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Full text of "Bolivia y Perú: Notas históricas y bibliográficas"

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BOLIVIA Y PERÚ 



ífotas Históricas y Bibliográficas 



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OBRAS DEL AUTOR 



LIBRERÍA DE GUILLERMO E. MIRAIÍDA 

AHUMADA 51 SAKTIA&O DE CHILE 



EMPASTADAS 

Poetas Bolivianos. Biografía db Néstob Gálindo. 
Santiago, 1868. 4.o; mm. 152x90; pp. C6. $ 2.50. 

Biblioteca Boliviana t Catálogo dk la Sección de 
Líbeos y Folletos. Santiago, 1879. Folio menor; 
mm. 192X113; pp. VIII+8&0. $ 40. 

Anales de la Pb^cnsa Boliviana. Matanzas de YÁ- 

ÑEZ (1861-1862). Santiago, 1886. 8.°; mm. 130x77; 
pp. IX+una + 499. $6.50. 

Biblioteca Boliviana. Catálogo del Abchivo de 
Mojos y Chiquitos. Santiago, 1888. 4.o; mm. 162X 
iK);pp.627+ una. $8. 

Elementos de Liteb atura Preceptiva paba los 

ALUMNOS del BAMO EN EL InhTITUTO NACIONAL. 

Santiago, 1891. 4.o mayor; mm. 173x99; pp. VI+529 
+una. $ 5. 

Biblioteca Pebuana. Apuntes paba um Catálogo 
DE Libros y Folletos. Santiago, 1896 y 1897. 2 
volúmenes. 4.^ mayor; mm. 178x90; pp. Vil I +558; 
pp. 618. $ 18. 

Últimos Días Colonií.les en el Alto Perú. Nabba- 
ciÓN Y Documentos. Santiago, 1896 y 1901. 2 vo- /' 
/ lúmenes. 4.^ mayor; mm. 177X100; pp. 498; pp.l2 + 
CLII+352+una; láminas. $20. 

Pbimee Suplemento á la Biblioteca Boliviana de 
Gabeiel René-Mobeno. Epítome de un Catálogo 
de Libros y Folletos (1879-1899). Santiago, 1900. 8.o; 
mm. 132x73; pp. VII+349-|-una. $ 4.50. 

BoLiviA Y Abgentina. Nütas Bioobáficas y Biblio- 
OBÁFICA8. Santiago, 1901. 8.<>; mm. 131x77; pp. 553. 
$ 5.50. 







BoLiviA Y Perú 

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POR 



G. RENÉ-MORENO 



SEaüNDA EDICIÓN AUMENTADA 



IMPRBNTA LITOGRAFÍA 7 BNOÜAÜBRNAOIÓN BAROBI.ONA 

Moneda entre Estado y San Antonio 

1905 



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PROLOGO 



«El hombre no va, ni ha ido nunca» tras 
de la dicha; el hombre va y ha ido siempre 
tras de lo nuevo.> Lo dice un escritor. Otro 
pregunta: «¿Y si lo nuevo se hace viejo?» 
No falta quien responda: «Precisamente, de 
lo que ha envejecido sale lo nuevo.» 

Dichos espirituosos con que alguno tal 
vez pretenda disculpar la publicación de 
ciertas páginas; páginas, por ejemplo, que 
no sean sino comentarios sobre papelotes 
de otra edad. 

De esta clase son generalmente los que 
han dado margen á las apuntaciones aquí 
reunidas. 

Pero ¡qué mucho! Las notas mismas so- 



VI PRÓLOGO 

bre tales escritos, y aun sobre otros asuntos, 
son algo menos todavia que producciones 
caducas. 

Hay que confesarlo: las más vieron la 
luz en revistas 6 gacetas, y al punto allí 
mismo pasaron á yacer. Son hoy como el 
figurín que sacó de su museo María Anto- 
nieta para demostrar cuan pasado de moda 
era el vestido que su modista la traía. 

Al ofrecerse este libro el Público va sin 
remedio á ser la reina. No digo que él ha- 
blará, como ella, soplando con picardía 
polvo; pero sí que hablará bostezando. 

«Público» llamo á la parte superior 6 
cabeza social de estas jóvenes colectividades 
americanas constituidas en soberanías, ab- 
sortas en lo presente, ligeras de ánimo ante 
lo porvenir, muy vueltas de espaldas á lo 
pasado, pero cada una de las cuales lleva 
latiente en las venas sangre vieja, sangre 
de abuelos y tatarabuelos que vivieron á 
sus anchas con intensidad la vida civil y 
pública de aquel entonces. 

Quizás por este lado logren estas pági- 



PRÓLOGO VII. 

ñas interesar á algunos anticuarios, páginas 
en edición segunda por haberse agotado la 
primera. 

¿Quién no deñende su mercancía? La 
modista habló también. La señorita Bertin 
dijo á la reina: «Señera, nada tan flamante 
como lo enteramente olvidado.> 

Se aviene con lo que acerca de otro sen- 
tir había opinado cosa de tres siglos antes 
un viejo poeta de Castilla: 

«Siendo ellas puras las bebo, 
que han una y otra su gusto, 
agua de cántaro nuevo 
y agua en cacharro vetusto.» 

En momentos que la reina iba probán- 
dose la falda con el corpino entró el rey. 
Cuentan que dijo: «Retoño del roble Haps- 
burgo, de trapos de moda no sé nada; pero, 
á fe mía, ese de la Edad Media sienta á la 
personita en quien así hay tanto que amar 
como tanto que venerar.» 

Cada una de nuestras sociedades hispa- 
no-americanas bien podría llegar á ser la 



VIII PRÓLOGO 



«personita.> Dígolo en el caso que litera- 
riamente se la ciñera al cuerpo algo muy 
expresivo por el realce allí de ogaño con 
antaño. 

Pero es otra la analogía que interesa in- 
quirir para el juicio de la actual obra lite- 
raria. 

Ya quedó anotado: el Público será sin 
escape respecto de la obra como la reina 
en el caso del vestido. Al trasluz de la an- 
tedicha impresión del rey, ¿se podría decir, 
que tras de ser la reina, reina prendada de 
lo nativamente advendizo, el Público hará 
también el rey, rey venido al hallazgo de 
vitalidad en una frivola antigualla? 

Hay que confesarlo: similitudes no brin- 
da el caso del libro presente para esta últi- 
ma parte de la alegoría. 

Las Notas Históricas y Bibliográficas no 
sugieren en su ser nada parecido á lo que 
sugirió á la imaginación la consabida obra 
de la señorita Bertín. La indumentaria de 
ese vestido de adorno, á lo que parece, 
logró aquel día traer á vigencia — la pala- 



PRÓLOGO IX 

bra no está en el Diccionario — lo que ha- 
bían derogado los siglos. Para una resulta 
igual, vale decir magia literaria, no abren 
asomo las presentes disertaciones didácti- 
cas. Son meramente informativas de temas 
por estudiarse ó por si estudiarse deban. 
Trabajos de la especie, aunque útiles, sue- 
len ser de suyo ó por causa del buscón 
categóricamente feos. 

Pero supongamos ahora que se nos pre- 
senta un caso nacional ó americano de 
fuerza y primor historiográfico ó bibliográ- 
fico; supongamos que realiza una exteriori- 
zación estética de lo retrospectivo, en for- 
ma de hacerle capaz de saltar del tesoro 
especialista á las manos de la generalidad. 
Evidente que, si así, ello no podría ser sin 
contarse con cierto grado de gusto en el 
Público. 

Pues bien: esta vivacidad del común co- 
nocimiento, tan necesaria al deleitable re- 
memorar de las letras, vivacidad más ó 
menos delicada, se adquiere, ensancha, 
educa, perfecciona y afina por el medio tan 



X PRÓLOGO 



obvio que cualquiera concibe. Consuela á 
algunos autores creer que á este fin social 
propenden sus feísimos trabajos útiles. 

Porque ¿cómo negar que cierta frecuen- 
cia ó constancia de estos patrios ó america- 
nos estudios acabaría por interesar á nues- 
tras gentes en algo más que en los anales 
guerreros de por acá? A través de esta 
senda de cultura no tardaría el Público 
en percibir anidando en su espíritu — espí- 
ritu tan á la moderna — el sentido de lo an- 
tiguo, y que ya hermoseaba sus más enhies- 
tos ideales la flor noble de las ruinas. 

G. R-M. 
1905. 



• » 



BOLIVIA Y PERÚ 



NOTAS HISTÓRICAS Y BIBLIOGRÁFICAS 



FRAY ANTONIO DE LA CALANCHA 



I 



Tengo á la vista un ejemplar muy bien repa- 
rado de la Goronica Moralizada id Orden de 8. 
Avgvstin en el PerVy impresa en Barcelona el año 

1638. Pudiera decirse que es ejemplar excelente 
en lo que mira á la preservación integral del 
texto. No hace falta en él, además de la portada 
tipográfica, el magnífico frontis que para el libro 
dibujó Erasmo Quellín y grabó Pedro de Jode en 

1639. No carece, cual otros ejemplares, de la 
lámina, por los mismos, que representa el mar- 



SOLIVIA Y PEKU 



tirio de fray Diego Ortiz en Vilcabamba. A la 
página 190 está el tosco grabado interpuesto 
sobre el prodigio que vio el Palentino en Porco, 
cerca de Potosí. 

El más reciente ejemplar de esta grande obra 
puesto en venta es, si no me engaño, el que en 
su catálogo del primer semestre de 1898 (Ame- 
ricana, afío XXI, número 5, página 532) ofrece 
el sefíor E. Dufossé en su librería de París. El 
precio es 100 francos, y el ejemplar adolece de 
faltas y desperfectos lamentables. 

En el referido frontis á buril, de coronación 
alegórica, con figuras talares mayores y menores, 
ángeles, paisajes, globo terráqueo, sol, luna, atri- 
butos, inscripciones latinas etc. etc., los títulos 
de Calancha son: c Doctor graduado en la Uni- 
versidad de Lima y criollo de la ciudad de La 
Plata.» 

Aquí, en efecto, el año 1584 Calancha nació 
de pura sangre española sin mezcla perniciosa. 
La madre criolla, el padre peninsular. Nació con 
los prestigios que para simpatía de las gentes 
imprimen á la belleza física, en un exterior sua- 
vísimo, el despejo de la inteligencia, la modestia 



FRAY ANTONIO DE LA CALANCHA 8 

del alma y la viveza de la imaginación. Bocada 
exquisito para temprano banquete del mundo y 
si bien se quiere de la carne. Pero á los catorce 
años el gallardo muchacho tomó el hábito agua- 
tiniano en el recién reconstruido templo de la 
ciudad nativa: aquella misma empinada fábrica 
cuyas bóvedas bizantinas, entonces capilla real 
privilegiada, han sido después por largos afios 
teatro y sala de bailes, así como sus dependen- 
cias inmediatas eran tambo de arrieros tupice- 
ños y potosinos. Templo y claustro han sido re- 
cientemente adquiridos por la Iglesia. 

Casi al mismo tiempo de aquel ingreso nacía 
también en Chuquisaca otro criollo destinado á 
la celebridad agustiniana: Miguel de Aguirre, el 
infatigable fundador del culto de N. S. de Copa- 
cabana en Italia y en España, autor del libro 
sobre la Población de Valdivia, y que profesó 
asimismo adolescente en la propia real capilla. 
De su convento fue más tarde prior, en seguida 
definidor en el de Lima y procurador de la orden 
en Roma después. 

Muy luego Calancha hizo concebir grandes 
esperanzas á los prelados. Sacáronle del claustro 



BOUVIA Y PERÚ 



de novicios y le enviaron al colegio agustiuiano 
de San Ildefonso en Lima. Más tarde, ya profe- 
sos y doctorados, se juntaron allí y se amaron 
los dos frailes paisanos. Pero mientras Agnirre, 
que llegó á catedrático de la Universidad de San 
Marcos, corría mundo afuera de su convento y 
de la provincia peruana, Calancha pasó su vida 
en ella, bien que recorriéndola en todas direccio- 
nes desde Trujillo hasta Potosí y de Arequipa á 
Mizque. A lo último ya no salía del claustro sino 
para predicar casi diariamente en los templos de 
Lima y para confesar monjas mañana y tarde. 
Este cronista de primera magnitud, tan citado 
por los autores á mérito de sus informaciones de 
genuina calidad histórica y científica, con tantas 
humanidades y tan enorme patrología dentro del 
cerebro^ era en sus hábitos ni más ni menos un 
fraile de altar, coro y confesonario. 

Uno de los casos más notables de su vida es el 
haberse hallado de prior en Trujillo, el año 1619, 
cuando el 14 de Febrero por la noche ocurría allí 
el terremoto célebre, ese que dejó reducida á es- 
combros aquella ciudad de alegre y sólida plan- 
ta española. La pintura de esta escena de espan* 



FRAY ANTONIO DB LA CALANOHA 



to, desolación y lástimas contiene rasgos como 
éste: c Muchos estavan primero enterrados que 
muertos; oianse gemidos debajo de la tierra; por 
no saber donde se davan, o por no tener ayuda 
con que se buscasen, también gemianayoceslos 
vivos de no poder socorrer a los sepultados.» 

£1 año 1653 tenía muy avanzada ó ya con- 
cluida por Jorge López de Herrera, impresor de 
libros, la publicación en Lima del segundo tomo 
de la Coránica Moralizada. Este volumen estaba 
dedicado ca la Santísima Virgen María en su 
milagrosa imagen del celebre Santuario de Co- 
pacavana.» Pero había dispuesto el destino otra 
cosa; había dispuesto que el autor ó ignorase 
enteramente ó sobrellevara breve espacio las re- 
sultas de esta publicación. Antes de muy poco, 
ya revestido en la sacristía para celebrar, se le 
presentó la muerte de improviso el 1.^ de Marzo 
de 1654. Momentos aprovechó el monje cristia- 
no en reconciliarse fervoroso como penitente. 
Luego al punto fallecía fray Antonio db la Ca- 
LANCHA á la edad de 70 años. La mañana de 
aquel domingo el alboroto de beatos y beatas en 
Lima fue muy grande. 



II 



Existe una traducción francesa de la Coronieu 
Moralizada. Se publicó en Tolosa el afío 1653 
con el título de Histoire du Perou, partie princi- 
póle des Antípodes, ou Nouveau Monde. Et du 
grand progres de la Foy Chrestienne, en la conver- 
sión de. ees Peuples Gentiles; par la predication, 
hons examples, mesme du Martyre des PP. FF. de 
Vordre des Hermües du Olorieux Patriarche Saint 
Augustin etc. En casa de Boude, 4.® de 481 pá- 
ginas y ocho de índice. 

Nicolás Antonio opina que no es sino una 
mera traducción del Ca lancha la siguiente obra: 
Hietorim Peruance ordinis Eremitarum Sancti Au- 

m 

gusiini libri octodecim, auctore Joachimo Brulio 
(ordine eremitarum S. P. Augustini, per provin- 
ciam coloniensem seu Belgicam priore provincíalij, 
Apud Guilielmum Lestcenium. Creen algunos que 
este infolio de 1651 fue impreso en Amberes. 



FRAY ANTONIO DB LA CALANCHA 



Dice el misino Nicolás Antonio que ha oído 
elogiar, pero no ha visto, é ignora por lo mis- 
mo si es un simple extracto de la crónica im- 
presa, un libro de Calancha que lleva por titulo 
De los Varones ilustres de la Orden de 8. Agustín. 
Menciona esta otra obra de nuestro autor: De 
ImmaculatcB Virginis Mariae ConcepHonis certitu- 
diñe (Limae Indorum, 1629, 4.^). 

Por lo que anuucia fray Antonio al final de 
su Coronica Moralizada, y confirmó el P. Torres 
unos quince años después, sabemos que se publi- 
có también en Lima otro volumen de Calancha; 
era sobre la fundación de los Santuarios de 
Gopacabana y del Prado en dicha capital. Esta 
obra es rarísima, y no la han visto insignes 
bibliófilos. 

León Pinelo menciona otra en folio impresa el 
año 1642 en Lima: Informe al Virrey del Perú, 
sobre los Castores que se cazan desde Callao á 
Chile, manifestando que son los verdaderos, y Renta 
que puede sacar de ellos su Magestad, 

El que esto escribe no ha visto ninguno de 
estos escritos. La disertación última parece ser 
un mito bibliográfico. Pero ha recorrido á largos 



BOLIVIA Y PERÚ 



trechos la Coronica Moralizada^ obra capital del 
autor y á la que éste debe su celebridad. 

Sabido es que la Crónica de la Provincia Pe- 
ruana del Orden de los Ermitaños de 8. Agustin^ 
por fray Bernardo de Torres, se declara conti- 
nuación en su parte principal — (contiene además 
un resumen del volumen primero) — ó tomo se- 
gundo de la Coronica Moralizada que había escri- 
to Calancha. Véase la pieza 412 de mi Biblio- 
teca PsBüANA impresa en Santiago. Así es que» 
tratándose de crónica agustiniana de ambos 
Perú, ha sido siempre común el decir: cCalan- 
CHA, tomo primero; Torres, tomo segundo.» Esa 
es á lo menos la voluntad que diremos oficial de 
la orden agustina. Pero bibliográficamente ha- 
blando el hecho es inexacto. Ya hemos visto 
cómo Calancha poco antes de su muerte tenía 
muy avanzada ó concluida la publicación de su 
segundo volumen. 

Acerca de la existencia de un segundo tomo» 
por Calancha, de la Coronica Moralizada, exis- 
tencia clandestina, misteriosa, pueden verse las 
noticias de la Biblioteca Peruana, tomo pri- 
merOj página 108. La opinión más recibida es que 



FRAY ANTONIO DE LA CALANCHA 



el Santo Oñcio cayó sobre la obra antes de salir 
ésta á la circulación. Los tres ó cuatro ejempla- 
res que se conocen están descabalados. Ultima- 
mente el que esto escribe ha podido tener en la 
mano uno de estos ejemplares rarísimos. 



in 



En el volumen pablicado por el P. Torres, 
esto eSf en la Crónica de la Provincia Peruana 
del Orden de los Ermitaños de 8. Agustina constan 
la fundación y primeros pasos de la orden agus- 
tiniana en Chile. Antes de formar éste provincia 
aparte de la del Perú, habían sido fundados los 
conventos de la Serena, Concepción, Valparaíso, 
Talca, Mendoza, San Juan, y, antes que ninguno 
y con peripecias y un portento, el de Santiago el 
año 1695. El gobernador y vecindario y ambos 
cabildos y la guarnición salieron á recibir á los 
primeros padres. Con motivo de este aparato 
triunfal seguido de luminarias, regalos y tedeum, 
la ciudad es descrita por el P. Torres, y se da 
una idea de toda la tierra y de su guerrear con- 
tra el araucano indómito. Solo en 1627, á la 
vuelta de vicisitudes, de un algo como cisma 



PKAY ANTONIO DB LA CALANCHA 11 

cierta vez y del afán constante por gobernarse 
solos^ fue dividida la provincia chilena de la pe- 
ruana, y quedaron independientes estos agusti- 
nos de por acá. 

Torres narra, no con más caudal de vocabula- 
rio ni de ideas que Calancha, pero si con sin- 
taxis de más listos y variados movimientos, como 
que Su Paternidad era nativo castellano y nada 
menos que de Valladolid. Acerca de su persona 
no sabemos más, ni nos han dicho otros, que lo 
que él mismo avisa en las páginas 237, 242 y 486 
de su crónica. Es todo referente á los cargos que 
ejerció en su orden^ y á su grado y á su cátedra 
en In Universidad Real de Lima. La Crónica de 
la Provincia Peruana del Orden ha tenido un 
continuador hasta 1721 en el P. Juan Teodoro 
Vásquez. 

El infatigable Peralta Barnuevo eu su poema 
heroico, donde como él dice se c decanta» á Lima 
con sus hombres y sus cosas integrantes, tenía 
que juntar, como había sido de uso, y juntó para 
el correspondiente elogio, los dos volúmenes 
agustinianos de Calancha y de Torres. Dice así: 



12 BOLIVIA Y PERÚ 



Ve esos varones dos, cayos fervores 
siguiendo al tiempo las veloces haellas, 
del «Agaila y del Sol de los doctores,» 
son plamas dos, dos fúlgidas centellas: 
Galancha y Torres del Perú esplendores, 
qne con pnrezas escribiendo estrellas, 
harán que sea para cada ejemplo 
cada letra nn altar, cada hoja an templo. 



IV 



Cuenta Calancha, en su dedicatoria á N. S. 
de la Gracia, qae todo el que entre los romanos 
sacaba agua de la fuente Cesárea, tenía que depo- 
sitar en el brocal un ramillete, conforme al letrero 
grabado en el márTnol: Qui aquam baurü, fontem 
corona. Y aquí dice: 

cO Virgen soberana, si como es verdad esto, y 
si como es infalible que de vos como de fuente 
viva, no solo sacó Dios la humanidad, sino que 
todas las criaturas sacan agua de celestial sabor: 
O Señora, si algunas gotas de esas aguas de 
auxilio, de gracia, de doctrina, de sabiduría, tiene 
esta Corónica, de vos, fuente celestial, roe han 
venido> de vos con súplicas las he sacado; i si 
como esto es así, fuera verdad que este mi libro 
sea corona de vuestros milagros, de vuestras ma- 
ravillas, de las vidas de vuestros siervos, de los 
ecos de vuestros religiosos, ¿a quién debo yo 



14 BOLIVIA Y PERÚ 



ofrecer la corona sino a la fuente de quien saqué 
las aguas? ¡Hola tú que sacas agua, pon á la 
fuente corona de flores! i^ 

Y á renglón seguido de esta gallarda retórica, 
perfectamente predicable, el autor escribe lo que 
ya no pertenece al arte de la elocuencia sino al 
gusto de esos tiempos: 

c Admitid esta corónica, Virgen de Gracia, que 
lo mismo es corónica que corona; pues, si a Sa- 
turno lo llamaron Cronos que es el tiempo, a ese 
Saturno le pintaron en el brazo una serpiente en 
forma de corona, porque lo circular del año es 
corona del tiempo, i las corónicas tratan de los 
tiempos i los años: recebid esta corónica en 
corona, que honrándola con ponerla a vuestros 
pies, será haberme puesto corona real en mi 
cabeza; i si lo que da vuestro hijo, i repartís 
vos, dice que lo recibe, haced al tanto conmigo: 
recebid, soberana emperatriz, esta corónica o 
corona, i habréismela dado; ponedla a vuestros 
pies, i habréisme oido.» 

Por esta muestra puede calcularse lo que sig- 
nifica el calificativo cmoralizada» con que Calan- 
cha titula su crónica. «Moralizar» era exornar el 



FRAY ANTONIO DB LA CALANCHA 15 

relato mediante referencias extrañas al asunto 
clavadas con alfileres lógicos; era prestar inten- 
ción ó sentido á los hechos hilbanando en la tela 
narrativa asertos, ó hechos también, así de la 
antigüedad como de las sagradas letras. Retórica 
bizantina que había adoptado la baja latinidad 
para su apologética y ascética cristianas, y que 
siguieron con ardor los escritores conventuales 
en romance. El estilo charro de esta escuela se 
trasladó á Indias, primeramente á instalarse en 
todo lo decorativo así postizo como macizo de 
nuestras iglesias, y seguidamente á florear en 
esos otros templos de edificante santidad que son 
las crónicas de las órdenes religiosas. 

No diré que los tomos del otro criollo con 
talento, del limeño fray Diego de Córdoba y Sa- 
linas, no contengan páginas que son retablos 
franciscanos, más bien dicho seráficos, churri- 
guerescamente chapeados de oropel y colores. 
Pero sostengo que no es así por sistema en sus 
capítulos fray Juan Meléndez el dominicano, 
criollo de Lima asimismo y no á la zaga de nin- 
gún cronista nativo por el talento. Se deja no sin 
frecuencia llevar á gusto por el álveo de los he- 



16 BOLIVIA Y PERÚ 



cho8, Ó deja qae otros informantes vengan á 
narrar de refresco, como si deseara qae con eso 
la página resultase menos subjetiva y más teñida 
de realidad. Otro natural más — sospecho que no 
criollo sino mestizo — entre los cronistas más leí- 
dos entonces, el cuzquefio Alonso Ramos Gavi- 
lán, hijo como Calancha de nuestro gran padre 
San Agustín, devoto de María, pero de María no 
en imagen de tipo caucáseo, sino en figura de 
india de cara chata y amarilla, deja que su arroyo 
de certezas y fábulas, que aquí apellidaremos 
€copacabánico,» corra lentamente arrastrando 
espejuelo chico y grande, ramajes, plumeríos y 
otros objetos arrojadizos y de puro travieso di- 
vertimiento. Córdoba, Melóndez y Ramos son 
maestros en el uso del postizo. 

Pero nadie posee un almacén de manuales más 
surtido para armar altares retóricos como el chu- 
quisaquefío Calancha. Nada comparable á la 
Goronica Moralizada dd Orden de San Avgvstin 
en él Perv. Previene Calancha que él aprendió 
ex profeso á «moralizar» vidas de santos, frailes 
y monjas. 



Por otras caasas más íntimas la contextura de 
este libro se aviene más con la estática que con 
la dinámica del razonamiento. ¡Qué diferencia de 
fray Bernardo de Torres, por ejemplo! Aquí me 
canso y allá cojeo; pero siempre andando y an- 
dando. Calancha nó. La agilidad constante del 
estilo narrativo era ajena del modo de ver, del 
modo de sentir y del modo de obrar de nuestro 
padre predicador. Sabía la agilidad sin su cons» 
tancía. 

Aun prescindiendo de lo intruso moralizante, 
que él estimaba en mucUisimo para su crónica, 
entendió que era muy procedente el instalarse á 
firme á amalgamar con sus hechos conventuales 
cosas de todas partes. Entendió que debía hacer 
informativos depósitos á cada paso de su narra- 
ción, para lo cual tenía que interrumpirla cons- 
tantemente. ¡El movimientol Sus inventarios 

P. Y B. 2 



18 BOLIVIA Y PERÚ 



80Q morosos; cuaudo menos inactivos ó inertes, 
tupidamente caen sobre el lector como granizada 
que se amontona. ¡Cuánto que ver allí donde 
estaban ó por donde anduvieron los PP. de san 
Agustín en clausura ó en doctrinal La naturaleza 
del país, ¿no se abría de par en par, con su cielo 
y su suelo y sus aborígenes, dispuesta para muy 
grandes enseñanzas? El libro ha de contener, sí 
eefíor, no solamente lo de adentro sino cuanto 
abajo, encima, delante, atrás y al rededor de las 
casas agustiuianas de ambos Perú, fuere un 
dato cpara mejorar el cuerpo de nuestra vida y 
el espíritu de la vida.» 

Esta dualidad en la concepción del argumento 
de una crónica doméstica, — el escenario de un 
gran país enteramente nuevo, y en mitad del 
escenario el viejo claustro agustiniano como 
centro convergente de todas las miradas, con- 
cepción que hace de un accesorio lo principal, 
pero llena de grandeza y arrogancia, — es una 
idea cuya originalidad reclama C> lancha, con 
más la respectiva patente de invención para no 
ser incluido entre los imitadores. Porque todos 
los demás cronistas conventuales de ambos Perú, 



FRAY ANTONIO DE LA CALAN CHA 19 

todos van á querer hacer lo mÍRmo de hoy en 
adelante sin temor de que se los trague la tierra: 
terraplén y arriate el reiuo, monasterio encima. 
Pero ha sucedido que en la obra de estos artífi- 
ces el santo, con valer poco, vale mucho más que 
la peana. Por donde Calancha goza hasta el día 
de su privilegio exclusivo. En efecto, la materia 
científica por él ingerida en su escrito literario, 
comparativamente mayor que lo conventual y 
superior áél, es otra originalidad ó peculiaridad 
de la Coronica Moralizada. 

Pero ¿y el arte de no cansar, de hacerse leer, 
no digamos de producir agrado, de retener con 
la narrativa de hechos conventuales entreverados 
y medio perdidos entre tanta niultitud de cosas? 
¿Y el secreto para que tanta materia extraída de 
la quietud del espacio no se vaya á fondo, sino 
que antes bien se la lleve en suspensión el rau- 
dal de los hechos que se mueven en el tiempo? 
Porque es moverse el ir hechos y más hechos 
ocupando y desocupando sin cesar lugares del 
espacio, y el ir consumiendo cada cual en su ve- 
rificación transitoria porciones tras porciones del 
tiempo. Á Su Paternidad eso no le importa nada. 



20 BOLIVIA Y PERÚ 



Declara paladinamente que no quiere tener ni 
gastar ningún talento literario. Da por seguro 
que van á disgustar al mayor número sus noti- 
cias de acarreo, no menos que las excrecencias 
c moralizantes» de su libro. El caso es original!- 
simo de parte de quien había ex-profeso estudia- 
diado, como se ha dicho, los modos retóricos de 
€ moralizar» vidas de santos, de frailes y de 
monjas. 

«Yo escrivo para que se aprovechen las ani- 
mas,»— dice — «i no para entretener ociosos. Mi 
estado no pide escrivir coronicas que se queden 
en la esfera de istoria... El aver moralizado esta 
istoria tiene dos intentos: el primero querer in- 
troducir quanto en este Reyno ha sucedido des- 
de años antes de conquistado, para que quien 
leyere este tomo, sepa por mayor quanto en lo 
temporal (asi en conquistas como en fundaciones) 
sucedió en esta Monarquía, i en lo espiritual 
quanto ha sucedido en estas Indias: i el segundo, 
porque moralizando con lugares de Escritura, 
con dichos de Santos i con sentencias de Filóso- 
fos los acontecimientos, las virtudes o los vicios, 
pondere el libro lo que no se ha de parar a pon- 



FRAY ANTONIO DE LA CALANCHA 21 

derar el Letor, i porque si disgustare esto al que 
solo quiere la istoria desnuda i descalza, agrade 
al que aborrece istorias pero desea dichos, luga- 
res i sentencias. Yo viendo quan pocos leen co- 
roñicas de religiones, por el astio que da a los 
resfriados de espiritu el ver vidas de Santos, qui- 
se guisar lo que desea el vagabundo con espe- 
cias espirituales que apetece el virtuoso...; i con 
ésta traza leerán los humanistas lo que apetecen, 
i los eclesiásticos lo que desean, i unos i otros 
las acciones i vidas de mis Religiosos.» 



VI 



De dos especies generales son, pues, los condi- 
mentos con que ha guisado las acciones y vidas 
de sus religiosos el P. Cal ancha: las citas y refe- 
rencias sacadas de las letrad humanas y de las 
divinas; los datos sobre la constitución física, im- 
perio incásico, socialidad antigua y presente etc. 
de ambos Perú. Pues bien, ¿no se podría asegu- 
rar, que si la sazón de los platos se hubiera hecho 
con sólo el primer condimento, esto es, con las 
especias de humanidades y sagradas letras, este 
gran cocinero de las cánimas» hubiese caído man- 
jares y todo en el sempiterno olvido? Á lo menos, 
esta es la suerte actual de casi todos los cronistas 
conventuales de la misma escuela en todos los 
países del mundo. 

El hastío que notaba Ca lancha dos siglos y 
medio atrás es hastío que sigue y sigue. Tras el 



FRAY ANTONIO DE LA CALANCHA 28 



andar de los tiempos ha ido aumentando el nú- 
mero de los que uo leen crónicas conventuales, 
por no cresfríarse» espiritualmente aún más ccon 
el astio de las vidas de saotos.» Junto con eso 
también ha sucedido que aumenta considerable- 
mente el número de los que cquieren istoria 
desnuda y descalza.» La mala suerte de un libro 
se conoce por su escasa ó ninguna circulación. 
En mitad de aquellos dos órdenes progresivos de 
hechos, que nadie podrá negar, bien podemos 
explicarnos por qué la suerte de la obra del 
P. Calancha no ha sido ni mala ni buena ente- 
ramente. 

En primer lugar, ni por asomo se presenta de 
venta en las librerías generales del comercio, cu- 
yos consumidores piden historia sin mezcla. En 
segundo lugar, está ausente de los anaqueles 
donde loa piadosos, los clérigos y los frailes aca- 
rician sus libros de devoción. Se podría sostener 
que este linaje de lectores no sospecha siquiera 
la existencia de la obra. 

Pero no ha sido pésima la suerte del libro. 
Si hoy los predilectos destinatarios ya no ape- 
tecen las especias espirituales que les brinda 



24 BOUVIA Y PERÚ 



lo muy moralizante de esta historia colonial, y si 
la generalidad no gusta de la vida y milagros de 
los tan queridos religiosos de ambos sexos agus* 
tinianos de uno y otro Perú, ahí están en cambio 
los c americanistas,» que buscan con ahinco y 
abrencuriosos éntrelas rodillas este libróte aguisa 
de adobe. Casi destruida la totalidad de los ejem- 
plares por el abandono de los lectores c virtuo- 
sos,» entre los disipados, entre esos que hubieran 
pedido á Cal ancha que escribiera crónicas que 
se quedaran cen la esfera de istoria,» como él no 
quería adrede, están los únicos lectores que hoy 
buscan á precio de oro y conservan con cuidado el 
libro. En ocasiones hay que peregrinar meses por 
Alemania, Inglaterra, Francia y España para jun- 
tarse con una Coránica Moralizada cubierta de 
lastimaduras seniles y amputaciones quirúrgicas. 
Pero peregrinar ¿entre quiénes? Entre inexora- 
bles libreros anticuarios. 

Ciertamente, no es extremar el razonamiento si 
convenimos en que los tales «americanistas» des- 
cienden del gremio desdeñado por nuestro autor, 
de aquél que fray Antonio llamaba «humanistas 



FBAY ANTONIO DE LA CALANCHA Í5 

vagabundos que gustau de istoria desnuda y 
descalza.» Al recorrer estas 975 páginas en folio 
mayor á dos columnas, ellos, si no me equivoco, 
se resignan á tragar todas las pildoras de lagares, 
dichos y sentencias moralizantes dispuestas para 
las almas devotas. Se resignan, á trueque de asi- 
milarse los conocimientos positivos que en y con 
dichas pildoras van envueltos y revueltos sobre 
el territorio y habitantes de ambos Perú. Ni faltó 
quien hubiese proyectado reimprimir un extracto 
de esos conocimientos positivos, purgando asi la 
obra de todas sus especias espirituales, bien que 
dejándola todos sus frailes y sus monjas. 

Para gloria de su autor, la obra sazonada con 
los dos condimentos se mantiene integra. Se acá* 
barón los lectores que gustaban las especias á lo 
divino; pero quedan á firme algunos de los que 
paladean las especias á lo profano. Quieras que no 
quieras, tienen éstos que enterarse en las accio- 
nes y vidas de frailes y monjas. Traza magistral 
ésta de los dos condimentos. El libro no perece. 
Se está^realizando en una parte el intento ya ci- 
tado: «Con esta traza leerán los humanistas lo 



28 



SOLIVIA Y PERÚ 



que apetecen, i los eclesiásticos lo qae desean, i 
unos i otros las acciones 1 vidas de mis Reli- 
giosos.» 

Minoría de lectores indudablemente, pero que 
á ojod vistas no disminuye sino aumenta. 



VII 



Un grupo de esta guardia de honor permanen- 
te, estudiosos con tanto menos gusto literario cuan- 
to con más perspicacia científica, los naturalistas 
rodean con particular estima al vetusto fraile sabe- 
dor, le defienden con gratitud cuando se ofrece, 
le juzgan con benevolencia equitativa, benevo- 
lencia que no sabría gastar la crítica del arte de 
escribir, sino considerando la obra de Calan- 
cha como una contribución de materiales, tan 
oportuna como valiosa, en provecho de la litera- 
tura científica y de los historiógrafos. Raimondi, 
por ejemplo, para no citar sino de muy cerca, 
juez competentísimo é irrecusable en el caso, 
dice con gran fuerza de verdad y de justicia: 

cLa obra del P. Galancha se resiente natural- 
mente á cada paso, tanto del carácter que inviste 
el autor, cuanto del espíritu de la época en que 
fue escrita; así no es estrafio encontrar en ella 



28 BOLIVIA Y PERÚ 



muchos hechos maravillosos, exagerados ó mal 
interpretados. Aparte de esto, el P. Calancba 
puede ser considerado como un autor digno de 
fe, y se descubre en él el deseo de decir la verdad. 
Su estilo, auuque un poco anticuado, no es fas- 
tidioso; pues el autor hace uso de figuras y metá- 
foras bien aplicadas, que amenizan la lectura.» 

Calancha es digno de esta confianza bien 
entendida y experta de los hombres de ciencia. 
Se ve bien que compulsó no eóIo papeles con- 
ventuales sino cédulas del rey, provisiones de 
audiencias, informaciones jurídicas, todo para dar 
en su Coronica testimonio de lo que no ha visto 
por si mismo, ó á fin de rectificar lo que otros 
habían referido mal. Su inspección de visu es 
escrupulosa, según lo que de antigüedades refiere, 
de ritos, de idolatrías, de producciones naturales, 
de crianzas de ganados, de cultivos, leguajes, 
itinerarios, comuneros indígenas etc. etc. Toda 
la obra denota en el autor propensiones observa- 
doras y grande espíritu de curiosidad. Dice: 

iLos más que traginan este Reyno no atien- 
den a curiosidades de la naturaleza, sino a medras 
i aumentos de su negociación o de su codicia; no 



FRAY ANTONIO DE LA CALANCHA 29 

están atentos a lo que examina un escritor 
curioso, i que no platica comercios. Yo me reía 
de Enrice Langren, que pinta por singular cosa 
en estos Rey nos un animal que trae sus ijuelos 
en unas bolsas conjuntas a los pechos; i decia, 
que si uviera estos animales, no dexára yo de 
saberlo aviendo andado lo más deste Reyno: i 
refiriéndolo un día por apócrifo a personas curio- 
sas en esta ciudad de Lima, me lo aseguraron, 
diciendo, lo avian visto entre los trigos; i a pocos 
dias vide yo el animal recien muerto en el cer- 
cado, que es Dotrina de los Religiosísimos Padres 
de la Compañía, i determiné no calificar escritos 
destas materias, aunque uviese asistido diez años 
en un pueblo, pues después de treynta años de 
asistencia en Lima, no avía oido, ni visto animal 
semejante. Agan todos lo mismo, i no caerán en 
mi yerro, i si no supieren una istoria, suceso o 
singularidad, no lo censuren aunque piensen que 
sin duda la supieran si uviera sucedido.» 



vm 



El erudito americanista Marcos Jiménez de la 
Espada, sin disputa primero entre los america- 
nistas espafloles contemporáneos, publicó el aña 
1880 en Madrid la Suma y Narración de los Inca» 
que los indios llamaron Capaccuna, que fueron 
señores de la ciudad dd Cuzco y de todo lo á ella 
subjeto, escrita por Juan de Betamos. Bajo el 
número 170 mi Biblioteca Peruana, tomo pri- 
mero, inscribe esta importantísima producción 
primitiva, cuyo manuscrito algo incompleto halló 
en la Biblioteca del Escorial su diligente editor. 
Curioso sería un cotejo, en punto de historia 
precolombina y antigüedades, entre Calancha y 
este compañero de Francisco Pizarro. 

Betanzos pertenece al gremio de esos cronistas 
del Perú que cuentan el imperio incásico que 
ellos rpismos súbito hallaban siendo y actuando 
y cuyos vestigios de épocas anteriores veían en 



FRAY ANTONIO DE LA CALANCHA 81 

la presente yacer palpitantes aún, por decirlo asi. ^ 
Escribió su obra de orden del virrey don Antonio 
de Mendoza y quedaba terminada en 1551. 
Refiere y puede decirse traduce de boca de los 
indios viejos lo que éstos sabían acerca del origen 
de aquel dilatado imperio, que se extendía de 
Maule á Quito y desde Samaipata y Paucartambo 
hasta el Paposo, Islay y Paita. 

No tengo sino copiar unos breves dichos de 
este escritor de procedencia enteramente origina- 
ria, para hacer sentir que nuestro fraile agustino 
y el aventurero español, separados por casi un 
siglo, son colegas, si vale decirlo, en el oficio de 
apartarse del vulgo para observar con ahinco, no 
menos que en cuanto á la escrupulosidad del 
método investigador. Betanzos poseía á maravi- 
lla, como Calancha, el idioma del país. Tenía 
compuestos una Doctrina Chrisptiana y dos 
Vocabularios^ uno de palabras y otro de noticias 
y oraciones. Con motivo de estos trabajos, que 
permanecen inéditos, Betanzos dice: 

«Quedó mi juicio tan fatigado y mi cuerpo tan 
cansado, en seis años de mi mocedad que en él 
gasté, que propuse, y habia determinado entre mí. 



82 BOLIVIA Y PERÚ 



de DO componer ni traducir otro libro de seme- 
jante materia en lengua india, que tratase de los 
hechos y costumbres destos indios...» 

Pero Betanzos se rindió al superior encargo 
sobre la Suma y Narración, sin disimularse «el 
gran trabajo que dello vi que se me ofrecía, ypor 
la variedad que hallaba en el informarme destas 
cosas, y ver quán diferentemente los conquista- 
dores hablan dello, y muy lejos de lo que los in- 



dios usaron; y esto creo yo ser, porque entonces, 
no tanto se empleaban e.n sabello^ quanto en 
sujetar la tierra y adquirir; y también, porque 
nuevos en el trato de los indios no sabrían in- 
quirillo y preguntallo, faltándoles la intelijencia 
de la lengua, y los ludios, recelándose, no sabrían 
dar entera relación.» 



IX 






Si de la idea general acerca del autor y de bu 
crónica agustina pasamos á la idea particular, 
esto es, al examen de algunos lugares de dicha 
obra, no tendremos sino motivos para explicar- 
nos la autoridad, que con las restricciones dichas, 
conceden á la Coránica Moralizada los escritores, 
y motivos para adherirnos á la afición que 
á CaiíAnoha guardan loa americanistas. Fuer- 
za y primor son las virtudes que resumen, si no 
me equivoco mucho, la eficiencia externa de una 
obra literaria; y, ausente en la que nos ocupa el 
primor de concepción, disposición y expresión, 
uno siente dondequiera en el fondo rugiendo alU 
la fuerza; fuerza de sinceridad en el corazón del 
hombre á pesar de su retórica moralizante, y 
fuerza en el talento del escritor á pesar de^ faltar 
ley ó criterio científicos al cúmulo de sus obser- 
vaciones. Y vayan estas gallardías latientes, sim- 

B. Y p. 3 



84 BOLIVIA T PEBÚ 



páticas á todo ser de nuestra especie, valgan por 
ese primor en la fuerza que exige el arte para 
el efecto de caer sobre los lectores y cautivar lec- 
tores y lectores. 

Los cuatro libros de que se compone el gran 
volumen abarcan la historia de la religión de san 
Agustín en Sud América, durante los ciento cua- 
renta y dos afios que corren desde 1551, fecha 
inicial de los trabajos de estos frailes en el Perú, 
hasta 1693, afio en que se cierra la obra para ser 
sometida á examen y ser enviada á la imprenta 
de Barcelona. La fundación de los conventos de 
la orden en ambos Perú, Quito, Nueva Granada 
y Chile, así como los capítulos generales que se 
celebraron y los prelados que se sucedían, con 
más los frailes ó monjas que se han señalado por 
sus trabajos y virtudes, forman lo que diríamos la 
urdimbre de la narración descriptiva. La trama y 
realces de la tela están en la variedad de noticias 
de otra especie muy distinta que el autor ha quería- 
do insertar haciéndolas parte de su asunto, poi* 
afición irresistible á esos estudios primeramente» 
y en seguida para obtener por este medio los fi* 
nes que hemos visto. 



FRAT AUTOMIQ. DE LA GALANCHA 85 

• El país ea bu topografía y producciones nalii* 
rales, la memoria del incásico imperio según sos 
antigüedades y la tradición viviente de sus hijos, 
el snqeso de la conquista con su emergencia de 
luchas intestinas entre los dominadores de aque* 
lia codiciada tierra, son los puntos de mira que 
resumen y precisan la materia ajena de frailes y 
conventos. 

Norte, Sur, Costa, Sierra, regiones del antiguo 
virreinato del Perú, entre las cuales van inclusas 
las que con especificación se nombraban el Ck)llao 
y los Charcas, son los sembrados diversos y de 
todo clima, las mieses de llanura, valle y cordi- 
llera, en donde cosecha sus frutos y flores de geo- 
grafía, historia y arqueología esta pluma escar- 
badora y allegadora. 

Pero es justo recordar el detenimiento con 
que se complace en describir las provincias de 
Charcas, del Desaguadero al Sud; la región pre- 
dilecta donde estaba asentada^ como capital cau« 
cásica de sierras arriba, la alegre y pintoresca 
ciudad de Chuquisaca ó La Plata. 

cHablemos de la tierra»— dice — ci después nos 
subiremos a su cielo: dé los ídolos, de su anti- 



86 BOLIVIA T PERÚ 



güedad, i de los ritos i goyiernos de sus prime- 
ros Indios, dígimoB al principio de este Libro 
Segundo. Pero perdonárame el que se estrecha a 
leyes de Coronica, si me dilatare algo en decir 
las comarcas i singularidades de mi patria. Dis^ 
culpa legitima, si bien en todo este libro ago el 
oficio de Goronista de mi Orden, y el de Istoria- 
dor de las Indias: que, el singularizarme mas con 
mi patria que con otras ciudades, obligación es 
de la naturaleza, mas que amor de crianza... 
Diré lo que dice el mesmo Eurípides en otro la- 
gar: Tu, pero, o tierra mia, o patria de mis pa- 
dres, vale: esteys en ora buena, que para el varón 
prudente, aunque la patria le trate como a extra- 
fio, no hay cosa mas suave que acordarse que lo 
a engendrado.» 

El lugar es de un escritor latino más conocido 
en el convento de nuestro cronista que el gran 
trágico griego. Llueven en la obra citas de igual 
calidad, no pocas para autorizar impresionesy sen- 
timientos tan naturales y sinceros como el pre- 
sente. 



X 



Sin abandonar lo indispensable de la orienta^ 
ción cronológico-geográfica, nuestro autor ligar 
suele sus elementos narrativos ó descriptivos 
conforme á otras leyes, cuando la lógica reúne 
bajo su mirada, esos elementos por encima del 
tiempo y del espacio. Así se le ve pasar muy 
desembarazado por entre nóminas y localidades 
para pintar cosas antiguas ó presentes de csuelo 
y cielo.» Gózase á veces en que su pluma pene- 
tre una complexidad de hechos sin perder y antes 
bien hallando por ahi el rumbo de su carrera 
informativa. 

Los agustinianos comenzaron su conquista 
espiritual conforme á la táctica que hoy llaman 
los estratégicos modernos el c orden disperso.» 
Calakcua dice: 

cQuando la tierra estava confundida en tan 
líocivas i generales guerras, todos atendían a 



88 BOLIVIA Y PEBÚ 



conservar la vida; i como no avia permanente 
encomendero, o porque a los nombrados por juez 
legitimo les matavan los traydores, o porque a 
los que estos nombravan los castigavan los lea- 
les, no avia dotrinante que estuviese nombrado 
en pueblo o Provincia determinada. Serenóse 
iantoquanto el tiempo en algunos lugares, i ya 
la tempestad de las guerras dejaba islas de psm 
en algunos paises. Porque el afío de 41, que se 
coDJeló el rebelión de don Diego de Almagro en 
Lima con muerte del marques Pizarro,. no avia 
guerras en las comarcaíi d^l Cuzco i Ghuquisacá, 
8i bien estaban inquietas. Pasóse allá la tempes* 
tád, i quedó en los contornos de Lima la inquie- 
tud hasta él afio de 43. Desde este año ae levap^ 
|ó la tormenta de Gonzalo Pizarro en el Cuzca. 
Pero en Lima i QuíIk), si no avia guerras, era 
todo confusión, i la venida del virrey Blasco 
Nufiez Vela avia causado comunes alteraciones. 
Pasó a matarle Pizarro, y con él la guerra a Lama 
y A Quito^ y no dejó la tempestad las Provinqiad 
de Arriba; que asta el año de 4B, que -matarDH 
al iVirrey en Anaquito, fué diluvio de desdhjbas. 
Pejaron esto de LimSiipasó la tormenta con 



FKAY ANTONIO DE LA OALAMCHA 89 

Carvajal i Pizarro al Cuzco i Ciudades de Arri- 
ba. Justicianloa el afio de 48, i de las nubes que 
quedavan ocultas comienzaD las borrascas de 
don Sebastian de Castilla en el Cuzco i de Fran- 
cisco Ernandez Girón, i duran hasta el afio de 
54, que fué degollado. 

cPor estas manchas, donde si avia llovido, no 
estava lloviendo, salían a sembrar algunos Reli- 
giosos: predicavan al buelo, dayan un pregón 
del Evangelio a priesa: andavau en busca de al- 
gunos indios, que por ventura, o no se avian 
escondido, o no audayan en las guerras: decían- 
les algo de la Fe, qual o qual se bautizaba. I 
sueedia el dafio que dijo Cristo, Que poner altos 
ediñcios sobre arena, era exponerlos a (]ue el 
ayre se los llevase o el agua loa deshiciese. Pre- 
dicaban los articules de nuestra Fe; pasava a 
otro lugar el predicador, i eran los Indios arena 
movediza; asi, ni en ellos se sembrava, ni efecto 
provechoso se conseguía. 

c Desde el afio de 51 se trató con alguna más 
comodidad desta conversión, porque asta enton- 
ces, como ya dejamos dicho en el capítulo 17 del 
Libro Primero, no se ablava de la ley de Dios 



iO BOLIVf A T PERÚ 



con eetoB naturales, como alegó el zeloso obispo 
fray Bartolomé de las Gasas al Emperador, pre- 
sentando con su memorial las informaciones ju- 
rídicas el afio de 61, i las mandó imprimir el de 
62, donde le dice lo que ya digimos: que asta 
aquel afio no se tratava por los Españoles que se 
predicase la Fe a los Indios más que si fueran 
perros o bestias; i que antes lo estorvavan, por- 
que para sus codicias lo allavan por impedi- 
mento, persiguiendo los Espafioles a los Religio- 
sos i desautorizando sus personas; con que se 
abatia el estado, i no les oian por faita de res- 
peto, i era delito entonces el dotrinar entre Cris- 
tianos, como lo pudiera ser oy entre Japones.» 



XI 



La entrada de los religiosos agastínos en el 
Perú se verificó por los fines de Mayo del afio 
que ya se dijo de 1551. Doce frailes saltaron ese 
día á la playa del Callao. El 30 de Janio inme- 
diato ya se instalaban en casa propia, comprada 
en Lima con dineros de la real hacienda, casa 
secular que se dispuso en lo posible á modo y 
para clausura de convento. 

En el Libro Primero de su obra escribió nues- 
tro autor un capítulo que lleva por título: c De- 
fensorio. Pruevase que la primera cédula que el 
Emperador despachó, tocante a que pasasen Reli- 
giosos al Perú, i que iziesen sus Ck)nventos a 
costa de sus cajas desde el sitio asta sus orna- 
mentes i campanas, fué en favor de los Reli- 
giosos de san Augustin; i que no piden justicia 
los Religiosos padres de la Merced, en querernos 
llevar en el Perú la antigüedad.» 



42 SOLIVIA Y PBRÚ 



Sabido 68 que este capítulo provocó la polémi- 
ca eotre Ermitaños y Predicadores, inspirando 
con ardimiento la musa historiográfiea del padre 
dominico Juan Meléudez. 

cMuchos eclesiásticos i seculares» — dice Ca- 
LANC0A — can pasado a este Perú, i se á visto 
en los más lo que sucede en aquella fuente que 
refiere mi Padre san Agustín, milagro de la na- 
turaleza i admiración de Epiro, que si le metea 
una aclia ardiendo, la apaga^ i si entra apagada, 
la enciende. Desta fuente dice lo mismo Pompo- 
nio Mela, i dice que ay otra en Macedonia: i 
san Isidoro abla de ella como de secreto admira- 
ble. Asi son i an sido algunos, que pasando al 
Perú encendidos de caridad, se les apaga con la 
codicia, i otros seculares entrando en este Perú 
sin luz de virtudes, se an encendido en el amor 
de Dios, tomando el abito de Religiosos, i an 
sido luzes desta Gentilidad: pasaron frios i apa- 
gados, i dióles Dios su gracia, en que se encen- 
dieron, alumbrando la oscuridad destas Indias. 
Pero nuestros doze fundadores fueron como las 
piedras Asbestos» que crió Dios en Arcadia^ de 
quien dice mi Padre san Aguatin, que no tenien* 



FRAY AUTOinO.DJS LA QALAKCHA 48 

do ^ego en ai como el pedernal, ai una yes \% 
^encienden nunca jamas se apaga, i dura largoi 
tiempos, o creciendo o conservando su fuego, 
como la más encendida brasa, sin desazerse ni 
^pnsumirse.» 

, Para que los religiosos dominicos, francisca^ 
oes,; mercedarios y agustinos, que por estas 
partes andaban disperso^ en pueblos y campos, 
ae ocupasen con fruto en traer al conocimiento 
ds la fe católica á los naturales, y para que á 
este mismo fin vinieran de Espafia nuevos y 
nuevos operarios con seguridad de acierto y de 
concierto, hízose indispensable desde 1557 la 
apertura de casas y más casas donde se acogie- 
sen y donde se guardara la disciplina correspon- 
diente á cada orden. La fundación de conventos 
aquí y allá equivalía á levantar fortalezas y cuar- 
teles para la conversora milicia. Estas obras no 
podían ejecutarse sino con el favor de los veci- 
nos pudientes, la aquiescencia de los propios in- 
dígenas y la autoridad de los prelados diocesanos. 
Los anales de los Ermitaños, lo mismo que las 
crónicas de los Predicadores, de los Seráficos y 
de los Redentores, que así se nombraban respec- 



44 BOUVIA T PBBÚ 



tíyameDte Io6 frailes agustinos, los dominicos, los 
franciscanos j los mercedarios, dan cuenta de 
qne se vieron crecer con rapidez en ambos Perú 
sns casas, sus haberes y sn monacal familia. 

Pero, la verdad, más gustaron de vivir en vi- 
llas j ciudades que en aldeas de indios incásicos, 
ni mucho, menos en misiones de bárbaros fron- 
terizos ó salvajes más ó menos reducibles. Oa- 
LAHCHA no entra en pormenores sobre este par- 
ticular, que si se hubiese de tratar con el deseo 
sincero de decir verdad que se advierte en dicho 
cronista, pondría muy en claro el espíritu no 
nada apostólico y evangelizador de esos claus- 
trales. 



xn 



GaiíAncha era grande aficionado al estudio de 
la astronomía, ó más bien dicho astrología, que 
ésta y no otra era la que en aquel entonces se 
tenía por ciencia de los cuerpos celestes. Había 
fijado en un libro, para cada lugar con agustino 
convento, la estrella de su zenit, el signo zodia- 
cal y el planeta ó planetas inmediatos. Todos 
ellos, según las ideas del tiempo, ejercían in- 
fluencia en el carácter de los nativos del lugar. 
La fijación de esos astros, determinada por él 
mismo, ha servido á nuestro agustino para pre- 
sagiar la suerte y explicar los hábitos de no po- 
cas ciudades y villas de ambos Perú. Véase, por 
vía de ejemplo, cómo explica astrológicamente 
la índole y destino de los patricios moradores de 
Potosí: 

c Predominan en Potosí (que está en veinte 
un grado, i poco más de veinte minutos) los sig- 



46 SOLIVIA Y PERÚ 



nos de Libra i Venus, i así son los más que in- 
cliuan a los que allí abitan a ser codiciosos, 
amigos de música i festines, i trabajadores por 
adquirir riquezas, i algo dados a gustos venéreos; 
sus Planetas son lupiter i Mercurio; este inclina 
a que sean sabios, prudentes e' inteligentes en 
sus comercios i contrataciones, i por luplter 
magnánimos, i de ánimos liberales: que estos 
Signos i Planetas predominen se ve provado en 
el tratado que pongo de los Signos i Planetas 
que dominan en las Provincias del Perú; i que 
influyen estas condiciones lo afirman Ptolomeo 
i David Orígano. 

c Y que autor, ni astrólogo mas verdadero que 
lo que en Potosí nos enseña cada ora la espe- 
rienda? 

cLas estrellas verticales que pasan sobre Potosí 
pongo con las demás del Reyno en aquel tratado, 
i nótese quanto se dejan llevar los mas que alH 
abitan de las influencias de sus estrellas que alli 
predominan, pues de siete estrellas verticales, las 
cinco que son las del ojo del cuervo, que Coper- 
nico dijo era el cuello, o cerviz, i la estrella Aus- 
trina en la frente de Escorpión, i la que está eú 



FRAY ANTONIO DE LA CALANCHA 47 

la estremidad del arco de Sagitario, i la antece- 
dente de la cabera de Sagitario, i la otra que se 
le sigue; todas cinco son de naturalezas de Marte, 
i ellas en Sagitario i Escorpión, que solo in* 
fluyen guerras, disensiones, odios, pendencias, 
muertes i eridas, i de las otras dos estrellas, la 
de la pierna derecha de la Serpiente, o Fiucfaiu 
es de naturaleza de Venus, i la antecedente Aus- 
tral de la espina de Capricornio, es de natura* 
leza de Mercurio, tratos i comercios, ocupaciones 
venéreas, que debiendo oponerse los que en 
Potosí abitan a estas iuflaencias, con el valor del 
libre alvedrio se rinden, i se ve en común el 
efecto de estas constelaciones.» 

La tentativa de nuestro autor para determinar 
la longitud geográfica de Lima, aunque frustrá- 
nea, acredita el interés con que á este fin obser^ 
vó allí un eclipse de sol que se habla anunciado 
para Valencia el afio 1633. 



XIII 



Afios atrás escribía para mis alumnos el pre 
(jepto literario que sigue: cNo pocos cronistas, al 
contar lo que vieron, lo cuentan como lo vieron 
y creyeron, y sin embargo á veces como no eran 
las cosas en realidad. Su narración es fiel sin ser 
exacta. La crítica histórica admite por eso con 
reservas el testimonio de algunas crónicas.» No 
lo he puesto en olvido por mi parte al leer la 
Coránica Moralizada. 

Asistió Calancha á sucesos singulares y ex- 
traños que casi traspasaban con su novedad lo 
humanamente posible ó lo positivamente vero- 
símil. Ha presenciado casos inauditos que le 
pareció que excedían los límites regulares de la 
naturaleza. Se decir que unos y otros hechos y 
eventos son sabores que salpican agradablemente 
esta larguísima crónica. Provocan explicaciones 
de nuestra incredulidad moderna; dejan ver las 



FRAY ANTONIO DB LA OALANCHA 49 

excelentes dotes de Calangha como narrador 
rápido y pintoresco. 

Tiempo seria por eso que nos acercásemos más 
al fraile antiguo de la Colonia, y que nos dejara* 
mos un poco de apreciaciones tocadas de nues- 
tro subjetivismo. Que venga el objeto algunos 
ratos á nuestra presencia, y, como el objeto es 
un escritor, hagámosle hablar á efecto de cono- 
cerle por ahí más y más bien. 

Por vía de breve y llano ejemplo véase el si- 
guiente caso que el Padre cuenta al hablar de la 
proviuciá de Cochabamba : 

cEs pais alegre i regalado, i la villa mediana- 
mente poblada. Aquí se fundó nuestro Convento 
en la pla^a principal, i es el más bien acabado 
de la villa; iglesia, sacristía i otras piezas de la- 
Qos de cedro, i goza de agradable i regalada 
guerta; ay Religiosos de treinta años conventua- 
les, sin apetecer mudaripa, viven con quietud, i 
tienen lo necesario. Quando yo pasé por aquel 
Convento, vide en una dotrina nuestra llamada 
Itapaya, que en la celda del Padre fray luán de 
Chaves, buen Religioso que doirioaba aquel 
anejo con virtud i trabajo, cria van en la ventana 

B. Y p. 4 



50 SOLIVIA Y PBRÚ 



por la parte de dentro una gran colmena las ave- 
jas, fundándolas sin ponerles corcho en las puer- 
tas de la ventana; i viendo la mansedumbre con 
que entraban i salian por la puerta de la celda 
(que la ventana estava siempre cerrada, porque 
la colmena cogia el medio de las dos puertas de 
la ventana) me dijo él, i lo supe de otros, que 
avia años que por aquel tiempo venian al mes- 

mo lugar las avejas, i le labraban un panal, sin 
que al entrar, ni salir los enjambres picasen, ni 

fuesen en nada penosas al dicho fray Juan, ni a 
los que allí entravan, i dejando maduro i sazo- 
nado el panal se iban, i el afio siguiente por AbrU 
i Mayo venian a labrar otro. No lo refiero por 
maravilla, sino porque tiene algo de novedad, 
aunque las virtudes del Religioso pudieran me- 
recer este favor.» 

Hé aquí un caso de restitución de un hurto 
sacrilego en el Cuzco. Causó maravilla doble- 
mente por la exageración con que se contaba y 
por la propensión á la misma con que se escu- 
chaba : 

f Por el afio de mil i seyscientos i doce, ur- 
taron una corona de precio con engastes de pre- 



FRAY ANTONIO DE LA GALANCHA 51 

ciosas piedras a esta santísima Imagen; muchas 

• 

diligencias se izieron por aliarla, i no pudieron 
en muchos dias descubrirla; no uvo indicios, ni 
se adivinaba el ladrón; mandó el Prior al Padre 
fray Pedro de Anbite, Religioso de notoria vir- 
tud, muy devoto de aquel altar, que dijese en él 
las misas de las llagas, interponiendo a la Vir- 
gen por abogada para cobrar su corona, i que si 
avia sufrido la ofensa, descubriese su joya (era 
la más rica de su adorno); salió a decir la pri- 
mera Misa, i acabada la Epístola, se bol vio a 
decir el Evangelio, i al tiempo de poner el ayu- 
dador el misal i atril, apareció allí la corona en 
el sitio donde se ponía el misal; admirado dijo 
el Sacerdote: ¿No es ésta la corona de la Madre 
de Dios? Estaba abollada, pero no disminuida. 
Sin responder el ayudador cogió la corona, i de 
corrida se la llevó al Prior contando el caso, i 
ponderando la ocasión aclamóse el milagro, i 
dieron gracias a la Virgen Santisima, que descu- 
briendo el urto no quiso lastimar al ladrón.» 



XIV 



El prodigio del blasfemo endemoniado que se 
volvió á Dios en Potosí, ó más bien del neurótico 
que de agudísimo acometimiento sanó en aquel 
hospital, lleno está de cosas sorprendentes. Pero 
es algo extenso el relato. Prefiero citar el caso no 
menos patológico de un vecino de Ghuquisacft 
cogido de feroz atrición. Después de haber teni- 
do ayuntamientos carnales con una monja den- 
tro del claustro, mediante á que un negro le 
aguardaba con escala al muro para la salida, 
cayó dicho vecino en la tortura de arrepentirse 
horrorosamente. Sentíase presagiado por el ins- 
tinto volvedor de una muía, que cierta vez tornó 
á la querencia al sentir que soltaba del todo las 
rieixdas su caballero, el cual era un correo expre- 
so potente en dormir la mona: 

cAvia en Chuquisaca un noble vezino, llama» 
do Antonio Pantoja, el onbre de mejores partes 



FRAY AKTOMIO DB IíA OALANCHA 5S 

que ha tenido el Perú; era cavallero, ijo de pa* 
dres muy lustrosos, que le dejaron gruesas rentas 
en feudo de Indios, i en otras eredades, casas, 
labranpas, i copias de ganados; era de lindo talle 
i de apacible i discreta conversación. Estudió 
letras umanas, Artes i Teología en que salió coA 
Opinión, i aprovechado; fué diestro en las armas, 
i perfecto en la giueta, músico de muchos instru* 
mentes, i poeta cieutifíco; era amado de todos, 
tanto por la dul9ura de su condición, como por 
Éu gran liberalidad. Casóse con Doña María Ma* 
nuel, señora noble i de cabal ermosura; discreta, 
afable i gallarda: ¿quien pidiera mas a la fortu- 
na? Pero ¿donde izo mas estragos la desgracia? 
c Salió un dia por el pueblo rumor contra una 
Monja, i dilatóse la calumnia (que como sea en 
afrenta de eclesiásticos, quiere el Demonio fingir 
que aze milagros, ablan los mudos, i se azen tefl*^ 
tigos de vista los ciegos): pasados algunos meses, 
acusaron por delinqüente eui^l pecado nefando 
a este Antonio Pantoja, i dada bastante informa- 
ción, dio mandamiento de prisión la Real Au^ 
dieueia. Pero uno de los Oidores (intimo amigó 
suyo), avisó a su muger, i ella al punto enbió a 



R4 BOLIVIA Y PBEÚ 



dar aviso a su marido, qae estaba en su eredad, 
seys leguas del pueblo; despachó con el papel a 
un criado Espafiol, de secreto i confianza, i dióle 
una ligera i valiente muía. 

c Salió a prima noche de la ciudad, caminó 
toda la noche, durmióse un poco, i quando des: 
pertó, se alio en el patio de su casa. La noble 
sefiora, que en toda ella no durmió de afligida i 
cuydadosa, pensó que ya el criado venia de buel- 
ta, i supo lo que le avia sucedido. Bolvio a es- 
cribir al marido, refiriéndole lo que al criado le 
pasava, i que dentro de pocas horas iría en su 
busca la justicia: que se ocultase, ó se previniese, 
que con fácil defensa rendirla a los capitulantes; 
pues eran Indios, i otra gente baja: su muger 
cierta estaba de que era culpado su marido, ya 
porque lo avia visto, i ya porque avia tiempos 
que no le parecían bien las mugeres. 

c Guando Antonio Pan toja leyó el papel, i oyó 
a su criado, sin responder a nada mandó que se 
le trugesen unos grillos i esposas, que para sus 
esclavos tenia en su quinta, i dijo: c Quien a vos 
c os estravió, i no quiso que vinieses anoche, 
c quiere que yo pague, mis pecados;. con estos 



FRAY ANTONIO DE LA GALANCHA 65 

c grillos quiero que me lleyen, i en esta vida 
c aanque sea con tanta ignominia, quiero qae 
c me castiguen.» 

»No valieron ruegos, ni advertencias del cría- 
do; liego la justicia i entregóse a ella, dando las 
prisiones con que lo llevasen, resuelto de no ad- 
mitir defensa, ni atender a onra, pidiendo a Dios 
recibiese por descargo i penitencia aquella muer- 
te de afrenta. Deudos i amigos calificados le pe- 
dían que negase, i la justicia deseaba que se 
defendiese para darlo por libre; pero él, que ya 
estaba concertado con Dios, confesava a vozes 
sus pecados, nombrando al conplice, que era un 
feo i asqueroso negro esclavo suyo. Pidió solo le 
diesen de vida un mes para azer penitencia; fue 
tan cruel que estuvo para morir antes que lo 
matasen.» 



XV 



No es menos extraordinario lo que pasó des* 
pues. Prosigue Calancha: 

cLlego el día del suplicio, i aconpañandole to- 
dos los Religiosos de las quatro Ordenes, i un 
sinnúmero de gente que concurrió de las comar^ 
cas, salió en una muía enlutada, aziendo actos 
fervorosos de contrición a un Cristo, quebrando 
corazones, i siendo en tanta multitud de diversas 
gentes comunes i continuas las lagrimas. Llegó 
a la esquina de la pla9a fronteriza al Cabildo, 
donde era su casa, i ablando con los balcones i 
paredes, confesa va a ver ofendido a Dios sin te- 
mor de su ira; pidió perdón a su muger que pu- 
diera oirle, i atravesó de dolor a quantos le 
oiamos. 

cAnduvo una quadra i llego a la esquina da 
las Monjas (para este punto se refiere el suceso): 



FRAY AMTOHIO DK LA OALAKCHA 67 

flílli izo parar a todos, i pidiendo silencio dijo en 
tilia voz: 

cSepan quantos oyeren mis afrentas, qne el 
•« aver yo ablado en desonor deste santo Monaa* 
€ torio, fue lo que irritó a la justicia Divina, para 
«qne me dejase de su mano, i permitiese que 
«otro dia siguiente cometiese éste pecado, con- 
€ tinuandolo asta que me prendieron. Escarmieu» 
< ten en mi los que desdoran la oura de las espo- 
c sas de Cristo, i consideren con quanta afrenta 
•* pago aquella culpa. » 

«Calló, i luego dio una gran voz, diciendo: 
« lesus me valga! > i quedó sin abla desmayado i 
temblando. Desmayóse i pasmóse el acomp&fia- 
miento pensando avia muerto, i dándole vozes su 
Confesor, que era el padre Predicador Villafrán- 
ca, Superior del Convento de Santo Domingo; 
bolviendo en si, dijo el Antonio Pantojar «vide 
« orrible al Demonio, que apuntándome al Coii* 
« vento de las Monjas, me dijo, que por sola 
« aquella culpa quando no tuviera otra, era cierta 
€ mi condenación.» 

«Oyéronle Religiosos, que i van junto á él dé 
San Agustín, í aconsejáronle dígese aquesto en 



58 BOLIVIA Y PERÚ 



VOZ alta, que sería parte de satisfacción; izólo con 
valor Cristiano, pidiendo muchas vezes perdón i^ 
las Monjas i oraciones a todos. Caminó a su 
oguera, donde multiplicando actos de contricipn, 
murió como penitente. 

cEscarmienten los que no saben lo que irrita 
a Dios el desdorar sus esposas, i teman que qui^á 
no les dará tienpo de confesar su culpa, ni de 
satisfacer la onra; como le sucedió a otro, que 
contando una afrenta, murió sin llamar a Dios 
antes de acabarla. Lastimar al crédito de un Sa- 
cerdote, es lastimar a Cristo (como él dice) en la 
nifia del ojo; pero quien toca i ofende a una 
Monja, esposa suya, hiere i ofende en ambos ojos 
a Cristo. Que por eso con parando la cabe<;a de 
Cristo Salomón, al oro, i la de la esposa al monte 
Carmelo, las megillas a los jardines, y los de las 
esposas a las tórtolas, i asi las demás faciones 
diferenciando las de Cristo, quando abló de los 
ojos, advertencia de Gislerio, puso una misma 
semejan9a diciendo, que los ojos de la esposa eran 
de palomas, i los de Cristo como los de esas pa- 
lomas, curándose de tener los ojos como los de 
su esposa, i pudiéndola onrar con decir, que los 



FRAY ANTONIO DS LA CALANCHA 



59 



de 8u esposa se parecían a los sayos, no dice sino 
que los suyos se parecen a los della; en que po- 
demos ver, que es erirle ambos ojos a Cristo, el 
tocar a la onra de una Monja.» 



XVI 



Otro caso de Chuquisaca en el mismo monas* 
terio, caso moderno de escalamiento del muro 
para cohabitar con santa monja en su celda, es el 
del general Garlos María de Alvear, enviado ex- 
traordinario y ministro plenipotenciario de la 
Argentina en Bolivia. La tradición ha venido 
reñriendo el sacrilegio y-á las veces como suele 
adulterándole. Largo tiempo se negó el hecho en 
Buenos Aires, acaso porque habiendo cortado con 
perjuicio las negociaciones y habiendo puesto 
escandalosísimo término á la embajada, se liga 
con los anales de la cancillería argentina y per- 
tenece de lleno á la vida pública de aquel gene- 
ral. Pero el año 1881 vi que don Ángel Justi- 
niano Carranza, historiador erudito y bibliófilo 
coleccionista, ya poseía en dicha ciudad datos 



FBAY ANTONIO DE tA CALANCHA 61 

precisos, de buena fuente, sobre la verificación 
de la aventura, bastantes para un fiel y pinto- 
resco relato. 

Este último ha eido realizado el afio 1894 en 
una manera perfecta por don Ricardo Palma, no 
86 si con estas mismas informaciones ó con otras 
no menos exactas de distinta procedencia. Corre 
bajo el título de fUn Tenorio Americano» en el 
tomo III, pág. 168 de las Tradiciones Peruanas 
impresas en Barcelona por la casa editora de 
Montaner y Simón. 

Desde 1879 en que apareció en Caracas el vo- 
lumen de la correspondencia epistolar del maris- 
cal Sucre con Bolívar, ya nadie pudo poner en 
duda la efectividad del hecho. Pahna á guisa de 
comprobante histórico de su c tradición,» copia 
acertadamente, de una carta de Sucre á Bolívar 
con fecha Enero 27 de 1826 en Chuquisaca, el 
aparte que sigue: 

cEl General Alvear salió por fin el 17 en la 
tarde. Debo de^ir á Ud., por prevención de lo 
que se le escriba por alguien, que este señor tuvo 
la imprudencia de verificar por fin su entrada á 



M SOLIVIA Y PSRÚ 



las MÓDÍcas, y sorprendido por la Superiora tave 
yo que poner manos al asanto por ruegos de su 
buen comportamiento para evitarme un escándalo. 
Pude hacer que saliese sin que la cosa sé hiciera 
un alboroto, pero como fue sabida por muchas 
personas, ya no hay títere en la ciudad que no 
esté impuesto del hecho. > 

En el tomo I, página 412, mi Biblioteca Pb- 
BUAMA, de Santiago, dio noticias sobre la colec- 
ción de cartas privadas y de documentos oficia- 
les, en la capital de Venezuela publicados bajo 
el titulo antojadizo de Memorias del General 
O^Leary. Tres solamente son los tomos de na- 
rración de este primer edecán y guardador del 
archivo de Bolívar. 27 volúmenes en 4.° contienen 
la correspondencia dirigida al grande hombre. 

Habría que hacer tan sólo dos levísimas recti- 
ficaciones al colorido y exacto relato de Palma. 
El cimpertérrito realista» doctor Serrano, que di* 
ce, padre no era sino hermano de la forzada y á la 
vez ardiente monjita Isabel. No fue impertérrito 
realista si militó después de poco en el campo con- 
trario, y, si vuelto al rey en servicio de Olañeta, 
experimentó de nuevo entusiasmo por la patria 



FBAY ANTONIO DE LA CALANCHA 68 

después de Ayacucho (*); ese entusiasmo que le 
hacia prorrumpir en su Acta de la Independencia 
del Alto Perú: c Lanzándose furioso el Leóu de 
Iberia desde las columnas de Hércules hasta loa 
imperios de Moctezuma y de Atahualpa, es por 
muchas centurias que ha despedazado el desgra- 
ciado cuerpo de América y nutrídose con su sus- 
tancia.» 

El doctor José Mariano Serrano no tuvo hija 
sino hijo» entiéndase legitimo. Sin acudir á la 
prensa volandera de gacetas é impresos sueltos 
del día, los folletos en folio números 1072 y 3014 
de mi Biblioteca Boliviana, de Santiago, infor- 
man bastantemente que don Federico Serrano, 
doctor de Chuquisaca él también y ¿por qué no? 
vivía, así como antes su padre, con la querida en 



(*) Esto escribía antes de conocer la vindicación con- 
clórente de Serrano en el asnnto de la felonía del secre- 
tarto de Gorriti, gobernador de Salta, secretario qae co- 
municaba noticias sobre los patriotas al general Olafieta. 
Dicha vindicación se publicó en El Teatro de la Opiniónf 
de Buenos Aires, número 27, correspondiente al 21 de 
Noviembre de 1823. Antes al contrario, Serrano ingresó 
á la causa de la Patria en 1809 para serla fiel á través de 
larga 7 penosa emigración. Volvió á Chuquisaca como 
secretario de Arenales el afio 1825. 



64 SOLIVIA Y PERÚ 



casa; y que, aei como éste había expulsado del 
hogar al único legítimo (los había de otras dos ó 
tres clases en el hogar) por celos con la querida ' 
última, á su turno don Federico expulsó de este 
mundo á su amigo el doctor en medicina don 
Manuel Rendón por celos con la querida actual. 
Le armó al efecto una celada cierta noche en su 
casa haciendo venir allí al médico con motivo 
profesional, y le hizo matar á palos en el zaguán 
á oscuras, y él mismo le asestó el golpe postrero 
en las sienes valiéndose del cañón de una pistola. 
La ferocidad y alevosía de este crimen llenó de 
horror á la capital. Pero el reo se encargó de firmar 
la sentencia condenatoria y de ejecutarla primera- 
mente se fugó de la cárcel ya avanzado el pro- 
ceso; después en la Argentina se suicidó. 

Lo mismo que su tía la monjita Isabel, el 
amor. Asunto para una c tradición,» mas no del 
género sacrilego sino del patibulario. 



XVII 



Donde está el depósito de argumentos para 
relatos y leyendas es en el libro de nuestro 

CaIíANCHA. 

Generalmente los casos de sueftos y de visio- 
nes interesan poco en las vidas de santos y de 
siervos de Dios. Eso mismo pasa en dicho autor. 
Mas no así enteramente el caso que sigue, refe- 
rido con grande asombro. Combínanse en él el 
sueño y la vigilia, y aparecen dos personajes im- 
portantísimos, Cristo y la Virgen, movidos en 
sus actos á la humana. Son el resorte dramático 
del suceso. 

«Por el año de 1613 eran Curas de la Catedral 
del Cuzco dos Clérigos, el uno llamado el Licen- 
ciado luán Rodríguez; era de los mas egempla- 
res Eclesiásticos, que an tenido estas Indias; 
varón docto, que leyó muchos años Artes y 
Teología en el Colegio de S. Antonio Abad, se- 

B. Y p. 5 



66 SOLIVIA Y PERÚ 



minario de aquella Iglesia donde fué Rector; era 
dotado de notorias virtudes, y tenido por gran 
virtuoso, prudente y zeloso de la onra de Dios; 
onbre de oración, y limosnero de mucha caridad 
i mansedumbre, por quien viviendo él, dijo pre- 
dicando el Obispo del Cuzco don Fernando de 
Mendoza de la Compafiia de lesus, que merecia 
mejor su mitra el Licenciado luán Rodríguez 
que él, porque la opinión que tenia era muy de- 
bida a sus costunbres. El otro Cura su conpa- 
fíero fue muy distraído, sus egercicios eran jue- 
gos de iiaypes, gargonerias de enamorado, abi- 
tuado a juramentos, i era su casa receptáculo de 
distraídos; con estos encuentros de vida servían 
su Beneficio, luciendo mas la compostura del 
uno, al lado de los distraimientos del otro. Vna 
mañana se entró al amanecer el Licenciado luán 
Rodríguez a nuestra celda (amavame como bueno 
y yo le respetaba como a siervo de Dios) i des- 
pués de algunos preanbulos que temeroso i con- 
fuso como cuerdo i docto me dijo, refirió lo 
siguiente. 

cQue estando durmiendo aquella noche, avia 
visto en sueños, que una persona lo saca va de 



FRAY ANTONIO DE LA CALANCHA 67 

hu casa, y lo llevava al tenplo de la Iglesia mayor, 
que todo él eslava triste i escaro y a la laz que 
dava una peqaefia lanpara, vido a la Virgen 
santísima de rodillas ante nn Cristo crocifícado» 
que eslava en el altar mayor, con muestras el 
Ijo i la Madre de singular dolor, i congojosas 
ansias, i que puesto en su presencia, le dijo Cris- 
to: Por ruegos de mi Madre, que está agradecida, 
a quien algunas vezes le á limpiado i compuesto 
sus altares tu conpafiero, quiero usar desta mise- 
ricordia. Vé a su casa, dile, que dentro de tres 
dias á de morir, i le é de tomar estrechísimas 
cuentas, que confíese sus culpas, y conponga sus 
cargos. Sacóle de la Iglesia quien lo avia traido 
(a quien nunca vido el rostro) i llevólo a la casa 
del Cura su conpañero (todo en sueños), i avien- 
dolé dado el mensaje de Cristo, le respondió, 
que él eslava bueno, i que no creyese en sueños, 
que no Iratava de confesarse. Bolviendo a la 
Iglesia, alió como antes a la Virgen de rodillas, 
continuando la suplica; repitió la respuesta, i 
di jóle Cristo: Buelve otra vez, i dile, que á de 
morir dentro de tres dias, porque sus vicios i 
malos ejenplos me an irritado tanto, que a no 



68 SOLIVIA Y PERÚ 



ser su abogada mi Madre, años á que se uviera 
condenado, i que por su ruego le doy estos avi- 
sos, i le espero a penitencia. Bolvio con la se- 
gunda monitoria; i diciendole oprobrios, llaman- 
do enbustes sus encarecimientos, le dijo, que no 
le viniese con ipocresias, que la calentura que le 
avia dado, era mas destenple que enfermedad, 
que si uviese de confesarse, primero avia de azer 
BU testamento, que le dejase i no le añigese. Se- 
gunda vez bolvio a dar la respuesta (todo esto 
durando el sueño) i al entrar en la Iglesia vido 
en pie a la Virgen, i cubierto con los cabellos el 
rostro del Crucifijo, i toda la Iglesia colgada de 
luto, i oyó una voz que con dolorido sentimiento 
dijo: ¡Ay del desdichado sacerdotel Y sin que el 
Liceuciado luán Rodriguez repitiese la respuesta 
lo sacó de la Iglesia, i al llegar a la puerta que 
salia al cimenterio, vio que quatro animales 
negros i feroces Uevavan despedazando al Cura 
su conpafiero.» 



XVIII 



Hasta aquí la parte soñada. Al referir la parte 
que diremos «despierta,» Calancha. cae en re* 
flexiones de notarse en él. 

«Con este orror dice que despertó aliándose 
mortal, i con sudores fríos, desmayadas las fuer- 
zas i quebrado el aliento. Púsose en oración, pi- 
diendo a Dios se sirviese de alumbrarle en eje- 
cutar su voluntad, i en certificarle si era suefío, o 
verdadera visión; porque para dar los avisos a 
su corapafiero, era falible fundamento un suefío, 
i para dejarlos de dar era culpable el no advertir 
el orden, i las circunstancias de la visión. Di jo- 
me, se avia determinado de consultar el caso con 
un Religioso grave i docto de la Compañía de 
lesuS; i platicarlo conmigo, sujetándose al con< 
se jo que los dos le diésemos: «a otro i no a mi 
« deviera escoger, le dije, pues tanto me falta de 
< ciencia como de virtud;» pero conociendo que 



70 BOLIVIA Y PERÚ 



en varios lagares de la Sagrada Escritura, i en 
millares de casos revelados a los Santos de la 
Iglesia que tiene recibidos por revelaciones, avia 
Nuestro Señor manifestado su voluntad en sue- 
ños, escogiéndolos porque las especies impresas 
de la fantasia, representasen la visión sin sobre- 
saltar el ánimo, ni asombrar las potencias, dando 
sueño Dios, para que con mas comodidad reci- 
ban sus siervos sus iluminaciones, i que se cono- 
cerian ser del cielo, si teniendo fundamentos de 
verdad, se ordenasen a provechos del anima, i a 
mayor onra de los atributos de Dios, sin atrave- 
sarse entre lo espiritual que se sueña los dislates 
i burlerías que se suelen soñar. 

cYo le aconsejé, que visitase a su compañero, 
i le introdujese la santa amonestación, i que si 
fuese correspondiendo lo que le decia con lo que 
avia soñado, continuase con fervor el remedio 
de aquel anima. Determinóse el bueu Clérigo 
porque el Religioso de la Compañía era del 
mesmo parecer; dijo Misa, pidió lo conveniente 
a Dios, i fuese a casa de su compañero, a quien 
alió bien divertido; fué disponiendo la platica, i 
llegó (cotejando lo que le respondía con lo que 



FRAY AHTONIO DE LA CAL ANCHA 71 

avia soñado) a referirle el sueño, que avia de 
morir dentro de tres dias; triscó del aviso chaco- 
teando el sueño, i diciendo no creyese <en ellos, 
que él estava bueno; salióse el Licenciado luán 
Rodríguez ya cierto de la visión, i condolido de 
su despego, i comunicó lo sucedido al Religioso 
de la Compañía i a mi; atizamosle a que no le 
dejase un punto, i sufriese con caridad los baldo- 
nes, o para remediar aquel anima, o para justificar 
la gran piedad de Dios. Boivio otro dia al compa- 
ñero, i alióle con calentura en la cama, i que avia 
contado a sus comenzales el aviso, i la visión de 
que acian plato de juglería; sufrió como bueno, í 
continuó como caritativo, pidiéndole que se confe- 
sase pues estaba con calentura, i era sacerdote; 
respondióle: Que no le apurase, que con sus 
sueños le avia traido aquella calentura, que si 
fuese adelante su mal, aria primero testamento, 
i después se confesaría; dijole que se fuese, i 
deteniéndose el buen Clérigo, le dijo a gritos, 
que le dejase con el diablo. Lloroso salió viendo 
quan poco se ablandaba su dureza, i quan array- 
gado estava en su malicia. 

cTercera vez boIvió después de larga oración, 



72 BOLIVIA Y PERÚ 



i de mucha diciplina, i viéndole que era un fue- 
go vivo la calentura, i que era el tercero dia de 
BU visión, le declaró lo que oyó en la Iglesia; 
<|ay del desdichado Sacerdotel» El enfermo des- 
pechado dijo: que ya se había reconciliado, i que 
se confesaría, que le dejase solo. Bolvio el rostro 
a la pared, i allí espiró. 

cDolorosa muerte, i desdichado fin! Yo me 
alié en su entierro, i quantos en él ivan, solo 
platicaban de la visión del Gura luán Rodríguez 
publicada por el difunto, i pregonada por sus 
guespedes. Todos ivan diciendo quando lo Ue- 
vavamos, condenado está este mal Sacerdote, 
lamentable voz, i dolorosa muerte. Este caso 
supo toda la ciudad, i yo no lo juzgo condenado, 
porque eso está remitido al saber de Dios, i es 
infinita su piedad; pero consideremos dos cosas, 
una de consuelo, i otra de terror: la protección 
de la Madre de Dios diluvio de misericordia, i 
quau agradecida Reyna es, pues por solo que 
algunas vezes le linpiava su altar, paga de rodi- 
llas negociando que le avisasen, i que le perdo- 
nase su hijo si se arrepintiese; i el terror quede 



í 



FBAY ANTONIO DE LA CALANCHA 78 

en nosotros los sacerdotes, pues cubre Cristo 
el rostro eu sefial de tristeza, i viste de luto el 
templo quando se le condena un Sacerdote. 
Triste del que vive distraído, pues solo Demo- 
nios le están aguardando.» 



XIX 



Creo que se pudieran producir amenísimos 
extractos de la Coránica Moralizada. Mas para ello 
sería necesario no proceder sin selección. Los 
casos anteriores han sido tomados al acaso. Van 
en seguida una visión de especie que diríamos 
semidivina y hechos de calidad pueril: 

«La visión referiré como me la dio por escrito 
el P. F. Pedro Anbite, onbre de mucha sinceri- 
dad, Religioso de aprobada virtud, conocida en 
cincuenta afíos, f rayle de verdad en quanto trata, 
i sin artificio en quanto dice; sus palabras son 
las siguientes: 

«Ago testigo a Dios, que saliendo yo a decir 
« Misa en el Cuzco al altar de S. Nicolás, salió 
« junto conmigo un Eclesiástico a decirla al altar 
« de nuestra Señora de Gracia, frontero el uno 
« del otro, porque asi están las Capillas; desdo- 
« blamos a un tiempo los corporales, comencé la 



FRAY ANTONIO DE LA CALAMCHA 76 

< Misa, t acabaudo 70 la confesión, vide que bs 
c bolvio a salir el Ecleaiaatico, i subió a decir la 

< Misa al altar mayor; puseme a pensar que 
c causa le movería a dejar el altar de nuestra 

< SeQora i irse al altar mayor? Coutinuaiido 

< mi Misa boivi los ojos al altar de la Virgen, 
« i vide revestido un Sacerdote que no conocí; 

* era ermoso el rostro, i la presencia venerable, 

< tenia a su lado dos acólitos vestidos con roque- 

< tes blancos, i luces en dos ciriales. BoIvi mu 

* chas veces los ojos por conocer al Sacerdote, 

< admirado de no saber quien fuese, i descooo 

< ciendo los acólitos que le acompañaban, quise 

< acabar presto la Misa; i al tiempo que acabó el 

< Eclesiástico la que decia en el altar mayor, 

< salió de la Capilla de nuestra Señora el Sacer- 
c dote i sus acólitos, i allí desapareció, bolvi al 

* que me ayudaba que era un Religioso lego, 

* oubre de penitencia i oración, i pregúntele, si 
( avia visto aquel Sacerdote, i a los acólitos en 

* el altar de nuestra Señora; dijome admirado 

< que bÍ, i que uo podia entender que cosa, o 
f para que fuese aquella visión; pedile el silen- 

< ció, él lo prometió, i asta oy que declaro esto 



76 SOLIVIA Y PERÚ 



c uo lo é dicho a persona umana: declarólo 
c aora cou jaramento a Dioe por ser todo verdad, 
c i porque me han encargado la conciencia di- 
€ ciendo, que es coveniente que esto se sepa. El 
€ eclesiástico que dejó aquel altar, i se fue 
c al altar mayor dijo averio dejado por decir 
c Misa en el altar de mayor autoridad. Aora 
c digo yo, que aquella V^irgen milagrosa quiso 
c que supiésemos, que si un Sacerdote vano, 
c despreció su altar donde estava su bulto santo, 
c i se fue donde no la devoción sino la profani- 
c dad le obligó a tan apocado desden, supiese 
c su devoto, i por el nosotros, que enbia el cielo 

< Capellanes gloriosos i acolites Ángeles, que 

< estén venerando su altar todo el tiempo que 
€ el profano Eclesiástico le desdeñó. No tiene 
€ encuentros ésta visión, i puede tener prove- 
€ chosos discursos su maravilla. Dige que era 
c cama el milagro de la corona, porque h echp 
c muchos milagros í maravillas aquella Virgen, 
c i porque cayese ésta sobre el ser míraculoso.» 

A estar á las informaciones fehacientes reco- 
gidas por Calancha, la conducta observada por 
san Nicolás de Toleutino y por san Juan de Sa- 



FKAY AKTOMIO DE LA CALAMCHA 77 

hagan en Lima, eu el Cuzco, en Potoaf, excedió 
loa límites de la discreci-5D prestándose á las ma- 
yores ceoBaras. La parcialidad de san Juan en 
favor de los peninsulares de su pueblo fue punto 
menos que escandalosa. Lienzos y escuUuritas 
de este bienaventurado, y panecillos, mantos é 
imágenes del otro agustino del cielo, hicieron de 
laa euyas, como suele decirse, eu aquellos luga- 
res. Bastó allí el empleo de dichos objetos para 
resucitar muertos, a|>agBr incendios, restituir 
salud ó bienes, poner atajo ó fin á pestes, y para 
que se verificasen súbito trastornos y maravillas 
que dejaban á las gentes sobrecogidas de pasmo. 
Y obraban todo esto, aquellos electos de la gra- 
cia divina, cou ánimo ligero, sin causns graves, 
á veces por corresponder con buenos oficios á 
ciertos devotos, en ocasiones cou alarde de tra- 
vesura y truhaueria. Asombra que la rectitud y 
talento del F. Galancha no hayan proferido si- 
quiera uua queja contra temaQos abusos. Muy 
lejos de esto: merecen su admiración, le brindan 
margen para ejercer con brillo su arte de c mora- 
lizar,» glorifica por ellos á los temerarios que asi 
derrochaban el dou de k omnipotencia. 



XX 



El criterio de nuestro fraile así como eetuvo 
alerta con desconfianza respecto de los fenóme- 
nos ó actos naturales, abundaba en credulidad^ 
padecía de alucinamiento, cada vez que supo con 
testimonio lo sobrenatural. No sólo su imagina- 
cióu sino también sus sentidos eran parte en 
engañarle con frecuencia. Al más leve reclamo 
se ponían de pie y concurrían á hacerle creer 
que por ahí andaba el misterio inaccesible, que 
más allá se entrometía patentemente la mano de 
un poder celeste. 

La fe en lo maravilloso es innata en el espíri- 
tu humano; en ningún tiempo ni lugar existió 
sociedad alguna que no se alimentara de supers- 
ticiones; el culto religioso nos arroba profunda- 
mente con sus ritos y sus misterios. Nuestro es- 
céptico siglo, tan positivo así en el método de las 
ciencias como en la práctica de la vida, ¿no pre- 



FRAY AMTOKIO DE LA CALAÜCHA 79 

seució años atrás las mesas giratorias, y actual- 
mente no asiste á la uomuuicaciÓD con los espl- 
ñtus? Ed cuanto al milagro propiameute dicbo, 
en eetos mismos momentos millares de personas 
eetán adorando en Turlu la fotografía de la sába- 
baña santa, maravilla contraria á todas las leyes 
de la fiaica y del arte fotográfico. 

Cuando se escribió la Coránica Moralieada la 
sazón de lo? tiempos y la temperatura del lugar 
eran por excelencia de milagros. Mientras hoy 
en et orbe cristiano se presenta el milagro nuevo 
contando tan sólo con una minoría de creyentes, 
aquel entonces no hizo sino asomar cara su aserto 
cuando ya aquél era adorado no por la mayoría 
sino por la unanimidad de los fieles. Lima ba 
sido nombrada por su fe la «ciudad de los san- 
tos.» El innato apego del individuo al misterio, 
á la ingerencia patente de otro mundo inaccesi- 
ble en este que palpamos, allí revestía las creces 
de una propensión social. Todos creían á pie 
juDtillfls en una positiva eficiencia celeste habi- 
tual en los hechos de esta pobre tierra. 

La religión y el fanatismo religioso imprimían 
en el Perú, carácter personalisimo á eea intromi- 



80 SOLIVIA Y PERÚ 



sión. Cristo mismo, la Virgen, el santo tal y el 
santo cual, dejaban el Paraíso para colocar su 
individuo en cualquier paraje ó rincón del reino 
á fin de ejecutar ó hacer ejecutar lo que querían. 
Porque la tendencia á lo sobrenatural nunca se 
alimentó con más supersticiones, nunca se apo- 
deró con mayor despotismo del espíritu humano, 
como durante las épocas de ignorancia y obscu- 
rantismo, en que dicho espíritu ha desconfiado 
enteramente de sus fuerzas. 

La más concluyente prueba en el caso que nos 
ocupa es el acento convencido de nuestro autor, 
uno de los hombres más instruidos de su época. 
La ingenuidad de este cronista no puede ponerse 
en duda sin negarle lo que le pertenece. Es tan 
bonachón que cree que la Virgen se siente lasti- 
mada en su amor propio. Y ¿por qué? Porque 
un clérigo tonto prefiere para decir misa, á ese 
altar modesto, otro lujoso y más visible de la 
iglesia, el altar mayor. En materia de milagros, 
y no así en otras cosas, la sencillez de C a lancha 
llega hasta el punto crítico, el punto donde la 
extremidad del candor se toca con el extremo 
finísimo de la ironía. El barquero de cabeza 



FRAY ANTONIO DE LA CALANCHA 81 

blanca y barba negra dijo á Enrique IV al pre- 
guntarle éste que por qué era eso: cTal vez, sire, 
porque la cabellera es más vieja.» A Gal ancha se 
le caen conceptos de una simplicidad semejante. 
Nada raro es por eso que él crea que ha visto 
por sí mismo el milagro propiamente dicho, cate- 
górico y perentorio en su absurdidad estupenda. 
Y no se vaya á pensar que se quedara atónito á la 
manera profana del vulgo. Con ojos contritos 
nuestro cenovita veía en todo eso una obra llana y 
propia del orden teológico. Está á la vista que 
causa de esta fe humilde su claro talento renun- 
ciaba en tales casos al ejercicio de la sana critica. 
Pero hace por punto general la salvedad de ley 
respecto de los milagros no aprobados por la 
Iglesia. 



B. Y P. 



XXI 



Hay que tomar en cueDta, por otra parte, las 
exigencias del arte literario conventual de enton- 
ces. Á este geógrafo de la constitución física , 
poblaciones, antigüedades, conquista etc. del 
Perú, no pudo escapársele, que si su ñn predilecto 
era rememorar los anales de su orden monástica 
en aquel gran reino, la narración necesariamente 
había de contener milagros. No podía faltar en ella 
una serie de maravillas edificantes para colmo de 
proezas y para mayor gloria de Dios y del gran 
padre san Agustín. De diversos conventos se 
enviaron por correo milagros agustinianos al 
autor para su obra. Alguna vez ha dicho que él 
escogía entre los mejor probados ó comprobados» 
Cita por eso con precisión en cada portento ó 
prodigio la fecha y los lugares con el nombre 
de los actores y testigos vivos ó muertos. 

Estos envíos acreditan que la parte sobrenatu- 



FRAY ANTONIO DE LA CALANCHA 83 

ral de la Corofíica Moralizada fue exigida por la 
opinión pública. 

Á la sensatez y perspicacia de fray Antonio, 
que eran grandes^ no se les ocurrió por modo 
alguno renunciar á este ingrediente del género, 
ó si decimos, propio de toda crónica conventual. 
Empléale como los poetas la «máquina» en la 
epopeya, cual si fuera arbitrio ó recurso técnico 
de su arte. Sino que, en el caso presente, si el 
orden natural y el orden sobrenatural compiten 
en el cuadro de los hechos, el partido es de suyo 
tan desigual como contrario á las condiciones de 
un bien pulsado equilibrio. Nuestro autor se queda 
algo corto en cuanto al uso de lo maravilloso. De 
resultas, un estrago en el libro: el orden positivo 
aplasta con su mole brutal al otro orden. 

El tesorero de los Ermitaños de san Agustín 
no ha logrado reunir un caudal, que, sumando 
bien, haga por esta parte descollar entre sus riva- 
les el patrimonio excelso de su orden monástica. 
Tenemos que confesarlo sus amigos: cada una de 
las otras órdenes puede exhibir en el renglón de 
milagros riquezas mayores. Y lo que dicho queda 
de la cantidad decirse puede de la calidad. Ellas, 



84 BOLIVIA Y PERÚ 



también en el certamen del primor, tienen la 
palma del vencimiento. Sus taumaturgos canoni- 
zados, sus monjes de ambos sexos, desde el cielo 
y en la tierra, cien veces más y más bien que los 
agustinos, han derrocado la ciencia de los hom- 
bres y hecho pedazos en el reino del Perú las 
leyes de la nauraleza. 

1898. 



mmuam^mtt 



UNIÓN AMimCANA 



Plan político con brillantes proyecciones teóri- 
cas y prácticas en la diplomacia Iiispano-ameri- 
cana. En todo tiempo la opinión y el gobierno 
del Perú han sostenido decididamente la Unión 
Americana. Gran propaganda en este sentido se 
comunicaba de Gbile á Bolivia no hacen todavía 
cuarenta afios. Sociedades particulares se han 
señalado por su entusiasmo en la última repú- 
blica cuando la anexión española de Santo Do- 
mingo, cuando la francesa invasión monarqui* 
zadora de Méjico, cuando el apoderamiento de 
las Chinchas por Espafia en son reivindicatorío. 

La antigua Colombia, Perú> Chile y Bolivia 
son las naciones sud-americanas que mayormen- 
te han impulsado aquel movimiento continental. 
Nació éste, puede decirse, en la cuna misma de 
aquellas repúblicas. 



86 BOLIVIA Y PERÚ 



Impresos de triple procedencia, divulgadora, 
parlameDtaria y diplomática, constituyen los ana- 
les de la unificación ó coadunación hispano-ame- 
ricana. Anales que de lleno interesan á la histo- 
ria y literatura de estos países. Llevan la cuenta 
y razón de los hechos y de los dichos públicos en 
días de sobresalto y confraternidad proselitistas. 

El ocuparme aquí en el asunto no significa 
que la bibliografía del Perú, ni tampoco la de 
Bolivia, hayan sido mayores contribuyentes al 
proyecto de la gran comunidad. Pero el tempra- 
no ideal de los dos pafses entró muy temprano 
en la composición del proyecto y en su propa- 
ganda. Sucede que la fuerza de las cosas de estos 
dos centros de energía, llevando con lógica nues- 
tro espíritu á los demás centros de análoga ener- 
gía simultánea, da una resultante^ produce en 
suma una generalización ó el bosquejo de una 
generalización. 

Y, bien pensado, cierta idea del conjunto es 
en el caso actual noción integrante del conoci- 
miento. Las palabras mismas cUnión Ameri- 
cana» ¿no envuelven de suyo un significado de 
índole sintética? 



I 



üoñ el predicho nombre entendemos aquí una 
fraternidad peculiar de las repúblicas hipano- 

r 

americanas. Las palabras valen en el caso como 
decir estrechamiento de los vínculos que en aqué- 
llas provienen del común origen, instituciones 
etc. Significan asociación de los esfuerzos de 
dichos Estados para una doble tarea interna y 
externa: mejora y progreso armóuico de todos; 
ensanche de su poder colectivo y de su seguri- 
dad general. 

Pero no siempre lia tenido la expresión este 
complejo alcance ó latitud de significado. De ello 
es claro testimonio la Bibliografía. Conviene por 
eso distinguir bien, en la categoría de impresos 
que nos ocupa, lá clase originaria que sirvió de 
simiente ál primer cultivo y de donde se han 
derivado y extendido los demás. Por ahí ven- 
dremos al conocimiento de dos especies primor- 



88 SOLIVIA Y PERÚ 



diales de un mismo género, ó sea dos progenies, 
que con sus variedades coustituyen la casta bi- 
bliográfica denominada Unión Americana. 

En su origen esta última significó alianza y 
federación de estas repúblicas hispano america- 
nas. Tratóse entonces de una liga para vivir en 
perpetua paz todas, quedar hoy en guardia con- 
tra el exterior peligro, defender mañana unidas 
la integridad territorial y soberanía independiente 
de cada una. 

Han resurgido después estos últimos intentos; 
pero también ha ocurrido otro diferente, al cual 
desde un principio se llamó con largueza Unión 
Americana. El nombre estaba á la sazón dispo< 
nible por la vacante indefinida de sus primeroa 
objetos. 

En el andar intermineute, desigual y dificul- 
tosísimo de su peregrinaje, el designio federativo 
yaiiancista de la Unión Americana hubo de 
ceder de su altitud y profundidad magníficas. 
Ha cedido á la preferencia de establecer precisas 
relaciones estrechas, habituales y correlativas 
entre loa pueblos hermanos. Aspira á constituir 
una reciprocidad permanente de prestaciones y 



ÜNION AMERICANA 89 



servicios entre las repúblicas, i^eríaa éstos los 
vehículos positivos por donde el espirita de cada 
una y el de todas á la vez se compenetraran y se 
fusionaran. De esta manera el buen concierto, 
tras de prodacir ciertas ventajas parciales inme* 
diatas, sería en un todo preparatorio de la adap* 
tación mutua de nuestras repúblicas, y, en este 
sentido, eminentemente preparatorio de la adapi- 
tación en común, para cuando alguna vez se 
quisiere establecer entre todas una colectiva soli* 
daridad internacional de carácter político. 

Según esto, hay Unión Americana de calidad 
restricta y Unión Americana en sentido lato. 

Los vínculos naturales, intereses comunes, 
peligros del momento etc. que motivaron la reu- 
nión del Congreso de Panamá en 1826, asamblea 
en minoría y donde, al dictado de Bolívar, se in- 
tentaba realizar una federación y comunidad an» 
fictiónica entre las nuevas repúblicas de Hispano- 
América, punto de arranque han sido de una 
producción literaria que diremos indígena de 
estos países, débiles de origen, constituidos en 
mayor debilidad todavía al ingresar súbito, siq 
preparación alguna, al concurso de las naciones 



90 SOLIVIA Y PERÚ 



soberanas. Habíanse alentado ó auxiliada du- 
rante ía guerra de su independencia, y nuevos 
peligros les movieron á fraternizar defensiva- 
mente después de la victoria. El proyecto de Bo- 
lívar respondía á estos sentimientos acudiendo 
alienar la necesidad de ponerse en guardia. 

No hay para qué advertir que á este caso pri- 
mitivo, y si decimios genuino, de la Unión Ame- 
ricana, es correspondiente el sentido restricto dé 
la palabra. 

El plan político no tuvo resultados, y hemos 
de ver que Bolívar mezcló en él intereses que no 
eran generales de la comunidad, y que su intro- 
misión perjudicó al éxito de la empresa. 

En ocasiones posteriores ha ocurrido un aná- 
logo movimiento de opinión seguido de algunos 
pasos de la diplomacia. Entre tanto, la liga fede- 
rativa y la comunidad anfíctiónica se han que- 
dado de nuevo en espera de su realización. 

En todos los casos, como bien se comprende, 
el estudio del proyecto, los trabajos dé divulga- 
ción, los actos diplomáticos etc. han generado' 
impresos, y estos escritos constituyen una especie 
bibliográSca literariamente caracterizada. 



UNION AMERICANA 91 



¿Por qué los trabajos del Congreso de Panamá 
no tuvieron resultado? Corresponde á la Historia 
explicar las causas. Lo que á la Bibliografía 
f cumple en el caso es apuntar un hecho. Si bien 
fallida aquella vez la realización de una liga, 
la idea de la Unión Americana en si misma 
no pereció. Ni podía. El predominio del dere* 
ebo de los débiles contra el abuso de los fuertes 
no se ha establecido aún ni se divisa cuándo se 
establecerá en la esfera internacional. Los senti- 
mientos y la necesidad que hablan generado el de- 
signio de una alianza federativa, si deben padecer 
eclipses más ó menos largos, «i entrañan dificul- 
tades enormísimas sus arreglos más bellamente 
concertados, son de suyo hechos regresivos é 
ingénitos de la raza de nuestro suelo y por eso 
mismo persistentes. 

Y lo serán mientras no se obre una transfor- 
inación política y social en Hispano-América. 
Así es que más tarde surgió de nuevo la Unión 
Americana, y vuelta á frustrarse la tentativa 
para plantearla. 



n 



Hoy sigue el gran designio un lento pro^ 
ceso evolutivo buscando el éxito tras la senda 
y en la virtualidad del transformismo. Hasta 
aquí las selecciones de este conato de perfección 
namieuto laborioso no desdicen, nó, antes deno- 
tan una face interesante y nueva de la Unión 
Americana. 

Porque no muy lejos de los fines principales 
del Congreso de Panamá, — que bien pudieran 
considerarse como puntos de mira hacia un 
ideal político de la gran familia hispanoameri* 
cana— otros objetos se han puesto á la vista^ no 
del pueblo, sino de la diplomacia, tendentes al 
mayor y efectivo acercamiento de las nuevas 
naciones, y conducentes con eso á una lejana 
pero muy individualizada confraternidad. Desde 
entonces la unificación se persigue en una esfera 
menos política y más sociológica. 



UNIOM AMEBICAHA 98 



De aquí una serie de trabajos jurídicos, no 
pocos de administrativo carácter, que abarcan, en 
la esfera de los intereses privados, el doble afán 
individual y social de las nacionalidades corres- 
pondientes. Aspiran á producir entre algunos 
países americanos, más tar<)e entre todos, un 
concierto de leyes que muy favorecidamente 
igualen en cada uno, por consecuencia en todos 
á la vez, las personas y cosas de los extranjeros 
que pertenecen á la Union. Y todo diplomática- 
mente combinado para que del interés común dis- 
tributivo, mediante el acrecentamiento de la con- 
fianza, surja en armonía un colectivo interés gene- 
ral de actividad, mejoras y aspiraciones pi^blicas. 

¿Es esto volver la espalda á la liga federal y á 
la comunidad anfictiónica? Nó precisamente. 
Pero se persigue el arbitrio de ahondar en nues- 
tro continente las conexiones nativas, y se atiende 
á llevar más allá de su procedencia originaria las 
analogías así etnológicas como históricas y geo- 
gráficas. Bien puede decirse por eso que es una 
manera lata de efectuar una liga ó comunidad 
americana. 

Muy posible que los trabajos ya comenzados 



94 BOLIVIA Y PERÚ 



obtengan más que medianas resultas. Pero ello 
no seria sino muy á la larga. Lo mejor es que 
no se inspiran meramente en la amistad qu^ 
profesarse deben los pueblos civilizados. Alienta 
en ellos un espíritu de benevolencia que diremos 
doméstica. Mueye sus pasos cierto CQmpafíerismp 
de consanguinidad. No pocos arreglos son susr 
ceptibles de ir muy lejos en alas del seutimientQ 
hispano-americano de familia. 

Coadunación de esfuerzos para conquistar 1^ 
paz estable entre todos, legislaciones patrias fun- 
dadas de consuno en el predominio del principio 
territorial sobre el personal, múltiples corrientes 
de aproximación y simpatía comerciales, postales^ 
literarias^ sociales etc. se consideran medios de 
llegar jurídica, administrativa y sociológicamente 
á constituir qon nuestras repúblicas una verdaíje- 
ra «magna cí vi tas; > hermoso agregado homogé- 
neo de autónomas individualidades colectivas, de 
donde más tarde pudiera jtiuy bien surgir, gran- 
de,, fuerte, el plüribus iinum de la estricta unión 
americana que fuere más práctica y ventajosa. 

Los anteriores trabajos generaron un cúmulo 
de publicaciones que corresponden á teorías, pro- 



UNION AMERICANA 95 



yectos, negociados y aun ajustes entre altas par- 
tes. Para comienzo tendían éstos á constituir 
comunidad en ciertas materias de derecho inter- 
nacional privado; verbigracia, propiedad literaria, 
diplomas profesionales, derechos procesal y 
penal; aplicación de leyes de un Estado en otros 
etc. etc.; ó bien en algunas materias de derecho 
de gentes público, como ser el arbitraje perma- 
nente, magnánimo conato de paz inalterable en 
familia y que aspira á realizar, cual de naturaleza 
y esencia americanistas, una institución que es 
en rigor humanitaria. 

También pertenecen á este linaje de Unión 
Americana los congresos internacionales, ya peda- 
gógicos, ya jurídicos, ya de minería, ya sanitarios, 
ya científicos etc. etc.; las corporaciones que 
entre algunas de nuestras repúblicas se corres- 
ponden para el cultivo y preparación de cuales- 
quiera especies de ideas ó propósitos unionistas; 
el canje obligatorio y constante de los respectivos 
impresos nacionales etc. etc. 

La prensa que en diversas formas concierne á 
este vasto afán, afán todavía no común, pero 
que en todas nuestras repúblicas ha encontrado 



96 SOLIVIA Y PBBÚ 



cooperadores decididos, es la única prensa que 
de la Unión Americana existe en labor actual- 
mente. Y puede afirmarse que así las manifes- 
taciones fraternales de dicha prensa, como las 
que se contraen á traducir ó fomentar las aspi- 
raciones hacia donde hoy evoluciona el pensa- 
miento uniformador y linificador, no parecen 
tomar en cuenta para nada la antigua idea de liga 
anfictiónica y de alianza defensiva. 



III 



En tratándose de la antigua Unión Americana; 
hay que distinguir el lieeho y su teoría, la ccoea» 
y la cpalabra.» Y hay que convenir en que la 
palabra valió aiempre mucho más que la cosa. 
Beta última no ha de figurar tan ventajosamente 
en la Historia, — si no es atrevida la afirmación — 
oomo la literatura de sus planes y de su propa- 
ganda ha de figurar en la Bibliografía. Mejor 
dicho: si algún lugar en el recuerdo de la poste- 
ridad ha de tener la Qnión Americana de nues- 
tros padres» de seguro no será, nó, por obra de 
los hechos sino por eficacia de los dichos. 

Por cuales ó tales causas, que no son de este 
lugar, la ccosa» fue deleznable ó resultó frustrá- 
nea. Y la cpalabra,» en cambio, resuena todavía, 
y parece que resonará en adelante vibrando á 
través del tiempo olvidadizo. Porque la elocuen- 
cia de sus brillantísimos ideales, los gritos de la 

B. Y p. 7 



98 BOLIVIA Y PERÚ 



sangre buUeote eii el corazón de esta gran pa- 
tria de América, los llamamientos inexpertos pe- 
ro generosos á la nnión de todos ante el peligro 
del hermauo, palabras fueron y no más, pero pa- 
labras que consigo llevaban esa calidad de tim- 
bre que entre los hombres dura, y que dura con 
la perenne energía propia sólo de lo bien sentido 
y sinceramente expresado. 

La teosa» fue en todo tiempo hija del temor 
á potencias de Europa y también á una de Amé- 
rica. Pero tan solamente la vez primera fue de- 
signio concebido en el gabinete de los estadistas. 
Salía de la cabeza luminosa de un varón egregio, 
quien persistió en ella cuando ya él estaba muy 
tocado del delirio de su personal grandeza. Mal 
para la Unión Americana. Después ha sido ésta 
un impulso afectivo de raza y familia acompa- 
ñado de movimientos objetivos de opinión. Des- 
de entonces, toda vez que ha tornado á producir- 
se el hecho, había un peligro por delante. El de- 
signio de la Unión Americana ha reaparecido 
con desasosiego y con alarma, sin perder ápice 
de su sectarismo difusamente étnico y proseli- 
tista, más bien dicho proyectista. 



UNION AMERICANA 99 



Á lo menos, asi en esta forma pudo contem- 
plársele poco menos de cuarenta años atrás. Ya 
üo era designio de estadistas sino aspiración de 
la juventud y de las clases superiores. Los trans- 
portes de la fraternidad eran entonces, más bien 
que efusivos, marciales. 

Como debe calcularse, las combinaciones y 
arreglos consecuentes no lograron revestir soli- 
dez ni alcanzaron trascendencia al terreno de la 
práctica. Al contrario: ha acontecido que los es- 
fuerzos mismos, los propios ensayos para conver- 
tir las aspiraciones en actos de los gobiernos, — 
esfuerzos y ensayos nunca generales, en todo ca- 
so intermitentes y pasajeros, — han servido para 
poner delante de los ojos el arduo aspecto de las 
dificultades, y han acabado por sembrar donde- 
quiera dudas sobre la plantificación alguna vez. 

Desde los días originarios hasta el último de 
su aliento, según queda ya entendido, la clase 
de Unión Americana que venimos recordando 
^la federativa y aliancista — tuvo siempre públi- 
ca palabra impresa así oral como escrita. Y con- 
viene añadir, que no fue el designio de los esta- 
distas, sino la aspiración de la juventud y clases 



100 BOLIVfA Y PKJtÚ 



Boperiores, aegúu la difereDcia que ya hemos di- 
cho, el redamo de familia con mayor tnaeeii- 
dencia al campo de los hechos. Impulso más d 
menos general, muy contagioso al aire libre en co- 
micios populares, ó bien desde la seductora tri- 
buna de la prensa, ese reclamo estentóreo se ha 
llevado por delante, en días de alarma y de entu- 
siasmo, á los hombres de gobierno y á los pode- 
res públicos, haciendo á éstos perder alguna ve£ 
la circunspección y la calma de la política. 

Así transformada en colectiva opinión dirigen- 
te, la palabra de la liga fraternal pudo subir á 
las notas más altas del americanismo doctrina- 
rio, oratorio y poético. Ella sola, y no otra, la que 
derramó las producciones más signifi<santes, lu- 
minosas y floridas de la unión continental en 
cualesquiera de sus aplicaciones políticas. Una 
misma chispa electrizó de un extremo á otro los 
ánimos así superiores como inferiores en cuanto 
al modo de sentir. El caso de .cintelecto» ó men- 
te de organismos colectivos humanos, curiosísi- 
mo fenómeno sociológico cuando se trata de un 
conjunto de agrupaciones como el de Hispano- 
América; se determinó aquella vez con caracte- 



UNIOir AMSRICAHA 101 



res de evidencia científica. El pensamiento de 
ese intelecto habló altísimo, no sólo durante las 
luchas de ]a prensa de propaganda, sino también 
en los momentos solemnes del afán verificador. 
Concédase á la crítica cuanto quiera decir 
contra los juicios de ese intelecto; concédasele á 
fin de que forme el cargo de los errores por ilu* 
sión, sobresalto, inexperiencia etc. etc. Estos 
mismos errores son parte en individualizar sin- 
gularmente esa mentalidad colectiva. Nos mues- 
tran el grado de evolución biológica y nos pintan 
al duefio ó sujeto de la evolución. En todas esas 
lucubraciones, teorías y arranques alienta con 
plenitud, más bien que un intelecto, una alma: 
el alma de esta América en el cuerpo de su raza 
adolescente y poseída de los instintos más ge- 
niales. 



IV 



Y bien se dejó ver que esa alma es noble y 
hecha para el poder y la justicia. 

Al penetrar en el espíritu de aquellas páginas, 
que á la verdad tienen tanto de espontáneas 
como de muy meditadas, asoman su término más 
ó menos cercano las funestas rivalidades y vul- 
gares malquerencias. El pensamiento se afirma 
en esperar que el equilibrio de los Estados, la 
estabilidad de ese equilibrio, no serán más tarde 
por acá obra de la fuerza sino del derecho de 
cada cual. 

En las naciones prepotentes del viejo mundo» 
y ya también eu la prepotente del nuevo, está 
privando hoy la política del imperialismo. Duran- 
te el conflicto de rivalidades provenientes de este 
ávido y cada vez más ufano imperialismo, pala- 
bras se han escapado muy reveladoras. Al trasluz 
de ellas se divisa cierta alianza en cierne entre dos 



It 



UNION AMERICANA 108 



grandes potencias, alianza cayo éxito fuese la he- 
gemonía etnológica y política de la raza anglo- 
sajona entre los pueblos débiles de otras razas. 

Alguna vez ha de amagar á nuestras puer- 
tes cualquiera de esos imperialismos de mar 
y tierra. No es fácil predecir lo qué en el caso 
harán estas naciones afínes y consanguíneas á 
la vez. Pero uno presiente, que cuando amaguen 
ellos, la fraternidad y solidaridad de nuestras 
jóvenes repúblicas, si algún sentido tienen estos 
anales de la Unión Americana, tornarán á po- 
nerse de pie cuando menos para protestar uná- 
nimes contra el ultraje ó la usurpacióu. Aquí el 
servicio de la bibliografía coleccionista. Porque 
es seguro que entonces, á ñu de levantar el cora- 
zón intrépido, todas vendrán sedientas á beber 
en estas primeras vertientes del americanismo. 

Fuentes son tan generosas como abundantes. 
Con hondas raíces en el suelo de Hispano- Amé- 
rica, nada raro es que esta literatura política haya 
abarcado las tres formas generales de la Biblio- 
grafía: el libro ó el folleto, la gaceta periódica ó la 
cotidiana, la hoja ó el pliego sueltos. Y ha teni- 
do su didáctica, su oratoria y su poesía esa lite- 



104 BOLIVIA Y PERÚ 



latara; y, en el proceso de su exteteneífl á trayée 
del tiempo, todas estas manifestaciones del espír 
rita público unifícador han tenido su floración, 
BU decadencia y su decrepitad bien caracterí- 
Badas. 

La teoría y la propaganda de la Unión Ameri- 
cana propiamente dicha hicieron de la prensa 
periódica y de la cotidiana sa cátedra y su trí- 
baña predilectas. 

La doctrina y las teorías en este asante no son 
ana misma cosa. La docamentación diplomática 
contiene lo más rigoroso de la primera. Las teorías 
no eran cientíñcameute impasibles. Servían á los 
fines seductores de la propaganda. En este orden, 
estampas de grande ardimiento luminoso se con- 
tienen en cuadernos de revistas. Lo que no vale 
decir que estas últimas no hayan dilucidado al- 
guna vez con serenidad la doctrina política. 
Entre tanto, es en los boletines de la prensa 
volandera donde hay que buscar el fuego mayor 
de las teorías de propaganda. 

Unas veces á presencia de peligros que nubla- 
ban algún punto del horizonte hispano-america- 
no, otras veces para señalar en el porvenir brillan- 



UNION AMERICANA 105 



tos celajes de prosperidad, en las gacetas está im- 
preso lo más bello de las teorías, lo más avansa- 
do de los intentos sobre alianza y federación de 
nuestras repúblicas. Allí, la estentórea yoz de 
alarma contra anexiones, reivindicaciones y con- 
quistas europeas, y tembién americanas, en 
Hispano- América. Allí, el clarín guerrero y el 
somatén de la venganza. Palpita en la gacetería 
el fervor tribunicio y á la vez académico de la 
juventud cogida del entusiasmo en nuestras repú- 
blicas. Flamea ese lirismo en prosa ó en verso de 
la musa política, y con que el sentimiento vehe- 
mentísimo de la gran patria americana, asocián- 
dose á los actos y dictados de la opinión, trajo al 
acorde armónico sus amores heroicos y sus iras 
magníficas. 

Al contemplar estos arrebatos de una genera- 
ción adolescente, los espíritus de la actual tal vez 
se sientan menos hermanables entre sí, lo que á su 
juicio valdría decir menos ideólogos y más prác- 
ticos. Pero se puede asegurar una cosa digna de 
noterse. El temple de los ánimos podrá ser hoy 
cuanto se quiera no susceptible de ser influido 
por esos escritos. Pero, indudablemente, éstos no 



106 SOLIVIA Y PERÚ 



lievaráo irío al corazón ni sonrisa á los la- 
bios. Porque las páginas de la Unión Ameri- 
cana, á la vuelta de sus transitorias pasiones y 
excitaciones de aquellos días, tienen todas ellas 
la rara virtud persistente de traer á cuenta la pre- 
visión del pensamiento. 

Tampoco se podrá decir que no contengan 
capítulos capaces de edificar á los escéptícos. Los 
tiene y muy sensatos la Unión Americana. 

Lo más sereno y profundo así de doctrina có- 
mo de teoría que tiene la Unión Americana figura 
de preferencia en libros especiales. Esta forma 
de corto tamafio; en páginas tras páginas cosidas, 
es de suyo indicativa de detenimiento y aleja 
toda idea de improvisación. Y, con efecto, en 
folletos y en libros que recopilan folletos ó docu- 
mentos diplomáticos, se ha disertado con seso y 
peso, se han emitido dictámenes luminosos, se 
han formulado pactos y estatutos, y constan no 
pocas actuaciones y negociaciones. Nada de todo 
esto será perdido, nada ciertamente, para la 
ciencia política ni para el arte de la diplomacia 
hispano-americana. 



V 



Desde fines de 1889, en que el Brasil ingresó 
á la comunidad republicana de la democracia del 
nuevo mundo, es obvio que ya no se podrá de- 
cir, cual se solía á veces de la unión que nos 
ocupa, cunión latino-americana.» Porque los 
fuertes lazos de la Unión Americana jamás abar- 
caron en su haz uniforme y estrechísimo al Bra- 
sil, y porque hasta aquí no hay motivo que au- 
torice á creer que alguna vez aten aquel país 
latino al haz formado por nuestras repúblicas. 
Dicha expresión partió de Méjico y de Centro 
América. Con sobrados motivos obvios la pala- 
bra camericana» se halló desde el primer mo- 
mento inexacta en aquellos países. 

La distinción no tiene valor meramente filoló- 
gico ni va en cautela de la mayor propiedad 
gramatical del nombre clatino americana.» In- 



108 SOLIVIA Y PERÚ 



teresa de lleno ala Bibliografía y enyuelve la 
noción de un hecho que pertenece á la Historia. 

Tan luego como empezaron á tomar consisten- 
cia y extensión los trabajos de la segunda espe- 
cie de Unión Americana, es decir, la que trata 
de uniformar sociológicamente la raza española 
de América mediante arreglos de índole jurídica 
y administrativa, algunos han querido preferir 
para el caso el nombre c unión latino-americana,» 
á fin de incluir en los nuevos trabajos diplomá- 
ticos al Brasil. Es lícito creer que, sea cual fuere 
el pensar de las opiniones hoy día, no ha de ocu- 
rrir más tarde imposibilidad diplomática al res- 
pecto de aquella inclusión. No poco del grande 
éxito peculiar de las labores consiste en obtener 
pactos del estado de paz, ó sea cierta feliz unifi- 
cación en materias de derecho común de gentes. 
Y ¿por qué no había de ingresar en semejante 
comunidad la hermana del Brasil? 

Así y todo, es el hecho que la inclusión de la 
nueva república provoca resistencia. Todos los 
Estados del continente del Sud, menos uno, son 
limítrofes del Brasil. Casi ninguno ha salido bien 
impresionado respecto de aquel vecino, sea más 



UNION* AMBRICANA T09 



bien dicho acerca de su política y eue éxitos» 
miétitras las repúblicas se agitaban en la anar- 
qnia regidas por gobiernos irregalares; porque 
el imperio entonces aprovechó para sus fines» por 
sistema, las ventajas de su diplomacia estable y 
persistente. Abusó también. De aquí han prove- 
nido en los pactos lesiones, algunas enormísi- 
mas, y que no se olvidan. 

Se ha podido advertir que en algunos de di- 
chos Estados, aun para los fines de una comuni- 
dad útil que no reposaría precisamente en co- 
nexiones sociológicas entrañables, la vieja y here- 
dada antipatía de raza contra portugueses, — 
hecho notabilísimo durante la dominación espa- 
ñola y que ciertas reconciliaciones ó alianzas de 
familia allá entre Lisboa y Madrid no hacían 
sino inflamar en estos vecindarios coloniales— 
salta instintiva, por boca de las muchedumbres, á 
repeler de nuevo sin mirar. Es creíble que en el 
Brasil suceda en correspondencia otro tanto, y es 
muy significativo el hecho de que dicho país 
nunca haya manifestado interés mínimo por la 
Unión Americana. 

Las repúblicas hispano-americanas del Centro 



lio BOLIVIA Y PERÚ 



y Norte, ¿aceptarían la inclusiÓQ del Brasil en la 
eomunidad por que se trabaja lentamente? ¿Atri- 
buyen valor trascendente al recuerdo de que el 
Brasil vivió garantido por la Santa Alianza mien- 
tras de esta liga de soberanos absolutos lo temían 
todo, y hasta por su propia existencia, los Esta- 
dos natos de la Unión Americana? 8in significar 
una exclusión explícita, existe un hecho que 
viene á denotar que, cuando menos, no entra 
boy en la mente de las repúblicas latinas del 
Centro y del Norte la comunidad con el Brasil . 
El órgano de este <;oncierto unifícador de la 
raza española de América, órgano si no el más 
alto, el más persistente, ha sido hasta no há mu- 
cho el cuaderno quincenal, que fundado en la 
ciudad de Méjico el afio 1884 por don Francisco 
Lafuente Ruiz, lleva el título de Unión Latino- 
Americana. Durante una existencia no interrum* 
pida de doce años, ha impreso 16 volúmenes del 
4.^' mayor á dos columnas, que son un variadí- 
simo repertorio politico, estadístico, histórico, 
geográfico y comercial de las tres Américas his- 
panas. Tras de imprimir á principios de 1897 en 
dicha ciudad el número 287 de su colección» 



I UNION AMERICANA 111 



trasladó sn dirección administratíya y su estampa 
tipográfica á París. Allí aparecía un mes más 
tarde (marzo 10 de 1897) en diferente forma de 
tamaño, no ya cada 15 sino cada diez días, y 
aparecía para servir de preferencia intereses de 
otro orden y menos especiales de Hispano-Amé- 
rica. 

Conviene apuntar que este órgano impulsor, 
conciliador muy á menudo, de las aspiraciones, 
sentimientos é intereses de la gran familia his- 
pano-americana, nunca entendió que su propa- 
ganda se extendía á la nueva república de los 
Estados Unidos del Brasil. 



VI 



Escritos existen, algunos brillante y abundan- 
temen te impresos, que preconizan otras c unio- 
nes americanas.» Alguna vez este nombre ú otros 
semejantes han pasado á ser en la prensa reda- 
mo$ de empresas industriales 6 comerciales. Pero 
también otras veces han servido de órgano sin* 
cero á aspiraciones ó tentativas fraternales de 
índole noble y levantada. De estas dos especies 
generales, prototipo ó norma de otras subalter- 
nas, conviene tener idea, á fin de mejor deslindar 
con estas exclusiones el sentido genuino de la 
Unión Americana y de su bibliográfico acopio. 

A la primera categoría pertenece como pri- 
mordial la empresa que quiso ser llamada cUnión 
Pan- Americana» (de iodos los americanos). 

Más adelante se dirá de ella lo que corres- 
ponde. Fue venida del exterior, bien así como la 
de muy distinto espíritu que se pasa á enunciar. 



vn 



Eü la especie uoble y que diremos del orden 
jurídico, intelectual y moral, positivo intento de 
fraternización americana, muy plausible cuando 
menos, es el que hasta no há mucho tuvo á 
Madrid por centro de acción y de propaganda. 
Perseguíase la unificación del derecho interna- 
cional así público como privado entre Sspafla, 
Portugal y las repúblicas latinas de América. La 
reunión de Estados no era muy en familia, como 
se ve. De aquí el nombre de c Unión Ibero- Ame- 
ricana» con qne ella quiso ser llamada. 

A este movimiento de áprostimación, debido 
gran parte á redoblados esfuerzos colectivos de 
origen peninsular, corresponde la reunión de dos 
congresos, — diplomático üuo de ellos — á los que, 
por eficacia de opinión prestigiosa, fueron com- 
pelidos á enviar representantes algunos gobier- 
nos de Hispano-América. 

B. Y p. 8 



114 SOLIVIA Y PERÚ 



Uua de estas reuniones fue la del Congreso 
Ibero-Americano de Lisboa el afio 1889. Si no 
conducentes á la práctica positiva de una unifi- 
cación general de intereses y derechos comunes, 
trajo esta asamblea al debate algunos temas de 
consideración y ensayó fórmulas de arreglo dig- 
nas de examen, ya que por otra parte el Congreso 
se había constituido con escasísimo número de 
plenipotenciarios. 

Cuando toda Espafia celebraba el cuarto cente- 
nario del descubrimiento del Nuevo Mundo, con 
asistencia casi unánime de delegados hispano- 
americanos á todos esos festejos ofíeiales, se reu- 
nió en Madrid un Congreso Ibero-Americano de 
Juristas. Allí se trajeron á examen temas de 
estudio y proyectos de arreglos que acreditaban 
un notabilísimo espíritu de reforma y adelanto en 
la ciencia del derecho, no menos que un gran 
sentimiento de raza en pro de la confraternidad y 
de la unión No ocurrió en los debates ninguna 
divergencia calificable. 

Ciertamente, llevados á la práctica algunos de 
esos proyectos, se hubiera determinado en los 
pueblos una especie de fusión con tinte político 



UNION AHEBICANA '11)^ 



de buena ley, y se hubiera abierto margen am- 
pUeiioa á la multiplicación Áe nuevos contactos 
morales, intelectuales y comerciales. ' 

Á primera vista pudo acaso haberse dicho que 
los lazos abarcaban en sü haz demasiado para los 
tiempos que corren. Los hechos habrían confir- 
mado casi inmediatamente el pronóstico. 

Bien examinados estos trabajos de índole et- 
nológica, se advierte que habían recibido todos 
de Hispano- América su inicial impulso. De aquí 
habían Espafia y Portugal recogido la idea de la 
uniformación jurídica, que no les pareció teoría 
descabellada cuando sabios de Europa y también 
de Norte- América la consideraban susceptible de 
aplicación universal. De aquí habían llevado el 
designio, enteramente ajeno del intelecto euro- 
peo, de que jas relaciones entre los pueblos his- 
pano-americanos quedaran en todo caso dentro 
del orden cexclusivamente» jurídico. 

¿No corría impreso el archivo nuevo de la 
Unión Americana? Y entonces la juventud estu- 
diosa de las aulas superiores^ los viejos progre- 
sistas de esos centros de antiguo poderío, con- 
templando desde España y Portugal la labor 



íít BOLIVIA Y PXBÚ 



Qnifícadora de eetas repúblicas hispanas, habían 
concebido la idea de cultivar la hermosa y salu- 
dable planta en la península, y con eso fomen- 
tar su fructificación copiosa allí á la par que en 
su suelo indígena. Y el propósito no pudo ser 
más levantado: obrar de resultas el prodigio de 
la paz estable entre los cultivadores, evocar el mi- 
Jagro de la perpetua fraternidad solidaria, paz y 
fraternidad entre los iberos y los americanos de 
la gran raza latina. 

Eran alentadores ciertos conatos preexistentes 
hacia la utopía, si como tal consideraron algunos 
incrédulos el desiderátum que nos ocupa. En 1877 
el Perú había logrado reunir un Congreso Ame- 
ricano de Juristas, que había suscrito un pacto 
sobre uniformidad de leyes internacionales en 
materia de derechos privados, y otro sobre extra* 
dición. £1 primero llevaba el voto de los pleni- 
potenciarios de la Argentina, Bolivia, Chile, 
Costa-Rica, Ecuador y Perú; el segundo obtuvo, 
además de la aprobación de estos representantes, 
la del Uruguay y de Guatemala. El Congreso de 
igual especie inaugurado en Montevideo el año 
1888, con representantes de la Argentina, Boli- 



UNION AMBRICAXA 117 



7ia, Brasil, Chile, Paraguay, Parú y Uruguay, ¿no 
habla suscrito tratados de derechos penal y proce* 
sal, de derecho civil, de derecho comereial, y so- 
bre validez y aplicadóu de leyes extranjeras y 
sobre propiedad literaria y artística? 

Es lo cierto que la fraternidad amiga de la 
unión jurídica, si hemos de contemplarla á la lus 
de la bibliografía americanista, era acá un acer- 
camiento de vecindad, y, antes que un instinto 
de raza» un sentimiento de familia. Con esto se 
viene en la cuenta de que, por acá y entre los 
4e acá, fue y es un impulso congénito de triple 
convergencia. No así entre España, Portugal é 
Hispano*Ámérica. 

La inicua intransigencia de Espafia con los 
patriotas autonomistas de Cuba, y bien luego la 
ferocidad horrorosa de su represión allí del mo« 
vimiento revolucionario de independencia, echa* 
ron al suelo y sepultaron en estas repúblicas — 
antiguas colonias oprimidas y ellas también san* 
grientamente reprimidas por España — la titulada 
Unión Ibero-Americana. 

La imperturbable y respetable corporación, ó 
á lo menos su consejo directivo de Madrid, con 



118 BOLIVIA Y PERÚ 



una llaneza que rinde -honra á la intención yá^ 
que no á la sagacidad, celebraba junta todavía el 
12 de Diciembre de 1898i quizá también alguna 
otra en 1899; 

En la prenda grave de dicha corte el cuaderno . 
mensual intitulado Bevista de lOf Unión Ibero- 
Americana, órgano de la internacional milicia> 
uniBcadora^ aparecía aún el 8 de eneró de 1899 
bajo el núm. 157 de sus series en 4.^ español. 
Su labor asidla, vigilante, luminosa y coiidialísi* 
ma había durado catorce afios. 

Para este y otros fines de la propaganda había ^ 
tesoro voluntario suficiente. La propaganda y los 
estudios corrían á cargo de 220. peninsulares no- 
tables, constituidos al efecto en asociación. legal. 
Todo iba bien. Hasta la Academia Española de 
la Lengua había querido cooperar á los esfuerzos 
del acercamiento. Había elegido, para correspon-. 
dientes de su cuerpo y de su i^^stituto, á indi vis 
daos de casi todas nuestras repúblicas. 

El golnerno de !E!spafia por una parte, y la opi- 
nión de Hispano-América por otra» al poner tér- 
mipp á una empresa de alto tuelo, deben reco- 



( ■ 

4.1 



UNION AMBBIOANA 119 



Docer unánimeB el mérito que corresponde al 
insistente y generoso impulso colectivo, de origen 
enteramente privado, que se nombró Unión Ibe- 
ro-Americana (♦). 



(*) Prensa i Oable del presente afio 1904 avisan que la 
corporación, despaés de ajustada la pas con la repú- 
blica cubana, tiende animosa á resucitar. 



vm 



El remate qae tuvo la Unión Pan«>Ammeana, 
de origen público, no fue menos deplorable^ 
bien que la empresa perteneciera, por su espí* 
ritn, á la especie de unión americana que antes 
hemos calificado de mercantil. 

Esta conspicua empresa de fraternificación — 
quizá del caso aquí el neologismo-— fue acome* « 

tida por el gobierno de los Estados Unidos del 
Norte, tuvo á Washington por base de operado* 
nes sobre nuestras repúblicas, y alcanzó su desen- 
lace en el Congreso Pan-Americano de la misma 
ciudad (1889-1890). 

Dicha asamblea fue general y diplomática. 
A los representantes de la potencia invitadora, 
dueña del programa y de los preparatorios estu» 
dios, se juntaron entonces diez y siete ministros 
de las repúblicas latinas. Asi congregados iban 



UIXOH AMSBIOANA 181 



á tratar asuntoe qqe oonceniían á loa iatereaea 
privativos de su gran eoutinente y á la hnmani- 
dad 60 geaaral. 

No 8erá demáa recordar que «e inauguraron 
lo6 trabajos de la asamblea con un espléndido y 
triunfal paseo, paseo de los representantes lati- 
nos á través de todas las repletas &brícas, aba- 
rrotados almacenes, rebosantes emporios indus- 
triales etc. de la potencia anglo-sajoua que 
hacia los honores de la casa. 

En las sesiones del Congreso se propuso por 
dicha potencia un proyecto de arbitramento per- 
manente, encaminado á alejar los estragos 
horrorosos de la guerra entre las repúblicas her- 
manas. Ese proyecto parecía desde un principio 
destinado á quedar tan sólo escrito en el papel» 
y asi sucedió. 

Presentáronse otros proyectos sobre materias 
diversas más ó menos complejas; en particular 
sobre franquicias comerciales y aduaneras y 
sobre marcas y privilegios industríales etc. Su 
alcance no había de ocultarse á nadie. Muy 
presto se cayó bien en la cuenta, que á lo que 



122 BOLIVIA Y- PERÚ 



la gran república aspiraba, era^ dí más ni me- 
nos, á convertirse en centro productor-surtidor 
de las repúblicas latinas, y á quitar estas consu- 
midoras asiduas á los mercados manufactureros 
de Europa. Otro linaje de unión con aquéllas 
le era de todo punto indiferente. 

€ Grande empresa» — dice con este motivo don 
Gaspar Toro — tque había de resultar superior 
á las grandes fuerzas de Mr. Blaine, ese audaz, 
positivo y práctico sajón, que creyó posible 
conciliar y reunir en un solo haz tantos y tan 
diversos intereses, que creyó fácil poder domi- 
nar y dirigir á aquellos doctores latinos, hom« 
bres vivos, susceptibles y recelosos; retóricos 
fecundos y magníficos. Apenas iniciadas las dis- 
cusiones, y aun antes de iniciadas, pudieron 
verse los graves obstáculos que «1 Congreso 
había de encontrar. Su probable fracaso fue 
divisado hasta por hombres mediocremente pers- 
picaces» (*). 



(*) Notas sobre arbítrele intemacipnal entre hu re^- 
blicas latino-americanas, Santiago, 1898, 4.o de 192 + una 
páginas. 



UNION AMSBIOANA 128 



' Las actas en inglés y en castellano» como asi- 
mismo los dictámenes de las comisiones perma- 
nentes y los debates correlativos, unos y otros 
sólo en castellano, — muy preservadores los lati- 
nos de su literatura y los yankis para maldita 
la cosa guardarla en inglés — se publicaron por 
la Imprenta del Gobierno, Washington, afío 
1890, en tres volúmenes del 4.<> mayor, que 
suman nutridamente 2167 páginas. 

En esta tentativa no puede caber duda de 
una cosa. Por aditamento, á la vuelta del bus- 
cado emporio central de . mercaderías para el 
consumo de estas repúblicas,, se hubo de divisar 
que asomaba su férula el patronato político con 
todas sus consecuencias, nunca mayormente pe- 
nosas si estriba ese patronato ó hegemonía en la 
fuerza de la riqueza sin moral altura. 

Posteriormente la guerra y el uso que la na- 
ción norte-americana está haciendo de la victo- 
ria en Cuba, Puerto Rico y Filipinas han disi- 
pado en Hispano-América los últimos restos de 
la estimación y de la confianza. En cuanto á 
constituir fraternidad ó familiaridad política con 
dicha nación, puede decirse que hechos recien* 



124 



BOUVIÁ Y psatí 



tea, todavía más Bignificadorea» han yenido á 
presentar el cpanamericaniamo» de Wáehing* 
ton como un genuino sarcasmo de unifioacióu 
equitativa y sincera. 



IX 



Sabido es que ese gobierno se ha embarcado 
últimamente á banderas desplegadas en la polí- 
tica internacional del c imperialismo.» Apoyándo- 
se en la peregrina razón del € destino manifiesto,» 
aquel país considera como de su mayor interés 
el lanzarse á consumar conquistas y anexiones 
de pueblos. De esta manera la opinión norte- 
americana, á lo menos la predominante en el 
día, no teme que su patria entre en la carrera 
procelosa de las rivalidades internacionales, ni 
que vuelva las espaldas al orden exclusivamente 
jurídico de sus relaciones necesarias con los 
demás pueblos. De esta manera, asimismo» los 
Estados Unidos se declaran en pugna abierta 
con sus antecedentes históricos y constituciona- 
les, no menos que con las más congénitas tradi- 
ciones de esa gran democracia liberal y cosmo- 
polita. 



126 BOLIVIA Y PERÚ 



No se trata ya de aquella misiÓD de grado ó 
por f aerza civilizadora, que en conformidad con 
las leyes ineludibles de la etnografía sociológica, 
correspondería al blanco superior respecto del 
negro, del amarillo y de sus progenies mestizas. 
No se trata de aquel providencial fardo (hurden), 
que según el poeta británico Rúdyard Kipling, 
gravita sobre el hombre de raza caucásica á través 
de los mares y las tierras: la tarea de acudir á 
chumanifícar enteramente» al hombre-bestia y al 
hombre-demonio de las selvas y barbarismos del 
globo. Lo que descaradamente se quiere en 
Washington es someter á naciones débiles que 
han sabido pelear y pelean por su santa inde- 
pendencia; lo que se quiere, sin miramientos 
de justicia, es convertir en jornaleros adscritos 
al suelo y en vasallos consumidores ¿á cuáles? á 
los mismos á quienes se estimuló á clamar, y 
claman con su sangre por no ser colonos sino 
libres. 

El destino manifiesto y el imperialismo norte- 
americanos significan, que en mitad de esa de- 
mocracia trabajadora y pacífica^ que daba al 
mundo el espectáculo alentador de un progreso 



UNION AMERICANA 127 



agigantado dentro de la libertad y del derecho, 
se va á alzar la institución de los ejércitos per- 
manentes de mar y tierra, azote de la democra- 
cia republicana y brazo fuerte del cesarismo. Todo 
por ambición de riquezas y para asumir afuera la 
vida de gran potencia entre grandes potencias, 
mas también para así señorearlo todo en el inte- 
rior desde este político centro de vitalidad na- 
cional. 



X 



La astucia mercantil del panameticatiiamo 
washingtoniano, rasgo de índole en una raza, ha 
venido por repulsión á retocar el un tanto h(h 
rrado tinte latino de la Unión Americana. 

El fin del siglo parece ser de los materialistas 
fuertes. Mas no por eso habría razón para que 
los débiles y espiritualistas se resignasen á pere- 
cer sin resistir ni luchar. Lo cierto es que aquel 
fracaso del panamericanismo fue una claudica* 
ción para sus inventores, quienes no habían sabi- 
do mostrarse hermanos sino mercaderes. No sería 
fácil predecir si el imperialismo por destino mani- 
fiesto será ó nó otro fracaso. Lo que está hoy muy 
á la vista es que semejante política internacio- 
nal, de parte de los Estados Unidos, es en el or- 
den jurídico una prevaricación. 

Y semejante escándalo de la fuerza sin el dere- 
cho es bien para la Unión Americana. Es bien á 



UNION AMERICANA 129 



lo menos para el resnrgir en la mente la idea de 
una comunidad internacional entre estas débiles 
repúblicas de origen espafioL Júntanse en la 
memoria de ellas las actuales guerras antillana y 
filipina de conquista con las cruzadas y usurpa- 
ciones filibusteras de otro tiempo, causa entonces 
de tanta alarma y á la vez de tanto entusiasmo. 
Ambas realidades, la pasada del destino implícito 
y la presente del destino manifiesto, mueven el 
entendimiento latino de acá á la recíproca, es 
decir, á pensar que en nuestras repúblicas acaso 
es también destino implícito y alguna vez mani- 
fiesto la Unión Americana. 

La historia de esta última enseña, que pasado 
el peligro de la Santa Alianza, varias veces el 
pensamiento viejo de la liga federativa ha dor« 
mido y vuelto á despertar. Ha despertado con 
sobresalto al sentir en su suelo pisadas prepo- 
tentes de usurpación ó de conquista. Hasta aquí 
tres naciones poderosas de la tierra han tenido 
el privilegio de interrumpir ese suefío de con- 
fianza en el derecho: Espafia, Francia y Estados 
Unidos. Lo que sucedió no está lejos de noso- 
tros, y todos saben que ha pesado sobre las dos 
B. y p. 9 



180 BOLIVIA Y PERÚ 



primeras la sanción del escarmiento. Quedemos 
esperando si éste ha de caer alguna vez también 
sobre Estados Unidos. 

3i acaso, ello de seguro no parece hoy que 
será por mano de la Unión Americana. Dijimos 
arriba que el iberoamericanismo y el panameri» 
canismo yacen en el sepulcro. ¡Qué mucho si la 
antigua Unión Americana misma se acabó ya 
enteramente! Nos queda tan sólo su archivo. 

Si no es tarea inútil el servir á la sucesión de 
la difunta en la parte de los inventarios, han 
de verse en otro libro notas steltas sobre algu- 
nas existencias de la testamentaría. El alma se 
desprendió del cuerpo — el cuerpo de los hechos 
— y voló á la mansión de las ideas inmortales. ¿Y 
si vuelve ese espíritu alguna vez por su cuerpo 
y por sus cosas al mundo real? Pondrá pleito de 
responsabilidad á los herederos disipadores. £}sas 
notas ayudarán al descargo de estos últimos. 
Han de ser por eso honradas, es decir, exactas, 
positivas, siempre á vista de las piezas mismas, 
sin nunca inscribir ni describir por lo que otros 
inscríbieon ó describieron. 
1899. 



MARIANO RICARDO TIRRAZAS 



Todavía en pleno vigor juvenil, en toda la 
fuerza de su actividad intelectual, acaba de 
fallecer en Solivia un escritor de aventajado 
talento. 

Mariano R. Terrazas era uno de esos lucha- 
dores del periodismo interno que logran abrirse 
campo en las arenas de fuera, para ejercer allí, 
como profesión militante de la democracia, la 
abogacía de los sanos principios en esta joven 
América. La fuerza expansiva de sus ideas no 
era un tributo ocasional que el choque de las 
polémicas domésticas arrancara á su naturaleza 
ardiente. Allá entre extraños esos bríos del inge- 
nio nada logran significar con eficacia sino cuan- 
do van acompañados de genuinas dotes literarias 



182 BOLIVIA Y PJERÚ 



y 86 derivan de uua irresistible vocación de 
escritor. 

Terrazas recorrió por ascensos meritorios, des- 
de la plaza de soldado raso, todas las clases de la 
fila, hasta conquistarse últimamente, en la plana 
mayor de los redactores, un puesto entre los jefes 
de la prensa en Bolivia y el Perú. 

Por eso los periódicos de todos los colores^ en 
ambos países, se presentan á estas horas unidos 
en un mismo eco simpático al deplorar la muer- 
te del joven escritor. 

Nacido en Cochabamba y afiliado en el campo 
radical, á los veinte afios empuñaba Terrazas la 
pluma en servicio de ese partido boliviano tan 
digno de estudio y observación^ que sus enemi- 
gos llaman «rojo,» que se titula «constitucional,» 
y que por fin ha logrado asimilarse todos los ele- 
mentos sanos del país, antes de ahora dispersos, 
como era consiguiente en una sociedad desqui- 
ciada por las convulsiones de la anarquía. 

Terrazas sentó plaza cabalmente cuando co- 
menzaban los debates disciplinarios de esa biso- 
ña hueste de jóvenes patriotas. Consentida ya 
por todos los partidos la constitución de 1861 



MARIANO RICARDO TERRAZAS 133 

oomo fórmula del derecho público boliviano, el 
examen vigilante de su espíritu y observancia 
fue la tarea que se impusieron los correligiona* 
ríos de la nueva secta. Bien pronto el desenvol- 
vimiento lógico de las ideas políticas les llevó á 
invocar, como enseña de su partido, esa misma 
constitución con que sus contrarios usufructua- 
ban entonces el poder. 

Cuando el partido llevó su denuedo hasta 
admitir en pro del aciago militarismo el princi* 
pió de la legalidad, la legalidad soldadesca in* 
clusa, ese lema se convirtió en un credo político 
verdaderamente nacional. 

El programa era también un plan estratégico, 
que pareció desde luego una quimera, que se 
ensayó con probabilidades de éxito durante la 
administración del general Achá, y que se con- 
firmó como hábil táctica de combate bajo el 
mando del general Morales. 

Dentro del régimen constitucional el milita- 
rismo se siente al principio favorecido y fortale- 
cido; pero, tan pronto como comienza á desple* 
gar sus ingénitos instintos despóticos, se le 
presentan sin remedio los dos términos de este 



184 BOLIVIA Y PERÚ 



dilema: ó acepta franca ó más ó menos abusiva* 
mente la dictadura, la que después de ley jura* 
da es suicidio en Solivia; ó bien se modera 
según las reglas estatuidas, y entonces se consi- 
gue robustecer el poder electoral y se prepara 
en las urnas el triunfo del partido inteligente. 

Que escoja el militarismo. 

Achá retrocedió ante la dictadura, enseñando 
á sus sucesores que si el militarismo constitu- 
cional cae, no es á los golpes de ningún partido 
político, sino bajo el desenfreno de su propia 
soldadesca pervertida. Morales no podía más 
llevar en paciencia el régimen constitucional, 
y ya se echaba despechado en brazos de la dic- 
tadura, cuando terció en su obsequio la mano 
del destino apartándole del escenario de los 
vivos. 

Tal es la barrera de hierro dentro de la cual, 
como fiera bravia, está ahora encerrado en 
Solivia el caudillaje soldadesco. Estas obras de 
reparo contra el torrente, lejos de cerrarle el 
paso, se lo facilitan impidiendo al turbión cena- 
goso el estancarse. Ellas procuran también en la 
ribera algunos días de aliento y de esperanza,. 



MARIANO RICARDO TERRAZAS 185 

estorban la duración de un mismo despotismo 
personal, y señalan un punto fijo de esfuerzo al 
concurso patriótico de los hombres de bien. 

Una vez echadas las bases del partido consti- 
tucional, no tardó mucho tiempo sin que se pre- 
sentase la ocasión de brillantes polémicas. 

Terrazas enderezó sus primeros disparos de 
escritor sobre el gabinete que arrancara de Achá 
su célebre apelación al pueblo contra las defi- 
ciencias anárquicas de la ley fundamental. En 
esta y otras luchas formidables, así en la prensa 
como en la tribuna^ el partido daba el ejemplo 
de la oposición legal extraña á las vías de 
hecho. 

Tal vez esa oposición no estuvo siempre regla- 
da por la equidad política y por las convenien- 
cias ulteriores del partido, ni se mantuvo en los 
límites de una templanza tanto más patriótica 
cuanto es la soldadesca la que suele salir me- 
drada de estas agitaciones. Sea de ello lo que 
fuere, en el caso de la apelación al pueblo, la 
opinión pública se sintió lastimada y ios vecin- 
darios protestaron. El decreto fue abrogado y el 
gabinete cayó. La majestad del régimen consti* 



186 BOLIVIA Y PERÚ 



tucioual acababa de conquistarse \xn grau núme- 
ro de admiradores. 

Cuando el entronizamiento del feroz Melga- 
rejo cambió Terrazas la pluma por la espada, 
arrostró con valor la presencia del cadalso, y se 
vio en el trance de ganar por tiempo indefinido 
el suelo extranjero. 

Un viaje á Europa en la época de la guerra 
franco-prusiana aturdía transitoriamente su ju- 
ventud, brindándole la ocasión de dejarnos so- 
bre el sitio de París un opúsculo cuyas páginas 
improvisadas son bosquejos de barbarie y deca- 
dencia. 

Después se situó en Lima donde, en la redac- 
ción sucesiva de algunos diarios, ejercía el mi- 
nisterio público de la pluma con la incorrupti* 
ble independencia que ciertos lances hicieron 
allí notoria. 

La nostalgia le acometió por entre las labores 
del diarismo; no la nostalgia aguda de la tierra » 
sino la otra, la del refinamiento anhelante, 
patriótico, la nostalgia del ideal. Horas mortales 
de desaliento vinieron entonces á visitar el alma 
de Terrazas, que con todas sus veras habitaba en 



MARIANO RICARDO TERRAZAS 187 

la patria. Dudó como dudaron tantos otros. Los 
estadistas de su partido, entre ellos el anciano 
Frías, hablan, á juicio suyo, concertado un sis- 
tema de guerra desigual, una política sin hierro 
y sin astucia contra, la brutal perfidia del mili- 
tarismo. 

Luego también los golpes de la adversidad 
habían magullado la robusta organización del 
joven proscripto. 

¡Ay! Nadie, como él, tenía más hondamente 
clavado el aguijón de la pena doméstica. En na- 
.die, como en él, filtraba por más íntimos resqui* 
cios el inexorable tedio que constituye la esencia 
de la vida humana. Conocía que la suya cami- 
naba á descabalarse, sin remedio, por la senda 
que Á sus pasos trazaba el rigor de los tiempos. 
Tja bella expresión varonil de su fisonomía iba 
sombreándose con presentimientos, de que acaso 
la índole ya muy desenvuelta de sus inclinaciones 
no hallase patria á quien servir, y de que más 
desterradas se habían de encontrar 'sus faculta- 
des dentro que fuera de su país. 

Llevando además, como llevaba, vida pura- 
mente intelectual hasta para ganar el sustento, y 



188 BOLIVIA Y PERÚ 



ajeno del todo al afán equilibrante que reclaman 
las materialidades lucrativas, él era también, él, 
de los que saben paladear á sorbos esa cortés in- 
diferencia hospitalaria que circunda al asilado 
oprimiéndole lentamente el alma. 

Cayó Melgarejo, contra cuyo desgobierno ha- 
bía gastado tanta elocuencia el escritor; y, sin 
embargo, Mariano R. Terrazas, sumergido como 
un náufrago desesperado en un mar de incerti- 
dumbres, no quería volver los ojos hacia las ori- 
llas de la patria. 

¿Había aceptado como ley irrevocable de su 
destino la expatriación, y con ella el disloca- 
miento moral de la existencia, el caminar por 
entre estorbos fuera de la ruta frecuentada, sin 
más horizonte que el paso que dejan franco al 
apartarse los corazones? Algunos arranques de su 
alma parecían indicarlo. Con todo, un observador 
atento hubiera advertido, que su espíritu carecía 
de la calma necesaria para perseverar en las 
grandes determinaciones. 

Cabalmente en esos mismos instantes el par^ 
tido de la legalidad á toda costa, enaltecido por 



MARIANO RICARDO TERRAZAS 189 

sns virtudes y sus servicios, se colocaba en Boli- 
via al centro de uu poderoso movimiento con- 
vergente que partía de todas los esferas sociales. 

Terrazas en lima se resistía á creer en la rea- 
lidad de esta grande evolución, mediante la cual 
el partido constitucional engrosaba sus filas con 
los contingentes que le venían de los vecindarios 
urbanos, de la juventud educada, del alto clero 
docto y honesto, de los propietarios conservado- 
res. Quedaban únicamente la clase artesana y 
los enjambres de holgazanes á la merced incierta 
de la propia influencia ó de la contraria. En cam- 
bio la elección de candidato recaía en el jefe del 
partido constitucional, en el ilustre ausente que 
en breve había de venir para ser el modelo de 
los supremos magistrados, en aquél á quien sus 
antagonistas más ardorosos no pudieron nunca 
odiar á causa de su boca santa. 

Ese candidato no era otro que don Adolfo 
Ballivián, el íntimo amigo venerado de Mariano 
R. Terrazas, algo menos joven que él, pero que 
había departido con él las confidencias de la po- 
lítica y las penas de la proscripción, acabando 



140 SOLIVIA Y PERÚ 



por inspirar á Terrazas esa adhesión entusiasta 
que inspiraba á cuantos contemplaron con inti- 
midad su hermosa alma caballeresca. 

Bien pronto se daba en las urnas la gran bata- 
lla, el combate más formidable que recuerdan 
los fastos electorales de aquella democracia febri- 
citante. El correo traía unos tras otros los triun- 
fos redoblados del partido constitucional, en los 
momentos que llegaba de Europa al Callao el 
elegido de los pueblos, y que llegaba triste, sin 
avaricia de poder, resignado al mandato de la 
soberanía. 

El fuerte abrazo del amigo y el golpe eléctrico 
de la victoria sacudieron hasta en sus últimos 
resortes el espíritu de Terrazas. Ebrio entonces 
de entusiasmo arrojó lejos, para volar á la patria» 
la pluma que había puesto al servicio de la buena 
causa en el Perú; esa pluma suya, cortada al filo 
de las ideas, teñida en el alma, desenvuelta y 
rápida, diestra en dilucidar los complicados ne- 
gocios de la administración del Perú, exaltada en 
las cosas de Solivia por el fervor de la justicia» 
implacable y soberbia contra el militarismo. 

No debía ser larga después de ocho años de 



MARIANO RICABOO TERRAZAS 141 

destierro su mansión en La Paz. Luego al punto 
se partía para Europa, á desempefiar la gestión 
financiera de urgentes negocios de la república, 
á cosechar desengaños de puerta en puerta, á 
asistir al desmoronamiento del recién planteado 
crédito nacional en la bolsa de Londres. 

Por este camino Terrazas se apartó del campo 
que su corazón intrépido prefiriera, si hubiese 
vislumbrado los grandes días de prueba que la 
suerte y los eventos políticos deparaban á su 
partido. 

|Ah! La historia del partido constitucional en 
el ejercicio del poder es más extraordinaria que 
la clásica tragedia griega de los destinos y que el 
drama de las modernas peripecias; porque cons- 
ta por entero de catástrofes, catástrofes en la 
exposición, en el enredo y en el desenlace. 

No cumplido todavía el primer afío del perío- 
do, el jefe del Estado, carcomido por la enferme- 
dad y agobiado con el peso de los negocios, su- 
cumbía en el lecho del dolor, mas sin dejar contra 
su memoria ni su administración una sola queja 
calificable. 

Tronchado de esta suerte el brazo robusto que 



Ii2 SOLIVIA Y PERÚ 



empuñaba las riendas del gobierno y la bandera 
de los principios, por el ministerio de la ley era 
arrastrado hasta la silla el ya encorvado Mentor 
de la causa constitucional. Nueva raza la de es^ 
tos estadistas forzados al mando supremo en la 
tierra convertida por el militarismo en estancia 
ó criadero de caudillos. Terrazas decía que los 
más sefialados de estos corifeos no llegan á so* 
brepasar la talla de los héroes de encrucijadas. 
Don Tomás Frías podía decir segunda vez con 
autoridad á los aspirantes, como el viejo Colocóla 
de la epopeya: 

Codicia del mandar no me convida 
á pesarme de veros pretensores 
de cosa qae á mí tanto era debida. 

La trasmisión fortuita del mando fue en ver* 
dad un trance mortal para un partido no afianza* 
do en el poder* Pero el dedo de la Providencia^ 
que opone á las furias del océano muros de are- 
na, enfrenó esta vez con el espíritu de la ley lo» 
ímpetus del militarismo. Fuerzas morales, pre- 
sión de opinión, el cefio de la conciencia pública» 



MARIANO RICARDO TERRAZAS 143 

voces del honor, todo lo que á menado sirve más 
bien de incentivo á los soldadescos apetitos, bas- 
tó esta vez á aplacarlos y tal vez á macerarlos. 

Haciendo un llamamiento al patriotismo para 
una tregua en favor de la cordura y del trabajo, 
Terrazas desde Londres, y según sus personales 
experiencias, pintó á los bolivianos todo lo que 
hay de amargo y desastroso en el desdén ex- 
tranjero con sus puñaladas de gestos y sonri>9as. 
Pero no era ésta la argumentación debida, y, para 
apartar de la vorágine al cuerpo social, más efi- 
caz que el desprecio de los Estados, sería en tal 
caso el mismo instinto fisiológico, el terror, el es- 
panto de los sentidos ante el espectáculo que 
ofrecen las pasiones humanas desencadenadas 
unas contra otras por el bien y por el mal. 

Pues tal es el cuadro tremendo de la sociedad 
boliviana cuando el partido constitucional, una 
vez subido el grupo de sus jefes á la eminencia 
del gobierno, acometió la empresa de la regenera- 
ción del país con el apoyo moral del alto clero, 
de los vecindarios urbanos, de la juventud gene- 
rosa y de los propietarios conservadores, 

El gobierno del presidente Frías llenó las ta- 



144 BOU VIA Y ?£RÚ 



reas reparadoras y moralizadoras de su adminis- 
tración, teniendo que luchar contra todas y cada 
una de las facciones del caudillaje y de la dema- 
gogia: aquí, las tergiversaciones de los escribas bi« 
zantinos con sus celos ruines y sus envidias aca- 
démicap; allá, los conflictos levantados por los 
prevaricadores de la causa constitucional; acá, la 
sedición á secas del militarismo desvergonzado y 
aleve. Con las pocas armas que ponía en manos 
de la autoridad una constitución esencialmente 
anárquica, todas esas facciones fueron batidas 
en sus respectivos atrincheramientos, y debela- 
das después en encuentro mortal á campo abier- 
to cuando deponiendo sus odios recíprocos habían 
hecho frente coligadas. Al término ya de su larga 
carrera y en desempeño de los supremos deberes 
de su cargo, el viejo Mentor empuñaba por vez 
primera en su vida el acero, gritando €|soldados 
flomosl» á la cabeza de sus fieles combatientes. 

Tan sólo contra la infatigable conspiración 
clandestina de las pasiones desorganizadoras se 
mostraba impotente el gobierno. Pero á lo menos 
aplazó su éxito cabal. Y en suma era mucho 
hacer. Lícito el cargar armas y el reunirse poli- 



MARIANO' RICARDO TERRAZAS 145 

ficameute, vedadas las medidas preventivas, abo- 
fidos los tribauales militares por causas políti- 
cas, trabadas las judicaturas por las lentitudes 
del procedimiento ordinario, la estrictez del régi- 
men constitucional hubiera hecho radicalmente 
imposible el parar el golpe de los culpados y es- 
torbar futuros conatos, si el propio ensanche des- 
medido de las libertades públicas y el inusitado 
respeto absoluto á las garantías individuales, en- 
vileciendo y encanallando cada vez^ más la sorda 
conspiración, no hubiesen acabado |útil ejemplol 
por esterilizar su cundidora simiente. 

Si el amor patrio del escritor se lastimó del 
entrecejo y del desdén que jugueteaba en los la- 
bios de los especuladores de Londres, ello se re- 
fiere, á no dudarlo, para usar el lenguaje de lon- 
ja y bazar, á la suma total del cargo en cuenta 
corriente que corresponde á la nacionalidad bo- 
liviana. La partida de la data es relativa á los ami- 
gos políticos de Mariano R. Terrazas. Hay que 
glosarla con comprobantes sobre el gobierno del 
presidente Frías, y esta glosa justificativa se ha- 
rá de seguro más tarde con grande acopio de re- 
cibos y cancelaciones. 

B. Y p. 10 



146 SOLIVIA T VKUt 



Hé aquí, mientras tanto, un breve resumen da 
esos valores en dos planillas: las confidencias de 
un diplomático á su gobierno, de un testigo 
rauy interesado en decir la verdad al litigan- 
te más ai>sioso de saberla pura; confidencias que. 
trasmitidas por la cancillería al congreso chileno, 
causaron como es notorio honda impresión en 
sus bancos, y contribuyeron de su parte á deci- 
dir por unanimidad y sin debate el famoso liti- 
gio de treinta afíos. Habla el enviado de Chile 
en Sucre: 

€ Concretando la cuestión al gobierno actual 
de Bolivia, puedo asegurar á V. S. que si ha ha- 
bido en esta república alguno que haya dado 
completas garantías de probidad y de honradez 
intachables, ése seguramente es el del honorable 
sefior Frías. Nacido del orden constitucional, en 
medio de los aplausos generales del pueblo, ro- 
deado de las más notables inteligencias del país, 
lleno del múltiple prestigio que dan la virtud, la 
ciencia y el respeto público autorizado por lar- 
gos años y largos servicios, su existencia, aunque 
trabajada últimamente de una manera feroz por 
las convulsiones anárquicas, ha sido en alto gra- 



MARIANO RICARDO TERRAZAS H7 . 

do coDvenieute á la prosperidad de la república. 
Arreglo eu las ofícinas, moralidad en los emplea- 
dos, administraciÓQ prudente y acertada de los 
fondos públicos, veneración á la ley, llevada has 
ta el extremo por las autoridades, libertad am 
plia, como jamás se ha visto, en la tribuna, ei 
la prensa, en los comicios; hé ahí lo que consti 
tuye el carácter de la administración actual 
Reacción sin tregua contra los antiguos vicio?, 
guerra enérgica al abuso, firmeza mcentrastable 
para obrar el bien, han sido su programa en el 
interior en sus relaciones exteriores, lealtad en 
sus compromisos, buena fe en la palabra empe- 
ñada. 

cTal es el gobierno con el cual me ha cabido 
Ia honra de tratar. 

€ Yo he seguido de cerca sus pasos, he obsei*- 
vado imparcialmente sus actos, lo he visto en si- 
tuaciones harto difíciles; y nunca, ni por un solo 
momento, he tenido motivo para variar el juicio 
y que francamente manifiesto á V. S. En los 
negocios relativos al Tratado puedo asegurar á 
V. S. que su conducta me ha complacido sobre- 
manera. En medio de las borrascas de una Asam- 



148 BOLIVIA Y PERÚ 



blea agitadisima ea que la mayoría era hostil ¿ 
090 pacto» entre los confusos clamores de la mul- 
titud extraviada por una prensa irrespetuosa é 
injusta, siempre encontré en el señor Frías la 
misma palabra serena, el mismo proceder sincero 
y franco, á pesar que á su al rededor se agitaban 
fuertes pasiones y se urdían sordas conspiraciones. 

f Igual cosa me incumbe decir del señor minis- 
tro de relaciones exteriores, señor Baptista. Los 
antecedentes de toda la vida pública de uno y 
otro garantizan su conducta en el porvenir. Y bé 
aquí por qué yo creo que si ee ha de sacar sobre 
el Tratado del 74 algún argumento personal para 
defenderlo ó impugnarlo, el único argumento 
que es posible es el de su más vigorosa defensa, 
atendida la clase de hombres que están en el día 
al frente de los negocios públicos de Bolivia- 

< Y he querido tomar nota de la circunstancia 
especial en que se hallan nuestras relaciones con 
esta república, teniendo afortunadamente que 
tratar no con caudillos advenedizos sino con ver- 
daderos hombres de gobierno, para que V* S. 
aprecie en su justo valor la conveniencia de apro- 
vechar el momento para sellar definitivamente la: 



MABIAÑd álCARDÓ I^ERRAZAS 149- 

amistad sincera y desinteresada que debe unir- 
nos á esta república hermana. > 
' Como se ve, la acción y los protagonistas eran 
propios para que durante el drama el carácter de 
Terrazas desplegase notables cualidades. Error 
de su partido fue sacarle del escenario confián- 
dole lejanas agencias del fisco. Hubiera figurado 
eü primera fila entre los combatientes del gobier- 
no en la prensa, en la tribuna y én los comicios. 
En particular, Terrazas era el hombre para los 
bizantinos, estos gastadores delanteros en la van- 
guardia de los genízaros pacificadores. Su petu- 
lancia amable, su frase acicalada, sus agilidades 
en el florete de la polémica cotidiana, su sarcas- 
mo siempre listo tras el ademán cortés, su estiló 
de afirmaciones categóricas no como quien lanzad 
sino como el que acumula piedra sobre piedra, íe 
señalaban para medirse ventajosamente con los 
constitucionalistas máa constitucionales que la 
eoústitución. 

Pero el escritor volvió á Bolivia» empuñada 
siempre la gentil pluma, cuando quedaban po- 
cos meses al período presidencial y se avecinaba 
de muy cerca la postrera catástrofe. 



1)0 SOLIVIA Y PERÚ 



Al modo de ua íIubo doctrinario el gobierno 
se había encastillado en la ley fundamental; y 
no hubo amonestación, ni interés, ni represalia, 
ni peligro que le hiciesen salir de a^li un paso. 
Mientras tanto, no era ya aversión sino encono 
el del militarismo contra el ya dilatado régimen 
de la ley. El riesgo de un enorme atentado era 
inminente de un momento á otro. Una orden 
del jefe supremo en el fuero de guerra lo hubie- 
ra todo evitado; pero se consideró que esa orden, 
aunque lícita, no era conforme á la equidad polí- 
tica y se había de estimar por el espíritu de par- 
tido como una flagrante provocación. En vano 
espadas retempladas por el coraje del viejo ho- 
nor militar se brindaban á ejecutarla; en vano 
pechos numerosos se ofrecían para antemural de 
los hombres del gobierno. Todo fue inútil. La 
obstinación del anciano era invencible. Estaba 
sordo al clamor de amigos que divisaron cerca 
de sí la proscripción y el cadalso; estaba cegado 
por el vértigo de la legalidad; estaba poseído del 
demonio de la constitución. 

Algunas horaasde8{>ué,s de estas patéticas eeh 
cenas el hecho brutal estaba consumado; y loa 



MARIANO RICARDO TERRAZAS 151 

cinco hombres civiles del poder ejecutivo caíau 
ineruies, envueltos á la heroica en los pliegues 
de su bandera, para ejemplo de los Estados ve- 
cinos y admiración de los hombres de bien. 

Fortuna y muy grande para los jefes del par- 
tido constitucional, que tras una vi<ia tormento* 
sa de tres afios en la cual resistieron sus perso* 
ñas desde el agravio en el honor que clama 
venganza, hasta la mina y el incendio del edifi- 
cio donde despachaban con sus amanuenses los 
negocios del Estado; fortuna y muy grande para 
ellos, que después de haber triunfado en todos 
los peligros y de todos los obstáculos hasta dejar 
perfectamente instalados los comicios electorales, 
de cuyas urnas iba á salir el supremo mandata- 
rio de los pueblos; fortuna y muy grande, volve- 
mos á decir, para esos hombres, fue que viniesen 
á ceder tan sólo á un golpe sacrilego durante la 
¿iotemnidad de esos comicios, porque de esta 
suerte ese atentado de la usurpación no cayó yir- 
tualmente sobre sus cabezas sino sobre la sobe- 
ránfa nacional. 

Hé aquí la faena y he a(]|ui loei operarios del 
iVogar poliÜco á que perteneció en Solivia María- 



15Í BOJ.IVIA Y PÍRÚ 



no B, Terrazas. Contra el modo de ver de los 
que tomau en cuenta solamente los desastres que 
aU¿ unos tras otros acumulan juntos los apetitos 
de la soldadesca y las pasiones de la demagogia, 
se convendrá en que el corazón de la desgajada 
encina aun no está tan carcomido, que no con- 
tenga la savia necesaria para mantener en loza- 
nía una rama^ y esa rama ea en Bolivia la gran 
colBctividad política del partido constitucional. 

La prez y honra del gobierno caído reflejan m 
brillo en la memoria del malogrado escritor boli- 
viano, porque éste fue en todo tiempo un eco fíel 
de las inspiraciones y aspiraciones del partido 
constitucionaK La pluma color de rosa como la 
aurora, que en vitela perfumada con aroma de 
ensuefios y misterios del corazón, dibuja las ar- 
monías del valle cuando las aves alzan amorosas 
el vuelo, fue para él un juguete de las horas que 
pasan y no vuelven. Su acento durable no era 
una emoción sino un acto; au vena fértil era el 
debate de los negocios públicos; su fibra esencial 
era la defensa de las instituciones contra el mili- 
tarismo* 

Por eso Bolivia sabrá honrar debidamente la 



MARIANO RICARDO TERRAZAS 



158 



majestad de esta tumba tau anticipada y ya tan 
lamentable. Allá donde las gentes se dan el solas 
piadoso de tejer guirnaldas literarias á cual* 
quier vecino que muere, no quedará de seguro 
insoluta la deuda de la gratitud nacional, y lai 
ofrendas serán esta vez sin ^ufasis y -con las se- 
ñales inequívocas del respeto público. Los con* 
ciudadanos recogerán los escritos y los bellos 
ejemplos de esta juventud fecunda. Mientras 
tanto, y como la nombradía de Mariano R. Te- 
rrazas trasmontó las fronteras de su país» era in- 
dispensable señalar acá fuera su filiación de es* 
critor. Siguiendo la filosofía del adagio vulgar, el 
plan más seguro para ello era el que hemos 
adoptada: á fin de decir quién fue, señalar con 
<g[aiéne8 andaba. 

1878. 



DC LA PAZ AL pacífico. 
Á TAPOB TBBÍVTA AÑOS ATKÁS 



Conciliar el orden público con la libertad poH- 
tica» 68 la tarea que se impusierou las sociedades 
de Hispano'América, al adoptar la democracia 
republieaqa como forma irrevocable de gobierno 
para su vida independiente. Arduo problema y 
á las veces sangriento problema, que Solivia, 
entre todas las demás repúblicas, no ha acertado 
todavía á resolver despejando una siquiera de 
sus incógnitas elementales. 

Años atrás, la escuela más patriótica y pen- 
sadora de sus estadistas se entregó con celo á 
buscar el valor escondido aplicando, como méto- 
do, fórmulas más ó menos ingeniosas ó acredita- 
das de organización y régimen político. Pero el 



DR LA PAZ AL PACÍFICO 155 

derecho público con todas sus combiiiaciouee y 
los partidos cou- todos sas programas se han visto 
sacesivamente devorados,; en lo más empefioso 
de su tarea» por una anarquía siempre creciente y 
arroUadora, que por encima de los arreglos adop« 
tados y superior en impeta á los esfuerzos más 
heroicos, no ha tenido otro reposo, en su obra de 
destrucción» que el que la dejan sus propias 
horas de cansancio y agotamiento. 

Hoy por hoy, parece que el período de las teo* 
rías organizadoras va allá pasando. Desde que 
eiertas ideas modernas y prácticas de admiuis* 
tración económica pudieron, en fuerza del ge*' 
neral desengaño y por virtud de sus promesas 
reparadoras y estimulantes, abrirse paso en los 
espíritus reflexivos y consternados, la mejor 
parte de los estadistas bolivianos encaminó sus 
tentativas de afianzamiento por el lado de las 
empresas y el fomento de las industrias. El de- 
sarrollo de los intereses materiales como base 
de público reposo y de libertad bien entendida, 
contiene, á juicio de la flamante escuela, la cía 
ve reveladora á la vez de la mejora individual y 
de las soluciones políticas. 



166 SOLIVIA V PERÚ 



Nobles caracteres consagraD todavía con ahinqo 
sus vigilias á poner en orden las cosas dentro del 
reicíado de la justicia;, pero los esfuerzos tnás 
enérgicos y perseverantes del patriotismo previ- 
sor'no disimulan á estas horas, en Bolivia, su pre- 
ferencia por las empresas positivas de utilidad 
asi particulares como nacionales* Hasta se pudie- 
ran citar hechos, hechos increíbles, que demues- 
tran la vehemencia sin cálculo y la desesperada 
alucinación con que el Estado ha contraído crédi- 
tos, conducido negociados y acometido empre^ 
sas, dejándose guiar con fe ciega de este nuevo 
oráculo de sus destinos. 



II 



Pero el oráculo, como todos los oráculos, apenas 
si da á la necesidad sin tregua una respuesta de 
remoto asidero y por demás yaga y genérica; y 
tanto más vaga y genérica cuanto ella se refiere 
á fenómenos complexos de una entidad colectiva. 

Por'f ortuna, en esta parte los estadistas bolivia- 
nos no han estado discordes en dar con lo que 
ellos pudieran llamar registro secreto ó resorte 
inicial de la aplicación paulatina. Con una una- 
nimidad bien singular en la historia de sus deba- 
tes políticos, á la hora presente está ya concer- 
tada para todos los ámbitos de la república el 
comienzo de la faena, y fíjada la labor primera 
de esta vasta y complicadísima labor. 

«[Vías de comunicación!» 

Hé ahí el grito de salvación, el lema regenera- 
dor, el programa administrativo de la política 



1A8 BOL! VIA Y PERÚ 



nacional. Comanicarse rápida y fácilmente entre 
6Í y con el extranjero, es la aspiración de todos 
los bolivianos capaces hoy de llevar, á la animo 
sidad de sus querellas civiles egoístas, un grano 
cualquiera de patriotismo y de público interés. 
El lado material en las conquistas políticas se 
reputa el lado del cimiento y del asiento de la paz 
y la libertad; pero á fin de impulsar lógicamente 
el desarrollo de los intereses industriales por 
entre las actuales penurias del individuo y los 
ahogos del fisco, 8e miran las carreteras al exte- 
rior, el vapor fluvial y las vías férreas como la 
obra del común y primordial esfuerzo, como la 
piedra del sacrificio bienhechor, para salir del 
purgatorio interno en que hoy luchan gimiendo 
todas las pasiones de la ociosidad indigente y 
pervertida. 

cjVías de comunicación!» 

Tal es el gran salto mortal para subir al camino 
firme del progreso, la jornada iuvasora de una 
sana política, la premisa que contiene dentro de 
su puño un semillero de fecundos bienes. ¡Aire, 
luz, movimientol y al punto los encarcelados de 
la América del Sur se lanzarán en tropel en bus-^ 



DE LA PAZ AL PACÍFICO 169 

ca de} trabajo, que da al individuo bienestar é 
kiide|>endencia, con virtiéndole' por el hecho en 
sostén del orden y en guardián de la ley, condi^ 
cienes di9 la libertad. 

Y es tal la fe de los que ya ven por este medio 
convertida la presente conspiración implacable 
contra el orden y la ley, en actividad industrial 
sefiora y soberana, que cuentan por afios cabales 
el desplegamiento gradual de ciertas reformas 
subsiguientes á una nueva vía de comunicación 
por vapor al exterior. 

Grave error, si bien noble y generoso error, el 
de la política sistemática de la viabilidad reden- 
tora. Grave error, porque la rebusca de piedras 
filosofales en política ha sólido traer consigo 
desastres y penurias de imprevisión y cálculo, de 
suyo superiores con mucho a la eficacia de toda 
piedra filosofal. Grave error, porque eso es olvi- 
dar que, á orillas del mar y frente á Europa, 
han sentado sus reales la fuerza, el desasosiego y 
la violencia en Caracas y en Montevideo. Grave 
error, porque la demostración en contrario de los 
hechos reviste en el caso actual una evidencia 
asombrosa. 



160 '^ BOUVIA Y PERÚ 



' Asombrosa hemos dicho; y el lector se asom:- 
brará de segara junto con nosotros cuandale 
revelemos lo que es casi na enorme secreto: tan 
inadvertido ha pasado el acontecimíentoF 



III 



Van á cumplirse ya dos afios que la ciudad de 
La Paz, rica población mediterránea de 70,000 
almas y asiento habitual del gobierno, se comu- 
nica á vapor con el mundo por el lago Titicaca y 
el ferrocarril de Puno á Moliendo; y se comunica 
á través de los Andes gigantescos y los arenales 
abrasadores de la costa, con rapidez y comodidad, 
á despecho de la indiferencia soberbia de los ha- 
bitantes paceños y de la ignorancia soberana, ó 
cmayestática» como allá se dice, de la república 
de Bolivia. 

Retiremos al punto la palabra, porque en rea- 
lidad no se comunica. Los moradores de la cau- 
tiva ciudad colonial no se curan para nada de las 
recientes hazañas, que á sus puertas y en tierra 
del Perú, acaba de realizar el vapor. 

La locomotora ha escalado caracoleando las 
cumbres nevadas hasta una altura inaudita y 

B. Y p. 11 



162 SOLIVIA Y PKBÚ 



vertíginosa sobre el nivel del mar. Enfrentán- 
dose en Puno al Illiman i y al Sorata se ha dete- 
nido á las orillas de aquel fabuloso lago de los 
incas emperadores, que es un prodigio de la crea- 
ción por su belleza incomparable y por la alti- 
tud del lecho misterioso donde duermen sus 
aguas legendarias. Desde allí, dos buques de 
vapor cruzan el lago y lo orillan airosamente 
todas las semanas; atracan sus bordas á la extre- 
midad septentrional de la altiplauicie boliviana^ y 
saludan con el silbato á la ciudad de La Paz á 
través de una pradera amenísima de doce leguas 
escasas. 

Pero en vano. El vecindario de la ciudad fósil, 
que tiene sus calles en el fondo sinuoso de una 
hoya angosta y profunda entre la altiplanicie y 
las cordilleras, permanece sordo á este llamado 
providencial del comercio y la actividad. 

No por eso, en efecto^ han aumentado allí las 
importaciones, ni las exportaciones, ni la pro- 
ducción, ni la demanda, ni las agencias, ni el 
acarreo, ni los contratos, ni el comprar ó vender, ni 
las empresas, ni los giros, ni nada. Nadie toma en 
cuenta para nada en sus negocios el arribo de los 



DE LA. PAZ AL PACÍFICO 1^3 

vapores. Para entrar en negocios nadie calcula 
sobre la base de la fácil comunicación ó transpor- 
te á la costa. Por noticias yerbales ó informes, á 
menudo contradictorios, se logra á veces acertar 
con los días de la llegada de los vapores. Los pe- 
riódicos no publican avisos, ni itinerarios, ni tari- 
fas de la carrera del lago ni de los trenes trasan- 
dinos. El comercio sigue su antigua ruta de aca- 
rreo al través de ochenta leguas á lomo de muía 
por la vía de Tacna. No bay ni un coche, ni 
una carreta, ni una posta de cabalgaduras para 
transportarse al puerto. No se diseña en la ciu- 
dad ó sus cercanías ninguno de esos signos de- 
nunciadores de la nueva condición de una ciu- 
dad, que sacudiendo el polvo de los siglos, acaba 
de salir de tiei ras adentro á la gran plaza comer- 
cial de las naciones. 

¿Pereza colonial? 

£1 corazón de la turbulenta villa hierve día y 
noche con las pasiones furiosas de partido entre 
las rocas verticales que la circuyen, como hierve 
el agua con los ejes y barras candentes, arrojados 
sin descanso á esos enormes estanques que hu- 
mean gases y azufre en los hornos de fundición. 



164 BOLIVIA Y PSBÚ 



Allí no 86 conoce el reposo. El alma humana 
vibra sus iras con la intensidad del rayo y la 
viveza de la centella. La voluntad obra ordina- 
riamente prodigios de impetuosidad y tesón en 
el ataque y la defensa á sangre y fuego. Las com- 
binaciones más ingeniosas y pacientes de la me- 
ditación y el cálculo, nunca brillaron tanto con 
novedad inesperada, como brillan en el arte cien- 
tiñco de las conspiraciones cotidianas de La Paz. 
|Nól Este no es sueño. Es la vigilia más activa 
de cuantas refiere la historia de las agitaciones 
humanas. 



IV 



¡Qué mucho entoncee que en las demás ciuda- 
des interiores se ignore totalmente, ó bien se des- 
deñe con majestad, el ascenso casi diario del 
vapor locomóvil desde las playas del mar Pací- 
fico hasta la altiplanicie de Bolivial 

El viajero que desea salir de esas ciudades al 
exterior apenas si logra obtener, de algunos co- 
merciantes, ideas remotas sobre la existencia de 
esa ruta, y sobre los vapores del Titicaca y los 
trenes de Puno á Moliendo. Cinco meses atrás 
en Sucre no era posible obtener al respecto nin- 
gún dato acertivo ni concreto. En Potosí se afir- 
maba la existencia de vapores semanales, pero se 
temía que el ferrocarril no tocase todavía en 
Puno. 

Empleados del Ministerio de Relaciones Ex- 
teriores conocían, en Oruro, la existencia de do&( 
vapores quincenales, uno de cabotaje y otro di- 



1C6 BOLIVIA T PSBÚ 



recto de Puno á Carapata, y sabían que el tren 
de Puno á Arequipa era bisemanal; pero igno- 
raban en uno y otro caso las tarifas, los días fijos 
y sus conexiones entre sí y con la carrera del 
Pacífico: puntos muy esenciales todos para el iti- 
nerario del viajero, que siempre quisiera sacar 
de antemano sus cuentas de tiempo y gastos y 
eyitarse estadas penosas en Carapata, Puno y 
Moliendo. En Carapata, sobre todo, desembarca- 
dero boliviano despoblado y sin techo. 

Esos mismos empleados no se atrevían á acon- 
sejar por el momento la ruta de Titicaca. La can- 
cillería tenía datos oficiales de una próxima sus- 
pensión temporal en la carrera de los vapores. 
Motivo de incértidumbres. Era preciso, ó correr 
el riesgo de un retroceso caso de encaminarse 
confiadamente al lago, ó bien con seguridad y 
derechura cortar por la antigua travesía del des- 
poblado de Oruro á Tacna. 

Una vez trasladados nosotros resueltamente á 
La Paz, los datos fueron al principio contradic- 
torios en el comercio acerca de los vapores. Por 
fortuna, allí se hallaba de paso un agente de la 
compaftía que había obtenido del gobierno pe* 



DE LA PAZ AL PACÍFICO 167 

ruano el tomarles á su cargo. Repechando y 
bajando las calles de La Paz no fue imposible 
dar con su paradero, para saber que la suspen- 
sión no se había verificado todavía , y que en la 
mañana el caminante podía trepar sobre el apa- 
rejo de una muía trotona en La Paz, con la segu- 
ridad esa misma noche ó al amanecer de dormir 
embarcado en Garapata, y de poder dormir tran- 
quilamente en adelante al recorrer con rapidez 
enormes distancias. 



Es más fácil ir de cualquier extremo del globo 
á La Paz que salir de La Paz al lago. A este res- 
pecto las dificultades con que á menudo tropieza 
el forastero sin relaciones son punto menos que 
insuperables. A la sazón no había otro arbitrio 
que fiarse en las dos muías hambrientas de un 
arriero argentino, que echaban paso á paso y pu- 
jando catorce horas de la ciudad á Pucarani, 
pueblo situado cinco leguas antes del embarca- 
dero. 

De suyo la travesía no es penosa, y en coche 
ó buenas cabalgaduras podría mirarse como una 
excursión interesante. Aunque no se pasa por las 
ruinas de Tiahuanaco^ tan dignas de estudio y 
contemplación, la antiplanicie pierde acá su mo- 
notonía, entre sinuosidades, por su vecindad á 
la cordillera real y su aproximación al lago. De 
trecho en trecho caseríos rústicos y estancias de 



DB LA PAZ AL PACÍFICO 169 

ganados, qae pacen en verdes campiñas, alegran 
la rata; mientras la vista se espacia en ios hori- 
zontes laminosos y opuestos, donde se levanta 
como an gigante el Ulímani y se extiende como 
un mar suspendido el Titicaca. 

Pacarani es una aldea pintoresca en la emi- 
nencia de suaves colinas, entre aguadas benéfi- 
cas, con frente al cordón de la cordillera oriental 
y sus picos nevad(»8. De aquí á Carapata la be- 
Ueza del camino indemniza con usura al cami- 
nante de cualesquiera penalidades. 

Cuando pasamos era la festividad de la Cruz, 
que los indios solemnizan con entusiasmo. Desde 
el amanecer se veían descolgarse de todas las es- 
tancias al pueblo grupos de campesinos. En to- 
das direcciones mujeres, niños, viejos, caían al 
camino real engalanados con plumajes de color 
y con sus vestidos más nuevos y pintorescos. 
Unos llevaban grandes cruces, benditas, al son de 
cajas y pífanos; otros apresuraban el paso para 
alcanzar la misa y procesión; algunos traían cor- 
deritos gordos, gallinas, canastos de huevos, que- 
sillos y otras ofrendas para el señor cura. 

Si el caminante no ha de ponerse en Carapata 



170 BOLIVIA Y PBBÚ 



para embarcarse al punto, mal haría en ir á 
esperar allí el vapor. Carapata es un punto pri- 
vilegiado por su posición, pero cuyos dueños na- 
da han hecho en él para alojar al viajante. Cer- 
ca del muelle rústico que sirve de embarcadero 
existen ciertamente unas bodegas de teja; pero 
están sin puertas, desmantelado el interior, se 
niega el hospedaje, se ofrecen en venta tan sólo 
bebidas espirituosas. La casa de hacienda no es 
incómoda y abunda en buena voluntad; pero dis- 
ta de allí no menos de media legua. El lugar de 
espera, ya que no avisan los periódicos el día ñjo 
de los vapores, es necesariamente Pucarani, mien* 
tras la divina Providencia se sirva mudar este 
estado de cosas. 



VI 



Pero en Garapata acaban los dominioe del apa- 
rejo y comienzan los del vapor. Garapata es por 
esta causa un lugar memorable. Si el viajero no 
ha salido nunca de Bolivia, poniendo el sitio de 
Garapata delante de sus ojos la novedad sorpren • 
dente del vapor locomóvil, está destinado á figu- 
rar con estrépito en la historia de su vida. Si el 
viajero estuvo alguna vez fuera de Bolivia, de- 
volviéndole Garapata el uso natural de todos los 
miembros de su cuerpo, con la facultad de pen- 
sar en otra cosa que en sus lastimaduras y agu- 
jetas, graba para siempre en sus recuerdos la 
fecha en que tornó á viajar con agrado, gozando 
las ventajas del aseo, del trabajo, de la lectura, 
del bienestar, que perdidos se echan menos con 
increíble mortificación. 

La navegación del Titicaca es sin peligros ni 
penalidades. En su especie es algo de muy admi- 



172 BOLIVIA T PBRÚ 



rabie; no porque uno piense qne va surcando á 
vapor un pequeño mar entre las cumbres andi- 
nas, el más alto sin disputa y más profundo, de 
sus dimensiones, en el globo, sino porque la na- 
turaleza entera concurre al esplendor de la tra- 
vesía. 

En noches de luna llega uno á imaginarse que 
anda vagando en el país de las hadas. No es la 
soledad inmensurable y temible del mar la que 
nos rodea. Uno siente que la madre tierra nos 
guarda en su seno y que por todas partes no& 
abre sus brazos, enviándonos en el besar de sus 
brisas los ecos benignos de las cabanas indíge- 
nas. Los cuentos de Mil y Una Noches llenan 
entonces la fantasía; y el encanto es tan com- 
pleto, que desde la borda del buque uno cree di- 
visar en las islas históricas dibujos de arquitec- 
tura que representan las actuales ruinas del pa- 
lacio, jardines, fortalezas y templos del inca. 

En noches serenas y sin luna la masa enorme 
del Sorata aparece hacia el Oriente como un 
blanco luminar, debida su claridad al reflejo de 
las aguas y á la transparencia de la atmósfera en 



DE LA PAZ AL PACÍFICO 173 

la altura próxima á los 13,000 pies. El famoso 
nevado se dos presenta entonces como nadando 
á lo lejos en pos del vapor, que huye á ocultarse 
en las sombras apiñadas al occidente, prestan- 
do con sus vaivenes al parecer más ágiles movi- 
inientos á la montaña en su carrera. 

El paso del estrecho de Tiquina, verdadera jo- 
ya territorial de Bolivia, y donde al través del ca- 
nal se saludan las pintorescas aldeas de san Pedro 
y de san Pablo, lanza de improviso al barco en 
aguas más dilatadas, en que por lo menos de un 
lado del horizonte ya no se divisa tierra. Si el va- 
por es directo toma altura para llegar en doce 
horas cómodas de Garapata á Puno. Si es de los 
que hacen viaje de circunvalación, el itinerario 
por esta parte es de cuatro días orillando las fér- 
tiles y bien cultivadas márgenes del lago, y an- 
clando en los pintorescos pueblos de Copacaba- 
na de Bolivia, y Yunguyo, Pomata y Juli del 
Perú. 

Apenas se concibe que haya viajero que no 
desembarque para visitar estos pueblos de as- 
pecto risueño, que viven apaciblemente de la la- 



174 BOUVIA T PSBÚ 



branza y del pastoreo, y donde no faltan yeclnos 
acomodados y hospitalarios. El fondeadero en 
casi todos es profundo y abrigado, y el desem- 
barco se yerifíca en los botes del vapor y sobre 
muelles macizos y no del todo incómodos. 



VII 



Copacabana, sobre todos, merece una particu- 
lar atención. Situado en la extremidad de una 
península muy poblada, es célebre por su mag- 
nífico santuario y por la afluencia constante de 
peregrinos en romería de todo el Perú, Bolivía 
y la Argentina. La musa gloriosa de Calderón 
no desdeñó cantar, en una de sus comedias á lo 
divino, las maravillas de la imagen milagrosa de 
la Candelaria que en esta tierra santa se venera. 
La escena pasa en parte aquí mismo, entre los 
conquistadores célebres y los emperadores des- 
venturados, al son de músicas celestes que can- 
tan en las brisas del lago: 

El qne pone en María 

las esperanzas, 
de mayores incendios 

no sólo salva 
riesgos de la vida, 

pero del alma. 



176 BOLIVIA T PBRÚ 



Qrata resonancia de estos cánticos sublimee 
son la csalve de bienvenida» y la csalve de des- 
pedida,» que en el camarín de la Virgen canta, 
en pro del viajero arrodillado, un coro pastoril 
de todas edades y ambos sexos acompafiándose 
con el órgano: plegaria de una dulzura afectuosa 
que acierta á modular con gracia y vaguedad, 
entre los acordes religiosos, esa nota singular- 
mente melancólica que caracteriza las tonadas 
indígenas. 

El templo es una arquitectura bizantina de bó- 
vedas macizas y de pesado conjunto, no inferior 
en majestad á las catedrales de segundo orden 
que dejaron edificadas en sus colonias los espafío- 
ies. Permanece abierto hasta las más altas horas 
de la noche, á fin de dar acceso libre y cómodo 
á todos los peregrinos. 

Cuando nosotros entramos en éleraiTpocomás 
de las diez de la noche. Alumbraban débilmente 
la nave algunas lámparas colgantes. Tan sólo 
nuestros pasos turbaban allí entre las sombras el 
silencio de las soledades de Dios. De repente una 
música al parecer lejana, pero que algunas ráfa- 
gas aproximaban de cuando en cuando á núes- 



DE LA PAZ AL PAOÍFICO 177 

tros oídos, resonó con las alabanzas tiernas de la 
Virgen, sin que nos fuera fácil el fijar su pro- 
cedencia. El gran claustro anexo á la nave, ló- 
brego y al parecer en ruinas; las sacristías y to- 
das sus dependencias, desiertas; el vasto campo- 
santo, que media entre la plaza del pueblo y la 
basílica al través de un arco atrevido, gemía en 
la obscuridad con las ráfagas del viento entre la 
copa de los olivos ó acebnches del Titicaca, que 
allí se alzan en hileras delante de un pabellón 
aislado, esbelto baldaquín de piedra bajo cuya 
cúpula se veneran tres enormes cruces mono- 
líticas. 

La música proseguía resonando en los ámbitos 
'desiertos. Guiados finalmente por las mismas 
ondulaciones entrecortadas del himno, logramos 
dar con la subida al camarín de la Virgen, ilu- 
minado y concurrido como siempre. Está situa- 
do en piso superior detrás del altar mayor. Un 
pedestal giratorio presenta, cuando se quiere, la 
venerada imagen al pueblo en el templo, ó á los 
peregrinos en el camarín. 

Aquí prosternados nosotros, á una sefia de los 
capellanes del santuario comenzó también en 

B. Y p. 12 



178 BOLIVIA Y PSB^ 



nuestro obsequio la csalve de bienvenida,» á 
que se siguió la csalve de despedida» cuando ei 
silbato del vapor anunció la hora de levar el 
ancla. 

Los vapores no tienen para qué tocar en las 
dos islas de Titicaca y Coati, situadas en aguas 
bolivianas y donde familias de indios cultivan 
las tierras en provecho de algunos hacendados 
de La Paz y Puno. El viajero medianamente 
educado las ve pasar con pena á poca distancia 
del buque, y se aleja sofocando una curiosidad 
algo más viva sin duda que la que se experimen- 
ta al divisar Délos, Chipre ó Rodas en los mares 
del viejo mundo. 

En efecto, las más antiguas y poéticas tradi- 
ciones señalan estas islas como el asiento de la 
primitiva civilización de los incas. 

En Titicaca los rayos fecundantes del sol 
rompieron las tinieblas para engendrar en las 
entrañas de la madre tierra á Manco Capac, fun- 
dador del imperio. Aquí se edificaron los pri- 
meros templos del sol, cuyo culto pasó de aquí 
al Cuzco y á todos los distritos del Perú y 
de sus más remotas conquiatas. Quedan ma- 



DB LA FAS AI^ PACÍFICO 179 

jestoosamente en pie ruinas venerables del pala- 
do, fortaleza, templo, convento y jardines que 
inandó construir el inca Tupac Yupanqui. La 
gran fuente de piedra es una maravilla de loe 
siglos: por las tres bocas de su enorme monolito 
siguen todavía corriendo en abundancia las 
aguas cristalinas dónde se bañaban las vírgenes 
del sol, y que mantienen hoy la frescura y verdor 
de aquellos lugares. 

En Coatí están las ruinas de la vasta y regia 
morada de las vestales de la luna, obra del empe- 
rador Huaina Capac, que quisiera aventajar á su 
padre en magnificencia edificando en esta isla un 
templo al sol y otro á la luna, que aun existen en 
ruinas. 

De Juli, pueblo de cuatro templos, célebre 
por haber impreso allí los jesuítas algunos li- 
bros en época remota de la Colonia, la navega* 
ción sigue sin demora hasta Fuño, no sin pa- 
sar casi al. ras de la isla de Esteves, donde fue- 
ron confinados aquellos famosos oidores y tribu* 
nos de Chuquisaca, que en medio del silencio 
sumiso de la América entera, lanzaron el grito de 
independencia el 25 de Mayo de 1809. El con- 



Ito BOLÍVIA T PB&Ú 



graso boliviano de 1826 les abrió magnánima- 
mente los brazos» sin distinguir entre peninsu* 
lares ni criollos; pero el mal trato y las privaciones 
habían ya quebrantado sin retorno la salud ó 
agotado la vida de esos ilustres patricios. 



VIII 



Puno es el apostadero de los vapores del Titi- 
caca. Posee un buen muelle de piedra, algo dis- 
tante del caserío, pero que permite atracar có- 
modamente á los costados. Lígase por medio de 
rieles con el ferrocarril de Arequipa. El gobier* 
no peruano, más conocido en América por sus 
inútiles derroches que por sus actos verdadera- 
mente laudables de fomento, no ha escatimado 
sus millones para ver de dar impulso y vida al 
departamento de Puno. La ciudad cabecera de 
este nombre es hoy como el cerebro de donde 
irradian y adonde convergen líneas de vapores, 
trenes del ferrocarril trasandino, alambres tele- 
gráficos etc. ]Y, sin embargo, en medio de esta 
vida galvánica, la muerte esencial del organismo 
reina por dondequiera en las plazas y las callesl 

En cambio, la conspiración peruana y la cons* 
piración boliviana no descansan dentro de Puno 



182 BOLIVIA Y PBRÚ 



en su tenebrosa labor, dándose aquí enérgica- 
mente la mano para confusión sin réplica de los 
estadistas patrocinantes en política de la viabili- 
dad pacificadora. 

Hay ciudades que despiertan particularmeute 
el interés del viajero; que uno desearía salir á 
viajar por conocer. Puno es sin disputa una de 
ésas. Situada á la orilla del gran lago de los incas, 
al pie mismo de la rama occidental de los An* 
des, con vista á las nieves eternas de la rama 
oriental, entre ambos Perú, en camino del Cuzco 
y Arequipa, en el centro de provincias altísimas 
y productoras, nada raro es que haya sido siem* 
pre un punto muy renombrado en Bolivia y el 
Perú, así durante la dominación española y la 
guerra de la independencia, como en la actuali'^ 
dad misma. Sus minas y sus lanas gozaron pof 
otra parte de cierta reputación. 

No obstante, Puno ha distado siempre de co« 
rresponder como ciudad á tamafiu nombradla^ 
En los días postreros de la era colonial ibu veciu* 
dario, contando con los europeos, ascendía ape» 
ñas á cuatrocientos cincuenta enú*e blancos, 
mestizos y demás clases, comprensiva la de it^ 



DE LA PAZ AL PACÍFICO 188 

dk)8. (1) No parece que en la actualidad hayan 
anmentado los habitantes á tres mil. Entonces 
la población consistía en doscientas casas entre 
grandes y pequeñas, fuera de las intermedias ca^ 
suchas de indios, cen las que muchos de ellos 
siguen un infeliz comercio de comestibles y va- 
rias bujerías para su diaria subsistencia, porque 
sus fondos no prometen más.» Hoy ese número 
habrá subido quizá en un centenar, sin que ha- 
yan desaparecido los techos pajizos ni la pobreza 
del común. 

cLa plaza mayor es dominada por un maguí- 
fico templo de piedra cenizosa y suave para su 
labranza, formado en grandes cimientos y robus- 
tas graciosas pilastras de construcción sencilla, 
con sólo el adorno de simples cornisas, que dan 
armonía á la gran bóveda del mismo material, 
eon una famosa cúpula ó media naranja que 
sigue igual orden.» 



(1) Descripción sucinta y en globo de San Carlos de 
Fimo.,. Madrid, 1822, Imp. de Aguado, 4c,^ Noticias acer» 
ca de este carioso libro y de su limeño autor, consuma- 
do teórico y práctico en macrobiótica, véanse en mi Bi- 
BLiOTROA Pkbuaha, tomo prometo, página 130. 



184 BOLIVIA Y PBBÚ 



Sólo hay que agregar, que, erigida no há mu* 
cho en silla episcopal coa su respectivo capitulo 
de canónigos, el coro de estos señores, construido 
con material macizo, obstruye la puerta de entra- 
da y quita sa majestad á la única y empinadisi- 
ma nave del templo. 

«Las torres, formadas en las extremidades de 
su pórtico colamnar, no corresponden á su magni* 
ficencia aunque grandiosas; de modo que este 
admirable edificio (por serlo en este punto) pu- 
diera ser metrópoli de un obispado; pues está 
formado con tal arte que parece se tuvo presente 
podria en algún tiempo servir de catedral...» 

cEl atrio ó cementerio es de los más graciosos 
de la provincia, y acaso de las contiguas; bien que 
el marqués de Casa Hermosa que dirigió la obra, 
procuró correspondiera á lo magoiñco del tem- 
plo; se cuentan para llegar desde la plaza á su 
elevación quince escalones ó pasos de igual pie- 
dra; y se baila enlosado por todo el frente y lo 
exterior de la iglesia, adornando el cuadrilougo 
que forma, enlazadas pirámides^ que hacen más 
armonioso el todo del edificio.» 

Tal ee la antigua descripción exacta de la hoy 



DE LA PAZ AL PACÍFICO 185 

catedral de Puno, obra digna de toda admiración, 
y que se levanta como ana reina altiva entre el 
agrupamiento humilde de las casas de la villa. 

Existen todavía loe otros dos templos, el hos- 
pital, la pila de la plaza, el edificio de las cajas, la 
cárcel, los cinco pontezuelos sobre el riachuelo 
que atraviesa la ciudad, y acaso también los cin* 
co tambos ó casas de posada, de que habla la eró* 
nica citada. Habrá que añadir dos malos hoteles, 
la estación, el paseo de extramuros, dos colegios, 
una imprenta y otras mejoras que se avienen 
bien con los adelantos de una ciudad que» mal 
de su grado y por obra y gracia del tesoro de las 
Chinchas, se ha convertido en solitaria plaza co- 
mercial de primer orden, con lineas de vapores, 
ferrocarriles y telégrafos. 



IX 



~ Pero el principal adorno de Puno es la obra de 
Dios, el lago, este mar que bate sus aguas semi- 
dulces y delgadas á lo ancho de la altiplanicie 
entre cordillera y cordillera, y que acaba de ex- 
plorar, no sin asombro, un hijo ya ilustre del cé- 
lebre Agassiz. 

El Titicaca tendrá de circunferencia más de 
cien leguas. Su elevación sobre el nivel del mar 
es de 1 2;850 pies ingleses, ó sean cerca de 5,000 
varas castellanas. Su parte más al sur está en Bo- 
livia entre Huaqui y el Desaguadero á los 16^ 
Sr de latitud; toca por el norte en Vilquechico 
á los 15^ 11'. Tirando una linea recta, que desde 
Aigachi pasase por el estrecho de Tíquina hasta 
Bamis, se vería que tiene más de grado y medio, 
ó sean 30 leguas españolas, de diámetro en su 
mayor longitud. Procedimiento análogo desde 
cerca de Pomata á Carabuco, daría doce leguas 



DE LA PAZ AL PACÍFICO 187 

de ancho en su parte más abierta. Casi en el 
punto de intersección de éstas dos líneas está la 
&mo8a isla de Titicaca (*). 

El fondo del lago es de cascajo y fango. Viene 
su lecho en declive de sur á norte. Muy cerca 
de las costas boreales está la mayor profundidad, 
que es de 150 brazas inglesas, según los sonda- 
jes recientes del joven profesor Agassiz. Es de. 
notar que la temperatura del aire á la sombra es 
siempre dos ó más grados menor que la del 
agua en la superficie, mientras que en las mayo- 
res profundidades la temperatura del fondo es 
muy poco inferior á la del aire. Ejemplo de un 
sondaje tomado á las 8 A. M., dos millas distan- 
te de la isla de Soto, hacia el NE. 

Temperatura del aire 49^ F. 

Id. de la superficie del agua... 55® — 

Id. del fondo 4»" — 

Profundidad, brazas inglesas.. 151 



{*) Hay noticias interesantes en la Sistorta de Copaca* 
baña ydeau milagrosa imagen de la Virgen, escrita por el 
B* P. Fr, Alonso Ramos, y compendiada por el P, Ir. 
Bafael Sans, cura interino del Santuario y misionero apos* 
tólico del Colegio de La Paz, Imprenta de Fapor, 1860. 
(La Paz^ 4.0 con una + 160 + dos planos.) 



188 BOLIVIA Y PB&Ú 



Ei Titicaca tiene una marea anual de cuatro; 
cinco y hasta seis pies de agua, que aumenta con 
las lluvias en verano y disminuye por filtración y 
evaporación en invierno. 

Bafia este lago en el Perú las provincias de 
Huancane, Cercado y Cbucuito y convergen á su 
litoral las de Lampa y Azángaro, pertenecientes 
todas al departamento de Puno. El litoral boli* 
viano se compone de las provincias de Omasu- 
yos y de Ingavi, pertenecientes al departamento 
de La Paz. 



X 



Se calcula en un millón de soles lo que ha cos- 
tado al tesoro peruano el establecimiento de la 
navegación á vapor en el Titicaca, incluso el va- 
lor de dos barcos, de 150 toneladas y fuerza no- 
minal de 50 caballos cada uno, y también inclusa 
su traslación á lomo de muía al través de los An- 
des para ser armados y echados á flote en Puno. 
Demoró lo último varios años por diversos con- 
tratiempos. Al presidente Castilla se debe en 
gran parte la ejecución principal de esta grande 
obra de interior fomento, que desde poco más de 
dos años da alguna vida á aquellas elevadísimas 
y productoras provincias. 

El actual servicio del comercio se hace con 
esos dos vapores, llamados el Yavarí y el Yapurá, 
y con la Aurora del Titicaca, goleta de vela de 
40 toneladas, que ahora seis afios mereció ser la 



190 BOLIVIA Y PBBÚ 



primera endarecida entena que surcara el lago 
de los incas. 

El comercio es casi enteramente local, sin que 
exista basta el presente empresa ni compañía al- 
guna entre Moliendo y La Paz para el acarreo 
de mercaderías, por lo cual el comercio bolivia- 
no del Norte acude siempre á la pesada pero ex- 
pedita y conocida ruta de Tacna. 

Las entradas fueron para los buques el afio 
pasado de 18 mil soles más ó menos, mientras 
los gastos de sostenimiento subieron á 40 mil. 
Por fin, el gobierno peruano ha cedido gratuita^- 
mente (con más una subvención anual de 30 mil 
aoles) la explotación de los buques á una com* 
pafiía particular. Ella acaso será más afortunada 
que el gobierno, cuando quede habilitado el ca- 
Biino del lago á La Paz por otra compañía con- 
cesionaria ya constituida con tal objeto en So- 
livia. 

Los principales artículos de internación son: 
alcoholes ó licores (de que se hace un consumo 
extraordinario en Bolivia), harinas y mercad»» 
zíaa de ultramar. Las exportaciones son: estaño, 



DB LA PAZ AL PAGÍFIOO 191 

plata, cobalto, coca, tabaco, lanas, cascarilla, cha- 
fio, papas, chalonas etc. (*). 

Cerca de Copacabana hay miaas de carbón de 
piedra en explotación. Con todo, los vapores 
usan, por ser más barato, el combustible de rama 
y taquia (estiércol seco de ganado lanar), chama* 
rasca aquélla no siempre fácil de conseguir en la 
cantidad necesaria para el consumo de los buques* 



(*) Bebo con graUtad los datos relativos al sondaje y 
comercio al entonces capitán del Yavari don Federico 
Gaerrero, de la marina de guerra peruana, quien acom- 
pafió á Agassiz en sus exploraciones. 



XI 



Como los trenes de Puno á Arequipa son ape- 
onas bisemanales, el navegante que no acierta i 
desembarcar la víspera de la salida de un tren, se 
expone á una estada en Puno, que suele ser 
hasta de cuatro días, siendo así que sobra con 
una tarde para enterarse y gozar hasta la sacie- 
dad de Puno. Nos cupo en suerte á nosotros esta 
larga espera, debida á un atraso del vapor por 
falta de combustible. 

Por fin, era una suavísima alborada de Mayo, 
y el tren partía de Puno deslizándose á trechos 
sobre calzadas entre los totorales que verdeguean 
á orillas del Titicaca. El lago dormía profunda- 
mente. Reclinaba su cabeza en la almohada del 
Sorata^ y envuelto en el lienzo finísimo de las bru- 
mas abrigaba sus pies entre los burdos replie- 
gues de la cordillera occidental. La locomotora 
comenzaba ya á subir y subir los primeros re- 



DE LA PAZ AL PACÍFICO 198 



declives buscando las abras que dan acceso á las 
cumbres andinas, cuando de improviso, hacia el 
lado de Solivia, el sol reventó silenciosamente en 
medio de las aguas con la explosión de un incen- 
dio, soplando para arrollar las bajas nieblas 
¡extraño contraste! un cierzo heladísimo j cor- 
tante, é inflamando algunos cendales de filigrana 
que se cernían como un dosel de tules sobre las 
islas sagradas. 

jMagnítico espectáculo de los Andes del Perú 
y Bolivia para despedir al viajerol Puno estaba 
allí todavía algunos momentos más, en su rinco- 
nada de cerros, junto al inmenso j quebradizo 
cristal, que resplandecía con los cien mil cam- 
biantes de la mañana entre los contornos fijos y 
apacibles de las costas azules. Dobla en esto la 
locomotora la curva de un rápido recodo para 
escalar la hoya profunda de un riachuelo, y cae 
al punto una cortina de opaco y macizo granito 
delante de este panorama deslumbrador. La loco- 
motora sigue con aliento vigoroso dejando atrás 
las alturas por las alturas, y nuevos y variados 
horizontes se van presentando rápidamente á la 
vista. ¡Perspectivas admirables, pero no únicas, 

B. Y p. 13 



194 BOLiviA T mué 



de los Andes, que desde el estrecho al istmo pa- 
recen haber agotado con su belleza las bellezas 
de Dios I 

Nanea como en estos momentos se reconoce 
cuánto la velocidad es indispensable para con- 
templar con agrado estas perspectivas. El trote 
de la muía hace á poco andar monótono é inso- 
portable el más hermoso panorama. El tren, por 
el contrario, rasando rectilíneo el granito como 
la pluma el papel, ó zeteando y serpenteando 
como el centauro vagabundo de la mitología, tre- 
paba torrentes, escalaba sierras, traspasaba gar- 
gantas, cruzaba valles, tajaba colinas, perforaba 
cerros, atravesaba abismos y encimaba planicies, 
desplegando con profusión á diestra y siniestra 
paisajes volanderos ante la curiosidad del cami- 
nante, que cómodamente y sin tedio los contem- 
plaba desde adentro, alternándolos con las pági- 
nas de un libro ó con el ir y venir caprichoso de 
la conversación. 

De esta suerte recorre el tren de Puno á Are» 
quipa 267 millas y dos tercios, con un tres y 
medio por ciento de declividad en su mayor incli- 
nación. Empínase en el estanque de Coica so- 



DE LA PÁ2 AL PACÍFICO 1Í5 

bre el vértice de la cordillera |á los 14,630 pies 
sobre el nivel del marl No son más de doce los 
puntos de reposo que concede entre las dos ciu- 
dades. El mayor es Vincocaya en la cumbre 
frígida, donde se hace noche en magnífico y con- 
fortable hotel de estufas encendidas y colchas de 
vicufia. ¡Nueve horas de subida desde Puno y 
ocho de bajada hasta Arequipal 



XII 



Obra admirable y gigantesca es el ferrocarril 
de Puno á Arequipa. Ignoramos la cuenta de mi- 
llones que ba costado. La ejecución fue un pro- 
digio de vigoroso esfuerzo. A mediados de 1871 
comenzaron los trabajos, y el 1.^ de Enero de 
1 874 llegaban las máquinas á Puno. Desde en- 
tonces se ha estado haciendo el tráfico provi- 
soriamente por cuenta de la empresa, la cual 
estaba obligada á entregar la línea tan sólo en 
Julio de este afio. 

Posible es que la empresa no haya hecho la 
entrega todavía al gobierno peruano. Á la sazón 
pensaba con buenas causales recabar de éste la 
facultad de no entregar la línea hasta poder ha- 
cerlo conjuntamente con la del Cuzco, que por 
contrata debe estar acabada dentro de un afio. 
La línea seguiría en tal caso explotándose por la 
administración de la empresa constructora, sin 



DE LA PAZ AL PACÍFICO 197 

beneficio hasta aquí y con 100 mil soles de gasto 
mensual. 

Actualmente su equipo, si no son inexactos 
los informes, tiene una dotación entre Puno y 
Arequipa no despreciable: 17 máquinas, entre 
ellas 4 de gran poder; coches, 14 de primera 
clase, unos 20 de segunda, unos pocos mixtos; y 
como 60 «jaulas» ó carros de tercera; carros bo- 
degas, 600 sobre poco más ó menos. 

El servicio en cuanto á puntualidad y seguri- 
dad no dejaba nada que desear. Aparte de que 
toda la obra tiene un aspecto formidable de soli- 
dez, el telégrafo vigila día y noche el movimiento 
de la línea, dos cuadrillas de peones trabajan 
escalonadas permanentemente en obras de repa- 
ración, y trenes exploradores suben y bajan de 
continuo con motivo de estar acarreándose ma- 
teriales para el ferrocarril del Cuzco. 

Término medio de un tren de pasajeros entre 
Puno y Arequipa: 6 de primera clase, 14 de se- 
gunda, muy variable ó no averiguado respecto á 
la tercera clase. En el tren que nos condujo eran 
10 los pasajeros de primera clase. Entre estos 10 
iban 3 conspiradores, un peruano y dos bolivia- 



198 BOLIVIA Y PBBÚ 



DOS, por oonstamoB aeí inequívocamente (sin 
qnererlo) á nosotros y á dos compafieros sucren- 
ses de viaje. El peruano al bajarse en Arequipa 
burlando las pesquisas fijas y ambulantes, dijo 
saludándonos con una sonrisa de inteligencia: 
Procedamui nunc in pciee. Era clérigo. 



XIII 



La línea del ferrocarril del Cuzco empalma en 
el pueblo de Juliaca (23 millas } de Puno) con 
el ferrocarril trasandino. Dicho pueblo servirá 
de estación central para Puno y Cuzco tan pronto 
c<»mo quede construida la línea á esta última 
ciudad. 

Por aquel entonces esos trabajos se proseguían 
sin mayor desmayo; y aunque, según informes, 
el gobierno no contribuía á ellos con las sumas 
periódicas prometidas sino con parte exigua, 
parece que el empresario don Enrique Meiggs 
se daba trazas para atender la obra con los dine- 
ros más indispensables. Llegaban ya los terra- 
plenes al mismo Cuzco y los rieles á Ayaviri (80 
millas de Xuliaca), faltando poco más de la mitad 
para que la enrieladura cubriera todo el trayecto. 

¿Sujetará con más éxito esta nueva coyunda 
de hierro á la hidra de la anarquía que tiene su 



200 BOUVIA T PERÚ 



guarida en Arequipa? Quiéralo Dios; porque, lo 
que es la otra muy famosa línea del ferrocarril 
trasandino, no ha logrado asentar ni á medias el 
reposo en esa ciudad turbulenta. Hace más de 
cuatro afics que ella pasó á figurar entre las 
ciudades comerciales de la costa. Nada tiene ya 
que pedir á los vehículos de la actividad mo- 
derna que facilitan la comunicación y el tráfico 
suprimiendo las distancias: tiene telégrafos, ferro- 
carriles, tranvías etc. Es notorio, no obstante, que 
el comercio languidece en Arequipa, que la pe- 
nuria sigue y que el frenesí político no mengua. 
El tren diario á Moliendo es la puerta de calle 
de Arequipa en el Pacifico. Su servicio es espe* 
ditivo, cómodo y permite á veces llegar al puerto 
con tiempo para alcanzar el mismo dia al vapor, 
y para arrojar por gusto en el gran océano el 
apero, el almofrej, el freno, los sudaderos, el 
mandil, los pellones, las espuelas, los tientos, la 
baticola, las alforjas, las polainas y el serato sim- 
ple (que llama á cutis) de las muías trotonas de 
Carapata. 

1875. 



LA AUDIENCIA Dt CHARCAS 

1559—1809. 



I. 



El sistema colonial consistía en el Alto-Perú, 
bien así como en las demás secciones americanas, 
en cierta confinación de resortes para convertir 
la sociedad civil en establecimiento destinado á 
los consumos del monopolio ultramarino, á la 
mayor producción indigenal posible, y al dominio 
exclusivo y perpetuo de la raza conquistadora y 
del catolicismo. Pero habiéndose con respecto al 
Alto-Perú de ejercer esta dominación tierras 
adentro y sin cuidados externos, la metrópoli 
mandó que allí los aceros de la ley marcial tor- 
nasen á sus vainas, adoptó el lema romano cedant 
arma togoe concedat laurea linguce, y confió la tui- 



202 B0L1VIA Y PEBÚ 



cióu inmediata de la oolonia á los togados legu- 
leyos de la Audiencia de Charcas. 

jLa Audiencia de Cbarcasl Hasta hoy la his- 
toria no ha echado sino miradas rápidas y leja- 
nas al predominio absoluto, á la tiranía sangrienta, 
á la jurisdicción dilatadísima, á la soberbia inca- 
lificable de la Audiencia de Charcas. Algún día 
se habrán de referir la mafia con que en su 
remoto distrito sabía ese tribunal arrogarse las 
facultades del soberano, el desenfado con que 
acertaba á burlar las órdenes de los virreyes, la 
audacia con que á las leyes se sobreponía, la im- 
punidad de casi tres siglos con que contó su des- 
potismo en el Alto-Perú. 

La rebelión sangrienta de su fiscal Antequera 
en el Paraguay fue apadrinada por la Audiencia. 
Dos virreyes se sucedieron en el mando mientras 
se consiguió reprimirla. La Audiencia usaba 
alternativamente de astucia ó descaro, según la 
ocasión, para frustrar con estorbos y dilatorias las 
órdenes de esos vireyes. Escondió la mano sedi- 
ciosa cuando ya más no pudo, cuando quedó 
vencida la rebelión en batalla campal, cuando el 
castigo se hizo inevitable y tremendo. ¿Y por 



LA AUDIBNCIA. DE CHARCAS 203 

qué? La humana perspicacia no ha acertado 
todavía con otra explicación: Antequera fiscal 
era individuo de la Audiencia, Antequera en el 
Paraguay era su comisionado j gobernador pro* 
visto (1). 

Negra página en el proceso histórico de la 
Audiencia son las sublevaciones de Ghayanta en 
1780 y 1781 encabezadas por los Catan y que 
abrasaron el Alto-Perú. Consta que el tribunal, 
amparando la despótica codicia del corregidor 
Alós, lanzó á los oprimidos en la mayor de 



(1) Esta rebelión ha sido referida desde el punto de 
vista de sus actos de virrey, por el marqaós de Gastel- 
Faerte (MemmoB de loa Vitreyes, t. III, págs. 294, 306, 331 
y '^67), y muy de ligera, bien que con la lacidez propia de 
sn estilo, por Lorbjíitb en la Historia del Perú bajo los 
Borhones (lib. l.o, caps. VI y VII).— La rebelión de An- 
teqaera, que pertenece por completo á los anales del 
Alto-Perú, no pnede ya ser estudiada en el Alto-Perú. 
£1 gran cuerpo de autos que sobre el asunto existia en 
Sucre, entre los restos del archivo secreto de la antigua 
Audiencia, fue mandado á Lima, de obsequio á don Fran- 
cisco de Paula Vigil, por don Andrés María Torrico, pre- 
sidente de la Corte Suprema de Solivia. — Los números 
1996 y 1997 de mi Biblioteca Peruana, tomo II, con- 
tienen la sintética y última palabra de Antequera en su 
defensa. 



204 SOLIVIA T PBRÚ 



las extremidades, que fae secandar la rebelión 
de Tupao- Amara. Hábiles transacciones y la sol* 
tura temerosa de Tomás Catari aplacaron el resen- 
timiento de los indios, devolviendo la paz á las 
provincias. Poco después, oponiendo la Audien- 
cia embarazos de todo género á la acción militar 
de don Ignacio Flores, comisionado por el virrey 
para reprimir el alzamiento, mandó aprehender^ 
sin noticia de éste y contra su táctica concilia- 
dora, á Tomás Catari, dando con esto ocasión á 
la muerte tragediosa del indio, al alzamiento sub- 
siguiente, y á la inmolación de medio centenar 
de rebeldes en La Plata (1). 



(1) Amadob db los Ríos, en su Historia de Car- 
los III (t. III| págs. 415 y 420^/ culpa categóricamente 
á la Audiencia por causa de estos sucesos. Bl escri- 
tor espafiol, además de los documentos que publicó 
Angblis en su Colección (que constituyen una fuente 
espafiola muy gen nina), tenía á la vista los papeles 
auténticos que pertenecieron á don José Antonio Ar> 
mona, en Madrid» y los procesos remitidos á la cor- 
te, hoy todos en poder de )a Academia de la Historia. 
— Veintitrés afios después de impreso lo anterior, en el 
volumen Y de la Revista de Archivos y Bibliotecas del 
Perú, Lima, se han publicado inéditos documentos que 
no poco se refieren á la sublevación de los Catar!. 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 205 

jQuién no ha oído hablar del grito de libertad 
lanzado el 25 de mayo de 1809 en Chuquisaca 
para turbar el sueño colonial del continente? 
¿En cuál crónica de la independencia americana 
no está consignado, á lo menos cual un me- 
ro motín, ese primer toque de rebato, esa re- 
belión de seis meses, que acabó en La Paz con 
l8s horcas de Goyeneche, pero dejando, s^ 
gún las palabras de uno de sus mártires, en- 
cendida la tea de la insurrección general? Pues 
ese alzamiento contra la dominación española fue 
encabezado por oidores españoles, en odio perso- 
nal al presidente de Charcas y al virrey de Bue- 
nos Aires. 

Y tan suicida como fecundo fue aquel aten- 
tado, que desde ese mismo día ya no hubo 
sosiego sobre el haz de la tierra para ninguno 
de los oidores, y lo primero que arrasó la revo- 
lución fue el tribunal, y diez años después que- 
daba apenas la memoria de los individuos que 
lo compusieron en su hora postrera. 

Como este último caso, los anales coloniales 
del Alto- Perú contienen otros muy famosos para 
la historia de América. No se olvide por un mo-. 



206 SOLIVIA Y PERÚ 



meDto que allí acndla de todas partes, alarmada 
por la fama de sus minas, la codicia pendenciera 
de la madre patria en bandadas de aventureros. 
Allí se ve el brazo hercúleo de la dominación 
española con su puño, sus dedos y sus ufias. 
Allí saltan á luchar desnudas las pasiones de los 
conquistadores, operando de resultas la transfor- 
mación de una sociedad ya removida hasta el 
profundo por el concurso de razas diversas. Alif 
se ve al viril europeo espoleando sin misericordia 
la debilidad de la raza vencida, pero cruzándose 
á la vez fogosamente con ella para regenerarse 
y regenerarla (1). 



(1) Lorente, en sus tres tomos sobre los virreyes, ha 
adoptado para la exposición de los hechos el método 
biográfico, ofreciendo á la vista una galería completa de 
retratos. Á más de qae la estrechez de este plan excluye 
las particularidades del Alto-Perú y toda sn vida civil, 
el autor escogió, como fuente primordial y casi exclusiva 
de información, las propias memorias de gobierno de los 
virreyes. Por fortuna, con los nueve volúmenes ya publi- 
cados de esas memorias, el trabajo de Lorente ha perdi- 
do gran parte de su novedad ó interés, no por cierto para 
el común de los lectores, pero sí para aquéllos que quíe - 
ren beber en el original mismo, ya que no en derivacio- 
nes hechas con paciencia y generosamente indicadas. La 
obra de Lorente se distingue por sus cualidades litera- 



LA AUDIENCIA DE 0HABCA8 207 

La Aadiencia empuñaba el tridente en el mar 
de eras agitaciones. Las levas implacables de la 
mita, el gran tráfago de las minas durante el 
auge fabuloso, el alentar cotidiano de la sociedad 
civil, los procederes de la administración pública, 
el sagrado de la vida doméstica, el haber, exis- 
tencia y honra de los individuos, todo pasaba 
sobre la palma de su mano, deslizándose como al 
caer del arnero la semilla que á esa mano le es 
dado estrujar ó detener. 

Nada había inalterable sino ella en medio de 
tantas alteraciones. En los disturbios qne ensau - 
grentaron los primeros pasos de la colonia; en 
las reyertas de vascongados y castellanos que 
tenían sobre las armas á la inculta cuanto adine- 
rada Potosí; en esos altercados incesantes entre 
chapetones, criollos y mestizos, que poblaban de 
bandos las villas y ciudades, la Audiencia des- 
empeñó oficios de procónsul severo, cuyas cohor- 



rias, DO menos que por la sobria madurez de su relato. — 
Casi veinte afios de escrito lo anterior, el erudito don Jo- 
sé Toribio Polo ha publicado en Lima las memorias de 
gobierno de los virreyes conde de Mancera y conde de 
Salvatierra. 



$08 BOLIVIA Y FEBÚ 



tes Bujetaban siempre sin apaciguar jamás. De 
todos lados del territorio, en pos de su fallo, el 
furor de desavenencias ruidosas llegaba á la 
apacible ciudad que la sonría de corte, como lle- 
gan esos vientos que trasmontando sierras y 
llanuras, se arremolinan en la hoya del lago Ti- 
ticaca para remover y enturbiar sus aguas man- 
sas y semidulces. Inmune bajo el regio dosel de 
su palacio de piedra, nunca el monarca allanó el 
fuero inviolable de sus estrados, ni del choque 
violento de las castas, ni del conflicto de los intere- 
ses, salió jamás tronchada su alta vara de justicia. 
¿Cómo entonces admirarse de la preeminencia 
política y social de que disfrutaron esos oidores 
hasta el último día de la dominación española? 
Un puesto en la Audiencia de Charcas era repu- 
ta<]o como inmediata escala para subir á la de 
Lima (2). Pero, de seguro, en la ciudad cabecera 



(2) «La Aadiencia de las Charcas es de mayor gradaa- 
Gión después de la de Lima, y es ascenso de todas las 
demás; y porque suele componerse de ministros qne ya 
lian pasado por otros tribunales, tiene mejor crédito en 
su gobierno, y en ocho afios no me ha dado que hacer ni 
qne enmendar.» Relacián del duqtíe de La Patata en I689 
(«Memorias de los Virreyes,» t. II, p. 93). 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 209 

del virreinato ellos no gozaban del predominio, 
acatamiento ni impunidades que en La Plata. 

La garnacha platense poseía sin duda alguna 
las virtudes de un sacramento: imprimió en el 
altna del que la llevaba al cuello un carácter in- 
deleble, y ese carácter era la soberbia. Oidor y 
altivo señorón eran en el Alto-Perú una misma 
cosa. ¡Ay del abogado, litigante ó curial que in- 
curriese en el enojo de un oidorl Porque si quería 
escapar de reprimendas ultrajantes, suspensio- 
nes de oñcio, destierros correccionales y otras 
vejaciones, más le valiera emigrar cuanto antes 
muy lejos. Cuando estos magnates no iban en 
calesa al tribunal, es fama que se hacían prece- 
der de dos lictores para vestir ante el pueblo la 
toga con majestad romana. Que se detenga á 
su presencia el transeúnte^ pie á tierra quien- 
quiera que cabalgue cuando uno de ellos pasa, 
y que todos escolten á distancia respetuosa al 
sátrapa hasta su morada (1). 



(1) «Y allí era despedida)» — la comitiva — <Lá lo más con 
an leve movimiento de cabeza, después de haber perdido 
sa tiempo y sas quehaceres.» Moreno, Colección de aren- 
gasen el foro; pref., pági9. XLIII y XLIV,— «Este extremo 

B. Y p. 14 



210 BOUyiA Y PERÚ 



homenaje eetá aatenticado por una anécdota qne es digna 
de qae no se pase en olvido. Una dama de edad y rica, 
de Chuqnisaca, queriendo á sn muerte manifestar su de> 
▼ocion, dejó en su testamento, una manda de 4,000 pesos, 
con el fin de que se comprara una toga de oidor al San- 
tiiiimo Sacramento, porque decia que por los honores de 
oidor las gentes se verian obligadas á acompafiar el viá- 
tico cuando sale á ser distribuido á los enfermos, mien- 
tras que sin estos honores habia muy pocos que lo hicie- 
sen. Mas si el Santínmo Sacramento, ya condecorado con 
la toga, encontrase con otro oidor por el camino, ¿k quién 
debería inclinarse la comitiva? En este caso, mediante la 
igualdad de rango, correspondía al Sacramento la prefe- 
rencia en calidad de más antigtM.* Ihid, — £1 hecho lo 
habia referido Bustamante, alias Congolooobvo, en su 
Lazarillo de ciegos caminanieSy impreso el afio 1773 (nú- 
mero 886 de mi Bibliotkca Pebüana, tomo primero). 
Este cholo burlón y cortesano defiende (folios 129 y 130) 
á los oidores así; «Supongo yo, que esta es una sátira mal 
fundada. Es natural la seriedad en los Ministros públi- 
cos, y también el respeto, aunque violento en algunos 
subditos. En todos hay algo de artificio: con la diferen- 
cia, de que los señores Ministros piensan que aquel ren- 
dimiento les es debido; y el público, como ve que es 
artificial, vitupera lo que hace por su conveniencia, y 
particulares intereses, y exagera la vanidad y soberbia 
de unos Hombres, que no pensaron en semejantes rendi- 
mientos. No se lo que sucedería Antaño, pero Ogaño 
reconocemos, que estos señores Ministros, conservando 
su seriedad, son muy moderados y atentos en la Calle; 
y en sus Gasas, muy políticos y condescendientes en todo 
aquello que no se opone á las buenas costumbres, y 
urvanidad.> 



II 



Á dos épocas, que son muy fáciles de notar en 
los anales privativos de la célebre Audiencia, co- 
rresponden también dos periodos generales en la 
historia de las provincias que compusieron su 
distrito. Es indudable, que si hubiese de abarcar 
la narrativa todos los sucesos complicados y cu- 
riosos de la colonia, la historia de la Audiencia 
de Charcas sería á la vez la historia social del 
Alto-Perú. 

Desde que fue establecida en 1559 por Felipe 
n hasta tocar al levantamiento general de indios 
de 1780, su distrito formaba parte del virreinato 
del Perú. Muy poco antes de aquel suceso memo- 
rable cesó esta comunidad política; y, hasta el 
levantamiento de mestizos y criollos en 1809, no 
menos célebre en la historia, la Audiencia fue 
parte integrante del virreinato del Río de la Plata. 

Mientras las provincias altas pertenecieron al 



213 SOLIVIA Y PERÚ 



del Perú, el tribunal extendía 8a jurisdicción de 
mar á mar (1), entre el Brasil, Cuzco y Arequipa 
por un lado, y Atacama y Cuyo del otro; abar- 
cando los gobiernos establecidos en Tucumán, 
Buenos Aires y Paraguay. 

Como se ve, no hubo en las Américas otra de 
términos jurisdiccionales más dilatados. Con ra- 
zón fue siempre considerable el cúmulo de sus 
negocios, según lo acreditan los restos de su ar- 
chivo (2). 



(1) De Arica á Montevideo. J^ecopilación de Indias, 
leyea IX, XIV y XV del tit. XV, lib. 2.*>-«La8 cóJulas 
ereccionales primitivas corren á las págs. 18, 28 y 101 
del tomo XVIII, recientemente aparecido en Madrid^ de 
la Colección de documentos inéditos relativos al descu- 
bfnmientOi conquista y organización de las antiguas pose- 
siones españolas, — En una «Demarcación y división de las 
Indias, > códice J. 15, de la Biblioteca Nacional de Ma- 
drid, inserto en el volnmen XV de la mencionada Colec- 
ción, se dice (p. 509): «EL distrito del Audiencia de las 
Charcas, que parte término con la de los Reyes, en treze 
grados y medio de altara austral por el rio de Nombre 
de Dios y principio de la laguna del GoUao, tendrá de 
largo trezientas leguas hasta el valle de Lopiapo (Co- 
piapó), principio de la provincia de Chile, en veinte y 
ocho grados de altura, aunque de viaje se cuentan cerca 
de cuatrocientas etc.» 

(2) Puede verse al respecto el artículo intitulado Los 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 213 

Después de la expulsión de jesuítas las provin- 
cias de Mojos y Chiquitos, con todos los territo- 
rios de misiones guaraníes, cayeron bajo el go* 
bierno de la Audiencia. Hasta la emancipación 
ella fiscalizó jas rentas, recepturías y proveedurías 
de dichas provincias, con las facultades de un 
verdadero superintendente de hacienda. 

Esta gobernación no fue adquirida por virtud 
de un acto delegatorio de la soberana adminis- 
tración expresamente consultado. Se verificó ¿ 
título acumulativo, por efecto de una accesión 
fortuita, en acefalía indefinida del gobierno pro- 
pio y según leyes anteriores, extrañas é incon* 
cientes. Una antigua y general de Indias (1), el 
decreto de extrañamiento, las célebres instruc- 
ciones adicionales para la ejecución en América, 
y la cédula circular del caso, hé ahí todo el 
cimiento primitivo de esta singular conquista de 
la Audiencia. Los estatutos del nuevo virreinato 
se empeñaron después en afianzar esta conquista, 
abandonando á la togada discreción de Charcas 



Archivos Históricos en la Capital de Solivia («BeyisUi 
Chilena^» de Santiago^ afio 1876, tomo VI, p. 111), 
(1) Recop. ley I, tít. I, lib. 6.« 



214 SOLIVIA Y PERÚ 



esas colonias patriarcales y remotas, y abando- 
nándolas por medio de otra simple barajadura 
de decretos (1). 

La Audiencia dictaba ó aprobaba con sanción 
legislativa para las misiones orientales el plan de 
gobierno, los reglamentos generales, el procedi- 
miento jurídico especial etc; oyendo los informes 
ó memorias administratorias de los gobernadores, 
como asimismo los recursos, quejas, representa- 
ciones de toda especie elevadas contra éstos por 
los naturales y por los mercaderes forasteros. Para 
él gasto más módico era menester instruir expe- 
diente en Mojos ó Chiquitos, el cual venía hasta 
La Plata en solicitud de un decreto de pago. Así 
venía también cualquiera petición de licencia (2). 



(1) Aanque la Jíeal Ordenanza para el Establecimiento 
é Instrucción de Intendentes en ti Virreinato de Buenos 
Aires, de 1782^ que extinguió todos los gobiernos políti- 
cos para incorporarlos á las intendencias, no exceptuaba 
en su artículo 7 los gobiernos de Mojos y Chiquitos, la 
declaración 2, entre las contenidas en la real cédula su- 
pletoria de agosto 5 de 1783 en San Ildefonso, establece 
la excepción expresamente, sujetando empero dichos go- 
biernos en lo muy general de hacienda á la intendencia 
de Santa-Oruc. 

(2) En la sección de Mojos y Chiquitos del archivo de 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 21o 



La conñrmacíÓQ del rey, que muy tardíamente 
recaía sobre aquellos estatutos, era por lo regu- 
lar un mero trámite ó venia señorial, sin impor- 
tancia ni consecuencia para el acierto ó justicia 
de los negocios. Estaba escrito que aquel gobier- 
no, nacido de entrañas muertas, fuese á su vez 
infecundo en sí mismo, y que durante su vida de 
medio siglo, esterilizase con su impotencia el an- 
terior desarrollo de las misiones. Pero es justo 
advertir, que si cupo á la Audiencia encabezar al 
paso redoblado la decadencia de las misiones, 
toca al gobierno de la república la gloria incom* 
parable de estar consumando á son de ataque la 
total ruina de esos establecimientos, prósperos en 
1767 bajo los jesuítas (1). 



la Aadiencia, he visto expedientes sobre sínodos de ca- 
ras hasta por la sama de 25 pesos, y sobre licencias 
hasta por dos meses. 

(1) Las pinceladas históricas de Vibdma y de D'Ob- 
BiGNY en sas respectivas DescripeiotíeSj de Santa Oraz 
(1778), y de Bolivia (1832), may conocidas, y las noticias 
consignadas en el Fragment d'un voyage au centre de V 
Amérique Meridionale (8.o 584 págs. y una carta geográ- 
fica), obra ésta nn poco menos rara qae la grande y cos- 
tosa de donde d'Orbigny sacó en París el afio 1845 estos 
capitales sobre Mojos y Chiquitos, no snministran ana 



216 BOLIVIA Y PERÚ 



idea tan claim ni Un concreta sobre la primitiva interven- 
ción de la Audiencia en aquellas misiones, como las Ins- 
truccionei informatitfaa de la Fremdencia de Charcas al 
nuevo Oobemador de Santa^Crue d<m Tomáé de Leso^ so- 
bre el régimen y administración de Moxos y Chiquitos 
desjmis del Extrañamiento ^ y sobre lo que ha de observarse 
á esos respectos en addante, 1777. Ms. 



^ 



III 



Si vacaba la preeidencia el virrei no proveía el 
interinato. Conforme á una disposición común en 
Indias, el gobierno recaía de lleno en el tribunal 
en tanto que el rey mismo nombrase el sucesor. 
El togado más antiguo despachaba entonces co- 
mo presidente y mandaba en su caso como capi- 
tán general (1). Y puesto que por la fuerza de 
las cosas esta presidencia se expedía en ciertos 
negocios, como luego se explicará, con poca suje- 
ción al virrey, nunca fue de regla en Charcas 
que concurriese en el presidente el carácter de 
oidor, siguiéndose de la separación gran ventaja 
y desembarazo en lo político y militar. Pero si no 



(1) Recopilación de India» ley LVII, tit. XV, lib. 2.o— 
Beladón dd duque de la Palata en 1689. (f Memorias de 
los Virreyes,» t. II, p. 93). —Ténganse presentes para el 
nuevo virreinato la B. C. en Agosto 2 de 1789 y la R. O. 
en Octubre 23 de 1806, que alteraron y modificaron el 
punto. 






218 BOLIVIA Y PERÚ 



era de ley ni uso la doble investidura, tampoco 
quiere decir que el caso careciese de ejemplares, 
y alguna vez en lo antiguo anduvo togada, y 
hasta mitrada, la presidencia (1). Desde media- 
dos del último siglo los presidentes de nombra- 
miento regio fueron por lo común militares (2). 
Creados para América los regentes de audien- 
cia en 1776, el de Charcas gozó la asignación 
anual de 9 mil 725 fuertes, que doce años más 
tarde quedaron reducidos á 5 mil 860; los cinco 
oidores, y los dos fiscales, para lo civil y para lo 
criminal, tenían la de 4 mil 860 fuertes cada uno; 
habiéndose suprimido después una plaza de 
oidor y otra de fiscal. Sueldos menores todos con 
muy poco que los de la Audiencia de Lima, algo 
mayores que los de la de Méjico, y que en La 
Plata aseguraban á los ministros la decencia en el 
vivir y algunos ahorros moderados (3). 



(1) Don Bartolomé Goozález de Poveda (1678-1688) era 
oidor preeidente y pasó de$paó« á ser arzobispo con re- 
tención de la presidencia por algún tiempo. - 

<2) Desde qae sabio en 176S á la presidencia don Juan 
Francisco Pes tafia, primer ayudante mayor del regimien-' 
to de gaardías e«pafiolas. 

{^ Beglamento de BueldoB anuaUé que gozarán IwMu^ 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 219 

La ley persistió en no establecer en Charcas que 
ios regentes entrasen de regla al tribunal como 
presidentes. Por aquel entonces, en Quito y en 
Guadalajara entraron desde luego los regentes con 
el concepto y facultades de presidentes (1). 
' El de Charcas gozaba la asignación fija de 10 
mil fuertes anuales, con algunas gratificaciones 
variables según el grado ó servicios militares del 
individuo, y con los gajes de casa habitación, 
oratorio, capellán y guardia en el palacio de la 
Audiencia. «Éstas circunstancias y el haber sido 



nistros de todas las Audiencias de América y Mlipinas 
aprobado en ii dé marzo de 1776, — B. G. circalar de la 
fecha en el Pardo, sobre plazas togadas en las Audien- 
cias de América y Filipinas. — Reglamento de plazas y 
sueldos de las AtuUencias de América y Filipinas expedi- 
do en 27 de marzo de 1788,— R, O. circular de 21 de abril 
sobre la manera como ha de regir el reglamenta anterior. 
—-Para algunas particularidades en Charcas puede com- 
pulsarse el Expediente seguido en La Plata sobre el cum- 
piimiento de la R, C, relativa cU número de Ministros que 
deben componer las Audiencias de Indias, y á los sueldos 
^efkdados. 1788—1819. Ms. original.— Respecto al sueldo 
del oidor presidente en lo antiguo, puede tenerse á la 
vista la asignación fijada por la le^ 1, tít. II, lib. 5.o de 
Indias. 

(1) Instrucción de Regentes, de 1776, artículos 64, 65 
y 66. 



220 SOLIVIA Y PERÚ 



muchas veces una escala próxima para llegar á 
virrey, hacían este destino muy apetecible á la 
codicia ó ambición de los que deseaban man* 
dar.» (1) 

La dotación de los magistrados de Charcas no 
es para la historia dato sin interés. Antiguamen* 
te esos sueldos eran mayores que los de los mí«^ 
nistros en Lima; y aunque en 1751 se mandaron 
reducir sobre el pie de estos últimos (2), es de 
presumir que con la reducción no hubiesen per- 
dido mucho dinero los oidores. Mientras tanto» 
esas dotaciones aparecen exiguas comparadas con 
el orgullo desdeñoso que habitualmente gastaban 
los oidores, con el afán que se empleaba para 
conseguir esas plazas (comprándolas á veces muy 
caro en España), con las sumas considerables que 



(1) MoBBNo, Vida y Memorias del doctor don Mariano 
MorenOt p. 49. 

(2) Matbaya y Rigci, El Moralista FUaléthieo Ame- 
ricano^ p. 316^ catálogo de cédalas, núm. 667.— Tomando 
en cnenta el acrecentamiento actual de las necesidades 
y el alza de los consamoc» el sueldo de oidor en La Plata 
equivale hoy á unos 7 mil fuertes de 45 peniques allí 
mismo. 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 221 

por todos lados pasaban junto al tribunal ó se 
ventilaban en sus estrados. La tradición se em- 
peña en sostener que los oidores de Charcas eran 
consuetudinariamente venales, y la verdad se ba 
de averiguar y establecer alguna vez á este res- 
pecto. 



IV 



Las audiencias de Indias, no eran, en lo pri- 
mordial de su instituto, más que cortes de alza* 
da ó tribunales superiores de apelación en am- 
bos fueros de la administración de justicia. El 
Consejo de Indias venia á ser <á las mil y qui- 
nientas» la corte suprema de todas las colonias. 
Pero el régimen especial inventado para éstas 
por la metrópoli, y la doctrina monárquica so- 
bre las regalías del soberano absoluto, fueron 
acumulando en aquella magistratura atribuciones 
de toda especie en el orden político^ económico, 
administrativo, militar, eclesiástico etc., que aca- 
baron por desnaturalizar dicha magistratura en 
gran manera (1). 






(1) Mkndoza, en sa célebre Historia de la Guerra de 
Granada^ con la rapidez pintoresca de su estilo nos sa- 
giere la idea cabal y primitiva de una audiencia. «Pusie- 
ron» — dice refiriéndose á la ciudad morisca — cel gobier- 



LA AUDIENCIA DB CHARCAS 228 

Cada audiencia era á la vez una real chanci- 
llería, que usaba el sello real y encabezaba sus 
provisiones con el nombre del soberano reinan- 
te, de la misma manera que si fuera éste en per- 
sona quien se expedía. El rey y su audiencia 
eran, según la ficción legal, una sola entidad pú- 
blica, y el soberano ejercía privativamente en 
todas las provincias el alto señorío de justicia y 
el supremo imperio por medio de esos magistra- 
dos. Este era el fundamento de la autoridad 



no de la justicia y cosas públicas en manos de letrados, 
gente media entre los grandes y peqaefios, sin ofensa de 
los nnos ni de los otros: en ya profesión eran letras lega- 
les, comedimiento, secreto, verdad, vida llana, y sin co- 
rrupción de costumbres: no visitar^ no recibir dones^ no 
profesar estrecheza de amistades, no vestir ni gastar 
suntuosamente; blandura y amenidad en su trato, juntar- 
se á horas señaladas para oir causas, ó para determina- 
llas, y tratar del bien público. A su cabeza llaman pre- 
sidente, más porque preside á lo que se trata, y ordena 
lo que se ha de tratar^ y prohibe cualquier desorden, 
que porque los manda. Esta manera de gobierno, esta- 
blecida entonces con menos diligencia, se ha ido exten- 
diendo por toda la cristiandad. . . etc.» (Lib. l.o, ed. de 
Ochoa, p. 6). Y asi como él pinta en seguida que la ins- 
titución degeneró en Espafia^ degeneró también en Amé- 
rica, aunque por causas especiales acá, y no bien estu- 
diadas todavía. 



224 SOLIVIA Y PBRÚ 



eminente y regia de las audiencias, y ésta y no 
otra era la doctrina que al respecto se enseñaba 
á la JQventud altoperuana en la Universidad de 
San Francisco Javier y en la Academia Caro- 
lina de Chuquisaca (1 ). 

Pero los planes políticos y el régimen admi- 
nistrativo concebidos para ejecutarse á gran dis- 
tancia, llevaron á las audiencias más allá del 
campo en que la sociedad civil litigaba y se las 
habían entre sí los ciudadanos por causa de su 
derecho. Las leyes de Indias son notables por su 
relativo espíritu de justicia y su celosa aunque 
ineficaz compasión en favor del indio; pero su 
texto contiene rasgos de candor que están déla- 



(1) Martínez Marina, Ensayo histórico-critico de la 
Legislaccidn de León y Castilla, t. I, lib.2.o, J 24.— Reco- 
pilación de Indias, leyes del tít. XV y XVI del lib. 2.o— 
60LÓRZANO, Foliiica Indiana, vol. 2.° lib. V, cap. 4.o, 
núin. 12. — ProntuaHo de los juicios: su ordefi, substancia^ 
•ción é incidencias. Escrito el año 1782 por elDr, don José 
ijhitiérrez, abogado de la antigua B. A, de esta capital y de 
ios reales consejos del Rey de España, Beimpreso en la 
imprenta fabHcada en Chuquisaca^ año de 1830. 4.o de 
147 pp. Los autores invocados por este célebre texto de 
-ensefianza sostienen la doctrina enunciada. £1 nombre 
del autor es Francisco Gutiérrez de Escobar. 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 22¡j 

tando la estrechez de miras del sistema colonial. 
Procurar el beneficio y aumento de todo cuanto 
al rey pertenece, y aplicar toda la atención y di- 
ligencia al rendimiento de las minas^ cobranza 
de los reales derechos y remisión á España de lo 
que realizare, es la obligación primordial que 
pesó sobre todos los funcionarios públicos del 
virrey abajo (1). El rey se saboreaba de antema- 
no con la espectativa del oro que se prometía 
sacar de América (2). 

Caber suelen á la verdad en la mente del le* 
gislador la consulta generosa de otros intereses, 
el impulso de miras más elevadas y extensas, el 
espíritu ferviente de proselitismo cristiano; pero 
todo ello es con subordinación al cálculo ante- 
rior. Cada garantía, cada fuero, cada privilegio 
individual, cada franquicia colectiva, cada esta- 
blecimiento benéfico, es otorgado á manera de 
gracia ó concedido como prima por el mayor lu- 



(1) Becopilación de Indias, ley I, tít. VHI, lib. 8.« 

(2) «Y al servicio de Dios naestro Sefior, y conserva- 
ción de estos reinos, conviene la buena administración y 
acrecentamiento lícito de nuestra real hacienda fy%ie no9 
será muy agradad¿ej,> Ibid, 

B. Y p. 15 



226 BOLIVIA T PKBÚ 



ero obtenido. Cobrar bien y percibir bastante 
para el rey: hé ahí, según el código de Indias, el 

fin á que estaban destinados estos establecimien- 

tos de ultramar (1). 



(1) cT eacargamofl á los virreyes y presidentes que en 
eonaidertcion á qae este es el nervio qae da vigor y ser 
al real Eetado, se janten con los contadores de caentas» 
oficiales reales, ministros y personas qae parecieren más 
á propósito, para consegair el fin, y procuren y traten de 
estas materias y reformación de gastos cuanto sea posi- 
ble, para que por este medio y los demás que alcanzaren, 
sea nuestra real hacienda beneficiada, y con ella poda- 
mos acudir á las necesidades de nuestra monarquía» Ufid. 



Tal espirita en los estatutos fandamentales, 
infatigablemente desenvuelto en las leyes y or- 
denanzas reglamentarias, no era como para dar 
vida sana, vigorosa y reproductiva á las fuerzas 
orgánicas de la sociabilidad colonial. Esta no es 
ocasión de indicar sus inconvenientes económi- 
cos, ni hasta qué punto la constitución del gor 
bíerno era depresiva del individuo, ni cuan lejos 
se está de un estado político favorable al progre- 
so allá donde los subditos son mirados ante todo 
como simples agentes de producción, y como con- 
sumidores forzosos del monopolio de ultramar. 

Pero si recordaremos que la desconfianza es el 
vicio incurable del régimen de autoridad. Lo muy 
característico en el régimen cautelosamente cal- 
culado por la corte para las colonias, consiste en 
la diversidad copulativa de acción en el ejercicio 
del poder. Agentes distintos y presión simultá- 
nea, plúribus únum. Tan inmediata es la autori- 
dad subalterna respecto del gobernado como la 



228 BOLIVIA Y PBBÚ 



superior. Las funciones del Estado serán unas 
mismas que en la península, con más otras pe- 
culiares de una colonia remota. En sus relacio- 
nes reciprocas los agentes tendrán para expedirse 
su tiempo, modo y materia; pero en tratándose 
de loe colonos obrarán todos de consuno. Todos 
estarán listos y cualquiera es apto para exigir el 
cumplimiento al subdito; la alternabilidad de 
atribuciones renace tan sólo para las prestaciones 
mutuas de los empleados públicos. No son em- 
pleados de los colonos sino empleados para los 
colonos, los cuales forman parte de la cosa pú- 
blica sin gozar á su vez de ningún derecho po- 
lítico. 

Así es que, mientras que con respecto á los 
sometidos la autoridad, al través de todas sus 
formas, se ha de dejar sentir de todos lados como 
fuerza única é irresistible, con relación á los en- 
cargados de ejercerla, ella se ha de descomponer 
ó resolver en los elementos de cierto mecanismo, 
organizado para impedir ante todo que ningún 
agente en su caso llegue á constituirse, contra el 
interés de la metrópoli, en fuerza única é irresis- 
tible. Ninguna prepotencia individual, ningún 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 229 

empleado absoluto, ninguna autoridad irrespon- 
sable ante la autocracia del derecho real. cEste ed 
el reino del sumo extraer mediante los recelos 
del sumo discurrir,» decía un virrey tenido en el 

« 

concepto de hábil físcalista (1); y los consejeros 
de Indias cuidaban muy bien de que, una vez 
consumada irrevocablemente la conquista, lo del 
rey (lucro ó predominio) no fuese á caer en mu* 
nos usufructuarias en paraje alguno de estos es- 
tablecimientos remotos (2). 



(t) El marqaés de GasteUFaerte. «La delicadeza qae 
acompaña á la codicia es tan fecaada de lo qae no debe 
imaginar^ como estéril de lo qae debe contribair; con 
qae en an Reyno en qae todo es extraer, es preciso qae 
todo sea diacarrir, y asi cada día hay inconvenientes de 
naebas malicias, qae obligan á naebos reparos.» Memo- 
rias de los Virreyes, t. III, p. 57. Lo decía con particalari- 
dad de los contribayentes; y, según el sistema plantificado 
venían á ser contribayentes directos del rey, los corre- 
gidores, oficiales reales etc. 

(2) Los virreyes aspiraron á la más absoluta irrespon- 
sabilidad. «El cargo de Virrey del Perú se hallaba muy 
desigual y desproporcionado, porque hacia sus primeras 
entradas con palio, y salía tomándosele la residencia 
Queriéndose ajustar tan grande disonancia, se prohibie- 
ron los palios; y si se hubiera hecho al contrario, dezán- 
dolos y quitando las residencias, se hubiera acertado 
mejor la conveniencia de el servicio de Su Majestad. . . . 



280 BOLIVIA Y PBBÚ 



De aquí el estar los presidentes ingertados en 
las aadiencias, cuyos distritos aparecían regidos 
por jefes de una sola cabeza cuando en realidad 
el jefe era de muchas: de aquí el ser como presi- 
dente otro ingerto el virrey, simple gobernador 
de provincia y á la vez superintendente de los 
gobernadores y corregidores, con cargo de tomar 
cuentas á todos y de rendir él otras análogas: de 
aquí la superioridad jerárquica general radicada 
en la ciudad cabecera del virreinato, y comparti- 
da entre la contaduría mayor, la audiencia preto- 
rial y el virrey, sin perjuicio de residir en el vi- 
rrey lo compulsivo y externo de su ejercicio: de 
aquí los avocamientos inesperados, visitas, resi- 
dencias, votos consultivos, apelaciones ó revisio- 
nes de toda especie etc.: de aquí en las audien- 
cias los reales acuerdos de gobierno, guerra etc., 
para proveer conjuntamente con el virrey ó pre- 
sidente. 

Uno ve donde quiera sobre cimiento castella- 



Lo cierto ee qne quien representa la persona de Su Ma- 
jeatad oombiene que tenga entera authoridad, y qne no 
pneda estar sujeta á un rieego de tanto descrédito para 
sa decoro.» Ibid,, t. lí, págs. 420 y 421. 



LA AUDIENCIA DE CHABCAS 281 

no el edificio de Indias construido entre rejas de 
hierro á manera de lonja ó casa de contratación. 
En todo y por todo el legislador consulta la res- 
ponsabilidad de cada uno de los agentes ante el 
rey, haciéndola á la vez impersonal, nugatoria ó 
dificultosa ante los administrados. 

La ritualidad, atribuciones, incumbencias etc., 
cuyo trabamiento mira á la acción combinada en 
común sobre terceros, que son los colonos, no 
menos que á la fiscalización recíproca de emplea- 
dos sin atingencias de terceros, aparecen en el 
código y en los cedularios, ya agrupadas, ya es- 
parcidas, entre muchedumbre de disposiciones 
indiferentes á tal espíritu. Saltan, con todo, á la 
vista aún de los que no están versados en prác- 
tica alguna oficinista, ni saben penetrar el alcance 
de esas leyes (1). 

Y para que el sistema no careciese de timbre 
indeleble ante la historia, hé aquí un famoso 
tipo de recaudadores de la corona: el corregidor 
español en el virreinato del Perú; el corregidor. 



(1) En lo8 libros S.o, 5.o, 6.0 y S.^ hay títulos cayos en- 
cabesamientos sefialan caminos para dar con el paradero 
de leyes may significativas al respecto de qne tratamos. 



2S2 SOLIVIA Y PKBÚ 



remunerado con la exclusiva para vender, juzgar 
y gobernar en su repartimiento, á fin tal vez de 
que, erigiendo allí la ley en jueces de causa pro* 
pia á la codicia y la violencia, la iniquidad sir- 
viese eficazmente á la producción de rentas (J). 



(1) Beeapüaeión, ley III, tít. II, lib. 5.o Era jarísdic- 
d^n civil y criminal para pleitos de loa indios entre sí ó 
con Has encomenderos, en todos los paeblos del corregi- 
miento. — «Los inconvenientes de qne contratase el que 
«ra jaes y qne lo fuese de causa propia el Corregidor, 
ejecutando personas y bienes por sus intereses, son bien 
conocidos y aborrecidos en todos los derechos; y verda- 
deramente, qne muchos á quienes arrastraba la codicia 
y fatigaban las provincias> ya repartiendo más efectos 
de los que podía su vecindario, ya repartiéndolos por pre? 
cios excesivos, ya extendiéndolos á los efectos que no 
necesitaban, y ya usando demasiado rigor y apremio 
para las cobranzas, exasperan á los indios con la falta 
de prudencia y sagacidad» (Süpebunda). Memorias de 
los Virreyes, t. IV, p. 152). — «Los corregidores suelen 
tener sus excesos con los Indios, y comercian contra lo 
establecido por las leyes; pero el comercio se disimula 
cuando no hay circunstancias de violencias, ó excesos, 
en el repartimiento: á veces, hecha la sumaria, he bajado 
á algunos, y remitido su cansa al Acuerdo de justicia, en 
que los han dado por libres, pretextando que semejantes 
causas tienen su lugar en la residencia de dichos Corre- 
gidores.» (Castel - Füebte) Ibid,, t. III, p. 365.— «Siem- 
pre sufrieron grandes extorsiones y agravios;» — los in- 
dios — «pero en otro tiempo con mayor reserva, corres- 



LA AUDIENCIA DB CHARCAS 28d 

Quien 86 apartase hoy del punto de vista 
objetivo al examinar la organización de los po- 
deres coloniales, para aplicarles el criterio demo- 
crático moderno del equilibrio, independencia y 
delegación introducido como garantía del dere- 
cho dé los asociados, se expone á no conocer 
jamás en su espíritu de entonces el principio 
de autoridad; y el principio de autoridad era, 
como todos sainemos, uno de los agentes primor- 
diales de la dominación española en América. 



pondiente al peligro de que se descubriesen con menos 
exceso... Pero en los afios últimos se ha exaltado la am- 
bición de manera qae parece tira ya á la entera ruina de 
las provincias... Y reflexionando sobre el motivo de tan 
palpable decadencia y poco trabajo, se encuentra en el 
permiso de los repartimientos, que antes faltaba, y ahora 
parece autorizar á los Corregidores para cuantos arbi- 
trios y facultades les eran justísimamente prohibidas.» 
(GuisioB). Relaciones de los Virreyes y Atuíiencias, t. III^ 
pp. 29 y 30. 



VI 



Á la vuelta de algunos contrapesos y dependen- 
cias puestos en el mecanismo interno á la auto- 
ridad de los virreyes, estos c reyes transeúntes», 
como los nombra un escritor, aparecían ante el 
pueblo investidos de regia dignidad y armados 
juntamente de bastón, vara de justiciay espada; y 
aparecieron en la eminencia de todas las jerar- 
quías encima de todos y cada uno de los que, 
según su puesto, manejaban ó bastón, ó vfira de 
justicia, ó espada, en los tres distritos de las au- 
diencias de Lima, Charcas y Quito (1). 

Á pesar de esto, la posición mediterránea y 
Apartada que ocupó la Audiencia de Charcas, á 
trasmano de las de Ldma y Santiago de Chile en 
el litoral del Pacífico, la constituyó de hecho en 
tribunal supremo é irresponsable. De otro lado 



(1) En loa índices alfabéticofi de Matbaya y de Solób- 
ZAVO pueden verse agrupadas las citas de leyes y céda- 
las por donde constan las atribaciones, facultades y pree- 
minencias de los Tirreyee, particularmente en el Perú. 



LA AUDIENCIA DR CHARCAS 285 

varios motivos contribuyeron además á hacer 
exorbitante la suma de sus poderes y despótica 
su autoridad. Ello debe imputarse á un vicio pe- 
culiar en la constitución de esta colonia. 

Cierto es que las leyes de Indias atribuían ai 
virrey del Perú el gobierno general y superior 
de las provincias comprendidas en la jurisdicción 
de la Audiencia (1): cierto también es que, según 
la jurisprudencia civil y las leyes de Castilla, el 
instituto del tribunal era ajeno de la administra- 
ción política, militar y económica de los pueblos. 
Pero es cosa averiguada, que, como sucede en 
gobiernos absolutos y despóticos, estas disposi- 
ciones no pasaban de lineamientos abstractos del 
derecho escrito, que en concreto ó en la práctica 
eran alterados por excepciones arbitrarias ó pre- 
vistas, algo más numerosas todavía que la regla 
general. 

Desde luego el rey, mediante órdenes directas, 
eolia conferir al tribunal ó al presidente faculta- 
des ó incumbencias transitorias ó indefinidas, 
que venían á cercenar la autoridad política y 



(1) BeeopUactá», ley VI, tíL III, lib. d.'> principalmente. 



286 BOLIVIA Y PKRÚ 



militar de los virreyes eo el distrito de la Au- 
diencia. Aunque éste era achaque común en las 
colonias, parece que en la de Charcas la dictadu- 
ra del rey producía intercadencias ó menoscabos 
todavía más frecuentes en la sujeción regalar al 
virrey (1). 



(1) £8 indudable qae, para conocer específicamente 
cada ana de las colonias americanas en su organización 
7 régimen, las leyes de Indias son insuficientes por lo 
genérico de sus estatutos. — En el incendio de mi biblio- 
teca se quemaron seis tomos, que había formado de rea- 
les cédulas de Charcas, y se componían de ejemplares dis- 
persos y duplicados. Elcedulario cronológico, que la Au- 
diencia iba formando á medida que recibía los ejemplares 
principales, existe en el archivo de dicho tribunal y consta 
de varios tomos. — Bajo el título genérico é insignifican- 
te de «Cédulas y Provisioses del Bey Nuestro Señor 
desde el afio 1541 á 1608,» hay entre los manuscritos de 
Indias, códice [. 54, de la Biblioteca Nacional de Madrid, 
an legajo, que dado á luz hace poco, llena todo el volu* 
men KVIII de la Colección de documentos inéditos relati- 
vos al descubrimiento etc. de las antiguas posesiones espa- 
ñolas. Es ni más ni menos un cedulario privativo de la 
Audiencia de Charcas. — Junto con ponderar la sobera- 
nía general de los virreyes y la dependencia política de 
los presidentes, dice Esquilache: «Lo que puedo decir á 
y. E. es, que en el tiempo de mi Gobierno han tenido 
conmigo muy buena correspondencia, y yo la he procu- 
rado tener con todos; y el medio más eficaz que puede 
haber es, que supuesto que en aquellos distritos no puede 



LA AüblÉÑOÍA DE CHARCAS 237 

- ■ — 

En segundo lugaf*, una dispersión en las atri* 
buciones superiores del poder era el resultado ina- 
vitable del centralismo, establecido para regiones 
remotas y penosamente comunicadas con la ca- 
pital del virreinato. Al favor de este alejamiento, 
el presidente en lo ejecutivo, y el tribunal en lo 
que requería trámites, proveían en CharcaSi á tí- 
tulo de urgencia, muchos negocios de alta admi- 
nistración y del mando eminente, gobernando en 
este orden las provincias con una independencia 
l>or lo general efectiva (1). 



haber persona más á propósito para la ejecncion de las 
órdenes y provisiones del Gobierno, que los presidentes, 
jazgo por conveniente, como yo lo he hecho, darles ma- 
cha mano, cometiéndoles las comisiones, porqae de esto 
signen dos utilidades conocidas: la una es su buena y 
efectiva ejecución; la otra es que se quita cualquier estor- 
bo que la Audiencia pueda hacer, porque no se opone á su 
cabeza, y ella procede animosamente con las espaldas 
del Gobierno, y con esto se consigue el fin que se pre- 
tende.» Memorias de los Virreyes dd Perú^ 1. 1, p. 103. 

(1) Notables por demás son las observaciones que so- 
bre los inconvenientes de haber estado en Lima, y no en 
el Cuzco, la capital del Virreynato, hacía el Intendente 
de Potosí, Pino Manrique, en su inédito Informe reservar 
do sobre la Nueva Real Ordenanza de Intendentes dd Vi- 
rreynato dd Rio de la Flata, 1783. Si se hubiera ejecutado 
el plan que él indica, es de creer que hoy en día no ezis- 



288 BOUVIA Y PERÚ 



Apenas si lo contencioso, ó lo que después de 
substanciado reclamaba inevitablemente una de* 
claración ó auto superior, iba hasta el virrey de 
Lima; no tocando á este encumbrado dignatario, 
respecto á las demás medidas importantes de man- 
do y gobierno, otra cosa que aprobar ó confirmar 
lo muy grave. Por eso, tratándose de dafios irre- 
parables, llegó á envolver un sentido irónico la 
célebre frase con que solía rematar ciertos autos 
ó provisiones fulminantes la chaucillería platense: 
c... dándose quenta con lo obrado á S. M. y al 
Excmo. Señor Virrey.» 

Por lo común, la autoridad del sefíor virrey 
se sentía muy satisfecha con este pleito homenaje 
de las fórmulas oficiales; y como la Audiencia 
cuidaba de que el perjuicio ó agravio causados 
á indios y criollos obscuros ó indiferentes, no las- 
timara en lo mínimo la calidad superlativa de esa 
regia autoridad, el virrey desde su sitial escribía 
leyes en mano sobre el reino de Chile, lo que he- 
chos á la vista pudiera haber escrito también en 
algunos casos sobre el reino de Charcas: 



tiese BoHvia, y que desde Paita á Jnjay se extendiese una 
confederación de ambos Perú con la suficiente fuerza de 
cohesión. 



LA AUDIENCIA D£ CHARCAS 289 

c Aunque la jurisdiccióa del Virrey se extiende 
al Reyno de Chile,» — decía en 1756, — ees sólo 
para los negocios de consideración, porque á aquel 
Presidente toca la provisión de todos los oficios, 
así políticos como militares, que el Rey no nom- 
brare, y las providencias correspondientes al res- 
guardo y gobierno de sus provincia?, cuando por 
su gravedad no necesitare ocurrir á este Gobier- 
no Superior, por lo que no está aquella Audien- 
cia con la subordinación que la de Charcas, según 
se halla prevenido en las leyes de la Recopila- 
ción, y se ha referido tratándose de la jurisdic- 
ción de los Virreyes» (1), 



(1) BeUunón dd Conde de Superunda» («Memorias de los 
Virreyes del Perú,» t. IV, p. 209). 



VII 



Queda expuesto que en términos geuerales la 
colonia chilena no eta en lo militar y político más 
independiente del virrey, que la colonia altope- 
ruana en ocasiones ordinarias ó extraordinarias 
de la vida civil y gubernativa. Ejemplos fáciles 
de dtar indican que la diferencia entre ambas 
consistía en que, si en Chile no concurría la auto- 
ridad del virrey sino para lo muy grave, en el 
distrito de Charcas coexistía en todo tiempo tro- 
pezando con la de la Audiencia; poder inmediato 
ó presente, que ejercía mando á solas y á sus an- 
chas cuantas veces podía. Ateniéndose á los tres 
casos arriba especificados de resguardo, provisión 
de oficios y gobernación, la decantada primacía 
jurisdiccional de los virreyes estuvo sometida á 
pruebas muy duras en el Alto-Perú. 

De ordinario el gobierno militar de los virreyes 
fue en el distrito de pura supervigilancia sobre 
presidios remotos y plazas fronterizas. El fuero 
militar no caía bajo su jurisdicción. No habiendo 



LA AUDIENCIA DET CflARCAS 241 

tropas veterauas, como de ordinario no las había 
fuera de una que otra guarnición urbana ó fron- 
teriza, sus órdenes escasas eran concernientes al 
despacho de la asistencia general de sueldos y 
situados, ó bien para instruir y ejecutar las órde- 
nes que emanaban de la corte. 

Las providencias He resguardo eran escasísi- 
mas y siempre genéricas. Si en su alta dirección 
pudo intervenir el virrey, fue más bien para hacer 
constar oficialmente su autoridad legal. Lo efec- 
tivo correspondía de hecho á las capitanías gene- 
rales de Santa Criiz de la Sierra y de La Plata, 
bajo las instrucciones inmediatas de la Audien- 
cia eñ acuerdos de gobierno y guerra. Las pro- 
videncias del virrey tuvieron alguna verificación 

* 

positiva en casos muy especiales y lentos, prin- 
cipalmente cuando era menester obrar en la 
esfera internacional, ó conforme á la política 
exterior de la corte de Madrid. Eran los casos en 
que también tenían cabida en Chile (1). 



(1) Memoria de los Vireyes del Perú; t. I, pp. 347^ y 8i- 
guiente; t. II, pp. 411 y siguientes; t. III^ 294 y stge., 306 
y siga, y Bbl ^Extracto en Méthodo historial de las disposi- 
ciones, órdenes, y direcciones ^ dadas y comunicadas por el 

B. Y p. 16 



242 BOLIVIA Y PERÚ 



Eli casos de conmocióa iuterior nunca el virrey 
militó en el Alto Perú ni ejerció mando inme- 
diato sobre los jefes de las fuerzas pacificadoras. 
La necesidad le obligaba á delegar facultades, y 
siempre las delegó. Así es que en los disturbios 
de Potosí, y en los del Paraguay antes que el rey 
se avocase el negocio, sus providencias eran tar- 
días, extemporáneas ó sin efecto. La Audiencia 



Ertno. Señor don Mantid de Amat, y Junient,... Virrey y 
Govemador, Capitán getieral de estos Reynos del Perú, <U 
Señor Don Juan de Pestaña y Chumacero, Presidente de la 
R, Audiencia de las C)uírcas,y al Oovemador de Santa-Oruz, 
en conseqüencia del R, Despacho y comissión que le dirigió 
8. M. para el desalojo de los Portugueses, de las minas de 
Matogroso. y Ouyabá; sobre la expedición, preparativos de 
guerra, reclutas, non^amiento de ofiziales, apresto de 
armas etc, Ms. — Declaraa<lo qae por lo «incomparable 
d) la difltaacia era siempre irremediable por este real 
gobierno» la represión de los bárbaros fronterizos del 
sad-oeste, agreda el virrey Castel-Fuerte: tY así conferí 
al sefior Presidente y á la A a líencia de La Plata toda la 
f Acnltad qne se nect^sitase para qae expidiesen... todas 
las órdenes y despachos que pareciesen conducentes á la 
oposición de los ataques emprendidos... y que si les 
pareciese combeniente deponer de sn empleo al gover- 
nidor referido, HubrogAsen en sn Insrfir á persona qne 
juzgasen capaz del g >bierno... etc» Memorias délos Vi- 
reyes del Perú, t. III, p. 354« — Sobre la agresión de indios 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 248 

imprimía dirección á las operaciones y procedi- 
mientos; eran sus procónsules los que campea- 
ban de hecho entre banderías y sus atentados, 
los cuales también eran de hecho y no daban es- 
pacio ni tregua al señor virrey de Lima. 

La ley disponía^ que cuando ocurriera algún 

alzamiento de indios, el virrey mandase con soco- 
rro armado á persona experta, con sujeción al 

gobernador de la provincia socorrida, que en las 

provincias altas lo era el presidente de Charcas 

como tal y además como capitán general. En caso 

necesario podía aquella persona ir munida de los 

poderes que más conviniesen; pero en tal caso 



eálchaquiea en la frontera del Tncnmán, dice el virrey 
Alba (I6t>2). hablando de los formidables aprestos de 
defensa organisados en Potosí: «Y la disposición de esto 
y de todo lo deinán con qne pareciese preciso asistir 
según los accidentes qne fnesen sobreviniendo, deter-, 
minó df*jarlo al cuidado y arbitrio del señor presidente 
de Chnqnisaea. D. Francisco de Nestares Marin, sin que» 
fuese nec«'sar;o aguardar la resolución mía, porqne 
pudiesen llegar má4 á tiempo los socorros y no se malo- 
grase el fin de ellos con la dilación qne babria en cada 
consnlta en distancia de más de f{O0 l^'gnas que hay de 
aqnf á Potos»i.> BeUiciones de los Vireyes y Audieneia$f 
til, p. 156. 



244 B0L1VIA Y FKRÚ 



debía ejercerlos de acuerdo con la Audiencia (1). 
Lo común y más liacedero hubo de ser nace- 
sariamente dejar las cosas á la discreción del 
regio tribunal, como sucedió en el alzamiento de 
Cochabamba en 1 730, que llevaba visos de arre- 
ciar más y más con la alianza desembozada de 
los criollos y mestizos, ganando de todas mane- 
ras tiempo y terreno, c La distancia de 400 leguas, » 
—dice el virrey — «la falta de gente española en 
aquellos parnjes, el gasto de la Real Hacienda y 
otros incombenientes hacian bien difícil el reparo. 



(i; Becopüacián, ley XII, tít. IV, iib. 3.o— Mientras 
menofl efectiva era en Charcas su jarisdicción, tanto más 
se empeñaron los virreyes en demostrar su legitimidad. 
«Y annqoe de poco tiempo á esta parte se ha concedido 
á los presidente»» —de Charcas — «el títnio de Capitanes 
generales dn sns distritos, en nada se ha alterado la 
forma antigua de gobierno, pues estando subordinados 
al Virrey, mantiene la misma superioridad; y como no 
tiene oflcialee ni soldados A quienes mandar, porque el 
Rey no los paga ni necesita en aquella ciudad, está redu- 
cido este tí tu 'o á honorario; y los Capitanes generales 
que son ígunlmente gobernadores en Buenos Aires, el 
Tucnmán, Paraguay y Santa Cruz, en las materias que 
no son de juHticia, y que por alguna razón pertenezcan 
ll aquella Audiencia, ocurren al Virrey para todos los 
negocios qu» se Ihs ofrecen.» (Supebükda). Memoria$ de 
lo$ Virreye$ del Perú, t. IV, p. 176. 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 245 

Sin embargo, expedí con consulta del Real 
Acuerdo las más instantáneas providencias que 
parecieron combenientes, poniendo en manos de 
la Real Audiencia de Chuquisaca todns las armas 
del poder para que se opusiese á aquel desorden, 
ordenando á los corregidores de las provincias 
adyacentes el auxilio de sus gentes, ministrando 
el dinero para el gasto, y mandando que pasase 
un oydor de la misma Audiencia, que lo fué don 
Manuel de Mirones, al reparo inmediato de aquel 
daño» (1). 

La prueba mas concluy ente de la independen- 
cia de virreyes con que en el interior de las pro- 
vincias altas se solían llevar las cosas más graves, 
la suministran los anales del nuevo virreinato; 
establecimiento con el cual se pretendió haber 
restringido la autoridad de la Audiencia, organi- 
zando en dispersión fuertes gobiernos locales» 
que, independientes entre sí y del tribunal, estu- 
viesen listos á los mandatos del poder central, 
haciendo por este medio más expeditiva, concreta 
y vigorosa la acción de éste en las provincias. 



(1) (Oastel-Fubrte), Ibidy t. III, p. 264. 



246 SOLIVIA Y PERÚ 



Caando la sable vación de Chayan ta en 1781 
el virrey de Buenos Aires cotaisionó, con inhibi- 
toria de la Aadiencia, á don Ignacio Flores para 
sofocar la rebelión. Ya antes hemos aludido á la 
culpabilidad del rep^o tribunal en la excitación 
de aquel grande y terrible alzamiento. Oigamos 
ahora un párrafo del tranquilo y mesurado infor- 
me del virrey á la corte. Esta pieza equivale á 
una confesión solemne, no tan sólo de cuan fuera 
de su posible alcance se desarrollaron los sucesos, 
sino también de la completa ineficacia política 
y militar de su autoridad en una de las ocasiones 
más importantes que registran los anales de la 
colonia. Eu vista de todos los hechos y sus docu- 
mentos dice el virrey, que: 

cSe convence también que la opresión y des- 
pótico proceder del Corregidor ha excitado aquella 
sublevación, ó movimientos populares; y que si la 
Audiencia hubiera prestado atención á la carta 
que le dirigió el Gobierno» — el del virrey — «no 
hubieran sobrevenido los conñictos en que le po- 
nen la apatia y desatención de unos asuntos tan 
recomendables, y por cuyo remedio, por la exacta 
administración de justicia, deben precaverse. Si 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 247 

t . II _ . 

bien que aquélla Audiencia, muy distante de 
obtemperar á las. órdenes del Gobierno, aun se 
excede ya á librarlas á éste, y dirigir provisiones 
para tomar conocimiento sobre las que emanan 
del dictamen de su Asesor, t — el del virreinato — 
«como aparece de otro expediente que en la oca- 
sión se dirige... La causa que expresa la Audien- 
cia por qué ha tenido preso á Catari, que figura 
ser la de haber pretendido rebaja en los tributos, 
tampoco se conforma con las diligencias que hizo 
en Potosí para aumentarlos; y por esto es muy 
de sospechar, que hoy se pretendan sostener los 
abusos propios, con la imputación de otros á un 
sujeto tan flaco. Y de aquí ha emanado la pre- 
vención, que conforme á la ley 11 del tit. 4.<>, 
lib. 3.^ de estos dominios, hice á la Audiencia, 
de no hacer ejecución capital en culpados, sin 
dar primero cuenta: por lo aventurada que con- 
templo la justicia, la que si no se mantiene con 
vigor y fortaleza, son de temer muchos inconve- 
nientes. Bien que dudo de la observancia que 
prestará aquel Tribunal, no determinándome aun 
en este concepto á otra demostración con defe- 



248 BOLIVIA Y psr6 



rencia á su carácter» á lo que el tiempo requiere, 
y á lo que las leyes ordenan» (1). 



(1) Oficio del Tirrey al ministro de Indias, donde ma- 
nifieeta loa motivoa de la anhlATacíón de Chajanta. Av- 
osLis, CoUeeiÓHf t. 5.*, obra IV (no registrada ni ñame- 
imda en el índice del volamen), p. 29. 



VIII 

Aquello de diBtribuír gracias y empleos, que 
sin duda alguna era una prerrogativa importante 
y eminente del virrey, no daba á éste mayor 
número de adictos, y su ejercicio tenía limi- 
taciones de cuenta en el distrito. La colonia 
carecía de vida política y la mayoría de los pues- 
tos ú oficios era allí vendible cuando no de 
provisión regia. 

Eran de real nombramiento los gobernadores 
de Chucuito y de Santa Cruz de la Sierra, el cual 
investía además el carácter de capitán general; 
los corregidores de La Paz, Potosí y Oruro; el 
alcalde mayor de minas de la mencionada villa 
imperial; todos los oficiales reales y administra- 
dores de rentas, y cualquiera empleo activo mili- 
tar. Tales eran también los puestos más impor- 
tantes y codiciables. Para formarse un buen 
manojo de agraciados quedábanle al virrey la 
provisión de los demás corregimientos, las tar- 
días vacantes de encomiendas ya que pocas nue- 
vas se crearon, los interinatos y suplencias. Podía 



260 BOLIVIA Y PERÚ 



proveer estos beneficios en criados j parientes 
fiuyop; y los proveía, no ciertamente para con- 
quistarse voluntades eu Charcas, sino para con- 
qnistárselas, servirse y servir en torno suyo y en 
Espafia (1). 



(1) BeeopUdeión , ley í, tít. II, lib. 5.o— Por R. O. de 
Noviembre 19 de 1680 podía proveer el virrey basta doce 
oficios en criados y allegados. — Memorica de los Virreyes, 
t. II, p. 124.— £ecop., 5> edición, t. II, nota de la p. 14. 
— € Y la»— Audiencia — «de La Plata guarda con todo rigor 
el derecho referido; y admitidas las rennnciaciones, sin 
dar titulo ni possesion de oficio, da testimonio, para que 
ocurran al Virrey.» León, Tratado de Confirmaciones Rea- 
Íes, parte segunda, cap. Xl, foja 137 vuelta.— «Nuestras 
audiencias reales de las provincias de Quito y Charcas 
no pueden encomendar indios, porque esto está reser- 
vado, á los virreyes del Perú, por cuya mano han de ser 
gratificados los que los hubieren servido.» Becop,, ley 
VII, tít. VIII, lib. 6.0— De antiguo el presidente tampoco 
podía encomendar. «No es Governador, ni encomienda, 
porque la Nueva Toledo, en que assiste, y es distrito de 
su Audiencia, es del Virrey del Perú, en quanto al go- 
vierno: y aun en su fundación solo fué Regente que pre- 
sidiesse^ quando el Virrey f altasse, hasta que se le embió 
sello Real: y con él quedó tan subordinada toda la Au- 
diencia, que no solo el Virrey tiene su govierno, y da las 
encomiendas de la Nueva Toledo, sino en vacante del 
Virrey, el Audiencia de Lima: tanto se guarda el distrito 
á cada governacion.» León, Tratado de Confirmaciones , 
parte primera, cap. VIL, foja 34. 



LA AUDIENCIA DB CHARCAS 251 

El Alto Perú no constituía en rigor un Esta- 
do, porque el conjunto de sus vecindarios for- 
maba para la metrópoli más que todo un grande 
establecimiento de producción. Era un distrito 
minero, y todo allí estaba destinado Jl sustentar 
el laboreo y dar pábulo á la amonedación y á las 
factorías. ¿Qué suma de autoridad para el virrey 
de Lima podía representar allí la facultad de conce- 
der ciertas granjerias fíncales de tercer orden? 
Ninguna en la balanza política; una suma escasa 
cuando se la compara con la prepotencia social 
de que gozaban los oidores. 

El virrey estaba colocado á tan lejana altura, 
que su gobierno no podía tener mira de oprimir 
ni motivo de agraviar á los ciudadanos de aquel 
distrito. Sus intereses políticos estaban radicados 
en su corte de Lima y en la corte del monarca. 
Allí estaban concentrados los estímulos y resor- 
tes de su ambición. En Charcas podía tener se- 
cretos intereses industriales; y si los tenía, ellos 
podían avenirse con la elevada conveniencia ex- 
terna de que en las provincias altas reinasen la 
paz y la justicia. Ahora, si la paz y la justicia 
lio reinaban allí, hay que distinguir, según las 



252 BOLIVIA Y PERÚ 



leyes, si ello era en detriraento del real erario, ó 
»i en detrimento del derecho de particulares y 
del procomunal. Si lo primero, la represión del 
virrey era eu lo posible pronta y enérgica; si lo se- 
gundo, era lenta, indirecta y omisa como la ley 
misma, que no había creado foro político, ni con- 
sagraba derechos ó garantías individuales que uo 
recayesen bajo la jurisdicción de la Audiencia. 
En el campo de los intereses privados era, 
pues, donde se dejaba allá sentir cualquiera pre- 
potencia. La gracia y el favor tenían más vasta 
esfera en que ejercerse mediante la jurisdicción y 
el imperio, que por medio de ciertos nombra- 
mientos para las oficinas. Allí donde no se cono- 
cen libertades públicas ni vida política, la socie- 
dad civil es la única esfera de relaciones posibles 
entre gobernantes y gobernados. Para los alto- 
peruanos no era poder tangible ni positivo el 
distribuir á las veces ciertos empleos subalter- 
nos, sino el distribuir cotidianamente entre los 
particulares la justicia. Bien lo sintieron así los 
virreyes de una manera general. «Las apelacio- 
nes á la Audiencia nos ponen la ceniza del me" 



LA AUDIENCIA DB CHARCAS 258 

mentó homo en la frente,» decía uno de ellos con 
despecho á su sucesor, no echando quizás en 
olvido su entrada al mando bajo palio (I) 

El tercer caso de los aludidos es sia disputa 
el más conspicuo y general. Es relativo al go- 
bierno propiamente dicho, que capitulaciones 
y estatutos antiguos, y más tarde las leyes reco- 
piladas, conferían al virrey del Perú y nega- 
ban al presidente y Audiencia de Charcas. Iría- 
mos por cierto á parar muy lejos si como tesis 
general nos empeñásemos en demostrar, que la 
concentración de poderes por la ley en la perso- 
na de los virreyes, era puramente honoraria y 
caligráfica para lo que es dejarse sentir de hecho 
en todas partes; pero citaremos dos ó tres ejem- 



(1) «Las apelaciones para la Audiencia nos ponen la 
cenizsL; las limitaciones qne tiene por mi orden las redajo 
á un breve tratado el licenciado don Gaspar de Escalona 
y Agüero, que es el que envío á V. E.; y el embargo con- 
siste en las qne son de mero gobierno, qne en éstas no 
corre, y aunque ejempHstas, casi siempre serán más los 
que sucedieren, y por esto dificultoso é imposible el ha- 
llar regla cierta en ellas.» (Conde db Chinchón). Rela- 
^ont8 de los Yireyes y Audiencias, t. II, p. 76. 



254 BOLIVIA Y PERÚ 



píos, fácilmente extraídos de la médala de lo& 
negocios, y que comprueban cuando menos impo- 
tencia ó debilitamiento de la autoridad central 
de Lima, respecto del Alto-Perú, tratándose de la 
gobernación propiamente dicha. 



1 



*tf 



X 



IX 



Peculiar institución del Alto-Perú, y en ver- 
dad una de las más inicuas, era la servidumbre 
de los yanaconas, indios vinculados con su prole 
á la labranza de una hacienda, sin libertad de 
salir ni de trabajar por su cuenta, y que eran 
transferidos á terceros poseedores junto con la 
propiedad, de la misma manera que si fuesen 
semovientes del terreno (1). Más de una vez la 



(1) Eso sí, «qne en la venta de chácaras no se haga men- 
ción de los yanaconas:» tal es el homenaje que á la liber- 
tad humana rinde el virrey legislador Toledo en sn orde- 
nanza XHI de la materia. I^a moral queda igualmente á 
salvo: «Que los dnefios de chácaras^ si no fuesen casa- 
dos, no puedan tf^ner en su ner vivió india qne no sea 
vieja i sin soApnchat (Ord. X). — Lobbittb, Historia de^ 
Perú bajo la dinasHa austríaca, vol. I, p 320. — V. en 
la Política Indiana ^Ub. 2,^), los esfuerzos de 8olób- 
ZANo por formar doctrina tolerable de lo que virtual- 
mente no la admite. — En la visita qne practicó un oidor 
de Lima por comisióa del príncipe de Esqnilache (1615- 
1621), se encontraron distribníloB en la»* haciendas del 
distrito 25,000 yanaconas. Memorias de los VtreyeSt t. I> 
p. 28. 



25G BOLIVfA Y PERÚ 



afligida conciencia del monarca quiso hacer pasa- 
deramente cristiana ésta y otras opresiones del 
servicio personal, que no hacían sino enflaquecer 
más y más la índole apocada del indio y favore 
cer la despoblación. Para aliviar la condición de 
éste despachó el rey cédulas tras cédulas, sin 
obtener jamás fruto alguno, hasta que por fin, 
con respecto á los yanaconas, se atrevió á orde- 
nar que se notifícase á estos vasallos suyos la 
declaración categórica de que eran tan libres 
como los demás subditos de la monarquía. 

Como por escapar de la mita, servidumbre 
más ominosa y mortífera, muchos indios se me- 
tían de yanaconas en las chácaras, sobrevinieron 
más de una vez conflictos de intereses, que eran 
otras tantas encarnizadas discordias sociales en- 
tre los que se disputaban el sudor del indio. Los 
mineros denunciaban el hecho como un abuso 
perjudicial y ruinoso á su gremio, clamando siu 
cesar por la reintegración de la mita. Los chaca- 
reros hacían valer la pérdida de sus cosechas y 
la general hambruna consiguiente. Los doctri- 
neros terciaban amenudo contra la mita, que ale- 
jaba de la feligresía una parte suculenta en de- 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 2¿7 

rechoB parroquiales para ir á engrosar los pro- 
ventos de los caras de Potosí. Los corregidores, 
émulos naturales del doctrinero, quien jamás les 
perdonó el no lograr él sino lo que al indio 
quedaba libre de las exacciones del corregidor, 
en caso de mita se alzaban contra los mineros en 
resguardo del repartimiento y monto del tributo. 
Los encomenderos se inclinaban del un lado ó 
del otro según el interés de su comercio, que 
aunque de suyo antagónico de la mita, solía en 
algunas localidades andar más reñido todavía 
con el interés de los chacareros (1). 



(1) Aunque al través de diversos pasajes de las me- 
morias de los virreyes puede columbrarse esta pugna 
cotidiana de intereses, me atengo aquí á la luz vivísima 
y siniestra que s ibre la materia arrojan dos documentos 
inéditos, ambos de origen autorizado y sin tacha en lo 
correspondiente á los hechos del texto. Es el primero 
una Bepresentación Apologética de la Muy Noble Imperial 
Villa de Pofosi, 8U8 Tribunales, Oficinas y Gremio al 
Excmo. Señor Virreys obre los acaesimientos de la Provin- 
cia de Chayanta, con motivo de la nueva Mita consignada 
á los cavalleros don Juan Bautista Jáuregui, y don Luis 
de Orueta; en qne insidentemente se trata de las Injurias 
inferidas al Sr, Intendente Govemador y demás Magistra- 
dos, y Ministros encargados de proveerla en los Beparti- 
mientes de la misma Provincia. Año 1796. (Ms. de 20 hojas 

B. Y p. 17 



258 BOLIVIA Y PSBÚ 



La organización del poder productivo de la 
colonia asumía en las provincias altas caracteres 
verdaderamente increíbles. En la tiranía protec- 
ciouista de este sistema opresor se estrechan la 
mano el absurdo y la iniquidad. £1 trabajo del 
indio en sus dos formas económicas de faena y 
de ahorro, era para la raza dominadora una sim- 
ple meta de riqueza ó de materia apropiable. £q 
la industria libre de los salteadores de camino la 
disyuntiva es: «la bolsa ó la vida, y adelante». La 
patente de los expoliadores del Alto Perú era 
para exigirlo todo á la vez: ya la peseta, ya la 
fatiga; y quieto ahí para las de mañana hasta 
reventar. 



en folio). El segundo documento es el Informe reservado 
del Gobernador Intendente de Potosí sobre la nueva Real 
Ordenanza de Intendentes del Virreinato del Bio de la 
Plata, Año de 1T83. (M0. de 29 hojas en folio). Este in- 
forme es debido á la pluma de don Juan dbl Piko 
Manrique, y á él hace éste referencia en su «Descrip- 
ción de la Villa de Potosí y de los Partidos sujetos á su 
Intendencia» (p. 24, último aparte), que Angblis pu- 
blicó en el volumen segundo de su célebre Colección, Ya 
volveremos sobre este importante documento dirigido al 
ministro Gal vez á virtud de encargo suyo.— Las dos pie- 
zas que se acaban de citar se publicaron poco después eti 
la Revista Chilena, de Santiago, afio 1877, tomo VIH. 



LA AUDIENCIA DA CHAB0A8 259 

Uno de los hechos más fandameotales eo la 
historia alto-peruana es el antagonismo esterili- 
zador de estos monopolios para la explotación 
del esfuerzo muscular y del peculio indígenas. 
Los diversos privilegios con que era allí usufruc- 
tuada la substancia humana de una misma raza 
infeliz, tenían que ejercitarse por medio de la 
astucia y la violencia, ocasionando necesariamente 
entre sí una contraposición profunda. De aquí 
en gran parte ese semillero de querellas parcia- 
les y de alteraciones públicas que llenan el pe- 
ríodo completo de la era colonial. ¡Anchurosa ca- 
bida por donde la pesada y larga vara de la Au- 
diencia, venía á ser el eje en torno del cual 
giraban con secreta actividad las sugestiones to- 
das de la codicia y del encono I 

Cualquiera intento de reforma en semejante 
estado de cosas, introducía una alarma extra- 
ordinaria entre todos estos intereses Cual- 
quiera novedad que no consistiese en reagra- 
var la condición del indio, era mirada de reo- 
jo por todos y combatida con furor por el gremio 
directamente perjudicado. Así es que, cuando el 
virrey quiso poner en ejecución la célebre real 



X60 BOLIVIA Y PEftÚ 



cédula sobre servicio personal en la parte refe- 
rente á los yanaconas, hubo de estrellarse contra 
resistencias tan formidables, como las qqe ya 

* 4 

habían barrenado y pulverizado la reforma en 
sus demás puntos compasivos (1). La Audiencia 
de Charcas quiso echar á pique la real cédula ép 
UQ mar de autos y papeles, y la echó. Tratábase 
nada menos que de la promulgación en su distrito 
de una ley emanada de una encarecidísima y enér- 
gica voluntad del monarca. La Audiencia apesar 
de todo se mostró in^exible. Oigamos al chas- 



(1) £a las Relaciones de ¿os Vireyes y Audiencias ^ t. II, 
p. 339^ paede verse un >iMemorial de Álfooso Messía al 
yirei don Luis de Velasco sobre las cédulas del servicio, 
personal de los indios.» Es todo referente al Alto -Perú 
y demostrando la impracticabilidad de^ la reforma. «De 
lo dicho se colige con claridad la dificultad grande que 
tienen los medios que 8. M. propone, y que poniéndolos 
en ejecución, caerá de golpe este reino, faltará la comida 
y la plata, que lo uno conserva la vida y lo otro entretie- 
ne la gente etc. ; y así, me parece que obstando á la eje- 
cución de la Real cédula las cosas y dificultades propues- 
tas, no es voluntad de S. M. que se ejecute, sino antes 
consta y parece ser la contraria.» Y con gran habilidad 
se le prueba allí al rey, no solamente que es imposible lo 
que madura y concienzudamente él quiso, sino también 
que nunca lo quiso ni lo querrá jamás. 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 261 

queado virrey, quien, como es natural, jami^ 

aceptó cómo fundados los motivos de esta rebe- 
lión: 

«Mi intento en este negocio ha sido poner én 
ejecución el de S. M., no ignorándolos inconve- 
nientes que podría tener, para que se sepa y en- 
tienda que estos yanaconas son libres, y que, 
como tales, han de servir en chácaras, y no como 
esclavos, como hasta aquí han servido... Pero 
la Real Audiencia no ha dado lugar á ello hasta 
agora, impidiendo la publicapion de las provi- 
siones, que era por donde se habia de comenzar. 
Escribióme ahora últimamente que lo quedaba 
viendo y que me avisaría de lo que se acordase.» 

El veto audaz opuesto por la Audiencia así al 
mandato del legislador como el acto promulgato- 
rio de la administración política, nació y se for- 
muló con una llaneza poco menos que familiar, 
según el dicho del virrey al recordar la suerte 
lamentable de sus reales provisiones. Dice asi: 

«Queriendo un Correxidor pregonallas en la 
ciudad de La Plata, trató lo primero con uno de 
los oidores de la Audiencia; y sin atender al fin 
de lo que se pretendia, le dixo que no las publi- 



262 BOLIVIA Y PKBÚ 



case, porque eran muy perjudiciales y resultarían 
grandes inconvenientes de la publicación; y es- 
cribióme á mí representando una tal cantera da- 
llos, que pudieran espantar, si fueran como él 
los figuraba y no estuviera en la mano poderlos 
atajar al menor dellos que se descubriera. Y es- 
to causó no estar el Presidente en la Audiencia, 
que habia ido á Potosí al despacho de la plata 
de 8. M. Háse dado y tomado sobre esto, y es- 
crítose muchas cartas de mí á la Audiencia^ que 
V. E., si fuere servido, podrá ver, que quedan 
juntas con esta relación; mas con todo esto, no 
he podido acabar de concluir que ks provisiones 
se publiquen» (1). 



(1) Don Luis de Velaseo á su sucesor el conde de Monte- 
ra, «Relaciones de los Virreyes y Audiencias», t. íl, 
p. 14. — Acerca de la ineñcacia y no cnmplimiento de laa 
disposiciones del rey más terminantes en amparo de los 
indios, paeden verse las obras á que se refieren los nú- 
meros 2,689 y 2,705. del tomo II de mi catálogo ti- 
talado Biblioteca Peruina. 



X 



Bn el Alto Perú eran repartidos los indios pa> 
ra toda suerte de faenas rudas y trabajos mus- 
calares: minas, campos, acarreos, etc. Estábales 
impuesto todo esfuerzo de pujanza, toda fatiga 
corporal, todo aguante ciego. Eran lo que son 
hoy las bestias para la industria, ó lo que es el 
vapor cuya fuerza bruta se representa por caba- 
llos. Entonces se decía carga de cuatro indios, 
arado de siete indios, malacate de quince indios, 
etc. Eran repartidos conforme á la ley, ó fuera de 
la ley, ó contra la ley, que ello nada importó; el 
hecho es que estaban todos implacablemente re- 
partidos. Este es el repartimiento que llamare- 
mos aquí activo y personal. 

El repartimiento pasivo abarcaba una colecti- 
vidad determinada de la clase indígena, sin dis- 
tinción de edades ni sexos, sujeta al gravamen. 
É^e recaía principalmente sobre sus salarios y 



264 SOLIVIA Y PERÚ 



sobre su trabajo de ahorro eu beneficio del privi- 
legiado para ese efecto. Tratándose de indios ó de 
administración pública entre indios no existían 
empleos á saeldo fijo del Bstado. Los cargos se 
conferían á título de beneficio para el logro de 
ganancias al menudeo, y la circunscripción den- 
tro de la cual se explotaba esta exclusiva se lla- 
maba repartimiento. El destino de corregidor era 
un beneficio temporal para vender, regir y juz- 
gar y para recaudar los tributos del rey; la enco- 
mienda era un beneficio hereditario para comer- 
ciar y percibir frutos respondiendo de la capiti- 
ción comunal al rey; la parroquia era un benefi- 
cio vitalicio para doctrinar y santificar por pro- 
ductos de grangerías y por faenas. No existían, 
que sepamos, otros repartimientos de la espe- 
cie; porque, en verdad, nada más quedaba ya que 
repartir á los indios, después de repartirles mer- 
cantilmente la religión de Jesucristo, los trapos 
de ultramar y la justicia del rey. 

Pero como había de suceder que entre pobla- 
ciones tumultuosamente improvisadas por la 
avidez de I9 plata, el repartimiento resumiese 
en sus dos formas elementales todos los abusos 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 265 

del régimen colonial, bé aquí que en el Alto 
Ferú se ve nacer y propagarse una clase peculiar 
de repartimiento eutre españoles, criollos y mes- 
tizos; y es por lo mismo la ñor eximia de la 
planta del repartimiento. 

Porque, asi como los encomenderos entre sus 
comunarios, los corregidores entre sus adminis- 
trados, los doctrineros entre sus feligreses, los 
azogueros entre sus mitayos, los chacareros entre 
sus yanaconas, los arrieros entre sus tamenes, los 
tamberos entre sus postillones^ los correistas en- 
tre sus cbasquis etc., etc., disfrutaban del re- 
partimiento por activa y pasiva, repartimiento 
en los servicios para la producción y en el cam- 
bio para los consumos, los jefes de oficina re- 
partían ropas y artículos de pulpería entre sus 
subalternos á precio ya impuesto y retenido en 
los sueldos, y los oidores repartían en correspon- 
dencia de obsequios la justicia, y el virrey re- 
partía los empleos lucrativos á partir de utilida- 
des; para que de esta suerte bubiera en el Alto 
Perú repartimiento de repartimiento ó extracto 
esencial de repartimiento, y para que á la faz de 
Carlos III, un íntegro magistrado de la colonia, en 



266 BOUVIA Y PBBÚ 



el colmo de la indignación y del coraje, llamara 
al virreinato: cel reino de la concasión y del 
repartimienioU (1). 

Al leal saber y entender del rey de EJspafia no 
escaparon jamás ni la crueldad del servicio per- 
sonal de los indígenas, ni la rapacidad de los em- 
pleados qae lo regían, ni la codicia de los indus- 



(1) «La verdad es qae en el Rey no todo há sido repar- 
iimtento. Porqne han repartido los Virreyes, benefician- 
do los corregimientos, los empleos de Hacienda Real y 
demás en qne han tenido parte; siendo tan cierta y pú- 
blica esta verdad, qae D. Manuel Amat hacia nn vergon- 
zoso trafico de corregimientos, teniendo Libro de Gaza 
en qne estaba anotado lo que debían dar por cada uno: 
han repartido los corregidores no sólo para sí, y saciar 
sn codicia, sino para reintegrarse, los Provistos por dos 
aftos^ de lo que h avian anticipado al Virrey, y tener asa- 
lariado uno ó dos Ministros en la Audiencia que sofo- 
case las quejas de los Indios, y no dejara oir los clamo- 
res de su opresión: han repartido los oydores en gracias, 
y protección a Guras, y Gorregídores, para cobrarles en 
cosa de otra sustancia: han repartido los Guras en devo- 
ciones superficiales, y que no llegan al corazón: han 
repartido los Hacendados, pagando a los Indios sus jor- 
nales en ropas, y otras cosas: han repartido los Oficiales 
Reales haciendo pagar al Minero, al Cura, otras gratifi- 
caciones extraordinarias, é injastas, por lo qne ha pen- 
dido de sus facultades. Los mineros han hecho lo mismo 
repartiendo á[ Indio en efectos de Pulpería casi todo el 



LA AUDIENCI4 DB CHARCAS 167 

tríales que lo beneñciaban, ni la opresión usura- 
ria de los repartimientos. Por esto, porque los 
dominadores eran gente inexorable y aventurera, 
y porque con encarecidos términos, que enterne- 
cen, la reina Isabel impuso en su testamento á 
sus sucesores la defensa especialisima de los in- 



importe de sa jornal diario; de suerte qne aan el donde 
de 8. Antonio siendo Superintendente de esta Casa de 
Moneda, intentó, y quizo repartir á los travajadores ro- 
pas, y otros efectos para cobrarles, en ellos, lo que se 
lee paga por su trayajo. De manera, Sefior Exmo., que ói 
no fuera ilícito ponerle otro nombre al Perú, deviera 
llamársele el Reyno de la Concusión y del Repartimien- 
to.» Informe reservado del Gobernador Intendente de Po- 
tosí sobre la nueva Real Ordenanza de Intendentes. — 
«Oidores y alcaldes de Corte deeta(« tres audiencias mu- 
chos hay pobres; mas hay otros muy ricos, como son los 
de las Charcas, que tienen algunos mas de ducientos 
mil ducados; yo no sé, sefior, cómo los adquieren; todos 
dicen que hacen justicia; tiran de salario tres mil pesos 
ensayados, gastan diez cada un aflo; están muí ricos; las 
visitas de audiencias son mui tarde, los que las visitan 
se amansan a fuerza de barras; y ansí, todo se queda 
como estaba, y todos representan servicios para qne 
Vuesa Majestad los premie.» Memorial de la reformaaén 
del Refino del Pirú, por el sarjento Juan de Aponte Hgtte- 
roa, ífecino de Chuamanga y natural de Chanada, («Colec- 
ción de Documentos Inéditos para la Historia de Espa- 
fia,» t. Ll, p. 521). 



S'68 BOUVIA Y PERÚ 



dioB, el rey y su consejo no cesaron de estar y 
de salir en su amparo por medio de órdenes y 
cédalas, pretendiendo atempera!* de esta suerte 
el rigor estatuido por la primitiva y dura ley 
de la conquista. La recopilación de Indias y los 
cedularios, encareciendo aquí, convenciendo allá, 
ya amenazando, ya reprobando, están llenos de 
disposiciones en sostén y desagravio de una raza 
que la naturaleza, la fuerza de las cosas y la de- 
sigualdad de las leyes mismas, se empeñaban á 
una en hacer inferior y desventurada. 

Habla defensores y personeros especiales; pero 
tfimbién los oidores, los presidentes, el virrey^ 
tenían estrechísimo encargo de velar por los in- 
dios. La protección más conspicua fué confiada 
al virrey como á representante de la real persona. 
Debía ser protección de hecho y de derecho, de 
oficio ó por requerimiento, por vía de gracia ó 
de justicia. La nobleza, los dignatario?, los ma- 
gif?trados, debían aguardar en la antesala; el 
indio harapiento podía entrarse de rondón hasta 
el jgabineté ó aposento del virrey á poner su 
queja. Las leyes no reeonocían potestad alguna 
liumana, dentro de los limites del virreinato, 









LA AUDIENCIA DE CHARCAS 269 

capaz de entorpecer, desviar ósaprimir la qaerella 
de un indígena ante el virrey contra cualesquier 
individuos, del presidente abajo. Porque» en el 
sentir del legislador y como en reparación de lo 
que en contra del indio consentían por otro lado 
las leyes, éste era en cierto modo un fuero pri- 
vilegiado por excelencia, donde la judicatura era 
revertida á la majestad regia, como acontecía en 
el avocamiento del primitivo caso de corte. 

No es exagerado concluir que la protección de 
ios indígenas, considerada desde este punto de 
vista, equivalía á una alta función del Estado y 
era un acto de gobernación eminentísima del 
virrey del Perú. 



XI 



Y ¿cómo usó ó dejó seutír el virrey tati au- 
gusta y suprema autoridad en el Alto Perú? £1 
hecho de la desesperante condición del indio en 
el Alto Perú, es y será siempre la respuesta más 
categórica. Los innumerables alzamientos par- 
ciales de épocas diversas, y la universal revolu- 
ción de ambos Perú en 1780, establecen la noto- 
riedad de este hecho. Que por sí solos digan 
sucesos tan memorables, ya que la demostración 
aposteriori abarcaría volúmenes y volúmenes 
tristes. 

La historia justiciera deslindará más tarde la 
responsabilidad respectiva de autoridades é ins- 
tituciones en el crimen de la colonia con respec- 
to á los indígenas. No hay duda, el reo principal 
resultará ser aquel sistema de economía política 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 271 

opresivo eu ei cambio y exlermiuador en la pro- 
ducción. El completo alejamieuto de la autori- 
dad central, aparecerá como uno de sus cómpli- 
ces en el Alto Perú. 

Un hecho notaremos mientras tanto. Apenas 
hay memoria, de las que los virreyes dejaban 
escritas á sus sucesores informándoles del es- 
tado de los negocios, que no contenga sobre los 
indígenas páginas lamentables. Ellas, sin saberlo, 
están delatando á gritos la radical impotencia de 
los virreyes para gobernar por buen rumbo el 
corso autorizado de la nave. Allí están las tenta- 
tivas ineficaces para acometer una reforma salu- 
dable, para suavizar un tratamiento, que con la 
despoblación que era su inmediata consecuencia, 
tomó las creces de una calamidad pública. 

«Las reducciones que hizo el señor don Fran- 
cisco de Toledo están algo desbaratadas en las 
provincias de arriba » á causa de haberse muerto 
muchos indios y de que otros se han huido por 
evadirse de las mitas de las minas y de los ser- 
vicios personales, á que están repartidos, y de 
las vexaciones y malos tratamientos que reciben 



t7Í BOLIVIA Y PBBtr 



de 808 oorrezidores y mmistros de doctrina» que 
son muy grandes» (1). 

Tal es más ó menos el estilo de la sempiterna 
como infructuosa cláusula testamentaria del go- 
bierno que fenece al gobierno que viene á reco- 
ger la herencia del virreinato. Entre tanto, no se 
cita comunidad alguna del Alto* Perú que hubiese 
debido á medidas reparadoras del virrey el alivio 
de su suerte. Ningún virrey dio el ejemplar de 
una conmiseración positiva y enérgica, usando 
noblemente del mando supremo para reprimir 
los abusos. Si Velasco, por ejemplo, se penetró 
de la iniquidad hasta el fondo del alma, su intre- 
pidez cayó desfallecida ante la ínmioencia de los 
peligros políticos y ante la enormidad de la ena- 
presa. 

¿Quedábale acaso al virrey un consuelo en la 
distribución particular de ciertos desagravios, 
entre los pocos indios del Alto-Perú que se arras- 
trasen para llegar hasta el sitial de Limai Oier- 
tamente, mientras el indio podía demandar al 
español ante la justicia ordinaria de la localidad 



(1) Relaciones de loa Vin^eyes y Audiencias, t. II, p. 11. 






LK ADPIKNCIA DE CHASCAS 278 

■ I I ■ I ■ n — ^— — I III - I, 

Ó ante la Audiencia, el espafiol no podía deman* 
dar al indio sino ante el virrey, y éste era jues 
hábil para conocer en pleitos entre indios ó de 
indios con español. Pero ahí está después de todo 
la ley LXV, tít. III, lib. 3.o de las recopiladas, 
que dice al respecto: t Y de lo que proveyeren y 
determinaren los virreyes se puede apelar para 
las audiencias, donde se conozca en segunda ins- 
tancia, teniendo por primera la de los virreyes.» 
Hé aquí el poder de la Audiencia de Charcas 
sobre el del virrey del Perú. Hé aquí el capítulo 
sobre condición de los indígenas cerrado, no con 
llave de oro, sino con cerrojo de bronce. 



B Y p. 18 



xn 



El presidente de Charcas tenía en su calidad 
de tal á sa cargo, ó bajo su intervención en los 
ayuntamientos, todos los ramos y dependencias 
de la policía en las ciudades y poblaciones del 
distrito, como asimismo la expedición de todos 
los negocios concernientes á su seguridad interna 
y buen régimen (1). cEn las cosas que no fueren 
de mucha importancia gobiernen los presidentes, 
los cuales hagan y ejecuten todo lo que está or- 
denado para la buena gobernación de sus distri- 



(1) «... Y los oidores no impidan á los cabildos y con- 
cejos el caidado de entender con los espafioles ó indios 
en hacer fuentes, paentes, calzadas, alcantarillas, salidas 
de las calles para las aguas, enladrillar, empedrar, tasar 
mantenimientos, aderezar caminos y hacer las demás 
cosas qne deben proveer para su conservación, y traten 
de expedir y librar los pleitos y negocios, conforme á su 
obligación.» Becop., ley X, tít. XVI, lib. 2.o 



LA AUDISNCIA X>E XTHARCAS 275 

to6> (1). ¿Cuáles cosas eran de mucha importan- 
cia? La ley misma lo indica: las que atafien á 
patronato y gobierno general. En éstas, así el 
presidente como la Audiencia, debían guardar 
las órdenes que les enviare el virrey, estando por 
lo demás subordinados uno y otra en' todo lo 
referente á preeminencias jerárquicas y oficia- 
les, de que trata el mismo libro. «Y en los casos 
en que instare alguna providencia y ésta no pu- 
diere expedirse por el Virrey, podrá (el prén- 
dente) darla en ínterin; pero esto 8e entiende en 
la provisión de oficios y en cosas graves, porque 
en las que no fueren de mucha importancia, se 
le ha de dejar gobernar» (2). 

Ai presidente estaba encomendado el ejercicio 
del vice-patronato en todo el distrito de la Au- 
diencia, con las mismas inherentes reservas y 
limitaciones con que en el distrito de la de Lima 
era ejercido por el virrey. Lo importante consis- 
tía en la preseutacióu para los curatos y doctri- 
nas, regalía de la cual gozaron los presidentes 



(1) Ibid,, ley LI. tít. XV, llb. 2.<> 

(2) Memorias de los Virreyes dti Ferú, t. IV, p. 174. 



t76 BOLIVIA Y PKRÚ 



desde muy antiguo, conforme á las disposicionee 
de la materia (1). Quitáronsela después los esta- 
tutos del uuttvo virreinato, para distribuir su 
ejercicio entre el presidente en la provincia de 
La Plata, y los intendentes de Potosí, La Paz y 
Santa Cruz en sus respectivas provincias. Por 
fin, la real cédula expedida en Mayo 9 de 1795 
conserva á los intendentes el vice-patronato tan 
sólo en calidad de subdelegados de los respecti- 
vos propietarios, ya virreyes, ya presidentes etc., 
reservando á éstos su absoluto ejercicio eu el 
distrito de las provincias donde residen fija- 
mente, y la regalía de las presentaciones ecle- 
siásticas de todas (2). 

El patronato superior de los virreyes, según 
el sentido de sus informes administrativos, no 
fué otro que el que se relaciona íntimamente con 
las atribuciones del gobierno general, según las 
leyes regalistas de la materia. Son muy contados, 
empero, los casos en que efectivamente aquéllos 



(1) Pecop., leyee del tít. VI, lib. !.<> 

(2) Sfgúu estaba dispaesto para Naeva Espafia en el 
aiticalo 8 de sa Ordenanza de Intendewtee, 



LA AUDISKCIA DS CHABCA8 277 

hubiesen intervenido para arreglar asuntos 6 
resolver conflictos en las relaciones de los prela- 
dos con el patrono del Alto Perú. Lo muy dudoso 
ó grave iba siempre al rey. Hé ahí todo lo con- 
cerniente á patronato (1). 

Se conciben perfectamente las atribuciones de 
un gobierno general y superior; pero un atento 
examen de la labor oficinista y de los asuntos de 
ordinario despacho durante la colonia altó-pe- 
ruana, deja conocer que el ejercicio de esas atri- 
buciones se contraía principalmente á la gestión 
y gerencia de la real hacienda. Los que hoy lla- 
maríamos departamentos del interior, de justi- 
cia, de iuRtrucción pública, de culto, de guerra 
y algún otro, eran más ó menos ampliamente 
despachados en la corte de Charcas para todo su 
distrito. Eso sí, el virrey retenía en toda su ple- 
nitud el ministerio de hacienda, algo que llama- 
ríamos relaciones exteriores, y la facultad de en- 



(1) Memorias de loa Virreyes del Perú, tomo I, pp. 5, 
115, 139, 152, 262; tomo II, pp. 4. 11. 15, 22 y 75; tomo 
(II, pp. 62, 103, 33i, 340 y 365; tomo IV, pp. 25, 291 y 
351.— &Za<»ofief dfi los Virreyes y Audiencias, tomo II, 
capítulos respectivos á gobierno eclesiástico. 



278 30LIVIA Y PKBÚ 



trom^terae, coa énto o sin él, en los demás ra-^ 
loos, entonces muy radimehtaríos, del despachos 
Tal era, sí no la cóustítucióá escrita, á lo menos 
la expedición habitual del gobierno en el Alta 
Perú(l). 

: Supuesta ya ó conocida la materia de general 
y superior gobierno, se ordena que sea su mucha 
importancia lo que determine pertenecer el caso 
al privativo resorte del virrey. Lástima es que 
en la omisión de una regla cierta por parte de 
la ley paracalifícar esa importancia, quede abierta 
la puerta á la confusión y á la arbitrariedad. Y 
ciertamebte, la confusión y la arbitrariedad no 
escasearon al respecto en el Alto-Perú. Una breve 
excursión por la enmarañada selva de las leyes 
recopiladas, cuidando de no caer en el pantano 
sin salida de los cedularios, nos vendrá á mos- 
trar los senderos ó escondrijos más trillados por 



(1) €Todo8 estos gobiernos, desde Potosí hasta Bae- 
nos Aires, dan poco que hacer al virrey, porqae con la 
májof Cercanía de ln Andiencia dé las Charcas^ se da por 
ella expediente á fos negocios ordinarios qae ocarren en 
aquellas provincias, y sólo acudeni al gobierno sajperíor 
en «qaello ^ae no puede disponer la Aadienclá.)^ Memo- 
rias de l08 Virreyj^ del Perú, t. II, p. 416. 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 279 

donde los leguleyos de la Audiencia de Charcas, 
ó bien llegaban en derechura á las eminencias 
del superior y general gobierno, ó bien, una vez 
consumados los hechos abusivos, acertaban sin 
argucias muy sutiles á cubrir sus procedimientos» 
si por acaso el virrey ó el supremo consejo pre* 
tendían llamarles á cuentas. 



La ley de Indias era sin dnda muy jasta, pero 
poco política, cuando establecía lo eigniente: <De- 
daramos y mandamos que sintiéndose algunas 
personas agraviadas por cualeaquier autos ó de- 
termioacioDes que proveyeren ú ordenaren los 
virreyes 6 presidentes por via de gobierno, pue- 
dan apelar á nuestras audiencias; donde se les 
haga justicia conforme á las leyes y ordenanzas: 
y loe virreyes y presidentes no les impidan la 
apelacioD, ni se puedan hallar, ni hallen presen- 
tea, á la vista y determinación de estas causas, y 
se abstengan de ellas* (1). 

Seguro era que la parte apelase, y ano mas, 
que, & trueque de apelar, se redujese el asunto 
á contención; por donde el conocimiento del 
•SDoto de gobierno vicerreal volvía de Lima á 

(1) Beeop., ley XXXV, tít. XV, ilb. 2.» 



LA AUDIENCIA DE CHARCAH 281 

• 

Charcas para ser resuelto allí en definitiva, como 
en las causas de español con indio. Como entonces 
lo judicial andaba estrecbÍHimamente emparen- 
tado con lo administrativo, estas apelaciones eran 
de uso diario, formándose autos y expedientes 
para todo lo que boy se resuelve por un simple 
decreto de oficio. 

Por una ley (1) los dos presidentes subor- 
dinados ó las audiencias respectivas, podían 
proveer de oticio ó á pedimento cen algunos ne- 
gocios tocantes á visitas y tasas de iudios,» pu- 
diendo además disponer la compostura de puen- 
tes, tambos y caminos; ccon que por esta razón 
no adquieran (las audiencias y presidentes) más 
conocimiento en otras coshs tocantes al gobierno 
superior de los virreyes, si ya no tuvieren expresa 
facultad nuestra.» Loque, á más de abrirlas 
puertas de la vaguedad á la intervención sobre 
el tributo, se relaciona con otra ley común que 
confiere permanentemente esa expresa facultad 
de antemano; pues, tornándose en la ley á man- 
dar que los presidentes y oidores de Charcas y 



(1) iWd., ley V, tlt. I„ lib. b,^ 



M2 BOUviA Y psmú 



Quito no 86 entrometan en el superior gobierno 
cíe ana respectivos distritos, agrega: cy si algonaa 
coaaa no sufrieren dilación» los presidentes ó d 
oidor más antiguo pueden proveer Ínterin lo qae 
les pareciere que conviene» (1). Ya hemos visto 
que el virrey entendía que el ínterin era en lo 
grave (2). 

Otro caso para eludir por un resquicio de la 
ley la decantada superioridad del virrey de 
Lima. En urgencia extraordinaria el virrey po^ 
día gastar lo preciso (3), y de la misma manera 
los gobernadores y capitanes generales podían 
hacerlo en sus provincias (4); y como el texto 
dice, que de las juntas ó acuerdos para el gasto 
donde no hubiere audiencia, dichos gobernado^ 
res y capitanes generales «den cuenta al virey 
ó presidente,» en el distrito de Charcas se daba 
cuenta tan solo al presidente. Y como de ordina^ 
rio, lo que reclama gastos urgentes es también lo 
más importante en el orden político y militar, 



(1) JUeop., ley VI, tít. III, lib. 3.o 

(2) Memorias, t. IV, p. 174. 

(3) ^«jop., ley LV I, tít. III, lib. 3.o 

(4) Ibid,, ley Xill, tít XXVIH, lib. 8.* 



LA AUDIENCIA I» CHARCAS 2B3 

resulta que la Audiencia tenía por derecho co- 
mían la gestión de esos negocios, asi en la parte^ 
inmediata como en la remota de su distrito. La? 
acción del virrey podía ó no sobrevenir» según 
que las cosas mismas ó la interposición de la i 
Audiencia cómodamente se lo permitiesen. < 

La ley, ó más bien, la necesidad, iba más lejoa 
todavía, cuando hablando con los gobernadores 
provinciales y capitanes generales, concluía: «Y 
§i alguna cosa se ofreciere tan breve y ejecutiva 
que no se pueda aguardar su resolución (la del; 
virrey ó presidente), ejecuten luego lo que re- 
sol vieren, y dennos atenta muy puntual de todo, 
por nuestro Consejo de Indias» (1); lo que, para la, 
consabida «cuenta con lo obrado,» equivalía ái 
prescindir también del virrey, pasando por sobre 
su superioridad, á 6n de informar derechamente 
al Consejo de Indias. 

Hé aquí ahora el texto cabal de una ley dícr. 
tada por el espíritu de concentración subordi-. 
nante del virreinato: > 

€ Porque en algunas ocasiones han sucedido ; 

■■ ;.li 

(1) JRecop . ley XIII, tít XXVIII, llb. 8.o 



S84 BOUVIA Y FBRtí 



difereDcias entre loe vireyes ó presidentes y los 
oidores de nuestras reales audiencÍHs de laa In- 
dias, sobre que los vireyes ó presidientes esceden 
de lo que por nuestras facultades les concedemos, 
é impiden la administración y ejecución de la 
justicia: Mandamos que sucediendo casos en que 
á los oidores pareciere que el vírey ó presidente 
excede y no guarda lo ordenado, y se embaraza 
y entromete en aquello que no debia. los oido- 
res hagan con el virey ó presidente las diligen- 
cias, prevenciones, citaciones y requiriinientos 
que según la calidad del caso ó negocio parecie- 
re necesario, y esto sin demostración ui publici- 
cidad, ni de forma que se pueda entender de 
fuera; y si hechas las dilijencias é instancias so- 
bre que no pase adelante, el virey ó presidente 
perseverare en b hacer y mandar ejecutar, no 
iiendo la mcUeria de calidad en que notoriamente 
se haya de seguir de ella movimiento 6 inquietud 
en la tierra, se cumpla y guarde lo que el virey 
ó presidente hubiere proveído, sin hacerle impe- 
dimento ni otra demostración, y los oidores nos 
den aviso particular de lo que hubiere pasado, 



LA AÜDTBNOIA DE 0HAR0A8 285 

para que Nos lo mandemos remediar como con- 
venga» (1). 

La llaneza de esta ley es semejante á una pra- 
dera despejada y que la vista abarca en toda sa 
extensión. Apenas si se nota en el medio un pe- 
queño matorral. Matorral es éste, empero, donde 
podrá á escondidas aguardar su presa la loba 
rapaz de las cercanías. 

Tratándose de una corte donde los ardides 
forenses llegaron á convertirse en instrurnento 
de pasiones terribles y en máquinas de guerra, 
la pesquisa de estos y otros arbitrios esparcidos 
en las leyes, puede llevar á un inventario de 
elementos de fuerza tan positivos como los de^ 
un parque ó arsenal. La Audiencia llevó su au- 
dacia hasta embargar las rentas de un arzobispo, 
declarándole incapaz, á pretexto de algunos ata- 
ques cerebrales que solían acometerle privándo- 
le por horas de la razón. ¿De qué valieron, des- 
pués de todo, las anulaciones del virrey y la 
profunda indignación del monarca, si lo hecho 



(1) Reeop., ley XXXVI, tít. XV, Hb. 2.o 



286 BOLIVIA T PXRÚ 



estaba ya coneumado y muerto el prelado menos 
por su mal que por la pesadumbre? (1). 

Apesar de esto, preferimos una vez por todas 
fijar la vista en ud caso muy ruidoso, que acae- 
cido en los más bien ordenados tiempos del nue- 
▼o virreinato, piuta con un mismo rasgo la doble 
verdad histórica, tan apetecible por referirse 
juntamente á hombres é instituciones de la co- 
lonia, que venimos inquiriendo en estos apun- 
tes. En él podemos contemplar dos cosas, una 
obvia y otra extrafia: que era una ley material- 
mente impracticable la que daba poder y facultad 
á los virreyes para que por sí solos tuviesen y 
usasen el gobierno del Alto-Perú; que un asunto 
de importancia gobernado por el virrey pasa á 
manos de la Audiencia por el hecho de conver- 
tirse real ó aparentemente en asunto cde mucha 
importancia.» 



(t) Don Gregorio de Molleda, mnerto sin el gobierno 
4e la arqaidióceais ea Oochabamba, por Abril de 17&6. 
Memorias de los Virreyes del Perú, t. IV, p. 33. 



XIV 



El indio tributaba y mitaba sin escape. Tri- 
butó debajo del repartimiento pasivo mientras 
trabajaba en su suelo ó en su heredad, ya incor- 
porado4 la real corona yá cargo de los corregi- 
dores, ya adscrito auna encomienda, chácara etc. 
Mitaba bajo el repartimiento activo y personal 
de las labores é ingenios. En términos generales 
la mita no era otra cosa que el repartimiento 
periódico de los indios para los diversos servicios 
personales; pero más comunmente se daba en el 
Alto Perú este nombre al servicio siempre for- 
zado de las minas de Potosí, que era la mita por 
excelencia (1). 



(1) Ya hemos citado las leyes que la estatayen. Deje- 
mos aquf que el virrey mismo la defina con el rfgor au- 
torizado de su palabra: «El repartimiento general cuya 
definición es un sefialamiento que los sefiores virreyes 
bacen de número competente de indios para las minas 'é 



SS8 BOUVIA Y PXRÜ 



Á virtud de esta institución, á la vez social y 
económica, la flor de la juventud indígena, en 
140 leguas á la redonda, era arrancada de sus 
hogares para ir á trabajar en el famoso cerro. 
139 pueblos comprendidos en diez y seis pro- 
vincias concurríaii á este servicio con la séptima 
parte de sus habitantes. Aunque se tratara en 
muchas ocasiones de abolir la mita á impulsos 



iDgenios de la Tilla de Potosí, ó distribución de él entre 
loe aaogueros daefios de iogeuios y Baldados, sacándoles 
de las provincias destinadas al dicho servicio, de la sép- 
tima parte de ellos, ejecararon cada uno en su tiempo 
hasta el 8r. Vírey, Condt*de Chinchón inclusive, que le 
celebró por la pemóna del Sr. D. Juan de Carvajal y San- 
de^ presidente y visitador que fué de la Real Audiencia 
de la La Plata.» Relaciones délos Vireyes y Audiencias, 
t. II, p. 237. ¡Que también á la guarnición se repartían 
indios de serviciol Tan sólo el virrey Toledo hizo la dis- 
tribución de Potosí por si mismo, señalando el número 
de 13,500 mitayos; los demás delegaron lo positivo en 
el ejercicio de esta facultad, y todo lo concerniente á la 
ejecución. Los papeles iban á Lima. Es fama que los 
delegados ^casi siempre oidores ó presidentes de Char- 
cas) salían ricos, quedando los indios más oprimidos. 
Datos precisos sobre la mita de Potosí á principios del 
siglo XIX se hallan en la Descripción histórica y esta- 
distica de la Intendencia de Pot^si 1802. Por D. Pedro 
Vicente Cañete. Ms. Se publicó en 1871 en la «Revista 
de Buenos Aires», tomo XXIV. 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 289 

del clamor de los naturales, continuó sin miseri- 
cordia hasta 1819, y ello contra el decreto de las 
cortes de 1812; habiéndose hecho^siempre iluso- 
rias cuantas medidas se dictaron antes de enton- 
ces para impedir sus excesos (1). 

Así es que la mita, junto con remover profun- 
damente las pasiones é intereses contrapuestos 
de la sociedad colonial, era mirada por la raza 
indígena como un terrible azote de la ira divina. 
Cumplido el tiempo ¿cuántos volvían á sus ca- 



(1) Relaciones de los Vireyes y Audiencias, 1. 1, p. 348; 
nota de Lorente. — Sobre mitas hay no pocos documentos 
coetáneos, que aunque por su procedencia parecerían 
sin sospecha, son con todo muy tocados de exageración. 
La mita fue causa de reyertas muy ardientes, como se 
sabe. En general las memorias de los virreyes y audien- 
cias gobernadoras, frías siempre en su estilo, al tratar 
este asunto muestran el criterio imperturbable de la le- 
janía y del alto puesto. Así, la Audiencia de Lima refe- 
ría con calma al conde de Lemos, en 1667, los pasos da- 
dos para la reforma en Potosí, pasos que el analista 
de la villa imperial pinta con viveza de esta suerte: 
«1657. Este año vino á Potosí el Señor Obispo Cruz de 
Sta. Marta^ de la Orden de Predicadores, el cual, habien- 
do llenado de escrápnlos al Virey y Audiencia de Lima, 
con varias razones que les dio, trató de que se quitase la 
mita de indios de Potosí; y para el efecto, acudieron los 
indios gobernadores al Sor. Obispo con gran cantidad de 

B. y p. 19 



290 BOLTVIA Y PBRÚ 



888? Muy pocos. Los que no perecían en los tra- 
bajos eran bajo mil pretextos retenidos indefini- 
damente hasta perecer. Con sólo publicar en un 
partido cualquiera sus despachos y provisiones, 
los consignatarios de una mita esparcían el te- 
rror y el llanto en el seno de las familias. Los 
indios solían abandonar entonces á su mujer y 
sus hijos» huyendo á esconderse entre las breñas 
y gargantas de las cordilleras; pues algunos pre- 



oro y plata. Convocáronse en Potosí los azogadros y de- 
más moradores; babo terribles contradicciones y gran> 
des alborotos. El Presidente, Don Francisco Nestáres 
Marin, estaba en la ocasión horrorizando á Potosí: Laego 
que supo llegaba el Sor. Obispo, se pasó á Chuqnisaca, 
diciendo ser el negocio muy arduo, de que se seguía 
grande dafio á entrambas monarquías, y que no queria 
hallarse en él... El Sor. Obispo, estando en la mayor 
íneria de tan arduo negocio de la quitada de la Mita de 
los Indios del Gerro^ amaneció muerto una mañana, ha- 
biéndose acostado bueno y sano. No obstante, quedaron 
los indios como alzados: menoscabóse la mayor parte, 
pues de 5,000 indios que cada afio venían, no vinieron 
ya sino poco mas de 2 mil, con lo que acabó de bajar sa 
engreída serviz el gran Potosí; que, aunque su continua 
riqueza ha Intentado volver á su grandeza, no se lo per- 
mitió Dios.» Mabtínez Vela, Anales de Potosí, en el 
«Archivo Boliviano,» por Balliyíán y Rojas, t. I, pp. 
413, 414 y 415. 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 291 



ferian la emigración errante á un trabajo abru- 
mador y mortífero. 

Por mil conceptos asunto político de mucha 
importancia y gravísimo tema de gobierno era el 
despacho de una mita. Porque si la ley estatuía 
la forma y extensión de su gravamen^ tocaba á 
la superioridad central entender en su verifica- 
ción más oportuna y en la distribución equitati- 
va del repartimiento entre los empresarios de 
minas é ingenios de beneficio. 

Extraer, repartir, mudar; hé ahí las tres ope- 
raciones de la mita, según el tenor expositivo 
de los teólogos y jurisconsultos doctrinarios del 
tiempo, que de buena fe consentían que la justi- 
cia anduviese en este asunto divorciada de la 
caridad (1). 

La extracción era la tarea más importante y 
dificultosa, porque nunca bajo ningún régimen 



(1) El célebre jarisconsulto Jnan Matienzo, presidente 
de Charcas^ y el muy acreditado jurisperito Juan Baiz 
de Bejarano, oidor allí mismo, ilustraron la materia 
triste del servicio personal con escritos más bien teóri- 
cos que políticos. £1 primero asistió en su visita al vi- 
rrey Toledo, redactando parte de su despacho y ordenan- 
zas en el Alto-Perú. 



292 BOU VI A Y P£B6 



86 atacó sin inconvenientes la base de la socie- 
dad, que es la familia. Requería sagacidad, ener- 
gía, gastos, correteos, riesgos y aparatos de auto- 
ridad y fuerza. Era aquél un grande aconteci- 
miento local que alteraba cuando menos el reposo 
de las poblaciones. Se despachaban agentes, se 
esparcían milicias, se apercibían armas, se dis- 
ponían tropas de reserva. Había que conquis- 
tarse la eficaz diligencia de los caciques y gober- 
nadores de indio3, reclutar á loa que se fugaban 
en el tránsito, reducir por la fuerza á los alzados, 
contener desórdenes. Al través de las distancias 
las tandas de mitayos eran conducidas con todo 
linaje de precauciones de seguridad. Justo es 
recordar la solicitud de las leyes de Indias en 
esta parte: recomendaban que los caudillos con- 
ductores fuesen hombres píos y de buena índole, 
á fin de que disponiendo cómodamente las jor- 
nadas, los indios fuesen llevados sin fatiga y sin 
dejar de oír misa los domingos. 



XV 



Bien concertadas y eficaces debieron de ser las 
medidas que á fines de 1794 se tomaron para la 
extracción en Chayanta de una mita, cuando á 
pesar de la combinada resistencia de los curas y 
de la abierta oposición del fiscal de Charcas, de- 
fensor legitimo de indigenas, se logró traer en 
toda regla, por Enero del año inmediato, la tanda 
de mitayos bajo la sola custodia de sus propios 
caciques y privativos gobernadores. 

Ello se debió acaso en gran parte á la disci- 
plina que una reciente circunscripción de régi- 
men había introducido en cada una de las pro- 
vincias altas, con menoscabo de aquel poder 
indeterminado de la Audiencia de Charcas en su 
vasto distrito. Apartando por este medio con más 
claridad de lo gubernativo y administrativo al 
regio tribunal^ los arreglos del nuevo virreinato 
hicieron del presidente de Charcas en lo gene- 



294 BOLIVIA Y P£RÚ 



Tdl del distrito un jefe honorario y ostensible, y 
en lo efectivo de su autoridad un simple gober- 
nador intendente de la provincia de La Plata. No 
es extraño que habiendo el de Potosí puesto em- 
pefio en la verificación de la nueva mita fijada 
en Chayanta, acertase eficazmente á mandarla 
despachar por su inmediato subalterno el 8ub(ie- 
legado del partido. 

Sea de ello lo que fuere, los mineros y aun el 
vecindario de Potosí quisieron ver en este buen 
suceso el brillo de un triunfo. AI rumor de que 
la Audiencia mandaba suspender el despacho de 
la mita, habían constituido precipitadamente en 
Chuquisaca diputados de categoría, que hiciesen 
valer los enormes perjuicios del gremio y la 
fuerza de sus derechos. La Audiencia de otro 
lado había visto á sus pies á los personeros de 
los curas, había contemplado en las puertas de 
calle de los ministros á indios suplicantes, había 
oído los clamores del togado protector. El 
tribunal falló expidiendo cierta provisión favo- 
rable, según los mineros, al interés de los curas 
y perturbadora de la mita. 

Viendo los contrarios de la mita que no habían 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 295 

sido bastantes sus esfuerzos para estorbar la ex- 
tracción, empeñaron sus tentativas para frustrar 
el repartimiento. A las execratorias protestas 
contra aquel servicio inicuo y tiránico, protestas 
extemporáneas si bien muy ocasionadas de in- 
quietud en las comunidades mitarias, se juntó 
la voz pública de que no era cierto que el rey 
hubiese autorizado, cual se decía, esta nueva 
mita, sino que los caciques, de concierto con el 
subdelegado y la intendencia, se habían puesto 
al servicio de los mineros, entregando en la can- 
cha del repartimiento á los inermes y sumisos 
mitayos. 

Es indudable que estas voces surtieron el ape- 
tecido efecto. La deserción se declaró al punto 
entre los nuevos mitayos en Potosí. En Pocoata 
se amotinaron los indios, sitiando al subdelegado 
hasta obligarle á destituir á cierto gobernador de 
indígenas, para aceptar al que le impusieron los 
jefes del tumulto. Pero ¿estaba efectivamente 
sublevado ó por sublevarse el partido de Cha- 
yanta? Hé aquí lo imposible de saberse entonces 
y lo que no acertaríamos á declarar hoy en vista 
de los documentos, Parece que ni el rey ni su 



296 BOLIVIA Y PBBÚ 



virrey lo supieron jamás á punto fijo, y que éste 
es uno de esos mitos políticos que la intriga hace 
inexplicables por los medios humanos. 

cEI partido de Ghayanta está sublevado^» se 
vociferaba. Tal fue la gran novedad del día; y 
mientras en Potosí se celebraban juntas y se lan- 
zaban correos expresos para negar el hecho á 
gritos, en Ghuquisaca, para afirmarlo, un turbión 
compuesto de cartas noticieras, curas en tropel, 
caciques con el estertor de fugitivos, rumores 
sordos y persistentes, subía como una marea por 
el muro del palacio pretorial hasta los estrados 
de la Audiencia. 

Una vez desencadenada, envolvió la alarma en 
su torbellino á los mismos que quizá pensaban 
que todo aquello era una para superchería. Del 
lado de Potosí, con efecto, vinieron ruidos mar- 
ciales; hubo allí limpiaduras de armas, acuarte- 
lamiento de milicias, ejercicios de fuego por 
bisónos y veteranos. Patrocinando enérgicamente 
las quejas de los caciques contra los curas, el go- 
bernador intendente provocaba al metropolitano 
arzobispo para que convocase en cierta aldea 
una asamblea general de los unos y los otros, á 



LA AUDISNGIA DE CHARCAS 297 

fia de oir al aire libre y bajo la eocioa de la jus- 
ticia santa y sin trámites, los cargos y los des- 
cargos. 

Mudos y tal vez impasibles vieron los oidores 
levantarse esta borrasca, que venía á constituir- 
les en arbitros de una situación política y social 
preñada de ingentes y enconados intereses. Quizá 
se sintieron poseídos de su vieja concupiscencia 
de mando. Consideraron por ñn llegado el mo- 
mento; y empuñando entonces la tremenda vara, 
dieron el golpe supremo por el lado de la notorie- 
dad, declarando abolida y sin efecto la nueva 
mita. El rey la había otorgado, el virrey la había 
mandado, el intendente la había ejecutado; no 
hubo óbice: ahí estaba en la ley que arriba hemos 
transcrito, ahí estaba entre la prepotencia del 
virrey sobre oidores, embutida misteriosamente 
como un talismán, la frasecita: no siendo la ma- 
teria de calidad en gue notoriamente se haya de 
seguir de ella movimiento ó inquietud en la tierra (1). 



(1) Apuntamientos para el Bando y Providencias que 
conviene publicar en los pueblos de los Partidos de la Tn- 
tendendaj para la expedita verificación de la nueva Mita 
para los servicios de Mmeria de Potosí, 1794. Me. —Be- 



298 BOLIVIA Y PEBÚ 



Porque en este caso debía estarse á lo que dis- 
pusiese la Audiencia. 



prenemiaeión Apologética de la Muy Noble Impetial ViUa 
de PáUei, antes citada. He averiguado que el virrey dictó 
más tarde medidas reparadoras, y que el iotendente de 
Potosí logró por fin llevar á cabo el repartimiento. — 
Estos y otros papeles coetáneos sobre mita estaban entre 
los del arzobispo Moxó» y pertenecieron sin dada algana 
á la secretaría de su antecesor. En ellos, los caras son 
pintados con los más abominables colores, por la tirá- 
nica codicia que se asegura empleaban al servirse del 
sudor del indio en labranzas, pastoreos, carguíos etc. 
Está fuera de duda que el fiscal don Victoriano Villaba 
obedecía en el caso referido á móviles nobles y genero- 
sos. Ya el afio anterior había escrito un Discurso sobre 
la miia. (<Revista de Buenos Aires,» afio 1871, t. XXIV), 
donde la reprobaba con razones de justicia y conve^ 
niencia. 



XVI 



Hemos visto que el virrey se complacía en re- 
cordar, que auQ cuando él descansaba tranquilo 
de las tareas gubernativas por lo que respecta al 
distrito de Charcas, había con todo cosas que allí 
DO podía hacer nadie sino él. Y ciertamente, 
existía un orden de negocios en que no podía 
disponer la Audiencia, siendo indispensable para 
verificarlos, encaminarlos ó consumarlos en de- 
bida forma, acudir á la superioridad central: 
esos negocios eran los de hacienda. Puede muy 
bien decirse que sobre este linaje de materias la 
superioridad jerárquica, constitutiva del virrei- 
nato, se dejaba sentir con eficacia en todo el Alto 
Perú. La mayor parte de los negocios con que 
llenan los virreyes sus informes administrato- 
rios pertenecen al distrito de Charcas é interesan 
al real erario. 



800 SOLIVIA Y PERÚ 



Pacificar provincias, defender fronteras, some- 
ter naciones, capitular entradas al barbarismo, 
organizar nuevas reducciones, conceder tierras 
buenas é indios vacos etc., las atribuciones todas 
de lo que boy llamaríamos el ministerio de colo- 
nización, ramo importantísimo y privativo del 
gobierno superior del virreinato, eran vagamente 
ejercidas sobre una tira de papel en Lima miien- 
tras las cosas mismas eran despachadas en Char- 
cas al arbitrio de la Audiencia, la cual, como 
consta de los expedientes encontrados en su ar- 
chivo, sobre estas y otras materias virtualmente 
legislaba, establecía y consumaba, dando cuenta. 
Pero que algo de lo nuevo no comenzase á ren- 
dir emolumentos á S. M., porque ahí estaba al 
punto la autoridad positiva y tangible del virrey 
para hacer guardar en caja los dineros y tomar 
las cuentas (1). 



(1) £1 bibliotecario de Sacre calculaba el año 1874 en 
20,000 la totalidad de expedientes y cuaderDos de obra- 
do0» qne como resto del archivo de la Aodiencia de Char- 
cas, fueron arrebatados'.á la podre'y'al consumo, y puestos 
bajo su custodia, por el digno ministro de instrucción pú- 
blica y justicia don Daniel Calvo. Había materia para cinco 
afios de labor constante, cotidiana y combinada entre cua« 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 301- 

Volvemos á decirlo. Que los colonos del Alto 
Perú, sin atropellamiento de las leyes, sin agra- 
vio de nadie, sin preferencias odiosas, sin apre- 
mios parciales, sin extorsiones abusivas, sin tira- 
nías arbitrarias, gocen de la plenitud de sus 
derechos sociales y de los civiles que les acuerda 
el código de Indias, es asunto de paz y justicia 
que contemplará con suma complacencia desde 
lejos el virrey; pero también es asunto para el cual 
la centralización política y administrativa no está 
establecida ni consultada. Si alguien padece, ahí 
está la Audiencia de Charcas que lo remediará; el 
virrey no se mete en cosas de justicia. Si apesar 
de todo alguien padece todavía, allá en Madrid 
está el supremo consejo que lo enmendará todo, 
imponiendo la debida responsabilidad á quien 
quiera que sea. Si apesar de todo alguien padece 



tro individuos expertos en el arreglo de papeles y en la for- 
raación de un catálogo. Pero habiendo caído á principios 
de 1876 el gobierno civil en Bolivia, el militar qae le sa- 
cedió pnso término á este linaje de atenciones públicae*. 
De los 5,000 expedientes que se habían logrado revisar, 
qoedaron separados unos 200 de índole no meramente 
judicial. De esos por lo menos anos 30 son referentes á 
los asuntos mencionados en el texto. 



802 SOLIVIA Y PERÚ 



siempre, arriba está Dios en los cielos que el día 
del juicio juzgará á los buenos y á los malos. 
Tales eran las tres instancias políticas que tenían 
los colonos del Alto-Perú para perseguir las mi- 
gajas de libertad que no caían dentro del fuero 
común. Por lo demás, en materia judicial no era 
de uso corriente apelar jamás á España de fallos 
de la Audiencia. 

Toledo legisló y la Audiencia organizó. El ce- 
dulario del siglo XVI la invistió con la suma de 
los poderes públicos. Pero tan pronto como tomó 
cuerpo con el auge minero el interés de la coro- 
na, se cercenó de la autoridad togada la materia 
fiscal para conferirla al virrey. Los cedularios 
posteriores y el código de Indias se contrajeron 
desde entonces, con ingeniosa labor, á formar 
una máquina para hacer aparecer automática- 
mente en Potosí al virrey que estaba en Lima. 
Colocaron al efecto dentro del gabinete del vi- 
rrey, como en un teclado eléctrico, el registro 
matriz de la amonedación y todos los resortes, 
así del^impuesto como de la fiscalización, en las 
altas provincias. Con todo, el mecanismo aquél 
era tan complicado y tan echado á perder, que 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 803 



para moverlo desde Lima se había menester des- 
velo personal y grandes palancas (1). 

Lo litigioso ó punible de los recaudadores, con- 
tadores y administradores no estaba, ciertamente, 
en Charcas, fuera de la tuición del real acuerdo, 
ni dejaba plenamente de caer bajo la judicatura 
superior del tribunal como causa de hacienda en 
sala privativa (2); pero esta intervención se ceñía 
á lo estrictamente gubernativo, perentorio ó ju- 
dicial del distrito, siguiendo la administración 
propiamente dicha su curso ordinario por cauce 
separado, bajo la inmediata impulsión central. 
Así es que ciertas ingerencias ó incumbencias 
del tribunal ó de alguno de sus individuos en el 
régimen tributario, percepción de derechos, in- 



(1) Á este respecto carioso, por demás, es lo que re- 
fiere el duque de La Palata sobre sa afáo cotidiano en 
corresponderse con todos y cada ano de los oficiales rea- 
les de las provincias, valiéndose aquí de la amenaza, allá 
del halago, pero majando siempre, á fin de mantener á 
todos cuidadosos y atajar males, mas nunca con la segu- 
ridad de evitarlos del todo, y tan sólo para reparar al- 
guna cosa, aunque leve. Memorias délos Vireyes, t, 11, 
p. 133. 

(2) Eecqpilación de Indias, leyes del tít. XV, lib. 2.<>; 
— tít. VIH, lib. 8.0;— títulos correspondientes, lib. 8.o 



804 BOLIVIA Y PEBÓ 



tendeneias de rentas, manejo y contabilidad del 
erario etc., eran meramente de administración, 
corte, tanteo ó cautela locales, con sujeción al 
virrey y á los reparos y fallos de la contaduría 
mayor de Lima (1). 

Lias leyes generales eran de suyo muy explíci- 
tas al establecer en lo referente al erario una su- 
bordinación completa de todas las autoridades al 
virrey; y cuando alguna vez éste sintió al res- 
pecto desatendida ó menoscabada su supremacía 
por algún acto ó doctrina de las audiencias ó pre- 
sidentes, el monarca acudió al punto con reales 
cédulas que no hacían sino conñrmar y ampliar 
esa supremacía administrativa. 

El virrey del Perú tenía en rigor todas las fa- 
cultades que entonces correspondían al superin- 



(1) Ibid., leyes do los tits. I, III y IV, lib. 8.o— HasU 
1720 pasó anualmente de La Plata á Potosí nn oidor á la 
visita de minas, gremios y reales cajas. Después se dis- 
paso qne cada tres afios pasase de Lima un contador 
mayor con dos subalternos á practicar dicha visita. Fi- 
nalmente, en 1766, se mandó que las cuentas fuesen de 
la Villa Imperial en derechura á la contaduría mayor de 
Lima, donde, para su examen, se creó la plaza de conta- 
dor ordenador. 



LA AUDIENCIA DE CHABCAS 305 

tendente general de hacienda en los reinos de 
España, para reconocer las cuentas, recaudar, 
administrar y arrendar las rentas en el distrito 
de su virreinato, sin apelación de sus providen- 
cias á tribunal alguno de Indias (1). Debía por 
lo mismo tomar conocimiento de todos los ramos 
especiales sin excepción, y de cualesquiera comi- 
siones fiscales de rentas que con inhibitoria suya 
se manejasen, sin embargo de cualesquiera leyes 
ú órdenes que hubiere en contrario. Las apela- 
ciones que otorgaban los tribunales de estos ra- 
mos especiales y privativas comisiones, eran para 
ante el virrey (2). 



(1) Matbaya y Riccr, El Moralista Füalético- Ame- 
ricano ^ p- 316, Cat. de Céd., d. 662. 

(2) Ihid,y p. 313, cat., n. 626. 



B. Y p. 20 



XVII 



El tributo general y demás ramos de entradas 
en el Alto-Perú, señaladamente los reales quin- 
tos de Oruro y Potosí, merecían la intervención 
más inmediata y la atención más constante del 
virrey. 

Cubiertos los presupuestos y gastos alto-pe- 
ruanos de 8U cargo, satisfechas las pensiones 
hasta de lugares remotísimos á ella consignadas, 
pagados los libramientos extraordinarios que de 
continuo la oprimían, remitidos los situados mi- 
litares de Chile y Río de la Plata, que solían pa- 
sar al año de 300 mil fuertes (1), la grande arca de 



(1) En an principio el situado de Chile pasaba por 
las cajas de Lima; pero en 1687 se dispuso que anual- 
mente se remitiese desde Potosí, en derechura y en dine- 
ro sonante, como se hacía con el del Río de la Plata. — 
Matbata t Ricci, ElMoralista^ p. 266, catálogo n. 105. 
— En 1736 el marqués de Gastel-Fuerte informaba, que 



LA AUDIENCIA. DE CHARCAS 307 

— ™' ■ " -^' ■ ■- - ■■■■■■■■ IM» ■-■■■■ ■■■■■ — I ™ — ^1^^—^-^— ^— ^^^^»^^i^^^^^^^^^M^^i^^^B^M^^^M^>— ^— ^— ^— ^a^ 

Potosí, bien asi como todas las demás del dis- 
trito, se apresuraba á mandar todos sus rema- 
nentes á Lima^ á cuya caja, según la expresión 
pintoresca del virrey, «entran como en la mar 
todos los arroyos de que se compone el caudal 



encontró fijado en 100 mil pesos anuales el situado lla- 
mado de Chile, en 50 mil el de Valdivia, y que así estos 
dos como los del Río de la Plata, Puertobello y Costa- 
Firme, importaron al tesoro en diez años 3 millones 800 
mil pesos. Memorias de los Virreyes, t. 1 11^ pp. 203, 204 y 
205. — No es menos notable lo que en 1756 informaba al 
respecto el conde de Superunda. Ibid., t. IV, pp. 275 y 
276. — Según el mismo conde, el situado del Río de la 
Plata llegó anualmente hasta 170 mil pesos. Ibid,, p. 203. 
— Este situado era tan sólo para cubrir el presupuesto 
ordinario: sobre Potosí pesaba además todo lo extraor- 
dinario de guerra del Rio de la Plata; construcción de 
fortalezas, armamentos etc. Así, en tiempos del mismo 
conde de Superunda, los oficiales reales de Potosí, para 
la ejecución del tratado de límites de 1750 con Portugal^ 
entregaron primeramente 400,000 pesos, y poco después 
con lo producido en dicha caja y en las vecinas del Alto- 
Perú, 500 mil pesos más. Ibid,, p. 206.— Entre otras re- 
mesas extraordinarias^ recuerdo también la de 1776, en 
que de todas las cajas del Alto-Perú se mandaron á Bue- 
nos Aires, €con la justa mira de aliviar los ahogos en que 
se veía el gobernador,» 2 millones 180 mil 299 pesos. 
Relación de don Manud Ouirior. (cRelaciones de los Vi- 
rreyes y Audiencias, t. III, p. 58). 



308 BOLIVIA Y PBBÚ 



de la real hacienda» (1). En ninguna caja del 
reino se podía pagar libranza alguna, aunque 
viniese con despacho particular del monarca, sin 
orden expresa del virrey (2). 

La pro<lucción del cerro de Potosí no era me- 
ramente un arroyo sino algo parecido á un río 
(3). En los primeros cuarenta años, época que 
como primitiva fue la más ocasionada al contra- 
bando, lo extraído se escapa á una apreciación 
exacta; se sabe que allí se quintaron 183.639,705 
pesos (4). Ni este dato suministra todavía una 
base muy aceptable para un buen cálculo, pues 
está averiguado que metales del cerro no quinta- 
ban ó pasaban á quiutar]á otras cajas. La explota- 



(i) El duqae de La Palata. Memorias de los Virreyes, 
t. II, p. 135. 

(2) €... porque para la buena administración de la ha- 
cienda no ha de haber sino un buen mayordomo, y sin 
BU noticia no se ha de gastar nada.» Ibid,, p. 328. 

(3) cEntre las grandes, cosas que contiene ansi esta 
provincia, lo es mucho y la más principal el cerro de 
Potosí, porque del sale la substancia de que todo el Perú 
86 mantiene.^ D. Luis de Ydasco al conde de Monterrey, 
(«Relaciones de los Virreyes y Audiencias,» t. II, p. 3). 

(4) Büación del marqués de Castel-Fuerte. («Memo- 
rias de los Virreyes,» t. III, p. 170j. 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 809 

■ iWHP-il» -.1-. ■ ■■■■■■—- ■■■M^»^— .— I M ^^.^^m^^^m^m^ ^ ■ ■ » i ■ I ■ ■ 

ción lícita produjo en los ciento cincuenta y nueve 
años corridos hasta el de 1704, la enorme canti- 
dad de 1,670.000,000 de pesos, que correspon- 
den á 10.503,507 cada año; y correlativamente, 
los quintos reales importaron 334.000,000 de pe- 
sos, que, en números redondos, corresponden á 
2.100,627 anuales (1). 

Con vista de los guarismos arrojados por los 
libros de contabilidad, el tesorero de las reales 
cajas certificaba al rey en Junio 16 de 1784, que 
lo tributado por razón de quintos y diezmos de 
los caudales del cerro, desde el afío 1556 en que 
comenzaron las labores, hasta Diciembre 31 de 
1783, ascendía á 151.722,647 pesos; y que lo 
fundido. en barras en aquella ribera de ingenios, 
subía á 820.513,893 pesos, sin calcular lo furti- 
vamente llevado aI exterior (2). 

El año de 1621 lo producido en quintales de 



(1) Ganga Arguelles, Diccionario de Hacienda , t. II. 

(2) Bazón certificada que se envió á Carlos III de las 
8uma8...etc., formada por D, Lamberto Sierra, Mb. de la 
secretaría de Indias inserto en la p. 170 del tomo V de la 
«Colección de documentos inéditos para la Historia de 
Espafia.» 



310 BOLIVIA Y PERÚ 



plata por las minas del virreinato, estaba en la 
proporcióti siguieute: Potosí, 5,000 quintales; 
Oruro, 700; Castrovirreiua, 200; los demás asien- 
tos juntos, 100 (1). 

Eu tiempo del arzobispo-virrey Líñáu y Cis- 
ueros (lo78), el estado de la caja central no era 
lisonjero. Ella dtibía 3.806,623 pesos, incluso su 
gasto anual ordinario, que era de 2.010,829 pe- 
sos. Había un déñcit de 53,362 pesos, pues su 
entrada propia y la de las cajas que afluían á 
Lima con remanentes, era apenas de 1.953,467 
pesos. Los sobrantes anuales con que entonces 
contribuían las cajas dependientes situadas en el 
distrito de la Audiencia de Charcas, pasaban de la 
mitad de esa suma: eran de 1.112,913 pesos. 
Tan sólo Potosí mandaba por su parte 764,094 
pesos después de satisfechas sus cargas ordina- 
rias, que importaban al año 160,499 pesos, y del 



(1) «...bien entendido, que todos estos cálculos reposa- 
ban sobre datos y apreciaciones oficiales, qne la exten- 
sión del contrabando dejaba á gran distancia de la ver- 
dad.» LoBEKTB, Historia dd Perú bajo la dinastía afMtria- 
ca, t. II, p. 83. 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 311 

situado de Buenos Aires, que por aquel entonces 
ascendía á 182,916 pesos (1). 

El año de 1780 es notable, no solamente por- 
que él señala la fecha de la gran sublevación in- 
digenal de Tupac-Amaru y los Catari, sino tam- 
bién porque es el verdadero momento histórico 
del desmenbramieuto hasta hoy existente de los 
pueblos peruanos. Ese año el virrey don Manuel 
de Guirior declaraba á su sucesor, que, con das 
opulentas provincias de la Real Audiencia de la 
Plata, cuyos minerales exceden por sus produc- 
tos, más que en el duplo á los de este reinó,» 
habían pasado anualmente á extraña jurisdicción, 



(1) £1 balance primitivo de las cajas de Potosí es asun- 
to de largo aliento; y aunque sobre el asunto corren im- 
presos y dispersos mayor número de datos oficiales y pri- 
vados que con respecto á las otras cajas del Alto-Perú, 
su compulsa, regulación y'agrupamiento no son para este 
lugar. Entre las cifras calculadas en escritos así antiguos 
como modernos, he preferido para este párrafo lo calcu- 
lado por LoBBNTB en su Historia del Perú bajo la dinas- 
tía austríaca, t. II p. 231. — Véase, entre otros^ el Memo- 
rial de Felipe Fernández de Santillan áS.M.en 1601 sobre 
las minas de Potosí, («Oolección de documentos inéditos 
para la Historia de España,» t. LII, p. 445). 



812 BOLIVIA Y PEBÚ 



lofl marcos de plata fundida, de la siguiente nó- 
mina de reales cajas: 

Potosí 450,000 marcos 

Oruro 114,000 » 

Chucuito... 45,000 » 

U Paz 2,000 » 

Mientras que «las de este virreinato» — ^agrega- 
ba el virrey — «no se consideran sino en esta no- 
table desigualdad:» 



Guancavelica 5,000 ma 

Arequipa 10,000 

Cailloma 35,000 

Jauja 13.000 

Pasco 100,000 

Trujillo 60,000 

Lima 72,000 



eos 



(1) 



(1) Bdacúmes de los Virreyes y Audiencias, t. III, p. 79. 
— Ballivián y Rojas, en na ArMvo Boliviano (p. 490), 
cálenla lo prodacido por el cerro en los 320 años corri- 
dos desde sn descubrimiento hasta el afío 1864, en 3 mil 
631 millones 128,362 pesos. 



XVIII 



Dentro de la esfera administrativa y en esa 
materia mixta de competencias y procedimientos 
facultativos, materia producida á manos llenas 
por el espíritu forense y por el régimen promis- 
cuo de hacienda y justicia, el presidente y el po- 
der togado del Alto-Perú, ó estaban del todo in- 
hibidos, ó eran en el caso autoridad y judicatura 
subalternas del distrito. De suerte que, no sola- 
mente les estaba vedado el recaudo y manejo de 
los caudales, sino también no podían dictar au- 
tos ni fallos definitivos, que afectasen en su subs- 
tancia la ritualidad á la pura gestión de real ha- 
cienda» ó que por algún capítulo ó ápice fuesen 
á dirimir interlocuciones y contenciones no me- 
ramente del fuero común. 

Tan estricto y perseverante era por un lado el 
centralismo físcalista de los estatutos, y tan avara 
de poder solía mostrarse por otro lado la magis- 



814 BOLIVIA Y PERÚ 



tratara de Charcas, que los oidores, á traeque 
de ingerirse, tuyieroo más de ana yez que ape- 
lar á las trazas de su oficio, ya convirtiendo en 
contencioso lo expeditivo para avocarse su cono- 
cimiento en sala de hacienda, ya empleando con 
intrepidez moratorias consecutivas para evitar ó 
suspender el fallo de la superioridad. 

No es fácil deslindar este fuero mixto ó conten- 
cioso de la administracióu, porque mal se puede 
definir lo que en su origen y naturaleza fue em- 
brollado; pero se «oncibe perfectamente que la 
competencia y concurrencia simultáneas-de au- 
toridades diversas sobre una misma materia de 
interés fiscal, son muy ocasionadas á la compli- 
cación de terceros en un negocio administrativo, 
llamándose á interesados ó perjudicados por va> 
riedad de imperios. Á medio cumplirse ó des- 
pués de consumado el procedimiento local, venía 
el gobierno superior ó la superintendencia gene- 
ral con órdenes diversas ó contrarias, que dislo- 
caban y embarazaban negocios de naturaleza ex- 
peditiva (1). 



(1) Paede concederse el valor que más plasca á estas 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 315 

AI alcance del virrey ó en sus propias manos 
estaban las encomiendas (1), los empadronamien- 
tos, las tasas y retasas, las visitas y revisitas, las 
residencias extraordinarias, los balances genera- 
les y parciales, la gerencia provincial y la del 
último corregidor. Á su carpeta iba á parar en 
papel auténtico de oficio el ñujo y reñujo de los 
hechos, de Tos procedimientos y de la tramita- 
ción. Mucho cuidado, sin embargo, con que sea 
breve el dar y tomar de papeles; porque de la 
sustanciación de asuntos y primer manejo de 
obrados, podía salir mal medrada la guarda del 
virrey en el distrito, y quedar envuelta entre los 
pliegues de la toga platense (2). 



conclasiones: 88 me ha perdido la nota comprobatoria 
de casos concretos^ formada en el archivo de la Audien- 
cia con vista de expedientes que, en mi sentir, sugerían 
mérito para establecer el texto de los tres párrafos ante- 
riores. 

(1) «El repartir es, qaando descubiertas, pobladas y 
paciñcas las Provincias, se encomiendan los indios na- 
turales dellas, la primera vez, entre los Conquistadores 
y Pobladores: y el encomendar es, dar, les que, aviendo 
sido antes repartidos, vacan por muerte de sus poseedo- 
res.» Lbón, TrcUado de Confirmaciones reales, part. prim., 
cap. I, foja 5. 

^2) Becop,, LL., en los TT. referentes á los libros 5.o, 



81 C BOLIVIA Y PERÚ 



£a la grau plaza de abastos llamada reparti- 
miento, él era el mayordomo que sefiaiaba sitio 
en el patio á los mercachifles provistos cou un 
título por el rey (1). En los ingenios de minería 
él era el mayoral que daba la voz de movimiento 
á ese gran trapiche de la mita, entre cuyo engra- 
naje era triturada y exprimida con sudor y san- 
gre la libertad humana (2). ¿Quién sino él vino 



iy.° y 8.0 El movimiento admíDistrativo se puede con- 
Boltar en las memorias de los virreyes^ documentos 
á ellas anexos etc . 

il) Se estatuye la centralización administrativa en ma- 
terias de encomiendas y repartimientos en las leyes 
LXII, LXV, LXVI y otras del tít. III. lib. 3.o de la Re- 
copüaciónt las caales no hacen en v«rdad sino exprimir, 
en rápida concisión dispositiva, lo que amplia y difusa- 
mente aparece expuesto en los cedularios de la Audien- 
cia. Es muy luminoso al respecto todo lo contenido^en el 
volumen XVIII de la Colección de documentos inéditos re- 
lativos al desciiln'imiento etc. de las antiguas posesiones 
españolas de América y Oceanía. (8.^, 575 pp., Madrid^ 
afio de 1872, Imprenta del Hospicio). Se vende suelto. 

(2) La mita es materia fecunda y luminosa de estadio 
para explicar la social idad altoperuana. Su forma pri- 
mitiva é implantación constan de las ordenanzas de To- 
ledo y en legajos que no han visto la luz. Las principa- 
les ordenanzas de dicho virrey forman casi todo el volu- 
men I de las Relaciones de los Virreyes y Audiencias, Una 



LA. AUDIENCIA DE CHARCAS 317 

á Charcas á imprimir forma legal al yanaconaje 
y á todos los servicios personales? (1). 

Síq duda alguna que no es para olvidado el 
manojo de ganzúas que pendía ai cuello de la 
Audiencia de Charcas, ya como tribunal de ha- 
cienda, ya por tener sus ministros incumbencias 
varias en la administración fiscal: pero es fuerza 
incliuarse ante la gran llave maestra del virrey 



«Memoria dtíl libro IH de las provisiones y despachod 
del Licenciado Mattenzo,» inserta en el volumen XX de 
la Colección de documentos inéditos, relativos á las antiguas 
posesiones españolas^ antes citada, contiene el inventario 
del despacho del virrey en Charcas al organizar, así el 
repartimiento y encomiendas, como otros ramos de la 
administración. — En la Recopilación las leyes V, VII, 
XIV, XV, XVI y XVII del tít. XV, lib. 6.0, establecen 
la mita moderna, según la había estado reglamentando y 
modificando el cedulario de Charcas. Allí aparece me- 
dianamente inicua y pasaderamente abominable, bien 
así como todos los servicios personales. El candor si- 
niestro de la verdad histórica no está en las leyes sino 
en cualquier expediente sobre mita. Con sólo dejar cons- 
tancia del suceso, denigran esos papeles sin saberlo 
todas las formas de aquélla ante la conciencia humana. 
(1) Memorial que don Francisco de Toledo dio al Rey, 
dd estado en que dejó las cosas del Perú, después de haber 
sido Virrey trece años, que comenzaron en 1569. («Relacio- 
nes de los Virreyes y Audiencias,» t. I). 



818 SOLIVIA Y PERÚ 



como superintendente general de ios tesoros del 
reino; es fuerza acatar el cofre precioso de donde 
su mano saca el áureo sello de providencias ape- 
tecibles y lucrativas. 

Tal era el virrey de Lima en el Alto-Perú. 

Absolutismo en el gobierno, en la administra 
ción fiscalismo, fueron las bases del estableci- 
miento colonial. Ya hemos visto cómo desempe- 
ñaba de hecho la Audiencia el inmediato gobier- 
no. Los resultados notorios nos dicen lo que fue 
el virrey administrador. 

En rigor de verdad, la metrópoli no atendió 
otros servicios que el de real hacienda. A él 
consagró con ahinco toda su solicitud. Los de- 
más ramos en que el interés público reparte sus 
exigencias, ó no fueron conocidos, ó anduvieron 
mal provistos, ó merecieron ser desdeñados. cEl 
remanente, el remanente,» era el saludo que al 
virrey hacían los galeones á su arribo; y era me- 
nester no distraer un ochavo de lo rentado por 
estos establecimientos á su dueño. Se creyó de 
buena fe que se fomentaba la minería, industria 
eminentemente nacional; pero es lo cierto que 
bajo su régimen restrictivo y proteccionista 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 819 

á la vez, se agotó á sí propia, mieDtras su auge 
no había sido parte mediana en fomentar las 
otras industrias rudimentarias ó iuci píenles. Y 
cuando al virrey de Lima sucedía el de Buenos 
Aires en la superior gerencia política de la ad- 
ministración colonial, las provincias altas que- 
daban empobrecidas, tres de sus cinco bellas 
ciudades en completa decadencia, la población 
general apenas de un millón, y su vasto territo- 
rio tan inexplotado cuanto rico. 



XIX 



El desmembramiento del virreiaato peruano 
decretado en 1776 (1), y la incorporación del dis- 
trito de Charcas al nuevo virreinato del Río de 
la Plata, definitivamente ejecutada en 1782 (2), 
son actos oficiales de importancia para la geogra- 
fía histórica da! Alto-Peru; pero no acontecimien- 
tos que señalen dos épocas diferentes en su condi- 
ción política de colonia, ó en su existencia de cuer- 
po social. Aquel arreglo consultó ante todo los 
intereses externos y generales de la metrópoli en 
sus posesiones del Atlántico, sin tomar en cuen- 
ta para nada los requisitos peculiares de desarro- 
llo, ni la mejora interior de las provincias altas. 
Se necesitaba un brazo fuerte en la cabecera del 



(1) Real cédula de Agosto 8. 

(2) Ordenanza de Intendentes del yirreinato del Río de 
la Plata. 



LA AUDIENCIA DíJ CIÍARCAS 821 

Río de la Plata: para darle el tronco y las extre- 
midades de un cuerpo completo, nada más expe- 
ditivo que adherirle un fragmento cualquiera su- 
ficiente. Fue lo que se hizo, desmembrando para 
ello el virreinato peruano, y cortando de un 
golpe las afinidades naturales y la cohesión de 
hábitos, que en él mancomunaban á los pueblos 
de la Sierra. 

Pero es indudable que si no hubo mudanza 
en la vida social, ni la incorporación lanzó á las 
provincias en la vía de una suerte más prós- 
pera, el Alto-Perú simpatizó grandemente con 
el Rio de la Plata, y unas y otras provincias 
vivieron sin celos, sin rivalidades, hasta 1810. 

Ocurre advertir que desde 1781 comenzó para 
el regio tribunal de Charcas una era no del 
todo semejante al brioso período de dos siglos 
que acababa de atravesar. Los tiempos ya habían 
cambiado para la Audiencia. Los destinos no la 
tenían reservada la grandeza del coloso que se 
desploma con estrépito. No cayó desde la pleni- 
tud de su poder; y antes de sepultarse en el 
cementerio de la Revolución, padeció los acha- 
ques de la ancianidad y de la decrepitud. Esta 
B. Y p. 21 



S22 BOLIVÍA Y PERO 



pálida y segunda faz de su existeucia comenzó 
con la erección del virreinato del Rio de la Plata. 

Al nuevo Estado se adjudicó por territorio el 
distrito de la Audiencia de Charcas; pero ésta 
tuvo que partir términos dentro del virreinato 
con un nuevo tribunal, la Audiencia Pretorial de 
Buenos Aires. 

El virreinato fue dividido en ocho intendencias 
de provincias subdivididas en partidos. El go- 
bierno político y militar quedó unido á las in- 
tendencias con subordinación inmediata y directa 
al virrey, estando á cargo de cada jefe los cuatro 
ramos de justicia, policía, hacienda y guerra. 
Elstos poderes locales se formaron en el Alto- 
Perú repartiendo entre cuatro cabezas el patri- 
monio de gobierno y mando, que de hecho ó de 
derecho disfrutaban antes el presidente y Audieu- 
de Charcas en todo el vasto distrito. A esta últi* 
^ ma se le reservó la plenitud de su autoridad 
como corte de alzadas y como tribunal adminis- 
trativo contencioso en sala privativa (1). 



(1) Enumerando la Ordenanza del Ntievo Virreinato las 
intendencias de provincias que han de establecerse, des- 
pués de las de Tncumán y de Asunción, dice:., «otra de la 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 823 

En sa nueva desabogada condición la Audíen* 
cia tuvo á lo menos el consuelo de hallarse en 
buena compañía: el virrey fue exonerado de la 
superintendencia general y del arreglo de la ba- 
cienda, quedando la tarea á cargo de un emplea- 
do superior, que asistido por una junta^ era en 
su desempeño independiente del virrey y jefe de 
los intendentes de provincia. 

La sencillez de esta constitución unida á la 
cautelosa agilidad de su organismo, bubieran 



Ciudad de Santa Cruz de la Sierra, que será comprenhen- 
siva del territorio de su Obispado: otra en la Ciudad de La 
Paz, que tendrá por distrito todo el del Obispado del mis- 
mo nombre, y además las Provincias de Lampa,Carabaya 
y Azángaro: faqui la de Mendoza): otra en la Ciudad de La 
Plata, cuyo distrito será el del Arzobispado de Charcas 
excepto la Villa de Potosi con todo el territorio de la 
Provincia de Porco en que está situada, y los de las de 
Chayanta ó Charcas, Atacama, Lipes, Chichas y Tarija, 
pues estas cinco provincias han de componer el distrito 
privativo de la restante Intendencia, que ha de situarse 
en la expresada Villa, y tener unida la Superintendencia 
de aquella Real Casa de Moneda, la de sus Minas y Mita, 
y la del Ramo de rescates con lo demás correspondiente.» 
Árt 1.^ — Por la declaración S.^ de la real cédula suple- 
toria de Agosto 5 de 1783, la capital de la Intendencia de 
Santa Cruz se trasladó á Cochabamba, cuyo territorio 
lae desmembrado al efecto del de La Plata. 



824 BOLIVIA Y PERÚ 



quizá operado en ei régimen colonial un desalío^ 
go bienhechor, 8Í la rutina oficinista, la vieja sus- 
picacia reglamentaria, el espíritu mezquino déla 
legislación administrativa, el físcalismo siempre 
empresario ó proteccionista, lo subsistente de las 
instituciones compulsoras y tiránicas, la ignoran- 
cia sistemática y las ideas atrasadas del tiempo, 
no la hubieran reducido á la modesta exten- 
sión de una mejora parcial; y esa mejora con- 
sistió en que por el nuevo arreglo la Audiencia 
de Charcas, la secular dominadora del Alto -Perú, 
obtuvo su jubilación política y la cédula de su 
retiro militar con el goce de fuero y uniforme. 

Honra es de Carlos III, que los magistrados 
que eligió para ejercer en las intendencias todas 
esas jurisdicciones concurrentes en una misma 
persona, fuesen íntegros y mansos para paz y 
bienestar de sus provincias. 

El regio tribunal en su retiro remataba, mien- 
tras tanto, la cláusula postrera de su memorable 
hoja de servicios, lidiando por ser lo que ya no 
era. Había perdido esa apostura severa y desen- 
vuelta de la virilidad, y se encorvaba entre con- 
torsiones de altivez é impaciencia^ 



LA AUDIENCIA DE CHARCAS 825 

Hacia fines del siglo la vemos más empefüada 
que nunca en frivolas competencias de etiqueta. 
Pretendía eximirse de asistir á funciones religio- 
sas de tabla, como las llamadas de candelas y de 
ramos; no ponerse de pies cuando el cabildo ecle- 
siástico pasaba en corporación del coro posterior 
al presbiterio pontifical; no concurrir á la hora 
señalada haciendo aguardar revestidos al arzo- 
bispo y los canónigos; preferir para ciertas fun- 
ciones su capilla real de San Agustín á la iglesia 
luetropohtana, á trueque de no recibir de rodi- 
llas la bendición arzobispal, como ya se lo tenía 
mandado el rey, dicióhdola fhabia extrañado 
mucho que la Real Audiencia se atribuyese pre- 
rogativas de que Yo no usaba ni usaría.» En 
1807 amparaba á un abogado que ante un tri- 
bunal eclesiástico había negado sistemáticamente 
el tratamiento de Señoría al intendente de Co- 
chabamba. Y, días antes de su famoso suicidio de 
1809, estaba ardientemente empeñada en aque- 
llas escandalosas querellas de etiqueta y de pura 
malquerencia, que fueron la causa de su ceguera 
y del grito singular de emancipación. 

1877. 



riir 

DK BOLIVIA Y PSBÚ 
NOTAS HI8TÓUICA8 T BIBLIOGBÁVICAS 



TABLA DE MATERIAS 



ArADBMiA Española db 

LA Lengua. — 118. 
Alto Perú. — Véanse Au- 

DIBKCIA DB ChAKCAS, 

Chayanta, Mita, Rk- 

PABTIMIBKTOS, EnCO- 
MIBIÜDAS^ VlCB PaTBO- 

NATO, Yanaconas. 
Alto Pbbú. — Su sistema 
colonial, 201, 224 á 226. 
—PlúHhua ünum, 227 á 
229,231.— Dicho del vi- 
rrey Castel Fuerte, 229. 
—El corregidor de in- 
dios, 232 y 233.— El caso 
de conmoción interior, 
242 á 245, 297.— La au- 
toridad vicerreal, 251, 
254, 280 á 286. —Anta- 
gonismos por el sudor 
delindio, 256, 259, 265y 
266. — Arbitrariedades, 
277 y 278. — Socialidad 
en el antiguo virreinato, 
301 y 302.— Orden esta- 
blecido, 318 y 319.— Pro- 
ducción minera anterior 
al virreinato del Río de 
la Plata, 311 y 312.— Me- 
jora socialcon esta nueva 
unión política, 321. 



Alvbab, general Carlos 
María.— Su escalamiento 
del monasterio de Santa 
Mónica en Ghaqnisaca, 
61 y 62. 

Antequeba y Castro, José 
de.— Su rebelión, 202 y 
203. 

Antonio, Nicolás. — 6 y 7. 

Acuibbb, fray Miguel de. 
—3. 

AousTiNfANOá.- Su entra- 
da en el Perú, 41. — Po- 
lémica entre Ermitaños 
y Predicadores, 42. 

Amat y Jünient, Manuel. 
— Su «Libro de Caxa de 
Corregimientos,» 266. 

Apelación al Pueblo. — 
135. 

Aponte Figubboa, Juan 
de. — Su Memorial de la 
/deformación dd Pirú, 

2r.7. 

Audiencia db Chabcas. 
—Idea histórica, 202 á 
208. — Sus términos, ju- 
risdicción y superinten- 
dencia de misiones, 211 
á 216.— Su instituto, 222 
I á 224.— £a la práctica 



828 



BOLIVrA Y PERÚ 



i 



Tribunal Supremo, 234 á 
239. — Mandos á solas ó 
á sos anchas, 240 á 248. 
-€Nos ponen en la fren- 
te la ceniza,» el dicho 
del virrey Chinchón, 252 
y 253. — Hueco hondo 
donde encajar sn vara, 
259. — Estorba la aboli- 
ción regia del yanacona- 
je, 260 á 262.— Tribnnal 
sobre virrey, 273 y 297. 
— Apelaciones de lo del 
virrey A la Audiencis, 
280 y 281.— Subordinada 
al virrey en materia de 
hacienda, 300 á 308.— 
Su archivo, 300 y 301.— 
Pendientede su cuello un 
manojo de ganzúas, 317. 
— Su condición en el 
nuevo virreinato del Río 
déla Plata, 321 á 325. 

Baltjvián, Adolfo.— 139, 
140 y 141. 

Ballivíán y Rojas, Vi- 
cente. — Sn cálculo sobre 
la plata producida por 
Potosí en 320 aftos, 312. 

Betakzos, Juan de.— 30 
á32. 

Bizantinos. — Constitu- 
cionalistas más constitu- 
cionales que la Constitu- 
ción, 149. 

Blaine, Jacobo. — Su pan- 
americanismo, 122. 

Bbasil. — Véase Unión 
Latino Americana. 

Buenos Aires. — Sus capi- 
tanes generales y gober- 



nadores antiguos, 244. 

BUSTAMANTB GaBLOS 

Ynca, Calixto. — 210. 

C% LANCHA, fray Antonio 
de la. — Su nacimiento de 
criollos en Chuqnisaca, 
2. — Su belleza y gracia, 
2. — Profesa jovencito en 
la orden agustiniana, 3. 
— Pasa luego á Lima, 4. 
— Recorrió la provincia 
de ambos Perú, 4. — Es- 
critor de fuste y fraile 
neto, 4. — Terremoto de 
Trujillo en 1619, 4. — 
Revestido para celebrar 
fallece en Lima ei afío 
1654, 4. — Otras obras 
impresas de Oalancha 
demás de sn Crónica de 
Charcas y 7, 8 y 9. — Re- 
cuerdo de la ciudad nati- 
va, 35 y 36. — Su testimo- 
nio sobre milagros y por- 
tentos, 48, 7 1 , 72, 80 y 81. 

Calderón de la Babca, 
don Pedro. — 175. 

Cañete, Pedro Vicente. — 
Su Descripción de Potosí 
en 1802, 288. 

Carapata. — A orillas del 
lago Titicaca, 170 y 171. 
— En muía desde La 
Paz, 168 á 170 y 200. 

Carlos I II. -324. 

Carlos Inca. — Véase 
Büstamante. 

Carranza, AngelJnstinia- 
no.--60 

Cbdulario de Charcas. 
-236 y 316. 



TABLA DS MATERIAS 



329 



Coatí, isla sagrada.— 179. 

COCHABAMBA. — Noticía 

geográfico - agastiniana, 
49. — Las abejas de fray 
Juan Chaves en Itapaya^ 
60. — Sublevación de 
1 730, 244 y 245. 
CoLCA.--Vóa8e Fkbroca- 

BBIL DE AbEQUIPA. 

CoNCOLOcoBVO, — Véase 

BUSTAMANTE. 
CONGBBSO AmEBTOANO DE 

JuBiSTAS, de Lima.— 116. 

CONGBESO AmEBTCANO DB 

Juristas, de Montevi- 
deo.— 116 y 117. 

Gong BESO Ibebo - Amebi- 
CANO, de Lisboa. — 114. 

CoKOBESo Ibbko - Amebi- 

CANO DE JUBTSTAS, de 

Madr¡d.--114 á 116. 

CONGBESO DB PaNAMÁ. — 

89 y 92. 
CoNOBBSo Pan - Ameri- 
cano, de Washington. — 
120 á 123. 

CONSPIBACIONES. — 144^ 

145,181. 184, 197 á 200. 

COPACABANA.— 175 á 177. 

CÓRDOBA T Salinas, fray 
Diego.— 16 y 16. 

Corregidores (de In- 
dios).— 264 á 266, 271 y 
272. — Véase Amat y 

JUNIENT. 

Crónica Moralizada, por 
Calancha. — Frontis gra- 
bado del tomo primero, 
1. — Precio de un ejem- 
plar en 1898, 2 y 9. — 
Tomo segundo del edi- 
; tor López Herrera, 6. — 

B. Y P. 



El tomo segundo escrito 
por el P. Torres, 5 y 8. 
— Traducciones france- 
sa y latina del tomo pri- 
mero, 6. — El «Moralizar» 
de la Crónica, 14, 15 y 
16. — Idea particular de 
la obra, 33, 34 y 35 —Es- 
tilo «moralizante,» 13 y 
14. — Sistema literario 
del autor, 17 á 21 —Mé- 
rito actual de su iibro, 22 
á 29. — Sus noticias ge- 
ográfico-astrológicas, 45 
á 47. — Milagros remiti- 
dos para el libro por co- 
rreo, 82 y 83. 

Cuzco. — El caso de la res- 
titución de un hurto sa- 
crilego, 50 y 51. — Sueño 
y vigilia de ios dos curas 
de la Catedral, 66 á 73. 
— Misa acolitada ó des- 
pique de la Virgen, 74 y 
76. — El ferrocarril en 
proyecto, 199. 

Chayanta. — Sus rebelio- 
nes de indios, 203, 204, 
246 á 248, 293 á 298. 

Chucuito durante el an- 
tiguo virreinato. — 249. 

Chuqüisaca.— El caso de 
Antonio Pantoja, 52 á69. 

DocTRiNEBOS. — 256 y 257, 
264 á 266, 271 y 272, 298. 

Encomiendas. — 249 y 250, 
257, 264 á 267, 315. 

Ermitaños, orden agusti- 
niana. — 41 ft 41. 

22 



5S0 



BOLIVIA y PERÚ 



Esrrtvwz, isla de los pa- 
triotas.— 179 y 180. 

Fsbüíndxz, Diego.— Pro- 
digio qae vio en Porco,2. 

Fbenándxz db Sah ti- 
llan, Felipe. — 8a Me- 
marial de 2601 sobre Mi- 
na$ de Potosí^ 311. 

FCEEOC ABRIL DB PuNO i 

MoLLBNDO — Indiferen- 
cia en La Paz, 161 á 163. 
— Ignorancia de las de- 
mAs ciudades, 165 á 167. 
—Historia de la obra y 
de sn explotación y equi- 
po etc. actnaies, 194 a 
200. 
F&iAS, Tomás.- Sabe á la 
presidencia, 142. -Véa- 
se Partido Constitu- 
cional. 

González dk P o v k n a , 

Bartolomé. — 218. 
GoYENECHK, José M . —205. 
Guerrero, Federico.— 

191. 

Impertalismo yanqui. — 
102, 103, 125 á 127. -Sa 
recíproca latina, 129. 

Indios. — Sus privilegios 
legales, 267 á 269. — 
Condición desesperante, 
270 á 273.— Tributaban 
y mitaban sin remedio, 
287 y 288. 

Isabel la Católica. — 
267. 

Jiménez de la Espada, 
Marcos.— 30, 



JoDB, Pedro. — Grabado 
snyo del frontis de la 
Crónica Moralizada, 1. 

Juan de Sahaoún, san. — 
Sus derroches del don 
de la omnipotencia en 
Lima y Cuzco y Potosí, 
77. 

JüLi.— 179. 

Juliaca. — 199. 

Lafuente Ruiz, Francis- 
co de.— 110. 

La Paz. — Su antiguo co- 
rregidor, 249. — Véase 
Ferrocarril. 

León Pinelo, Antonio.— 
Sn noticia sobre la caza 
de castores escrita por 
Calancha, 7— Un pasaje 
del tratado sobre Enco- 
miendas, 250.— Diferen- 
cia entre «repartir» y 
«encomendar,» 315. 

Leso, Tomás. — 216. 

Matibnzc», Juan. — 291 y 
317. 

Mbiogs, Enrique. — 199. 

Mbléndez, fray Juan.— 
15, 16 y 42. 

Msssf A, Alfonso. — Su Me- 
morial tocante al Alto 
Perú, 260. 

Milagros.- Elemento li- 
terario esencial ísimo de 
toda crónica conventual, 
82, 83 y 84. 

Mita. — Entre las serri- 
dumbres del indio la más 
omiosa, 256 y 257. —Su 
definición estricta, 287 y 



TABLA DE MATERIAS 



331 



288. — Sas primeros ex- 
tractores, 288.— Conmo- 
ción que causaba, '^89 y 
292. — Extraer — repartir 
— mndar — eran sus trps 
operaciones constituti- 
vas, 291 y 292. — Docu- 
mentos, 289, 291, 297 y 
298.— Tentativas inúti- 
les de reforma en 1657 y 
1812, 289 y 290. — Una 
mita en 1794 y estatu- 
tos y primitiva instala- 
ción, 316 y 317.— Supe- 
rintendente, 323. 

MOLLKNDO.— 200. 

MoBKNO, Mariano. — 209, 

210 y 220. 
Moneda de Potosí. — 

Conde superintendente 

aUo más que mercader, 

267. 

Nicolás de Tolentino, 
san.— 76 y 77. 

Oidores db Charcas — 
208 á 210, 218, 220,245. 
266, 267, 274, 288, 304, 
314 y 315. 

Orbígny, Alcides de.— 215 
y 216. 

Ortíz, fray Diego.— 2. 

Oruro. — Su antiguo co- 
rregidor, 249. 

Palentino. — V. Fernán- 
dez. 

Palma ^ Ricardo.— 61 y 62. 

Panamrricanismo. — 
Véase Ímpkbialismo 
Yanqui. 

Pabtido Constitucional. 



— Interesante evolución 
política del rojismo 6 ra- 
dicalismo que le dejan 
constituido como parti- 
do de principios. 133, 
134 y 135. — Su famoso 
triunfo electoral, 139 y 
140. — Tragedia heroica 
de su primer gobierno, 
141, 142 y 143. — Prue- 
bas terribles de su se- 
gundo gobierno, 144 y 
145. — La página gloriosa 
del gobierno de Frías 
escriía por el Ministro de 
Chile, 146, 147 y 148.— 
Hermosa y patética caí- 
da, 150 y 151. 

Pabtido Radical. — Véa- 
se Partido Constitu- 
cional. 

Partido Rojo. — Véase 
Partido Constitucio- 
nal. 

Pestaña, Juan Francisco. 
—218 y 242. 

Pino Manrique, Joaquín. 
— 237, 238, 258, 265 á 267. 

Población de Valdivia. 
— £1 libro de fray Miguel 
Aguirre, 3. 

Potosí. — Sus habitantes 
según la astrología, 46 
y 47. — 8u corregidor en 
lo antiguo, 249. — Sus si- 
tuados, 306 y 307. — La 
producción de su cerro, 
308 á 312.— Su categoría 
en el virreinato nuevo, 
323. 

Predicadores, orden do* 
minicana.— 42 á 44. 



S83 



BOLIVIA Y PERÚ 



Pemidbntb ns la Au- 

niEnriA.— 21'9, 22(), 230, 

235. 237, 243, 274 á 278, 

288. 
PucA&ANí, pneblo entre la 

Pat y el lago Titicaca. — 

168 y 169. 
Püwo.— 181 A 186. 

QüKLLfir, Eraemo.— Sa di- 
bajo para la Crónica Mo- 
raiizadaf 1. 

QuiMPBB, Manuel. — 8a 
descripción de Paño, 
1H3. 

Raimondi, Antonio. — Sa 
opinión sobre Galancha, 
27 y 28. 

Ramos Gavíláiv, fray 
Alonso.— 16 y 187. 

Rboentb nn la Audien- 
C1A.-218 y 219. 

Rendón, Manuel. — Feroz 
y alegroso asesinato de 
este joven médico, 64. 

Repartimiento. — Senti- 
dos activo y pasivo de la 
palabra, 263 á 269, 287 
y 288. — Kn sentido ge- 
nérico lo mismo que Mi- 
ta, 287.— Qaién en rigor 
BU mayordomo, 316. — 
Véase León Pinelo. 

Ruinas incásicas. -Véan- 
se Titicaca y Coatí. 

Rulz DE Bbj araño, Juan. 
—291. 

Sans, fray Rafael.- 187. 
Santa Cruz de la Sie- 
rra. — Su gobernador en 



el antiguo TÍrreinaio,249. 
— Su categoría en el vi- 
rreinato nuevo, 323. 

Seráficos, orden francis- 
cana. — 43 y 44. 

Serrano, Federico. — 63 
y 64. 

8ERRi.NO, José Mariano. — 
Vindicación de su leal- 
tad á la cansa de la Pa- 
tria, 62 y 63.— Herma- 
no y no padre de la joven 
reclusa Isabel, 62. 

Sierra, Lamberto. — Su 
Bazón sobre lo fundido en 
Potosí, 309. 

SoLÓBZANO, Juan de. — 234 
y 255. 

Sucre, el mariscal. — 61 
y 62. 

Terrazas^ Mariano Ricar- 
do. — La prensa de dos 
repúblicas deplora la 
muerte de este periodis- 
ta, 131 y 132.-^Intere8an- 
te momento en que sien- 
ta plaza en el partido 
constitucional, 132. — Se 
ensaya contra la célebre 
Apelación al Pueblo, 135. 
— Emigra cuando Melga- 
rejo se entroniza, 136. — 
Viaje á Europa, 136. — 
Nostalgia del ideal, 136. 
— El inexorable tedio, 
137 . — ¿Ley acaso de su 
destino la expatriación? 
138.— Victoria de Adol- 
fo Ballivián en las urnas 
presidenciales , 140. — 
Terrazas se rétfnima y 



TABLA DE MATERIA«I 



338 



vuelve á Bolivia, L38 á 
140. — Pasa á Europa, 
141.— Vuelta á Bolivia, 
149. — Su grata memoria, 
153. 

TiQüíNA, el estrecho. — 173. 

Titicaca, isla sagrada. — 
178 y 179. 

Titicaca, Iflgo. — Su nave- 
gación, 171 á 174, 178, 
179, 189 y 190.— Sus dos 
islas legendarias, 178.— 
Idea íÍHÍca y geográfica, 
186 á 188. — Pueblos de 
sus orillas, 173 y 174. 

Toledo, Francisco. - 288 
y 289, 291, 316 y 317. 

Torres, fray Bernardo de. 
-7,8,10, 11, 12,17. 

Torrico, Andrés María. — 
203. 

Unión Amsbicana. — Fra- 
ternidad peculiar de las 
repúblicas americanas de 
origen español, 85 y 1G8 á 
111. — Nacionea sud-ame- 
r ¡canas que mayormente 
han propendido á este 
movimiento continental, 
85 y 86. — Unión Ameri- 
cana «alianza», 88, 89 y 
97 á 99.— Unión Ameri- 
cana «uniformRción», 88, 
83y92á96.~Eximia li- 
teratura de la «alianza», 
100, 101, 105 y 106. -Su 
bibliografía, 103 á 106.— 
Véase Congreso. 

(JíiiÓN Ibbro-Ambricana. 
-113, 117, 118 y 119.— 
Véase CoNGBBSO. 



Unión Latino -America- 
na. — Brasil en la Unión 
Latino- Americana, 107 
á 111. 

Unión Pan- American a. — 
112, 120, 123, 124 y 128. 
—Véase Congreso. 

VÁSQUEZ, fray Joan Teo • 

doro. — 11. 
Velasco, Luis de. — 260 á 

262, 272. 
VÍAS DE Comunicación.— 

Grito de salvamento, 157, 

158 y 159. 

V ICE-PATRONATO. — 275 á 

277. 
Vikdma, Francisco. — 215. 
ViLLABA, Victoriano — Su 

Discurso sobre la Miia^ 

298. 
ViNcocAYA. — Véase Fk- 

RROCARBIL D^ ARE- 
QUIPA. 

Virrey de Buenos Aibes. 
-246 á 248, y 3l9.-Véa- 
se Virreinato del Río 
de la Plata. 

Virrey del Perú. — 229, 
234 á 245, 249 á 254, 275 
á 279, 300 á 308 y 313 á 
319. 

Virreinato del Perú. — 
Su definición por Pino 
Manrique, 266 y 267.— 
Su desmembramiento 
decretado en 1776 y eje- 
cutado en 1782, 320. 

Virreinato dkl Río de 
LA Plata. — 322 á 325. 

Yanaconas.— 255 á 262. 



Pági. 

Introdacción V 

Fray Antonio de la Oalancha 1 

Unión Americana 85 

Mariano Ricardo Terrasaa 131 

De La Pas al Pacífico á vapor 154 

]ja Aadiencia de Charcas 201 

Tabla de Materias 327 



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FOLLETOS DEL MISMO AUTOR 



Imtkoduooión al KSTaoio Dffi liOS Poetas Boli7ia« 

NOS. LliUA KN LA SoCIBDAO LlTEftARIA DB SaV 

Luis. SiDtíago, 1864. 4.^mm. 166x94; 20. 
PoBTAS Bolivianos. Biografía db D. Daniel Cal- 
vo. Siotítgo, 1870. 4.«, mm. 176x88; á6. 

PkOTEOTO db una BsTADÍáTIOA BlBLrOORÁFIGA DB LA 

Tipografía Boliviana. Santiago, 1874. 4.<>, msk 
177x100; 48. 
Daza t las Bahbs Chilenas db 1879. Suore, 1880. 
Fülio, mm. 262 X 160; 4 + III + 18 de anezoB á dos 
colamnafl. 

Efi GBNBRAL BaLLIVIÁCT. PqBLICADO BÑ LOS C AnaLBS 

DB LA Universidad de Chile. » Santiago, }B^5< 
4.» mayor, mm. 176 x 99; 29. 



OPÚSCULO 

BoLtviA Y Perú. Notas Históricas y BiblioorA- 
FiOAS. Publicado en los c Anales de la Uni- 
versidad DK Chile». Santiago, 1901, 4.® mayor, 
mm. 177x99; 109. 



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