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G. RENÉ-MORENO
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BOLIVIA Y PERÚ
ífotas Históricas y Bibliográficas
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OBRAS DEL AUTOR
LIBRERÍA DE GUILLERMO E. MIRAIÍDA
AHUMADA 51 SAKTIA&O DE CHILE
EMPASTADAS
Poetas Bolivianos. Biografía db Néstob Gálindo.
Santiago, 1868. 4.o; mm. 152x90; pp. C6. $ 2.50.
Biblioteca Boliviana t Catálogo dk la Sección de
Líbeos y Folletos. Santiago, 1879. Folio menor;
mm. 192X113; pp. VIII+8&0. $ 40.
Anales de la Pb^cnsa Boliviana. Matanzas de YÁ-
ÑEZ (1861-1862). Santiago, 1886. 8.°; mm. 130x77;
pp. IX+una + 499. $6.50.
Biblioteca Boliviana. Catálogo del Abchivo de
Mojos y Chiquitos. Santiago, 1888. 4.o; mm. 162X
iK);pp.627+ una. $8.
Elementos de Liteb atura Preceptiva paba los
ALUMNOS del BAMO EN EL InhTITUTO NACIONAL.
Santiago, 1891. 4.o mayor; mm. 173x99; pp. VI+529
+una. $ 5.
Biblioteca Pebuana. Apuntes paba um Catálogo
DE Libros y Folletos. Santiago, 1896 y 1897. 2
volúmenes. 4.^ mayor; mm. 178x90; pp. Vil I +558;
pp. 618. $ 18.
Últimos Días Colonií.les en el Alto Perú. Nabba-
ciÓN Y Documentos. Santiago, 1896 y 1901. 2 vo- /'
/ lúmenes. 4.^ mayor; mm. 177X100; pp. 498; pp.l2 +
CLII+352+una; láminas. $20.
Pbimee Suplemento á la Biblioteca Boliviana de
Gabeiel René-Mobeno. Epítome de un Catálogo
de Libros y Folletos (1879-1899). Santiago, 1900. 8.o;
mm. 132x73; pp. VII+349-|-una. $ 4.50.
BoLiviA Y Abgentina. Nütas Bioobáficas y Biblio-
OBÁFICA8. Santiago, 1901. 8.<>; mm. 131x77; pp. 553.
$ 5.50.
BoLiviA Y Perú
m
ÍBl
POR
G. RENÉ-MORENO
SEaüNDA EDICIÓN AUMENTADA
IMPRBNTA LITOGRAFÍA 7 BNOÜAÜBRNAOIÓN BAROBI.ONA
Moneda entre Estado y San Antonio
1905
s A ;' ! ¿ í ' ■
PROLOGO
«El hombre no va, ni ha ido nunca» tras
de la dicha; el hombre va y ha ido siempre
tras de lo nuevo.> Lo dice un escritor. Otro
pregunta: «¿Y si lo nuevo se hace viejo?»
No falta quien responda: «Precisamente, de
lo que ha envejecido sale lo nuevo.»
Dichos espirituosos con que alguno tal
vez pretenda disculpar la publicación de
ciertas páginas; páginas, por ejemplo, que
no sean sino comentarios sobre papelotes
de otra edad.
De esta clase son generalmente los que
han dado margen á las apuntaciones aquí
reunidas.
Pero ¡qué mucho! Las notas mismas so-
VI PRÓLOGO
bre tales escritos, y aun sobre otros asuntos,
son algo menos todavia que producciones
caducas.
Hay que confesarlo: las más vieron la
luz en revistas 6 gacetas, y al punto allí
mismo pasaron á yacer. Son hoy como el
figurín que sacó de su museo María Anto-
nieta para demostrar cuan pasado de moda
era el vestido que su modista la traía.
Al ofrecerse este libro el Público va sin
remedio á ser la reina. No digo que él ha-
blará, como ella, soplando con picardía
polvo; pero sí que hablará bostezando.
«Público» llamo á la parte superior 6
cabeza social de estas jóvenes colectividades
americanas constituidas en soberanías, ab-
sortas en lo presente, ligeras de ánimo ante
lo porvenir, muy vueltas de espaldas á lo
pasado, pero cada una de las cuales lleva
latiente en las venas sangre vieja, sangre
de abuelos y tatarabuelos que vivieron á
sus anchas con intensidad la vida civil y
pública de aquel entonces.
Quizás por este lado logren estas pági-
PRÓLOGO VII.
ñas interesar á algunos anticuarios, páginas
en edición segunda por haberse agotado la
primera.
¿Quién no deñende su mercancía? La
modista habló también. La señorita Bertin
dijo á la reina: «Señera, nada tan flamante
como lo enteramente olvidado.>
Se aviene con lo que acerca de otro sen-
tir había opinado cosa de tres siglos antes
un viejo poeta de Castilla:
«Siendo ellas puras las bebo,
que han una y otra su gusto,
agua de cántaro nuevo
y agua en cacharro vetusto.»
En momentos que la reina iba probán-
dose la falda con el corpino entró el rey.
Cuentan que dijo: «Retoño del roble Haps-
burgo, de trapos de moda no sé nada; pero,
á fe mía, ese de la Edad Media sienta á la
personita en quien así hay tanto que amar
como tanto que venerar.»
Cada una de nuestras sociedades hispa-
no-americanas bien podría llegar á ser la
VIII PRÓLOGO
«personita.> Dígolo en el caso que litera-
riamente se la ciñera al cuerpo algo muy
expresivo por el realce allí de ogaño con
antaño.
Pero es otra la analogía que interesa in-
quirir para el juicio de la actual obra lite-
raria.
Ya quedó anotado: el Público será sin
escape respecto de la obra como la reina
en el caso del vestido. Al trasluz de la an-
tedicha impresión del rey, ¿se podría decir,
que tras de ser la reina, reina prendada de
lo nativamente advendizo, el Público hará
también el rey, rey venido al hallazgo de
vitalidad en una frivola antigualla?
Hay que confesarlo: similitudes no brin-
da el caso del libro presente para esta últi-
ma parte de la alegoría.
Las Notas Históricas y Bibliográficas no
sugieren en su ser nada parecido á lo que
sugirió á la imaginación la consabida obra
de la señorita Bertín. La indumentaria de
ese vestido de adorno, á lo que parece,
logró aquel día traer á vigencia — la pala-
PRÓLOGO IX
bra no está en el Diccionario — lo que ha-
bían derogado los siglos. Para una resulta
igual, vale decir magia literaria, no abren
asomo las presentes disertaciones didácti-
cas. Son meramente informativas de temas
por estudiarse ó por si estudiarse deban.
Trabajos de la especie, aunque útiles, sue-
len ser de suyo ó por causa del buscón
categóricamente feos.
Pero supongamos ahora que se nos pre-
senta un caso nacional ó americano de
fuerza y primor historiográfico ó bibliográ-
fico; supongamos que realiza una exteriori-
zación estética de lo retrospectivo, en for-
ma de hacerle capaz de saltar del tesoro
especialista á las manos de la generalidad.
Evidente que, si así, ello no podría ser sin
contarse con cierto grado de gusto en el
Público.
Pues bien: esta vivacidad del común co-
nocimiento, tan necesaria al deleitable re-
memorar de las letras, vivacidad más ó
menos delicada, se adquiere, ensancha,
educa, perfecciona y afina por el medio tan
X PRÓLOGO
obvio que cualquiera concibe. Consuela á
algunos autores creer que á este fin social
propenden sus feísimos trabajos útiles.
Porque ¿cómo negar que cierta frecuen-
cia ó constancia de estos patrios ó america-
nos estudios acabaría por interesar á nues-
tras gentes en algo más que en los anales
guerreros de por acá? A través de esta
senda de cultura no tardaría el Público
en percibir anidando en su espíritu — espí-
ritu tan á la moderna — el sentido de lo an-
tiguo, y que ya hermoseaba sus más enhies-
tos ideales la flor noble de las ruinas.
G. R-M.
1905.
• »
BOLIVIA Y PERÚ
NOTAS HISTÓRICAS Y BIBLIOGRÁFICAS
FRAY ANTONIO DE LA CALANCHA
I
Tengo á la vista un ejemplar muy bien repa-
rado de la Goronica Moralizada id Orden de 8.
Avgvstin en el PerVy impresa en Barcelona el año
1638. Pudiera decirse que es ejemplar excelente
en lo que mira á la preservación integral del
texto. No hace falta en él, además de la portada
tipográfica, el magnífico frontis que para el libro
dibujó Erasmo Quellín y grabó Pedro de Jode en
1639. No carece, cual otros ejemplares, de la
lámina, por los mismos, que representa el mar-
SOLIVIA Y PEKU
tirio de fray Diego Ortiz en Vilcabamba. A la
página 190 está el tosco grabado interpuesto
sobre el prodigio que vio el Palentino en Porco,
cerca de Potosí.
El más reciente ejemplar de esta grande obra
puesto en venta es, si no me engaño, el que en
su catálogo del primer semestre de 1898 (Ame-
ricana, afío XXI, número 5, página 532) ofrece
el sefíor E. Dufossé en su librería de París. El
precio es 100 francos, y el ejemplar adolece de
faltas y desperfectos lamentables.
En el referido frontis á buril, de coronación
alegórica, con figuras talares mayores y menores,
ángeles, paisajes, globo terráqueo, sol, luna, atri-
butos, inscripciones latinas etc. etc., los títulos
de Calancha son: c Doctor graduado en la Uni-
versidad de Lima y criollo de la ciudad de La
Plata.»
Aquí, en efecto, el año 1584 Calancha nació
de pura sangre española sin mezcla perniciosa.
La madre criolla, el padre peninsular. Nació con
los prestigios que para simpatía de las gentes
imprimen á la belleza física, en un exterior sua-
vísimo, el despejo de la inteligencia, la modestia
FRAY ANTONIO DE LA CALANCHA 8
del alma y la viveza de la imaginación. Bocada
exquisito para temprano banquete del mundo y
si bien se quiere de la carne. Pero á los catorce
años el gallardo muchacho tomó el hábito agua-
tiniano en el recién reconstruido templo de la
ciudad nativa: aquella misma empinada fábrica
cuyas bóvedas bizantinas, entonces capilla real
privilegiada, han sido después por largos afios
teatro y sala de bailes, así como sus dependen-
cias inmediatas eran tambo de arrieros tupice-
ños y potosinos. Templo y claustro han sido re-
cientemente adquiridos por la Iglesia.
Casi al mismo tiempo de aquel ingreso nacía
también en Chuquisaca otro criollo destinado á
la celebridad agustiniana: Miguel de Aguirre, el
infatigable fundador del culto de N. S. de Copa-
cabana en Italia y en España, autor del libro
sobre la Población de Valdivia, y que profesó
asimismo adolescente en la propia real capilla.
De su convento fue más tarde prior, en seguida
definidor en el de Lima y procurador de la orden
en Roma después.
Muy luego Calancha hizo concebir grandes
esperanzas á los prelados. Sacáronle del claustro
BOUVIA Y PERÚ
de novicios y le enviaron al colegio agustiuiano
de San Ildefonso en Lima. Más tarde, ya profe-
sos y doctorados, se juntaron allí y se amaron
los dos frailes paisanos. Pero mientras Agnirre,
que llegó á catedrático de la Universidad de San
Marcos, corría mundo afuera de su convento y
de la provincia peruana, Calancha pasó su vida
en ella, bien que recorriéndola en todas direccio-
nes desde Trujillo hasta Potosí y de Arequipa á
Mizque. A lo último ya no salía del claustro sino
para predicar casi diariamente en los templos de
Lima y para confesar monjas mañana y tarde.
Este cronista de primera magnitud, tan citado
por los autores á mérito de sus informaciones de
genuina calidad histórica y científica, con tantas
humanidades y tan enorme patrología dentro del
cerebro^ era en sus hábitos ni más ni menos un
fraile de altar, coro y confesonario.
Uno de los casos más notables de su vida es el
haberse hallado de prior en Trujillo, el año 1619,
cuando el 14 de Febrero por la noche ocurría allí
el terremoto célebre, ese que dejó reducida á es-
combros aquella ciudad de alegre y sólida plan-
ta española. La pintura de esta escena de espan*
FRAY ANTONIO DB LA CALANOHA
to, desolación y lástimas contiene rasgos como
éste: c Muchos estavan primero enterrados que
muertos; oianse gemidos debajo de la tierra; por
no saber donde se davan, o por no tener ayuda
con que se buscasen, también gemianayoceslos
vivos de no poder socorrer a los sepultados.»
£1 año 1653 tenía muy avanzada ó ya con-
cluida por Jorge López de Herrera, impresor de
libros, la publicación en Lima del segundo tomo
de la Coránica Moralizada. Este volumen estaba
dedicado ca la Santísima Virgen María en su
milagrosa imagen del celebre Santuario de Co-
pacavana.» Pero había dispuesto el destino otra
cosa; había dispuesto que el autor ó ignorase
enteramente ó sobrellevara breve espacio las re-
sultas de esta publicación. Antes de muy poco,
ya revestido en la sacristía para celebrar, se le
presentó la muerte de improviso el 1.^ de Marzo
de 1654. Momentos aprovechó el monje cristia-
no en reconciliarse fervoroso como penitente.
Luego al punto fallecía fray Antonio db la Ca-
LANCHA á la edad de 70 años. La mañana de
aquel domingo el alboroto de beatos y beatas en
Lima fue muy grande.
II
Existe una traducción francesa de la Coronieu
Moralizada. Se publicó en Tolosa el afío 1653
con el título de Histoire du Perou, partie princi-
póle des Antípodes, ou Nouveau Monde. Et du
grand progres de la Foy Chrestienne, en la conver-
sión de. ees Peuples Gentiles; par la predication,
hons examples, mesme du Martyre des PP. FF. de
Vordre des Hermües du Olorieux Patriarche Saint
Augustin etc. En casa de Boude, 4.® de 481 pá-
ginas y ocho de índice.
Nicolás Antonio opina que no es sino una
mera traducción del Ca lancha la siguiente obra:
Hietorim Peruance ordinis Eremitarum Sancti Au-
m
gusiini libri octodecim, auctore Joachimo Brulio
(ordine eremitarum S. P. Augustini, per provin-
ciam coloniensem seu Belgicam priore provincíalij,
Apud Guilielmum Lestcenium. Creen algunos que
este infolio de 1651 fue impreso en Amberes.
FRAY ANTONIO DB LA CALANCHA
Dice el misino Nicolás Antonio que ha oído
elogiar, pero no ha visto, é ignora por lo mis-
mo si es un simple extracto de la crónica im-
presa, un libro de Calancha que lleva por titulo
De los Varones ilustres de la Orden de 8. Agustín.
Menciona esta otra obra de nuestro autor: De
ImmaculatcB Virginis Mariae ConcepHonis certitu-
diñe (Limae Indorum, 1629, 4.^).
Por lo que anuucia fray Antonio al final de
su Coronica Moralizada, y confirmó el P. Torres
unos quince años después, sabemos que se publi-
có también en Lima otro volumen de Calancha;
era sobre la fundación de los Santuarios de
Gopacabana y del Prado en dicha capital. Esta
obra es rarísima, y no la han visto insignes
bibliófilos.
León Pinelo menciona otra en folio impresa el
año 1642 en Lima: Informe al Virrey del Perú,
sobre los Castores que se cazan desde Callao á
Chile, manifestando que son los verdaderos, y Renta
que puede sacar de ellos su Magestad,
El que esto escribe no ha visto ninguno de
estos escritos. La disertación última parece ser
un mito bibliográfico. Pero ha recorrido á largos
BOLIVIA Y PERÚ
trechos la Coronica Moralizada^ obra capital del
autor y á la que éste debe su celebridad.
Sabido es que la Crónica de la Provincia Pe-
ruana del Orden de los Ermitaños de 8. Agustin^
por fray Bernardo de Torres, se declara conti-
nuación en su parte principal — (contiene además
un resumen del volumen primero) — ó tomo se-
gundo de la Coronica Moralizada que había escri-
to Calancha. Véase la pieza 412 de mi Biblio-
teca PsBüANA impresa en Santiago. Así es que»
tratándose de crónica agustiniana de ambos
Perú, ha sido siempre común el decir: cCalan-
CHA, tomo primero; Torres, tomo segundo.» Esa
es á lo menos la voluntad que diremos oficial de
la orden agustina. Pero bibliográficamente ha-
blando el hecho es inexacto. Ya hemos visto
cómo Calancha poco antes de su muerte tenía
muy avanzada ó concluida la publicación de su
segundo volumen.
Acerca de la existencia de un segundo tomo»
por Calancha, de la Coronica Moralizada, exis-
tencia clandestina, misteriosa, pueden verse las
noticias de la Biblioteca Peruana, tomo pri-
merOj página 108. La opinión más recibida es que
FRAY ANTONIO DE LA CALANCHA
el Santo Oñcio cayó sobre la obra antes de salir
ésta á la circulación. Los tres ó cuatro ejempla-
res que se conocen están descabalados. Ultima-
mente el que esto escribe ha podido tener en la
mano uno de estos ejemplares rarísimos.
in
En el volumen pablicado por el P. Torres,
esto eSf en la Crónica de la Provincia Peruana
del Orden de los Ermitaños de 8. Agustina constan
la fundación y primeros pasos de la orden agus-
tiniana en Chile. Antes de formar éste provincia
aparte de la del Perú, habían sido fundados los
conventos de la Serena, Concepción, Valparaíso,
Talca, Mendoza, San Juan, y, antes que ninguno
y con peripecias y un portento, el de Santiago el
año 1695. El gobernador y vecindario y ambos
cabildos y la guarnición salieron á recibir á los
primeros padres. Con motivo de este aparato
triunfal seguido de luminarias, regalos y tedeum,
la ciudad es descrita por el P. Torres, y se da
una idea de toda la tierra y de su guerrear con-
tra el araucano indómito. Solo en 1627, á la
vuelta de vicisitudes, de un algo como cisma
PKAY ANTONIO DB LA CALANCHA 11
cierta vez y del afán constante por gobernarse
solos^ fue dividida la provincia chilena de la pe-
ruana, y quedaron independientes estos agusti-
nos de por acá.
Torres narra, no con más caudal de vocabula-
rio ni de ideas que Calancha, pero si con sin-
taxis de más listos y variados movimientos, como
que Su Paternidad era nativo castellano y nada
menos que de Valladolid. Acerca de su persona
no sabemos más, ni nos han dicho otros, que lo
que él mismo avisa en las páginas 237, 242 y 486
de su crónica. Es todo referente á los cargos que
ejerció en su orden^ y á su grado y á su cátedra
en In Universidad Real de Lima. La Crónica de
la Provincia Peruana del Orden ha tenido un
continuador hasta 1721 en el P. Juan Teodoro
Vásquez.
El infatigable Peralta Barnuevo eu su poema
heroico, donde como él dice se c decanta» á Lima
con sus hombres y sus cosas integrantes, tenía
que juntar, como había sido de uso, y juntó para
el correspondiente elogio, los dos volúmenes
agustinianos de Calancha y de Torres. Dice así:
12 BOLIVIA Y PERÚ
Ve esos varones dos, cayos fervores
siguiendo al tiempo las veloces haellas,
del «Agaila y del Sol de los doctores,»
son plamas dos, dos fúlgidas centellas:
Galancha y Torres del Perú esplendores,
qne con pnrezas escribiendo estrellas,
harán que sea para cada ejemplo
cada letra nn altar, cada hoja an templo.
IV
Cuenta Calancha, en su dedicatoria á N. S.
de la Gracia, qae todo el que entre los romanos
sacaba agua de la fuente Cesárea, tenía que depo-
sitar en el brocal un ramillete, conforme al letrero
grabado en el márTnol: Qui aquam baurü, fontem
corona. Y aquí dice:
cO Virgen soberana, si como es verdad esto, y
si como es infalible que de vos como de fuente
viva, no solo sacó Dios la humanidad, sino que
todas las criaturas sacan agua de celestial sabor:
O Señora, si algunas gotas de esas aguas de
auxilio, de gracia, de doctrina, de sabiduría, tiene
esta Corónica, de vos, fuente celestial, roe han
venido> de vos con súplicas las he sacado; i si
como esto es así, fuera verdad que este mi libro
sea corona de vuestros milagros, de vuestras ma-
ravillas, de las vidas de vuestros siervos, de los
ecos de vuestros religiosos, ¿a quién debo yo
14 BOLIVIA Y PERÚ
ofrecer la corona sino a la fuente de quien saqué
las aguas? ¡Hola tú que sacas agua, pon á la
fuente corona de flores! i^
Y á renglón seguido de esta gallarda retórica,
perfectamente predicable, el autor escribe lo que
ya no pertenece al arte de la elocuencia sino al
gusto de esos tiempos:
c Admitid esta corónica, Virgen de Gracia, que
lo mismo es corónica que corona; pues, si a Sa-
turno lo llamaron Cronos que es el tiempo, a ese
Saturno le pintaron en el brazo una serpiente en
forma de corona, porque lo circular del año es
corona del tiempo, i las corónicas tratan de los
tiempos i los años: recebid esta corónica en
corona, que honrándola con ponerla a vuestros
pies, será haberme puesto corona real en mi
cabeza; i si lo que da vuestro hijo, i repartís
vos, dice que lo recibe, haced al tanto conmigo:
recebid, soberana emperatriz, esta corónica o
corona, i habréismela dado; ponedla a vuestros
pies, i habréisme oido.»
Por esta muestra puede calcularse lo que sig-
nifica el calificativo cmoralizada» con que Calan-
cha titula su crónica. «Moralizar» era exornar el
FRAY ANTONIO DB LA CALANCHA 15
relato mediante referencias extrañas al asunto
clavadas con alfileres lógicos; era prestar inten-
ción ó sentido á los hechos hilbanando en la tela
narrativa asertos, ó hechos también, así de la
antigüedad como de las sagradas letras. Retórica
bizantina que había adoptado la baja latinidad
para su apologética y ascética cristianas, y que
siguieron con ardor los escritores conventuales
en romance. El estilo charro de esta escuela se
trasladó á Indias, primeramente á instalarse en
todo lo decorativo así postizo como macizo de
nuestras iglesias, y seguidamente á florear en
esos otros templos de edificante santidad que son
las crónicas de las órdenes religiosas.
No diré que los tomos del otro criollo con
talento, del limeño fray Diego de Córdoba y Sa-
linas, no contengan páginas que son retablos
franciscanos, más bien dicho seráficos, churri-
guerescamente chapeados de oropel y colores.
Pero sostengo que no es así por sistema en sus
capítulos fray Juan Meléndez el dominicano,
criollo de Lima asimismo y no á la zaga de nin-
gún cronista nativo por el talento. Se deja no sin
frecuencia llevar á gusto por el álveo de los he-
16 BOLIVIA Y PERÚ
cho8, Ó deja qae otros informantes vengan á
narrar de refresco, como si deseara qae con eso
la página resultase menos subjetiva y más teñida
de realidad. Otro natural más — sospecho que no
criollo sino mestizo — entre los cronistas más leí-
dos entonces, el cuzquefio Alonso Ramos Gavi-
lán, hijo como Calancha de nuestro gran padre
San Agustín, devoto de María, pero de María no
en imagen de tipo caucáseo, sino en figura de
india de cara chata y amarilla, deja que su arroyo
de certezas y fábulas, que aquí apellidaremos
€copacabánico,» corra lentamente arrastrando
espejuelo chico y grande, ramajes, plumeríos y
otros objetos arrojadizos y de puro travieso di-
vertimiento. Córdoba, Melóndez y Ramos son
maestros en el uso del postizo.
Pero nadie posee un almacén de manuales más
surtido para armar altares retóricos como el chu-
quisaquefío Calancha. Nada comparable á la
Goronica Moralizada dd Orden de San Avgvstin
en él Perv. Previene Calancha que él aprendió
ex profeso á «moralizar» vidas de santos, frailes
y monjas.
Por otras caasas más íntimas la contextura de
este libro se aviene más con la estática que con
la dinámica del razonamiento. ¡Qué diferencia de
fray Bernardo de Torres, por ejemplo! Aquí me
canso y allá cojeo; pero siempre andando y an-
dando. Calancha nó. La agilidad constante del
estilo narrativo era ajena del modo de ver, del
modo de sentir y del modo de obrar de nuestro
padre predicador. Sabía la agilidad sin su cons»
tancía.
Aun prescindiendo de lo intruso moralizante,
que él estimaba en mucUisimo para su crónica,
entendió que era muy procedente el instalarse á
firme á amalgamar con sus hechos conventuales
cosas de todas partes. Entendió que debía hacer
informativos depósitos á cada paso de su narra-
ción, para lo cual tenía que interrumpirla cons-
tantemente. ¡El movimientol Sus inventarios
P. Y B. 2
18 BOLIVIA Y PERÚ
80Q morosos; cuaudo menos inactivos ó inertes,
tupidamente caen sobre el lector como granizada
que se amontona. ¡Cuánto que ver allí donde
estaban ó por donde anduvieron los PP. de san
Agustín en clausura ó en doctrinal La naturaleza
del país, ¿no se abría de par en par, con su cielo
y su suelo y sus aborígenes, dispuesta para muy
grandes enseñanzas? El libro ha de contener, sí
eefíor, no solamente lo de adentro sino cuanto
abajo, encima, delante, atrás y al rededor de las
casas agustiuianas de ambos Perú, fuere un
dato cpara mejorar el cuerpo de nuestra vida y
el espíritu de la vida.»
Esta dualidad en la concepción del argumento
de una crónica doméstica, — el escenario de un
gran país enteramente nuevo, y en mitad del
escenario el viejo claustro agustiniano como
centro convergente de todas las miradas, con-
cepción que hace de un accesorio lo principal,
pero llena de grandeza y arrogancia, — es una
idea cuya originalidad reclama C> lancha, con
más la respectiva patente de invención para no
ser incluido entre los imitadores. Porque todos
los demás cronistas conventuales de ambos Perú,
FRAY ANTONIO DE LA CALAN CHA 19
todos van á querer hacer lo mÍRmo de hoy en
adelante sin temor de que se los trague la tierra:
terraplén y arriate el reiuo, monasterio encima.
Pero ha sucedido que en la obra de estos artífi-
ces el santo, con valer poco, vale mucho más que
la peana. Por donde Calancha goza hasta el día
de su privilegio exclusivo. En efecto, la materia
científica por él ingerida en su escrito literario,
comparativamente mayor que lo conventual y
superior áél, es otra originalidad ó peculiaridad
de la Coronica Moralizada.
Pero ¿y el arte de no cansar, de hacerse leer,
no digamos de producir agrado, de retener con
la narrativa de hechos conventuales entreverados
y medio perdidos entre tanta niultitud de cosas?
¿Y el secreto para que tanta materia extraída de
la quietud del espacio no se vaya á fondo, sino
que antes bien se la lleve en suspensión el rau-
dal de los hechos que se mueven en el tiempo?
Porque es moverse el ir hechos y más hechos
ocupando y desocupando sin cesar lugares del
espacio, y el ir consumiendo cada cual en su ve-
rificación transitoria porciones tras porciones del
tiempo. Á Su Paternidad eso no le importa nada.
20 BOLIVIA Y PERÚ
Declara paladinamente que no quiere tener ni
gastar ningún talento literario. Da por seguro
que van á disgustar al mayor número sus noti-
cias de acarreo, no menos que las excrecencias
c moralizantes» de su libro. El caso es original!-
simo de parte de quien había ex-profeso estudia-
diado, como se ha dicho, los modos retóricos de
€ moralizar» vidas de santos, de frailes y de
monjas.
«Yo escrivo para que se aprovechen las ani-
mas,»— dice — «i no para entretener ociosos. Mi
estado no pide escrivir coronicas que se queden
en la esfera de istoria... El aver moralizado esta
istoria tiene dos intentos: el primero querer in-
troducir quanto en este Reyno ha sucedido des-
de años antes de conquistado, para que quien
leyere este tomo, sepa por mayor quanto en lo
temporal (asi en conquistas como en fundaciones)
sucedió en esta Monarquía, i en lo espiritual
quanto ha sucedido en estas Indias: i el segundo,
porque moralizando con lugares de Escritura,
con dichos de Santos i con sentencias de Filóso-
fos los acontecimientos, las virtudes o los vicios,
pondere el libro lo que no se ha de parar a pon-
FRAY ANTONIO DE LA CALANCHA 21
derar el Letor, i porque si disgustare esto al que
solo quiere la istoria desnuda i descalza, agrade
al que aborrece istorias pero desea dichos, luga-
res i sentencias. Yo viendo quan pocos leen co-
roñicas de religiones, por el astio que da a los
resfriados de espiritu el ver vidas de Santos, qui-
se guisar lo que desea el vagabundo con espe-
cias espirituales que apetece el virtuoso...; i con
ésta traza leerán los humanistas lo que apetecen,
i los eclesiásticos lo que desean, i unos i otros
las acciones i vidas de mis Religiosos.»
VI
De dos especies generales son, pues, los condi-
mentos con que ha guisado las acciones y vidas
de sus religiosos el P. Cal ancha: las citas y refe-
rencias sacadas de las letrad humanas y de las
divinas; los datos sobre la constitución física, im-
perio incásico, socialidad antigua y presente etc.
de ambos Perú. Pues bien, ¿no se podría asegu-
rar, que si la sazón de los platos se hubiera hecho
con sólo el primer condimento, esto es, con las
especias de humanidades y sagradas letras, este
gran cocinero de las cánimas» hubiese caído man-
jares y todo en el sempiterno olvido? Á lo menos,
esta es la suerte actual de casi todos los cronistas
conventuales de la misma escuela en todos los
países del mundo.
El hastío que notaba Ca lancha dos siglos y
medio atrás es hastío que sigue y sigue. Tras el
FRAY ANTONIO DE LA CALANCHA 28
andar de los tiempos ha ido aumentando el nú-
mero de los que uo leen crónicas conventuales,
por no cresfríarse» espiritualmente aún más ccon
el astio de las vidas de saotos.» Junto con eso
también ha sucedido que aumenta considerable-
mente el número de los que cquieren istoria
desnuda y descalza.» La mala suerte de un libro
se conoce por su escasa ó ninguna circulación.
En mitad de aquellos dos órdenes progresivos de
hechos, que nadie podrá negar, bien podemos
explicarnos por qué la suerte de la obra del
P. Calancha no ha sido ni mala ni buena ente-
ramente.
En primer lugar, ni por asomo se presenta de
venta en las librerías generales del comercio, cu-
yos consumidores piden historia sin mezcla. En
segundo lugar, está ausente de los anaqueles
donde loa piadosos, los clérigos y los frailes aca-
rician sus libros de devoción. Se podría sostener
que este linaje de lectores no sospecha siquiera
la existencia de la obra.
Pero no ha sido pésima la suerte del libro.
Si hoy los predilectos destinatarios ya no ape-
tecen las especias espirituales que les brinda
24 BOUVIA Y PERÚ
lo muy moralizante de esta historia colonial, y si
la generalidad no gusta de la vida y milagros de
los tan queridos religiosos de ambos sexos agus*
tinianos de uno y otro Perú, ahí están en cambio
los c americanistas,» que buscan con ahinco y
abrencuriosos éntrelas rodillas este libróte aguisa
de adobe. Casi destruida la totalidad de los ejem-
plares por el abandono de los lectores c virtuo-
sos,» entre los disipados, entre esos que hubieran
pedido á Cal ancha que escribiera crónicas que
se quedaran cen la esfera de istoria,» como él no
quería adrede, están los únicos lectores que hoy
buscan á precio de oro y conservan con cuidado el
libro. En ocasiones hay que peregrinar meses por
Alemania, Inglaterra, Francia y España para jun-
tarse con una Coránica Moralizada cubierta de
lastimaduras seniles y amputaciones quirúrgicas.
Pero peregrinar ¿entre quiénes? Entre inexora-
bles libreros anticuarios.
Ciertamente, no es extremar el razonamiento si
convenimos en que los tales «americanistas» des-
cienden del gremio desdeñado por nuestro autor,
de aquél que fray Antonio llamaba «humanistas
FBAY ANTONIO DE LA CALANCHA Í5
vagabundos que gustau de istoria desnuda y
descalza.» Al recorrer estas 975 páginas en folio
mayor á dos columnas, ellos, si no me equivoco,
se resignan á tragar todas las pildoras de lagares,
dichos y sentencias moralizantes dispuestas para
las almas devotas. Se resignan, á trueque de asi-
milarse los conocimientos positivos que en y con
dichas pildoras van envueltos y revueltos sobre
el territorio y habitantes de ambos Perú. Ni faltó
quien hubiese proyectado reimprimir un extracto
de esos conocimientos positivos, purgando asi la
obra de todas sus especias espirituales, bien que
dejándola todos sus frailes y sus monjas.
Para gloria de su autor, la obra sazonada con
los dos condimentos se mantiene integra. Se acá*
barón los lectores que gustaban las especias á lo
divino; pero quedan á firme algunos de los que
paladean las especias á lo profano. Quieras que no
quieras, tienen éstos que enterarse en las accio-
nes y vidas de frailes y monjas. Traza magistral
ésta de los dos condimentos. El libro no perece.
Se está^realizando en una parte el intento ya ci-
tado: «Con esta traza leerán los humanistas lo
28
SOLIVIA Y PERÚ
que apetecen, i los eclesiásticos lo qae desean, i
unos i otros las acciones 1 vidas de mis Reli-
giosos.»
Minoría de lectores indudablemente, pero que
á ojod vistas no disminuye sino aumenta.
VII
Un grupo de esta guardia de honor permanen-
te, estudiosos con tanto menos gusto literario cuan-
to con más perspicacia científica, los naturalistas
rodean con particular estima al vetusto fraile sabe-
dor, le defienden con gratitud cuando se ofrece,
le juzgan con benevolencia equitativa, benevo-
lencia que no sabría gastar la crítica del arte de
escribir, sino considerando la obra de Calan-
cha como una contribución de materiales, tan
oportuna como valiosa, en provecho de la litera-
tura científica y de los historiógrafos. Raimondi,
por ejemplo, para no citar sino de muy cerca,
juez competentísimo é irrecusable en el caso,
dice con gran fuerza de verdad y de justicia:
cLa obra del P. Galancha se resiente natural-
mente á cada paso, tanto del carácter que inviste
el autor, cuanto del espíritu de la época en que
fue escrita; así no es estrafio encontrar en ella
28 BOLIVIA Y PERÚ
muchos hechos maravillosos, exagerados ó mal
interpretados. Aparte de esto, el P. Calancba
puede ser considerado como un autor digno de
fe, y se descubre en él el deseo de decir la verdad.
Su estilo, auuque un poco anticuado, no es fas-
tidioso; pues el autor hace uso de figuras y metá-
foras bien aplicadas, que amenizan la lectura.»
Calancha es digno de esta confianza bien
entendida y experta de los hombres de ciencia.
Se ve bien que compulsó no eóIo papeles con-
ventuales sino cédulas del rey, provisiones de
audiencias, informaciones jurídicas, todo para dar
en su Coronica testimonio de lo que no ha visto
por si mismo, ó á fin de rectificar lo que otros
habían referido mal. Su inspección de visu es
escrupulosa, según lo que de antigüedades refiere,
de ritos, de idolatrías, de producciones naturales,
de crianzas de ganados, de cultivos, leguajes,
itinerarios, comuneros indígenas etc. etc. Toda
la obra denota en el autor propensiones observa-
doras y grande espíritu de curiosidad. Dice:
iLos más que traginan este Reyno no atien-
den a curiosidades de la naturaleza, sino a medras
i aumentos de su negociación o de su codicia; no
FRAY ANTONIO DE LA CALANCHA 29
están atentos a lo que examina un escritor
curioso, i que no platica comercios. Yo me reía
de Enrice Langren, que pinta por singular cosa
en estos Rey nos un animal que trae sus ijuelos
en unas bolsas conjuntas a los pechos; i decia,
que si uviera estos animales, no dexára yo de
saberlo aviendo andado lo más deste Reyno: i
refiriéndolo un día por apócrifo a personas curio-
sas en esta ciudad de Lima, me lo aseguraron,
diciendo, lo avian visto entre los trigos; i a pocos
dias vide yo el animal recien muerto en el cer-
cado, que es Dotrina de los Religiosísimos Padres
de la Compañía, i determiné no calificar escritos
destas materias, aunque uviese asistido diez años
en un pueblo, pues después de treynta años de
asistencia en Lima, no avía oido, ni visto animal
semejante. Agan todos lo mismo, i no caerán en
mi yerro, i si no supieren una istoria, suceso o
singularidad, no lo censuren aunque piensen que
sin duda la supieran si uviera sucedido.»
vm
El erudito americanista Marcos Jiménez de la
Espada, sin disputa primero entre los america-
nistas espafloles contemporáneos, publicó el aña
1880 en Madrid la Suma y Narración de los Inca»
que los indios llamaron Capaccuna, que fueron
señores de la ciudad dd Cuzco y de todo lo á ella
subjeto, escrita por Juan de Betamos. Bajo el
número 170 mi Biblioteca Peruana, tomo pri-
mero, inscribe esta importantísima producción
primitiva, cuyo manuscrito algo incompleto halló
en la Biblioteca del Escorial su diligente editor.
Curioso sería un cotejo, en punto de historia
precolombina y antigüedades, entre Calancha y
este compañero de Francisco Pizarro.
Betanzos pertenece al gremio de esos cronistas
del Perú que cuentan el imperio incásico que
ellos rpismos súbito hallaban siendo y actuando
y cuyos vestigios de épocas anteriores veían en
FRAY ANTONIO DE LA CALANCHA 81
la presente yacer palpitantes aún, por decirlo asi. ^
Escribió su obra de orden del virrey don Antonio
de Mendoza y quedaba terminada en 1551.
Refiere y puede decirse traduce de boca de los
indios viejos lo que éstos sabían acerca del origen
de aquel dilatado imperio, que se extendía de
Maule á Quito y desde Samaipata y Paucartambo
hasta el Paposo, Islay y Paita.
No tengo sino copiar unos breves dichos de
este escritor de procedencia enteramente origina-
ria, para hacer sentir que nuestro fraile agustino
y el aventurero español, separados por casi un
siglo, son colegas, si vale decirlo, en el oficio de
apartarse del vulgo para observar con ahinco, no
menos que en cuanto á la escrupulosidad del
método investigador. Betanzos poseía á maravi-
lla, como Calancha, el idioma del país. Tenía
compuestos una Doctrina Chrisptiana y dos
Vocabularios^ uno de palabras y otro de noticias
y oraciones. Con motivo de estos trabajos, que
permanecen inéditos, Betanzos dice:
«Quedó mi juicio tan fatigado y mi cuerpo tan
cansado, en seis años de mi mocedad que en él
gasté, que propuse, y habia determinado entre mí.
82 BOLIVIA Y PERÚ
de DO componer ni traducir otro libro de seme-
jante materia en lengua india, que tratase de los
hechos y costumbres destos indios...»
Pero Betanzos se rindió al superior encargo
sobre la Suma y Narración, sin disimularse «el
gran trabajo que dello vi que se me ofrecía, ypor
la variedad que hallaba en el informarme destas
cosas, y ver quán diferentemente los conquista-
dores hablan dello, y muy lejos de lo que los in-
dios usaron; y esto creo yo ser, porque entonces,
no tanto se empleaban e.n sabello^ quanto en
sujetar la tierra y adquirir; y también, porque
nuevos en el trato de los indios no sabrían in-
quirillo y preguntallo, faltándoles la intelijencia
de la lengua, y los ludios, recelándose, no sabrían
dar entera relación.»
IX
Si de la idea general acerca del autor y de bu
crónica agustina pasamos á la idea particular,
esto es, al examen de algunos lugares de dicha
obra, no tendremos sino motivos para explicar-
nos la autoridad, que con las restricciones dichas,
conceden á la Coránica Moralizada los escritores,
y motivos para adherirnos á la afición que
á CaiíAnoha guardan loa americanistas. Fuer-
za y primor son las virtudes que resumen, si no
me equivoco mucho, la eficiencia externa de una
obra literaria; y, ausente en la que nos ocupa el
primor de concepción, disposición y expresión,
uno siente dondequiera en el fondo rugiendo alU
la fuerza; fuerza de sinceridad en el corazón del
hombre á pesar de su retórica moralizante, y
fuerza en el talento del escritor á pesar de^ faltar
ley ó criterio científicos al cúmulo de sus obser-
vaciones. Y vayan estas gallardías latientes, sim-
B. Y p. 3
84 BOLIVIA T PEBÚ
páticas á todo ser de nuestra especie, valgan por
ese primor en la fuerza que exige el arte para
el efecto de caer sobre los lectores y cautivar lec-
tores y lectores.
Los cuatro libros de que se compone el gran
volumen abarcan la historia de la religión de san
Agustín en Sud América, durante los ciento cua-
renta y dos afios que corren desde 1551, fecha
inicial de los trabajos de estos frailes en el Perú,
hasta 1693, afio en que se cierra la obra para ser
sometida á examen y ser enviada á la imprenta
de Barcelona. La fundación de los conventos de
la orden en ambos Perú, Quito, Nueva Granada
y Chile, así como los capítulos generales que se
celebraron y los prelados que se sucedían, con
más los frailes ó monjas que se han señalado por
sus trabajos y virtudes, forman lo que diríamos la
urdimbre de la narración descriptiva. La trama y
realces de la tela están en la variedad de noticias
de otra especie muy distinta que el autor ha quería-
do insertar haciéndolas parte de su asunto, poi*
afición irresistible á esos estudios primeramente»
y en seguida para obtener por este medio los fi*
nes que hemos visto.
FRAT AUTOMIQ. DE LA GALANCHA 85
• El país ea bu topografía y producciones nalii*
rales, la memoria del incásico imperio según sos
antigüedades y la tradición viviente de sus hijos,
el snqeso de la conquista con su emergencia de
luchas intestinas entre los dominadores de aque*
lia codiciada tierra, son los puntos de mira que
resumen y precisan la materia ajena de frailes y
conventos.
Norte, Sur, Costa, Sierra, regiones del antiguo
virreinato del Perú, entre las cuales van inclusas
las que con especificación se nombraban el Ck)llao
y los Charcas, son los sembrados diversos y de
todo clima, las mieses de llanura, valle y cordi-
llera, en donde cosecha sus frutos y flores de geo-
grafía, historia y arqueología esta pluma escar-
badora y allegadora.
Pero es justo recordar el detenimiento con
que se complace en describir las provincias de
Charcas, del Desaguadero al Sud; la región pre-
dilecta donde estaba asentada^ como capital cau«
cásica de sierras arriba, la alegre y pintoresca
ciudad de Chuquisaca ó La Plata.
cHablemos de la tierra»— dice — ci después nos
subiremos a su cielo: dé los ídolos, de su anti-
86 BOLIVIA T PERÚ
güedad, i de los ritos i goyiernos de sus prime-
ros Indios, dígimoB al principio de este Libro
Segundo. Pero perdonárame el que se estrecha a
leyes de Coronica, si me dilatare algo en decir
las comarcas i singularidades de mi patria. Dis^
culpa legitima, si bien en todo este libro ago el
oficio de Goronista de mi Orden, y el de Istoria-
dor de las Indias: que, el singularizarme mas con
mi patria que con otras ciudades, obligación es
de la naturaleza, mas que amor de crianza...
Diré lo que dice el mesmo Eurípides en otro la-
gar: Tu, pero, o tierra mia, o patria de mis pa-
dres, vale: esteys en ora buena, que para el varón
prudente, aunque la patria le trate como a extra-
fio, no hay cosa mas suave que acordarse que lo
a engendrado.»
El lugar es de un escritor latino más conocido
en el convento de nuestro cronista que el gran
trágico griego. Llueven en la obra citas de igual
calidad, no pocas para autorizar impresionesy sen-
timientos tan naturales y sinceros como el pre-
sente.
X
Sin abandonar lo indispensable de la orienta^
ción cronológico-geográfica, nuestro autor ligar
suele sus elementos narrativos ó descriptivos
conforme á otras leyes, cuando la lógica reúne
bajo su mirada, esos elementos por encima del
tiempo y del espacio. Así se le ve pasar muy
desembarazado por entre nóminas y localidades
para pintar cosas antiguas ó presentes de csuelo
y cielo.» Gózase á veces en que su pluma pene-
tre una complexidad de hechos sin perder y antes
bien hallando por ahi el rumbo de su carrera
informativa.
Los agustinianos comenzaron su conquista
espiritual conforme á la táctica que hoy llaman
los estratégicos modernos el c orden disperso.»
Calakcua dice:
cQuando la tierra estava confundida en tan
líocivas i generales guerras, todos atendían a
88 BOLIVIA Y PEBÚ
conservar la vida; i como no avia permanente
encomendero, o porque a los nombrados por juez
legitimo les matavan los traydores, o porque a
los que estos nombravan los castigavan los lea-
les, no avia dotrinante que estuviese nombrado
en pueblo o Provincia determinada. Serenóse
iantoquanto el tiempo en algunos lugares, i ya
la tempestad de las guerras dejaba islas de psm
en algunos paises. Porque el afío de 41, que se
coDJeló el rebelión de don Diego de Almagro en
Lima con muerte del marques Pizarro,. no avia
guerras en las comarcaíi d^l Cuzco i Ghuquisacá,
8i bien estaban inquietas. Pasóse allá la tempes*
tád, i quedó en los contornos de Lima la inquie-
tud hasta él afio de 43. Desde este año ae levap^
|ó la tormenta de Gonzalo Pizarro en el Cuzca.
Pero en Lima i QuíIk), si no avia guerras, era
todo confusión, i la venida del virrey Blasco
Nufiez Vela avia causado comunes alteraciones.
Pasó a matarle Pizarro, y con él la guerra a Lama
y A Quito^ y no dejó la tempestad las Provinqiad
de Arriba; que asta el año de 4B, que -matarDH
al iVirrey en Anaquito, fué diluvio de desdhjbas.
Pejaron esto de LimSiipasó la tormenta con
FKAY ANTONIO DE LA OALAMCHA 89
Carvajal i Pizarro al Cuzco i Ciudades de Arri-
ba. Justicianloa el afio de 48, i de las nubes que
quedavan ocultas comienzaD las borrascas de
don Sebastian de Castilla en el Cuzco i de Fran-
cisco Ernandez Girón, i duran hasta el afio de
54, que fué degollado.
cPor estas manchas, donde si avia llovido, no
estava lloviendo, salían a sembrar algunos Reli-
giosos: predicavan al buelo, dayan un pregón
del Evangelio a priesa: andavau en busca de al-
gunos indios, que por ventura, o no se avian
escondido, o no audayan en las guerras: decían-
les algo de la Fe, qual o qual se bautizaba. I
sueedia el dafio que dijo Cristo, Que poner altos
ediñcios sobre arena, era exponerlos a (]ue el
ayre se los llevase o el agua loa deshiciese. Pre-
dicaban los articules de nuestra Fe; pasava a
otro lugar el predicador, i eran los Indios arena
movediza; asi, ni en ellos se sembrava, ni efecto
provechoso se conseguía.
c Desde el afio de 51 se trató con alguna más
comodidad desta conversión, porque asta enton-
ces, como ya dejamos dicho en el capítulo 17 del
Libro Primero, no se ablava de la ley de Dios
iO BOLIVf A T PERÚ
con eetoB naturales, como alegó el zeloso obispo
fray Bartolomé de las Gasas al Emperador, pre-
sentando con su memorial las informaciones ju-
rídicas el afio de 61, i las mandó imprimir el de
62, donde le dice lo que ya digimos: que asta
aquel afio no se tratava por los Españoles que se
predicase la Fe a los Indios más que si fueran
perros o bestias; i que antes lo estorvavan, por-
que para sus codicias lo allavan por impedi-
mento, persiguiendo los Espafioles a los Religio-
sos i desautorizando sus personas; con que se
abatia el estado, i no les oian por faita de res-
peto, i era delito entonces el dotrinar entre Cris-
tianos, como lo pudiera ser oy entre Japones.»
XI
La entrada de los religiosos agastínos en el
Perú se verificó por los fines de Mayo del afio
que ya se dijo de 1551. Doce frailes saltaron ese
día á la playa del Callao. El 30 de Janio inme-
diato ya se instalaban en casa propia, comprada
en Lima con dineros de la real hacienda, casa
secular que se dispuso en lo posible á modo y
para clausura de convento.
En el Libro Primero de su obra escribió nues-
tro autor un capítulo que lleva por título: c De-
fensorio. Pruevase que la primera cédula que el
Emperador despachó, tocante a que pasasen Reli-
giosos al Perú, i que iziesen sus Ck)nventos a
costa de sus cajas desde el sitio asta sus orna-
mentes i campanas, fué en favor de los Reli-
giosos de san Augustin; i que no piden justicia
los Religiosos padres de la Merced, en querernos
llevar en el Perú la antigüedad.»
42 SOLIVIA Y PBRÚ
Sabido 68 que este capítulo provocó la polémi-
ca eotre Ermitaños y Predicadores, inspirando
con ardimiento la musa historiográfiea del padre
dominico Juan Meléudez.
cMuchos eclesiásticos i seculares» — dice Ca-
LANC0A — can pasado a este Perú, i se á visto
en los más lo que sucede en aquella fuente que
refiere mi Padre san Agustín, milagro de la na-
turaleza i admiración de Epiro, que si le metea
una aclia ardiendo, la apaga^ i si entra apagada,
la enciende. Desta fuente dice lo mismo Pompo-
nio Mela, i dice que ay otra en Macedonia: i
san Isidoro abla de ella como de secreto admira-
ble. Asi son i an sido algunos, que pasando al
Perú encendidos de caridad, se les apaga con la
codicia, i otros seculares entrando en este Perú
sin luz de virtudes, se an encendido en el amor
de Dios, tomando el abito de Religiosos, i an
sido luzes desta Gentilidad: pasaron frios i apa-
gados, i dióles Dios su gracia, en que se encen-
dieron, alumbrando la oscuridad destas Indias.
Pero nuestros doze fundadores fueron como las
piedras Asbestos» que crió Dios en Arcadia^ de
quien dice mi Padre san Aguatin, que no tenien*
FRAY AUTOinO.DJS LA QALAKCHA 48
do ^ego en ai como el pedernal, ai una yes \%
^encienden nunca jamas se apaga, i dura largoi
tiempos, o creciendo o conservando su fuego,
como la más encendida brasa, sin desazerse ni
^pnsumirse.»
, Para que los religiosos dominicos, francisca^
oes,; mercedarios y agustinos, que por estas
partes andaban disperso^ en pueblos y campos,
ae ocupasen con fruto en traer al conocimiento
ds la fe católica á los naturales, y para que á
este mismo fin vinieran de Espafia nuevos y
nuevos operarios con seguridad de acierto y de
concierto, hízose indispensable desde 1557 la
apertura de casas y más casas donde se acogie-
sen y donde se guardara la disciplina correspon-
diente á cada orden. La fundación de conventos
aquí y allá equivalía á levantar fortalezas y cuar-
teles para la conversora milicia. Estas obras no
podían ejecutarse sino con el favor de los veci-
nos pudientes, la aquiescencia de los propios in-
dígenas y la autoridad de los prelados diocesanos.
Los anales de los Ermitaños, lo mismo que las
crónicas de los Predicadores, de los Seráficos y
de los Redentores, que así se nombraban respec-
44 BOUVIA T PBBÚ
tíyameDte Io6 frailes agustinos, los dominicos, los
franciscanos j los mercedarios, dan cuenta de
qne se vieron crecer con rapidez en ambos Perú
sns casas, sus haberes y sn monacal familia.
Pero, la verdad, más gustaron de vivir en vi-
llas j ciudades que en aldeas de indios incásicos,
ni mucho, menos en misiones de bárbaros fron-
terizos ó salvajes más ó menos reducibles. Oa-
LAHCHA no entra en pormenores sobre este par-
ticular, que si se hubiese de tratar con el deseo
sincero de decir verdad que se advierte en dicho
cronista, pondría muy en claro el espíritu no
nada apostólico y evangelizador de esos claus-
trales.
xn
GaiíAncha era grande aficionado al estudio de
la astronomía, ó más bien dicho astrología, que
ésta y no otra era la que en aquel entonces se
tenía por ciencia de los cuerpos celestes. Había
fijado en un libro, para cada lugar con agustino
convento, la estrella de su zenit, el signo zodia-
cal y el planeta ó planetas inmediatos. Todos
ellos, según las ideas del tiempo, ejercían in-
fluencia en el carácter de los nativos del lugar.
La fijación de esos astros, determinada por él
mismo, ha servido á nuestro agustino para pre-
sagiar la suerte y explicar los hábitos de no po-
cas ciudades y villas de ambos Perú. Véase, por
vía de ejemplo, cómo explica astrológicamente
la índole y destino de los patricios moradores de
Potosí:
c Predominan en Potosí (que está en veinte
un grado, i poco más de veinte minutos) los sig-
46 SOLIVIA Y PERÚ
nos de Libra i Venus, i así son los más que in-
cliuan a los que allí abitan a ser codiciosos,
amigos de música i festines, i trabajadores por
adquirir riquezas, i algo dados a gustos venéreos;
sus Planetas son lupiter i Mercurio; este inclina
a que sean sabios, prudentes e' inteligentes en
sus comercios i contrataciones, i por luplter
magnánimos, i de ánimos liberales: que estos
Signos i Planetas predominen se ve provado en
el tratado que pongo de los Signos i Planetas
que dominan en las Provincias del Perú; i que
influyen estas condiciones lo afirman Ptolomeo
i David Orígano.
c Y que autor, ni astrólogo mas verdadero que
lo que en Potosí nos enseña cada ora la espe-
rienda?
cLas estrellas verticales que pasan sobre Potosí
pongo con las demás del Reyno en aquel tratado,
i nótese quanto se dejan llevar los mas que alH
abitan de las influencias de sus estrellas que alli
predominan, pues de siete estrellas verticales, las
cinco que son las del ojo del cuervo, que Coper-
nico dijo era el cuello, o cerviz, i la estrella Aus-
trina en la frente de Escorpión, i la que está eú
FRAY ANTONIO DE LA CALANCHA 47
la estremidad del arco de Sagitario, i la antece-
dente de la cabera de Sagitario, i la otra que se
le sigue; todas cinco son de naturalezas de Marte,
i ellas en Sagitario i Escorpión, que solo in*
fluyen guerras, disensiones, odios, pendencias,
muertes i eridas, i de las otras dos estrellas, la
de la pierna derecha de la Serpiente, o Fiucfaiu
es de naturaleza de Venus, i la antecedente Aus-
tral de la espina de Capricornio, es de natura*
leza de Mercurio, tratos i comercios, ocupaciones
venéreas, que debiendo oponerse los que en
Potosí abitan a estas iuflaencias, con el valor del
libre alvedrio se rinden, i se ve en común el
efecto de estas constelaciones.»
La tentativa de nuestro autor para determinar
la longitud geográfica de Lima, aunque frustrá-
nea, acredita el interés con que á este fin obser^
vó allí un eclipse de sol que se habla anunciado
para Valencia el afio 1633.
XIII
Afios atrás escribía para mis alumnos el pre
(jepto literario que sigue: cNo pocos cronistas, al
contar lo que vieron, lo cuentan como lo vieron
y creyeron, y sin embargo á veces como no eran
las cosas en realidad. Su narración es fiel sin ser
exacta. La crítica histórica admite por eso con
reservas el testimonio de algunas crónicas.» No
lo he puesto en olvido por mi parte al leer la
Coránica Moralizada.
Asistió Calancha á sucesos singulares y ex-
traños que casi traspasaban con su novedad lo
humanamente posible ó lo positivamente vero-
símil. Ha presenciado casos inauditos que le
pareció que excedían los límites regulares de la
naturaleza. Se decir que unos y otros hechos y
eventos son sabores que salpican agradablemente
esta larguísima crónica. Provocan explicaciones
de nuestra incredulidad moderna; dejan ver las
FRAY ANTONIO DB LA OALANCHA 49
excelentes dotes de Calangha como narrador
rápido y pintoresco.
Tiempo seria por eso que nos acercásemos más
al fraile antiguo de la Colonia, y que nos dejara*
mos un poco de apreciaciones tocadas de nues-
tro subjetivismo. Que venga el objeto algunos
ratos á nuestra presencia, y, como el objeto es
un escritor, hagámosle hablar á efecto de cono-
cerle por ahí más y más bien.
Por vía de breve y llano ejemplo véase el si-
guiente caso que el Padre cuenta al hablar de la
proviuciá de Cochabamba :
cEs pais alegre i regalado, i la villa mediana-
mente poblada. Aquí se fundó nuestro Convento
en la pla^a principal, i es el más bien acabado
de la villa; iglesia, sacristía i otras piezas de la-
Qos de cedro, i goza de agradable i regalada
guerta; ay Religiosos de treinta años conventua-
les, sin apetecer mudaripa, viven con quietud, i
tienen lo necesario. Quando yo pasé por aquel
Convento, vide en una dotrina nuestra llamada
Itapaya, que en la celda del Padre fray luán de
Chaves, buen Religioso que doirioaba aquel
anejo con virtud i trabajo, cria van en la ventana
B. Y p. 4
50 SOLIVIA Y PBRÚ
por la parte de dentro una gran colmena las ave-
jas, fundándolas sin ponerles corcho en las puer-
tas de la ventana; i viendo la mansedumbre con
que entraban i salian por la puerta de la celda
(que la ventana estava siempre cerrada, porque
la colmena cogia el medio de las dos puertas de
la ventana) me dijo él, i lo supe de otros, que
avia años que por aquel tiempo venian al mes-
mo lugar las avejas, i le labraban un panal, sin
que al entrar, ni salir los enjambres picasen, ni
fuesen en nada penosas al dicho fray Juan, ni a
los que allí entravan, i dejando maduro i sazo-
nado el panal se iban, i el afio siguiente por AbrU
i Mayo venian a labrar otro. No lo refiero por
maravilla, sino porque tiene algo de novedad,
aunque las virtudes del Religioso pudieran me-
recer este favor.»
Hé aquí un caso de restitución de un hurto
sacrilego en el Cuzco. Causó maravilla doble-
mente por la exageración con que se contaba y
por la propensión á la misma con que se escu-
chaba :
f Por el afio de mil i seyscientos i doce, ur-
taron una corona de precio con engastes de pre-
FRAY ANTONIO DE LA GALANCHA 51
ciosas piedras a esta santísima Imagen; muchas
•
diligencias se izieron por aliarla, i no pudieron
en muchos dias descubrirla; no uvo indicios, ni
se adivinaba el ladrón; mandó el Prior al Padre
fray Pedro de Anbite, Religioso de notoria vir-
tud, muy devoto de aquel altar, que dijese en él
las misas de las llagas, interponiendo a la Vir-
gen por abogada para cobrar su corona, i que si
avia sufrido la ofensa, descubriese su joya (era
la más rica de su adorno); salió a decir la pri-
mera Misa, i acabada la Epístola, se bol vio a
decir el Evangelio, i al tiempo de poner el ayu-
dador el misal i atril, apareció allí la corona en
el sitio donde se ponía el misal; admirado dijo
el Sacerdote: ¿No es ésta la corona de la Madre
de Dios? Estaba abollada, pero no disminuida.
Sin responder el ayudador cogió la corona, i de
corrida se la llevó al Prior contando el caso, i
ponderando la ocasión aclamóse el milagro, i
dieron gracias a la Virgen Santisima, que descu-
briendo el urto no quiso lastimar al ladrón.»
XIV
El prodigio del blasfemo endemoniado que se
volvió á Dios en Potosí, ó más bien del neurótico
que de agudísimo acometimiento sanó en aquel
hospital, lleno está de cosas sorprendentes. Pero
es algo extenso el relato. Prefiero citar el caso no
menos patológico de un vecino de Ghuquisacft
cogido de feroz atrición. Después de haber teni-
do ayuntamientos carnales con una monja den-
tro del claustro, mediante á que un negro le
aguardaba con escala al muro para la salida,
cayó dicho vecino en la tortura de arrepentirse
horrorosamente. Sentíase presagiado por el ins-
tinto volvedor de una muía, que cierta vez tornó
á la querencia al sentir que soltaba del todo las
rieixdas su caballero, el cual era un correo expre-
so potente en dormir la mona:
cAvia en Chuquisaca un noble vezino, llama»
do Antonio Pantoja, el onbre de mejores partes
FRAY AKTOMIO DB IíA OALANCHA 5S
que ha tenido el Perú; era cavallero, ijo de pa*
dres muy lustrosos, que le dejaron gruesas rentas
en feudo de Indios, i en otras eredades, casas,
labranpas, i copias de ganados; era de lindo talle
i de apacible i discreta conversación. Estudió
letras umanas, Artes i Teología en que salió coA
Opinión, i aprovechado; fué diestro en las armas,
i perfecto en la giueta, músico de muchos instru*
mentes, i poeta cieutifíco; era amado de todos,
tanto por la dul9ura de su condición, como por
Éu gran liberalidad. Casóse con Doña María Ma*
nuel, señora noble i de cabal ermosura; discreta,
afable i gallarda: ¿quien pidiera mas a la fortu-
na? Pero ¿donde izo mas estragos la desgracia?
c Salió un dia por el pueblo rumor contra una
Monja, i dilatóse la calumnia (que como sea en
afrenta de eclesiásticos, quiere el Demonio fingir
que aze milagros, ablan los mudos, i se azen tefl*^
tigos de vista los ciegos): pasados algunos meses,
acusaron por delinqüente eui^l pecado nefando
a este Antonio Pantoja, i dada bastante informa-
ción, dio mandamiento de prisión la Real Au^
dieueia. Pero uno de los Oidores (intimo amigó
suyo), avisó a su muger, i ella al punto enbió a
R4 BOLIVIA Y PBEÚ
dar aviso a su marido, qae estaba en su eredad,
seys leguas del pueblo; despachó con el papel a
un criado Espafiol, de secreto i confianza, i dióle
una ligera i valiente muía.
c Salió a prima noche de la ciudad, caminó
toda la noche, durmióse un poco, i quando des:
pertó, se alio en el patio de su casa. La noble
sefiora, que en toda ella no durmió de afligida i
cuydadosa, pensó que ya el criado venia de buel-
ta, i supo lo que le avia sucedido. Bolvio a es-
cribir al marido, refiriéndole lo que al criado le
pasava, i que dentro de pocas horas iría en su
busca la justicia: que se ocultase, ó se previniese,
que con fácil defensa rendirla a los capitulantes;
pues eran Indios, i otra gente baja: su muger
cierta estaba de que era culpado su marido, ya
porque lo avia visto, i ya porque avia tiempos
que no le parecían bien las mugeres.
c Guando Antonio Pan toja leyó el papel, i oyó
a su criado, sin responder a nada mandó que se
le trugesen unos grillos i esposas, que para sus
esclavos tenia en su quinta, i dijo: c Quien a vos
c os estravió, i no quiso que vinieses anoche,
c quiere que yo pague, mis pecados;. con estos
FRAY ANTONIO DE LA GALANCHA 65
c grillos quiero que me lleyen, i en esta vida
c aanque sea con tanta ignominia, quiero qae
c me castiguen.»
»No valieron ruegos, ni advertencias del cría-
do; liego la justicia i entregóse a ella, dando las
prisiones con que lo llevasen, resuelto de no ad-
mitir defensa, ni atender a onra, pidiendo a Dios
recibiese por descargo i penitencia aquella muer-
te de afrenta. Deudos i amigos calificados le pe-
dían que negase, i la justicia deseaba que se
defendiese para darlo por libre; pero él, que ya
estaba concertado con Dios, confesava a vozes
sus pecados, nombrando al conplice, que era un
feo i asqueroso negro esclavo suyo. Pidió solo le
diesen de vida un mes para azer penitencia; fue
tan cruel que estuvo para morir antes que lo
matasen.»
XV
No es menos extraordinario lo que pasó des*
pues. Prosigue Calancha:
cLlego el día del suplicio, i aconpañandole to-
dos los Religiosos de las quatro Ordenes, i un
sinnúmero de gente que concurrió de las comar^
cas, salió en una muía enlutada, aziendo actos
fervorosos de contrición a un Cristo, quebrando
corazones, i siendo en tanta multitud de diversas
gentes comunes i continuas las lagrimas. Llegó
a la esquina de la pla9a fronteriza al Cabildo,
donde era su casa, i ablando con los balcones i
paredes, confesa va a ver ofendido a Dios sin te-
mor de su ira; pidió perdón a su muger que pu-
diera oirle, i atravesó de dolor a quantos le
oiamos.
cAnduvo una quadra i llego a la esquina da
las Monjas (para este punto se refiere el suceso):
FRAY AMTOHIO DK LA OALAKCHA 67
flílli izo parar a todos, i pidiendo silencio dijo en
tilia voz:
cSepan quantos oyeren mis afrentas, qne el
•« aver yo ablado en desonor deste santo Monaa*
€ torio, fue lo que irritó a la justicia Divina, para
«qne me dejase de su mano, i permitiese que
«otro dia siguiente cometiese éste pecado, con-
€ tinuandolo asta que me prendieron. Escarmieu»
< ten en mi los que desdoran la oura de las espo-
c sas de Cristo, i consideren con quanta afrenta
•* pago aquella culpa. »
«Calló, i luego dio una gran voz, diciendo:
« lesus me valga! > i quedó sin abla desmayado i
temblando. Desmayóse i pasmóse el acomp&fia-
miento pensando avia muerto, i dándole vozes su
Confesor, que era el padre Predicador Villafrán-
ca, Superior del Convento de Santo Domingo;
bolviendo en si, dijo el Antonio Pantojar «vide
« orrible al Demonio, que apuntándome al Coii*
« vento de las Monjas, me dijo, que por sola
« aquella culpa quando no tuviera otra, era cierta
€ mi condenación.»
«Oyéronle Religiosos, que i van junto á él dé
San Agustín, í aconsejáronle dígese aquesto en
58 BOLIVIA Y PERÚ
VOZ alta, que sería parte de satisfacción; izólo con
valor Cristiano, pidiendo muchas vezes perdón i^
las Monjas i oraciones a todos. Caminó a su
oguera, donde multiplicando actos de contricipn,
murió como penitente.
cEscarmienten los que no saben lo que irrita
a Dios el desdorar sus esposas, i teman que qui^á
no les dará tienpo de confesar su culpa, ni de
satisfacer la onra; como le sucedió a otro, que
contando una afrenta, murió sin llamar a Dios
antes de acabarla. Lastimar al crédito de un Sa-
cerdote, es lastimar a Cristo (como él dice) en la
nifia del ojo; pero quien toca i ofende a una
Monja, esposa suya, hiere i ofende en ambos ojos
a Cristo. Que por eso con parando la cabe<;a de
Cristo Salomón, al oro, i la de la esposa al monte
Carmelo, las megillas a los jardines, y los de las
esposas a las tórtolas, i asi las demás faciones
diferenciando las de Cristo, quando abló de los
ojos, advertencia de Gislerio, puso una misma
semejan9a diciendo, que los ojos de la esposa eran
de palomas, i los de Cristo como los de esas pa-
lomas, curándose de tener los ojos como los de
su esposa, i pudiéndola onrar con decir, que los
FRAY ANTONIO DS LA CALANCHA
59
de 8u esposa se parecían a los sayos, no dice sino
que los suyos se parecen a los della; en que po-
demos ver, que es erirle ambos ojos a Cristo, el
tocar a la onra de una Monja.»
XVI
Otro caso de Chuquisaca en el mismo monas*
terio, caso moderno de escalamiento del muro
para cohabitar con santa monja en su celda, es el
del general Garlos María de Alvear, enviado ex-
traordinario y ministro plenipotenciario de la
Argentina en Bolivia. La tradición ha venido
reñriendo el sacrilegio y-á las veces como suele
adulterándole. Largo tiempo se negó el hecho en
Buenos Aires, acaso porque habiendo cortado con
perjuicio las negociaciones y habiendo puesto
escandalosísimo término á la embajada, se liga
con los anales de la cancillería argentina y per-
tenece de lleno á la vida pública de aquel gene-
ral. Pero el año 1881 vi que don Ángel Justi-
niano Carranza, historiador erudito y bibliófilo
coleccionista, ya poseía en dicha ciudad datos
FBAY ANTONIO DE tA CALANCHA 61
precisos, de buena fuente, sobre la verificación
de la aventura, bastantes para un fiel y pinto-
resco relato.
Este último ha eido realizado el afio 1894 en
una manera perfecta por don Ricardo Palma, no
86 si con estas mismas informaciones ó con otras
no menos exactas de distinta procedencia. Corre
bajo el título de fUn Tenorio Americano» en el
tomo III, pág. 168 de las Tradiciones Peruanas
impresas en Barcelona por la casa editora de
Montaner y Simón.
Desde 1879 en que apareció en Caracas el vo-
lumen de la correspondencia epistolar del maris-
cal Sucre con Bolívar, ya nadie pudo poner en
duda la efectividad del hecho. Pahna á guisa de
comprobante histórico de su c tradición,» copia
acertadamente, de una carta de Sucre á Bolívar
con fecha Enero 27 de 1826 en Chuquisaca, el
aparte que sigue:
cEl General Alvear salió por fin el 17 en la
tarde. Debo de^ir á Ud., por prevención de lo
que se le escriba por alguien, que este señor tuvo
la imprudencia de verificar por fin su entrada á
M SOLIVIA Y PSRÚ
las MÓDÍcas, y sorprendido por la Superiora tave
yo que poner manos al asanto por ruegos de su
buen comportamiento para evitarme un escándalo.
Pude hacer que saliese sin que la cosa sé hiciera
un alboroto, pero como fue sabida por muchas
personas, ya no hay títere en la ciudad que no
esté impuesto del hecho. >
En el tomo I, página 412, mi Biblioteca Pb-
BUAMA, de Santiago, dio noticias sobre la colec-
ción de cartas privadas y de documentos oficia-
les, en la capital de Venezuela publicados bajo
el titulo antojadizo de Memorias del General
O^Leary. Tres solamente son los tomos de na-
rración de este primer edecán y guardador del
archivo de Bolívar. 27 volúmenes en 4.° contienen
la correspondencia dirigida al grande hombre.
Habría que hacer tan sólo dos levísimas recti-
ficaciones al colorido y exacto relato de Palma.
El cimpertérrito realista» doctor Serrano, que di*
ce, padre no era sino hermano de la forzada y á la
vez ardiente monjita Isabel. No fue impertérrito
realista si militó después de poco en el campo con-
trario, y, si vuelto al rey en servicio de Olañeta,
experimentó de nuevo entusiasmo por la patria
FBAY ANTONIO DE LA CALANCHA 68
después de Ayacucho (*); ese entusiasmo que le
hacia prorrumpir en su Acta de la Independencia
del Alto Perú: c Lanzándose furioso el Leóu de
Iberia desde las columnas de Hércules hasta loa
imperios de Moctezuma y de Atahualpa, es por
muchas centurias que ha despedazado el desgra-
ciado cuerpo de América y nutrídose con su sus-
tancia.»
El doctor José Mariano Serrano no tuvo hija
sino hijo» entiéndase legitimo. Sin acudir á la
prensa volandera de gacetas é impresos sueltos
del día, los folletos en folio números 1072 y 3014
de mi Biblioteca Boliviana, de Santiago, infor-
man bastantemente que don Federico Serrano,
doctor de Chuquisaca él también y ¿por qué no?
vivía, así como antes su padre, con la querida en
(*) Esto escribía antes de conocer la vindicación con-
clórente de Serrano en el asnnto de la felonía del secre-
tarto de Gorriti, gobernador de Salta, secretario qae co-
municaba noticias sobre los patriotas al general Olafieta.
Dicha vindicación se publicó en El Teatro de la Opiniónf
de Buenos Aires, número 27, correspondiente al 21 de
Noviembre de 1823. Antes al contrario, Serrano ingresó
á la causa de la Patria en 1809 para serla fiel á través de
larga 7 penosa emigración. Volvió á Chuquisaca como
secretario de Arenales el afio 1825.
64 SOLIVIA Y PERÚ
casa; y que, aei como éste había expulsado del
hogar al único legítimo (los había de otras dos ó
tres clases en el hogar) por celos con la querida '
última, á su turno don Federico expulsó de este
mundo á su amigo el doctor en medicina don
Manuel Rendón por celos con la querida actual.
Le armó al efecto una celada cierta noche en su
casa haciendo venir allí al médico con motivo
profesional, y le hizo matar á palos en el zaguán
á oscuras, y él mismo le asestó el golpe postrero
en las sienes valiéndose del cañón de una pistola.
La ferocidad y alevosía de este crimen llenó de
horror á la capital. Pero el reo se encargó de firmar
la sentencia condenatoria y de ejecutarla primera-
mente se fugó de la cárcel ya avanzado el pro-
ceso; después en la Argentina se suicidó.
Lo mismo que su tía la monjita Isabel, el
amor. Asunto para una c tradición,» mas no del
género sacrilego sino del patibulario.
XVII
Donde está el depósito de argumentos para
relatos y leyendas es en el libro de nuestro
CaIíANCHA.
Generalmente los casos de sueftos y de visio-
nes interesan poco en las vidas de santos y de
siervos de Dios. Eso mismo pasa en dicho autor.
Mas no así enteramente el caso que sigue, refe-
rido con grande asombro. Combínanse en él el
sueño y la vigilia, y aparecen dos personajes im-
portantísimos, Cristo y la Virgen, movidos en
sus actos á la humana. Son el resorte dramático
del suceso.
«Por el año de 1613 eran Curas de la Catedral
del Cuzco dos Clérigos, el uno llamado el Licen-
ciado luán Rodríguez; era de los mas egempla-
res Eclesiásticos, que an tenido estas Indias;
varón docto, que leyó muchos años Artes y
Teología en el Colegio de S. Antonio Abad, se-
B. Y p. 5
66 SOLIVIA Y PERÚ
minario de aquella Iglesia donde fué Rector; era
dotado de notorias virtudes, y tenido por gran
virtuoso, prudente y zeloso de la onra de Dios;
onbre de oración, y limosnero de mucha caridad
i mansedumbre, por quien viviendo él, dijo pre-
dicando el Obispo del Cuzco don Fernando de
Mendoza de la Compafiia de lesus, que merecia
mejor su mitra el Licenciado luán Rodríguez
que él, porque la opinión que tenia era muy de-
bida a sus costunbres. El otro Cura su conpa-
fíero fue muy distraído, sus egercicios eran jue-
gos de iiaypes, gargonerias de enamorado, abi-
tuado a juramentos, i era su casa receptáculo de
distraídos; con estos encuentros de vida servían
su Beneficio, luciendo mas la compostura del
uno, al lado de los distraimientos del otro. Vna
mañana se entró al amanecer el Licenciado luán
Rodríguez a nuestra celda (amavame como bueno
y yo le respetaba como a siervo de Dios) i des-
pués de algunos preanbulos que temeroso i con-
fuso como cuerdo i docto me dijo, refirió lo
siguiente.
cQue estando durmiendo aquella noche, avia
visto en sueños, que una persona lo saca va de
FRAY ANTONIO DE LA CALANCHA 67
hu casa, y lo llevava al tenplo de la Iglesia mayor,
que todo él eslava triste i escaro y a la laz que
dava una peqaefia lanpara, vido a la Virgen
santísima de rodillas ante nn Cristo crocifícado»
que eslava en el altar mayor, con muestras el
Ijo i la Madre de singular dolor, i congojosas
ansias, i que puesto en su presencia, le dijo Cris-
to: Por ruegos de mi Madre, que está agradecida,
a quien algunas vezes le á limpiado i compuesto
sus altares tu conpafiero, quiero usar desta mise-
ricordia. Vé a su casa, dile, que dentro de tres
dias á de morir, i le é de tomar estrechísimas
cuentas, que confíese sus culpas, y conponga sus
cargos. Sacóle de la Iglesia quien lo avia traido
(a quien nunca vido el rostro) i llevólo a la casa
del Cura su conpañero (todo en sueños), i avien-
dolé dado el mensaje de Cristo, le respondió,
que él eslava bueno, i que no creyese en sueños,
que no Iratava de confesarse. Bolviendo a la
Iglesia, alió como antes a la Virgen de rodillas,
continuando la suplica; repitió la respuesta, i
di jóle Cristo: Buelve otra vez, i dile, que á de
morir dentro de tres dias, porque sus vicios i
malos ejenplos me an irritado tanto, que a no
68 SOLIVIA Y PERÚ
ser su abogada mi Madre, años á que se uviera
condenado, i que por su ruego le doy estos avi-
sos, i le espero a penitencia. Bolvio con la se-
gunda monitoria; i diciendole oprobrios, llaman-
do enbustes sus encarecimientos, le dijo, que no
le viniese con ipocresias, que la calentura que le
avia dado, era mas destenple que enfermedad,
que si uviese de confesarse, primero avia de azer
BU testamento, que le dejase i no le añigese. Se-
gunda vez bolvio a dar la respuesta (todo esto
durando el sueño) i al entrar en la Iglesia vido
en pie a la Virgen, i cubierto con los cabellos el
rostro del Crucifijo, i toda la Iglesia colgada de
luto, i oyó una voz que con dolorido sentimiento
dijo: ¡Ay del desdichado sacerdotel Y sin que el
Liceuciado luán Rodriguez repitiese la respuesta
lo sacó de la Iglesia, i al llegar a la puerta que
salia al cimenterio, vio que quatro animales
negros i feroces Uevavan despedazando al Cura
su conpafiero.»
XVIII
Hasta aquí la parte soñada. Al referir la parte
que diremos «despierta,» Calancha. cae en re*
flexiones de notarse en él.
«Con este orror dice que despertó aliándose
mortal, i con sudores fríos, desmayadas las fuer-
zas i quebrado el aliento. Púsose en oración, pi-
diendo a Dios se sirviese de alumbrarle en eje-
cutar su voluntad, i en certificarle si era suefío, o
verdadera visión; porque para dar los avisos a
su corapafiero, era falible fundamento un suefío,
i para dejarlos de dar era culpable el no advertir
el orden, i las circunstancias de la visión. Di jo-
me, se avia determinado de consultar el caso con
un Religioso grave i docto de la Compañía de
lesuS; i platicarlo conmigo, sujetándose al con<
se jo que los dos le diésemos: «a otro i no a mi
« deviera escoger, le dije, pues tanto me falta de
< ciencia como de virtud;» pero conociendo que
70 BOLIVIA Y PERÚ
en varios lagares de la Sagrada Escritura, i en
millares de casos revelados a los Santos de la
Iglesia que tiene recibidos por revelaciones, avia
Nuestro Señor manifestado su voluntad en sue-
ños, escogiéndolos porque las especies impresas
de la fantasia, representasen la visión sin sobre-
saltar el ánimo, ni asombrar las potencias, dando
sueño Dios, para que con mas comodidad reci-
ban sus siervos sus iluminaciones, i que se cono-
cerian ser del cielo, si teniendo fundamentos de
verdad, se ordenasen a provechos del anima, i a
mayor onra de los atributos de Dios, sin atrave-
sarse entre lo espiritual que se sueña los dislates
i burlerías que se suelen soñar.
cYo le aconsejé, que visitase a su compañero,
i le introdujese la santa amonestación, i que si
fuese correspondiendo lo que le decia con lo que
avia soñado, continuase con fervor el remedio
de aquel anima. Determinóse el bueu Clérigo
porque el Religioso de la Compañía era del
mesmo parecer; dijo Misa, pidió lo conveniente
a Dios, i fuese a casa de su compañero, a quien
alió bien divertido; fué disponiendo la platica, i
llegó (cotejando lo que le respondía con lo que
FRAY AHTONIO DE LA CAL ANCHA 71
avia soñado) a referirle el sueño, que avia de
morir dentro de tres dias; triscó del aviso chaco-
teando el sueño, i diciendo no creyese <en ellos,
que él estava bueno; salióse el Licenciado luán
Rodríguez ya cierto de la visión, i condolido de
su despego, i comunicó lo sucedido al Religioso
de la Compañía i a mi; atizamosle a que no le
dejase un punto, i sufriese con caridad los baldo-
nes, o para remediar aquel anima, o para justificar
la gran piedad de Dios. Boivio otro dia al compa-
ñero, i alióle con calentura en la cama, i que avia
contado a sus comenzales el aviso, i la visión de
que acian plato de juglería; sufrió como bueno, í
continuó como caritativo, pidiéndole que se confe-
sase pues estaba con calentura, i era sacerdote;
respondióle: Que no le apurase, que con sus
sueños le avia traido aquella calentura, que si
fuese adelante su mal, aria primero testamento,
i después se confesaría; dijole que se fuese, i
deteniéndose el buen Clérigo, le dijo a gritos,
que le dejase con el diablo. Lloroso salió viendo
quan poco se ablandaba su dureza, i quan array-
gado estava en su malicia.
cTercera vez boIvió después de larga oración,
72 BOLIVIA Y PERÚ
i de mucha diciplina, i viéndole que era un fue-
go vivo la calentura, i que era el tercero dia de
BU visión, le declaró lo que oyó en la Iglesia;
<|ay del desdichado Sacerdotel» El enfermo des-
pechado dijo: que ya se había reconciliado, i que
se confesaría, que le dejase solo. Bolvio el rostro
a la pared, i allí espiró.
cDolorosa muerte, i desdichado fin! Yo me
alié en su entierro, i quantos en él ivan, solo
platicaban de la visión del Gura luán Rodríguez
publicada por el difunto, i pregonada por sus
guespedes. Todos ivan diciendo quando lo Ue-
vavamos, condenado está este mal Sacerdote,
lamentable voz, i dolorosa muerte. Este caso
supo toda la ciudad, i yo no lo juzgo condenado,
porque eso está remitido al saber de Dios, i es
infinita su piedad; pero consideremos dos cosas,
una de consuelo, i otra de terror: la protección
de la Madre de Dios diluvio de misericordia, i
quau agradecida Reyna es, pues por solo que
algunas vezes le linpiava su altar, paga de rodi-
llas negociando que le avisasen, i que le perdo-
nase su hijo si se arrepintiese; i el terror quede
í
FBAY ANTONIO DE LA CALANCHA 78
en nosotros los sacerdotes, pues cubre Cristo
el rostro eu sefial de tristeza, i viste de luto el
templo quando se le condena un Sacerdote.
Triste del que vive distraído, pues solo Demo-
nios le están aguardando.»
XIX
Creo que se pudieran producir amenísimos
extractos de la Coránica Moralizada. Mas para ello
sería necesario no proceder sin selección. Los
casos anteriores han sido tomados al acaso. Van
en seguida una visión de especie que diríamos
semidivina y hechos de calidad pueril:
«La visión referiré como me la dio por escrito
el P. F. Pedro Anbite, onbre de mucha sinceri-
dad, Religioso de aprobada virtud, conocida en
cincuenta afíos, f rayle de verdad en quanto trata,
i sin artificio en quanto dice; sus palabras son
las siguientes:
«Ago testigo a Dios, que saliendo yo a decir
« Misa en el Cuzco al altar de S. Nicolás, salió
« junto conmigo un Eclesiástico a decirla al altar
« de nuestra Señora de Gracia, frontero el uno
« del otro, porque asi están las Capillas; desdo-
« blamos a un tiempo los corporales, comencé la
FRAY ANTONIO DE LA CALAMCHA 76
< Misa, t acabaudo 70 la confesión, vide que bs
c bolvio a salir el Ecleaiaatico, i subió a decir la
< Misa al altar mayor; puseme a pensar que
c causa le movería a dejar el altar de nuestra
< SeQora i irse al altar mayor? Coutinuaiido
< mi Misa boivi los ojos al altar de la Virgen,
« i vide revestido un Sacerdote que no conocí;
* era ermoso el rostro, i la presencia venerable,
< tenia a su lado dos acólitos vestidos con roque-
< tes blancos, i luces en dos ciriales. BoIvi mu
* chas veces los ojos por conocer al Sacerdote,
< admirado de no saber quien fuese, i descooo
< ciendo los acólitos que le acompañaban, quise
< acabar presto la Misa; i al tiempo que acabó el
< Eclesiástico la que decia en el altar mayor,
< salió de la Capilla de nuestra Señora el Sacer-
c dote i sus acólitos, i allí desapareció, bolvi al
* que me ayudaba que era un Religioso lego,
* oubre de penitencia i oración, i pregúntele, si
( avia visto aquel Sacerdote, i a los acólitos en
* el altar de nuestra Señora; dijome admirado
< que bÍ, i que uo podia entender que cosa, o
f para que fuese aquella visión; pedile el silen-
< ció, él lo prometió, i asta oy que declaro esto
76 SOLIVIA Y PERÚ
c uo lo é dicho a persona umana: declarólo
c aora cou jaramento a Dioe por ser todo verdad,
c i porque me han encargado la conciencia di-
€ ciendo, que es coveniente que esto se sepa. El
€ eclesiástico que dejó aquel altar, i se fue
c al altar mayor dijo averio dejado por decir
c Misa en el altar de mayor autoridad. Aora
c digo yo, que aquella V^irgen milagrosa quiso
c que supiésemos, que si un Sacerdote vano,
c despreció su altar donde estava su bulto santo,
c i se fue donde no la devoción sino la profani-
c dad le obligó a tan apocado desden, supiese
c su devoto, i por el nosotros, que enbia el cielo
< Capellanes gloriosos i acolites Ángeles, que
< estén venerando su altar todo el tiempo que
€ el profano Eclesiástico le desdeñó. No tiene
€ encuentros ésta visión, i puede tener prove-
€ chosos discursos su maravilla. Dige que era
c cama el milagro de la corona, porque h echp
c muchos milagros í maravillas aquella Virgen,
c i porque cayese ésta sobre el ser míraculoso.»
A estar á las informaciones fehacientes reco-
gidas por Calancha, la conducta observada por
san Nicolás de Toleutino y por san Juan de Sa-
FKAY AKTOMIO DE LA CALAMCHA 77
hagan en Lima, eu el Cuzco, en Potoaf, excedió
loa límites de la discreci-5D prestándose á las ma-
yores ceoBaras. La parcialidad de san Juan en
favor de los peninsulares de su pueblo fue punto
menos que escandalosa. Lienzos y escuUuritas
de este bienaventurado, y panecillos, mantos é
imágenes del otro agustino del cielo, hicieron de
laa euyas, como suele decirse, eu aquellos luga-
res. Bastó allí el empleo de dichos objetos para
resucitar muertos, a|>agBr incendios, restituir
salud ó bienes, poner atajo ó fin á pestes, y para
que se verificasen súbito trastornos y maravillas
que dejaban á las gentes sobrecogidas de pasmo.
Y obraban todo esto, aquellos electos de la gra-
cia divina, cou ánimo ligero, sin causns graves,
á veces por corresponder con buenos oficios á
ciertos devotos, en ocasiones cou alarde de tra-
vesura y truhaueria. Asombra que la rectitud y
talento del F. Galancha no hayan proferido si-
quiera uua queja contra temaQos abusos. Muy
lejos de esto: merecen su admiración, le brindan
margen para ejercer con brillo su arte de c mora-
lizar,» glorifica por ellos á los temerarios que asi
derrochaban el dou de k omnipotencia.
XX
El criterio de nuestro fraile así como eetuvo
alerta con desconfianza respecto de los fenóme-
nos ó actos naturales, abundaba en credulidad^
padecía de alucinamiento, cada vez que supo con
testimonio lo sobrenatural. No sólo su imagina-
cióu sino también sus sentidos eran parte en
engañarle con frecuencia. Al más leve reclamo
se ponían de pie y concurrían á hacerle creer
que por ahí andaba el misterio inaccesible, que
más allá se entrometía patentemente la mano de
un poder celeste.
La fe en lo maravilloso es innata en el espíri-
tu humano; en ningún tiempo ni lugar existió
sociedad alguna que no se alimentara de supers-
ticiones; el culto religioso nos arroba profunda-
mente con sus ritos y sus misterios. Nuestro es-
céptico siglo, tan positivo así en el método de las
ciencias como en la práctica de la vida, ¿no pre-
FRAY AMTOKIO DE LA CALAÜCHA 79
seució años atrás las mesas giratorias, y actual-
mente no asiste á la uomuuicaciÓD con los espl-
ñtus? Ed cuanto al milagro propiameute dicbo,
en eetos mismos momentos millares de personas
eetán adorando en Turlu la fotografía de la sába-
baña santa, maravilla contraria á todas las leyes
de la fiaica y del arte fotográfico.
Cuando se escribió la Coránica Moralieada la
sazón de lo? tiempos y la temperatura del lugar
eran por excelencia de milagros. Mientras hoy
en et orbe cristiano se presenta el milagro nuevo
contando tan sólo con una minoría de creyentes,
aquel entonces no hizo sino asomar cara su aserto
cuando ya aquél era adorado no por la mayoría
sino por la unanimidad de los fieles. Lima ba
sido nombrada por su fe la «ciudad de los san-
tos.» El innato apego del individuo al misterio,
á la ingerencia patente de otro mundo inaccesi-
ble en este que palpamos, allí revestía las creces
de una propensión social. Todos creían á pie
juDtillfls en una positiva eficiencia celeste habi-
tual en los hechos de esta pobre tierra.
La religión y el fanatismo religioso imprimían
en el Perú, carácter personalisimo á eea intromi-
80 SOLIVIA Y PERÚ
sión. Cristo mismo, la Virgen, el santo tal y el
santo cual, dejaban el Paraíso para colocar su
individuo en cualquier paraje ó rincón del reino
á fin de ejecutar ó hacer ejecutar lo que querían.
Porque la tendencia á lo sobrenatural nunca se
alimentó con más supersticiones, nunca se apo-
deró con mayor despotismo del espíritu humano,
como durante las épocas de ignorancia y obscu-
rantismo, en que dicho espíritu ha desconfiado
enteramente de sus fuerzas.
La más concluyente prueba en el caso que nos
ocupa es el acento convencido de nuestro autor,
uno de los hombres más instruidos de su época.
La ingenuidad de este cronista no puede ponerse
en duda sin negarle lo que le pertenece. Es tan
bonachón que cree que la Virgen se siente lasti-
mada en su amor propio. Y ¿por qué? Porque
un clérigo tonto prefiere para decir misa, á ese
altar modesto, otro lujoso y más visible de la
iglesia, el altar mayor. En materia de milagros,
y no así en otras cosas, la sencillez de C a lancha
llega hasta el punto crítico, el punto donde la
extremidad del candor se toca con el extremo
finísimo de la ironía. El barquero de cabeza
FRAY ANTONIO DE LA CALANCHA 81
blanca y barba negra dijo á Enrique IV al pre-
guntarle éste que por qué era eso: cTal vez, sire,
porque la cabellera es más vieja.» A Gal ancha se
le caen conceptos de una simplicidad semejante.
Nada raro es por eso que él crea que ha visto
por sí mismo el milagro propiamente dicho, cate-
górico y perentorio en su absurdidad estupenda.
Y no se vaya á pensar que se quedara atónito á la
manera profana del vulgo. Con ojos contritos
nuestro cenovita veía en todo eso una obra llana y
propia del orden teológico. Está á la vista que
causa de esta fe humilde su claro talento renun-
ciaba en tales casos al ejercicio de la sana critica.
Pero hace por punto general la salvedad de ley
respecto de los milagros no aprobados por la
Iglesia.
B. Y P.
XXI
Hay que tomar en cueDta, por otra parte, las
exigencias del arte literario conventual de enton-
ces. Á este geógrafo de la constitución física ,
poblaciones, antigüedades, conquista etc. del
Perú, no pudo escapársele, que si su ñn predilecto
era rememorar los anales de su orden monástica
en aquel gran reino, la narración necesariamente
había de contener milagros. No podía faltar en ella
una serie de maravillas edificantes para colmo de
proezas y para mayor gloria de Dios y del gran
padre san Agustín. De diversos conventos se
enviaron por correo milagros agustinianos al
autor para su obra. Alguna vez ha dicho que él
escogía entre los mejor probados ó comprobados»
Cita por eso con precisión en cada portento ó
prodigio la fecha y los lugares con el nombre
de los actores y testigos vivos ó muertos.
Estos envíos acreditan que la parte sobrenatu-
FRAY ANTONIO DE LA CALANCHA 83
ral de la Corofíica Moralizada fue exigida por la
opinión pública.
Á la sensatez y perspicacia de fray Antonio,
que eran grandes^ no se les ocurrió por modo
alguno renunciar á este ingrediente del género,
ó si decimos, propio de toda crónica conventual.
Empléale como los poetas la «máquina» en la
epopeya, cual si fuera arbitrio ó recurso técnico
de su arte. Sino que, en el caso presente, si el
orden natural y el orden sobrenatural compiten
en el cuadro de los hechos, el partido es de suyo
tan desigual como contrario á las condiciones de
un bien pulsado equilibrio. Nuestro autor se queda
algo corto en cuanto al uso de lo maravilloso. De
resultas, un estrago en el libro: el orden positivo
aplasta con su mole brutal al otro orden.
El tesorero de los Ermitaños de san Agustín
no ha logrado reunir un caudal, que, sumando
bien, haga por esta parte descollar entre sus riva-
les el patrimonio excelso de su orden monástica.
Tenemos que confesarlo sus amigos: cada una de
las otras órdenes puede exhibir en el renglón de
milagros riquezas mayores. Y lo que dicho queda
de la cantidad decirse puede de la calidad. Ellas,
84 BOLIVIA Y PERÚ
también en el certamen del primor, tienen la
palma del vencimiento. Sus taumaturgos canoni-
zados, sus monjes de ambos sexos, desde el cielo
y en la tierra, cien veces más y más bien que los
agustinos, han derrocado la ciencia de los hom-
bres y hecho pedazos en el reino del Perú las
leyes de la nauraleza.
1898.
mmuam^mtt
UNIÓN AMimCANA
Plan político con brillantes proyecciones teóri-
cas y prácticas en la diplomacia Iiispano-ameri-
cana. En todo tiempo la opinión y el gobierno
del Perú han sostenido decididamente la Unión
Americana. Gran propaganda en este sentido se
comunicaba de Gbile á Bolivia no hacen todavía
cuarenta afios. Sociedades particulares se han
señalado por su entusiasmo en la última repú-
blica cuando la anexión española de Santo Do-
mingo, cuando la francesa invasión monarqui*
zadora de Méjico, cuando el apoderamiento de
las Chinchas por Espafia en son reivindicatorío.
La antigua Colombia, Perú> Chile y Bolivia
son las naciones sud-americanas que mayormen-
te han impulsado aquel movimiento continental.
Nació éste, puede decirse, en la cuna misma de
aquellas repúblicas.
86 BOLIVIA Y PERÚ
Impresos de triple procedencia, divulgadora,
parlameDtaria y diplomática, constituyen los ana-
les de la unificación ó coadunación hispano-ame-
ricana. Anales que de lleno interesan á la histo-
ria y literatura de estos países. Llevan la cuenta
y razón de los hechos y de los dichos públicos en
días de sobresalto y confraternidad proselitistas.
El ocuparme aquí en el asunto no significa
que la bibliografía del Perú, ni tampoco la de
Bolivia, hayan sido mayores contribuyentes al
proyecto de la gran comunidad. Pero el tempra-
no ideal de los dos pafses entró muy temprano
en la composición del proyecto y en su propa-
ganda. Sucede que la fuerza de las cosas de estos
dos centros de energía, llevando con lógica nues-
tro espíritu á los demás centros de análoga ener-
gía simultánea, da una resultante^ produce en
suma una generalización ó el bosquejo de una
generalización.
Y, bien pensado, cierta idea del conjunto es
en el caso actual noción integrante del conoci-
miento. Las palabras mismas cUnión Ameri-
cana» ¿no envuelven de suyo un significado de
índole sintética?
I
üoñ el predicho nombre entendemos aquí una
fraternidad peculiar de las repúblicas hipano-
r
americanas. Las palabras valen en el caso como
decir estrechamiento de los vínculos que en aqué-
llas provienen del común origen, instituciones
etc. Significan asociación de los esfuerzos de
dichos Estados para una doble tarea interna y
externa: mejora y progreso armóuico de todos;
ensanche de su poder colectivo y de su seguri-
dad general.
Pero no siempre lia tenido la expresión este
complejo alcance ó latitud de significado. De ello
es claro testimonio la Bibliografía. Conviene por
eso distinguir bien, en la categoría de impresos
que nos ocupa, lá clase originaria que sirvió de
simiente ál primer cultivo y de donde se han
derivado y extendido los demás. Por ahí ven-
dremos al conocimiento de dos especies primor-
88 SOLIVIA Y PERÚ
diales de un mismo género, ó sea dos progenies,
que con sus variedades coustituyen la casta bi-
bliográfica denominada Unión Americana.
En su origen esta última significó alianza y
federación de estas repúblicas hispano america-
nas. Tratóse entonces de una liga para vivir en
perpetua paz todas, quedar hoy en guardia con-
tra el exterior peligro, defender mañana unidas
la integridad territorial y soberanía independiente
de cada una.
Han resurgido después estos últimos intentos;
pero también ha ocurrido otro diferente, al cual
desde un principio se llamó con largueza Unión
Americana. El nombre estaba á la sazón dispo<
nible por la vacante indefinida de sus primeroa
objetos.
En el andar intermineute, desigual y dificul-
tosísimo de su peregrinaje, el designio federativo
yaiiancista de la Unión Americana hubo de
ceder de su altitud y profundidad magníficas.
Ha cedido á la preferencia de establecer precisas
relaciones estrechas, habituales y correlativas
entre loa pueblos hermanos. Aspira á constituir
una reciprocidad permanente de prestaciones y
ÜNION AMERICANA 89
servicios entre las repúblicas, i^eríaa éstos los
vehículos positivos por donde el espirita de cada
una y el de todas á la vez se compenetraran y se
fusionaran. De esta manera el buen concierto,
tras de prodacir ciertas ventajas parciales inme*
diatas, sería en un todo preparatorio de la adap*
tación mutua de nuestras repúblicas, y, en este
sentido, eminentemente preparatorio de la adapi-
tación en común, para cuando alguna vez se
quisiere establecer entre todas una colectiva soli*
daridad internacional de carácter político.
Según esto, hay Unión Americana de calidad
restricta y Unión Americana en sentido lato.
Los vínculos naturales, intereses comunes,
peligros del momento etc. que motivaron la reu-
nión del Congreso de Panamá en 1826, asamblea
en minoría y donde, al dictado de Bolívar, se in-
tentaba realizar una federación y comunidad an»
fictiónica entre las nuevas repúblicas de Hispano-
América, punto de arranque han sido de una
producción literaria que diremos indígena de
estos países, débiles de origen, constituidos en
mayor debilidad todavía al ingresar súbito, siq
preparación alguna, al concurso de las naciones
90 SOLIVIA Y PERÚ
soberanas. Habíanse alentado ó auxiliada du-
rante ía guerra de su independencia, y nuevos
peligros les movieron á fraternizar defensiva-
mente después de la victoria. El proyecto de Bo-
lívar respondía á estos sentimientos acudiendo
alienar la necesidad de ponerse en guardia.
No hay para qué advertir que á este caso pri-
mitivo, y si decimios genuino, de la Unión Ame-
ricana, es correspondiente el sentido restricto dé
la palabra.
El plan político no tuvo resultados, y hemos
de ver que Bolívar mezcló en él intereses que no
eran generales de la comunidad, y que su intro-
misión perjudicó al éxito de la empresa.
En ocasiones posteriores ha ocurrido un aná-
logo movimiento de opinión seguido de algunos
pasos de la diplomacia. Entre tanto, la liga fede-
rativa y la comunidad anfíctiónica se han que-
dado de nuevo en espera de su realización.
En todos los casos, como bien se comprende,
el estudio del proyecto, los trabajos dé divulga-
ción, los actos diplomáticos etc. han generado'
impresos, y estos escritos constituyen una especie
bibliográSca literariamente caracterizada.
UNION AMERICANA 91
¿Por qué los trabajos del Congreso de Panamá
no tuvieron resultado? Corresponde á la Historia
explicar las causas. Lo que á la Bibliografía
f cumple en el caso es apuntar un hecho. Si bien
fallida aquella vez la realización de una liga,
la idea de la Unión Americana en si misma
no pereció. Ni podía. El predominio del dere*
ebo de los débiles contra el abuso de los fuertes
no se ha establecido aún ni se divisa cuándo se
establecerá en la esfera internacional. Los senti-
mientos y la necesidad que hablan generado el de-
signio de una alianza federativa, si deben padecer
eclipses más ó menos largos, «i entrañan dificul-
tades enormísimas sus arreglos más bellamente
concertados, son de suyo hechos regresivos é
ingénitos de la raza de nuestro suelo y por eso
mismo persistentes.
Y lo serán mientras no se obre una transfor-
inación política y social en Hispano-América.
Así es que más tarde surgió de nuevo la Unión
Americana, y vuelta á frustrarse la tentativa
para plantearla.
n
Hoy sigue el gran designio un lento pro^
ceso evolutivo buscando el éxito tras la senda
y en la virtualidad del transformismo. Hasta
aquí las selecciones de este conato de perfección
namieuto laborioso no desdicen, nó, antes deno-
tan una face interesante y nueva de la Unión
Americana.
Porque no muy lejos de los fines principales
del Congreso de Panamá, — que bien pudieran
considerarse como puntos de mira hacia un
ideal político de la gran familia hispanoameri*
cana— otros objetos se han puesto á la vista^ no
del pueblo, sino de la diplomacia, tendentes al
mayor y efectivo acercamiento de las nuevas
naciones, y conducentes con eso á una lejana
pero muy individualizada confraternidad. Desde
entonces la unificación se persigue en una esfera
menos política y más sociológica.
UNIOM AMEBICAHA 98
De aquí una serie de trabajos jurídicos, no
pocos de administrativo carácter, que abarcan, en
la esfera de los intereses privados, el doble afán
individual y social de las nacionalidades corres-
pondientes. Aspiran á producir entre algunos
países americanos, más tar<)e entre todos, un
concierto de leyes que muy favorecidamente
igualen en cada uno, por consecuencia en todos
á la vez, las personas y cosas de los extranjeros
que pertenecen á la Union. Y todo diplomática-
mente combinado para que del interés común dis-
tributivo, mediante el acrecentamiento de la con-
fianza, surja en armonía un colectivo interés gene-
ral de actividad, mejoras y aspiraciones pi^blicas.
¿Es esto volver la espalda á la liga federal y á
la comunidad anfictiónica? Nó precisamente.
Pero se persigue el arbitrio de ahondar en nues-
tro continente las conexiones nativas, y se atiende
á llevar más allá de su procedencia originaria las
analogías así etnológicas como históricas y geo-
gráficas. Bien puede decirse por eso que es una
manera lata de efectuar una liga ó comunidad
americana.
Muy posible que los trabajos ya comenzados
94 BOLIVIA Y PERÚ
obtengan más que medianas resultas. Pero ello
no seria sino muy á la larga. Lo mejor es que
no se inspiran meramente en la amistad qu^
profesarse deben los pueblos civilizados. Alienta
en ellos un espíritu de benevolencia que diremos
doméstica. Mueye sus pasos cierto CQmpafíerismp
de consanguinidad. No pocos arreglos son susr
ceptibles de ir muy lejos en alas del seutimientQ
hispano-americano de familia.
Coadunación de esfuerzos para conquistar 1^
paz estable entre todos, legislaciones patrias fun-
dadas de consuno en el predominio del principio
territorial sobre el personal, múltiples corrientes
de aproximación y simpatía comerciales, postales^
literarias^ sociales etc. se consideran medios de
llegar jurídica, administrativa y sociológicamente
á constituir qon nuestras repúblicas una verdaíje-
ra «magna cí vi tas; > hermoso agregado homogé-
neo de autónomas individualidades colectivas, de
donde más tarde pudiera jtiuy bien surgir, gran-
de,, fuerte, el plüribus iinum de la estricta unión
americana que fuere más práctica y ventajosa.
Los anteriores trabajos generaron un cúmulo
de publicaciones que corresponden á teorías, pro-
UNION AMERICANA 95
yectos, negociados y aun ajustes entre altas par-
tes. Para comienzo tendían éstos á constituir
comunidad en ciertas materias de derecho inter-
nacional privado; verbigracia, propiedad literaria,
diplomas profesionales, derechos procesal y
penal; aplicación de leyes de un Estado en otros
etc. etc.; ó bien en algunas materias de derecho
de gentes público, como ser el arbitraje perma-
nente, magnánimo conato de paz inalterable en
familia y que aspira á realizar, cual de naturaleza
y esencia americanistas, una institución que es
en rigor humanitaria.
También pertenecen á este linaje de Unión
Americana los congresos internacionales, ya peda-
gógicos, ya jurídicos, ya de minería, ya sanitarios,
ya científicos etc. etc.; las corporaciones que
entre algunas de nuestras repúblicas se corres-
ponden para el cultivo y preparación de cuales-
quiera especies de ideas ó propósitos unionistas;
el canje obligatorio y constante de los respectivos
impresos nacionales etc. etc.
La prensa que en diversas formas concierne á
este vasto afán, afán todavía no común, pero
que en todas nuestras repúblicas ha encontrado
96 SOLIVIA Y PBBÚ
cooperadores decididos, es la única prensa que
de la Unión Americana existe en labor actual-
mente. Y puede afirmarse que así las manifes-
taciones fraternales de dicha prensa, como las
que se contraen á traducir ó fomentar las aspi-
raciones hacia donde hoy evoluciona el pensa-
miento uniformador y linificador, no parecen
tomar en cuenta para nada la antigua idea de liga
anfictiónica y de alianza defensiva.
III
En tratándose de la antigua Unión Americana;
hay que distinguir el lieeho y su teoría, la ccoea»
y la cpalabra.» Y hay que convenir en que la
palabra valió aiempre mucho más que la cosa.
Beta última no ha de figurar tan ventajosamente
en la Historia, — si no es atrevida la afirmación —
oomo la literatura de sus planes y de su propa-
ganda ha de figurar en la Bibliografía. Mejor
dicho: si algún lugar en el recuerdo de la poste-
ridad ha de tener la Qnión Americana de nues-
tros padres» de seguro no será, nó, por obra de
los hechos sino por eficacia de los dichos.
Por cuales ó tales causas, que no son de este
lugar, la ccosa» fue deleznable ó resultó frustrá-
nea. Y la cpalabra,» en cambio, resuena todavía,
y parece que resonará en adelante vibrando á
través del tiempo olvidadizo. Porque la elocuen-
cia de sus brillantísimos ideales, los gritos de la
B. Y p. 7
98 BOLIVIA Y PERÚ
sangre buUeote eii el corazón de esta gran pa-
tria de América, los llamamientos inexpertos pe-
ro generosos á la nnión de todos ante el peligro
del hermauo, palabras fueron y no más, pero pa-
labras que consigo llevaban esa calidad de tim-
bre que entre los hombres dura, y que dura con
la perenne energía propia sólo de lo bien sentido
y sinceramente expresado.
La teosa» fue en todo tiempo hija del temor
á potencias de Europa y también á una de Amé-
rica. Pero tan solamente la vez primera fue de-
signio concebido en el gabinete de los estadistas.
Salía de la cabeza luminosa de un varón egregio,
quien persistió en ella cuando ya él estaba muy
tocado del delirio de su personal grandeza. Mal
para la Unión Americana. Después ha sido ésta
un impulso afectivo de raza y familia acompa-
ñado de movimientos objetivos de opinión. Des-
de entonces, toda vez que ha tornado á producir-
se el hecho, había un peligro por delante. El de-
signio de la Unión Americana ha reaparecido
con desasosiego y con alarma, sin perder ápice
de su sectarismo difusamente étnico y proseli-
tista, más bien dicho proyectista.
UNION AMERICANA 99
Á lo menos, asi en esta forma pudo contem-
plársele poco menos de cuarenta años atrás. Ya
üo era designio de estadistas sino aspiración de
la juventud y de las clases superiores. Los trans-
portes de la fraternidad eran entonces, más bien
que efusivos, marciales.
Como debe calcularse, las combinaciones y
arreglos consecuentes no lograron revestir soli-
dez ni alcanzaron trascendencia al terreno de la
práctica. Al contrario: ha acontecido que los es-
fuerzos mismos, los propios ensayos para conver-
tir las aspiraciones en actos de los gobiernos, —
esfuerzos y ensayos nunca generales, en todo ca-
so intermitentes y pasajeros, — han servido para
poner delante de los ojos el arduo aspecto de las
dificultades, y han acabado por sembrar donde-
quiera dudas sobre la plantificación alguna vez.
Desde los días originarios hasta el último de
su aliento, según queda ya entendido, la clase
de Unión Americana que venimos recordando
^la federativa y aliancista — tuvo siempre públi-
ca palabra impresa así oral como escrita. Y con-
viene añadir, que no fue el designio de los esta-
distas, sino la aspiración de la juventud y clases
100 BOLIVfA Y PKJtÚ
Boperiores, aegúu la difereDcia que ya hemos di-
cho, el redamo de familia con mayor tnaeeii-
dencia al campo de los hechos. Impulso más d
menos general, muy contagioso al aire libre en co-
micios populares, ó bien desde la seductora tri-
buna de la prensa, ese reclamo estentóreo se ha
llevado por delante, en días de alarma y de entu-
siasmo, á los hombres de gobierno y á los pode-
res públicos, haciendo á éstos perder alguna ve£
la circunspección y la calma de la política.
Así transformada en colectiva opinión dirigen-
te, la palabra de la liga fraternal pudo subir á
las notas más altas del americanismo doctrina-
rio, oratorio y poético. Ella sola, y no otra, la que
derramó las producciones más signifi<santes, lu-
minosas y floridas de la unión continental en
cualesquiera de sus aplicaciones políticas. Una
misma chispa electrizó de un extremo á otro los
ánimos así superiores como inferiores en cuanto
al modo de sentir. El caso de .cintelecto» ó men-
te de organismos colectivos humanos, curiosísi-
mo fenómeno sociológico cuando se trata de un
conjunto de agrupaciones como el de Hispano-
América; se determinó aquella vez con caracte-
UNIOir AMSRICAHA 101
res de evidencia científica. El pensamiento de
ese intelecto habló altísimo, no sólo durante las
luchas de ]a prensa de propaganda, sino también
en los momentos solemnes del afán verificador.
Concédase á la crítica cuanto quiera decir
contra los juicios de ese intelecto; concédasele á
fin de que forme el cargo de los errores por ilu*
sión, sobresalto, inexperiencia etc. etc. Estos
mismos errores son parte en individualizar sin-
gularmente esa mentalidad colectiva. Nos mues-
tran el grado de evolución biológica y nos pintan
al duefio ó sujeto de la evolución. En todas esas
lucubraciones, teorías y arranques alienta con
plenitud, más bien que un intelecto, una alma:
el alma de esta América en el cuerpo de su raza
adolescente y poseída de los instintos más ge-
niales.
IV
Y bien se dejó ver que esa alma es noble y
hecha para el poder y la justicia.
Al penetrar en el espíritu de aquellas páginas,
que á la verdad tienen tanto de espontáneas
como de muy meditadas, asoman su término más
ó menos cercano las funestas rivalidades y vul-
gares malquerencias. El pensamiento se afirma
en esperar que el equilibrio de los Estados, la
estabilidad de ese equilibrio, no serán más tarde
por acá obra de la fuerza sino del derecho de
cada cual.
En las naciones prepotentes del viejo mundo»
y ya también eu la prepotente del nuevo, está
privando hoy la política del imperialismo. Duran-
te el conflicto de rivalidades provenientes de este
ávido y cada vez más ufano imperialismo, pala-
bras se han escapado muy reveladoras. Al trasluz
de ellas se divisa cierta alianza en cierne entre dos
It
UNION AMERICANA 108
grandes potencias, alianza cayo éxito fuese la he-
gemonía etnológica y política de la raza anglo-
sajona entre los pueblos débiles de otras razas.
Alguna vez ha de amagar á nuestras puer-
tes cualquiera de esos imperialismos de mar
y tierra. No es fácil predecir lo qué en el caso
harán estas naciones afínes y consanguíneas á
la vez. Pero uno presiente, que cuando amaguen
ellos, la fraternidad y solidaridad de nuestras
jóvenes repúblicas, si algún sentido tienen estos
anales de la Unión Americana, tornarán á po-
nerse de pie cuando menos para protestar uná-
nimes contra el ultraje ó la usurpacióu. Aquí el
servicio de la bibliografía coleccionista. Porque
es seguro que entonces, á ñu de levantar el cora-
zón intrépido, todas vendrán sedientas á beber
en estas primeras vertientes del americanismo.
Fuentes son tan generosas como abundantes.
Con hondas raíces en el suelo de Hispano- Amé-
rica, nada raro es que esta literatura política haya
abarcado las tres formas generales de la Biblio-
grafía: el libro ó el folleto, la gaceta periódica ó la
cotidiana, la hoja ó el pliego sueltos. Y ha teni-
do su didáctica, su oratoria y su poesía esa lite-
104 BOLIVIA Y PERÚ
latara; y, en el proceso de su exteteneífl á trayée
del tiempo, todas estas manifestaciones del espír
rita público unifícador han tenido su floración,
BU decadencia y su decrepitad bien caracterí-
Badas.
La teoría y la propaganda de la Unión Ameri-
cana propiamente dicha hicieron de la prensa
periódica y de la cotidiana sa cátedra y su trí-
baña predilectas.
La doctrina y las teorías en este asante no son
ana misma cosa. La docamentación diplomática
contiene lo más rigoroso de la primera. Las teorías
no eran cientíñcameute impasibles. Servían á los
fines seductores de la propaganda. En este orden,
estampas de grande ardimiento luminoso se con-
tienen en cuadernos de revistas. Lo que no vale
decir que estas últimas no hayan dilucidado al-
guna vez con serenidad la doctrina política.
Entre tanto, es en los boletines de la prensa
volandera donde hay que buscar el fuego mayor
de las teorías de propaganda.
Unas veces á presencia de peligros que nubla-
ban algún punto del horizonte hispano-america-
no, otras veces para señalar en el porvenir brillan-
UNION AMERICANA 105
tos celajes de prosperidad, en las gacetas está im-
preso lo más bello de las teorías, lo más avansa-
do de los intentos sobre alianza y federación de
nuestras repúblicas. Allí, la estentórea yoz de
alarma contra anexiones, reivindicaciones y con-
quistas europeas, y tembién americanas, en
Hispano- América. Allí, el clarín guerrero y el
somatén de la venganza. Palpita en la gacetería
el fervor tribunicio y á la vez académico de la
juventud cogida del entusiasmo en nuestras repú-
blicas. Flamea ese lirismo en prosa ó en verso de
la musa política, y con que el sentimiento vehe-
mentísimo de la gran patria americana, asocián-
dose á los actos y dictados de la opinión, trajo al
acorde armónico sus amores heroicos y sus iras
magníficas.
Al contemplar estos arrebatos de una genera-
ción adolescente, los espíritus de la actual tal vez
se sientan menos hermanables entre sí, lo que á su
juicio valdría decir menos ideólogos y más prác-
ticos. Pero se puede asegurar una cosa digna de
noterse. El temple de los ánimos podrá ser hoy
cuanto se quiera no susceptible de ser influido
por esos escritos. Pero, indudablemente, éstos no
106 SOLIVIA Y PERÚ
lievaráo irío al corazón ni sonrisa á los la-
bios. Porque las páginas de la Unión Ameri-
cana, á la vuelta de sus transitorias pasiones y
excitaciones de aquellos días, tienen todas ellas
la rara virtud persistente de traer á cuenta la pre-
visión del pensamiento.
Tampoco se podrá decir que no contengan
capítulos capaces de edificar á los escéptícos. Los
tiene y muy sensatos la Unión Americana.
Lo más sereno y profundo así de doctrina có-
mo de teoría que tiene la Unión Americana figura
de preferencia en libros especiales. Esta forma
de corto tamafio; en páginas tras páginas cosidas,
es de suyo indicativa de detenimiento y aleja
toda idea de improvisación. Y, con efecto, en
folletos y en libros que recopilan folletos ó docu-
mentos diplomáticos, se ha disertado con seso y
peso, se han emitido dictámenes luminosos, se
han formulado pactos y estatutos, y constan no
pocas actuaciones y negociaciones. Nada de todo
esto será perdido, nada ciertamente, para la
ciencia política ni para el arte de la diplomacia
hispano-americana.
V
Desde fines de 1889, en que el Brasil ingresó
á la comunidad republicana de la democracia del
nuevo mundo, es obvio que ya no se podrá de-
cir, cual se solía á veces de la unión que nos
ocupa, cunión latino-americana.» Porque los
fuertes lazos de la Unión Americana jamás abar-
caron en su haz uniforme y estrechísimo al Bra-
sil, y porque hasta aquí no hay motivo que au-
torice á creer que alguna vez aten aquel país
latino al haz formado por nuestras repúblicas.
Dicha expresión partió de Méjico y de Centro
América. Con sobrados motivos obvios la pala-
bra camericana» se halló desde el primer mo-
mento inexacta en aquellos países.
La distinción no tiene valor meramente filoló-
gico ni va en cautela de la mayor propiedad
gramatical del nombre clatino americana.» In-
108 SOLIVIA Y PERÚ
teresa de lleno ala Bibliografía y enyuelve la
noción de un hecho que pertenece á la Historia.
Tan luego como empezaron á tomar consisten-
cia y extensión los trabajos de la segunda espe-
cie de Unión Americana, es decir, la que trata
de uniformar sociológicamente la raza española
de América mediante arreglos de índole jurídica
y administrativa, algunos han querido preferir
para el caso el nombre c unión latino-americana,»
á fin de incluir en los nuevos trabajos diplomá-
ticos al Brasil. Es lícito creer que, sea cual fuere
el pensar de las opiniones hoy día, no ha de ocu-
rrir más tarde imposibilidad diplomática al res-
pecto de aquella inclusión. No poco del grande
éxito peculiar de las labores consiste en obtener
pactos del estado de paz, ó sea cierta feliz unifi-
cación en materias de derecho común de gentes.
Y ¿por qué no había de ingresar en semejante
comunidad la hermana del Brasil?
Así y todo, es el hecho que la inclusión de la
nueva república provoca resistencia. Todos los
Estados del continente del Sud, menos uno, son
limítrofes del Brasil. Casi ninguno ha salido bien
impresionado respecto de aquel vecino, sea más
UNION* AMBRICANA T09
bien dicho acerca de su política y eue éxitos»
miétitras las repúblicas se agitaban en la anar-
qnia regidas por gobiernos irregalares; porque
el imperio entonces aprovechó para sus fines» por
sistema, las ventajas de su diplomacia estable y
persistente. Abusó también. De aquí han prove-
nido en los pactos lesiones, algunas enormísi-
mas, y que no se olvidan.
Se ha podido advertir que en algunos de di-
chos Estados, aun para los fines de una comuni-
dad útil que no reposaría precisamente en co-
nexiones sociológicas entrañables, la vieja y here-
dada antipatía de raza contra portugueses, —
hecho notabilísimo durante la dominación espa-
ñola y que ciertas reconciliaciones ó alianzas de
familia allá entre Lisboa y Madrid no hacían
sino inflamar en estos vecindarios coloniales—
salta instintiva, por boca de las muchedumbres, á
repeler de nuevo sin mirar. Es creíble que en el
Brasil suceda en correspondencia otro tanto, y es
muy significativo el hecho de que dicho país
nunca haya manifestado interés mínimo por la
Unión Americana.
Las repúblicas hispano-americanas del Centro
lio BOLIVIA Y PERÚ
y Norte, ¿aceptarían la inclusiÓQ del Brasil en la
eomunidad por que se trabaja lentamente? ¿Atri-
buyen valor trascendente al recuerdo de que el
Brasil vivió garantido por la Santa Alianza mien-
tras de esta liga de soberanos absolutos lo temían
todo, y hasta por su propia existencia, los Esta-
dos natos de la Unión Americana? 8in significar
una exclusión explícita, existe un hecho que
viene á denotar que, cuando menos, no entra
boy en la mente de las repúblicas latinas del
Centro y del Norte la comunidad con el Brasil .
El órgano de este <;oncierto unifícador de la
raza española de América, órgano si no el más
alto, el más persistente, ha sido hasta no há mu-
cho el cuaderno quincenal, que fundado en la
ciudad de Méjico el afio 1884 por don Francisco
Lafuente Ruiz, lleva el título de Unión Latino-
Americana. Durante una existencia no interrum*
pida de doce años, ha impreso 16 volúmenes del
4.^' mayor á dos columnas, que son un variadí-
simo repertorio politico, estadístico, histórico,
geográfico y comercial de las tres Américas his-
panas. Tras de imprimir á principios de 1897 en
dicha ciudad el número 287 de su colección»
I UNION AMERICANA 111
trasladó sn dirección administratíya y su estampa
tipográfica á París. Allí aparecía un mes más
tarde (marzo 10 de 1897) en diferente forma de
tamaño, no ya cada 15 sino cada diez días, y
aparecía para servir de preferencia intereses de
otro orden y menos especiales de Hispano-Amé-
rica.
Conviene apuntar que este órgano impulsor,
conciliador muy á menudo, de las aspiraciones,
sentimientos é intereses de la gran familia his-
pano-americana, nunca entendió que su propa-
ganda se extendía á la nueva república de los
Estados Unidos del Brasil.
VI
Escritos existen, algunos brillante y abundan-
temen te impresos, que preconizan otras c unio-
nes americanas.» Alguna vez este nombre ú otros
semejantes han pasado á ser en la prensa reda-
mo$ de empresas industriales 6 comerciales. Pero
también otras veces han servido de órgano sin*
cero á aspiraciones ó tentativas fraternales de
índole noble y levantada. De estas dos especies
generales, prototipo ó norma de otras subalter-
nas, conviene tener idea, á fin de mejor deslindar
con estas exclusiones el sentido genuino de la
Unión Americana y de su bibliográfico acopio.
A la primera categoría pertenece como pri-
mordial la empresa que quiso ser llamada cUnión
Pan- Americana» (de iodos los americanos).
Más adelante se dirá de ella lo que corres-
ponde. Fue venida del exterior, bien así como la
de muy distinto espíritu que se pasa á enunciar.
vn
Eü la especie uoble y que diremos del orden
jurídico, intelectual y moral, positivo intento de
fraternización americana, muy plausible cuando
menos, es el que hasta no há mucho tuvo á
Madrid por centro de acción y de propaganda.
Perseguíase la unificación del derecho interna-
cional así público como privado entre Sspafla,
Portugal y las repúblicas latinas de América. La
reunión de Estados no era muy en familia, como
se ve. De aquí el nombre de c Unión Ibero- Ame-
ricana» con qne ella quiso ser llamada.
A este movimiento de áprostimación, debido
gran parte á redoblados esfuerzos colectivos de
origen peninsular, corresponde la reunión de dos
congresos, — diplomático üuo de ellos — á los que,
por eficacia de opinión prestigiosa, fueron com-
pelidos á enviar representantes algunos gobier-
nos de Hispano-América.
B. Y p. 8
114 SOLIVIA Y PERÚ
Uua de estas reuniones fue la del Congreso
Ibero-Americano de Lisboa el afio 1889. Si no
conducentes á la práctica positiva de una unifi-
cación general de intereses y derechos comunes,
trajo esta asamblea al debate algunos temas de
consideración y ensayó fórmulas de arreglo dig-
nas de examen, ya que por otra parte el Congreso
se había constituido con escasísimo número de
plenipotenciarios.
Cuando toda Espafia celebraba el cuarto cente-
nario del descubrimiento del Nuevo Mundo, con
asistencia casi unánime de delegados hispano-
americanos á todos esos festejos ofíeiales, se reu-
nió en Madrid un Congreso Ibero-Americano de
Juristas. Allí se trajeron á examen temas de
estudio y proyectos de arreglos que acreditaban
un notabilísimo espíritu de reforma y adelanto en
la ciencia del derecho, no menos que un gran
sentimiento de raza en pro de la confraternidad y
de la unión No ocurrió en los debates ninguna
divergencia calificable.
Ciertamente, llevados á la práctica algunos de
esos proyectos, se hubiera determinado en los
pueblos una especie de fusión con tinte político
UNION AHEBICANA '11)^
de buena ley, y se hubiera abierto margen am-
pUeiioa á la multiplicación Áe nuevos contactos
morales, intelectuales y comerciales. '
Á primera vista pudo acaso haberse dicho que
los lazos abarcaban en sü haz demasiado para los
tiempos que corren. Los hechos habrían confir-
mado casi inmediatamente el pronóstico.
Bien examinados estos trabajos de índole et-
nológica, se advierte que habían recibido todos
de Hispano- América su inicial impulso. De aquí
habían Espafia y Portugal recogido la idea de la
uniformación jurídica, que no les pareció teoría
descabellada cuando sabios de Europa y también
de Norte- América la consideraban susceptible de
aplicación universal. De aquí habían llevado el
designio, enteramente ajeno del intelecto euro-
peo, de que jas relaciones entre los pueblos his-
pano-americanos quedaran en todo caso dentro
del orden cexclusivamente» jurídico.
¿No corría impreso el archivo nuevo de la
Unión Americana? Y entonces la juventud estu-
diosa de las aulas superiores^ los viejos progre-
sistas de esos centros de antiguo poderío, con-
templando desde España y Portugal la labor
íít BOLIVIA Y PXBÚ
Qnifícadora de eetas repúblicas hispanas, habían
concebido la idea de cultivar la hermosa y salu-
dable planta en la península, y con eso fomen-
tar su fructificación copiosa allí á la par que en
su suelo indígena. Y el propósito no pudo ser
más levantado: obrar de resultas el prodigio de
la paz estable entre los cultivadores, evocar el mi-
Jagro de la perpetua fraternidad solidaria, paz y
fraternidad entre los iberos y los americanos de
la gran raza latina.
Eran alentadores ciertos conatos preexistentes
hacia la utopía, si como tal consideraron algunos
incrédulos el desiderátum que nos ocupa. En 1877
el Perú había logrado reunir un Congreso Ame-
ricano de Juristas, que había suscrito un pacto
sobre uniformidad de leyes internacionales en
materia de derechos privados, y otro sobre extra*
dición. £1 primero llevaba el voto de los pleni-
potenciarios de la Argentina, Bolivia, Chile,
Costa-Rica, Ecuador y Perú; el segundo obtuvo,
además de la aprobación de estos representantes,
la del Uruguay y de Guatemala. El Congreso de
igual especie inaugurado en Montevideo el año
1888, con representantes de la Argentina, Boli-
UNION AMBRICAXA 117
7ia, Brasil, Chile, Paraguay, Parú y Uruguay, ¿no
habla suscrito tratados de derechos penal y proce*
sal, de derecho civil, de derecho comereial, y so-
bre validez y aplicadóu de leyes extranjeras y
sobre propiedad literaria y artística?
Es lo cierto que la fraternidad amiga de la
unión jurídica, si hemos de contemplarla á la lus
de la bibliografía americanista, era acá un acer-
camiento de vecindad, y, antes que un instinto
de raza» un sentimiento de familia. Con esto se
viene en la cuenta de que, por acá y entre los
4e acá, fue y es un impulso congénito de triple
convergencia. No así entre España, Portugal é
Hispano*Ámérica.
La inicua intransigencia de Espafia con los
patriotas autonomistas de Cuba, y bien luego la
ferocidad horrorosa de su represión allí del mo«
vimiento revolucionario de independencia, echa*
ron al suelo y sepultaron en estas repúblicas —
antiguas colonias oprimidas y ellas también san*
grientamente reprimidas por España — la titulada
Unión Ibero-Americana.
La imperturbable y respetable corporación, ó
á lo menos su consejo directivo de Madrid, con
118 BOLIVIA Y PERÚ
una llaneza que rinde -honra á la intención yá^
que no á la sagacidad, celebraba junta todavía el
12 de Diciembre de 1898i quizá también alguna
otra en 1899;
En la prenda grave de dicha corte el cuaderno .
mensual intitulado Bevista de lOf Unión Ibero-
Americana, órgano de la internacional milicia>
uniBcadora^ aparecía aún el 8 de eneró de 1899
bajo el núm. 157 de sus series en 4.^ español.
Su labor asidla, vigilante, luminosa y coiidialísi*
ma había durado catorce afios.
Para este y otros fines de la propaganda había ^
tesoro voluntario suficiente. La propaganda y los
estudios corrían á cargo de 220. peninsulares no-
tables, constituidos al efecto en asociación. legal.
Todo iba bien. Hasta la Academia Española de
la Lengua había querido cooperar á los esfuerzos
del acercamiento. Había elegido, para correspon-.
dientes de su cuerpo y de su i^^stituto, á indi vis
daos de casi todas nuestras repúblicas.
El golnerno de !E!spafia por una parte, y la opi-
nión de Hispano-América por otra» al poner tér-
mipp á una empresa de alto tuelo, deben reco-
( ■
4.1
UNION AMBBIOANA 119
Docer unánimeB el mérito que corresponde al
insistente y generoso impulso colectivo, de origen
enteramente privado, que se nombró Unión Ibe-
ro-Americana (♦).
(*) Prensa i Oable del presente afio 1904 avisan que la
corporación, despaés de ajustada la pas con la repú-
blica cubana, tiende animosa á resucitar.
vm
El remate qae tuvo la Unión Pan«>Ammeana,
de origen público, no fue menos deplorable^
bien que la empresa perteneciera, por su espí*
ritn, á la especie de unión americana que antes
hemos calificado de mercantil.
Esta conspicua empresa de fraternificación —
quizá del caso aquí el neologismo-— fue acome* «
tida por el gobierno de los Estados Unidos del
Norte, tuvo á Washington por base de operado*
nes sobre nuestras repúblicas, y alcanzó su desen-
lace en el Congreso Pan-Americano de la misma
ciudad (1889-1890).
Dicha asamblea fue general y diplomática.
A los representantes de la potencia invitadora,
dueña del programa y de los preparatorios estu»
dios, se juntaron entonces diez y siete ministros
de las repúblicas latinas. Asi congregados iban
UIXOH AMSBIOANA 181
á tratar asuntoe qqe oonceniían á loa iatereaea
privativos de su gran eoutinente y á la hnmani-
dad 60 geaaral.
No 8erá demáa recordar que «e inauguraron
lo6 trabajos de la asamblea con un espléndido y
triunfal paseo, paseo de los representantes lati-
nos á través de todas las repletas &brícas, aba-
rrotados almacenes, rebosantes emporios indus-
triales etc. de la potencia anglo-sajoua que
hacia los honores de la casa.
En las sesiones del Congreso se propuso por
dicha potencia un proyecto de arbitramento per-
manente, encaminado á alejar los estragos
horrorosos de la guerra entre las repúblicas her-
manas. Ese proyecto parecía desde un principio
destinado á quedar tan sólo escrito en el papel»
y asi sucedió.
Presentáronse otros proyectos sobre materias
diversas más ó menos complejas; en particular
sobre franquicias comerciales y aduaneras y
sobre marcas y privilegios industríales etc. Su
alcance no había de ocultarse á nadie. Muy
presto se cayó bien en la cuenta, que á lo que
122 BOLIVIA Y- PERÚ
la gran república aspiraba, era^ dí más ni me-
nos, á convertirse en centro productor-surtidor
de las repúblicas latinas, y á quitar estas consu-
midoras asiduas á los mercados manufactureros
de Europa. Otro linaje de unión con aquéllas
le era de todo punto indiferente.
€ Grande empresa» — dice con este motivo don
Gaspar Toro — tque había de resultar superior
á las grandes fuerzas de Mr. Blaine, ese audaz,
positivo y práctico sajón, que creyó posible
conciliar y reunir en un solo haz tantos y tan
diversos intereses, que creyó fácil poder domi-
nar y dirigir á aquellos doctores latinos, hom«
bres vivos, susceptibles y recelosos; retóricos
fecundos y magníficos. Apenas iniciadas las dis-
cusiones, y aun antes de iniciadas, pudieron
verse los graves obstáculos que «1 Congreso
había de encontrar. Su probable fracaso fue
divisado hasta por hombres mediocremente pers-
picaces» (*).
(*) Notas sobre arbítrele intemacipnal entre hu re^-
blicas latino-americanas, Santiago, 1898, 4.o de 192 + una
páginas.
UNION AMSBIOANA 128
' Las actas en inglés y en castellano» como asi-
mismo los dictámenes de las comisiones perma-
nentes y los debates correlativos, unos y otros
sólo en castellano, — muy preservadores los lati-
nos de su literatura y los yankis para maldita
la cosa guardarla en inglés — se publicaron por
la Imprenta del Gobierno, Washington, afío
1890, en tres volúmenes del 4.<> mayor, que
suman nutridamente 2167 páginas.
En esta tentativa no puede caber duda de
una cosa. Por aditamento, á la vuelta del bus-
cado emporio central de . mercaderías para el
consumo de estas repúblicas,, se hubo de divisar
que asomaba su férula el patronato político con
todas sus consecuencias, nunca mayormente pe-
nosas si estriba ese patronato ó hegemonía en la
fuerza de la riqueza sin moral altura.
Posteriormente la guerra y el uso que la na-
ción norte-americana está haciendo de la victo-
ria en Cuba, Puerto Rico y Filipinas han disi-
pado en Hispano-América los últimos restos de
la estimación y de la confianza. En cuanto á
constituir fraternidad ó familiaridad política con
dicha nación, puede decirse que hechos recien*
124
BOUVIÁ Y psatí
tea, todavía más Bignificadorea» han yenido á
presentar el cpanamericaniamo» de Wáehing*
ton como un genuino sarcasmo de unifioacióu
equitativa y sincera.
IX
Sabido es que ese gobierno se ha embarcado
últimamente á banderas desplegadas en la polí-
tica internacional del c imperialismo.» Apoyándo-
se en la peregrina razón del € destino manifiesto,»
aquel país considera como de su mayor interés
el lanzarse á consumar conquistas y anexiones
de pueblos. De esta manera la opinión norte-
americana, á lo menos la predominante en el
día, no teme que su patria entre en la carrera
procelosa de las rivalidades internacionales, ni
que vuelva las espaldas al orden exclusivamente
jurídico de sus relaciones necesarias con los
demás pueblos. De esta manera, asimismo» los
Estados Unidos se declaran en pugna abierta
con sus antecedentes históricos y constituciona-
les, no menos que con las más congénitas tradi-
ciones de esa gran democracia liberal y cosmo-
polita.
126 BOLIVIA Y PERÚ
No se trata ya de aquella misiÓD de grado ó
por f aerza civilizadora, que en conformidad con
las leyes ineludibles de la etnografía sociológica,
correspondería al blanco superior respecto del
negro, del amarillo y de sus progenies mestizas.
No se trata de aquel providencial fardo (hurden),
que según el poeta británico Rúdyard Kipling,
gravita sobre el hombre de raza caucásica á través
de los mares y las tierras: la tarea de acudir á
chumanifícar enteramente» al hombre-bestia y al
hombre-demonio de las selvas y barbarismos del
globo. Lo que descaradamente se quiere en
Washington es someter á naciones débiles que
han sabido pelear y pelean por su santa inde-
pendencia; lo que se quiere, sin miramientos
de justicia, es convertir en jornaleros adscritos
al suelo y en vasallos consumidores ¿á cuáles? á
los mismos á quienes se estimuló á clamar, y
claman con su sangre por no ser colonos sino
libres.
El destino manifiesto y el imperialismo norte-
americanos significan, que en mitad de esa de-
mocracia trabajadora y pacífica^ que daba al
mundo el espectáculo alentador de un progreso
UNION AMERICANA 127
agigantado dentro de la libertad y del derecho,
se va á alzar la institución de los ejércitos per-
manentes de mar y tierra, azote de la democra-
cia republicana y brazo fuerte del cesarismo. Todo
por ambición de riquezas y para asumir afuera la
vida de gran potencia entre grandes potencias,
mas también para así señorearlo todo en el inte-
rior desde este político centro de vitalidad na-
cional.
X
La astucia mercantil del panameticatiiamo
washingtoniano, rasgo de índole en una raza, ha
venido por repulsión á retocar el un tanto h(h
rrado tinte latino de la Unión Americana.
El fin del siglo parece ser de los materialistas
fuertes. Mas no por eso habría razón para que
los débiles y espiritualistas se resignasen á pere-
cer sin resistir ni luchar. Lo cierto es que aquel
fracaso del panamericanismo fue una claudica*
ción para sus inventores, quienes no habían sabi-
do mostrarse hermanos sino mercaderes. No sería
fácil predecir si el imperialismo por destino mani-
fiesto será ó nó otro fracaso. Lo que está hoy muy
á la vista es que semejante política internacio-
nal, de parte de los Estados Unidos, es en el or-
den jurídico una prevaricación.
Y semejante escándalo de la fuerza sin el dere-
cho es bien para la Unión Americana. Es bien á
UNION AMERICANA 129
lo menos para el resnrgir en la mente la idea de
una comunidad internacional entre estas débiles
repúblicas de origen espafioL Júntanse en la
memoria de ellas las actuales guerras antillana y
filipina de conquista con las cruzadas y usurpa-
ciones filibusteras de otro tiempo, causa entonces
de tanta alarma y á la vez de tanto entusiasmo.
Ambas realidades, la pasada del destino implícito
y la presente del destino manifiesto, mueven el
entendimiento latino de acá á la recíproca, es
decir, á pensar que en nuestras repúblicas acaso
es también destino implícito y alguna vez mani-
fiesto la Unión Americana.
La historia de esta última enseña, que pasado
el peligro de la Santa Alianza, varias veces el
pensamiento viejo de la liga federativa ha dor«
mido y vuelto á despertar. Ha despertado con
sobresalto al sentir en su suelo pisadas prepo-
tentes de usurpación ó de conquista. Hasta aquí
tres naciones poderosas de la tierra han tenido
el privilegio de interrumpir ese suefío de con-
fianza en el derecho: Espafia, Francia y Estados
Unidos. Lo que sucedió no está lejos de noso-
tros, y todos saben que ha pesado sobre las dos
B. y p. 9
180 BOLIVIA Y PERÚ
primeras la sanción del escarmiento. Quedemos
esperando si éste ha de caer alguna vez también
sobre Estados Unidos.
3i acaso, ello de seguro no parece hoy que
será por mano de la Unión Americana. Dijimos
arriba que el iberoamericanismo y el panameri»
canismo yacen en el sepulcro. ¡Qué mucho si la
antigua Unión Americana misma se acabó ya
enteramente! Nos queda tan sólo su archivo.
Si no es tarea inútil el servir á la sucesión de
la difunta en la parte de los inventarios, han
de verse en otro libro notas steltas sobre algu-
nas existencias de la testamentaría. El alma se
desprendió del cuerpo — el cuerpo de los hechos
— y voló á la mansión de las ideas inmortales. ¿Y
si vuelve ese espíritu alguna vez por su cuerpo
y por sus cosas al mundo real? Pondrá pleito de
responsabilidad á los herederos disipadores. £}sas
notas ayudarán al descargo de estos últimos.
Han de ser por eso honradas, es decir, exactas,
positivas, siempre á vista de las piezas mismas,
sin nunca inscribir ni describir por lo que otros
inscríbieon ó describieron.
1899.
MARIANO RICARDO TIRRAZAS
Todavía en pleno vigor juvenil, en toda la
fuerza de su actividad intelectual, acaba de
fallecer en Solivia un escritor de aventajado
talento.
Mariano R. Terrazas era uno de esos lucha-
dores del periodismo interno que logran abrirse
campo en las arenas de fuera, para ejercer allí,
como profesión militante de la democracia, la
abogacía de los sanos principios en esta joven
América. La fuerza expansiva de sus ideas no
era un tributo ocasional que el choque de las
polémicas domésticas arrancara á su naturaleza
ardiente. Allá entre extraños esos bríos del inge-
nio nada logran significar con eficacia sino cuan-
do van acompañados de genuinas dotes literarias
182 BOLIVIA Y PJERÚ
y 86 derivan de uua irresistible vocación de
escritor.
Terrazas recorrió por ascensos meritorios, des-
de la plaza de soldado raso, todas las clases de la
fila, hasta conquistarse últimamente, en la plana
mayor de los redactores, un puesto entre los jefes
de la prensa en Bolivia y el Perú.
Por eso los periódicos de todos los colores^ en
ambos países, se presentan á estas horas unidos
en un mismo eco simpático al deplorar la muer-
te del joven escritor.
Nacido en Cochabamba y afiliado en el campo
radical, á los veinte afios empuñaba Terrazas la
pluma en servicio de ese partido boliviano tan
digno de estudio y observación^ que sus enemi-
gos llaman «rojo,» que se titula «constitucional,»
y que por fin ha logrado asimilarse todos los ele-
mentos sanos del país, antes de ahora dispersos,
como era consiguiente en una sociedad desqui-
ciada por las convulsiones de la anarquía.
Terrazas sentó plaza cabalmente cuando co-
menzaban los debates disciplinarios de esa biso-
ña hueste de jóvenes patriotas. Consentida ya
por todos los partidos la constitución de 1861
MARIANO RICARDO TERRAZAS 133
oomo fórmula del derecho público boliviano, el
examen vigilante de su espíritu y observancia
fue la tarea que se impusieron los correligiona*
ríos de la nueva secta. Bien pronto el desenvol-
vimiento lógico de las ideas políticas les llevó á
invocar, como enseña de su partido, esa misma
constitución con que sus contrarios usufructua-
ban entonces el poder.
Cuando el partido llevó su denuedo hasta
admitir en pro del aciago militarismo el princi*
pió de la legalidad, la legalidad soldadesca in*
clusa, ese lema se convirtió en un credo político
verdaderamente nacional.
El programa era también un plan estratégico,
que pareció desde luego una quimera, que se
ensayó con probabilidades de éxito durante la
administración del general Achá, y que se con-
firmó como hábil táctica de combate bajo el
mando del general Morales.
Dentro del régimen constitucional el milita-
rismo se siente al principio favorecido y fortale-
cido; pero, tan pronto como comienza á desple*
gar sus ingénitos instintos despóticos, se le
presentan sin remedio los dos términos de este
184 BOLIVIA Y PERÚ
dilema: ó acepta franca ó más ó menos abusiva*
mente la dictadura, la que después de ley jura*
da es suicidio en Solivia; ó bien se modera
según las reglas estatuidas, y entonces se consi-
gue robustecer el poder electoral y se prepara
en las urnas el triunfo del partido inteligente.
Que escoja el militarismo.
Achá retrocedió ante la dictadura, enseñando
á sus sucesores que si el militarismo constitu-
cional cae, no es á los golpes de ningún partido
político, sino bajo el desenfreno de su propia
soldadesca pervertida. Morales no podía más
llevar en paciencia el régimen constitucional,
y ya se echaba despechado en brazos de la dic-
tadura, cuando terció en su obsequio la mano
del destino apartándole del escenario de los
vivos.
Tal es la barrera de hierro dentro de la cual,
como fiera bravia, está ahora encerrado en
Solivia el caudillaje soldadesco. Estas obras de
reparo contra el torrente, lejos de cerrarle el
paso, se lo facilitan impidiendo al turbión cena-
goso el estancarse. Ellas procuran también en la
ribera algunos días de aliento y de esperanza,.
MARIANO RICARDO TERRAZAS 185
estorban la duración de un mismo despotismo
personal, y señalan un punto fijo de esfuerzo al
concurso patriótico de los hombres de bien.
Una vez echadas las bases del partido consti-
tucional, no tardó mucho tiempo sin que se pre-
sentase la ocasión de brillantes polémicas.
Terrazas enderezó sus primeros disparos de
escritor sobre el gabinete que arrancara de Achá
su célebre apelación al pueblo contra las defi-
ciencias anárquicas de la ley fundamental. En
esta y otras luchas formidables, así en la prensa
como en la tribuna^ el partido daba el ejemplo
de la oposición legal extraña á las vías de
hecho.
Tal vez esa oposición no estuvo siempre regla-
da por la equidad política y por las convenien-
cias ulteriores del partido, ni se mantuvo en los
límites de una templanza tanto más patriótica
cuanto es la soldadesca la que suele salir me-
drada de estas agitaciones. Sea de ello lo que
fuere, en el caso de la apelación al pueblo, la
opinión pública se sintió lastimada y ios vecin-
darios protestaron. El decreto fue abrogado y el
gabinete cayó. La majestad del régimen consti*
186 BOLIVIA Y PERÚ
tucioual acababa de conquistarse \xn grau núme-
ro de admiradores.
Cuando el entronizamiento del feroz Melga-
rejo cambió Terrazas la pluma por la espada,
arrostró con valor la presencia del cadalso, y se
vio en el trance de ganar por tiempo indefinido
el suelo extranjero.
Un viaje á Europa en la época de la guerra
franco-prusiana aturdía transitoriamente su ju-
ventud, brindándole la ocasión de dejarnos so-
bre el sitio de París un opúsculo cuyas páginas
improvisadas son bosquejos de barbarie y deca-
dencia.
Después se situó en Lima donde, en la redac-
ción sucesiva de algunos diarios, ejercía el mi-
nisterio público de la pluma con la incorrupti*
ble independencia que ciertos lances hicieron
allí notoria.
La nostalgia le acometió por entre las labores
del diarismo; no la nostalgia aguda de la tierra »
sino la otra, la del refinamiento anhelante,
patriótico, la nostalgia del ideal. Horas mortales
de desaliento vinieron entonces á visitar el alma
de Terrazas, que con todas sus veras habitaba en
MARIANO RICARDO TERRAZAS 187
la patria. Dudó como dudaron tantos otros. Los
estadistas de su partido, entre ellos el anciano
Frías, hablan, á juicio suyo, concertado un sis-
tema de guerra desigual, una política sin hierro
y sin astucia contra, la brutal perfidia del mili-
tarismo.
Luego también los golpes de la adversidad
habían magullado la robusta organización del
joven proscripto.
¡Ay! Nadie, como él, tenía más hondamente
clavado el aguijón de la pena doméstica. En na-
.die, como en él, filtraba por más íntimos resqui*
cios el inexorable tedio que constituye la esencia
de la vida humana. Conocía que la suya cami-
naba á descabalarse, sin remedio, por la senda
que Á sus pasos trazaba el rigor de los tiempos.
Tja bella expresión varonil de su fisonomía iba
sombreándose con presentimientos, de que acaso
la índole ya muy desenvuelta de sus inclinaciones
no hallase patria á quien servir, y de que más
desterradas se habían de encontrar 'sus faculta-
des dentro que fuera de su país.
Llevando además, como llevaba, vida pura-
mente intelectual hasta para ganar el sustento, y
188 BOLIVIA Y PERÚ
ajeno del todo al afán equilibrante que reclaman
las materialidades lucrativas, él era también, él,
de los que saben paladear á sorbos esa cortés in-
diferencia hospitalaria que circunda al asilado
oprimiéndole lentamente el alma.
Cayó Melgarejo, contra cuyo desgobierno ha-
bía gastado tanta elocuencia el escritor; y, sin
embargo, Mariano R. Terrazas, sumergido como
un náufrago desesperado en un mar de incerti-
dumbres, no quería volver los ojos hacia las ori-
llas de la patria.
¿Había aceptado como ley irrevocable de su
destino la expatriación, y con ella el disloca-
miento moral de la existencia, el caminar por
entre estorbos fuera de la ruta frecuentada, sin
más horizonte que el paso que dejan franco al
apartarse los corazones? Algunos arranques de su
alma parecían indicarlo. Con todo, un observador
atento hubiera advertido, que su espíritu carecía
de la calma necesaria para perseverar en las
grandes determinaciones.
Cabalmente en esos mismos instantes el par^
tido de la legalidad á toda costa, enaltecido por
MARIANO RICARDO TERRAZAS 189
sns virtudes y sus servicios, se colocaba en Boli-
via al centro de uu poderoso movimiento con-
vergente que partía de todas los esferas sociales.
Terrazas en lima se resistía á creer en la rea-
lidad de esta grande evolución, mediante la cual
el partido constitucional engrosaba sus filas con
los contingentes que le venían de los vecindarios
urbanos, de la juventud educada, del alto clero
docto y honesto, de los propietarios conservado-
res. Quedaban únicamente la clase artesana y
los enjambres de holgazanes á la merced incierta
de la propia influencia ó de la contraria. En cam-
bio la elección de candidato recaía en el jefe del
partido constitucional, en el ilustre ausente que
en breve había de venir para ser el modelo de
los supremos magistrados, en aquél á quien sus
antagonistas más ardorosos no pudieron nunca
odiar á causa de su boca santa.
Ese candidato no era otro que don Adolfo
Ballivián, el íntimo amigo venerado de Mariano
R. Terrazas, algo menos joven que él, pero que
había departido con él las confidencias de la po-
lítica y las penas de la proscripción, acabando
140 SOLIVIA Y PERÚ
por inspirar á Terrazas esa adhesión entusiasta
que inspiraba á cuantos contemplaron con inti-
midad su hermosa alma caballeresca.
Bien pronto se daba en las urnas la gran bata-
lla, el combate más formidable que recuerdan
los fastos electorales de aquella democracia febri-
citante. El correo traía unos tras otros los triun-
fos redoblados del partido constitucional, en los
momentos que llegaba de Europa al Callao el
elegido de los pueblos, y que llegaba triste, sin
avaricia de poder, resignado al mandato de la
soberanía.
El fuerte abrazo del amigo y el golpe eléctrico
de la victoria sacudieron hasta en sus últimos
resortes el espíritu de Terrazas. Ebrio entonces
de entusiasmo arrojó lejos, para volar á la patria»
la pluma que había puesto al servicio de la buena
causa en el Perú; esa pluma suya, cortada al filo
de las ideas, teñida en el alma, desenvuelta y
rápida, diestra en dilucidar los complicados ne-
gocios de la administración del Perú, exaltada en
las cosas de Solivia por el fervor de la justicia»
implacable y soberbia contra el militarismo.
No debía ser larga después de ocho años de
MARIANO RICABOO TERRAZAS 141
destierro su mansión en La Paz. Luego al punto
se partía para Europa, á desempefiar la gestión
financiera de urgentes negocios de la república,
á cosechar desengaños de puerta en puerta, á
asistir al desmoronamiento del recién planteado
crédito nacional en la bolsa de Londres.
Por este camino Terrazas se apartó del campo
que su corazón intrépido prefiriera, si hubiese
vislumbrado los grandes días de prueba que la
suerte y los eventos políticos deparaban á su
partido.
|Ah! La historia del partido constitucional en
el ejercicio del poder es más extraordinaria que
la clásica tragedia griega de los destinos y que el
drama de las modernas peripecias; porque cons-
ta por entero de catástrofes, catástrofes en la
exposición, en el enredo y en el desenlace.
No cumplido todavía el primer afío del perío-
do, el jefe del Estado, carcomido por la enferme-
dad y agobiado con el peso de los negocios, su-
cumbía en el lecho del dolor, mas sin dejar contra
su memoria ni su administración una sola queja
calificable.
Tronchado de esta suerte el brazo robusto que
Ii2 SOLIVIA Y PERÚ
empuñaba las riendas del gobierno y la bandera
de los principios, por el ministerio de la ley era
arrastrado hasta la silla el ya encorvado Mentor
de la causa constitucional. Nueva raza la de es^
tos estadistas forzados al mando supremo en la
tierra convertida por el militarismo en estancia
ó criadero de caudillos. Terrazas decía que los
más sefialados de estos corifeos no llegan á so*
brepasar la talla de los héroes de encrucijadas.
Don Tomás Frías podía decir segunda vez con
autoridad á los aspirantes, como el viejo Colocóla
de la epopeya:
Codicia del mandar no me convida
á pesarme de veros pretensores
de cosa qae á mí tanto era debida.
La trasmisión fortuita del mando fue en ver*
dad un trance mortal para un partido no afianza*
do en el poder* Pero el dedo de la Providencia^
que opone á las furias del océano muros de are-
na, enfrenó esta vez con el espíritu de la ley lo»
ímpetus del militarismo. Fuerzas morales, pre-
sión de opinión, el cefio de la conciencia pública»
MARIANO RICARDO TERRAZAS 143
voces del honor, todo lo que á menado sirve más
bien de incentivo á los soldadescos apetitos, bas-
tó esta vez á aplacarlos y tal vez á macerarlos.
Haciendo un llamamiento al patriotismo para
una tregua en favor de la cordura y del trabajo,
Terrazas desde Londres, y según sus personales
experiencias, pintó á los bolivianos todo lo que
hay de amargo y desastroso en el desdén ex-
tranjero con sus puñaladas de gestos y sonri>9as.
Pero no era ésta la argumentación debida, y, para
apartar de la vorágine al cuerpo social, más efi-
caz que el desprecio de los Estados, sería en tal
caso el mismo instinto fisiológico, el terror, el es-
panto de los sentidos ante el espectáculo que
ofrecen las pasiones humanas desencadenadas
unas contra otras por el bien y por el mal.
Pues tal es el cuadro tremendo de la sociedad
boliviana cuando el partido constitucional, una
vez subido el grupo de sus jefes á la eminencia
del gobierno, acometió la empresa de la regenera-
ción del país con el apoyo moral del alto clero,
de los vecindarios urbanos, de la juventud gene-
rosa y de los propietarios conservadores,
El gobierno del presidente Frías llenó las ta-
144 BOU VIA Y ?£RÚ
reas reparadoras y moralizadoras de su adminis-
tración, teniendo que luchar contra todas y cada
una de las facciones del caudillaje y de la dema-
gogia: aquí, las tergiversaciones de los escribas bi«
zantinos con sus celos ruines y sus envidias aca-
démicap; allá, los conflictos levantados por los
prevaricadores de la causa constitucional; acá, la
sedición á secas del militarismo desvergonzado y
aleve. Con las pocas armas que ponía en manos
de la autoridad una constitución esencialmente
anárquica, todas esas facciones fueron batidas
en sus respectivos atrincheramientos, y debela-
das después en encuentro mortal á campo abier-
to cuando deponiendo sus odios recíprocos habían
hecho frente coligadas. Al término ya de su larga
carrera y en desempeño de los supremos deberes
de su cargo, el viejo Mentor empuñaba por vez
primera en su vida el acero, gritando €|soldados
flomosl» á la cabeza de sus fieles combatientes.
Tan sólo contra la infatigable conspiración
clandestina de las pasiones desorganizadoras se
mostraba impotente el gobierno. Pero á lo menos
aplazó su éxito cabal. Y en suma era mucho
hacer. Lícito el cargar armas y el reunirse poli-
MARIANO' RICARDO TERRAZAS 145
ficameute, vedadas las medidas preventivas, abo-
fidos los tribauales militares por causas políti-
cas, trabadas las judicaturas por las lentitudes
del procedimiento ordinario, la estrictez del régi-
men constitucional hubiera hecho radicalmente
imposible el parar el golpe de los culpados y es-
torbar futuros conatos, si el propio ensanche des-
medido de las libertades públicas y el inusitado
respeto absoluto á las garantías individuales, en-
vileciendo y encanallando cada vez^ más la sorda
conspiración, no hubiesen acabado |útil ejemplol
por esterilizar su cundidora simiente.
Si el amor patrio del escritor se lastimó del
entrecejo y del desdén que jugueteaba en los la-
bios de los especuladores de Londres, ello se re-
fiere, á no dudarlo, para usar el lenguaje de lon-
ja y bazar, á la suma total del cargo en cuenta
corriente que corresponde á la nacionalidad bo-
liviana. La partida de la data es relativa á los ami-
gos políticos de Mariano R. Terrazas. Hay que
glosarla con comprobantes sobre el gobierno del
presidente Frías, y esta glosa justificativa se ha-
rá de seguro más tarde con grande acopio de re-
cibos y cancelaciones.
B. Y p. 10
146 SOLIVIA T VKUt
Hé aquí, mientras tanto, un breve resumen da
esos valores en dos planillas: las confidencias de
un diplomático á su gobierno, de un testigo
rauy interesado en decir la verdad al litigan-
te más ai>sioso de saberla pura; confidencias que.
trasmitidas por la cancillería al congreso chileno,
causaron como es notorio honda impresión en
sus bancos, y contribuyeron de su parte á deci-
dir por unanimidad y sin debate el famoso liti-
gio de treinta afíos. Habla el enviado de Chile
en Sucre:
€ Concretando la cuestión al gobierno actual
de Bolivia, puedo asegurar á V. S. que si ha ha-
bido en esta república alguno que haya dado
completas garantías de probidad y de honradez
intachables, ése seguramente es el del honorable
sefior Frías. Nacido del orden constitucional, en
medio de los aplausos generales del pueblo, ro-
deado de las más notables inteligencias del país,
lleno del múltiple prestigio que dan la virtud, la
ciencia y el respeto público autorizado por lar-
gos años y largos servicios, su existencia, aunque
trabajada últimamente de una manera feroz por
las convulsiones anárquicas, ha sido en alto gra-
MARIANO RICARDO TERRAZAS H7 .
do coDvenieute á la prosperidad de la república.
Arreglo eu las ofícinas, moralidad en los emplea-
dos, administraciÓQ prudente y acertada de los
fondos públicos, veneración á la ley, llevada has
ta el extremo por las autoridades, libertad am
plia, como jamás se ha visto, en la tribuna, ei
la prensa, en los comicios; hé ahí lo que consti
tuye el carácter de la administración actual
Reacción sin tregua contra los antiguos vicio?,
guerra enérgica al abuso, firmeza mcentrastable
para obrar el bien, han sido su programa en el
interior en sus relaciones exteriores, lealtad en
sus compromisos, buena fe en la palabra empe-
ñada.
cTal es el gobierno con el cual me ha cabido
Ia honra de tratar.
€ Yo he seguido de cerca sus pasos, he obsei*-
vado imparcialmente sus actos, lo he visto en si-
tuaciones harto difíciles; y nunca, ni por un solo
momento, he tenido motivo para variar el juicio
y que francamente manifiesto á V. S. En los
negocios relativos al Tratado puedo asegurar á
V. S. que su conducta me ha complacido sobre-
manera. En medio de las borrascas de una Asam-
148 BOLIVIA Y PERÚ
blea agitadisima ea que la mayoría era hostil ¿
090 pacto» entre los confusos clamores de la mul-
titud extraviada por una prensa irrespetuosa é
injusta, siempre encontré en el señor Frías la
misma palabra serena, el mismo proceder sincero
y franco, á pesar que á su al rededor se agitaban
fuertes pasiones y se urdían sordas conspiraciones.
f Igual cosa me incumbe decir del señor minis-
tro de relaciones exteriores, señor Baptista. Los
antecedentes de toda la vida pública de uno y
otro garantizan su conducta en el porvenir. Y bé
aquí por qué yo creo que si ee ha de sacar sobre
el Tratado del 74 algún argumento personal para
defenderlo ó impugnarlo, el único argumento
que es posible es el de su más vigorosa defensa,
atendida la clase de hombres que están en el día
al frente de los negocios públicos de Bolivia-
< Y he querido tomar nota de la circunstancia
especial en que se hallan nuestras relaciones con
esta república, teniendo afortunadamente que
tratar no con caudillos advenedizos sino con ver-
daderos hombres de gobierno, para que V* S.
aprecie en su justo valor la conveniencia de apro-
vechar el momento para sellar definitivamente la:
MABIAÑd álCARDÓ I^ERRAZAS 149-
amistad sincera y desinteresada que debe unir-
nos á esta república hermana. >
' Como se ve, la acción y los protagonistas eran
propios para que durante el drama el carácter de
Terrazas desplegase notables cualidades. Error
de su partido fue sacarle del escenario confián-
dole lejanas agencias del fisco. Hubiera figurado
eü primera fila entre los combatientes del gobier-
no en la prensa, en la tribuna y én los comicios.
En particular, Terrazas era el hombre para los
bizantinos, estos gastadores delanteros en la van-
guardia de los genízaros pacificadores. Su petu-
lancia amable, su frase acicalada, sus agilidades
en el florete de la polémica cotidiana, su sarcas-
mo siempre listo tras el ademán cortés, su estiló
de afirmaciones categóricas no como quien lanzad
sino como el que acumula piedra sobre piedra, íe
señalaban para medirse ventajosamente con los
constitucionalistas máa constitucionales que la
eoústitución.
Pero el escritor volvió á Bolivia» empuñada
siempre la gentil pluma, cuando quedaban po-
cos meses al período presidencial y se avecinaba
de muy cerca la postrera catástrofe.
1)0 SOLIVIA Y PERÚ
Al modo de ua íIubo doctrinario el gobierno
se había encastillado en la ley fundamental; y
no hubo amonestación, ni interés, ni represalia,
ni peligro que le hiciesen salir de a^li un paso.
Mientras tanto, no era ya aversión sino encono
el del militarismo contra el ya dilatado régimen
de la ley. El riesgo de un enorme atentado era
inminente de un momento á otro. Una orden
del jefe supremo en el fuero de guerra lo hubie-
ra todo evitado; pero se consideró que esa orden,
aunque lícita, no era conforme á la equidad polí-
tica y se había de estimar por el espíritu de par-
tido como una flagrante provocación. En vano
espadas retempladas por el coraje del viejo ho-
nor militar se brindaban á ejecutarla; en vano
pechos numerosos se ofrecían para antemural de
los hombres del gobierno. Todo fue inútil. La
obstinación del anciano era invencible. Estaba
sordo al clamor de amigos que divisaron cerca
de sí la proscripción y el cadalso; estaba cegado
por el vértigo de la legalidad; estaba poseído del
demonio de la constitución.
Algunas horaasde8{>ué,s de estas patéticas eeh
cenas el hecho brutal estaba consumado; y loa
MARIANO RICARDO TERRAZAS 151
cinco hombres civiles del poder ejecutivo caíau
ineruies, envueltos á la heroica en los pliegues
de su bandera, para ejemplo de los Estados ve-
cinos y admiración de los hombres de bien.
Fortuna y muy grande para los jefes del par-
tido constitucional, que tras una vi<ia tormento*
sa de tres afios en la cual resistieron sus perso*
ñas desde el agravio en el honor que clama
venganza, hasta la mina y el incendio del edifi-
cio donde despachaban con sus amanuenses los
negocios del Estado; fortuna y muy grande para
ellos, que después de haber triunfado en todos
los peligros y de todos los obstáculos hasta dejar
perfectamente instalados los comicios electorales,
de cuyas urnas iba á salir el supremo mandata-
rio de los pueblos; fortuna y muy grande, volve-
mos á decir, para esos hombres, fue que viniesen
á ceder tan sólo á un golpe sacrilego durante la
¿iotemnidad de esos comicios, porque de esta
suerte ese atentado de la usurpación no cayó yir-
tualmente sobre sus cabezas sino sobre la sobe-
ránfa nacional.
Hé aquí la faena y he a(]|ui loei operarios del
iVogar poliÜco á que perteneció en Solivia María-
15Í BOJ.IVIA Y PÍRÚ
no B, Terrazas. Contra el modo de ver de los
que tomau en cuenta solamente los desastres que
aU¿ unos tras otros acumulan juntos los apetitos
de la soldadesca y las pasiones de la demagogia,
se convendrá en que el corazón de la desgajada
encina aun no está tan carcomido, que no con-
tenga la savia necesaria para mantener en loza-
nía una rama^ y esa rama ea en Bolivia la gran
colBctividad política del partido constitucional.
La prez y honra del gobierno caído reflejan m
brillo en la memoria del malogrado escritor boli-
viano, porque éste fue en todo tiempo un eco fíel
de las inspiraciones y aspiraciones del partido
constitucionaK La pluma color de rosa como la
aurora, que en vitela perfumada con aroma de
ensuefios y misterios del corazón, dibuja las ar-
monías del valle cuando las aves alzan amorosas
el vuelo, fue para él un juguete de las horas que
pasan y no vuelven. Su acento durable no era
una emoción sino un acto; au vena fértil era el
debate de los negocios públicos; su fibra esencial
era la defensa de las instituciones contra el mili-
tarismo*
Por eso Bolivia sabrá honrar debidamente la
MARIANO RICARDO TERRAZAS
158
majestad de esta tumba tau anticipada y ya tan
lamentable. Allá donde las gentes se dan el solas
piadoso de tejer guirnaldas literarias á cual*
quier vecino que muere, no quedará de seguro
insoluta la deuda de la gratitud nacional, y lai
ofrendas serán esta vez sin ^ufasis y -con las se-
ñales inequívocas del respeto público. Los con*
ciudadanos recogerán los escritos y los bellos
ejemplos de esta juventud fecunda. Mientras
tanto, y como la nombradía de Mariano R. Te-
rrazas trasmontó las fronteras de su país» era in-
dispensable señalar acá fuera su filiación de es*
critor. Siguiendo la filosofía del adagio vulgar, el
plan más seguro para ello era el que hemos
adoptada: á fin de decir quién fue, señalar con
<g[aiéne8 andaba.
1878.
DC LA PAZ AL pacífico.
Á TAPOB TBBÍVTA AÑOS ATKÁS
Conciliar el orden público con la libertad poH-
tica» 68 la tarea que se impusierou las sociedades
de Hispano'América, al adoptar la democracia
republieaqa como forma irrevocable de gobierno
para su vida independiente. Arduo problema y
á las veces sangriento problema, que Solivia,
entre todas las demás repúblicas, no ha acertado
todavía á resolver despejando una siquiera de
sus incógnitas elementales.
Años atrás, la escuela más patriótica y pen-
sadora de sus estadistas se entregó con celo á
buscar el valor escondido aplicando, como méto-
do, fórmulas más ó menos ingeniosas ó acredita-
das de organización y régimen político. Pero el
DR LA PAZ AL PACÍFICO 155
derecho público con todas sus combiiiaciouee y
los partidos cou- todos sas programas se han visto
sacesivamente devorados,; en lo más empefioso
de su tarea» por una anarquía siempre creciente y
arroUadora, que por encima de los arreglos adop«
tados y superior en impeta á los esfuerzos más
heroicos, no ha tenido otro reposo, en su obra de
destrucción» que el que la dejan sus propias
horas de cansancio y agotamiento.
Hoy por hoy, parece que el período de las teo*
rías organizadoras va allá pasando. Desde que
eiertas ideas modernas y prácticas de admiuis*
tración económica pudieron, en fuerza del ge*'
neral desengaño y por virtud de sus promesas
reparadoras y estimulantes, abrirse paso en los
espíritus reflexivos y consternados, la mejor
parte de los estadistas bolivianos encaminó sus
tentativas de afianzamiento por el lado de las
empresas y el fomento de las industrias. El de-
sarrollo de los intereses materiales como base
de público reposo y de libertad bien entendida,
contiene, á juicio de la flamante escuela, la cía
ve reveladora á la vez de la mejora individual y
de las soluciones políticas.
166 SOLIVIA V PERÚ
Nobles caracteres consagraD todavía con ahinqo
sus vigilias á poner en orden las cosas dentro del
reicíado de la justicia;, pero los esfuerzos tnás
enérgicos y perseverantes del patriotismo previ-
sor'no disimulan á estas horas, en Bolivia, su pre-
ferencia por las empresas positivas de utilidad
asi particulares como nacionales* Hasta se pudie-
ran citar hechos, hechos increíbles, que demues-
tran la vehemencia sin cálculo y la desesperada
alucinación con que el Estado ha contraído crédi-
tos, conducido negociados y acometido empre^
sas, dejándose guiar con fe ciega de este nuevo
oráculo de sus destinos.
II
Pero el oráculo, como todos los oráculos, apenas
si da á la necesidad sin tregua una respuesta de
remoto asidero y por demás yaga y genérica; y
tanto más vaga y genérica cuanto ella se refiere
á fenómenos complexos de una entidad colectiva.
Por'f ortuna, en esta parte los estadistas bolivia-
nos no han estado discordes en dar con lo que
ellos pudieran llamar registro secreto ó resorte
inicial de la aplicación paulatina. Con una una-
nimidad bien singular en la historia de sus deba-
tes políticos, á la hora presente está ya concer-
tada para todos los ámbitos de la república el
comienzo de la faena, y fíjada la labor primera
de esta vasta y complicadísima labor.
«[Vías de comunicación!»
Hé ahí el grito de salvación, el lema regenera-
dor, el programa administrativo de la política
1A8 BOL! VIA Y PERÚ
nacional. Comanicarse rápida y fácilmente entre
6Í y con el extranjero, es la aspiración de todos
los bolivianos capaces hoy de llevar, á la animo
sidad de sus querellas civiles egoístas, un grano
cualquiera de patriotismo y de público interés.
El lado material en las conquistas políticas se
reputa el lado del cimiento y del asiento de la paz
y la libertad; pero á fin de impulsar lógicamente
el desarrollo de los intereses industriales por
entre las actuales penurias del individuo y los
ahogos del fisco, 8e miran las carreteras al exte-
rior, el vapor fluvial y las vías férreas como la
obra del común y primordial esfuerzo, como la
piedra del sacrificio bienhechor, para salir del
purgatorio interno en que hoy luchan gimiendo
todas las pasiones de la ociosidad indigente y
pervertida.
cjVías de comunicación!»
Tal es el gran salto mortal para subir al camino
firme del progreso, la jornada iuvasora de una
sana política, la premisa que contiene dentro de
su puño un semillero de fecundos bienes. ¡Aire,
luz, movimientol y al punto los encarcelados de
la América del Sur se lanzarán en tropel en bus-^
DE LA PAZ AL PACÍFICO 169
ca de} trabajo, que da al individuo bienestar é
kiide|>endencia, con virtiéndole' por el hecho en
sostén del orden y en guardián de la ley, condi^
cienes di9 la libertad.
Y es tal la fe de los que ya ven por este medio
convertida la presente conspiración implacable
contra el orden y la ley, en actividad industrial
sefiora y soberana, que cuentan por afios cabales
el desplegamiento gradual de ciertas reformas
subsiguientes á una nueva vía de comunicación
por vapor al exterior.
Grave error, si bien noble y generoso error, el
de la política sistemática de la viabilidad reden-
tora. Grave error, porque la rebusca de piedras
filosofales en política ha sólido traer consigo
desastres y penurias de imprevisión y cálculo, de
suyo superiores con mucho a la eficacia de toda
piedra filosofal. Grave error, porque eso es olvi-
dar que, á orillas del mar y frente á Europa,
han sentado sus reales la fuerza, el desasosiego y
la violencia en Caracas y en Montevideo. Grave
error, porque la demostración en contrario de los
hechos reviste en el caso actual una evidencia
asombrosa.
160 '^ BOUVIA Y PERÚ
' Asombrosa hemos dicho; y el lector se asom:-
brará de segara junto con nosotros cuandale
revelemos lo que es casi na enorme secreto: tan
inadvertido ha pasado el acontecimíentoF
III
Van á cumplirse ya dos afios que la ciudad de
La Paz, rica población mediterránea de 70,000
almas y asiento habitual del gobierno, se comu-
nica á vapor con el mundo por el lago Titicaca y
el ferrocarril de Puno á Moliendo; y se comunica
á través de los Andes gigantescos y los arenales
abrasadores de la costa, con rapidez y comodidad,
á despecho de la indiferencia soberbia de los ha-
bitantes paceños y de la ignorancia soberana, ó
cmayestática» como allá se dice, de la república
de Bolivia.
Retiremos al punto la palabra, porque en rea-
lidad no se comunica. Los moradores de la cau-
tiva ciudad colonial no se curan para nada de las
recientes hazañas, que á sus puertas y en tierra
del Perú, acaba de realizar el vapor.
La locomotora ha escalado caracoleando las
cumbres nevadas hasta una altura inaudita y
B. Y p. 11
162 SOLIVIA Y PKBÚ
vertíginosa sobre el nivel del mar. Enfrentán-
dose en Puno al Illiman i y al Sorata se ha dete-
nido á las orillas de aquel fabuloso lago de los
incas emperadores, que es un prodigio de la crea-
ción por su belleza incomparable y por la alti-
tud del lecho misterioso donde duermen sus
aguas legendarias. Desde allí, dos buques de
vapor cruzan el lago y lo orillan airosamente
todas las semanas; atracan sus bordas á la extre-
midad septentrional de la altiplauicie boliviana^ y
saludan con el silbato á la ciudad de La Paz á
través de una pradera amenísima de doce leguas
escasas.
Pero en vano. El vecindario de la ciudad fósil,
que tiene sus calles en el fondo sinuoso de una
hoya angosta y profunda entre la altiplanicie y
las cordilleras, permanece sordo á este llamado
providencial del comercio y la actividad.
No por eso, en efecto^ han aumentado allí las
importaciones, ni las exportaciones, ni la pro-
ducción, ni la demanda, ni las agencias, ni el
acarreo, ni los contratos, ni el comprar ó vender, ni
las empresas, ni los giros, ni nada. Nadie toma en
cuenta para nada en sus negocios el arribo de los
DE LA. PAZ AL PACÍFICO 1^3
vapores. Para entrar en negocios nadie calcula
sobre la base de la fácil comunicación ó transpor-
te á la costa. Por noticias yerbales ó informes, á
menudo contradictorios, se logra á veces acertar
con los días de la llegada de los vapores. Los pe-
riódicos no publican avisos, ni itinerarios, ni tari-
fas de la carrera del lago ni de los trenes trasan-
dinos. El comercio sigue su antigua ruta de aca-
rreo al través de ochenta leguas á lomo de muía
por la vía de Tacna. No bay ni un coche, ni
una carreta, ni una posta de cabalgaduras para
transportarse al puerto. No se diseña en la ciu-
dad ó sus cercanías ninguno de esos signos de-
nunciadores de la nueva condición de una ciu-
dad, que sacudiendo el polvo de los siglos, acaba
de salir de tiei ras adentro á la gran plaza comer-
cial de las naciones.
¿Pereza colonial?
£1 corazón de la turbulenta villa hierve día y
noche con las pasiones furiosas de partido entre
las rocas verticales que la circuyen, como hierve
el agua con los ejes y barras candentes, arrojados
sin descanso á esos enormes estanques que hu-
mean gases y azufre en los hornos de fundición.
164 BOLIVIA Y PSBÚ
Allí no 86 conoce el reposo. El alma humana
vibra sus iras con la intensidad del rayo y la
viveza de la centella. La voluntad obra ordina-
riamente prodigios de impetuosidad y tesón en
el ataque y la defensa á sangre y fuego. Las com-
binaciones más ingeniosas y pacientes de la me-
ditación y el cálculo, nunca brillaron tanto con
novedad inesperada, como brillan en el arte cien-
tiñco de las conspiraciones cotidianas de La Paz.
|Nól Este no es sueño. Es la vigilia más activa
de cuantas refiere la historia de las agitaciones
humanas.
IV
¡Qué mucho entoncee que en las demás ciuda-
des interiores se ignore totalmente, ó bien se des-
deñe con majestad, el ascenso casi diario del
vapor locomóvil desde las playas del mar Pací-
fico hasta la altiplanicie de Bolivial
El viajero que desea salir de esas ciudades al
exterior apenas si logra obtener, de algunos co-
merciantes, ideas remotas sobre la existencia de
esa ruta, y sobre los vapores del Titicaca y los
trenes de Puno á Moliendo. Cinco meses atrás
en Sucre no era posible obtener al respecto nin-
gún dato acertivo ni concreto. En Potosí se afir-
maba la existencia de vapores semanales, pero se
temía que el ferrocarril no tocase todavía en
Puno.
Empleados del Ministerio de Relaciones Ex-
teriores conocían, en Oruro, la existencia de do&(
vapores quincenales, uno de cabotaje y otro di-
1C6 BOLIVIA T PSBÚ
recto de Puno á Carapata, y sabían que el tren
de Puno á Arequipa era bisemanal; pero igno-
raban en uno y otro caso las tarifas, los días fijos
y sus conexiones entre sí y con la carrera del
Pacífico: puntos muy esenciales todos para el iti-
nerario del viajero, que siempre quisiera sacar
de antemano sus cuentas de tiempo y gastos y
eyitarse estadas penosas en Carapata, Puno y
Moliendo. En Carapata, sobre todo, desembarca-
dero boliviano despoblado y sin techo.
Esos mismos empleados no se atrevían á acon-
sejar por el momento la ruta de Titicaca. La can-
cillería tenía datos oficiales de una próxima sus-
pensión temporal en la carrera de los vapores.
Motivo de incértidumbres. Era preciso, ó correr
el riesgo de un retroceso caso de encaminarse
confiadamente al lago, ó bien con seguridad y
derechura cortar por la antigua travesía del des-
poblado de Oruro á Tacna.
Una vez trasladados nosotros resueltamente á
La Paz, los datos fueron al principio contradic-
torios en el comercio acerca de los vapores. Por
fortuna, allí se hallaba de paso un agente de la
compaftía que había obtenido del gobierno pe*
DE LA PAZ AL PACÍFICO 167
ruano el tomarles á su cargo. Repechando y
bajando las calles de La Paz no fue imposible
dar con su paradero, para saber que la suspen-
sión no se había verificado todavía , y que en la
mañana el caminante podía trepar sobre el apa-
rejo de una muía trotona en La Paz, con la segu-
ridad esa misma noche ó al amanecer de dormir
embarcado en Garapata, y de poder dormir tran-
quilamente en adelante al recorrer con rapidez
enormes distancias.
Es más fácil ir de cualquier extremo del globo
á La Paz que salir de La Paz al lago. A este res-
pecto las dificultades con que á menudo tropieza
el forastero sin relaciones son punto menos que
insuperables. A la sazón no había otro arbitrio
que fiarse en las dos muías hambrientas de un
arriero argentino, que echaban paso á paso y pu-
jando catorce horas de la ciudad á Pucarani,
pueblo situado cinco leguas antes del embarca-
dero.
De suyo la travesía no es penosa, y en coche
ó buenas cabalgaduras podría mirarse como una
excursión interesante. Aunque no se pasa por las
ruinas de Tiahuanaco^ tan dignas de estudio y
contemplación, la antiplanicie pierde acá su mo-
notonía, entre sinuosidades, por su vecindad á
la cordillera real y su aproximación al lago. De
trecho en trecho caseríos rústicos y estancias de
DB LA PAZ AL PACÍFICO 169
ganados, qae pacen en verdes campiñas, alegran
la rata; mientras la vista se espacia en ios hori-
zontes laminosos y opuestos, donde se levanta
como an gigante el Ulímani y se extiende como
un mar suspendido el Titicaca.
Pacarani es una aldea pintoresca en la emi-
nencia de suaves colinas, entre aguadas benéfi-
cas, con frente al cordón de la cordillera oriental
y sus picos nevad(»8. De aquí á Carapata la be-
Ueza del camino indemniza con usura al cami-
nante de cualesquiera penalidades.
Cuando pasamos era la festividad de la Cruz,
que los indios solemnizan con entusiasmo. Desde
el amanecer se veían descolgarse de todas las es-
tancias al pueblo grupos de campesinos. En to-
das direcciones mujeres, niños, viejos, caían al
camino real engalanados con plumajes de color
y con sus vestidos más nuevos y pintorescos.
Unos llevaban grandes cruces, benditas, al son de
cajas y pífanos; otros apresuraban el paso para
alcanzar la misa y procesión; algunos traían cor-
deritos gordos, gallinas, canastos de huevos, que-
sillos y otras ofrendas para el señor cura.
Si el caminante no ha de ponerse en Carapata
170 BOLIVIA Y PBBÚ
para embarcarse al punto, mal haría en ir á
esperar allí el vapor. Carapata es un punto pri-
vilegiado por su posición, pero cuyos dueños na-
da han hecho en él para alojar al viajante. Cer-
ca del muelle rústico que sirve de embarcadero
existen ciertamente unas bodegas de teja; pero
están sin puertas, desmantelado el interior, se
niega el hospedaje, se ofrecen en venta tan sólo
bebidas espirituosas. La casa de hacienda no es
incómoda y abunda en buena voluntad; pero dis-
ta de allí no menos de media legua. El lugar de
espera, ya que no avisan los periódicos el día ñjo
de los vapores, es necesariamente Pucarani, mien*
tras la divina Providencia se sirva mudar este
estado de cosas.
VI
Pero en Garapata acaban los dominioe del apa-
rejo y comienzan los del vapor. Garapata es por
esta causa un lugar memorable. Si el viajero no
ha salido nunca de Bolivia, poniendo el sitio de
Garapata delante de sus ojos la novedad sorpren •
dente del vapor locomóvil, está destinado á figu-
rar con estrépito en la historia de su vida. Si el
viajero estuvo alguna vez fuera de Bolivia, de-
volviéndole Garapata el uso natural de todos los
miembros de su cuerpo, con la facultad de pen-
sar en otra cosa que en sus lastimaduras y agu-
jetas, graba para siempre en sus recuerdos la
fecha en que tornó á viajar con agrado, gozando
las ventajas del aseo, del trabajo, de la lectura,
del bienestar, que perdidos se echan menos con
increíble mortificación.
La navegación del Titicaca es sin peligros ni
penalidades. En su especie es algo de muy admi-
172 BOLIVIA T PBRÚ
rabie; no porque uno piense qne va surcando á
vapor un pequeño mar entre las cumbres andi-
nas, el más alto sin disputa y más profundo, de
sus dimensiones, en el globo, sino porque la na-
turaleza entera concurre al esplendor de la tra-
vesía.
En noches de luna llega uno á imaginarse que
anda vagando en el país de las hadas. No es la
soledad inmensurable y temible del mar la que
nos rodea. Uno siente que la madre tierra nos
guarda en su seno y que por todas partes no&
abre sus brazos, enviándonos en el besar de sus
brisas los ecos benignos de las cabanas indíge-
nas. Los cuentos de Mil y Una Noches llenan
entonces la fantasía; y el encanto es tan com-
pleto, que desde la borda del buque uno cree di-
visar en las islas históricas dibujos de arquitec-
tura que representan las actuales ruinas del pa-
lacio, jardines, fortalezas y templos del inca.
En noches serenas y sin luna la masa enorme
del Sorata aparece hacia el Oriente como un
blanco luminar, debida su claridad al reflejo de
las aguas y á la transparencia de la atmósfera en
DE LA PAZ AL PACÍFICO 173
la altura próxima á los 13,000 pies. El famoso
nevado se dos presenta entonces como nadando
á lo lejos en pos del vapor, que huye á ocultarse
en las sombras apiñadas al occidente, prestan-
do con sus vaivenes al parecer más ágiles movi-
inientos á la montaña en su carrera.
El paso del estrecho de Tiquina, verdadera jo-
ya territorial de Bolivia, y donde al través del ca-
nal se saludan las pintorescas aldeas de san Pedro
y de san Pablo, lanza de improviso al barco en
aguas más dilatadas, en que por lo menos de un
lado del horizonte ya no se divisa tierra. Si el va-
por es directo toma altura para llegar en doce
horas cómodas de Garapata á Puno. Si es de los
que hacen viaje de circunvalación, el itinerario
por esta parte es de cuatro días orillando las fér-
tiles y bien cultivadas márgenes del lago, y an-
clando en los pintorescos pueblos de Copacaba-
na de Bolivia, y Yunguyo, Pomata y Juli del
Perú.
Apenas se concibe que haya viajero que no
desembarque para visitar estos pueblos de as-
pecto risueño, que viven apaciblemente de la la-
174 BOUVIA T PSBÚ
branza y del pastoreo, y donde no faltan yeclnos
acomodados y hospitalarios. El fondeadero en
casi todos es profundo y abrigado, y el desem-
barco se yerifíca en los botes del vapor y sobre
muelles macizos y no del todo incómodos.
VII
Copacabana, sobre todos, merece una particu-
lar atención. Situado en la extremidad de una
península muy poblada, es célebre por su mag-
nífico santuario y por la afluencia constante de
peregrinos en romería de todo el Perú, Bolivía
y la Argentina. La musa gloriosa de Calderón
no desdeñó cantar, en una de sus comedias á lo
divino, las maravillas de la imagen milagrosa de
la Candelaria que en esta tierra santa se venera.
La escena pasa en parte aquí mismo, entre los
conquistadores célebres y los emperadores des-
venturados, al son de músicas celestes que can-
tan en las brisas del lago:
El qne pone en María
las esperanzas,
de mayores incendios
no sólo salva
riesgos de la vida,
pero del alma.
176 BOLIVIA T PBRÚ
Qrata resonancia de estos cánticos sublimee
son la csalve de bienvenida» y la csalve de des-
pedida,» que en el camarín de la Virgen canta,
en pro del viajero arrodillado, un coro pastoril
de todas edades y ambos sexos acompafiándose
con el órgano: plegaria de una dulzura afectuosa
que acierta á modular con gracia y vaguedad,
entre los acordes religiosos, esa nota singular-
mente melancólica que caracteriza las tonadas
indígenas.
El templo es una arquitectura bizantina de bó-
vedas macizas y de pesado conjunto, no inferior
en majestad á las catedrales de segundo orden
que dejaron edificadas en sus colonias los espafío-
ies. Permanece abierto hasta las más altas horas
de la noche, á fin de dar acceso libre y cómodo
á todos los peregrinos.
Cuando nosotros entramos en éleraiTpocomás
de las diez de la noche. Alumbraban débilmente
la nave algunas lámparas colgantes. Tan sólo
nuestros pasos turbaban allí entre las sombras el
silencio de las soledades de Dios. De repente una
música al parecer lejana, pero que algunas ráfa-
gas aproximaban de cuando en cuando á núes-
DE LA PAZ AL PAOÍFICO 177
tros oídos, resonó con las alabanzas tiernas de la
Virgen, sin que nos fuera fácil el fijar su pro-
cedencia. El gran claustro anexo á la nave, ló-
brego y al parecer en ruinas; las sacristías y to-
das sus dependencias, desiertas; el vasto campo-
santo, que media entre la plaza del pueblo y la
basílica al través de un arco atrevido, gemía en
la obscuridad con las ráfagas del viento entre la
copa de los olivos ó acebnches del Titicaca, que
allí se alzan en hileras delante de un pabellón
aislado, esbelto baldaquín de piedra bajo cuya
cúpula se veneran tres enormes cruces mono-
líticas.
La música proseguía resonando en los ámbitos
'desiertos. Guiados finalmente por las mismas
ondulaciones entrecortadas del himno, logramos
dar con la subida al camarín de la Virgen, ilu-
minado y concurrido como siempre. Está situa-
do en piso superior detrás del altar mayor. Un
pedestal giratorio presenta, cuando se quiere, la
venerada imagen al pueblo en el templo, ó á los
peregrinos en el camarín.
Aquí prosternados nosotros, á una sefia de los
capellanes del santuario comenzó también en
B. Y p. 12
178 BOLIVIA Y PSB^
nuestro obsequio la csalve de bienvenida,» á
que se siguió la csalve de despedida» cuando ei
silbato del vapor anunció la hora de levar el
ancla.
Los vapores no tienen para qué tocar en las
dos islas de Titicaca y Coati, situadas en aguas
bolivianas y donde familias de indios cultivan
las tierras en provecho de algunos hacendados
de La Paz y Puno. El viajero medianamente
educado las ve pasar con pena á poca distancia
del buque, y se aleja sofocando una curiosidad
algo más viva sin duda que la que se experimen-
ta al divisar Délos, Chipre ó Rodas en los mares
del viejo mundo.
En efecto, las más antiguas y poéticas tradi-
ciones señalan estas islas como el asiento de la
primitiva civilización de los incas.
En Titicaca los rayos fecundantes del sol
rompieron las tinieblas para engendrar en las
entrañas de la madre tierra á Manco Capac, fun-
dador del imperio. Aquí se edificaron los pri-
meros templos del sol, cuyo culto pasó de aquí
al Cuzco y á todos los distritos del Perú y
de sus más remotas conquiatas. Quedan ma-
DB LA FAS AI^ PACÍFICO 179
jestoosamente en pie ruinas venerables del pala-
do, fortaleza, templo, convento y jardines que
inandó construir el inca Tupac Yupanqui. La
gran fuente de piedra es una maravilla de loe
siglos: por las tres bocas de su enorme monolito
siguen todavía corriendo en abundancia las
aguas cristalinas dónde se bañaban las vírgenes
del sol, y que mantienen hoy la frescura y verdor
de aquellos lugares.
En Coatí están las ruinas de la vasta y regia
morada de las vestales de la luna, obra del empe-
rador Huaina Capac, que quisiera aventajar á su
padre en magnificencia edificando en esta isla un
templo al sol y otro á la luna, que aun existen en
ruinas.
De Juli, pueblo de cuatro templos, célebre
por haber impreso allí los jesuítas algunos li-
bros en época remota de la Colonia, la navega*
ción sigue sin demora hasta Fuño, no sin pa-
sar casi al. ras de la isla de Esteves, donde fue-
ron confinados aquellos famosos oidores y tribu*
nos de Chuquisaca, que en medio del silencio
sumiso de la América entera, lanzaron el grito de
independencia el 25 de Mayo de 1809. El con-
Ito BOLÍVIA T PB&Ú
graso boliviano de 1826 les abrió magnánima-
mente los brazos» sin distinguir entre peninsu*
lares ni criollos; pero el mal trato y las privaciones
habían ya quebrantado sin retorno la salud ó
agotado la vida de esos ilustres patricios.
VIII
Puno es el apostadero de los vapores del Titi-
caca. Posee un buen muelle de piedra, algo dis-
tante del caserío, pero que permite atracar có-
modamente á los costados. Lígase por medio de
rieles con el ferrocarril de Arequipa. El gobier*
no peruano, más conocido en América por sus
inútiles derroches que por sus actos verdadera-
mente laudables de fomento, no ha escatimado
sus millones para ver de dar impulso y vida al
departamento de Puno. La ciudad cabecera de
este nombre es hoy como el cerebro de donde
irradian y adonde convergen líneas de vapores,
trenes del ferrocarril trasandino, alambres tele-
gráficos etc. ]Y, sin embargo, en medio de esta
vida galvánica, la muerte esencial del organismo
reina por dondequiera en las plazas y las callesl
En cambio, la conspiración peruana y la cons*
piración boliviana no descansan dentro de Puno
182 BOLIVIA Y PBRÚ
en su tenebrosa labor, dándose aquí enérgica-
mente la mano para confusión sin réplica de los
estadistas patrocinantes en política de la viabili-
dad pacificadora.
Hay ciudades que despiertan particularmeute
el interés del viajero; que uno desearía salir á
viajar por conocer. Puno es sin disputa una de
ésas. Situada á la orilla del gran lago de los incas,
al pie mismo de la rama occidental de los An*
des, con vista á las nieves eternas de la rama
oriental, entre ambos Perú, en camino del Cuzco
y Arequipa, en el centro de provincias altísimas
y productoras, nada raro es que haya sido siem*
pre un punto muy renombrado en Bolivia y el
Perú, así durante la dominación española y la
guerra de la independencia, como en la actuali'^
dad misma. Sus minas y sus lanas gozaron pof
otra parte de cierta reputación.
No obstante, Puno ha distado siempre de co«
rresponder como ciudad á tamafiu nombradla^
En los días postreros de la era colonial ibu veciu*
dario, contando con los europeos, ascendía ape»
ñas á cuatrocientos cincuenta enú*e blancos,
mestizos y demás clases, comprensiva la de it^
DE LA PAZ AL PACÍFICO 188
dk)8. (1) No parece que en la actualidad hayan
anmentado los habitantes á tres mil. Entonces
la población consistía en doscientas casas entre
grandes y pequeñas, fuera de las intermedias ca^
suchas de indios, cen las que muchos de ellos
siguen un infeliz comercio de comestibles y va-
rias bujerías para su diaria subsistencia, porque
sus fondos no prometen más.» Hoy ese número
habrá subido quizá en un centenar, sin que ha-
yan desaparecido los techos pajizos ni la pobreza
del común.
cLa plaza mayor es dominada por un maguí-
fico templo de piedra cenizosa y suave para su
labranza, formado en grandes cimientos y robus-
tas graciosas pilastras de construcción sencilla,
con sólo el adorno de simples cornisas, que dan
armonía á la gran bóveda del mismo material,
eon una famosa cúpula ó media naranja que
sigue igual orden.»
(1) Descripción sucinta y en globo de San Carlos de
Fimo.,. Madrid, 1822, Imp. de Aguado, 4c,^ Noticias acer»
ca de este carioso libro y de su limeño autor, consuma-
do teórico y práctico en macrobiótica, véanse en mi Bi-
BLiOTROA Pkbuaha, tomo prometo, página 130.
184 BOLIVIA Y PBBÚ
Sólo hay que agregar, que, erigida no há mu*
cho en silla episcopal coa su respectivo capitulo
de canónigos, el coro de estos señores, construido
con material macizo, obstruye la puerta de entra-
da y quita sa majestad á la única y empinadisi-
ma nave del templo.
«Las torres, formadas en las extremidades de
su pórtico colamnar, no corresponden á su magni*
ficencia aunque grandiosas; de modo que este
admirable edificio (por serlo en este punto) pu-
diera ser metrópoli de un obispado; pues está
formado con tal arte que parece se tuvo presente
podria en algún tiempo servir de catedral...»
cEl atrio ó cementerio es de los más graciosos
de la provincia, y acaso de las contiguas; bien que
el marqués de Casa Hermosa que dirigió la obra,
procuró correspondiera á lo magoiñco del tem-
plo; se cuentan para llegar desde la plaza á su
elevación quince escalones ó pasos de igual pie-
dra; y se baila enlosado por todo el frente y lo
exterior de la iglesia, adornando el cuadrilougo
que forma, enlazadas pirámides^ que hacen más
armonioso el todo del edificio.»
Tal ee la antigua descripción exacta de la hoy
DE LA PAZ AL PACÍFICO 185
catedral de Puno, obra digna de toda admiración,
y que se levanta como ana reina altiva entre el
agrupamiento humilde de las casas de la villa.
Existen todavía loe otros dos templos, el hos-
pital, la pila de la plaza, el edificio de las cajas, la
cárcel, los cinco pontezuelos sobre el riachuelo
que atraviesa la ciudad, y acaso también los cin*
co tambos ó casas de posada, de que habla la eró*
nica citada. Habrá que añadir dos malos hoteles,
la estación, el paseo de extramuros, dos colegios,
una imprenta y otras mejoras que se avienen
bien con los adelantos de una ciudad que» mal
de su grado y por obra y gracia del tesoro de las
Chinchas, se ha convertido en solitaria plaza co-
mercial de primer orden, con lineas de vapores,
ferrocarriles y telégrafos.
IX
~ Pero el principal adorno de Puno es la obra de
Dios, el lago, este mar que bate sus aguas semi-
dulces y delgadas á lo ancho de la altiplanicie
entre cordillera y cordillera, y que acaba de ex-
plorar, no sin asombro, un hijo ya ilustre del cé-
lebre Agassiz.
El Titicaca tendrá de circunferencia más de
cien leguas. Su elevación sobre el nivel del mar
es de 1 2;850 pies ingleses, ó sean cerca de 5,000
varas castellanas. Su parte más al sur está en Bo-
livia entre Huaqui y el Desaguadero á los 16^
Sr de latitud; toca por el norte en Vilquechico
á los 15^ 11'. Tirando una linea recta, que desde
Aigachi pasase por el estrecho de Tíquina hasta
Bamis, se vería que tiene más de grado y medio,
ó sean 30 leguas españolas, de diámetro en su
mayor longitud. Procedimiento análogo desde
cerca de Pomata á Carabuco, daría doce leguas
DE LA PAZ AL PACÍFICO 187
de ancho en su parte más abierta. Casi en el
punto de intersección de éstas dos líneas está la
&mo8a isla de Titicaca (*).
El fondo del lago es de cascajo y fango. Viene
su lecho en declive de sur á norte. Muy cerca
de las costas boreales está la mayor profundidad,
que es de 150 brazas inglesas, según los sonda-
jes recientes del joven profesor Agassiz. Es de.
notar que la temperatura del aire á la sombra es
siempre dos ó más grados menor que la del
agua en la superficie, mientras que en las mayo-
res profundidades la temperatura del fondo es
muy poco inferior á la del aire. Ejemplo de un
sondaje tomado á las 8 A. M., dos millas distan-
te de la isla de Soto, hacia el NE.
Temperatura del aire 49^ F.
Id. de la superficie del agua... 55® —
Id. del fondo 4»" —
Profundidad, brazas inglesas.. 151
{*) Hay noticias interesantes en la Sistorta de Copaca*
baña ydeau milagrosa imagen de la Virgen, escrita por el
B* P. Fr, Alonso Ramos, y compendiada por el P, Ir.
Bafael Sans, cura interino del Santuario y misionero apos*
tólico del Colegio de La Paz, Imprenta de Fapor, 1860.
(La Paz^ 4.0 con una + 160 + dos planos.)
188 BOLIVIA Y PB&Ú
Ei Titicaca tiene una marea anual de cuatro;
cinco y hasta seis pies de agua, que aumenta con
las lluvias en verano y disminuye por filtración y
evaporación en invierno.
Bafia este lago en el Perú las provincias de
Huancane, Cercado y Cbucuito y convergen á su
litoral las de Lampa y Azángaro, pertenecientes
todas al departamento de Puno. El litoral boli*
viano se compone de las provincias de Omasu-
yos y de Ingavi, pertenecientes al departamento
de La Paz.
X
Se calcula en un millón de soles lo que ha cos-
tado al tesoro peruano el establecimiento de la
navegación á vapor en el Titicaca, incluso el va-
lor de dos barcos, de 150 toneladas y fuerza no-
minal de 50 caballos cada uno, y también inclusa
su traslación á lomo de muía al través de los An-
des para ser armados y echados á flote en Puno.
Demoró lo último varios años por diversos con-
tratiempos. Al presidente Castilla se debe en
gran parte la ejecución principal de esta grande
obra de interior fomento, que desde poco más de
dos años da alguna vida á aquellas elevadísimas
y productoras provincias.
El actual servicio del comercio se hace con
esos dos vapores, llamados el Yavarí y el Yapurá,
y con la Aurora del Titicaca, goleta de vela de
40 toneladas, que ahora seis afios mereció ser la
190 BOLIVIA Y PBBÚ
primera endarecida entena que surcara el lago
de los incas.
El comercio es casi enteramente local, sin que
exista basta el presente empresa ni compañía al-
guna entre Moliendo y La Paz para el acarreo
de mercaderías, por lo cual el comercio bolivia-
no del Norte acude siempre á la pesada pero ex-
pedita y conocida ruta de Tacna.
Las entradas fueron para los buques el afio
pasado de 18 mil soles más ó menos, mientras
los gastos de sostenimiento subieron á 40 mil.
Por fin, el gobierno peruano ha cedido gratuita^-
mente (con más una subvención anual de 30 mil
aoles) la explotación de los buques á una com*
pafiía particular. Ella acaso será más afortunada
que el gobierno, cuando quede habilitado el ca-
Biino del lago á La Paz por otra compañía con-
cesionaria ya constituida con tal objeto en So-
livia.
Los principales artículos de internación son:
alcoholes ó licores (de que se hace un consumo
extraordinario en Bolivia), harinas y mercad»»
zíaa de ultramar. Las exportaciones son: estaño,
DB LA PAZ AL PAGÍFIOO 191
plata, cobalto, coca, tabaco, lanas, cascarilla, cha-
fio, papas, chalonas etc. (*).
Cerca de Copacabana hay miaas de carbón de
piedra en explotación. Con todo, los vapores
usan, por ser más barato, el combustible de rama
y taquia (estiércol seco de ganado lanar), chama*
rasca aquélla no siempre fácil de conseguir en la
cantidad necesaria para el consumo de los buques*
(*) Bebo con graUtad los datos relativos al sondaje y
comercio al entonces capitán del Yavari don Federico
Gaerrero, de la marina de guerra peruana, quien acom-
pafió á Agassiz en sus exploraciones.
XI
Como los trenes de Puno á Arequipa son ape-
onas bisemanales, el navegante que no acierta i
desembarcar la víspera de la salida de un tren, se
expone á una estada en Puno, que suele ser
hasta de cuatro días, siendo así que sobra con
una tarde para enterarse y gozar hasta la sacie-
dad de Puno. Nos cupo en suerte á nosotros esta
larga espera, debida á un atraso del vapor por
falta de combustible.
Por fin, era una suavísima alborada de Mayo,
y el tren partía de Puno deslizándose á trechos
sobre calzadas entre los totorales que verdeguean
á orillas del Titicaca. El lago dormía profunda-
mente. Reclinaba su cabeza en la almohada del
Sorata^ y envuelto en el lienzo finísimo de las bru-
mas abrigaba sus pies entre los burdos replie-
gues de la cordillera occidental. La locomotora
comenzaba ya á subir y subir los primeros re-
DE LA PAZ AL PACÍFICO 198
declives buscando las abras que dan acceso á las
cumbres andinas, cuando de improviso, hacia el
lado de Solivia, el sol reventó silenciosamente en
medio de las aguas con la explosión de un incen-
dio, soplando para arrollar las bajas nieblas
¡extraño contraste! un cierzo heladísimo j cor-
tante, é inflamando algunos cendales de filigrana
que se cernían como un dosel de tules sobre las
islas sagradas.
jMagnítico espectáculo de los Andes del Perú
y Bolivia para despedir al viajerol Puno estaba
allí todavía algunos momentos más, en su rinco-
nada de cerros, junto al inmenso j quebradizo
cristal, que resplandecía con los cien mil cam-
biantes de la mañana entre los contornos fijos y
apacibles de las costas azules. Dobla en esto la
locomotora la curva de un rápido recodo para
escalar la hoya profunda de un riachuelo, y cae
al punto una cortina de opaco y macizo granito
delante de este panorama deslumbrador. La loco-
motora sigue con aliento vigoroso dejando atrás
las alturas por las alturas, y nuevos y variados
horizontes se van presentando rápidamente á la
vista. ¡Perspectivas admirables, pero no únicas,
B. Y p. 13
194 BOLiviA T mué
de los Andes, que desde el estrecho al istmo pa-
recen haber agotado con su belleza las bellezas
de Dios I
Nanea como en estos momentos se reconoce
cuánto la velocidad es indispensable para con-
templar con agrado estas perspectivas. El trote
de la muía hace á poco andar monótono é inso-
portable el más hermoso panorama. El tren, por
el contrario, rasando rectilíneo el granito como
la pluma el papel, ó zeteando y serpenteando
como el centauro vagabundo de la mitología, tre-
paba torrentes, escalaba sierras, traspasaba gar-
gantas, cruzaba valles, tajaba colinas, perforaba
cerros, atravesaba abismos y encimaba planicies,
desplegando con profusión á diestra y siniestra
paisajes volanderos ante la curiosidad del cami-
nante, que cómodamente y sin tedio los contem-
plaba desde adentro, alternándolos con las pági-
nas de un libro ó con el ir y venir caprichoso de
la conversación.
De esta suerte recorre el tren de Puno á Are»
quipa 267 millas y dos tercios, con un tres y
medio por ciento de declividad en su mayor incli-
nación. Empínase en el estanque de Coica so-
DE LA PÁ2 AL PACÍFICO 1Í5
bre el vértice de la cordillera |á los 14,630 pies
sobre el nivel del marl No son más de doce los
puntos de reposo que concede entre las dos ciu-
dades. El mayor es Vincocaya en la cumbre
frígida, donde se hace noche en magnífico y con-
fortable hotel de estufas encendidas y colchas de
vicufia. ¡Nueve horas de subida desde Puno y
ocho de bajada hasta Arequipal
XII
Obra admirable y gigantesca es el ferrocarril
de Puno á Arequipa. Ignoramos la cuenta de mi-
llones que ba costado. La ejecución fue un pro-
digio de vigoroso esfuerzo. A mediados de 1871
comenzaron los trabajos, y el 1.^ de Enero de
1 874 llegaban las máquinas á Puno. Desde en-
tonces se ha estado haciendo el tráfico provi-
soriamente por cuenta de la empresa, la cual
estaba obligada á entregar la línea tan sólo en
Julio de este afio.
Posible es que la empresa no haya hecho la
entrega todavía al gobierno peruano. Á la sazón
pensaba con buenas causales recabar de éste la
facultad de no entregar la línea hasta poder ha-
cerlo conjuntamente con la del Cuzco, que por
contrata debe estar acabada dentro de un afio.
La línea seguiría en tal caso explotándose por la
administración de la empresa constructora, sin
DE LA PAZ AL PACÍFICO 197
beneficio hasta aquí y con 100 mil soles de gasto
mensual.
Actualmente su equipo, si no son inexactos
los informes, tiene una dotación entre Puno y
Arequipa no despreciable: 17 máquinas, entre
ellas 4 de gran poder; coches, 14 de primera
clase, unos 20 de segunda, unos pocos mixtos; y
como 60 «jaulas» ó carros de tercera; carros bo-
degas, 600 sobre poco más ó menos.
El servicio en cuanto á puntualidad y seguri-
dad no dejaba nada que desear. Aparte de que
toda la obra tiene un aspecto formidable de soli-
dez, el telégrafo vigila día y noche el movimiento
de la línea, dos cuadrillas de peones trabajan
escalonadas permanentemente en obras de repa-
ración, y trenes exploradores suben y bajan de
continuo con motivo de estar acarreándose ma-
teriales para el ferrocarril del Cuzco.
Término medio de un tren de pasajeros entre
Puno y Arequipa: 6 de primera clase, 14 de se-
gunda, muy variable ó no averiguado respecto á
la tercera clase. En el tren que nos condujo eran
10 los pasajeros de primera clase. Entre estos 10
iban 3 conspiradores, un peruano y dos bolivia-
198 BOLIVIA Y PBBÚ
DOS, por oonstamoB aeí inequívocamente (sin
qnererlo) á nosotros y á dos compafieros sucren-
ses de viaje. El peruano al bajarse en Arequipa
burlando las pesquisas fijas y ambulantes, dijo
saludándonos con una sonrisa de inteligencia:
Procedamui nunc in pciee. Era clérigo.
XIII
La línea del ferrocarril del Cuzco empalma en
el pueblo de Juliaca (23 millas } de Puno) con
el ferrocarril trasandino. Dicho pueblo servirá
de estación central para Puno y Cuzco tan pronto
c<»mo quede construida la línea á esta última
ciudad.
Por aquel entonces esos trabajos se proseguían
sin mayor desmayo; y aunque, según informes,
el gobierno no contribuía á ellos con las sumas
periódicas prometidas sino con parte exigua,
parece que el empresario don Enrique Meiggs
se daba trazas para atender la obra con los dine-
ros más indispensables. Llegaban ya los terra-
plenes al mismo Cuzco y los rieles á Ayaviri (80
millas de Xuliaca), faltando poco más de la mitad
para que la enrieladura cubriera todo el trayecto.
¿Sujetará con más éxito esta nueva coyunda
de hierro á la hidra de la anarquía que tiene su
200 BOUVIA T PERÚ
guarida en Arequipa? Quiéralo Dios; porque, lo
que es la otra muy famosa línea del ferrocarril
trasandino, no ha logrado asentar ni á medias el
reposo en esa ciudad turbulenta. Hace más de
cuatro afics que ella pasó á figurar entre las
ciudades comerciales de la costa. Nada tiene ya
que pedir á los vehículos de la actividad mo-
derna que facilitan la comunicación y el tráfico
suprimiendo las distancias: tiene telégrafos, ferro-
carriles, tranvías etc. Es notorio, no obstante, que
el comercio languidece en Arequipa, que la pe-
nuria sigue y que el frenesí político no mengua.
El tren diario á Moliendo es la puerta de calle
de Arequipa en el Pacifico. Su servicio es espe*
ditivo, cómodo y permite á veces llegar al puerto
con tiempo para alcanzar el mismo dia al vapor,
y para arrojar por gusto en el gran océano el
apero, el almofrej, el freno, los sudaderos, el
mandil, los pellones, las espuelas, los tientos, la
baticola, las alforjas, las polainas y el serato sim-
ple (que llama á cutis) de las muías trotonas de
Carapata.
1875.
LA AUDIENCIA Dt CHARCAS
1559—1809.
I.
El sistema colonial consistía en el Alto-Perú,
bien así como en las demás secciones americanas,
en cierta confinación de resortes para convertir
la sociedad civil en establecimiento destinado á
los consumos del monopolio ultramarino, á la
mayor producción indigenal posible, y al dominio
exclusivo y perpetuo de la raza conquistadora y
del catolicismo. Pero habiéndose con respecto al
Alto-Perú de ejercer esta dominación tierras
adentro y sin cuidados externos, la metrópoli
mandó que allí los aceros de la ley marcial tor-
nasen á sus vainas, adoptó el lema romano cedant
arma togoe concedat laurea linguce, y confió la tui-
202 B0L1VIA Y PEBÚ
cióu inmediata de la oolonia á los togados legu-
leyos de la Audiencia de Charcas.
jLa Audiencia de Cbarcasl Hasta hoy la his-
toria no ha echado sino miradas rápidas y leja-
nas al predominio absoluto, á la tiranía sangrienta,
á la jurisdicción dilatadísima, á la soberbia inca-
lificable de la Audiencia de Charcas. Algún día
se habrán de referir la mafia con que en su
remoto distrito sabía ese tribunal arrogarse las
facultades del soberano, el desenfado con que
acertaba á burlar las órdenes de los virreyes, la
audacia con que á las leyes se sobreponía, la im-
punidad de casi tres siglos con que contó su des-
potismo en el Alto-Perú.
La rebelión sangrienta de su fiscal Antequera
en el Paraguay fue apadrinada por la Audiencia.
Dos virreyes se sucedieron en el mando mientras
se consiguió reprimirla. La Audiencia usaba
alternativamente de astucia ó descaro, según la
ocasión, para frustrar con estorbos y dilatorias las
órdenes de esos vireyes. Escondió la mano sedi-
ciosa cuando ya más no pudo, cuando quedó
vencida la rebelión en batalla campal, cuando el
castigo se hizo inevitable y tremendo. ¿Y por
LA AUDIBNCIA. DE CHARCAS 203
qué? La humana perspicacia no ha acertado
todavía con otra explicación: Antequera fiscal
era individuo de la Audiencia, Antequera en el
Paraguay era su comisionado j gobernador pro*
visto (1).
Negra página en el proceso histórico de la
Audiencia son las sublevaciones de Ghayanta en
1780 y 1781 encabezadas por los Catan y que
abrasaron el Alto-Perú. Consta que el tribunal,
amparando la despótica codicia del corregidor
Alós, lanzó á los oprimidos en la mayor de
(1) Esta rebelión ha sido referida desde el punto de
vista de sus actos de virrey, por el marqaós de Gastel-
Faerte (MemmoB de loa Vitreyes, t. III, págs. 294, 306, 331
y '^67), y muy de ligera, bien que con la lacidez propia de
sn estilo, por Lorbjíitb en la Historia del Perú bajo los
Borhones (lib. l.o, caps. VI y VII).— La rebelión de An-
teqaera, que pertenece por completo á los anales del
Alto-Perú, no pnede ya ser estudiada en el Alto-Perú.
£1 gran cuerpo de autos que sobre el asunto existia en
Sucre, entre los restos del archivo secreto de la antigua
Audiencia, fue mandado á Lima, de obsequio á don Fran-
cisco de Paula Vigil, por don Andrés María Torrico, pre-
sidente de la Corte Suprema de Solivia. — Los números
1996 y 1997 de mi Biblioteca Peruana, tomo II, con-
tienen la sintética y última palabra de Antequera en su
defensa.
204 SOLIVIA T PBRÚ
las extremidades, que fae secandar la rebelión
de Tupao- Amara. Hábiles transacciones y la sol*
tura temerosa de Tomás Catari aplacaron el resen-
timiento de los indios, devolviendo la paz á las
provincias. Poco después, oponiendo la Audien-
cia embarazos de todo género á la acción militar
de don Ignacio Flores, comisionado por el virrey
para reprimir el alzamiento, mandó aprehender^
sin noticia de éste y contra su táctica concilia-
dora, á Tomás Catari, dando con esto ocasión á
la muerte tragediosa del indio, al alzamiento sub-
siguiente, y á la inmolación de medio centenar
de rebeldes en La Plata (1).
(1) Amadob db los Ríos, en su Historia de Car-
los III (t. III| págs. 415 y 420^/ culpa categóricamente
á la Audiencia por causa de estos sucesos. Bl escri-
tor espafiol, además de los documentos que publicó
Angblis en su Colección (que constituyen una fuente
espafiola muy gen nina), tenía á la vista los papeles
auténticos que pertenecieron á don José Antonio Ar>
mona, en Madrid» y los procesos remitidos á la cor-
te, hoy todos en poder de )a Academia de la Historia.
— Veintitrés afios después de impreso lo anterior, en el
volumen Y de la Revista de Archivos y Bibliotecas del
Perú, Lima, se han publicado inéditos documentos que
no poco se refieren á la sublevación de los Catar!.
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 205
jQuién no ha oído hablar del grito de libertad
lanzado el 25 de mayo de 1809 en Chuquisaca
para turbar el sueño colonial del continente?
¿En cuál crónica de la independencia americana
no está consignado, á lo menos cual un me-
ro motín, ese primer toque de rebato, esa re-
belión de seis meses, que acabó en La Paz con
l8s horcas de Goyeneche, pero dejando, s^
gún las palabras de uno de sus mártires, en-
cendida la tea de la insurrección general? Pues
ese alzamiento contra la dominación española fue
encabezado por oidores españoles, en odio perso-
nal al presidente de Charcas y al virrey de Bue-
nos Aires.
Y tan suicida como fecundo fue aquel aten-
tado, que desde ese mismo día ya no hubo
sosiego sobre el haz de la tierra para ninguno
de los oidores, y lo primero que arrasó la revo-
lución fue el tribunal, y diez años después que-
daba apenas la memoria de los individuos que
lo compusieron en su hora postrera.
Como este último caso, los anales coloniales
del Alto- Perú contienen otros muy famosos para
la historia de América. No se olvide por un mo-.
206 SOLIVIA Y PERÚ
meDto que allí acndla de todas partes, alarmada
por la fama de sus minas, la codicia pendenciera
de la madre patria en bandadas de aventureros.
Allí se ve el brazo hercúleo de la dominación
española con su puño, sus dedos y sus ufias.
Allí saltan á luchar desnudas las pasiones de los
conquistadores, operando de resultas la transfor-
mación de una sociedad ya removida hasta el
profundo por el concurso de razas diversas. Alif
se ve al viril europeo espoleando sin misericordia
la debilidad de la raza vencida, pero cruzándose
á la vez fogosamente con ella para regenerarse
y regenerarla (1).
(1) Lorente, en sus tres tomos sobre los virreyes, ha
adoptado para la exposición de los hechos el método
biográfico, ofreciendo á la vista una galería completa de
retratos. Á más de qae la estrechez de este plan excluye
las particularidades del Alto-Perú y toda sn vida civil,
el autor escogió, como fuente primordial y casi exclusiva
de información, las propias memorias de gobierno de los
virreyes. Por fortuna, con los nueve volúmenes ya publi-
cados de esas memorias, el trabajo de Lorente ha perdi-
do gran parte de su novedad ó interés, no por cierto para
el común de los lectores, pero sí para aquéllos que quíe -
ren beber en el original mismo, ya que no en derivacio-
nes hechas con paciencia y generosamente indicadas. La
obra de Lorente se distingue por sus cualidades litera-
LA AUDIENCIA DE 0HABCA8 207
La Aadiencia empuñaba el tridente en el mar
de eras agitaciones. Las levas implacables de la
mita, el gran tráfago de las minas durante el
auge fabuloso, el alentar cotidiano de la sociedad
civil, los procederes de la administración pública,
el sagrado de la vida doméstica, el haber, exis-
tencia y honra de los individuos, todo pasaba
sobre la palma de su mano, deslizándose como al
caer del arnero la semilla que á esa mano le es
dado estrujar ó detener.
Nada había inalterable sino ella en medio de
tantas alteraciones. En los disturbios qne ensau -
grentaron los primeros pasos de la colonia; en
las reyertas de vascongados y castellanos que
tenían sobre las armas á la inculta cuanto adine-
rada Potosí; en esos altercados incesantes entre
chapetones, criollos y mestizos, que poblaban de
bandos las villas y ciudades, la Audiencia des-
empeñó oficios de procónsul severo, cuyas cohor-
rias, DO menos que por la sobria madurez de su relato. —
Casi veinte afios de escrito lo anterior, el erudito don Jo-
sé Toribio Polo ha publicado en Lima las memorias de
gobierno de los virreyes conde de Mancera y conde de
Salvatierra.
$08 BOLIVIA Y FEBÚ
tes Bujetaban siempre sin apaciguar jamás. De
todos lados del territorio, en pos de su fallo, el
furor de desavenencias ruidosas llegaba á la
apacible ciudad que la sonría de corte, como lle-
gan esos vientos que trasmontando sierras y
llanuras, se arremolinan en la hoya del lago Ti-
ticaca para remover y enturbiar sus aguas man-
sas y semidulces. Inmune bajo el regio dosel de
su palacio de piedra, nunca el monarca allanó el
fuero inviolable de sus estrados, ni del choque
violento de las castas, ni del conflicto de los intere-
ses, salió jamás tronchada su alta vara de justicia.
¿Cómo entonces admirarse de la preeminencia
política y social de que disfrutaron esos oidores
hasta el último día de la dominación española?
Un puesto en la Audiencia de Charcas era repu-
ta<]o como inmediata escala para subir á la de
Lima (2). Pero, de seguro, en la ciudad cabecera
(2) «La Aadiencia de las Charcas es de mayor gradaa-
Gión después de la de Lima, y es ascenso de todas las
demás; y porque suele componerse de ministros qne ya
lian pasado por otros tribunales, tiene mejor crédito en
su gobierno, y en ocho afios no me ha dado que hacer ni
qne enmendar.» Relacián del duqtíe de La Patata en I689
(«Memorias de los Virreyes,» t. II, p. 93).
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 209
del virreinato ellos no gozaban del predominio,
acatamiento ni impunidades que en La Plata.
La garnacha platense poseía sin duda alguna
las virtudes de un sacramento: imprimió en el
altna del que la llevaba al cuello un carácter in-
deleble, y ese carácter era la soberbia. Oidor y
altivo señorón eran en el Alto-Perú una misma
cosa. ¡Ay del abogado, litigante ó curial que in-
curriese en el enojo de un oidorl Porque si quería
escapar de reprimendas ultrajantes, suspensio-
nes de oñcio, destierros correccionales y otras
vejaciones, más le valiera emigrar cuanto antes
muy lejos. Cuando estos magnates no iban en
calesa al tribunal, es fama que se hacían prece-
der de dos lictores para vestir ante el pueblo la
toga con majestad romana. Que se detenga á
su presencia el transeúnte^ pie á tierra quien-
quiera que cabalgue cuando uno de ellos pasa,
y que todos escolten á distancia respetuosa al
sátrapa hasta su morada (1).
(1) «Y allí era despedida)» — la comitiva — <Lá lo más con
an leve movimiento de cabeza, después de haber perdido
sa tiempo y sas quehaceres.» Moreno, Colección de aren-
gasen el foro; pref., pági9. XLIII y XLIV,— «Este extremo
B. Y p. 14
210 BOUyiA Y PERÚ
homenaje eetá aatenticado por una anécdota qne es digna
de qae no se pase en olvido. Una dama de edad y rica,
de Chuqnisaca, queriendo á sn muerte manifestar su de>
▼ocion, dejó en su testamento, una manda de 4,000 pesos,
con el fin de que se comprara una toga de oidor al San-
tiiiimo Sacramento, porque decia que por los honores de
oidor las gentes se verian obligadas á acompafiar el viá-
tico cuando sale á ser distribuido á los enfermos, mien-
tras que sin estos honores habia muy pocos que lo hicie-
sen. Mas si el Santínmo Sacramento, ya condecorado con
la toga, encontrase con otro oidor por el camino, ¿k quién
debería inclinarse la comitiva? En este caso, mediante la
igualdad de rango, correspondía al Sacramento la prefe-
rencia en calidad de más antigtM.* Ihid, — £1 hecho lo
habia referido Bustamante, alias Congolooobvo, en su
Lazarillo de ciegos caminanieSy impreso el afio 1773 (nú-
mero 886 de mi Bibliotkca Pebüana, tomo primero).
Este cholo burlón y cortesano defiende (folios 129 y 130)
á los oidores así; «Supongo yo, que esta es una sátira mal
fundada. Es natural la seriedad en los Ministros públi-
cos, y también el respeto, aunque violento en algunos
subditos. En todos hay algo de artificio: con la diferen-
cia, de que los señores Ministros piensan que aquel ren-
dimiento les es debido; y el público, como ve que es
artificial, vitupera lo que hace por su conveniencia, y
particulares intereses, y exagera la vanidad y soberbia
de unos Hombres, que no pensaron en semejantes rendi-
mientos. No se lo que sucedería Antaño, pero Ogaño
reconocemos, que estos señores Ministros, conservando
su seriedad, son muy moderados y atentos en la Calle;
y en sus Gasas, muy políticos y condescendientes en todo
aquello que no se opone á las buenas costumbres, y
urvanidad.>
II
Á dos épocas, que son muy fáciles de notar en
los anales privativos de la célebre Audiencia, co-
rresponden también dos periodos generales en la
historia de las provincias que compusieron su
distrito. Es indudable, que si hubiese de abarcar
la narrativa todos los sucesos complicados y cu-
riosos de la colonia, la historia de la Audiencia
de Charcas sería á la vez la historia social del
Alto-Perú.
Desde que fue establecida en 1559 por Felipe
n hasta tocar al levantamiento general de indios
de 1780, su distrito formaba parte del virreinato
del Perú. Muy poco antes de aquel suceso memo-
rable cesó esta comunidad política; y, hasta el
levantamiento de mestizos y criollos en 1809, no
menos célebre en la historia, la Audiencia fue
parte integrante del virreinato del Río de la Plata.
Mientras las provincias altas pertenecieron al
213 SOLIVIA Y PERÚ
del Perú, el tribunal extendía 8a jurisdicción de
mar á mar (1), entre el Brasil, Cuzco y Arequipa
por un lado, y Atacama y Cuyo del otro; abar-
cando los gobiernos establecidos en Tucumán,
Buenos Aires y Paraguay.
Como se ve, no hubo en las Américas otra de
términos jurisdiccionales más dilatados. Con ra-
zón fue siempre considerable el cúmulo de sus
negocios, según lo acreditan los restos de su ar-
chivo (2).
(1) De Arica á Montevideo. J^ecopilación de Indias,
leyea IX, XIV y XV del tit. XV, lib. 2.*>-«La8 cóJulas
ereccionales primitivas corren á las págs. 18, 28 y 101
del tomo XVIII, recientemente aparecido en Madrid^ de
la Colección de documentos inéditos relativos al descu-
bfnmientOi conquista y organización de las antiguas pose-
siones españolas, — En una «Demarcación y división de las
Indias, > códice J. 15, de la Biblioteca Nacional de Ma-
drid, inserto en el volnmen XV de la mencionada Colec-
ción, se dice (p. 509): «EL distrito del Audiencia de las
Charcas, que parte término con la de los Reyes, en treze
grados y medio de altara austral por el rio de Nombre
de Dios y principio de la laguna del GoUao, tendrá de
largo trezientas leguas hasta el valle de Lopiapo (Co-
piapó), principio de la provincia de Chile, en veinte y
ocho grados de altura, aunque de viaje se cuentan cerca
de cuatrocientas etc.»
(2) Puede verse al respecto el artículo intitulado Los
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 213
Después de la expulsión de jesuítas las provin-
cias de Mojos y Chiquitos, con todos los territo-
rios de misiones guaraníes, cayeron bajo el go*
bierno de la Audiencia. Hasta la emancipación
ella fiscalizó jas rentas, recepturías y proveedurías
de dichas provincias, con las facultades de un
verdadero superintendente de hacienda.
Esta gobernación no fue adquirida por virtud
de un acto delegatorio de la soberana adminis-
tración expresamente consultado. Se verificó ¿
título acumulativo, por efecto de una accesión
fortuita, en acefalía indefinida del gobierno pro-
pio y según leyes anteriores, extrañas é incon*
cientes. Una antigua y general de Indias (1), el
decreto de extrañamiento, las célebres instruc-
ciones adicionales para la ejecución en América,
y la cédula circular del caso, hé ahí todo el
cimiento primitivo de esta singular conquista de
la Audiencia. Los estatutos del nuevo virreinato
se empeñaron después en afianzar esta conquista,
abandonando á la togada discreción de Charcas
Archivos Históricos en la Capital de Solivia («BeyisUi
Chilena^» de Santiago^ afio 1876, tomo VI, p. 111),
(1) Recop. ley I, tít. I, lib. 6.«
214 SOLIVIA Y PERÚ
esas colonias patriarcales y remotas, y abando-
nándolas por medio de otra simple barajadura
de decretos (1).
La Audiencia dictaba ó aprobaba con sanción
legislativa para las misiones orientales el plan de
gobierno, los reglamentos generales, el procedi-
miento jurídico especial etc; oyendo los informes
ó memorias administratorias de los gobernadores,
como asimismo los recursos, quejas, representa-
ciones de toda especie elevadas contra éstos por
los naturales y por los mercaderes forasteros. Para
él gasto más módico era menester instruir expe-
diente en Mojos ó Chiquitos, el cual venía hasta
La Plata en solicitud de un decreto de pago. Así
venía también cualquiera petición de licencia (2).
(1) Aanque la Jíeal Ordenanza para el Establecimiento
é Instrucción de Intendentes en ti Virreinato de Buenos
Aires, de 1782^ que extinguió todos los gobiernos políti-
cos para incorporarlos á las intendencias, no exceptuaba
en su artículo 7 los gobiernos de Mojos y Chiquitos, la
declaración 2, entre las contenidas en la real cédula su-
pletoria de agosto 5 de 1783 en San Ildefonso, establece
la excepción expresamente, sujetando empero dichos go-
biernos en lo muy general de hacienda á la intendencia
de Santa-Oruc.
(2) En la sección de Mojos y Chiquitos del archivo de
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 21o
La conñrmacíÓQ del rey, que muy tardíamente
recaía sobre aquellos estatutos, era por lo regu-
lar un mero trámite ó venia señorial, sin impor-
tancia ni consecuencia para el acierto ó justicia
de los negocios. Estaba escrito que aquel gobier-
no, nacido de entrañas muertas, fuese á su vez
infecundo en sí mismo, y que durante su vida de
medio siglo, esterilizase con su impotencia el an-
terior desarrollo de las misiones. Pero es justo
advertir, que si cupo á la Audiencia encabezar al
paso redoblado la decadencia de las misiones,
toca al gobierno de la república la gloria incom*
parable de estar consumando á son de ataque la
total ruina de esos establecimientos, prósperos en
1767 bajo los jesuítas (1).
la Aadiencia, he visto expedientes sobre sínodos de ca-
ras hasta por la sama de 25 pesos, y sobre licencias
hasta por dos meses.
(1) Las pinceladas históricas de Vibdma y de D'Ob-
BiGNY en sas respectivas DescripeiotíeSj de Santa Oraz
(1778), y de Bolivia (1832), may conocidas, y las noticias
consignadas en el Fragment d'un voyage au centre de V
Amérique Meridionale (8.o 584 págs. y una carta geográ-
fica), obra ésta nn poco menos rara qae la grande y cos-
tosa de donde d'Orbigny sacó en París el afio 1845 estos
capitales sobre Mojos y Chiquitos, no snministran ana
216 BOLIVIA Y PERÚ
idea tan claim ni Un concreta sobre la primitiva interven-
ción de la Audiencia en aquellas misiones, como las Ins-
truccionei informatitfaa de la Fremdencia de Charcas al
nuevo Oobemador de Santa^Crue d<m Tomáé de Leso^ so-
bre el régimen y administración de Moxos y Chiquitos
desjmis del Extrañamiento ^ y sobre lo que ha de observarse
á esos respectos en addante, 1777. Ms.
^
III
Si vacaba la preeidencia el virrei no proveía el
interinato. Conforme á una disposición común en
Indias, el gobierno recaía de lleno en el tribunal
en tanto que el rey mismo nombrase el sucesor.
El togado más antiguo despachaba entonces co-
mo presidente y mandaba en su caso como capi-
tán general (1). Y puesto que por la fuerza de
las cosas esta presidencia se expedía en ciertos
negocios, como luego se explicará, con poca suje-
ción al virrey, nunca fue de regla en Charcas
que concurriese en el presidente el carácter de
oidor, siguiéndose de la separación gran ventaja
y desembarazo en lo político y militar. Pero si no
(1) Recopilación de India» ley LVII, tit. XV, lib. 2.o—
Beladón dd duque de la Palata en 1689. (f Memorias de
los Virreyes,» t. II, p. 93). —Ténganse presentes para el
nuevo virreinato la B. C. en Agosto 2 de 1789 y la R. O.
en Octubre 23 de 1806, que alteraron y modificaron el
punto.
218 BOLIVIA Y PERÚ
era de ley ni uso la doble investidura, tampoco
quiere decir que el caso careciese de ejemplares,
y alguna vez en lo antiguo anduvo togada, y
hasta mitrada, la presidencia (1). Desde media-
dos del último siglo los presidentes de nombra-
miento regio fueron por lo común militares (2).
Creados para América los regentes de audien-
cia en 1776, el de Charcas gozó la asignación
anual de 9 mil 725 fuertes, que doce años más
tarde quedaron reducidos á 5 mil 860; los cinco
oidores, y los dos fiscales, para lo civil y para lo
criminal, tenían la de 4 mil 860 fuertes cada uno;
habiéndose suprimido después una plaza de
oidor y otra de fiscal. Sueldos menores todos con
muy poco que los de la Audiencia de Lima, algo
mayores que los de la de Méjico, y que en La
Plata aseguraban á los ministros la decencia en el
vivir y algunos ahorros moderados (3).
(1) Don Bartolomé Goozález de Poveda (1678-1688) era
oidor preeidente y pasó de$paó« á ser arzobispo con re-
tención de la presidencia por algún tiempo. -
<2) Desde qae sabio en 176S á la presidencia don Juan
Francisco Pes tafia, primer ayudante mayor del regimien-'
to de gaardías e«pafiolas.
{^ Beglamento de BueldoB anuaUé que gozarán IwMu^
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 219
La ley persistió en no establecer en Charcas que
ios regentes entrasen de regla al tribunal como
presidentes. Por aquel entonces, en Quito y en
Guadalajara entraron desde luego los regentes con
el concepto y facultades de presidentes (1).
' El de Charcas gozaba la asignación fija de 10
mil fuertes anuales, con algunas gratificaciones
variables según el grado ó servicios militares del
individuo, y con los gajes de casa habitación,
oratorio, capellán y guardia en el palacio de la
Audiencia. «Éstas circunstancias y el haber sido
nistros de todas las Audiencias de América y Mlipinas
aprobado en ii dé marzo de 1776, — B. G. circalar de la
fecha en el Pardo, sobre plazas togadas en las Audien-
cias de América y Filipinas. — Reglamento de plazas y
sueldos de las AtuUencias de América y Filipinas expedi-
do en 27 de marzo de 1788,— R, O. circular de 21 de abril
sobre la manera como ha de regir el reglamenta anterior.
—-Para algunas particularidades en Charcas puede com-
pulsarse el Expediente seguido en La Plata sobre el cum-
piimiento de la R, C, relativa cU número de Ministros que
deben componer las Audiencias de Indias, y á los sueldos
^efkdados. 1788—1819. Ms. original.— Respecto al sueldo
del oidor presidente en lo antiguo, puede tenerse á la
vista la asignación fijada por la le^ 1, tít. II, lib. 5.o de
Indias.
(1) Instrucción de Regentes, de 1776, artículos 64, 65
y 66.
220 SOLIVIA Y PERÚ
muchas veces una escala próxima para llegar á
virrey, hacían este destino muy apetecible á la
codicia ó ambición de los que deseaban man*
dar.» (1)
La dotación de los magistrados de Charcas no
es para la historia dato sin interés. Antiguamen*
te esos sueldos eran mayores que los de los mí«^
nistros en Lima; y aunque en 1751 se mandaron
reducir sobre el pie de estos últimos (2), es de
presumir que con la reducción no hubiesen per-
dido mucho dinero los oidores. Mientras tanto»
esas dotaciones aparecen exiguas comparadas con
el orgullo desdeñoso que habitualmente gastaban
los oidores, con el afán que se empleaba para
conseguir esas plazas (comprándolas á veces muy
caro en España), con las sumas considerables que
(1) MoBBNo, Vida y Memorias del doctor don Mariano
MorenOt p. 49.
(2) Matbaya y Rigci, El Moralista FUaléthieo Ame-
ricano^ p. 316^ catálogo de cédalas, núm. 667.— Tomando
en cnenta el acrecentamiento actual de las necesidades
y el alza de los consamoc» el sueldo de oidor en La Plata
equivale hoy á unos 7 mil fuertes de 45 peniques allí
mismo.
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 221
por todos lados pasaban junto al tribunal ó se
ventilaban en sus estrados. La tradición se em-
peña en sostener que los oidores de Charcas eran
consuetudinariamente venales, y la verdad se ba
de averiguar y establecer alguna vez á este res-
pecto.
IV
Las audiencias de Indias, no eran, en lo pri-
mordial de su instituto, más que cortes de alza*
da ó tribunales superiores de apelación en am-
bos fueros de la administración de justicia. El
Consejo de Indias venia á ser <á las mil y qui-
nientas» la corte suprema de todas las colonias.
Pero el régimen especial inventado para éstas
por la metrópoli, y la doctrina monárquica so-
bre las regalías del soberano absoluto, fueron
acumulando en aquella magistratura atribuciones
de toda especie en el orden político^ económico,
administrativo, militar, eclesiástico etc., que aca-
baron por desnaturalizar dicha magistratura en
gran manera (1).
(1) Mkndoza, en sa célebre Historia de la Guerra de
Granada^ con la rapidez pintoresca de su estilo nos sa-
giere la idea cabal y primitiva de una audiencia. «Pusie-
ron» — dice refiriéndose á la ciudad morisca — cel gobier-
LA AUDIENCIA DB CHARCAS 228
Cada audiencia era á la vez una real chanci-
llería, que usaba el sello real y encabezaba sus
provisiones con el nombre del soberano reinan-
te, de la misma manera que si fuera éste en per-
sona quien se expedía. El rey y su audiencia
eran, según la ficción legal, una sola entidad pú-
blica, y el soberano ejercía privativamente en
todas las provincias el alto señorío de justicia y
el supremo imperio por medio de esos magistra-
dos. Este era el fundamento de la autoridad
no de la justicia y cosas públicas en manos de letrados,
gente media entre los grandes y peqaefios, sin ofensa de
los nnos ni de los otros: en ya profesión eran letras lega-
les, comedimiento, secreto, verdad, vida llana, y sin co-
rrupción de costumbres: no visitar^ no recibir dones^ no
profesar estrecheza de amistades, no vestir ni gastar
suntuosamente; blandura y amenidad en su trato, juntar-
se á horas señaladas para oir causas, ó para determina-
llas, y tratar del bien público. A su cabeza llaman pre-
sidente, más porque preside á lo que se trata, y ordena
lo que se ha de tratar^ y prohibe cualquier desorden,
que porque los manda. Esta manera de gobierno, esta-
blecida entonces con menos diligencia, se ha ido exten-
diendo por toda la cristiandad. . . etc.» (Lib. l.o, ed. de
Ochoa, p. 6). Y asi como él pinta en seguida que la ins-
titución degeneró en Espafia^ degeneró también en Amé-
rica, aunque por causas especiales acá, y no bien estu-
diadas todavía.
224 SOLIVIA Y PBRÚ
eminente y regia de las audiencias, y ésta y no
otra era la doctrina que al respecto se enseñaba
á la JQventud altoperuana en la Universidad de
San Francisco Javier y en la Academia Caro-
lina de Chuquisaca (1 ).
Pero los planes políticos y el régimen admi-
nistrativo concebidos para ejecutarse á gran dis-
tancia, llevaron á las audiencias más allá del
campo en que la sociedad civil litigaba y se las
habían entre sí los ciudadanos por causa de su
derecho. Las leyes de Indias son notables por su
relativo espíritu de justicia y su celosa aunque
ineficaz compasión en favor del indio; pero su
texto contiene rasgos de candor que están déla-
(1) Martínez Marina, Ensayo histórico-critico de la
Legislaccidn de León y Castilla, t. I, lib.2.o, J 24.— Reco-
pilación de Indias, leyes del tít. XV y XVI del lib. 2.o—
60LÓRZANO, Foliiica Indiana, vol. 2.° lib. V, cap. 4.o,
núin. 12. — ProntuaHo de los juicios: su ordefi, substancia^
•ción é incidencias. Escrito el año 1782 por elDr, don José
ijhitiérrez, abogado de la antigua B. A, de esta capital y de
ios reales consejos del Rey de España, Beimpreso en la
imprenta fabHcada en Chuquisaca^ año de 1830. 4.o de
147 pp. Los autores invocados por este célebre texto de
-ensefianza sostienen la doctrina enunciada. £1 nombre
del autor es Francisco Gutiérrez de Escobar.
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 22¡j
tando la estrechez de miras del sistema colonial.
Procurar el beneficio y aumento de todo cuanto
al rey pertenece, y aplicar toda la atención y di-
ligencia al rendimiento de las minas^ cobranza
de los reales derechos y remisión á España de lo
que realizare, es la obligación primordial que
pesó sobre todos los funcionarios públicos del
virrey abajo (1). El rey se saboreaba de antema-
no con la espectativa del oro que se prometía
sacar de América (2).
Caber suelen á la verdad en la mente del le*
gislador la consulta generosa de otros intereses,
el impulso de miras más elevadas y extensas, el
espíritu ferviente de proselitismo cristiano; pero
todo ello es con subordinación al cálculo ante-
rior. Cada garantía, cada fuero, cada privilegio
individual, cada franquicia colectiva, cada esta-
blecimiento benéfico, es otorgado á manera de
gracia ó concedido como prima por el mayor lu-
(1) Becopilación de Indias, ley I, tít. VHI, lib. 8.«
(2) «Y al servicio de Dios naestro Sefior, y conserva-
ción de estos reinos, conviene la buena administración y
acrecentamiento lícito de nuestra real hacienda fy%ie no9
será muy agradad¿ej,> Ibid,
B. Y p. 15
226 BOLIVIA T PKBÚ
ero obtenido. Cobrar bien y percibir bastante
para el rey: hé ahí, según el código de Indias, el
fin á que estaban destinados estos establecimien-
tos de ultramar (1).
(1) cT eacargamofl á los virreyes y presidentes que en
eonaidertcion á qae este es el nervio qae da vigor y ser
al real Eetado, se janten con los contadores de caentas»
oficiales reales, ministros y personas qae parecieren más
á propósito, para consegair el fin, y procuren y traten de
estas materias y reformación de gastos cuanto sea posi-
ble, para que por este medio y los demás que alcanzaren,
sea nuestra real hacienda beneficiada, y con ella poda-
mos acudir á las necesidades de nuestra monarquía» Ufid.
Tal espirita en los estatutos fandamentales,
infatigablemente desenvuelto en las leyes y or-
denanzas reglamentarias, no era como para dar
vida sana, vigorosa y reproductiva á las fuerzas
orgánicas de la sociabilidad colonial. Esta no es
ocasión de indicar sus inconvenientes económi-
cos, ni hasta qué punto la constitución del gor
bíerno era depresiva del individuo, ni cuan lejos
se está de un estado político favorable al progre-
so allá donde los subditos son mirados ante todo
como simples agentes de producción, y como con-
sumidores forzosos del monopolio de ultramar.
Pero si recordaremos que la desconfianza es el
vicio incurable del régimen de autoridad. Lo muy
característico en el régimen cautelosamente cal-
culado por la corte para las colonias, consiste en
la diversidad copulativa de acción en el ejercicio
del poder. Agentes distintos y presión simultá-
nea, plúribus únum. Tan inmediata es la autori-
dad subalterna respecto del gobernado como la
228 BOLIVIA Y PBBÚ
superior. Las funciones del Estado serán unas
mismas que en la península, con más otras pe-
culiares de una colonia remota. En sus relacio-
nes reciprocas los agentes tendrán para expedirse
su tiempo, modo y materia; pero en tratándose
de loe colonos obrarán todos de consuno. Todos
estarán listos y cualquiera es apto para exigir el
cumplimiento al subdito; la alternabilidad de
atribuciones renace tan sólo para las prestaciones
mutuas de los empleados públicos. No son em-
pleados de los colonos sino empleados para los
colonos, los cuales forman parte de la cosa pú-
blica sin gozar á su vez de ningún derecho po-
lítico.
Así es que, mientras que con respecto á los
sometidos la autoridad, al través de todas sus
formas, se ha de dejar sentir de todos lados como
fuerza única é irresistible, con relación á los en-
cargados de ejercerla, ella se ha de descomponer
ó resolver en los elementos de cierto mecanismo,
organizado para impedir ante todo que ningún
agente en su caso llegue á constituirse, contra el
interés de la metrópoli, en fuerza única é irresis-
tible. Ninguna prepotencia individual, ningún
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 229
empleado absoluto, ninguna autoridad irrespon-
sable ante la autocracia del derecho real. cEste ed
el reino del sumo extraer mediante los recelos
del sumo discurrir,» decía un virrey tenido en el
«
concepto de hábil físcalista (1); y los consejeros
de Indias cuidaban muy bien de que, una vez
consumada irrevocablemente la conquista, lo del
rey (lucro ó predominio) no fuese á caer en mu*
nos usufructuarias en paraje alguno de estos es-
tablecimientos remotos (2).
(t) El marqaés de GasteUFaerte. «La delicadeza qae
acompaña á la codicia es tan fecaada de lo qae no debe
imaginar^ como estéril de lo qae debe contribair; con
qae en an Reyno en qae todo es extraer, es preciso qae
todo sea diacarrir, y asi cada día hay inconvenientes de
naebas malicias, qae obligan á naebos reparos.» Memo-
rias de los Virreyes, t. III, p. 57. Lo decía con particalari-
dad de los contribayentes; y, según el sistema plantificado
venían á ser contribayentes directos del rey, los corre-
gidores, oficiales reales etc.
(2) Los virreyes aspiraron á la más absoluta irrespon-
sabilidad. «El cargo de Virrey del Perú se hallaba muy
desigual y desproporcionado, porque hacia sus primeras
entradas con palio, y salía tomándosele la residencia
Queriéndose ajustar tan grande disonancia, se prohibie-
ron los palios; y si se hubiera hecho al contrario, dezán-
dolos y quitando las residencias, se hubiera acertado
mejor la conveniencia de el servicio de Su Majestad. . . .
280 BOLIVIA Y PBBÚ
De aquí el estar los presidentes ingertados en
las aadiencias, cuyos distritos aparecían regidos
por jefes de una sola cabeza cuando en realidad
el jefe era de muchas: de aquí el ser como presi-
dente otro ingerto el virrey, simple gobernador
de provincia y á la vez superintendente de los
gobernadores y corregidores, con cargo de tomar
cuentas á todos y de rendir él otras análogas: de
aquí la superioridad jerárquica general radicada
en la ciudad cabecera del virreinato, y comparti-
da entre la contaduría mayor, la audiencia preto-
rial y el virrey, sin perjuicio de residir en el vi-
rrey lo compulsivo y externo de su ejercicio: de
aquí los avocamientos inesperados, visitas, resi-
dencias, votos consultivos, apelaciones ó revisio-
nes de toda especie etc.: de aquí en las audien-
cias los reales acuerdos de gobierno, guerra etc.,
para proveer conjuntamente con el virrey ó pre-
sidente.
Uno ve donde quiera sobre cimiento castella-
Lo cierto ee qne quien representa la persona de Su Ma-
jeatad oombiene que tenga entera authoridad, y qne no
pneda estar sujeta á un rieego de tanto descrédito para
sa decoro.» Ibid,, t. lí, págs. 420 y 421.
LA AUDIENCIA DE CHABCAS 281
no el edificio de Indias construido entre rejas de
hierro á manera de lonja ó casa de contratación.
En todo y por todo el legislador consulta la res-
ponsabilidad de cada uno de los agentes ante el
rey, haciéndola á la vez impersonal, nugatoria ó
dificultosa ante los administrados.
La ritualidad, atribuciones, incumbencias etc.,
cuyo trabamiento mira á la acción combinada en
común sobre terceros, que son los colonos, no
menos que á la fiscalización recíproca de emplea-
dos sin atingencias de terceros, aparecen en el
código y en los cedularios, ya agrupadas, ya es-
parcidas, entre muchedumbre de disposiciones
indiferentes á tal espíritu. Saltan, con todo, á la
vista aún de los que no están versados en prác-
tica alguna oficinista, ni saben penetrar el alcance
de esas leyes (1).
Y para que el sistema no careciese de timbre
indeleble ante la historia, hé aquí un famoso
tipo de recaudadores de la corona: el corregidor
español en el virreinato del Perú; el corregidor.
(1) En lo8 libros S.o, 5.o, 6.0 y S.^ hay títulos cayos en-
cabesamientos sefialan caminos para dar con el paradero
de leyes may significativas al respecto de qne tratamos.
2S2 SOLIVIA Y PKBÚ
remunerado con la exclusiva para vender, juzgar
y gobernar en su repartimiento, á fin tal vez de
que, erigiendo allí la ley en jueces de causa pro*
pia á la codicia y la violencia, la iniquidad sir-
viese eficazmente á la producción de rentas (J).
(1) Beeapüaeión, ley III, tít. II, lib. 5.o Era jarísdic-
d^n civil y criminal para pleitos de loa indios entre sí ó
con Has encomenderos, en todos los paeblos del corregi-
miento. — «Los inconvenientes de qne contratase el que
«ra jaes y qne lo fuese de causa propia el Corregidor,
ejecutando personas y bienes por sus intereses, son bien
conocidos y aborrecidos en todos los derechos; y verda-
deramente, qne muchos á quienes arrastraba la codicia
y fatigaban las provincias> ya repartiendo más efectos
de los que podía su vecindario, ya repartiéndolos por pre?
cios excesivos, ya extendiéndolos á los efectos que no
necesitaban, y ya usando demasiado rigor y apremio
para las cobranzas, exasperan á los indios con la falta
de prudencia y sagacidad» (Süpebunda). Memorias de
los Virreyes, t. IV, p. 152). — «Los corregidores suelen
tener sus excesos con los Indios, y comercian contra lo
establecido por las leyes; pero el comercio se disimula
cuando no hay circunstancias de violencias, ó excesos,
en el repartimiento: á veces, hecha la sumaria, he bajado
á algunos, y remitido su cansa al Acuerdo de justicia, en
que los han dado por libres, pretextando que semejantes
causas tienen su lugar en la residencia de dichos Corre-
gidores.» (Castel - Füebte) Ibid,, t. III, p. 365.— «Siem-
pre sufrieron grandes extorsiones y agravios;» — los in-
dios — «pero en otro tiempo con mayor reserva, corres-
LA AUDIENCIA DB CHARCAS 28d
Quien 86 apartase hoy del punto de vista
objetivo al examinar la organización de los po-
deres coloniales, para aplicarles el criterio demo-
crático moderno del equilibrio, independencia y
delegación introducido como garantía del dere-
cho dé los asociados, se expone á no conocer
jamás en su espíritu de entonces el principio
de autoridad; y el principio de autoridad era,
como todos sainemos, uno de los agentes primor-
diales de la dominación española en América.
pondiente al peligro de que se descubriesen con menos
exceso... Pero en los afios últimos se ha exaltado la am-
bición de manera qae parece tira ya á la entera ruina de
las provincias... Y reflexionando sobre el motivo de tan
palpable decadencia y poco trabajo, se encuentra en el
permiso de los repartimientos, que antes faltaba, y ahora
parece autorizar á los Corregidores para cuantos arbi-
trios y facultades les eran justísimamente prohibidas.»
(GuisioB). Relaciones de los Virreyes y Atuíiencias, t. III^
pp. 29 y 30.
VI
Á la vuelta de algunos contrapesos y dependen-
cias puestos en el mecanismo interno á la auto-
ridad de los virreyes, estos c reyes transeúntes»,
como los nombra un escritor, aparecían ante el
pueblo investidos de regia dignidad y armados
juntamente de bastón, vara de justiciay espada; y
aparecieron en la eminencia de todas las jerar-
quías encima de todos y cada uno de los que,
según su puesto, manejaban ó bastón, ó vfira de
justicia, ó espada, en los tres distritos de las au-
diencias de Lima, Charcas y Quito (1).
Á pesar de esto, la posición mediterránea y
Apartada que ocupó la Audiencia de Charcas, á
trasmano de las de Ldma y Santiago de Chile en
el litoral del Pacífico, la constituyó de hecho en
tribunal supremo é irresponsable. De otro lado
(1) En loa índices alfabéticofi de Matbaya y de Solób-
ZAVO pueden verse agrupadas las citas de leyes y céda-
las por donde constan las atribaciones, facultades y pree-
minencias de los Tirreyee, particularmente en el Perú.
LA AUDIENCIA DR CHARCAS 285
varios motivos contribuyeron además á hacer
exorbitante la suma de sus poderes y despótica
su autoridad. Ello debe imputarse á un vicio pe-
culiar en la constitución de esta colonia.
Cierto es que las leyes de Indias atribuían ai
virrey del Perú el gobierno general y superior
de las provincias comprendidas en la jurisdicción
de la Audiencia (1): cierto también es que, según
la jurisprudencia civil y las leyes de Castilla, el
instituto del tribunal era ajeno de la administra-
ción política, militar y económica de los pueblos.
Pero es cosa averiguada, que, como sucede en
gobiernos absolutos y despóticos, estas disposi-
ciones no pasaban de lineamientos abstractos del
derecho escrito, que en concreto ó en la práctica
eran alterados por excepciones arbitrarias ó pre-
vistas, algo más numerosas todavía que la regla
general.
Desde luego el rey, mediante órdenes directas,
eolia conferir al tribunal ó al presidente faculta-
des ó incumbencias transitorias ó indefinidas,
que venían á cercenar la autoridad política y
(1) BeeopUactá», ley VI, tíL III, lib. d.'> principalmente.
286 BOLIVIA Y PKRÚ
militar de los virreyes eo el distrito de la Au-
diencia. Aunque éste era achaque común en las
colonias, parece que en la de Charcas la dictadu-
ra del rey producía intercadencias ó menoscabos
todavía más frecuentes en la sujeción regalar al
virrey (1).
(1) £8 indudable qae, para conocer específicamente
cada ana de las colonias americanas en su organización
7 régimen, las leyes de Indias son insuficientes por lo
genérico de sus estatutos. — En el incendio de mi biblio-
teca se quemaron seis tomos, que había formado de rea-
les cédulas de Charcas, y se componían de ejemplares dis-
persos y duplicados. Elcedulario cronológico, que la Au-
diencia iba formando á medida que recibía los ejemplares
principales, existe en el archivo de dicho tribunal y consta
de varios tomos. — Bajo el título genérico é insignifican-
te de «Cédulas y Provisioses del Bey Nuestro Señor
desde el afio 1541 á 1608,» hay entre los manuscritos de
Indias, códice [. 54, de la Biblioteca Nacional de Madrid,
an legajo, que dado á luz hace poco, llena todo el volu*
men KVIII de la Colección de documentos inéditos relati-
vos al descubrimiento etc. de las antiguas posesiones espa-
ñolas. Es ni más ni menos un cedulario privativo de la
Audiencia de Charcas. — Junto con ponderar la sobera-
nía general de los virreyes y la dependencia política de
los presidentes, dice Esquilache: «Lo que puedo decir á
y. E. es, que en el tiempo de mi Gobierno han tenido
conmigo muy buena correspondencia, y yo la he procu-
rado tener con todos; y el medio más eficaz que puede
haber es, que supuesto que en aquellos distritos no puede
LA AüblÉÑOÍA DE CHARCAS 237
- ■ —
En segundo lugaf*, una dispersión en las atri*
buciones superiores del poder era el resultado ina-
vitable del centralismo, establecido para regiones
remotas y penosamente comunicadas con la ca-
pital del virreinato. Al favor de este alejamiento,
el presidente en lo ejecutivo, y el tribunal en lo
que requería trámites, proveían en CharcaSi á tí-
tulo de urgencia, muchos negocios de alta admi-
nistración y del mando eminente, gobernando en
este orden las provincias con una independencia
l>or lo general efectiva (1).
haber persona más á propósito para la ejecncion de las
órdenes y provisiones del Gobierno, que los presidentes,
jazgo por conveniente, como yo lo he hecho, darles ma-
cha mano, cometiéndoles las comisiones, porqae de esto
signen dos utilidades conocidas: la una es su buena y
efectiva ejecución; la otra es que se quita cualquier estor-
bo que la Audiencia pueda hacer, porque no se opone á su
cabeza, y ella procede animosamente con las espaldas
del Gobierno, y con esto se consigue el fin que se pre-
tende.» Memorias de los Virreyes dd Perú^ 1. 1, p. 103.
(1) Notables por demás son las observaciones que so-
bre los inconvenientes de haber estado en Lima, y no en
el Cuzco, la capital del Virreynato, hacía el Intendente
de Potosí, Pino Manrique, en su inédito Informe reservar
do sobre la Nueva Real Ordenanza de Intendentes dd Vi-
rreynato dd Rio de la Flata, 1783. Si se hubiera ejecutado
el plan que él indica, es de creer que hoy en día no ezis-
288 BOUVIA Y PERÚ
Apenas si lo contencioso, ó lo que después de
substanciado reclamaba inevitablemente una de*
claración ó auto superior, iba hasta el virrey de
Lima; no tocando á este encumbrado dignatario,
respecto á las demás medidas importantes de man-
do y gobierno, otra cosa que aprobar ó confirmar
lo muy grave. Por eso, tratándose de dafios irre-
parables, llegó á envolver un sentido irónico la
célebre frase con que solía rematar ciertos autos
ó provisiones fulminantes la chaucillería platense:
c... dándose quenta con lo obrado á S. M. y al
Excmo. Señor Virrey.»
Por lo común, la autoridad del sefíor virrey
se sentía muy satisfecha con este pleito homenaje
de las fórmulas oficiales; y como la Audiencia
cuidaba de que el perjuicio ó agravio causados
á indios y criollos obscuros ó indiferentes, no las-
timara en lo mínimo la calidad superlativa de esa
regia autoridad, el virrey desde su sitial escribía
leyes en mano sobre el reino de Chile, lo que he-
chos á la vista pudiera haber escrito también en
algunos casos sobre el reino de Charcas:
tiese BoHvia, y que desde Paita á Jnjay se extendiese una
confederación de ambos Perú con la suficiente fuerza de
cohesión.
LA AUDIENCIA D£ CHARCAS 289
c Aunque la jurisdiccióa del Virrey se extiende
al Reyno de Chile,» — decía en 1756, — ees sólo
para los negocios de consideración, porque á aquel
Presidente toca la provisión de todos los oficios,
así políticos como militares, que el Rey no nom-
brare, y las providencias correspondientes al res-
guardo y gobierno de sus provincia?, cuando por
su gravedad no necesitare ocurrir á este Gobier-
no Superior, por lo que no está aquella Audien-
cia con la subordinación que la de Charcas, según
se halla prevenido en las leyes de la Recopila-
ción, y se ha referido tratándose de la jurisdic-
ción de los Virreyes» (1),
(1) BeUunón dd Conde de Superunda» («Memorias de los
Virreyes del Perú,» t. IV, p. 209).
VII
Queda expuesto que en términos geuerales la
colonia chilena no eta en lo militar y político más
independiente del virrey, que la colonia altope-
ruana en ocasiones ordinarias ó extraordinarias
de la vida civil y gubernativa. Ejemplos fáciles
de dtar indican que la diferencia entre ambas
consistía en que, si en Chile no concurría la auto-
ridad del virrey sino para lo muy grave, en el
distrito de Charcas coexistía en todo tiempo tro-
pezando con la de la Audiencia; poder inmediato
ó presente, que ejercía mando á solas y á sus an-
chas cuantas veces podía. Ateniéndose á los tres
casos arriba especificados de resguardo, provisión
de oficios y gobernación, la decantada primacía
jurisdiccional de los virreyes estuvo sometida á
pruebas muy duras en el Alto-Perú.
De ordinario el gobierno militar de los virreyes
fue en el distrito de pura supervigilancia sobre
presidios remotos y plazas fronterizas. El fuero
militar no caía bajo su jurisdicción. No habiendo
LA AUDIENCIA DET CflARCAS 241
tropas veterauas, como de ordinario no las había
fuera de una que otra guarnición urbana ó fron-
teriza, sus órdenes escasas eran concernientes al
despacho de la asistencia general de sueldos y
situados, ó bien para instruir y ejecutar las órde-
nes que emanaban de la corte.
Las providencias He resguardo eran escasísi-
mas y siempre genéricas. Si en su alta dirección
pudo intervenir el virrey, fue más bien para hacer
constar oficialmente su autoridad legal. Lo efec-
tivo correspondía de hecho á las capitanías gene-
rales de Santa Criiz de la Sierra y de La Plata,
bajo las instrucciones inmediatas de la Audien-
cia eñ acuerdos de gobierno y guerra. Las pro-
videncias del virrey tuvieron alguna verificación
*
positiva en casos muy especiales y lentos, prin-
cipalmente cuando era menester obrar en la
esfera internacional, ó conforme á la política
exterior de la corte de Madrid. Eran los casos en
que también tenían cabida en Chile (1).
(1) Memoria de los Vireyes del Perú; t. I, pp. 347^ y 8i-
guiente; t. II, pp. 411 y siguientes; t. III^ 294 y stge., 306
y siga, y Bbl ^Extracto en Méthodo historial de las disposi-
ciones, órdenes, y direcciones ^ dadas y comunicadas por el
B. Y p. 16
242 BOLIVIA Y PERÚ
Eli casos de conmocióa iuterior nunca el virrey
militó en el Alto Perú ni ejerció mando inme-
diato sobre los jefes de las fuerzas pacificadoras.
La necesidad le obligaba á delegar facultades, y
siempre las delegó. Así es que en los disturbios
de Potosí, y en los del Paraguay antes que el rey
se avocase el negocio, sus providencias eran tar-
días, extemporáneas ó sin efecto. La Audiencia
Ertno. Señor don Mantid de Amat, y Junient,... Virrey y
Govemador, Capitán getieral de estos Reynos del Perú, <U
Señor Don Juan de Pestaña y Chumacero, Presidente de la
R, Audiencia de las C)uírcas,y al Oovemador de Santa-Oruz,
en conseqüencia del R, Despacho y comissión que le dirigió
8. M. para el desalojo de los Portugueses, de las minas de
Matogroso. y Ouyabá; sobre la expedición, preparativos de
guerra, reclutas, non^amiento de ofiziales, apresto de
armas etc, Ms. — Declaraa<lo qae por lo «incomparable
d) la difltaacia era siempre irremediable por este real
gobierno» la represión de los bárbaros fronterizos del
sad-oeste, agreda el virrey Castel-Fuerte: tY así conferí
al sefior Presidente y á la A a líencia de La Plata toda la
f Acnltad qne se nect^sitase para qae expidiesen... todas
las órdenes y despachos que pareciesen conducentes á la
oposición de los ataques emprendidos... y que si les
pareciese combeniente deponer de sn empleo al gover-
nidor referido, HubrogAsen en sn Insrfir á persona qne
juzgasen capaz del g >bierno... etc» Memorias délos Vi-
reyes del Perú, t. III, p. 354« — Sobre la agresión de indios
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 248
imprimía dirección á las operaciones y procedi-
mientos; eran sus procónsules los que campea-
ban de hecho entre banderías y sus atentados,
los cuales también eran de hecho y no daban es-
pacio ni tregua al señor virrey de Lima.
La ley disponía^ que cuando ocurriera algún
alzamiento de indios, el virrey mandase con soco-
rro armado á persona experta, con sujeción al
gobernador de la provincia socorrida, que en las
provincias altas lo era el presidente de Charcas
como tal y además como capitán general. En caso
necesario podía aquella persona ir munida de los
poderes que más conviniesen; pero en tal caso
eálchaquiea en la frontera del Tncnmán, dice el virrey
Alba (I6t>2). hablando de los formidables aprestos de
defensa organisados en Potosí: «Y la disposición de esto
y de todo lo deinán con qne pareciese preciso asistir
según los accidentes qne fnesen sobreviniendo, deter-,
minó df*jarlo al cuidado y arbitrio del señor presidente
de Chnqnisaea. D. Francisco de Nestares Marin, sin que»
fuese nec«'sar;o aguardar la resolución mía, porqne
pudiesen llegar má4 á tiempo los socorros y no se malo-
grase el fin de ellos con la dilación qne babria en cada
consnlta en distancia de más de f{O0 l^'gnas que hay de
aqnf á Potos»i.> BeUiciones de los Vireyes y Audieneia$f
til, p. 156.
244 B0L1VIA Y FKRÚ
debía ejercerlos de acuerdo con la Audiencia (1).
Lo común y más liacedero hubo de ser nace-
sariamente dejar las cosas á la discreción del
regio tribunal, como sucedió en el alzamiento de
Cochabamba en 1 730, que llevaba visos de arre-
ciar más y más con la alianza desembozada de
los criollos y mestizos, ganando de todas mane-
ras tiempo y terreno, c La distancia de 400 leguas, »
—dice el virrey — «la falta de gente española en
aquellos parnjes, el gasto de la Real Hacienda y
otros incombenientes hacian bien difícil el reparo.
(i; Becopüacián, ley XII, tít. IV, iib. 3.o— Mientras
menofl efectiva era en Charcas su jarisdicción, tanto más
se empeñaron los virreyes en demostrar su legitimidad.
«Y annqoe de poco tiempo á esta parte se ha concedido
á los presidente»» —de Charcas — «el títnio de Capitanes
generales dn sns distritos, en nada se ha alterado la
forma antigua de gobierno, pues estando subordinados
al Virrey, mantiene la misma superioridad; y como no
tiene oflcialee ni soldados A quienes mandar, porque el
Rey no los paga ni necesita en aquella ciudad, está redu-
cido este tí tu 'o á honorario; y los Capitanes generales
que son ígunlmente gobernadores en Buenos Aires, el
Tucnmán, Paraguay y Santa Cruz, en las materias que
no son de juHticia, y que por alguna razón pertenezcan
ll aquella Audiencia, ocurren al Virrey para todos los
negocios qu» se Ihs ofrecen.» (Supebükda). Memoria$ de
lo$ Virreye$ del Perú, t. IV, p. 176.
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 245
Sin embargo, expedí con consulta del Real
Acuerdo las más instantáneas providencias que
parecieron combenientes, poniendo en manos de
la Real Audiencia de Chuquisaca todns las armas
del poder para que se opusiese á aquel desorden,
ordenando á los corregidores de las provincias
adyacentes el auxilio de sus gentes, ministrando
el dinero para el gasto, y mandando que pasase
un oydor de la misma Audiencia, que lo fué don
Manuel de Mirones, al reparo inmediato de aquel
daño» (1).
La prueba mas concluy ente de la independen-
cia de virreyes con que en el interior de las pro-
vincias altas se solían llevar las cosas más graves,
la suministran los anales del nuevo virreinato;
establecimiento con el cual se pretendió haber
restringido la autoridad de la Audiencia, organi-
zando en dispersión fuertes gobiernos locales»
que, independientes entre sí y del tribunal, estu-
viesen listos á los mandatos del poder central,
haciendo por este medio más expeditiva, concreta
y vigorosa la acción de éste en las provincias.
(1) (Oastel-Fubrte), Ibidy t. III, p. 264.
246 SOLIVIA Y PERÚ
Caando la sable vación de Chayan ta en 1781
el virrey de Buenos Aires cotaisionó, con inhibi-
toria de la Aadiencia, á don Ignacio Flores para
sofocar la rebelión. Ya antes hemos aludido á la
culpabilidad del rep^o tribunal en la excitación
de aquel grande y terrible alzamiento. Oigamos
ahora un párrafo del tranquilo y mesurado infor-
me del virrey á la corte. Esta pieza equivale á
una confesión solemne, no tan sólo de cuan fuera
de su posible alcance se desarrollaron los sucesos,
sino también de la completa ineficacia política
y militar de su autoridad en una de las ocasiones
más importantes que registran los anales de la
colonia. Eu vista de todos los hechos y sus docu-
mentos dice el virrey, que:
cSe convence también que la opresión y des-
pótico proceder del Corregidor ha excitado aquella
sublevación, ó movimientos populares; y que si la
Audiencia hubiera prestado atención á la carta
que le dirigió el Gobierno» — el del virrey — «no
hubieran sobrevenido los conñictos en que le po-
nen la apatia y desatención de unos asuntos tan
recomendables, y por cuyo remedio, por la exacta
administración de justicia, deben precaverse. Si
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 247
t . II _ .
bien que aquélla Audiencia, muy distante de
obtemperar á las. órdenes del Gobierno, aun se
excede ya á librarlas á éste, y dirigir provisiones
para tomar conocimiento sobre las que emanan
del dictamen de su Asesor, t — el del virreinato —
«como aparece de otro expediente que en la oca-
sión se dirige... La causa que expresa la Audien-
cia por qué ha tenido preso á Catari, que figura
ser la de haber pretendido rebaja en los tributos,
tampoco se conforma con las diligencias que hizo
en Potosí para aumentarlos; y por esto es muy
de sospechar, que hoy se pretendan sostener los
abusos propios, con la imputación de otros á un
sujeto tan flaco. Y de aquí ha emanado la pre-
vención, que conforme á la ley 11 del tit. 4.<>,
lib. 3.^ de estos dominios, hice á la Audiencia,
de no hacer ejecución capital en culpados, sin
dar primero cuenta: por lo aventurada que con-
templo la justicia, la que si no se mantiene con
vigor y fortaleza, son de temer muchos inconve-
nientes. Bien que dudo de la observancia que
prestará aquel Tribunal, no determinándome aun
en este concepto á otra demostración con defe-
248 BOLIVIA Y psr6
rencia á su carácter» á lo que el tiempo requiere,
y á lo que las leyes ordenan» (1).
(1) Oficio del Tirrey al ministro de Indias, donde ma-
nifieeta loa motivoa de la anhlATacíón de Chajanta. Av-
osLis, CoUeeiÓHf t. 5.*, obra IV (no registrada ni ñame-
imda en el índice del volamen), p. 29.
VIII
Aquello de diBtribuír gracias y empleos, que
sin duda alguna era una prerrogativa importante
y eminente del virrey, no daba á éste mayor
número de adictos, y su ejercicio tenía limi-
taciones de cuenta en el distrito. La colonia
carecía de vida política y la mayoría de los pues-
tos ú oficios era allí vendible cuando no de
provisión regia.
Eran de real nombramiento los gobernadores
de Chucuito y de Santa Cruz de la Sierra, el cual
investía además el carácter de capitán general;
los corregidores de La Paz, Potosí y Oruro; el
alcalde mayor de minas de la mencionada villa
imperial; todos los oficiales reales y administra-
dores de rentas, y cualquiera empleo activo mili-
tar. Tales eran también los puestos más impor-
tantes y codiciables. Para formarse un buen
manojo de agraciados quedábanle al virrey la
provisión de los demás corregimientos, las tar-
días vacantes de encomiendas ya que pocas nue-
vas se crearon, los interinatos y suplencias. Podía
260 BOLIVIA Y PERÚ
proveer estos beneficios en criados j parientes
fiuyop; y los proveía, no ciertamente para con-
quistarse voluntades eu Charcas, sino para con-
qnistárselas, servirse y servir en torno suyo y en
Espafia (1).
(1) BeeopUdeión , ley í, tít. II, lib. 5.o— Por R. O. de
Noviembre 19 de 1680 podía proveer el virrey basta doce
oficios en criados y allegados. — Memorica de los Virreyes,
t. II, p. 124.— £ecop., 5> edición, t. II, nota de la p. 14.
— € Y la»— Audiencia — «de La Plata guarda con todo rigor
el derecho referido; y admitidas las rennnciaciones, sin
dar titulo ni possesion de oficio, da testimonio, para que
ocurran al Virrey.» León, Tratado de Confirmaciones Rea-
Íes, parte segunda, cap. Xl, foja 137 vuelta.— «Nuestras
audiencias reales de las provincias de Quito y Charcas
no pueden encomendar indios, porque esto está reser-
vado, á los virreyes del Perú, por cuya mano han de ser
gratificados los que los hubieren servido.» Becop,, ley
VII, tít. VIII, lib. 6.0— De antiguo el presidente tampoco
podía encomendar. «No es Governador, ni encomienda,
porque la Nueva Toledo, en que assiste, y es distrito de
su Audiencia, es del Virrey del Perú, en quanto al go-
vierno: y aun en su fundación solo fué Regente que pre-
sidiesse^ quando el Virrey f altasse, hasta que se le embió
sello Real: y con él quedó tan subordinada toda la Au-
diencia, que no solo el Virrey tiene su govierno, y da las
encomiendas de la Nueva Toledo, sino en vacante del
Virrey, el Audiencia de Lima: tanto se guarda el distrito
á cada governacion.» León, Tratado de Confirmaciones ,
parte primera, cap. VIL, foja 34.
LA AUDIENCIA DB CHARCAS 251
El Alto Perú no constituía en rigor un Esta-
do, porque el conjunto de sus vecindarios for-
maba para la metrópoli más que todo un grande
establecimiento de producción. Era un distrito
minero, y todo allí estaba destinado Jl sustentar
el laboreo y dar pábulo á la amonedación y á las
factorías. ¿Qué suma de autoridad para el virrey
de Lima podía representar allí la facultad de conce-
der ciertas granjerias fíncales de tercer orden?
Ninguna en la balanza política; una suma escasa
cuando se la compara con la prepotencia social
de que gozaban los oidores.
El virrey estaba colocado á tan lejana altura,
que su gobierno no podía tener mira de oprimir
ni motivo de agraviar á los ciudadanos de aquel
distrito. Sus intereses políticos estaban radicados
en su corte de Lima y en la corte del monarca.
Allí estaban concentrados los estímulos y resor-
tes de su ambición. En Charcas podía tener se-
cretos intereses industriales; y si los tenía, ellos
podían avenirse con la elevada conveniencia ex-
terna de que en las provincias altas reinasen la
paz y la justicia. Ahora, si la paz y la justicia
lio reinaban allí, hay que distinguir, según las
252 BOLIVIA Y PERÚ
leyes, si ello era en detriraento del real erario, ó
»i en detrimento del derecho de particulares y
del procomunal. Si lo primero, la represión del
virrey era eu lo posible pronta y enérgica; si lo se-
gundo, era lenta, indirecta y omisa como la ley
misma, que no había creado foro político, ni con-
sagraba derechos ó garantías individuales que uo
recayesen bajo la jurisdicción de la Audiencia.
En el campo de los intereses privados era,
pues, donde se dejaba allá sentir cualquiera pre-
potencia. La gracia y el favor tenían más vasta
esfera en que ejercerse mediante la jurisdicción y
el imperio, que por medio de ciertos nombra-
mientos para las oficinas. Allí donde no se cono-
cen libertades públicas ni vida política, la socie-
dad civil es la única esfera de relaciones posibles
entre gobernantes y gobernados. Para los alto-
peruanos no era poder tangible ni positivo el
distribuir á las veces ciertos empleos subalter-
nos, sino el distribuir cotidianamente entre los
particulares la justicia. Bien lo sintieron así los
virreyes de una manera general. «Las apelacio-
nes á la Audiencia nos ponen la ceniza del me"
LA AUDIENCIA DB CHARCAS 258
mentó homo en la frente,» decía uno de ellos con
despecho á su sucesor, no echando quizás en
olvido su entrada al mando bajo palio (I)
El tercer caso de los aludidos es sia disputa
el más conspicuo y general. Es relativo al go-
bierno propiamente dicho, que capitulaciones
y estatutos antiguos, y más tarde las leyes reco-
piladas, conferían al virrey del Perú y nega-
ban al presidente y Audiencia de Charcas. Iría-
mos por cierto á parar muy lejos si como tesis
general nos empeñásemos en demostrar, que la
concentración de poderes por la ley en la perso-
na de los virreyes, era puramente honoraria y
caligráfica para lo que es dejarse sentir de hecho
en todas partes; pero citaremos dos ó tres ejem-
(1) «Las apelaciones para la Audiencia nos ponen la
cenizsL; las limitaciones qne tiene por mi orden las redajo
á un breve tratado el licenciado don Gaspar de Escalona
y Agüero, que es el que envío á V. E.; y el embargo con-
siste en las qne son de mero gobierno, qne en éstas no
corre, y aunque ejempHstas, casi siempre serán más los
que sucedieren, y por esto dificultoso é imposible el ha-
llar regla cierta en ellas.» (Conde db Chinchón). Rela-
^ont8 de los Yireyes y Audiencias, t. II, p. 76.
254 BOLIVIA Y PERÚ
píos, fácilmente extraídos de la médala de lo&
negocios, y que comprueban cuando menos impo-
tencia ó debilitamiento de la autoridad central
de Lima, respecto del Alto-Perú, tratándose de la
gobernación propiamente dicha.
1
*tf
X
IX
Peculiar institución del Alto-Perú, y en ver-
dad una de las más inicuas, era la servidumbre
de los yanaconas, indios vinculados con su prole
á la labranza de una hacienda, sin libertad de
salir ni de trabajar por su cuenta, y que eran
transferidos á terceros poseedores junto con la
propiedad, de la misma manera que si fuesen
semovientes del terreno (1). Más de una vez la
(1) Eso sí, «qne en la venta de chácaras no se haga men-
ción de los yanaconas:» tal es el homenaje que á la liber-
tad humana rinde el virrey legislador Toledo en sn orde-
nanza XHI de la materia. I^a moral queda igualmente á
salvo: «Que los dnefios de chácaras^ si no fuesen casa-
dos, no puedan tf^ner en su ner vivió india qne no sea
vieja i sin soApnchat (Ord. X). — Lobbittb, Historia de^
Perú bajo la dinasHa austríaca, vol. I, p 320. — V. en
la Política Indiana ^Ub. 2,^), los esfuerzos de 8olób-
ZANo por formar doctrina tolerable de lo que virtual-
mente no la admite. — En la visita qne practicó un oidor
de Lima por comisióa del príncipe de Esqnilache (1615-
1621), se encontraron distribníloB en la»* haciendas del
distrito 25,000 yanaconas. Memorias de los VtreyeSt t. I>
p. 28.
25G BOLIVfA Y PERÚ
afligida conciencia del monarca quiso hacer pasa-
deramente cristiana ésta y otras opresiones del
servicio personal, que no hacían sino enflaquecer
más y más la índole apocada del indio y favore
cer la despoblación. Para aliviar la condición de
éste despachó el rey cédulas tras cédulas, sin
obtener jamás fruto alguno, hasta que por fin,
con respecto á los yanaconas, se atrevió á orde-
nar que se notifícase á estos vasallos suyos la
declaración categórica de que eran tan libres
como los demás subditos de la monarquía.
Como por escapar de la mita, servidumbre
más ominosa y mortífera, muchos indios se me-
tían de yanaconas en las chácaras, sobrevinieron
más de una vez conflictos de intereses, que eran
otras tantas encarnizadas discordias sociales en-
tre los que se disputaban el sudor del indio. Los
mineros denunciaban el hecho como un abuso
perjudicial y ruinoso á su gremio, clamando siu
cesar por la reintegración de la mita. Los chaca-
reros hacían valer la pérdida de sus cosechas y
la general hambruna consiguiente. Los doctri-
neros terciaban amenudo contra la mita, que ale-
jaba de la feligresía una parte suculenta en de-
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 2¿7
rechoB parroquiales para ir á engrosar los pro-
ventos de los caras de Potosí. Los corregidores,
émulos naturales del doctrinero, quien jamás les
perdonó el no lograr él sino lo que al indio
quedaba libre de las exacciones del corregidor,
en caso de mita se alzaban contra los mineros en
resguardo del repartimiento y monto del tributo.
Los encomenderos se inclinaban del un lado ó
del otro según el interés de su comercio, que
aunque de suyo antagónico de la mita, solía en
algunas localidades andar más reñido todavía
con el interés de los chacareros (1).
(1) Aunque al través de diversos pasajes de las me-
morias de los virreyes puede columbrarse esta pugna
cotidiana de intereses, me atengo aquí á la luz vivísima
y siniestra que s ibre la materia arrojan dos documentos
inéditos, ambos de origen autorizado y sin tacha en lo
correspondiente á los hechos del texto. Es el primero
una Bepresentación Apologética de la Muy Noble Imperial
Villa de Pofosi, 8U8 Tribunales, Oficinas y Gremio al
Excmo. Señor Virreys obre los acaesimientos de la Provin-
cia de Chayanta, con motivo de la nueva Mita consignada
á los cavalleros don Juan Bautista Jáuregui, y don Luis
de Orueta; en qne insidentemente se trata de las Injurias
inferidas al Sr, Intendente Govemador y demás Magistra-
dos, y Ministros encargados de proveerla en los Beparti-
mientes de la misma Provincia. Año 1796. (Ms. de 20 hojas
B. Y p. 17
258 BOLIVIA Y PSBÚ
La organización del poder productivo de la
colonia asumía en las provincias altas caracteres
verdaderamente increíbles. En la tiranía protec-
ciouista de este sistema opresor se estrechan la
mano el absurdo y la iniquidad. £1 trabajo del
indio en sus dos formas económicas de faena y
de ahorro, era para la raza dominadora una sim-
ple meta de riqueza ó de materia apropiable. £q
la industria libre de los salteadores de camino la
disyuntiva es: «la bolsa ó la vida, y adelante». La
patente de los expoliadores del Alto Perú era
para exigirlo todo á la vez: ya la peseta, ya la
fatiga; y quieto ahí para las de mañana hasta
reventar.
en folio). El segundo documento es el Informe reservado
del Gobernador Intendente de Potosí sobre la nueva Real
Ordenanza de Intendentes del Virreinato del Bio de la
Plata, Año de 1T83. (M0. de 29 hojas en folio). Este in-
forme es debido á la pluma de don Juan dbl Piko
Manrique, y á él hace éste referencia en su «Descrip-
ción de la Villa de Potosí y de los Partidos sujetos á su
Intendencia» (p. 24, último aparte), que Angblis pu-
blicó en el volumen segundo de su célebre Colección, Ya
volveremos sobre este importante documento dirigido al
ministro Gal vez á virtud de encargo suyo.— Las dos pie-
zas que se acaban de citar se publicaron poco después eti
la Revista Chilena, de Santiago, afio 1877, tomo VIH.
LA AUDIENCIA DA CHAB0A8 259
Uno de los hechos más fandameotales eo la
historia alto-peruana es el antagonismo esterili-
zador de estos monopolios para la explotación
del esfuerzo muscular y del peculio indígenas.
Los diversos privilegios con que era allí usufruc-
tuada la substancia humana de una misma raza
infeliz, tenían que ejercitarse por medio de la
astucia y la violencia, ocasionando necesariamente
entre sí una contraposición profunda. De aquí
en gran parte ese semillero de querellas parcia-
les y de alteraciones públicas que llenan el pe-
ríodo completo de la era colonial. ¡Anchurosa ca-
bida por donde la pesada y larga vara de la Au-
diencia, venía á ser el eje en torno del cual
giraban con secreta actividad las sugestiones to-
das de la codicia y del encono I
Cualquiera intento de reforma en semejante
estado de cosas, introducía una alarma extra-
ordinaria entre todos estos intereses Cual-
quiera novedad que no consistiese en reagra-
var la condición del indio, era mirada de reo-
jo por todos y combatida con furor por el gremio
directamente perjudicado. Así es que, cuando el
virrey quiso poner en ejecución la célebre real
X60 BOLIVIA Y PEftÚ
cédula sobre servicio personal en la parte refe-
rente á los yanaconas, hubo de estrellarse contra
resistencias tan formidables, como las qqe ya
* 4
habían barrenado y pulverizado la reforma en
sus demás puntos compasivos (1). La Audiencia
de Charcas quiso echar á pique la real cédula ép
UQ mar de autos y papeles, y la echó. Tratábase
nada menos que de la promulgación en su distrito
de una ley emanada de una encarecidísima y enér-
gica voluntad del monarca. La Audiencia apesar
de todo se mostró in^exible. Oigamos al chas-
(1) £a las Relaciones de ¿os Vireyes y Audiencias ^ t. II,
p. 339^ paede verse un >iMemorial de Álfooso Messía al
yirei don Luis de Velasco sobre las cédulas del servicio,
personal de los indios.» Es todo referente al Alto -Perú
y demostrando la impracticabilidad de^ la reforma. «De
lo dicho se colige con claridad la dificultad grande que
tienen los medios que 8. M. propone, y que poniéndolos
en ejecución, caerá de golpe este reino, faltará la comida
y la plata, que lo uno conserva la vida y lo otro entretie-
ne la gente etc. ; y así, me parece que obstando á la eje-
cución de la Real cédula las cosas y dificultades propues-
tas, no es voluntad de S. M. que se ejecute, sino antes
consta y parece ser la contraria.» Y con gran habilidad
se le prueba allí al rey, no solamente que es imposible lo
que madura y concienzudamente él quiso, sino también
que nunca lo quiso ni lo querrá jamás.
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 261
queado virrey, quien, como es natural, jami^
aceptó cómo fundados los motivos de esta rebe-
lión:
«Mi intento en este negocio ha sido poner én
ejecución el de S. M., no ignorándolos inconve-
nientes que podría tener, para que se sepa y en-
tienda que estos yanaconas son libres, y que,
como tales, han de servir en chácaras, y no como
esclavos, como hasta aquí han servido... Pero
la Real Audiencia no ha dado lugar á ello hasta
agora, impidiendo la publicapion de las provi-
siones, que era por donde se habia de comenzar.
Escribióme ahora últimamente que lo quedaba
viendo y que me avisaría de lo que se acordase.»
El veto audaz opuesto por la Audiencia así al
mandato del legislador como el acto promulgato-
rio de la administración política, nació y se for-
muló con una llaneza poco menos que familiar,
según el dicho del virrey al recordar la suerte
lamentable de sus reales provisiones. Dice asi:
«Queriendo un Correxidor pregonallas en la
ciudad de La Plata, trató lo primero con uno de
los oidores de la Audiencia; y sin atender al fin
de lo que se pretendia, le dixo que no las publi-
262 BOLIVIA Y PKBÚ
case, porque eran muy perjudiciales y resultarían
grandes inconvenientes de la publicación; y es-
cribióme á mí representando una tal cantera da-
llos, que pudieran espantar, si fueran como él
los figuraba y no estuviera en la mano poderlos
atajar al menor dellos que se descubriera. Y es-
to causó no estar el Presidente en la Audiencia,
que habia ido á Potosí al despacho de la plata
de 8. M. Háse dado y tomado sobre esto, y es-
crítose muchas cartas de mí á la Audiencia^ que
V. E., si fuere servido, podrá ver, que quedan
juntas con esta relación; mas con todo esto, no
he podido acabar de concluir que ks provisiones
se publiquen» (1).
(1) Don Luis de Velaseo á su sucesor el conde de Monte-
ra, «Relaciones de los Virreyes y Audiencias», t. íl,
p. 14. — Acerca de la ineñcacia y no cnmplimiento de laa
disposiciones del rey más terminantes en amparo de los
indios, paeden verse las obras á que se refieren los nú-
meros 2,689 y 2,705. del tomo II de mi catálogo ti-
talado Biblioteca Peruina.
X
Bn el Alto Perú eran repartidos los indios pa>
ra toda suerte de faenas rudas y trabajos mus-
calares: minas, campos, acarreos, etc. Estábales
impuesto todo esfuerzo de pujanza, toda fatiga
corporal, todo aguante ciego. Eran lo que son
hoy las bestias para la industria, ó lo que es el
vapor cuya fuerza bruta se representa por caba-
llos. Entonces se decía carga de cuatro indios,
arado de siete indios, malacate de quince indios,
etc. Eran repartidos conforme á la ley, ó fuera de
la ley, ó contra la ley, que ello nada importó; el
hecho es que estaban todos implacablemente re-
partidos. Este es el repartimiento que llamare-
mos aquí activo y personal.
El repartimiento pasivo abarcaba una colecti-
vidad determinada de la clase indígena, sin dis-
tinción de edades ni sexos, sujeta al gravamen.
É^e recaía principalmente sobre sus salarios y
264 SOLIVIA Y PERÚ
sobre su trabajo de ahorro eu beneficio del privi-
legiado para ese efecto. Tratándose de indios ó de
administración pública entre indios no existían
empleos á saeldo fijo del Bstado. Los cargos se
conferían á título de beneficio para el logro de
ganancias al menudeo, y la circunscripción den-
tro de la cual se explotaba esta exclusiva se lla-
maba repartimiento. El destino de corregidor era
un beneficio temporal para vender, regir y juz-
gar y para recaudar los tributos del rey; la enco-
mienda era un beneficio hereditario para comer-
ciar y percibir frutos respondiendo de la capiti-
ción comunal al rey; la parroquia era un benefi-
cio vitalicio para doctrinar y santificar por pro-
ductos de grangerías y por faenas. No existían,
que sepamos, otros repartimientos de la espe-
cie; porque, en verdad, nada más quedaba ya que
repartir á los indios, después de repartirles mer-
cantilmente la religión de Jesucristo, los trapos
de ultramar y la justicia del rey.
Pero como había de suceder que entre pobla-
ciones tumultuosamente improvisadas por la
avidez de I9 plata, el repartimiento resumiese
en sus dos formas elementales todos los abusos
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 265
del régimen colonial, bé aquí que en el Alto
Ferú se ve nacer y propagarse una clase peculiar
de repartimiento eutre españoles, criollos y mes-
tizos; y es por lo mismo la ñor eximia de la
planta del repartimiento.
Porque, asi como los encomenderos entre sus
comunarios, los corregidores entre sus adminis-
trados, los doctrineros entre sus feligreses, los
azogueros entre sus mitayos, los chacareros entre
sus yanaconas, los arrieros entre sus tamenes, los
tamberos entre sus postillones^ los correistas en-
tre sus cbasquis etc., etc., disfrutaban del re-
partimiento por activa y pasiva, repartimiento
en los servicios para la producción y en el cam-
bio para los consumos, los jefes de oficina re-
partían ropas y artículos de pulpería entre sus
subalternos á precio ya impuesto y retenido en
los sueldos, y los oidores repartían en correspon-
dencia de obsequios la justicia, y el virrey re-
partía los empleos lucrativos á partir de utilida-
des; para que de esta suerte bubiera en el Alto
Perú repartimiento de repartimiento ó extracto
esencial de repartimiento, y para que á la faz de
Carlos III, un íntegro magistrado de la colonia, en
266 BOUVIA Y PBBÚ
el colmo de la indignación y del coraje, llamara
al virreinato: cel reino de la concasión y del
repartimienioU (1).
Al leal saber y entender del rey de EJspafia no
escaparon jamás ni la crueldad del servicio per-
sonal de los indígenas, ni la rapacidad de los em-
pleados qae lo regían, ni la codicia de los indus-
(1) «La verdad es qae en el Rey no todo há sido repar-
iimtento. Porqne han repartido los Virreyes, benefician-
do los corregimientos, los empleos de Hacienda Real y
demás en qne han tenido parte; siendo tan cierta y pú-
blica esta verdad, qae D. Manuel Amat hacia nn vergon-
zoso trafico de corregimientos, teniendo Libro de Gaza
en qne estaba anotado lo que debían dar por cada uno:
han repartido los corregidores no sólo para sí, y saciar
sn codicia, sino para reintegrarse, los Provistos por dos
aftos^ de lo que h avian anticipado al Virrey, y tener asa-
lariado uno ó dos Ministros en la Audiencia que sofo-
case las quejas de los Indios, y no dejara oir los clamo-
res de su opresión: han repartido los oydores en gracias,
y protección a Guras, y Gorregídores, para cobrarles en
cosa de otra sustancia: han repartido los Guras en devo-
ciones superficiales, y que no llegan al corazón: han
repartido los Hacendados, pagando a los Indios sus jor-
nales en ropas, y otras cosas: han repartido los Oficiales
Reales haciendo pagar al Minero, al Cura, otras gratifi-
caciones extraordinarias, é injastas, por lo qne ha pen-
dido de sus facultades. Los mineros han hecho lo mismo
repartiendo á[ Indio en efectos de Pulpería casi todo el
LA AUDIENCI4 DB CHARCAS 167
tríales que lo beneñciaban, ni la opresión usura-
ria de los repartimientos. Por esto, porque los
dominadores eran gente inexorable y aventurera,
y porque con encarecidos términos, que enterne-
cen, la reina Isabel impuso en su testamento á
sus sucesores la defensa especialisima de los in-
importe de sa jornal diario; de suerte qne aan el donde
de 8. Antonio siendo Superintendente de esta Casa de
Moneda, intentó, y quizo repartir á los travajadores ro-
pas, y otros efectos para cobrarles, en ellos, lo que se
lee paga por su trayajo. De manera, Sefior Exmo., que ói
no fuera ilícito ponerle otro nombre al Perú, deviera
llamársele el Reyno de la Concusión y del Repartimien-
to.» Informe reservado del Gobernador Intendente de Po-
tosí sobre la nueva Real Ordenanza de Intendentes. —
«Oidores y alcaldes de Corte deeta(« tres audiencias mu-
chos hay pobres; mas hay otros muy ricos, como son los
de las Charcas, que tienen algunos mas de ducientos
mil ducados; yo no sé, sefior, cómo los adquieren; todos
dicen que hacen justicia; tiran de salario tres mil pesos
ensayados, gastan diez cada un aflo; están muí ricos; las
visitas de audiencias son mui tarde, los que las visitan
se amansan a fuerza de barras; y ansí, todo se queda
como estaba, y todos representan servicios para qne
Vuesa Majestad los premie.» Memorial de la reformaaén
del Refino del Pirú, por el sarjento Juan de Aponte Hgtte-
roa, ífecino de Chuamanga y natural de Chanada, («Colec-
ción de Documentos Inéditos para la Historia de Espa-
fia,» t. Ll, p. 521).
S'68 BOUVIA Y PERÚ
dioB, el rey y su consejo no cesaron de estar y
de salir en su amparo por medio de órdenes y
cédalas, pretendiendo atempera!* de esta suerte
el rigor estatuido por la primitiva y dura ley
de la conquista. La recopilación de Indias y los
cedularios, encareciendo aquí, convenciendo allá,
ya amenazando, ya reprobando, están llenos de
disposiciones en sostén y desagravio de una raza
que la naturaleza, la fuerza de las cosas y la de-
sigualdad de las leyes mismas, se empeñaban á
una en hacer inferior y desventurada.
Habla defensores y personeros especiales; pero
tfimbién los oidores, los presidentes, el virrey^
tenían estrechísimo encargo de velar por los in-
dios. La protección más conspicua fué confiada
al virrey como á representante de la real persona.
Debía ser protección de hecho y de derecho, de
oficio ó por requerimiento, por vía de gracia ó
de justicia. La nobleza, los dignatario?, los ma-
gif?trados, debían aguardar en la antesala; el
indio harapiento podía entrarse de rondón hasta
el jgabineté ó aposento del virrey á poner su
queja. Las leyes no reeonocían potestad alguna
liumana, dentro de los limites del virreinato,
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 269
capaz de entorpecer, desviar ósaprimir la qaerella
de un indígena ante el virrey contra cualesquier
individuos, del presidente abajo. Porque» en el
sentir del legislador y como en reparación de lo
que en contra del indio consentían por otro lado
las leyes, éste era en cierto modo un fuero pri-
vilegiado por excelencia, donde la judicatura era
revertida á la majestad regia, como acontecía en
el avocamiento del primitivo caso de corte.
No es exagerado concluir que la protección de
ios indígenas, considerada desde este punto de
vista, equivalía á una alta función del Estado y
era un acto de gobernación eminentísima del
virrey del Perú.
XI
Y ¿cómo usó ó dejó seutír el virrey tati au-
gusta y suprema autoridad en el Alto Perú? £1
hecho de la desesperante condición del indio en
el Alto Perú, es y será siempre la respuesta más
categórica. Los innumerables alzamientos par-
ciales de épocas diversas, y la universal revolu-
ción de ambos Perú en 1780, establecen la noto-
riedad de este hecho. Que por sí solos digan
sucesos tan memorables, ya que la demostración
aposteriori abarcaría volúmenes y volúmenes
tristes.
La historia justiciera deslindará más tarde la
responsabilidad respectiva de autoridades é ins-
tituciones en el crimen de la colonia con respec-
to á los indígenas. No hay duda, el reo principal
resultará ser aquel sistema de economía política
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 271
opresivo eu ei cambio y exlermiuador en la pro-
ducción. El completo alejamieuto de la autori-
dad central, aparecerá como uno de sus cómpli-
ces en el Alto Perú.
Un hecho notaremos mientras tanto. Apenas
hay memoria, de las que los virreyes dejaban
escritas á sus sucesores informándoles del es-
tado de los negocios, que no contenga sobre los
indígenas páginas lamentables. Ellas, sin saberlo,
están delatando á gritos la radical impotencia de
los virreyes para gobernar por buen rumbo el
corso autorizado de la nave. Allí están las tenta-
tivas ineficaces para acometer una reforma salu-
dable, para suavizar un tratamiento, que con la
despoblación que era su inmediata consecuencia,
tomó las creces de una calamidad pública.
«Las reducciones que hizo el señor don Fran-
cisco de Toledo están algo desbaratadas en las
provincias de arriba » á causa de haberse muerto
muchos indios y de que otros se han huido por
evadirse de las mitas de las minas y de los ser-
vicios personales, á que están repartidos, y de
las vexaciones y malos tratamientos que reciben
t7Í BOLIVIA Y PBBtr
de 808 oorrezidores y mmistros de doctrina» que
son muy grandes» (1).
Tal es más ó menos el estilo de la sempiterna
como infructuosa cláusula testamentaria del go-
bierno que fenece al gobierno que viene á reco-
ger la herencia del virreinato. Entre tanto, no se
cita comunidad alguna del Alto* Perú que hubiese
debido á medidas reparadoras del virrey el alivio
de su suerte. Ningún virrey dio el ejemplar de
una conmiseración positiva y enérgica, usando
noblemente del mando supremo para reprimir
los abusos. Si Velasco, por ejemplo, se penetró
de la iniquidad hasta el fondo del alma, su intre-
pidez cayó desfallecida ante la ínmioencia de los
peligros políticos y ante la enormidad de la ena-
presa.
¿Quedábale acaso al virrey un consuelo en la
distribución particular de ciertos desagravios,
entre los pocos indios del Alto-Perú que se arras-
trasen para llegar hasta el sitial de Limai Oier-
tamente, mientras el indio podía demandar al
español ante la justicia ordinaria de la localidad
(1) Relaciones de loa Vin^eyes y Audiencias, t. II, p. 11.
LK ADPIKNCIA DE CHASCAS 278
■ I I ■ I ■ n — ^— — I III - I,
Ó ante la Audiencia, el espafiol no podía deman*
dar al indio sino ante el virrey, y éste era jues
hábil para conocer en pleitos entre indios ó de
indios con español. Pero ahí está después de todo
la ley LXV, tít. III, lib. 3.o de las recopiladas,
que dice al respecto: t Y de lo que proveyeren y
determinaren los virreyes se puede apelar para
las audiencias, donde se conozca en segunda ins-
tancia, teniendo por primera la de los virreyes.»
Hé aquí el poder de la Audiencia de Charcas
sobre el del virrey del Perú. Hé aquí el capítulo
sobre condición de los indígenas cerrado, no con
llave de oro, sino con cerrojo de bronce.
B Y p. 18
xn
El presidente de Charcas tenía en su calidad
de tal á sa cargo, ó bajo su intervención en los
ayuntamientos, todos los ramos y dependencias
de la policía en las ciudades y poblaciones del
distrito, como asimismo la expedición de todos
los negocios concernientes á su seguridad interna
y buen régimen (1). cEn las cosas que no fueren
de mucha importancia gobiernen los presidentes,
los cuales hagan y ejecuten todo lo que está or-
denado para la buena gobernación de sus distri-
(1) «... Y los oidores no impidan á los cabildos y con-
cejos el caidado de entender con los espafioles ó indios
en hacer fuentes, paentes, calzadas, alcantarillas, salidas
de las calles para las aguas, enladrillar, empedrar, tasar
mantenimientos, aderezar caminos y hacer las demás
cosas qne deben proveer para su conservación, y traten
de expedir y librar los pleitos y negocios, conforme á su
obligación.» Becop., ley X, tít. XVI, lib. 2.o
LA AUDISNCIA X>E XTHARCAS 275
to6> (1). ¿Cuáles cosas eran de mucha importan-
cia? La ley misma lo indica: las que atafien á
patronato y gobierno general. En éstas, así el
presidente como la Audiencia, debían guardar
las órdenes que les enviare el virrey, estando por
lo demás subordinados uno y otra en' todo lo
referente á preeminencias jerárquicas y oficia-
les, de que trata el mismo libro. «Y en los casos
en que instare alguna providencia y ésta no pu-
diere expedirse por el Virrey, podrá (el prén-
dente) darla en ínterin; pero esto 8e entiende en
la provisión de oficios y en cosas graves, porque
en las que no fueren de mucha importancia, se
le ha de dejar gobernar» (2).
Ai presidente estaba encomendado el ejercicio
del vice-patronato en todo el distrito de la Au-
diencia, con las mismas inherentes reservas y
limitaciones con que en el distrito de la de Lima
era ejercido por el virrey. Lo importante consis-
tía en la preseutacióu para los curatos y doctri-
nas, regalía de la cual gozaron los presidentes
(1) Ibid,, ley LI. tít. XV, llb. 2.<>
(2) Memorias de los Virreyes dti Ferú, t. IV, p. 174.
t76 BOLIVIA Y PKRÚ
desde muy antiguo, conforme á las disposicionee
de la materia (1). Quitáronsela después los esta-
tutos del uuttvo virreinato, para distribuir su
ejercicio entre el presidente en la provincia de
La Plata, y los intendentes de Potosí, La Paz y
Santa Cruz en sus respectivas provincias. Por
fin, la real cédula expedida en Mayo 9 de 1795
conserva á los intendentes el vice-patronato tan
sólo en calidad de subdelegados de los respecti-
vos propietarios, ya virreyes, ya presidentes etc.,
reservando á éstos su absoluto ejercicio eu el
distrito de las provincias donde residen fija-
mente, y la regalía de las presentaciones ecle-
siásticas de todas (2).
El patronato superior de los virreyes, según
el sentido de sus informes administrativos, no
fué otro que el que se relaciona íntimamente con
las atribuciones del gobierno general, según las
leyes regalistas de la materia. Son muy contados,
empero, los casos en que efectivamente aquéllos
(1) Pecop., leyee del tít. VI, lib. !.<>
(2) Sfgúu estaba dispaesto para Naeva Espafia en el
aiticalo 8 de sa Ordenanza de Intendewtee,
LA AUDISKCIA DS CHABCA8 277
hubiesen intervenido para arreglar asuntos 6
resolver conflictos en las relaciones de los prela-
dos con el patrono del Alto Perú. Lo muy dudoso
ó grave iba siempre al rey. Hé ahí todo lo con-
cerniente á patronato (1).
Se conciben perfectamente las atribuciones de
un gobierno general y superior; pero un atento
examen de la labor oficinista y de los asuntos de
ordinario despacho durante la colonia altó-pe-
ruana, deja conocer que el ejercicio de esas atri-
buciones se contraía principalmente á la gestión
y gerencia de la real hacienda. Los que hoy lla-
maríamos departamentos del interior, de justi-
cia, de iuRtrucción pública, de culto, de guerra
y algún otro, eran más ó menos ampliamente
despachados en la corte de Charcas para todo su
distrito. Eso sí, el virrey retenía en toda su ple-
nitud el ministerio de hacienda, algo que llama-
ríamos relaciones exteriores, y la facultad de en-
(1) Memorias de loa Virreyes del Perú, tomo I, pp. 5,
115, 139, 152, 262; tomo II, pp. 4. 11. 15, 22 y 75; tomo
(II, pp. 62, 103, 33i, 340 y 365; tomo IV, pp. 25, 291 y
351.— &Za<»ofief dfi los Virreyes y Audiencias, tomo II,
capítulos respectivos á gobierno eclesiástico.
278 30LIVIA Y PKBÚ
trom^terae, coa énto o sin él, en los demás ra-^
loos, entonces muy radimehtaríos, del despachos
Tal era, sí no la cóustítucióá escrita, á lo menos
la expedición habitual del gobierno en el Alta
Perú(l).
: Supuesta ya ó conocida la materia de general
y superior gobierno, se ordena que sea su mucha
importancia lo que determine pertenecer el caso
al privativo resorte del virrey. Lástima es que
en la omisión de una regla cierta por parte de
la ley paracalifícar esa importancia, quede abierta
la puerta á la confusión y á la arbitrariedad. Y
ciertamebte, la confusión y la arbitrariedad no
escasearon al respecto en el Alto-Perú. Una breve
excursión por la enmarañada selva de las leyes
recopiladas, cuidando de no caer en el pantano
sin salida de los cedularios, nos vendrá á mos-
trar los senderos ó escondrijos más trillados por
(1) €Todo8 estos gobiernos, desde Potosí hasta Bae-
nos Aires, dan poco que hacer al virrey, porqae con la
májof Cercanía de ln Andiencia dé las Charcas^ se da por
ella expediente á fos negocios ordinarios qae ocarren en
aquellas provincias, y sólo acudeni al gobierno sajperíor
en «qaello ^ae no puede disponer la Aadienclá.)^ Memo-
rias de l08 Virreyj^ del Perú, t. II, p. 416.
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 279
donde los leguleyos de la Audiencia de Charcas,
ó bien llegaban en derechura á las eminencias
del superior y general gobierno, ó bien, una vez
consumados los hechos abusivos, acertaban sin
argucias muy sutiles á cubrir sus procedimientos»
si por acaso el virrey ó el supremo consejo pre*
tendían llamarles á cuentas.
La ley de Indias era sin dnda muy jasta, pero
poco política, cuando establecía lo eigniente: <De-
daramos y mandamos que sintiéndose algunas
personas agraviadas por cualeaquier autos ó de-
termioacioDes que proveyeren ú ordenaren los
virreyes 6 presidentes por via de gobierno, pue-
dan apelar á nuestras audiencias; donde se les
haga justicia conforme á las leyes y ordenanzas:
y loe virreyes y presidentes no les impidan la
apelacioD, ni se puedan hallar, ni hallen presen-
tea, á la vista y determinación de estas causas, y
se abstengan de ellas* (1).
Seguro era que la parte apelase, y ano mas,
que, & trueque de apelar, se redujese el asunto
á contención; por donde el conocimiento del
•SDoto de gobierno vicerreal volvía de Lima á
(1) Beeop., ley XXXV, tít. XV, ilb. 2.»
LA AUDIENCIA DE CHARCAH 281
•
Charcas para ser resuelto allí en definitiva, como
en las causas de español con indio. Como entonces
lo judicial andaba estrecbÍHimamente emparen-
tado con lo administrativo, estas apelaciones eran
de uso diario, formándose autos y expedientes
para todo lo que boy se resuelve por un simple
decreto de oficio.
Por una ley (1) los dos presidentes subor-
dinados ó las audiencias respectivas, podían
proveer de oticio ó á pedimento cen algunos ne-
gocios tocantes á visitas y tasas de iudios,» pu-
diendo además disponer la compostura de puen-
tes, tambos y caminos; ccon que por esta razón
no adquieran (las audiencias y presidentes) más
conocimiento en otras coshs tocantes al gobierno
superior de los virreyes, si ya no tuvieren expresa
facultad nuestra.» Loque, á más de abrirlas
puertas de la vaguedad á la intervención sobre
el tributo, se relaciona con otra ley común que
confiere permanentemente esa expresa facultad
de antemano; pues, tornándose en la ley á man-
dar que los presidentes y oidores de Charcas y
(1) iWd., ley V, tlt. I„ lib. b,^
M2 BOUviA Y psmú
Quito no 86 entrometan en el superior gobierno
cíe ana respectivos distritos, agrega: cy si algonaa
coaaa no sufrieren dilación» los presidentes ó d
oidor más antiguo pueden proveer Ínterin lo qae
les pareciere que conviene» (1). Ya hemos visto
que el virrey entendía que el ínterin era en lo
grave (2).
Otro caso para eludir por un resquicio de la
ley la decantada superioridad del virrey de
Lima. En urgencia extraordinaria el virrey po^
día gastar lo preciso (3), y de la misma manera
los gobernadores y capitanes generales podían
hacerlo en sus provincias (4); y como el texto
dice, que de las juntas ó acuerdos para el gasto
donde no hubiere audiencia, dichos gobernado^
res y capitanes generales «den cuenta al virey
ó presidente,» en el distrito de Charcas se daba
cuenta tan solo al presidente. Y como de ordina^
rio, lo que reclama gastos urgentes es también lo
más importante en el orden político y militar,
(1) JUeop., ley VI, tít. III, lib. 3.o
(2) Memorias, t. IV, p. 174.
(3) ^«jop., ley LV I, tít. III, lib. 3.o
(4) Ibid,, ley Xill, tít XXVIH, lib. 8.*
LA AUDIENCIA I» CHARCAS 2B3
resulta que la Audiencia tenía por derecho co-
mían la gestión de esos negocios, asi en la parte^
inmediata como en la remota de su distrito. La?
acción del virrey podía ó no sobrevenir» según
que las cosas mismas ó la interposición de la i
Audiencia cómodamente se lo permitiesen. <
La ley, ó más bien, la necesidad, iba más lejoa
todavía, cuando hablando con los gobernadores
provinciales y capitanes generales, concluía: «Y
§i alguna cosa se ofreciere tan breve y ejecutiva
que no se pueda aguardar su resolución (la del;
virrey ó presidente), ejecuten luego lo que re-
sol vieren, y dennos atenta muy puntual de todo,
por nuestro Consejo de Indias» (1); lo que, para la,
consabida «cuenta con lo obrado,» equivalía ái
prescindir también del virrey, pasando por sobre
su superioridad, á 6n de informar derechamente
al Consejo de Indias.
Hé aquí ahora el texto cabal de una ley dícr.
tada por el espíritu de concentración subordi-.
nante del virreinato: >
€ Porque en algunas ocasiones han sucedido ;
■■ ;.li
(1) JRecop . ley XIII, tít XXVIII, llb. 8.o
S84 BOUVIA Y FBRtí
difereDcias entre loe vireyes ó presidentes y los
oidores de nuestras reales audiencÍHs de laa In-
dias, sobre que los vireyes ó presidientes esceden
de lo que por nuestras facultades les concedemos,
é impiden la administración y ejecución de la
justicia: Mandamos que sucediendo casos en que
á los oidores pareciere que el vírey ó presidente
excede y no guarda lo ordenado, y se embaraza
y entromete en aquello que no debia. los oido-
res hagan con el virey ó presidente las diligen-
cias, prevenciones, citaciones y requiriinientos
que según la calidad del caso ó negocio parecie-
re necesario, y esto sin demostración ui publici-
cidad, ni de forma que se pueda entender de
fuera; y si hechas las dilijencias é instancias so-
bre que no pase adelante, el virey ó presidente
perseverare en b hacer y mandar ejecutar, no
iiendo la mcUeria de calidad en que notoriamente
se haya de seguir de ella movimiento 6 inquietud
en la tierra, se cumpla y guarde lo que el virey
ó presidente hubiere proveído, sin hacerle impe-
dimento ni otra demostración, y los oidores nos
den aviso particular de lo que hubiere pasado,
LA AÜDTBNOIA DE 0HAR0A8 285
para que Nos lo mandemos remediar como con-
venga» (1).
La llaneza de esta ley es semejante á una pra-
dera despejada y que la vista abarca en toda sa
extensión. Apenas si se nota en el medio un pe-
queño matorral. Matorral es éste, empero, donde
podrá á escondidas aguardar su presa la loba
rapaz de las cercanías.
Tratándose de una corte donde los ardides
forenses llegaron á convertirse en instrurnento
de pasiones terribles y en máquinas de guerra,
la pesquisa de estos y otros arbitrios esparcidos
en las leyes, puede llevar á un inventario de
elementos de fuerza tan positivos como los de^
un parque ó arsenal. La Audiencia llevó su au-
dacia hasta embargar las rentas de un arzobispo,
declarándole incapaz, á pretexto de algunos ata-
ques cerebrales que solían acometerle privándo-
le por horas de la razón. ¿De qué valieron, des-
pués de todo, las anulaciones del virrey y la
profunda indignación del monarca, si lo hecho
(1) Reeop., ley XXXVI, tít. XV, Hb. 2.o
286 BOLIVIA T PXRÚ
estaba ya coneumado y muerto el prelado menos
por su mal que por la pesadumbre? (1).
Apesar de esto, preferimos una vez por todas
fijar la vista en ud caso muy ruidoso, que acae-
cido en los más bien ordenados tiempos del nue-
▼o virreinato, piuta con un mismo rasgo la doble
verdad histórica, tan apetecible por referirse
juntamente á hombres é instituciones de la co-
lonia, que venimos inquiriendo en estos apun-
tes. En él podemos contemplar dos cosas, una
obvia y otra extrafia: que era una ley material-
mente impracticable la que daba poder y facultad
á los virreyes para que por sí solos tuviesen y
usasen el gobierno del Alto-Perú; que un asunto
de importancia gobernado por el virrey pasa á
manos de la Audiencia por el hecho de conver-
tirse real ó aparentemente en asunto cde mucha
importancia.»
(t) Don Gregorio de Molleda, mnerto sin el gobierno
4e la arqaidióceais ea Oochabamba, por Abril de 17&6.
Memorias de los Virreyes del Perú, t. IV, p. 33.
XIV
El indio tributaba y mitaba sin escape. Tri-
butó debajo del repartimiento pasivo mientras
trabajaba en su suelo ó en su heredad, ya incor-
porado4 la real corona yá cargo de los corregi-
dores, ya adscrito auna encomienda, chácara etc.
Mitaba bajo el repartimiento activo y personal
de las labores é ingenios. En términos generales
la mita no era otra cosa que el repartimiento
periódico de los indios para los diversos servicios
personales; pero más comunmente se daba en el
Alto Perú este nombre al servicio siempre for-
zado de las minas de Potosí, que era la mita por
excelencia (1).
(1) Ya hemos citado las leyes que la estatayen. Deje-
mos aquf que el virrey mismo la defina con el rfgor au-
torizado de su palabra: «El repartimiento general cuya
definición es un sefialamiento que los sefiores virreyes
bacen de número competente de indios para las minas 'é
SS8 BOUVIA Y PXRÜ
Á virtud de esta institución, á la vez social y
económica, la flor de la juventud indígena, en
140 leguas á la redonda, era arrancada de sus
hogares para ir á trabajar en el famoso cerro.
139 pueblos comprendidos en diez y seis pro-
vincias concurríaii á este servicio con la séptima
parte de sus habitantes. Aunque se tratara en
muchas ocasiones de abolir la mita á impulsos
iDgenios de la Tilla de Potosí, ó distribución de él entre
loe aaogueros daefios de iogeuios y Baldados, sacándoles
de las provincias destinadas al dicho servicio, de la sép-
tima parte de ellos, ejecararon cada uno en su tiempo
hasta el 8r. Vírey, Condt*de Chinchón inclusive, que le
celebró por la pemóna del Sr. D. Juan de Carvajal y San-
de^ presidente y visitador que fué de la Real Audiencia
de la La Plata.» Relaciones délos Vireyes y Audiencias,
t. II, p. 237. ¡Que también á la guarnición se repartían
indios de serviciol Tan sólo el virrey Toledo hizo la dis-
tribución de Potosí por si mismo, señalando el número
de 13,500 mitayos; los demás delegaron lo positivo en
el ejercicio de esta facultad, y todo lo concerniente á la
ejecución. Los papeles iban á Lima. Es fama que los
delegados ^casi siempre oidores ó presidentes de Char-
cas) salían ricos, quedando los indios más oprimidos.
Datos precisos sobre la mita de Potosí á principios del
siglo XIX se hallan en la Descripción histórica y esta-
distica de la Intendencia de Pot^si 1802. Por D. Pedro
Vicente Cañete. Ms. Se publicó en 1871 en la «Revista
de Buenos Aires», tomo XXIV.
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 289
del clamor de los naturales, continuó sin miseri-
cordia hasta 1819, y ello contra el decreto de las
cortes de 1812; habiéndose hecho^siempre iluso-
rias cuantas medidas se dictaron antes de enton-
ces para impedir sus excesos (1).
Así es que la mita, junto con remover profun-
damente las pasiones é intereses contrapuestos
de la sociedad colonial, era mirada por la raza
indígena como un terrible azote de la ira divina.
Cumplido el tiempo ¿cuántos volvían á sus ca-
(1) Relaciones de los Vireyes y Audiencias, 1. 1, p. 348;
nota de Lorente. — Sobre mitas hay no pocos documentos
coetáneos, que aunque por su procedencia parecerían
sin sospecha, son con todo muy tocados de exageración.
La mita fue causa de reyertas muy ardientes, como se
sabe. En general las memorias de los virreyes y audien-
cias gobernadoras, frías siempre en su estilo, al tratar
este asunto muestran el criterio imperturbable de la le-
janía y del alto puesto. Así, la Audiencia de Lima refe-
ría con calma al conde de Lemos, en 1667, los pasos da-
dos para la reforma en Potosí, pasos que el analista
de la villa imperial pinta con viveza de esta suerte:
«1657. Este año vino á Potosí el Señor Obispo Cruz de
Sta. Marta^ de la Orden de Predicadores, el cual, habien-
do llenado de escrápnlos al Virey y Audiencia de Lima,
con varias razones que les dio, trató de que se quitase la
mita de indios de Potosí; y para el efecto, acudieron los
indios gobernadores al Sor. Obispo con gran cantidad de
B. y p. 19
290 BOLTVIA Y PBRÚ
888? Muy pocos. Los que no perecían en los tra-
bajos eran bajo mil pretextos retenidos indefini-
damente hasta perecer. Con sólo publicar en un
partido cualquiera sus despachos y provisiones,
los consignatarios de una mita esparcían el te-
rror y el llanto en el seno de las familias. Los
indios solían abandonar entonces á su mujer y
sus hijos» huyendo á esconderse entre las breñas
y gargantas de las cordilleras; pues algunos pre-
oro y plata. Convocáronse en Potosí los azogadros y de-
más moradores; babo terribles contradicciones y gran>
des alborotos. El Presidente, Don Francisco Nestáres
Marin, estaba en la ocasión horrorizando á Potosí: Laego
que supo llegaba el Sor. Obispo, se pasó á Chuqnisaca,
diciendo ser el negocio muy arduo, de que se seguía
grande dafio á entrambas monarquías, y que no queria
hallarse en él... El Sor. Obispo, estando en la mayor
íneria de tan arduo negocio de la quitada de la Mita de
los Indios del Gerro^ amaneció muerto una mañana, ha-
biéndose acostado bueno y sano. No obstante, quedaron
los indios como alzados: menoscabóse la mayor parte,
pues de 5,000 indios que cada afio venían, no vinieron
ya sino poco mas de 2 mil, con lo que acabó de bajar sa
engreída serviz el gran Potosí; que, aunque su continua
riqueza ha Intentado volver á su grandeza, no se lo per-
mitió Dios.» Mabtínez Vela, Anales de Potosí, en el
«Archivo Boliviano,» por Balliyíán y Rojas, t. I, pp.
413, 414 y 415.
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 291
ferian la emigración errante á un trabajo abru-
mador y mortífero.
Por mil conceptos asunto político de mucha
importancia y gravísimo tema de gobierno era el
despacho de una mita. Porque si la ley estatuía
la forma y extensión de su gravamen^ tocaba á
la superioridad central entender en su verifica-
ción más oportuna y en la distribución equitati-
va del repartimiento entre los empresarios de
minas é ingenios de beneficio.
Extraer, repartir, mudar; hé ahí las tres ope-
raciones de la mita, según el tenor expositivo
de los teólogos y jurisconsultos doctrinarios del
tiempo, que de buena fe consentían que la justi-
cia anduviese en este asunto divorciada de la
caridad (1).
La extracción era la tarea más importante y
dificultosa, porque nunca bajo ningún régimen
(1) El célebre jarisconsulto Jnan Matienzo, presidente
de Charcas^ y el muy acreditado jurisperito Juan Baiz
de Bejarano, oidor allí mismo, ilustraron la materia
triste del servicio personal con escritos más bien teóri-
cos que políticos. £1 primero asistió en su visita al vi-
rrey Toledo, redactando parte de su despacho y ordenan-
zas en el Alto-Perú.
292 BOU VI A Y P£B6
86 atacó sin inconvenientes la base de la socie-
dad, que es la familia. Requería sagacidad, ener-
gía, gastos, correteos, riesgos y aparatos de auto-
ridad y fuerza. Era aquél un grande aconteci-
miento local que alteraba cuando menos el reposo
de las poblaciones. Se despachaban agentes, se
esparcían milicias, se apercibían armas, se dis-
ponían tropas de reserva. Había que conquis-
tarse la eficaz diligencia de los caciques y gober-
nadores de indio3, reclutar á loa que se fugaban
en el tránsito, reducir por la fuerza á los alzados,
contener desórdenes. Al través de las distancias
las tandas de mitayos eran conducidas con todo
linaje de precauciones de seguridad. Justo es
recordar la solicitud de las leyes de Indias en
esta parte: recomendaban que los caudillos con-
ductores fuesen hombres píos y de buena índole,
á fin de que disponiendo cómodamente las jor-
nadas, los indios fuesen llevados sin fatiga y sin
dejar de oír misa los domingos.
XV
Bien concertadas y eficaces debieron de ser las
medidas que á fines de 1794 se tomaron para la
extracción en Chayanta de una mita, cuando á
pesar de la combinada resistencia de los curas y
de la abierta oposición del fiscal de Charcas, de-
fensor legitimo de indigenas, se logró traer en
toda regla, por Enero del año inmediato, la tanda
de mitayos bajo la sola custodia de sus propios
caciques y privativos gobernadores.
Ello se debió acaso en gran parte á la disci-
plina que una reciente circunscripción de régi-
men había introducido en cada una de las pro-
vincias altas, con menoscabo de aquel poder
indeterminado de la Audiencia de Charcas en su
vasto distrito. Apartando por este medio con más
claridad de lo gubernativo y administrativo al
regio tribunal^ los arreglos del nuevo virreinato
hicieron del presidente de Charcas en lo gene-
294 BOLIVIA Y P£RÚ
Tdl del distrito un jefe honorario y ostensible, y
en lo efectivo de su autoridad un simple gober-
nador intendente de la provincia de La Plata. No
es extraño que habiendo el de Potosí puesto em-
pefio en la verificación de la nueva mita fijada
en Chayanta, acertase eficazmente á mandarla
despachar por su inmediato subalterno el 8ub(ie-
legado del partido.
Sea de ello lo que fuere, los mineros y aun el
vecindario de Potosí quisieron ver en este buen
suceso el brillo de un triunfo. AI rumor de que
la Audiencia mandaba suspender el despacho de
la mita, habían constituido precipitadamente en
Chuquisaca diputados de categoría, que hiciesen
valer los enormes perjuicios del gremio y la
fuerza de sus derechos. La Audiencia de otro
lado había visto á sus pies á los personeros de
los curas, había contemplado en las puertas de
calle de los ministros á indios suplicantes, había
oído los clamores del togado protector. El
tribunal falló expidiendo cierta provisión favo-
rable, según los mineros, al interés de los curas
y perturbadora de la mita.
Viendo los contrarios de la mita que no habían
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 295
sido bastantes sus esfuerzos para estorbar la ex-
tracción, empeñaron sus tentativas para frustrar
el repartimiento. A las execratorias protestas
contra aquel servicio inicuo y tiránico, protestas
extemporáneas si bien muy ocasionadas de in-
quietud en las comunidades mitarias, se juntó
la voz pública de que no era cierto que el rey
hubiese autorizado, cual se decía, esta nueva
mita, sino que los caciques, de concierto con el
subdelegado y la intendencia, se habían puesto
al servicio de los mineros, entregando en la can-
cha del repartimiento á los inermes y sumisos
mitayos.
Es indudable que estas voces surtieron el ape-
tecido efecto. La deserción se declaró al punto
entre los nuevos mitayos en Potosí. En Pocoata
se amotinaron los indios, sitiando al subdelegado
hasta obligarle á destituir á cierto gobernador de
indígenas, para aceptar al que le impusieron los
jefes del tumulto. Pero ¿estaba efectivamente
sublevado ó por sublevarse el partido de Cha-
yanta? Hé aquí lo imposible de saberse entonces
y lo que no acertaríamos á declarar hoy en vista
de los documentos, Parece que ni el rey ni su
296 BOLIVIA Y PBBÚ
virrey lo supieron jamás á punto fijo, y que éste
es uno de esos mitos políticos que la intriga hace
inexplicables por los medios humanos.
cEI partido de Ghayanta está sublevado^» se
vociferaba. Tal fue la gran novedad del día; y
mientras en Potosí se celebraban juntas y se lan-
zaban correos expresos para negar el hecho á
gritos, en Ghuquisaca, para afirmarlo, un turbión
compuesto de cartas noticieras, curas en tropel,
caciques con el estertor de fugitivos, rumores
sordos y persistentes, subía como una marea por
el muro del palacio pretorial hasta los estrados
de la Audiencia.
Una vez desencadenada, envolvió la alarma en
su torbellino á los mismos que quizá pensaban
que todo aquello era una para superchería. Del
lado de Potosí, con efecto, vinieron ruidos mar-
ciales; hubo allí limpiaduras de armas, acuarte-
lamiento de milicias, ejercicios de fuego por
bisónos y veteranos. Patrocinando enérgicamente
las quejas de los caciques contra los curas, el go-
bernador intendente provocaba al metropolitano
arzobispo para que convocase en cierta aldea
una asamblea general de los unos y los otros, á
LA AUDISNGIA DE CHARCAS 297
fia de oir al aire libre y bajo la eocioa de la jus-
ticia santa y sin trámites, los cargos y los des-
cargos.
Mudos y tal vez impasibles vieron los oidores
levantarse esta borrasca, que venía á constituir-
les en arbitros de una situación política y social
preñada de ingentes y enconados intereses. Quizá
se sintieron poseídos de su vieja concupiscencia
de mando. Consideraron por ñn llegado el mo-
mento; y empuñando entonces la tremenda vara,
dieron el golpe supremo por el lado de la notorie-
dad, declarando abolida y sin efecto la nueva
mita. El rey la había otorgado, el virrey la había
mandado, el intendente la había ejecutado; no
hubo óbice: ahí estaba en la ley que arriba hemos
transcrito, ahí estaba entre la prepotencia del
virrey sobre oidores, embutida misteriosamente
como un talismán, la frasecita: no siendo la ma-
teria de calidad en gue notoriamente se haya de
seguir de ella movimiento ó inquietud en la tierra (1).
(1) Apuntamientos para el Bando y Providencias que
conviene publicar en los pueblos de los Partidos de la Tn-
tendendaj para la expedita verificación de la nueva Mita
para los servicios de Mmeria de Potosí, 1794. Me. —Be-
298 BOLIVIA Y PEBÚ
Porque en este caso debía estarse á lo que dis-
pusiese la Audiencia.
prenemiaeión Apologética de la Muy Noble Impetial ViUa
de PáUei, antes citada. He averiguado que el virrey dictó
más tarde medidas reparadoras, y que el iotendente de
Potosí logró por fin llevar á cabo el repartimiento. —
Estos y otros papeles coetáneos sobre mita estaban entre
los del arzobispo Moxó» y pertenecieron sin dada algana
á la secretaría de su antecesor. En ellos, los caras son
pintados con los más abominables colores, por la tirá-
nica codicia que se asegura empleaban al servirse del
sudor del indio en labranzas, pastoreos, carguíos etc.
Está fuera de duda que el fiscal don Victoriano Villaba
obedecía en el caso referido á móviles nobles y genero-
sos. Ya el afio anterior había escrito un Discurso sobre
la miia. (<Revista de Buenos Aires,» afio 1871, t. XXIV),
donde la reprobaba con razones de justicia y conve^
niencia.
XVI
Hemos visto que el virrey se complacía en re-
cordar, que auQ cuando él descansaba tranquilo
de las tareas gubernativas por lo que respecta al
distrito de Charcas, había con todo cosas que allí
DO podía hacer nadie sino él. Y ciertamente,
existía un orden de negocios en que no podía
disponer la Audiencia, siendo indispensable para
verificarlos, encaminarlos ó consumarlos en de-
bida forma, acudir á la superioridad central:
esos negocios eran los de hacienda. Puede muy
bien decirse que sobre este linaje de materias la
superioridad jerárquica, constitutiva del virrei-
nato, se dejaba sentir con eficacia en todo el Alto
Perú. La mayor parte de los negocios con que
llenan los virreyes sus informes administrato-
rios pertenecen al distrito de Charcas é interesan
al real erario.
800 SOLIVIA Y PERÚ
Pacificar provincias, defender fronteras, some-
ter naciones, capitular entradas al barbarismo,
organizar nuevas reducciones, conceder tierras
buenas é indios vacos etc., las atribuciones todas
de lo que boy llamaríamos el ministerio de colo-
nización, ramo importantísimo y privativo del
gobierno superior del virreinato, eran vagamente
ejercidas sobre una tira de papel en Lima miien-
tras las cosas mismas eran despachadas en Char-
cas al arbitrio de la Audiencia, la cual, como
consta de los expedientes encontrados en su ar-
chivo, sobre estas y otras materias virtualmente
legislaba, establecía y consumaba, dando cuenta.
Pero que algo de lo nuevo no comenzase á ren-
dir emolumentos á S. M., porque ahí estaba al
punto la autoridad positiva y tangible del virrey
para hacer guardar en caja los dineros y tomar
las cuentas (1).
(1) £1 bibliotecario de Sacre calculaba el año 1874 en
20,000 la totalidad de expedientes y cuaderDos de obra-
do0» qne como resto del archivo de la Aodiencia de Char-
cas, fueron arrebatados'.á la podre'y'al consumo, y puestos
bajo su custodia, por el digno ministro de instrucción pú-
blica y justicia don Daniel Calvo. Había materia para cinco
afios de labor constante, cotidiana y combinada entre cua«
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 301-
Volvemos á decirlo. Que los colonos del Alto
Perú, sin atropellamiento de las leyes, sin agra-
vio de nadie, sin preferencias odiosas, sin apre-
mios parciales, sin extorsiones abusivas, sin tira-
nías arbitrarias, gocen de la plenitud de sus
derechos sociales y de los civiles que les acuerda
el código de Indias, es asunto de paz y justicia
que contemplará con suma complacencia desde
lejos el virrey; pero también es asunto para el cual
la centralización política y administrativa no está
establecida ni consultada. Si alguien padece, ahí
está la Audiencia de Charcas que lo remediará; el
virrey no se mete en cosas de justicia. Si apesar
de todo alguien padece todavía, allá en Madrid
está el supremo consejo que lo enmendará todo,
imponiendo la debida responsabilidad á quien
quiera que sea. Si apesar de todo alguien padece
tro individuos expertos en el arreglo de papeles y en la for-
raación de un catálogo. Pero habiendo caído á principios
de 1876 el gobierno civil en Bolivia, el militar qae le sa-
cedió pnso término á este linaje de atenciones públicae*.
De los 5,000 expedientes que se habían logrado revisar,
qoedaron separados unos 200 de índole no meramente
judicial. De esos por lo menos anos 30 son referentes á
los asuntos mencionados en el texto.
802 SOLIVIA Y PERÚ
siempre, arriba está Dios en los cielos que el día
del juicio juzgará á los buenos y á los malos.
Tales eran las tres instancias políticas que tenían
los colonos del Alto-Perú para perseguir las mi-
gajas de libertad que no caían dentro del fuero
común. Por lo demás, en materia judicial no era
de uso corriente apelar jamás á España de fallos
de la Audiencia.
Toledo legisló y la Audiencia organizó. El ce-
dulario del siglo XVI la invistió con la suma de
los poderes públicos. Pero tan pronto como tomó
cuerpo con el auge minero el interés de la coro-
na, se cercenó de la autoridad togada la materia
fiscal para conferirla al virrey. Los cedularios
posteriores y el código de Indias se contrajeron
desde entonces, con ingeniosa labor, á formar
una máquina para hacer aparecer automática-
mente en Potosí al virrey que estaba en Lima.
Colocaron al efecto dentro del gabinete del vi-
rrey, como en un teclado eléctrico, el registro
matriz de la amonedación y todos los resortes,
así del^impuesto como de la fiscalización, en las
altas provincias. Con todo, el mecanismo aquél
era tan complicado y tan echado á perder, que
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 803
para moverlo desde Lima se había menester des-
velo personal y grandes palancas (1).
Lo litigioso ó punible de los recaudadores, con-
tadores y administradores no estaba, ciertamente,
en Charcas, fuera de la tuición del real acuerdo,
ni dejaba plenamente de caer bajo la judicatura
superior del tribunal como causa de hacienda en
sala privativa (2); pero esta intervención se ceñía
á lo estrictamente gubernativo, perentorio ó ju-
dicial del distrito, siguiendo la administración
propiamente dicha su curso ordinario por cauce
separado, bajo la inmediata impulsión central.
Así es que ciertas ingerencias ó incumbencias
del tribunal ó de alguno de sus individuos en el
régimen tributario, percepción de derechos, in-
(1) Á este respecto carioso, por demás, es lo que re-
fiere el duque de La Palata sobre sa afáo cotidiano en
corresponderse con todos y cada ano de los oficiales rea-
les de las provincias, valiéndose aquí de la amenaza, allá
del halago, pero majando siempre, á fin de mantener á
todos cuidadosos y atajar males, mas nunca con la segu-
ridad de evitarlos del todo, y tan sólo para reparar al-
guna cosa, aunque leve. Memorias délos Vireyes, t, 11,
p. 133.
(2) Eecqpilación de Indias, leyes del tít. XV, lib. 2.<>;
— tít. VIH, lib. 8.0;— títulos correspondientes, lib. 8.o
804 BOLIVIA Y PEBÓ
tendeneias de rentas, manejo y contabilidad del
erario etc., eran meramente de administración,
corte, tanteo ó cautela locales, con sujeción al
virrey y á los reparos y fallos de la contaduría
mayor de Lima (1).
Lias leyes generales eran de suyo muy explíci-
tas al establecer en lo referente al erario una su-
bordinación completa de todas las autoridades al
virrey; y cuando alguna vez éste sintió al res-
pecto desatendida ó menoscabada su supremacía
por algún acto ó doctrina de las audiencias ó pre-
sidentes, el monarca acudió al punto con reales
cédulas que no hacían sino conñrmar y ampliar
esa supremacía administrativa.
El virrey del Perú tenía en rigor todas las fa-
cultades que entonces correspondían al superin-
(1) Ibid., leyes do los tits. I, III y IV, lib. 8.o— HasU
1720 pasó anualmente de La Plata á Potosí nn oidor á la
visita de minas, gremios y reales cajas. Después se dis-
paso qne cada tres afios pasase de Lima un contador
mayor con dos subalternos á practicar dicha visita. Fi-
nalmente, en 1766, se mandó que las cuentas fuesen de
la Villa Imperial en derechura á la contaduría mayor de
Lima, donde, para su examen, se creó la plaza de conta-
dor ordenador.
LA AUDIENCIA DE CHABCAS 305
tendente general de hacienda en los reinos de
España, para reconocer las cuentas, recaudar,
administrar y arrendar las rentas en el distrito
de su virreinato, sin apelación de sus providen-
cias á tribunal alguno de Indias (1). Debía por
lo mismo tomar conocimiento de todos los ramos
especiales sin excepción, y de cualesquiera comi-
siones fiscales de rentas que con inhibitoria suya
se manejasen, sin embargo de cualesquiera leyes
ú órdenes que hubiere en contrario. Las apela-
ciones que otorgaban los tribunales de estos ra-
mos especiales y privativas comisiones, eran para
ante el virrey (2).
(1) Matbaya y Riccr, El Moralista Füalético- Ame-
ricano ^ p- 316, Cat. de Céd., d. 662.
(2) Ihid,y p. 313, cat., n. 626.
B. Y p. 20
XVII
El tributo general y demás ramos de entradas
en el Alto-Perú, señaladamente los reales quin-
tos de Oruro y Potosí, merecían la intervención
más inmediata y la atención más constante del
virrey.
Cubiertos los presupuestos y gastos alto-pe-
ruanos de 8U cargo, satisfechas las pensiones
hasta de lugares remotísimos á ella consignadas,
pagados los libramientos extraordinarios que de
continuo la oprimían, remitidos los situados mi-
litares de Chile y Río de la Plata, que solían pa-
sar al año de 300 mil fuertes (1), la grande arca de
(1) En an principio el situado de Chile pasaba por
las cajas de Lima; pero en 1687 se dispuso que anual-
mente se remitiese desde Potosí, en derechura y en dine-
ro sonante, como se hacía con el del Río de la Plata. —
Matbata t Ricci, ElMoralista^ p. 266, catálogo n. 105.
— En 1736 el marqués de Gastel-Fuerte informaba, que
LA AUDIENCIA. DE CHARCAS 307
— ™' ■ " -^' ■ ■- - ■■■■■■■■ IM» ■-■■■■ ■■■■■ — I ™ — ^1^^—^-^— ^— ^^^^»^^i^^^^^^^^^M^^i^^^B^M^^^M^>— ^— ^— ^— ^a^
Potosí, bien asi como todas las demás del dis-
trito, se apresuraba á mandar todos sus rema-
nentes á Lima^ á cuya caja, según la expresión
pintoresca del virrey, «entran como en la mar
todos los arroyos de que se compone el caudal
encontró fijado en 100 mil pesos anuales el situado lla-
mado de Chile, en 50 mil el de Valdivia, y que así estos
dos como los del Río de la Plata, Puertobello y Costa-
Firme, importaron al tesoro en diez años 3 millones 800
mil pesos. Memorias de los Virreyes, t. 1 11^ pp. 203, 204 y
205. — No es menos notable lo que en 1756 informaba al
respecto el conde de Superunda. Ibid., t. IV, pp. 275 y
276. — Según el mismo conde, el situado del Río de la
Plata llegó anualmente hasta 170 mil pesos. Ibid,, p. 203.
— Este situado era tan sólo para cubrir el presupuesto
ordinario: sobre Potosí pesaba además todo lo extraor-
dinario de guerra del Rio de la Plata; construcción de
fortalezas, armamentos etc. Así, en tiempos del mismo
conde de Superunda, los oficiales reales de Potosí, para
la ejecución del tratado de límites de 1750 con Portugal^
entregaron primeramente 400,000 pesos, y poco después
con lo producido en dicha caja y en las vecinas del Alto-
Perú, 500 mil pesos más. Ibid,, p. 206.— Entre otras re-
mesas extraordinarias^ recuerdo también la de 1776, en
que de todas las cajas del Alto-Perú se mandaron á Bue-
nos Aires, €con la justa mira de aliviar los ahogos en que
se veía el gobernador,» 2 millones 180 mil 299 pesos.
Relación de don Manud Ouirior. (cRelaciones de los Vi-
rreyes y Audiencias, t. III, p. 58).
308 BOLIVIA Y PBBÚ
de la real hacienda» (1). En ninguna caja del
reino se podía pagar libranza alguna, aunque
viniese con despacho particular del monarca, sin
orden expresa del virrey (2).
La pro<lucción del cerro de Potosí no era me-
ramente un arroyo sino algo parecido á un río
(3). En los primeros cuarenta años, época que
como primitiva fue la más ocasionada al contra-
bando, lo extraído se escapa á una apreciación
exacta; se sabe que allí se quintaron 183.639,705
pesos (4). Ni este dato suministra todavía una
base muy aceptable para un buen cálculo, pues
está averiguado que metales del cerro no quinta-
ban ó pasaban á quiutar]á otras cajas. La explota-
(i) El duqae de La Palata. Memorias de los Virreyes,
t. II, p. 135.
(2) €... porque para la buena administración de la ha-
cienda no ha de haber sino un buen mayordomo, y sin
BU noticia no se ha de gastar nada.» Ibid,, p. 328.
(3) cEntre las grandes, cosas que contiene ansi esta
provincia, lo es mucho y la más principal el cerro de
Potosí, porque del sale la substancia de que todo el Perú
86 mantiene.^ D. Luis de Ydasco al conde de Monterrey,
(«Relaciones de los Virreyes y Audiencias,» t. II, p. 3).
(4) Büación del marqués de Castel-Fuerte. («Memo-
rias de los Virreyes,» t. III, p. 170j.
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 809
■ iWHP-il» -.1-. ■ ■■■■■■—- ■■■M^»^— .— I M ^^.^^m^^^m^m^ ^ ■ ■ » i ■ I ■ ■
ción lícita produjo en los ciento cincuenta y nueve
años corridos hasta el de 1704, la enorme canti-
dad de 1,670.000,000 de pesos, que correspon-
den á 10.503,507 cada año; y correlativamente,
los quintos reales importaron 334.000,000 de pe-
sos, que, en números redondos, corresponden á
2.100,627 anuales (1).
Con vista de los guarismos arrojados por los
libros de contabilidad, el tesorero de las reales
cajas certificaba al rey en Junio 16 de 1784, que
lo tributado por razón de quintos y diezmos de
los caudales del cerro, desde el afío 1556 en que
comenzaron las labores, hasta Diciembre 31 de
1783, ascendía á 151.722,647 pesos; y que lo
fundido. en barras en aquella ribera de ingenios,
subía á 820.513,893 pesos, sin calcular lo furti-
vamente llevado aI exterior (2).
El año de 1621 lo producido en quintales de
(1) Ganga Arguelles, Diccionario de Hacienda , t. II.
(2) Bazón certificada que se envió á Carlos III de las
8uma8...etc., formada por D, Lamberto Sierra, Mb. de la
secretaría de Indias inserto en la p. 170 del tomo V de la
«Colección de documentos inéditos para la Historia de
Espafia.»
310 BOLIVIA Y PERÚ
plata por las minas del virreinato, estaba en la
proporcióti siguieute: Potosí, 5,000 quintales;
Oruro, 700; Castrovirreiua, 200; los demás asien-
tos juntos, 100 (1).
Eu tiempo del arzobispo-virrey Líñáu y Cis-
ueros (lo78), el estado de la caja central no era
lisonjero. Ella dtibía 3.806,623 pesos, incluso su
gasto anual ordinario, que era de 2.010,829 pe-
sos. Había un déñcit de 53,362 pesos, pues su
entrada propia y la de las cajas que afluían á
Lima con remanentes, era apenas de 1.953,467
pesos. Los sobrantes anuales con que entonces
contribuían las cajas dependientes situadas en el
distrito de la Audiencia de Charcas, pasaban de la
mitad de esa suma: eran de 1.112,913 pesos.
Tan sólo Potosí mandaba por su parte 764,094
pesos después de satisfechas sus cargas ordina-
rias, que importaban al año 160,499 pesos, y del
(1) «...bien entendido, que todos estos cálculos reposa-
ban sobre datos y apreciaciones oficiales, qne la exten-
sión del contrabando dejaba á gran distancia de la ver-
dad.» LoBEKTB, Historia dd Perú bajo la dinastía afMtria-
ca, t. II, p. 83.
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 311
situado de Buenos Aires, que por aquel entonces
ascendía á 182,916 pesos (1).
El año de 1780 es notable, no solamente por-
que él señala la fecha de la gran sublevación in-
digenal de Tupac-Amaru y los Catari, sino tam-
bién porque es el verdadero momento histórico
del desmenbramieuto hasta hoy existente de los
pueblos peruanos. Ese año el virrey don Manuel
de Guirior declaraba á su sucesor, que, con das
opulentas provincias de la Real Audiencia de la
Plata, cuyos minerales exceden por sus produc-
tos, más que en el duplo á los de este reinó,»
habían pasado anualmente á extraña jurisdicción,
(1) £1 balance primitivo de las cajas de Potosí es asun-
to de largo aliento; y aunque sobre el asunto corren im-
presos y dispersos mayor número de datos oficiales y pri-
vados que con respecto á las otras cajas del Alto-Perú,
su compulsa, regulación y'agrupamiento no son para este
lugar. Entre las cifras calculadas en escritos así antiguos
como modernos, he preferido para este párrafo lo calcu-
lado por LoBBNTB en su Historia del Perú bajo la dinas-
tía austríaca, t. II p. 231. — Véase, entre otros^ el Memo-
rial de Felipe Fernández de Santillan áS.M.en 1601 sobre
las minas de Potosí, («Oolección de documentos inéditos
para la Historia de España,» t. LII, p. 445).
812 BOLIVIA Y PEBÚ
lofl marcos de plata fundida, de la siguiente nó-
mina de reales cajas:
Potosí 450,000 marcos
Oruro 114,000 »
Chucuito... 45,000 »
U Paz 2,000 »
Mientras que «las de este virreinato» — ^agrega-
ba el virrey — «no se consideran sino en esta no-
table desigualdad:»
Guancavelica 5,000 ma
Arequipa 10,000
Cailloma 35,000
Jauja 13.000
Pasco 100,000
Trujillo 60,000
Lima 72,000
eos
(1)
(1) Bdacúmes de los Virreyes y Audiencias, t. III, p. 79.
— Ballivián y Rojas, en na ArMvo Boliviano (p. 490),
cálenla lo prodacido por el cerro en los 320 años corri-
dos desde sn descubrimiento hasta el afío 1864, en 3 mil
631 millones 128,362 pesos.
XVIII
Dentro de la esfera administrativa y en esa
materia mixta de competencias y procedimientos
facultativos, materia producida á manos llenas
por el espíritu forense y por el régimen promis-
cuo de hacienda y justicia, el presidente y el po-
der togado del Alto-Perú, ó estaban del todo in-
hibidos, ó eran en el caso autoridad y judicatura
subalternas del distrito. De suerte que, no sola-
mente les estaba vedado el recaudo y manejo de
los caudales, sino también no podían dictar au-
tos ni fallos definitivos, que afectasen en su subs-
tancia la ritualidad á la pura gestión de real ha-
cienda» ó que por algún capítulo ó ápice fuesen
á dirimir interlocuciones y contenciones no me-
ramente del fuero común.
Tan estricto y perseverante era por un lado el
centralismo físcalista de los estatutos, y tan avara
de poder solía mostrarse por otro lado la magis-
814 BOLIVIA Y PERÚ
tratara de Charcas, que los oidores, á traeque
de ingerirse, tuyieroo más de ana yez que ape-
lar á las trazas de su oficio, ya convirtiendo en
contencioso lo expeditivo para avocarse su cono-
cimiento en sala de hacienda, ya empleando con
intrepidez moratorias consecutivas para evitar ó
suspender el fallo de la superioridad.
No es fácil deslindar este fuero mixto ó conten-
cioso de la administracióu, porque mal se puede
definir lo que en su origen y naturaleza fue em-
brollado; pero se «oncibe perfectamente que la
competencia y concurrencia simultáneas-de au-
toridades diversas sobre una misma materia de
interés fiscal, son muy ocasionadas á la compli-
cación de terceros en un negocio administrativo,
llamándose á interesados ó perjudicados por va>
riedad de imperios. Á medio cumplirse ó des-
pués de consumado el procedimiento local, venía
el gobierno superior ó la superintendencia gene-
ral con órdenes diversas ó contrarias, que dislo-
caban y embarazaban negocios de naturaleza ex-
peditiva (1).
(1) Paede concederse el valor que más plasca á estas
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 315
AI alcance del virrey ó en sus propias manos
estaban las encomiendas (1), los empadronamien-
tos, las tasas y retasas, las visitas y revisitas, las
residencias extraordinarias, los balances genera-
les y parciales, la gerencia provincial y la del
último corregidor. Á su carpeta iba á parar en
papel auténtico de oficio el ñujo y reñujo de los
hechos, de Tos procedimientos y de la tramita-
ción. Mucho cuidado, sin embargo, con que sea
breve el dar y tomar de papeles; porque de la
sustanciación de asuntos y primer manejo de
obrados, podía salir mal medrada la guarda del
virrey en el distrito, y quedar envuelta entre los
pliegues de la toga platense (2).
conclasiones: 88 me ha perdido la nota comprobatoria
de casos concretos^ formada en el archivo de la Audien-
cia con vista de expedientes que, en mi sentir, sugerían
mérito para establecer el texto de los tres párrafos ante-
riores.
(1) «El repartir es, qaando descubiertas, pobladas y
paciñcas las Provincias, se encomiendan los indios na-
turales dellas, la primera vez, entre los Conquistadores
y Pobladores: y el encomendar es, dar, les que, aviendo
sido antes repartidos, vacan por muerte de sus poseedo-
res.» Lbón, TrcUado de Confirmaciones reales, part. prim.,
cap. I, foja 5.
^2) Becop,, LL., en los TT. referentes á los libros 5.o,
81 C BOLIVIA Y PERÚ
£a la grau plaza de abastos llamada reparti-
miento, él era el mayordomo que sefiaiaba sitio
en el patio á los mercachifles provistos cou un
título por el rey (1). En los ingenios de minería
él era el mayoral que daba la voz de movimiento
á ese gran trapiche de la mita, entre cuyo engra-
naje era triturada y exprimida con sudor y san-
gre la libertad humana (2). ¿Quién sino él vino
iy.° y 8.0 El movimiento admíDistrativo se puede con-
Boltar en las memorias de los virreyes^ documentos
á ellas anexos etc .
il) Se estatuye la centralización administrativa en ma-
terias de encomiendas y repartimientos en las leyes
LXII, LXV, LXVI y otras del tít. III. lib. 3.o de la Re-
copüaciónt las caales no hacen en v«rdad sino exprimir,
en rápida concisión dispositiva, lo que amplia y difusa-
mente aparece expuesto en los cedularios de la Audien-
cia. Es muy luminoso al respecto todo lo contenido^en el
volumen XVIII de la Colección de documentos inéditos re-
lativos al desciiln'imiento etc. de las antiguas posesiones
españolas de América y Oceanía. (8.^, 575 pp., Madrid^
afio de 1872, Imprenta del Hospicio). Se vende suelto.
(2) La mita es materia fecunda y luminosa de estadio
para explicar la social idad altoperuana. Su forma pri-
mitiva é implantación constan de las ordenanzas de To-
ledo y en legajos que no han visto la luz. Las principa-
les ordenanzas de dicho virrey forman casi todo el volu-
men I de las Relaciones de los Virreyes y Audiencias, Una
LA. AUDIENCIA DE CHARCAS 317
á Charcas á imprimir forma legal al yanaconaje
y á todos los servicios personales? (1).
Síq duda alguna que no es para olvidado el
manojo de ganzúas que pendía ai cuello de la
Audiencia de Charcas, ya como tribunal de ha-
cienda, ya por tener sus ministros incumbencias
varias en la administración fiscal: pero es fuerza
incliuarse ante la gran llave maestra del virrey
«Memoria dtíl libro IH de las provisiones y despachod
del Licenciado Mattenzo,» inserta en el volumen XX de
la Colección de documentos inéditos, relativos á las antiguas
posesiones españolas^ antes citada, contiene el inventario
del despacho del virrey en Charcas al organizar, así el
repartimiento y encomiendas, como otros ramos de la
administración. — En la Recopilación las leyes V, VII,
XIV, XV, XVI y XVII del tít. XV, lib. 6.0, establecen
la mita moderna, según la había estado reglamentando y
modificando el cedulario de Charcas. Allí aparece me-
dianamente inicua y pasaderamente abominable, bien
así como todos los servicios personales. El candor si-
niestro de la verdad histórica no está en las leyes sino
en cualquier expediente sobre mita. Con sólo dejar cons-
tancia del suceso, denigran esos papeles sin saberlo
todas las formas de aquélla ante la conciencia humana.
(1) Memorial que don Francisco de Toledo dio al Rey,
dd estado en que dejó las cosas del Perú, después de haber
sido Virrey trece años, que comenzaron en 1569. («Relacio-
nes de los Virreyes y Audiencias,» t. I).
818 SOLIVIA Y PERÚ
como superintendente general de ios tesoros del
reino; es fuerza acatar el cofre precioso de donde
su mano saca el áureo sello de providencias ape-
tecibles y lucrativas.
Tal era el virrey de Lima en el Alto-Perú.
Absolutismo en el gobierno, en la administra
ción fiscalismo, fueron las bases del estableci-
miento colonial. Ya hemos visto cómo desempe-
ñaba de hecho la Audiencia el inmediato gobier-
no. Los resultados notorios nos dicen lo que fue
el virrey administrador.
En rigor de verdad, la metrópoli no atendió
otros servicios que el de real hacienda. A él
consagró con ahinco toda su solicitud. Los de-
más ramos en que el interés público reparte sus
exigencias, ó no fueron conocidos, ó anduvieron
mal provistos, ó merecieron ser desdeñados. cEl
remanente, el remanente,» era el saludo que al
virrey hacían los galeones á su arribo; y era me-
nester no distraer un ochavo de lo rentado por
estos establecimientos á su dueño. Se creyó de
buena fe que se fomentaba la minería, industria
eminentemente nacional; pero es lo cierto que
bajo su régimen restrictivo y proteccionista
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 819
á la vez, se agotó á sí propia, mieDtras su auge
no había sido parte mediana en fomentar las
otras industrias rudimentarias ó iuci píenles. Y
cuando al virrey de Lima sucedía el de Buenos
Aires en la superior gerencia política de la ad-
ministración colonial, las provincias altas que-
daban empobrecidas, tres de sus cinco bellas
ciudades en completa decadencia, la población
general apenas de un millón, y su vasto territo-
rio tan inexplotado cuanto rico.
XIX
El desmembramiento del virreiaato peruano
decretado en 1776 (1), y la incorporación del dis-
trito de Charcas al nuevo virreinato del Río de
la Plata, definitivamente ejecutada en 1782 (2),
son actos oficiales de importancia para la geogra-
fía histórica da! Alto-Peru; pero no acontecimien-
tos que señalen dos épocas diferentes en su condi-
ción política de colonia, ó en su existencia de cuer-
po social. Aquel arreglo consultó ante todo los
intereses externos y generales de la metrópoli en
sus posesiones del Atlántico, sin tomar en cuen-
ta para nada los requisitos peculiares de desarro-
llo, ni la mejora interior de las provincias altas.
Se necesitaba un brazo fuerte en la cabecera del
(1) Real cédula de Agosto 8.
(2) Ordenanza de Intendentes del yirreinato del Río de
la Plata.
LA AUDIENCIA DíJ CIÍARCAS 821
Río de la Plata: para darle el tronco y las extre-
midades de un cuerpo completo, nada más expe-
ditivo que adherirle un fragmento cualquiera su-
ficiente. Fue lo que se hizo, desmembrando para
ello el virreinato peruano, y cortando de un
golpe las afinidades naturales y la cohesión de
hábitos, que en él mancomunaban á los pueblos
de la Sierra.
Pero es indudable que si no hubo mudanza
en la vida social, ni la incorporación lanzó á las
provincias en la vía de una suerte más prós-
pera, el Alto-Perú simpatizó grandemente con
el Rio de la Plata, y unas y otras provincias
vivieron sin celos, sin rivalidades, hasta 1810.
Ocurre advertir que desde 1781 comenzó para
el regio tribunal de Charcas una era no del
todo semejante al brioso período de dos siglos
que acababa de atravesar. Los tiempos ya habían
cambiado para la Audiencia. Los destinos no la
tenían reservada la grandeza del coloso que se
desploma con estrépito. No cayó desde la pleni-
tud de su poder; y antes de sepultarse en el
cementerio de la Revolución, padeció los acha-
ques de la ancianidad y de la decrepitud. Esta
B. Y p. 21
S22 BOLIVÍA Y PERO
pálida y segunda faz de su existeucia comenzó
con la erección del virreinato del Rio de la Plata.
Al nuevo Estado se adjudicó por territorio el
distrito de la Audiencia de Charcas; pero ésta
tuvo que partir términos dentro del virreinato
con un nuevo tribunal, la Audiencia Pretorial de
Buenos Aires.
El virreinato fue dividido en ocho intendencias
de provincias subdivididas en partidos. El go-
bierno político y militar quedó unido á las in-
tendencias con subordinación inmediata y directa
al virrey, estando á cargo de cada jefe los cuatro
ramos de justicia, policía, hacienda y guerra.
Elstos poderes locales se formaron en el Alto-
Perú repartiendo entre cuatro cabezas el patri-
monio de gobierno y mando, que de hecho ó de
derecho disfrutaban antes el presidente y Audieu-
de Charcas en todo el vasto distrito. A esta últi*
^ ma se le reservó la plenitud de su autoridad
como corte de alzadas y como tribunal adminis-
trativo contencioso en sala privativa (1).
(1) Enumerando la Ordenanza del Ntievo Virreinato las
intendencias de provincias que han de establecerse, des-
pués de las de Tncumán y de Asunción, dice:., «otra de la
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 823
En sa nueva desabogada condición la Audíen*
cia tuvo á lo menos el consuelo de hallarse en
buena compañía: el virrey fue exonerado de la
superintendencia general y del arreglo de la ba-
cienda, quedando la tarea á cargo de un emplea-
do superior, que asistido por una junta^ era en
su desempeño independiente del virrey y jefe de
los intendentes de provincia.
La sencillez de esta constitución unida á la
cautelosa agilidad de su organismo, bubieran
Ciudad de Santa Cruz de la Sierra, que será comprenhen-
siva del territorio de su Obispado: otra en la Ciudad de La
Paz, que tendrá por distrito todo el del Obispado del mis-
mo nombre, y además las Provincias de Lampa,Carabaya
y Azángaro: faqui la de Mendoza): otra en la Ciudad de La
Plata, cuyo distrito será el del Arzobispado de Charcas
excepto la Villa de Potosi con todo el territorio de la
Provincia de Porco en que está situada, y los de las de
Chayanta ó Charcas, Atacama, Lipes, Chichas y Tarija,
pues estas cinco provincias han de componer el distrito
privativo de la restante Intendencia, que ha de situarse
en la expresada Villa, y tener unida la Superintendencia
de aquella Real Casa de Moneda, la de sus Minas y Mita,
y la del Ramo de rescates con lo demás correspondiente.»
Árt 1.^ — Por la declaración S.^ de la real cédula suple-
toria de Agosto 5 de 1783, la capital de la Intendencia de
Santa Cruz se trasladó á Cochabamba, cuyo territorio
lae desmembrado al efecto del de La Plata.
824 BOLIVIA Y PERÚ
quizá operado en ei régimen colonial un desalío^
go bienhechor, 8Í la rutina oficinista, la vieja sus-
picacia reglamentaria, el espíritu mezquino déla
legislación administrativa, el físcalismo siempre
empresario ó proteccionista, lo subsistente de las
instituciones compulsoras y tiránicas, la ignoran-
cia sistemática y las ideas atrasadas del tiempo,
no la hubieran reducido á la modesta exten-
sión de una mejora parcial; y esa mejora con-
sistió en que por el nuevo arreglo la Audiencia
de Charcas, la secular dominadora del Alto -Perú,
obtuvo su jubilación política y la cédula de su
retiro militar con el goce de fuero y uniforme.
Honra es de Carlos III, que los magistrados
que eligió para ejercer en las intendencias todas
esas jurisdicciones concurrentes en una misma
persona, fuesen íntegros y mansos para paz y
bienestar de sus provincias.
El regio tribunal en su retiro remataba, mien-
tras tanto, la cláusula postrera de su memorable
hoja de servicios, lidiando por ser lo que ya no
era. Había perdido esa apostura severa y desen-
vuelta de la virilidad, y se encorvaba entre con-
torsiones de altivez é impaciencia^
LA AUDIENCIA DE CHARCAS 825
Hacia fines del siglo la vemos más empefüada
que nunca en frivolas competencias de etiqueta.
Pretendía eximirse de asistir á funciones religio-
sas de tabla, como las llamadas de candelas y de
ramos; no ponerse de pies cuando el cabildo ecle-
siástico pasaba en corporación del coro posterior
al presbiterio pontifical; no concurrir á la hora
señalada haciendo aguardar revestidos al arzo-
bispo y los canónigos; preferir para ciertas fun-
ciones su capilla real de San Agustín á la iglesia
luetropohtana, á trueque de no recibir de rodi-
llas la bendición arzobispal, como ya se lo tenía
mandado el rey, dicióhdola fhabia extrañado
mucho que la Real Audiencia se atribuyese pre-
rogativas de que Yo no usaba ni usaría.» En
1807 amparaba á un abogado que ante un tri-
bunal eclesiástico había negado sistemáticamente
el tratamiento de Señoría al intendente de Co-
chabamba. Y, días antes de su famoso suicidio de
1809, estaba ardientemente empeñada en aque-
llas escandalosas querellas de etiqueta y de pura
malquerencia, que fueron la causa de su ceguera
y del grito singular de emancipación.
1877.
riir
DK BOLIVIA Y PSBÚ
NOTAS HI8TÓUICA8 T BIBLIOGBÁVICAS
TABLA DE MATERIAS
ArADBMiA Española db
LA Lengua. — 118.
Alto Perú. — Véanse Au-
DIBKCIA DB ChAKCAS,
Chayanta, Mita, Rk-
PABTIMIBKTOS, EnCO-
MIBIÜDAS^ VlCB PaTBO-
NATO, Yanaconas.
Alto Pbbú. — Su sistema
colonial, 201, 224 á 226.
—PlúHhua ünum, 227 á
229,231.— Dicho del vi-
rrey Castel Fuerte, 229.
—El corregidor de in-
dios, 232 y 233.— El caso
de conmoción interior,
242 á 245, 297.— La au-
toridad vicerreal, 251,
254, 280 á 286. —Anta-
gonismos por el sudor
delindio, 256, 259, 265y
266. — Arbitrariedades,
277 y 278. — Socialidad
en el antiguo virreinato,
301 y 302.— Orden esta-
blecido, 318 y 319.— Pro-
ducción minera anterior
al virreinato del Río de
la Plata, 311 y 312.— Me-
jora socialcon esta nueva
unión política, 321.
Alvbab, general Carlos
María.— Su escalamiento
del monasterio de Santa
Mónica en Ghaqnisaca,
61 y 62.
Antequeba y Castro, José
de.— Su rebelión, 202 y
203.
Antonio, Nicolás. — 6 y 7.
Acuibbb, fray Miguel de.
—3.
AousTiNfANOá.- Su entra-
da en el Perú, 41. — Po-
lémica entre Ermitaños
y Predicadores, 42.
Amat y Jünient, Manuel.
— Su «Libro de Caxa de
Corregimientos,» 266.
Apelación al Pueblo. —
135.
Aponte Figubboa, Juan
de. — Su Memorial de la
/deformación dd Pirú,
2r.7.
Audiencia db Chabcas.
—Idea histórica, 202 á
208. — Sus términos, ju-
risdicción y superinten-
dencia de misiones, 211
á 216.— Su instituto, 222
I á 224.— £a la práctica
828
BOLIVrA Y PERÚ
i
Tribunal Supremo, 234 á
239. — Mandos á solas ó
á sos anchas, 240 á 248.
-€Nos ponen en la fren-
te la ceniza,» el dicho
del virrey Chinchón, 252
y 253. — Hueco hondo
donde encajar sn vara,
259. — Estorba la aboli-
ción regia del yanacona-
je, 260 á 262.— Tribnnal
sobre virrey, 273 y 297.
— Apelaciones de lo del
virrey A la Audiencis,
280 y 281.— Subordinada
al virrey en materia de
hacienda, 300 á 308.—
Su archivo, 300 y 301.—
Pendientede su cuello un
manojo de ganzúas, 317.
— Su condición en el
nuevo virreinato del Río
déla Plata, 321 á 325.
Baltjvián, Adolfo.— 139,
140 y 141.
Ballivíán y Rojas, Vi-
cente. — Sn cálculo sobre
la plata producida por
Potosí en 320 aftos, 312.
Betakzos, Juan de.— 30
á32.
Bizantinos. — Constitu-
cionalistas más constitu-
cionales que la Constitu-
ción, 149.
Blaine, Jacobo. — Su pan-
americanismo, 122.
Bbasil. — Véase Unión
Latino Americana.
Buenos Aires. — Sus capi-
tanes generales y gober-
nadores antiguos, 244.
BUSTAMANTB GaBLOS
Ynca, Calixto. — 210.
C% LANCHA, fray Antonio
de la. — Su nacimiento de
criollos en Chuqnisaca,
2. — Su belleza y gracia,
2. — Profesa jovencito en
la orden agustiniana, 3.
— Pasa luego á Lima, 4.
— Recorrió la provincia
de ambos Perú, 4. — Es-
critor de fuste y fraile
neto, 4. — Terremoto de
Trujillo en 1619, 4. —
Revestido para celebrar
fallece en Lima ei afío
1654, 4. — Otras obras
impresas de Oalancha
demás de sn Crónica de
Charcas y 7, 8 y 9. — Re-
cuerdo de la ciudad nati-
va, 35 y 36. — Su testimo-
nio sobre milagros y por-
tentos, 48, 7 1 , 72, 80 y 81.
Calderón de la Babca,
don Pedro. — 175.
Cañete, Pedro Vicente. —
Su Descripción de Potosí
en 1802, 288.
Carapata. — A orillas del
lago Titicaca, 170 y 171.
— En muía desde La
Paz, 168 á 170 y 200.
Carlos I II. -324.
Carlos Inca. — Véase
Büstamante.
Carranza, AngelJnstinia-
no.--60
Cbdulario de Charcas.
-236 y 316.
TABLA DS MATERIAS
329
Coatí, isla sagrada.— 179.
COCHABAMBA. — Noticía
geográfico - agastiniana,
49. — Las abejas de fray
Juan Chaves en Itapaya^
60. — Sublevación de
1 730, 244 y 245.
CoLCA.--Vóa8e Fkbroca-
BBIL DE AbEQUIPA.
CoNCOLOcoBVO, — Véase
BUSTAMANTE.
CONGBBSO AmEBTOANO DE
JuBiSTAS, de Lima.— 116.
CONGBESO AmEBTCANO DB
Juristas, de Montevi-
deo.— 116 y 117.
Gong BESO Ibebo - Amebi-
CANO, de Lisboa. — 114.
CoKOBESo Ibbko - Amebi-
CANO DE JUBTSTAS, de
Madr¡d.--114 á 116.
CONGBESO DB PaNAMÁ. —
89 y 92.
CoNOBBSo Pan - Ameri-
cano, de Washington. —
120 á 123.
CONSPIBACIONES. — 144^
145,181. 184, 197 á 200.
COPACABANA.— 175 á 177.
CÓRDOBA T Salinas, fray
Diego.— 16 y 16.
Corregidores (de In-
dios).— 264 á 266, 271 y
272. — Véase Amat y
JUNIENT.
Crónica Moralizada, por
Calancha. — Frontis gra-
bado del tomo primero,
1. — Precio de un ejem-
plar en 1898, 2 y 9. —
Tomo segundo del edi-
; tor López Herrera, 6. —
B. Y P.
El tomo segundo escrito
por el P. Torres, 5 y 8.
— Traducciones france-
sa y latina del tomo pri-
mero, 6. — El «Moralizar»
de la Crónica, 14, 15 y
16. — Idea particular de
la obra, 33, 34 y 35 —Es-
tilo «moralizante,» 13 y
14. — Sistema literario
del autor, 17 á 21 —Mé-
rito actual de su iibro, 22
á 29. — Sus noticias ge-
ográfico-astrológicas, 45
á 47. — Milagros remiti-
dos para el libro por co-
rreo, 82 y 83.
Cuzco. — El caso de la res-
titución de un hurto sa-
crilego, 50 y 51. — Sueño
y vigilia de ios dos curas
de la Catedral, 66 á 73.
— Misa acolitada ó des-
pique de la Virgen, 74 y
76. — El ferrocarril en
proyecto, 199.
Chayanta. — Sus rebelio-
nes de indios, 203, 204,
246 á 248, 293 á 298.
Chucuito durante el an-
tiguo virreinato. — 249.
Chuqüisaca.— El caso de
Antonio Pantoja, 52 á69.
DocTRiNEBOS. — 256 y 257,
264 á 266, 271 y 272, 298.
Encomiendas. — 249 y 250,
257, 264 á 267, 315.
Ermitaños, orden agusti-
niana. — 41 ft 41.
22
5S0
BOLIVIA y PERÚ
Esrrtvwz, isla de los pa-
triotas.— 179 y 180.
Fsbüíndxz, Diego.— Pro-
digio qae vio en Porco,2.
Fbenándxz db Sah ti-
llan, Felipe. — 8a Me-
marial de 2601 sobre Mi-
na$ de Potosí^ 311.
FCEEOC ABRIL DB PuNO i
MoLLBNDO — Indiferen-
cia en La Paz, 161 á 163.
— Ignorancia de las de-
mAs ciudades, 165 á 167.
—Historia de la obra y
de sn explotación y equi-
po etc. actnaies, 194 a
200.
F&iAS, Tomás.- Sabe á la
presidencia, 142. -Véa-
se Partido Constitu-
cional.
González dk P o v k n a ,
Bartolomé. — 218.
GoYENECHK, José M . —205.
Guerrero, Federico.—
191.
Impertalismo yanqui. —
102, 103, 125 á 127. -Sa
recíproca latina, 129.
Indios. — Sus privilegios
legales, 267 á 269. —
Condición desesperante,
270 á 273.— Tributaban
y mitaban sin remedio,
287 y 288.
Isabel la Católica. —
267.
Jiménez de la Espada,
Marcos.— 30,
JoDB, Pedro. — Grabado
snyo del frontis de la
Crónica Moralizada, 1.
Juan de Sahaoún, san. —
Sus derroches del don
de la omnipotencia en
Lima y Cuzco y Potosí,
77.
JüLi.— 179.
Juliaca. — 199.
Lafuente Ruiz, Francis-
co de.— 110.
La Paz. — Su antiguo co-
rregidor, 249. — Véase
Ferrocarril.
León Pinelo, Antonio.—
Sn noticia sobre la caza
de castores escrita por
Calancha, 7— Un pasaje
del tratado sobre Enco-
miendas, 250.— Diferen-
cia entre «repartir» y
«encomendar,» 315.
Leso, Tomás. — 216.
Matibnzc», Juan. — 291 y
317.
Mbiogs, Enrique. — 199.
Mbléndez, fray Juan.—
15, 16 y 42.
Msssf A, Alfonso. — Su Me-
morial tocante al Alto
Perú, 260.
Milagros.- Elemento li-
terario esencial ísimo de
toda crónica conventual,
82, 83 y 84.
Mita. — Entre las serri-
dumbres del indio la más
omiosa, 256 y 257. —Su
definición estricta, 287 y
TABLA DE MATERIAS
331
288. — Sas primeros ex-
tractores, 288.— Conmo-
ción que causaba, '^89 y
292. — Extraer — repartir
— mndar — eran sus trps
operaciones constituti-
vas, 291 y 292. — Docu-
mentos, 289, 291, 297 y
298.— Tentativas inúti-
les de reforma en 1657 y
1812, 289 y 290. — Una
mita en 1794 y estatu-
tos y primitiva instala-
ción, 316 y 317.— Supe-
rintendente, 323.
MOLLKNDO.— 200.
MoBKNO, Mariano. — 209,
210 y 220.
Moneda de Potosí. —
Conde superintendente
aUo más que mercader,
267.
Nicolás de Tolentino,
san.— 76 y 77.
Oidores db Charcas —
208 á 210, 218, 220,245.
266, 267, 274, 288, 304,
314 y 315.
Orbígny, Alcides de.— 215
y 216.
Ortíz, fray Diego.— 2.
Oruro. — Su antiguo co-
rregidor, 249.
Palentino. — V. Fernán-
dez.
Palma ^ Ricardo.— 61 y 62.
Panamrricanismo. —
Véase Ímpkbialismo
Yanqui.
Pabtido Constitucional.
— Interesante evolución
política del rojismo 6 ra-
dicalismo que le dejan
constituido como parti-
do de principios. 133,
134 y 135. — Su famoso
triunfo electoral, 139 y
140. — Tragedia heroica
de su primer gobierno,
141, 142 y 143. — Prue-
bas terribles de su se-
gundo gobierno, 144 y
145. — La página gloriosa
del gobierno de Frías
escriía por el Ministro de
Chile, 146, 147 y 148.—
Hermosa y patética caí-
da, 150 y 151.
Pabtido Radical. — Véa-
se Partido Constitu-
cional.
Partido Rojo. — Véase
Partido Constitucio-
nal.
Pestaña, Juan Francisco.
—218 y 242.
Pino Manrique, Joaquín.
— 237, 238, 258, 265 á 267.
Población de Valdivia.
— £1 libro de fray Miguel
Aguirre, 3.
Potosí. — Sus habitantes
según la astrología, 46
y 47. — 8u corregidor en
lo antiguo, 249. — Sus si-
tuados, 306 y 307. — La
producción de su cerro,
308 á 312.— Su categoría
en el virreinato nuevo,
323.
Predicadores, orden do*
minicana.— 42 á 44.
S83
BOLIVIA Y PERÚ
Pemidbntb ns la Au-
niEnriA.— 21'9, 22(), 230,
235. 237, 243, 274 á 278,
288.
PucA&ANí, pneblo entre la
Pat y el lago Titicaca. —
168 y 169.
Püwo.— 181 A 186.
QüKLLfir, Eraemo.— Sa di-
bajo para la Crónica Mo-
raiizadaf 1.
QuiMPBB, Manuel. — 8a
descripción de Paño,
1H3.
Raimondi, Antonio. — Sa
opinión sobre Galancha,
27 y 28.
Ramos Gavíláiv, fray
Alonso.— 16 y 187.
Rboentb nn la Audien-
C1A.-218 y 219.
Rendón, Manuel. — Feroz
y alegroso asesinato de
este joven médico, 64.
Repartimiento. — Senti-
dos activo y pasivo de la
palabra, 263 á 269, 287
y 288. — Kn sentido ge-
nérico lo mismo que Mi-
ta, 287.— Qaién en rigor
BU mayordomo, 316. —
Véase León Pinelo.
Ruinas incásicas. -Véan-
se Titicaca y Coatí.
Rulz DE Bbj araño, Juan.
—291.
Sans, fray Rafael.- 187.
Santa Cruz de la Sie-
rra. — Su gobernador en
el antiguo TÍrreinaio,249.
— Su categoría en el vi-
rreinato nuevo, 323.
Seráficos, orden francis-
cana. — 43 y 44.
Serrano, Federico. — 63
y 64.
8ERRi.NO, José Mariano. —
Vindicación de su leal-
tad á la cansa de la Pa-
tria, 62 y 63.— Herma-
no y no padre de la joven
reclusa Isabel, 62.
Sierra, Lamberto. — Su
Bazón sobre lo fundido en
Potosí, 309.
SoLÓBZANO, Juan de. — 234
y 255.
Sucre, el mariscal. — 61
y 62.
Terrazas^ Mariano Ricar-
do. — La prensa de dos
repúblicas deplora la
muerte de este periodis-
ta, 131 y 132.-^Intere8an-
te momento en que sien-
ta plaza en el partido
constitucional, 132. — Se
ensaya contra la célebre
Apelación al Pueblo, 135.
— Emigra cuando Melga-
rejo se entroniza, 136. —
Viaje á Europa, 136. —
Nostalgia del ideal, 136.
— El inexorable tedio,
137 . — ¿Ley acaso de su
destino la expatriación?
138.— Victoria de Adol-
fo Ballivián en las urnas
presidenciales , 140. —
Terrazas se rétfnima y
TABLA DE MATERIA«I
338
vuelve á Bolivia, L38 á
140. — Pasa á Europa,
141.— Vuelta á Bolivia,
149. — Su grata memoria,
153.
TiQüíNA, el estrecho. — 173.
Titicaca, isla sagrada. —
178 y 179.
Titicaca, Iflgo. — Su nave-
gación, 171 á 174, 178,
179, 189 y 190.— Sus dos
islas legendarias, 178.—
Idea íÍHÍca y geográfica,
186 á 188. — Pueblos de
sus orillas, 173 y 174.
Toledo, Francisco. - 288
y 289, 291, 316 y 317.
Torres, fray Bernardo de.
-7,8,10, 11, 12,17.
Torrico, Andrés María. —
203.
Unión Amsbicana. — Fra-
ternidad peculiar de las
repúblicas americanas de
origen español, 85 y 1G8 á
111. — Nacionea sud-ame-
r ¡canas que mayormente
han propendido á este
movimiento continental,
85 y 86. — Unión Ameri-
cana «alianza», 88, 89 y
97 á 99.— Unión Ameri-
cana «uniformRción», 88,
83y92á96.~Eximia li-
teratura de la «alianza»,
100, 101, 105 y 106. -Su
bibliografía, 103 á 106.—
Véase Congreso.
(JíiiÓN Ibbro-Ambricana.
-113, 117, 118 y 119.—
Véase CoNGBBSO.
Unión Latino -America-
na. — Brasil en la Unión
Latino- Americana, 107
á 111.
Unión Pan- American a. —
112, 120, 123, 124 y 128.
—Véase Congreso.
VÁSQUEZ, fray Joan Teo •
doro. — 11.
Velasco, Luis de. — 260 á
262, 272.
VÍAS DE Comunicación.—
Grito de salvamento, 157,
158 y 159.
V ICE-PATRONATO. — 275 á
277.
Vikdma, Francisco. — 215.
ViLLABA, Victoriano — Su
Discurso sobre la Miia^
298.
ViNcocAYA. — Véase Fk-
RROCARBIL D^ ARE-
QUIPA.
Virrey de Buenos Aibes.
-246 á 248, y 3l9.-Véa-
se Virreinato del Río
de la Plata.
Virrey del Perú. — 229,
234 á 245, 249 á 254, 275
á 279, 300 á 308 y 313 á
319.
Virreinato del Perú. —
Su definición por Pino
Manrique, 266 y 267.—
Su desmembramiento
decretado en 1776 y eje-
cutado en 1782, 320.
Virreinato dkl Río de
LA Plata. — 322 á 325.
Yanaconas.— 255 á 262.
Pági.
Introdacción V
Fray Antonio de la Oalancha 1
Unión Americana 85
Mariano Ricardo Terrasaa 131
De La Pas al Pacífico á vapor 154
]ja Aadiencia de Charcas 201
Tabla de Materias 327
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FOLLETOS DEL MISMO AUTOR
Imtkoduooión al KSTaoio Dffi liOS Poetas Boli7ia«
NOS. LliUA KN LA SoCIBDAO LlTEftARIA DB SaV
Luis. SiDtíago, 1864. 4.^mm. 166x94; 20.
PoBTAS Bolivianos. Biografía db D. Daniel Cal-
vo. Siotítgo, 1870. 4.«, mm. 176x88; á6.
PkOTEOTO db una BsTADÍáTIOA BlBLrOORÁFIGA DB LA
Tipografía Boliviana. Santiago, 1874. 4.<>, msk
177x100; 48.
Daza t las Bahbs Chilenas db 1879. Suore, 1880.
Fülio, mm. 262 X 160; 4 + III + 18 de anezoB á dos
colamnafl.
Efi GBNBRAL BaLLIVIÁCT. PqBLICADO BÑ LOS C AnaLBS
DB LA Universidad de Chile. » Santiago, }B^5<
4.» mayor, mm. 176 x 99; 29.
OPÚSCULO
BoLtviA Y Perú. Notas Históricas y BiblioorA-
FiOAS. Publicado en los c Anales de la Uni-
versidad DK Chile». Santiago, 1901, 4.® mayor,
mm. 177x99; 109.
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