosa 
Más  vehemente  y  viva. 
Tu  rigor  reciba 
Quien  no  ama  tu  nombre; 
Que  me  importa  la  vida 
Matar  á  un  hombre. 

Pues  esquivo  ordena 
Que  muriendo  viva 
De  quien  soy  cautiva 
Presa  en  su  cadena. 
Muera,  y  en  tal  pena 
No  libre  su  nombre ; 
Que  me  importa  la  vida 
Matar  á  un  Iwmire, 


satíricas. 

letrilla  primera. 

Óiganme,  que  empiezo ; 
1  Hola  !  i  Con  quién  hablo  ? 
Que  niño  arrnjiiezo, 
iSoy  la  2>iel  del  diablo. 

Con  diente  y  tenaza 
Voy  á  caza  al  Pindó, 
Y  mi  aspecto  lindo 
Sirve  de  añagaza ; 
Al  tonto  que  caza 
Pasa  mi  venablo ; 


Que  niño  arrapiezo , 
So»  lajJiel  del  diablo. 

Del  Sofí  más  gi-ave 
Yo  á  placer  me  vengo, 
Que  en  mi  pico  tengo 
De  la  sal  la  llave. 
Él  mil  gracias  sabe 
Formar  de  un  vocablo  ; 
Que  niño  arrapiezo, 
boy  la  piel  del  diablo. 

Grancks  señorones 
Por  docto  me  tienen  : 
Todos  se  entretienen 
Con  mis  invenciones, 

Y  aun  mil  bendiciones 
Dan  á  mi  retablo  ; 
Que  7iiño  arrajjiczo. 
Soy  la  piel  del  diablo. 

Yo  sólo  recibo 
De  un  modo  inconexo 
Del  más  bello  sexo 
Lo  más  expresivo, 
Con  el  dulci-esquivo 
Sistema  que  entablo ; 
Que  niño  arrapiezo. 
Soy  la  jJÍel  del  diablo, 

A  nadie  en  el  orbe, 
De  boy  más  necesito, 
Porque  mi  exquisito 
Saber  se  lo  sorbe  ; 

Y  no  hay  quien  me  estorbe 
Nada  de  lo  que  hablo ; 
Que  niño  arrapiezo, 

Soy  la  piel  del  diablo. 


LETKILLA  II. 

Si  el  ser  deslenguado 
Tú,  mirón,  me  apodas, 
Que  lo  has  acertado  : 
¡Ahí  me  las  den  todas! 

Si  al  son  de  un  cencerro 
Canto  una  letrilla, 
Sin  darme  golilla 
Nadie.en  el  entierro, 

Y  al  fin  husmeon  perro 
Soy  de  todas  bodas, 
AM  me  las  den  todas. 

Si  hoy  en  los  estrados 
Se  acredita  cuerdo 
Quien  da  más  de  un  muerdo 
A  nuestros  pasados, 

Y  hace  sean  loados 
Los  usos  de  Eódas, 
Ahi  me  las  den  todas. 

Si  en  vivir  ocioso 
Niña  distraída. 
Por  galas  perdida, 
Le  puso  á  su  esposo 
Signo  indecoroso 
De  las  prendas  godas, 
Ahi  me  las  den  todas. 

Que  incauto  Narciso, 
Se  aniquile  un  hombre 
De  gran  casa  y  nombre, 
Por  falta  de  aviso. 
Porque  así  lo  quiso 
La  ley  de  las  modas. 
Ahí  me  las  den  todas. 

Si  hay  quien  mi  letrica 
A  mal  me  la  tome. 
Señal  que  ajos  come, 
Pues  61  se  la  aplica, 

Y  al  ñn  si  le  pica 
Con  chuzos  y  escodas. 
Ahí  me  las  den  todas. 


LETRILLA  IIL 

Mi  mimen  parlero, 
Al  son  del  pandero. 


LETRILLAS. 

Produjo  este  tono 
De  estilo  asaz  mono. 
Que  siempre  repito; 
¡Mira  qué  bonito! 

Amiga  Quitcria, 
Sabrás  que  esta  feria, 
Mi  cortejo  amado. 
De  cristal  dorado 
Me  regaló  un  ])ito; 
¡Mira  qué  bonito! 

Ayer  don  Mateo, 
Yendo  do  paseo. 
Me  quitó  el  bonete: 
Y  me  dio  un  billete 
Con  su  sobrescrito; 
¡Mira  qué  bonito! 

Estando  en  visita 
Con  doña  Pepita, 
Este  alfiletero 
Me  dio  el  compañero 
Dfl  monje  benito; 
¡Mira  qué  bonito! 

Ya  sabes  que  viejos 
Tuve  seis  cortejos; 
Mas,  de  ellos  cansada. 
Sólo  estoy  prendada 
De  don  Agapito; 
¡Mira  qué  bonito! 

Saljrás  que  don  Diego, 
Viéndome  en  el  juego, 
Como  es  tan  garboso. 
Me  dio  este  donoso 
Faldero  perrito; 
¡Mira  qué  bonito! 

Una  tarde  fresca, 
Estando  de  gresca 
Con  don  Fructuoso, 
A  mi  caro  esposo 
Le  hicimos  cal)rito; 
¡Mira  qué  bonito! 


423 


LETRILLA  IV. 

Siglo  friolera 
Vi  en  atisbo  ocioso: 
Érase  que  se  era , 

Y  es  cuento  gracioso. 
Erase  un  vejete 

Más  blanco  que  cisne. 
Que  á  fuerza  do  tizne, 
A  cuervo  se  mete; 
Jordán  se  promete 
Su  tintero  ocioso; 
Erase  que  se  era, 
Yes  cuente  gracioso. 

Por  matar  ligero 
El  médico  Naba, 
Yendo  caballero 
Su  muía  mataba, 

Y  á  cuantos  pulseaba 
Mato  valeroso; 
Erase  que  se  era, 

Y  es  cuento  gracioso. 
Erase  un  letrado. 

Que  el  buen  parecer 
Que  halló  en  su  mujer 
Le  dio  un  puesto  alzado. 
De  frente  elevado, 
De  barba  velloso; 
Erase  que  se  era, 

Y  es  cuento  gracioso. 
Robusta  mczuela. 

Que  á  un  viejo  podindo 
Mandó  con  su  abuela 
Un  recicnnacido. 
Que  el  viejo  ha  admitido, 

Y  es  su  padre  el  coso; 
Erase  que  se  era , 

Y  es  cuento  gracioso. 


LETRILLA  V. 

A  aquel  que  atención 
Me  dó  á  lo  que  diga, 
¡Ay  son  Antón, 
San  Auton  le  bendiga! 

Santucho  piadoso. 
Que  osa  regalarse 
Por  mortificarse 
Con  vino  ¡tncioso, 
De  cuerpo  monstruoso 
E  hinchada  Ijarriga, 
¡Ay  san  Antón, 
San  Antón  le  bendiga! 

51 07,a  que  se  queja 
Del  mal  que  no  tiene, 

Y  allá  se  entretiene, 
S'n  aspar  madeja. 
Con  el  que  ella  deja 
Que  le  ale  la  liga, 
¡Ay  san  Antón, 

San  Antón  le  bendiga! 
Si  muestra  la  frente 
Armada  un  marido, 
Que  en  valor  ha  sido 
Cual  toro  valiente, 

Y  de  asta  luciente 
Se  adorna  y  loriga, 
¡Ay  san  Antón, 

San  Antón  le  bendiga! 

Cuando  más  se  inflama 
El  joven  cadete. 
Peinado  el  copete 
A  par  de  madama, 

Y  su  asedio  trama 
A  toda  fatiga, 
¡Ay  san  Antón, 

San  Antón  le  bendiga! 

Musa,  la  mi  musa. 
De  mimen  parlero, 
Que  á  hablar  lo  que  quiero 
Jamas  se  me  excusa, 

Y  á  nadie  rehusa 
Dar  más  de  una  higa, 
¡Ay  san  Antón, 

San  Antón  le  bendiga! 


LETRILLA  VI. 

Este  siglo  es  pasmo 
De  virtud  extraña; 
Eso  es  entusiasmo, 
iV'o  es  sino  patraña. 

Apártense  á  un  lado; 
Que  quiero  al  instante 
Hacerme  adulante 
Del  siglo  ilustrado; 
Pues  no  es  bien  mirado 
Ceño  que  se  ensaña; 
Eso  es  entusiasmo, 
No  es  sino  patraña. 

Hoy  C3  ser  famoso 
E  invicto  soldado 
Andar  muy  soplado 
Filis  y  oloroso. 
Ajeno  y  ocioso 
De  lid  de  campaña; 
Eso  es  entu.^iasmo, 
J\o  es  sino  /patraña. 

Dicen  mil  bribones 
Que  hoy  día  maestro 
De  aulas  es  ser  diestro 
En  pujar  cuestiones. 
Con  pata  y  pulmones, 
Voceando  con  paña; 
Eso  es  entuxiasmo, 
No  es  sino  patraña. 

Haciendo  la  rosca, 
Diz  que  han  visto  juez 
Ser  blando  al  soez. 
Si  suena  la  mosca. 


424 


Mostrando  faz  hosca 
Al  que  oro  no  taña; 
£to  es  entusiasmo, 
Ao  ft  sino  patraña. 
Gritan  que  afear 
En  común  el  vicio 
Es  taimado  oficio 
Del  vil  murmurar; 
Y  no  sofocar, 
Nociva  zizaña; 
Eso  es  entusiasmo, 
Ao  es  sino  patraña. 


LETRILLA  VIL 

Yo,  que  nada  bueno 
En  el  mundo  toco, 
Hacia  mi  taberna 
Me  voy  poco  á  poco. 

Vaya  el  otro  chibo 
Tras  la  cauta  dama; 
Confiese  que  la  ama. 
Cual  nadie  expresivo, 
Ya  muerto,  ya  vivo, 
Ya  cuerdo,  ya  loco; 
Que  yo  á  mi  taberna 
Ale  voy  poco  á  poco. 

Váyjise  á  embarcar 
Corsario  avariento, 

Y  sufra  el  violento 
Combate  del  mar, 
Muerto  por  sacar 
Plata  al  Orinoco; 
Que  yo  á  mi  taberna 
Me  voy  poco  á  poco. 

Vayase  el  señor, 
Casero  y  lampiño, 
A  pasear  su  niño 
Por  el  corredor, 

Y  con  babador 

A  limpiarle  el  moco; 
Que  yo  á  mi  tabevTia 
Me  voy  poco  á  poco. 

Vayase  á  la  armada 
El  feroz  guerrero. 
Maneje  el  mortero 
Cual  yo  la  empegada; 
Diga  que  á  su  espada 
Todo  el  orbe  es  poco; 
Que  yo  á  mi  taberna 
Me  voy  poco  á  poco. 

Vaya  otro  imprudente 
A  sondear  la  vieja 
Que  virgen  no  deja 
Que  astuta  no  tiente; 
De  niñas  serpiente, 
De  niños  el  coco; 
Qit€  yo  á  mi  taberna 
Me  voy  poco  á  jioco. 


LETRILLA  VIII. 

Aunque  del  mundo 
Cerouen  la  bola, 
Cval  mi  fortuna. 
Xo  verán  otra. 

Según  barrunto. 
Nací  en  un  hora 
Que  estaba  el  hado 
De  hocico  y  mosca. 
Mil  alti-bajos 
Quizá  su  potra 
Le  cantó  entonces, 
Y  hoy  Ke  le  logran; 
Cual  mi  fortuna 
No  verán  otra . 

Dióme  una  patria, 
País  de  monas. 
De  tarariras 
Maestra  propi»; 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 

Donde,  aunque  viven 
De  jerigonzas. 
Son  sus  colonos 
Estafas  sordas; 
Oua  I  m  i  fort  u  na 
Ko  verán  otra. 

Tuve  un  maestro 
De  letras  gordas. 
Que' de  ignorancias 
Llenó  mi  chola. 
Milagro  ha  sido 
(Sea  á  Dios  la  gloria) 
Que  de  sus  uñas 
Saqué  memoria; 
Cual  mi  fortuna 
Ko  verán  otra. 

Dióme  un  colmillo 
Que,  aunque  no  coma, 
Si  es  que  no  muerde, 
No  hace  otra  cosa. 
Mis  mesmas  faltas 
No  las  perdona, 
Las  de  los  otros... 
I  Rómpase  Troyal 
Cval  mi  fortuna 
JSo  verán  otra. 

Dióme  una  suerte 
Frágil  y  astrosa, 
Con  más  reveses 
Que  andadar  ropas; 
Per  más  que  asiento 
Fije  en  mis  cosas, 
Patas  arriba 
Me  las  trastorna; 
Cual  mi  fortuna 
No  ver (in  otra. 

Más  faltas  tengo 
Que  cien  pelotas; 
Bienes  no  encuentro. 
Males  me  sobran ; 
Los  tontos  me  aman, 
Los  sabios  me  odian; 
Y  aun  para  malo 
No  valgo  cosa; 
Cual  m  i  fortuna 
No  verán  otra. 


LETRILLA  IX. 

iQué  enfermo  y  malo 
Que  se  halla  el  mundo! 
Quien  no  lo  crea. 
Tómele  el  pulso. 

I  Qué  de  patrañas 
Vi,  qué  de  embudos. 
Cuando  tuviera 
Mi  razón  uso! 
Gran  tren  de  polvos, 
Afeites  y  untos. 
Fué  el  primer  mueble 
Que  él  me  propuso; 
Quien  no  lo  crea. 
Tómele  el  pulso. 

Vime  en  estrados 
De  pocos  lustros 
Con  un  don  Mono, 
Trasgo  importuno; 
Máquina  que  habla 
Yo  en  mí  le  juzgo; 
Palabras  muchas, 
Sexo  ninguno; 
Quien  no  lo  crea. 
Tómele  el  pulso. 

Cada  madama 
Vi  con  su  cuyo 
Por  cierto  imperio 
Vago  é  intruso; 
Ante  estos  locos 
Con  gresca  y  gusto, 
Ante  sus  dueños 
Con  rostros  mustios; 


Quien  no  lo  crea. 
Tómele  el  pulso. 

No  queda  trapo. 
Por  negro  y  sueño. 
Que  allí  no  saquen 
Al  sol  de  Julio. 
Se  habla  de  faltas, 
Hay  gran  murmullo; 
Vense  otros  cuernos. 
No  ven  los  suyos; 
Quien  no  lo  crea, 
Tómele  el  pulso. 

Y  estas  urracas 
De  estos  majuncioa, 
Son  de  la  vida 
Polos  nocturnos. 
Por  ellas  mandan 
Mil  zamacucos. 
Por  ellas  solas 
Padecen  muchos; 
Quien  no  lo  crea, 
Tómele  él  pulso. 


LETRILLA  X. 

Musa,  ]Dues  eres 
De  edad  tan  tierna. 
Tú,  que  no  puedes. 
Llévame  á  cuestas. 

Si  un  sabio  estudia 
Jurisprudencia, 
Gasta  siete  años 
Para  aprenderla; 

Y  en  siete  dias 
La  Violeta 

Le  embute  á  un  tonto 
Todas  las  ciencias; 
Tú .  que  no  puedes. 
Llévame  á  cuestas. 
Ve  el  mayorazgo 
Raras  lampreas, 

Y  por  ser  caras 
Se  va  sin  ellas; 
Llégase  un  pobre 
Lleno  de  deudas, 

Y  aunque  sea  á  duro, 
Compra  la  pesca; 
Tú,  que  no  puedes. 
Llévame  á  cuestas. 

Lleva  la  usía, 
Noble  y  con  rentas, 
Una  basquina 
De  cómo  quiera; 

Y  una  infelice 
Soez  ramera 
Con  desden  viste 
Joyante  seda; 
Til,  que  VM  puedes, 
Llévame  á  cuestas. 

Goza  el  caballo 
Cuadra  muy  buena. 
Regalo  eterno, 
Siempre  de  huelga; 

Y  el  pobre  burro 
Anda  diez  leguas, 
Lleno  de  hambre. 
Palos  y  leña; 

Tú,  que  lui ¿íuedes. 
Llévame  á  cuestas. 

Vemos  á  un  grande. 
Que  le  molesta 
Que  le  estén  dando 
Siempre  excelencia; 

Y  6i  á  la  esposa 

De  un  vende-esteras 
Su-mercé  omito, 
No  da  respuesta; 
Tú,  que  no  puedes, 
Llévame  á  ouestas. 

Los  capitanes 
Con  diez  pesetas 


Dicen  que  casi 
No  hay  para  ^oieltas; 
Y  en  siete  cuartos 
Quieren  que  tenga 
Plato  el  soldado, 
Juego  y  mozuela; 
Tú,  qve  no  puedes. 
Llévame  á  cuestas. 


LETRILLA  XI. 

Ve  aquí  la  vida 
Que  los  más  pasan: 
Hacer  qve  hacemos, 
Ko  hacemos  nada. 

Graves  tribunos, 
Que  de  la  patria 
Sois  más  padrastros 
Que  un  juez  de  Holanda, 
¿Qué  hacéis  poniendo 
Por  nuestras  plazas 
Postura  al  nabo. 
Ley  á  las  habas  7 
Hacer  que  hacemos, 
J\o  haec}>ios  nada. 

Escribas  fieros, 
Que  en  vuestras  causas 
Armáis  más  lazos 
Que  á  un  ratón  trampas, 
;  Qué  hacéis  llenando 
Más  hojas  blancas, 
Que  tiene  tiznes 
La  mala  fama  ? 
Hacer  qne  hacemos, 
yo  hacemos  Jiada, 

Sabios  de  escuelas, 
Que  en  vuestras  aulas 
Entráis  más  anchos 
Que  diez  tinajas, 
I  Qué  hacéis  pujando 
Cuestiones  vanas. 
Más  gritos  dando 
Que  remo  en  playa  ? 
Hacer  que  hacemos, 
No  hacemos  tuida. 

Mis  eruditos 
De  aire  de  Francia, 
Postes  eternos 
Junto  4  madama, 
¿Qué  hacéis  mintiendo, 
Máquinas  que  hablan. 
De  cuando  en  cuando: 
Laran,  larara? 
Hacer  qve  hacemos, 
Ko  hacemos  nada. 

Maridos  francos 
De  esposas  francas, 
Que  por  milagro 
Veis  vuestras  casas, 
¿Qué  hacéis  temiendo 
Que  encima  os  caigan, 
Pues  salis  de  ellas 
Cual  toro  á  plaza  ? 
Hacer  que  hacemos. 
No  hacemos  nada. 

Vos,  letrilleros, 
Poetas  ranas, 
Escarabajos 
De  ajenas  faltas, 
¿  Qué  hacéis  sacando 
Coplas  sin  gracia, 
Vano  el  celebro. 
Floja  la  panza? 
Hacer  qne  haccTnot, 
No  Jiaeenws  nada. 


LETRILLAS. 
Si  ésta  no  rs  dicha, 
No  Jiay  dicha  alguna, 

Tenebron  numen 
De  negra  musa, 
Roy  del  Parnaso 
Sé  quien  le  jura, 

Y  es  que  no  entiende 
Su  catadura; 

Si  ésta  no  es  dicha, 
No  hay  dicha  alguna. 

Reciente  hidalgo 
Brillante  y  lucia 
Su  ejecutoria 
Tal  vez  promulga. 
Cuando  de  moros 
Sé  que  es  su  alcurnia; 
Si  ésta  no  es  dicha. 
No  hay  dicha  alguna. 

Yo  sé  marido 
Sin  renta  alguna, 
Que  no  trabaja, 
Trata,  ni  estudia; 
Mas  come  y  viste, 
Se  huelga  y  triunfa; 
Si  ésta  no  es  dicha, 
No  hay  dicha  alguna, 

^Monstruo  se  acuesta 
De  frente  á  nuca 
Quien  ángel  bello 
Después  madruga, 
Por  tener  de  ello 
Receta  oculta; 
Si  ésta  no  es  dicha, 
No  hay  dicha  alguna. 

Yo  sé  de  bestia 
(Bien  que  haya  muchas) 
A  quien  asisten 
Gentes  agudas, 

Y  que  su  ingenio 
Claro  le  juran; 

Si  ésta  no  es  dicha, 
No  hay  dicha  alguna. 

A  esposo  inepto, 
Falto  de  injurias, 
Sus  coadyutores 
Tal  vez  le  ayudan, 

Y  á  costa  de  otros 
Mece  sus  cunas; 

Si  ésta  no  es  dicha. 
No  hay  dicha  alguna. 


425 


LETRILLA   XII. 

Atraque  es  difícil 
Hsllar  fortan^ 


LETRILLA  XIH. 

¿  Tú ,  que  no  sabes , 
Me  das  lecciones? 
Déjalo,  Fabio, 
No  te  incomodes. 

Porque  de  niño 
Gozo  aún  los  dotes , 
Dice  que  cante 
Dulces  amores ; 
Mas  1  ay,  qué  poco 
Mi  humor  conoces, 
Acedo  y  lleno 
De  indigestiones  I 
Déjalo,  FaMo, 
No  te  incomode». 

Dices  que  trate 
Gentes  de  corto , 
Que  me  enriquezcan 
De  ideas  nobles ; 
Cuando  aturdidos 
De  uno  á  otro  coche , 
Corre,  vé  y  diles 
Son  sus  ponriones ; 
Déjalo,  Fabio, 
No  te  incomodes. 

Dices  no  admito 
Los  ricos  dones 
Que  hacerme  quieren 
Grandes  señoree ; 


Yo  sé  que  al  aire 
Nadie  da  golpes, 
Y  lo  que  tengo 
Creo  me  sobre; 
Déjalo,  Fabio, 
No  te  incomodes. 

Diz  que  el  estudio, 
Con  sus  tesones, 
Mi  tez  de  rosa 
Fuerza  es  que  robe  ; 
Si  tan  bonito 
Soy,  que  rae  arropen. 
Sin  que  al  sol  v.  a 
Dentro  de  un  cofre ; 
Déjalo,  Falto, 
No  te  incomodes. 

Dices,  y  dicen 
(¡Dios  os  perdone  I), 
Que  tengo  en  suma 
Duro  el  cogote ; 
Si  fuese  estatua 
Yo  en  él  con  goznes, 
Fuera  defecto; 
Pero  acabóse ; 
Di  ja  lo,  Fabio, 
No  te  incomodes. 


LETRILLA  XIV. 

Faltando  yo  es  cierto 
Que  habré  nombradla ; 
/  Qué  gran  boheria  , 
Después  de  yo  mueHo! 

Diz  que  mi  gran  musa 
Heroica  me  llama 
Con  postuma  fama, 
Sin  tener  excusa ; 
Vanidad  intrusa 
Del  vulgo  inexperto ; 
¡Qué  gran  boheria. 
Después  de  yo  muerto! 

A  hacer  de  las  raias 
Dicen  que  me  aplique, 
Que  casa  edifique , 
Torre  y  galerías , 
Sin  ver  que  mis  dias 
No  han  instante  cierto ; 
¡Qué  gran  boheria , 
Después  de  yo  muerto! 

Diz  que  si  yo  falto 
(l  Mi  Dios  me  perdone  !), 
Harán  se  empadrone 
Mi  nombre  tan  alto, 
Que  llegue  de  un  salto 
Al  polo  más  yerto  ; 
/  Qué  gran  boberia , 
Después  de  yo  viuerto! 

Diz  que  otra  Artemisa 
Hará  un  mauseolo 
Al  funeral  solo 
De  mi  hora  precisa ; 
Y  morir  de  risa 
Yo  tengo  por  cierto ; 
¡Que  gran  boberia , 
Después  de  yo  muerto! 

Diz  que  mi  retrato 
(l  Qué  cosa  tan  mona  I  ) 
Grabará  Carmona 
Con  su  buril  grato. 
De  frente  á  zapato, 
De  laurel  cubierto; 
¡Qué  gran  bohena , 
Después  de  yo  w  uerto  I 


LETRILLA  XV. 

I  Qué  hechicero  tono  I 
I  Cómo  al  gusto  brinda  I 
¡Qué  dije  tan  mono! 
¡  Qué  cosa  tan  linda! 


426 


Qac  nn  rapaz  flamante, 
Que  el  mirar  lo  alegra, 
De  Momo  se  plante 
La  máscara  ncfcra, 
JIoriliendo  cual  suegra 
Cuanto  se  I--  alinda, 
¡i^iiéJije  tan  mono! 
jQué  cosa  tan  linda! 

Que  una  daniiseUi 
Pintadita  a)  olio, 
Con  saber,  nos  muela, 
Cuestión,  texto  y  Mió, 

Y  en  cualquiur  escolio 
Singular  prescinda, 
¡Qué  dije  tan  mono! 
¡Qné  cosa  tan  linda! 

Ver  á  don  Pancracio, 
Guapetón  de  fama, 
De  cuidados  lacio 
A  par  de  madama, 
Si  dice  que  la  ama. 
Más  blando  que  guinda, 
/Qué  dije  tan  mono! 
¡Qué  cosa  tan  linda! 

Ver  un  rapaz  tierno 
Hecho  una  grajea. 
Con  dije  de  cuerno 
En  danza  pigmea, 
Fingir  la  jalea 
Que  en  su  edad  no  brinda, 
¡(¿lié  dije  tan  mono! 
¡Qué  cosa  tan  linda.  ! 

Si  yo  impertinente 
Hablo  una  simpleza. 
Notar  que  una  gente 
De  seso  y  grandeza 
Vuelva  la  cabeza 

Y  atención  me  rinda , 
/  Qité  dije  tan  mono! 

¡  Qué  cosa  tan  linda! 


LETRILLA  XVI. 

Que  no  tiene  juicio 
Quien  mi  musa  extraña, 
Yo  me  lo  malicio, 
O  el  juicio  me  engaña. 

I  Afuera,  que  quiero 
Vaciar  cual  puchero 
Lo  que  hube  tragado ; 
Que  estoy  infestado 
De  tanta  zizaña! 
O  el  juicio  me  engaña. 

Hoy  di  a  es  ser  rico 
Acortarse  el  pico. 
Prestar  con  ribete 

Y  estafar  por  siete 
Con  sutil  maraña, 

O  el  juicio  me  engaña. 
Hoy  dia  es  ser  maja 
No  darse  uiía  paja 
Por  la  honradez  goda, 

Y  hacerse  por  moda 
De  ninguno  extraña, 
O  el  juicio  me  engaña. 

Hoy  es  ser  muy  mono 
Mostrar  grande  encono 
A  nuestros  c^stilos, 

Y  hacer  mallas  de  hilos 
Cual  sutil  araña , 

O  el  juicio  me  engaña. 
Hoy  dia  es  ser  crego 
Darse  al  ocio  luego. 
Chupar  lo  asignado, 

Y  andar  de  sobrado 
Cual  hoja  de  caña, 

O  el  juicio  me  engaña. 
Hoy  dia  el  juzgado 
Hacerle  es  del  lado 
Del  que  más  presenta ; 
La  ley  es  la  renta, 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 

El  juzgar  cucaña, 
O  el  juicio  me  engaña. 

Hoy  es  ser  poeta 
El  zurcir  con  treta 
De  antiguos  escritos. 
Porque  hay  infinitos 
Tontos  de  esta  mañ_a, 
O  el  juicio  nte  engaña. 


LETRILLA  XVII. 

Si  hablar  mal  es  mengua, 
Pues  ponen  hocico. 
Atemos  la  lengua, 
Callemos  el  pico. 

Si  en  boca  cerrada 
Diz  que  no  entra  mosca, 

Y  hay  gente  tan  hosca. 
Que  luego  se  enfada 
Si  la  más  cendrada 
Verdad  les  predico, 
Atemos  hi  lengua , 
Callemos  el  pico. 

Si  un  tal  reverencia. 
Grado  tiene  y  borla, 

Y  un  Víctor  con  orla 
Publica  su  ciencia, 

Y  yo,  en  mi  conciencia, 
Sé  que  es  un  borrico, 
Atemos  la  lengua, 
Callemos  el  pico. 

Si  el  vulgar  concepto 
Hoy  tiene  por  sabio 
Al  que  mueve  el  labio 
En  nuLVo  dialecto, 
Chanfutre  en  aspecto, 

Y  en  ademan  mico, 
Atemos  la  lengua. 
Callemos  el  pico. 

Si  no  es  bien  que  riña 
Que  un  tal  caperucho. 
En  vicios  muy  ducho 
Por  la  socaliña , 
Con  faz  no  lampiña 
Se  finge  santico. 
Atemos  la  lengua, 
Callemos  eliñco. 

Pues  es  grande  carga 
Remendar  mal  viejo, 

Y  el  agrio  consejo 
A  todos  amarga. 

Si  con  lengua  larga 
La  mun'ia  espotrico. 
Atemos  la  lengua. 
Callemos  el  pico. 


LETRILLA  XVIH. 

Señor  de  encomienda, 
Que  no  recomiendo , 
A  otro  se  las  venda , 
JVo  á  mi,  que  las  vendo. 

Hidalgo  de  á  marca 
Por  papelería. 
Que  en  genealogía 
Mil  padres  abarca, 
A  Heródes  Tetrarca 
Su  raíz  haciendo, 
A  otro  se  las  venda, 
No  á  mi ,  qiie  las  vendo. 

Pedantes  visitas 
De  erudito  vario. 
Que  en  nn  Diccionario 
Se  entró  de  patitas , 
Y  alzara  rail  gritas 
Sobre  la  voz  cucndo , 
A  otro  se  las  venda , 
No  á  7ni ,  que  las  vendo. 

Consejo  maduro 
De  algún  calvo  verde, 


Que  si  el  pelo  pierde. 
No  pierde  lo  obscuro 
Del  unto  venturo 
Que  lo  irá  tiñendo, 
A  otro  se  las  venda  , 
No  á  mi,  que  las  vendo. 
Decir  que  al  Parnaso 
Va  sutil  poeta , 

Y  sigue  cometa 

El  vuelo  al  Pegaso, 

Y  en  el  éter  raso 
Gira  con  ostinendo, 
A  otro  se  las  venda  , 
No  a  mi,  que  las  vendo. 


LETRILLA  XIX. 

Si  yo ,  cuando  á  otros  muerdo. 
Mordido  me  hallo. 
Es  que  no  hay  Iwmhre  cuerdo 
Si  monta  á  caballo. 

Si  un  barón  mirado 
Sube  al  magistrado 

Y  hace,  cual  magnate. 
Más  de  un  disparate. 
No  es  mucho  su  fallo; 
Que  no  hay  hombre  cuerdo 
tíi  monta  á  caballo. 

Si  un  viejo  en  visita 
Con  doña  Pepita, 
En  dime  y  diréte, 
Hielo  hecho,  arremete. 
No  hay  por  qué  extrañallo ; 
Que  no  hay  hombre  cuerdo 
Si  monta  á  caballo. 

Si  un  docto  por  grado. 
En  su  aula  sentado, 
Pensando  que  explica, 
Más  y  más  se  implica. 
Callar  y  aguantallo; 
Qu^  no  hay  Jwmbre  cuerdo 
Si  monta  a  caballo. 

Un  novel  cadete , 
Pensando  es  jinete 
Más  que  Gerifalte , 
No  es  mucho  que  salte 

Y  brinque  cual  gallo; 
Qite  no  hay  hombre  cuerdo 
Si  monta  á  caballo. 

Si  á  un  ruin  miserable 
Inés  se  hace  afable 
Cuando  allá  lo  coge. 
Que  él  la  bolsa  afloje 
Por  hecho  contallo; 
Que  no  hay  Jwmbre  cuerdo 
Si  monta  á  caballo. 

Si  un  cuerdo  estadista 
Cae  en  ser  coplista, 

Y  enfada  en  sus  versos 
A  cien  universos. 

No  hay  más  que  dejallo; 
Que  no  hay  hombre  cuerdo 
Si  monta  á  caballo. 


LETRILLA  XX. 

Si  me  sale  al  paso 
Lo  que  no  quisiera, 
Todo  es  friolera. 
Vamos,  2)iies,  al  caso. 

Si  el  númeu  vinagi-e 
Que  airado  me  sopla 
Se  arma  en  cada  copla 
De  mordiente  usagre, 
Por  más  que  la  almagre 
Y  vista  de  laso. 
Todo  es  friolera. 
Vamos, pues,  al  caso. 

Si  Paula  y  Fructuoso, 
Merendando  en  gresca, 


Una  tarde  fresca, 
Brindan  con  reposo 
A  honor  del  esposo, 
De  cuerno  en  un  vaso, 
Todo  es  friolera. 
Vamos,  pves,  al  caso. 

Si  con  falsas  llaves, 
Saliendo  el  marido 
De  su  lecho  y  nido, 
Aquel  que  tii  sabes. 
Que  es  de  los  más  graves, 
No  es  en  dar  escaso, 
Todo  es  friolera, 
Vamos, pues,  al  caso. 

Si  á  risa  provoca 
Fingida  beata. 
Que  á  una  patarata 
Retuerce  la  boca, 
Cuando  por  su  toca. 
De  amor  se  ve  un  paso, 
Todo  es  friolera. 
Vamos,  pues,  al  caso. 


LETRILLA  XXL 

Diz  que  un  caballero, 
Dicho  don  Dinero, 
Pierde  y  atropella 
La  niña  más  bella. 
De  más  pundonor; 
Madre,  la  mi  madre, 
/  Qué  triste  dolor! 

El  diz  que  minora, 

Y  aun  de  virtud  dora 
El  crimen  más  grave, 

Y  al  recto  juez  sabe 
Quebrar  el  rigor; 
Madre,  la  vi  i  madre, 
¡Qué  triste  dolor! 

Él  diz  que  al  anciano 
En  joven  lozano 
Lo  vuelve  y  trabuca, 

Y  á  su  edad  caduca 
Da  inútil  verdor; 
Madre,  la  mi  madre, 
;  Qué  triste  dolar! 

El  al  más  ocioso, 
Más  vil  y  vicioso, 
C!olma  de  favores, 

Y  aun  da  de  señores. 
Un  perpetuo  honor; 
Madre,  la  mi  madre, 
¡Qué  triste  dolor! 

Él  á  un  tonto  ha  dado 
El  premio  colmado 
Que  hubo  merecido 
Un  sabio  entendido. 
Pobre  y  sin  favor; 
Madre,  la  mi  madre, 
¡Qué  triste  dohr! 

Él  en  la  opulenta 
Mesa  en  que  se  sienta, 
Todo  hace  que  sobre. 
Arrojando  al  pobre 
Del  hambre  al  rigor; 
Madre,  la  mi  madre, 
¡  Qué  triste  dolor! 

Diz  que  él,  pretendido, 
O  ya  conseguido. 
Siempre  da  cuidado, 

Y  de  ayes  cercado 
Tiene  al  poseedor; 
Madre,  la  mi  madre, 
¡  Qué  triste  dolor! 


LETRILLA  XXIL 

Cada  día  este  mi  mimen 
Bale  con  su  extraordinario; 
¡Caiiario! 


LETRILLAS, 

Al  son  de  mi  castañuela, 
Más  que  una  pascua  contento. 
Diré  verdades  sin  cuento, 
Que  mi  gaznate  no  cuela; 
Dchablar  clarito  en  la  escuela, 
Soy  pájaro  voluntario; 
¡Canario! 

Yo  sé  que  antes  solían  ser 
Indias  bravas  las  que  amaban; 
Con  un  vidrio  se  engañaban. 
Prendiólas  uu  alfiler; 

Y  hoy  un  homlire  ha  menester 
Para  preludio  un  erarlo; 
¡Canario! 

Mirando  á  cierta  ventana. 
Que  juzgué  recolección. 
Vi  una  Tais  tras  el  doblón, 
Jlás  que  la  antigua  liviana. 
Que  el  beso  de  paz  ufana 
Da,  si  hay  oro,  á  su  contrario; 
¡Canario! 

Bien  sé  yo  quién  se  embelesa, 

Y  en  amor  corre  ó  recula. 
Hablando  á  un  mozo  de  muía 
La  que  con  torno  ó  con  rueca. 

Si  no  en  San  Fernando,  en  Meca, 
Debiera  ganar  salario; 
¡Canario! 

Yo,  en  fin,  no  sé  qué  remiendo 
A  este  desbarate  le  eche, 
Ni  acierto  con  qué  escabeche 
En  snzon  se  irá  poniendo; 
El  pago  que  da,  sí  entiendo, 
A  quien  le  sigue  ordinario; 
¡Canario! 


LETRILLA  XXIIL 

Cuanto  más  cachaza  gasto. 
Mi  numen  trae  mayor  prisa; 
¡Ay,  qué  frntacion  de  risa! 

Cúlpaunu!  varios  censores 
Quv?  un  muchacho  no  es  bien  cante 
Con  estilo  mordicante 
Ni  acentos  murmuradores; 
Que  cante  églogas  de  amores, 
Hecho  pastor  de  Belisa; 
¡Ay,  qué  tcntacian  de  risa! 

Que  en  una  conversación, 
Que  un  anciano  no  osa  hablar. 
Un  mocoso  descifrar 
Se  ofrece  á  todo  un  Newton; 

Y  de  si  es  lo  del  cabrón. 
Lana  ó  pelo,  nos  avisa; 
¡Ay,  qiie  tentación  de  risa! 

Que  de  hidalgo  en  sí  no  (]uepa 
Quien  á  Hércules  da  sn  origen, 

Y  sus  fincas  no  le  exigen 
Dos  cornados  de  esta  cepa; 

Y  por  Ijarruntos  se  sepa 

Que,  como  él,  muere  en  camisa; 
¡Ay,  qué  tentación  de  risa! 

Si  la  gazmoña  en  rezar 
Se  arroba,  ^qué  es  necesario 
Que  yo  entienda  lo  contrario  ? 
Que  tengo  muy  mal  pensar; 

Y  para  esto  reiterar. 
Arrumacos  indecisa; 

¡Ay,  qué  tentación  de  risa/ 


427 


LETRILLA  XXIV. 

De  que  el  señor  cura  tenga 
Por  ama  una  moza  alegre. 
Siendo  mejor  una  vieja 
Para  que  su  ajuar  gobierne, 
^,Qué  se  infiere? 

De  que  tan  caritativo 
El  otro  esposo  se  muestre. 
Que  á  cuantos  van  á  su  casa, 


Cortés  á  todos  la  ofrece, 
¿  Qué  se  injiere? 

De  que  los  padres  maestros 
A  predicar  se  presenten, 
Citando  autores  gentiles. 
Para  instruir  á  las  gentes, 
,;Qué  se  infiere? 

De  que  en  casa  del  letrado 
Se  mantenga  más  la  gente 
Con  el  buen  parecer  de  ella 
Que  no  con  bus  pareceres, 
,;Qué  se  infiere? 

De  que  una  niña  se  ponga 
Opilada  algunos  meses, 

Y  minea  de  nueve  pase, 

Y  siempre  á  los  nueve  llegue, 
^;Qué  se  infiere? 

De  que  el  sastre  á  su  mujer 
Diga  que  faltan  quehaceres, 

Y  que  busque  ella  por  sí 
Modo  para  mantenerle, 
¿Qué  se  infiere? 

De  que  haya  tantos  asuntos 
De  que  habla  bajo  la  gente, 

Y  siendo  justificados, 
Ninguno  alzar  la  voz  quiere, 
¿  Qué  se  infiere? 


LETRILLA  XXV. 

Caiga  el  que  caiga;  y  si  el  numen 
Hoy  su  látigo  enarbola, 
Ruede  la  hola. 

Una  bola  es  este  mundo, 
Que  harta  está  de  mal  rodar, 

Y  los  dos  hemos  de  andar 
A  túndanle  que  te  tundo; 
Si  digo  lo  que  en  profundo 
Silencio  tiene  mi  chola, 
Ruede  la  hola. 

Si  un  tonto  debe  gozar 
De  la  tierra  la  abundancia, 
Y^  en  partos  de  su  arrogancia 
Sus  productos  disipar; 

Y  el  pobre  en  brazas  quedar, 
Del  hambre  pálida  y  sola. 
Ruede  la  hola. 

Ver  que  un  don  Lindo  soldado, 
Olvidado  del  valor. 
Del  gótico  pundonor 

Y  el  español  dcsen  fado. 
El  rostro,  ropa  y  peinado 
lüza,  pule  y  arrebola, 
Ruede  la  bola. 

Que  un  don  Trasgo  revoltoso. 
Sin  quien  le  tire  la  rienda. 
Se  porte  en  toda  contienda, 
liCiiguaraz  y  sedicioso, 
Sin  que  el  juez,  de  temeroso, 
Se  atreva  á  sn  camisola, 
Ruede  la  bola. 

Que  yo  piense  en  reprender 
Cosas  que  exceden  mi  brío, 
Sin  temer  el  numen  mió 
Lo  mal  que  lo  puede  haber; 
Pues  no  me  hacen  recoger 
Entre  las  piernas  la  cola, 
Ruede  la  bola. 


LETRILLA  XXVI. 

Que  quieran  que  no,  mi  numen 
Vuelve  á  su  antigua  faena; 
Dios  te  la  depare  hiena. 

Con  gritos  censuradores, 
Allá  vas,  mi  cartapacio; 
Si  das  en  algún  palacio 
Con  tropel  de  aduladores, 
Sé  rival  de  sus  humores, 
Y  si  tienes  mala  estrena, 


42S 

Dios  ff  la  (fepare  "buena. 

.Si  un  don  l'olon,  sin  saber 
Leer  dos  lincas  con  sentido, 
Sin  ver  cómo  lo  han  subido 
Donde  él  no  pudo  creer, 

Y  no  sabiendo  juez  ser, 
El  bien  común  desordena, 
Dios  ie  la  depare  buena. 

Si  la  que  al  gusto  da  cocos, 

Y  la  dicen  que  su  rostro 

Se  lo  ha  quitado  á  algún  monstruo. 
Comienza  en  gritos  feroces 
A  echar  su  mal  pleito  á  voces 
Con  picara  cantilena, 
Dum  te  la  depare  buena. 

El  que  íigarbado  en  su  lecho, 
De  un  ligero  resfriado, 
Llama  á  un  médico  afamado; 
(>uien  juzgándolo  á  provecho, 
Las  venas  le  saja,  y  de  hecho 
En  dos  dias  lo  despena. 
Dios  te  la  depare  buena. 

Cal)cza  de  gran  bonete. 
Sin  natural  entusiasmo, 
Que  á  sí  mismo  ser  el  pasmo 
De  las  Musas  se  promete; 
Si  al  fin,  fiero  le  acomete 
Un  flujo  de  árida  vena. 
Dios  te  la  depare  buena. 


DON  JOSÉ  IGLESLiS  DE  LA  CASA. 


LETRILLA  XXVII. 

Con  más  sabrosito  humor 
Emjñczo  hoy  la  escarapela; 
/Canela! 

Lo  que  hable  la  lengua  mia, 
A  ninguno  ha  de  amargar; 
Que  bien  he  de  sazonar 
Todo  mi  plato  este  dia; 
Será  dulce  especería 
La  que  mi  mortero  muela; 
/Canela/ 

Placer  es  ver  retocada 
La  que  es  pasa  como  guinda, 
A  poder  de  polvos  linda, 
A  fuerza  de  untos  rosada, 
Cuando  no  hay  en  su  quijada 
Memoria  de  que  hubo  muela; 
¿Canela/ 

Gusto  es  ver  cuan  poco  escasa 
Tais  es  en  baile  y  meneo. 
Que  á  medirlo  su  deseo, 
Ño  tuviera  fin  ni  tasa; 

Y  si  ha  de  barrer  la  casa, 
Necesita  tanta  espuela; 
/Canela/ 

Rio  en  ver  que  otra  en  quince  años 
Siempre  está,  y  busca  mancebos 
Los  más  implumes  y  nuevos, 
Que  han  de  pelar  sus  engaños; 

Y  aunque  cañones  extraños 
Crien,  ella  al  fin  los  pela; 
/Canela/ 

Mas  esto,  vaya  cual  vaya, 
¿A  mí  en  ello  qué  me  va? 
Antes  bien  quien  zurre  habrá 
A  a(juel  que  en  zuiTar  se  ensaya, 
Haciéndole  que  esté  á  raya, 

Y  la  cabeza  le  duela; 
/  Canela! 


LETRILLA  XXVIH. 

Yo  quiero  que  sepa  el  mundo 
Quién  soy,  y  se  desengañe; 
Que  el  que  las  sabe  las  tañe. 

Yo  he  llegado  á  ser  muy  necio: 
A  ninguno  sé  engañar. 
Todos  me  la  han  de  pegar, 
Y  me  la  pegan  de  recio; 


De  hoy  más  tan  sólo  haré  aprecio 
De  aprender  de  quien  me  engañe; 
Que  el  que  las  sabe  las  tañe. 

Yo  nunca  sola  una  flor 
Supe  decir  á  una  dama, 
Como  otro  que  las  derrama 
Con  labio  lisonjeador, 

Y  hace  que  en  agua  de  olor 
Se  meta,  revuelque  y  baño; 
Que  el  que  las  sabe  las  tañe. 

Yo  no  me  sé  divertir. 
Ni  jugar  cosa  maldita, 
Como  el  que  de  una  garita 
Ganoso  suele  salir. 
Cargado  de  oro,  y  reír 
Lo  que  otro  ha  perdido  y  ])lañe; 
Que  el  que  las  sabe  las  tañe. 

Yo  no  sé  de  caza  ó  pesca. 
Ni  en  el  bosque,  ni  en  el  rio, 
Como  el  que  al  bochorno  y  frió 
Anda  con  bulla  y  con  gresca, 
Cogiendo  la  pieza  fresca. 
Por  más  que  se  le  enmarañe; 
Que  el  que  las  sabe  las  tañe. 

Yo  sudo  en  hacer  dos  versos, 

Y  á  mi  ingenio  no  doy  fama; 

No  como  otro,  que  urde  un  drama 
En  cuatro  horas,  puro  y  terso, 
Haciendo  que  el  universo 
Como  ave  rara  lo  extrañe ; 
Que  el  qve  las  sabe  las  tañe. 


LETRILLA  XXIX. 

Diz  que  de  este  inferior  globo 
La  máquina  anda  trocada; 
Ko  sé  nada. 

Diz  que  hay  cosas  en  el  orbe, 
Que  no  se  pueden  tragar. 
Que  obligan  á  provocar 
Al  que  incauto  se  las  sorbe, 
Sin  que  justicia  lo  estorbe, 
Porque  está  enferma  y  sangi-ada; 
Xo  sé  nada. 

La  moza  de  mi  vecino, 
De  las  pascuas  puso  el  nombre 
A  su  madre,  ¿y  diz  que  al  hombre 
A  jugar  luego  se  avino, 

Y  que  ser,  es  su  destino, 
Cobertera  autorizada? 
No  senada. 

Diz  que  en  falsa  compostura, 
Blas  dio  en  hipócrita  vano, 
Sólo  por  respeto  humano 

Y  lograr  ración  segura, 

Y  en  contrahecha  figura. 
Es  fantasma  corcovada; 
No  sé  nada. 

Diz  que  es  gusto  ver  la  viuda. 
Si  la  ruegan  y  hay  quien  cante. 
Cómo  el  lloroso  semblante 
En  baile  y  respingo  muda; 

Y  esto  es  que  á  nada  la  ayuda 
Ser  tórtola  retirada; 

No  sé  nada. 

Diz  que  un...  (tente)  que  cogido 
Fué  en  adulterio  soez. 
Se  alzó  de  él  con  altivez, 

Y  con  cerviguillo  erguido 
En  un  trabuco  al  marido 
Le  mostró  la  muerte  airada; 
No  sé  liada. 


LETRILLA  XXX. 

Pues  en  zurrar  mil  picanas 
Hoy  mis  musas  se  festejan, 
/  Of!te,  puto,  qve  retejan/ 

Merlo,  vamos  con  cuidado, 
Que  diz  que  el  diablo  anda  suelto, 


Y  en  este  rio  revuelto, 

En  que  á  muchos  han  pescado, 
Para  el  pico  desmandado 
JIordazas  mil  apaixjan; 
/  Oste,  jiuto,  que  retejan! 

Tú,  tahúr,  que  sin  destino, 
A  la  garita  te  vienes, 

Y  con  otro  tal  te  avienes 
En  pelar  á  un  palomino; 
Pues  al  que  con  jiluma  vino, 
Implume  tus  uñas  dejan, 

/  Ostc,  puto,  que  retejan! 

Tú,  mozuela,  que  te  huiste 
De  tu  casa,  y  con  gran  porte 
Te  has  puesto  á  dama  de  corte. 
Sin  saber  lo  que  perdiste; 
Pues  tras  tu  bulto  se  embiste, 

Y  la  jaula  te  aparejan, 
/Oste,puto,  qve  retejan! 

Tú,  holgazán,  que  en  breve  rato 
Socorrida  arte  aprendiste. 
Flexible  diestra  extendiste. 
Prendiendo  cual  garabato; 
Pues  hoy  dia  á  un  solo  gato 
Huestes  de  gatos  aquejan, 
/ Ostc,  jJvto,  que  retejan! 

Tú,  al  fin,  cualquiera  que  fueres, 
El  que  á  sombra  de  tejado, 
Andas  de  un  cuarto  vedado 
Mil  ofreciendo  alquileres; 
Pues  los  vivos  alfileres 
Un  minuto  no  te  dejan, 
/  Oste,  puto,  qve  retejan! 


LETRILLA  XXXI. 

Pues  de  cantor  traigo  el  nombre, 

Y  el  arma  en  el  vericú... 
/Alhajú,  qve  más  alliajú! 

Que  viendo  ufano  el  delito. 
Sin  censor  que  le  castigue, 

Y  á  un  rapaz  su  musa  obligue 
A  alzar  eu  su  burla  el  grito. 
Diga  adulador  maldito 

Que  le  sopla  Belccbú, 
/Alliajú,  qíte  más  alliajü! 

Ver  la  donceilita  andante, 
Horfanita  y  sin  arrimo, 
Que  halla  algún  indiano  primo, 
A  quien  se  arrima  bastante. 
Señora  de  guardai  ufante. 
Con  su  terno  de  tisú, 
/Al/iajú,  qve  más  allinjú/ 

Atolondrado  doncel 
Pierde  las  más  ricas  horas, 
Emujo  de  las  señoras. 
De  un  espejo  mirabel. 
Puesto  al  ladito  un  clavel 

Y  un  ramo  de  almoradú, 
/Alliajú,  qve  más  alhajú/ 

Que  el  otro,  eterno  holgazán. 
Con  casa  que  mantener, 
Encomiende  á  su  mujer 
Este  primitivo  .afán, 
Mientras  robándole  están 
Las  venas  de  su  Perú, 
/Alhajú,  qve  más  alhajú/ 

Los  que  oyen  mi  escarapela, 

Y  que  en  sus  cosas  me  meto 
Sin  guardar  algún  respeto, 
Hincándoles  tanta  espuela, 
Gritan  :  (qQué  gran  bagatela! 
Habló  el  buey,  y  dijo  ¡mú!» 
/Alhajú,  qve  más  alhajú/ 


LETRILLA  XXXII. 

De  ti,  oh  musa,  que  en  mi  infancia 
Me  instruyes,  saber  deseo 
A  quién,  de  muchop  que  veo, 


He  de  arrendar  la  ganancia. 

Al  jÓTen  que  con  su  niña 
Vive  en  vicio  encenagado, 

Y  al  cabo  se  ve  robado 
De  estas  aves  de  rapiña, 
Pegándosele  cual  tina 

El  mal  que  vino  de  Francia, 
iYo  le  arriendo  la  ganancia. 

Al  jefe  que,  ardiendo  en  ira, 
Por  vivir  después  de  muerto, 
Muestra  el  pecho  descubierto 
Al  contrario,  que  le  tira; 
Do  á  la  menor  bala  espira 
La  más  altiva  arrogancia, 
J\^o  le  arriendo  la  ganancia. 

Al  maridillo  impotente, 
En  quien  manda  su  mujer, 
Dejándose  someter 
A  su  dominio  el  paciente. 
Mostrándonos  en  su  frente 
Símbolo  de  tolerancia, 
A'o  le  arriendo  la  ganancia. 

Al  que,  en  su  cuarto  encerrado. 
Enferma  á  puro  estudiar, 

Y  muere  por  alcanzar 

Lo  que  ninguno  ha  alcanzado. 
Puesto  que  el  más  sabio  ha  hallado 
Que  es  su  saber  ignorancia, 
Á'o  le  arriendo  la  ganancia. 

Al  que,  cual  camaleón, 
Está  al  magnate  adulando. 
Mil  sobarbadas  pasando 
Por  lograr  su  pretensión, 
Solo  por  necia  ambición 
De  ser  hombre  de  importancia, 
Ko  le  arriendo  la  ganancia. 


LETRILLA  XXXIIL 

Que  una  mozuela  en  el  prado 
Se  presente  y  deje  ver 
Con  basquina  de  moer 

Y  un  reloj  á  cada  lado, 
Con  su  eminente  peinado 

Y  remontada  escofieta, 
¡Buen  dinero  es  la  Gaceta/ 

Que  blasone  el  militar 
Que  la  furia  de  su  espada 
Se  mira  reverenciada 
En  la  tierra  y  en  la  mar, 

Y  que  él  solo  pudo  entrar 
Al  fuerte  de  la  Goleta, 
¡Buen  dinero  es  la  Gaceta! 

Que  corteje  el  otro  viejo, 
Que  no  se  puede  tener, 
Queriéndole  dar  placer 
A  su  arrugado  pellejo. 
Sin  querer  que  otro  cortejo, 
Donde  él  se  mete  se  meta... 
¡Biien  dinero  es  la  Gaceta! 

Que  el  otro  tras  el  venado 
Ande,  saltando  bardales. 
Picado  con  los  zarzales. 
De  sol  y  frió  quemado, 
Mientras  de  su  esposa  el  lado 
Ocupa  el  otro  en  paz  quieta, 
¡Buen  dinero  es  la  Gaceta! 

Que  llegándome  yo  á  ver 
Lleno  de  necesidad, 
Piense  mi  simplicidad 
Que  he  de  llegar  á  valer 
Porque  versos  sepa  hacer 
Como  el  más  docto  poeta... 
¡Buen  dinero  es  la  Gaceta! 


LETRILLA  XXXIV, 

Yo,  Talía,  en  despedirte, 
Y  tú  en  que  me  has  de  querer, 
Tyeretas  lian  de  ser. 


LETRILLAS. 

No  es  espantajo  estafermo 
El  ingenio  que  me  asiste, 

Y  sabe  morder  con  chiste; 
Que,  ya  en  poblado  ó  on  yermo. 
Ya  con  salud  ó  ya  enfermo. 
En  morder  y  más  mordei", 
Tijeretas  lian  de  ser. 

El  que  ganar  quiere  á  Creso, 

Y  avaro  entró  en  su  arqucton. 
Sepultó  más  de  un  millón; 
Por  ser  cual  sin  hondo  vaso. 
En  juzgarse  de  oro  escaso 

Y  estar  sediento  de  haber, 
Tijeretas  lian  de  ser. 

Hueso  y  pellejo  con  ojos, 
La  vieja  que  da  en  ser  maja. 
Aunque  esté  seca  cual  paja. 
Gaste  palo  y  anteojos, 
Como  de  usar  de  remojos 
Para  mejor  parecer. 
Tijeretas  han  de  ser. 

De  Cupido  en  los  afanes. 
Gladiator  amartelado. 
Si  en  su  hueste  ha  militado. 
Riñe  con  los  gavilanes; 
Por  más  que  los  tafetanes 
Sus  heridas  dejan  ver. 
Tijeretas  han  de  ser. 

El  que  se  volvió  gabacho 

Y  veces  mil  fué  beodo. 
Aunque  con  risa  en  el  lodo 
Le  eche  uno  y  otro  muchacho, 
En  buscar  el  vino  macho, 

Y  zorro  permanecer. 
Tijeretas  Itan  de  ser. 


LETRILLA  XXXV. 

Mi  lengua,  echada  en  remojo. 
Cansada  está  de  callar 
Lo  que  no  puede  tragar. 
¡Agua  val  que  alíalo  arrojo; 
Si  alguien  por  delante  cojo. 
Sabiendo  que  hay  quien  ofenda. 
Quien  tiene  tienda,  que  atienda. 

Que  un  indiano,  que  las  minas 
Heredó  del  rubio  Oriente, 
Lascivo  comprar  intente. 
Con  costumbres  peregrinas, 
Con  piedras  falsas  ó  finas, 
Del  honor  la  mejor  prenda. 
Quien  tiene  tienda,  (jue  atienda. 

Pues  mil  niñas  bien  criadas. 
Sin  pedirles  yo  favor, 
Me  hacen  por  mi  bello  humor 
Sus  caricias  regaladas, 

Y  ellas  se  dan  por  jüigadas. 
Aunque  yo  lo  desentienda, 
Quien  tiene  tienda,  que  atienda. 

Si  osa  el  otro  majadero 
Buscar  una  hembra  propicia, 

Y  le  saja  su  codicia 
Como  al  pobre  el  usurero, 

Y  exige  un  tributo  fiero 
Después  de  una  gran  merienda, 
Quien  tietie  tienda,  que  atunda. 


m 


LETRILLA  XXXVI. 

Pues  es  baldío  el  dominio 
De  escardar  vidas  ajenas. 
De  las  malas  y  las  buenas 
Hagamos  un  escrutinio: 
Acertado  es  mi  dcsinio; 
Y  si  dicen  yerro  en  eso, 
A  otro  can  con  esc  hueso. 

Que  quieran  tenga  contigua 
A  mi  bolsa  y  á  mi  lado 
(En  santa  paz  sea  mentado) 
Una  damisela  antigua, 


Con  un  rostro  de  estantigua. 
Sin  sentir  el  contrapeso; 
A  otro  can  con  ese  hucsi'. 

Yo  sé  que  el  doctor  Cazorla, 
Como  lo  hubiera  pagado. 
Su  muía  Imbiera  graduado; 

Y  él  piensa,  por  tener  borla 

Y  un  Víctor  de  oro  en  la  orla, 
Que  á  mí  me  aventaja  en  seso; 
A  otro  can  con  ese  hueso. 

Que  un  viejo  de  vano  casco, 
De  ajeno  pelo  vestido. 
Más  que  corcho  desabrido, 
Más  áspero  que  un  carrasco. 
Piense  que  no  ha  de  dar  asco 
A  quien  llama  su  embeleso, 
A  otro  can  con  esc  Jiueso. 

Que  (juiera  el  otro  bellaco. 
Que  hace  de  hipócrita  mueca, 

Y  á  lo  callantron  lo  peca, 
En  sus  costumbres  berraco, 
Siendo  más  ladrón  que  Caco, 
Pasar  por  santo  profeso, 

A  otro  can  con  ese  liucto. 


LETRILLA  XXXVIL 

Que  me  sea  ingrata  Lucia 
Porque  soy  un  pobreton, 

Y  en  entrando  un  señor  don. 
Le  diga  :  «¿Qué  manda  usía?» 

Y  se  le  dé  cortesía 

Por  no  despreciar  su  ruego, 
¡Fuego! 

Que  á  Inés  agrade  aquel  majo. 
Siendo  cual  de  Inés  el  tiesto. 
En  lo  hediondo  que  le  han  puesto 
Las  quiebras  de  su  trabajo, 
Con  que  por  cima  y  por  bnjo 
Anda  el  zahumerio  de  espliego, 
¡Fuego! 

Que  Juana,  que  cuando  están 
Sus  padres  dentro  de  casa, 
Aun  á  hablar  no  se  projiasa. 
Luego  que  afuera  se  van. 
Llame  á  solas  á  don  Juan, 

Y  ande  el  baile,  trisca  y  juego, 
¡Fuego! 

Que  Beatriz,  sin  enfermar. 
Diga  que  se  está  muriendo; 
Que  llamen  á  fray  Rosendo 
Que  la  venga  á  confesar. 

Y  él  con  ella  haya  de  entrar. 
Quedándose  afuera  el  lego, 
¡Fuego! 


LETRILLA  XXXVHI. 

Préstame,  Fabio,  atención 
Para  oir  esta  letrilla, 
Porque  no  se  da  vioreilla 
A  quien  na  mata  Icehon. 

I  Admiraste  del  marido 
Que  sin  renta  y  holgazán 
Sale  al  Prado  tan  galán, 
Como  un  Adonis  lucido? 
Pues  mira,  esto  ha  conseguido 
Por  ser  manso  de  la  villa, 
O  en  buen  romance,  cabrón; 
Porque  no  se  da  vioreilla 
A  quien  no  mata  lechan. 

Preguntas  que  ¿por  qué  exceso 
En  el  más  triste  lugar 
A  los  frailes  l)an  de  dar 
Pan,  vino,  tocino  y  queso? 
Pues  créete  que  por  eso 
Nos  llaman  con  campanilla 
En  la  cuaresma  á  sermón; 
Porque  no  se  da  morcilla 
A  quien  no  mata  lechan, 


430 

I  Espantaste  de  la  maja 
Que,  cuando  sale  á  paseo, 
Con  sus  galas  y  meneo 
A  la  más  chusca  aventaja? 
Pues  mira,  tanto  trabaja, 
Que  por  trabajar  se  humilla 
Bajo  de  cualquier  varón; 
J'orque  no  se  da  mordlla 
A  quien  na  mata  Icchon. 

rrcgiintasme  que  ¿en  qué  penda 
Que  otros  con  poco  estudiar 
Se  atrevan  hoy  á  sacar 
De  la  curte  una  prebenda? 
Pues  mira,  aunque  no  se  venda, 
O  ya  por  faldas  se  pilla, 
O  ya  por  mucho  doblón ; 
Porque  no  se  da  morcilla 
A  quien  no  mata  Uchon. 

I  Lastímate  el  ver  toruando 
A  don  Martin  las  unciones. 
Que  quiebra  los  corazones 
Verle  amarillo  y  babeando? 
Pues  mira,  para  eso  holgando 
Con  su  amiga  Mariquilla 
Gozó  harto  tiempo  el  bribón; 
Porque  no  te  da  morcilla 
A  quien  no  mata  leclwji. 

I  Admiraste  del  letrado 
Que  á  Juan,  sin  tener  derecho, 
Se  lo  hizo  tener,  y  de  hecho 
Se  ha  en  su  favor  sentenciado? 
Pues  sAbete  que  ha  logrado 
Una  lucida  vajilla, 

Y  a  inda  mais  un  talcgon; 
Porque  no  se  da  jnorcilla 
A  quien  no  mata  lechon. 

Dices,  por  fin,  que  ¡cuan  bruto 
Es  el  que  se  pone  á  hacer 
Versos  sin  echar  de  ver 
Que  no  aguarda  premio  ó  fruto  I 
Pues  mira,  yo  lo  reputo 
Por  la  más  quieta,  sencilla 

Y  racional  diversión; 
Porque  no  se  da  morcilla 
A  quien  no  mata  lechon. 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 

A  liviandad  me  provoque, 
J\'b  fuiy  emboque. 

Que  quieran  que  las  hazañas 
Cante  del  Cid  campeador, 
Y  conociendo  mejor 
De  los  viciosos  las  mañas. 
Me  digan  que  estas  patrañas 
En  mis  versos  no  las  toque, 
iV^o  /uii/  emboque. 


LETRILLA  XXXIX. 

Que  quiera  que  yo  haga  cuenta 
Que  única  en  amarme  ha  sido 
La  que  el  coraron  partido 
Tiene  (no  es  mucho)  en  ochenta, 

Y  que  intente  que  mi  renta 
En  sus  caprichos  se  apoque, 
A'o  hay  emboque. 

Que  quiera  el  otro  ermitaño 
Vivir  eterno  horgazan, 

Y  de  mi  bolsillo  y  pan 
Mantenerse  todo  el  año, 
Porque  me  libre  del  daño 
De  peste  el  señor  san  Roque, 
No  hay  emboque. 

Que  presuma  de  mí  Inés, 
Por  ser  muchacha  bienquista. 
Que  la  mantenga  y  la  vista 
De  la  cabeza  á  los  pies, 

Y  vivir  del  interés 

Sin  que  á  sus  faldas  la  toque, 
JVo  hay  emboque. 

Que  pretenda  el  otro  ganso 
Que  salió  el  barrio  á  correr, 
JMióntras  quedó  su  mujer 
Con  don  Narciso  en  descanso. 
Que  yo  no  le  llame  manso. 
Porque  trae  daga  y  estoque; 
A'o  hay  emboque. 

Que  Hcatriz,  que  hasta  los  huesos 
El  mal  humor  la  ha  pasado, 
Piense  que  yo,  enamorado, 
Gaste  en  servirla  mil  pesos, 
I'or  más  que  con  mil  excesos 


LETRILLA  XL. 

En  eso  de  que  por  tema 
De  no  ceder  á  ninguno. 
Sin  esperar  premio  alguno, 
Me  ponga  con  mucha  liema 
A  escribir  un  gran  poema, 
Como  el  pobreton  del  Taso, 
Paso. 

Mas  en  que  por  diversión 
Se  suelte  mi  tarabilla 
En  cantar  una  letrilla, 
Donde  saque  á  colación 
Tanto  esposo  cbibaton 
Como  á  cada  paso  encuentro, 
lintro. 

Que  yo  cual  camaleón 
Esté  á  un  gran  sofi  adulando. 
Mil  sobarbadas  pasando 
Por  lograr  mi  jiretension. 
Cautivo  de  la  ambición, 
De  sueño  y  de  gusto  escaso, 
Paso. 

Mas  en  que  mis  gustos  ame 
Donde  hallo  fortuna  cierta, 

Y  cuando  más  me  divierta. 
Ningún  cuidado  me  llame. 
Pues  buey  suelto  bien  se  lame 
Por  defuera  y  por  de  dentro, 
Enti'o. 

Que  quieran  que  á  una  función 
Vaya  yo  en  Diciembre  helado, 
A  beber,  de  convidado, 
Aguas  de  agraz  y  limón, 
Que  dejen  mi  corazón 
Tan  helado  como  el  vaso, 
Paso. 

Pero  que  con  mi  vecino 

Y  otros  amigos,  de  broma. 
Sentado  en  un  corro  coma 
Buenas  lonjas  de  tocino, 

Y  nn  gran  pellejo  de  vino 
Haya  por  copa  en  el  centro, 
Entro. 

En  que  vestido  de  gala 
Dance  yo  serio  un  amable. 
Sin  que  toque  y  sin  que  hable 
A  las  damas  de  la  sala, 
Pues  me  echarán  noramala 
Si  á  algo  de  esto  me  propaso, 
Paso. 

Mas  en  el  ir  á  enredar 
A  los  bailes  de  candil, 
Donde  pueda  yo  entre  mil 
Con  las  chicas  retozar. 
Apagar  la  luz,  y  andar 
A  ésta  cojo,  á  la  otra  encuentro. 
Entro. 


LETRILLA  XLI. 

Al  que  por  sola  aprehensión 
De  que  perdió  su  mozuela, 
U  otra  cualquier  bagatela 
De  aqueste  mundo  bribón. 
Se  le  llena  el  corazón 
De  mortal  melancolía, 
Le  cayó  la  hiteria. 

Al  militar  que,  impaciente 
De  lograr  algún  honor, 


Se  presenta  con  valor 
Del  enemigo  á  la  frente, 
Donde  le  coge  en  caliente 
Un  tiro  de  artillería, 
Le  cayó  la  lotería. 

Al  que  por  tener  sospecha 
De  si  está  ó  no  resfriado. 
Llama  al  doctor  de  contado, 
Quien,  juzgando  que  aprovecha, 
Le  manda  sangrar  y  le  echa 
En  la  sepultura  fria. 
Le  cayó  la  lotería. 

Al  que  buscó,  á  su  entender, 
Por  novia  una  mujer  casta, 

Y  siendo  él  de  buena  pasta, 

Y  ella  de  buen  parecer, 
Ija  (luc  le  hizo  novio  ayer, 
Le  hace  novillo  este  día, 
Le  cayó  la  lotería. 

Al  ]óven  que,  sin  saber 
Qué  cosa  lujuria  fuera, 
Por  sola  la  vez  primera 
Que  visitó  á  una  mujer, 
Ve  el  triste  que  ha  menester 
Entrar  en  Santa  María, 
Le  cayó  la  lotería. 


LETRILLA  XLIL 

Dicen  que  soy  displicente. 
Que  á  todos  enfado  y  muelo. 
Que  no  debo  formar  duelo 
De  lo  que  no  me  contente; 
Que  con  necios  neciamente 
Sea  necio  en  su  necio  bando; 
Ya  voy,  que  me  estoy  peinando. 

Quieren  que  el  rostro  estringido 
Deje  que  suelo  tener, 
Que  humano  me  deje  ver 
Con  afeite  el  más  florido. 
No  siendo  yo  su  marido, 
Con  cualquier  dama  paseando; 
Ya  voy,  que  me  estoy  peinando. 

Diz  que  la  filosofía 
De  algún  escolar  no  aprecio. 
Que  me  debo  dar  de  recio 
A  estudiar  la  algarabía 
De  tanta  distinción  fria 
Que  usa  el  sofístico  bando; 
Ya  roy,  qve  me  estoy  peinando. 

Notan  que  dinero  hacer 
No  sé,  cual  mil  de  mi  estado, 

Y  que  más  que  un  obligado 
Pudiera  yo  enriquecer. 
Sólo  con  apetecer 

Lo  mismo  que  me  están  dando; 
Ya  voy,  que  me  estoy  peinando. 

Porfían  que  á  un  impresor 
Le  dé  á  imprimir  mis  conceptos, 

Y  que,  pues  son  tan  perfectos, 
Los  publique  con  valor. 
Pues  gran  provecho  y  honor 
De  ello  me  irá  resultando; 

Ya  voy,  que  me  estoy  peinando. 


LETRILLA  XLIIL 

¿  Ves  aquel  señor  graduado, 
Roja  borla,  blanco  guante. 
Que  nemine  discrepante 
Fué  en  Salamanca  aprobado? 
Pues  con  su  borla,  su  grado. 
Cátedra,  renta  y  dinero. 
Es  un  grande  majadero. 

I  Ves  servido  un  señorón 
De  pajes  en  real  carroza. 
Que  un  rico  título  goza 
Porque  acertó  á  ser  varón  ? 
Pues  con  su  casa,  blasón, 
Título,  coche,  y  cochero, 


Hs  un  grande  majadero. 

¿Ves  al  jefe  blasonando 
Que  tiene  el  cuero  cosido 
De  heridas  que  ha  recibido 
Allá  en  Flándes  batallando  ? 
Pues  con  su  escuadrón,  su  mando, 
Su  honor,  heridas  y  acero, 
Es  vn  grande  majadero. 

¿Ves  aquel,  paternidad, 
Tan  grave  y  tan  reverendo. 
Que  en  prior  le  está  eligiendo 
Toda  su  comunidad? 
Pues  con  su  gi-an  dignidad. 
Tan  serio,  ancho  y  tan  entero, 
JEs  vn  grande  majadero. 

¿Ves  al  juez  con  fiera  cara 
En  su  tribunal  sentado. 
Condenando  al  desdichado 
Íleo  que  en  sus  manos  para? 
Pues  con  sus  ministros,  vara. 
Audiencia  y  juicio  severo, 
Es  un  grande  majadero. 

¿Ves  al  que  esta  satirilla 
Escribe  con  tal  denuedo, 
Que  no  cede  ni  á  Quevrdo 
Ni  á  otro  ninguno  en  Castilla? 
Pues  con  su  vena,  letrilla, 
Pluma,  papel  y  tintero, 
Us  m  ucho  más  majadero. 


ENDECHAS. 


PRIMERAS. 

Esclavo  inocente. 
Del  mar  en  la  orilla, 
Bello  á  maravilla, 
Cual  perla  de  Oriente; 

De  un  corsario  moro 
Preso  y  aherrojado, 
El  que  me  ha  apresado 
La  prisión  que  adoro; 

Con  cadenas  Hojas 
A  tu  humilde  cuello 
Cuando  el  rostro  bello 
Con  mil  perlas  mojas; 

Pareciste  un  dia 
Cisne  albo  y  hermoso. 
Que  un  tronco  nudoso 
Preso  en  sí  tenía. 

Sin  ser  conocido 
Tu  precio  y  donaire, 
Era  en  vil  desaire 
A  pregón  traído. 

Por  impía  costumbre. 
Quien  más  valor  daba 
Ya  te  amenazaba 
Con  vil  servidumbre. 

Allí  blanda  cera 
Amor  compasivo 
Me  hizo,  y  de  un  cautivo 
Nueva  prisionera. 

De  entre  el  brazo  fiero 
De  aquel  sarracino 
A  mi  pecho  vino 
El  arpón  primero. 

Aunque  no  cumplida 
Tu  desgracia,  el  susto 
De  temerla  el  gusto 
Le  quitó  á  mi  vida; 

Que  el  que  es  desdichado. 
Siempre  por  cumplido 
Tiene  el  más  temido 
Disfavor  del  hado. 

Pródiga  del  oro. 
Te  di,  con  mi  vida, 
Libertad  querida 
Del  poder  del  moro. 


ENDECHAS. 

Ver  te  hice  quería 
Sólo,  en  rescatarte. 
Por  libre  dejarte. 
Sin  más  demasía; 

Y  con  pecho  blando, 
Que  amor  dulce  engendra, 
Lo  cria  y  acendra, 
L:te  regalando. 

Ya  por  mil  maneras 
Viste  en  mi  recato 
Que  engaños  no  trato. 
Sino  amantes  veras. 

Que  más  apreciaba 
Que  el  cetro  del  mundo. 
En  amor  profundo 
Ser  tu  nueva  esclava. 


431 


SEGUNDAS. 

Robé  á  robadores 
El  dueño  de  mi  alma, 
Que  robó  la  palma 
De  los  mis  amores. 

De  un  servil  amago 
Libró  el  cuello  frió 
Del  que  mi  albedrío 
Me  ha  quitado  en  pago. 

Que  quiera  ó  no  quiera 
El  alma  engañada. 
Me  dejó  encantada 
Tu  gracia  hechicera. 

Un  cabello  rizo 
Sólo  me  mantiene; 
Que  el  esperar  tiene 
En  su  cebo  hechizo. 

Y  la  que  dar  sabe 
Libertad  entera. 
Ya  está  prisionera 
En  prisión  más  gi-ave. 

La  cadena  arrastro 
De  amor  más  estrecha 
Que  en  su  cárcel  echa 
Vengativo  el  astro. 

Y  tú,  á  quien  cautiva 
Ya  el  alma  he  rendidn, 
No  has  de  mí  aprendido 
Piedad  compasiva; 

Pues  te  hizo  de  intento 
El  hado  perjuro 
A  mi  amor,  más  duro 
Que  peñasco  al  viento. 

Tr;ijete  al  arribo 
De  mejor  fortuna, 

Y  sin  causa  alguna, 
Siempre  te  hallo  esquivo. 

Que  es  ley  decretada 
Del  niño  Amor  fuerte. 
Que  á  servir  no  aci  rte 
La  que  es  desdeñada. 

Así  anhelo  en  vano, 
De  mal  en  peor, 
A  un  solo  favor 
De  tu  ingrata  mano. 

¡Ayl  que  la  dulzura 
Que  el  amor  confia 
Suerte  es,  y  la  mi  a 
No  tuvo  ventura. 

Ni  otra  causa  inquiera, 
Si  es  aborrecido. 
De  lo  que  ha  querido 
Todo  el  que  bien  quiera. 

Así,  si  yo  fuese 
De  Oriente  á  la  cumbre, 

Y  en  su  mayor  lumbre 
Al  nuevo  sol  viese; 

Tú,  Febo  encendido, 
Mal  quitar  podrías 
Las  tinieblas  frías 
De  este  ingrato  olvido. 


TERCERAS. 

Cautivillo  exento 
De  alma  libertada, 
Prisión  regalada 
De  mi  pensamiento; 

Pre.sü  de  alma  altiva, 
Que  en  trenzadas  mallas, 
A  no  rescatallas, 
Mil  almas  cautiva; 

Prisionero  am.ado. 
De  color  más  fino 
Que  aire  matutino 
Da  al  clavel  rosado; 

Si  esclavo  te  veo, 

Y  á  cautivar  almas 

Te  ensayas,  mil  palmas 
Te  darán  trofeo. 

Si  quien  corazones 
Así  prender  sabe. 
Siente  pena  grave 
En  sufrir  prisiones; 

Ya  libertad  tienes. 
Yo  cstoj'  sin  ninguna; 
Que  así  la  fortuna 
Trastorna  los  bienes. 

Di  un  perecedero 
Precio  por  librarte, 

Y  por  rescatarte 
Diera  un  reino  entero. 

Al  priiiK  r  aHídto 
Cant()  amor  victoria. 
Viendo  ya  mi  gloria 
Vuelta  en  sobresalto. 

Fortuna  inconstante 
Del  l)ien  sumo  asirme 
Quiso,  si  amar  firme 
Lo  es  á  un  bello  amante, 

Díjote  ternuras. 
Blanda  y  halagüeña; 
Que  el  amrir  me  enseña 
Todas  sus  blanduras. 

Unas  tus  cuidados 
Me  disimulaban, 

Y  otras  te  causaban 
Plisa  y  de.sen fallos. 

Que  tus  perfecciones 
Dirigen  al  justo 
El  reino  del  gusto, 
Del  amor  los  dones. 

Y  sólo  quisiera 
Que  este  collar  bello 
Me  echases  al  cuello. 
Por  tu  prisionera. 

Que  el  placer  más  vivo 
En  .ser  sólo  estriba 
La  bella  cautiva 
De  un  bello  cautivo. 


ROMANCES. 


ROMANCE  PRIMERO. 

EL  RAMO  DE  LA  MAÑANA  DE  SAN 
JUAN. 

La  mañana  de  San  Juan, 
Cuando  á  los  alegres  campos 
A  coger  verbena  y  flores 
Salen  los  enamorados. 
Entonces,  cuando  el  lucero 
Del  alba  sale  bailando 
Delante  la  deseada 
Aurora  mayor  del  año. 
Toma  á  bien  que  en  tu  ventana 
Te  ponga,  zagal,  el  ramo. 
Ramo  que  en  el  Val  de  Otea 
Mis  niñeces  cultivaron, 


432 

Tómalo  á  bien,  mi  señora, 
lleciWlo  de  buen  grado, 
La  vista  pon  en  sus  hojas, 

Y  á  la  sombra  de  él  sentaos. 
Primicia  de  mis  amores, 
De  tu  gran  belleza  lauro, 
Kcgocijü  de  tu  calle, 

De  tu  mirador  ornato. 
Si  te  parece  va  pobre 
De  flores  j'  hermosos  lazos. 
Arrímalo  ú  tu  hermosura, 

Y  será  él  más  adornado. 
Tome  él,  como  yo  lo  hiciera, 
Los  claveles  de  tus  labios, 
La  azucena  de  tu  frente, 
Los  jazmines  de  tus  manos. 
Entre  sus  hojas  reciba 

El  rocío  nacarado 

De  tu  aliento,  y  la  fragancia 

De  tu  pecho  soberano. 

Que  yo,  zagala,  le  juro 

Que  él  será  rey  de  los  ramos, 

A  quien  salva  harán,  rendidos, 

Ruiseñores  y  canarios. 

Los  que  por  mi  mal  te  adoran 

Con  placer  le  irán  mirando, 

Y  las  que  no  te  compiten 
Lo  verán  con  sobresalto; 

Y  yo,  zagala,  á  su  dicha 
Esta  letra  iré  cantando, 
Que  por  si  no  la  escuchabas. 
Te  la  puse  al  pié  del  ramo  : 

¡Qué  florido  estáisl 
¡Qué  dicha  tenéis  1 
liaTulto  de  ji ores 
J)e  mi  dulce  bien. 

Decid  á  la  rosa 
De  tan  feliz  ramo. 
Es  sólo  la  hermosa 
Ventura  que  yo  amo, 
Y  el  dulce  reclamo 
Del  niño  amor  es. 
Ramito  de  flores 
De  mi  dulce  lien. 


ROMANCE  IL 

LA  ENEMIGA  DEL  AMOE. 

De  la  muerte  y  de  un  pastor 
Florindo  vive  envidioso; 
Mucha  tiene  de  la  muerte, 
Pero  más  tiene  de  Mopso. 
Juanita,  la  malhadada. 
De  la  hermosura  pimpollo. 
Que  tanto  al  zagal  quería. 
La  muerte  cerró  sus  ojos; 
Nunca  le  diera  los  brazos, 
Mas  sola  la  fe  de  esposo; 
Que  á  lograrlos,  no  viviera 
Mortal  que  llegó  á  tal  colmo. 
No  vistió  luto  el  cuitado, 
De  la  doncella  en  abono; 
Mas  8i  es  luto  la  tristeza. 
Tres  años  se  vio  en  su  rostro. 
En  los  bailes  del  ejido 
Y  en  los  pastoriles  corros 
Le  pensaron,  por  su  falta, 
Estar  ojeado  del  lobo. 
Como  á  las  sombras  el  alba. 
Siguió  á  la  pena  del  mozo 
El  nuevo  amor  de  Crisalda, 
Premio  á  su  virtud  bien  corto; 
Porque,  como  nunca  viene, 
Como  dicen,  un  mal  solo. 
La  que  en  un  tiempo  le  quiso, 
Le  faltó,  mudable,  en  otro. 
Por  respeto  de  fortuna 
Casó  Crisalda  con  Mopso; 
Mopso,  el  rico  de  la  aldea, 
Pero  el  más  simple  de  todos, 
ííaturaleza  y  fortuna 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 

Son  de  la  vida  los  polos; 
[Feliz  el  hombre  que  encuentra 
En  cualquier  de  ellos  apoyo  I 
Pero  á  quien  ambos  persiguen, 
Mal  se  llamará  dichoso. 
Si  no  ignora  qué  es  desprecio, 
O  sabe  de  amores  poco. 

Esto  le  cantó  Florindo 
A  Crisalda  junto  al  soto, 
Donde  apenas  ella  pudo 
Desentenderse  á  su  tono ; 
Pero  en  señal  de  su  enfado, 
Torció  la  zagala  el  rostro; 
Calló  el  pastor,  y  ausentóse 
Por  la  selva  sola  solo. 


ROMANCE  III. 

LA  FIEME  EESOLUCION. 

Zagala  hermosa  del  Tajo, 
Lumbre  de  sus  pastorcillas. 
Alma  real  en  cuerpo  hermoso. 
Tres  veces  de  imperio  digno; 
Si  sobre  todos  mis  males, 
Cruel  el  cielo  determina 
Que  por  corona  de  todos 
En  tu  disfavor  yo  viva , 
¿Qué  culpa  tendré,  señora, 
Que  mi  corazón  opriman 
Torrentes  de  desconsuelos, 
Aguaceros  de  desdichas? 
Si  en  cerco  de  los  mis  ojos 
El  sueño  jamas  se  mira. 
Ni  muestra  de  bello  riso 
Aparece  en  mis  mejillas; 
Si  soy  doncel  desdichado, 
A  quien  el  cielo  castiga 
Como  á  su  mayor  contrario. 
Lejos  de  toda  alegría; 
No  armes  tu  rigor,  señora , 
Contra  aquesta  alma  mezquina; 
Tu  piedad  merezca  al  menos, 
Pues  es  de  tu  amor  indigna. 
Que  también  á  tí,  cuitada. 
Perseguirán  algún  dia 
Saetas  de  desconsuelos, 
Enherboladas  de  acíbar; 
Bien  como  amanece  ufana 
La  pomposa  clavellina, 

Y  el  granizo  la  destroza 
O  el  aquilón  la  derriba. 

No  hay  prosperidad  durable 
En  esta  inconstante  vida; 
Rápido  vuela  el  deleite , 
Pesado  el  dolor  camina, 
Por  último  desengaño 
Mi  corazón  sólo  aspira 
A  elevarse  en  su  bajeza 
Sobre  el  telar  de  la  envidia. 
Ya  el  bullicio  no  me  agrada , 
Ni  la  hermosura  me  inclina. 
Ni  el  oro  me  lisonjea, 
Ni  me  vale  la  mentira. 
Sólo  un  alma  pura  y  sana 
Puedo  decir  que  me  hechiza; 
Esta  busco  hasta  la  muerte, 

Y  en  ella  haré  mi  manida. 
Tal  me  contara  Lisardo 
Que  sois  vos,  Lisi  divina. 
Alma  do  el  saber  se  hospeda, 
Pecho  do  el  candor  se  anida. 

Y  querrás  que  no  te  adore, 

r  dirás  que  no  te  siga, 
Cuando  lo  que  yo  en  tí  veo, 
A  llanto  y  d(jlor  me  incita? 
Opóngaseme  la  noche 
De  la  ausencia  de  tu  vista; 
Opóngaseme  la  nube 
De  la  pasión  más  temida; 
Que  siempre  ansiaré  por  tí, 
Luz  de  mis  ojos  querida, 


i> 


Alma  real  en  cuerpo  Tiermosu, 
Mil  veces  de  imperio  digna. 


ROMANCE  TV. 

LA   SALIDA   DE  AMARILIS 
AL   ZUEGUEX. 

Venid,  venid,  zagalejo.=i. 
Que  al  Zurguen  sale  Amarilis, 
Si  es  que  el  alba  á  media  tarde 
Ver  alguna  vez  quisisteis. 
Veréis  triscar  los  corderos 
Cuando  á  mi  pastora  miren, 

Y  que  doquiera  que  vaya, 
Balando  por  sal  la  siguen. 

El  canto  veréis  que  esfuerzan 
Alondras  y  colorines, 

Y  que  nacen  azucenas 
Donde  la  sandalia  imprime; 
Que  la  senda  por  do  pase. 
Olor  de  casia  despide, 

Y  que  si  los  troncos  toca, 
Producen  blancos  jazmines. 
Veréis  cómo  el  arroyuelo 
Por  boca  de  perlas  rie, 

Y  saltar  los  pececillos 
Cuando  á  su  estanque  se  mire. 
Salir  vei'éis  los  zagales 

Con  flautas  y  tamboriles; 
Los  zagales,  que  en  prisiones 
De  sus  rubias  trenzas  viven. 
Tristes  veréis  las  pastoras 
Cuando  de  ellas  se  retire; 
¿  Pues  qué  los  tiernos  zagales? 
Los  veréis  mucho  más  tristes. 

Y  á  mí,  en  fin,  veréisme  ufano, 

Si  es  que  «¡adiós,  zagal!»,  me  dice; 
Empero,  si  no  me  hablare. 
De  pena  veréis  morirme. 

Así  cantó  Arcadio  á  tiempo 
Que  llegó  al  prado  Amarilis, 
Vergonzosa  en  ver  que  todas 
Como  á  nuevo  sol  la  miren. 


ROMANCE  V, 

LA  FINA  SATISFACCIÓN. 

Guárdete  Dios,  zagaleja. 
De  los  mis  ojos  aurora, 
Deidad  del  zagal  Arcadio, 

Y  de  sus  corderos  gloria. 
¡Oh!  ¡cuan  galana  á  mis  ojos 
Eres,  mi  dulce  pastoral 
¿De  dó  vienes  tan  ufana? 

¿  De  dó  sales  tan  graciosa? 
Tus  ojos  despiden  rayos, 
Vierte  dulce  miel  tu  boca. 
Tu  seno  vence  la  nieve. 
Tus  plantas  producen  rosas. 
¡Ay!  ¡cómo  no  puede  Arcadio, 
Aunque  asaz  ñno  te  adora. 
Corresponder  al  amor 
Con  que  tú  muy  más  le  adoras  1 
Tus  cabellos  oro  esparcen. 
Tu  frente  el  alba  me  asoma, 
Tus  mt  jillas  me  dan  ñores. 
Tus  labios  me  dan  aljófar. 
¿Sabes  tú  cuan  dulce  le  amas, 
O  cuan  tierna  le  enamoras? 
¿ Con  cuáles  luces  le  miras? 
¿Con  cuáles  gracias  le  arrobas? 

Así  dijo  amante  Arcadio 
En  el  dia  de  sus  bodas 
A  Amarilis,  que  le  escucha 
Con  aquel  pudor  de  novia. 
Bien  sé  que  tu  amor  no  pago; 
Pero  yo  bien  sé,  pastora, 
Que  dt  jaré  por  tus  brazos 
Del  orbe  torla  la  pompa. 

Y  así,  déjame,  zagala, 


Que  en  sazón  tan  amorosa 
Te  pague  cuanto  me  quieres 
Con  un  beso  de  mi  boca. 


ROMANCE  VI. 
LA  ADVERTENCIA. 

Quince  años  tienes,  zagala, 

Y  aun  dudo  si  son  cumplidos; 
Flor  de  hermosura ,  bien  digna 
De  más  honesto  retiro. 

No  há  mucho  que  te  creia 
Palomita,  que  del  nido 
Aun  no  sale  temerosa, 
Besando  el  materno  pico; 

Y  ya  á  cuantos  vts  los  quieres, 
Como  si  fuera  lo  mismo 
¡Solicitar  tú  á  los  quince 

Que  otras  á  los  veinte  y  cinco. 
La  flor  que  á  abrii'se  comienza , 
Estima  el  botón  nativo 
Más  que  la  atrevida  mano 
Que  la  arrancó  del  espino. 
Con  las  pastoras  de  treinta. 
Que  aman  falaces  caminos, 
En  la  mitad  de  su  edad 
Usas  de  aceites  fingidos. 
¡Oh!  guárdate,  que  te  llevan 
A  dar  en  un  precipicio 
De  dulce  entrada,  y  salida 
Más  amarga  que  torbisco. 
Encontrarás  mil  pastores, 
En  las  palabras  muy  finos. 
Mas  de  tan  dañados  pechos 
Como  el  áspid  vengativo. 
Perseguiránte  cual  lobos, 
De  ovejas  blancas  vestidos, 
Hasta  robarte  la  prenda 
Que  guardar  no  habrás  sabido. 
Harto  te  he  dicho,  zagala. 
Si  quien  te  dio  tan  divino 
Rostro  te  dio  entendimiento 
Para  estimar  mis  avisos. 

Así  á  una  simple  serrana 
Requirió  Delio  al  oido; 

Y  al  ver  que  el  rostro  apartaba, 
Con  más  blandura  la  dijo  : 
«No  fies  de  los  hombres, 

Niña,  no  fies; 
Que  llorarás  un  tiempo 
Lo  que  ahora  ries. 

i)La  flor  de  tus  años, 
Graciosa  Lisarda, 
Como  el  oro  guarda 
De  amantes  extraños; 
No  de  sus  engaños 
Tu  candor  confies; 
Que  llorarás  un  tiempo 
Ia)  que  ahora  ries. 

dTu  bien  va  contigo. 
Échale  mil  llaves; 
Si  guardarlo  sabes. 
Yo  seré  tu  amigo; 
Mas  no  á  lo  que  digo 
El  rostro  desvies; 
Que  llorarás  un  tiempo 
Lo  que  alwra  ries, » 


ROMANCE  VII. 

LA    EEPEENSION. 

Zagaleja,  el  ser  humilde 
(Te  lo  dice  quien  te  quiere) 
No  lo  imagines  impropio 
De  tu  beldad  floreciente. 
Con  quien  ignora  sus  daños 
Deja  estar  las  altiveces; 
Porque  los  justos  desprecios 
Nacen  de  soberbia  siempre. 
Cuando  más  hinchado  el  rio 

I,  Ps,-xYin, 


ROMANCES. 
A  la  sorda  peña  hiere. 
Entonces,  deshecho  en  llanto, 
A  besarle  el  pié  desciende. 
El  ser  humilde  y  discreta 
Bien  los  cielos  te  conceden; 
Pero  ser  altiva  y  sabia. 
Quien  te  lo  haya  dicho  miente. 
No  quieras  que  al  vano  pavo 
Los  ancianos  te  nsemojen, 
Ave  ruda,  que  del  suelo 
Jamas  alzarse  merece. 
El  honor  que  dan  los  otros. 
Vano  es,  zagala,  que  ]iicnso3 
Conseguirlo  con  tu  orgullo. 
Que  antes  V)ien  lo  desmoreces. 
Dl'1  humo  de  las  cabanas 
A  no  ser  altiva  aprende, 
Que  cuanto  más  alto  sube, 
!Más  jjresto  se  desvanece; 
Misterio  de  la  humildad. 
Que  cuando  así  se  envilece. 
Entonces  empieza  á  alzarse, 
Orladas  de  honor  las  sienes. 
Tal  la  planta  que  más  honda 
Echar  la  raíz  pretende. 
Alza  la  florida  copa. 
Corona  de  los  vergeles. 
Asi  que,  zagala  hermosa. 
Si  mi  consejo  siguieres. 
Serás  querida  de  todos, 
Bendeciránte  las  gentes, 
Daráte  la  aldea  el  nombre 
Que  tu  modestia  desprecie; 

Y  aunque  se  exceda  en  tu  elogio. 
No  temas,  no,  que  le  pe.se. 

Así  cantaba  Lisardo 
A  los  umbrales  de  Fénix, 
Que,  cansada  de  escucharle. 
Como  quien  se  agravia,  duerme. 
Rogáronle  otros  zagales 
Que  el  cantar  en  vano  deje; 

Y  él  de  la  ingrata  pastora 
Se  despidió  de  esta  suerte  : 
(( Ser  reina  de  la  aldea 

Quieres,  zagala; 

Pues  ce  (jue  en  ser  altiva 

Ai)  logras  nada. 

«Ser  rey  de  las  flores 
El  girasol  quiso, 
Y  al  sol  adulando. 
Encumbróse  altivo; 
Mas  j-a  ves  que  ha  sido 
Su  intención  frustrada; 
Así  que  en  ser  altiva 
No  lograrás  nada. 

»La  rosa,  al  contrario. 
Que  en  un  botoncillo. 
De  espinas  cercada, 
Amaba  el  retiro; 
Es  quien  reina  ha  sido 
Del  campo  nombrada; 
Así  que  en  ser  altiva 
No  lograrás  nada, 9 


43a 


ROMANCE. 

En  el  anchuroso  lago, 
Cuyas  ondas  alborotan 
De  Orion  y  otro  amago. 
Cuando  de  la  gran  Cartago 
La  vecina  playa  azotan; 

Zaide,  huyendo  de  Aja  bflla, 
Que  más  que  á  su  alma  le  amaba, 
Su  amor  constante  atropella, 
Y  para  huir  mejor  de  ella, 
Al  ciego  mar  se  entregaba. 

Descubrióle  sin  cautela 
Aja  su  ardiente  pasión , 
Cosa  que  al  amante  hiela; 
Que  al  gusto  da  poca  espuela 
Gozar  tan  de  balde  lUX  don, 


Y  dañólo  la  vela  al  viento, 
Deja  la  vecina  playa, 

Y  en  más  crecido  tormento 
A  Aja,  que  su  crudo  intento 
Desde  una  torre  atalaya ; 

El  rostro  en  perlas  bañado, 
Cual  la  luz  de  la  mañana. 
De  un  medio  color  turbado, 
A  quien  todavía  no  ha  dado 
El  sol  los  vivos  de  grana. 

Recogiendo  allá  cu  su  j  : cho 
El  mal  que  su  paz  destruyo , 
Gozar  quiere  sm  provechii 
De  un  balcón  al  antepecho 
El  ver  su  amante  cual  buyo. 

Mirando  huir  al  traidor. 
Casi  muerta  su  esperanza, 
Si  no  la  acabó  ol  dolor. 
Fué  por  dársebí  mayor 
De  su  amante  la  mudanza. 

Viéndose  de  amor  jterdida. 
Los  recatos  echó  fuera 
Del  miedo,  y  con  voz  subida. 
Del  moro  iufiel  no  atendida, 
Le  dijo  de  esta  manera : 

((¡Oh  valor,  que  siempre  fuiste 
Para  todos  de  provecho, 

Y  sólo  para  mí  triste 
De  tormento  le  volviste. 
Saqueando  mi  amante  pecho  I 

»Si  en  el  tuyo  un  torpe  intento 
No  oculta  el  engaño  injusto, 
/Cómo,  di,  tan  pronto  al  viento 
Das  la  fe  y  el  juramento 
Que  era  el  colmo  de  mi  gusto  / 

));  Qué  se  hizo  el  bien  que  nacia 
De  tu  fama  en  mi  memoria ; 
Que  ainujue  menos  que  o.«  decia, 
El  contento  que  yo  había 
No  era  menor  que  tu  gloria  ? 

»)¿C(')nio,  di,  de  mi  alborozo 
Quedaré  huérfana  triste, 
Bañada  en  queja  y  suljo/.o  , 
Sin  la  presunción  del  gozo 
Del  amor  (jue  me  ofrcci.-ííe? 

))Vén  á  gozar  d"l  deso.Tnso 
Que  mi  jniro  amor  te  ofrece, 
Mientras  su  flujo  y  remanso 
Muestra  el  fiero  mar  más  manso 
Que  hoy  contra  tí  se  embravece. 

))Ya  habrás  visto  en  suerte  loca 
Gente  al  vieuto  confiada  , 
Cuando  su  ira  provoca. 
Darla  en  una  oculta  roca 
Por  el  ancho  mar  sembrada. 

))Ya  que  tan  poco  mi  amor 
Merece  á  tu  ingrato  ptcho. 
Que  no  ablande  tu  rigor. 
No  mires  á  mi  dolor. 
Sino  á  tu  mucho  provecho, 

))Deja  el  mar  hondo  é  incierto , 
Vén  á  gozar  mis  jardines  , 
Su  suelo  de  flor  cubierto; 
Hall.arás  descanso  cierto 
Entre  rosas  y  jazmines. 

))Vén,  y  á  mi  diostra  sentado, 
Goza  del  frescor  ameno 
De  un  sitio  tan  regalado, 
De  casia  y  azar  nevado. 
Mirto  y  cinamomo  lleno. 

«Aguarda,  i)ue8,  que  el  «lesLecbo 
Viento  aplaque  su  ira  fiera, 

Y  ve  si  aunque  yo  en  tu  p  cho 
Me  hallase,  d(in  más  estrecho 

Y  breve  á  tu  fe  pidiera. 
nSólo  á  tu  partida  pido 

Un  breve  y  pequeño  espacio ; 
O  di  si  en  el  mar  ha  siao 
Más  dulcemente  acogido 
Que  en  mi  pecho  y  mi  palacio, 

«Vén  á  gozar  del  tesoro 
Que  en  ricas  mesas  de  alerce, 

23 


434 

Con  ricas  vajillasde  oro, 

Para  tu  giisto  y  decoro 

Me  hace  el  amor  que  me  esfuerce. 

¡)Goza  la  tapicería 
Que  en  bellos  marcos  de  encajes 
Te  mostrarán  ¡i  porfía 
Fu-  utes,  caza,  montería, 
Faunos,  riscos  y  follajes. 

»Aquí  en  tropa  voladora 
Cisnes  verás  que  á  las  florea 
Las  dan  música  sonora, 
y  cuál  cantan  A  la  aurora 
Calandrias  y  ruiseñores. 

))Si  al  fin  el  apua  te  es  grata. 
Aquí  hay  una  dulce  fut  nte. 
Espejo  hermoso  di'  plata, 
Que  verás  que  al  sol  retrata , 
Cuando  te  mire  de  frente. 

«Préndate  de  la  hermosura 
Que  con  bellos  arreboles 
Febo  hace  en  esta  frescura, 
Tejiendo  en  su  linfa  pura 
Nunca  vistos  tornasoles. 

))No  la  fe  del  casamiento, 
Que  tu  amor  me  prometía. 
Te  pido,  ni  que  en  descuento 
Dejes  tu  propio  contento 
Por  sanar  la  pena  mía. 

))Pero  ¿qué  contento  ¡  ay  cielo  ! 
Puede  á  tu  pecho  causar 
Del  hondo  mar  el  recelo. 
Su  grita  y  el  desconsuelo. 
Cuando  se  llega  á  alterar? 

«Aquí  en  varios  cenadores, 
Bobre  estanques  cristalinos. 
Verás  estatuas  de  amores. 
Burla  y  juego  de  pastores, 
T  otros  cuadros  peregrinos. 

))En  pebeteros  de  Oriente 
Gozarás  sirios  olores , 

Y  en  un  concierto  excelente 
Tus  hechos,  moro  valiente, 
Celebrarán  mis  cantores. 

))¡  Ea  I  vén  ;  que  fe  tan  pura 
Cual  la  que  Aja  te  ofrece, 
No  te  dará  tu  ventura ; 
Mas  alguna  ingrata  y  dura, 
Cual  tu  falsedad  merece. 

«Pero,  en  tu  opinión  altivo, 
Sigues  tu  rumbo  sonoro, 

Y  ¡  ay,  falso,  infiel,  vengativo, 
Que  huyes  de  mí  fugitivo. 
Porque  ves  cómo  te  adoro  I 

«Mas  si  el  mar  te  place  tanto, 
Vén  que  mar  más  turbulento 
Verás  en  mi  amargo  llanto ; 
Embárcate  en  él,  que  en  tanto 
Irás  de  mudanza  exento. 

«Vén  y  ve  mi  triste  suerte , 
Verdugo  hecho  de  mi  vida 
Aquel  placer  de  quererte , 
Que  está  cerca  de  mi  muerte 
La  ocasión  de  tu  partida. 

«Mas  no  dejes  tu  desvío , 
Traidor,  si  no  lo  merezco ; 
Que  para  más  pesar  mió 
Dieras  nueva  fuerza  y  brío 
A  esta  vida  que  aborrezco. 

«Ese  mar,  como  tú  instable. 
De  ciega  fortuna  asiento. 
Ahora  te  protege  afable , 

Y  con  su  soplo  mudable 
Ayuda  tu  falso  intento. 

«Mas  yo  espero  que  él  mudado 
Tus  intentos  desvanezca, 

Y  dé  con  tu  barco  airado 
Contra  algún  risco  escarpado. 
Que  en  cruel  se  te  parezca. 

«Mas  si,  por  ser  placer  mió. 
Su  estilo  olvida  fortuna. 
Estos  ayes  que  te  envió 
Jíi  de  tí  ni  tu  desvío 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 

Dejarán  reliquia  alguna. 

«Ellos,  I  ay  traidor  1  te  juro 
Que  de  tí  me  den  venganza; 
Ni  dará  vuelco  S'^guro 
Tu  barco,  cual  tú  perjuro. 
Si  t\  menor  de  ellos  le  alcanza. 

«Mas  I  ay  suerte  miserable  1 
Que  el  que  mi  amistad  rehuye. 
Por  don  de  fortuna  instable. 
Mis  suspiros  favorable 
Viento  le  darán,  cuando  huye. 

«Jlas  de  tu  favor  ó  daño, 
Cual  lo  son,  te  los  envió; 
Que  en  amor  nunca  hubo  engaño, 

Y  más  en  amor  tamaño 
Cual  ea  el  ardiente  mió.» 

Dijo,  y  mucho  más  dijera. 
Si  la  pena  más  aliento 
La  diise  en  sazón  tan  fiera, 

Y  en  un  punto  no  perdiera 
El  habla  y  el  movimiento. 

Quedó  marchita  cual  hoja 
Del  alhelí  más  pintado, 

Y  con  la  nueva  congoja, 
Pálida  la  color  roja 

Y  yerto  su  albor  rosado. 
Desmayada  así,  en  los  brazos 

De  sus  damas  se  arrojó ; 

Y  el  amante,  que  los  lazos 
Huye  y  sus  dulces  abrazos, 
Su  incierto  rumbo  siguió. 


JOCOSOS. 


ROMANCE  PRIMEEO. 

LA  BAZA  POLTRONA. 

En  el  archivo  del  tiempo. 
Entre  polvo  y  telaraña. 
Hallé  una  genealogía 
De  una  familia  asaz  larga. 
Esto  era  un  rollo  bien  grueso 
De  pergamino,  que  ataba 
Cierto  cordón  sin  herrete, 
O  agujeta  esfilachada. 
Sacudile  bien  el  tamo , 
Plánteme  al  punto  las  gafas, 

Y  oprimiendo  mis  narices, 
Leia  con  la  voz  ganga : 
«Generación  de  los  necios  » 
(En  paz  sea  dicho),  empezaba, 
«Y  alcurnia  que  salió  inmune 
Del  mordaz  tizón  de  España.» 
Después  de  este  titulon. 
Pintado  un  árbol  estaba. 
Con  góticos  caracteres 
Escritas  estas  palabras : 

«El  señor  Tiemjjo  jfer/Udo, 
Primer  tronco  de  estas  ramas. 
De  nuevo  volvió  á  perderso, 
De  amor  de  doña  Ignornncia. 
Casó  con  ella,  y  dos  hijos 
Dio  á  luz, timbre  de  su  raza. 
Que  Pensé-que  y  Entendi-que 
Los  denominó  la  fama, 
Pensé-que  con  Poca-edad 
Se  casó,  mozuela  incauta. 
En  quien  tuvo  á  Quién-crcycra , 
No-di-an-ello,  Quién-penmra. 
Doña  Quién-creyei'a  luego 
Con  el  Descuido  se  casa, 

Y  tuvo  Ya-estoy-en-ello, 
Bien-está,  y  Sc-hará-mañana. 
El  poltrón  Ticnqw-Tiay  tomó 
A  Ño-di-cn-ellc  por  dama  ; 
Casó  en  fin  con  ella ,  y  madre 

La  hizo  de  un  montón  de  maulas. 


Éstas  fueron :  Besevidé-mé, 
Yo- m e-entiendo ,  No-m e-engañan, 
Ko-sc-micnte,  Déjcse-eso , 

Y  Por-vi  i-nadic'lo-jjasa. 
Yo-me-entiendo  casó  luego 
Con  doña  Presuncion-vana, 
En  quien  tuvo  Aunqne-Us-pese , 
Modas-quiero  y  Mnda-galas. 
La  señora  Modas-quiero 

Con  Ko-f altará  se  enlaza, 
De  quien  C'omavios,  Bebamos 

Y  Holguémonos  se  propagan; 

Y  asimismo  á  la  Desdicha, 
Con  Poco-seso  casada , 
Quien  tuvo  á  Bueno-está-eso 

Y  A-mi-no-me  aturden-trampas. 
También  á  Preso-por-mil , 

A  Salga-por-d&nde-salga, 
A  Nadie-se-murió-de-ham bre 

Y  A  mi-no-se-me-da-nada. 
Viuda  doña  Modas-qniero, 
A  segundas  nupcias  pasa 
Con  Preso-por-mil,  de  quien 
Dio  á  luz  á  Qué-patarata. 
También  parió  á  Tijeretas, 
Quién-en-pelillos-se-pára , 
Yo-me-saldré-con-la-mia 

Y  á  su  Benjamín  Lilailas. 
Con  tan  buen  ánimo,  en  breve 
El  dote  y  ajuar  malgastan ; 

Y  si  uno  dijo  :  Paciencia, 
El  otro  dijo  :  Cachaza. 
Tomemos  este  año  á  censo ; 

Y  si  en  el  otro  nos  falta , 
Dios-proveerá  y  Bien-pensado 
Dicen  á  lo  que  propalan. 
Tomaron  así  dineros, 
Según  se  lo  aconsejaba 

Su  tió  No-faltará, 
Hombre  de  buena  esperanza; 
Pero  cumpliéndose  el  plazo 
Para  hacer  su  justa  paga, 
Como  ellos  al  fin  no  hubiesen 
Mas  fincas  que  su  fanfarria , 
El  Engaño,  ejecutor, 
Dentro  una  cárcel  los  zampa. 
Donde  Dios-hará-merced 
Los  visita  y  no  regala. 
Llevólos  á  un  hospital 
La  Pobreza-voluntaria, 
Donde  el  buen  Preso-por-mil 
Por  sí  mismo  perdió  el  habla. 
La  señora  Modas  quiero 
No  sé  si  quiso  mortaja; 
Sé  que  murió  y  no  la  tuvo , 

Y  fué  envuelta  en  una  manta. 

Y  al  fin,  en  un  campo  santo , 
Que  por  serlo  huesa  franca 
De  muertos  de  mogollón. 
Se  les  dio  á  los  dos  posada, 
Donde  es  fama  que  yacia 

Su  quinta  abuela.  Ignorancia, 
Tiempo-hay,  su  tercero  tio, 

Y  otros  así  de  su  casta. 
Ellos,  en  fin,  muchos  hijos 

Y  nietos  dejaron,  que  andan 
Hoy  perdidos  por  el  mundo, 
En  busca  de  la  gandaya. 


ROMANCE  IL 

Á  ELISA,  CONTRA  MADAMA   LAURA. 

Dos  ojos  y  medio  tienes, 
Elisa  del  alma  mi  a, 
Según  lo  murmura  Laura, 
Ardiendo  en  celosa  envidia. 
Pero  vale  más  el  ojo 
Que  tienes  ciego  y  sin  vista 
Que  todamailama  Laura, 
Mirada  de  abajo  arriba. 
Porque  este  ojo  chiquinin, 


/ 


Que  casi  no  tiene  niña , 
Parece  que  para  alguna 
Seña  amorosa  le  guiñas; 
Que,  como  es  juego  el  amor, 
y  tanto  á  jugar  te  inclinas, 
La  seña  del  basto  haciendo 
Estás  á  cuantos  te  miran. 
Mas  el  otro  ojo  es  más  claro 
Que  el  sol  que  en  el  cielo  brilla, 

Y  como  el  sol,  está  solo , 
Porque  nadie  le  compita; 

Y  á  mí  por  él  más  üecliazos 
El  tirano  Amor  me  tira 
Que  golpes  en  almirez 

Se  pegan  en  la  cocina. 

Y  así,  más  que  á  siete  Lauras 
Te  quiero,  mi  dulce  Elisa, 
Pues  no  compiten  contigo    ' 
Diez  Lauras  en  retahila ; 
Que  son  Laura  y  sus  traseros 
De  revelada  provincia, 

Y  tú  cántabra  y  criada 
En  el  riñon  de  Castilla. 

Y  si  á  tus  ojos  motejan  , 

Di  que  aquel  que  más  te  estima, 
Con  un  ojo  hacia  el  Poniente 
y  el  otro  á  Levante  mira. 


EOMANCE  III. 

Porterísíma  señora , 
Señorísima  portera, 
A  mi  gusto  más  sabrosa 
Que  miel  virgen  y  doncella. 

Tú,  la  charra  más  lozana 
Que  habita  nuestras  callejas, 
Entre  tantas  riberanas 
Como  sus  casas  encierran. 

Tú,  la  reina  de  las  charras , 
y  de  mi  deleite  reina , 
Como  la  sal  de  las  sales 
Que  vino  de  la  Ribera , 

Así  el  más  lindo  zagal 
Que  se  peinare  en  tu  tierra 
Goce  tus  hermosos  brazos 
Kavidades  más  de  treinta; 

Y  así  te  haga  más  arriJlos, 

Que  el  gorrión  le  hace  á  su  hembra, 
y  tú  le  paras  más  hijos 
Que  paren  quince  conejas; 

Que  escuches  mis  tristes  voces. 
Que  des  oído  á  mis  quejas  ; 
Que  eso  de  ser  sorda  y  muda 
Es  bueno  para  las  peñas  ; 

Que  á  tí  no  te  hizo  natura 
Tan  agraciada  y  tan  bella, 
Para  no  saber  de  amor 

Y  los  gustos  que  acarrea, 

Y  el  ser  con  el  amor  dura 
Quédese  para  las  feas , 

Que  fingen  ser  las  más  castas 
Porque  no  hallan  quien  las  quiera. 

¿Juzgas  tú  que  esos  ojuelos, 
Que  se  han  de  comer  la  tierra, 
No  ha  de  gozar  de  ellos  antes 
Dulce  agitación  venérea? 

¿Juzgas  tú  que  aquesos  brazos 
Ko  han  de  ser  amante  hiedra 
Del  olmo  de  un  buen  muchacho, 
Que  cargue  contigo  á  cuestas  ? 

¡Ay,  cómo  llegará  el  dia 
En  que  de  estas  cosas  sepas  I 

Y  á  fe  que  te  han  de  saber 
Mejor  que  trucha  y  lamprea. 

Pues  lea!  no  pierdas  tiempo, 
Ni  tan  dulce  ocasión  pierdas; 
Que  á  quiéresme  que  te  quiero , 
Tendrás  una  vida  buena. 

Pero  si  acaso  tan  dura 
A  mis  cariños  te  muestras, 
Que  yo  no  deba  á  tus  l?bio9 


CANTILENAS. 

La  más  mínima  respuesta, 

Desesperado  y  furioso, 
Me  iré  donde  no  me  veas ; 
Pero  será  á  emborracharme. 
En  tu  nombre,  á  la  aldehuela. 


CANTILENAS. 


CANTILENA  PRIMERA. 

Por  esta  selva  umbrosa 
Busqué  anoche  á  mi  amado; 
Busquéle  congojosa; 
¡Ay  triste!  ¡y  no  le  he  halladol 
Antes  que  el  sol  dorado 
Con  sus  rayos  brillantes 
Alumbre  estas  campañaSj 
Despierte  los  amantes, 
Cercaré  las  calañas 
De  los  demás  pastores. 
Buscando  á  mis  amores 
Con  un  ansia  importuna, 
Por  si  le  esconde  alguna 
Zagala  codiciosa 
Que  envidie  mi  fortuna. 
No  quedará  al  fin  cosa 
Que  mi  pasión  celosa 
No  la  haya  registrado. 
Hasta  que  halle  á  mi  amado, 
Que  en  esta  selva  umbrosa 
Anoclie  busqué  ansiosa, 
¡Ay  triste!  ¡y  no  le  he  hallado! 


CANTILENA  II. 

Ya  la  rosada  aurora 
Por  el  balcón  de  Oriente 
Descubre  de  su  frente 
La  vista  encantadora. 
De  un  nuevo  arrebol  dora 
Su  azul  celeste  manto, 

Y  el  viso  de  su  coche 
Ahuyenta  de  la  noche 
El  adormido  espanto. 
Hurta  á  la  luna  el  oro, 

Y  á  los  astros  sus  brillos; 
Mil  salvas  le  hace  el  coro 
De  pájaros  sencillos. 
Con  blandos  ceíiiillos 

El  prado  en  perlas  cuaja 

Y  entolda  de  jazmines, 

Y  á  abrir  las  flores  baja 
De  todos  los  jardines. 
El  blando  movimiento 
De  sus  rubios  candores 
En  luces  baña  el  \'iento, 

Y  en  báls.amo  las  llores, 
Los  dulces  amadores 

En  llanto  enterneciendo, 

Y  al  pecho  duro  haciendo 
Más  blando  y  amoroso. 
Tú,  Alexi  desdeñoso, 
Aprende  de  la  aurora. 
Cual  ios  otroB  amantes, 

Y  mira  cómo  llora 
Aljófares  brillant'S, 
En  lágrimas  deshechos 
De  sus  candidos  pechos; 
Mas  si  amas  más  despojos, 
Vén ,  mírate  en  mis  ojos, 
Veráslos  perlas  hechos. 


Al  año  abre  la  llave 
De  su  cancel  de  rosa, 
¿Qué  alma  no  está  gozosa 

Y  ahuyenta  pus  martirios, 
Viendo  las  azucenas 

De  aljófar  y  .ro  llenas, 
Los  clavck'S  y  lirios 
En  que  el  yjl.icer  retoza, 
Cuando  la  vista  i,'oza 
Del  lai>iz  más  Incido 

Y  la  alfombra  más  rica 
De  cuanto  multiplica 
^layoy  Abril  íloridoT 
Vén,  Alexi  querido. 
Vén,  vén  i.  la  floresta; 
Porque  /f;ué  mayor  fiesta 
Ni  qué  maj'or  recreo 
Hallar  pu  'de  il  deseo, 
Que  oir  h.s  ruiseñores 
Cantar  cabe  las  fuentes, 

Y  en  campos  flor  cientca 
Coger  hermosas  flores? 
[Oh  amor  de  mis  amoresl 
Vén,  vén  al  l)OSf|ue  ameno, 
De  todo  placer  lleno; 
Verás  cómo  cantamos 
Debajo  de  sus  ramos 

Tan  alegres  cantares. 
Que  los  duros  pesares 
A  su  pesar  burlamos. 


1% 


CANTILENA  IIL 

Ahora,  que  suave 
La  primavera  hermosa 


CANTILENA  IV. 

Un  tiempo  inadvertida 
Seguí  la  caza  ufana, 
Al  rito  de  Diana 
En  todo  prevenida. 
La  trenza  mal  prendida 
De  un  lazo  sin  concierto; 
Un  peclio  y  otro  abierto; 
Debajo  de  él  un  cinto 
De  bello  laberinto. 
Que  en  pertrech<  s  brillaba; 
De  Corinto  la  aljaba 
Con  las  saetas  de  oro 
A  la  espalda  colgaba 
Con  un  ruido  sonoro; 
Un  venablo  liviimo 

Y  una  punzant  •  flecha; 
Esta  en  la  izquienla  mano, 

Y  aquél  en  la  derecha; 
De  e:ta  art«  satisfecha, 
Kn  soledad  cerrada 

Al  jabalí  seguia 

Y  al  corzo  noche  y  dia; 
En  este  afán  cebada. 
De  jabalíes  y  osos 

Y  varia  montería 
Con  loa  despojos  via 
Mi  casa  coronada. 
Hasta  que,  impurtunnda 
Por  tus  blandos  suspiros. 
Que  son  de  amor  los  tiros, 
Al  cabo  ful  rendida, 

Y  mi  altivez  vencida; 
Cuando  me  fue  mostrado 
De  pena  y  alegría 

Un  no  sé  qué  mezclado, 
Que  nunca  visto  había, 

Y  hacer  amar  podia 
Los  márrnr)l(  8  y  bronces. 
Arrepentida  entonces 
Del  desabrido  engaño 

De  aquel  mi  afán  extraño, 
A  Cintia  le  decia  : 
((  Toma  desde  este  dia 
Tu  bocina,  arcx)  y  cinto, 

Y  aljaba  de  Corinto; 
Toma  allá,  si  te  agrada, 
Tus  lazos  y  tus  flechas; 


436 

Que  en  redes  más  estrechas 

Estoy  de  amor  cazada.» 


CANTILENA  V. 

Cual  suele  en  aire  oscuro 
Centella  amortiguada, 
Kompieiido  el  azul  muro, 
Dejar  de  luz  bañada 
La  bóveda  estrellada, 
y  á  aquel  que  la  columbra, 
En  su  quietud  sabrosa. 
Le  arrebata  y  deslumbra 
La  vista  tenebrosa; 
Tal  yo  la  vez  primera 
Que  vi  el  claro  semblante 
De  mi  adorado  amante, 
Turbada  y  pensativa. 
Quedé  en  nueva  ceguera , 
De  sus  ojos  cautiva. 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 


CANTILENA  VI. 

Cual  simple  pajarillo. 
Que  en  una  fuente  pura, 
De  una  falsa  hermosura 
Le  llama  el  rcclamillo, 
Acércase  sencillo; 
Cuando  el  vuelo  atajado 
Entre  la  liga  siente. 
Su  prisión  no  consiente, 
Y  se  halla  más  ligado; 
Hasta  que,  ya  causado. 
Por  mas  que  audaz  forceja, 
De  vencido,  se  deja 
Quedar  en  la  red  preso; 
Tal  siento  yo  que  opreso 
Tengo  el  suelto  albedrío, 
Sin  ver  por  qué,  sin  brío; 
Vencido  y  aherrojado 
Se  encuentra  sin  reposo, 
A  un  sinsabor  gustoso 
El  corazón  ligado. 


CANTILENA  VIL 

Para,  ruiseñor  blando, 
Para  tus  dulces  ecos. 
Que  de  esos  ramos  huecos 
La  pompa  está  escuchando; 
Párate,  y  treguas  dando 
A  las  vecinas  selvas, 
Hasta  que  á  cantar  vuelvas, 
Serásme  fiel  testigo 
Del  disfavor,  quebranto. 
De  la  amargura  y  llanto 
Que  me  dejó  mi  amigo. 
Mas  no;  signe  tu  canto, 
Pajarillo  somro, 
No  privas  del  encanto 
De  tu  picuelo  de  oro 
A  estas  selvas  y  fuentes, 
Que  aguardan  impacientes 
Oir  tu  lengua  ar]>ada. 
De  reyes  escuchada; 
Que  SI  Silvio  mi  grato 
Amor,  mi  fe  y  ;  e  ato 
A  coronar  no  vitne. 
Disculpa  propia  tiene, 
Por  hombre  y  por  ingrato. 


CANTILENA  VIIL 

Vén,  vén.  Filena  mia, 
Que  ya  se  pasó  el  dia; 
Vén,  vén  á  mi  cabana. 
Que  de  aquilón  la  saña 
Jlil  hielos  nos  envia. 


Vén ,  vén ,  qne  los  pastorea 
Sus  hatos  recogieron, 

Y  á  descansar  se  fueron 
Con  sus  zagalas  bellas. 
Vén,  vén,  sigue  mis  huellas; 
Vén,  llégate  á  mis  brazos, 
Donde  en  sabrosos  lazoa 
Será  mi  amor  eterno, 

Y  acalcará  el  infierno 
En  í\ne  mi  pecho  pena 
Desde  zagal  muy  tierno. 
Si  noche  tan  serena 
Amor  nos  ha  dispuerto, 
Llega  á  mis  brazos  presto; 
Llega,  llega,  Filena; 
Llega,  y...  cante  otro  el  resto 
De  aquesta  cantilena. 


CANTILENA  IX. 

Muchacho  inadvertido. 
Toqué  un  dulce  instrumento, 
Cuyo  agradable  acento 
Me  cautivó  el  oido, 

Y  apenas  le  hube  herido. 
Me  atrajo  su  armonía 

La  gran  beldad  que  adoro, 
Por  quien  suspiro  y  lloro; 
Cuando  con  melodía, 
Dando  á  las  cuerdas  de  oro 
Mis  voces  compañía, 
De  la  que  anuncia  el  dia 
Canté  las  frescas  rosas 
Que  esparce  de  su  falda, 
Las  ráfagas  hermosas 
Que  arroja  su  guirnalda, 
De  rojo,  azul  y  gualda 
Los  riscos  esmaltando 

Y  á  cada  ñor  prestando 
Los  vives  de  su  tinta. 
Tras  esto,  mi  voz  pinta 
Del  sol  el  señorío 

Y  majestad  augusta. 

Que  no  hay  fanal  que  iguale; 

Y  cómo  huyendo  sale 
Ante  él  la  sombra  adusta, 
Medrosa  de  su  brío. 
Sobre  el  cristal  sombrío 
Su  luz  temblar  parece, 

Y  á  su  f(  go?o  aliento. 
Cuando  más  lo  desea. 
El  bajo  suelo  humea, 

Y  arder  se  mira  el  viento. 
Mas  toda  esta  hermosura 

Y  rasgos  de  grandeza, 
Con  no  sé  qué  dulzura 
Mi  voz  aduladora 

A  acomodarla  empieza 
A  mi  amante  Eliodora, 
Cuando  ella  asi  me  dijo  : 
«Muchachuelo  prolijo, 
Tu  gracia  lisonjera 
Un  poco  mejor  fuera 
Que  en  tí  la  acomodaras, 

Y  no  me  avergonzaras. 
No  soy  alba  ó  lucero. 
Mas  te  adoro  y  te  quiero; 
No  soy  autor  del  oro, 
Mas  te  quiero  y  te  adoro. 

Y  este  querer  sincero 

Tan  sólo  es  bien  que  cantes, 
Pues  quizá  en  mil  amantes 
No  le  hay  tan  verdadero.» 


CANTILENA  X. 

Un  colorín  hermoso, 
Que  en  torno  revolaba 
De  un  arrayan  frondoso. 
Donde  mi  amante  estaba, 


Dormida  en  dulce  sueSo, 
Luego  que  de  mi  dueño 
Sintió  la  compañía. 
Un  punto  no  quería 
Partirse  de  su  lado; 

Y  así,  regocijado, 
Dulce  la  saludaba 

Y  halagos  mil  la  hacia. 
Ya  en  su  halda  se  ponia, 
Ya  de  ella  se  apartaba; 
A  su  seno  volvía, 

Y  en  su  mano  posaba; 
Ya  esforzando  su  acento, 
Según  dulce  trinaba. 
Parece  que  contaba 

A  mi  bien  su  contento 
No  lejos  de  su  oido. 
Mas  ella,  con  el  ruido, 
Abrió  sus  ojos  bellos, 

Y  el  pájaro,  que  de  ellos 
La  hermosa  lumbre  vido. 
Cayó  en  su  falda  herido. 


ANACREÓNTICAS. 


ANACEEÓNTICA  PRIMERA. 

Siendo  yo  niño  tierno. 
Iba  cogiendo  flores , 
Con  otra  tierna  niña, 
Por  un  ameno  bosque, 
Cuando  sobre  unos  mirtos 
Vi  al  Teyo  Anacreonte, 
Que  á  Venus  le  cantaba 
Dulcísimas  canciones. 
Voyme  al  viejo  y  le  digo  : 
«  Padre,  deje  que  toque 
Ese  rabel  que  tiene; 
Que  me  gustan  sus  sones.» 
Paró  su  canto  el  viejo. 
Afable  sonrióse , 
Cogióme  entre  sns  brazos, 
Y  allí  mil  besos  dióme. 
Al  fin  me  dio  su  lira; 
Toquéla,  y  desde  entonces 
Mi  blanda  musa  sólo. 
Sólo  me  inspira  amores.  • 


ANACREÓNTICA  IL 

¿  Quién  es  aquella  ninfa 
Que  por  esos  jardines 
Viene,  dando  á  las  flores 
Mil  candidos  matices; 
De  púrpura  vestida. 
Con  lazos  carmesíes. 
Que  el  aire  y  gentileza 
Del  bello  dueño  dicen; 
Ceñidas  sus  garzotas 
De  rosas  y  alhelíes, 
Y  de  ninfas  cercada. 
Que  obedientes  la  sirven? 
Sin  duda  será  Venus , 
La  gran  deidad  de  Chipre; 
Pues  no,  zagal,  no  es  ella; 
Que  es  mi  pastora  Nise. 


ANACREÓNTICA  IIL 

Al  son  de  los  rabeles 
Que  en  estas  selvas  tocan , 
Formando  alegres  danzas 
Zagales  y  pastoras , 
Echa,  Bátílo,  vino, 
Y  asaz  llena  las  copas; 
Brindarás  tú  á  mi  Nise, 


Brindaré  yo  á  tu  Flora; 

Y  entrambas,  coronadas 
De  mirtos  y  de  rosas, 

A  honor  de'  Baco  bailen. 
Que  nos  asiste  ahora; 
Que  yo  tomaré  luego 
Mi  cítara  sonora, 

Y  cantaré  contigo 
Letrillas  mil  graciosas. 


ANACREÓNTICA  IV. 

Si  algún  a  vez  me  veo 
De  tristezas  cercado, 
Que  juntas  á  porfía 
Me  están  atormentando, 
Luego,  luego  á  tus  brindis 
Me  entrego,  ¡oh  padre  Bacol 
Y  á  fe  que  las  tristezas 
Huyen  más  que  de  paso. 


ANACREÓNTICA  Y. 

Durmiendo  yo  á  la  sombra 
De  unas  frondosas  vides, 
Soñé  que  Egon  los  brazos 
Gozaba  de  mi  Nise. 
Yo  entonces  entre  sueños 
Incorporarme  quise, 
A  vengar  con  su  muerte 
Mis  celos  insufribles» 
Pero  desperté  en  esto, 
Y  al  ver  sola  á  mi  Nise, 
Reclinado  en  su  seno 
Volví  luego  á  dormirme. 


ANACREÓNTICA  VL 

Cortó  un  cabello  Nise 
De  sus  doradas  trenzas, 
Y  con  él  ambas  manos 
I^Ie  ligaba  halagüeña. 
Yo  me  rei,  creyendo 
Que  fácii  cosa  fuera 
Quebrantar  las  lazadas 
Con  que  amarrarme  intenta. 
Mas  después  lloré,  ¡triste! 
Cuando  al  querer  romperlas. 
Aquel  blando  cabello 
Le  hallé  dura  cadena. 


ANACREÓNTICA  VIL 

Corra  el  otro  indignado 
A  las  sangrientas  lides. 
Ansioso  de  algún  triunfo 
Que  su  nombre  eternice; 
Que  yo,  quieto  en  mi  aldea, 
Sólo  correré  al  brindis 
De  aquel  licor  suave 
Que  á  Baco  dan  las  vides; 
Licor  que  es  muy  sobrado 
A  hacer  que  el  hombre  triste 
En  sus  mayores  penas 
Se  aliente  y  regocije. 


ANACREÓNTICA  VIII. 

Debajo  de  aquel  árbol 
De  ramas  bulliciosas , 
Donde  las  auras  suenan, 
Donde  el  favonio  sopla, 
Donde  sabrosos  trinos 
El  ruiseñor  entona, 
Y  entre  guljuelas  rie 
La  fuente  sonorosa, 
La  mesa,  oh  Nise,  ponme 


ANACREÓNTICAS. 

Sobre  las  frescas  rosas, 

Y  de  sabroso  vino 
Llena,  llena  la  copa, 

Y  bebamos  alegres. 
Brindando  en  sed  beoda, 
Sin  penas,  sin  cuidados. 
Sin  gustos,  sin  congojas, 

Y  deja  que  en  la  corte 
Los  grandes,  en  buen  hora. 
De  adulación  servidos. 
Con  mil  cuidados  coman. 


437 


ANACREÓNTICA  IX. 

No  busco  de  Alejandro 
Los  prósperos  sucesos. 
No  envidio  sus  haberes 
Al  opulento  Creso, 
No  á  Adonis  su  hermosura, 
No  á  Alcídes  el  esfuerzo, 
No,  no  á  Platón  su  ciencia, 
No,  no  su  lira  á  Orfeo; 
Sólo  la  dulce  vista 
De  la  que  me  ama  quiero; 
Que  estimo  en  más  sus  ojos 
Que  todo  el  orbe  entero. 


ANACREÓNTICA  X. 

Bátilo,  échame  vino; 
Llena  el  vaso,  muchacho; 
Mira  que  no  le  llenas; 
Échale  hasta  colmarlo. 
Echa  otra  vez;  pues  éste, 
Lo  mismo  que  el  pasado. 
De  un  sorbo  le  he  bebido; 
Con  la  misma  sed  me  hallo. 
Échame  otra  vez,  que  éste 
Le  consumí  de  un  trago; 
Que,  ó  bien  mi  sed  es  mucha, 
O  me  han  mudado  el  vaso. 
Otra  vez  echa,  ¡hay  cosa! 
Que  en  el  vaso  que  acabo, 
El  anterior,  y  el  otro. 
Efecto  no  he  encontrado. 
Pues  echa  éste,  otro  y  otro, 
Y  hasta  mil  sin  contarlos; 
Porque,  ó  mi  sed  es  mucha, 
O  me  han  trocado  el  vaso. 


ANACREÓNTICA  XI. 

Bebe,  bebe,  mi  Nise; 
Come,  muchacha,  come; 
Porque  sin  Baco  y  Céres 
Se  hielan  los  amores. 
Llena,  llena  la  copa 
De  los  dulces  licores 
Que  el  alma  nos  alegren. 
Que  el  seso  nos  trastornen. 
Come,  come,  no  ceses; 
Bebe,  bebe,  no  aflojes; 
Los  vinos  se  varíen. 
Los  manjares  se  doblen. 
Bebe  esta  copa  y  otra , 

Y  otra  y  otra;  que  entonces 
Verás  hervir  tu  pecho 

De  amorosos  ardores, 

Y  que  sin  recatarse 

Se  unen  los  corazones, 
Se  doblan  los  abrazos 

Y  excitan  los  amores. 


ANACREÓNTICA  XIL 

Bajaba  por  los  vientos 
Un  rayo,  despedido 
De  la  suprema  mano 


De  Júpiter  divino. 
Violo  el  Amor,  y  al  punto 
Hacia  él  se  fué  atrevido, 

Y  entre  sus  tiernas  manos 
Airado  lo  deshizo; 

Y  al  fin  se  volvió  ufano, 
Dando  á  entender  el  niño 
Que  es  el  Amor  más  fuerte 
Que  el  fuego  más  activo. 


ANACREÓNTICA  XIII. 

Corte,  corto  en  buen  hora 
El  guerrero  invencible 
Laureles,  que  en  su  frente 
Su  esfuerzo  y  gloria  indiijucn; 

Y  á  mi,  muchacho,  sólo, 
Sólo  córtame  vides, 

Y  de  sus  frescas  hojas 
Mis  ruVjJas  sienes  ciñe; 

Que  esto  á  mí  mo  es  muy  propio, 
Que  á  Baco  sirvo  humilde, 
Que  me  armo  d"'  su  copa 

Y  triunfo  con  sus  brindis. 


ANACREÓNTICA  XIV. 

¿Noves,  Nise,  la  envidia, 
Murmurio  y  sobresaltos, 
Y  odios  con  que  en  la  corte 
Vivimos  angustiados? 
Pues  lejos,  lejos  de  ella; 
Salgámonos  al  campo, 
Que  allí  vivir  podemos, 
La  dulce  paz  gozando. 


ANACREÓNTICA  XV, 

Vuela,  ruiseñor  blando, 
Vuela,  y  cuéntale  á  Nise 
Las  lágrimas  que  á  Arcadio 
Llorar  jtor  ella  viste, 
Dile  que  ovejas,  Afires, 
Avts,  fuentes  y  vides, 
De  su  desden  murmuran. 
De  mi  df>lnr  se  alligen. 
Dile  cómo  en  su  ausencia 
Sólo  su  voz  repite  : 
«  Llorad,  ojos  cansados; 
Salid,  lágrimas  tristes.» 
Dile,  £n  fin,  que  se  acuerde... 
Piro  ya  nada  dile; 
Di  sólo,  si  gustares. 
Di  que  espirar  me  viste. 


ANACREÓNTICA  XVI, 

En  tanto  que  ful  niño 
No  sui)e  de  trabajos, 
Ni  el  pago  que  dar  suelen 
La  edad  y  el  desengaño. 
Burlábame,  ignorante, 
De  ver  á  un  cuerdo  anciano, 
Hecho  un  niño  en  sus  risas, 
Con  el  tazón  de  Baco; 
Mas  luego  que  he  sabido 
Del  mundo  los  engaños, 
Que  dan  al  qtic  es  más  bueno 
Pesares  más  amargos, 
Tú  ¡oh  üacül  me  eiiscñaslc 
El  modo  de  hacer  gratos 
Los  tragos  que  da  el  mundo, 
Con  tus  alegres  tragos. 
Con  ellos  me  alborozo. 
Con  ellos  juego  y  danzo, 
Con  ellos  mis  pesares 
Huyen  más  que  de  paso. 
Así,  bebiendo  alegre, 


439 

Yo  vuelvo  á  ser  muchacho, 
Siquiera  se  avergiiencen 
Las  canas  y  los  años. 


ANACREÓNTICA. 

DE  LA  FORTUNA. 

Riámonos  ¡oh  Bacol 
De  la  fortuna  loca, 
Pues  rie  de  nosotros ; 
Que  así  se  estila  ahora. 

Ya  piensa  que  ?u  alcázar 
La  estera  del  sol  toca 
El  que  antes  por  morada 
Tuvo  una  humilde  choza. 

Ya  brilla  en  puesto  akado 
Aquel  que  obscura  sombra, 
Al  rayo  de  una  luna 
Le  dio  un  rastrojo  alfombri. 

Cual  éstas,  de  Fortuna 
Son  siempre  las  tramoyas; 
Jtiámvnm,  pues,  de  ellas; 
(¿ue  aíi  se  estila  ahora. 


EPIGRAMAS  (1). 


EPIGRAMA  PRIMERO. 

Yo  canto  á  aquella  heroína 
Que  tanto  mi  patria  alaba: 
Doña  María  la  Brava, 
Valerosa  salmantina. 

Cosas  diré  de  ella  nnevas, 
Que  acaso  nadie  habrá  oído... 
Mas,  lector,  si  lo  has  creído, 
I  Qué  bravo  chasco  te  llevas! 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 
Diré  el  esfuerzo  español , 
En  ambos  mundos  triunfante? 

No,  que  por  cantar,  soy  muerto  (2), 
Los  chistes  de  mis  muchachas, 
Y  decir  también  sus  tachas  ; 
Que  á  uno  y  otro  me  divierto. 


EPIGRAMA  IIL 

Si  es  el  festivo  epigrama 
Como  la  hermosa  mujer, 
Que  cuanto  más  gentil  dama, 
Más  común  se  viene  á  hacer. 

Yo,  merced  de  Inés,  tan  vario 
Seré  en  esparcir  sus  flores, 
Que  al  gusto  de  mis  lectores 
Pique  por  extraordinario. 


EPIGRAMA  II. 

¿Si  con  trompa  resonante, 
Que  oiga  cuanto  alumbra  el  sol, 


(11  Entre  los  papeles  de  .lovellanos  que 
poseía  el  difunto  Maniués  de  l'idal,  hay  una 
cupia  manuscrita  de  algunos  epigramas  de 
Iglesias. 

Fui'  enviado  csle  manuscrito  á  Jovellanos 
por  el  maestro  fray  Diego  González,  para  que 
formase  idea  del  talento  poético  de  iglesias. 
Estos  epigramas,  copiados  en  el  manuscri- 
to según  los  produjo  ol  ingenio  festivo  del 
poeta  en  la  primera  inspiración ,  fueron  cor- 
regidos y  retocados  más  adelante  por  su 
mismo  autor. 

A  pesar  de  que  en  la  corrección  ganó,  por 
lo  cumnn,  en  iiropicdad  y  lirapieza  el  estilo 
de  estos  epigiamas,  juzgamos  oportuno  on- 
signar  .nqui  algunas  de  las  variantes  que  ad- 
vertimos en  el  manuscrito 

Algunos  epigramas  de  Iglesias,  contenidos 
en  el  manuscrito,  no  fueron  impresos  en  la 
colección  de  sus  poesías. 

Entre  ellos  los  siguientes,  y  algún  otro  que 
no  podemos  reproducir  por  el  exorbitante 
desenfado  de  su  estilo  : 

Dijome  uno:  «En  nueslra  lengua 
Una  comedia  escribir 
Cosa  es  digna  de  aplaudir. 
Mas  un  epigrama  es  mengua.» 

Hespondile  :  «¿A  qu''  madamas 
Se  lo  oyó  usté,  haciendo  medias? 
Por  eso  hay  diez  mil  comedias, 
^  apenas  diez  epigramas.» 

Uno  de  los  epigramas  que  no  nos  atreve- 
mos j  copiar  aquí  por  SU  extremada  procaci 
dad  empieza  así  : 


En  un  cuarto  retirado 
Inés  se  puso  i  expulgar 


(liota  4el  Colector.) 


EPIGRAMA  IV. 

Riendo  Inés  con  Antón, 
De  hito  en  hito  le  miraba, 
Sin  que  supiese  el  simplón 
Lo  que  esta  risa  indicaba. 

Mas  lo  que  de  risas  tales 
Se  le  vino  á  originar. 
No  lo  puede  Antón  negar, 
Que  aun  se  le  ven  las  señales. 


EPIGRAMA  V. 

¿Por  qué  trae.f,  le  dije  á  Inés, 
Tanta  pata  descubierta, 
Si  están  una  y  otra  tuerta? 
Tápalas  por  tu  interés. 

Respondióme  :  «No  te  azores ; 
Porque,  como  moda  fuera, 
Piernas  al  aire  anduviera. 
Aunque  ellas  fueran  peores.» 


EPIGRAMA  VI. 

Un  dia  en  cierta  pendencia 
Me  echó  un  alguacil  la  traba , 
Y  afianzado  me  llevaba, 
Por  más  que  alegué  inocencia. 

Que  no  me  podia  librar 
De  él  ni  el  Papa  pensé  yo  ; 
Mas  llegó  Inés,  por  mí  habló, 
Desatóme,  y...  eché  á  andar. 


EPIGRAMA  VIL 

Contándole  yo  á  Colasa 
El  cuento  del  almirez, 
Que  del  mortero  una  vez 
Goncibió  dentro  una  nasa, 

«No  eres  tú  muy  mal  mortero», 
Dijo  ella;  y  yo  :  «Ni  tú  mala 
Almirez...)),  cuando  en  la  sala 
Se  nos  entró  el  peluquero. 


EPIGRAMA  VIII. 

Noche  de  Carnestolendas, 
A  Blas  se  le  soltó  un  rizo  ; 
Y  él ,  parando  el  sarao ,  hizo 
Exclamaciones  tremendas. 


(2)  Variante : 

No  con  trompa  resonante, 
Que  oiga  cuanto  alumbra  el  sol, 
Canto  el  esfuerzo  espaiiol, 
En  ambos  mundos  triunfante ; 

Que  antes  por  cantar  soy  muerto,  etc. 
(Nota  del  Vo  lector, J 


Mi  Inés  paso  le  advirtió 
Que  no  fuese  impertinente ; 
Y  él  gritó  :  «Si  usted  no  siente, 
¿  Qué  culpa  le  tengo  yo  ? » 


EPIGRAMA  LS. 

Viendo  una  vieja  á  un  balcón, 
Yo  ayer,  torciendo  el  hocico, 

Y  viendo  de  frente  á  un  mico 
Remedar  la  misma  acción. 

De  risa  hube  de  morirme, 

Y  aun  llegó  á  sobrevenir 
De  esto  el  tener  que  reír, 

Y  no  dejar  de  reírme. 


EPIGRAMA  X. 

Con  palabras  de  grajea 

Y  otros  mil  confites  más, 
Me  dijo  Gregoria:«¡Ay  Blas, 
Cuánto  el  amor  te  desea!» 

Mas  al  jiunto  hice  memoria 
De  cierta  (aun  no  sana)  herida, 
En  tal  dulzura  cogida, 

Y  la  dije  :  «Agur,  Gregoria.» 


EPIGRAMA  XL 

Sin  crédito  en  su  ejercicio 
Se  llegó  un  iií?dico  á  ver, 
Y  él,  por  ganar  de  comer. 
Ya  se  ocupa  en  nuevo  oficio; 

Mas  tan  poco  se  desvia 
De  la  afición  del  primero, 
Que  hoy  hace  sepulturero 
El  que  antes  médico  hacia. 


EPIGRAMA  XIL 

Yo  vi  en  París  (3)  un  peinado 
De  tanta  sublimidad. 
Que  llegó  á  hacer  vecindad 
Con  el  ala  de  un  tejado. 

Dos  gatos  qiTc  allí  reñían, 
Luego  que  el  peinado  vieron, 
A  reñir  sobre  él  se  fueron, 
Y  abajo  no  los  sentían. 


EPIGRAMA  XIII. 

Hízome  señas  Teodora 
Ayer  desde  su  balcón, 
Y  dije :  «¡  Qué  tentación 
De  risa  tan  á  deshora!» 

Subí  á  ver  lo  que  quería, 
Salí  á  su  balcón  ;  y  luego... 
Se  puso  á  la  puerta  un  ciego 
A  tocar  la  sinfonía. 


EPIGRAMA  XIV. 

Buscó,  á  fin  de  no  pagarme, 
Un  tramposo  de  por  vida. 
En  un  letrado  salida 
Para  la  deuda  negarme. 

Al  fin  consiguió  su  intento 
Mi  deudor,  y  de  contado, 
Pagó  más  al  abogado. 
I  Qué  justo  agradecimiento  i 


(3)  Variante: 

Yo  vi  en  doüa  Ana... 

(!^ola  del  Colector  J 


EPIGRAMA  XV. 

Preguntó  á  su  esposo  Irene  : 
«Blas  mió,  cuando  te  ausentas, 
8in  que  tú  me  dejes  rentas, 
¿Qué  dirás  que  me  mantiene?— 

))No  lo  sé»,  respondió  Blas; 
Y  ella  le  dijo  :  «Inocente, 
Mira  un  espejo  de  frente  ; 
Quizá  en  él  lo  advertii-ás. » 


EPIGRAMA  XVI. 

Dijela  á  Beatriz:  «  Pues  erea 
La  prenda  que  más  adoro, 

Y  estás  bella  como  el  oro, 
Presa  con  mil  alfileres, 

«Quiéreme;  que  yo  sospecho 
Que  no  lo  sabrá  tu  tia. » 

Y  ella,  «Sí,  sí  (me  decia); 
«Pero  iqué  maula  te  has  hecho!» 


EPIGRAMA  XVII, 

Jamas  hallé  en  diccionario  (1) 
Ni  otros  libros  que  he  leido, 
Quien  me  declare  el  sentido 
De  la  fe  de  un  sc^cretario. 

Esta  fe,  unos,  lo  primero, 
Dicen,  verdad  significa; 
Otros,  que  mentira  indica, 
Y  yo  digo  que  dinero. 


EPIGRAMA  XVIII. 

Paseábase  Juana  ayer 
Con  compás  á  la  prusiana, 

Y  la  dije  :  «¿Tienes,  Juana, 
Algún  fuerte  que  vencer?» 

Respondióme  :  «El  mismo  Mai-te 
No  saldrá  bien  de  mis  garras» ; 

Y  añadió,  puesta  de  jarras: 
«O  somos  ó  no  del  arte.» 


EPIGRAMA  XIX. 

Luisa  adrede  me  mojó, 
Y  yo  comencé  á  enojarme  ; 
Mas  ella,  por  aplacarme, 
Cual  quise  me  acarició  (2). 

No  le  debió  de  pesar 
Del  despique,  á  lo  que  entiendo. 
Pues  siempre  me  anda  diciendo  : 
«Pepe,  ¿te  vuelvo  á  mojar?» 


EPIGRAMA  XX. 

Un  casado  (3)  se  acostó, 

Y  con  paternal  cariño 
A  su  lado  puso  el  niño, 
Pero  sucio  amaneció. 

Entonces,  torciendo  el  gesto, 
Miróse  uno  y  otro  lado, 

Y  exclamó,  desconsolado : 

« ¡  Ay  amor,  cómo  me  has  puesto!  » 


(1)  Variante: 

No  he  visto  en  vocabulario. 

(5)  Variante: 

Cnanto  yo  quise  me  dio. 

(3)  Variante: 
L'n  marido... 


EPIGRAMAS. 

EPIGRAMA  XXL 

Blas  vio  andar  á  los  umbrales 
De  su  puerta  á  Dorotea, 

Y  con  labios  de  grajea 

Dijo:  «Mi  bien,  ¿dónde  sales?» 

Y  ella  con  boca  de  mirles 
Le  dijo;  «¿A  qué  vienes,  Blas?» 

Y  no  se  dijeron  más 
Este  par  de  mirabeles. 


EPIGRAMA  XXIL 

Empinando  una  botella, 
Luisa  á  placer  m-  miraba; 
Si  yo  los  tragos  doblaba, 
Doblaba  las  risas  ella; 

Jlas,  de  tanto  risotear, 
Con  el  taburete  Luisa 
Dio  en  el  suelo,  y  yo,  de  risa. 
También  me  tiré  &  rodar. 


EPIGRAMA  XXm, 

De  toda  la  vida  mia 
Los  agüeros  más  siniestros 
Fueron  el  tener  maestros 
De  quien  el  buen  gusto  huia ; 

Y  si  bien  de  ellos  me  rio, 
Si  yo  llego  á  tener  fama , 
Veréis  cómo  alguno  exclama : 
«¿Ese?  es  discípulo  mió. » 


EPIGRAMA  XXIV. 

Preguntó  á  su  esposo  Inés : 
«¿Qué  cosa  es  la  que  tropieza 
Un  marido  con  los  pies. 
Llevándola  en  la  cabeza?» 

Puesto  el  pobre  á  discurrir, 
Respondió  que  no  acertaba; 
Y  ella,  echándose  á  reir. 
Con  dos  dedos  le  apuntaba. 


EPIGRAMA  XXV. 

Cediendo  un  dia  un  señor 
A  mi  Inés  el  quitallueve, 
La  dijo  de  buen  humor  : 
«¿Jesús,  muchacha,  qué  breve 
Es  en  sus  vcrsi  s  tu  amor  I»   - 

Di  jóle  ella  ;  «  Cual  el  oro, 
Señor,  en  poco  lugar 
Encierra  mucho  tesoro, 
Tal  es  el  numen  que  adoro ; 
Y  usía  ha  de  perdonar.» 


EPIGRAMA  XXVL 

Tocando  ayer  Luisa  un  pito, 
«¿Qué  avisas,  di?»,  la  pregunto; 
Y  dijo  un  su  pajecito  ; 
«Es  que  está  un  pájaro  á  punto 
De  caer  en  el  garlito.» 

Ella  lo  fué  á  desplumar, 
Que  era  un  pichón  delicado, 
Criado  en  buen  palomar, 
y  apenas  lo  hubo  pelado, 
Volvió  su  pito  á  tocar. 


EPIGRAMA   XXVII  (4). 

Luis  pretendió  acariciar 
A  Juana  después  de  siesta ; 


(4)  Este  epigrama  es  ono  de  aquellos  que 
corrigió  Iglesias  convirtiendo  las  redondillas 


439 

Y  por  su  fuego  probar, 
Ju-ana  dijo,  en  jarras  puesta: 
«¿Tiene  usted  gana  de  holgar?» 

Dijo  él ;  oQu'.en  á  esto  se  atreve, 
Quizás  á  más  se  atreviera. » 

Y  ella  le  respondió  en  breve : 
«Voy  por  mi  píirn])iñeja. 
Pues  tengo  cerca  la  nieve.» 


EPIGRAMA  XXVI IL 

A  8t)las  on  su  aposento 
Preguntó  Blas  á  Gregaria  ; 
«¿Qué  cosa  á  tu  pensamiento 
Le  causa  mayor  contento, 

Y  más  gusto  á  tu  memoria?» 
Ella  toda  s"  reia, 

Sin  dt  jarle  de  mirar, 

Y  halagüeña  re8i)ondia : 
«Bobon,  yo  te  lo  diria ; 
Pero  voyme  á  merendar,  n 


EPIGRAMA  XXIX. 

Cierto  poderoso  echó 
A  un  pueijlo  una  estafa  tal  (5), 
Que  perdido  lo  dejó, 
Y  á  sus  expensas  fundó 
Un  magnifico  hospital. 

Di  jóle  uno  :  «¡Singular 
Obra!  mas  no  creo  os  sobre, 
Pues  si  á  él  se  viene  á  curar 
Todo  el  que  está  por  vos  pobre, 
No  hay  casa  para  empezar.» 


EPIGRAMA  XXX  (6). 

Mostróme  un  su  guardapiée 
In€3,  y  echa  una  jalea. 
Me  dijo  :  «Juan ,  de  aquí  &  un  mei 
Me  casan.»  Dijela:  «Inés, 
I  En  hora  feliz  te  sea!» 

Mas  ella  se  deshacía , 
Y  con  gran  sigilo  á  hablar 
Comenzó,  y  cauta  decia  : 
«Mira,  Juanito,  aquel  dia, 
¡Oh...!  y  lo  que  hemos  de  bailar  I» 


en  (juintlllas.  Tiidos  los  que  allprrt  ie  este 
noau  han  pcriliilo  una  parle  del  desemba- 
razo y  espontaneidad  que  campean  en  los 
demás.  El  motivo  de  e.<las  correcciones,  no 
siempre  felices,  fué  el  hab<-isearrcdrado,coD 
razón,  el  mismo  Iple.sias  ric  la  p;íresiva  des- 
nudez de  las  iniA(,'ones  j  alusiones.  Asi  fué 
escrito  en  un  principio  el  presente  epigrama : 

Yo  empecé  i  Luisa  i  halagar 
Ayer  a  la  hora  de  siesta  , 

Y  ella  dijo,  en  jarras  pnesfa  : 
t¿1iene  usted  gana  de  holgar?» 

Illjela :  «El  que  a  esto  se  atreve, 
Tal  vez  .1  más  se  atreviera»; 

Y  ella  saltr^ ;  •  Itopa  fuera, 

T  holgucmuDos  cual  &e  debe.i 

(5)  Variante: 

A  un  pueblo  un  tributo  tal. 

(6 1  Efcte  epigrama  fué  escrito   agf  en  on 
principio : 

Inés,  hecha  una  jalea, 
Me  dijo :  •  Antón,  de  aqui  i  on  mes 
Me  casan.»  huela  ;  •  Inés, 
En  hora  feliz  le  sea.» 

Ella  me  empe^f^i  a  zumbar 
ne  qoe  el  dicho  no  entendía , 
S'  es  que  cuanto  itnles  queria 
El  nuevo  olicio  ensayar. 

\^Otas  del  Colector. ] 


440 


EPIGRAMA  XXXI. 


«¡Qué  frió  tengo!»,  decía 
Luisa,  y  á  mí  se  arrimaba, 
No  estando  en  casa  bu  tía; 
Pero  yo  la  replicaba  : 
(I  Pues  no  tsta  esta  sala  fria.» 

De  que  yo  no  la  entendiera 
Ella  se  ciiipez-ú  á  aburrir, 
Y  es  que  hi  Luisa  quisiera 
Que  yo  mismo  la  dijera 
Lo  que  ella  pensó  decir. 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 

))No,  Pepe ,  dijo ;  qnc  eso  es 
Dar  poco  indicio  de  casta» ; 
Y  yo  dije :  «Basta,  basta : 
Ya  estás  entendida,  Inés.» 


EPIGRAMA  XXXn. 

Ayer  un  mendigo,  Tiendo 
Junto  á  un  templo  un  coronel, 
A  pedirle  fué  corriendo, 
Y  le  importunó  diciendo 
Rogaría  á  Dios  por  él. 

Díóle  un  real  que  tuvo  allí 
El  jefe,  y  le  dijo  así : 
« ¡  Con  linda  flema  te  vienes ! 
Ten,  y  ruega  á  Dios  por  tí. 
Que  más  necesidad  tienes. » 


EPIGRAMA  XXXIIL 

Por  ver  lo  que  respondía, 
A  una  dama  de  teatro, 
Que  el  papel  de  reina  hacia , 
Dije  :  ((Déme,  reina  mía. 
Esos  brazos,  que  idolatro.» 

Y  ella,  que  ama  su  provecho, 
Dijo  :  «Al  inst.ante,  majito  ; 
Pero  pagadme  el  derecho  ; 
Que  sm  tributo,  á  mi  pedio 
A  ningún  vasallo  admito.» 


EPIGRAMA  XXXrV. 

Viéndose  puesta  en  olvido , 
Beatriz  á  Blas  dio  mil  quejas, 
Diciéndole  :  ¡  «Fementido ! 
Si  en  invierno  me  has  querido, 
¿Por  qué  en  verano  me  dejas? (1). 

Mas  él,  por  darla  más  pena, 
Dijo  :  «¡  Paciencia,  Beatriz  ! 
Pues  me  eres,  como  el  tapiz, 
Sólo  para  invierno  buena.» 


EPIGRAMA  XXXV. 

Paula,  con  gana  de  holgar. 
Le  dijo  á  Blas  una  tarde  : 
«¿Quieres  conmigo  luchar  ? 
Que  yo  he  llegado  á  pensar 
Que  eres  un  poco  cobarde.» 

Blas  luchó  á  más  no  poder  ; 
Y  aunque  ella  es  moza  fornida. 
Fingió  dejarse  vencer ; 
Que  es  máxima  en  la  mujer 
Quejarse  de  ser  vencida. 


EPIGRAMA  XXXVI. 

Conmigo  Inés  se  jugaba, 
Y  viendo  yo  que  indecisa 
En  decir  su  amor  estaba, 
Decíala :  «  Inés  acaba  ; 
¿  Qué  temes ,  que  estás  remisa '!  — 

Jl  F.sta  quintilla  fué  en  iin  principio  una 
redondilla.  Asi  emiiezaba  el  epigrama : 
Beatriz  me  dio  aver  mil  quejas, 
Djcj^'ldome:  •  ¡Fementido'. .,  etc. 


EPIGRAMA  XXXVII. 

Juana  me  dio  una  pisada, 
Y  yo  juzgué  que  era  acaso  ; 
Dióme  otra  no  tan  paso , 
Tampoco  la  dije  nada  ; 

íbame  á  dar  la  tercera , 
Yo  la  dije  (2)  :  «¡Tente,  Juana  I 
Que  si  yo  tuviera  gana. 
Bastaba  con  la  primera.» 


EPIGRAMA  XXXVIII  (3). 

»!  Qué  malo  que  eres  Ramón  I 
(Ramona  me  dijo  á  mí )  ; 
j  Vaya,  chico  !  no  creí 
Que  eras  ya  tan  picaron. 

»¡Ay  chico!  ya  en  picardía 
Bien  puedes  echar  el  resto.» 
Así  me  dijo,  y...  en  esto 
La  empezó  á  llamar  su  tia. 


EPIGRAMA  XXXIX. 

Un  dia  á  Inés  dije  yo  : 
«I  Qué  pones  á  que  te  olvido  ?» 

Y  ella  replicó:  «j  Ay  querido  ! 
I  Cuánto  va  que  yo  á  tí  no .'» 

Yo  antes  no  la  vi  jamas; 
Mas  de  paso  esta  terneza 
La  oí ;  volví  la  cabeza , 

Y  no  la  he  vuelto  á  ver  más. 


EPIGRAMA  XL. 

Ayer  la  suegra  de  Ruiz 
Yo  no  sé  lo  que  mascaba. 
Que  su  barba  á  su  nariz 
Varios  besos  la  pegaba. 

«¡Oh  edad  (me puse  á exclamar). 
Que  causas  tantos  excesos  !» 
Y  al  punto  otros  tantos  besos 
A  mi  jarro  empecé  á  dar. 


EPIGRAMA  XLI. 

Con  sombrero  de  á  tres  picos 
Bja  un  charro  de  mi  tierra, 
Llamando  al  son  de  cencerra 
De  un  arrabal  los  borrico.?; 

Y  mientras  tres  que  lo  vieron 
Rieron  de  ver  tal  paso, 
Los  burros,  no  haciendo  caso, 
Tras  el  buen  hombre  se  fueron. 


(2)  Variante: 

i^las  la  dije: 

(31  En  un  principio  escribió  Iglesias  este 
epigrama  del  modo  siguiente: 

«¡Qué  malo  que  eres,  llamón! 
(Ramona  me  dijo  ;i  mi); 
¡Haya  chico!  No  crei 
Que  eras  ya  tan  picaron.» 

Toqué  3  avanzar  ■  ^u  pecho, 
Y  ella  en  tanto  prorumpia  : 
« i  Ay  chico  I  Yo  bien  decia 
Que  muy  piraron  te  has  hecho.» 


EPIGRAMA  XLII. 

Contándome  ayer  Lucia 
El  cuento  de  los  compadres , 
Que  oyó  á  Blas,  cuando  sus  padres 
I'ucron  á  una  romería, 

Muchas  veces  le  empezó. 
Rió  y  volvió  á  proseguir, 
Y  en  comenzarle  y  reir 
La  tarde  se  nos  pasó. 


EPIGRAMA  XLIII. 

Amaba  el  bien  de  la  tierra 
Un  cirujano  piadoso, 
Y  en  rezar  se  halló  dudoso 
Si  por  la  paz  ó  la  guerra; 

Mas  al  ver  las  ocasiones 
Que  le  dan  Venus  y  Marte 
De  hacer  lucrativo  su  arte , 
Salió  de  estas  confusiones. 


EPIGRAMA  XLIV. 

Miramos  desde  un  balcón. 
De  frente  Inés  y  yo  puestos , 
A  una  vieja  hacer  mil  gestos, 
Comiendo  un  agrio  limón. 

1  Oh,  y  qué  risa  !  yo  y  Inés 
Del  balcón  nos  retiramos  ; 
Mas  en  la  pieza  que  entramos, 
Mayor  risa  hubo  después. 


EPIGRAMA  XLV. 

Hablando  de  cierta  historia , 
A  un  necio  se  preguntó  : 
«¿Te  acuerdas  tú?»;  y  respondió: 
«Esperen  que  haga  memoria.» 

Mi  Inés,  viendo  su  idiotismo. 
Dijo  risueña  al  momento  : 
«Haz  también  entendimiento, 
Que  te  costará  lo  mismo.» 


EPIGRAMA  XLVI. 

Por  enero  Inés  se  halló , 
De  su  faldón  en  lo  interno  (4). 
Una  pulga,  y  exclamó  : 
«¡Qué!  ¿  aun  hay  pulgas  en  invierno?» 

Blas,  asiéndola  la  mano, 
«No  extrañes,  niña,  el  encuentro. 
La  dijo ;  porque  ahí  adentro 
Yo  apostaré  á  que  es  verano.» 


EPIGRAMA  XLVII  (.5). 

Mostróme  Beatriz  su  lecho 
Con  colcha  azul,  fleco  y  randa, 
Y  yo,  viéndola  tan  blanda, 
Dije  para  mí:  «Esto  es  hecho.» 

(4)  Variante: 

De  sus  faldas  en  lo  interno. 

(5)  F.ste  epigrama  fué  escrito  en  un  prin- 
cipio de  este  modo : 

Mostróme  Inesilla  el  lecho 
Con  sus  sabanas  de  holanda, 

Y  yo ,  viéndola  tan  blanda, 
Dije  para  mí :  «Esto  es  hecho.» 

Pero  acordéme  después 
De  cierta  aun  no  sana  herida  , 
En  tal  blandura  cogida, 

Y  dijela :  ".\gur,  ínes.» 

De  este  epigrama  hizo  Iglesias  dos.  Véase 
el  señalado  con  el  número  x. 

'Ai'/(/.s  del  Colector.) 


Luego  aparte  me  llamó , 
Y  dijo  junto  á  un  baúl  : 
«¿Ves, Pepe,  esta  colcha  azul? 
Pues  seis  duros  me  costó. » 


EPIGRAMA  XLVIII. 

Majo  de  zapato  blanco 
A  ciertos  toros  salió  , 

Y  un  zapato  se  manchó 
Contra  el  puerco  pié  de  un  banco. 

El  alborotó  el  mesón  (1) 
Por  yeso  para  limpiarlo, 

Y  como  no  pudo  halhu-lo, 
No  salió  á  ver  la  función. 


EPIGRAMA  XLIX. 

Dijo  Paula  á  su  velado  : 
«Si  visto  con  tal  primor, 
Echo  mano  del  valor 
Dt|  dote  que  yo  he  llevado. » 

El  la  replicó :  « /  Eso  sabes .' 
Yo  cerraré  bien  el  cofre. » 
Y  ella  dijo  :  «  [  Ay  pobre  Onofre! 
Lo  que  me  sobran  .son  llaves.» 


EPIGRAMA  L. 

Motejaron  á  un  soldado 
De  que  con  impropio  alarde 
Seguia  á  Venus  cobarde 
Mas  que  al  fiero  Marte  osado. 

El  replicó  :  «¡Linda  charla  ! 
Antes  obro  muy  prudente ; 
Pues  Venus  sabe  hacer  gente, 
Y  Marte  sólo  quitarla,  n 


EPIGRAMA  LI. 

Por  cierto  barrio  pasaba 
Noche  estiva,  y  á  una  reja 
Miré  acaso,  y  vi  una  vieja 
Que  las  pulgas  se  miraba. 

Juzgúela  infernal  dragón; 
Di  un  grito  y  la  hice  la  cruz  ; 
y  apagando  ella  su  luz, 
Despareció  la  visión. 


EPIGRAMA  LII. 

De  cierto  amigo  en  la  casa 
Me  puse  á  leer  la  gaceta, 

Y  por  ser  demás  inquieta, 
Me  perturbaba  Coln.sa. 

Díjela :  «Repórtate 

Y  ten  por  un  rato  seso.» 

Y  exclamó  ella:  «¡Bueno  es  eso! 
Otra  vez  yo  no  querré.» 


EPIGRAMA  LIII. 

Viéndola,  dije  á  Malena  (2) 

No  sé  qué  de  su  hermosura  : 
«Niña  deja  de  ser  dura, 
Y  dale  alivio  á  mi  pena. » 

Respondióme:  «Sí,  al  momento; 
En  eso  pensaba  yo, » 


(1)  Variante: 

Alborotóse  el  mesón. 

(2)  Variantes: 
Mostrándome  ayer  Filena, 

pije:  -Deja  de  sei  dura... 


EPIGRAMAS. 
Mas  la  niña  no  mintió , 
Que  no  gasta  fingimiento. 


411 


EPIGRAMA  LIV. 

Ya  al  más  sublime  elemento 
Los  hombres  se  osan  alzar , 
Y  en  aéreo  carro  á  volar 
Sobre  las  alas  del  viento. 

De  quién  la  idea  tomaron 
No  se  sabe  con  certeza... 
Mas  sí  que  de  la  cabeza 
De  un  poeta  lo  sacaron. 


EPIGRAMA  LV. 

Un  hijo  de  frágil  madre 
Del  bajo  linaje  hablaba 
De  Gil  y  le  preguntaba : 
«Dinos,  pues,  quien  fué  tu  pafb'e,» 

A  lo  que  Gil  respondió  : 
«Si  á  tí  aqueso  te  pregunto, 
'Qué  dirás,  cuando  esc  punto 
Tu  madre  no  le  aclaró?  » 


EPIGRAMA  LVI. 

Quejábase  enamorado 
Uno  de  su  dama  Haca, 
Cuando  en  este  tiempo  saca 
Verde  librea  á  un  criado. 

Dijole  uno  :  « \  Buena  está 
La  librea!  No  se  os  pierd"  ; 
Que  con  este  nuevo  verde 
Vuestra  dama  engordará.» 


EPIGRAMA  LVII. 

Un  médico  en  una  calle 
El  santo  suelo  besó , 
Es  decir  que  se  cayó 
De  su  muía,  alta  de  talle. 

Empezábale  á  zumbar 
La  gente  que  anda  allí ; 
Y  él  dijo  :  «Así  como  así, 
Yo  me  iba  luego  á  apear.» 


EPIGRAMA  LVIII. 

A  una  dama  visitaba 
Un  caballero  muy  bruto, 
Que  siempre,  sin  sacar  fruto. 
Mil  libros  leyendo  andaba. 

Ella,  habiéndole  sondeado. 
Dijo  :  «  ¡Ay !  yo  bien  lo  teniia. 
Que  éste  á  su  gran  tontería 
Añade  el  ser  porfiado. » 


EPIGRAMA  LIX. 

Al  and.aluz  más  valiente 
De  todos  los  andaluces. 
Cuya  charpa  omnipotente 
Pobló  estos  barrios  de  cruces, 

Cierta  noche,  ¡i  la  una  dada, 
En  el  Conejal  hallé  ; 
Me  miró,  yo  le  miré, 
Y...  fuese  sin  decir  nada. 


EPIGRAMA  LX. 

Fingí  quitarla  á  Leonor 
Un  anillito  de  un  dedo, 
Y  gritóme  :  «Estáte  quedo... 
¡  Que  hombre  tan  enredador!» 


Saqué  yo  otro  singular, 

Y  á  su  dedo  se  le  aplico, 

Y  entonces  di  jo :«  Así  ]  ay  chico  I 
Yo  te  dejaré  enredar.» 


EPIGRAMA  LXI. 

Dorotea  se  sentó 
Cerca  de  Tais,  cortesana, 
Y  viéndola  tan  liviana. 
De  ella  con  gran  prisa  huvó. 

DI  jola  Tais:  «Dorotea,  * 
No  huyas  con  prcst<za  tal; 
Que  no  se  pega  mi  mal 
Sino  es  á  quien  lo  de.sea.» 


EPIGRAMA  LXIL 

El  chiste  más  excelente 
Que  en  mi  vidapf usé  oir 
Me  contó  Inés,  y  escribir 
Se  lo  mandé  á  mi  escribiente. 

Fué  el  caso...  (H)  M.is  él  notó 
Que  iba  el  principio  nial  puesto. 
Pensé  <  nnu-ndarlo,  y  con  esto 
El  chiste  se  me  olvidó. 


EPIGRAMA  LXIII. 

Dije  á  Inés  :  «  Harto  lo  siento; 
Pero  licencia  te  pido 
Para  ponerte  en  olvido.» 
Y  ella  dijo  :((SÍ,  al  momento.» 

No  pensó  lo  que  decía ; 
Mas  luego  que  lo  advirtió 
Dijo  halagüeña  :  «  Eso  no. 
Eso  no,»  Y  se  concomía. 


EPIGRAMA  LXIV. 

Notó  Inés  que  trastejaba 
Cierto  albañil  con  su  hijo 
Un  pajar,  y  éste  á  aquél  dijo 
Que  muy  bueno  no  quedaba. 

El  padre  á  risa  lo  toma 
Y  dice  :  «  Yo  bien  lo  haré; 
Pero,  hijo  mió,  /de  qué 
Quieres  que  mañana  coma?» 


EPIGRAMA  LXV. 

En  su  huerto  ayer  Colasa 
Cogió  una  Jiaranja  china  ; 
Mas  al  f)iearla  una  espina 
Gritó  :  ((¡  Vu'pn'.  y  ¡cómo  abrasa!  » 

Dijcla  en  risa:  «Mi  bien. 
Me  alegro  de  la  i>icada. » 
Y  ella,  con  la  burla  airada, 
A  mí  me  picó  también. 


EPIGRAMA  LXVI(.3). 

Cierto  alguacil  que  rondaba, 
Solos  á  Tái8  y  á  otro  halló, 


(3)  Variante : 

Dice  así...  Mas  él  notrf... 

(4)  Variantes: 

Solos  i  Inés  y  i  otro  halló; 

Y  niá  Inés... 

Ni  al  r|ue  con  Inés  estaba. 


Y  JO  digo  que  ambas  cosas. 

{^olas  del  Colector.) 


442 


Y  ni  á  Tais  prepa  llevó, 

Ni  al  que  con  Tais  solo  estaba. 

Dudan  hoy  gentes  curiosas 
Si  en  ól  (sta  acción  propicia 
Fué  liviandad  ó  codicia, 

Y  yo  juro  que  ambas  cosas. 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 

I      Andrés  lo  llegó  á  sentir, 
Y  por  fin  cayó  en  su  jaula. 


EPIGRAMA  LXVII. 

Díjela  á  Inés :  «Tus  mejillas 
Dulces,  tus  dulces  ojuelos 
Y  labios  de  caramelos 
Me  .«acan  de  mis  casillas.» 

Ella,  cebándose  áreir. 
Dio  cierto  en  un  disparate, 
Que  fué...  Pero  tate,  tate  ; 
No  todo  se  ha  de  decir. 


EPIGRAMA  LXVIIL 

Supo  Inés  que  nn  oficial, 
De  gálico  muy  lisiado, 
En  su  casa  habia  mandado 
Que  en  nada  le  echasen  sal; 

Y  dijo  en  risa:  «No entiendo 
Cómo  la  sal  causa  enfado 
A  éste,  que  por  más  de  un  lado 
A  prisa  se  va  pudriendo. » 


EPIGRAMA  LXIX  (1). 

Mirándole  frente  á  frente, 
Di  jóle  Blas  á  Teodora : 
«Niña,  tu  rostro  luciente, 
Tus  ojos,  labios  y  frente 

Y  tu  garbo  me  enamora.» 
Mas  lo  que  del  caso  sé, 

Fué  que,  por  no  malogi'ar 
Tanto  amor,  ternura  y  fe, 
Ella...  donde  iba  se  fué, 

Y  él  no  la  ha  vnclto  á  buscar. 


EPIGRAMA  LXX. 

Al  bosque  fué  Inés  por  rosas. 
Una  mañana  de  mayo  ; 
Cogióla  un  cierto  desmayo , 
Divertida  en  ciertas  cosas. 

¿  Qué  desmayo  éste  sería? 
Juguete  acaso  de  amores ; 
Y  68  que  cuando  fué  por  flores , 
Perdió  la  que  ella  tenía. 


EPIGRAMA  LXXL 

Paula  á  Andrés  mil  fiestas  hizo, 
A  quien  cazar  pretendía , 

Y  de  condición  de  erizo 

Y  frialdad  de  granizo, 
Juguetona  le  argüía. 

«Cállate  tú,  buena  maula», 
Andrés  la  empezó  á  decir  ; 
Mas  enternecióse  Paula ; 


(i)  Este  epigrama  fué  escrito  en  nn  prln- 
elpio  de  este  modo : 

Dijele  ayer  á  Teodora: 
•Muchacha,  tu  faz  luciente, 
Tus  ojos,  labios  y  frente, 

Y  el  tu  Barbo  me  enamora.» 
Y  ella,  erh;indose  á  reir, 

Dio  al  punto  en  un  disparate, 

Y  éste  fui- que...  Lengua,  tate; 
No  todo  se  ha  de  decir. 

Iglesias  convirli(\  después  este  epigrama  en 
dos.  Véase  el  señalado  con  el  numero  lxvi. 


EPIGRAMA  LXXIL 

Díjome  Inés  :  «Esta  tarde 
Se  va  á  Toro  (2)  mi  marido. » 
Yo  la  dije,  comedido  ; 
«¡Dios  de  ladrones  le  guarde  !  » 

Ella  se  empezó  á  reir , 
Como  que  no  lo  entendía; 
Ahora  bien,  jqué  me  querría 
La  taimada  incs  decir  ? 


EPIGRAMA  LXXIII. 

Ayer  Tais  me  guiñó  el  ojo, 
Hablando  yo  con  Leonor ; 
Y  yo  entre  mí  dije:  «Amor, 
¿Me  traerás  algún  despojo?» 

Mas  saliendo  Leonor  fuera, 
«¿  Qué  me  quieres,  Táís  amada? » 
La  digo,  y  Tais  dice :  «  Nada  ; 
Sólo  que  Leonor  se  fuera.» 


EPIGRAMA  LXXIV. 

Entrando  en  los  Cayetanos, 
Una  dama  á  un  charro  vio 
Y  le  dijo  :  «¿Se  acabó 
La  misa  de  los  villanos?» 

Viendo  él  trazas  tan  livianas. 
Respondió  :  «Se  acabó  ya ; 
Pero  entrad,  que  ahora  saldrá 
Otra  de  las  cortesanas.» 


EPIGRAMA  LXXV. 

Con  Inés  salí  á  pasear, 
Y  ella  poquito  á  poco  iba. 
Cuando  con  voz  compasiva 
Así  me  empezó  á  rogar  : 

«Blas,  sí  no  te  da  molestia, 
Pues  esta  liga  me  aflige  : 
Aflójamela»  ;  y  la  dije  : 
«  Me  cautiva  esa  modestia,  n 


EPIGRAMA  LXXVI. 

Cuando  yo  canto  mis  sales , 
Muchacho  ágil  me  resuelvo, 
Y  en  una  palabra  envuelvo 
La  envidia  de  mil  mortales. 

Sí  hacen  de  mi  humor  desden , 
No  tienen  más  que  gustallo , 
Mientras  por  tonto  echo  el  fallo 
A  quien  no  le  sepa  bien. 


ODAS. 


LA  LIRA  DE  MEDELLIN. 

ODA  I. 

Tomé  osado  en  la  mano 
La  gran  trompa  de  Homero, 

(2)  Variantes  en  los  versos  2.*,  6.*  y  8.* : 
So  va  ü  Madrid... 


Diciendo  no  la  entendía... 

La  bellaca  Inés  decir. 

INolM  del  Ctlecíor.) 


Y  aplicada  á  mis  labios, 
Siempre  me  sonó  á  cuerno. 
Cantar  quise  á  Paredes 

Y  su  asombroso  esfuerzo, 

Y  de  un  caracol  bajo 
No  distinguí  mi  acento. 
Armóme  de  paciencia, 

Y  en  más  bellacos  versas 
Canté,  y  al  punto  á  oirme 
Mil  gentes  se  pusieron. 
Yo  quiero  darles  gusto; 
Tú,  valiente  extremeño, 
Para  tus  triunfos  busca, 
Busca  cantor  más  cuerdo; 
Que  yo  á  fin  tan  glorioso 
Ya  preparé  mi  aliento, 

Y  una  y  otra  vez  y  otra. 
Siempre  me  sonó  á  cuerno. 


ODA  IL 


En  estas  mis  letrillas, 
Que  de  madera  al  aire 
Dispuse  en  nueva  lira, 
Cual  en  Medellín  tañen. 
No  aquel  profundo  abismo 
De  que  las  causas  nacen. 
Lo  sutil  de  las  ciencias. 
Lo  ameno  de  las  artes; 
No  una  moral  sublime 
De  apólogos  notables; 
No  fábulas  que  roben 
El  tiem^DO  á  las  verdades; 
No  arrojados  asaltos 
De  bravos  capitanes. 
Ni  trágicos  sucesos 
De  muertes  miserables; 
No  mímicas  escenas. 
Ni  ternuras  de  amantes, 
Ni  sandez  de  pastores, 
Miedo  hayáis  que  yo  cante. 
Sino  aquel  ronco  estruendo 
Que  el  hueco  cuerno  esparce. 
Llamando  á  los  sufridos 
A  ver  pintar  su  imagen. 


ODA  IIL 

Dame,  dame,  muchacho, 
Dame  la  lira,  ¡ea! 

Y  guarda  no  la  cambies 
Con  la  de  heroicas  cuerdas. 
Tráeme,  sí,  la  que  tiene 
De  Medellín  la  empresa. 
Con  dos  torcidas  trompas 
En  media  luna  puestas. 
Que  con  esto,  y  la  innata 
Furia  que  me  desvela, 
Diré  de  los  sufridos 
Graciosas  cantinelas. 

Y  si  rehuye  oirme 

La  humanidad  modesta 

Lo  bajo  del  asunto 

Que  el  numen  me  encomienda. 

Óiganme  los  sufridos. 

Que  sobran  por  la  tierra. 

Si  entretener  ociosos 

Virtud  es  manifiesta. 


ODA  IV. 


De  Arquímedes  alumno 
Fabrícame  una  copa 
De  plata,  pero  en  ella 
Lides  de  amor  no  pongas. 
Guarda  que  de  Lucrecia 
Aquí  grabes  la  historia. 
Ni  de  ningún  marido 
Muerto  por  tener  honra, 


Por  su  ornato  la  lira 
De  Medellin  me  forja 
Cornetas,  caracoles 

Y  silbatos  de  concha. 
Si  gustas,  á  Yulcano 
Pon  con  su  pata  coja, 
A  quien  Venus  y  Marte 
De  hueso  la  sien  ornan. 
Tintero  de  muchachos, 
Lucerna  de  luz  tosca. 
Mil  higas  y  mil  testas 
De  ciervos  bien  r.imosas. 
Esto  no  más  te  pido 

Que  en  el  tazón  me  pongas; 
Que  en  don  tengo  que  darle 
A  un  maridin  de  moda, 

Y  6i  á  perderlo  llega, 
Eazon  es  lo  conozca 

Por  las  señas,  que  es  suyo 
Más  que  su  mujer  propia. 


ODA  V. 


Vender  vi  en  una  feria, 
De  ciervo  un  cuernecito, 
Con  su  engaste  de  plata 
Asaz  mono  y  pulido. 
Pedí  al  platero  el  pre».  io, 

Y  él,  liberal  y  fino, 
Por  lo  que  quise  darle, 
Darle  sin  tardar  quiso. 
Cogíle,  y  á  mi  casa 
Llevé  el  dije  conmigo, 

Y  á  mi  mujer  la  ruego 
Le  acepte  por  ser  lindo. 
Ella  exclamó,  riendo : 
«¡Válgame  Dios,  maridol 

I  Quién  compra  lo  que  tiene 

De  sobra  en  su  recinto? 

Si  de  vender  hubieras 

De  aquestos  dijecillos, 

No  bastara  una  lonja. 

Ni  un  pueblo  á  consumirlos. » 


ODA  VI. 

Notando  sus  aumentos 
Cierto  sufrido  joven, 
Muy  hueco  en  este  apodo. 
Hizo  estas  reflexiones : 
«  Pensé,  cuando  era  niño, 
Que  ser  cornudo  un  hombre 
Fuera  con  mil  pesares 
Vivir,  y  sinsabores. 
Mas  después,  mozalvetc, 
Dorila  encabrestóme. 
Muchacha  de  tal  gracia, 
Que  sin  querer  los  pone. 
Y  hallé,  desengañado, 
Que  aunque  cuernos  me  sobren, 
También  me  sobra  el  vino, 
Las  truchas  y  pichones. » 


ODA  VIL 

Por  no  estorbar  un  di  a 
En  una  oculta  pieza, 
A  si  mismo  un  sufrido 
Se  habló  de  esta  manera : 
ií  Pues  Jove  me  lo  manda, 
Venga,  venga,  paciencia; 
Que  es  toro  autorizado, 

Y  obedecerle  es  fuerza. 
Verdad  es  que  al  principio 
No  le  rendí  obediencia 
Por  ignorar  los  daños 

De  la  hambre  dura  y  negra. 

Y  en  ella  me  sostuve 
Siete  lunas  y  media, 


ODAS. 

TTasta  que  amor  ser  manso 
Me  señaló  por  renta. 
Manso  tengo  vestidos; 
Manso,  comida  y  cena; 
Y  manso,  no  hay  delicia 
Que  yo  en  el  mundo  pierda.» 


ii3 


ODA  VIH. 

líeliriéndolc  un  sueño 
A  su  esposa  taimada 
Su  paciente  consorte, 
La  dijo  estas  palabras  : 
u  Durmiendo  yo  á  la  sombra 
De  cierta  cornicabra, 
Eble  bellaco  sueño 
Se  me  vino  á  mi  cama. 
Soñé  que  un  don  Pelote 
Me  puso  una  guirnalda 
De  pitones  de  ciervos, 
De  cornatos  de  vaca. 

Y  que  con  ella  puesta 
Me  metí  en  una  danza. 
Donde  con  ciertas  niñas 
Muchos  mozos  bailaban, 

Y  que  unos  bien  bebidos, 
Coa  lengua  desbocada, 
De  mi  testa  dccian 
Injurias  y  alharacas, 
Quiíe  vengarme  de  ellos; 
Mas  todos  se  me  escapan. 
Cuando  de  nuevo  el  sueño 
A  su  quietud  me  llama.») 
Dijera.así;  y  su  espo.sa 
Respondió:  «  Caso  no  hagas, 
Marido,  de  esos  sueños; 
Que  todo  es  patarata.» 


ODA  IX. 


La  popular  industria 
Dio  al  hombre  oficios  propios 
Con  que  ayudarse  puedan 
Los  unos  á  los  otros. 
La  invención  de  las  artes 
Les  inspiró  á  los  doctos; 
Los  bélicos  ardides 
Dio  al  capitán  heroico. 
Enseñó  al  navegante 
Poder  surcar  el  Ponto, 

Y  al  uso  del  viajero 
Domar  los  duros  potros. 
Al  labrador  humilde 
Le  dio  el  arado  corvo, 

Y  entregó  al  artesano 
A  oficios  laboriosos. 

Y  á  vueltas  de  mil  otras 
Que  hilan  delgados  copos. 
A  Tais  de  su  hermosura 
La  toleró  hacer  logro. 
Mas  nada  de  todo  esto 
Le  concedió  á  su  esposo; 
Pues  ¿qué  le  dio?  paciencia, 
Paciencia,  y  esto  solo 

Le  adquirió  más  haberes, 
Le  amontonó  más  oro. 
Que  el  trabajo,  las  artes 
E  ingenio  de  los  otros. 


ODA  X. 


Píntame,  honor  de  Iberia, 
Copíame  \óh  gran  Velazquezl 
A  un  maridin  de  moda, 
Cual  yo  te  lo  dictare. 
Delíncale  ante  todo 
Los  ojos  penetrantes, 
Negro.'',  fogosos,  vivos. 
Que  al  más  audaz  espanten, 


La  faz  rizada  y  fiera. 
Que  anhele  por  vengarse, 

Y  d  cíipumoso  hocico 
Más  negro  que  azabache. 
Los  cuernos,  siimpre  agudos, 
Crujir  hagan  los  aii-cs, 

Y  el  ancho  cerviguillo 
Que  rizos  mil  rcjilccn. 
El  cuello  alto  y  erguido, 
El  lomo  hermoso  y  grande. 
La  piel  en  colorido 

Al  signo  de  Abril  gane. 
La  mano  de  uña  hmdida. 
Con  que  la  arena  escarbe, 

Y  una  extendida  cola. 
Que  casi  al  suelo  arrastro. 
Airosas  banderillas 

Le  pondrás  ñor  remate. 
Va  caigan  al  br.izuelo, 
Y.T,  solire  el  cerro  se  alcen. 
Igual  al  mismo  fuego 
Su  rubicunda  sangre, 
Aquel  tiznado  pelo 
De  trecho  en  trecho  manche. 
En  cerco  de  mil  gentes 
Que  tiemblen  su  semblante. 
Ya  de  lejos  le  silben, 
Ya  de  cerca  le  llamen. 

Y  él  que  cu  veloz  carrera. 
Airas  deja  los  aires, 
Como  menuda  arena 
Tropas  de  gente  e.'^parce. 
¿Qué  más?...  Pero  sin  duda, 
En  vez  de  muda  imagen, 
Me  das  vivo  al  que  \ndo. 
¡Ea,  novillo,  entradme! 


ODA  XL 


Cual  la  borla  en  bonete 
Señal  es  de  graduado, 
O  cual  suele  ser  signo 
De  la  taberna  el  ramo; 
Yo  así,  luego  que  veo 
Algún  marido  manso, 
Le  reconozco  y  silbo, 
Y  á  mi  capa  le  Hamo, 
Porque  Jove  en  sus  frentes 
Les  pone  por  penachos 
Las  airosas  señales 
Que  él  por  Europa  trajo. 


ODA  XIL 

Dicen  que  han  de  arrojarme 
Al  Sur  ó  helado  Norte, 
Si  prosigo  cantando 
De  los  chibos  barbones. 
I Y  qué!  cji  cualquier  provincia 
Que  por  dicha  me  arrojen, 
¿No  se  han  de  dar  chibatís. 
Con  que  el  numen  desfogue? 
El  fértil  suelo  Ixtlco 
Cria  caballos  nobles, 

Y  el  campo  salmantino 
Los  toros  más  feroce.». 
Castilla  es  quien  produce 
Los  fuertes  campeones 

Y  en  dar  monarcas  grandes 
Su  gloria  Ar.agon  pone. 
Empero  los  sufridos 

Que  yo  aturrullo  á  polpcfl, 
Cualquier  ngion  del  mundo 
Los  cria  á  cu.'il  mejores. 


ODA  XIIL 

Paseábase  un  sufrido, 
Lleno  de  franjas  de  oro, 


4U 

Y  ufano  en  sus  arbitrios, 
Hizo  este  soliloquio : 

((  Como  lo  hace  el  letrado, 
Yo  de  lo  que  sé  como, 

Y  él  se  rompe  la  testa. 
Mientras  yo  me  la  adorno. 
Ándese  enhorabuena 

El  marido  celoso. 
De  bestias  coronadas 
f 'omjiarándome  apodos ; 
(¿ue  yo,  mientras  paseo 
bu  calle,  majo  y  gordo, 
A  su  hambre  y  su  miseria 
Mayores  higas  pongo, 

Y  creo  que  mi  patria 
Me  aplaudirá  con  gozo; 
l'orque  ella  es  cual  ninguna 
Aficionada  á  toros. » 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 


ODA  XIV. 

Viendo  una  gi  tan  illa 
A  un  novio  horro  de  pelo 
Las  rayas  de  la  mano, 
Le  aventuró  todo  esto: 
<(  Cuanto  más,  calvo  amigo, 
Se  te  aumente  el  cabello, 
Tencb'án  tanto  más  auge 
Tu  hacienda  y  tu  dinero. 
Pues  cúidalo  en  buen  hora, 

Y  da  á  tu  frente  aumento; 
Que  no  más  que  las  armas 

Y  renta  te  va  en  ello. 
(Jue  si  el  hado  no  miente. 
Tú  serás  caballero... 

De  aquellos  que  señalan 
Los  chicos  con  los  dedos.» 


ODA  XV. 

La  que  á  mí  me  criaba, 
ílujer  en  grado  sumo 
Fanática  observante 
De  encantos  y  conjuros; 
Teniéndome  en  sus  brazos, 
A  ailivinar  se  puso 
Mis  hados,  y  agorera. 
Dijo  á  un  compadre  suyo: 
«  No  morirá  este  niño 
A  manos  de  verdugo, 
Tósigo,  acero  ó  bala, 
Ni  á  tabardillo  agudo. 
Yo  pienso  que  despojo 
8crá  al  fin  de  algún  bruto; 
Tero  no,  como  Adonis, 
De  puerco  colmilludo, 
Pues  quien  ha  de  matarle 
Será  animal  cornudo; 
Pues  todo  se  me  altera 
Con  cuernos  viendo  alguno. 
¡Hu!  ¡bu!  ¡hu!  ¡bu!  les  grita 
Con  inquieto  murmullo, 
Y  á  su  mandil  los  llama 
Con  ademan  muy  cuco.» 


ODA  XVI. 

Paseaba  por  un  monte 
Cierto  marido  humilde, 

Y  oyó  cómo  allí  un  cuco 
Sus  cánticos  repite. 

Y  al  ver  cómo  le  apunta 
De  su  testuz  el  timbre, 
Piensa  que  con  él  habla, 

Y  así  responde  y  dice: 
«  Parlero  cuco  amigo. 
Vuela  á  mi  esposa,  y  dile 
Que  á  deletrear  mis  arma.<! 
Gracioso  te  pusiste, 


Dile  que  aquí  las  flores, 
Aves,  fuentes  y  vides, 
De  su  estafar  murmuran, 
De  mi  paciencia  rien. 
Cuéntale  que  en  su  ausencia 
No  echo  menos  sus  dijes... 
Mas  no,  dile  tan  sólo 
Los  cuernos  que  me  viste.» 


ODA  XVII. 

¿Por  qué,  di,  te  molestas, 
Retórico  enfadoso. 
En  persuadirme  mude 
De  objeto,  lira  y  tono  7 
Dícesme  que  es  bajeza 
Que  á  mi  numen  heroico 
Dé  asunto  que  sin  miedo 
.Jamas  pronuncia  el  tonto. 
Y  añádesme  muy  serio: 
«No  vale  un  cuerno  solo 
Tu  mimen  malogrado.» 
Al  fin,  yo  te  lo  otorgo. 
Que  yo  el  valor  de  un  cuerno 
Ganar  no  me  propongo. 
Sino  que  con  mi  musa 
Se  quiten  unos  pocos. 


ODA  XVIII. 

Un  manso  de  los  que  baccn 
Gala  del  sambenito, 
Contando  las  sus  cuitas, 
A  su  mujer  la  dijo: 
«Dícenme  lasmozuelas: 
¡Qué  lindo  estás!  ¡qué  lindo, 
Cornelio!  y  para  verlo 
Toma  el  espejo  limpio; 
Verás  entre  tus  sienes 
Cuál  adornan  tus  rizos 
Las  ramas  de  los  ciervos. 
Del  caracol  los  signos. » 
Yo  respondo:  « Muchacbas, 
Cierto  será:  prescindo 
De  si  otros  me  los  plantan. 
De  si  ellos  me  han  nacido; 
Lo  bien  que  como  y  bebo 
Sólo  podré  deciros; 

Y  que  esa  sobra,  ó  falta. 
Jamas  yo  la  he  sentido.» 
Oyérale  su  esposa, 

Y  respondióle:  «¡Ay  hijo! 

¡  Qué  envidia  que  te  tienen. 
Viendo  como  te  cuido!» 


ODA  XIX. 

Yo  vi  á  cierto  sufrido, 

Y  á  f e  que  de  los  guapos, 
Decir  tales  fanfarrias, 
Consigo  mismo  hablando: 
«Manso  soy;  mas  á  todos 
Los  fieros,  con  ser  manso. 
Excedo  en  los  despojos 
Que  en  mi  paciencia  gano. 
Mi  renta  es  ser  paciente, 
Los  cuernos  son  mi  amparo; 
Que  yo  de  utilidades 

No  conozco  otro  ramo. 
Quien  quiera  tener  guerra. 
Con  guerra  tenga  el  plato; 

Y  á  mí  dadme  que  coma 

Y  beba  con  descanso. 

Que  juegue,  gaste  y  triunfe 
A  costa  de  otros  francos, 

Y  si  alguien  lo  ñsgáre. 
Para  él  será  el  trabajo.» 


ODA  XX. 


Cierto  marido  franco 
Pasar  vio  por  su  calle 
Otro  celoso  y  pobre, 

Y  así  empezó  á  explicarse: 

(( ¡  Qué  malo  que  está  el  año, 

Y  este  pobrete  amante 
fc^in  duda  va  pidiendo 
Por  despedir  al  hambre! 

Y  es  un  gran  mentecato; 
Pues  como  se  humanase 
('ual  yo,  y  fuese  sufrido. 
No  hubiera  tantos  males. 
Con  no  estorbar,  ¡qué  ciencia! 
Se  hallara  en  un  instante 
('on  casa  llena  y  mesa 
V^ariada  de  manjares; 

Pero  pues  no,  que  pene; 
Que  á  mí,  mientras  me  hacen 
Otros  de  plata  el  plato. 
No  hay  mal  que  me  amenace. » 


ODA  XXI. 

Si  prolongar  pudiera 
Mi  vida  con  los  cuernos. 
Sin  duda  los  buscara 
Por  ambos  hemisferios. 
Así  de  la  atroz  Parca 
Templara  el  rigor  fiero 
Con  una  sarta  de  higas 
A  su  forzoso  tiempo; 
Pero,  ya  que  no  es  dable 
Hacer  del  hado  juego, 
;  De  qué  sirven  las  puntas 

Y  ramos  de  los  ciervos  ? 
Pues  ¡sus!  venga  mi  lira; 
Que  yo  juro  de  nuevo 
Burlar  del  que  los  tiene, 
De  su  estómago  y  pecho; 

Y  al  sol  todos  los  trapos 
Sacar...  pero  callemos. 
Que  al  sol,  cual  caracoles, 
Los  sacan  ellos  mesmos. 


ODA  XXIL 

Yo  vi  cierto  sufrido. 
Que,  porque  le  picaban 
Dos  amigos  burlones, 
Así  exclamó  con  gi-acia: 
«  Amo  á  aquel  que  los  tiene, 
Amo  á  aquel  que  los  planta, 
Porque  éstos  me  socorren, 
Y  aquéllos  me  acompañan. 
Si  apuntan  ó  no  apuntan. 
Sólo  es  aprensión  vana; 
Lo  cierto  es  que  los  cuernos 
Moneda  son  contada.» 


ODA  xxm. 

¿  Quién  es  aquel  que  viene 
Con  tanta  gritería. 
Por  cima  de  la  frente 
Dos  astas  muy  crecidas; 
Al  cuello  una  maroma. 
De  quien  mil  chicos  tiran; 
Al  cerviguillo  puestas 
Un  par  de  banderillas; 
En  cerco  de  él  las  gentes 
Con  regocijo  silban; 
De  él  huyen  unos,  y  otros 
Tras  él  corren  aprisa  ? 
¿Qué  ha  de  ser?  un  novillo 
Que  corren  en  la  villa. 
Pues  no,  que  es  el  marido 
De  la  honesta  Dpril», 


ODA  XXIV. 

Salió  Fabio  á  los  toros 
En  un  bayo  de  frisa, 
Con  su  sombrero  blanco 
Y  verde  jaquetilla. 
Volvió  á  casa  bufando, 
Lleno  el  frisoude  heridas, 
Rota  la  blanca  cofia, 
La  ala  al  sombrero  hendida. 
Habíanle  y  no  responde; 
Grítanle  y  no  replica; 
Pregúntanle  qué  tiene; 
No  hayas  miedo  lo  diga; 
Pues  ¿qué  le  habrá  pasado? 
Su  frente  claro  indica 
Que  en  cuanto  fué  á  los  toros, 
Le  hizo  toro  Dorila. 


ODA  XXV. 

Casadillo  el  más  casto 
Que  en  celibato  eterno, 
De  tu  mujer  disgusto, 
Marido  eres  mostrenco, 
¡Oh,  cuántos  dio  tu  esposa 
A  luz  pimpollos  til  rnoa 
Del  jardin  de  Cupido, 
De  la  granja  de  Venus, 
Que  ni  viste  ni  oiste. 
Ni  palpaste  un  momento, 
Y  por  tuyos  los  traga 
Tu  gaznate  no  estrechol 
Siquiera  la  ballena 
Tenga  ancho  el  tragadero. 
No  es  posible  que  iguale 
Al  tuyo,  ¡oh  gran  Corneliol 


ODA  XXVL 

Tú  las  guerras  de  Malta 
Cantas,  y  aquél  las  turcas; 
Pero  yo,  caviloso. 
Las  canto  más  agudas. 
Porque  no  el  blasón  de  armas 
Las  testas  que  hay  cornudas 
Por  inofensivas  pierden, 
Por  indefensas  frustran, 
Y  yo  celebro  frentes 
Que  ofenden  con  sus  puntas 
Al  que  no  da,  y  defienden 
A  todo  el  que  las  unta. 


ODA  XXVIL 

Noche  en  invierno  obscura, 
Sentadito  á  la  lumbre, 
Y  aguardando  á  su  esposa, 
Así  un  simplón  discurre: 
<(  Pacientes  nos  portemos; 
Pues  entre  las  virtudes. 
Siempre  fué  la  paciencia 
De  gi-ande  estima  y  lustre. 
Pacientes  aguardemos; 
Pues  tonto  es  quien  no  guste 
Que  en  casa  le  den  ciento 
Por  uno  que  le  apunte. 
Pacientes...»  Pero  en  esto 
Por  la  escalera  sube 
Su  esposa  y  un  padrino 
Que  su  tardar  disculpe. 


ODAá. 

Los  tres  luego  en  paz  quieta 
Cenaron  unas  ubres; 
Brindáronse,  y  dijeron: 
(( i  Afuera  pesadumbres! » 


ODA  XXVIIL 

Estando  con  un  canto 
Machando  yo  alnu-tidrucos, 
A  mí  so  llegó  un  viejo, 
Que  fué  sin  duda  brujo, 

Y  díjome:  «Muchacho, 
¡Parece  que  están  durosl 
Pues  así  en  adelante 

Lo  han  de  ser  tus  asuntos. 
Que  luego  que  su  ingenio 
Llegue  á  tener  tres  lustros 
Por  afición  innata. 
Por  natural  inllujo. 
Mil  huesos  aun  más  fuertes 
Con  incesante  estudio 
Has  de  morder  entonces. 
Que  éste  es  el  hado  tuyo.» 
Así  dijera  el  viejo; 

Y  que  lo  dijo  juzgo, 
Quizá  por([ue  sus  armas 
Machaco  á  los  cornudos. 


ODA  XXIX. 

Cantando  yo  una  letra, 
ün  manso  me  escuchaba, 
Y  airado  ámí  viniendo. 
Me  tiró  estas  palabras: 
(( Dinos,  ¿  adonde  apuntan 
Los  cuernos  (jue  les  plantan, 
A  esos  que  tú  sufridos 
En  tus  cantares  llamas? 
Dinos,  si  tan  pequeñas 
De  un  manso  son  las  astas, 
Que  á  percibirlo  ajiéuas 
El  ojo  humano  basta; 
Dinos  si  tienes  lente, 
O  microscc)ino,  ó  maña 
Que  alcance  á  descubrirte 
Lo  que  ninguno  alcanza. 
Si  no,  ¿-por  qué  en  cantarlos. 
En  balde  el  tiempo  gastas? 
Que  al  fin,  si  ellos  nacieran, 
Fe  júo  nos  lo  explicara. 
Enfrena,  pues,  trastulo, 
Tu  lengua  desbocada; 
Que  á  sor  por  mí,  tu  lira 
Ya  estuviera  quemada.» 


ODA  XXX. 

«¿Qué  será,  don  Hernando 
(Me  dicen  muchas  niñas), 
Que  siempre  cuernos  cantas, 

Y  nunca  sus  heridas?» 
Pero  yo  las  respondo: 

«  Bachilleras  de  Esquivias, 
Hay  los  unos  que  hieren, 

Y  otros  que  no  lastiman. 
Los  unos  en  los  brutos 
Son  armas  defensivas; 
Los  otros  en  no  brutos , 
Del  hambre  medicina. 
Los  bravos  con  los  bravos 
Allá  tengan  sus  iras. 


Mientras  que  yo  á  los  mansos 
Me  huelgo  en  poner  higas. 
Mas  si  éstos,  como  aquéllos, 
Por  alto  ya  me  tiran. 
Aprenderé  paciencia 
De  su  paciencia  misma.» 


ilo 


ODA  XXXL 

No  quiero  que  la  Fama 
Fatigue  al  hueco  bronce, 
Mi  dihil  8Ón  llevando 
A  incógnitas  regiones. 
Déjenme  con  mi  lira, 
Y  nadie  me  lo  estorbe, 
De  Medellin  los  ecos, 
El  armazón  y  el  nombre; 
Pues  que  sola  ha  cantado 
De  los  cliibos  barbones. 
Las  gracias  y  desgracias 
De  la  irrisión  del  orbe. 


ODA  XXXII. 

Con  nueva  voz,  por  nuevo 
Estilo,  en  nueva  lira. 
Que  alzada  de  la  luna 
Hasta  los  caernos  viva, 
Vuestro  ocio  y  conveniencia, 
Vuestro  timbre  y  divisa. 
Vuestro  carácter  prui)io. 
Con  todas  vuestras  diclias. 
Pacientes  ya  he  cantado. 
Pues  ¡ea!  á  toda  prisa 
Pedid  prospere  Apolo 
De  Mcdelliu  la  lira. 


ANTES  DE  AMAR  TUVE  CELOS. 


Siendo  niño,  en  nuestro  prado, 
Florinda  hermosa,  te  vi 
Dar  abrigo  á  un  allielí 
Entre  tu  seno  nevado  : 
De  verle  tan  regalado 
Empecé  á  sentir  recelos  ; 
Y  en  mis  años  pcqueñucíos, 
Sin  saber  lo  que  era  amor. 
De  aquella  inocente  flor. 
Antes  de  amar,  tuve  celvg. 


PENSAMIENTO    DK  LA   MENAGIANA. 

En  un  templo  un  cal)nllero, 
Con  BU  venera  muy  majo. 
Estaba  junto  á  la  pila 
De  agua  hiiulita  arrimado, 
Al  tiemito  que  á  turnar  agua 
Llegó,  con  su  rico  manto 
Cubierta,  una  hermosa  dama, 
De  gala,  i)riiiior  y  ornato. 
Viendo  sus  ricas  sortijas, 
Dióla  agua  y  dijo  muy  ancho  : 
«Yo  tomara  los  anillos 

Y  dejaría  la  mano.» 
Mas  ella  respondió,  aiiida 
De  la  venera :  ((Seo  guapo, 
Pues  yo  tomara  el  cabestro 

Y  dejara  libre  el  aano.» 


m 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 


IDILIOS. 


IDILIO  rrjMErvO. 

EL  CLAVEL. 

La  Difirlre  tmivcrsal  de  lo  criado, 
Que  con  diversas  y  pintadas  flores 
De  la  alma  primavera,  en  mil  olores 
Adorna  el  vtrde  manto,  que  ha  baüado 
Céfiro  en  mil  olores; 

Ya  alzando  al  cielo  frescas  azucenas, 
Nacidas  al  albor  do  la  mañana, 
Ya  vistiendo  á  los  troncos  pompa  ufana 
De  frescas  hojas  y  de  frutas  llenas 
De  rosicler  y  prana; 

En  mi  huerto  produjo  el  más  hermoso 
Pundonor  del  jardín,  el  presumido 
Galán  de  toda  flor,  astro  florido, 
En  quien  se  excede  el  año  presuntuoso  : 
El  clavel  encendido. 

Sus  edades  se  pasan  de  hora  en  hora. 
Corto  vivir  le  destinó  la  suerte, 

Y  sólo  un  sol  solemnizarle  advierte 
En  risa  el  alba,  en  lágrimas  la  aurora, 

Su  nacimiento  y  muerte. 
Señuelo  sea  de  tu  amante  lado, 
O  bello  airón  de  tu  galán  sombrero. 
Por  primicia  del  año  placentero, 

Y  de  un  alma  que  á  tí  te  ha  consagrado 

Su  afecto  lisonjero. 
Lógrese  en  tu  beldad  esclarecida; 

Y  pues  del  año  fué  pimpollo  tierno. 
Ni  le  dañe  el  calor,  ni  helado  invierno, 

Y  á  tu  lado  consiga  eterna  vida 

En  un  abril  eterno. 


IDILIO  IL 

LA   AUSENCIA. 

Miróte  en  noche  del  helado  invierno, 
PwOtos  tus  cuernos ,  luna  amortiguada; 

Y  entre  negros  celajes  ofuscada. 
Muestras  falto  de  luz  el  rostro  tierno, 

De  Febo  desdeñada. 
Tal  yo  ¡mezquina!  entre  una  niebla  oscura 
Quedo  al  desden  que  el  ánimo  me  hiela; 
Sin  luz  ni  gala  mi  cariño  vuela, 
Mísera,  sola  y  pobre  de  ventura, 
Y  sin  tu  centinela. 
Sólo  á  tí  he  descubierto  mis  amores. 
Sólo  á  tí  he  dado  cuenta  de  mi  vida, 
Como  á  la  secretaria  más  querida 
Que  el  ciclo  pudo  darme  en  sus  favores. 
De  que  ando  despedida. 
Que  si  acaso  el  cruel ,  cuya  memoria 
Siempre  en  mi  alma  vivirá  guardada, 
Llegare  aquí  á  sazón  que  declarada 
Esté  ya  por  la  muerte  la  victoria 
De  mi  vida  cansada, 
Cuéntale  con  dolor  mi  amarga  nueva, 

Y  por  corona  de  mi  triste  suerte, 
Dirás  ¡ay  Dios!  que  en  este  paso  fuerte 
Muy  más  su  ausencia  el  ánimo  me  lleva. 

Que  el  brazo  de  la  muerte. 


IDILIO   IIL 

LOS  CELOS. 

Tú,  ruiacñor  dulcísimo,  cantando 
Entre  las  ramas  de  esmeraldas  V)cllas, 
Ensordeces  las  selvas  con  querellas. 
Bu  gravísimo  daño  lamentando 
Al  cicrn  y  las  cstrollas. 

Pesados  vientos  lleven  tu  gemido 
En  las  cuevas  de  amor  bien  aceptado, 


Y  con  pecho  en  tus  penas  lastimado. 
Bien  es  responda  al  canto  dolorido 

De  tu  picuelo  arpado. 
¿Qnién  te  persigue?  ¿Quién  te  aflige  tanto? 
Si  acaso  es  del  amor  la  tiranía. 
Consuélate  con  la  desdicha  mia. 
Que  ad virtiendo  tu  misero  quebranto. 
Busco  tu  compañía.        4 
No  me  desprecies,  cuando  te  acompaño, 
Pensando  que  en  dolor  me  aventajaras, 
Pues  si  mis  desventuras  vieras  claras, 

Y  al  ñn  te  persuadieras  de  mi  daño, 

Quizá  el  tu3'o  aliviaras. 
¡Triste  de  mil  que  en  páramo  apartado, 
Siendo  alimento  á  pena  tan  esquiva, 
Hallé  muerte  de  celos,  qiie  derriba 
El  edificio  amante  que  hube  alzado 

Sobre  agua  fugitiva. 


IDILIO  IV. 

DUEACION  DE  SU  AMOR. 

Plátanos  frescos  de  esta  verde  falda. 
Sombríos  sauces,  cedros  de  olor  llenos, 
Que  os  holgáis  con  los  céfiros  serenos, 

Y  enguirnaldáis  con  cercos  de  esmeralda 

Los  prados  siempre  amenos; 
Vos,  en  quien  floreció  la  primavera, 

Y  alzáis  al  cielo  vuestra  frente  grata, 
Dando  ornamento  á  la  luciente  plata 
De  los  raudales  de  esta  fiel  ribera. 

Ya  veis  cómo  os  retrata. 
Ya  que  es  fuerza  mi  amor  crezca  en  el  suelo, 
Crezca,  pues  lo  gi-.abé  en  vuestra  corteza. 
Crezca  mi  amor,  mi  nombre  y  mi  firmeza, 
Mientras  os  diere  su  favor  el  cielo. 
Ornándoos  de  belleza. 
Siete  años  hace  ya  que  en  mi  alma  exenta 
Con  imperio  unos  ojos  han  reinado, 

Y  otros  siete  en  mis  venas  he  guardado 
El  fuego,  el  dulce  fuego  que  alimenta 

Mi  pecho  enamorado. 
Miro  mil  veces  su  beldad  sin  tasa , 
No  porque  aumento,  no,  mi  pasión  pura; 
Que  una  vez  y  otra  vista  su  hermosura, 
Eternamente  el  corazón  abrasa , 

Y  el  fuego  mortal  dura. 
Llama  que  eterna  duración  alcanza, 

Y  al  vivir  del  espíritu  se  extiende, 

Ni  el  horror  del  sepulcro  la  comprende , 
Ni  del  tiempo  la  rígida  mudanza 
La  marchita  ni  ofende. 


IDILIO  V. 
ILUSIONES  DE  LA  TRISTEZA. 

Descaminada ,  enferma  y  peregrina 
La  estéril  tierra  piso;   - 
Ocúltase  la  luz  que  me  encamina, 

Y  tiemblo  de  improviso. 

Airado  el  Aquilón  tronca  las  plantas, 

Silbando  en  las  cavernas; 

Suspenden  sus  dulcísimas  gargantas 

Las  avecillas  tiernas. 

Marchitanse  estos  prados  cuando  miran 

El  fuego  de  mis  ojos; 

Las  florecillas  de  ellos  se  retiran, 

Armándose  de  abrojos. 

Copian  mi  rostro  jjúlido  las  fuentes, 

Y  enturbian  sus  cristales; 
Iluj'cn  de  mí  las  fieras  inclementes 
Con  bramidos  fatales. 

¿Quién  les  dijo  mi  mal?  ¿Quién  les  dio  cuenta 

De  mi  dolor  callado. 

Cuando  el  ardor  que  el  alma  me  atormenta, 

Decir  me  está  vedado? 

/No  te  basta,  cuitada,  el  miedo  extraño 

Que  dentro  el  alma  sientes. 

Sin  que  todas  las  cosas  en  tu  daño 


IDILIOS. 


Se  mnestren  inclementes? 

Llora  ¡ay  míseral  llora,  pues  el  llanto 

Sólo  á  tu  mal  conviene; 

Y  ni  en  hombres  ni  en  fieras  tu  quebranto 

Eemedio  alguno  tiene. 


IDILIO  VL 
DELIEIOS  DE  LA  DESCONFIANZA. 

Osé  y  temí,  y  en  este  desvarío. 
Por  la  alta  frente  de  un  escollo  pardo 
Del  precipicio  donde  no  me  guardo. 
Sigo  la  senda,  preso- el  albedrío. 

Con  pié  dudoso  y  tardo. 

Nuevo  ardor  me  arrebata  el  pensamiento, 
Discurro  por  el  yermo  con  pié  errante; 
La  actividad  de  un  fuego  penetrante, 
Ni  la  inquietud  que  en  mi  interior  yo  siento, 
Huyen  de  mí  un  instante. 

Por  el  hondo  distrito  y  dilatado 
Del  corazón ,  en  fuego  enardecido. 
Se  explayó  el  gran  raudal  de  mi  gemido, 

Y  la  dulce  memoria  de  mi  amado 

Hundió  en  eterno  olvido. 
Soy  ruinas  toda,  y  toda  soy  destrozos, 
Escándalo  funesto  y  escarmiento 
A  los  tristes  amantes,  que  sin  tiento 
Levantaron  de  lágrimas  sus  gozos, 
Gozos  de  inútil  viento. 
Los  que  en  la  primavera  de  sus  diaa 
Temieron  el  desden  do  sus  amores. 
Envidien  el  tesón  de  mis  dolores, 

Y  fuego  aprendan  de  las  ansias  miaa 

Los  finos  amadores. 


IDILIO  VIL 
LA  AGITACIÓN. 

1  Ay!  ¡cómo  ya  la  alegre  primavera, 
A  su  felice  estado  reducida. 
Torna  á  las  plantas  nuevo  aliento  y  vida. 
Esmaltando  de  flores  su  ribera. 

Que  antes  se  vio  ateridal 

Suelta  el  raudal  su  risa  armoniosa, 

Y  canta  el  ruiseñor  con  trino  doble; 
De  púrpura  se  viste  el  clavel  noble, 

Y  enlaza  al  olmo  con  la  vid  hermosa, 

Y  con  la  hiedra  al  roble. 
¡Qué  de  veces  me  vio  rosada  aurora. 
Mustia  y  débil  la  flor  de  mi  hermosura. 
Reclinada  del  monte  en  la  espesura, 

Y  en  vela  inquieta  me  encontró  á  deshora 

Llorando  mi  ventural 
Cae  del  cielo  la  noche  tenebrosa; 
Cubren  sus  alas  negi-as  todo  el  suelo; 
Mi  dolor  se  acrecienta  y  desconsuelo, 

Y  paz  el  blando  sueño  da  engañosa 

A  mi  triste  recelo. 
Que  despierto  asustada,  y  mi  cuidado 
Me  lleva  á  yerma  orilla  de  ancho  rio; 
Vuelvo  en  vano  á  dormir,  y  desconfio 
De  poder  encontrar  puente  ni  vado 
Al  triste  curso  mió. 
¡Triste  de  mil  que  sigo  temerosa 
La  luz  escasa  del  funesto  fuego, 
Que  el  poder  de  mis  ojos  deja  ciego; 

Y  émula  de  la  incauta  mariposa, 

A  su  volcan  me  entrego. 


IDILIO  VIII. 

EL  DESFALLECIMIENTO. 

Delicioso  vergel,  fuente  risueña, 
Espumoso  raudal  que  al  prado  esmalta, 
Y  de  la  peña  que  miró  más  alta 
Al  cóncavo  enyedrado  de  otra  peña, 
Lleno  de  aljófar,  salta. 


447 


En  este  soto  un  tiempo  entretenido, 
La  flor  mi  breve  pié  pisó  contento; 
Vi  aquí  más  verde  juncia,  allí  más  viento, 
Acá  hallé  fresco,  allá  un  balcón  florido. 
De  mi  delicia  asiento. 

Pues  ya  del  sol  la  luz  qtie  al  mundo  alegra 
Huye  á  mis  ojos,  que  aman  el  retiro; 

Y  ciega  del  amor  con  que  suspiro, 

Y  triste  y  sola  entre  una  nube  negra 

La  fiera  Parca  miro. 
¡Cielos!  ¿á  cuál  dtüdad  tengo  agraviada, 
Que  en  medio  de  mi  dulce  primaví  ra 
En  tan  nuevo  rigor  quiere  que  nnura, 

Y  que  antes  de  gozarla,  parca  airada 

Corte  mi  flor  ])rimera? 
Del  seno  oscuro  de  la  tierra  helada 
Llamarme  con  terribles  voces  siento; 
Tristes  sombras  cruzar  vi  por  el  viento, 

Y  que  me  llaman  todas  de  pasada 

Con  lamentable  acento. 
No  me  aterra  la  muerte,  ni  rehuso 
El  dejar  de  vivir  de  edad  florida, 
Ni  he  esquivado  la  muerte  tan  temida, 
Que  amaneció  con  mi  vivir  confuso, 

De  mi  cuidado  asida.  '^ 

Siento  haber  de  dejar  deshabitado 
Cuerpo  que  amante  esiilritu  ha  ceñido, 

Y  yermo  un  corazón  que  tuyo  ha  sido, 
Donde  todo  el  amor  reinó  hospedado, 

Y  su  imperio  ha  extendido. 
No  el  morir  siento,  ¡ay  Dios!  siento  el  dejarte; 
/  Qué  mayor  muerte  quieres  que  perderte? 
Si  me  era  paraíso  y  gloria  el  verte, 
¿Qué  gozaré,  dejando  de  gozarte, 
Sino  perpetua  muerte  í 


IDILIO  IX. 

I  Qué  tards  la  triste  alba  ha  amanecido. 
Cubriendo  en  nieblas  su  rosada  frente! 
¡Qué  turbio  el  bello  sol  su  carro  ardiente, 
Entre  una  nube  lóbrega  escondido. 

Nos  muestra  escasamente! 
Ni  el  pastor  canta,  ni  el  ganado  pace. 
Ni  se  ve  en  fuentes  y  aves  armonía; 
La  flor  no  rie.  ¿Adonde  la  alegría 
Huye  con  pié  veloz  ?  Así  el  sol  nace, 

Y  así  amanece  el  di  a. 

¡Ay!  mira  tu  fortuna  sin  espanto, 

Y  prevente  con  alma  diamantina 

A  la  desgracia  que  ella  te  destina; 

Que  la  prevista  no  acongoja  tanto 

Como  la  repentina. 
Voy  de  mí  misma,  por  mi  mal,  cargada, 
Sola,  por  senda  errada,  con  pié  eiTunte, 
y  ante  mí  miro  en  pálido  semblante 
Muerte  que  me  amenaza  en  la  jornada 

Con  un  puñal  tajante. 


IDILIO  X. 

I  Qué  borrascas  excita  el  mar  hinchado. 
Opuestos  entre  sí  los  elementos! 
Hieren  los  montes  rigurosos  vientos, 
Vibrando,  en  ira  Júnitcr  armado. 
Sus  rayos  violentos. 

Marchita  el  austro  con  su  soplo  helado. 
Abrasa  Febo  con  ra  luz  ardiente 
El  valle  umbroso  y  prado  ílorecicntc. 
Que,  antes  de  rojas  flores  coronado. 
Ya  es  arenal  ardiente. 

Pero  la  dura  cansa  do  mi  pena, 

De  la  beldad  del  cielo  siempre  avara, 

JLás  cruda  lid,  mavor  furor  declara 

Cuando  los  rayos  uc  su  luz  serena 

Al  pecho  me  dispara. 

Siete  años  ¡ay!  me  trajo  entretenida 
El  vano  amor,  y  mil  me  entretuviera, 
De  un  sutil  pelo  de  una  cabellera 
Preso,  que  es  la  esperanza  de  algo  asida 


U6 


DON  JOSÉ  IGLESIAS 


Dulcísima  hechicera. 
Llévame  en  pos  de  pí  el  amor  tirano, 
La  cadena  airastrando  más  estrecha, 
Que  al  más  rebelde  en  su  prisión  no  se  echa 
De  un  mal  en  otro,  procurando  en  vano 

Soltar  su  ardiente  flecha. 
De  amor  en  el  aUar  en  sacrificio 
La  prenda  de  mi  honor  le  fué  entregada; 
Tensé  acertar,  mas  ley  es  decretada 
Del  amor  que  no  acierte  á  hacer  servicio 

Mujer  que  no  es  amada. 
Esquiva  de  la  geiUe,  no  me  alegro, 
Aborrezco  del  sol  Ins  rayos  rojos, 
El  rc^plandíir  marchito  de  mis  ojos. 
Que  deshechos  en  llanto  amargo  y  negro, 

Al  mar  doy  por  desjwjos. 
La  dulce  voz  de  mi  ap.acible  canto 
A  los  suspiros  di  sin  armonía; 
La  disonancia  ocupa  el  alma  mia, 
Y  el  corazón  de  un  temeroso  espanto 

Es  triste  monarquía. 


IDILIO  XL 

jAy,  qué  revuelta  vas,  corriente  brava, 
Desnuda  de  arboledas  y  frescura! 
Ni  quieres  dar  ni  recibir  cultura 
Del  bosi[ue  que  á  tu  espejo  se  miraba 
Conmigo  en  mi  ventura. 

No  ya  la  vid  al  álamo  sombrío 
Sus  brazos  encadena  ilnlcemente, 
Ni  de  inmortal  verdor  orna  su  frente 
A  costa  del  humor  del  manso  rio 
El  plátano  luciente. 

Sin  duda  como  á  mí  adornaros  quiso 
La  fortuna  cu  sus  círculos  mudable, 
Y  ya  os  dio  á  conocer  su  ser  variable, 
Dándome  en  vuestra  ruina  triste  aviso 
De  su  firmeza  instable. 

Mas  si  ya  el  ofendido  ciclo  ha  sido 
Quien ,  en  venganza  de  mi  intento  vano, 
A  las  garras  quizá  de  tigre  insano 
El  centro  de  beldad  habrá  traído 
Que  antes  me  amaba  ufano; 

Si  al  paso  de  los  bienes  van  los  males, 
Si  al  nivel  del  dolor  se  da  el  contento, 
Si  á  breve  bien  pequeño  sentimiento, 
Si  á  pérdida  mayor  penas  iguales 
En  todo  experimento; 

Véase  en  esto  cuan  activo  y  fuerte 
Tormento  siento  en  mí,  pues  he  perdido 
El  bien  mayor,  y  por  el  no  cumplido 
Gusto  de  amarte,  dilatada  miierte 
De  infierno  he  padecido. 


IDILIO  XIL 

Paso  llorando  en  el  silencio  mudo 
La  oscura  noche  y  las  calladas  horas. 
Cuando  da  en  sueños  sombras  burladoras 
El  aire  negro  de  color  desnudo, 

Lo  que  tú,  amor,  no  ignoras. 
[Ay  del  que  en  sueños  míseros  se  via 
Al  feroz  seno  de  una  tigre  hircana. 
Si  ya  despierto,  entre  la  fuerza  insana 
De  BUS  dientes  se  ve  cuando  del  día 
La  luz  se  muestra  ufana. 
Yo  cuando  de  mi  angustia  lastimera 
Vuelvo  en  mí  á  la  inquietud  de  mi  deseo, 
Con  palpitar  del  corazón  me  veo 
Ante  la  imagen  de  la  muerte  fiera 
Por  despojo  y  trofeo. 
«Justa  venganza  de  mi  amarga  vida. 
La  digo,  á  quien  remite  cielo  airado. 
Abrevia  tu  victoria  y  mi  cuidado, 
Y  déjame  de  un  golpe  concluida 
En  tan  mezquino  estado. 
» Ya  he  visto,  por  mi  mal ,  lo  que  amor  puede 
En  un  pecho  á  quien  falta  la  ventura, 
y  ol  más  fundado  bien  cuan  poco  dura, 


DE  LA  CASA. 

Cuánto  á  un  breve  placer  la  pena  excede. 
Eterna  en  amargura.» 

IDILIO  XIIL 

¡  Ay  mi  perdido  bien,  muerta  alegría. 
Mi  lucero,  mi  amor,  mi  doble  dueño, 
Mi  sin  igual  amor  siempre  halagüeño, 
Por  quien  en  Dios  y  en  tí  tu  Elisa  fia 
Ver  tu  rostro  risueño! 

Contigo  hube  palabras  regaladas 
Cuando  la  fe  del  corazón  me  diste; 

Y  cuando  por  tu  esclava  me  rendiste, 
¿Por  qué  para  unas  horas  tan  menguadas 

Por  tuya  me  elegiste? 
Alma  dichosa,  que  en  amor  ardiendo. 
Sobre  tu  mismo  fuego  te  levantas, 

Y  del  mal  libre  con  graciosas  plantas 
Los  campos  de  zafiro  vas  midiendo, 

Y  al  ciclo  te  adelantas. 
Mientras  del  tercer  globo  florecido. 

Entre  mil  lirios,  de  mancilla  exentos, 
Cogiendo  vas  los  castos  pensamientos 
Del  puro  afecto  que  á  tu  fe  he  tenido 
Sin  falsos  fitigimientos; 
Vuelve  los  ojos,  mira  el  sacrificio 
Qiie  ahora  á  tu  deidad  hacer  espero; 
Que  ni  yo  pido,  ni  aunque  pueda,  quiero 
Vivir  ya  sin  estar  en  tu  servicio, 

Y  estarlo  al  fin  espero. 

Que  mi  alma  ))or  seguirte  estará  ufana, 
Suelta  del  cuerpo,  que  por  tí  padece, 
Tú  acoge  ahora  el  don  que  ella  te  ofrece, 
Don  que  el  amor  acendra,  el  dolor  sana 

Y  el  honor  engrandece. 

Y  el  cielo  justo,  pues  que  lo  es,  ordene 
Que  á  pesar  de  la  envidia  siempre  impura, 
En  honra  de  un  amor  y  fe  tan  pura, 
Los  que  apartados  al  morir  nos  tiene, 
Junte  una  sepultura. 


IDILIO  XIV. 

Ya  el  enlutado  día  se  acercaba 
Que  al  mundo  habrá  de  echar  la  noche  oscura, 

Y  al  lucero  que  al  sol  daba  luz  pura 
Con  un  trágico  ocaso  deslustraba, 

Fin  dando  á  mi  ventura. 
Yo  viera  aquella  noche  sin  estruendo 
Salir,  con  manto  de  astros  asombrando, 

Y  á  la  luna  su  curso  acelerando, 

Sus  argentados  cuernos  ir  creciendo, 
Y  mi  vida  menguando. 
Si  como  esotras  es  mortal  mi  suerte. 
Diérame  con  mi  fin  la  Parca  airada 
Suerte  más  duradera  y  afianzada; 
Que  dar  la  vida  á  quien  amó  la  muerte. 
Crueza  es  solapada. 
Estas  fueran  las  lágrimas  postreras, 
Son  y  serán,  que  en  misero  lajnento 
Perdiera  en  este  arroyo  turbulento, 
Que  las  hiela  á  la  sed  de  tantas  fieras 
Con  paso  violento. 
Mas  si  este  bien,  cual  los  demás,  me  veda 
La  estrella  que  á  este  punto  me  ha  traído. 
Por  premio  á  la  que  en  vano  le  he  servido. 
Este  agrado  á  lo  menos  me  conceda, 
Que  al  cielo  vuelto,  pido. 
Que  este  aliento  vital  que  me  recrea 
Se  pierda  donde  el  resto  se  ha  perdido, 
A  los  pies  de  un  ingrato  descreído. 
En  donde  cada  cual  lo  que  desea 
Mire  de  lioy  más  cumplido. 
En  mi  fin  dulce,  yo  su  rostro  amado 
Veré,  en  verme  morir  grata  y  contenta, 

Y  en  morir  si  sus  gracias  acrecienta. 
Están  con  mi  desden  desenojado, 

Tendré  la  mayor  cuenta. 
Que  la  ocasión  por  que  hoy  fallece  Lidia 
Ha  sido  tan  hermosa,  que  no  espero 


ÉGLOGAS. 


Que  compasión  me  tendrá  el  pasajero, 
bino  es  emulación  y  noble  envidia 
De  morir  como  muero. 


IDILIO  XV. 

|Ay!  por  mi  mal  he  visto  en  claro  dia, 
En  aire  raso  y  cielo  descubierto, 
El  sol  de  un  luto  fiínehre  cubierto, 
Eobando  su  esplendor  la  somV>ra  fria, 
Contra  el  común  concierto. 

La  luna,  que  preside  en  su  creciente 
Al  flojo  sueño,  en  húmedas  centellas 
La  vi  alegre  salir  con  sus  estrellas, 
Y  faltando  su  luz  cuando  luciente 
Preside  á  todas  ellas. 

Acaso  el  cielo  todo,  condolido 
De  mi  pasión  y  mi  lamento  triste, 
El  luto  de  mis  lágrimas  se  viste, 
Pues  de  sus  galas  se  lia  destituido, 

Y  en  mi  dolor  me  asiste. 

¡Ay!  que  me  dice  ya  vuestra  tristeza 
Que  esa  mudanza  y  ruina  insoportable 
Me  ordena  alguna  cosa  miserable, 
Cuando  mi  vida  á  tlorecer  empieza, 

Y  hacerse  al  mundo  amable. 
La  poderosa  mano  despiadada 

Que  os  robó  ese  bellísimo  ornainento. 
Como  á  mí  la  esperanza  del  contento, 
De  triunfos  y  despojos  va  cargada, 

Sin  ver  nuestro  lamento. 
Sábelo  el  rio,  el  monte  y  la  laguna, 
Que  escá  cansada  y  harta  en  susvictorias 
De  marchitar  en  flor  mis  dulces  glorias, 
Que  arrebatara  golpe  de  fortuna. 

Si  es  que  eran  transitorias. 
No  viera  yo  cubierto  de  humo  horrendo 
Cielo  que  abierto  vi,  con  luces  bellas. 
Cuando  fortuna  me  halagó  con  ellas; 
Que  de  una  vez  mis  dichas  concluyendo, 

Finaran  mis  querellas. 


ÉGLOGAS. 

ÉGLOGA  PRIMEEA. 

EMILIA  QUEJOSA. 

En  fuego  ardiente  Emilia  se  abrasaba 
Por  Narciso,  un  pastor  que  en  gentileza 
Ningún  otro  del  Bétis  le  igualaVja, 
Mas  lleno  de  rigor  y  do  aspereza. 
En  vano  la  pastora  le  buscaba; 
Que  donde  falta  amor  todo  es  crueza; 

Y  cuanto  era  mayor  su  desden  frió, 
Más  la  zagala  siente  su  desvío. 

Sólo  Emilia,  con  solo  su  cuidado, 
Siempre  que  Febo  al  mundo  amanecía, 
Sin  esperanza  al  bosque  más  cerrado 
A  lamentar  su  mal  se  retraía; 

Y  volviéndose  al  cielo  despiadado, 

Y  al  pastor  sin  piedad  fjue  no  la  oia. 
Cebada  en  su  desden  la  llama  fiera, 
Cantó,  cual  si  presente  la  tuviera  : 

(( No  te  duelo  mi  mal ,  Narciso  amado, 
Ni  oyes  mí  voz,  ni  ves  mis  desventuras. 
Ni  de  humana  piedad  un  solo  grado 
Pienso  que  alberga  en  tus  entrañas  duras; 
Yo  en  tu  amor  siento  el  corazón  llagado; 
Tú  siempre  en  desainarme  te  apresm-as, 
Como  si  gloria  á  tu  beldad  le  dieras 
Cruel  siendo  á  mis  Ansias  lastimeras. 

))Mis  corderinos  buscan  la  guarida 
De  la  sombra  en  los  álamos  mayores; 
Entre  las  zarzas  frígida  acogida 
Procuran  los  lagartos  salteadores; 
Náis  da  en  sazón  la  rústica  comida 

I,  Ps.-XYUíc 


Con  mil  hierbas  de  olor  á  los  pastores; 
Conmigo,  por  seguirte  entre  la  arena, 
Al  sol  abierto  la  cigarra  suena. 

))¡Ay  triste!  más  valiera  el  zahareño 
Desden  de  Alfesibeo  haber  sufrido; 

Y  pues  me  amaba  con  tan  ñno  empeño, 
Mi  altivez  loca  ú  Tirsi  haber  rendido; 
Bien  que  es  el  Tirsi  de  color  trigueño, 

Y  tú  como  la  nieve  esclarecido; 

Mas  no  fies,  que  siempre  vi  apreciado 
iSubrc  la  blanca  flor  clavel  dorado. 
))Soy  el  desden  de  tu  altivez  ingrata, 

Y  ]ior  tu  antojo  mis  tvsortis  truecas; 
Mis  rábanos  cubirrtos  de  escarlata, 

Y^  en  miel  colmadas  mis  colnunas  huecas; 
El  queso,  gruesa  leche  y  fn  sea  nata 
No  me  faltan  jamas,  ni  frutas  secas; 

Y  canto  cual  Filuna  ya  cantaba. 
Cuando  oyéndola  el  valle  se  pasmaba. 

))Ni  tan  disforme  soy,  r  ne  en  los  cristales 
Del  rio,  en  una  siesta  V  )f  gada. 
Mi  rostro  viendo  y  ph-.  i   as  señales, 
No  t'.iní  ser  con  Clori  eoi.ipar-ida; 
Ni  temeré  tu  juicio  en  casos  taks. 
Ni  jiensaré  de  ti  ser  di  sprt  ciada; 
¡.\sí  no  d(  sjireciases  hi  florista, 
Su  sencillez  y  juego  de  la  sii  fila! 

))E1  perseguir  con  flecha  enherbolada 
El  ciervo  corredor  te  viuga  en  grado; 
Regir  de  ovejas  una  grey  nevarla 
Con  el  verde  taray  no  te  dé  enfado. 
Ni  te  pese  morar  la  regalada 
Estancia  en  que  las  diosas  han  morado; 
Que  cantaiulo  las  sclvns  moraremos, 

Y  juntos  al  dios  Pan  imitaremos. 

.  ))E1  la  pastoral  flauta  halló  con  arte, 
El  de  diversas  cañas  la  ha  arreglado. 
La  variedad  de  voces  le  reparte, 

Y  nos  guarda  solicito  el  ganado; 
Mas  no  te  p'  sp,  altivo,  el  adestrarte 
Al  uso  de  ella  el  labio  delicado, 
Que  Alexi  se  perdía  por  sabello, 

De  mil  zagalas  siendo  hechizo  bello. 

«Tengo  yo  un  singular  rabel  sonoro 
De  marfil,  con  labores  de  corales, 
Que  hube  por  manda  del  gentil  Isidoro, 
Diciéndome,  al  morir,  j'alabraa  tales  : 
«  Tú  sola  herir  podrás  sus  cuerdas  de  orc^ 
Cantando  mis  exequias  funerales.» 
Lidoro  me  lo  dio,  y  quedó  corrida 
La  simple  Clori  en  verme  pref  rida. 

«Ofrécente  del  bosque  las  doncellas 
Las  rosas  y  azucenas  de  bu  falda, 

Y  en  canastillos  delicados,  de  ellas. 
Las  flores  del  anís,  tomillo  y  gualda, 
Del  rojo  acanto  y  de  mosq netas  bellas 
Tributan  á  tu  sien  fresca  guirnalda; 
O  entretejido  en  frescos  mirabeles, 

A  tu  sombrero  un  ramo  de  claveles, 
))Y  yo  te  cogeré  rojas  ni.Tnzanas, 
Teñidas  de  fin  tior,  con  deliciosas 
Naranjas  chinas,  que  en  las  snlxranas 
Hojas  del  lauro  jrjin  miis  deliciosas; 

Y  otras  frutas,  tardías  ó  tempranas, 
Te  daré,  mas  serán  inoficiosas; 

Que  tu  gusto  en  mis  dádivas  no  pones, 

Y  Alcina  no  está  falta  de  estos  dones. 
))Al<-ina...  mas  ¡ay  locos  fren'siesl 

¿Qué  hago  perdiila  en  mi  dolor  vehemente? 

Fuego  puse  al  msal,  que  en  carn:esíc8 

Botones  me  dio  el  mayo  floreciente; 

En  el  agua  lanc(''  los  alhelíes, 

Turbando  su  cristal  r-  sfilnndeciente; 

Mi  rebaño  olvidé;  ¡la  rabia  ciega 

De  los  celos  de  amor  á  tanto  Ilegal 

))La  leona  feroz  por  la  colina 
Tras  el  tímido  lobo  sigue  ansiosa; 
El  carnicero  lobo  se  encamina 
Con  tino  tras  la  cabra  revoltosa; 

Y  la  traviesa  cabra  el  paso  inclina 
En  pos  de  la  retama  apetitosa; 

\'o  á  tí  te  sigo,  mi  delicia  amada; 

20 


iÜ 


izo 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 


Qup  arrastra  á  cada  cnal  lo  que  le  agrada. 

«Siibre  los  yugos  ti  luciente  arado, 
Los  bu'  yes  tornan  ya  de  sus  labores; 
E\  sol  huye  con  paso  apr  surado. 
Las  sombras  van  haciéndose  mayores, 
Y  <  1  fuepo  en  que  mi  pecho  está  minado 
Xo  mitiga  ni  aijuieta  sus  ardores; 
Que  place  al  ci(  go  amor  no  dejar  hora 
Do  repuso  á  su  llama  «soladora. 

));An  Emilia!  ¡Emilia  trist  ■!  ¿qué  locura 
Te  perdió,  que  in  tu  mal  abandonada, 
Dejas  errar  tu  grey  por  la  espesura? 
jAy!  torna  ya  in  tu  juicio  ricordada; 
i'vje  nlgun  canastillo  con  mixtura 
De  blanca  y  prieta  mimbre  delicada; 
Que  si  Narciso  te  huye  desdeñoso. 
Otro  amaute  hallarás  más  cariñoso. » 


ÉGLOGA  IL 

CINTLA.,  POETA. 
POETA. 

Divina  Euterpe,  que  en  el  blando  coro 
De  los  mancebos  árcades  presides, 
Haciendo  resonar  tu  plectro  de  oro 
En  valladares  de  frondosas  vides; 
Préstame,  musa,  espíritu  canoro; 
Diré  con  tu  favor,  no  aquellas  lides 
De  Marte  insano,  que  fulmina  horrores, 
Sino  tiernas  endechas  de  pastores. 

Amaba  Cintia  un  sin  igual  mancebo, 
A  un  pastorcillo,  en  quien  el  amor  puso 
El  gusto  de  ella,  y  la  lortuna  el  cebo 
De  mil  cantares  que  é]  á  ella  compuso; 
Aun  no  estaba  florido,  no,  el  renuevo 
Que  en  su  querer  i-everdeció  confuso, 

Y  entre  recios  sin  sosiego  estaba; 
Ya  fia  en  él.  y  en  él  ya  no  fiaba. 

Y  viéndole,  como  hombre  al  fin  mudado, 
Dosdeñador  de  aquella  fe  primera, 
Ella,  en  dolor  el  pecho  traspasado, 
D -1  miedo  los  recatos  echó  fuera, 

Y  en  sjco  acento  al  paladar  pegado, 
La  voz  quebrada  y  la  congoja  entera, 
El  corazi.n  mostrando  por  los  ojos, 
La  causa  así  cauto  de  sus  enojos. 

CINTIA. 

¿  Cuál  tigre  fiero  al  eco  no  se  mueve 
De  mi  dulce  cantar,  sin  el  terrible 
Desden  tuyo  sin  par,  porque  se  pruebe 
Que  á  un  monstruo  no  movió  canto  apacible? 
Alza  tu  vista,  porque  más  se  cebe 
En  ver  que  tu  emulad,  siempre  terrible, 
líespira  un  fuego  en  mi  qu  j  va  abrasando 
Al  frió  hielo,  más  que  tu  amor  blando. 

El  dulce  canto  un  dulce  imán  ha  sido, 
Qu  '  basta  á  rctmer  la  luna  llena; 
De  Ulises  el  ejército  lucido. 
Con  el  canto,  mudó  .sagaz  sirena; 
Con  el  cantar  el  áspid  más  temido 
En  medio  el  prado  su  fur.,r  serena; 
Empero  á  ti,  más  fiero  que  las  fieras. 
No  te  atraen  canciones  hechiceras. 

Enseñadas  á  oír  amantes  quejas, 
Oyj  mi  canto  el  coro  de  las  Musas, 
Culpando  la  impiedad  con  que  me  dejas, 
1  aprobando  mis  lágrimas  difusas. 


Y  tii  d'  sprecias  mi  querer  primero. 

Vino  á  escucharme  el  sim¡ile  porquerizo. 
El  ovejero  y  el  M-nalca  hinchado. 
La  honesta  zagaleja,  y  «¿quién  te  hizo 
ian  fiero  mal,  p.astyra .' »,  lian  preguntado. 
Apolo  vmo,  y  dijo  :  «¿Cuál  hechizo. 
Que  locura,  zagala,  te  ha  tomado; 
Qu3  aquel  pastor  por  quien  amante  mueres. 
JJe  otra  zagala  sigue  los  placeres  7 » 


jAy  pastora  infelice!  tú  perdida 
Andas  por  la  montaña  y  despoblado, 
Tras  d  •  aquel  de  que  Celia  en  la  florida 
Falda  reposa  con  sosiego  echado; 
O  bien  ya  la  contempla  enternecida, 
O  encendido  la  sigue  enamorado. 
Holgándose  con  ella  en  la  floresta. 
En  el  estío,  en  medio  de  la  siesta. 

Más  duro  y  desabrido  que  alto  roble , 
Contra  mí  de  aspereza  te  previenes, 
Así,  cual  eres  en  valor  más  noble, 
Más  desigual  crueza  que  otros  tienes; 
Que  su  obstinado  corazón  y  doble 
Guarde  en  sí  tales  odios  y  desdenes, 
Que  al  despreciar  mis  lágrimas  ardientes. 
Cruel  te  llaman  pájaros  y  fuentes. 

Por  tí  sufro  las  iras  y  fiereza 
Del  crudo  niño  Amor,  y  en  mi  tormento. 
Por  tí  en  mi  pecho  siento  una  extrañcza. 
Que  ningún  bien  me  place,  ni  contento; 
Por  tí  transito  sola  esta  aspereza; 
Por  tí  á  mi  grey  olvido,  y  no  la  cuento, 
Cual  hice  un  tiempo,  cuando  Dios  quería 
Que  en  tu  memoria  no  estuviera  Eulia. 

Ni  que  aborrezcas  pido  con  aquesto 
A  la  que  el  ciego  amor  y  suerte  loca 
Favorecen ,  ni  espero,  por  supuesto, 
El  ablandar  tu  pecho,  cual  de  roca; 
Que  esperar  de  piedad  un  breve  resto 
En  tu  crudeza,  ya  en  locura  toca; 

Y  locura  es,  en  fin,  pedirte  nada, 

Ni  aun  la  muerte,  que  ya  me  tienes  dada. 

Tú,  zagal,  con  tu  amante  afortunada. 
Causa  cruel  del  fuego  en  que  me  abraso. 
En  paz  te  queda,  queda  en  paz  amada. 
Bien  que  en  darla  á  mi  pecho  fuiste  rscaso; 

Y  en  fin,  porque  no  sientas  la  arrojada 
Muerte  de  olvido  en  mi  postrero  paso, 
En  ver  mi  cu;  rpo  puedes  complacerte, 
Por  causa  tuya  condenado  á  muerte. 

POETA. 

Dijo,  y  dijera  más,  si  la  congoja 
Más  ánimo  la  diera  y  más  aliento; 
Empezando  á  perder  la  color  roja. 
Perdió  aun  tiempo  la  voz  y  el  sentimiento; 
Quedó  cual  de  alhelí  marchita  hoja 
Que  de  rocío  baña  el  fresco  viento, 

Y  cual  la  luz,  quedó,  de  la  mañana. 
Cuando  el  sol  no  la  dio  color  de  grana. 


ÉGLOGA  IIL 
AECADIO,   POETA. 

POETA. 

La  guirnalda  de  lirios 
Deshecha  por  el  suelo. 
El  cuerpo  en  una  peña  recostado, 
El  alma  en  mil  martirios. 
Los  ojos  en  el  ciclo, 

Y  el  triste  rostro  en  lágrimas  bañado, 
Yace  el  más  desamado 

Zagal  en  las  orillas 
Del  Tórmes  cristalino; 

Y  mientras  sin  destino 
EiTaban  sus  cuitadas  ovejillas. 
Sin  dar  al  llanto  pausa , 

Asi  cantó  de  su  dolor  la  causa. 

AECADIO. 

Bellísima  aldeana, 
A  mi  dolor  más  fiera 
Que  roca  hinchada  al  sonoroso  viento, 
Si  no  eres  más  insana 
Que  asiática  pantera. 
Yo  sé  que  dolerte  has  de  mi  tormento; 
La  pena  y  sentimiento 
Que  ¡áísifo  rabioso 
Tolera  en  el  abismo, 

Y  en  fin,  cuanto  asimismo 


Se  padece  en  el  tártaro  horroroso, 

Yo  mejor  pasaría 

Que  un  desden  solo  de  la  ninfa  mía. 

Un  desden  solo,  ¡ay  ciego  1 
[Ay,  ay  zagal  cuitado! 
Si  un  desden  solo  tanto  te  atormenta, 
¿  Cuánto  será  tu  fuego 
Al  ver  que  se  ha  entregado 
Al  que  de  su  amor  tiene  menos  cuenta? 
No  así  tal  vez  revienta, 
Opreso  en  fuego  y  agua. 
De  nublado  espantable 
El  rayo  formidable , 

Como  en  el  pecho,  que  arde  como  fragua, 
Revientan  desatados 
Los  celos,  en  bramidos  levantados. 

Llora,  llora,  cuitado. 
Desde  la  noche  al  alba, 
Regando  en  llanto  el  marchitado  suelo, 
Que  en  viéndose  inundado 
Hará  crecer  la  malva 

Y  cañaheja  inútil  hasta  el  cielo; 
Gozarás  del  c  nsuelo 

De  que  no  ven  tus  ojos 

Cómo  ella  favorece 

A  quien  no  lo  merece; 

De  do  nace  el  tropel  de  tus  enojos  : 

Mora  en  el  bosque  á  ciegas; 

Pero  ¿qué  tienes,  alma?  ¿no  sosiegas? 

¡Ay  triste!  y  cómo  veo 
Más  antes  sosegado 
Motin  de  populosa  muchedumbre , 

Y  muy  más  antes  creo 
Parar  el  alterado 

Sillar  que  se  desgaja  de  la  cumbre, 

Que  no  el  amor,  la  lumbre, 

La  rabia  y  sobresalto 

Del  corazón  celoso. 

Del  que  un  tiempo  dichoso 

De  su  ninfa  gozó  el  favor  más  alto, 

Y  hoy,  siendo  su  desprecio, 

Ve  que  su  pecho  da  al  zagal  más  necio. 

¡Ay  zagal  venturoso! 
I  Con  tal  dolor  te  veo 
Gozar  los  brazos  de  tu  Silvia  hermosal 
Plegué  Amor  que  reposo 
Tenga  ese  tu  recreo. 
Que  te  causa  esa  pérdida  alevosa; 
El  su  color  de  rosa, 
Aquella  su  lindeza , 
Sus  ojos  halagüeños 

Y  sus  labios  risueño  s. 

Todo  me  aseguraba  su  firmeza; 

Y  ¡ayl  que  aunque  faz  no  muda, 
Muda  su  corazón  de  tigre  cruda. 

Pláceme  la  constancia 
Que  tuvo  hermosa  Filis, 
Hasta  morir,  á  su  zagal  Dalmiro. 
Deléitanme  en  su  infancia 
Sileno  y  Amarilis, 
A  quienes  juntó  Amor  con  dulce  tiro. 

Y  al  fin ,  cuando  esto  miro, 
Cupido  me  enamora, 

Me  al  gra  su  delicia, 

Y  á  buscar  voy  propicia 

A  mi  gloria,  mi  bien  y  mi  señora; 

Mas  viéndome  olvidado. 

Maldigo  el  tiempo  en  el  amor  gastado. 

Maldigo  las  auroras 
Que  por  verla  salia. 
Discantando  su  ajuor  con  dulce  avena; 
Maldigo  aquellas  horas 
Que  yo  en  su  compañía 
Estuve  el  baile  de  la  Noche  Buena. 
Maldigo  la  verbena 
Que  juntos  la  mañana 
De  San  Juan  recogimos, 

Y  los  rubios  racimos 

Que  en  la  choza  colgué  de  esa  tirana; 
Pues  me  es  tormento  hoy  dia, 
Cuando  un  tiempo  me  fué  dulce  alegría. 
¿No  me  dirás,  pastora, 


ÉGLOGAS. 


En  qué  yo  te  he  ofendido, 

Para  que  así ,  mi  bien ,  me  desampares  ? 

¡Oh  Dios!  tn  qué  mal  hora 

Al  mundo  fui  nacido, 

Si  fué  para  sufrir  estos  pesares; 

Plegué  á  Dios  que  si  amares 

Zagal  que  más  te  quiera 

Que  el  que  h(na  has  desechado. 

De  un  rayo  disparado 

Por  la  mano  de  Júpiter  yo  muera; 

Empero  si  no  le  amas. 

Los  cielos  te  consuman  en  sus  llüTrmB. 

POLTA. 
Más  el  zagal  diria, 
Si  la  implacable  pena 
Lugar  le  diera  á  proseguir  su  canto; 

Y  al  ver  que  no  podia, 
Sobre  la  rubia  arena 

Soltó  la  rienda  al  lastimoso  llanto. 
La  noche  tendió  el  manto 
De  fúlgidas  estrellas, 

Y  en  el  silencio  el  eco 
Volvía  el  monte  hueco, 
Doblando  las  tristísimas  querellas 
Que  el  misero  arrojaba. 

Si  por  dicha  el  dolor  lugar  le  daba. 


ÉGLOGA  IV. 

Era  la  noche ,  y  en  sereno  meló 
La  tarda  luna  hacia  el  poniente  huía. 
En  silencio  escuchándose  el  desvelo 
Del  rio  que  en  correr  tenaz  portia; 
Cuando  el  carro  polar  la  vuelta  al  cielo 
Daba,  anunciando  el  j'a  vecino  dia, 

Y  con  maj-or  pn  sura  las  estrellas 
Desaparecen  en  húmedas  centellas. 

Cuando  con  débil  mano  sustentando 
Un  claro  cielo  de  luceros  rojos, 
Silvia  al  seno  lu  inclina,  perlas  dando 
Al  prado  los  raudales  de  sus  ojos. 
Que  en  suspiros  mezclados  íÍ'H  (íando 
A  su  amante,  por  últimos  d(sj)ojos; 
Como  la  bella  Clicic  mustia  queda 
Cuando  su  hermoso  rostro  el  poI  la  veda. 

Vencida  de  un  gravísimo  tormento, 
Al  más  duro  peñasco  enterneciera. 
Si  en  ellos  consistiera  el  sentimiento 
Que  su  amante  falaz  1ener  debiera; 
Amante  que,  mudable  más  que  el  viento, 
Faltó  á  la  fe  qu"  conservar  debiera. 
Al  fin  muriendo,  muerta  su  esjjcranza, 
No  menos  muertos  aycs  su  vez  lanza. 

«  Sal,  ¡oh  lucero!  paje  de  la  aurora, 

Y  su  esplendor  anuncia,  cual  lo  sabes; 
Sal  ante  la  carroza  bri  Madura 

Del  dia,  de  quien  traes  las  rubias  llaves; 

Mira  que  ya  con  música  canora 

Te  espera  ti  dulce  acento  de  las  aves; 

Y  yo  al  sol  mismo  quiero  por  testigo 
De  la  ingrata  traiciun  dií  mi  enemigo. 

BMii'-ntras  yo  á  ti,  á  la  luna  y  al  sol  bello, 

Y  á  todas  las  estrellas  piedad  pido, 

Y  de  mi  falso  amante  me  querello, 
En  vil  amor  trocado  el  fementido; 

Y  aunque  ningún  provecho  encuentre  cu  ello, 
A  todos  os  descubro  el  peci;o  herido, 

En  esta  postrer  alba  de  mi  vida, 
No  sé  decir  si  dulce  ó  desabrida. 

))¡Ay  Silvio!  ¿en  quién  pusiste  tas  luceros? 
¿Por  qué  sin  juindonor  mi  fe  trocaste? 
¿A  quién,  di,  tus  amores  das  primero? 
¿üe  qué  brazos  el  cuello  t(  amulaste? 
¡Ay  primicias  di  1  alma,  :iy  verdadtrus 
Amores  míos!  ¡Cómo  los  burlaste, 
Dejándome  en  desprecio  abandonada. 
Cual  hiedra  de  su  animtí  (lestrczadal 

)<Silvio  gentil  á  Mebia  se  La  entregado; 
¡  Qué  se  podrá  dudar  de  hoy  adelante  ? 


i5l 


iü'Á 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 


V 


Qné  discordia  el  amor  no  habrá  juntado, 
/  qué  no  tenjcrá  fl  más  firme  amante/ 
La  cordera  paciente  y  lobo  airado. 
De  hoy  más  en  sí  tendrán  unión  constante, 

Y  la  dulce  paloma  hará  su  nido 
En  el  lie  si.  rpes  de  hórrido  silbido. 

oDisponte,  ¡oh  toscal  tuya  es  la  ventura; 
Tus  luchas,  Mebia,  vayan  adelante; 
Cree  (jue  por  ti  s  la  d-  la  oscura 
Noche  sale  el  lucero  más  brillante; 
Mas  ¡qui!  bien  te  está,  oh  Silvio  sin  cordura, 
El  qui-'  á  t'das  burlalias  arrogante, 
Dtsdeñndor  de  mi  color  quebrado, 
Mi  rabil  dulce  y  mi  gentil  cayadol 

))Yo  te  vi  niño  y  de  tu  madre  al  lado; 
De  mi  diestra  llévete  á  mis  perales, 
Do  travieso  mil  jticdras  has  tirado; 

Y  yo  llevaba  á  bi  n  niñeces  tales  : 
Las  bajas  ramas  ya  con  brazo  alzado 
Tocabas  de  tres  lustros,  no  cabaUs, 
Cuando  mi  alma  fuera  ya  tu  esclava, 
Que  tras  tí  presa  engaño  la  llevaba. 

))Ya  bastante  ¡oh  Amorl  te  he  conocido, 
En  tri.ste  hora  y  horóscopo  tremendo, 
Ni  en  nuestro  ser,  ni  sangre  ni  sentido, 
Ni,  en  fin,  con  nuestras  señas  procediendo; 
Sólo  tu  duro  origen  has  traído 
De  crudos  garamantes,  del  horrendo 
Ródope  ó  bien  del  ísniaro  fragoso. 
Cuyas  fieras  azota  el  mar  furioso. 

))Por  tí  ya  en  sus  hijuelos,  insolente. 
La  M.-iga  ensangrentó  su  mano  fea. 
Mas  ¿quién  fuó  de  los  dos  más  insolente? 
¿Tú,  ti'.TO  Amor,  ó  tú,  feroz  Medca? 
Tú  un  rapaz  fuiste  de  bastardo  oriente; 
Tú  fuiste  madre  de  infernal  ralea. 
I  Perezcan,  pues,  d(  1  mundo  las  edades, 
iSi  caben  en  Amor  tales  maldadesl 

))Mas  ya  siquiera  huyendo  del  pillaje 
De  mansa  oveja  el  lobo  atroz  se  vea; 
El  jazmin  fino  al  roble  dó  homenaje, 

Y  negro  cuervo  al  cisne  el  mundo  crea; 
Al  Arion  Menalca  se  aventaje, 
Arion  en  bosque ,  Orfeo  en  el  mar  sea , 

Y  el  orbe  todo  en  desigual  zozobra 
Se  anegue,  pues  á  mi  todo  me  sobra. 

nVivíd,  selvas,  vivid  tiempo  dichoso, 
Las  que  un  tiempo  placer  me  hubisteis  dado; 
Que  yo  de  un  risco  al  piélago  espumoso 
Precipitarme  al  tin  he  decretado; 
Si  no  te  fué  servicio  delicioso 
El  primero  que  te  hice,  oh  Silvio  amado, 
Quizá ,  pues  que  te  sobro,  este  segundo 
Aceptarás,  no  viéndome  en  el  mundo.» 

Asi  dijera,  y  con  el  desvario 
Que  á  la  gentil  pastora  iba  cogiendo, 
En  las  olas  se  echó  de  cristal  frió, 
El  nombre  de  su  amante  repitiendo; 
Turbóse  al  golpe  el  cristalino  rio, 
ün  eco  por  su  margen  esparciendo; 
Al  cual  valles  y  montes  resonaron, 

Y  la  arboleda  atónitos  dejaron. 

ÉGLOGA  V. 

La  suavidad  del  céfiro  amoroso, 

Y  del  Abril  la  plácida  venida. 

El  invierno  ahuyentaban  riguroso, 
Dando  A  las  flores  nuevo  aliento  y  vida; 
Cuando  tras  sus  ovejas  sin  reposo. 
De  su  cruel  Lidoro  aborrecida, 
Al  valle  salió  Elisa,  mi  pastora. 
Con  las  primeras  luces  de  la  aurora. 

Con  blandos  ruegos  la  sazón  buscaba 
De  hallar  á  su  zagal  menos  altivo; 
■Mas  ni  este  ni  otro  medio  aprovech.aba; 
Que  donde  falta  amor  todo  es  esquivo  : 
Cuanto  ella  á  su  desden  más  se  humillaba, 
Le  daba  de  esquivez  mayor  motivo; 
Que  la  el  varón,  si  amor  con  fuerza  doble 
Que  á  una  mujer  no  hiere,  áspero  roble. 


Y  viendo  cuál  su  pena  se  dilata, 

Y  la  dureza  de  su  crudo  amante , 

Y  la  inconstancia  con  que  amor  le  trata, 

Y  su  fatal  estrella  sin  menguante; 
De  su  desden,  de  su  asper  za  ingrata 
Se  querella  con  voz  tan  penetrante. 

Que  al  cielo  para,  enfrena  al  viento  airado, 
Detiene  al  rio  y  enternece  al  prado. 

«  Cruel  canto,  bellisimo  Lidoro, 
En  tu  beldad  tan  vano,  que  limitas 
Que  de  humano  pincel  pueda  el  di  coro 
De  Adonis  copias  dar  más  exquisitas; 
Tú  en  ni'gros  ojos  y  en  cabellos  de  oro 
La  libertad  á  mil  serranas  quitas; 
Desentendiendo  del  estrago  que  haces. 
Cuando  en  servir  á  Amor  no  te  complaces. 

))¡Ea,  pastor,  si  engendra  tu  nobleza 
Piedad  hacia  el  Amor,  gracioso  niño, 

Y  grave  no  te  fué  de  una  belleza 
Tener  esclavo  el  sing'ular  cariño; 
Así  el  cielo  conserve  la  entereza 

De  tu  grey,  más  nevada  que  el  armiño. 
Que  á  quien  te  busca  tierno  y  amoroso, 
No  te  muestres  de  hoy  más  tan  desdeuosol 

))Sacrifico  á  tu  gusto  el  alma  mia 
Para  que  de  su  f  j  te  satisfagas; 
Te  ofrezco  un  coi'azon  que  en  tí  confia. 
Lleno  por  tí  de  mil  ardientes  llagas; 
Tú  con  despego  anegas  mi  alegi'ía, 

Y  el  adorarte  con  desdenes  pagas; 
¡Ay,  qné  mayor  tormento  se  me  diera, 
Si  contra  tí  otra  culpa  cometiera! 

))Sab  s  que  cuando  niña  llegué  á  verte, 
Mi  primer  dicha  fué  rendirte  el  alma; 
Tan  poco  ¡ay  Dios!  importa,  que  en  quererte, 
Ninguna  otra  á  mi  amor  llevó  la  palma, 

Y  sólo  el  dulce  bien  de  obedecerte, 
Mi  gusto  por  el  tuyo  tuvo  en  calma; 
Pon,  pues,  tus  ojos  en  mi  amante  p'  cho, 
Si  de  mi  amor  no  te  hallas  satisfecho. 

))En  él  verás  por  mi  querer  pintada, 
Aunque  tal  vez  te  pese,  tu  figura, 
Tan  gentil  y  con  tal  primor  copiada. 
Que  se  ve  tu  desden  y  tu  hermosura, 

Y  á  par  de  ella  la  mia  trasladada, 
Lamentando  mi  amarga  desventura, 
Mi  mucha  humanidad,  y  el  poco  aviso 
De  mi  querer,  que  más  que  á  sí  te  quiso. 

))No  con  más  lealtad  el  cristal  puro. 
Ni  so.segada  fuente  en  valle  ameno, 
Mostró  detras  del  trasparente  muro 
A  los  ojos  su  limpio  y  casto  seno; 
Ni  en  bien  cercado  huerto  más  seguro 
Eebaño  fué  de  sobresalto  ajeno. 
Que  tu  amor  en  mi  pecho  y  en  mis  ojos. 
Gozando  mil  dulcísimos  despojos. 

))Si  con  temor  te  sirvo  y  obediencia, 

Y  adoro  tu  donaire  y  apostura; 

Si  entre  mi  sufrimiento  y  tu  violencia 
Cada  hora  el  oro  de  mi  fe  se  apura; 

Y  si  es  justo  vivir  en  tu  presencia. 
Siendo  mi  sol  en  cárcel  tan  oscura; 
Calle  yo,  y  en  favor  de  mi  firmeza 
Hable  tu  cortesía  y  gentileza. 

«Bien  sabes  que  tus  iras  he  temido. 
Como  batel  pequeño  al  mar  airado, 

Y  que  entre  estos  recelos  te  he  servido, 
Cual  por  conjuro  espíritu  apremiado; 

Y  tú  por  eso  me  has  aborrecido. 
Cual  á  contrai-io  tuyo  declarado; 

Y  no  lo  soy;  ¡pluguiese  á  Dios  lo  fuera, 

Y  que  mi  rendimiento  en  tí  se  viera! 

«¡Ay!  que  entre  penas  vivo,  y  de  esta  suerte 
Tu  aspereza  me  está  martirizando. 
Mi  esperanza  en  los  brazos  de  la  muerte, 
El  verdor  de  su  pompa  marchitando; 
Muriendo  por  el  gusto  de  quererte. 
Que  es  en  la  ley  de  amor  vivir  triunfando; 
Mas ,  muerta  ó  viva  yo,  tu  altivez  cierta 
Puede  estar  que  mi  fe  no  será  muerta. 

))Ponme  al  sol  que  la  seca  arena  abrasa, 
O  adonde  espira  envuelto  en  tierna  nievej 


Ponmc  al  cielo  qne  siembra  ardiente  brasa, 

O  al  que  la  cscarclia  y  el  granizo  llueve; 

Por  donde  el  dia  con  su  carro  pasa, 

O  la  enlutada  noche  el  suyo  mueve; 

Que  en  luz  ó  sombra,  en  tierra  ardiente  ó  fria, 

Por  ser  tuya,  pastor,  no  seré  mia.» 

Dijo;  y  cual  si  de  mármol  blanco  fuera, 
Quedó  sin  alma,  sin  color,  sin  vida; 
Sólo  dio  el  llanto  muestra  verdadera 
De  estar  el  triste  cueqio  al  alma  asida. 
Duro  paso  de  amor,  que  enterneciera 
Del  Caspio  mar  la  roca  mas  ceñida, 
Y  en  Lidoro  no  obrara  el  sentimiento 
Más  que  en  el  duro  bronce  airado  viento. 


ÉGLOGA  VI. 

LAURITA. 
ÉGLOGA  PISCATORIA. 


Entre  unas  duras  rocas, 
Que  de  la  diosa  Tétis 
Tiene  el  tesón  continuo  socavadas; 
Donde  las  ondas  locas 
Del  cristalino  Bétis 
Entran  en  su  furor  arrebatadas; 
Donde  mU  enramadas 
Cabanas  los  barqueros 
Tienen  por  sus  orillas, 

Y  redes  y  barquillas 

Atar  suelen  de  rústicos  maderos; 

Lam'ita  pescadora. 

Niña  en  la  tlor  de  sus  abriles,  mora. 

Amaba  á  un  marinero. 
En  cuya  gentileza 

Todos  los  gustos  de  ella  el  Amor  puso. 
Mil  cantares  primero 
El  joven  con  terneza, 
Llenos  de  mil  lisonjas,  la  compuso; 
Reverdeció  confuso 
De  amantes  esperanzas 
En  ella  algún  renuevo, 
Juzgando  su  amor  nuevo 
Libre  ya  de  recelos  y  mudanzas; 
Así  que,  sin  sosiego 
Se  abandonaba  al  encendido  fuego. 

Mas  el  gentil  mancebo. 
Finalmente  trocado. 
La  dejó,  sin  guardar  su  fe  primera; 
Ella,  en  dolor  tan  nuevo 
El  pecho  traspasado. 
Del  miedo  los  recatos  echó  fuera; 

Y  á  la  barca  ligera, 
En  que  el  garzón  huía, 
Con  voz  triste  y  quelirada, 
Medio  desesperada. 

Con  llantos  y  querellas  maldecía, 

Y  en  tono  dulce  y  blando. 

De  esta  suerte  se  estaba  suspirando. 


Si  el  bien  que  adoro  y  temo, 

Y  mis  fatales  hados 

Me  guian  á  la  más  terrible  pena 

Y  al  más  mísero  extremo 
Que  dan  astros  airados, 

A  quien  el  cielo  gran  castigo  ordena; 

Por  esta  húmeda  arena 

Los  tristes  ayes  míos 

Muestren  por  boca  y  ojos 

Sus  mortales  enojos , 

Que  abrasen  los  helados  vientos  fríos, 

Que  tal  vez  vi  amansados 

Al  son  de  mis  acentos  lastimados, 

I  Cómo  el  valor  se  infama 
Que  siempre  amanecía 
De  tu  corazón  gi-ato  en  mi  memoria? 
Que  aunque  contó  tu  fama 
Aun  menos  que  yo  vía, 


ÉGLOGAS. 


No  ora  menor  que  mi  querer  tu  gloria, 

;.Cómo  en  queja  notcria, 

Tirso,  con  tu  mudanza, 

Quedaré  en  este  sudo 

Huérfana  y  sin  consuelo; 

Huérfana  ¡ay!  do  la  célebre  opperanza 

Con  quo  tuya  me  hiciste 

Cuando  dcf  juego  el  premio  me  ofreciste? 

Goza  el  placer  dichoso. 
En  tanto,  del  descanso, 
Que  este  rcvucllo  tiempo  se  mitiga, 

Y  el  mar  tempL'siuosí» 

Se  muestra  ledo  y  manso,  • 

Y  en  menos  olas  su  arenal  fatiga, 
Miéntias  que  no  prosiga 

En  rios  tumultuosos 
El  dar  turbio  tributo, 

Y  no  so  vistan  luto 

Del  cielo  los  celajes  luminosos. 

Cubriéndose  el  luc -ro 

Que  conduce  y  deleita  al  marinero. 

Ya,  por  mi  mal,  has  visto 
Gentes  en  suerte  loca , 
A  los  dudosos  vientos  confiada, 
Dejarla  el  no  previsto 
Rigor  de  alguna  roca 
Por  el  áspero  mar  toda  sembrada; 
Pero,  \ay  de  mí  cuitadal 
Si  mi  pasión  penosa 
Tan  de  lejos  te  hiere, 
Que  la  que  bien  te  quiere 
Ni  aun  alcanza  en  tu  bien  ninguna  cosa, 
Ablande  ahora  tu  pecho. 
Ya  que  no  mi  dolor,  ver  tu  provecho. 

Ni  yo  la  fe  te  pido 
Del  dulce  enlazamiento 
Que  mi  vana  altivez  me  prometía. 
Ni  por  esto  en  olvido 
Dejes  cualquier  contento 
Por  el  remedio  de  la  pena  mia; 
Sólo  que  la  alegría 
De  esta  ribera  goces 
En  dulce  pasatiempo. 
Mientras,  trocado  el  tiempo, 
líefrena  el  mar  sus  ímpetus  feroces; 
Que  auníjue  j-o  en  tí  me  hallara, 
Ningún  más  grato  don  te  demandara. 

Mas  que  de  mí  te  alejas 
Ya  sé,  barquero  altivo. 
Fiado  de  tu  gala  en  el  tesoro; 

Y  en  soledad  y  quejas. 
Cruel  y  fugitivo, 

Huyes  sólo  de  mí  porque  te  adoro. 

En  este  mar  que  lloro, 

Con  mil  delirios  ciega 

En  tempestad  c^  rrada, 

Pues  tanto  el  mar  te  agrada, 

Vuelve,  y  en  él  á  tu  plaar  navega; 

Navega  á  tu  contento. 

Que  mis  suspiros  servirán  de  viento. 

Vuelve,  y  verás  el  gusto 
Que  tuve  de  ouen  ríe, 
Torcedor  hecho  de  mi  amarga  vida; 

Y  cuan  cerca  al  injusto 
Cadalso  de  mi  muerte, 

Fué  la  vana  ocasión  de  to  partida; 

Mas  la  ocasión  perdida 

No  vuelvas;  retrocede, 

Que  sólo  en  verte  el  alma. 

Que  aborrecida  en  c  Urna 

De  muerte  está,  por  tuya  cobrar  puedo 

Nuevo  rigor  y  brí«j, 

Para  pena  m.ayor  y  agravio  mió. 

Que  ese  mar  espantable, 
Cual  tú  inconstant»'  y  vario, 
Trono  de  la  fortuna  sin  asiento, 
Si  ya  para  tí  afable. 
Cual  para  mi  contrario, 
Paso  te  ofrece  y  favorable  viento'; 
Yo  espero  que  violento 
Vuelva  á  su  estilo  arisco 
Que  de  ordinario  coge, 


<53 


451 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 


Y  tu  barqnilla  arroje 

Sobre  la  dura  furia  de  algún  risco, 
En  que  ella  y  tii  feíuzca, 

Y  en  lo  duro"  y  cruel  se  te  parezca. 
Que  así  se  da  el  castigo 

A  laa  ainias  dolosas, 

Que  la  fe  y  juramento  no  cumplieron; 

Que  es  el  Amf)r  amigo 

De  vindicar  sus  cosas, 

Con  pena  igual  al  mal  que  merecieron; 

Pero  si ,  porque  vieron 

Que  es  mia  la  venganza, 

La  iJejan,  yo  la  fio 

A  los  ayes  que  envió; 

Ellos  no  dejarán  de  tu  mndanza, 

En  el  soberbio  charco, 

Reliquia  alguna,  a!  anegar  tn  barco. 

poí:ta. 

Las  lágrimas  ardientes. 
El  ánimo  del  pecho, 
Con  las  ansias  de  verse  desamada, 
Mil  sollozos  dolientes, 
Que  á  un  corazón  no  hecho 
Al  amor  dieran  muerte  atropellada; 
La  triste  voz  cansada, 
Torpe  el  vital  aliento, 
La  congoja  nacida 
Del  alma  entristecida. 
Sin  pulsación  alguna  el  sentimiento. 
Tanto  en  ella  labraron , 
Que  á  la  pescadorcilla  desmayaron. 


ÉGLOGA  VIL 

EN  ALABANZA  DE    LA  VIDA  DEL  CAMPO. 

DE  LIO,  SILVIO,  ALEXL 

POETA. 

Canto  con  voz  suave 
Del  Tórmes  dos  galanes  pastorcilloB, 

Y  aquel  contender  grave 

Que  hubieron  al  vergel  de  los  tomillos; 

Ilolgándoin-..  de  oillos; 

Que  tan  dulces  primores 

Jamas  pensé  de  rústicos  pastores. 

Liiisa,  sin  par  gi-n<'insa, 
Del  gran  blasón  de  A.-túrias  ornamento. 
De  España  lumbre  hermosa. 
Que  envidia  el  estrellado  firmamento; 
Si  alguna  vez  contento 
Te  dic'  el  ameno  prado, 
Con  la  luz  de  tus  ojos  hermoseado, 
O  si  t«  place  ahora 
Ser  de  sus  dulces  musas  norte  y  guía, 
Presta  oído,  s.  ñora, 
Al  tierno  son  de  la  zampona  mia; 
Que  aunque  ronca  solia 
Sonar,  si  hoy  la  escuchares, 
Vientos  enfrenarcí,  calmará  mares. 

Al  tiempo  que  hncen  salva 
Los  tiernos  ruiseñores  dulcemente 
Al  que  en  brazos  del  alba 
Se  levanta  del  tálamo  de  Oriente, 

Y  sacando  la  frente 
Bañada  do  («plendores, 

Nos  da  lu;:,  cuaja  perlas,  abre  flores; 

De  su  clKiza  Palia 
Delio,  pastor  d(>  Tórmes  regalado; 
Üclio,  por  la  armonía 
De  su  sin  par  zamjíoña  celebrado; 
Guiando  su  ganado 
I'or  la  más  fértil  vega 
Que  el  Tíber  español  fecunda  y  riega. 

Y  el  buen  zagal,  íjue  estaba 
El  cielo  y  suelo  hermosos  contemplando, 
Sacó  el  rabel ,  que  aaba 
Alegría  á  law  granjas  con  son  blando; 
Al  cual  acompañando 
Voz  del  alma  salida, 
Abí  cantaba  á  la  tstacion  florida. 


DELIO. 


Deja  en  buen  hora,  primavera  alegre, 
Deja  de  Cipro,  deja  los  jardines; 

Y  á  los  confines  de  la  madi-e  Iberia 

Súbito  vente. 
Vén,  ninfa  hermosa,  y  por  la  verde  alfombra 
De  nuestros  valles  siembra  á  manos  llenas, 
Siembra  azucenas  blancas,  rojas  üores, 
Cárdenos  lirios. 
También  Favonio,  de  benigno  aliento. 
Para  bien  nuestro,  dulce  á  silbar  vuelvas; 

Y  de  estas  selvas  vistas  los  erguidos 

Alamos  tiernos.  -^ 
Tu  frente  bella  de  esperanza  verde. 
Inmensa  madre,  muestra  coronada 
Del  cielo,  ornada  con  tan  regalados 
Fértiles  dones. 
En  vuestras  cimas,  amarillos  montes. 
Benigno  hiera  la  apolínea  lumbre; 
De  cuya  cumbre  leche  y  miel  destüe 
Líquida  vena. 
Por  bellos  caños  de  variado  jaspe 
Viertas,  oh  fuente,  perlas  orientales, 

Y  en  tus  cristales  los  sedientos  pechos 

Néctares  beban. 
Cantad,  ufanos  pajarillos  blandos; 
Henchid  la  selva  de  amoroso  acento, 

Y  el  vago  viento  vuestros  picos  y  alas 

Kápidos  corten. 
Saltad  alegres,  corderillos  mios; 
Corred  jugando  tras  las  madres  blancas; 

Y  sin  carlancas,  sueltos  mis  mastines 

Júbilo  muestren. 
Vuestros  contentos  por  los  verdes  llanos 
Mostrad  tañendo,  dulces  pastorcillos. 
Los  caramillos  con  que  dais  al  bosque 
Música  alegre. 
Deja  tus  urnas,  regalado  Tórmes, 

Y  á  ver  el  dia  sal  del  agua  afuera, 

Y  en  tu  ribera  discantando  mira 

Cándidos  cisnes. 
También  vosotros,  amorosos  Faunos, 
Bellas  Nap.^as,  coro  de  Amadrías, 

Y  hermosas  Drías,  celebrad  aquesta 

Selva  florida. 
Vengan,  pues,  vengan  las  divinas  Gracias 
Al  gozo  ameno  de  la  amiga  selva; 
Todo  se  vuelva  dulcedumbre,  y  todo 
Júbilo  sea. 
Quien  quiera,  siga,  siga  las  pisadas 
De  los  que  ¡oh  mundo!  en  grillos  de  oro  pones; 
¡Míseros  dones,  con  que  los  adulas, 
Míseros  lazos! 
Y  tú,  que  un  tiempo  el  desengaño  viste, 
Libre  tu  dueño,  libre  el  son  levanta; 

Y  alegre  canta  al  inocente  campo, 

Cítara  mia. 

SILVIO. 

Dime,  querido  Alexi,  así  tú  goces 
Del  amor  de  tu  dulce  Galatea : 
/  Quién  hinche  el  valle  de  sonoras  voces? 

ALEXI. 

Yo,  mi  Silvio,  no  sé  cuál  pastor  sea; 
Tan  sólo  sé  que  Delio,  nuestro  amigo. 
Conduce  su  ganado  junto  á  Otea. 

SILVIO. 

De  eso  puedo  yo  ser  mejor  testigo. 
Que  á  mi  padre  sirvió;  mas  el  que  canta. 
Si  es  él  ú  otro  zagal,  sólo  te  digo. 

ALEXI. 

Un  poco  más  los  pasos  adelanta, 

Y  al  cuento  le  verás  de  esa  pradera; 
Pues  has  por  conocerle  prisa  tanta. 

SILVIO. 

Yo  me  holgaría,  sí,  que  Delio  fuera; 
Pues  con  bu  ingenio  y  tono  regalado 


Quizás  algnn  placer  al  alma  diera. 

Que  este  pastor,  cual  padre  de  mi  amado, 

Aunque  en  la  grande  Mantua  no  hace  aliento, 

Ni  en  las  doctas  Atenas  se  ha  versado. 

No  es  pastor,  no,  de  ocio.'^o  pensamiento; 

Que  antes  goza  de  f.-iiil  fantasía, 

Con  una  luz  de  raro  t. utindimiento. 

Que  allá  en  mis  hale-  yo  estudiar  le  TÍa 

De  cielo  y  tierra  las  disposicionts, 

Y  hazañas  de  la  hispana  monarquía; 

Desde  el  polar  cruce ro  á  los  Trionts 

(Cual  si  el  pastor  allá  se  hubiera  hallado), 

Noticia  da  de  todas  las  naciones. 

ALEXI. 

Pues  yo  te  apostaría  de  contado 
El  manso  más  gentil  de  mis  ovejas, 
A  que  no  es  otro  el  que  hemos  escuchado. 
¿No  te  suena  su  voz  tn  las  orejas? 
¿De  su  rabel  no  escuchas  el  sonido? 
En  vano  en  conocerle  más  te  aquejas. 


No  en  vano  para  mí,  que  es  muy  debido 
Que  yo  le  busque  y  mi  pasión  le  cuente; 
Que  al  fin  le  quiero  como  me  ha  querido. 
Mas  hételo  á  la  orilla  de  la  fuente; 
¡Ay  Dios!  cuánto  me  alegro  de  encontrallo 
Por  pasar  esta  aurora  alegrt;mente. 


Amado  Silvio,  lustre  de  este  valle, 
Joven  Narciso  de  este  bosque  y  rio, 
En  hora  buena  mi  cariño  te  halle. 
El  cielo  guarde  ese  ademan  y  brío; 

Y  como  creces  en  edad  florida, 
Así  dilates  tu  amplio  poderío, 

SILVIO, 

Gozar  quisiera  descansada  vida; 
Mas  cruel  le  place  á  mi  contraria  estrella, 
Cada  vez  me  será  más  desabrida. 

DELIO. 

Vamos,  zagal,  tu  primavera  bella, 
Don  celestial  de  mil  venturas  lleno, 

Y  tu  beldad,  que  á  todo  el  campo  sella. 
Date  la  común  madre  de  su  seno 

Sin  repugnancia  frutos  y  años  tales. 
Cuales  á  nadie  en  este  campo  ameno. 
Bien  querido  de  nuestros  mayorales. 
Tal  vez  de  mil  pastoras  codiciado, 

Y  envidiado  tal  vez  de  mil  zagaks; 

Y  con  tod'  ■,  pretexto  has  encontrado 
Que  de  tu  ser  feliz  haga  olvidarte. 
Para  ser  con  los  míseros  contado, 

SILVIO. 

Excusado  es,  mi  Delio,  ya  contarte 
Agravios  de  que  no  puedo  guarirme. 
Ni  lo  podré  alcanzar  por  fuerza  ó  arte. 
Intentaron  los  hados  destruirme; 

Y  por  más  que  á  sus  crudos  golpes  arme 
El  corazón,  no  puí do  resistirme. 

Así  que  estoy  resuelto  de  ausentarme 
De  esta  heredad  á  Mantua  la  famosa, 
En  donde  espero  de  este  mal  librarme. 
Jamas  con  pena  el  ánimo  reposa; 

Y  pues  fortuna  dices  me  da  el  cielo, 
Probar  quiero  hasta  dónde  ce  poderosa; 
Porque  yo  al  fin  no  t^ngo  por  bu  n  celo 
El  que  mostramos  á  esta  choza  y  prado. 
Sin  ver  otro  jamas  que  aqueste  suelo. 

DELIO. 

¡Ay  Silvio,  cuánto  vives  engañado! 

Y  cuan  cierto  es  aquel  proverbio  viejo. 
Que  nadie  está  contento  con  su  estado. 
Mas  porque  anticipado  el  buen  consejo, 
Tal  vez  al  hombre  suele  ser  amargo, 

Y  odio  cautela  trae  consigo  anejo. 
Yo  te  ruego,  zagal ,  nos  hagas  cargo 


2GL0GAS. 


De  la  ocasión  que  asi  vino  á  mudarte. 

SILVIO. 

Oid;  que  yo  os  prometo  no  ser  largo. 

DELIO. 

Preparados  estamos  á  escucharte. 

su.  VIO. 

Ya  veo  que  os  espanta 
Mi  interior  gu'  rra  y  mis  discnroos  rarot, 
1  que  hay  justa  razón  para  admiraros 
Con  lo  que  mi  voz  canta, 
Que  sobre  mi  expriencia  se  adelanta. 

Siéndome  desabrida 
La  suerte,  que  parece  que  abrazaron 
Mil  sabios,  que  las  selvas  celebraron 
Con  voz  dulce  y  subida, 
Llamándola  apacible  y  dulce  vida; 

Pláceme  que  este  suelo, 

Y  montos  coronados  de  lentiscos, 

Y  la  extrañeza  de  estos  altos  riscos, 

Y  despejado  ciclo. 

Den  bastante  ocasión  al  Dios  de  Délo. 

Pero  negar  no  debo 
Que  estando  de  las  ciencias  tan  remoto, 
Tiene  al  ingenio  enrudecido  y  roto, 
Sin  que  cosa  de  nuevo 
De  un  dia  en  otro  muestre  el  mismo  Fcbo. 

Porque,  ¿cuál  noble  idea 
De  la  máquina  hará  del  universo, 
Más  admirable  cuanto  más  diverso. 
Aquel  que  jamas  vea 
Más  que  los  breves  chozos  de  la  aldea? 

Que  al  fin  cosa  es  pesada 
Ver  cuál  pasamos  los  prolijr-s  diaa 
En  estas  solitarias  alquerías. 
Sin  que  esta  vida  en  nr.da, 
Cual  de  Pluton  el  reino,  sea  variada. 

Si  el  bosque  reverdece 
El  azul  lirio  y  los  claveles  rojos, 
Aunque  tal  vez  deleitan  á  los  ojos, 
Triste  al  cabo  se  ofrece. 
Por  la  gran  soledad  ccn  que  aparece. 

Y  una  vez  observadla 

La  amenidad  de  selvas,  fuentes,  prados. 
El  repetir  fastidia  sus  cuidados; 

Y  queda  de  sobrada 

La  atención  más  vivaz  desconsolada. 

Si  mi  juicio  desdeñas. 
¿Qué  sacas,  di,  de  oir  las  bulliciosas 
Aguas  correr,  ó  respirar  las  rosas. 
Si  responden  las  peñas, 
O  si  el  árbol  parece  que  bac^  sefias? 

¿Qué  en  notar  sf"  adelanta 
La  variedad  que  ves  en  brutos  tardos, 
Ligeras  aves,  rápidos  bastardos. 
Diversidad  que  espanta, 
O  que  puede  alegrar  fiereza  tanta? 

Pues  la  aldeana  peiit'» 
Corta  es  de  ingenio  y  llena  de  nidera, 

Y  placer  poco  causa  á  la  grandeza 
De  un  ánimo  valiente, 

Que  estrechez  tan  oculta  no  consiento. 

¿Cuál  razón  no  se  enturbia 
Sin  salir  de  otro  asunto  ni  palabras, 
Que  huertos  cultivar,  ordeñar  cabra*, 
Si  crece  el  ren  ó  alubia, 
Si  el  ábrego  prometa  viento  ó  lluvia T 

Si  alguno  en  la  c  ntienda 
Pastoral  ganó  un  premio  sabiamente, 
La  soledad  del  sitio  no  consiente 
Que  su  virtud  se  extienda. 
Ni  que  otro  que  los  nósticos  lo  entienda. 

Si  otro  osa  diverf  rse, 
Seguirá  sólo  á  la  áspera  Diana, 
C'rufl  hallando  alguna  traza  insana, 
De  la  qne  perseguirse 
O  perseguir  á  otra  ha  de  seguirse. 

Y  cuando  esto  no  sea, 
Abundan  en  sospechas  y  malicias 
Contra  el  pastor  qne  sijjue  las  caricifli 


<55 


m 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 


De  zagala  no  fea,  .     ,    ,      ,, 

Siemlo  por  tilo  el  cuento  de  la  aldea. 

Afll,  bien  que  esta  vida, 
En  la  mayor  Imjcza  abandonada, 
Fuese  de  mucbus  doctos  celebrada, 
Quizá  no  fué  seguida 
Ni  con  un  querer  libre  apetecida. 

¿Y  quién  dir.^  que  menos 
Qne  entre  estos  rudos  y  agrios  materiales 
Pueden  brillar  las  lumbres  naturales 
En  los  pueblos  amenos, 
De  gentes,  de  artes  y  de  ciencias  llenos? 

Cual  Dalmiro  decia. 
Aquel  que  siendo  júven  fué  á  la  guerra 
De  Portugal ,  las  cortes  vio,  y  la  tierra 
En  donde  empieza  el  dia, 

Y  que  portentos  de  ella  referia. 
Expuso  la  destreza 

Con  (|ue  á  naturaleza  vence  el  arte; 
El  órdtTi  con  que  todo  se  reparte; 
La  gala  y  la  fineza, 
Novedad  grata  y  célebre  grandeza. 

Por  esto  el  gran  Carjx.nto, 
Cual  te  dije,  pasar  me  determino, 
Donde  ver  cosas  grandes  imagino; 
Que,  por  más  que  esté  atento, 
Jamas  las  alcanzó  nuestro  talento. 

DELIO. 

Bien  veo,  noble  Silvio,  qne  has  querido 
Con  tu  voz  y  talento  sin  iguales 
Dar  pruebas  de  tti  ingenio  florecido, 

Y  mostrarnos,  zagal,  cuál  bien  te  valea 
De  la  enseñanza  que  en  tus  tiernos  años 
Te  dio  el  mejor  de  nuestros  mayorales; 
Mas  la  falta  de  edad  y  desengaños 
Tras  de  tu  ardor  te  lleva,  y  arrebata 

A  padecer  al  fin  duros  engaños. 

Y  en  no  desengañarte  fuera  ingrata 
Este  dia  mi  voz,  que  en  lo  i^ropuesto 
Contradecirte  en  modo  humilde  trata. 


Pues  muévela,  que  á  oírte  estoy  dispuesto; 
Demás  que  sin  su  luz  encaminado. 
Nunca  pensara  de  parí  ir  tan  presto, 
Nunca  dejara  tu  amistad  y  lado. 


jOb  tres  y  cuatro  veces  bienhadado 
El  primitivo  siglo  delicioso. 
Que,  de  otro  no  envidioso, 
A  ser  llegó  de  todos  envidiado; 
Cuando  el  supremo  Artífice  del  cielo 
liendijo  el  suelo 
Do  verdad  santa 
Selló  su  planta. 
Todo  era  hartura, 
Todo  dulzura; 
Y  el  hombre  ufano  un  libre  ser  gozaba, 
Amando  sólo  al  dueño  que  admiraba! 
Amable  sencillez,  que  los  humanos, 
Ignorantes  del  bien  que  poseyeron, 
Por  su  culpa  perdieron 
Con  su  maldad  y  pensamientos  vanos; 
i  Adonde,  zagal,  piensas  que  se  ha  huido, 
Lejos  del  ruido 
De  los  tiranos, 
Que  nada  humanos, 
Ciegos  é  injustos, 
Huj'en  sus  gustos? 
¿  Adó,  si  no  es  á  nuestras  heredades, 
Con  quien  hizo  perpijtuas  amistades? 

Puerto  tranquilo,  sosegado  suelo, 
Donde  del  mar  del  mundo  el  bajel  roto, 
Huyendo  el  alboroto. 
Encuentra  el  alma  celestial  consuelo, 
iCaántos  ya  de  tus  árboles  frondosos 
Los  dolorosos 
Tristes  vestidos, 
Humedecidos, 
Que  de  él  libraron, 


Ledos  colgaron. 
De  aquí  mirando,  como  de  atalaya, 
Los  que  ahogados  el  mar  lanza  en  su  playa! 

Dichoso  el  que  de  aquí  no  ve  los  techos 
y  patios  de  magníficos  señores. 
Torneados  corredores , 
A  emulación  de  ajena  pompa  hechos; 
Goza,  sí,  de  más  ¡il acida  morada 
En  sosegada 
Fresca  alameda, 
Que  vid  enreda 
Por  prado  ameno. 
De  flores  lleno; 
Que  el  rayo  al  más  gintil  torreón  derroca, 
Y  al  débil  heno  su  poder  no  toca. 

No  del  pastor  los  ojos  se  dirigen 
A  adorar  oro,  ¡data  y  falsas  piedras; 
Que  con  ajenas  medras 
Sobre  el  polvo  en  los  pórfidos  erigen; 
Pero  contemijla  en  matizado  suelo 
Al  raso  cielo 
Luces  más  bellas 
De  astros  y  estrellas. 
Que  hacen  notoria 
De  Dios  la  gloria; 
Pues  solamente  el  cielo,  y  no  el  palacio, 
Llenar  puede  del  alma  el  ancho  espacio. 

Al  rey  no  culpa  con  orgullo  vano, 
Ni  su  gobierno  ó  lej'^  mudar  quisiera. 
Cual  si  Dios  no  tuviera 
El  corazón  del  rey  siempre  en  su  mano; 
Que  antes  le  alaba  con  afecto  puro. 
Porque  seguro 
Le  ha  conservado 
Su  haber  y  prado; 
y  á  tardos  laueyes 
Sólo  da  leyes; 
Que  el  que  á  sí  propio  no  se  ha  gobernado, 
Mal  podrá  dirigir  ajeno  estado. 

Contento  el  pastor  vive  con  su  suerte, 
Sin  mayorazgos  de  avarientos  padres. 
Que  de  tilos  y  sus  madres 
Por  gozarlos  se  alegTen  en  la  muerte; 
Pues  donde  la  bajeza  de  su  estado 
Nunca  ha  pensado, 
Ni  se  asegura 
Mayor  ventura 
Que  la  c^ue  hoy  tiene , 
Y  le  conviene; 
Cuando  ver  á  su  padre  es  el  contento 
Mayor  del  que  al  tr.iliajo  vive  atento. 

Jamas  nadie  le  vio  que  á  hierro  duio 
Sus  senos  rompa  á  la  primera  madre. 
Ni  sus  venas  taladre. 
Osando  despojar  su  claustro  oscuro; 
Antes  en  su  vergel  sólo  apetece 
Lo  que  le  ofrece 
Abierto  el  pecho, 
y  es  de  provecho 
Para  la  vida 
Bien  bastecida; 
Que  la  tierra  tal  vez  sólo  ha  temblado 
Del  que  avaro  sus  senos  ha  robado. 

No  sufre  el  ambicioso,  que  contento, 
Presumió  en  un  mortal  fijar  su  suerte. 
En  cuya  incierta  muerte 
Se  desvanece  su  alto  pensamiento; 
Antes  aquí  más  bien  naturaleza 
Le  dio  llaneza. 
y  honras  iguales 
A  otros  zagales, 
Con  firme  suerte, 
Hasta  la  muerte; 
Que  junto  á  la  ambición,  en  cosa  alguna^ 
Jamas  juró  estar  firme  la  fortuna. 

Ni  se  goza  el  pastor  desvanecido 
Con  blasón  heredado,  ni  presume 
Por  ajeno  perfume. 

Tal  vez  dado  á  quien  no  lo  ha  merecido; 
Empero  á  la  quietud  del  alma  atento, 
Le  da  contento 
Su  fantasía; 


ÉGLOGAS. 


Que  es  la  que  guia 

Sus  opiniones, 

Dichos  y  acciones; 
Que  el  cuerdo  sólo  á  presumir  se  atreve 
De  obrar  lo  que  le  es  propio  y  lo  que  debe. 

No  van  sin  lucimiento  sometidos 
Al  mando  del  señor,  que  el  mundo  encumbra, 

Y  su  virtud  deslumhra, 

Y  aja  su  libertad  desvanecido; 
Sino  libre  en  las  juntas  de  pastores, 

Goza  favores, 
No  le  desprecia 
Soberbia  necia, 

Y  es  atendido 
Con  grato  oido; 

Que  en  la  noche  mejor  la  estrella  luce, 
Que  á  par  del  sol,  que  su  esplendor  desluce. 

Ni  como  el  vano,  oido  da  engañado 
A  la  música  y  voz  de  aduladores, 
Aparentes  loores. 
Que  si  lo  mira  no  le  dan  de  grado; 
Mas  entre  tanto  que  sus  cabras  pacen, 

Libres  le  liacen 

Las  avecillas 

Mil  maravillas, 

Con  un  sonido 

Grato  al  oido; 
Que  aquello  el  hombre  más  siempre  apoteca, 
Que  con  un  querer  libre  se  le  ofrece. 

Al  ganadero  su  vianda  y  plato 
Jamas  ajena  mano  le  dispone, 
Donde  ponzoña  pone 
Algún  traidor  ó  servicial  ingrato; 
Mas  estos  huertos  de  maduro  fruto 

Le  dan  tributo 

Con  las  tempranas 

Legumi>rcs  sanas, 

Y  trasparentes 
Aguas  las  fuentes; 

Que  jamas  daño  encubre  la  corteza 
De  lo  que  al  hombre  dio  naturaleza. 

Jamas  el  hombre  aquí  la  voz  atiendo 
Del  que  afectó  ridicula  cultura; 
Cuya  habla  al  fin  oscura, 
Ser  alabada  sin  razón  pretende; 
Mas  si  en  su  pastoril  y  alegre  bando, 

Verdad  amando. 

Su  amor  declara 

Con  lengua  clara 

Zagal  sencillo, 

Gozo  es  oillo; 
Que  no  es  loable  lo  que  no  se  entiende; 
Sólo  amando  el  mortal  lo  que  comprende. 

Ni  la  pastora  á  la  naturaleza 
Osó  mentir  con  cauteloso  afeite; 
Ni  hizo  usura  al  deleite, 
Usurpando  á  las  flores  la  belleza; 
Antes  mostró  con  naturales  dones 

Propias  facciones , 

Faz  limpia  y  pura, 

Simple  blancura, 

Donaire  bello. 

Suelto  cabello; 
Pues  que  la  gentileza  más  preciada 
Sólo  ( s  gentil  si  simplemente  agrada. 
En  fin,  pastor,  si  es  la  virtud  hermosa, 

Y  ella  sola  corona  de  la  vida, 

Y  en  el  orbe  no  hay  cosa 

Que  con  tan  soberano  bien  se  mida; 
En  esta  soledad,  en  este  prado, 

La  han  encontrado 

Las  almas  puras. 

Que  á  sus  dulzuras 

Se  alimentaron; 

Hasta  que  hallaron 
Seguro  paso  á  aquel  eterno  dia 
Donde  esta  hermosa  luz  sus  almas  guia, 

¡Oh  silvestre  mansión!  ¡oh  patrio  nidol 
Tú  solo  eres ,  en  medio  de  los  males 
Que  pasan  los  mortales, 
Consuelo  dulce  al  ánimo  afligido. 
¡Dichosa  sencillez,  de  Dios  querida, 


«57 


Paciente  vida. 

Mansión  preclara, 

Libertad  cara. 

Tranquilo  puerto, 

Seguro,  ci>  rto, 
O  ampárame,  ó  recibomc  en  tus  brazos, 
Libre  del  mundo  y  sus  astutos  lazos. 

SILVIO. 

Los  tuyos,  buen  zagal,  los  tnvos  tiernos; 
No  el  consejo,  tus  brazos  sólo  pido; 
Serán  de  nu'Stro  amor  nudos  eternos. 
Que  nunca  el  .^ueño  al  que  veló  afligido, 
Tan  dulce  el  alba  fué,  ni  tan  preciada 
La  fuente  al  que  de  sod  se  halló  rendido, 
Cual  para  mi  tu  célebre  ton.ida; 
Y  yo  por  ella  y  tu  cariño  blando 
Me  apartaré  d.'  mi  inte'iicion  pasada. 
y  pues  Fiempre  heñios  visto  que  cantando 
Halla  el  mort.-il  alivio  de  sus  males. 
Id,  os  ruego,  algún  tono  concertando 
Del  campo,  sí,  del  campo,  mis  zagales; 
Ambos  cantad  en  alternado  coro, 
Pues  sois  en  letra  y  tono  sin  iguales. 

ALEXI. 

Pues  ea,  antes  que  el  sol  sus  rayos  de  oro 
Ascienda  á  la  mit.id  del  firmamento, 
Alexi,  templa  lu  rabel  sonoro; 
Que  embebecido  en  pos  de  nuestro  acento, 
Cual  tiene  de  costumbre,  irá  el  ganado. 

DELIO. 

Contento  soy;  da  tú  la  voz  al  viento; 
Que  á  responderte  estoy  ai)ai-cjado. 


Sabroso  campo  mió. 
Vida  feliz,  alegre  y  descansada. 
Arboles,  fuente  y  rio, 
Do  mora  la  verdad  y  es  apreciada; 
1  Triste  del  que  carece 
Del  dulce  bien  que  el  cielo  aquí  le  ofrece  I 

DEUO, 

Desapacible  vida 
Para  mí,  donde  faltan  las  verdades. 
La  inocencia  es  vendida. 
Engaños  hay,  falacias  y  maldades; 
¡Feliz  aquel  se  cuente. 
Que  escapó  de  tratar  tan  doble  gente) 

ALEXI. 

Dulces  son  los  albores 
De  Febo  al  que  en  la  noche  erró  el  camino, 
A  la  abeja  las  florea, 
Y  al  ánade  el  arroyo  cristalino; 
Pero  á  mí  más  gustosa 
Me  es  la  vida  del  campo  delicioso. 


Duro  es  el  viento  airado, 
Que  los  pinos  trastorna  en  las  montañaa. 
El  ladrón  no  esperado, 
Y  el  turbión  que  destroza  las  cabanas; 
Mas  para  mí  es  más  duro 
El  orgullo  que  encierra  un  alto  muro. 


No  al  agua  placentera 
Asi  cfirro  el  cercillo  fatigado, 
Ni  la  blanca  cordera 
A  eu  pastor,  que  pan  con  sal  le  ha  dado, 
Cual  mi  Lisi,  ¡«rendada 
De  la  vida  del  campo,  á  mi  majada. 

DEUO. 

Nunca  rehuye  tanto 
Paloma  al  alcotán  que  la  ha  seguido, 
Ni  el  áspid  al  encanto 
Del  mago  adulador  tapa  el  oido, 
Cuanto  mi  zagaleja 


458  DON  JOSÉ 

Del  tumulto  civil  hnyc  y  se  aleja. 

ALEXI. 

Ámeme  mi  pastora 
Robre  los  zagalejos  más  galanes; 
Salúdeme  á  la  aurora, 
y  enguirnalde  mi  manso  de  arrayanes; 
Que  reído  lo  habré  en  nada, 
61  del  valle  el  placer  la  desagrada. 


Si  le  place  desprecio. 
Muéstrese  Fili  ingrata  á  mis  amores; 
Préndese  del  más  necio. 
Corónele  de  rosas  y  favores, 
Con  tal  que  no  la  vea 
Que  á  ver  los  ciudadanos  ir  desea. 

ALEXI. 

Al  Mayo  la  flor  ama, 
La  tórtola  al  verano,  al  sol  el  dia, 
Los  novillos  la  grama , 
Y  el  verde  campo  la  pastora  mia; 
Pues  amen  nuestros  prados 
El  sol,  las  flores,  tórtola  y  ganados. 

DELIO. 

No  quiere  el  pez  amVñente , 
El  gamo  al  mar,  ni  oveja  al  lobo  insano, 
Ni  el  ave  á  la  sei-piente, 
Ni  mi  Fili  al  estruendo  ciudadano; 
Pnes  la  ciudad  no  quiera 
Ni  ave,  ni  pez,  ni  gamo,  ni  cordera. 


Estas  dulces  canciones 
Los  dos  tiernos  zagales  repitiendo, 
Iban  sus  corazones 
En  el  amor  del  campo  enardeciendo; 
Cuya  armonía  oyendo 
El  coro  de  las  aves, 
Correspondió  con  mi^sicas  suaves. 

Cuando  Febo  explayando 
Iba  su  luz  de  la  mitad  del  cielo. 
Las  sombras  acortando 
Las  altas  hayas  al  florido  suelo; 
Así  que,  sin  recelo 
Se  entran  en  la  espesura, 
A  gozar  de  su  plácida  frescura. 


ÉGLOGA  VIH. 

LÍCIDA,  MONTANO,  POETA. 

POETA. 

Tace  un  bosque  del  mundo  más  loado 
Sobre  el  de  Chipre,  de  beldad  extraña, 
Que  el  padre  Tajo  cerca  recostado 
De  verde  y  oro  sobre  juncia  y  caña; 
Donde  con  urnas  de  cristal  sagrado 
Riega  el  sitio  mejor  de  la  alta  España; 
Mansión  dando,  en  la  fértil  primavera, 
Al  rey  de  cuanto  el  sol  mira  en  su  esfera. 

Crece  el  fresco  plantel  sobre  la  playa, 
A  su  frescura  y  amistad  dispuesto; 
Del  quebrado  cristal  florida  raya. 
De  la  delicia  humana  alegre  puesto; 
Donde  Vertuno  su  riqueza  explaya, 

Y  el  regalo  mayor  deja  traspuesto; 
Sembrando  por  sus  cuadros  y  labores, 
A  medida  del  gusto  sus  primores. 

Cuando  entre  estos  pensiles  placenteros 
Se  encontraron  el  Líenla  y  Montano; 
Montano,  el  más  gentil  de  los  vaqueros, 

Y  Lioirla,  pastor  tierno  y  lozano; 
De  laurel  coronados  sus  sombreros, 
y  cada  cual  gabán  de  piel  galano; 
Ambos  del  Aranjucz,  ambos  zagales, 
y  en  contender  cantando  sin  iguales. 


IGLESIAS  DE  LA  CASA. 


LÍCIDA. 


Salud  tengas,  salud.  Montano  mío, 

Y  el  cielo  multiplique  tu  vacada; 
Parte  tengas  del  alba  en  ei  rocío, 
Miel  te  dé  el  alcornoque  regalada; 
Las  nubes  te  hagan  sombra  en  el  estío, 

Y  en  tus  dehesas  no  cuajen  las  heladas; 

Y  halles  siempre  en  el  campo  tal  contento, 
Como  yo  ahora  en  encontrarte  siento. 

MONTANO. 

Goces  también,  pastor,  tu  edad  lozana, 

Y  guarde  Dios  del  lobo  tus  corderas; 
Como  nieve  tus  mansos  te  den  lana, 
Perdone  el  año  estéril  tus  praderas; 
Cojas  en  la  aridez  fruta  temprana, 

Y  aromas  ricos  broten  tus  laderas; 

Y  tan  grato  y  feliz  pases  la  vida. 
Cual  para  mí  lo  ha  sido  tu  venida. 

LÍCIDA. 

Tú,  libre  de  pasión,  entre  estas  ramas. 
Zagal,  te  gozas  de  hayas  y  laurehs. 
Viendo  la  hiedra  fiel,  viendo  las  gramas. 
Que  enlazan  con  primor  estos  vergeles; 

Y  te  place  gozar  en  frescas  camas. 
Matizadas  de  lirios  y  claveles, 

Tal  vez  movido  de  la  vid  frondosa, 
Que  sobre  escaucs  de  jazmín  reposa. 

Pero  ¿cómo  tan  tarde  en  este  asiento?... 
)E1  ver  te  ha  detenido  la  guirnalda 
De  árboles  tantos,  que  sacude  el  viento. 
Jugando  con  sus  hojas  de  esmeralda? 
O  te  embelesa  aquí  el  mirar  atento 
e  rosicler  de  azul,  de  verde  y  gualda 
Los  variados  esmaltes  que  la  aurora 
En  prados,  fuentes  y  árboles  colora? 


b' 


En  este  sitio,  de  sin  par  belleza, 
Y  en  sumo  grado  ameno  y  delicioso. 
Tanto,  que  mi  atención  lleva  á  la  alteza 
De  un  uo  sé  qué  divino  y  venturoso; 
Que  cierto  aquí  extremó  naturaleza 
Todo  lo  más  suave  y  más  hermoso, 
Que  mueve  á  contemplarla,  como  Elpino 
Nos  muestra  con  su  ingenio  peregrino. 

Elpino,  aquel  pastor  que  de  las  cosas 
Me  enseña  los  principios  que  investiga. 
Diciendo  que  en  las  selvas  silenciosas 
Cuanto  hay,  saber  podemos  sin  fatiga. 
Con  él  paso  las  horas  más  gustosas, 
Porque  el  deseo  de  saber  me  obliga 
A  amar,  con  él ,  del  campo  el  ejercicio. 
Sobre  el  popular  tráfago  y  bulücio. 


Pues  ¡qué!  ¿tanta  instrucción  el  verde  prado 
Nos  dará  como  Elpino  te  protesta? 
¿Qué  observación,  qué  estudio,  qué  cuidado 
En  esta  soledad  te  manifiesta? 
¡Oh  amigo,  qué  al  revés  que  lo  han  pensado! 
Y  antes  de  dar  á  tu  razón  respuesta. 
Por  diversión  contarte  quiero  un  cuento. 

MONTANO. 

Empiézale;  que  á  oirte  estoy  atento. 

LÍCIDA. 

Mas  hé  la  cueva  aquí ;  mira.  Montano, 
Dónde  decir  he  oido  que  dormido 
Hallando  los  pastores  un  silvano, 
Caida  su  guirnalda  y  muy  tendido. 
Con  ella  le  asen  una  y  otra  mano. 
Forzándole  á  cantar  un  ofrecido 
Cuento,  que  te  dii-é  si  acaso  ignoras, 
La  frente  y  sien  pintándole  con  moras. 

Y  él,  riendo  de  la  burla,  les  decia  : 
«¿Por  qué  me  atáis?  Ya  entiendo  vuestro  juego; 
Yo  os  cantaré  la  dulce  canción  mia; 
Soltad,  pues  satisfago  vuestro  ruego; 


ÉGLOGAS. 


Soltad,  niños  (en  fin  les  añadía); 

Que  esa  hermosa  otra  paga  tendrá  luego.» 

Y  asiendo  presto  dj  un  rabel  sonoro, 
Con  diestro  pulso  hirió  las  cuerdas  de  oro. 

Comienza ,  y  á  saltar  faunos  y  fieras 
Empiezan  al  imán  de  su  armonía; 
A  su  compás  moviéndose  ligeras 
Las  altas  ramas  de  la  selva  umbría. 
Kunca  Febo  y  sus  dulces  compañeras 
Hacia  el  Parnaso  colman  de  alegría; 
Ni  el  Ismaro  jamas  admiró  tanto 
Del  sacro  Orfeo  el  resonante  canto. 

Cantó  cómo  los  árboles  un  día, 
Mirándose  sin  rey  que  los  mandara, 

Y  que  del  campo  lu  ancha  monarquía 
Jamas  se  vio  sin  cetro  ni  tiara, 

Un  justo  rey  á  súplica  pedia; 
Quitn,  movido  á  su  ruego,  ks  declara 
Que  les  deja  á  las  jilantas  en  su  mano 
El  nombrar  y  elegir  su  soberano. 

Con  tan  nueva  ocasión  no  queda  planta 
Que  no  lo  trate  en  popular  corrillo. 
Desde  el  ciprés,  que  al  cielo  se  levanta, 
Hasta  el  más  bajo  y  más  rapaz  tomillo; 
Tan  grande  era  el  deseo,  el  ansia  tanta 
De  ver  entre  ellas  un  capaz  caudillo, 
Key  que  en  rienda  de  oro  lo  guiase, 

Y  en  equidad  sus  causas  sentenciase. 
Cantó  que  al  moral  dicen  que  reciba, 

Por  cuerdo,  el  mando,  y  él  no  lo  consiente; 
Pues  á  su  remisión  contemplativa 
Le  es  estorbo  el  cuidar  de  tanta  gente. 
Van  á  buscar  la  vid,  menos  esquiva, 

Y  ella,  al  ver  de  sus  pámpanos  pendiente 
El  licor  que  á  los  hombres  alegraba, 
Dijo  que  más  que  al  mando  lo  preciaba. 

Eligen  al  limón,  como  discreto, 

Y  él,  en  su  bello  fruto  embelesado, 
Del  grave  cargo  dijo  oue,  respeto 
Svr  tan  medicinal,  se  halla  excusado. 
Nombraron  al  ciprés,  por  ser  sujeto 
Sobre  las  altas  cimas  ya  elevado, 

Y  él,  por  lo  solitario  y  penitente, 
Dice  que  el  grave  cargo  no  consiente. 

Nombran  por  rey  la  oliva  consagrada, 
Quien,  amando  su  paz,  por  grave  exceso 
Tuvo  la  aceptación ,  pues  ocupada 
Se  hallaba  en  liquidar  su  licor  grueso. 
Van  á  buscar  la  mies,  quien,  humillada 
Confesó  su  flaqueza  al  grave  peso, 

Y  es,  que  apreciaba  más  que  todo  nombre, 
Darle  el  sustento  principal  al  hombre. 

La  higuera,  que  doblado  fruto  coge, 
Por  él  el  ofrecido  cargo  arrima, 

Y  á  cualquier  persuasión  el  hombro  encoge; 
Que  más  aprecia  su  cosecha  opima. 

Al  vano  cardo,  en  fin,  el  vulgo  escoge, 

Y  como  el  necio  siempre  en  más  se  estima, 
AiTOgante  se  encarga ,  y  amoicioso. 

Del  seco  mando  estéril  y  espinoso. 

MONTAXO. 

Jamas  oí  tan  plácida  conseja, 
Ni  que  más  mereciese  aplausos  tantos, 
Ni  que  muestre  mejor  al  que  se  aleja 
De  las  cargas  del  mundo  y  sus  quebrantos. 
Que  es  mucho  más  feliz  quien  más  las  deja, 
Ulíses  sordo  siendo  á  los  encantos 
Del  vulgo,  que  á  los  vanos  acomete, 

Y  vez  ninguna  da  lo  que  promete. 

Pero,  volviendo  á  nuestro  agreste  bando, 
No  ves  cómo  á  los  cielos  dan  mil  parias, 
Jn  muestra  de  su  júbilo,  ordenando 
Distintos  juegos,  diversiones  varias, 

Y  cuál  con  secos  mirtos  aumentando 
De  trecho  en  trecho  van  las  luminarias  ? 

Y  atiende  bien,  zagal,  cómo  sus  fuegos 
A  los  del  firmamento  dejan  ciegos. 

LÍCIDA. 

Pues  ¿  tú  no  miras  las  serranas  bellas, 
Cómo  cogiendo  en  sus  honestas  faldas 


á53 


y 


Mil  rosas,  que  envidiaron  las  estrellas, 
Tejen  en  cerco  en  forma  de  guirnaldas; 

Y  coronando  sus  calK-llos  de  ellas. 
Libres  ondean  soVire  sus  espaldas, 
Donde  cantal)a  Egon  que  amor  travieso. 
Revolando  mil  veces,  quedó  preso? 

/  Ves  que  al  árbol  los  jóvenes  trepando, 
Dan  mil  naranjüs  á  su  bien  querido, 

Y  que  otros,  dulces  tórtolas  buscando, 
A  sus  pastoras  dan  el  ¡jh-so  nido? 
Las  que  castañas  de  meollo  blando. 
Con  amor,  de  su  mano  han  recibido. 
Gustando,  cual  la  al>eja  entre  las  roñas, 
El  dulce  queso  y  natas  oh  irosas. 


^  Ya  he  vi.sto  que  á  los  vientos  han  lanzado 
Varas  ([ue  le  han  vencido  en  ligereza, 

Y  otros,  corriendo  por  el  verde  prailo. 
Volar  á  un  premio  no  pequeña  pieza; 

Y  otros  que  en  contender  de  amor  han  dado, 
En  mil  versos  luciendo  su  destreza; 

Y  en  fin,  seguir  alegres  cada  uuu 
El  juego  á  su  placer  más  oportuno. 

^  Pero  ,'qué  corazón  placer  no  siente, 
Viendo  .«olírc-alir  en  aquel  Imiido 
Las  pastorcillas,  que  graciosamente 
En  torno  andan  ,  bellísimas  tri.scando 
Su  inocente  candor,  su  faz  luciente, 
Su  .sencillo  aileman,  su  pecho  blando? 
Qué  libertafl  no  roba,  á  qué  contt-nto 
so  eleva  del  pastor  el  pensamiento? 


^ 


LICIDA. 


Mas  mira  tú  las  aves  amorosas. 
Entre  li.s  venles  rama.<»  asnnmdas, 

Y  las  auras  que  vim'  -  ■  "  is. 
Cada  vez  las  verás  n.  s; 
Sin  duda  de  las  voc<  = 

Que  en  sus  dulcs  zamponas  alternadas 
Los  zagalejos  vienen  entonando, 
Al  dueño  de  estas  selvas  alegrando. 

MONTANO. 

SI,  pastor,  dices  bien;  lleguemos  breve. 
Que  de  nuevo  cantar  han  prevenido; 

Y  el  gentil  Tírsis,  que  á  vencer  se  atreve 
Aquel  pastor  de  Venus  tan  quf  rido, 

Y  Cintia,  que  en  candor  pasa  á  la  nieve. 
Bella  cual  cu'  nías  de  la  hermo.-^a  Dido; 
Cada  cual  fi.  mpla  j-a  su  dulce  avena. 
Mientras  la  danza  pastoril  se  ordena. 

¿Ves  cuál  quitan  los  jóvncs  del  brazo 
Las  bandas,  que  zagalas  van  cogiendo. 
Para  tej(  r  un  lazo  y  otro  lazo. 
Tras  las  dos  sueltas  guías  procediendo? 
Verás  con  qué  gentil  desembarazo 
Van  de  una  rueda  en  otra  revolviendo, 

Y  discurren  del  prado  larga  pieza. 
Mas  escuchemos;  que  el  cantar  empieza. 

tívsíí*. 

Canta  y  sigue  mi  voz,  pastora  hermosa. 
Galana  cual  la  fértil  primavera, 
Gloria  de  est»^  pensil,  y  más  hermosa 
Que  en  el  bosque  la  palma  placentera; 

Y  así  á  tu  amor  le  seas  más  sabro.^a 
Que  del  pichón  su  dulce  cmfi.'kftera. 
Que  acom¡iañe;j  d  détiil  cauto  mió, 
Celebrando  el  placer  dt  1  bt.sfiuc  umbrío. 

CINTIA. 

Canta  y  vuelve  á  tu  son,  pastor  donoso. 
Lozano  com<i  el  Mayo  flor  e.ido; 
De  esta  a;'    '    '    '  -íirboso 

A  mis  oj.  o; 

Y  así  á  til  1080 
Que  á  la  ovi-jiUa  el  rvceulal  uacido. 
Que  prosigas  tu  tono  comenzado. 
Festejando  el  contc  nto  de  este  prado. 


4C0 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 

TÍnsiS.  En  caudal  vence  al  liquido  arroynelo ; 

Cuanto  por  cima  el  trébol  desmedrado 
Se  descuella  el  ciprés,  alzado  al  cielo; 
Tanto  sobre  el  estrépito  y  enfado 
De  la  ci  udad  me  es  grato  el  verde  suelo 
Y  la  vida  del  campo  delicioso. 
Cerrad ,  faunos ,  cerrad  el  bosque  hermoso. 


Dichoso  el  qnc  do  aquí  mira  cubierta 
La  madre  universal  de  flor  preciada, 
Antes  del  riguroso  invierno  yerta, 
Ya  de  verde  esperanza  coronada; 

Y  libre  del  pirata,  alegre  puerta 
Abre  al  sol ,  con  sus  rayos  fecundada; 

Y  con  los  d(m(  s  de  la  dulce  Flora, 
Del  pasajero  el  ánimo  enamora. 

CINTIA. 

Pues  feliz  el  que  aquí  ve  de  la  cumbre 
Del  monte  desgajarse  la  abundancia, 
Dando  con  amorosa  dulcedumbre 
Los  antiguos  collados  su  fragancia, 

Y  de  ellos  ve  con  dulce  muchedumbre 
Destilar  leche  y  miel  en  esta  estancia. 
Cuando  el  precioso  cuerno  de  Amaltea 
Al  gusto  humano  todo  lo  hermosea. 

TÍRSIS. 

El  laurel  verde  y  arrayan  preciado, 
Que  á  Apolo  enamoró,  que  Venus  quiso, 
El  pino  de  Cibeles  estimado, 

Y  el  bello  trasformado  Cipariso, 

Y  el  limpio  acebo  y  álamo  copado, 
Tolviendo  este  lugar  un  paraíso. 
Acá  y  allá  los  trae  viento  sereno. 
Llenando  de  placer  el  sitio  ameno. 

CINTIA. 

La  hiedra  de  Lieo  al  olmo  prende, 
La  hermosa  vid  sus  pámpanos  dilata; 
Homero,  casia  y  cínamo  trasciende, 
De  aljófar  argentada  cada  mata ; 

Y  de  Céres  la  mies  aquí  se  extiende, 
Cual  golfo  hermoso  de  dorada  plata. 
Ensortijando  cada  hermosa  arista, 
Deleitan  á  el  olfato  y  á  la  vista. 

TÍRSIS. 

De  entre  mármoles  bellos  de  colores 
Las  regaladas  fuentes  se  deslizan, 

Y  el  ámbar  usurpándole  á  las  flores, 
Su  líquido  cristal  aromatizan  ; 

O  ya  los  arroyuelos  trc))adores 

La  blanca  espuma  con  primor  enrizan, 

Y  en  blanda  risa  y  plácido  sonido 
Al  corazón  alegran  y  al  oido. 

CEÍTIA. 

La  alfombra  de  este  valle  se  enriquece. 
De  verde,  azul  y  rojo  engalanada  ; 
El  clavel  rey,  y  reina  rosa  crece. 
De  cristalina  aljófar  coronada  ; 
Jazmín  y  azar  fragancia  nueva  ofrece, 

Y  el  lirio  y  azucena  nacarada  ; 

Dando  á  cualquiera  que  á  este  sitio  arriba, 
Grata  quietud,  que  el  animo  cautiva. 


Aquí  el  venado  y  cordcrillo  corre. 
Saltando  entre  las  murtas  y  verbenas, 
Libres  de  que  los  sigan  ,  ni  les  borre 
Otro  paso  los  suyos  en  la  arena  ; 
Cuando  á  la  oveja  el  corderillo  acorre, 

Y  ella  le  abriga,  de  retozos  llena, 

Y  coleando  el  cachorro  lisonjero, 
Dan  al  pastor  su  gozo  placentero. 

CINTIA. 

Aquí  las  aves  con  sonoro  acento 
Cantan  al  son  de  las  inquietas  hojas, 
El  colorín  su  amor  y  su  contento, 
Filomena  sus  celos  y  congojas  ; 
O  ya  en  tropa  veloz  cortan  el  viento, 
Encopetados  de  plumillas  rojas ; 

Y  de  un  ramo  saltando  en  otro  ramo. 
Del  alma  son  un  celestial  reclamo. 

TÍRSIS. 

Cuando  el  vecino  Tajo  celebrado 


CINTIA. 

Cual  la  aurora  al  perdido  caminante, 
O  al  prado  lluvia  que  el  Abril  envía; 
Cual  al  siervo  la  fuente  resonante, 
O  á  la  abeja  la  flor  que  el  vergel  cria; 
Así  al  mortal  de  su  quietud  amante 
El  vivir  en  el  campo  es  alegría, 
Y  más  en  esta  estancia  regalada. 
Guardad ,  faunos ,  guardad  la  selva  amada. 


Venga  el  antiguo  Pan  de  los  pastores, 
Su  rostro  de  })urpúrea  mora  ungido. 
Ceñida  en  rededor  su  sien  de  flores, 
De  espadaña  y  de  lauro  florecido ; 
Y  de  Arcadia  los  jóvenes  cantores 
Con  él  lleguen  al  dulce  apetecido 
Juego  y  placer  de  sitio  tan  sabroso. 
Cerrad, faunos,  cerrad  el  bosque  hermoso. 


1  Dulce  bien  con  que  el  cielo  nos  convidal 
Que  alegre  dui'es  siglos  dilatados, 
Y  en  pastoril  llaneza  apetecida 
Se  alegren  los  pastores  descuidados ; 
Del  regocijo  de  esta  dulce  vida 
Lejos,  lejos  huid,  tristes  cuidados; 
Pues  no  hay  cosa  en  el  mundo  más  preciada. 
Gozad,  ninfas,  gozad  la  selva  aviada. 


Así  el  gentil  pastor  iba  cantando, 

Y  la  zagala  hermosa  respondiendo, 
A  las  estrellas  con  su  son  tocando, 
Los  álamos  plateados  conmoviendo  ; 

Y  el  coro  de  zagales  acabando 

Los  lazos  que  en  las  danzas  van  tejiendo, 
La  aurora,  que  por  verlos  madrugaba, 
Las  puertas  del  oriente  purpuraba. 


ZAGALES  DE  CARAMAS. 

ÉGLOGA  (1). 

NOCHE  PASTOEITi  Y  FESTIVA  EN  LOOR  DEL  NACIMIEN 
TO  DE  LOS  DOS  SERENÍSIMOS  INFANTES  GEMELOS, 
DON  CARLOS  Y  DON  FELIPE,  Y  DE  LA  CONCLUSIÓN 
DE  LA  PAZ  CON  LA  INGLATERRA. 


ARCADIO. 
CORO  PRIMERO. 


BATILO. 

CORO  SEGUNDO. 


BATILO. 

Salud  tengas,  salud,  Arcadio  mió; 
El  cielo  multiplique  tu  vacada, 
Parte  tengas  del  alba  en  el  rocío, 
Miel  te  dé  el  alcornoque  regalada; 
Las  nubes  te  hagan  sombra  en  el  estío, 
y  en  tus  prados  no  cuaje  cruda  helada, 
Y  halles  siempre  en  tus  cosas  tal  contento 
Como  yo  ahora  en  encontrarte  siento. 

ARCADIO. 

Goces  también,  pastor,  tu  edad  lozana, 

(1)  Entre  los  papeles  de  Forner  encontramos  esta  églopa.  Cual- 
quiera que  sea  su  valor  poético,  la  publicamos  con  gusto  por  ser 
obra  del  simpático  Iglesias, 


ÉGLOGAS. 


Y  guarde  Dios  del  lobo  tns  corderos; 
Como  nieve  tus  mansos  te  den  lana, 
Perdone  el  año  estéril  tus  praderas; 
Cojas  en  la  aridez  fruta  temprana, 

Y  aromas  ricos  broten  tus  laderas; 

Y  tan  grata  y  feliz  pases  la  vida 
Cual  para  mí  lo  ha  sido  tu  venida. 

BATILO. 
Tú,  libre  de  pasión,  entre  estas  ramas, 
Zagal,  te  gozas  de  hayas  y  lam-eles. 
Viendo  la  hiedra  fiel,  viendo  las  gramas 
Que  enlazan  con  primor  estos  vergeles; 

Y  te  place  posar  en  frescas  camas. 
Matizadas  de  lirios  y  claveles. 
Tal  vez  movido  de  la  vid  frondosa. 
Que  sobre  lechos  de  jazmín  reposa. 

Pero  ¿  cómo  tan  tarde  en  este  asiento? 

tEl  verte  ha  detenido  la  guirnalda 
)e  árboles  tantos,  que  sacude  el  viento, 
Jugando  con  sus  ojos  de  esmeralda, 
O  te  entretuvo  aquí  el  mirar  atento, 
De  rosicler,  de  azul,  de  verde  y  gualda. 
Los  tejidos  colores,  que  la  luna 
Nos  demuestra,  á  las  sombras  importuna? 

ARCADIO. 

I  Pues  tú  no  ves  arder  ñamantes  teas. 
Cual  solemos  quemar  de  cecbo  y  nardo, 
Que  imitando  á  las  ráfagas  febeas, 
Ilustran  de  la  noche  el  rostro  pardo? 
Pues  tropa  es  pastoi'il  de  esas  aldeas, 
Que  al  bosque  viene  en  ademan  gallardo, 
A  aplaudir  de  la  paz  el  gran  contento. 
Que  engrandece  un  augusto  nacimiento. 

A  esto  vine,  zagal,  y  muy  gustoso 
(Quizá  cual  tú),  después  que  encomendada, 
En  un  sitio  abrigado  y  delicioso. 
Dejé  á  Díimojí  mi  candida  vacada; 

Y  estoy  ya  de  que  lleguen  deseoso; 
Que  dicen  ha  de  haber  nueva  tonada 
De  aquella  amable,  aquella  real  pastora, 
Hechizo  de  su  España,  que  la  adora. 

BATILO. 
¡Oh!  ya  me  acuerdo  :  la  gran  Luisa  es  ésta, 
Que  el  buen  Dnlmiro  (1)  tanto  realzaba; 

Y  él,  por  haberla  visto  en  otra  fiesta. 
Del  Zurguen  los  aplausos  se  llevaba; 

Y  dijo  ganó  un  premio  en  la  floresta 
Cantando  su  belleza,  á  quien  pintaba 
Eu  lugar  de  la  madre  de  las  flores. 
Que  era  el  asunto  dado  á  los  pastores. 

Pintóla  de  su  corte  idolatrada. 
Que  en  multitud  por  verla  discurría. 
Cuando,  en  carro  de  oro  reclinada, 
A  honrar  el  prado  su  beldad  salia; 
Por  el  cabello  hermoso  una  lazada 
Suelta  de  rosicler  y  argentería, 
Su  rostro  vuelto  un  sol,  con  cuyos  rayos 
Sembraba  abriles,  derramaba  rayos. 

El  gayo  manto  ondeando  con  plumajes 
De  corimbos  y  aljófares  menudos. 
Jugando  por  sus  orlas  y  fullajcs 
Erres  de  perlas  y  floreados  nudos, 

Y  que  así  entre  mil  visos  y  celajes. 
Se  enseñoreaba  de  los  vientos  mudos, 
Dando  al  rio  cristal,  leche  á  las  fuentes, 
Flores  al  campo,  olor  á  los  amVjientes. 

Y  añadió  cómo  afable  y  comedida 
Al  mundo  enseñó  á  amar  con  prendas  reales, 

Y  no  tan  sólo  á  los  que  tienen  vida, 
Pero  hasta  á  los  más  duros  encinales; 

Y  que  por  esto  se  halla  tan  querida 
Del  gran  dueño  de  todos  los  zagales; 

Y  en  pago  de  su  amor,  le  ha  dado  el  cielo 
Frutos  de  bendición,  gloria  y  consuelo. 

Desde  que  á  esta  dulcísima  princesa 
Santo  himeneo  coronó  de  flores, 
De  dar  su  imperial  tálamo  no  cesa 


(1)  Cadalso. 


4C1 


Del  gran  Pelayo  invictos  succEorcs; 

Y  á  un  mundo  y  á  otro  y  otro  le  interesa 
El  efecto  feliz  de  sus  amores; 
Progenie  real,  que  cu  todas  las  edades 
Será  grata  á  los  hombres  y  deidades. 

ARCADIO. 
Pero  como  á  la  falda  de  la  loma 
Más  cerca  arden  los  haclios  luminosos, 

Y  como  el  corro  pastoril  a'^jma 
Entre  los  verdes  ramos  más  vistosos, 
Yo  no  sé  qué  placer  ( 1  alma  toma 
Al  oir  sus  cantares  del'cioi^o.s 

Que  en  ellos  la  novilla  embobecida. 
El  regalo  materno  y  pasto  t)lvida. 
Ellos  como  repican  los  rabeles, 
La  alzada  pandereta  y  cnraniillo; 
Cual  desgajan  flexibles  mirabeles 
Cinantnnos  de  olor,  casia  y  tomillo; 
Como  sus  ropas  de  iiintadws  pieloa 
Adornan  de  él,  con  ánimo  sencillo; 
Siguiendo  alegres  por  el  verde  llano 
El  placer  de  su  augusto  soberano. 

BATILO. 

Mas  neta  tú  las  aves  amorosas 
Entre  las  frescas  ramas  asomadas, 

Y  las  auras  que  oinii^s  bulliciosaj». 
Cada  voz  las  verás  más  sosegadas; 
Sin  duda  son  l.as  voces  sfinorosas 

Que  en  sus  dulces  zamj>oñ;LS  alternadas 
Los  zagalejos  vienen  entonando, 
Al  dueño  de  estas  selvas  alegrando. 

CORO  PRIMERO. 

Zagales,  aplaudid  en  esta  noche 
La  paz,  que  nuestros  guatos  lisonjea; 
Brillad,  oh  gu'a  del  celeste  coche. 
Bella  Adriadne  y  clara  Ca^iopea; 
Todo  el  cielo  su  gala  ■'      '       '  ■■, 
Pues  tanto  con  sus  (1  rea; 

Ya  el  suelo,  como  el    .      .     .  ,    /,  reposa; 
Gozad,  hombres,  gozati  la  paz  liicliosa. 

Venga  el  antiguo  pan  de  los  j.a -.torca. 
Su  rostro  de  purpúrea  mora  ungido, 
Ceñida  en  dirrcilor  su  sien  de  llores. 
De  espadañas  y  lauro  florecido; 

Y  dando  á  nuestros  jijvenes  cantores 
El  beso  de  la  jiaz  apetecido, 

Suene  de  hoy  más  su  flautii  sonorosa; 
Gozad,  selvas,  gozad  la  paz  dicliosa. 

Cuanto  el  vecino  Ti)rmes  cel<l'-'  • 
En  caudal  vence  al  líquido  .irri 
Cuanto  por  cima  el  trébol  desni' 
Se  descuella  el  cijires  alzado  al  cielu; 
Tanto  sobre  el  estréj)ito  enconado 
De  la  guerra,  la  paz  es  giata  al  suelo, 

Y  á  las  mismas  deidades  delii-iosa; 
Gozad  todos,  gozad  la  paz  dieiiosa, 

CORO   SEGUNDO. 

A  las  selvas  venid,  duli'  '       -. 

La  noticia  á  aplaudir  de  ¡^  ■: 

Que  hoy  de  la  :uigu-ta  Lir  'M 

Han  dado  á  nuestras  ansias  <inii|>li.niento; 
Dos  infantes  dio  á  luz,  dos  dcfensíircs 
De  nuestra  patria,  y  su  mayor  aumento, 
En  quien  su  heroico  abudo  más  se  agrada; 
Guardad  cielos,  guardad  mi  Luisa  aina<la. 

Regalo  encantador,  fruto  fecundo 
Del  dulce  amor  y  nuortes  de  fortuna 
La  beldad  dieron,  íiu<;  nunca  en  el  mando 
Adoró  el  sol  y  respetó  la  luna; 
Princesa  real,  que  en  '    ri.v  ^in  ^i  (mhkIo, 
De  Borlxm  ilustró  l;i 
De  hoy  más  sobre  !(■ 
Guardad,  genios,  gtiar'lu',  mi  I.';-.!  amada. 

Cual  la  aurora  al  perdido  rnniiiinntc, 
O  al  campo  lluvia  que  el  Abril  envía; 
Cual  al  ciervo  la  fuente  r'^'^onantc, 
O  á  la  abeja  la  flor  que  el  vergel  cria; 
Así  caíla  nacido  y  bello  infante, 
Al  Rey  y  al  reino  todo  es  alcgrlOj 


iC2 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 


Y  rnd?  en  sucf'sion  t.in  doseacla; 
Guardad  gentes,  ír.mrdad  mi  Luisa  amada. 

Venga  en  nuestra  agradable  compañía 
La  licrniosa  madre  del  amor  hernioso; 
Baje  en  alegres  coros  la  alegría 
A  aplaudir  nacimiento  tan  dichoso; 
Pues  con  doblado  bien  torna  en  un  dia 
El  que  ya  en  muchos  se  perdió  lloroso, 
En  placieres  la  pena  retornada; 
Guardad,  lasques,  guardad  mi  Luisa  amada. 

Cuanto  el  famoso  risco  alza  su  frente 
Por  cima  de  estos  Ínfimos  oteros, 
Cuanto  aventaja  el  sol  resplandeciente 
En  llama  y  claridad  á  otms  luceros, 
Tanto  es  sobre  otras  reinas  excelente 
La  que  á  dos  mundos  da  dos  herederos, 
La  más  feliz  del  orbe  apellidada; 
Guardad  todos,  guardad  mi  Luisa  amada. 

ARCADIO. 
Escuche  yo,  Batilo,  el  dulce  acento 
De  este  cantar,  que  en  nuestro  bien  resuena, 

Y  de  la  feroz  guerra  el  cnollo  exento. 
Goce  la  paz  de  aquesta  selva  amena; 

Y  el  esforzado  guerreador  contento 
Esté  en  su  armada,  de  cañones  llena; 
Que  yo  por  él  mi  suerte  no  trocara, 
Si  inestimables  bienes  me  prestara. 

BATILO. 

Yo  me  imagino,  Arcadio,  que  es  bien  cierto 
Que  si  esos  valerosos,  que  se  han  dado 
A  tan  duro  anhelar  y  logro  incierto. 
Con  tantas  turbaciones  alterado, 
Vieran  la  amenidad  de  nuestro  huerto, 
•  En  honor  de  la  paz  tan  festejado, 
Sus  lanzas  y  paveses  qu'^brantáran, 

Y  el  carro  de  sus  triunfos  abrasaran. 

AECADIO. 

Sí,  pastorcillo,  sí;  pero  el  anhelo 
De  servir  á  un  rey  justo  puode  tanto. 
Que  por  él  uno  ya  de  humilde  suelo 
Cosas  obró,  que  al  orbe  dan  espanto; 
La  causa  regia  ó  permisión  del  ciclo 
A  investigar  yo  nunca  me  adelanto; 
Sólo  sé  que  á  uno  y  otro  le  debemos 
Mil  loas  por  !a  paz  que  poseemos. 

Con  su  favor,  seguro  en  sus  majadas 
Tendré  el  ternero  y  choto  regalado. 
Cogeré  pan  cual  nieve  en  mis  aradas, 
De  esiiigas  y  de  gozo  coronado, 

Y  en  v«-iidimias  de  Daco  festejadas. 
Espumante  licor  de  oro  bañado, 

Y  no  habrá  puesto  en  toda  aquesta  selva 
Que  caza  en  abundancia  no  me  vuelva. 

BATILO. 
Pues  mí  Rilcna  la  sabrosa  nata 
Labrará,  y  ijueso  y  candida  manteca, 
Frutos  tiernos,  teñidos  de  escarlata, 

Y  más  dulce  que  la  miel  la  fruta  seca; 
Labrarále  la  abojn,  nada  ingrata. 
Panal  nevado  en  la  colmena  hueca, 

Y  presa  en  su  sedal,  le  dará  el  rio 

La  inquieta  pesca  de  su  albergue  frío. 
ARCADIO. 
Así  nos  cuentan  que  la  edad  primera 
De  sencillos  mortales  fué  vivida. 
Cuando  en  el  muntlo  la  verdad  .sincera 
Moró,  de  la  alta  Tumis  asistida, 
Cuando  el  engaño,  el  arte  y  la  ira  fiera 
No  hallaba  entre  ios  hombres  acogida; 
Edad  de  muchas  otras  envidiada, 
l'or  otra  á  juie.stros  tiempos  trasladada. 

Asi  era  fama  que  esta  ])az  amaba. 
Cuando  de  ella  su  im]X'rio  carecia 
El  mayoral  que  nuestro  bien  buscaba, 
Gran  jiadre  de  la  hispana  monarquía; 
Carlos,  cuyo  valor  todo  hombre  alaba 
Desde  el  aurora  al  término  del  dia; 
Por  quien  han  hecho  cortes  en  la  tierra 
Las  virtudes  que  el  alto  Olimpo  encierra. 


Bravo  entre  los  nacidos,  y  apacible, 
Que  de  dos  orbes  todo  el  peso  junto 
Hacer  no  puede  á  su  ánimo  invencible. 
Que  de  su  majestad  decrezca  un  punto; 
Contrastar  sus  fortunas  no  es  posible. 
Pues  de  un  Dios  tutelar  hecho  un  trasunto. 
Quiere  tener  en  peso  nuestras  vidas, 
Que  mil  veces  sin  él  fueran  perdidas. 

PY'liz  el  que  de  altísimas  mansiones 
La  paz  á  coronarle  hoy  ha  venido; 
Que  sólo  entre  otros  ínclitos  varones, 
Copiar  el  siglo  de  oro  ha  merecido; 
No  sólo  con  los  límites  y  dones 
De  Occidente  y  Levante  enriquecido. 
Mas  dándole  otro  Oriente  dos  luceros, 
Ii-is  de  paz  tras  mil  combates  fieros. 

Pero  viniendo  á  nuestro  agreste  bando, 
¿No  ves  ci'imo  á  los  cielos  dan  mil  parias. 
En  muestra  de  su  júbilo  ordenando 
Distintos  juegos,  diversiones  varias; 

Y  cual  con  secos  mirtos  aumentando 
De  trecho  en  trecho  van  las  luminarias? 

Y  atiende  bien,  zagal,  cómo  sus  fuegos 
A  los  del  firmamento  dejan  ciegos. 

BATILO. 

¿Y  tú  no  miras  las  serranas  bellas, 

Cómo  cogiendo  en  sus  honestas  haldas 

Mil  flores,  que  envidiaron  las  estrellas. 

Tejen  en  cerco,  en  forma  de  guirnalda; 

Y  coronando  su  cabello  de  ellas, 
Libres  ondean  sobre  sus  espaldas. 
Donde  cantaba  Egon  que  amor  travieso 
Mil  veces  revolando  quedó  preso  ? 

¿Ves  que  al  árbol  los  jóvenes  trepando. 
Dan  mil  naranjas  á  su  bien  querido, 

Y  que  otras  dulces  tórtolas,  buscando 
A  sus  zagalas,  dan  el  preso  nido; 
Los  que  castañas  de  meollo  blando 
Con  amor  de  su  mano  han  recibido. 
Gustando,  cual  la  abeja  entre  las  rosas. 
El  dulce  queso  y  natas  olorosas? 

ARCADIO. 
Ya  he  visto  que  á  los  vientos  han  lanzado 
Varas,  que  le  han  vencido  en  ligereza; 

Y  otro  corriendo  por  el  verde  prado 
Volar  á  un  premio  no  pequeña  fiera; 

Y  otros  que  en  contender  de  amor  han  dado, 
En  mil  versos  luciendo  su  destreza, 

Y  en  fin,  seguir  ufanos  cada  uno 
El  juego  á  su  placer  más  oportuno. 

Pero  lo  que  arrebata  mis  cuidados, 
Es  observar  del  olmo  en  la  corteza 
Grabada  con  cuchillos  delicados, 
De  los  nuevos  infantes  la  terneza; 

Y  el  ver  cómo  en  sus  lienzos,  de  oro  ornados, 
Las  pastorcillas  muestran  la  belleza 

De  su  madre,  que  entre  el'os  cuidadosa, 
Parece  de  dos  soles  alba  hermosa. 

BATILO. 

Tus  palabras  cual  miel  para  mí  han  sido, 

Y  tu  convtrsacion  me  es  tan  preciada, 
Que  por  ella,  pastor,  diera  al  olvido 
La  prenda  de  mi  amor  más  estimada; 
A  tratn,r  de  estas  cosas  te  convido 
Mañana  en  este  sitio,  si  te  agrada; 

Y  ahora  al  pastoral  corro  lleguemos, 

Y  de  la  fiesta  el  fin  observaremos. 

ARCADIO. 

Sí  por  cierto,  zag.al;  lleguemos  breve. 
Que  de  nuevo  cantar  han  prevenido; 

Y  el  gentil  Tírsis,  que  á  vencer  se  atreve 
Atiuil  pastor  de  Venus  tan  querido, 

Y  Elisa,  que  en  candor  )iasa  á  la  nieve, 
Bvlla  cual  cuentan  de  la  honesta  Dido, 
Cada  cual  templa  ya  su  dulce  avena 
Mientras  la  danza  pastoril  se  ordena. 

¿  Ves  cuál  quitan  los  jóvenes  del  brazo 
I-as  bandas,  que  serr.anas  van  cogiendo 
Para  tejer  un  lazo  y  otro  lazo, 


ÉGLOGAS. 


4C3 


Tras  las  dos  sueltas  guías  procediendo? 
Verás  con  qué  gentil  desembarazo 
Van  de  una  rueda  en  otra  revolviendo, 

Y  discurren  del  prado  larga  pieza; 
Mas  escuchemos,  que  el  cantar  empieza. 

COHO    PRIMERO. 
Salve,  Carlos,  galán  el  más  brioso. 
Lozano  como  el  Mayo  florecido, 
De  esta  arboleda  honor,  y  más  garboso, 
A  mis  ojos,  que  el  plátano  crecido; 
Así  á  tu  bien  le  seas  más  sabroso 
Que  á  la  ovejilla  el  recental  nacido, 
Que  alientes  mi  cantar  debilitado. 
Pues  celebra  tus  dichas  nuestro  prado. 

CORO  SEGUNDO. 

Salve,  Luisa  sin  par,  pastora  hermosa, 
Galana  cual  la  fértil  primavera, 
Gloria  de  este  pensil,  y  más  airosa 
Que  en  el  bosque  la  palma  placentera; 
Así  á  tu  amor  le  seas  más  graciosa 
Que  es  al  pichón  su  dulce  compañera. 
Que  des  aliento  al  débil  canto  mió. 
Pues  aplaude  tu  gozo  el  bosque  umbrío. 

CORO    PRIMERO. 

[Oh  infantes  tiernos,  oh  tempranas  flores, 
Luceros  que  otra  aurora  nos  envia. 
Dignos  de  nuestro  amor,  nuestros  amores. 
Delicia  de  la  ibera  monarquía! 
Vuestros  gracejos,  vuestros  resplandores 
De  vuestros  padres  son  nueva  alegría. 
De  los  remotos  siglos  esperanza, 
En  donde  el  mayor  cetro  se  afianza. 

CORO  SEGUNDO. 

I  Oh  hermosos  niños,  singular  dulzura 
De  vuestra  madre  y  padre  generoso, 
Objetos  del  amor  y  la  ternura 
Del  grande  abuelo,  en  todo  ya  dichosol 
El  en  vuestra  terneza  se  asegura 
La  sucesión  del  reino  más  glorioRO, 
Asombro  de  patricios  y  extranjeros, 

Y  embeleso  á  los  siglos  venideros. 

CORO    PRIMERO. 
Con  vosotros  la  paz  se  vio  nacida, 
La  paz,  de  tantas  gentes  deseada; 
Príncipes  de  la  paz  os  apellida. 
Del  mundo  la  región  más  apartada; 
Pues  por  vuestra  bondad  ahora  encogida, 
¡Cuánta  cautividad  será  ahuyentada. 
Quebrados  de  mil  cárceles  los  hierros, 

Y  alzados  con  indultos  los  destierros! 

CORO  SEGUNDO. 
No  faltará  de  vuestra  regia  cuna 
La  paz,  que  por  presagio  os  dan  los  cielos; 

Y  en  su  coro,  las  gracias,  de  una  en  una, 
Cuidarán  de  adormir  vuestros  desvelos; 
Que  tiempo  vendrá  ya  que  á  la  importuna 
Tiniebla  darán  luz  vuestros  ojuelos, 

Y  á  los  rebeldes  monstruos  obstinados 
Hollarán  esos  pies  tan  delicados. 

CORO    PRIMERO. 

¡Cuánto  de  vuestro  padre  será  el  gozo 
Al  ver  á  cada  cual,  gallardo  y  niño. 
El  caballo  oprimir  lozano  y  mozo. 
Cuál  bayo,  cuál  más  albo  que  el  armiño; 

Y  á  porfía  correr  con  alborozo 
Por  alcanzar  el  singular  cariño 

De  vuestra  dulce  madie,  que  en  sus  brazc  s 
Mil  besos  os  dará  con  tiernos  lazos! 
CORO  SEGUNDO. 
¡Quién  ya  mayores  veros  consiguiera, 
Cada  vez  más  gallardos  y  briosos. 
Cansar  del  bosque  la  irritada  fiera, 
Cuanto  más  fatigados  más  hermososl 
¡Quién  los  amigos  y  enemigos  viera. 
De  vuestro  esfuerzo  y  nombre  temerosos, 
Cuando  al  amor  venzáis,  y  á  vuestra  vista 
J  á  vuestra  espada  no  haya  quien  resistal 


CORO  PEiirsao. 

Pues,  infantes,  el  campo,  el  campo  amado 
Sus  primicia,^  y  dones  os  ofrece; 
El  laurel  os  presenta  de  su  prado, 

Y  la  oliva,  que  eterna  reflorece; 
Para  vos  el  acanto  nacarado, 

El  clavel  rey,  y  reina  rosa  crece,  . 

Tributándoos,  en  galas  rozagantes. 
Sus  pinturas  y  olores  más  fragautéa, 

CORO   SEGUNDO. 

Las  pastoras  os  rinden  amorosas 
Sus  azafates,  de  azucenas  llenos, 
Con  cidras  y  manzanas  olorosas 

Y  cuanto  dan  los  árboles  amenos; 

Que  de  hoy  más  no  habrá  plantas  ponzonosaa 
Que  turben  la  inocencia  de  sus  senos; 
Antes  yerbas  darán  para  mil  fines 
De  la  humana  salud  vuestros  jardicca. 

CORO  PRIMERO. 

Vosotros,  al  llegar  la  edad  dichosa. 
Que  observéis  la  conducta  de  los  hombres, 
Cuando  seáis  la  historia  jKirtentosa 
De  aquellos  que  os  han  ciado  ser  y  nombrc% 
Con  heroica  altivez  pundorosa 
Adquiriréis  clarísimos  renombres, 

Y  del  valor  paterno  rodcad"s, 
Dos  mundos  regiréis  no  limitados. 

CORO  SEGUNDO. 
A  vosotros  sin  duda  está  guardado 
Que  en  vuestro  tiempo  el  orbe  así  florezca. 
Que  el  amor,  la  lealtad  en  sumo  grado, 
La  ciencia,  la  virtud  y  el  honor  crezca; 

Y  si  algo  de  maldad  nos  ha  quedado. 
Vuestro  ejemplo  y  poder  lo  desvanezca, 
Dejando  la  ancha  tierra  asegurada 
Del  pavor  de  la  guerra  ensangrentada. 

CORO    PRIMERO. 

Veráse  en  vuestros  dias  de  la  cumbre 
Del  monte  desgajarse  la  nbundamia, 
Dándoos  con  amorosa  dulcedumbre 
Los  antiguos  collados  su  fríipnncia, 

Y  sus  troncos  cou  grata  niuciu-ilutnbro 
Destilar  leche  y  miel  en  nuestra  estancia; 
Comenzando  los  meses  bienhadados. 

Que  para  vuestro  imperio  están  guardados. 

CORO   SEGUNDO. 
Entonces  miraréis  toda  cubierta 
La  madre  universal  de  flor  j)recia(la, 
Antes  de  una  intemjierie  advci-sa  yerta, 
Ya  de  vi  vde  esperanza  coronada; 

Y  libre  del  pirata,  alegre  puerta 
A  la  nave  dará,  (¡ue  cogolmada 

Con  los  dones  de  Oriente  y  de  Occidente, 
El  valor  premiará  de  nuestra  gente. 

POETA. 
Así  el  gentil  pastor  iba  cantando, 

Y  la  zagala  hermosa  nspondicndo, 
A  las  estrellas  con  su  son  tocando, 
Los  álamos  plateados  conmoviendo; 

Y  el  coro  de  zagales  acabando 

Los  lazos  que  en  la  danza  iban  tejiendo, 
La  aurora,  que  por  verlos  madrugaba. 
Las  puertas  (1(1  Oriente  puriiurabn. 

El  coro,  al  ver  su  luz,  repiti<>;  u  V'iv.i 
Carlos  con  Luisa  á  )iar  de  í^us  candores, 

Y  de  su  gozo  el  parabién  reciba 
De  parte  de  serran.'is  y  pastores  n; 
Alzan  floridos  ramos  hária  arriba, 

Y  batrn  por  cntraml>os  clerrcd<>r<  s; 

Fin  dando  al  dulce  juego  A  aquella  hora 
Que  Fcbo  con  su  luz  loa  can:pos  dora, 


i6i 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA 

CANCIONES. 


CANCIÓN   PRIMERA. 

LA  VANIDAD  TEHBENA. 

Cuamlo  &  su  propia  esfera, 
Del  peso  mortal  falto, 
Mi  espíritu  se  enlace  en  libre  vuelo; 
Pequeño  en  gran  manera, 
Veré  desde  lu  alto 
El  ancho  mar  y  dilatado  sucio. 
Cuanto  más  cerca  el  cielo 
Eubn,  tanto  más  breve 
Veré  el  punto  profundo 
De  este  globo  inferior  y  bajo  mundo, 
y  el  fantástico  viento  que  le  mueve; 
Del  cual  siendo  desnudas, 
Todas  sus  pompas  son  cosas  menudas. 

Mirando  estaró  absorto 
En  todas  estas  varias 
Regiones,  que  el  sol  ve  y  la  noche  ateza, 
Con  cuAnto  afán,  cuan  corto 
Punto  y  cuan  breves  parias 
Consigue  la  ambición  y  la  grandeza. 

Vistos  desde  la  alteza 
Del  cielo,  ¡cuan  estrechos 
Son  los  fuertes  torreones! 
[Qué  leves  escuadrones. 
Qué  limitado  honor,  qué  humildes  pechos. 
La  majestad  exige 
Del  que  en  augusta  paz  un  mundo  rige! 

En  vano  sus  enormes 
Cervices  levantaron 
A  las  nubes  los  broncos  Pirineos. 
Los  colosos  disformes 
Que  sobre  el  mar  se  alzaron, 
Mirados  desde  arriba  son  pigmeos. 
Ciudades,  coliseos 

Y  alturas,  que  encarecen 
Las  humanas  fatigas, 
De  débiles  hormigas 
Oficiosos  ejércitos  parecen; 
Sus  balcones  y  rejas, 

Breves  casillas  de  un  panal  de  abejas. 
I  Oh  error!  ¡sobre  qué  leve 

Y  endeble  fundamento 

Del  hombre  la  ambición  camina  y  paral 

I  Por  cuan  ceñido  y  breve, 

Por  cuan  instable  asiento, 

Te  elevó,  oh  Jlges,  la  mayor  tiaral 

Mortal,  ¿quién  no  repara 

Cómo  tu  vano  intento 

En  un  punto  de  tierra 

Desalumbrado  encierra 

Tan  grandes  lenguas  de  ambición  y  viento  7 

¡Por  cuan  pobres  razones 

El  ansia  de  mandar  forma  escuadrones! 

Tú,  oh  dulce  edad  primera, 
A  los  niños  prometes, 
Según  la  corta  edad  de  su  talento, 
Gustos  de  tal  manera 
A  sus  leves  juguetes, 
Que  de  veras  le  sirven  al  contento. 
Con  sus  ruedas  de  viento. 
Caballejos  de  rasos  y  de  cañas, 
Libreas  de  oropeles 

Y  pintados  papeles. 

Hacen  sus  justas,  toros  y  campañag. 

Hogueras  y  castillos, 

De  que  son  lidiadores  y  caudillos. 

Pasan  sus  tiernos  años 
Con  fútiles  muñecas, 

Y  alU  fingen  sus  fiestas  y  sus  bodas; 

Y  aunque  de  humildes  paños 

Y  cañahejas  huecas. 

En  gusto  vencen  la  que  asombró  á  P-ódas. 
A  esta  reina  do  todas 
La  hacen  noy,  y  mañana 
^a  quitan  de  bu.  estado, 


Y  á  otra  que  un  despreciado 
Sayal  vistió,  la  dan  púrpura  y  grana; 
Variedad  que  les  place 

Y  á  su  inocente  antojo  satisface. 

I  No  son  estos  ensayos  que  promete 
Su  edad  al  venidero 

Tiempo,  que  veloz  corre  en  curso  blando? 
Ser  caballo  y  jinete, 
Fingido  ó  verdadero, 
¿Qué  va  á  decir  á  quien  le  está  mirando? 
¿  Ser  castillos  Vjurlando, 
O  serlos  de  cañones  guarnecidos? 
¿Ser  también  sus  soldados 
Vivientes  ó  imitados? 
¿  Ser  de  papel  pintado  los  vestidos, 
O  de  oro  y  perlas  llenos? 
Todo  es  un  poco  más  ó  un  poco  menos. 

El  mundo,  bien  mirado, 
Es  farsa  de  opiniones, 
Que  á  unos  entrista  y  á  otros  entretiene; 

Y  aunque  de  humilde  estado, 
Reparte  estimaciones 

Conforme  el  tiempo  y  ocasión  le  viene. 
Al  que  hoy  el  orbe  tiene 
Por  Salomón  en  ciencia, 
Mañana  no  le. vale; 

Y  hoy  Belisario  pobre  á  pedir  sale, 
El  que  ayer  rebosaba  en  opulencia; 
El  gigante  es  enano, 

Y  mucre  rey  el  que  nació  villano. 
¿  Quién  al  hombre  no  advierte, 

En  su  humilde  supuesto, 

Ser  juguete  inconstante  de  fortuna? 

¡Cuan  instable  es  su  suerte. 

Siempre  en  mudanza  puesto, 

Viejo  en  el  ataúd,  niño  en  la  cuñal 

Ya  al  cerco  de  la  luna, 

Ya  abandonado  en  un  rincón  sin  gusto; 

Ya  en  un  }?alacio  enfermo, 

Ya  robusto  en  un  yermo; 

Ya  saltando  de  júbilo,  ya  adusto 

Con  triste  sobrecejo; 

Ya  gorjeando,  ya  tosiendo  á  viejo. 

Pues  si  los  timbres  mira 
E  inútiles  blasones. 
Que  están  en  su  altivez  más  altaneros. 
De  un  mundo  que  delira 
Notará  las  regiones 
Quererse  hacer  millares,  y  son  ceros; 
Los  reyes  y  escuderos 
De  un  tamaño  en  su  cuna; 
Caballero  y  esclavo 
Iguales,  si  su  clavo 
Fíjase  con  razón  ciega  fortuna; 

Y  no  que,  loca  y  vana, 

A  éstos  presta  sayal  y  á  aquéllos  grana. 

r)ien  que  estos  varios  juegos 
De  un  monstruo  tan  odioso; 
Lo  que  su  rueda  ensalza  y  lo  que  arruina; 
Los  que  hay  sobre  los  fuegos 
Del  orbe  luminoso 

Y  lo  que  en  nuestro  limo  se  termina, 
Todo  es  traza  divina, 

A  quien  en  poderío 
Ninguno  llegar  puede. 
Sin  quien  no  se  concede 
Que  se  mantenga  un  átomo  sombrío. 
Que  hoja  en  árbol  se  mueva, 
Ni  una  gota  de  más  ó  menos  llueva. 
Mas  ser  punto  abreviado, 

Y  asaz  menudas  cosas 

Cuantas  el  mundo  tiene  por  trofeos, 

¿  Quién  jamas  lo  ha  ignorado  ? 

¿  Quién  sus  torres  pomposas 

No  ha  visto  que  son  nido  de  pigmeos? 

1  Oh  encantados  deseos 

Del  flaco  inadvertido  ser  humano! 

Quien  vuestras  altiveces 

Frustrar  vio  tantas  veces. 

Confesará  que  sois  un  aire  vano, 

De  cuya  nube  hinchada, 

Quien  más  llegó  á  alcanzar,  no  alcanzó  nada. 


CANCIÓN    II. 
LA  SOLEDAD. 

Estancias  reales. 


[De  qué  apagado  lustre,  cuan  jicqueñaa 
Son  las  humanas  fábricas,  medidas 
Con  aquellas  grandezas  que  perdidas 
Tiene  el  desierto  entre  sus  mudas  peñp^l 
1  De  alteza  y  esplendor  cuáu  pocas  señas 
Tienen  las  más  preciadas, 
Con  el  arte  adornadas! 
¡Qué  primor  mendigado,  qué  pobreza, 
Las  de  más  precio  y  de  mayor  grandeza! 

Los  artesones  de  oro  sustentados 
En  dóricas  columnas,  y  á  par  de  ellos, 
De  azules  vetas  y  de  lazos  bellos, 
Ricos  jaspes  y  pórfidos  preciados, 
Si  al  principio  admiraban,  ya  observados, 
Enfadan  á  dos  días; 
Cansan  las  simetrías 
De  cuadros  y  tapices,  y  el  aseo 
Del  más  pintado  alcázar  queda  feo. 

Son  tibios  los  colores  y  pinceles 
Que  el  mundo  más  celebra  y  solemniza, 
Puestos  junto  los  riscos  que  entapiza 
Mayo  galán  de  alfombras  y  doseles; 
De  sus  lirios  lo  azul,  de  sus  claveles 
El  rosicler  variado, 

Y  aquel  color  dorado 
De  un  ya  maduro  trigo,  y  aquel  freí5co 
Con  que  su  aliento  bulle  en  lo  brutesco. 

Aquel  confuso  amontonar  de  cosas 
Arrojadas  acaso  y  diferentes; 
Acá  hiedra,  allá  espinas,  allá  fuentes, 
Riscos,  peñascos,  rios,  flores,  rosas; 
Unos  lejos,  que  mucho  más  vistosas 
Las  cosas  nos  volvieron. 
Que  de  cerca  se  vieron; 
Un  pedazo  de  playa,  una  montaña, 
Que  al  cielo  sube  y  á  la  vista  engaña. 

Vese  la  entrada  de  un  pendiente  risco, 
De  un  bello  mirador  el  corvo  techo, 
Alfombra  dando  rústico  antepecho, 
De  alegres  rejas  un  vistoso  aprisco, 
De  hiedras  entoldado  y  de  lentisco, 
Donde  el  jazmin,  ventana 
Teje  á  la  vid  lozana, 

Y  de  sus  grumos  hace  que  se  cuaje 
La  red  de  su  tejido  ventanaje. 

Pues  subiendo  á  su  cumbre  y  antepecho, 

Y  el  campo  que  descubre  registrando, 
En  lo  que  advierte  absorto  contemplando, 
Muda  estatua  el  más  sabio  queda  hecho; 
Del  mar  profundo  un  ancho  y  largo  trecho 
Los  ojos  ser  no  dudan 
Espejos  que  se  mudan, 
Viendo  en  sus  crespas  olas,  de  aire  llenas, 
Los  delfines  cruzar,  saltar  ballenas. 

Vese  del  tiempo  y  humedad  cubierta 
La  hueca  peña  de  menudas  flores, 
Parte  en  sombras  y  parte  en  resplandores!, 
Jaspeada  aquí,  allá  verde  y  allá  yerta. 
Formando  un  todo  de  hermosura  engerta 
Sus  metales  lucidos 

Y  extraños  coloridos, 

Y  esmaltando  la  tez  que  los  remata 
De  granos  de  oro  y  escarchada  plata. 

El  risco  altivo  de  un  diluvio  entero 
De  luciente  cristal  las  selvas  moja, 
Que  en  espantoso  son  al  mar  se  arroja 
Desde  aquel  desigual  despeñadero; 

Y  de  una  peña  en  otra  á  lo  postrero 
Del  monte  en  larga  suma. 
Hirviendo  da  su  espuma; 
Haciendo  antes  pedazos  por  los  riscos 
Cristales,  flores,  perlas  y  lentiscos. 

Por  otra  parte  el  monte  alza  sus  pinos, 
Que  al  parecer  se  esconden  en  el  cielo; 
Cubren  de  rocas  y  boscaje  el  suelo 
Entre  tajadas  peñas  los  espinos; 
Trepa  la  hiedra,  suben  remolinos 

L  Ps,-xviii, 


¿JANCIONES.  4g5 

De  flores  y  de  yerba 
Por  .señuelo  á  la  cierva 

Y  prestii  gamo,  que  por  ella.9  salta, 

Y  de  verlas  temblar  se  sobresalta. 
Silban  por  entre  almeces  y  algarrobos 

Las  niirla.s,  las  calandrias  y"  jilgueros; 
Las  liebres  y  gazajuis  i)lact"ntero8 
Retozan  pur  la  grama  y  dan  corcovos; 
Huyen  los  ciervos,  rumian  los  escübos 
Las  cabras;  sin  recelos 
Saltan  los  conejnelos 

Y  en  las  p^ñas  se  esconden,  y  en  sus  quiebr:^ 
Pintadas  roseas  hacen  las  cuh-bras. 

Todo  esto  al  son  did  bosque  y  el  ruido 
Del  agua,  que  en  cascadas  se  despeña 
Del  monte,  que  batió  su  crespa  greña, 

Y  el  canto  de  las  aves,  no  aprendido; 
De  aquí  se  goza  el  ánimo  embebido 

Y  lleno  de  dulzura 
Con  tan  varia  pintura. 
Sin  otras  muchas  nui  vas  maravillas, 
Resacas  de  la  mar  )'  sus  orillas. 

Que  el  natural  desorden  con  (jue  puso 
El  tiempo  experto  estos  rasguños  l>c]lo3 
Es  el  mayor  primor  y  gala  en  ellos, 
Bien  que  arrojailos  en  montón  confuso; 

Y  tanto  los  brutescos  descompuso, 

Y  en  tan  distinta  forma 
Sus  aspectos  trasforma. 
Que  parece  los  hizo  en  competencia 
Del  artificio  de  la  humana  ciencia, 

Y  sobre  todo,  donde  de  su  dueño 
El  gran  tesoro  y  gran  caudal  se  infiere, 
Es  que  se  da  de  balde  á  (juien  lo  quiere. 
Grande  .sea,  mediano  ó  ya  pequeño; 
No  hay  puerta  ni  cancel,  desvío  ó  ceño, 
Que  en  todas  ocasiones. 
Momentos  y  sazones, 
Siempre  está  para  el  gusto  y  el  provccLio 
Puesto  el  rico  tajiiz  y  el  tokío  iieclio. 

Ora  cruzando  vaya  los  desiertos 
De  algún  inculto  boscjue,  ó  engolfado, 
Al  frió  escita  ó  al  burnes  tostado, 
En  mitad  de  los  mares  encubiertos, 
O  en  el  del  Sur,  sobre  peñascos  yertos. 
Rompa  de  sus  canales 
Los  helados  cristales, 
Cuyos  tumbos  la  playa  y  el  arena 
De  blanco  nácar  y  mariscos  llena. 

O  bien  se  baje  donde  f  1  suelo  ardiente 
La  línea  equinoccial,  midientlo  el  dia, 
Su  curso  arranca,  lleno  de  alegría. 
Con  alas  de  oro  encima  de  su  frente; 
Que  allí  en  aquellos  páramos  sin  gente. 
Si  el  mundo  tiene  hoy  dia 
Allí  tierra  baldí.a. 
Sus  solitarios  y  ásperos  espacios 
De  los  reyes  humillan  los  palacios. 

Que  aun  contcinj)lando  aquí  el  humor  fccando 
Que  sus  anchos  desiertos  fertiliza. 
Con  medroso  ignorar  de  que  cenizas 
Allí  el  rojo  calor  no  vuelva  al  mundo, 
O  que  en  su  ignoto  piélago  profundo 
Las  olas  encrespadas, 
En  hueco  tumbo  alzailas 
Entre  las  rocas  quicluc  y  se  consuma, 
Trocada  su  altivez  en  blanca  espuma; 

O  imaginando  estrella,s  nunca  vistas 
De  Europa,  ó  sus  alturas  no  tcx-ndas 
De  humano  pié  jam.as,  siempre  eng.ostadaa 
En  pastas  de  «liamantesy  amatistas, 
Si  aun  fuesen  más  que  el  Agón  ' "  '"•  n  •^íaa 
Mis  curiosos  cuidados, 
Los  hallará  colmados 
Del  deleite  que  causají  peregrino 
Estos  bosquejos  del  pincel  divino. 

CANCIÓN  IIL 

CANTO  DB    JÜDIT. 

Haced  salva  este  dia, 
Haced  salva  en  el  tímpano  sonoro, 

SO 


^GG 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 


Y  cantad  al  Señor  con  la  armonía 
De  la«  címhalas  de  oro ; 

Variad  la  nulodía 
En  uno  y  otro  coro, 

Y  entonad  á  mi  Dios  un  nuevo  canto; 
Ensalzadle,  y  llamad  f^ii  nombre  santo. 

El  Señor,  Vencedor  do  tantas  guerras, 
Jehová  tiene  por  nombre; 
Que  en  medio  nuestras  tierras 
El  real  del  enemigo  no  os  asombre, 
Cuando  más  de  las  manos 
Nos  pretendió  librar  do  los  tiranos. 

Vino  el  insidiador  desde  la  cumbre 
D(  1  áspero  Aquilón;  vino  fiado 
En  la  gran  niuchedund)re 
De  su  ejército  armado. 
Su  multitud  cubria 
A  los  arroyos  sus  undoFas  calles, 

Y  el  hermoso  verdor  de  nuestros  valles 
Debajo  de  los  piós  desparecía 

De  su  caballería. 

Dijo,  y  hizo  promesa 

De  hacer  en  fuego  arder  nuestras  regiones, 

A  degüello  pasar  nuestros  garzones, 

En  la  infancia  hacer  prese, 

Y  á  su  tirano  imperio 

Las  vírgenes  llevar  en  cautiverio; 

Pero  el  Omnipotente  soberano 

Le  dio  su  merecido : 

Le  entregó  á  una  mujer,  por  cuya  mano 

Mortalmentc  fué  herido. 

Que  no  al  potente  bárbaro  postraron 

Mis  mancebos  pujantes, 

No  de  Titán  los  hijos  le  llagaron, 

Ni  peleó  con  indómitos  gigantes: 

Mas  Judit  de  Mcrari  en  la  belleza 
De  su  rostro  rindió  su  fortaleza. 
Quítase  el  luto  triste 
Que  en  su  viudez  traía, 
Y'  una  gala  de  júbilo  se  viste, 
Que  en  otro  tiempo  usó  su  lozanía; 
Por  quien  después  ios  hijos 
Hicieron  de  Israel  mil  regocijos. 

Su  rostro  ungiera  en  bálsamos  fragantes, 

Y  en  cerco  de  oro  y  piedras  rutilantes 
Entrelazó  el  cabello, 

Y  un  ropaje  esijlendente 

Se  acomodara,  en  novedad  tan  bello, 
Que  bastó  á  seducir  al  gran  tirano 

Y  á  desarmar  sus  ásperos  enojos. 
Sus  sandalias  los  ojos 

Le  arrebataron:  su  pasión  altiva 
Presa  de  su  beldad  quedó  y  captiva. 

Y  con  su  mismo  alfange  luminoso 
La  cerviz  cercenó  del  orgulloso, 
Altivo  en  su  arrogancia; 

De  su  heroica  constancia 

Loa  persas  con  horror  se  estremecieron, 

Y  los  medos  quedaron  confundidos. 
Entonces  los  asirlos  prorumpian 
En  ayesy  alaridos. 

Cuando  los  hijos  de  mi  pueblo  amado 
En  sed  ardiendo  se  han  manifestado. 

Los  hijos  aun  sin  bozo 
De  las  más  tiernas  madres  los  hcrian, 

Y  en  ellos  hacen  trágico  destrozo, 
Como  en  infantes  tímidos  que  huían; 

Y  en  la  lid  perecieron  ante  el  brío 
Del  poderoso  Dios  y  Señor  mió. 

Cantar  dulce  entonemos; 
Nuevo  cantar  á  nuestro  Dios  cantemos. 

Adonaí,  Dios  grande, 
Tú  eres  Señor  preclaro  en  tu  pujanza; 
Siquiera  se  desmande. 
Ninguno  á  sostener  tu  esfuerzo  alcanza; 
Sirvan  en  tu  alabanza 
Todas  las  criaturas  que  formaste; 
Dijiste  tú,  y  se  hicieron, 

Y  hechas  de  nada  fueron 

Al  punto  que  tu  espíritu  enviaste; 

Y  no  hay  ninguno  que  tu  voz  contrasto. 
Los  montes  con  sus  aguas  son  movido» 


Desde  sus  fundamentos  eternales 

Delante  de  tu  rostro,  y  derretidos 

Como  cera  los  broncos  pedernales; 

Los  que  temen,  empero,  tu  potencia 

Grandes  consiguen  ser  en  tu  presencia. 

Mas,  ¡ay  de  aquella  gente 

Que  sobre  el  pueblo  mió  se  abalancel 

Que  el  Dios  omnipotente 

Armado  de  venganza  irá  en  su  alcance. 

Él  visitará  luego. 
El  dia  de  su  enojo,  á  los  tiranos; 
Dará  á  sus  carnes  fuego. 
Dará  á  sus  huesos  fétidos  gusanos 
Que  á  todos  los  abrasen, 
Y  en  su  castigo  eternos  siglos  pasen. 


CANCIÓN  IV. 

CANTO  DE  DÉBORA  POK  EL  TEIUKFO  DE 
JAHEL. 

Los  que  ofrecisteis  espontáneamente 
De  Israel  al  peligro  vuestras  vidas, 
Al  Dios  omnipotente 
Las  gracias  dad  debidas. 
¡Oh!  dadme  vos  oído, 
Los  poderosos  reyes, 

Y  escuchad  de  mis  voces  el  sonido. 

Los  principes  que  al  mundo  ponéis  leyes. 
Yo  soy,  yo  soy  la  que  en  sonoro  canto 
Ensalcé  á  Dios,  y  de  Israel  al  Santo 
Sujeto  haré  do  las  canciones  mías. 
Tú,  Señor,  de  Seir  cuando  salías, 

Y  pasabas  de  Edon  por  las  regiones, 
Temblar  la  tierra  hacías; 

Los  cielos  destilar  agua  se  vieron, 
De  Dios  en  la  presencia 
Las  cumbres  de  Sinai  arroyos  dieron. 
De  Samgar  en  los  dias 

Y  de  Jahel  en  tiempo,  descansaban 
Las  desoladas  vías, 

Los  que  en  ellas  entraban 

En  sus  calles  errantes  vacilaban. 

Los  fuertes  y  arriscados 

Del  pueblo  de  Israel  cesar  se  vieron, 

Y  quietos  se  estuvieron 

Hasta  que  la  gran  Débora  llegara, 

Y  de  Israel  la  madre  despertara. 

El  Señor  nuevas  guerras  ha  escogido. 

Las  puertas  del  Oortuar  ha  destruido. 

¡Oh,  si  el  escudo  y  lanza 

De  su  Israel,  dispuesto  á  la  venganza. 

En  cuarenta  mil  viera, 

De  corazón  amara  yo,  y  quisiera 

De  mi  pueblo  á  los  fuertes. 

Vosotros,  pues,  que  á  tan  dudosas  suertes 

Con  voluntad  entera 

Expusisteis  los  duros  corazones. 

Dad  conmigo  al  Señor  mil  bendiciones. 

Vosotros,  los  que  al  bélico  ejercicio 

En  las  bestias  subís  más  arrogantes; 

Vos  que  os  sentáis  en  tribunal  de  juicio, 

Y  vosotros  también  los  caminantes, 
Hablad  todos,  decid  en  altas  voces 

Que  allí  donde  los  carros,  que  en  feroces 
Caballos  van  unidos, 

Y  de  nuestros  contrarios  destruidos 
Fueron  los  escuadrones. 

Allí  en  dulces  canciones 

La  justicia  de  Dios,  allí  se  cuente, 

Y  su  piedad  clemente 

De  Israel  con  los  célebres  caudillos. 
Cuando  de  la  ciudad  á  los  portillos 
El  gran  pueblo  ha  bajado, 

Y  consiguió  del  triunfo  el  principado. 
Levanta  el  grito,  [oh  Débora!  lev.anta 
La  dulce  voz,  y  un  nuevo  cantar  canta. 
Levántate,  Barac,  levanta  apriesa, 

¡  De  Abinoem  oh  hijo! 

Y  de  coger  en  presa 

A  tus  contrarios  ten  el  regocijo. 

Los  restos  de  tu  pueblo  se  han  salvado, 


ODAá. 


Y  el  Señor  por  los  fuertes  lia  peleado. 
Del  tribu  de  Efrain  los  lia  vencido 
En  Amalee,  y  luécro  del  querido 
Benjamin  ha  sus  tierras  debelado. 
De  Maquen  los  eaudillos  han  bajado, 

Y  los  de  Zabulón,  que  conduelan 
El  batallen  cuando  á  jielear  salían. 
Los  de  IssácLar  á  Débora  se  unieron, 

Y  las  banderas  de  Barae  siguieron; 
Barac,  que  al  riesgo,  osado. 

Como  á  un  despeñadero  se  ha  arrojado; 
Euben,  entre  sí  en  bandos  dividido, 
Gran  contienda  los  fuertes  han  tenido 
Porque  entre  dos  extremos  te  has  sentado 
Para  oir  los  balidos  del  ganado; 
Rubén,  entre  sí  opuesto. 
En  lid  ¡ayl  los  magnánimos  ha  puesto; 
Tras  el  Jordán  Galaad  en  paz  se  via, 
Con  sus  bajeles  Dan  en  ocio  estaba, 
La  orilla  de  la  mar  Aser  tenía, 

Y  en  sus  puestos  moraba; 

Mas  Zabulón  y  Neftaliu  las  vidas 

A  la  muerte  ofrecidas 

Tuvieron  de  Merome  en  las  regiones. 

Los  reyes  con  sus  gruesos  batallones 

Vinieron,  y  sus  huestes  asentaron. 

Los  reyes  de  Canaan,  que  bal  aliaron. 

En  Tanac  ]unto  el  agua  de  Magedo; 

Pero  ningún  despojo  se  llevaron, 

Sino  dolor  y  miedo; 

Que  el  cielo,  sí,  los  cielos  peleaban 

Contra  los  insolentes; 

Los  astros  en  su  curso  permanentes 

Contra  el  feroz  Sisara  batallaban, 

Y  de  Cison  el  rápido  torrente 
Sus  pálidos  cadáveres  llevaba, 
Sus  olas  al  corriente 

De  Cadumin  los  daba. 

I  Oh!  pisa  tú,  alma  mia. 

De  los  robustos  la  cerviz  inipla; 

Los  pies  de  los  caballos  se  rompieron, 

Que  con  sus  caballeros 

A  rienda  suelta  huyeron. 

Precipitados  en  despeñaderos 

Nuestros  rivales  fieros. 

¡Sea  maldita  de  Meroz  la  tierral 

(Decir  al  ángel  del  Señor  oyeron); 

Maldecid  los  que  encierra 

Habitadores,  los  que  no  vinieron 

A  socorrer  las  gentes 

Del  Señor,  ni  á  ayudar  á  sus  valientes. 

[Bendita,  Jahel,  eres. 

De  Haber  mujer,  entre  todas  las  mujeres; 

De  Dios  las  bendiciones 

Colmen  tus  pabellones; 

Al  que  agua  te  ha  pedido, 

Le  diste  de  la  leche  la  dulzura; 

Y  en  real  copa  ofrecido 
Su  candida  grosura. 

El  acerado  clavo  en  la  siniestra, 

Y  el  martillo  tomó  su  mano  diestra, 

Y  una  lugar  buscando 

En  su  cabeza,  y  otra  el  golpe  dando 
Sobre  el  tirano  valerosamente, 
Entre  sus  pies  cayó  ruinosamente. 
Cayó  su  cuerpo  yerto, 
Mil  vuelcos  dando  entre  su  sangre  fría, 

Y  desangrado  y  muerto, 

Entre  su  sangre  el  bárbaro  yacía. 

Mas  su  madre  desde  el  balcón  mirando, 

Su  tardar  lamentando, 

A  los  que  la  escuchaban  así  dijo: 

«¿Cómo  se  tarda  el  carro  de  mi  hijo? 

;  Qué  es  esto,  que  no  viene  ? 

¿De  sus  bravos  caballos  quién  detiene 

La  innata  ligereza  ? » 

Una,  que  en  agudeza 

A  las  demás  mujeres  excedía, 

Así  la  respondía: 

«Acaso  está  despojos  dividiendo,  _ 

Acaso  una  mujer  de  extraordinaria 

Belleza  le  estarán  hora  escogiendo 


De  la  gente  confrarin. 

lucas  galas  variadaí;  de  colores 

A  Sisara  jior  presa  le  están  dando, 

O  las  joy.'is  mejores 

Para  adornar  su  cuello  están  juntando. » 

¡Así  caigan,  Señor,  así  perezcan 

Todos  tus  enemigos! 

Empero  tus  amigos. 

Aquellos  que  en  amarte  pcrmanezcAn, 

Así  ¡oh  Dios!  en  tu  gloria  rc-plandezam, 

Que  el  sul  no  les  iguale 

Cuando  en  trono  do  luz  de  Oriente  sale. 


46t 


ODAS. 

ODA  PRIMEILA.. 
Á.  LA  NOCUE, 

Ya  Febo  en  el  Océano  sonoro 
Templó  su  ardiente  carro, 
Privando  á  los  mortales  del  tesoro 
De  su  esjdendor  bizarro. 

Las  rubias  ninfas  de  su  yugo  ardicuto 
Las  coyundas  desatan 
De  rosicler,  y  en  majestad  decente 
Le  sirven  y  le  acatan. 

Cuál  las  riend.aa  le  toma  de  la  mano. 
De  ardiente  pedrería* 
Cuál  la  guirnalda,  cual  el  manto  ufano, 
Que  al  mundo  da  alegría. 

Quién  entre  tanto  á  la  callada  noche 
De  acero  pavonado 
Prepara  apriesa  el  enlutado  coche, 
De  estrellas  mil  bordado. 

Salen  las  negras  hora.s,  que  en  beleño 
Ciñen  la  sien  severa, 
Vertiendo  espanto  y  derramando  sueño 
Por  tuda  su  carrera. 

Pasa  Bootes  el  cénit  del  cielo, 
La  vuelta  al  carro  dando, 
Con  sus  ejes  de  escarcha  en  todo  el  suelo 
Frió  licor  sembrando. 

Quietud  callada  en  pasos  descuidados, 
Con  silencio  piijfundo, 
Señorea  los  ánimos  cansados 
De  todo  el  ancho  mundo. 

Las  estrellas  en  viva  centinela 
Con  luz  más  encendida 
Aceleran  el  curso  de  I.a  vela 
Y  el  de  la  humana  vida. 

Reinan  si'ilo  las  sombras,  en  reposo 
La  fierra  sepultada. 
La  lid  de  los  cuidados  al  sabroso 
Silencio  encomen<lada. 

Yo,  místTo,  á  quien  roban  el  consuelo 
Del  sueño  mil  <'UÍdados, 
En  vano,  al  cielo  vuelto,  me  desvelo 
Con  pasos  m:il  guiados. 

Silencio  voceador  anda  en  batalla 
Con  mi  ser  temeroso; 
Sin  tregua  de  quietud  mi  pecho  se  halla. 
Que  llame  mi  reposo. 

¡Oh  sueño!  entre  el  brocado  y  terso  lino 
Busco  A  tu  paz  el  centro; 
Por  más  qui-  imploro  fu  favor  divino, 
Huella  d<.  tí  no  encuentro, 

Al  pastnreillo  entre  ásperos  tcrroncji, 
De  tu  cuello  eidazado. 
Tu  beso  ¡oh  sueño!  das,  sin  las  prisiones 
De  algún  mortal  cuidado. 

Tu  cetro  humilde  al  de  los  grandes  traeca 
La  pofeiítad;  que  <  n  suma. 
Mas  bien  acorres  á  la  paja  seca 
Que  á  la  mullida  pluma. 


iCS 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 


ODA  IL 

AL  día. 


(Qué  apacible  beldad  el  nuevo  dia 
En  üu  rosado  manto 
Muestra,  triunfando  de  la  noche  fria 

Y  su  adormido  espanto! 

Con  invisible  y  blando  movimiento 
De  su  tiniebia  negra 
Escombra  y  barre  el  ámbito  del  viento, 

Y  al  cielo  y  mundo  alegra. 

Por  el  aire  sereno  en  sosegado 
Vuelo  el  aljófar  baja, 

Y  la  concha  en  su  seno  nacarado 
Ardientes  perlas  cuaja. 

Sale  el  sol  con  ardiente  señorío, 
Toda  la  mar  se  altera, 
Tiembla  la  luz.  sobre  el  cristal  sombrío 
Que  bate  su  ribera. 

Crecen  los  rayos  de  la  luz  febea 
Con  más  pujante  aliento; 
El  bajo  suelo  en  derredor  humea, 

Y  arder  se  mira  el  viento. 

Las  montañas,  heridas  de  su  lumbre, 
Se  ven  de  oro  bañadas ; 
Las  aves  en  confusa  muchedumbre, 
Cantando  alborozadas. 

Las  flores  su  capuz  rompen  aprisa 

Y  el  verde  prado  esmaltan, 

Y  en  el  cristal  que  renovó  su  risa 
Los  pececillos  saltan. 

Mas  toda  esta  beldad  que  al  mundo  place 
No  liona  mi  deseo. 
Si  luego  que  la  luz  de  Apolo  place, 
La  de  mi  sol  no  veo. 

Vén  ya,  lucero  mió,  pues  te  aguardo, 

Y  al  pié  de  esta  montaña 

No  hay  rosa  ni  clavel,  jazmín  ó  prado. 
Que  tu  tardar  no  extraña. 

Vén;  que  si  el  delio  Dios  no  amaneciera 
Con  sus  candores  rojos 
La  luz  del  dia,  el  dia  no  perdiera 
Con  ver  la  de  tus  ojos. 

Vén,  mi  lucero,  vén;  no  desesperes 
A  un  alma  que  te  adora, 
Si,  cual  muere  de  amor,  de  amores  mucre 
Por  su  dulce  señora. 


ODA  III. 
i.    UNA  FUENTE, 

En  este  fértil  huerto. 
Que  á  emulación  de  Hesperio  se  colora, 
De  la  beldad  cubierto. 
Con  que  al  romper  la  aurora 
Renueva  su  matiz  la  culta  flora, 

De  una  chinesca  taza 
En  una  y  otra  el  artificio  crece 
De  tan  diversa  traza, 
Que  el  arte  se  envanece, 
y  al  mármol  deja  atrás,  que  le  obedece. 

Por  sus  bocas  cien  ninfas, 
En  labor  varias,  forman  las  vertientes, 

Y  recogen  las  linfas 
Cien  faunos  diferentes 

En  otras  tantas  urnas  relucientes, 

Vensc  tantos  raudales 
Por  tanto  caño,  en  proporción  distinto, 
Que  de  agua  y  de  cristales 
En  bien  corto  recinto 
Se  admira  un  trasparente  laberinto, 

Admíranla  las  aves, 
La  .idniira  el  sol,  admíranla  las  flores, 

Y  en  acentos  suaves 
Los  tiernos  ruiseñores 

Al  son  de  su  raudal  cantan  amores. 

Si  su  beldad  te  es  gi'ata, 
Vén,  Bclidora,  vén,  pues  te  convida 
Quien  tu  contento  trata 

Y  en  tí  tiene  su  vida; 

Vén.  .1  ri.ia,  ;i  esta  fnent'^  apetecida. 


Que  no  en  balde  ha  pensado 
Entre  las  más  preciosas  y  caudales 
Gozar  el  principado, 
Con  tal  que  sus  cristales 
Guste  una  vez  tu  labio  de  corales. 


ODA  IV. 

1  Oh  humana  suerte,  de  inconstancias  llena. 
Con  quien  no  vale  gracia  ni  hermosura, 
Ni  en  su  opulenta  majestad  ni  altura, 
El  cetro  real  que  un  mundo  y  otro  enü-ena, 
Constante  y  firme  dura! 

No  hay  dia  de  esplendor  tan  refulgente, 
Que  no  vista  la  noche  en  negros  paños, 
Ni  alegre  sangre  en  juveniles  años 
Que  esté  libre  de  riesgos  ó  se  exente 
De  máquinas  de  engaños. 

Ahora  la  beldad  que  el  mundo  admira 
Las  flores  goce  y  esplendor  luciente, 

Y  de  su  fama  en  el  rosado  Oriente 
Suene  su  voz,  y  en  cuanto  Febo  gira 

Corra  de  gente  en  gente. 

Ahora  el  cabello  enlace  en  la  garganta 

Con  las  perlas  que  el  mar  de  Arabia  cria, 

Y  sobre  tiria  grana,  en  pedrería 

Del  rico  monte  Imabo,  ostente  cuanta 
Riqueza  á  Per  si  a  envia. 
Todo  es  sombras  y  fábulas  y  engaño, 
Despiertos  sueños  de  la  humana  vida, 
Que  hasta  donde  la  muerte  está  escondida 
Discurre  y  vuela  de  uno  y  otro  daño, 
Y  en  el  mayor  se  anida. 
Ni  del  Tigris  las  ondas,  que  feroces 
En  rápidos  raudales  van  bramando. 
Ni  las  aves  de  Venus,  que,  pasando 
Los  desiertos  del  África  veloces, 
Cortan  el  aire  blando; 
Ni  otro  curso  mayor  medirse  debe 
Al  que  el  tiempo  fugaz  la  humana  vida 
Lleva  tras  sí ;  la  pena  desabrida 
Parece  que  es  quien  sólo  no  se  mueve 
Del  pecho  en  que  se  anida. 


ODA  V. 

EN  LOOB  DE  LOS   HÉROES  ESPAÑOLES. 

¿Cuál  héroe  invicto,  oh  sacra  Melpomene, 
Que  hazaña  portentosa 
Del  ibero  valor  querrás  piadosa 
Que  en  mi  agitada  cítara  resuene. 
Siquiera  incauto  celo 
Me  instigue,  y  la  pasión  al  patrio  suelo  ? 

Hora  mi  acento  al  Ródope  aplaudido 
Del  céfiro  llevado 

Se  vea  en  donde  Orfeo,  el  encrespado 
Cabello  de  laurel  y  oro  ceñido. 
Cantando  en  docta  lira. 
Del  oso  y  del  leen  domó  la  ira. 

Cuando  el  cristal  mil  náyades  rompieron 
Por  oir  la  hechicera 
Música  de  su  voz,  y  en  la  carrera 
Las  más  rápidas  ondas  se  tuvieron, 

Y  los  vientos  veloces 
Enfrenaron  sus  ímpetus  feroces. 

Allí  donde  los  plátanos  mostraron, 

Y  fecundos  olivos, 

Dar  aplauso  á  su  son,  cuando  festivos 
Sus  pomposas  guirniüdas  reclinaron. 
Los  ramos  extendian, 

Y  atentamente  pareció  que  oian. 

Mas  ¿cuál  furor  mi  espíritu  levanta? 
¿De  cuál  numen  llevado, 
Que  en  el  globo  inmortal,  jamas  tocado 
De  otros  mortales  pies,  fijo  la  planta, 

Y  el  mundo  abandonando, 

Por  los  campos  etéreos  voy  vagando  ? 

¿Qué  no  vista  palestra,  qué  estandarte. 
Qué  bélico  alboroto 
De  inmensos  escuadrones  mii'o  y  noto? 


¿No  es  éste  el  reino  del  sangriento  Marte? 

/No  oigo  de  sus  inquietas 

Cajas  el  son  y  horrísonas  trompetas? 

¡Sobre  un  carro  agilísimo  rodante 
Descubro  al  dios  horrendo, 
Sus  feroces  cuadrigas  impeliendo; 
De  pié  á  cabeza  armado  de  diamante, 
Tras  la  lanza,  el  membrudo 
Erazo  blandiendo  el  fulminante  escudo. 

La  virtud  militar  su  rostro  hermoso 
El  fuego  al  sol  hurtando, 
Las  garzas  del  morrión  al  viento  ondeando, 
Valor  infunde  al  ánimo  fogoso, 
A  sus  atletas  fieles 
Mil  triunfos  prometiendo  y  mil  laureles. 

Seguida  de  varones  esforzados, 
A  los  demás,  cual  soles, 
Los  deslumbran  los  claros  españoles, 
En  la  sublime  rueda  colocados, 

Y  atónitos  los  miran 

Los  que  los  eternales  cercos  giran. 

Mi  pecho,  enardecido  en  viva  llama 
Del  antiguo  deseo 

De  celebrar  las  glorias  en  que  hoy  veo 
El  ejemplo  feroz  que  tanto  inflama 
La  hispana  valentía. 
Con  nueva  agitación  así  decía: 

« [Salve,  ínclitos  iberos  no  domados, 
Cuyos  fuertes  pendones 
Dieron  del  frió  Siu-  á  los  Triones 
Sombra,  y  asombro  en  pueblos  ignorados, 
Poniendo  justo  freno 
Del  fin  del  orbe  al  más  oculto  seno  1 

)>  A  vos  la  tierra  se  postró  rendida, 
Sus  límites  abriendo; 
Por  hijos  os  juzgó  de  Jove  hoiTcndo, 
Dejando  su  extensión  estremecida, 

Y  absorta  en  la  pujanza 

Con  que  mil  rayos  viiestra  diestra  lanza. 

»Yo  cantaré  el  primero 
Al  padre  de  la  hispana  monarquía, 
Aquel  feroz  guerrero 
Que  dtt  Roma  al  ftiror  freno  ponia. 
Por  quien  nos  vino  tfido 
El  pund<inor  y  prez  del  valor  godo. 

))¡0h  Viriato!  tu  indómita  constancia 
Yo  cantai'é  tras  esto, 
Cuyo  invencible  arresto 
Burló  del  Capitolio  la  arrogancia, 

Y  subiré  de  punto 

La  gloria  de  Numancia  y  de  Sagunto. 
))Tu  gran  valor  ¡oh  noble  Recaredo! 
Decir  ya  determino; 
Restaurador  divino 
De  nuestra  fe,  de  Francia  y  Roma  miedo; 

Y  la  feliz  estrella 

Que  España  consiguió  en  seguir  tu  huella. 

))Mas  ¿á  tu  gloria  ¡oh  triunfador  Pelayol 
Cuál  otra  habrá  tamaña? 
Que  á  la  ofendida  España 
Volver  hiciste  del  mortal  desmayo, 
Ser  nuevo  dando  y  vida 
A  su  esperanza  y  libertad  perdida. 

))La  invicta  espada  y  esgrimir  sonoro 
En  celebrar  ya  tardo. 
Del  feroz  leonés  sin  par,  Bernardo, 
Que  al  francés  rinde,  y  doma  al  pueblo  moro; 
Cuyo  valor  y  an-esto 
Será,  por  grande,  un  tiempo  en  duda  puesto. 

))  También  diré  el  valor  de  un  nuevo  Alcí des. 
De  Hernán  González  luego, 

Y  en  dulce  son  á  la  región  del  fuego 
Haré  subir  las  inmortales  lides 

De  Lara,  en  siete  infantes, 

Del  castellano  honor  astros  radiantes. 

))  Pero,  constante  Cid,  honor  de  España, 
¿A  cuál  esfera  alzado 
Serás  tú,  á  quien  el  moro  ha  respetado 
En  el  frío  ataúd,  ¡grandeza  extraña! 
Cuando  con  ceño  altivo 
Tan  bien  triunfabas  muerto  como  vivo? 

«Cuál  después  de  estos  capitanes  cante 


ODAS. 


Pensando  estoy  dudoso, 

0  al  que  p:ira  'su  triunfo  al  sol  fogoso 

1  aro  en  la  lid,  ó  &qml  que  al  arrogante 
Monstruo  venció,  que  hacia 

Indigno  ultraje  al  ave  do  María. 

))No  callará  mi  musa  l1  liel  caudillo 
Que,  en  armas  Jlaite  in'^aim. 
^unea  vio  tan  kal,  el  ca.stellano 
íjuevü  Alraham,  el  que  arrojó  el  cuchillo 
lara  que  á  su  liijn  Inl],, 
El  moro  sitiador  jiave  á  deffür-llo. 

») Mas, -anta  ¡í.li  mu.salaquulque  luégobolln 
El  Ignorado  mundo, 

Sus  naves  rompe  y  echa  ni  mar  profundo, 
biete  imperios  ganando  en  la  batalla. 
Cuyos  feroces  reyes 
Aherrojó  y  trajo'jl  las  liispanas  leyen. 

T  ,.^}  'K^^  ^"'""  ('"J>if"n  nunca  vencido 

Llegu  á  alcnuzar  por  nombre. 

Cuyo  esfutizo  y  rem>inbn>. 

No  en  padrones  de  mármol  esculpido, 

Dejó  al  mundo  m(moria. 

Mas  toda  Italia  celebró  su  gloria. 

»0  al  que  el  reino  rigió  con  feliz  freno 
De  íveptuno  espumoso. 
Marqués  de  S.ima  Cruz,  liéroc  famoso, 
Quien  si,  después  de  mil  victorias  lleno». 
Atroz  p.nrca  no  cierra 
Sus  ojos,  diera  asombro  á  la  anglia  tierra. 

))Del  Maniués  invencible  de  Petcara 
Después  liare  memoria, 
A  quien  el  cielo  en  singular  victoria 
Prometió  un  triunfo  de  grandeza  rara, 

Y  á  Esjiaña  un  gran  tesoro 

En  el  rey  preso  de  los  lirios  de  oro. 

)>0  al  (jue  bajo  la  anciana  barba  el  claro 
Toisón  pendiente  mue.-tra, 
Que  salió  siempre  con  triunfante  diestra; 
El  gran  Toledo,  de  la  patria  amparo. 
De  leales  amigo 

Y  de  rebeldes  ás}x;ro  castigo. 

» ¡  Quién  de  cien  trompas  de  sonante  bn  .n.p 
Me  concediera  el  eco. 
Para  cantar  del  Aguilar,  Pacheco, 
Cerda,  Bazan,  Girón,  Dávila  y  Ponce, 
Cada  cual  aguerrido, 
Famoso  cajiitan  nunca  vencido. 

))La  fama  de  estos  ínclitos  varones 
Veo  crecer  cual  planta 
Que  al  cielo  con  los  años  se  levanta, 
Dilatando  sus  lenguas  y  pregones; 
Pero  ya  se  me  ofrece 
Quien  como  el  sol  entre  ellos  resplandece  ; 

«Esto  es,  el  joven  de  Austria,  que  en  Lepante, 
Después  que  de  Granada 
La  morisma  deji'i  desbaratada, 
Al  espanto  del  mundo  puso  espanto, 

Y  al  turco  imperio  ciego 

Arrojó  al  mar,  deshei  ho  en  humo  y  fuego. 

«Diré,  en  fin,  de  Filipo  el  animoso. 
Aquel  que  de  las  guerraa 
Civiles  é  intestinas  de  sus  tierras 
Volvió  á  la  España  á  un  sin  igual  reposo, 
Siendo  entre  tantas  lides 
Alejandro  novel,  hispano  Alcídes. 

))Mas  tii,  de  este  gran  padre  respetado 
Gran  hijo  y  heredero, 
Carlos,  escudo  del  imperio  ibero; 
Tú  del  gran  César  eres  el  traslado; 
Mandar  dos  orbes  puedes, 
Rey,  cesar  y  scfior,  que  no  lo  cedes. 

»Á  p'-sar  de  fortuna  y  de  los  hados, 
Tus%élico8  j>endones 
Del  Sur  á  los  Triones 
Darán  sombra  en  los  pueblos  ignorados, 
Poniendo  justo  freno 
Del  fin  del  orbe  al  más  oculto  seno. 

))Tú  la  tierra  rigienfio, 
A  ti  inferior,  se  postrará  humillada, 

Y  con  el  trueno  norrendo 

Guerra  le  harás,  quedando  escarmentada 
Cuando  el  rigor  la  alcance 


469 


470 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 


Del  feroz  rayo  que  tu  diestra  lance.» 
Así  yo  enardecido  prorumpia, 

Absorto  en  los  campeones 

De  nuestra  patria,  indómitos  leones; 

Cuando  desfalleciendo  mi  osadía, 

Advierto  que  oso  en  vano 

Subir  donde  no  osAní  orgullo  humano. 
Que  si  aquel  globo  allisimo  defiende 

Eu  sus  etéreos  techos 

La  inmortal  gloria  de  los  altos  pechos 

Que  en  bclico  furor  Mavorte  enciende, 

En  vano  humana  lira 

A  competir  su  eternidad  conspira. 
Y  si  una  empresa  tan  difícil  y  alta 

De  bajo  al  nüraea  culj)a. 

Sólo  intentarla  basta  por  disculpa, 

Cuando  la  fuerza,  y  no  el  deseo,  falta; 

Y  yo  en  haberla  osado 

Seré  con  gloria  en  otra  edad  nombrado. 


TH.\DDCCIONES  DE  HORACIO. 

ODA  PEIMERA. 

Jam  tatis  terris  navis  atqiie  dirá,  etc. 

Ya  el  Padre  omnipotente 
Cubrió  de  nieve  y  de  granizo  el  mundo, 

Y  con  su  mano  ardiente 

Batiendo  el  sacro  alcázar  sin  segundo, 
A  Roma  puso  en  un  temor  profundo. 
En  un  espanto  horrible 

Y  miedo  puso  á  todos  los  vivientes; 
Pensaba  que  el  terrible 

Siglo  tornaba  que  ahogó  á  las  gentes 
En  agua  y  copiosísimas  corrientes. 

Pirra  se  condolía 
Viendo  mil  novedades  prodigiosas, 
Cuando  allí  conducia 
Proteo  el  ganado  y  focas  espantosas 
A  los  montes  y  peñas  cavernosas. 

Y  mil  varios  pescados 
Se  vieron  de  los  olmos  en  la  altura 
Subidos  y  pegados, 
Do  fundó  la  paloma  simple  y  pura 
Bien  conocida  casa,  y  mal  segura. 

Los  gamos  y  las  fieras 
Con  un  temor  cobarde  y  sobresalto 
Olvidan  sus  carreras, 
Nadando  sobre  el  mar  tendido  y  alto. 
Dando  en  el  agua  un  salto  y  otro  salto. 

Vimos  el  agua  roja 
Del  Tiber,  que  violento  sus  corrientes 
Del  mar  Toscano  arroja, 
Retorciendo  sus  ondas  y  vertientes 
Contra  los  edificios  más  potentes. 

Parece  que  mostraba 
Dar  gusto  el  rio  al  mujeril  deseo; 
Que  mucho  se  quejaba 
Ilia,  y  el  Tibor  con  atroz  meneo 
Le  promete  vengar  el  hecho  feo. 

Abre  con  desatino 
Por  el  siniestro  iado  un  ancho  seno; 
Talando  va  el  vecino 
Cami)o  romano,  de  braveza  lleno; 
Lo  cual  no  aprueba  Júpiter  por  bueno. 

Los  mozos  descendientes 
Tendrán  memoria  del  cruel  estrago, 

Y  alilarán  las  gentes 

El  hierro  cortador,  y  un  ancho  lago 
Dará  de  sangre  á  nuestro  vicio  el  pago. 

¡Ay! ¿cuánto  jnejor  fuera 
Volver  el  duro  y  riguroso  acero, 

Y  el  odio  y  rabia  fiera, 

Contra  el  7)arto  feroz,  bravo  guerrero, 
O  contra  el  duro  scita  y  persa  fiero? 

i  A  cuál  deidad,  pues,  luego 
El  pueblo  invocará  para  el  caido 
Imperio  ?  ¿  Con  qué  ruegq 
Las  vírgenes  piadosas,  y  gemido, 
Fatigarán  de  Vcíita  el  sordo  oido? 

y  el  l'ttdre  soberano 


¿  A  quién  dará  el  divino  y  santo  cargo 
Que  con  remedio  sano 
El  díiño  limpie,  y  cure  mal  tan  largo, 
Volviendo  en  dulce  risa  el  llanto  amargo? 

Vén,  pues,  ¡oh  favorable 
Apolo,  anunciador  de  la  alegría! 
Descubre  el  agradable 
Rostro  hermoso,  y  un  dichoso  dia, 
Vestido  de  una  blanca  nube,  envia! 

lOh  tú.  Venus  graciosa, 
Si  te  place,  demuestra  el  bello  riso, 
Donde  el  gozo  reposa 

Y  do  el  amor  alegre  nacer  quiso, 

Que  vuelve  al  mundo  en  dulce  paraíso. 

Y  tú,  ¡Marte  encendido! 

Los  ojos  vuelve  al  pueblo  que  engendraste. 
Que  despreciado  ha  sido. 
En  quien  tu  brava  furia  apacentaste; 
Tan  largo  juego  ya  de  espada  baste. 
A  tí  los  alharidos 

Y  el  confuso  gritar,  y  las  celadas 
Lucidas  y  bramidos 

Te  agradan,  y  del  moro  las  espadas 

(Que  puesto  á  pié  es  más  fiero)  ensangrentadas. 

Tú,  que  de  grande  altura 
A  la  hija  de  Atlante  nombre  diste, 
Mudada  tu  figura, 
En  vuelo  venturoso  descendiste, 

Y  de  este  bello  joven  te  venciste. 
Gustando  de  llamarte 

De  César  vengador,  ¡oh  joven  claro! 
Al  cielo,  que  es  tu  parte. 
Muy  tarde  vuelvas,  y  con  gozo  raro 
Des  al  romano  pueblo  eterno  amparo. 

Y  algún  ligero  vuelo 

No  te  nos  quite,  aunque  los  vicios  nuestros 
Te  ofenden  en  el  suelo; 
Primero  en  él  tus  grandes  triunfos  diestros 
Canten  del  sacro  rnonte  los  maestros. 

Ten  por  blasón  honroso 
Ser  dicho  padre  y  príncipe  extremado, 

Y  al  miedo  belicoso 

No  consientas  correr  en  campo  ai'mado 
Sin  la  pena  debida  á  su  pecado. 


ODA  n. 

Qítis  VI vita  gracilis  te,  puer,  in  rosa,  etc. 

I  Qué  lascivo  mozuelo, 
Blando  y  con  mil  olores  rociado, 
¡Oh  Pirra!  sin  recelo 
Te  tiene  con  sus  brazos  anudado 
El  cuello  estrechamente 
En  tu  agradable  gruta  y  lecho  ardiente? 

Y  tú,  con  tez  sencilla, 

Sin  engañosa  falsedad  de  afeite. 

Una  y  otra  mejilla 

Le  muestras,  con  que  enciendes  su  deleite, 

Y  tus  rubios  cabellos 
Destrenzas,  y  le  tiendes  red  con  ellos. 

¡(Juántas  veces  el  necio 
Mozo  imprudente  llorará  su  daño, 
Tu  falsa  fe  y  desprecio, 
Los  contrarios  amores  y  el  engaño, 

Y  temerá  los  vientos 

Eu  el  áspero  mal  de  sus  contentos! 

Y  él,  fácil  y  creíble. 

Que  de  tu  hermosura  goza  agora, 

Seguro  y  apacible. 

Piensa  que  nunca  le  has  de  ser  traidora, 

Y  no  ve  el  miserable 

Que  til  querer  es  viento  deleznable. 

¡Ay  de  los  desdichados 
Aquellos  á  quien  tu  lustrosa  cara 
Aplace,  no  enseñados 
A  conocer  tu  fe  mudable  y  cara. 
Que  en  tus  serenas  calmas 
Anegan  los  contentos  de  sus  almas! 

Yo  sufrí  con  afrenta 
Naufragios  en  el  mar  de  tus  engaños; 
Mas  ya  de  la  tormenta 


ODAS. 


Colgué  los  rotos  y  mojados  pauos, 

Y  al  dios  del  mar  amigo 

Pinté  una  tabla,  de  mi  mal  testigo. 


ODA  III. 

Lidia,  dic  per  omnes,  etc. 

Por  los  dioses  te  ruego 
Me  digas,  Lidia,  cómo  afliges  tanto 

Y  quitas  el  sosiego 

A  Síbaris  el  mozo,  que  con  tanto 
Amor  te  quiere  y  ama, 

Y  tú  lo  abrasas  en  su  ardiente  llama. 
¿Por  qué  aborrece,  dinie, 

Sufriendo  el  polvo  y  sol  sin  pesadumbre, 

Al  campo  Marcio,  y  gime? 

I  Por  qué,  enseñado  á  militar  costumbre, 

No  juega  y  arremete 

Entre  tanto  y  gallardo  igual  jinete? 

I  Por  qué  ya  no  corrige 
La  feroz  boca  del  ñ'ison  brioso. 
Ni  con  freno  la  rige 
De  brida,  que  es  más  duro  y  riguroso, 
Ni  su  cabeza  enhiesta 
Con  yelmo  cubre  y  penachada  cresta? 

¿  Por  qué  tanto  rehuye 
Tocar  del  Tíber  las  bermejas  ondas? 
I  Por  qué  más  teme  y  huye, 
Que  á  la  sangre  de  víboras  hediondas, 
Al  lucio  aceite  y  grueso. 
Que  hace  al  luchador  más  fuerte  y  tieso ; 

Y  de  la  dura  malla 
No  viste  al  jaco,  ni  arma  mano  y  dedos, 

Y  ya  de  la  batalla 

En  los  brazos  nervosos  y  molledos. 

No  muestra  cardenales 

Ni  de  gloriosos  golpes  las  señales? 

Mil  veces  con  gallardo 
Semblante  hizo  en  la  contienda  raya. 
Tirando  el  fuerte  dardo, 

Y  arrojando  un  gran  peso  y  azagaya, 
Con  tiro  muy  derecho 

Abrazó  más  del  señalado  trecho. 
Agora  está  escondido 

Y  se  hurta  á  los  ojos  de  la  gente, 
Como  el  joven  nacido 

De  Tétis,  antes  de  la  guerra  ardiente 
De  Troya,  á  quien  engaños 

Y  amor  vistieron  mujeriles  paños. 


ODA  IV. 

Tldes  ut  alta  stet  nive  candidum ,  etc. 

¡Oh  Taliarco  hermano! 
¿Ves  el  Soracte  monte  levantado, 
Con  honda  nieve  cano, 

Y  el  bosque  de  gran  carga  trabajado, 

Y  en  penetrable  hielo 

Cuajado  el  rio  y  apretado  el  suelo? 

Templa  con  buen  sosiego 
El  acerbo  rigor  del  duro  frió, 
Echando  sobre  el  fuego 
Los  leños  que  guardaste  en  el  estío, 

Y  saca  largamente 

Del  oloroso  vaso  el  vino  ardiente, 

Y  los  demás  cuidados 

Entrega  á  Dios,  que  con  prudencia  sdbia 
De  los  vientos  hinchados 
Enfrena  en  el  furioso  mar  la  rabia, 

Y  guarda  y  asegura 

Al  ciprés  alto  y  á  la  encina  dura. 

Con  sutileza  vana 
No  busques  el  futuro  tiempo  incierto, 
Ni  qué  ha  de  ser  mañana; 

Y  en  cualquier  dia  que  tuvieres  cierto, 
Haz  cuenta  que  en  el  trance 
Postrero  echaste  un  provechoso  lance. 

Y  pues  la  flor  empieza 

De  tu  verano  corto  y  edad  breve, 
y  esté  de  tu  cabeza 


Ausente  la  pesada  y  fria  nieve, 

Coge  en  las  tieriias  ll..rcs 

Los  dulces  frutos  de  plac«r  y  amores. 

Y  agora  frecuentado 

El  campo  sea,  y  eras  deleitosas. 

Ai  tiempo  concertado, 

Las  pláticas  lascivas  y  amorosas 

Entro  silencio  y  risa 

Hablando  cuando  la  razón  avisa. 

Y  aquel  suave  riso 

Que  del  rincón  más  íntimo  resuena, 

"i  da  señal  y  aviso 

De  la  mozucla  oculta  que  nlli  suena, 

Que  se  iseondió  A  sabi>  ndas 

Pai"a  hallar  más  dulces  wus  ctintiendas. 

La  prenda  arrebatada; 
Digo  sortijas,  ó  manillas  de  uro, 
O  lo  que  más  te  agrada, 
Algún  precioso  y  rico  igual  decoro, 
Qu  i  latió  de  los  detlos, 
Que  fingen  hacer  fuerza,  y  están  quedos. 


ODA   V. 

Quein  i'ivuní  aut  lieroa  hjra  vd  acri ,  rfr. 

[Oh  Clio,  musa  mia! 
¿  A  qué  varón  celebrarás  agora 
Con  versos  de  alegría. 
Con  lira  dulce  6  flauta  muy  sonora, 
A  quien  del  valle  hueco 
En  su  alabanza  me  responda  el  eco? 

O  ya  agora  resuene 
En  las  umbrosas  faldas  de  Helicona, 
O  ya  en  el  Pindó  suene 
Mi  voz,  á  quien  la  dulce  tuya  entona, 
O  ya  en  el  Hcmo  helado, 
O  en  el  Ródope  monte  celebrado. 

De  donde  se  movieron 
Las  selvas  á  la  voz  <lel  tracio  Orfeo, 
Los  ríos  detuvieron 
Su  curso  rapidísimo  y  rodeo, 

Y  los  ligeros  vientos 
Enfrenaron  sus  varios  movimientos. 

Y  también  las  encinas, 

Sonando  el  instrumento  y  voz,  mostraron 

Maneras  peregrinas; 

Por  qué  sus  altas  cumbres  inclinaron; 

Y  con  ramos  tendidos 
Parece  que  alertaban  los  oidos. 

Pues  ¿qué  diré  ¡¡rimero 
Que  las  horas  con  más  razón  contadas 
Del  Padre  verdadero. 
Que  con  prudencia  sabia  gobernadas, 

Y  mando  poderoso, 

Las  cosas  tiene  en  orden  amoroso? 

Y  templa  el  mar  y  tierra, 

Y  el  mundo  rige  en  tiempos  diferentes; 
Adonde  no  se  encierra 

Casa  mayor,  ni  fuerzas  tan  potentes. 

Tras  de  esto  el  alabanza 

Palas  en  trecho  muy  distante  alcanza, 

Y  no  olvidaré  agora, 

[Oh  Baco!  en  las  batallas  animoso, 

Tu  fuerza  vencedora; 

Ni  á  tí,  Vírg  n  de  brazo  poderoso, 

Que  con  flechas  ligeras 

Persigues  en  los  montes  á  la^  fieras. 

Tampoco  callar  quicio 
[Oh  santo  Febol  fu  valor  temido» 
En  el  tirar  certero. 
Diré  de  Alcldes  el  jamas  vencido, 

Y  á  los  hijos  de  Leda 

Diré,  con  tal  que  tanto  docir  pueda. 

Al  uno  y  otro  hermano, 
Castor  y  Pólux,  cada  cual  honrado 
En  arte  sobrehumano; 
El  uno  diestro  en  lucha,  el  otro  osado, 
A  mil  glorias  triunfantes 
Corriendo  los  caballos  espumantes. 

La  estrella  de  los  cuales. 
Luego  que  luce,  al  navegante  alegra, 


in 


473 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 


D-^^stierra  los  mortales 

RictloB  trisUs  de  la  muerte  negra; 

Y  al  piélago  revuelto 

En  yaz  lo  deja,  y  en  quietud  resuelto. 

Furde  su  furia  el  viento, 
Iluyt  n  las  nubes  su  presencia  santa, 

Y  el  Liimedo  elemento, 

Que  en  valientes  escollos  se  quebranta, 

Muestra  con  alegría 

Sus  ondas  de  luciente  argentería. 

Pt-nsando  estoy  duduso 
Si  tras  de  aquestos  cantaré  primero 
Al  bravo  y  belicoso 
Rúniulo,  ó  de  Pompilio  rey  severo, 
Pacifico  y  divino, 
O  el  imperio  soberbio  de  Tarquino. 

O  si  del  atrevido 
Catón  diré  la  lionrosa  y  dura  muerte; 
Con  pecho  agr.idecido 
También  la  lastimosa  indigna  suerte 
De  Marco  Atilio  digo, 
Que  fe  guardó  y  palabra  á  su  enemigo. 

Y  cantarán  mis  versos 
A  los  escauros  graves  y  constantes 
En  mil  casos  adversos, 

Y  al  cónsul  Paulo  en  otros  semejantes, 
El  cual  con  pecho  ufano 

Dio  la  vida  al  furor  del  africano. 
A  Fabricio  y  Camilo, 

Y  á  Curio,  de  cabellos  mal  peinados, 
Diré  en  el  mismo  estilo; 

Los  cuales  fueron  en  la  guerra  osados, 

Y  sin  temer  bajeza. 

Se  honraron  con  el  áspera  pobreza. 

La  fama  de  Marcelo 
Cual  árbol  en  oculto  tiempo  crece, 

Y  de  Julio  en  el  cielo 

La  estrella  entre  las  otras  resplandece, 

Como  entre  otras  estrellas 

La  clara  luna  con  sus  luces  bellas. 

lOh  hijo  omnipotente 
Del  padre  antiguo!  ¡Oh  padre,  fiel  reparo 
De  aquesta  humana  gente! 
Tú  del  gran  César  tienes  el  amparo. 
Gobierna  pues  el  mundo. 
Siendo  rey,  cesar  y  señor  segundo. 

O  ya  los  partos  bravos, 
Que  están  á  Italia  siempre  amenazando. 
Como  á  viles  esclavos 
Sujete  al  yugo  de  su  fuerza  y  mando, 
O  ya  de  la  india  gente, 
O  de  los  seras  triunfe  en  el  Oriente. 

Que  rigiendo  la  tierra, 
Será  inferior  á  tí  de  buena  gana, 

Y  tú  moverás  guerra 

Con  truenos  de  potencia  soberana, 

Y  tú  harás  castigos. 
Arrojando  mil  rayos  enemigos. 


ODA  VL 
Pastor  quum  traheret  per  preta  navibns,  etc. 

El  pastor  fementido, 
Páris,  al  tiempo  que  iba  el  mar  surcando, 
Contento  y  engreido. 
Con  sus  ligeras  naves,  y  llevando 
A  Elena,  hecho  ultraje 
A  la  debida  fe  del  hospedaje; 

Al  inquieto  viento 
En  este  punto  sosegó  Nereo, 

Y  dijo  el  triste  cuento 

Y  amargos  tines  de  aquel  hecho  feo, 

Y  los  funestos  hados 

A  Troya  por  tan  grande  mal  guardados. 

(( i  Cómo  con  mal  agüero 
Llevas  á  la  mujer  de  ajena  casa? 
¡Ay!  ¡cuánto  griego  fiero 
Conjurado,  sin  número  y  sin  tasa. 
Te  romperá  el  contento 

Y  deshará  tu  infame  casamiento! 
De  Príamo  el  imperio 


Antiguo,  noble,  rico  y  celebrado 

Caerá  con  vituperio. 

1  Ay!  ¡qué  sudor  y  aprieto  está  guardado 

A  mucnos  esctiadrones 

De  caballos  y  de  ínclitos  varonesl 

Y  ¡qué  espantoso  estrago 
Mueves  á  la  troyana  triste  gente! 
De  tu  traición  el  pago 
Verás  muy  presto;  que  Belona  ardiente 
Ya  apercibe  celada. 
Escudo  y  carro,  y  rabia  ensangrentada. 

En  vano  confiado 
En  el  auxilio  de  tu  Venus  fiera. 
Ufano  y  descuidado. 
Peinarás  la  cabeza  lisonjera, 

Y  en  lira  blanca  y  verso 

Darás  solaz  al  tierno  sexo  adverso. 

También  huirás  en  vano 
Las  muy  pesadas  armas  inquietas 
Al  tálamo  profano, 

Y  del  cretense  fiero  las  saetas, 

Y  el  temeroso  estruendo 

De  Ayax  ligero,  que  te  irá  siguiendo. 

Mas  ¡ay!  que  al  fin  revueltos 
Verás  esos  cabellos  muy  peinados, 

Y  en  polvo  y  sangi-e  envueltos! 

j  No  ves  tantos  anudes  fabricados, 

Y  al  hijo  de  Laerte, 

Que  será  de  tu  patria  total  muerte? 

¿  No  ves  al  pnidentísimo 
Néstor,  y  cómo  el  teucro  Salamino, 

Y  el  otro  sapientísimo 

Es  Tenelo,  en  batallas  peregrino. 

Que  el  carro  va  guiando. 

Que  con  redondas  alas  va  bogando? 

I  Te  siguen  con  horrendo 
Furor  en  triste  y  temeroso  trance? 
I  No  escuchas  el  estruendo 
De  Merion,  que  ya  te  va  al  alcance, 

Y  al  hijo  de  Tideo, 

Rabiando  por  ganar  de  tí  el  trofeo? 

A  Diomédes  digo, 
Mas  que  su  padre  fuerte  y  más  valiente, 
Del  cual  bravo  enemigo 
Con  pecho  mujeril  cobardemente 
Huirás,  cual  tierna  cierva, 
Que  viendo  al  lobo  olvida  pasto  y  yerba. 

¿  No  prometias  esto 
A  Elena  cuando  echabas  mil  blasones 
Con  amoroso  gesto, 

Y  aun  que  la  armada  y  fuertes  escuadrones 
De  Aquíles  enojado 

Dilatarán  de  Troya  el  triste  hado? 

Después  de  nueve  años 
El  fuego  griego,  á  quien  tu  amor  atiza, 
Ardiendo  por  engaños, 
A  la  alta  Troya  volverá  en  ceniza, 

Y  quedará  desierta. 

De  negros  humos  y  de  hollín  cubierta. 


ODA  VII. 

Velox  amcenum  scepe  lucretilem,  etc. 

De  su  dulce  acogida. 
Que  en  el  Liceo  monte  el  Fauno  tiene. 
Con  ligera  corrida 
Al  suelo  fértil  de  Lucrétil  viene, 
Para  tomar  contento 
En  este  dulce  sitio  y  fresco  viento. 

Esto  lugar  defiende 
Mis  cabras  siempre  del  fogoso  estío; 
Tampoco  les  ofende 
Aquí  la  fria  escarcha  ni  roclo, 
Ni  los  recios  inviernos 
Pueden  dañar  los  cordcrillos  tiemoB. 

Seguramente  pacen. 
Buscando  aquí  y  allí  las  tiernas  gramas 
Que  en  este  bosque  nacen, 
El  cítiso  y  tomillo,  y  otras  ramas. 
Que  á  las  cabras  engruesan 
y  ele  sustancia  y  lecne  las  retesan, 


Apriscos  y  rediles, 
Do  están  los  cabiitillos  encerrados, 
No  temen  las  sutiles 
Mordeduras  de  sierpes  ni  pintados 
Lagartos,  ni  los  robos 
Que  hacer  suelen  los  hambrientos  lobos. 

¡Oh  Tíndaris  hermosa! 
Cuando  mi  dulce  caramillo  suena, 
El  valle  y  selva  umbrosa 

Y  el  monte  Ustica  en  derredor  resuena; 
El  monte  á  cuya  cumbre 

Se  sube  sin  trabajo  y  pesadumbre. 

Su  gracia  y  alegría 
Me  aspira  Dios,  y  mi  piedad  le  agrada, 

Y  aquesta  musa  mia; 

De  aquí  la  copia  gozarás  colmada, 
Que  aquí  derrama  el  cuerno 
Benignamente  flor  y  fruto  tierno. 

En  este  valle  y  flores 
Huirás  de  la  canícula  el  gran  fuego, 

Y  cantarás  amores 

Con  la  sonora  cítara  del  griego 

Poeta  Anacreonta, 

Que  entre  amorosos  cisnes  se  remonta. 

Cantarás  las  pasiones 
De  Penélope  y  Circe,  y  los  recelos 
De  entrambos  corazones, 

Y  de  una  y  otra  los  rabiosos  celos; 
Que  cada  cual  muy  fuerte 
Trabaja  por  el  hijo  de  Laerte. 

A  la  sombra  holgando, 
Agotarás  aquí  los  vasos  llenos 
Del  vino  lesbio  blando, 

Y  el  padre  Baco  y  Marte,  muy  serenos, 
Quietos,  amorosos. 

No  mezclarán  combates  sanguinosos. 

Ni  celos  inhumanos 
De  Ciro,  tu  protervo  y  duro  amante. 
Ni  las  violentas  manos 
Temerás  del  villano,  que  delante 
Te  quite  la  guirnalda, 

Y  airado  rasgue  tu  inocente  falda. 


ODA  VIII. 

Mater  sceva  cupidinnm  ,  etc. 

La  madre  cruel  ufana 
De  los  amores,  y  el  mozuelo  fuerte 
De  Sémeles  tebana, 

Y  el  ocio  (que  es  de  las  virtudes  muerto) 
Me  impelen  vuelva  luego 

Al  amoroso  ya  dejado  juego. 
El  rostro  bello  y  claro, 

Y  la  tez  más  bruñida  y  espejada 
Que  mármoles  de  Paro, 

De  mi  Glícera  dulce  enamorada. 
Me  enciende  en  blanda  llama, 

Y  en  su  veneno  mismo  amor  me  inflama, 
Enciéndeme  el  sentido 

Su  gracia  y  natural  desenvoltura, 

Y  el  melindre  atrevido, 

Y  del  semblante  tanta  hermosura, 
Que  el  que  á  mirarla  empieza, 
Con  ojos,  alma  y  corazón  tropieza. 

Dejó  á  su  Chipre  amada 
Venus,  y  edificar  su  templo  quiso, 

Y  hacer  su  morada 

En  mi  pecho,  su  antiguo  paraíso, 

Y  tiéneme  ocupado. 

Ajeno  de  cualquiera  otro  cuidado. 

No  consiente  que  cante 
Del  indómito  scita,  bravo  y  fiero. 
El  osado  semblante; 
Ni  al  animoso  parto,  que  ligero 
Revuelve  y  espolea 
Al  caballo,  y  huyendo  más  pelea. 

Ponedme,  pues,  las  aras, 
Aquí  esparcidme  rosas  y  verbenas; 
Vaciad  las  copas  claras. 
De  ardiente  licor  llenas, 


SILVAS. 


A79 


Y  dad  incienso  al  fuego, 

Que  la  victima  hecha  vendrá  luego. 


ODA  IX. 

TRADl'CCION  LinRK   DE  l'NA   DE  SAFO,  ETa 

[Salve,  Venus  liemiosa. 
La  más  dulce  maestra 
De  amor  en  la  palestra. 
De  Jovc  Itijn  prcciuí-a. 
Cuyo  niiniti)  sagrado 
En  tantas  aras  hitnipre  fué  invocadol 

¡Salve!  y  mi  voz  atiende ; 
No  dejes  que  á  milh.res 
Me  maten  los  pesares; 
Antes  íicá  desciende, 
Cual  un  li  mpo  solias 
Grata  acudir  á  las  plegarias  mias. 

Movida  de  mi  ruego 
Tal  vtz  á  mí  bajui>te, 
Tal  viz  por  mí  dejaste 
El  celi.ftial  sosiego 
Que  del  gran  Padre  amado 
Gozastcs  en  alcázar  i-í-lrellado. 

Yo  vi  en  ligero  vuilo 
Tirar  tu  carro  uncidas 
Tus  avis  más  queridas, 

Y  detceiukr  del  cielo, 
Cortando  con  sus  alas 

Del  aire  vago  las  ctcreas  salas. 

Y  cuando  á  mí  llegabas 
Tú  misma,  ¡oh  dulce  diosa! 
Con  vista  cariñosa. 
Que  risas  de  amor  dabas. 
La  causa  me  pedias 
Del  dolor  que  en  mi  rostro  conocías. 

I  Por  cuál  razón  demando 
Tu  auxilio  sin  sosiego. 
Quien  á  mi  dulce  ruego 
Quiera  atraer  más  blando, 
O  á  quien  prender  quería 
En  las  amantes  redes  (jue  tendía? 

Acuerdóme  cuan  grata 
Me  dijo  allí  tu  boca: 
«¿Quién  tu  furor  provoca? 
Mi  bien,  ¿quién  te  maltrata? 
Si  hubiere  quien  por  caso 
Huya  áo  ti,  tras  tí  volverá  el  paso. 

dSí  no  recibes  dones, 
Los  dará  afectuoso; 
Si  es  libre  y  desdeñoso, 
Veráse  en  tus  prisiones; 
Si  sin  amor  le  vieres, 
Luego  amará,  y  hará  cnanto  qnisieTC3.n 

Vén,  ¡oh  de  amor  princesa! 
Vén,  vén,  como  solias 
En  los  antiguos  diaa, 
Ptics  tu  deidad  no  cesa; 
Vén,  y  libra  mi  vida, 
De  insufribles  tormentos  oprimida, 

Vén,  y  en  tan  fuerte  inbtante 
Tu  auxilio  en  mí  se  vea; 
í^umple  lo  que  desea 
Mi  corazón  amante; 

Y  en  mi  favor  armmla, 
Conmigo  mire  tu  deidad  sagrada. 


SILVAS. 

SILVA  PRIMERA, 

k   LA   PIEDAD. 

I  Cuál  otro  digno  objeto, 
En  la  gran  copia  de  gratuito»  dones 
Que  ilustran  la  razón  ,  llegó  al  rtppcto 
Qu?  tú.  Piedad  santísima,  me  imj)one8? 
Tii  prii-cipio  serás  de  mis  canciones  j 


474 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 


Tú ,  que  de  mis  cnírlaílos 

Siempre  fuiste  el  primero,  virtud  santa; 

Pues  tu  eficacia  ea  tanta, 

Que  ser  á  tí  negados 

Los  hijos  de  la  tierra  mal  podremos. 

Tú,  entre  toilos  los  grados 

De  sujurior  valor  y  de  excelencia 

Que  en  los  mortales  vemos, 

A  nuestros  dulces  padres  mandas  demos 

Con  frente  humilde,  liouor  y  reverencia. 

Tero  ¿cuál  elocuencia, 

Cuál  fuerte  voz  de  cuanto  les  debemos 

roudtrará  un  traslado? 

Kér,  vida,  luz,  crianza,  amor,  cuidado, 

Arrimo,  nombre  y  honra  se  les  debe. 

Que  jamas  les  podrá  ser  bien  pagado. 

¿  Y  habrá  quien,  d<.íi:ilmado, 

A  no  rendirles  este  honor  se  atreve? 

No  ce  mió,  no,  creer  que  por  ventura 

Be  pudo  autorizar  tal  desmesura. 

Cualquier  culpa  en  el  hombre  fuera  leve 

En  comparación  de  ósta. 

Cual  de  eternales  r.iyos  coronada, 

La  divina  razón  lo  manifiesta. 

ÍCuál  ley,  cuál  tradición  más  propagada 
'or  una  antigüedad  de  años  prolijos, 
El  mundo  usó  en  sus  hijos, 
Sin  que  en  cada  interior  ser  radicada 
La  nación  más  remota. 
Por  su  barbarie  insólita,  lo  estorbe? 
Ponedme ,  pues ,  del  orbe 
La  más  ciega  é  iiliota, 

Y  si  por  caso  duda  se  os  ofrece 

De  que  sin  Dios  ó  ley  á  vivir  llega, 
No  digáis  que  el  honor  al  padre  niega ; 
Que  á  todos  Témis  santa  con  luz  pura 
Los  guia  y  asegura ; 

Que  como  el  que  atesora,  en  bienes  crece 
Quien  honra  da  á  su  madre, 

Y  el  recibir  la  bendición  del  padre. 
La  casa  de  los  hijos  fortalece, 
Donde  eterna  es  la  gloria, 

Y"  sin  fin  en  los  buenos  su  memoria. 
Empero  aquul  cual  humo  desparece, 

Y  es  siempre  ignominioso, 
Que  ingrato  los  oprima ; 

Y  en  maldición,  el  que  los  desestima. 
En  el  cerco  de  nulus  espantoso 
Verá  apagarse  arrebatadamente 

Su  luz ,  quien  fuere  de  ellos  maldiciente. 

Y  1  ojalá  que  los  ojos  que  á  su  padre 
Fisgan,  ó  miran  torpes  á  su  madre. 
Arranquen  fieros  cutrvos,  y  sangrientos 
Los  coman  ] ¡olios  <lc  águilas  hambrientos! 
Yo  en  fl  polvo  mi  labio 

Pondré,  nubl-  Piedad,  por  respetarte. 

Seguirte  y  pregonarte. 

Pues  bajo  el  cielo  igual  á  tino  tienes, 

Ni  otra  cual  tú  dí;u(lora  á  tantos  bienes. 

Bella  virtud,  /cuál  sabio 

Gentili.xi  en  tu  elogio  no  se  alarga? 

¿Que  oráculo creidü 

A  no  ensalzar  tu  gloria  se  ha  atrevido? 

iQué  !  ¿por  dicha  no  encarga  . 

Tu  guarda  el  inmortal  ?  Quien  resplandece 

Sobre  el  más  alto  querubín,  ¿no  ofrece 

Vida  en  retorno  larga. 

Vida  que  con  sus  dádivas  bastece? 

jQuión,  pues,  te  negará,  virtud  divina. 

El  sólido  candor  de  tu  doctrina? 

I  Oh  I  vén ,  luz  grata ,  i  oh  I  séllate  en  mi  frente; 

Seré  á  quien  debo  máa,  más  reverente. 


SILVA  IL 

DE  LA  CONGRATULACIÓN. 
¿Qué  bien  hay  que  no  iguales, 
O  sin  tí,  quién  mejor  las  almas  sella, 
Congratulación  bella. 
Que  de  un  noble  y  divino  pecho  sales? 
Tú  eres,  prenda  feliz  de  los  mortales, 


La  que  has  establecido 

Que  del  próspero  bien  en  que  miremos 

Otro  hombre  bastecido 

Con  muestras  de  placer  nos  alegremos. 

Si  á  los  miembros  que  vemos 

A  un  mortal  cuerpo  unidos,  nadie  veda 

Que  el  bien  del  uno  en  gozo  de  otro  ceda ; 

Si  el  simple  amor  de  ser  conciudadanos 

Atrae  á  los  humanos; 

Los  que  en  virtud  unidos 

Por  tí  se  ven  con  vínculo  más  fuerte, 

¿  Placer  no  habrán  de  la  dichosa  suerte 

En  que  ven  á  sus  prójimos  queridos? 

Así  que  este  tu  gozo  es  fruto  amable 

Del  Sor  sumo  inefable ; 

Gozo,  sí,  gozo,  y  no  del  bien  profano 

Y  sólo  en  la  apariencia ,  que  ése  es  vano ; 
Mas  del  que  á  un  fin  honesto  se  endereza, 
Puro  placer  sin  mezcla  de  tristeza 

Ni  resabio  de  envidia, 

Falaz  en  persuadir  que  otra  ventaja 

Deslumbra  nuestro  mérito  y  lo  ultraja. 

Cual  la  piedra  brillante 

Ejemplo  da,  pues  nunca  se  fastidia, 

Ni  se  muestra  con  pálido  semblante, 

Por  ver  al  rul)io  sol  más  claro  que  ella; 

Que  antes  se  rie  y  lumbre  da  más  bella. 

Pero  sin  tí ,  ¡oh  virtud  !  ¿  qué  no  es  la  envidia? 

Es  pálido  pesar  del  gozo  ajeno. 

Que  en  el  jíecho  del  malo  siempre  lidia, 

DeiTamando  pestífero  veneno. 

Crimen  de  abrojos  lleno, 

Y  el,  más  nocivo,  pues  que  descontenta 
Al  alma  que  le  abraza,  y  la  atormenta. 
Cuando  naturaleza  se  complace 

Con  el  ajeno  bien ,  no  al  sol  la  luna 

Envidia  su  fortuna. 

Ni  los  rios  al  mar  ;  que  antes  les  place 

Gozar  el  bello  grado 

Que  á  cada  cosa  el  Inmortal  le  ha  dado. 

Así,  cuando  otro  gozo  en  tí  no  hubiera, 

¡  Oh  divino  placer !  por  el  crecido 

Gozo  que  das  al  ánimo  abatido, 

Solícito  debiera 

Templarse  en  tu  alegría; 

Que  el  gusano  qiie  cria 

Dentro  sí  el  leño,  roe  sus  entrañas 

Hasta  que  le  destruye  ;  así  las  sañas 

Del  envidioso  son;  tal  fué  la  via 

Del  fratricida,  que  la  tierra  fria 

Tiñó  la  primer  vez  de  humor  sangriento. 

Pero,  virtud  graciosa,  ¿qué  tormento 

Causaste  tú ,  ó  qué  bárbaro  destrozo 

El  que  á  tu  beneplácito  procede? 

¿Quién  tal  pensó?  Otro  gozo. 

Otra  quietud  más  grata ,  otro  alborozo 

Por  tí  se  le  concede , 

Que  el  malo  y  su  maldad  quitar  no  puede  ; 

Gozo  puro,  sin  mezcla  de  tristeza. 

Así,  ¡oh  precioso  don  !  ¿quién  tu  nobleza 

Poiirá  de  hoy  más  no  amar?  ó  ¿tú  olvidada 

Serás  de  mi  deseo  ? 

No,  virtud;  que  en  mis  brazos  ya  te  veo 

Darme  ósculos  de  paz.  Venid,  humanos; 

Que  la  prenda  del  cielo  más  preciada 

A  ninguno  es  negada. 

I  Oh  1  cante  yo  sus  dones  soberanos, 

Y  alégrense  conmigo  mis  hermanos. 


FRAGMENTOS. 

VIRTUD  MILITAR. 

La  Virtud  militar  aquí  se  advierte , 
Su  hermoso  rostro  ardiendo  en  vivas  llamas, 

Y  las  garzas  del  yelmo  al  viento  ondeando. 
Brillar  su  peto  de  ápjjeras  escamas. 
Asiendo  de  una  mano  el  asta  fuerte, 

Y  en  la  otra  el  pavés  cóncavo  embrazando : 
Veloz  discurre  hacia  uno  y  otro  bando, 

Y  entrando  por  los  gruesos  batallones, 
Los  blandos  corazones 


Luego,  luego  á  lid  bélica  movia, 
Atizando  el  incendio  que  ya  ardía 
En  las  contrarias  bélicas  naciones. 
Así  que,  en  rencor,  iras,  odios,  sañas, 
De  unos  y  de  otros  hierven  las  entrañas. 


PUROE  BÉLICO. 

En  esto  el  Furor  bélico,  indignado. 
Sobre  un  carro  agilísimo  rodante 
Las  ligeras  cuadrigas  impeliendo , 
De  furias  cruelísimas  cercado, 
De  pié  á  cabeza  armado  de  diamante, 
Acá  y  allá  furioso  va  corriendo; 
Con  jamas  visto  estrepitoso  estruendo 
Por  entre  los  atletas  gira  agudo, 
Y  con  brazo  membrudo. 
Que  hace  crujir  el  animoso  viento, 
Ora  juega  el  estoque  violento. 
Ora  rebate  el  fulminante  escudo, 


TEOVAS. 


iJS 


Ira  y  rabia  infundiendo  en  las  voraces 
Y  mr  3  que  nunca  ensangrentadas  haces. 


MUEBTE. 

I A  cuántos  1  ay  I  delante  se  le  ha  puesto 
Entre  una  negra  nube  encapotada 
La  iiii;\g(>n  d-  la  muerto  irrevocable, 
De  u¡>iu  y  adelfas  mustias  coronada. 
Pálida  la  color,  airado  el  gesto, 
Medio  arraíitraiido  un  luto  miserable  ! 
La  cual  cmi  hoz  sangricjita,  formidable, 
Más  «jue  nunca  veloz,  ha  descargado 
Su  br.azo  no  cansado  ; 
Al  que  hiere,  de  horror  se  atemoriza, 
Los  dientes  cruje,  el  jiclo  se  le  eriza. 
Palpita  el  corar.on,  y  al  fin  helado. 
El  curso  de  sus  dias  desparece, 
Cual  humo  ante  Aquilón  se  desvanece. 


TKOVAS. 


ODA  DE  FRAY  LUIS  DE  LEÓN. 

PROFECÍA  DEL  TAJO. 

Folgaba  el  rey  Kodrigo 
Con  la  hermosa  Cava  en  la  ribera 
Del  Tajo,  sin  testigo; 
El  pecho  sacó  fuera 
El  río,  y  le  habló  de  esta  manera : 

oEu  mal  punto  te  goces , 
Injusto  forzador;  que  ya  el  sonido 
Oigo  yo ,  y  las  voces , 
Las  armas  y  el  bramido 
De  Marte,  de  furor  y  ardor  ceñido, 

))  ¡  Ay,  esa  tu  alegría 
Qué  llantos  acarrea !  y  esa  hermosa 
Que  vio  el  sol  en  mal  día, 
A  España  ¡ay,  cuan  llorosa, 
Y  al  cetro  de  los  godos  cuan  costosa ! 

» Llamas,  dolores,  guerras. 
Muertes,  asolamientos,  fieros  males, 
Entre  tus  brazos  cierras 
Trabajos  inmortales 
A  tí  y  á  tus  vasallos  naturales; 

))A  los  que  en  Constantina 
Rompen  el  fértil  suelo,  á  los  que  baña 
El  Ebro,  á  la  vecina 
Sansueña,  ó  Lusitana, 
A  toda  la  espaciosa  y  triste  España. 

Ya  dende  Cádiz  llama 
El  injuriado  Conde,  á  la  venganza 
Atento,  y  no  á  la  fama. 
La  bárbara  pujanza , 
En  quien,  para  tu  daño,  no  hay  tardanza. 

))  Oye  que  el  cielo  toca 
Con  temeroso  son  la  trompa  fiera, 
Que  en  África  convoca 
El  moro  á  la  bandera. 
Que  al  aire  desplegada  va  ligera. 

»  La  lanza  ya  blandea 
El  árabe  cruel,  y  hiere  al  viento ; 
Llamando  á  la  pelea 
Innumerable  cuento 
De  escuadras  juntas  veo  en  un  momento. 

))Cubre  la  gente  el  suelo  ; 
Debajo  de  las  velas  desparece 
La  mar ;  la  voz  al  cielo 
Confusa  y  varia  crece  ; 
El  polvo  roba  el  día  y  le  obscurece, 

1  Ay !  que  ya  presurosos 
Suben  las  largas  naves;  ]  ay  I  que  tienden 
Los  brazos  vigorosos 
A  los  remos,  y  encienden 
Las  mares  espumosas  por  do  hienden. 

T)  El  Eolo  derecho 


TROVA   PRIMERA. 

EL  BORRACHO. 

Folgaba  un  buen  mendigo 
Con  una  bota  hurtada  en  la  ribera 
Del  Tórmes,  sin  testigo  ; 
El  rio  sacó  fuera 
Su  gaznate,  diciendo  con  voz  fiera  : 

«  De  malos  tragos  goces. 
Injusto  bebedor,  que  sin  sentido 
Al  agua  tiras  cocts, 

Y  con  lo  que  has  vertido, 

De  vergüenza  y  de  zupia  cslá-s  teñido. 

íTan  sedienta  porfía 
Tendrá  su  acribo;  y  esa  bota  hermosa, 
Que  no  verás  vacía, 
1  Para  tí  cuan  llorosa 
Será,  y  á  tus  costillas  cuan  costosa  I 

DBorrachez,  iras,  guerras, 
Jlanta  y  vapulamiento,  fieros  males, 
Entre  tus  biíizos  cierras 
Con  tus  tragos  mortales 
A  tí  y  á  estas  tus  posas  naturales. 

j)  Una  fuerte  tollina 
A  tu  es[)aUla  vendrá,  y  á  lo  que  baña 
lia  región  convecina 
Con  huMK'ilud  extraña 
En  aquella  espaciosa  y  gran  campaña. 

»)Que  ya  la  tabernera, 
De  quien  hi  bota  ha  sido,  á  la  venganza 
Llama  una  turba  fiera 
De  pillos  sin  crianza, 
£n  ((uicn  para  pescarte  no  hay  tardanza. 

))Oye  que  un  cuerno  toca 
Con  temeroso  son,  cual  trompa  fiera. 
Con  que  á  la  lid  convoca 
La  tríif)a  vil  y  fiera. 
Que  á  buscarte  y  tundirte  va  ligera. 

»Mira  cómo  vocea 
La  talx'rnera  infiel,  y  hiere  el  viento. 
Cómo  bufa  y  patea; 
Innumerable  cuento 
De  pillos  juntos  miro  en  un  momento. 

©Cubre  la  chusma  el  «uelo; 
La  piedad  á  sus  pies  desaparece; 
La  gritería  al  cielo 
Cf)nf US.1  y  varia  crece, 

Y  como  cuba  cada  cual  se  mece. 
1)  I  Ay !  que  ya  presurosos 

Tienden  las  I.'u-gas  tancaíi;  |ayl  que  extienden 
Látigo»  rigorosos 
A  los  aires,  qu-  encienden 
Los  viporoFos  braz<^s  con  que  hienden, 
j)Dn  pillo  contrahecho 


4;  6  DON'  JOSÉ 

Hinche  la  vela  en  popa,  y  larga  entrada 

Por  el  Hercúleo  csticcho 

Con  la  punta  acerada, 

El  gran  padre  Nt  ptuno  da  á  la  armada. 

))¡Ay  triste  !  y  aun  te  tiene 
El  mal  dulce  regazo,  ni  llamado 
Al  mal  que  sobreviene 
No  acorres  7  ¿Ocnj)a(lo 
No  ves  ya  el  puerto  á  Hércules  sagrado? 

«Acude ,  acorre ,  vuela, 
T!as¡)a<ia  el  alta  sierra,  ocupa  el  llano; 
No  perdones  la  espuela, 
No  des  paz  á  la  mano. 
Menea  íulminando  el  hierro  insano. 

j)¡Ay,  cuánto  de  fatiga! 
I  Ay,  cuánto  de  dolor  está  presente 
Al  que  viste  loriga, 
Al  infante  valiente, 
A  hombres  y  caballos  juntamente  I 

vY  tú,  B«ti8  divino. 
De  sangre  aj  na  y  tuya  amancillado, 
Darás  al  mar  vecino 
¡  Cuánto  yelmo  quebrado  ! 
I  Cuánto  cuerpo  <lc  nobles  destrozado  I 

))E1  furibundo  Marte 
Cinco  veces  las  haces  desordena, 
Igual  á  cada  parte; 
La  sexta  ¡ ay ! te  condena 
I  Oh  cara  patria !  á  bárbara  cadena.» 


MADRIGAL. 

EL   FIRME   A5I0B. 

Miré,  señora,  la  ideal  belleza, 
Guiándome  el  amor  por  vagarosas 
Sendas  de  nueve  cielos, 

Y  absorto  en  su  grandeza , 

Las  ejemplares  formas  de  las  cosas 
Bajé  á  mirar  en  los  humanos  velos, 

Y  en  la  vuestra  sensible 
Contemplé  la  divina  inteligible. 

Y  viendo  que  conforma 

Tanto  el  retrato  á  su  primera  forma, 

Amé  vuestra  hermosura , 

Imagen  de  su  luz  divina  y  pura, 

Haciendo,  cuando  os  veo, 

Que  pueda  la  razón  más  que  el  deseo, 

Y  pues  por  ella  sola  me  gobierno, 
Amor,  que  todo  es  alma,  será  eterno. 


LETRILLA  DE  ESPINEL. 

EL   TEMOB. 

Mil  veces  voy  á  hablar 
A  mi  zagala; 
Pero  más  quiero  callar 
Por  no  esperar 
Que  me  enrié  noramala. 

Voy  á  decirle  mi  daño; 
Pero  tengo  por  mejor 
Tener  dudoso  el  favor 
Que  no  cierto  el  desengaño  ; 

Y  aunque  me  suele  animar 
Su  gracia  y  gala, 

£1  temor  me  luice  callar. 

Por  no  esperar 

Que  me  enrié  noramala. 

Tengo  por  suerte  más  buena 
Mostrar  mi  lengua  á  ser  muda; 
Que  estando  la  gloria  en  duda, 
No  estará  cierta  la  pena ; 

Y  aunque  con  disimular 
Se  desiguala , 

Tengo  por  mejor  callar, 

Por  no  esperar 

(¿ue  me  encie  iwramala. 


IGLESLá.S  DE  LA  CASA. 

Tu  bola  tiene  ya  medio  atisbada; 
Para  tí  va  derecho, 

Y  con  la  mano  alzada 
A  los  otros  mostró  la  bota  hurtada. 

I)  ¡  Ay  pobre  !  ¿  y  te  entretiene 
El  garbo  de  esa  bota,  ni  llamado 
Al  mal  que  sobreviene 
No  acudes  ?  ¿  Circundado 
No  te  ves  de  ese  ejército  malvado? 

«Aprisa,  bebe,  cuela 

Y  pasa  ef-e  licor  al  vientre  vano  : 
P<ebe  sin  que  te  duela ; 
No  des  pnz  á  la  mano , 

Y  un  trago  en  otro  trago  esconde  ufano. 
»¡  Ay,  cuánto  de  fatiga 

La  saña  de  esos  pillos  inminente 

Causará  á  tu  barriga, 

Al  opuesto  occidente, 

A  cabeza  y  espaldas  juntamente  1 

»Y  tú,  Baco  divino. 
En  tu  sangre  purpúrea  enalmagrado. 
Dirás  pf  r  el  camino  : 
i  Cuánto  jarro  quebrado  ! 
1  Cuánto  cuerpo  de  zorros  derrocado  I 

»  El  vino  en  toda  parte 
Todos  cinco  sentidos  desordena ; 
No  vale  ingenio  y  arte, 

Y  todo  lo  condena 
De  un  letargo  á  la  estúpida  cadena,  s 


TROVA  IL 


Miré,  Juliana,  tu  sin  par  franqueza, 
Guiándome  el  amor  por  sus  astrosas 
Calles,  muerto  de  celos  ; 

Y  absorto  en  tu  destreza, 

Del  Conejal  las  chulas  mas  famosas 
Bajé  ayer  á  mirar  con  Ciempozuelos , 

Y  en  tu  parte  visible 

Contemplé  un  acomodo  el  más  plausible; 

Y  viendo  que  conforma 

Tu  trato  de  aqiiel  barrio  con  la  norma, 

Cargué  con  tu  figura. 

Que  mis  aumentos  más  y  más  procura, 

Y  hace  en  lo  que  no  veo, 

Que  más  que  la  razón  pueda  el  deseo. 

Y  así,  si  por  tí  sola  me  gobierno , 
Todo  el  ascenso  mió  será  Cuerno. 


TROVA  ITT, 

Mil  veces  voy  á  apurar 
Mi  gran  bota ; 
Pero  más  quiero  parar 
Que  no  mirar 
Qve  al  fin  me  quede  sin  gota. 

Cuento  á  mi  bota  la  grasa, 

Y  la  sed  que  hay  en  mi  pecho; 
Mas  me  paro  á  mi  despecho, 

Y  á  mi  beber  pongo  tasa  ; 

Y  aunque  me  suele  animar 
Que  ella  es  grandota. 

El  temor  me  hace  esperar. 

Por  no  mirar 

Que  al  fin  me  quede  sin  gota. 

Tengo  por  suerte  más  buena 
Beber  agua  tras  pepino. 
Que  ver  no  me  queda  vino 
Para  después  de  la  cena  ; 
Que  ella,  de  tanto  soplar, 
Al  fin  se  agota ; 
Y  asi  es  mejor  ayunar. 
Que  no  nrirtir 
Que  al  fin  me  quede  sin  g<ri,a, 


TROVAS. 


MADEIGAL  DE  LUIS  MARTIN. 

EL  AMOB  SATISFECHO. 

Iba  cogiendo  flores, 

Y  guardando  en  la  falda 

Mi  ninfa,  para  hacer  una  guirnalda; 

Mas  primero  las  toca 

A  los  rosados  labios  de  su  boca , 

Y  les  da  de  su  aliento  los  olores  ; 

Y  estaba,  por  su  bien,  entre  una  rosa 
Una  abeja  escondida, 

Su  dulce  humor  hurtando ; 

Y  como  en  la  hermosa 

Flor  de  los  labios  se  halló,  atrevida 
La  picó,  sacó  miel,  fuese  volando. 


CANTILENA  DE  VILLEGAS. 

DE   UN   PAJARILLO. 

Yo  vi  sobre  un  tomillo 
Quejarse  un  pajarillo 
Viendo  su  nido  amado, 
De  quien  era  caudillo, 
De  un  labrador  robado. 
Vile  tan  congojado 
Por  tal  .itrevimicnto, 
Dar  mil  quejas  al  viento 
Para  que  al  cielo  santo 
Lleve  su  tierno  llanto, 
Lleve  su  triste  acento. 
Ya  con  triste  armonía, 
Esforzando  el  intento, 
Mil  quejas  repetia ; 
Ya  cansado  callaba , 

Y  al  nuevo  sentimiento 
Ya  sonoro  volvia ; 

Ya  circular  volaba, 
Ya  rastrero  corria. 
Ya  pues  de  rama  en  rama 
Al  rústico  scguia, 

Y  saltando  cti  la  grama, 
Parece  que  decia : 

«  Dame,  rústico  fiero, 
Mi  dulce  compañía.» 

Y  á  mí,  que  respondía 
El  rústico  :  «  No  quicio,  P 


47Í 


ENDECHAS  DE  FIGUEROA. 

¡Bella  zagaleja. 
Del  color  moreno, 
Blanco  milagroso 
De  mi  pensamiento  ; 
Gallarda  trigueña, 
De  belleza  extremo. 
Ardor  de  las  almas, 

Y  de  amor  trofeo ; 
Suave  sirena. 

Que  con  tus  acentos 
Detienes  el  curso 
De  los  pasajeros ! 
Desde  que  te  vi 
Tal  estoy,  que  siento 
Preso  el  albedrío 

Y  abrasado  el  pecho. 
Hasta  donde  estás 
Vuelan  mis  deseos. 
Llenos  de  afición , 

y  de  miedo  llenos, 


TROVA  rv. 

Iba  mi  Inés  cazando 
Las  pulgas  que  en  verano  la  dan  brega, 
Su  blanca  tez  de  púrpura  pintando; 
Mas  primero  las  llega 
Al  candido  marfil  de  su  uña  fuerte, 

Y  con  ambos  pulgaris  las  da  niiu  rtc; 

Y  estaba,  por  su  mal,  en  la  costura 
De  su  blanca  camií^a 

Una  redonda  cliiiiche,  gruesa  y  lisa, 

Y  como  en  la  apretura 

De  su  uña  la  pilló,  cun  gran  donnedo 
La  mató,  olióla  mal,  limpióse  el  dedo. 


TROYA  V. 

Yo  vi  á  un  picnronazo, 
La  bota  bajo  el  brazo, 
En  tanto  que  cenaba; 

Y  nunca  la  soltaba, 
Que  no  le  era  embaiazo, 
Su  mujer  lo  rogaba, 
Llorando  di'  contino, 
La  dé  á  probar  el  vino, 
Que  (oda  se  añuzgaba; 

Y  él  bebía  y  calltiha. 
Ya  por  otro  camino 

Un  trago  le  pedia, 
Diciéndóle  que  haria 
Un  grande  desatino 
Si  no  la  socorria ; 

Y  él  callaba  y  bcbia. 

Ya  dice,  hecha  una  fiera  : 
((¿  Quieres  que  baya  <iuimera 
Por  tu  bruta  avaricia, 

Y  sea  la  vez  primera 
Que  venga  la  justicia, 

Y  al  ver  tan  grande  excedo 

Y  al  ver  tal  (lesuiino, 

Te  llevín,  bribón,  preso?» 
Ya,  en  fin,  con  más  cariño, 
Coge  en  brazos  el  niño. 
Que  tiene  de  m.antilla«, 

Y  puesta  de  rodillas. 
Los  ojos  en  la  bota. 
Le  decia  devota : 

((¡  Por  la  Virgen  María, 
Que  me  des  una  gota  I 
Por  esta  prenda  mia 

Y  tuya,  un  trago  espero; 
Mira  que,  si  no,  muero 
De  pena  tan  impía.» 
Pero  la  respondía 

El  picaro  :  a  No  quiero.» 


TROVA  VL 

I  Llena  y  ancha  bota 
De  color  moreno, 
Blanco  milagruso 
De  mi  pensamiiiito ; 
Archivo  que  encierras 
El  licor  añ<  jo. 
Ardor  de  \aa  almas, 
Ardor  de  los  cuerpos; 
Que  con  tu  olor  solo 
Darás  vida  á  un  muerto, 

Y  más  8i  cHtan  cerca 
Friendo  torreznos  I 
Desde  que  te  vi 

Tal  estoy,  que  siento 
Seca  mi  garganta 

Y  hecho  esponja  el  pecho. 
Hasta  dónele  eftán 
Vuelan  mis  di'^  ■■=  , 
Llenos  de  subst.u.f  ¡a, 

De  esperanza  ll'.i.oá, 


478 


t)ON  JOSÉ 


Viendo  que  te  ama 
Más  digno  sujeto, 
Dueño  de  tus  ojos, 
De  tu  gusto  cielo. 
Mas  ya  que  se  fué , 
Dnndo  al  agua  nmog, 
Sienta  de  mudanza 
El  antiguo  fucin. 
Al  presente  olvidan ; 

Y  quien  fuere  cuerdo, 
En  estando  ausente. 
Téngase  por  muerto ; 

Y  pues  vive  el  tuyo 
En  extraño  reino, 
Por  ventura  esclavo 
De  rubios  cabellos, 
Antes  que  los  tuyos 
Se  cubran  de  hielo, 
Con  piedad  acoge 
Suspiros  y  ruegos. 
Permite  á  mis  brazos 
Que  se  miren  lioebos 
Hiedras  amorosas 
De  tu  airoso  cuerpo; 
Que  á  tu  fresca  boca 
Robaré  el  aliento, 

Y  en  ti  transformado, 
Moriré  viviendo. 
Himeneo  haga 
Nueítro  amor  eterno; 
Nazcan  de  nosotros 
Hermosos  renuevos. 
Tu  beldad  celebren 
Mis  sonoros  versos , 
Por  quien  no  te  ofendan 
Olvido  ni  tiempo. 


EOMANCE  DE  ESQUILACHE. 

Una  zagalejo, 
Que  nació  en  la  Sagra, 

Y  dejó  su  pueblo, 
De  matar  cansada. 
Vino  á  Manzanares, 
La  fiesta  de  Pascua, 
A  probar  venturas 

Y  á  traer  desgracias. 
Como  si  faltasen, 
Cuando  todo  falta. 
Pesares  sin  cuento. 
Desdichas  sin  tasa. 
Yo  la  vi  en  el  baile. 
Que  Antón  la  miraba 
Aun  con  más  cuidado 
Del  con  que  ella  baila. 
De  estar  tan  torcidos 
Dicen  que  es  la  causa 
Que  Antón  se  la  jura, 

Y  ella  se  la  guarda. 
Cuando  sueltos  corren 
Celos  en  el  alma. 

No  hay  humo  tan  fuerte 
Ni  mujer  tan  brava ; 

Y  una  condición 
Tan  libre  y  tan  vana. 
Dejada  se  ofende, 
Querida  se  cansa. 


IGLESIAS  DE  LA  CASA. 

Viendo  que  te  embiste 
Más  digno  sujeto. 
Dueño  de  tus  tragos, 
De  tu  gusto  dueño. 
Mas  ya  que  se  ha  ido 
Por  los  pies  al  suelo. 
Sintiendo  en  su  chola 
Bien  raros  efectos , 
A  tu  dueño  olvida, 
Pues  le  ves  durmiendo ; 

Y  el  que  un  zorro  coge. 
Téngase  por  muerto. 

Y  pues  está  ahora 
Con  el  santo  al  cielo, 
Por  ventura  esclavo 
De  tu  i»co  imperio. 
Antes  que  se  acabe 
Tu  licor  selecto, 
Con  piedad  acoge 
Mi  sed  y  mis  ruegos. 
Permite  á  mis  brazos 
Que  se  miren  hechos 
Los  empinadores 
De  tu  airoso  cuero; 
Que  á  tu  dulce  boca 
Robaré  el  aliento, 

Y  una  misma  vida 
Los  dos  viviremos. 
El  gran  Baco  haga 
Este  trago  eternft, 

Y  vénganme  ganas 
De  dormir  corriendo; 
Que  tu  virtud,  bota, 
Celebraré  en  sueños , 
Sin  que  me  lo  estorben 
Ni  el  frió  ni  el  hielo. 


TROVA  VIL 


Una  bota  llena 
De  leche  de  parras. 
Que  dejó  su  cuba. 
De  encierro  cansada. 
Llegó  á  la  Aldehuela, 
La  tarde  de  Pascua, 
A  probar  ventura, 

Y  ella  á  ser  probada. 
Como  si  faltasen 
En  tarde  tan  amplia 
Pellejos  sin  cuento, 
Botijos  sin  tasa. 

Yo  la  vi  derecha. 
Que  Antón  la  miraba 
Con  mayor  cuidado 
Que  un  majo  á  su  maja. 
De  echarla  los  ojos 
Dicen  que  es  la  causa 
Que  Antón  la  acomete, 

Y  ella  le  aguardaba, 

Y  boca  con  boca 

Los  dos  se  agarraban  ; 

Y  diz  que  en  la  lucha 
El  Antón  triunfaba; 

Y  aunque  era  una  bota 
Como  una  tinaja, 
Probada  se  afloja. 
Bebida  se  cansa, 


SONETO. 

Era  invierno,  y  las  horas  del  sosiego , 
Cuando  Fabio,  durmiendo  deseuidado. 
Soñaba  que  era  estío ,  y  que  abrasado 
Se  vio  de  la  canícula  y  su  fuego. 

Sueña  que  á  un  limpio  estanque  se  va  luego, 
Y  de  enojosa  ropa  despojado, 
Se  entxa  en  el  baño  dulce  y  regalado, 
Que  le  reliigcró  con  blando  riego. 


La  frialdad  del  agua  placentera 
Conoce  que  del  pecho  enardecido. 
Poco  á  poco  el  calor  le  echaba  fuera. 

Despierta  en  esto ,  torna  en  su  sentido, 
Y  ve  que,  á  efecto  de  su  Vjorrachera, 
En  un  gran  lodazal  se  halla  tendido. 


APÓLOGOS. 


APÓLOGOS. 


EL  ABUSO  RANCIO,   Ó  EL  CANGEEJO. 

También,  como  en  los  hombres,  en  los  brutos 
Aquella  que  es  de  la  ignorancia  madre 
Extiende  sus  dominios  absolutos. 

Yo  no  diré  quién  fué  su  abuelo  ó  padi-e, 
Ni  tomaré  su  alcurnia  muy  de  lejos; 
Mas  solo  un  cuento  que  á  su  esencia  cuadre. 

Entre  la  turba  vil  de  los  canp-cjos, 
Que  habitan  en  las  húmedas  guaveñas, 
Formando  su  república  y  concejos, 

Cruzando  arroyos  y  saltando  peñas, 
Aportó  á  un  arroj'on  un  celebrado 
Cangrejo,  gran  viajero  por  las  señas. 

Era  anciano  de  edad,  rostro  afilado. 
De  vivos  ojos  y  mirar  honesto, 
Cetrino  en  el  color  y  descarnado; 

Cuidadoso,  sagaz,  sabio,  modesto, 
Amigo  de  ver  mundo,  y  que  solia 
Viajar  con  tan  solícito  pretexto. 

En  cada  lago  estaba  más  de  un  dia ; 

Y  éste  por  sus  ojos  fué  testigo 

De  los  abusos  que  en  el  vulgo  habia. 
Trató  á  un  novel  cangrejo  como  amigo, 

Y  á  petición  del  joven  inocente. 
Para  otras  tierras  lo  llevó  consigo. 

Instruyóle  en  lo  que  era  concerniente 
Al  rapaz,  su  talento  y  su  nobleza, 

Y  á  elegir  lo  mejor  como  prudente. 
Díjole  que  era  abuso  y  gran  torpeza 

El  andar  hacia  atrás,  que  repugnaba 
Al  uso  que  dictó  naturaleza. 

El  cangi-cjillo  joven,  que  observaba 
Del  anciano  el  precepto,  dio  de  codo 
Al  recular  á  que  enseñado  estaba ; 

Y  andando  hacia  delante,  de  tal  modo 
A  ejemplo  se  enseñó  de  su  maestro. 
Que  andar  atrás  se  le  olvidó  del  todo; 

Y  en  el  agua  cortar  salió  tan  diestro , 
Que  con  facilidad,  en  pocas  horas. 

De  un  mar  burlalja  el  ímpetu  siniestro. 

Pero  en  esto  las  Parcas,  hiladoras 
De  nuestras  vidas,  la  del  sabio  anciano 
Eobaron,  y  quedaron  triunfadoras. 

i  Inesperado  golpe  I  ¡  hecho  inhumano 
Para  el  joven  cangrejo,  su  esperanza 
Viendo  burlada  en  tiempo  tan  temprano  ! 

Pero  ¿qué  brazo  á  resistir  alcanza 
El  decreto  del  hado?  En  tan  gran  pena, 
Mares  de  llanto  y  de  suspiros  lanza. 

En  fin,  viéndose  solo  en  tierra  ajena, 
En  su  patria  pensó  buscar  consuelo 
Al  dolor  que  el  sentido  le  enajena. 

De  un  rio  en  otro,  pronto  más  que  un  vuelo, 
Según  para  adelante  ágil  andaba, 
Al  regato  arribó  del  patrio  suelo. 

Ya  la  nativa  playa  saludaba, 
Cuando  á  su  voz  salieron  sus  paisanos ; 
Que  ya  su  patria  verle  deseaba. 

Alegráronse  en  verle  sus  hermanos 
Cuerdo  y  sagaz,  y  en  casa  le  metieron, 
Dándose  con  placer  las  largas  manos. 

Pero  á  bien  pocos  dias  advirtieron 
Que  hacia  atrás  el  cangrejo  nunca  andaba, 
Y  á  encanto  ó  mal  agüero  lo  tuvieron. 

Uno  y  otro  al  principio  le  burlaba 
Su  recto  caminar ;  y  él,  como  .«abio. 
Juzgó  que  con  callar  los  impugnaba. 

Túvose  en  fin  por  un  común  agravio 
Su  invención  nueva  y  recta,  y  en  su  ofensa 
No  quedó  en  su  región  cerrado  un  labio. 

Quién  acusarle  al  magistrado  piensa, 
Quién  darle  muerte,  quién  en  su  concepto 
Piensa  expelerle  de  la  turba  inmensa. 

En  ñn  se  decretó  para  este  efecto 
La  turba  cangrejil  se  congregase, 
Que  del  bien  común  mira  lo  más  recto. 

Cada  cual  por  sus  canas  y  su  clase 


Se  sentó  en  el  augusto  p.arlamento, 
Sin  que  el  joven  cangrejo  en  él  entr.ise. 

Su  causa  allí  por  via  de  argumento 
Se  trató  con  fárrago  y  distim  iones 
Frías  y  de  poquísimo  monu  uto. 

Pero  como  á  las  teses  y  razones 
De  que  el  reculón  uso  se  guardara, 
Nadie  impugnó  con  gritos  ni  espolones; 

El  ¡uesidcnte  juez,  con  Kdacara, 
Dijo  que  A  burla  el  ca,«o  se  di  jase , 

Y  que  al  novel  cangn>jo  se  intimara 
Que  para  atrás,  cual  todos,  reculase, 

Sin  osar  replicar,  ó  que  (Ul  lugo. 
Como  á  vil  corruptor,  se  le  arrojase. 

El  cangrejillo,  viendo  el  fiero  amago. 
Sin  uno  en  su  favor,  y  que  pudia 
Venir  sobre  él  aun  más  terrible  estrago, 

Entre  sí,  ((reculemos»,  se  decia  ; 

Y  por  más  que  con  fuerza  lo  intentaba, 
Volver  atrás  un  paso  no  jxjdia. 

De  su  sabio  maestro  se  acordaba, 

Y  en  invocarle  ronco  se  fatiga, 

Que,  como  muerto  ya,  no  le  escucliaba. 
Así  á  quien  todo  un  vulgo  contradiga, 

Y  los  que  de  él  tenidos  son  por  sabios, 
Aunque  uso  más  ¡lerfecto  abrace  y  siga, 
Descargará  sobre  él  lluvias  de  agravios. 


APÓLOGO  IL 

EL  ÁGUILA  Y  LA  ZOBRA. 

Viendo  una  vez  el  águila  v.alicnte 
Que  con  su  astucia  la  falaz  rajiosa 
Lograba  aj)lauso  en  la  ]ile))eya  gente, 

Un  chasco  quiso  darla  :  industrio.';» 
La  dijo  :  (( Si  tu  liumor  lue-ir  quisieres 
En  una  fiesta  sin  igual  jx.mjiosa, 

))Y  á  los  cielos  conmigo  te  vinierea 
A  asistir  á  unas  bodas ,  i  n  su  esfera 
Por  tu  humor  te  han  de  liacer  dos  mil  placeres.» 

Kespondió  la  raposa  :  (( IJien  quisiera ; 
Pero  ¿cómo  podré  subir  arriba. 
Sin  que  un  caiTO  volante  se  me  hiciera?» 

El  águila  cual  nunca  comjiasiva 
Se  fingi('>,  y  dijo  :  ((  Fia  en  mi  cuidado, 
Si  tu  dificidfad  en  eso  estriba; 

«Pues  asida  á  mis  hombros,  ó  á  mi  lado, 
Verás  que  en  ligereza  á  mí  te  igual.'is, 
Y  que  el  subirte  queda  á  mi  mandado.» 

Dijo ;  y  tendiendo  las  robustas  alas, 
Asió  de  la  raposa,  y  altanera 
Se  alzó  con  ella  á  las  etéreas  salas. 

Y  estando  de  la  luna  ya  en  la  esfera. 
El  águila  acordóla  los  agravios 

Que  de  1.1  zorra  recibido  hubiera; 

Y  dijola  con  atrevidos  labios  : 
<(Si  contigo,  oh  raposa,  yo  guardase 
De  maligna  los  ímjirobos  re>-abios, 

))Sólo  con  (jue  caer  hoy  t'"  dejasíj 
Desde  esta  altura  quedaría  vengada, 
A  no  ser  mi  nolileza  de  otra  cla««'.  » 

Entonces  la  zorrilla,  atncdn  nfa<la, 
Emj)ezó  á  m.aldecir  su  vano  anhelo 
De  querer  á  otra  esfera  ser  alzada; 

Y  entre  sí  dijo,  llena  de  recelo  : 
ffSi  de  este  trance  escapo  con  la  vida, 
No  quiero,  no,  más  bodas  en  cl  ciclo.» 


APÓLOGO  in. 

LA  VEBDAD  VE.STrDA. 

Amable  un  tiempo,  cuando  Dios  qucrÍA, 
Reinando  la  Verdad  con  cetro  de  oro, 
Rigió  di  1  orbe  la  anelia  monarquía. 

Clin  ella  siendo  en  jiiiblieo  d<  coro 
Fiel  esposa  del  elaro  Ent'  ndimiento, 
Gozaba  cl  mundo  su  mayor  tesoro, 


iid 


48Ó 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA, 


Era  aquel  siglo  de  malicia  exento ; 
Pero  al  fin,  corrompida  la  inocencia, 
Vaciló  de  Verdad  el  tirmc  asiento. 

Del  Fraude  en  esto,  y  pérfida  Insolencia, 
La  mentira  nació,  vil  seductora, 
De  inicuo  pecho  y  hórrida  presencia. 

Su  baja  cuna  conoció  en  la  hora, 

Y  su  d<  forniidad,  que  aborrecida 

Le  habia  de  hacer  en  cuanto  Febo  dora. 

De  su  malicia  natural  movida, 
Su  voz  mintió,  su  asijecto  y  sus  acciones, 
Con  un  disfraz  de  máscara  florida. 

Con  cebo  do  deleite  y  falsos  dones, 
En  sus  caprichos  altanera  y  varia. 
Comenzó  á  seducir  los  corazones. 

Siendo  de  la  Verdad  atroz  contraria, 
Intentó  derribarla  de  su  trono, 

Y  hacerla  de  sus  artis  tributaria. 
Tara  saciar  el  hipo  de  su  encono, 

Increible  es  cuan  falsa  y  cuan  artera 
Doró  sus  voces  y  enmeló  su  tono. 

Comenzó  á  lastimarse  de  que  fuera 
Tan  necia  la  Verdad,  tan  desabrida, 
Cuan  falta  de  política  y  grostra; 

Al  tiempo  que,  en  mentir  ella  instruida, 
Se  vendió  por  discreta,  cortesana, 
Apacible,  bizarra  y  bien  nacida. 

Insinuóse  atractiva  la  tirana. 
Con  afeites  y  ornato  subrepticio, 
Aunque  horrible  de  aspecto  é  inhumana; 

Y  adulando  sus  crímenes  al  vicio, 
Poderoso  en  la  tierra  y  arraigado , 
Un  vulgo  inmenso  á  si  trajo  propicio. 

Con  su  favor  logró  que  de  su  estado 
La  Verdad  santa  fuese  derrocada, 
Su  imperio  por  la  vil  tiranizado. 

Viéndose  la  Verdad  menospreciada. 
Expulsa,  sin  favor  y  perseguida, 
Desde  entonces  de  todos  mal  mirada; 

Mendigando  el  sustento  y  la  bebida. 
Fué  á  parar  á  la  choza  de  un  desierto. 
De  mal  secos  troncones  construida-, 

Y  un  mozo  al  lado  halló,  vivo  y  experto, 
Apto  para  volar,  mas  aherrojado 

Y  de  unas  ropas  míseras  cubierto. 
Reconocióla  el  preso,  y  lastimado 

De  ver  á  la  Verdad  errar  mendiga. 
Dolióse  de  ella  aun  más  que  de  su  estado. 
Contóle  ella  su  pérdida  y  fatiga, 

Y  su  abandono  en  fin;  cuando  el  máncelo 
« ¡  Ay  dolor  1  (exclamó);  Verdad  amiga, 

))Nü  me  cogen  tus  lástimas  de  nuevo; 
Que  aunque  el  Ingenio  soy,  de  alas  dotado, 
A  salir  de  esta  estancia  no  me  atrevo. 

))Pero,  aunque  en  estos  grillos  amarrado 
Me  tenga  el  disfavor,  préstame  oido  ; 
Pues  mi  industria  á  ninguno  le  he  negado, 

))Sabe  que  no  hay  manjar  más  desabrido. 
En  un  tiempo  en  que  nadie  ya  te  ayuda. 
Que  un  dcserigaño  á  secas  ofrecido. 

))jQué  dije  desabrido?  Mi  voz  ruda 
Anduvo;  no  hay  bocado  mas  amargo 
Que  proferir  una  verdad  desnuda. 

))Asi,  Verdad  incauta,  sin  embargo 
Que  dar  el  desengaño  abiertamente 
En  la  dorada  edad  tuviste  á  cargo; 

))IIo}',  si  hiere  la  luz  derechamente, 
A  los  ojos  del  lince  causa  daños, 
Cuanto  más  á  la  flaca  y  mortal  gente. 

))Por  esto  la  experiencia  halló,  y  los  años, 
El  arte  de  dar  de  oro  á  las  verdades, 

Y  en  almíbar  bañ.ar  los  desengaños. 
))Vi vimos  la  peor  de  las  edades, 

En  que  es  vilipendiada  la  inocencia. 
Por  falta  de  artificio  y  novedades. 
))  Empero  si  hallo  en  tí  condescendencia 

Y  estimas  mis  sutiles  invenciones. 

Por  tu  estimación  misma  y  conveniencia, 

«Volverás  á  tu  estado  y  posesionec; 
Serás  como  un  oráculo  buscada, 

Y  gran  reformadora  de  varones. 

»  Deja  de  hoy  más  de  andar  desaliñada, 


Cual  niño  sin  doblez,  pues  de  falaces 
Mofadores  la  tieiTa  ves  poblada. 

))Y  puesto  que  política  te  haces. 
La  máscara  te  pon  de  la  mentira 

Y  viste  del  engaño  los  disfraces. 

))En  sn  misino  artificio  pon  la  mira, 
Sin  pcrdon.ir  parábola  ó  emblema, 
Cuando  á  ocultar  tu  desnudez  conspira. 

))Usa  de  la  liccion,  valtc  de  un  tema 
Tal  vez  extravagante ,  y  su  rodeo 
Te  hará  vencer  con  docta  estratagema. 

)>Así,  la  travesura  y  el  floreo 
De  tu  invención  verás  que  nadie  excusa, 

Y  vuelves  á  alcanzar  tu  antiguo  empleo.» 
Abrió  los  ojos  la  Verdad  confusa; 

Aquella  vez  no  fué  al  Ingenio  terca, 

Y  empezó  á  acomodarse  á  lo  que  se  usa. 
Ya  á  vista  de  ojos  con  ninguno  alterca; 

En  lo  pasado  lo  que  pasa  inquiere, 

Y  pinta  lejos  lo  que  está  muy  cerca. 
Propone  en  un  sujeto  lo  que  quiere 

En  otro  condenar,  en  éste  apunta, 

Y  al  otro  el  golpe  da,  sin  que  lo  espere. 
Sus  flechas  las  enciela  ó  las  despunta. 

Para  engañar  mejor  cualquier  afecto; 

Y  como  qui'  re,  los  desparte  ó  junta. 
Así  que  por  un  círculo  perfecto. 

Sagaz  siempre,  á  parar  al  blanco  viene 

De  su  intención,  que  siempre  fué  el  más  recto ; 

Y  tal  honor  por  su  ficción  obtiene 
La  Verdad,  que  no  sólo  en  los  poetas 
Profanos  su  disfraz  cabida  tiene, 
Mas  también  en  el  Dios  de  los  profetas. 


EL  LLANTO  DE  ZARAGOZA  (1). 

elegías 

al  incendio  del  coliseo  de  esta  ciudad 

EN   12  DK  NOVIEMBRE   DE   1778. 

Plorans  plorabit  in  nade,  et  lacryma  efus 
in  maxilñs  ejus :  non  esí  qui  consolelur  eam 
ex  ómnibus  charis  ejus.  ;Thren.,  cap.  i,  v.  2.) 

ELEGÍA  PEIMERA. 

¡Qué  triste  y  angustiada 
La  ciudad  imperial  de  Zaragoza, 
Que  tanta  preeminencia  entre  otras  goza. 
Como  viuda  se  ve  desconsolada, 
En  lágrimas  bañada, 
De  conhorte  y  solaz  toda  desierta  1 
Llámela  dolorida, 
Y  más  que  viva,  muerta. 
Cualquiera  que  la  viere  en  tal  quebranto, 
Tanta  calamidad,  pavor  y  espanto. 
La  esfera  está  anublada, 
La  tierra  de  ayes  Ueiia, 


(1)  Se  imprimió  pn  Salamanca  en  1779,  en  la  oficina  de  Santa 
Cruz ,  por  Domingo  Casero.  Se  han  hecho  muy  raros  los  ejempla- 
res (le  esta  única  edición  de  El  Llaiilo  de  Zaragoza  ,  que  no  fué 
incluido  en  las  obras  de  Iglesias.  Sólo  hemos  llegado  i  encontrar 
un  ejemplar,  que  tuvo  la  bondad  de  franquearnos  el  sefior  Marqués 
de  l'idal. 

Dedicó  estas  elegías  al  señor  don  Diego  Ordofiez  Viliaquiran 
Fernandez  de  Córdoba,  capitán  do  fragata,  sefior  en  Salamanca 
de  la  antigua  casa  de  la  Cadena.  Conócese,  en  el  tono  de  la  de- 
dicatoria ,  ([ue  creía  Iglesias  haber  escrito  una  obra  de  la  más 
elevada  poesía.  Acaba  diciendo :  «  Esta  y  otras  razones  son  las 
que  me  mueven  A  presentar  á  usia  impresas  estas  breves  elegías, 
libres,  en  cuanto  me  es  posible,  de  impertinencias  vulgares.» 


EL  LLANTO  DE 
Corre  en  lági-imaa  Ebro  tm-bulento, 
Funesto  buho  suena 

Y  en  ecos  de  dolor  so  enciende  el  viento. 
España,  con  el  trágico  portento, 
Está  toda  asombrada; 
Catástrofe  padece  no  pensada 
El  pueblo,  que  en  toda  ella  más  se  erguia, 
Donde  la  lozanía, 
La  nobleza  y  placer  halló  morada. 
¿De  qué  pantera  hinchada 

0  sierpe  habrá  nacido 
Quien  no  sienta  su  pecho  enternecido 
Habiendo  tan  gran  lástima  escuchado? 
Yo,  ¡ay  de  mi!  á  quien  es  dado 
Decir  (merced  al  cielo)  la  agonía 

Y  estrago  inconsolable  de  a^uel  dia, 
Mi  corazón  turbado 
Vi  en  ansias  dolorosas, 

Y  en  llanto  mis  entrañas  amorosas 
Derramarse  quisieron 

Cuando  el  incendio  de  aquel  pueblo  vieron; 
Aquel  incendio  horrible, 
Que  miedo  puso  á  todos  los  vivientes,     • 
Pensando  que  el  terrible 
Dia  se  les  llegaba 
En  que,  con  furia  brava. 
El  fuego  ha  de  acabar  todas  las  gentes. 
Estábase  alegrando 
El  pueblo  en  el  ))rufano  coliseo, 
La  música  escuchando 
Del  ciego  Amor,  del  fabuloso  Orfeo, 

Y  Dios,  á  cuyo  mando 
La  máquina  del  cielo  se  estremece, 

Y  el  no  ser  le  obedece, 
Llamó  al  fuego  y  mandóle 
Que  á  la  ciudad  castigue 

Y  que  con  su  furcr  I03  amedrente 

Y  sus  iras  mitigue, 
A  su  voz  obediente. 
Dijo  el  Señor,  y  dióle  oido  al  fuego; 
Mandóle  Dios  y  obedecióle  luúgo. 

¡Ay!  esa  tu  alegría, 
Esa  fábula,  oh  pueblo,  esa  corea, 
Que  vistes  en  mal  dia, 

1  Qué  lloro  que  acarrea 
A  toda  esa  ciudad!  ¡ay!  ¡cuan  amargo 
Para  tus  hijos!  ¡cuan  pesado  y  lai'gol 
¿Que  en  el  pueblo  sagrado, 
Por  su  bendita  Madre  visitado, 
En  donde  el  gran  Patrón  de  las  Españaa 
Labró  el  templo  primero, 

Y  donde  muertos  son  por  el  Cordero 
De  Dios  inmaculado. 
Innumerables  santos, 

Se  hayan  visto  ¡oh  dolor!  desastres  tantos? 
A  esa  estancia  labrada. 
Que  otra  igual  no  lo  fué  por  sabio  moro; 
A  esa  vistosa  entrada. 
Esos  jaspeados  perfilados  de  oro, 
¡Cuánto  más  acertaras 
Si  los  ojos  ¡oh  pueblo!  le  cerrárasl 
A  esa  dulce  armonía 
De  falac'?s  sirenas. 
En  que  to  'arecia 
Hallar  alivio  á  tus  mayores  penas. 
Mejor  hubiera  sido 
Te  cubrieras,  cual  áspid,  el  oido; 
Pues  ¿quién  te  lo  dijera 
Que  lo  que  has  presumido 
Ser  paraíso,  un  crudo  infierno  fuera? 
Mira,  pues,  que  el  Señor  ya  se  ha  indignado 

Y  el  vaso  de  sus  iras  ha  vertido, 

Y  al  elemento  más  feroz  mandado 
Lo  que  temer  quizá  no  has  presumido. 
Ni  la  triunfante  lus¡)ana  monarquía, 
Ni  los  pueblos  en  ella  florecientes. 
Ni  del  orbe  pensaran  los  vivientes, 
Que  en  tan  alegre  dia 
Zaragoza  tranquila,  en  paz  y  fiesta, 
A  tan  sin  par  peligro  fuese  expuesta. 
Dios  así  lo  ha  ordenado; 
Con  furor  no  esperado 

I,  Ps.-XYliI. 


ZARAGOZA. 

La  gloria  y  la  potencia 
De  Aragunha  cort.ndo; 

Y  sin  que  resistincia 
Humana  les  valiese, 
A  su  rigor  cediisc 

Que  en  ellos  crudamente  se  La  encendido, 
Halos  circunvalado 

Y  vigot-Lsamente  destruido! 

¡Oh ,  cómo  ya  en  la  loca  y  profanada 

Casa  del  coliseo 

El  gran  pueblo  no  veo 

Con  música  acordada! 

;  Dónde  están  los  celajes 

De  trasparente  viso  y  aparato, 

Los  dorados  ropajes 

Que  imitan  del  pavón  el  rico  boato? 

¿Dó  las  aclamaciones 

Que  al  diestro  histrión  hacían, 

Y  las  palmas  batían, 

Y  con  júbilo  en  cerco  le  voceaban? 
¿Dónde  la  blanca  tez  de  sus  doneeüas, 
El  gallardo  esplendor  de  sus  garzones. 
El  placer  de  ellos  y  el  contento  de  cllaa? 
Todo  despareció  :  cambió  la  sucrlo 

Sus  gustos  del  znal)!cs 
En  duelos  lamentaljlrs, 

Y  sus  pomos  de  almíbar 
En  manojos  de  acíbar; 

El  dejo  (Uldeltiie  alií  probaron, 

Eodiánddlis  las  ansias  de  la  mu.rte; 

Dolores  del  infierno  les  cercaron. 

Salióles  al  encuentro 

Un  globo  espeso  de  humo. 

Que  giró  en  torno  y  ascendió  á  lo  sumo. 

Todo  el  soberbio  anfiteatro  hinchado 

Apaga  las  antorchas  encendidas; 

Subf  el  fuego  á  lo  alto,  revolviendo 

Mil  ráfagas  de  llamas  extendidas. 

Que  á  las  claras  estrellas  van  hiriendo; 

Kechina  con  estiuendo. 

De  f-í  exhalando  gomna  derretidas. 

Cual  enjambre  de  abejas  susurrante. 

Una  á  otra  se  atrope! la 

Por  salir  de  la  corcha  cuando  en  ella 

El  olor  sienten  del  tizón  ahumeanie. 

Así  los  que  delante 

A  la  salida  estaban, 

Unos  con  otros  daban, 

Y  de  tropel  saliendo. 

Escapaban  la  faz  del  humo  horrendo. 
Confusa  voz  do  multitud  salida, 

Y  tremendo  alarido 

De  ayuda,  fuego,  ayuda. 
En  torno  cscuclian  todos  de  su  oidn. 
Quéjase  en  balde  quien  ansioso  llama. 
Que  no  hay  quien  j)or  salvar  al  otro  acuda; 
Aprisa  á  fuego  toca  la  campana 

Y  la  cimbala  f\guda. 

Cual  en  lugar  de  nuestra  costa  hispana 

Que  entró  cliusma  ngarena, 

«Vela,  vela,  traición,  rebato»,  sacna. 

Dejan  los  sabios  ju'-ces 

Sus  puestos  sobi  ranos. 

Los  religiosos  sus  devotas  preces, 

Y  juntas  de  las  puertas  los  ancianos; 
Olvidan  los  manceboH 

Sus  juegos,  sus  estrados. 
Cantares  y  usos  nuevos ; 
Que  el  terror  los  cogiera  de  repente 

Y  como  en  fiesta  desaprrcibi'l.s. 
Como  allá  en  tiempo  li  la  '  -ite 
Ix)S  fuegos  jMir  los  grieiío- 

Como  un  ave  del  m'.   •  ,  vi.,  i  a. 

Como  un  corzo  el  m !  .  >, 

Lleva  la  madre  en  br  n;.  la. 

Corre  la  virgen  sin  fin^;iüw  coiuero; 
Los  que  al  culto  de  Dios  son  dedicados 
Con  mayor  celo  vienen. 
Los  que  arto  en  atajar  incendios  tienen. 
Todos  giran,  en  fin,  p>r  todos  lados, 
Cual  cohetes  en  cantillo  delatados. 
Ciecc  la  voraz  llama 


iSl 


4s3 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 


Y  el  resonante  estruendo ; 
Maderos  esparcidos 

Y  espesos  globos  en  violenta  lumbre, 
Bajan  vigas  de  inmensa  pesadumbre, 
Ladrillo  y  planchas  por  el  aire  vago, 
Que  amenazaban  la  celeste  cumbre, 

Y  causan  tal  estrago 

En  la  espaciosa  estancia, 

Cual  un  tiempo  en  Numancia 

De  fuego  y  humo  el  espantoso  lago. 

¿Quién  vio  al  Ebro  crecido. 

Con  sonoroso  ruido 

Inundando  la  jilácida  ribera, 

Los  muelles  quebrantar  de  opuestos  puentes, 

Llevarse  casas  y  tragarse  gentes, 

Espantoso  y  veloz  en  su  camra? 

Pues  poca  furia  es  ésta,  comparada 

Con  la  llama  en  los  míseros  cebada. 

jQué  es  aquesto,  Dios  santo, 

Rico  en  misericordia? 

Templa  la  espada  en  yerba  de  concordia 

Y  á  tu  pueblo  te  muestra  más  propicio. 
¿Que  pueda  importar  tanto 
Eesolver  en  ceniza  este  edificio. 

Que  el  cielo  y  fuego  y  viento  de  tal  modo 
Hoy  pongan  contra  él  su  impulso  todo? 
Aplácale,  Señor;  porque  perece 
La  ciudad  toda  si  este  rigor  crece. 


ELEGÍA  IL 

I  Qué  voz,  aunque  saliera 
De  bocina  sonante, 
O  qué  lengua,  aunque  fuera 
De  bronco  hierro,  pudo  ser  bastante 
A  referir  las  ansias,  gritería, 
Confusión  y  rebato  que  allí  había  ? 
Llorar,  súlo  llorar  se  nos  concede; 
Pero  contarlo  apenas  nadie  puede. 
¿Quién  el  desorden  dijo 
De  Babel  confundida  ? 
¿  Quién  el  lloro  prolijo 
Cuando  Jerusalen  fué  destruida? 
¿O  quién  contó  el  estrago 
Que  la  diestra  de  Dios  hizo  en  Sodoma, 
Cruel  Nerón  en  Roma 
O  Scipion  de  Cartago  ? 
Pues  no  es  menos  difícil  á  mi  aliento 
Decir  aquel  rebato  turbulento. 
La  relumbrante  llama  descubría 
El  duro  y  desdichado  acaecimiento; 
La  común  vocería 

Y  general  lamento 

El  cielo  con  aguda  voz  rompía. 

Gritar  casadas,  desmayar  doncellas, 

Era  la  cosa  más  terrible  el  vellas. 

No  con  menos  extremos  los  varones 

De  la  edad  más  robusta,  amargamente 

Daban  de  su  dolor  demostraciones 

Con  basca  más  vehemente  : 

Unos  quedan  de  espaldas  atronados, 

Otros  de  la  avenida  atropellados. 

Los  pechos  más  osados 

Corren  con  prisa  y  al  remedio  atienden; 

Vese  gente  en  ventanas  y  tejados, 

Entran  y  salen,  suben  y  descienden. 

Sacando  uno  arrastrando,  otro  en  los  brazos, 

Y  otro  (mayor  pesar)  hecho  pedazos. 
Los  postigos  golpean , 

Los  cerrojos  cjuebrantan , 

Las  paredes  gatean. 

Osan ,  temen,  recelan ,  se  adelantan, 

Acá  y  allá  rompiendo  y  atajando, 

Agua  pidiendo  y  agua  ministrando. 

Los  míseros  que  dentro  padecían. 

Todos  salir  querían, 

Y  ninguno  el  camino  allí  encontraba; 
Mover  los  pies  ligeros  pretendían, 

Y  uno  á  otro  se  estorbaba; 
Paes,  cual  con  furia  brava 
Derriba  el  austral  viento 


Rojo  golfo  de  mieses  en  verano, 
Así  caen  con  su  propio  movimiento 

Y  levantarse  prueban  bien  en  vano. 
El  pueblo  desde  dentro,  suspirando, 
El  socorro  común  solicitaba, 

Y  con  las  olas  del  morir  luchando, 
Entretener  la  vida  procuraba , 
Huyendo  la  fiereza 

De  aquella  muerte  que  á  morir  empieza. 

Con  riesgo  de  la  vida 

Era  la  gente  allí  favorecida 

A  vista  del  peligro  inevitable 

Del  volcan  insaciable; 

Salen  y  entran  los  nobles  magistrados, 

Los  tránsitos  los  padres  revolvían, 

Y  con  agua  cargados 

Los  más  robustos  jóvenes  gemían. 

Los  que  ventana  hallaban. 

El  fuego  en  sus  cabellos  arder  viendo, 

Al  bajo  suelo  se  precipitaban 

Mal  su  grado,  eligiendo 

El  modo  de  morir  que  rehusaban. 

Antes  que,  como  flacos,  encerrados. 

Ser  entre  ardientes  llamas  abrasados. 

El  gobernador  mismo, 

Que  el  pueblo  allí  mandaba , 

En  tan  conftiso  abismo 

Por  el  mayor  peligro  atropellaba. 

El  pueblo  en  él  fiaba 

Piemedio  á  desventuras  tan  fatales; 

Mas  /quién  reparará  súbitos  males? 

Cual  nave  sin  timón  ó  rumbo  andaba, 

Y  como  ciegos  en  lugar  incierto. 
Los  de  afuera  y  de  dentro  vacilaban. 
El  vivo  tropezando  con  el  muerto. 
A  muchos  voces  daban 

Para  que  se  apartasen. 

Temiendo  tristes  que  si  dentro  entrasen, 

El  hijo  no  pensaba 

Tornar  á  ver  su  madre. 

Ni  la  hija  imaginaba 

Gozar  su  dulce  padre. 

Quién  de  lo  alto  clama,  atribulado, 

Diciendo  con  voz  ronca  y  lastimera  : 

«  Merced  habed  de  mí ,  merced  siquiera, 

Vosotros,  mis  amigos; 

Que  Dios  con  dura  diestra  me  ha  tocado : 

Sobre  nosotros  llueven  sus  castigos. » 

Quedan  mil  por  los  tránsitos  tendidos. 

Que  el  miedo  y  susto  todo  lo  embarazan. 

Quién  al  que  encuentra  se  ase,  quién  so  abraza 

Que  el  ánimo  más  fuerte 

Ve  presente  la  imagen  de  la  muerte. 

Quién  á  Dios  perdón  pide, 

Quién  de  su  caro  ausente  se  despide. 

Haciendo  el  gran  terror  siempre  mayores 

Los  lamentos ,  plegarías  y  clamores. 

No  tanto  se  estremecen 

Aquellos  que  perecen 

En  garras  de  leones  formidables 

O  tigres  espantables, 

A  quien  entre  los  ágiles  colmillos 

Devoran  sus  hambrientos  cachori'illos. 

Cuando  los  que  cercados 

De  llamas  dentro  están  por  todos  lados, 

¿Quién  será  aquel  que  no  temblase,  viendo 

Del  mundo  remedar  la  total  ruina. 

Tantas  gentes  á  un  tiempo  feneciendo 

En  este  incendio  horrendo 

Que  en  el  etéreo  cóncavo  rechina? 

La  luna,  que  salió  con  faz  sanguina, 

Y  todas  las  estrellas,  su  luz  pura 
Cubren  con  nube  oscura 

Por  no  mirar  destrozos  tan  fatales 
Como  en  el  suelo  pasan  los  mortales. 
Deten,  deten,  tu  fuerza, 
Hoguera  formidable, 

Y  haz  que  tu  curso  tuerza 

Donde  con  menos  daño  tu  horror  vibres. 
lAy!  deja  salir  libres 
Con  vida  á  los  que  tienes  circundados; 
Perdona  al  menos  la  puericia  amablej 


EL  LLANTO  DE  ZARAGOZA. 


453 


Pues  ¿  en  qué  su  inocencia 

Se  opuso  á  tu  terrible  violencia? 

Al  pequeñuelo  iui'aute 

En  brazos  de  su  madre  clhumo  ahogaba, 

Y  ella  junta  con  él  el  alma  daba. 
Cuál  con  voz  anhelante 

A  su  esposo  llamaba, 

Que  entre  la  multitud  no  le  escuchaba, 

Y  los  más  regalados 

En  sus  retretes  eran  asolados; 

Los  que  en  sillas  de  cedro  descansaban 

Entre  negras  pavesas  espiraban. 

Alguna  infernal  furia 

El  fuego  allí  atizaba; 

Que  ni  su  propia  actividad  bastaba 

A  causar  tanta  injuria. 

Su  llama  tan  veloz  se  dilataba 

Como  cometa  de  ligero  vuelo, 

Y  persigue  cual  águila  del  cielo 
Al  triste  que  delante  tropezaba. 
De  la  hospitalidad  el  flaco  enfermo 
Escapa  á  la  vehemencia 

Del  tiempo,  sin  abrigo. 
Que  aun  le  alcanzó  del  fuego  la  inclemencia. 
Siendo  sin  culpa  de  este  mal  testigo, 
Fijos  los  tiernos  ojos  en  el  cielo, 
Desmayando,  aumentaba  más  el  duelo. 
Creció  la  llama,  en  fin ,  en  tanto  grado, 
Que  á  las  más  altas  toiTcs  excedía 

Y  las  vecinas  nubes  enccndia; 

Y  el  humo  de  la  esfera  señoreado. 
Espeso  é  insufrible, 

Era  cosa  de  ver  lo  más  tei'rible; 

Pues  que  los  estallidos  y  el  estruendo 

Del  fuego  atroz  que  en  sí  va  conviitiendo 

La  ciudad  desdichada. 

Bien  como  á  quien  no  hay  cosa  reservada. 

¡  Ay  del  triste  que  á  par  de  sí  lo  vido. 

Que  acechando  el  socorro  deseado. 

Sus  ojos  tristes  han  desfallecido. 

Su  esperar  se  ha  frustrado 

En  gente  que  valerse  no  podia , 

Que  las  ruinas  los  pasos  les  tomaron; 

Y  las  comunes  vias 

Y  sus  últimos  riesgos  se  acercaron, 
No  pudicndo  jamas  hallar  camino; 
Así  que  espiró  el  plazo  de  sus  dias 

Y  su  predestinado  fin  les  vino. 
El  Señor,  reducido 

A  hundir  aquel  lugar  enteramente , 
Con  ti  lazo  de  muerte  que  ha  tendido 
A  quien  quizá  á  su  voz  fué  inobediente. 
Retirar  su  alma  diestra  no  ha  querido 

Y  mitigar  aquella  voraz  lumbre 
Hasta  que,  para  nuevo  desconsuelo, 
La  soberbia  techumbre. 

Forzada  de  su  peso,  vino  al  suelo. 


ELEGÍA  IIL 

¿  Quién  á  mis  ojos  diera 
De  lágrimas  dos  fuentes  inmortales, 

Y  en  mi  cabeza  biciera 

De  amargos  ríos  urnas  manantiales, 
Para  llorar  los  males 

Y  lamentar  las  tristes  aflicciones 
Que  esta  ciudad  padece  ? 

Cid  ahora  todas  las  naciones. 
Considerad  si  lástima  merece. 
Mirad  este  espectáculo  funesto 

Y  ved  entre  las  ruinas  sus  garzones, 
Que  el  fuego  los  ha  puesto 

Más  negros  que  carbones. 

Los  afectuosos  padres, 

Por  librar  á  sus  hijos  soterrados, 

Las  vividoras  madres 

Ahogadas  con  sus  tiernas  criatoras, 

Y  las  doncellas  puras 
Como  en  lagar  pisadas , 

Y  cual  quemadas  vides  las  casadas. 
Ancianos,  magistrados, 


Sacerdotes,  nobleza, 

Entre  la  atroz  fiereza 

Do  fut  go  y  ruinas  todos  devorados. 

De  negro  oUin  cubiertos, 

De  terrones  de  polvo  sepultado, 

Y  de  Hagas  el  cuero  todo  abierto. 
Su  pueblo  con  horror  los  Ita  iiiirailo. 
Las  horas  de  su  edad  se  upreáurorou 
Con  más  veloz  carrera 

Que  gira  en  el  telar  la  lanzadera, 

Y  para  no  volver  jamas  pasaron. 

ÍY  los  que  se  libraron  ? 
J  i  radios  cuál  venían, 
De  fuego  y  sangre  y  palidez  teñidos, 
Cual  pañíj  apoliliados 

0  como  de  earcoiua  agujerados, 
De  pié  á  cabeza  heridos, 

Y  por  sus  rostros  no  les  conocían; 
Del  abismo  parece  que  snlian. 

1  Ay  üii^s,  y  cuan  mudados 

Ve  aíjuellos  ríeos  hombres,  cuan  trocados 

De  aquellos  infanzones. 

Que  airosos  y  esforzados. 

En  otras  ocasiones 

Por  flor  de  España  fueron  venerados  1 

Ni  hablan  ni  i-esiionden;  elevados 

Miran;  desjiavoriilos 

A  todos  con  los  ojos  rodeaban 

Y  más,  callando,  el  daño  declaraban. 
Los  roncos  alaridos 

El  gran  desastre  más  solemnizaban; 

La  discorde  armonía 

De  una  calle  á  otra  calle  respondía. 

Los  muchachos  pequeños 

Corren  desalentados 

Cual  canes  que  alejados 

Están  de  la  reseña  de  sus  dueños. 

Doncellas  temerosas. 

Cual  corderas  perdidas. 

Volaban,  presurosas. 

Por  sus  madres  querida.s. 

Llóranse  muertos  padres  y  maridos, 

Muertos  hijos  y  hermanos; 

Mujeres  sin  sentido 

Tuercen  las  blancas  manos; 

Los  niños,  abrazados  de  sus  madres, 

Preguntan,  llorando,  por  sus  padr&s. 

Los  blancos  rostros  bellos 

Eran  de  crudas  manos  ofendidos, 

Manojos  de  cabellos 

Por  el  suelo  esparcidos. 

Por  mil  partes,  sin  duefios,  arrojados 

Kicos  vestidos,  joyas  y  brocailos. 

Quién  mira  allí  de  sus  conciudadanos 

Los  horrorosos  bultos. 

Que  en  copia  inmensa  yacen  insepultos, 

Y  en  trances  de  dolor  tan  inhumanos 
Ni  aun  á  mirarlos  osa 

El  que  es  de  corazón  y  entrañas  tierno; 

Que  en  sazón  tan  peut-sa 

Sólo  el  amor  paterno. 

Filial  ó  conyugal,  era  bastante 

A  fijar  en  los  muert<is  el  senil»lante. 

Otros  por  sus  infantes  jireguiilaban 

Al  ti(-mpo  que  esi)iraliaii, 

Y  otros,  que  entre  las  ruinas  no  morían, 
En  vano  le  podian 

A  la  vida  prorogue  breves  plazos; 
Que  niños  en  los  lirazoa 

Y  adultos  luego  espiran  «n  los  lechos 
De  sus  jiadre.s,  cu  lágrimas  dcahechoH. 
De  casa  en  casa  luego 

Corre  la  voz,  y  son  enumerados 
Los  tristt  s  que  murieron  en  el  fuego 

Y  los  precipitados. 

¿Quién  dirá  ahora  los  dcí"«MiiMnnj!'i« 

Lamentos  y  alaridos 

Que  allí  fueron  oidos? 

Quién,  puestas  manos  y  ojo<:  ( ii  el  cielo, 

Clama  desconsolado , 

No  sé  dtcir  si  con  culpable  celo, 

Que  para  qué  vio  luz  ni  gozó  vid(| 


iU 


DON  JOSÉ  IGLESIAS  DE  LA  CASA. 


Quien  la  tiene  tan  triste  y  afligida; 

Y  quif^n  ha  suplicado 

Que  le  dó  Dios  para  dolor  tan  fuerte 

El  último  remedio  de  la  muerte. 

No  tan  lejos  muchos  la  tuvieron, 

Pues  ¡cuántos  de  peaai-  solo  murieron  I 

En  el  suelo  postrados, 

Los  religiosos  al  Señor  oraban, 

Al  cielo  se  volvian 

Y  RUS  pechos  herian, 

Y  las  vírgenes  puras 

Que  á  Cristo  consagraban  su  entereza, 
Llorando  las  comunes  desventuras, 
Püst  rallan  por  el  suelo  la  cabeza. 

ÍQuó  golpe  iguíd  ])udiera 
ín  la" rueda  de  siglos  encontrarte, 
Oh  pueblo,  que  bastara  á  conhortarte. 
Si  eres  tú  la  primera. 
Oh  ciudad  angustiada, 
Que  á  otra  igual  ser  no  puedas  comparada? 
j  Ay  I  í  dónde  hallaré  medio 
O  buscaié  remedio 
Para  templar  tu  llanto? 
Que  inmenso  como  el  mar  es  tu  quebranto. 
Otra  ciudad,  otra  sazón  ea  ésta 
De  la  que  ser  solia 
En  aquella  gran  fiesta 
Que  en  blancos  cirios  y  floridos  ramos 
El  templo  visitamos 
Del  Pilar  de  María, 
Hu.  divina  alabanza  repitiendo 
La  multitud  en  el  festivo  estruendo. 
La  ciudad  toda  ¡ay  triste!  agora  clama, 

Y  cual  ola  abatida 

De  tempestad  furiosa  se  derrama', 

Y  como  cera  al  fuego  se  liquida. 
Está  como  la  oliva  en  flor  cortada, 
O  como  en  agi-az  viña  vendimiada; 
Como  barro  cocido, 

O  cu.ll  heno  cortado, 
Su  vigor  se  ha  secado 

Y  al  polvo  de  la  muerte  ha  descendido. 
Los  que  á  verla  han  llegado 

Desde  remotas  tieiTas, 
Horror  de  ella  tenian, 

Y  salen  lo  más  presto; 
Los  que  las  altas  sierras 
De  entrar  en  ella  huian 
De  corazón  la  han  puesto 
Como  á  vaso  perdido 

O  como  á  muerto  en  un  perpetuo  olvido. 
La  su  voz  así  suena 
Como  en  el  otro  mundo, 

Y  sale  su  palabra 
Cual  de  pozo  profundo, 

Y  á  los  que  mira  en  cerco  peregrino 
Así  dice,  anegándose  en  su  pena : 

((¡  Oh  vosotros,  que  vais  por  los  caminos. 
Atended  y  mirad  si  habéis  hallado 
Dolor  que  á  mi  dolor  se  haya  igualado! 
Mi  alma,- en  mí  vertida, 
Está  de  las  congojas  oprimida; 
Sobre  mí  turbaciones  concurrieron, 
Cual  viento  me  agitaron; 
Mis  dichas  se  acabaron 

Y  como  nieblas  se  desvanecieron; 
Clamé  al  Señor  y  no  me  ha  respondido, 
Manifestéme  y  verme  no  ha  querido. 
Con  devorante  fuego. 

Rigoroso  conmigo  se  ha  mostrado, 

Y  me  ha  con  dura  diestra  amenazado. 
Hierven  en  un  común  desasosiego 
Todas  las  interiores  partes  mias; 
Hanme  alcanzado  fatigados  diaa. 

Ni  de  noche  mis  ojos  se  aquietaron, 

Ni  reposar  mis  venas  me  dejaron. 

Multitud  de  violencias 

La  piel  rno  ennegrecieron. 

Que  á  los  huesos  cual  túnica  ciñeron. 

Fallecen  mis  potencias; 

En  el  lodo  me  he  visto  rebujada. 

Con  el  polvo  y  ceniza 


La  lengua  al  paladar  eemc  ha  pegado; 

Mi  laúd  he  enlutado. 

Que  en  lúgubres  acentos 

Sólo  respira  fúnebres  lamentos. 

La  ciudad  llora,  y  crecen 

Sus  clamores  prolijos; 

No  admite  los  consejos  que  la  ofrecen , 

Como  no  ve  sus  hijos. 

En  torno  de  ella  aullaban 

Brutos  de  razón  faltos, 

Las  aves  en  su  vuelo  se  paraban. 

Los  peces  en  el  agua  daban  saltos, 

Los  montes  de  Moncayo  el  llanto  oyeron 

Y  sus  cóncavos  valles  respondieron. 


ELEGÍA  rV. 

Estas  ¡ay,  oh  naciones  peregrinas! 
Reliquias  que  aquí  veis,  este  abrasado 
Edificio,  estas  ruinas. 
Vigas  desmanteladas 
Y  piedras  desgajadas, 
Que  un  tiempo  fueron  patio  del  contento, 
Del  zueco  vil  morada, 
Hoy  son  memorias  del  mayor  tormento. 
Por  nuestro  mal  halladas, 
Prendas  que  al  pueblo  ser  le  parecía 
Dulces  y  alegres  cuando  Dios  quería. 
Ved  míseros  despojos 
De  su  rica  estructura. 
Del  oro  hechizador  y  la  pintura, 
Ruina  triste  á  los  ojos; 
De  máquinas  al  viento  levadizas 
Volar  cenizas; 
De  dulces  instrumentos 
Solo  quedaron  ecos  funerales; 
De  sus  gradas  y  asientos 
Apenas  hay  señales; 
De  la  que  le  llenó  bizarra  gente, 
Lastimosas  exequias  solamente. 
No  así  se  ve  asolado 
Viejo  y  marchito  huerto, 
Rota  su  tapia,  á  cielo  descubierto. 
Ni  tan  desamparado 
El  chozo  que  abandonan  los  pastores, 
Destruidos  del  tiempo  á  los  rigores. 
El  que  .aj-er  elevaba  su  grandeza, 
Coronando  de  nubes  su  cabeza, 
Cualmonton  de  basura  es  hoy  deshecho. 
Dicen  los  que  le  miran  ¿qué  se  ha  hecho? 
Como  sueño  ha  Acolado, 
No  puede  ser  hallado, 

Y  cual  fantasma  en  él  se  desvanece 

Y  nunca  más  parece. 

Ni  le  verán  los  ojos  que  le  váeron 

Ni  los  que  en  su  esplendor  le  conocieron. 

Pero  esto  no  Uoreis;  poned  los  ojos 

En  las  plazas  y  calles  despobladas 

De  placer,  y  colmadas 

De  míseros  despojos; 

De  luto  están  cubiertas, 

Y  de  galas  d(;siertas; 
Ya  no  son  frecuentadas 
Como  otro  tiempo  fueron. 
Las  alegres  moradas; 

Que  todos  sus  contentos  fenecieron. 
No  hay  público  ó  secreto  regocijo ; 
Muerte  lamenta  el  padre,  muerte  el  hijo. 
Trocado  [ay  tristes!  todo  lo  miramos, 

Y  excesos  solos  de  dolor  hallamos. 
El  huérfano,  clamando 

A  beneficio  incierto, 

Como  los  avestruces  del  desierto; 

La  viuda,  lamentando, 

Cual  en  nocturna  hora 

Lechuza  endechadora ; 

El  padre,  que,  sin  hijos,  desconsuela, 

Cual  pelícano  solo,  en  despoblado, 

Cuyos  pollos  serpiente  ha  devorado; 

El  esposo,  en  fin,  vela 

Como  pájaro  solo  que  ha  perdido 


HDDTOS. 


De  sn  consorte  el  nido. 
Ved  la  ciudad  á  quien  el  cielo  ha  herido 
Con  ruinas  que  en  mil  siglos  no  acontece. 
Los  que  mayor  envidia  la  han  tenido 
Ven  su  desdicha  y  ya  se  compadece, 

Y  como  sola  en  sí  el  castigo  mira, 
Ella  gime  y  de  todos  ae  retira. 
Quizá  en  aquel  lugar  ella  tenía, 
Donde  siempre  el  desurden  ha  morado, 
Oculta  la  maldad  de  su  pecado. 

¡Ay!  ¿quién  con  tiempo  prevenir  podría 
La  gran  caida  que  este  pueblo  ha  dado? 
¡  Ay  triste  !  que  ni  aquel  Pilar  sagrado 
Que  la  Virsen  sin  par  puso  las  plantas, 
Que  humildes  besan  altos  querubines; 
Su  imagen,  su  santuario,  visitado 
Del  orbe  entero  y  sus  remotos  fines; 
Ni  tanto  templo  ni  reliquias  tantas, 
Ni  aquellas  masas  santas 
De  tanto  mártir  en  la  fe  triunfante, 
Con  que  este  pueblo  está  santificado. 
Parece  ¡  ay  de  vosotros  i  fué  bastante 
Para  bajar  la  espada 
De  la  diestra  de  Dios,  contra  él  alzada. 
Tú,  ¡oh  gran  ciudad !  por  tanto. 
Vierte  tu  corazón  en  mar  de  llanto, 
Lamenta  tus  enojos 

Y  no  cesen  las  niñas  de  tus  ojos, 
Trae  ante  ellos  al  pueblo  ninivita ; 
Del  documento  del  ejemplo  saca 
Que  quien  á  Dios  con  el  pecado  irrita 
Con  el  pesar  le  aplaca. 

Llora  en  la  noche,  llora, 
El  lecho  con  tus  lágrimas  regando; 
Levántate  á  la  aurora, 
Levántate  á  dar  gritos, 

Y  borra  tus  delitos 

Tu  amargura  al  Seiíor  representando, 

Y  las  manos  tendidas; 
En  tanto  desconsuelo 
Vuélvete  á  Dios  del  cielo 

Y  ofrécele  las  graves  desventuras 
Con  que  pierden  las  vidas 

De  tu  seno  las  dulces  criaturas. 

Mira  que  esta  sentencia 

En  tablas  de  diamantes  fué  esculpida; 

La  suma  Providencia 

Nada  hace  acaso  en  nuestra  mortal  vida. 

Pues  ¿quién  afirmará,  desalumbrado, 

Que  hay  algo  que  su  diestra  no  ha  ordenado? 

Premio  y  castigo  de  su  voz  proceden, 

Y  á  su  poder  todas  las  causas  ceden. 
No  por  la  maldad  nuestra 
Indignamos  á  Dios  omnipotente, 

Y  de  su  fuerte  diestra 
No  dejamos  se  ahuyente 

De  su  justo  castigo  el  rayo  ardiente. 
Si  por  nuestros  delitos 
Padecemos  trabajos  infinitos. 
Examinemos  bien  nuestra  carrera. 
Postrando,  humildes,  en  la  tierra  el  pecho. 
Delante  del  Señor,  que  nos  ha  hecho ; 

Y  pues  somos  su  pueblo  y  su  ganado. 
Que  El  mismo  ha  apacentado, 
Pidámosle  con  voces  lastimeras 

Del  mal  nos  libre,  y  tan  funestos  íinea 

Para  la  Tracia  bárbara  los  guarde. 

Plagas,  á  los  católicos  confines 

Nunca  lleguéis,  y  si  venís,  sea  tarde. 

¿  Y  querrás  por  ventura, 

Oh  juventud  hispana. 

La  carrera  seguir  de  la  liviana 

Gente  que  en  pos  del  vicio  se  apresura? 

¡Oh!  que  es  gran  desatino 

Seguir  con  luz  de  nieblas  el  camino, 

Y  no  poca  locura 

Ver  del  peligro  el  escarmiento  ajeno, 

Y  proseguirle,  estólidos,  por  bueno. 
Vosotros,  cualesqtúeraá  quienes  tiene 
De  esas  sagas  la  voz  embelesados, 
Huid  de  sus  pestíferos  tablados. 
Hurtaos  el  mal  que  en  ellas  sobreviene. 


4S5 


Oid  la  voz  que  os  dice  que  hasta  cuándo 

Tendréis  el  corazón  endurecido, 

La  vanidad  amando 

De  un  aparente  bien  que  os  ha  vencido. 

Tú,  empero,  Zaragoza,  madre  clara 

De  tanto  hijo  exeileiit-,  en  quien  so  encierra 

El  tesoro  mayor  que  liay  en  la  tierra. 

Enjuga  el  llanto  de  tu  hermosa  cara; 

Que  si  do  dura.s  flechas, 

Que  diiigiú  el  Señor  á  tí  derechas, 

lauta  j'urte  á  tus  iiijos  le-s  alcanza, 

Ser  de  Dios  en  la  vida  castigado 

Es  verdadera  bienaventuranza. 

Lo  que  el  Señor  te  ha  dado. 

El  mismo  lo  ha  llevado. 

Di  :  El  nombre  del  Señor  bendito  sea; 

Que  el  que  en  toda  fortuna  asi  so  emplea, 

Cual  Job,  modelo  de  varones  quietos. 

Verá,  lleno  de  bien,  hijos  de  nietos. 

Así  que,  ciudad  mia, 

Respóndate  el  Señor  cuando  te  asombro 

El  tenebroso  dia, 

Y  de  Cristo  Jesús  te  salve  el  nombro. 
Tus  ojos  vuelva  á  tí  de  su  santuario, 
Del  ciclo  te  sustente, 

Te  auxilie  de  ordinario, 

No  olvide  tu  presente. 

Todos  tus  desaciertos  te  perdone 

Y  en  su  visión  de  paz  te  galardono. 


HIMNOS. 


HIMNO  PRIMERO  (1). 

A  LA  RESURRECCIÓN  DEL  BESOE. 

Cantemos  al  Señor,  que  victorioso 
Rescató  de  prisión  su  pueblo  amado, 
La  majestad  del  Principe  del  cielo, 

Y  del  rey  sin  piedad  el  fiero  espanto. 
De  su  sangre  en  la  púrfiura  vestido. 

De  honrosos  vitu|»'j-ioH  coronado, 
Descendió  al  limbo  el  Redentor  del  mundo. 
Que  fué  en  la  cruz,  para  vencer,  clavado. 

Lucifer  y  las  hu'-si  -s  de  lini'blas, 
I  Oh  qué  grita  del  i)eciio  ilsataron ! 
Los  pálidos  funestos  estandartes 
El  miedo  les  quitaba  de  las  manos. 

Llegó  Cristo  glorioso  en  las  insignias 
De  su  pasión ,  y  con  invicto  brazo 
De  majestad  vistió  los  tribunalfs, 
Donde  execrables  leyes  dio  al  tirano. 

Tembló  el  umbral  debajo  de  la  planta 
Del  Vencedor  eterno,  y  los  espacios 
Reciben  el  candor  de  eterna  Itimbre, 
Donde  estaban  los  padres  encrrados. 

Después  aquel  Ucy  fuerte  y  poderoso 
Sacó  consigo  del  pn ■fundo  lago 
Libres  las  almas  de  los  santos  padres, 

Y  las  condujo  al  paraíso  grato. 

De  eterna  majestad  siemiirc  asistido, 

Su  cuerpo  en  el  s  ■    '  -  nrdando 

Que  resucite,  lli  i 

Como  está,  al  so!  lo. 

Jesús,  divino  II*  y,  jiarü  que  was 
Pascual  gozo  á  las  alma»  continuado. 
Dalas  vida,  librándol.;  ,         ' 
De  la  muerte  fatal  de 

La  sempiterna  gl"ri;i  adre, 

Y  al  Hijo,  cuyo  triunfo  celebramos, 

Y  al  santo  Amor,  que  de  los  dos  procede, 
ün  Dios ,  que  impera  por  eternos  añoc. 

Amén. 


(1)  Estos  himnof  esUn  sacados  ie\  Reto  eeluiútUoo,  Inédito, 
de  IcLcsus. 


436 


DOX  JOSÉ  IGLESLIS  DE  LA  CASA. 


HIMNO  11. 


Cantamos  do  los  cielos 
El  iiúblico  alborozo 
Que  muestra  cu  la  victoria 
De  Aqml  <iuc  se  salvó  en  su  esfuerzo  propio. 

Aiigi'licoé  ministros, 
De  ver  liunibrrs  ansiosos, 
Andaban  rcvolanilo 
Del  ya  desierto  monumento  en  torno; 

Y  lino  súbitamente 
Causó  un  t;ran  K  rrcmoto, 
Alzando  del  sepulcro 
La  losa  y  velo  al  hecho  prodigioso. 

A  su  luz  y  estamjiido, 
Con  uu  luoi'tal  asombro 


Quedaron  los  soldados 

Unos  sin  vista,  y  desmayados  otros. 

Las  guardias  por  el  suelo 
Ya  son  del  Key  despojos, 

Y  alfombra  de  sus  plantas 
Morriones,  picas  y  pavesas  corvos. 

Que  si  á  su  muerte  quiso 
Que  nadie  fuese  estorbo, 
¿  Quién  se  o^jondi-á,  on  su  triunfo 
Al  Ki.y  de  los  ejércitos  glorioso  ? 

La  gloria  se  dé  al  Padre, 

Y  al  Hijo  victorioso, 

Y  al  que  de  ambos  procede. 

Por  círculos  de  siglos  numerosos. 
Amen. 


FIlí    0E    LAS    poesías    DE    DON    JOSÉ    IGLESIAS    DE    LA    CASA, 
Y  DEL  TOMO  PRIMERO  DE  POETAS  LÍRICOS  DEL  SIGLO  SVIII. 


ÍNDICE. 


Páginas. 

BOSQUEJO  HISTÓRICO-CRÍTICO  DE  LA   POESÍA 
CASTELLANA  EN  EL  SIGLO  XVIIL 

CArÍTL'LO  PRIMERO.—  Dpcndencia  política  de  Espnña  al  ter- 
minar la  dinastía  austríaca. —  I'ostracion  arlislica  6  in- 
telectual.—(Corrupción  de  la  poesía  lírica.— Carácter 
análogo  que  toman  los  extravíos  literarios  en  las  deca- 
dencias nacionales.— Sor  Juana  Inés  de  laCruz.— Mon- 
toro V 

Cap.  II.— Advenimiento  de  la  casa  de  Uorbon.— Felipe  V 
quiere,  sin  conseguirlo,  idenlillrarse  con  la  nación  es- 
pañola.—En  artes  y  letras  prevalece  en  la  ciirte  el  cs- 
pírítn  extranjero.— Influencia  de  la  cultura  del  reinado 
de  Luis  XIV.—  No  liega  por  entonces  al  pueblo  español. 
—  Agonía  del  numen  lírico.— Ocstcllos  de  la  entona- 
ción antigua  ,  perdidos  entre  los  delirios  del  mal  gusto 
reinante.- Enciso.— Rcrnaldo  de  Quiriis.— Decaden- 
cia en  la  decadencia :  últimos  límites.— Poesía  rastrera 
y  familiar.— Salazar  y  Ilonliveros x 

Cap.  III.— Recuerdos  del  estilo  encrespado  y  oscuro  de 
Góngora.— .Vanifiéstanle  afición  las  clases  ilustradas.— 
LeonyMansilla.— La  catedral  de  Salamanca. —Prevalece 
la  poesía  conceptuosa  chabacana  —  Otros  poetas  de  la 
extrema  decadencia  liiica.—Zamora.  — Cañizares.— Dan- 
ces y  Candamo.  — .\lvarez  de  Toledo  (dun  Ignacio).— 
Enriquez  Arana.—  Benegasi  y  Lujan  (don  Francisco).— 
Mística  poi'tica.— Sor  Gregoria  de  Santa  Teresa.— Snr 
María  del  Cielo.— Prosadores  poetas.— Torres.— Fei- 
jóo.— La  poesía  en  las  Indias.— Méjico.- El  Perú.- El 
Virey  Marqués  de  Castell-dos-Rius.  —  Monforle.— Pe- 
ralta Barnuevo.— El  ("onde  de  la  Granja XV 

Cap.  IV.— Poetas  malogrados.— .\lvarez  de  Toledo  (don 
Gabriel).— Gerardo  Lobo.— Tafalla  y  Negrele.— Mar- 
qués de  Lazan xxxii 

Cap.  V.— Poetas  con  tendencias  políticas.— El  padre  Ru- 
tron.- Renegasi  (don  José  Joaquín).- Fray  Juan  de  la 
Concepción xlvi 

Cap.  VI.— Síntomas  claros  de  cambio  en  el  gusto  litera- 
rio.—Época  doctrinal.— D/flrío  de  ¡os  Hiéralos.—  Poéti- 
ca de  Luzan.— Iriarte  idon  Juan).— Artigas.— Sátira  de 
Jorge  /'í/í/Za.?.- índole  francesa  de  su  inspiración.- 
Aclaración  del  seudiinimo ,•    •    •  '  * 

Cap.  vil— Influencia  de  la  PoHica  de  Luzan.— Últimos 
esfuerzos  de  la  moda  conceptuosa.— Los  reformadoras 
mismos  mezclan  involuntariamente  el  gusto  nuevo  con 
el  antiguo.—  Porcél.—  Examen  critico  de  El  Adonis.— 
Interian  de  Ayala.  — Ferreras.— Quirós.  — Velcz  de 
feeon.    . ixix 

Cap.  VIII.— Época  de  Fernando  VI.— Gana  terreno  la  re- 
forma doctrinal.— Torrepalma.—E/  Deucalion.~El  Jui- 
cio final.— Sor  Ana  de  San  Jerónimo.- Paralización  del 
espíritu  poético.  —  Montiano.  —  Nasarrc.  —  Academias 
corruptoras  del  gusto.—  Academia  de  ios  Árcadcs.— 


Páginai. 

Academias  provechosas  á  la  civilización  literaria.— 
Academia  (/f/ Buen  í.'M.v/n lxxmii 

Cap.  IX. -Poetas  indisi'i|)linablcs.  —  Villarrocl.  — Nieto 
Molina.— Manijan xcii 

Cap.  X.— Reinado  de  Carlos  IIL— Continúa  la  resistencia 
instintiva  del  gusto  nacional.- Kl  cambio  doctrinal 
triunfa  al  cabo.—  Poetastros  célebres.—  Dos  curas  de 
Fruime.— Nifo. —  Primeros  frutos  sazonados  de  la  re- 
forma.—Moratín  (don  Nicolás).- Cadalso.  — Escuela 
poiti.a  salmantina.—  Fray  Riego  González.—  ilu<'rta.— 
La  liaqucl.—  Iglesias cil 

Cap.  XI.— Continuación  del  reinado  de  Curios  IIL— Vc- 
laz(¡uez.  — Trigueros.  — Su  superclicria  poética.  —  Su 
Rinda.—  Sus  parciales  é  impugnadores.— Jesuítas  poe- 
tas. —  Lasala.-  Alegre.—  Isla.  —  lliaz.—  Ceris.  —  Mon- 
tengon.— Muñoz cix 

Cap.  XII.— Continuación  del  reinado  de  (lirios  IIL— Sa- 
zón conijilela  de  la  nueva  era  liter.iria.- Cuatro  magis- 
tradus  poetas.— Mrlendez  Valdés.— Jovcllanos.— For- 
ner.—  Vaca  de  Guzman cnxt 

Cap.  XIII.— Fabulistas.— Carácter  poco  poético  del  apó- 
logo.— Impropiedad  de  su  aplicación  á  la  enseñanza  de 
la  juventud.—  Samaniego.—  Iriarte.—  Su  poema  de  La 
Música. —  Su  prosaísmo.— Su  incontestable  mérito.— 
Plaga  de  fábulas.— lienteria.— Pisón Cb 

Cap.  XIV. —  Consecuencias  antiporticas  de  la  reforma  doc- 
trinal.—Prosperidad  del  prosaísmo.— Olavíde.  — Sa- 
las.—Silva  Razan.— Meras. —  Olmeda.— Pírhii  y  Rius. 

—  Imperio  de  la  égloga.— ArliOcio  de  la  poesía  cam- 
pestre.—Su  desnaturalización.— Abuso  de  las  clasíllra- 
ciones  doctrinales.— Poesía  didáctica.— Reion  de  Sil- 
va.—Moreno  de  Tejada.— Enciso.—  Pereí  de  (Cdis.— 
El  ¡ladre  Vaniére.— Poesía  fruslera.  —  El  bachiller  Due- 
ñas —  El  Marqués  de  l'reña.- El  Marqué»  de  Méritos. 

— líegimiento  de  la  Posma cltii 

Cap.  IV.— KI  prosaísmo  desciende  de  su  apogeo.- F.l  ca- 
nónigo Ruarte.—  Rodríguez  de  Arellano.— ho/i  Ramón 
déla  Cruz.  — González  del  Castillo. -Poesía  enfjtica. 
— Noroña.—  Sánchez  Barbero. —  Cícnfuegos.— Moratln 

(Leandro). -Quintana cli:x 

Cap.  XVI.— Copleros  andaluces.— Mudoz  de  l.fon.— Ló- 
pez de  Palma.— (niiizalez  de  León. —  Repiso  Hurtado. 

—  Jaén. —  Escuela  podira  se*illana.-  Su  raricler  me- 
ticuloso é  imitador.  — Su  gran  mérito  relativo.— Miem- 
bros distinpuido.s  de  la  escuela.— Pléyade  poética.— 
Nuúez.— Castro.—  Roldan.— Arjona.—  Rcínoso.— Lis- 
ta.—Matute.—  Mármol.— Escoel»  granadina.  — Alonso. 
-Escuela  valenciana.- Martínez  Coinmcr CLXlitl 

Cap.  xvii.— Ultimo  periodo  del  siglo  xvm.— Efectos  de  It 
transformación  poMIra  y  moral  en  la  literatura. —  El 
padre  Fernandez. —  La  poMira  absorbe  la  atención  pú- 
blica .  y  daña  á  la  cultura  literaria —ArroyaL— Extra- 
víos de  la  pasión  política  en  algunos  poetas.—  Marche- 
na.— Blanco.- Otros,  aunque  arrastrados  por  el  iu- 


m 


ÍNDICE. 


Página». 


pulso  de  las  ideas  de  la  revolución  francesa,  consenan 
intacto  el  amor  di;  la  patriii.—  Villanueva.—  Vargas  Pon- 
ce.— Jérica.—ltefia.— Mor  de  Fueiiti's ce 

(l*p.  XVIII.— ln\asion  francesa.  — Limite  moral  del  si- 
glo xviii.— Portas  nacidos  y  educados  á  fines  del  mismo 
siglo,  que  han  escrito  en  el  presente  sus  principales 
obras.—  .Vrriaza.—  Maury.-  Solis.— C.onzalez  Carvajal. 
—  ti  padre  noviero.  — (".allego.— Burgos.  — Silvela.— 
Pereí  de  Camino.— Soraoza.— Navarro.— Hidalgo. — 
Gallardo.-  Tapia.—  Poetisas  notables.—  Poetisa  anóni- 
ma.— Doña  Isidra  de  Guzman,  doctora  y  académica.— 
DoQa  María  de  llore.— Sor  María  Ilelguero.  — DoDa 
Rosi  Gi\\ez.— Fia  del  Bosquejo  hislMco ccxix 

POETAS  Llll'.GOS  DEL  SIGLO  XVIIL 

Do!(  Cabiiifl  Alvabez  de  Toledo. 

Noticias  biograUcas  y  juicios  críticos .  1 

Poesías 6 

Don  Eucsmo  Gerardo  Libo. 

Noticias  biogr.íficas  y  juicios  críticos 19 

Poesías 22 

Doctor  don  Diego  de  Torres  y  Vill'.rroel. 

Noticias  biográflcas  y  Juicios  críticos 49 

Poesías 54 

Jorge  Pitillas. 

Noticias  biográficas  y  juicios  críticos 87 

Púcsias.  .    .    .    , 90 


Páginas. 

Don  Ignacio  de  Ldzan. 

Noticias  biográficas  y  juicios  críticos n ; 

Poesías 111 

Don  Alfonso  Verdugo  y  Castilla,  conde  de  Torrep/.lba. 

Noticias  biográficas  y  juicios  críticos i'23 

Poesías 125 

Don  José  Antonio  Pobcél. 

Noticia  biográfica l",G 

Poesías 139 

Fray  Diego  González. 

Noticias  biográficas  y  juicios  críticos 177 

Poesías 181 

Don  Vicente  García  dk  la  Huerta. 

Noticia  biográfica  y  juicio  critico 204- 

Poesías 207 

Don  José  Cadalso. 

Noticias  biográficas  y  juicios  críticos 243 

Poesías 248 

Don  José  María  Vaca  de  Gczman  y  Manrique. 

Noticia  biográfica 277 

Poesías i:78 

Don  Félix  María  Samaniego. 

Noticias  biográficas  y  juicios  críticos 354 

'          Poisías 33B 

D.iN  José  Iglesias  de  la  Casa. 

Noticias  biográficas 407 

Poesías 417 


ría  DEL  ÍNDICE. 


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CIRCÚLATE  AS  MONOGRAPH 

Biblioteca  de  autores 
españoles 


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