Skip to main content

Full text of "Biografía de la humildad"

See other formats


DAVID  VELA 

fi.  HERMANO  FEDRO 

EN  1AVIIAY  EN  LAS  LETRAS 


GVATEMALA,  MCMXX  XV 


FEB*19  200!  T 


BX4705.B45  V44  1961 
Vela,   David,  1901- 
Biograf¿>ia  de   la  humildad  / 


G  /0fT 


0 


A  los  virtuosos  varones  : 

Don  Herlindo  García  y 
Don  Mariano  Rossell 

dignidades  de  la  Iglesia  de  Guatemala 


•D.  V. 


DAVID  VELA 


SOCIO     CORRESPONDIENTE     DE     I,A     ACADEMIA  ESPAÑOLA 


EL 


HERMANO 
PEDRO 


(EN  LA  VIDA  Y  EN  LAS  LETRAS) 


ES  PROPIEDAD  DEL  AUTOR 

—  Queda  Prohibida  la  reproducción 

—  y  hecho  el  depósito  de  ley. 


—  I  — 


EVOCACION 


«Vuelve,  pobre  y  humilde  frailecillo,  y  vive  con  nos- 
otros en  esta  oscura  y  turbadora  noche,  porque  vamos 
vacando  temblorosos». 

Leopoldo  Trenor. 


A  ciudad  duerme  un  tranquilo  sueño  de  piedra,  toda 
ella  sumergida  en  el  agua  quieta  del  pasado.  Sillares 
que  cimentan  los  siglos,  piedras  labradas  por  la  llu- 
via y  el  sol,  gastadas  de  recuerdos,  incrustadas  en  la 
armazón  misma  de  la  historia  patria. 
Se  piensa  en  aquellos  hombres  cuyos  cuerpos  eran  simple 
contenido  de  su  guerrera  armadura  o  su  severo  hábito  religioso; 
cuyas  almas  eran  extraña  y  consistente  mezcla  de  virtudes  y  vi- 
cios, calmosas  ensoñaciones  y  apasionados  arrebatos,  en  bruscos 
escalones  desde  lo  ruin  a  lo  noble.  Junto  al  sacerdote  en  éxtasis, 
que  impregna  la  tarde  episcopal  de  un  olor  de  santidad,  el  gue- 
rrero cruel  que  hunde  el  hierro  en  las  carnes  pavoridas  de  la  le- 
yenda y  con  su  reto  gallardo  hace  ponerse  en  guardia  a  la  aven- 
tura. A  la  vera¡  del  muro  conventual  que  cierra  el  mundo,  la  in- 
quietud y  la  audacia  del  cuartel;  alternando  la  paz,  la  renun- 
ciación y  el  rendido  amor  de  unos,  con  las  ambiciones,  las  egola- 
trías y  los  rencores  arteros  de  otros;  toda  la  gama  dable  en  un 
pueblo  pasional,  que  incendiara  sus  bajeles  a  la  orilla  del  peli- 
gro — fiera  noción  del  honor — ,  y  que  alzara  la  cruz  — símbolo 
de  bondad —  sobre  los  horrores  de  la  hecatombe. 

El  espíritu  de  aquellos  hombres  señorea  aún  la  vida  de  esta 
ciudad,  que  se  anclara  en  una  hermosa  rada  del  pasado,  y  allí 
quedó,  sin  tripulación  ni  guía,  flotando  sobre  el  milagro,  unta- 
da del  sabor  amargo  del  naufragio. 

Aquí,  "los  muertos  mandan",  hablan  con  una  voz  impera- 
tiva y  convincente.  Pensar  en  ellos,  es  cumplir  un  rito,  realizar 


un  destino  que  se  previo  con  angustiosa  clarividencia.  Aquellos 
hombres  vivieron  intensamente,  pero  sus  existencias  eran  algo 
fantástico,  fuera  de  la  realidad,  o  rebasando  una  realidad  actual 
para  explayarse  hacia  lo  futuro. 

Su  alma,  sus  hechos,  se  proyectan  así  sobre  nosotros  y  se  im- 
ponen a  nuestra  atención  con  irresistible  solicitud.  A  través  de 
generaciones  nos  alcanza  su  influencia,  acendrada  en  el  corazón 
del  tiempo;  son  muertos  de  una  robusta,  prodigiosa  vitalidad;  su 
herencia  espiritual  no  necesita  albaceas.  (¿No  hay  en  el  vulgo 
la  idea  supersticiosa  de  que  los  muertos  no  descansan,  hasta  que 
alguien  sorprende  el  secreto  de  su  última  voluntad,  y  desentie- 
rra sus  tesoros,  y  cumple  sus  postumos  propósitos,  sus  proyectos 
supervivientes  ? ) 

Evocarlos  es,  por  eso,  desenterrar  tesoros,  asumir  respon- 
sabilidades; es  el  compromiso  de  trasmitirle  al  porvenir,  acre- 
centándolo, el  legado  que  pone  en  nuestras  manos  aquel  ayer 
glorioso.  Pero  la  ciudad  vive  ese  intenso  reposo  de  las  calmas 
submarinas,  bajo  trescientas  atmósferas  seculares  de  tradición. 
Para  guiarse  por  las  calles  laberínticas  del  recuerdo  es  preciso 
poseer  la  clave  de  su  secreto;  no  vayan  nuestros  pasos,  o  una  pa- 
labra sin  sordina,  o  un  ademán  violento,  a  espantar  esos  fantas- 
mas huidizos  que  prolongan  la  afirmación  espiritual  de  su  vida. 
Hay  que  ser  también  oportuno  y  paciente  para  lograr,  a  la  ori- 
lla del  recuerdo,  ese  momento  milagroso  en  que  la  ciudad  reco- 
bra su  ritmo  vital  de  antaño,  en  el  plano  de  trascendente  irrea- 
lidad. 

Haceos  humildes  de  toda  humildad,  haceos  caritativos  en 
extremo,  llenaos  de  unción,  renunciad  a  vuestras  terrenales  pre- 
ocupaciones, y  seguiremos  los  pasos  del  venerable  hermano  Pe- 
dro de  San  José  de  Bethancur  por  las  calles  silentes  de  la  anti- 
gua y  muy  noble  y  leal  ciudad  de  los  Caballeros  de  Santiago  de 
Guatemala.  Es  una  abeja  candorosa  que  liba  en  las  almas  los 
más  puros  instintos  y  los  sentimientos  elevados,  para  laborar  en 
los  apiarios  de  Cristo  la  miel  de  la  gracia,  el  manjar  de  los 
elegidos. 

Todas  las  calles  de  la  ciudad  se  saben  de  memoria  el  eco  di- 
ligente de  sus  pasos,  en  todos  los  oídos  anida  la  música  grave  y 
amable  de  su  voz,  en  todas  las  conciencias  resplandece  la  virtud 
de  su  ejemplo.  Yo  os  exhorto  a  seguir  a  este  hombre,  porque,  en 
verdad  os  digo,  el  milagro  lame  sus  pasos  y  sus  manos  están  un- 
gidas de  maravilla. 


-II  — 


CUNA   Y  LINAJE 


«Efta  fue  la  Patria,  y  eftos  fueron  los  Padres  del  Ve- 
nerable Hermano  Pedro  de  S.  Ioseph  Betancur,  que 
dexó  enamorado  de  la  perfección  de  la  vida  efpiri- 
tual,  como  Iacob  de  la  belleza  de  Raquel,  bolviendo 
las  espaldas  a  la  naturaleza,  para  facilitarfe  mas  los 
teforos  de  la  gracia». 

Dr.  Francisco  Antonio  de  Montalvo. 


IENE  la  cordillera  del  Atlas  una  avanzada  marítima 
— que  también  prestara  ocasión  para  recordar  la  ma- 
ravillosa leyenda  de  la  sumergida  Atlántida — ,  la 
cual  forma  el  archipiélago  de  Las  Canarias:  un  "pa- 
raíso oceánico",  que  dijo  Humboldt,  coincidiendo  con 
el  parecer  de  los  antiguos,  quienes  creyeron  que  el  poder  lírico 
de  Homero  las  hiciera  surgir  de  las  ondas,  al  evocar  los  Campos 
Elíseos,  y  por  su  feracidad  y  hermosura  las  llamaron  Insulae 
Fortunare.  "Pero  sin  duda  — argüirá  después  fray  José  García 
de  la  Concepción — ,  mejores  créditos  de  fecundas  les  dió  la  gra- 
cia de  su  glorioso  paisano  Pedro,  que  los  que  pudo  franquearle 
la  naturaleza  en  la  dilatada  copia  de  sus  frutos,  en  la  nume- 
rosa multitud  de  canoras  aves,  y  en  las  abundantísimas  cosechas 
de  miel  y  leche". 

Tenerife  es'  la  más  extensa  de  esas  islas,  joyel  de  preciados 
dones  naturales  que  el  ojo  percibe  atento  y  la  mente  recoge  ex- 
tasiada,  pero  que  la  lengua  más  rica  en  concepción  y  armonía  no 
acierta  a  describir.  En  área  de  terreno  relativamente  escasa,  se 
hallan  muy  diversas  altitudes  y  los  más  variados  climas,  desde 
las  cumbres  perpetuamente  coronadas  de  albas  nieves,  hasta  las 
playas  de  ardida  arena  que  abrevan  en  la  perenne  agua  amarga 
del  mar.  El  horizonte  se  abre  en  un  aire  limpio  y  respirable,  en 


ti 


DAVID  VELA 


el  que  las  cosas  se  manifiestan  como  expuestas  en  una  vitrina,  y 
resaltan  en  colores  y  formas  con  diáfana  objetividad. 

La  vista  puede  perderse  sin  límites  sobre  la  vasta  llanura 
marina,  bajo  el  cielo  de  tranquila  persistencia,  y  regresar  a  nos- 
otros en  el  cansado  deslumbramiento  de  una  profunda  sensación 
de  eternidad;  mar  y  cielo  infinitamente  jóvenes:  inmensas  valvas 
que  se  abrieron  el  día  mismo  de  la  creación  y  conservan  la  virtud 
de  aquel  prístino  esplendor:  impenetrables  testigos  de  todas  las 
contingencias  yf  éxodos,  ensueños  e  inquietudes  humanos,  porque 
entre  ellas  se  ha,  ido  cuajando  la  historia  insondable  de  los  hom- 
bres. .  . 

O  bien  nuestros  ojos  alpinistas  escalan  el  pico  de  Teide,  el 
cíclope  de  basalto  que  surge  con  pasmosa  ligereza  y  viril  elegan- 
cia de  las  ondas  tumultuosas,  para  serenar  su  pensativa  cumbre 
en  la  plácida  región  de  las  nubes  y  que  — conquistado  por  la  Es- 
paña católica  y  batalladora — ,  parece  por  las  mañanas  un  gue- 
rrero que  vigila  dos  continentes,  y  por  las  tardes,  cuando  el  oca- 
so recuenta  sus  vestiduras  episcopales,  emula  con  la  impresión 
de  un  monje  austero  en  éxtasis. 

O,  ganada  de  intentos  mozos,  puede  nuestra  vista  recorrer 
las  colinas  ingenuas,  morosamente  rendidas  a  las  premuras  de 
la  vegetación,  o  los  valles  rientes,  en  donde  las  aguas  que  vienen 
cansadas  de  saltar  precipicios  y  tallar  duras  rocas  se  amansan 
en  torno  de  las  palmeras  gentiles  y  discurren  con  cristalina  doci- 
lidad por  entre  la  sangre  pródiga  de  los  geranios  y  el  azul  he- 
ráldico que  a  los  cielos  han  prestado  las  hortensias.  Y,  aquí  y 
allá,  amparadas  a  la  sombra  colosal  de  las  escarpas,  las  poblacio- 
nes enjalbegadas,  como  nidos  prolíficos  en  que  se  conserva  y  per- 
petúa la  vida,  o  como  apriscos  que  la  iglesia  pastorea  con  sus  to- 
rres vigilantes,  desde  las  cuales  se  derrama  sobre  los  valles  un 
rutilante  vuelo  de  campanas,  en  alboroto  de  repiques  festivos,  o 
en  pausados  sones  que  sugieren  el  temor  a  la  muerte  e  invitan 
al  hieratismo  de  la  meditación. 

Razón  hubo  para  que  sabios  doctores,  ante  la  evidencia  do 
la  feracidad  y  belleza  de  estas  tierras,  más  que  convencidos  por 
las  oscuras  noticias  de  los  textos  sagrados  y  sus  profesionales 
polémicas,  hayan  querido  situar  aquí  la  perdida  existencia  del 
paraíso  terrestre  o,  por  lo  menos,  en  las  tierras  vecinas  — de  las 
que  éstas  son  acusada  reminiscencia — ,  que  la  culpa  hundió  ha 
miles  de  siglos  en  las  voraces  entrañas  del  mar.  Y  de  estar  en  la 
isla  de  Tenerife  el  escondido  asiento  del  edén  bíblico,  debió  caer 
éste  hacia  la  parte  en  que  la  tierra  se  hermosea  más  y  refulge 
con  la  alegría  de  una  reciente  creación.  .  .  :  en  el  dichoso  valle 
de'  la  Orotava,  donde  las  aguas  son  más  puras  y  frescas,  mejor 
pintadas  las  flores  y  dulcísimos  los  trinos  de  los  pájaros;  donde 
de  las  piedras  mismas  dimana  una  esotérica  posibilidad  de  ino- 
cencia, que  las  haría  caer  grávidas  de  inofensividad  de  la  honda 
que  quisiera  lanzarlas... 


EL    HERMANO  PEDRO 


7 


A  ocho  leguas  de  ese  valle,  participando  de  los  dones  que  la 
naturaleza  le  ha  prodigado,  existe  una  humilde  villa,  iletrada  y 
pueril,  que  aún  convalece  de  un  parto  laborioso  y  sagrado;  asien- 
to todavía  de  las  virtuosas  costumbres  y  la  tradicional  salud 
campesinas,  con  doscientos  habitantes,  fortalecidos  en  el  trabajo 
cuotidiano  y  simplemente  distraídos  en  los  sencillos  menesteres 
de  su  vida;  infantes  grandes,  cuya  ciencia  cabría  íntegra  en  el 
Padrenuestro,  si  no  tuviesen  a  la  misma  naturaleza  como  maes- 
tra de  lecciones  objetivas. 

La  villa  se  llama  Chasna,  pero  también  Villa  Flor,  y  este 
nombre  le  conviene  más,  como  que  podría  adivinarlo  el  extraño 
recreado  en  la  magnífica  decoración  de  sus  agrestes  contornos. 
"Y  aunque  pudieron  sus  habitadores  idearle  este  título,  dice  fray 
Joseph  García  de  la  Concepción,  no  pudieran  prevenirle  a  su 
Villa  Flor  más  hermoso  fruto,  que  el  que  logra  en  su  dichoso 
hijo",  es  decir,  que  en  esta  villa  vió  la  luz  primera  el  Siervo  ida 
Dios,  Pedro  de  San  José  Bethancur. 

Entre  las  modestas  casas  que  solidarizan  su  confianza  y  sus 
llanos  anhelos  en  la  existencia  de  Villa  Flor,  una  fue  marcada 
por  la  mirada  arcana  de  un  designio  divino,  y  sobre  ella  iba  a 
derramarse  la  gracia  en  su  forma  súbita  e  infalible,  asistiendo 
al  parto  de  doña  Ana  García,  la  legítima  esposa  de  don  Amador 
González  de  la  Rosa  Bethancur,  en  el  fasto  año  de  1626,  pol- 
la época  del  primer  equinoccio,  fecha  que  puede  muy  bien  mar- 
car una  era  en  el  devenir  innumerable  de  la  santidad. 

Y  ahora,  venid  agoreros  del  bien  y  del  mal,  auscultadores 
de  los  subfondos  del  sino,  agudos  espíritus  de  la  doble  vista,  y 
trazad  el  horóscopo  de  un  niño  que  nace  bajo  la  advocación  de 
Dios,  en  un  hogar  religioso,  manso  y  honrado,  en  una  humilde 
Villa  de  las  Islas  Afortunadas,  al  arrullo  inmenso  del  mar,  que 
abre  las  perspectivas  de  múltiples  y  dispersos  senderos,  en  una 
tierra  de  contextura  volcánica,  que  alienta  ese  fuego  único  pa- 
ra materializar  la  comparación  de  la  fe  en  que  se  arden  los  co- 
razones místicos,  a  orillas  de  un  valle  que  hace  pensar  en  el 
paraíso  terrestre  y  exhibe  en  abigarrado  y  noble  conjunto  las 
incontables  posibilidades  de  la  creación. 

Para  Amador  González  Bethancur  no  hay  misterio  en  el 
nacimiento  de  su  hijo,  pues  su  conciencia  se  recuesta  confiada  en 
la  alta  misericordia  y  la  suprema  sabiduría,  de  Dios  ;  hay  sólo  una 
profunda  compasión  hacia  la  esposa  transida  en  el  dolor  de  ge- 
nerar, y  una  vaga  inquietud  de  leve  culpa,  que  se  anula-  en  el  or- 
gullo instintivo  del  macho  fecundo  y  en  el  subrepticio  júbilo  de 
la  especie  satisfecha.  Sobre  su  sonrisa  se  yuxtapone  la  sonrisa  de 
sus  nobles  antepasados,  que  aprueban  bondadosamente  ese  atá- 
vico resurgimiento  y  esbozan  un  dengue  de  malicia  en  el  rostro 
radiante  del  padre,  corona  de  un  cuerpo  ávido  y  recio,  del  que 
emergen  los  brazos  robustos  para  el  trabajo  y  humildes  para  la 
imploración,  sólidamente  columnado  sobre  las  piernas,  que  pa- 


8 


DAVID  VELA 


recen  seguir  tomando  posesión  de  la  tierra  con  el  ancestral  gesto 
de  sus  antepasados,  guerreros  y  colonizadores. 

Sí,  don  Amador  González  Bethancur  puede,  si  quiere,  glo- 
riarse de  las  ejecutorias  de  su  estirpe  normanda,  que  trajo  las 
armas  vencedoras  a  esta  isla  y  tuvo  el  responsable  peso  de  una 
corona  real  sobre  la  cabeza,  y  ostenta  limpios  y  valerosos  blaso- 
nes, pudiendo  la  heráldica  leer  sin  vacilación  en  su  escudo  la  an- 
cha nobleza  de  su  historia  familiar. 

Desde  que  Juan  de  Bethencourt  conquistó  algunas  islas,  en 
1402,  se  siguió  una  larga  guerra  ganada  bajo  los  auspicios  de 
don  Enrique  III  de  Castilla,  cuyas  cruentas  hazañas  habría  con- 
tado Diego  García  de  Herrera,  de  no  caer  muerto,  desangrada 
de  heroísmo  y  heridas,  en  la  isla  de  Tenerife  (hay  una  población. 
La  Matanza,  cuyo  terrible  nombre  recuerda  aquella  gesta) ;  lu- 
cha y  triunfo  que  valieron  a  don  Juan  de  Bethencourt  el  sobre- 
nombre de  grande  y  real  título,  confirmado  por  la  viuda  de  don 
Enrique,  doña  Catalina  de  Castilla,  1417. 

Pero,  con  la  lengua  inmortal  de  los  símbolos  habla  más  alto 
el  escudo  de  la  familia,  "en  cuyo  diestro  lado  se  muestra  un 
león  rampante:  y  tiene  por  timbre  otro  animal  de  la  misma  es- 
pecie, y  fiereza.  Descúbrense  en  el  escudo  cinco  flores  de  Lys  de 
oro;  y  entre  ellas  del  mismo  precioso  metal  cuatro  robles,  que  le 
hacen  singularmente  vistoso.  A  su  lado  siniestro  manifiesta  el  es- 
cudo e.n  campo  blanco  once  armiños  negros:  y  uno,  y  otro  lado 
se  dejan  ver  ocupados  de  dos  reyes  de  Guanches  (nombre  de  los 
nativos:  de  guan,  persona,  y  chmet,  que  recuerda  la  inmigración 
de  los  guerreros  berberiscos),  que  los  tienen  asidos". 

Mas  don  Amador  González  se  ha  hecho  otro  escudo  sin  re- 
gistro en  la  heráldica  vulgar,  que  sólo  lo  interpreta  su  cora- 
zón: tiene  la  forma  de  la  isla  de  Tenerife;  en  el  diestro  lado  se 
alza  el  pico  de  Teide  rampante,  coronado  de  nubes  y  en  campo 
marino;  a  la  siniestra,  en  campo  gualda,  el  valle  de  la  Orotava, 
esmaltado  de  flores  naturales,  no  por  sencillas  menos  vistosas, 
entre  las  cuales  trisca  un  rebaño  entre  luces  matinales  y  claros 
sones  de  esquilas.  De  un  lado  y  otro,  lo  sostienen  dos  mancebos 
y  dos  doncellas,  que  son  sus  cuatro  hijos,  resplandecientes  de 
virtud.  Y  ahora  nace  otro  que  no  tendrá  escudo,  porque  su  linaje 
no  parece  ser  de  este  mundo  y  ha  de  tener  por  guía  de  su  destino  y 
nimbólo  de  su  vida  la  misma  estrella  que  condujo  a  los  tres  Reyes 
Magos  hasta  la  cuna  del  Dios  niño,  en  los  albores  de  la  redención, 

"La  nobleza  de  Pedro  — dice  Montalvo — ,  si  atiendes  a  su 
vida,  fue  tan  alta,  que  más  pueden  honrarse  sus  reales  anteceso- 
res con  su  virtud,  que  él  con  sus  coronas". 

"Por  lo  que  toca  a  Ana  García  — continúa  exponiendo  fray 
Joseph  García  de  la  Concepción — ,  no  puedo  administrar  más 
noticia  de  su*, estirpe,  que  la  que  se  funda  en  su  apellido,  y  en,  la 
común  estimación;  pero  puedo  asegurar,  que  así  ella,  como  su 
esposo,  fueron  de  vida  irreprensible,  de  loables  costumbres,  y 


EL    HERMANO  PEDRO 


de  ejemplarísimas  operaciones;  elevando  con  sus  virtuosos  he- 
chos y  cristianos  empleos  la  soberanía  de  su  sangre.  De  cuatro 
raíces  se  origina  la  nobleza  en  sentir  de  Aristóteles,  que  son  li- 
naje, riquezas,  virtud  y  disciplina;  y  todas  concurrieron  unifor- 
mes a  hacer  insignemente  cumplida  la  nobleza  de  estos  sujetos: 
pues  con  su  origen  tan  afortunado  en  conveniencias,  como  cali- 
ficado en  sangre,  unieron  sus  ajustados,  virtuosos  y  ejemplares 
procederes". 

La  villa  de  Chasna  se  santigua  con  las  luces  de  la  mañana, 
para  iniciar  cada  día  la  misma  vida  sin  variación  ni  sobresalto, 
diluida  en  ingenuas  conversaciones  caseras  y  amables  saludos, 
apenas  inquietada  por  los  rústicos  menesteres  del  medio  cam- 
pesino que  la  rutina  preside:  el  beneficio  de  la  miel  entre  abejas 
rumorosas  de  laboriosidad;  el  ordeño  de  las  cabras  y  fabrica- 
ción de  los  quesos  y  la  manteca;  la  molienda  del  trigo  y  confec- 
ción del  pan;  las  intermitentes  transacciones  de  su  rudimentario 
comercio;  el  canturreo  de  las  escobas  hacendosas;  el  importante 
andar  del  alcalde,  que  paeea  su  ocio  obligado  entre  sonrisas  con- 
descendientes; y  algún  amor  que  nace  naturalmente,  sin  rubo- 
res, como  los  cabritillos  en  el  redil,  y  que  luego  sancionará  el 
cura  con  su  bendición. 

En  las  habitaciones  más  humildes  de  la  población,  o  en  los 
alrededores  de  la  misma,  en  cabanas  o  grutas,  aún  viven  nativos 
ariscos,  altos  y  rubios,  de  luenga  cabellera  y  sosegado  espíritu, 
que  prefieren  el  humilde  gofio  de  sus  abuelos  al  pan  de  los  ricos, 
que  tuestan  su  cebada  y  "la  muelen  entre  sus  dos  piedras  here- 
ditarias", o  se  pasan  de  uno  a  otro  con  ritual  seriedad  y  pesada 
cadencia  el  pellejo  en  que  se  elabora,  la  manteca.  En  el  campo  co- 
rren a  la  par  de  sus  ovejas  y  las  capturan  en  plena  carrera,  o 
salvan  hondos  precipicios  con  ágil  sangre  fría  en  la  punta  de  su 
milagrosa  pértiga. 

Señora  de  almas,  en  el  centro  de  la  villa  se  alza  la  fábrica 
de  la  iglesia  parroquial  de  Chasna,  que  hace  honor  al  Apóstol 
San  Pedro;  y  cuando  la  vida  de  un  día,  que  es  la  vida  de  un  si- 
glo, ha  terminado,  desde  su  campanario  bajan  graves  y  parsimo- 
niosos los  toques  de  oración  a  santiguar  la  fe  niña  de  los  habi- 
tantes; se  encienden  luego  las  velas  bajo  la  advocación  del  Es- 
píritu Santo,  se  conversa  de  las  cosechas,  las  enfermedades  de 
los  animales,  los  injertos  y  el  trasplante  de  las  flores,  el  rendi- 
miento de  las  colmenas.  .  . ,  en  reducidos  corros  o  íntimos  cer- 
cos familiares.  Don  Froylán  contara  por  enésima  vez  su  viaje 
a  Cádiz,  episodio  heroico  que  le  dió  el  nombre  de  Jasón,  levanta 
f anfarronamente  su  bigote  y  le  ha  valido  ser  siete  veces  alcalde; 
se  comenta  un  caso  jurídico  que  tiene  perplejos  al  cabildo,  al  cura 
párroco  y  a  los  principales,  porque  un  enjambre  de  don  Jacinto 
determinó  ir  a  posarse  en  el  apiario  de  don  Francisco  y  ahí  tomó 
querencia;  o  se  habla  con  infantil  rezago  y  respetuosa  indecisión 
de  las  cosas  que  pasan  en  la  lejana  corte,  cuyo  fasto  decora  fan- 


10 


DAVID  VELA 


tásticamente  en  el  rescoldo  de  sus  recuerdos  una  anciana  abue- 
la. Pero  las  reuniones  se  disuelven  pronta  y  fácilmente  en  un 
ceremonioso  "usted  la  pase  con  Dios";  acaso  sólo  quede  en  el 
atrio  de  la  iglesia,  contrastando  con  el  claror  de  la  luna,  la  sota- 
na del  párroco,  prolongada  en  las  sombras  que  envuelven  a  la 
Villa  y  llena  de  agujeros  hacia  arriba,  a  donde  cae  el  cielo. 

La  casa  de  don  Amador  González  Bethancur  refleja  esa 
paz  inalterable  y  esa  nativa  inocencia  que  hacen  una  Arcadia  de 
Villa  Flor:  la  severidad  de  las  costumbres  y  la  firmeza  de  los 
principios  morales  tienen  ejemplo  de  solidez  en  las  gruesas  pa- 
redes de  calicanto;  la  bondad  y  la  fe  son  copia  de  la  ternura  y 
fragancia  de  la  flora  local;  las  aspiraciones  no  van  más  allá  de 
ver  levantarse  las  sementeras  al  sol  y  engordarse  en  regalados 
valles  los  apriscos,  o  se  elevan  directamente  al  cielo,  por  encima 
del  Teide  enhiesto. 

Pero  la  verdadera  cuna  del  hermano  Pedro  Bethancur  fue 
la  pila  bautismal  de  la  iglesia  de  San  Pedro,  en  Villa  Flor,  pues 
iba  a  vivir  sólo  por  y  para  la  fe  de  Cristo;  pudiendo  decirse  por 
ello  que  nació  el  día  de  su  bautizo,  el  21  de  marzo  del  año  ventu- 
roso de  su  advenimiento.  Apenas  puede  evocarse  un  hecho  de  tan 
sencilla  apariencia  en  la  lejanía  del  tiempo,  y  de  fijo  habría 
quedado  sepulto  en  secular  olvido,  de  no  proyectarse  sobre  el  fu- 
turo de  aquel  tierno  ser  las  consecuencias  de  ese  acto,  que  impli- 
caba su  inconsciente  alistamiento  en  las  banderas  de  la  fe  católi- 
ca y  sería  fuente  original  de  su  prodigiosa  vida  en  el  seno  de  la 
religión. 

Fray  Joseph  García  de  la  Concepción,  comenta  el  suceso: 
"Ordenando  así  la  divina  Providencia,  que  allí  se  le  diese  la  pri- 
mera labor  de  la  gracia  a  este  Pedro,  que  había  de  ser  la  piedra 
fundamental  de  la  religión  Bethlemítica,  donde  era  singularmen- 
te venerado  el  dichoso  Pedro,  que  fue  fundador  de  la  Católica 
Iglesia". 


-III- 


PRECOCES  ANUNCIOS 


«Las  campanas...  ¡Despunta  el  alba!  Respóndense 
unas  a  otras  dolientes,  amistosas,  tranquilas.  Al  so- 
nido de  sus  lentas  voces  surgen  enjambres  de  sueños, 
sueños  del  pasado,  deseos,  esperanzas,  añoranzas  de 
seres  desaparecidos  a  quienes  el  niño  no  conoció,  y 
sin  embargo  formó  parte  de  ellos,  puesto  que  vivió 
en  ellos  y  ellos  reviven  en  él.  Vibran  en  aquella  mú- 
sica siglos  de  recuerdos». 

Romain  Roland. 


L  niño  crecía,  feliz  y  gracioso,  y  tan  pronto  hubo  ca- 
pacidad de  ser  doctrinado  "halló  en  sus  padres  la  en- 
señanza que  congruamente  se  deduce  de  su  cristiana 
vida".  La  historia  sagrada  no  ofrecía  complicaciones 
en  la  modesta  cátedra  de  los  labios  maternales,  deva- 


nada al  capricho  de  una  fantasía  pueril,  en  una  serie  de  cuentos 
y  leyendas. 

Unas  veces  era  Moisés,  patriarca  de  florida  barba,  guiando 
al  pueblo  de  Israel  hacia  la  tierra  de  promisión,  venciendo  obs- 
táculos y  burlando  persecuciones  al  conjuro  de  su  varita  má- 
gica. Otras,  la  dolorosa  tragedia  de  la  redención,  que  muestra 
a  Cristo,  Dios  y  Hombre,  condenado,  vejado,  coronado  de  espi- 
nas, llevando  a  cuestas  el  madero  infamante,  o  expirando  en 
lo  alto  de  la  cruz,  en  una  tarde  fustigada  de  truenos  y  relámpa- 
gos, en  que  la  tierra  se  estremeció  de  espanto  y  bajó  por  el 
monte  Calvario  un  ardiente  arroyo  de  lágrimas.  O  el  milagro 
de  la  natividad  del  Señor,  que  reunió  en  torno  de  su  misérrima 
cuna,  en  un  pesebre  de  Bethlén,  la  inocencia  de  ángeles  y  pas- 
tores, a  donde  vinieran  a  venerarlo  tres  Reyes,  conducidos  por 
una  estrella  rutilante,  que  los  astrónomos  no  han  podido  iden- 


12 


DAVID  VELA 


tificar,  mas  se  parece  al  lucero  de  la  mañana,  que  es  clarín 
preclaro  del  sol. 

Pero  en  el  ejemplo  de  la  vida  hogareña  halló  Pedro  Be- 
thancur  un  suave  mentor  de  sus  naturales  inclinaciones,  de 
suyo  propensas  a  la  humildad  y  modestia,  que  son  amplias  puer- 
tas de  la  gracia,  en  el  fermento  de  una  tradición  hereditaria 
que  llenó  los  claustros  de  monjes  penitentes  y  espíritus  ilumi- 
nados, y  circundó  la  existencia  terrena  de  sortilegios  y  mila- 
gros. (La  edad  media  fue  una  monja  en  éxtasis  durante  siglos, 
y  dejó  en  las  almas  la  marca  del  cilicio  y  la  sombra  de  una  so- 
tana). Y  dice  un  panegirista:  "Era  la  casa  de  Amador  Gonzá- 
lez y  Ana  García  una  escuela  de  virtudes,  de  donde  salieron  los 
hijos  discípulos  muy  aprovechados;  pero  en  ninguno  logró  más 
gloria  su  magisterio,  que  en  su  hijo  Pedro,  cuya  sabiduría  en 
facultades  espirituales  fue  desde  muy  luego  notablemente 
grande". 

El  niño  tiene  un  ánimo  quieto  y  tranquilo,  pero  ahora  pa- 
rece más  sosegado  que  nunca,  embargado  quién  sabe  por  qué 
labor,  y  la  madre  se  acerca  solícita.  Lo  halla  contemplando  una 
cruz  que  sus  propias  manos  fabricaran,  y  en  su  delectación  no 
se  traduce  el  pueril  triunfo  de  la  obra  personal,  sino  una  pre- 
ocupación más  honda,  cercana  al  sueño,  y  no  parece  sino  que 
Dios  ha  querido  ponerle  este  símbolo  en  las  manos  para  irlo 
adiestrando  en  el  entendimiento  de  su  vocación,  luego  ostensi- 
blemente manifestada,  que  en  lo  futuro  iba  a  arrobarlo  en  el 
elán  místico  ante  el  misterio  de  la  redención,  y  lo  movería  a 
echarse  él  mismo  sobre  los  hombros  penitentes  el  madero  ex- 
piatorio. Ana  García,  inconsciente  de  una  vaga  asociación  de 
ideas,  piensa:  habrá  que  llevarlo  a  Las  Palmas,  para  que  se  le 
confirme  en  la  fe  del  Señor. 

La  fabricación  de  cruces  se  hizo  un  empleo  favorito  de  sus 
largos  ratos  de  ocio.  "De  las  cruces  que  hizo  el  Siervo  de  Dios, 
cuando  niño  — informa  fray  Joseph  García  de  la  Concepción — , 
se  conservaban  algunas  en  la  misma  casa  donde  nació,  y  se 
crió,  por  los  años  de  mil  setecientos  y  cuatro";  y  comentando 
su  ulterior  santidad,  agrega:  "...  ya  estas  veras  daban  ensayo 
las  diversiones  de  sus  años  tiernos;  teniendo  por  juego  aquella 
devota  tarea;  y  previniendo  gustosamente  entretenido  el  ins- 
trumento, que  después  había  de  ser  ara,  en  que  seriamente  se 
sacrificase  a  el  Salvador  por  imitación  perfecta". 

Don  Amador  González  era  un  hombre  devoto,  y  con  tan  ex- 
cesivo celo  trataba  de  practicar,  y  practicó  siempre,  los  precep- 
tos de  abstinencia,  que  los  extremados  rigores  de  ésta,  al  decir 
de  los  médicos,  fueron  la  más  inmediata  causa  de  su  muerte.  Y 
su  hijo  Pedro,  infante  aún  y  sin  ser  para  ello  movido  de  vo- 
luntad ajena,  calcó  su  vida  en  aquel  severo  ejemplo,  siendo 
maravilla  que  a  los  cinco  años  de  edad,  cuando  otros  chicos  so- 
bresalen por  lo  contrario  y  la  menor  tentación  los  engolosina, 


EL    HERMANO  PEDRO 


13 


él  observase  cuidadosamente  el  ayuno,  no  sólo  en  lo  que  res- 
pecta a  las  horas  de  sus  comidas,  sino  a  la  limitación  de  estas, 
con  mortificación  de  su  apetito,  y  aun  la  supresión  de  las  mis- 
mas, lo  mismo  si  no  era  taxativamente  mandado.  Y  en  esta  re- 
gular costumbre  perduró  con  espontánea  voluntad,  llegando  a 
estar  hasta  por  espacio  de  tres  días  naturales  sin  tomar  ali- 
mento alguno,  en  el  ayuno  que  vulgarmente  llaman  del  traspaso. 

Y  cualquiera  que  observase  estos  hechos,  así  como  su  afi- 
ción por  frecuentar  la  iglesia  parroquial  y  el  devoto  impulso 
que  lo  arrastraba  a  la  veneración  de  los  misterios  sagrados  que 
son  motivo  del  culto  y  clave  de  los  ritos  católicos,  habría  podido 
predecir  su  futuro  destino,  en  la  quebrada  senda  de  santidad  que 
a  sus  humildes  pasos  parecía  de  antemano  decretada. 


-IV  — 


VOCACION 

«Rumia  en  el  precipicio  una  cabra  pendiente, 
una  ternera  rubia  baila  entre  la  maraña, 
y  el  cielo  campesino  contempla  ingenuamente 
la  arruga  pensativa  que  tiene  la  montaña» 

Herrera  y  Reissig. 


EMPRANAMENTE  penetrado  de  la  profunda  fe, 
ejemplares  costumbres  y  devota  religiosidad  de  sus 
padres,  que  de  la  conciencia  de  éstos  irradiaba  al  ho- 
gar modesto  y  tranquilo,  y  fuera  de  él  se  proyectaba 
en  actos  de  limpísima  honradez  y  reiterada  magnani- 
midad, Pedro  de  Bethancur  hizo  pronto  de  su  corazón  una  vestal 
que  mantenía  y  avivaba  ese  fuego  hereditario,  en  el  que  iba  a 
encenderse  toda  su  vida,  hasta  el  deliquio  místico,  entre  cardos 
de  mortificación  y  flores  de  milagro. 

Asistía  al  santo  oficio  de  la  misa,  bajo  la  bondadosa  y  sen- 
cilla tutela  espiritual  de  la  madre.  Fuera  distraído  al  principio 
por  el  brillo  y  detallista  fasto  de  la  ceremonia,  cuyo  profundo 
sentido,  para  muchos,  se  dispersa  en  el  múltiple  llamear  de  los 
cirios,  el  erizado  reflejo  de  los  áureos  retablos  y  las  casullas  bor- 
dadas, los  juegos  de  íuz  de  los  altos  vitrales  historiados,  el  olor 
ascendente  de  las  flores  y  el  incienso,  y  la  parsimonia  de  los  ges- 
tos rituales;  pero  muy  pronto  llamó  la  atención  el  edificante 
ejemplo  de  aquel  mozalbete  que  tan  a  fondo  se  recogía  en  sí 
mismo  y  algunas  veces  prestaba  la  apariencia  de  una  evasión  es  - 
piritual por  la  escala  impalpable  del  éxtasis. 

Seguidamente  se  aficionó  al  ambiente  austero  y  meditativo 
del  templo,  donde  pasaba  largas  horas  purificándose  en  la  ora- 
ción, o  simplemente  ganado  por  una  grata  sensación  de  reposo  y 
confianza,  a  la  manera  como  algunas  ovejas  se  aquerencian  y 
familiarizan  con  el  pastor  y  sólo  triscan  a  su  alcance  o  reposan 


16 


DAVID  VELA 


a  sus  pies  en  actitudes  de  natural  mansedumbre  y  ocio  confiado. 

Mas,  luego  iba  a  frecuentar  un  templo  más  amplio,  donde 
toda  la  decoración  es  monumental  y  para  cuyo  aliño  y  aseo  sobra 
la  mano  del  hombre:  la  naturaleza  misma,  que  a  los  ojos  del  es- 
píritu místico  se  manifiesta  como  una  perenne  y  descomunal  sin- 
fonía en  que  se  coordinan  universales  loores  al  poder  arcano  y 
sin  límites  de  la  creación. 

Don  Amador  González,  inconscientemente  puesto  al  servicio 
de  los  símbolos,  determinó  que  su  hijo  fuera  pastor  de  ovejas 
— como  más  tarde  iba  a  ser  un  pastor  d&  almas — ,  y  todos  los  días 
condujese  el  rebaño  a  los  montes  cercanos,  abundantes  en  pasto 
y  esplendorosos  en  su  virgiliana  belleza. 

Pronto  se  aficionó  el  alma  joven  de  Pedro  al  espectáculo 
luciente  del  campo,  uno  siempre  y  diverso:  el  juego  cuotidiano 
de  las  luces  del  sol  naciente  sobre  las  nieves  del  Teide  majestuo- 
so; el  manso  cencerro  de  los  ríos  conduciendo  lasi  aguas  con  pre- 
surosa limpidez;  las  formas  elegantes  y  juveniles  de  los  árbo- 
les, que  danzan  al  viento  en  el  júbilo  y  la  cadencia  de  su  frescu- 
ra; el  azul  numeroso  de  las  hortensias  que  un  intento  pictórico 
escalona  en  las  escarpas;  los  tonos  vocingleros  de  las  flores  sil- 
vestres; la  vida  misteriosa  dé  la  selva  odorante,  prodigada  en 
vuelos,  trinos,  crujidos,  arrastres.  .  . 

A  su  vista  diligente  se  derrama  el  rebaño  en  desperdicio  de 
armiñados  vellones,  y  él  queda  a  la  sombra  de  un  árbol  amigo 
en  cuya  savia  sigue  latiendo  el  ritmo  de  los  versos  del  mantuano; 
pero  el  registro  de  su  corazón  sólo  tiene  voces  humildes  y  pronto 
se  confunde  con  el  paisaje,  y  es  sólo  una  florecilla  más  que  rin- 
de sus  colores  y  eleva  el  aroma  de  su  oración  al  Señor. 

"Había  oído  decir  que  si  se  comía  antes,  o  después  de  las  do- 
ce, se  faltaba  a  la  forma  del  ayuno,  y  como  la  distancia  del  para- 
je le  dificultaba  la  dirección  de  la  campana,  para  saber  las  horas: 
se  valía  del  reloj  que  la  necesitada  experiencia  de  los  pastores 
ha  inventado  para  su  gobierno.  Clavaba  en  el  suelo  su  cayado,  en 
cuya  sombra  observaba  atento  el  curso  del  sol,  y  punto  de  medio 
día.  para  hacer  su  comida:  y  si  algún  natural  descuido  dejaba 
pasar  la  sombra  de  aquel  sitio,  en  que,  según  sus  experimentales 
reglas,  hacía  las  doce,  tomaba  la  penitencia  de  no  comer  aquel 
día:  juzgando  con  santa  sinceridad,  que  lo  contrario  sería  tras- 
pasar el  ayuno". 

Y  cuando  el  día  cansado  de  esplender  se  marchitaba  en  som- 
bras sobre  los  campos,  y  el  rumor  de  los  riachuelos  se  hacía  más 
misterioso  entre  las  hojas,  antes  de  que  la  noche  espesara  las" 
frondas  y  cerrase  todas  las  veredas,  juntaba  su  juguetón  rebaño 
con  un  grito  plañidero  que  se  quebraba  a  larga  distancia  en  el 
aire.  Ayudábalo  fogosamente  en  la  faena  un  perro  leal  y  ofi- 
cioso, que  pasara  largas  horas  echado  a  su  vera,  con  las  orejas 
atentas,  el  ojo  vigilante  y  la  roja  lengua  entre  los  colmillos  ame- 


EL    HERMANO  PEDRO 


17 


nazadores,  o  correteara  infatigable,  en  la  euforia  de  su  salud 
muscular. 

Regresando  al  hogar,  por  los  caminos  violetas,  cuando  la 
tarde  se  diluye  en  la  penumbra,  desangrada  de  luces,  entre  olo- 
res campestres,  y  todos  los  cerros  se  sacuden  con  el  infantil  tin- 
tineo de  las  esquilas,  suele  Pedro  echarse  a  hombros  algún  tier- 
no cabritillo,  y  la  madre  va  muy  cerca,  celosa,  casi  dificultándole 
el  paso,  tratando  de  lamer  la  mano  del  pastor;  así  como  después 
iban  a  cargar  sobre  sus  hombros  una  iglesia,  una  escuela  y  un 
hospital,  sin  él  sentir  el  peso.  .  . 

Y  al  entrar  a  Villa  Flor,  salían  a  su  encuentro,  como  perros 
familiares,  los  toques  de  oración,  y  en  su  alma  se  encendía  una 
luz  ferviente:  Alabado  Sea  el  Santísimo  Sacramento  del  Altar! 


LA  LLAMADA 


«Mas  al  fin,  sobre  el  horizonte  rosáceo  de  la  aurora, 
aparece  la  visión,  la  visión  ante  la  cual  las  mayorías 
humanas  serán  ciegas  y  mudas,  burlescas  o  irrita- 
das, contra  los  que,  en  aquella  hora  de  prueba, 
verán» . . . 

Cabriel  Alomar. 


EDRO  sufre  de  un  mal  sin  nombre.  Sigue  siéndole 
grata,  es  verdad,  la  compañía  de  sus  padres;  halla 
amable,  sin  duda,  la  vida  sencilla  de  Chasna;  el  pai- 
saje conserva  su  frescura  y  color;  ama  a  su  rebaño  y 
lo  enternecen  los  corderos  recentales:  todo  es  lo  mis- 
mo en  la  isócrona  reproducción  de  los  días  y,  sin  embargo,  lo 
trabaja  una  secreta  ansiedad,  un  sentimiento  que  no  acierta  a 
explicarse,  como  si  desde  algún  sitio  una  voz  apremiante  lo  lla- 
mase. 

¿Cuál  será  su  camino?  He  aquí  a  Pedro  perplejo;  mas  esa 
misma  angustia  penumbrosa  es  ya  precursora  del  alba  que  va 
a  despuntar  en  su  espíritu  y  ha  de  llenarlo  de  claridad.,  Elemen- 
to pasivo  de  la  gracia  que  lo  visita,  siente,  sin  comprender,  y  aun 
cuando  perdura  el  íntimo  desasosiego,  la  oscura  nostalgia  de  su 
alma,  materializados  en  una  sensación  de  ahogo,  lleno  el  pecho 
de  suspiros  cautivos,  empieza  a  fijarse  el  Norte  de  sus  aspira- 
ciones: vago  deseo  de  partir:  firme  propósito  de  servir  a  Dios. 

Los  teólogos  han  profundizado,  sin  agotarlo,  el  tema  de  es- 
tas iniciaciones  místicas,  en  seres  que  parecen  elegidos  y  a  quie- 
nes, según  la  metáfora  de  Santa  Teresa,  Dios  amamanta  con  los 
rayos  de  leche  que  emanan  del  generoso  pecho  de  la  predestina- 
ción. Y  es  corriente  que  tales  aspiraciones  aparezcan  en  la  ju- 
ventud. "Cuando  observamos;  a  la  juventud,  — dice  Fumet —  nos 
damos  cuenta  de  que  no  es  sino  un  punto  de  partida.  Toda  su; 
significación  reposa  en  ese  elán  que  le  es  esencial;  encarnación 


20 


DAVID  VELA 


del  deseo,  la  juventud,  que  es  la  primavera,  no  es  bella  sino  por- 
que encierra  ese  impulso  hacia  un  objeto  que  no  conocemos  en  es- 
te mundo:  la  eternidad.  Dios  espera  de  su  criatura  llamada  un 
consentimiento  inicial,  que  ella  está  siempre  en  posibilidad  de  re- 
husarle; pero  como  la  senda  tiene  pendientes  sobrenaturales, 
podría  decirse  que  van  de  abajo  hacia  arriba  y  que  los  caminos 
tortuosos  que  seducen  a  las  almas  débiles  no  tienen  ningún  poder 
de  atracción  sobre  aquélla  — y  que  así  goza  ella  de  favores  que 
la  marcan  con  un  signo  ostensible — ,  y  es  permitido  conjeturar 
que  Dios,  a  la  vez,  tiene  exigencias  frente  a  su  elegida  que  estre- 
mecerían a  otras  almas". 

Pedro  acudió  atribulado  al  consejo  de  una  tía:  vida  ascética 
que  se  fuera  marchitando  como  una  floréenla  entre  las  páginas 
deradas  de  su  devocionario,  pero  cuyo  espíritu  se  impregnara 
del  aroma  que  trasfunde  la  eternidad  a  las  almas  que  abren  sus 
sedientas  corolas  sobre  los  anhelos  comunes  de  los  hombres.  No 
llamó  en  vano  el  mancebo  al  castillo  interior  de  aquella  devota, 
iniciada  en  la  sabiduría  de  los  humildes,  apta  ya  con  anciana 
experiencia  para  penetrar  en  el  laberinto  de  las  conciencias  y 
derramar  sobre  ellas  el  ministerio  del  consuelo. 

— Ausculta  bien  tu  corazón,  hijo  mío;  física  y  moralmente 
sufre  la  juventud  incógnitas  premuras,  abundan  las  ambiciones 
espirituales  en  la  edad  de  la  adolescencia,  mas  no  siempre,  has- 
ta casi  sólo  por  excepción,  llegan  a  su  plenitud  santas  vocaciones. 

Pedro  protestaba  la  firmeza  de  sus  ideales  y  la  adhesión  de 
su  voluntad  al  fin  que  comenzaba  a  condenarse  en  su  alma  en 
la  forma  de  un  vehemente  querer;  ahora  sólo  demandaba  un  ca- 
mino, mejor  si  estaba  ya  marcado  por  huellas  santas  y  se  empi- 
naba a  la  perfección.  .  . 

— Dios  es  fuente  ilímite  de  sabiduría,  manantial  inagotable 
de  amor,  y  gloria  final;  su  ley  no  se  discute,  hijo,  y  si  él  te  ha 
llamado  irás  a  su  encuentro,  como  Pedro  sobre  las  aguas.  .  . 

"Ir  al  encuentro  de  Dios,  como  Pedro  sobre  las  aguas".  .  . 
"Como  Pedro  sobre  las  aguas"...  Ya  estaba  hecha  la  revela- 
ción: debía  cruzar  el  océano  y  marchar  a  las  Indias  Occidenta 
les;  difundiría  el  evangelio  entre  salvajes  tribus;  quizá  sería 
muerto  al  servicio  de  Dios.  Su  hermana  Lucía,  "que  se  conservó 
virgen  toda  la  vida"  y  murió  en  fama  de  santidad,  aprobaba 
sus  planes,  y  su  tía  acabara  por  entusiasmarse  con  el  proyecto, 
"predicándole,  que  de  aquel  viaje  fe  havia  de  feguir  gran  gloria 
a  Dios,  muchos  provechos  a  los  próximos,  y  no  pocos  interefes  a 
fu  perfona". 

Conocer  un  fin  para  su  existencia,  y  amarlo  fervorosamente, 
y  rirder  en  prisa  por  realizar  su  destino,  todo  fue  uno  para  Pe- 
dro; su  ansiedad  está  ahora  tensa  hacia  el  momento  de  la  parti- 
da y  sus  ojos  empiezan  a  envolver  a  todas  las  cosas  familiares 
en  un  adiós  lento  y  apasionado. 


EVASION 


«El  mar  han  escogido,  no  han  de  volver  jamás. 
Y  luego,  si  es  que  vuelven,  ¿los  reconocerás?» 

Paul  Fort. 


E  ha  ido  desarraigando'  Pedro  del  ambiente.  Antes 
fuera  un  árbol  con  raíces  profundas  en  la  tierra  na- 
tal, insensible  a  las  sugestiones  migratorias  dé  los 
vientos  libérrimos  y  sediciosos;  ahora  es  un  pájaro 
que  fortalece  sus  alas  en  la  sed  del  viaje,  y  en  los 
latidos  de  sus  venas  habla  el  ancestro  aventurero  y  expediciona- 
rio, asesorado  por  la  cercana  seducción  del  mar. 

Todavía  un  sentimiento  filial  pone  lastre  a  sus  propósitos  de 
liberación.  No  se  atreve  a  afrontar  el  trance  de  la  despedida  de 
sus  padres,  aunque  la  separación  está  decidida;  les  escribirá, 
arrodillado  en  el  combés  del  navio,  presto  a  levar  anclas,  una 
carta  presurosa,  entre  lágrimas  que  no  logran  empañar  la  firme 
voluntad  del  viaje,  para  el  cual  demanda  la  aquiescencia  y  ben- 
diciones de  sus  progenitores.  Al  cerrar  el  pliego,  cerraba  el  ciclo 
de  su  vida  pasada  y  cortaba  todo  nexo  familiar,  para  ser  ganado 
luego  por  universal  fraternidad  y  merecer  el  sobrenombre  de 
hermano,  llave  que  le  abriría  todas  las  puertas  de  la  confidencia 
y  sería  el  mejor  título  para  su  ilimitada  misericordia. 

Atrás,  anclados  en  el  recuerdo,  quedan  sus  padres  y  herma- 
nos, puntos  de  referencia  para  identificar  en  lo  más  hondo  de 
ms  ternuras  a  la  luminosa  isla  de  Tenerife.  Don  Amador  Gon- 
zález morirá,  luego,  en  la  virtud  de  la  abstinencia.  Catalina  y 
Lucía  se  trasladarán  a  la  Villa  de  Garachico.  en  la  propia  isla; 
casada  la  primera  y  ejemplar  en  sus  deberes  hasta  la  muerte;  la 
segunda  dedicada  al  servicio  del  Señor,  dentro  de  un  espontáneo 


22 


DAVID  VELA 


voto  de  castidad,  en  vida  y  muerte  afamada  por  el  prestigio  de 
sus  virtudes. 

Su  hermano  Pablo  de  Jesús,  fue  un  espíritu  gemelo  del  gran 
benefactor  de  Guatemala;  domiciliado  en  la  villa  de  Orotava,  "se 
aplicó  al  servicio  de  un  hospital,  donde,  habiendo'  vivido  muchos 
años  empleado  en  la  asistencia  de  los  pobres,  pidiendo  limosna 
para  su  alivio,  y  ejercitando  otros  semejantes  actos  de  caridad, 
murió  con  opinión  de  virtuoso". 

Mateo,  joven  todavía,  también  pasó  a  las  Indias,  sin  que  ha- 
ya después  noticia  alguna  de  su  vida  y  su  muerte,  más  que  las 
lógicas  deducciones  del  padre  Joseph  García  de  la  Concepción, 
"...pero  me  aseguraba  un  sujeto  cabalmente  verídico,  haber 
conocido  a  don  Jacinto  Betancur  con  empleo  de  Tesorero,  juez 
oficial  de  las  Cajas  de  Quito,  a  don  Fernando  Betancur,  doctor. 
Dignidad  antes  en  Popayán,  y  después  canónigo  en  Quito;  y  a 
don  Pedro  Betancur,  presbítero;  a  quienes  oyó  decir  que  eran 
sobrinos  del  Venerable  Siervo  de  Dios  Pedro  de  San  José;  y  por 
consiguiente,  eran  tan  inmediatos  descendientes  de  el  dicho  Ma- 
teo, que  según  la  corta  sucesión  de  tiempo,  no  podían  menos,  que 
ser  hijos  suyos". 

A  su  madre  la  recordará  siempre  Pedro  con  veneración: 
hasta  en  las  inmediatas  horas  precedentes  a  su  beata  muerte,  la 
evocará  en  su  testamento:  "...y  aunque  no  tengo,  ni  manejo 
bienes  propios  en  poco,  ni  en  mucho,  causa  para  no  señalar  a  las 
mandas  forzosas  cosa  alguna,  cumpliendo  con  lo  que  por  derecho 
se  debe  en  caso  a  la  presente  viva  la  dicha  Anna  García,  mi  Ma- 
dre, la  nombro  por  mi  heredera  en  los  bienes,  derechos  y  accio- 
nes que  me  puedan  tocar,  y  caso  que  sea  fallecidá  lo  ha  de  ser  mi 
ánima". 


-VII- 


EL  VIAJE 


«A  minha  alma  é  so  de  Deus, 

O  corpo  don  eu-o  eu  ao  mar. . .» 

Nao  Cantharineta,  romance  popular  lusitano. 


>saagig«H^ai am  levado  anclas,  y  el  barco  se  aparta  de  la  costa  con 
pesado  cabeceo.  Entre  gritos  presurosos  y  el  olor  den- 
so de  la  brea,  manipulan  los  marineros  las  velas;  el 
viento  trata  de  enredar  un  mensaje  de  despedida  en 
las  jarcias. 

Pedro  sigue  de  rodillas,  y  entre  el  agua  del  mair  y  el  agua 
amarga  de  su  llanto  se  sumerge  la  isla  nativa.  Ahora  la  playa  es 
sólo  una  ceja  en  el  arco  del  horizonte,  pero  el  Teide  sigue  ergui- 
do, como  un  ceño  en  la  frente  pura  del  cielo.  Con  más  vigor,  en 
el  lienzo  de  la  fantasía,  sin  duda  humildemente  entregada  a  sus 
rutinarias  tareas,  decorada  de  atributos  patriarcales  y  campesi- 
nos, alienta  la  villa  de  Chasna.  Oh!,  Villa  y  Flor,  posada  como 
una  paloma  entre  sus  colinas  verdeantes,  cuya  belleza  es  prima- 
veral justificación  de  la  querencia. 

La  travesía  marítima  (cursa  el  año  de  1650)  es  todavía  un 
riesgo  de  muerte  y  se  acomete  con  espíritu  heroico  o  ánimo  fata- 
lista. El  Atlántico  sigue  escondiendo  las  asechanzas  del  mar  te- 
nebroso y,  por  eso,  los  navegantes,  al  iniciar  el  viaje,  encomien- 
dan su  alma  a  Dios  y  ofrecen  su  cuerpo  al  Océano.  Pero  son  mu- 
chos, incontables,  los  que  se  alistan  en  las  armadas  por  donde 
España  se  desangra  hacia  América,  en  heterogénea  mezcla  de 
tipos  y  aspiraciones:  junto  al  caballero  de  la  aventura,  los  co- 
merciantes ávidos,  la  legión  burocrática,  clérigos  seculares  y  re- 
gulares, hidalgos  venidos  a  menos  y  oscuros  hijos  de  la  plebe 
fascinada.  El  caso  de  Pedro  de  Bethancur  no  hace  excepción,  pues 


24 


DAVID  VELA 


van  comúnmente  en  los  navios  "mancebos  seglares  con  deseos  de 
pasar  a  servir  a  Dios  en  las  Indias". 

La  navegación  es  costosa  y  molesta.  Casi  siempre  resulta 
excesivo  el  pasaje  para  la  exigua  capacidad  de  los  barcos;  la  brea 
arde  al  sol  y  el  calor  exaspera;  pese  a  la  obstinada  tarea  de  las 
bombas,  el  agua  represa  se  descompone  y  se  suma  a  la  suciedad 
de  la  vida  en  común  para  hacer  pestífero  el  aliento  de  la  nao; 
las  raciones  son  escasas  y,  escatimándose  el  agua,  las  comidas  pa- 
recen especialmente  dispuestas  para  provocar  y  recrudecer  la 
angustia  de  la  sed;  abundan  los  piojos  voraces;  es  preciso  ir  echa- 
do, sentado  o  de  pie,  pues  sólo  los  ojos  pueden  pasear  por  la  mis- 
teriosa llanura  marina;  acaso,  en  las  noches  consteladas,  es  un 
alivio  escuchar  el  rasgueo  de  una  guitarra  y  una  voz  triste  que 
aflora  a  los  labios  desde  el  fondo  dolido  dé  alguna  canción.  Cua- 
dro inalterable  en  lentos  días  que  inquieta  el  "traer  siempre  la 
muerte  a  los  ojos,  y  no  distar  de  ella  más  que  el  grueso  de  una 
tabla  pegada  a  otra  con  pez". 

La  salida  del  puerto  es  dificultosa,  con  la  mar  muy  alta,  y 
los  hombres  de  la  tripulación  juran  groseramente  y  disputan  en- 
tre sí;  pero  en  adelante  la  pradera  salada  se  amansa  a  la  vista 
y  un  viento  dócil  sopla  las  velas  en  el  rumbo  que  le  señala  la  ex- 
periencia del  capitán.  Mas  subsiste  el  temor  a  los  corsarios,  que 
siguen  sigilosos  la  estela  de  los  barcos  y  los  abordan  sorpresi- 
vamente, como  saliendo  del  fondo  del  mar,  demonios  de  codicia  y 
ferocidad. 

A  la  vez,  es  el  mar  una  reiterada  sensación  de  libertad  y  la 
tentación  abierta  en  abanico  hacia  mil  rutas  distintas.  El  espí- 
ritu de  Pedro  bebe  a  grandes  sorbos  esa  resplandeciente  lección, 
identificándose  con  el  símbolo  de  su  vida  liberada,  y  su  alma  se 
abre  a  los  cuatro  vientos  de  la  esperanza  en  la  promesa  de  reali- 
zar su  destino.  Y  es  gozando  de  esa  íntima  fruición  y  esa  reposa- 
da confianza,  como  no  siente  turbaciones  ni  molestias,  hasta  su 
llegada  a  La  Habana,  en  la  puerta  del  maravilloso  continente 
que  España  acaba  de  inaugurar;  como  pasa  en  los  beneficiarios 
de  la  santa  gracia,  "tiene  inocente  conciencia  de  su  elección  y  el 
amén  que  su  voluntad  profiere  a  cada  hora  es  una  experiencia 
inmediata  de  su  gran  poder  pasivo":  que  se  haga  la  voluntad 
del  Señor. 


—  VIII  — 

EN  GOATHEMALA 


«Toda  la  formación  y  hermosura  material  del  cuer- 
po de  esta  ciudad  de  Goathemala  la  componen  y  ador- 
nan, como  miembros  principales  de  su  elegante  as- 
pecto, diez  extendidos  y  excelentes  barrios,  sin  aque- 
lla más  decorosa,  ilustre  parte  que  llamamos,  como 
la  más  principal  de  su  cuerpo,  el  riñon  de  ella». 

Francisco  Antonio  de  Fuentes  y  Guzmán. 


ECIEiN  llegado  a  la  isla  de  Cuba,  desorientado  y  sin 
más  guía  que  esa  impulsión  interior  que  lo  moviera 
a  dejar  su  patria  y  atravesar  el  Atlántico,  Pedro  es- 
cucha por  primera  vez  el  nombre  de  Goathemala. 
Un  barco  que  usualmente  hacía  el  tráfico  entre  La 
Habana  y  Puerto  Cabello  estaba  pronto  a  zarpar,  conduciendo  a 
varios  comerciantes  que  por  dicha  vía  se  encaminaban  a  la  ciu- 
dad de  Goathemala,  que  ya  a  principios  del  siglo  XVII  tenía  más 
de  cinco  mil  vecinos,  que  empadronados  entre  los  15  y  los  sesen- 
ta años,  corresponde  a  50,000  habitantes,  más  o  menos.  Cabeza 
de  quince  ricas  provincias,  rápidamente  acrecía  su  importancia, 
consonante  con  su  categoría  política  y  administrativa,  ostentan- 
do un  floreciente  ornato,  en  lujo  de  bien  tiradas  calles,  amplias 
plazas  y  orgullosos  edificios,  inclusive  sus  magníficos  templos  y 
la  sólida  fábrica  de  sus  conventos. 

Pedro  inquirió: 

— ¿Cómo,  decís,  que  se  llama  esa  ciudad? 
Y  al  repetirle  su  interlocutor  que  se  llamaba^  Goathemala, 
replicó: 

— A  esa  ciudad  quiero  ir,  porque  con  interior  júbilo  y  supe- 
rior fuerza  me  siento  animado  a  caminar  a  ella,  luego  que  he 


26 


DAVID  VELA 


oído  nombrarla,  siendo  así  que  ésta  es  la  vez  primera  que  oigo 
su  nombre. 

Embarcóse,  pues,  al  día  siguiente,  para  tocar  muy  pronto, 
tras  corta  y  feliz  travesía,  en  tierra  hondurena,  de  donde  sin  to- 
mar reposo,  con  vehemente  deseo  de  alcanzar  el  fin,  de  su  largo 
viaje,  determinó  seguir  a  pie  hasta  la  ciudad  de  Goathemala,  a 
donde  se  sintiera  atraído  por  secreta  e  inexpresable  inspiración. 

"El  camino  del  Golfo  a  Guatemala  no  es  tan  malo  como 
lo  pintan  — refiere  Tomás  Gage —  y  es  más  fácilmente  practica- 
ble durante  el  tiempo  que  va  del  día  de  San  Miguel  hasta  el  mes 
de  mayo,  que  es  la  entrada  del  invierno.  Tan  sólo  el  primer  tra- 
mo, quince  largas  leguas,  es  penoso  de  transitar;  pero  es  "ancho, 
abierto  y  trillado  por  las  muías",  que  pasan  cargadas  de  pesa- 
dos fardos;  en  fin,  siempre  se  encuentran  paradas  donde  des- 
cansar. En  las  siguientes  15  leguas  el  camino  es  mejor,  con  va- 
rios pueblos  pequeños  de  indígenas  en  su  curso,  donde  se  halla 
alimento  y  forrajes.  Los  indios  son  pacíficos,  hasta  temerosos 
del  blanco,  pero  hay  una  verdadera  colonia  de  negros  cimarrones, 
escapados  de  la  crueldad  de  sus  amos  de  Guatemala,  y  en  oca- 
siones asaltan  a  las  caravanas  procedentes  del  Golfo  para  in- 
cautar dinero  y  mercaderías.  Llégase  a  la  población  de  Acasa- 
bastlan,  a  la  orilla  de  un  hermoso  río  fecundo  en  sabrosos  pe- 
ces, con  un  corregidor  que  extiende  su  jurisdicción  hasta  el  Gol- 
fo, y  centro  en  que  comercian  los  habitantes  de  muchas  valio- 
sas haciendas  de  ganado  que  enriquecen  la  región.  El  camino 
sigue  hacia  Agua  Caliente,  Las  Vacas  y,  pasado  el  río  de  ese 
nombre,  el  hermoso  valle  de  Pinola  y  Mixco;  al  Occidente  de 
este  valle  y  distante  seis  leguas  de  Guatemala,  asienta  su  im- 
portancia el  pueblo  de  Petapa  (de  pet,  estera,  y  thap,  agua:  ca- 
ma de  agua,  nombre  sugerido  por  la  mansa  superficie  del  lago 
de  Amatitlán).  "Por  este  pueblo  se  pasa  para  venir  de  Coma- 
yagua,  San  Salvador,  Nicaragua  y  Costa  Rica,  y  la  frecuencia 
de  los  pasajeros  lo  ha  enriquecido";  con  más  de  500  habitan- 
tes, todos  adinerados,  y  numeroso  concurso  de  indios,  cuyas  co- 
fradías son  también  famosas  por  su  riqueza,  varias  industrias 
extractivas,  agrícolas  y  minerales,  en  pleno  desarrollo  y  un  mo- 
lino para  elaborar  la  harina.  Bajando  de  la  meseta  el  camino 
ofrece  malos  pasos,  sobre  todo  su  empinada  cuesta,  hasta  llegar 
a  Mixco,  pueblo  de  300  familias,  industrioso  y  rico.  Aun  hay 
algunos  tramos  de  fragosa  senda,  hasta  que,  acercándose  a  la 
ciudad,  la  vía  se  hace  amplia  y  llana,  anticipando  el  descanso  de 
sus  entradas  anchas  y  sombreadas  de  árboles. 

Vencido,  pues,  en  su  mayor  parte  el  cansancio  de  la  jorna- 
da, llegando  a  las  mesas  de  Petapa,  y  habiendo  alcanzado  un 
sitio  desde  el  cual  se  dominaba  el  valle  de  Panchoi,  explayado 
en  ocho  leguas  de  superficie,  generoso  asiento  de  la  ciudad, 


EL    HERMANO  PEDRO 


27 


Pedro  se  puso  de  rodillas  y,  cubierto  el  rostro  con  su  capa,  rezó 
la  salve,  poniendo  su  destino  en  manos  de  la  madre  de  Cristo. 

Puesto  de  pie,  luego,  y  arrobado  ante  el  espectáculo  de  la 
naturaleza  americana,  que  por  su  fecundidad,  efusión  de  luz  y 
riqueza  de  matices  le  recordaba  los  paisajes  nativos,  exclamó 
con  sincera  convicción  e  instinto  prof ético: 

— "Allí  he  de  vivir,  y  morir!" 

Abordó  la  ciudad  por  la  entrada  del  Arco,  barrio  en  que 
se  ostenta  la  hermosa  casa  de  los  Agustinos,  y,  llegado  hasta  el 
puente  del  Convento  de  la  Concepción  (hoy  "Arco  del  Mataza- 
no"),  quiso  tomar  posesión  del  nuevo  suelo;  hincado  de  rodi- 
llas, toda  su  alma  rendida  en  gratitud  a  la  Divina  Providencia, 
se  prosternó  humildemente  y  saludó  a  la  tierra  en  el  transporte 
de  un  ósculo  amoroso. 

Al  contacto  de  aquellos  labios  dignificados  por  la  plegaria, 
vía  directa  de  los  sentimientos  de  su  corazón  ardido  en  fe,  la 
tierra  se  estremeció  en  el  violento  augurio  de*  la  conmoción  que 
las  almas  de  los  hombres  sufrirían  al  contacto  de  aquel  hombre 
bondadoso  y  humilde.  Era  el  18  de  febrero  de  1651,  y  sacados  de 
sus  casas  por  el  sobresalto  del  sismo,  todos  los  habitantes  sa- 
lieron involuntariamente  a  recibir  al  modesto  inmigrante  que 
marchaba  indeciso  y  zahareño  por  las  calles  inéditas,  de  la  mis- 
ma manera  como  el  vecindario  se  atropellaba  para  formar  va- 
llas cuando,  en  muías  de  sonoros  jaeces,  entraba  algún  oidor  o 
ilustre  prelado  a  la  muy  noble  y  muy  leal  ciudad  de  Santiago  de 
los  Caballeros  de  Goathemala. 

La  leyenda,  que  es  intuición  popular,  al  servicio  de  senti- 
mientos que  sólo  hallan  expresión  a  través  de  esotéricos  sím- 
bolos, relaciona  el  beso  de  Pedro  y  el  temblor  de  tierra  como 
causa  y  efecto.  Y  los  historiadores  más  reacios  al  reconoci- 
miento de  un  milagro  no  dejan  de  observar  la  coincidencia.  Un 
biógrafo  anónimo  del  Siervo  de  Dios  refiere:  "El  sábado,  18  de 
febrero  de  1651,  víspera  del  domingo  de  Quincuagésima,  poco 
después  del  medio  día  se  oyó  un  extraordinario  ruido  subterrá- 
neo, que  alarmó  y  puso  en  gravísimo  cuidado  a  los  habitantes 
de  la  antigua  Ciudad  de  los  Caballeros  de  Santiago  de  Goathe- 
mala. Inmediatamente  hubo  tres  fortísimos  terremotos  con 
muy  breve  interrupción  unos  de  otros,  que  resquebrajaron  y 
echaron  al  suelo  gran  parte  de  los  edificios:  volaban  las  tejas 
como  si  fueran  ligeras  pajas,  repicaban  por  sí  solas  las  campa- 
nas, desgajábanse  los  peñascos,  las  fieras  de  los  montes,  per- 
diendo su  natural  instinto,  corrían  amedrentadas  hacia  la  po- 
blación: entre  éstas  se  hizo  memorable  un  león  feroz,  que  en- 
trando en  la  ciudad  por  la  calle  del  Palacio  de  la  Real  Audien- 
cia, llegó  a  las  Casas  Consistoriales,  rasgó  un  papel  que  esta- 
ba en  una  de  las  columnas,  y  salió  atravesando  varias  calles 
sin  causar  daño  a  nadie.  Continuaron  los  temblores  con  más  o 


28 


DAVID  VELA 


menos  intensidad  durante  toda  la  cuaresma  y  pascua  de  Resu- 
rrección, no  cesando  sino  hasta  el  día  13  de  abril.  Aquel  terri- 
ble acontecimiento,  conforme  en  un  todo  con  las  leyes  de  la  na- 
turaleza, causó  grandísimos  daños  materiales  a  los  moradores 
de  la  Antigua  Guatemala;  pero  también  produjo  copia  de  bie- 
nes espirituales..  ."  (Y  entre  tales  bienes  se  incluye  la  coinci- 
dente llegada  a  la  ciudad  capital  del  joven  canario,  que  luego 
sería  popularmente  conocido  con  el  nombre  de  hermano  Pedro). 

Haciendo  honor  a  la  proverbial  hospitalidad  de  los  guate- 
maltecos, y  quizá  vagamente  penetrados  de  la  escondida  impor- 
tancia de  aquel  forastero,  varios  vecinos  se  disputaron  la  satis- 
facción de  darle  hospedaje,  sumiendo  a  Pedro  en  la  confusión  y 
la  pena  de  tener  que  manifestar  alguna  preferencia  — él,  de 
antemano  conforme  con  todo —  y  desdeñar  las  otras  bondadosas 
ofertas —  él,  que  se  creía  indigno  de  todas. 

"Es  la  docilidad  amable  de  aquellos  ciudadanos  nativa 
— comenta  Montalvo — ,  y  afi  es  tan  general  el  agafajo  con  que 
tratan  a  los  forafteros,  que  el  que  no  conbiene  por  afiftirlos,  y 
agafajarlos,  no  fe  tiene  por  natural  de  Guatemala". 

Decidió,  al  fin,  entregar  treinta  doblones  que  constituían 
su  riqueza  a  un  sujeto  que  por  esa  suma  se  comprometía  a  pres- 
tarle alojamiento  en  su  casa,  sita  a  media  legua  de  la  ciudad,  y 
suministrarle  los  alimentos  de  medio  día,  en  tanto  que  hallase 
empleo  para  haber  segura  mantenencia.  Así  fue  hospedero  del 
nuevo  vecino  el  alférez  don  Pedro  de  Almengol,  propietario  de 
un  obraje  de  paños  y  persona  bienquista  del  vecindario,  quien 
pronto  cobraría  afectuosa  estimación  hacia  su  amable  huésped, 
cuyo  llano  trato  y  cordial  presencia  predisponían  desde  luego  en 
su  favor,  como  puertas  de  su  más  cabal  conocimiento,  el  cual 
implicaba  ya  la  admiración  a  su  ejemplarísima  conducta. 


EL  ESTUDIO 


«  non  fa  scienza 

senza  lo  ritenere,  avere  inteso». 
Dante,  Paradiso,  C.  V.  v.  41-42. 


HORA  Pedro  se  afana  en  el  aprendizaje  de  la  gra- 
mática latina,  concurriendo  a  las  aulas  del  Colegio 
de  la  Compañía  de  Jesús  y  confiado  en  que  su  celo 
estudioso  y  la  competencia  del  catedrático,  el  padre 
Juan  de  la  Cruz,  determinarán  el  pronto  logro  de  sus 
propósitos.  También  Dios  ha  de  iluminarlo  y  protegerá  sus  de- 
seos, que  son  medio  de  llegar  al  sacerdocio,  vocación  decidida 
ya,  en  el  camino  de  una  voluntad  consagrada  al  servicio  del 
Señor. 

*No  le  afrenta  alternar  en  la  clase  con  numerosos  condiscí- 
pulos de  escasa  edad  y  despierta  inteligencia,  entre  quienes  re- 
saltará su  retraso,  ni  le  arredran,  más1  bien  sírvenle  de  estímulo, 
las  primeras  dificultades  con  que  tropieza  en  el  curso  de  las  lec- 
ciones. 

A  Pedro  de  Bethancur,  doctor  en  humildad  y  sabio  en  mi- 
sericordia, le  estaba  reservada  una  dura  prueba,  sin  embargo. 
Su  memoria  no  tiene  registro  para  las  vanas  preocupaciones  de 
los  hombres,  sobre  ella  resbalan  sin  dejar  rastro  las  prolijas  ex- 
plicaciones del  maestro  y  los  dogmáticos  preceptos  del  texto;  las 
letras  mismas  hormiguean  sin  sentido  alguno  en  las  páginas  y, 
tan  pronto  como  han  formado  una  frase  y  encerrado  un  pensa- 
miento, se  dispersan  en  la  incomprensión  y  el  olvido. 

Comienza  la  lucha,  tenaz,  sin  cuartel,  heroica.  Su  espalda 
sé  curva  sobre  el  libro  abierto,  sus  ojos  se  abren  desmesurada- 
mente en  el  esfuerzo  atento,  los  labios  repiten  y  subrayan  len- 
tamente los  vocablos,  la  mente  toda  se  sumerge  en  silencioso 
estudio,  los  dedos  se  cansan  en  copiar  los  ejercicios.  Es  en  va- 
no; después  de  largas  horas  de  empeño,  con  sólo  alzar  la  vista, 


30 


DAVID  VELA 


las  frases,  las  palabras,  las  letras  desaparecen  y  queda  su  me- 
moria en  blanco,  tensa  y  desolada.  "Estudiaba  de  noche  y  día 
— dice  Montalvo — ,  acudía  a  la  clase  el  primero,  y  salía  el  últi- 
mo, mas  parece  que  estudiaba  más  para  olvidar  que  para  saber". 

El  maestro  se  da  cuenta  de  aquella  continua  y  callada  tra- 
gedia, dulcifica  los  castigos  y  acaba  por  suprimirlos,  pues  no  los 
merece  la  aplicación  del  estudiante  esforzado  en  superarse.  Los 
otros  alumnos  comprenden  menos  y  el  caso  es  motivo  de  burlas 
y  chifletas,  por  donde  desaguan  el  humor  y  una  pueril  propen- 
sión a  la  malevolencia.  Cuando  Pedro  se  para,  ignorante  y  gran- 
dullón, y  calla  vergonzosamente  a  la  réplica  del  profesor,  todo 
el  aula  sonríe  y  se  llena  de  contenidos  susurros.  Algún  chusco 
inquiere,  antes  de  entrar  a  clase,  ¿A  que  no  saben  a  quién  se  le 
ha  olvidado  la  lección? 

Son  los  tiempos  del  cilicio  y  la  palmeta  e  impera  el  rancio 
prejuicio  de  que  "la  letra  con  sangre  entra".  Ya  sus  manos  sa- 
ben de  palmetazos,  mas  Pedro  quiere  ensayar  la  humillación 
y  el  dolor  de  los  azotes:  ofrece  voluntariamente  sus  carnes  a  la 
marca  del  cilicio.  El  maestro,  cohibido  ante  tal  humildad,  nié- 
gase con  inquebrable  obstinación;  y  nada  consigue  tampoco  el 
maravilloso  ignorante  con  recurrir  a  la  intercesión  del  padre 
Jacinto  de  Medina,  su  confesor. 

No  cejaba,  sin  embargo,  en  su  empeño.  En  un  librito,  cu- 
yas páginas  recogieran  sus  sencillas  y  devotas  confidencias,  que- 
dó constancia  de  su  propósito  de  estudiar,  al  menos,  tres  horas 
diarias;  "pero  también  consta  de  otras  escrituras  — agrega  el 
padre  Joseph  García  de  la  Concepción — ,  haber  excedido  en  la 
ejecución  de  este  propósito;  pues  no  tres  horas,  sino  noches  en- 
teras las  pasaba  estudiando.  Algunos  de  sus  condiscípulos  ^fir- 
maron, haberle  encontrado,  casi  siempre,  con  el  Arte  de  la  Gra- 
mática en  las  manos:  porque  aprovechaba  tanto  el  tiempo;  que 
ni  aquel,  en  que  venía  desde  el  Obraje  hasta  la  ciudad,  lo  pasa- 
ba ocioso". 

Esa  probada  perseverancia,  sin  aplacar  por  completo  las 
burlas,  ni  amenguar  su  pena,  llegó  a  conmover  hondamente  al 
profesor  y  a  imponer  algún  respeto  a  sus  compañeros.  El  padre 
Medina  apuraba  su  bondadosa  elocuencia  y  apelaba  a  todos  los 
ejemplos  dables  para  confortarlo  y  estimular  sus  esperanzas, 
cuando  Pedro  acudía  a  él,  lacerado:  "Es  posible,  Padre,  que  to- 
dos mis  condiscípulos  estén  aprovechados,  y  en  mí  solo  se  ha 
de  contar  la  desgracia?  Ha  de  ser  poderoso  lo  indomable  de  es- 
ta ruda  potencia,  para  precisarme  a  dejar,  lo  que  emprendí  por 
Dios,  por  mi  salvación,  y  por  amor  al  prójimo?" 

Y  buscaba  los  lugares  silentes  para  iniciar,  cada  vea,  la 
obra  que  ya  debía  haber  terminado:  cum  jairi  impositurus  fuis- 
ses  finem  operi,  ne  initium  quidcm  fecisti.  Tres  años  mantuvo 
esa  heroica  lucha. 


VIDA  EJEMPLAR 


«In  voluptate  spernenda 
virtus  vel  máxime  cernitur». 


ANTO  como  su  mala  memoria  lo  estancaba  en  el  es- 
tudio, se  alzaba  Pedro  en  el  ejercicio  de  la  virtud,  a 
favor  de  sus  congénitas  disposiciones,  y  acrecía  su 
piadoso  fervor,  tocado  de  singular  gracia.  "En  la 
devoción  águila  — comenta  su  panegirista  Montal- 
vo — ,  y  en  las  letras  topo". 

Cuando  la  inclemencia  del  tiempo  le  impedía  regresar  a  su 
apartado  alojamiento,  se  refugiaba  en  el  Calvario,  cuya  fábri- 
ca cierra  el  elegante  paseo  de  la  Alameda,  o  en  el  Hospital  de 
San  Lázaro,  distante  tres  cuartos  de  legua  de  la  ciudad,  lugar 
sospechado  de  contagio  y  poco  grato  a  los  vecinos,  pues  en  él  se 
dedicaban  los  hijos  de  San  Juan  de  la  Cruz  al  cuidado  de  los 
leprosos  y  otros  enfermos  cuyas  dolencias  eran  infecciosas.  Y 
en  ambos  santuarios  se  ejercitaba  en  la  oración  y  la  caridad, 
con  desvelado  celo  y  ejemplar  paciencia. 

Ganando  tiempo  al  sol,  se  levantaba  antes  de  la  amanecida 
para  asistir  al  sacrificio  de  la  misa,  que  a  la  séptima  hora  se, 
oficiaba  en  el  Colegio  de  la  Compañía  de  Jesús  y  él  oía  en  extá- 
tico recogimiento.  Una  vez,  como  al  tiempo  de  alzar  el  sacerdote 
la  hostia,  distrajera  su  atención  el  recuerdo  de  ochenta  pesos 
que  tenía  guardados  en  una  caja,  tan  luego  se  terminó  el  oficio 
divino  corrió  a  su  casa  y  repartió  aquel  dinero  entre  los  pobres, 
agregando  algunas  alhajillas  de  su  pertenencia,  a  efecto  de  que 
los  bienes  temporales  no  fueran  obstáculo  a  su  devoción. 

Miembro  de  la  Cofradía  Estudiantil  consagrada  a  la  Vir- 
gen María  y  más  cumplido  que  cualquiera  de  los  otros  cofrades, 
pidió  el  oficio  de  sacristán  en  la  capilla  destinada  al  culto  de  la 


32 


DAVID  VELA 


Congregación,  delectándose  en  asear  y  hermosear  el  altar, 
ofrendando  incienso  y  campesinas  flores  que  él  mismo  recolecta- 
ba en  los  regalados  campos  o  pedía  de  limosna  en  los  patios  de 
las  casas  de  la  ciudad. 

A  menudo  se  le  oyera  conversar  con  la  virgen,  con  cristali- 
na simpleza,  y,  en  otras  ocasiones,  sus  palabras  cobraban  el  tono 
elevado  de  la  oración  y  eran  inspiradas  declamaciones  de  su 
fervor: 

— "No  desdeñéis,  Señora,  estos  obsequios  pobres  de  vuestro 
humilde  siervo,  pues  mi  ternura  os  los  rinde,  no  sólo  como  a  Rey  - 
na,  sino  también  como  a  Madre.  Si  acaso  no  llegare  el  ámbar  de 
los  pebetes,  y  la  fragancia  de  las  flores  naturales  a  las  purísimas 
aras  de  vuestro  imperial  trono,  elevad  con  los  merecimientos  del 
Glorioso  Patriarca  San  Joseph,  vuestro  carísimo  esposo,  los  hu- 
mos imperfectos  de  mi  oración,  las  tibiezas  de  mi  voluntad,  los 
desmayos  de  mi  espíritu,  y  dándoles  acogida  en  vuestros  sagra- 
dos pies,  conseguidme  de  vuestro  precioso  hijo  el  don  de  la  per- 
severancia, y  la  dirección  universal  de  todas  mis  operaciones". 

Comulgaba  casi  a  diario,  consultando  todos  sus  actos  con 
su  confesor,  el  padre  Jacinto  de  Medina,  quien  llegó  a  estimarlo 
altamente.  O  acompañaba  a  este  último  al  hospital  de  San  Láza- 
ro para  consolar  y  servir  a  los  pobres  asilados. 

En  el  obraje  donde  moraba,  hallaba  sana  ocupación  en  doc- 
trinar a  los  esclavos,  o  acompañarlos  en  el  rezo  de  la  Corona  de 
la  Virgen,  llevando  a  sus  dolidos  espíritus  la  esperanza  de  una 
futura  y  absoluta  liberación,  en  un  mundo  donde  sólo  hacen  se- 
ñorío las  buenas  acciones.  Su  piedad  y  devoción  movieron  al  hi- 
jo de  don  Pedro  de  Almengol  a  seguir  la  carrera  eclesiástica,  co- 
mo que  llegó  a  ser  clérigo  presbítero  y  murió  con  fama  de  vir- 
tuoso. 

Como  trasladara  su  residencia  a  la  ciudad,  a  casa  de  don  Die- 
go de  Vilches,  llamaba  la  atención  su  apartamiento  de  los  goces 
y  las  diversiones  juveniles,  pues  en  tanto  que  algunos  compañeros 
que  ahí  concurrían  jugaban  a  las  barras,  o  medraban  en  otros 
divertimientos  profanos,  él  permanecía  de  rodillas  en  su  cuarto, 
orando  a  una  imagen  de  la  Virgen  de  Concepción.  A  este  misterio 
rindió  siempre  acatamiento  especial,  y  a  su  muerte  llegó  a  manos 
de  su  confesor  un  papel  escrito  de  puño  y  letra  de  Pedro  y  firma- 
do con  sangre  de  sus  venas,  que  decía:.  "En  el  nombre  del  Padre, 
y  del  Hijo  y  del  Espíritu  Santo.  Bendito  y  Alabado  sea  el  Santísi- 
mo Sacramento  del  Altar  y  la  Inmaculada  Concepción  de  la  Vir- 
gen María  Nuestra  Señora,  Concebida  sin  pecado  original.  Digo 
yo,  Pedro  de  Betancourt,  que  juro  por  esta  (aquí  una  cruz)  y 
por  los  Santos  Evangelios,  de  defender  que  Nuestra  Señora  la  Vir- 


EL    HERMANO  PEDRO 


33 


gen  María,  fue  concebida  sin  mancha  de  pecado  original:  y  per- 
deré la  vida,  si  se  ofreciere.,  por  volver  por  su  Concepción  Santí- 
sima. Y  por  verdad  lo  firmo  de  mi  nombre  y  con  mi  propia  san- 
gre. Martes  ocho  de  diciembre  de  1654".  Cada  año  renovaba  este 
juramento  y  en  el  mismo  papel  iba  escribiendo  su  renovación,  a 
la  anterior  seguía:  "Cada  año  me  afirmo  en  lo  dicho:  y  digo  que 
perderé  mil  vidas  por  defender  la  Concepción  de  la  Virgen  María, 
mi  Madre  y  Señora,  y  cada  año,  por  su  día,  lo  firmaré  con  mi  pro- 
pia sangre.   Yo  Pedro  de  Betancourt  el  pecador,  año  de  1655". 


UN  VOTO  Y  UN  MILAGRO 


«Mar  es  María  sacratísima,  y  mar  inmenso  de  gra- 
cias para  sus  devotos,  mar  de  vida,  dulzura  y  mise- 
ricordias». 

Fray  Pedro  de  Santa  María  de  Ulloa. 


Sgp^PgTN  perpetua  pleitesía  rendido,  Pedro  rezaba  consecutivos 
Mfflí$£w\  novenarios  a  la  Virgen  de  Concepción,  y  a  punto  de 
KSBaJ¡  terminar  uno  de  ellos,  resolvió  cerrarlo  con  un  acto 
H^^^^ll  que  significara  para  él  alguna  penitencia,  ya  que  el 
^^-g-^m  rezar  resultaba  muy  deleitoso  oficio.  Y  como  para  las 
cosas  santas  era  esencialmente  despierto  y  por  instinto  encontra- 
ba los  más  seguros  y  directos  caminos,  pronto  halló  la  manera 
de  alcanzar  el  merecimiento  de  la  mortificación. 

Llegó  al  aula  sin  el  aire  mohíno  que  le  era  peculiar  y,  en- 
carándose resueltamente  al  maestro,  dijo:  "Aunque  hasta  aquí 
ha  sido  tanta  mi  rudeza,  ya  llegó  la  hora,  de  que  se  vea,  si  ce- 
dió la  rusticidad  de  mi  memoria  a  las  continuas  tareas  de  mi  apli- 
cación. Ya  soy  muy  otro  en  el  aprovechamiento;  y  para  que  U.  P. 
toque  con  la  experiencia  lo  mucho  que  entiendo;  soy  de  parecer, 
que  en  su  presencia  me  pregunten  todos  mis  condiscípulos,  lo 
que  quisieren:  y  aseguro,  que  mis  respuestas  dirán,  lo  que  hay  en 
esto". 

El  Padre  Juan  de  la  Cruz  creía  soñar,  mas  acabó  por  per- 
suadirle la  seriedad  de  la  demanda,  y  aun  dispuso  complacido  ce- 
der su  cátedra  al  estudiante,  como  anticipado  homenaje  al  triun- 
fo de  su  esfuerzo  y  constancia.  No  menos  sorprendidos  se  halla- 
ban los  demás  alumnos,  quienes  "alistaron  sus  bachilleras  len- 
guas, agudas,  como  sierpes,  y  envenenadas  con  la  ponzoña  del 
desafío;  y  comenzaron  el  literario  combate". 


3Ü 


DAVID  VELA 


Por  vez  prñnera  la  ignorancia  de  Pedro  causó  asombro, 
consiguiente  a  la  osadía  de  su  reto  fanfarrón.  No  contestaba  una 
palabra  y  ni  aun  queriendo  pudiera  hacerlo;  mas  porfió  para  que 
se  repitiese  la  prueba  y,  cediendo  a  ello  el  maestro,  se  repitió 
también  su  confusión  y  el  desorden  de  la  clase,  que  ya  sin  mira- 
miento alguno  se  mofaba  de  su  rudeza:  "quien  decía,  oigan  al 
Doctor,  pues  no  le  bastaba  ser  tonto,  sino  también  presumido. 
Quien,  miren  el  asno,  no  sabe  palabra  y  nos  desafía;  unos  le  lla- 
maban bestia,  animal,  necio  y  mentecato;  otros  le  burlaban  con 
nombres  irónicos  de  letrado,  sabio,  y  erudito,  y  todos  finalmente 
le  escarnecían  y  despreciaban,  oyéndoles  él  con  una  paciencia  y 
mansedumbre  de  cordero".  Pedro  sonreía  desde  su  secreto  triun- 
fo, visto  el  éxito  de  su  propósito,  satisfecho  de  ofrendar  a  la 
Virgen  esa  sonada  humillación. 

No  había  arrogancia  en  su  gesto,  y  regresó  a  estudiar,  en 
su  terca  lucha  contra  las  declinaciones,  sin  retener  siquiera  al- 
gunos nominativos.  Advirtió  que  apenas  quedábale  un  cabo  de 
vela  y  lo  puso  a  arder  frente  a  la  imagen  de  la  Virgen,  en  tanto 
que  salía  a  pedir  luz  a  un  estudiante  vecino,  con  quien  estuvo  por 
espacio  de  cuatro  horas.  Al  volver  a  su  cuarto,  halló  que  el  cabo 
de  vela  aún  ardía  sin  gastarse,  y  pensó  que  las  luces  divinas  sod 
más  claras  e  inagotables.  .  . 

Se  cuenta  que  yendo  un  sábado  a  la  iglesia  de  la  Merced, 
donde  se  acostumbraba  cantar  ese  día  la  Salve,  trataron  sus 
condiscípulos  de  arrastrarlo  hacia  profanas  distracciones.  Argü- 
yó Pedro,  eludiéndolos,  que  deseaba  pedir  una  merced  a  su  Se- 
ñora y,  a  instancia  de  sus  compañeros,  les  confesó  candorosamen- 
te que  iba  a  pedirle  a  la  Virgen  varias  prendas  de  vestir,  las  cua- 
les enumeró  con  su  acostumbrada  humildad.  Luego,  de  nuevo  en 
camino  hacia  la  Merced,  antes  de  llegar  a  ese  templo,  un  hombre 
lo  llamó  desde  una  ventana,  lo  hizo  entrar  a  su  casa  y  le  obse- 
quió las  prendas  que  el  Siervo  de  Dios  mencionara,  una  a  una, 
como  si  de  antemano  hubiese  tomado  conocimiento  de  su  ver- 
gonzante necesidad. 


-XII- 


TENTACION 


«Gózaos,  hermanos,  cuando  os  viereis  cercados  de 
tentaciones.  Y  con  mucha  razón;  porque  si  el  no 
ser  uno  tentado  es  la  mayor  tentación,  el  ser  tenta- 
do se  debe  amar,  y  aun  apetecer». 

Santiago,  EP.  Jacob  1-2. 


O  es  la  vida  para  Pedro  una  caprichosa  sucesión  de 
contingencias,  que  un  hado  incierto,  y  menos  nuestra 
voluntad,  puede  hacer  variar;  en  todos  los  sucesos  ve 
manifiesto  un  inmutable  designio  divino  y  se  siente 
vivir  entre  un  mundo  de  superiores  símbolos  que  es 
necesario  a  cada  paso  interpretar.  Acaso  la  rudeza  de  su  memo- 
ria y  la  traba  opuesta  al  avance  de  sus  porfiados  estudios,  sea 
sólo  un  signo  que  debe  moverlo  a  buscar  otro  camino,  posible- 
mente más  abrupto,  para  llegar  al  Señor. 

Por  ese  tiempo  abundaban  grupos  nativos  fieramente  ape- 
gados a  su  antigua  religión  y  costumbres,  rebeldes  a  la  general 
evangelización  emprendida  por  los  sacerdotes  cristianos,  y  entre 
aquellos  cortaran  la  palma  del  martirio  algunos  misioneros; 
otros  de  éstos  habían  perecido  extraviados  en  las  montañas,  mor- 
didos de  venenosos  ofidios  o  destrozados  por  las  bestias  salvajes. 
Y  con  el  arriesgado  ánimo  de  desafiar  tales  peligros  y  encontrar 
en  las  tierras  paganas,  ávilas  de  la  simiente  de  Cristo,  el  mérito 
salvador  del  sacrificio,  un  buen  día  dejó  Pedro  la  escuela  y  la 
ciudad,  siguiendo  a  pie  el  rumbo  de  Petapa,  distante  seis  leguas 
de  la  capital.  No  sentía  el  camino,  en  la  alegría  de  una  nueva  li- 
beración; en  su  alma  cantaba  la  esperanza  con  otras  voces  y  sus 
pasos  se  afirmaban  en  la  confianza  de  aquel  que  sin  ocasión  se 
derrama  en  amor  sobre  los  hombres. 


38 


DAVID  VELA 


Llegado  al  pueblo,  ya  extendido  y  numeroso,  como  obligado 
tránsito  entre  la  ciudad  capital  y  el  puerto  del  Norte,  así  como 
para  otros  lugares  del  interior  de  la  provincia,  fuese  Pedro  dere- 
chamente a  la  iglesia,  para  acogerse  a  la  misericordia  de  la  Vir- 
gen María  y  pedirle  las  luces  que  en  adelante  debían  guiar  sus 
actos  e  iluminar  sus  empeños. 

Oraba  fervorosamente  ante  el  altar,  cuando  advirtió  a  su 
vera  a  una  mujer  de  singular  hermosura,  cuyo  preclaro  rostro 
alumbraba  de  lleno  un  rayo  de  luz  proveniente  de  uno  de  los  al- 
tos ventanales  del  templo.  Insensiblemente  dejóse  envolver  por 
una  dulcísima  emanación  aromada  que  formaba  la  atmósfera  de 
aquella  celestial  criatura.  Y  saliéndose  de  la  oración,  por  la  fá- 
cil puerta  de  los  humanos  instintos,  que  nunca  tuvieran  voz  ni 
voto  en  su  conciencia,  advirtió  que  al  ponerse  de  rodillas,  la  da- 
ma había  descuidado  una  de  sus  piernas,  descubierta  en  toda  su 
torneada  belleza,  y  un  repliegue  del  vestido  dejaba  ver  un  tro- 
zo de  carne  de  sensual  lozanía  y  atrayente  frescura. 

Y  a  punto  de  rodar  arrastrado  por  una  ola  de  perdicióir  cla- 
mó desde  lo  más  hondo  de  su  alma  a  la  Inmaculada  Concepción 
de  María,  que  hubo  de  acorrerle  en  tan  apurado  trance,  pues  la 
mujer  desapareció  por  la  misma  misteriosa  forma  en  que  había 
venido,  conociéndose  así  que  sólo  fuera  una  engañosa  treta  del 
demonio.  En  la  inmensidad  de  su  arrepentimiento  y  su  gra- 
titud, salido  de  sí  mismo,  no  pudo  colegir  si  la  imagen  le  hablaba 
directamente  por  la  voz  florecida  del  milagro,  o  si  en  su  interior 
se  hacía  la  luz  del  divino  mensaje,  mas  supo  sin  vacilación  que 
su  destino  era  más  humilde  que  el  de  los  mártires  y  en  la  ciudad 
de  Guatemala  tenía  una  misión  que  cumplir. 

Así  confortado,  cuando  su  corazón  se  hubo  rendido  en  tier- 
no sentimiento  ante  la  virgen  María,  agradeciéndole  tan  señala- 
da merced,  emprendió  el  viaje  de  regreso,  con  el  rostro  radiante 
de  confianza,  y  en  él  nadie  habría  "podido  reconocer  al  atribulado 
y  humilde  estudiante  de  otrora. 

El  padre  García  de  la  Concepción  anota:  "Díxole  en  voz  f en- 
tibie la  piadofifsima  Madre:  que  fe  bolvieffe  a  la  Ciudad;  por- 
que era  Goatemala  el  fitio,  donde  Dios  le  quería,  y  el  terreno, 
que  le  tenía  deftinado  para  fus  efpirituales  creces.  Obedeció  Pe- 
dro el  Oráculo  Sagrado;  y  reftituyéndofe  a  la  Ciudad,  figuió  las 
fendas,  que  la  tenía  preparadas  la  voluntad  Divina". 


—  XIII  — 

TERCERO  PENITENTE 


«En  este  dulcísimo  terreno,  donde  han  florecido  en- 
tre canonizados,  y  beatificados,  treinta  y  siete  Santos, 
quiso  el  Señor,  que  se  plantase  este  su  Siervo:  y  aquí 
halló  su  conformidad  seguro  todo  el  copioso  fruto  de 
sus  virtudes». 

Fray  Joseph  García  de  la  Concepción. 


EDRO  sintió  impulsos  de  tomar  el  hábito  de  la  Orden 
Tercera  de  Penitencia,  que  sólidamente  se  cimenta  so- 
bre la  santa  humildad  y  fervorosa  devoción  de  San 
Francisco,  y  habiendo  consultado  sobre  la  materia  a 
su  confesor,  éste  aprobó  y  estimuló  sus  disposiciones; 


pero  en  forma  misteriosa  iba  a  serle  ratificada  esa  venia. 

Yendo  hacia  el  convento  de  San  Francisco,  después  de  haber 
oído  misa  en  la  iglesia  de  la  Merced,  en  cuyo  convento  pasara  en 
oración  las  vísperas  del  día,  se  cruzó  en  su  camino  un  anciano 
enigmático,  que  a  su  encuentro  venía  de  la  calle  del  Calvario, 
con  andar  calmo,  adecuado  a  su  venerable  aspecto,  cayéndole  una 
larga  y  decorosa  barba  blanca  sobre  su  traje  de  religioso,  cuya 
orden  no  pudo  Pedro  identificar.  El  extraño  dijo: 

— A  donde  vas,  Pedro? 

A  oír  misa  al  convento  de  San  Francisco,  Señor. 
— Pues,  ¿no  has  oído  ya  misa,  y  comulgado,  en  la  iglesia  de 
la  Merced? 

Y  como  Pedro  asintiera,  maravillado;  el  otro,  señalando  ha- 
cia la  capilla  del  Calvario,  concluyó: 

— Sábete  que  aquella  es  tu  habitación,  porque  así  lo  dispo- 
ne y  manda  el  Altísimo. 

Pedro  continuó  su  camino,  caviloso;  mas  volvió  pronto  sobre 
sus  pasos,  con  la  idea  de  conversar  más  largamente  con  su  mis- 


40 


DAVID  VELA 


terioso  interlocutor,  de  cuyas  terminantes  palabras  iba  coligien- 
do la  posibilidad  de  una  orientadora  revelación  atingente  con  su 
futuro,  pues  siendo  el  Calvario  el  lugar  donde  se  ejercitaban  en 
su  perfeccionamiento  los  Hermanos  Terceros  de  San  Francisco, 
bien  podía  hacerle  la  merced  Dios,  por  medio  de  aquel  extraor- 
dinario intruso,  de  inducirlo  a  tomar  el  saco  de  penitente. 

Frustrado  su  intento,  pues  el  anciano  había  desaparecido  en 
todo  el  radio  de  su  visual,  Pedro  regresó  a  la  iglesia  de  San  Fran- 
cisco, y  ocurrió  que,  cuando  se  hallaba  orando  en  la  capilla  de 
Nuestra  Señora  de  Loreto,  vino  a  él  espontáneamente  el  guar- 
dián de  la  comunidad,  fray  Fernando  de  Espino,  quien  de  ma- 
nera exabrupta  lo  exhortó: 

— Estudiante,  ¿por  qué  no  tomas  el  hábito  de  Tercero? 

Decidido  ya  su  ánimo,  con  esas  luces,  expuso  que  la  única 
dificultad  era  la  material  obtención  del  hábito  mismo,  mas  esta  - 
ba resuelto  a  pedirlo  de  limosna.  El  padre  Espino  lo  condujo 
a  la  sacristía,  donde  casualmente  se  encontraba  el  síndico  de  la 
Orden  Tercera,  don  Antonio  de  Estrada,  y  éste  allanó  el  obstácu- 
lo, ordenando  al  maestre  de  campo,  don  Agustín  de  Estrada,  qu<-j 
suministrase  un  hábito  al  joven  aspirante. 

Despidióse  Pedro  de  su  maestro  y  sus  condiscípulos,  dispo- 
niendo en  lo  demás  sus  cosas  conforme  a  los  consejos  de  su  con- 
fesor; y,  por  último,  fue  a  despedirse'de  una  imagen  de  la  Vir- 
gen María,  aposentada  en  uno  de  los  altares  del  templo  de  la 
Merced  y  a  la  cual,  por  virtud  de  sus  nuevas  obligaciones,  no  po- 
dría frecuentar  en  lo  sucesivo  como  antes  solía. 

Corría  el  año  de  1654,  y  al  año  siguiente,  el  11  de  junio,  ha- 
ría su  profesión,  sin  que  precedieran  las  informaciones  de  rigor, 
pues  al  decir  de  sus  biógrafos  bastó  "el  manifiesto  testimonio 
de  su  ajustada  conciencia  y  ejemplarísima  vida".  "Pero  ya  dos 
años  antes  de  entrar  a  la  orden  — refiere  fray  Francisco  Vás- 
quez —  se  anumeró  por  Hermano,  como  consta  en  su  librito  de 
memoria:  Memoria  de  quando  entré  por  Hermano  de  la  cuerda 
de  San  Francisco,  el  proftrer  día  de  noviembre,  día  de  S.  Andrés 
año  de  1653.  Pedro  de  Betancur".  Desde  entonces  iba  a  iniciar 
una  vida  áspera,  de  abstinencia,  mortificaciones  y  amoroso  sa- 
crificio. 


-XIV  — 


EL  CALVARIO 


«...y  es  admirable  manera  de  proceder,  no  dejando 
muchas  veces  la  Pasión  y  Vida  de  Cristo,  que  es  de 
donde  nos  ha  venido  y  viene  todo  el  bien ...» 

Santa  Teresa. 


|¡N  el  extremo  Sur  de  la  "maravillosa  y  deleitable  sa-^- 
lida  de  la  Alameda,  paseo  que  frecuenta  numeroso 
concurso,  al  amor  de  las  "vegetales  frescas  pompas  de 
sus  umbrosas,  verdes  calles",  y  se  decora  con  una 
magnífica  fuente  de  cantería,  se  alza  la  devota  fá- 
brica del  Calvario.  El  sabroso,  aunque  amanerado  cronista  Fuen- 
tes y  Guzmán,  cuya  delectada  "Recordación  Florida"  seguimos, 
describe  aquel  templo: 

"Hace  esta  peregrina  fábrica  del  Calvario,  en  lo  interior  de 
sus  firmes  levantados  muros,  que  corren  por  el  ámbito  de  tres- 
cientos veinte  pasos  geométricos  en  cuadro,  que  en  circunferen- 
cia corresponde  a  mil  doscientos  ochenta  pasos,  en  el  primer  des- 
enfadado atrio  de  la  portada,  que  se  forma  de  dos  decorosas  ilus- 
tres bóvedas,  dos  cultos  y  matizados  jardines,  que  corren  y  sé 
tienden  con  variedad  de  flores,  a  uno  y  otro  costado:  viéndose  a 
el  de  la  siniestra  mano,  que  corre  al  Oriente  de  la  situación  del 
Templo,  tres  primorosas  y  pulidas  capillas,  en  que  tres  sagrados', 
dolorosos  pasos  de  nuestra  salud  y  redención  se  veneran;  de  cu- 
yo' tránsito,  siguiendo  a  la  parte  de  Mediodía,  se  pasa  a  un 
tránsito  unido  al  templo  que  se  forma  dé  una  elevada  y  os- 
tentativa bóveda,  que  se  mantiene  y  asegura  sobre  cuatro  colum- 
nas de  decorosa  y  grave  arquitectura,  donde  se  rinde  adoración 
y  culto  a  el  crucificado  y  manso  cordero  Jesús,  vida  y  aliento  de 
los  hombres.  De  allí  corre  por  capaz  y  prolongada  longitud,  el 
templo  artesonado,  con  primores  y  desvelos  del  arte,  perfectíir 


4! 


DAVID  VELA 


mente  pulido,  todo  el  adorno  de  sus  levantadas  y  robustas  maes- 
tras, de  excelentes  pinturas  de  la  sagrada  y  dolorosa  pasión  de 
Nuestro  Divino  Redentor;  obra  toda  de  D.  Antonio  de  Montúfar, 
natural  de  Goathemala,  diestro  y  aventajado  en  el  arte,  y  que 
habiendo  con  tanto  primoroso -acierto  dado  fin  y  perfección  a  esta 
obra,  quedó  ciego  hasta  su  muerte,  sin  duda  que  para  ver  mejor 
después  de  la  vida.  Termina  esta  bella,  tierna,  reverente  historia 
en  un  altar  primoroso,  que  debajo  de  otra  elegante  peregrina  bó- 
veda se  erigió  en  un  cañón,  con  secretos  subterráneos,  para  su 
aseo,  a  un  primoroso  sepulcro  mausoleo  de  aquel  divino  absoluto 
universal  Monarca,  panteón  de  aquel  superior  a  todos,  triunfan- 
te coronado  príncipe,  túmulo  y  flamante  luciente  pira,  de  aquel 
único  abrasado  amante  fénix,  Jesús,  rey,  pastor,  maestro,  luz  y 
principio  de  las  almas.  Corre  la  situación  del  templo  por  longi- 
tud de  Norte  a  Sur". 

"De  esta  soberana  y  maravillosa  capilla  mayor,^se  pasa  a  el 
costado  Occidental,  a  su  admirable  y  bella  sacristía;  luego  a 
una  espaciosa  y  alegre  sala,  que  a  dos  puertas  de  sus  costados  da 
paso;  la  una,  a  la  parte  del  Septentrión,  al  patio  de  los  Laureles; 
la  otra,  al  Mediodía,  para  lo  interior  dilatado  y  alegre  del  patio 
de  las  pobres  y  humildes  celdas  de  los  virtuosos  hermanos  Ter- 
ceros, que  cuidan  vigilantes  del  adorno  y  policía  deste  venera- 
ble y  prodigioso  santuario.  De  este  patio  se  pasa  a  una  dilatada 
y  excelente  huerta  de  muchos  y  exquisitos  frutales,  en  cuyo  cul- 
tivo también  se  emplean  estos  devotos  hermanos  de  la  Orden  Ter- 
cera de  mi  patrón  San  Francisco.  Esta  es,  en  breve  y  estrecha 
suma,  la  fábrica  material  de  tan  elegante,  devoto  y  famoso  san- 
tuario". 

Dicho  templo  se  erigió  a  solicitud  de  los  hermanos  de  la  Or- 
den Tercera  de  San  Francisco,  iniciándose  los  trabajos  en  no- 
viembre de  1618,  siendo  alcalde  el  doctor  Juan  Luis  de  Pereira. 
La  obra  se  terminó  muchos  años  después  (1665)  con  el  celoso 
concurso  del  presbítero  Jaime  de  Portillo  y  Sosa,  chantre  de  la 
Catedral,  y  a  su  fin  contribuyó  Pedro  de  Bethancur  en  la  forma 
más  humilde,  laborando  como  peón  de  albañil.  Aun  puede  ver- 
se frente  a  la  portada  una  cruz  de  piedra,  enclavada  en  plena 
vía,  como  señal  de  la  toma  de  posesión  de  aquel  terreno  para  edi- 
ficar el  santuario;  cruz  colocada  el  19  de  noviembre  de  1618. 

Pero  más  lustre  y  solidez  iban  a  darle  a  esa  capilla  las  ejem- 
plares virtudes  del  Siervo  de  Dios  Pedro  de  Bethancur,  que  allí 
alcanzó  singulares  favores  en  la  oración,  mortificó  su  carne  y  sus 
apetitos,  veneró  los  pasos  de  la  tragedia  del  Gólgota  y  ejerció  con 
mérito  insigne  el  magisterio  de  sus  celestiales  fervores. 

El  templo  ha  urgido  subsiguientes  reparaciones;  algunas  ca- 
pillas viven  el  huraño  descuido  de  las  ruinas;  el  alegre  patio  de 


EL    HERMANO  PEDRO 


43 


los  laureles  y  la  Cándida  huerta  de  Jos  terceros  no  hallan  ras- 
tro en  lo  que  es  ahora  un  lujuriante  cafetal;  las  celdas  se  des- 
plomaron en  el  olvido  y  sobre  sus  renovados  pisos  ha  ido  barrien- 
do la  tradición  la  familia  del  sacristán;  la  suntuosidad  del  rito 
se  va  hundiendo,  poco  a  poco,  en  el  pasado  lejano.  .  .  ;  sólo  queda 
invicta  y  edificante  la  memoria  del  Hermano  Pedro,  supervivien- 
te su  figura  a  la  sombra  Cándida  de  un  esquisúchil  (árbol  tam- 
bién nativo  de  las  Canarias),  que  todavía  se  cuaja  por  el  mes  de 
febrero  de  blancas  flores  odorantes,  florecido  en  la  gratitud  de 
haberlo  sembrado  las  santas  manos  de  Pedro. 


-XV- 


HIJO  DE  FRANCISCO 

«El  espíritu  de  San  Francisco  no  se  expresó  en  una 
obra  doctrinal  de  teología,  sino  que  se  trasmitió  en- 
tre sus  discípulos  por  el  alto  ejemplo  de  su  vida». 

Pedro  Sainz  Rodríguez. 


POSENTADO  en  una  de  las  humildes  celdas  de  los  her- 
manos Terceros,  Pedro  ha  encontrado  su  verdadera 
casa  espiritual,  que  es  el  reflorecimiento  de  la  inmen- 
sa humildad,  la  inmensa  pureza,  la  inmensa  caridad 
del  poverello  Francesco  D'Assisi ;  y,  en  solitud,  ha- 
ciendo un  símbolo  vivo  de  su  pesado  saco  de  penitente,  acrecen- 
tó su  piadoso  fervor. 

Muchos  y  diversos  caminos  hay  para  escalar  las  cumbres, 
y  si  a.  Pedro  le  faltaran  las  alas  de  la  inspiración  para  ganar  los 
elevados  y  doctos  planos  de  la  supremacía  teológica,  sus  pies  in- 
tuitivos se  desangraron  en  la  vereda  del  amor,  dado  en  la  forma 
más  noble  y  áspera  del  sacrificio:  su  caridad  no  conoció  cansan- 
cio: su  pureza  desesperó  a  Calzillas  (como  llamara  con  pueril 
ironía  al  Demonio) :  su  modestia  no  halló  medida  en  las  más  las- 
timantes humillaciones. 

El  alba  lo  sorprende  orando  en  su  estrecha  celda,  que,  cuan- 
do Pedro  reza,  linda,  pared  de  por  medio,  con  el  infinito.  Y  al- 
zándose ágil  e  infantil  como  la  mañana,  acude  a  satisfacer  los 
menesteres  de  la  limpieza  y  decoro  del  templo,  trabajos  que  su 
humildad  ha  ido  monopolizando.  Su  escoba  diligente  avienta  las 
últimas  sombras  de  la  noche  al  cantar  sobre  las  losas  con  la  voz 
perdurable  de  las  cosas  sencillas  y  rutinarias;  asea  y  exorna  los 
altares;  renueva  el  aceite  de  los  candiles;  sustituye  las  flores 
marchitas  por  otras  aún  temblorosas  de  rocío  mañanero;  abri- 
llanta los  metales.  .  .  Sus  pasos  van  del  altar  al  coro,  en  el  jue- 
go cóncavo  de  los  ecos. 


4G 


DAVID  VELA 


Por  ese  tiempo  estaba  el  santuario  en  construcción  todavía, 
y  como  la  curiosidad  atrajera  numeroso  concurso  de  vecinos,  a 
quienes  repetidas  veces  invitara  el  padre  Comisario  de  los  Ter- 
ceros para  algún  agasajo,  mientras  los  huéspedes  recibían  el  ob- 
sequio, solía  el  Hermano  Pedro,  por  orden  del  superior,  leer  al- 
gunas páginas  edificantes.  Mas  el  lector  se  penetraba  tan  honda- 
mente de  las  cuestiones  que  declamara,  que  a  todos  contagiaba 
su  emoción,  y  muchas  veces,  ya  salido  del  auditorio,  se  le  diluían 
las  letras  en  llanto  e  interrumpía  la  lectura  en  un  sofoco  de  an- 
gustia y  lágrimas. 

Pero  más  edificante  era  su  ejemplo,  ya  ejerciendo  de  chu- 
nero  a  las  órdenes  de  los  albañiles,  ahora  sumergido  en  la  luz 
"de  la  oración,  o  desangrado  en  el  hierro  de  la  penitencia.  Era, 
además,  tan  persuasivo  y  afortunado  en  sus  exhortaciones,  insi- 
nuándose a  todos  con  suave  respeto  y  grave  autoridad,  que  luego 
hubo  de  administrar  el  acervo  espiritual  que  se  le  rendía  y  erigir- 
se en  maestro.de  una  espontánea  escuela  de  cristianos  empleos: 
distribuía  oraciones,  que  rogaba  aplicar  por  las  ánimas  del  pur- 
gatorio; aconsejaba  ayunos  y  mortificaciones;  congregaba  a  nu- 
merosos fieles  en  el  rezo  de  la  Corona  de  la  Virgen  o  el  Via-Cru- 
cis;  en  suma,  comunicaba  fervores  y  predisponía  los  ánimos  al 
cultivo  de  las  buenas  acciones. 

Una  de  las  devociones  por  él  con  más  celo  estimuladas  fue 
la  del  Rosario,  extendida  luego  a  gran  número  de  feligreses  y  a 
la  que  pronto  ingenió  medio  de  darle  mayor  solemnidad,  orde- 
nando todos  los  sábados,  por  las  noches;  una  concurrida  proce- 
sión que  recorría  alternativamente  los  barrios  de  la  ciudad.  Ca- 
da vez  aumentaba  la  devota  comitiva,  en  la  que  muchos  portaban 
antorchas  y  todos  entonaban  el  rosario.  Esta  devoción  se  exten- 
dió a  otras  provincias  y  aun  pasó  a  España,  llevada  de  Guatema- 
la por  el  religioso  dominico  Fray  Pedro  de  Ulloa,  quien  presen- 
ció aquí  la  solemnidad,  un  año  después  de  la  muerte  del  Herma- 
no Pedro,  hallándose  en  el  desempeño  de  una  misión  de  su  or- 
den, en  tiempo  durante  el  cual  frecuentó  la  casa  de  los  Bethle- 
iritas.  Así  lo  refiere  puntualmente  fray  Joseph  García  de  la  Con- 
cepción, y  agrega:  "De  toda  la  serie  de  esta  historia  se  concluye, 
que  el  Venerable  Pedro  de  San  Joseph  Betancur  fue  el  primero, 
que  inventó  la  solemnidad,  con  que  se  cantan  por  las  calles  los 
Rosarios:  y  que  no  sólo  Goathemala,  y  sus  adyacentes  provin- 
cias; sino  también  los  Reynos  de  nuestra  España  deben  esta  úti- 
lísima devoción,  como  a  su  origen,  a  los  fervores,  de  este  Siervo 
de  Dios,  propagados  en  sus  hijos". 

Y  el  mismo  panegirista  juzga  elogiosamente,  en  general,  la 
evangélica  labor  que  Pedro  realizó  en  la  capilla  que  el  desconoci- 
do oráculo  le  señalara  por  morada,  a  saber:  "Hoy  es  el  Calvario 
de  la  Ciudad  de  Goatemala  (escribe  en  la  segunda  mitad  del  si- 


EL    HERMANO  PEDRO 


47 


glo  XVIII)  uno  de  los  celebrados  Santuarios  de  la  América,  a 
quien  ha  hecho  famoso,  más  que  la  suntuosidad  de  su  fábrica,  la 
frecuentísima  veneración  de  la  Cristiandad:  pero  todos  estos  au- 
mentos tuvieron  su  origen  en  la  fervorosa  solicitud  de  este  Sier- 
vo de  Dios.  Antes  que  el  Venerable  Pedro  estuviese  en  el  Calva- 
rio, solo  era  asistido  los  Viernes,  y  de  muy  pocos;  pero  después, 
que  le  vivió  este  ejemplar  huésped,  se  ha  hecho  diaria  su  asisten- 
cia, y  de  numerosa  multitud.  En  muchos  fue  tal  la  impresión  que 
hizo  el  poderoso  influjo  de  este  Siervo  de  Dios;  que  vistiendo  re- 
sueltos el  hábito  descubierto  de  la  Orden  Tercera,  se  quedaron 
a  vivir  con  él  en  el  Calvario:  donde  los  ejercitó  santamente  nues- 
tro Pedro  en  la  puntual  observancia  de  su  Instituto,  en  toda  es- 
pecie de  mortificaciones,  y  en  toda  clase  de  virtudes". 


-XVI- 


PEDRO  DANZA  FRENTE  AL  ARCA 

«Y  David  y  toda  la  casa  de  Israel  danzaban,  delante 
de  Jehová  con  toda  suerte  de  instrumentos  de  made- 
ra de  haya;  con  arpas,  salterios,  adufes,  flautas  y 
címbalos. 

Y  David  saltaba  con  toda  su  fuerza  delante  de  Je- 
hová; y  tenía  vestido  David  un  ephod  de  lino. 

Entonces  David  respondió         «danzaré  delante  de 

Jehová.  Y  aún  me  haré  más  vil  que  esta  vez,  y  seré 
bajo  a  mis  propios  ojos ...» 

Samuel,  Libro  II,  Cap.  6,  ver.  5,  14,  21  y  22. 

CTAVA  de  Corpus.  Las  campanas  danzan  con  clamo- 
rosa alegría,  sus  sones  avasallan  la  eiudad  entera  y 
luego,  con  vibrantes  alas,  ganan  en  toda  su  hermosa 
extensión  el  valle  en  que  Antigua  asienta  su  señorío 
de  segunda  urbe  de  América.  La  naturaleza  también 
está  de  fiesta,  agradecida  a  las  primeras  lluvias,  y  envía  su  tri- 
buto a  la  iglesia:  en  alfombras  de  pino  que  rinden  su  fresca  sa- 
via y  se  esmaltan  de  matizadas  flores,  y  en  copia  de  preciados 
frutos  que  tientan  los  sentidos,  luciendo  en  las  ventas  que  se  im- 
provisan en  la  plaza. 

Al  son  de  jubilosos  repiques,  por  la  puerta  mayor  de  la  Ca- 
tedral se  desborda  hacia  la  calle  un  numeroso  concurso  de  fieles, 
que  antes  asistieron  al  sacrificio  de  la  misa  y  salen  comentando 
en  voz  baja  el  panegírico  que  pronunció  un  prelado  docto  en  exe- 
gética,  aunque  pedante  de  citas.  El  les  diría  que  Cristo  sigue  ope- 
rando, desde  el  fondo  del  tabernáculo,  los  prodigios  que  durante 
su  encarnación  arrastraron  a  las  masas  en  pos  de  su  palabra  y 
sus  hechos  taumatúrgicos.  El  les  recordaría  que  San  Bernardo 
se  extasiaba  ante  el  misterio  de  la  Eucaristía  y  llamó  a  Jesús 
en  el  Sacramento  amor  amoriun,  el  amor  de  los  amores,  y  Santo 
Tomás  viera  en  esa  presencia  y  ofertorio  de  Dios  en  el  altar  la 
máxima  concesión  del  amor:  sacramentum  charitatis  Christi  pig- 
nus  est. 


50 


DAVID  VELA 


Coruscante  de  cirios,  con  un  rumor  abejeante  de  rezos,  baja 
la  procesión  las  gradas  del  atrio  para  dar  la  vuelta,  como  todos 
los  años,  a  la  plaza  principal.  Altas  dignidades  de  la  iglesia  y  del 
gobierno  prestan  lustre  a  la  función;  vestidos  de  negro,  un  poco 
orgullosos  de  sí  mismos,  los  cofrades  del  Santísimo  se  turnan  el 
honor  de  conducir  el  pallium;  y  el  sacerdote,  baja  la  vista,  im- 
pregnándose de  incienso,  lleva  en  sus  manos  el  aúreo  resplandor 
de  la  custodia. 

Pero,  he  aquí  que,  como  antes  David  frente  al  arca,  surge 
Pedro  de  entre  la  multitud,  hecho  un  "alférez  de  Dios".  Muy 
temprano  recibió  la  comunión  y  el  resto  de  la  mañana  lo  pasara 
orando,  inundado  de  paz,  lleno  del  divino  banquete.  Ahora  cla- 
ma como  San  Felipe  Neri:  "He  aquí  mi  amor,  he  aquí  mi  amor!" 
De  su  tosco  sayal  de  penitente  há  hecho  una  bandera,  que  enarbo- 
la  en  el  extremo  de  un  asta  asaz  pesada  para  sus  fuerzas,  pero 
liviana  para  su  devoción,  de  modo  que  — según  comenta  mara- 
villado Montalvo —  "venía  a  ser  pendón  en  la  apariencia  y  cruz 
en  la  realidad". 

Pedro  danza  frente  a  la  custodia,  reboleando  sin  cesar  su 
improvisado  estandarte,  en  "alegres  mudanzas  y  regocijadas  ca- 
briolas", jugando  a  compás  los  pies  electrizados  y  los  brazos  in- 
cansables, poseso  del  ritmo  que  marca  su  interior  contento,  y 
aun  aviva  "los  movimientos  del  baile  con  las  consonancias  de  la 
música".  A  todo  esto,  para  que  ninguna  de  sus  facultades  queda- 
se ociosa,  Pedro  canta  salmos  de  maravillosa  ingenuidad,  que 
apenas  en  la  profunda  fe  con  que  son  entonados  hallan  coheren- 
cia; coplas  que  le  inspira  el  misterio  del  altar.  Es  posible  que  al- 
gunos lo  menosprecien  por  ello,  como  Michal  a  David,  mas  "aun- 
que la  voz  no  era  dulce,  ni  la  poesía  elegante,  todo  junto  sonara 
de  los  cielos".  Y  de  esa  guisa  continúa  sus  piadosas  demostracio- 
nes durante  todo  el  recorrido  de  la  procesión.  No  siendo  usual  lle- 
var pendones  o  banderolas  en  el  Corpus,  algunos  maestros,  ga- 
nados por  el  fervor  de  Pedro,  hallan  propias  sus  expresiones,  por- 
que usándose  llevar  una  bandera  delante  de  los  emperadores  y 
siendo  Dios  en  el  Sacramento  Rey  de  Reyes,  no  anda  descami- 
nado Pedro  en  llevar  una  bandera,  "que  es  el  geroglífico  de  la 
victoria". 

Más  tarde,  al  panegirista  ha  de  temblarle  la  pluma  al  des- 
cribir estos  hechos  de  sencilla  grandeza,  para  escribir:  "Con  to- 
das fus  fuerzas^  celebrava  las  bodas  del  cordero  de  Dios,,  y  como 
fu  alma  era  la  defpofada,  hacia  travajar  a  fu  cuerpo  como  a  un 
efclavo.  Grande  fin  duda  era  la  fatiga  en  que  le  exercitava  con 
movimientos  tan  defufados  en  efpacio  tan  prolijo,  a  que  folo  pu- 
diera refiftir  fomentado  de  los  esfuerzos  vigorofos  de  fu  efpiritu. 
Saltava  de  contento  el  Venerable  Hermano  y  con  los  excefos  de 
fu  interior  alegría  comunicava  agilidad  a  fus  canfados,  y  ren- 
didos miembros.  O  ceguedades  del  amor  juntas  a  las  de  la  fe! 
Si  hacéis  prodigios  separadas  que  no  haréis  unidas?" 


-XVII- 


EL  SOLAR  BETHLEMITICO 


«Qué  hospital  es  este  Bethlen?  Atiéndase  a  su  origen, 
a  su  principio,  a  su  instituto,  a  su  Fundador:  est  um- 
bra  Petri.  Es  una  sombra  de  Pedro,  de  aquel  vene- 
rable Varón,  antes  por  el  nombre  de  Vetancur,  y  des- 
pués conocido  por  el  título  de  Hermano  Pedro  de  San 
Joseph:  este  fué  la  luz  de  este  instituto,  con  que  este 
hospital  es  la  sombra  de  ese  Pedro». 

Fr.  Gaspar  de  los  Reyes  Angel. 


N  el  cerebro  de  Pedro  gesta  ahora  una  idea  caritati- 
va, que  se  alimenta  de  su  produndo  amor  a  Dios,  re- 
flejado en  su  humilde  afán  de  servir  a  los  hom- 
bres; prohija  una  iniciativa  benéfica,  tras  las  hue- 
llas de  San  Juan  de  Dios,  para  el  logro  de  la  cual  só- 


lo cuenta  con  su  ardorosa  fe  y  su  voluntad  de  sacrificio. 

"Ocurrióle  — dice  fray  Joseph  García  de  la  Concepción — , 
que  sería  de  igual  utilidad,  prevenir  alivio,  a  los  que  libres  ya  de 
sus  actuales  dolencias,  no  alcanzaban  medios,  para  asegurar  su 
salud;  y  que  si  había  enfermerías,  para  curar  enfermedades  y 
recobrar  la  sanidad,  también  debía  haber  hospitales  para  su  con- 
servación. Esforzábanle  mucho  este  pensamiento  las  frecuentes 
experiencias,  que  se  tocaban,  de  algunos  pobres,  que  libres  de  la 
muerte,  por  las  caritativas  asistencias  en  sus  enfermedades;  fa- 
llecían después,  por  falta  de  alivio  en  la  convalecencia:  y  conven- 
cido de  este  dictamen,  determinó,  que  su  hospital  fuese  para  los 
convalecientes". 

Sometiéndose  siempre  a  designios  providenciales,  y  esperan- 
do del  cielo  todo  auxilio  y  cabal  dirección  para  sus,  empresas,  re- 
solvió visitar  veintisiete  iglesias,  para  venerar  con  este  devoto 
ejercicio  las  27  leguas  que  la  Virgen  caminó,  a  juicio  de  los  doc- 


52 


DAVID  VELA 


tos,  al  ir  a  visitar  a  su  prima  Santa  Isabel.  Se  hizo  acompañar  de 
un  pobre  hombre,  ya  adulto,  mas  por  su  ingenuidad  popularmen- 
te conocido  con  el  nombre  de  "Marquitos",  a  quien  una  congéni- 
ta  dolencia  (perlecía)  imposibilitaba  casi  por  completo  el  uso  de 
las  manos  y  hacía  tardo  y  trabajoso  el  andar. 

El  último  templo  en  que  oró  fue  el  de  Nuestra  Señora  de 
Santa  Cruz,  y  le  pareció  que  cerca  de  tan  santa  casa  debía  buscar 
un  sitio  adecuado  a  la  fundación  de  su  hospital  de  convalecien- 
tes, comenzando  por  rendir  su  gratitud  a  la  Reina  de  los  Angeles, 
"porque  lo  admitía  a  ser  su  vecino". 

Por  ese  tiempo  acababa  de  morir  en  la  ciudad  una  devota, 
María  Esquivel,  quien  dejara,  para  costear  sus  funerales  en  la 
parroquia  de  Los  Remedios,  una  casita  de  paja  y  una  pequeña 
imagen  de  María  Santísima.  El  sitio  convenía  a  Pedro,  por  estar 
enclavado  en  las  afueras  de  la  población  y  cerca  de  la  capilla  de 
la  Santa  Cruz,  deseando  vivamente  adquirir  la  propiedad  para 
asiento  de  su  fundación  en  proyecto. 

Pedro  había  asistido  en  su  lecho  de  sufrimiento  a  María  Es- 
quivel, mártir  de  larga  y  penosa  dolencia,  por  todas  partes  lla- 
gada, mas  siempre  conforme  con  su  suerte  y  confortada  por  las 
exhortaciones  y  consuelos  del  caritativo  Tercero.  Por  su  ejempla- 
ridad,  María  Esquivel  gozó  de  especiales  y  altas  mercedes,  como 
la  de  oír  misa  desde  su  casa,  cuando  su  enfermedad  le  impidiera 
acudir  al  templo,  y  al  alzar  el  sacerdote  la  hostia,  ella  se  golpea- 
ba el  pecho,  humillada  en  profunda  contrición.  Sin  embargo,  sa- 
biendo el  uso  que  Pedro  hacía  de  los  bienes,  en  general  beneficio, 
olvidó  en  sus  últimas  disposiciones  a  su  fiel  enfermero. 

Pedro  se  dió  con  actividad  a  conseguir  la  suma  pedida  por 
precio:  cuarenta  pesos;  superior  en  mucho  a  su  voluntaria  indi- 
gencia, no  obstante  el  exiguo  monto  de  la  misma.  Mas  el  maes- 
tro don  Alonzo  Zapata  y  don  Francisco  Zamora,  este  último  re- 
lator de  la  Real  Audiencia,  dieron  de  limosna  aquella  cantidad, 
y  por  ese  medio  entró  Pedro  en  posesión  de  la  casa,  que  luego 
sería  el  original  solar  de  una  nueva  orden  religiosa.  El  párroco 
de  la  iglesia  de  Los  Remedios  completó  la  dádiva,  adjudicándole 
también  la  imagen  de  la  Virgen  que  fuera  de  María  Esquivel, 
"para  no  darle  la  concha  sin  su  perla",  comenta  Montalvo. 

El  predio  estaba  fincado  al  Sur  de  la  ermita  de  la  Santa 
Cruz,  junto  al  río  Pensativo  y  en  el  seno  de  un  barrio  indígena, 
a  la  humilde  casucha  de  María  Esquivel  vino  a  instalarse  Pe- 
dro, quien  hizo  de  la  sala  principal  y  única  del  edificio  un  orato- 
rio para  venerar  la  imagen  que  recibiera  de  limosna,  durmiendo 
él  en  la  cama  de  San  Francisco,  esto  es,  teniendo  por  lecho  el 
suelo  de  la  cocina. 

La  primera  noche  la  pasó  en  oración,  pidiendo  a  la  Madre 
de  Dios  que  iluminase  sus  propósitos,  y  en  la  mañana  siguiente 
iba  a  comenzar  una  nueva  fase  de  su  vida:  CARIDAD. 


XVIII 


PARVULO  ENTRE  PARVULOS 


«Un  niño  estaba  sentado  jugando  con  conchas.  Le- 
vantó la  cabeza  y  pareció  conocerme,  y  me  dijo: 
«Te  tomaré  a  mi  servicio  por  nada».  Desde  entonces, 
el  trato  cerrado  en  juego  de  niños  me  convirtió  en  un 
hombre  libre». 

Rabindranha  Tagore. 


]OVIO  a  curiosidad,  la  figura  del  piadoso  Tercero;  pe- 
ro muy  prontO'Se  hizo  amable  y  familiar  a  los  veci- 
nos del  Barrio  de  la  Cruz,  y  la  casa  de  María  Esqui- 
vel  fue  llamada  por  todos  "la  casita  del  hermano  Pe- 
dro". 

Su  alma  infantina  buscó  y  se  ganó  luego  la  confianza  y  el 
afecto  de  los  niños,  cuyo  seguro  instinto  devolvía  espontánea- 
mente la  simpatía  de  aquel  hombre  sencillo  y  grave,  a  la  vez, 
dueño  de  esa  prístina  virtud  de  la  simpleza,  que  permite  sorpren- 
der "el  sentido  bíblico  de  las  cosas  adecuadas  y  castas".  Así  Pe- 
dro, posiblemente  sin  recordar  el  texto  evangélico,  por  genuino 
impulso  se  orientaba  hacia  la  palabra  de  Cristo:  "De  cierto  os  di- 
go, que  si  no  os  volviereis,  y  fuereis  como  niños,  no  entraréis  en 
el  reino  de  los  cielos.  Y  cualquiera  que  recibiere  a  un  tal  niño 
en  mi  nombre,  a  mí  recibe". 

El  barrio  era  populoso,  y  en  él  advirtió  Pedro  la  jubilosa 
abundancia  de  niños,  faltos  de  enseñanza  todos,  triscando  como 
un  rebaño  sin  pastor  en  la  promiscuidad  y  el  abandono  de  la  ca- 
lle. Rebosando  amor  su  corazón,  y  entendiendo  que  el  amor  se 
traduce  en  servicio,  y  en  servicio  desinteresado,  no  necesitó  otro 
estímulo  para  moverse  al  remedio  de  aquella  necesidad. 

Funda,  pues,  el  maravilloso  indocto  una  escuela  y  contrata 
al  profesor  D.  Mateo  Polancos  — a  quien  pagó  siempre  con  el  pro- 


54 


DAVID  VELA 


ducto  de  limosnas — ,  para  que  impartiese  a  los  niños  los  elemen- 
tos de  la  ciencia;  reservándose  él  la  enseñanza  de  las  materias 
que  dominaba  su  intuición,  o  sean,  la  piedad  y  el  ejercicio  de  la 
virtud,  simientes  que  por  doquier  sembraba  su  didáctico  ejemplo. 
Ayudó  también  al  Hermano  Pedro  en  su  escuelita  fray  Pablo 
Sánchez,  franciscano  admirador  de  las  prendas  morales  de  aquél, 
autor  de  un  "Catecismo  Cristiano",  obra  sencilla  y  que  rindió  lue- 
go más  beneficios  que  la  popular  de  fray  Benito  Vilcañas.  Fray 
Pablo  era  por  entonces  vecino  de  la  calle  de  San  Miguel. 

Sin  dificultad  la  "casita  del  Hermano  Pedro"  se  convirtió 
en  alegre  querencia  de  los  niños  pobres,  criollos  e  indígenas,  a 
quienes  el  suave  mentor  prodigara  su  alma  infantina  en  gemelos 
candores  y  desvelada  protección.  Por  la  mañana  concurrían  a  la 
modesta  escuela  las  niñas,  y  por  la  tarde  los  infantes,  y  así  todo 
el  día  abejeaba  la  casita  de  pueril  actividad,  repartida  entre  el 
aprendizaje  de  las  primeras  letras,  el  adoctrinamiento  y  los  re- 
zos, en  coro  de  ánimas  sencillas,  a  los  pies  de  la  imagen  de  la 
Virgen. 

Para  estimular  la  diligencia  de  algunos,  o  vencer  la  incu- 
ria de  otros,  las  más  veces  para  desahogar  simplemente  su  ter- 
nura, Pedro  colma  de  obsequios  a  los  niños:  dulces,  frutas  y  ju- 
guetes que  su  humildad  recolecta  de  limosna,  o  sonrisas  y  cari- 
cias cuando  sus  generosas  manos  están  vacías.  Advierte  las  ne- 
cesidades de  su  Cándida  clientela,  y  sus  ruegos  apremian  con  éxi- 
to a  las  gentes  ricas  de  la  ciudad  para  obtener  el  regalo  de  pren- 
das de  vestir,  que  distribuye  equitativa  y  largamente. 

Departe  con  los  chiquillos,  interviene  a  menudo  en  sus  jue- 
gos, dirime  sus  infantiles  contiendas;  aconseja,  exhorta,  amones- 
ta; los  niños  se  derraman  alborozados  en  su  confianza,  o  callan, 
respetuosos,  en  el  umbral  de  la  comprensión,  cuando  lo  ven  su- 
mirse en  el  silencio  y  la  quietud  evasivos  de  la  plegaria. 


-XIX- 


FUNDACION  DEL  HOSPITAL 


«Hermano,  yo  soy  el  vagabundo,  y  estos  son  pobres 
de  Jesucristo». 

Palabras  de  Pedro  de  Bethancur. 


A  casita  del  Hermano  Pedro,  es  ya,  a  la  vez  un  ora- 
torio al  que  se  aficionan  en  creciente  número  los  fie- 
les, contagiados  del  fervor  de  aquél,  y  una  escuela 
de  párvulos,  en  la  que  con  la  elocuencia  del  ejemplo 
y  el  poder  extraordinario  de  su  mansa  exhortación, 
Pedro  asume  la  cátedra  de  su  cristiana  virtud,  predisponiendo 
las  almas  al  bien. 

No  obstante  embargar  a  su  generoso  fundador  esas  dos  al- 
truistas instituciones,  y  dedicar  éste  el  resto  de  su  tiempo  a  la 
oración  y  la  penitencia,  no  alcanza  Pedro  satisfacción,  ni  la  al- 
canzará hasta  no  llevar  a  término  su  idea  de  instituir  un  hospital 
para  convalecientes  y  servir  en  más  sacrificada  forma  a  su  pró- 
jimo. 

Llegó  a  su  noticia  la  existencia  en  la  ciudad  de  una  des- 
graciada mujer,  de  raza  negra,  anciana  ya,  tullida  y  comida  de 
achaques,  que  vivía  a  mitad  de  la  calle,  como  una  basura  de  la 
miseria,  ayuna  de  toda  asistencia. 

No  le  costó  trabajo  encontrarla,  abandonada  a  su  ínfima 
suerte,  ni  convencerla  para  que  aceptase  el  asilo  de  su  incipiente 
enfermería.  La  cargó,  pues,  sobre  sus  hombros  y,  sin  sentir  su 
peso,  que  la  caridad  es  fuerza  que  se  nutre  de  sí  misma,  recorrió 
con  aquel  bagazo  humano  larga  distancia,  hasta  depositarla  en 
su  menesteroso  albergue,  que  luego  sería  pródigo  consuelo  pa- 
ra los  desheredados. 

De  ese  acto  sencillo  iban  a  nacer  el  hospital  de  Belén  y  una 
nueva  Orden  religiosa,  la  de  los  Bethlemitas  Hospitalarios,  des- 


56 


DAVID  VELA 


pues  solemnemente  sancionada  por  el  Vaticano,  y  por  la  admi- 
ración y  la  gratitud  de  tres  pueblos:  Guatemala,  Las  Canarias  y 
El  Perú.  El  dolor  de  aquella  pobre  mujer  envejecida  en  la  pe- 
nuria y  lacerada  por  el  triste  sino  de  Job,  fue  la  piedra  angular 
del  edificio  que  como  por  arte  mágico  iba  a  surgir  entre  las 
manos  santificadas  de  Pedro. 

Cuando  su  morada  debía  acoger  a  la  bulliciosa  turba  de 
escolares  voluntariamente  reclutados  en  el  barrio,  Pedro  saca- 
ba afuera  a  su  asilada,  lo  mismo  que  para  entregarse  sin  reser- 
vas, libre  de  ojos  extraños,  a  la  expansión  de  su  ferviente  natu- 
raleza mística.  Y  llegado  el  fin  -de  innumerables  dolencias, 
cuando  la  negra  expiró  asistida  de  cristianos  auxilios  y  hubo  ho- 
nesta sepultura,  que  Pedro  mismo  cavó  con  sus  manos  y  regó 
con  sus  lágrimas,  ya  la  institución  había  nacido,  aunque  des- 
pués sólo  se  recibiría  a  hombres  en  el  hospital  de  Bethlen. 


PRODIGIOSOS  RECURSOS 


«La  persona  di  lei  sconfüia  nell'aureola,  L'opera  scon- 
fina  nell  prodigio:  rice  ve  il  prodigio  e  lo  dá». 

Giovanni  Bertacchi. 


ECESARIAMENTE  suponen  la  dádiva  las  manos  de 
Pedro;  por  eso  casi  sólo  podemos  imaginarlas  osten- 
siblemente extendidas  en  la  imploración  de  una  li- 
mosna, o  reservadas  y  oferentes,  rendidas  en  el  ade- 
mán del  obsequio;  manos  ávidas  de  dones,  sin  me- 
diar avaricia,  para  distribuirlos  luego  con  el  acierto  y  la  faci- 
lidad de  una  función  natural. 

Su  casa  es  pequeña  y  desprovista  de  condiciones  para  con- 
tener un  hospital,  no  digamos  ya  para  albergar  sus  insaciables 
anhelos  de  caridad.  Se  cree,  pues,  en  el  comienzo  de  su  empre- 
sa, sin  medir  un  solo  instante  la  desproporción  entre  los  medios 
de  que  dispone  y  el  alcance  de  sus  proyectos:  tiene  un  tesoro 
de  confianza  depositado  en  las  manos  de  la  divinal  providencia. 

Madurados  sus  selectos  propósitos,  acude  directamente  en 
solicitud  de  la  venia  y  licencia  indispensable,  ante  el  presidente 
de  la  Real  Audiencia,  licenciado  Don  Antonio  de  Lara  y  Mogo- 
brejo,  quien  por  sus  ejecutorias  de  oidor  decano  detentaba  in- 
terinamente el  mando;  y  ante  el  obispo  de  Goathemala,  fray 
Payo  de  Rivera,  quien  llegó  a  interrogarlo  sobre  los  recursos 
de  que  podía  aquel  iluso  echar  mano  para  fundar  un  hospital  de 
convalecientes; 

— Eso,  padre,  yo  no  lo  sé;  mas,  Dios  que  lo  sabe,  me  ayu- 
dará. 

Por  tanto,  sin  esperar  la  real  aprobación  demandada  a  la 
Corte,  la  cual  había  de  tardar  por  la  distancia  y  las  convenciones 
del  trámite,  dió  desde  luego  principio  a  la  obra,  contando  para 


58 


DAVID  VELA 


ello  con  la  caridad  pública,  largamente  ofrendada  a  tan  recto  y 
celoso  administrador  de  los  bienes  de  los  pobres. 

En  cuerpo  y  alma  se  consagra  a  la  obra,  y  cuando  no  reco- 
rre las  casas  de  los  ricos,  pidiendo  de  limosna  los  materiales  re- 
queridos o  dineros  para  sufragar  los  salarios  de  los  trabajado- 
res, él  mismo  hace  de  maestro,  de  sobrestante,  de  oficial  o  sim- 
ple peón,  estimulando  con  su  activo  ejemplo  a  los  operarios. 

El  edificio  se  va  cimentando  sobre  reiterados  prodigios.  Los 
obreros  no  sienten  cansancio  si  Pedro  los  ve  trabajar,  y  el  tiem- 
po y  los  materiales  abundan.  El  capitán  don  Francisco  Gutié- 
rrez y  su  esposa  han  de  propalar,  maravillados,  cómo  habiendo 
obsequiado  a  Pedro  una  escasa  cantidad  de  madera  que  poseían 
en  su  casa,  de  ella  salieron  innúmeras  carretadas  de  dicho  ma- 
terial sin  que  la  fuente  llegase  a  agotarse.  Una  señora,  a  quien 
diera  Pedro  a  guardar  treinta  pesos,  al  ser  requerida  para  de- 
volver el  depósito,  en  ocasión  en  que  la  planilla  de  los  operarios 
ascendía  a  cincuenta  pesos,  increpó  al  Hermano: 

— Ya  veo  que  el  hermano  ha  querido  hacer  experiencia  de 
mi  fidelidad;  pues  me  dió  cincuenta  pesos  que  le  guardase,  di- 
ciéndome  que  eran  solamente  treinta .  .  . 

Tan  firmemente  tenía  puesta  su  confianza  en  la  divina  pro- 
videncia, que  se  mofaba  con  gracioso  decir  de  quienes  sólo  ati- 
naban a  contar  su  dinero  y  hacer  cálculos  sobre  posibilidades 
materiales.  Cierta  vez,  como  el  sobrestante  de  la  obra  de  Be- 
lén se  quejara  de  lo  mucho  que  había  por  pagar,  sin  duda  en 
disparidad  con  los  elementos  disponibles,  respondió,  firme  y 
sosegado:  "Effa  deuda  no  es  mía,  que  no  tengo  yo  la  proffef- 
sion  de  el  tinte,  ni  del  azúcar,  ni  del  cacao,  ni  menos  es  del  due- 
ño de  eftas  haziendas;  fino  de  Dios,  de  quien  fon  todas  las  cofas". 

En  poco  tiempo  se  alzó  así  la  importante  fábrica  de  una  sa- 
la destinada  a  enfermería,  espaciosa  y  adecuada  a  su  objeto,  que 
la  diligencia  de  Pedro  amuebló  pronto  con  suficiente  número  de 
camas  y  la  ropa  necesaria  al  confort  de  sus  pacientes.  Se  erigió 
un  decoroso  oratorio  y,  una  a  una,  fueron  surgiendo  varias  cel- 
das para  asilo  de  forasteros  pobres  o  para  habitaciones  de  los  vo- 
luntarios de  la  caridad  que  habrían  de  sumarse  al  servicio  de  la 
naciente  institución,  ganados  por  el  ejemplo  del  fundador.  La 
enfermería  y  las  celdas  se  continuaban,  hacia  el  interior,  por  un 
amplio  corredor  y  frente  a  la  plaza  de  Nuestra  Señora  de  la  Cruz 
elevóse  un  mirador  sobre  columnas  de  ladrillo.  En  él  se  evoca 
la  figura  de  Pedro,  a  menudo  evadido  hacia  la  contemplación  de 
la  naturaleza,  aquí  monumental,  o  abarcando  con  la  ternura  de 
su  mirada  la  ciudad,  cuyos  dolores  adivinaba  siempre  su  cora- 
zón, inflamado  en  el  ofertorio  del  consuelo  y  la  voluntad  del 
sacrificio. 


EL    HERMANO  PEDRO 


Y  cuando  su  pensamiento  volaba  sobre  el  panorama  en  el 
arrobado  silencio  de  las  tardes,  desintegrado  Pedro  en  amor 
hasta  distribuirse  en  las  cosas  más  humildes,  su  espíritu  acre- 
centaba interiores  tesoros,  pudiendo  decirse  de  él  como  de  San 
Francisco,  ese  otro  seráfico  vagabundo:  "Nullatenente  volonta- 
rio,  disertore  dalle  paterne  ricchezze,  egli  possiede  senza  limite 
alcuno  tutte  quante  le  cose,  e  tutte  le  adatta  e  trasforma  a'suoi 
intenti  interiori:  suoi  sonó  i  cieli  ed  i  campi,  suoi  gli  animali  e  i 
paesi,  perché  tutti  trasmigrando  entro  lui,  si  mutino  neU'inno 
dell'anima  a  nella  preghiera  del  cuore". 


-XXI- 


LA  CUARESMA 


«...el  clima,  el  cielo,  las  producciones,  las  costum- 
bres, prestan  algo  que  singulariza  a  este  santo  tiem- 
po en  todas  partes,  y  Guatemala  no  es  ajena  a  esta 
variedad  en  la  unidad . . .  entremezclándose  con 
harmonía  propia  las  prescripciones  rituálicas  y  las 
costumbres  locales,  sin  que  éstas  desdigan  de  aquéllas, 
sino  más  bien  realzándolas». 

Jesús  Fernández. 


E  inicia  la  cuaresma  con  un  símbolo  terrible:  ceniza 
Es  el  recuerdo  de  la  muerte,  un  llamamiento  a  la 
comprensión  de  nuestra  pequeñez  y  fugacidad:  todo 
pasa,  vibra,  fulge  un  momento,  y  luego  torna  al  mis- 
terio y  oscuridad  de  su  origen;  el  poder  insolente,  la 
cómoda  riqueza,  el  placer  que  enerva,  la  eufórica  vitalidad,  el 
saber  pedante,  los  ensueños  que  adormecen  y  la  esperanza  que 
alumbra:  ceniza. 

La  ciudad  de  Santiago  de  los  Caballeros  de  Goatbemala  se 
postra,  como  un  solo  penitente,  ante  el  recuerdo  de  la  Pasión  de 
Cristo,  y  con  espíritu  medioeval  acepta  en  el  símbolo  de  la  ceniza 
su  muerte,  su  total  destrucción.  La  ciudad  suspende  sus  fiestas, 
detiene  su  actividad  comercial,  sujeta  sus  ambiciones  munda- 
nas y,  rodilla  en  tierra,  se  agobia  bajo  el  peso  de  sus  culpas  a 
compás  del  tracto  cuyos  versículos  resuenan  en  el  coro  de  la  Ca- 
tedral. Ya  un  luctuoso  morado  comienza  a  cubrir  los  altares, 
hasta  las  campanas  cambian  el  timbre  de  su  voz,  y  sus  toques  ba- 
jan graves,  lentos,  desde  las  torres,  a  recordar  que  es  llegado  el 
tiempo  del  ayuno,  la  abstinencia,  el  retiro,  la  plegaria,  la  contri- 
ción. Influye  sin  duda  el  calórico  en  ese  fenómeno,  así  como  en  el 
aspecto  ceniciento  del  cielo,  que  ha  perdido  su  pureza  y  diafa- 


62 


DAVID  VELA 


nidad  de  la  estación  pasada:  mas  hay  también  un  espíritu  místi- 
co, hecho  de  recelosa  credulidad  y  rituales  tradiciones,  que  pre- 
dispone al  temor  y  la  tristeza:  llueve  ceniza  sobre  las  almas.  Por 
eso  lloran  o  amenazan  las  campanas,  el  cielo  está,  fatigado  de  es- 
plender, las  naves  de  los  templos  tienen  silencio  y  humedad  de 
catacumbas,  los  cirios  lucen  como  fuegos  fatuos,  la  flor  del  co- 
rozo  suelta  un  penetrante  olor  a  tumba  y  la  matraca  simula  un 
chocar  de  huesos  o  un  desastre  de  tablas  funerarias.  Pedro  no 
necesita  oír  ese  pregón  de  penitencia,  mas  halla  adecuada  opor- 
tunidad para  acrecentar  su  fervor:  sentir  él  en  su  carne  los  azo- 
tes, padecer  el  ayuno,  aclamar  en  el  huerto,  tres  veces  tentado  por 
el  demonio,  y  echar  sobre  sus  hombros  el  madero  de  las  ajenas 
culpas. 

Asiste  delectado  a  la  función  de  la  Catedral,  severamente 
decorada  de  violados  cortinajes;  donde,  después  de  Nona,  resul- 
ta espectacular  la  entrada  de  fray  Payo,  de  Rivera,  con  su  mora- 
da capa  magna,  a  sentarse  en  su  trono,  asistido  de  los  socios  que 
llevan  planetas,  desechado  el  lujo  de  las  dalmáticas  y  tunicelas. 
Revestido  luego  de  medio  pontifical,  bendice  la  ceniza  y  se  des- 
poja de  su  mitra,  y  aun  del  solideo,  para  humillar  la  cabeza  y 
dejarse  imponer  la  ceniza  e  imponerla  después  a  todos,  con  la 
temida  advertencia  de  la  muerte  en  los  labios;  mientras  desde 
el  coro  se  derrama  el  canto  llano  de  las  antífonas. 

Con  no  menos  devoción  asiste  a  los  largos  oficios  de  los  do- 
mingos de  Cuaresma:  el  rezo  de  tercia,  la  aspersión  del  agua 
bendita,  y  la  solemne  procesión  claustral  que  acompañan  las 
letanías  mayores  a  lo  largo  de  las  naves  laterales  hasta  el  atrio 
de  honor;  preparación  del  oficio  de  la  misa  que  ilustra  el  coro,  a 
voces  solas,  alcanzando  tonos  profundos  en  los  Kiries.  El  diáco- 
no se  despoja  de  la  planeta  para  cantar  el  Evangelio,  y  éste  será 
luego  explicado  en  edificantes  homilías  por  fray  Payo  de  Rivera, 
de  roquete  y  muceta  y  estola  morada.  Y  cuando  se  entona  el  cre- 
do, a  Pedro  le  parece  que  está  "bajo  las  sombrías  catacumbas  y 
que  los  mártires  y  los  hijos  de  los  mártires  hacen  la  profesión  de 
fe  a  coros,  como  preparándose  a  las  luchas  del  anfiteatro",  y  ya 
no  oiráj  el  común  i  o  ni  el  rezo  de  sexta,  perdido  en  visiones  que  lo 
hacen  evadirse  del  tiempo  y  el  espacio  y  lo  clavan  horas  y  ho- 
ras en  algún  sitio  apartado  del  templo.  Allí  quedará,  después  que 
todos  se  retiren,  con  los  brazos  y  la  mente  crucificados  sobre  el 
recuerdo  de  la  Pasión  de  Cristo. 

Por  este  tiempo  sus  ayunos  son  más  severos  que  de  costum- 
bre, y  en  los  días  luctuosos  de  la  semana  mayor  tan  sólo  proba- 
rá hiél  y  vinagre,  se  dará  por  centenares  los  azotes  y  perderá  el 
sueño  en  perpetua  oración.  Mas  no  olvida  su  calidad  de  catedrá- 
tico y  a  todo  el  mundo  exhorta  para  que  se  penetre  de  la  tras- 
cendencia de  la  fiesta  del  cordero  pascual;  estimula  rezos,  peni- 
tencias y  comuniones.  Pedro  es  director  de  almas,  y  muchos  se  asis- 


EL    HERMANO  PEDRO 


63 


ten  de  aquel  celoso  instinto  para  cumplir  con  las  ritualidades  de 
la  semana  mayor:  con  él  irán  a  la  bendición  de  ramos  y  proce- 
sión del  domingo  de  palmas;  a  la  función  de  las  lágrimas  de  San 
Pedro,  el  martes  santo;  a  los  maitines  del  día  siguiente;  al  man- 
dato del  jueves;  al  descendimiento  del  viernes  santo  en  San  Fran- 
cisco; a  los  oficios  del  sábado  de  gloria  y  la  bendición  papal  del 
domingo  de  pascua.  Todo  ello  sin  olvidar  los  ayunos  y  la  absti- 
nencia, ofrecer  mortificaciones,  rezar  el  Via-Crucis  y  visitar  los 
monumentos,  inclusive  el  de  Pedro  en  su  incipiente  Belén. 

Sin  embargo,  "la  pasión  de  Cristo  se  ha  sintetizado  más  que 
en  otro  alguno  de  sus  misterios,  aquí  en  el  viaje  al  Calvario, 
cuando  Jesús  llevaba  sobre  sus  hombros  la  cruz,  y  el  amor,  y  la 
veneración  a  tan  interesante  momento  ha  ido  pasando  de  ge- 
neración en  generación".  Pedro  es  uno  de  los  más  fervorosos, 
contribuyendo  su  ejemplar  devoción  a  intensificar  el  culto  entre 
sus  hermanos  Terceros  de  San  Francisco  y  a  extenderlo  a  todo 
el  vecindario  citadino.  Pedro  sale  de  Belén  con  la  cruz  a  cues- 
tas hacia,  el  Calvario,  a  eso  de  la  media  noche,  descalzo,  tocado 
con  una  túnica  y  cubierto  el  rostro  por  un  capuz,  del  que  sólo 
emerge  su  descuidada  barba.  Otros  terciarios  se  aficionaron  a  di- 
cha práctica;  pero  ninguno  llevó  alguna  vez  una  cruz  tan  pesada 
como  la  de  Pedro,  y  cuando  otros  regresaban  desfallecidos  por  la 
penitencia,  él  aún  se  agregaba  a  la  procesión  de  la  Santa  Cruz  y 
la  seguía  hasta  el  templo.  Después  se  ha  reconocido,  en  las  dili- 
gencias de  beatificación,  que  así  se  sacrificó  a  Cristo,  por  imí- 
ción  perfecta. 


-XXII- 


LA  PRUEBA  HEROICA 


«  ,  el  lego  súbitamente  posa 

los  labios  un  instante.   Después  lame  la  llaga; 

y  del  triste  recinto  en  la  paz  angustiosa 

se  amedrenta  un  asombro  y  una  queja  se  apaga». 

Enrique  A.  Hidalgo. 


Üf^OR  ese  tiempo  vivían  en  la  ciudad  de  Goathemala  dos 
peninsulares,  antes  domiciliados  en  Ciudad  Real,  don 
Sebastián  de  Estrada  y  doña  Mariana  de  Castellanos 
de  Estrada,  quienes  hubieron  un  hijo  en  el  año  de 
1642,  viviendo  todavía  en  Chiapas.  Al  trasladarse  a 
la  Antigua,  vino  con  ellos,  de  tierna  edad,  su  hijo  José  de  Estra- 
da, a  quien  Pedro  adoctrinó  y  contagió  de  su  natural  fervor  por 
los  ejercicios  devotos;  influencia  benéfica  que  debía  perdurar  so- 
bre aquél,  aun  después  de  la  muerte  del  Hermano  Tercero,  mo- 
viéndolo a  seguir  la  carrera  religiosa.  Estrada  llegó  a  ser  clérigo 
de  menores  órdenes. 

Por  el  año  de  1663,  cuando  don  José  de  Estrada  contaba  21 
años,  frecuentaba  familiarmente  el  trato  del  Hermano  Pedro, 
acompañándolo  asiduamente  en  sus  incesantes  correrías  caritati- 
vas, ahora  recogiendo  limosnas,  ya  distribuyendo  entre  pobres 
vergonzantes  el  pingüe  producto  de  su  humilde  imploración,  o 
bien  asistiendo  a  los  enfermos  de  los  hospitales,  a  quienes  el  he- 
roico Tercero  servía  con  particular  afecto. 

Ese  día,  don  José  de  Estrada  se  ofreciera  para  acompañar  al 
Hermano  Pedro  en  su  visita  a  los  hospitales  y  para  ayudarlo  a 
la  distribución  de  los  numerosos  dones  que  acostumbraba  el  Sier- 
vo de  Dios  prodigarles,  como  pan,  chocolate,  leche,  ropa  y  otros 
efectos,  inclusive  golosinas,  amén  de  oraciones   y  .bondadosos 


66 


DAVID  VELA 


consuelos,  encaminados  a  confortar  el  alma  de  los  más  abatidos 
dolientes. 

Esperaba  el  joven  de  Estrada  a  su  generoso  amigo  en  la 
puerta  del  templo  de  Nuestra  Señora  del  Carmen,  y  lo  vió  venir 
radiante,  como  siempre  fuera  el  estado  de  su  ánimo  al  salir  de 
las  iglesias  donde  oraba  de  preferencia.  Paró  mientes  en  el  ta- 
lante de  Pedro,  porque  a  tiempo  de  verlo  oyó  una  voz  que  en  la 
sacristía  profirió  estas  palabras:  "No  puedo  ver  a  este  Tercero"; 
llegando  a  saber  don  José  de  Estrada  que  ese  sujeto  había  pro- 
pinado un  puntapié  al  humilde  lego,  y  siendo  fama  después,  que 
el  gratuito  agresor  del  bethlemita  falleció  de  una  enfermedad  in- 
fecciosa localizada  en  la  propia  pierna  con  que  vejara  a  Pedro. 

Marcharon  hacia  el  hospital  de  San  Juan  de  Dios,  dispuesto 
Pedro  a  distribuir  allí  sus  acostumbradas  limosnas  y  convincen- 
tes consolaciones,  no  sólo  redundantes  en  directo  alivio  de  los 
pacientes  sino  en  edificante  ejemplo  pronto  seguido  por  otros, 
como  se  recuerda  a  don  Pedro  López  Ramales,  don  José  de  Agui- 
lar,  don  Melchor  de  Meneos  y  muchos  más. 

Pasando  por  una  de  las  salas  del  hospital,  advirtieron  un  re- 
gular concurso  de  gente,  en  torno  de  un  indígena  enfermo,  que 
exhibía  en  la  pierna  extendida  una  llaga  infecta  y  purulenta,  an 
te  la  cual  el  médico  fruncía  preocupadamente  el  entrecejo,  mien- 
tras su  cabeza  pesada  de  ciencia  oscilaba  en  la  inconsciente  de- 
nuncia de  su  pronóstico,  desesperando  sin  duda  de  la  posibilidad 
de  curación.  El  enfermo  parecía  comprender  mirando  al  ciru- 
jano de  hito  en  hito,  con  ojos  timoratos  y  amargados,  único  re- 
flejo vital  en  su  rostro  marchito  de  fiebre  y  angustia;  daba  la 
impresión  de  un  reo  escuchando  su  tremenda  e  irremisible 
condena. 

De  pronto,  casi  hablando  consigo  mismo,  exclamó  el  médico: 
— Si  hubiera  un  perrillo  que  lamiese  la  llaga.  .  . 
Y  como  un  eco,  en  el  tono  más  natural,  sin  vacilación  algu- 
na, contestó  el  Hermano  Pedro: 

— No  hace  falta;  aquí  está  uno. 

Y,  uniendo  la  acción  al  dicho,  sin  dar  tiempo  a  los  circuns- 
tantes para  salir  un  momento  de  su  sorpresa,  hincóse  de  rodi- 
llas ante  el  enfermo  y  reanimó  la  carne  muerta  y  putrefacta  con 
un  ósculo  de  suprema  conmiseración;  luego,  dentro  de  un  silen- 
cio dilatado  en  asombro,  lamió  la  llaga  con  su  lengua  gastada 
de  plegarias,  hasta  dejar  limpia  la  carne  sangrante  y  podrida. 
Cuando  se  alzó,  y  con  su  proverbial  sencillez  pidió  a  don  José  de 
Estrada  que  lo  siguiese  para  continuar  la  visita  de  sus  enfermos, 
de  todos  los  ojos  pendía  una  lágrima. 

Octogenario  ya,  don  José  de  Estrada  gustaba  de  relatar  ese 
hecho  inaudito  y  brotaban  a  raudales  las  lágrimas  de  sus  ojos  al 
recuerdo  de  su  virtuoso  amigo  y  director  espiritual,  para  quien 
ese  acto  nada  significara:  lo  mismo  hiciera  antes  en  el  hospital 


EL    HERMANO  PEDRO 


B7 


de  San  Alejo,  como  el  padre  Lobo  atestigua  en  su  "Relación", 
folio  195;  "Ya  se  vio  quando  en  el  hoffsital  de  San  Alexo  era  tan- 
ta la  podre,  que  un  pobre  tenía  en  una  pierna,  que  teniendo  el 
cyrujano,  horror  de  tocarla,  mando  fe  traxeffe  un  perrillo  que 
limpiaffe  la  podrida  fangre;  ofreciofe  el  caritativo  Pedro  a  fu- 
plir  la  falta,  e  hincandofe  de  rodillas,  puso,  enfima  fus  manos, 
la  planta  del  pobre,  lamió  la  podre,  apuró  las  materias,*  chupó 
con  fus  labios  la  podrida  fangre,  dexando  la  pierna  enjuta;  ac- 
ción que  exercitó  su  caridad  muchas  vezes". 

Y  siendo  cosa  tan  increíble,  no  está  demás  agregar  el  testi- 
monio del  padre  García  de  la  Concepción,  quien  comprobó  otro 
idéntico  caso:  entre  los  hermanos  de  la  Tercera  Orden  de  San 
Francisco  que  tempranamente  se  sumaron  a  Pedro,  para  apren- 
der de  él  la  virtud  y  ayudarlo  en  la  asistencia  de  los  primeros  en- 
fermos de  Belén,  estaba  el  Penitente  Juan  de  Arévalo,  quien  te- 
nía una  pierna  asquerosamente  llagada,  y  aun  se  decía  que 
cuando  se  anotó  en  la  cuerda  ya  padecía  de  lepra.  Pues  bien,  a 
un  amigo  que  lo  visitara  cierta  vez,  le  dijo  llorando:  "Que  os 
parece  de  la  caridad  de  el  Siervo  de  Dios  Pedro?  Ahora  en  efte 
inftante  acaba  de  limpiarme  efta  pierna:  ufando  para  ello  el 
lienzo  de  fu  lengua". 


-XXIII- 


LA  CATEDRA  DE  PEDRO 


«¿Que  bufcará  Pedro  antes  de  romper  el  día,  por  ef- 
tas  calles  de  Goatemala?  Exiban  matutines  in  Civita- 
te.  ¿Que  bufcava  tan  de  mañana  por  las  plazas?  ¿Que 
avia  de  bufcar,  fi  era  Cathedratico  de  Prima  en  la 
Universidad  de  las  virtudes,  fino  la  Cathedra.  In  pla- 
tea parabam  cathedram  mihi.  Y  effa  cathedra  falia 
a  leer  al  romper  el  día». 

G.  Varona  de  Loayza. 


ADA  acto  de  Pedro,  cada  palabra  suya,  toda  su  vida 
y  su  resignada  muerte,  encierran  una  enseñanza;  por 
eso  se  reconoció  siempre  en  el  modesto  Tercero  a  un 
maestro,  y  maestro  consumado,  que  adopta  como  mé- 
todo el  ejemplo.  Sus  contemporáneos  lo  vieron  con 


tanto  cariño  como  respeto,  con  igual  suma  de  confianza  que  de 
admiración,  y  los  doctos  que  más  tarde  examinaron  su  vida,  se 
enternecieron  y  edificaron  con  el  recuerdo;  uno  de  éstos  diría: 
"Nuestro  Pedro  de  Betancur  fue  la  abeja  más  solícita,  que  en  el 
campo  de  la  iglesia  conoció  el  presente  siglo  para  edificación  de 
los  fieles,  consuelo  de  los  menesterosos,  y  desengaño  del  mundo. 
¿Qué  miel  más  dulce  que  sus  palabras,  y  qué  cera  más  resplan- 
deciente que  sus  obras?". 

El  maestro  don  Bernardino  de  Ovando,  el  padre  jesuíta  Ma- 
nuel Lobo  y  fray  Alonso  Vásquez,  más  que  directores,  son  admi- 
radores de  Pedro,  y  no  hacen  sino  aprobar  uno  a  uno  sus  pro- 
pósitos y  extasiarse  en  la  contemplación  de  su  alma,  iluminada 
por  todas  las  virtudes.  Cierto  es  que  escolló  en  la  gramática  la- 
tina, mas  por  vía  directa  su  entendimiento  llega  a  dominar  las 
más  oscuras  verdades,  las  más  remotas  y  difíciles  conclusiones 
de  la  teología.  Bastará  decir  que  la  epístola,  leída  en  latín,  le  era 
cabalmente  inteligible.  El  obispo  fray  Payo  de  Rivera  admira  y 
comenta:  "Yo  le  he  visto  tratar  algunos  puntos  con  tan  superior 


70 


DAVID  VELA 


inteligencia  que  apenas  alguno  de  nosotros  pudiera  percibirlos 
después  de  mucha  fatiga  y  aplicación  al  estudio". 

Pedro  sale  muy  de  mañana,  a  implorar  limosnas  para  sus 
hijos,  que  son  todos  los  menesterosos  y  los  pobres  vergonzantes 
de  la  ciudad,  y  así  educa  al  pueblo  en  la  humildad  suma;  visita 
las  cárceles,  cura  en  los  hospitales  y,  en  todas  partes,  está  al 
punto  a  la  hora  de  prestar  al  prójimo  alivio  y  consuelo,  así  edu- 
ca al  pueblo  en  el  esplendor  de  su  caridad;  ora  fervorosamente, 
conduce  a  los  ciegos  y  lleva  sobre  sus  hombros  a  los  tullidos  para 
que  se  beneficien  con  la  presencia  de  Dios  Sacramentado  en  el 
altar,  estimula  rezos  y  recomienda  disciplinas  y  mortificacio- 
nes, así  educa  al  pueblo  en  la  virtud  de  la  plegaria  y  el  temor 
de  Dios;  anda  descalzo  y  descubierto,  lame  las  llagas  inmundas, 
se  tiene  por  bestia  y  desconfía  de  su  entendimiento,  así  educa  al 
pueblo  en  el  desprecio  de  sí  mismo  y  en  la  heroicidad  del  sacri- 
ficio; doctrina  a  los  niños,  alienta  a  los  esclavos,  señala  la  puer- 
ta del  redil  a  las  ovejas  descarriadas,  visita  todos  los  templos, 
recorre  la  ciudad  con  las  manos  cargadas  de  dádivas,  limpia  y 
decora  los  altares,  asiste  y  vela  a  los  moribundos,  y  aun  le  queda 
tiempo  para  rescatar  su  alma,  fundar  un  hospital  y  crear  una 
Orden  Religiosa,  así  educa  al  pueblo  en  la  fuerza  de  la  diligen- 
cia; en  fin,  resucita  a  los  muertos,  multiplica  los  panes,  hace  ce- 
der los  cerrojos  de  las  puertas,  derrota  a  Calzillas,  y  dialoga  con 
las  imágenes  y  las  almas  del  purgatorio,  así  educa  al  pueblo  en 
el  poder  de  la  fe. 

Pedro  es,  pues,  una  escuela  ambulante;  porque  su  actitud 
significa  modestia,  sus  impulsiones  piedad  y  fervor,  sus  actos 
suprema  caridad.  De  ahí  que  muchos  lo  sigan,  seguros  de  no  ex- 
traviarse; que  todos  acudan  a  pedirle,  seguros  de  no  regresar 
con  las  manos  vacías;  y  que  muchos,  en  vida  y  muerte,  le  pidan 
con  la  mayor  naturalidad  que  opere  milagros,  seguros  de  que  to- 
do lo  puede,  por  ministerio  de  la  fe  que  alienta  y  de  la  gracia 
que  lo  ampara. 

Pero,  esencialmente,  Pedro  es  la  encarnación  de  la  humil- 
dad, sublimada  a  tal  grado  que  pasma  en  el  límite  de  lo  increí- 
ble, y  ese  sentimiento  dominante  es  la  clave  de  interpretación  de 
su  alma,  por  cómo  se  refleja  en  todos  sus  actos  y  los  eleva  al  pla- 
no de  la  heroicidad. 

Pedro  está  agradecido  a  su  Creador  por  la  inmensa  merced 
de  ser,  y  ser  consciente,  para  subir  a  los  cielos  por  la  escala  de 
Jacob;  la  vida  le  parece  un  milagro,  y  él  se  conceptúa  indigno 
del  portento;  por  eso  quiere  disimularse  en  el  retiro,  en  el  si- 
lencio, en  el  hecho  mínimo;  por  eso  también,  sin  creerse  jamás 
con  fuerzas  ni  aptitudes  para  pagar  la  gran  deuda,  se  dona  en 
amor  y  acepta  la  obligación  de  servir  a  su  prójimo. 

Pedro  se  sabe  ignorante,  se  siente  pecador,  se  conforma  en 
menesteroso,  sin  turbación  ni  rebeldía,  su  humildad  lo  sienta  en 


EL    HERMANO  PEDRO 


71 


la  última  grada  de  la  vida,  y  aun  teme  marearse  de  altura!  De 
ahí  que  cobre  prodigiosas  proporciones  y  maravillosos  contor- 
nos la  enseñanza  de  Pedro,  que  sólo  entiende  la  actividad  vital 
como  servicio  de  los  demás,  y  servicio  sin  recoímpensa,  porque  en 
su  vida  se  realizan  las  palabras,  de  Cristo  y  pone  banquete  a  los 
pobres,  los  mancos,  los  cojos,  los  ciegos,  los  que  nada  pueden 
retribuir. 

La  ciudad  vive  confiada,  y  no  importa  que  se  divague  en 
fiestas  y  se  agite  en  la  pugna  por  los  goces  mundanos;  nada  te- 
me mientras  por  sus  calles  trajine  aquel  raro  ente  misericordio- 
so; nada  temerá  después,  mientras  conserve  en  una  sencilla  tum- 
ba los  restos  de  Pedro,  como  precioso  amuleto. 


-XXIV- 

LA  SALA  DE  ARMAS 


«...si  era  sala  de  armas,  preparada  avia  de  eftar  pa- 
ra pelear;  pero  preparada  para  orar,  no  he  vifto  otra, 
que  la  sala  de  armas  del  Hermano  Pedro». 

Gerónimo  Varona  de  Loayza. 


fN  el  Hospital  de  Belén  había  un  recinto  cerrado  a  ex- 
traños ojos:  un  oratorio  pequeño  con  el  piso  de  la- 
drillito de  azulejos,  donde  el  Hermano  Pedro  acos- 
tumbraba orar  y  mortificarse,  contrito  de  su  propia 
indignidad  y  apesadumbrado  por  las  culpas  ajenas. 
Es  fama  que  en  el  invariable  sitio  en  que  solía  arrodillarse  y 
pasar  largas  horas  con  los  brazos  en  cruz,  un  pie  sobre  otro,  sin 
apoyo  alguno,  más  que  su  encendida  fe  y  poder  de  éxtasis,  esta- 
ban hundidos  los  ladrillos,  conservando  la  marca  de  sus  heroi- 
cas rodillas.  "Los  Santos  Lugares"  llamaba  a  dicha  capilla  el  ar- 
zobispo García  Peláez,  y  siempre  que  la  visitó  acostumbrara  en- 
trar de  rodillas  a  besar  y  regar  de  lágrimas  las  santas  huellas. 

Pero  aun  antes  de  construirse  el  edificio  en  que  iba  a  tener 
su  cuna  y  primer  asiento  la  Orden  de  Belemitas  Hospitalarios, 
en  una  choza  pajiza  instaló  el  Hermano  Pedro  su  "sala  de  ar- 
mas", como  él  y  luego  sus  panegiristas  la  llamaran.  De  las  pa- 
redes "pendían  cilicios,  difciplinas,  cadenas,  rallas,  cataftas,  y 
todas  las  demás  armas  de  la  milicia  efpiritual;  alli  fe  tocava  al 
arma,  al  arma  contra  el  común  enemigo,  quando  fe  oia  clamores 
eran  militares,  quando  fonayan  inf trunientos  eran  bélicos:  cum 
audis  tabernaculum  bellum  intelige".  Allí  existió  también,  hacia 
el  lado  del  corredor,  el  nicho,  o  tinajera,  donde  Pedro  aun  con- 
vertía en  mortificación  el  escaso  lapso  que  se  daba  de  reposo, 
pues  sólo  en  raros  casos  dormía  en  su  cama,  si  tal  puede  decirse 
de  tres  tablas  y  una  frazada,  ya  que  el  mayor  tiempo  pasábalo  en 


71 


DAVID  VELA 


oración  u  ocupado  en  sus  múltiples  quehaceres  de  caritativo. 
Aquel  nicho,  que  ni  siquiera  a  un  muerto  podía  ofrecer  el  des- 
canso de  la  tumba,  tenía  tres  palmos  de  ancho  y  cuatro  o  cinco  de 
largo,  con  otro  orificio  más  pequeño,  igualmente  cavado  en  la 
pared,  en  donde  colgaba  una  lámpara;  la  base  era  de  piedra  sin 
labrar.  De  continuo  se  encerraba  Pedro  en  su  tinajera  a  orar  y 
meditar,  en  el  camino  de  su  perfección.  Apenas  cabía  de  rodillas, 
en  forzada  postura,  y  aun  la  hacía  el  lego  más  sacrificada  apo- 
yándose un  bastón  en  el  pecho.  El  hueco  se  estrechaba  hacia  la 
parte  en  que  debía  albergar  la  cabeza  y,  para  no  rendirse  al  sue- 
ño, Pedro  colocó  dos  clavos  que  limitaran  todo  movimiento, 
frente  a  sus  sienes,  y  así  pagaba  con  sangre  el  menor  desfalleci- 
miento. El  padre  fray  Pedro  Melian  de  Betancourt,  alto  y  digní- 
simo prelado  que  fue  en  Guatemala  contemporáneo  de  Pedro,  vió 
de  sus  ojos  aquella  tinajera  y  a  su  mente  erudita  vinieron  las 
frases  de  Tirino:  Ad  parten  orientalem  urbis  Bethlehem,  inquit 
Juftinos,  spelunca  erat  excifa  in  rupe,  y  le  pareció  que  era  la 
misma  cueva  o  tugurio  en  donde  Jacob  hacía  penitencia  y  ora- 
ba, y  que  cuando  los  Santos  Padres  hablaron  de  aquel  sitio  con 
admiración  y  reverencia,  no  parece  sino  que  iban  "pintando  la 
tinajera,  o  el  valcón  del  Hermano  Pedro,  que  se  conserva  en 
Belén". 

En  su  "sala  de  armas"  pasara  Pedro  largas  noches  de  ora- 
ción y  penitencia,  llegando  a  aplicarse  en  un  solo  año  más  de 
diez  mil  azotes.  Ordenaba  su  horario  de  modo  que  el  tiempo  em- 
pleado en  tales  disciplinas  no  obstase  al  cumplimiento  de  sus  de- 
más obligaciones,  ni  le  amenguase  el  que  disponía  para  rezar,  y 
aun  combinaba  la  oración  y  el  castigo,  como  consta  de  su  librito 
de  memorias  que  en  el  año  de  1654  ofreció,  a  honra  de  la  Pasión 
de  Cristo,  darse  más  de  cinco  mil  azotes  y  por  cada  uno  de  éstos 
rezar  un  credo.  El  padre  Varona  de  Loayza  comenta,  admirado: 
"O  lo  que  pudo  el  amor  de  Pedro:  pues  pudo  unir  los  eftruendos 
de  la  milicia,  con  los  fofiegos  de  la  oración". 

Es  fama  que  el  castigo  que  Pedro  se  imponía  era  tan  duro 
y  cruento,  que  en  el  piso  y  paredes  quedaran  señales  de  la  san- 
gre que  manaba  de  su  cuerpo;  y  es  prodigioso  que  éste  resistiera, 
si  al  dolor  del  cilicio  se  suma  la  constante)  vigilia,  el  mantenido 
ayuno,  un  excesivo  trabajo  y  la  perenne  oración.  Y  así  transido, 
cuando  el  cuerpo  se  rendía  sin  reservas,  en  aras  del  alma  que 
con  soberana  voluntad  lo  gobernaba,  aun  estrechábalo  en  el 
hueco  de  su  tinajera.  Como  de  Francisco  el  seráfico,  de  Pedro 
su  émulo  puede  decirse:  "rivive  in  lui  puré  la  tristezza  antica,  che 
faceva  del  corpo  la  prigionia  dell'anima:  ma  egli  inalza  a  dram- 
ma  il  dissidío,  e  quasi,  in  appassionati  deliramenti,  anticipa  il 
processo  della  liberazione  suprema.  Egli  mortifica  e  macera  la 
carne  non  giá  per  odio  di  lei,  ma  per  affinarla  come  un  liuto 
squisito,  che  vibri  ad  ogni  tocco  dei  sensi,  in  risonanze  interiori". 


EL    HERMANO  PEDRO 


75 


Por  eso  Pedro  vivió  tan  poco  e  hizo  tanto,  por  haberse  entregado 
su  cuerpo  en  holocausto  del  alma,  cada  vez  más  libre  ésta  y  po- 
derosa por  su  desligamiento  de  la  materia;  apta  al  vuelo  mien- 
tras el  cuerpo  sin  fuerzas  materializa  el  éxtasis,  presta  a  la  bilo- 
cación,  aunque  los  pies  pesados  de  cansancio  se  claven  míseros 
y  ruines  en  la  tierra. 

Mas  no  se  excedió  Pedro  en  la  penitencia,  que  siendo  la  suya 
extraordinaria  estaba  en  todo  caso  ajustada  a  sus  no  menos  ex- 
traordinarias fuerzas,  y  jamás  se  extravió  su  clarividencia  en  la 
elección  de  los  mejores  caminos.  Así,  por  ejemplo,  como  uno  de 
los  Terceros  de  Francisco  que  tempranamente  se  sumó  a  la  hos 
pitalaria  actividad  de  su  Belén,  gastase  todo  su  tiempo  en  disci- 
plinarse y  se  excediera  en  el  castigo  hasta  quedar  exánime  so- 
bre el  pavimento.  Pedro  lo  volvió  al  orden,  sin  reconvenirle- 
"Mas  vale,  Hermano,  paffar  un  pobre  enfermo  de  una  cama  a 
otra;  que  todo  effo,  que  eftás  haziendo". 

En  su  tinajera  hizo  Pedro  pintar  dos  escenas  de  la  Pasión: 
un  calvario  en  el  fondo  y,  a  ambos  lados,  la  imagen  de  Cristo,  ex- 
pirante en  la  cruz,  y  la  Dolorosa  en  compañía  de  San  Juan.  Mas 
no  necesitaba  reavivar  con  los  sentidos  el  tremendo  recuerdo  del 
holocausto:  cuando  el  pintor  terminaba  su  obra,  al  entrar  ines- 
peradamente en  el  oratorio,  ha  visto  a  Pedro  pendiente  de  una 
cruz,  transfigurado  el  rostro  y  el  alma  ausente,  identificándose 
por  la  penitencia  con  la  memoria  lacerante  del  sacrificio  del 
Gólgota.  Y  hubo  de  retirarse  maravillado  porque,  contrastando 
con  la  amargura  retratada  en  el  rostro,  que  sin  duda  no  prove- 
nía del  dolor  material  de  su  sacrificada  postura,  vio  que  la  ca- 
beza se  nimbaba  de  una  luz  tenue  y  extraña. 

Una  tradición  de  siglos  veneró  como  reliquias  santas  el  ora- 
torio de  Pedro  y  los  instrumentos  que  denunciaban  su  severa  ob- 
servancia de  penitente.  El  tiempo  ha  destruido  aquellas  cons- 
tancias materiales;  mas,  quedaron  tantos  testigos  pasmados  ante 
sus  prodigiosos  hechos  y  fue  tal  el  estruendo  de  las  batallas  que 
Pedro  librara  contra  su  carne,  que  llega  hasta  nosotros  su  ejem- 
plo, a  través  de  siglos,  cargado  de  temerosas  advertencias. 


-XXV- 


LA  VOZ  DE  ALARMA 

Recuerda  que  por  el  bíblico  génesis  de  los  hermanos, 
el  vientre  que  te  ha  parido  será  un  nido  de  gusanos; 
Hombres,  gusanos  y  piedras,  son  Fuerza  y  Evolución... 
¡Eterna  renovación 
de  lo  que  vive  un  momento! 
¡Memento! 

Y  es  en  vano  que  queramos  romper  estas  ligaduras 
con  el  frágil  estilete  de  nuestras  pobres  locuras . . . 
El  Todo  preside  al  Todo,  y  somos  nosotros  nada. 
¡La  vida  nace  ligada 
con  la  muerte  que  nos  hiere! 
¡Miserere! 

Luis  Fernández  Ardavin. 


wM 


L  toque  de  oración  se  cierran  las  puertas  y  se  recogen 
las  gentes.  Manos  temblonas  encienden  las  primeras 
velas:  "Alabado  sea  el  Santísimo  Sacramento  del  Al- 
tar!" Algún  transeúnte  rezagado  camina  de  prisa, 
como  si  le  asustase  el  propio  eco  de  sus  pasos.  La  ciu- 
dad toda  se  llena  de  sombra  y  de  silencio.  En  las  hornacinas, 
frente  a  las  imágenes  piadosas  y  entre  flores  marchitas,  parpa- 
dea con  tímidos  resplandores  un  candil  de  aceite.  Acaso  en  el  ba- 
rrio de  la  nobleza  se  destaque,  por  sus  ventanas  iluminadas,  la 
casa  del  alcalde  ordinario,  cuya  tertulia  da  pábulo  a  intrigas 
políticas,  desata  las  lenguas  de  la  maledicencia,  o  presta  servi- 
cios de  celestina  a  cierto  amor  prohibido,  agridulce  de  juventud, 
pecado  y  celos.  .  .  Algún  galán  ronda  impaciente,  entre  inquieto 
y  fanfarrón,  frente  a  los  balcones  de  la  dama  a  quien  piensa,  a 
favor  de  su  apostura,  seducir.  .  .  Un  perro  sin  dueño  husmea  la 
noche  sobre  los  guijarros  de  la  calle  y  alzando  la  cabeza  al  cielo, 
que  amenaza  lluvia,  apresura  su  renco  trote.  Para  el  vecindario, 
sus  sólidas  casas  de  calicanto  son  un  baluarte  contra  las  innú- 


78 


DAVID  VELA 


meras  asechanzas  nocturnas:  afuera  rondan  el  Cadejo,  la  Llo- 
rona y  otras  ánimas  en  pena  que  infunden  pánico;  precisamente 
es  plato  del  día  cierto  suceso  que  a  todos  asombra  y  a  muchos 
edifica:  un  individuo,  y  vecino  de  nota,  cuyo  nombre  no  dice  pero 
subraya  de  señas  identificadoras  la  comadrería,  cayó  en  las  re- 
des del  milagro  y  fue  víctima  de  un  peligroso  maleficio:  creyó  go- 
zar del  amor  de  una  dama  elegante  una  noche  y,  al  día  siguien- 
te, al  conducirlo  el  Hermano  Pedro  al  sitio  de  la  aventura,  pudo 
convencerse  de  que  se  trataba  de  un  solar  abandonado,  entre 
cuyas  ruinas  anidaban  murciélagos  reprobos  y  lechuzas  agore- 
ras del  mal.    Dios  nos  guarde! 

Pedro  deja  su  hospital  y  convento,  que  ahora  construye, 
y  sigue,  pasando  por  la  séptima  calle,  la  vía  que  lleva  al  tem- 
plo de  la  Concepción;  cerca  de  esta  iglesia  encuentra  al  padre  D. 
Gerónimo  Varona  de  Loayza.  Algún  grave  asunto  saca  al  no- 
ble prelado  a  tales  horas  a  la  calle;  y  advirtiendo  que  Pedro  va 
descubierto,  como  siempre  acostumbrara,  e  interrogándolo  so- 
bre la  causa  de  tan  serio  descuido  para  su  salud,  que  significa 
ese  sujetarse  a  los  rigores  del  sol  y  de  la  lluvia,  se  conmueve 
ante  la  respuesta  del  lego: 

— "Mi  Padre,  bien  eftá  fin  fonbrero  quien  eftá  a  la  pre- 
fencia  de  Dios". 

Pedro  continúa  su  correría  nocturna  por  las  rúas  silentes. 
Algún  sereno  se  aparta  respetuoso  a  su  paso,  y  aun  alza  su  fa- 
rol para  iluminarle  la  vía,  advirtiendo  que  lleva  apagado  el 
candil  y  el  Tercero  camina  sin  ver,  porque  su  alma  va  levanta- 
da en  alas  de  la  plegaria  y  ocupada  en  piadosa  meditación.  In- 
termitentemente, con  voz  plañidera,  a  la  que  presta  metálica 
consonancia  su  campanilla,  familiar  a  los  vecinos,  canta: 

"Acordaos  hermanos 
que  un  alma  tenemos 
y,  si  la  perdemos, 
no  la  recobramos". 

La  lluvia  se  desata  con  furia  y  espanta  a  los  últimos  esca- 
sos trasnochadores;  el  agua  tamborilea  en  los  tejados  y  llora 
en  los  cristales,  para  desbordarse  luego  en  gorgoteos  de  gárgo- 
las y  correr  en  rumorosas  avenidas  por  las  calles.  Pedro  marcha 
descalzo  y  descubierto  y,  mientras  la  ciudad  duerme  abrigada, 
dando  tregua  a  sus  rencores  y  ambiciones  mundanas,  aquel 
hombre  clama  por  todos,  en  el  desamparo  de  la  noche:  "Santo 
Dios,  Santo  Fuerte,  Santo  Inmortal,  tened  misericordia  de  nos- 
otros!". 


EL    HERMANO  PEDRO 


7!» 


Como  una  familia  desvelada  oyese  a  su  puerta  la  campa- 
nilla de  Pedro,  sale  el  jefe  de  ella  e  invítalo  a  entrar  para  de- 
fenderse del  agua;  mas  todos  advierten  maravillados  que  el  bea- 
to penitente  no  ha  sufrido  el  aguacero  y  sus  ropas  están  enju- 
tas. Y  Pedro,  adivinando  sus  secretos  pensamientos,  le,s  dice: 
"¿Sois  ciegos,  acaso,  que  hasta  ahora  os  dais  cuenta  de  que  hay 
quien  vela  siempre  sobre  vosotros?  Todo  en  la  vida  es  milagro, 
y  yo  soy  el  único  indigno  de  ella;  moveos  a  la  contrición  y  san- 
tificad vuestras  almas  con  la  plegaria". 

De  nuevo  volvió  a  escucharse  por  las  calles  el  tañido  in- 
sistente de  la  campanilla,  y  la  voz  alarmada  y  persuasiva  del 
hombre;  "Acordaos  hermanos.  .  ." 


-XXVI- 


EMULO  DE  FRANCISCO 


«Udite,  fratelli  miei:  frate  lupo,  che  e  qui  dinanzi  da 
voi,  m'ha  promesse  e  fattomene  fede,  di  dar  pace  con 
voi,  e  di  non  offendervi  mai  in  cosa  nessuna,  e  voi 
gli  promettete  di  dargli  ogni  di  le  cose  necessarie;  ed 
io  v'entro  mallevadore  per  lui,  che'l  patto  della  pace 
egli  osserverá  ferinamente», 

I.  Fioretti. 


A  caridad  que  rebosa  el  corazón  de  Pedro  se  extien- 
de a  los  irracionales,  y  éstos,  con  su  fino  instinto, 
parece  que  comprenden  hallarse,  como  antes  frente 
a  San  Francisco  de  Asis,  delante  del  más  cariñoso 
dueño;  deponen  así  su  fuerza,  aduermen  su  fiereza 


y  de  súbito  devienen  inofensivos  y  domésticos. 

En  la  calle  siempre  hay  ocupación  para  el  espíritu  gene- 
roso. Esta  vez  Pedro  se  detiene  en  la  plazuela  de  San  Pedro;  en 
la  acequia  ha  visto  a  un  perro  que  se  desangra  mortalmente  por 
una  estocada,  y  cargando  a  la  bestia  moribunda  en  sus  brazos, 
la  conduce  al  hospital  de  Bethlén  y  procede  a  su  curación.  El 
perro  era  propiedad  del  padre  Robles  y  fue  herido  en  castigo  de 
haber  hincado  sus  furiosos  dientes  en  la  carne  temerosa  de  un 
niño.  Curado  el  animal,  convaleció  en  la  portería  de  Belén, 
echado  humildemente,  y  sólo  se  alzaba  para  demostrar  su  grati- 
tud y  regocijo,  cada  vez  que  el  Hermano  Pedro  volvía  de  sus 
diarias  excursiones  de  medicante.  Un  día,  el  Siervo  de  Dios  le 
dijo:  "Vaya  hermano  Garrafás  a  su  casa,  y  no  ande  por  la  ca- 
lle, ni  haga  mal  a  nadie",  y  fue  fama  que  el  perro  no  salió  más 
de  su  casa  y  se  tornó  manso. 

Otra  vez,  Pedro  compró  por  medio  real  un  zopilote  enfer- 
mo, a  unos  muchachos  que  aprovechaban   en   crueles  juegos  la 


82 


DAVID  VELA 


invalidez  del  animal.  Lo  llevó  a  Belén  y  lo  aquerenció  como  a 
una  ave  doméstica.  Mas  cierto  día  habló  muy  fuerte  el  instin- 
to, y  un  polluelo  de  los  hermanos  fue  muerto  a  picotazos  por  el 
rapaz;  entonces  Pedro  enojado  le  mandó  que  se  fuese  de  la  ca- 
sa, y  al  instante  voló. 

En  una  ocasión  atajaba  a  Pedro  un  concurso  de  vecinos,  a 
quienes  apiñara  el  instinto  de  defensa  contra  un  toro  bravo  que 
había  sentado  plaza  en  la  Alameda,  cerrando  el  paso  a  todos  e 
impidiendo  la  entrada  al  Calvario.  El  Tercero  desatendió  las 
advertencias  premiosas  de  la  multitud,  y  avanzando  hacia  el 
animal  le  ordenó  apartarse  de  su  camino,  y  no  mortificar  a  na- 
die; y  el  toro  se  alejó  mansamente. 

Cuando  más  afanado  estaba  el  hermano  en  adelantar  la 
fábrica  del  hospital  de  Belén,  y  por  ese  motivo  excitaba 'la  ge- 
nerosidad del  vecindario,  el  artesano  Ortiz  dióle  regalado  un 
mulo  cerrero,  que  por  su  indómita  naturaleza  le  era  inútil. 
Aceptólo  el  Siervo  de  Dios  y,  desciñéndose  la  cuerda  francisca- 
na, lo  ató  y  lo  hizo  seguirlo  tranquilamente.  El  animal  se  hizo 
famoso  por  su  mansedumbre  y  casi  no  había  necesidad  de  diri- 
girlo en  su  diaria  tarea  de  acarrear  materiales  en  una  carreta. 
Cierta  ocasión,  como  lloviera  a  cántaros  y  el  mulo  recibiera  el 
chaparrón  en  el  patio,  con  las  orejas  gachas,  Pedro  le  aconse- 
jó: "Hermano  mulo,  póngase  bajo  techo,  no  ve  que  se  moja".  Y 
el  animal  lo  hizo,  como  entendiendo. 

El  Hermano  Pedro  había  advertido  a  los  ratones  que  no 
menoscabasen  la  comida  de  sus  enfermos;  mas  como  un  día  se 
querellase  contra  ellos  el  hermano  celador  de  la  despensa,  aquél 
los  mandó  venir,  los  recogió  en  su  capa,  pues  los  bichos  no  se 
hurtaban  a  sus  manos,  y  los  llevó  a  la  orilla  del  Pensativo;  allí 
les  puso  un  puente  para  que  cruzasen  el  río  y  les  ordenó  que 
no  pasaran  más  ese  límite,  a  menos  que  tuviesen  mucha  ne- 
cesidad. 


-XXVII- 

PASTOR  DE  ALMAS 


«Recuerda  por  tanto  de  dónde  has  caido,  y  arre- 
piéntete, y  haz  las  primeras  obras;  pues  si  no,  ven- 
dré presto  a  ti,  y  quitaré  tu  candelero  de  su  lugar, 
si  no  te  hubieres  arrepentido». 

San  Juan.  AP.  Cap.  II,  Ver.  5. 


OMO  en  la  oscuridad  de  las  noches,  en  medio  del 
sueño  de  la  ciudad,  erra  el  candilejo  de  Pedro  con 
resplandor  de  estrella,  así  en  la  oscuridad  de  las  al- 
mas, en  medio  de  las  conciencias  adormecidas,  es  luz 
su  exhortación  y  clave  su  palabra;  un  secreto  impulso 
bienhechor  lo  lleva  sin  titubeos  al  punto  en  que  una  voluntad 
desfallece,  la  virtud  se  opaca  y  el  mal  abre  sus  fauces  voraces. 

Las  almas  extraviadas  rehuyen  la  presencia  de  Pedro,  por- 
que les  parece  que  aquella  diáfana  mirada  sondea  hasta  el 
fondo  sus  morales  desnudeces;  al  sólo  hablarle,  ya  se  sienten 
como  de  rodillas  ante  el  confesionario  y  se  alarman  de  ver  sur- 
gir, de  un  fondo  de  olvido,  los  hechos  largamente  callados,  los 
íntimos  secretos  que  habían  ido  borrándose  en  la  imprecisa  me- 
moria de  una  pesadilla.  Sin  embargo,  el  hermano  sabe  localizar- 
los con  seguro  instinto:  su  celo  piadoso  los  emplaza  con  impe- 
rio y  sus  consejos  vehementes,  insinuantes  o  graves,  caen  en  la 
hora  oportuna  y  logran  su  objeto  con  singular  eficacia.  Apenas 
ha  dicho  a  una  mujer:  "Lástima  os  tengo",  y  eso  basta  para 
que  reforme  su  vida,  cuando  empezaba  a  rodar  por  la  pendiente 
del  escándalo,  y  ponga  entre  su  pasado  mundano  y  sus  futuras 
aspiraciones  el  grueso  muro  de  un  convento. 

Pedro  tiene  el  don  de  ubicuidad  y  en  todas  partes  se  le  mi- 
ra: consejero  oficioso,  intruso  prudente,  agua-fiestas  del  diablo. 
Allí  donde  los  cónyuges  disputan,  los  padres  se  exceden  en  el 


84 


DAVID  VELA 


castigo,  los  truhanes  traman  sus  fechorías,  las  mujeres  ceden 
a  la  atracción  del  galán  o  a  celestinas  insinuaciones,  los  enfer- 
mos se  van  yendo  sin  confesión,  los  hombres  se  hacen  guerra  y 
olvidan  el  temor  de  Dios,  aparece  inevitablemente  el  magnáni- 
mo entrometido,  a  donde  nadie  le  llama.  Aquí  mete  paz;  allá 
corre  con  un  enfermo  en  los  hombros  para  llevarlo  al  confesor, 
acullá  exhorta  a  la  oración  y  mueve  a  la  penitencia;  adelante 
devela  una  intriga  o  frustra  un  rapto,  y  es  milagro  que  todos  los 
corazones  sean  de  cera  en  sus  manos,  moldeables  de  contri- 
ción. Es  así  como  ha  ganado  para  su  convento  en  ciernes  a  va- 
rias ovejas  descarriadas,  que  luego  serán  modelo  de  humildad  y 
firmeza.  "Juan  de  Espera  en  Dios",  por  ejemplo,  ya  no  recuer- 
da que  tuvo  nombre  importante,  aunque  no  tan  gracioso  como 
el  que  le  puso  Pedro,  y  que  hubo  cuantiosa  fortuna;  en  cambio, 
le  es  grato,  en  sosegadas  horas,  releer,  una  vez  más,  la  carta 
que  el  hermano  fundador  le  dirigió  sin  conocerlo.  En  la  tran- 
quilidad de  su  celda  paladea  la  sencillez  y  la  elevación  de  su 
director  espiritual:  "La  páz  de  Dios  sea  en  el  alma  de  mi  her- 
mano, y  le  dé  y  comunique  mucho  amor.  Amén.  Pesóme  mucho 
de  la  caída  que  dió.  mi  hermano  y  ofrecióseme  luego  la  que  dió 
San  Pablo  que  fue  causa  de  su  conversión.  Sepa  mi  hermano, 
que  son  avisos  del  Señor,  que  le  derriba  en  tierra  para  darle  la  ma- 
no en  el  cielo.  Es  menester  poner  por  obra  lo  que  tanto  importa, 
que  es  la  salvación  de  nuestras  almas  y  dar  los  medios  conve- 
nientes. El  principal  es  una  buena  confesión  general;  si  es  posi- 
ble y  de  su  devoción  el  venirla  a  hacer  con  un  sacerdote  que  al 
presente  está  en  esta  ciudad  y  es  consuelo  de  todos  los  pecadores 
que  se  quieren  valer  de  él.  En  todo  le  deseo  el  acierto  que  para 
mí.  La  luz  del  Espíritu  Santo  le  alumbre  en  todo.  Encomiéndese 
muy  de  veras  y  mande  decir  tres  misas  a  la  Santísima  Trinidad 
por  las  ánimas  del  Purgatorio.  Guatemala.  De  este  Hospital  de 
convalecientes  de  Nuestra  Señora  de  Belén,  a  10  de  julio  de 
1666.  De  su  hermano  que  su  salvación  desea. — Pedro  de  San  Jo- 
sé Betancourt".  Y  releída,  casi  sin  ver  las  letras,  pues  se  la  sabe 
de  memoria,  fray  Juan  la  besa,  sonríe  a  un  fugaz  recuerdo  le- 
jano, y  se  pone  en  cruz  en  mitad  de  su  celda. 

Aun  se  recuerda  en  Belén  la  batalla  que  Pedro  libró  contra 
Calzillas  — Dios  nos  guarde! —  en  el  alma  de  fray  Rodrigo  de 
Tovar.  Tentado  por  el  demonio,  este  olvidó  la  suma  lección  de 
su  maestro:  humildad.  Había  que  verlo,  poseído  de  cólera  con- 
tra don  Juan  de  Uzeda,  uno  de  los  devotos  contribuyentes  a  la 
institución  de  Belén.  El  Siervo  de  Dios  intervino,  en  el  punto  en 
que  su  hermano  perdía  la  continencia,  y  vió  con  gran  sorpre- 
sa que  lejos  de  avenirse  a  razones  se  exaltara  más,  hasta  el  pun- 
to de  declarar  que  dejaba  el  hábito  y  no  quería  más  ese  heroís- 
mo sin  gloria  ni  retribución  del  fundador.  Ibase  ya,  desentona- 
do, mas  Pedro  comprendió  que  Calzillas  mediaba  y,  echándole 


EL    HERMANO  PEDRO 


85 


su  rosario  al  cuello  y  hablando  en  nombre  de  Dios,  lo  redujo  a 
la  paz  y  obediencia;  oró  después  largamente,  en  su  compañía, 
hasta  el  alba.  Fray  Rodrigo  fue  en  lo  sucesivo  tan  sumiso  y  mo- 
desto, que  enternecía  verlo,  y  murió  en  fama  de  altísima  piedad. 

Por  ese  tiempo  se  empeñó  Pedro  en  apartar  a  cierto  veci- 
no de  una  muy  grande  tentación,  que  lo  arrastraba  a  satisfacer 
un  amor  prohibido,  con  mancilla  de  un  hogar  y  riesgo  de  su  vi- 
da. Tan  fuerte  era  el  sano  propósito  del  primero,  como  la  pasión 
en  que  ardía  el  segundo,  y  ocurrió  que  cuantas  veces  intentaba 
éste  acudir  a  las  citas  de  la  infiel  casada,  aquél  se  cruzaba  con 
sospechosa  casualidad  en  su  camino  y,  aun  cuando  no  le  habla- 
se, su  influencia  poderosa  lo  desviaba,  avergonzado,  del  logro  de 
sus  lúbricos  afanes.  Sin  embargo,  un  día  creyó  sonada  la  hora 
de  su  dicha,  al  cruzarse  en  el  camino  de  Almolonga  con  el  Her- 
mano Pedro,  precisamente  cuando  acudía  él,  jinete  en  ligera 
muía,  a  la  última  cita  de  su  dama;  en  su  interior  pensó:  "Aho- 
ra veremos  si  este  barbón  me  impide  mis  gustos".  Más  sorpre- 
sa que  disgusto  había  de  experimentar,  cuando  encontró  al 
Siervo  de  Dios  en  la  puerta  de  la  mansión  que  asediaba,  mara- 
villándose hasta  el  punto  de  abandonar  para  siempre  su  sen- 
sual devaneo. 


-XXVIII- 

NAVIDAD 


«Dejadme  hermanos,  porque  soy  el 
taquillo  del  niño  de  Bethlén». 

Francisco  de  Asís. 


UE  puros  son  los  cielos  de  diciembre,  estirados  de 
azul,  y  por  las  noches  pletóricos  de  estrellas.  En 
acercándose  la  fausta  fecha  del  nacimiento  de  Cris- 
to, a  Pedro  le  parece  ver  en  el  cielo  aquella  luz  ful- 
gurante que  guió  a  los  Reyes  Magos  hacia  el  humil- 
de y  portentoso  portal  en  ruinas  de  Bethlén.  En  verdad,  puede 
exclamar  con  el  mismo  derecho  que  San  Francisco  de  Asís:  fa- 
tuelus  pueri  Bethlehem. 

En  la  vida  ascética  y  mortificada  de  Pedro  se  abre  un  largo 
paréntesis  de  alegría:  aprovechará  la  oportunidad  para  desaho- 
gar su  fervor  ingenuo.  Oh,  abeja  hacendosa!  Recorre  las  calles 
todas  de  la  ciudad  para  invitar  a  los  vecinos  a  que  celebren  co- 
mo es  debido  el  enternecedor  misterio  del  nacimiento  de  Dios. 
Hay  que  prepararse  con  ayunos,  rezos  y  otros  ejercicios  espiri- 
tuales; suplica  con  anticipación  que  embanderen  y  adornen  con 
ofrendas  florales  las  casas,  a  lo  largo1  del  itinerario  que  segui- 
rá su  procesión.  Algunos  lo  retienen  un  momento,  y  no  desdeña 
tomarse  una  taza  de  chocolate,  siempre  que  "tenga  sabor  a  sal- 
ve regina" .  .  . 

Pedro  arrastra  a  una  turba  de  muchachos,  arrapiezos  que 
se  regaban  con  sus  modos  pueriles  y  sus  golosinas,  y  los  ocupa 
en  la  industria  del  día,  bajo  su  paternal  y  vigilante  dirección: 
alistar  innúmeros  farolillos  y  antorchas.  La  ciudad  comenta: 
"qué  feliz  anda  el  Hermano  Pedro".  La  noche  del  24  saca  en 
procesión  a  la  Virgen  María  y  al  Patriarca  San  José,  en  traje  de 
peregrinos,  entre  hachones,  farolillos  y  músicas.    Las  calles  se 


88 


DAVID  VELA 


aturden  con  la  estridencia  de  los  pitos,  chinchines,  tamboriles, 
conchas  de  tortuga,  castañuelas,  panderetas,  guacalitos,  y  otros 
instrumentos  originales,  que  cada  año  salen  de  la  trastera  para 
festejar  al  niño  Jesús.  A  la  vez,  la  comitiva  entona  villancicos  y 
motetes,  y  la  música  ataca  sonecitos.  La  procesión  simula  la 
última  jornada  de  San  José  y  la  Virgen,  hasta  el  portal  de  Be- 
thlen  donde  ha  de  nacer,  a  la  media  noche,  el  celestial  cordero, 
y  termina  en  la  casa  hospitalaria  de  Pedro,  más  que  nunca  dig- 
na de  su  título:  Belén.  En  el  trayecto,  algunos  vecinos  llenan 
de  gratitud  y  gozo  el  alma  del  beato  Tercero,  pues  detienen  a 
las  veneradas  imágenes  para  endilgarles  canciones  y  ofrecerles 
oraciones;  también  entra  la  procesión  a  las  iglesias  que  halla 
en  su  tránsito,  al  sonoro  son  de  repiques. 

El  nacimiento,  altar  sui  géneris,  que  tiene  de  monumento  y 
tienta  con  sus  anacronismos  a  las  imaginaciones  infantiles,  es 
algo  a  propósito  para  el  gusto  Cándido  de  Pedro.  El  lo  fabricará 
con  sus  propias  manos,  sobrecargándolo  de  dones  de  la  tierra: 
naranjas,  limas,  manzanillas,  melocotones,  piñuelas,  granadi- 
llas, toronjas;  no  menos  que  la  fruta,  entre  el  lujo  odorante  de 
la  hoja  de  pacaya,  se  llena  el  alma  de  Pedro  de  suaves  olores: 
desde  el  8  de  enero  de  1655  lo  acompañaba  el  niño  Jesús,  y  hay 
gentes  que  juran  sobre  los  evangelios  que  lo  han  visto  albergado 
en  el  sombrero  de  Pedro,  que  éste  nunca  se  pone. 

En  Belén  son  regalados  los  fieles  con  un  platillo  especial, 
y  es  maravilla  que  siendo  tantos  alcance  para  todos.  La  fiesta 
se  continúa  en  el  oratorio  de  la  casa:  suenan  las  músicas,  se 
reza  la  corona,  se  cantan  villancicos.  Pedro  se  enardece,  e  im- 
provisa coplas  y  danza  con  festivo  entusiasmo.  Luego,  "al  pun- 
to que  oía  tocar  a  maitines,  hacía  que  sus  familiares  se  vistie- 
sen de  pieles,  a  usanza  de  los  pastores,  llevando  cada  cual  algu- 
no de  los  instrumentos  rústicos  referidos,  y  cantando  y  bailan- 
do se  encaminaba  con  ellos  al  convento  de  San  Francisco,  en  cu- 
ya iglesia  asistía  a  los  oficios  divinos  de  aquella  sagrada  no- 
che. Mientras  los  religiosos  cantaban  los  maitines  en  el  coro, 
el  Hermano  Pedro  con  su  comitiva  y  demás  fieles  asistentes  re- 
zaba en  la  iglesia,  en  voz  baja  para  no  interrumpir  el  canto  oral, 
el  Rosario  de  la  Santísima  Virgen;  y  oían  la  misa  de  media  no- 
che, llamada  vulgarmente  del  gallo". 

Al  día  siguiente,  con  el  claror  del  alba,  Pedro  suspendía 
su  oración  y  se  encaminaba  a  Ciudad  Vieja,  para  visitar  allí 
una  piadosa  imagen  de  la  Virgen  de  Concepción,  titular  del  pue- 
blo, venerada  en  el  primitivo  convento  de  los  Franciscanos.  Iba 
a  darle  las  pascuas,  felicitándola  por  el  nacimiento  de  Cristo,  y 
en  esa  ocasión  el  Siervo  de  Dios,  siempre  tan  atento  y  humilde, 
a  nadie  saludaba  en  el  camino,  hasta  después  de  haber  comul- 
gado y  cumplido  con  su  salutación  a  la  Virgen;  de  regreso,  a  to- 
dos los  transeúntes  que  encontrase  en  su  camino,  les  participa- 


EL    HERMANO  PEDRO 


89 


ba  a  grandes  voces  y  con  efusiva  alegría  la  grata  nueva:  Otra 
vez,  en  nuestros  corazones,  ha  nacido  Cristo! 

Aun  seguía  celebrando  la  Navidad  con  diversos  ejercicios 
piadosos,  hasta  la  fecha  de  la  Epifanía  de  los  Reyes;  entonces 
sacaba  otra  procesión  no  menos  llamativa,  con  los  tres  Reyes 
Magos.  "Salía  del  convento  de  la  Merced,  acompañada  de  las 
comunidades  y  de  numeroso  concurso  de  personas  de  toda  claso. 
Delante  iba  un  niño  ricamente  vestido,  sobre  un  caballo  blan- 
co con  lujosos  jaeces,  llevando  una  hermosa  estrella  en  la  ma- 
no, en  recuerdo  del  astro  misterioso  que  guió  a  los  sabios  del 
Oriente  al  Portal  de  Bethlén,  y  terminaba  en  la  casa  hospita- 
laria." 

Por  eso  se  diría  de  Pedro,  por  altas  dignidades  de  la  igle- 
sia, que  moral  y  materialmente  había  reparado  las  ruinas  del 
Portal  de  Belén  en  que  nació  el  Redentor. 


-XXIX- 


ORACION 


«Quien  lo  hubiere  probado  entenderá  algo  desto,  por- 
que no  se  puede  decir  más  claro,  por  ser  tan  escuro  lo 
que  allí  pasa». 

Santa  Teresa  de  Jesús. 


A  oración  es  en  Pedro  actitud  mental  permanente  y 
definida;  de  ahí  que  en  todo  instante  se  halle  presto 
a  recibir  los  dones  de  la  gracia,  directamente,  para 
su  íntimo  contentamiento,  o  como  intercesor,  para  de- 
rramar favores  sobre  los  otros.  Numerosos  sucesos 
extraños  ilustran  su  vida  piadosa,  casos  que  la  teología  explica 
y  que  algunos  elegidos,  así  Santa  Teresa,  quisieron  expresar; 
mas  Pedro  aprecia  en  muy  poco  su  mente  y  es  simple  factor  pa- 
sivo, con  todo  candor  amparado  en  la  confianza. 

Su  obediencia  humilde  a  las  ritualidades  de  la  iglesia  in- 
cítalo a  repetir  las  oraciones  comunes:  el  padre  nuestro,  que 
Cristo  enseñó  a  sus  discípulos;  la  salve,  que  tiene  por  panacea 
de  todos  los  males  y  fuente  de  incalculables  bienes;  y  el  ave- 
maria, adecuada  a  su  predilecta  devoción  por  la  Madre  de  Dios. 
Particularmente,  por  otra  parte,  ingenió  muy  diversas  y  efica- 
ces maneras  para  extender  la  costumbre  del  rezo  de  la  Corona 
de  la  "Virgen  y  el  Rosario;  siendo  fama  que  las  preces  que  la  ru- 
tina marchita  en  el  corazón  de  los  fieles  tibios  o  indiferentes, 
parecían  improvisadas  en  los  labios  de  Pedro,  rejuvenecidas  de 
fervorosa  intención.  Sin  embargo,  a  menudo  su  plegaria  alcan- 
za otras  manifestaciones:  en  la  elevación  sin  palabras  del  éx- 
tasis, en  el  coloquio  ingenuo  con  las  imágenes  piadosas  y  has- 
ta en  el  exaltado  júbilo  con  que  llega  a  danzar  frente  a  la  Vir- 
gen. Sintióse  siempre  en  la  presencia  de  Dios;  algunos  llegaron 
a  ver  que  lo  acompañaba  el  niño  de  Belén  y  quedan  testimonios 


92 


DAVID  VELA 


de  que  estuvo,  a  la  vez,  orando  en  dos  igjesias  distintas.  Cuan- 
do por  las  noches  llegaba  a  orar  al  templo  de  la  Merced,  sin  te- 
ner llave  de  éste,  las  puertas  se  abrían  al  solo  contacto  de  sus 
manos,  con  silencioso  misterio. 

El  mercedario  fray  José  Monroy,  recto  observante  del  oc- 
tavo mandamiento,  contaría  lleno  de  unción  cómo,  cierta  vez 
que  Pedro  oraba  en  el  convento  de  la  Merced,  duró  hasta  el  al- 
ba una  pequeña  candelilla  que  el  Siervo  de  Dios  había  encendido; 
algo  que  a  todos  los  testigos  del  hecho  pareció  portentoso,  pues 
había  razón  para  pensar  que  el  fervor  de  Pedro  era  el  que  ar- 
día en  la  llama  inagotable  de  la  vela. 

Dos  religiosos  de  la  Orden  de  Santo  Domingo  comentan  ad- 
mirados un  hecho  edificante:  sorprendieron  a  Pedro  en  su  ora- 
torio, de  rodillas,  sumido  en  un  éxtasis  profundo  y  parecía  ser 
tan  intenso  su  trabajo  espiritual,  que  vieron  cómo  el  cuerpo  se 
agitaba  con  violentas  sacudidas.  Retornando  de  ese  inmóvil  via- 
je, el  Siervo  de  Dios  se  cubrió  de  rubor  y  trató  de  hacer  olvidar 
la  escena  a  sus  visitantes,  mostrándoles  los  cuadros  que  hiciera 
pintar  en  su  tinajera. 

Esta  vez,  Pedro  vuelve  de  una  caritativa  diligencia,  acom- 
pañado del  hermano  Nicolás  de  Santa  María.  En  la  noche  calma, 
radiosa  de  estrellas,  hablan  de  cosas  simples,  riendo  fray  Nico- 
lás cándidamente  la  graciosa  charla  de  su  director  espiritual. 
Quizá  fantasean  con  cristiana  ambición  sobre  sus  esperanzas  de 
repletar  la  despensa  de  Belén,  o  se  deleitan  con  el  proyecto  de 
construcción  del  edificio,  que  la  voluntad  de  Dios  lleva  ade- 
lante. En  el  silencio,  la  conversación  discurre  como  un  riachue- 
lo manso  y  claro. 

De  pronto,  cruzando  la  plazuela  de  San  Pedro,  fray  Nico- 
lás se  recoge  penetrado  de  profundo  respeto.  Pedro  ha  caído  en 
éxtasis  y  está  de  pie,  con  los  ojos  cerrados,  como  si  durmiese, 
mas  sus  brazos  se  levantan  con  lento  ademán  al  cielo  y  quedan 
alzados,  largos  e  implorantes,  por  espacio  de  una  hora;  hasta 
que  un  perrillo,  que  quiere  pagar  al  hermano  su  curación  en  el 
bospital  de  Belén,  tira  inquieto  del  hábito.  Pedro  reanuda  la 
marcha  y  disimula  ante  fray  Nicolás:  "Es  posible  que  tenga  un 
perrillo  más  habilidad  que  el  hermano,  que  viéndome  dormir,  no 
me  despertaba?" 


-XXX- 


RESCATANDO  ALMAS 

«Por  su  cuenta 
vaciara  el  Purgatorio». 

G.  Verona  de  Loayza. 


IN  descuidar  obra  alguna  de  caridad,  ni  negar  jamás 
su  concurso  a  los  vivos,  Pedro  mantuvo  siempre  es- 
Í^S^^  Pecial  piedad  por  las  ánimas  en  pena,  inspirado  en  el 
iFkÜSX!  temor  c^e  Dios.  No  causó  extrañeza  verle  de  director 
g^i'  y  peón  de  albañil,  a  la  vez,  empleado  en  la  fábrica 
de  dos  ermitas  para  las  almas  del  purgatorio,  construyendo 
una  en  el  paseo  de  Jocotenango  y  otra  en  la  entrada  de  San  Juan. 

Inventó  Pedro  una  industria  original,  que  administró  y 
acrecentó  su  celo  hasta  la  hora  de  su  muerte:  llevaba  un  registro 
con  los  nombres  de  muchísimos  difuntos,  curiosa  contabilidad 
seguida  día  por  día  durante  todos  los  meses  del  año;  luego,  dis- 
tribuía entre  los  vecinos  de  la  ciudad  cedulillas  con  el  nombre 
de  cada  difunto,  a  efecto  de  que  en  día  determinado  se  ofreciesen 
comuniones,  misas  y  oraciones  por  el  descanso  de  aquellas  al- 
mas. Sobre  eso,  organizaba  piadosos  novenarios,  con  el  mismo 
objeto,  en  el  Calvario,  San  Lázaro,  y  otros  sitios.  Al  sonido  de 
su  campanilla  congregaba  al  pueblo  para  repartir  sus  cédulas 
y,  algunas  veces,  exigió  a  cambio  de  sus  dádivas  la  más  extra- 
ordinaria remuneración:  un  padrenuestro  y  una  salve  por  las 
ánimas  del  purgatorio. 

Cierta  noche,  a  eso  de  las  siete,  Pedro  marchaba  por  las 
calles  en  compañía  de  don  José  de  Estrada,  su  fervoroso  discí- 
pulo. Llegando  cerca  de  la  plazuela  del  hospital  de  San  Pedro, 
frente  a  la  portería  del  Convento  de  monjas  de  Santa  Clara,  un 
desconocido  les  hizo  encuentro  y  conversó  con  Pedro;  don  José 
apenas  pudo  colegir  una  frase  del  intruso:  "Eso  es  muy  difícil  de 


94 


DAVID  VELA 


ejecutar",  y  se  maravilló  de  la  extraña  manera  y  rapidez  con 
que  desapareció  de  su  vista,  al  punto  que  se  permitió  interro- 
gar a  su  maestro:    ¿Qué  significa  esto? 

— Esto  es  un  cintillo  de  malacates  — respondió  Pedro  enig- 
mático— .  Nunca  retengas  cosas  ajenas,  que  es  causa  de  reten- 
ción en  el  purgatorio,  y  las  almas  no  salen  hasta  que  aquellas 
cosas  se  vuelven. 

Pedro  cambió  de  rumbo  y  sin  vacilar  se  dirigió  a  la  casa 
de  don  Antonio  de  Aguilar,  recientemente  fallecido.  Allí  dijo 
resueltamente  a  la  viuda: 

— Vengo  por  un  cintillo  que  le  empeñaron  al  marido  de 
Vuestra  Merced,  el  cual  dice  el  hermano  que  está  en  aquella 
gaveta  (y  señaló  con  el  dedo)  más  un  papel  en  que  consta  su 
desempeño. 

— Vea,  hermano  Pedro,  le.  .  . 
— No  pasemos  adelante;  no  jure  en  vano.  .  . 
E  incontinenti  se  dirigió  al  escritorio  que  había  señalado,  y 
de  una  gaveta  sacó  el  cintillo  y  el  papel,  ordenando  a  la  señora: 

— Envíe  prontamente  esto  a  don  Juan  de  Zabaleta,  porque 
su  difunto  esposo  lo  ha  menester.  .  . 

En  otra  ocasión  fue  Pedro  llamado  por  la  suegra  de  dou 
Fernando  Pacheco,  escribano  público  de  número  de  la  Real  Au- 
diencia. Se  trataba  de  consultarle  un  caso  raro:  en  la  casa  don- 
de su  yerno  y  su  hija  instalaron  su  matrimonio  era  imposible 
conciliar  el  sueño,  ni  vivir,  pues  de  día  y  de  noche  espantaban. 
Pedro  se  ofreció  a  velar,  orando  en  la  dicha  casa,  y  al  día  si- 
guiente les  ordenó  desenterrar  los  restos  mortales  de  un  hom- 
bre, en  un  rincón  del  segundo  patio,  así  como  decir  varias  mi- 
sas por  el  descanso  de  un  alma  en  pena;  siendo  fama  que  en  lo 
sucesivo  no  se  advirtió  en  la  casa  algo  anormal. 

Muerto  Pedro,  el  padre  maestro  don  Bernardino  Obregón 
de  Ovando,  uno  de  los  directores  del  Venerable  Tercero,  gusta- 
ba de  contar  a  los  belemitas,  "con  motivo  de  exhortarlos  a  la 
abstinencia,  en  las  pláticas  espirituales  que  hacía  a  la  comu- 
nidad, otro  suceso  portentoso,  del  que  hubo  cabal  e  indudable 
noticia:  oraba  Pedro  en  la  capilla  de  El  Calvario  por  un  difun- 
to de  nombre  Rodrigo,  que  fuera  su  compadre,  cuando  éste  se 
le  apareció  en  horrible  figura  y  le  dijo:  "Hermano,  muy  delga- 
do se  hila  por  allá,  y  así  persevere  en  hacer  bien  por  las  almas 
del  purgatorio,  porque  son  muy  grandes  las  penas  que  padezco". 
Grande  tribulación  y  hasta  horror  embargaron  el  ánimo  de  Pe- 
dro, al  grado  que  llegó  a  temer  por  sí  mismo  y  a  estremecerse  de 
suprema  compasión  por  los  muertos  en  pecado,  y  se  echó  al  sue- 
lo, clamando  a  gritos  misericordia  de  Dios  y  su  Santísima  Ma- 
dre.   En  esas  circunstancias  se  le  apareció  la  Virgen  en  uno  de 


EL    HERMANO  PEDRO 


99 


los  altares,  escoltada  por  dos  varones  de  alba  vestidura  a  quie- 
nes no  pudo  el  Tercero  identificar,  y  la  Señora  le  dijo:  "Perse- 
verad como  habéis  comenzado  que  yo  os  ofrezco  mi  favor  y  pa- 
trocinio en  la  hora  de  la  muerte".  Así  fue  Pedro  consolado;  mas 
en  lo  sucesivo  acreció  en  fervor  y  arreció  sus  ejercicios  de  peni- 
tencia, y  con  la  humildad  que  en  cada  acto  suyo  resplandecía, 
consultó  a  don  Bernardino  de  Ovando  si  sería  bueno  abstenerse 
también  de  su  plato  de  frijoles,  que  comía  de  pie  hasta  enton- 
ces, ofreciendo  la  abstinencia  en  gratitud  a  la  Virgen  María. 

Y  el  último  año  de  su  vida,  como  siempre  se  consintió  gran 
pecador,  en  su  registro  de  almas  en  pena,  llenó  el  mes  de  abril 
con  su  propio  nombre:  "El  hermano  Pedro  de  San  José,  difun- 
to", y  repartió  cédulas  para  que  de  limosna  se  ofreciesen  ple- 
garias a  favor  de  su  ánima. 


-XXXI- 


EMPENO  DE  CALZILLAS 


«Suele  su  Majestad  para  mayor  gloria  de  sus  santos 
el  ponerlos  en  manos  del  demonio  para  que  éste  se 
confunda  viendo  su  fortaleza  y  a  estos  se  les  aumen- 
ta la  corona  por  su  constancia». 

Fray  Francisco  Ximenez. 


ODO  el  mundo  quiere  y  respeta  en  la  ciudad  a  Pe- 
dro, mas  tiene  éste  un  mortal  enemigo  invisible,  que 
no  se  da  reposo  en  tenderle  redes:  Calzillas,  despec- 
tivo mote  con  que  el  Siervo  de  Dios  denomina  al  de- 
monio. No  sólo  por  la  vía  de  la  sugestión,  en  per- 
secuciones interiores,  trató  su  enemigo  de  estorbarle  el  sosiego 
de  la  plegaria  y  torcer  la  dirección  de  sus  miras,  o  enturbiar  la 
limpieza  de  sus  operaciones;  pues  llegó  a  exteriorizarse  en  for- 
ma sensible,  tentándolo  de  muy  diversas  maneras;  y  aun  corri- 
do ante  la  imposibilidad  de  perderlo  directamente,  opuso  mil 
tretas  tendientes  a  frustrar  las  prácticas  de  caridad  del  humil- 
de lego,  quien'  de  la  persecución  sacaba  enseñanzas,  y  así  exhor- 
taba a  sus  compañeros:  "Sabed,  hermanos,  que  hay  algunos 
hombres  a  quienes  el  demonio  tiene  tan  sujetos,  que  anda  sobre 
ellos  a  caballo;  y  a  otros  los  tiene  cogidos  por  la  ropa;  y  otros 
hay  a  quienes  no  puede  sufrir  ni  ver  delante  de  sí". 

Oraba  Pedro  en  la  capilla  del  Calvario.  No  hacía  mucho 
que  se  anotara  por  hermano  de  la  cuerda  de  San  Francisco; 
pero  sus  rodillas  encallecidas  son  insensibles  al  dolor  y  al  can- 
sancio y  se  afirman  al  suelo  con  solidez  de  piedra;  el  cuerpo 
liviano  de  ayunos  y  vigilias  es  cada  vez  más  ingrávido;  los  bra- 
zos, con  dócil  memoria  muscular,  se  identifican  con  el  signo  de 
la  cruz,  porque  la  crucifixión  del  cuerpo  es  previa  a  la  ascensión 
del   alma.   Mas   Calzillas   ronda   celoso   esta  conciencia  firme 


98 


DAVID  VELA 


y  sellada.  Ya  una  vez  logró  sugerirle  el  sentimiento  de  su  per- 
dición y  el  horror  de  las  penas  eternas,  y  por  esa  vía  distraerlo 
de  la  plegaria.  Ahora  fracasa  la  tentación  interior  y  acude  al 
auxilio  de  los  sentidos,  siempre  despiertos  y  vigilantes:  toda  la 
fábrica  de  la  iglesia  se  estremece  y  el  eco  recoge  y  duplica  el 
estruendo;  algunos  feligreses  huyen  pavoridos,  seguros  de  que 
se  desata  la  furia  de  un  terremoto  e  impetrando  la  divina  cle- 
mencia con  alteradas  voces;  sólo  Pedro  queda  extático,  desen- 
tendido del  mundo  exterior.  Por  eso,  cuando  le  refieren  asus- 
tados el  incidente,  y  se  maravillan  sus  interlocutores  de  que  en 
el  resto  de  la  ciudad  no  haya  temblado,  Pedro  calla  y  com- 
prende: es  que  andaba  Calzillas  de  por  medio. 

Otra  vez,  en  el  sosiego  de  la  oración,  Pedro  mira  avanzar 
hacia  su  cuerpo  una  bola  de  fuego,  que  crece  y  arrecia  su  velo- 
cidad al  acercársele.  Sólo  un  instante  creyó  ser  arrollado,  pero 
ya  no  lo  fue,  porque  sin  transición  volviera  a  hundirse  en  la  ple- 
garia. 

Aquella  tarde  tuvieron  un  susto  los  hermanos  Terceros. 
Acompañaban  a  Pedro  al  cumplimiento  de  un  rito  sencillo  y 
solemne:  plantar  una  cruz  en  el  sitio  en  que  debía  el  Siervo  de 
Dios  erigir  una  ermita  a  las  ánimas  del  purgatorio.  A  mitad  del 
camino,  como  tratando  de  impedirles  cruzar  el  río  Pensativo, 
un  perro  de  extraordinaria  corpulencia  cerró  con  amenazante 
actitud  el  puentecillo  de  madera;  mas,  en  viéndolo  Pedro,  ex- 
clamó sin  asomo  de  miedo:  "obra  de  caridad  será  darle  de  pa- 
los a  aquel  animal",  y  es  que  había  reconocido  a  su  irreconcilia- 
ble enemigo.  Avanza  por  eso,  desentendiéndose  de  su  campani- 
lla y  de  la  capa,  e  invocando  a  Dios  aceptó  el  combate,  pues  ya 
la  fiera  lo  embestía  babeando  rabia  por  entre  los  afilados  col- 
millos y  encendidos  los  ojos  como  dos  ascuas.  Era  prodigioso 
advertir  que  el  perro  no  ladraba,  y  más  aún  que  se  empequeñe- 
cía a  cada  palo  que  sobre  él  descargaba  el  hermano,  hasta  des- 
aparecer a  la  vista  de  los  hermanos. 

Esta  noche,  el  doctor  don  Pedro  de  Ozaeta  tiene  visitas  y, 
oyendo  que  por  la  calle  suena  la  campanilla  de  Pedro,  esquila 
de  almas,  hurga  en  un  arcón  incrustado,  y  muestra  un  bastonci- 
llo con  la  señal  de  una  mordedura  de  perro,  luego  relata: 

Este  bastón  es  del  Hermano  Pedro  y  debo  llevárselo  a  su 
hospital,  lo  poseo  por  modó  raro:  casualmente  presencié  el  más 
extraño  combate,  pocas  noches  hace,  en  que  el  Hermano  Pedro 
se  las  había  con  un  mastín  corpulento  que  con  la  amenaza  de 
sus  colmillos  quería  cerrarle  el  paso.  Quise  acudir  en  ayuda  del 
Tercero,  mas  era  como  si  conforme  yo  avanzaba  ellos  sin  cam- 
biar de  sitio  se  fueran  alejando.  Cuando  logré  llegar  a  la  es- 
quina el  perro  había  desaparecido  y  sólo  vi  al  Hermano  car- 


EL    HERMANO  PEDRO 


99 


gando  a  un  hombre,  al  parecer  herido,  que  clamaba  por  su 
pronta  conducción  a  manos  de  un  confesor.  En  el  sitio  de  la  re- 
yerta encontré  este  bastoncillo.  Vedlo,  tiene  la  marca  de  los  fe- 
roces dientes. 

Los  circunstantes  se  han  estremecido  sin  querer.  El  caso 
es,  sobre  probable,  corriente;  pero  alguien  interpreta  un  senti- 
miento que  en  todos  gesta  medrosamente: 

— Qué  cosas  más  extrañas  pasan  en  torno  de  Pedro  Be- 
thancur.    Dios  me  perdone,  no  haya  sido  cosa  del  enemigo.  .  . 

— Dios  nos  guarde! — y  un  coro  de  inquietud  se  santigua. 


-XXXII- 

CONVERSION  DE  RODRIGO 


«Entonces  Jesús  mirándole,  amóle,  y  di  jóle:  una  cosa 
te  falta,  ve,  vende  todo  lo  que  tienes,  y  da  a  los  po- 
bres, y  tendrás  tesoro  en  el  cielo;  y  ven,  sigúeme,  to- 
mando tu  cruz». 

San  Marcos.  C.  10.  v  21. 


OR  el  año  de  1666  entró  a  Guatemala,  jinete  en  una 
muía  de  preciados  jaeces,  un  caballero  cuyo  talante, 
aparte  de  la  comitiva  que  lo  sigue  y  el  recibimiento 
que  se  le  hace,  demuestra  ya  que  es  un  hombre  de 
sangre  noble  y  corazón  valeroso,  digno  de  ilustrar 
con  sus  hazañas  un  libro  de  caballería  andante.  Es  don  Rodri- 
go de  Arias  Maldonado,  quien  a  pesar  de  sus  29  años  donjuani- 
les  ha  tenido  en  sus  manos  las  riendas  del  gobierno  de  la  Cos- 
ta Rica  y,  algo  más,  con  puño  de  hierro  redujo  a  los  bélicos  in- 
dios de  Talamanca,  gastando  en  dicha  empresa,  de  su  caudalo- 
so peculio,  la  suma  de  sesenta  mil  pesos,  amén  de  exponer  su 
vida  jocunda  en  la  aventura,  a  tiro  de  flecha  del  enemigo  y  en 
mortíferos  climas. 

Su  llegada  a  la  corte  de  Guatemala  es  suceso  de  primera 
magnitud  y  arremolina  comentarios.  Los  hombres  graves  callan 
con  ceremoniosa  adquiescencia;  los  mozalbetes  fantasean  al 
calor  de  su  sangre  moza;  las  muchachas  casaderas  ensueñan; 
las  casadas  suspiran;  alguna  madre  diligente  contará  a  escon- 
didas, por  enésima  vez,  la  dote  de  su  hija;  algún  marido  des- 
confiará caviloso .  .  .  No  abundan  partidos  así,  pues  don  Ro- 
drigo es  sangre  de  los  duques  de  Alba  y  los  condes-duques 
de  Benavente,  y  su  juventud  y  riqueza  pueden  agregar  a  sus* 
símbolos  genealógicos  otro,  que  agranda  los  ojos  y  abrillanta 
las  miradas:  el  cuerno  de  la  abundancia. .  . 


102 


DAVID  VELA 


Por  ese  tiempo,  Pedro  de  Betháncur  anda  afanado  en  la 
construcción  de  su  hospital  de  convalecientes.  Qué  vidas  más 
distantes,  de  equivalente  nobleza,  de  semejante  fama,  de  pa- 
reja heroicidad,  mas  injuntables,  como  las  líneas  de  Euclides. 
El  gobernador  luce  en  los  saraos  y  en  las  solemnes  ceremonias 
públicas;  el  Tercero  de  Francisco  luce  en  las  fiestas  de  la  ca- 
ridad y  en  los  actos  piadosos;' aquél  anda  tirado  en  carrozas  de 
lujo  por  las  calles  del  barrio  de  la  nobleza,  éste  desangra  sus 
pies  descalzos  en  las  calles  de  los  barrios  pobres  y  en  la  senda 
pendiente  de  la  santidad;  aquél  es  árbitro  en  suntuosos  banque- 
tes, éste  se  consume  en  la  virtud  de  la  abstinencia;  aquél  se 
enorgullece  de  su  familia,  éste  llama  hermanos  a  los  indígenas 
y  a  los  negros,  y  aun  a  los  animales;  aquél  ha  vencido  a  los  ta- 
lamancas, que  son  el  demonio,  éste  ha  vencido  a  Calzillas,  que 
es  el  demonio  mismo,  aquél  conquista  los  corazones,  éste  con- 
quista las  almas;  aquél  viste  sedas,  encajes  y  dorados,  éste  lleva 
un  saco  de  jerga  y  al  áspero  guangoche  de  su  veste  interior 
agrega  hirientes  cerdas  para  engalanarse  con  la  mortificación, 
aquél  confía  en  sí  mismo,  éste  se  entrega  a  la  providencia  divi- 
na; aquél  manda  sobre  el  aguerrido  temple  de  sus  soldados  y  el 
corazón  dulce  de  las  mujeres,  éste  sobre  el  aguerrido  temple  de 
los  penitentes  y  el  corazón  manso  de  los  menesterosos  y  los  en- 
fermos; aquél  es  bienquisto  del  rey  y  ya  parece  andar  buscando 
la  pose  en  que  ha  de  perpetuarse  en  las  páginas  de  la  historia, 
éste  es  mirado  por  Dios  con  amplia  complacencia  y  sin  quererlo 
está  adoptando  la  figura  con  que  será  perpetuado  en  los  altares. 

En  la  vida  aventurera  de  don  Rodrigo  sólo  se  ha  hecho  un 
paréntesis  de  descanso,  que  hace  más  regalado  el  grato  clima 
y  el  esplendoroso  paisaje  de  Guatemala,  pero  la  América  es  muy 
grande  y  no  se  acaba  de  reducir,  y  hay  muchos  sitios  en  que 
los  clarines  llaman  con  sones  imperiosos  al  combate.  En  la  vida 
caritativa  de  Pedro  no  hay  tregua  posible,  porque  el  dolor  hu- 
mano es  aun  más  grande,  y  en  todas  partes  resuenan  hipos  de 
llanto  y  quejumbrosas  lástimas.  Precisamente  ya  piensa  el  Sier- 
vo de  Dios  en  la  necesidad  de  extender  la  capacidad  de  su  casa 
hospitalaria,  y  sus  palabras  se.  cargan  de  profecía  cuando  pre- 
siente la  gradual  realización  de  sus  propósitos:  "En  esta  calle 
que  atraviesa  entre  nosotros  y  la  nueva  fábrica  de  los  pobres  se 
ha  de  hacer  la  iglesia:  en  aquella  isla  de  casas  se  ha  de  labrar 
el  claustro,  y  todos  aquellos  edificios,  que  ahora  están  habita- 
dos, han  de  servir  de  plazuela:  y  esto,  quien  viviere  lo  verá.  .  ." 

Pedro  nunca  fía  de  su  pensamiento  y  todas  sus  conviccio- 
nes emanan  de  los  designios  superiores  cuya  revelación  se  ha- 
ce con  viva  luz  en  su  alma.  No  puso,  pues,  sus  ojos  humildes  en 
la  brillante  y  alta  figura  del  descendiente  de  los  duques  de  Al- 
ba, pero  algo  grande  trasuntaba  cuando,  de  comentando  la 
muerte  del  hermano  Rodrigo  de  Tovar,  que  hubo  fama  de  gran 


EL    HERMANO  PEDRO 


103 


piedad,  decía:  "¿Piensas  acaso,  hermano,  que  por  eso  se  ha  de 
atrasar  la  obra  de  Belén?  El  Altísimo  llamó  para  sí  al  herma- 
no Rodrigo;  mas  ya  tiene  preparado  otro  Rodrigo  que  ha  de  ser 
columna  de  Belén!"  Y,  aun  antes  de  que  el  gobernador  llegase 
a  Guatemala,  cuando  venía  en  camino,  declaraba  a  doña  María 
de  Céspedes:  "Hermana,  un  caballero  viene,  en  quien  tengo 
fundadas  mis  esperanzas..."  Aquella  piadosa  dama  no  habría 
podido  colegir  el  significado  de  ese  oráculo,  si  más  tarde,  al  pa- 
so ostentoso  de  don  Rodrigo  no  hubiese  Pedro  exclamado: 
¿"Ves  aquel  hombre  que  viene  allí?  Es  cabalmente  hecho  a  la 
medida  de  mis  intentos". 

Varias  veces  encontró  don  Rodrigo  al  hermano  Pedro  en 
su  camino,  y  siempre  sintió  ante  su  presencia  una  extraña  desa- 
zón. Ya  la  fama  había  traído  a  sus  oídos  mil  curiosos  sucesos  de 
la  vida  clemente  y  mortificada  del  modesto  lego:  sus  éxtasis  di- 
latados en  la  oración,  sus  fervorosos  transportes  ante  los  alta- 
res, su  penitencia  heroica  y,  sobre  todo,  su  caridad  inagotable  y 
todopoderosa.  Al  verlo  se  enternecía,  sin  querer,  con  un  senti- 
miento medroso  que  sacudía  al  punto,  casi  irritado  de  doblegar- 
se a  la  influencia  de  aquel  inofensivo  Tercero,  en  quien  todos 
los  gestos,  las  palabras,  tenían  fuerza  de  exhortación,  enseñan- 
za de  ejemplo,  indirecta  intención  de  advertencia.  .  .  Y  el  go- 
bernador sonríe,  incrédulo  y  hasta  burlón,  cuando  el  barbero 
le  refiere,  con  circunstanciado  detalle,  un  suceso  que  empieza 
a  ser  comidilla  del  público:  si  el  gobernador  lo  permite.  .  .  En 
ocasión  en  que  don  Rodrigo  pasaba  frente  al  hospital  en  cons- 
trucción, donde  Pedro  prestaba  su  sangre  para  pegar  las  pie- 
dras, el  Tercero  exclamó  con  inusitada  animación  e  íntimo  re- 
gocijo: "¿Ven  al  gobernador  con  aquella  pompa  vana  y  majes- 
tad suntuosa  que  va?;  pues  él  es  el  que  tiene  Dios  preparado 
para  mi  sucesor  y  el  que  ha  de  fundar  en  este  hospital  pobre  una 
Religión".  Repíteme  eso,  cuenta  otra  vez,  dirá  Rodrigo  regoci- 
jado; y  mientras  el  menestral  hilvana  su  charla,  satisfecho  y 
servil,  Rodrigo  no  le  oye,  porque  la  risa  lo  sacude  desde  la  ca- 
beza a  los  pies  y  le  pone,  a  él  tan  fuerte,  dos  lágrimas  en  los 
ojos.  .  . 

¿Qué  pasa?  Es  que  Rodrigo,  el  galante  doncel  y  noble  ca- 
ballero, pierde  la  razón?  Se  le  ha  visto  por  las  calles  de  la  ciu- 
dad, con  un  saco  de  penitente,  detrás  de  Pedro  el  asceta,  con  la 
vista  puesta  en  el  suelo  y  la  mente  en  incógnita  idea  lejana.  A 
su  paso  se  develan  los  pensamientos  del  pueblo:  hay  dama  que 
se  aflige;  algún  marido  sonríe  victorioso;  cierto  rival  político 
se  hincha  de  satisfacción;  muchos  se  pasman  y  quedan  edifica- 
dos; otros  simplemente  comprenden:  nada  está  vedado  al  poder 
de  Pedro.  .  .  Y  es  verdad,  Rodrigo  mismo  ha  visto,  agrandados  los 
ojos  de  admiración  y  el  alma  llena  de  temor,  cómo,  por  interce- 
sión del  beato  Tercero,  al  conjuro  de  su  voz  suave  y  grave  de 


104 


DAVID  VELA 


suplicante,  una  muerta  se  alzaba  del  túmulo  funerario  y  retor- 
naba a  los  colores  de  la  vida,  contrita  y  depurada,  volviendo  de 
quién  sabe  qué  prueba  tremenda,  de  qué  lejana  excursión.  Fue 
algo  maravilloso  verla  desatarse  del  bielo  de  la  muerte  en  que 
ya  estaba  presa,  abrir  suavemente  los  párpados,  que  un  invisi- 
ble peso  presionaba,  y  recrearse  en  la  lenta  localización  de  los 
objetos  familiares,  todavía  ofuscados  los  ojos  por  cierto  deslum- 
bramiento de  misterio;  y  sin  duda  era  una  enseñanza  la  hu- 
mildad con  que  dió  las  gracias  al  Siervo  de  Dios:  "Así  gano  tiem- 
po para  limpiarme  de  pecado,  en  el  retiro  y  la  oración". 

Entre  el  pueblo,  los  comentarios  se  cargan  de  insidiosas 
alusiones  al  último  amorío  de  don  Rodrigo;  quizá  porque,  con 
su  retiro  del  mundo,  coincide  una  gran  palidez  y  hondo  achaque 
de  melancolía  en  doña  Elvira,  la  dama  más  bella  y  fina  en  el 
reino...  La  verdad  es  que  Pedro  ejerce  un  influjo  irresistible 
sobre  las  almas,  y  la  de  Rodrigo  es  un  alma  selecta,  bajo  la  ca- 
pa de  conveniencias  y  devaneos  mundanos,  es  un  alma  heroica, 
y  ha  sido  tentada  por  esa  lucha  sin  tregua,  ni  esperanza  de  ga- 
lardón, en  que  Pedro  agota  su  cuerpo,  humilla  su  egoísmo  y  se 
alza  como  un  campeón  de  la  fraternidad  humana,  él  solo  contra 
las  preocupaciones  aristocráticas  que  crean  distancias  y  pre- 
rrogativas entre  los  hombres,  hasta  entre  los  miembros  del 
clero. 

Era  llegada  la  hora.  Pedro  presiente  tu  fin  y  ha  escogido 
sucesor,  a  la  medida  de  las  ingentes  necesidades  de  su  institu- 
to incipiente.  Apenas  le  quedan  tres  meses  para  probar  la  voca- 
ción de  Rodrigo  de  Arias,  medir  la  fuerza  de  su  renuncia  y  la 
capacidad  de  su  dirección  y,  en  fin,  aleccionarlo  sobre  el  es- 
plendoroso porvenir  de  la  Religión  Bethlemítica,  que  ya  el  Sier- 
vo de  Dios  columbra  a  distancia,  como  meta  de  sus  afanes  su- 
pervivientes. 

Así  llegó  Rodrigo  de  Arias  a  manos  de  Pedro,  que  es'  trán- 
sito hacia  Dios  y  los  pobres  del  Señor,  realizando  sus  bienes  pa- 
ra donarlos  a  los  menesterosos;  cambiando  sus  maneras  de 
gran  Señor  por  la  actitud  suplicante  del  mendigo;  renegando 
del  festín  mundano,  para  satisfacerse  con  el  ayuno;  trocando 
sus  arreos  de  gobernador  por  un  saco  de  penitente;  ahogando  el 
estruendoso  recuerdo  de  sus  combates  y  amoríos  en  el  silencio 
de  la  plegaria. 

Tres  meses  tan  sólo  bastarán  a  Rodrigo  para  captar  el  al- 
ma del  maestro.  Así,  cuando  la  Real  Audiencia  pone  en  sus  ma- 
nos la  cédula  de  S.  M.  Carlos  II,  quien  le  concede  la  gracia  del 
título  de  Marqués  de  Talamanca,  con  una  asignación  de  doce 
mil  ducados  de  renta  anual,  él  declinará  la  merced  humilde- 
mente y  regresará,  libre  de  tentaciones  vanas,  al  amplio  recin- 
to espiritual  de  su  estrecha  celda.  Antes  de  un  año,  el  2  de  fe- 
brero de  1668,  iba  a  ser  elegido  Superior  de  los  Bethlemitas; 


EL    HERMANO  PEDRO 


IOS 


a  su  incansable  trabajo  se  debería  la  exaltación  de  su  instituto 
a  Religión  Sagrada,  por  bula  de  Inocencio  XI,  de  26  de  marz:> 
de  1687,  y  el  pase  que  celos  e  intrigas  retardaron  hasta  1696. 
Cuando  murió  Rodrigo,  23  de  septiembre  de  1716,  tenía  79  años 
de  edad,  50  de  haber  renunciado  al  mundo  y  29  de  ejercer  la 
prefectura  general  de  su  Orden. 

En  diciembre  de  1666,  cuando  todos  dudaban  de  la  convic- 
ción de  Rodrigo  y  algunos  tomaban  su  actitud  a  locura,  fray 
Payo  de  Rivera  decía  satisfecho  al  Hermano  Pedro:  "Buena 
conquista  hizo  el  hermano,  porque  en  sus  santas  manos  capitula 
un  conquistador".  Por  eso  en  1697,  cuando  la  religión  Bethle- 
mítica  alcanzaba  su  consagración  papal,  diría  desde  el  pulpito 
fray  Nicolás  Rodríguez:  "Tuvo  efta  Religión  f agrada  en  el 
Oriente  de  fu  cuna  feliz  tres  Varones  infignes,  el  V.  Pedro  de  S. 
Jofseph  fu  Fundador  honra  de  Guatemala:  el  excelentiffino  se- 
ñor D.  Fr.  Payo  de  Ribera,  honra  de  nueftro  mexicano  Empo- 
rio, y  en  el  retiro  de  N.  Señora  del  Rifco  mejor  Feniz,  que  efté 
en  gloria:  y  a  fu  Reverendiffimo  Prefecto  General  tan  efclare- 
cido,  y  generofo  en  todo,  el  Padre  Fr.  Rodrigo  de  la  Cruz". 


-XXXIII- 


PADRE  DE  POBRES 


«Efte  hombre  abrafado  en  fuego,  digo  yo,  que  feria 
el  infigne  Pedro  de  Betancur,  encendido  en  llamas  de 
Charidad,  a  cuyo  govierno,  y  dirección  eftuvo  efte 
Bethlemitico  carro.  Pedro  feria  abrafado  Elias  en  el 
carro  de  la  gloria  de  Dios,  fu  carro,  y  carretero». 

Pedro  Muñoz  de  Caftro. 


L  mandamiento  reza:  "Ama  a  tu  prójimo  como  a  ti 
mismo";  Pedro  rebasa  el  límite,  porque  ama  a  su 
prójimo  más  que  a  sí  mismo,  porque  arde  en  amor  y 
todos  sus  actos  lo  entregan,  en  perpetuo  servicio.  Es^ 
clavo  voluntario  de  los  demás,  sin  esperanza  ni  deseo 


de  retribución,  a  cada  instante  y  sin  reservas  se  dona  en  cuer- 
po y  alma:  presta  sus  ojos  al  ciego,  sus  pies  al  tullido,  su  clari- 
videncia a  las  mentes  extraviadas,  sus  brazos  al  inválido,  su  es- 
peranza al  triste,  su  fervor  al  incrédulo,  y  sus  flacas  manos  me- 
nesterosas ofrecen  todos  los  dones,  como  si  fueran  el  providen- 
cial cuerno  de  la  abundancia  que  babía  de  derramarse  sobre  la 
Antigua  Guatemala.  Oh!  manos  misericordiosas  de  Pedro,  ungi- 
das de  limosna,  suaves  de  caricia,  oficiosas  en  la  distribución, 
unciosas  en  la  plegaria,  severas  para  exhortar,  insinuantes  ha- 
cia el  seguro  Norte,  nimbadas  de  gracia  al  bendecir.  Esas  ma- 
nos fueron  cauce  por  donde  cdrrió  sin  parar  la  fortuna  de  los 
pobres,  el  bálsamo  de  los  afligidos;  apenas  se  han  extendido  pa- 
ra pedir,  y  ya  se  extienden  para  dar;  deberían  estar  cansadas  de 
repartir  copia  de  bienes  entre  los  vivos,  y  se  alzan  en  extático 
vuelo  para  implorar  por  los  muertos;  en  sus  cuencos  prodigio- 
sos se  multiplican  los  valores  y  cabe  íntegro  el  botín  de  la  ca- 
ridad. 


108 


DAVID  VELA 


Un  día  entra  Pedro  a  la  casa  episcopal  y  la  despensa  se 
agota,  las  urnas  se  vacían,  todo  se  subasta  sin  precio  en  la  pu- 
ja de  la  necesidad.  Los  subordinados  fruncen  el  ceño,  pero  fray 
Payo  de  Rivera  se  enternece  hasta  el  llanto  ante  la  voracidad 
del  magnánimo  insaciable. 

En  los  hospitales,  cuando  el  dolor  es  muy  agudo,  cuando  se 
desespera  a  lo  largo  de  crónica  dolencia,  cuando  la  visión  del 
mundo  se  opaca  de  angustia  y  el  cuerpo  se  rinde  en  sus  últimas 
resistencias,  aún  alienta  una  dulce  esperanza  y  de  todos  los  la- 
bios que  ha  quemado  la  fiebre  brota  un  clamor  unánime:  ¡Her- 
mano Pedro!  ¡Hermano  Pedro! 

En  los  hogares  menesterosos,  donde  la  pobreza  vergonzan- 
te se  ha  fatigado  acarreando  todas  las  prendas  al  cubil  del  usu- 
rero, en  la  hora  de  hambre  y  en  la  evidente  desnudez,  los  hom- 
bres retroceden  en  la  linde  del  suicidio  y  la  blasfemia,  porque 
en  la  puerta  se  recorta  con  sonriente  oportunidad  la  figura  gran- 
de y  humilde  de  Pedro,  con  el  don  en  las  manos  y  la  palabra 
que  abre  las  fuentes  del  consuelo  en  los  labios. 

Hay  un  sitio,  extramuros  de  la  ciudad,  que  se  mira  de  lejos 
con  miedo,  cuya  sola  mención  ya  despierta  aversivos  prejuicios,  es 
"San  Lázaro",  el  asilo  de  los  hijos  de  Job,  cuyas  grises  paredes  y 
lacerante  contenido  contrastan  con  el  ameno  aspecto  de  la  salida 
del  mismo  nombre.  Desde  1640  funciona  el  piadoso  instituto,  a 
cargo  de  los  herederos  de  San  Juan  de  Dios.  Allí  está  Pedro  con  asi  - 
duo celo,  curando  y  consolando,  poniendo  sus  manos  puras  sobre 
las  carnes  que  desfigura  y  arranca  la  podre,  llorando  la  miseria 
irredimible,  mas  dándoles  a  todas  aquellas  almas  el  lenitivo  de  su 
amor  y  confortándolas  con  la  esperanza  arcana  de  su  absoluta 
liberación  del  cuerpo  contagiado,  para  descansar  en  el  seno  mi- 
sericordioso de  Dios. 

Este  día,  en  que  la  iglesia  celebra  el  tránsito  del  patriarca 
San  José,  Pedro  desea  orar,  rendirse  en  la  plegaria,  porque  su  al- 
ma rebosa  gratitud:  una  vez  más,  su  fe  encendida,  su  tranquila 
confianza,  han  sido  la  vía  para  que  se  opere  el  prodigio.  Repar- 
tía su  acostumbrada  limosna  a  gran  concurso  de  mendicantes; 
nunca  vió  tantos  juntos,  ni  los  halló  tan  necesitados,  como  si  la 
suerte  viniese  a  poner  en  evidencia  su  descuido,  pues  apenas 
cuenta  con  dos  arcas  de  pan  para  abastecer  tamaña  solicitud.  Y 
ahora  fray  Rodrigo  canta  por  todas  partes  el  prodigio  y  acendra 
fe,  porque  a  sus  ojos  de  novicio  se  manifiesta  rediviva  la  es- 
cena de  Canaan,  cuando  Cristo  convertía  en  vino  el  agua  y  mul- 
tiplicaba los  panes:  se  pasma  de  que  a  todos  alcanzara  en  el  re- 
parto, y  aun  así  las  arcas  quedasen  intactas.  Seguro  guía  ha  es- 
cogido para  caminar  por  el  mundo. 


EL    HERMANO  PEDRO 


109 


Mas  el  Siervo  de  Dios  interrumpe  su  oración,  súbitamente 
iluminado,  porque  aquel  sobrante  le  indica  que  son  muchos  más 
los  necesitados  del  Señor.  Adereza  una  cena,  recoge  una  ración 
del  pan  milagroso  y  sale  en  resuelta  dirección,  como  quien  acu- 
de a  una  cita;  va  rectamente  y  de  prisa,  seguro  de  su  obligación. 
Cuando  llama  a  la  puerta  de  un  hogar  humilde  y  ofrece  sus  do- 
nes a  una  mujer  que  ayunaba  en  secreta  indigencia,  ésta  se  pos- 
tra en  tierra:  "¿Santo  mío,  ¿quién  te  ha  dicho  que  no  he  comi- 
do en  todo  el  día?".  .  . 

Oh!  Pedro,  clarividente  padre  de  pobres,  cómo  se  dan  todos 
los  requisitos  en  el  cumplimiento  de  tu  misión,  qué  bien  hacen  en 
llamarte  lince  de  la  caridad.  Acaso  no  eres  tú  quien  ayudas  a 
bien  morir,  amortajas,  cavas  las  huesas  y  aun  lloras,  como  si  to- 
dos los  hombres  fuesen  tjjs  parientes?  Acaso  no  eres  tú  quien  re- 
cibe a  los  niños  sin  padre,  los  llevas  a  la  pila  bautismal  y  aun  les 
das  tu  nombre  de  insigne  pródigo?  Oh!  manos  de  Pedro,  qué 
dulces  y  fáciles  se  hacen  a  vuestro  contacto  la  vida  y  la  muerte.  .  . 


-XXXIV- 

EL  TESTAMENTO 


«Ofresco,  y  encomiendo  mi  alma  a  Dios  Nuestro  Se- 
ñor que  la  crió  y  la  redimió  con  el  infinito  precio  de 
su  sangre  muerte,  y  pasión,  por  cuyos  méritos  le  su- 
plico haya  misericordia  de  ella. — Mando  el  cuerpo  a 
la  tierra  de  que  fué  formado,  y  es  mi  voluntad  sea  se- 
pultado en  la  Iglesia  del  Convento  de  Sr.  S.  Francis- 
co en  la  Capilla  entierro  de  los  Hermanos  terceros». 

Pedro  de  S.  Joseph  Betancourt. 


í,ULGE  apenas  un  candil.  En  la  sala  enfermería  de 
Belén  hay  un  silencio  sereno,  evidenciado  por  la  res- 
piración de  profundo  descanso  con  que  duermen  los 
asilados:  indios,  negros  libertos,  mulatos  y  criollos, 
dormidos  en  el  alivio  y  la  confianza  del  desvelado  ce- 
lo con  que  los  caritativos  Terceros  los  cuidan  y  regalan,  bajo  la 
piadosa  dirección  de  Pedro  de  San  José,  el  inmensamente  miseri- 
cordioso. Pero,  he  aquí  que  en  una  de  las  camas  también  reposa 
el  fundador,  aquejado  de  achaques  y  enfermedad  y  amenazado 
de  muerte,  que  es  el  desenlace  de  su  vida  de  sacrificio.  El,  que 
a  tantos  enfermos  trajo  en  sus  hombros  y  a  todos  sirvió  medici- 
nas, alimento  y  consuelos,  es  ahora  el  necesitado,  y  recibe  de  li- 
mosna las  solícitas  atenciones  de  sus  Hermanos  menores,  a  quie- 
nes agrupa  el  temor  de  un  peligro  inminente:  ¡Dios  quiera  guar- 
darnos a  Pedro,  que  es  cabeza  nuestra  y  tesoro  de  los  pobres! 

Escuchando  los  pasos  del  Hermano  Francisco  de  la  Trini- 
dad, Pedro  se  incorpora  y  le  ruega  que  le  lleve  papel  y  pluma, 
pues  desea  escribir  su  testamento,  "recelándose  de  la  muerte  que 
es  natural  a  toda  criatura  viviente,  cuya  hora  es  incierta";  como 
buen  cristiano  debe  ordenar  su  última  y  final  voluntad  y,  a  fal- 
ta de  bienes  materiales,  legar  el  enorme  tesoro  de  bondad  que  su 


112 


DAVID  VELA 


alma  fue  guardando  a  lo  largo  de  su  piadosa  vida.  El  Hermano 
Francisco  regresa  con  silenciosa  diligencia  y  cuando  entrega  a 
Pedro  los  efectos  pedidos,  no  puede  contener  una  lágrima  que  le 
abrasa  las  tostadas  mejillas.  Ya  lo  saben  también  sus  compañe- 
ros, y  en  todos  los  corazones  sobresaltados  bate  una  angustia  pro- 
fética,  un  temor  que  se  expresa  en  plegarias  y,  en  los  más  sensi- 
bles, se  desahoga  en  llanto. 

Al  principio  tiembla  un  poco  la  mano,  el  pulso  es  débil,  mas 
pronto  el  cuerpo,  domeñado  por  aquella  voluntad  firmísima 
vuelve  a  ser,  como  siempre,  el  esclavo  oficioso  y  atento  del  al- 
ma; acaso  también  le  preste  fuerzas  la  invocación  inicial:  "En  el 
nombre  de  Dios,  Nuestro  Señor". 

Pedro  recuerda  su  maravillosa  isla  y  evoca  la  idílica  paz 
de  Villa-Flor,  tiene  un  recuerdo  piadoso  para  su  padre  muerto  e 
imagina  a  su  madre,  tan  sencilla  y  grande,  quien  sin  lágrimas 
lo  bendice  a  la  distancia  y  por  enésima  vez  lo  pone  en  las  manos 
de  Dios.  Tiene  presente  su  salida  de  Tenerife,  en  1650,  y  su  di- 
chosa llegada  a  Guatemala,  su  patria  de  adopción,  en  el  año  de 
1651;  sus  primeras  vacilaciones  y  dudas,  en  medio  de  las  cuales 
la  providencia  lo  fue  dirigiendo.  Feliz  día,  aquei  en  que  se  echó 

sobre  los  hombros  el  saco  de  tercero  penitente. 

• 

Hace  su  profesión  de  fe,  dentro  de  los  dogmas  de  la  Santa 
Iglesia  Católica  Romana;  mira  acercarse  su  muerte  y  ve  sus  fu- 
nerales, que  de  limosna  pide:  "Acompañe  mi  cuerpo  el  Cura  y 
Sacristán  de  la  Santa  Iglesia  de  la  Parroquia  de  Nuestra  Seño- 
ra de  los  Remedios,  en  cuya  feligresía  vivo  en  la  casa  Albergue 
de  pobres  convalecientes  título  Bethlen,  y  le  acompañen  así  mis- 
mo los  Sacerdotes  que  voluntariamente  y  de  limosna  quisieren 
acudir,  a  los  cuales,  y  dicho  Cura  con  la  misma  intervención,  y 
amor  de  Dios,  les  pido  lo  hagan,  y  que  me  encomienden  a  Dios 
Nuestro  Señor,  pidiendo  lo  mismo  a  las  demás  personas  que  acu- 
dieren a  esta  obra  de  piedad  y  de  misericordia". 

Toda  su  vida  desfila  ante  sus  ojos,  en  ese  momento  en  que 
salda  cuentas  con  el  mundo  y  se  prepara,  como  antaño  en  Chas- 
na,  para  otro  viaje,  que  ha  de  ser  definitivo.  Pasa  por  sus  inge- 
nuas preocupaciones  de  sacristán  del  Calvario;  por  los  días  en 
que,  dueño  del  solar  de  María  Esquivel,  instaló  su  escuelita  de 
párvulos  y  el  oratorio  que  era  escuela  de  fervores  cristianos.  Al 
tamaño  de  sus  anhelos  ha  ido  creciendo  la  obra:  el  solar  se  quin- 
tuplica, la  casita  crece  y  adquiere  solidez;  la  enfermería  comien- 
za a  tener  prestancia  de  hospital;  las  piadosas,  costumbres  de 
sus  compañeros  están  a  punto  de  cuajar  en  instituciones  de  una 
nueva  Orden  religiosa.  Y  el  silencio  de  la  noche,  mientras*  la  plu- 
ma rasguea  en  el  papel,  se  va  llenando  de  un  íntimo  rumor  ju- 
biloso: el  corazón  de  Pedro  rebosa  gratitud. 


EL    HERMANO  PEDRO 


113 


Doce  apóstoles  tuvo  Cristo,  y  él  deja  doce  hermanos  que 
con  hechos  predicarán  el  evangelio  de  la  esperanza  y  la  mo- 
destia. Qué  gran  varón  se  destaca  entre  ellos  fray  Rodrigo  de  la 
Cruz,  a  quien  por  su  celo  y  virtudes  recomienda  para  hermano 
mayor.  Luego,  la  pluma  escribe  cosas  de  grandiosa  ingenuidad, 
desahogando  con  lujo  de  detalles  las  muestras  de  su  cristalino 
fervor.  Debe  rezarse  la  Corona  de  la  virgen  por  los  hermanos  y 
los  convalecientes,  en  las  horas  a  que  se  viene  acostumbrando; 
alguien  debe  pedir  permiso  para  salir  de  noche  por  las  calles  de 
Dios  a  implorar  sufragios  para  las  ánimas  del  purgatorio  y  recor- 
dar a  los  mundanos  la  salvación  de  su  alma;  no  es  ocioso  que  los 
hermanos  lean  el  "Contentus  Mundi",  de  Tomás  de  Kempis,  que 
revive  las  sabias  advertencias  del  Eclesiastés;  no  olvidar  los  ejer- 
cicios de  disciplina,  lunes,  miércoles  y  viernes,  que  Calzillas 
tiende  constantes  celadas  al  cuerpo  y  no  está  demás  que,  sobre 
ser  burlado  por  las  almas  firmes,  reciba  algunos  azotes;  es  pre- 
ciso llevar  a  los  enfermos  inválidos  a  presenciar  la  misa,  buenas 
bestias  de  carga  han  de  ser  los  Hermanos  por  el  amor  de  Dios; 
nunca  se  gastará  fervor  y  júbilo  suficientes  para  celebrar  la  na- 
tividad  de  Cristo  "tan  feliz  para  nuestro  remedio";  pagad  a  los 
bienhechores  de  nuestra  casa  de  Belén  con  un  novenario,  nueve 
días  antes  de  la  Candelaria;  orad  e  implorad  oraciones  por  las 
almas  del  purgatorio,  llevando  para  ello  un  registro,  que  algu- 
nas veces  falla  la  memoria,  y  no  desatendáis  el  culto  de  las  er- 
mitas que  hay  a  la  entrada  de  San  Juan  y  en  el  camind  de  Joco- 
nango. 

Pedro  desea  la  perpetuidad  de  la  casa  que  fundara  guiado  de 
celestiales  designios,  y  la  observancia  de  sus  postreras  determi- 
naciones; para  eso  nombra  albaceas  al  maestro  don  Alonso  Za- 
pata de  Cárdenas,  Cura  Rector  de  la  Santa  Iglesia  Catedral,  al 
Maestro  don  Alonzo  Enríquez  de  Bargas,  que  lo  es  de  la  Parro- 
quia de  los  Remedios,  al  Maestro  don  Bernardino  de  Obando, 
presbítero,  a  los  capitanes  Gregorio  de  la  Cerna  Bravo,  y  Luis 
Abarca  Paniagua,  el  primero  Regidor  de  esta  Ciudad,  y  el  segun- 
do Tesorero  de  la  Santa  Cruzada,  y  al  Hermano  Rodrigo  de  la 
Cruz,  con  el  poder  que  de  derecho  se  requiere.  Y  mientras  calza 
con  la  fecha  y  su  firma  el  escrito:  "en  la  Ciudad  de  Santiago  de 
Guatemala  en  veinte  días  del  mes  de  Abril  de  mil,  y  seiscientos, 
y  sesenta  y  siete  años",  sus  ojos  se  llenan  de  visiones  futuras. 

Entre  una  y  dos  de  la  mañana,  a  solicitud  de  Pedro,  han  he- 
cho venir  sus  hermanos  al  escribano  público,  don  Estevan  Ro- 
dríguez Dávila,  quien  asiste  asesorado  de  los  testigos  llamados  y 
rogados  señores:  Juan  de  Guzmán,  estudiante,  Matías  Jacinto, 
don  Alonzo  de  Espinosa,  presbítero,  Diego  Bermúdez,  Diego  Her- 
nández, Francisco  Castaño  y  Tomás  Sebastián.  Con  protocola- 
ria seriedad  toma  de  manos  de  Pedro  el  instrumento  que  se  le 


114 


DAVID  VELA 


entrega,  cosido  y  lacrado,  y  da  fe  de  ser  esa  la  última  voluntad 
del  Tercero.  Acto  seguido  redacta  de  puño  y  letra  el  acta  que  con 
los  testigos  suscribe.  Han  estado  presentes  fray  Rodrigo  de  la 
Cruz,  fray  Francisco  de  la  Trinidad,  fray  Nicolás  de  Santa  María 
y  fray  Juan  de  Dios,  y  cuando  se  retiran  en  afligido  coro  de  me- 
drosos presentimientos,  vuelve  a  reinar  un  silencio  diáfano  en  la 
enfermería,  porque  Pedro  está  en  cruz,  de  rodillas,  anticipada- 
mente evadido  de  este  mundo  en  el  prodigio  del  éxtasis. 


-XXXV- 

RESIGNACION 


«¡Señor  mío,  es  el  tiempo  de  partir!...  ¡Que  sea  pa- 
ra bien!  ¡Y  que  vuestra  voluntad  se  cumpla!» 

Santa  Teresa  de  Jesús. 


EDRO  tuvo  la  noción  profética  de  su  muerte.  El  padre 
Gerónimo  Varona  de  Loayza,  su  contemporáneo,  quien 
consultó  los  documentos  cuando  éstos  paraban  en 
manos  del  padre  Lobo,  predicaba  entre  signos  de 
admiración:  "Hacía  Pedro  al  principio  del  año  un 
quaderno  en  que  para  cada  mes  efcribia  muchos,  y  varios  nom- 
bres de  difuntos,  que  defpues  en  cedulillas  repartía  y  encomen- 
daba a  la  piedad  de  los  fieles,  hizo  en  fin  quaderno  de  1667,  y 
en  el  efcribio  de  fu  mifma  letra  los  quatro  primeros  mefes,  y 
allí  cesó  fu  pluma,  fin  profeguir  a  los  demás,  como  fi  viefe,  que 
aquel  quaderno  no  avia  de  fervirle  mas  que  aquellos  mefes,  por- 
que para  folos  ellos  tenia  vida,  y  no  es  efto  lo  que  admiro  fino 
que,  aviendo  efcrito  para  en  los  tres  primeros  mefes  de  Henero, 
Febrero  y  Marzo,  la  variedad,  y  muchedumbre,  que  acoftumbra- 
ra  de  nombres  de  difuntos  ¡O  cruel  pronoftico!  ¡O  admiración! 
Como  fi  viefe  o  fupiefe,  que  aquel  abril  avia  de  fer  el  quando 
de  fu  muerte,  en  todo  el  no  fe  halló  mas  nombre,  que  el  Her- 
mano Pedro  de  San  Iofeph  difunto.  .  .  y  con  efte  nombre  folo 
profiguió  hafta  llenar  aquel  mes  en  que  lloró  Guatemala  la 
muerte  de  Varón  tan  memorable". 

Como  ya  su  ropa  se  le  caía  a  pedazos,  cuando  Pedro,  reem- 
plazó su  hábito,  tres  meses  antes  de  su  muerte,  se  le  vió  ejecu- 
tar un  acto  insólito,  sin  precedentes  en  su  vida:  estrenó  ese  tra- 
je acostándose  sobre  una  estera,  en  el  suelo,  entre  cuatro  cirios 
que  él  mismo  encendió;  así  se  entregaba  de  antemano,  resigna- 


116 


DAVID  VELA 


do  y  tranquilo,  a  la  voluntad  de  Dios!  Ya  por  entonces  sus  exhor- 
taciones y  consejos,  cada  palabra  suya  tenía  un  sentido  pro- 
fundo y  lejano,  y  a  menudo  directas  alusiones  de  despedida,  de 
inevitable  ausencia.  .  .  Al  Hermano  Eugenio  de  San  Nicolás, 
quien  celebraba  la  creciente  piedad  del  pueblo  en  el  rezo  de  la 
Corona  de  la  Virgen,  le  respondió  enigmático:  "Ah!,  Hermano 
Eugenio:  tres  años  ha  que  debía  yo  haber  dado  cuenta  a  Dios; 
pero  su  misericordia  me  ha  dilatado  la  vida  aunque  soy  tan 
gran  pecador,  hasta  que  se  propague  en  los  fieles  la  devoción 
de  rezar  la  Corona" .  .  .  Siete  días  antes  de  su  muerte  dijo  a  do- 
ña Nicolasa  González,  quien  iba  a  legar  un  edificio  en¡  construc- 
ción al  Hospital  de  Belén:  "Mire  en  qué  buen  estado  dejo  su 
fábrica...";  y  por  la  noche  regresó  a  despedirse  formalmente 
de  ella,  atajando  sus  lágrimas:  "No  llores,  porque  mejor  her- 
mano te  seré  allá- .  .  que  no  te  he  sido  acá.  .  ."  Al  día  siguiente 
ya  no  pudo  dejar  la  cama  del  hospital. 

Sí,  a  Pedro  se  le  va  la  vida  lentamente,  parece  que  está 
convaleciendo  en  su  propia  institución  para  entrar  a  la  salud 
perfecta,  que  es  la  muerte,  y  reintegrarse  al  seno  de  su  Crea- 
dor. Postrado  en  el  lecho,  es  más  poquita  cosa  que  siempre; 
más  humilde  que  nunca;  afable  y  severo  a  la  vez,  y  hasta  gra- 
cioso en  ocasiones.  (Oh!  alma  sencilla  que  ejecutó  como  jugan- 
do los  mayores  sacrificios) ;  sin  embargo,  cada  vez  son  más  fre- 
cuentes y  largas  sus  evasiones  del  mundo,  en  alas  de  la  oración. 

Sus  hermanos  lo  cuidan,  solícitos  y  apesadumbrados;  fray 
Payo  de  Rivera  lo  visita  asiduamente  y  pasa  largo  tiempo  sen- 
tado al  borde  mismo  de  su  cama,  admirando  al  par  su  resigna- 
ción y  claro  juicio;  el  propio  gobernador  y  capitán  general,  don 
Sebastián  Alvarez  Alfonso  Rosica  de  Caldas,  recién  llegado  a 
la  ciudad  el  18  de  enero  de  1667,  mas  ya  cabalmente  enterado 
de  los  altos  méritos  y  popular  virtud  del  Hermano  Pedro,  se 
informa  diariamente  de  su  salud  y  ha  honrado  la  enfermería 
de  Belén  con  su  importante  presencia;  todo  el  vecindario,  en 
fin,  está  inquieto  y  pendiente  de  aquella  vida  en  peligro,  y  los 
Terceros  no  se  alcanzan  para  suministrar  informes.  Algunos  fie- 
les tiemblan,  porque  en  su  mano  llevan  una  cedulilla  que  les 
manda  orar  por  el  alma  de  Pedro  de  San  José.  ¡Dios  guarde! 

Todos  estos  días  ha  venido  muy  temprano  el  maestro  don 
Alonzo  Enríquez  de  Vargas,  cura  párroco  de  los  Remedios,  a  ad- 
ministrarle la  eucaristía.  Don  Bernardino  de  Ovando,  que  man- 
tiene un  celo  de  confesor  por  el  alma  de  Pedro  (no  vaya  éste  a 
pecar  de  vanidad),  inquiere  sedicioso:  "Satisfecho  debe  estar  el 
hermano  de  que  las  más  altas  dignidades  civiles  y  eclesiásticas 
se  preocupen  tanto  por  su  salud";  mas  Pedro  responde,  diáfa- 
no: "Sé  con  evidencia  que  estos  señores  hacen  todo  eso  por  amor 
de  Dios  y  no  por  mí".  Algunos  creen  útil  consolar  al  hermano 
Pedro,  consolándose  un  poco  a  sí  mismos;  el  padre  Lobo  aduce 


EL    HERMANO  PEDRO 


117 


la  necesidad  de  su  dirección  en  la  obra  del  Hospital,  razón  para 
esperar  que  Dios  le  devuelva  la  salud,  y  un  hermano  se  apega 
inmediatamente  a  tal  esperanza:  "La  providencia  divina  vela- 
rá por  la  conservación  de  Pedro,  por  la  mucha  falta  que  haría 
a  los  pobres".  El  enfermo  sonríe  agradecido:  "Dios  no  tiene  ne- 
cesidad de  mí  para  su  fábrica",  y  tras  un  silencio  profundo,  en 
que  todos  meditan:  "Por  eso  mismo  debo  morir,  para  que  se 
conozca  que  Dios  no  tiene  necesidad  de  criatura  alguna.  .  .",  y 
calla,  sin  amargura. 

Nuevamente,  corre  el  día  22  de  abril  de  1667,  hace  venir 
Pedro  al  escribano  público,  don  Estevan  Dávila,  quien  llega  ase- 
sorado de  los  testigos  rogados,  blandiendo  el  cuerno  labrado  en 
que  el  artificio  industrial  disimula  el  tintero,  la  pluma  y  el  re- 
cipiente de  la  arenilla:  para  él  se  trata  de  la  seriedad  profesio- 
nal con  que  autoriza  un  codicilo;  para  el  Hermano  Pedro  de 
agregar  otras  piadosas  recomendaciones  a  su  testamento:  a  ce- 
lo de  esta  muy  noble  y  leal  Ciudad  se  debe  el  patrimonio  de  Be- 
lén, que  es  de  los  pobres;  debe  pagarse  al  licenciado  presbítero 
Christobal  Martínez  el  trabajo  de  un  cáliz,  salvilla  y  vinageras, 
así  como  un  incensario  y  naveta,  que  se  encargó  a  su  mano;  de- 
be reconocerse  al  capitán  Francisco  Delgado  de  Naxera,  algua- 
cil mayor  de  esta  ciudad,  cincuenta  pesos  que  fue  necesario  li- 
brar a  España  para  las  diligencias  que  ante  la  Corte  se  enco- 
mendaron al  hermano  fray  Antonio  de  la  Cruz.  La  mente  sigue 
clara,  pero  la  mano  ya  no  puede  firmar;  lo  hace  a  ruego  el  li- 
cenciado presbítero  don  Alonzo  de  Espinoza,  con  los  testigos  Ig- 
nacio de  los  Reyes  y  Juan  de  Useda. 

Uno  de  los  hermanos  rompe  el  silencio  reverente,  para  in- 
quirir por  el  dolor  de  costado  que  aqueja  al  enfermo,  y  Pedro: 
"El  dolor  ya  me  ha  dejado  porque  yo  como  miserable  no  dejé  a 
Dios  con  la  inquietud  que  podía  causarme".  El  silencio  otra  vez; 
Pedro  ha  quedado  absorto,  vaga  la  mente  y  los  ojos  perdidos  en 
visiones  lejanas.  .  .  Don  Bernardino  de  Ovando  entró  con  sua- 
vidad: "¿Cómo  va,  Hermano?".  Y  el  enfermo,  muy  quedo,  sin 
dejar  de  tener  los  brazos  en  cruz:  "Me  parece  que  vivo  más  en 
el  aire  que  en  la  tierra.  .  ." 


-XXXVI- 

TODO  SE  HA  CONSUMADO 


«Renacerás.  ¡Reposa!  Todo  es  un  solo  corazón.  Son- 
risa de  la  noche  y  el  día  enlazados.  ¡Armonía!  Can- 
taré al  Dios  de  las  dos  poderosas  alas.  ¡Hosana  a  la 
vida!  ¡Hosana  a  la  muerte!» 

Romain  Rolland. 


IRIASE  que  en  el  ambiente  late  la  presencia  augus- 
ta de  la  muerte;  Pedro  ya  está  desasido:  entrega 
su  espíritu  a  Dios  y  devuelve  su  cuerpo  a  la  tierra. 
La  noche  anterior  hizo  que  le  rezasen  la  recomenda- 
ción del  alma  y  le  cantaran  algunos  himnos;  ahora  está 
más  ligero.  A  eso  del  medio  día  tuvo  un  placer:  se  le  cuenta 
que  el  hermano  que  ayer  salió  a  sustituirlo  en  la  recolección  de 
limosnas  vió  duplicada  la  cosecha  de  la  caridad;  se  alegra,  por- 
que ha  de  ser  sustituido  definitivamente:  "No  os  lo  decía,  no  hay 
más  Padre  que  Dios  y  donde  él  está  nadie  hace  falta-.  ." 

Más  tarde,  llama  al  hermano  Rodrigo  de  la  Cruz,  debe  ha- 
cerle algunas  indicaciones,  las  últimas,  que  el  otro  apenas  en- 
tiende, atribulado.  Fray  Rodrigo  presiente  el  fin,  y  pide  para  sí 
y  toda  la  compañía  una  postrera  bendición;  Pedro  reunió  y  hu- 
bo fuerzas  para  incorporarse,  puso  al  futuro  general.de  la  Or- 
den su  escapulario  (que  heredaban  los  hermanos  mayores  de  la 
Casa  como  una  reliquia),  y  musitó:  "Con  la  humildad  que  pue- 
do, aunque  indigno  pecador,  lo  bendigo  en  el  nombre  de  la  San- 
tísima Trinidad,  Padre,  Hijo  y  Espíritu  Santo.  Dios  le  haga  hu- 
milde"; así  mismo  bendijo  a  los  demás  peones  de  la  institución 
belemítica. 

Ya  recibió  el  viático.  Ha  conversado  largamente  con  el 
padre  Lobo,  fray  Alonzo  Vásquez  y  el  maestro  Ovando.  Inquie- 
re: "No  es  verdad  que  yo  muero?",  y  en  el  silencio  que  se  hace: 


120 


DAVID  VELA 


'•¿Están  todos  de  este  parecer?".  Ya  es  el  único  que  sonríe  en 
medio  de  una  niebla  de  lágrimas  que  empaña  el  corazón  de  sus 
hermanos:  "Me  alegro  por  Calzillas.  .  .  Sepan  todos  que  donde 
Dios  está  nadie  hace  falta". 

El  obispo  fray  Payo  de  Rivera  acaba  de  entrar;  han  tenido 
que  abrirle  paso  entre  el  numeroso  concurso  de  pueblo  que  se 
mantiene  de  pie  a  las  puertas  de  la  enfermería:  son  los  pobres 
de  Pedro,  a  quienes  congrega  el  presentimiento.  Quién  fuera 
prelado  notable,  quién  fuera  oidor.  Si  lo  pudieran  ver,  oír  ha- 
blar, una  vez  más.  Todo  un  pueblo  se  va  a  quedar  huérfano.  .  . 
El  pueblo  crece  y  se  arremolina  en  silencio.  Será  preciso  supli- 
car al  capitán  general  que  envíe  un  piquete  de  guardias  para 
custodiar  el  edificio  amenazado  de  asalto  y  celar  el  orden. 

Adentro,  Pedro  ha  caído  en  un  éxtasis  profundo.  ¿Está  vi- 
vo aún?  El  padre  Ovando  moja  nerviosamente  el  hisopo  en  el 
agua  bendita  y  comienza  a  aspergear  el  lecho;  mas  el  beato  re- 
gresa de  su  letargo,  quizá  tenga  presente  la  promesa  que  de  vi- 
va voz  le  hizo  la  Virgen,  de  acorrerle  en  la  hora  de  su  muerte, 
suavemente  dice:  "Tenga,  Padre,  que  está  aquí  la  Virgen  Santí- 
sima". Todos  han  doblado  la  rodilla  y  humillan  la  cabeza  an- 
te la  invisible  presencia.  Las  manos  de  Pedro  asen  algo  intan- 
gible en  el  aire,  sus  ojos  rebosan  júbilo  un  momento,  y  luego  se 
queda  quieto,  porque  dos  dedos  sutiles  han  rozado  sus  párpados, 
y  los  cerraron  para  siempre.  El  reloj  suena  dos  horas  que  nadie 
oye. 

En  seguida  del  obispo,  se  incorporan  todos  en  un,  silencioso 
roro  de  lágrimas.  Fray  Payo  de  Rivera  se  adelanta  hasta  el  le- 
cho en  que  Pedro  dejó  abandonado  su  cuerpo,  le  descubre  los 
pies,  y  protestando  no  prejuzgar  su  santidad,  besa  con  devoción 
aquellas  plantas  que  trajinaron  tanto  por  la  empinada  vereda 
de  la  caridad  y  el  temor  de  Dios.  El  pabre  Lobo  lo  imita,  y  al 
hacerlo  declara  con  voz  opacada  de  llanto:  "Beso  estos  pies  que 
anduvieron  siempre  por  las  sendas  del  Señor".  .  . 

Bien  ha  hecho  el  gobernador  en  atender  la  súplica  de  los 
Hermanos  y  enviar  una  guardia.  La  puerta  cruje  y  hay  quienes 
prueban  a  escalar  y  saltar  las  tapias.  En  un  siantiamén  han  he- 
cho pedazos  una  sábana  que  recibió  el  sudor  mortal  de  Pedro 
y  se  han  disputado  sus  jirones  para  reliquia;  más  atrevidos, 
otros  han  cortado  cabellos  de  su  barba  venerable  y  algún  her- 
mano, furtivamente,  un  pedazo  del  callo  que  hizo  fuertes  las 
rodillas  por  continuada  oración. 

El  cartulario  no  las  tiene  todas  consigo  cuando  asienta:  "Y 
luego  incontinenti  yo  Estevan  Rodríguez  Davila,  Escribano  de 
S.  Mtad.  Público  de  número  de  esta  Ciudad,  en  cumplimiento  de 
lo  mandado  Certifico  que  hoy  Lunes,  que  se  cuentan  veinte  y 
cinco  de  este  presente  mes  de  Abril,  día  del  glorioso  Evangelista 
San  Marcos,  siendo  las  tres  de  ía  tarde,  vi  el  cuerpo  del  hermano 


EL    HERMANO  PEDRO 


121 


PEDRO  DE  S.  JOSEPH  BETANCURT,  muerto  al  parecer,  natu- 
ralmente yerto  y  elado  en  forma  de  cadáver,  amortajado  con  el 
Mavito  de  la  Orden  Seráfica  al  cual  doy  fee  conocí  en  su  vida. 
Y  para  que  conste  así  lo  certifico  en  la  dicha  ciudad  de  Guate- 
mala en  veinte  y  cinco  de  Abril  dé  mil,  y  seiscientos  y  sesenta  y 
siete  años.  Testigos:  el  capitán  Luis  López — Miguel  de  Cuellar, 
Miguel  de  Piña  y  otras  muchas  personas  que  concurrieron. — En 
fee  de  lo  cual  lo  signé  en  testimonio  de  verdad:  Esteban  Dávila. 
— Escribano  Público". 

La  noticia  recorrió  con  pesadas  alas  la  ciudad  capital  y 
sus  pueblos  aledaños,  y  era  general  la  pena  y  público  el  clamor 
desesperado;  en  lo  alto  de  los  campanarios  de  todas  las  iglesias 
las  campanas  comenzaron  a  plañir  gravemente,  porque  los  cie- 
gos volvían  a  perder  la  vista,  los  tullidos  a  perder  el  movimien- 
to, los  desencantados  su  esperanza,  los  menesterosos  su  pan,  los 
enfermos  y  las  ánimas  del  purgatorio  su  alivio. 

Apenas  sabido  de  la  infausta  nueva,  acudió  a  la  enfermería 
de  Belén  el  capitán  general,  acompañado  de  otros  miembros  de 
la  Real  Audiencia;  cuantioso  número  de  religiosos  y  personajes 
del  clero  regular,  así  como  particulares,  concurrieron,  contrista- 
dos todos,  y  se  formó  un  honorífico  y  crecido  concurso,  que  ce- 
rraba el  pueblo,  cuando  en  el  coche  del  señor  Obispo,  a  las  cua- 
tro de  la  tarde,  fueron  trasladados  los  restos  mortales  de  Pe- 
dro a  la  Escuela  de  Cristo,  donde  la  guardia  siguió  custodiando 
el  cuerpo,  que  velaron  altas  dignidades  de  la  iglesia  y  respeta- 
dos personajes  del  gobierno,  mientras  la  ciudad  toda  comentaba 
la  piedad  insigne  y  la  gran  misericordia  de  Pedro,  albergando 
ya  una  postuma  esperanza:  ¡Que  vele  por  nosotros  ahora  que 
está  más  cerca  del  Señor! 


-XXXVII- 

RETORNO  A  LA  TIERRA 


«Aquel  hombre  descubierto  y  descalzo,  macerado  a 
penitencias  y  ayunos,  se  colocó  más  alto  que  el  capi- 
tán general,  que  el  obispo,  que  los  superiores  de  las 
grandes  órdenes  religiosas». 

José  Rodríguez  Cerna. 


L  26  de  abril  se  marcó  en  la  vida  tranquila  de  la  ciu- 
dad capital  con  uno  de  los  sucesos  más  extraordina- 
rios del  año  de  1667:  los  funerales  del  hermano  Pe- 
dro, que  revistieron  inusitado  esplendor,  no  obstan- 
te la  pena  que  empañaba  las  almas.  Más  que  un  cor- 
tejo fúnebre,  condujo  sus  restos  al  último  descanso  una  mani- 
festación popular,  ya  con  ostensible  carácter  de  glorificación, 
pues  todo  el  pueblo  se  sumó  a  la  comitiva  oficial,  con  la  mente 
de  rendir  público  homenaje  de  gratitud  y  admiración  al  insig- 
ne Siervo  de  Dios,  al  hombre  manso  y  magnánimo  perennemente 
dado  en  holocausto  del  prójimo,  por  entero  sacrificado  a  su  he- 
roica misión  de  caridad. 

Con  el  alba  comenzaron  a  llamar  las  campanas  para  la 
vigilia  y  la  misa,  celebrándose  sucesivamente  por  diversos  sa- 
cerdotes el  santo  oficio  en  varios  altares  de  la  Escuela  de  Cris- 
to. Se  encomendó  el  sermón  a  la  docta  idea  del  padre  fray  Ge- 
rónimo Varona  de  Loayza,  quien  pronunció  un  exaltado  pane- 
gírico de  la  vida  sin  mácula  de  Pedro,  "catedrático  de  prima 
en  la  universidad  de  las  virtudes";  le  parece  que  asiste  a  los  fu- 
nerales del  propio  Job  y  puede  repetir  su  sermón,  in  hoc  ultimo 
sermone,  que  tan  ajustado  le  viene  al  beato  Tercero,  quien  "he- 
redó el  espíritu  de  Francisco  de  Asis  al  tomar  su  sayal  de  pe- 
nitente, a  la  manera  como  Elias  dejó  a  Elíseo  por  heredero  del 
suyo  en  una  capa";  por  eso  iba  aquél  a  encenderse  en  amor  a 


124 


DAVID  VELA 


los  humanos  y  en  insaciable  sed  de  sacrificio;  les  costará  creer 
a  los  demás  hombres  que  el  Hermano  Pedro  era  también  fru- 
mano,  y  siendo  tan  gran  Varón  no  debía  morir,  que  con  él  la 
muerte  arrebata  a  vivos  y  a  muertos  el  consuelo;  "O  que  dolor 
en  aquel  día,  quando  fe  eclipfó  para  Guatemala  aquefta  an- 
torcha!" 

Dispuesto  el  cortejo,  las  más  altas  dignidades  civiles  y  ecle- 
siásticas se  disputan  el  honor  de  llevar  sobre  sus  hombros,  un 
instante,  el  venerado  cuerpo;  el  mismo  capitán  general  ha"  re- 
clamado para  sí  la  gracia  de  formar  número  entre  sus  cargado- 
res para  sacarlo  de  la  iglesia,  por  la  nave  central,  desde  el  cru- 
cero en  que  se  alzaba  el  catafalco.  En  todo  el  camino,  hasta  la 
iglesia  de  San  Francisco,  se  pelean  los  turnos  y  la  vía  se  conges- 
tiona de  muchedumbre  emocionada,  que  ora  y  llora  en  confu- 
sión de  rezos  y  de  llantos.  ¡Y  Pedro  que  había  suplicado  su  se- 
pelio de  limosna! 

Contradiciendo  la  humildad  del  Tercero,  que  pedía  un  hue- 
quecito,  su  tinajera  definitiva,  en  el  campo  santo  de  sus  herma- 
nos, se  le  enterró  en  sitio  de  honor,  reservado  a  los  religiosos 
padres  de  San  Francisco.  Y  las  aclamaciones  exaltadas  del  pue- 
blo han  venido  condensándose  en  una  devoción  profunda  y  sen- 
cilla, en  una  inmensa  gratitud,  en  sana  ejemplaridad,  en  fervo- 
rosa confianza. 

Juarros,  cronista  puntual,  nos  habla  de  las  sucesivas  inhu- 
maciones de  aquellos  restos:  "En  este  panteón  descansó,  por  al- 
gunos años,  hasta  en  1686,  en  que  viendo  que  la  memoria  del 
Siervo  de  Dios,  cada  día  se  hacía  célebre,  a  solicitud  del  S.  Co- 
misario de  la  Orden  Tercera  se  trató  de  trasladar  este  tesoro  a 
lugar  más  decente,  y  se  colocó  en  una  alacena  formada  en  la 
Capilla  de  San  Antonio.  Aquí  permaneció  hasta  el  año  1703,  en 
que  se  pasó  a  otra  alacena  más  bien  dispuesta,  que  se  halla  en 
el  presbiterio,  al  lado  izquierdo  del  altar  mayor,  cerrada  con 
tres  llaves,  en  cuyo  sitio  está  el  día  de  hoy.  El  año  de  1791  los 
jueces  delegados  por  la  Silla  Apostólica  para  la  continuación  y 
perfección  del  proceso  sobre  la  vida,  virtudes  y  milagros  del  V. 
S.  de  Dios  Pedro  de  Betancourt  hicieron  visita  del  sepulcro  de 
dicho  Siervo  de  Dios,  y  en  sesión  que  tuvieron  el  11  de  septiem- 
bre para  concluir  las  diligencias  de  la  expresada  visita,  se  reci- 
bieron dos  peticiones  del  V.  P.  Guardián  y  Discretos  del  Conven- 
to de  San  Francisco  y  de  la  V.  Orden  Tercera,  en  que  pretenden 
se  les  mantenga  en  la  posesión  que  han  tenido  de  las  antiguas 
llaves  del  sepulcro.  Mas  los  señores  Jueces  determinaron  que 
en  atención  a  haber  cesado  el  motivo  porque  los  RR.  PP.  Guar- 
dianes de  dicho  Convento  y  Colegio  de  Cristo  tenían  las  referi- 
das llaves,  que  era  por  hallarse  en  él  los  cuerpos  de  varios  re- 
ligiosos que  se  han  pasado  ya  a  otro,  sepulcro:  las  tres  llaves  que 
tenían  se  asignasen  al  ilustrísimo  señor  Obispo,  al   V.  señor 


EL    HERMANO  PEDRO 


125 


Dean  y  Cabildo  y  la  V.  Orden  Tercera;  las  tres  llaves  del  arca 
en  que  están  los  huesos  del  Siervo  de  Dios,  dos  al  ilustrísimo 
Señor  Obispo  y  la  otra  al  Convento  de  Bethlen.  Novísimamente, 
el  año  1816,  advirtiendo  el  ilustrísimo  Señor  doctor  y  Maestro 
don  Fr.  Ramón  Casaus,  que  desde  la  ruina  que  padeció  esta  ciu- 
dad en  el  año  de '1773,  se  halla  desierta  la  iglesia  de  San  Fran- 
cisco y  por  consiguiente  las  reliquias  del  V.  Pedro  de  San  José 
expuestas  a  que  las  roben  o  que  la  humedad  las  acabe;  deter- 
minó, conviniendo  las  partes  interesadas,  se  trasladen  a  la  Ca- 
pilla de  la  Tercera  Orden  de  la  Antigua  Guatemala  y  que  ac- 
tualmente sirve  de  iglesia  y  donde  este  Siervo  de  Dios  se  mandó 
sepultar.  Y  para  el  efecto  mandó  edificar  un  panteoncillo  don- 
de colocar  las  expresadas  reliquias.  Hallándose  ya  seco  el  ca- 
marín que  se  construyó  para  colocarlas,  el  16  de  abril  de  1817, 
el  señor  Arcediano,  comisionado  por  su  S.  S.  Ilustrísima  para 
esta  traslación  mandó  citar  para  que  concurrieran  a  la  Anti- 
gua Guatemala,  el  día  24,  a  los  RR.  PP.  Provincial  y  Comisario 
de  Terceros  de  la  Orden  de  San  Francisco,  Prior  del  Convento 
de  Bethlen:  los  Señores  Promotor  Fiscal  y  Notario  nombrados 
para  el  efecto,  el  día  25  de  abril  en  que  cumplía  150  años  de  la 
muerte  del  V.  Hermano  Pedro  de  Betancourt,  juntos  los  señores 
comisionados  y  los  RR.  PP.  que  se  citaron  como  partes  y  al- 
gunos otros  eclesiásticos,  en  la  iglesia  de  San  Francisco,  se  abrió 
una  alacena  que  se  halla  inmediata  al  altar  mayor,  al  lado  de 
la  Epístola,  donde  pareció  la  caja  que  encierra  a  los  huesos  del 
V.  Fundador  de  la  Religión  Betlemítica.  Esta  se  hallaba  tan 
bien  acondicionada  como  si  se  acabara  de  poner,  las  cerraduras 
tan  hermosas  como  si  fuesen  nuevas.  Inmediatamente  se  puso  la 
E^rca  en  manos  de  sacerdotes,  que  la  condujeron  por  dentro  de 
la  iglesia  a  la  antigua  capilla  de  la  Tercera  Orden,  verificándo- 
se esta  traslación  a  puertas  cerradas,  para  evitar  todo  exceso  en 
el  pueblo,  en  donde  se  depositó  en  el  lugar  prevenido  y  se  cerró 
la  alacena  con  tres  cerrojos,  cuyas  llaves  se  entregaron  al  señor 
Arzobispo,  quien  reservando  una  para  sí  mandó  entregar  las 
otras  dos  a  los  RR.  PP.  Provincial  de  San  Francisco  y  Prior  de 
Bethlén". 

Cuando  los  restos  del  Siervo  de  Dios  fueron  trasladados, 
en  1686,  a  una  alacena  dispuesta  frente  al  altar  de  San  Antonio 
de  Padua,  se  hizo  una  función  pública  y  solemne  de  exequias 
fúnebres,  a  que  asistieron  autoridades  civiles  y  religiosas,  el 
clero  secular  y  regular  y  gran  concurso  de  vecinos;  predicó  en- 
tonces el  cronista  Fr.  Francisco  Vásquez. 

A  la  fecha,  la  grey  católica  profesa  inalterable  la  venera- 
ción a  Pedro  de  Bethancur,  y  su  tumba  es  lugar  de  peregrina- 
ción, Meca  de  sus  innumerables  devotos.  Emociona  ver  allí  a 
nuestros  indígenas,  conversando  familiarmente  con  el  muerto, 


126 


DAVID  VELA 


relatándole  ingenuamente  sus  sencillas  tribulaciones  y  pidién- 
dole con  segura  fe  que  obre  prodigios. 

Nuestro  historiador  escribe,  por  eso,  emocionado:  "La  tum- 
ba del  caritativo  Siervo  de  Dios  es  sencilla.  Perennemente  la 
visitan  los  fieles  y  nunca  le  faltan  flores  frescas  como  ofrenda 
de  cariño.  Velas  encendidas  gotean  sus  lágrimas  simbolizando 
penas,  y  exvotos  de  dolor  lo  rememoran.  Fervientes  rezos  salen 
de  bocas  piadosas.  Hay  humedad  de  súplica  en  los  ojos  y  tem- 
blor de  sinceridad  en  las  plegarias.  La  esperanza  cierne  sus 
alas  prístinas  sobre  el  arca  que  guarda  los  restos  de  un  varón 
excepcional,  a  cuyo  espíritu  inmaculado  tributa  culto  el  infor- 
tunio; a  cuya  intercesión  acude  la  desgracia,  siempre  creyente. 
La  misericordia,  entre  destellos  de  pureza,  flota  cual  sagrada 
liturgia  en  torno  de  la  sepultura  del  monje  milagroso,  que  en- 
fervorizó los  tiempos  coloniales.  Para  todos  debe  existir  algo 
que  invocar,  algo  que  creer,  algo  que  esperar,  en  medio  de  las 
angustias,  desastres  y  penalidades  del  mundo". 


—  XXXVIII- 


SUPERVIVENCIA 


«El  tiempo  pasa  volando.  Cuanto  más  inmediata- 
mente vivo  en  el  espíritu,  tanto  más  actúa  el  tiempo 
y  tanto  más  irreal  se  me  hace.  El  psalmista  dice  bien 
cuando  dice  de  Jehová:  mil  años  son  para  ti  como  el 
día  que  ayer  pasó  o  como  una  vela  nocturna». 

Conde  de  Keyserling. 


UERTO  Pedro  en  olor  de  santidad,  siguió  viviendo 
para  el  pueblo,  que  en  momentos  de  angustia  y  ne- 
cesidad invocaba  su  intercesión,  pensando  todos  que 
por  sus  insignes  virtudes  y  rendida  caridad,  como 
padre  de  pobres,  sería  excelente  mediador  ante  la 
divina  clemencia.  Más  que  por  la  obra  material  de  la  Religión 
Hospitalaria  de  Belemitas,  por  la  forma  en  que  ésta  calcaba 
sus  instituciones  en  los  actos  piadosos  y. altruistas  de  Pedro,  el 
Siervo  de  Dios  seguía,  como  sigue  hoy,  alentando  una  prodigiosa 
vitalidad  y  su  nombre  se  hizo  santo  y  seña  para  abrir  las  puer- 
tas de  la  caridad  y  encomendar  los  fervores  de  la  oración. 

El  noble  Ayuntamiento  de  la  ciudad  de  Guatemala  fue  el 
primer  instituto  que  pensó  en  la  necesidad  y  justicia  de  gestio- 
nar el  público  reconocimiento  de  los  méritos  de  Pedro  y  su  exal- 
tación a  los  altares.  En  manos  del  padre  Manuel  Lobo  paraba 
la  primera  solicitud  a  ese  respecto,  y  el  cabildo  "justamente 
avia  nombrado  capitulares  por  comisarios  para  solicitar  infor- 
mación ante  el  Juez  eclesiástico  de  la  vida,  virtudes  y  casos  que 
pareciesen  maravillosos";  información  que  quiso  esperar  el  pa- 
dre Lobo  antes  de  ampliar  su  "Relación"  biográfica,  "pues  ape- 
nas habría  persona,  grande  o  pequeña,  que  no  tuviera  algo  que 
declarar-'haber  sucedido  en  su  casa  o  en  su  vecindad,  pues  era 
tan  familiar  a  todos  el  Siervo  de  Dios".    Sin  embargo,  presenta- 


128 


DAVID  VELA 


da  la  petición,  el  doctor  Juan  de  Santo  Mathia  Saenz  de  Manoz- 
ca  y  Murillo,  obispo  de  la'diócesis,  declaró  que  era  muy  pronto, 
y  hasta  después  de  20  años  dispondría.  El  padre  Lobo  ya  no  tu- 
vo tiempo  para  alcanzar  tan  largo  plazo,  pues  murió  un  mes  an- 
tes, el  21  de  marzo  de  1687. 

Pero  la  idea  subsistió  en  todos,  así  como  el  fervor  por  el 
Hermano  Pedro  se  acrecentó  a  merced  de  muchos  actos  mara- 
villosos que  realizó  post  mortem,  como  apariciones,  curaciones, 
oportunas  asistencias,  etcétera.    Esa  fama,  nacida  en  Guatema- 
la, cobró  alas  y  se  propagó  a  toda  América,  la  Corte  de  España 
y  la  residencia* papal  de  Roma.  Nuestro  cronista  Vásquez  se  ad- 
mira y  regocija  de  la  veneración  que  en  la  Península  lograra 
la  memoria  de  Pedro  en  1673;  Montalvo  escribe,  diez  años  más 
tarde,  que  ese  fervor  dura  y  lo  mueve  a  ocuparse  en  la  biografía 
del  Siervo  de  Dios,  obra  que  al  recibir  la  aprobación  del  arzo- 
bispo de  Mira,  Próspero  Matini,  Promotor  de  la  Fe  y  Abogado 
Priscal  de  la  Congregación  de  Ritos,  mereció  como  juicio  la  ex- 
trañeza  de  "que  no  se  hubiesen  hecho  informaciones  por  el  Or- 
dinario, de  la  vida  de  un  Varón  tan  grande,  y  exemplar,  difi- 
cultándole con  la  dilación  la  provanza,  y  difiriendo  la  gloria  de 
Dios,  que  quiere  ser  magnificado   en   las   acciones  heroicas  de 
sus  siervos".    En  1697,  el  ilustre  prelado  doctor  Juan  de  Narbaes 
interpreta  el  sentir  de  la  Nueva  España:   "Empezó  fu  caritativo 
empleo  aquel  Varón  Venerable,  quanto  infigne,  Pedro  de  San 
Jofeph  Betancur,  cuyas  heroicas  virtudes,  exemplar  vida,  y  fla- 
mante charidad  eftan  pidiendo  colocarle  como  piedra  preciofa 
en  el  Racional  de  la  Iglefia".  En  1693,  reiteró  el  noble  Ayunta- 
miento de  Guatemala  en  anterior  solicitud,  ante  el  obispo,  fray 
Andrés  de  las  Navas,  quien  se  mostró  bien  dispuesto  a  ello.  En 
fin,  hasta  en  el  año  de  1698  no  se  decidirían  los  religiosos  de  Be- 
thlem  a  introducir  la  causa  de  canonización  de  su  fundador,  pre- 
sentando por  medio  de  apoderado,  alférez  Zeledón  de  Varraon- 
do,  Síndico  General  de  la  ciudad  de  Guatemala,  su  solicitud  ante 
el  obispo  fray  Andrés  de  Navas   y   Quevedo,   quien   accedió  a 
nombrar  la  Comisión  Diocesana:  al  bachiller  Pedro  López  Ra- 
males, dignidad  de  la  Metropolitana,  como  Juez,  y  a  los  presbí- 
teros Carlos  Conrado  y  José  Suncín,  como  relatores.  Por  cédula 
Real  de  19  de  noviembre  de  1705,  se  concedió  a  los  Belemitas 
el  derecho  de  recoger  limosnas  a  favor  de  la  causa  de  canoni- 
zación, para  costear  sus  gastos,  por  el  plazo  de  cuatro  años,  su- 
cesivamente prorrogado  por  cédulas  de  7  de  diciembre  de  1731, 
20  de  abril  de  1742  y  25  de  abril  de  1752.   (El  producto  de  esas 
limosnas  llegó  a  3.000,000  de  liras). 

En  1709,  presentada  la  información  aquí  seguida  por  el 
Ordinario,  a  la  Curia  Romana,  se  dispensó  la  demora  de  10 
años,  obligada  después  de  la  presentación  de  los  procesos  dio- 


EL    HERMANO  PEDRO 


129 


cesanos,  en  atención  a  haber  transcurrido  más  de  42  años  de  la 
muerte  del  Venerable  Pedro.  Presentado  el  dubio,  en  12  de 
abril  de  1712,  aun  demoró  la  causa  una  objeción  del  Promotor 
Fiscal  de  la  Fe,  Próspero  Matini,  exigiendo  la  agregación  de 
los  escritos  del  Hermano  Pedro.  Estos  habían  sido  entregados 
por  el  padre  jesuíta  Ignacio  de  Aspectia  al  Provincial  de  los 
franciscanos  en  Guatemala,  su  hermano  fray  Alonso  de  Aspec- 
tia, a  instancias  repetidas  de  éste,  quien  las  puso  en  manos  del 
cronista  fray  Francisco  Vásquez,  como  él  mismo  refiere;  el  en- 
vío a  Roma  se  retrasó  hasta  el  año  de  1728,  resolviéndose  la 
prosecución  del  proceso,  en  abril  del  año  siguiente,  por  la  Sa- 
grada Congregación  de  Ritos. 

Mientras  tanto,  desde  abril  de  1722  se  promovió  en  la  Cu- 
ria Eclesiástica  de  Guatemala  el  examen  de  otros  testigos,  por 
el  apoderado  de  la  Religión  Betlemítica,  José  de  Luna  y  Estra- 
da, Procurador  de  los  de  número  de  la  Real  Audiencia.  Solici- 
tud resuelta  favorablemente  por  el  obispo  fray  Juan  Bautista 
Alvarez  de  Toledo,  quien  nombró  Juez  al  doctor  D.  Carlos  Men- 
eos de  Coronado  y  relatores  al  licenciado  D.  José  de  Alcántara 
Antillón  de  Austria  y  bachiller  don  Pedro  Peralta,  todos  digni- 
dades de  la  Catedral;  siendo  notario  el  de  número  don  Felipe 
Díaz.  Estos  autos  informativos,  terminados  el  lo.  de  julio  de 
1755,  se  agregaron  oportunamente  a  la  causa  de  Beatificación 
seguida  en  Roma.  Aquí,  en  6  de  agosto  de  1729  habría  firmado 
Benedicto  XIII  el  decreto  de  introducción  de  la  causa;  en  1731 
se  declaró  el  favor  de  la  Sagrada  Congregación  de  Ritos  a  la 
sentencia  del  Ordinario  acerca  del  non  cultu;  y  en  31  de  enero 
de  1739  se  decretó  la  fama  de  santidad  in  genere  del  Siervo  de 
Dios. 

"Decreto  de  la  Beatificación  y  Canonización  del  Venerable 
Siervo  de  Dios,  Fr.  Pedro  de  San  José  de  Betancurt,  de  Santiago 
de  Guatemala,  Fundador  del  Orden  de  Frailes  Betlemitas,  sobre 
la  duda:  Si  consta  de  las  virtudes  Teológicas  Fé,  Esperanza  y  Ca- 
ridad para  con  Dios  y  con  el  prójimo;  y  de  las  Cardinales  Pruden- 
cia, Justicia,  Fortaleza  y  Templanza  y  de  sus  anexas  en  grado 
heroico,  en  el  caso  y  para  el  efecto  de  que  se  trata. 

Cristo,  Señor  Redentor  del  género  humano,  se  anonadó  to- 
mando la  forma  de  Siervo,  para  que  hecho  asi  ejemplar  y  pre- 
mio de  todas  sus  virtudes,  aprendiéramos  de  Su  Magestad  la  ver- 
dadera humildad  de  corazón.  Habiéndose,  pues,  propuesto  para 
su  imitación  este  singular  ejemplo  de  humildad  el  Venerable 
Siervo  de  Dios  Pedro  de  Betancurt,  quiso  que  los  religiosos  va- 
rones que  había  congregado  en  Guatemala,  para  el  alivio  de  los 
pobres,  y  que  ejercitando  muchos  actos  de  virtudes  había  instrui- 
do en  la  carretera  de  la  evangélica  Perfección,  hasta  el  año  de 
1667,  en  que  descansó  en  el  Señor,  fueran  distinguidos  con  el 
nombre  de  frailes  Betlemitas. 


130 


DAVID  VELA 


Las  virtudes  de  este  clarísimo  Varón  fueron  examinadas  una 
vez  en  la  Congregación  Antipreparatoria,  el  día  16  de  noviembre 
del  año  de  1762,  y  después  en  la  Congregación  Preparatoria  del  día 
27  del  mismo  mes  del  año  de  1770,  examinadas  con  sumo  cuidado 
y  diligencia:  por  último  en  la  Congregación  General,  celebrada 
ante  el  Señor  Nuestro  Clemente  Papa  XIV,  en  el  día  9  de  julio  de 
1771,  por  común  sentir  de  todos  los  Reverendos  Cardenales  y  de- 
más que  habían  de  dar  su  voto  sobre  la  materia,  fueron  estima- 
das por  ilustres,  perfectas  y  en  todos  términos  consumadas.  Pe- 
ro su  Santidad  difirió  declarar  su  mente  acerca  de  estas  virtu- 
des, para  alcanzar  con  rendidas  súplicas  más  abundante  luz  de 
aquel  Señor  cuyos  juicios  son  incomprensibles  y  cuyos  caminos 
investigables.  Pero  este  día,  en  que  celebra  la  Iglesia  Santa  la 
conmemoración  de  Santiago  Apóstol,  en  concurso  de  los  reveren- 
dos cardenales  Juan  Francisco  Albani,  Obispo  Sabinense,  Rela- 
tor de  la  Causa,,  y  Mario  Marefusco,  Prefecto  de  la  Sagrada  Con- 
gregación de  Ritos,  el  Reverendísimo  Padre  Domingo  de  San  Pe- 
dro, Promotor  de  la  Fe,  y  yo  el  infrascrito  secretario,  imploran- 
do otra  vez  el  divino  auxilio,  por  el  infalible  oráculo  de  su  voz, 
dijo:  QUE  CONSTA  DE  LAS  VIRTUDES  TEORICAS  Y  MORA- 
LES Y  SUS  ANEXAS  DEL  VENERABLE  SIERVO  DE  DIOS  FR. 
PEDRO  DE  BETANCURT  EN  GRADO  HEROICO,  en  el  caso  y 
para  el  efecto  de  que  se  trata,  y  mandó  que  este  decreto  se  asen- 
tara y  publicara  en  las  actas  de  la  Sagrada  Congregación  de  Ri- 
tos, el  día  25  de  julio  de  1771. — M.  Cardenal  Marefusco. — Prefec- 
to.— M.  Gallo. — Secretario  de  la 'Sagrada  Congregación  de  Ri- 
tos". Tal  decreto  se' publicó,  traducido  al  español,  en  Guatemala, 
el  año  de  1772. 

Desde  entonces  es  Pedro  oficialmente  venerable  y  permitido 
tributarle  culto  privado,  invocándolo  como  intercesor,  habiendo 
crecido  extraordinariamente  el  fervor  de  sus  fieles. 


-XXXIX- 

CANONIZACION 


«...considerándose  indigno  de  figurar  entre  los  in- 
tercesores entre  Dios  y  el  hombre;  tal  vez,  de  tan  cá- 
lidamente humano,  no  quiera  la  condición  celeste; 
acaso  anhele  seguir  cerca  de  la  miseria  humana  para 
estar  más  próximo  a  la  gloria  divina». 

José  Rodríguez  Cerna. 


UN  no  es  santo  el  Hermano  Pedro,  mas  en  todo  tiem- 
po y  hasta  la  fecha  son  intensos  los  anhelos  con  que  el 
pueblo  lo  postula  candidato  a  la  gloria  de  los  altares, 
y  en  particular  Guatemala  ha  promovido  con  celo  su 
última  exaltación. 

En  1810,  cuando  todavía  dependíamos  de  la  corona  españo- 
la, con  ocasión  en  que  partía,  a  representarnos  en  las  Cortes  de 
Cádiz,  nuestro  diputado,  el  doctor.  Antonio  Larrazábal  y  Gálvez 
Arrivillaga,  dignidad  de  la  iglesia  y  hombre  de  seguras  luces,  en 
sesión  que  celebró  el  noble  Ayuntamiento  de  esta  ciudad,  en  16 
de  octubre  de  aquel  año,  a  moción  dé  los  ediles  Mariano  Aycine- 
na  y  Br.  Domingo  Juarros,  se  dispuso  agregar  a  las  instrucciones 
que  llevaba  Larrazábal  otras,  que  al  efecto  por  separado  se  le 
dieron,  para  que  se  encargase  de  gestionar  la  canonización  pen- 
diente del  Hermano  Pedro.  Indudablemente  cumplió  nuestro  di- 
putado la  comisión  especial,  aunque  al  volver  a  Guatemala  debía 
aceptar  como  prisión  el  convento  de  Belén,  por  disposición  del 
arzobispo  Casaus  y  Torres  y  en  cumplimiento  de  Real  Orden,  el 
año  de  1819  y  parte  del  siguiente,  hasta  el  restablecimiento  de  la 
Constitución  española. 

El  10  de  febrero  de  1854  el  arzobispo  de  Guatemala,  doctor 
Francisco  de  Paula  García  Peláez,  creía  indispensable  publicar 
un  edicto,  informando  al  pueblo,  cuyos  vehementes  anhelos  se 


132 


DAVID  VELA 


manifestaban  cálidamente,  sobre  el  estado  del  proceso  de  ca- 
nonización. Dicho  prelado  tuvo  especial  culto  a  la  memoria  del 
hermano  Pedro  y  gran  estimación  por  sus  indudables  virtudes: 
llamó  "santos  lugares"  al  retiro  donde  el  beato  antigüeño  acos- 
tumbraba orar  y  mortificarse,  y  siempre  entró  de  rodillas  a  ese 
oratorio.  Continuamente  dedicaba  plegarias,  e  instaba  a  que  sus 
feligreses  lo  imitaran,  a  la  intención  de  que  Pedro  fuese  exajta- 
do  a  los  altares.  Por  otro  edicto  de  6  de  agosto  de  1857,  recomen- 
daba a  su  grey  dirigir  oraciones  para  que,  por  intercesión  del 
Siervo  de  Dios,  se  levantase  de  Guatemala,  el  azote  del  cólera 
morbus  que  hacía  víctimas  por  centenares. 

El  ilustre  prelado  y  jefe  de  la  Arquidiócesis  guatemalteca, 
licenciado  Ricardo  Casanova  y  Estrada,  no  puso  menor  celo  en 
proseguir  la  causa  de  canonización,  en  cumplimiento  de  una  pro- 
mesa. Lo  mismo  puede  decirse  de  los  demás  jefes  de  la  iglesia, 
hasta  el  actual  arzobispo,  monseñor  Luis  Durou  y  Sure,  quien  vi- 
sitó Roma  en  los  primeros  meses  de  1934,  y  allá  dió  los  pasos  in- 
dispensables para  reiniciar  los  trámites  ante  la  Santa  Sede,  de- 
jando nombrado  un  procurador. 

De  los  tres  millones  de  liras  recaudados  de  limosna  para  la 
beatificación  del  Hermano  Pedro,  más  de  la  mitad  se  ha  gastado 
en  la  canonización  de  otros  santos,  pudiendo  decirse  que  hasta 
en  esa  forma  sigue  siendo  Pedro  el  maravilloso  desprendido  que 
fue  en  vida. 

Un  milagro  principal  post  moi-tem  hace  falta  para  exaltarlo, 
aunque  muchos  casos  maravillosos  se  registran  en  la  convicción 
popular;  mas  Pedro  no  será  por  esa  vía  canonizado:  un  milagro 
que  haya  de  redundar  en  su  glorificación  no  satisface  a  su  mo- 
destia; además,  Pedro  hace  milagros  sencillos,  acordes  con  su 
natural  humilde:  él  media  para  que  se  llene  el  puchero  de  frijo- 
les, en  las  casas  con  hambre;  remienda  los  zapatos  de  la  mu- 
chacha pobre  que  no  podía  por  falta  de  ellos  asistir  a  misa;  con- 
versa con  los  indios  y  nimba  de  consuelo  la  frente  de  los  afligi- 
dos; porque  lo  más  portentoso  en  Pedro  es  su  lección  de  humildad. 


EL    HERMANO  PEDRO 


133 


Notas: 

CAP.  I 

1.  — El  apellido,  de  origen  normando,  es  Bethencourt.   En  la  tumba 

del  Hermano  Pedro  se  conserva  la  ortografía  francesa  fielmen- 
te; pero  dicho  patronímico  se  ha  españolizado  y  los  biógrafos 
del  Siervo  de  Dios  escriben  indistintamente  Betancur,  Betan- 
curt,  Betancourt  y  Bethancourt.  El  biografiado  firmaba  unas 
veces:  "Pedro  de  San  José  Betancurt"  (Testamento  y  codicilo 
adscrito);  otras:  "Pedro  de  San  Jcsé  Betancourt"  (Cartas); 
y  otras:  "Pedro  de  Betancur"  (Librito  de  memorias).  Nos- 
otros hemos  preferido  escribir  "Bethancur",  aceptando  la  es- 
pañolización  ya  divulgada  por  el  uso  popular;  pero  conserva- 
mos la  th,  para  mantener  el  tono  suave  de  la  pronunciación 
francesa. 

cap.  n 

2.  — El  tronco  de  la  familia  en  las  islas  Canarias,  fue  don  Juan  de 

Bethencourt,  Barón  de  San  Martín  Gallard,  en  el  Condado  de 
Eu,  señor  de  Bethencourt,  etc.,  quien  emprendió  y  realizó  la 
conquista  de  las  Canarias  (ya  en  1395  intentada  por  aventure- 
ros guipuzcoanos  y  andaluces).  Mosén  de  Braquemont  (Rubén 
o  Roberto),  después  mariscal  de  Francia,  había  conseguido  de 
Enrique  III  de  Castilla  el  psrmiso  para  llevar  adelante  la  em- 
presa y  comisionó  para  ello  a  su  pariente  Juan  de  Bethencourt, 
en  1401.  Per  el  mes  de  julio  de  1402,  Bethencourt  logró  in- 
vadir algunas  islas  y  derrotar  a  los  belicosos  nativos;  pero  fal- 
tándole recursos  para  sojuzgarlos  per  completo  acudió  a  Enri- 
que III,  quien  le  dió  víveres  y  dinero  y  le  concedió  la  soberanía 
del  archipiélago  con  la  condición  de  que  le  rindiese  homenaje. 
Terminada  la  conquista,  doña  Catalina,  regente  de  Castilla,  le 
dió  el  título  de  Rey  y  sobrenombre  de  grande  (1417).  Bethen- 
court construyó  el  primer  castillo  de  Lanzarote  y  fue  excelente 
soberano.  Le  sucedieron  su  hijo  Maciot,  su  sobrino  Menando, 
Pedro  Barba,  Fernando  Pernazza  o  Peraza  y  Diego  de  Herrera. 
El  apellido  García  lo  llevó  a  la  isla  don  Diego  García  de  Herre- 
ra, quien  murió  en  la  campaña  de  la  conquista. 

3.  — El  león  rampante  en  campo  de  plata,  dado  por  Catalina  de  Cas- 

tilla a  don  Juan  de  Bethencourt,  es  el  símbolo  principal  en  el 


134 


DAVID  VELA 


escude  de  armas  de  don  Amador  González  de  la  Rosa  Bethen- 
court,  del  cual  es  timbre  y  en  el  que  llena  el  primer  cuartel. 
Los  otros  símbolos  descritos  corresponden  a  alianzas  familia- 
res, a  excepción  de  los  reyes  Guanches,  que  son  sus  soportes. 

4.  — No  hemos  tenido  a  la  vista  el  comprobante;  pero  don  Antonio 

Batres  Jáuregui  cita  el  preceso  de  beatificación  (folio  1602), 
donde  aparece  que  fue  llevado  a  la  pila  bautismal  ei  21  de  mar- 
zo de  1622.  (En  el  año  hay  un  lapsus  calami  o  error  de  im- 
prenta, sin  duda,  pues  el  propio  autor  concluye:  "nació  nuestro 
santo  el  19,  día  de  San  José,  del  mes  de  marzo  de  1626").  Ayu- 
da a  establecer  el  día  de  su  nacimiento  el  hecho  de  que  esco- 
giera el  nombre  de  "San  José",  que  usó  en  honor  del  patriarca 
de  la  iglesia,  con  permiso  escrito  de  fray  Payo  de  Rivera.  Se- 
gún fray  Giusseppe  de  la  Madre  di  Dio,  a  su  bautizo  asistieron 
"in  qualitá  di  padrini  Pier  Nicola  &  Ana  Fabricani". 

CAP.  III 

5.  — Entre  las  precoces  muestras  de  la  fe  y  esperanza  de  Pedro,  así 

como  anuncio  de  las  gracias  con  que  luego  sería  favorecido, 
hay  una  tradición  que  repiten  todos  sus  biógrafos  y,  como  di- 
cho de  su  confesor,  don  Bernardino  de  Obando,  consta  en  el 
proceso  de  beatificación.  Pedro  fue  aquejado  en  su  niñez  de 
una  grave  dolencia  que  lo  tenía  inmóvil  en  el  lecho.  En  tales 
circunstancias,  desdeñando  medicinas,  ofreció  rezar  una  salve 
y  un  padre-nuestro  y  hacer  de  rodillas  una  visita  a  la  ermita 
de  San  Amaro,  existente  a  varios  kilómetros  de  Chasna.  De  ese 
modo  obtuvo  una  curación  que  todos  tuvieren  por  providencial 
y  su  gratitud  mantuvo  la  costumbre  de  rezar  una  salve  y  un 
padre-nuestro  después  de  la  plegaria  de  la  neche,  cestumbre 
que  heredaron  los  belemitas  y  que  se  introdujo  en  las  reglas  in- 
teriores de  la  compañía. 

CAP.  VI 

6.  — Entre  los  descendientes  de  Juan  de  Bethencourt,  por  eso  mis- 

mo parientes  del  hermano  Pedro,  se  dieron  hombres  ilustres, 
como  Adrián  de  Bethencourt,  gobernador  de  Tortosa  en  1708. 
Otros  muchos  se  destacaron  en  religión  y  política,  como  el  eru- 
dito y  R.  P.  fray  Agustin  de  Betanoúr,  en  México;  el  escribano 
D.  Juan  Antonio  Betancurt,  en  Guatemala,  etc.,  venidos  entre 
otros  muchos  inmigrantes  de  las  Canarias. 


EL    HERMANO  PEDRO 


135 


CAP.  VIII 

5.  — No  nos  fue  posible  identificar  el  sitio  en  que  Pedro  de  Almen- 

gol  tuvo  su  fábrica  de  paños  en  Antigua,  y  acerca  de  él  no  te- 
nemos otra  noticia  que  la  que  vierte  Fuentes  y  Guzmán  en  su 
"Recordación  Florida",  pues  la  coincidencia  de  las  fechas  per- 
mite creer  que  se  trata  del  mismo:  "Admírase  esta  cueva  el  día 
de  hoy  como  cosa  maravillosa,  pues  fue  habitación  y  amparo 
de  un  hombre  que  después  pudo  darle  tantos,  y  que  tanto  y  tan 
singular  nombre  dejó  (Juan  de  Espinal),  por  la  riqueza  y  opu- 
lencia de  las  maravillosas  y  grandes  cerno  hoy  ocultas  vetas 
de  aquel  cerro,  de  donde,  gobernando  yo  aquel  país,  de  una  ve- 
ta de  metal  acerado,  que  descubrió  Pedro  de  Almengol,  vi  en 
los  ensayos  de  ella  sacar  a  la  razón  de  a  la  mitad  de  plata;  en- 
cubriendo esta  riqueza  el  mismo  Armengol  con  los  desmontes 
de  la  labor,  y  aunque  de  ello  di  cuenta  al  gobernador  presidente 
don  Fernando  de  Escobedo,  me  respondió,  con  celo  de  bueno  y 
vigilamte  gobernador  sobre  el  fomento  de  esta  materia,  lo  que 
aparece  de  su  carta  original  de  13  de  agosto  de  1673.  Pero  ter- 
minado mi  gobierno  y  muerto  después  Pedro  de  Armengol  que- 
dó perdida,  y  hoy  se  hacen  diligencias  por  ella". — Tomo  I,  Cap. 
III,  Pag.  328. 

CAP.  XII 

6.  — Algunos  biógrafos  motivan  el  viaje  de  Pedro  a  Petapa,  o  al  me- 

nos su  traslado  al  hospedaje  de  los  esposos  don  Diego  de  Vil- 
ches  y  doña  Beatriz  de  Vilches,  en  una  fuga  del  lego,  a  quien 
Pedro  de  Almengol  quiso  casar  con  una  de  sus  hijas.  Tal  es- 
pecie es  sin  duda  fantasiosa.  Por  el  contrario,  es  indudable  que  el 
fervor  y  la  piedad  de  Pedro  Bethancur  influyeron  en  el  ánimo 
de  un  hijo  del  pañero  Almengol  para  inducirlo  a  serguir  la  ca- 
rrera eclesiástica. 

CAP.  XIII 

7.  — Según  Montalvo,  el  doctor  don  Esteban  de  Salazar  había  ofre- 

cido al  Hermano  Pedro  la  suma  de  veinte  pesos  para  costearle 
el  hábito,  y  a  él  acudió  éste  en  demanda  de  que  cumpliese  su 
promesa,  al  decidir  tomar  el  saco  de  Tercero,  aunque  muy  hu- 
millado por  su  fracaso  en  el  estudio  y  dispuesto  a  liberarlo  de 
su  oferta,  si  no  la  quería  sostener  a  favor  de  un  pobre  derro- 
tado. El  doctor  Salazar  le  dió  gustoso  el  dinero.^ — Libro  I,  Cap. 
VII. 


136 


DAVID  VELA 


CAP.  XV 

8.  — Respecto  a  la  devoción  de  Pedro  por  el  rezo  del  Rosario,  que 

llegó  a  incrementar  grandemente  entre  los  fieles  en  Guatema- 
la, es  interesante  advertir  que  concibió  la  organización  del  ro- 
sario perpetuo,  del  cual  se  le  ha  dicho  por  eso  precursor,  pues 
introdujo  reformas  a  la  práctica  recién  iniciada  en  Bolonia, 
dentro  de  la  tendencia  que  más  tarde  iba  a  generalizarse  con  la 
aprobación  y  bendición  papal. 

CAP.  XXV 

9.  — Aunque  "el  funeral"  fue  una  costumbre  que  recordaba  el  "pe- 

cado mortal"  de  España,  con  un  sabor  del  medioevo,  por  la  for- 
ma en  que  sus  mantenedores  salían  a  la  calle  a  demandar  su- 
fragios y  limosnas  para  las  ánimas  del  Purgatorio,  cantando 
coplas  y  sonando  instrumentos,  se  cree  que  dicha  costumbre  se 
originó  de  la  que  tenía  el  Hermano  Pedro  de  salir  todas  las 
noches  a  hacer  lo  propio,  al  son  de  su  campanilla,  rezando  y 
repitiendo  su  tremenda  sentencia:  "Acordaos  hermanos..." 

CAP.  XXVII 

10.  — Abundan  las  anécdotas  de  conversiones  que  operó  con  su  celo 

el  Hermano  Pedro,  debidas  a  sus  oportunas  exhortaciones,  al 
ejemplo  de  su  gran  piedad  y  profunda  fe,  y  a  los  actos  tauma- 
túrgicos operados  por  su  medio. 

CAP.  XXVIII 

11.  — Lo  del  chocolate  con  sabor  a  salve  regina,  alude  a  una  sencilla 

anécdota  del  Hermano  Pedro,  que  a  pesar  de  su  simplicidad  lo 
retrata  cabalmente.  Aceptó  cierta  vez  el  amistoso  agasajo  de 
una  taza  de  chocolate;  pero,  siendo  maestro  en  fervores,  no 
desperdiciando  ocasión  de  lograr  por  los  más  ingeniosos  medios 
el  fomento  de  la  piedad,  impuso  como  condición  que  al  tiempo 
de  preparar  la  bebida  se  rezara  una  salve.  La  encargada  de  ha- 
cerlo se  olvidó  de  ello,  y  Pedro  rechazó  el  obsequio,  adivinando: 
"Este  chocolate  no  sabe  a  salve  regina". 

CAP.  XXX 

12.  — Según  el  padre  Molina,  a  quien  copia  el  cronista  Ximenez,  el 

caso  que  don  Bernardino  de  Obando  relataba  como  ocurrido  en 
el  Calvario,  había  tenido  lugar  en  el  templo  de  la  Merced. 


SEGUNDA  PARTE 

(Bibliografía  del  Hermano  Pedro) 


ota:  ZHentOS  seguida  un  orden  cronológico,  pro- 
curando que  fuera  e/  de  /as  fechas  en  que  se  /tan 
pub/icado  /os  traba/os  aquí  expuestos  y  comen- 
tados, por  razón  de  que,  habiéndose  copiado 
mucho  unos  a  otros  /os  biógrafos  de/  hermano 
H'edro,  será  más  fáci/,  para  quien  se  interese  por 
ahondar  en  et  estudio  de  su  persona/idad,  ha//ar 
/as  fuentes  origina/es  de  a/gunos  da/os,  ya  cier- 
tos, ya  supuestos,  que  tuego  han  tomado  carta  de 
na  tura /e  z  a  en  /a  biografía  de/  Sierco  de  £Z)ios. 


PREAMBULO 


La  figura  del  Hermano  Pedro,  popularísima  en  vida  y  venerada  después  de 
su  muerte,  ha  encontrado  múltiples  resonancias  en  la  literatura  del  país,  la  cual 
como  expresión  del  medio,  no  podía  ignorar  la  prodigiosa  existencia  de  tan  gran- 
de varón,  que  solicita  con  pleno  derecho  los  honores  de  la  biografía,  tienta  al 
novelista  con  el  trazo  heroico  de  sus  rasgos  y  gana  la  simpatía  del  poeta  con  el 
influjo  poderoso  de  la  leyenda. 

El  historiador,  ocupado  en  reconstruir  la  vida  de  la  antigua  metrópoli  de 
Guatemala  durante  la  época  colonial,  tropieza  a  cada  paso  con  la  imagen  del 
virtuoso  lego,  superviviente  de  aquel  pasado,  que  aún  alienta  con  perdurable  áni- 
ma entre  las  ruinas  de  la  ciudad  que  amaba,  con  esa  vitalidad  esencial  y  rotunda 
de  los  seres  que  encarnan  un  símbolo. 

El  novelista,  que  anima  en  sus  páginas  caracteres  humanos,  en  todo  el  juego 
de  sus  pasiones  y  el  ardimiento  de  sus  anhelos,  si  busca  en  el  seno  fecundo  de 
nuestra  historia  los  motivos,  así  como  los  modelos  para  crear  tipos  en  quienes 
se  trasunte  una  interna  potencia  de  realidad,  no  hallará  más  cabal  personifi- 
cación de  la  modestia  y  la  caridad  que  la  figura  de  este  humilde  Tercero  Peni- 
tente, el  mejor  guía  también  para  bucear  en  el  subfondo  de  los  dolores  y  las 
inquietudes  del  bajo  pueblo  de  la  colonia. 

Y  el  poeta  que  cante  nuestro  pasado  e  impregne  sus  estrofas  del  saudoso 
perfume  de  las  cosas  idas,  encontrará  inagotable  fuente  de  inspiración  en  los 
actos  limpios  y  emocionantes  de  ese  conmovedor  émulo  del  poverello  Francesco 
D'Assisi,  que  repartió  su  corazón  a  los  pobres,  en  perpetuo  sacrificio,  hasta  el 
último  aliento. 

Y  más  que  en  los  libros,  la  sugestiva  personalidad  del  Hermano  Pedro  vive 
en  la  tradición  oral  de  un  pueblo  que  en  vida  ya  se  le  rindió  en  gratitud  y 
admiración  y,  apenas  muerto,  púsole  aureola  en  su  fe  sencilla  y  profunda. 
Cada  piedra  de  la  Antigua  Guatemala  esconde  un  secreto  de  aquella  inmensa 
caridad  sin  testigos,  de  aquel  amor  ilímite  sin  preferencias,  de  aquel  fervor  que 
avasalla  corazones  con  su  piedad  ejemplar,  y  aquella  humildad  que  imploró  pol- 
la vergüenza  de  sus  hermanos  y  besó  las  llagas  de  los  enfermos.  El  viento 
lame  la  carne  pétrea  de  la  leyenda  y  lleva  a  todos  los  oídos  la  historia  enterne- 
cedora  de  aquel  hombre  que  lloró  las  angustias  ajenas,  oró  y  padeció  por  las 
culpas  de  otros,  y  venció  al  demonio,  y  pudo  ser  crucificado  entre  dos  ladrones. 
Lo  saben  las  campiñas  donde  sus  manos  milagrosas  colectaban  flores  para  ofren- 
darlas con  fe  niña  en  las  aras  de  María;  lo  musita  el  eco  en  sus  quedos  salmos 


142 


DAVID  VELA 


entre  las  oquedades  de  los  templos  en  ruinas,  lo  comprende  en  silencio  el  cora- 
zón enternecido  de  las  gentes  puras. 

Por  eso,  la  historia  evoca  su  tosco  saco  de  Tercero  junto  a  la  seda,  los  enca- 
jes y  el  oro  de  las  ricas  damas  y  los  capitanes  ostentosos;  el  biógrafo  recoge  con 
cuidadosa  delectación  los  detalles  todos  de  su  vida  admirable;  el  padre  de  la 
novela  guatemalteca,  Milla,  lo  centra  en  una  de  sus  obras,  entre  claros  signos  de 
admiración;  los  poetas  tallan  en  el  bloque  informe  de  la  leyenda  sus  concepcio- 
nes fantásticas;  la  pintura  fija  sus  actitudes  en  innumerables  cuadros;  y  Ja  igle- 
sia católica  tramita  su  canonización,  para  exaltarlo  a  los  altares,  en  la  urna  de 
un  retablo  que  de  antemano  ha  decorado  el  milagro. 


EL    HERMANO  PEDRO 


143 


—  I  — 

VARONA  DE  LOAYZA  (D.  GERONIMO) 

PANEGYRICO/QVE/D.  GERONIMO  VARONA/DE  LOAYZA/Predicó  en  las  hon- 
ras/del Venerable  Hermano  Pedro  de  S.  Ioseph/Betancvr/M.  P.  S./ 
8o.—  mayor. — 32  Págs.  (Debe  existir  una  primera  edición  que  el  padre  Juan  Anto- 
nio Montalvo  tuvo  a  la  vista,  reimpresa  en  1683,  y  encuadernada  al  final  de  la  obra 
de  Montalvo)  Biblioteca  de  M.  Pacheco  Herrarte. 

PARRAFO  1.— Contiene  el  exordio:  «Si  es  para  llorada  la  muerte  de  vn  ami- 
go, que  ferá  la  de  vn  amigo,  y  hermano?  Mas  que  ferá  la  de  vn  hermano,  amigo, 
y  Padre?  O  muerte  crvel!  Tantas  veces  crvel,  quantos  fueron  los  ef tragos,  que 
de  un  golpe  folo  hizifte:  muerte  auara,  que  con  una  fola  vida  que  quitafte,  qui- 
tafte  a  tantas  vidas  el  aliento;  que  hizifte?  No  te  taftava  quitar  a  los  pobres  el 
sustento,  para  que  quitafte  a  los  huérfanos  fu  amparo?  No  te  baftava  quitar  a 
las  cárceles  fu  aliuio,  para  que  quitafte  a  los  Hofpitales  fu  focorro?  No  te  baf- 
tava quitar  a  los  viuos  fu  alegria,  para  que  quitafte  a  los  muertos  los  fufragios? 
Pues  todo  lo  quitafte,  con  quitar  la  vida  al  Hermano  Pedro  de  S.  Iofeph.  O  llo- 
ren todos,  perdida  tan  de  todos,  y  fi  les  diere  lugar,  prediquen  todos  fus  honores, 
folo  con  repetir  fus  beneficios:  prediquenlas  los  pobres,  predicanlas  los  huérfa- 
nos, los  defualiios,  los  enfermos,  los  encarcelados,  los  viuos,  los  muertos;  pues 
todos  debieron  a  Pedro  beneficios:  y  fi  ninguno  entre  tantos  es  digno  Orador  de 
tus  virtudes,  predícalas  tu,  Pedro;  pues  ninguno  mejor  que  tu  las  conoció,  predi- 
calas,  que  no  ferá  nuevo  que  tu  prediques  a  tus  mismas  honras,  que  ya  Job  predi- 
có a  las  fuyas  en  el  Cap.  29  de  fu  Hift.» 

En  verdad,  los  Padres  de  la  Iglesia,  al  glosar  dicho  capítulo  de  Job,  le  lla- 
maron: Sermón,  in  hoc  ultimo  sermone,  y  el  panegirista  Varona  de  Loayza  com- 
puso una  glosa  original,  haciendo  reflejarse  en  las  cláusulas  del  texto  sagrado 
la  vida  luminosa  y  los  actos  heroicos  del  Hermano  Pedro,  continúa: 

«Mas  no  parece  fino  que  predicó  las  honras  del  Hermano  Pedro;  porque  tan 
medido  le  viene  aquel  sermón,  y  tan  ajuftado  el  panegyris,  que  o  fe  cortaron  fus 
claufulas  al  tamaño  de  las  virtudes  del  Hermano  Pedro,  o  eftas  virtudes  fe  labra- 
ron a  la  medida  de  aquellas  claufulas,  y  fue  fin  duda,  que  fe  copió  el  Hermano 
Pedro  por  aquel  original  de  Job,  y  falió  efta  fu  copia  tan  parecida  a  fu  original, 
que  no  pudo  Job  decir  de  fi,  que  no  la  dixeffe  también  de  Pedro». 

Al  final  de  este  párrafo  se  expresa  la  protesta  del  autor. 


• 


144  DAVID  VELA 

PARRAFO  2. — «Desengáñeme  —dirá  Job —  que  era  ociosa  diligencia  buscar 
sabiduría  en  la  tierra,  y  determiné  buscarla  en  Dios.  He  aquí  que  el  temor  de 
Dios  es  la  sabiduría.  Y  el  apartarse  del  mal  la  inteligencia.  Splendebat  lucerna 
cius  super  caput  meum»  (hacía  resplandecer  su  candela  sobre  mi  cabeza).  Se- 
gún el  padre  Varona  de  Loayza,  Job  parece  hablar  del  Hermano  Pedro,  a  quien 
se  cerraron  las  puertas  de  la  humana  sabiduría  y  abriéronse  en  cambio  las  de 
la  gracia,  pues  pudo  decir  de  sí  mismo:  splendebat  lucerna  eius  super  caput  meum, 
después  de  tres  años  de  angustiosa  brega  por  estudiar  la  gramática,  tras  la  dig- 
nidad literaria;  «sobre  fu  cabeza  traia  aquefta  luz,  como  borla  de  fu  grado,  que 
ya  no  era  Pedro  ignorante,  fino  graduado  en  la  Vniverfidad  de  las  virtudes».  Su- 
po más,  cuando  quiso  saber  menos,  cuando  quiso  no  saber  — concluye — ,  y  relata 
que  el  propio  Pedro,  refería  cómo,  al  leerse  la  Epístola  en  la  misa,  la  entendía  cla- 
ramente, tal  que  si  el  sacerdote  la  pronunciase  en  el  más  vulgar  romance. 

PARRAFO  3. — Como  Job,  Pedro  se  revistió  de  suprema  humildad,  y  a  la  ma- 
nera como  Elias  dejó  a  Elíseo  por  heredero  de  su  espíritu  en  una  capa,  el  beato 
de  Antigua  heredó  el  espíritu  de  San  Francisco  al  temar  su  tosco  sayal,  y  como 
él  ardió  en  amor  a  los  humanos  y  en  sed  de  sacrificio. 

PARRAFO  4. — Sala  de  armas  tenía  Job,  que  era  su  tabernáculo  para  orar; 
«si  era  fala  de  armas,  preparada  avia  de  eftar  para  pelear;  pero  preparada  para 
orar,  no  he  vifto  otra,  que  la  sala  de  armas  del  Hermano  Pedro».  Describe  dicha 
sala  y  loa  la  extraordinaria  condición  de  Fedro,  que  supo  «unir  los  estruendos 
de  la  milicia  con  el  sosiego  de  la  oración».  Job,  a  cualquier  parte  que  fuera,  iba 
siempre  acompañado  de  Dios.  «O  mi  Dios!  Si  fera  aquefto  lo  que  el  Hermano 
Pedro  dexo  eferito  de  fi  mifmo  en  un  quaderno  que  para  en  mano  de  fu  con- 
feffor,  donde  eftá  una  claufula  de  fu  mifma  letra,  que  dize  affi:  «Defde  ocho 
de  Henero  auno  1655.  me  acompaña  mi  Iefus  Nazareno». 

PARRAFO  5. — Habla  del  ardido  amor  de  Pedro,  así  Job,  por  los  niños  y  por 
los  huérfanos,  por  los  enfermos  y  los  desvalidos,  origen  de  la  fundación  del  Hos- 
pital de  Convalecientes,  que  era  el  centro  abrasado  de  donde  irradiaba  ese  fuego. 

PARRAFO  6. — Pedro  marcha  por  las  calles,  desde  antes  de  rayar  el  alba,  y 
es  una  escuela  ambulante  de  virtudes.  Su  protección,  comprendiendo  a  todos  los 
vivos,  se  extiende  a  los  muertos. 

PARRAFO  8. — Las  honras  que  Pedro  hizo  en  el  Calvario  por  sus  hermanos 
Terceros;  en  San  Lázaro,  por  los  enfermos;  en  San  Alexo,  por  los  indígenas,  son 
todas  las  que  ahora  se  hacen  a  su  llorado  cadáver,  y  eso  explica  la  presencia,  en 
el  sepelio  del  más  humilde,  «de  tan  Supremo  y  Pretorial  Senado:  doctas  Comu- 
nidades y  Sagradas  Religiones,  crecido  concurso  de  fieles,  tanto  encendido  tú- 
mulo y  tan  abrazada  pira».  Refiere  el  milagro  de  la  multiplicación  de  los  panes, 
verificado  por  intermedio  de  Pedro,  en  un  día  del  Tránsito  de  San  José:  «lo  mis- 
mo que  salía  de  su  mano  al  pobre,  volvía  de  este  a  Pedro». 

PARRAFO  9. — Los  ciegos  ven  con  los  ojos  de  Pedro,  y  por  los  pies  de  éste 
andan  los  cojos,  los  tullidos  y  los  leprosos.  Concluye  admirativamente:  «Digamos, 
pues,  que  Pedro  era  hombre,  aunque  no  lo  han  de  creer  los  hombres». 

PARRAFO  10. — Job  enmendó  la  falta  de  Esau,  que  despreció  a  su  hermano 
Jacob,  llamándose  hermano  de  todos;  mas  Pedro  es  el  hermano  por  antonoma- 
sia. Refiere  su  asistencia  a  numerosos  pobres  vergonzantes,  sus  hermanos  pre- 
dilectos. 


EL    HERMANO    PEDRO  145 

PARRAFO  11. — Muere  Pedro  libre  de  congojas  y  en  su  nido,  al  igual  que 
Job:  «No  avia  de  fer  eterno  aquefte  hombre?  Afi  avia  de  fer,  mas  O  dolor¡>. 
Job  previo  su  muerte,  y  parece  que  veía  la  de  Pedro,  quien  igualmente  pronosticó 
la  suya. 

Este  párrafo  es  el  último  del  panegírico,  y  termina  con  la  siguiente  impre- 
cación : 

«Murió  el  Cifne,  el  segundo  Job,  padre  de  pobres.  Y  al  ponerlo  en  fu  fe- 
pulcro  yo,  pude  dezirle  lo  que  al  otro  Job:  ingrcdieres  in  abundan tia  fepulchrum 
ficut  infertur  acervus  tritici.  O  Pedro¡  O  amigo¡  Tú,  que  fuiste  el  montón  de 
trigo  donde  hallaron  hartura  tantas  hambres,  entraras  en  efte  fepulcro,  como  en 
troje,  donde  quedará  enfilado  el  trigo  de  les  pebres,  entra  en  el  y  repofa,  ma- 
colla abundante  de  frutos;  pues  fueron  tus  obras  todo  grano,  y  nada  paja;  re- 
poffa  en  efte  fepulcro,  Cifne  del  Cielo,  para  refufitar  defpues  como  Fénix:  et 
multiplicabo  dies,  ficut  paluna,  ficut  Phenix,  dixo  Tertuliano,  porque  es  el  Fé- 
nix fímbolo  de  la  eternidad,  Afi  fea,  afi  fea  plegué  al  Cielo:  refufita  en  buen 
hora,  Fénix  abrafado  en  llamas  de  caridad,  refufita  y  lebanta  el  ligero  buelo  de 
tus  plumas,  hafta  llegar  a  la  cima  de  aquel  monte  de  la  eternidad,  a  multiplicar 
los  días  de  tu  duración,  por  todos  los  siglos  de  los  siglos.    Amen. — LAVS  DEO. 


—  II  — 

LOBO   (P.  MANUEL) 

Relación/de  la  vida,/y  virtudes  del  U.  Hermano/Pedro  de  San  Jofep  Betancur./De 
la  Tercera  Orden  de  Penitencia  de  N./Seraphico  P.  S.  Francifco/Primer  Fundador 
del  Hofpital  de  Conva-/lecientes  de  NVSeñora  de  Belén,  en  la/Ciudad  de  Guathc- 
mala. /Dedicada  a  la  puriffima  Virgen,  y  Madre  de/Dios  de  Belen./Por  el  P.  Ma- 
nuel Lobo  de  la  Compañía  de/Jesúa./.  (  +  )  (entre  angelillos)/Con  licencia,  Impreffa 
en  Guathemala,  por/Jofeph  de  Pineda  Ibarra,  año  de  1667. 

En  8o. — Apostillado — Portada — En  los  preliminares  se  contiene:  la  Aprobación 
del  dominico  fray  Juan  de  Quiroz:  Guatemala,  29  de  octubre  de  1667.  La  licen- 
cia del  Gobernador  don  Sebastián  Alvarez  Alfonso  Rosica  de  Caldas  al  impre- 
sor Pineda  Ibarra:  Guatemala,  31  de  octubre  de  1667.  La  Aprobación  del  mer- 
cedario  fray  José  Monroy:  Guatemala,  8  de  octubre  de  1667.  La  licencia  del 
Ordinario,  doctor  don  Nicolás  de  Aduna:  Guatemala,  2  de  diciembre  de  1667.  A 
la  Virgen  de  Belén.  Protesta  — página  en  blanco.  Fee  de  erratas  — página  en  blan- 
co.  Al  texto  sigue  el  «Indice  de  Capítulos»,  en  des  hojas  sin  folio. 

No  hemos  tenido  la  suerte  de  ver  ejemplar  alguno  de  dicha  edición,  pero 
abundan  en  la  literatura  del  Hermano  Pedro  prolijas  referencias  a  ella,  que  nos 
permiten  satisfacer  nuestro     propósito  bibliográfico  con  abundante  información. 

El  padre  fray  Francisco  Vázquez  (véase  No.  VIII),  en  su  obra  citada,  anota: 
«Efcribió  poco  defpues  q'  el  Siervo  de  Dios  falleció,  el  M.  R.  P.  Mro.  Manuel 
Lobo  de  la  Compañía  de  Jesús,  a  inftancias  de  personas  de  authoridad,  movido 


14S 


DAVID  VELA 


de  la  general  aclamación  y  excitado  de  interior  impulfo,  y  dictámenes  de  con- 
ciencia, como  quien  avia  atrectado  la  del  V.  Hermano,  defde  los  principios  de  fus 
eftudios,  cafi  continuadamente,  porque  aunque  otros  sacerdotes  y  Religiofos,  le 
confeffaban  frequente,  y  aun  continuadamente  algunos  tiempos,  el  padre  Mro. 
Manuel  Lobo  fue  el  que  tuvo  la  llave  dorada  del  Alcázar,  y  f agrario  de  fu  Alma». 

«En  76  foxas  de  quartilla  pequeña  que  contienen  28  capítulos,  conpendió  ef- 
te  eruditiffimo,  y  graviffimo  efcritor  lo  más  averiguado  y  conftante  de  la  vida, 
y  virtudes  del  infigne  Hermano  Pedro,  procurando  condefcender,  fino  fatisfacer 
a  la  devoción  con  un  indice  de  fus  gigantes  operaciones,  omitiendo  por  entonces 
lo  que  requería  tiempo  para  fus  comprobaciones,  pues  fue  tan  corto  el  que  los 
piadofos  clamores  de  todos  le  datan,  que  cafi  a  los  quatro  mefes  de  la  muerte 
del  Siervo  de  Dios,  eftaba  ya  en  los  moldes  la  Relación  de  fu  vida,  intitulada 
affi  como  cofa  diminuta,  y  vial,  para  hacer  atentos  los  ánimos  a  la  obra  cum- 
plida q'  efperaba  fu  P.  R.  dar  a  luz,  en  teniendo  agregadas  y  compiladas  las  se- 
lectas, y  ciertas  noticias  de  tanto  como  fe  pudiera  dezir  y  fe  dize  de  un  tan 
exemplar  hijo  de  San  Prancifco,  y  fi  una  Relación  de  tan  pequeño  volumen  ha 
fido  en  el  mundo  tan  apreciada,  como  diama(n)te  de  tan  fingular  valor,  por  fus 
fo(n)dos,  y  lo  bien  labrado  q'  sería,  fi  las  efperanzas  de  todos  no  fe  ubieran  f mi- 
trado con  la  bien  fentida  muerte  de  tan  gran  padre?». 

Refiriéndose  al  fondo  de  la  obra,  lo  elogia  y  lamenta  que  falte  quien  la  po- 
día completar  con  igual  acierto:  «Fues  fi  en  lo  confifo,  elegante  y  f olido,  en  lo 
expreffivo,  sentenciofo  y  grave  de  la  Relación,  admira  el  mundo  un  inimitable 
eftilo,  en  las  máximas  y  documentos  pura  ingenuidad,  y  felo;  quien  fino  el  mif- 
mo  pudiera  acertadamente  reformar,  dar  nueva  forma  a  la  obra?». 

En  cuanto  al  buen  suceso  de  la  publicación,  dice:  «Con  tan  general  acepta- 
ción corrió  la  Relación  de  la  vida  y  virtudes  del  V.  Hermano  Pedro  de  S.  Joseph, 
no  sólo  en  el  Nuevo  Mundo  sino  en  el  Antiguo  que  habiendo  hecho  impresión 
cumplida  en  la  ciudad  de  Guatemala,  en  el  año  de  1667,  a  poco  después  ya  no 
se  hallaba  un  librito,  tanto  que  teniendo  yo  noticias  cuan  aprisa  se  iba  menos- 
cabando o  disminuyendo  el  número  de  los  que  había,  que  no  en  librerías,  pero 
ni  aun  en  los  rincones  de  las  casas  estaban  seguros  de  la  devoción  que  los  bus- 
caba, con  el  deseo  que  no  llegase  a  extinguirse  (que  lo  recelé)  una  obra  tan 
esencial  y  de  la  utilidad  de  todos,  hice  por  mano  de  algunos  Hermanos  Terce- 
ros, celosos  y  diligentes,  que  se  buscasen  las  copias  que  se  pudiesen,  y  habiéndo- 
se hecho  exactas  diligencias,  sin  reparar  el  costo  (porque  había  bienhechor  que 
pagaría  lo  que  pidiesen),  solamente  se  hallaron  tres  de  los  cuales  se  puso  uno 
en  el  archivo  de  la  Provincia,  otro  en  el  archivo  de  la  Tercera  Orden,  y  otro 
en  el  registro  de  los  papeles  de  crónica  que  es  el  que  tengo  aquí  en  la  mesa, 
procurando  con  esta  diligencia  ocurrir  prevencionalmente  a  la  voracidad  del  tiem- 
po y  ansias  inconsiderables  de  la  devoción». 

El  doctor  don  Francisco  Antonio  de  Montalvo  (véase  No.  V),  en  obra  citada, 
elogia  al  padre  Lobo,  cuya  obra  tuvo  a  la  vista  para  escribir  su  libro.  He  aquí 
la  comparación  que  hace:  «La  propia  diferencia  que  hay  entre  dos  Retratos, 
uno  facado  del  original,  y  otro  de  la  copia,  y  lo  que  va  de  efcribir  fentado  a 


EL    HERMANO  PEDRO 


147 


efcribir  en  pie,  efta  mifma  obfervaras  entre  el  libro  de  la  vida  del  Venerable 
Herm?no  Pedro  de  S.  Jofeph,  que  el  Reverendiffimo  Padre  Maeftro  Manuel  Lo- 
bo de  la  Compañía  de  Jesús  dio  al  aplaufo,  y  el  que  yo  ofrezco  a  la  imprenta». 
Com->  su  confesor,  arguye,  el  padre  Lobo  iba  siguiendo  sentado  el  curso  de  la 
vida  del  Hermano  Pedro.  Montalvo  reconoce  que  su  obra  es,  pues,  diminuta, 
<prr  haber  carecido  de  las  memorias  de  las  acciones  más  notables  de  efte  Ve- 
nerable Hermano,  que  fe  confervan  en  diverfos  papeles  que  paran  en  poder  de 
d'.cho  padre  Lobo,  que  como  padre  de  su  vida  efpiritual  es  sólo  quien  podrá  en 
más  dilatados  pliegos  dar  el  alma,  que  merece  a  un  fujeto  tan  plaufible  y  ad- 
mirable». 

Juarros  dice  acerca  de  esta  edición:  «Las  ansias  y  deseos  que  mostraron  los 
moradores  de  Guatemala  de  ver  escrita  la  vida  del  V.  Hermano  Pedro  obligaron 
al  P.  Maestro  Manuel  Lobo,  Religioso  de  la  Compañía  de  Jesús,  que  había  sido 
su  director,  lo  más  del  tiempo  que  vivió  en  dicha  capital,  a  componer  una  Rela- 
ción de  la  vida  y  virtudes  del  Hermano  Pedro  de  San  José  Betancourt,  que  se 
imprimió  en  esta  ciudad  pocos  meses  después  de  la  muerte  del  Siervo  de  Dios, 
y  se  reimprimió  en  Sevilla,  el  año  1673». 

El  padre  jesuíta  fray  Joseph  de  Porras  (sermón  predicado  en  la  Catedral 
de  México  en  1697),  da  gran  preponderancia  al  padre  Lobo  en  la  dirección  es- 
piritual de  Pedro  de  Betancourt  y,  por  consiguiente  en  el  plan  y  ejecución  de  la 
Casa  Hospitalaria  y  Orden  religioso  que  al  amparo  de  sus  heroicos  hechos  iba 
a  fundarse;  y  por  cooperar  a  su  extensión  posterior  otros  jesuítas,  halla  justo 
motivo  para  que  su  Compañía  se  ciña  lauros  con  la  suprema  consagración  papal 
otorgada  a  los  Belemitas:  «porque  pretendo  el  que  fea  nueftra  efta  nueva  Com- 
pañía, no  folo  por  el  nombre,  aunque  hace  mucho  fer  de  un  mifmo  apellido  las 
familias,  ni  folo  por  el  exercicio  de  educar  niños,  (ni  por  el  parecido  de  las  cons- 
tituciones), fino  porque  el  Venerable  Hermano  Pedro  de  Vetancur,  de  quien  fe 
originó  la  Religión  que  oy  celebramos,  como  fe  dice  en  la  Bula,  tuvo  por  Guia, 
Director,  y  Padre  efpiritual  al  Reverendo  Padre  Manuel  Lobo,  Varón  Iluftre  en 
virtud,  y  letras,  que  floreció  en  Goatemala,  y  afiftió  en  vida,  y  muerte  al  infig- 
ne  fundador,  quien  al  morir  dejo  en  teftamento  encargado  a  fus  hijos,  no  dieffen 
paffo  en  fus  negocios,  fin  oyr,  y  feguir  del  Padre  Manuel  Lobo  los  confejos:  y  fi 
reconoce  (n)  noblemente  agradecidos  de  efte  padre  la  dirección  en  el  Reyno  de 
Goatemala,  también  confieffan  por  fus  fautores  en  la  Corte  de  Lima  al  Padre 
Francifco  del  Caftillo:  en  la  Corte  de  Madrid  al  Padre  Prepofito  Bernabé  Malo: 
en  la  Corte  Romana  al  Padre  Sebaftian  Izquierdo  y  fobre  todo  en  efta  Corte 
mexicana,  y  en  la  Corte  del  Cielo  a  San  Francifco  Xavier  Apoftol  de  las  Indias». 

No  es  cierto  que  el  Hermano  Pedro  haya  dejado  tal  indicación  en  su  testa- 
mento, mas  no  es  imposible,  y  hasta  es  probable,  que  de  palabra  recomendase  a 
sus  hermanos  la  dirección  del  ilustrado  padre  Lobo.  En  cuanto  a  la  afirmación 
contenida  en  la  Bula  (que  es  de  Inocencio  XI,  Roma  26  de  marzo  de  1687),  la 
cita  es  auténtica  y  dimana  de  las  declaraciones  que  en  el  Vaticano  hizo  fray  Ro- 
drigo de  la  Cruz. 


148 


DAVID  VELA 


  III   

LOBO    (P.  MANUEL) 

Relación/de  la  vida,/  y  virtudes  del  U.  Hermano/Pedro  de  San  Jofeph  Betancourt./ 
De  la  Tercera  Orden  do  Penitencia  de  N./Seraphico  P.  S.  Francifco/Primer  Fun- 
dador  del  Hofpital  de  ConvaVlecientes  de  N.  Señora  de  Belén,  en  la/Ciudad  de 
Guathemala,  etc. — 2a.  Edición,  reimpresa  en  Sevilla  por  Juan  Francifco  Blas,  im- 
presor mayor  de  la  dicha  ciudad. — Año  de  1673. 

Según  el  cronista  Vázquez  se  copió  fielmente  la  primera  edición,  cuya  porta- 
da se  reprodujo,  agregando  tan  sólo  a  los  preliminares:  Licencia  del  doctor  don 
Gregorio  Baztán  y  Arostegui,  Provisor  y  Vicario  General  de  Sevilla  y  su  Arzo- 
bispado, 29  de  mayo  de  1673.  Nueva  aprobación,  a  parecer  del  licenciado  Don 
Francisco  de  Cuvillas,  presbítero  abogado  de  los  Reales  Consejos,  Sevilla,  21  de 
abril  de  1673. 

Comenta  Vázquez:  «Llegó  a  España  el  librito  de  diamante,  con  tanta  dicha 
que  aunque  fueron  cantidad  de  copias  duraron  poco,  porque  como  mercadería  pre- 
ciosa de  las  Indias  todos  apetecían,  y  en  breves  días  apenas  quedó  en  la  noble 
ciudad  de  Sevilla  una  copia  que  pudiera  servir  de  original.  Tratóse  entre  gente 
espiritual  y  prudente  de  que  se  hiciese  nueva  impresión  para  satisfacer  la  ham- 
bre que  generalmente  se  tenía  de  aquel  indio  fruto.  Se  dio  nuevo  oriente  en  Eu- 
ropa, al  sol  clarísimo  que  alumbro  en  su  vida  este  Occidente  con  tantos  ejem- 
plos de  virtud.  Imprimióse,  pues,  segunda  vez,  el  precioso  librito  que  el  R.  P. 
Mro.  Manuel  Lobo  compuso  e  intituló  Relación  de  la  Vida  y  Virtudes  del  V.  Her- 
mano Pedro  de  San  Joseph,  etc.,  copiando  tan  puntualmente  el  origen  de  la  co- 
pia que  casi  a  plana  y  renglón  salió,  habiendo  aun  en  el  número  de  folios  muy 
poca  diferencia  añadiendo  solamente  la  nueva  licencia  y  aprobación.  Por  dicha 
mía  y  diligencia,  hube  aqui  un  tomito  que  tengo  aqui  presente,  careado  y  cotejado 
con  el  original  impreso  en  Guatemala,  consolándose  la  devoción  con  ver  dos  im- 
presiones de  la  vida  del  Venerable  Hermano  Pedro  de  S.  Joseph  en  tan  po- 
cos años». 

—  IV  — 

GRACIAN  VERRUGUETE  (D.  FRANCISCO) 

Constituciones/Qve  han  de  observar  los/Hermanos  de  la  Compañía  Bethleemiti- 
ca,/facadas  de  la  inftitucion  que  dexó  nueftro  Vc/nerable  Hermano  Pedro  de  Dan 
Joseph — Primer  Fundador  de  la  dicha/Compañía. 

Traducido  de  Latín  por  mi  Don  Francifco  Gracian  Verraguete,  secretario  de  la 
Interpretación  de  Lenguas,  que  por  mandato  de  su  Magestad  traduzgo  fus  ef fritu- 
ras, y  de  fus  Confejos,  y  Tribunales.  Madrid,  a  veinte  y  feis  de  Enero  de  mil  feif- 
cientos  y  fetenta  y  finco  años.  (Biblioteca  Nacional). 


EL    HERMANO  PEDRO 


149 


Folleto  compuesto  de  20  folios.  El  ejemplar  que  posee  nuestra  biblioteca  tie- 
ne la  importancia  de  que  es  el  mismo  que  oficialmente  hiciera  reconocer  la  Reli- 
gión Bethlemitica  para  dirigir  sus  actos.  A  folio  20  vuelto  comienza  la  certifica- 
ción extendida  por  el  bachiller  D.  Juan  de  Cárdenas,  cura  Rector  mas  antiguo  de 
la  Santa  Iglesia  Cathedral  de  la  Ciudad  de  Santiago  de  Guatemala.  Secr.  de  los 
Señores  Dean  y  Cabildo  Sede  Vacante  de  ella,  y  suscrita  en  Guatemala,  a  los  16 
días  de  Nobiembre  de  1675.  años.  El  bachiller  Cárdenas  certifica  haber  cotejado 
dicha  traducción  con  el  original  del  Vaticano  que  le  presenta  el  procurador  de  la 
Compañía,  fray  Rodrigo  de  la  Cruz,  y  hallarlos  conformes.  A  continuación,  en 
otra  hoja  del  sello  correspondiente,  aparece  una  auténtica  en  21  de  Nob.  de  1675,  de 
los  escribanos  Pedro  de  Contreras,  Steban  de  la  Fuente  y  L.  J.  de  Xerez  Serrano, 
quienes  aseguran  que  la  firma  del  bachiller  Cárdenas  es  la  que  siempre  usa  y  dan 
fe  de  la  calidad  con  que  la  puso.  En  el  mismo  folleto  siguen  5  pgs.  sin  folio,  im- 
presas, en  que  se  contiene  la  «Forma  de  recibir  el  habito  y  entrar  al  año  de  pro- 
vacion,  y  noviciado  en  la  Compañía  de  la  Hofpitalidad  de  Convalecientes  de  Nuef- 
tra  Señora  de  Belén»;  mas  8  pags.  sin  folio,  también  impresas,  conteniendo  la 
«Forma  de  la  profeffion,  que  han  de  hazer  los  Hermanos  de  la  Hofpitalidad  de 
Nueftra  Señora  de  Belén»  (2  pgs.  en  blanco). 

Dichas  instituciones,  aprobadas  por  S.  S.  Urbano  VII,  que  después  sufrieron 
varios  cambios,  tienen  la  importancia  de  estar  calcadas,  con  leves  variantes,  en 
las  que  de  su  puño  y  letra  dejó  escritas  el  Hermano  Pedro  en  manos  de  fray  Ro- 
drigo de  la  Cruz  y  contener  también  las  adiciones  que  de  palabra  recomendara  el 
Siervo  de  Dios  a  su  noble  sucesor.  Fray  Juan  de  Concepción  (Sermón  predicado 
en  México  en  1697),  dice:  «Eftando  para  morir,  el  Venerable  Hermano  Pedro,  le 
ordenó  a  un  Hermano  por  claufula  de  teftamento,  a  quien  dexaba  encomendado 
el  govierno  de  fu  Bethlen,  que  para  fu  mas  regulada  adminiftracion,  hicieffe  las 
conftituciones,  que  le  parecieffe  mas  ajuftadas  a  las  leyes  evangélicas,  y  mas  pro- 
pias del  minifterio  humilde,  pobre,  y  penitente,  de  aquella  Compañía  Hof pitalaria : 
y  entre  las  inftrucciones  que  le  dio  fue  una,  que  reduxeffe  la  cafa  a  govierno  mo- 
naftico,  con  doze  hermanos,  y  uno  mayor».  Comentando  en  seguida  que  el  her- 
mano (fray  Rodrigo  de  la  Cruz)  cumplió  como  bueno.  También  refiere  el  padre 
misionero  Vicente  García  (véase  No.  XXXVII)  que  el  obispo  Juan  Mañozca  Murillo 
«quiso  cambiar  algunos  puntos  de  la  constitución  que  le  parecían  muy  rigurosos 
para  personas  que  tanto  tenían  que  hacer  por  el  alivio  corporal  de  los  enfermos; 
mas,  el  fervor  de  los  Hermanos  presentó  modesta  resistencia  diciendo  que  aquellos 
estatutos  eran  la  herencia  de  su  venerado  fundador». 

—  V  — 

MONTALVO  (Dr.  FRANCISCO  ANTONIO  DE) 

Vida  Admirable/y  Mverte  Preciosa/del  Venerable  Hermano/Pedro  de  S.  Ioseph/ 
Betancur/Fundador  de  la  Compañía  Bethlemitica  en/las  Yndias  Occidentales/Com- 
pvesta/Por  el  Doctor/D.  Francisco  Antonio/de  Montalvo/Natvral  de  Sevilla/Del 
Orden  de  S.  Antonio  de  Viena/Y  Dedicada/A  La  Real  Magestad/De  la  Reyna  Ma- 
dre/Doña María  Ana/de  Avstria./  (angelillo)  /En  Roma,  MDCLXXXIII./Por  Nico- 
lás Angel  Tinaffi  Ymprefor  Camer./Con  licencia  de  los  Superiores. 

Biblioteca  de  Mariano  Pacheco  Herrarte. 


150 


DAVID  VELA 


8o.  mayor-Dedicatoria  (4  pp.  s.f.),  fechado.  Roma,  mayo  8  de  1683. — Intro- 
ducción — (8  pp.  s.f.) — Protestación  del  Autor,  que  se  ha  de  imprimir  en  el  prin- 
cipio de  el  libro  por  mandado  del  Summo  Pontifice  Urbano  VII.  Conforme  a  las 
declaraciones  de  la  Sagrada  Congregación  hechas  en  Roma  el  año  de  1642.  (2  pp. 
s.f.)  — Portada —  416  pp.  I  un  apéndice  de  11  pp.  en  que  se  copia  la  bula  de  Ino- 
cencio XI.  que  dio  a  los  Bethlemitas  las  reglas  de  los  Agustinos-Siguen  18  pp.  con 
el  «Indice  de  las  cosas  más  notables»  (en  orden  alfabético),  y  1  p.  de  erratas. 

En  la  dedicatoria  a  la  reina  Ana  de  Austria,  ya  realza  de  elogios  la  figura  de 
su  biografiado  y  explica  los  motivos  del  homenaje:  «El  Venerable  Pedro  de  San 
Ioseph  Fundador  de  la  Compañía  Bethlemitica  en  las  Indias  Occidentales  es  el 
piadofo  fugeto  de  efta  Hiftoria,  que  confagro  con  profunda  veneración  a  V.  Ma- 
geftad.  Efte  Varón  grande  en  cuyas  obras  renació  la  caridad  para  fénix  de  efte 
siglo  murió  tan  obügado  a  las  fingulares  mercedes,  con  que  V.  M.  promcvió  fus 
feruorofas  operaciones  fino  ofreciera  mi  rendimiento  fu  Vida  a  los  Reales  pies  de 
U.  M.  fe  declarara  ofendido  fu  agradecimiento  (referencia  al  permiso  para  edifi- 
car el  hospital),  deftinando  el  Cielo  a  la  celebridad  de  las  edades  la  dulce  memo- 
ria del  nombre  de  V.  M.  gravado  en  las  eternas  duraciones  que  infiere  la  piedad 
de  la  virtud  del  Fundador  y  del  exemplo  de  fu  Compañía.  Por  teftimonios  iluf- 
tres  de  efta  verdad  admitieron  su  beatitud  con  paternal  agrado,  y  los  Cardena- 
les Cybo,  Lucca  y  Ottobono  con  devotifima  reverencia  las  Reales  recomendacio- 
nes, en  que  V.  M.  calificando  los  méritos  de  eftos  humildes  Hermanos,  los  enco- 
mienda y  agradece  juftamente  defde  luego  como  propia  fu  mas  breve  y  fauorable  ex- 
pedición». «V.  M.  reciva  los  que  es  por  tantas  razones  fuyo,  y  no  dude  que  el  Her- 
mano Pedro  deje  de  corresponder  a  V.  Magestad,  defenpeñándofe  con  Dios  de  las 
finezas,  que  V.  M.  obra  por  fus  hijos,  fus  pobres  y  por  fus  Hofpitales». 

En  la  introducción,  explica  el  autor  que  tuvo  por  fuentes  la  obra  del  padre 
Lobo  (véase  números  II  y  III,  posiblemente  la  edición  de  Sevilla),  el  Panegírico  de 
Varona  de  Loayza  (véase  número  I)  y  las  informaciones  «de  un  fugeto  de  toda 
calificación,  que  le  trató  familiarmente»  (Puede  suponerse  que  fuera  Fray  Rodri- 
go de  la  Cruz),  congratulándose  de  que  sean  «todos  tres  testigos  de  vista». 

Si  su  obra  es  diminuta,  lo  que  lamenta,  es  porque  ha  «carecido  de  las  memo- 
rias de  las  acciones  mas  notables  de  efte  V.  H.,  que  se  confervan  en  diverfos  pa- 
peles, que  paran  en  poder  de  dicho  padre  Lobo»;  hace  advertir  la  «dif- 
tancia  de  Roma  a  las  Indias,  donde  están  los  inftrumentos»,  y  la  prisa  con  que 
hubo  de  escribir,  por  «las  inftancias  con  que  muchas  perfonas  de  la  mas  fuperior 
esphera  de  Madrid,  y  Roma  pedían  la  vida  del  Hermano  Pedro». 

No  como  propio  galardón,  sino  para  conocimiento  del  alto  juicio  que  perso- 
nas de  calidad  tenían  de  las  virtudes  de  su  biografiado,  refiere  que  al  ser  someti- 
da su  obra  a  la  censura  del  Promotor  de  la  Fe,  y  Abogado  Fiscal  de  la  Congre- 
gación de  Ritos,  monseñor  Profpero  Matini,  arzobispo -de  Mira,  no  sólo  éste  la 
aprobó  sin  modificación  alguna,  sino  «aun  decía  extrañarle  que  no  se  hubiesen 
hecho  informaciones  por  el  Ordinario  de  la  vida  de  un  Varón  tan  grande,  y  exem- 
plar,  dificultándole  con  la  dilación  la  provanza,  y  difiriendo  la  gloria  de  Dios,  que 
quiere  ser  magnificado  en  las  acciones  heroicas  de  sus  siervos». 

Termina  haciendo  suyo  el  ferviente  deseo  de  los  guatemaltecos:  «Quiera  la 
Magestad  divina  que  llegue  a  ver  en  nuestros  años  esta  ilustriffima  Ciudad  lau- 
reado de  gloria  aquel  Varón,  a  quien  tantas  veces  coronó  su  aplauso  de  juftas 


EL    HERMANO  PEDRO 


151 


alabanzas,  para  que  su  piedad  quede  digna  exclarecida  con  las  aclamaciones  de  la 
Iglesia  en  el  Inmortal  Patrocinio  de  tan  amante  Protector». 

El  autor  dice  seguir  en  la  graduación  de  los  sucesos  el  orden  natural  de  los 
mismos,  aunque  en  ocasiones  no  consigue  precisar  las  fechas  de  algunos.  Divide 
su  obra  en  tres  libros;  el  primero,  compuesto  de  12  capítulos,  trata  de  la  patria, 
padres  y  piadosa  iniciación  de  su  carrera,  hasta  la  fundación  del  Hospital  de 
Convalecientes;  el  segundo,  en  27  capítulos,  relata  y  glosa  los  actos  que  pusieron 
de  manifiesto  la  fe,  caridad  y  esperanza  del  Siervo  de  Dios,  quien  alcanzara  en 
grado  heroico  tales  virtudes;  y  el  tercero,  en  30  capítulos,  se  refiere  a  la  enfer- 
medad y  muerte  del  H.  Pedro  y  reseña  los  sucesos  posteriores  atingentes  con  la 
vida  de  la  Compañía  Bethlemítica. 

La  obra  de  Montalvo  es  muy  interesante:  por  la  probada  ilustración  del  au- 
tor, desde  luego,  y  por  el  cuidado  con  que  trató  de  sujetarse  a  los  datos  más  cier- 
tos. Así,  sólo  en  pequeños  detalles  discrepa  de  la  biografía  de  Fray  José  García  de 
la  Concepción,  sin  duda  porque  este  último  también  tuvo  muy  en  cuenta  la  rela- 
ción del  padre  Lobo,  cuya  verdad  concuerda  con  las  probanzas  del  proceso  de 
beatificación. 

—  VI- 
DE  LOS  REYES  ANGEL  (P.  GASPAR) 

SERMON/DEL  GRAN  PRIVADO  DE  CHRISTO/(  +  )  El  Evangelista  (  +  )/SAN 
JUAN/En  la  Titular  Fiesta,  qve/Patente  el  SS.  Sacramento/  celebra  (entre  rama- 
zones)/la  Compañía  de  Bethlem+/en  su  Hospital+/de  Convalecientes/ (X)  (X)  de 
México  (X)  (X)/Dixoloi/El  P.  Gaspar  de  los  Reyes/AngeL/de  la  Compañía  de  Je- 
sus,/En  Prefencia  del  Excelentiffimo  Señor  Conde/de  Galve,  Virrey  defta  Nueva 
Efpaña./(  +  +  +  )  DEDICASE  (  +  +  +/al  Señor  Doctor  D.  Francisco  Deza,  y  Viloa,/ 
del  Confejo  de  fu  Mageftad,  inquifidor  Fifcal  del  Santo/Tribunal  de  la  Fé,  Cathe- 
dratico  antes  de  Rethorica/en  propiedad,  y  de  Vifperas  de  Cañones  en  la  Real/Vni- 
verfidad  defta  Corte/ (  +  )  (  +  )  (  +  )/con  lif encía  en  México:  por  los  Herederos  de 
la  vinda/de  Bernardo  Calderón.  En  la  Imprenta  de  Antuerpia  '  1689. 
Biblioteca  Nacional,  29  S. 

8o.  Port.— Pagina  en  blanco— DEDICATORIA  (en  dos  pags.)  Al  Sr.  Dr.  D. 
Franfico  Deza  y  Vlloa.  Enero  12  de  1689  APROBACION  (en  dos  pags).  del  M. 
R.  P.  Aguftin  Franco  de  la  Compañía  de  Jesús,  Rector  del  Colegio  de  San  Andrés 
de  México.  Enero  19  de  1689— APROBACION  (en  dos  pags.)  del  M.  R.  P.  Doctor 
Francifco  Antonio  Ruiz,  Prefecto  de  la  Congregación  del  Salvador  en  la  Casa 
Profeffa  de  México.  Febrero  6  de  1689. — LICENCIAS  (en  1  pag.)  del  Virrey,  Go- 
vemador  y  Capitán  General  de  Nueva-Efpaña.  Decreto  de  20  de  febrero  de  1689 
— y  del  Doctor  Diego  de  la  Sierra,  Provifor.  Auto  de  7  de  febrero  de  1689. — LI- 
CENCIA (en  1  pag.)  del  Provincial  de  la  Compañía  de  Jesús,  Bernabé  de  Soto; 
que  refrenda  el  secretario,  Martin  de  Rentería.  Febrero  4  de  1689. 

15  pags.  de  texto.  Comienza:  «Tan  semejante  es  vueftro  amado  Apoftol  (So- 
berana Mageftad  de  cielos,  y  tierra)  es  tan  parecido  el  Difcipulo  amado  a  efta 
nueva  Familia  de  Bethlem,  y  fu  caritativo  Inftituto,  que  para  satisfacer  a  la  obli- 
gación defte  día,  no  ferá  fin  propofito,  que  yo  haga  defta  Compañía,  y  Hofpita- 


152 


DAVID  VELA 


lidad,  la  mefma  pregunta,  que  hizo  el  Principe  Pedro  por  el  favorecido  Evange- 
lifta:  hic  autem  quid?» 

Recuerda  la  costumbre  de  los  egipcios,  entre  quienes  «para  cada  achaque  ha- 
bía uno  solo  reputado  médico»,  Medicina  erat  distributa,  ut  singulorum  morborum 
fint  medici:  Herodes,  Lib  2;  tendencia  a  la  especializaron  que  en  todas  las  cosas 
se  observa,  mas  tiene  su  excepción  en  la  Orden  Bethlemítica :  «Porque  es  el  Ma- 
ná de  los  Hospitales,  y  si  el  maná  no  podía  a  un  manjar  solo  ceñirse;  tampoco  la 
Casa  de  Bethlem  por  el  maná  puede  a  especial  accidente  estrecharse,  porque  es 
el  blanco  de  sus  intentos  atender  con  indiferencia  a  todos  los  Hospitales,  y  esta 
es  su  mayor,  y  propia  alabanza  ser  uno,  y  servir  a  todos  los  enfermos». 

Explica  como  esta  Orden  tiene  de  todas  las  religiones,  por  lo  que  abre  plura- 
lidad de  caminos  a  la  observancia  de  la  ley  divina,  la  propia  perfección  y  el  ejer- 
cicio de  la  caridad;  y  termina  preguntándose:  «¿Que  hospital  es  este  de  Bethlem?». 
«Atiéndase  a  su  origen  — responde — ,  a  su  principio,  a  su  instituto,  a  su  Funda- 
dor: est  umbra  Petri.  Es  una  sombra  de  Pedro  de  aquel  Venerable  Varón,  antes 
por  el  nombre  de  Ventancur,  y  después  conocido  por  el  título  de  Hermano  Pedro 
de  San  Joseph:  este  fue  la  luz  de  este  instituto,  con  que  este  Hospital  es  la  som- 
bra de  ese  Pedro,  que  como  la  del  Apóstol  en  un  solo  contacto  servía  a  la  sanidad 
común.  Este  Hospital  en  un  solo  empleo  sirve  a  todas  las  enfermerías  pues  de- 
xenme  dezir,  que  este  es  el  maná  de  los  Hospitales». 

—  VII  — 

MUÑOZ  DE  CASTRO    (Br.  PEDRO) 

EXALTACION/MAGNIFICA/DE  LA  BETHLEMITICA/ROSA  DE  LA  MEJOR  AME- 
RICANA/JERICO,/Y  ACCION  GRATÜLATORIA/Por  fu  plaufible  Plantación  di- 
chofa;  nuevamente/erigida  en  Religión  f agrada  por  la  Santidad  del  Sr.  Inocencio 
XI.  P.  M./Que/Celebro  en  efta  Nobiliffima  Ciudad  de  Mexico,/el  Venerable  Dean, 
y  Cabildo  de  efta  S.  Iglefia/Metropolitana,  y  Sacratiffimas  Religiones,/Con  assis- 
tencia/de  Exmo.  Señor  D.  Ioseph  Sarmiento/Valladares,  Virrey  de  efta  Nueva-Ef- 
paña,/y/del  linio.  Señor  D.  Francisco  de  Aguiar/Seyxas,  y  Vlloa,  Arzobifpo  de  efta 
dicha  Ciudad/Con  octavario  pleniffimo  de  Sermones  predicados,  que  fe  dedican/ 
al  dicho  Ilustriffimo  Señor,  a  cuyas  influencias  debe  el  Parayfo/de  Bethlen  toda 
fu  amenidad./Cuya  difpofficion  fe  encomendó  a  la  idea  del  Bachiller/Pedro  Mu- 
ñoz de  Caftro,  Presbytero  de  efte/Arzobifpado/Con  licencia  de  los  superiores: /En 
México,  por  Doña  María  de  Benavides,  viuda  de  Juan  de/Ribera  en  el  Empedra- 
dillo  año  de  1697.  —  Biblioteca  Nacional. 

8o.— Apost.— 84  folios— 2  col.  en  p.— Prel -Dedicatoria  (7  pp.  s.  f.);  A  su  S.  111- 
ma.  México  y  marzo  20  de  1697— Br.  Pedro  Muñoz  de  Caftro.  Parecer  de  M.  R.  P. 
Miguel  de  Castilla,  profeffo  de  la  Compañía  de  Iesus,  Cathedratico  de  Vifperas 
de  Theologia  en  el  Colegio  Máximo  de  S.  Pedro  y  S.  Pablo  de  dicha  Compañía. 
(8  pp.  s.  f.)  Junio  12  de  1697.— Parecer  del  Doctor  D.  Alonso  Alberto  de  Velafco, 
Cura  mas  antiguo  de  efta  S.  Iglefia  Cathedral  Metropolitana  de  México,  Abogado 


EL    HERMANO  PEDRO 


153 


de  Preffos,  y  Confultor  del  S.  Officio  de  la  Inquificion  de  efta  Nueva-España, 
Capellán  del  Convento  de  N.  Señora  de  la  Antigua,  y  S.  Iofeph  de  Religiofos  Car- 
melitas Defcalzos  de  efta  Ciudad,  Confultor  del  Colegio  de  la  Puriffina  Concep- 
ción de  N.  Señora,  y  del  Apoftol  S.  Pablo  de  la  mifma  S.  Iglefia  Metropolitana 
(6  pp.  s.f.)  México  y  agosto  21.  de  1697— Licencia  de  el  Exmo.  S.  D.  Ioseph  Sar- 
miento Valladares  Conde  de  Moctezuma,  Virrey  y  Governador  y  Capitán  General 
de  Nueva-Efpaña— Decreto  de  9  de  julio  de  1697  años— Licencia  del  Illmo.  y  Rmo. 
S.  Dr.  D.  Francifco  de  Aguiar,  (etcétera)  Arzobifpo  de  México — Auto  de  26  de 
agosto  de  dicho  año. 

En  12  folios  hace  la  «Descripción  del  octavario  solemne  que  a  la  publicación 
de  la  Bula  de  S.  S.  de  Inocencio  XI  declarando  Religión  Sagrada  a  la  Compañía 
Bethlemitica  se  celebró  en  México,  cabeza  del  Reyno  de  Nueva-Efpaña». 

El  Bachiller  Muñoz  de  Castro  padece  el  estilo  amanerado  de  su  época:  «Efte 
renuevo  hermofo,  planta  bella  de  nueftra  feliz  flor  Americana,  Cedro  mas  que 
fublime,  Diafana  Fuente  criftalina,  y  clara,  fue  (ya  fe  deja  ver)  el  infigne  Va- 
ron  digno  de  eterna  fama,  aquel  Pedro  excelente,  preciofa  piedra,  y  piedra  de  va- 
lor ineftimable.  Pedro,  piedra  fundamental,  piedra  primaria  del  edificio  Bethle- 
mitico  Augusto,  que  oy  nuevamente,  fe  aplaude  ya  exaltado,  quando  en  Sagrada 
Religión  fe  vee  erigido,  Pedro  de  San  Joseph  Betancur,  Reparador  infigne  de  las 
ruynas  de  aquel  Portal  pobriffimo  de  Bethlen,  quando  edifica,  y  funda  fumptuofo 
Alcázar  de  una  Religión  Hofpitalaria,  que  con  título  de  Compañía  Bethlemitica 
aplaudimos  ya  confirmada,  Pedro  de  San  Joseph  Betancur...  (Sigue  exponiendo 
su  origen,  padres  e  impulsión  de  salir  de  las  Canarias,  llamado  a  realizar  elevado 
destino,  y  acaba  en  fervoroso  elogio  de  Guatemala).  «Aqui,  o  ifigne  Ciudad  nue- 
va de  Guatemala,  fi  hafta  oy  tan  conocida,  defde  aora  más  iluftre,  fi  hafta  oy 
tan  leal,  y  noble,  defde  aqui  mas  famofa,  y  decantada,  en  laminas  de  bronze  a 
pefar  de  los  tiempos  viva  eterna  tu  fama  pues  fuifte  el  rico  fundo  donde  pufo 
con  alta  providencia  los  ojos  el  Señor  para  perpetuo  cenfo  de  fu  mayor  agrado, 
para  renta  eftimable  de  fu  cariño,  poffeffion  fu  Iglefia  de  un  rico  mayorazgo.  Tu 
fuifte  el  fitio  hermofo,  que  para  obra  tan  rara  de  heroyca  fundación  la  Mages- 
tad  Suprema  ha  deftinado,  y  fuifte  tu  la  tierra,  que  demoftro  el  Señor  a  nueftro 
Abraham  Pedro,  para  fundamentar  en  ti,  aquefta  Religiofa,  aunque  mínima,  excelfa 
Compañía  de  Bethlen,  que  en  Religión  Augufta  vemos  oy  erigida,  y  exaltada». 

En  el  mismo  tono  sigue  llamándola  «Sion  gloriofa»,  predispuesta  a  albergar  en 
su  seno  a  esa  Bethlen,  tierra  propicia  a  «la  flor  americana»,  a  la  vez  exalta  la 
figura  de  Pedro:  «O  Guatemala  Iluftre,  en  ti  foltó  las  velas  a  fu  efpiritu  a  fo- 
plos  repetidos  de  el  Sacrofanto,  efte  Varón  famofo,  efte  hombre  Angelical,  Angel  hu- 
mano, furcando  fin  parar  quinze  años  fubfequentes,  q-vivio  en  tus  confines,  los  ma- 
res borrafcofos  de  tribulaciones,  y  trabajos,  todo  aplicado,  todo,  a  la  tarea  con- 
tinua de  obras  de  charidad  en  que  fin  cefar  fervorofo  fe  exercitaba,  vifitando 
Hofpitales,  curando  a  los  enfermos,  viftiendo  a  los  defnudos,  y  focorriendo  ham- 
brientos, y  miferables». 

Continua  exponiendo  la  forma  en  que  Pedro  procedió  a  su  fundación  hospita- 
laria, «en  aquella  humilde  cafita  tan  dichofa,  para  cuya  erección  bufeo  charita- 
tivos  compañeros  idóneos  que  le  ayudaffen,  o  por  mejor  decir  atraydos  ellos  mif- 
mos  de  aquel  olor  fuave,  de  aquella  ínclita  Rofa,  le  figuieron  en  pos  de  la  fragan- 
cia de  fus  prodigiofos  faludables  ungüentos  de"  virtudes  embelefados.» 


154 


DAVID  VELA 


Remite,  a  quienes  desearen  más  individual  noticia,  a  «la  vida,  o  vidas  dos  de 
efte  Varón  Infigne,  hombre  admirable,  la  que  efcribio  el  Reverendiffimo  Padre 
Maeftro  Manuel  Lobo  de  la  Compañía  de  Jesús,  su  Doctiffimo  y  efpiritualiffimo 
Confeffor,  y  la  que  defpues  en  mayor  volumen  compufo  el  eloquentiffimo  Doctor 
D.  Francifco  Antonio  de  Biena,  donde  hallará  el  Devoto  noticias  prodigiofas,  y 
exemplos  fingulares». 

Elogia  el  celo  con  que  Fray  Rodrigo  de  la  Cruz,  presente  en  esas  ceremonias 
del  novenario,  ha  continuado  la  obra,  «creciendo  la  cafita  pequeña  de  aquel  pe- 
queño Pedro  piedra  humilde,  que  le  quebró  las  piernas  a  la  eftatua  foñada  de 
Nabucos  adverfds,  hafta  formar  un  fuperior  collado,  un  Líbano  eminente». 

Le  parece  que  todo  el  texto  de  Isaías  induce  profetica  alusión  a  la  Orden  Be- 
lemítica,  y  pasa  a  relatar  las  ocurrencias  del  solemne  octavario.  Entre  otros  datos, 
nos  interesa  sobre  manera  el  que  identifica  a  un  pariente  consanguíneo  del  Her- 
mano Pedro,  entonces  residente  en  México  y  prelado  notable,  a  saber:  «Aplaudió 
en  el  pulpito  las  glorias  de  el  celebrado  Pedro,  un  orador  Seraphin  fabio,  y  Que- 
rubín amante  por  las  generales  que  le  tocan,  y  muy  de  lleno  por  consanguíneo  de 
el  infigne  Fu (n)  dador  de  la  Familia  de  Bethlen,  pero  aunque  parte  tan  apafionada, 
como  vive  defnudo,  no  eftrañó  el  defnudarfe  de  paífion,  efte  fue  el  muy  R.  P. 
Fr.  Auguftin  de  Betancur,  Difinidor  Actual,  Cura  Colado  de  la  Parroquia  de  S. 
Joseph  de  los  Naturales,  y  Coronifta  de  fu  Sagrada  Religión,  cuyos  elogios,  cré- 
ditos y  fama  eftan  bien  afianzados  en  lo  mucho  que  como  tal  Coronifta  tiene 
impreffo». 

Cada  Continente  había  dado  su  concurso  de  santidad,  agrega,  mediante  la 
predestinación  de  excelsos  varones,  «...de  la  Afia  Bafilio,  de  la  Africa  Augufti- 
no,  y  de  la  Europa  Benito:  folo  nos  faltaba  la  América,  y  efta  pufo  su  flor,  tam- 
bién, por  medio  de  Pedro  de  Betancur,  en  efte  prodigiofo  ramillete  de  las  Reli- 
giones». Halla  que  el  hombre  de  hierro  que  vio  Ezequiel  y  campeaba  dirigiendo 
el  carro  de  Dios,  es  Pedro  de  Betancur,  carro  y  carrero  él,  «encendido  en  llamas 
de  chariaad».  «Y  que  hombre  mas  de  hierro,  que  nueftro  Betancur,  que  jamas 
pareció  hombre  de  carne?». 

Transcríbense  en  seguida  los  sermones  con  que  se  solemnizó  el  octavario  en 
la  Catedral.  A  folio  13:  «Sermón,  que  en  las  fiestas  de  la  publicación  de  la  Bula 
que  erigió  en  Sagrada  Religión  a  la  Compañía  Bethlemitica,  el  primer  día  de  fu 
octava  en  la  Santa  Iglefia  Cathedral  Metropolitana  de  Mexico./Predicó,  el  Dr.  D. 
IVAN  DE  NARBAES,  Prebendado  de  dicha  Saín) ta  Iglefia  Metropolitana,  Ca- 
thedratico  Propietario  de  Prima  de  Sagrada  Efcriptura  en  efta  Real  Vniverfidad, 
y  Examinador  Synodal  de  efte  Arzobifpado».  Es  curioso  en  esta  pieza  oratoria 
un  derroche  de  ingenio  y  tiempo  para  sacar  consecuencias  alegóricas  a  la  relación 
numérica  de  las  fechas  importantes  en  la  vida  de  la  nueva  religión,  desde  que  Pe- 
dro de  Betancur  la  fundara  en  el  año  de  1653. 

A  folio  25:  «Sermón  Segundo./En  las  fiestas  de  la/Publicación  de  la  Bula  en 
que/fe  erigió  en  Religión  Sagrada  la  Compañía/Bethlemitica., Predicado,  por  el 
M.  R.  P.  M.  Fr.  DOMINGO  DE  SOUFA,  Provincial  Actual  de  la  Provincia  de  San- 
tiago de  México,  en  el  Hofpital  de  Convalecencia  de  efta  Ciudad. 

A  folio  32:  «Sermón  Tercero/ A  la  Celebración  de  la  exaltación  en  Religión 
Aprobada  de  la  Compañía  Bethlemitica  por  Bula  de  la  Santidad  de  Innocencio 
Xl/Predicado  por  el  M.  R.  P.  Fr.  AUGUSTIN  DE  BETANCUR,  Ex-Lector  de 
Teología,  Predicador  lubilado  Gen/ral,  Difinidor  Actual,  y  Chronifta  de  la  Pro- 


EL    HERMANO    PEDRO  155 

vincia  del  Santo  Evangelio  Mexicano,  Cura  Miniftro  de  la  Iglefia  Parrochial  del 
Señor  San  Ioseph  de  los  Naturales  de  México».  .Era  este  padre  orador  y  escritor 
famoso,  y  pariente  consanguíneo  del  Hermano  Pedro;  en  un  párrafo  en  que  atri- 
buye a  sus  actos  la  inspiración  del  Espíritu  Santo,  desde  su  dichoso  nacimiento, 
cree  necesario  advertir:  «..y  efto  no  me  lo  revelo  la  fangre  fuya.  Caro,  fanguis, 
no  revelabit  tibi.  fino  la  fama  de  fus  virtudes...».  De  él  conocemos  una  obra  muy 
docta,  intitulada  «Chronografia  Sagrada  de  la  Vida  de  Christo  Nuestro  Reden- 
tor»; seguida  de  otra  particular  de  la  Seráfica  Religión  de  San  Francisco,  publi- 
cada en  México,  por  María  de  Benavides,  en  el  EmpedracLUo,  1896;  y  su  «Teatro 
Mexicano», 

A  folio  38:  «Sermón  Quarto/En  las  Fiestas  de  la  Publicación/ de  la  Bula  en 
que  fe  erigió  en  Religión  Sagra  da  la  Hofpitalidad  y  Compañía/Bethlemitica./ 
Predicado  por  el  M.  R.  P.  Fr.  LVIS  DE  RIBERA,  Lector  de  Theología  Jubilado 
en  fu  Provincia  de  S.  Nombre  de  Iesus,  y  Miniftro  de  la  Tercera  Orden  de  Peni- 
tencia de  N.  P.  S.  Auguftin».  A  folio  45:  «Sermón  Quinto/En  las  Fiestas  de  la 
Publicacion/de  la  Bula  en  que  fe  erigió  en  Religión  Sagra/da  la  Hofpitalidad  v 
Compañía/Bethlemitica./Predicado  por  el  M.  R.  P.  fray  IVAN  DE  CONCEPCION, 
Superior  del  Convento  de  S.  Sebastian  de  Carmelitas  Defcalzos  de  efta  Ciudad 
de  México». 

A  folio  57:  «Sermón  Sexto/En  las  Fiestas  de  la  Publicación/de  la  Bula  en  que 
fe  erigió  en  Religión  Sagra/da  de  la  Hofpitalidad  y  Compañía/Bethlemitica/Pre- 
dicado  por  el  M.  R.  P.  Fr.  NICOLAS  RAMIREZ  del  Real,  y  Militar  Orden  de  N 
Señora  de  la  Merced.  Ex-Regente  del  Convento  de  los  Santos  Doctores  S.  Cofme, 
y  S.  Damián  de  la  Puebla,  etc./ 

«Sermón  Septimo/En  las  Fiestas  de  la  Publicacion/de  la  Bula  en  que  fe  eri- 
gió en  Religión  Sagra/da  la  Hofpitalidad  y  Compañía/Bethlemitica./Predicado 
por  el  M.  R.  P.  IOSEPH  DE  PORRAS  de  la  Compañía  de  Iesus,  Prefecto  de  la 
Congregación  de  la  Puriffima». 

«Sermón  Octavo/En  las  Fiestas  de  la  Publicacion/de  la  Bula  en  que  fe  erigió 
en  Religión  Sagra/da  la  Hofpitalidad  y  Compañía/Bethlemitica. /Predicado  por 
el  M.  R.  P.  Fr.  IOSEPH  IGNACIO  DE  RUEDA  del  Orden  de  S.  Juan  de  Dios». 

Todos  los  oradores  citados  hallan  coyuntura  para  exaltar  la  piedad,  devoción 
y  otras  virtudes  del  Hermano  Pedro,  así  como  las  excelencias  de  la  Orden  Hospi- 
talaria que  por  divina  inspiración  fundaría  en  América. 

Sigue  (a  folio  81)  una  carta  pastoral  del  arzobispo  de  México  y  miembro  del 
consejo  de  su  Magestad,  doctor  Francisco  de  Aguiar  y  Seyxas,  por  la  cual  comu- 
nica «a  todos  los  vezinos,  y  moradores,  eftantes,  y  habitantes  en  efta  ciudad  de 
México;  y  todo  efte  N.  Arzobifpado,  de  cualquier  eftado,  calidad,  y  condición  que 
fean. . .»,  el  brebe  que  acredita  a  fray  Rodrigo  de  la  Cruz  como  general  de  losBeth- 
lemitas  y  1%  bula  de  Inocencio  XI  relativa  a  la  consagración  de  la  Orden  Hos- 
pitalaria fundada  «por  un  cierto  Pedro  de  Betancur  de  San  Joseph,  que  comenzó 
el  año  de  1653  a  edificar  la  primera  Cafa,  y  Hofpital  de  dicha  Compañía,  en  la 
ciudad  de  Guatemala». 


158 


DAVID  VELA 


—  VIII  — 

VAZQUEZ    (Fr.  FRANCISCO) 

SEGUNDA  PARTE/de  la/CHRONICA/De  la  Provincia  del  Santis/simo  Nombre  de 
Jesús  de  Gvatemala/Del  Orden  de  N.  S.  P.  S.  Francisco/En  el  Reyno  de  Nveva- 
España/  (entre  ramazones)  DEDICADA/al  limo,  y  Rmo.  Señor  Doctor  y  Maestro 
dos  veces  Jvbilado  D.  Fray/Juan  Baptifta  Alvarez  de  Toledo  de  la  Regular  Obfer- 
vancia./Digniffimo  Señor  Obifpo  de  Guatemala  y  Verapaz  del/Confejo  de  fu  Ma- 
geftad;  Hijo  y  P.  Amantiffimo  de/efta  Provincia  y  COMPUESTA /Por  el  R.  P.  F. 
Francis-/co  Vasquez  Lector  Ivbilado  Calificador  del  Santo  Officio./Notario.  Apof- 
tolico,  Padre  de  la  Provincia  de  Nicara-/gua,  Cuftodio,  y  Cronifta  defta./TOMO 
SEGUNDO/Con  licencia  de  los  superiores,/En  Guatemala  en  la  Imprenta  de  Sam 
Francifco/año  de  1716.    Biblioteca  de  los  P.  Franciscanos. 

El  padre  Vázquez  fue  por  más  de  quince  años  Chronista  y  su  obra,  escasísi- 
ma hoy,  contiene  datos  muy  importantes.  El  capítulo  XVI  de  este  segundo  to- 
mo (pags.  888  y  sigtes.)  se  intitula  «Noticia  de  la  vida  admirable  del  V.  Hermano 
Pedro  de  San  Jofeph  de  la  Terzera  Orden  de  Penitencia  de  N.  Seraphico  P.  San 
Francifco». 

Hace  referencia  a  la  obra  del  padre  Manuel  Lobo,  a  quien  trató  personal- 
mente; además,  tuvo  oportunidad  Vasquez  de  relacionarse  con  varios  Terceros 
contemporáneos  del  Hermano  Pedro,  particularmente  con  aquellos  con  quienes 
más  se  comunicaba  el  seráfico  lego,  y  de  ellos  obtuvo  algunos  «instrumentos  y 
papeles  de  letra  del  V.  Herm.  Pedro»,  los  cuales  quizo  cotejar  con  otros  que  se  ha- 
llaban en  poder  del  padre  Lobo.  En  esa  ocasión,  el  confesor  del  Hermano  Pedro 
le  expresó  su  intención  .de  añadir  y  ampliar  la  Relación  impresa  en  1667,  «y  dis- 
poner un  volumen  diferente,  que  compuciese  un  libro»,  con  lo  cual  no  sólo  satis- 
facía a  un  interior  impulso  sino  obedecía  a  las  instancias  y  hasta  órdenes  de  sus 
prelados;  sin  embargo,  esperaba  que  se  practicaran  las  informaciones  públicas, 
seguro  de  que  «apenas  habría  persona  grande  o  pequeña  que  no  tuviese  algo  que 
declarar,  haber  sucedido  en  su  casa  o  en  su  vecindad,  pues  era  tan  familiar  a  to- 
dos el  Siervo  de  Dios».  Aún  más,  el  padre  Lobo  mostró  al  cronista  Vázquez  una 
petición  del  muy  noble  Ayuntamiento  para  que  se  nombrasen  capitulares  por  co- 
misarios y  solicitar  la  debida  información  ante  el  Juez  Eclasiástico,  «de  la  vida, 
virtudes  y  cosas  que  pareciesen  maravillosas»,  del  Hermano  Pedro.  A  tal  petición 
respondió  el  Dr.  Juan  de  Sto.  Mathia  Sanez  de  Mañozca  y  Murillo  que  era  muy 
prematura  e  insinuando  que  se  esperase  al  menos  20  años.  Desafortunadamente, 
comenta,  pocos  días  antes  de  que  el  plazo  se  cumpliera,  que  era  el  día  25  de  abril 
de  1687,  falleció  el  padre  Lobo  — el  21  de  marzo  de  dicho  año — ,  sin  llegar  a  es- 
cribir el  libro  que  planeara.  Vázquez  suplicó  al  Provincial  de  la  Orden,  fray  Alonso 
Afpectia,  que  gestionase  la  restitución  de  todos  los  papeles  que  poseía  el  difunto, 
que  no  podían  ser  conservados  por  nadie  con  mayor  celo  y  cariño  que  el  de  los 
franciscanos,  dichosos  de  haber  tenido  en  su  seno  al  «insigne  Hermano  Pedro». 
Su  solicitud  tuvo  éxito,  y  la  documentación  llegó  a  manos  del  cronista,  quien,  a 
su  vez  se  reservó  para  más  tarde  escribir  largamente  sobre  el  famoso  Tercero,  es- 
perando también  las  informaciones  públicas. 


EL    HERMANO  PEDRO 


157 


El  cronista  Vázquez  afirma  que  conoció  por  más  de  diez  años  al  Hermano 
Pedro,  teniendo  aquel  20  años  a  la  muerte  de  este;  y  refiere  que  apenas  muerto 
el  Venerable  Varón  ya  cundieron  en  el  pueblo  generales  aclamaciones  de  su  san- 
tidad, en  forma  y  grado  sólo  comparables  a  las  que  motivó  el  fallecimiento  de 
fray  Juan  de  Orduña,  otro  piadoso  varón  cuya  vida  refiere  en  el  capítulo  XIV  (pá- 
gina 58).  Lamenta  el  retardo  en  la  práctica  de  indagaciones  oficiales  sobre  las 
«gigantes  operaciones»  del  Hermano  Pedro,  lo  cual  dificultará  las  probanzas,  pues 
en  30  años  corridos  desde  su  muerte  «ya  faltan  tres  cuartas  partes  de  quienes  le 
conocieron».  Acerca  de  la  vida  del  H.  Pedro  se  había  Vázquez  informado  con  los 
Terceros  Penitentes,  pues  fue  durante  seis  años  Visitador  de  la  Orden,  y,  siendo 
poseedor  de  la  documentación  del  padre  Lobo,  deseaba  escribir  un  libro,  que  ya 
no  comenzó  siquiera.  Sin  embargo,  Agustín  Meneos  Franco  (véase  No.  XXIII) 
lo  da  por  escrito,  con  el  título  de  «Historia  del  Venerable  Pedro  de  Bethancour, 
fundador  de  la  Orden  Hospitalaria  de  las  (sic)  Belemitas»,  y  «publicada  en  las 
prensas  de  la  Antigua  Guatemala». 

El  cronista  Vázquez  pronunció  un  panegírico  del  Hermano  Pedro,  en  las  exe- 
quias hechas  a  sus  restos  el  año  de  1686,  según  consta  del  Proceso  de  Beatifica- 
ción. (La  Semana  Católica,  Año  V,  No.  245,  página  287). 

—  IX  — 

MELIAN   DE   BETANCURT   (Fr.  PEDRO) 

Mística  escala  de  Jacob/la  Religión  Bethlemitica,  y  en  el  Patriarca,/fu  V.  Funda- 
dor el  Hermano  Pedro/de  San  Jofeph  Vetancur/figurado/PANEGYRICO/Predica- 
do  erí  Belén,  de  el  Nacimiento  de  el  hijo  de/Dios,  día  de  los  SS.  Inocentes/Paten- 
te/N.  GRAN  DIOS/y  Señor  Sacramentado/Por  el  R.  P.  Fr.  Pedro  Melián/de  Be- 
tancurt,  Lect.  Jubilado,  Qualificador  de  el/S.  Officio,  Examinador  Synodal  de 
efte  Obifpado./y  Biffinidor  actual  de  efta  Sta.  Provincia/de  el  SS.  nombre  de 
IESVS/de  Guatemala/año  de  1722/ (una  corona  entre  ramazones) /En  Guatemala, 
co(n)  licencia  de  los  Superiores,  por  el  Bchiller  (sic) /Antonio  Velafco,  Ano  de 
1723.  —  Biblioteca  Nacional  de  Guatemala. — 29  S. 

8o. — Portada — hoja  en  blanco — Prels.  en  15  Pags.  s.  f.,  a  saber:  Ofrecido  al 
Rmo.  P.  Fr.  Andrés  de  la  Purificación  digniffimo  Prefecto  de  fu  Religiofiffima 
Cafa  Bethlemitica  de  Guatemala,  y  por  fu  orden  confragado  a  fu  Ínclita  devota 
la  efclarecida  Virgen  y  Martyr  invictiffima  Señora  Santa  Febronia:  Comienza: 
Espejo  de  Vírgenes,  exemplar  de  martyres,  norma  de  fortaleza,  efpofa  amadiffi- 
raa  de  Chrifto  Señor  Nro.  Señora  mía  S.  Febronia. — Termina:  Eftá  Santa  mía,  a  tus 
pies  el  mas  humilde,  y  menor  de  tus  devotos.  Fr.  Pedro  Melian  de  Vetancur  (en  tres 
pags. )  — LICENCIA  DE  LA  ORDEN:  Fr.  Pedro  Salguero  del  Orden  de  los  menores  de 
la  Regular  obfervancia  de  Nro.  Seraphico  Padre  S.  Francifco,  Predicador  Jubilado 
Calificador  del  Sto.  Officio  Examinador  Synodal  de  efte  Obifpado  Ex-Cuftodio,  y 
Miniftro  Provincial  de  efta  Sta.  Provincia  de  el  SSmo.  nombre  de  Iesvs  de  Gua- 
themala.  Honduras,  Chiapa,  Monjas  de  N.  M.  Sta.  Clara,  Colegio  de  Chrifto  Sr. 
N.  Crucificado,  y  Sierva,  &c— La  refrenda:  Por  M.  de  S.  M.  R.— Fr.  Juan  Paf- 


158 


DAVID  VELA 


qual — Lector  Jubil.  y  Secret. — 8  de  enero  de  1723. — Parecer  del  R.  P.  Fr.  Juan  de 
Arroyo,  Lector  jubilado,  Cathedratico  de  Filosofía  en  el  Colegio  del  Seraphico  Dr. 
S.  Buenaventura  de  el  Convento  de  S.  Francifco,  Regente  General  de  eftudios, 
Notario  apoftolico,  calificador  del  S.  Officio  de  la  Inquif icion,  y  Con.  Juez  y  di- 
finidor  actual  de  efta  (etc.) — Enero  9  de  1723.  (En  cuatro  pags.). — Parecer  de  Fr. 
Francifco  Vidal — Convento  de  S.  Francifco — Guatemala,  Henero  16  de  1723 — En 
dos  pags.) — Licencia  de  el  Maestre  de  Campo  D.  Francifco  Rodríguez  de  Rivas 
del  Confejo  de  su  Magestad  Prefidente,  de  efta  Real  Audiencia,  Governador  y  Ca- 
pitán General  de  efte  Reyno.  &c. — Refrenda:  Por  Mad.  de  fu  Sria. — Don  Manuel 
Lexarza  Palazios — 18  de  Henero  de  1723 — (en  1  pag.) — Por  remisión  del  Sr. 
Dr.  D.  Joseph  Varón  de  Berrieza  Dean  de  la  Sta.  Iglefia  Cathedral  Jubilado  de 
Vifperas  de  Sagrada  Teología  en  la  Real  y  Pontificia  Vniverfidad  de  San  Carlos — 
San  Francifco  de  Guathemala,  Henero  21  de  1723  (Ssgundo  parecer  del  i*.  Arroyo, 
en  3  pags.) — Licencia  de  la  Jurisdicción  Ecleffaftica — 22  de  Henero  de  1723 — Sus- 
criben: Dr.  Don  Jofeph  Varón  de  Berrieza — Por  Mand.  del  Sr.  Proviffor  y  Vicario 
General  Juan  Gregorio  Vafquez — Not.,  Public. 

Siguen  24  págs.  de  texto,  comprendiendo  las  nueve  primeras  la  salutación  y 
constando  en  la  última  la  protesta  del  autor.  Este  sermón,  dada  la  popularidad 
del  Hermano  Pedro,  cuyos  heroicos  hechos  palpitaban  en  el  ambiente,  fue  elogio- 
samente comentado  en  toda  la  ciudad,  el  padre  Arroyo  dice:  «Grande  fue  en  la 
fama  este  sermón,  y  parece  mayor  en  lo  escrito,  pues  cada  cláusula  suya  es  una 
admiración  y  todo  junto  un  milagro».  La  pieza  oratoria  exalta  a  la  religión 
Bethlemítica  y  a  su  fundador,  haciendo  un  paralelo  de  la  ejemplar  vida  del  Her- 
mano Pedro  con  la  de  Jacob,  señalando  en  los  textos  sagrados  y  en  los  glosado- 
res de  la  biblia  numerosos  antecedentes  de  los  hechos  del  Venerable  Tercero  Pe- 
nitente, comenta  al  respecto  el  padre  Arroyo:  «Engaita  con  primorofo  artificio 
noticias  diverfas  de  la  vida  del  Venerable  hermano  Pedro,  de  Padres,  y  Expofito- 
res  pref entes,  y  futuros  de  una  nueva,  y  Santa  Religión».  Y  en  su  segundo  pa- 
recer corrobora  ese  criterio:  «Aveja  artificiofa  ha  fido  el  author,  pues  de  todas 
flores  de  letras  Divinas  y  Humanas,  de  Padres,  Expofitores  Sagrados,  y  de  la  Vi- 
da del  Hermano  Pedro  de  San  Jofeph  Betancort,  ha  entrefacado  el  mejor  y  mas 
fuá  ve  licor,  para  componer  el  néctar  preciofo,  que  nos  adminiftra  en  efta  obra 
en  que  fe  hallan  con  admirable  concordia.  Niño  Dios,  que  nace,  y  Niño  Inocentes, 
que  mueren,  (porque  eftan  muy  enlazados  el  nacer  con  el  morir)  con  la  inocen- 
cia Santa  de  una  Religión  nueva,  que  imita  en  todo  la  candidez  columbina  de  el 
V.  Pedro  de  San  Jofeph  Betancurt;  que  bien  confiderado  todo  es  vn  néctar  de 
inocencias». 

Belén  es  un  cielo  — según  el  padre  Melian — ,  porque  lo  formaron  primeramen- 
te los  angeles  que  Jacob  vio  congregados,  y  es  santuario  de  humildad  porque,  a  la 
vez,  es  fundación  de  los  pastores  que  fueron  a  adorar  al  Niño  Dios,  quien  vino  al 
mundo  en  un  indigno  pesebre,  donándose  ya  con  este  primer  acto  de  modestia  a 
los  humanos;  en  fin,  esta  religión  es  eco  del  virtuoso  ejemplo  de  los  patriarcas  de 
la  antigüedad:  «los  Bethlemitas  fon  vnos  hombres  dados  al  efpiritu  en  trage,  bar- 
ba, officio,  y  execicios  de  los  antiguos  Patriarcas».  # 

«Fundó  a  efta  — prosigue — ,  que  primero  fue  congregación,  el  Paftor  Jacob, 
teniendo  en  Belén  la  cueva,  o  tugurio  de  su  recogimiento:  eftaba  efta  cueva  a  la 
parte  del  Oriente  entre  peñas,  o  labrada  allí:  dice  Tirino.  Tirin,  apud.  Haye: 
Ad  partem  orientalem  urbis  Bethlehem,  inquit  Juftinos,  spelunca  erat  excifa  in 


EL    HERMANO  PEDRO 


159 


rupe.  Alli  eftaba  como  un  balcón  de  madera,  do(n)de  Jacob  defca(n)faba  (pa- 
rece que  iba  pintando  la  tinajera,  o  el  valcón  del  herm.  Pedro,  que  aún  fe  con- 
ferva  en  Belén)». 

«Devotiffimo  era  el  hermano  Pedro  del  mifterio  Soberano  del  Nacimiento: 
vida,  folio  129.— En  efte  lugar  de  Belén,  cogió  la  cueva  tugurio  o  tinajera,  lugar  de 
fus  exercicios,  oración,  y  defcanfo,  aquí  tenia  el  valcon  de  su  mortificación,  ofre- 
ciéndote, como  Jacob,  en  uno,  y  otro  lugar,  a  Dios  continuamente  en  sacrificio; 
por  lo  que,  como  los  hijos  de  Jacob,  merecieron  los  fuyos  la  honra  de  iluftrarfe 
con  el  timbre  del  Nacimiento  soberano  del  Hijo  de  Dios,  en  el  portal  de  Belén*. 

Exalta  la  humildad  y  la  pobreza  de  la  religión  bethlemítica,  virtudes  que  legó 
a  sus  hijos  el  Hermano  Pedro  y  son  particularmente  gratas  al  cielo.  «Por  eso  S. 
Pablo  no  habló  tan  claro  de  la  divinidad  de  Christo  hafta  que  trató  de  fu  pro- 
fundiffima  humildad»,  y  era  natural  que  fundase  «a  aqueftos  Padres  o  Religiofos 
paftores  aquel  Jacob  que  eftaba,  por  su  humildad,  debajo  los  pies  de  todos,  o  aquel, 
que  ponia  fus  manos  debajo  de  las  plantas  de  los  pobres  para  lamerles  las  lla- 
gas...» Continúa  haciendo  el  parangón  entre  Jacob  y  el  Hermano  Pedro,  en  quie- 
nes ve  derramarse,  por  las  mismas  vías  y  en  idéntico  alto  grado,  la  gracia  divma, 
como  lo  va  desprendiendo  del  cotejo<«de  los  textos  sagrados  y  comentarios  de  los 
Santos  Padres  y  la  «Relación  de  la  vida,  y  virtudes  del  V.  Hermano  Pedro  de  San 
Jofeph  Betancurt»,  que  escribió  el  padre  Manuel  Lobo.  Ejemplos:  Alapide  refie- 
re que  Jacob,  en  todo  perfecto  y  caritativo,  fue  maestro  de  doctrina,  y  comenta  el 
padre  Melian:  «Uno  de  los  primeros  paffos  de  nueftro  Jacob  fundador  fue  el  al- 
quilar una  cafita,  y  abriendo  efcuela  fe  conftituyó  en  ella  maeftro  de  doctrina 
— vida  fol.  38 — ,  lección,  que  dejó  y  exercitan  para  bien  común  sus  caritativos  hi- 
jos». «Aquel  Jacob  fue  — prosigue —  que  de  fu  letra  afirma  que  defde  el  dia  8  de 
Henero  año  de  1665  le  acompañaba  Iefus  de  Nazareno,  affi  lo  prometió  fu  Ma- 
geftad  al  otro:  Gen.  28».  Y  en  otro  párrafo:  «Y  a  fu  imitacio(n)  el  Jacob  fun- 
dador de  aqueftos  Angeles  Belemitas,  todo  fu  eftudio  era  como  adelantar  efta 
cafa  Santa  de  Belén,  ya  se  vio,  pues  fiendo  fu  pobreza  tanta,  emprendió  el  hazer 
lo  que  Jacob,  de  consagrar  a  Dios  fu  cafita  pobre  de  Belén  en  la  obra  grande  que 
empezó  —Vida  fol.  53 — Todo  fu  eftudio  era  repartir  zedulas,  pidiendo  a  los  fieles 
oraciones,  por  el  aumento  de  fu  querida  Belén».  «O  dichofa  pobreza  la  de  la  Re- 
ligión Belemitica  —concluye—;  pues  de  ella  fale  la  abundancia  para  la  cafa  de 
Dios:  a  quien  no  admira  ver  la  que  por  antonomafia  fe  llamaba  la  cafita  de  el 
Hermano  Pedro  —vida  fol.  50 — convertida  en  cielo».  «Cielo  es  Belén;  pues 
qua(n)to  aqui  fe  ve  es  gloria,  es  amor,  es  caridad,  heredada  efta  en  los  hijos  de 
fu  Jacob  fundador». 

Considerando  al  Tercero  Penitente  investido  de  las  más  altas  prendas  de 
virtud,  dotado  del  don  profético  y  señalado  por  particulares  indicios  como  un  ele- 
gido del  Señor,  se  ve  precisado  a  protestar  que  no  intenta,  ni  quiere,  dar  más  fe 
que  la  humana  a  cuanto  dice  del  Hermano  Pedro  de  San  José  Bethancur,  «hafta 
que  la  Regla  infalible  de  Nra.  S.  Iglefia  declare  otro  mayor  affento»;  y  termina 
anhelando  la  justificada  canonización:  «O,  y  conceda  Dios  N.  Sr.  a  Guatemala 
dicha  tan  grande». 


160 


DAVID  VELA 


—  X  — 

GARCIA  DE  LA  CONCEPCION  (Fr.  JOSEPH) 

Historia/Bethlemitica./Vida  Exemplar,/Y  Admirable  Del  Venerable  Siervo  de  Dios 
Y  Padre/Pedro  de  San  Joseph  Betancvr./Fvndador  De  El  Regvlar/Institvto  De 
Bethlehem/En  Las  Iindias  Occidentales  ;/Frvtos  Singvlares  de  sv  Feevnüo  Espiiitv,/Y 
Svcessos  Varios  de  Esta  Religión/Escrita/  Por  el  P.  Fr  Joseph  García  de  la  Concep- 
ción,/Lector  de  Theologia,  Religiofo  Defcalzo  de  la  Orden  de  Nueftro/Serafico  Pa- 
dre San  Francifco,  y  hijo  de  la  Provincia/de  San  Diego,  de  Andalucia./Dedicada  A 
la  Magestad  de  el  Señor  Don  Felipe  Qvinto,  en  fu  Real  Confcjo  de  Indias,  el  M.  R. 
P.  Fr.  Miguel  de  la  Concepción./Religiofo  Bethlemita,  y  Procurador  general  de  fu 
Reli-/gion;  y  el  mifmo  le  da  a  Ta  publica  luz.  Año  de  1723./Con  Privilegio:  En  Se- 
villa, por  JVAN  DE  LA  PVERTA,  Impreffor  de  Libros,  en  las  Siete  Rebueltas.— 
Biblioteca  Nacional. 

8o.  Mayor. — (Dedicatoria,  en  6  pags.  s.  f.)  Al  Rey  N.  Señor/En  Sv  Grande, 
y  Real  Consejo  de  Indias  (Apostillado).  Puerto  de  Santa  María,  y  Mayo  8  de 

1722.  B.L.R.P.D.V.M. — Fray  Jofeph  García  de  la  Concepción. — Aprobación  de  el 
M.R.P.  Fr.  JVAN  CARRASCO  de  la  Soledad.  Lector  de  Theologia,  y  Ex-Difinidor 
de  la  Santa  Provincia  de  San  Diego,  de  Andalucía,  de  la  mas  eftrecha  obfervancia 
de  N.  S.  P.  S.  Francifco.  (Apostillado,  4  pags.  s.  f.)  ,En  efte  Convento  de  San  Juan 
Baptifta,  de  Xerez  de  la  Frontera.  En  I  Febrero  de  1723.  años.  Fray  Juan  Ca- 
rrafeo  de  la  Soledad. — Aprobación  de  el  M.R.P.  Fr.  Francisco  de  San  Nicolás  Se- 
rrate,  Lector  de  Theologia,  y  ExDifinidor  de  Francifcos  Defcalzos  de  la  Provincia 
de  San  Diego,  de  Andalucía  (Apostillado,  6  pags.  s.  f.) — En  efte  de  San  Juan 
Baptifta  de  Xeres  de  la  Frontera,  a  6  de  Febrero  de  1723.  Fr.  Francifco  de  S.  Ni- 
colás Serrate. — Licencia  de  la  Religión  (1  pag.  s.  f.)  En  nueftro  Convento  de  la 
Reyna  de  los  Angeles  de  la  Ciudad  de  Cádiz,  en  8  de  Febrero  de  1723.  Fray  Juan 
Diaz  de  la  Concepción.  Miniftr.  Prov.  Por  mandado  de  nueftro  clarifsimo  Her- 
mano Provincial — Fr.  Fernando  Gobin  de  S.  Jofeph. — Secret. — Aprobación  del  Dr. 
Don  Thomas  Hortiz  de  Garay,  Cathedratico  de  Moral,  Theologo  de  Cámara  del 
Excelentifsimo  Señor  Arzobifpo  de  Sevilla,  y  Canónigo  de  la  Santa  Iglesia  de  Sant 
lago.  3  pags.  s.  f.)  Sevilla  y  junio  13  de  1723.  años. — Licencia  del  Ordinario,  Don  Luis  de 
Salcedo  y  Ascona. — Dada  en  Nueftro  Palacio  Arzobifpal  de  Sevilla,  a  29  de  junio 

1723.  años. — Luis  Arzobifpo  de  Sevilla. — Por  mandado  de  el  Arzobifpo  mi  Señor — D. 
Manuel  de  Urrunaga — Secr. — Aprobación  del  M.  R.  P.  Mtro.  Manuel  de  la  Peña, 
de  la  Sagrada  Compañía  de  Jessú,  afiftente  general.  Provincial,  que  fue  Examina- 
dor Synodal,  y  Calificador  del  Santo  Oficio.  (3  pags.  s.f.)  Casa  profeffa  de  la 
Compañía  de  Jesús  de  Sevilla,  a  23  de  abril  de  1723  — APROBACION  del  M.  R.  P. 
Fr.  Blas  Alvarez,  de  la  Orden  de  N.  S.  P.  S.  Francifco,  Lector  Jubilado,  Ex-Defini- 
dor  Confultor  del  Santo  Oficio  y  Examinador  Synodal  de  efte  Arzobifpado  (1 
pag.  s.  f.)  Convento  de  San  Francifco.  Sevilla,  y  abril  12  de  1723.— EL  REY  (li- 
cencia y  condiciones  para  la  publicación,  en  1  pag.  s.f.)  En  Aranjuez,  a  feis  de  ma- 
yo de  mil  fetecientos  y  veinte  y  tres  años.  Yo  el  Rey.— FEE  DE  ERRATAS  por  el 
Licenciado  D.  Benito  de  Rio  Cao  de  Cordido — Corrector  General  por  fu  Magef- 
tad.— TASSA— por  D.  Falthafar  de  San  Pedro  Azevedo,  Secr.  de  Cámara  del  Rey 


EL    HERMANO  PEDRO 


161 


(fija  en  957  maravedís  de  vellón  el  precio  máximo  de  cada  ejemplar)  .—Prologo  al 
lector— (apostillado,  8  pags.  s.f.) — PROTESTA  del  autor  (1  pag.)— (en  blanco) 
(Lamina  que  representa  el  nacimiento  de  Cristo  en  Belén)  Christi  Nativitas. 

La  obra  completa  tiene  216  páginas,  incluyendo  el  Indice,  y  está  dividida  en 
cuatro  libros.  El  primero  consta  de  XLIX  capítulos  y  se  intitula:  «Vida  del  Ve- 
nerable Siervo  de  Dios,  Pedro  de  S.  Joseph  Betancur;  el  segundo,  con  XLII  capí- 
tulos, refiere  la  vida  de  fray  Rodrigo  de  la  Cruz,  y  en  él  a  menudo  saltan  impres- 
cindibles referencias  a  la  obra  del  Hermano  Pedro,  sobre  todo  en  lo  que  se  refie- 
re a  la  edificación  y  prueba  de  la  vocación  del  primer  general  de  los  Belemitas; 
el  tercero  tiene  XXIX  capítulos  y  trata  del  establecimiento  y  desarrollo  de  la  Or- 
dén  de  Belemitas  Hospitalarios,  hasta  la  muerte  de  fray  Rodrigo  de  la  Cruz;  y  el 
cuarto,  en  X  capítulos,  cuenta  la  vida  de  algunos  otros  belemitas  que,  a  imitación 
de  su  fundador  Pedro,  hubieron  fama  de  gran  piedad. 

Tres  cosas,  dice  fray  José  García  de  la  Concepción,  han  ocupado  mi  atención 
al  escribir  esta  obra:  la  verdad  histórica,  el  estilo  y  el  ordenamiento  de  los  su- 
cesos. Respecto  de  lo  primero  advierte  que  sus  fuentes  han  sido:  la  cierta  y  exce- 
lente obra  del  Dr.  don  Antonio  de  Montalvo,  las  Informaciones  presentadas  a  la 
Silla  Apostólica  para  la  Beatificación  y  Canonización,  los  instrumentos  jurídicos 
que  en  litis  seguida  por  los  religiosos  belemitas  pasaron  por  las  curias  de  Madrid 
y  Roma,  y,  las  definiciones  canónicas  de  la  propia  religión  Bethlemítica.  Por  úl- 
timo, tuvo  a  la  vista  el  dicho  de  un  testigo  ocular  de  algunos  prodigios,  como  lo 
fue  el  padre  fray  Salvador  de  Valencia,  religioso  de  San  Francisco,  en  cuya  «ora- 
ción funeral»  ha  encontrado  datos  personalmente  afirmados;  y  le  satisface  agre- 
gar que  algunas  afirmaciones  del  verídico  Montalvo  las  ha  corroborado  con  la  de- 
posición de  hasta  57  individuos  concordes,  siendo  así  que  para  hacer  prueba,  en 
el  Cielo  y  en  la  Tierra,  se  acepta  el  dicho  uniforme  de  solo  tres  personas. 

En  cuanto  a  su  estilo,  fray  Francisco  de  San  Nicolás  Serrate  dice:  «el  eftilo 
es,  como  debe  fer,  f olido,  expresivo,  varonil.  Lo  nazareno  se  dixo  de  la  cabeza  de 
Joseph,  pero  a  efte  Joseph  no  fe  le  ha  puefto  en  la  cabeza  lo  florido». 

Y  el  propio  comentarista,  que  hubo  de  juzgar  la  obra  para  su  aprobación,  ce- 
lebra su  buena  arquitectura  literaria:  «Todo  fe  ve  en  efta  obra  debidamente  dif- 
puefto:  firven  las  palabras,  no  redundan:  corren  los  afectos,  no  fe  precipitan:  en- 
dulzan las  noticias,  no  dif  traen:  fe  infinuan  fuá  ves  las  perfuaf  iones,  y  no  pertur- 
ban difonantes.  Es  el  Autor  Histórico  configuiente,  verdadero,  lleno,  Ubre,  preci- 
fo,  y  claro,  evitados  los  efcollos  de  confufion,  superfluidad,  lifonja,  olvido,  afec- 
tación, y  repugnancia». 

En  verdad,  sin  mengua  de  sus  valiosos  antecedentes,  la  obra  del  padre  Lobo 
y  del  Dr.  Montalvo,  esta  biografía  es  una  de  las  más  completas  y  ciertas  del  Her- 
mano Pedro,  y  su  publicación  cayó  como  otro  maná  sobre  el  hambre  de  los  fie- 
les admiradores  del  beato  antigueño,  en  América  y  Europa,  que  no  menos  interés 
despertó  su  ejemplarísima  vida  en  Roma  y  toda  España. 

—  XI  — 
LOBO   (P.  MANUEL) 

Relacion/de  la  vida,/y  virtudes  del  U.  Hermano/Pedro  de  San  Jofeph  Betancurt/De 
la  Tercera  Orden  de  Penitencia  de  N./Seraphico  P.  S.  Francicfcó./Primer  fundador 


162 


DAVID  VELA 


del  Hofpital  de  Conva- /lecientes  de  N. /Señora  de  Belén,  en  la/Ciudad  de  Guathe- 
mala./Dedicada  a  la  puriffima  Virgen,  y  Madre  do/Dios  de  Belen./Por  el  P.  Ma- 
nuel Lobo  de  la  Compañía  de/Jesus.(  +  )  (entre  angelillos).  Con  licencia,  Impreffa 
en  Guathemala,  por/Joseph  de  Pineda  Ibarra,  año  de  1667./ (A  la  vuelta)  Y  apeticion 
(sic)  de  la  V  Orden  Tercera/de  Penitencia  fe  reimprime  por  fu  ori-/ginal  en  la  di- 
cha Ciudad,  con  nuevas  li-/cencias,  y  Aprobaciones,  en  la  Imprenta/de  Sebaftian 
de  Arebalo,  año  de  1735. 

8o. — Port— 20  hojas  prels.-— 3  f.— 217  pp.  de  texto,+l  bl.— Pagina  218  con  la 
protesta  del  autor — Pag.  bl. — Indice  de  Capítulos,  2  hojas  si. — Apostillado. 

Prel. — Aprobación  del  dominico  fray  Antonio  de  Lizárraga:  Guatemala,  20  de 
julio  de  1735 — Nueva  licencia  del  Gobierno:  Guatemala,  2  de  julio  de  1735 — Soli- 
citud de  fray  Marcos  de  Balcazar  al  provisor  para  la  reimpresión:  Guatemala,  21 
de  Marzo  de  1735. — Decreto  del  provisor  remitiendo  el  libro  al  doctor  don  Manuel 
de  Zepeda  para  su  examen:  Guatemala,  21  de  marzo  de  1735. — Informe  de  Zepe- 
da:  Guatemala,  25  de  abril  de  1735. — Licencia  del  doctor  y  maestro  don  José  Sun- 
zin  de  Herrera,  arcediano  de  la  Catedral,  catedrático  jubilado  de  Filosofía  en  la 
Universidad  de  S.  Carlos,  comisario  subdelegado  de  Cruzada,  provisor  y  vicario 
general  del  arzobispado:  Guatemala,  27  de  abril  de  1735. — Aprobación  del  domi- 
nico fray  Juan  de  Quirós:  Guatemala,  29  de  octubre  de  1667. — Licencia  dsl  gober- 
nador don  Sebastián  Alvarez.  Alfonso  Rosica  de  Caldas  al  impresor  Pineda  Iba- 
rra: Guatemala,  31  de  octubre  de  1637. — Aprobación  del  mercedario  fray  José 
Monroy:  Guatemala,  8  de  octubre  de  1667. — Licencia  del  Ordinario,  doctor  don 
Nicolás  de  Aduna:  Guatemala,  2  de  diciembre  de  1667. — A  la  Virgen  de  Belén. — 
Protesta — página  en  blanco. — Pee  de  erratas. — página  en  blanco. — 

Estos  datos  los  tomamos  de  la  obra  del  ilustie  chileno  don  José  Toribio  Me- 
dina, intitulada  «La  Imprenta  en  Guatemala»  (1660 — 1821),  impresa  en  casa  del 
autor,  en  Santiago  de  Chile,  MCMX.  (páginas  83  y  84).  Adorna  esta  referencia 
un  facsímil  de  la  portada  de  la  primera  edición  de  1667,  que  se  reprodujo  fiel- 
mente en  las  subsiguientes  ediciones.  Tampoco  logramos  ver  algún  ejemplar  de 
esta  tercera  edición,  que  el  señor  Medina  consultó  aquí  en  la  biblioteca  de  don 
Manuel  Cabral.  El  autor  sirve  las  siguientes  informaciones  bibliográficas  sobre  el 
padre  Manuel  Lobo:  Antonio:  Bi.  Hisp.  Nov.,  Tomo  lo.,  pag.  351. — Pinelo  Barcia: 
Epítome,  Tomo  2o.,  Cal.  854. — Juarros:  Historia  de  Guatemala,  Tomo  2o.  pag.  302. 
— Sotoviel  Beristain:  Tomo  2o.,  pag.  175.— Ternaux  Campans:  Bib.  Amer.,  845. — 
Sabin:  Tomo  X,No.  41712.  Reproduce  algunas  de  las  consideraciones  del  padre 
Vásquez  sobre  la  primera  edición. 

—  XII  — 

ROSSI   (ANTONIO  DE) 

Storia  della  Vita  Virtú,  Doni  e  Grazie  del  Venerable  Servo  di  Dio,  P.  F.  Pietro  de 
S.  Giuseppe  Bethencourt,  fundatore  del  I'Ordine  Bethlemítica,  nelle  Indie  O'cciden- 
tali,  cavata  da  Processi  Ordinari  Fatti  per  la  sua  Beatificazione,  dedicata  alia  Real 
Maesta  di  D.  Cario  Borbon,  Re  delle  Due  Sicilie.  In  Roma,  per  Antonio  de  Rossi, 
vicino  alia  Rotonda  1739.  Con  licetnza  de  Superiori. 


EL    HERMANO  PEDRO 


163 


Pasta  de  pergamino— 332  páginas,  impresas  en  letra  atanasia— Ilustrado  con 
grabados  artísticos — Edición  lujosa — Muy  escasa.  Biblioteca  de  D.  Antonio  Ba- 
tres  Jauregui? 

No  hemos  podido  tener  a  la  vista  esta  edición,  de  la  cual  hallamos  noticia  en 
la  obra  citada  del  señor  Batres  Jauregui  (véase  No.  XXXVI),  a  quien  obsequió  un 
ejemplar  Fr.  Antonio  Giuseppe  de  la  Madre  di  Dio,  Trinitario  Scalzo  della  Con- 
gregatione  di  Spagna  con  ocasión  de  visitarlo  nuestro  compatriota  en  el  Conven- 
to de  San  Cario,  en  Roma,  en  el  año  de  1914,  siendo  aquel  Postulador  de  las  cau- 
sas de  canonización. 

.Entre  los  artísticos  grabados  que  ilustran  ese  libro  — anota  Batres  Jauregui — 
es  «notable  el  que  representa  al  misionero  canario  adorando  al  Niño  Dios,  en  el 
pesebre  de  Bethlem.  El  dibujo  es  primoroso  y  recuerda  el  magnífico  cuadro  de 
Rivera,  «La  Adoración  de  los  Pastores»,  Al  pie  del  retrato,  se  lee  la  siguiente  ins- 
cripción: «V.  P.  Petrus  a  S.  Joseph  de  Betencourt,  ob  eximían  Nativitatis  Domini 
devotionem  insignemque  Charitem  erga  pauperes,  Ordinem  Hospitalarium  Beth- 
lemitarum  in  Indiis  Occidentalibus  fundavit  et  pie  obiit  Goathemala,  die  25  Apri- 
lis  1667». 

Batres  Jauregui  refiere,  igualmente,  su  interesante  conversación  con  Fr.  Anto- 
nio Giuseppe  de  la  Madre  Di  Dio,  quien  efusivamente  exclamara,  al  hablársele  del 
beato  de  Antigua:  «Ah!,  he  admirado  siempre  la  vida  y  dones  del  venerable  her- 
mano Pedro  de  San  Joseph  Bethencourt,  que  por  cierto  son  muy  interesantes. 
Aun  no  se  ha  canonizado,  porque  falta  un  milagro  post  mortem,  ya  que  en  vida 
están  reconocidos  los  que  hizo».  El  trinitario  agregó  que  había  habido  poco  cui- 
dado en  Guatemala,  para  constatar  el  milagro  que  aun  se  ha  menester;  habiendo 
quedado  el  asunto  de  la  canonización  en  suspenso  después  de  la  muerte  de  su 
eminencia  el  cardenal  Vives  y  Tuto,  quien  estuvo  en  Antigua  Guatemala,  como 
capuchino,  y  puso  empeñci  en  llevar  adelante  la  suprema  declaración  de  santidad. 


«Vita  del  Ven.  Pietro  di  Betancur,  per  Fr.  Giuseppe  deüa  Madre  di  Dio,  Trinitario 
Scalzo  della  Congre.  ne  di  Spagna.— In  Roma.— MDCCXXXIX». 

Hallamos  noticia  de  este  libro  en  el  número  21,  Año  I,  de  la  Revista  «La  Fe», 
correspondiente  al  20  de  abril  de  1896.  El  autor  anónimo  de  la  biografía  «Un 
Siervo  de  Dios»  (véase  No.  XXVI),  que  en  aquel  periódico  se  inserta,  dice  haber  te- 
nido esá  obra  como  fuente  de  sus  informaciones.  En  el  número  22,  del  propio  pe- 
riódico, 5  de  mayo  de  1896,  transcribe  datos  cuyo  origen  atribuye  al  «Proceso  para 
la  beatificación,  citado  por  Fr.  José  de  la  Madre  de  Dios». — En  fin,  en  el  número 
7  de  «El  Pabellón  del  Rosario»,  correspondiente  al  mes  de  abril  del  año  de  1896 
(véase  No.  XXVTI).  argumenta  con  apoyo  en  una  cita  de  «Vida  del  Venerable  Pedro 


XII 


(bis) 


DE  LA  MADRE  DE 


DIO  (Fr.  GIUSEPPE) 


164 


DAVID  VELA 


de  Betancourt»,  escrita  en  italiano  por  el  P.  fray  José  de  la  Madre  de  Dios,  Tri- 
nitario Descalzo. 

Ahora  bien,  la  coincidencia  en  el  lugar,  fecha  e  idioma  en  que  fue  escrito  este 
libro,  con  el  anteriormente  descrito,  nos  hace  sospechar  que  se  trate  de  una  sola 
obra,  y  que  don  Antonio  Bartes  Jauregui  haya  equivocado  el  nombre  del  autor. 
En  cuanto  a  su  conversación  con  fray  José  de  la  Madre  de  Dios,  sin  duda  fue 
otro,  casualmente  homónimo.  En  apoyo  de  esta  opinión  puede  observarse  que  la 
transcripción  de  la  portada  del  libro,  según  la  hace  Batres  Jauregui,  parece  indi- 
car que  Antonio  Rossi  fuera  el  impresor. 


—  XIII  — 

ARCHIVO  COLONIAL  DE  GUATEMALA  (Documentos 
y  papeles  sueltos  del) 

Gestiones  y  Reales  Cédulas  tendientes  a  conseguir  y  otorgar  licencia  para 
que  los  Belemitas  recojan  limosnas  destinadas  a  formar  un  fondo  especialmemte 
dedicado  a  sufragar  los  gastos  de  canonización  del  Hermano  Pedro  de  San  José 
Bethancur.  La  última  Cédula,  de  33  de  marzo  de  1772,  obtuvo  en  15  de  diciembre 
del  propio  año  el  pase  del  virrey  de  México,  don  Antonio  Bucareli  y  Urzúa,  y  en 
2  de  enero  de  1773,  el  del  arzobispo  de  México,  doctor  don  Alonso  Núñez  de  Haro 
y  Peralta. 

Fray  Francisco  de  San  Raphael,  procurador  del  convento  hospital  de  Nuestra 
Señora  de  Belén,  se  presentó  a  la  Audiencia  de  Guatemala,  solicitando  el  pase  de 
dicha  cédula,  en  9  de  marzo  de  1773.  El  fiscal,  doctor  Avilés,  dictaminó  en  17  del 
mismo  marzo,  indicando:  «con  tal  qe.  para  ello  no  se  valgan  de  persuaciones,  se 
publiquen  gracias,  ni  indulgencias;  Y  únicamente,  reciba  las  qe.  buenamente,  y  de 
su  voluntad  hicieren  los  Fieles:  Encargándose  pr.  V.  A.  estén  a  la  mira  las  Justi- 
cias de  los  lugares  en  donde  se  entable  esta  questoria,  para  no  permitir  otra  cosa». 
Finalmente,  la  Audiencia  concedió  el  pase  solicitado  en  23  del  mes  y  año  citados. 

Fray  Damián  de  San  Bernardo,  betlemita,  procurador  general  de  la  causa  de 
beatificación  y  canonización  del  hermano  Pedro,  se  presentó  a  la  Audiencia  en  7 
de  junio  de  1743,  manifestando  que  en  1705  «se  sirvió  Vra.  Real  persona  de  con- 
ceder licencia  a  dha.  mi  Religión  para  que  en  todas  las  provincias  de  las  Indias 
se  pudiese  pedir  limosna,  para  la  continuación  de  la  referida  Causa.  Y  con  la 
nueva  representación  que  a  su  Magestad  hizo  la  Religión  se  sirvió  de  mandar  so- 
brecarta la  dha.  licencia,  por  nueva  Real  Cédula,  dada  en  Sevilla  en  siete  de  Dizre. 
de  mil  setecientos,  y  treinta  y  vno . . . ».  Y  pedía  que  se  libraran  «los  despachos 
necesarios  para  que  las  personas  que  nombrare  la  Religión  recauden  dicha,  limos- 
na, lo  puedan  hazer  en  todas  las  provincias  que  se  comprenden  en  toda  la  Juris- 
dicción de  esta  Real  Audiencia  sin  embarazo  de  persona  alguna...». 

El  día  10  la  audiencia  concedió  el  plazo  solicitado.    He  aquí  dichas  cédulas: 


EL    HERMANO  PEDRO 


165 


El  Rey:  Por  quanto  en  veinte  y  cinco  de  Abril  de  mil  fetecientos  cincuenta  y  dos,  fe 
expidió  la  Cédula  del  tenor  siguiente:  «EL  REY.  Por  quanto  en  veinte  de  Abril 
de  mil  fetecientos  quarenta  y  dos  fue  férvido  el  Rey  mi  Señor  y  Padre  (que  fanta 
Gloria  haya)  de  expedir  la  Cédula  del  tenor  siguiente:  EL  REY.  Por  quanto  en 
siete  de  Diciembre  del  año  de  mil  fetecientos  treinta  y  uno  fui  férvido  expedir  la 
Cédula  que  fe  sigue:  EL  REY.  Por  quanto  en  diez  y  nueve  de  Noviembre  del  año 
de  mil  fetecientos  y  cinco  fui  férvido  expedir  la  Cédula  que  fe  sigue:  EL  REY.  Por 
quanto  Fray  Miguél  de  Jefus  María,  Procurador  General  de  la  Religión  Bethlemi- 
tica  en  efta  Corte,  y  en  la  de  Roma,  me  ha  reprefentado  fui  servido  de  recomen- 
dar a  fu  Santidad,  y  de  ordenar  a  mi  Embaxador  en  Roma  el  mejor,  y  más  bre- 
ve expediente  de  las  Letras  Remiforiales  á  los  Ordinarios  de  Goatemala,  y  demás 
partes  donde  fe  necesitafen,  para  que  fe  juftificafe  la  vida,  coftumbres,  y  excer- 
cicios  en  todo  genero  de  virtudes,  con  que  Nueftro  Señor  fue  férvido  de  adornar 
en  efta  vida,  afta  fu  fallecimiento,  al  Venerable  Hermano  Pedro  de  San  Joseph  de  Be- 
tancur,  Fundador  del  Santo  Inf  tituto  de  la  Religión  Bethlemitica,  con  la  consideración 
ción  de  que  con  el  largo  tranf curso  del  tiempo  no  faltafen  las  memorias,  y  noticias, 
que  oy  fe  confervan  en  ambos  Reynos  de  las  Indias,  y  que  lo  referido  no  tiene 
facilidad,  si  adelante,  no  concurriendo  Procuradores  al  curfo,  y  expedición  a  las 
diligencias,  afsi  en  Roma,  como  en  las  Indias,  y  en  las  Islas  de  Canaria,  de  don- 
de era  natural  dicho  Fundador,  y  necesitar  indifpenfablemente  los  Procuradores, 
de  algunos  medios  para  mantenerfe,  y  el  fepararlos  de  los  que  en  común  tiene, 
y  adquiera  la  Religión  para  el  fuftento,  y  curación  de  los  Enfermos,  y  de  los  Re- 
ligiofos  de  los  Hofpitales,  que  eftán  totalmente  dedicados  para  fu  fervicio,  fuera 
ocasionar  algún  perjuicio  a  la  Hofpitalidad;  y  que  aunque  para  pedir  limofnas, 
no  era  necefario  mas  facultad,  refpecto  de  fer  confiante  el  Inftituto  de  Pobreza 
de  la  Religión;  pero  que  la  atención  de  promover  Yo  con  la  que  fe  pida  limofna 
en  ambos  Reynos  para  el  principio,  y  continuación  de  efta  Caufa,  obraria  mas  la 
caridad  de  mis  Vafallos:  fuplicandome  fuefe  férvido  mandar  expedir  Cédulas  en 
la  forma  ordinaria,  para  que  fe  pida  limofna  en  los  Obifpados  de  ambos  Reynos 
para  el  principio  y  continuación  de  efta  Caufa,  y  que  lo  que  produxefen,  no  fe 
convirtiefe  en  otros  fines,  ni  las  limofnas  de  la  Religión  fe  aplicafen  á  eftos;  pues 
de  efta  fuerte,  no  faltaría  lo  necefario  para  la  Caufa,  ni  fe  gaftarian  las  limofnas 
de  los  Conventos  que  pertenecen  á  la  Hospitalidad.  Y  habiendofe  vifto  en  mi  Con- 
fejo  Real  de  las  Indias,  atendiendo  á  la  piedad  de  la  Caufa,  he  tenido  por  bien 
de  condefcender  con  fu  inftancia  por  tiempo  de  quatro  años;  en  cuya  conformi- 
dad, por  la  prefente,  ó  fu  traslado,  signado  de  Efcribano  Público,  facado  con 
autoridad  de  Jufticia,  doy,  y  concedo  licencia  a  la  Religión  Bethlemitica,  para  que 
en  fu  nombre  pueda  pedir,  y  pida  dicha  limofna  en  todas,  y  qualquier  partes  de 
las  Indias  Occidentales,  Islas  y  Tierra  firme  del  Mar  Océano:  Y  mándo  a  los  Vi- 
rreyes, Presidentes,  y  Oidores  de  las  Audiencias  Reales,  Gobernadores,  Corregido- 
res, y  Alcaldes  Mayores,  y  Ordinarios,  y  otros  qualquier  Jueces,  y  Jufticias;  y  rue- 
go, y  encargo  á  los  Arzobifpos,  y  Obifpos,  y  á  fus  Vicarios,  y  Provifores,  y  demás 
Jueces  Eclesiafticos  de  todas,  y  qualefquier  parte  de  las  Indias,  y  á  cada  uno  de 
ellos,  que  en  fu  diftrito,  y  jurifdiccion  dexen  pedir  limofna  a  las  perfonas  que 
tubieren  Poder  del  Superior  de  la  Religión  Bethlemitica,  y  le  dén  fu  auxilio,  y 


166 


DAVID  VELA 


favor,  para  que  se  fomente  la  devoción  de  obra  tan  piadofa;  con  la  calidad,  de 
que  lo  que  fe  recofiere,  haya  de  convertirfe  precifamente  en  el  fin  exprefado,  del 
Drincipio,  y  conclusión  de  la  Caufa  del  Venerable  Hermano  Pedro  de  San  Jofeph 
Betancur,  fu  Fundador,  y  no  en  otros  ufos,  por  las  razones  que  ha  reprefentado 
el  mifmo  Fray  Miguél  de  Jefus  Maria,  y  ván  referidas.    Y  á  efte  intento  encargo 
muy  particularmente  la  conciencia  de  los  Religiofos  Bethlemitas,  para  que  lo  que  pro- 
duxeren  las  limofnas,  fe  emplee  indifpenfable,  y  únicamente  en  los  gaftos  de  la 
mencionada  Caufa  del  Hermano  Pedro  de  San  Jofeph  Betancur,  y  no  en  otra 
alguna,  por  urgente  que  fea.    Fecha  en  Madrid  á  diez  y  nueve  de  Noviembre  de 
mil  fetecientos  y  cinco.  —  YO  EL  REY.    Por  mandado  del  Rey  nueftro  Señor, 
Don  Manuel  de  Aperregui.    Y  ahora  fe  ha  reprefentado  por  el  General,  y  Difi- 
nidores  de  dicha  Religión  Bethlemitica  de  los  Reynos  de  las  Indias,  que  en  con- 
tinuación de  la  Caufa  que  fe  sigue  en  la  Curia  Romana  fobre  la  Beatificación 
de  dicho  Padre  Pedro  de  San  Jofeph    Betancur,  eftan  practicando  las  más  vivas 
diligencias  en  aquella  Corte,  en  fuerza  de  mi  Real  recomendación,  repetida  en 
varias  ocasiones  por  fu  Santidad;  y  que  siendo  (como  fon)  excesivos  los  gaftos, 
que  á  efte  fin  fe  han  ofrecido,  y  ofrecen,  y  no  siéndoles    posible    fubvenir  á  ellos, 
sin  defraudar  las  rentas  que  eftán  aplicadas  para  el  fuftento  de  los  Religiofos,  y 
curación  de  los  Enfermos  de  los  Hof pítales  que  eftán  á  fu  cargo:  Y  sin  embar- 
go de  que  aunque  para  pedir  limofna,  no  era  necefario  efpecial  Real  facultad, 
por  fer  conftante  el  Inftituto  de  Pobreza  de  dicha  Religión,  han  fuplicado  mánde 
expedir  nuevas  Reales  Cédulas  de  Licencia  en  la  forma  ordinaria,  y  como  fe  prac- 
ticó por  la  preinferta  de  diez  y  nueve  de  Noviembre  del  año  de  mil  fetecientos 
y  cinco,  para  que  en  todas  las  Provincias  de  la  America,  Arzobifpados,    y  Obif- 
pados  de  ella,  no  folo  no  fe  les  embaraze  por  ningunos  Miniftros,  ni  Prelados  el 
pedir  limofna  para  los  gaftos  de  la  exprefada  Beatificación,  sino  que  concurran, 
y  la  fomenten  en  quanto  pudieren,  por  fer  obra  tan  piadofa;  con  calidad,  de  que 
lo  que  éftas  produxeren.  no  fe  convierta  en  otros  fines,  ni  las  limofnas  de  la  Reli- 
gión fe  apliquen  á  eftos,  porque  no  falte  lo  necefario  á  la  manutención  de  fus 
Conventos,  Hofpitales,  y  Enfermos.    Y  vifto  en  mi  Confejo  de  las  Indias,  con  lo 
que  el  Fifcal  de  él  fe  le  ofreció,  y  atendiendo  a  que  al  prefente  fe  eftan  conti- 
nuando las  diligencias  en  Roma  para  la  mencionada  Beatificación,  en  virtud  de 
mi  recomendación;  he  refuelto  prorrogar  a  efta  Religión  la  Licencia  de  pedir  li- 
mofna, por  otros  quatro  años,  con  las  mifmas  calidades  que  fe  contienen  en  la 
dicha  preinferta  Real  Cédula.    Por  tanto,  por  la  prefente  o  fu  traslado,  signado 
de  Efcribano  Público,  doy,  y  concedo  la  exprefada  licencia;  y  mándo  a  mis  Virre- 
yes del  Perú,  Nueva  Efpaña,  Presidentes,  y  Oidores  de  las  Reales  Audiencias,  Go- 
bernadores, Corregidores,  Alcaldes  Mayores,  y  Ordinarios,  y  demás  Jueces,  y  Juf- 
ticias  de  ambos  Reynos;  y  ruego,  y  encargo  a  los  Arzobifpos,  y  Obifpos,  y  á  fus 
Vicarios,  y  Provifores,  y  demás  Jueces  Eclesiafticos  de  ellos,  que  no  folo  no  emba- 
razen,  que  por  la  referida  Religión  Bethlemitica,  fe  pida  la  exprefada  limofna,  si- 
no es  que  le  dén  fu  auxilio,  y  favor,  para  que  fe  fomente  la  devoción  de  obra  tan 
piadofa,  arreglándole  todo  á  la  preinferta  Cédula;  que  tal  es  mi  voluntad.  Dada 
en  Sevilla  a  siete  de  Diciembre  de  mil  fetecientos  treinta  y  uno.    YO  EL  REY. 
Por  mandado  del  Rey  nueftro  Señor,  Don  Geronymo  de  Uztariz.   Y  con  motivo  de 
haberme  reprefentado  nuevamente  el  General,  y  Difinidores  de  la  mencionada 
Religión  Bethlemitica  de  los  Reynos  de  Indias,  que  exiften  las  mifmas  razones,  y 
caufas  de  pobreza,  que  fe  tubieron  preferentes  para  la  expedición   de  la  Cédula 


EL    HERMANO  PEDRO 


167 


preinferta,  y  imposibilitan  la  continuación  de  la  Caufa,  que  fe  sigue  en  la  Curia 
Romana,  fobre  la  Beatificación  del  Venerable  Padre  Pedro  de  San  Jofeph  Betan- 
cur,  fu  Fundador:  Suplicándome,  que  en  efta  atención  mande  expedir  nuevas 
Reales  Cédulas  de  Licencia,  en  la  forma  ordinaria,  y  como  fe  practicó  por  las 
preinfertas  de  diez  y  nueve  de  Noviembre  del  año  de  mil  fetecientos  y  cinco,  y  sie- 
te de  Diciembre  del  de  mil  fetecientos  treinta  y  uno,  para  que  en  los  referidos 
Reynos,  y  Provincias  de  las  Indias  fe  pueda  pedir  limofna  nafta  el  efectivo  logro 
de  la  Beatificación,  y  Canonización  del  exprefado  Venerable  Padre,  y  que  no  fe 
les  embaraze  por  ninguno  de  los  Miniftros,  y  Prelados  de  dichos  Reynos,  sino  que 
antes  bien  concurran,  y  fomenten  en  quanto  pudieren  efta  obra  tan  piadofa;  con 
calidad,  de  que  lo  que  de  dichas  limofnas  fe  recoja,  no  fe  convierta  en  otros  fi- 
nes, ni  las  de  la  Religión  fe  apliquen  á  eftos,  porque  no  falte  lo  necefario  á  la 
manutención  de  fus  Conventos,  Hofpitales,  y  Enfermos.  Y  vifto  en  mi  Confejo 
de  las  Indias,  he  refuelto  (en  atención  á  todo  lo  referido,  y  á  que  al  prefente  fe 
eftán  continuando  en  Roma  las  diligencias  para  la  mencionada  Beatificación,  en 
virtud  de  recomendación  mia)  prorrogar  (como  prorrogo),  a  efta  Religión  la  li- 
cencia que  solicita,  para  que  pueda  pedir  limofna  por  otros  quatro  años,  con  las 
mifmas  calidades  que  fe  contienen  en  las  preinfertas  Reales  Cédulas.  Por  tan- 
to, por  la  prefente,  o  fu  traslado  signado  de  Efcribano  Publico,  doy,  y  concedo 
la  exprefada  Licencia,  y  mando  a  mis  Virreyes  del  Perú,  y  Nueva  Efpaña,  Pre- 
sidentes, y  Oidores  de  las  Reales  Audiencias,  Gobernadores,  y  Corregidores,  y  Al- 
caldes Mayores,  y  Ordinarios,  y  demás  Jueces,  y  Jufticias  de  ambos  Reynos;  y 
ruego,  y  encargo  á  los  Arzobifpos,  y  Obifpos,  y  á  fus  Vicarios,  y  Provifores,  y  de- 
más Jueces  Eclesiafticos  de  ellos,  que  no  folo  no  embarazen,  que  por  la  referida 
Religión  Bethlemitica  fe  pida  la  exprefada  limofna,  sino  es  que  le  dén  fu  auxilio, 
y  favor,  para  que  fe  fomente  la  devoción  de  obra  tan  piadofa,  arreglandofe  en 
todo  á  las  preinfertas  Cédulas;  que  tal  es  mi  voluntad.  Dada  en  Aran  juez  á  vein- 
te de  Abril  de  mil  fetecientos  quarenta  y  dos  YO  EL  REY.  Por  mandado  del  Rey 
nueftro  Señor.  Don  Miguél  de  Villanueva.  Y  habiéndome  ahora  reprefentado  el 
General,  y  Difinidores  de  la  mencionada  Religión  Bethlemitica,  haberfe  fenecido 
el  tiempo  prefcrito  por  la  preinferta  Cédula,  y  exiftir  las  mifmas  razones  que  pa- 
ra fu  expedición  fe  tubieron  pref entes:  fuplicandome,  que  en  efta  atención  fea 
férvido  de  mandar  librar  otra  nueva,  en  los  mifmos  términos,  para  que  en  los  re- 
feridos Reynos,  y  Provincias  de  las  Indias  fe  pueda  continuar  pidiendo  efta  li- 
mofna, hafta  el  efectivo  logro  de  la  Beatificación,  y  Canonización  del  enunciado 
Venerable  Hermano.  Y  vifto  en  mi  Confejo  de  las  dichas  Lidias,  con  lo  expuefto 
por  mi  Fifcal,  he  venido  en  prorrogar  la  propia  Licencia  por  efpacio  de  otros 
feis  años:  Por  tanto,  por  la  prefente  mándo  á  mis  Virreyes  del  Perú,  Nueva  Ef- 
paña, y  Nuevo  Reyno  de  Granada,  Presidentes,  y  Oidores  de  mis  Reales  Audien- 
cias, Gobernadores,  Corregidores,  Alcaldes  Mayores,  y  Ordinarios,  y  demás  jueces, 
y  Jufticias  de  los  exprefados  tres  Reynos;  y  ruego,  y  encargo  á  los  muy  Reveren- 
dos Arzobifpos,  y  Reverendos  Obifpos,  á  fus  Vicarios,  Provifores,  y  demás  Jueces 
Eclesiafticos  de  ellos,  no  pongan,  ni  consientan  poner  embarazo  alguno  en  lo  re- 
ferido, antes  dén  todo  el  favor,  y  auxilio,  que  para  fu  execucion  fe  necesitafe,  por 
fer  afsi  mi  voluntad.  Dada  en  Aranjuez  á  veinte  y  cinco  de  Abril  de  mil  fetecientos 
cincuenta  y  dos.  YO  EL  REY.  Por  mandado  del  Rey  nueftro  Señor,  Don  Joachin 
Jofeph  Vasquez  y  Morales.  Y  ahora  por  parte  de  la  exprefada  Religión  fe  ha  pre- 
fentado  un  exemplar  imprefo  del  Decreto  que  fu  Santidad  expidió  en  veinte  y 


16S 


DAVID  VELA 


cinco  de  Julio  ultimo,  declarando  aprobadas  en  grado  heroyco  las  virtudes  del  re- 
ferido Siervo  de  Dios;  fuplicando  con  efte  motivo,  que  mediante  haberfe  fenecido 
el  tiempo  prefcrito  por  la  preinferta  Cédula,  y  exiftir  las  mifmas  razones  que  pa- 
ra fu  expedición  fe  tubieron  prefentes,  me  digne  mandar  librar  otra  en  los 
mifmos  términos,  para  que  en  los  referidos  Reynos  de  las  Indias  fe  pueda  conti- 
nuar pidiendo  efta  limofna,  por  el  tiempo  que  fuere  de  mi  Real  agrado.  Y  vifto 
en  mi  Confejo  de  las  Indias,  con  lo  expuefto  por  mi  Fifcál,  hé  venido  en  prorro- 
gar la  mencionada  Licencia  por  efpacio  de  quatro  años.  Por  tanto,  por  la  pre- 
fente  mando  a  mis  Virreyes  del  Perú,  Nueva  España,  y  Nuevo  Reyno  de  Granada, 
Presidentes,  y  Oidores  de  mis  Reales  Audiencias,  Gobernadores,  Corregidores,  Al- 
caldes Mayores,  y  Ordinarios,  y  demás  Jueces  de  los  exprefados  tres  Reynos;  y 
ruego,  y  encargo  á  los  Muy  Reverendos  Arzobifpos,  y  Reverendos  Obifpos,  á  fus 
Vicarios,  Provifores,  y  demás  Jueces  Eclesiafticos  de  ellos,  no  pongan,  ni  consien- 
tan poner  embarazo  alguno  en  que  fe  pida  la  referida  limofna,  en  los  mifmos  tér- 
minos, y  con  las  calidades  prevenidas  en  la  infería  Cédula,  por  fer  afsi  mi  volun- 
tad. Dada  en  el  Pardo  á  Treinta  de  Marzo  de  mil  fetecientos  fetenta  y  dos.  YO 
EL  REY.  Por  mandado  de  el  Rey  Nro.  Sor.  D.  Domingo  Díaz  de  Arze. — Tres  Ru- 
bricas: Refrendata  y  SSria. — Ciento,  y  veinte  reales  de  plata. 

—  XIV  — 

BARBERENA  (Fr.  JUAN  JOSEPH  DE) 

Testamento  autíéntico  del/Venerable  Hermano  Pedro  de  San  Joseph  de  Betan- 
court  hijo  profeso  de  avito  descubierto  de  la  vdnera/ble  Orden  Tercera  de  Peni- 
tencia de  N.  S.  P.  S. /Francisco  de  la  Ciudad  de  Guatemala/y  Fundador  del  Hos- 
pital de  ConvaIe-/cientes,  en  ella,  con  el  título  Belén,  A  expensas  de  don  Juan 
Joseph  de  Barberena  pro/ministro  de  la  misma  Venerable  Orden  Tercera; /quien 
lo  da  a  luz  con  las  licencias  necesarias  En  la  Imprenta  de  D.  Ignacio  Beteta. 
Año  de  1808. 

Dedicatoria:  Al  Illmo.  Señor  Dr.  D.  Rafael  de  la  Vara,  Dignísimo  Arzobispo 
de  esta  Diócesis.  (La  razona  por  la  notoria  bondad  y  adhesión  a  la  seráfica  fa- 
milia del  señor  arzobispo,  y  3o.:  «Que  siendo  para  Guatemala  un  monumento  pre- 
cioso el  Testamento  del  Venerable  Siervo  de  Dios,  eternizará  en  su  memoria  el 
respetable  nombre  de  un  Pastor  que  ha  llenado,  sin  excepción  de  clases,  el  co- 
razón de  todos  sus  habitantes  al  momento  de  su  arribo  a  esta  Capital»). 

Aprobación  del  M.  R.  P.  Maestro  Fr.  Luis  García  Guillén  del  Real  y  Militar 
Orden  de  Ntra.  Sra.  de  la  Merced,  Dr.  Teólogo,  y  Ex-Provincial  en  esta  Santa 
Provincia  de  Guatemala,  a  virtud  de  decreto  del  Sr.  Juez  de  Imprentas  de  esta  Ca- 
pital, su  fecha  19  de  noviembre  de  1807.  (Convento  de  la  Merced  de  Guatema- 
la, y  noviembre  veinte  de  mil  ochocientos  siete  (f)  Dr.  Fr.  Luis  García. 

Aprobación  del  M.  R.  P.  Lector  en  Sagrada  Teología,  y  actual  Provincial  de 
la  Sta.  Provincia  del  Smo.  Nombre  de  Jesús  de  Guatemala  D.  N.  S.  P.  S.  Francis- 
co, Fr.  Francisco  García  Arnitero;  a  consequencia  del  mismo  Decreto  del  expre- 
sado Sr.  Juez  de  Imprentas.  (Convento  de  N.  P.  S.  Francisco  noviembre  veinte  y 


EL    HERMANO  PEDRO 


169 


dos  de  mil  ochocientos  siete  (f)  Fr.  Francisco  García  Arnitero.  Aprobación  del 
Dr.  D.  Mariano  García  de  los  Reyes;  Cura  Rector  de  la  Parroquia  de  los  Remedios 
de  esta  Capital  en  cumplimiento  de  decreto  de  24  de  noviembre  de  1807  del  Sr 
Provisor  y  Vicario  Capitular  de  este  Arzobispado.  (Nueva  Guatemala  y  noviembre 
veinte  y  cinco  de  mil  ochocientos  siete,  (f)  Mariano  García  de  los  Reyes. 

«Advertencia  al  Público  de  Guatemala»— El  P.  de  Barberena  cree  que  la  publi- 
cación redunda  en  honra  para  Guatemala  «porque  en  su  Capital  Antigua  floreció 
en  virtudes  nuestro  héroe  venerado»;  y  en  gloria  para  la  Tercera  Orden,  «porque 
es  indisputable  la  que  le  ha  dado,  siendo  notoriamente  conocido  este  hijo  de  ella 
por  el  primer  fundador  del  Hospital  de  convalecientes  en  Ambas  Américas  y  sus 
Islas,  bajo  el  título  que  le  dió  de  Belén».  Termina:  «A  nosotros,  pues,  que  habita- 
mos el  centro  de  esta  basta  extensión  del  globo,  más  bien  que  a  otras  naciones  de 
la  Monarquía  Española,  y  aun  del  mundo  entero,  pertenece  de  justicia  seguir  las 
huellas  de  nuestros  pasados,  é  imitar  las  virtudes  del  Venerable  siervo  de  Dios». 

Copia  en  seguida  el  texto  del  Testamento  (véase  núníero  XLI),  la  «Fe  de 
muerte»,  el  Codicilo,  y  diligencias  de  apertura  de  los  mis.nos  y  petición  de  la  Or- 
den Tercera  de  que  se  le  extienda  un  segundo  testimonio.  Aparecen  agregadas  las 
siguientes  notas:  «a)  Se  sepultó  en  la  bobeda  de  los  Sacerdotes  de  dicha  Iglesia, 
en  la  Antigua  Guatemala:  y  hoy  se  conservan  sus  cenizas  en  una  Alacena  del 
Presbiterio  de  la  misma  Iglesia  con  toda  custodia,  b)  Tomó  el  saco,  ó  avito  de  la 
Tercera  Orden  de  Nuestro  Seráfico  Padre  San  Francisco  el  año  de  1655,  y  lo  pro- 
fesó el  siguiente  de  1658,  día  once  de  junio,  c)  Este  Hermano  Rodrigo  fue  el  que 
con  acuerdo  y  disposición  del  Illmo.  Sr.  Obispo  D.  Fr.  Payo  de  Rivera,  mudó  e) 
avito  de  Tercero  de  N.  S.  P.  S.  Francisco,  en  el  que  hoy  tienen  los  Religiosos  Be- 
lemitas,  y  aprobó  la  Silla  Apostólica,  haciendo  de  la  primera  congregación  de  ter- 
ceros, Religión  Lexal:  a  26  de  marzo  de  1687,  siendo  el  primer  general,  ó  funda- 
dor de  ella  el  expresado  Hermano  Rodrigo  de  la  Cruz,  por  cuyo  motivo  fue  Reve- 
rendísimo en  su  Religión  Belemítica:  extendida  ya  en  el  día  en  ambas  Américas. 

—  XV  — 

BERISTAIN — Biblioteca  Hispanoamericana,  México. — 1816  Extracto  inserto  en 
los  Anales  de  la  Sociedad  de  Geografía  e  Historia,  Tomo  IV,  número  3,  Pág.  298. — 
Guatemala,  1827.  1927. 

Bethancour  (Ven.  Pedro). — Descendiente  del  Rey  de  Canarias,  Juan  Bethancourt 
nació  en  Chasma,  pueblo  de  la  Isla  de  Tenerife,  en  el  año  de  1619,  siendo  de  edad 
de  31  años  se  embarcó  para  para  la  América  Septentrional  y  llegó  a  Guatemala 
en  1651.  Allí  aprendió  la  Gramática  Latina  con  los  Padres  Jesuitas;  mas  no  qui- 
so continuar  en  el  estudio  de  las  letras  por  dedicarse  todo  al  de  las  virtudes.  Por 
eso  se  le  vió  cambiar  la  sotana  de  estudiante  por  el  saco  de  Tercero  de  San  Fran- 
cisco y  en  lugar  de  las  aulas  frecuentar  el  Calvario  de  aquella  ciudad,  que  reedi- 
ficó, retirándose  a  una  casita  inmediata,  que  compró  en  cuarenta  pesos,  y  en  la 
que  enseñaba  a  los  niños  pobres  la  doctrina  cristiana  y  las  primeras  letras.  A  po- 
co tiempo  convirtió  dicha  casita,  Escuela  y  Oratorio  en  Convento,  Hospital  e  Igle- 
sia para  enfermos  convalecientes,  y  de  allí  salió  el  Orden  religioso 'hospitalario  de 
Betlemitas  extendido  por  ambas  Américas,  que  el  venerable  fundador  denominó 


170 


DAVID  VELA 


así  por  su  particular  devoción  al  misterio  del  nacimiento  del  Redentor  en  el  Por- 
tal de  Betlem.  Cuando  envió  a  España  al  hermano  Antonio  de  la  Cruz  a  solici- 
tar la  licencia  del  Consejo  de  Indias,  firmó  la  instrucción  para  su  dirección  y  ma- 
nejo en  la  Corte  y  dándole  solamente  catorce  reales  para  el  viaje,  le  dijo:  «Vaya 
hermano  con  Dios,  que  si  va  en  su  nombre  y  para  su  gloria,  con  eso  tiene  bas- 
tante», y  así  sucedió.  El  fué  quien  estableció  las  ermitas  llamadas  de  Las  Animas, 
a  las  entradas  de  la  ciudad,  villas  y  pueblos  de  casi  toda  esta  América.  A  su 
Hospital  de  convalecientes  añadió  una  sala  para  la  crianza  de  niños  expósitos,  y 
trató  de  fundar  un  Convento  de  Religiosas  Franciscanas,  para  la  educación  de  las 
niñas,  mas  no  le  fué  posible  verificarlo.  El  Arzobispo  Virrey  de  México,  D.  Fr.  Pa- 
yo Enríquez  de  Rivera  que  era  entonces  Obispo  de  Guatemala,  decía  de  este  va- 
rón admirable:  «En  todo  son  preciosas  las  prendas  del  Hermano  Pedro;  pero  la 
más  singular,  en  mi  estimación,  es  su  entendimiento».  Murió  digno  de  los  alta- 
res, en  Guatemala,  de  48  años  de  edad,  el  día  25  de  abril  de  1667.  Ya  cercano  a 
morir  preguntó:  «¿Con  que  estamos  todos  conformes  en  que  me  muero?»  y  co- 
mo le  respondieran  que  no  había  duda  de  ello,  replicó:  «Pues  huélgome  por  Cal- 
zillas»; y  así  llamaba  al  demonio.  Su  funeral  fué  el  más  magnífico.  El  cadáver 
fué  conducido  en  una  carroza  a  la  Iglesia  de  la  Escuela  de  Cristo,  cargando  el  fé- 
retro, antes  y  después,  el  señor  Obispo  y  los  Canónigos.  Asistió  la  Real  Audiencia, 
el  Clero  secular,  las  Ordenes  religiosas,  la  nobleza  y  un  inmenso  pueblo  que  to- 
caba rosarios  al  cuerpo  y  aún  hubo  quien  se  arrojara  a  cortarle  el  túnico;  lo  que 
obligó  a  poner  guardia  de  soldados  alrededor  del  túmulo.  De  la  Iglesia  del  de- 
pósito fué  conducido  al  día  siguiente  el  cuerpo  en  procesión  a  la  de  los  Padres 
Franciscanos,  en  hombros,  alternativamente,  del  Presidente,  Oidores,  Prevendados, 
Regidores  y  Prelados  de  las  Comunidades  eclesiásticas.  A  los  nueve  días  se  ce- 
lebraron solemnes  honras  fúnebres  y  a  18  de  mayo  del  siguiente  año  un  solemní- 
simo aniversario.  El  venerable  Pedro  Bethancourt  que  edificó  a  Guatemala  con 
sus  virtudes,  que  la  llenó  de  admiración  con  sus  milagros  y  que  la  enriqueció  con 
sus  reliquias,  la  colmará  de  júbilo  y  de  gloria  como  a  ambas  Américas  partícipes 
de  sus  beneficios  con  su  beatificación  que  se  agita  en  Roma  con  empeño,  habien- 
do ya  declarado  sus  virtudes  en  grado  heroico,  el  Sumo  Pontífice,  Clemente  XIV, 
en  25  de  junio  de  1771.  Escribió  para  honra  de  esta  Biblioteca:  Instrucción  al 
hermano  Antonio  de  la  Cruz.  Reglas  de  la  Confraternidad  de  los  Betlemitas.  Co- 
rona de  la  pasión  de  Jesucristo,  nuestro  bien,  Imp.  en  Guatemala.  Memoria  de 
las  coronas  que  han  rezado  los  hermanos  y  devotos  de  la  Virgen  Nuestra  Señora 
en  Guatemala  los  1661  y  1666  que  importan  608.277,  Rosarios,  con  un  mil  más. 
Imp.  en  Guatemala. 

No  hemos  podido  comprobar  la  existencia  de  las  publicaciones  que  registra  Be- 
ristain,  menos  encontrarlas;  la  Corona  de  la  Pasión  de  Cristo  debió  publicarse  en- 
tre 1660  y  1667,  y  en  este  último  año  la  Memoria  de  las  Coronas  de  la  Virgen. 

—  XVI  — 

LA  ANTORCHA  CENTROAMERICANA — Númaro  4,  folio  13.— Guatemala  20  de 
agosto  de  1829. 

Insertamos  el  siguiente  decreto,  porque  demuestra  la  estimación  y  respeto  que 
en  todo  tiempo*  mereció  la  Casa  Hospitalaria  y  Orden  fundada  por  el  Hermano 
Pedro. 


EL    HERMANO  PEDRO 


171 


La  Asamblea  legislativa  del  Estado  de  Guatemala  considerando :— lo.  Que  los 
establecimientos  monásticos  por  su  misma  naturaleza  y  odiosos  privilegios  son 
opuestos  a  la  libertad  e  igualdad  bases  fundamentales  de  toda  institución  republi- 
cana.— 2o.  Que  aunque  el  objeto  principal  de  sus  institutos  es  solamente  el  régi- 
men espiritual,  y  la  propagación  del  evangelio  con  la  palabra  y  el  ejemplo,  como 
ageno  de  los  negocios  políticos,  sus  individuos  ingiriéndose  en  eilos  han  abusado  en  to- 
do tiempo  y  en  todas  las  naciones  del  influjo  que  exersen  en  los  pueblos  para  sumir- 
los en  la  anarquía,  y  envolverlos  en  sangrientas,  y  horrorosas  revoluciones. — 3o. 
Que  la  mayor  parte  de  los  que  componían  las  corporaciones  regulares  del  Estado; 
desde  el  pronunciamiento  de  nuestra  independencia,  han  tíado  constantes  y  repe- 
tidas pruebas  de  su  adversión,  y  desafecto  al  sistema  adoptado,  oponiéndose  al  ju- 
ramento de  la  ley  fundamental  de  la  República,  desobedeciendo  y  contrariando  las 
disposiciones  tanto  de  la  Asamblea  nacional  constituyente,  como  las  del  mismo 
Estado. — 4o.  Que  haciendo  causa  común  con  los  enemigos  del  orden  contra  el 
espíritu  y  lenidad  de  su  ministerio,  se  han  valido  de  la  predicación  para  insu- 
rreccionar a  los  pueblos  contra  las  legítimas  autoridades,  y  fascinándolos  con  pretex- 
to de  religión  los  han  impelido  a  sublevarse  y  a  cometer  los  más  atroces  asesina- 
tos como  el  ejecutado  en  la  ciudad  de  Quezaltenango  en  la  persona  del  Vice-gefe 
supremo  ciudno.  Cirilo  Flores,  y  han  fomentado  en  todo  el  Estado  el  incendio  de 
la  guerra  civil. — 5o.  Que  sin  embargo  de  haberse  terminado  esta  felizmente  por 
los  triunfos  del  ejército  aliado  contra  los  facciosos,  y  haberse  restablecido  la  paz 
a  costa  de  inestimables  sacrificios,  aun  intentaban  alterar  de  nuevo  la  tranqui- 
lidad pública  tramando  conspiraciones  contra  las  legítimas  autoridades  restaura- 
das y  encender  otra  vez  la  guerra  en  el  Estalo. — 3o.  Que  la  orden  Bethlemítica  es 
un  instituto  fundado  en  Guatemala,  cuyo  piadoso  objeto  es  en  favor  de  la  huma- 
nidad por  el  cuidado  y  asistencia  que  prestan  sus  individuos  a  los  enfermos  con- 
valecientes, al  mismo  tiempo  que  dan  a  los  niños  la  enseñanza  primaria,  y  que  es- 
tos religiosos  lejos  de  haberse  mezclado  en  los  asuntos  políticos  han  dado  en  to- 
das épocas  pruebas  de  subordinación  a  las  autoridades  constituidas. — 7o.  Que  en 
el  mismo  caso  se  hallan  los  establecimientos  monásticos  de  mujeres;  pero  que  sin 
embargo  los  votos  y  profesiones  solemnes  son  contrarios  no  solo  a  la  libertad  ci- 
vil, sino  a  la  que  se  requiere  para  el  exercicio  de  las  virtudes  morales;  ha  tenido  a 
bien  decretar  y  decreta: 

Artlo.  1ro.  Quedan  extinguidos  en  el  Estado  los  establecimientos  monásticos 
conocidos  bajo  la  denominación  de  DOMINICOS,  FRANCISCANOS,  RECOLETAS 
Y  MERCED  ARIOS. — Artlo.  2do.  Subsistirá  el  de  hospitalarios  Bethlemitas. — Artlo. 
3ro.  Ygualmente  subsistirán  los  conventos  de  monjas  y  beateríos;  y  se  prohiben 
para  lo  sucesivo  las  profesiones  y  votos  solemnes.  — Artlo.  4to.  Todos  los  indivi- 
duos existentes  en  el  Estado  que  pertenezcan  a  cualquiera  de  los  monasterios  ex- 
tinguidos por  el  artículo  primero,  podrán  solicitar  su  secularización  ante  el  Go- 
bierno, quien  no  podrá  negársela,  sino  en  caso  de  que  se  justifique  al  que  la  solici- 
te haber  cooperado  directamente  a  la  revolución. — Artlo.  5to.  Los  individuos  que 
no  sean  secularizados,  deberán  salir  del  territorio  del  Estado  dentro  de  un  breve 
termino  que  señalara  el  Gobierno;  y  no  podrán  pasar  a  ninguno  de  los  otros  Es- 
tados de  la  unión,  sin  previo  permiso  de  su  respectivo  gobierno. — Artlo.  6to.  Los 
religiosos  légos  de  los  conventos  extinguidos  que  no  quieran  secularizarse  o  salir 


172 


DAVID  VELA 


del  Estado,  podrán  continuar  sus  votos  en  el  convento  de  Bethlen  bajo  el  institu- 
to de  esta  orden. — Artlo.  7mo.  Cada  uno  de  los  ordenados  in  sácris  que  por  no 
querer  secularizarse  o  por  haber  sido  comprendido  en  la  expulsión  verificada  por 
el  gobierno  tubiere  que  salir  fuera  de  la  república  disfrutará  una  pensión  vitalicia 
de  ciento  y  cincuenta  pesos  anuales  pagaderos  del  producto  de  sus  temporalida- 
des; reglamentándose  por  una  orden  particular  el  modo  y  forma  de  satisfacerla. 

Comuniqúese  al  Consejo  representativo  para  su  sansion. — Dado  en  Guatema- 
la a  veinte  y  ocho  de  Julio  de  mil  ochocientos  veinte  y  nueve. — Doctor  Quirino 
Flores,  diputado  vice-presidente. — José  Gregorio  Márquez,  diputado  secretario. — 
Valerio  Ignacio  Rivas,  diputado  vice-secretario. — 

—  XVII  — 

GARCIA  PELAEZ  (DOCTOR  FRANCISCO  DE  PAULA) 

Monseñor  García  Pelaez,  arzobispo  de  Guatemala,  tuvo  especial  veneración 
per  el  hermano  Pedro,  a  quien  invocó  siempre  en  sus  oraciones  privadas.  Acos- 
tumbraba visitar  la  tumba  del  Siervo  de  Dios,  así  como  el  oratorio  en  que  rezaba 
y  hacía  penitencia,  cons3rvado  en  Antigua,  sitio  que  su  fervor  designó  con  el 
nombre  de  «santos  lugares»,  y  al  que  entraba  de  rodillas,  para  besar  el  pavimen- 
to en  el  punto  en  que  inmemorial  tradición  idsntificaba  las  huellas  de  las  rodillas 
del  beato  Tercero. 

En  10  de  febrero  de  1854  promulgó  un  edicto,  refrendado  por  el  prosecretario 
Pbro.  Vicente  Hernández,  que  circuló  impreso  en  una  hoja  suelta.  Se  dirigía  al  cle- 
ro y  pueblo  de  Guatemala,  informando  sobre  el  estado  de  la  causa  de  canoniza- 
ción del  Hermano  Pedro,  según  las  últimas  noticias  contenidas  en  carta  suscrita 
por  el  postulador  de  la  misma  en  Roma,  M.  Cayetano  Ludovici,  agregado  a  la  Sa- 
grada Penitencia  Apostólica,  y  fechada  a  4  de  junio  de  1853.  El  arzobispo  reco- 
mendaba a  su  grey  dirigir  plegarias,  suplicando  la  canonización  del  beato  de  Anti- 
gua, e  invocar  la  intercesión  de  este  en  el  remedia  de  sus  necesidades,  «propo- 
niéndose el  principal  fin  de  la  gloria  de  Dios». 

A  6  de  Agosto  de  1857,  hizo  publicar  otro  edicto,  con  ocasión  de  verse  Guate- 
mala afligida  por  la  epidemia  del  cólera  morbus.  y  exhorta  a  los  feligreses  a  orar, 
para  que  Dios  aparte  dicho  azote  «que  tenemos  merecido  por  nuestras  culpas». 
Particularmente  recomienda  que  se  invoque  en  privado  al  Hermano  Pedro,  «que 
por  sus  heroicas  virtudes  fue,  en  su  tiempo,  la  admiración  de  Guatemala,  y  cuya 
memoria  es  tan  grata  para  nosotros»;  seguro  de  obtener  el  favor  de  la  divina  cle- 
mencia mediante  su  interseción.    Refrenda  el  pro-secretario,  Juan  Cabrejo. 

—  XVIII  — 
JUARROS   (Br.   DON  DOMINGO) 

Compendio  de  la  Historia/dc  la/Ciudad  de  Guatemala/Escrita/Por  el  Br.  Don  Do- 
mingo Juarros, /presbítero  secular  de  este  Arzobispado/Tomo  Primero/Que  com- 
prende los  preliminares  de  dicha  Historia /Edición/del  Museo  Guatemalteco/Gua- 
temala/Imprenta  de  Luní/Calle  de  La  Providencia,  No.  2./1857.  —  Biblioteca  Na- 
cional 9—100—1. 


EL    HERMANO  PEDRO 


173 


-  El  Capitulo  III  (pags.  298  y  sigtes.)  se  intitula:  «DE  ALGUNOS  HOMBRES 
ILUSTRES  EN  SANTIDAD,  QUE  HAN  FLORECIDO  EN  ESTA  METROPOLI». 

Juarros  da  la  primacía  en  santidad  al  Hermano  Pedro,  no  obstante  aparearlo 
con  el  célebre  padre  Margil,  a  saber:  «Entre  los  varones  que  han  ilustrado  con  sus 
virtudes  a  la  ciudad  de  Guatemala,  deben  ocupar  el  primer  lugar  los  venerables  sier- 
vos de  Dios  Fr.  Pedro  de  San  José  de  Betancourt,  Fundador  de  la  Religión  de 
Bethlem,  y  Fr.  Antonio  Margil  de  Jesús,  primer  guardián  del  Colegio  de  Misioneros 
de  esta  ciudad,  por  haber  puesto  mano  la  Silla  Apostólica  en  causa  de  su  Beatifi- 
cación». 

A  continuación  hace  una  sucinta  reseña  de  la  vida  del  beato  Tercero,  en  for- 
ma muy  ordenada  y  completa,  y  realzando  las  virtudes  a  través  de  los  hechos  más 
conocidos  y  ciertos  de  su  prodigiosa  historia;  «finalmente,  habiendo  santificado 
a  esta  ciudad  con  sus  ejemplos  y  heroicas  virtudes  el  espacio  de  15  años,  lleno  de 
merecimientos,  amado  de  todos  y  aclamado  por  santo,  dio  fin  a  su  preciosa  vida, 
el  día  25  de  abril  del  año  de  1667».  Relata  luego  sus  honras  fúnebres  y  las  su- 
cesivas inhumaciones  de  sus  restos:  «Aunque  el  V.  Hermano  Pedro  mandó  en  su 
testamento  que  le  enterrasen  en  la  capilla  de  la  Tercera  Orden  de  San  Francisco, 
antendiendo  los  padres  a  su  eminente  santidad,  depositaron  el  cadáver  en  el  se- 
pulcro que  tienen  destinado  para  los  religiosos.  En  este  panteón  descansó  por  al- 
gunos años  hasta  en  1686  en  que  viendo  que  la  memoria  del  Siervo  de  Dios  cada 
día  se  hacía  más  célebre,  a  la  solicitud  del  P.  Comisario  de  la  citada  Orden  Terce- 
ra se  trató  de  trasladar  este  tesoro  a  lugar  más  decente  y  se  colocó  en  una  alace- 
na formada  en  la  Capilla  de  San  Antonio,  aquí  permaneció  hasta  el  año  de  1703, 
en  que  pasó  a  otra  alacena  más  bien  dispuesta,  que  se  halla  en  el  presbiterio,  al 
lado  izquierdo  del  altar  mayor,  cerrada  con  tres  llaves,  en  cuyo  sitio  está  el  día 
de  hoy.  El  año  de  1741  los  Jueces  Delegados  por  la  Silla  Apostólica  para  la  con- 
tinuación y  perfección  del  proceso,  sobre  la  vida,  virtudes  y  milagros  del  V.  S.  de 
Dios  Pedro  de  Betancourt,  hicieron  visita  del  sepulcro  de  dicho  Siervo  de  Dios,  y 
en  sesión  que  tuvieron  el  11  de  septiembre,  para  concluir  las  diligencias  de  la  ex- 
presada visita,  se  recibieron  dos  peticiones  del  R.  P.  Guardian  y  Discretos  del 
Convento  de  San  Francisco  y  de  la  V.  Orden  Tercera,  en  que  pretenden  se  les 
mantenga  en  la  posesión  que  han  tenido  de  las  antiguas  llaves  del  sepulcro,  mas 
los  señores  Jueces  determinaron  que  en  atención  a  haver  cesado  el  motivo  porque 
los  RR.  PP.  guardianes  de  dicho  Convento  y  Colegio  de  Cristo  tenían  las  referidas 
llaves,  que  era  por  haberse  en  el  los  cuerpos  de  varios  religiosos  que  se  han  pasa- 
do ya  a  otros  sepulcros:  las  tres  llaves  que  tenían  se  asignasen  al  ilustrísimo  Se- 
ñor Obispo,  al  V.  Señor  Dean  y  Cabildo  y  a  la  V.  Orden  Tercera;  las  tres  llaves  del 
arca  en  que  están  los  huesos  del  Siervo  de  Dios,  dos  al  ilustrísimo  Señor  Obispo  y 
la  otra  al  Convento  de  Bethlem.  Novísimamente  el  año  1816  advirtiendo  el  ilus- 
trísimo Señor  Doctor  y  Maestro  Fr.  Ramón  Casaus,  que  desde  la  ruina  que  pade- 
ció esta  ciudad,  en  el  año  de  1775  se  halla  desierta  la  iglesia  de  San  Francisco  y 
por  consiguiente  las  reliquias  del  V.  P.  de  San  José,  expuestas  a  que  las  roben  o 
que  la  humedad  las  acabe;  determinó,  conviniendo  las  partes  interesadas,  que  se 
trasladen  a  la  Capilla  de  la  Tercera  Orden  de  la  Antigua  Guatemala  y  que  ac- 
tualmente sirve  de  iglesia  y  donde  este  Siervo  de  Dios  se  mandó  sepultar,  y  para 
el  efecto,  mandó  edificar  un  panteoncillo  donde  colocar  las  expresadas  reliquias. 
Hallándose  ya  seco  el  camarín  que  se  construyó  para  colocarlas,  el  16  de  abril  de 
1817,  el  señor  Arcediano  comisionado  por  S.  S.  Ilustrísima  para    esta  traslación 


174 


DAVID  VELA 


mandó  citar  para  que  concurriesen  a  la  Antigua  Guatemala  el  día  24,  a  los  RR. 
PP.  Provincial  y  Comisario  de  Terceros  del  Orden  de  San  Francisco  y  Prior  del 
Convento  de  Bethlem:  los  señores  Promotor  Fiscal  y  Notario  nombrado  para  el 
efecto,  el  día  25  de  abril  en  que  cumplía  150  años  de  la  muerte  del  V..  Hermano 
Pedro  de  Betancourt,  juntos  los  señores  comisionados  y  los  reverendos  padres  que 
se  citaron,  como  partes,  y  algunos  otros  eclesiásticos,  en  la  iglesia  de  S.  Francis- 
co, se  abrió  una  alacena  que  se  halla  inmediata  al  altar  mayor,  al  lado  de  la  Epís- 
tola, donde  pareció  la  caja  que  encierra  los  huesos  del  V.  Fundador  de  la  Religión 
Bethlemitica:  esta  se  hallaba  tan  bien  acondicionada  como  si  se  acabaran  de  po- 
ner las  cerraduras,  tan  hermosas  como  si  fuesen  nuevas.  Inmediatamente  se  pu- 
so la  arca  en  manos  de  sacerdotes,  que  la  condujeron  por  dentro  de  la  iglesia  a  la 
antigua  Capilla  de  la  Tercera  Orden,  verificándose  esta  traslación  a  puertas  ce- 
rradas para  evitar  todo  esceso  en  el  pueblo,  en  donde  se  depositó  en  el  lugar  pre- 
venido y  se  cerró  la  alacena  con  tres  cerrojos,  cuyas  llaves  se  entregaron  al  Se- 
ñor Arzobispo,  quien  reservando  una  para  sí,  mandó  entregar  las  otras  dos  a  los 
RR.  PP.  Provincial  de  San  Francisco  y  Prior  de  Bethlen. 

Por  último,  da  noticia  sobre  la  solicitud  y  proceso  de  beatificación,  e  inserta 
el  texto  del  decreto  por  el  cual  fueron  declaradas  en  grado  heroico  las  virtudes 
del  Hermano  Pedro,  de  su  Santidad  Clemente  XIV.  Juarros  atribuye  al  hermano 
Pedro,  basado  en  la  fama  popular,  la  virtud  de  haberse  operado  por  su  mediación 
el  número  portentoso  de  76  resurrecciones. 

—  XIX  — 

CASANOVA  Y  ESTRADA  (Monseñor  RICARDO) 

Escribe  en  el  prólogo  de  Los  Nazarenos,  de  José  Milla  y  Vidaurre  (véase 
No.  XX),  páginas  XVI  y  XVII,  los  siguientes  párrafos: 

«Sobre  esa  turba  que  se  agita  movida  por  contrarias  aspiraciones,  se  ve  des- 
collar un  hombre  insignificante  en  apariencia:  de  aquellos,  unos  fueron  vencidos, 
a  otros  los  perdió  su  triunfo;  todos  se  engalaron  en  sus  proyectos:  solo  él  igno- 
rante y  humilde,  vio  su  objeto,  los  medios  que  habían  de  hacérselo  conseguir,  y 
los  últimos  resultados  de  su  victoria,  porque  Dios  se  complacía  en  iluminar  con  su 
espíritu  aquella  alma  abrasada  de  amor  por  sus  hermanos,  y  encaminaba  las  ac- 
ciones que  dictara  el  interés  o  la  pasión,  al  fin  anhelado  por  su  siervo;  para  él  tra- 
bajaron todos:  el  hermano  Pedro  brilla  con  suave  y  severa  luz  en  aquel  tenebroso 
horizonte,  y  personifica  la  acción  providencial  de  Dios  en  la  vida  humana. 

El  autor  de  Los  Nazarenos  nos  ha  dado  a  conocer,  adornados  con  las  galas  de 
la  ficción,  notables  acontecimientos  de  nuestra  Historia:  ha  enriquecido  además 
la  literatura  patria  con  un  género  de  obras  de  que  antes  carecía,  abriendo  así  nue- 
va senda  a  los  ingenios.  ¡Ojalá  sean  muchos  los  que  le  sigan  en  ella!». 

Dicho  prólogo  está  fechado  en  Guatemala,  a  27  de  abril  de  1868.  El  licencia- 
do Casanova  y  Estrada  fue  uno  de  los  más  ilustres  prelados  entre  los  arzobispos 
de  Guatemala,  y  tuvo  fervorosa  admiración  por  el  hermano  Pedro.  Sabemos  que 
durante  una  enfermedad  (pulmonía)  que  le  aquejara,  cuando  por  su  grave  estado 
se  desesperaba  de  salvarle  la  vida,  quiso  que  le  llevaran  y  diesen  a  besar  las  re- 
liquias que  del  piadoso  Tercero  se  conservan  en  Catedral;  deseo  que  satisfizo  el 
padre  Erlindo  García.  Y  curado  monseñor  Casanova,  hizo  votos  de  activar  la  cau- 
sa de  canonización  del  beato  de  Antigua. 


EL    HERMANO  PEDRO 


175 


—  XX  — 
MILLA  Y  VIDAURRE  (JOSE) 

MILLA  Y  VIDAURRE  (JOSE) 

Obras  Completas  de  don  José  Milla/Los/Nazarenos/Novela  Histórica/ (Por  Salo- 
mé Jil)/(don  José  Milla)  /Socio  correspondiente  de  la  Real  Academia  Española 
delegado  en  Guatemala  del  Congreso  de  Americanistas  de  Bruselas/miembro  ho- 
norario de  la  Sociedad  Literaria  Internacional  de  París/miembro  correspondien- 
te de  la  Academia  de  Bellas  Letras/de  Santiago  de  Chile/ Asistente  de  la  Sociedad 
Económica,  de  la  de  El  Porvenir  de  Guatemala/del  Ateneo  de  León,  etc.  etc./Ter- 
cera  edición/Guatemala/E.  Goubaud  y  Cía./  París/1897. 

Don  José  Milla  y  Vidaurre,  popularmente  conocido  por  Pepe  Milla  y  célebre 
en  el  mundo  de  las  letras  con  el  seudónimo  de  Salomé  Jil,  es  una  gloria  literaria 
de  América  y  el  padre  de  nuestra  novela  histórica.  En  su  novela  «Los  Nazarenos», 
de  ambiente  colonial,  destaca  con  amables  relieves  la  figura  del  Hermano  Pedro, 
que  figura  con  luces  de  santidad  en  todo  el  desarrollo  del  argumento,  cuyo  des- 
enlace es  la  emocionante  conversión  de  don  Rodrigo  de  Arias  Maldonado,  quien 
aprendería  del  piadoso  Tercero  la  mansedumbre  y  despego- de  los  bienes  terrenos, 
para  abrasar  el  hábito  y  figurar  como  cabeza  de  la  Orden  Bethlemítica  con  el 
nombre  de  fray  Rodrigo  de  la  Cruz. 

En  el  Capítulo  XIV,  intitulado  «Un  Siervo  de  Dios»  (pags.  87  a  91),  presenta 
al  personaje:  «Parecía  ser  de  mediana  estatura;  el  color  del  rostro  aceitunado:  la 
frente  ancha  y  con  una  cicatriz  bastante  visible;  el  ojo  negro  y  penetrante;  la 
barba  crecida  y  poblada.  La  expresión  de  la  fisonomía  denotaba  energía  y  re- 
solución y  al  mismo  tiempo  había  en  ella  algo  de  esa  dulzura  angélica  que  se  ob- 
serva en  los  retratos  del  prototipo  de  la  caridad,  Vicente  de  Paul.  Vestía  una  es- 
pecie de  túnica  azul  (?),  ceñida  a  la  cintura  con  una  cuerda,  a  la  cual  estaba 
atada  una  linterna,  cuya  luz  permitió  al  gobernador  ver  perfectamente  al  indi- 
viduo. El  que  agobiaba  con  su  peso  al  sujeto  a  quien  acabamos  de  describir  lige- 
ramente, era  un  indio  miserable,  medio  desnudo  y  cubierto  de  llagas.  Don  Rodri- 
go sintió,  al  ver  a  aquel  hombre,  como  si  un  golpe  eléctrico  hubiese  sacudido  toda 
la  máquina  de  su  cuerpo.  Un  sudor  frío  corrió  por  su  frente  y  tuvo  necesidad  de 
apoyarse  contra  la  puerta.  Jamás  hasta  entonces  había  visto  aquella  fisonomía 
dulce  y  severa  al  mismo  tiempo;  aquellos  rasgos  profundamente  acentuados,  que 
revelaban  la  abnegación  en  todo  lo  que  tiene  de  más  grande  y  más  heroico  so- 
bre la  tierra;  y  el  corazón  del  joven  gobernador,  que  no  había  palpitado  con  más 
violencia  de  la  ordinaria  en  medio  de  los  más  peligrosos  combates,  parecía  como 
si  fuese  a  estallar;  tal  fue  la  impresión  extraordinaria  que  hizo  en  aquella  alma 
formada  para  grandes  empresas  y  que  las  pasiones  mundanas  tenían  extraviada, 
la  presencia  del  que  estaba  destinado  por  el  cielo  para  ejercer  una  influencia  de- 
cisiva en  la  vida  del  ilustre  vástago  de  los  Arias». 

«¿Quién  era,  pues,  aquel  extraño  personaje,  cuya  sola  presencia  hizo  tan  te- 
rrible impresión  en  aquel  joven  militar,  lleno  de  ideas  y  ambiciones  profanas  y 
cuyo  corazón  estaba  dominado  por  una  pasión  culpable?  El  nombre  de  aquel 
sujeto  era  Pedro,  y  su  apellido  Betancourt;  su  patria  nativa  la  ciudad  (?)  de 
Tenerife,  en  las  Islas  Canarias,  y  la  de  su  adopción  desde  trece  años  antes  Gua- 


176 


DAVID  VELA 


témala,  a  quien  asombraba  ya  con  el  ejercicio  de  las  más  heroicas  virtudes  y  cort 
una  caridad  cuyo  ardor  no  conocía  límites.  Entonces,  como  hasta  ahora,  no  se  le 
llamaba  más  que  el  hermano  Pedro  y  seguirá  llamándosele  así  mientras  llega  el 
día  en  que  la  Iglesia  confirme  con  su  fallo  el  dictado  que  han  añadido  al  nombre 
de  aquel  justo  las  generaciones  que  se  han  hundido  ya  en  la  sombra  del  sepulcro». 

En  el  capítulo  XXVIII,  «Una  Profecía»  (págs.  187  a  189),  relata  cómo  el  her- 
mano Pedro  salva  milagrosamente,  por  su  videncia,  a  don  Rodrigo  de  Arias,  ace- 
chado por  una  muerte  ignominiosa  y  oscura;  a  la  vez,  le  hace  la  siguiente  pro- 
fecía: «...Vos  no  debéis  morir  aún.  Dios  os  ha  destinado  a  una  muy  alta  em- 
presa. Día  vendrá  en  que  seáis  el  general  de  una  milicia  numerosa,  que  no  existe 
todavía,  y  que  extenderá  sus  pacíficas  conquistas  hasta  regiones  muy  distantes. 
El  puesto  principal  os  ha  sido  designado;  y  en  paz,  en  tanto  suena  la  hora  seña- 
lada en  los  consejos  de  la  Providencia  para  que  vayáis  a  ocuparlo». 

En  el  Capítulo  Lili,  «Plazo  Cumplido»  (págs.  340  y  341),  aparece  de  nuevo  la 
figura  del  hermano  Pedro,  ejerciendo  poderosa  influencia  sobre  el  ánima  de  don 
Rodrigo  de  Arias,  se  acerca  el  plazo  de  la  conversión  del  gran  mundano  y,  esta 
vez,  parece  que  sólo  a  él  dirige  el  piadoso  lego  su  sempiterna  advertencia:  «Acor- 
daos hermanos,  que  un  alma  tenemos...» 

En  el  capítulo  LV,  intitulado  «Dos  Almas  Rescatadas»  (págs.  356  a  360),  re- 
lata la  milagrosa  resurrección  de  doña  Elvira,  por  mediación  de  la  piedad  de  Pe- 
dro, y  la  conversión  de  Rodrigo  de  Arias,  quien  hace  voto  «de  renunciar  glorias, 
honores,  riquezas  y  afectos  mundanos  y  de  servir  a  Jesucristo,  consagrándole  des- 
de ese  instante  todas  las  horas  de  su  vida». 

«Conclusión»  (págs.  361  y  362) :  emocionante  epílogo  de  la  historia,  que  se 
cierra  cen  la  llegada  a  Guatemala  de  dos  pliegos  procedentes  de  la  corte  de  Es- 
paña, conteniendo  el  uno  el  nombramiento  de  don  Jerónimo  Garcés  Carrillo  de 
Mendoza  para  presidente  y  capitán  general  del  reyno;  y  el  otro,  real  cédula  por 
la  que  su  majestad  concedía  a  don  Rodrigo  de  Arias  el  título  de  marqués  de 
Talamanca  y  le  asignaba  doce  mil  ducados  de  renta;  favores  que  fray  Rodrigo 
declinó  humildemente.  Sujeto  este  último  a  duras  pruebas,  de  las  que  salió  pu- 
rificada su  vocación,  se  cumplió  la  profecía  de  Pedro  y  llegó  a  ser  aquel  mundano 
converso  el  primer  prefecto  general  de  los  Bethlemitas. 

NOTA:  La  primera  edición  de  esta  obra  de  Milla  se  hizo  en  el  año  de  1868. 

—  XXI  — 

FUENTES  Y  GUZMAN  (FRANCISCO  ANTONIO  DE) 

HISTORIA  DE  GUATEMALA/o  RECORDACION  FLORID A/Escrita  en  el  siglo 
XVII  por  el  Capitán /D.  Francisco  Antonio  de  Fuentes  y  Guzman/natural,  vecino 
y  regidor  perpetuo  de  la  ciudad/de  Guatemala/Que  publica  por  primera  vez/con 
notas  e  ilustraciones  D.  Justo  Zaragoza/Madrid/Luis  Navarro,  Editor/Colegiata 
Num.  6/1882.  (Dos  tomos). 

El  Capítulo  IV  del  Tomo  I:  «En  que,  continuando  la  misma  materia  del  pa- 
sado, se  describe  lo  que  pertenece  al  aspecto  material  de  la  parte  interior  y  prin- 
cipal de  la  ciudad  de  Goathemala»,  alude  a  las  virtudes  del  Hermano  Pedro: 


EL    HERMANO    PEDRO  177 

« . . . :  en  cuyo  orden  y  número  de  conventos  se  incluye  el  de  los  caritativos 
religiosos  de  la  compañía  de  Nuestra  Señora  de  Belén,  instituidos  y  fundados  en 
esta  ciudad  de  Goathemala  por  aquel  ejemplarísimo,  caritativo,  venerable  varón, 
el  Hermano  Pedro  de  San  José  Betancour;  cuya  notoria  virtud,  excelente  caridad 
y  heroica  penitente  vida  aun  no  está  bastantemente  conocida,  hasta  que  la  suma 
y  santa  providencia  señale  el  tiempo  para  sus  merecidos  inmortales  elogios». 
(Pág.  200). 

«La  otra  ermita  está  ofrecida  de  el  mérito  a  el  sufragio  de  las  dichosas  santas 
ánimas  del  Purgatorio,  a  devoción  del  venerable  hermano  Pedro  de  San  José 
erigida». 

—  XXII  — 


BANCROFT    (HUBERT  HOWE) 

THE  WOSKS  OF/HUMBERT  HOWE  BANCROFT/Volume  VII/HISTORY  OF 
CENTRAL  AMERICA/VOL.  II.  1530/SAN  FRANCISCO:/A.  L.  Bancroft  &  Com- 
pany,  Publichers.— 1883.— Pag.666. 

El  ilustre  historiador,  tan  acucioso  en  la  búsqueda  de  sus  datos,  que  siem- 
pre documentó  con  sobra  de  citas,  dice:  «Los  Bethlemitas  surgieron  en  Guatema- 
la, a  mediados  del  siglo  diecisiete,  habiendo  sido  el  fundador  de  la  Orden  fray 
Pedro  de  San  José  Vetancur.  Su  primer  asiento  fue  una  pequeña  casa,  compra- 
da en  cuarenta  pesos,  obtenidos  por  contribución.  La  Orden,  sin  embargo,  no 
permaneció  mucho  tiempo  en  la  pobreza,  enriquecido  su  haber  por  cuantiosos 
donativos  anuales.  En  1667  fue  reemplazado  Vetancur  por  fray  Rodrigo,  en  la 
jefatura  de  la  hermandad,  y  pronto  erigieron  los  betlemitas  una  iglesia  en  San- 
tiago (de  Guatemala),  que  costó  sesenta  mil  pesos,  así  como  otros  costosos  edifi- 
cios. En  1667  adoptaron  un  reglamento,  cuya  aprobación  objetó  el  provincial  de 
los  franciscanos,  por  prescribir  el  propio  hábito  de  la  Orden  seráfica.  La  difi- 
cultad fue  obviada,  y  reglas  y  reglamentos  aprobados  por  el  obispo,  en  6  de  fe- 
brero de  1668.  La  institución  se  reorganizó  en  1681,  sobre  bases  sancionadas  por 
el  Papa  y  por  el  Rey,  aunque  fray  Rodrigo  hubo  de  gestionar  por  su  causa  duran- 
te quince  años,  en  Madrid  y  Roma». 

Las  fuentes  principales  de  Bancroft,  al  respecto,  fueron  la  Historia  Bethlemí- 
tica  del  padre  García  de  la  Concepción,  y  la  Chronica  de  San  Diego  de  México, 
de  Medina.  Agrega  que  la  iglesia  de  Belén  fue  levantada  con  el  producto  de  li- 
mosnas, destacando  la  munificencia  del  presidente  Escobedo,  quien  donó  55.000 
pesos  para  la  nueva  fábrica,  y  aún  asignó  una  renta  anual  de  300  pesos.  En  fin, 
vierte  otros  datos  del  padre  García  sobre  la  institución:  como  el  empeño  del  obis- 
po Sáenz  de  Manozca  por  suavizar  las  severas  reglas  de  la  Orden,  que  fray  Ro- 
drigo no  quiso  alterar  y  fueron  confirmadas  por  Bula  que  Clemente  X  firmó  en 
2  de  mayo  de  1672. 


178 


DAVID  VELA 


—  XXIII  — 

MENCOS  FRANCO  (AGUSTIN) 

«CRONISTAS  DE  LA  COLONIA».  —  «La  Revista»  —  órgano  de  la  Academia  Gua- 
temalteca de  la  Lengua,  correspondiente  de  la  Española,  1889. 

Estudia  sucesivamente  a  los  cronistas  Bernal  Díaz  del  Castillo,  fray  Antonio 
Remesal,  don  Francisco  Antonio  de  Fuentes  y  Guzmán,  fray  Francisco  Vázquez, 
y  fray  Francisco  Ximenez. 

En  el  cuarto  artículo  de  la  serie,  estudio  dedicado  a  Vázquez,  se  habla  de  su 
«Historia  Lauretana»,  la  primera  en  que  ensayó  su  predilección  por  las  cuestiones 
históricas,  y  a  renglón  seguido  agrega:  «Mucho  más  importante  que  la  anterior, 
la  cual  hemos  citado  como  simple  dato  bibliográfico,  es  la  HISTORIA  DEL  VE- 
NERABLE PEDRO  DE  BETHANCOURT,  FUNDADOR  DE  LA  ORDEN  HOSPI- 
TALARIA DE  LOS  BELEMITAS,  también  publicada  en  las  prensas  de  la  An- 
tigua Guatemala.  Es  indudablemente  una  de  las  más  simpáticas  personalidades 
de  la  patria  aquel  filántropo  Pedro  de  Bethancourt,  cuya  figura  destacándose 
majestuosa  a  la  mitad  del  período  colonial,  nos  produce  el  efecto  de  aquellos  lu- 
minosos meteoros  que  aparecen  de  vee  en  cuando  en  los  cielos,  para  disipar,  aun- 
que sea  por  pocos  momentos,  las  sombras  y  las  tristezas  de  la  noche:  y  son  tam- 
bién, sin  duda  alguna,  bellas  y  honrosas  páginas  de  nuestra  historia,  las  destina- 
das a  narrar  la  biografía  de  ese  héroe  de  la  caridad,  tan  despreciador  de  sí  mis- 
mo, como  amador  de  sus  semejantes;  que  se  atrajo,  por  sus  virtudes,  la  venera- 
ción del  pueblo;  que  dedicó  todos  sus  esfuerzos  a  socorrer  a  los  desvalidos;  que 
estableció,  a  costa  de  continuos  sacrificios  y  trabajos,  hospitales  para  los  enfer- 
mos y  que  fundó  por  último  la  simpática  Orden  de  los  Belemitas:  Orden  religiosa 
no  sólo  contemplativa  sino  eminentemente  práctica,  como  que  destinada  estaba 
a  la  curación  de  los  convalecientes,  a  la  enseñanza  de  los  niños  y  al  socorro  de 
las  miserias  humanas:  Orden  religiosa  que  traspasó  las  fronteras  de  la  patria  y 
se  extendió,  produciendo  benéficos  resultados  a  la  sociedad,  en  varios  pueblos  de 
la  América  Latina,  y  Orden  religiosa,  en  fin,  que  aún  en  nuestros  días  mereció 
honrosos  recuerdos  de  Chateaubriand,  en  aquel  libro  perpetuamente  poético  y  sen- 
timental, que  se  llama  El  Genio  del  Cristianismo.  Bajo  este  concepto,  el  trabajo 
a  que  nos  referimos  no  puede  menos  de  ser  útil  y  hasta  indispensable  para  el 
completo  conocimiento  de  la  historia  nacional  durante  el  gobierno  español;  pues 
si  ésta  se  ha  de  componer,  no  de  una  simple  lista  de  los  capitanes  generales  y  de 
ligeros  apuntes  de  ciertos  acontecimientos,  sino  de  una  narración  completa  y  exac- 
ta y  de  un  análisis  filosófico  e  imparcial  de  todos  los  hechos  que  entonces  se  ve- 
rificaron, necesario  es  tener  en  cuenta  aquella  religión  que  constituye  uno  de  los 
rasgos  más  sobresalientes  y  peculiares  del  período  colonial  y  estudiar  cuantas 
obras  y  documentos  se  refieren  a  este  particular». 

No  es  cierto  que  Vázquez  llegara  a  escribir  dicho  libro,  aunque  sí  manifestó 
en  su  Crónica  de  la  Provincia  del  Santísimo  Nombre  de  Jesús  de  Guatemala  su 
intención  de  hacerlo;  pero  Meneos  Franco  aun  saca  consecuencias  de  la  presunta 
edición  en  Antigua:  «Inspirándose  en  el  libro  de  Vázquez,  el  religioso  español 
García  publicó,  algunos  años  después,  su  Historia  Betlemítica,  más  conocida  que 


EL    HERMANO  PEDRO 


179 


la  del  autor  guatemalteco,  a  causa  sin  duda  de  sus  mejores  cualidades  literarias; 
pero  si  Vázquez  no  puede  competir  con  García  en  cuanto  a  la  claridad  del  len- 
guaje y  la  limpieza  del  estilo,  en  cambio  el  escritor  español  es  inferior  a  nuestro 
franciscano  por  lo  que  hace  a  la  abundancia  de  datos  y  a  la  más  exacta  apre- 
ciación de  los  hechos.  No  podía  ser  de  otra  manera;  pues  mientras  aquél  escribía 
al  otro  lado  de  los  mares,  sin  más  datos  que  los  contenidos  en  los  documentos  que 
poseía,  éste  redactaba  su  obra  en  el  teatro  mismo  de  los  sucesos  historiados,  de 
los  que  fue  testigo  presencial;  pudiendo  en  consecuencia,  conocer  y  analizar  mejor 
las  cosas  y  personas  con  ellos  relacionados,  las  causas  que  los  engendraron  y  los 
efectos  que  produjeron».  Es  lástima,  desde  luego,  que  Vázquez  no  halla  escrito 
en  tales  circunstancias  aquel  libro,  y  que  tan  sólida  argumentación  no  tenga  sus- 
tento básico.  Lo  que  quizá  puede  existir  impreso  del  padre  Vázquez  sobre  el  her- 
mano Pedro,  aunque  de  ello  no  tenemos  noticia  cierta,  es  el  panegírico  que  pro- 
nunció en  las  exequias  que  se  hicieron  a  los  restos  del  Siervo  de  Dios  el  año 
de  1686. 

—  XXIV  — 
MENCOS   F.  (AGUSTIN) 

Crónicas/de  la/ Antigua  Guatemala/por/ Agustín  Meneos  F./ide  la  Academia  Es- 
pañola) /Guatemala. — Tipografía  «El  Comercio». — 1894. 
Biblioteca  de  A.  Taracena  F. 

8o. — 175  págs.  de  texto,  incluyendo  VT  de  la  advertencia,  más  dos  del  índice. 
Obra  bastante  escasa  ya,  no  obstante  ser  relativamente  reciente  su  edición. 

Advierte  el  escritor  que  se  decide  a  publicar  sus  crónicas  para  «salvar  del  ol- 
vido algunas  de  nuestras  viejas  e  interesantes  tradiciones,  que  están  próximas 
a  desaparecer,  ya  porque  se  van  olvidando  las  trasmitidas  de  viva  voz,  ya  porque, 
salvo  algún  erudito,  nadie  lee  las  historias  coloniales  en  que  constan  algunas  de 
ellas»,  lamentando  el  abandono  de  ese  género  de  parte  de  literatos  como  Manuel 
Diéguez,  Juan  Fermín  Aycinena  y  Manuel  Dardón  (Radamés),  en  quienes  recono- 
ce felices  cualidades  para  cultivarlo. 

Están  sus  crónicas  escritas  en  estilo  llano,  hasta  corriente,  ameno  y  en  oca- 
siones salpimentadas  de  gracia,  aunque  en  veces  vienen  mal  traídas  sus  puyas  de 
partidista  político.  La  segunda  se  intitula  «Hermano,  Enfermo  y  Jubilado»,  y  re- 
fiere la  historia  de  un  mulo  que  se  hizo  famoso  en  Antigua  por  haber  trocado  su 
cerril  naturaleza  en  mansedumbre  y  doméstica  sumisión  desde  que  el  Hermano 
Pedro  lo  tomó  a  su  servicio,  por  habérselo  obsequiado,  no  con  muy  buena  inten- 
ción por  cierto,  un  vecino  indiferente  a  la  caritativa  labor  del  lego.  Ese  mulo  ti- 
raba de  la  carreta  que  conducía  los  materiales  de  construcción  al  Hospital  de 
Belén.  Es  fama  que  entendía  las  palabras  del  hermano  Pedro,  a  cuya  muerte  en- 
fermó de  tristeza,  después  de  seguir  al  cortejo  fúnebre  como  lo  habría  hecho  un 
ser  racional;  más  tarde,  por  esas  circunstancias,  y  dentro  del  amplísimo  senti- 
miento de  caridad  que  inspiraba  la  institución  belemítica,  se  dispensó  gran  cuidado 
a  la  mansa  bestia  y  diz  que  la  enterraron  al  pie  de  un  naranjo,  donde  supone 
Meneos  que  un  chusco  pudo  poner  el  siguiente  cartel: 


180 


DAVID  VELA 


«Aunque  parezca  vil  cuento, 
Aquí  donde  ustedes  ven, 
Yace  un  famoso  jumento 
Que  fue  fraile  del  Convento 

De  Betlén. 
Requiscat  in  pace,  amén». 

Meneos  ironiza,  aunque  su  tendencia  humorística  desvirtúa  la  tradición,  y  no 
sólo  aprovecha  para  zaherir  a  los  liberales,  sino  para  incurrir  en  leves  errores, 
como  adelantar  en  10  años  la  muerte  del  Hermano  Pedro;  hacer  concurrir  a  sus 
honras  a  hermanos  Bethlemitas  cuya  orden  no  se  había  instituido;  hacer  pronunciar 
la  oración  fúnebre  al  padre  Lobo. 

La  siguiente  crónica:  «De  cómo  desaparecieron  los  ratones  del  Barrio  de 
Bethlén»,  relata  otro  caso  de  obediencia  y  sumisión  de  los  irracionales  al  hermano 
Pedro;  pero  no  es  una  tradición  la  que  escribe  ya,  sino  una  moraleja  de  la  que  sa- 
len mal  parados  los  liberales  y  nuestros  malos  gobernantes. 

«Las  Arguenas  del  Hermano  Pedro»,  se  intitula  otra  crónica  (pág.  43)  en  que 
recoge  la  tradición  de  dos  milagros  operados  mediante  la  gracia  del  Tercero  Peni- 
tente. Un  panadero  quiso  dar  un  fiasco  al  pedigüeño  Hermano  y  le  dió  todo  el  pan 
existente  en  su  tahona,  con  la  condición  de  que  lo  llevase  íntegramente  en  sus  ar- 
guenas. No  se  inmutó  por  ello  Pedro  y,  asistido  por  su  inquebrantable  fe,  fue  echan- 
do el  pan,  hasta  consumirlo,  ante  el  pasmo  de  los  circunstantes,  pues  sus  arguenas 
como  el  tonel  de  las  Danaides,  tenían  una  capacidad  insaciable.  En  otra  oportu- 
nidad, se  repite  en  él  el  prodigio  de  la  multiplicación  de  los  panes,  pues  teniendo 
apenas  unas  cuantas  cemitillas  para  satisfacer  la  hambrienta  solicitud  de  numero- 
so grupo  de  mendicantes  y  cinco  cañitas  para  festejar  a  los  patojos,  a  quienes  daba 
golosinas,  oró  fervorosamente  ante  una  cruz  que  pendía  en  la  puerta  del  Hospital 
de  Belén,  y  lo  escaso  se  hizo  abundante,  ya  que  para  todos  alcanzó  sin  regateo 
En  seguida  exigió  a  sus  beneficiarios:  «Venga  el  precio  de  las  limosnas,  porque 
bien  saben  ustedes  que  no  siempre  las  regalo  sino  que  a  veces  las  vendo»,  y  con- 
cluye: «Y  todos  sabiendo  a  buen  seguro  de  qué  se  trataba,  se  arrodillaron  devota- 
mente y  rezaron  un  padre  nuestro  y  un  ave-maría  por  el  alivio  y  descanso  de  las 
almas  del  Purgatorio».  Incluye  dos  coplillas  cuya  composición  se  atribuye  al  her- 
mano Pedro: 

«Quien  quiera  saber  señores 
cosas  del  Hermano  Pedro, 
calle  arriba,  calle  abajo, 
sin  cuidar  de  su  remedio». 

Y  esta  otra: 

«A  todas  las  aves 
convido  a  danzar, 
que  aunque  tengan  alas 
no  me  han  de  ganar». 

Recoge  en  seguida  otra  leyenda:  «El  Perro  del  Hospital  de  Belén»  (Pág.  126), 
aunque  data  el  suceso  con  una  fecha  caprichosa  y  lo  hace  pasar  en  el  Hospital 
de  Belén  el  propio  año  en  que  llegó  Pedro  a  Guatemala,  cuando  no  pensaba  en 


EL    HERMANO  PEDRO 


181 


fundar  su  institución  siquiera.  Se  trata  de  un  acto  de  suprema  humildad  reali- 
zado por  el  virtuoso  lego,  o  sea,  lamer  las  llagas  de  un  enfermo,  por  haber  pres- 
crito el  cirujano  que  un  perro  lo  hiciese.  Termina  diciendo:  «...si  he  de  hablar 
francamente,  diré  que  en  estos  dorados  tiempos,  más  conveniente  sería  que  la 
patria  tuviese  menos  hombres  ilustres  y  más  perros  como  el  de  Belén». 

iEn  la  página  145  hallamos  otra  tradición  del  beatro  personaje,  cuyo  anecdo- 
tario  es  inagotable,  «La  Lagartija  del  Hermano  Pedro».  Para  salvar  de  un  apuro 
a  un  honrado  trabajador  falto  de  dinero,  el  hermano  Pedro  le  da  una  lagartija 
que  casualmente  se  presentó  a  su  alcance,  y  la  bestezuela  se  transforma  en  una 
joya  esplendente,  aceptada  sin  vacilaciones  por  el  primer  prestamista  a  quien  se 
propuso  en  prenda.  Rescatada  ésta,  al  ser  devuelta  la  joya  al  Tercero,  éste  le 
dice:  «Vete  con  Dios»,  y  la  lagartija  huye  vivaz  y  ligera.  El  cronista  anota  que 
hay  una  tradición  similar  entre  las  que  escribió  Ricardo  Palma:  «El  alacrán  de 
fray  Gómez»;  pero  la  del  Hermano  Pedro  es  original.  (Otros  autores  han  de- 
mostrado también  su  prioridad  en  la  fecha,  pudiendo  decirse  que  Palma  se  ins- 
piró en  la  leyenda  antigüeña). 

—  XXV  — 
GOMEZ   CARRILLO  (AGUSTÍN) 

Historia/de  la/ América  Central/desde  el  descubrimiento  del  país  por  los  Espa- 
ñoles (1502  hasta  su  independencia  de  España  (1821) /Precedida  de  una  «Noticia 
Histórica»  relativa  a  las  naciones  que  habitaban/la  América  Central  a  la  llegada 
de  los  españoles./Obra  continuada  bajo  la  administración  del/Señor  General  don 
José  María  Reyna  Barrios/y  en  virtud  de  encargo  oficial/por/ Agustín  Gómez  Ca- 
rrillo/Individuo de  la  Facultad  de  Derecho  de  Guatemala  y  de  la  de  El  Salvador, 
de/las  Academias  Españolas  y  de  la  Lengua  y  de  la  Historia,  de  la  Matritense/de 
Jurisprudencia  y  Legislación  de  las  Sociedades  Económica  de/Barcelona  y  Ma- 
drid, de  la  Asociación  Internacional  de  Derecho/Penal  establecida  en  Alemania  y 
condecorado  por  el  Go-/bierno  francés  con  las  Palmas  Académicas  de  la.  clase/ 
Tomo  III/Guatemala,/Tipografía  Nacional./1895. 

Esta  obra  es  continuación  de  la  que  dejó  incompleta  José  Milla  y  Vidaurre. 
Gómez  Carrillo  censuró  enérgicamente  el  monacato,  como  institución  opuesta  al 
progreso  de  nuestro  país  y  en  la  que  muchos  de  los  enclaustrados  no  vieran  un 
ideal  ascético,  sino  seguro  medio  de  vida,  y  aún  de  holganza  en  la  abundancia. 
En  el  Capítulo  VI,  página  133,  dice:  «Comunidades  monásticas  había,  sin  embar- 
go, que  prestaban  servicios  a  la  causa  del  bien,  como  las  que  daban  misioneros 
para  enseñar  el  castellano  a  los  aborígenes  y  civilizarlos;  habíanlas  también  con 
escuela  pública  anexa,  para  que  en  ella  aprendiesen  a  leer  y  escribir  los  niños 
de  las  familias  pobres.  Pero  no  todos  los  regulares  eran  útiles,  por  más  que  en 
los  claustros  se  cultivaran  las  ciencias  y  se  formara  uno  u  otro  sabio;  y  la  abun- 
dancia de  conventos  era  un  verdadero  mal,  porque  embarazaba  esa  corriente  de 
vida  que  debe  promoverse  y  que  nace  de  la  provechosa  actividad  de  la  fuerza 
humana.  La  inacción  de  tantos  brazos  era  un  factor  de  público  empobreci- 
miento». 


182 


DAVID  VELA 


Mas,  agrega  en  seguida:  «Al  lado  de  esas  comunidades  casi  estériles  hubo 
una  que,  por  su  carácter  simpático,  hay  que  decirlo,  merece  una  mención  especial: 
la  de  los  Bethlemitas  hospitalarios,  originaria  de  esta  tierra,  pues  nació  en  la  se- 
gunda mitad  del  siglo  XVII,  en  la  ciudad  de  Guatemala,  y  desde  allí  logró  exten- 
derse a  otras  provincias  de  América.  El  año  a  que  se  refiere  este  capítulo,  permi- 
te mencionarla  y  consiguientemente  consagrarle  algunas  frases». 

«Parece,  no  obstante,  que  el  lazo  de  la  caridad  bendita  no  siempre  bastaba 
a  mantener  en  armónico  concierto  a  sus  miembros.  Disturbios  lastimosos  y  el 
despotismo  que  en  esas  casas  ejercía  su  general,  fray  Rodrigo  de  la  Cruz,  deter- 
minaron al  Rey  a  prevenir  (1717),  que  se  pusiesen  en  práctica  los  breves  pontifi- 
cios sobre  la  materia,  y  que  fray  Rodrigo,  quien  fue  el  primer  general  que  se 
nombró,  se  abstuviese,  lo  mismo  que  sus  subordinados,  de  promover  nuevos  des- 
órdenes, si  no  querían  que  se  les  tratara  con  la  necesaria  severidad.  Debe  saber- 
se que  aquel  religioso  modificó  indebidamente  las  reglas  que  se  expidieron  para 
el  gobierno  del  instituto;  y  aunque  el  monarca  había  antes  mandado  que  se  obser- 
varan tales  reglas,  recogiéndose  las  adulteradas  por  el  dicho  General,  quien  se- 
gún las  palabras  de  la  cédula,  era  ya  incapaz  de  ejercer  el  poder  de  que  estaba 
investido  y  se  manejaba,  además,  de  modo  muy  arbitrario,  había  continuado 
experimentándose  el  mal  que  el  monarca  deseaba  corregir.  Para  ponerle  remedio 
había  ido  a  España,  en  1708,  el  procurador  de  varios  conventos  Belethmitas,  y  sus 
gestiones  motivaron  la  cédula  que  acaba  de  citarse». 

«Ofrece  interés  el  origen  de  la  fundación  hecha  en  Guatemala.  Por  el  año 
de  1648  (?)  vino  a  esa  ciudad  Pedro  Bethancourt,  originario  de  Canarias;  era  filán- 
tropo por  carácter,  y  deseoso  de  hacer  el  bien  posible  a  los  desvalidos,  vistió  en 
1652  (?)  el  hábito  de  la  Orden  Tercera  y  se  consagró  a  la  tarea  laudable  de  fun- 
dar un  hospital  de  convalecientes.  La  obra  por  él  principiada  tuvo  en  breve 
cooperadores  llenos  de  entusiasmo,  atraídos  por  las  virtudes  del  fundador». 

«No  fue  en  su  origen  el  establecimiento  más  que  una  modesta  casa  de  paja, 
en  la  que  el  Hermano  Pedro,  como  le  llamaban,  se  ocupaba  en  instruir  en  la 
doctrina  cristiana  a  los  niños,  y  en  atender  a  los  pobres  que  salían  ya  curados 
del  hospital,  pero  que  en  la  convalecencia  carecían  de  recursos  para  el  restable- 
cimiento completo.  Bethlen  es  el  nombre  que  se  dió  a  ese  instituto  hospitalario». 

«Lleno  de  fervor  Pedro  de  Bethancourt  se  decidió  a  acudir  a  la  piedad  del 
vecindario,  y  con  los  auxilios  que  obtenía  acometió  la  fábrica  de  un  espléndido 
hospital.  No  pudo  verlo  terminado,  porque  le  sorprendió  la  muerte  en  1667.  y 
concluyéronlo  los  que  lo  ayudaban  en  su  ministerio,  y  que  él  había  admitido  para 
echar  las  bases  de  la  Orden  Belethmítica.  Además  del  hospital  se  construyeron 
convento  e  iglesia,  con  un  gasto  de  más  de  setenta  mil  pesos.  La  catástrofe  de 
Santa  Marta  (julio  de  1773),  que  trajo  la  ruina  de  la  ciudad,  fue  también  causa 
de  deterioros  para  aquellos  edificios;  pero  la  reparación  no  tardó  mucho  en  efec- 
tuarse». 

«En  el  testamento  del  hermano  Pedro,  recomendó  éste  a  fray  Rodrigo  de 
la  Cruz  que  adoptara  el  régimen  monástico;  se  redactaron,  pues,  los  estatutos 
en  1667,  y  los  confirmó  fray  Payo  de  Rivera,  obispo  de  Guatemala.  Los  varios 
hermanos  hicieron  voto  de  obediencia  y  hospitalidad,  y  eligieron  a  fray  Rodrigo 
para  el  cargo  de  prelado.    (Nota:  los  bethlemitas  llevaban  la  barba  larga,  lo  que 


EL    HERMANO  PEDRO 


Í8J 


dió  lugar  a  que  en  Lima  los  bautizase  el  pueblo  con  el  nombre  de  los  barbones. 
Usaban  capa  y  una  túnica  de  paño  buriel  o  pardo  con  una  cruz  azul,  ceñidor  de 
correa  y  sandalias;  la  cruz  fue  sustituida  con  un  escudo  representando  la  navi- 
dad de  Cristo.  No  les  era  permitido  montar  a  caballo.  Ricardo  Palma— Tradi- 
ciones Peruanas— Artículo  de  Los  Barbones).  Rodrigo  de  Arias  Maldonado  era 
el  nombre  de  este  belethmita.  Nació  en  Marvella,  en  1637,  y  vino  en  su  juventud 
a  Costa  Rica,  como  alférez,  acompañando  a  su  padre,  que  pasó  a  ejercer  el  go- 
bierno de  esa  provincia.  Al  morir  su  padre,  le  sustituyó  provisionalmente  en  el 
mando,  en  el  que  se  condujo  por  manera  muy  satisfactoria.  Dirigióse  en  seguida 
a  Guatemala,  entregándose  allí  a  discreteos  amorosos  con  damas  de  alta  clase; 
pero  después,  arrepentido  de  sus  aventuras  de  galán  mancebo,  fue  a  buscar  a 
Pedro  de  Bethancourt,  y  tomó  el  hábito  de  hospitalario.  Ya  prelado,  se  encami- 
nó a  Lima;  obtuvo  la  protección  del  virrey,  Conde  de  Lemus,  y  logró  fundar  allá 
el  Hospital  del  Carmen  para  las  enfermas  convalecientes  del  de  Santa  Ana». 

«Dejando  en  Guatemala,  como  superior,  a  Francisco  de  la  Trinidad,  y  en 
Lima  a  Andrés  de  San  José,  hizo  viaje  a  Roma,  en  1671,  para  obtener  de  su  San- 
tidad la  sanción  de  los  estatutos,  que  iba  retardándose.  Entre  tanto,  los  supe- 
riores de  Guatemala  y  Lima,  desentendíanse  de  sus  reglamentos,  no  sólo  estable- 
cieron escuelas,  sino  que  se  ordenaron  los  sacerdotes  haciendo  también  esto  último 
algunos  de  los  hermanos.  Informado  fray  Rodrigo,  regresó  a  América,  y  dictó 
las  providencias  necesarias  contra  los  que  así  abusaban.  Hizo  nuevas  fundacio- 
nes en  Piura,  Trujülo  y  otros  lugares  del  Perú,  y  pasó  por  segunda  vez  a  España 
y  Roma.  Estuvo  después  en  Quito;  y  dejando  allí  fundada  una  casa,  fue  a  la 
ciudad  de  Méjico  en  la  que  murió  en  septiembre  de  1716;  de  manera  que  al 
expedirse  la  cédula  real  de  1717,  antes  citada  y  en  la  que  se  califica  de  tirano  a  fray 
Rodrigo,  ya  había  éste  muerto.  Al  desaparecer  el  infatigable  prelado  acrecentáronse 
las  desavenencias  sobre  interpretación  de  los  estatutos  y  breves,  y  aun  ocurrieron 
motines  en  las  casas  de  Guatemala.  México,  Guadalajara  y  otras  poblaciones;  pero 
en  las  del  Perú  siguió  dominando  la  pureza  de  costumbre,  a  la  par  de  la  caridad 
para  con  los  pobres  enfermos». 

«Al  trasladarse  al  valle  de  la  Ermita,  en  1775,  la  ciudad  capital  de  Guatemala, 
vinieron  a  ese  lugar  los  conventuales  de  Bethlen,  y  por  mucho  tiempo  tuvieron 
aun  escuela  de  primeras  letras,  hospicio  para  albergue  de  pobres  peregrinos  y 
enfermería  para  convalecientes  (Juarros  y  Ricardo  Palma)». 

«El  beato  Pedro  de  San  José  Bethancourt,  como  en  las  crónicas  eclesiásti- 
cas se  le  llama,  fue  la  piedra  angular  del  instituto  Bethlemítico.  Alma  penetrada 
de  caridad  ardiente  y  abnegación  sublime,  prestó  servicios  cuya  magnitud  no 
alcanzó  acaso  él  mismo  a  prever.  El  supersticioso  espíritu  de  una  época  de  gene- 
ral ignorancia,  que  en  todo  se  mezclaba,  como  si  pretendiera  personificar  los  in- 
tereses del  presente  y  las  aspiraciones  del  porvenir,  atribuye  hechos  extraordi- 
narios al  beato  Pedro,  representándolo  en  largas  pláticas  con  las  ánimas  y  con- 
cediéndole el  sobrenatural  privilegio  de  los  milagros.  Descansan  sus  despojos  mor- 
tales en  una  capilla  anexa  al  destruido  templo  de  San  Francisco  de  la  Antigua 
Guatemala». 


184 


DAVID  VELA 


—  XXVI  — 

(ANONIMO) 

«UN  SIERVO  DE  DIOS». — La  Fe  (periódico  religioso,  científico,  literario  y  de 
variedades),  fundado  y  dirigido  por  el  presbítero  Salvador  Arzú  Roma. — Años  I, 
II  y  III. — Núm.  18,  Guatemala,  5  de  marzo  de  1896;  Núm.  19,  Guatemala,  20  de 
marzo  de  1896;  Núm.  20,  Guatemala,  5  de  abril  de  1896;  Núm.  21,  Guatemala,  20 
de  abril  de  1896;  Núm.  22,  Guatemala,  5  de  mayo  de  1896;  Núm.  29,  Guatemala, 
20  de  agosto  de  1896;  Núm.  30,  Guatemala,  5  de  septiembre  de  1896;  Núm.  31, 
Guatemala,  20  de  septiembre  de  1896;  Núm.  34,  Guatemala,  12  de  noviembre  do 
1896;  Núm.  36,  Guatemala,  5  de  diciembre  de  1896;  Núm.  39,  Guatemala,  20  de 
enero  de  1897;  Núm.  41,  Guatemala,  20  de  febrero  de  1897;  Núm.  43,  Guatemala, 
5  de  julio  de  1897.  —  Biblioteca  de  Arturo  Taracena. 

Es  una  interesante  biografía  del  Hermano  Pedro,  que  ss  presenta  como  un 
extracto  de  los  anteriores  escritos  sobre  «la  vida  de  aquel  hombre  extraordinario, 
que  en  pocos  años  llegó  a  la  más  elevada  cumbre  de  la  perfección  cristiana». 

Comienza  (capítulo  primero)  por  referir  las  circunstancias  en  que  ocurrieron 
los  sismos  de  1651,  los  cuales,  habiendo  principiado  el  18  de  febrero  de  ese  año, 
permiten  precisar  la  fecha  en  que  Pedro  de  Bethancourt  llegó  a  la  Antigua  Gua- 
temala. Sigue  el  relato  calcado  en  las  noticias  del  padre  García  de  la  Concep- 
ción y  del  Doctor  Montalvo,  aunque  contiene  un  rasgo  original,  y  sin  duda  su- 
puesto, que  no  hemos  leído  en  los  demás  escritos  relativos  al  virtuoso  varón,  dice: 
«Prendado  Pedro  de  Almengol  de  las  extraordinarias  dotes  que  adornaban  el  al- 
ma del  joven  Betancourt.  quiso  hacer  que  entrara  en  su  familia,  casánaolo  con  una 
de  sus  hijas;  pero  como  esto  se  oponía  de  todo  en  todo  a  los  proyectos  de  éste, 
trató  de  huir  el  peligro,  despidiéndose  con  la  mayor  cortesía  y  agradecimiento  de 
su  primer  huésped,  a  pretexto  de  la  lejanía  de  la  fábrica  para  atender  a  sus  ocu- 
paciones escolares.  Trasladóse  a  la  ciudad,  siendo  alojado  con  mucha  benevo- 
lencia en  la  casa  de  Diego  Vilches,  que  ya  lo  conocía». 

,E1  segundo  capítulo  se  intitula:  «Fundación  de  la  Orden  Bethlemítica»,  y 
cuenta  cómo,  frecuentando  asiduamente  los  hospitales,  el  hermano  Pedro  conci- 
bió la  idea  de  fundar  otro  para  los  convalecientes,  y  admira  la  prodigiosa  forma 
en  que  llevó  a  cabo  su  propósito,  improvisando  recursos  y  despertando  con  su  ca- 
ritativo ejemplo  una  vasta  cooperación. 

El  siguiente  capítulo:  «El  Hermano  Pedro  Betancourt  ejerció  las  virtudes 
en  grado  heroico»,  exalta  sus  actos  y  reconoce  la  popular  estimación  que  le  valie- 
ron: «Consagróse  al  Apostolado  de  la  Oración,  enseñando  las  verdades  de  la  re- 
ligión cristiana  a  los  pobres,  a  los  enfermos,  a  los  indios,  a  los  negros  y  principal- 
mente a  los  niños;  y  el  que  nada  o  muy  poco  había  podido  aprender  en  las  escuelas, 
adquirió  en  el  trato  y  continúa  comunicación  espiritual  con  Dios,  tan  altos  y  pro- 
fundos conocimientos  en  la  ciencia  teológica,  que  con  frecuencia  era  consultado 
por  personas  encanecidas  en  el  estudio,  las  cuales  quedaban  llenas  de  admiración 
al  escuchar  sus  sesudas  y  atinadas  respuestas».  Señala,  entre  sus  obras  de  piedad, 
la  difusión  y  fomento  del  rezo  del  Rosario,  devoción  que  extendió  e  intensificó 
grandemente,  y  acaba  por  atribuirle  el  mérito  de  fundador  del  Rosario  Perpetuo 


EL    HERMANO  PEDRO 


185 


en  Guatemala,  establecida  pccos  años  antes  en  Bolonia  esa  práctica  religiosa,  res- 
tablecida después  por  los  dominicos,  bendecida  y  colmada  de  gracias  por  los  pa- 
pas Pío  IX  y  León  XIII,  se  organizó  en  Guatemala  desde  1891.  «El  H.  Pedro  de 
San  José  —concluye—,  que  floreció  a  mediados  del  siglo  XVII,  ¿tendría  noticia 
de  aquella  asociación  (la  de  Bolonia)  piadosa  y  trató  de  imitarla?  ¿O  establece- 
ría él  una  samejante  por  inspiración  especial  de  la  Santísima  Virgen?»  Hace  re- 
saltar un  dato  suministrado  por  el  padre  García  en  su  «Historia  Bethlemítica», 
a  saber:  según  un  apunte  constante  en  uno  de  los  cuadernos  de  notas  del  Siervo 
de  Dios,  aparece  que  en  el  año  de  1665  los  fieles  que  lo  tenían  por  padre  espiritual 
rezaron  322.544  coronas  y  rosarios  de  la  Santísima  Virgen. 

Intitúlase  el  IV  capítulo  «De  la  esperanza  y  otras  virtudes  que  ejercitó  el 
V.  H.  Pedro  de  San  José»,  quien  «además  de  haber  observado  siempre  una  con- 
ducta intachable,  se  entregó  a  los  más  ásperos  rigores  de  la  mortificación  y  su 
vida  fue  un  continuado  y  completo  sacrificio  de  sus  potencias  y  de  sus  sentidos». 
Informa  del  profundo  desprecio  que  de  sí  mismo  tuvo  el  Siervo  de  Dios,  calificán- 
dose de  inútil,  ignorante  e  idiota.  «En  el  proceso  instruido  para  la  beatificación, 
varias  veces  citado,  abundan  pruebas  fehacientes  de  que  el  Dueño  y  Señor  de  to- 
das las  cosas  parecía  complacerse  en  la  ilimitada  confianza  que  el  H.  Pedro  ha- 
bía puesto  en  la  providencia  divina,  y  que  jamás  se  vió  defraudado  en  sus  espe- 
ranzas». Refiriéndose  a  su  humildad  y  santa  pobreza,  dice:  «Su  traje,  de  seglar, 
fue  siempre  pobrísimo  y  estropeado;  y  desde  que  profesó  en  la  Tercera  Orden  de 
San  Francisco,  cuyo  hábito  recibió  de  limosna,  como  se  dijo,  era  éste  de  paño 
burdo  del  que  usan  los  indios,  llamado  jerga;  y  el  vestido  interior,  de  la  tela  más 
ordinaria  y  áspera,  que  se  emplea  para  envolver  fardos,  conocida  con  el  nombre 
de  guangoche.  Así  lo  testifican  muchos  de  los  que  le  conocieron  y  trataron  en  in- 
timidad». Todo  eso  era  natural  y  nunca  afectado  en  sus  maneras:  «No  debe,  por 
tanto,  extrañarse  que  aún  desde  antes  de  haber  fundado  la  Orden  Betlemítica  el 
V.  Pedro  se  hubiese  ya  desposado  con  la  santa  pobreza,  como  lo  hicieron  el  será- 
fico P.  San  Francisco  y  todos  cuantos  han  sido  fieles  imitadores  del  divino  espo- 
so de  la  pobreza  voluntaria,  el  cual  dijo  de  sí  mismo,  que  «no  tenía  donde  reclinar 
su  cabeza».  Por  las  manos  del  Siervo  de  Dios  pasaron  grandes  sumas  de  dinero, 
ingentes  riquezas,  como  las  que  se  emplearon  en  la  costosa  fábrica  del  Hospital 
de  Convalecientes,  y  para  tantas  necesidades  que  remedió  socorriendo  a  los  pobres, 
durante  el  tiempo  que  vivió  en  Guatemala». 

El  capítulo  V,  «Asombrosa  mortificación  del  V.  H.  Pedro  de  San  José  Be- 
tancourt»,  habla  de  sus  ayunos,  diarios  y  extraordinarios,  su  tinajera,  sus  vigilias 
y  disciplinas;  en  forma  que  a  todos  asombraba  que  su  cuerpo  pudiera  resistir  ta- 
les castigos;  «pero  no  se  orea  que  en  punto  a  la  penitencia,  como  en  ningún  otro, 
obrase  el  V.  Pedro  con  necia  indiscreción  o  imprudencia  temeraria;  puesto  que 
nada  hacía  sin  licencia  y  beneplácito  de  su  director  espiritual,  y  así  aconsejaba  a 
otros  que  le  ejecutasen  para  medir  y  regular  sus  actos  de  mortificación.  Camino, 
el  más  seguro,  para  no  errar  en  materia  tan  delicada  y  difícil.  Imitador  fidelísi- 
mo del  divino  modelo  Cristo  Jesús,  pudo  repetir  con  el  Apóstol  de  las  Gentes: 
absit  mihi  gloriari  nisi  in  Cruce  Domini  Nostri  Jesu  Christi.  Y  de  tal  manera 
amó  la  mortificación  y  el  sacrificio,  que  no  contento  con  gustar  las  hieles,  coro- 
narse de  espinas  y  sufrir  los  improperios  del  Calvario,  quiso  llevar  moral  y  mate- 
rialmente la  cruz  del  Redentor,  sobre  sus  hombros».  Y  termina  el  capítulo:  «Qui- 
zá algún  día  sabremos  cuántos  pecadores  empedernidos  debieron  su  conversión, 


186 


DAVID  VELA 


la  mejora  de  sus  costumbres  y  su  salvación  entera,  a  las  gracias  extraordinarias 
que  Dios  se  dignó  comunicarle  en  recompensa  de  la  asombrosa  penitencia  que  por 
ellos  ofreció  su  devotísimo  Siervo  Pedro  de  San  José  Betancourt». 

Capítulo  VI,  «Piedad  y  Devoción  del  V.  H.  Pedro  de  San  José  Betancourt». 
Continúa  el  anónimo  biógrafo  delectándose  en  la  ejemplar  vida  del  Siervo  de 
Dios,  siguiendo  de  cerca  la  exposición  de  fray  José  García  de  la  Concepción.  «El 
H.  Pedro  de  San  José,  que  desde  los  primeros  años  de  su  vida  se  había  entrega- 
do a  los  ejercicios  de  piedad  y  devoción,  fue  favorecido  por  Dios  con  el  don  extra- 
ordinario de  profundísima  contemplación,  de  tal  suerte  que  su  oración  era  conti- 
nua sin  que  la  interrumpiesen  sus  ocupaciones,  trabajos  y  ejercicios  de  caridad. 
Considerábase  en  la  presencia  de  Dios  y  por  ese  motivo  andaba  siempre  con  la 
cabeza  descubierta.  Mereció  que  sus  contemporáneos  le  diesen  el  dictado  de 
extático  (Proceso  citado  por  el  R.  P.  Fr.  José  de  la  Madre  de  Dios)».  Refiere 
igualmente  su  ingenua  y  pía  celebración  de  la  Natividad  y  día  de  Reyes,  en  forma 
que  «pudo  repetir  con  San  Francisco  de  Asis:  dejadme  hermanos,  porque  soy  el 
loquillo  del  niño  de  Betlén»,  dejando  instituidas  costumbres  que  devotamente  se 
conservaron  en  la  Antigua,  y  aún  en  la  Nueva  Guatemala  de  la  Asunción,  mien- 
tras existió  la  comunidad  betlemítica. 

Casi  materia  idéntica  a  la  anterior  trata  el  capítulo  VII,  «Cordialísima  devo- 
ción del  V.  H.  Pedro  a  la  Santísima  Virgen,  al  Patriarca  San  José  y  a  los  demás 
Bienaventurados  » . 

Intitúlase  el  capítulo  VIII,  «Admirable  Caridad  del  H.  Pedro  de  S.  José», 
tema  el  más  vasto  de  la  vida  del  Siervo  de  Dios,  quien  fue,  más  que  filántropo, 
un  verdadero  discípulo  de  Cristo,  «ejerciendo  la  caridad  en  grado  heroico,  en  todas 
las  aplicaciones  prácticas  de  tan  insigne  virtud».  Comenta  el  biógrafo:  «El  co- 
munismo del  H.  Pedro,  si  es  lícito  llamarlo  así,  como  el  que  predicaban  los  Após- 
toles, San  Francisco  de  Asis  y  otros  muchos  Santos,  como  el  que  recomienda  S. 
S.  León  XIII,  en  su  brillante  encíclica  De  conditione  opificum,  es  la  doctrina 
cristiana,  que  manda  que  las  diferencias  y  las  desigualdades  sociales,  inevitables 
en  este  mundo  entre  los  miembros  de  la  gran  familia  que  se  llama  humanidad, 
sean  compensadas  o  equilibradas  por  los  sacrificios  voluntarios  de  la  caridad,  la 
cual  hace  que  los  que  tienen  de  sobra  para  satisfacer  las  necesidades  y  aún  las 
comodidades  de  la  vida,  den  lo  supérfluo  a  los  que  carecen  de  lo  más  preciso 
para  llenar  siquiera  las  primeras.  El  H.  Pedro  procuró,  en  cuanto  estuvo  de  su 
parte,  resolver  de  manera  práctica,  y  no  con  vanas  y  huecas  declamaciones,  el 
pavoroso  problema  de  la  cuestión  social,  que  tan  seriamente  preocupa  hoy  más 
que  nunca  a  todas  las  naciones;  de  la  única  manera  que  puede  resolverse,  por 
medio  del  ejercicio  de  las  obras  de  misericordia». 

El  capítulo  IX,  «Caridad  del  H.  Pedro  en  favor  de  los  vivos  y  de  los  muertos», 
apela  al  testimonio  de  fray  José  García  y  otros,  como  las  constancias  de  beatifi- 
cación y  tradiciones  populares,  para  hacer  mérito  a  su  incansable  labor  en  la 
asistencia  de  los  vivos  y  de  las  ánimas  del  purgatorio,  por  cuya  salvación  erigió 
ermitas,  hizo  decir  misas  y  oraciones  y  aun  se  robaba  reposo  para  salir  de  noche 
por  las  calles,  al  sonido  familiar  de  su  campanilla,  exhortando  a  las  gentes  a  que 
salvasen  sus  almas  o  rezaran  o  diesen  limosna  a  favor  de  los  difuntos.  En  fin, 
habla  de  su  caridad  extrema  para  con  los  animales,  que  obedecían  a  su  voz,  como 
conscientes  de  tener  en  aquel  manso  hombre  al  más  valiente  defensor.  Liberaba 


EL    HERMANO  PEDRO 


187 


a  los  zopilotes  de  los  muchachos  traviesos  o  crueles;  abría  las  jaulas  de  los  paja- 
rillos  prisioneros,  curaba  en  su  hospital  a  los  perros  callejeros,  etcétera. 

«Singulares  favores  y  gracias  extraordinarias  que  Dios  so  dignó  conceder  al 
H.  Pedro  de  San  José  Betancourt»,  es  el  tema  del  capítulo  X.  «No  debemos  ex- 
trañar que  cuando  el  V.  Pedro  se  había  entregado  totalmente  al  servicio  de  Dios, 
ejercitando  todas  las  virtudes  cristianas  en  grade  heroico.  Nuestro  S^ñor  se  hubie- 
se mostrado  tan  generoso  con  su  Siervo,  otorgándole  singulares  beneficios  y  gra- 
cias extraordinarias,  de  las  que  denominan  gratis  datas.  Sus  biógrafos,  funda- 
dos en  el  proceso  instruido  para  la  beatificación  y  canonización  del  Siervo  de 
Dios,  refieren  sucintamente  y  con  copia  de  detalles  multitud  de  hechos  maravillo- 
sos, ocurridos  en  la  vida  admirable  del  H.  Pedro;  y  los  refieren  con  tanta  sen- 
cillez como  si  se  tratara  de  sucesos  comunes  y  ordinarios». 

A  ese  respecto,  inicia  una  discusión  sobre  los  hechos  que  deben  conceptuarse 
como  milagros  operados  por  la  voluntad  de  Dios,  muchas  veces  manifiesta  por  in- 
tercesión de  almas  llenas  de  santidad,  y  otros  que  tienen  origen  demoníaco,  su- 
gestiones y  trampas  de  los  espíritus  malignos;  todo  con  sobra  de  erudición  sobre 
las  materias  y  tocando  de  paso  las  cuestiones  de  la  magia  y  el  espiritismo,  a  la 
orden  del  día. 

Los  capítulos  XI  y  XII  continúan  la  discusión,  dentro  de  una  tendencia  po- 
lemista, y  así  se  esfuma  el  tema  biográfico  principal,  que  ya  no  continuó.  El  tra- 
bajo quedó,  pues,  trunco  y  sin  la  firma  del  autor;  de  nuestra  parte,  quisimos  con- 
siderarlo con  relativa  extensión,  por  su  indudable  importancia,  y  porque  será  muy 
difícil  a  la  mayoría  de  los  lectores  conseguirlo,  debido  a  la  falta  de  una  hemero- 
teca pública  y  a  la  casi  total  pérdida  de  los  ejemplares  de  «La  Fe»  en  que  se 
publicó.  En  el  curso  de  su  lectura,  atendiendo  a  ciertos  giros  de  lenguaje  y  a 
su  estilo  polemista,  hemos  llegado  a  sospechar  que  pertenezca  esa  biografía  a  la 
pluma  del  erudito  católico  Agustín  Meneos  Franco,  quien  era  asiduo  colaborador 
de  aquel  periódico. 

—  XXVII  — 
EL  PABELLON  DEL  ROSARIO 

Número  7,  correspondiente  al  mes  de  abril  de  1896. 

Se  refiere  a  la  biografía  «Un  Siervo  de  Dios»  que  publicaba  el  quincenario 
«La  Fe»,  y  refuta  un  concepto  vertido  por  el  desconocido  biógrafo  del  Hermano 
Pedro  (La  Fe,  No.  29,  20  de  marzo  de  1896)  que  considera  al  famoso  Terciario  co- 
mo fundador  del  Rosario  Perpetuo  en  Guatemala,  dos  siglos  antes  de  que  dicha 
práctica  religiosa  se  instaurase  con  las  gracias  y  privilegios  acordados  por  Pío  IX 
y  León  XIII. 

En  manera  alguna  niega  las  insignes  virtudes  del  Hermano  Pedro,  mas  aduce 
gran  copia  de  noticias  históricas  y  documentos  pontificios  para  demostrar  que 
aquél  debió  tener  conocimiento  antes  o  después  de  venir  a  América,  de  la  forma 
primitiva  en  que  se  practicó  el  Rosario  Perpetuo,  y  en  caso  de  establecerlo  en 
Guatemala  «sólo  pudo  hacerlo  bajo  la  primitiva  forma  anual».  Cita  la  «Vida  del 
Venerable  Pedro  de  Betancourt»  escrita  en  italiano  por  el  P.  Fray  José  de  la  Ma- 
dre de  Dios,  Trinitario  Descalzo,  traduciendo  un  párrafo,  en  el  cual  se  basa  para 


188 


DAVID  VELA 


afirmar  que  «el  rezo  del  Rosario  distribuido  en  horas,  que  el  H.  Pedro  puso  en 
práctica,  sólo  se  hacía  una  vez  al  año,  el  día  18  de  agosto,  con  ocasión  de  la  fiesta 
de  la  Coronación  de  la  Santísima  Virgen».  Además,  agrega,  «interesaría  saber  si 
lo  hizo  canónicamente  (la  institución  de  esa  práctica  piadosa  por  el  H.  Pedro), 
es  decir,  si  obtuvo  del  Rmo.  General  de  los  Dominicos  la  legítima  autorización  que 
para  el  efecto  se  requiere  conforme  a  los  Capítulos  Generales  de  Orden  de  Pre- 
dicadores, datados  en  Roma,  año  de  1650». 

Por  otra  parte,  reivindica  para  la  Orden  dominicana  el  mérito  de  haber  exhu- 
mado y  renovado  tal  devoción:  «Débese  al  celo  de  los  frailes  dominicos  el  haberla 
sacado  del  seno  del  olvido  para  presentarla  con  una  nueva  organización  y  bajo 
una  forma  nueva,  la  forma  mensual,  que  es  como  hoy  se  practica». 

«La  Fe»,  en  su  edición  de  20  de  abril  de  1896,  número  21,  replica  a  las  contes- 
taciones del  Pabellón  del.  Rosario.  No  niega  que  la  práctica  originaria  de  Italia 
(Bolonia)  pudo  ser  conocida  por  el  H.  Pedro  y  posiblemente  lo  era  en  Guatemala 
generalmente;  pero  el  Siervo  de  Dios  la  introdujo  en  forma  mensual,  como  lo 
afirma  el  padre  García  (Historia  Betlemítica,  pág.  113),  a  saber:  «Para  introducir 
entre  los  fieles  esta  devoción  (del  Rosario)  compró  (el  H.  Pedro)  una  gran  can- 
tidad de  rosarios  e  hizo  que  se  tocasen  en  una  cuenta  de  el  Millón,  que  había  en 
el  Convento  de  San  Francisco,  y  entonces  estaba  en  su  valor:  y  con  motivo  de 
repartir  el  privilegio  de  aquella  cuenta,  se  introducía  en  las  casas  y  a  el  mismo 
tiempo  establecía  la  devoción  de  rezar  el  Rosario  y  la  Corona.  A  imitación  de  las 
horas,  que  se  reparten  a  los  Hermanos  del  Rosario,  repartía  también  horas  el 
Venerable  Pedro:  pero  con  diferencia  de  que  siendo  aquellas  por  año,  las  de  el 
Siervo  de  Dios  eran  por  meses.  A  cada  persona  señalaba  un  día,  para  que  en 
una  hora  de  él  rezase  el  rosario  entero  de  María  Santísima:  y  para  que  esto  lo 
ejecutasen  con  perfección,  hazía  que  el  día  señalado  para  este  ministerio,  se  con- 
fessassen  y  comulgassen.  Hizo  este  repartimiento  con  tal  orden,  que  casi  no  ha- 
bía hora  en  el  año,  en  que  no  fuesen  muchos  los  Rosarios  y  Coronas  que  se  re- 
zaban en  honra  de  la  Virgen  Madre  de  Dios». 

Reafirma,  pues,  sus  razones  para  considerarlo  un  precursor  y  aún  fundadoi 
(sin  que  esto  diga  contradicción)  de  la  devoción  del  Rosario  Perpetuo,  y  en  cuan- 
to a  la  autorización  que  para  ello  fuese  necesaria,  recuerda  que  la  obediencia  fue 
otra  de  las  virtudes  en  grado  heroico  ejercida  por  el  H.  Pedro,  quien  siempre 
consultó  todos  sus  actos  con  el  limo,  fray  Payo  Henriquez  de  Rivera. 

EL  PABELLON  DEL  ROSARIO — Número  8,  Guatemala,  3  de  mayo  de  1896. 

El  periódico  insiste  sobre  la  materia  controvertida:  que  el  H.  Pedro  de  San 
José  Betancourt  «no  pudo  fundar  el  Rosario  Perpetuo  en  su  forma  mensual,  pues- 
to que  la  organización  que  hoy  tiene  no  se  conoció  sino  hasta  1867,  en  que  la 
aprobó  y  colmó  de  gracias  espirituales  nuestro  Smo.  P.  Pío  IX  en  su  bula  Post- 
quam  Deo  Monente  de  12  de  abril  del  citado  año». 

«El  rosario  — dice —  es  una  especial  congregación  de  cofrades  del  Smo.  Rosa- 
rio por  quienes  se  reza  continuamente  y  sin  cesar  día  y  noche  el  Smo.  Rosario. 
(Ex  actis  S.  Sedis  pro  Societate  SS.  Rosarii  perpetui)». 

Estima  que  el  quincenario  «La  Fe»  incurre  en  contradicciones,  y,  aún  más, 
no  aprecia  en  forma  debida  la  canonicidad  de  las  asociaciones  piadosas;  en  fin, 
establecida  la  práctica  devota  en  forma  anual,  cree  que  al  modificarla  el  H.  Pedro 
«hubiese  falseado  o  adulterado  el  carácter  especialísimo  de  la  cofradía  del  Ro- 
sario». 


EL    HERMANO  PEDRO 


189 


«La  Fe»  (número  24,  5  de  junio  de  1896),  responde  acertadamente:  no  ha 
dicho  que  el  H.  Pedro  fundase  la  «especial  congregación  de  cofrades  del  Smo. 
Rosario»,  sino  señala  sus  actividades  de  precursor  de  la  nueva  organización  y  fun- 
dador de  tan  piadosa  práctica.  Sostiene  que  no  se  ha  refutado  en  el  fondo  la 
cuestión  y  mantiene  el  apoyo  de  las  verdades  que,  aceptadas  por  la  «Sagrada  Con- 
gregación de  Ritos»  en  1771,  obran  en  el  proceso  de  Beatificación  que  el  padre 
Garcia  tuvo  a  la  vista  para  escribir  su  Historia  Betlemítica. 

—  XXVIII  — 
MENCOS    FRANCO    ( AGUSTIN ) 

TRADICIONES  RELIGIOSAS  DE  GUATEMALA— DE  SAN  FRANCISCO  A  SAN- 
TA CATARINA.  —  «La  Fe»  —  Periódico  religioso,  científico,  literario  y  de  varie- 
dades. —  Año  I.  —  Núm.  23.  —  Guatemala,  20  de  mayo  de  1896.  —  Tip.  Sánchez 
&  de  Guise.  —  8a.  C.  P.  No.  5.  —  Págs.  267  y  siguiente.  —  Biblioteca  de  ARTU- 
RO TARACENA. 

Aunque  esta  crónica  está  firmada  sólo  por  las  iniciales  A.  M.  F.,  es  indudable 
que  se  trata  de  un  escrito  del  historiador  Agustín  Meneos  Franco,  no  sólo  porque 
hallamos  otras  colaboraciones  de  él  en  el  mismo  periódico,  en  cuenta  una  tradi- 
ción firmada  también  con  sus  iniciales  e  incluida  en  su  libro  «Crónicas  de  la  An- 
tigua Guatemala»,  sino  también  por  identificarse  su  estilo  con  el  de  este  relato. 

Comieivza  por  señalar  la  actitud  antinatural  y  un  tanto  violenta  de  la  ima- 
gen del  «Señor  Sepultado»  que  se  venera  en  el  templo  de  Santa  Catarina  de  es- 
ta ciudad,  y  recoge  la  tradición  poniéndola  en  los  labios  de  una  monja. 

«Corría  el  siglo  XVII  y  eran  los  días  en  que  el  Venerable  Psdro  de  San  José 
Betancourt,  hermano  de  la  Tercera  Orden  de  San  Francisco,  edificaba  al  vecinda- 
rio de  la  ciudad  del  Pensativo  con  la  práctica  de  sus  virtudes.  Existía  a  la  sazón, 
en  el  templo  del  Serafín  de  Asis.  un  viejo  crucifijo,  de  tamaño  casi  natural,  ante 
quien  el  Hermano  Pedro  acostumbraba  orar  por  la  noche ...» 

«Hallábase  el  bendito  Siervo  de  Dios  rezando  con  más  fervor  que  nunca  an- 
te el  crucifijo,  cuando  éste  volviendo  la  cabeza  hacia  la  derecha  y  con  voz  ma- 
jestuosa y  reposada,  le  ordenó  que  le  condujese  inmediatamente  al  templo  de  San- 
ta Catarina.  Quedóse  maravillado  a  la  vista  de  tal  prodigio;  pero  recobrando, 
en  cuanto  pudo,  la  serenidad,  contestó:  «Señor:  dispuesto  estoy  a  obedeceros;  pe- 
ro ¿cómo  os  podré  conducir  si  a  causa  de  la  gran  cruz  en  que  estáis  clavado  pe- 
sáis más  de  lo  que  pueden  mis  fuerzas?  El  Divino  Redentor  entonces  se  despren- 
dió de  la  cruz  y  cayó  sobre  los  brazos  del  Hermano  Pedro,  que  trémulo  de  emo- 
ción y  sin  poder  articular  palabra,  salió  de  San  Francisco  a  cumplir  el  celestial 
mandato» . 

«Eran  las  altas  horas  de  la  noche,  dormía  la  ciudad  en  profundo  silencio  v 
en  obscuras  tinieblas  y  sólo  se  oían  de  vez  en  cuando  los  quejidos  del  viento  al 
agitar  las  copas  de  los  árboles  de  los  jardines  y  los  estridentes  chillidos  de  las 
aves  nocturnas  cobijadas  en  las  torres  de  las  iglesias». 

«Pero  estaba  escrito  que  aquella  noche  había  de  ser  de  estupendos  aconteci- 
mientos; porque  apenas  llegó  al  término  de  su  viaje,  vió  que  la  comunidad,  mis- 


190 


DAVID  VELA 


teriosamente  avisada  de  lo  sucedido,  le  esperaba  ansiosa  y  preparada  para  recibir 
a  tan  alto  huésped.  El  templo,  profusamente  iluminado,  estaba  abierto  de  par 
en  par,  vibraban  los  acordes  del  órgano  produciendo  dulces  armonías,  y  las  mon- 
jas, con  blancos  hábitos  y  negras  tocas,  abriéronse  en  dos  filas,  vela  en  mano, 
para  que  entrasen  aquellas  visitas  extraordinarias.  Imposible  hallar  una  cruz  a 
propósito,  para  clavar  en  ella  la  venerable  imagen;  motivo  por  el  cual  la  colocaron 
en  una  urna,  convirtiéndose  así  en  Señor  Sepultado  el  que  había  sido  Crucificado. 
Cumplida  su  celestial  misión,  regresó  el  Hermano  Pedro  al  Hospital  de  Betlen, 
atravesando  presuroso  y  meditabundo  las  oscuras  calles  de  la  dormida  ciudad, 
sin  más  luz  que  el  débil  fulgor  de  algún  mísero  candilejo  y  sin  más  ruido  que  el 
murmullo  del  viento  que  agitaba  los  árboles  de  los  jardines  y  los  chillidos  de  las 
aves  nocturnas  que  en  las  torres  de  las  iglesias  se  guarecían». 

«Al  día  siguiente  cundió  la  noticia  de  tal  portento;  acudió  el  vecindario  a  vi- 
sitar el  templo  de  Santa  Catarina  y  desde  entonces  el  antiguo  y  misterioso  cru- 
cifijo de  San  Francisco,  convertido  en  estatua  yacente,  fue  objeto  de  especial  de- 
voción por  parte  de  las  religiosas  y  aun  de  todos  los  habitantes  de  la  ciudad». 


.En  el  mismo  periódico  («La  Fe,  Año  II,  Guatemala,  5  de  octubre  de  1896, 
Núm.  32),  publica  Meneos  Franco  un  artículo  intitulado  «Dos  Obispos  notables», 
en  que  vuelve  a  evocar  a  Pedro  de  Bethancur. 

Se  refiere  al  doctor  don  Bartolomé  González  Soltero,  muerto  en  enero  de  1650, 
y  a  su  sucesor,  fray  Payo  Enriquez  dt  Rivera,  quien  nombrado  desde  1657,  por  hu- 
mildad rehusara  la  mitra,  mas  apremiado  por  sus  superiores  aceptó,  entrando  a  la 
Antigua  el  23  de  febrero  de  1659. 

Entre  otros  merecimientos  del  prelado,  dice:  «No  fue  menor  la  participación 
que  este  prelado  tuvo  en  la  fundación  de  la  Orden  de  los  Belemitas.  El  aprobó 
las  Constituciones  de  esa  Religión,  en  1667,  o  sea  el  mismo  año  en  que  murió  su 
fundador,  el  Venerable  Pedro  de  San  José  Betancourt;  él  presenció  los  primeros 
votos  de  obediencia  y  hospitalidad  que  hicieron  los  hermanos  el  25  de  enero  de 
1668  y  él  finalmente  ratificó  la  forma  del  hábito  que  debían  usar,  a  solicitud  de 
fray  Rodrigo  de  la  Cruz. 

Hermosa  trinidad  la  que  forman  el  Hermano  Pedro,  el  Obispo  Enriquez  y 
Fray  Rodrigo  de  la  Cruz,  el  antiguo  y  caballeroso  marqués  de  Talamanca.  El 
primero  concibe  y  lleva  a  la  práctica  el  pensamiento  de  fundar  la  Orden  de  Bet- 
lén  para  ejercer  las  virtudes  cristianas,  enseñar  a  los  niños  y  curar  a  los  conva- 
lecientes. El  segundo  ayuda  a  tan  laudable  empresa  no  sólo  como  queda  indicado, 
sino  también  facilitando  el  establecimiento  de  la  Orden  en  México  y  dirigiendo 
con  sus  consejos  e  ilustrando  con  sus  enseñanzas  al  Hermano  Pedro,  que  acostum- 
braba consultar  todos  sus  asuntos  con  el  prelado.  El  tercero,  en  fin,  funda  algu- 
nas casas  de  Betlemitas  en  la  América  del  Sur  y  logra  dar  existencia  legal  al 
instituto,  obteniendo  para  ello  la  aprobación  pontificia  en  bula  del  papa  Inocencio 
XI,  fecha  26  de  mayo  de  1687.  Sin  duda  que  Pedro  de  Betancourt  brilla  en  ese 
grupo  en  primer  término  y  con  más  gloria;  pero  no  desmerecen  a  su  lado  las  no- 
bles figuras  de  su  sabio  consejero  y  de  su  insigne  discípulo». 


EL    HERMANO  PEDRO 


191 


—  XXIX  — 
LA  SEMANA  CATOLICA 

Periódico  Religioso/Consagrado  al  Sacratísimo  Corazón  de  Jesús/Organo  del  Circu- 
lo Católico/de  Guatemala/Redactor  y  Administrador./Jesús  Fernández/Guatema- 
la/Tipografía «Sánchez  y  de  Guise»  8a.  C.  P.  No.  5.— Teléfono  No.  205.  —  Bi- 
blioteca de  Arturo  Taracena.  —  Año  V.  —  Vol.  V.  (1896-1897),  número  214,  Gua- 
temala, 4  de  julio  de  1896. 

«El  Venerable  Pedro  de  San  José  Betancourt» .  —  Artículo  de  la  redacción, 
en  que  se  anuncia  a  los  lectores  que,  con  permiso  del  arzobispo  licenciado  don  Ri- 
cardo Casanova  y  Estrada,  va  a  publicarse  el  proceso  original  instruido  por  la 
Curia  Eclesiástica  de  Guatemala,  acerca  de  la  Beatificación  del  Venerable  Siervo 
de  Dios  fray  Pedro  de  San  José  Betancourt,  en  su  oportunidad  elevado  a  la  Sa- 
grada Congregación  de  Ritos  y  que  produjo  el  decreto  de  S.  S.  Clemente  XIV 
de  25  de  julio  de  1771,  declarando  en  grado  heroico  las  virtudes  de  Pedro. 

Se  satisface  así  un  anhelo  guatemalteco,  que  sólo  conoce  citas  del  proceso  en 
diversos  autores.  «La  copia  oficial  que  se  ha  tenido  a  la  vista  para  esta  publica- 
ción, fue  confrontada  y  está  autenticada  por  seis  notarios  públicos,  quienes  hacen 
constar  que  es  copia  exacta  de  los  autos  originales  elevados  a  la  Sagrada  Con- 
gregación de  Ritos  y  que  está  formando  parte  de  la  causa  (de  canonización)  en 
Roma». 

Dicho  proceso  se  conserva  en  la  sala  capitular  de  la  Catedral  Metropolitana 
de  Guatemala,  dentro  de  un  cajón  de  cedro,  en  el  cual,  con  pintura  negra,  está 
escrito:  «En  este  Caxon  se  cerraron  en  efte  año  de  1751  los  procesos  hechos,  assi 
pr.  autoridad  ordinaria,  como  pr.  Appca.  sobre  Santd.  de  vida  virtudes  y  milagros 
del  Vene.  Siervo  de  Dios  el  Hermo.  Pedro  de  Sn.  Joseph  Betancurt  Fundador  de 
la  Relign.  Bethlemitica».  Se  sacaron  sólo  para  la  publicación  de  la  Semana  Ca- 
tólica que  compulsó  una  copia,  y  volvieron  a  guardarse  celosamente. 

No  sabemos  por  qué  razón  dejó  de  publicarse  el  Proceso  de  Beatificación  del 
Venerable  Pedro  de  San  José,  suspendiéndose  en  el  número  371,  año  VIII,  de  8 
de  julio  de  1899.  En  los  subsiguientes  números  no  se  alude  más  a  él,  aunque  sí 
al  Hermano  Pedro,  ni  siquiera  en  un  artículo  intitulado  «El  fin  de  un  libro»,  in- 
serto en  el  número  417  y  con  el  cual  se  cierra  el  octavo  año  de  «La  Semana  Cató- 
lica». 

«La  Semana  Católica»  — Año  VIII — Guatemala,  sábado  25  de  noviembre  de 
1899— No.  391. 

Publica  la  redacción  un  artículo  intitulado  «Revista  Religiosa  de  Guatemala», 
exponiendo  las  prácticas  piadosas  que  se  dedican  a  favor  de  las  ánimas  del  pur- 
gatorio, en  diferentes  épocas  del  año  y  diversos  templos  de  la  ciudad.  Recuerda 
de  paso  la  pintoresca  costumbre  del  FUNERAL,  que  «tenía  por  objeto  recoger  li- 
mosnas en  las  noches  nebulosas  y  tristes  de  noviembre,  para  celebrar  el  2  de  di- 
ciembre un  solemne  sufragio  por  las  ánimas  del  purgatorio».  Los  participantes, 
formando  numeroso  concurso,  llevaban  faroles  y  entonaban  coplas.  Esa  costum- 
bre parece  «copiada  del  legendario  pecado  mortal  español,  vivo  recuerdo  de  la 
Edad  Media»,  y  dió  motivo  a  nuestro  novelista  Salomé  Jil  para  uno  de  sus  ma- 


192 


DAVID  VELA 


ravillosos  cuadros  de  costumbres.  Se  da  la  idea,  muy  lógica  y  probable,  de  que  el 
Funeral  fuera  una  herencia  del  Hermano  Pedro  y  se  haya  inspirado  en  su  prác- 
tica de  salir  por  las  noches  con  un  candilejo  y  una  campanilla  a  recoger  limosnas 
e  implorar  preces  para  las  almas  del  purgatorio.  Don  Ramón  A.  Salazar  describe 
esta  costumbre  en  su  librito:  «El  Tiempo  Viejo»  (Recuerdos  de  mi  juventud), 
Cap.  XV,  Págs.  89  y  siguientes. 

«Proceso  de  Beatificación  del  Venerable  Hermano  Pedro».  —  Autos  informa- 
tivos acerca  de  la  santa  vida,  virtud,  milagros  y  dichosa  muerte  del  Venerable 
Siervo  de  Dios  Pedro  de  San  José  Betancourt,  conducentes  a  la  causa  de  su  Bea- 
tificación, hechos  en  virtud  de  comisión  dada  por  su  Señoría  Illma.  el  Señor 
Obispo  de  esta  Diócesis  mi  Señor:  por  el  Señor  Doctor  Don  Carlos  Meneos  de  Co- 
ronado Maestrescuela  de  esta  S.  I.  Catedral,  Examinador  Sinodal  de  este  Obis- 
pado y  Juez  Delegado  en  dicha  Causa,  y  por  sus  acompañados  el  Señor  Licencia- 
do don  José  de  Alcántara  y  Antillón  Tesorero  en  esta  S.  I.  Catedral  y  Calificador 
del  Santo  Oficio  de  la  Inquisición,  y  el  señer  Bachiller  Don  Pedro  de  Peralta 
Cura  Rector  más  antiguo  del  Sagrario  de  ella,  Calificador  del  Santo  Oficio  de  la 
Inquisición  y  Examinador  Sinodal  de  este  Obispado  etc.  Notario:  Don  Felipe 
Díaz»...  —  «La  Semana  Católica»: 

Año  V  —  (Guatemala,  3  de  junio  de  1896) ;  números  215,  216,  218,  220,  221,  222, 
223,  224,  225,  226,  227,  228,  230,  231,  232,  234,  235,  236,  237,  239,  240,  241,  242,  243, 
244,  245,  246,  247,  248,  250,  251,  252;  páginas:  41,  52,  70,  84,  92,  102,  111,  117,  126, 
136,  143,  150,  166,  172,  180,  196,  204,  214,  222,  239,  248,  254,  262,  271,  278,  286,  294, 
303,  311,  325,  336,  344. 

Año  VI  —  (Guatemala,  5  de  junio  de  1897):  números  274,  275,  276,  277,  278, 
282,  283,  284,  290,  292,  293,  294,  295,  299,  303,  307,  308  y  309;  páginas:  104,  112,  119,  128, 
135,  167,  174,  183,  232,  245,  255,  263,  272,  303,  335,  368,  376  y  383. 

Año  VII  —  (Guatemala,  4  de  junio  de  1898) :  números  316,  333,  337,  339,  342, 
344,  349,  350,  353,  354,  363,  365;  páginas:  23,  158,  192,  208,  231,  247,  288,  296,  319, 
328,  400  y  416. 

Año  VIII  —  (Guatemala,  3  de  junio  de  1899):  números  367,  370  y  371;  pá- 
ginas: 16,  39  y  48. 

—  XXX  — 
FERNANDEZ  (JESUS) 

La  Semana  Católica  —  Periódico  Religioso  —  Consagrado  al  Divino  Corazón  de 
Jesús  —  Redactor:  Jesús  Fernández.  —  Tipografía  Sánchez  &  de  Guise  —  Año 
VI  —  Guatemala,  20  de  abril  de  1898.  —  Números  309  y  310.  —  MONOGRAFIAS 
DE  LOS  TEMPLOS  DE  GUATEMALA  —  El  Calvario. 

El  señor  Fernández  describe  los  templos  de  la  Ciudad  de  Guatemala,  mas,  al 
dar  cuenta  de  su  origen  e  historia  de  su  traslación,  se  refiere  a  la  existencia  de 
los  mismos  en  la  Antigua  Guatemala,  respecto  del  Calvario  dice:  «Allí  en  ese  tem- 
plo y  antes  de  su  reedificación  fue  donde  desplegó  su  celo  el  Venerable  Pedro  de 
San  José  Betancourt,  como  Terciario  que  era  y  fue  un  modelo  entre  sus  herma- 


EL    HERMANO  PEDRO 


193 


nos,- hasta  que  fundó  la  Orden  Hospitalaria  de  Bethlem  y  aún  a  pesar  de  ello; 
esas  ermitas  eran  las  que  recorría  con  la  cruz  sobre  los  hombros  hasta  su  amado 
Calvario,  que  encerraba  en  su  recinto  la  XII,  XIII  y  XIV  Estaciones  del  Via-Crucis, 
y  en  esa  Iglesia  oró  con  aquella  heroica  fe  que  le  obtuvo  del  Cielo  gracias  y  fa- 
vores que  el  proceso  Diocesano  instruido  para  su  Beatificación  y  las  tradiciones 
nos  cuentan». 

«Cuadro  especial  de  las  antiguas  costumbres  de  Guatemala  fue  el  Via-Crucis 
que  practicaban  los  Terciarios  de  San  Francisco  desde  esta  Iglesia  hasta  el  Cal- 
vario, pasando  por  las  ermitas,  los  viernes  de  Cuaresma,  y  en  que  se  evocaban 
tantísimos  recuerdos  históricos  muy  sobre  todo  de  la  época  del  Venerable  Pedro 
Betancourt,  quien  con  su  carácter  especial  imprimió  en  esas  prácticas  piadosas 
algo  que  las  inmortalizaba.  No  sin  razón  el  Calvario  guarda  el  retrato  que  pare- 
ce ser  más  auténtico  de  aquel  personaje,  obra  de  nuestro  pintor  Rosales,  y  en 
que  se  representa  al  Venerable  con  el  traje  de  Terciario». 

«Por  la  noche,  recordando  la  célebre  práctica  del  Via-Crucis  o  de  los  Na- 
zarenos, que  con  los  Terciarios  y  devotos  cubiertos  con  túnicas  y  capuces  hacía  en 
antiguos  tiempos  el  Venerable  Hermano  Pedro,  allá  en  la  Antigua,  todavía  yo 
alcancé  en  Guatemala  personas  que  abandonando  sus  casas  a  las  doce  de  la  no- 
che llevando  linternas,  seguían  las  Estaciones  desde  San  Francisco  hasta  el  Cal- 
vario, arrodillándose  ante  las  puertas  cerradas  de  los  templos  y  ermitas,  y  que 
aunque  eran  pocas,  conservaban  esos  viejos  recuerdos  de  otra  edad  en  el  tiempo 
de  Cuaresma  y  Semana  Santa.  ¡Era  entonces  tan  sencilla  y  pacífica  la  vida  en 
Guatemala!» 

Refiriéndcse  al  pintor  Merlo,  de  quien  se  cree  que  pintó  un  retrato  del  Her- 
mano Pedro,  dice: 

«Este  pintor  era  un  buen  terciario  de  San  Francisco,  que  murió  como  ya  lo 
vimos  en  1739;  conoció  al  Venerable  Hermano  Pedro,  y  tanto  que  fue  llamado 
como  testigo  en  el  Proceso  Diocesano  de  la  Beatificación.  Era  pues  uno  de  aque- 
llos Terciarios  que  cuidaban  del  Calvario  y  aun  habitaban  en  el  patio  de  las  celdas. 


—  XXXI  — 


ASTURIAS  (FRANCISCO) 

HISTORIA/DE  LA  MEDICINA/EN  GUATEMALA/por/FRANCISCO  ASTURIAS/ 
Guatemala  Impresa  en  la  Tipografía  Nacional/1902. 

«El  nunca  bien  ponderado  «Hermano  Pedro  de  San  José  de  Betancourt», 
fundó  en  el  año  de  1653  dos  hospicios,  uno  de  convalecientes  y  el  otro  para  niños. 
No  siendo  él  suficiente  para  auxiliar  a  los  dos  hospicios,  fue  auxiliado  por  tres 
Franciscanos,  que  junto  con  él  y  con  verdadera  abnegación  se  dedicaron  al  ma- 
nejo de  los  establecimientos»  (Pág.  100).  Cita  al  respecto  a  Fuentes  y  Guzmán. 


194 


DAVID  VELA 


—  XXXII  — 
BETHENCOURT   (JOSE  LUIS  DE) 

«RASGO  BIOGRAFICO  DEL  V.  PEDRO  DE  BETHENCOURT»  —  Tipografía  de 
R.  J.  Benítez.  —  Tenerife.  —  1912. 

Tenemos  noticia  de  este  folleto  por  la  obra  de  don  Antonio  Batres  Jáuregui: 
«La  América  Central  ante  la  Historia»,  tomo  segundo,  páginas  122,  124  y  139. 
Asegura  que  el  autor  tenía  parentesco  con  el  Hermano  Pedro  y  que  de  su  «in- 
teresante y  poco  conocido  bosquejo»  tomó  algunos  datos  para  el  capítulo  XI  de 
su  historia. 

XXXIII 
RODRIGUEZ   CERNA  (JOSE) 

José  Rodri/gvez  Cerna/El  Libro  de/las  Crónicas/Guatemala/Tipografía  «El  Jar- 
dín», 10  C.  O.  N.  28/1914.  (Carátula  dibujada  por  Campins). 

Es  una  colección  de  crónicas,  antes  difundidas  en  diarios  y  revistas.  Entre 
ellas  una,  intitulada  «EL  HERMANO  PEDRO»  (págs.  56,  57  y  58),  describe  el 
lugar  en  que  reposan  los  restos  del  beato  franciscano,  cuya  virtud  elogia.  Da  im- 
presiones de  una  visita  del  autor  al  venerado  sepulcro,  el  primer  sitio  que  solicita 
su  atención  en  Antigua.  Evoca  la  figura  del  émulo  de  San  Vicente  de  Paul,  por 
su  caridad,  y  de  San  Francisco  de  Asís,  por  su  humildad  y  pureza:  «Las  alas  euca- 
ristías de  la  oración  golpean  la  madera  funeraria;  y  la  cera  derrite  su  blancura, 
mientras  los  indígenas  conversan  en  voz  baja  con  el  muerto. . .  El  oído,  en  esta 
tumba,  puede  recoger  el  eco  de  las  evangélicas  historias  de  Pedro  de  Bethancourt, 
'como  a  través  de  un  obstáculo  de  roca  el  perenne  discurrir  de  unas  aguas  que  no 
se  ven. . .  Ante  su  sepulcro,  nuestra  alma  comprendió  que  a  veces  hay  que  do- 
blar las  rodillas,  si  no  por  la  plegaria,  por  la  emoción,  que  muchas  veces  es  lo 
mismo». 

En  otra  crónica,  EL  MILAGRO  DE  LOS  CLAVELES  (págs.  59,  60  y  61),  re- 
coge una  de  las  más  poéticas  leyendas  del  Hermano  Pedro.  Una  muchacha  y  su 
seductor  son  sorprendidos  por  el  padre  de  aquélla,  quien  venga  en  la  sangre  del 
mancebo  su  honra  mancillada.  El  hermano  Pedro,  que  siempre  estuvo  en  el 
lugar  y  en  la  hora  en  que  la  caridad  lo  había  menester,  presta  los  últimos  pia- 
dosos auxilios  al  joven  agonizante.  Al  día  siguiente,  casi  con  el  alba,  se  pre- 
senta la  muchacha  al  Hospital  de  Belén  y  solicita  la  ayuda  de  su  santo  fundador 
para  entrar  a  un  convento;  sólo  quiere,  como  último  acto  de  su  vida  terrenal, 
visitar  la  tumba  de  su  desgraciado  amante,  cuya  locación  ignora,  y  llevarle  unas 
flores.  «Sigúeme,  que  esto  es  por  voluntad  de  Dios»,  le  dice  Pedro,  quién  sin 
vacilar  se  dirige  hacia  el  lugar  en  que  los  criados  del  vengador  han  enterrado  se- 
cretamente el  cadáver;  ella  lo  sigue,  dócil  y  quebrantada,  «y  fue  el  milagro,  por- 
que el  delantal  con  que  ella  se  cubría  los  ojos  se  colmó  de  claveles  en  que  se  con- 
vertía la  sangre  del  muerto,  y  que  cayeron  desbordados  en  lluvia  silenciosa  sobre 
la  tumba. . . » 


EL    HERMANO  PEDRO 


195 


—  XXXIV  — 
SANCHEZ   Y   MONROY    (Pbro.   D.  CARLOS) 

COMPENDIO/de  la  vida  y  milagros  del/Venerable  Hermano/PEDRO  DE  SAN 
JOSE  BETANCOURT/Fundador  de  la  Orden  Belemita/Seguido  de  los  datos  bio- 
gráficos de  la  Madre/Encarnación  Rosales.  Reformadora/de  las  Hermanas  Be- 
lemitas  Hijas  del  Sagrado/ Corazón  de  Jesús/por  el/Pbro.  D.  Carlos  Sánchez  y 
Monroy/Imprenta  de  la  Tip.  San  Antonio — Templo  de  la  Recolección/Guatema- 
la, C.  A. — 1916.  —  Biblioteca  de  Arturo  Taracena. 

8o.  menor — 58  págs.;  en  la  segunda  la  licencia  de  la  Autoridad  Eclesiástica: 
Guatemala,  3  de  agosto  de  1916.  —  Eugenio  Novi,  Srio.  —  Registrada  en  el  libro 
correspondiente  de  impresiones,  Fo.  109,  No.  378.  —  La  3a.  página  con  un  grabado 
en  que  se  figura  al  H.  Pedro  cuando  vagaba  por  las  calles  nocturnas  de  Anti- 
gua pidiendo  sufragios  para  las  almas  del  purgatorio  y  llamando  a  la  contrición, 
al  tañido  de  su  campanita.  Otro  grabado  (pág.  21),  reproduce  una  fotografía  de 
la  tumba  del  Siervo  de  Dios. 

El  autor  advierte  en  su  prólogo  («Dos  Palabras»)  que,  para  redactar  su  com- 
pendio, ha  tomado  principalmente  los  datos  vertidos  en  un  libro  en  italiano  que 
contenía  el  proceso  de  Beatificación  del  Venerable  Pedro  (Suponemos  que  sea  el 
de  fray  Giuseppe  de  la  Madre  di  Dio,  Roma  1739),  conservado  entre  otros,  refe- 
rentes a  la  fundación  y  crónica  de  su  Orden,  por  las  Religiosas  Belemitas  de 
Guatemala.  Protesta  que  su  obra  no  encierra  pretensiones  literarias,  llanamente 
sujeta  a  la  verdad  histórica;  la  escasez  de  los  ejemplares  antiguos  que  tratan  de 
la  vida  del  Beato  Pedro  fue  el  estímulo  que  lo  movió  a  escribir. 

El  Ir.  Cap.  se  intitula  «Patria  del  Hermano  Pedro».  Nació  en  Casna  (?)  y 
Villafor,  isla  de  Santa  Cruz  de  Tenerife,  el  21  de  marzo  (?)  de  1626.  Piadoso 
desde  niño,  «un  hombre  rico  de  Tenerife  lo  pidió  para  llevárselo  a  la  Corte  de 
Madrid,  España,  pero  no  duró  ahí  mucho  tiempo»  (?).  Inspirado  por  Dios  y 
aconsejado  por  su  confesor,  salió  de  su  casa  «sin  otros  recursos  que  dos  panes» 
(?).  Tuvo  la  suerte  de  tener  por  confesor  al  R.  P.  Villalobos  (?)  de  la  Compa- 
ñía de  Jesús. 

Cap.  II:  «El  Hermano  Pedro  se  resuelve  a  abandonar  el  país»  (?). 

Ya  en  Guatemala,  un  pariente  suyo  (?)  le  aconseja  entrar  al  colegio  de  San 
Borja.  «Sin  dejar  de  aprovecharse  en  los  otros  estudios»  (?)  escolló  en  la  len- 
gua latina  y  salió  para  Petapa.  En  el  propio  capítulo  dice  que  el  Convento  de 
Belén  se  convirtió  en  el  primer  Hospital  de  Convalecientes  (?);  en  último  caso, 
sería  lo  contrario,  pues  ambas  instituciones  fueron  naciendo  de  las  prácticas  de 
caridad  y  piadosas  de  Pedro,  antes  hubo  hospital  que  convento. 

En  el  Cap.  III,  «Milagros  del  Hermano  Pedro»,  recoge  muchas  de  las  tradicio- 
nes referentes  al  poder  sobrenatural  de  Pedro:  su  dominio  sobre  los  animales;  la 
conducción  del  Cristo  Sepultado  de  Santa  Catarina,  desde  el  templo  de  San  Fran- 
cisco; una  mano  invisible  le  abría  las  puertas  de  la  iglesia  de  la  Merced;  etc.  Y 
los  subsiguientes  capítulos  tratan  similares  materias,  como  resurrecciones,  la  con- 
versión de  Fray  Rodrigo,  bilocaciones,  y  otros  actos  que  ponen  de  relieve  la  in- 
mensa caridad  y  profunda  fe  del  maravilloso  lego. 


196 


DAVID  VELA 


En  el  Cap.  XI,  «Asperezas»,  dice:  «Había  en  el  convento  de  Belén  un  orato- 
rio pequeño  con  el  piso  de  ladrillitos  llamados  axulejos;  el  lugar  donde  el  Her- 
mano Pedro  se  arrodillaba  tenía  hundidos  los  ladrillos,  pasaba  ailí  noches  enteras 
en  oración  y  se  azotaba  el  cuerpo.    Y  a  todos  los  visitantes  se  les  mostraba  aquel 
lugar.  Era  tal  la  veneración  que  el  Rmo.  señor  Arzobispo  García  Peláez  profesaba 
al  Hermano  Pedro,  que  cuantas  veces  fue  a  la  Antigua,  visitó  los  Santos  Lugares, 
como  él  los  llamaba  y  siempre  entró  de  rodillas  a  esa  santa  capilla.   En  un  corre- 
dor próximo  a  la  capilla,  había  en  la  pared  un  hueco  semejante  a  una  alacena, 
plano  en  su  base  y  redondo  en  la  parte  superior.    Ahí  se  metía  el  Hermano 
Pedro  a  orar  según  la  tradición,  solamente  cabía  arrodillado  y  encorvado,  en  aque- 
lla posición  mortificante  pasaba  algunas  horas.    En  el  fondo  de  ese  hueco  ha- 
bía pintado  en  la  pared  al  óleo  la  imagen  de  Jesús  Crucificado,  San  Juan  y  la 
Virgen  Santísima.    Eran  estos  monumentos  históricos  muy  apreciados;  pero  des- 
graciadamente llegó  a  la  ciudad  el  español  José  María  Fernández,  logró  del  pre- 
sidente Barillas  que  le  diera  la  iglesia  y  convento  de  Belén,  instaló  ahí  una  ma- 
quinaria de  aserrar  madera  y  fábrica  de  muebles;  aquel  hombre  sin  consideración 
ninguna  destruyó  la  capilla,  la  alacena,  rompió  una  pared  del  templo,  porque 
se  le  negaron  las  llaves,  entró,  lo  profanó;  hubo  que  desocuparlo  a  toda  prisa  y 
pasar  las  imágenes,  vasos  sagrados  y  ornamentos  a  la  iglesia  inmediata  de  la  Es- 
cuela de  Cristo». 

Tras  relatar  otros  actos  virtuosos  y  su  muerte,  habla  (Cap.  XV)  de  la  «De- 
voción al  Hermano  Pedro»,  muy  extendida  en  Guatemala  y  aún  fuera  de  nues- 
tras fronteras,  y  conservada  y  aún  acrecida  a  través  de  los  años,  no  obstante 
verse  limitada  oficialmente  por  la  iglesia;  así,  el  arzobispo  Casanova  y  Estrada 
no  aprobó  algunos  actos  de  veneración,  consistentes  en  adornar  la  tumba  con 
albas  colgaduras,  decir  una  misa  y  exponer  el  santísimo,  un  25  de  abril.  Un 
sacerdote  salvadoreño,  Pbro.  don  Víctor  Medina  escribió  una  novena,  la  única 
que  hay  del  Hermano  Pedro,  y  aunque  deficiente,  fue  laudable  en  su  objeto». 

«Favores  Postumos»  se  intitula  el  Cap.  XVI,  y  son  interesantes  algunos  ca- 
sos que  sin  comentario  relata:  A  la  esposa  del  sacristán  de  San  Francisco,  quien 
desesperada  fue  a  depositar  a  su  hijito  muerto  frente  a  la  tumba  del  H.  Pedro, 
sobre  el  pavimento,  le  hizo  el  milagro  de  volvérselo  a  la  vida.  El  párroco  de  San 
José  recibió  comunicación  de  un  hombre,  atropellado  por  un  vehículo,  a  quien 
según  los  médicos  debía  amputársele  una  pierna;  cumpliendo  la  recomendación, 
el  padre  oró  al  H.  Pedro,  clamando  su  intervención,  y  el  doliente  sanó  por  com- 
pleto. Con  un  ex-voto  de  gratitud,  se  colocó  la  declaración  al  lado  de  la  tumba 
de  Pedro.  Doña  Carmen  de  Kreitz,  salvadoreña,  padecía  de  un  cáncer  en  el  es- 
tómago. Ya  desahuciada  por  la  ciencia,  implorando  al  H.  Pedro,  sanó  y  vivió 
más  de  diez  años.  La  esposa  de  don  José  Sanz,  devota  del  H.  Pedro,  estuvo  a 
las  puertas  de  la  muerte;  vió  que  llegaba  el  Beato  de  Antigua  a  curarla,  y  sanó; 
desde  entonces  su  familia  celebra  una  función  de  gracias  cada  25  de  abril.  La 
misma  señora  de  Sanz  pidió  por  una  amiga,  la  señora  de  Ordóñez,  quien  salió 
felizmente  de  un  parto  laborioso,  sin  la  intervención  quirúrgica  que  los  médicos 
creían  indispensable. 

Otro  dato  interesante,  se  refiere  a  los  recursos  para  la  deseada  canonización: 
«En  Roma  los  religiosos  carlinos,  que  tienen  iglesia  y  casa  del  Quirinal  en  su 
mayoría  española,  eran  los  encargados  de  lo  relativo  al  archivo  capital  de  los  be- 
lemitas.     Según  informes  recibidos  en  la  época  del  Concilio  Vaticano  1870  su- 


EL    HERMANO  PEDRO 


197 


pimos  que  tenían  en  depósito  tres  millones,  supongo  que  de  liras,  destinado  a  gas- 
tos de  canonización  del  Venerable  Hermano  Pedro.  Se  formó  este  capital  con  las 
contribuciones  de  los  conventos  de  México,  Guatemala,  Habana,  Ecuador  y  Lima, 
y  el  crédito  que  ha  ido  aumentándose  con  los  años.  Según  informes  de  los  be- 
lemitas  reformados  hoy  sólo  existe  un  millón  y  quinientas  mil  liras  (1914),  lo  de- 
más se  ha  gastado  con  autorización  de  la  Santa  Sede  en  canonizaciones  de  otros 
santos.  Esta  cantidad  está  ahora  destinada  a  la  canonización  del  Hermano  Pe- 
dro y  Madre  Encarnación  Rosales,  guatemalteca,  Reformadora  de  las  Belemitas». 

En  último  capítulo  (XVII)  trata  del  «paquete  misterioso»,  en  el  que  se  su- 
pone que  dejó  el  H.  Pedro  algunas  prcfecías... 

Aunque  incurre  en  leves  errores,  la  obra  del  padre  Sánchez  Monroy,  es  inte- 
resante y  verídica.  Al  final,  agrega  una  «Novena/Para  implorar  la  intercesión  del 
Venerable,  Hermano  Pedro  de  San  José  Betancourt  Fundador/de  la  Orden  Bele- 
mita.  Compuesta  por  el  Pbro.  D./Carlos  Sánchez  y  Monroy..  Para  rezarla  sólo 
en  privado,  no  en  público». 

Bicha  novena  está  muy  bien  escrita,  adecuada  a  la  vida  del  Beato  antigüeño 
y,  por  tanto,  resalta  su  originalidad  entre  otras  piezas  del  mismo  género.  Termina 
con  la  siguiente  Oración:  «Concédenos  Señor  lo  que  humildemente  pedimos  en 
esta  novena,  válganos  para  ello  la  intercesión  piadosa  del  Venerable  Hermano 
Pedro,  que  por  vuestra  gloria  y  nuestro  bien,  nos  concedáis  su  pronta  Beatifica- 
ción, sea  él  protector  de  nuestras  familias  y  lazo  que  a  todas  nos  una  en  la  ca- 
ridad de  Nuestro  Señor  Jesucristo.  Amén». 

—  XXXV  — 
HIDALGO   (ENRIQUE  A.) 

LATAS/Y  LATONES/Poesías/de/Enrique  A.  Hidalgo,  Guatemala/Tipografía  Sánchez 
&  de  Guiss  8a.  Avenida  Sur,  No.  24/1916. 

189  pp.  incluyendo  índice,  .un  «vocabulario  de  chapinismos»,  un  «Prólogo»  del 
licenciado  Francisco  Quinteros  Andrino  y  «Dos  Palabras»  del  escritor  José  Rodrí- 
guez Cerna. 

Hidalgo,  malogrado  ingenio  guatemalteco,  siguió  las  huellas  de  Pepe  Batres, 
en  el  estilo  joco-serio,  descollando  por  la  amenidad  de  sus  temas  y  la  fácil  y  per- 
fecta forma  de  su  verso. 

En  la  página  179,  se  inserta  un  poema  intitulado  «La  Prueba»,  en  que  se  re- 
coge la  tradición  antigüeña  sobre  la  forma  en  que,  declarada  la  vocación  reli- 
giosa de  don  Rodrigo  de  Arias  Maldonado,  hizo  aprendizaje  de  humilde  y  carita- 
tivo entre  las  manos  de  Pedro  de  Eethancour.  Poema  que  transcribimos  en  seguida. 

En  la  paz  de  la  estancia  un  candil  parpadea, 

un  sollozo  se  extingue  y  un  suspiro  aletea 

con  el  suave  aleteo  de  la  casta  paloma 

que  agoniza  en  el  césped.    Un  silencio  imponente 

santifica  el  recinto.    Se  percibe  el  aroma 

de  la  carne  podrida  que  satura  el  ambiente. 


198 


DAVID  VELA 


Se  prolonga  el  silencio  y  se  impone  la  calma. 
Del  candil  a  la  lumbre  se  perfila  en  el  lecho 
una  madre  que  tiene  un  dolor  en  el  alma, 
un  infante  en  los  brazos  y  una  llaga  en  el  pecha 

Del  cansancio  de  un  día  de  faena  tediosa 
bajo  el  plomo  del  cielo  el  suburbio  reposa. 
Un  tenorio  pasea  la  lascivia  ante  una 
ventana  que  se  abre  con  temor.    La  sorpresa 
de  dos  ojos  de  fuego  y  una  boca  de  fresa 
se  dilata  en  la  calle.  Tras  el  monte  la  Luna 
arrincona  su  lumbre.    Una  estrella  dormita 
sobre  el  cono  truncado  del  volcán.    El  ladrido 
del  mastín  centinela  es  el  único  ruido 
que  interrumpe  a  intervalos  la  quietud  infinita. 

La  oración  se  desmaya  en  los  labios  del  lego, 
la  sonrisa  florece  en  la  boca  del  niño 
y  suspende  la  madre  la  ternura  de  un  ruego 
para  ver  la  esperanza  a  través  del  cariño 
que  refleja  la  risa  del  infante.    Ha  soñado, 
al  dormirse  tranquilo  junto  al  pecho  llagado, 
con  los  ángeles  rubios  y  las  vírgenes  bellas 
que  vestidas  de  nubes  salpicadas  de  estrellas 
en  los  cielos  imprimen  la  piedad  de  sus  huellas. 

Rechinan  de  repente  los  goznes  del  postigo . . . 
Silencioso  en  la  estancia  penetra  don  Rodrigo. 
Ya  no  luce  en  el  porte  la  altivez  del  soldado; 
el  modesto  atavío  y  el  semblante  severo 
no  dsnuncian  al  héroe  que  esgrimía  el  acero, 
requería  de  amores  y  triunfaba  en  vedado. 
Es  otro  don  Rodrigo  de  Arias  Maldonado. 
El  franciscano  yérguese  al  ver  al  caballero; 
toma  el  candil,  lo  acerca  a  la  faz,  lentamente, 
de  la  enferma,  y  exclama  mirando  al  visitante 
que  los  dardos  recibe  de  un  recuerdo  en  la  mente: 
— «Marqués  de  Talamanca:  aquí  tenéis  delante 
el  infortunio  inmenso  de  la  mujer  que  un  día 
oyó  de  vuestros  labios  el  grito  «ya  eres  mía» 
y  vos  la  abandonásteis . . .  Miserias  y  pesares 
empujáronla  al  vicio  y  el  vicio  en  la  vereda 
arrastró  su  hermosura,  la  puso  en  almoneda 
y  el  nác>r  de  su  carne  manchó  en  los  lupanares. 
¡Mirad  lo  que  de  ella  vuestra  impudicia  ha  hecho!» 
— Y  su  mano  se  apoya  en  la  frente,  con  calma, 
de  la  madre  que  tiene  una  llaga  en  el  pecho 
y  el  martirio  incesante  de  un  dolor  en  el  alma. 


EL    HERMANO  PEDRO 


199 


Dos  miradas  se  esconden.    La  del  lego  fulgura. 

Se  prolonga  la  pausa,  el  ambiente  satura 

el  olor  nauseabundo  de  la  carne  llagada, 

y  en  el  alma  del  hombre  que  ocultó  la  mirada 

un  reproche  se  hunde  como  una  estocada. 

El  franciscano  sigue:  — «Mirad  de  qué  manera 

probar  espero  ahora,  señor  de  Maldonado, 

si  os  anima  el  intento  de  abrazar  mi  carrera, 

si  con  frases  mentidas  no  me  habéis  engañado . . . 

¿Prometisteis  que  haríais  aquello  que  yo  hiciere? 

Está  bien;  imitadme».   Y  en  la  llaga  asquerosa 

de  la  mujer,  el  lego  súbitamente  posa 

los  labios  un  instante.    Después  lame  la  llaga; 

y  del  triste  recinto  en  la  paz  angustiosa 

se  amedrenta  un  asombro  y  una  queja  se  apaga. 

Y  de  pie  don  Rodrigo  reconstruye  en  la  mente 
una  escena  olvidada  de  otros  tiempos  y  siente 

un  dogal  en  el  cuello  y  un  bochorno  en  la  frente. 

La  voz  del  franciscano  del  éxtasis  le  arranca: 

— «Os  corresponde  el  turno,  Marqués  de  Talamancas. 

Y  el  Marqués,  el  que  fuera  burlador  de  la  vida, 
deposita  sus  besos  en  la  carne  podrida 

y  sus  lágrimas  riega  sobre  el  pecho  llagado. 

¿Es  leyenda?  ¿Es  historia?  En  verdad  que  lo  ignoro. 
Mas,  historia  o  leyenda,  de  los  siglos  de  oro 
son  imágenes  fieles  el  soldado  y  el  lego. 

De  los  dos  uno  hizo  don  Miguel  de  Cervantes 
y  así  fue  por  el  mundo  el  ilustre  manchego 
reparando  injusticias  y  venciendo  gigantes. 

—  XXXVI  — 
BATRES   JAUREGUI  (ANTONIO) 

LA  AMERICA  CENTRAL/ANTE  LA  HISTORIA/TOMO  II/Impreso  en  los  Talle- 
res de  Sánchez  &  de  Guise/Guatemala. — Colofón — Se  acabó  de  imprimir— en  los 
talleres  de  «Sánchez  &  de  Guise» — 8a.  A.  S.  No.  24 — de  Guatemala — el  día  XV 
de  septiembre  del  año — MCMXXII. 

El  Capítulo  XI  (págs.  de  la  121  a  la  149)  se  intitula  «EL  HERMANO  PEDRO 
Y  FRAY  RODRIGO  DE  LA  CRUZ»,  y  aunque  se  incluye  en  la  obra  que  el  autor 
dio  a  las  prensas  en  1920,  fue  un  ensayo  anterior  e  independientemente  concebido, 


200 


DAVID  VELA 


que  por  su  extensión  y  estilo  no  encaja  bien  en  el  cuerpo  del  libro;  comprendién- 
dolo sin  duda  así,  el  licenciado  Batres  Jáuregui  puso  al  pie  de  la  fecha  de  su  com- 
posición: Enero  lo.  de  1917. 

El  autor  hace  un  encendido  panegírico  del  Hermano  Pedro,  a  través  de  una 
síntesis  biográfica,  a  la  cual  adita  algunos  casos  maravillosos  trasmitidos  tradicio- 
nalmente.    Evoca  al  personaje: 

«En  la  lejanía  de  nuestra  historia,  en  medio  de  crueldades  y  miserias,  abo- 
minaciones y  pequeneces,  cncuéntranse  alturas  humanas,  que  muestran  la  esté- 
tica sublime  de  la  abnegación  y  el  heroísmo,  por  el  amor  al  prójimo,  sirviendo  de 
venerable  ejemplo  a  las  generaciones  venideras  y  conservando  viva  en  las  almas 
el  ansia  de  lo  infinito.  Rodeado  de  mística  claridad,  con  ambiente  de  paz  inge- 
nua, aparece  en  los  tiempos  álgidos,  el  Hermano  Pedro,  ardiendo  en  misericordia, 
para  aliviar  el  dolor  e  impartir  consuelo  a  la  desgracia.  Varón  inmaculado,  alma 
sencilla,  luz  de  celeste  fe,  pasó  por  el  mundo  como  viva  protesta  contra  las  im- 
pías rudezas  de  la  conquista,  cual  contraste  cristiano  de  tanta  desolación.  Sus- 
cita la  Providencia  hombres  como  San  Juan  de  Dios,  San  Vicente  de  Paul,  San 
Francisco  de  Asís,  Fr.  Antonio  Margil  de  Jesús  y  el  Venerable  Bethencourt;  pa- 
naceas humanitarias,  para  contrarrestar  la  acerbidad  de  los  dolores  que  devoran 
las  almas  enfermas.  Al  través  de  los  años,  surge  la  virtud  de  nuestro  santo  — 
amparador  de  pobres,  enfermos  y  afligidos —  con  el  melancólico  perfume  de  las 
flores  de  la  Cruz,  que  esmaltan  las  orillas  del  río  Pensativo.  Al  consagrar  este 
capítulo  al  piadoso  Hermano  Pedro,  se  transporta  la  mente  al  medio  en  que  bro- 
tó la  caridad  apostólica  de  su  corazón  magnánimo,  entre  las  liviandades  horren- 
das de  aquellos  oscuros  años.  Ese  dulce  nombre  evoca  reminiscencias  de  nuestra 
infancia,  fervientes  preces  ancestrales,  añoranzas  de  antaño,  nostalgia  celeste,  or- 
gullo nacional,  por  una  gloria  purísima». 

Reseña  su  nacimiento,  familia  y  primeras  impulsiones  de  servir  a  Dios:  «Ya 
en  plena  vida  sentíase  aquel  hombre  impulsado  misteriosamente  a  singulares  des- 
tinos. Diríase  que  había  nacido  para  figurar  como  apóstol  de  caridad  y  manse- 
dumbre, en  el  Centro  de  América;  para  sufrir  con  los  que  lloran,  y  padecer  con 
los  que  padecen.  Hay  voces  secretas  que  empujan,  con  divino  influjo,  a  misiones 
irresistibles,  sugiriendo  en  todos  los  instantes,  un  pensamiento  decisivo». 

«El  Hermano  Pedro  aspiraba  a  imitar  la  abnegación  de  los  primeros  cristia- 
nos que  abrazaron  con  fe  aquella  religión,  nacida  en  un  establo,  en  chozas,  patí- 
bulos, catacumbas  y  mazmorras  de  cautivos,  y  fue  predicada,  mantenida  y  con- 
firmada con  el  martirio  y  la  sangre;  religión  que  ha  de  vivir  de  la  caridad,  de  la 
mansedumbre  y  del  amor  universal.  Un  ser  que  participa  del  padecimiento  de  to- 
dos los  dolores,  fue  nuestro  santo,  despertando  muchas  almas  dormidas,  pudo  con 
su  ejemplo  y  exhortaciones,  extirpar  vicios  y  suavizar  asperezas  entre  gente  dura 
y  soberbia.   Aquel  monje  piadoso  vivió  del  corazón  y  no  del  cerebro». 

«Pedro  aparece  cual  emblema  de  caridad,  como  encarnación  de  ese  amor 
inefable  que  deja  huellas  de  sus  besos  en  la  frente  de  los  desgraciados;  pero  besos 
ungidos  con  el  bálsamo  del  consuelo,  brotando  de  los  corazones  generosos,  como  el 
de  aquel  Venerable  asceta,  respetado  y  querido  en  Guatemala,  con  fe  sencilla  y  tra- 
dicional. El  altruismo  es  principio,  suma  y  compendio  de  la  religión  cristiana,  el 
recuerdo  del  venerable  Bethencourt  vivirá  siempre  entre  los  benefactores  de  la 
humanidad  doliente,  y  ha  de  ser  timbre  de  gloria  para  la  patria.  No  puede  pre- 
sentarse ideal  más  perfecto  de  los  transportes  del  corazón,  de  sus  arrebatos  y  de- 


EL    HERMANO  PEDRO 


201 


liquios,  de  los  impulsos  a  lo  sobrenatural,  que  nuestro  santo;  y  por  los  portentos 
de  religioso  amor». 

«La  historia  del  Hermano  Pedro  va  esmaltada  de  piadosas  tradiciones,  que 
caracterizan  la  época  en  que  prodigara  la  caridad,  con  humilde  solicitud  por  todos 
los  dolores,  prescindiendo  de  los  bienes  de  este  mundo.  Más  que  la  historia  de  un 
hombre  es  la  epopeya  de  su  alma  heroica,  llena  de  sufrimiento  y  virtudes  —¡mís- 
tica flor,  flor  del  edén!  La  dulzura  de  tu  perfume  se  esparce  aún  a  orillas  del 
río  Pensativo,  extendiéndose  por  el  mundo!» 

«En  la  muy  Leal  Ciudad  de  los  Caballeros  de  Santiago  de  Guatemala,  ¿quién 
no  sabía  de  los  prodigios  estupendos  que  obraba  el  Siervo  de  Dios?  Hoy  mismo 
aprendemos  desde  niños  los  rasgos  tradicionales  de  su  diáfana  existencia,  consa- 
grada a  prodigar  el  bien;  de  su  espíritu  efusivo,  dotado  de  intuiciones  celestes  y 
sublime  compasión  por  todos  los  infortunios». 

Refiriéndose  a  la  fama  de  santidad  que  perpetúa  la  memoria  del  Hermano 
Pedro,  después  de  exponer  otros  de  sus  hechos  y  algunas  leyendas,  concluye:  «Per- 
diéronse las  cenizas  del  Adelantado,  Conquistador  de  Guatemala,  y  las  de  su 
esposa,  la  Sin  Ventura;  no  se  sabe  en  dónde  están  las  del  primer  obispo  Ma- 
rroquín,  ni  se  encuentran  las  del  soldado  historiador  Bernal  Díaz  del  Castillo. . . 
Solamente  el  cadáver  de  nuestro  santo  está  ahí,  como  si  piadosa  la  tierra  hubiese 
querido  salvarlo  de  los  vaivenes  de  la  suerte  y  de  la  inclemencia  del  tiempo.  Los 
terremotos  asoladores  no  se  atrevieron  a  destruir  esa  reliquia,  amparada  por  la 
amorosa  fe  de  un  pueblo  que  se  prosterna  ante  el  humilde  y  caritativo  asceta,  vivo 
aún  en  los  recuerdos  místicos  de  todos  los  que  adoran  al  que  enjugó  ojos  con  llan- 
to, curó  llagas  y  consoló  aflicciones,  sin  esperar  en  este  mundo  nada  por  ello. 
Nihil  in-dae  sperantes.  Ahí,  sobre  la  tierra  que  recibió  sus  lágrimas  y  guarda 
sus  despojos;  bajo  el  cielo  que  iluminara  sus  ideales  y  suspiros;  entre  las  ruinas 
que  conmemoran  su  dulzura  angélica,  su  humildad  ingénita,  su  benéfica  labor  v 
sus  virtudes  heroicas;  rindamos  homenaje  de  acendrada  y  piadosa  veneración.  Hay 
lugares  que  hablan.  En  ese  asilo  funeral  de  la  caridad  se  conservan  los  restos  de  un 
apóstol  cuyo  corazón  fervoroso  reverberaba  de  amor  y  ardía  en  misericordia.  Sunt 
laerimae  rerum.  Y  diríase  que  suscitan  llanto  aquellos  viejos  muros  — llenos  de 
dolorosas  memorias—  que  se  esforzaron  en  momentos  de  horror  para  no  desplo- 
marse a  los  embates  del  terremoto,  celosos  de  guardar  la  santísima  presea,  blasón 
de  virtud  excelsa,  ánfora  de  celeste  esperanza,  para  los  espíritus  creyentes.  En 
esa  cripta  sagrada,  ante  esa  oración  de  piedra,  que  durante  siglos,  ha  venido  des- 
pidiendo místico  aroma  de  piedad  sublime,  se  absorbe  el  pensamiento  al  estar 
junto  a  las  reliquias  mortales  de  un  bienaventurado  ilustre.  Parece  que  los  rue- 
gos recibieran  del  cielo,  en  ese  santuario  —refugio  de  las  almas  afligidas —  un 
soplo  puro  y  benéfico,  que  trae  la  bendición  de  Dios.  Todo  impone  silencio.  Sólo 
la  plegaria  que  lleva  el  acento  de  la  desventura,  puede  tener  eco,  en  donde  el 
culto  de  la  tribulación  llama  a  la  inmortalidad  sobre  el  altar  de  la  muerte». 

«¡El  Hermano  Pedro  será  glorificado  en  los  altares,  venerado  en  el  Panteón 
Nacional,  y  bendecido  por  los  guatemaltecos!  Vivió  en  presencia  del  Señor,  su 
Dios,  y  murió  como  un  santo!  Vita  sua  abscondita  est  cum  Christo  in  Deo.  Apor- 
temos, con  nuestra  devoción,  una  chispa  de  oro  a  su  corona  de  gloria. 

Y,  finalmente,  apostrofa  al  Hermano  Pedro:  «¡Apóstol  de  caridad:  fue  vues- 
tra vida  un  manantial  de  consuelo,  vuestra  muerte  una  transfiguración;  y  siem- 
pre será  vuestro  recuerdo  una  efusiva  enseñanza,  y  vuestro  nombre  timbre  celes- 


202 


DAVID  VELA 


tial  de  perpetua  gloria  para  Guatemala!  ¡Ah,  entre  la  bruma  de  los  siglos,  brilla 
vuestra,  dulce  imagen  como  sugestiva  protesta  de  piedad  y  amor  por  los  desvalidos, 
contra  la  sórdida  ambición,  y  culto  infame  al  becerro  de  oro;  contra  el  insano 
delirio  de  una  humanidad,  que  hoy  se  debate,  demente,  descreída,  entre  charcas 
de  sangre!» 

Don  Antonio  Batres  Jáuregui  visitó  en  Roma,  en  el  año  de  1914,  el  Convento 
General  de  las  Belemitas,  y  dice  haber  constatado  en  esa  ocasión  un  gran  inte- 
rés y  fervoroso  entusiasmo  por  la  memoria  del  Hermano  Pedro;  criterio  que  con 
hechos  justificó  la  Superiora  Sor  María  Luisa  Salinas,  oriunda  de  Nicaragua, 
quien  en  mayo  de  1916  estuvo  en  Guatemala,  deseosa  de  recabar  datos  sobre  la 
vida  del  Venerable  Siervo  de  Dios  y  empeñada  en  instar  a  la  Curia  Eclesiástica 
para  que  activase  sus  gestiones,  a  efecto  de  obtener  la  canonización  del  noble  be- 
nefactor de  Antigua. 

—  XXXVII  — 
GARCIA  Y  ARTOLA  (Pbro.  VICENTE) 

VIDA/DEL  VENERABLE  SIERVO  DE  DIOS/PEDRO  DE  SAN  JOSE  BETAN- 
COURT/ (Hermano  Pedro) /Por  el  Pbro.  Vicente  García  A./Sacerdote  de  la  Mi- 
sión/Con licencia  de  la  Autoridad  Eclesiástica/Guatemala,  C.  A. /Editores: /Sán- 
chez &  de  Guise. /1930.  (En  la  carátula  un  grabado  que  representa  al  H.  Pedro 
frente  al  portón  en  ruinas  del  convento  de  Belén). 

Licencia:  «Puede  imprimirse.  —  Guatemala,  9  de  noviembre  de  1930.  —  Fran- 
cisco Lagraula  —  Visitador  de  los  S.  S.  de  la  Misión  en  Centro  América  .—  Im- 
prímase. —  Luis  —  Arzobispo  de  Guatemala.  —  J.  Luis  Montenegro  y  Flores  — 
Canónigo  Secretario.  —  Reg.  Libr.  de  Imprs.,  folio  53.  —  No.  424.  —  Palacio  Arzo- 
bispal de  Guatemala,  11  de  noviembre  de  1930».  —  Prólogo  del  autor,  fechado  en 
Panamá,  22  de  octubre  de  1930.  Le  parece  que  la  figura  del  H.  Pedro,  más  que 
cualquier  otra,  es  apta  a  despertar  la  atención  e  interés  de  los  lectores,  y  aspira  a 
obtener  dos  resultados,  emular  con  la  narración  de  sus  heroicas  virtudes,  des- 
pertando en  los  corazones  generosos  el  deseo  de  imitar  aquella  vida  ejemplarísi- 
ma,  y  por  otra  parte,  «hacer  surgir  una  ola  de  entusiasta  gratitud  y  confianza 
en  su  intercesión,  para  que  siendo  grande  el  número  de  los  que  le  invoquen,  en 
privado  por  ahora,  se  obtengan  milagros  notables  que  debidamente  comprobados, 
aceleren  el  día  en  que  le  veamos  colocado  en  los  altares». 

Esta  biografía  se  publicó  primeramente  en  el  semanario  de  propaganda  cató- 
lica, «El  Apóstol»,  en  los  años  de  1917  y  1918,  y  las  circunstancias  del  terremoto 
que  por  esa  época  arruinó  la  capital  de  Guatemala  impidieron  a  muchos  adquirir 
o  conservar  la  colección  completa  de  los  números  en  que  apareció  la  obra  del 
padre  García.  En  1930,  a  instancias  del  público,  se  pensó  en  reimprimirla,  en 
forma  de  folleto,  con  la  aprobación  y  aún  particular  simpatía  del  arzobispo  de 
Guatemala,  monseñor  Luis  Durou  y  Sure,  «quien  le  auguraba  el  mejor  éxito  y  la 
consideraba  llamada  inmediatamente  a  satisfacer  en  su  Arquidiócesis  una  piado- 
sa necesidad»;  sin  embargo,  el  padre  García  manifestó  en  el  prólogo  su  intención 
de  corregir  y  ampliar  más  tarde  dicha  biografía. 


EL    HERMANO  PEDRO 


Í03 


Consta  el  librito  de  106  páginas,  en  8o.  menor,  incluyendo  el  índice,  y  está  dis- 
tribuida la  obra  en  XXXIII  capítulos  y  un  epílogo,  en  el  que  consta  la  protesta 
del  autor  y  sus  deseos  por  la  canonización  del  Venerable  Tercero.  Está  ilustrada 
con  los  siguientes  grabados:  «La  Santísima  Virgen  en  Petapa  alienta  al  Venerable 
Hermano  Pedro»,  (entre  pp.  12  y  13),  «Al  son  de  una  campanilla  exclamaba:  «San- 
to Dios...»  (entre  pp.  16  y  17),  «Ruinas  del  templo  de  San  Francisco,  de  la  An- 
tigua Guatemala.  En  la  capilla  de  la  Tercera  Orden  reconstruida  después  de 
1773,  se  encuentra  la  tumba  del  Hermano  Pedro»  (entre  pp.  32  y  33),  «Fray  Ro- 
drigo de  la  Cruz,  primer  general  de  la  Religión  Bethlemítica»  (entre  pp.  80  y  81), 
«Tumba  del  Venerable  Siervo  de  Dios  Pedro  de  San  José  Betancourt»  (entre  pp. 
90  y  91),  «La  Madre  Encarnación,  reformadora  y  primera  superiora  general  de  las 
Hermanas  Betlemitas»  (entre  pp.  100  y  101). 

El  autor  sigue  en  lo  principal  la  bien  documentada  obra  del  padre  fray  José 
García  de  la  Concepción,  hasta  calcando  frases  íntegras,  aunque  indudablemente 
tuvo  a  la  vista  otras  biografías  y  el  proceso  de  Beatificación.  En  cuanto  a  la  fe- 
cha del  nacimiento  del  H.  Pedro,  toma  la  de  José  Luis  Bethencourt  (21  de  marzo 
de  1619),  sin  duda  poco  cierta.  Mas  todo  el  texto  se  basa  en  datos  fidedignos  y, 
aún  en  la  exposición  de  hechos  milagrosos,  se  ciñe  a  las  tradiciones  más  arraiga- 
das en  el  pueblo  de  Guatemala  y  a  la  disposición  de  testigos  juramentados  en  el 
proceso  instruido  por  la  curia. 

(Nota:  Como  este  trabajo  se  publicó  en  1917/18,  exactamente  igual,  y  resulta 
ocioso  detallar  esa  primera  impresión  informal,  debemos  colocar  aquí  su  ficha  bi- 
bliográfica, siguiendo  nuestro  orden  cronológico). 

—  XXXVIII  — 
BRAÑAS  (CESAR) 

ANTIGUA/Versos  que  en/Elogio  de  la  Augus/ta  Ciudad  escribió/César  Brañas. 
(Carátula  dibujada  por  el  autor).  —  Imprenta  Royal.  —  Guatemala.  —  MCMXXI. 

El  poeta  reúne  en  este  volumen  los  poemas  de  su  juvenil  iniciación  en  las  le- 
tras, inspirados  por  el  ambiente,  denso  de  recuerdos  y  leyendas,  de  su  ciudad  na- 
tal. En  esta  obra,  florida  primicia,  ya  se  anuncia  el  César  Brañas  que  hoy  se 
destaca  en  primera  fila  entre  los  escritores  de  Guatemala.  No  podía  por  menos 
de  ceder  al  imperativo  influjo  del  medio,  y  evoca  también  la  figura  del  Hermano 
Pedro  en  varias  de  sus  composiciones.  En  una,  intitulada  «Antigua  Mía»  (pág. 
30),  hay  esta  estrofa: 


«Asoman  a  un  balcón  dolientes  pasionarias, 
satura  una  nostalgia  sensual  mi  juventud, 
y  mientras  galantea  gentil  Rodrigo  de  Arias, 
hace  gemir  su  esquila  el  suave  Bethancourt ...» 


204 


DAVID  VELA 


En  otra:  «Noche  de  la  Colonia»  (pág.  30): 


Alguien  de  pronto  suavemente  narra 

el  último  suceso  del  convento 

de  Betlém,  del  Hermano  Pedro,  el  Albo ...» 

Dedica  un  soneto  (pág.  89)  al  caballero  Rodrigo  de  Arias  Maldonado  quien, 
andando  el  tiempo,  agregaría  a  su  rancia  nobleza  un  título  piadoso  y,  siguiendo  el 
ejemplo  del  Hermano  Pedro,  llegaría  a  ser  la  cabeza  de  la  Orden  Bethlemítica : 

DON  RODRIGO 

A  la  memoria  de  Enrique  A.  Hidalgo,  que 
en  suaves  versos  cantó  una  leyenda  de 
fray  Pedro  Betancourt  y  fray  Rodrigo  de 
la  Cruz. 

Alma  ancestral,  alma  pretérita 
de  algún  abad  en  mí  renace, 
yo  viví,  muchos  siglos  hace, 
en  esta  Antigua  benemérita. 

Delata  mi  abolengo  ibero 
esta  mi  ansia  de  aventura: 
también  yo  tengo  la  locura 
del  ingenioso  Caballero! 

Por  estas  rúas  solitarias 

— mi  nombre  oíd:  Rodrigo  de  Arias — 

pasée  mi  bélica  actitud. 

Y  tras  romántica  aventura, 

seguir  me  vieron  la  locura 

del  suave  Pedro  Bethancourt ...» 

Más  tarde  (en  1921)  escribió  los  dos  poemas  que  transcribimos  a  continua- 
ción, publicados  en  el  diario  El  Imparcial,  en  1925. 

REZOS  A  PEDRO  BETHANCOURT 

Hermano  Pedro:  Junto  a  esta  vetusta  piedra 
que  tú  tal  vez  besaste,  te  elevo  mi  plegaria: 
en  ella  a  ti  asciende  mi  alma  solitaria 
con  la  humildad  confiada  de  la  yedra! 


EL    HERMANO  PEDRO 


205 


Hermano  Pedro,  hermano, 

ya  comprendí  tus  sueños,  ya  puedo  amar  tu  vida: 
sé  la  virtud  que  esparce  el  vuelo  de  tu  mano 
al  bendecir  en  éxtasis  la  tierra  redimida. 

El  desencanto  estéril,  el  desencanto  vano, 
no  turba  ya  mi  soledad  florida: 
renace  en  tierra  nueva  la  gracia  de  tu  grano 
y  es  juventud  de  nuevo,  mi  juventud  perdida! 

Como  Francisco  y  como  tú,  hermano,  ya  conozco 

que  el  gesto  humilde  puede  más  que  el  semblante  hosco, 

y  sé  librar  del  mundo  mi  amor  y  mi  virtud. 

Lámparas  de  milagro  prendiéronse  en  mi  sombra, 
oigo  una  voz  de  amor  que  con  amor  me  nombra, 
y  vivo  mansamente  mi  nueva  juventud. 

II 

Hermano  Pedro,  hermano:  ya  conquisté  tu  suave 
paz  y  tu  mansedumbre,  tu  suave  mansedumbre: 
todo  yo  soy  amor  para  la  muchedumbre, 
y  a  mí  mismo  me  amo,  cual  amo  a  Dios  y  al  ave. 

Fraternidades  Cándidas  sugiérenme  la  cumbre 

y  el  mar,  el  sol  de  oro  y  la  caricia  grave 

de  un  niño  que  se  angustia  por  algo  que  no  sabe 

ni  qué  es,  y  que  es  acaso,  la  herida  de  tu  lumbre! 

De  oscuras  asechanzas  mi  fe  y  mis  sueños  guardo, 
levanto  a  Dios  mi  alma  como  se  yergue  un  nardo 
al  margen  de  un  camino  de  calcinada  arena . . . 

Y  mientras  el  breviario  repaso  con  unción, 

una  campana  de  oro  dentro  de  mi  alma  suena 

las  aleluyas  blancas  de  mi  resurrección. 

—  XXXIX  — 
ANONIMO 

GLORIA  DE  GUATEMALA  CATOLICA.  —  La  Santidad  del  H.  Pedro  es  admirada 
por  los  moradores  de  la  Antigua  Guatemala  en  el  siglo  XVII.  —  Decreto  en  que 

Roma  reconoce  la  heroicidad  de  las  Virtudes  del  Siervo  de  Dios.  — «El  Pueblo»   

Semanario  Organo  de  la  «Unión  Católica»  —  Guatemala,  Año  III,  22  de  enero 
de  1925— Número  82. 

(Biblioteca  de  Arturo  Taracena.) 


206 


DAVID  VELA 


Pequeña  biografía  del  beato  antigueño,  escrita  en  estilo  llano  y  claro.  El  pri- 
mer capítulo  refiere  las  circunstancias  de  su  nacimiento  y  llegada  a  Guatemala. 
El  segundo  trata  de  la  providencial  fundación  de  su  instituto  hospitalario  de  con- 
valecientes. El  tercero  del  fervor  con  que  celebrara  la  Pascua  de  Navidad.  Y 
el  cuarto  de  su  muerte  y  funerales;  calcando  las  noticias  de  Juarros.  Por  último, 
bajo  el  acápite:  «Los  narradores  de  su  santa  vida»,  menciona  las  obras  del  padre 
Manuel  Lobo,  el  doctor  Francisco  Antonio  Montalvo  y  fray  José  García  de  la 
Concepción,  y  agrega  informes  sobre  el  proceso  de  beatificación;  historia,  final- 
mente, la  promulgación  del  decreto  que  su  santidad  Clemente  XIV  mandó  asentar 
y  publicar  en  las  actas  de  la  Sagrada  Congregación  de  Ritos,  con  fecha  25  de 
julio  de  1771,  y  que  se  reimprimió  en  Guatemala,  traducido  al  español,  en  el  año 
siguiente;  ese  documento  declara  de  grado  heroico  las.  virtudes  teológicas  y  mo- 
rales del  Hermano  Pedro  de  San  José  Bethancourt. 

—  XL  — 

SANCHEZ  &  DE  GUISE  (Calendario  de  la  Tipografía). 

Esta  Casa,  establecida  en  1893.  publica  desde  1898  su  calendario  — almanaque 
popular — ;  actualmente  es  propietaria  de  aquélla  la  señorita  Victoria  Sánchez. 

En  el  No.  28,  correspondiente  al  año  1926,  se  insertó  una  ligera  sinopsis  de  la 
vida  del  Hermano  Pedro,  con  motivo  del  tercer  centenario  de  su  nacimiento.  En 
elogio  del  piadoso  Tercero  consigna:  «Realizó  así  una  obra  importantísima  y  dig- 
na que  enaltece  su  memoria;  vivió  para  sus  enfermos  como  para  sus  niños  bien 
amados,  en  comunidad  .de  goces  y  penas,  con  la  ingenua  bondad  de  su  alma  que 
parecía  reflejarse  en  su  semblante  apacible». 

Refiriéndose  al  sucesor  de  Pedro,  dice:  «Hay  un  episodio  curioso,  casi  ignora- 
do: es  el  que  se  refiere  a  los  momentos  de  decisión  que  tuvo  don  Rodrigo  de  Arias 
al  abandonar  el  mundo  por  el  claustro.  Acibarado  su  ánimo  con  los  desengaños 
que  le  dieran  la  ingratitud  de  la  corte  y  el  egoísmo  de  sus  compatriotas,  renun- 
ció a  las  pompas  del  mundo  el  año  de  1664  (?),  trocando  en  el  cenobio  de  Belén, 
su  ilustre  nombre  por  el  de  fray  Rodrigo  de  la  Cruz.  Don  Rodrigo  manifestó  a  Be- 
tancourt  que  estaba  dispuesto  a  formar  parte  en  la  religión  Belemítica.  El  Siervo 
de  Dios  quiso  probar  la  fe  del  mancebo,  ordenándole  que  se  vistiera  con  su  mejor 
traje  para  presentarse  a  las  carnicerías  de  la  ciudad,  con  el  objeto  de  llevar  per- 
sonalmente, en  un  palo,  la  carne  para  la  alimentación  de  los  enfermos  del  Hos- 
pital de  Convalecientes,  y  luego  se  encargara  de  conducir,  en  un  cesto,  las  ver- 
duras del  mercado,  para  la  misma  casa  de  caridad.  Don  Rodrigo  cumplió,  tal  co- 
mo se  lo  mandara  el  Hermano  Pedro.  Las  gentes  que  vieron  en  las  calles  la  ac- 
titud del  marqués  de  Talamanca.  conduciendo  en  los  brazos  carne  y  verduras, 
creyeron  que  había  perdido  la  razón:  la  sociedad  entera  comentó  el  caso,  dolién- 
dose del  estado  en  que  se  hallaba  don  Rodrigo;  pero  al  dia  siguiente  se  supo  con 
honda  sorpresa  que  el  famoso  marquesado  de  Talamanca  se  había  extinguido  en 
los  umbrales  de  un  monasterio.  Vistió  el  hábito  de  belemita.  renunciando  los  ho- 
nores y  títulos  mundanos  y  despreciando  las  comodidades  materiales  que  le  brin- 
daban su  nombre  ilustre  y  sus  cuantiosas  riquezas». 

Agrega,  en  otra  parte:  «En  el  Calvario  de  esta  capital  se  encuentra  un  retra- 
to de  cuerpo  entero  pintado  al  óleo,  de  Pedro  de  Betancourt,  del  artista  Rosales. 


EL    HERMANO  PEDRO 


207 


copia  del  que  trazó,  en  febrero  de  1666  Tomás  de  Merlo».  Trae  un  grabado,  que 
*  representa  al  H.  Pedro,  con  su  famosa  campanilla,  frente  al  portón  de  su  con- 
vento en  ruinas. 

—  XLI  — 

ASTURIAS  (RICARDO) 

Paleografió  el  «Testamento  del  Hermano  Pedro  de  San  José  de  Betancur», 
cuyo  original  se  conserva  cuidadosamente  en  el  Archivo  Municipal  de  esta  ciu- 
dad. Se  publicó  en  «Anales  de  la  Sociedad  de  Geografía  e  Historia»,  órgano  de 
la  institución  del  mismo  nombre,  Año  II,  número  3.  —  Guatemala,  C.  A.,  mar- 
zo de  1926.  páginas  de  la  324  a  la  334.  Hay  algunas  discrepancias  entre  su  texto 
y  el  que  publicó  en  1808  fray  Juan  José  de  Barberena.  Transcribimos  en  seguida 
el  T/stamento  y  el  Codicilo,  intercalando  entre  paréntesis  las  frases  o  palabras 
que  difieren  en  el  texto  paleografiado  por  el  padre  Barberena;  al  lector  le  será 
fácil  comprobar  tales  diferencias,  en  modo  alguno  substanciales,  así  como  leer 
indistintamente  cualquiera  de  ambos  textos.  TESTAMENTO: 

«En  el  nombre  de  Dios  Ntro.  Señor  que  vive  y  reina  en  los  cielos,  y  en  la  tie- 
rra amén. 

Notorio  sea  a  todos  los  que  la  presente  Carta  de  mi  testamento  última  y  final 
voluntad  vieren,  como  Yo  el  hermano  Pedro  de  San  Josef  Betancur  de  la  Orden 
tercera  de  Penitencia  del  Abito  descubierto  vecino  de  esta  Ciudad  de  Santiago  de 
Guatemala,  natural  que  soy  de  Tenerife  Isla  de  la  gran  Canaria  del  lugar  llama- 
do Estasma  (Chasna)  y  Villaflor,  hijo  lexitimo  que  soy  de  Amador  Gonzales  de  la 
Rosa  difunto,  y  de  Ana  García  vecina  que  fué  de  dicho  lugar,  y  juzgo  lo  es,  y  está 
viva;  estando  como  estoy,  y  me  siento  enfermo,  y  adolecido  de  achaque  y  enfer- 
medad qe.  me  ha  sobrevenido,  más  en  mi  acuerdo,  y  buena  memoria,  la  qe.  Dios 
Ntro.  Señor  fue  servido  de  medar,  porque  le  haga  infinitas  gracias,  creiendo  como 
bien,  fiel  y  verdaderamente  creo  en  el  misterio  inefable  de  la  Santísima  Trinidad. 
Padre,  Hijo  y  Espíritu  Santo,  tres  personas  distintas  y  una  esencia  Divina,  y  en 
todo  lo  que  tiene  predica,  y  enseña  nuestra  Santa  Madre  Iglesia  Católica  Roma- 
na, regida  y  gobernada  por  el  Espíritu  Santo:  en  esta  Pee  (en  cuya  Fe)  y  creen- 
cia he  vivido  y  protesto  vivir,  y  morir,  detestando  lo  qe.  en  contrario  por  persua- 
sión diabólica  por  tentación  ocurriere  (ocurriese)  a  mi  pensamiento,  e  imagina- 
ción, eligiendo  en  ayuda  (en  mi  ayuda)  y  patrosinio  (patrocinio)  a  la  que  es  Ma- 
dre de  Pecadores,  fuente  de  piedad  y  auxilio  de  afligidos  la  Reina  de  los  Angeles, 
siempre  Virgen  María  Señora  nuestra  y  Madre  de  Dios,  consevida  sin  macula  de 
pecado  original,  al  glorioso  Arcángel  San  Miguel,  mi  Angel  Custodio.  Angeles  y 
Arcángeles,  Querubines  y  Serafines  de  la  Corte  Celestial,  al  Principe  de  la  Igle- 
sia, y  Padre  mió  San  Pedro,  a  San  Pablo  Apostóles  a  mi  Padre  San  Francisco;  y 
Glorioso  Patriarca  San  Josef  para  que  en  el  acatamiento  Divino  interceda  por 
mi  alma  y  la  presenten,  y  alcancen  perdón  de  mis  culpas,  y  pecados,  recelándome 
de  la  muerte  que  es  natural  a  toda  criatura  viviente,  cuia  ora  es  incierta  desean- 
do me  haye  con  la  disposición  más  necesaria  cumpliendo  en  esta  parte  con  lo 
que  debo  á  Cristiano,  hago,  ordeno,  y  dispongo  mi  Testamento  última,  y  final 
voluntad  en  la  manera  siguiente:  la.— Encomiendo,  y  ofrezco  (ofrezco  y  encomien- 


208 


DAVID     V  E  L  A 


do)  mi  alma  a  Dios  Nuestro  Señor  que  la  crio,  y  redimió  con  el  infinito  presio  de 
su  Sangre,  muerte  y  Passion  por  cuyos  méritos  le  suplico  haga  misericordia  (haya 
misericordia)  de  ella. 

2a.  Mando  el  cuerpo  a  la  tierra  de  qe.  fue  formado,  es  mi  voluntad  sea  se- 
pultado en  la  Yglesia  del  Conbento  del  Señor  San  Francisco  en  la  Capilla  entie- 
rro de  los  hermanos  Terceros  como  yo  lo  soy  según  va  referido,  cuya  Sepultura 
pido  de  limosna  por  el  amor  de  Dios  Señor  Nuestro  (Señor  mió)  como  también  mi 
funeral,  y  entierro  atento  a  no  tener  Propio,  ni  caudal  alguno:  acompañe  mi  cuer- 
po el  Cura,  y  sacristán  de  la  Santa  Iglesia  de  la  Parroquia  de  Nuestra  Señora  de 
los  Remedios,  en  cuya  feligresía  vivo  en  la  Casa  albergue  de  Pobres  convalecien- 
tes título  Belén,  y  le  acompañen  assi-mismo  los  sacerdotes  que  voluntariamente, 
y  de  limosna  quisieren  acudir,  a  los  cuales,  y  dicho  Cura  con  la  misma  intención 
(misma  intervención)  y  amor  de  Dios  Jes  pido  lo  hagan,  y  que  me  encomienden 
a  Dios  Nuestro  Señor,  pidiendo  lo  mismo  alas  demás  personas  que  acudieren  a 
esta  obra  de  piedad  y  misericordia. 

3a. — Declaro  que  de  la  dicha  Isla  vine  a  estas  partes  el  año  pasado  de  seis- 
cientos, y  cincuenta,  y  a  esta  Ciudad  (y  en  esta  Ciudad)  llegue  por  el  año  sub- 
secuente de  cincuenta  y  uno,  y  desde  entonces  he  asistido  en  ella  hasta  el  tiem- 
po presente,  cuya  declaración  hago  a  instancias,  y  para  que  conste. 

4a. — Declaro  que  habiendo  sido  admitido  pr.  hermano  de  la  Orden  tercera  de 
mi  Seráfico  Padre  San  Francisco,  y  por  la  obligación  de  tercero  de  avito  descu- 
bierto ocupándome  en  algunas  cosas  del  servicio  de  dicha  Orden  y  Calvario  que 
es  a  su  cargo,  fue  la  Divina  Magestad  servido,  que  con  agunas  limosnas  que  se 
me  dieron  para  que  comprase  un  Solarcillo,  y  que  en  el  pudiese  poner  Escuela  de 
Niños,  que  fuesen  enseñados,  e  industriados  en  la  Dotrina  Cristiana,  hube  y  com- 
pre un  Solar  y  Sitio  que  quedo  por  muerte  de  Maria  Esquivel,  difunta  con  una 
casita  de  paja  en  que  tuve  escuela,  admití  niños,  y  otras  personas  que  se  indus- 
triaron, y  enseñaron,  y  se  ha  continuado,  y  al  dicho  sitio  se  han  agregado  otros 
pedazos  de  solares  que  estaban  contiguos  y  cercanos  qe.  al  presente  esta  todo  uno, 
y  esta  capaz,  en  el  que  (en  el  cual)  con  limosnas  que  para  este  fin  han  dado  los 
Fieles  Cristianos,  dispuse  hacer  como  esta  fecha  una  Enfermería  para  que  en 
ella  se  recogiesen,  y  agregasen  algunas  personas  pobres  que  saliendo  curados  de 
los  Hospitales  o  de  sus  Casas  por  necesidad  binesen  a  convalecer  a  ella  en  especial 
forasteros,  y  muchas  personas  pobres  que  para  recuperar  la  salud,  necesitaban  de 
abrigo,  regalo  y  socorro,  haciendo  dicha  enfermería  con  animo  e  intención  de 
ocurrir  a  Su  Magestad  el  Rey  Nuestro  Señor  en  su  Supremo  y  Real  Consejo  de 
Indias,  a  pedir  como  he  pedido  licencia  para  que  en  ella  se  fundase  Hospital  de 
Convalecientes  y  que  la  casa  tuviese  por  titulo  Belén;  en  cuya  razón  habiendo  fe- 
cho información  del  bien  y  utilidad  que  en  lo  referido  se  seguía,  y  sigue  sin  nin- 
gún perjuicio  de  los  Hospitales  antes  bien  con  conveniencia  de  ellos,  y  en  esta  ra- 
zón informados  los  Señores  Presidentes,  y  Oidores  de  la  Real  Cnancillería  que  en 
esta  Ciudad  reside  su  Señoría  el  Señor  Obispo  de  este  Obispado  y  Cabildo  de  esta 
Ciudad,  como  a  quienes  consta  la  necesidad  referida  fue  S.  M.  servido  de  expedir 
(servido  espedir)  Real  Cédula  para  que  más  por  extenso  se  le  informase,  y  del 
fundamento  que  havia,  y  propios  con  que  poder  ser  (con  que  podía  ser)  dotada 
en  cuya  conformidad  se  ha  informado,  y  remitido  los  papeles  necesarios.  Y  con 
esta  atension,  y  estando  como  se  ha  estado  a  la  disposision  de  lo  que  S.  M.:  que  Dios 
guarde  ordenarse  para  'ordenase  y  para)  la  erección  de  dicho  Hospital  y  en  el  y 


EL    HERMANO  PEDRO 


209 


dicha  casa  poderle  fundar,  movido  del  celo  cristiano,  y  piadoso  (y  piedad)  qe. 
insto  el  hacer  dicha  Enfermería,  se  han  admitido  y  servido  (y  recibido)  en  olla 
muchas  ffcrsonas  pobres  asi  Españoles  como  Mestisos,  Indios,  Mulatos,  y  Negros, 
libres  que  en  ella  han  sido  cuidados,  y  asistidos,  y  regalados  durante  su  convale- 
cencia con  las  muchas  limosnas  qe.  Dios  Nuestro  Señor  ha  sido  servido  den 
(se  den)  a  este  fin  que  ha  sido  con  tanta  liberalidad,  y  sobra,  que  haviendo  havido 
ocasión  de  concurrencia  de  doce  y  quince,  personas  convalecientes,  y  demás  han 
sido  todos  alimentados  y  socorridos  con  todo  regalo,  mediante  estar  tan  estendida 
esta  devoción,  que  están  dispuestas  treinta  Personas,  vezinos  del  lugar,  quienes 
en  cada*un  dia  del  mes  envían  la  comida,  y  alimentos  necesarios  al  sustento  de 
dichos  convalecientes,  socorriéndolos  con  otros  regalos,  mediante  lo  qual 
con  brevedad  llegan  a  conseguir  restauración  de  la  salud,  y  fuerza  en  ella.  Para 
cuyo  servisio,  y  buena  disposición  de  todo  cuidado,  y  decencia  (diligencia)  nece- 
saria, se  han  agregado  a  dicha  Casa,  muchos  hermanos  Terceros  de  avito  descu- 
bierto, que  viviendo  como  viven  en  ella  asisten  a  todo  lo  referido,  siendo  como 
todos  lo  son  (todos  son)  personas  virtuosas  y  exemplares  en  su  proceder,  celo  y 
modestia  y  los  hermanos  que  al  presente  están,  son  Rodrigo  de  la  Cruz,  que  antes 
se  llamaba  Dn.  Rodrigo  Arias  Maldonado:  Francisco  de  la  Trinidad  que  antes  se 
llamaba  D.  Francisco  de  Estupinian:  Nicolás  de  Santa  Mariana  (de  Santa  María): 
Nicolás  de  Ayala:  Juan  de  Dios,  que  antes  se  nombraba  Juan  Romero,  y  Antonio 
de  la  Cruz,  que  fue  (quien  fue)  a  los  Reyes  de  España  a  los  negocios,  y  consecu- 
ción de  la  dicha  licencia,  y  también  asiste  y  frecuenta  la  dicha  Casa  Nicolás  de 
León,  aunque  de  presente  está  fuera  de  ella  por  cuyo  cuidado  corre  a  asistir  a 
los  Convalecientes,  cuidar  de  su  servicio,  y  la  solicitud  de  limosnas  estravagantes, 
y  acarrear  la  comida  con  que  son  alimentados  mientras  asisten  qe.  todo  lo  declaro 
pra.  que  siempre  conste. 

5a. — Y  el  estado  en  que  esta,  y  la  forma  con  que  se  acude  Ínterin  que  otra  cosa 
ordena  Su  Magestad,  de  cuya  piedad,  y  Santo  celo  se  espera  el  permiso  para  la 
fundación  de  dicho  Hospital,  que  ha  de  ser  debajo  de  su  protección,  y  amparo 
Real,  como  se  le  ha  suplicado,  y  pedido,  y  con  la  sumisión  y  debido  acatamiento 
y  en  la  parte  que  yo  puedo,  (y  en  la  parte  que  yo  puedo  con  la  sumisión  y  debido 
acatamiento)  lo  hago  con  las  instancias  necesarias,  y  debidas,  como  su  humilde 
fiel  Vasallo  (humilde  Vasallo)  debajo  de  cuya  protección  llegado  el  caso,  y  havi- 
da  licencia,  se  ha  de  fundar  dicho  Hospital  con  subordinación  de  S.  M.  y  de  su 
Señoría  el  Señor  Presidente  de  la  dicha  Real  Audiencia  (dicha  Audien- 
cia) Gobernador,  y  Capitán  General  de  este  Reyno  para  (en  su  nombre  para)  todo 
lo  que  convenga:  siendo  como  ha  de  ser  la  asistencia  de  el  en  quanto  al  servicio 
de  Convalecientes,  cuidado  de  sus  personas,  y  pedir  las  limosnas,  la  de  hermanos 
Terceros  de  abito  descubierto,  eligiéndose  por  las  dos  Cavezas  Eclesiástica  y  Se- 
cular. Hermano  Mayor  qe.  en  el  servir,  y  acudir  a  todo  lo  conveniente  a  dicha 
Casa,  sea  el  menor,  y  el  más  apropósito  para  todo,  según  su  celo  humildad  y  Vir- 
tud, forma  que  me  parece  será  la  mas  segura  a  la  conservación,  y  aumento  de  la 
casa,  sin  que  por  insinuarla  yo  se  escuse  la  que  pueda  ser  más  apropósito  al  bien 
de  todo  lo  referido,  fin  y  motivo  que  en  todo  se  ha  de  tener. 

6a. — Declaro  que  habiendo  sido  Nuestro  Sr.  servido  se  hiciese,  y  acabase  la 
Casa,  y  Quarto  de  Enfermería,  que  en  ella  con  limosnas  se  ha  edificado,  y  otro 
de  altos  que  se  está  haciendo  y  desde  el  principio  que  llevados  de  devoción  y  celo 
piadoso  asistían  muchas  personas  devotas,  habiéndose  destinado  un  Oratorio,  ador- 


210 


DAVID  VELA 


nado  con  la  desensia  posible,  mediante  xa  asistencia  de  hermanos  así  los  que  al 
presente  hay  como  otros  que  han  fallecido,  se  estableció  rezar  a  Prima  la  Corona 
de  la  Virgen  María  Señora  Nuestra,  y  que  asistiesen  uno  o  dos  de  los  hermanos 
Terceros  con  las  personas  devotas  qe.  concurriesen,  ha  sido  Dios  Nuestro  Señor 
servido  se  continué  sin  que  se  haya  faltado  ningn.  dia  del  año  como  tampoco  a 
las  demás  horas  de  Oración  exersicio  que  se  hacen  en  la  dicha  Casa,  que  para 
que  en  ella  permanezca  este  Santo  exersicio — sin  que  sea  otro  el  fin  qe.  me  lleva, 
ni  lo  permita  su  Divina  Magestad — se  asienta  y  lo  declaro  para  que  fundándose 
dicho  Hospital  o  en  el  Ínterin  que  llega  el  permiso  continuándose  se  observe. 

Es  lo  primero  como  va  referido  rezar  en  lugar  de  Prima,  y  ora  de  ella  la  Co- 
rona de  la  Virgen  Santísima,  siguiese  después  el  dar  de  comer  a  los  Pobres,  y 
mientras  comen  leerse  por  uno  de  los  hermanos  a  quien  toca  de  turno  uno  de  los 
Capítulos  de  un  libro  espiritual,  acabado  (acabando)  de  comer  dar  gracias,  re- 
zando una  estación  al  Santissimo  Sacramento  por  bienhechores,  y  difuntos,  vivos 
y  difuntos).  Sobre  tarde  a  hora  de  las  dos  juntos  los  hermanos,  y  convalecierites, 
leer,  y  esplicarse  una  meditación,  y  capítulo  del  Libro  que  dió  a  la  estampa  el  Ve- 
nerable Tomas  de  Kempis  titulo  Contentis  Mundi.  A  la  hora  de  las  quatro  los 
hermanos  que  se  hallan  sin  ocupasión  presisa  con  los  convalecientes  repiten  la 
Corona  de  la  Virgen. 

A  las  siete  de  la  noche  se  vuelve  a  repetir  la  Corona  a.  que  han  de  asistir  to- 
dos los  hermanos  como  lo  han  fecho.  A  ora  de  las  ocho  y  cuarto,  se  asperjan 
Celdas  y  Enfermería  por  el  hermano  a  quien  toca  de  turno,  ala  ora  de  maitines 
se  levantan  todos  los  hermanos,  y  repiten  la  Corona  de  la  Virgen.  Lunes,  mier- 
soles  y  viernes  de  todo  el  año  exersicio  de  diciplina  entre  ocho  y  nueve  de  la 
noche. 

Que  todas  estas  cosas  están  dispuestas,  y  se  tienen  por  costumbre:  como  tam- 
bién, y  lo  mas  principal  el  oír  Misa,  llevar  en  silla  los  Enfermos  (llevar  en  ella  a 
los  Enfermos)  imposibilitados  a  los  Templos,  en  dias  destinados  por  devosión  pa- 
ra comulgar. 

Iten  declaro  que  en  la  dicha  casa  está  asentado  por  devoción  celebrar  el  Na- 
cimiento de  Christo  Señor  Nuestro  como  festividad  tan  solemne,  y  del  titulo  que 
ha  de  tener,  y  tiene  esta  Casa  por  llamarse  Belén.  El  dia  víspera  de  Navidad 
desde  la  oración  que  comienza  la  deseada  Noche  Buena,  y  tan  feliz  para  nuestro 
remedio,  se  congregan  muchas  personas  devotas  que  llevando  la  Imagen  de  la 
Virgen  Señora  Nuestra,  y  del  Glorioso  Patriarca  San  Josef.  en  memoria  de  la  lle- 
gada a  Belén,  por  la  Ciudad,  y  Calles  se  trae  en  estación,  repitiendo  a  Coros  el 
Rosario.  La  víspera  de  los  Reyes  en  memoria  de  la  adoración  que  hicieron  al 
Verbo  Divino,  se  traen  a  los  Santos  Reyes  desde  el  Convento  de  la  Merced  a  estsr 
Casa  repitiendo  (rezando)  a  coros  el  Rosario. 

Celebranse  assi  mismo  en  el  oratorio  de  esta  Casa  las  nueve  festividades  de 
la  Virgen  Señora  nuestra  confesando  y  comulgando  los  hermanos  y  convalecientes, 
y  rezando  incesantemente  a  Coros  el  Rosario  y  para  ello  se  admiten  muchas  per- 
sonas devotas  qe.  concurren  haciendo  la  misma  diligencia. 

Hácese  novenario  por  todos  los  bienhechores  que  se  inclinan  a  hacer  bien  a 
esta  Casa  nueve  dias  antes  de  el  de  la  Cancelaría  de  qe.  y  de  todo  hay  memoria, 
y  de  otras  obligaciones  aquelo  deven  (a  que  deben)  asistir  los  hermanos  que  con 
atención  (con  atención)  según  va  referido  a  que  esto  que  es  del  agrado  de  Dios 
permanezca  sin  descaecer  en  cosa  alguna  como  lo  confío  en  su  misericordia,  y 


EL    HERMANO  PEDRO 


211 


bondad,  lo  repito  encargando  a  mis  hermanos  asi  los  que  al  presente  (a  los  que 
al  presente)  están,  como  los  que  en  adelante  hubiere  lo  continúen,  y  hagan  con 
lo  demás  que  Dios  Nuestro  Señor  les  dictare. 

Declaro  assí  mismo  que  con  licencia  que  he  tenido  para  salir  de  noche,  y 
avos  (y  a  voz)  en  cuello,  y  con  campanilla  de  mándeos  (de  mandar)  sufragios 
para  (por)  las  Animas  del  Purgatorio  y  socorro  para  los  que  pueden  estar  en 
mal  estado,  lo  he  fecho  muchos  años  ha  por  todas  las  Calles  de  la  Ciudad.  Pol- 
lo qe.  mira  a  acto  (a  este  acto)  de  piedad,  encargo  a  mis  hermanos  que  el  que  se 
hallare  para  ello,  pidiendo  lisencia  lo  continué,  como  también  el  hacer  memoria 
de  las  Animas,  escribiendo  los  difuntos  repartiéndolos  a  Casas  particulares  que 
con  devoción  reciben  el  que  les  cabe  en  suerte,  para  encomendarlo  a  Dios,  de  cu- 
ya devoción  se  ha  conseguido  el  tener  las  Hermitas  de  Animas:  la  una  a  la  en- 
trada de  la  Ciudad,  camino  de  San  Juan  donde  asiste  (donde  ha  sido)  Josef  Ro- 
mano, y  Andrés  de  Villa  mis  hermanos,  y  en  la  que  esta  en  el  camino  de  Joco- 
tenango  donde  asiste  (ha  sido)  Pedro  de  Villa  assi  mismo  hermano  corre  pr.  el 
cuidado  de  esta  Casa,  y  ha  estado  al  mió  mandar  decir  las  misas  de  la  limosna 
que  para  sufragio  de  las  Animas  se  recoje,  y  lo  ha  de  ser  ala  del  hermano  ma- 
yor que  cuidare  (que  ayudare)  de  la  Casa,  y  proveerles  de  lo  que  sobra  de  las  li- 
mosnas a  los  tales  hermanos,  y  los  que  eligiere  en  adelante,  y  de  asentar  lo  que 
dieren,  y  las  misas,  y  sacerdots.  a  quien  se  encargue  tomando  recibo  para  dar 
cuenta,  todo  lo  quar,  como  dependencia  de  los  hermanos  de  esta  Casa  anoto,  para 
memoria  de  todo,  y  que  la  tengan  del  bien  obrar,  que  permanezca  (permanese). 

Declaro  como  va  referido  que  la  dicha  Casa,  Enfermería,  Quarto  de  altos  que 
se  esta  haciendo.  Camas,  Ropa,  Bienes,  Ornamentos,  Cáliz,  que  son  tres,  y  las  imá- 
genes cuadros  y  demás  cosas  que  hay  (imágenes  que  dieron)  es,  y  pertenece  a 
dicha  Casa,  y  ha  procedido  (ha  procedido)  de  limosnas  que  para  ellas  se  han 
dado,  y  aunque  no  está  por  memoria,  estoy  satisfecho  del  ajuste  que  de  todo  da- 
rán mis  hermanos,  y  compañeros  para  que  fecho  Inventario  corra  su  cuidado  por 
ellos,  y  en  especial  por  el  hermano  mayor.  Y  con  el  deseo  que  tengo  de  la  per- 
petuidad, y  permanencia  de  esta  Casa,  y  que  en  ella  siendo  su  Magestad  servido 
permanezca  obra  tan  pia.  quanto  útil,  y  necesario  a  Pobres  Convalecientes  sin  que 
en  esta  parte  se  entienda  atribuirme  ni  usar  de  acción  en  más  de  lo  que  me  toca 
mediante  la  experiencia  que  tengo,  y  he  hecho  del  hermano  Rodrigo  de  la  Cruz, 
lo  propongo  por  hermano  mayor  de  esta  Casa,  el  qual  por  su  virtud,  selo  piadoso, 
y  devoto,  le  hallo  mui  aproposito  (muy  al  proposito)  para  ello  asi  por  lo  referido, 
como  por  su  capacidad  qe'  también  ha  empleado,  suplicando  y  pidiendo  a  sus  Se- 
ñorías el  Señor  Presidente,  y  Obispo  de  este  Obispado,  como  a  quienes  ha  de  to- 
car en  lo  espiritual  y  temporal  el  amparo  de  esta  casa,  y  su  erección  y  disposición 
como  a  Patrones  que  en  la  parte  que  puedo  llamo  y  nombro — debajo  de  la  subor- 
dinación en  todo  lo  que  S.  M.  fuere  servido  ordenar,  y  mandar — le  nombren  (se 
nombren)  y  encarguen  dicho  cargo  al  dicho  hermano  Rodrigo  de  la  Cruz,  y  en 
ínterin  permitan  lo  use  como  en  confianza  de  su  buen  proceder  por  mi  enferme- 
dad se  lo  he  encargado  entregándole  de  todo  llaves,  y  disposición  que  fio  desem- 
peñara de  todo,  y  obrará  con  el  celo  que.deve  a  sus  obligaciones:  queriendo  que 
en  lo  venidero — si  me  es  permitido — se  asiente  el  que  el  hermano  mayor  por  su 
muerte  proponga  el  que  lo  puede  suceder  esto  por  la  experiencia  que  podrá  tener 
el  susodicho  de  la  persona  que  fuere  más  apta  al  exercicio  del  cargo,  sin  que  tam- 
poco por  esto  se  a  visto  entrometerme  a  mas  de  lo  que  tocare  en  esta  parte,  en 


212 


DAVID  VELA 


que  solo  llevo  el  fin  en  el  asiento,  que  corriendo  por  Principes  tan  Cristianos,  se 
asegura  en  todo,  y  mas  con  su  patrocinio  que  desde  luego  invoco  para  todo,  y  pa- 
ra en  caso  que  S.  M.  sea  servido  de  conceder  la  licencia,  y  permiso  que  en  esta 
razón  se  ha  pedido,  sea  necesario  hacerse  escriptura  de  fundación,  poner  Consti- 
tuciones, declaraciones,  circunstancias,  calidades,  y  otras  cosas  convenientes  a  que 
pueda  ser  llamado  por  haver  sido  Dios  Nuestro  Señor  servido.  Yo  halla  sido  en 
algo  parte  para  esto,  o  conducir  sus  limosnas  en  mi  falta  y  muerte  nombro  al  di- 
cho hermano  Rodrigo  de  la  Cruz.  Y  a  mis  albaceas,  para  que  asistan  alo  susodi- 
cho, y  a  las  capitulaciones  que  puedan  ser  necesario  hacer  y  expresar,  y  les  otor- 
go para  ello  a  todos,  y  a  cada  uno  insolidum  y  al  hermano  mayor  que  a  la  sazón 
fuere — ahora  propuesto  por  el  que  yo  dejo  en  dicha  forma,  o  por  elección  y  voto 
de  los  hermanos  que  hubiere  (hubiese)  en  la  Casa,  y  en  caso  (en  caso)  que  no  se 
proponga  habiendo  lugar  se  ha  de  permitir — el  poder,  y  facultad  para  todo,  con 
libre  y  general  administración,  que  para  todo  sea  necesario  (todo  necesario)  y  for- 
zoso los  quales  han  de  poder  hacer  en  dicha  razón  las  declaraciones,  constitucio- 
nes, clausulas,  y  otras  disposiciones  a  todo  convenientes,  que  en  la  forma  nece- 
saria pudiendo  y  tocándome  lo  apruebo,  y  ratifico  para  su  validación  y  firmeza. 

Declaro  que  he  sido  sindico  de  la  Tercera  Orden,  y  al  presente  desde  la  elessión 
próxima  fecha  lo  soy,  y  como  tal  es  en  mi  poder  la  limosna  a  ella  tocante,  hay  Li- 
bro pr.  donde  consta  lo  que  es  y  esta  en  parte,  y  caxa  separada,  encargo  se  dé 
cuenta  al  comisario  y  Ministro  para  que  eligiendo  sindico  se  le  entregue  dicha  li- 
mosna, libros  (libro)  y  lo  demás  que  le  tocare  que  se  halla  en  mi  selda  y  para  cum- 
plir este  mi  testamto'  en  lo  que  va  expuesto,  (ha  expresado)  y  sus  clausulas  que 
contiene  (contiene)  nombro  por  mis  Albaceas  al  maestro  D.  Alonzo  Sapa  ta  de 
Cárdenas.  Cura  Rector  de  la  Santa  Iglesia  Cathedral,  al  Prebistero  (Maestro)  D. 
Alonzo  de  Henriquez,  y  Bargas,  que  lo  es  de  la  Parroquia  de  Nuestra  Señora  de  los 
Remedios,  al  Maestro  D.  Bernardino  de  Obando  Presbítero,  a  los  Capitanes  Gre- 
gorio de  la  Cerna,  Bravo,  y  Luis  Abarca  Paniagua,  el  primero  Regidor  de  esta 
Ciudad,  y  el  segundo  Notario  (tesorero)  de  la  Santa  Cruzada,  y  al  dicho  hermano 
Rodrigo  de  la  Cruz,  a  todos  y  a  cada  uno  otorgo  el  poder,  que  de  derecho  se  re- 
quiere al  uso  de  este  cargo  que  han  de  poder  usar,  y  cada  uno  insolidum,  con  li- 
bre, y  general  administración,  aunque  sea  pasado  el  año  fatal,  que  desde  luego 
(porque  desde  luego)  les  prorrogo  el  termino  necesario. 

Y  aunque  no  tengo,  ni  manejo  bienes  propios  en  poco  ni  en  mucho,  causa  pra. 
no  señalar  alas  mandas  forzosas,  cosa  alguna  cumpliendo  con  lo  que  por  derecho 
se  deve,  en  caso  de  que  al  presente  viva  Ana  García  (la  dicha  Ana  García)  mi  ma- 
dre, la  nombro  por  mi  heredera  en  los  bienes  derechos,  y  acciones  que  me  puedan 
tocar,  y  caso  sea  fallecida,  lo  ha  de  ser  mi  ánima. 

Esto  de  nuevo  bolviendo  a  declarar  para  que  en  todo  conste  (que  todo  conste), 
que  los  bienes  que  se  hallaren,  son  y  tocan  a  esta  Casa,  y  de  limosna  dada  a  ella 
(fueron  a  ella),  en  que  solo  he  tenido  el  cuidado  de  recogerla,  y  pedirla,  y  lo  que 
toca  a  la  Tercera  Orden  esta  separado  y  mió  (y  que  mío)  propio  de  que  pueda  dis- 
poner, no  tengo  real,  ni  maravedí  (maravedís).  Revoco,  y  anulo,  doy  por  ninguno, 
y  de  (for  pot  ninguno,  de)  ningún  efecto,  y  valor  (ni  valor)  otros  Testamentos, 
mandas.  Codicilos.  Poderes  para  testar,  y  lo  que  en  su  virtud  se  haya  hecho  para 
que  no  valga  (no  valga  por  tal)  ni  haga  fée  en  juicio,  ni  fuera  de  el,  salvo  este  que 
quiero  valga  pr.  tal  testamento,  ultima,  y  final  voluntad,  que  por  tal  otorgo  y  se 
ha  de  cerrar,  que  es  fecho  en  la  Ciudad  de  Santiago  de  Guatemala  en  veinte  días 


EL    HERMANO  PEDRO 


213 


del  mes  de  abril  de  mil  y  seiscientos,  y  sesenta  y  siete  años. — Pedro  de  San  José 
Betancur  (Betancurt). 

CODICILO  OTORGADO  POR  EL  MISMO  HERMANO  PEDRO  DE  SAN  JOSEF 

BETANCUR: 

«En  nombre  de  Dios  Nuestro  Señor  Amen.  En  la  Ciudad  de  Santiago  de  Gua- 
temala en  veinte,  y  dos  dias  del  mes  de  abril  de  mil  seiscientos  (mil  y  seiscientos), 
y  sesenta,  y  siete  años.  Ante  mi  el  secretario  (el  escribano)  de  S.  M.  Publico  áel 
numero  y  testigos,  estando  en  el  Hospital  qe.  ha  por  titulo  Belén  en  la  Sala  de  En- 
fermería de  Convalecientes  Pedro  de  San  Josef  Betancur  hermano  de  Abito  des- 
cubierto de  la  Orden  Tercera  estando  como  está  enfermo  en  cama  de  achaque,  y 
enfermedad  que  le  ha  sobrevenido,  y  en  buena  memoria,  y  acuerdo  según  lo  que 
demuestra  en  su  rasonar  de  que  assi  mismo  doy  fee  dixo:  que  pr.  quanto  el  suso- 
dicho tiene  fecho  y  otorgado  su  testamento  cerrado,  y  otorgado  (que  otorgó)  ante 
mi  el  susodicho  Secretario  (el  Escrivano)  ayer  veinte  y  uno  de  este  mes,  y  nueba- 
mente  se  le  han  ofrecido  algunas  cosas  que  piden  declaración,  para  que  la  haya, 
sin  que  en  manera  alguna  sea  visto  alterar,  ni  innobar  en  dicho  su  Testamento, 
que  en  todo  se  ha  de  guardar  por  tal,  y  por  su  ultima  y  final  voluntad  declara  lo 
siguiente : 

Primeramente,  que  esta  Muy  Noble  y  Leal  Ciudad,  y  su  Cabildo  movido  de  ca- 
ridad, y  zelo  piadoso,  á  su  pedimento  hizo  merced  á  la  Casa  de  Belén,  y  para  los 
pobres  que  en  ella  se  albergan  de  un  pedazo  de  Solar  y  Sitio  que  esta  en  el  para- 
je que  llaman  el  matadero  viejo,  cerca  de  la  huerta  de  la  Casa  de  los  Remedios,  y 
entrada  al  (ilegible  por  la  polilla)  Pueblo  de  Santa  Anna,  el  qual  al  presente  esta 
cercado  de  dos  tapias,  y  con  Puerta,  declara  que  como  de  la  merced  consta,  es,  y 
pertenece  á  dicha  Casa  de  Belén,  y  sus  Pobres,  y  que  el  costo  de  sus  Cercas,  ha 
sido  de  limosnas  que  para  este  efecto  han  dado  los  Fieles, 

Ytem  declara  que  en  poder  del  Lizenciado  Christobal  Martínez,  Clérigo  Pres- 
vitero  están  ocho  marcos  de  plata  corriente,  que  el  dicho  Hermano  le  entregó,  de- 
dicados a  que  (para  que)  se  haga  un  Calix,  una  Salvilla,  y  Vinageras  (Vinagreras), 
que  juzga  tiene  ya  acabado,  y  lo  que  restare  de  Plata  (de  dicha  plata),  ha  de  ser  pa- 
ra un  incensario  (Ynsensario),  y  Naveta,  todo  perteneciente  (pertenece)  á  la  dicha 
Casa  de  Belén,  y  es  de  limosnas  que  se  han  dado  para  ella;  por  cuenta  de  su  he- 
chura <de  hechura)  no  se  ha  dado  ninguna  cosa,  y  será  justo  que  se  de  parte  de 
las  limosnas  que  se  dieren  se  satisfaga  de  lo  que  fuere  (lo  que  fuere),  de  qe.  ha  de 
tener  cuidado  el  hermano  Rodrigo  de  la  Cruz  u  otro  por  quien  corriere  el  cuidado 
de  la  Casa  y  de  conducir  lo  susodicho  a  ella. 

Item  declaro,  que  habiendo  dispuesto  que  el  hermano  Antonio  de  la  Cruz  fue- 
se a  los  Reynos  de  España,  donde  le  era  forzoso  con  negocios  propios,  se  le  encar- 
gó la  solicitud  de  los  que  tocaban  á  esta  Casa,  en  quanto  a  el  permiso,  y  licencia 
pedida  a  S.  M.  para  la  fundación  de  Hospital  de  Convalecientes;  y  para  lo  que  se 
pudiere  ofrecer  pidió  dicho  hermano  Pedro  de  San  Josef  Betancur  (Pedro  de  San 
José),  cincuenta  ps.  que  se  librasen  en  España,  librólos  con  todo  efecto  y  buena 
voluntad  el  Capitán  D.  Francisco  Delgado  de  Naxera  Alguacil  Mayor  de  esta  Ciu- 
dad: y  aunque  no  hay  razón  si  ha  sido  necesario  pedirlos,  o  se  han  entregado,  aten- 
diendo a  ser  justo  dar  satisfacción  a  lo  que  se  debe,  en  la  parte  que  puede  dispo- 
ne, que  constando  del  entrego,  o  pidiendo  esta  cantidad  por  dicha  razón  el  dicho 
Capn.  Don  Francisco  de  Naxera  (Delgado  de  Naxera),  de  las  limosnas  y  socorros 


214 


DAVID  VELA 


que  Dios  Nuestro  Señor  fuere  servido  de  dar,  se  entreguen  (enteren)  y  paguen  con 
lo  que  mas  demandare  el  susodicho,  atendiendo  a  que  lo  susodicho  se  libró  para 
gastos  y  beneficios  de  la  dicha  Casa. 

Con  cuyas  declaraciones,  como  va  (como  há)  referido,  quiere  se  observe  (que 
se  observe),  guarde,  y  en  todo  cumpla  el  dicho  su  testamento,  y  este  instrumento 
que  por  via  de  Codicilo  otorga  estando  como  va  referido  en  buena  memoria  y  la 
firmó  siendo  testigos  el  licenciado  D.  Alonso  de  .Espinosa  Presvitero,  Ignacio  de  los 
Reyes,  y  Juan  de  Useda  vezinos  de  esta  Ciudad.  Y  dándoselo  a  firmar  no  pudo 
por  la  gravedad  del  achaque,  firmólo  uno  de  los  testigos.  A  ruego,  y  por  testigo: 
D.  Alonso  de  Espinosa. — Ante  mi  Estevan  Davüa  Secretario  (Escribano)  Publico.» 

—  XLII  — 
RODRIGUEZ   CERNA  (JOSE) 

«EL  VENERABLE  HERMANO  PEDRO  DE  BETANCOURT».— Diario    de  Centro 
América — Año  XLVI,  Núm.  13,215 — Guatemala,  viernes  19  de  marzo  de  1926. — Pá- 
gina quinta. — 
(Biblioteca  Nacional) 

Enamorado  del  tema,  el  cronista  guatemalteco  aprovecha  la  circunstancia  de 
cumplirse  el  tricentenario  del  nacimiento  del  Hermano  Pedro  para  reseñar  su  vi- 
da, desde  que,  tempranamente,  «el  misticismo  hirvió  en  él  con  la  mocedad,  a) 
calor  del  sol  isleño;  y  allá  fue  donde  el  pie  divino  le  estrujó  en  los  lagares  del  es- 
píritu, para  extraer  los  vinos  que  él  ofrendara  después  largamente  al  Señor  .  Ro- 
dríguez Cerna  exalta  su  prosa  elegante  y  fina,  ante  la  figura  «del  hombre  de 
Dios,  el  Siervo  de  la  piedad  infinita»;- «la  naturaleza  obedeció  al  sencillo  tauma- 
turgo y  el  domesticado  prodigio  se  echó  temblando  a  sus  pies»;  «la  tiniebla  se 
apartaba  con  respeto  ante  el  sumo  sacerdote  de  la  caridad  y  del  amor»;  «el  cuer- 
po miserable  supo  de  los  más  duros  castigos,  de  las  más  rudas  penitencias»;  final- 
mente: «Ven  a  mí. . .  le  dijo  Jesús  cuando  las  puertas  de  diamante  de  la  gloria 
se  abrieron  al  paso  de  Pedro  de  Betancourt,  que  a  ellas  llegó  escoltado  de  niños, 
de  moribundos  y  de  convalecientes ...» 

—  XLIII  — 

El  Pueblo — Año  IV — Guatemala,  15  de  marzo  de  1926 — Número  137. 

Trae  en  primera  página  un  artículo  de  redacción  que  se  refiere  a  una  inicia- 
tiva de  la  «Unión  Católica»  aceptada  por  la  «Confederación  de  la  Antigua  Gua- 
temala» y  relativa  a  conmemorar  el  III  centenario  del  nacimiento  del  V.  H.  Pedro, 
el  19  de  marzo  de  1926. 

En  Antigua  se  reunieron  todas  las  asociaciones  religiosas,  a  efecto  de  elabo- 
rar un  programa,  invitándose  a  la  municipalidad  para  que  tomara  parte  en  los 
festejos,  así  como  a  las  poblaciones  adyacentes  a  la  cabecera  de  Sacatepéquez.  En 
vista  de  la  coincidente  celebración  de  San  José,  parte  de  dichos  festejos  se  trans- 
ferirían para  el  día  21  de  marzo. 


EL    HERMANO  PEDRO 


215 


En  la  capital,  por  el  mismo  motivo  y  circunstancia  de  pender  también  las  ce- 
remonias rituales  de  Semana  Santa,  la  celebración  del  III  centenario  del  Herma- 
no Pedro  se  dejaba  para  después  de  la  Semana  Mayor. — 

En  el  propio  número  de  este  órgano  de  la  «Unión  Católica»,  dicha  institución 
hacía  un  llamamiento  a  todas  las  asociaciones  religiosas  y  en  particular  a  los  fie- 
les, para  que  elevasen  preces  implorando  la  canonización    del  H.  Pedro  y  con  la 
misma  intención  dedicaran  la  comunión  del  día  19  de  marzo  de  ese  año. 
El  pueblo — Año  IV — Guatemala,  19  de  marzo  de  1926 — Número  138. 

Toda  la  edición  es  dedicada  al  tercer  centenario  del  nacimiento  del  H.  Pedro. 
En  la  primera  plana  se  reproduce  un  cuadro  que  representa  al  Beato  de  Antigua 
en  oración,  a  los  pies  de  una  imagen  de  la  Virgen  venerada  en  Petapa.  Se  repro- 
duce el  texto  del  «Testamento  auténtico  del  Venerable  Hermano  Pedro  de  San  Jo- 
sé de  Betancourt»,  con  algunas  notas,  tomado  del  folleto  que  en  enero  de  1808  pu- 
blicó el  jeje  de  los  Terciarios  Franciscanos,  Juan  Joseph  de  Barberena.  Insértase 
igualmente  el  programa  de  los  festejos  que  ese  día  debían  efectuarse  en  la  Anti- 
gua Guatemala,  y  un  informe  sobre  la  disposición  acordada  por  la  Sociedad  de 
Geografía  e  Historia,  de  contribuir  a  conmemorar  la  fecha,  mediante  la  publica- 
ción en  «Los  Anales»,  su  órgano  de  publicidad,  de  una  biografía  del  H.  Pedro,  de- 
bida a  la  pluma  de  don  Víctor  Miguel  Díaz,  y  el  Testamento  del  Siervo  de  Dios, 
tomado  del  Archivo  Municipal. 

Con  el  título  «Vida  y  Obras  del  Hermano  Pedro»,  se  da  otra  reseña  biográfica 
del  Beato  de  Antigua,  en  tres  capítulos  que  respectivamente  tratan  de  su  naci- 
miento, la  fundación  del  Hospital  de  Belén  y  la  religión  Bethlemítica,  y  la  actua- 
ción de  Fray  Rodrigo  de  la  Cruz.  • 

Completan  la  edición  dos  informaciones  sobre  la  edificación,  material  y  es- 
piritual, del  convento  de  Belén  en  la  Antigua  y  su  extensión  en  América,  y  otra 
sobre  la  «Fundación  de  las  Betlemitas;  además,  una  composición  poética  de  don 
Emilio  C.  Maldonado  h.,  fechada  en  Guatemala  a  19  de  marzo  de  1926  y  dedicada 
a  don  Pedro  Urrutia  h.  Dichos  versos  forman  parte  de  un  libro,  «Rimas»,  que  no 
llegó  a  publicar  el  autor,  y  se  intitulan  «El  Milagro  del  Virtuoso  Varón».  Poco  afor- 
tunado en  el  metro  y  la  rima  y  sin  inspiración,  el  autor  medra  difícilmente  en  un 
plano  prosaico,  por  debajo  de  la  verdadera  poesía.  La  única  emoción  es  la  que  di- 
mana de  la  figura  del  Hermano  Pedro,  que  no  puede  evocarse  sino  dentro  de  una 
aureola  de  santidad.  El  autor  inventa  una  leyenda,  uniendo  dos  tradiciones  popu- 
lares sobre  el  poder  milagroso  del  Beato  Pedro.  Es  uná¡  noche,  oscura  y  triste; 
Pedro  ambula  por  las  calles  y  al  son  de  su  campanilla  entona  su  admonitivo  estri- 
billo: «Acordaos  hermanos...»,  tratando  de  despertar  en  las  almas  del  confiado 
vecindario  el  temor  de  Dios  y  el  amor  a  las  buenas  obras.  El  Beato  llega  a  una 
casa  en  que  un  leproso  sufre,  sobre  el  tremendo  dolor  de  su  enfermedad,  la  muer- 
te de  la  esposa;  Pedro  cura  al  leproso  y  hace  resucitar  a  la  mujer. 
El  Pueblo— Año  IV— Guatemala,  lo.  de  abril  de  1926— Número  139 

«La  celebración  del  Tricentenario  del  Hermano  Pedro  en  la  Antigua  Guate- 
mala»— De  la  redacción. 

«Con  la  fe  cristiana  ha  conservado  también  la  Antigua  el  intenso  cariño  hacia 
el  hombre  que  fue  su  morador  más  ilustre,  su  adoptivo  hijo  el  Hermano  Pedro  de  San 
José  Betancourt».  Y  dice  haber  demostrado  ese  cariño  la  conmemoración  del  ter- 
cer centenario  del  nacimiento  del  Beato,  cuya  crónica  reseñamos  en  seguida: 

A  las  tres  horas,  llenando  el  primer  punto  del  programa,  más  de  200  hombres 


216 


DAVID  VELA 


desfilaron  en  solemne  procesión  de  San  Francisco  al  Calvario,  rezando  el  Via-Cru- 
cis  por  el  mismo  trayecto  que  acostumbrara  el  hermano  Pedro.  La  noche  anterior, 
dos  compañías  de  marimba  ejecutaron  un  concierto,  en  el  atrio  de  San  Francisco, 
ante  numerosa  concurrencia;  todo  el  amplio  local  estaba  adornado  y  profusa- 
mente iluminado  por  obsequio  de  la  Empresa  Eléctrica  de  Antigua.  A  las  siete  de 
la  mañana  del  domingo,  hubo  una  comunión  general  en  el  templo  de  San  Fran- 
cisco. La  corporación  municipal  obsequió  un  retrato  del  Hermano  Pedro,  óleo  que 
se  qolocó  en  uno  de  los  salones  del  Hospital,  casa  de  caridad  que  desde  esa  fecha 
lleva  el  nombre  del  fundador  del  Hospital  de  Belén,  por  acuerdo  del  poder  ejecuti- 
vo y  como  merecido  homenaje  a  la  ejemplar  caridad  del  Siervo  de  Dios.  El  Con- 
cejo dirigió  un  mensaje  de  congratulación  y  un  saludo  a  la  municipalidad  de  Vi- 
lla Flor,  cuna  del  Beato  Pedro.  Toda  la  ciudad  estaba  adornada  con  gallardetes, 
cortinas  y  ramos,  y  la  alborada  del  día  19  se  anunció  con  repiques  en  todos  los 
templos  de  la  ciudad.  A  las  8  horas  se  obsequió  un  desayuno  a  los  recluidos  de  las 
cárceles  departamentales. 

El  día  21  continuó  la  celebración,  iniciándose  con  misa  y  comunión  general  en 
San  Francisco,  a  las  7  horas;  y  una  misa  mayor  que  fue  contribución  de  la  «Unión 
Católica»,  solemnizada  por  el  coro  del  Patronato  del  Sagrado  Corazón  de  Jesús; 
se  adornó  lujosamente  la  iglesia  y  se  formó  un  altar  especial.  Terminada  la  mi- 
sa, subió  al  púlpito  el  presbítero  Manuel  Benítez  y  pronunció  un  elocuente  pane- 
gírico del  Hermano  Pedro. 

Acto  simbólico  fue  la  manifestación  infantil  que  reunió  a  numeroso  concurso 
de  niños  en  la  Capilla  de  la  Orden  Tercera,  de  San  Francisco,  colocando  los  in- 
fantes gran  copia  de  ofrendas  florales  en  la  tumba  del  H.  Pedro.  La  municipali- 
dad de  Antigua,  recordando  también  el  amor  de  Pedro  por  los  niños  y  la  funda- 
ción de  su  escuela  popular,  creó  el  premio  anual  para  el  alumno  que  sobresalga 
por  su  aprovechamiento  y  conducta  entre  todos  los  colegios  de  Antigua;  esa  dis- 
tinción se  denomina  «Premio  Municipal  Bethancourt». 

En  ese  mismo  número  del  semanario  «El  Pueblo»,  se  inserta  un  artículo  inti- 
tulado El  Hermano  Pedro»,  de  don  Pío  Arés;  es  un  breve  y  bien  escrito  panegí- 
rico del  insigne  benefactor  de  Guatemala;  entre  otras  cosas  dice:  «La  Antigua, 
legendaria  ciudad,  hoy  hundida  en  el  sueño  de  pétreas  ruinas,  donde  cada  muro 
abandonado  canta  un  himno  de  gloria  a  un  pasado  grandioso,  menguaría  mucho 
su  encanto  en  la  página  del  libro  de  la  historia,  si  no  flotara  como  un  lampo  bri- 
llantísimo la  figura  de  una  atracción  maravillosa  del  Hermano  Pedro». 

—  XLIV  — 
DIAZ    (VICTOR  MIGUEL) 

«EL  FUNDADOR  DE  LA  ORDEN  BELEMITICA  PEDRO  DE  SAN  JOSE  BETAN- 
COURT».— Diario  de  Centro  América— Año  XLVL— Núm.    13,215— Pag.  quinta- 
Guatemala,  viernes  19  de  marzo  de  1926. — 
Biblioteca  Nacional — 

Con  motivo  de  cumplirse  el  III  centenario  del  nacimiento  del  Hermano  Pedro, 
publica  una  reseña  biográfica,  dando  un  giro  novelesco  a  la  exposición  de  los  he- 


EL    HERMANO  PEDRO 


217 


chos  piadosos  y  heroicos  del  Tercero,  y  agrega  algunas  anécdotas  legendarias  y 
sentencias. 

Como  dato  nuevo  y  curioso,  aunque  posiblemente  inexacto,  anota  que  el  Ve- 
nerable Pedro  sembró  con  sus  propias  manos  un  datilero  en  el  sitio  de  Pedro  de 
Almengol,  a  fines  del  año  1653;  palma  que  fue  arrancada  por  las  corrientes  que 
una  copiosa  lluvia  causó  el  día  4  de  octubre  de  1881.  (Es  comprobado  que  la  fun- 
dación del  hospital  de  Convalecientes  se  hizo  a  fines  da  1653,  y  antes  de  vivir  en  la 
casita  de  María  Esquivel  habitó  Pedro  en  la  de  Diego  Vilches  y  en  las  celdas  del 
Calvario;  de  manera  que  no  es  muy  creíble  que  fuese  al  sitio  de  Almengol  a  sem- 
brar dicha  palma.  Hay  sí  la  tradición  de  que  Pedro  sembró  un  esquisúchil.  fren- 
te al  Calvario,  a  mano  derecha,  al  entrar;  árbol  de  origen  canario,  como  Pedro,  y 
que  aún  se  mira  en  el  mismo  lugar,  pudiendo  ser  el  que  sembrara  aquél  o  sustitui- 
do por  el  celo  de  los  Terceros  que  siguieron  conservando  su  memoria.) 

*     *     *  » 

«TERCER  CENTENARIO  DEL  HERMANO  PEDRO  LUMINOSA  FIGURA  DE  LA 
EPOCA  COLONIAL/APOSTOL  DE  LA  CARIDAD  Y  PRECURSOR  DE  LA  EN- 
SEÑANZA». —  El  Imparcial.  —  Números  2132,  2133,  2134  y  2135,  correspondientes 
a  los  días  17,  18,  19  y  20,  respectivamente,  del  mes  de  marzo  de  1926. — Guatemala. 
— Archivo  de  El  Imparcial. 

Cuatro  artículos  tendientes  a  conmemorar  el  III  centenario  del  nacimiento  del 
Hermano  Pedro.  En  el  primero  habla  de  su  abnegación  para  con  los  leprosos, 
por  cuya  suerte  y  alivio  manifestó  particular  interés,  cuando  esos  dolientes  va- 
gaban por  la  ciudad  repudiados  de  todos  y  faltos  de  asilo.  Al  señalárseles  un  si- 
tio al  Poniente  de  la  ciudad,  donde  quedaron  concentrados,  con  prohibición  de 
salir  y  acercarse  al  río  de  El  Portal,  hasta  dicho  lugar  apestado  llegaba  diaria- 
mente el  piadoso  lego  y  sus  manos  distribuyeron  bienes  y  consuelo  entre  los  in- 
felices proscritos:  «Al  lecho  de  los  leprosos,  donde  sufrían  hondos  dolores  y  amar- 
guras, llegó  siempre  la  caridad  de  Betancourt,  manifestándose  aún  más  noble,  le- 
vantada y  generosa  que  la  de  Isabel  de  Hungría  y  la  de  la  Condesa  de  Gíbela  de 
Flandes.  ¡Ejemplo  admirable  de  bondad  que  constituye  la  fama  que  alcanzara 
aquel  abnegado  apóstol  que  fue  la  providencia  de  los  menesterosos  y  el  amparo  de 
los  oprimidos». 

El  artículo  segundo  contiene  una  síntesis  biográfica  del  insigne  Varón;  reúne 
las  profesiones  que,  en  diversas  ocasiones,  hizo  el  Hermano  Pedro  sobre  la  con- 
versión de  don  Rodrigo  de  Arias,  justamente  cumplidas.  Concluye:  «Era  en  su 
hospital  la  personificación  de  la  caridad:  su  voz  grata  y  suave,  intérprete  de  su 
gran  corazón,  resonaba  en  los  recintos  de  congoja  y  de  tristeza  como  un  himno 
de  amor  y  de  misericordia». 

En  el  tercer  artículo  relata  su  enfermedad,  muerte  y  solemnes  honras;  siguien- 
do textualmente  las  noticias  de  Juarros  acerca  de  las  sucesivas  exhumaciones  de 
sus  restos,  conservados  fervorosamente  por  el  clero  y  el  pueblo. 

En  el  cuarto,  y  último,  describe  la  famosa  calle  de  la  nobleza,  la  Capilla  de 
la  Tercera  Orden  y  la  iglesia  de  Belén,  así  como  sus  altares  e  imágenes  principa- 
les. Habla  de  otro  virtuoso  fraile,  el  padre  Esteban  de  Adoain,  quien  según  el 
rumor  público  sabía  confidencialmente  algunas  predicciones  del  Hermano  Pedio, 


218 


DAVID  VELA 


pareciendo  corroborarlo  así  el  temor  que  repetidas  veces,  manifestó  aquél  desde 
el  pulpito,  al  predicar  al  pueblo  de  una  gran  ruina  «de  una  ciudad  nueva  que  se 
edificaría  al  pie  del  Cerro  de  Nuestra  Señora  del  Carmen;  de  una  peste  en  el 
pais  y  una  gran  catástrofe  en  Europa».  Temores  tradicionalmente  trasmitidos 
y  ^ue  algunos  fervorosos  admiradores  del  Beato  antigüeño  tuvieron  presentes  con 
ocasión  de  los  terremotos  de  1917/18,  la  epidemia  de  grippe  y  la  conflagración 
europea  <Se  insinúa  que  fray  Esteban  de  Adoain  pudo  saber  confidencialmente 
de  Pedro  esas  predicciones,  las  mismas  que  según  cree  don  Víctor  Miguel  Díaz 
encierra  el  paquete  misterioso,  pero  el  padre  Adoain  nació  en  1808).  Concluye 
dicho  trabajo:  «El  Siervo  de  Dios,  el  varón  magnánimo,  el  alma  blanca,  duerme 
el  sueño  eterno  desde  lejanos  tiempos.  Su  noble  actitud  en  el  mundo  para  con 
los  desolados  lo  agiganta  ante  la  deslumbrada  pupila  del  pueblo  de  Guatemala. 
Tal  vez  solamente  Juan  de  Dios  en  el  mundo,  reflejando  en  el  azul  claroscuro  de 
sus  ojos  piadosos  la  bondad  para  con  los  infortunados,  es  más  grande  que  él.  ¡Sir- 
van de  ejemplo  sus  virtudes  en  esta  patria  que  tanto  amamos!» 


«Pedro  de  San  José  Betancourt».  —  Anales  de  la  Sociedad  de  Geografía  e  Histo- 
ria. —  Año  II.  —  Tomo  II.  —  No.  3.  —  Guatemala,  C.  A.,  marzo  de  1926. 

Reproduce  los  datos  de  sus  otras  reseñas  biográficas  y  transcribe  otros  sobre 
la  vida  del  sucesor  de  Pedro,  fray  Rodrigo  de  la  Cruz,  debidos  a  la  pluma  del 
historiador  costarricense  Fernández  Guardia.  Concluye:  «Corto  fue  el  paso  del 
Hermano  Pedro  por  la  tierra,  y  por  lo  mismo,  más  admirable  y  meritoria  aún  la 
hermosa  tarea  que  logró  llevar  a  cabo  considerada  bajo  el  punto  de  vista  de  la 
caridad». 

—  XLV  — 
DIAZ    (VICTOR  MIGUEL) 

La  Romántica  Ciudad/Colonial/Guía  para  conocer  los  monumentos/Históricos  de 
la  Antigua  Guatemala  por/Víctor  Miguel  Díaz/De  la  «Sociedad  de  Geografía  e 
Historia  de  Guatemala»  Obra  publicada  por  la  Municipalidad  de  la  Capital  del 
año  de  1927/Guatemala,  C.  A./Tipografía  Sánchez  &  de  Guise  8a.  Avenida  Sur 
No.  24.  —  Carátula  con  un  retrato  de  Don  Pedro  de  Alvarado  y,  en  el  reverso  de 
la  pasta,  el  «escudo  de  la  Colonia».  —  Prólogo  de  Rafael  Arévalo  Martínez.  —  Si- 
gue inserción  del  punto  de  acta  de  la  sesión  municipal  de  19  de  mayo  de  1927, 
«Dictamen  del  señor  Concejal  don  Eduardo  Mayora»  y  nómina  de  la  municipali- 
dad de  la  Capital  de  1927.  —  130  págs.  —  Copiosamente  ilustrado. 

Recorrer  las  calles  de  Antigua,  admirar  los  vestigios  de  su  pasado  esplendor 
y  evocar  a  la  vista  de  sus  venerables  ruinas  la  vida  de  la  Colonia,  impone  el  nu- 
meroso y  reiterado  recuerdo  de  la  vida  y  hechos  del  Hermano  Pedro,  que  dejó  en 
las  almas,  a  salvo  de  toda  ruina,  perdurable  estela  de  bondad.  De  ahí  que  al  es- 
cribirse un  libro  que  describe  los  monumentos  de  aquella  ciudad,  el  autor  tropie- 


EL    HERMANO    PEDRO  219 

ce  a  cada  momento  con  la  figura  del  piadoso  Tercero  y,  algo  más,  se  deleite  en 
rememorarlo,  como  prototipo  superviviente  de  lo  que  en  la  vida  colonial  significó 
elevación  espiritual  y  amor  a  los  hombres. 

«Santa  Catarina  Mártir»  (pág.  53) :  «Poseía  la  iglesia  una  imagen  de  Jesús 
sepultado  (que  hoy  se  halla  en  esta  capital),  de  la  que  se  cuenta  una  tradición 
relacionada  con  el  Hermano  Pedro». 

«La  Cruz  del  Milagro»  (pág.  61):  «...clausuraron  la  calle  que  de  la  Concep- 
ción conducía  a  Belén,  pasando  por  la  séptima  calle  y  siguiendo  hacia  el  Oriente 
del  templo  de  San  Francisco,  vía  que  mucho  frecuentaba  Pedro  de  Betancourt». 

«Nuestra  Señora  de  Belén»  (pág.  69):  «Al  Sur  de  la  Ermita  de  Santa  Cruz, 
junto  al  río  Pensativo,  se  hallan  las  ruinas  del  templo  primitivo  de  la  iglesia  y 
convento  de  Belén,  fundada  el  año  de  1653,  por  Pedro  de  Betancourt,  que  no  pu- 
do ver  terminada  su  obra  por  haberlo  sorprendido  la  muerte».  Adelante  agrega: 
«El  templo  guardaba  algunas  obras  de  arte  costosas  y  el  convento  una  biblioteca 
y  documentación  histórica  valiosísima  (?);  entre  éstas  figuraba  el  paquete  miste- 
rioso que  dejó  al  morir  Pedro  de  Betancourt,  con  prohibición  absoluta  de  abrirlo, 
hasta  pasado  cierto  tiempo:  ese  documento  fue  enviado  hace  años  al  Vaticano, 
de  orden  del  arzobispo  de  Guatemala.  Refiere  la  tradición  que  el  citado  docu- 
mento contiene  vaticinios  de  aquel  célebre  personaje». 

«El  Hospital  del  Hermano  Pedro»  (págs.  69,  70,  71  y  72):  «Hay  un  lugar  que 
al  visitarlo  trae  a  la  memoria  muchos  recuerdos.  Nos  referimos  a  las  ruinas  del 
Hospital  que  fundó  Pedro  de  Betancourt,  que  se  halla  frente  a  las  del  Santuario 
de  Guadalupe,  en  la  esquina  del  Callejón  de  la  Escuela  de  Cristo,  o  de  San  Miguel. 
Hasta  hace  pocos  años  había,  hacia  la  plazuela,  una  portada  de  piedra  con  puer- 
ta de  madera  y  grueso  aldabón  de  hierro;  esa  portada  la  destruyó  un  temblor  del 
25  de  diciembre  de  1917.  En  el  interior  se  ven  escombros  de  la  casa  de  la  caridad 
de  aquel  hombre  generoso.  Hubo  allí  casa  para  peregrinos  y  una  enfermería  des- 
tinada a  convalecientes.  En  uno  de  estos  aposentos  estaba  el  nicho  fabricado  en 
una  pared,  en  el  que  dormía  el  fundador  del  Hospital.  Los  belemitas  tenían  obli- 
gación de  conducir  al  hospital  a  los  enfermos,  llevándolos  en  hombros  y  de  asis- 
tir a  la  capilla  a  los  condenados  a  muerte,  acompañándolos  al  último  suplicio. 
Separado  del  hospital,  en  amplio  rancho  pajizo,  estableció  su  escuelita  de  prime- 
ras letras  Pedro  de  Betancourt,  el  hombre  raro,  cuyas  virtudes  han  excitado  la 
admiración  del  pueblo,  traspasando  su  fama  las  fronteras  patrias.  Todo  lo  que  a 
sus  manos  llegaba  lo  destinó  a  los  menesterosos  y  a  la  niñez:  jamás  se  dio  por 
satisfecho  por  grandes  que  fuesen  los  bienes  que  les  procuraba:  su  caridad  nunca 
se  entibió,  las  dificultades  no  lo  hicieron  retroceder  en  la  carrera  difícil  y  gloriosa 
en  la  que  se  empeñara;  la  maledicencia  y  la  calumnia(?)  se  estrellaron  ante  aquel 
hombre  todo  humildad,  todo  humildad  y  mansedumbre.  La  historia  le  designa  co- 
mo el  fundador  de  la  enseñanza  popular  entre  nosotros,  en  aquella  época  de  mul- 
tiplicadas contradicciones,  de  intereses  opuestos,  de  codicias  y  de  ambición  odiosa 
en  que  casi  todos  estaban  envueltos.  La  feliz  idea  del  Hermano  Pedro  de  fundar 
la  primera  escuela  gratuita  en  el  país  agiganta  su  noble  figura  a  través  de  los 
tiempos.  El  cariño  que  sembró  en  su  camino  vivirá  como  el  recuerdo  de  sus  vir- 
tudes. El  hospital  de  Convalecientes  prestó  grandes  servicios  a  los  desvalidos  des- 
de su  fundación.  Los  indios  que  buscaban  el  lenitivo  a  sus  dolores  en  dicha  ca- 
sa quejábanse  con  los  hermanos  Belemitas  de  las  duras  faenas  a  que  los  some- 
tían los  jueces  de  milpa  que  recorrían  constantemente  los  pueblos  cercanos  de  la 


220 


DAVID  VELA 


capital:  las  vejaciones  con  los  naturales  llegaron  a  tal  extremo,  que  al  saberlo  el 
monarca  expidió  una  cédula  prohibiendo  el  nombramiento  de  los  tales  jueces  de 
milpa;  creyóse  que  la  queja  había  sido  inspirada  por  los  belemitas,  resultando 
de  esto  mala  prevención  de  la  audiencia  para  con  los  religiosos  del  hospital.  En 
la  época  en  que  gobernaba  el  reino  el  mariscal  don  Pedro  de  Rivera  y  Villalón, 
invadió  la  epidemia  de  la  viruela  haciendo  grandes  estragos  entre  la  raza  indí- 
gena. Fray  Rodrigo  de  la  Cruz  había  muerto  en  México;  pero  el  régimen  de  la 
casa  hospitalaria  era  el  mismo  desde  los  tiempos  de  su  fundación;  no  se  permitía 
la  entrada  a  las  salas  de  convalecientes  variolosos,  lo  que  habría  sido  de  fatales 
consecuencias  para  los  que  sufrían  otras  enfermedades.  La  Audiencia  tomó  a  mal 
la  actitud  de  los  belemitas;  más  tarde  algunos  sujetos  principales  que  figuraban 
en  la  administración  pública,  empeñáronse  en  que  se  diera  asilo  en  la  misma  casa 
hospitalaria  a  varios  peninsulares  y  como  recibieran  negativas  de  parte  de  los 
belemitas,  se  creyó  que  éstos  eran  decididos  protectores  de  los  indios  y  de  los 
criollos,  en  lo  que  no  estaban  equivocados;  los  belemitas,  inspirados  en  los  pro- 
cedimientos de  fray  Rodrigo  de  la  Cruz,  abrazaron  la  causa  de  los  desvalidos  por 
la  que  tanto  habían  trabajado  no  pocos  varones  ilustres  de  Guatemala.  >  Archi- 
vo Municipal)». 

«San  Francisco»  (pág.  77) :  «Descansa  el  sueño  eterno  en  la  citada  capilla  de 
la  Tercera  Orden,  el  hermano  Pedro  de  San  José  Betancourt,  fundador  de  una 
escuela  de  niños  pobres,  de  una  casa  de  posada  para  caminantes,  del  hospital  de 
convalecientes  y  de  la  Orden  Belemítica»,  (Siguen  los  datos  de  Juarros  sobre  su 
entierro  y  ulteriores  exhumaciones). 

«La  Ermita  del  Calvario»  (pág.  80) :  «Fuentes  y  Guzmán  nos  refiere  en  sus 
crónicas  que  a  los  costados  de  la  Ermita  estaba  el  patio  de  los  laureles,  con  un 
hermoso  jardín;  el  patio  de  las  celdas  donde  vivían  los  que  cuidaban  del  Calvario 
y  de  las  Capillas  del  Via-Crucis.  Entre  los  Terceros  figuró  Pedro  de  Betancourt, 
antes  que  fundara  la  Orden  Hospitalaria  de  Belén». 

«CASA  DEL  PINTOR  MERLO»  (pág.85) :  «...pintó  magníficos  retratos  de 
personajes  notables  y  uno  de  gran  tamaño  de  Pedro  de  Betancourt,  de  quien  fue 
contemporáneo» . 

«La  Casa  del  Marqués  de  Talamanca»  (pág.  89  y  siguientes):  «A  Pedro  de 
Betancourt  le  estaba  reservado,  no  sólo  ser  el  fundador  de  la  orden  Belemítica, 
sino  también  llamar  a  su  seno  hombres  de  mérito  que  le  secundaran  en  su  em- 
presa. El  influyó  de  manera  decisiva  en  el  ánimo  de  don  Rodrigo  de  Arias  a  que 
profesara  en  la  misma  orden  de  religiosos.  Habrían  transcurrido  tres  meses  des- 
de que  fray  Rodrigo  de  la  Cruz  hacía  compañía  al  Hermano  Pedro  cuando  la  sa- 
lud de  éste  comenzó  a  resentirse;  los  días  de  vigilia,  las  noches  de  fatiga,  los 
continuos  ayunos  y  las  horas  largas  de  penitencia,  todo  esto  contribuyó  a  que 
contrajera  graves  dolencias,  extenuado  y  débil  no  quiso  interrumpir  sus  labores 
acostumbradas,  hasta  que  su  cuerpo  completamente  doblegado  cayó  en  el  lecho, 
expirando  el  25  de  abril  de  1667.  Fray  Rodrigo  de  la  Cruz  fue  el  primer  general 
de  la  religión  belemítica,  trabajó  por  ella  con  diligente  interés,  como  digno  su- 
cesor de  Pedro  de  Betancourt». 

Entre  los  numerosos  grabados  que  ilustran  el  libro,  figuran:  «El  hermano 
Pedro  solicitando  limosnas  en  las  calles  para  alimentos  de  sus  enfermos  de  su 
hospital»   (reproducción  de.  un  cuadro  de  1808,  pág.  42).  «Verdadero  retrato  del 


el  hermano  tedro 


221 


hermano  Pedro  de  Betancourt»  (pág.  54).  «El  hermano  Pedro  consolando  a  los 
enfermos  en  su  hospital»  (pág.  60».  «La  tumba  del  Hermano  Pedro»  (pág.  76). 

—  XLVI  — 
XIMENEZ    (Fray  FRANCISCO) 

Biblioteca  «Goathemala»/De  la  Sociedad  de  Geografía  e  Historia/Volumen  II/ 
Historia  de  la/Provincia  de  San  Vicente/de  Chiapa  y  Guatemala/ de  la  orden  de 
predicadores/compuesta  por  el  R.  P.  Pred.  Gen. /Fray  Francisco  Ximenez/hijo  de 
la  misma  Provincia  de  la  Orden  de  N.  Rmo.  P.  M.  G.  fr.  Antonio  Cloché/Prólogo 
del/Br.  Jorge  del  Valle  Matheu/De  la  Sociedad  de  Geografía  e  Historia  de  Gua- 
temala/Tomo II/Guatemala,  Centro  América/Diciembre  de  1930. 

En  la  página  333,  en  el  curso  del  capítulo  XIII,  intitulado  «Celébrase  Capítu- 
lo intermedio  en  Guatemala  y  muertes  de  algunos  Religiosos»,  hallamos  este  pá- 
rrafo: «No  quiero  omitir  un  caso  muy  notable  que  trae  el  P.  M.  Molina  en  sus 
apuntamientos  por  lo  que  puede  importar  para  nuestra  enseñanza.  Dice  pues  que 
este  año  de  1662  día  de  Pascua  de  Reyes  murió  en  Guatemala  Pedro  de  Mendoza 
escultor  insigne,  muy  buen  cristiano  y  virtuoso,  devotísimo  del  Nacimiento  de  N. 
S.  que  cuando  oía  tocar  a  maitines  la  noche  de  Navidad  se  enternecía  y  lloraba. 
El  hermano  Pedro  de  S.  José  Betancurt  fundador  del  Hospital  de  Belém  estando 
en  la  Yglesia  de  la  Merced  en  oración  sobre  la  sepultura  de  Pedro  de  Mendoza 
que  era  su  compadre  oyó  que  desde  ella  le  dijo:  Compadre  Pedro,  cuenta,  que  se 
hila  muy  delgado  en  la  otra  vida.  De  lo  cual  quedó  asombrado  Pedro  y  de  allí 
adelante  se  mortificó  mucho  más  de  lo  que  acostumbraba». 

—  XLVII  — 
RODRIGUEZ   CERNA  (JOSE) 

José/Rodríguez  Cerna/Tierra  de  Sol  y/de  Montaña/Editorial  B.  Bauzá-Barcelona. 
—1930. 

Toda  una  parte  de  la  obra  se  intitula  «Estampas  de  la  Antigua»,  evocando  par- 
ticularmente la  figura  del  Hermano  Pedro.  En  la  página  235  (Acuarela  Antigüe- 
ña) se  lee:  «Y  en  la  noche,  brilla  como  un  alma  errante  en  busca  de  otras  almas, 
el  seráfico  candilejo  de  Pedro  de  San  José  Bethancourt».  Un  capítulo:  «EL 
HERMANO  PEDRO»  págs.  de  la  242  a  la  246),  contiene  una  síntesis  bio- 
gráfica del  beato  fundador  de  la  Orden  Bethlemítica.  Se  adivina  que  los  años 
han  acrecentado  el  interés  del  autor  por  el  virtuoso  personaje  de  la  colonia.  (Sabe- 
mos que  Rodríguez  Cerna  corroboró  expresamente  tal  opinión,  enunciando  su  pro- 
pósito de  escribir  una  biografía  completa  del  H.  Pedro).  Concluye:  «Y  así  empuñó 
el  cetro  del  sacrificio  y  se  ilustró  el  pecho  con  el  toisón  de  oro  de  la  caridad  este 
sencillo  varón  de  dolores,  que  al  enjugar  el  sufrimiento  ajeno  quitó  brutalidad  a  la 
Colonia  y  enjugó  también  la  frente  en  agonía  de  Jesús  de  Nazaret...» 

EL  MILAGRO  DE  LOS  CLAVELES  (págs.  247  y  siguientes),  es  el  capítulo 


222 


DAVID  VELA 


que  finaliza  la  obra.  El  autor  rehace  la  composición  inserta  en  su  «Libro  de  las 
Crónicas»  primeramente  escrita  para  el  periódico,  «enemigo  de  toda  labor  de  re- 
poso mental»,  y  la  pule  con  delectado  empeño. 

—  XLVIII  — 
DIAZ   (VICTOR  MIGUEL) 

Historia  de  la/Imprenta  en  Guatemala/Desde  los  Tiempos  de  la  Colonia. /Hasta  la 
Epoca  Actual/por/Víctor  Miguel  Díaz/Enero  de  1930/Tipografía  Nacional/Guate- 
mala, C.  A. 

Carátula  con  la  fachada  de  la  Tipografía  Nacional,  pues  la  edición  se  hizo 
para  conmemorar  la  fecha  de  la  inauguración  de  ese  edificio.  181  págs.  Ilustrado 
von  numerosos  grabados,  entre  ellos  un  retrato  del  autor.  Prólogo  del  director  de 
la  institución,  señor  Nicolás  Reyes  O.  Al  final  se  incluye  un  trabajo  de  Guiller- 
mo Espinoza  C,  intitulado:  «El  Linotype — La  mano  que  informa  al  mundo»  y  fe- 
chado en  Guatemala:  en  «Villa  Rosa»,  a  25  de  diciembre  de  1929. 

En  el  capítulo  dedicado  a  fray  Payo  Enriquez  de  Rivera  (pág.  7)  dice:  «Fray 
Payo  presidió  los  funerales  de  Pedro  de  Betancourt,  imponentes  ceremonias  que 
sólo  pudieron  compararse  con  las  que  se  hicieron  en  honor  al  obispo  Marroquín, 
en  1563»;  honras  que  en  seguida  reseña:  «El  26  de  abril  de  1667,  por  la  mañana, 
enorme  muchedumbre  concurrió  a  la  conducción  de  los  restos  mortales  del  Her- 
mano Pedro;  salió  el  cortejo  del  hospital  de  Belén,  para  encaminarse  por  la  ca- 
lle del  Oratorio,  o  de  San  Miguel,  a  la  iglesia  de  la  Escuela  de  Cristo,  en  la  que 
una  guardia  militar  rodeó  el  cuerpo,  de  orden  del  Capitán  General  don  Sebastián 
Alvarez  Rosica  de  Caldas.  Luego,  a  las  pocas  horas,  inicióse  nuevamente  la  mar- 
cha rumbo  al  templo  de  San  Francisco,  por  la  calle  de  los  Pasos.  Después  del 
féretro  caminaba  el  obispo  Fray  Payo,  luego  los  miembros  del  Cabildo  Eclesiásti- 
co; el  presidente  de  la  Real  Audiencia;  fray  Rodrigo  de  la  Cruz  (ex-marqués  de 
Talamanca),  varios  belemitas;  las  congregaciones  y  vecinos  principales.  Este  en- 
tierro fue  el  más  solemne  que  se  verificó  en  la  época  del  preclaro  obispo». 

Finalmente,  en  el  capítulo  intitulado  «Documentos  Históricos»,  en  que  se  con- 
signa los  más  importantes  que  posee  Guatemala,  incluye  (pág.  59) :  «Testamento 
del  Hermano  Pedro  Betancourt». 

—  XLIX  — 
BROTO   (P.  FRANCISCO) 

VIDA/de  la  Sierva  de  Dios/MADRE  MARIA  ENCARNACION  ROSAL/Fundadora 
de  las  Betlemitas,  Hijas  del  Sagrado  Corazón  de  Jesús/por  el/P.  Francisco  Broto,/ 
Misionero  Hijo  del  Corazón  de  María/Editorial  y  Librería  del  Corazón  de  María/ 
Mendizábal,  67.  —  Madrid/1931. 

8o.  mayor — 422  pp.  —  Numerosas  ilustraciones,  entre  ellas  una  que  representa 
al  Hermano  Pedro  curando  enfermos  en  su  Hospital.  Aprobaciones:  Nihil  Obstat 


EL    HERMANO  PEDRO 


223 


—  Antonio  Naval,  C.  M.  F.  —  Censor,  Madrid,  21  de  agosto  de  1930.  —  Imprimí 
Potest  —  En  nombre  del  Rvmo.  Superior  General:  Francisco  Naval,  C.  M.  F.  — 
Subdirector  General.  —  Nihil  Obstat  —  Juan  Manuel  Fernández,  C.  M.  F.  —Cen- 
sor. _  imprimatur  —  J.  Francisco  Moran.  —  Vic.  Gral.  —  En  la  introducción 
(11  pp.),  que  contiene  la  protesta  del  autor,  éste  dice  haber  tenido  como  fuentes 
los  escritos  autobiográficos  de  la  Madre  Encarnación  y  la  Vida  escrita  por  la  M. 
María  Asunción,  así  como  otros  testimonios  escritos  u  orales;  la  fecha  en  Bosa, 
a  25  de  abril  de  1930. 

Trata  de  la  piadosa  vida  de  la  insigne  quezalteca,  pues  nació  en  la  metrópoli 
áltense,  el  27  de  octubre  de  1815.  Necesariamente  se  refiere  a  la  institución  Bet- 
lemítica  y  a  su  beato  Fundador,  el  Hermano  Pedro  (pp.  35  y  siguientes),  del  cual 
hace  una  síntesis  biográfica:  «La  vida  del  Hermano  fue  un  tejido  de  obras  admi- 
rables, empleada  toda  en  llevar  el  consuelo  y  el  socorro  allá  donde  reinaban  la 
miseria  y  la  aflicción,  en  promover  la  mayor  gloria  de  Dios,  en  reparar  los  escán- 
dalos y  en  trabajar  incesantemente  por  el  bien  supremo  de  las  almas,  que  es  su 
salvación  eterna».   

La  madre  Encarnación  Rosales,  según  se  ve  por  esta  biografía,  se  inspiró  en 
la  vida  del  Hermano  Pedro,  al  punto  de  destacarse  como  reformadora,  con  virtu- 
des y  dotes  que  la  ponen  a  la  altura  de  un  Fray  Rodrigo  de  la  Cruz.  Debe  ser 
muy  interesante  la  lectura  de  sus  memorias,  pues  por  algunas  composiciones  poé- 
ticas que  incluye  el  autor  se  forma  concepto  de  su  clara  mente  y  profunda  reli- 
giosidad, he  aquí  una  décima  a  la  Virgen  de  Dolores: 

«¡Dios  te  salve,  Reina  llorosa, 
llena  de  grande  amargura! 
¡Dios  te  salve,  Virgen  pura, 
triste,  afligida  y  hermosa! 
Por  tu  soledad  penosa 
y  por  tu  pena  excesiva, 
haz  que  en  mí  la  gracia  viva, 
haz  que  logre  feliz  suerte, 
y  Tú  asísteme  en  mi  muerte 
como  madre  compasiva». 

Como  dato  curioso  (pág.  238),  encontramos  en  este  libro,  relatado  por  la  Ma- 
dre Encarnación,  el  único  caso  de  una  vejación  a  la  memoria  del  Hermano  Pedro, 
que  en  vida  soportó  con  gusto  tantas  humillaciones  pero,  en  cambio,  ha  tenido  y 
tiene  general  veneración  postuma,  dice:  «...permitió  un  día  (el  Señor)  que  de 
Guatemala  llegara  a  mis  manos  una  carta  de  improperios  y  palabras  muy  ofen- 
sivas contra  mí  y  toda  mi  comunidad,  y  hasta  contra  nuestro  Hermano  Fundador, 
que  fue  lo  que  más  me  afligió,  por  venerarlo  como  a  un  santo».  Y  es  triste  co- 
nocer el  origen  de  tales  quebrantos:  «Todo  procedía  — agrega —  de  cierta  envidia 
que  algunas  monjas  tenían  a  las  nuestras  porque  el  señor  Gobernador  de  la  mi- 
tra había  concedido  a  las  Betlemitas,  por  mucha  deferencia,  la  gracia  de  tener  al 
Santísimo  Sacramento  en  sus  oratorios  privados  y  a  las  demás  religiosas  les  había 
negado  este  favor». 

Por  lo  demás,  en  la  imitación  de  las  operaciones  del  Hermano  Pedro,  aunque 


224 


DAVID  VELA 


no  lo  alcanza  en  caridad,  la  madre  Encarnación  Rosal  elevó  su  espíritu,  hasta 
morir  en  fama  de  santidad. 

—  L  — 

JUAREZ   Y   ARAGON   (J.  FERNANDO) 

EL  HERMANO  PEDRO:  Conferencia  pronunciada  en  la  Ciudad  de  Antigua  Gua- 
temala, con  motivo  de  la  celebración  de  la  «Feria  de  Verano»,  el  día  3  de  marzo 
de  1933.  (Posteriormente  publicada  en  el  semanario  «Antigua»,  febrero  de  1934. 

A  grandes  rasgos,  traza  la  biografía  del  Siervo  de  Dios,  elogiando  sus  virtudes 
que  en  vida  perfumaron  de  prodigio  la  vida  de  la  ciudad  colonial  y  en  muerte 
se  recuerdan  con  veneración,  haciendo  de  su  tumba  una  peregrinación  de  fieles 
que  acuden  a  reclamar  una  parte  de  la  inmensa  caridad  que  tuvo  para  todos  y 
a  fortalecerse  en  renovada  esperanza,  en  perpetuo  testimonio  de  supervivencia  pa- 
ra el  varón  que  edificó  a  los  hombres  de  su  tiempo:  «Y  es  que  el  hermano  Pedro 
de  San  José  Betancourth  (?),  a  pesar  de  los  años  y  de  los  siglos,  no  ha  muerto. 
For  rara  coincidencia  su  sepulcro  venerado  guarda  sus  restos  bajo  la  sombra  ami- 
ga de  bóvedas  silenciosas,  que  soportan  las  columnas  recias  de  un  templo  allá  en 
el  oriente  de  la  ciudad  y  es  que  su  sepulcro,  cual  un  sol  resplandeciente,  tiene  día 
y  noche  emanaciones  de  esa  luz  radiante  de  amor  y  de  ternura  que  al  envolver  los 
corazones,  calma  dolores,  mitiga  penas  y  alienta  espíritus  con  un  rayo  de  espe- 
ranza». 

—  LI  — 

MENESES  (J.  AUGUSTO) 

ORACION  AL  HERMANO  PEDRO  —versos  criollos—  Revista  «Nosotras,  Núm.  21. 
—  Guatemala,  septiembre  de  1933. 

Meneses  es  un  poeta  de  la  presente  generación,  y  el  criollismo  una  de  las  fa- 
ses de  su  literatura,  acaso  la  más  acusada.  Aunque  deliberadamente  busca  los  moti- 
vos del  ambiente  y  de  propósito  emplea  los  modos  vulgares  y  aún  las  peores  per- 
versiones del  lenguaje,  su  buen  gusto  y  sentido  del  ritmo  lo  salvan  de  caer  en  ex- 
tremos ingratos  a  las  letras.  El  poema  transcrito  en  seguida,  es  fiel  expresión  de 
continuada  escena  que  se  observa  ante  la  tumba  del  Hermano  Pedro,  con  quien 
sus  devotos  hablan  familiarmente  develándole  las  intimidades  de  su  alma  y  las 
tribulaciones  de  su  vida.  Particularmente  los  indígenas,  dialogan  confiados  y  fer- 
vorosos con  el  santo,  a  quien  creen  propicio  a  la  raza,  y  le  hablan  en  castilla,  te- 
merosos de  que  al  hacerlo  en  su  lengua  no  los  entienda  bien  el  hermano  Pedro, 
que  era  español . . . 


EL    HERMANO  PEDRO 


He  aquí  el  poema  de  Meneses: 

ORACION  AL  HERMANO  PEDRO 

Yo  te  dija  en  mi  ranche 

que  vendriya  a  mirarte  hermane  Pegre, 

pa  contarte  mis  peno, 

pa  dicir  lo  que  sienta  hermane  Pegre. 

Pa  vos  son  estas  plores, 

pa  vos  los  cándelo, 

pa  vos  tabien  los  traigue 

tus  pushite  de  pon  que  me  vendió  el  marchanto, 
hermane  Pegre. 

Poro  oyime  un  tantite, 

ya  que  sabes  de  veres  lo  que  pase  a  los  pogre, 
mi  Tatite  siñor,  mi  hermane  Pegre. 

Yo  tengue  mis  vaquito 

mis  chenquite,  mis  cabro, 

que  los  merqué  en  la  peria 

con  el  puré  trabaje  y  sudor  de  mi  prente 

hermane  Pegre; 

y  mi  mujer  la  Antoña 

tiene  tabién  sus  cocha,  sus  gayine,  sus  gaye, 
porqu'eyé's  mere  arecha  y  pa  moler  planchado 
cuando  se'stá  alentade,  mi  hermane,  hermane  Pegre; 
y  entre  los  dos  tuvimes 
un  par  de  dos  hijito, 

que  la  mujer  Tatite  se  los  parió  en  el  ranche. 

Poro  saber  que  seya  mi  Sante  Pagre  eterna, 
quiace  no  más  tres  diye 
que  s'empermó  mis  hijo, 
que  s'empermó  la  Antoña, 
que  se  morió  mis  vaque, 

que  la  gayine  blanque  se  echó  a  correr  cantande, 
quel  chuche  condenade  solo  escarbande  joyos 
y  pa  riba  ajuyande  se  pase  todel  noche 
mi  Tatite  siñor,  mi  hermane  Pegre. 

Porese  te  lo  diga,  porese  te  lo  cuente, 

pa  qu'espantes  los  bruja,  los  males  agüisote 

que  andan  entre  mi  ranche 

chivándome  dialtire,  hi  hermane,  hermane  Pegre. 


226  DAVID  VELA 

Solo  vos,  solo  vos  que  chiyás  por  los  pogre, 
que  miras  sus  desgracio  vas  hacer  tus  milagre, 
solo  vos,  solo  vos,  mi  hermane  Pegre; 
y  porese  te  pida 

que  curés  a  mis  hijo,  que  curés  a  la  Antoña, 
que  curés  a  mis  vaque,  porquiasinó  este  vieja 
se  va  parar  los  pata  diaquiá  a  pasomañá, 
mi  hermane  Pegre. 

Te  lo  diga  sintiende, 

te  lo  pida  llorande  pa  que  miagas  milagre; 

porque  vos  sos  muy  güene, 

porque  vos  sos  mi  Pagre, 

porque  vos  sos  mi  Sante,  Hermane  Pegre. 

He  aquí  otra  composición  de  Meneses,  antigüeño,  en  cuyo  espíritu  de  poeta 
opera  la  tradición  devota  del  beato  Tercero: 

HALO  DE  SANTIDAD 

Las  rosas  del  santo  Hermano  Pedro 
cómo  enredan  la  tarde 
en  la  clara  persiana  de  sus  pétalos. 
Llenas  de  aroma  escuchan 
la  oración  del  que  toca 
por  tres  veces  la  tumba. 

Son  blancas. 
Vienen  del  paraíso 
en  góndolas  de  nieve 
por  el  río  de  luz  de  las  estrellas, 
y  en  un  terso  remanso  de  perfumes 
ahogan  lentamente 
la  dulce  letanía  de  las  tórtolas. 

Al  contorno, 
la  miel  de  la  esperanza 
emociona  el  ambiente  de  gorriones. 
Todos  somos  gorriones 
cuando  se  habla  de  este 
nuevo  Francisco  americano. 

Las  rosas  revientan  de  la  tierra 
con  vaho  de  las  madrugadas 
lo  mismo  que  las  hostias, 
y  son  blancas, 
y  son  santas. 


EL    HERMANO  PEDRO 


227 


Rosas  de  caridad, 
rosas  celestes, 

los  céfiros  de  octubre  arrodillan  la  tarde 
en  un  rojo  paréntesis  de  amor, 
y  en  el  camino 

bajo  el  ala  vibrante  del  recuerdo, 
mi  oración 

con  los  brazos  tirados  a  las  cumbres 
comulga  a  cuatro  vientos  el  lejano  milagro 
de  los  sueños.  .  . 

El  poeta  Augusto  Meneses  ha  seguido  investigando,  en  el  alma  del  pueblo  de 
su  ciudad  natal,  las  tradiciones  que  conservan  la  fama  de  santidad  del  Siervo  de 
Dios.  En  el  número  del  diario  «El  Imparcial»,  correspondiente  al  4  de  mayo  de 
1935,  publicó  un  interesante  estudio,  intitulado  «Devociones  de  América  —  EL 
VIA-CRUCIS  DEL  HERMANO  PEDRO».  Como  una  prolongación  en  el  tiempo 
del  fervor  de  aquel  maravilloso  lego,  todavía  hoy,  el  Viernes  de  Dolores,  se  reúnen 
más  de  dos  mil  hombres  para  recorrer  en  devota  procesión  los  pasos  del  via-cru- 
cis,  entonando  plegarias  en  voz  alta  en  todo  el  trayecto  que  el  manso  Hermano 
santificara  antes,  de  la  media  noche  hasta  el  alba,  llevando  sobre  los  hombros  la 
cruz  de  la  redención. 

—  LII  — 
ARCHILA   LEMUS  (JOSE) 

«SILUETAS  LUMINOSAS» — (Trabajo  calificado  en  primer  lugar  entre  los  pre- 
sentados al  «Concurso  de  la  Flor  Regional»,  abierto  en  la  Antigua  Guatemala  du- 
rante la  celebración  de  la  «Feria  de  Verano»,  Antigua,  Año  II — Antigua  Guate- 
mala, 25  de  marzo  de  1934 — Número  16. 

«Un  ilustre  historiador  connacional  al  tratar  del  obispo  Marr'oquín,  dijo  que 
era  la  figura  más  blanca  de  la  Colonia,  nosotros  podríamos  decir,  con  sobra  de 
justicia,  que  Bethancourt  fue  la  figura  más  luminosa  en  la  última  mitad  del  si- 
glo XVII,  y  en  un  parangón  desapasionado  resultan  ventajas  para  el  belemita:  El 
primero  llegó  al  teatro  de  sus  memorables  hechos,  en  el  séquito  suntuoso  del  pri- 
mer capitán  general  a  sustituir  al  capellán  de  la  expedición  conquistadora;  el  se- 
gundo llegó  sin  más  compañía  que  su  piedad  a  sustituir  por  el  amor  la  suerte  cruel 
de  una  raza  esclavizada;  aquél  plantó  su  tienda  bajo  las  arcadas  confortables  de 
un  templo,  éste  plantó  la  suya  en  el  estercolero  donde  gemía  la  miseria;  el  uno 
llegó  a  ceñir  una  mitra;  el  otro  llegó  a  ostentar  una  aureola,  y  de  la  mitra  penden 
pedrerías  mundanales,  pero  de  la  aureola  irradian  claridades  de  cielo.  Marroquín 
hizo  mucho  bien,  pero  disfrutaba  de  poder,  de  servidores  sumisos  y  de  obligadas 
reverencias;  Bethancour  hizo  todo  el  bien  que  pudo,  y  no  mandaba  sino  su  vo- 
luntad puesta  al  servicio  de  los  otros,  no  le  servían  sino  su  corazón  abierto  para 
todos,  y  no  le  reverenciaba  sino  la  gratitud  de  los  menesterosos.   Monseñor  fun- 


228 


DAVID  VELA 


dó  una  escuela,  la  primera  para  niños  analfabetos;  el  belemita  fundó  otra  escue- 
la, la  primera  para  niños  indigentes,  y  el  analfabeto  puede  ser  un  potentado,  pero 
ay!  el  indigente  es  siempre  un  desgraciado.  El  bondadoso  obispo  tuvo  colabora- 
dores incondicionales  para  diseminar  la  simiente  de  sus  favores,  el  dulce  Hermano 
Tercero  sólo  contó  con  sus  brazos  para  prodigar  el  pan  de  sus  virtudes.  El  abne- 
gado religioso  santanderino  puso  los  fundamentos  de  una  catedral  para  mayor 
esplendor  del  culto,  el  divino  canario  levantó  un  hospital  de  humildes  pajas  para 
acallar  dolores  insondables  y  suavizar  angustias  infinitas,  y  en  la  catedral  se  dilata 
el  espíritu  por  los  senderos  de  la  fe,  pero  en  el  hospital  se  cicatrizan  heridas  y  dolores 
por  las  rutas  embalsamadas  de  la  caridad;  ambos  se  decoran  con  los  mirajes  por  la 
esperanza,  pero  la  esperanza  del  uno  va  fuera  de  los  linderos  de  la  vida,  allá  en  lo 
incierto,  desconocido  y  problemático,  y  la  esperanza  del  otro  sólo  va  fuera  de  los  um- 
brales de  una  puerta,  hacia  donde  pulula  la  vida,  tangible,  seductora  y  rozagante. 
El  ilustre  peninsular,  en  fin,  es  el  bien  envuelto  en  sedas,  brocados,  y  áureos  orna- 
mentos, a  donde  se  llega  postrado  de  rodillas,  y  el  preclaro  isleño  es  el  bien  inque- 
brantable, aunque  cubierto  de  harapos,  descalzo  y  sin  sombrero,  a  donde  se  llega- 
ba cabalgando  en  los  hombros  del  propio  isleño.  Dos  almas  con  destino  a  la  glo- 
ria por  los  caminos  del  bien,  sólo  que  el  sendero  del  uno  era  amplio  y  esplendoroso, 
y  el  camino  del  otro  era  un  verdadero  viacrucis.»  ANTIGUA — AÑO  II — Antigua 
Guatemala,  8  de  abril  de  1934 — Número  17.  Continúa  en  este  número  la  publica- 
ción del  trabajo  de  Archila  Lemus,  leído  en  los  Cursos  de  Verano:  el  autor  evoca 
a  Betancourt  por  las  calles  silentes  de  Antigua  y  reivindica  su  carácter  de  guate- 
malteco: «porque  la  mariposa  no  ama  el  sitio  donde  rompiera  su  crisálida  sino  el 
cáliz  en  donde  encuentra  dulce  néctar;  el  arroyo  no  retrocede  al  manantial  que  le 
dio  origen,  sino  sigue  adelante  besando  ásperos  riscos  y  lamiendo  arenas  infecun- 
das», y  compara  al  hermano  Tercero  con  la  flor  de  Antigua,  que  es  bella  dentro 
de  su  humildad,  aromada  sin  ostentación:  la  violeta.  Sigue  una  somera  mención 
de  los  hechos  emanados  de  la  inmensa  caridad  de  Pedro.  ANTIGUA — Año  II — 
Antigua  Guatemala,  15  de  abril  de  1934 — Número  18.  Termina  en  este  número  el 
encendido  panegírico  del  señor  Archila  Lemus.  Refiere  la  conversión  de  don  Ro- 
drigo Arias  de  Maldonado  y  alude  a  la  propagación  de  la  hermandad  betlemítica, 
concluye:  «Por  fin,  Bethancourt  murió  para  los  hombres  en  el  mismo  escenario  de 
sus  hechos  generosos,  pero  nació  para  la  inmortalidad  en  las  auras  trasmigrantes 
de  la  fama.  En  la  Antigua  tiene  su  tumba  y  su  tabernáculo  en  muchos  corazo- 
nes ! . . .  Pereció  el  hombre,  pero  vive  el  santo :  falta  su  acción;  pero  palpita  su 
ejemplo;  murió  su  materia  deleznable  pero  su  recuerdo  es  inmortal.  Al  evocar  su 
imagen  luminosa  la  humanidad  se  descubre  reverente,  y  es  que  hay  prestigios  que 
nunca  mueren,  memorias  que  no  se  olvidan  y  glorias  que  jamás  se  desvanecen.» 

—  LUI- 
DIAZ   (VICTOR  MIGUEL) 

HISTORIA  DE  LAS  ARTES  EN  GUATEMALA. — 1934. — Folletín  del  Diario  de  Cen- 
tro América — Pags.  de  la  102  a  la  108. 

Vierte  nuevamente  los  datos  de  Juarros  sobre  la  inhumación  y  posteriores  ex- 
humaciones de  los  restos  del  Hermano  Pedro.  Luego,  hace  otra  reseña  biográfica 


EL    HERMANO  PEDRO 


223 


del  insigne  Tercero,  reproduciendo  cuanto  ha  dicho  en  sus  citados  trabajos,  y  en 
ocasiones  hasta  las  mismas  frases.  Anota  que  el  marqués  de  Talamanca  dejó  el 
mundo  y  entró  al  cenobio  de  Belén  en  el  año  de  1664  (Fecha  inexacta,  sin  duda, 
pues  muy  poco  tiempo  — tres  meses  según  el  propio  don  Víctor  Miguel  Díaz,  pocas 
semanas  según  otros —  pudo  vivir  aquél  en  compañía  del  Venerable  Pedro,  quien 
murió  en  1667).  Insiste  también  en  la  noticia,  que  no  hemos  podido  comprobar,  de 
que  el  Hermano  Pedro  hizo  un  viaje  a  España,  en  compañía  de  un  amigo,  antes  de 
venir  a  la  América.  Agrega  además  otro  dato  cuya  procedencia  ignoramos,  faltan- 
do en  el  dicho  de  los  primeros  biógrafos,  a  saber:  que  Pedro  llegó  enfermo  a  Gua- 
temala y  debió  internarse  aqui  en  un  hospital. 

Ilustra  dicho  estudio  una  interesante  imagen  del  Hermano  Pedro,  tocada  del 
hábito  belemita  (que  desde  luego  no  llegó  a  usar),  en  actitud  devota  ante  un  Cris- 
to, puesto  éste  sobre  una  calavera,  en  una  mesa  donde  se  exponen  unos  cilicios.  El 
fondo  es  un  cielo  por  el  que  descienden  hacia  el  Beato  rayos!  de  luz  y  donde  re- 
vuelan tres  querubines.  Es  un  admirable  grabado  en  metal,  tomado  de  un  lienzo 
que  perteneció  a  la  señorita  Concepción  Ortiz  Urruela.  Al  pie  se  lee:  V.  P.  Fr.  Pe- 
trus  AS.  Ioseph  de  Betancur — Fund.  Ord.  Hospital  Fratrum  Bethlemitarum  cuius 
virtutes  in  gradu  heroico  approbavit.  Clem.  XIV.  P.  M.  25  julii  1771. 

—  L  I  V  — 
MORALES   CHACON   (JOSE  LUIS) 

«Cosas  del  Hermano  Pedro» — 

Bajo  el  acápite  anterior,  Morales  Chacón  ha  publicado  varias  leyendas  del  bea- 
to Tercero,  en  el  semanario  Antigua,  año  II,  que  se  publica  en  Antigua  Guatemala. 
Algunas  coinciden  en  la  memoria  popular  con  hechos  que  en  el  siglo  XVII  se  tu- 
vieron por  ciertos  y  portentosos,  y  que  luego  se  declararon  por  numerosos  testigos 
en  el  proceso  de  beatificación  del  Siervo  de  Dios;  tal  por  ejemplo  la  que  aparece 
en  el  número  27,  de  17  de  junio  de  1934,  intitulada  «La  Leyenda  de  las  Vigas». 
En  cambio  otras  son  producto  de  la  fantasía  del  autor,  o  relato  anónimo  apócrifo, 
como  «El  milagro  de  los  panes»,  inserto  en  el  número  36,  de  19  de  agosto  de  1934; 
he  aquí  una  breve  reseña:  Pedro  y  el  hermano  Juan  (?)  marchan  hacia  los  pueblos 
de  Sacatepéquez,  atacados  de  una  enfermedad  endémica  (?).  Para  los  efectos  de 
su  relato,  ya  en  la  cuesta  de  Las  Cañas,  al  sólo  salir  de  Antigua,  presenta  el  autor 
a  los  dos  peregrinos  desfallecidos,  de  cansancio,  hambre  y  sed;  Pedro  se  disloca  un 
tobillo  y  ya  no  puede  seguir  caminando  (?),  frustrándose  su  caritativo  empeño; 
mas  convierte  una  enorme  piedra  (?)  en  pan,  y,  de  un  árbol  hace  salir  raudales  de 
agua.  Allí  quedan,  hasta  el  día  siguiente,  en  que  un  hombre  misericordioso  lleva 
en  sus  hombros  a  Pedro  (?),  hasta  la  población  vecina. 

Acaso,  con  mal  éxito,  quiso  el  autor  relacionar  dos  hechos  diversos:  la  frustra- 
da evasión  de  Pedro,  cuando  regresó  de  Petapa,  y  el  milagro  de  los  panes,  operado 
un  día  de  San  José,  en  que  una  pequeña  ración  de  pan  alcanzó  para  enorme  con- 
curso de  mendicantes. 


230 


DAVID  VELA 


—  L  V  — 

ARRIOLA   C.  (JULIAN) 

«La  Nochebuena  del  Hermano  Pedro:. — El  Imparcial,  Guatemala,  martes  25  de  di- 
ciembre de  1934. 

El  señor  Arrióla  es  un  antigüeño  que  ha  sorbido  en  el  ambiente  de  su  ciudad 
natal  las  tradiciones  ingenuas  y  grandes  de  la  vida  del  Hermano  Pedro;  no  es  un 
escritor  de  profesión  y  aporta  a  la  biografía  del  Siervo  de  Dios  la  misma  sencilla 
devoción  con  que  numeroso  pueblo  acude  a  arrodillarse  ante  la  tumba  del  Beato 
Tercero.  En  el  artículo  en  referencia,  halla  ocasión  para  develar  el  candoroso  jú- 
bilo de  Pedro  al  celebrar  el  nacimiento  de  Jesús,  en  su  admirable  Belén  que  fue  es- 
cuela de  fervores,  a  la  par  que  refugio  abierto  siempre  a  los  afligidos. 


INDICE 


—  PRIMERA  PARTE  — 

(BIOGRAFIA) 


I  Evocación   Pág.  3 

II  Cuna  y  Linaje    "  5 

III  Precoces  Anuncios    "  11 

IV  Vocación    "  15 

V  La  Llamada    "  19 

VI  Evasión   "  21 

VII  El  Viaje   "  23 

VIII  En  Goathemala    "  25 

IX  El  Estudio    "  29 

X  Vida  Ejemplar    "  31 

XI  Un  Voto  y  un  Milagro    "  35 

XII  Tentación    "  37 

XIII  Tercero  Penitente    "  39 

XIV  El  Calvario   í   "  41 

XV  Hijo  de  Francisco    "  45 

XVI  Pedro  Danza  Frente  al  Arca    "  49 

XVII  El  Solar  Bethlemítico    "  51 

XVIII  Párvulo  Entre  Párvulos    "  53 

XIX  Fundación  del  Hospital    "  55 

XX  Prodigiosos  Recursos    "  57 

XXI  La  Cuaresma    "  61 

XXII  La  Prueba  Heroica    "  65 

XXIII  La  Cátedra  de  Pedro    "  69 

XXIV  La  Sala  de  Armas    "  73 

XXV  La  Voz  de  Alarma    "  77 

XXVI  Emulo  de  Francisco    "  81 

XXVII  Pastor  de  Almas   !   "  83 

XXVIII  Navidad    "  87 

XXIX  Oración    "  91 

XXX  Rescatando  Almas    "  93 

XXXI  Empeño  de  Calzillas    "  97 

XXXII  Conversión  de  Rodrigo    "  101 

XXXIII  Padre  de  Pobr.es    "  107 

XXXIV  El  Testamento   "  111 

XXXV  Resignación    "  115 

XXXVI  Todo  se  ha  Consumado    "  119 

XXXVII  Retorno  a  la  Tierra    "  123 

XXXVIII  Supervivencia    "  127 

XXXIX  Canonización    "  131 

NOTAS    "  133 


—  SEGUNDA  PARTE  — 

(HIBLIOGRAFIA) 

i  Págs. 

Anónimos    184-205 

Archila  Lemus,  José    227 

Archivo  Colonial  de  Guatemala,  papeles  sueltos  del    164 

Arrióla  ,  C,  Julián    230 

Asturias,    Francisco    193 

Asturias,  Ricardo    207 

Bancroft,  Hubert  Howe    177 

Barberena,  Juan  Joseph  de    168 

Batres  Jáuregui,  Antonio    199 

Beristain   r   169 

Bethencourt,  José  Luis   •   194 

Broto,  J.  Francisco    222 

Brañas,  César   203 

Casanova  y  Estrada,  Ricardo    174 

Della    Madre    di    Dio,    Fray    Giuseppe    163 

De  los  Reyes  Angel,  P.  Gaspar    151 

Díaz,  Víctor  Miguel   216-218-222-228 

El  Pabellón  del  Rosario    187 

El    Pueblo    214 

Fernández,  Jesús    192 

Fuentes  y  Guzmán,  Francisco  Antonio  de    176 

García  de  la  Concepción,  Fray  Joseph    160 

García  Peláez,  Francisco  de  Paula    172 

García  y  Artóla,  Vicente    202 

Gómez  Carrillo,  Agustín    181 

Gracián  Berruguete,  Francisco    148 

Hidalgo,  Enrique  A   197 

Juarros,  Br.  Domingo    172 

Juárez  y  Aragón,  J.  Fernando    224 

La  Antorcha  Centroamericana    170 

La  Semana  Católica    191 

Lobo,  P.  Manuel    145-148-161 

Melián  de  Betancourt,  Fr.  Pedro    157 

Meneos  Franco,  Agustín    178-179-189 

Meneses,  J.  Augusto    224 

Milla  y  Vidaurre,  José    175 

Montalvo,  Francisco  Antonio  de    149 

Morales  Chacón,  José  Luis   229 

Muñoz  de  Castro,    Pedro    152 

Preámbulo    141 

Rodríguez  Cerna,  José    194-214-221 

Rossi,  Antonio  de    162 

Sánchez  &  de  Guise    206 

Sánchez  y  Monroy,  Pbro.  Carlos    195 

Varona  de  Loayza,  Gerónimo    143 

Vásqujez,  Fr.  Francisco   .  156 

Ximénez,  Fr.  Francisco    221 


V.P.FR.  PETRUS  AS.  IOSEPH  DE  BETANCUR 

Fund.  OrdMospital.  Frafrum  Bethlemítarum  cuüof vir tutes 
in grada  heroico  apprab(WÜ>       Clcm.MV.PJf. 2 5  luium* 


(Firma  del  Hermano  Pedro). 


"ñl  V.  P.  Fr.  Pedro  de  5.  José  Bethancour  anda 
de  noche  por  las  calles  pidiendo  sufragios  por  las 
almas  del  purgatorio  y  por  la  conversión  de  los  que 
están  en  pecado  mortal,  y  les  echa  sus  saetas. 


EL  VENERABLE  SIERVO  DE  DIOS 

Fray  Pedro  de  San  José  Betancourt 

APOSTOL  DE  LA  CARIDAD. — FUNDADOS    DE   LA  ORDEN  BETLEMITICA 

NACIO   EN  TENERIFE  EN  MARZO  PE  1626 
MURIO  EN  ESTA  CIUDAD  EL  25  DE  ABRIL  DE  1667 

LA  POSTERIDAD  AGRADECIDA 
VIENE  A  VENERAR  SU  MEMORIA  EN  ESTE  SEPULCRO 
GRATITUD  1901 


Pesada  de  siglos,  sonora  de  recuerdos:  la  campanilla  de  Pedro  conserva 
la  dulce  voz  con  que  antaño  llamara  a  los  habitantes  de  Antigua:  esquila  de 
piedad  y  caridad. 

Bastón  ahorquillado  en  que  se  apoyaba  Pedro  (véase  Cap.  XXIV.  pág.  74), 
mientras  oraba  y  meditaba  en  su  tinajera. 

El  bastón  y  el  rosario  del  Siervo  de  Dios,  inseparables  testigos  de  sus  an- 
danzas caritativas,  y  de  los  encuentros  que  tuvo  con  el  Demonio. 

Varias  reliquias  del  Hermano  Pedro  que,  bajo  tres  llaves  y  guardadas  por 
tres  sellos,  se  conservan  en  el  Arzobispado  de  Guatemala. 


f 


Ropa  interior  de  Pedro,  que  éste  adornaba  con  espinas,  testigo  supervi- 
viente que  hoy  traiciona,  indiscreto,  la  medida  de  su  mortificación  y  humildad. 

Pedazos  de  la  capa  del  Hermano  Pedro,  salvados  de  la  voracidad  piadosa 
que  convirtió  todas  sus  prendas  en  reliquias. 


Forro  del  colchón  que  ponía  en  el  suelo,  a  menudo  sobre  una  escalera,  para 
reposar  corto  lapso  de  la  noche. 


El  sombrero  que  Pedro  nunca  se  puso,  pues  siempre  se  le  halló  des- 
cubierto, en  presencia  de  Dios.  No  llegó  a  escapar  tampoco  esta  prenda 
al  fervor  público,  que  royera  el  ala  para  conservar  los  pedazos  como  re- 
liquias. 

Calzado  del  Siervo  de  Dios,  recio,  como  para  seguir  subiendo  sin 
cansancio  las  empinadas  sendas  del  sacrificio. 

Bota  de  cuero  en  que  tomaba  agua,  cuando  no  sació  su  sed  en  las 
humildes  cuencas  de  sus  manos. 

Canastillo  de  esparto  en  que  llevaba  sus  tortillas. 

Escudilla  de  lata,  en  que  comía  su  miserable  ración  de  frijoles. 


sin  obra  se  termimí  be  esrribir 
A  ota  25  be  abril  ite  mil  no»e~ 
tientes  ^  treinta  v  rinro  años,  en  el 
2SB  aniversario  iré  la  muerte  bel 
Venerable  ¿S'ier»o  be  ©ios,  "Jfleoro  be 
¿S'an  ¡3osé  ^etbantnr.  ¿Dibujó  ^  e&~ 
ntlpió  la  portaba  ¿íflr.  HUÍ.  ¿^rbaeffer. 
|I  se  acabó  be  imprimir  en  la  "Unión 
(tipográfica",  animóos  nueoe  bíns 
bel  mes  be  junio  -  f  erha  en  ane  tele~ 
bra  la  Jglesia  la  pascua  bel  (6spí~ 
ritu  ¿Santo,  -  óel  propio  año,  en  la 
£fne»a  (Suaiemala  be  la  ^sunrióu. 


£C  *  <t  *  tt  *  S 


5*  *  *  4  xi