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MAjt» Tmrros K. MoOBBnti
JmvzBBín or MiomoAjí 1884-86
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biografía
José Trinidad Reyes
RAMÓN ROSA
TKfiUCIGALPA
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su VIEJO AMIGO,
Ramón f^osa.
^
INTRODUCCIÓN
La América Central, que tan escasa producción literaria puede
texhibir, cuenta, no obstante, con historiadores distinguidos.
Para no mentar sino d los más conspicuos, recordaremos los nom-
bres de Don Alejandro Marure y Don José Milla que, con el Bos-
<luejo Histórico de nuestras revoluciones y con la Historia de la
América Central, supieron asegurarse el desinteresado aplauso de
da posteridad.
También el notable prosador hondureno, d quien tanto deben las
.nacientes letras centro-americanas, hace tiempo que, como saponado
fruto de su brillante al par que sólida y bien encaminada labor
m
literaria, viene dando d la estampa notabilísimos estudios históri-
•^os, tales como las Biografías de Don José Cecilio del Valle y Don
Jíanuel Diéguez, el infortunado poeta.
Las bellas é inspiradas páginas que su maestra pluma, con la
ijallardia que le es peculiar, ha trazado en loor del virtuoso é ilus-
trado Sacerdote, fundador de la Universidad de Honduras, José
Trinidad Reyes, llevan, como toda producción del Doctor Rosa, im-
jtreso el sello de su poderoso talento, y de sus raras dotes de escri-
tor correcto y concienzudo.
Merced d estas relevantes cualidades el biógrafo, que expresa
<on gran sinceridad y fuerza sus ideas y .sentimientos, hace surgir
<inte nuestros ojos la figura del Padre Reyes, animada, bondadosa,
^a trayente, y comprendemos el afecto y .simpatía que en todos des-
jjertaba.
Kl don de gentes, que en alio grado po.seía el popular poeta de
ias PASTORELAS, por obra del narrador perdura, atrae y cautiva
iíí los lectores.
Júzg ue.se del efecto que en las numerosas personas que conocie-
.ron y trataron al Padre Reyes produciría la deleitosa lectura de la
VI
obra del Doctor Bo.sa, escrita al calor de su.s más poéticos recuerdos^
de adolescente, y en la efusión de dulcísimas lágrimas que no que-
man, sino que como ririficador rocío, rejuvenecen y a ri y oran el'
alma.
El humilde y pobre hogar en que vino al mundo el Padre Reyes."
las dificultades que á fuerza de constancia pudo allanar para ad-
quirir los primeros rudimentos del saber: su peregrinación á Xica-
ragua en demanda de más nutritivo alimento intelectual: su .salida
del siglo y su entrada en el claustro, en donde, ni envidioso ni en-
vidiado, merecía que .se le aplicaran estos .sencillos y hermo.sos retsosi
del Maestro León :
Xo tiene desconsuelo
Xi puede entristecerle co.sa alguna.
Porque es Dios su consuelo;
Xi la baja fortuna
Con su mudable rueda le importuna :
su vuelta á e.sta ciudad, en el año JS2H: su abnegada consagración'
al ejercicio de su mini.sferio evangelizador: la benéfica infiuenciir
social que día por día fué cobrando, gracias á su tacto y á las n.o~
tables prendas de su inteligencia y de su corazón : las huellas de su
ardiente caridad que por doquiera dejó: la desleal intriga que su.s:
enemigos pusieron en juego para arrebatarle la sede epi.scopal de-
Lomayagua, lo que dio origen á que resplandeciera mejor el oro de
sus virtudes: la fundación del primer Establecimiento de en señan zw
profesional que el ilustrado sacerdote, con el prestigio de su nombre,
llevó á feliz término: los regocijados villancicos que compuso, y las-
aplaudidas é intencionadas Pastorelas que hacía representar; en
suma, cuanto contribuye á dar adecuada idea de una de las más:
preclaras glorias de Honduras y del tiempo en que brilló, aparece,.
de mano maestra, exhibido en la Biografía de que tratamos.
El tono laudatorio que predomina en el estudio del Señor Rosa,
no empece á la justa y razonada censura. Cuando es necesario
decir la verdad, el Doctor Rosa que comprende y practica los ,sagra-
dos deberes del historiador, aunque lastimado de encontrar defectos^
en la conducta del Padre Reyes, los señala resueltamente y los con-
VII
dena sin atenuaciones. Los atinados y severos juicios que expone,
al tratar de la facilidad con que el poeta m sus versos denigraba
hoy lo que ayer había celebrado, confirman nuestros asertos.
Aunque el trabajo del Doctor Rosa es principalmente histórico,
y no critico, no por eso deja de juzgar al Padre Reyes como Poeta.
Con la competencia, que le es por todos reconocida, el biógrafo re-
conoce lo falso, lo convencional, lo pasajero de la poesía pastoril,
género en que mas se ejercitó el Padre Reyes. Si descubre muchas
bellezas en las Pa.sto reías y demás composiciones, á fuer de justicie-
ro, no oculta sino que señala sus graves defectos. Ojalá que el
Doctor Rosa no abandone el proyecto de restablecer el texto desfigu-
rado de las pastorelas, salvándolas, mediante la impresión, de
nuevas y desastrosas alteraciones. Xadie podrá realizar, con me-
jor fortuna que él, esa dificultosísima tarea.
Sentimos que nuestros elogios estén destituidos de la autoridad
que los hace estímulo y galardón de aquel á quien merecidamente se
tributan. El Padre Reyes, gracias d su biógrafo, triunfará del
olvido á que están condenado.s, en nuestros pueblos, los hombres más
distinguidos, si no los endiosan torpemente nuestros ignorantes y
desacreditados militarismos. El sacerdote ejemplar, el celoso pro-
pagador de las luces, el ornamento y orgullo de Tegucigalpa, el
poeta nacional, tiene ya su Biografía. El cariño y el patriotismo
aunados han hecho de esta obra de la inteligencia y del arte una
valiosa y significativa ofrenda en que perpetuamente florece le
recuerdo. Que la patria la consagre al más popular y querido de
sus hijos !
Tegucigalpa, 4 de Julio de 189 1.
JOSÉ l'ICEXTE MARTIXEZ.
-I—
biografía
DE
José Trinidad Reyes
-^ -H^
FRAGMENTOS
de una lectura sobre la vida y obras del Pbro. Dr. José Trinidad*
Reyes, fundador de ?a Universidad de Honduras. (I)
Transcurría el año de 1854. En una pequeña casa, situa-
da al costado de la extinguida iglesia de ?s"uestra Señora de
la Concepción, comunicada con el templo por medio de la
sacristía, se deslizaban risueños los días de mi infancia. Los-.
sábados me causaban grande alegría, poniue se celebraba en
la vecina iglesia la misa de la Virgen. Ai despuntar el al-
ba, despertaba casi asustado por los bulliciosos repiques (|ue
convidaban á los ñeles. En ese estado indeciso, intermedio^
de la vigilia y el sueño, recordaba que tenía un amigo cari-
ñoso en la sacristía, y encaminábame á verle, sin ocuparme^
en perseguir, como otras veces, á los gorriones que revolo-
teaban en torno de his flores de un hojoso limonero que or-
naba el estrecho patio de mi humilde hogar. Todo lo deja-
ba, sin sentimiento, por encaminarme ligero y alegre á la
sacristía, que una mano amiga me dejaba entreabierta.
En el umbral situaba mi observatorio, y, ansioso, á cada
momento asomaba la cabeza, para ver á mi amigo. De or-
dinario, veíale arrodillado, inmóvil, ante la dulce imagen de
la Virgen, que, iluminada por la incierta luz de la mañana
0) La loc'tura fué dada en la lux'lie del 15 de Septiembre de 1H78. -En
vista de los apuntamientos que me sirvieron para hablar sobre la vida
y obras de Reyes, he suprimido mucho de lo que dije, que era oportu-
no en una reuni<5n pública y patriótica, pero que hoy sería impropio de
un escrito biográfico.— En cambio, he aumentado considerables datos,
y juicios, que vienen bien en un trabajo de esta índole.— Hecha esta
aelaración, debo acrreg-ar que la lectura reproducida, tal como la pre-
sento hoy, es, sustancialmente. la misma que pronuncié en la referida»,
noche del 15 de Septiembre de 78.
INTRODUCCIÓN
La América Central, que tan escasa producción literaria puede
texhibir, cuenta, no obstante, con historiadores distinguidos.
Tara no mentar sino d los más conspicuos, recordaremos los nom-
bres de Don Alejandro Marure y Don José Milla que, con el Bos-
^juejo Histórico de nuestras revoluciones y con la Historia de la
^imérica Central, supieron asegurarse el desinteresado aplauso de
>la posteridad.
También el notable prosador hondureno, d quien tanto deben las
Morientes letras centro-americanas, hace tiempo que, como sazonado
fruto de su brillante al par que sólida y bien encaminada labor
literaria, viene dando d la estampa notabilísimos estudios históri-
■ros, tales como las Biografías de Don José Cecilio del Talle y Don
Jianuel Diégues, el infortunado poeta.
Las bellas é inspiradas páginas que su maestra pluma, con la
^gallardía que le es peculiar, ha trazado en loor del virtuoso é ilus-
trado Sacerdote, fundador de la Universidad de Honduras, José
Trinidad Reyes, llevan, como toda producción del Doctor Rosa, im-
jfreso el .sello de su poderoso talento, y de sus raras dotes de escri-
tor correcto y concienzudo.
Merced á estas relevantes cualidades el biógrafo, que expresa
'Con gran sinceridad y fuerza sus ideas y .sentimientos, hace surgir
<inte nuestros ojos la figura del Padre Reyes, animada, bondadosa,
<^at rayente, y comprendemos el afecto y simpatía que en todos des-
jjertaba.
El don de gentes, que en alio grado po.seía el popular poeta de
ias PASTORELAS, por obra del narrador perdura, atrae y cautiva
fíí los lectores.
Juzgúese del efecto que en las numerosas personas que conocie-
,ron y trotaron al Padre Reyes produciría lo deleitoso lectura de la
— 6 —
talentosa Señora, de quien dicen sus contemporáneos que
no se podía discernir si valía más por sus muchas virtudes,
<5 por la solidez y brillo de su grande inteligencia.
Reyes no vino al mundo en brazos de la fortuna. Estaba
destinado á sobrellevar el peso de contratiempos, de pobre-
ras y aun de miserias, pues los autores de sus días carecían
de un nombre ilustre y de un rico patrimonio. Mas la na-
turaleza providente, que nada olvida, dióle, en compensa-
-ción, las aptitudes musicales de su padre y la bondad y los
talentos de su virtuosa madre. ¿Qué más patrimonio? Po-
seía, al nacer, valiosos bienes que no arrebatan las malas vo-
luntades de los hombres ni los caprichos de la voluble suer-
te: bienes que van á donde va nuestro espíritu, y que desa-
parecen hasta que se pierden cerca de los lindes del sepulcro,
cuando también se pierde el último aliento de la vida.
Los primeros aíios de Reyes corrieron en humilde y apar-
tado hogar, como pasa la infancia de los hijos de los pobres.
Para él no había la solicitud cariñosa ni las exquisitas aten-
ciones de la sociedad, que prodiga elogios, obsequios y mi-
mos al hijo del poderoso; para él no había bonitos y varia-
dos vestidos, ni numerosos y lindos juguetes; pero se indem-
nizaba, de todo esto, con las caricias constantes de sus pa-
dres,que son los presentes que los pobres ofrecen á sus hijos,
como para compensarles, á fuerza de ternura, los halagos
que les niega la esquiva fortuna.
Cuando hubo llegado á la edad de recibir la instrucción
rudimental, primer alimento del alma, sus padres atendie-
ron con empeño á este objeto. Tomaron, para sí, el cargo
de instruirle en la moral y en el arte de la música, y, á la
vez, le confiaron á las señoritas Gómez,— por antonomasia
mismo, á ciuien puso por nombre José Trinidad, hijo leg'ítimo y de le-
(TÍtimo matrimonio de Felipe Santiago Reyes y de María Francisca Se-
villa.— Fué su madrina Doña María Josefa Arau Renechea, quien aue-
'dó advertida de su obligación y (espiritual parentesco, y firmó.— Juan
Prancisco Márquez.
— 7 —
llamadas "las maestras," — quienes le enseñaron la lectura y
la doctrina cristiana. Tal era la enseñanza primaria de la
época.
Felices fueron los ensayos del niño, en orden á su instruc-
ción primaria. Dócil, aplicado, inteligentísimo, aprendió,
en breve, todo lo que había que aprender en la pequeña es-
fera de la escuela de aquellos tiempos. Desde temprano, el
•el pobre niño hizo la revelación de que en su alma estaba
encerrado, como el polen fecundante en el botón de la flor,
€l germen de un gran porvenir.
Instruido en la modesta escuela de las maestras Gómez,
Reyes divisó, aunque en vaga lontananza, nuevos y dilata-
dos horizontes. Aspiraba á una instrucción superior, al co-
mercio de la inteligencia con los productores y propagado-
res de las luces del saber. Por desgracia, imperaban, á la
■
sazón, en Honduras, las viejas instituciones coloniales con
sus desigualdades y privilegios, sostenidos por la autoridad
de monarcas absolutos que lo eran por derecho divino. Re-
yes, el niño desvalido, quería, con afán, aprender la sabia
lengua latina; y, sin embargo, ¡no le era dado poseer la len-
gua del Lacio! ¿Por falta de recursos? IS^o. ¿Por falta de
maestros? Menos. ¿Por falta de aptitudes? Mucho me-
nos. ¿Por qué, entonces? Porque lo prohibían las leyes y
las costumbres de aquellos tiempos; porque Reyes no se ha-
bía mecido en cuna dorada; porque Reyes carecía de viejos
pergaminos; en una palabra,— ¡porque Reyes no era noble!
Sólo á los hijos de los nobles era permitido instruirse en cien-
cias y letras, en el Colegio Tridentino de la ciudad de Co-
mayagua, asiento de la Gobernación de la Provincia. ¡Fu-
nesta influencia la de aquellas instituciones, que, con su
manto de tinieblas envolvían el espíritu de los hijos del pue-
blo, para que no brillase la luz de sus ingenios! La justicie-
ra historia se ha encargado ya de condenar tamaño crimen.
Está reservado siempre al carácter y al genio vencer las
resistencias, por formidables que se les opongan. Reyes te-
nía ambas dotes; perseveró en su propósito, con aquella fe
— 8 —
suya, candorosa 3^ jamás entibiada, que liabía de asegurarle*
el éxito en las rudas batallas de la vida: y hubo la feliz cir-
cunstancia de que, por aquel tiempo, 1812, permaneciese en
el convento de Nuestra Sefiora de las Mercedes el Reveren-
do Padre Fray Juan Altamirano, quien, cediendo á sus ge-
neiosos sentimientos, y á despecho de las preocupaciones
reinantes, ensenó á Reyes el idioma latino. Más tarde, el
discípulo pagó á su maestro la deuda de gratitud que había.
contraídQ, dedicando á su memoria sentidos versos, ¡flores y
lágrimas del. poeta agradecido, flores y lágrimas regadas so-
bre la tumba de su bienhechor inolvidable!
En parte, estaban satisfechas las aspiraciones del joven
Reyes. Conocía el idioma latino y el arte de la música, y co-
nocía además, el arte del dibujo, que aprendiera tajo la di-
rección de Don Rafael ü. Martínez, pintor guatemalteco
que vino á Tegucigálpa á ejecutar algunas obras. Pero nue-
vos tropiezos encx)ntró en su penosa carrera. En su país no
podía dedicarse á estudios profesionales: y contaba ya diez y
ocho aíios, edad en que se aspira noblemente á alcanzar un
puesto honroso en el mundo: edad, también, en que se ate-
soran las más grandes esperanzas y las más caras ilusiones.
Para abrirse paso en el camino de las letras, y en lucha
con mil dificultades que le ofrecía la pobreza, convino con
sus padres en dirigirse á la Provincia de Nicaragua, á fin de
hacer sus estudios superiores en la Universidad de León, que
por entonces florecía. El 20 de Enero de 1815, Reyes, bajo
la guarda de un buen labrador del barrio de la Plazuela, lla-
mado Miguel Alvarez, y acompañado de los devotos que iban
en romería al Pueblo de El Viejo, se encaminó á la vecina,
provincia nicaragüense. Reyes era el pobre peregrino, que
iba, á otro suelo, á ofrecer sus votos en el santuario de la^
ciencia: sus acompañantes eran peregrinos, también, que
iban á ofrecer, á la Virgen del Viejo, los votos de su fe religio-
sa. Impulsaba á Reyes la idea; á sus compañeros el mística
sentimiento. Así viaja la humanidad, por los mismos ca-
minos, pero con fines distintos. ¡Más dichosos, siempre,.
¡Sh
— 9 —
I
aquellos que peregrinan, en la vida, llevando muchos ideales
en la mente, ó mucho amor en el corazón I
A los pocos días, el joven estudiante, aquejado, más que
por el ciansancio, por los dolores de la ausencia del hogar pa-
terno y de la tierra nativa, llegó á la populosa ciudad de
León. . Se hospedó en casa de Don José María Guerrero, pa-
dre del virtuoso presbítero é instruido Doctor del mismo
nombre, tlonde fué recibido como uno de la familia. La aus-
teridad de su vida, la dulzura de su carácter, la distinción
de sus modales, su versación en las artes y su aptitud para
las ciencias, franqueáronle, de pronto, las puertas de la hos-
pitalaria sociedad leonesa, y le captaron el aprecio sincero
de las personas más distinguidas, entre las que figuraba
Fray Nicolás García y Jerez, á la sazón Obispo de IS^ica-
ragua.
La actividad y la atención de Beyes estaban dedicadas
al estudio. Perfeccionaba sus conocimientos en el castella-
no y el latín, cursaba filosofía, después cánones y teología, y
al mismo tiempo estudiaba matemáticas, para lo cual iba,
diariamente,- al Cuartel de Artillería, á recibir lecciones de
Don Manuel Dávila, acreditado artillero que, más tarde,
trajo al país el General Morazán, y quien, con su valor y pe-
ricia, contribuyó al buen éxito de la famosa batalla de la
Trinidad, librada en 1827. Las pocas horas que podía robar
al estudio, las empleaba en ayudar, en la Catedral y otras
iglesias al Señor Guerrero, en sus oficios de maestro de Ca-
pilla. Así cultivaba, cada vez más, el arte musical, y halla-
ba un recurso para satisfacer sus necesidades, y para auxi-
liar, en lo posible, á sus padres, necesitados de los recuerdos.
y del apoyo del hijo ausente.
En lá Catedral de León,— en aquel templo católico de
sólida y defotme fábrica, de sombrías y espaciosas naves, de
elevada y anchurosa cúpula, de cuadradas y ennegrecidas
torres y de severo aspecto,— ahí el joven Reyes, contem-
plando las nubes de oloroso incienso, que se elevaban y se
desvatíeCfah- y perdíanse en el azulado cielo; viendo los ama-
BIOGRAFÍA.— 2
— 10 —
ri lientos cirios de que partían múltiples rayos de luz, que se
descomponían en los vidrios de las altas ventanas 6 se que-
braban en las columnas de las arqueadas naves, yendo á
morir, con sus últimos reflejos, en las pupilas de los ángeles,
al parecer animados y sonrientes sobre sus pedestales de
perfumadas flores; oyendo las notas del órgano que, ya gra-
ves y solemnes, ya tiernas y dulcísimas, semejan voces, ayes
del misticismo, lamentos y quejas de una religión que pide
á lo alto luz para la tenebrosa conciencia, y paz y consuelo
para el triste y lacerado corazón: ahí Reyes, con la sed de lo
intinito, con las visiones extraordinarias de lo sublime, arre-
batada su mente por el ideal divino, inflamado su corazón
por el amor inmenso, envuelta toda su alma en mística at-
m(')sfera ahí apartó los ojos de las miserias de la tierra, y
volviólos al cielo; olvidóse de las instables glorias de la vida,
y abismóse tan s<)lo en la eternidad de Dios; y quiso ser el
ungido del Señor,— quiso ser Sacerdote.
Reyes tenía resuelta su vocación. Después de obtener
brillantemente, con las calificaciones más honrosas, los tí-
tulos de Bachiller en Filosofía, Teología y Derecho can<)-
nico, pensó en poner los medios de seguir y terminar su ca-
rrera eclesiástica. Iba á ordenarse, á ver cumplidos los
mandatos de su vocación. Pidió sus letras al Prelado de
esta Diócesis, que lo era, en calidad de Vicario y Provisor,
el señor Dean Don Juan Miguel Fiallos. El noble Dean
rehusó al humilde Reyes sus letras, por el motivo, enton-
ces muy poderoso, de que pertenecía á la clase de los ple-
beyos. ¡Qué decepción tan amarga para el pobre preten-
diente! Era á manera del viajero fatigado que, después de
atravesar un desierto de encendidas arenas, rinde al fin la
jornada, con los pies manando sangre y los labios abrasados
por la sed, y que, como el Nazareno, no encuentra ni en
donde reclinar la desmayada cabeza. No obstante, Reyes
no exhaló una sola queja. Resignado, dobló la cerviz ante
la adversidad, y, grande en su desgracia, se limitó á escri-
bir á sus afligidos padres, diciéndoles: "Si Dios me llama
— 11 —
:3il sacerdocio, no habrá quien se lo impida/' Confió y es«
penS.
En trance tan difícil, en situación tan dolorosa, Fray
llamón Rojas, Guardián del Convento de Recolet/Os, de
^uien se dice que murió en olor de santidad, vino en ayuda
•<le Reyes, que, aunque resignado, estaba profundamente
-entristecido por la negativa del Dean Fiallos. Hojas acep-
tó al pretendiente, como novicio, en el convento, quien
logró ordenarse de menores el ano de 11), de sub-diácono
el de 21, y, hecha su profesión religiosa, de diácono y presbí-
tero el de 22, recibiendo las sagradas órdenes de manos del
•Obispo García Jerez. Nicaragua reparó la falta de Hondu-
ras. Reyes satisfizo sus aspiraciones supremas; pero al ha-
•<-erlo, fué con dejación del siglo y de su patria, necesitada
4^sta de sus luces, de su genio emprendedor y de sus edifican-
tes virtudes.
La destructora y horrible anarquía que se desencadenó en
vi Estado de Nicaragua en el año de 1824, á la que puso tér-
mino en 1825 el General Don Manuel José Arce, ex-presiden-
te de Centro- América, obligó á Reyes y á sus compañeros
los religiosos á emigrar á Guatemala, para incorporarse á la
•<'()munidad de su orden, en el Convento magnífico de Reco-
letos de aquella hermosa y querida capital, donde, en el ci-
t ado año de 25, fueron recibidos con la benevolencia propia
del hogar hospitalario y de la fraternidad cristiana. En el
convento de sus hermanos. Reyes, después de cumplir, con
escrupulosidad ejemplar, sus deberes monásticos, dedicaba
todo su tiempo sobrante al cultivo de las ciencias y de las
iirtes. En la Biblioteca de los recoletos leía y releía las
obras de los teólogos y canonistas, de los historiadores y
'Oradores sagrados, de los filósofos, de los físicos, de los as-
tnmomos y de los humanistas latinos, franceses y españo-
les; y, si daba esparcimientos á su ánimo paseándose por los
■amplios corredores de los claustros ó por las ricas y umbro-
fjas huertas del convento, lo hacía, casi siempre, observando
:fenómenos celestes, como astrónomo, fenómenos metereo-
— 12 —
lógicos, como físico, y fenómenos de la vejetación y de la
florescencia, como naturalista. Además, depuraba su ^us-
to en el arte musical y en el pictórico, tan propios del genio
eminentemente artístico del pueblo de Guatemala.
En principios de 1828, pidió licencia al padre Guardián
para regresar á su país nativo, con el objeto de ver á su fa-
milia. Es fama que el guardián era severísimo, y aun
adusto, y que inspiraba temor á los individuos de la comu-
nidad; sin embargo, de buen grado y con muestras de cari-
ño, concedió á Reyes una licencia de tres años. ¡Hora feliz
para Tegucigalpa! ¡Día de bendición para Honduras! dice, con
justicia, el Señor Jirón, en sus apuntamientos relativos á la
vida de Reyes. 3 >
Fray José Trinidad salió de Guatemala y tomó la vía de
Chiquimula; se detuvo en Esqui pulas para visitar al Señor
de dicho pueblo, tan reverenciado por los creyentes, de den-
tro y fuera de Centro-América, por sus estupendos mihigros.
Dice el Señor Jirón: que, habiendo salido Reyes á la puerta
de su posada, para ver pasar una tropa que entró inusitada-
mente, quedó ciego en el acto, y que exclamó: "¿será posible.
Señor, que aquí, donde tantos han venido d recobrar la risfa,
pierda yo Ui mía?'' que, para su recobro, el enfermo ofreció
al Señor una misa en acción de gracias: que lleváronlo ciego
al lecho, en donde las señoras de la casa le pusieron unos
(3) Los apuntamientos citados, que están en mi poder, los hizo el
virtuoso Presbítero Don Yanuario .Tirón, ex-eura de Tegncigralpa.
Tuvo la bondad de obsequiármelos, y de ellos he tomado erran parte
de los datos que contiene esta lectura.— El Señor Jirón trató en la in-
timidad al Señor Reyes, á su familia, á sus amigros y á sus adversarios:
conoció los pormenores de su vida y fué su colaborador en la obra de
fundar la Academia, después Universidad de Honduras.— Reciba el
buen amifiTO, el Sacerdote instruido, que es honra y prez del clero hon-
dureno, el testimonio de mi «rratitud por su valioso trabajo; y tenga
«
por recompensa, la tínica que pupdo darle, aunque mucho merece, el
asociar su dignísimo nombre al nombre esclarecido de su antiguo y
venerado amigo el Doctor Reyes.
— 13 —
^'parches de vigo y un paíio sahumado en alhucema;" y que,
al otro día, al despertar, vio perfectamente y se dirigió go-
zoso á cumplir el voto de la misa ante el altar del Señor de
Esquipulas. Sin otro accidente digno de notarse, siguió el
padre recoleto su largo camino; llegó á la ciudad de Gracias
á Dios, antiguo asiento de la Audiencia de los Confines, en
donde fué recibido y agasajado por el Presbítero Don Fran-
cisco Pineda, quien le hizo acompañar hasta el punto de su
•destino.
Al fin, en la tarde del día 13 de Julio del citado año, lle-
gó á la vecina Villa de Concepción ó Comayagüela, y allí se
detuvo, transitoriamente, hospedándose en la casa cural,
debido á algunos disturbios locales; pero, conocida su llega-
da, que había efectuado como de incógnito, fueron á verle
su familia y los vecinos de la ciudad. Ofrecióse, entonces,
un cuadro verdaderamente conmovedor: la madre, olvidan-
do por un momento la dignidad materna, sólo pensó en la
santidad del sacerdote, y, derramando lágrimas de alegría,
;arrodillóse ante su hijo para pedirle su bendición; después
le abrazó tiernamente, una y muchas veces. Esto me re-
cuerda la escena bíblica en que Jacob oprime entre sus bra-
zos á José, después de muchos años de llorarlo muerto.
^Qué bellas escenas, para ser trasladadas al lienzo por el pin-
cel de un artista!
Pública ya la llegada de Reyes, los individuos de todas
clases sociales acudieron alborozados á la casa cural, para
darle la bienvenida. Su familia buscóle hospedaje en el
convento de franciscanos; pero los frailes presentaron difi-
cultades para recibir á tan distinguido huésped. El día 14,
'siguientp al de su llegada, después de celebrar misa en la
Iglesia de Comayagüela, acompañado de sus parientes y
amigos, y con la humildad del romero, entró á pie á esta
ciudad, y fué á instalarse en el desocupado convento de
Nuestra Señora de las Mercedes, que había de ser, hasta su
"muerte, su habitual vivienda. Aquel recoleto, que hacía
«u entrada apoyado en su bordón de peregrino y sin más
II
' i lll
— 14
equipaje que un hábito de estanieila y unas empolvadas;
sandalias, traía en su corazón un gran tesoro de virtudes, y
en su inteligencia la viva luz que haría visibles, para los.
hondurenos, nuevos y hermosos horizontes.
Los tiempos en que el Padre Reyes regrese'» á su patria
fueron verdaderamente borrascosos. Acíibaba de pasar la
funesta invasión de Honduras efectuada el aílo de 27, y.
entre conmociones y hechos de armas, se preparaba, como»
<*onsecuencia, la gran revolución del afio de 2», que caml)l<V
por completo la faz de Centro- América. La falta de paz y
de bonanzíi imposibilitó á líeyes para hacer, desde luego, á
Honduras, los benefícios que más tarde le prodigó á manos,
llenas. El afio del 31 debía expirar su licencia, y tendría,.
antonces, qwe regresar al Convento, para no volver jamás á
su nativo pueblo. Mas la revolución del 2í) echó por tierra
los Institutos monacales, y Reyes, en fuerza de nuevos de-
■i-retos, (piedó secularizado y en cai)acidad de servir toda su
vida á su país. ¡Qué aspectos tan diversos y aun opuestos,
tienen los sucesos revolucionarios! Lo que fué una gran
desgracia para las comunidades religiosíis, fué una gran for-
tuna para Honduras. Valiéndome de las palabras expresi-
vas del Evangelio, lleves había estado hojo r/ rfleniíriy oculto r
pero sJilió á la luz del siglo, ílorecieron y fructJticaron, al'
calor de la patria, sus talentos y virtudes, é hizo inaprecia-
bles bienes á sus conciudadanos.
En el resto del ano de 28 y en los de 29, :{() y :U, dadas las.
circunstancias anormales del país. Reyes se concretó, casi
únicamente, al servicio del culto, al (lue empezó ádarjnu-
chos atractivos con sus pláticas y sermones, i\\h^ siguió pro^
nunciando durante 24 anos, y con sus villancicos, cuya mú-
sica componía, y que eran oídos por numeroso concurso en
las alegres flestas de la pascua y en las de la Natividad de
alaría. En sus pláticas y sermones, miis se cK-upaba en dar
enseñanzas morales, que en hacer panegíricos de santos y
disertaciones sobre abstrusos temas teológicos. Como hom-^
bre ilustrado, no aterrorizaba al pueblo con las llamas del
— 15 —
Intierno; más bien le mostraba el cielo, y, para llegar á él,
la escala mística que proporcionan la verdad con(x*ida y la
virtud sentida y practicada. Sus oraciones siígradaíi- per-
didas, úsísi por completo— me hacen recordar los buenos
tiempos del Padre Lacoixlaire y del Padre Jacinto, no por
la magniftcencia de la oratoria, de que lleyes carecía, rela-
tivamente?, sino por sus altas y trascendentales enseñanzas
morales.
En el ailo de 1S:M), em^)e7/> á tomar aljfuna parte en
asuntos políticos relacionados con los intereses de la Igle-
sia. El Presbítero Don Francisco Márquez era liombre de
g^rande influencia política en el Estado, y amaba, con uno
de esos amores ardientes y avasalladores que no reconocen
obstáculos, á Carmen Lozano, dama nniy principal de esta
ciudad. Quería unir, eternamente, su suerte ala suya, y,
prevalido de su posición, de sus valiosas relaciones y de su
carácter de Diputado, el 27 de Mayo del expresiulo año de
30, obtuvo del Congreso, (lue se reunía en la Casa de Mo-
neda, un decreto autorizando el matrimonio de los ecle-
siásticos seculares: decreto rechazado por los clérigos Dipu-
tadlos al (Congreso y por la mayoría de la gente sensata.
Reyes, por medio de su i)adre Don Felipe Santiago, que era
Diputado, opuso al decreto un razonado y convincente dic-
tamen. Y sobrados motivos había para ello. El decreto
tenía por origen el interés amoroso de un s<u'erd()t<\ y no la
opinión púbhca: además, fué una ley. en todo sentido, ab-
surda. Se comprende que los clérigos se» casen civilmente,
cuando, separada la Iglesia del Estado, la ley los autoriza
paro ello y reconoce los efectos legales de su matrimonio.
Pero, esUiblecer el matrimonio de los clérigos /// /'t/rif errle-
jíiae. conforme á los cánones, cuando éstos declaran rnilo
dicho a^to matrimonial, es incurrir en un contra sentido
en que s<)lo pueden caer legisladores desprovistos de las más
elementales ideas sobre derecho público civil y eclesiástico.
No obstante, el decreto se llevó á efecto. Fray Luis Vega,
cura de esta Parroquia, contrajo matrimonio con la señori-
ta Eleuteria Espinosa, y el cura de Comayagüela, Don Joa-
— 16 —
quín Molina, con la seíiorlta Nicanor Cantón. : Sólo el po-
bre amartelado Padre Márquez no pudo casarse, porque la
señora de sus tiernos pensamientos rehusó con obstinación
las bodas, y, desesperado y suspenso como sus compañeros,
retiróse al pintoresco pueblo de Güinope, en donde vivió,
lleno de infinita tristeza, y en donde sólo con la muerte pu-
do dar término á la cruel memoria de sus desgraciados amo-
res! [4]
Efectuado el matrimonio del cura Fray Luis Vega, él Pres-
bítero Don IS^icolás Irías, que como Provisor y Vicario ge-
neral gobernaba esta Diócesis, nombró al Padre Keyes cura
de Tegucigalpa, á pedimento de las señoras principales de
la ciudad, representadas por la talentosa Doña Josefa Coca-
ña y por Doña Dolores y Doña Petronila Midence. Mas Re-
yes, siempre humilde, renunció la cura de almas, é inñuyó
para que recayase el nombramiento en el Presbítero José
Trinidad Estrada, que ejerció el cargo cerca de cincuenta
años, y á quién acompañó, en calidad de coadjutor, hacien-
do los penosos oficios de confesor y los difíciles de orador en
la cátedra sagrada. Por doquiera se le veía, como ayudan-
te del cura, alegre y festivo, ejerciendo su ministerio, tan
[4] Pop ser un dato interesante para la Historia, reproduzco el de-
creto á que me refiero en el texto:— "La Asamblea Legrislativa del Es-
tado de Honduras, teniendo en consideración Que el matrimonio pro-
duce á la sociedad bienes de aue no lia debido privársele por ningrún
motivo; consultando con las luces del día, y en uso de sus soberanas
facultades, ha tenido á bien decretar y
DECRETA :
Artículo único.— Los Eclesiásticos seculares del Estado pueden
contraer matrimonio, libremente, lo mismo aue todo ciudadano.— Pase
al Concejo.— Dado en Tegucifiralpa, á 27 de Mayo de 1830.— í^rancisco
Márquez, D. P.— Trinidad Estrada, D. S.— Hipólito Flores, D. S."— To
mo 83, página 93 y 94.— Archivo Nacional. '■'■■■
— 17 —
solícitíO en interés de los ricos como de los pobres.* f6] Gomo
hombre de arreglo, llevaba la cuenta de sus entradas y sali-
das. En sus muchos anos de trabajo, hasta el 43, iíigresó á
la gaveta de su mesa la suma de $ 50.000; y, sin contar los
ingresos de 12 años más y el valor de los muchois Obsequios
que recibía, á su muerte, sólo dejó sus modestos mtuebles á
su familia, y la iglesia de la Concepción, que había adqui-
rido por una capellanía fundada por uno de sus mayores, la
legó en beneficio público. No atesoraba; sostenía el culto
á sus expensas, y los pobres formaban parte de su numerosa
familia. Reyes era el tipo perfecto del sacerdote evangé-
lico. [6]
Reyes no sólo era el verdadero padre de los necesitados,
sino, también, el prudente consejero de las familias, cuya
paz restablecía ó afirmaba. Además, como hombre ilustra-
do, se oponía, siempre, á las falsas ideas y preocupaciones
•del pueblo, hijas déla ignorancia y del fanatismo. No fa-
natizaba; moralizaba é ilustraba. De esta conducta dio prue-
bas, evidentes y repetidas, aun en los momentos de pública
tribulación. El 20 de Enero de 1835, llamado vulgarmente
[5] La conducta de Reyes, como coadjutor, me hace recordar las si-
gnientes sentidas frases de un célebre escritor europeo :— "Qué bellas
funciones las de un cura ! El es un ministro de bondad Qué
dichoso fuera yo en un pobre curato, haciendo la dicha de mis parro-
'Quianos!
No los haría ricos; pero participaría de su pobreza, y le Quitaría á
ésta el deshonor y el desprecio aue la acompañan Les haría amar
la concordia y la igrualdad, con aue se evita ó se hace llevadera la mi-
seria ...... En mis instrucciones, yo me atendría menosial espíritu dogr
mático aue al espíritu del Evangelio, en donde la doctrina es simple y
•la moral sublime, y en donde se ven pocas prácticas religiosas y mu-
'Chas obras de caridad.
Antes de enseñarles lo aue se debe hacer, yo me pondría á practi-
.carlo, y verían aue cuanto yo les digo yo lo pienso "
16] Jirón Apuntamientos citados.
. 1 ;
— .18 -
ei año del polro. ocurrió que, de repente, se oscureciera el st)L
se sintieran horribles sacudimientos de tiera, ya de oscila-
ci()n, 3' a de trepidación, y se oyeran retumbos prolongados
y pavorosos, que semejaban truenos ensordecedores de una
tempestad deshecha. La luz se extinguió, i)or completo, á
cAusa de una abundante lluvia de polvo que caía sin- sesai*
al grado de que p)ara veíase las personas, de cereal, se acudía
a hachones de orate, ó á velas que pronto se apagaban. El
pueblo, consternado, sintió los terrores del siglo X: crey<'>
llegíulo el juicio ftnal, y hombres y mujeres, ancianos, adul-
tos y niños, á voz en cuello, hacían pública y general con-
fesión de sus culpas. Así lo creían, también, los sacerdo-
tes, que oían, en desorden, á sus aterrados penitentes. i*e-
ro lleyes, sacerdote (pie sabía física y geología, logró devol-
ver al pueblo la calma, impidiendo las generales y públicas
confesiones. .\ tcKlos decía:— ** No os aflijáis, ni deis escán-
dalos; no es el día del juicio: un volcán cercano ha hecho
erupción; el peligro ha pasado, y el polvo dejará de c^er den-
tro de poco tiempo."' Reyes era un oráculo para su pueblo..
y éste, creyéndole, dejó de creer en el juicio final y de decir
á gritos sus pecados.— A poco se confirmó, por los hechos,
el dictamen del hombre de ciencia. El polvo fué disminu-
yendo, una pálida luz fué ahnubramdo, y á los tresdíaAel
sol aparecié) en t(xlo su esplendor. Después se supo que ha-
bía hecho erupción el volcán de Cosigiiina, en lac-ostadeh
Pacífico del Estado de Nicaragua, limítrofe del de Hondu-
ras. ¡Cuánto afligen la ignorancia y el fanatismo religioso I:
¡Cuánto consuela y fortalece la ciencia I
Incansable en sus labores, ya en beneficio dt-i culto, ya
de la sociedad, en el citado año de 3.5 reedilic/> la capilla del,
templo de la Merced, y después las de los templos de San
Francisco y del Calvario. Ayudó eficazmente, al Señor Doa
Antonio Tranquilino de la Rosa, en la obra importante de
reparar nuestra hermosa iglesia parroquial, que estaba, en
ruinas, á causa de los sacudimientos de tierra de 1809: pres-
tó, asimismo, su ayuda, al Señor Rosa, en la construcción.
/
— lo-
que ástc hizo, por su cuenta, del antiguo cementierio de,
esta c'iudiid: también editic/» los pequeños templos de Las
Casitas, de Soroguara y de Suyapa, famosa esta última, pa-
ra los creyentes, por su diminuta y milagrosii Virgen; y, por
fín, hizo esfuerzos, aunque malogrados, para construir et hos-
pital de esta ciudíid, cuyos cimientos quedaron hechos cer-
ca de la iglesia del Calvario. Por d()<juiera hay, ciertamen-
te, recuerdos del Padre Reyes: en nombre de la le, se le re-
cuerda, por la exaltación (pie dio al culto: en nombre de la
razíHi, por sus obnis en pro del bien publico, y de -os den»-
chos y fueros de la humanidad.
En Kebníro de 1837. hubo grandes Hestas en T^gucigal-
pa, con motivo de la restan nu-jón de la iglesia parroquitil:
Ileyes, (pie era el alma de los regocijos pi'iblicoN, estuvo á
grande alt ura. Proiumci/) el sermón i)anegírico de la dedi-
caci<)n del tenq)lo, y, haciendo el encomio de la suntuosidad
de la obra y de la unniiticencia de sus promotores, ''.xclarna-
ba ekK'uentemente: ¡ í'idefe (/nales ¡á¡tUles, rUleU'. (¡no-les honii-
nes! El orador sagrado, gue era también tilaruíónico y com-
positor, d¡(') para su estreno, en la solennie festividad de de-
dicación, su alamada misa de "El Tancredo." [Tí Tanta
alegría, como actmtece eti la vida, tuvo una compensación
de dolores y (lesventmas. ¥A cólera asiático estata en ace-
clu), y, no obstante las niedidas sanitarias tomadas por la
municipalidad, en Septiembre del mismo ano hizo su inva-
sión la terrible epidemia. ¡Por tinlas partes consternación
y duelo! Tegucigalpa perdió á sus hijos más benéricos, en-
tre ellos al Señor Don Antonio Tranipiilino de la Rosa y á
su hijo Í)on Le(>n. También el Padre Reyes fué atatíado
[71 Comijuso, -además. La SaXmiirui, la de lirquiem, am su nivitato-
rio y responso, y la música del Parce mihi, y de numerosus villanci-
cos del Santísimo Sacramento, de n<x'he buena y de natlvld&d de la
Vi Piren. Aparte de esto, fué el autor de la música tan iM>pu'Lar, de la».
canciones contenidas en sus Pastorelas, y de sones aloírradores, que
tíxlavía se o.ven con jrran placer en las públicas festividades.
del ci'ilera; pero logrí") salvarse, después de estaréntre la vi-
da y la muerte. ¡ Dichosa salvación, la del liombte ilustre
que, aíios después, debía fundar el primer establecimiento
literario de la República!
La Archiditlcesis de Guatemala había quedado sin Arzo-
bispo en 1829, por el echamiento, de la tierra, de Fray Ra-
mi'm Oasaiisy Torres: en el Salvador, hal)ía corrido mal vien-
to el obispado establecido revolucionariamente por el memo-
rable Padre Delgado, que se puso la mitra entre acerbas
contestaciones canónicas y trasceden tales disturbios públi-
cos; y en Honduras, desde !a mueite de Fray Vicent* Na-
vas, ó de Don Manuel Julián Rodríguez, [1810] según el cro-
nista Juarros, hubo -SVrfe racanle. Casi vencida la revolu-
ción liljeral del General Don Francisco Morazán, se atendió
al restablecimiento é colocación de los Príncipes de la Igle-
sia. Por medio del Presbítero Don Jorge Viteri y Ungo,
que fué en misión á Roma, se hizo, en 1840, el arreglo que
sigue: Fueron nombrados: Arzobispo auxiliar de Guate-
mala, el Doctor Don Francisco de Paula García Peláez; pri-
mer obispo del Salvador, el comisionado Señor Viteri, y obis-
po de Honduras, el Padre Reyes. "La noticia se comunicó
A esta ciudad— dice el Seílor Jirón, con esa sencillez y natu-
ralidad propias del buen cronista— y causó extraordinario
regocijo, y se celebró con repique general de campanas, y
con alegre música que se llevó á casa del preconizado obis-
po, presidida la concurrencia por el Señor Cura Estrada, que,
con mucha razón, se mostraba sumamente satisfecho. Mas,
en medio de tan justa alegría, sólo el Padre Reyes estaba
triste, y temblaba, en presencia de la alta dignidad que se
le anunciaba, y pedía A Dios lo librara de ella." [8]
Para la efectividad del obispado, necesitábase de la con-
sagración, que ofrece, á veces, grandes dilatorias; é inter-
pretando las ideas del Seílor Jirón, Dios, valiéndose del Ge- ,
peral Francisco Ferrera, Presidente del Estado, que llevaba
[H] ADuntamlentus altados .—(Véase bI flnai la ni
— 21 —
■
entre ojo^.á.iíeyes por sus ideas independientes, y de la
camarilla que á aquel aconsejaba, hizo llegar al Vaticano la
falsa noticia de que Reyes había muerto. El Papa Gregorio
XVI, creyendo cierta la noticia, y en vista de la nueva tqr-
na que 1q remitió el Gobierno de Honduras en uso del dere-
cho de patronato, nombró obispo de la Diócesis al Presbíte-
ro Don Francisco de Paula Campoy y Pérez, ^ 9 ) quien fué
consagrado en Guatemala el año de 1845. En este aíío re«
gresó á Gomayagua, en donde se hallaba Reyes en calida^
de detenido por orden del General Perrera. Este mulato de
(9) "Tenía, entonces. 47 años, y era natural de Cartag^ena de Le-
vante en España.
Vino á América en calidad de familiar del Señor García Xerez,
obispo de Nlcaragrua.
El año'de 3.5, fué preciso harer salir de Nicaragua, para tranauilizar
el país, al obispo Xerez, y traerle á Guatemala.
Xerez y Campoy se alojaron en el convento de los frailes d^ Santo
Domingo.
Muerto el obispo de Nicaragua. Campoy se dirigid á Honduras y
sirvió el curato de los Llanos de Gracias.
Era vicario, en Sede vacante, el célebre canónigo Irías.
A la muerte de Irías, Campoy apareció como provisor y gobernador
del obispado de Honduras.
El título de Campoy era un nombramiento que en él hizo el expre-
sado Señor Irías.
No había cabildo en Comayagua, y Campoy tuvo que dirigirse al
cabildo metropolitano, el cual aprobó su nombramiento.
El Señor Campoy no se creía seguro aún, y solicitó la aprobación de
Fray Ramón Casaus y Torres, obispo de Rosen y Arzobispo de Guate-
mala, quien se hallaba en la Habana.
El cabildo metropolitano y el Arzobispo Casaus quedaron muy com-
placidos de la conducta del señor Campoy, lo que le valió muy buenas
recomendaciones para el obispado de Honduras.
Para sostener la nueva mitra, se creyó conveniente restablecer los
diezmos, en toda su plenitud.
Los diezmos de Honduras se elevaron á grandes sumas. Sólo los da
Olancho, fueron proverbiales.
Cuando se pedía una cantidad asombrosa, se decía, entonces: " Se
piden los diezmos de Olancho." Montúfar: Reseña Histórica: Tomík
cuarto: Capítulo décin^o primero.
I .
tiierro, ente mirrisldn ¡sublime por su valor, que se habfH edii-
<-ado eiTcasa dp Re.ves, no sólo le arrelKirrt la mitra, como se
ha visto, jiiKtriiiKlole enemigo de su política, íúiin que, ade-
más, le somelió ú vejámenes y duras represiones, Y nada
más injusto que tales proi-edimient«s. Keyes, <»n su genial
Franqueza, repnilwba ent^rglcamente los malos act-os del Go-
liierno, asi como aplaudía los que le parecían buenos. Esta
franqueza fué su crimen, y el orifíen de enemistades que le
causaron grandes sinsaliores, y de pe i-secuc iones que suírió
von !a confiímiidad que inspir» una (.-oneiencia re<'ta y
tranquila.
Tanto en 184.1, en Conuiyagua. ctimd en 1846, en esta cin-
■dad, tratí'i al seflorCampoy con muestras de profundo res-
peto y de sincen» eariíio. : I')] No guarrtií rencor á sus ene-
migos, que inventaron la noticia de su miiert« para privarle
><it'l otiispado: y por tal l>eneflcto del cielo, que así la asMma-
l>!i, cantil, en accii'm de grattias, una misa solemne enlaígle-
siii de la Merced, líesde entonws. no volvió A hablar de
incidente tan veríronzoso, que exhibe los i-uine^ manejos de
fiiiestra política; y cuinta.se que sííIo una vez, en el afio de
.11, en que hÍKO una visita en Leiín de Nicaragua al Sefior
f>i)igpo Jortfe Viteri, emigrado del Salvador, recordií el su-
«■so, con motivo de mostrarle Viteri el retrato de Gregorio
XVI, diciéndole: "ConOKca [Id. al ¡'apa que le hixo obispo
lie Hofiduras.'* La verdadera grandeui está en olvidar [as
(Id) DeesUisseiitliiilHtil'iSHiii] una oruelii Uis sltiuleiit^ vursos. ün
ijuB h&; nn bonito jueai) dK palabras, de una üoinDostcLtin deilicoda al
nuevo oblstro, aiiacrlta oi>r su seirrotarlo Pablo Galtár :
Por Vos
Satita a
Birla
l)»aul»r I
B ve espa
reída:
Todo al i>
acer con
lila:
El llanto
, olvidó
Aun la na
tu raleza
Más lieroi
osa apan
K<¡:
El prado
se embellece.
KUueüo
stáelComp»--!»!,.
— 23 —
«Dfensas. Elevarse sobre la envidia y miserias humanas es la
mayor de las elevaciones.
Ll^ga el momento de referirme á una de las labores más
i-ostosas y trascendentales de Reyes, cuyo solo mérito basta-
ría para inmortalizar su memoria. Poco tiempo después de
su regreso de Guatemala, en las horas que le quedaban li-
bres, y que bien hubieran podido ser de justo vagar, se dedi-
<*iiba á instruir en ciencias y letras á los jóvenes que mostra-
ban deseos de aprender. Fueron sus primeros discípulos
Don Yanuario Jirón, Don Agapito Fiallos, Don Máximo
Soto, Don Alejandro Flores, Don Lorenzo Motiño y Don
Leandro Carias. Ya instruidos sus discípulos, como no ha-
bía Universidad en Honduras para obtener títulos académi-
cos ó profesionales, dirigiéronse en su mayor part«, á la ciu-
dad de León de Nicaragua, á tin de terminar sus respectivas
carreras. Bien pronto alcanzaron con notable lucimiento
sus primeros diplomas áulicos, debidos á la enseñanza que
les había dado su generoso maestro. Pero he aquí que, en
1844, el General salvadoreño tYancisco Malespín llevó una
guerra á Nicaragua, desastrosa en sus muchos resultados.
Todo era, en ese tiempo, desconcierto y destrucción. Los
discípulos de Ileyes, amedrentados, tuvieron que regresar
oon penalidades sin cuento á su nativo país, viendo frustra-
dos sus esfuerzos y los sacrificios de sus pobres familias. Lo
(le siempre: cuando se toma el fusil, se dejan el libro y la
pluma; cuando se abren los cuarteles, se cierran las univer-
sidades y academias. Los golpes rudos del militarismo des-
atentado, hieren ó matan á los trabajadores que cultivan las
ciencias y las letras, que proporcionan el alimento material
y moral de las naciones. Ojalá que alguna vez, en Centro-
América, la fuerza militar deje de ser la destructora de las
ideas y de los derechos, y se limite á ser, cualquiera que sea
el partido que triunfe en las contiendas sociales y políticas,
la salvaguardia de los Individuos, de la producción que al-
•canza el trabajo, y de la acción de la ciencia y de las letras,
ejercida desinteresadamente por los que más estudian y pa
— 24 —
decen^©seurosy perse^idos en vida, y, muchas veces/ des-^
puí^s de muertos, glorificados por la Historia y aun por sus
mismos detractores. ' ^
Entre los jóvenes que regresaron de Nicaragua,* se conta-
ban Yaauario Jirón, Máximo Soto, Miguel Antonio Rovelo
y Alejandro Flores. Viéndose sin ocupación provechosa y
cortadas las alas de sus aspiraciones, ¡ pobres aves que ras-
treaban I. les ocurrió buscar ur^ ideal para su inteligencia, á
la par que un noble objeto para sus actividades y energías.
Convinieron en formar una Academia, en que pudiesen en-
senar Latín y Filosofía, en sus diversos ramos, y obtener el
apoyo y dirección del Padre Reyes. • 11 «
El Padre acogió la iniciativa, con entusiasmo, y aun el
título dé la. Academia, dado por los proponentes: Sociedad del
Genio emprendedor y del buen gusto; título que, á la verdad, era
impropio y hasta pedantesco, aplicado á un establecimiento
literario constituido para la ense fianza del latín y de la filo-
sofía.
El 14 de Diciembre de 1845, en la que hoy es Casa de
Gobierno, se instaló solemnemente la Academia, bajo la pre-
sidencia del Padre Reyes, y en presencia del vecindario no-
table, que manifestaba su grande y legítima satisfacción.
Reyes, en > calidad de Rector, pronunció un breve pero elo-
cuente discurso de inauguración, y, haciendo justicia á sus
alumnos, convertidos en profesores, dijo de ellos, entre otras
cosas: " Unos jóvenes que, uniendo á sus talentos una in-
fatigable aplicación al estudio, han merecido los honrosos
títulos literarios con que los condecoró la acreditada Uni-
versidad de León de Nicaragua, consagran hoy á la Patria
(11) El Doctor Don Máximo Soto me refirió, iiace 20 años, que, des-^
pues de salir del baño de la ya aterrada po8a de El Tabacal, en el Río
Grande, ó sea Choluteca, que desagrua en el Pacífico, ocurrió á él y á
sus compañeros, fastidiados por la inacción, fundar la Academia de
estudios y coinunicar el pensamiento al Doctor Reyes, para que le die-
se vida y prestiírio con su persuasiva palabra y autorizado nombre.
— 25 —
sus tareas y vienen á pagarle las primicias de sus luces, ha-
ciéndole un servicio de clase superior á la de cuantos pueden
prestarle sus más amantes hijos. Su misma ilustración les
ha hecho conocer que las ciencias contribuyen, sobre mane-
ra, á hacer felices á los hombres y á los pueblos, y que, en
los países donde por fortuna se han adoptado los principios
democráticos, son de absoluta necesidad: y he aquí el don
precioso que vienen á ofrecerle. Ven la falta de estableci-
mientos de enseñanza; advierten, no sin dolor, que en Hon-
duras las ciencias están todavía encerradas bajo los perga-
minos y capilladas, y no pueden ser indiferentes al malogro
y desperdicio de talentos privilegiados que se quedan sin
cultivo, cuando debieran ser la honra de la Patria." ' 12 i
La buena semilla siempre germina, para dar, á su tiempo,
flores y frutos. La humilde Academia ó Sociedad del Genio
emprendedor y del buen gusto, bien pronto hizo notables pro-
gresos y se convirtió en Universidad de la República. Apre-
ciando el buen éxito de los trabajos de la Academia, el Padre
Reyes propuso á la Municipalidad de Tegucigalpa que soli-
citase del Gobierno Supremo la autorización debida, para
elevar el Establecimiento, que tenía carácter privado, al
puesto oficial de Universidad. Hubo oposiciones, como su-
cede, casi siempre, cuando se trata de operar adelantamien-
tos sociales que chocan á los bien hallados con el atraso,
quienes ven, en el movimiento y en la luz de una transfor-
mación, la pérdida de las ventajas que creen proporcionarles
la quietud del estacionamiento y la obscuridad de la igno-
rancia. Mas triunfó la grande iniciativa de Reyes: la Mu-
nicipalidad presentó su solicitud, y el hábil político. Jefe
(12) Los primeros alumnos de la Academia fueron Don Valentín
Durón, Don Adolfo Zúñigra, Don Salatiel Andino, Don Crescendo Gó-
mez, Don Sinforiano Rovelo y Don Miguel Bustillo. El Padre Reyes
enseñaba Física y Matemáticas, Máximo Soto Filosofía, y Yanuario
Jirón y Alejandro Flores Gramática Latina. Misruel Antonio Rovel»
cooperaba, eficazmente, á la ense&anza de dichos ramos.
BIOGRAFÍA.— 3
íl
•
< fl' '
— 26 —
del Estado, Doctor Don Juan Lindo, que también fundó la
Universidad del Salvador, expidió el correspondiente decreto
de autorización.
El memorable día 19 de Septiembre de 1847, en la iglesia
de San Francisco de esta ciudad, se inauguró, con público
regocijo, la Universidad de Honduras. Presidieron acto tan
solemne el consabido Jefe del Estado, Doctor Don Juan
Lindo, y el Señor Obispo Don Francisco de Paula Campoy
y Pérez: asistió todo el vecindario distinguido de la ciudad,
y se pronunciaron oportunos discursos por el Señor Lindo,
el Señor Campoy, el Rector y algunos de los Catedráticos.
Al siguiente día de la inauguración, se graduó de Bachiller
en Filosofía el joven Sinforiano Eovelo: obteniendo el pri-
mer título que extendió la naciente Universidad. Al Padre
Reyes corresponde la alta honra de ser el fundador de la
Universidad hondurena, pues á su iniciativa, afortunada-
mente hecha y dichosamente realizada, se debió su estable-
cimiento. Fué también el autor de sus Estatutos que han
regido, con algunas modificaciones, hasta la publicación del
nuevo Código de Instrucción Pública. Si Reyes hubiera
vivido largos años, habrá recibido la más grata y cumplida
recompensa, viendo los opimos frutos de su obra civilizadora.
De la Universidad han salido, concluyendo ó no sus estudios
en ella, Máximo Soto, el primer médico-legista de Centro-
América; Yanuario Jirón, aventajado teólogo; Samuel Esco-
bar, brillante orador sagrado; Céleo Arias, Valentín Durón,
Crescendo Góm^z y Vicente Ariza Padilla, jurisconsultos
de primer orden; Adolfo Zúñiga, publicista y escritor sobre-
saliente; Julio Contreras, filósofo elocuente y humanista;
Rafael Al varado Manzano, jurisconsulto y docto educador;
Juan Ramón Reyes, poeta inspiradísimo; Alvaro Contreras,
tribuno y periodista el más fecundo de la América Central,
y varios otros de distinguido mérito, que sería prolijo mom-
brar en esta ocasión. Lástima grande que, debido á las
ideas de la época y á los escasos elementos de la Universidad,
no hayan salido de su seno geógrafos, historiadores, físicos^
IM
— 27 —
matemáticos, naturalistas, economistas y estadistas, de que
tanto necesita Honduras para que alcance á comprender
sus verdaderos intereses materiales y morales. Empero, la
obra de Beyes fué grandiosa, y espléndidos sus resultados.
Que el Sacerdote evangélico reciba las bendiciones de la
posteridad agradecida, y que sea imperecedera la gloria del
Padre legítimo de las letras hondurenas I
Fundada la Universidad, dedicaba Reyes su tiempo á la
•enseñanza, al ejercicio de su ministerio, ásus esparcimientos
poéticos y, siempre que le era dado, al cultivo de sus nume-
rosas relaciones. Era una vida de trabajos y de afectos, que
no daba lugar al vacío de la inteligencia ni al triste vacío del
•corazón. Del confesonario, pasaba á componer canciones,
villancicos y pastorelas: ( 13 ) de la cátedra, á escribir su Com-
pendio de Física, en que todos aprendimos los rudimentos de
la ciencia, y buenos artículos, como el firmado Sofía Seyers,
que publicaron los periódicos de la época; y del escritorio, á
dar expansión á su genio comunicativo y jovial. Entretenía
y deleitaba; á las damas, en las tertulias y bailes, con su
amena conversación y felices ocurrencias: á los caballeros,
jugando sin interés á las cartas ó empeííando partidas de bi-
(13) El Padre lioyos di(5, impropiamente, (creo aue á sabiendas,
pues era versado en latín, castellano, francés, infries é italiano) el
nombre de Pastorelas, a sus dramas bucólicos. En rlgror, deben lla-
marse Pastorales, (del latín pfwtoraííw) ciue es el nombre castizo aue
corresponde á las obras dramáticas, cuyos interlocutores son pastores
y pastoras. Cierto es due existe la palabra pastorela, derivada de la
italiana pasUtrella : pero tal vocablo sifirnifica tañido y canto sencillo y
aleare, á modo del que usan los pastores, y de ninguna manera un
drama corto en que son autores individuos del campo. Expuesta esta
. advertencia, y reconocida la impropiedad de la palabra pastorela, en
el sentido en que la empleó el Padre Reyes, continuaré usándola, tanto
porque la aplicó á sus composiciones bucólicas el poeta tefrucig'alpense.
como porque su uso está universalmente aceptado en Honduras y en
las demás Repúblicas de Centro-América. Que corra el vocablo, como
-forren otros muchos, todavía más impropios.
n
ii
- 23 -
lliir: y lí tixio f I pueblo, con los alegres paseos á la Laguna,
con las competencias y emulaciones de los gremios en las
fiestas de Mercedes, con los Riirimientus en navidad, y con las
encantadoras veladas en la plaza del Calvario, durante el
tiempo de la pascua de resurrección.
Disgustos, penas y desengaños no le faltaron, aun siendo
tan dulce y benéfico. Tuvo enemigos gratuitos que ie pro-
digaron Insultos, y algunos de sus Ta^niliares, que no toma-
ron buen camino, muchas veces llenaron su ainiade indecible
amargura: pero á todo hacía frente con su resignacii'm y
prudencia. Van^n justo, se encastillaba en su conciencia y
su saber, y, haciendo el bien, hallaba honesta dístracciiin
para su espíritu y consuelo para sus pesares. También es
digno de notarse que, comunicándose con todas las clases
sociales y mucho con las damas, y viviendo en una petiueila
ciudad, en que hay muchas lenguas que hablan y pocas cabezas que
liiensan, ( 14) ni aun sus mayores enemigos pusieron en duda
su desinterés, sus virtudes privadas y la severa moral de sus.
actos. Jamás, ni una sospecha empallií el espejo en que po-
día verse la imagen pura del sacerdote inmaculado. Sus
ideas independientes, y hasta agresivas, en el terreno de los
principios, le atrajeron enemistades, denuestos y aun perse-
cuciones: pero su conducta, clara como la Inz y limpia como
el agua que sale del primer manantial, fué su sólido é impe-
netrable escudo. El odio y la calumnia no pudieron hincar
en ella su diente envenenado, ni ensuciarle con la baba bi-
liosa de sus impotentes iras. ¡ Raro fenómeno, en una so-
ciedad pequeña en que todo se adultera, en que domina la-
ruin envidia, en que los comentarios torticeros abundan, y
en que tener talento, ciencia, disposición y nombre, es un
gran crimen !
Si la Iglesia le nombró Sinodal del clero, en cuyo carg»
mostró sus grandes conocimientos en r' oa^^fcjjínlogín v-
IH) VfcUir nugu
N
— 29 —
len materias litúrgicas, y si todos los prelados le dieron Ucen-
cias absolutas en prueba de completa confianza, los pueblos
del Estado, en mérito de su patriotismo y de sus luces, tam-
bién le dieron sus votos espontáneos para que fuese su repre-
•sentante, entonces que aún había alguna fe en asuntos de
política. Siete veces fué Diputado de la ISTación, y figuró,
,en primera línea, en el célebre Congreso Centro-Americano
reunido en Tegucigalpa el año de 1852.
¡ Qué de recuerdos ! Era el 15 de Septiembre, aniversario
de la Gran Patria. Se hallaban reunidos con el pueblo, en
la iglesia parroquial, los Representantes al Congreso, los
primeros personajes de los fraccionados y mutilados pueblos
de Centro-América. El orador sagrado que iba pronunciar
el discurso político-religioso en día tan fausto y solemne, se
«xcusó á última hora, por tener justificado incon viniente.
Los Diputados conocían á Reyes de nombre, pero no le ha-
bían visto sujeto á pruebas; pruebas que, por el hecho, y no
por la vocinglería, dan la medida de la importancia real de
un hombre. Todos se interesaron en que subiese al pulpito.
Reyes, pálido y conmovido, sube á la cátedra sagrada, y,
bajo las alas del Espíritu Santo, y bajo el pabellón celeste y
albo de la Patria, improvisa, conmueve y arrebata. Con
unción religiosa, como Jeremías llorando sobre las ruinas de
Jerijsalén, lloró sobre las ruinas de la Patria; y con ardiente
nacionalismo, como Mazzini, fulminó anatemas sobre los
<Iestructores de la Unidad Nacional, y predijo con palabras
de fe, de aliento y de esperanza, la reorganización de Centro-
América, i Magnífico espectáculo ! El Recoleto estaba en
el Sinaí; el patriota en la tribuna del publicista. José
Francisco Barrundia, de alma espiritual y de imaginación
<le fuego, quería aplaudir en plena iglesia; Gerardo Barrios,
<íojeando, quería levantarse, fulguraban sus ojos y casi echa-
ba mano á la espada; Enrique Hoyos, bilioso y polemista, se
estremecía y palidecía; Justo Rodas cíilculaba y se inquieta-
ba; Pedro Zeledón meditaba y se entristecía; Buenaventura
Selva, pensando en las leyes, fruncía el entrecejo; José Gue-
k
— 30
rrero tocaba los frecuentes latidos de su pulso; Rafael Pino»
poetizaba en silencio y sonreía lleno de esperanzas, y Pedro»
Francisco de la Rocha hacía esfuerzos para vencer su labo-
riosa digestión, y entreabría los ojos, en que empezaban á.
lucir rayos de entusiasmo; y en medio de escena tan gran-
diosa, de rodillas, el pueblo hondureno lloraba !
Al bajar Reyes del pulpito, todos los Diputados le abra-
zaron con la más tierna efusión. Era el abrazo fraternal de
los primeros personajes de Centro-América, en ciencias, le-
tras y política. Pero, ¿ qué importa V Luego debía de venir
la guerra con todos sus horrores. El abrazo de hombres-
tan distinguidos no era el abrazo de -los pueblos. ¡ Pobres
pueblos ! Por cada cincuenta mil habitantes, hay un hom-
bre ilustrado y patriota. Estadística cierta, pero tristísima
¿ Qué mucho, pues, que la gran masa, con la inmensa sombra,
que proyecta, no deje ver las pocas luces de la inteligencia,
que, de tarde en tarde, disipan, por un momento, las tinie-
blas de nuestro estado social? Reyes tomó asiento en el
Congreso, y fué muv apreciado de sus colegas, por su saber
y por su elocuencia, de que dio repetidas pruebas en las.
grandes* discusiones que tuvo aquella Asamblea Constitu-
yente, la que al fín, como fruto de sus trabajos, decretó, en.
13 de Octubre de 1852, el Estafiito Provisorio ( 15 ) de la Repú-
blica de Centro América. La guerra debía de seguir, como-
una consecuencia fatal de aquel supremo y malogrado es-
fuerzo del patriotismo centro-americano.
El Padre Reyes, á más de ser el hombre benéfico y el pro^
pagador de las luces de su país, fué, al propio tiempo, su poe-
ta nacional. Nos ha dejado himnos patrióticos, poesías ama-
(15) Muy común es, en Centro-América, la desacertada aplicación,
de esta palabra, en lusrar de pn/oisionaL Así vemos con frecuencia,
en los documentos de carácter oficial, que se habla de Presidentes.
Provisorios, en vez de provisionales. Yo no los quisiera ni con inm» ni
con otro calificativo; yo los quisiera, siempre y verdaderamente, cons—
ti tuc Ion ales.
- 31 —
torios, felicitaciones é invitaciones, cantos elegiacos, villan-
cicos, epigramas, y, sobre todo, sus famosas pastorelas.
En sus cantos patrióticos, tiene á veces, magnífica ento-
nación, conceptos elevados, y versos admirables; pero con
frecuencia se oblitera el nervio de su inspiración, se apaga
la llama de su entusiasmo, decae lastimosamente, y los des-
tellos de su genio se amenguan, por las sombras Áe ideas vul-
gares y de versos duros y hasta prosaicos, de todo en todo
insoportables.
Refiriéndose al General José Trinidad Cabafias, cuerpo
de pigmeo y alma de gigante, decía:
Su frente no domada, siempre airosa.
Laurel de vencedor lleva, aun vencido!
Hé aquí unos versos dignos del Tirteo evSpañol, Manuel
José Quintana. Después de la guerra franco-prusiana, /iho
furo)-, como dicen los galiparlistas, el calificativo de glorioso
vencido, que se dio en Francia al Mariscal del Imperio, Mac-
Mahon. Diezinueve años antes, refiriéndose á un soldado
republicano. Reyes había expresado la misma idea, con más
vigor, novedad y brillantez. Pero vienen los decaimientos,
y concluye la composición, dedicada á Cabaílas, con estos
pésimos pareados:
Manos puras, valor y humanidad
Honran en lo alto á Trinidad!
Por el concepto, honran mucho, tales versos, al Bayardo
centro-americano, al caballero sin tacha y sin miedo; pero, por
lo prosaicos, por lo pedestres, no honran al poeta que había
dicho, de manera sobresaliente:
Laurel de vencedor lleva y aún vencido!
En sus poesías amatorias, hay ideas oportunas, delicade-
zas de sentimiento y versos dulcísimos; mas, en lo general,
sus versos están vaciados en el molde de los poetas del tiem-
po de Meléndez Valdés. 'Abundan las Juguetonas Galateas,
las queridas Nices, las Filis adoradas, las Anardas bellas é
ingratas, los Febos enamorados, los pechos encendidos, los
Etnujienenipcitín: literatura convencional, artificiosa y, de
tijo. pasajera: copia senil de lo clásico, con ribetes de cam-
pestre, que no revela la conciencia del profundo sentido r,
que lio espresa las naturales inspiraciones del alma, y que
no conmuere diciendo, con ingenuidad, las incertidumbres,
las tristezas, los duelos, las alegrías y las esperanzas que, en
uno y otro día, embargan al propio coraz<'>n. Y no hay que
culpar á Beyes por sus ficciones de sentimiento lírico. Es
un axiona, en el arle, que "sólo lo tiien sentido puede ser
bien expresado." Reyes tenía un Ideal religioso y celeste,
é ignoraba lo que son las amorosas pasiones de este mundo:
sohre amor mundano escribía versos, á modo de muchos ni-
ños que dan sus lecciones de memoria sin comprenderlas.
No hay que tener demasiadas exigencias. De haberlas, tan-
to valdría exigirle que, en Honduras, hubiese hablado sáns-
crito en vez de castellano.
Se ve, en sus (ellcitacionesé invitaciones, que olvida el
artlllcio. No Imita; se inspira en los motivos y circunstan-
fiíisde la localidad que le liafen cantar. El poeta aparece
naltirill, y sus versos rehosiin de vida, y tienen oportunidad,
soltura y bello y imrticular colorido. He aquí una muestra,
en lii hivltui'Un t\m'. vn iMic Febrero de 1848, hicieron los
t'si lidiantes )miiii el |ms<'0 it la Lhkiliki:
— 33 —
Bajo pabellón de estrellas.
El ambiente de las flores,
Que es tan g'rato.
Abre el teatro sus escenas,
A la faz plácida y viva
De la luna:
En sus mársrenes amenas.
Nos verá, en danza festiva.
La lagruna.
Os presentará la tierra.
En los paisajes más bellos.
Sus verdores.
Donde veréis la becerra
Paciendo y gozando, en ellos.
Sus amores.
Y, si entonan vuestras voces
•Canciones tiernas, divinas
Y muy suaves.
Veréis acudir vélenles,
A sentarse en las encinas,
A las aves.
Allí, libres estaremos
De la enfadosa y tirana
Etiaueta,
Y todos allí tendremos
Igualdad republicana.
Muy completa.
Allí no habrá Señorías,
Y nadie osará llamarse
Su Excelencia;
Nadie, en nuestras alegrías.
Pretenderá disputarse
Preeminencia.
Tregua á los negros pesares
Y los amargos cuidados
Justo es demos:
Y entre bailes y cantares,
Al placer sólo entregados.
Descansemos.
I
— M —
Versos tan deliciosos, giie corren murmurando dulce-
mente como el libre arroyuelo. dehen leerse— cual deseaba el
literato venezolano Cecilio Acosta que se leyesen los versos
de Garcilaso — en medio de iin jardín df lomUlon giie tenga nardos
Sus cantos fúnebres tienen preciosas ideas sobre lo fugaz
y vano de los días de la vida, y solare las promesas consola-
doras del cielo y de la inmortalidad. Empero; vuelve á ac-
cionarse á imitaciones de mal gusto: entre algunos origina-
les conceptos y bellos rasgos de poesía, üguran mucho las
parcas, los agudos tilos y las guadafias de la muerte.
Con motivo del fallecimiento del Señor Obispo Don
Jorge Viterí y Hungo, decía, en 10 Septiembre de 18Kt; en
un canto elegiaco;
La muerte uuh nu ai^ata preumlneniria.
NI al laiuc d1 i la uLunvlti.
I Que al bumilde [ASUir y al »)tjHrano
Acaba de cortar, cnii duro alo,
Du una vida preciosa o\ débil hilo.
Hay en esta elegía algunos versos buenos, como el pri-
mero, y algunos duros, como el último; pero lo malísimo es
la imitación, ya muy manoseada, del nálidii mor.i de Ho-
racio.
El poeta reaparece inspirado, espontáneo y atractivo,
por el sentimiento y por la novedad de la expresión, en sus
villancicos. La majestad de Dios, la pureza y los dolores
de María y la Inocencia y la dulzura de Jesús, fueron her-
mosas é inagotables fuentes en que bebió su inspiración el
espíritu de Reyes, aquel espíritu místico, apegado, sobre to-
do, á los ideales del cielo. Lindísimos son sus vjllancicosr
aunque tachables por algunos de sus versos.
Oigamos quejarse á la tórtola:
Cerca del Portal.
— 35 —
Viendo á media noche
Mucha claridad.
Creyó aue era el día
Y empezó á cantar. '
Sola estoy, decía.
Mas mi soledad
Se divierte un poco
Cantando ayl ayl ay!
Pero luegro advierte /
Que la claridad
No viene de Oriente,
Sino de un pajar.
Donde una Alba hermosa
Daba de mamar,
Asido á su pee lio.
A un Sol celestial.
Sola estoy, decía.
Mas mi soledad
Se divierte un poco
Cantando ay ! ay ! ay !
Deja los polluelos
Y al Portal se va,
Y junto al pesebre
Se sienta á cantar:
Hacia ella su mano
Extiende un zafral,
Y ella, mansa y tierna.
Se deja tocar.
Sola estoy, decía.
Mas mi soledad
Se divierte un poco
Cantando ayl ayl ayl
En este villancico, como en otros muchos, hay bellezas^
literarias. La viudez de la tórtola es vulgar, así como es^
común que haya muchas viudas que diviertan su pena; pe-
ro la tórtola equivocada [que también las tórtolas se equi-
vocan] por la claridad del pajar; pero ella, atraída por la in-
— 36 —
fluencia de lo divino [que no ha de atraer sólo á los hom-
bres]; pero ella, que deja á sus polluelos, y que, mansa y
tierna, se deja tocar y vuelve á su triste canto; todo esto tiene
originalidad, tiene imágenes que podrían trasladarse al
lienzo, tiene unción religiosa, tiene el óleo santo de la ver-
dadera poesía.
Sus epigramas fueron, casi todos, improvisados, y, en su
mayor parte, son dignos de aprecio. Pudiera lasmitar á
personas que viven, y esto me veda la reproducción de un
ejemplar. Yo hubiera deseado que el sacerdote evangélico,
ni aun por pasatiempo, como lo hacía, compusiese epigra-
mas. Hay en el epigrama, por lo común, algo de burla de
humanas flaquezas; y la burla y el sarcasmo no están bien
en los labios de quienes, por su instituto y por sus votos,
s<51o deben pronunciar palabras de caridad, de amor y de
consuelo. Hoy el epigrama que punza, y cuyo autor puede
reconocerse, ha sido, más que nunca, reemplazado por el
anónimo que infama entre las tinieblas de lo ignorado y ba-
jo los auspicios de la irresponsabilidad. ¡Cuánta vileza en
sus autores, y cuánta inmoralidad social!
En donde el Padre Reyes se muestra como poeta de pri-
mer orden, — me atrevo á decir inimitable,— dadas las apti-
tudes y aíiciones que privan hoy en día, es en sus pastorelas,
[1()| que por cierto son sus obras más preciadas. En ellas
116] Compuso ocho pastorelas, intituladas: Ester, Neptalla, Zelfa.
Rubenia, Mieol. Elisa, Albano y Olimpia. Todas están desfitruradas
por los malos copistas. Que dejan tan mal paradas las obras literarias,
como maltrechos quedaban los cuerpos de los infelices que cayeron en
manos de los familiares y verdugos del Santo Ollcio. De un endecasí-
labo han formado dos y hasta tres versos, y de dos ó tres eptasflatK>s
han forjado versos de catorce y de veintiuna sílabas. Aparte de estas
monstruosidades, han truncado escenas y alterado muchas consonan-
cias y asonancias. En cuanto á la sintaxis y ortofirrafía. puede decir-
se que. por lo comitn. corren parejas con las que lucen en las cartas
amorosas de las muchachas de aldea, y aun de aUninas apuestas niñas
de la ciudad. Y tanto mal no puede remtnliarse por completo: los ori-
— 37 —
no se presenta el poeta imitador servil ó de circunstancias:
es el poeta que, inspirado en la Historia Sagrada, que cono-
cía profundamente, canta con naturalidad y dulzura las es-
cenas de los campos y de las montañas de Honduras, y que
critica, ya con feliz donaire, ya con punzante agudeza, los
vicios y defectos de las gentes tenidas por cultas en su nati-
vo pueblo, f 17 Por punto general, sus composiciones pasto-
riles son magníficas, porque guarda muy bien, dentro de la
variedad, la unidad del pensamiento que en ellas domina;
porque sostiene, admirablemente los caracteres de sus pas-
tores: porque embellece sus escenas con oportunas, exactas
y primorosas descripciones, y porque maneja el diálogo con
tal facilidad y tal soltura, que hacen recordar, á cada paso,
los diálogos de Alejandro Dumas en sus populares novelas,
y de Manuel Bretón de los Herreros en sus admirables obras
dramáticas.
Aparte de los enunciados méritos, los versos de las pasto-
relas, por falta de ripios,— que son patrimonio de ruines ver-
srinales de las pastorelas se han perdido: así es que, para formar con-
cepto de su mérito y publicarlas, se reauiere, en mucha parte, recom-
ponerlas, descubriendo ó interpretando el pensamiento del autor,
arregrlando y completando los versos, y dándoles los acentos, conso-
nancias y asonancias que debieran tener. Ojalá que, no embargante
mi poco saber literario, pueda yo llevar á cabo tan difícil trabajo, que
ya tengo emprendido, y publicar del mejor modo posible, para honra
de las letras centro-americanas, un volumen que contenga obras de
tanta valía y que tan populares son en algunas de las Repúblicas de
Centro- América. También compuso nuestro poeta nacional "Las po-
sadas de José y María" y la "Adoración de los Reyes," no inferiores á
algunas de sus bellas pastorelas.
[17] Para sus críticas, representaba, en sus pastores y pastoras, á
los tipos de las personas distinguidas por su importancia política ó so-
cial. Se necesita conocer á los personajes y familias de Tegucigalpa,
para apreciar la oportunidad, la intención y el chiste de las produc-
clones pastoriles de Reyes, en que, como filósofo y crítico, dio una
grande enseñanza política y social.
■si ti cad ores,— por sus cortes no violentos, por su candorosa
espontaneidad, en especial en losasonantadosde los roman-
ces, y por su ritmo que deleita el oído, son de todo en todo
excelentes, y parece que provocan á vivir la vida del campo,
á buscar, siguiendo el sentir amable del Maestro Fray Luis
de León, "una descansada vida, lejos del mundanal ruido, y
-á seguir la escondida senda por donde lian ido los pocos sa-
bios que en el mundo han sido."
A veces sus versos son tan naturales, tan fáciles y caden-
ciosos, que uno llega il creer que no ha habido trabajo alguno,
ni menos arte alguno, en componerlos. Tal es el distintivo
de la buena versiflcaciiin, de ia que enaltece á Gaspar Nftfiez
-de Arce, en Espafia, y al inmortal Josí Batres Montúlar en
■ Ce ntro~Am erica. I>onde se dejan ver conceptos especiosos,
esfuerzos y artificios en la expresiiín, el arte está perdido: A
la poesía, que debe volar libremente como las aves felices, se
la vé arrastrándose, á estilo de perezoso y repugnante reptil,
j los versos resultan insufribles y condenables ante el tribu-
' nal del buen gusto y de la crítica sensata. Más vale escribir
en mala prosa que hacer versos ramplones. La prosa sin
altos conceptos y sin propia forma, todavía puede alcanzar
perdiín; ios malos versos jamás. Peisoniflcándolos, por vía
■de gracia, diré que tienen para sus culpas las interminables
penas del infierno de los cat.(ilicos. Por iina eternidad, es-
tarán privados de la bien aventuran ai de la gloria.
Poco entendido en achaques de crítica, y, aunque fuese
muy entendido, la índole de este trabajo me vedaría juzgar
por extenso las obras de Reyes. Empero, debo manifestar
■que las pastorelas, si bien abundan en bellezas, tienen tam-
bién graves defectos. En ocasiones, los pastores y pastoras
de Reyes saben mucho, tienen gran cultura Intelectual y
largos alcances, que no dan la vida y los usos de los campos.
Pudiera hacérseles la observación que el atinado crítico Don
Antonio Alcalá Gaüano hizo respecto del poeta Don Juan
Meléndez Valdés y de otros de su linaje: sus campos huelen d
ciudad. Viene bien decir que Reyes disimulaba el defecto.
— 39 —
'Con el empleo de ideas felices, con lindas descripciones y con
su facilidad de dialogar; pero, para la buena crítica, aunque
disimulado, el defecto queda subsistente. También prohija,
á veces, expresiones de estilo bajo, que traen á la memoria
los cuentos de Bocaccio y las ocurrencias de Qüevedo. Gra-
ciosas son, en verdad, pero inoportunas, tratándose de gentes
sencillas é inocentes, y de escenas que preparan á la adora-
ción del Mesías, del Cordero inmaculado.
Algunas de sus pastorelas están recargadas de cantos, y
el mucho canto, cuando representa actos ordinarios de la
vida, no es natural, y cansa y hasta fastidia. A mí, sea por
mi ignorancia, sea por mi mal gusto, me hace el efecto de
las óperas, por las que muchos tanto se desviven. Gozo con
la armonía y con la melodía, y aun me forjo la ilusión de
que uno enamora, tiene citas y hasta se casa, cantando; pero
tener celos cantando, tener riñas cantando, odiar cantando,
vengarse cantando, y suicidarse ó morir cantando; todo
esto, — hecha excepción del mérito de la armonía y de la me-
lodía,— como copia artística de la vida, ó me hace reir, por lo
ridículo, ó me hace bostezar, por lo continuado de tan
insigne tontería. Yo' me identifico con el actor que repre-
senta un drama, si quiera sea mediano; jamás con un buen
tenor, por mucho que recree mi oído. Aquél representa con
naturalidad la vida real, recordada, sentida ó presentida por
todos; éste la música de los sonidos, que tiene limitada esfe-
ra, y que no debe usurpar sus fueros á la palabra, llamada á
expresar la inmensa mayoría de los afectos, de las pasiones
y de las ideas que forman los hilos de la trama de la vida in-
dividual y social.
Dejando á un lado impresiones solamente mías, y tal vez
juicios disparatados ó temerarios, voy á reproducir, por vía
de muestra, algimos preciosos versos pastoriles de Reyes.—
Helos aquí:
Zerafila. (18)— Sigue, Olimpia, aue atentas te escucliámos,
Y con la novedad muy sorprendidas.
( 18 ) Pastorela de Olimpia.— Acto segrundo.- Escena cuarta.
— 40 —
Olimpia.— En el mes de Nlsán, ( 19 ) cuando las flores.
Sobre sus verdes tallos se mecían.
Y á la nueva y risueña primavera
Las aves saludaban, revestidas
De vistosos plumajes, y la tierra
Con nueva juventud aparecía:
Con Isabel, cosiendo unos pañales.
Hallábame, una tarde, entretenida,
Y una sirvienta apresurada viene
A decir á Isabel : aue una visita
Llesra de Nazaret; que es una joven
Que, sin exagerar, es la más linda
De todas las mujeres, pues no puede
Haber otra beldad tan peregrrlna;
Que María es el nombre que ella ha dado,
Y que anclosa pregrunta por su prima.
A este nombre, la anciana se levanta,
Como de impulso superior movida;
De la preñez no siente el grrande peso.
De que ha llegado al sexto mes se olvida,
Y, como una muchacha de quince años.
Veloz y alei?re sale á recibirla.
ZeraíHO"— ¿ Y la segruiste tú ?
Zefalia.— ¿ Quién no lo hiciera ?
RuMlia.— Y siendo ella mujer, es cosa vista
Olimpia.— Luearo que vio á Isabel, la hermosa joven.
Con una voz ansréllca y suavísima,
Dijo: " La paz de Dios contigo sea
Y habite en esta casa y su familia."
El primer movimiento de la anciana
Fué estrechar en sus brazos á su prima;
Más, repentinamente, quedó inmóvil
Y en éxtasis profundo sumergida.
Oyendo aquel saludo y viendo el rostro
De su joven parienta, en quien yo misma
No veía un ser humano, sino un ángel,
ün serafín, no sé si deidad diga.
Cuya faz irradiaba luces suaves
Que los ojos recreaban y no herían.
Yo temblé de respeto, en su presencia.
(19) Según la cronología hebraica, Nlsán era el séptimo mes det
año civil de los hebreos y el primero de su año sagrado.
— 41 —
Y casi la adoraba de rodillas.
Entre tanto, Isabel vuelve del pasmo
Y, cual si hubiera inspiración divina,
A la joven dirigre estas palabras
Que por mí fueron casi no entendidas:
" Yo te saludo, afortunada joven.
Mujer entre mujeres bendecida,
Así como es bendito el sacro fruto
Que ya tu seno virgrinal abrigra.
¿ Y de dónde me viene esta ventura ?
i De dónde á mí. tu sierva,' tanta dicha
De que se di^rne visitar mi casa
La Que es madre del dueño de mi vida ?
Desde el momento Que á mis oídos llega
Tu voz encantadora, prima mía,
El niño que á mis canas Dios ha dado
Salta en mi vientre y de placer se agita.
Feliz eres mil veces, porque creíste,
Y en tí á la letra se verán cumplidas,
Sin que nada les falte, las palabras
Que de orden de Jehová te fueron dichas."
Y. á la verdad, que son muy misteriosas-
Esas cosas que dejas referidas.
¿Qué habrá visto Isabel en esa joven.
Para que así la alabe y la bendiga?
Yo he alcanzado que Isabel la tiene
Por la futura madre del Mesías.
Olimpia.— Y lo presumo yo, por lo que he dicho,
Y porque fui testigo de su vida
En treinta soles que pasó conmigo
En casa de Isabel y Zacarías.
Dinos: ¿cuál era el porte de esa joven?
¿Cómo su vestidura?
Muy sencilla.
¿Iba en su seguimiento grande tren
De criados y de criadas?
Isbela.—
Zerafila.—
Butilia.—
Zefália.—
Olimpia.—
ZefcUia.—
Olimpia.— Sólo iba.
Con ella una mujer de edad madura.
Butilia. — ¿Iba muy bien montada?
Olimpia.— En una asnilla.
Isbéla.— Yo no sé qué pensar.
Débora. — Lo que yo pienso.
Es que no puede ser esa María
BIOGRAFÍA.— 4
Vi
— 42 —
La madre de nn mran rey. porqae debiera
Acompañarla irrande comitira.
Ser llevada en carroza y adornarse
De diamantes y telas damasquinas.
NiatdemoH.— Con esa pompa vana que deslumhra.
Nuestra nación espera su Mesías.
Y con el mismo brillo ver espera
A la que en sus entrañas lo conciba :
Pero sabios Doctores nos han dicho.
Fundados en algrunas profesías.
Que pobre ha de nacer y que su gloria
No ha de ser en el fausto establecida.
OHrnpia.— Y yo, que vi las srracias de esa joven
Y (lue no cesaré de repetirlas,
¿Pudiera creer que Dios la desechara
I*or(iue no viera en ella telas ricas.
Ni las Joyas y perlas que envanecen
A las liljasdel mundo, tan altivas?
. U'udiora cror que Dios escogiera otra
l*ara hacerla su madre, si en María
Ve t(MÍas his virtudes, en un srrado
Que s(Slo nue(ie creerse siendo vistas?
t^lMullora creer (lue Dios no la ha elejrido,
(Muí lulo »t his lH»ndlciones de su prima,
UlevHudi) al cielo sus líermosos ojos.
Meui» <ie lur. el rivstn». y las mejillas
HaAhUus tío purp^íivos n^splandores.
Y ou fue»rtMvle>tlttl t^ni» encendida,
KVí»iHMulUS con un otiullco inspirado»
Sublhue en Uvs oouoepi^vs y iHH>sfa:
t'rtnUeo >lu IttUttU wu que ha humillad^\
i\^no deMUu^v l»tt dicho /.«carias»
l.t^ ttlorltt de l>«\ Idv mi Uusin^ ahuoKv
Mx^n\^r de mi imoUMi > mi t»mUt?i>
;\h* ^v<^Mx^v\MU«s nI líi h«bU^r*ísvtsK\
i^^í^nxKxel »\Uui^\NxvleMe ^^v^^^^rí*^
Wm^^x^ dv«. HvNvx Kvx UriíUnuvv v\Vw
^Zefalia.—
-Rutilia.—
•Olimpia —
43
Y siéndome tan irrato, lo repaso.
Como un dulce recuerdo, cada día.
Dínoslo, Olimpia, Que. por lo que has dicho.
Juzgo ha de ser composición divina.
Dilo, que me parece que estoy viendo
Las gracias y bellezas de esa niña.
Por oirlo desespero, pues ya tengo
Por la joven poetisa simpatías.
Escuchad, pues, pastores. De este modo,
A los elogios que Isaljel le hacía,
Modesta, espiritual y fervorosa,
A los dones de Dios reconocida.
Como del Santo espíritu agitada.
Respondió la doncella bendecida:
"Gloria— dijo— al Señor, el alma mía
Exclama enagenada:
A Dios, que es su salud y su alegría.
Se eleve transportada.
Que, sin ver de su esclava la bajeza.
Colmóla de bondades,
Y admirarán su espléndida grandeza
f)el mundo las edades!
De corona Inmortal ornó mi frente;
Cubrióme con su manto
Aquel temido ser omnipotente.
El que es tres veces santo I
El que agita del mar y de los vientos
La indómita pujanza,
Y vuelve á los furiosos elementos
La paz y la bonanza ;
Cuya munificencia y cuyos dones.
Sin límite, se extienden
Sobre una y diez y cien generaciones
De los que no le ofenden I
Desplegó el indomable poderío
Del brazo prepotente,
Y en medio aniquiló al mortal impío.
De su furor demente I
Derrocó á los magnates poderosos
Del solio enaltecido,
Y á los puestos de honor, esplendorosos.
Exaltó al abatido!
Al pobre enriqueció, y á los hambrientos
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— 44 —
Colmó de sus favores.
Tornándose desnudos, macilentos.
Los ricos opresores I
De su misericordia ilimitada.
Pompa hizo, en su larsrueza,
Y recobró Israel esclavizado
Su brío y sn altiveza,
Seífún lo que á Abraham fué prometido
Y á nuestros genitores.
Que hasta que el fin del mundo haya venido.
Tendrán sus sucesores I"
Eicas, en poesía y colorido, son las descripciones que hace*
Olimpia; pero quedan como empequeñecidas por lo gfrandi-^
locuente y majestuoso del cántico de la Virgen: Magníficat r
anima mea Dominum. De cuantas paráfrasis conozco de este
sublime canto, la mejor, en mi concepto, es la de Reyes. Si
sólo hubiera parafraseado el Magniiicaf, esto bastaría para su
reputación de poeta. (*) En el arte no es la cantidad sino la
calidad de la producción la que hace que un individuo ten-
ga un nombre bien puesto en el campo de las letras. Como
á los guerreros de la Edad Media les bastaba una grande ha-
zaña para adquirir un blasón, á los prosistas y poetas les bas-
ta una obra acabada, por corta que sea, para adquirir eje-^
cutorias en la República literaria. Por su entonación y va-^
lentía la paráfrasis de Reyes es comparable á la Imitación de
los Salmos que, en el mismo metro, hizo el afamado Ventu-
ra de la Vega, y que empieza así:
i Ay ! no vuelvas Señor tu rostro airado
A un pecador contrito!
Ya abandoné, de lágrimas bañado.
Las sendas del delito;
Y en tí humilde ¡oh mi Dios I la vista clavo,
Y me aterra tu ceño,
Como fija sus ojos el esclavo
En la diestra del dueño!
i*) Véase al final la nota B
— 45
La paráfrasis del poeta del humilde Guacerique no va en
.zaga de la Imitación de los Salmos del poeta del soberbio río
Kie la Plata. [20]
I
(20) Con parecido estro, y usando del mismo metro, han compuesto
Tersos admirables poetas europeos y americanos, Hé aquí algunas
.muestras:
Hierven y brotan en el alma mía
Sublimes pensamientos,
V á tí consairro. ¡oh Bey! en este día.
De mi arpa los acentos.
A tí los himnos de alabanza canto
Con inspirado tono:
A tí Que te alzas con el cetro santo
Sobre inmutable trono I
s}
«(La Asunción, himno de Getrudls Gómez de Avellaneda.)
¡Cuan solitaria la nación aue un día
Poblara inmensa grente!
La nación cuyo imperio se extendía
Del Ocaso al Oriente!
Vírgrenes, destrenzad la cal)ellera
Y dadla al vasro viento;
Acompañad con arpa lastimera
Mi lúíTubre lamento!
»<A la Patria. Eleiría de José de Espronceda.)
¡Piedad, piedad. Dios mío.
Que tu misericordia me socorra;
Seifún la muchedumbre
De tus clemencias, mis delitos ])orra!
De mis iniciuidades
Lávame nuís y más; mi depravado
Corazón duede limpio
De la horrorosa mancha del pecado.
(Salmo 50. Minerere mei Deun, >*e^un(lum magnam mUericttrdiam
liuim. De Andrés Bello.)
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1!
— 46
Para dar una idea más amplia, ya que no un juicio críti-
co, de las pastorelas de Reyes, he de notar que hay en ellas
una abundante variedad de metros. Tal vez el poeta haya
abusado un tanto de su facilidad de versificar; quizá pensó^
que en la variedad está el gusto, como se dice vulgarmente;
pero sea de esto lo que fuere, con sus versos de distintas me-
didas, aunque pródigo en la variedad, evitó el defecto de la
monotonía que, en las obras de arte, adormece el espíritu y
lo aleja de inesperados y gratos despertamientos. La poe-
sía es hermana legítima de la música y de la pintura* Cuan-
do faltan sonidos varios, y transiciones rítmicas en las no-
tas, el oído no puede recrearse. Cuando en los cuadros fal-
tan distintas combinaciones de luz y de sombra, la vista no-
puede tener impresiones que hagan experimentar el senti-
miento de la belleza artística. Pero— ¿qué límite debe te-
ner el uso de elementos varios en las producciones del arte?
Para esto no hay una regla de exactitud matemática. La
selecta escuela, los escogidos modelos y el cultivado gusto,
son los que deciden del mérito de los trabajos artísticos, ya
tengan por medio el plectro del poeta, la escala del músico,
la paleta del pintor, ó el cincel del estatuario.
Como final de reproducciones de versos pastoriles, copió-
los siguient es eptasílabos combinados con endecasílabos, que
la pastora. Hubenia, animada de tierna amistad y embarga-
da por dulce melancolía, canta al lado del sepulcro de-
Prisila.
¡í)h 1m)S(uu' solUurlo.
AU'ifro on otro tli»mpo.
Do la iH^la Prisila
CUxidujo tantas vih'os sus rordorDs!
¡Cuántas vocos oísU»
l)i^ su voy. ol aconto.
Y ouitntas ropotlsto
Hu »rracIosa ox^rosUín. ími suaves ocosl
¡Cuántas vooos sus plantas
Hollaron i»sto suolo,
Y cuántas, en U)s árlíol»
— 47 —
Con sus manos grabó divinos versos!
Mas ¡ah! aue ya descansa
En profundo silencio,
Y no lá veréis más.
Tristes cipreses y elevados cedros I (21)
Estos versos, aunque carecen de unidad en la forma, por-
que hay consonancias y asonancias, lo que es censurable, y
aunque hay un agudo en el último eptasílabo, no obstante,
por la ternura que expresan, hacen recordar á Garcilaso de
la Vega, cuando se lamentaba dicendo:
¡Oh dulces prendas, por mi mal halladas
Dulces y aleprres, cuando Dios quería I
Reyes tuvo por modelos las obras de Virgilio, de Grarcila-
so, de Lamartine, de los Moratín, de Meléndez Valdés y de
Martínez de la Rosa. ¡ Qué fuentes de inspiración para aque-
lla alma sentidora y tierna I
Dejaría de dar á conocer á Reyes, tal como fué, si no tra-
jese á la memoria, aunque con pena, un grave defecto mo-
ral que tuvo en su calidad de poeta. Atendía á cualquiera
solicitud encaminada á que hiciese versos, ya en favor, ya
en contra de los personajes políticos de su época. Unas ve-
ces los condenaba á sufrir en el inñerno de la excecración
pública, y otras— á los mismos hombres -los encumbraba
más allá de las nubes, y les señalaba un puesto en la gloria.
En una felicitación dirigida en su cumpleaños al Gene-
ral Don Francisco Morazán, decíale, en el año de 30:
A tanto beneficio
La Patria af?radecida
Quiere manifestaros
Que tu virtud y méritos estima.
(21) Pastorela de Rubenla.— Acto primero.— Escena primera.
— 48 -
Por eso. á vuestras sienes
Nuevamente dedica
Los laureles srloriosos
Que para Beneméritos destina.
Vive, pues, largos años;
Prolongúese tu vida.
Para ser de la Patria
El honor aue la colme de alegría.
Sobre el eterno bronce
Vuestro nombre se escriba,
Y aue nunca se borre,
Y en la memoria de los hombres viva. (22)
Poco tiempo después el mismo autor de las anteriores es-
trofas, dirigió, al mismísimo General, los siguientes versos
que tomo de una composición llena de horribles denuestos:
Soy el General valiente
Que, con mi fuerte ganzúa.
Hasta el castillo de Ulúa
penetrara fácilmente.
Mi cortejo es la garduña (23)
De ganzuinos (24) lisonjeros.
Mentirosos y embusteros,
Y todos eilos de la uña.
(22) Y se ha cumplido el deseo manifestado por el poeta. En Hon-
duras y El Salvador los bronces y los mármoles hacen recordar el
nombre del General Don Francisco Morazán.
(33) La garduña fué en España una gran sociedad de bandidos per-
fectamente organizada, aue en el reinado de Felipe IV cometió mil
atentados y crímenes.
(24) Supongo (lue el nombre ganzuino, due he rub-rayado, sería un
apodo dado á alguno de los servidores del General Morazán ; pero to-
davía es más probable que Reyes haya inventado esa palabra deriván-
dola de í/anztía, vocablo casf" •' derivado. Sea de esto lo
Uí
— 49 —
Como trataba al General Morazán, asimismo trataba al
General Cabanas, á Gerardo Barrios y á los demás persona-
jes políticos de su tiempo. Preguntado varias veces, en con-
fianza, por la causa de tales inconsecuencias, contestaba
en tono festivo:— "Los poetas son como las campanas que
apenas acaban de repicar alegremente, cuando ya doblan á
Hiuerto."
Ingeniosa es, por todo extremo, la respuesta; pero no es
propia de un ciudadano de S(')lidas convicciones morales y
políticas, y es indigna del alto ministerio de la poesía, y más
siendo ejercido por un sacerdote de grandes virtudes evan-
gélicas El buen ciudadano no debe endiosar á los hombres
eminentes de su Patria, cuando están en lo alto, ni arro-
jarles cieno cuando les llega la hora del infortunio: debe ha-
blarles, cuando están ariba, el lenguaje severo y persuasivo
de la verdad y la justicia, y reconocer sus méritos sin adu-
lación y sin bajeza; y debe, cuando están caídos, no insultar
su dCvSgracia, y sí tener palabras de piedad y de consuelo.
Estos deberes son todavía más estrictos, tratándose del sa-
-cerdote y del poeta. El sacerdote así como no debe exaltar
mundanales vanidades de los poderosos, de la misma mane-
ra, cuando descienden del poder, por enormes que sean sus
faltas, como á hermanos desvalidos, debe prodigarles los do-
nes de la misericordia. El poeta, sumo sacerdote de la reli-
gión del arte, que se eleva sobre las circunstancias del mo-
mento y las impurezas de la realidad: el poeta, que profeti-
za y que vuela por los espacios infinitos de las impersonales
• i.
due fuere. Morazán y sus compañeros no fueron hombres de firanzúa.
El Vresidente de Centro- América luch<5 como héroe, murió como már-
tir, y dejó sólo deudas címtrafdas por motivos políticos y que le hon-
ran. Su viuda y su hija vivieron casi de limosna, merced á los auxilios
Que les dieron los nobles hijos de San Salvador. Kstas afirmaciones ^ '' -
puedo demostrarlas con documentos. Cuando publique la Historia del
General Morazán que, si incurrió en srraves errores políticos, fué in-
tachaljle como hombre probo, se verá en dicha obra la verdad de los
hechos.
'i
— 50 —
I '
ideas y de las sublimes inspiraciones, no debe manchar sus.
nacaradas alas en los hediondos estercoleros de la adulación,
ni en las cloacas inmundas de las calumnias y de las difa«
macioneíí.
Cierto es que Reyes, sin propio intento, y S()lo por com-
placer, prestaba su musa para lisonjear ó para denigrar; mas
esto apenas constituye una circunstancia atenuante. En
el fondo faltó á su alto ministerio de ciudadano y de poeta.
El talento y el numen no deben tener inconsideradas com-
placencias: de lo contrario, sus producciones alcanzan el mé-
rito, si es que mérito puede llamarse, de las obras de presti-
digitadores y de juglares. El talento y el. numen deben huir
de la mentira y de la farsa, y tener por granítica base la cx)n-
ciencia, la justicia y la lealtad. I^or eso sobreviven los ge-
nios educados en la escuela de los principios, siempre cum-
plidores de su deber, y siempre enamorados de un ideal que
aliente y dignifique sus trabajos é inspiraciones.
Me lastima haber apuntado el notable defecto de Reyes;
pero de ello no me arrepentiré. El biógrafo y el historiador
no han de ser apasionados panegiristas de santos, ni aún tra-
tándose de personalidades como la de Reyes; deben presentar
las fases oscuras y las fases luminosas de los homl>res cuya
historia esbriben. Si así no lo hacen, la biografía y la his-
toria tienen que convertirse en fábulas: y la sociedad, para
su enseñanza, necesita de verdades y no de Acciones. Por
otra parte, en el terreno de la verdadera filosofía, nunca
puede exhibirse aun hombre como perfecto en toda su vida
y en todas sus acciones. De tal acertó puede ser un ejem-
plo el mismo virtuoso y benéfico Reyes. Historiar la vida de
un hombre sin defectos, impecable, sería historiar la vida de
un Dios; y no hay dioses en nuestro planeta. La humani-
dad tiene el mal incurable de la contingencia, y este mal
deben señalarlo los historiadores y biógrafos, aun ocupán-
dose de los hombres-modelos, para que, mostrados los erro-
res délos menos imperfectos- sirvan dp advertencia saludable
á los individuos, á las fa eblos. Si
» — 51 —
te procedimiento no se adoptase, la Historia dejaría de ser
para las sociedades y para las naciones, una alta, provecho-
sa y trascendental enseñanza I
En todos los hombres puede advertirse una vocación par-
ticular que es como el distintivo de su personalidad. La vo-
cación de Reyes le inclinó, decididamente, al cultivo de la
gaya ciencia. Como he notado, fué compositor mediano, en
la lírica, y productor admirable, en la bucólica. La poesía
pastoril fué su fuerte: y sin duda él lo comprendió así cuan-
do su musa la dedicó, primordialtnente, á la invención y for-
mación de pastorelas.
No obstante la marcada vocación poética de Reyes debi-
do á sus múltiples aptitudes, hizo buenos esritos en prosa,
ya difundiendo ideas científicas, como en su Conijjendio de
Física, ya promoviendo reformas en el sistema de educación,
como en su interesante artículo que aparece bajo la firma
de Sofía Seyers.
Se ejercitó poco en la prosa, y pudo llegar á ser un gran
prosista. Tenía para ello eminentes cualidades: espíritu sin-
tético á la par que analítico, mucho caudal de conocimien-
«
tos en ciencias y letras, profundo conocimiento del idioma,
y esa flexibilidad graciosa, que dan la imaginación y el buen
gusto, para presentar las ideas en formas naturales y ani-
madas, y llamar la atención de los lectores.
^ras no llegó á ser un prosista sobresaliente, porque no
se aplicó al objeto, porque no fué su negocio, como dicen los
norte-americanos. Faltó á Reyes el estilo propio y sosteni-
do que distingue al gran escritor, y que hace que se le reco-
nozca siempre en todas sus producciones. De ello Reyes no
es responsable: no trató de ser buen prosista sino de ser
buen sacerdote, poeta bucólico, y propagador de las ciencias
y de las letras. Dados sus tiempos y los escasos medios de
que dispuso, cumplió dignamente su misión, y hay qiie ha-
cerle justicia.
Para juzgar á los hombres hay que fijarse en el medio so-
cial en que viven. Reyes tenía las más variadas y sorpren-
— 52 — •
dentes facultades. Era filarmónico, y, en Tegucigalpa, la
población más culta de Honduras, no había un plano; y él
introdujo el primer piano. Era escritor, y no había una im-
prenta, y él introdujo la primera imprenta llamada de "La
Academia." Era literato, y no había una biblioteca; y él
fundó la de la Universidad. Era entendido en astronomía,
física y química, y no había elementos, ni jaún rudimentales,
para un observatorio, para un gabinete de física, y para un
laboratorio de química. Reyes se encontraba en el bacío.
Suplían, al aristocrático piano, la popular guitarra; á la im-
prenta, los manuscritos de pésimos pendolistas; á la biblio-
teca, unos pocos y maltrechos libros, que eran antiguallas
en la Europa moderna; á los telescopios, los ojos del obser-
vador que veía los astros con el aumento de la luz de su al-
ma; á los instrumentos de física, las fuerzas del empeño del
trabajador que estudia; y á los experimentos químicos, he-
clTos por los procedimientos modernos, las observaciones em-
píricas sobre la composición y descomposición de los cuerpos.
jAh! si Reyes hubiese vivido en estos nuestros tiempos, en
que liay abundantes y preciosos elementos para la ciencia,
tendría un puesto de honor en el banquete de los sabios,
(juo olvidan el beefsieak para el estómago, por buscar el pan
do la inteligencia de los hombres, que vigoriza y eleva el
espíritu de la humanidad. ¡Qué divina eucaristía! Con
ella (lobe comulgar la especie humana. Dios, que nos ha da-
do stMitiniiento y razón, no debe ofendei*se porque comul-
guonuxs de un intxio tan conforme á los instintos é ideales
de nuestra pobre naturalezíu
Por hacer rotlexiones, tal vez inconducentes, voy aleján-
dome de \\\\ objeto. Ixepixxiuzco, pues, sin más digresión,
el pnviaso artículo de Hoyes sobre la educación de la mujer,
P4ira que puinla forn«u*si* juicio de sus cualidades de prosista:
**Yo, dtU>il mujer, me ativvo á levantar la voz reclaman-
do Kvs deiivhas do mi st^xo, en nuniio de un pueblo que ape-
nas U\s ooniHv: yo, sin misión oxpivsa de mis com paneras,
lu4blo en su favor á una siniíHiad que se cree iluminada con
— 53 —
los resplandores del siglo XIX, y que no va á retaguardia en
la marcha de la civilización y del progreso, pero que, en or-
den á nosotras, no tiene ideas que vayan en consonancia con
sus adelantos.
*'No pido tanto como las mujeres parisienses; no me que-
jo de que en el siglo de las democracias se tolere y se sosten-
ga la aristocracia varonil, ni de que, abolida la esclavitud,
esa aberración tan depresiva de la especie humana, no se ha-^
ya también emancipado la mujer, quedando ella sola esclava
en medio de tanta libertad; ni tampoco hago reparar que el
principio, tan decantado, de la igualdad civil y política, na
se haya extendido hasta nosotras.
"No pretendo, como las socialistas francesas, que seamos
asociadas á la administración gubernativa, que se nos dé el
derecho de concurrir con nuestros votos á la elección de los-
funcionarios públicos, ni que nos declaren hábiles para ob-
tener los destinos de la Patria. No me avanzo hasta ese pun-^
to, aunque, en verdad, no veo que haya un motivo ostensi-
ble y justo para que, en el siglo de la luz y de la razón, se sos-
tengan principios y costumbres que nacieron en los tiempos
más oscuros de la ignorancia y de la barbarie; aunque no ha-
llo razón suficiente para que se dé á los varones el privilegio
exclusivo de optar por los empleos, de dictar leyes y de go-
bernar á los dos sexos; aunque podría esperarse, tal vez, que
sería mejor la suerte del género humano dependiendo de la-
mujer que dependiendo de los hombres, de los que tenemos^
experiencia de que han trastornado y desfigurado el mundo
moral, de tal manera, que ya no es aquel que el Criador des-
tinara para la raza humana.
'*Y es la razón, que la mujer, siendo más tímida, más so-
ciable, más sensible y más dulce, no emprendería guerras
por cuestiones frivolas, no haría derramar la sangre por aña-
dir un galón á su vestido ó adquirir un nuevo título para,
denominarse, ni subiría á los empleos formando escala de
miembros humanos y de cadáveres; y porque, con un cora-
zón de madre, sería más propicia á la humanidad que mu-^
— 54 —
chos de los que se llaman Padres de los Pueblos^ que, sin el cari-
» lio y la ternura de tal nombre, tienen la severidad y el azo-
te prontos á descargarlos sobre sus hijos. Reclamo úni-
camente, la igualdad de educación. Reclamo se considere
♦que las almas no tienen sexo, que el ingenio y talento feme-
ninos son tan perfectibles como los del varón, y que es claro
que, formados con tanta igualdad de facultades,— si no pue-
do decir con mayores dotes,— es contrariar la voluntad pro-
videncial dejar perecer sin cultivo sus inteligencias.
*'Esto supuesto, ¿por qué en Honduras no se toman otros
cuidados, para formar á la mujer, que los que se ponen en
la educación de un pájaro, ó de otro de esos seres privados
de razón, cuyo destino es proporcionar placer y desahogo á
los hombres? Por qué no se nos da en la sociedad otro papel
que el de muñecas automáticas, con quienes los varones en
tretienen sus ocios, á quienes no creen capaces sino de con-
versaciones pueriles, sobre modas, trajes y amoríos? (?:Por
qué se nos deja ser siempre el objeto de afectadas lisonjas,
cuando nos tienen presentes, y, lo que es más cruel, el
blanco de la burla, del sarcasmo y de la deshonra, allá en
particulares reuniones? Si fuésemos más ilustradas, no se
Inirhirían tan fácilmente de nuestra credulidad; nos tendrían
más respeto, y no se atribuiría á pendantismo el uso que so-
lemos hacer de algunas fnuses ó palabras que hemos apren-
dido en la lectura de algunas novelas.
*'Yo veo establecerse en texlas partes escuelas primarias;
veo afanaiNe portjue haya Liceos y Academias para la ins-
trucción del sexo privilegiado: veo levantai*se, con este ob-
jeto, generosas suscriciones, dictare providencias y gi'avar
á las puebkxs con nuevas impuevStos. Pero, ¿quién ha pen-
sado en las pobres mujeres? Ni el Legislador ni el Gober-
nante, ni ninguno de cuantas se liquidan en cumplimientos
retinadas ante las Sritus,; nhiguno digiv-lia hecho una pro-
jHVsIción en n\u\stn^ favor, ni una oferta, ni una libación si-
tiuiera» ni un brindis en las Nuuiuetes, porque se añada á
nuestn> st^xo \u\a nueva gracia» el nuevo atractivo del saber.
— 55 —
A no estar persuadidas de que esta exclusión es obra sola-
mente de las preocupaciones, de la rutina y de la inadver-
tencia, creeríamos que la política de los hombres, respecto de
de nosotras, era la misma de la de las naciones europeas res-
pecto de sus colonias: tenernos siempre embrutecidas para
dominarnos, sin más reglas que su caprichosa voluntad; y
que no nos concedían otras aptitudes que para ayas de sus hi-
jos y para los ministerios de cocina. Mas no dudo que este
reclamo va á revelar las ideas que deben tenerse de las mu-
jeres, á obligar á que se reflexione que, si Dios en la repar-
tición de los dones intelectuales no ha hecho diferencia en-
tre los sexos, dándolos tan grandes y poéticos á las Staeles,
Genlis y Avellanedas, como á los Dumas, Sues y Lamarti-
nes, es una conclusión lógica que no ha sido su intento des-
tinar los unos á la cultura y perfección, y los otros á malo-
grarse en la oscuridad; pues, á querer imponer una especie
de ley sálica, nacieran las hembras privadas de capacidades
mentales, como lo están del valor y de la fuerza, porque no
las creo propias para soldados.
"Piénsese, además, en la utilidad y ventajas que reporta-
rían los varones de la ilustración de las mujeres. La prime-
ra edad de los niños toda es de las madres: ellas les comuni-
can el idioma, les dan los primeros pensamientos, forman
sus primeros sentimientos y afecciones, y presentan á su al-
ma las primeras imágenes. ¿Qué diferencia, pues, entre un
niño cuya madre no le da más que lo que tiene, es decir,
preocupaciones vulgares, ideas falsas, frivolidades pueriles,
sentimientos innobles y lenguaje rústico é incorrecto, á otro
que, como Lamartine, logre tener una madre maestra, que
sepa formarle el gusto para la ciencia y el corazón para la
virtud? Cuando se presente en las escuelas ó en las aulas
irá ya iniciado en los conocimientos que adquirió con las ca-
ricias maternales, y con una disposición precoz para recibir
todo género de enseñanzas.
"¡Qué de consuelos no hallará el hombre en el seno y com-
pañía de una consorte instruida! En su casa tendrá un ma-
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— 56 —
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niantal de placeres, y no se verá forzado á buscar otra so-
ciedad más amena para libertarse del fastidio, de la mono-
tonía y sandeces de una mujer que no tiene otras ideas ni
otras conversaciones diarias, que las del baile, el paseo y
otras cosas de este jaez, cuando no lo importune con chis-^
mes ó lo mortifique con imprudentes celos. Grande será la
satisfacción de un hombre estudioso, al asociar á su esposa,
como Dacier, á sus meditaciones, y consultarle sus dudas en
materias científicas; y más grande la de un padre que ve á
su hija conducida en triunfo, como Corina, y adornada la
frente con los lauros y coronas de Minerva, más que con los
brillantes atavíos de un lujo vano.
"¡ Ah! Si desde que se trabaja por la enseñanza de los va-
rones se hubieran hecho iguales empeños por la de las muje-
res, no cabe duda de que hubieran ya probado que en un tiem-
po dado, había en ellas más adelantos y progresos. Más re-
cogidas, más aplicadas, más pundonorosas y sumisas, no se di-
siparían, como tantos jóvenes, no se entregarían, como ellos,
á la vagancia: lejos del juego y de los placeres que distraen
la atención y enervan la mente, no verían sus libros y sus
laboratorios con tedio enfadoso; y, de este modo, no darían
lugar á reconvenciones y quejas, ni á que con descrédito se
dijera que hacían al Estado gastos inútiles, y á sus padres,
encorvarse sin fruto bajo el peso del trabajo.
''Compañeras: reunios conmigo para declamar, doquiera,
contra ese culpable olvido de nuestra educación; contra esa
preferencia estúpida que, en esta parte, tienen sobre nos-
otras los varones; contra esa tiranía sexual que nos despoja
de nuestros derechos más sagrados. Si logramos que se nos
atienda, ya no seremos, como hasta ahora, esclavas de nues-
tros mismos hermanos, seres medios entre el hombre y el
bruto; se perfeccionará nuestra razón, y nuestra sensibili-
dad natural dejará de ser puramente instintiva; el círculo
de nuestras ideas se extenderá más allá de las niñerías de
las modas y del modo de condimentar las viandas; conocere-
mos las bellezas que producen las imaginaciones creadoras
\\
— 57 —
de los poetas; no veremos la hermosa naturaleza con la in-
diferencia del salvaje y de la bestia; y no es difícil que haya
quien, como Mistres Trolop, se alce á alcanzar el vuelo de
los genios pintores, describiendo las costumbres y los pai-
sajes de los pueblos.
"Y si la naturaleza no nos hubiere favorecido con el don
de la fugaz belleza, ó cuando la mano del tiempo haya des-
truido los hermosos contornos de nuestro cuerpo, y no po-
damos agradar á la ligera juventud, que no busca otras cua-
lidades en nosotras, no por eso seremos, como ella piensa,
seres nulos y de ningún valor, no desapareceremos del mun-
do, no se nos definirá una negación, un error de la naturaleza:
seremos, sí, una flor que no muestra á los ojos el brillo de
los colores ni la elegancia de la figura, pero que exhala una
fragancia balsámica, y que contiene excelentes virtudes cu-
rativas; seremos un fruto que, bajo áspera y ruda corteza,
lleve deliciosos néctares y sabores que recrean y sustentan.
Y si no nos vemos, como Penélope, rodeadas de importunos
y románticos amadores, en cambio tendremos, como Niñón,
un cortejo de sabios y personas más interesantes por su ilus-
tración, que, en vez de cansarnos con estudiados requiebros,
nos hagan ocupar el tiempo con más provecho.
"Sin educación, nuestra suerte, como veis y sentís, es
siempre desgraciada; y cuando haya pasado nuestra juven-
tud, nos veremos aisladas en medio de la tierra, destinadas,
cuando más, al triste y ridículo papel de pedagogas que
acompañemos á las jóvenes que van á lucirse á los espec-
táculos, donde bostezaremos en un rincón, reventando de
envidia, y haciendo dolorosos recuerdos de un pasado que
nunca ha de volver I
"Reclamemos, repito, no la consagración de los princi-
pios de la Señorita Lenz, ni menos que se nos deje salvar los
límites que nos puso la naturaleza, sino lo que se nos debe
en co;iformidad con las miras de Dios, y que se evidencia en
las facultades con que nos ha dotado. Si los hombres se al-
zan con el saber; si nos dan un no ha lugar á nuestra justa
BIOGRAFÍA.— 6
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— 58 —
demanda; si se obstinan en tenernos confinadas en la obscu-
ra región de la ignorancia ¡oh! entonces, miradlos como
á vuestros tiranos, estad ciertas de que no os aman, y que,
cuanto os digan por conquistar vuestros afectos, es sólo fin-
amiento, es seductora y detestable adulación."
Sofía SEYERS.
— 59
En vista de los conceptos del anterior artículo, de mucho
avance para la época en que fué escrito, y en presencia de
otros juicios análagos, formados por Reyes, reconociendo la
expelencia de la democracia y la justificación y ventajas de
los modernos progresos, ocurre preguntar ¿qué ideas tuvo,
como filósofo y hombre de religión, sobre la vida moral de
los individuos y la vida moral de los pueblos?
La democracia tiene por base el reconocimiento del de-
recho humano, en contraposición al derecho divino. O se
rigen las sociedades en nombre de los decretos de Dios, re-
velados i)or una religión, cualquiera que ésta sea, ó se rigen
en nombre de las leyes derivadas del conocimiento y apre-
ciación de los derechos de la especie humana. En cuanto á
los progresos del mundo moderno, han de ser considerados
<x)mo productos de la ciencia: pero ésta, con sus enseñanzas,
se muestra adversa á las imposiciones de la fe y del dogma.
La ciencia discute; la fe no admite réplica. Los que entien-
den algo de Astronomía, de Geología y de Historia Natural,
no hallan cómo armonizar las revelaciones de estas ciencias
con las revelaciones de las religiones positivas, ya las profe-
sen discípulos de Confucio, de Moisés, de Sakia, de Zoroas-
tro, de Sócrates, de Jesucristo, de Mahoma, de Lutero ó de
Calvino. Los que entienden algo de física y de química, no
hallan el medio de aceptar el cumplimiento de los milagros;
y los que entienden algo de las evoluciones jurídicas de los
pueblos antiguos y modernos, no puenden conciliar las pres-
cripciones del derecho humano con las prescripciones del
derecho divino.
¿Qué pensó Reyes sobre estas materias que ofrecen terri-
bles y aun pavorosos problemas? Siendo docto en ciencias
y letras, ¿tuvo grandes dudas, grandes vacilaciones, y gran-
des luchas, en el fondo de su conciencia?
La respuesta es muy difícil, y no me atrevo á afirmar ña-
fia sino por vía de suposiciones. Sería en mí una especie de
sacrilegio dar el voto decisivo de una conciencia que no me
pertenece, y más de la conciencia de un sacerdote intacha-
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— 60 —
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ble y de un hombre versadísimo en la ciencia. Que de un'
modo asertivo Dios lo juzgue, y que, si hay verdadero escep-
ticismo, la negación corresponda á mi falta de datos suficien-
tes para poder decir: *'esta fué la conciencia del sacerdote;
estas fueron las sinceras convicciones del sabio. "
Hechas tales salvedades, propias del honrado propósito-
del biógrafo que no falsifica ideas ni acciones, debo confevSar:
que supongo que Reyes creyó, como otros sapientísimos ca-
tólicos y no católicos, encontrar la alianza de la tradición y
del progreso moderno, la alianza del derecho humano y del
divino derecho, y la alianza de la ciencia y del dogma. ¿Po-
drá haber tal alianza? Este es el problema que se resolverá
en futuros y lejanos tiempos. Por lo que hace á Reyes, na-
da afirmo definitivamente sobre sus creencias íntimas; y por
lo que hace á mí, sólo deseo tener la vasta ciencia de Litré,
de aquel santo que no oía misa, 6 la fe ciega de la última y más
oscura vieja de mi pueblo. Todo esto quiere decir que du-
do, y que hay en lo recóndito de mi alma grandes combates-
La ciencia me ilustra, pero me deja un vacío; la fe me con-
suela, pero me impone una esclavitud. Algo hay, que es-
Bien Supremo, é imitando al poeta nacional de Espaíia, at
caballero, trova'dor y cristiano, José Zorrilla, diré que voy,
no por mis viejos versos, sino por mi vieja prosa, d que me juzgue-
Dios,
Apartándome del terreno vedado de la agena conciencia,-
y de las agenas creencias, hora es de que trate, no sin pro-
funda tristeza, de los últimos años y término de la vida de^
Reyes.
Desde su regreso de Guatemala su casa fué el centro de-
las más amenas tertulias y de las más francas y dulces recrea-
ciones. Su Señor^i madre, Doña María Francisca, encan-
taba por su talento, por su instrucción y por las agudezas,
de su ingenio: su padre, Don Felipe Santiago, agradaba por
su bondad, por la sencillez de su carácter, y por las mues-
tras de sus dotes musicales; y todos sus amigos y discípulos^
complacían por la ingenuidad del afecto, por la sinceridad
— 61 —
'de la confíanza, por las ocurrencias felices, por los donaires
•del fevStivo decir, y por todos aquellos mil y mil detalles,
obras de la amistad y del cariño, que sólo pueden apreciarse
•cuando se tiene un hogar seguro, una madre que es una pro-
videncia, una conciencia tranquila, una inteligencia que com-
prende mucho, un corazón que ama intensamente, y un cír-
culo de familiares y de amigos que, confundidos en un solo
sentimiento, dan inspiración á la mente y dulce sociego al es-
píritu, y que aprisionan al jefe de la casa con cadenas de flo-
res que hacen olvidar los duelos de lo pasado y las incerti-
dumbres de lo porvenir. Tal era el hogar de Reyes, y así
-comprendo yo mi hogar.
Dichas humanas no pueden ser durables. Doña María
Francisca murió repentinamente en Junio de 1847. Don
Felipe Santiago, á causa de tan rudo golpe, quedó en pro-
fundo abatimiento, fué víctima de una enagenación mental,
.y terminó sus días en el año de 49. Otros individuos de la
familia de Reyes pagaron, casi al propio tiempo, su tributo
á la muerte, lo mismo que algunos de sus amigos más ínti-
mos, entre ellos uno que había sido su discípulo querido, el
virtuoso é ilustrado Sacerdote Don Agapito Fiallos. La que
antes fuera casa de reuniones, de tertulias y de recreos pro-
ducidos por la civilidad y por el arte, tornóse en mansión
del silencio Si Reyes hubiese vivido en mis tiempos, ha-
bría dicho como Becker. "¡Dios mío, qué solos se quedan
los muertos!"
Idos sus padres y sus mejores amigos, Reyes fué perdien-
do las fuerzas de la salud y su genio comunicativo. ' La muer-
te le había arrebatado las más caras afecciones, y el sepul-
cro tiene sus voces para los hombres de corazón y de talento
que saben oírlas. Vivía triste; su genio expansivo se dismi-
nuía, y todo hacía comprender que sentía la aproximación
•de su tin. ¡Qué dolorosii previsión para el hombre que sien-
te, ama y piensa con toda su alma! ¡Dichosos los imbéciles
que olvidan lo pasado! ¡ Dichosos los estúpidos que no pien-
san en lo porvenir! ¡Dichosos, sí, los que sólo se fijan, por
— 62 —
instinto, en las satisfacciones del momento! Mas no; ésta,
no es una dicha. Qná se abrase el cerebro por el fuego del
pensamiento; que se destroce el corazón á fuerza de sufrir;,
pero, con todo y todo, un instante de satisfacción al hom-
bre pensador y sentidor, vale más que un siglo de la vida de
un idiota, para la humanidad que vive y vivirá -pese á la
ignorancia, pese al sibaritismo, pese á las brutalidades de la
fuerza, - por las inspiraciones del corazón y del talento.
El estado psicológico de Reyes tuvo que ejercer influen-
cia fatal en alguno de sus órganos, ó en alguno de los ele-
mentos esenciales. que constituyen la vida. Era rico en s m-
gre, y no pudo venir la anemia: tenía perfecto corazón, y no
pudo venir la atrofia; tenía buenos pulmones, y no pudo ve-
nir la tisis; tenía un cerebro bien organizado, y no pudo ve-
nir ni el reblandecimiento ni la locura: tenía un hígado que
no podía dar grandes secreciones biliosas, y no pudo venir
una tíebre, ni el envenenamiento instantáneo ó lento déla,
sangre. ¿Qué tenía Reyes? ¡La vida en su corazón y en su
cerebro! De aquí que se alternasen las funciones de su es-
tómago, y esta fué la gran perturbación de su organismo.
Reyes, pensando como teólogo, tal vez no pudo pensar co-
mo sabio, y si alguna vez amó con amor profano, contra-
puesta estuvo su conciencia de sacerdote. Pudo ha^ er, co-
me dice Hugo, una tempestad bajo un cráneo^ y ya que con sus
rayos no pudo herir al fraile, pudo tal vez, destruir el esto-
mago del hombre.
La enfermedad de que fué víctima se exacerbó, de un
modo alarmante, desde principios de 1855. Los Doctores
Don ^Máximo Soto y Don Hipólito Matute hieron esfuerzos
para regularizar las funciones del órgano enfermo, pero sólo
lograban dar al paciente cortas mejorías. En una de estas-
fuese á la capital de Comayagua, á visitar al Ilustrísimo Se-
fior Obispo, Don Hipólito Casiano Flores, que había venido-
de consagrarse de El Salvador, y á quien acompañó en sú
primera misa pontifical. líegresó en Junio, y desde enton-
cas no tuvo un día de alivio. Cediendo al voto de los facul-
— 63
tativos, fué á la vecina aldea de Soroguara, para probar si
en el campo podía recobrar la salud. En fines de Agosto,
volvió á la ciudad; pero ya tan enfermo y decaído, que ape-
nas bendijo el agua el dia de San Ramón, y no pudo tomar
parte en las alegres fiestas de Mercedes, que formaban uno
de sus mayores encantos. A mediados de Septiembre tuvo
ya que permanecer constantemente en el lecho, y preparó
su espíritu para el eterno viaje, recibiendo los sacramentos
del Presbítero Don Pío Gómez, reconciliándose en el tribu-
nal de la penitencia con el Presbítero Don Yanuario Jirón,
y haciendo, ante el Juez de T'* Instancia, la expresión de su
última voluntad. Reyes quiso irse de este valle de lágrimas
en completa paz con Dios y con los hombres. (25)
Un pálido sol de invierno alumbraba escasamente el llu-
vioso día del 20 de Septiembre de 1855. La celebrada cam-
pana del reloj de la Iglesia Parroquial daba, á intervalos,
lúgubres toques de agonía. Reyes estaba muriéndose; la
ciencia era impotente, y el organismo del Recoleto benéfico
i^a á volver al seno de nuestra madre común, la tierra. Por
los claustros del convento de la Merced, hoy universidad
Central, discurrían hombres y mujeres de todas las clases
sociales, ancianos, adultos y nifios, con los ojos arrasados de
lágrimas. Al fin sonaron las diez de la mafiana, y . > . . . en
los brazos de los Sacerdotes y amigos que le acompaíiaban,
Reyes exhaló, con la suavidad de un nino, su postrimer
aliento. ¿A dónde fué? ¡Tal vez, para el naturalista, á
formar la esencia bienhechora de una flor: quizás, para el
astrónomo, á formar parte de un rayo de luz de una de las
(25) Como hombre de observación científica, comprendió bien aue su
enfermedad era incurable. Un amiíro suyo decíale : "Usted recobra-
rá la salud, debido á los cuidados de la familia y de los médicos." No,
contestaba él, cuando un cuerpo se desorgraniza, sólo puede esperarse
la muerte. De lo contrario, serían casi inmortales los príncipes y re-
yes de Europa aue cuentan con todos los recursos materiales, y con la
ciencia de los mejores médicos del mundo."
— 64 —
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más hermosas estrellas; ó acaso, para el creyente ortodoxo,
á entonar un eterno canto, lleno de infinita ventura, entre
los coros que reverencian y exaltan la majestad del Dios de
los cristianos, del Dios de la justicia y de la misericordia!
' Nunca olvidaré el luctuoso día 20 de Septiembre. Era
un niño: erraba como todos, por los claustros, sintiendo una
inquietud extraña; pero no lloraba, porque no tenía idea
exacta de la muerte. Como á las once y media de la maña-
na, oyendo el fúnebre clamor de las campanas y los gritos
de desesperación de los teg-ucigalpenses, vi á Reyes sentado
en una silla, y á una Señora, Luisa Yaldés, que le ponía en
frente un aparato que me era desdonocido. Con la curiosi-
dad propia de un niño, pregunté:— ¿Qué está haciendo tata
Padre, 26 y qué la Señora con el trasto que tiene enfrente r
Me contestaron:— * 'El Padre está dormido y la Señora lo re-
trata." Comprendí lo primero, pero no lo segundo, y fuime.
saltando, á buscar mariposas y ílores. Yo no había visto
muertos, así es que, enmedio de una inmensa desgracia, ita
á tener sonrisas en presencia de las escenas de la vida, cuan-
do debí derramar muchas lágrimas en presencia de la muerte.
Después cambié de idea. A pesar de las amenazas del có-
lera y de los horrores de la guerra, en que sucumbió, en los
campos de Masaguara, el General José Trinidad Cabanas, en
lucha desigual con Carrera, vi llegar á numerosas gentes del
pueblo que habían huido, y que volvieron, arrostrando difi-
cultades y peligros, para llorar en torno de la tumba de su
bienhechor, del primero de los tegucigalpenses. Todos de-
cían: "No hemos de volverle á ver." Mi madre decía lo
mismo; y entonces comprendí lo que es la muerte, y enton-
ces olvidé mis juegos infantiles y me puse á llorar. Conocí
que mi antiguo amigo, el de la Iglesia de Nuestra Señora de
la Concepción, ya no me apretaría la cabeza entre sus ma-
nos, ni me haría sonreír de alegría, con sus obsequios de flo-
(•2tí) Tata Padre Uaniabamos al Padre Reyes todos los individuos me-
nores de su familia.
— 65
res y de centavos para mis jubetes; y presentí que, en cam-
bio, dejaba al niño un legado de tristísimos recuerdos y de
acibarosas lágrimas. Bienaventurado seas tú que te fuiste
tranquilo, padre de los pobres y de los niños, y que recibiste
el puro llanto de mi infancia, como recibes hoy el amargo
lloro de mi precoz vejez. En correspondencia de sentimien-
tos que no finjo, -y perdona mi egoísmo, que es el santo
egoísmo de un padre, te pido que, desde tu cielo, bendigas
este pobre hogar; que des tu bendición á la compañera de
mi vida, y á los pedazos de nuestra alma, á nuestros tiernos
hijas. «27»
(27) No obstante el estado de sruerra en aue permanecía el país, se
hicieron á Reyes exequias muy solemnes. Embalsamado su cuerpo,
estuvo expuesto durante varios días en las principales Iglesias, en
donde recibid flores y lágrimas de los tegucigalpenses. En el primero
y subsiguientes aniversarios de su muerte, tuvo su memoria iiomena-
jes de amor, de respeto y gratitud: y, últimamente, el Gobierno decre-
tó que se erigiese un monumento en recuerdo del fundador de la Uni-
versidad de Honduras. El monumento existe frente á la puerta prin-
cipal de dicha Universidad. Reyes murió en la pieza que lioy ocupa el
Archivo Nacional, y que da al traspatio del edificio. Sus restos están
sepultados al lado Norte, en el presbiterio de la Iglesia Parroquial.
Si alguna vez los hondurenos construyen un Panteón para depositar
las cenizas de sus grandes hombres. Reyes deberá tener puesto escogi-
do y preferente, en el lugar destinado á recordar la vida y la muerte
de los que fueron ilustres y benéficos, y á dar nobles estímulos, y no-
bles ejemplos, exaltando ante la posteridad los méritos de insignes va-
rones que son legítimas y queridas glorias de la Patria.
««^C^FriN^-t»t.
APÉNDICE
TegiLvigalpüy Sepiiembre 16 de IH7S.
A Ramón Rosa
Amigo querido:
Tu conversación familiar de anoche es un verdadero acon-
tecimiento literario. Estuviste á tu altura, estuviste admi-
rable. Un público selecto rodeaba tu trípode: público inte-
ligente, espiritual y artista: público que conoció y amó á Jo-
sé Trinidad Rejes, el protagonista de tu conversación sul. li-
me: público que sintió, que se emocionó, que se poseyó del
raudal de bellezas y armonías, y del encantador aticismo de
tu conversación; público que te hizo justicia, y que te cu-
brió literalmente de aplausos: público de que debemos estar
satisfechos todos tus amigos y todos tus admiradores: ;y sin
embargo! en la misma noche de est* tu gran triimfo, yo ha-
bría deseado que todos los literatos, que todos los aficiona-
dos á las letras en Centro-Am erica, se hubiesen encontrado
aquí para admirar el prodigio.
Sí, prodigio de talento y arte, prodigio de vena fecunda^
chispeante y vigorosa, prodigio de atracción fascinadora^
prodigio de esa elocuencia tan difícil, tan desusada, tan res-
baladiza, tan inmanejable, y que podríamos llamar: elocuen-
cia familiar.
Ah! nadie podrá olvidar todos los detalles, todos y cada
uno de los detalles, los más i nsign incautes detalles de tu
conversación; tu gesto tan apropiado y tan simpático, tu
mirada, tus ojos fulgurantes y acariciadores: el metal de tu
voz melodiosamente argentino, tu sonrisa entre juguetona
j olímpica, todo tu conjunto de poeta y de artista, todo tu
— 68 —
•conjunto real y verdaderamente oratorio. Ah! nadie podrá
olvidar aquél: "Jamás olvidaré la imagen de aquel hombre
venerable. A través de las espesas brumas del tiempo yo la
conservo grabada en mi alma. Era un sacerdote de media-
na estatura: su cuerpo robusto y la morvidez y suaves con-
tornos de sus formas revelaban, á la simple vista, la virgini-
•dad de su organismo y de su alma: su cabeza, casi siempre
inclinada, tal vez por el peso agobiador de las ideas, era
grande, bien formada, cabeza escultural: su frente no era es-
paciosa, pero sus marcadas protuberancias decían, al hombre
de ciencia, que era la frente de un pensador: sus cejas eran
pobladísimas y, debido á una perenne contracción nerviosa
^el entrecejo, aparecían como una prolongada línea negra,
interrumpida por pequeñísimos copos de esa nieve del in-
vierno de la vida, que se llama las canas: sus ojos eran algo
saltones, como si quisieran estar listos para recoger mucha
luz; carecían de belleza, en la forma, pero su dulce mirada
hacía transparente el fondo de la infinita ternura que ence-
rraba su alma: su nariz era irregular, modelada por el tipo
•de la raza mestiza: sus labios eran gruesos y salientes, parti-
cularmente el labio inferior; de una á otra comisura, notá-
banse, en raro contraste, las líneas de la boca de Yoltaire, el
filósofo demoledor, con las líneas de la boca de Juan, el pia-
doso evangelista; ora jugueteaba en sus labios la picante
sonrisa del epigrama, ora la dulce sonrisa expresiva de la
mansedumbre, de la benevolencia cristiana para todos sus
hermanos, los hombres. Tales facciones resaltaban en el
fondo de su color trigueño, palidecido por las vigilias del es-
tudio y por las meditaciones y por los éxtasis de la oración."
¡Qué maestra pincelada I "Notábanse, en admirable con-
traste, las líneas de la boca de Yoltaire, el filósofo demole-
dor, con las líneas de la boca de Juan, el piadoso evangelis-
ta.'' ¿Quién no pudiera creer que arrebataste, en ese feli-
•císimo momento, su paleta inmortal á Víctor Hugo? ¿Qué
habría dicho de mejor el Isaías de la libertad, el primer poe-
ta del siglo?
— 69 —
Amigo querido! La amistad es á veces exigente y tiene
sus títulos. En nombre de esta patria á quien tanto ama-
mos, en nombre del honor y la gloria de las letras Cent 1*0-
Americanas, yo me atrevo á suplicarte que, recogiendo tus
recuerdos, des á luz tu bellísima conversación.
En gracia de un público, á quien tanto deleitaste, y que
habría podido esperar contento y arrobado, á que se levan-
tase el sol del nuevo día, pendiente de tus labios, cortaste
inopinadamente el vuelo de tu conversación, dejando de
mostrarnos á José Trinidad Reyes orador, á José Trinidad
Reyes poeta, á José Trinidad Reyes protector de las letras,
y gran fundador de nuestra Universidad Nacional. ¿No se-
ría un verdadero crimen literario mutilar ú ocultar una de
las más bellas producciones del Ingenio Centro- Americano?"
Al decir ingenio Centro-Americano he expresado una
idea falsa y estrecha: he querido referirme á la majestuasa
y brillante literatura hispano-americana, y á nuestra gran
patria, la América.
Tu conversación familiar habría sido admirada y cubier-
ta de aplausos en la docta Bogotá, como en la espiritual
Caracas; en la ciudad de los Virreyes, como en la culta San-
tiago; en la ática Buenos Aires, como en la Troya americana;
en México, como en Guatemala; en San José de Costa- Rica,
como en San Salvador; en León de Nicaragua ó en Granada,
como en Tegucigalpa. Tal es el genio de nuestra literatu-
ra, tal es el poder del verdadero talento.
Si desde que despuntaste en el horizonte de las letras y
de la política Centro-Americana, has tenido todas mis sim-
patías y toda mi admiración, por inútiles que sean aquellas,
y por oscura que sea ésta, de hoy en más, desde la inolvida-
ble velada, con que celebramos el inmortal día 15 de Sept-iom-
bre de 1821, tu nombre y tu gloria se han elevado; son para
mí un nombre y una gloria americana.
Por el corazón y por el alma, tu hermano y amigo,
Adolfo ZUMO A.
Tegucigalpa, .Voviembre 15 de 1878.
A Adolfo Züniga
Amigo querido:
Grande es mi reconocimiento por tu carta de 16 de Sep-
tiembre próximo pasado. En particular te doy las gracias
más sinceras por el lenguaje de familia que has usado al es-
cribirme. Las letras empiezan por relacionar á los que se
aficionan á su cultivo, siguen por familiarizarlos, y concluyen
por estrechar sus ideas y afectos con el vínculo de una ver-
dadera fraternidad. Esto es lo que hoy pasa entre nosotros;
y has tenido mucha razón en dirigirte á mí, haciendo uso de
un lenguaje fraternal.
No acierto á decir qué predomina en tu carta; si senti-
mientos cariñosos, ó expresiones llenas de arte y de espiri-
tual poesía; si benevolencia ó belleza. Sea de esto lo que
fuere; por tu dicción tan pulcra, tan artística, tienes la ad-
hesión del aficionado á las letras; y por tus apreciaciones tan
bondadosas, tienes la profunda gratitud del amigo.
ün distinguido literato español, haciendo un merecido
elogio de tu carta, acaba de decir que es tal el delicado sen-
timiento que inpregna tus escritos, "que haces sentir lo que
tú sientes, y pedir lo que tú pides." Pues bien, amigo mío;
me has pedido, en nombre de la amistad que nos une, que
dé á luz la conversación familiar que, en la velada literaria
del 15 de Septiembre, dediqué al inolvidable recuerdo del
Doctor José Trinidad Reyes; y voy á satisfacer tus deseos,
recogiendo mis apuntamientos y mis ideas, para publicar con
las ampliaciones que me indicas, todo lo que dije en el esti-
lo de la conversación, sobre la vida tan ejemplar y fecunda
del hijo predilecto de Tegucigalpa.
— 72 —
Cuando mi lectura salga á luz, falta hasta del escaso co-
lorido que le prestaran la acción y la declamación, tal vez se
conceptúe que las honrosas apreciaciones tuyas y de otros
amigos míos, son dictadas más bien por la amistad, que juz-
ga con el criterio del sentimiento, que por la idea serena y
desapasionada que se inspira en el mérito real de una obra.
Cualquiera que sea el juicio que á este respecto se forme, yo
lo aceptaré sin reserva. A mí me basta que la publicación
de mis palabras familiares, del 15 de Septiembre, sea un ho-
menaje á la memoria de uno de nuestros hombres más ilus-
tres, y una satisfacción del deseo de un amigo, de tí, queri-
do Adolfo, en quien aprecio dos cualidades eminentes que
no siempre van unidas: un gran corazón y un gran talento.
Recibe las muestras que te doy de mi afecto, tan frater-
nal como invariable.
Ramón ROSA.
r.
Los AngeleSy Septiembre 22 de J878.
Seííor Doctor Don Ramón Rosa.
Tegucigalpa.
Señor y amigo que aprecio:
En la velada del 15 tuve el placer de escuchar la conver-
sación familiar de üd. El aplauso unánime que dicha Con-
versación ha recibido justifica su verdadero mérito. Sin em-
bargo, séame dado felicitarle por el éxito completo que Ud.
alcanzó, éxito que honra á nuestro país, y regocija la amis-
tad sincera que le profeso.
El raro y difícil género de literatura que üd. ha iniciado
tan felizmente en nuestra sociedad, merece un voto de ge-
neral reconocimiento, üd. abre nuevos espacios á la inte-
ligencia de la juventud, presentándole, á la vez, un modelo
perfecto en que inspirarse.
Escuchada su conversación una sola vez, y entre la con-
currencia que nos rodeaba, sólo estoy cierto de una cosa, de
que fué bella, bella como esos diáfanos paisajes que en nues-
tras tardes de verano lucen en el Occidente: pero imposibles
de analizarse por la rapidez con que se ocultan á nuestra vis-
ta embelesada, ^o obstante, conservó en la memoria varias
partes de la conversación de üd., sobre las cuales me tomaré
la confianza de dirigirle algunas palabras.
Cuando üd. habló de la Catedral de León, involuntaria-
mente pensé en Víctor Hugo. Aquel gran poeta, ha des-
crito otra Catedral, y su brillante pluma arranca á las pie-
dras, puede decirse así, un poema en honor del arte; pero él
nada nos dice de lo que pasa en el interior de aquel majes-
tuoso edificio, üd., al contrario, nos lleva bajo sus bóvedas
severas y sombrías, hace una mística descripción de sus ru-
mores y de su silencio sublimes, y en el incienso y en k^s res-
BIOGRAFÍA.— 6
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iii
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plandores de sus luces incorpora üd. nuestro espíritu para
«elevarlo á Dios. Permítame decirle que ambas descripcio-
nes son bellísimas, y que cualquiera de ellas podría unirse
4 la otra para formar una página inimitable y perfecta.
En su disertación sobre la poesía, Ud. hace como los la-
pidarios, embellecer el diamanté con el diamante mismo.
Las comparaciones de que Ud. se sirve para distinguir los
géneros diferentes de poesía, son magníficas, y Castelar no
las habría encontrado en su fecundo genio más originales ni
mi'.s hermosas. ^
Pero sobre todo, en la conversación de üd., existe un re-
cuerdo que, sólo él, bastaría para embellecerla. Tierna re-
miniscencia de la infancia, confidencia dulce y suave como
las confidencias que nos ha hecho Lamartine. Así es la me-
moria que üd. evoca de aquellas caricias que un anciano ve-
nerable prodigaba á su pequeño amigo. Pero al hablar de
ésto, lo hizo üd. con tan natural acento, con expresión tan
verdadera, que á mí me pareció que no lo escuchábamos, si-
no que simplemente habíamos vuelto los ojos, y que veí-
amos de nuevo aquel anciano y aquel nifío que todos conoci-
mos. Y no hubo uno solo de los que allí estuvimos que en
mi concepto dejase de comprender la hermosura de semejan-
te cuadro. Cuando üd. lo presentó cesaron los justos aplau-
sos que repetidamente interrumpían su palabra, porque así
debía suceder. Cuando habla el corazón el alma escucha, y
el alma necesita del silencio para gozar en su emoción.
Además de la multitud de bellezas que brillan en su com-
posición, ella expresa dos cosas magníficas: la gratitud de la
infancia rebozando en el corazón del hombre, y el talento
del literato haciendo justicia al genio. Por lo primero, üd.
estará liberalmente recompensado con las satisfacciones de
su propia conciencia; y por lo segundo, la Patria le quedará
(*) He suprimido las comparaciones áaue se refiere el Señor Gutié-
rrez, por dar cabida á detalles sobre la vida de Reyes, y á juicios crí-
ticos sobre sus obras.
— 75 —
^agradecida cuando conozca la brillante Biografía que üd. ha
hecho del Doctor Don José Trinidad Reyes, uno de sus va-
rones más ilustres.
Por lo que hace á mí, mezclo mi satisfacción á las satis-
facciones íntimas del amigo, y uno mis agradecimientos á
la gratitud de nuestro país.
Así debía terminar la presente carta; pero aún resuena
en mi oído una palabra que, dictada, ya por la convicción ó
la benevolencia, yo hubiera deseado apagar en sus labios an-
tes de que su voz autorizada le diera vida. Ud. dijo que Te-
rrera fué sublime, y á la verdad, permítame üd. expresarlo,
yo no encuentro en la historia de aquel hombre ningún he-
cho que lo revista de tan alto calificatfvo. Subió al poder,
haciéndose cómplice de una opinión funesta y suicida, opi-
nión que un buen patriota habría muerto combatiendo.
Ouando hizo la guerra á sus antiguos amigos, siempre fué
vencido, debiendo haber triunfado siempre, tanto por el nú-
mero, como por el espíritu de sus ejércitos. Cuando su Pa-
tria fué invadida, siendo militar, encomendó su defensa á
otra espada y á otro carácter; y por último, cuando su am-
bición chocó con las dificultades creadas por él mismo, cayó
•sin gloria por las intrigas de un viejo político, menos inte-
ligente que malicioso.
Hombres sublimes! Morazán hundiéndose en la tumba
asido al pabellón majestuoso de la Patria, y Gerardo Ba-
rrios, luchando con un puñado de leales, contra muchedum-
bre de enemigos. Acordémonos que ambos regaron con su
sangre generosa aquel cadalso constantemente inmóvil en
los campos de la reacción, y de cuya causa fué Ferrera el
principal apóstol.
Perdone üd. Yo sé que es difícil retirar una palabra;
pero üd. sabe también que es imposible renunciar á una
•opinión.
Como siempre, tengo el placer de repetirme de üd., su
más atento servidor y sincero amigo.
E. GUTIÉRREZ.
vi
Tegucigalpa, 29 de Septiempre de 1878
Sbíí OR General Don Enrique Gutiérrez.
Los Angeles.
Distinguido amigo mío :
No siempre la justicia se hermana con la benevolencia.
De ello, querido amigo mío, me da Ud. un testimonio en su
•cariñosa carta del 22 del corriente, en la que me felicita por
la lectura que, sobre la vida y obras del Presbítero Doctor
José Trinidad Reyes, di en nuestra Universidad, la noche
del 15 de Septiembre último, aniversario de la independen-
cia de la Patria.
Ud. no ha sabido tener equidad para conmigo, al tener-
me en altísimo concepto; y voy á reparar su injusticia ha-
ciéndole un caro recuerdo, en que hay mucho de grato y
mucho de doloroso. Su virtuosa madre, á quien quise con
•entrañable amor. Doña Margarita Lozano, noble viuda del
Héroe de Jaitique, tomaba siempre por gracias mis mayores
travesuras de muchacho. Ud., á la ley de buen hijo, que
aguarda y perpetúa los afectos de sus mayores, toma por obras
de gran talento las producciones mías, y hasta llega á com-
pararme con los genios. Quien lo hereda no lo hurta. Le per-
'dono, pues, sus juicios tan subidos porque los creo sinceros,
.y porque son el reflejo de la luz pura del alma de aquella
santa mujer, toda bondad, toda ternura, que me prodigó su
•cariño, casi maternal, y que ha dejado á Ud., su hijo predi-
lecto, el legado de su grande y generoso corazón.
Ud. que es sentidor, y que en guerra ó en paz, ya empu-
ña la espada, ya maneja la pluma, que para mí es de oro,
'Convendrá conmigo en que hay expresiones de la amistad
♦comparables á muy estrechos y apretados abrazos; compla-
— 78 —
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cen y oprimen. Y esto viene á propósito de su carta. Me-
ha dado un gran placer, por el sentimiento bondadoso que
la dicta: pero en el inmerecido elogio que contiene, me ha
causado cierta opresión del alma.
Experimentando tal sensación, no le diré 3^a más sobre sus-
apreciaciones, que asaz me honran. Le he dicho que no ha
sido equitativo, y esto basta para descargo de mi concien-
cia. Que otros juzguen, con la frialdad de un criterio ex-
traño al sentimiento, de la exactitud ó inexactitud de los.
benévolos juicios de Ud., en alto grado lisonjeros para mi
persona.
Al finalizar su carta üd. añade que habría deseado apa-
gar en mis labios la palabra sublime con que califiqué al Sa-
cristán de San Juan de Flores, al mulato de hierro, al General
Francisco Ferré ra. Quisiera retirar la palabra, si á ello die-
sen lugar mis convicciones; pero me es imposible, aún aten-
didas las observaciones de Ud., que me parecen inspiradas,
un tanto, por el espíritu de partido. El oscuro mulato que,,
sin escuela, sale de una sacristía para combatir á los inva-
sores de su patria, y que con diez reclutas detiene la fuerte-
vanguardia de un ejército enemigo, y que por esto merece
los elogios de su mismo adversario, el egregio Morazán: el
mulato que, con su valor personal, como Jefe IJolítico, pone
á raya los desórdenes de Tegucigalpa, aniquilando la socie-
dad de perturbadores criminales, llamada la mancha brava^
congénere de la Garduña de España: el mulato que sube al
Poder Supremo^de su país, que se sostiene en su puesto, á des-
pecho de los rudos embates de sus adversarios, de dentro y
fuera de Honduras, y que llega á ejercer influencia decisiva,
en los destinos de Centro -América: el mulato que, por una,
visión de su genio, indica, por vez primera, la conveniencia
y la ruta de nuestro ferro-carril interoceánico: el mulato
que, al fin, desoyendo las seductoras voces de la ambición
de mando, busca el ostracismo, y da lugar á la tan decanta-
da alternabilidad del Poder; tal mulato, amigo Gutiérrez, fué.
un mulato de hierro; tal sacristán, fué un sacristán sublime!
— 79 —
Comprendo la razón de la sin razón que Ud. tiene para
detestar á Ferrera y á los suyos. Ud. pertenece á la escue-
la, á que yo no pertenezco, de los federalistas del tiempo de
nuestro heroico General Morazán: Ud. es hijo del niño dulce^
en los salones, como llamaban en Guatemala al Coronel Gu-
tiérrez, del luchador terrible en los combates, que murió
gloriosamente en Jaitique: Ud., así como tiene herencia de
afectos imperecederos, tiene herencia de prevenciones y de
rencores. Para bien de nuestro país olvide Ud. un poco el
exrlusir'ismo liberal de sus ilustres ascendientes, así como yo
olvido el duro españolismo de mis mayores que quizá presin-
tieron, para ^.v/é» territorio semipohlado, el ruin imperio de las
canallovracias^ en lugar del imperio generoso de las demo-
cracias.
No tome á maia parte cuanto le digo, ni menos se resien-
ta con quien tanto le aprecia y le quiere. >Ii acariciado de-
seo es que estemos de acuerdo. Las banderías políticas, (jue
no dan á cada uno lo que es suyo, nos matan. La influen-
cia que tengo en el Poder la ejerzo para extinguir odios, anu-
lar parcialidades disolventes, y en su reemplazo, crear y vi-
gorizar, por la riqueza y la instrucción, grandes elemei.tos
sociales, grandes elementos económicos, grandes elementos
administrativos que, andando el tiempo, den cabida, en nues-
tra Honduras, á la organización de verdaderos partidos políti-
cos, que tengan consistencia y dignidad en lo interior, y que,
cuando el caso lo requiera, hagan valer ante el exterior los
intereses y derechos de la Patria. Le repito que el exclusi-
vismo político nos anonada: y quiera Dios no llegue un día
en que Ud., hombre de armas y hombre público, se vea en
su pueblo sin recursos intelectuales, morales y materiales,
siquiera sea para sostener su propia dignidad y la honra de
sus connacionales. Si estoy equivocado, los tiempos, que
están por venir,^vendrán adarme una completa rectificación.
Hondureno, ante todo, lo olvido todo por pensar en la suer-
te de mi pueblo, trabajando porque sea la más próspera y
feli7.
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Me he extendido demasiado en hacerle rectificaciones.
Desapruébelas ó deséchelas, si así le parece; pero no olvide
que, desde aquí, desde este Cerro de plata, envío á Ud., á su
buena Raquelita y á sus hijos, mis más cariñosos recuerdos
que, en ese Valle, no en vano llamado de Angeles, al calor
del hogar tranquilo, espero que los estimen como nacidos
del corazón de su invariable y apasionado amigo.
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NOTA A
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No conocemos las fuentes en que bebió el I)r. Rosa para
afirmar: 1^, que por medio del Presbítero Don Jorge Vitcri
y Ungo se hizo en Roma, el año de 1840, el arreglo en virtud
del cual fueron nombrados: *' Arzobispo auxiliar de Guate-
mala, el Dr. Don Francisco de Paula Peláez: primer Obispo
del Salvador, el comisionado Señor Viteri; y Obispo de Hon-
duras, el Padre Reyes:'' 2^, que el General Francisco Perre-
ra, Presidente del Estado, que llevaba entre ojos á Reyes
por sus ideas independientes, empleó el artificio indigno de
hacer llegar al Vaticano la falsa noticia de que Reyes haMa
muerto, por lo cual, el Papa Gregorio XVI, creyendo cierta
la noticia y en vista de la nueva terna que le remitió el (io-
bierno de Honduras, nombró Obispo de la Diócesis al Pres-
bítero don Francisco de Paula Campoy y Pérez; y 3^^ que
cuando éste regresó de Guatemala á Comayagua, en 1845, el
Padre Reyes se hallaba allá, en calidad de detenido por or-
den del General Perrera.
Sin embargo, siendo del dominio de la historia los hechos,
relatados por el Dr. Rosa, y envolviendo, además, cargos
graves contra el Jefe del Estado, necesitan comprobación
para merecer el asentimiento de la opinión imparcial. Con
el fin de establecer la verdad de tales aseveraciones, la he-
mos investigado diligentemente; y del estudio de los varios
documentos que hemos tenido á nuestro alcance, resulta lo
que pasamos á referir.
No es exacto que el Sefior Viteri haya estado en Roma
en 1840 ni que entonces se haya hecho el arreglo antes refe-
— 84
rido. El 6 de Abril de 1841, el Gobierno (íe El Salvador co-
municó al de Honduras que, autorizado por el Congreso
Constituyente para hacer preces á la Santa Silla Apostólica,
con el fin de erigir á los pueblos de aquel Estado en Dióce-
sis independiente de su antigua Metrópoli, había nombrado
al Presbítero Jorge Viteri su representante cerca de la mis-
ma Santa Sede con el objeto indicado y el de que se prove-
yese de su primer Obispo; y estimando que los demás Esta-
dos tendrían, en su régimen eclesiástico, necesidades tales
que fuese preciso ocurrir á la fuente que debía de remediar-
las, excitó al Grobierno de Honduras para que, si lo creía con-
veniente, confiriese al nombrado sus poderes, en cuanto juz-
gara interesarle.
El último del mes referido (Abril el Gobierno contestó
aceptando la excitativa y dispuso ponerla en conocimiento
del Chantre I). José Nicolás Irías, á la sasón Provisor de
esta Diócesis, para que si á su vez lo juzgaba conveniente,
hiciera la propuesta que en 1839 pidió el Nuncio de Su San-
tidad, entonces residente en Bogotá. El Señor Irías, que
en aquellos días residía en San José de la Boca del Monte,
manifestó al Gobierno, en nota de 3 de Junio, que en su
concepto era necesaria la representación de estos Estados
católicos en la Corte Eomana, y que en tiempo oportuno
haría, de acuerdo con el Señor Presidente, la propuesta de
Obispo, y daría sus poderes al representante de El Salvador
para que impetrara de S. S. las gracias espirituales en be-
neficio de estos pueblos.
Aceptada por el Señor Yiteri la misión que Honduras
le confió, se dirigió al Gobierno pidiendo que se formara la
terna para Obispo de esta Diócesis y que lo facultara para
pedir el nombramiento, haciendo advertencia de que la in-
formación de vida y costumbres debía seguirse por el Me-
tropolitano de Guatemala, y expresando el deseo de que el
Gobierno, por su parte, también presentara su terna. El
Poder Ejecutivo recabó del Provisor Irías los documentos
necesarios; y éste, en resolución de 24 de Enero de ]842, fa-
— So -
cult<') al Presbítero D. Pedro Boquín para formarlas. En se-
guida, el 18 de Febrero del mismo aíio 1842 dictó un acuer-
do disponiendo: 1^ que se remitiera al Enviado Señor Yiteri
la terna é información que presentara el referido Señor Bo-
quín: y 29 que, para el caso de que ésta adoleciese de algún
vicio y en obsequio de los deseos expresados por el Enviado,
se remitiese también al Metropolitano una nómina que com*
prendiera los candidatos siguientes:
Señor Chantre Nicolás Irías, actual Diocesano,
Señor Doctor José alaría Castilla, Canónigo de la Iglesia
Metropolitana de Guatemala.
Señor Dean Vicente ¿.¡nares, Dignidad de la Iglesia Cate-
dral de León.
Señor Bachiller Mariano Casteji'm, ex- Vicario General de
este Obispado.
Señor Presbítero J. Trinidad Reyes. Vicario departamental
de Tegucigalpa.
Señor Presbítero Francisco de Paula Campoy, Vicario de-
partamental de Gracias.
Este acuerdo se comunicó inmediatamente al Señor Dean
Antonio LarrazáVal, Vicario Coadjutor de la Iglesia ^Fe-
tropolitana de Guatemala, á quién se autorizó para que
entre los individuos de la nómina eligiera los que debían
de proponerse; para que instruyese, en apoyo de los elegidos,
la correspondiente información de idoneidad; y para que,
concluidos todos los documentos, los pusiese en manos del
Señor Viteri, si aún'estuviese en Guatemala, ó los devolvie-
se en caso contrario. Al mismo tiempo el Gobierno avisó á
su Enviado que el Metropolitano le entregaría la propuesta
del Poder Ejecutivo, formada con la mira de evitar los em-
barazos que pudieran presentársele en el desempeño de su
misión, pero sin perjuicio de la que le enviaría el Diocesano.
El Comandante de Omoa comunicó al Gobierno que el í> ^
de Mayo había arribado á aquel puerto la goleta (xuatenuí- \
la, procedente de Izalal, en la cual ila de viaje el Señor ;|
II
— 86 —
Viteri, por donde se ve que éste había salido de la ciudad de
Ouatemala en Abril anterior. En presencia de tal noticia,
el Gobierno envió á su Comisionado en Belice— Dr. Manuel
Muñoz— el expediente instruido por la autoridad eclesiásti-
<5a de Honduras, en que se proponían las personas que podían
obtener el Obispado: dicho expediente había sido devuelto
por el Metropolitano en virtud de haber llegado á Guatema-
la fuera de tiempo, cuando ya el Señor Viteri había partido;
y se dio comisión al Señor Muñoz, para que lo pusiera en ma-
nos del Enviado, en razón de que ambos se habían dirigido
-á aquel establecimiento británico.
El Señor Viteri llevaba la representación de los Gobier-
nos de Guatemala, Honduras, El Salvador y Costa-Rica an-
te el Pontificado, y fué recibido en audiencia pública por S.
S. Gregorio XVI, en el palacio del Quirinal, el 26 de Agos-
to de 1842, según lo asevera D. Lorenzo Montúfar en su
"Reseña Histórica de Centro- América," Tomo IV, página
171. Desde aquella ciudad dirigió dos comunicaciones al
Gobierno de Honduras, datadas el 1^ de Septiembre y el 19
de Octubre de dicho año. Informaba en la primera que ha-
bía nombrado para Secretario de la legación a su hermano
político D. Manuel Urioste de la Herrán, á quien encomen-
daría la conclusión del negocio para el caso de muerte ú
"Otro impedimento: que después de muchas dificultades, al
fin había sido reconocido su carácter y se habían aceptado
-sus gestiones: que el nuevo Obispo de Honduras, quizás se-
ría preconizado en el próximo Consistorio; y que el único
obstáculo serio que en tal estado le hacía temer el malogro
de los deseos del Gobierno, era la falta absoluta de fondos
para pagar la expedición de las Bulas, para lo cual se nece-
sitarían setecientos pesos. En la segunda comunicaba que
desde su nota anterior de 1^ de Septiembre, S. S. había he-
cho ¿n pectore la elección de Prelado para esta Diócesis, [sin
indicar quien era el electo ; y que el Obispo sería preconizado
en el próximo Consistorio de Noviembre, tiempo en el cual
«esperaba haber ya recibido los fondos que el Gobierno había
— 87 —
ofrecido para ayudar á los gastos crecidos de su viaje y los
de la expedición de las Bulas.
En la terna propuesta, fig^uraban los Presbíteros Castilla
y Castejón, antes referidos; pero el primero había sido pro-
movido del Obispado de León de Nicaragua, y el segundo
había fallecido en Comayagua, el 18 de Julio de 1842, siendo
Presidente de la Asamblea Legislativa. Por estos motivos
[así explicados] el Gobierno, en nota de 17 de Septiembre
del mismo año, autorizó al Señor Viteri para que llenase la
falta de los dos candidatos mencionados con los que él tu-
viese por bien.
Mas tarde, el 13 de Septiembre, murió en su retiro el Pro-
visor José Xicolás Irías. Antes de morir confirió el nombra-
miento de Provisor interino de esta Diócesis al Presbítero
Francisco de Paula Campoy. Este nombramiento fué apro-
bado por el Gobierno y confirmado por el Gobernador de la
Iglesia metropolitana y por el Señor Arzobispo Fray llamón
Casaus. El nuevo Provisor se trasladó á Comayagua, á don-
de llegó el 9 de Diciembre de 1842.
El .31 del mes últimamente citado, el General Ferrara,
considerando terminado su período presidencial— de 2 años
según la Constitución entonces vigente— depositó el Poder
Ejecutivo en el Consejo de Ministros, formado por los Seño-
res Juan Morales, Julián Tercero y Casto Alvarado. En es-
te estado de cosas llegaron á Comayagua las dos comunica-
ciones del Enviado Señor Viteri, antes referidas. En su vis-
ta, el Consejo de Ministros aprobó los actos de dicho Enviado
y dio órdenes para el pago de los $ 700.00 necesarios para la
expedición de las Bulas; pero teniendo en consideración (lue
los Señores Irías y Castejón, candidatos propuestos en la ter-
na presentada á S. S. el Papa habían fallecido, y que el Señor
bastilla había sido nombrado Obispo auxiliar de Guatema-
la: y estimándola inválida por estas razones— puesto que la
terna de hecho no existía— acordó pedir al Gobierno ecle-
siástico su reposición. Formada la nueva terna, fué remiti-
■da convenientemente documentada al representante de I Ion-
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duras para que la presentara al Sumo Pontífice, recomen--
dándole, en nota de 1^ de Febrero de 1843, los méritos y vir-
tudes del primer propuesto, Señor Campoy . Al mismo tiem-
po, el Gobierno informó de todo lo dispuesto y practicado
acerca del particular de que se trata, al Señor Arzobispo Ca-
saus, expresándole también sus deseos de que el informe
que emitiese fuera favorable al mencionado Señor Campoy.
La Diócesis de San Salvador fué erigida en Bula de 4 de
Octubre de 1842, y el Señor Viteri fué nombrado su primer
Obispo. El 29 de Enero de 1843 fué consagrado como tal en
Roma, y en seguida emprendió su regreso á Centro-Améri-
ca, como lo había anunciado. Estando en París, recibió la.
nueva terna que el Gobierno le había enviado: de allá la re-
mitió á Roma con el expediente adjunto, é hizo á S. S. las
preces correspondientes manifestando los deseos del Gobier-
no respecto del Señor Campoy. El Papa aprobó el proceso
can')nico instruido últimamente en Comayagua, y todo que-
dó preparado para el nombramiento del Prelado Diocesano.
Así lo informó el Señor Viteri en nota de 6 de Agosto de
1843, datada en Trujillo, en donde tocó de regreso de Euro-
ropa, refiriéndose á otra del Señor Urioste de la Herrán, fe-
chada en Mayo, quién también anunciaba que en Junio de
aquel año sería preconizado el Obispo. Sin embargo, la
preconización no se hizo sino en el Consistorio celebrado el
27 de Enero de 1844, y la Bula en que se nombró al Señor-
Campoy para Obispo de Comayagua fué dictada el 8 de Fe-
brero siguiente, haciendo al nombrado la gracia de dispen-
sarle el grado de Doctor, que entonces era requisito esen-
cial para ascender á tan alta Dignidad.
Hemos referido hasta en sus mínimos detalles todo lo
ocurrido en el largo proceso que precedió al nombramiento
del Señor Campoy, para que pueda juzgarse con criterio se-
reno la conducta del Presidente del Estado, General Don
Francisco Ferrera. Nada de incorrecto se encuentra en ella,
y menos aún que abrigara prevenciones contra el Padre Re^
yes, persona por quien tuvo alta estimación y á quien, por
— 89 —
el contrario, propuso como candidato para Obispo de esta
Diócesis. Tampoco resulta evidente de todo lo relacionado,
que se haya conferido al Señor Reyes el nombramiento que
por modo tan positivo refiere el Dr. Eosa. Tal nombra-
miento no pudo hacerse sino antes que el Señor Viteri reci-
biera en París la última terna que se le envió de Comaya-
gua, y siempre en Bula del Pontificado: pero el hecho no
aparece afirmado por el Enviado de Honduras ni por el Se-
ñor Urloste de la Herrán: lo cual da motivo para pensar que,
ó la noticia que al respecto circuló en Tegucigalpa fué erró-
nea, ó que acaso sólo hubo la intención, si bien no llevada á
efecto, de agraciar al Padre Eeyes con el Obispado de Coma-
yagua, de que, por otra parte, era muy digno. Es lo que
queda en pie hasta que nuevos documentos no prueben lo
contrario; pero en todo caso, la memoria del General Ferre-
ra quedará limpia de las sombras que arroja sobre ella la in-
triga ignominiosa que se le atribuye, no siendo quizás otra
cosa que grosera invención de las tristes revueltas de 1844.
Nosotros también incurrimos en el mismo error del I)r.
Rosa, cuando en ocasión solemne afirmamos la designación
del Padre Reyes para Obispo de Comayagua y la intriga in-
decorosa que, se supuso, le había privado de aquel honorífico
cargo. Nuestro error provino de los datos que entonces se
nos suministraron, y que aceptamos sin examen; bien que
tampoco tuvimos tiempo para comprobarlos. Pero hoy (lue
hemos estudiado detenidamente el punto, nos complacemos
en rectificar nuestro juicio anterior: rectificación en (lue
persistiremos mientras hechos bien justificados no vengan
á destruir la convicción que al respecto hemos expresado
precedentemente.
Por lo que respecta á la detención del Padre Reyes en (Co-
mayagua, de orden del General Ferrera, es otro hecho sin
comprobación, la cual es tanto más necesaria cuanto q\ni
el biógrafo omitió explicar el motivo de semejante violencia.
BIOGRAFÍA.— 7
— 90
Cuando el señor Campoy regresó de Guatemala y llegó á
Comayagua el 18 de junio de 1845, ya el General Ferrera no
era Presidente del Estado, sino D. Coronado Chávez. No
es verosímil que este alto funcionario, sea por determina-
ción propia ó sugestionado por el ex-Presidente Ferrera [si
así quisiera suponerse], hubiese ordenado tan severa medi-
da sin graves motivos, siquiera fuesen políticos; y debemos
suponer que tampoco pudo darlos el Padre Beyes, en las crí-
ticas circunstancias de aquellos días.
Hemos indagado la verdad de tal especie, y, ciertamente,
no hemos encontrado documento en qué apoyarla: tampoco
existe en esta ciudad tradición alguna que la confirme.
Muy al contrario, el testimonio de los familiares más pro-
pincuos del ilustre Sacerdote, y el de personas que le trata-
ron de cerca— y que aún viven— son contrarios á la asevera-
ción de que venimos hablando.
Por otra parte, el General Ferrera y el Padre Reyes culti-
varon estrechas y casi familiares relaciones: la amistad sin-
cera que los ligaba resplandece en una serie de cartas cru-
zadas entre ambos, y que, entre otras personas, leyó, hace
algún tiempo, un distinguido y honorable jurisconsulto de
esta capital. Todavía en 1847, el General Ferrera dio mues-
tras del afecto que profesaba al Padre Reyes, dedicando una
sentida composición poética al fallecimiento de la madre de
su amigo, la virtuosa matrona Doña María Francisca Sevilla.
Estas circunstancias— cuya certidumbre no es dudosa— de-
muestran la inverosimilitud de la animosidad que se atribuye
al ex-Presidente Ferrera respecto del Padre Reyes, cuya de-
tención en Comayagua, repetimos, no está comprobada.
NOTA B
PAGINA
No hemos podido alcanzar cómo se escapó á la ilustración
del Dr. Rosa la paternidad de la paráfrasis del cántico de la
Virgen María: Magníficat^ anima mea Dominum, siendo, como
era, versadísimo en la literatura española; su autor es el re-
nombrado literato venezolano D. Heriberto García de Que-
vedo, continuador del Poema religioso "María," del dulce
poeta don José Zorrilla, como puede verse en las Obras de
este, tomo III, página 105. El Padre Reyes la interpoló en
su pastorela de Olimpia, sin propósito alguno de apropiárse-
la. El mismo explicó modestamente á varias personas de
esta ciudad-quienes aún lo refieren así— que tanto por pare-
cerle hermosa por extremo la versión de García de Quevedo,
como porque él no la habría hecho mejor, había preferido
intercalarla en la pastorela referida, cuya representación
próxima, además, ya estaba ofrecida. El hecho fué apunta-
do antes de ahora por don Rómulo E. Durón en su obra
"Honduras Literaria," en el esbozo biográfico del Padre Re-
yes. Por los mismos motivos, éste puso en boca de uno de
los interlocutores de la composición bucólica prenotada, los
bellos versos de García de Quevedo, en que el Ángel anuncia
á los pastores el nacimiento del Mesías, de la manera si-
guiente:
No temáis, pastores
concluyendo así:
— 92 —
"Y entre blancas nubes
Subiendo á los cielos.
Más y más remotos
Se fueron oyendo
De aquellos cantares
Los límpidos ecos."
Pedro J. BUSTILLO.
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