Fr. LUIS DE ALARCÓN, 0. S. A.
CAMINO DEL CIELO. Y DE
LA MALDAD Y CEGUEDAD
DEL MUNDO
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JUAN FLORS, Editor
JU?4 i 1 1980
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CAMINO DEL CIELO. Y DE LA MALDAD
Y CEGUEDAD DEL MUNDO
ESPIRITUALES ESPAÑOLES
Biblioteca patrocinada por el «Centro de Estudios de Espiritualidad»
de la Universidad Pontificia de Salamanca
Directores:
PEDRO SÁINZ RODRÍGUEZ LUIS SALA BALUST
De las RR. Academias Española Catedrático de la Universidad
y de la Historia Pontificia de Salamanca
Serie A
TEXTOS
Tomo I
Fr. LUIS DE ALARCÓN, O. S. A.
CAMINO DEL CIELO
Fr. LUIS DE ALARCÓN, O. S. A.
CAMINO DEL CI^^^^-^I^
LA MALDAD Y CEGUEDAD
DEL MUNDO
EDICIÓN Y PRÓLOGO
de
ANGEL CUSTODIO VEGA, O. S. A.
De la Real Academia de la Historia
JUAN FLORS, Editor
BARCELONA
1959
Texto de la edición de Alcalá, 1547, cotejado
y corregido por el de la de Granada, 1550
© JUAN FLORS, Editor - Barcelona, 1959
DEPÓSITO LEGAL, B. 9.560 - 1959
IMPRESO EN ESPAÑA
Imprenta Clarasó ; Villarroel, 17. — Barcelona
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I Con|nu.lcgio:
EDICIÓN DE GRANADA, 1550
(Madrid, Bibl. Nac, R. 4.563)
INDICE GENERAL
Caps. Págs.
Breve introducción, por el P. Ángel Custodio
Vega, O. S. A 1
C.\MiNo DEL Cielo 39
Privüegio 41
Comienza el prólogo del libro que trata del Ca-
mino del Cielo y de la maldad y ceguedad de
este mundo, entitulado a los muy poderosos
señores don Felipe, Príncipe de Castilla, etc., y
la Serenísima señora Infanta doña María su
hermana 43
Prólogo al católico y devoto lector sobre el libro
llamado Camino del Cielo 53
Primera Parte: Comienza el libro que trata del
Camino del Cielo y de la maldad y ceguedad
del mundo.
I. En que se declara la intención y necesidad de este
libro y por qué se llama Camino del Cielo . . 65
II. Del primer ejercicio del Camino del Cielo, que
es la lección devota y frecuentada, y de los gran-
des daños que se siguen de leer libros mundanos. 75
III. De cuatro maneras de libros de los demonios, y
primeramente de los objetos mundanos ... 78
IV. De la segunda manera de libros de los demonios,
que son los juegos 81
V. De la tercera manera de libros de los demonios,
que son los hombres malos 84
VI. De la cuarta manera de los libros de los demo-
nios, que son los malos libros escritos ... 87
VII. Cuán grandes males se siguen de los Hbros de los
demonios 91
VIII. De los Hbros de Dios y primeramente de la utili-
dad que se sigue de leer en ellos .... 94
IX. Cuáles libros deben ser elegidos para leer . . 96
X. Que a todos y especialmente a los príncipes es muy
necesaria la frecuentación de la santa lección, y
VI
Indice general
Caps.
de un gran libro por la mano de Dios en que to-
dos pueden y deben leer cada día y en cada hora.
XI. De otra lección de grande utilidad que nos ofrece
este gran libro por la mano de Dios escrito .
Segunda Parte: Comienza el segundo ejercicio del
Camino del Cielo, que es la sagrada m^editación.
I. De cuán necesaria sea la meditación para alcanzar
la salvación
II. En que se prosigue y declara cuán saludable sea
la meditación y cuán dañoso la falta de ella .
III. De lo que se ha de meditar a la hora de la maña-
na, y primeramente de los dones naturales .
IV. De la meditación de los bienes temporales .
V. De la conservación de todas las cosas .
VI. En que se prosigue la meditación de los bienes
naturales y temporales
VII. De la meditación de los dones gratuitos
VIII. De la segunda manera de los dones gratuitos, que
es la justiñcación de las ánimas
JX. De la misericordia del ánima que está en pecado
y de la vileza de todo lo de este mundo .
X. Cómo por la meditación de estos dones gratuitos
se sube mayormente al conocimiento de Dios .
XI. En que se resume todo lo dicho de lo que se ha
de meditar a la hora de la mañana, y cómo la
majestad y humildad de Dios se deben considerar
juntamente
XII. De lo que se debe meditar a mediodía, que son
los males de que somos librados
XIII. En que se continúa la materia del infierno y se
declaran las penas de sentido
XIV. De lo que se ha de meditar a la tarde y en la no-
che, que son los bienes celestiales que Dios nos
tiene prometidos
XV. En que se continúa la materia de los bienes del
cielo y se declara cómo los deleites principales se
gozan en Dios
XVI. En que se resume la meditación de la noche y se
declara el orden que se debe tener en las sobredi-
chas meditaciones, y la necesidad de ellas .
XVII. De la consideración de los beneficios particulares
y de lo que han de pensar los príncipes y caballe-
ros y mercaderes y oficiales y labradores, cuando
se ocupan de sus oficios
Indice general vn
Caps. Págs.
XVIII. De otra vía por la cual podemos subir a Dios con
la meditación de los movimientos y ser de todas
las cosas 209
XIX. De otra vía más alta para subir y aprovechar en
el conocimiento y amor de Dios 214
Tercera Parte: Comienza el tercero y último
ejercicio del Camino del Cielo, que es la oración.
I. De la cualidad de la oración y de cuatro condi-
ciones de que ha de ser acompañada, con las cua-
les siempre es oída 223
II. De la necesidad de la oración 230
III. De la nobleza y excelencia de la oración . . 233
IV. De la utüidad y poderío de la oración ... 237
V. Que prosigue la utilidad de la oración y la efica-
cia y excelencia de ella 241
VI. De los impedimentos de la oración y divina con-
versación 249
VIL De los remedios para amar la oración y gozar de
la divina conversación 260
VIII. Del segundo remedio para gozar de Dios con la
oración, que es el recogimiento de los sentidos . 264
IX. Del tercer remedio para conversar con Dios por
la oración, que es el motivo del amor de Cristo
y cómo por aplicación de las cinco letras vocales
a sus cinco llagas se podrá adquirir atención en
el Oficio divino 266
X. Del cuarto remedio para amar la oración y gozar
de la conversación de Dios, que es la frecuenta-
ción de los sobredichos ejercicios 271
XI. Del quinto y último remedio para la oración y
conversación de Dios, que es frecuentar los santos
sacramentos de la confesión y comunión . . 275
XII. De cómo la santa comunión ayuda mucho para
conservarse el hombre en gracia y gozar de la
conversación de Dios 280
BREVE INTRODUCCIÓN
I
EL nombre y la obra de este ilustre religioso fué ignora-
do de nuestros historiadores Herrera y Vidal y y sola
en el siglo XVIII figura en la Bibliotheca Augustiniana
del célebre P. Ossinger, religioso y escritor alemán, que
dice: De Alarcón, Ludovicus, natione Hispanus, alum-
ñus provinciae Castellae, filius Coenobii Complutensis^
vixit saeculo XVI. Vir qui vitae probitati bonarum ar-
tium studium coniunxit. Ex ingenii sui monumentis
videtur liber lingua hispánica scriptus, cui titulus: Ca-
mino DEL Cielo, cómo se busca y se halla, Alcalae seu
Compluti 1547 apud Joannem Brocar. El citado his-
toriador agustiniano toma la noticia de Nicolás Antonio,
Bibliotheca Hispana Nova, //, pág. 18, Nicolás Anto-
nio se limita a consignar el nombre y el título del libro,,
de donde dedujo, no muy exactamente, las demás noti-
cias el P. Ossinger. Nada se sabe del lugar de su naci-
miento, ni del convento en que hizo su ingreso en la
Orden, ni dónde hizo sus estudios eclesiásticos.'^ Dado
el lugar de la publicación primera de su Obra, Alcalá,
Ossinger y otros le han querido hacer hijo del Convento
de Alcalá. Pero esto no es posible, dado que Alarcón
debió de ingresar en la Orden muy joven, y ciertamente
antes de que se fundase el Colegio de Alcalá, no ante-
1 Dado él ascendiente que Alarcón parece tener en la Corte
de España, asi con el emperador Carlos V, como con Felipe II,.
no sería aventurado suponer a Alarcón hijo de los señores de
Alarcón y sobrino del famoso Padre Juan Alarcón, el introductor
en España de la llamada Observancia. Como éste, nuestro Alarcón
hace sus estudios en Italia y vive allí muchos años — diutissime,
dice Seripando — siendo afiliado a la provincia de la Apulia por
éste donde fué prior del convento de Luceria, con gran prestigio
y méritos. Allí vivió hasta el 15J^0 en que, con permiso del general,
se vino a España para entenderse con los reformadores de la Or-
den y gestionar con el General por medio del Emperador la so-
licitada reforma.
2
Camino del cielo
rior a 1527, según el P. Herrera; y de principios del si-
glo XVII, según opinión razonada del P. David Gutié-
rrez.^ Quizás las dos fechas sean demasiado extremas.
Pero de todos modos no hay que pensar que en él ingre-
sase y viviese el P. Alarcón. Cabe, sin embargo, que vi-
viese y estudiase algún tiempo en dicha Universidad y
morase en el Colegio llamado de San Ildefonso; pero
todo es moverse entre conjeturas y suposiciones, sin el
menor fundamento sólido. Por lo que hace a la Provin-
cia a que perteneció, tampoco es cierto que perteneciese
a la propiamente llamada de Castilla, sino a la de Es-
paña, la cual se dividió en dos, Provincia de Andalucía
y Provincia de Castilla, en 1527, fecha para la cual ya
era religioso nuestro biografiado.^
El P. David Gutiérrez, en su citado estudio, escribe
en nota, página 243: "Dada la identidad del nombre y
de la Patria y sus tendencias andariegas es muy proba-
ble que se refiera a fray Luis de Alarcón la siguiente
nota del primer Registro de Seripando:
Die 16 nov 1539: fratrem Ludovicum hispanum, qui
in provincia Apuliae diutissime degere ac conventui Lu-
cerino fuerat praefectus, de illo optime meritus, receptus
praeterea ac cooptatus a patribus in eius filium, manere
iussimus, quoad sibi placeret, in ea provincia, tamquam
eius filium: mandantes ne quispiam nostrorum inferio-
rum, ob eam causam quod esset hispanus infestare aut
oppugnare illum auderet, sed nostra auctoritate locatum
ibidem, quiete acturum sinerent. (Roma, Archivo de la
Orden, reg. Dd 18, fol. 92v.)
2 Sobre el P. Luis de Alarcón no sabíamos más que la Nota
de Ossinger, hasta que el P. David Gutiérrez publicó en la revista
Agustiniana La Ciudad de Dios, vol. CLXX, págs. 242-257, 1957,
el artículo titulado FRAY LUIS DE ALARCÓN, O. S. A. Docu-
mentos y notas en torno a su vida y actividades. En él exhuma
del Registro Generalicio de la Orden de los Padres Jerónimo Se-
ripando y Cristóbal de Padua, unos cuantos documentos de gran
interés y hasta ahora desconocidos, que ponen en claro parte de su
vida y su actividad. Aceptamos plenamente no sólo los documentos
alegados clara y ciertamente, sino también los dos que da él por
muy probables. Véase págs. 243, nota 8; y 253. Disentimos, sin em-
bargo, de las glosas y deducciones personales que hace frecuente-
mente de ellas. Con todo, agradecemos su importante trabajo, que
nos ha permitido trazar la semblanza y biografía, aunque a salto
de mata, del ilustre escritor agustiniano. No pretendemos imponer
tamjyoco nuestro criterio e interpretación de los citados documen-
tos. Cada cual elija lo que mejor le parezca. Nosotros hemos in-
tentado tan sólo salvar nuestra conciencia y nuestro proceder his-
tórico noble y lealmente.
3 Todo esto hay que coordinarlo con los datos que a conti-
nuación y más adelante señalamos.
Introducción
3
Esta nota, tomada en absoluto y sin anteceden-
tes ni consiguientes, pudiera engendrar alguna duda de
que se refiera a nuestro insigne religioso fray Luis
de Alarcón. En primer lugar, el nombre de Luis es
comunísimo en España, y nada se puede establecer a
base de dato tan endeble. En segundo, los datos que
se consignan de él parecen no convenir a nuestro
Alarcón. Dice que el citado Ludovicus hispanus había
vivido en la Provincia de la Apulia diutissime, que ha-
bía sido rector del colegio o convento Lucerino o de
Luceria con aplauso común, siendo recibido y adscrito
por los padres de allí entre sus hijos, razón por la cual
le autoriza vivir donde él quiera y elegir casa dentro
de dicha Provincia, como un hijo de la misma, orde-
nando (el Superior General) que nadie le moleste por el
hecho de ser español. Todo esto pasa en 1539, fecha
muy digna de tenerse en cuenta por lo que ahora dire-
mos. En efecto, con fecha 8 de agosto del año siguien-
te, se le autoriza a Fray Luis hacer el viaje a Bruselas o
Corte del Emperador Carlos V, y el 25 de octubre es-
cribe el Emperador ya al General de la Orden, Seri-
pando, recomendándole el asunto de la Reforma de la
Orden en España. El viaje lo tuvo que hacer Alarcón
desde España, donde debió morar algún tiempo, y no
breve, para enterarse del estado de observancia de esta
Provincia; a no ser que se hiciese tan sólo eco y fuese
simplemente el portavoz de un grupo de reformistas
de España, lo cual pudiera ser o no ser. Estas fechas
tan próximas crean grave dificultad para identificar a
los dos personajes.
Cabría, sin embargo, una conciliación a base del
supuesto antes enunciado: de que Alarcón, residente
en Italia y en la Provincia de la Apulia, se hiciese eco
y portador de la petición de algunos religiosos de Es-
paña, anhelosos de mayor observancia religiosa. En este
caso la autorización de Seripando para que Alarcón se
presente a la Corte del Emperador fué hecha en firme
y sin señalarle itinerario. En cambio la concesión del
día siguiente, de regresar a España, parece dar la clave
o solución de este enigma. En ella pídele Seripando
que antes de venir se entreviste con él, ya en algún
convento de la Orden, ya en un lugar fuera de ella,
donde buenamente puedan verse. ''Entre tanto, añade,
4
Camino del cielo
nadie inferior a nosotros se entrometa con su persona
ni le cause ninguna molestia, antes todos le atiendan
con la mayor caridad y solicitud, Y si necesitase per-
manecer dos o tres días en algún convento para repa-
rar las fuerzas o descansar, que los priores conventua-
les le atiendan y den cuanto necesite, dentro de sus
posibilidades, pudiendo para ello presentar estas nues-
tras Letras o las anteriores,"
Dice así el registro generalicio de Seripando:
Mediolani, die 8 augusti 1540. Fratri Ludovico Alar-
chon, hispano, petenti a nobis facultatem conferendi se
ad curiam C[aesariae] M[aiestatis] eam concessimus : óm-
nibus ad quos pervenerit plurimum ipsum commendantes.
Mediolani, eadem die. Fratri Ludovico Alarchon aliis
litteris fecimus facultatem redeundi in Hispaniam expec-
tandique nos in loco aliquo, sive intra sive extra Religio-
nem, ubi melius potuerit accipi. Interimque nenio nobis
inferior de persona sua intromittere se praesumat vel mo-
lestiam ei aliquam inferat. Quin potius, quibuscumque
licuerit officiis ac beneficiis eum prosequantur. Et cura
necesse illi fuerit duobus aut tribus diebus in aliquo mo-
nasterio restaurandi vires gratia moram faceré, hortati
sumus priores locorum ut bene de illo mereantur et iuxta
facultates ipsorum in nullo desint. Facta illi facúltate seu
his litteris seu prioribus utendi.
Este documento, sumamente interesante, merece al-
gunas notas y glosas aclaratorias, porque puede ser
la clave de muchos misterios de este asunto.
En primer lugar, no sabemos nada de la carta o pe-
tición de Alar con, y todo lo que se añada es suposición
gratuita, que si no es favorable es odiosa. En este do-
cumento Seripando se muestra atentísimo y benévolo
con Alarcón y manda que nadie se entrometa con él
ni le cause la menor molestia. Podría decirse o supo-
nerse que Seripando se quiere congraciar con Alarcón
para sacarle el secreto de su misión a la Corte del Em-
perador y a España. Pero todo esto no lo dice ni indica
el insigne General agustiniano. Lo que aparece es lo
otro, y a ello hay que atenerse, mientras no tengamos
pruebas para lo contrario. Tal tono de deferencia y
respeto singular guarda Seripando en todos sus docu-
mentos con nuestro Alarcón, que ¡ojalá! nosotros su-
piéramos imitar siempre.
Introducción
5
Era muy natural, si no se lo había dicho antes Alar-
cón, que Seripando tratase de averiguar qué misión le
llevaba a la corte del Emperador, y quiénes eran los
promotores de la reforma, y cuáles sus intenciones^
Por su parte, es de suponer que el viaje de Alarcón a
España sería para ponerse en contacto con los solici-
tantes y redactar el Memorial oportuno. En este punto,
el pensamiento del P, Gutiérrez no aparece claro. Lo
que no se puede explicar bien, al menos con la insufi-
ciencia de documentos que tenemos, es la parte que
cabe a Alarcón en este asunto, y siempre será un mis-
terio si el asunto de la reforma fué cosa personal suya
o fué simplemente el portavoz y agente de los religio-
sos de España. Si se admite la segunda susodicha hipó-
tesis, es indiscutible esto último, y puede referirse a
él el documento primeramente transcrito. Si la prime-
ra, hay que negar la identificación, y admitir que Alar-
cón vivió en España bastante tiempo antes de esta
fecha. Pero ordenadas las autorizaciones de Seripando
y su entrevista con el Emperador, nosotros, personal-
mente, nos inclinamos a lo segundo, lo cual hace dis-
minuir mucho el papel personal de reformista de Alar-
cón y explicaría el documento, que al fin de su articulo
alega el P. Gutiérrez, sobre acusaciones lanzadas con-
tra Alarcón y algunos otros religiosos, cosa entonces
bastante común. Es interesante la carta de Carlos V
al General de la Orden Seripando, recomendando la
petición de Alarcón. Aunque puede verse en el artículo
citado del P. Gutiérrez, vamos a transcribirla aquí,
por su importancia y porque su texto puntualiza algu-
nas cosas interesantes. Dice así:
Carolus diuina fauente clementia R. Imperator, His-
paniarum rex.
4 ¿Descubrióse en esta entrevista la misión de Alarcón? No
sabemos nada. La conducta deferente de Seripando con Alarcón
parece sugerirlo. También Alarcón parece estar en óptimas rela-
ciones con Seripando, de quien debió hacer un gran elogio como
superior y amigo de la observancia ante el Emperador, según se
desprende de la carta segunda. Más nos inclinamos a esto último,
pues es cosa extraña que en la Visita a la casa de Medina del
Campo, donde moraba y esperaba Alarcón a Seripando y Seri-
pando a Alarcón, nada se dice de lo que hablaron. Como patrocinado
suyo y como morador de Italia muchos años, Alarcón tenia que ser
sospechoso de fidelidad a los frailes de Castilla y en cambio mirar
a Seripando con gran confianza.
6
Camino del cielo
Reuerendo y deuoto padre general de la orden de
Sant Agustín:
El padre fray Luis de Alarcón vino aquí y me infor-
mó de algunas cosas que dize que conuernía que se re-
mediasen y proueyesen en la dicha orden en España por
la mucha necesidad que ay dello; y me dió el Memorial^
que va juntamente con ésta, por donde lo entenderéis
más particularmente. El qual me ha parescido remitiros
y rogaros y encargaros lo veáis y proueays, cerca de los
puntos en él contenidos, lo que os parecerá que más co-
nuerná a seruicio de Dios nuestro Señor, y bien, refor-
mación y reposo de la dicha orden. Que si para este efeto
fuere necesario que yo mande dar algún fauor y ayuda,
escriuéndonos vos sobre ello, se proueerá lo que con-
venga.
Y porque el dicho fray Luis de Alarcón se recela que
algunos perlados de su orden se an indinado contra él
por aver venido a informar y entender en este negocio,
avré mucho plazer que le tengáis por muy encomendado
y no primitáis que se le haga mal tratamiento.
De Bruxellas, a xxv días de octubre de MDXL años.
Este documento necesita alguna aclaración exegé-
tica. Ciertamente se trata de un texto auténtico, pues
se conserva su original en el Archivo General de la
Orden de Roma, Santa Mónica, Via del Santo Uf-
fizioy 25.
Lo segundo que deja entrever es que Alarcón es un
informante de palabra y por escrito, ''de algunas cosas
que conuernía que se remediasen y proueyesen en la
dicha orden en España por la mucha necesidad que ay
dello'\ El P. Gutiérrez trata de desvirtuar la fuerza de
estas palabras, atribuyendo a Alarcón un papel de re-
formista iluso o mal intencionado, alegando las pala-
bras de Santo Tomás de Villanueva a Seripando con
fecha 22 de mayo de 1542: ''De acá. Vuestra Paterni-
dad Reverendísima sepa que la Provincia está muy
quieta y pacifica... El R. Padre Provincial hace muy
bien su oficio y con mucha diligencia y cuidado^ (San-
to Tomas de Villanueva, Obras, edición BAC, Ma-
drid, 1952, pág. 576 y sigs. Y Opera Omnia, t. VI, pá-
gina 518). El P. Gutiérrez dice en nota, que no ha po-
5 Este elogio del P. Nieva, aunque merecido, pues era un
santo varón, tiene su explicación personal en Santo Tomás de Vi-
llanueva, precisamente dirigiéndose a Seripando. Con todo, nada
se deduce de ello; y debió estar conforme con la actuación del P- Nie-
va nuestro Alarcón, que durante este tiempo nada dice ni obra.
Introducción
7
dido dar con este Memorial en el Archivo de la Orden,
"que de haber seguido su camino recto, debió ir direc-
tamente de España a Roma sin pasar por Bélgica ni
por manos extrañas a la Orden", La Carta del Empera-
dor nos dice claramente ''que el Memorial va junta-
mente con ésta". Ahora bien, ni el correo del Empera-
dor era fácil se perdiese, ni el Memorial dejó de llegar
a su destino. Cierto que cuando llegó a Roma, ya Seri-
pando se hallaba en viaje y que tardó en recibir dichas
cartas; pero indudablemente las recibió juntamente con
el Memorial. Más tarde, como veremos un poco más
adelante, volvió a enviar el Memorial por medio del
cardenal Cervini, Protector de la Orden. ¿Qué fué de
este Memorial, que ahora no aparece en el Archivo de
la Orden? ¿Qué contenía dicho Memorial? Todo es un
misterio; y por muchas conjeturas y suposiciones que
hagamos, siempre nos quedaremos a oscuras. En la
Carta del Emperador se dice lacónicamente: ''y proueays
cerca de los puntos en él contenidos, lo que... más
conuerná a seruicio de Dios, bien y reformación y re-
poso de dicha orden". Ya veremos que el reposo de
algunos conventos hubo que restablecerlo por medio
de dos Vicarios Generalicios nombrados en 1554 por
el General Cristóbal Patavino, que fueron los padres
fray Luis de la Barrera y fray Francisco de Riaño. Es
cosa algo extraña que también otro famoso Memorial,
enviado algunos años más tarde por el célebre cronista
de la Orden P. Jerónimo Román, donde hablaba al
General del estado de la Provincia de Castilla, se per-
diese también, o al menos no acusase recibo de él el
General, razón por la cual se vió precisado a hacer al
año siguiente un resumen de él en Carta, de la que dejó
copia, que se ha conservado y modernamente ha sido
publicada por Adolfo Coster para probar la autentici-
dad de la catilinaria de fray Luis de León en el Capí-
tulo famoso de Dueñas. Pero no queremos insistir en
este punto, extraño a nuestro intento. Sólo, sí, hemos
de repetir que mientras el Memorial de Alarcón no
aparezca, ni podemos darle ni quitarle la razón, ni
saber hasta qué punto estaba justificada su interven-
ción en este asunto.^
6 Es de lamentar la desaparición, o no inclusión de esta cla-
se de documentos en el Archivo Generalicio de Roma, por desterrir-
s
Camino del cielo
Dice además Carlos V ''que algunos perlados de su
orden se an indinado contra él (Alarcón) por aver ve-
nido a informar y entender en este negocio, y que avrá
mucho placer le tengáis por muy encomendado y no
primitais que se le haga mal tratamiento" , Esto nos
parece muy lógico y natural, aunque no muy edificante
y, menos, laudable. Alarcón se había venido de Italia
a España para ponerse al frente de los reformistas y
gestionar la reforma por todos los medios, partiendo
de aquí para Bruselas con el célebre Memorial. De esto
tuvieron noticia clara los "perlados de la orden", y era
de presumir que pusiesen el grito en el cielo y ''se in-
dinasen contra éV\ como ha sucedido siempre y suce-
derá.'^ ¿Por qué se metió Alarcón en este negocio tan
delicado, y quiénes le impulsaron a ello?
Hay que partir del supuesto que Alarcón afiliado o
cuasi afiliado a la Provincia de Apulia, donde había
vivido tal vez desde su juventud de estudiante, como
su tío el P. Juan de Alarcón, debía, como éste, llevar
en sus venas sangre de reformador y rigorista. Sus bue-
nas relaciones con Seripando — que dicho sea entre pa-
réntesis, le trata siempre con grandísima deferencia e
interés, como veremos luego, asi estando en Italia como
en España — ; su amistad y ascendiente con el Empe-
rador, primero, y luego con Felipe II; su conocimiento
del italiano y de muchos personajes de Roma; incluso
su buena amistad con Seripando, al que los españoles
no conocían más que de oídas: todo, en una palabra,
le hacía muy apto para este papel de intermediario y
negociador del asunto. Mas prosigamos el hilo de la
historia de nuestro biografiado.
piados y desfavorables que fueran; pues tratándose de Archivos
secretos, no consultables a' cualquier religioso, aun hoy día, sino a
quienes pueden medir su alcance y hacer el uso debido de ellos,
no se ve grave inconveniente en conservarlos; antes, como en el
caso presente, nos podrían aclarar muchas cosas.
7 El papel de los reformistas ha sido siempre odioso, y casi
aún más el de los amparadores y negociadores de tales reformas
con Roma, En el caso de Alarcón la cosa es más chocante aún,
por estar alejado de España y no estar consiguientemente del
todo enterado de los asuntos y estado de la Provincia. Pero sea
cual fuere nuestra reacción moderna y temperamental ante un
caso como éste, el verdadero historiador debe prescindir de toda
tendencia y criterio personal y atenerse a los datos, y a la rec-
titud o no rectitud de intención. Alarcón tiene muchas razones en
su favor y seria injusticia no reconocerlas.
Introducción
9
Con fecha 11 de mayo de 1541 vuelve a escribir
el Emperador a Ser ip ando desde Madrid, sin duda a
instigación de Alarcón, quien enterado de su venida
a España en plan de Visitador, se lo debió comunicar
al Emperador, quien, alegrándose de la noticia, se
apresuró a escribirle la siguiente carta por medio de
su gobernador Pedro de los Covos.^ Dice así:
El Rey.
Reverendo padre general de la orden del señor Sant
Agustín :
Del padre fray Luis de Alarcón, que, como sabéys,
movido de buen celo, fué a negociar algunas cosas tocan-
tes al bien desa orden, he sabido vuestra llegada en estas
partes, de que he ávido mucho plazer por la buena rela-
ción que de vuestra persona tenemos, y porque conuiene
mucho al servicio de Dios nuestro Señor que vos ven-
gáys a visitar los monasterios y casas que en estos reynos
ay de vuestra orden, por el fruto que dello se siguirá,
según el buen zelo que tenéys. Mucho vos ruego y en-
cargo que vuestra venida sea por esta nuestra corte lo
más breve que ser pueda; porque, demás del contenta-
miento que recebiremos de conocer y comunicar vuestra
persona, se os dirán algunas cosas particulares que con-
uienen proueerse para el bien de la orden y ccnserua-
ción de la reformación della.
De Madrid, a XI días del mes de mayo de mili y
quinientos y quarenta y un años.
Por mand. de su Mtad. el gobernador en su nombre,
Pedro de los Couos.
Esta carta del Emperador no llegó a manos de Se-
ripando debidamente, pues no sabemos a dónde la diri-
gió, si a Roma o a Gerona, donde comenzó la Visita
canónica en 16 de febrero de 1541. En cambio, recibió
la de Alarcón por duplicado (se ve que quiso asegurar
la comunicación de la noticia, enviándole por doble
conducto la misma carta), según consta por el atestado
siguiente del Diario de Seripando:
8 A través de esta carta se ve la satisfacción de Alarcón
por la venida de Seripando a España en plan de Visitador. El
texto de la carta está respirando inteligencia y comprensión mu-
tuas. Las cartas que le escribe a Toledo y las peticiones que le hace
acusan esto mismo.
2
10
Camino del cielo
Hispali, die 25 iunü 1541. Respondentes litteris fra-
trís AUovisii Alarcón, diximus: binas sed eoden exemplo
accepisse litteras. illas uero quibus annexas aiebat alias
quasdam, nomine Regis nostri et inuictissimi Imperatoris
scriptas, minime accepisse; sed ñeque de illis quidquam
auditum a nobis fuisse, praeter id quod ipse ad nos scrip-
serat.
De la carta del. Emperador y de la respuesta dada
a Alarcón por Ser ¿pando, se deducen dos cosas, al me-
nos, inequívocas. La una, que Alarcón hizo de Seri-
pando una buena relación de su celo y observancia.
Sin duda que esta ''buena relación que de vuestra per-
sona tenemos" era de Alarcón, porque si bien es cierto
que a su regreso de Túnez en las fiestas de Acción de
gracias que se celebraron en Ñapóles, fué Seripando el
encargado de los sermones y dejó muy buena impresión
en el ánimo del Emperador, allí presente, impresión
que recuerda once años después el Cardenal Granvella
en carta al mismo Seripando; pero realmente una cosa
es el buen concepto que sacó entonces de él como pre-
dicador y hombre de ciencia, y otra la que se le hizo
en este caso como Superior celoso y amante de la ob-
servancia.
Segunda, que la palabra que emplea el Emperador
para significar la gestión de Alarcón en este asunto, de
negociar, demuestra bien a las claras, que éste era no
el promotor de la reforma, sino el negociador de la mis-
ma, a través de Carlos V y el General de la Orden Seri-
pando, Es también significativo, que el Emperador diga
a Seripando, de Alarcón, que estaba "mouido con buen
zelo, como sabeys'\ Cabe, es cierto, algún engaño por
parte de Carlos V, Pero si las cosas no hubiesen sido
verdaderas y de algún bulto, jamás el Emperador, que
tenía medios sobrados de enterarse, se hubiese propa-
sado a dar un paso en falso, Carlos V muestra gran de-
seo de conocerle y saludarle y hablarle en su corte de
Madrid; pero no olvida (y así se lo hace constar clara-
mente), que es la observancia y reforma de la orden lo
que le preocupa.
El día 10 de octubre Seripando se halla en Toledo,
y en esta misma ciudad expide una carta-oficio desti-
nando a Alarcón al convento de Medina del Campo
Introducción
11
hasta el próximo capítulo que iba a celebrar la pro-
vincia de Castilla,^
Toleti, die 10 octubrís 1541: Misimus ad venerabilem
priorem conuentus nostri Metinensis fratrem Ludouicum
Alarcon, ut eo loco moram trahere ipsum sineret usque
ad provinciale capitulum proxime in ea prouincia Caste-
llae celebrandum.
El mismo día envía al prior de Valladolid una nota
ordenándole que le remita a Medina los libros que ha-
bía dejado allí el P. Alarcón, según éste le ha contado,
y si es como él se lo ha contado. Es muy probable que
ya por esta fecha anduviese con la composición de su
libro, Camino del cielo, y los necesitase para continuar
la obra. Llama la atención que intervenga en asunto
tan baladí el General de la orden y tenga que enviar
un aviso de este género. El P. Gutiérrez añade en nota
que este prior era a la sazón fray Diego López, uno de
los religiosos más venerados por sus virtudes en la Pro-
vincia, según el P. Herrera. Claro que lo uno no quita
lo otro, y que ambas cosas caben perfectamente en un
sujeto. Es de suponer que Alarcón indicase al P. Se-
ripando el convento de Medina, como más propicio
para su estancia, del cual era prior entonces el beato
Alonso de Orozco, cosa que dice bien en favor de
Alarcón, que de ser un inobservante hubiera escogido
otro cualquier a. '^^
9 Es muy de notarse que Alarc&n escoja la casa de Medina
del Campo donde era prior el Beato Alonso de Orozco, qv^, como
es de suponer, mantendría la observancia y rigor religioso en todo
su vigor. Orozco va a ser en el próximo capítulo uno de los defi-
nidores y colaboradores de Seripando en las normas que dará,
a fin de cortar los abusos y remediar los males denunciados por
el Memorial de Alarcón.
10 El acudir al General Alarcón con este detalle arguye o un
exceso de confianza y patrocinio en Seripando; o que el citado
prior o no se cuidaba lo más mínimo o tomaba pretexto de ello
para mortificarle. O tal vez lo uno y lo otro. El Prior de esta casa
era fray Diego López. Herrera, Tomás de, hace de él un cumplido
elogio (Herrera, T., Historia, etc., págs. 283-285). Sin embargo, en
una carta del P. Villavicencio que se conserva autógrafa en Si-
mancas se dice de él y otros: "Y para que sea libertada la Pro-
vincia... V. m. advierta al provisor que los de la monarquía de
treinta años son, el Provincial fr. Francisco Serrano, fr. Diego
López y fr. Gabriel de Montoya" (Carta i. a a Gabriel Zayas, Se-
cretario de Felipe II). La compañía en qu^ va embarcado este
Padre Diego López, y lo de la. Monarquía de treinta años, dice
12
Camino del cielo
En 12 de octubre hizo Seripando su entrada en Ma-
drid, no hallando al Emperador y sino a su hijo el Prín-
cipe Don Felipe II, el cual estaba sin duda enterado
del asunto de Alarcón, ya que la reforma de las órde-
nes religiosas le preocupaba tanto o más que a su pa-
dre. Sin embargo, hubiera sido muy beneficiosa para
Seripando, para la Orden y para nuestro biografiado
que se hubiese realizado dicha entrevista con el Empe-
rador. El General de la Orden relata así su audiencia
con el Príncipe:
Die 12, venimus ad oppidum Madrid, quo loco tune
erat illustrissimus Hispaniae princeps, don Phüippus de
Austria, cum consilio suae Maiestatis. Die 13 salutavimus
ülustrissimum principem supradictum, una cum reveren-
dissimo cardinali Toletano, Hispaniae gubernatore, qui
mira humanitate nos receperunt.
Extraña algo esta relación lacónica, limpia de todo
dato y referencia y como si se hubiese tratado de una
visita puramente de protocolo. Y más aún intervinien-
do en ella el arzobispo de Toledo, que tanto se inte-
resaba y preocupaba por la reforma de la Iglesia y de
las órdenes religiosas. Es indiscutible que aquí le ma-
nifestaron los deseos del Emperador y todo el asunto
de los reformistas de la Orden, cuyo portavoz era
Alarcón.'^'^
Seripando terminó la visita canónica de la Orden
en España, y en la primera quincena de noviembre,
días 11 al 15, se celebró el anunciado capítulo en Due-
ñas, en el que fué nombrado Provincial el P. Francisco
de Nieva y definidores los padres Antonio de Villasan-
dino, Andrés de Avila, Diego López y Alonso de Oroz-
co. El P. Gutiérrez ante la lista de superiores y cargos
dados en este capítulo, apunta con cierta reticencia, que
más de este Reverendo Padre que cuantos elogios y panegíricos le
hayan tejido nuestros cronistas, aunque entre ellos se encuentre
el célebre P. Tomás Herrera.
11 Era a la sazón arzobispo de Toledo D. Juan Ta/vera, va-
rón insigne por su virtud y sus letras. Trabajó incansablemente
por la reforma del clero secular y regular, y vivió una vida de
austeridad y retraimiento ejemplares. Este insigne cardenal y ar-
zobispo de Toledo tuvo muy buenas relaciones con los Agustinos.
Concretamente era admirador y amigo del P. Nieva de quien dijo
en cierta ocasión: "Que si las Religiones perecieran, fray Fran-
cisco 1x18 volvería a reauxñtar."
«i
Introducción
13
no figura el nombre de nuestro Alarcón para nada. Ni
tenía por qué figurar, dado que, estando afiliado a la
Provincia de la A pulía, y no constando que lo fuera
posteriormente a la de Castilla o España, no tenían por
qué nombrarle nada, ya que su estancia era de puro
huésped o residencial, no muy fijo, como más adelante
veremos. No cabe duda que en su visita a dicho con-
vento de Medina, Seripando debió hablar largo y ten-
dido con Alarcón. Pero nada nos dice en su Diario
aquél, ni de la solución que dió a su petición. Tal vez
la plana mayor elegida daba garantías de observancia
y religiosidad para lo futuro. El hecho de que guardara
silencio durante diez años es la mejor prueba de ello.
Ya veremos y hablaremos de las normas que dió y sus
efectos saludables.
Durante este tiempo Alarcón dió cima a su libro.
Camino del cielo, que publicó en Alcalá en 1547 y re-
imprimió con ligeros retoques en 1550 en Granada. No
sabemos cuándo, pero tal vez en la primavera o estío
de 1551 regresó a Italia, quizás a su convento de Lu-
ceria. El hecho es que en octubre del 1551 el nuevo
General de la Orden, Cristóbal Patavino, le concede
autorización para volver a España, su patria — Provin-
ciam suam, que este significado me parece tiene aquí
esta palabra, de no haberse incardinado en la de Cas-
tilla durante los diez años anteriores citados, lo que no
es fácil; o tal vez, quiera decir su provincia de origen —
con facultad de elegir el convento que le sea más có-
modo y gustoso. Y también de edificar uno nuevo, si
tiene medios para ello, construido el cual, nadie infe-
rior a nosotros se atreva a removerle de allí, salvo la
suprema autoridad de la Orden y salvos también el
título y autoridad del Provincial durante el tiempo de
su Visita; y que no impida la colecta debida. Se le
concede la facultad de predicar y, por lo avanzado
de su edad, que pueda llevar consigo un compañero de
nuestros religiosos, el cual pueda permanecer con él,
y si éste se cansare, que tome otro, y otros, si fuere
menester, sin que se lo impida nadie. Quien estudie y
conozca la fundación del convento de la Nubla y otros
de los llamados de la Observancia en España, verá que
éste, que autoriza aquí el General Patavino, es un cal-
co. El documento es interesante, y aunque puede verse
14
Camino del cielo
en el citado artículo del P, Gutiérrez^ queremos traerle
aquí para comodidad de nuestros lectores. Dice así:
Tridenti, die 25 octobris 1551. Facultatem fecimus
fratri Aloisio de Alarcón revertendi in Hispaniam, pro-
vinciam suam, et quemlibet conventum sibi commodio-
rem, cuius tamen prior eius opera egeret, adeaundi et
in co permanendi. Insuper et fabricandi monasterium, si
sibi facultas occurreret; quo fabrefacto, nullus nobis
inferior eum removeré posset, servata tamen Religionis
auctoritate, titulo et dignitate provincialisque pro tem-
pore existentis visitatione et collecta non impedita. Illi-
que praedicandi facultatem fecimus et pro gravescente
aetate socium ex fratríbus nostris apud se tenendi, unoque
discedente alterum et plures recipiendi, sine alicuius im-
pedimento.
Tal vez relacionada con este permiso de regreso a Es-
paña otorgado por el General Cristóbal de Padua a fray
Luis de Alarcón ,esté una carta de Carlos V a su hijo
Don Felipe sobre el asunto de la reforma y corrección
de algunos abusos e inobservancias de la Orden, Dice
así la carta:
Serenísimo Príncipe, Nro. muy charo y amado hijo.
Vn religioso de la orden de S. Agustín ha venido Aquí
y nos ha informado que aunque los monasterios de la
dicha orden que Ay en esos Reynos An sido visitados
Algunas Veces, no fue tan cumplidamente como hera me-
nester, porque los frayles y Religiosos de ellos quedasen
en la observancia, clausura y recogimiento que sería ra-
zón. A cuya causa y para que zesen los desordenes que
Ay, y se consiga el efecto para que fue instituyda la dicha
orden, y nro. sor. sea de ello seruido, y no tan ofendido
como Al presente lo es, Ay mucha nezesidad de los visi-
tar y Reformar para que los dichos Religiosos no viban
con la soltura y libertad que Asta Aqui. Y por que Acá
no se tiene otra relazion ni información de este negozio,
y por ser de la qualidad que es, he querido escribiros y
Rogaros que secretamente os mandéis informar de perso-
nas de quien se tenga satisfagion que lo saben y dirán la
verdad, si Ay necesidad de visitar y Reformar los dichos
monasterios; y Aliando que la Ay, nos Avisareis de ello,
imbiandonos de dos frayles mas suficientes de la misma
orden que oviere, para que se escriba A su general les
embie, que para ponerlo en efecto fuere menester, pues
por su persona no lo podría hazer. — Serenísimo prin-
cipe Nro. muy charo y muy Amado hijo. Nro. Sor. sea
en vuestra continua guarda, de Augusta A XXX de Sep-
tiembre de 1551.
Yo el Rey — Erasso.
Introducción
15
Esta carta que se halla en el Ms. de la Biblioteca Na-
cional de Madrid 13.229, folio 213 recto, no es autó-
grafa de Carlos V ni de Erasso, sino copia fiel. El Có-
dice está casi todo él escrito de puño y letra del Padre
Herrera, aunque este documento no lo es. Nada se dice
del religioso que informó. Mas cotejando fechas tal vez
no fuese aventurado sospechar que fuera nuestro Luis,
aunque el no citar su nombre, como lo ha hecho otras
veces, nos retrae de ello. Suponiendo que Carlos V re-
dactara su carta a raíz de la visita del citado religioso,
tenemos que ésta está fechada en 30 de septiembre y
que el 25 de octubre autoriza el General a fray Luis de
Alarcón para que regrese a España. Por otra parte en
esta época era difícil que hubiera otro religioso de mayor
amistad y estima ante el Emperador, y de mayores po-
sibilidades económicas para hacer un viaje tan largo y
costoso como éste a Augusta. No obstante esto, no nos
atrevemos a darlo como hecho, ni aun siquiera como
opinión probable, sino como una mera sugerencia.
En todo caso, el documento es de gran importancia,
y revela que el asunto de la observancia de la Orden se
mantenía en pie, y que el Emperador estaba muy preo-
cupado con la reforma de los religiosos, de cualquier
Orden que fuese, especialmente de los Agustinos, a los
que siempre tuvo afecto y estima especial, tal vez por
Santo Tomás de Villanueva y algún otro, que fueron pre-
dicadores suyos, como después lo fué el Beato Alonso
de Orozco de su hijo Felipe II. No debió el asunto lle-
varse muy urgentemente, ni era posible, dada la trami-
tación que pedia el César. El hecho es que hasta 1554
no vemos nombrados Vicarios del General, para enten-
der en el asunto de la paz de algunos conventos y de las
anomalías y desmanes de algunos religiosos, a los Padres
fray Juan de la Barrera y fray Francisco de Riaño. ¿Fue-
ron éstos nombrados a consecuencia de la intervención
del Emperador con el General, o no tienen nada que ver
con ella? No lo sabemos, ni para el caso nuestro es me-
nester.
Mas sigamos el hilo de la vida de Alarcón, inte-
rrumpida por este breve incidente.
Sin duda la lista de privilegios y exenciones que
el General concede a nuestro Luis de Alarcón, tal vez
con miras a halagar su persona y hacerle desistir de su
16
Camino del cielo
idea de reforma de la orden, no fué del gusto suyo ni
debieron satisfacerle; porque no era esto lo que él per-
seguía, sino lo otro. Propuestas semejantes hacían a
San Juan de la Cruz los calzados de Toledo, si abando-
naba su idea de reforma de la Orden, Que fray Luis
de Alarcón no era un personaje cualquiera y que sus
planes debían tener más realidad de la que le atribuye
el P, Gutiérrez, se deduce no sólo del ascendiente que
tiene ante Carlos V y Felipe II, sino ahora con el fa-
moso Cardenal Cervini, Protector de la Orden y des-
pués Papa. Porque no sólo le convence nuestro Alar-
cón, sino que le hace tomar con calor su asunto, obli-
gándole a escribir por dos veces al General de la Or-
den, entonces en Trento, Cristóbal Patavino contestó
al Cardenal Protector una carta muy obsequiosa, "di-
ciéndole que estaba dispuesto a ejecutar lo que man-
dase su Señoría — Dominatio sua — ; pero que él no
juzgaba oportuno imponer nuevas leyes a dicha Pro-
vincia de España, sin someterlas antes a maduro exa-
men". Con esta respuesta — continúa el P. Gutiérrez —
envió también al cardenal protector copia de una se-
vera requisitoria que mandaba entonces al prior pro-
vincial y a los definidores de la provincia de España
y, que en tono más dulce, termina con estas palabras:
Paternis tamen hortationibus cum ipsis egimus, hortan-
tes illos ad obedientiam et pacem servandam.
Mucho deja entrever el General en estas palabras
y en el fondo parecen dar toda la razón a Alarcón so-
bre la necesidad de reforma. Sin embargo, donde Cris-
tóbal Patavino descorre el velo y pone al descubierto
la llaga de la inobservancia de la Provincia es en su
contestación segunda al Cardenal Cervini, cuyo resu-
men nos da en su Diario o Registro. Dice allí el sucesor
de Seripando:
Tridenti, die 28 ianuarii 1552: Reverendissimo Ordi-
nis Proíectori. Harum litterarum exemplum misimus ad
révmum cardinalem sanctae Crucis, protectorem nostrum.
Dominatio enim sua, suasu cuiusdam fratris AUoysii de
Alarcón, miserat ad nos quaedam capitula pro reforma-
tione praedictae provinciae hispaniae, petieratque ut ea-
dem confirmaremus. Nos vero et ea confirmare et omnia
quae Dominationi suae placuissent agere paratus esse,
respondimus; rogantes tamen eam — Dominationem —
cum pleniorem notitiam fratrum illius provinciae non
Introducción
17
haberet ut super his capitulis mittendis maturius consi-
deraret. Magisque nobis visum fuisset, dum hortatoriis
litteris ipsos conveniremus, ne gravioribus legibus ultra
gravati, a Religionis obedientia discederent: cum fratres
essent duri ad regendum, multumque gravarint Praedc-
cessorem nostrum; ñeque ad nos acta sui capituli, iam
octo mensium spatio celebrati, miserint; nullamque de
collecta duorum iam annorum mentionem fecerint, ut
ex litteris iis nostris ad illos directis, Dominatio sua re-
verendissima conücere poterat.
Este documento nos parece de una gravedad insos-
pechada y que revela toda la dificultad de emprender
la reforma en España, como pedía Alarcón y sus ami-
gos. Es extraño que la nueva petición o insistencia de
nuestro biografiado coincida con el nuevo capítulo ce-
lebrado después de la renuncia de Seripando al Gene-
ralato. Aunque no sabemos la intervención que tuvo en
los capítulos celebrados desde el 1541 hasta el cincuen-
ta, pero la quietud de Alarcón y sus partidarios, los
nombres de los Superiores elegidos y las normas y de-
cretos dados por el capítulo bajo la inspiración de Seri-
pando, hacen suponer que en su tiempo se corrigieron,
si no todos, sí la mayor parte de los abusos que habían
sido denunciados. La serenidad imperturbable, la energía
y suavidad en las formas y el interés comprensivo y
eficaz de Seripando son ya muy distintos en Cristóbal
de Padua. No conocemos bien la persona y temple de
este General, pero a través de este documento se advier-
te ya un poco de indignación e impaciencia. Parece la-
mentarse y resentirse de que Cervini se haya dejado
persuadir de Alarcón. En cuanto a los religiosos de la
Provincia de España les llama duros de gobernar duri
ad regendum. Dice de ellos, que amargaron la existencia
de su predecesor, multumque gravarint praedecessorem
nostrum; que después de ocho meses de celebrado el
capítulo provincial, todavía era la hora en que no le ha-
bían remitido las Actas: Ñeque ad nos Acta sui capituli
iam octo mensium spatio celebrati miserint; que hace
más de dos años que ni le envían ni le hacen siquiera
mención de la colecta o tasa que debían enviar a la
curia generalicia: Nullamque de collecta duorum iam
annorum mentionem fecerint. En resumen: que vistas
las cosas despacio y la actitud de dichos religiosos, no se
atreve a imponerles nuevas leyes ni preceptos, temeroso
18
Camino del cielo
de que se salgan de la Orden o se declaren en rebeldía:
Magisque nobis visum fuisset... ne gravioribus Icgibus
ultra gravati a Religionis obedientia discederent.
El panorama que deja entrever esta relación es bas-
tante de solador y y da plena razón objetiva a la petición
de reforma de Alarcón y sus partidarios. ''El nombre
de Alarcón — escribe el P, Gutiérrez — aparece por
última vez en los registros de la Orden el día 24 de
agosto de 1554, Con esta fecha nombró el prior gene-
ral Cristóbal de Padua vicarios suyos en la provincia
de España a fray Juan de la Barrera y a fray Francisco
Riaño para que pusieran paz en alguna comunidad y
para que averiguasen lo que había de verdad en ciertas
acusaciones, que algunos súbditos de la misma provin-
cia le habían presentado contra otros. Entre los acusa-
dos figura un "frater Ludovicus Larcón, que muy pro-
bablemente debe ser identificado con el nuestro; porque
las mutilaciones y deformaciones de apellidos extranje-
ros son frecuentísimas en los libros oficiales de la Or-
den, escritos entonces por secretarios o amanuenses
italianos, y porque no es verosímil que hubiera por
aquellos años en la misma provincia otro religioso lla-
mado Luis y que llevase un apellido tan cercano al del
nuestro y, por otra parte, tan inusitado en España en
la forma en que lo presenta con toda claridad el regis-
tro. Damos, pues, por seguro que se trata de él. Pero
nada hemos podido hallar acerca de la visita de los
Padres Barrera y Riaño, ni del resultado de la misma
en lo que se refiere a fray Luis de Alarcón,'' 12
Hubiera sido interesante conocer el nombre de los
acusados, porque sin duda éstos son los reformistas cu-
yos planes se propuso Alarcón hacer triunfar, valién-
dose de su influencia en la corte de España y ante el
cardenal Cervini. Este fin era de prever, y no nos ha
extrañado lo más mínimo. Lo desconcertante es, que,
figurando la acusación en los registros generalicios, y
habiendo sido nombrados visitadores para averiguar la
verdad del asunto, así como las causas y causantes de
los disturbios de algunos conventos, no se consigne lo
12 Ea muy lamentable, que después de tales acusaciones no se
trate de consignar la verdad sobre el caso. Se consigna una cosa,
se trata de averiguar su verdad, y después no aparece ni se con^
signa nada. Ni siquiera su comprobación.
Introducción
19
más mínimo en el Registro el resultado de la Visita.
Con toda seguridad que nada apareció contra ellos, es-
pecialmente contra Alarcón, Y como lo otro lo juzgaba
el General irremediable, según hemos visto, dejó estar
las cosas; lo cual no es muy de alabar, pues aunque se
trate de documentos secretos, como son los Regestos
generalicios, pero, al fin, scripta manent, y la acusa-
ción contra nuestro autor y otros santos religiosos ha
quedado estampada.
El mal no se aminoró en los años sucesivos. El Ge-
neral Patavino carecía del celo y el interés que distin-
guió a Seripando, y no quiso o no se atrevió a afrontar
el mal ni a intervenir en los capítulos como su predece-
sor, y así vemos que tres años más tarde, en el capítu-
lo de Dueñas del 1557, un nuevo campeón de la ob-
servancia hace oír su voz valiente y delatora de los
males de la Provincia: fray Luis de León, Su famoso
discurso ante la asamblea allí reunida ha sido, es cier-
to, puesto en duda sencillamente por las cosas o acu-
saciones que allí hace. Tanto se ha repetido por
nuestros historiadores el nombre de ^'Provincia obser-
vantisima" , y a sus conventos el de "Observantisimos" ,
que muchos se resisten a tener por auténtica esta mara-
villosa y verídica oración del insigne agustino de Sala-
manca, Adviértase que fray Luis de León lleva en sus
venas sangre de los Alarcones y que como nuestro
biografiado es de la provincia de Cuenca también,^^
Pasarán algunos años, y el famoso cronista de la Orden
y de Felipe II, fray Jerónimo Román hará al General
de la Orden una exposición aterradora del estado reli-
gioso de la provincia de Castilla, a la que no contestó
13 Entre otras muchas acusaciones, quéjase fray Luis de ho/-
ber sido perseguido dos años por haber defendido a un religioso.
¿Quién era este religioso y cuál su causa? Quéjase además de que
se hayan conculcado las actas hieronimianas, esto es, las normas
establecidas por el General Jerónimo Seripando, lo cual es verdad,
y una prueba más de la autenticidad de la Oración de Dueñas. Sin
duda, mientras fué general Seripando el miedo guardó la viña y
nadie se atrevió a levantar cabeza de rebelión; pero cuando renunció
(1551) respiraron de nuevo, y prescindieron de las normas esta-
blecidas por el insigne General. Cfr. Oración de Dueñas, hacia el
fin. Las palabras de fray Luis de León son estas: Queruntur nos-
tri homines et mérito queruntur se, opinionum error e caecos, non
habere quod sequantur, cum alii Actis Hieronimianis standum esse
censent alii non censent; alii cum delectu tenent, alii reiiciunt.**
(Cfr, ed. i.a, pág. 46.)
20
Camino del cielo
palabra el General, ni siquiera acuse de reciboM Un
año después volvió a insistir, haciendo un resumen del
Memorial primero, que gracias a una copia del dili-
gentísimo P, Méndezy Francisco, que se conserva en
la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, pode-
mos saber su contenido; pues a lo que parece tampoco
se conserva en el Archivo generalicio de la Orden de
RomaA^ Pasarán algunos años más, y nos encontramos
en 1607 con la deposición y encarcelamiento del Santo
fray Agustín Antolínez, elegido Provincial legítimamen-
te, y denunciado al Nuncio por un grupo de capitulares
descontentos con ''una relación siniestra", el cual sin
más averiguaciones le quitó el cargo, le trajo a San
Felipe el Real de Madrid, donde le encarceló, junta-
mente con fray Basilio Ponce de León por haber salido
a su defensa. Hoy es todavía la fecha que no tenemos
un estudio imparcial, verídico y documentado del es-
tado y desarrollo espiritual y social de la Provincia o
provincias de España, desde sus comienzos hasta el
siglo XVHIA^
II
El P, David Gutiérrez en su breve y documentado
estudio sobre nuestro Alarcón condena con cierta in-
sistencia su actitud de reformista. Nos parece que su
14 "Qué males y desventuras hay en la Provincia, ya se los
escribí el año pasado muy a la larga, aunque nunca recibí respues-
ta. Mas de esto y de los agravios que he recibido aguardo a Vues-
tra Reverendísima, y entonces cada uno contará su dolor." (Cfr.
Discours prononcé par Luis de León au Chapitre de Dueñas reédité
par Ad. Coster, "Revue Hispanique", tomo L, 1920] Extrait, pá-
gina 9).
15 El caso escandaloso sucedido con el celoso y santo fray
Agustín Antolínez, fué relatado en la Oración fúnebre en la igle-
sia de San Agustín de Salamanca por el Padre fray Basilio Ponce
de León y luego impreso con todas las licencias de la Orden. En
la Real Biblioteca de El Escorial se hedía un Manuscrito en que
se estudia canónicamente el caso de Antolínez, llegando a la con-
chisión de que la elección fué legítima y la deposición arbitraria;
y este recurso no se hace al General, sino al Nuncio de España.
16 No es nuestra intención desnudar a un santo para vestir
a otro; esto es, acusar a la Orden o Provincia de España (Cas-
tilla y Andalucía) para ensalzar a alguno o algunos de sus hijos.
Pero el juez justo, cuando se sienta en el tribunal de la Historia
a juzgar, debe atenerse a la verdad y nada más que a la verdad,
según su leal saber y entender.
Introducción
21
comentario a los documentos alegados obedece a una
posición de principios, que por partir nosotros de otros
muy diversos no podemos aceptar plenamente. Nada
nos va ni nos viene en ello, sino la verdad pura y el
deseo de ser justos en nuestros juicios sobre personas
beneméritas, a quienes los interesados, particularmente
el superior General de la Orden, trataron con la ma-
yor deferencia, y tal vez con la mayor comprensión e
inteligencia posibles. Confesamos, que de la confronta-
ción de los personajes de este drama se ha aumentado
y ennoblecido en nosotros la figura del inmortal e in-
conmensurable Seripando y se ha elevado la de nues-
tro Alarcón. En cambio, Cristóbal de Padua deja ya en
su nota escapar una palabrita de afectado desconoci-
miento y desdén — cuiusdam fratris Alloysii de Alar-
cón — que jamás afloró a la pluma de Seripando. Mas
examinemos una por una las acusaciones que el P. Gu-
tiérrez formula contra Alarcón.
Dice así en la página 251 (seguimos la paginación
de la Revista y no la de la tirada aparte para facilidad
de nuestros lectores): "El reformista español no acudió
esta vez a Carlos V, pero tampoco siguió el camino
señalado por las leyes, ya que presentó su Memorial
— acaso personalmente — al cardenal protector Mar-
celo Cervini, el cual lo envió al prior general, que con-
tinuaba en Trento." ''¡Ojalá hubiera sabido imitarle
también — se refiere a Santo Tomás de Villanueva —
como promotor de la observancia regular, de acuerdo
con las leyes que había profesado, y en perfecta cola-
boración con sus legítimos superiores! Si lo hubiera
hecho así, tal vez no hubiera contado malévolos que
con sus denuncias debieron de amargarle los últimos
días de su vida. Y a buen seguro que los historiadores
de la Orden que escribieron en nuestra patria, no ha-
brían relegado su nombre al olvido, y que el mejor de
todos ellos, fray Tomás de Herrera, le habría asignado
un puesto en aquel tesoro incomparable de nuestra his-
toria, que tituló Alphabetum Augustinianum. Pero este
insigne maestro de la Orden, que conoció ciertamente
los textos latinos que hemos copiado, no veía con bue-
nos ojos a los frailes reformistas que procuraban im-
poner sus ideas a espaldas de sus legítimos superiores,
ni dejaba tampoco sin castigo a los descontentos — tan
22
Camino del cielo
frecuentes en la historia española de todas las familias
religiosas — que juzgaban perdida o relajada una pro-
vincia de cuatrocientos o quinientos individuos, cuan-
do sabían que cinco o diez navegaban a la deriva o
cuando tenían noticia de que alguno había naufragado.
Y a este número, a juzgar por los documentos que he-
mos transcrito, perteneció nuestro fray Luis de Alar-
cón, autor de un buen libro de doctrina espiritual, en
el que se nos presenta con luz más atrayente y sim-
pática,""
Confesamos que en nuestra larga vida de lector e
investigador no hemos leído inculpación más dura so-
bre un religioso, que no tiene en su vida más culpa, a
lo que parece, que haber pedido y gestionado la refor-
ma espiritual de su provincia. Dejemos aparte el juicio
que emite sobre el P. Herrera como historiador, y como
enemigo de todo reformista y reformador de la Orden.
La historia tiene sus fueros, y ni que sean los documen-
tos adversos, ni que sean los personajes antipáticos y
odiosos, es lícito callarlos, y vengarse de unos y otros
de esta forma.^'^ Si el P. Herrera calló a Alarcón por
lo que dice el P. Gutiérrez, cometió un gran desafuero
contra la historia y nos lo hace sospechoso de fidelidad
en todo lo que nos cuente de otros.^^
Pero volvamos a nuestro Alarcón y su reforma. Ad-
mitamos por un momento que la provincia de España,
agustiniana, no necesitaba reforma — lo cual está con-
tra toda la documentación que hoy tenemos y que va
apareciendo — supongamos, digo, que los inobser-
17 Ya hemos visto atrás que sus informes sobre el P. Diego
López no son tan verídicos y reales como debieran ser, según el
Padre Villavicencio atestigua.
18 Por regla general nuestros cronistas son más ensalzadores
y panegiristas que historiadores. A través de sus crónicas todos
parecen unos sabios y santos, y después los hechos y obras no apa-
recen, o si aparecen lo son en grado muy inferior al pregonado.
En realidad éste era el concepto de la Historia entonces y son
muy pocos los que se libran de su corriente. Aún hoy día no ha
desaparecido de las corporaciones religiosas totalmente este estilo.
19 Al hablar de relajación de una Provincia religiosa, o más
propiamente de males y corruptelas de la misma, no es menester
que por ellas se entienda la corrupción de costumbres y el que-
brantamiento de los tres votos, especialmente el de castidad. Tra-
tándose de la Provincia agustiniana de Esvaña, o si se quiere de
las dos principales de ella, Castilla y Andalucía, no hemos hallado
acusaciones ni lamentos en nuestros reformistas. El gran mal es-
taba en la cosa pública; en la tiranía de los superiores y en las
ambiciones por los cargos y prelacias, que convertían muchas veces
Introducción
25
vantes eran ''cinco o diez", y no al revés, como siem^
pre ha sucedido, y el documento del P. Cristóbal Pa-
tavino, y la Oración de Dueñas de fray Luis de León^
los conventos en campos de Agramante. Ciertamente y durante
muchos años las Provincias no gozaron de paz, de unión interna,
de vida de hogar cristiano, lo que hacía que muchos religiosos sus-
pirasen por las misiones, no sólo por celo de las almas, sino
también buscando su paz y dicha espiritual. Vamos a alegar al-
gunos documentos de valor inequívoco anteriores a la actuación de
Alarcón o contemporáneos suyos que revelan hasta dónde llegaba
el mal que se pretendía remediar. Ya en 15SS se había recibido en
Castilla una carta-decreto del general de la Orden P. Gabriel della
Volta Véneto, firmada en Venecia de la cual entresacamos lo si-
guiente :
"Informado por cartas qu^ me han escrito el Cardenal de Com-
postela y otros grandes señores, he llegado a saber que en la Pro^
vincia de Castilla... no se guarda ninguna equidad; ni la mutua
caridad, ni la antigua modestia; sino que todos, olvidados de todo
deber de religión, arden en discordias y odios intestinos, y que
acaso la causa de tal situación es la prórroga excesiva del mando,
y la desenfrenada ambición de dominio, de la cual enferman de
tal modo algunos, que nunca sufren estar sin mando, como si este
derecho les perteneciera.**
No se puede decir más, y si lo que oímos del Superior general
de la Orden lo oyéramos de algún subdito, nos escandalizaría y
no le creeríamos. Pero este testimonio está corroborado por otros.
Memorables son las palabras de Seripando cuando se le pidió por
cierto Provincial de Castilla la facultad de v^ar el tormento con
los religiosos: "No queremos, dice el caritativo padre, que uséis de
tormento con los religiosos; y si no hay otro remedio, es preferí'
ble que les quitéis el hábito y los despidáis*' (Reg. Generalicio de
15U a 1546).
Las huidas de los religiosos a Roma a quejarse al P. General
fueron tan frecuentes en estos años que en 1547 el General exhorta
al Provincial fray Alonso de Madrid a que "no sea tan áspero
con sus subditos**; y en el 1550 reprendía al sucesor suyo, P. Se-
rrano, diciéndole: "No faltan quienes acucan a dicho Provincial
de tiranía y, ojalá fuese falsa la acusación.*' El día SO del mismo
mes le escribía: "Vienen a Nos con extraordinaria frecuencia mu-
chos religiosos de vuestra provincia sin licencia alguna..., queján-
dose con gran amargura de que no pueden aguantar más tiempo
la insufrible tiranía de los Provinciales, que en todo proceden a
su antojo, prescindiendo de las Leyes. Sin duda alguna se debe
obedecer con gran respeto a los superiores y prelados...; pero antes
es preciso que también los mismos prelados obedezcan a las Leyes
y prediquen con el ejemplo."
En el mismo año en que es acusado Alarcón y otros reformis-
tas, 28 de julio de 1554 escribe el general Cristóbal Patavino al
Padre fray Alonso de Madrid, nuevamente elegido Provincial:
"Procura ante todo la paz... No sigas los ejemplos de tus predece-
sores, que, si son ciertos los informes, no trataron de ser queridos
como padres sino temidos como amos.*' Y con fecha IS de no-
viembre del 1555: "No te conduzcas con tus religiosos como amo,
de lo cual te acusan muchos; sino pórtate como padre."
Hemos escogido estos textos que revelan el estado de la Pro-
vincia, y la falta de paz y amor, y el desarreglo en los de arriba
por su ansia desenfrenada de mandar; todo ello en tiempos de la
actuación de Alarcón. Después de los documentos consignados,,
huelga todo comentario.
24
Camino del cielo
y la Carta de Jerónimo Román atestiguan; supongamos
que sea verdad lo que dice nuestro erudito e inteligente
hermano P. Gutiérrez. Demos que Alarcón fuera un
iluso en esta materia; ¿ha sido nunca pecado pedir re-
forma y mayor observancia de la Orden? Cierto es,
que siempre han sido mal vistos los reformadores, no
sólo de los malos religiosos, sino muchas veces de los
que se dicen y tienen por buenos. Cierto también que
Alarcón creía demasiado en las reformas por decreto,
impuestas desde arriba, si es que se llegan a iw,poner
alguna vez. La historia de la reforma de las órdenes
en España en el siglo XVI es una lección muy orienta-
dora y provechosa. Alarcón hubiera estado mucho me-
jor en su provincia adoptada de Apulia, y se hubiera
ahorrado muchos disgustos, si en vez de venir a Es-
paña, y ponerse al frente de los reformistas, hubiese
dejado el agua correr y que las personas y las cosas
hubiesen marchado a la deriva. Porque siempre ha sido
verdad, que quien se mete a redentor, ha de salir cru-
cificado.
Más dirá el P, Gutiérrez: No es por reformador,
sino por haberse saltado las leyes profesadas. Veamos
la actitud de Alarcón y qué leyes ha quebrantado. Des-
de el primer momento cree que es el General quien
debe imponer toda reforma o ley de observancia a las
provincias religiosas. Jamás pasó por su mente avasa-
llar la autoridad del General. Si acude al Emperador,
y al Cardenal Protector de la Orden, es para que con-
venzan al General de que tome cartas en el asunto y
se decida a la reforma. Nunca fué esto prohibido por
nuestras antiguas leyes, ni aún hoy está prohibido que
uno se sirva de amigos del General, cardenales, reli-
giosos, de la orden o fuera de ella, para moverle a al-
guna empresa o reforma. Otra cosa hubiera sido, acu-
dir a la Santa Sede para que ésta impusiera dichas nor-
mas al General velis nolis. Nada de esto ocurre. Yo al
menos no veo la infracción de las leyes de la Orden ni
del Derecho entonces existente, para que se le acuse
de infractor ''de las leyes que había profesado'\^^
19 bis Aunque son muchos los ejemplos que se pudieran alegar
de apelaciones o recursos al Rey, séanos permitido citar el caso
de Santa Teresa que acude a Felipe II con el asunto del encarcela-
miento de San Juan de la Cruz; del Beato Alonso de Orozco, al
Introducción
25
En cuanto a la razón o no razón de la reforma, no
se puede decir nada; porque ni los superiores Genera-
les citados nos dicen nada del contenido del Memorial,
ni éste aparece ahora por ninguna parte, y aun puede
conjeturarse que nunca fué archivado entre los docu-
mentos del Archivo Generálicio, a pesar de que llegó
con el correo del Emperador y luego aparece en manos
de Cristóbal Patavino. En cuanto al número de los re-
formistas, tampoco es posible entrar en discusión, pues
nos son del todo desconocidos. Pero demos que lo fue-
ra sólo el P. Alarcón. Las razones que se esgrimen con-
tra él son exactamente las mismas que los calzados de
Toledo alegaban contra San Juan de la Cruz* Si San
Juan de la Cruz y Santa Teresa no triunfan en su re-
forma, hubieran pasado a la historia como disconfor-
mistas y amigos de novedades y reformas. Al fin y al
cabo al principio no eran más que ''fray le y medio^.
No sabemos si Alarcón murió en España o se vol-
vió a Italia y murió en su convento de Luceria. En
los archivos de la Orden no se conserva el menor ves-
tigio. En las listas que el P. Francisco Méndez nos
conserva de los conventos de Toledo, San Felipe el
Real, Salamanca y otros y que hoy se encuentran en la
Biblioteca de la Academia de la Historia, no aparece
su nombre entre los profesos ni entre los muertos. Es
extraño que la segunda edición de su libro Camino del
cielo se haga en Granada. En cuanto al silencio que
guardan los historiadores de la Orden en España del
nombre de Alarcón, nos parece más justa y honrosa
la explicación de que por estar afiliado a la Provincia
de la Apulia y no haber estado sino fugazmente en
España no le creyeron pertenecer a la historia de la
Provincia de Castilla, ni a ningún convento en par-
ticular. O tal vez por ignorancia de su persona, poco
amiga de barullos y exhibiciones, y que, para honra
suya, no le vemos jamás mezclado en política interna
mismo, con el recurso del P. Monte, sancionado por todo un capí-
tulo Provincial; el caso del mismo Santo Tomás de Villanueva, con
la separación y unión de nuevo de las provincias de Castilla y
Andalucía, a Carlos V; el caso del P. Antolínez con el Nuncio. Por
otra parte, ni los Generales de la Orden ni los Superiores acusan
nunca a Alarcón de infracción de las leyes de la Orden ni quebran-
tamiento de fuero.
3
26
Camino del cielo
y contiendas capitulares, a las que no se sabían sus-
traer entonces hombres eminentes en letras y en vir-
tud,^^ Desde luego su obra Camino del cielo es un re-
manso de paz y nos revela a un hombre muy dado a
la oración y contemplación, a la vida retirada, y al
silencio del claustro. Ni una alusión siquiera, ni una
censura velada a la reforma de la Orden y a la relaja-
ción de costumbres. Ni una queja por su postergación
y abandono. Pudo por su alcurnia y nobleza y por su
asQendiente en la corte de Carlos V y su hijo Felipe II,
a quien dirige y dedica la obra, obtener altos puestos
y dignidades. Jamás se le ve apetencia de ellas, y en su
libro muestra gran desprecio de los honores y dignida-
des, Y no es que se tratara de un hombre de negado
entendimiento y escasa cultura. Que su libro pone muy
alto su nombre y nos lo revela como escritor de pluma
ágil y elegante, como hombre cauto y prudente, y conio
religioso de acrisoladas virtudes. Tal es a grandes ras-
gos la figura y actuación de nuestro gran escritor fray
Luis de Alarcón, uno de los escritores espirituales más
profundos y que preludia la gran escuela de escritores
místicos agustinianos, eminentemente teólogos y filó-
sofos, y siempre amenos en sus disertaciones.
III
Tiempo es ya que entremos en el estudio de su
obra, cuya gloria nadie le puede discutir ni empañar.
Aunque relativamente breve, es lo suficientemente lar-
ga y extensa para suponer que no la compuso en unos
días de vagar forzoso. Por otra parte, sin que digamos
20 Bastaría este sólo dato para colocarle a gran altura espi-
ritual sobre todos sus hermanos de hábito^ de los que hace un duro
retrato el P. Gabriel della Volta en el texto antes citado. Permíta-
senos copiar unas palabras del P. Jerónimo Román para que se-
pamos quiénes eran éstos que tanto se oponían a reformas y amor-
dazaban a los que se propasaban ir a Roma con quejas: "Yo de
mí sé decir que por haber tratado con verdad de los males que en
esta provincia pasan, fui privado de la honra que Vuestra Reve-
rendísima me dió del Magisterio siendo recibido por el Definitorio
y estando en mi posesión, sin haber cometido culpa alguna, y he
estado dos veces preso y como hombre vil he sido tratado. Y de
esta manera son tratados los demás. Porque el Maestro León, por-
Introducción
27
de ella que es un escrito limado y muy trabajado litera-
riamente, su composición es esmerada, sus razonamien-
tos bien hechos, su plan perfectamente trazado, los
lugares de la Sagrada Escritura abundantes y bien
traídos. Todo arguye un escrito largamente meditado,
hecho despacio, y reajustado en todas sus partes, que
guardan una armonía y proporción perfecta.
Escasean las referencias personales en toda la obra,
y sólo al fin de la Introducción o Prólogo de la misma
nos habla de los motivos que tuvo para escribirla, y el
fin o fines que se propone con ella, Alarcón comienza
lamentando el gran descuido que reina en el mundo de
las cosas del cielo y de la salvación propia, ''Cosa es
de gran admiración — escribe — ver el descuido que
hay en muchos el día de hoy de su salvación. Cosa es
de gran dolor y espanto ver la ingratitud que tienen a
aquel inmenso y eterno amor con que nuestro Señor
Dios nos ama, pues por puro amor nos da tantos bie-
nes corporales y espirituales; de los cuales, en todo
tiempo y lugar estamos tan cercados y necesitados, y
él en todos los momentos nos está siempre enviando
tantos dones, tantos presentes y mercedes, como son
todas estas nuestras potencias exteriores e interiores, y
todas las cosas que gozamos con ellas,^^
Y prosigue el celoso escritor agustiniano: "Tenien-
do, pues, deseos de hacer algún servicio, aunque peque-
ñuelo, a nuestro Señor Jesucristo y, por su amor, a
qualquier humilde y devoto cristiano; y doliéndome de
ver en estos nuestros tiempos, tan peligrosos, cómo mu-
chos por vivir tan desacordados de las cosas que siem-
pre deberían meditar y traer delante sus ojos, corren
tan de gana por el camino de la perdición, como cie-
gos desatinados e insensatos; acordé — por despertar
mi ánima y la de todos los que se quisieren servir y
ayudar de este mi trabajo y amor verdadero con que
que trata de la cosa pública es tenido por hombre facineroso; y
a fray Cristóbal de Frómesta, prior de Salamanca lo privaron de
su oficio, porque quiso desarraigar un pecado que está en esta
provincia muy adelantado; y a Goddaraz, porque saben que ha de
pedir justicia, le llaman inquieto. En fin, sólo los que públicamente
tratan de lo bueno y aborrecen la tiranía, son los condenados, y
ninguno tiene favor, sino los que siguen el bando de fray Pedro
Suúrez...".
28
Camino del cielo
les amo en nuestro Señor Jesucristo — componer este
breve tratado, que trata del ejercicio salubérrimo y
salutífero de la meditación sagrada y de las causas y
efectos della. Y porque las causas que proceden, y que
mucho ayudan, son los buenos libros; y los efectos, los
santos y divinos deseos, acordé que acompañase al
tratado de la meditación el de la lección y oración.
Porque todos, como diremos, se ayudan para alcanzar
la divina unión y su beatífica y eterna fruición. De lo
cual se sigue, que con razón podemos llamar a este tra-
tado Camino del cielo, pues todas estas cosas que en
él se tratan nos encaminan, por medios tan necesarios,
para buscar y hallar a nuestro Señor Dios, y comenzar-
le a gozar desde luego en este mundo, hasta llegar a al-
canzarlo perfectamente en su celestial reino/'
Y añade insistiendo: dado que de estas mate-
rías están ya escritos muy muchos libros y mejores,
mas porque en nuestra lengua materna ninguno he
visto, trataré muy en particular las cosas que se deben
leer y meditar y desear. Y las declararé todas juntas y
por el orden que aquí van puestas. El cual orden puede
mucho al devoto lector ayudar, para que más fácilmen-
te y m.ejor las pueda saber, gustar y retener: saber,
con el entendimiento; gustar, con la voluntad; retener,
en su memoria continua. Por esto yo, aunque indigno
de hablar y de escribir de tan santa materia, ayudán-
dome de lo que el Señor por su bondad infinita me ha
inspirado, y de lo que en los libros santos he leído, de-
liberé ofrecer al cristiano y piadoso lector mi estudio
y deseo de su consolación y salvación con este breve y
compendioso libro, pidiéndole por el amor eterno e
inmenso de nuestro Señor y Redentor Jesucristo, re-
ciba en esta obra mi intención, y supla mis faltas con
su devoción, y con sus oraciones pida al Señor perdón
de mis pecados, y gracia para que él y yo, y todos, sea-
mos salvos''.
Nada más nos dice el autor de su libro, sino que
quiere que sea breve para que fácilmente se lea y pueda
ser retenido en la memoria: "Pretendo — dice — hacer
breve este tratado, para que más fácilmente sea leído
y retenido." Sabia determinación, de la que con tanta
frecuencia se olvidaron nuestros escritores del siglo XVI
y XVII de mística y teología, y que les valió el olvido
\\ Introducción 29
' y desdén de la inmensa mayoría de los lectores. Carac-
terística fué la brevedad, sin embargo, de los Agusti- *
nos, quienes sin duda tomaron muy a pecho esta reco-
i i mendación de su santo Fundador, que así en sus ser-
\ mones como en sus libros de espiritualidad, recomen-
j dó siempre y practicó la brevedad clásica inculcada
por el poeta venusino. Santo Tomás de Villanueva, el
Beato Alonso de Orozco, el Venerable Padre Montoya,
fray Luis de León, Malón de Echaide, y todos en ge-
neral, dieron a sus escritos casi siempre el nombre de
opúsculos o libritos.
Es una lástima que Alarcón no nos haya dado una
lista de los libros santos que él dice leyó para la com-
posición de este libro suyo. Mas como afirma que de
esta materia no ha visto ninguno en lengua materna,
esto es, castellano, nos deja un poco confusos sobre
las posibles fuentes de su doctrina y su entronque con
la escuela agustiniana. Entre los Opúsculos de Santo
Tomás de Villanueva existe uno en castellano, intitu-
lado: De la leccción, meditación, oración y contempla-
ción. Las coincidencias son a veces casi literales. Ca-
bría por tanto preguntar, si es Santo Tomás de
Villanueva quien depende de Alarcón o Alarcón de
Santo Tomás. Las coincidencias son evidentes. Ha-
blando de la Lección nos dice el Santo: ''Entiendo aquí
por lección no sólo lo que leemos en los libros, pero
aun las conversaciones y pláticas y vistas y obras malas
y buenas en que nos ocupamos." Todo lo cual des-
arrolla ampliamente Alarcón. Un cotejo detenido de
ambos escritos nos llevaría a conclusiones inequívocas
sobre la mutua dependencia. No es este el lugar de se-
ñalarlas, ni es menester. Ahora bien: ¿quién depende
de quién?
Desde luego hay que admitir un documento común
a los dos escritores agustinos y que ambos explotan a
manos llenas: el llamado Scala parad^^psi, que figura
entre las obras apócrifas de San Agustín, y que tal vez
sea de Hugo de San Víctor o alguno de su escuela.
También entre los Opúsculos de San Bernardo figura
otro con el mismo título de Lección, meditación, ora-
ción y contemplación. Téngase en cuenta que el
opúsculo de Santo Tomás está encaminado a los prin-
cipiantes, y que tal vez se redactó en Burgos cuando
30
Camino del cielo
fué prior de allí, donde contribuyó notablemente a for-
mar un centro de espiritualidad agustiniana, cuyo eco
es el códice Ms, de la Biblioteca Nacional de Madrid
5.495, escrito hacia el 1543-4, Extraña desde luego que
no cite a este santo Varón, que ya por este tiempo te-
nía fama de Santo. Mas como nada había publicado,
y Alarcón no cita a ningún autor vivo, no tendría esto
nada de extraño. Nosotros nos inclinamos a creer que
es Alarcón quien depende de Santo Tomás de Villa-
nueva. Esto sería un gran timbre de gloria para nuestro
autor, pues sería el primero y tal vez el único verdade-
ro discípulo espiritual que tuvo y que supo desentrañar
con arte y elocuencia las doctrinas del maestro. Por-
que, a decir verdad, ni Orozco le cita y sigue, ni menos
fray Luis de León y Malón de Echaide.
En este supuesto, cabe también preguntar: si Alar-
cón depende de Santo Tomás de Villanueva, ¿por qué
no expuso la cuarta parte del Opúsculo, esto es, la
Contemplación? Esto puede tener una explicación na-
tural. En primer lugar, Alarcón se dirige principalmen-
te al gran mundo del pueblo cristiano, no a religiosos o
almas escogidas y piadosas. En este plan, la Contem-
plación hubiera sido algo fuera de lugar; no así en
.Santo Tomás, que se dirige a religiosos principiantes,
pero al fin a gente espiritual que aspira a la perfec-
ción. La segunda razón es, que las normas de la Inqui-
sición desde el año 1525 se habían extremado en esta
materia con motivo de la lucha contra los alumbrados
y falsos místicos que pululaban por todas partes. El
mismo Beato Alonso de Orozco anda muy recatado en
cosas de contemplación, rehuyendo tratar de ellas po-
sitivamente en sus escritos, aunque muchas veces lo
promete en el título de las obras o en sus prólogos. El
mismo San Juan de la Cruz, años después, optó por su-
primir el comentario a las cinco últimas estrofas de la
Noche oscura, donde debía hablar de la transformación
de la Amada en el Amado, quizás por este motivo.
Más extraño es que no cite el Vergel de oración del
Beato Alonso de Orozco publicado por vez primera
en 1544. No hemos podido hacer un cotejo de ambos
escritos. Alarcón convivió con Orozco durante el prio-
rato de éste en Medina del Campo, y tal vez algunos
años después.
Introducción
31
Un caso claro de influencia concreta nos lo ofrece
el autor en el capítulo último de la segunda parte de la
obra, donde dice textualmente: ''Lo dicho en este capí-
tulo es por la mayor parte del libro llamado Via Spiritus.
Lo cual por ser útil y devoto me pareció ser bien recole-
girlo en esta última meditación, que aquí he puesto''
Hasta ahora no se sabía bien qué libro era éste y de
qué autor. Hoy gracias especialmente a don Pedro Sainz
Rodríguez, P. Bernardo Bravo, P. Leturia y P. Fidel de
Ros se sabe ya claramente que fué escrito por el her-
mano lego franciscano Fray Bernabé de la Palma; que
se editó primeramente en Sevilla en 1532, Flandes, 1533,
Salamanca, 1541 y otras muchas veces en diversas po-
blaciones, bien íntegra la obra, bien resumida; aunque
hoy es tan rara que es poco menos que imposible hallar
de ella un ejemplar en España, La influencia de esta
obra fué muy grande; y como no se conocían los es-
critos de Santa Teresa ni de otros místicos españoles, y
se presentaba como obra de revelación y experiencia
mística, fué aceptada y seguida por muchos. Es un caso
excepcional el de los Jesuítas de Gandía, especialmente
la influencia sobre el P, Antonio Cordeses, superior de
aquella casa. Es muy posible que, conocido el citado li-
bro, que piensa editar en breve esta biblioteca de "Espi-
rituales españoles" bajo la dirección competentísima y
sabia de don Pedro Sainz Rodríguez y don Luis Sala
Balust, se pueda saber hasta dónde influyó en nuestros
místicos este libro del piadoso lego franciscano. Por lo
que afecta a nuestro fray Luis de Alarcón, podemos de-
cir que si bien lo conoció y utilizó, su tónica y orienta-
ción es totalmente diversa e independiente, a juzgar por
los largos extractos y el estudio que hace de Via Spiri-
tus el P, Bernardo Bravo en su reciente estudio publica-
do en ''Manresd", enero-marzo 1959, págs, 35-74, El
citado autor y libro fueron incluidos en el índice de la
Inquisición, no por herético, sino por ser un peligro en
aquellos momentos de exaltación mística y de ilumi-
nismo quietista degenerado. De momento baste esta
noticia sobre el libro Via Spiritus, haciendo votos por
la próxima publicación del mismo, que llenará las me-
didas de todos.
32
Camino del cielo
IV
El plan del libro de Alarcón es sencillo y bien orde-
nado. En su Introducción plantea el problema y razón
de su libro. Es un hecho — dice — que los hombres
de hoy viven totalmente olvidados del cielo y de su
salvación. Mas, si buscamos la raíz y causa de ello la
hallaremos en la falta de fe. Enciéndase esta antorcha
divina en el alma y el hombre comenzará a ver la va-
nidad y falta de ser de las cosas terrenas, a despreciar-
las como bagatelas y fuentes de muchos males, por no
decir de todos los que padece el hombre, y comenzará
sobre todo a ver claro en las cosas del espíritu, en las
verdades eternas y en todo lo que se refiere al cielo.
Medio eficaz y primario, la lectura de buenos libros.
Porque de aquí le ha de venir al hombre la luz de la fe,
el conocimiento de las cosas celestiales y el suspirar
del corazón por ellas. La meditación es una consecuen-
cia de la lección, y no consiste en otra cosa que en
meditar y pensar atenta y devotamente sobre lo que se
ha leído, reflexionando sobre las razones y motivos en
que se apoyan dichas verdades a fin de que penetren
en el alma y la muevan. La tercera parte, la Oración,
no es más que el fruto de las dos anteriores, es decir,
conocidos los bienes celestiales, pedírselos encarecida-
mente a Dios, a fin de lograrlos. Naturalmente clama
contra la lectura de malos libros, que él clasifica en
inútiles, vanos, nocivos y perversos. Párrafos hay que
coinciden con fray Luis de León en el Prólogo a los
Nombres de Cristo. Véase una breve muestra:
"Las palabras malas corrompen las buenas costum-
bres. Extrema locura es que estando en tanto peligro
de condenación eterna, y siendo de nuestra cosecha
tan mal inclinados, se busquen y lean libros con que
sean los vicios más despertados y avivados. Ansí como
leer en libros devotos es el primer paso y escalón del
Camino del cielo; ansí leer libros mundanos es el prin-
cipio del despeñadero de los vicios por do van al pa-
radero del infierno. Porque de las malas palabras se
causan los malos pensamientos, y de los malos pensa-
mientos los malos deseos, y de los malos deseos las
Introducción
33
malas obras, y de las malas obras las malas costumbres,
y de las malas costumbres las penas eternas. ¿Qué otra
cosa son los libros mundanales, sino tizones infernales?
¿Qué otra cosa son las lecciones y pláticas profanas,
sino unas espuelas que ofrecen los demonios para hacer
correr por los vicios?''
Véase cómo escribe fray Luis de León en el Pró-
logo de los Pequeños Nombres de Cristo: "cosa lasti-
mera es pensar en cuánta miseria han dado por su so-
berbia algunos cristianos que, dejados los libros devo-
tos y santos, se han entregado a los libros mundanos,
que destruyen las buenas costumbres. Que bien dijo
San Pablo: Corrompen las buenas costumbres las pala-
bras malas. ¿De dónde nacen tantos vicios y ofensas
de Dios, sino de tratar con tan mala doctrina, mMyor-
mente la gente moza, de noche y de día? Teniendo gran
compasión de perdición tan grande quise escribir este
libro en romance y tratar de los nombres de nuestro
Salvador...'' Hablando Alarcón de Cristo, como nuestro
guía y camino, escribe estas palabras que parecen un
eco de los Nombres de Cristo: ''Él es nuestro camino,
por el cual subimos a gozarle, imitando su vida y
ejemplo; y él, en cuanto hombre, es por do subimos;
y él mismo, en cuanto Dios, es a quien subimos. Por-
que el descender es causa del subir. Y así decía Jacob,
que via a los ángeles descender y subir por la escala,
porque los hombres que viven humildes y limpios son
semejantes a los ángeles. Éstos descienden y suben por
la escala que es Cristo nuestra cabeza; descienden a
considerar su humildad, suben a contemplar su divi-
nidad; descienden imitando la humildad con que vivió
en esta vida presente, suben a gozar por contempla-
ción de la divina esencia."
Muy largos, interminables nos haríamos, si fuése-
mos a exponer todos los aspectos de este libro así lite-
rarios como místicos y teológicos. Dejándolos todos
en gracia a la brevedad, y porque ya es bastante lo que
hasta aquí hemos dicho, saliéndonos de los límites pre-
fijados, vamos a dar solamente una muestra del proce-
dimiento que suele emplear Alarcón en sus meditacio-
nes o reflexiones sobre las cosas. Método sencillo, ad-
mirable para enseñar a meditar en los principios, pero
que aun a los más acostumbrados y entrados en años
34
Camino del cielo
les es sumamente útil, porque nos enseña a remontar-
nos de las cosas más sencillas y vulgares hasta el mis-
mo Dios, yendo de efecto en efecto y de maravilla en
maravilla y de revelación del amor de Dios en revela-
ción. Porque eso es lo que quiere Alarcón: que en todo
veamos la mano cariñosa y providente del Señor que
todo lo dispone para nuestro bien y deleite. Camino
del cielo llamó a su libro, y eso es todo él: un caminar y
ascender hacia el cielo, hacia Dios, subiendo la escala
de las criaturas hasta dar con el Criador, Por eso no
se hace pesado este libro, antes dentro de la monotonía
del tema, suscita nuestra curiosidad y nos pone ante la
vista mil pensamientos e imágenes pintorescas y vivas
como tomadas de la realidad, que nos llevan como en
andas y nos transportan sin pesadez ni fatiga a las
más altas moradas del cielo. He aquí cómo se expresa,
hablando de los frutos del campo y sus flores:
''Debes notar, y mucho — escribe — , el modo con
que Dios nos da sus bienes y dones. Cómo tiene cuida-
do ab eterno de criar de un grano de trigo una espiga,
y cómo la va criando y aumentando, y cómo después
por tantos medios hace ser apurado el trigo, y des-
pués la harina que de él se saca; y después, que sea
amasado, sazonado y cocido, hasta que viene a ser pan
que se come. Por la misma vía es de considerar el
vino que bebemos; cómo ab eterno tiene cuidado de
criar una cepa y sacar de ella tallos, y después flores, y
después agraz, y después de agraz tan agro convertirlo
en uvas dulces; después hacer que el mosto sea sacado
y sazonado por tantos y tan diversos medios, hasta ser
apurado y venir a ser vino y puesto delante de ti en un
vaso para que lo bebas. Lo mismo has de considerar
acerca de la fruta; por cuántos medios pasa desde que
se lanza una pepita en la tierra hasta que viene árbol
crecido a dar su fruta madura. Lo mismo de la carne,
desde que se comienza a criar un corderito en las en-
trañas de su madre hasta que viene a ser carnero, y
después, asado y cocido o en otras maneras guisado,
puesto sobre la mesa delante de ti en el plato. Consi-
dera atentamente acerca de todo esto, cómo Dios ab
eterno puede y sabe y quiere todos estos medios, y ago-
ra cuando se hacen los hace por amor de ti todos,
y mueve a todos a todas estas cosas para que se hagan.
Introducción
35
y está presente a todo, y entiende en todo, y lo hace
todo,"
Así es todo el libro de Alar con, a veces más florido
a veces más sencillo y escueto, a veces más profundo
y filosófico, a veces más a flor de tierra. Unas veces
sumamente tierno y delicado, como en el último capí-
tulo donde nos habla de la comunión y de sus efectos
amorosos unitivos; y otras duro y fuerte, como cuando
habla a los pecadores y mundanos, Pero siempre es
oportuno y práctico. Un capítulo dedicó en su libro a
las lecturas y meditaciones en que se deben ejercitar
en sus oficios los gobernantes, los jueces, los caballeros
y mercaderes, y hasta los labradores y oficiales de cual-
quier oficio y condición (Cap, XVII de la segunda
parte). La obra de Alarcón no es una obra vulgar, an-
tes sobresale sobre la mayor parte de los tratadistas de
su tiempo y ciertamente los vence a todos en elegancia
y corrección de estilo, cosa extraña después de haber
vivido en Italia la mayor parte de su vida. No es elogio
obligado y exagerado el de Catalina García, /., Ensa-
yo de una tipografía complutente, pág. 77, núm, 216,
cuando dice: ''Libro místico, que por su espíritu y su
forma literaria, en particular por lo que toca a su dic-
ción, puede ponerse al lado de los mejores de su época,"
Y, sin embargo, y a pesar de sus dos ediciones y
estar dedicado a Felipe II ni es conocido ni citado de
nadie, no sólo fuera de la Orden, sino lo más extraño
que es, dentro de la misma. Mucho es lo que debemos
a la diligencia y estudio de nuestro mejor conocedor de
las joyas de nuestra mística, D, Pedro Sáinz Rodríguez,
quien desde un principio se interesó vivamente, y en
primer término, por la obra de nuestro Alarcón, Cami-
no del cielo. Nosotros nos consideramos muy felices en
haber podido secundar su iniciativa que, a juzgar por
este primer volumen, va a ser una verdadera revelación
literaria y mística.
36
Camino del cielo
V
Sólo nos resta hablar un poco de los dos ejempla-
res únicos que se conservan de esta obra en la Biblio-
teca Nacional de Madrid, y del método seguido en su
transcripción.
El de Alcalá es un tomito en 8,° de doscientos fo-
lios, y cuatrocientas páginas, más algunas hojas en
blanco al principio y al fin. En letra nítida y clara de
tipo 10."^ aproximadamente. El texto tiene numerosas
abreviaturas, aunque todas fáciles de leer. La puntua-
ción es varia, como de la época, aunque tiene ya todas
las palabras separadas, y los puntos y comas se hallan
ya bastante bien empleados por medio de rayitas ver-
ticales.
La impresión está muy distante de ser correcta.
Y aun a veces da la sensación de que se hizo sin ser
revisadas las pruebas por el autor. Con todo, no deben
ser atribuidas todas las equivocaciones a los cajistas de
imprenta, puesto que varias de ellas permanecen en la
Edición de Granada, hecha en 1550. La ortografía es
la propia de la época, aunque ya muy mejorada; por
ejemplo, respecto de las obras impresas en Salamanca
y en Zaragoza. Véase las del Beato Alonso de Orozco y
los Nombres de Cristo de fray Luis de León, 1583.
El de Granada, es un tomo en 4.^ de 134 folios,
más 4 folios de la portada y Tabla de materias. Está
encuadernado en pergamino blanco y perteneció a la
biblioteca particular de la Condesa del Campo de Alan-
ge, cuyo ex-libris y escudo lleva pegado en el interior
de la primera pasta. Actualmente pertenece como el
anterior a la Biblioteca Nacional y lleva la signatura
R. 4563. La portada es completa como sigue:
Camino del Cielo, en que se / demuestra cómo
se busca y halla / Dios de todo corazón christiano / y
se declara la maldad y ceguedad de / este mundo.
Compuesto por el reue/rendo padre fray Luis de Alar-
c5. / religioso de la orden del bienaventu / rado santo
Augustin: y predicador / de la palabra divina. Es libro
Introducción
37
muy / catholico y no menos necessario / para todos,
assi religiosos co/mo seglares. / Con priuilegio.
Camino del Cielo en que se: en tinta negra y letra
minúscula gótica, excepto la C primera. Lo restante en
letra gótica y tinta roja. Con priuilegio, en tinta negra.
En derredor, orla grotesca renacentista. A la vuelta gran
orla en forma de arco con Amorcillos jugando en las
columnas, basas, frontis. En el centro, la imagen de San
Agustín de pontifical con un libro abierto y leyendo
en él. Rodeando el cuadro, la leyenda: Os justi... gres-
sus eius.
Viene luego la concesión de impresión y privilegio
del príncipe Felipe, fechada en Guadalaxara XXIX
días del mes de Mayo de Mili y Quinientos y Quarenta
y siete años.
Va luego el refrendo del Secretario, Juan Vá7.queZy
firmado \en la Villa de Aranda de Duero a veinte y
seis días del mes de Septiembre de mil y quinientos y
quarenta y siete.
Sigue luego en el reverso de este folio: Tabla de lo
que trata el libro del Camino del cielo (en rojo) y acón-
tinuación la capitulación del libro (que falta en la edi-
ción de Alcalá) y que difiere algún tanto de la del cuer-
po del libro.
En vez de Exercicio primero... Segundo... Terce-
ro... escribe: Parte Primera, Parte Segunda, Parte Ter-
cera (en rojo). Esta Tabla debió escribirse e impri-
mirse después del libro, puesto que no forma parte de
él su paginación, y a veces modifica el texto de los
epígrafes.
A pesar de estar impreso en 1550, lleva la letra y
forma de foliación que los incunables o primeros im.-
presos. Su letra gótica, es grande y clara, y ocupa toda
la página y todas las líneas, no dejando espacio ni hueco
alguno en ellas. Su estado de conservación actual es
'excelente, aunque carece del folio l y II de la dedica-
toria, y del 8.° correspondiente a este cuadro, que se
¡pueden suplir por el impreso de Alcalá.
Dada la fecha del Privilegio, 7547, es casi seguro
que se pidió para la edición de Alcalá, que no pudo
.estamparlo por haber llegado tarde, según se desprende
38
Camino del cielo
de la fecha de refrendo de Juan Vázquez, cinco meses
después de la firma del Príncipe Felipe.
La edición de Granada, sin representar una revi-
sión a fondo del texto y estilo del libro, corrige y en-
mienda numerosos pasajes, generalmente con acierto.
Lástima grande que no sometiera a una lima literaria
continua todas sus páginas. Es más. A veces da la im-
presión de descuido, intencionadamente querido.
átl ckto en que fe dcrnueflr «
como íe bufca y halla Dícrt
de todo coraron cbíí ítíanp^
y fe decíata la maldad y ce*
gucdad deftc mundo/copueí
fto por el íeücrertdd púdtt
frayLuy§de Alarcdrelígiofo
delaordc del b^cauentiiíadb
fanto Augurtííi,y predicador
de lapalabradiulaaics hbro
tKuy catholíco y fío ítienc^
neceílafio para todos a íTi t€<
iigíofoscomó fcglares*
Con priüílegló*
EDICIÓN DE ALCALÁ, 1547
(Madrid, Bibl. Nac, R. 21.713)
CAMINO / DEL CIELO
en que se demuestra / cómo se bus-
ca y halla Dios / de todo coragón
christiano, / y se declara la maldad
y ce- / guedad deste mundo: com-
pue- / sto por el reuerendo padre /
fray Luys de Alarcón religioso / de
la orden del bienauenturado / santo
Augustin, y predicador / de la pa-
labra diuina: es libro / muy cathó-
lico y no menos / necessario para
todos assí re- / ligiosos como se-
glares. / Con priuilegio.
[PRIVILEGIO]
Por cuanto por parte de vos, Fray Luis de Alarcón, de la
orden de San Agustín, nos ha sido hecha relación, que vos
habéis hecho y compuesto un libro intitulado Camino del Cielo,
y lo habéis dirigido a mí, suplicándonos y pidiéndonos por
merced, que habiendo respecto el trabajo que en ello habéis
tomado, os hiciésemos merced y mandásemos que vos, o la
persona o personas que vuestro poder hubieren, y no otros
algunos, pudiesen imprimir y vender el dicho libro en estos
reinos y señoríos de Castilla; ni traerlo a vender impreso de
fuera parte, por tiempo de diez años; o como la nuestra mer-
ced fuese. Y Nos, acatando lo susodicho, y porque habiéndose
visto el dicho libro por algunos del nuestro Consejo pareció
que era útil y provechoso, tuvímoslo por bien; y por la pre-
sente os doy licencia y facultad para que por tiempo de los
dichos diez años primeros siguientes, que se cuenten desde el
día de la fecha desta mi cédula en adelante, vos, o la persona
o personas que vuestro poder para ello hubieren, y no otras
algunas, puedan imprimir y vender el dicho tratado en estos
dichos reinos y señoríos de Castilla, so pena, que la persona o
personas que sin tener vuestro poder para ello lo imprimieren,
o hicieren imprimir, o vender, pierdan la impresión que hicie-
ren, y los moldes y aparejos de diez mil maravedíes por cada
vez que lo contrario hiciere. La cual dicha pena se reparta en
esta manera: la tercia parte, para la persona que acusare; y la
otra tercia parte, para nuestra cámara y fisco; y la otra tercia
parte, para el juez que lo sentenciare. Y mando que cada pliego
de molde del dicho tratado se venda al precio que por los del
nuestro Consejo fuere tasado; y mando a los del dicho nuestro
Consejo, Presidentes y Oidores de las nuestras Audiencias,
Alcaldes, Alguaciles de la nuestra casa, corte y chancillerías,
y a todos los corregidores, asistentes, gobernadores, alcaldes,
alguaciles, merinos, prebostes, y otras justicias y jueces cuales-
quier, destos dichos nuestros reinos y señoríos, que por el di-
cho tiempo de diez años guarden y hagan guardar y cumplir
esta mi cédula, y contra ella os no vayan, ni pasen, ni con-
sientan ir ni pasar por alguna manera, so pena de la nuestra
merced y de diez mil maravedíes para la nuestra cámara a cada
uno que lo contrario hiciere. Fecha en Guadalajara a XXIX
días del mes de Mayo de mil y quinientos y cuarenta y siete años.
YO EL PRÍNCIPE.
Por mandato de su Alteza,
Juan Vázquez.
4
42
Camino del cielo
En la Villa de Aranda de Duero a veintiséis días del mes
de septiembre de mil y quinientos y cuarenta y siete años, los
señores del Consejo de Su Majestad tasaron y moderaron el
precio a que se hubiere de vender cada pliego entero, de
molde, del libro y tratado de que en esta cédula de su Alteza
se hace mención, a tres maravedíes y no más.
Blas de Saavedra.
COMIENZA EL PROLOGO DEL LIBRO QUE TRA-
TA DEL CAMINO DEL CIELO Y DE LA MALDAD
Y CEGUEDAD DE ESTE MUNDO, INTITULADO
A LOS MUY PODEROSOS SEÑORES DON FELIPE,
PRINCIPE DE CASTILLA, ETC., Y LA SERENISI-
MA SEÑORA INFANTA DOÑA MARIA,
L amor divino de nuestro Señor Jesucristo, Dios
L| único, infinitamente amable y sumo, y eterno ama-
dor nuestro — muy Alto y muy Poderoso Señor, y
Excelente y Serenísima Señora — nos obliga, y con in-
menso peso de honestidad, utilidad y suavidad nos
inclina, y con las saetas tan poderosas y espesas de sus
dones continuos, inestimables e innumerables nos com-
pele, a que a Él sobre todas las cosas amemos; y esto
mismo en todos lo deseemos, y con el talento y fuer-
zas que de su mano recibimos lo procuremos.
Y aunque a todos tengamos este tan justo y pío
afecto, mayormente lo debemos tener a los Príncipes,
de cuya buena vida y ejemplo redunda al servicio de
nuestro Señor Dios mayor fructo; y de lo contrario,
mayor daño. Porque como los corazones humanos son
fácilmente movidos y atraídos por vía de cobdicia o de
temor, y estos dos motivos se representan en mayor
grado en los Príncipes; de aquí es, que, cuando son ma-
los, ligeramente! caen los súbditos y son pervertidos
los reinos. Así como los buenos son resucitados y en
virtud establecidos.2 Porque como los virtuosos Prín-
cipes con su justicia y potencia son freno a los ma-
1 Ligeramente, e. e., fácilmente.
2 Toda esta, doctrina no es más que un comentario de afo-
rismo latino: Ad exemplum regis totus componitur orbis. Y aquel
otro de la Escritura: Los malos gobernantes hacen a los pueblos
miserables.
SU HERMANA
44
Camino del cielo
los en sus maldades, y con su honesta y cristiana vida,
benevolencia y magnificencia son espuelas para los bue-
nos, que 1 con sus ejemplos y favores son de cada día
más avivados y movidos para andar y correr por el
camino de las virtudes; así, por el contrario, los malos,
con su malicia e inicua potencia, aborrecen y persiguen
a los buenos, a sus obras malas por vida y palabra
contrarios, y favorecen a sus semejantes, que a sus ape-
titos perversos hallan conformes.
De lo cual se sigue, que unos por ser favorecidos
y ensalzados, otros por no ser perseguidos y abatidos, y
otros escandalizados con sus malos ejemplos, hacen
míseros a sus pueblos y reinos, haciendo caer y perecer
tanta multitud de ánimas, atraída y corrupta 2 con los
vicios y maleficios de ellos, y de cualesquier señores
inicuos, de la virtud enemigos, y para toda maldad po-
derosos y cautivos.
De aquí provino que el rey Jeroboán solo, bastó
para apartar de Dios y hacer idólatra al pueblo de
Israel todo.^ El Rey Nabucodonosor hizo a tanta mul-
titud de gentes caer en maldad tan grave y manifiesta,
como fué hacerles adorar su estatua.^ Todas las veces
que el pueblo de Dios Israelítico tenía Rey malo, estaba
el pueblo perverso,^ como lo leemos en los libros de
los Reyes, que de las caídas de los Príncipes y de las
de sus reinos — que siempre andaban juntas — , es-
tán llenos. El rey Antíoco fué causa de grandes males,
no sólo en sus reinos, mas también en el pueblo de
los judíos. 6 Y desto mismo hay otros innumerables
ejemplos en el Testamento Viejo.
Luego que nació nuestro Señor Jesucristo, principio
del Nuevo Testamento, dice el santo Evangelio que,
turbado Herodes Rey, se turbó toda Hierusalén con él.
Después, usó de tanta crueldad, que mató ciento y cua-
renta y cuatro mil niños de su mismo reino, por matar
entre ellos a Cristo.^ En el tiempo de la Pasión, los
1 que rrr quiénes. Construcción clásica común.
2 Atraída y corrupta, e. e., la multitud.
3 3 Reg. 12, 2, 5.
4 Dan. 3, 1 ss.
5 Perverso rr pervertido.
6 Macab. I, 9, 1, It y 33.
7 Testamento Viejo: aquí empieza el impreso de Granada.
8 ciento cuarenta y cuatro mil. Este número está tomado del
Apocalipsis donde habla de los matados por Dios que no habían
Prólogo a don Felipe y doña María 45
príncipes de los sacerdotes persuadieron y pervertieron
a todo aquel gran pueblo para que demandasen la
muerte de quien i habían recibido incomparables e
innumerables beneficios, y por los cuales había hecho
tantos milagros y les había dado su doctrina divina, y
conservado con ellos en toda inocencia y vida santísi-
ma. Después de la muerte, resurrección, y ascensión
de nuestro Señor Jesucristo, comenzándose 2 a publicar
el Evangelio, los príncipes de los sacerdotes, por ser
como eran malos, contradijeron la santa doctrina evan-
gélica, y persiguieron a los apóstoles y discípulos, mi-
nistros de ella, y echáronlos de su tierra; ^ por do se
impidió el fructo de la conversión de su pueblo, y que-
dó la gente judaica por la mayor parte privada hasta
el día de hoy de la santa fe católica, y tan ciega y obs-
tinada.
Los emperadores, reyes y príncipes de los gentiles,
procuraron de impedir y destruir la religión cristiana;
y así, fué por ellos en todo el mundo perseguida por
muchos tiempos,^ en los cuales mataron innumerables
cristianos, y matando los cuerpos procuraban de prin-
cipal intento matar las ánimas de todos, apartándolas
de su vida, que es Cristo, según lo que estaba profeti-
zado por el profeta, que dice: los reyes de la tierra y
los príncipes se hicieron de un propósito contra el Se-
ñor y su Cristo.^
Finalmente, el que leyere las historias podrá hallar
innumerables ejemplos de los grandes males, que por
todos los siglos hasta nuestros tiempos y en diversas
sido consignados con el trato de mujeres, pues eran vírgenes. Pera
tal identificación no la ha dado nunca la Iglesia, aunque usa de
este texto en la fiesta de los Santos Inocentes. Dado que Betlehen
era un villorrio, una ciudad mínima de Judá, y los pueblos cer-
canos serían aún más pequeños, el número de Inocentes matados
por Herodes debió ser muy pequeño y tal vez no pasase de unos
veinticinco o treinta. Ningún historiador judío, aun enemigo de
Herodes, como Flavio Jx>sefo, hablan de esta matanza, que de ha-
berse elevado a número tan crecido, hasta en Roma hubiera sido
sonada. Los comentaristas católicos modernos sostienen la opinión
indicada.
1 de quien por de quienes: expresión clásica corriente en todo
el siglo XVI y XVII, en los que rara vez se usa el plural de quién.
2 Comenzándose, por en comenzándose.
S lo. 16, 3; Me. 15, 1, Act. U, 1.
4 Por muchos tiempos, e. e., por muchos siglos. Construcción
frecuente en los clásicos antiguos.
5 David en el Salmo 2: Reges terrae et principes convene-
runt in unum adversus Dominum et adversus christum eius.
46
Camino del cielo
partes del mundo los príncipes y grandes señores han
cometido, y con que han a muchos pervertido, por ser
ellos perversos, y que han al mundo turbado y escan-
dalizado con sus malos ejemplos.
Por el contrario, cuando los príncipes son buenos y
devotos, son muy buenos para sí mismos y para mu-
chos. Son causa que las virtudes sean estimadas y las
buenas costumbres amadas y proseguidas, y sean, por
consiguiente, sus reinos reformados y aumentados, su-
blimados y establecidos. Y son causa [también] que
nuestro Señor Dios sea más conoscido y servido en
todo su reino, y alcancen para sí mayor felicidad en
los cielos y salud temporal y eterna para sus pueblos.
Esto se muestra bien en el santo Rey David, de toda
virtud ejemplo, por el cual fué el culto divino tan di-
latado y ensalzado, y su pueblo de Israel tan desper-
tado para buscar y agradar al Señor Dios nuestro y tan
encaminado para el cielo, y de todos los verdaderos
bienes tan enriquecido y prosperado. ^
El Rey Ezequías por ser, como era, bueno y devoto,
reformó en su tiempo su reino, que estaba muy estra-
gado.2 Lo mismo se escribe de otros muchos Reyes que
fueron buenos y devotos, los cuales destruían los males
que los Reyes o Príncipes malos, sus predecesores, ha-
bían causado y con que sus reinos habían caído, como
se lee en los libros de los Reyes, ya dichos, y en otras
muchas partes del Testamento Viejo.
En naciendo nuestro Redentor,^ principio del Tes-
tamento Nuevo, vinieron los tres santos Reyes a ado-
rarle dende tan lejas tierras,-^ y a reino extraño y do
reinaba Herodes, tirano crudelísimo.^ Los cuales, post-
puesto todo otro negocio, trabajo y peligro, vinieron a
buscar y adorar al Niño, como a su hacedor y Dios
todopoderoso, y ofrecerle sus dones, y con ellos sus
corazones. Porque con los presentes visibles que le
traían — conviene a saber, oro mirra e incienso — , sig-
nificaban los invisibles que le ofrecían, que eran su
hacienda y su cuerpo y su ánima.
1 Reg. 19, 2, k.
2 Reg. U, 18.
3 Reg. 8.
4 lejas = lejanas: frase admitida en el Diccionario actual.
5 cruelísimo, i.'* ed.
Prólogo a don Felipe y doña María
47
El emperador Constantino, en siendo convertido a
la fe y servicio de nuestro Señor Dios, ensalzó la fe y
religión cristiana por todo el mundo. El emperador
Teodosio edificó en gran manera a todo el pueblo cris-
tiano con su virtud y ejemplo. Y lo mismo el empera-
dor Justiniano Augusto. Y por decirlo en breve, todos
los Emperadores, Reyes y Príncipes, que han sido bue-
nos y devotos cristianos, han con gran virtud resplan-
descido y en sus reinos o señoríos grandemente fruc-
tificado.
Lo mismo que he dicho de los Príncipes en el
linaje de los varones, se ha de entender, y se puede
ejemplificar, en el de las mujeres, como se manifiesta,
cuanto a las malas, en Jezabel, Herodías y otras mu-
chas; y, cuanto a las buenas, en la reina Santa Elena,
en la infanta Constancia, hija del emperador Constan-
tino Augusto, y en Santa Elisabeth, hija del Rey de
Hungría, y en aquélla tan gloriosa princesa santa Ca-
tarina,! y en otras innumerables y devotas, que han
imitado sus pisadas.
Y porque, dejando de decir en particular otros mu-
chos ejemplos antiguos, que sería cosa prolija recon-
tarlos, digamos algo de los de nuestros tiempos, que
suelen más mover, puestos delante los ojos: mire Vues-
tra Alteza 2 en los ejemplos dignos de memoria de sus
padres y predecesores.
Los Reyes Católicos, el Rey Don Femando y la
Reina Doña Isabel, fueron a todos ejemplo de honesta
vida. Encendidos con celo de la fe católica, destruido-
res de la maldad herética, favorecedores de la santa
Iglesia, protectores y aumentadores de la república cris-
tiana, vencieron y sujetaron las tierras de los infieles,
reformaron en sus tiempos las religiones, edificaron
espiritual y temporalmente muchos y grandes monas-
terios, hicieron muchas y grandes obras pías, rigieron
los pueblos con justicia, y conservaron y ampliaron sus
reinos con su benevolencia.
La Emperatriz, de buena memoria, madre de Vues-
tra Alteza, fué a todos ejemplo y dechado de honesti-
1 í.a ed.: Catherina. Se refiere a Santa Catalina de Alejan-
dría, a quien la tradición hace de sangre real y sapientísima fi-
lósofa.
2 Va. Ala.
48
Camino del cielo
dad, humildad y caridad. A las cosas de Dios, devota;
a los suyos, grandes y pequeños, benévola; en sus cos-
tumbres y persona, grata y amable.
Del Emperador, padre de Vuestra Alteza, porque
aún está en este mundo presente, no digo más de que,
miren porque más se despierten, cómo con ser, como
es, de tan gran corazón y ánimo, es juntamente tan
piadoso, que muchas veces por evitar las muertes de
los cristianos y otros muchos males, que nacen de la
discordia, y ser tan amigo de justicia y de clemencia y
paz cristianas, ha dejado sus intereses temporales y,
reconciliádose con sus enemigos. ^ Encendido con celo
de amparar y ensalzar la fe católica, se ha puesto en
tantos trabajos, resistiendo a la potencia de los turcos
y sujetando a los moros y favoresciendo a los agravia-
dos. Sobre todo esto, ha resistido y humillado la sober-
bia de la multitud de los herejes que en sus tiempos
por nuestros pecados se han levantado contra la fe
santa, y caído por su soberbia y mala vida; y ha procu-
rado y procura destruir su secta pestífera. Y esto, ¡con
tanta prudencia, esfuerzo y diligencia! Primero, con ha-
cer que sea congregado universal concilio, para que
sean corregidos y salvos; después, a los obstinados, por
fuerza de armas, porque no inficcionen más a otros;
contra los cuales nuestro Señor le ha favorecido con
admirable manera. Que 2 siendo la gente tanta y tan
belicosa, y la tierra de Alemania tan áspera y tan fuer-
te, la ha ya vencido y sujetado, y muerto y preso a sus
caudillos principales, tan poderosos y soberbios y de
la fe y paz cristiana tan crueles enemigos. Desde su
pequeña edad nunca le han faltado muchos y grandes
trabajos, a los cuales siempre ha respondido, como Em-
perador católico y devoto, ofreciendo su estado y su
misma persona a tantos sudores y a tantos peligros, y
empleando en el servicio de nuestro Señor Dios sus
fuerzas. De modo que, siempre ha traído y trae la cruz
a cuestas.3
1 1.0 ed.: enemigos, pudiendo si quisiera tan fácilmente des-
truirles.
2 Que por porque.
3 Difícil es hallar elogio más cumplido y brillante de la Em-
peratriz Isabel y del gran Emperador Carlos V. Los agustinos
fueron siempre admiradores y devotos del Emperador, el cual co-
rrespondió siempre con atenciones a aquéllos. Recuérdense, entre
Prólogo a don Felipe y doña María
49
El Rey de romanos,i tío de Vuestra Alteza, siempre
ha padecido muchos trabajos por resistir a los infieles
y humillar y sujetar a los herejes, de los cuales, así de
los unos como de los otros, nuestro Señor Dios le ha
enviado muchas adversidades, porque a quien más ama^
en más trances y tribulaciones le pone para que por su
amor las sufra, y más merezca, y con estas penas tran-
sitorias le aumente la corona celestial y consolaciones
eternas. Al fin, a todos ha respondido como Rey cató-
lico, a nuestro Señor Dios devoto, y a las cosas de su
santa fe, honra y servicio, muy celoso y afectuoso.
Pues, cuanto a sus prójimos, así sus súbditos como los
otros, con tanta benignidad de obras y palabras res-
ponde, con tanta rectitud rige, con tanta prudencia y
benevolencia conversa, que no sólo de los buenos, mas
aun de los malos es amado y alabado. Porque tanta es la
fuerza de la verdad manifiesta, que aun a los contra-
rios trae a lo que manda.
El rey de Portugal, tío también de Vuestra Alteza,
da de sí ejemplo a todo el mundo de ser amigo de la
virtud y devoto a las cosas de Dios, en tanto grado,
que en su corte y casa real ha puesto gran diligencia
en que los hijos de los nobles y todos los demás se
ejerciten en cristianas costumbres, y se confiesen y
comulguen cada semana o a quince días,2 procurando
de resucitar, en parte, en su Reino la piísima costum-
bre que guardaba y gozaba el pueblo verdaderamente
cristiano en tiempo de la primitiva iglesia. Por ser,
como es, tan magnánimo y devoto, ha ennoblecido sus
reinos, haciendo universidades magníficas, y buscando
y trayendo a sus tierras personas doctas, y edificando y
dotando muchos colegios y monasterios. Y porque,
ilustrado de la gracia divina, conoce que, así como
ninguna cosa más daña a la cristiana religión que las
otros, los nombres de Santo Tomás de Vülanueva, su predicador,
a quien hizo Arzobispo de Valencia, y fray Dionisio Vázquez, cu-
yos sermones admiraba, asistiendo a ellos cuantas veces podía.
De fray Luis de Alarcón no sabemos que tuviera relaciones con él.
Mas el tono con que habla de su vida y de sus hechos, indican
una admiración sincera. Los elogios que siguen, completan el pa-
negírico de la casa real, cuya religiosidad y vida cristianísima nos
describe por este mismo tiempo o un poco más adelante el Beato
Alonso de Orozco en las dedicatorias de stis libros a personas reales.
1 Don Fernando, hermano del Emperador, a quien sucedió en
la corona e imperio de Alemania por renuncia de éste.
2 a quince días, esto es, cada quince días.
50
Camino del cielo
Órdenes desordenadas, así ninguna cosa más aprovecha
a los pueblos que el ejemplo y doctrina de los religio-
sos buenos y monasterios bien ordenados, ha reforzado
las Religiones en sus reinos, favoresciendo para ello con
toda largueza en las cosas temporales, para hacer ob-
servar las costumbres espirituales y vidas religiosas.
Mirando, pues, en i las razones y sobredichos ejem-
plos, son los príncipes y todos los grandes señores,
cuando no son buenos, muy malos; más que otros; así
por ser más ingratos, como por tener para el mal más
poder y ocasiones y aparejos. Como también por haber
pocos que osen o quieran decirles la verdad para que
sean desengañados y corregidos; antes hallan muchos
que en sus vicios los lisonjeen, y en sus pecados los
alaben. Por lo cual — que esto es ser loado y bendeci-
do el pecador en sus malos deseos y vicios — 2 son, como
dice el profeta, de nuestro Señor Dios menospreciados y
desamparados, así los lisonjeros como los lisonjeados.^
Por el contrario, cuando los príncipes son buenos,
son grandemente buenos, y mejores que los otros; así
porque son más agradecidos, como porque vencen por
el amor de Dios más ocasiones, y más y mayores difi-
cultades; como también, porque con su potencia y be-
nevolencia son causa de más y mayores bienes, y al-
canzan mayor grado de felicidad inmortal para sí
mismos, y son causa de la salvación de muchos. Pues,
como sea sentencia infalible, que todos los príncipes
y grandes señores, así espirituales como temporales, no
pueden dejar de ser o muy buenos o muy malos, como
lo significa el Sabio diciendo: Los poderosos serán po-
derosamente atormentados;^ y la sentencia que dice:
Los que bien presiden, de doblada honra son dignos: ^
no pueden ^ dejar de ser, o muy amadores de Dios o
muy enemigos del mismo Señor Dios y de él muy abo-
rrecidos; o muy saludables, o muy perjudiciales; o al-
canzar de aquí a poco mayor infierno, o más alto grado
en el cielo.
1 en las, e. e., a las. Quiere decir: De las razones y ejemplos
susodichos se sigue, etc.
2 Ps. 9, 16.
3 Ps. 12, 2-Jt.
4 Sap. 6, 7.
5 1 Tim. 5, 17.
6 no pueden dejar de ser, e. e., no pueden por menos de ser, etc.
Prólogo a don Felipe y doña María
51
Deseando yo, como siervo y capellán verdadero de
Vuestra Alteza, que por estos presentes y superfluos
halagos (por este mundo engañoso ofrecidos), vanos y
míseros, amargos y momentáneos, no pierda ^ los
gozos verdaderos y eternos, e incurra en los males in-
tolerables y perdurables; mas antes, después de este
transitorio señorío alcance y posea aquel reino celes-
tial, felicísimo y eterno, y en mayor grado de perfecto
descanso y cumplido e interminable gozo, acordé com-
poner este presente Tratado, que trata de tres ejerci-
cios con que se busca y se halla a nuestro Señor Dios,
y con que se camina por el camino del cielo, y do se
muestra la maldad y ceguedad y el despeñadero de este
mundo; y ofrecerlo especialmente a Vuestra Alteza,
deseando hacerle algún servicio verdadero y grato.
Porque, aunque de parte de quien lo ofrece sea
pequeño, por parte de lo que se ofrece — por ser para
fructo suavísimo y sempiterno — , y por parte de a
quien se ofrece — que es el corazón real y católico de
su espíritu, que respondiendo a la devoción de sus
padres y predecesores, tomará más gusto en este man-
jar divino, que no en los viles de Egipto — : espero le
será sabroso y salutífero y, por consiguiente, acepto
mi trabajo y servicio. Y por la buena y cristiana dispo-
sición de su ánima, será como la semilla que cayó en
tierra muy fructífera, para que no sólo se siga a Vues-
tra Alteza consolación en mayor aumento; mas, que la
luz y devoción con que lo leyere y obrare, despierte a
muchos, que están durmiendo, siendo causa con su sa-
bor y ejemplo que este libro sea de todos mas leído, y
lo que nuestro Señor por él nos enseña, sea cumplido.
Y así, a Vuestra Alteza, como a todos, sea más fruc-
tuoso.
A honra y gloria de nuestro Señor Jesucristo, su-
mamente amable y summo amador nuestro.
1 en el original: pierdan... incurran... alcancen, etc. Cambio
de persona, o porque el autor se descuidó o porque en el Príncipe se
dirige a todos los que reinan y gobiernan, o porque en vez de Vues-
tra Alteza debe leerse Vuestras Altezas, como parece más probable.
Las palabras: siervo y capellán verdadero de Vuestra Alteza pare-
cen indicar qu^ el autor debió ser predicador de la Corte y Capilla
real, como lo fué luego el Beato Alonso de Orozco, que quizás sucedió
al P. Luis de Alarcón, retirado en sus últimos años a Granada,
donde hizo la última edición de su libro (1550).
PROLOGO AL CATOLICO Y DEVOTO
LECTOR SOBRE EL LIBRO LLAMADO
CAMINO DEL CIELO
OSA es de gran admiración ver el descuido que
hay en muchos el día de hoy de su salvación.
Cosa de gran dolor y espanto ver la ingratitud que
tienen a aquel ^ inmenso y eterno amor con que nues-
tro Señor Dios nos ama; pues, por puro amor nos da
tantos bienes corporales y espirituales, de los cuales en
todo tiempo y lugar estamos tan cercados y necesita-
dos, y él en todos los momentos nos está siempre en-
viando dones, tantos presentes y mercedes, como lo son
todas estas nuestras potencias exteriores e interiores,
y todas las cosas que gozamos con ellas. Y además de
esto, nos 2 tiene prometido para de aquí a poco damos
los bienes celestiales y eternos, y llevarnos a morar
consigo en sus palacios reales y divinos, como a sus
hijos herederos, y, por consiguiente, señores de todas
las cosas terrenales y celestiales. Y sobre todo esto, que
claramente veamos y gocemos al mismo Dios inmenso,
que es nuestro padre único y amantísimo.
Y no contento con hacernos tantos bienes, y tener-
nos aparejados aquellos soberanos y perdurables bienes,
su pura e inñnita caridad, con que nos ama, le ha he-
cho humillarse a padecer por nuestro amor tantos y
tan grandes males, haciéndose para esto hombre a nos-
otros semejante, para que, vestido de nuestra flaqueza,
le viésemos y conversásemos aquí en la tierra; y él se
pudiese humillar y humillarse a conversar así visible-
mente con nosotros, y a servirnos, y a padecer por
nuestro amor tantos y tan graves tormentos, hasta ser
1 a aquél, e. e., para con aquel.
2 Y demás de esto: i.» edición: Y sobre todo esto: 2."
54
Camino del cielo
en la cruz descoyuntados sus brazos, por el deseo que
tiene de abrazamos y consigo eternamente unimos,
procurando la amistad de nosotros, sus criaturas, como
si le fuese en ello la vida.
¡Oh cristiano! ¿qué más te ha podido amar el mis-
mo Señor Dios todopoderoso? ¿Ni qué amigo hay que
te pueda amar más ni tanto? Porque, aunque fuera
otro igual tuyo, ningún amor hay mayor que poner al-
guno su vida por su amigo. Pues, si lo es perder en
cualquier manera la vida, mucho más es perderla con
muerte tan dura y crudelísima. Cuanto más, que, cuan-
to es mayor su divina majestad y excelencia, que es
infinita, tanto más se aumenta el grado sobreexcesivo
de la bondad y caridad inmensa del que así padece y
se humilla por amor de ti, su criatura.
Mas ya que por todo esto, por vía de pura vhtud,
como debes, no le ames ni sirvas, ¿por qué, a lo menos,
no te inclinas a le obedecer y servir por aquellos teso-
ros eternos, y aquellas honras verdaderas y supremas,
y aquellos deleites del paraíso, incomparables y perdu-
rables, que tan presto puedes alcanzar, y para siempre
han de durar? Y si aún todo no basta para moverte
a le agradar, ¿por qué, a lo menos, no te mueves por
el temor de los tormentos intolerables y etemos del
infierno, en los cuales caen tantos a arder en crueles
llamas de fuego, agora luego, dende la muerte tan
presta en el alma, y después del día del juicio, en áni-
ma y en cuerpo, para que este tu cuerpo tan delicado
y tan regalado esté todo de pies a cabeza ardiendo,
como el tizón que está en el fuego después de todo en-
cendido y abrasado, y que hayas de estar allí dando
gritos y aullidos para siempre, padeciendo tan intole-
rables penas y angustias, sin ningún remedio, ni refri-
gerio, ni término?
Cosa es de grande espanto, que haya alguno tan
loco a quien aquella damnación tan grave y eterna, y
tan presto venidera, sobre todo, no le espante y siem-
pre atemorice.
Dime, pues, oh cristiano: ¿cuál debe ser la vida
del que tiene delante de sí cualquier de estos motivos,
cuanto más todos tres juntos? Dime: ¿con qué soli-
citud no debe desear y procurar sólo el servicio divino,
y ordenar toda su vida, y enderezar todos sus negocios
Prólogo al lector
55
y trabajos, para que a sólo Dios, infinitamente amable
y amador suyo único e inefable, merezca en todo siem-
pre servirle y agradarle? ¿Cómo no tiene por estiércol
todo cuanto hay en este vano y transitorio mundo, en
respecto de ganar la amistad eterna de Cristo, el que
de su puro amor recibe tantos y tan grandes y conti-
nuos dones; y que le promete para de aquí a poco
aquellos bienes perfectos y perdurables; y que se ve en
tanto peligro de verse de aquí a poquito perder el reino
del cielo y caer en el profundo del infierno a padecer
aquellos tormentos y dolores crudelísimos y continuos
y sin términos? ¿Cómo es posible que haya alguno que
con todos estos motivos — a los cuales se reducen to-
dos con que los corazones humanos pueden ser persua-
didos, y que los tiene en sumo grado — y que no sea
movido a querer siempre con voluntad entera sólo el
divino beneplácito, pues debería bastar sólo uno de
estos objetos, cuanto más todos juntos?
Mas ¡ay dolor! que con todo esto, vemos el día
de hoy ir a tantos de los que se llaman cristianos por
el camino de la perdición y damnación. ¡Ay dolor! que
con todo esto, así vivimos, que ya no parecemos cris-
tianos; y aunque tenemos usurpado el santo nombre
de Cristo, con las obras le negamos. Porque si viviése-
mos como verdaderos católicos, y como aquellos que
tienen delante sí ^ tales motivos, como de la abundan-
cia del corazón habla la boca y obra la mano, ¿cuáles
serían nuestras obras 2 y conversaciones? Cierto es,
que en todo lugar y tiempo daríamos buen olor del
amor divino, y todas nuestras pláticas, ora fuesen en
las casas, ora en las calles o plazas, ora en los caminos
y en las posadas, serían hablar de Dios; pues, todas las
cosas, como dice el Apóstol, habernos de hacer a hon-
ra y gloria de Dios.^ Por lo cual, aunque hablásemos
algunas veces, como nos es necesario hablar, de cosas
temporales, serían también estas pláticas mezcladas de
la memoria de Dios, para en todo loar a Dios y acor-
darnos siempre de Dios. También nuestras obras y con-
versaciones y negociaciones todas serían virtuosas; y
para un solo negocio y fin ordenadas, que es para agra-
1 delante si, e. e., delante de sí.
2 nuestras pláticas y cuales nuestras obras, 1.°^ edición.
3 1 Cor, 10, SI,
56
Camino del cielo
dar a nuestro Señor Dios en este mundo, y verle y go-
zarle en el otro.
Mas, ¡cuán al revés se hace todo esto el día de hoy
en el mundo, en medio del mismo pueblo cristiano!
Salid por las calles, plázas y caminos, y mirad que
comúnmente de todo se habla y se obra. Ya las pláti-
cas no son cristianas y santas, sino profanas y desho-
nestas, y cuasi siempre, por lo menos, vanas. Cuán sin
vergüenza se dicen pullas unos a otros. Y aun, muchas
veces por los caminos y aun por las calles,^ no han
empacho ni temor de inficionar las orejas cristianas
con sus cantares sucios y palabras muy deshonestas.
Ya por maravilla oiréis hablar las cosas de Dios; sino
tratar de solas las cosas transitorias de este mundo.
Y si algunas veces oímos mentar a Dios, es para oír
vanamente jurarle, o perjurarle, o blasfemarle.
Pues, cuanto a las obras a que la caridad nos obli-
ga, como son las obras de misericordia que nuestro
Señor sobre todo nos encarga, y so pena de pérdida
del cielo y caída del infierno nos manda, y que por vía
de su divino amor así nos las encomienda, diciendo:
Lo que hiciste a uno de los míos más pequeños, a mí
mismo lo hicistes ^ (como dice en el Santo Evangelio
que lo dirá así en el día del juicio): con ser, como he
dicho, de nuestro Señor Dios tan encomendadas ¡de
cuán pocos son el día de hoy guardadas y sobre todas
las cosas amadas! ¡Cuán pocos, o ningunos, habrá el
día de hoy en cada pueblo cristiano, que sobre todas
las cosas tengan cuidado de saber si viene algún pobre
peregrino para lo llevar a su casa y hospedar y servirlo
en ella por el amor de Dios con gran alegría, y le pese
mucho cuando se ha pasado algún día en que no ha
hallado alguno, y por consiguiente, no ha llevado a
nuestro Señor Jesucristo a su posada! ¡Cuán pocos hay
el día de hoy que tengan su mayor cuidado en ir a
visitar al enfermo, dar de comer al hambriento, vestir
al desnudo, consolar al afligido, enseñar al ignorante,
corregir al que ha caído en pecado, y así de todas las
otras obras piadosas, a sus prójimos necesarias para
sus cuerpos y para sus ánimas! ¡De cuán pocos son el
1 falta aquí el fol. 8.° de la 2.^ edición,
2 Mat. SO, U0-U5.
Prólogo al lector
57
día de hoy estas obras tan salutíferas sobre todas las
cosas amadas, y aun de cuán muchos parece que están
ya olvidadas!
También, si fuésemos verdaderos cristianos, ¡en
cuán poco tendríamos todos los bienes y males de este
mundo, momentáneos, y cuánto más estimaríamos los
bienes y males del otro, tan presto venidero, pues son
puros y sempiternos! Mas ¡ay de nosotros!, tan insen-
satos y ciegos, que vemos el día de hoy a muchos po-
nerse en tantos trabajos y aflicciones del cuerpo y del
espíritu por un interés pequeñuelo y transitorio, y ape-
nas se halla uno que quiera sufrir menos que esto por
alcanzar de aquí a poco el reino del cielo. Tienen mu-
chos corazón para hacer grandes gastos para regocijos
vanos o pasatiempos mundanos, o para cualquier cosa
que se les ofrezca de su temporal y vana honra o ha-
cienda; mas luego se hallan pobres para dar por el
amor divino y ganar la celestial patria. Sienten mucho
la muerte corporal y temporal de sus hijos, mas muy
poco la muerte espiritual y eterna de sus ánimas. Dué-
lense en gran manera de una adversidad momentánea,
suya o de sus hijos o amigos, y dáseles muy poco de
ver caídos en la sentencia de la damnación eterna a sí
mismos y a los otros. Aflígense mucho por una pér-
dida pequeñuela de esta hacienda temporal, mas muy
poco por la pérdida de la heredad celestial. Temen
mucho una enfermedad o dolor momentáneo, y no
temen el peligro en que están de caer de aquí a poco
en el infierno. Tiemblan de la muerte corporal, que
no puede ser ejecutada y aun mucho dilatada, y tie-
nen tan poco temor de perder la vida eterna.
Dime, oh ánima cristiana, ¿qué i es la causa de
tanta locura? Dime, oh hermano mío, ¿qué es la causa
de tan incorporable desatino? ¿Qué otra piensas puede
ser, sino la falta de fe verdadera? Y así digo, que en
todos nuestros vicios y pecados incurrimos por falta
de esta fe católica. Porque, o falta la obra de la fe, o
la vida de la fe, o la misma cualidad de la fe. Quie-
ro decir: que tarde o nunca piensan en lo que creen;
o los tales no sienten lo que creen, o totalmente no lo
creen.
1 qué es la causa, por cuál es la causa. Conatrucción clásica.
5
58
Camino del cielo
Contra estos últimos, que son infieles, no quiero
aquí mucho disputar, porque pretendo hacer breve este
tratado para que más fácilmente sea leído y retenido.^
Solamente digo con San Gregorio, y con el Apóstol,^
y con el Evangelio: Que todos éstos caen en el vicio de
la infidelidad por los deméritos de sus muchos y graves
pecados. Enmienden, pues, la vida, y conocerán la ver-
dad de la cristiana doctrina. La razón de esta verdad
infalible está clara. Porque el que vive como cristiano,
así en lo que cree como en lo que obra, deja su volun-
tad propia por hacer la voluntad divina. Pues, imposi-
ble es que el tal sea engañado, pues por amor de Dios
deja a sí mismo.
Esto se manifiesta entre nos por ejemplo; porque si
algún hombre tiene un criado que haga con él esto
mismo, cosa es imposible que en cosa que importe a
su tan fiel sirviente, vida o hacienda, permita ser enga-
ñado, siendo el tal señor bueno y poderoso. Pues, como
Dios nuestro Señor sea bondad infinita e inmensa po-
tencia, ¿cómo permitirá que su verdadero siervo — como
lo es todo verdadero cristiano — viva engañado en
cosa que tanto le importa? Imposible cosa es que sea
engañado en el conocimiento de las cosas de Dios, el
que deja su voluntad propia por hacer la voluntad
de Dios. Y esto es lo que dice el mismo Dios nuestro
Señor Jesucristo en su Santo Evangelio: si alguno
— dice Él — quisiere hacer la voluntad de Dios cono-
cer ha si mi doctrina es de Dios.^ Aquel y sólo aquel
que deja su voluntad propia por hacer la de Dios, ama
a Dios sobre todas las cosas, y más que a sí mismo; y
por consiguiente, con amor verdadero. El tal que así
a Dios ama, no puede ser que no sea de Dios amado
de amor perfecto, como de amigo verdadero. Por lo
cual dice: Yo amo a los que me aman A Y por San
Juan dice: Dios es caridad, y el que está en este amor
divino, en Dios está, y Dios en él.^ Y en otra parte
dice: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Pa-
dre le amará, y a él vendremos, y en él moraremos.^
1 1 Tim. 5, 8.
2 lo. 7.
3 lo. 7, 17.
4 Prov. 8, 17.
5 1 lo. 16.
6 lo. H, 23.
Prólogo al lector
59
Esto es tan gran verdad, que no sólo es imposible
Dios dejar de amar así a quien así le ama. Más aún,
no puede ser que alguna criatura ame a Dios de amor
verdadero, sin que sea de Dios amada primero; porque
el mismo am^or con que Dios la ama, es causa que la
tal criatura le ame. Y por esto dice San Juan: No que
nosotros le hayamos amado primero, mas él primero
nos amóA
De lo ya dicho queda bien probado, que el que vive
como cristiano puede vivir engañado; antes, por la
fuerza del amor divino ha de tener su santo y verda-
dero conocimiento, porque aun el mismo amor es cau-
sa de revelar el secreto. Y por esto dice nuestro Señor
Jesucristo: Si alguno me ama, yo le amaré y me le
manifestaré.^ Y hablando en otra parte dice a sus dis-
cípulos: Ya no os diré siervos, mas amigos; porque to-
das las cosas que oí de mi Padre, las hice saber a vos-
otros,^ Pues, como sea verdad infalible todo lo que
nuestro Señor Jesucristo nos dice y en su santa fe se
contiene; y que, por consiguiente, sobre la deuda in-
mensa que tenemos al amor divino, ninguno de cuantos,
hoy somos puede dejar de verse de aquí a poco, o rei-
nando entre los ángeles y todos los santos con Dios en
el cielo o, caído con los demonios en el profundo del
inñerno, arder sin fin en aquel horno horrible de fuego:
¿qué es la causa, que muchos de los que creen todo
esto, hacen tan poco caso de ello?
La razón de esto es, que, aunque no les falta la cua-
lidad de la fe, fáltales la obra y la vida de la misma fe.
Quiero decir, como ya dije, que aunque no lo descreen,
tarde o nunca lo piensan, y con profunda y frecuente
meditación no lo consideran. De do también les suce-
de, que no sienten lo que creen. Es pues muy cierta y
universal causa de la damnación la falta de la santa
meditación. Y, pues, es la principal raíz para impedu*
todo bien, y la causadora de todo nuestro mal — como
adelante entiendo probar — , de aquí se sigue, que nin-
guna escriptura nos puede ser más saludable y nos debe
ser más amable, que la que a tanta falta de salud diere
remedio y medicina, como lo es la que enseña las
1 1 lo. 4, 19.
2 lo. H, 21.
3 lo. 15, 15.
60
Camino del cielo
cosas más útiles que debemos siempre pensar y en
nuestro corazón traer y tratar, y el modo como las de-
bemos meditar.
Teniendo, pues, deseo de hacer algún servicio, aun-
que pequeñuelo, a nuestro Señor Jesucristo y, por su
amor, a cualquier humilde y devoto cristiano; y dolién-
dome de ver en estos nuestros tiempos tan peligrosos,
cómo muchos por vivir tan desacordados de las cosas
que siempre debrían meditar y traer delante sus ojos,
corren tan de gana por el camino de la perdición como
ciegos y desatinados e insensatos: acordé — por des-
pertar mi ánima y las de todos los que se quisieren ser-
vir y ayudar de mi trabajo y amor verdadero con que
los amo en nuestro Señor Jesucristo — , componer este
breve tratado, que trata del ejercicio salubérrimo y sa-
lutífero de la meditación sagrada, y de las causas y
efectos de ella.
Y porque las causas que preceden, y que mucho
ayudan, son los buenos libros; y los efectos, los santos
y divinos deseos, acordé que acompañase al tratado de
la meditación, el de la lección y oración. Porque todos
— como diremos — se ayudan para alcanzar la divina
unión, y su beatíñca y eterna fruición. De lo cual se
sigue, que con razón podemos llamar a este tratado
Camino del cielo, pues todas estas cosas que en él se
tratan, nos encaminan por medios tan necesarios para
buscar y hallar a nuestro Señor Dios, y comenzarlo a
gozar dende luego en este mundo, hasta llegar a alcan-
zarlo perfectamente en su celestial Reino.
Y dado que de estas materias estén ya escritos muy
muchos libros y mejores; mas, porque en nuestra len-
gua materna ninguno he visto, trataré muy en particu-
lar todas juntas y por el orden que aquí van puestas
— el cual orden puede mucho al devoto lector ayu-
dar— , para que más fácilmente y mejor las pueda sa-
ber, gustar y retener; saber con el entendimiento, gus-
tar con la voluntad, retener en su memoria continua.
Por esto yo, aunque indigno de hablar y de escribir de
tan santa materia, ayudándome de lo que el Señor por
su bondad inñnita me ha inspirado, y de lo que en los
libros santos he leído, deliberé ofrecer al cristiano y
piadoso lector mi estudio y deseo de su consolación y
salvación con este breve y compendioso libro, pidién-
Prólogo al lector
61
dolé por el amor eterno e inmenso de nuestro Señor y
Redemptor Jesucristo, reciba en esta obra mi intención,
y supla mis faltas con su devoción; y con sus oraciones
pida al Señor perdón de mis pecados, y gracia para
que él y yo y todos seamos salvos.^
1 Fin del Prólogo. Comienza el dicho libro llamado CAMiNa
DEL Cielo, edición
Primera Parte
COMIENZA EL LIBRO QUE TRATA DEL
CAMINO DEL CIELO Y DE LA MALDAD
Y CEGUEDAD DEL MUNDO
Capítulo Primero
EN QUE SE DECLARA LA INTENCION Y NECE-
SIDAD DE ESTE LIBRO Y POR QUE SE LLAMA
CAMINO DEL CIELO
UÁN amables son vuestras moradas, oh Señor,
Dios de las virtudes! Mi ánima las cohdicia y des-
fallece en pensarlas.^ Estas palabras decía el Profeta
con ferviente deseo y suspiro y gran levantamiento de
espíritu. Tenía, por cierto, gran razón y poderoso mo-
tivo. Porque es tan amable la morada del cielo, que no
había de ser otro nuestro deseo. Y aunque por solo el
mismo lugar corpóreo, que es el cielo empíreo, debe
ser muy deseado, por ser, como es, sumamente hermoso
y templado y yocundo y de todas recreaciones lleno;
pero más se debe nuestro corazón encender con la cob-
dicia santa de la compañía tan dulce y amable, como
es la de los ángeles y todas las otras órdenes de los
espíritus bienaventurados, y de todas las diferencias de
los santos que allí moran, y nos desean y están espe-
rando con incomparable amor nuestra subida a reinar
con ellos en aquella su ciudad tan gloriosa.
Mas lo que sobre todo esto debe inflamar nuestro
corazón con deseo de subir al celestial reino, es por
ver a nuestro Padre celestial y amantísimo, en el cual,
toda la hermosura, ansi de los cielos corporales como
espirituales, que son los sumos espíritus y todos los
santos y todas sus virtudes, benevolencia y amistad, y
toda dulzura y todos los bienes y todas las cosas ama-
bles y delectables, visibles y invisibles, están en él to-
das juntas. Y no como en las criaturas, mas como en
su único ser divino e infinito e incommutable grado.
1 Ps. 83, 2.
66
Camino del cielo. I. Lección divina
Porque él es piélago inmenso, de do todo bien mana en
la tierra y en el cielo, en cuyo respecto es una gota pe-
queñuela todo lo criado. Padre nuestro único, todo-
poderoso y amorosísimo, piadosísimo y dulcísimo.
Hemos, pues de desear, sobre todas las cosas, subir
por verle. Porque, aunque está acá en la tierra y en
toda criatura por potencia y por presencia y por esen-
cia; y todo lo hinche, sustenta y mueve; y todo está en
todo el mundo, y en cada parte mínima, todo; mas
acá en la tierra no le vemos, ni se ve, sino en los cie-
los, que son como sus palacios divinos, de su omnipo-
tente mano edificados, para do i moremos con él los
que fuéremos sus verdaderos hijos. Y allí le veamos y
conversemos, y con él sin fin reinemos y nos gocemos;
y a él mismo. Padre nuestro que es, nuestra principal
heredad y esencial felicidad, eternalmente poseamos.
Esto todo nos quiere dar a entender el mismo Hijo
unigénito, nuestro Señor Jesucristo, cuando nos amo-
nesta a que siempre oremos y, en el principio de nues-
tra oración, digamos: Padre Nuestro que eres en los
cielos,'^ En decirnos, que nuestra oración sea frecuen-
tada y que éste sea el principio de ella, nos significa
que esta consideración piísima y altísima sea de nos
siempre rememorada y en nuestras entrañas impresa,
y por nuestra consolación y refugio tenida; porque,
no hay consideración con que más el alma sea en Dios
elevada y hecha devota, favorecida y enriquecida y con-
solada. Esto mismo quiso dar a entender el profeta
cuando decía: ¿Qué tengo yo en el cielo y qué quiero
sobre la tierra? Mi corazón ha desfallecido en haberlo
pensado, Dios de mi corazón y Dios mi parte eterna,^
Esto mismo da a entender el Apóstol, diciendo: Deseo
ser desatado — conviene a saber, del cuerpo — y ser
con Cristo A No dijo: "y ser en el cielo", lo cual se
presuponía; mas dijo la causa principal por la cual lo
deseaba, que es gozar de nuestro Señor Jesucristo,
Dios nuestro único, y nuestro bien todo.
jOh cuánto debría ser el deseo que nos había siem-
pre de abrasar por alcanzar este bienaventurado fin sin
1 do, e. e., para que ailí.
2 Le. 11, 2.
3 Ps. 72, 25.
4 Phil 1, 23.
C. 1. Intención y nombre del libro
67
fin! ¡Oh cuánto debría ser el cuidado que nos había
siempre de aquejar ^ por ganarlo! ¡Oh cuán burlado se
hallará de aquí a poquito el que pudiera haberlo al-
canzado, y se viere haberlo perdido, y sin ningún re-
medio de cobrarlo! ¡Oh cosa de gran dolor y espanto,
ver tanta gente perdida andar con tanta ansia, y cami-
nos tan dificultosos, tras las cosas viles y vanas y tan
míseras y transitorias, y con tan poco o ningún cuidado
de buscar las celestiales y eternas! ¡Oh cosa de gran
admiración, ver a los hombres ponerse en tantos tra-
bajos por alcanzar lo que luego ha de perecer, y estar
tan descuidados de lo que para siempre ha de durar!
¡Procurar con tanta diligencia y cobdicia lo que se ha
de pasar en un punto, y tener tanta tibieza y negligen-
cia para aquel sumo y perdurable contentamiento y
cumplimiento de todo nuestro deseo.
Cosa es digna de llorar, que no queramos ni aun
podamos tener otro cuidado, y que sea otro nuestro
negocio, y que podamos comer o hablar de alguna cosa
temporal, o cualquier cosa negociar, sin estar pensan-
do en esto, y ordenándolo todo a este solo fin, en que
tanto nos va, que es alcanzar 2 de ver y gozar a Dios
nuestro bien, todo y sin término, en su celestial pa-
raíso.
Pues, como sepamos por noticia infalible de la fe
verdadera, poder alcanzar, y tan presto, un fin tan glo-
rioso, ¿qué nos ha de poder impedir el camino que
lleva a este perfecto y eterno descanso? ¿Y qué otro
es el camino, si no el cumplimiento y observancia de
la ley divina? Esto es lo que dice el profeta: Bienaven-
turados los limpios en el camino.'^ Y cuál sea este ca-
mino, decláralo en lo que se sigue, diciendo: los que
andan en la ley de el SeñorA Esto mismo dijo nuestro
Señor Jesucristo a un mancebo: Si quieres entrar a
la vida, guarda los mandamientos. Todo es uno: guar-
dar lo que Dios manda y observar su ley divina.^ Esto
enseña nuestro Señor Jesucristo, diciendo: Amarás so-
bre todas las cosas al Señor Dios tuyo y al prójimo como
1 Aquejar, e. e., apurar, acuciar, afanar, afligir.
2 í.« ed.: a este único y sumo negocio que es alcanzar...
3 Ps. 119, 1.
4 id., id. Ps. 119, 2 ss.
5 Mt. 19, 17.
68
Camino del cielo. I. Lección divina
a ti mismo; en estos dos mandamientos cuelgan toda
la ley y los profetas todos.^
Mas, como el amor del prójimo redunda 2 del amor
de Dios, de aquí se sigue, que el que verdaderamente
ama a Dios nuestro Señor, toda su ley guarda. De ma-
nera, que no es otra cosa el camino del cielo, sino el
amor divino. Pues, como — según nuestro Padre San
Agustín — , ninguna cosa se puede amar, si primero no
se conoce, de aquí se sigue, que el amor de Dios pre-
supone el conocimiento de Dios. También, como nues-
tra voluntad naturalmente se inclina al bien, y Dios
sea todo bien y todo bien sumo, cuanto fuere de ver-
dadero conocimiento conocido, tanto será más amado.
Pues, como la noticia que se tiene de Dios en esta vida
no sea por vista, sigúese que ha de ser por oídas, esto
es, por fe, como lo dice el apóstol: la fe, oyendo se
causa.^ Oyendo, pues, las nuevas de Dios, que nos dice
su santa Iglesia por medio de la santa Escriptura, veni-
mos a conocerle; y conocido, a amarle. Es, pues, el
primer principio y fundamento para allegarnos a Dios
creyendo, oír lo que él mismo nos enseña, oyendo o le-
yendo la Escriptura santa.
Lo segundo, es pensar atenta y profundamente lo
que así oímos o leemos, para bien percibirlo y enten-
derlo. Y este pensamiento es meditarlo.
Lo tercero y último es, que después de ser así con
la meditación conocido lo divino, venimos a amarlo y
desearlo. Y este deseo es, pedirlo a Dios con el cora-
zón, en lo cual consiste la verdadera oración.
Estos tres medios son necesarios para hallar a Dios;
y son como tres escalones con que a él subimos, figu-
rados por aquella escala que vido ^ Jacob, cuya cumbre
llegaba hasta el cielo; ^ en la cual estaba unido nuestro
Señor Jesucristo. Porque él es nuestro camino, por el
cual subimos a gozarle, imitando su vida y ejemplo;
él, en cuanto hombre, es por do subimos; y él mismo,
en cuanto Dios, es a quien subimos. Porque el descen-
der es causa del subir. Y así dice Jacob, que veía a los
1 Mt. 22, 37-38.
2 redunda, e. e., dimana.
3 Rom. 10, 17.
4 vido, e. e., vió. Forma arcaica del latín vidit, que aún se
conserva en algunas regiones de Castilla la Nueva y Extremadura.
6 Gen. 88, 12-16.
C. 1. Intención y nombre del libro
69
ángeles descender y subir por la escala: porque los hom-
bres que viven humildes y limpios son semejantes a
los ángeles. Éstos descienden y suben cada día por esta
escala, que es Cristo nuestra cabeza. Descienden a con-
siderar su humanidad, suben a contemplar su divinidad.
Descienden, imitando la humildad con que vivió en
esta vida presente; suben a gozar, por contemplación,
su divina esencia.
Y bien se han estos pasos de este santo camino a
manera de escalones, que i siempre van más subiendo;
y también porque el uno es medio para el otro; y así
es, que la lección dispone para la meditación, y la me-
ditación para subir a la oración. Son también figura-
dos estos tres ejercicios de este santo camino por aque-
llos tres días que Moisés dijo a Faraón ser necesarios
de caminar a su pueblo para ir a sacrificar a nuestro
Señor Dios en el desierto: Iremos, dice, camino de tres
días para ofrecer digno sacrificio al Señor Dios nues-
tro.^ Días se llaman estos tres ejercicios, porque así
como el día natural con esta luz corpórea alumbra los
ojos del cuerpo, así cada uno destos tres ejercicios divi-
nos alumbra el ánima con la luz espiritual e incorpó-
rea del sol de justicia.
La lección santa y devota — que es como el prime-
ro día — , halla y muestra este camino bienaventurado.
Por esto dice nuestro Señor en el Evangelio: Escudri-
ñad las Escrituras; esto es, leyendo atenta y frecuente-
mente en ellas; porque ellas son las que dan testimonio
de mí. 3 De lo cual se sigue, que ellas nos dan a cono-
cer a nuestro Señor Jesucristo, el cual es este camino
del cielo, como él mismo lo enseña, diciendo: Yo soy
el caminoA
Porque si caminamos hacia Dios, es por la partici-
pación de su mérito e imitación de su ejemplo. Él mis-
mo es el día, del cual dice: El que anda en el día no
ofende.^ Él es día verdadero, porque es luz que alum-
bra a todo hombre que viene en este mundo. Y por esto
dijo a sus discípulos: ¿Por ventura no hay doce horas
1 Que, e. e., porque...
2 Ex. 5, 3.
3 lo. 5, 31.
4 lo. li, 6.
5 lo. 11, 10.
70
Camino del cielo. I. Lección divina
en el día? i Esto dijo, porque ansí como en este visible
día, que tiene doce horas en el tiempo del equinocio,
todas estas horas son claras, porque reciben la luz del
sol corporal, así sus doce apóstoles, y todos sus imi-
tadores, que siguen y guardan su doctrina — como lo
son todos los cristianos verdaderos — , reciben fontal-
mente 2 la luz divina de aquel sol verdadero, que es luz
del mundo.
El segundo día, es el ejercicio de la sagrada medi-
tación. Esto enseña el profeta diciendo: ¡Cómo amé tu
ley. Señor! ^ Y luego añade diciendo: Todo el día es
tu ley mi meditaciónA Como si dijese: de siempre me-
ditarla, vine a amarla. Porque cuanto uno más piensa
en Dios, más le conoce. Y cuanto más le conoce, más
le ama. Y porque este aumento de la luz del conoci-
miento de Dios, se causa ^ de la meditación, añade di-
ciendo: Sobre todos los que me enseñaron entendí,
porque vuestros testimonios son mi meditación.^ Dice,
pues, aquí la Iglesia, y lo mismo cualquier ánima que
es verdadera cristiana: Sobre todos mis primeros maes-
tros, esto es, los filósofos de este siglo y todos los sa-
bios de este mundo, he entendido; porque mi medita-
ción es tus testimonios.
Testimonios divinos son los mandamientos, los cua-
les son tales, a quien bien los mira, que dan testimonio
quién sea el que los manda. Porque el que continua-
mente considera la pureza y rectitud, santidad y utili-
dad, nobleza y dulzura, justicia y piedad, hermosura y
preciosidad, virtud y salud, bondad y felicidad que en
los mandamientos mismos se contiene, y en la guarda
de ellos se consigue, serle han testimonios de Dios.
Porque conocerá que el que tales cosas manda, tan
justificadas en sí mismas,'^ y que traen tanta retribu-
ción y consolación con esa misma guarda de ellas, y
que nos las mandó tan mandadas, so pena del infierno
a quien no las guardare, y con premio no menos que
del reino del cielo eterno, a quien las guardare: no pue-
1 lo. 1, 9.
2 Fontalmente, e. e., como de la fuente misma, plenamente.
3 Ps. 118, 97.
4 id. ihíd.
5 se causa, e. e., se origina.
6 Ps. 118, 2A. 99.
7 Ps. 18, 10.
C. 1. Intención y nombre del libro 71
de ser, sino aquél que en justicia y misericordia, y
liberalidad y bondad, y majestad y potencia, es inmen-
so y en toda virtud infinito: Que es ese mismo Dios
nuestro, solo, inconmutable y todo poderoso.
El tercero día es el ejercicio divino de la oración,
del cual dice el profeta: Allegaos a Dios y seréis alum-
brados.^ En lo que dice "allegaos" significa el ejercicio
del amor divino. Porque ninguno se allega a Dios ver-
daderamente, y le abraza, y con él se unifica, sino
cuando le ama. Y cuando actualmente le ama, le de-
sea; y deseándole, ora. Y por esto dice el Apóstol: El
que se allega a Dios, hócese un espíritu con Dios.^ Por-
que — como dice San Dionisio — , el amor es virtud
unitiva.^ Y San Agustín dice: el ánima más está a
do ama, que en su mismo cuerpo, al cual animaA Pues
dice, allegándonos así a Dios seremos alumbrados, por-
que este ejercicio, más que otro, es medio por do se
alcanza la luz. Porque da a ese mismo Dios, que es esa
misma infinita luz. Y pues participa de la luz, tal luz
día es, y día tan claro, que en su respecto este día visi-
ble es como la noche, cuando hace muy oscuro.
Estos mismos tres ejercicios se pueden entender
por aquellas tres palabras de tiempos diversos que dijo
nuestro Señor Dios cuando crió todo este mundo, con-
viene a saber: fiat, fecit, factum est; que quiere decir:
hágase, hizo, fué hecho.^ Así, nuestro Señor Dios, cuan-
do quiere rehacer o reformar el menor mundo, que es
el hombre, el cual sólo es un mundo abreviado; ^ cuan-
do a éste tal quiere regenerar, y como de nuevo criar
nueva criatura, haciéndole de carnal y animal, que es
primero, espiritual y hombre nuevo, dice estas tres pa-
labras, porque su decir es hacer.'^ Quiero decir con esto,
que con estas tres palabras le hace estas tres mercedes,
1 Ps. 83, 6.
2 1 Cor. 6, 7.
3 Mística teología.
4 San Agustín, Confes.
5 Gen. 1, 3.
6 Mundo abreviado, e. e., microcosmos, como la llamaron ¡oa
filósofos antiguos, porque en el hombre se halla reunido el universo
entero; el mundo o reino mineral o insensible, el animal o viviente,
y el racional o espiritual. Muchos de los teólogos con fray Luis de
León y Escoto a la cabeza alegan esta razón como uno de los mo-
tivos de elegir Dios al hombre para encarnarse, como anillo de
unión entre los diversos elementos de la Creación.
7 Ps. US, 5. Ipse dixit et facta sunt.
72
Camino del cielo. I. Lección divina
de darle estos tres ejercicios: La lección, que es el
primero, muestra el camino y la obligación que de
caminar por él cada uno tiene; y por esto dice fiaty
que quiere decir, hágase. La meditación, con que ya
en alguna manera anda el ánima allegándose a Dios
por atento y frecuente pensamiento y mayor conoci-
miento, dice fecit, que quiere decir, hizo, o comenzóse
a hacer. La oración, que es la que ya ha perfectamente
allegado y a Dios abrazado, dice factum est, que quiere
decir: fué hecho.
El fecit y el fiat, son como la tarde y la mañana;
de los cuales dos tiempos dice la Escriptura santa que
fué hecho un día.i Porque, aunque son dos diversos
ejercicios, y cada uno de parte de sí es lucido, y ansí
son dos días entre sí mismos diversos; mas, porque en-
trambos concurren para un solo efecto, que es alum-
brar nuestro entendimiento por el conocimiento di-
vino, por esto entrambos juntos hacen un día mismo.^
Mas estos dos tiempos, que son tarde y mañana, inclu-
yen en sí la hora del mediodía para hacer un día natu-
ral y entero.
Así, en la lección y meditación se entremete la ins-
piración, con que se enciende la oración, la cual bien
es significada por la hora del mediodía, así como la
lección y meditación por los tiempos de la mañana y
la tarde. Porque, en estos hay aún poca luz, y muchas
veces falta de calor; mas en el tiempo de la oración,
es como en la hora de mediodía, en la cual la luz de la
noticia divina está del todo clara y pura, y el calor del
sol del celestial y divino amor calienta y enciende nues-
tro corazón con mayor fuerza y fervor.
En esta hora del mediodía se dice, que Dios se apa-
cienta y descansa,^ para dar a entender que el que
dignamente se ejercita en la oración recibe de la mano
de Dios descanso del alma y deleite del corazón. Por-
que la verdadera oración no está sino en la divina di-
lección, de la cual dice el profeta: Yo corrí por el ca-
mino de tus mandamientos, cuando ensanchaste mi co-
razónA Y en otro verso dice: Yo andaba en anchu-
1 Gen. 1, 3 ss.
2 mismo, i.» cd., místico, ed. tal vez errata.
3 Cant. J, 13.
4 Ps. 118, 32.
C. 1. Intención y nombre del libro 73
rüy porque busqué tus mandamientos con diligenciad
La razón de esto es, porque todo aquel que digna-
mente ora, otra cosa no desea; y así deseando con el
corazón, no pide sino agradar a Dios en este mundo,
y verle y gozarle sin fin en el otro. Y esta afección, es
una divina dilección, con la cual el alma a Dios desea
y todo lo que le pide alcanza. Y ansí sus mandamien-
tos cumple, y por el camino de ellos corre con esta
dilección y oración, favorecida y roborada,^ ennoble-
cida e ilustrada, encendida y hervorada,^ profundada^
y alargada, dilatada y elevada, y a su mismo principio
y fin unida.
Presupuesta, pues, la simple noticia de los divinos
mandamientos, que a todos es manifiesta, y que con
sola la luz natural es notificada a todos, buenos y ma-
los; será nuestro intento, tratar de estos tres ejercicios,
para alcanzar con ellos el sobrenatural favor, con que
queramos y podamos cumplir, y con la obra cumpla-
mos, todas las cosas que Dios nos manda; las cuales
todas cumple el que verdaderamente le conoce y ama.
Lo cual, todo aquél y sólo aquél recibe y alcanza, que
dignamente persevera en estos tres santos y suaves y
saludables ejercicios. Y pues de ellos depende la guar-
da de los mandamientos, cuya observancia es subir
a la vida eterna que habemos de gozar en el cielo: por
tanto, con razón este libro se llama Camino del Cielo.
Y porque el que verdaderamente camina a aquella
patria bienaventurada, siempre anda; y en todos los
tiempos del día de esta presente vida camina; de aquí
es, que estos tres ejercicios, en todos los días, y en to-
dos los tiempos de cada día, y en todas las horas y
momentos, nos son salutíferos e importantísimos, y a
cada paso necesarios; y cuanto más usados, tanto más
provechosos.
Y de aquí, que los Santos los tenían continuos, por
lo cual el profeta David dice en el psalmo: Proveía a
1 Ps. 118, 45.
2 roborada, e. robustecida, de la palabra latina "robur**
fuerza.
3 hervorada, e. e., afervorada, enfervorecida.
4 Profundada, palabra anticuada, pero que debiera resuci-
tarse, pues no significa lo mismo que profundizada, o ahondada,
que no envuelven la idea de dilatar la profundidad, como se dilata
su largura cuando se dice, alargada.
6
74
Camino del cielo. I. Lección divina
Dios en mi acatamiento siempre; i y esto se hace con
la frecuentación de la lección y de la meditación.
Y nuestro Señor, hablando en el Evangelio de la ora-
ción, nos amonesta diciendo: Conviene siempre orar y
nunca desfallecer,'^ Y esto mismo nos persuade el
Apóstol diciendo: Orad sin intervalo,^
Mas ya que al hombre por su humana flaqueza, y
mucho más por su propia culpa, con que se ha incli-
nado tanto a cosas contrarias como son las de este
mundo, y por esto se le hace dificultoso darse siempre
y en toda hora a estos espirituales ejercicios, y mayor-
mente a los principios; dése, a lo menos, a usarlos cada
día. Y en el día, las más veces que pueda. Porque le
importa mucho para que se salve.
1 Ps. 15, 8.
2 Le. 18, 1.
3 1 Thes. 5, 17,
Capítulo II
DEL PRIMER EJERCICIO DEL CAMINO DEL
CIELO, QUE ES LA LECCION DEVOTA Y FRE-
CUENTADA, Y DE LOS GRANDES DAÑOS QUE
SE SIGUEN DE LEER LIBROS MUNDANOS
EL primer ejercicio y priocipio de este santo Camino
es la lección, en la cual Dios habla con nosotros,
así como en la oración nosotros hablamos con Dios.
De esta lección de las cosas divinas fué figura el pa-
raíso terrenal, según dice Orígenes. Porque, así como
en él había todo género de árboles, con todas las dife-
rencias de frutos y sabores para el gusto del cuerpo;
así en la sagrada lección se hallan todos para el gusto
del ánima, cuyo manjar es la palabra divina. Esta mis-
ma lección es pan de vida y entendimiento, como lo
dice el Sabio. ^ Y es un pan tan sabroso, que está figu-
rado por el maná que dió Dios a los hijos de Israel en
el Desierto, que contenía en sí todos los sabores para
los que eran buenos.2 Así de éste lo reciben para el gus-
to de sus ánimas todos los que no tienen estragados sus
gustos con los humores desordenados y amargos de sus
vicios y pecados.
Este santo y salutífero ejercicio de la santa lección,
es la raíz y principio de todo nuestro bien y salvación;
así como la lección profana es origen y causa de todos
los males, y de la eterna damnación. La razón de esto
está clara; porque como nuestro corazón es como la
rueda del molino, que nunca para de tratar y moler
algún pensamiento, y lo que leemos y oímos es lo que,
a manera de semilla, le echamos, para que piense y
1 Eccli. 15, S.
2 Ex. 16, 15.
76
Camino del cielo. I. Lección divina
muela; cual fuere la semilla, tal será la harina; y cual
la harina, tal será el pan que de ella se amase y después
se come.i sí la semilla de lo que la lección o plática
ofrece, es santa, será el pan o manjar sabroso y salutí-
fero. Si es vana, será vano. Si es profana, será pon-
zoñoso. Con el primero, es el ánima consolada y con-
fortada. Con el segundo, queda vacía y estéril. Con el
tercero, queda emponzoñada y pestífera. Las palabras
malas corrompen las buenas costumbres,^
Extrema locura es, que estando en tanto peligro de
condenación eterna, y siendo de nuestra cosecha tan
mal inclinados, se busquen y lean libros con que sean
los vicios más despertados y avivados. Ansí como leer
en libros devotos es el primero paso y escalón del ca-
mino del cielo, ansí leer en libros mundanos es el prin-
cipio del despeñadero de los vicios, por do van al pa-
radero del infierno. Porque de las malas palabras se
causan los malos pensamientos. Y de los malos pensa-
mientos, los malos deseos. Y de los malos deseos, las
malas obras. Y de las malas obras, las malas costum-
bres. Y de las malas costumbres, las penas eternas.
¿Qué otra cosa son los libros mundanales, sino ti-
zones infernales? ¿Qué otra cosa son las lecciones o
pláticas profanas, sino unas espuelas que ofrecen los
demonios, para hacer correr ^ por los vicios? ¿Qué
otra cosa sacan los desventurados de este pasatiempo,
sino pasar en vano su tiempo, perder el fruto suave y
meritorio que sacarían del ejercicio contrario, perder
incomparables provechos e incurrir en muchos y gran-
des daños, tomar y comer con sus propias manos el
pan mortífero, y privarse del pan, que ya dijimos, sa-
ludable y suavísimo? ¿Qué otra cosa sacan de estas ocu-
paciones, sino inclinación mayor a los vicios, cadenas
para ser detenidos en sus pecados, vivezas para mali-
cias, industria para maldades? Así como en la lección
o plática devota habla Dios con nosotros, así a los que
se dan a oír o leer las cosas vanas del mundo habla
el demonio con ellos. Cual es el maestro, tales son los
discípulos.
1 J." ed.: y cual la harina, tal el pan, etc.
2 1 Cor. 15, 33. El verso es del poeta griego Menandro.
3 J." edic: para hacer arremeter y correr, etc.
C. 2. Buenos y malos libros
77
¡Oh, gran dolor, ver la multitud de discípulos que
tiene el día de hoy el demonio, y cuán pocos los que
huelgan de oír y seguir a nuestro Señor Jesucristo!
¡Cuán muchos los que siguen a su enemigo crudelísi-
mo, que los lleva engañados al inñerno; y cuán pocos
a su amigo y maestro, que descendió del cielo a ense-
ñamos su camino! ¡Oh, cuántos tienen usurpado el
nombre de cristiano, pues no huelgan de seguir ni aun
oír con devoción la doctrina de Cristo! Andan como cie-
gos, porque van desviados del camino claro que Dios
alumbra con su santa palabra, la cual en toda hora,
oyéndola o leyéndola, debemos ante nuestros ojos traer,
para que caminando en día claro, no ofendamos en
este camino, como lo dice el Evangelio. i
Mas los tales por falta desta luz andan siempre
de noche en tinieblas profundas y peligrosas. Y por esto,
a cada paso tropiezan y ofenden, y no sienten a dónde
van. 2 Gastan su tiempo estos desventurados, y consu-
men su vida estos desatinados en oír o leer o platicar
de los vicios o negocios mundanos; y con estos tales
libros o lecciones se hacen cada día más incorregibles
y obstinados. Porque mientras más abren las orejas o
cualesquier puertas de su sentido al mundo, más las
cierran a Dios. Mientras más oyen lo que el demonio
les enseña, más olvidan lo que nuestro Señor les man-
da. Todo esto se muestra en nuestra primera madre
Eva; la cual, por escuchar lo que el demonio por medio
de la serpiente le decía, quedó tan emponzoñada, que
ella murió, y emponzoñó y mató a su marido y a todos
sus hijos, que somos todo el linaje humano.
1 lo. 11, 10.
2 lo. 12, S5, S6.
Capítulo III
DE CUATRO MANERAS DE LIBROS DE LOS DE-
MONIOS. Y PRIMERAMENTE DE LOS OBJETOS
MUNDANOS
OMO el demonio sabe que hay en nos dos inclina-
ciones diversas, y aún contrarias, que son: la
una, a los bienes sensuales, ínfimos y transitorios; y la
otra, a los espirituales, sumos y eternos. Y sabe tam-
bién, que a ninguna cosa nos podemos actualmente in-
clinar a amarla, si no la conocemos; y que todo nuestro
conocimiento entra primero por las puertas de los
sentidos, mayormente por el sentido de la vista y por
el del oído. De aquí es, que siempre procura, cuanto
puede, ofrecernos a los sentidos cosas con que nos en-
señe y haga conocer estos bienes viles y sensuales, para
que desordenadamente y aun solamente los amemos;
y para que, ocupados en ellos, e inclinados demasiada-
mente a ellos, nos impidan el conocimiento e inclina-
ción de los bienes y deleites verdaderos y divinos.
Usa para esto de cuatro maneras de instrumentos,
que son como libros suyos, por los cuales nos enseña
lo que quiere, y con sus engaños nos emponzoña. Los
unos instrumentos son, generalmente todos los objetos
mundanos, con los cuales engaña universalmente a to-
dos los necios, que son todos los pecadores; los cuales,
aunque sean de agudo ingenio natural y tengan letras,
mas con todo esto, para sentir las cosas de Dios son
como necios e insensatos. Y por esto se dice en el libro
de la Sabiduría, que en el día del juicio armará Dios
a sus criaturas para tomar venganza de sus enemigos ^
y peleará todo el mundo contra los insensatos.^ Dice
1 Sap. 5, 17.
C. 3. Los objetos mundanos
79
que se armará contra ellos toda criatura, porque con
justo juicio de Dios serán heridos de todas las criatu-
ras los que quisieron más, y oyeron y miraron más a
las criaturas, parando más en los dones, que no en su
mismo Criador y dador de ellos.
Con los objetos de ellas engaña el demonio a los
ingratos y necios; y por esto dice el Sabio: Que la cria-
tura es hecha como lazo o instrumento engañoso a los
pies de los insipientes.^ Insipientes, dice, y no a los
sabios, que son los amigos de Dios; porque a los tales,
y mayormente a los perfectos o aprovechantes, no es
ninguna criatura mal libro, sino antes bueno. Porque
en ellas, bien miradas, resplandece la potencia, sapien-
cia y bondad, hermosura y caridad de Dios; y todas a
voces dan lección para conocer la grandeza de Dios.
Y por esto se dice en la Sabiduría: De la grandeza
de la hermosura y criatura, podrá ser conocido su
criador."^
Mas a los que no están inclinados al amor de su
Dios, dador de todos los bienes, éstos son engañados a
cada paso por medio de estos mismos dones de Dios y
presentes bienes. Por que presentándoles el demonio
estos objetos exteriormente a sus sentidos, y diciéndo-
les, juntamente con sus ocultas y malas sugestiones y
engaños, los placeres que tomarán con ellos; y mostrán-
doles el cebo y no el anzuelo, el deleite vil y momen-
táneo y no su espiritual e incomparable daño y tor-
mento, con esto los engaña, prende, y, en el espíritu,
mata, metiéndoles las saetas emponzoñadas con las no-
ticias y representaciones actuales de estos mundanos
objetos por las puertas de sus sentidos; y ansí — como
dice Jeremías — entra la muerte por nuestras ven-
tanas.^
Y como ésta sea la causa universal de nuestra sal-
vación o condenación, de aquí se sigue, que cuando al-
guno, mayormente no perfecto, más se diere a poner
los ojos en estas cosas visibles, y a percibir estas cosas
sensuales, tanto se pone en mayor peligro de ser eter-
nalmente condenado. De aquí también se sigue, que
toda persona, poderosa o rica, cuanto tiene mayor abun-
1 Sap. H, ss.
2 Sap. 13, 5.
3 ler.' 9, 21.
80
Camino del cielo. I. Lección divina
dancia de estos bienes presentes, tanto está en mayor
peligro de ser engañada y condenada, si no tiene más
abundancia de la gracia de Dios, para tenerlos más me-
nospreciados que otra, por estar unida a Dios con
más fuerte amor que otra. Si esto no tiene, antes se
precia de estos bienes superfinos y momentáneos, acaé-
cele lo que a Absalón: que yendo huyendo en la batalla
que contra su mismo padre hacía por usurparle el rei-
no, entrándose la bestia o mulo ^ en que venía por bajo
de una encina, enredóse a las ramas con los cabellos,
que tenía muy largos y muchos y muy hermosos, de
los cuales se preciaba mucho; y pasándose la bestia
en que iba, quedó él colgado; y llegó Joab, y metióle
tres lanzas por el corazón, y matólo; y después fué
apedreado, y sepultado debajo de montón de piedras
muy crecido.2
Así el mundano e insipiente,^ que se precia y pone
más su corazón en los largos cabellos de la muche-
dumbre y superñuidad de estos bienes transitorios, en-
redado de los muchos y diversos objetos a que es in-
clinado, y que tiene a cada paso, queda atado a la
encina del amor de este mundo; y Joab — que signi-
fica el demonio — , viendo en él este aparejo, le mete
tres lanzas por el corazón, que son las tres cosas que
hay en el mundo, que son — como dice San Juan — ,
cobdicia de la carne, cobdicia de los ojos, y soberbia de
la vidaA Y con éstas, llagado y muerto en el espíritu,
es después sepultado en el profundo barranco del in-
fierno, quedando sobre él gran multitud de guijarros,
que son los muchos, y duros, y perdurables tormentos.
1 5.» ed.: un mulo, erradamente.
2 2 Reg. 18, 9-18.
3 insipiente, palabra latinizante^ hoy culterana, y sólo usa-
da en estilo afectado. En el siglo XVI era, sin embargo, corriente,
aunque ya empieza al final a ser sustituida por sus equivalentes,
necio, ignorante, etc.
4 1 lo. 2, 16.
Capítulo IV
DE LA SEGUNDA MANERA DE LIBROS DE LOS
DEMONIOS QUE SON LOS JUEGOS
TRO género de libros pestíferos son los juegos, los
V_/ cuales son también libros de los demonios, por-
que son instrumentos por los cuales enseñan a los hom-
bres muchas lecciones con que ofendan a nuestro Señor
Dios en muchas maneras. Con ellos enseñan la cobdi-
cia y la acidia. Enseñan a mentir, jurar, perjurar, blas-
femar, reñir, injuriar, hurtar, robar. Enseñan falsos
testimonios, disensiones, contiendas, enemistades, ren-
cores, homicidios, olvido de Dios, perdimiento del tiem-
po, pasar la vida en vano, y engolfamiento en el mundo.
En estos males todos, o en parte dellos, hacen caer
los espíritus malos a los jugadores por medio de los
juegos. Y pues lo que procuran de enseñar los demo-
nios son todos estos vicios, y los enseñan — como lo
vemos por experiencia — , por medio de los naipes y
dados y otros juegos, sigúese, que los tales instrumen-
tos son libros de los demonios.
Es éste un vicio — allende de ser tan malo, por ser
causa de tantos males — , que hace al hombre que a él
se dá, tan miserable y tan malaventurado, aun mientras
vive en este mundo, que de libre lo convierte en es-
clavo. Y no de algún buen señor, sino de muchos y
muy viles, como lo son las cartas de los naipes y los
otros instrumentos de los juegos. La razón de esto, si
bien miramos, está clara. Porque cuando algún juga-
dor está jugando tiene cautivo su entendimiento a mi-
rar el naipe y a pensar en él; y no le deja pensar ni
gozar otra cosa, de tantas y tan buenas como le hace
perder. Tiene cautiva la memoria, porque no le deja
82
Camino del cielo. I. Lección divina
acordarse de otro negocio, de tantos como hay conve-
nientes y saludables, temporales y eternos; aunque to-
dos se deben inclinar y ordenar para un solo negocio,
que es hallar y gozar a Dios en este mundo y en el
cielo, de lo cual mayormente aparta el juego. Tiene
cautiva la voluntad, a no estar deseando otra cosa sino
la negra carta o dado o cosa semejante, que cobdicia.
Si bien profundamente miramos este cautiverio, es
el más vil y más malaventurado que hay ni puede ha-
ber en el mundo. Porque venir algunos a ser esclavos
de algún hombre, el mayor que sea, es cosa miserable.
Y si es de alguna persona ínfima y vil, mucho mayor
miseria. Mas si el tal viniese a ser cautivo de un asno,
o cualquier otro animal bruto, sería más vil cautiverio.
Mas si alguno cayese en tanta locura, que se hiciese
esclavo de un hombre pintado, sería mayor desaventura
que ser esclavo del tal animal bruto; porque, cuanto
la cosa es más baja, tanto es de peor condición el que
está sujeto a ella. Pues claro está, que un asno, o cual-
quier otro animal bruto, vivo, es mejor que el hombre
pintado, porque aquel animal, aunque irracional, tiene
ánima sensitiva; mas la imagen del hombre, o de otra
cosa, pintada en el naipe, es cosa insensata.^ Aquel
animal se mueve y tiene facultad para muchas y admi-
rables operaciones, como lo son las de todos los sen-
tidos; mas la imagen no tiene ni puede tener movi-
miento ni facultad para obrar bien alguno.
Luego, por el tiempo que el jugador está en el jue-
go, sujeto está a la más vil cosa del mundo. Y aún más
digo. Que como tenga éste tal, mientras juega, por
fin, para su consuelo, tal o tal carta o instrumento, y
tal sea una imagen, como lo es el ídolo, es hecho en
cierta manera como idólatra, cuanto a este efecto,
mientras dura el juego. Y así, pone altar — que es la
mesa — para adorar al naipe o dado o instrumento del
juego; pone también candela delante de él, cuando hay
necesidad, para le ver y adorar. Y delante de él está
muy atento y suspenso, y por él de su verdadero Dios
olvidado, y en tan profunda ceguedad caído, y de tan-
tos males cargado. Y no solamente padece los males y
daños incomparables de culpa, mas aún los males de
1 insensata, e. 6., insensible, que no siente.
C. 4. Los juegos
83
pena. Porque ejercicio es muy penoso estar a cada
paso esperando, dudoso y suspenso y congojoso.
Pierde también, no sólo la conversación divina, mas
también la humana; que le podía ser saludable y suave.
Está privado de todos los verdaderos bienes, y lleno
de males culpables y penales. Con todo esto, hay algu-
nos el día de hoy, que cuando no están durmiendo, o
comiendo, o negociando alguna cosa de estas terrenas
y transitorias, pasan su tiempo en el juego; y si alguno
les dice, que no jueguen, responden: ¿Pues, qué habe-
mos de hacer? Como si no hubiese otra cosa en qué
entender, estando en tanto peligro de verse de aquí a
poco perdido el cielo, y caído para siempre en el in-
fierno, teniendo tan inmensa obligación de pensar siem-
pre en los inefables e innumerables y continuos bene-
ficios divinos, y tan poco tiempo para buscar a Dios
y hacer digna penitencia, para escapar de la condena-
ción eterna, y para aumentar los grados de gloria per-
petua.
Con todo esto, están tan ciegos e insensatos, que
dicen: ¿En qué hemos de pasar la vida, si no jugamos?
¡Oh desventurado de ti! Está encendido el horno de
fuego, en que está mandado que seas metido, y sus
horribles llamas, en que has de ser envuelto, suben en
alto, ¿y tú, tan sin temor, quieres pasar y perder en el
juego este poco tiempo que te queda de vivir en este
siglo, en el cual podrías ganar con otros ejercicios,
buenos y apacibles, tanto fruto, como es escaparte del
infierno y subir al cielo, y aumentar la felicidad inefa-
ble e interminable del Paraíso? ¿De dónde vienen los
tales a tanta insensibilidad y crueldad, sino de com-
prehenderles i la maldición del profeta, el cual — ha-
blando de los adoradores de los ídolos, que adoran las
imágenes mudas y sordas e insensatas — , contra ellos
movido por el Espíritu Santo, dice: Sean hechos los
semejantes idólatras a las mismas cosas que son por
ellos adoradas? Quiere decir: que, pues adoran por
Dios a las cosas insensatas, sean ellos hechos sin sen-
tido, semejantes a ellas.
1 comprehenderles, e. e., alcanzarles.
2 Ps. 105, 36.
Capítulo V
DE LA TERCERA MANERA DE LIBROS DE LOS
DEMONIOS, QUE SON LOS HOMBRES MALOS
A tercera manera de libros de los demonios son los
JLi hombres inicuos, que con sus malos ejemplos y con
sus malas palabras enseñan e inclinan a los vicios. Llá-
manse con razón libros de los demonios, porque los
demonios los toman por instrumentos para mostrar y
persuadir los pecados. Son estos instrumentos tan pe-
ligrosos a quien no se guarda de leerlos u oírlos, que
pueden hacer más mal que los mismos demonios sin
ellos. Esto se muestra bien claro en nuestros primeros
padres. Porque el demonio no se atrevió a persuadir
por sí mismo a Adán para que traspasase el manda-
miento de Dios, pareciéndole que por ventura no le
aprovecharía, si lo tentase por sí mismo. Mas, como
astuto, tomó a Eva, su mujer, por instrumento, para
persuadirlo; y con este medio lo venció y derribó. Pues
si pudo a Adán, siendo tan sabio y tan santo, estando
en el estado de la inocencia y justicia original justísimo
y rectísimo, y de nuestro Señor Dios tan familiar hijo
y amigo; ¿cuánto más podrá a los otros todos, que na-
cen ya mal inclinados?
Es muy peligrosa la compañía de los malos; y tanto,
que los que de ella no se guardaren, serán pervertidos,
así como con la de los buenos convertidos y santos. Por
lo cual dice el profeta: Con el santo serás santo y y con
el perverso serás pervertido.^ Pervierten los malos, escan-
dalizando con sus malos ejemplos. Por lo cual dice nues-
tro Señor: ¡Ay del mundo, por los escándalos!^ Y en
1 Ps. 17, 26.
2 Mt. 18, 7.
C. 5. Los hombres malos
85
otra parte: ¡Ay de vosotros, que rodeáis la mar y la tie-
rra para convertir a alguno a que venga al conocimiento
de la ley y de la fe cristiana, o al estado de la vida reli-
giosa, y después que ha venido, le hacéis con vuestros
malos ejemplos ser doblado peor que vosotros! i
Escandalizan y pervierten las malas compañías a
las veces por vía de halagos, lo cual es gran ocasión de
condenación. Por tanto, dice nuestro Señor en el Evan-
gelio: Si tu pie o tu mano o tu ojo te escandaliza, cór-
talo o sácalo, y arrójalo de ti, porque mejor te será en-
trar en la vida eterna sin él, que en el fuego del infierno
con él!^ Quiere decir: si tienes en tu compañía alguna
persona que es tus pies o manos por la utilidad que de
él recibes, o tus ojos, por el amor con que la miras o
placer o deleite que con ella tienes, apártala de ti,
arrojándola o huyendo de ella. Que mejor te será ca-
recer ahora un poquito tiempo de ella y ser salvo, que
no, tenerla y gozar un poquito de ella, y ser por esto
etemalmente condenado.
Escandalizan y pervierten también los malos por
vía de amenazas, temores y espantos. Porque muchas
veces los que tratan con los malos, mayormente con
los grandes señores, cuando son inicuos y que por su
interés los sirven, no pueden dejar de caer. Porque, o
por temor de no incurrir en algún daño o trabajo, o no
perder algún provecho momentáneo, huelgan de agra-
darlos, aun en aquellas cosas que desagradan a Dios.
Contra los cuales dice el profeta: Los que agradan a
los hombres, confundidos son, porque Dios los ha me-
nospreciado.'^ Y en otra parte dice contra los que por
temor mundano pecan: Temblaron de temor do no ha-
bía temorA
Escandalizan y pervierten en gran manera los ma-
los con sus malas lenguas, hablando o escribiendo co-
sas vanas y mundanas. Por lo cual dice el Apóstol: Las
malas pláticas corrompen las buenas costumbres.^ Y en
otra parte dice, escribiendo a Timoteo: Evita las pláti-
1 doblado, e. e., doble. Mt. 23, 15.
2 Mt. 18, 8-9.
3 Ps. 52, 6.
4 Ps. 52, 6.
5 1 Cor. 15, 35.
86
Camino del cielo. I. Lección divina
cas profanas y vanas; porque mucho aumentan ¡a im-
piedad y su palabra es como cáncer,^
Así como el cáncer corrompe el cuerpo, así las
tales palabras, vanas y profanas, corrompen y podrecen
el espíritu. Pues, si tanto mal hacen las palabras vanas,
¿cuánto mas las deshonestas o maldicientes, o murmu-
radoras 2 y perjudiciales?
1 2 Tim. 2, 16.
2 Maldicientes o murmuradores, 2.^ ed. Primera ed.: maldi-
cientes, las lujuriosas o murmuradoras...
Capítulo VI
DE LA CUARTA MANERA DE LOS LIBROS DE
LOS DEMONIOS, QUE SON LOS MALOS LIBROS
ESCRITOS
A cuarta manera de los libros de los demonios son
JLi los libros escritos inicuos, o escripturas nocivas de
los malos. Éstos son en muchas maneras. Unos libros
hay que son vanos, porque tratan de cosas inútiles para
nuestra verdadera salud y salvación; y esto basta
para ser malos y nocivos. Porque no es pequeño mal
hacer perder mucho bien, como lo hacen perder a quien
en ellos se ocupa; pues, les hacen perder un tiempo
tan precioso y irrecuperable, en el cual pudieran, le-
yendo en los libros buenos, adquirir tantos y tan bue-
nos conocimientos, y deseos divinos, y obras merito-
rias, y otros frutos salutíferos.
Estos libros son los que, aunque no traten de cosas
lascivas, tratan de cosas superfinas o mundanas, como
es tratar de los hechos o dichos de los hombres mun-
danos, y no para referirlos y ordenarlos a tratar cosas
que cumplan al amor y servicio de Dios; y los que des-
ordenadamente tratan de las genealogías; y los que con-
tienen superfinas supercherías; y los que tratan de por-
fías 1 y contiendas inútiles; y todos los que no se
ordenan a otro fruto, sino a temporalmente deleitar y
vanamente ocupar. Todos éstos amonesta el apóstol
que evitemos, escribiendo a Tito, do dice: Evita las
cuestiones locas y las genealogías y porfías de la ley,
porque son inútiles y vanas. ^ Y a Timoteo, como ya
1 2.0 ed.: profanas, corrección hecha a medias, pues poco más
adelante dice: palabras profanas, que es la verdadera lección que
quiso poner en la 2.^ edición.
2 Tit. 3, s.
88
Camino del cielo. I. Lección divina
dijimos, dice: Evita las palabras profanas y vanas, por-
que mucho aumentan la impiedad, y su plática corrom-
pe a manera de cáncer A
Otros libros son lascivos, que tratan de amores car-
nales y de sus obras torpes. Éstos son muy más daño-
sos y pestíferos. Porque, como haya en cada uno de
nosotros dos inclinaciones diversas y contrarias, que
son de las que dice el apóstol: la carne cobdicia contra
el espíritu y el espíritu contra la carne; ^ y junto con
esto, ninguno pueda amar e inclinarse a lo que no co-
noce; y cuanto más conoce y tiene delante los ojos
aquello a que es inclinado, tanto más se inclina a ello;
de aquí se sigue, que cuanto más nos fueren represen-
tadas las cosas lujuriosas de los actos interiores, como
son los pensamientos y deseos, o exteriores de los vi-
cios carnales, más nos inclinarán a ellas.
Pues, como el oficio de estos libros sea dar de ellas
noticias, y traerlas a la memoria, y representarlas a la
imaginación humana: de aquí se sigue, que el oficio y
fruto de estos libros es inclinar de cada día más fuerte-
mente a los sobredichos vicios. ¿Qué mayor desatino
puede ser que hacer esto? Estáse claro, si adviertes. ^
Porque todos los que son condenados es por no refre-
nar, antes ser vencidos de sus malas inclinaciones, y
mayormente de los vicios carnales, que son pasiones
más vehementes, y mayormente con las ocasiones.
Pues, como lo que más siempre debe procurar el
que salvarse quiere, es que esta su mala inclinación
carnal le sea quitada o refrenada y disminuida; ¡oh,
cuánta e incomparable locura es buscar ocasiones y
motivos para despertarla y encenderla y aumentarla!
Lo cual hacen estos libros con la memoria actual y
representación de aquellos actos viciosos. ¿Qué otra
cosa hace el que lee en estos libros, sino meterse el cu-
chillo y matarse con sus propias manos? ¿Qué otra
cosa hace el que se da a leer en estos tales tratados o
libros, sino estar soplando y encendiendo tizones que
tiene a sí apegados, con que sea de cada día encendido
y abrasado con la cobdicia carnal, en este mundo, y des-
1 Tim. 2, 16.
2 Gal. 5, 17.
3 si adviertes, e. e., si prestas la debida reflexión. Construc-
ción latina.
C. 6. Los malos libros
89
pués con mayor fuego en el infierno? Del número des-
tos libros son, en el latín: Ovidio, y Terencio en algu-
nas obras, y otros tales. En romance: un Amadis o Ce-
lestina, y otros semejantes. Finalmente, todas las es-
crituras que, o en prosa, o en coplas o metros, tratan
de cosas lascivas.
Los que estas cosas han escrito, o escriben, no son
sino hombres ya muy perdidos y pestíferos. Hombres
que tienen tan perdido el temor de Dios, que no les
basta ir ellos por el camino de los infiernos, mas pro-
curan de llevar consigo cuantos pueden, así presentes
como futuros. También — porque de la abundancia
del corazón habla la boca y escribe la mano — , como
están ya en los vicios tan engolfados y desvergonzados,
predican como Sodoma sus pecados. De todos éstos
dice el profeta: Contáronme los iniquos fabulaciones
— que quiere decir, hablillas con delectaciones de su-
cias y viles representaciones — mas no, Señor, como
vuestra ley.^ Porque como dice el mismo profeta en
otro Psalmo: La ley del Señor es sin mácula alguna, y
convierte las ánimas. Pues, como éstos con sus escrip-
turas pestíferas hagan lo contrario de lo que la ley di-
vina, sigúese que, así como la ley de Dios nos alimpia
y convierte, así estas inicuas escripturas ensucian y per-
vierten las ánimas.
Otro modo de libros malos, escritos, son los que
tratan cosas falsas. Y si la falsedad no es más de en
materia temporal, llámanse libros mentirosos; lo cual
basta para ser muy malos. Porque no sólo hacen mal,
y grande, en hacer perder el tiempo, mas en ocuparlo
en mentira; que, aunque sea venial, es cosa muy abo-
rrecida de Dios, y a él, que es suma verdad, contraria.
Es la mentira tan abominable, aun cuando sea en ma-
teria venial, que afirman los santos doctores no ser
lícito mentir por salvar la vida del hombre. Y digo
más; que ni aun por salvar la vida de cuantos hombres
hay en el mundo. Y añado más: que ni aun por salvar
la vida eterna de todas las ánimas nos es lícito decir
mentiras útiles, ¿cuanto más las perjudiciales? No creo
que haya otra mayor señal de ir uno camino del in-
fierno, que es ser mentiroso. Y por tanto dice el pro-
1 Ps. 118, 35.
2 Ps. 18, 8.
7
90
Camino del cielo. I. Lección divina
feta, hablando con nuestro Señor Dios: Perderás a io-
dos los que hablan mentiraA Y nuestro Señor Dios dice
en el Evangelio, hablando del Demonio: Mentiroso es,
y padre de mentira.^ Por lo cual, hablando el mismo
Señor con ciertos inicuos, que sabía que habían de ser
condenados, les dijo: Que eran hijos del demoniOy por-
que eran mentirosos,^ No hay mayor señal de haber
de ser condenado alguno, que ser hijo del demonio,
pues es semejante a su padre y ha de ser su heredero.
Si las mentiras son en materia de la fe, los tales
libros se llaman y son erróneos y heréticos. Éstos son
más perjudiciales y pestilenciales que todos, porque pri-
van a los hombres del primer principio y medio de su
conversión a Dios y salida del pecado, privándoles de
la luz de la fe, y por consiguiente, del conocimiento
de Dios, que es principio del amor y temor de Dios,
por do nos convertimos a Dios. Estos tales libros,
erróneos y heréticos, así como son los más pestíferos,
así son los que han de ser más evitados, y que más se
debe huir de ellos. Por lo cual dice el Apóstol escri-
biendo a Tito: Al hombre herético, después de la pri-
mera y segunda amonestación, evítalo; porque te hago
saber, que este tal está ya pervertido; y ha caído en
delito, y está por su propio juicio condenadoA
1 Sap. 5, 7.
2 lo. 8, U.
3 id. ihíd.
4 Tit. 3, 10.
Capítulo VII
CUAN GRANDES MALES SE SIGUEN DE LOS
LIBROS DE LOS DEMONIOS
E darse los mundanos a leer en los libros susodí-
JL^ chos — que son los objetos sensuales, y los ins-
trumentos de los juegos, y las malas compañías, y las
escripturas vanas y pestíferas — como con estos tales li-
bros son de cada día más hechizados y emponzoñados,
de aquí es que, aunque por de fuera y para estas cosas
exteriores y viles estén vivos, mas interiormente, en sus
ánimas, están y andan muertos y desalmados, inútiles
y feos; y en sus costumbres, corruptos; y a los otros,
pestíferos. Cuales son sus ocupaciones, tales son en la
vida, y tales los veréis en sus costumbres. Olvidados
de Dios y de todos sus beneñcios, tan grandes y conti-
nuos. Descuidados de su celestial reino, por el cual ha-
bían de suspirar en todo tiempo. Tan sin cuidado y
temor de la muerte, que tan presto los ha de arrebatar,
y del inñerno perdurable, que de aquí a un momento
los ha de tragar. Aborrecedores de las obras de miseri-
cordia, que los podían salvar. Engolfados en las cobdi-
cias destas cosas terrenas y transitorias y vacíos de
todas las perfecciones y consolaciones divinas. Y, final-
mente, privados de todas las virtudes, llenos de vicios,
cargados de pecados, y hechos, no cristianos sino anti-
cristos, no hijos de Dios adoptivos, más hijos del demo-
nio y herederos suyos.
Pues, como una de las principales causas y raíces
de todos los males, presentes y perdurables, sean estos
libros de los demonios, ¡cuán grande mal es, que así
pública y tan desordenadamente se hagan e impriman,
vendan y compren los cristianos, y que esta pestilen-
cia tan grande de las almas se consienta a ojos vis-
92
Camino del cielo. I. Lección divina
tas meter en los pueblos por medio de los demonios!
Y si los gobernadores de la república no consienten
entrar en sus ciudades las ocasiones de la pestilencia
que mata los cuerpos, ¿cuánto más deben procurar de
atajar la pestilencia que mata las ánimas?
De lo dicho se sigue, cuán gran servicio harán a
nuestro Señor los príncipes cristianos en mandar des-
truir los tales libros, no solamente los heréticos, mas
también los carnales y sucios, y refrenar, en cuanto
puedan, los instrumentos de los juegos susodichos.
Deben también los obispos, y todos los otros prela-
dos, procurarlo con los Reyes y Príncipes y los otros
Señores temporales y sus Jueces, y hacer gran inquisi-
ción por sí y por medio de otras personas virtuosas y
devotas, para hallar estas hierbas pestilenciales, y des-
arraigarlas de sus iglesias. Deben andar personalmente
a procurar, que todas sus ovejas vayan por lo menos
los domingos y fiestas a oír la misa y lección divina, y
tomar el pasto de su ánima, que es la santa doctrina,
haciéndoles oír los sermones de los predicadores, y
para esto, ir ellos mismos o, si no pudieren, enviar per-
sonas idóneas que vayan los tales días por las calles y
plazas, y aun por las tabernas, para que lleven delante
sí a todos los que hallaren, compeliéndolos a entrar
en el paraíso, como dice el santo Evangelio: Porque
mejor les será entrar cuasi por la fuerza en el cielo,
que caer de su grado en el infierno,'^
Deben también los obispos y los otros prelados, si
quieren ser salvos, procurar cuanto puedan, de nunca
salir de sus obispados, y de estar entre sus ovejas, pro-
curando cuanto pudieren de conocerlas en particular a
cada una de todas, y tenerlas escritas para llamarlas.
Porque, como dice nuestro Señor en el Evangelio, El
buen pastor a sus propias ovejas llama por sus nom-
bres, y va delante de ellas,^ por el ejemplo; y con la doc-
trina les da pasto, y por todas las vías que puede las
lleva delante sí, encaminándolas al cielo. Y cuando los
pastores esto hacen, las ojevas los oyen y los siguen.
Deben también tener gran cuidado en hacer que todos
los curas estén en sus iglesias; y para esto, que no ten-
gan más beneficios de que puedan residir y ser mante-
1 Le. H, 23.
2 lo. 10, 11.
C. 7. Daños de los malos libros
93
nidos, quitada toda pompa y superfluidad mundana.
Deben también hacer a los dichos curas, que en
todas las fiestas, en acabando de Vísperas, hagan venir
a la Iglesia a todas sus ovejas y estar allí por lo menos
una hora entera, en la cual les enseñen la doctrina
cristiana a todos los que fuere necesario, así a los gran-
des como a los pequeños. Y ellos, y otras personas idó-
neas que tengan para que en esto les ayuden, les ense-
ñen cómo se han de confesar, y cuándo y cómo buscar
a Dios. Y les hablen un rato del reino del cielo, que
han de estar siempre esperando, y para el cual son
criados. Y de los medios que han de tener para alcan-
zarlo, informándolos para esto de las dos vidas, activa
y contemplativa, que han de tener juntas, y cómo se
incluyen en los dos mandamientos, que contienen to-
dos los otros, que son el amor de Dios y del prójimo.
Y cómo el que tiene verdadero amor de Dios no puede
estar sin la contemplativa, y el que el amor del prójimo
sin la activa.
Deben también procurar que no haya casa de nin-
gún cristiano do no tengan y lean cada día algún libro
bueno y devoto, mandándoselo comprar a los que pue-
den, y comprándoselo ellos a los pobres, que para ello
no alcanzan. Y velar mucho en saber que se lea cada
día la santa lección, a lo menos una vez al día, pues es
comida necesaria del alma. Porque ya que no oyen,
como en los tiempos antiguos, en cada día sermón,
supla algo desto la cotidiana lección.
Capítulo VIII
DE LOS LIBROS DE DIOS, Y PRIMERAMENTE
DE LA UTILIDAD QUE SE SIGUE DE
LEER EN ELLOS
os frutos que conseguirá toda alma que tuviere por
cotidiano ejercicio leer con santa intención en los
libros de Dios, santos y devotos, no se lo sabré explicar
con mi pluma ni lengua, mas dárselos ha a entender y
gozar la experiencia. Porque la lección devota y fre-
cuentada es en sí obra muy sabrosa, y juntamente me-
ritoria. Quita la ociosidad, que es madre de todos los
males. Destierra los malos pensamientos. Cierra la puer-
ta a las palabras dañosas y ociosas. Pone freno a las
obras ilícitas. Es muy especial remedio contra el vicio
de la carne. Deshace la soberbia. Destruye la envidia.
Amansa la ira. Hace olvidar la gula. Arranca la accí-
dia. De las prosperidades vanas del mundo da menos-
precio, y en las adversidades da consuelo. Aumenta de
cada día más el conocimiento de Dios, y de los bienes
y males eternos. Causa muchos buenos pensamientos, y
hace que sean frecuentados. Engendra temor del infier-
no, y cobdicia santa del cielo, y disposición e inclinación
al amor divino.
Para que este ejercicio sea fructuoso, has de leer u
oír la buena plática o lección con toda atención y santa
intención y devoción. Y lo mismo, cuando oyes algún
sermón. Aprovechará mucho para tener esta disposi-
ción necesaria, y conseguir el fruto de ella, que pidas
en el principio el favor divino con alguna breve ora-
ción, aunque no sea sino una sola palabra con el co-
razón dicha. Después de haber leído u oído, hacer otro
C. 9. Utilidad de los buenos libros
95
tanto, pidiendo que no seas ingrato al don que con la
santa doctrina te es dado.
Has también de procurar que este santo y divino
manjar, que recibes, lo masques con el pensamiento, y
lo retengas en el estómago de tu alma, que es la memo-
ria. Porque así como aprovecharía poco o nada, al
que comiendo el manjar corporal lo lanzase presto, así
este manjar salutífero a quien luego pusiere en olvido
lo bueno que ha oído o leído. Aprovecha mucho, y
puede también ayudar a la memoria y entendimiento,
platicar i así de las cosas oídas o leídas, y preguntarlas
y conferirlas con personas idóneas y al santo propósito
unidas.
1 2.a ed.: practicar, regionalismo andaluz por platicar.
Capítulo IX
CUALES LIBROS DEBEN SER ELEGIDOS
PARA LEER
Los libros que deben usar y frecuentar las personas
no letradas ni latinas, son los que, en nuestro vulgar
romance traducidos, no solamente alumbran el enten-
dimiento para conocer las cosas de Dios, mas junta-
mente inflaman el afecto al temor y amor divino, como
son: el texto del Santo Evangelio, el Vita Christi del
Cartujano, el Vitas patrum, las Meditaciones de nues-
tro padre San Agustín; el Soliloquio y otros libricos de
San Buenaventura; el Contemptus Mundi, el Flos Sanc-
torum, y otros semejantes.
Para los que son doctos, son innumerables los que
están escritos; mas los que me parecen más fructuosos
son: la Sagrada Escritura, con su glosa ordinaria; los
sagrados doctores antiguos, como son, nuestro Padre
San Agustín, San Jerónimo, San Ambrosio, San Grego-
rio, Crisóstomo y Cipriano; las Obras de Ricardo de
Santo Victore, San Bernardo, San Buenaventura. Y en-
tre los escolásticos, Santo Tomás, cuya doctrina es só-
lida, copiosa y muy fructífera. Y aunque sea apacible
a algunos discurrir por muchos y diversos doctores,
tengo por más fructuoso elegir pocos y darse bien a
ellos, que no derramarse por muchos, impidiendo el
tiempo para los más provechosos.
Y aunque la doctrina de los sobredichos, y de otros,
sea muy buena; mas la que me parece más útil y salu-
tífera es la de San Agustín nuestro padre, doctor y
padre de todos. Porque ésta tiene virtud singular para
alumbrar y para inflamar. Enseña la materia y da la
forma. Trata de todas las cosas, y radicalmente trata-
C. 9. Lista de buenos libros
97
das; ilustra copiosamente con lo que ha escrito, deleita
con el estilo, mueve con el espíritu. Y aunque todas
sus obras son divinas, las que parecen más saludables
son: la Exposición sobre los Evangelios, la Exposición
sobre las Epístolas Apostólicas, que se llama la "Re-
colecta de Beda"; aunque toda aquella obra es de San
Agustín nuestro padre; sino, que Beda la sacó de di-
versas partes de los libros del mismo padre nuestro, y
las recoligió en un libro; de lo cual podrá el prudente
lector colegir cuán excelente sea la doctrina deste tra-
tado, pues un tan gran doctor, como es Beda, tomó
tan gran trabajo por copilarlo. También es cosa de
incomparable utilidad la Exposición del mismo nues-
tro Padre San Agustín sobre los Psalmos, llamada Quin-
cuagenas, la cual en singular manera enciende y alum-
bra los entendimientos, y se imprime en las entrañas.
Capítulo X
QUE A TODOS, Y ESPECIALMENTE A LOS
PRINCIPES, ES MUY NECESARIA LA FRECUEN-
TACION DE LA SANTA LECCION. Y DE UN
GRAN LIBRO POR LA MANO DE DIOS, EN QUE
TODOS PUEDEN Y DEBEN LEER CADA DIA Y
INGUNA persona, por ocupada que sea — como
X N lo es el Rey y el Príncipe y cualquier Señor o Juez
temporal o de cualquier otro estado o condición que
sea — , debe dejar de leer, por lo menos una vez al día,
en algún libro devoto, si quiere aprovechar en este
primer Ejercicio, que pone al hombre en el camino del
cielo. Y el Rey o Príncipe, y cualquiera Juez, tiene
más necesidad que otro de leer cada día en algún libro
santo, porque,! alumbrada su ánima con la luz de la
lección divina y fortificada con este manjar espiritual,
no caiga,2 más que otro, entre los negocios; en los
cuales suele peligrar la piedad, y seguirse mayor des-
cuido de lo divino, con la mayor ocupación temporal.
Y por esto, tiene mayor necesidad de abrazarse más
con las cosas que le causen memoria e inclinación a
las cosas divinas, como lo hacen las lecciones santas,
con las cuales se podrá conservar y aumentar en el
amor de Dios, y ser también habilitado y enderezado
y favorecido para responder mejor a su vasallo o súb-
dito, y satisfacer a su prójimo, y despachar recta y de-
rechamente todo negocio.
De aquí es, que queriendo nuestro Señor enseñar
todo esto, y dar a entender la especial y mayor nece-
1 porque, e. e., para que. Construcción frecuente en loa clá-
sicos.
2 no caiga, e. e., no sucumba bajo el peso de los negocios.
EN CADA HORA
C. 10. Un libro para ignorantes
99
sidad que tienen los Reyes, Príncipes y Jueces de leer
cada día en la Escriptura santa, dice así, en el Deute-
ronomio: Después que el Rey comenzare a reinar, ten-
drá consigo el libro de la ley de Dios, y leerlo ha todos
los días de su vida, para que aprenda a temer a Dios
y guardar sus palabras, y para que no se ensoberbezca
sobre sus hermanos, ni decline a la diestra ni a la si-
niestra,^ Y a Josué, cuando fué hecho príncipe de Is-
rael, le dijo Dios: No se aparte de tu boca el libro de
mi ley; mas meditarás en él días y noches, para que
guardes y cumplas todas las cosas que en él son es-
critas.'^
Mas el que no supiere leer, ni tuviere hijo o criado,
vecino o amigo, que le lea, o con quien, en lugar de
esto, platique de la bondad y obras maravillosas de
nuestro Señor Dios, lea este tal, y cualquier otro, el
gran libro por la mano divina escrito, que es todo este
visible mundo; considerando la sabiduría y potencia y
bondad del que lo ha hecho y criado, y el amor de
quien tantos bienes y dones le envía en todo momento.
Esto podrá leer en cada hierbecita y avecica y pececico
y en cualquier animal, grande o mínimo, y con mirar
en los cielos y elementos, y en cualquier cosa que está
en ellos.
Esta lección leía y nos enseñaba el profeta, cuando
decía: Los cielos cuentan la gloria de Dios y el fir-
mamento anuncia las obras de sus manos.^ De esta
lección no hay ninguno que se excuse, porque no hay
quién la ignore. Y si a ella no advierte, es por su cul-
pa, que lo pervierte. Y esto es lo que el mesmo sal-
mista añade luego, diciendo: No son sus pláticas y pa-
labras — conviene a saber, de los cielos — tales, que
no puedan y deban ser oídas de todosA De ésta puede
y debe gozar, así el idiota como el letrado, en todo tiem-
po; y, también, en todo lugar, a doquier que se halla-
re: en la Iglesia, en su casa, en el camino, en la huerta,
en la villa o tierra, en la calle, en la plaza, en el campo
y en el pueblo.
Dos lecciones debe leer cada día en este libro todo
1 Deut. 17, 11.
2 Jo8. J, 8.
3 Ps. 18, 2.
4 Ps. 18, 6.
100
Camino del cielo. I. Lección divina
hombre que se quisiere salvar. La una, considerando
profundamente la inmensa bondad, caridad y benigni-
dad de nuestro Señor Dios, que tanto nos ama; pues,
en todo lugar y en todo momento nos está dando tan-
tos bienes, y enviando sin cesar tantos dones, como
son todas estas criaturas terrenales y celestiales que go-
zamos, y las virtudes naturales y propiedades y delec-
taciones que pone en ellas; las cuales todas ha criado
y cría y conserva por enviarnos siempre tantos dones,
por el puro amor con que nos ama, como adelante
diremos. 1 ¡Cuán grandes voces nos dan todos estos
bienes — que continuamente nos envía — , manifestán-
donos con ellos la bondad y amor con que nos los da!;
pues, los dones son manifestativos del amor de quien
son enviados, mayormente de aquel que no puede pre-
tender interés; sino, que lo da todo con amor puro,
como lo es nuestro Señor Dios, que, en amor y toda
virtud y todo bien, es inmenso.
La segunda lección que nos ofrece todo este mun-
do, es el rigor inñexible e incomparable de la justicia
divina y de su ira y severidad infinita. Esto nos están
siempre diciendo a grandes voces el cielo y la tierra,
y todas las cosas que son en los elementos y en los
cielos. Porque, como representen ser infinitamente po-
deroso y bueno y, por consiguiente, justo, Aquél que
de nada las ha criado; y tanto sea mayor la ofensa,
cuanto es mayor el ofendido y menospreciado; y tanto
mayor la ingratitud, cuanto más y mayores bienes nos
ha dado; como no sea — según notamos — menos jus-
to que poderoso, pues en toda virtud es infinito; de
aquí se sigue y se aprende que, cuando el pecador obs-
tinado llega al punto de su juicio, si con tiempo y
muy de veras no se hubiere a Dios convertido, ha de
ser con rigor de infinita justicia condenado.
A esta lección nos quiere especialmente mover el
cielo, si bien miramos en algunas de sus estrellas, que
son como letras en él escritas. Porque con algunas de
sus estrellas nos está siempre avisando y amenazando
con grandes voces. Y para que más claramente enten-
damos esto, dime: ¿Qué 2 es la causa por qué en el
1 i.« ed.: como adelante más extensamente diremos.
2 Qué Tpor cuál; frecuente en los clásicos.
C. 10. Un libro para ignorantes
101
norte está aquella figura, con ciertas estrellas figurada,
en forma y manera de bocina? ¿Por qué puso allí nues-
tro Señor Dios esta señal de la bocina, más que otra
señal alguna? Si quieres saber el porqué, oye lo que
dice el apóstol, hablando del día del juicio: Descende-
rá el Señor a juzgar el mundo llevando delante sí una
trompeta, o bocina, con que un arcángel llamará a to-
dos; y luego serán resucitados, y a su juicio traídos.'^
Y él mismo dice en otra parte: Sonará la bocina, y
resucitarán los muertos.'^
De esta bocina dice San Jerónimo tener tan gran
miedo, que siempre le parecía que le estaba sonando
a las orejas. Pues, si a un San Jerónimo, con toda su
penitencia y santidad, era cosa temerosa; ¿cuánto debe
ser cosa más espantosa a los que están envueltos en
sus vicios, y engolfados en cobdicias y suciedades in-
numerables, pues de aquí a poco los han de llamar a
todos a aquel juicio de Dios, espantoso, en el cual se
han de salvar pocos; y todos los otros han de ser con-
denados a ser privados del paraíso, y ser lanzados en el
profundo infierno, a do vivos en ánima y cuerpo ardan
de pies a cabeza en el fuego, sin ningún refrigerio ni
término?
Esto es, pues, lo que nos dice la bocina, que está
en el Norte; la cual siempre sin parar está dando
vueltas, con las cuales están medidos y se pasan nues-
tros días. Dícenos, pues, la bocina con esta su señal y
continuas y ligeras revoluciones, que en dando tantas
vueltas — que se acabarán presto — seremos llama-
dos a juicio. Esto nos quiere dar a entender el profeta
Moisén, a do dice: Cerca está el día de la perdición, y
los tiempos se dan prisa a llegar y acabar. Juzgará el
Señor a su pueblo, y en sus siervos habrá misericordia.^
De do se infiere, que todos los demás — quiero decir,
los que no fueren sus verdaderos siervos — , caerán en
el piélago de su justicia inmensa. De esto nos avisa
también en otra parte la santa Escriptura, donde dice:
Si el justo apenas se salvará, el malo y el pecador ¿adon-
de aparecerán? ^
1 1 Thes. 4, 16.
2 1 Cor. 15, 52.
3 Deut. 32, 26.
4 1 Petr. Jf, 18.
102
Camino del cielo. I. Lección divina
Por cierto, si profundamente pensamos cada día,
como debemos, en aquel final juicio, siempre y en toda
hora nos sonará aquella bocina, y oiremos su clamor
espantoso. Mas si en todo esto alguno se descuida, pa-
reciéndole que está lejos el día del juicio universal,
mire bien cómo esta misma bocina del Norte le está
siempre llamando al juicio cercano y particular. Por-
que en dando tantas vueltas, o tantas y cierta parte de
otra — las cuales son pocas y con incomparable velo-
cidad dadas — , en llegando la bocina con ellas a tal
punto, ha de ser el último punto de nuestra vida, en el
cual nos ha de arrebatar la muerte. Este último punto
de la vida de cada uno, aunque sea al cabo de todo lo
que naturalmente podemos vivir, será muy presto; por-
que toda nuestra vida es como un momento; y después
de pasada, le parecerá a cada uno como un punto y
como si nunca hubiera sido, o como un sueño bre-
vísimo.
Esto, si bien sintiésemos, debería bastar a menos-
preciar todos estos placeres vanos de este mundo que
tan presto se pasa y perece, y convertimos al amor de
Aquél que es sumo bien y siempre permanece. Por esto,
el profeta, hablando con Dios dice: Dijiste: Convertios,
hijos de los hombres; porque mil años delante tus ojos
son como el día pasadoA Pues, si mil años ¿cuánto
más los nuestros, que, como dice el profeta mismo: re-
gularmente son setenta, y en los de gran sujeto, ochen-
ta; y si algún poco más dura la vida, es trabajo y dolor.^
Pues si toda esta vida es un momento, aunque durase
todo lo que naturalmente dura, ¿cuánto más, que mu-
chas veces arrebata a muchos en medio de sus días, y
a otros antes, y su hora última a cada uno es incierta?
En cuánto temor debe cada uno estar, pues no sabe la
hora, ni el momento en que la muerte le ha de arre-
batar.
Esto es lo que nos enseña nuestro Señor en el Evan-
gelio, diciendo: Estad siempre aparejados, porque a la
hora que no pensáis seréis llamados.^ Llamados, dice,
a este particular juicio, que es en la muerte. ¡Juicio
1 Ps. 89, 4.
2 Ps. 89, 10.
3 Mt. 2h, JtU.
C. 10. Un libro para ignorantes
103
tan temeroso!, ¡negocio de tanto peso!, pues, en el es-
tado que al hombre halla, le arrebata y da con él en
un momento en el cielo o en el infierno! Y esto, para
que esté allí gozando o penando el espíritu hasta que
llegue el otro juicio universal, a do, con el mismo cuer-
po, sea hecho bienaventurado o lanzado en el infierno,
a ser ^ en el ánima y en este cuerpo tan flaco conde-
nado y metido en el fuego y sin fin abrasado.
¡Oh profunda ceguedad de los que temen los males
livianos y momentáneos de esta vida, y tienen menos te-
mor de su condenación eterna! ¡Oh, cuán crueles e in-
sensatos hacen a los malos sus pecados, pues así les
quitan el temor y cuidado de no perder el cielo y caer
a deshora en el profundo del infierno!
Si bien lo sintiésemos, no habríamos de poder su-
frir entender en otro negocio. Ni debe ni cumple a al-
guno tener otro, sino este único. Y si algún otro se
ofrece, débese de huir, sino fuere a éste subordinado,
so pena de falta de seso. Danos, pues, nuestro Señor
Dios continuas voces con esta señal de la bocina, que
ha puesto y vemos en el cielo, si leemos en sus letras,
que son aquéllas sus estrellas y señales que figuran la
señal suya, la cual cada noche debe todo cristiano mi-
rar, y leer esta lección que nos dice, considerando pro-
fundamente este juicio, así universal como particular,
al cual nos llama.
Mas, como sea cosa en que tanto nos va, negocio
que tanto nos importa, en cuyo respecto todo lo otro,
cuanto hay en el mundo, no importa nada; como sea
cosa en que nos importa la vida y vida eterna, o la
pérdida de ella y la caída en la condenación perdurable,
y tenga nuestro Señor tanta gana de nuestra salvación,
si con nuestra maldad no le cerramos la puerta; de
aquí es, que no se contentó de llamarnos con bocina
desde el cielo, mas tiene otras muchas bocinas con que
nos llama frecuentemente acá en la tierra. ¿Qué otra
cosa son las campanas de las iglesias, sino bocinas de
Dios? ¿Y qué otra cosa nos dice por ellas, cuando ta-
ñen por los difuntos? ¿Qué otra cosa nos está diciendo
a grandes voces, sino lo que dice el común proverbio:
Cuando vieres la barba de tu vecino pelar, echa la tuya
1 a ser, e. e., para ser.
104 Camino del cielo. I. Lección divina
en remojol ¡Muy remojada la debería tener cada uno
de nosotros con el agua caliente de las lágrimas de la
contrición, que procede del ferviente amor divino! Por-
que, si así no estuviere bien remojada, será muy penosa
de arrancar.
¡Oh, cuán difícil y penosa cosa le es al alma del
malo, que ansí no ha hecho con tiempo dignos frutos
de penitencia, cuando le arranquen el alma, y la apar-
ten de esta carne que tanto amaba, y se vea privar de
todo lo de este mundo, que solamente deseaba y go-
zaba, y se sienta llevar de los demonios a meter en
aquella damnación tan horrenda y eterna! ^ ¿Por qué,
veamos,2 hacemos tan poco caso de lo que Dios nos
dice con estas bocinas, pues nos llama y amonesta con
ellas con voces tan dignas de ser oídas? ¿Cómo no nos
hacen temblar las carnes las voces de estas señales?
Lo que siento de esto es, que los que no están en
continuo cuidado, temor y temblor con las voces de estas
bocinas, es porque no tienen orejas para oírlas. Por-
que, dado que las oigan con las orejas del cuerpo, fál-
tanles las interiores del espíritu. Por lo cual dice nues-
tro Señor Dios en el Evangelio: El que tiene orejas para
oír, oiga.^ Y el espíritu Santo nos dice por San Juan en
el Apocalipsis: El que tiene orejas para oír, oiga. "De
aquí se sigue, que todos los malos, que tantas y tan
grandes voces no oyen, andan sin orejas. En esto incu-
rren con justa causa; y es, por ser, como son, ladrones.
Porque si miramos, hurto, según su deñnición, no
es otra cosa sino contratar la cosa ajena contra la vo-
luntad de su señor, y esto hacen todos los malos a cada
paso. Porque todas las cosas que tienen son de Dios,
que se las presta para esta vida, para que usando de
ellas, según su divina voluntad, ganen la vida eterna.
Mas el pecador, ingrato, usa contra la voluntad de
Dios de los ojos, que le ha dado, viendo con ellos lo
que Dios no quiere que vea; y de las orejas, oyendo
lo que Dios no quiere que oiga. Eso mismo dígase de
todas las otras potencias exteriores e interiores, y de
todas las cosas que goza con ellas.
1 ed.: tan eterna. Parece omis. de imprenta.
2 veamos, e. e., en efecto.
3 Le. 8, 8.
4 Apoc. 2, 7.
Capítulo XI
DE OTRA LECCION DE GRANDE UTILIDAD
QUE NOS OFRECE ESTE GRAN LIBRO POR LA
MANO DE DIOS ESCRITO
ANNOS también lección por otra vía las letras y
I ^ señales de este libro, que son todas las cosas de
este mundo. Y esto, así con los males como con los
bienes, si bien los miramos y con profunda atención
leemos en ellas. Los bienes, considerando cómo en el
cielo podemos tener presto todos juntos y en puro
grado; y esto, puede aprovechar mucho para aumentar
el deseo del paraíso. Los males, porque también se pa-
decen puros en el otro mundo; y esto, despierta en gran
manera para temer el infierno.
Para leer bien esta lección, hemos de mirar atenta-
mente todas las cosas apacibles y aborrecibles, cuando
se nos ofrecen, y mirar y leer cada una por esta vía.
¿Ofrécesenos una persona de amable conversación? Ha-
bemos luego de leer lo que nos dice aquella letra de este
libro de las criaturas, y ver lo que nos significa aquella
criatura, sabia y amorosa; porque, con su dulce conver-
sación nos está diciendo a cada uno: Si esta conversa-
ción mía te es deleitable en este valle de lágrimas, a do
toda persona está llena de tantos defectos y miserias
corporales y espirituales, ¡cuánto más dulce te será la
conversación de una de las personas celestiales!
Si se te ofrece un hombre, malo, necio y malicioso,
ingrato y cruel enemigo: oye lo que te dice esta letra,
que es decir: ¡cuán penosa será la compañía de los de-
monios y dañosos en el infierno! Cuando vemos el
fuego de este mundo, que sabemos que en tocándole
de tan grande aflicción y tormento, leer luego en él:
106
Camino del cielo. I. Lección divina
¡cuánto será penoso el infernal fuego! Cuando vemos
una persona hermosa en esta tierra y vida corruptible,
leer luego en ella: ¿cuál será la hermosura de las que
moran en la celestial patria? Cuando se nos ofrece al-
guna huerta delectable de este mundo, leer luego en
ella: ¿cuál será la huerta y recreaciones del paraíso?
Lo mesmo cuando oímos alguna música suave, o gus-
tamos algún manjar o licor sabroso, o al contrario.
Y cualquier otra cosa, que se perciba, o sienta con los
sentidos, si es conveniente, mira cuánto más lo será
en el cielo; si es desconveniente, lee y entiende cuánto
más lo será en el infierno.
Mas estas lecciones no las leen ni oyen los malos,
porque de ellos está escrito por el profeta: Ojos tienen
y no ven, y orejas y no oyenA Y Esaías dice: Ciega,
Señor, el corazón deste pueblo, y agrava sus orejas,
porque viendo no vean y oyendo no entiendan,'^ Esto
es ansí. Porque, dado que tienen ojos y orejas en el
ánima para ver y oír — quiero decir, para entender —
las cosas del mundo, mas no las tienen para las cosas
de Dios. De aquí es que, como andan ciegos por sus
pecados, a cada paso, ofrecida la tentación, tropiezan
y caen en los vicios. Y como andan delante de Dios
sin orejas, sordos, al primer hurto en que los ase la
justicia divina, son ahorcados, y en la horca perpetua
del infierno puestos, cuando, al punto que menos pien-
san, son de la muerte arrebatados.
Pues, el que dignamente se ejercitare, como hemos
dicho, en este escalón de la lección de la santa Escrip-
tura, leyendo en los libros de Dios, que son las es-
cripturas de los Santos, por las cuales — como dice el
bienaventurado San Pedro — nos habla Dios, porque
lo que ellos nos escriben y dicen, es por inspiración
del Espíritu Santo. ^ Y subirá también con el corazón
a leer en este libro de Dios, que últimamente he dicho,
que el mismo Dios ha escrito por su mano: [porque]
este tal, que así dignamente se ejercita en la santa lec-
ción, ya está dispuesto, y comienza a subir al segundo
ejercicio, y más alto, que es la sagrada Meditación.
1 Ps. lis, 6.
2 73. 6, 10.
3 2 Petr. 1, 3, 20.
Segunda Parte
COMIENZA EL SEGUNDO EJERCICIO DEL
CAMINO DEL CIELO, QUE ES LA
SAGRADA MEDITACION
Capítulo Primero
DE CUAN NECESARIA SEA LA MEDITACION
PARA ALCANZAR LA SALVACION
L segundo ejercicio, y más alto y más fructuoso, con
que hemos de andar y subir por el camino del
cielo, buscando y hallando cada día más a nuestro Se-
ñor Dios, hasta venirlo a hallar del todo, gozándolo
perfectamente en su celestial reino, es la sagrada me-
ditación. Llámase este ejercicio "meditación", porque
es obrado con la mente y pensamiento íntimo y pro-
fundo del hombre de dentro. Y ésta es propia y per-
fecta vía para venir el hombre al amor de Dios y al
menosprecio de sí mismo.
Porque, por la continua meditación de los bene-
ficios de Dios, somos inflamados a le amar. Y por el
conocimiento de la necesidad que de sus dones tene-
mos, y de nuestro gran desagradecimiento y maldades
con que le ofendemos, venimos a conocer ser indignos
de todo bien, y dignos de todo mal; con la cual con-
sideración somos movidos a cosas ásperas, y a obrar
cosas penosas, y sufrir injurias, y haber vergüenza de
tratar blandamente nuestros cuerpos con que le ofen-
demos. Y como estas cosas son obradas mediante el
pensamiento con el corazón, afírmanse fuertemente en
él; y así, siéntense mejor, y no se cae ni corrompe lo
que se adquiere por este ejercicio profundamente me-
ditado, como las cosas que son aprendidas solamente
leyendo y oyendo. Este ejercicio de la meditación es
un fundamento para subir al cielo y ser todo hombre
salvo; porque ninguno se salva, sino el que a Dios ver-
daderamente ama. Y como ninguna cosa se puede amar
si no se conoce, ni se puede conocer si no se considera
— que es bien pensarla y meditarla — de aquí se si-
110
Camino del cielo. II. Meditación
gue, ser cosa necesaria al que quiere aprovechar en el
amor de Dios, ejercitarse en la santa meditación, por
la cual se sube al conocimiento de Dios.
El que ahora, en esta presente vida, no sube medi-
tando con su corazón al cielo, no podrá subir después
con el ánima y el cuerpo. Esto es lo que dice el Psal-
mista: Bienaventurado el varón que ayudado de vos,
Señor, puso en su corazón sus subidas dende este valle
de lágrimas, en aquel lugar donde lo ha puesto,"^ con-
viene a saber, en el cielo; el cual no lo nombra por ser
inefable. Esto mismo da a entender nuestro padre San
Agustín en un sermón de la Ascensión donde dice: Su-
bamos con Cristo con el corazón, entre tanto que so-
mos detenidos en este mundo, porque después subamos
a estar con él, con el ánima y el cuerpo.^
Esto mismo nos significa el apóstol diciendo: Nues-
tra conversación es en el cielo. Porque como dice nues-
tro Señor en el Evangelio: Do está tu tesoro, allí está
tu corazón; 3 pues do está el corazón, allí es su conver-
sación. Y como todo nuestro tesoro sea Cristo, que
está esperándonos en el cielo, allí con él debe estar
todo nuestro pensamiento y deseo. Este santo pensa-
miento o -meditación es [sumamente necesaria] sin la
cual no se puede adquirir virtud alguna y con la cual
todas se alcanzan. Porque sin el fuego del amor de
Dios ninguna virtud verdadera se cría, y el fuego del
amor de Dios con la meditación se enciende A Y esto
es lo que dice el psalmista: En mi pensamiento se en-
cenderá el fuego,^
Es la meditación de las cosas de nuestro Señor
Dios la cosa más necesaria para nuestra salvación y
para conservar nuestro aprovechamiento en el amor
y servicio divino. Porque — como ya hemos dicho, y
lo dice nuestro padre San Agustín — ninguna cosa se
puede amar, si no se conoce. Y las cosas invisibles y
divinas, como son su majestad, bondad, caridad, piedad
y justicia, sapiencia y potencia, hermosura y dulzura,
no se pueden conocer si profunda v frecuentemente no
1 Ps. 8S, 6.
2 Sermo de tempore 120, n. 6.
3 Mt. 6, 25.
4 Ps. 38, U.
5 id. ibid.
C. 1. Necesidad de la meditación 111
se miran con los ojos del alma, así porque nuestro
entendimiento de su naturaleza es discursivo y no ve
luego de una vista lo que quiere, como lo ve el ángel
— y esto, aun en las cosas bajas y muy palpables, cuanto
más en las cosas tan altas y sutiles — como también,
porque para las cosas de Dios está muy embotado y
torpe por el pecado; y también, porque le ocurren a
cada paso cosas que le impiden y ofuscan, como son
estas cosas sensibles a que el corazón, después de la
culpa, está más inclinado. Por tanto, es menester que el
hombre que quiere aprovechar en el conocimiento de
Dios, se dé, expresamente y lo más morosamente que
pueda, a pensar en Dios. Y para ello, hágase muchas
veces fuerza en apartar su pensamiento de estas cosas
exteriores y sensibles, y recogerlo a pensar o meditar
en las interiores y espirituales.
El que esto no hiciere, no puede durar mucho en
estado de gracia, que es amistad divina; pues, no puede
amarle mucho el que no procura mucho de conocerle
y conversarle, lo cual no se hace sin frecuentemente
meditarle. También no recogerse muchas veces a en-
trar dentro de sí a pensar en Dios, apartando su pen-
samiento de las vanidades de este mundo, es señal que
no está en la gracia y amor verdadero de Dios. Porque
los movimientos de nuestra naturaleza corrupta y los
de la gracia son diversos, y aun contrarios, como lo
enseña el Apóstol diciendo: La carne cobdicia contra el
espíritu, y el espíritu contra la carneA Los movimientos
de la naturaleza son, moverse por su interés y bien
propio; y esto es lo que el pecador pretende. Y como
no se ama y busca sino lo que se conoce, y el peca-
dor no alcance a conocer los bienes interiores e invi-
sibles, así estima que no hay otros bienes con que más
se huelgue que estos sensibles. Y tanto, que algunos
vienen a pensar que no hay otros.
De aquí es que, como por su ingratitud no buscan
a Dios ni pretenden agradarle, sino sólo a sí mismos,
y buscan su bien particular y privado, el cual — como
dije — creen ser solamente en estas cosas exteriores y
sensuales, por tanto no buscan otras. Mas toda su con-
solación y felicidad y fin ponen en ellas. Y así, su
1 Gal. 5, 17.
112
Camino del cielo. II. Meditación
ánima, en estas cosas exteriores derramada, anda siem-
pre fuera de su casa, y aun de sí misma; porque más
está a do piensa y ama, que en el cuerpo do ánima.
Y aún que en sí misma, cuando no se conoce y ama
como debe. Pues, como lo que ama más y con que más
se huelga sean las cosas exteriores de este mundo; y
las interiores y divinas, que son las espirituales, sean
tan diversas, y aun contrarias, esle de gran pena ocu-
par su pensamiento en ellas; porque el ánima no huelga
de pensar sino en aquello a que está inclinada. Pues,
como cuando le hacen ocupar el pensamiento y aten-
ción en las cosas del espíritu, en las cuales no toma
sabor o deleite porque no las ama, le quitan de pensar
en las otras que solamente ama y, por consiguiente,
solamente pensar quiere; y la pena o tristeza no se
causa sino de quitarle a alguno lo que ama, y hacerle
tener lo que no quiere: de aquí proviene, que les es
gran pena quitarles el pensamiento destas cosas del
mundo, y hacerles que lo tengan ocupado en pensar
y meditar las cosas de Dios.
Ésta es la causa, que — como vemos — se estarán ^
los tales todo el día jugando, o viendo maltratar un
animal, como cuando corren toros; o en ver otros va-
nos espectáculos o en ver y oír farsas o momerías,^ o
bailes y danzas, y aun ver bailar un perro; o otras
cualesquier vanidades o entender en negocios tempora-
les, o en trabajos corporales, y en cualesquier ocupa-
ciones terrenales: y no pueden sufrir una hora de me-
ditación o mental oración, o de oír el oficio divino con
atención, o detenerse un poco oyendo sermón. Antes
en estas cosas de Dios, reciben gran pesadumbre y fas-
tidio y desabrimiento, por estar en ellas violentados
— quiero decir, contra su voluntad ocupados — y no
se cansan, estando al resistero del sol, o al hielo, de
ocuparse todo el día, y toda la semana, y toda la vida,
en trabajar en estas cosas sensuales y viles, por estar
en las cosas que aman empleados.
Pues éstos, como comencé a decir, no han menester
otra prueba para conocer que no son amigos de Dios.
Porque el que ama a otro como verdadero amigo, de
1 estarán: latinismo, por se estén.
2 momerías, de Momo, dios gentilicio de la farsa y farándula
teatral. Término y derivación inusitados.
C. 1. Necesidad de la meditación
113
buena gana piensa en Él, y habla de Él, y oye hablar
bien de Él, y con más voluntad que en otra cosa se
huelga en ocupar en las cosas de Él. De lo cual se sigue,
que el que huelga más de ocupar su corazón en las co-
sas del mundo que con Dios, es amigo del mundo y no
de Dios. Y lo que peor es, y se sigue de lo dicho, que
no solamente no es amigo, mas se hace enemigo de
Dios; porque, como hemos dicho, aborrece las cosas
de Dios, porque son contrarias a las que del mundo
ama. Y por esto dice el apóstol Santiago: El que es
amigo de este mundo, es constituido enemigo de DiosA
De lo dicho se colige, que la raíz y causa de todos
los males de los hombres,2 es ocuparse demasiadamente
en estas cosas visibles y exteriores. Y la raíz y causa
de todos los bienes, es la ocupación interior y frecuen-
tada de la meditación de las cosas entrañables ^ y divi-
nas. Y también se sigue, cómo la ocupación exterior,
aunque sea en cosas que de suyo no son malas, es mu-
chas veces muy dañosa; porque impide la meditación
de las cosas espirituales e íntimas. Porque como nues-
tra ánima tiene su virtud limitada, mientras se ocupa en
las unas, no puede sentir ni gozar bien de las otras,
cuya meditación frecuente y profunda es — como he-
mos declarado — para nuestra salvación tan necesaria.
Esto da bien a entender el profeta en el primero de
todos sus Psalmos, a do, enseñándonos cuál sea el que
ha de ser bienaventurado, y cómo sin la meditación
no puede serlo, comienza así en el principio de todo
su libro, diciendo: Bienaventurado el varón que no se
fué tras el consejo de los malos, ni estuvo en el camino
de los pecadores, ni se asentó en la cátedra de la pes-
tilencia; más en la ley de Dios fué su voluntad, y en
ella meditará de día y de noche. Y queriendo otra vez
en el mismo libro enseñarnos más extensamente la ne-
cesidad que tenemos de frecuentar este santo ejercicio,
dice en aquel Psalmo largo y profundo que la iglesia
cada día canta: ^ Bienaventurados son los limpios en el
1 lac. Jí, u.
2 a los hombres por de los hombres.
3 entrañables, 1.°- y 2.<^ ediciones. Errata sin duda por eter-
nales, aún una línea más abajo escribe íntimas.
4 cada día canta: Esto era entonces; hoy desde la reforma
del Salterio de Pío X sólo se reza los domingos y días de fiesta,
y es el llamado Beati immaculati in via.
114
Camino del cielo. II. Meditación
camino y que andan en la ley del Señor. ^ Y añade lue-
go, en el siguiente verso, y dice: Bienaventurados los
que escudriñan sus testimonios; la cual escudriñación
se hace por la meditación de las obras de Dios, que
todas son testimonios de Dios. Y así, con su conoci-
miento venimos a amar a Dios, lo cual es andar en su
camino y guardar su ley.
Y dice más en otro lugar del mismo Psalmo: En tus
mandamientos me ejercitaré, Y luego, tras esto añade:
y consideraré tus caminos. La cual consideración es la
meditación. Porque, de bien considerarlos o meditar-
los, venimos a obrar lo que debemos. Y por esto añade
luego en el verso siguiente y dice: En tus justificacio-
nes meditaré: no olvidaré tus palabras. Y más adelante
dice: Tu siervo se ejercitaba en tus justificaciones y por-
que su meditación es tus testimonios. Y en otro verso
dice: Yo meditaba en tus mandamientos^ los cuales
amé. Y lo uno se sigue de lo otro. Porque de mucho
meditarlos, viene a amarlos; y también de amarlos vie-
ne a frecuentemente meditarlos; porque de buena gana
se piensa lo que mucho se ama. Y dice más en el mis-
mo Psalmo: Vengan a mí tus misericordias: y viviré y
porque tu ley es mi meditación. En lo cual da a enten-
der, que la meditación santa es causa de la vida del
alma. Y en otro verso confirma esto, diciendo: Si no
fuera porque tu ley es mi meditacióny por ventura hu-
biera ya perecido. Y en otro verso pregunta así: ¿Cómo
amé tu ley, Señor? Y añade luego y dice: Todo el día
es la ley tuya mi meditación. Y dice más: Sobre todos
los que me enseñaron entendí, porque tus testimonios
son mi meditación. Y en otro verso declara cómo tenía
este ejercicio por su refugio en todas sus tribulaciones
y angustias, diciendo: La tribulación y angustia me ha-
llaron, tus mandamientos son mi meditación. Y en otro
verso dice: Cobdicié, Señor, al dador de tu salud. Y lue-
go añade, diciendo: y tu ley es mi meditación. En lo
cual da a entender ser la meditación causa de adquirir
todos los bienes, así como en el verso dicho antes
de éste, enseña serle refugio contra todos los males.
1 Ps. 113, 1.
Capítulo II
EN QUE SE PROSIGUE Y DECLARA CUAN
SALUDABLE SEA LA MEDITACION. Y CUAN
DAÑOSO LA FALTA DE ELLA
os que S3 dan, como deben, a este salutífero ejer-
J I cicio de la sagrada meditación, oyen lo que habla
Dios dentro de ellos, cuyas palabras son muy dulces y
saludables: ''porque habla paz en su pueblo, y sobre
sus santos, y en aquellos que se convierten a su cora-
zón.^ Por el contrario los que andan derramados
— como muchas veces es dicho, y se dirá — en estas
cosas exteriores, prívanse de la meditación, que es cau-
sa y principio de la conversación divina. Y aun vienen
a aborrecerla, por lo cual son dignos de gran confusión
e incurren en gran daño. Y por esto dice el profeta:
Sean confundidos y vuelvan atrás todos los que aborre-
cieron a Sión,^ que es lo mismo que especulación o
contemplación o meditación. Y añade luego su daño
por modo de maldición, que sabe que les sucede, y por
esto dice: Sean hechos como el heno de los tejados, que
antes que se arranque se seca.
Por estos que aborrecen a Sión, son entendidos los
que huyen de la meditación, así los seculares que son
mundanos, como algunos religiosos indevotos; los cua-
les con obras y palabras persiguen a los varones reli-
giosos que no son entremetidos y bulliciosos y dados
a las ocupaciones exteriores y trabajos corporales, como
ellos. Y a los que están con Dios recogidos, y con su
conocimiento, amor y familiaridad sumamente bien
ocupados, tiénenlos por ociosos, y murmuran de ellos,
1 Ps. SA, 9.
2 Ps. 128, 6.
116
Camino del cielo. II. Meditación
reputándolos por hombres sin provecho. E indígnanse
contra ellos, porque no les son semejantes en la exte-
rior ocupación y trabajo suyo. Éstos son figurados por
Faraón y los Egipcios, que decían contra los hijos de
Israel: Están ociosos ^ y por esto dicen que quieren sa-
crificar a su Dios en el desierto,^ Por lo cual — como
allí se dice — los añigían con duras palabras y crueles
obras.
Israel, quiere decir "el que ve a Dios"; y así, los
hijos de Israel significan a los que son dados a la medi-
tación, en la cual, como se allegan a Dios, que es luz,
la participan; y siendo así de Dios alumbrados con la
luz de su divina noticia, le conocen y ven. Los de Egip-
to — que quiere decir "tinieblas" — significan a los
que, por huir de la meditación y conversación de Dios,
se están cubiertos de las tinieblas de sus vicios, en las
cuales, como no vean lo que los otros gozan, tiénenlos
por necios y locos, y de bien vacíos; aunque es todo al
contrario. Porque aquéllos están llenos de Dios y, por
consiguiente, de verdaderos dones y consolaciones, y
estos otros son vanos e inútiles en todo bien, y llenos
de estiércol de vicios y pecados. De donde se les si-
guen, aun en esta vida, muchas y grandes amarguras
y añicciones, como se muestra 2 en los mismos Egipcios.
Cuánto, pues, sean éstos de Dios desamparados, por
aborrecer a Sión, y en cuán grande daño y peligro in-
curran por esto, dalo a entender el profeta en la auto-
ridad alegada, diciendo: Sean los tales hechos como el
heno de los tejados, que antes que se coja está seco.
Así lo vemos por la experiencia. Que los tales que
no se dan al ejercicio de la santa meditación, están
secos, sin zumo y vigor de devoción a Dios y de cari-
dad al prójimo, al cual, aunque saben que padece mu-
chas necesidades, no se mueven por compasión a hos-
pedarle, ni mantenerle, ni vestirle, ni en otras maneras
consolarle, más que si tuviesen el corazón de un madero
seco, o de piedra, por la gran sequedad de su alma. Este
mal padecen en esta vida, que no es pequeño; pues, la
hacen infructuosa, estéril y seca, no sólo de todo mé-
rito, más aún para todo verdadero consuelo y gozo.
1 Ex. 5, 9.
2 como se muestra, e. e., como se ve. Expresión comunísima
entre los clásicos.
C. 2. Daños de no meditar
117
Pero, después de arrancados de ella, serán, como el
heno seco, echados en el fuego del infierno. Por el con-
trario, de todos estos males son librados los que se dan
al ejercicio mental de la santa meditación y oración.
Por lo cual dice el profeta Esaías: Espántanse los
pecadores — por los cuales se entienden aquí los de-
monios — de los que moran en Sión: i la cual Sión
significa — como es ya dicho — la contemplación y
meditación. Y el profeta dice: Dios hará salva a Sión.^
Y en otra parte, dice: Cantad a Dios, que es en
Sión,^ Y queriendo dar a entender el gozo que tienen
los que moran en este monte de Sión, dice: Alégrase el
monte de SiónA Y en otra parte dice: Que ama Dios
al monte de Sión.^ Y en otra añade diciendo: Ama
Dios las puertas de Sión, más que todos los tabernácu-
los de Jacob. ^ Y en otro lugar dice: Oyó y alegróse
Sión.^ Y porque todo esto proviene de morar Dios con
grande amor en los que moran en Sión, dice que eligió
Dios a Sión para morada suya.^ Y porque solos los
que moran en Sión, meditando, conocen las grandezas
de Dios, dice en otro Psalmo: Que el Señor es grande
en Sión,^ Y porque los que allí moran reciben las ben-
diciones divinas, dice en otro Psalmo: Bendígate el Se-
ñor desde SiónA^ Y porque los que en ella moran es-
tán bien guardados, dice Esaías. La ciudad de nuestra
fortaleza es Sión,^'^ Y porque éstos son de Dios presta-
mente oídos, él mismo dice en otra parte: Dirá Dios
a Sión, aquí estoy: 12 conviene a saber, para oírte y
favorecerte. Y porque a los tales siempre Dios les au-
menta la salud, dice por el mismo: Daré en Sión sa-
ludA^ Y porque a éstos consuela Dios, dice el mismo
profeta: Consolará Dios a SiónM
1 Is. 31, V.
2 Ps. 68, 26.
3 Ps. 9, 12.
4 Ps. 96, 8.
5 Ps. 77, 68.
6 Ps. 86, 2.
7 Ps. 96, 8.
8 Ps. 131, 13.
9 Ps. 98, 2.
10 Ps. 127, 5.
11 Is. 26, 1.
12 id. Ul, 27.
13 td. 46, 13.
14 id. 51, 3.
118 Camino del cielo. II. Meditación
Y porque estos bienes de Dios — que es piélago
de amor — a los que huelgan de conversar con él por
el gran celo de amor con que los ama, por el cual tie-
ne gran cuidado de defenderlos y favorecerlos, enri-
quecerlos y consolarlos, y siempre más y más subli-
marlos, nos dice por el profeta Zacarías: Yo celo a
Sión, porque la amo con gran celo de amorA Y final-
mente, porque veamos cómo mora en Sión — que es
la meditación — y libra de todos los males, y causa to-
dos los verdaderos bienes, el profeta Esaías, en la
autoridad arriba alegada, junta lo uno y lo otro, di-
ciendo: Huyen de Sión los vicios,^ que son causa de
todos los males. Y luego añade, diciendo: Mira Sión
la Ciudad de nuestra solemnidad: tus ojos verán a Je-
rusalem.^
En lo primero, da a entender, que desde luego, en
esta vida, mira Sión y ve por la meditación y contem-
plación los bienes y gozos de aquella soberana ciudad,
de lo cual recibe muchas y grandes consolaciones en
considerarlos y como esperarlos. En lo segundo que
dice : tus ojos verán — que habla de futuro — , a Je-
rusalem, que quiere decir "visión de paz", se da a en-
tender aquella vida bienaventurada, en la cual, el que
agora en Sión mora, alcanzará entonces paz perfecta,
viéndose de todos los males librado, y de todos los
bienes cumplido. Por el contrario, aquellos cuyo cora-
zón no mora en el monte de Sión, como no se allegan
a Dios ni participan ^ por consiguiente de la luz de su
divina noticia, son y andan vacíos de los bienes verda-
deros. Por lo cual dice la Sabiduría: Vanos son todos
los hombres en los cuales no está la ciencia de Dios.^
Esto se sigue con gran razón. Porque, por no que-
rerse ocupar en el interior ejercicio, buscando un solo
y sumo bien con mucha gana y diligencia, como es ne-
cesario para adquirir la ciencia que da Dios a sus San-
tos, tan alta y tan bienaventurada, y ocuparse en mirar
lo que es fuera de Dios, han venido todos los males a
los ángeles malos y a los hombres; los cuales, por diver-
1 Zach. 8, 2.
2 l8. 33, 5.
3 id. 33, 20.
4 ni participan... la luz... Forma clásica, por participan...
de la luz...
5 Sap. 13, 1.
C. 2. Daños de no meditar
119
tirse a estos bienes criados, han sido inficionados, y
destruidos, y hechos inútiles, y gran damnación suya.
Y esto, todo por ocupar su pensamiento, no en Dios,
sino en la criatura. Por lo cual en la Sabiduría se dice:
Los malos, según las cosas que pensaron, tendrán co-
rrupción, los cuales tuvieron negligencia acerca del
justo y se apartaron del SeñorA
Y porque a los tales, que tienen muchos trabajos en
estas ocupaciones de fuera, y que a las veces parecen
buenas, y por no proceder de la buena raíz de la in-
terior ocupación de la -meditación y devoción, les son
todas infructuosas, añade luego en la autoridad ale-
gada, diciendo: De aquí es que sus trabajos son sin
fruto y sus obras son inútiles.^
La razón de esta su tan gran desventura, que es vi-
vir con mucho trabajo y en vano, es porque las obras
exteriores toman su bondad o malicia de las interiores,
y los que no moran en Sión, no se mueven a obrar y
trabajar por el amor divino, sino por el amor propio.
Y porque algunos no se excusen y tengan esta doctrina
por no verdadera, según que el amor de su sensualidad
y mala costumbre les persuade con muchos argumen-
tos, y quieren corroborar su falsa opinión, que es tener
por buena la ocupación exterior y trabajosa, aunque
sea mucha, diciendo que Dios dijo a nuestro primero
padre, después de haber pecado: En trabajos comerás
todos los días de tu vida:^ miren para esto lo que el
Espíritu Santo por Zacarías dice: Yo — dice — me
airé un poco, y ellos se han conjurado en el malA Quie-
re decir: Amenacé a los hombres un poco por el pe-
cado, echándolos con alguna ira puerta fuera, hacién-
doles salir de mi presencia a estas ocupaciones que son
de fuera, a manera de cuando amenaza la madre a una
hija, que mucho ama, porque la ha enojado, y le dice
con ira: vete de ahí, no te vea yo delante mis ojos:
y ella, salida a la calle, de tal manera se enreda y ceba
en algunas cosas viles, que no quiere más entrar en
casa; así éstos. De los cuales dice: Yo me airé contra
ellos un poco, y ellos hanse endurecido. Porque en lu-
1 Sav. 3, 10.
2 Sap. 3, 11.
3 Gen. 3, 17.
4 Zach. 1, 15.
120 Camino del cielo. II. Meditación
gar de enmendarse de su desamor ^ hanse empeorado,
tomando el castigo por su refrigerio, y por felicidad su
miseria. Tanto, que por ningunas amonestaciones, ni
amenazas, ni señales de amor, hay quien los haga vol-
ver a entrar en casa y conversar conmigo y gozar de
mi amor, familiaridad y presencia.
Cosa es digna de llorar ver esto, como lo vemos por
la experiencia, que es la enemistad que muchos han
tomado con Dios, por se dar desordenadamente a estas
ocupaciones.2 Porque con mayor voluntad trabajan
todo el día, y sudan toda la semana, y se fatigan toda
la vida en estas cosas terrenas, que una hora en las
divinas. Por aquéllas trabajan de gana días y noches,^
y no quieren entrar a conversar con Dios un poco de
tiempo, y emplearlo, con descanso del cuerpo, en apro-
vechamiento del espíritu, en aprender y gozar las co-
sas que cumplen a su consolación y salvación.
Y si les decís, que ¿por qué no tiemplan^ el tra-
bajo corporal, del cual dice el Apóstol: ^ Que vale para
poco, y la piedad para todo, responden, que para tra-
bajar nacieron. Y aun vanaglórianse de su trabajo, y
de saber muchas sotilezas para acrecentar las ganancias
temporales y ocuparse en ellas. Y para esto, buscan
tantas ocasiones, y tienen tantos argumentos, que es
para espantar a quien los mira. Así, en esta dañosa
costumbre están tan envejecidos y vienen a desatinar
tanto en los verdaderos bienes de su alma y ediñcación
del hombre interior, que ni por un pequeño espacio
pueden vacar a esto. Y así son constreñidos a fingir
ocupaciones exteriores y buscar muchas y diversas
ocasiones para huir de la familiaridad de la amistad de
Dios. Por lo cual dice el Sabio: Ocasiones busca el que
quiere apartarse de su amigo.^
Digo pues, que el que quisiere ganar y conservar a
su Dios por amigo, y hacer cierta su salvación, el ca-
mino excelente, verdadero y muy necesario es la me-
ditación. Y el que este camino del todo ignora, con
falta de la experiencia, está en el camino de damna-
1 J." ed.: desamor y defecto.
2 J.a ed.: ocupaciones visibles.
3 días y noches, hoy, día y noche.
4 tiemplan, e. e., templan, mitigan o aflojan...
5 1 Tim. 8.
6 Prov. 18, 1.
C. 2. Daños de no meditar
121
ción: digo, del que tiene edad perfecta. Y el que tiene
poco de este camino, tiene poco; y el que tiene mucho
de él, tiene mucho bien.
Debemos, pues, entre las ocupaciones exteriores,
procurar de no salir del todo de la interior y santa ocu-
pación; mas traer siempre delante los ojos a Dios,
como lo hacía el santo Rey y profeta entre todos sus
negocios.
Mas ya que a esto no hayas llegado, debes procu-
rar de hacerlo a lo menos al principio de cada ocupa-
ción, para que sea movida y enderezada con la in-
tención de agradar a Dios. Y también despertar en tu
ánima la memoria de los beneficios de Dios, siquiera
un poquito cada hora. Mas, porque a los principiantes
les es aun esto dificultoso, debes a lo menos elegir tres
tiempos en los cuales pongas profundamente a Dios
delante tus ojos, elevando a él tu corazón con los san-
tos pensamientos.
Esto nos enseña aquel santo mancebo y príncipe Da-
niel, del cual, aunque colgaban los negocios de la monar-
quía, tres veces al día se apartaba de todo el ruido y
negocios del mundo, e hincadas las rodillas, se daba
profundamente a la santa meditación y oración.^
Estos tres tiempos deben ser, a la mañana, a me-
diodía y a la tarde, conforme a lo que dice el psalmista:
A la tarde y al mediodía y a la mañana cantaré y anun-
ciaré; y el Señor oirá mi voz.^ En estos tres tiempos se
pueden y deben meditar tres diferencias de dones, que
de la magnífica y omnipotente mano del Señor nos son
ofrecidos. Porque las cosas que se han de pensar en la
meditación, para que por esta vía suba nuestro corazón
a Dios, son las obras de Dios, conforme a lo que dice
el Apóstol: Que las cosas invisibles de Dios por sus
obras las entendemos y miramos^ y por ellas al conoci-
miento de la sempiterna virtud y divinidad subimos.^
Pues, como todo cuanto Dios ha hecho y hace, no
es sino para hacernos bienes y mercedes, de aquí es que
todas sus obras — que son todas las criaturas — no son
sino unos dones a nos por él continua y amorosamente
1 Dan. 6, 10.
2 Ps. 54, 18.
3 Rom. 1, 20.
9
122
Camino del cielo. II. Meditación
enviados y ofrecidos. Cercad de lo cual hallo, que to-
dos sus beneficios y mercedes, que nos hace, pueden
ser reducidos a tres diferencias de bienes y dones, con-
viene a saber: los bienes que nos ha dado, los males de
que nos ha librado y los bienes que nos ha prometido.
Estas tres diferencias de los dones divinos, a los cuales
— como ya dije — se reducen todos, son los que nos
da a entender el profeta que tomaba, y debemos tomar
por motivos para convertirnos a nuestro Señor Dios,
cuando nos halláremos apartados o distraídos de su
actual consideración y dilección. Conviértete — dice
él — , oh ánima mía, a tu descanso; porque Dios te ha
hecho bien; porque libró mi ánima de la muerte, y mis
ojos de las lágrimas, y mis pies de la caída.^ Es decir,
"conviértete ánima mía a tu descanso", la amonesta
que se convierta a Dios, en el cual sólo puede hallar su
verdadero descanso. Porque, como el corazón no tiene
reposo entre tanto que no tiene lo que desea, y él,
como es criado para gozar de Dios, su capacidad es
inmensa; de aquí que todo lo que no es Dios es me-
nos que su deseo, y por tanto, todo el mundo le es muy
pequeño; por lo cual no puede en todo lo que hay en
él hallar perfecto descanso. Así como si alguno se acos-
tase en una cama tan angosta como una viga, que no
fuese la mitad de ancha que su cuerpo, no podría bien
descansar en tal cama, así nuestro corazón en toda cosa
criada. Y por esto dice nuestro padre san Agustín:
Hicístenos Señor para gozar de Ti, y por tanto nuestro
corazón no tiene quietud hasta que descanse en Ti. En-
tiéndese, pues, por nuestro descanso al mismo Dios,
principio y fin nuestro, y nuestro bien todo.
En lo que dice, "conviértete", da a entender la con-
sideración y dilección. Porque, así como de alguno se
dice convertirse o volverse a otro,^ cuando pone en él
sus ojos; y apartarse o volverse, a no estar con él o cuan-
do está mirando atrás; así también, aunque Dios está en
toda parte, y a doquier que está nuestra ánima está
en la presencia de Dios; mas cuando tiene los ojos de
su intención puestos en el mundo, entonces se dice es-
1 cerca de lo cual = acerca de lo cual.
2 Ps. IH, 7.
3 Hipérbaton violento.
C. 2. Daños de no meditar
123
tar apartada de Dios; y cuando los pone en Dios, se
vuelve a Dios; y esto se dice convertirse a Dios.
La intención del ánima es cuando se inclina a al-
guna cosa por amor y la desea y tiene por su fin. Mas,
como ninguna cosa se pueda amar sin conocerla
— como muchas veces se ha dicho — , de aquí es, que,
en la conversión de nuestra ánima a Dios, concurren
ambas operaciones, que es: i el conocimiento que mana
de la actual consideración, lo cual es por aplicación del
entendimiento; y el deseo de la afección, que procede
de la voluntad. Estas dos potencias son como dos ojos
del ánima, con los cuales, cuando dignamente en Dios
se emplea, entonces le mira. Y tener estos ojos en
Dios fijados, es estar a él vueltos y convertidos. Pues,
como la actual noticia y consideración se alcance me-
ditando, y el orar verdadero, mental, se obre desean-
do; de aquí es, que en esta nuestra conversión se
incluyen los ejercicios de la meditación y oración.
Y como la meditación tome principio y causa de oír o
leer las cosas de Dios, de aquí es, que la meditación y
oración presuponen el otro primero ejercicio, que es la.
lección.
Convertirse, pues, el ánima a su descanso, es volverse
a su Dios por consideración y dilección. Y poner en él
sus ojos, es mirarle y conversarle y abrazarle con es-
tos tres salutíferos ejercicios. Mas, porque el fin de
los otros es el último, que es unirse a Dios por deseo
y amor verdadero, y los dones que recibimos son mo-
tivos para amar al dador de ellos, de aquí es, que que-
riendo el profeta mover su ánima al amor de su tan
gran bienhechor, en diciéndole, que se convierta a él,
añade luego, diciendo: Porque el Señor te ha hecho
bien.
Y porque todos los bienes nos deben ser a su amor
motivos, y todos se pueden reducir a las tres diferen-
cias susodichas, represéntalas todas en estas tres pa-
labras.2
Unos bienes son, los ya recibidos; y éstos, se in-
cluyen en lo que dice: porque Dios te ha hecho bien.
Los otros bienes o mercedes son los males en que [no]
1 que es, e. e., que son.
2 í.a edic: palabras o sentencias.
124
Camino del cielo. II. Meditación
habernos caído y de que nos ha librado; y esto, se in-
cluye en lo que prosigue, diciendo: porque libró mi
ánima de la muerte conviene a saber, de aquella
muerte de los pecadores, pésima, que es la damnación
eterna, la cual no sólo priva desta vida mísera y tran-
sitoria, mas de aquella vida divina que se goza en Dios,
fuente de vida, que es vida felicísima y eterna. Esta
damnación horrible del infierno es muerte, y muerte
perfecta; porque priva al ánima de lo que desea,2 y
deja el sentido para padecer todo lo a ella contrario.
Los terceros bienes son los verdaderos y eternos,
que son los gozos del cielo y deleites del paraíso; y
éstos representa en lo que añade, diciendo: y porque
libró mis ojos de lágrimas y mis pies de caídas. En las
cuales dos palabras se significa la liberación de toda
miseria. En decir, que le libró los ojos de lágrimas, se
'denota la liberación de toda pena. En lo que dice, que
libró sus pies de la caída, se denota la liberación per-
fecta de todo mal de culpa. Las lágrimas son efecto
de la tristeza, y la tristeza o descontento proviene de
padecer alguna miseria o falta. Ser, pues, libres de toda
lágrima, es estar ya librado de todo defecto o miseria.
La caída, es por la culpa, en la cual el más santo,
mientras está en esta vida, puede caer, ofrecida la
tentación y ocasión, como en David y en otros mu-
chos se manifiesta. Y ésta es mayor miseria, porque
es ofender a Dios y privarse de la amistad de Dios; y
aun hacerse enemigo de Dios. Y este peligro en que
estamos nos había de hacer, más que otra miseria,
aborrecer esta vita tan mísera.
Mas la vida del cielo es bienaventurada, porque en
ella el que la goza está ya libre de toda tentación, se-
guro de no caer en algún pecado, y de no apartarse de
Dios, al cual, por clara visión y fruición, está perfec-
tamente unido. Bienaventurada vida en la cual — como
dice la santa Escriptura — alimpiará Dios con sus ma-
nos las lágrimas de sus santos.^ Como diciéndoles: Ya
no más, ya no más. Ya no tendréis qué llorar, ni ha-
brá de aquí adelante qué temer. Huirá toda pena y mi-
seria, huirá toda culpa, y todo lo que de estar gozando
1 Ps. lU, 8.
2 i.« edic: de todo cuanto desea.
3 Apoc. 21, Jt.
C. 2. Daños de no meditar
125
al sumo bien aparta. No habrá ya cosa que perturbe,
no cosa que ofenda. Estará alejado todo mal y presente
todo bien.
De esto que ha dicho el profeta, que estará libre en
el cielo, conviene a saber, de toda pena y de toda cul-
pa, se puede entender, que estará libre de toda miseria
en el cuerpo y en el alma. También, de estar libre de
toda caída, se sigue estar a Dios por amor perfecto
unida, y estar perfectamente deificada, y de la hermo-
sura de su divina naturaleza perfectamente revestida.
De lo cual se sigue, estar a nuestro Señor Dios perfec-
tamente agradable y grata. Y por esto se sigue: Enton-
ces agradaré a Dios, conviene a saber, con dilección
y hermosura perfecta. Y porque cuando Dios así per-
fectamente se participa y goza, como Dios sea esa
misma vida y fuente purísima de vida, de aquí se si-
gue, que aquella sola es verdadera vida, porque cóme-
se goza en Dios pura, no tiene mezcla de muerte algu-
na. Y por esto, dando a entender cómo esta sola es
vida verdadera, concluye diciendo: Que agradará a
Dios en la región de los vivos.
Toda falta es una muerte parcial, y por esto a la
muerte llamamos fallecimiento, diciendo: fulano ha
fallecido. Es, luego, ^ la muerte del cuerpo, cuando fa-
llece todo lo que gozaba en este mundo. Es parte de
esta muerte, cada vez que falta algo. Pues, como a
cada paso falten muchas cosas de las que son deseadas
de los más abastados y ricos, de aquí se sigue que esta
vida no es perfecta vida, mas está muy llena de muer-
te. Y por esto dice San Gregorio,^ que la vida presente,
comparada a aquella vida celestial y eterna, más se ha
de decir muerte que vida; porque ¿qué otra cosa es el
cotidiano desfallecimiento de su corrupción, sino una
muerte prolija? Es, pues, esta vida más muerte que
vida, porque a cada paso falta lo que en ella se desea.
Mas en aquella vida celestial y divina, como ningún
mal o defecto haya, y todo el bien esté siempre junto
y se posea y goce, de aquí es, que sólo aquel que de
tal vida goza, verdaderamente vive. Y por esto conclu-
ye, diciendo: Que agradará a Dios en la región de los
1 luego rr pues.
2 San Gregorio, Homilías sobre el Evangelio, homilía 57.
126
Camino del cielo. II. Meditación
vivos, en respecto de los cuales, los más abundantes
de este mundo son y están como muertos.
Represéntanos, pues, el profeta, en las tres sobre-
dichas sentencias, todas las cosas que deben ser de nos
meditadas, que son estas tres maneras de bienes, a los
cuales se reducen todos — como dijimos — , que son:
Jos bienes ya recibidos, los males de que hasta agora
rsomos librados y los bienes que nos están prometidos
y aparejados.
Los bienes que nos son dados, son en tres maneras,
conviene a saber: Dones naturales, dones temporales,
dones gratuitos. Los primeros son incomparables, los
segundos inapreciables, los terceros incomprensibles y
sumos. De los primeros, participan todos igualmente;
de los segundos, también todos, aunque unos más que
otros; de los terceros, solos los justos, y en diversos
grados. Con los primeros nos da Dios a nosotros mis-
mos, quiero decir, nuestro ser mismo y todo lo en él
contenido. Con los segundos nos da todo este mundo.
Con los terceros nos da a sí mismo. En los primeros
nos da nuestra vida natural; en los segundos, esta
abundancia temporal; en los terceros, su vida divina
con su muerte corporal.
Capítulo III
DE LO QUE SE HA DE MEDITAR A LA HORA DE
LA MAÑANA. Y PRIMERAMENTE DE LOS
DONES NATURALES
AS cosas que se han de meditar, o pensar, a la hora
J__, de la mañana, luego que te levantes, son los bie-
nes que Dios te ha dado, así naturales, como tempora-
les, como gratuitos, que se contienen en los beneficios
de la creación y conservación y regeneración.
Cerca de lo primero, has de pensar: cómo poco
tiempo ha no eras, y nuestro Señor te ha hecho de
nada, y dado todo eso que tienes, conviene a saber:
todo ese ser tan maravilloso, dotado de tantas y tales
potencias exteriores e interiores, sensuales y espiritua-
les. Y para que dignamente las puedas pensar, consi-
dera atentamente cada una, y procura de saberla
estimar, mirándola particularmente, procurando de
conocer su valor y virtud por esta vía o manera.
Considera, de cuán inestimable valor son el par
de ojos que Dios te ha dado. Para lo cual mejor sentir,
considera, que si el rey de la tierra te enviase agora
un par de piedras preciosas que valiesen dos ciudades,
las mejores de su reino, ¿en cuánto estimarías este
don, mayormente si supieses que te lo enviaba por puro
amor? ¿Y cuánto por esto le debrías amar, y cuánto
estarías obligado y debrías estar inclinado a le servir?
Pues mira lo que valen este par de piedras preciosas,
que son este par de ojos que Dios te ha dado. Si
quieres saber su valor, mira si te faltasen y te diese
Dios a escoger, o darte los ojos y no más del día y
128
Camino del cielo. II. Meditación
victOji O no dártelos y hacerte señor de todo el mun-
do. ¿Cuál de estas dos cosas es la que escogerías?
Cierto es, que más querrías sola la vista corporal, con
aquel día y victo, que no estar sin ella y ser señor de
todo el mundo. Luego, este don de este par de piedras
preciosas, que son los ojos, no sólo valen más que dos
ciudades, las mejores de cualquier reino, más aún, que
el señorío de todo el universo mundo.
Lo mismo podemos decir de la potencia del oír,
lo mismo de la lengua, lo mismo de tener pies y ma-
nos, lo mismo de la salud corporal. Pues, si vale más
que todo el señorío del mundo cada una de estas po-
tencias, ¿cuánto es lo que valen todas juntas?
Por esta misma vía, que habemos dicho, de las
potencias sensitivas y exteriores, podemos subir a es-
timar las espirituales e interiores, que sin comparación
son mayores. Porque si Dios te mandase elegir, o to-
das las potencias ya dichas, o sólo el entendimiento,
cierto está, que teniendo sano juicio querrías más
quedar ciego y sordo y mudo y sin pies y sin manos,
con que te dejase Dios el entendimiento, que no elegir
lo contrario. Lo mismo podemos decir de la memoria
y de la voluntad; porque todas tres son intelectuales
potencias, y en capacidad inñnitas, y entre sí conexas
y necesarias. Pues si cada una de las potencias sensua-
les ^ vale más que el señorío de todo el mundo, y cada
una de las espirituales vale más que todas aquéllas, es-
tima ahora, si puedes, el valor de las unas y de las
otras juntas todas.
Puedes también subir en el conocimiento del valor
de estas potencias por otra vía, que es por la conside-
ración de sus efectos admirables y recreaciones que
proceden de ellos. Dime: ¿cuánta es la virtud de este
par de piedras preciosas, que son los ojos, con las
cuales alcanzas y gozas de ver tanta luz y tantos es-
pacios de lugares en los elementos y en los cielos,
tantos y tan diversos movimientos, tantos colores, tan-
tas figuras, tanta variedad de hermosuras en los edi-
1 del día y victo; frase equivalente a esta otra de hoy: el pan
nuestro de cada día, o también: el día y la noche, e. e., el puro
sustento del día.
2 sensuales, e. e., sensibles. Hoy la primera acepción tiene
sentido de carnal o propio de la concupiscencia.
C. 3. Creación. Dones espirituales
129"
ficios, en los árboles y en todo género de plantas; en
las hojas, y en las flores, y en las frutas, y en los
animales, y en los hombres, y en todos los otros ob-
jetos innumerables?
¿Cuánta es la virtud de un par de joyas tan precio-
sas, como son este par de orejas con que gozas tantas
y diversas voces y sonidos, y tantas y tan suaves músi-
cas, unas hechas por las avecicas, otras con voces hu-
manas, otras con tanta variedad de instrumentos, y
con que gozas también de oír tantas y buenas palabras,
tantas y suaves conversaciones?
¿Cuánta es la virtud del olfato, con que puedes go-
zar de tantos y diversos olores? ¿Cuánta es la virtud
de la lengua, con que puedes explicar tus innumerables
deseos y pensamientos? ¿Cuánta es la virtud del gusto,
con que puedes gozar de tanta diversidad de sabores?
¿Cuánta la del tacto, con que puedes sentir tantas di-
versas recreaciones? ¿Cuánta la virtud de un par de
manos, con que puedes hacer tantas y diversas obras?
¿Cuánta la de un par de pies, con que puedes moverte
a tantos y diversos movimientos, y adquirir tantos y
tan diversos lugares?
Pues, ¿qué dirás del entendimiento, con el cual
tienes facultad de discernir lo bueno y lo malo, cono-
cer lo verdadero y lo falso, alcanzar tantas ciencias y
verdades, penetrar tantos secretos, recibir tantas y di-
versas noticias, hallar tantas razones y medios para
alcanzar los ñnes deseados, y, sobre todo esto, levan-
tarte a conocer al mismo hacedor tuyo y criador de
todas las cosas?
¿Cómo estimaríamos una joya tan preciosa como
es la memoria, con la cual te puedes acordar de tan-
tas y diversas cosas, recibir y reducir tantas semejan-
zas y especies inteligibles y, sobre todo esto, poderte
acordar de nuestro Señor Dios en cada hora, y gozar
de su dulce memoria?
¿Cómo también apreciaremos una joya tan mara-
villosa como es la voluntad, en todo el reino de tu
ánima señora, con la cual puedes gozar de tantos y
diversos bienes corporales y espirituales, visibles e in-
visibles, y con que, sobre todo esto, puedes amar y
gozar de ese mismo Dios, hacedor tuyo, que es piélago
infinito do están y manan todos los bienes?
Capítulo IV
DE LA MEDITACION DE LOS BIENES
TEMPORALES
LA segunda manera de dones, son los bienes tempo-
rales. Cerca de lo cual has de meditar y debes
atentamente considerar, cómo nuestro Señor Dios ixo
sólo te ha dado y da las potencias sobredichas, mas
también todas las cosas que gozas con ellas. Quiero
decir; que te da ojos para ver, y todas las cosas que
ves; orejas para oír, y todos los sones y músicas y pala-
bras que oyes; olfato para oler, y todas las cosas odo-
ríferas, tantas y diversas, que hueles; lengua para ha-
blar, y todas las voces y palabras que formas; gusto
para gustar, y todos los manjares y licores que gustas;
tacto para tocar y todas las recreaciones que con él
tienes; manos para obrar, y toda la materia e industria
con que obras; pies para andar, y la tierra en que te
sustentas y espacios por donde andes; entendimiento
para entender, y todo lo que entiendes; memoria para
acordarte, y todo lo que te acuerdas; voluntad para amar
y gozar, y todos los bienes que amas y gozas.
Capítulo V
DE LA CONSERVACION DE TODAS LAS COSAS
L segundo punto que debes considerar con grande
1^ atención cerca de estos dones, así naturales como
temporales, es el beneficio de la conservación, con el
cual el Señor todopoderoso te los conserva y sustenta
todos.
Cerca de esto has de notar, que en cada hora y
momento te tornarías en nada, si nuestro Señor Dios
no te estuviera siempre sustentando; de modo que,
aunque no le vemos, siempre, adoquier que estamos,
está invisiblemente con nosotros, y — como dice por el
Profeta Oseas — Nos tiene y trae en sus brazos.^ Lo
mismo da a entender el Apóstol cuando dice, que en
él vivimos, y nos movemos, y somos.^ Y en otra parte
dice: Trae Dios todas las cosas en la palabra de su
virtud,^ que es su Hijo unigénito y con él un Dios to-
dopoderoso.
Pues, al que en esto profunda y frecuentemente me-
ditare, mucho le podrá aprovechar para ser movido al
temor y amor divino, y para se conservar delante su
acatamiento con corazón humilde, ferviente y puro.
¿Quién, no se espanta de ver en esto, la bondad divina?
¿Quién, que esto sienta, no se aficiona a Dios sobre
todo amor de criatura? Dime: si hubiese un Rey o
Príncipe tan amoroso y benigno, que a sus mismos cria-
dos por puro amor trajese en brazos, y cuando estuvie-
sen enfermos les diese de comer con sus propias ma-
nos, y los moviese a todos los movimientos a que qui-
1 Os. 11, 3.
2 Act. 17, 23.
3 Hehr. 1, 3.
132
Camino del cielo. II. Meditación
siesen ser movidos, ¿quién no desearía ser su criado?
¿y quién no se aficionaría a él más que a otros? Y cuan-
to fuese mayor este Señor, tanto se manifestaría más
en esto su bondad y amor. Pues, tanto más excede a
todos estos, y resplandece en ello la bondad y caridad
divina, cuanto el mismo Dios, inmenso, es mayor que
su criatura.
Pues, si alguno de los criados del Rey,i después de
recibidas tan grandes mercedes y favores, le fuese in-
grato y traidor; y después de le haber ofendido con
desobediencias, injurias y traiciones, no dejase de traer-
le con el mismo amor en brazos, y darle continuos e
inestimables dones, ¿cuánto más se probaría su no-
bleza y benevolencia? ¿Pues, cuánta es acerca de ti la
bondad y caridad divina, que siendo él Dios Todopode-
roso, y habiendo usado contigo de todo esto, y ha-
biéndole tú, no sólo una vez, mas muchas, ofendido,
y con tantas maldades desobedecido, injuriado y des-
acatado, y, cuánto es en ti, deshonrado y de su señorío
poderío y virtud privado, queriendo, cuando mortal-
mente pecas, que, o Dios no fuese justo para te casti-
gar o poderoso para te impedir, que es querer que no
fuese Dios?
Y con todo esto, por su infinita misericordia no te
ha consumido, ni condenado; antes, siempre te ha es-
perado, y en sus brazos traído; y eres siempre de él
favorecido y tan amado, y de tantos dones inefables,
generales y especiales, tan dotado y enriquecido.
Considera, pues, cómo nuestro Señor Dios te conser-
va, y te está siempre dando, así todo tu ser como todos
estos innumerables bienes que continuamente gozas; por-
que en todo momento está en todo, influyendo todo con
aquella virtud suya infinita, que no hace menos en esto,
que si en cada momento lo criase todo de nuevo. Así
como el sol, para que el aire esté alumbrado, es menes-
ter que siempre esté enviándole sus rayos; así también,
Dios está siempre enviando su influencia divina con
que nos conserva y da todo el ser de nuestras poten-
cias y de todas las cosas que gozamos con ellas, así
espirituales como temporales.
1 í.« edic: de aquel Rey.
Capítulo VI
EN QUE SE PROSIGUE LA MEDITACION DE
LOS BIENES NATURALES Y TEMPORALES
ANOS Dios siempre, como hemos declarado, to-
J / dos los dones naturales y temporales; de ellos,
con sus propias manos, como son el ser y todas estas
potencias; de ellos, con muchos y diversos pajes y
criados suyos, que son todas las criaturas, con las
cuales nos está siempre enviando tantos dones y mer-
cedes.
¿Qué piensas, si bien lo miras, que son todos estos
bienes que recibes y con los cuales te deleitas, sino
unos continuos dones y presentes que nuestro Señor
por su puro e incomprensible amor te envía siempre
empresentados i con sus pajes y criados, tantos y tan
bien criados, dotados de maravillosa hermosura y vir-
tud, y tan ricamente ataviados? ¿Qué son todos los
árboles, sino unos pajes de Dios, tantos y tan diversos,
y tan varia y hermosamente vestidos? De ellos, de
blanco; de ellos, de colorado; de ellos, de verde; de ellos,
de otros diversos colores; de ellos, de muchas y dife-
rentes clases con la multitud de sus flores, hojas y fru-
tos, y con tantas labores y figuras y primores, que
traen en cada flor y en cada hojita, tan bien ataviados,
que — como dice nuestro Señor Dios en el Evange-
lio — Ni Salomón en toda su gloria fué tan bien ves-
tido como uno de ellos.^
¿Qué son, pues, todos éstos, sino unos pajes de
Dios muy hermosos, con los cuales tantos géneros de
1 empresentados, e. e., en forma de presentes. Término des-
usado, pero de significación expresiva y forma bella, que debiera
restituirse al uso.
2 Mt. 6, 29.
134
Camino del cielo. II. Meditación
frutos te envía empresentados? ¿Qué son todos los gé-
neros de animales tan varios e innumerables, sino unos
criados de Dios que te traen de que comas y te vistas?
¿Qué son todos los géneros de aves y multitud de ave-
citas, sino unos sirvientes de Dios? ¿De ellos, para que
te sirv'an como manjares a tu mesa; de ellos, para que
te hagan miísica? ¿Qué son otros muchos animales
así de géneros de pescados, i como de animales terres-
tres, sino de ellos, para traerte diversos sabores, como
lo hacen los peces que viven en las aguas; de ellos,
para llevarte sobre sí mismos y traerte de unos lugares
a otros, como lo hacen las bestias que sirven en las
casas?
¿Qué son todos los elementos, sino unos servidores
de Dios que te están sirviendo de día y de noche con
tantos y tan necesarios efectos? ¿Y qué otra cosa hacen
todos los cielos, sino estar siempre sirviéndote con sus
continuas y varias influencias y admirables movimien-
tos? ¿Qué otra cosa es el sol, sino un criado de Dios,
tan resplandeciente, que te sir\^e de paje de hacha 2
para alumbrarte en el día? ¿Y qué otro oficio tienen la
luna y las estrellas, sino alumbrarte de noche? ¿y qué
cosas son las candelas encendidas, sino unas criaturas
de Dios que te sirv^en del mismo oficio, que es alum-
brarle, para que veas y goces tantas y diversas cosas,
y con que puedas hacer tantas y diversas operaciones?
¿Quién no se admira de ver una criatura tan hermosa y
tan activa, de tanta virtud y eficacia, como es una can-
dela encendida? ¿En cuánto estimarías este don y esta
joya tan preciosa si nunca hasta ahora Dios te la hu-
biera enviado, sino que, siempre de noche, hubieras
estado a oscuras, y ahora de nuevo te hubiera enviado
en la noche esta tan admirable joya, como es una can-
dela encendida, con que comenzases a ver y gozar de
objetos tantos y tan diversos?
¡Oh Señor, Dios mío! cuán inestimable es la dulzu-
ra de vuestro amor acerca de mí, pues habéis obrado
y obráis siempre tantas maravillas por amor de mí.
1 géneros de pescados. Es de notar, ya a principios del si-
glo XVI, el significado de la palabra pescado, para indicar todo
género de peces de rio o de mar, como hoy día.
2 paje de hacha, el que en las casas nobles y en los palacios
iba delante alumbrando el camino a su señor.
C. 6. Dones naturales y temporales
135
¡Oh Señor, Dios mío, dadme, por quien Vos sois, a
sentir cuánto por todos estos dones os debo amar y ser-
vir! Porque si vos. Señor, Dios mío, no me los hubié-
rades dado dende el principio así todos juntos, ¿cuán-
to estimara cualquiera de ellos, si agora de nuevo me
enviáredes alguno, y aunque no fuera sino emprestado
para un poco de tiempo? Quiero decir, si no me hu-
biérades dado desde el principio este par de piedras
preciosas, que son los ojos, sino que agora me las en-
viáredes empresentadas de nuevo; y aunque no fueran,
sino prestadas, para gozarlas por sola una semana.
¿En cuánto estimara este don, aunque no me lo diéra-
des sino en cada mes, emprestado para este poco de
tiempo, que es una semana de él, como ya he dicho?
Y lo mismo puedo decir de los objetos que gozo
con los ojos, como son, tanta diversidad de lumbres y
figuras, y diversidad de hermosuras y en tanto género
de criaturas corporales, sensibles y racionales. Y si no
me hubiérades dado la potencia del oír, sino que agora
de nuevo me enviáredes este par de joyas tan admira-
bles, como lo son este par de oídos, aunque no fueran
sino emprestadas por unos pocos de días, ¿en cuánto
fueran de mí estimadas? Y lo mismo digo de los obje-
tos y recreaciones que gozo con ellas, como son tantas
músicas y doctrinas y conversaciones.
Lo mismo puedo y debo considerar de todas las
otras potencias, y de todas sus recreaciones a ellas pro-
pias y proporcionadas. Pues ¿cuánto os debo yo. Se-
ñor, Dios mío, porque me habéis dado, y estáis siempre
conservando e influyendo esta potencia visiva, y me
estáis siempre enviando tanta luz y diversos resplando-
res, tantas riberas y prados y huertas; edificios, campos
y florestas, con tantos colores y figuras y variedad de
hermosuras con que me recree? ¿Y me habéis dado, y
estáis siempre dando, esta potencia auditiva, y tantas
músicas y doctrinas que oiga? ¿Y me habéis dado, y
me estáis siempre enviando esta potencia olfativa, y
tantos olores que huela? ¿Y me habéis dado y estáis
siempre dando este sentido del gusto, y tanta diversidad
de manjares, tantas frutas, tantos pescados, tantas car-
nes, tantas especias, tantos licores, que guste? ¿Y me
habéis dado y estáis siempre dando este sentido del
tacto, y tantas blanduras y frescuras y regalos con que
136
Camino del cielo. II. Meditación
me recree? ¿Y me habéis dado este par de manos, con
que tan varias e innumerables operaciones obre? ¿Y me
habéis dado y me estáis siempre dando, este par de
pies, con que pueda moverme a tantos movimientos,
conseguir tantos lugares, gozar de tantas y diversas
cosas?
Pues si tan inestimable es. Señor, Dios mío, el amor
que os debo por estas potencias sensuales y sus recrea-
ciones; ¿qué es lo que os debo, porque me habéis dado
una joya tan incomparable como es un entendimiento
para conocer, no sólo innumerables objetos criados,
mas aun también a Vos, mi Dios, criador de todos?
¿Y me habéis dado y dais siempre una memoria con
que me pueda acordar, no sólo de los bienes que son
en toda criatura, mas que me pueda acordar cada vez
que quiera de vuestra bondad y caridad infinita? ¿Y me
habéis dado y estáis siempre dando joya tan inapre-
ciable como es la voluntad, con que pueda amar y
gozar, no sólo los bienes criados transitorios, mas aun
los eternos; y, aun sobre todos, a Vos mismo, que sois
mi bien todo, y en todo, bien inmenso? Pues, ¿cuánta
obligación tengo, Señor, Dios mío, de amaros por todos
estos bienes, y servirte con cada uno de todos?
Porque, si agora cualquier dellos me faltase, y
vos me los diésedes con condición de que no usase de
ellos sino en las cosas que vos sois servido, ¿cuán de
buena voluntad aceptaría este don con esta condición?
Pues, luego, ¡cuánta obligación tengo a nunca querer
ver, sino lo que vos queréis que vea; y nunca oír, sino
lo que vos queréis que oiga; y nunca oler, sino lo que
vos queréis que huela; y nunca gustar, sino lo que vos
queréis que guste; y nunca hablar, sino lo que vos que-
réis que hable; y nunca andar, sino lo que vos que-
réis que ande; y nunca tocar, sino lo que vos queréis
que toque; y nunca pensar, sino lo que vos queréis que
piense; y nunca saber, sino lo que vos queréis que sepa;
y nunca amar, sino lo que vos queréis que ame! Y si
he sido muy ingrato cada vez que de estos dones no
he usado en vuestro servicio, ¿cuánto he sido de ingrato
y malo, cuando los he empleado en vuestro deservicio?
Esta es la primera vía para subir por estos dones
naturales al conocimiento de la divina excelencia y de
su benevolencia, que se comienza desde la considera-
C. 6. Dones naturales y temporales 137
ción de la mínima criatura, hasta entrar dentro de nos
mismos al conocimiento de nuestra ánima, hecha a la
imagen y semejanza divina. La cual meditación, cuan-
do hasta aquí llega el ánima — que es entrar a cono-
carse a sí misma — alcanza por medio de sí un conoci-
miento de Dios admirable, con ser Dios no perfecta-
mente comprehensible, como el profeta lo manifiesta, do
dice: Maravillosa es hecha, oh Señor, vuestra ciencia,
que mostráis en mí: es tan confortada, que no puede
ser de mí comprehendidaA
Resplandece, pues, en esta meditación santa, ma-
yormente en nuestra ánima, la excelencia y benevolen-
cia divina. La excelencia de su potencia, sabiduría y
bondad, en que pudo y supo y quiso criarnos y quiere
conservarnos; y crió y cría para nos tantos bienes, de
que interior y exteriormente nos tiene siempre cerca-
dos y llenos. Resplandece su benevolencia, en que no
nos habiendo menester para cosa alguna, por puro
amor nos lo ha dado todo, y nos lo está siempre dando.
Para subir con esta consideración por el conoci-
miento de Dios, buscándole, como por un camino, por
medio de sus pisadas, podremos tener esta manera:
Toma tú, hermano mío muy amado, una hojita de un
árbol en las manos de tu consideración; toma una hoja
de parra o vid, y mírala atenta y frecuentemente 2 a la
claridad del sol, de manera que no haya falta ni exceso
de luz. Y verásla toda tan bien labrada, que no hay
labrandera ni iluminador en todo el mundo que imi-
tarla pueda. Ponía entonces también delante de los
ojos de tu alma y, profundamente considerada, podrás,
y debes decir con tu corazón: Si todos los hombres y
príncipes del mundo se juntasen a hacer esta hojita,
no podrían hacerla, ni aun sabrían entenderla; pues,
¿cuánta es la sabiduría y potencia de aquel que la ha
criado? Y si esta hoja es tan hermosa, ¿cuánto más es
una ánima sensitiva? ¿Cuánto más una ánima racional?
¿Cuánto más un ángel? ¿Y cuánta mayor hermosura,
subiendo por todos los espíritus celestiales hasta los
sumos, que son los serafines, mayormente siendo todos
distintos en especie, como dice Santo Tomás, no sólo
1 Ps. 23, 8.
2 1." edic: mírala atentamente a la claridad...
10
138
Camino del cielo. II. Meditación
los de una jerarquía de la otra, y los de una orden de
la otra, mas que cada uno es distinto en especie de
otro, y así, cada uno es más hermoso que otro, yendo
por ellos subiendo? Pues, como sean innumerables, y
la hermosura del primero e ínfimo exceda a toda la de
este mundo, ¿cuál será y es la del espíritu último y
sumo?
Has también de tomar en las manos de tu conside-
ración ese par de ojos corporales, que te ha dado, y
considerar y decir: ¡cuán admirable es esta joya que
me ha enviado mi esposo! ¿Quién podrá apreciar el
valor de este par de piedras preciosas? ¿Quién podrá
dignamente comparar su hermosura? ¿Quién su virtud
y eficacia, con que tantas cosas conozco, puedo y gozo?
¡Una joya tan rica, tan hermosa y graciosa, tan noble
y tan poderosa, tan delicada y tan jocunda! ¡Una cosa
de tanta virtud, con que tantas y diversas cosas veo y
gozo cada vez que quiero! ¡Una cosa tan pequeña en
cantidad y tan grande en eficacia y capacidad, en quien
cabe la tierra y el cielo y tantos espacios y diferencias
de lugares, y con que comprehendo innumerables y
diversos objetos de las cosas visibles! Si tal es el don,
¿qué tal será el dador? Si tal es esta joya, ¿qué tal el
esposo mío que la ha hecho y me la envía?
Lo mismo puede y debe pensar toda ánima verda-
deramente cristiana, tomando en su consideración cada
una de sus potencias, y cada uno de los objetos que
goza con ellas; mayormente las potencias intelectuales,
por las cuales y sus rectas operaciones, es hecha a ima-
gen y semejanza de su criador mismo y esposo suyo.
Porque considerando la incomprehensible capacidad y
facultad que tiene recibida en cada una de estas poten-
cias, siendo como es criatura, puede y debe levantarse
a conocer y amar a aquel esposo, que por ser, como es,
su criador, infinitamente le excede en todo. Puede
también y debe subir por estos pasos y medios al co-
nocimiento de la divina benevolencia, por esta manera:
Tome una hoja de parra, o una flor, o rosa y, consi-
derada, dirás así: Si tan hermosa es esta hoja, o flor,
que se ha de secar tan presto, ¿qué tal será la hermo-
sura de los ángeles del paraíso, y de nuestros cuerpos
cuando estén glorificados en el cielo? Y si tanto se
esmeró mi Hacedor en estos ojos, que me ha dado
C. 6. Dones naturales y temporales
139
mortales, ¿cuáles me los dará, cuando me los diere in-
corruptibles? Si tantos, y tan grandes, y continuos bie-
nes me da en este destierro, ¿cuáles y cuántos me
tiene aparejados en la celestial patria? Si tantos y tales
son los dones que da en este mundo a los buenos y a
los malos, ¿cuáles serán los que tiene guardados para los
que le temen y aman, y de que han de gozar solos
los buenos? Y si con todo amor me ha tratado en el
tiempo que le he menospreciado y héchome su ene-
migo, ¿con qué amor me abrazará, siendo su hijo y en
toda virtud perfecto?
En estos pensamientos se debe ocupar el ánima que
es cristiana y devota; y así lo hará, si a su criador y
esposo ama como debe. Debe, pues, la tal, si quiere
aumentarse en el divino amor, procurar de frecuentar
éstas y otras semejantes meditaciones, las cuales le
serán dulces y saludables, y para las cuales podrá a
cada paso hallar motivos para subir al conocimiento
y amor de Dios por medio destos dones naturales y
temporales.
Capítulo VII
DE MEDITACION DE LOS DONES
GRATUITOS
DESPUÉS de la consideración de los dones natura-
les y temporales, se sigue considerar los dones
gratuitos, con cuya meditación nos llegamos más a
Dios, subiendo en mayor conocimiento suyo.
Estos dones gratuitos son en dos maneras, en las
cuales entrambas se nos da este mismo Dios, aunque
por modos diversos. En la una manera, que es el modo
de nuestra redención, se nos da para nuestro servicio
y precio. En la otra, que es la justificación, se nos da
para nuestro descanso y consuelo.
En el primer género de estos dones gratuitos, que
es el modo de nuestra reparación, se nos representa la
encarnación y nacimiento y vida y muerte de nuestro
Señor Jesucristo; el cual, así como en los dones natu-
rales nos dió este nuestro ser todo, y en los temporales
nos ha dado y nos da todo este mundo, así en estos
gratuitos, nos dió a sí mismo y sumamente todo.
Cerca de esto, has de considerar con toda aten-
ción y devoción, cómo habiendo tú sido ingrato a todos
los dones sobredichos, tan admirables e innumerables;
y habiendo ofendido y menospreciado a dador tan
magnífico, inmenso amador tuyo, y que en sí mismo es
piélago infinito de majestad, y gloria, y poderío; y
mereciendo tú, por tanta ingratitud y menosprecio,
ser no solamente privado de la felicidad que te estaba
aparejada en el cielo, mas aun ser condenado al in-
fierno; no teniendo con qué pagar al rigor de la infinita
justicia la deuda de tu culpa, tuvo por bien el mismo
Dios inmenso, que es el ofendido, darte a sí mismo
C. 7. Dones gratuitos. Redención
141
para tener con que le pagues la pena de tu pecado.
Para lo cual determinó de darte a su Hijo unigé-
nito, a él igual y consustancial y con él un Dios, ha-
ciendo que sea unida a él nuestra naturaleza en unidad
de persona. Porque siendo así la misma divina persona
verdadero hombre, pudiese humillarse a servir, y pa-
decer, y morir; y por este servicio, y pasión, y muerte,
a que se humüló en cuanto hombre — ofreciéndolo
por nosotros al Padre, y a él mismo en cuanto Dios,
y al Espíritu Santo, que con él y el Padre es un Dios,
por ser, como es, el que se humilla verdadero Dios —
ofreciese por nosotros servicio y satisfacción de valor
infinito, y así satisficiese por nuestra ofensa, que, por
ser contra la infinita majestad divina, es digna de in-
finita pena; y así se le da al que la incurre. Y aunque
no en intensión, porque no es a ella capaz la criatura,
désele a lo menos infinitamente en duración, siendo
como lo es eterna: porque, así, previniéndonos con su
benevolencia y misericordia inmensa, nos librase de
caer en su indignación infinita, pagando en la natura-
leza que pecó y siendo el mismo Dios el que paga, por-
que así fuese la paga sumamente justificada y en sumo
grado piadosa.
Es también aquí mucho de notar, que pagando
Cristo, pagan con razón todos sus escogidos; porque
todos son miembros de su cuerpo místico, por estar
con él mismo, como su cabeza, por amor verdadero
unidos. Porque por la fuerza del íntimo amor con que
están así a él incorporados, se sigue que toman sus
penas por propias, de modo que, él padece y ellos se
compadecen,! él ofrece su pasión y ellos la participan
y ofrecen por compasión.2
De aquí se sigue, que el que no está unido por
verdadero amor con Cristo, pagará por sí mismo en el
infierno, que será padecer los tormentos que padeció
el mismo Cristo, o mayores, y sin término. Dije "los
tormentos de Cristo", porque de su persona está es-
crito: Mi ánima se acercó al infierno.'^ Quiere decir:
la pena que padezco es cercana a los tormentos del
infierno.
1 compadecen, e. e., padecer con otro.
2 compasión, e. e., pasión con otro.
3 Ps. 87, 4.
142
Camino del cielo. II. Meditación
Mas, como ya dije, por ser el que padece ese mis-
mo Dios, y ser nuestra cabeza, con su pasión y muerte
transitoria, cuanto a la pena, libra a sus miembros, que
son sus escogidos, de la condenación intolerable y
eterna.
Has también aquí de notar, que no sólo padeció
Cristo por ti al tiempo de su muerte, mas antes fué
combatido de incomparable pena y tristeza; y todo el
tiempo de esta presente vida, dende el instante que
encarnó hasta el punto que expiró en la Cruz. Porque,
aun estando en el vientre bienaventurado de su santí-
sima Madre, así como su ánima con suma caridad
amaba a su Padre y Dios único, y por consiguiente
también con sumo amor a nuestro linaje humano; así,
sumamente le pesaba de todas las ofensas contra Dios
hechas, y de todos nuestros males en que estábamos y
estamos caídos; por los cuales remediar, como dice
nuestro Padre San Agustín,^ no le fué horrible, mas
holgó sufrir estar allí encerrado hasta la hora bendita
que nació, aunque era varón perfecto, porque tenía
uso de entendimiento y libre albedrío tan entero, como
cuando enseñó al mundo.
Esto pondera Jeremías profetizando, do dice: Una
cosa nueva, cosa nunca vista, hará Dios sobre la tierra,
y es, que la mujer cercará al varón, ^ Entonces estuvo
Cristo nuestro Señor de la mujer cercado, cuando es-
tuvo en su vientre encerrado, el cual, aunque cuanto
al cuerpo era pequeñito, cuanto al espíritu era varón
perfecto. Cosa es digna de contemplar, cómo allí es-
taba lo que allí estando pensaba y deseaba, y cómo
estaba allí abrasado en el amor del Padre y nuestro.
Por lo cual, sumamente se añigía su espíritu de la des-
honra paterna y de la miseria nuestra. Mas después que
nació, empezó a padecer, no sólo en el ánima, mas
también en su carne delicatísima, naciendo y viviendo
en continua y suma pobreza, trabajos y menosprecios,
1 Se refiere a las palabras del Te Deum: Tu ad liberandum
auscepturus hominem, non horruisti Virginis uterum, Himno atri-
buido por la leyenda a San Ambrosio y San Agustín, con cuyos
nombres ha figurado hasta hace pocos años en el Breviario Ro-
mano. Alareón recoge esta opinión, en su tiempo indiscutidxi. El
autor de este Himno es desconocido, aunque la crítica se inclina
a Nicetas, obispo de Remesiana.
2 Jer, SI, 22.
C. 7. Dones gratuitos. Redención 143
persecuciones y angustias, según que por el profeta lo
declara, diciendo: Pobre soy y en trabajos desde mi
pequeña edad A
Considera pues, oh ánima, con toda atención y de-
voción, la bondad y caridad con que este Señor omni-
potente, Rey de la tierra y del cielo, y único Señor de
todo el mundo, y que sobre todo lo que ha hecho es
inñnito [cómo] enamorándose de ti, viene a buscarte en
este ínfimo mundo con deseo de desposarte consigo,
aquí en la tierra, dende luego; y después, casarse con-
tigo eternalmente en el cielo, como lo dice el Profeta,
cuando de su encarnación habla diciendo. Como es-
poso salió de su tálamo.^
Y mira cómo a manera de un enamorado, que cau-
tivo de amores de alguna doncella pobrecilla, deja la
casa y reino de su padre, y viene a su aldea a servirla
toda su vida, y hacer y padecer cosas admirables por
enamorarla, así nuestro Señor Jesucristo, único prín-
cipe del cielo y señor del mundo, y unigénito del Pa-
dre, a él coetemo, igual y consubstancial, deja, en
cuanto hombre, por ti los palacios divinos y el celes-
tial reino de su Padre, holgando de estar, cuanto al
cuerpo, desterrado y pasible en esta nuestra aldea de
la tierra, entre gente tan grosera, y valle de lágrimas
lleno de tantas miserias.
Mira cómo dende que nace, comienza a hacer y
padecer por tu amor cosas tan maravillosas. Nace,
siendo hacedor del mundo, en un portalejo y establo,
y por cuna un pesebrillo, en suma humildad y pobre-
za. De allí a ocho días comienza con gran dolor a de-
rramar su sangre. Va luego huyendo de su indigna
criatura con su padre pobre, que lo lleva en brazos,
por tan largos caminos. Vive desterrado desde su niñez
en Egipto por tantos años entre gente bárbara.^ Vuelto
a Israel, vivió ^ en Nazaret súbdito a su madre y a un
pobre oficial, su esposo; y entre gente mala, de la cual
es menospreciado.
Sale tras esto al desierto a ayunar y ser tentado.
Comienza luego a predicar y enseñar al mundo el co-
1 Ps. 87, 16.
2 Ps. 18, 6.
3 J.« ed.: bárbara y idólatra.
4 i.« ed.: vive.
144
Camino del cielo. II. Meditación
nocimiento de Dios y el reino soberano, andando a
pie y descalzo de un lugar en otro, haciendo milagros
sin cuento y nunca vistos, así para remedio de las
ánimas como de los cuerpos. Enciéndese luego contra
él por la codicia y envidia la malicia de los perversos.
Es de ellos murmurado y acechado, injuriado y perse-
guido. Y por su santa doctrina recibe infamia, y por
los milagros blasfemias, y por sus obras divinas recibe
injurias y persecuciones, y por su amor ingratitud, y
por su inmensa benevolencia y beneficencia grande
odio y malicia. Después, al tiempo de la partida desta
vida, humíllase a lavar los pies de sus discípulos, por
dejarte a ti ejemplo de suma humildad. Háblate a la
despedida con tan íntimo y dulce amor; déjate a sí
mismo, y en manjar: como aquel que tanto te ama,
no se puede de ti apartar.
Ofrécese luego a ser por ti preso y entregado en
las manos de los pecadores y enemigos suyos pésimos.
Es allí condenado, injuriado y maltratado. Tráenlo por
las calles de aquella ingrata ciudad, a quien tantos be-
neficios había hecho, llevándolo de un juez a otro con
tanta afrenta y vituperio. Es crudelísimamente azota-
do, y su cuerpo delicatísimo a poder ^ de llagas y
azotes rasgado. Llagan su cabeza y traspasan su cere-
bro con muy largas y duras espinas con que le coronan
por escarnio, y visten de una vieja púrpura por más
denuesto. Es así sacado, todo llagado y sangriento y
tan vituperado, a que lo vea todo el pueblo. Es de to-
dos escarnecido y aborrecido, y pide toda aquella mal-
dita gente, a quien tan grandes y tantos beneficios había
hecho, que fuese crucificado, y que un Barrabás, ho-
micida y muy perverso, sea librado.
Ganada a voces y con alboroto la sentencia, llé-
vanle a la muerte entre dos ladrones, y hácenle llevar
la cruz a cuestas. Llévanle con pregones y gran grita
y regocijo. Dícenle injurias y danle sin piedad muchos
golpes. Va tan fatigado, que cae en el suelo por el ca-
mino. Llegado al lugar de la muerte, en el monte Cal-
vario, desnúdanle con gran furia las vestiduras, lle-
vando, según se cree, los pedazos de sus carnes, que
estaban a ellas pegados. Arrebátanle luego con gran
1 a poder, e. e., a fuerza.
C. 7. Dones gratuitos. Redención
145
furor, y hácenle extender sobre la cruz, y traspasan
sus manos benditas y pies santísimos con muy grandes
y agudos clavos. Estiran sus brazos y piernas, y todo
su cuerpo, en tanto grado, hasta descoyuntar sus hue-
sos. Levántanle, así enclavado, en el aire, con que se
aumentan los dolores, por estar así colgado de los
clavos, con el peso del cuerpo. Está todo descoyuntado,
y de la planta de los pies hasta la cumbre de la cabeza,
todo llagado y afeado, y sumamente abatido y afligido,
y en su ánima lleno de tristeza, así por nuestros peca-
dos, como por los grandes tormentos.
¡Oh Rey del cielo y único Señor y hacedor del
mundo! ¿Cómo estáis tan mal tratado y afligido? ¿Vos
no sois el que vestís el cielo y la tierra de toda su her-
mosura? Pues, ¿cómo estáis desnudo y tan feo, hecho
como leproso? ¿Vos no sois el que sustenta el
mundo con sus manos? pues, ¿cómo estáis colgado de
los clavos? ¿Vos no sois a quien con suma reverencia
sirven en el cielo los ángeles, y contemplan los sera-
fines? Pues, ¿cómo estáis puesto en un palo entre dos
ladrones? ¿Vos no sois el que dais a todos, todos los
deleites? Pues, ¿cómo estáis tan combatido de tormen-
tos y dolores? ¿Vos no sois el que hinche de gozo a
todos los ciudadanos de la celestial patria? Pues, ¿cómo
estáis lleno de tristeza?
Pues, si me respondéis. Señor, que todo esto hol-
gáis de hacer y padecer por amor de mí,i ¿cómo es
posible que no os ame sobre todo amor, ni aun tenga
otro amor? ¿Cómo no me muero de espanto de ver que
mi Dios único e infinito padece por mí, su pequeñuela
e indigna criatura, tan grandes penas y muerte crude-
lísima? ¿Cómo no me muero de pesar por haberos
ofendido, o de placer en ver que soy de vos tan ama-
do? ¿Cómo me puedo gloriar en otra cosa, sino en la
cruz de mi Señor Jesucristo? ¿Cómo, Señor mío y
amador mío, os puedo quitar de mi pensamiento, y
cómo he podido seros tan ingrato, y por tanto tiempo?
¡Ay de mí, que por tantos años he sido tan descono
cido2 y malo! ¡Ay de mí, que tantos tiempos he vivido
sin fruto! ¡Ay de mí, por todos los momentos que con
1 l.<* ed.: por mi amor.
2 desconocido, e. e., ingrato. Palabra ovuesta a reconocido,
hoy en desuso.
146
Camino del cielo. II. Meditación
todo mi corazón no os he amado! ¡Ay de mí, que tan-
to espacio de mi vida he perdido! ¡Ay de mí, que a tan
inmensa bondad y caridad por cosas tan viles he me-
nospreciado! jAy de tanta dureza, que me ha causado
la malicia de la culpa, pues, con saetas tan poderosas
de vuestra incomparable hermosura y amor inestimable
no he sido llagado y traspasado! ¡Oh, cuánta razón
sería, que por la fuerza de vuestro amor, esos clavos
me enclavasen, y esos azotes me hiriesen, y esas espinas
me llagasen, y que con vos estuviese en la cruz afijado,
como lo dice el apóstol de sí mismo! ^ ¡Oh, cuánta
obligación tengo de traeros siempre por blanco o señal,
en todos mis pensamientos y obras, para enderezar
a solo vos todas mis intenciones, considerando siempre
que sois mi Dios y por amor de mí estáis así solo,
llagado y sumamente abatido y afligido. Esto es lo que
vos, Señor,2 me encargáis cuando decís: Ponme por
señal sobre tu corazón — que quiere decir, en todos
tus deseos y pensamientos — y por señal sobre tu bra-
zo — esto es, en todas tus obras — ; porque mi amor
es tan fuerte como la muerte.'^
De lo dicho se infiere y manifiesta, que la medita-
ción que más nos puede aprovechar para no caer en
las tentaciones, y para más agradar a nuestro Señor
Dios en nuestras obras, es procurar en todas ellas de
poner delante nuestros ojos a nuestro Señor Jesucristo
crucificado, considerando, cómo es Dios y se nos ha
sumamente dado en este don gratuito, que es el mis-
terio de su encarnación y pasión, en el cual muy ma-
yormente^ se nos manifiesta su amor divino.
1 Gal. 2, 18.
2 1.a ed.: lo que por Dios, Señor.
3 Cant. 8, 6.
4 muy mayormente: i.« ed.: máximamente.
Capítulo VIII
DE LA SEGUNDA MANERA DE LOS DONES
GRATUITOS, QUE ES LA JUSTIFICACION DE
LAS ANIMAS
L segundo género de los dones gratuitos, y que
L mana del sobredicho don de la Redención, es
nuestra Justificación; en el cual, nuestro Señor Dios
se nos da por esposo, y descanso, y deleite, y gozo
cumplido; así como en el primero se nos dio para
único servicio y trabajo.
En este segundo don se le comunica al alma la san-
gre preciosísima de nuestro Señor Jesucristo, con la
cual es lavada y limpiada de la suciedad y fealdad de
ía culpa; y sacada del poderío del demonio, del cual
estaba cautiva por el pecado; y es traída a estado de
gracia, que es ser hecha grata a Dios por la hermosura
divina que dél participa; y dotada de sus divinas per-
fecciones, y enriquecida de todos los verdaderos bie-
nes por el amor con que es a ese mismo Dios unida.
Para mejor entender cuán bienaventurado sea este
estado, y cómo este don de la justificación es máximo
y preciosísimo, es de notar, que cuando un ánima se
deja caer en pecado mortal, menosprecia la amistad
de Dios, que moraba en ella y con quien por amor es-
taba unida. Perdiendo a Dios, pierde toda la hermosura
de las virtudes y gracias que dél participaba. Pierde
también la amistad de los ángeles y de todos los es-
píritus bienaventurados, y de todos los santos que son
en el cielo, y de todos los justos que son en la tierra.
Pierde la participación de los méritos de la pasión de
Cristo. Pierde por consiguiente todo, el tiempo que
está en el pecado, y ansí recibe en vano su ánima,
148
Camino del cielo. II. Meditación
como lo dice el profeta.^ Está de todo bien vacía. De
su salud, que es Dios, alejada. Para toda obra de ca-
ridad, inhábil y seca. Para sentir de Dios, insensata.^
Por estar así, de todo bien vacía, éntrase el demo-
nio a morar en ella, como lo dice nuestro Señor Jesu-
cristo en el Evangelio.^ Y como la tal ánima esté su-
jeta a la voluntad del demonio, es hecha su sierva:
Porque quien hace el pecado, es siervo del pecado^
Y como sea una la voluntad de tal alma y la del demo-
nio, está a él por esta conformidad unida. Y como
cada uno dé de lo que tiene, así como cuando estaba
unida con Dios, participaba de toda virtud y perfec-
ción y era hecha divina, así después de unida al demo-
nio, participa todo su mal y su diabólica semejanza.
Es hecha tan fea, que está hecha un demonio. Porque
si miráis cómo pintan al demonio, toda su semejanza
hallaremos en esta ánima. Ella tiene la cabeza de león,
por la soberbia; los ojos de basilisco, por la envidia;
las orejas de asno, por la necedad o insipiencia; las
narices de elefante, por la vida disoluta; el hocico de
puerco, por la lujuria; la lengua y dientes de perro,
por la murmuración e ira; las uñas de gato o de gri-
fo, por la crueldad y rapiña; la cola de serpiente, por
la fraudulencia. Toda negra como la pez y oscura
como la noche, por las profundas tinieblas de la culpa.
De modo, que no sólo esta desventurada ánima es he-
cha semejante a una sola bestia fiera, mas a muchas
juntas, como lo dice el profeta; ^ las cuales, así ayun-
tadas, componen una tan horrible y monstruosa y dia-
bólica figura.
Esta tal ánima, por participar así la semejanza del
demonio, es hecha hija suya y, por consiguiente, here-
dera de su infernal y eterna miseria. De manera que
en esta presente vida está sujeta a todos los males ya
dichos, innumerables e incomparables, que son los
males de la culpa; y, para la otra vida, está condenada
a padecer todos los males inefables y perdurables de
culpa y de pena.
1 Ps. 23,
2 insensata, e. e., insensible; latinismo hoy no admitido en el
lenguaje vulgar.
3 Le. 11, 26.
4 lo. 8, Slt.
5 Ps. Jf8, 13.
C. 8. Dones gratuitos. Justificación
149
Pues, cuando esta ánima es justificada, es sacada de
tan gran lago de miseria,i y de la semejanza y poderío
del demonio, y de ser eternalmente condenada; y es
traída a estado de gracia. Llámase estado de gracia,
porque la tal ánima es hecha delante el acatamiento
de Dios graciosa y grata. Graciosa, porque es hija;
grata, porque es esposa. Es hecha hija, porque recibe
de Dios su divina semejanza, participando — como ya
he dicho — su divina naturaleza.
Así como la nube cuando está cerca de la tierra,
antes de ser tocada del sol, es — como vemos — un
vapor terrestre, oscuro y feo; mas después que levan-
tada en alto, recibiendo en sí los rayos del sol, por ser
así unida con este rayo solar y luz celestial, de tal ma-
nera participa la luz y hermosura, que queda hecha
resplandeciente y tan hermosa y tan gloriosa; así el
ánima, que antes, cuando estaba apartada de Dios, era
terrestre y tan fea, después que a él es unida queda
deificada y de sus divinas perfecciones revestida. Por
lo cual, como Dios sea sabiduría, la tal alma es hecha
sabia; y como Dios sea caridad, es hecha caritativa; y
como Dios sea justicia, es hecha justa; y como Dios
sea todo bien, es de toda hermosura de bienes dotada;
y como Dios sea Dios, es hecha divina, porque Dios
le comunica su divina naturaleza, y allí es hecha hija
suya. Y por esto dice San Juan: A todos los que le re-
cibieron, dio poder de ser hechos hijos de Dios.^ Esto
es lo mismo que pondera en su canónica, y amonesta a
ponderar, diciendo: Ved cual amor nos dio el Padre,
con que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos.^
Y porque en este don se nos dan los mayores dones,
dice el bienaventurado San Pedro: Muy grandes y pre-
ciosos^ dones nos ha dado nuestro Señor en hacernos
partícipes de su divina naturaleza.^
Recibida del ánima esta divina hermosura, y sien-
do por ella hecha hija, se sigue ser hecha esposa; por-
que es, como hemos dicho, unida a Dios con su amor
eterno, que es un divino matrimonio. De arte, que
1 Ps. 39, 3.
2 lo. 1, 12.
3 / lo. 3, 1.
4 í.« ed.: máximos y preciosos.
5 2 Petr. J, 4-
150
Camino del cielo. II. Meditación
todo anda junto, y lo uno se consigue a lo otro. Por-
que, si es hija, es esposa; y si es esposa, es hija. Hija
de Dios, porque recibe su divina naturaleza por gracia.
Esposa, porque es a él eternalmente unida. De aquí
es, que el unigénito hijo de Dios, su esposo, hablando
con tal ánima en el libro de los Cantares, junta estas
dos prerrogativas, llamándola por estos dos nombres
y diciendo: Ven al huerto, hermana mía, esposa.^ Llá-
mala hermana, porque del padre, cuyo es hijo, es hija;
llámala esposa, porque por amor es a él unida. Estas
dos gracias y excelencias sumas pone el profeta en un
salmo juntas, a do con la tal alma habla y dice: Oye
hija y ve e inclina tu oreja, y olvida tu pueblo y la casa
de tu padre; y enamorarse ha de tu hermosura el rey,
que es el Señor Dios tuyo!^ Llámale, lo primero hija.
Después dice, que el rey se enamora de ella. Cuando
Dios se enamora, se casa; y eso mismo es a Dios ca-
sarse que enamorarse. ¡Oh, cuánta razón tiene el áni-
ma, y cuánto le va en esto, que es oír y seguir lo que
aquí le amonesta el mismo Dios y esposo suyo! ¡Oh,
cuánta razón tiene de desechar y olvidar su pueblo, tan
malo, que es la muchedumbre de sus desordenadas pa-
siones y bestiales afectiones, por ser dotada de las
divinas virtudes! ¡Oh, cuánto le importa olvidar la casa
de su padre, que es el demonio, esto es, la cárcel suya
de la culpa, en que la tiene tan engañada, cautiva y
hecha tan mísera con el amor del lodo y cieno de las
cosas que ama en este vano y transitorio mundo, y en
que está hecha semejante al demonio!
Pues, con seguir este consejo, se libra de un estado
y peligro tan horrendo, y comienza a ser hija y esposa
del Rey del cielo. Comienza a ser delante de Dios her-
mosísima y gratísima, y con tan dulce y continuo amor
a su divina majestad abrazada. Comienza desde luego,
aunque imperfectamente, a participar de Dios, esposo
suyo, que es vida eterna y de quien todo bien y conso-
lación emana, y por el cual, perseverando en este amor,
es cada día más amada y favorecida, librada de todos
males, enriquecida de todos los bienes, y visitada de
verdaderas y divinas consolaciones. ;Oh, cuán bien-
1 Cant. 5, 1.
2 Ps. U, 11, 12.
C. 8. Dones gratuitos. Justificación
151
aventurado es el estado que la tal ánima alcanza con
esta suprema gracia! ¿Qué lengua puede explicar la
felicidad del ánima que en este estado alcanza y en él
persevera? ¡Cuán libre es de los males, y cuán abun-
dante de bienes y consolaciones!
Esto todo da a entender el Sabio diciendo: El
alma segura, es como un continuo conviteA En estas
dos palabras se incluyen todos nuestros deseos, que
son, ser libres de los males, y abundar en los bienes.
Lo primero significa, diciendo: el alma segura. Seguro
está el que no teme, y lo que tememos son los males;
mas el alma que está a Dios unida, dice el profeta:
No temeré los males, porque vos. Señor, estáis con-
migo."^ Porque, como dice el Apóstol, Si Dios es con nos
¿quién contra nos?^ Gran prerrogativa es la del ánima,
que no tiene que temer a cosa alguna: ni a la hambre,
ni a la pestilencia, ni a los hombres, ni a los demonios,
ni a la salud, ni a la enfermedad, ni a la prosperi-
dad, ni a la paz, ni a la guerra, ni a la vida, ni a la
muerte. Ni aunque se hunda el mundo y se junte el
cielo con la tierra para espanto de los malos, como
será en el día del juicio, no tiene qué temer cosa del
mundo, porque tiene de su mano al Omnipotente que
hizo y sustenta con su mano a todo el mundo. No tiene
también qué perder en esta vida, porque todo lo tiene
menospreciado; y después de haber gustado el amor
de tal esposo, todo lo tiene por estiércol, cuanto hay
en este mundo.
Es también su vida como un continuo convite,
como lo dice el Sabio en la autoridad ya alegada. En
el convite suélense dar muchos manjares, y buenos, y
de diversos sabores. Así, el alma que está a Dios por
amor unida, siempre, adonde quier^ que está y va,
come muchos y sabrosos manjares espirituales, porque
siempre halla motivos de recibir grandes gozos y con-
solaciones. Porque si el codicioso y avariento se goza
de ver su dinero, o alguna heredad, porque es suya,
¿cuántos motivos de gozo tiene cualquier verdadero
amador de Dios, pues todo lo que es del amigo tiene
1 Prov. 15, 15.
2 Ps. 22, Jt.
8 Rom. 8, 31.
4 J.« ed.: doquier.
152 Camino del cielo. II. Meditación
por suyo, y así todo lo que es de Dios tiene por suyo
propio? Y como todas las cosas son de Dios, todas
también son suyas; aunque parezca que no tiene cosa
alguna. Y esto es lo que dice el apóstol: Como quien
nada tiene y todas las cosas posee, ^ Así que el tal, a
doquier que esté, todo cuanto ve, cielos y tierras y mar
y ríos, árboles, animales, hombres, y todas las criatu-
ras, y todo el universo: todo es suyo. Porque, en saber
que es de Dios, lo goza por propio.
Y también en cada una de las criaturas toma mo-
tivos para gustar sabores, gozándose de considerar en
cada una el poderío y sabiduría y bondad de su Dios
que la crió, y a quien únicamente ama; y considerando
también y gozando el amor con que se la envía, para
que la vea y goce. Mejor goza el bueno la heredad del
malo, que su mismo dueño. Porque aquél la goza con
el cuerpo, y el bueno con el alma. Aquél con el pala-
dar o algún sentido exterior, mas el amigo de Dios,
allende de gozarla también así, cuando le cumple, la
goza con el corazón. Y no sólo con las criaturas, que
son en la tierra; mas mucho más con los bienes que son
sobre el cielo; porque su conversación es frecuente-
mente en el cielo, como lo dice el apóstol.^ Porque
como ha resucitado con Cristo, busca las cosas de
arriba, donde está Cristo; y considerándolas y espe-
rándolas, se alegra. Y si se goza de las cosas de Dios,
mucho más con el mismo Dios, cuando su bondad y
amor, que de todos sus dones colige, profundamente
considera; y conociendo, ama; y amando, espera, y a
gustar comienza. Con el cual gusto, menosprecia todo
lo de este siglo, vano y transitorio. Por esto dice el pro-
feta: Menospreció mi ánima de consolarse,^ conviene
a saber, en los vicios y en las cosas vanas, que aman
los mundanos. Y de Dios se acordó y se delectóA Pues,
como la tal ánima siempre esté cercada de tantos mo-
tivos, de do gusta tantos sabores, es como siempre
convidada. Y ansí, su vida es un comer sabroso y con-
tinuo. Y por esto aquí el Sabio: Que el alma segura es
como convite continuo. Segura, por la liberación de
1 2 Cor. 6, 10.
2 Phil. 3, 20, y a los Col. 3, 2.
3 Ps. 76, 3.
4 id. ibíd.f Delectó, por deleitó.
C. 8. Dones gratuitos. Justificación
153
los males. Siempre en convite, por la abundancia de
los bienes.
Pues, considera bien, oh ánima, lo que Dios da con
este don de la justificación, y de cuán grandes e inefa-
bles bienes dota al ánima que, justificándola, toma por
esposa. Sácala del poderío del demonio y de tanta feal-
dad, vileza y miseria en que estaba engolfada, y há-
cela, con la participación de sí mismo, que sea hecha
sabia, justa, santa, caritativa, humilde, paciente, be-
nívola, prudente, fuerte, templada, devota, dotada del
resplandor de su divino conocimiento y de todo lo que
le cumple, que es: En el mundo, inñamada con su amor
divino y de toda la hermosura de las virtudes adorna-
da, dale libertad del espíritu. Dale la paz interior del
corazón. Dale que sienta su dulce presencia. Que goce
de su entrañable conversación. Que esté segura y siem-
pre convidada y gozosa y sobre todo lo transitorio ele-
vada. En el cielo, por el corazón ciudadana y de su
celestial reino heredera, con su Dios abrazada, y he-
cha divina.
La causa y razón de tantos e incomparables bienes
es, que en este don se da Dios a sí mismo, que es fuente
de todos los dones. Considera, pues, bien, y mira con
toda atención y profunda meditación, estas dos dife-
rencias de estos dones gratuitos, en los cuales se nos
da Dios a sí mismo en dos maneras. En la primera,
que es el modo de la Redención, se hace semejante a
nos, para visible y familiarmente comunicamos. En la
segunda, nos hace semejantes a él para que le parti-
cipemos. En lo primero, se viste de nuestra ñaqueza.
En lo segundo, nos viste de su divina excelencia. En
el misterio de la Redención, se nos da por siervo y
sumamente humillado. En el de la Justificación, nos
levanta hasta unirnos consigo, y dársenos por nuestro
gozo y descanso cumplido. Con el primero don, se hu-
milla por nuestro amor a padecer. Con el segundo, nos
sublima a le gozar. En el primero don, se nos ofrece
a sí mesmo, hasta padecer por nos muerte crudelísima.
En el segundo, nos da su vida eterna.
De todo lo dicho, bien considerado, se puede co-
nocer la maldad y ceguedad del mundo, por el cual
se entiende el hombre mundano. A los tales llama Cris-
to nuestro Señor mundo, porque son a él por amor
11
154
Camino del cielo. II. Meditación
unidos y sujetos. Su maldad es manifiesta, pues es in-
grato a Dios de quien tantos bienes ha recibido y re-
cibe en todo momento. La ceguedad clara, pues me-
nosprecia su amor felicísimo y eterno, de todo bien
causativo.
Cosa es espantosa la maldad de un hombre malo,
porque naturalmente, aunque uno esté en pecado, se
aficiona a su bienhechor, que por muchos dones le
muestra amor. Pues, si a aquél, por unos pocos y pe-
queños dones se inclina y cela tanto su honra en au-
sencia y presencia, y se huelga tanto de loarle y ser-
virle; y si es ausente, desea verle, y que sea de todos
amado, loado y servido: ¿por qué no hace lo mismo
con su Dios, de quien recibe siempre tantos y tales*
dones, y con amor tan incomparable dados? Pues es
tan agradecido a aquél de quien tan poco ha recibido;
¿por qué con Dios, de quien tantos e inefables y con-
tinuos dones recibe, así se ha, como si ningún bien le
hubiese dado? Verdaderamente parece que para con
Dios ha perdido el juicio y tornádose como bestia,
insensato. Por lo qual dice de él el profeta: ^ El hombre,
como fuese honrrado de Dios, no lo entendiendo, es
comparado a los animales brutos y hecho semejante a
ellos. Es el tal como el caballo o mulo, que no mira
más que a la paja y cebada; mas no agradece ni conoce
a quien la echa. Contra lo cual nos amonesta el pro-
feta, diciendo: No queráis ser hechos como el caballo,
o el mulo, en los cuales no hay entendimiento.'^
La causa por qué el mundo cae en tanta maldad y
ceguedad es, porque, por ser ingrato, pára en los do-
nes, moviéndose en todo por su amor propio, y no
mira como debe a su amantísimo dador, que se los
está siempre dando, y con amor puro. Esto es lo que el
apóstol enseña, diciendo: No recibimos el espíritu des-
te mundo, mas el espíritu que es de Dios, para que se-
pamos las cosas que nos ha dado Dios.^ El espíritu
deste mundo es su amor propio, con que menospre-
ciando a su Dios, pára en sí mesmo. Porque, como dice
nuestro Señor, el mundo no ama sino lo que es suyo.
Mas nosotros, dice aquí el apóstol, no recibimos este
1 Ps. Jf8, 21.
2 Ps. 31, 9.
3 1 Cor. 2, 6.
C. 8. Dones gratuitos. Justificación 155
tal espíritu del amor inicuo, mas el espíritu que es de
Dios, que es su amor divino; el cual es atribuido al
Espíritu Santo; con el cual, no parando en nosotros,
sino en la fuente donde todos los bienes recibimos,
conocemos los dones divinos, tan inestimables e in-
numerables y de su omnipotente mano, bondad y ca-
ridad inmensa continuamente dados y enviados. Con
la cual consideración, en su amor nos abrasamos, y a
él con este amor somos unidos, y así somos librados de
ser mundanos, porque somos hechos divinos.
Es aquí también de notar, y grandemente advertir,
que los moros y los otros infieles no reciben los dones
gratuitos. Mas por ser ingratos a los dones naturales y
temporales, son condenados a las penas perdurables.
Y la causa por qué no reciben los dones gratuitos es,
por ser ingratos a los otros dones, ya dichos. Y porque
esto mejor se entienda, pongamos ser dos doncellas
paupérrimas, a las cuales el príncipe de aquel Reino,
movido con toda piedad y benevolencia, enviase cada
día con sus pajes y criados todas las cosas que hubie-
sen menester para su mantenimiento y vestido, así, en
esto como en todas las cosas necesarias, fuesen de él
siempre y muy magníficamente proveídas. Y que la
una de ellas holgándose mucho con los dones, de tal
manera se detiene y arroja en ellos, que aunque los
recibe por grandes bienes, y de tal mano enviados
— porque los pajes le dicen que el Príncipe su Señor
se los envía — , ella no cura de preguntar por él, ni
saber dél, ni se le da cosa por él. ¿Quién no ve que
esta tal es ingrata y, cuánto sea mala y necia y, por
consiguiente, digna de ser menospreciada y aborrecida?
Pongamos que la otra, recibiendo los dones, hace lo
que debe, que es amar más al dador que los dones que le
envía; por lo cual, pregunta por él a sus criados con
grande diligencia, y sobre todas las cosas verle y ser-
virle desea; lo cual sabido del Príncipe, es dél tan ama-
da, que la toma por esposa y después se casa con ella.
Esto mismo que hemos imaginado entre el prínci-
pe terreno y aquellas doncellas, pasa de hecho entre el
príncipe del cielo y nuestras ánimas. El ánima ingrata
y mundana pára en estos bienes y recreaciones tempo-
rales, que Dios le envía; y ama más estos sus dones,
que no el mismo dador. Porque, así como se ama a sí
156
Camino del cielo. II. Meditación
misma de amor de amicicia más que a Dios, así también
ama estos bienes mundanos de amor de concupiscen-
cia más que a Dios, que se los da todos, y con amor
inmenso, con que querría darle otros mayores, puros y
eternos, dándole a sí mismo. Y si ama a Dios, es de
amor de concupiscencia, que es por los bienes que le
da. De do también se sigue, que ama más los dones,
que no a dador tan magnífico y amador tan inmenso.
Porque, cuando alguna cosa se ama por respecto
de otra, más se ama la otra; y como por esto es per-
versa y tan ingrata, justamente es reprobada, y pierde
los dones que le estaban aparejados en el cielo; y aun
los que recibía en este mundo. Por amar éste su propio
y transitorio bien con perverso amor más que al amabi-
lísimo dador y a su puro amor, pierde todo su bien y
a su amador. Pierde de desposarse en este mundo con
el rey del cielo, y casarse con él de aquí a peco en su
celestial reino. Es privada de Dios y entregada al de-
monio. Pierde ser reina en el paraíso y señora eterna
de todo el mundo, y es lanzada en el profundo del in-
fierno. Pierde todos los bienes y deleites presentes y
perdurables, y cae en los tormentos eternos e intole-
rables.
Por el contrario, el ánima agradecida y justa, reci-
biendo como recibe cada día los dones inefables que
Dios le envía, pregunta por él a los pajes y criados que
se los traen, que son las criaturas: que todas son cria-
dos de Dios. Pregunta con su profunda meditación:
— con que considera los dones y la bondad y amor con
que le son enviados — qué tal sea el dador que se los
envía, y cómo le va, y cuánto es de él amada. Y sobre
todos sus dones le ama, y sobre todas las cosas le de-
sea, y procura de le servir y agradar. Por lo cual, como
Dios sea este mismo divino e infinito amor, y el que
a Dios ama con verdadero amor, ya en Dios está, y
Dios en él; ^ como la tal ánima es por amor a Dios
unida, ya es a él desposada; y con amor perfecto se
casa con él presto en tálamo y reino celestial y divino.
Volviendo, pues, al punto comenzado, los infieles,
por ser ingratos a los dones presentes, naturales y tem-
porales, que les da Dios, recibiendo de él el ser y todo
1 1 lo. 4, 16.
C. 8. Dones gratuitos. Justificación 157
este mundo, por esto no reciben de Dios los dones
gratuitos, con los cuales quería darles a sí mismo. Pues,
si los infieles son condenados por ser ingratos a los
bienes naturales y temporales, ¿cuánto más los malos
cristianos, que después de haber recibido no solos
aquéllos, mas juntamente los gratuitos, son a todos tan
desagradecidos, y de Dios tan olvidados, y a su inmensa
majestad tan desacatados, y de su infinita bondad tan
ofensores y menospreciadores? Si el ánima del infiel
es tan grave y eternalmente condenada por haber sido
a Dios mala sierva; ¿cuánto mayor condenación se
le seguirá al ánima de un mal cristiano, que por ha-
ber sido con Dios desposada, con cada pecado mortal
se ha hecho a Dios adúltera? Si así se castiga el adul-
terio humano, ¿qué penas merece el adulterio en lo
divino? Si es tanta culpa haber sido el infiel ingrato a
los bienes visibles y transitorios deste siglo, ¿cuánto
más aquél que, sobre todos estos, ha recibido tantos
sacramentos, tanta luz y doctrina de los misterios di-
vinos, y tanta noticia de los celestiales prometimien-
tos? Y si, como dice el Apóstol, el que traspasaba la
ley de Moisén era tan gravemente punido, ¿cuánto
más el que hubiere acoceado la sangre de Jesucristo? ^
De lo dicho queda manifiesta la maldad y ceguedad
del mundo, y mayormente del malo y falso cristiano.
1 ed.: sangre de nuestro Señor Jesucristo.
Capítulo IX
DE LA MISERICORDIA DEL ANIMA QUE ESTA
EN PECADO Y DE LA VILEZA DE TODO LO DE
ESTE MUNDO
E lo dicho en el precedente capítulo se puede fá-
JL^ cilmente conocer, cuán malaventurada es el áni-
ma que está caída en la culpa; pues, está privada de
tantos y tan grandes bienes y verdaderas consolaciones,
de que el ánima, que está y persevera en gracia, goza,
aun estando en esta vida. Y sobre todo esto, está su-
jeta a tantos males de culpa y de pena, y a tanta feal-
dad y miseria, como ya arriba hemos declarado. Por
lo cual nuestro padre San Agustín dice: ¡Ay, del áni-
ma miserable que a Dios no busca: seca está y misera.
El ánima que a Dios no busca, ama al mundo, sirve
a los pecados, está sujeta a los vicios, y nunca está
quieta ni segura.
¡Cuánta es la desventura del alma que fué elegida
de Dios para comunicarle tantos y tan grandes bienes,
y con cuyo amor estaba sublimada en tanta dignidad
y honra, y a una vida de tantos y tan diversos deleites
llena, y verla después, por la culpa, puesta en un mu-
ladar muy sucio y hediondo y lleno de pulgas, de las
cuales expresamente es mordida y fatigada; y que, con
todo esto, elige vivir allí y estarse revolcando en aquel
estiércol por algún vil sabor que halla de cuando en
cuando en las viles sobras de algunos manjares que
fueron allí echadas entre la basura! Así, el alma está
derribada en tanta vileza, y continuamente mordida e
inquieta de los deseos de sus bestiales pasiones y de
muchos remordimientos de conciencia; desnuda de la
hermosura y resplandor incomparable de las vestidu-
ras divinas de que se ha despojado; y tan fea, que pa-
rece un demonio revolcándose en el estiércol de los
vicios de este mundo, por haberse hecho inclinada y
C. 9. Desventura del alma en pecado 159
dejádose engañar de unas delectaciones vilísimas y mo-
mentáneas. Esta tan grande caída y miseria de las ta-
les i desventuradas almas es la que llora Jeremías en el
libro de sus Llantos, diciendo: Los que usaban de man-
jares delicados y sabrosos — conviene a saber, divi-
nos — murieron en sus caminos — esto es, en sus vi-
cios — y los que eran criados en palacios reales y entre
paños preciosos, abrazaron el estiércol de los mula-
dares!^
¿Qué es, si bien miramos, sino estiércol todo lo que
los mundanos aman y con tanto trabajo buscan y tie-
nen en este mundo? ¿Qué son los Reinos y los Impe-
rios? ¿Qué los ejércitos y los vencimientos? ¿Qué son
los palacios grandes y adornados, y qué los muchos
servidores? ¿Qué son las vajillas de plata y de oro con
sus grandes aparadores? ¿Qué son las vestiduras y ca-
mas blandas y curiosas? ¿Qué los banquetes y lujurias?
¿Qué las fiestas y regocijos vanos, y toda manera de
juegos y espectáculos y pasatiempos y todos los otros
géneros de disoluciones y desórdenes?
El profeta Esaías llama a todo esto, "heno", di-
ciendo: Toda carne es heno.^ El Santo profeta y rey
David lo llama humo, allí donde dice: Los enemigos
de Dios, luego que fueren honrados, desfallecerán como
el humo A Y el uno y el otro de estos santos profetas
dice la verdad en sus palabras. Porque todas estas cosas
sobredichas, que solas aman los carnales, son como
heno, que hoy está verde y florido y mañana está seco.
Y como el humo, que luego que parece,^ desvanécese.
Así son todos los hombres carnales, con todas las co-
sas susodichas que de ellos son amadas. Ayer fueron,
y hoy no son. Ayer como heno aparecieron, y hoy
como heno se secaron. Hoy como humo suben en alto,
mas mañana se habrá todo desvanecido y desaparecido.
Verdad es todo esto. En lo cual se notifica, cómo todo
lo que en este mundo se ama, en un punto se pasa.
Mas el Apóstol, en llamarle estiércol, más connota.
Que es, no solamente perderse^ todo el bien pasado,
1 ed.: las cuales desaventuradas...
2 Lam. U, 5, Llantos, e. e.. Lamentaciones o Trenos.
3 Is. 40, V. 6.
4 Ps. 36, 20.
5 parece, por aparece.
6 perderse, conjetura; haberse, el texto sin sentido.
160
Camino del cielo. II. Meditación
mas juntamente el mal del hedor pestífero y penoso
que de ello ha quedado. Y porque así como el estiércol,
que antes era manjar o vestidura, u otra cosa, mas
el ser de aquello pereció, y se mudó en otra cosa tan
vil y hedionda; ¡así es todo lo que deste mundo se
busca y se desea! ¿Qué otra cosa queda de los amado-
res deste mundo, sino hedor intolerable y horror espan-
table? Sino, id a su sepultura y mirad su cuerpo, que
sólo fue de ellos amado. Mirad bien en qué ha parado.
Lo mismo será de aquí a poco de todos los que hoy
viven y aman este siglo: ¡allí será su paradero! ¡así
estarán de aquí a poquito! Y si su cuerpo está tan
deshecho y tan feo, tan hediondo y tan horrendo; su
espíritu, que es el transgresor principal y de Dios ene-
migo, ¿qué tal pensáis que estará en el infierno? Es,
pues, todo lo deste mundo como estiércol, según lo
enseña el Apóstol. Y por esto dice: Todas las cosas
juzgué por estiércol, por ganar la amistad de CristoA
En las cuales palabras nos da claramente a entender,
que el que no ha llegado a esto, que es tener por es-
tiércol cuanto hay en el mundo, aún no ha alcanzado
la amistad de Cristo.
Deste estiércol levanta Dios el ánima, y la hace
esposa suya, cuando la saca del pecado y la justicia.
En lo cual se muestra Dios más maravilloso, más
bueno y poderoso, que en haber criado la tierra y el
cielo y todo el universo. Y por esto dice el profeta:
¿Quién como el Señor Dios nuestro, que mora en lo
altO: y mira las cosas humildes, que son en la tierra y
en el cielo? Levanta de la tierra al menguado, y levanta
al pobre del estiércol, para colocarle con los príncipes
de su pueblo,'^ que son los santos y sumos espíritus que
reinan en el cielo.
Pues, como el ánima, que es así ya levantada y
hasta el cielo ya con el corazón sublimada, tiene por
estiércol todo cuanto se ama en la tierra, y todo como
a estiércol menosprecia, de aquí es, que, como no halla
en este mundo qué amar, así no tiene en él qué perder
ni qué temer; y, por consiguiente, la tal ánima vive
muy segura y rica y consolada.
1 Phü. S, 8.
2 Ps. 112, 7.
Capítulo X
CÓMO POR LA MEDITACIÓN DE ESTOS DONES
GRATUITOS SE SUBE MAYORMENTE AL
CONOCIMIENTO DE DIOS
ON este don de la Justificación resplandecen todos
V_>i los miembros sagrados del cuerpo místico de
nuestro señor Jesucristo, que es su santa Iglesia, cuya
cabeza es el mismo nuestro señor Jesucristo, y los
miembros son todos los verdaderos cristianos a él uni-
dos y de su espíritu vivificados. i Y por la considera-
ción del resplandor de las maravillosas obras y divinas
virtudes que, por estar así unidos, resplandecen en ellos,
podemos subir a conocer a nuestro señor Dios en muy
más sublime grado que por medio de los dones natura-
les y temporales sobredichos, ni por otro medio o modo
alguno.
Si subir has por esta vía, pon delante tus ojos la
vida de un siervo de Dios que es justificado y perse-
vera en la amistad divina; o pon delante ti a tu misma
ánima, si está reformada por la gracia. Y después de
haber entrado en ti, y mirando la cara de tu ánima, o
de otro que persevera en gracia, podrás decir así, con-
siderada su divina hermosura: Si esta criatura que Dios
ha hecho de nada, y pequeña,2 es tan hermosa, ¿cuán
hermoso será aquel por quien es criada? Si es tan sa-
bia, que dice el Apóstol: El espiritual juzga todas las
cosas,^ ¿qué tal será la sabiduría de aquél que hizo esta
ánima y todas las otras cosas? Si es tan justa, que a
cada uno quiere dar lo que es suyo, y que cada uno
1 Rom. 12, 5.
2 i.« ed. ; pequeñuela.
3 1 Cor. 2, 10.
162
Camino del cielo. II. Meditación
sea, como merece, tratado, ¿cuál será la justicia de
aquél por quien todas las ánimas son justificadas, y de
quien toda justicia emana en la tierra y en el cielo?
Si es tan caritativa y amorosa, que desea siempre ha-
cer todo bien a todos, y en cuyo corazón caben todos,
vecinos y extraños, amigos y enemigos, ¿cuál será el
amor de aquél que comunica la caridad y benignidad
a todos sus santos? Finalmente, considera cualquier
virtud y gracia, hermosura y dulzura de entrañable y
santa y dulce conversión, que halles en cualquier áni-
ma; de allí te levanta y sube a considerar cuál i será
en estas gracias y perfecciones aquel Señor altísimo,
de quien procede todo, y en quien toda virtud y per-
fección está en infinito grado.
Grande es, y muy delicada y salutífera esta medita-
ción, que pone sus ojos en el cuerpo místico de nues-
tro señor Jesucristo, o en cualquiera de sus miembros,
que son sus escogidos. Y cuanto más va subiendo, mi-
rando en lo más alto, tanto más resplandecen las divi-
nas perfecciones. Porque, así como el espíritu humano
más virtud y perfección ejercita y nos muestra en los
miembros que en su cuerpo son más nobles y sublimes,
como son los ojos y los oídos, que no en los pies ni en
las manos; así el Espíritu Santo, en su cuerpo místico,
más se comunica y resplandece en los mayores santos
y en más alto grado a él unidos. Y así más en los már-
tires que en los confesores; y más en los apóstoles, que
son principales ciudadanos del cielo; y más en la Reina
de aquel celestial reino, que es su madre santísima, a
él sobre todos conjunta e inmediata, como madre suya
natural y única. Mas sobre todo resplandece nuestro
señor Dios incomparablemente en nuestro Señor Jesu-
cristo, como en la cabeza de todo su cuerpo místico.
Así como nuestro espíritu humano obra incompa-
rablemente más y mayores efectos, y resplandece más
su admirable virtud en la cabeza sola, que en todo el
resto del cuerpo; así el inmenso Espíritu, que es Dios,
resplandece más por admirables e incomparables efec-
tos en la cabeza de toda la iglesia militante y triunfante
— que es nuestro señor Jesucristo — que no en todos
los santos, que son sus miembros, así los justos como los
1 i.« ed.: quién.
C. 10. Escala para conocer a Dios
163
espíritus angélicos. Porque en Cristo, como en la ca-
beza, está en grado inefable y supremo, por estar él,
como está, unido en unidad de persona, según arriba
habemos declarado. ^
En ninguna cosa se muestra más Dios ser quien es,
en cuantas cosas ha hecho ni hará, que en nuestro se-
ñor Jesucristo, su Hijo, por nosotros crucificado. Por
lo cual dice el Apóstol: Que en Cristo están todos los
tesoros de la sabiduría y ciencia de Dios.^ Y San Juan
dice dél: "Vimos su gloria como de Unigénito del pa-
dre, lleno de gracia y de verdad.^ Resplandece, pues,
la potencia divina en gran manera^ en Cristo, consi-
derando que Dios se pudo hacer verdadero hombre, sin
dejar de ser verdadero Dios. Su infinita sabiduría, en
haberse sabido hacer tan pequeño y a nosotros seme-
jable, no dejando de permanecer inmenso e inconmu-
table. Su bondad summa, en quererse vestir de nuestra
flaqueza por comunicarnos sumamente su divina natu-
raleza y gloria. Resplandece su caridad incomprehen-
sible, porque en este misterio se nos dió a sí mismo,
por puro amor y sumamente dado. Diónos en él toda
su vida y toda su muerte. Y en su muerte, toda su san-
gre, por nosotros derramada. Y toda su carne, por
nuestro amor toda llagada. Y todos sus huesos desco-
yuntados. Y todo su corazón traspasado de dolor por
nuestros pecados. Y finalmente, toda su humanidad en
servicio y trabajo tan duro, por darnos su divinidad
para nuestro descanso y gozo cumplido.
Resplandece también en esto su infinita misericordia,
pues, por librarnos de nuestra damnación merecida, se
sujetó a tanta miseria. Resplandece asimismo su justicia
sin medida, considerando que quiso ser así castigada
nuestra culpa en su mismo Hijo unigénito, pues para
perdonarla quiso que fuese tan cruelmente muerto. Por-
que, si así castigó Dios la culpa en su mismo Hijo,
único y amantísimo, ¿qué castigo dará al siervo traidor
y tan ingrato y temerario, por quien Cristo no hubiere
pagado? Porque, aunque haya satisfecho por todos,
cuanto a la suficiencia; mas no, cuanto a la eficacia,
1 l.« ed.: ya habemos.
2 Col. 2, 3.
3 lo. 1, 17.
4 J.<» ed.: máximamente.
164
Camino del cielo. II. Meditación
por el que se hubiera hecho obstinado. Pues si el mis-
mo Cristo para haber de pagar por el pecado fué tan
gravemente atormentado y de incomparables dolores
afligido, ¿qué padecerá el pecador que hubiere de pagar
por sí mismo? Por esto, nuestro Redentor, cuando lo
llevaban con la Cruz a cuestas a darle tan cruel muerte,
dijo: Si en el madero verde se hace esto, que se hará
en el secol'^ Quiso decir: Si en mí, que soy inocente y
con perfecta virtud, siempre verde y fructuosísimo, es
tan punido 2 el pecado; en el pecador, inhábil para
todo bien, y lleno de vicios y pecados, y que por su
maldad se ha del todo secado, ¿en qué manera será
punida la culpa, por la cual ha ofendido la majestad y
bondad divina e inmensa, y caído en damnación de
pena, no comparable y perpetua?
Podemos y debemos subir mayormente^ por esta
escala — que es la humanidad de Cristo — al conoci-
miento de su divina esencia por otra vía.
Porque considerada la caridad y benignidad que
nuestro señor Jesucristo tiene y nos muestra en cuanto
hombre, podemos y debemos elevarnos a considerar,
cuánto más nos ama en cuanto Dios. Pues, tanto más
nos ama en cuanto Dios, cuanto excede en cuanto
Dios a sí mismo en cuanto hombre. También, conside-
rada la suma bondad y toda hermosura de virtud y
perfección que perfectisímamente resplandece en la
humanidad de Cristo sacratísima, podemos levantarnos
a considerar cuán amables son estas virtudes y perfec-
ciones en su divina esencia. Es, pues, el más excelente
medio para subir a Dios y aprovechar en el conoci-
miento de su divinidad invisible, la profunda medita-
ción de su humanidad visible. Por lo cual la santa ma-
dre Iglesia canta en el prefacio de la santísima Nati-
vidad de Cristo, diciendo: Digna cosa es hacer siempre
gracias a ti, Señor, Dios nuestro, porque por el miste-
rio del Verbo encarnado, ha resplandecido a los ojos
de nuestra ánima una luz nueva de tu claridad divina;
porque conociendo a Dios visiblemente — conviene a
saber, en su humanidad — seamos por esto arrebatados
en el amor de su invisible divinidad.
1 Le. 23, 31.
2 punido, e. e., castigado. Latinismo hoy día afectado.
3 1.^ ed.: máximamente.
Capítulo XI
EN QUE SE RESUME TODO LO DICHO DE LO
QUE SE HA DE MEDITAR A LA HORA DE LA
MAÑANA. Y COMO LA MAJESTAD Y HUMIL-
DAD DE DIOS SE DEBEN CONSIDERAR
JUNTAMENTE
ecoligiendqI las cosas que hemos de considerar
J[ V en la meditación de la mañana, debes, oh ánima,
cerrando los ojos exteriores, o poniéndote en lugar os-
curo y muy apartado de ruido,^ mirar profundamente
con los ojos interiores de la meditación santa, cómo
nuestro Señor Dios te ha criado y hecho de nada; de-
teniéndote en pensar esto, hasta hallar y sentir bien
este nada. Imaginándote sin ojos, y sin oídos, y sin
olfato, y sin boca, y sin lengua, y sin pies, y sin manos,
sin todas las otras partes del cuerpo; y sin entendimien-
to, y sin memoria, y sin voluntad, y sin sentido ni ser
alguno, hasta imaginarte desecho del todo. Y ponerte
en aquella distancia inmensurable que hay desde no
ser algo, hasta llegar a un ser tan maravilloso, como
es el del hombre con su ser humano; y mucho más con
el que recibe por la gracia, que es el divino.
Y procura de sentir el daño que recibirías, si te
quitase Dios alguna cosa de aquellas que hemos dicho
en tu ser contenidas. ¿Y cuánto más muchas? ¿y cuán-
to más todas? Y por el contrario, cuán grandes merce-
des te ha hecho con cada una dellas. ¿Y cuánto más
con muchas? ¿y cuánto más con todas juntas? Y cómo
te ha criado de un nada, que es como una masa ima-
ginada, común a todas las piedras y hierbas y perros y
gatos y serpientes y lagartijas, y a todas las otras cosas
1 recoligiendo, e. e., resumiendo. De recolligere. recoger, amon-
tonar.
2 i.« ed.: oscuro y apartado...
166
Camino del cielo. II. Meditación
irracionales e insensibles. Y cómo no te hizo a ti pie-
dra, ni árbol, ni serpiente, ni lagarto, ni gato, ni perro,
ni cualquier otro animal bruto; mas te ha dado dominio
sobre todas estas cosas, criándolas todas para tu ser-
vicio, y dándote un ser sobre todas tan excesivo y tan
maravilloso, dotado de tantas y tales potencias exte-
riores e interiores. Y te ha dado y da todas las cosas
que gozas con ellas; y sobre todo, a sí mismo, hacedor
de todas.
En esto has de traer tu pensamiento desde que des-
piertas a la mañana, hasta la hora de comer o de medio-
día. Para esto mejor sentir y gozar desde luego es,
levantándote, hincado de rodillas hacer una estación
en que tu corazón se vaya al monte Calvario, y consi-
dere allí los dones que has recibido de tu esposo aman-
tísimo, nuestro Señor Jesucristo, que hallarás allí en
una cruz puesto, y por tu amor en ella enclavado.
Mira bien allí cómo te ha dado todo lo que allí ves,
que es todo lo que tienes en ti, y en derredor de ti, y
sobre ti, esto es, tu ser todo; y todo este mundo; y so-
bre todo, a Sí mismo, totalmente dado, hasta ser por tu
amor, como le ves, cruciñcado.
Considera, cómo te ha dado un ser tan admirable
y de tantas y tales facultades sensitivas y espirituales
dotado. Un par de piedras preciosas, como son esos
tus ojos, de tan inextimable valor y virtud, con que
puedas gozar y goces de tanta luz, de tantos espacios
de lugares, de tantos colores y ñguras, y de tantas y
diversas hermosuras. Otro par de joyas tan excelentes
como son los oídos, con que puedas gozar de tanta
diversidad de músicas, y de tantas palabras, y doctri-
nas, y conversaciones. Un par de ventanas de la poten-
cia olfativa, con que puedas percibir y gozar tanta
diversidad de olores. Una potencia del gusto, con que
goces de tantos y diversos sabores. Un sentido del
tacto, con que percibas y sientas tantas recreaciones.
Una joya tan maravillosa como es la lengua, con que
puedas explicar y comunicar a los otros tus pensa-
mientos y deseos innumerables y varios. Un par de
manos, para obrar tantas y diversas operaciones. Un
par de pies, para moverte a tantos y tan diversos mo-
vimientos. Un entendimiento de inñnita capacidad, con
que puedas conocer lo verdadero y lo falso, discernir
C. 11. Meditaciones matutinas
167
lo bueno y lo malo, recibir innumerables noticias de
las diferencias de las cosas, hallar innumerables razo-
nes y medios para los fines intentos; y, sobre todo esto,
levantarte a conocer al mismo Dios, hacedor tuyo y
de todo el universo. Una memoria con que te puedas
acordar de todas las cosas que puedes conocer, ya
dichas, de las cosas criadas; y, sobre todo, acordarte
de tu mismo criador, cada vez que quieras. Una volun-
tad para amar y gozar tantos bienes visibles e invisibles;
y, sobre todos, al mismo Dios, que es el piélago in-
finito en todos los bienes.
Mira también, cómo te ha dado no sólo todas estas
potencias, más también todas las cosas que gozas con
ellas. Tantas y diversas lumbreras para de día y de no-
che. Tantas hermosuras i en los edificios y ñores y ani-
males y gentes, y en todas las cosas visibles, que son
en los elementos y en los cielos. Y todo esto, para
recreación de tus ojos. Tanta diversidad de músicas;
de ellas hechas con voces humanas, de ellas con tantos
y diversos instrumentos, de ellas con tanta diversidad de
avecicas: y todo esto, para recrear tus orejas. Tanta
diversidad de cosas odoríferas en las hierbas y flores
y rosas y frutas y especies aromáticas; y todo esto, para
recreación de tu olfato. Tanta diversidad de manjares
y licores; tanta diversidad de frutas, carnes, pescados,
hortalizas, especias, conservas, aguas y vinos: y todo,
para recreación de tu gusto. Tantas blanduras y regalos
del fuego y del aire y agua, vestiduras y camas, un-
güentos y otros diversos refrigerios para el tacto. Tanta
materia e industria, para obrar con las manos. Tan-
tas diferencias de lugares, para andar y adquirir con
los pies. Tantas ciencias y libros y noticias de las cosas
visibles e invisibles; y, sobre todo, su divina noticia
con la fe y santa Escriptura, y tantas y tan santas inspi-
raciones. Y todo esto, para perfección y consolación
de tu entendimiento. Tantas similitúdines y especies
inteligibles, que goces con la memoria; y, sobre todo,
su memoria tan dulce. Tantos bienes corporales y es-
pirituales, terrenales y celestiales; y, sobre todo, su mis-
ma bondad 2 para deleite de la potencia de tu voluntad.
1 ed. : Tantas y diversas hermosuras.
2 J.a ed.: bondad infinita.
168
Camino del cielo. II. Meditación
Y sobre todo esto, siempre te conserva, trayéndote
en sus brazos. Y mira bien esto: cómo no te habiendo
menester, te está siempre dando todo ese ser y la vida,
y moviéndote a todos tus movimientos, y dándote tan-
tos bienes; y esto, aún después de haber sido tú tan
ingrato. Y que no cesa en todo lugar de darte tantos
dones: de ellos, con su propia mano; de ellos, enviados
sin cesar por medio de sus pajes y criados innumerables
y admirables, como lo son todas sus criaturas terrenales
y celestiales, a las cuales manda que siempre te estén
sirviendo de día y de noche, y con las cuales siempre
te está enviando tantos presentes y haciendo tantas
mercedes. Y sobre todo esto (que es, haberte dado a ti
mismo y a todo este mundo), te ha dado a Sí mismo.
Y esto, por dos vías. La una, invisiblemente, dándote
por esposo a tu ánima para tu deleite y gozo verdadero
y descanso cumplido y eterno; y para esto, te ha criado
capaz de sí, y a su imagen y semejanza. Y después de
haberte hecho tú tan vil e ingrato, te ha sacado del
poderío del demonio, y revestido de su gracia en el sa-
cramento del bautismo y en el de la penitencia, y do-
tado de la luz de su santa fe y divina noticia, y de las
vestiduras muy resplandecientes de las virtudes y di-
vinas perfecciones, para que participado así de la her-
mosura de su divina naturaleza, seas hecha hija y es-
posa suya, con la cual en muy grande gracia ^ vivas,
aun en esta vida, tan honrada y tan segura, y de tantos
bienes enriquecida, y de tantos y tan grandes deleites
visitada y consolada; y, sobre todo esto, del reino ce-
lestial heredera.
En la otra manera, mira cómo se te da visible-
mente, dándosete en siervo, ofreciéndosete a Sí mismo
para tu servicio. Y para esto, se ha vestido de tu fla-
queza, y hecho semejante a ti, por venir a conversarte
visible y familiarmente, y servirte y padecer por tu
amor tantos trabajos, empleando en esto toda esta pre-
sente vida, dende el punto que se vistió de nuestra
humanidad y estuvo encerrado en el vientre virginal de
su madre santísima, y después nació en suma pobreza
y humildad en un establo y en un pesebre, hasta tanto
que vino a morir en la cruz.
1 J.« ed.: con la cual máxima gracia...
C. 11. Meditaciones matutinas
169
Y considera, cómo al tiempo de la partida deste
mundo se humilla por tu amor a lavar los pies de sus
criaturas, y te habla con tanta dulzura y benevolencia,
y te deja a Sí mismo en manjar, y se ofrece por tu
amor a ser preso de sus siervos, y tan viles, y ser de
ellos reprobado, y vituperado, y abofeteado, y mesado,
y escupido, y azotado, y que su cerebro delicadísimo
sea de crueles espinas traspasado. Y mira, cómo des-
pués de todo esto es llevado a la muerte con la cruz
a cuestas, y es delante de su misma madre purísima des-
nudado y crucificado, y todo llagado y descoyuntado,
y de dolores incomparables traspasado, y sumamente
abatido y afligido.
Y para mejor sentir en esto su bondad y caridad,
considera juntamente su infinita excelencia y majestad.
Mira cómo es el mismo Dios que con sola su palabra
hizo de nada todo el mundo, y lo sustenta en su mano
sin cansarse, y mueve a todas las cosas a todos sus
movimientos tan varios e innumerables sin él moverse.
Y que sabe ab aeterno todas las cosas y todos sus mo-
vimientos visibles e invisibles, naturales y libres. Y con
su inmensidad e incomprensible majestad está en todas
las cosas, y en cada una de todas ^ está dándoles todo
su ser y forma y todas sus virtudes. Y a cuya eterni-
dad todas las cosas están presentes. Y que por su sola
bondad las cría y conserva todas, por lo cual, no
habiendo él menester cosa alguna, por sólo hacernos
bien nos ha criado y conserva. Y, tantos cielos con sus
lumbreras e influencias, tantos elementos con sus diver-
sas cualidades, tanta diversidad de piedras preciosas y
comunes, tanta diversidad de metales para tantos y tan
diversos efectos, tanta variedad de plantas con tanta
diversidad de hojas y flores y frutas, con tantas figuras
y colores, olores y sabores; tanta multitud de animales,
con tantas y diversas figuras y potencias sensitivas; tan-
tas gentes y criaturas racionales, con tantas y tan
admirables potencias y virtudes, naturales y gratuitas,
adquiridas e infusas.
Y sobre todo esto, el Reino de los cielos, con su
inmensidad y hermosura. Y sobre él, innumerables gen-
tes celestiales, muy más nobles que las de este mundo,
1 de todas,.., e. e., de ellas.
12
170
Camino del cielo. II. Meditación
como lo son todos aquellos espíritus bienaventurados,
distintos por sus jerarquías, órdenes y especies; dota-
dos de incomparable hermosura, potencia y sapiencia,
y benevolencia y bienaventuranza. Y sobre todo esto,
a los gusanicos que crió en este mundo y ha levantado
de la tierra y del estiércol de sus pecados, y colocado
sobre los cielos con los príncipes de su celestial reino.
Y al linaje humano, que era ínfimo, ha ensalzado en
sumo grado, como se manifiesta en la sacratísima Reina
del cielo, nuestra Señora, que ha hecho digna madre
suya, y en nuestro Señor Jesucristo, único Rey de
aquel celestial reino y Señor del universo que ha ensal-
zado a ser Dios verdadero, y, sobre todo esto, infinito
en todo; en quien todos los bienes y todo lo que hay
amable en todas las cosas, visibles e invisibles, está en
inmenso e inconmutable grado.
Y habiendo subido así a considerar la infinita ma-
jestad y potencia de un tal Señor, ante quien es como
si no fuese todo el mundo, vuelve a considerar, cómo
por tu amor se ha a Sí humillado hasta ser por ti azo-
tado, y crucificado, y todo llagado, y descoyuntado, y
muerto con la más deshonrada y cruel muerte del
mundo.
Debes también de aquí colegir, cuánta sea la mal-
dad y ceguedad del mundo. Porque si es ingratitud y
maldad aborrecible cuando un hombre es ingrato a
otro, habiéndole hecho algunos beneficios — siendo,
los que puede hacer el que más puede, tan pocos y tan
pequeños — , ¿cuánta mayor ingratitud y maldad es la
de un hombre mundano, pues, es ingrato a Dios, del
cual recibe tantos y tan grandes dones, innumerables y
continuos, en que le da — como ya hemos declara-
do — su ser propio y todo el mundo; y, sobre todo,
a Sí mismo; y, con amor tan puro y excelsivo? Y si
sería señal de ceguedad, que alguno no hubiese ver-
güenza de la fealdad de la ingratitud que comete con-
tra una criatura, ni de las vilezas y suciedades que
cometiese delante los ojos de algún rey poderoso y
bueno y muy aborrecedor de todo vicio, ¿cuánta es
la ceguedad del mundo, que no ha vergüenza, ni se
confunde de ser ingrato a su hacedor, de quien tantos
bienes está siempre recibiendo; ni tiene temor ni ver-
güenza de cometer tantas traiciones, y vilezas, y sucie-
C. 11. Meditaciones matutinas
171
dades de pecados, estando como está siempre delante
su acatamiento, y sabiendo que ofende tanto a sus ojos
divinos?
Debes también — oh ánima — procurar siempre, o
las más veces que puedas, subir al conocimiento y
amor de Dios por la meditación de las cosas sobredi-
chas, y considerar, cómo puedes y debes subir por
medio de los dones naturales y temporales, y más por
los gratuitos; y, sobre todo, por medio de nuestro Señor
Jesucristo, que es la cabeza a ese mismo Dios sumamen-
te unida, y de do participa todas las divinas influencias
todo su cuerpo místico.
Capítulo XII
DE LO QUE SE DEBE MEDITAR A MEDIODIA,
QUE SON LOS MALES DE QUE SOMOS
LIBRADOS
o que se ha de meditar a la hora de mediodía, o
JLh después de nona,i por la mejor disposición de la
cabeza, es los males de que nuestro Señor Dios nos ha
librado; así los males de culpa, como los males de pena.
Los males de culpa son: la ingratitud incomparable
que hemos tenido a quien tantos y tan grandes bienes
nos ha hecho y siempre hace; y la fealdad de nuestros
pecados con que hemos menospreciado el amor de Dios
y nuestro esposo, por hacer a nuestra alma manceba
del demonio, pues habiéndola hecho Dios su real pa-
lacio y consagrado por su templo divino para morar
en ella y que ella gozase de su deleitable conversación
y felicísimo amor, ha menospreciado todo esto por ha-
cerse muladar de pecados y establo de los demonios,
según que en los precedentes capítulos está ya de-
clarado.
Los males de pena, son aquéllos que se incUfréñ
póf la culpa, los cuales debemos ahora considerar con
toda diligencia, pues es cosa que tanto nos importa.
Cerca de lo cual, presupuesto — como arriba hemos
probado — que por la ofensa divina se incurre la dam-
nación eterna, veamos cuál y cuánta sea aquella mise-
ria infernal y horrenda.
Primeramente, se prueba haber infierno, no sólo
1 nona: Una de las horas en que dividían los Romanos el dia
y que corresponde aproximadamente de las tres de la tarde a las
seis, en que comenzaba la primera Vigilia de la noche. Al decir
el autor o después de nona, por la mejor disposición de la cabeza,
quiere decir después de las tres de la tarde, cuando hecha ya la
digestión se encuentra uno en mejor disposición de orar.
C. 12. Infierno. Pena de daño
por la autoridad infalible de la santa Escriptura, mas
aun por lo que nos dice la razón humana. Porque así
como cualquier gran Rey, poderoso y sabio, tiene tres
lugares muy diferentes: El uno, el aposento principal
de su real palacio, a do recibe y conversa con sus hi-
jos y amigos; el otro, en lo bajo de su casa, do está la
cocina y otros aposentos de mozos, do se ejercitan sus
criados en diversos oficios, y do también están los es-
tablos do tiene sus bestias; y el otro lugar que es ínfimo,
es la cárcel de los malhechores que están ya a muerte
sentenciados por traidores y perversos: así nuestro Se-
ñor Dios, que es rey único, todopoderoso y sapientí-
simo, tiene en su casa, que es todo este mundo, tres
estancias o lugares diversos; los cuales, tanto han de
ser diferentes, cada uno en su modo, de los que tiene y
puede tener cualquier rey o señor deste mundo, cuan-
to difiere la dignidad y justicia del mismo criador a la
de su criatura.
El primer lugar do recibe y conversa a sus hijos y
amigos, que son sus escogidos, es, sus aposentos reales
y divinos del cielo empíreo.
El segundo, do se ejercitan sus siervos, que son los
justos, sirviéndole en diversos oficios, y do también
están las bestias, que son los hombres carnales y mun-
danos. Porque en esta vida están mezclados los buenos
y los malos. Este lugar es la tierra do moramos.
El tercero e ínfimo, que es la cárcel, es aquél do
son lanzados los enemigos de Dios, obstinados y con-
denados. Éste es un lugar profundo y misérrimo, que
se llama el infierno. Este lugar se cree estar en las en-
trañas de la tierra, conforme a lo que dice el profeta,
hablando de los condenados. Entrarán en las partes
inferiores de la tierra, serán dados en manos del cuchi-
llo, serán presa de las raposas,^ que son los demonios.
Este lugar es una grande concavidad, profunda y
horrenda, que está en las entrañas de la tierra, la cual
la infinita justicia y omnipotencia de Dios ha hecho
para cárcel perpetua y lugar de castigo y tormentos para
todos los malaventurados. 2 Está oscuro y de espesas
1 Ps. 62, 10, 11.
2 Ea creencia universal que el infierno está en las entrañas
de la tierra. La Iglesia nada ha dicho ni definido. Los teólogos
tampoco defienden semejante creencia, hoy día destituida de toda
174
Camino del cielo. II. Meditación
tinieblas y profunda noche cubierto, aunque aquel
fuego sulfúreo de que está lleno luce un poco para
aumento del tormento con la vista de aquel lugar ho-
rrendo y de los gestos espantables de los mismos con-
denados. Está muy hediondo, y estarlo ha más después
del juicio, así porque estará lleno de los cuerpos de los
damnados, enfermos y podridos, como porque todas
las inmundicias y horruras que hay en las privadas ^
y muladares y podredumbres y todos los otros hedores
de todo este mundo serán lanzados en aquel lugar
mísero.
Está todo encendido de fuego y en vivas llamas
siempre ardiendo. El fuego es corpóreo como este nues-
tro, más la materia dél se cree ser piedra zufre,^ en lo
cual es más aflictivo, porque, como vemos por expe-
riencia, causa mayor dolor al que le toca.^ Esto da a
entender el profeta diciendo: Fuego y piedrazufre y
espíritu de tempestades será parte de su cáliz.'^ Y San
Juan en el Apocalipsis dice así: Su parte es en el es-
tanque o lago de fuego y piedrazufre,^ Dice, que parte
de su cáliz serán estas penas, porque tienen otras mu-
chas. Y aunque aquel lugar de tormentos tiene muchos
y diversos nombres, por las muchas y diversas mise-
rias; más, porque el fuego, entre las sensibles, es más
aflictivo y más notorio, llámase por esto aquel lugar
principalmente homo de fuego, porque siempre está
de llamas infernales lleno y abrasado. Así lo llama
nuestro señor Jesucristo cuando dice en el Evangelio:
probabilidad. La existencia del infierno no va en el Nuevo Testa-
mento unida a la tierra; por lo que existiría aunque ésta fuese
aniquilada o destruida. El autor, que escribe para el vulgo, sigue
la opinión del vulgo, en esta materia, no obstante ser un gran
teólogo y filósofo, como lo acreditan todas las páginas de este
libro, único que se conoce del P. Alarcón.
1 privadas, e. e., retretes. Aunque el diccionario conserva aún
esta palabra con dicho significado, en el uso corriente ha desapa-
recido, prevaleciendo el de retrete, palabra culta y cortesana, que
significa sitio retirado u oculto en las casas, más tarde en el si-
glo XVII y siguiente sustituido por el de cámara y recámara.
2 piedra zufre, e. e., azufre. Sin duda por asimilación de la
letra anterior. Sin embargo, es frecuente en el siglo XVI hallar
esta forma en los clásicos. En realidad, ésta debiera ser la forma
legítima, por cuanto de la palabra latina sulfure, se deriva lógi-
camente la forma zufre o sufre y no azufre o asufre.
3 Las quemaduras de azufre son peores que las otras, por el
dolor que causan y la mayor dificultad en curarse.
4 Ps. 10, 7.
5 Apoc. 21, 8.
C. 12. Infierno. Pena de daño
175
Enviará Dios sus ángeles y apartarán los malos de me-
dio de los justos, y echarlos han en un horno de
fuego A
Dos géneros de penas padecen los malaventurados
en el infierno: La una, se llama pena de daño; la otra,
pena de sentido. La primera es, verse privados de to-
dos los bienes, no sólo de los que tanto amaron en
esta vida, mas también de los celestiales y verdaderos,
que tan presto hubieran alcanzado en la otra. Estarán
privados de todas las consolaciones que tenían en este
mundo, porque ya no tendrán sus casas, ni viñas, ni
huertas, ni otras heredades, ni dineros; ni para su re-
creación tendrán prados, ni riberas, ni un solo árbol,
ni una hierbecita, ni frescura alguna, o lugar apacible
o delectable. No verán ya más hermosura alguna cor-
poral, ni sol, ni luna, ni estrellas, ni otra alguna luz con
que vean cosa que quieran. No tendrán pajes, ni mo-
zos, ni fausto, ni servicio alguno. No tendrán más
quién les dé buena doctrina, ni músicas, ni lisonjas. No
gozarán de banquetes de muchos y diversos manjares,
y muchos y preciosos vinos; ni les será dada una mi-
gaja que comer, ni una gota que beber. Faltarles han
todas las vestiduras delicadas y preciosas, y las camas
blandas y curiosas. Desearán los vicios que tenían en
este mundo, y no les será dado alguno. Desearán todas
estas recreaciones, lícitas e ilícitas, y todas les serán
negadas.
¡Cuán grande será la pena que recibirán de la falta
de todas estas cosas, pues, un mundano cae en tan
grande tristeza por la falta de sola una! Verse han
también alejados de todos los bienes perfectos y eter-
nos del cielo, que en el momento de esta vida pudieran
haber merecido, y privados de aquella inmortalidad e
impasibilidad, agilidad y hermosura que verán en los
cuerpos de los bienaventurados; y de la compañía tan
dulce de los ángeles y los otros celestiales ciudadanos;
y de aquellas riquezas y honras y deleites, hermosuras,
músicas, olores, sabores y todas las otras recreaciones
celestiales, corporales y espirituales; y del conocimien-
to, posesión y fruición de todos los bienes justos; y,
sobre todo, carecer han de ver y gozar la esencia di-
1 Mt. 13, Jt2.
176
Camino del cielo. II. Meditación
vina, que es piélago infinito de hermosura y do todo
bien emana.i
Si tanto — como ya dije — se entristece alguno de
una pequeñuela pérdida de estas cosas viles de la tie-
rra, ¿qué sentirá el que viere haber perdido tantos y ta-
les bienes, que tan presto pudiera alcanzar y para
siempre gozar sobre el cielo? ¿Qué sentirán los mal-
aventurados, cuando vieren el día del juicio subir a
los buenos resplandeciendo, e ir así al celestial reino;
y que a ellos los envían ardiendo al infierno? Entonces,
como dice el profeta: El pecador verá subir al justo a
la memoria eterna seguro de no oír palabra [mala]?' que
es la última y terrible sentencia, y viendo esto se airará,
y con sus dientes — deseando si pudiese despedazarse —
regañará y se carcomerá: el deseo de los pecadores pe-
recerá^ Y como en el libro de la Sabiduría se escribe:
Viendo los malos, como verán, a los justos tan subli-
mados y gloriosos, y quedar ellos a tantos y tales males
eternalmente condenados, serán turbados con temor ho-
rrible; y maravillarse han de la súbita mudanza de la
salud que jamás esperanA
1 do todo, e. e., de donde todo. Es frecuente en este autor
esta acepción que no es frecuente en los clásicos de la segunda mi-
tad del siglo XVI.
2 El texto suprime la negación necesaria, de no dar al tér-
mino seguro el significado de libre. El texto latino es: ab auditio-
ne mala non timebit.
3 Ps. 111, 10.
4 Sap. 5, 2.
Capítulo XIII
EN QUE SE CONTINUA LA MATERIA DEL IN-
FIERNO Y SE DECLARAN LAS PENAS DE
SENTIDO
L Otro género de males que hay en el infierno se
llama pena de sentido, que consiste, no en padecer
la privación ya dicha de todos los bienes, más de sen-
tir los males y tormentos contrarios con penas incom-
parables y diversas.!
La primera es, que cada uno que fuere condenado
padecerá en su cuerpo todas las enfermedades o dolo-
res que todos los enfermos y llagados padecen en este
mundo. Esto da a entender Job diciendo: Será el con-
denado estrechado por defuera y angustiado de dentro,
y todo dolor lo arrebatará y vendrá sobre él.^ Y en el
Deuteronomio, del condenado se dice: Herirte ha Dios
I con mengua, calentura, frío, ardor y aire corrupto; he-
i rirte ha el Señor con la llaga de Egipto, con sarna y
I comezón, locura y ceguedad y furor; aumentará Dios
I tus plagas con grandes y perseverantes enfermedades,
I pésimas y perpetuas; y convertirá sobre ti todas las aflic-
I dones de Egipto, que temiste y apegársete han.^
\ La segunda pena o miseria es la fealdad. Porque,
así como nuestro fuego, como sea humoso, todas las
cosas que toca, aunque sean claras y hermosas, las
1 La descripción y estudio que hace nuestro autor del in^
fiemo es de lo más brillante y vivo que se conoce, y recuerda a
trechos la Divina Comedia de Dante o la descripción de Virgilio en
la Eneida. El estudio que como teólogo hace del infierno, es tam^
I bién de lo más exacto y ponderado. En todo ello se revelan las
dotes excepcionales de escritor y pensador de nuestro fray Luis,
a pesar del poco cuidado e interés que pone en hacer obra literaria^
2 lob. 10.
3 Deut. 23, 22, 27, 28.
178
Camino del cielo. II. Meditación
ennegrece y afea; y el fuego de San Antón hace horri-
bles las partes del cuerpo que toca; así, y mucho más
aquel fuego del infierno afea los cuerpos de los dam-
nados. Y por eso dice Jeremías: Más negra que el car-
bón se ha tornado su caraA
La tercera pena, es el hedor. Porque el infierno
será como privadas de todo el mundo, a do serán lan-
zadas todas las suciedades y hediondeces. Desto dice
Job: Si subiere hasta los cielos — conviene a saber, el
malo — y tocare con la cabeza las nubes — esto es, por
las dignidades que alcanza en esta vida — en el fin se
perderá y será como estiércol,'^ Y Esaías dice: De sus
cuerpos subirá hedor, ^ Y en el Apocalipsis se escribe:
Serán atormentados con el fuego y piedrazufre, y su-
birá el humo de sus tormentos por todos los siglos de
los siglosA
La cuarta pena es inhabilidad e impotencia de to-
dos sus miembros, de los cuales no se podrán aprove-
char para hacer cosa alguna que quieran, ni evitar mal
alguno de cuantos padecen. Esto da a entender nuestro
Señor en el Evangelio, diciendo contra el condenado:
Atadas las manos y los pies y echadle en las tinieblas
exteriores,^
La quinta pena es, el tormento de las mordeduras
de los gusanos. De estos dice Esaías: El gusano de ellos
no se morirá.^ Sobre lo cual dice San Agustín nuestro
padre, que se puede entender, no sólo del gusano inte-
rior de la conciencia, mas también del corporal, que
muerde de fuera. De éstos dice también el mismo Esaías:
Tu \estrado será polilla, y tu cobertor será gusanos/^
De éstos, también el Eclesiástico dice: Estas cosas están
aparejadas a los condenados; fuego y granizo, hambre
y muerte; y sobre todo esto, escorpiones y serpientes.^
La sexta será, lloro muy amargo y gritos y aullidos
continuos por la grandeza de los tormentos. De éstos
1 Lam. 4, 8.
2 loh. 20, 6.
3 l8. 3, 2h.
4 Avoc. Ik, 10-11
5 Mt. 22, 13. El original conserva la forma clásica un poco
violenta y hoy en desuso, de echalde, por echadle.
6 Is. 66, 2h.
7 Is. U, 11.
2> Eccli. 39, 35, 36 y serpientes, añade ed. 2.°-
C. 13. Infierno. Eternidad
179
dice nuestro Redentor en el Evangelio: Allí será lloro
y batimiento de dientes.^
La séptima, y principal, será el fuego en que siem-
pre estarán ardiendo.
Estas sobredichas penas todas son corporales, mas
también padecerán en todas las potencias espirituales.
El entendimiento será herido con ignorancia y cegue-
dad para todo buen conocimiento. Con la mem.oria
será gravemente afligido en acordarse de todos los
males que hizo y bienes que perdió. En la voluntad
— con padecer todo lo que aborrece — , aborrecerá a
sí mismo y a todas las criaturas, y más a Dios, porque
lo crió y condenó. Y así, con el grande odio y fervor,
siempre estará con grandes gritos maldiciéndose y de
Dios blasfemando.
Sobre todas estas penas, con que mucho han de ser
agravados, es el saber que han de ser eternas. Cosa es
por cierto muy horrible y espantable considerar aque-
lla damnación, acerbísima y sobre todas las penas de
esta presente vida incomparable; y que sepa que ha de
ser eterna. Si la tierra y mar y cielo, y todo el mundo
se convirtiesen en un montón de arena tan grande
como todo lo que he dicho, que es la tierra y el cielo
y todo el universo, y al cabo de novecientos mil años
se quitase un granito de la arena deste montón, y les
concediese Dios que no estuviesen en el inñerno sino
hasta acabado aquel montón casi inmenso, tendrían
esto los damnados por grande gracia y beneficio; por-
que esto podría tener fin; mas sus tormentos no tienen
fin. Todos los males sobredichos significa y suma nues-
tro Señor Jesucristo, cuando dice, que dirá a los malos
en aquella última, irrevocable y no menos formidable
sentencia: Apartaos de mi malditos e id al fuego eter-
no, que está aparejado al demonio y a todos los que le
han seguido.'^ En lo que dice apartaos de mí, se señala
la pena de daño. En lo que dice, id al fuego, la pena de
sentido. En lo que dice, eterno, la duración de pena,
que será sin fin y perdurable.
¡Oh, cuán mal aventurado el que de aquí a poquito
se ha de ver en tanto mal caído! ¡Oh, cuán gran remedio
1 Le. 13, 28.
2 Mt. 25, 41.
180
Camino del cielo. II. Meditación
te será, para escaparlo, pensar todo esto profunda-
mente cada día, y cada vez que el demonio te tienta!
Porque por muy carnal y malo que seas, te será gran
freno, si en esto hondamente piensas. Porque, aunque
no sea sino por amor de tu cuerpo que amas, huirás
del vicio como de la serpiente, y abrazarás la peniten-
cia y trabajo como regalo o manjar sabroso. Porque,
dejando aparte los males y bienes principales, que son
los espirituales, de que no curas, porque no entiendes;
aunque no sea sino por el amor de tu carne, que tanto
quieres y regalas, te apartarás de todo pecado, por no
perder para siempre los deleites y regalos que para ella
deseas, e incurrir en todos sus males, que tanto abo-
rreces.
Considera, pues, que en el infierno no habrá alguna
corporal hermosura, sino siempre la horrible visión de
los demonios condenados. No adulaciones ni músicas
suaves, sino espantosas ^ disonancias e injurias. No olo-
res, sino hedores. No abundancia de manjares y sabo-
res, más grande hambre y sed continua y amargura
intolerable, y que para siempre no se les dará de comer
ni beber. No habrá vestiduras delicadas, mas estarán
vestidos de llamas infernales. No tendrán camas blan-
das, mas hechas de clavos en fuego abrasadas. No hon-
ra, sino abatimiento. No riqueza, sino suma pobreza.
No deleites carnales, mas en todas las partes del cuerpo
estará siempre padeciendo tormentos intolerables 2 y
eternos.
Con cuánta afición y alegría debes abrazar la peni-
tencia verdadera esto poco que te queda en la vida, y
estas presentes adversidades y trabajos, por escapar de
aquellos tormentos tan crueles y sempiternos. Yo te
ruego que me respondas con el corazón a lo que te
pregunto: Si te vieses fatigado de una sed grandísima,
¿qué harías por no sufrirla así, una semana sin beber?
Creo que antes eligirías hacer una penitencia tan estre-
cha como San Juan Bautista. Pues ¿qué harías por no
sufrirla así un mes? ¿cuánto más un año?^ ¿cuánto
más toda la vida? Pues, ¿cuán de buena gana debes
1 i.« ed. : sino horribles disonancias.
2 i.« ed. : tormentos esquivos y dolores intolerables.
3 1.° ed.: por no padecerla un mes? cuanto más...
C. 13. Infierno. Eternidad
181
ayunar lo que te manda la Iglesia, y aun cada día, por
escaparte de aquella sed gravísima y eterna?
Y si estuvieses condenado a que te metiesen de ca-
beza en un horno de fuego, y que no murieses luego,
mas que estuvieses así vivo padeciendo, apegado el
fuego a tus ojos y celebro y todos esos tus sentidos tan
delicados: Dime: ¿qué harías por no padecer un día
este tormento? i Pues, ¿cuánto más por una semana?
¿cuánto más un mes? ¿cuánto más un año? ¿cuánto
más por toda esta vida? Pues, ¿qué debes hacer por no
ser lanzado a que ardas vivo en el fuego del infierno y
sin ningún término?
Dime: ¿cuál te parece más fácil cosa, resistir ahora
un poco de tiempo a las tentaciones carnales, o arder
para siempre en las llamas infernales? ¿Cuál te parece
que te será mejor: pasar este momento sin unos viles y
sucios deleites, o caer de aquí a poco en tormentos tan
graves y perdurables? ¿Pasar este poco tiempo sin ver
algunas vanidades, o ir de aquí a poco a padecer la
vista de los demonios y los otros condenados? ¿Pa-
sarte ahora sin olores superfluos, o ir de aquí a una
hora a padecer hedores incomparables y perpetuos?
¿Pasarte ahora con una comida templada, o una media,
y beber lo que te basta; o por tomar ahora un poquito
de más, ir de aquí a poco a do, aunque estarás muerto
de hambre y de sed, jamás te han de dar de comer ni
beber? ¿Pasarte ahora con una cama honesta y aun
dura, o verte de aquí a poco a do, estando intolerable-
mente cansado, nunca te han de dar una silla en que te
asientes, y menos una cama en que descanses? Porque
como dice San Juan en el Apocalipsis: Ni de día ni de
noche les darán descanso, aunque estarán tan fatigados
con el tormento.'^
Dime también, ¿qué te parece ser cosa más penosa:
sufrir aquí con paciencia la compañía y persecuciones
de los malos, o ir a estar para ^ siempre entre los demo-
nios? Y porque concluya en pocas palabras toda esta
materia, cuál te parece que será cosa más fácil y útil:
hacer en el momento que te queda de esta vida una pe-
nitencia tan breve y tan pequeña, en la cual por muy es-
1 J.o ed. omite Dime.
2 Avoc. U, 11.
3 ed. : o ir para estar siempre.
182
Camino del cielo. II. Meditación
trecha que sea, cada día comes y bebes, y ves tantas
cosas con que te recreas, y gozas de la conversación de
los buenos, y de leer en muchos y buenos libros, y tan-
tas y dulces meditaciones que goces, y silla en que te
sientes, y tantas buenas inspiraciones y consolaciones di-
vinas, que no faltan a persona alguna que hace digna
penitencia y a Dios con todo corazón busca y en su
amor persevera; ¿o ir al infierno a hacer allí una peniten-
cia tan penosa e infructuosa, sin mezcla de alguna con-
solación, ni descanso ni alivio ni refrigerio alguno, y a
donde — como dice San Juan — los malos, por no pa-
decer tan graves tormentos, buscarán la muerte y no la
hallarán, desearán morir y la muerte huirá de ellos? ^
Y él mismo dice en otra parte: comieron sus lenguas
con gran dolor y blasfemaron a Dios del cielo con los
dolores de sus llagas Mejor, pues, te será agora hacer
una penitencia tan leve y tan breve, que no caer en
damnación tan dura y tan durable. Mejor te será ha-
certe ahora una poca de fuerza y apartarte de tus pe-
cados, que no ser del número de los condenados. Fá-
ciles y suaves se te harán los presentes males, si truje-
res 3 delante los ojos las penas infernales.
Resumiendo, pues, lo que has de meditar a la hora
de mediodía, y dende allí hasta la noche, considera
profundamente cómo nuestro Señor Dios por su in-
mensa misericordia, y por el inefable y especial amor
con que te ama, te ha librado hasta ahora de tantos y
tan graves males. Primeramente, de muchos otros vi-
cios y pecados, en que hubieras caído, si él no te hu-
biera amparado y favorecido. Después desto, mira
cómo te ha librado de caer en el infierno, en el cual
ha dejado caer a muchos otros, aunque tú también lo
has merecido, y muchas veces, por tus maldades, con
que le has menospreciado y sido tan ingrato. Mira
bien cómo te ha librado de tan grave tristeza y angus-
tia, como es verte privado de la visión y fruición de la
divina esencia y de todos los bienes del cielo, y sin
ningún remedio; y sobre todo esto, verte caído en el
profundo del infierno; y cómo te ha librado de aquellas
horribles visiones, de aquellas injurias y sumas deshon-
1 Avoc. 9, 6.
2 Apoc. 16, 9 V ii-
3 Trujeres, forma anticuada por trajeres.
C. 13. Infierno. Eternidad
183
ras, de aquellos hedores intolerables, de aquella sed y
hambre perpetua y amargura eterna; de aquellos gusa-
nos crueles, de aquel fuego y llamas infernales, de
aquellos tormentos en todas las partes del cuerpo, gra-
vísimos y continuos y sempiternos y sin mezcla de
algún descanso; de aquellos gritos, bascas y aullidos
espantables e interminables. Y mira bien, cómo todo el
mundo con su amor y servicio, todo junto, no podría
amar y servir dignamente para satisfacer al amor y
servicio que tú debes a Dios por sola una vez que te
haya hecho esas mercedes, que son librarte de males
tan grandes. Y si por una vez, ¿cuánto más muchas?
Podrás también subir al conocimiento de la justicia
y bondad de Dios con la meditación de las cosas ya
dichas, considerando cuánto aborrece y castiga las cul-
pas. Puedes de lo dicho conocer la maldad del mundo,
pues es tan ingrato a quien tantas veces le ha librado
del infierno; y de su ceguedad, pues, vive tan sin te-
mor, estando en tanto peligro. Puedes también y debes
con la consideración de esto, tomar y traer siempre de-
lante tus ojos un muy poderoso motivo para el amor y
temor divino. Porque considerando de cuántos y cuá-
les males te ha hasta ahora librado, te inclinarás a
servir a tu Dios y a amarle; y mirando el peligro en
que aún te ves de ser condenado, te moverás a temerle.
Capítulo XIV
DE LOvQUE SE HA DE MEDITAR A LA TARDE
Y EN LA NOCHE: QUE SON LOS BIENES CE-
LESTIALES QUE DIOS NOS TIENE PROMETIDOS
os bienes que nuestro Señor Dios nos ha prometido
I ■ y aparejado, son los que gozan los santos en la
vida bienaventurada del reino del cielo. Es tal aquella
soberana felicidad y celestial gloria, que no se puede
explicar ni aun dignamente pensar aquí en la tierra.
Porque como dice el Apóstol: ni ojos vieron, ni orejas
oyeron, ni subió en corazón de hombre la grandeza de
los bienes que Dios tiene aparejados para los que le
amanA Quiere decir: que es sobre todo lo que aquí se
puede ver, y sobre todo lo que se puede oír, y también
sobre todo lo que se puede pensar o desear, que es
mucho más que lo que se puede ver ni oír.
Pues si es cosa que aun con el corazón no se puede
en esta vida alcanzar, ¿cuánto menos lo podremos ha-
blar o escribir? Si es incomparable la miseria de los
malaventurados, como sea muy mayor la gloria de los
buenos que la pena de los malos, ¿cuán inefable será
la gloria de los bienaventurados? Mas, aunque sea así
(que no podemos alcanzar aquí perfecto conocimiento,
antes nuestro entendimiento se queda muy al pie de la
subida de aquel monte altísimo, refugio nuestro, mon-
te de Dios, grueso y cuajado 2 en cuya cumbre está
aquella soberana Jerusalén que es nuestra madre, la
ciudad de Dios de la cual son dichas cosas gloriosas) ^
no debemos dejar de hablar de ella, y oír según pudiére-
1 1 Cor. 2, 9.
2 Ps. 67, 16.
3 Ps. 86, 3.
C. 14. Bienes del cielo
185
mos sus nuevas, y procurar de siempre aumentarnos,
aunque con conocimiento imperfecto, en los secretos
que de ella nos revela el Señor Dios nuestro por sus
Escrituras.
Porque — como dice Aristóteles — mejor es un co-
nocimiento pequeño de las cosas celestiales y altísimas,
que gran noticia de las terrenas y bajas. i Y porque no
hay consideración que más que ésta nos pueda apro-
vechar, alumbrar, inflamar y consolar; ni por el con-
trario, cosa más dañosa que el olvido de ella; por tanto,
siempre debemos procurarla y traer continuamente en
nuestra memoria, so pena de ponernos en peligro de
perderla. Todo esto nos da bien a entender el profeta
cuando dice: Si me olvidare de ti Jerusalén, por la cual
se entiende la bienaventuranza, olvídeme de mi mano
derecha, por la cual también se significa la vida bien-
aventurada.
Así como la pena del infierno consiste en dos pun-
tos, como dijimos, que es pena de daño y pena de sen-
tido; así la felicidad del paraíso consiste en dos cosas
contrarias a ella, que son, en la ausencia de todo mal
y en la presencia y fruición de todo bien. El lugar o
región beatífica es el cielo empíreo inmovible,^ que está
sobre todos estos cielos que vemos movibles,^ sobre
todos incomparablemente más resplandeciente, hermo-
so y jocundo y, en grandeza, cuasi inmenso. Es región
do nunca hay noche, ni niebla, ni nublado, ni oscuri-
dad alguna; do nunca nieva ni hiela, ni graniza ni llue-
ve, ni hay tempestad, ni calor que aflija, ni mudanza o
alteración alguna de tiempos que se sienta; mas siem-
pre hace día claro y sereno, sumamente templado y
en todo amenísimo y que nunca anochece porque es
eterno. En este lugar, que es muy deleitable,^ están los
palacios reales y divinos, que son los aposentos de los
santos, que constituyen la Ciudad de Dios celestial, Je-
rusalén, madre nuestra gloriosa. ¿Qué corazón podrá
dignamente pensar cuán hermosos y excelentes sean
estos edificios divinos?
Si todos los hombres del mundo, hechos de una
1 Este lugar de Aristóteles.
2 J.« ed.: inmovile.
3 l.^* ed.: móviles.
4 í.« ed.: lugar sumamente delectable.
13
186
Camino del cielo. II. Meditación
lengua y de un corazón, se juntasen a edificar unos pa-
lacios, los más ricos y apacibles que pudiesen, ¿qué
tales los podrían hacer? Pues, ¿cuánto mejores los po-
dría hacer un solo Angel? ¿Cuánto mejores todos los
ángeles y todas las órdenes de los celestiales espíritus?
Pues, ¿cuánto mejores los podrá haber hecho el mismo
que crió e hizo de nada todos los hombres y los ánge-
les y todas las criaturas? Pues, ¿qué tales serán aquellos
aposentos que la omnipotente mano de Dios se ha es-
merado en edificar para morada perpetua de sus hijos,
amigos y escogidos?
Claro está, que, como nuestro Señor Dios sepa toda
nuestra inclinación y capacidad, y haya criado aquel
lugar para nuestra recreación y perfecto descanso, no
puede haber en él defecto alguno, ni puede en él fal-
tar cosa de cuantas podemos desear. Y como lo que
Dios puede y quiere hacer, exceda a todo lo que la
criatura puede pensar, ¿cuán aventajados serán aque-
llos celestiales edificios,^ así en la materia como en la
forma? Sus materiales, como se escribe en el Apocalip-
sis,2 son oro purísimo muy más fino que el de este mun-
do, del cual están hechas sus plazas. Las paredes, to-
rres y puertas de zafiro y esmeralda y de toda la
diversidad de piedras preciosas. Y aquellas piedras pre-
ciosas, que son sobre el cielo, son muy más resplande-
cientes y hermosas que las que están en la tierra. Es-
tán muy bien trazadas y labradas por las manos de
Dios. Él mismo ha puesto en ellas todas las labores y
primores y vivos colores, y toda variedad de perfectas
hermosuras.
Están los jardines y huertos llenos de todas las ma-
neras de árboles, que siempre guardan sus hojas verdes
y ñores de diversos olores y colores, y siempre de ellos
están colgando todos los géneros de frutas. Están allí
también plantadas todas ^ las hierbas adoríferas. No
faltan allí fuentes y fuentecicas, con arcos resplande-
cientes y admirablemente obrados, las cuales siempre
manan aguas vivas y dulces, y vinos preciosísimos, y
todos los buenos licores. Siempre están con dulcísima
claridad claros, incomparablemente templados, y mag-
1 ed.: celestiales principios.
2 Apoc. 21, 19.
3 2.'^ ed. omite, todas.
C. 14. Bienes del cielo
187
níficos, jocundos y inenarrablemente apacibles y ama-
bles. Esto meditaba el profeta cuando decía: Cuan
amables son vuestras moradas, oh señor de las virtudes;
mi ánima las cobdicia y desfallece en pensarlas.^
Son tan hermosos y deleitables aquellos celestiales
aposentos, que los mejores que pueden en este suelo
ser hallados ni pensados, se nos harían en su respecto
muy feos y penosos. Y todos son de cada uno, y cada
uno es señor de todos. Tiene también el bienaventu-
rado todos los bienes que puede desear para el ánima
y para el cuerpo, sin mezcla de defecto y en puro y
perfecto grado. Y aunque son los del ánima primeros
y mayores, diremos primero los del cuerpo, que tendrá
después del juicio; por que, vamos subiendo, de lo que
es menos y a todos más visible, a lo perfectísimo y de
solos los espirituales perceptible.
Según San Anselmo, siete bienes poseerá el bien-
aventurado en su cuerpo y otros siete en su ánima o
espíritu. Los del cuerpo — que pone primero, creo por
la razón susodicha — son : hermosura, ligereza, liber-
tad, fortaleza, deleites, eternidad. Será el cuerpo del
menor santo tan hermoso, que resplandecerá como el
sol. Conforme a lo que dice la santa Escriptura: Res-
I plandecerán los justos como el sol en la presencia de
Dios, y el sol resplandecerá siete veces más que ahora.^
Y así, será siete veces mayor el resplandor del cuerpo
glorioso que el que ahora tiene el sol. Será también
para perfecta hermosura, dotado de los colores diver-
sos y a cada parte convenientes, y con las facciones
proporcionadas.
Será tan ligero como lo es un ángel, el cual dende
el cielo a la tierra, o de la tierra al cielo, se pone más
presto que en decirlo. Ejemplo tenemos de esto aun en
las cosas insensibles, como lo es en el rayo del sol, el
cual en el punto que sale de Oriente se pone en Po-
niente. Tendrá tanta fortaleza, que si quisiere mover
un monte, o una ciudad, lo hará tan presto y tan sin
trabajo, como cerrar o abrir el ojo. Será tanta su li-
bertad, para hacer cuanto quisiere, que no le podrán
impedir que no vaya y entre en todo lugar por cerrado
1 Ps. S3, 2, 3.
2 Mt. 13, U3.
188
Camino del cielo. II. Meditación
y fuerte que sea, y para hacer cuanto quiera con aque-
lla facilidad que los ángeles; a los cuales han de ser por
gracia semejantes, los que a su compañía fueren subli-
mados. La salud de los justos — como dice el profe-
ta— recibirla han del SeñorA Y como la tomen de la
fuente pura, será sin mezcla de enfermedad alguna, y
libre de todos los dolores y defectos que en todas las
partes del cuerpo se padecen en esta vida, y alejado de
todas las miserias de ella, así ordinarias — como son
hambre, sed, frío, calor y cansancio — como de las ex-
traordinarias, que son tantas maneras de calenturas y
otras indisposiciones y corrupciones innumerables, de
que en este mundo estamos tan fatigados.^
Será aquella salud pura y continua, sin mezcla de
alguna alteración, y tan perfecta, que no sólo no podrá
padecer algún defecto o cosa penosa, antes será una
salud tan grande y tan nueva, que siempre hinche
todo el cuerpo de una inefable y sensible dulzura. Ten-
drán inestimables y continuos deleites; y será la delec-
tación tan grande, que henchirá todas las partes del
cuerpo: los ojos, las orejas, las narices, la garganta, el
corazón, las manos, los pies, los huesos, y los tuétanos.
Y en cada una, así estarán llenos de deleite y dulzura,
que todo el hombre beba y esté siempre bebiendo del
torrente o avenida del río de los deleites de Dios; y
esté de la abundancia de su casa embriagado, no para
perder, como acá, el sentido, mas para poner los males
en olvido y estar de dulzura y deleite lleno. El último
bien dije ser la eternidad, porque esta vida tan bienaven-
turada nunca les ha de faltar; mas sin ningún intervalo,
ni mudanza, siempre ha de permanecer y etemalmente
durar.
Los otros siete bienes mayores ^ que gozará en el
espíritu incomparablemente, son: ^ sabiduría, amistad,
concordia, poderío, honra, seguridad, gozo. La sabidu-
ría será y es tal, que ninguna cosa ignoran de cuantas
quieren saber. Sabrán todas cuantas cosas Dios hizo
para ser sabidas. Allí cada uno conocerá a todos y de
todos será conocido; y de qué patria fué, y de qué pa-
1 Ps. 36, 39.
2 J.a ed.: tan engolfados y fatigados...
3 J.o ed.: bienes que gozará... (om mayores).
4 J.o ed.: incomparablemente mayores son.
C. 14. Bienes del cielo
189
dres o linaje, y cómo nació, y cómo fué criado, y cómo
vivió en este mundo, y todo lo que hubiere hecho,
aunque no recibirá confusión ni pesar del pecado; an-
tes, de las mismas culpas tomará motivo para amar y
con gozo alabar a Dios que lo perdonó y a su infinita
piedad que lo libró.
La amistad, que denota amor con conversación y
familiaridad, es una cosa muy dulce en aquel soberano
reino. Porque allí, toda la compañía innumerable de los
ángeles y arcángeles, y de todas las otras jerarquías y
órdenes, subiendo hasta los serafines; y todas las dife-
rencias de santos, patriarcas, profetas, apóstoles, már-
tires, confesores, vírgenes, y todos los ciudadanos ce-
lestiales, es compañía muy jocunda y amable. Porque
todos son hermosos, sin mezcla de alguna fealdad.
Todos sabios, sin mezcla de alguna ignorancia. Todos
nobles, sin que haya entre ellos algún vil. Todos amo-
rosos, sin mezcla de algún ingrato. Todos bien acon-
dicionados, sin mezcla de algún necio y malicioso.
Y junto con ser tan amables, será cada uno amado de
todos, como ama cada uno a sí mismo, y amará a todos
como a sí mismo.
Así como en nuestro cuerpo humano cada uno de
los miembros tiene el bien del otro por propio, así allí
todos el de cada uno. Siempre estaremos gozando de
esta dulzura de amor, porque siempre estaremos jun-
tos y viéndonos y conversándonos y amándonos. Será
esto inefable gozo. Porque si tú hallas un amigo ver-
dadero, sabio y virtuoso, a quien ames como a ti mis-
mo, ¿cuánto no te gozas en tenerle en tu compañía y
gozar de su conversación? No hay persona cuerda que
no eligiese esto para su consolación, con sólo día y
victo, que carecer de ello y ser señor de todo el mundo.
Pues, ¿cuánto más te gozarías, si tuvieses este amor y
conversación con un ángel o con un santo, que viniese
cada día desde el cielo a conversar contigo, aun estan-
do en este corruptible cuerpo y en este mundo tan
mísero? Pues, ¿cuánto más te gozarás con él en el pa-
raíso? Y si con uno de los menores, ¿cuánto más con
uno de los más excelentes? Y si con los ciudadanos
celestiales, ¿cuánto más con la Reina del Cielo? ¿Cuán-
to más con el Rey celestial, sumamente amable y único
amador tuyo, nuestro Señor Jesucristo? Pues, ¿cuánto
190
Camino del cielo. II. Meditación
más te gozarás con el amor y conversación de tal Rey
y Reina, y de todos aquellos ciudadanos tan amables y
tan amigos verdaderos tuyos, teniéndolos contigo todos
juntos, de los cuales jamás puedas ser apartado, ni de-
jar de los amar y ser de ellos todos amado? i
La concordia será tanta, que todos en todas las
cosas se conformarán siempre con tu parecer y querer.
Así como entre los ojos a do quier que se vuelve el
uno luego se vuelve el otro,2 así a cualquier cosa que
tu voluntad se inclinare, aquello mismo querrá luego
toda la corte del cielo. De aquí se sigue, que, pues tie-
nes así en tu mano a todos los moradores del cielo,
inefable es tu poderío. También a tan gran poder acom-
paña sin duda suma honra, pues do hay entre todos
los corazones y con Dios tanta unidad, no puede faltar
seguridad.
De todas las cosas susodichas, se sigue tener lo
último. Porque donde hay siempre tanta abundancia
de todos los bienes juntos, no puede faltar cumplido
gozo. Auméntase este gozo inefablemente en cualquier
santo; porque tanto se goza cada uno de todos los bie-
nes de cualquier de todos, com.o si fuesen suyos pro-
pios. Pues, como sean innumerables aquellos morado-
res celestiales, así de los espíritus angélicos como de
todos los santos, gozándose cada uno del gozo o bien
de cada uno de todos, como del suyo propio, ¿cuánto
será aumentado su gozo?
Serán también los moradores de aquella ciudad so-
berana glorificados en todos los sentidos corporales;
porque en todos serán llenos de los deleites a ellos pro-
porcionados. De estos deleites no gozan los ángeles,
porque no tienen cuerpos, mas solos los hombres jus-
tos. De lo cual fué figura, cuando José dio a su her-
mano, que había nacido del vientre de su madre, cinco
partes más que a los otros sus hermanos.^ Así el ver-
dadero José, que es nuestro Salvador, a su hermano
más amado, que es el linaje humano, de cuya carne se
ha vestido, da cinco partes más en la felicidad de su
reino, que son estos cinco géneros de deleites corpora-
les, que se gozan con los cinco sentidos; los cuales esta-
1 1.^ ed.: tan amado.
2 J.« ed.: se vuelve sin dificultad el otro..
3 Gen. J^S, SU.
C. 14. Bienes del cielo
191
rán beatificados, gozando perfectamente de los objetos
a ellos convinientes. Los ojos, viendo la hermosura
inefable del cielo empíreo, y mucho más, de todos los
cuerpos de todos los santos; y sumamente, en ver la
hermosura corporal de aquel Rey sumo y amantísimo,
que es nuestro Señor Jesucristo.
Si tanto se estima ver la hermosura de una mujer
de este mundo, que tan presto la afea una calentura, y
tan disforme se torna en la sepultura, ¿qué será ver la
hermosura de la menor santa que mora en el cielo,
hecha ya incorruptible y glorificada, y esposa digna de
aquel Rey altísimo? Pues ¿cuán mayor deleite será ver
la hermosura corporal de las mayores santas y santos?
El menor santo resplandece siete veces más que ahora
el sol, y unos resplandecerán más que otros, y serán
más hermosos en el ánima y el cuerpo, según fué la
diferencia de los méritos y santidad que alcanzaron
en este mundo. Y por tanto, así como difieren las es-
trellas unas de otras en claridad y resplandores, así se-
rán los santos, después de resucitados, como lo dice el
apóstol. 1 Porque así como ahora en resplandor y her-
mosura difieren en el ánima, así entonces en el cuerpo
y en el ánima. Pues si tan inefable deleite será ver la
hermosura de los ciudadanos de aquel reino, ¿qué será
ver la de la Reina y del Rey del paraíso? 2
La potencia auditiva, será siempre llena de su pro-
pio deleite, porque siempre estará oyendo músicas cor-
póreas, suavísimas, de las voces e instrumentos músi-
cos que se formarán de los cantores y tañedores del
cielo, que son los santos, cuyos instrumentos serán sus
mismos cuerpos gloriosos, que formarán las voces, o de
alguna materia como aérea que haya Dios criado sobre
el cielo, según algunos, o según otros, de un aire celes-
tial que en sus mismas gargantas será formado mara-
villosamente por la virtud de nuestro Señor Dios, con
el cual sin ningún trabajo podrán siempre hablar y
cantar. Y como estén tan llenos del amor divino, y de
gozo; y de la abundancia del corazón habla y canta la
boca; ^ de aquí es que estarán siempre dulcemente can-
tando y a Dios loando, conforme a lo que dice el pro-
1 1 Cor. 15, 41,
2 í.o ed.: Rey sumo del paraíso.
3 Le. 6, A5.
192
Camino del cielo. II. Meditación
feta: Bienaventurados, Señor, los que moran en vuestra
casa, que para siempre jamás os alabarán,^
El olfato estará siempre sintiendo olores suavísimos,
que procederán de los cuerpos de los mismos santos, de
los cuales está escrito, que florecerán como el lilio y
serán como el olor del bálsamo delante de Dios,^ Este
olor será suavísimo. Porque si de los cuerpos muertos
de los santos ha salido tan gran olor algunas veces en
este mundo, que los que se hallaban presentes les pare-
cía estar en los deleites del paraíso, ¿qué olor será el
que procederá de los cuerpos glorificados de todos los
santos, y de la Reina y del Rey del cielo?
El gusto siempre estará gozando de sabores corpo-
rales incomparables, sin tener necesidad de tomar ni
buscar manjares ni morderlos ni masticarlos ni tragar-
los; mas sentirán y gozarán todos los sabores que qui-
sieren, como si estuviesen comiendo todos aquellos man-
jares de do proceder suelen aquellos sabores. Y esto
se hará así, por algún humor corpóreo sabroso ^ pues-
to en sus gargantas, o por alguna especie saborosa en
ellas impresa por virtud divina; y créese resultará de
la carne de Cristo, la cual tendrá en sí todos los sabo-
res que quisieren gustar los santos. Porque el maná
— que fué figura del santo Sacramento en que se nos
da el cuerpo de Cristo — contenía en sí todos los sa-
bores para los que eran buenos. ^ De modo que el
comer que se goza en el cielo, aun de parte del cuerpo,
es sin ningún trabajo y con todo regalo; libre de todo
lo que es miseria, y lleno de todo lo que es suavidad o
dulzura.
Es también un convite no menos delicado que sa-
broso. Porque como no se mezclen en él las presentes
miserias, que son mascar y tragar, y otras muchas,
de aquí es que aquel comer no impide el hablar ni el
cantar; mas siempre estarán comiendo, y siempre can-
tando, y siempre bebiendo, y siempre hablando, y dul-
cemente conversando.
El tacto sentirá grandes deleites tocando los cuer-
pos glorificados, y principalmente el cuerpo de nuestro
1 i.« ed.: que siempre jamás. Ps. 83, 5.
2 Eccli. 24f 21; S9, 19.
3 l.f^ ed.: Savoroso.
4 Sap. 16, 20.
C. 14. Bienes del cielo
193
Señor Jesucristo. Aunque no se ha de entender ser ne-
cesario tocar realmente en los mismos cuerpos; más,
así en este sentido, como en los otros, se causarán las
delectaciones por tocamiento de unas especies sensibles
y delicadísimas y delectabilísimas, que por la virtud de
Dios procederán de los cuerpos gloriosos de los santos.
Créese también, que en todos los sentidos y partes inte-
riores, sensibles, tendrán todo deleite sensible a ellos
convenible, pues por amor de Dios se refrenaron en
este mundo de todo deleite desordenado.
Capítulo XV
EN QUE SE CONTINUA LA MATERIA DE LOS
BIENES DEL CIELO, Y SE DECLARA COMO
LOS DELEITES PRINCIPALES SE GOZAN EN
DIOS
os bienes y gozos, que hemos dicho los recibirá el
I t bienaventurado de las mismas criaturas, las cuales
verá en sí mismas por la visión llamada por los teólo-
gos, "vespertina", aunque las ve mejor en Dios por la
visión que se llama, "matutina", porque es perfecta-
mente clara. 1 Mas sobre todos estos bienes, gozos y
deleites, tendrán otros incomparablemente mayores, que
gozarán, no en las criaturas, mas en el mismo criador
nuestro. Porque verán claramente al mismo Dios Tri-
no y Uno verdaderamente en su divina esencia, que
es piélago infinito e inconmutable de toda hermosura
y amor y bondad y nobleza y virtud y dulzura, y de
todo bien y gloria, do todo bien espiritual y corporal
emana en la tierra y en el cielo, y en cuyo respecto es
una gótica de bien todo lo criado, y es como si no fue-
se todo el mundo.
Esta visión beatífica corresponderá a la fe. Con la
cual vista de ese mismo Dios serán llenos los ojos de nues-
tras ánimas intelectuales de toda sabiduría, y de clari-
1 Esta nomenclatura de visión vespertina y matutina pro-
viene de San Agustín, quien explicando la visión de Dios de las
cosas en los días de la Creación, dice que el ver Dios las cosas en
si mismo era visión matutina, porque era clarísima y perfectísima
en todo su ser y perfección; mas la que tenía de las cosas en ellos
era vespertina, porque eran imperfectas y limitadas. Aplicada
esta clase de visión a los bienaventurados, puede decirse que la
visión matutina es la que tienen de las cosas en Dios, clarísima y
perfecta; y la vespertina, la que tienen de las cosas en sí mismas,
muy imperfecta, oscura y limitada.
C. 15. Visión beatífica
195
dad y hermosura divinas. Viéndole, abrazarle han con
todas sus fuerzas, diciendo: téngale y no lo dejaré A
Y como sabrán de cierto que nunca lo podrán perder,
estarán llenos de seguridad de siempre poseerle. Y esta
dote corresponde a la virtud de la esperanza, con
la cual segura posesión será la memoria llena de la
eternidad, y en la cual tendrá siempre presentes todas
las cosas apetecibles, y gozará de todos los bienes
juntos.
Viendo el ánima ser Dios infinitamente amable, y
cómo ab aeterno la amó, y entre tantos millares para
tantos bien la escogió; y cómo la ama incomparable-
mente más que todos los santos, y más que ella a sí
misma: amarle ha con toda su voluntad y fuerza.
Y como nazca de tener alguno lo que ama y cuanto
más lo ama y más lo tiene, más se goza; de aquí es que,
como la tal ánima ama a Dios incomparablemente sobre
todas las cosas, y más íntimamente a él unido la tiene,
más se goza de amarle y tenerle, que de otra cosa
criada. Y también, porque cuanto alguna persona ama
más a otra, más se goza de su gloria; y cuanto su glo-
ria es mayor, tanto más se goza; de aquí es, que la
cosa de que más el ánima del justo, esposa divina,
se goza, es de ver que la gloria de Dios, esposo suyo,
es infinita.
Esta dilección y fruición perfecta corresponde a
la calidad desta vida; con la cual fruición beatífica la
voluntad del alma es llena de la bondad divina, y con
Dios, que es todo bien y fuente do se beben todos los
bienes puros, son — como dice el profeta — 2 Henos
todos sus deseos; y así mismo dice el Apóstol: Es Dios
todas las cosas a todos. Lo cual declarando nuestro
padre San Agustín, dice: Que será a cada uno de todos
todas las cosas que puede desear: vida, salud y honra,
abundancia y paz, y todos los bienes.
Y dice más el mismo nuestro padre San Agustín:
Que una de las causas por qué Dios se hizo hombre,
es por beatificar en Sí mismo inmediatamente a todo
el hombre, y así, en todas sus potencias y sentidos in-
teriores fuese lleno con la visión y fruición de su di-
1 Cant. 3, 4.
2 Ps. IOS, SU.
3 1 Cor. 15, 28.
196
Camino del cielo. II. Meditación
vinidad, y en todos los sentidos exteriores con la visión
y fruición de su humanidad. De modo que Dios har-
tará todos los sentidos con una singular e inefable de-
lectación, porque de todos ha de ser objeto beatífero.
Será espejo hermosísimo a la vista, vihuela a las orejas,
miel y todo sabor al gusto, bálsamo al olfato, flor al
tacto, toda sabiduría al entendimiento, eternidad a la
memoria, paz perfecta que todo sentido excede a
la voluntad.
En este nombre de paz se incluye toda la felicidad
del reino del cielo, y por consiguiente todo cuanto pue-
de ser deseado. Y la razón de esto es, porque allí el alma
está con Dios perfectamente unida, así como el car-
bón o hierro, que, metido en el fuego, es del todo
abrasado. Lo cual no se hace así perfectamente en esta
vida. Mas el fuego de amor que aquí Dios comunica,
es como una centella en respecto del amor que se tiene
en el cielo, que es como [estar] metida y totalmente en-
cendida dentro del horno. Y esto dice un profeta, di-
ciendo de Dios nuestro Señor: Su fuego es en Sión, y
su horno de fuego es en Jerusalén.'^ Pues, así como el
amigo de Dios está en el cielo perfectamente a Dios
unido y en Dios engolfado y hecho divino (de aquí es,
que participa perfectamente las divinas perfecciones),
así es hecho perfectamente sabio y bueno y todo podero-
so. Porque por la perfecta unión, así como el alma en
todo quiere la voluntad de Dios, así también Dios quie-
re y hace todo lo que el alma, su esposa, quiere y que-
rer puede. Y por tanto, así como Dios es todopoderoso
en hacer su voluntad, también el ánima en hacer la
suya, todo lo que quiere puede. Dios es todopoderoso
por su virtud propia, y el alma por la virtud de Dios,
que tiene en su mano para todo cuanto quisiere. Y así
como Dios es Señor de la tierra y cielo, porque todo
le obedece; así también el ánima será Señora en su
modo 2 de todo, porque en todas las cosas que que-
rrá, le obedecerá la tierra y el cielo y todo el mundo.
Pues, como por tener así a Dios a toda su voluntad,
y en su mano tenga luego y sin dificultad todo cuanto
quiera, por esto dice: Que el horno de fuego es en Je-
1 Is. SI, 9.
2 en su modo, e. c, a su modo.
C. 15. Visión beatífica
197
rusalén. Porque Jerusalén quiere decir visión de paz,
y entonces la voluntad está en paz, y perfecta, cuando
tiene todo lo que desea.
En esta vida — aunque mucha paz participa, cuanto
más a Dios se allega — , no se puede tener aquella paz
perfecta, porque muchas cosas deseamos, que alcanzar
no podemos; y otras, ya que las alcanzamos, no luego
y sin dificultad, sino con mucha pena de dilación, mu-
chas veces esperando los oficiales y sufriendo sus men-
tiras, y buscando con mucho trabajo las cosas para la
transitoria salud necesarias porque siempre i estamos a
muchas necesidades sujetos, y de miserias en el cuerpo
y en el espíritu cubiertos. Mas en el cielo, ¿cuánto será
el gozo, cuando nos viéremos haber sacudido de sobre
nos tan gran carga y trabajos y defectos, y ver que
todo nos obedece luego, y que todo bien lo tenemos
junto, y que todas las cosas se hacen sin dilación, y
nos vienen según nuestro deseo?
De lo dicho se sigue, que aquella vida bienaventu-
rada es eterna. Porque una de las cosas que deseamos
es, que nos dure la vida: ¿cuánto más aquella que es
gloriosa y sola verdadera vida, como lo enseña el pro-
feta, cuando dice: Agradaré a Dios en la región de los
que viven? ^ Pues, como tenga allí el justo todo lo que
quiere, y quiera que siempre aquella vida le dure,
siempre la poseerá, y sin fin le durará. Y por esto dice
nuestro Redentor: Irán los malos al fuego eterno y los
justos a la vida perdurable.^
Cosa es muy digna y sobre todas las cosas impor-
tante, traer delante de nuestros ojos en toda hora la
recordación de esta celestial vida. La cual es tan dulce y
amable, que según dice San Agustín nuestro Padre, si
no nos fuese concedido gozarla más de por espacio de
un día, por éste sólo serían con razón menospreciados
innumerables días de esta presente vida llenos de todos
los bienes y deleites de este mundo. Pues, si esto por go-
zar un solo día de aquella vida soberana; ¿cuánto más
siendo, como es, eterna? Si trabajamos tanto porque sea
hecha nuestra voluntad en algunas cosillas de tan poca
importancia, y que duran tan poco tiempo, y que muchas
1 l.a ed.: y siempre.
2 Ps. 114, 9.
3 Mt. 25, 3h, Al.
198
Camino del cielo. II. Meditación
veces traen más daño que provecho, ¿con cuánto mayor
estudio debemos procurar de alcanzar un estado tan
bienaventurado, a do en todas las cosas se haga nuestra
voluntad? ¿y no por un poco de tiempo, sino por eter-
nidad? Si tanto se procura una dignidad, de tantos des-
asosiegos, trabajos y peligros llena, y que es momentá-
nea, ¿cuánto más el señorío perfecto de todo el mun-
do, y que no se acaba? Si tanto se estiman las riquezas,
que tan presto se han de perder, ¿cuánto más los teso-
ros que para siempre han de durar? Si tanto se desean
los deleites viles y que en un punto se pasan, ¿cuánto
más los divinos, y que para siempre duran? Si aplace
tanto la amistad flaca e incierta de una mudable cria-
tura, ¿cuánto más debe atraernos gozar de la amistad
de todos los moradores de aquella ciudad soberana? Si
tanto se cobdicia la salud enferma, ¿cuánto más aquella
que es de toda enfermedad e indisposición ajena? Si
los banquetes y músicas y regocijos de este destierro,
¿cuánto más el convite y músicas y regocijos del cielo?
Con la consideración de estos bienes verdaderos y
eternos, puedes y debes muy fácilmente i subir al co-
nocimiento del dador de ellos. Súbese en el conocimiento
de la excelencia y beatitud divina, considerando aquella
felicidad nuestra. Porque si tan inestimable es la bien-
aventuranza de la criatura, ¿cuál será la de Aquél, que
a todas y con sola su vista beatifica? Súbese también
mayormente por medio de estos bienes al conocimiento
de la benevolencia divina, porque mediante tales y tan-
tos dones perfectamente se nos muestra el amior incom-
prehensible con que Dios ab aeterno nos ama; pues, nos
ha levantado de nada a la participación de su gloria.
Colígese también de todo esto, la maldad y cegue-
dad del mundo. La maldad, viendo que es ingrato al
amor con que Dios para tantos bienes le ha criado; la
ceguedad, con ver que se le da tan poco por perderlo.
1 í.a ed.: máximamente.
Capítulo XVI
EN QUE SE RESUME LA MEDITACION DE LA
NOCHE Y SE DECLARA EL ORDEN QUE SE
DEBE TENER EN LAS SOBREDICHAS MEDITA-
CIONES Y LA NECESIDAD DE ELLAS
ESUMiENDO en breve lo que en esta meditación he-
Iv mos dicho, debes, oh ánima, despertar siempre
tu memoria, y levantar cuanto pudieres todo tu enten-
dimiento y afecto a considerar aquella región tan jo-
cunda y los palacios divinos del cielo empíreo. Aque-
lla inmortalidad y salud perfecta del cuerpo y el alma.
Aquella compañía tan dulce de todos los ciudadanos
celestiales. Aquella conversación tan delectable de la
Reina y Rey de los Cielos. Aquella visión y fruición
de la divina esencia. Aquella beatificación de todas las
potencias espirituales y corporales. Aquella suma her-
mosura de los cuerpos glorificados de todos los santos,
y muy mayormente de la Reina y del Rey de ellos.
Aquellas músicas tan suaves, y que siempre suenan; y
aquellos olores, que nunca se pierden. Aquellos sabo-
res que no se pasan, y aquellos deleites que siempre
duran. Aquellas riquezas que nunca faltan, y aquellas
honras supremas que nunca perecen. Aquellos bienes
puros, y juntos, que sin fin permanecen.
En la meditación de todos los bienes y dones ya di-
chos, así los naturales, temporales y gratuitos que nos
son ya dados, como los males eternos de que somos
librados, como estos bienes soberanos que nos están
aparejados; debes, oh ánima, ocupar toda tu vida, pro-
curando de traerlos siempre con profunda considera-
ción en tu memoria.
En la meditación de los bienes recibidos te debes
200
Camino del cielo. II. Meditación
ocupar a la mañana, desde que despiertas hasta el me-
diodía. En los males, de que eres librado, debes andar
pensando desde mediodía hasta que se pone el sol, por
el cual punto de tiempo entiendo la tarde. En los bienes
celestiales, que nos son prometidos, y que para de aquí
a poco estamos esperándolos, debes levantar tu enten-
dimiento y deseo desde la hora ya dicha de la tarde,
por todo el espacio de la noche que tuvieres, hasta que
sea llegado el tiempo del sueño.
Quiero decir en esto, que en los tiempos ya dichos
debes procurar de gozar estas meditaciones en todo el
espacio que te sobrare de las otras ocupaciones nece-
sarias e inevitables. Y entre las mismas, si son tales que
admitirlo puedan, debes procurar de traer delante tus
ojos estas consideraciones divinas. Y si fueren tales las
ocupaciones, que del todo te hayan distraído de estos
santos pensamientos, en acabándolas, debes resucitar-
los; y si aún a esto no has llegado, debes por lo menos
en los principios de aquellos tres tiempos, ya dichos,
gozar un poco de tiempo con este interior y divino
ejercicio de las meditaciones sobredichas, a aquellos
tiempos aplicadas. 1
Y si no tuvieres disposición para pensar así todas
las cosas que, conforme a lo dicho, habrá de pensar
en cada uno de aquellos tres tiempos, reparte las di-
chas consideraciones en siete maneras de mercedes di-
vinas, que son: la creación y natural donación, y la
conservación, y redención, y justiñcación, y liberación,
y gloriñcación. Las cinco primeras se incluyen en la
meditación de la mañana, que es de los bienes reci-
bidos. La liberación, en la que comienza al mediodía,
que es de los males de que somos librados. La glorifi-
cación, es la de la noche, que es de los bienes prome-
tidos. Estas siete mercedes o beneficios diversos, puedes
repartir y gozar en siete tiempos distintos y notables
por sus misterios, que son en las siete horas canóni-
cas, que son: la hora de los maitines, y de prima, y
de tercia, y sexta, y nona y vísperas y completas.
Y si aún pensar todas estas cosas en todo un día te es
dificultoso, y por la indisposición y enfermedad gran-
de de tu espíritu no las abrazas como conviene cada
1 ed.: tiempos adaptadas.
C. 16. Meditaciones de la noche 201
día, repártelas en los siete días de la semana, comen-
zando el lunes en la creación, y acabando el domingo
en la glorificación: aunque cada día conviene que pien-
ses, siquiera un poco, en todos los beneficios y moti-
vos sobredichos. Y sobre todo esto, en fin de cada uno,
vuelve a reducir delante ti a Cristo Crucificado. Y crée-
me, que éste es el camino derecho y cierto, para li-
brarte de todo vicio, y hacerte virtuoso, y alcanzar el
cielo.
Porque como nuestra ánima está delicada (que no
puede estar y durar sin amor o deleite) si no ama los
objetos espirituales y divinos, ha de amar los terrenos,
y buscar su deleite en ellos. Pues, como sea así, que
para amar las cosas de Dios, es menester mucho co-
nocerlas, y para perseverar en su amor, frecuente y
profundamente representarlas, de aquí es, que para no
caer, es menester muy continuamente meditarlas. Y el
que por sólo ver y oír los males del vicio y bienes de
la virtud, piensa de aprovechar, engañado vive. Porque
si no se da a la meditación de los motivos ya dichos,
con la cual el conocimiento de Dios se imprime, y su
divino amor se arraiga, aquel tal poco perseverará por-
que muy presto se le pasará el sonido de las palabras,
y la vista de las lecciones; y se le despegarán de la vo-
luntad y memoria, si no fueren con frecuente medita-
ción en nuestras entrañas impresas.
11
Capítulo XVII
DE LA CONSIDERACION DE LOS BENEFICIOS
PARTICULARES, Y DE LO QUE HAN DE PEN-
SAR LOS PRINCIPES Y CABALLEROS Y MER-
CADERES Y OFICIALES Y LABRADORES CUAN-
DO SE OCUPAN EN SUS OFICIOS
EBE también cada uno de nosotros reducir a su
J / memoria los beneficios especiales que ha reci-
bido, que son los que no se dan a todos. Y principal-
mente la fe, sacramentos y divina doctrina, siendo
como son estos dones tan grandes negados a tanta
multitud de los infieles. También las especiales inspi-
raciones y aparejos para servicio de Dios, que ha reci-
bido más que otros muchos, aun de los cristianos. El
buen ingenio y prudencia, y buena condición natural,
y todas buenas inclinaciones; la salud del cuerpo, la
integridad de sus miembros, que faltan a muchos. De
ellos, sin vista de sus ojos; de ellos mudos, de ellos sor-
dos, de ellos sin pies, de ellos sin manos; otros, comidos
de cáncer; otros perpetuamente encarcelados. Y conside-
rar cómo ha merecido todos aquellos males, y el Señor,
por puro amor, le ha librado de ellos.
También los peligros en que se haya visto de per-
der, o mucho más, la salud de su ánima, y otras veces
la salud y vida del cuerpo; otras veces la honra, otras
parte de la hacienda o toda; otras de incurrir, o mucho
más^ en las manos o lenguas de sus enemigos y perder
sus amigos. También el ser bien quisto, y las habilida-
des en la ciencia y oficios, y los bienes de fortuna. La
buena compañía, los libros, los buenos consejos y avi-
sos que Dios le ha dado por medio de otros, y todos
los otros beneficios particulares, que son innumerables,
espirituales y corporales, de los cuales más podrá en-
C. 17. Beneficios particulares
203
señar a cada uno su experiencia que mi pluma ni
lengua.
Debe también cada uno, en su estado y oficio, estar
pensando en alguna cosa de las dichas meditaciones,
en el mismo tiempo que se ocupa en sus exteriores
ejercicios, porque en ellos no salga del todo de la pre-
sencia de Dios, y gozarle con algún pensamiento.
Y para que más fácil y rectamente se ocupe en aquel
oficio y ejercicio suave y meritoriamente en aquel tra-
bajo, puede también y debe usar juntamente de alguna
otra consideración apropiada a su especial ocupación,
y con la cual pueda ser mejor enderezado, y en la tal
obra exterior amparado y favorecido.
Y si es Rey o príncipe, u otro cualquier señor o
juez temporal, considere, cuando se llega a negociar
o ir a juzgar, y mientras entiende en ello, cómo tiene
otro superior juez rectísimo y todopoderoso, y que le
está mirando, y le ha de juzgar presto, y le ha de tomar
estrecha cuenta de todo lo que juzga, y de todos los
males que por su culpa o negligencia hubiere en sus
vasallos. Y cómo es obligado a ser espejo de virtud en
quien se miren todos. Y usar de rigor de justicia contra
los soberbios y rebeldes; de suavidad y misericordia
con los flacos y blandos; de caridad y prudencia con
todos. Y considere, que los poderosos, si no son bue-
nos, poderosamente padecerán tormentos; y si son
justos tendrán los méritos doblados.
Esto presupuesto, pues es así, cerca de los señores
temporales, consideren con toda atención todo esto
los que han recibido el poderío y dispensación y cui-
dado de lo temporal y espiritual para la salvación de
todos, como son los obispos y los otros prelados a quien
Dios ha escogido para tanta honra y tanta familiari-
dad suya, y a quien encomendó sus ovejas, que son las
ánimas, por las cuales derramó su sangre y dió su vida
y sufrió tantas penas. Consideren, pues, bien los pre-
lados, en cuánto mayor grado deben tener y cumplir
lo que dijimos de los señores temporales; pues, ellos
están puestos de Dios por luz del mundo, y que tienen
obligación de resplandecer en toda virtud y santidad
más que todos, para poder salvarse y dar buena cuenta
de sus súbditos.
Si es caballero, considere que su principal batalla
204
Camino del cielo. II. Meditación
ha de ser aquella para que nació y vive en este mundo,
que es aquella de la cual dice Job: Batalla o pelea es
la vida del hombre sobre la tierra. Ejercite fielmente
su oficio militar por agradar a Dios, haciendo lo que
debe por la defensión de la fe y ley divina, y de su rey
y de su reino y de su patria. Y favoreciendo a los
agraviados, y ayudando a los que poco pueden, para
que no sean oprimidos y maltratados. Y tomen este
:su ejercicio — así cuando van a la guerra como cuando
se ejercitan en juegos de cañas, justas y torneos para
se hacer diestros para la pelea — no para recreación y
deleite sino por oficio y trabajo, y como caballeros cris-
tianos y no como profanos. Esto digo, porque hay
algunos que se ejercitan en estos ejercicios militares,
y no principalmente para su oficio, sino para regocijos
vanos e inútiles, y aun dañosos, haciendo en ellos gas-
tos superfinos en atavíos y libreas costosas y curiosas,
para sí y para sus criados, y para sus caballos, a los
cuales llevan cubiertos de seda y de oro y con muchas
invenciones y primores adornados, para una vanidad
que se ha de pasar en medio día, y de la cual quedan
cansados y menguados, y dejan andar a los pobres de
Cristo desnudos. Hacen en aquella vanidad grandes
banquetes, con que quedan gastados en las bolsas y
en los estómagos; y así ellos, como sus convidados, que-
dan agraviados en sus almas y pesados en sus cuerpos;
y a las veces, fuera de seso del todo, aunque siempre
tienen poco. Y aun algunas veces son causa que con
estas demasías de un día, queden enfermos para toda
la semana o el mes o todo el año o para toda la vida.
Y lo que peor es, que en estos ejercicios, ya dichos, que
habían de tomar por trabajo para merecer por ellos
el cielo, los convierten en vicios y pecados manifiestos,
para comprar el infierno. Esto digo por los que no tienen
vergüenza de sacar públicamente motes y colores e
invenciones, en que dicen a la clara que sirven a sus
amigas, y hacen invenciones lascivas, unos para subir
al Dios de Amor hasta ahorcarle, otros a defenderle.
Otros publican con letras y palabras sus deseos luju-
riosos y sucios, y los ardores de sus concupiscencias car-
nales, con que ya arden sus míseras almas, y con que
presto, si no se enmiendan, arderán con las almas y los
cuerpos en los infiernos.
C. 17. Beneficios particulares
205
Deben, pues, estos tales de aquí adelante — si se
quieren salvar — tomar estos sus ejercicios penosos
para merecer con ellos el descanso verdadero y eterno;
y no que, con el trabajo transitorio, ganen el infierno.
Esto han de pretender, ejercitándose en los ejercicios
sobredichos, no en las cuaresmas ni en las fiestas, por-
que estos tales días son deputados para los ejercicios
espirituales; tomando aquellos trabajos con intento del
fi.n susodicho, que es por agradar a Dios, y no, como
muchos, para agradar al demonio. Y deben andar pen-
sando, cuán miserable es esta vida, pues hay necesidad
de tales oficios con que se llaguen y maten unos con
otros. Y considerar también, cuán presto se ha de pa-
sar aquel trabajo por el cual, fielmente tomado, se al-
canza el descanso y premio eterno, y aquella corona y
fidelidad perpetua del paraíso. Y mirar que éste es
mxcjor y más eficaz motivo para se animar a aquel tra-
bajo, que los otros vanos y engañosos, ya dichos, que
les ofrece el demonio. Y que si los profanos caballeros
toman tan de gana aquellos trabajos por la vanidad ya
dicha deste mundo, ¿cuánto de mejor gana los deben
ellos tomar por ganar aquella soberana gloria y vida
verdadera y eterna, que es la bienaventuranza del
cielo?
Los mercaderes y tratantes, cuando buscan las mer-
cadurías y entienden en sus tratos y cuando compran
y venden, estén considerando lo que les avisa el após-
tol diciendo: El tiempo breve es; por tanto los que tie-
nen mujeres hagan cuenta como si no las tuviesen, y
los que compran como si no comprasen, y los que usan
de este mundo como si no usasen de él; pues, tan presto
se pasa la figura de este mundo.^ Quiero — dice luego —
que seáis sin solicitud, que es un cuidado demasiado y
congojoso.
Lo mismo que el apóstol dice, que hagan cuenta
como si no tuviesen mujeres, se puede decir de los hi-
jos: Esto digo, porque, para agradar^ a sus mujeres
e hijos, y adquirir para ellos, desean y procuran ser
ricos; y se meten muchos en tratos peligrosos; y se en-
golfan en cohdicias que hacen caer a muchos en el lazo
del demonio, y en muchos y diversos m.alos deseos, que
1 1 Cor. 7, 29.
2 í.^ ed.: digo, por agradar.
206
Camino del cielo. II. Meditación
los zabullen en la muerte y damnación profunda del
infierno^ del cual por sus mujeres ni hijos no serán
sacados.
Miren, que esta abundancia exterior de estas ri-
quezas y bienes temporales, acostumbran hacer, a los
que las tienen, vacíos de las verdaderas riquezas de las
virtudes y espirituales dones y divinas consolaciones.
Miren el oficio que tienen peligroso, de ser por él
ahogados en las cobdicias de estas vanidades, transito-
rias, y de caer en mentira y engaños y perjuicios. Y que
una mentira sola y simple y sin perjuicio, es de Dios
muy aborrecida; tanto, que por salvar la vida de un
hombre, y aun de cuantos son en el mundo, no es lí-
cita. ¿Pues, cuánto peor será la perjudicial? 2 Y miren,
que si ven que no usan de su oficio sin caer en estas
culpas o otras, y que, aunque se han confesado y pro-
puesto la enmienda, tornan luego a caer en la mala
costumbre; que deben dejar estos sus tratos, aunque su-
piesen quedar a pedir por Dios. Porque como les dice
nuestro Señor en el Evangelio, hablando con cada uno:
Mejor es a ti entrar con sólo un pie, o una mano, en el
cielo, que no con dos ser metido en el fuego del in-
fierno,^
Miren también cuán engañados viven los ricos,
siendo avarientos o cobdiciosos; pues, siendo más viles
que todos, se estiman en más, y menosprecian a los
otros. Aprendan lo que dice el apóstol a Timoteo:
Manda — dice — a los ricos, que no se ensoberbezcan,
ni pongan su esperanza en las riquezas transitorias y
engañosas, mas en Dios vivo, porque alcancen la vida
verdaderaA Miren allí ellos — como todos los que tie-
nen riquezas — , que son despenseros de los bienes de
Dios, y que se los da para granjear los bienes eternos.
Y que los bienes que hubieren distribuidos a los hom-
bres, y por el amor de Dios, esos se hallarán de aquí
a poco a la hora de su muerte, y no otros. Y que estas
obras pías, si continua y alegremente por ellos son
ejercitadas, son las que los han de salvar y llevar a los
cielos, como lo enseña nuestro Señor en el Evangelio,
1 1 Tim. 6, 9.
2 i.« ed.: ¿perjudicial? ¿y cuánto peor el perjuicio?
3 Mt. 18, 8.
4 1 Tim. 6, 17.
C. 17. Beneficios particulares
207
diciendo: Ganad con las riquezas tales amigos, que
cuando muriéredes os reciban en sus eternas moradas.^
Consideren, para moverse a esto, y procuren traer
delante sus ojos aquellas riquezas y abundancia de to-
dos los bienes que presto pueden alcanzar sobre el
cielo, y tendrán por basura cuanto hay en este mundo.
Los plateros y herreros y carpinteros y sastres y
zapateros y los de los otros oficios, estén pensando en
un pensamiento y consideración común y única que
debemos todos traer, y es: ¡Cuán miserable y trabajosa
es esta vida, y cuán bienaventurada la soberana de la
celestial patria! Y que con hacer cada uno fielmente su
oficio bien hecho,2 y llevando por su trabajo no más
de lo justo, y que por agradar a Dios huelga de hacer
todo aquello; con este enderezamiento de corazón que
tengan, les consolará Dios en su trabajo, y todo les
será meritorio para alcanzar el verdadero descanso, que
esperamos de aquí a poco.
Pueden también, allende de esta común meditación,
tener cada uno en su oficio otra especial. El platero,
cuando está labrando una piedra o vaso de plata o de
oro, considerar que si para las mesas de los hombres
se quieren tales vasos, de tan preciosos metales, y tan
bien labrados, ¿cuáles no deben ser ellos, y todos los que
hubieren de ser dignos de ser vasos escogidos de Dios,
a donde 3 se infunde el bálsamo del Espíritu Santo,
para que después sean puestos en la mesa de Dios en
aquel convite eterno? ¿Cuán preciosos metales de plata
y oro deben ser sus corazones, para ser vasos divinos?
¿Y qué oro deben ser de tan finos quilates, que no des-
digan, mas se afinen con el fuego de las tribulaciones
de este mundo? ¿Y cuánto deben procurar de labrarlos
con labores y primores de los ejercicios de las virtudes,
y frecuentación de buenas obras?
Los herreros consideren, cuán intolerables son las
penas del infierno, pues han de estar los malos metidos
en cuerpo y ánima en aquel fuego, y de pies a cabeza
encendidos, así como tienen ellos sus hierros, cuando
los sacan de la fragua, abrasados; y que, si como aqué-
llos se viesen para siempre así encendidos, y, sobre
1 Le. 16, 9.
2 í.« ed. : oficio y llevando...
3 J.« ed.: a do.
208
Camino del cielo. II. Meditación
esto, atormentados con los martillos de los demonios,
¿qué sentirán, y cuánto deben huir de caer en damna-
ción tan horrible e intolerable?
Los canteros y carpinteros consideren con cuánto
trabajo hacen estas casas transitorias, y cuán presto
pueden alcanzar aquellas moradas celestiales, que
Dios con sus manos les tiene fabricadas, y se ha esme-
rado en hacerlas para do moren con toda recreación y
deleite, y sin fin, todos sus verdaderos siervos y amigos,
que ha adoptado por hijos.
Los fundidores y sastres, cuando están en sus tra-
bajos o labores, consideren con cuántos y diversos me-
dios y trabajos vienen los paños desde que comienza a
ser lana o seda hasta llegar a ser vestiduras humanas;
y tomen de aquí lección con cuánto cuidado deben pro-
curar vestir sus ánimas de vestiduras perpetuas, y cuán
bien vestidos se pueden hallar en el paraíso de aquí a
poco, dotados de incomparable hermosura, y sin tener
necesidad de trabajar jamás como en este mundo.
Los curtidores y zapateros y pellejeros, consideren
cómo aquellos cueros que tratan son de animales muer-
tos, tantos y diversos, que crió Dios para servicio de
los hombres; y cómo por el amor que Dios nos tiene,
ha por bien que matemos aquellas sus criaturas, que
nunca le han ofendido, para que sirvan a nosotros, in-
gratos, no sólo de carne para comer, mas también de
sus mismos cueros o pellejos, muchos y diversos, para
nos vestir y calzar.
Los hortelanos y los labradores, cuando andan la-
brando la tierra, consideren la fecundidad que Dios
ha puesto en ella, y la virtud infinita de la potencia,
y la sabiduría, y bondad de Dios, que saca de un poco
de tierra y de un poco de lodo tanta diversidad de
hierbas y árboles, y diversos géneros de plantas, con
tantos colores y figuras y labores y hermosuras, y tan-
tos frutos, con tantos olores y sabores, y tantas y
diversas virtudes y propiedades naturales. Y consideren
la caridad infinita de nuestro Señor Dios que no cesa
de producir todas estas cosas en las cuales todas invi-
siblemente está con su infinita virtud produciéndolas.
Y cómo por puro amor las cría y nos las da siempre; y,
por medio de ellas, nos envía tantas y diversas recreacio-
nes y consolaciones.
Capítulo XVIII
DE OTRA VIA POR LA CUAL PODEMOS SUBIR
A DIOS CON LA MEDITACION DE LOS MOVI-
MIENTOS Y SER DE TODAS LAS COSAS
TRA vía por do podemos subir en el conocimien-
to de Dios, es la consideración del ser natural,
y vida y movimientos de todas las cosas. La cual toca
y da a entender el apóstol cuando dice: En Dios vivi-
mos, y nos movemos, y somos.
Cerca de esto, se debe considerar profundamente,
que, pues todos los que se llaman señores poderosos
de los hombres, ni todos los ángeles, no pueden criar
una piedrecilla, ¿cuánta es la potencia de aquel que a
todo el mundo ha criado, y a todas las cosas, innumera-
bles, visibles e invisibles, ha hecho de nada, con sólo
mandarlo con su palabra, que es con sólo quererlo?
Y si una peña pequeña no la puede levantar del suelo,
o tenerla en su hombro el más fuerte y poderoso hom-
bre del mundo, ¿cuánta es la potencia de Dios que
tiene y trae en su mano a todo el mundo, y sin sentir
trabajo alguno? Y si tan presto se cansa una persona
de mover alguna cosa pequeña y por un pequeño es-
pacio de tiempo, ¿cuánta es la virtud y potencia de
nuestro Señor Dios, que a todas las cosas y a todo el
mundo tiene y trae en su mano, y sin ningún trabajo
las mueve siempre a todos sus movimientos, tantos y
tan diversos?
Para sentir bien esto, habemos de considerar muy
en particular los movimientos de las cosas; y pensar
profundamente, qué de movimientos hace un paj arico;
y también una mosca, y un mosquito, y una hormigui-
ta, y un animalico, volando o andando. Y lo mismo
210
Camino del cielo. II. Meditación
[dígase] de todos los animales y peces y aves, y lo mis-
mo de los hombres. Considera, cómo Dios mueve a una
mosca o mosquito, y a una hormiga, y a una pulga, y
a un arador, y a todos los otros gusanicos, a todos los
pasos o saltos que dan. Y así, a todos los animales, y
a todos los hombres, que son en todas partes del mun-
do, los mueve a todos sus movimientos, tantos y tan
diversos que hacen con los pies y con las manos y con
la lengua y con todas las otras partes del cuerpo. Cómo
van por las plazas y calles, unos hacia unas partes y
otros a otras, y el gran ruido que causan con sus mu-
chos y varios movimientos, con tantas y diversas pala-
bras y obras, con tantos y diversos oficios y ejercicios.
Unos en los trabajos de coger los frutos, otros en adere-
zar los mantenimientos, otros en edificar, otros en
cortar y coser y aderezar los vestidos y calzados, otros
en otros muchos y diversos oficios mecánicos, otros en
aparejar tantas y diversas medicinas, otros en tratar,
comprar y vender, trafagar y mentir, otros en pleitear,
otros en juzgar, otros en lisonjear, otros en comer y
beber y reir, otros en alabar a Dios y darse a diversas
obras de virtudes, otros a tantas operaciones de vicios
y pecados. A las cuales todas operaciones está Dios
aparejado a moverlos, aunque no los mueve a lo que
es formal en el pecado, como es la deformidad y de-
fecto; mas muévelos a todas las positivas operaciones
exteriores e interiores, que hacen en sus vicios. Porque
tiene por bien de nos mover, aun en las cosas que son
contra su voluntad, porque nosotros podamos hacer la
nuestra. Y así, cuando pecamos, le hacemos que nos
mueva para las cosas en que le ofendemos. De lo cual
se queja por Isaías, diciendo contra su pueblo: Hi-
císteme servir en tus maldades,^
Considera, pues, cuando ves una ciudad desde fue-
ra, qué de movimientos se ejercitan debajo de aquellos
tejados, qué de pensamientos y obras y palabras tan
diversas, e innumerables operaciones que se hacen den-
tro de aquel breve espacio de aquel pueblo. Pues,
¿cuántos más en todas las ciudades, villas y ciudades
de todo el reino? Pues, ¿cuántas más en todo el mun-
do? Y como nuestro Señor Dios está moviendo a todas
1 /s. JtS, 24.
C. 18. Vida y ser de las cosas
211
estas cosas a todos estos sus movimientos, y las mueve
en todo tiempo, sin cansancio ni trabajo; y sobre todo
esto, está moviendo los cielos, y todos los espíritus
bienaventurados que crió sobre ellos, y que son sin
cuento, es también aquí de considerar la virtud divina,
que da tantos y diversos grados de vida y ser, esencial
y accidental, a las criaturas. A unas — como son los
elementos, piedras, y metales — las dota de ser esen-
cial, y tantos y diversos accidentes. A las plantas, de
ser y vida vegetativa, y tantos olores y sabores, y pro-
piedades. A los animales, de vida sensitiva y tantas po-
tencias sensuales y tantas y diversas comprensiones,
instintos y sagacidades. A otras — como son los hom-
bres — de ser, y vida intelectual, y de tantas potencias
sensitivas e intelectivas. A otras — como son los espí-
ritus angélicos y los hombres justos — de una vida di-
vina, y de tantas y diversas virtudes y santas opera-
ciones.
Puede también y debe nuestra ánima levantarse en
conocimiento de la sabiduría de Dios por medio de lo
sobredicho, considerando, cómo Dios ad aeterno sabe
dar todo este diverso ser, y tantos y diversos grados de
perfecciones y hermosuras, que son en todas sus cria-
turas visibles e invisibles, y todos sus movimientos; y
que ab aeterno sabe todos los pasos que da agora una
mosca y una avecica y una hormiga, y los gusarapicos
que vemos a deshora subir por las paredes, y los gusa-
nicos que pasan por los libros, y todos los otros gu-
sanicos, y todos los otros animales, y todos los hombres.
Y sabe todo cuanto se nos antoja hablar y obrar y
pensar y desear, así de bien como de mal, y todas las
veces que por antojo, o por descuido, nos rascamos la
cabeza o los pies, o hacemos cualquier otros movi-
mientos exteriores, o interiores, con descuido o de
propósito, y todas las niñerías que dicen y hacen los
niños, y todo lo que obran y hablan los malos y los
necios y los locos. Y, lo que es más de admirar, todos
los defectos que cometemos todos, como lo pondera el
profeta, diciendo: Mi imperfección vieron, señor, tus
ojosA Quiero decir, que mira y sabe Dios ab aeterno
todas las palabras que cada uno dice, y también cuando
1 Ps. 138, 16.
212
Camino del cielo. II. Meditación
por yerro dice una cosa por otra; y todas las letras que
escribe, y cuando por yerro o descuido pone una letra
o tilde por otra. Y así de todas las otras cosas y opera-
ciones, visibles e invisibles, unas ordenando, otras per-
mitiendo, otras predestinando, otras reprobando. Y su
infinita sabiduría alcanza todas las cosas de un fin a
otro fuertemente, y dispónelas todas suavemente.'^ Y to-
das las cosas, como dice el Apóstol, están desnudas
delante sus ojos 2 y todas ab eterno son de él conocidas,
así las buenas que él ordena, como las malas que en
nosotros permite.
Puede también y debe levantarse nuestro corazón
a pensar en la bondad de nuestro Señor Dios, conside-
rando, cómo no habiendo menester nuestros bienes, ni
pudiendo ser acrecentada su infinita gloria con cosa
alguna, por sólo hacernos bien, ha criado tantos y
diversos bienes, y los está siempre conservando todos;
y está siempre moviéndonos, y a todas las otras cria-
turas a todos los movimientos ya dichos, tantos y tan
diversos.
Y lo que sobre todo esto es de notar, que estas
mercedes y dones, tantos y tan grandes, no solamente
los da a sus fieles siervos y amigos, más aun a sus
menospreciadores y enemigos. Y considera cerca de esto,
cómo está un perverso blasfemando de Dios con su
lengua, y está Dios en aquel mismo tiempo mandando
a sus abejas que hagan panales de miel, y a sus ovejas
que críen leche y carne, y a los peces que oven, y a los
árboles que produzcan tanta diversidad de frutas; y
todo esto, para dar sabores a aquella maldita lengua,
contra su infinita bondad tan ingrata, y que a su in-
mensa majestad está así desacatando y blasfemando.
Débese también notar, y mucho, el modo con que
Dios nos da sus bienes y dones; cómo tiene cuidado
ab aeterno de criar de un grano de trigo una espiga, y
cómo la va criando y aumentando, y cómo después
por tantos medios hace ser apurado el trigo, y después
la harina que de él se saca, y después, que sea amasada,
sazonada y cocida, hasta que viene a ser pan que se
come. Por la misma vía, es de considerar cerca del
1 Sap. 8, 1.
2 Hehr. A, IS.
C. 18. Vida y ser de las cosas
213
vino que bebemos, cómo Dios ab aeterno tiene cuidado
de criar una cepa, y sacar de ella tallos, y después flo-
res, y después agraz, y después de agraz ^ tan agro
convertirlo en uvas dulces, después hacer que el mosto
sea sacado y sazonado por tantos y diversos medios
hasta ser apurado y venir a ser vino y puesto delante
de ti en un vaso para que lo bebas.
Lo mismo es de considerar cerca de la fruta, por
cuántos medios pasa, desde que se alanza una pepita
o un cuesco en la tierra, hasta que viene de árbol cre-
cido a dar su fruta madura. Lo mismo de la carne,
desde que se comienza a criar un corderillo en las en-
trañas de su madre, hasta que viene a ser carnero y
después asado o cocido, o en otras maneras guisado y
puesto sobre la mesa delante de ti en un plato.
Y considera atentamente cerca de todo esto, cómo
Dios ab aeterno puede y sabe y quiere todos estos me-
dios; y agora cuando se hacen, los hace por amor de
ti todos, y mueve a todos a todas estas cosas para que
se hagan; y está presente a todo, y entiende en todo,
y lo hace todo.
Sobre todo esto, has de mirar profundamente la
intención con que nos da todos estos bienes por tantas
y maravillosas vías, que es por amor puro. Porque él
quiere con tantos beneñcios movernos a que le ame-
mos, porque así le participemos y gocemos.
1 i. a ed.: y después el mismo agraz tan agro.
Capítulo XIX
DE OTRA VIA MAS ALTA PARA SUBIR Y APRO-
VECHAR EN EL CONOCIMIENTO Y AMOR DE
DIOS
TRA vía más sublime y excelente para subir y
V_>/ aprovechar en el conocimiento de Dios, es la
que nuestro Señor Jesucristo nos enseña, cuando ha-
blando con aquella dichosa mujer Samaritana, figura
de nuestra ánima pecadora, queriendo, como celestial
Maestro, levantar su corazón, y nuestro, de la tierra
al cielo, a conocer y reverenciar a nuestro Hacedor
con nuestra más alta potencia del puro entendimiento,
le dijo: Los verdaderos adoradores adorarán al padre
en espíritu y en verdad; porque Dios tales adoradores
buscaA Entonces se adora — quiero decir, se mira,
reconoce y reverencia — a Dios de nosotros en espí-
ritu, cuando en llegando con nuestras potencias sen-
suales a estas cosas exteriores, dejamos luego esta sen-
sitiva operación; y, pasando por ellas, nos ocupamos
con el entendimiento en entender la potencia y bondad
y amor que Dios nos enseña en cada una de las dichas
cosas.
Y para esto, ejercítase en considerar cómo da ser
a las cosas, mirando que hay mucha diferencia entre
hacer y criar. Ca un 2 artífice haciendo una imagen o
una arca, hácela quitando, como vemos; que en cada
golpe saca una astilla. Mas Dios hace las cosas, po-
niendo lo que no tienen. Y asegurándose muchas ve-
ces, y muy largamente, represente a su imaginación
que ve a Dios con el entendimiento estar dando el ser
1 lo. U, 23.
2 í." ed.: Que aun artífice (errata evidente).
C. 19. En espíritu y en verdad
215
a la cosa que está criando, y luego vendrá en un cono-
cimiento, no fingido, mas verdadero, que aquella cosa
no se cría a sí misma, mas que la está criando Dios.
De lo cual saca dos verdades. La primera, que lo que
vemos, es lo menos, y lo que no vemos, es lo más; y
así, en todas las cosas que de ahí adelante ve y consi-
dera, luego se aproveche de este fundamento y escalón
y modo o medio, harto bueno para subir al conoci-
miento divino.
Y la segunda verdad, que Dios está presente a todo
en todo lugar y en todo tiempo. Y esto es en inefable
manera provechoso al que con diligencia se diere a con-
siderarlo. Porque, como en todo lo que ve, ya no cura
de lo que los ojos corporales suelen acatar, smo la
interior verdad, conviene a saber, que ninguna cosa
exterior ni interior hay que no la esté Dios sustentando
y formando y hermoseando y acrecentando y multi-
plicando. Y como esta obra sea toda intelectual, vase
en el hombre reviviendo y criando la obra del espí-
ritu, a la cual dándose mucho, como debe, sentirá
gran fruto, porque vendrá presto a tener en poco toda
forma corporal visible, ocupándose siempre con gran
admiración en considerar la potencia y sabiduría y bon-
dad de Dios que considera en las muchas cosas gran-
des y diversas y hermosas.
Y porque la ocupación es buena, con buena inten-
ción tomada, conviene a saber, para buscar a Dios
para lo amar y tener en reverencia; ese mismo Señor,
en aquella admiración en que anda ocupado, le co-
munica un sabor interior, poniéndolo en aquel lugar
do esta negociación se trata — que es en lo más ínti-
mo de las entrañas — . Y como aquel lugar sea deli-
cado y todo inclinado y en todas las cosas deseoso de
amor, júntase la ternura y el grande apetito con la
honorable admiración de las cosas espirituales y la
bondad de Dios, que nunca falta. Y así, en tal manera
se imprime y arraiga y apodera en lo más vivo del co-
razón, que propone en toda su vida no entender en
otra cosa. Y así viene a que no huelga de ocuparse
en otra cosa, sino cuando es compelido por la obedien-
cia, o necesidad manifiesta, que le trae algún negocio
exterior. Que a las veces distrae, aunque entre aquél
procura de no salir fuera del todo de estar con Dios.
216
Camino del cielo. II. Meditación
Pues como esta obra sea toda del espíritu, y el es-
píritu tenga tal propiedad, que mientras más obra,
más crece; y tanto más es hecho hábil, porque es muy
ajeno de todo cansancio; y como vemos que si un
hombre en cualquier obra no cansase, más que siem-
pre obrase, aún daría o haría innumerable obra; así
nuestra ánima, que en lugar de cansar toma fuerzas,
y el sujeto o materia en que se ejercita es en infinita
cantidad grande y en soberana manera sabrosa, júntase
su infatigable obra y va creciendo poco a poco en
grande manera.^
Y demás de esto, tiene nuestro Señor Dios y padre
amantísimo una virtud atractiva,2 con la cual, el áni-
ma que a él con entera diligencia se allega, tan fuerte-
mente la tira para sí, que la hace olvidar de sí misma;
y entrando en las potencias del Señor, en infinita ma-
nera se extiende su crecimiento. Este atraimiento da
a entender el ánima a Dios devota cuando en el libro
de los Cánticos dice a Dios nuestro Señor: Trae me
tras ti y correremos en el olor de tus ungüentos.^ Y dan-
do a entender lo segundo — que es, cómo se extiende
en su aprovechamiento — añade luego diciendo: Tu
nombre es como el aceite que se ha derramado y
cundido.
El segundo fundamento y regla que debemos guar-
dar para dignamente ejercitarnos en la meditación, o
mental y verdadera oración, que se ordena para co-
nocer y adorar y reverenciar a Dios, enséñanosla el
mismo Dios nuestro Señor Jesucristo en la otra pala-
bra que se sigue en la dicha autoridad, do dice: Que
hemos de adorar a Dios en espíritu y en verdad.
Declarado, pues, qué quiere decir "en espíritu",
veamos que quiere decir que le adoremos "en ver-
dad". Esta verdad consiste y nos conviene tener en
dos cosas. Una, en respecto de nosotros, otra, en res-
pecto de Dios. En respecto de nosotros, entonces esta-
mos en la verdad y conversamos con la verdad en su
presencia, cuando según verdad y sin ningún fingi-
miento sentimos de nos mismos, que ninguna cosa te-
nemos ni podemos hacer de bien sin su gracia; lo cual.
1 1.^ ed.: en muy grande manera.
2 ed.: atractaiva (errata).
3 Cant. 1, 3.
C. 19. En espíritu y en verdad
217
porque adelante entiendo probar suficientemente por
razón y por testimonio manifiesto de la santa Escrip-
tura, por tanto aquí no hablaré más desta materia.
La otra verdad en que nos hemos de fundar, es
en respecto de Dios. Entonces andamos en verdad en
respecto de Dios, cuando sentimos de su Majestad toda
perfección pura y sin mezcla de ninguna falta o man-
cilla; o como conviene a su divina esencia, que es, sin
tener limitación, como la hay en la perfección de la
criatura. Y así, considerar su eternidad, que no tiene
principio ni fin; y su majestad, que por modo incom-
prensible está en cada una de las cosas, y en toda
parte mínima de todas, por presencia y por potencia y
por esencia, y no es incluido de ninguna ni de todas.
Está en todas íntimamente, dándoles siempre todo el
ser. Está dentro de todas, no incluso. Fuera de todas,
y no excluido. Debajo de todas para sustentarlas, y
no abajado. Sobre todas, y no elevado. Sólo inmortal
e inconmutable e inmenso en todo. Su potencia no
tiene término. Su bondad no tiene comienzo ni cabo.
Todas las cosas gobierna, sin se ocupar ni impedir-
se. Todas las dispone, sin errarse. Todas las mueve, sin
cansarse. Es un fuego infinito de amor, que siempre
nos ama, y siempre en aquel amor infinito arde sin en-
friarse.
Y cuando parece que nos aborrece, es no porque
aborrezca cosa de cuantas ha hecho, mas porque abo-
rrece nuestro pecado. Esto es lo que castiga, y por la
obstinación condena, que es cuando alguno por su ma-
licia siente mal de él, y huye de él, y procura cuanto en
sí es de lo contradecir, e impedir el amor con que le
ama, y el bien que le quiere hacer. Y porque esto
mejor se entienda, porque nos es grandemente fruc-
tuoso, declarémoslo por un ejemplo.
Pongamos que sea un padre que tenga un hijo al
cual ama cordialmente. Claro está, que el deseo de este
padre es de honrar al tal hijo cuanto más pudiere, y
darle todos sus bienes. Esto es manifiesto, pues vemos
que el fin por qué trabajan los padres, es el provecho
de los hijos. Pues, no es duda ser su deseo, que su hijo
sea discreto y concertado, y capaz de los bienes que le
quiere dar; y junto con esto, que su hijo le tuviese
amor, y siempre holgase más en estar en su presencia
15
218
Camino del cielo. II. Meditación
que con otro, y que si alguna necesidad tuviese, con-
fiase con toda certidumbre que su padre tenía voluntad
de la suplir.
Pues, si el hijo siempre tuviese este concepto de su
padre, siempre estaría seguro; y con la confianza que
de él tiene, allegaríase a él a menudo, y con la mucha
frecuentación de cada día iría más entendiendo y co-
nociendo la voluntad de tan bueno y tan rico padre,
de do le vendría crecer en deseo de le aplacer; de lo
cual se seguiría, que tanto más el padre se comunicaría
con él, y él siempre crecería en más obrar su voluntad;
por lo cual, de cada un i día sería más amado del padre
y digno de recibir las paternales bendiciones.
Pues tornando agora por el contrario, pongamos
que el hijo tuviese una medrosa sospecha de su pa-
dre, que lo quería mal, y por ninguna manera — por se-
ñales, palabras ni obras que el padre le mostrase — , pu-
diese creer otra cosa. Este tal andaría aventado ^ de
la casa de su padre, y por la ausencia de él siempre ten-
dría menos conocimiento de su voluntad. De donde se
seguiría, que sus obras tanto más fuesen ^ discordes
del deseo del padre, que en lugar de ganarle la volun-
tad para que le hiciese mercedes, muchas veces le
indignase ^ contra sí; en manera, que en lugar de bie-
nes mereciese males.
De la misma manera somos nosotros con nuestro
padre Dios; que si tenemos de él buen concepto y firme,
y por consiguiente no huímos de él; antes, ya que por
nuestra flaqueza le hayamos hecho alguna ofensa, nos
pesa; y nos volvemos luego a él, con confianza que
nos dará perdón y salud y remedio para nuestra llaga
y enfermedad y para toda necesidad, como el buen
hijo que sabe que tiene un padre piadosísimo, y que
es de él más amado que de otro: venirnos ha el bien de
su divina majestad y paterna e inmensa bondad, como
el ejemplo arriba puesto lo demuestra. Y de la misma
1 cada un día, forma clásica anticuada por cada día.
2 aventado, e. e., alejado, auyentado. El verbo aventar se usa
aún hoy día pero no con el significado de aquí, sino de lanzar una
cosa al viento para que la lleve éste. Esta misma palabra y con
este significado de aquí la emplea fray Luis de León en los Nom-
bres de Cristo, aunque la forma difiere algún tanto.
3 fuesen por serían.
4 indignase por indignaría. Parece corrompido este pasaje.
C. 19. En espíritu y en verdad
219
manera, por el contrario, si tuviéremos lo contrario del
hijo adverso y perverso.
Debe, pues, el que quisiere aprovechar en el amor
de la bondad y caridad de Dios nuestro Señor, estar
muy atento a todas las señales de amor, que siempre
nos muestra por obras y palabras; y mirar siempre cómo
nos está dando continuamente tantos dones por puro
amor. Y que si aún siendo perversos y huyendo de él,
y menospreciando lo que él nos manda, no cesa de ha-
cernos tantas mercedes, ¿cuánto mayores bienes parti-
ciparemos de él, viniéndonos a él, conociendo nuestra
culpa, y deseando conversarle y agradarle, y estar
siempre en su presencia? Esto nos da a entender la Sa-
biduría diciendo: Sentid de Dios en bondad, y buscadle
con corazón sencillo, porque los que asi lo buscan y en
él confian, sin duda le hallan.^
Sentir, pues, de Dios así: Ser piélago infinito e in-
conmutable en toda nobleza, virtud y bondad. Y que,
si de cada día más no le participamos ni gozamos, es
porque de él huímos. Y conocer de nosotros ser del todo
inhábiles de nuestra cosecha para todo bien, e indig-
nos de todo don, y dignos por nuestra culpa de todo
mal. Y que, no obstante todo esto, si con verdadero
corazón a él nos venimos, nos perdona y remedia, en-
riquece y nos ensalza, y consuela con la participación
de su divinidad, por ser, como ya hemos dicho, esen-
cia invariable e inmensa en toda virtud y bondad;
Esto es estar delante su acatamiento "en verdad". De
lo cual se sigue: que mirar y ver y reconocer todo esto
con el puro entendimiento del espíritu y ofrecerle
nuestra voluntad, es "adorar a Dios en espíritu y en
verdad".
Lo dicho de este capítulo es, por la mayor parte, del
libro llamado ''Via spiritus".'^ Lo cual, por ser útil y
devoto me pareció ser bien recolegirlo ^ en esta última
meditación, que aquí he puesto.
De lo dicho se sigue, cuánta es la maldad y cegue-
dad del mundo. Porque el que a tanta caridad e in-
1 Sap. 1, IS.
2 Fray Bernabé de Palma, Via Spiritus, Salamanca, 1541,
Cfr. Introducción.
3 recollegirlo, e. e., recopilarlo. Latinismo frecuente en los si-
glos XV y XVI.
220
Camino del cielo. II. Meditación
mensa bondad no se aficiona, muy malo es. Y el que
tanta benevolencia y majestad incomprensible menos-
precia, ciego es. Mas el que no huye de Dios, antes a
él se allega con la frecuente y santa meditación; como
sea de la divina noticia alumbrado,^ de cada día se
allega más a él con el deseo; y a él sólo suspira; y le da
y levanta a él todo su corazón, procurando gozar siem-
pre su divina conversación con el ejercicio de la sa-
grada oración.
1 ed.: noticia; 2.<* ed.: illumbrado, errata.
Tercera Parte
COMIENZA EL TERCERO Y ULTIMO EJER-
CICIO DEL CAMINO DEL CIELO, QUE ES
LA ORACION
I
Capítulo I
DE LA CUALIDAD DE LA ORACION Y DE
CUATRO CONDICIONES DE QUE HA DE SER
ACOMPAÑADA, CON LAS CUALES SIEMPRE
ES OIDA
L tercero y último Ejercicio del camino del cielo
L — que es más alto y más sabroso, porque con él
más se busca y halla a Dios — es la oración. Y porque
este divino ejercicio, es el fin para que se ordenan los
precedentes, y por el cual participamos más la divina
bondad y su dulcísima familiaridad, que es causa de
todos los bienes verdaderos y dones perfectos; conviene
considerar con toda atención acerca de seis cosas. La
primera, la cualidad de la oración. La segunda, su ne-
cesidad. La tercera, su nobleza y excelencia. La cuar-
ta, su utilidad. La quinta, los impedimentos con que
el demonio procura quitamos ^ de la oración. La sex-
ta, de los remedios para amarla, y tener en ella atención.
Cuanto a lo primero — según [el] Sanio Damasceno
dice — la "oración es un levantamiento del alma a
Dios". Este levantamiento, o subida, es por deseo, el
cual procede del conocimiento de Dios, que con la fre-
cuentación profunda sobredicha alcanzamos. De modo
que la meditación pare la verdadera oración. Porque
considerando profundamente, y sintiendo cuán amable
sea nuestro Señor Dios en sí mismo, y cuán amador
nuestro, somos despertados e inflamados a amarle, y a
desear verle y agradarle. Y este deseo, enviado a Dios,
es una petición del corazón, en lo cual consiste la
oración.
Esto mismo da a entender nuestro padre San Agus-
1 quitarnos, e. e., apartarnos.
224
Camino del cielo. III. Oración
tín, cuando, definiendo qué cosa sea oración, dice:
Oración es una petición hecha a Dios para alcanzar
las cosas que nos convienen. En decir, que esta peti-
ción es hecha a Dios, se da a entender, que el alma,
cuando ora, ha de mirar con quién habla, y a quién
pide; y esto, no se mira y siente, sino con el corazón.
Pues, luego pedirlo con sola la lengua, sin sentir lo
que habla, no es orar, sino parlar. Si esto fuese oración,
también podría orar un tordo o papagayo; porque,
enseñándole el pater noster, podría decirlo. ¡Gran mal
es que tú, hablando con el rey terreno, que es un gu-
sanico como tú, y sobre pedirle algunas mercedes de
cosas transitorias, estés muy atento y remirado; y que
hablando con el sumo rey del Cielo y Dios todopode-
roso, y sobre pedirle mercedes de los bienes verdaderos
y eternos, no estés mirando a lo que dices, ni con
quién hablas; y que hablando con la majestad divina,
tengas el corazón en la plaza o en alguna cosa transi-
toria!
De estos tales se queja el mismo Dios por un pro-
feta, diciendo: Este pueblo con sus labios me honra,
más su corazón lejos está de mí A
En esta definición del bienaventurado padre San
Agustín se incluyen las condiciones que ha de tener la
oración para ser oída, y alcanzar todo lo que demanda.
En lo que dice "petición", se denota 2 la humildad con
la cual conocemos nuestra falta y necesidad. Porque
el que a otro pide, es que no tiene, y el humilde — que
es el que verdaderamente se conoce — halla que de sí
no tiene bien alguno, y que le falta todo, así lo reci-
bido — porque por su ingratitud merece que le sea qui-
tado — como también todo lo demás que pide de
nuevo; porque de todo es indigno. Y que no sólo no
merece bienes algunos, mas muchos males, incompa-
rables y perdurables.
Conociendo esto, como lo conoce, el humilde, y
viéndose en toda mengua, da voces con gemidos inena-
rrables, pidiendo el remedio a la misericordia divina.
Y conociendo su indignidad y maldad, ora con hu-
mildad. Y el que así humillándose ora, alcanza de Dios
1 Is. 29, 13.
2 se denota, latinismo por se indica o señala.
C. 1. Definición y condiciones
225
lo que pide. De estos dice el profeta: Miró Dios la ora-
ción de los humildes y no menospreció sus ruegos.^
Y el Sabio dice: La oración del que se humilla penetra
los cielos.'^
La segunda condición es la confianza, y ésta se nos
representa en decir, que la "petición es hecha a Dios".
Así como la humildad nace del conocimiento de ti
mismo, que es el que pide; así la confianza nace del
conocimiento de Dios, que es a quien se pide. El que
a Dios conoce, con gran confianza le pide, porque
sabe que es Dios piélago infinito de piedad y de libe-
ralidad. Por lo cual dice nuestro Padre San Agustín:
Haya vergüenza la pereza humana; porque más quiere
Dios dar, que el hombre le ose pedir, Gran falta de co-
nocimiento de Dios es, que tengas tu confianza de ser
favorecido de un hombrecillo, como tú, y que alcan-
zarás de él todo lo que te cumple; y que no tengas esta
confianza de Dios que te crió, y te quiere, para darte
a sí mismo. El que sin confianza entera de Dios, ora,
no merece alcanzar lo que pide. Y por esto dice el
apóstol Santiago: El que ora, demande con fe, no du-
dando cosa alguna. Porque el que duda semejante es a
la ola del mar, que se mueve con cada viento.^ Y no
piense aquel tal alcanzar de Dios cosa alguna. La con-
fianza, del amor procede. Cuando uno ama a otro y
cree ser de él amado, con mucha confianza le pide. Por
tanto el que con mucha confianza no pide a Dios,
claro está que no le ama, ni cree, ni siente cuánto es
de Dios amado. El que a Dios ama, con toda confianza
le demanda cuanto desea.
Y esto es lo que dice el apóstol: El que espera, no
será en lo que pide confundido, porque el amor de Dios
es en nuestros corazones difundidoA Si tuviéredes tanta
fe como un grano de mostaza, y mandáredes a los
montes que se pasen de una parte a otra ^ — ofrecién-
dose necesidad o razonable causa — obedeceros han,
dice el mismo Señor Dios nuestro. Con toda fiucia ^ ha
1 Ps. 101, 18.
2 EcclL 35, 21.
3 lac. 1, 6.
4 Rom. 5, 5.
5 Mt. 17, 20.
6 fiuza o fiucia, igual a confianza.
226
Camino del cielo. III. Oración
de pedir, el que pide mercedes a un señor tal, que es
todopoderoso e infinitamente magnífico y piadoso. Y por
esto dijo el mismo Señor nuestro a sus discípulos,
viéndolos en el mar temerosos: Tened confianza, que
yo soy.^ De aquí se sigue, que cuanto uno más de
Dios confía, tanto más alcanza lo que desea.
La tercera condición es, que sea saludable; con-
viene a saber, que se pidan cosas no contrarias mas
convenientes a nuestra verdadera y eterna salud. Esto
da a entender nuestro Señor Jesucristo, diciendo: En
verdad os digo, que cualquier cosa que pidiéredes al
Padre en mi nombre, os la dará.^ Su nombre es Jesús,
que quiere decir Salvador, No pide, pues, en su nom-
bre el que pide cosas contrarias o impertinentes a su
salvación. De aquí es, que las cosas temporales, como
son salud del cuerpo, hijos, haciendas, honra y cual-
quier otro bien transitorio, no se ha de pedir absoluta-
mente, sino condicionalmente, esto es, si nos fuere para
lo eterno conveniente. Porque algunas veces puede ser
que estas cosas no nos cumplan, antes impidan; y en-
tonces no deben ser deseadas, y es gran misericordia
que nos sean negadas.
Otras veces nos son útiles estos bienes temporales
para los espirituales, y entonces sin duda nos son con-
cedidos, porque los ordenamos para el fin suyo, que es
para los eternos. Y por esto dice nuestro Señor Jesu-
cristo: Buscad primero el reino de Dios y su justicia,
y todas estas cosas temporales os serán añadidas.^ El
que las pide por solas ellas, parando en ellas, que es no
siendo para el dicho fin ordenadas, como sean cosas
transitorias, en vano pide, porque nada pide. Y esto
demuestra el Señor, diciendo: Hasta ahora ninguna
cosa habéis pedido, pedid de aquí en adelante en mi
nombre, y recibiréis^ Dice, que ninguna cosa habían
pedido; porque tiene Dios, y debemos nosotros tener
por nada, lo que S0> pasa, que es todo esto visible, sino
en cuanto se ordena para lo espiritual y divino, que sin
fin permanece. Esto significa en lo que añade: Pedid
en mi nombre — que Salvador quiere decir — todas
1 lo. 6, 20.
2 lo. 13.
3 Mt. 6, 33.
4 lo. 16, 2^.
C. 1. Definición y condiciones
227
las cosas que cumplen para vuestra salvación, y reci-
birlas heis.
No es cosa honesta pedir cosas vanas a un señor de
infinita potencia y magnificencia, que desea y nos man-
da le pidamos grandes mercedes e inefables dones. Lo
que absolutamente le debemos pedir, es la vida bien-
aventurada y eterna, y los medios para alcanzarla, que
es su gracia y virtudes, y todos los dones espirituales
que para más amarle y servirle nos sean importantes;
y condicionalmente, cualesquier bienes temporales;
quiero decir: siendo expedientes i para los sobredichos.^
Y si bien miramos, en dos cosas se incluyen todas
las que pide el que piadosamente y dignamente ora y
a Dios así orando demanda; que son, verle y agradar-
le. El que así ora, todo cuanto pide alcanza, porque su
oración es saludable y piadosa. Y esto es lo que dice
nuestro padre Santo San Agustín en la definición so-
bredicha, diciendo, que es la oración petición de cosas
convenientes, que es lo mismo que saludables.
La cuarta condición es la perseverancia, que de lo
dicho se sigue. Porque el que conoce la suavidad y fe-
licidad que con la oración se alcanza, nunca de orar
se cansa. Por lo cual dice nuestro Señor en el Evange-
lio: Que conviene siempre orar y nunca desfallecerá
Y el apóstol nos dice y amonesta que oremos sin in-
tervalo, que quiere decir, de continuo.^ El que verda-
deramente a Dios ama, siempre ora; porque el amor
divino siempre le mueve el corazón,^ lo cual dijimos
que es orar. Si el que da petición al rey terrenal, o a su
Consejo, sobre demandar su hacienda, renta o estado,
no se querría ocupar ni entender en cosa que esto le
impida; ni se cansa de negociarlo, aunque le dure este
negocio toda la vida, ¿cuánto más no se debe cansar
en este tiempo ^ el que pide a Dios los tesoros incom-
parables e incorruptibles, y aquel estado de señorío
perpetuo de su celestial reino, y la visión y fruición
de ese mismo Dios infinito? Pues es cosa cierta, que si
1 expedientes, e. e., convenientes. Latinismo hoy no usado
del verbo expedio, convenir.
2 sobredichos, e. e., fines eternos o espirituales.
3 Le. 18, 1.
4 1 Thess. 1, 2.
5 í.« ed.: a deseo de le ver y agradar, lo cual...
6 1.^ ed.: En este momento de tiempo.
228
Camino del cielo. III. Oración
persevera en demandarlo, no le será negado; más que
con pedirlo con verdadero deseo en este tiempo bre-
vísimo, será de él tan presto alcanzado. Señal es que es-
tima en poco estas mercedes, quien se cansa.de desear-
las y pedirlas.
Ayuda a perseverar en la oración, que en todo tiem-
po y lugar podemos pensar en Dios y con nuestro
deseo hablarle y pedirle: en la iglesia, y en casa, y en
la plaza, y en la calle, y en el camino, estando solos
y acompañados. Siempre podemos y debemos tener en
Dios nuestros ojos, como lo dice el profeta,^ y proveer
de tenerle siempre en nuestro acatamiento, para ha-
blarle con nuestro deseo orando, como en otra parte
lo enseña el profeta mismo: Siempre ora, quien siempre
a Dios bendice.'^ Por lo cual el mismo profeta dice en
otra parte: Bendeciré a Dios en todo tiempo. Y él mis-
mo amonesta a su ánima en otro Psalmo, que bendiga a
Dios en todo lugar de su señorío,^ que es, en toda par-
te del mundo.
Los tres niños, que menospreciaron adorar la es-
tatua del rey de Babilonia, oraban estando en el fue-
go; 4 y Jonás, en el vientre de la ballena; ^ San Pablo
en lo profundo del mar; ^ San Pedro, en la cárcel;
San Andrés, en la cruz;^ y todo justo, en cualquier
lugar y tiempo. Así como no hay momento en que no
estemos recibiendo algunos dones de la mano divina,
así no debe haber momento en que no tengamos a Dios
en nuestra memoria, como nuestro padre San Agustín
lo enseña.
Que la perseverancia de la oración alcance de Dios
todo cuanto quiere, dalo a entender el mismo nuestro
Señor Dios en el Evangelio, diciendo: ¿Qué hombre hay
que si tuviere un amigo y fuere a él a la medianoche a
pedirle lo que se lo ofrece que le cumple y que si perse-
vera en llamarle, aunque esté acostado, y cerrada la
puerta, y en tiempo tan importuno, que no se levante y
1 Ps. 53, Jt.
2 Ps. 2^.
3 Ps. 102, 22.
4 Dan. 3, 25.
5 Ion. 2, 1.
6 2 Cor. 11, 25.
7 Act. 12, U.
8 Act.
C. 1. Definición y condiciones
229
le dé cuanto le pide, si persevera en llamarle y deman-
darle.^ San Pablo no cesó de orar para ser librado del
estímulo, hasta que le fué respondido: que le era dada
gracia con que fuese aquél vencido para mayor mérito
suyo? 2 La Cananea perseverando en la oración, alcan-
zó lo que pedía. ^ Nuestro Redentor perseveró orando
en el huerto, hasta que el ángel se le apareció y le
conhortó.^ Y aún dice el evangelista que, puesto en
aquella agonía, más prolijamente oraba. Y en las pos-
treras palabras que habló a sus amados discípulos, lo
que les amonesta y encarga es, que se den a la oración.
Velad — dice — y orad, porque no entréis en ten-
tación.^
No hay cosa que el demonio más aborrezca y más
impedir procure, que es la oración. Porque sabe que
no tenemos otras armas con que él se vea vencido, ni
tiempo en que se nos siga más fruto. Por esto, procura
de entremeter muchos y diversos pensamientos, y de
atraer todas ocasiones para otros motivos, y atraer cua-
lesquier impedimentos. ^ Y así, hace los principios de
la oración ser penosos a los imperfectos; porque, o
por la dificultad vencidos, o por su astucia engañados,
no oramos. Mas si tú, hermano muy amado, crees a
nuestro Redentor, serás continuo orador.'^ Si siempre
andas con deseo de siempre a Dios agradar, nunca ce-
sarás de orar.
Aprovecha mucho para la perseverancia de esta ora-
ción divina, conocer la necesidad y nobleza y utilidad
de ella; y destos tres puntos resta tratar en los siguientes
capítulos.
1 Le. 11, 6.
2 2 Cor. 12, 9.
3 Me. 7, 2A-31.
4 Le. 22, l^k. Conhortó ; igual a confortar. Latinismo del verbo
conhortar, coexhortar, alentar con.
5 Le. 22, hO.
6 cualesquier impedimentos: el original pone cualquier, errata
evidente por cualesquier. Atraer-atraer, por apartar. Debe ser error
de imprenta, por distraer.
7 orador, e. e., suplicante u orante. Latinismo hoy en desuso,
pues la palabra orador se aplica sólo al que ejercita la oratoria.
Capítulo II
DE LA NECESIDAD DE LA ORACION
LA oración te es sobre todas las cosas necesaria con-
tra tu necesidad y miseria, la cual no se remedia
sino por la misericordia divina, que por medio de la
oración se alcanza. Así lo enseña el profeta diciendó:
Bendito sea el Señor que no apartó de mí la oración
mía y la misericordia suyaA La oración nuestra y la
misericordia suya pone juntas, porque siempre andan
acompañadas.
A quien Dios hace merced de darle el don de la
oración, nunca le niega su misericordia, para todo lo
que cumple a su consolación y salvación. La razón es
clara. Porque como Dios sea la fuente do todo bien
emana, y sea bondad inñnita, siempre tiene voluntad
de se nos comunicar. No nos da sus dones por nuestros
méritos, porque los mismos méritos son dones suyos;
mas deja muchas veces de darlos a los que le cierran
la puerta, no queriéndolos, y haciéndose por su mali-
cia indignos. No los da, porque por nuestras obras,
como de propia virtud nuestras, se merecen; mas nié-
galos a los que las desmerecen. No quiere Dios de nos-
otros sino que no le contradigamos, y que con nuestras
maldades no le impidamos y repugnemos.2 Él siempre
está a la puerta de nuestro corazón llamando, previ-
niéndonos — aunque malos e indignos — para que, en
abriéndole, se entre a cenar con nosotros, para hacer-
nos todas las mercedes que quisiéremos, y remediar to-
das nuestras necesidades. Pues, así como la puerta de
nuestro corazón está a Dios cerrada por el conoci-
1 Ps. 65, 20.
2 repugnemos, esto es, contradigamos, opongamos. Latinismo
(del verbo repugnar z=z luchar, combatir), hoy casi en pleno desuso.
C. 2. Necesidad
231
miento y menosprecio; así la abrimos con el buen co-
nocimiento y deseo. Y este deseo es la verdadera ora-
ción, como ya hemos dicho.
Pues, si quieres conocer la necesidad que tienes de
orar, considera bien los males y peligros, necesidades y
miserias, presentes y futuras, en que estás engolfado;
pues, para todo esto es la oración único remedio. Las
necesidades y miserias que en esta vida padeces en el
cuerpo y en el alma, hallarás, si bien miras, que son
sin cuento y continuos. Sino que, como nacimos y nos
criamos con ellas, no son tan miradas. ¿Qué de defec-
tos en el cuerpo, en el más rico y poderoso del mundo?
Hambre, sed, hastío, cansancio, mil géneros de enfer-
medades, dolores y corrupciones en que estamos a
cada paso sujetos y de pies a cabeza metidos. Y sobre
todo esto, la muerte, que siempre nos anda acechando,
y nos ha de arrebatar a deshora y presto. En el ánima,
llenos de ignorancia, con que a cada paso se nos ofrece
en que no sabemos lo que nos cumple. Llenos también
de malas inclinaciones, cargados de pecados, comba-
tidos de grandes y diversas tentaciones, de la carne,
del mundo, de los demonios. Cercados de malas com-
pañías, de hombres necios y maliciosos, malévolos, fin-
gidos, mintrosos,! cautelosos, ingratos, traidores crue-
les y pestíferos. Estorbadores para el bien, provoca-
dores para el mal. Escarnecedores de la virtud, vacíos
de caridad, llenos de malignidad. Finalmente, conver-
samos— como dice el apóstol — en medio de la na-
ción prava y perversa,'^ y moramos — como dice
Ezequiel — entre los escorpiones e incrédulos y revol-
vedores.^
¿Pues, qué si alzamos los ojos a las miserias de la
otra vida, en que hemos incurrido por un solo pecado
mortal — ¿cuánto más por muchos? — ; y miramos la
pérdida de los bienes verdaderos y eternos del paraíso;
y estar condenados a los tormentos perdurables del in-
fierno; y que es cierto que la sentencia está ya dada, y
que no sabemos si está revocada; y los muchos de los
mismos cristianos que caen en ella? Si estas cosas pro-
1 mintrosos, e. e., mentirosos. Es contracción de mintirosos,
forma aún hoy día muy usadxi en el pueblo.
2 Phil. 2, IJf.
3 Ez. 2, 6.
232
Camino del cielo. III. Oración
fundamente pensamos, ¿en cuánta miseria nos halla-
remos?
Cosa es de grande admiración, cómo nos podemos
reir en este mundo, viéndonos puestos en tanto peligro.
Cosa es de gran dolor ver, que no podamos dormir, ni
comer, ni cosa alguna negociar, sin hablar de esto, o
pensar en esto, y ordenar todo lo que hacemos a librar-
nos de tan incomparable peligro. Miremos bien esto:
Cómo estamos siempre en la presencia y en la mano
de Dios, a quien tanto hemos ofendido. Y temiendo,
como es razón, sus juicios, con los cuales caen y se
condenan tantos, procuremos de sentir, cómo en todo
momento estamos en este tan gran peligro, que es sol-
tarnos y arrojarnos Dios de su mano, y así perderle sin
remedio y caer de la jurisdicción del cielo hasta el pro-
fundo del infierno; y que, por tanto, siempre debemos
estar demandando a Dios misericordia con voces de
incomparable deseo. Esto nos enseña el profeta dicien-
do: Como los ojos de la esclava en las manos de su se-
ñora, así están los nuestros a nuestro Señor Dios, hasta
que haya misericordia de nos.^ Y en otro Psalmo dice,
hablando de este peligro: Mis ojos siempre están pues-
tos en Dios, porque él librará mis pies del lazo.^
Pues, como la oración sea la que alcanza la miseri-
cordia para toda nuestra miseria y sea para todos nues-
tros males único remedio, según habemos ya probado,
cuanto tus miserias presentes y futuras pudieres más
conocer, tanto conocerás más la necesidad que tienes
de orar. Esto significa el Apóstol, a do dice: que el
Espíritu Santo pide por nosotros con gemidos inena-
rrables.^ Quiere decir, que nos muestra el peligro y mi-
serias en que estamos, y nos hace orar con gemidos
inefables para librarnos de tantos y tan grandes males.
1 Ps. 122, 2.
2 Ps. 2U, 15.
-3 Rom. 8, 2fí.
Capítulo III
DE LA NOBLEZA Y EXCELENCIA DE LA
ORACION
OMO dice el bienaventurado San Crisóstomo, nin-
guno hay que ignore ser la oración causa de todo
bien. Mas, aunque esto se sepa de todos con una noti-
cia universal, conviene que, según nuestras fuerzas,
tratemos en particular este negocio. Porque los que ya
comenzaron a habituarse en la oración y ocupar en
ella su vida, se les aumente la intención y amor de ella.
Y también, los que hasta agora han vivido tan incon-
sideradamente, que han menospreciado su ánima, de-
jándola desamparada deste divino ejercicio y único
refugio y amparo, conozcan juntamente la pérdida de
su tiempo pasado, y en el que les resta de vivir, no per-
mitan privarse de la salud.
Ocurre, pues, luego, para^ hablar de sus excelen-
cias, primeramente aquella que es máxima, conviene a
saber: que el que ora, habla con Dios. ¡Oh, de cuanta
dignidad es hablar el hombre con Dios todas las veces
que quiera, y tener familiaridad con su infinita majes-
tad, y gozar de la conversación dulcísima de su infinita
bondad; y que por sólo esto, que es conversar con Dios,
que es gozar de tanta honra y tan delectable y bien-
aventurado coloquio, alcance del mismo Dios todo
cuanto quiere y le pide! Si el Rey terreno concediese
a alguno tal gracia, que pudiese hablar con él cada vez
que quisiese, y cuanto quisiese, sin que ninguno le pu-
diese impedir; y que sólo porque se huelgue y quiera
hablarle y conversarle, le dará cuanto le pidiera: ¿en
qué tanto debría estimar esta gracia de tan gran am.or
1 para hablar = al hablar. Empleo poco frecuente, aun en el
siglo XVI, de la preposición para con significado de al.
15
234
Camino del cielo. JII. Oración
y favor significativa? Pues si tener tal gracia con el rey
de la tierra [es singular favor], ¿cuánto más con el rey
del cielo? Pues mira, oh ánima, que con el ejercicio de
la oración alcanzas esta gracia suprema, que es con-
versar deleitablemente con Dios. Y por esto sólo, que
es un gozar deleitable de su conversación, alcanzas
cuanto quieres de ese mismo Dios. Y por esto dice el
profeta: Deléitate en Dios y y darte ha las peticiones de
tu corazón.'^
Es ésta una dignidad de tanta honra, que sobrepuja
la majestad angélica. Lo cual entendiendo bien los mis-
mos ángeles, como por la santa Escriptura se dice. To-
dos con mucho temblor ofrecen al Señor sus loores,
teniendo cubiertas sus caras y sus pies por la suma re-
verencia con que le hablan, y siempre dando vuelo sin
descanso. En lo cual significan, cómo están temblando
con temor de reverencia y con gozo ante el acatamien-
to divino; dándonos también a entender que nos hemos
de llegar a la oración con gran temor y gozo. Con te-
mor, temiendo ser indignos de hablar con Dios. Con
gozo, considerando las sumas mercedes que en esto
nos son hechas. Y también, que cuando oramos, debe-
mos olvidarnos de nuestra humana naturaleza; item,
que siendo llenos juntamente de gozo y temor, no mi-
remos cosa alguna de estas presentes; mas estimémonos
estar en medio de los ángeles, y ofrecer juntamente con
ellos un mismo sacrificio.
En todas las otras cosas, gran diferencia hay entre
ellos y nosotros, así de parte de su naturaleza, como
en todas las otras virtudes. Mas en la oración, comuni-
can los hombres con los ángeles. La oración es la que
nos distingue de los animales brutos, y nos acompaña 2
a los espíritus angélicos. De que se sigue, que fácil-
mente pasa a su compañía el que orando imita su vida.
¿Qué cosa puede ser hallada más santa, ni más sabia,
ni más justa, ni más hermosa y adornada? Si los que
acostumbran a hablar con hombres sabios, por la con-
tinua costumbre de comunicar con ellos, de tal manera
son mudados y mejorados, siendo de su prudencia re-
vestidos, ¿qué podremos decir y sentir de los que
1 Ps. 86, Jf.
2 nos acompaña nos hace iguales o compañeros de los ángeles.
C. 3. Nobleza y excelencia
235
con ese mismo Dios acostumbran a platicar? ¡De cuán-
ta sabiduría y virtud, de cuánta prudencia y bondad los
hinche la oración con su frecuentación! ¡Cuánta digni-
dad al linaje de los mortales, que es poder gozar con-
tinuamente de su divino coloquio, por el cual alcan-
zamos ser inmortales!
Por cierto, necesaria cosa es que todo aquel que con
Dios tiene familiaridad, sea superior a la muerte y a
toda cosa corruptible. Así como es imposible que el
que goza de ios rayos del sol, no sea libre de las tinie-
blas^ así también no es posible que el que conversa con
Dios, fuente de la vida, no sea hecho inmortal; porque
la misma alteza de esta dignidad nos traspasa a la in-
mortalidad.
Si los que con el emperador familiarmente hablan
y conversan, habiendo recibido de él esta honra, no pue-
den ser pobres; ¿cuánto menos puede ser, que los que
con la oración acostumbran a hablar con Dios, y a él
por la virtud de ella son hechos familiares, tengan las
ánimas mortales? La muerte del ánima es la impiedad
y la vida contraria a la ley divina. De lo cual se si-
gue: que la vida del ánima es el culto divino, y la vida
a este culto divino digna. Pues, la tal vida piadosa y
de este divino ejercicio merecedora, la oración la cría
y con modos maravillosos concilla y aumenta y guarda.
Si alguno es poseído del amor de la virginidad; o
si estudia abrazar la castidad honorable del matrimonio;
o si quiere hechar freno a la ira; o si alguno cobdicia
verse limpio de la pestilencia de la envidia; o si procu-
ra hacer otra cualquier cosa, que para vivir rectamente
conviene; la oración le ha de guiar y con ella fácil-
mente lo puede todo alcanzar. No es cosa posible, que
el que pide a Dios castidad, justicia, mansedumbre y
benignidad, no alcance de él lo que pide, pues él mismo
nos dice: Pedid y daros han, buscad y hallaréis, lla-
mad y abriros han. Porque todo aquel que pide, recibe;
y el que busca halla; y al que llama, se le abre la puer-
ta.^ Y él mismo dice en otra parte: ¿Quién de vosotros
hay que si su hijo le pide pan le dé una piedra, o si
le pidiere algún pece le diere un escorpión? Pues si vos-
otros, siendo malos, sabéis dar buenos dones a vuestros
1 Le. 11, 9.
236
Camino del cielo. III. Oración
hijos, ¿cuánto más vuestro padre celestial dará buen
espíritu a los que lo piden? Con tales palabras y con
tal esperanza nos provoca a orar el Señor de todas las
cosas.
Conviene, pues, que, obedeciéndole, empleemos siem-
pre toda nuestra vida en oraciones y divinos loores; y
con mayor cuidado de este santo ejercicio y divina
obra, que de nuestra propia natural vida. Porque ansí
orando, tendremos vida digna de hombres. Porque
cualquier que no se habitúa a orar y gozar con la ora-
ción del coloquio divino, este tal está muerto e insen-
sato.i Porque esto sólo es evidentísimo argumento de
haber perdido el juicio: no entender la grandeza de esta
honra de la familiaridad divina, ni amar este divino es-
tudio, ni estar persuadido, que toda alma de oración
está viva y con vida divina.
1 insensato, e. e., insensible. También puede tener el aignifi'
£ado de necio.
Capítulo IV
DE LA UTILIDAD Y PODERIO DE LA ORACION
A Utilidad de la oración, de las cosas ya dichas en
el capítulo precedente puede ser entendida. Mas,
porque despertemos a amarla, veamos ahora más especí-
ficamente el valor y poderío de ella, y consideremos pro-
fundamente su virtud, para todo bien poderosa, y su
incomparable eficacia.
Suficientemente podremos conocer todo esto, si
atentamente miramos y entendemos — según lo ponde-
ra San Crisóstomo — las palabras de nuestro Señor Je-
sucristo, que con su misma boca nos ha dicho: Decía-
les — dice el santo Evangelio — esta parábola. Había
en una ciudad un juez tan malo, que ni temía a Dios,
ni había vergüenza de los hombres. Había en aquella
misma ciudad una viuda, la cual vino a él, pidiéndole
que le hiciese justicia de su adversario, y nunca quería.
Mas, perseverando ella en suplicarle y pedirle, dijo
aquel mal juez dentro de sí: Aunque yo no temo a
Dios, ni acato a los hombres, mas porque esta viuda me
es molesta, quiero otorgarle lo que me demanda, y ven-
garla de su adversario, siquiera porque con su impor-
tunidad no me moleste.^ Añadió, pues, luego, nuestro
Señor, y dijo: Oid lo que dice el juez inicuo. Pues, si
el tal dijo esto, ¿cuánto más Dios hará a los suyos ven-
ganza contra todos sus adversarios y oirá a sus esco-
gidos que, orando le llaman, dándole voces de día y
de noche? Yo os digo que los vengaré y presto.
Oigamos, pues, oh hermano — dice San Crisósto-
mo — tan profunda y tan saludable y juntamente tan
suave sentencia de esa misma verdad dicha. En la cual,
1 Le. 18, 1-8.
238
Camino del cielo. III. Oración
queriendo nuestro Señor convidamos a la oración y
comendar i a nuestros corazones la utilidad de ella, in-
duce y propone un juez malo y cruel y que había arro-
jado de sus ojos toda vergüenza a los hombres, y de su
ánima todo temor de Dios. Bastará, por cierto, propo-
neros la persona de un juez justo y piadoso, para que la
bondad de Dios, se nos mostrará de cuánto valor y
potencia sea la oración. Porque si el hombre manso y
benigno recibe alegre y amigablemente a los que lle-
gan a él y le ruegan, ¿cuánto más hará esto con nos-
otros nuestro Dios, cuya benignidad acerca de los mor-
tales es tanta, que no sólo excede nuestra inteligencia,
mas aun es mayor de lo que puede comprender la na-
turaleza angélica? Bastara, pues, como dije, proponer
la persona de un juez justo. Mas propónenos e induce
un juez airado, impío e inhumano y en todas las otras
cosas implacable; mas, a los ruegos frecuentados y por
su suplicación hecho manso y benigno. Y esto, para
darnos a entender, que la oración vence aun el ingenio
o ánimo malo, y con ella es fácilmente convertido, y a
misericordia y clemencia atraído.
¿Por qué causa ha propuesto Cristo nuestro Señor tal
semejanza, sino porque ninguno ignore cuánta fuerza
tenga la oración y cuánta sea su eñcacia? Por tanto,
después que propuso a la viuda delante el juez, el más
inhumano del mundo, y muestra que el tal, contra toda
naturaleza, vencido por los ruegos de aquélla, le había
hecho hacer obra humana y tan buena, convierte en-
tonces la parábola a su Padre, y tal padre, tan manso,
tan benigno y tan humano; a aqud que con su miseri-
cordia vence los pecados de todos los mortales y toda
nuestra malicia; a aquél que perdona tantas y tan gra-
ves ofensas; a aquel que sufre cada día tantas malas
palabras contra él dichas, y tantas injurias, y que di-
simula la honra hecha a los demonios y ser él ofendido
con muchas deshonras, y a su Hijo unigénito haber tra-
tado con innumerables vituperios, y que sufre otras
muchas ofensas graves; de ellas, que se pueden decir;
de ellas, que cumple callar; y con ser tan ofendido, es
a todos tan manso.
Pues, si viere a algunos llegarse a él con aquel te-
1 comendar por encomendar. Latinismo desusado.
C. 4. Utilidad
239
mor y reverencia que le es debida, ¿por ventura no
habrá de ellos misericordia? Oíd, dice, lo que el juez
inicuo dijo: Aunque no temo a Dios, ni he vergüenza
del hombre, mas porque no me fatigue más con sus
ruegos, yo la vengaré. ¿Qué es lo que dices, oh juez?
Lo que no pudo el temor, pudo el ruego. Las amenazas
de Dios, ni todo lo que de su juicio se espera, no mo-
vieron a aquel hombre a hacer justicia. Mas la supli-
cación de la viuda, trocó al juez inicuo, haciéndolo de
feroz tan manso. Pues, si aquella viuda, suplicando,
hizo a aquel juez cruel ser tan manso, ¿qué podremos y
debemos pensar que hará la oración con aquel Señor
que es tan benigno? No debríamos de apartar nues-
tro pensamiento de la consideración del juez malo,
para que, en aquella su mansedumbre, que era fuera
de su condición y contra naturaleza, contemplemos la
bondad de Dios inefable e inmensa. Porque si aquel
que nunca había pensado de usar de humanidad con
alguno, súbitamente fué mudado a misericordia por el
ruego de la viuda, ¿cuánto cuidado y benevolencia cau-
sará en Dios acerca de nos nuestra oración ante su aca-
tamiento continuada?
Cuánto valga y pueda la santa oración, fácilmente
podrá conocerlo el que considere y sintiere, cuántos y
cuán grandes bienes son los que alcanzan los que fre-
cuentemente oran. ¿Quién no sabe que nuestro Señor
Dios nos da tanta luz del sol, luna, y estrellas, y la
templanza del cielo, y tanta abundancia de alimentos,
tantas riquezas, y esta misma vida, e innumerables bie-
nes para ella; y que todos estos dones innúmeros da a
todos, buenos y malos, por sola su inmensa bondad con
que nos ama, aunque tan indignos? Pues si a los que
no le ruegan da tantos bienes, ¿qué dará a los que toda
su vida se ocupan en oraciones y en sus divinos loores?
Son tantos y tan grandes los bienes que alcanzan los
que oran, que cualquier hombre de sano juicio tendrá
por mayor daño ser privado de la oración, que de la
propia vida. Esto nos enseña bien con su ejemplo aquel
santo mancebo y profeta Daniel,^ el cual antes escogió
morir, que privarse por sólo tres días de orar. Esto hizo
con gran razón. Porque si nuestro Señor Dios no se
1 Dan. 6, 13.
240
Camino del cielo. III. Oración
inclina a nos, ningún bien puede venir en nuestras al-
mas; pues, como dice el profeta: Lo que a nuestro
Señor Dios inclina, es la oración nuestra.^
De aquí se sigue que si alguno no ama el estudio
de la oración, ni tiene de ella ferviente cuidado, claro
está no ser el tal de virtud alguna dotado. Por el con-
trario, si alguno se da insaciablemente a este santo ejer-
cicio, y tiene por el mayor daño del mundo el tiempo
que de orar se ha perdido; este tal, es hecho templo de
Dios y de toda virtud adornado.
La oración es medicina del ánima, con que es pur-
gada de todos los malos humores de los vicios y librada
de todos los pecados. Esto se manifiesta bien en los
Ninivitas;2 los cuales, estando llenos de vicios, luego
que por la oración devota se volvieron a Dios, fueron
perdonados; y los que mucho habían provocado a ira
a nuestro Señor, con la oración le amansaron. La ora-
ción fué más poderosa para hacerles bien, que su mala
costumbre para el mal. La oración alimpió aquella gran
ciudad de los vicios carnales, y la hinchó a deshora de
las leyes celestiales. jTan a deshora mudó la oración
aquella ciudad, y la trocó de turpísima en santa y de-
vota, que si alguno que la hubiera visto de antes en-
trara en ella, no la conociera! Así como si alguno hu-
biese visto alguna mujer mendiga, que acostumbrase
andar vestida con vestiduras viles, rotas y sucias, y
después la viese vestida de seda y de oro, no la cono-
cería; así aquella ciudad, que antes estaba vacía de
todo bien y cubierta de todo mal, no la conocería vién-
dola tan limpia y de tanta virtud adornada.
También aquella famosa pecadora, la Magdalena,^
que toda su vida había gastado y engolfado en las su-
ciedades de los vicios carnales, luego que se arrojó a
los pies de Cristo nuestro Señor a demandarle perdón
con devota oración, fué sana y salva. ¿Y que otra cosa
hubo en el publicano para descender justificado, sino
aquella oración cordial con que dijo: Señor, Dios, ha-
bed de mí piedad? ^
1 Ps. 87, 3.
2 Ion. 3, 10.
3 Le. 7, J^8.
4 Le. 18, 43.
Capítulo V
QUE PROSIGUE LA UTILIDAD DE LA ORACION
Y LA EFICACIA Y EXCELENCL\ DE ELLA
s también la oración hermosura del alma, porque
L 1^ oración compone la vida del hombre. No con-
siente en él cosa fea o torpe. Enseña y persuade a reve-
renciar a Dios y darle la honra debida. Hace arrojar
todos los sucios pensamientos. Da menosprecio de to-
dos los deleites transitorios. Da deseo de ver y agradar
a Dios. Da misericordia para con el prójimo. Ordena
bien toda la vida. Hace que esté siempre en buenas
obras ocupada y de buenas costumbres compuesta.
Y librándola de cada día más de todos los vicios, hín-
chela del resplandor de todas las virtudes. En figura
de esto se lee de Moisés, que, cuando venía de hablar
con Dios, traía su cara tan resplandeciente, que no le
podían mirar los hijos de Israel. i
Así como el que llega a tanta honra que tiene po-
der y costumbre de hablar familiarmente cuanto quie-
re con el emperador, y recibe de él respuestas amorosas
y apacibles, no se abate 2 a estar y conversar con los
hombres viles; así el que tiene costumbre de platicar
con Dios y comunicar con él sus deseos, y sentir sus
dulces y amorosas respuestas, no se abate a admitir la
familiaridad de los demonios. De lo cual se sigue, que,
como no sea ofuscado con los vicios, participa con el
coloquio divino los rayos de la cara de Moisés, que
son la hermosura y resplandores de las perfecciones
divinas.
Es también la oración candela encendida y luz del
1 Ex. H, 17.
2 abate = abaja.
242
Camino del cielo. III. Oración
ánima. Porque aquel que en todas las cosas que ha de
hacer, consulta primero con Dios y pide su favor para
no errar, este tal mediante esta previa oración es alum-
brado de Dios para que vea por do ha de ir y no caiga
ni tropiece. Esto nos enseñan bien aquellos dos más
excelentes profetas, Moisés y David, mostrándolo con
su ejemplo. Los cuales en todas las cosas que habían
de hacer, siempre, primero, recurrían a Dios, para que
les inspirase y aconsejase lo que debían hacer, y así
no erraban; mas antes, siempre eran alumbrados y ara-
parados y de Dios en todas las cosas favorecidos. De
modo que, lo que es la luz de la candela y del sol a los
ojos del cuerpo, eso es la oración a los ojos del alma.
Es no menos verdaderamente la oración una ata-
dura con que el hombre tiene atado a Dios consigo.
Esto nos enseña la misma definición de la oración, la
cual es elevamiento de la ánima a Dios. Porque con el
deseo del amor se levanta a él y se abraza con él.
Y mientras desea así a Dios, Dios está infaliblemente
asido al alma, y ella con Dios unida. Porque aquel de-
seo es amor divino; y Dios es caridad, la cual es divi-
no amor.i Y el que a Dios con caridad ama, en Dios
está — como dice San Juan — y Dios en él. Está
Dios tan atado al que así con verdadero deseo ora, y
tiene el tal tanto en su mano la voluntad de Dios, que
orando Moisés a Dios para que perdonase el pecado
grave del pueblo israelítico, le dijo Dios a Moisés: Dé-
jame enojar contra este pueblo.'^ Como si dijera: Estoy
por la virtud de tu oración tan atado a tu voluntad,
que si tú no me sueltas, no me podré vengar y le cas-
tigar como quiere su maldad.
Es la oración muro muy fuerte del alma. Porque
así como la ciudad que no está con muro cercada, fá-
cilmente es tomada de los enemigos; así el ánima que
no está cercada y amparada de la oración, fácilmente
le entra el demonio, y la hincha de toda maldad. Mas
al alma que está cercada y guarnecida con oraciones,
no se osa acercar, temiendo la fuerza y fortaleza que la
oración le comunica.
Tam^bién, los que frecuentemente oran, no sufren
admitir alguna cosa indigna a la oración; mas, reve-
1 lo. 4» 16.
2 Ex. 32, 10.
C. 5. Eficacia
243
renciando a Dios, con el cual peco ha han hablado,
presto desechan y arrojan de sí toda mala sugestión y
torpe cogitación del espíritu malo, reputando cerca de
sí cuán grande maldad sea, el que poco ha hablado
y conversado con Dios y le ha pedido pureza y toda
santidad, y el tal se entregue luego a la sucia voluntad
del demonio y le dé entrada en aquel pecho, que poco
ha Dios ha visitado, y en el cual se ha entrado a mo-
rar; y consentir al demonio que meta corrupción en su
alma, en la cual el Espíritu Santo ha ejercitado tanta
benignidad y comunicado tanta gracia.
Es también la oración arma poderosa para vencer
y hacer huir los enemigos visibles e invisibles. Y que
valga contra los invisibles, puédese colegir de lo ya
dicho, porque no hay cosa que más haga huir a los
espíritus malos. Por lo cual nuestro Señor dice en el
Evangelio: Este linaje de demonios no se alanza, sino
en ayuno y oración.^ Que triunfe también de los ene-
migos visibles, y libre al hombre de grandes peligros
y de todas las presentes adversidades, manifiéstase en
aquel admirable profeta y rey David; el cual venció
muchos y crueles enemigos, no guarneciéndose y con-
fiando con otras armas, sino con oraciones, como se
lee en muchas partes de los Libros de los reyes. De aquí
es, que cuando venció y mató aquel disforme gigante
Goliat, le dijo: Tú vienes a mi con lanza y armas, mas
yo vengo a ti en el nombre del Señor.^ Así como los
otros reyes acostumbran a poner la esperanza de su
victoria en la sagacidad y arte militar de sus caballeros
y soldados, y en los arcabuceros o ballesteros, y en la
multitud de buenos caballos, y en otros muchos buenos
instrumentos bélicos, así David en solas las oraciones.
En ellas confiado, no temía la ferocidad de los empera-
dores, ni tribunos, ni centurios; ni cogía subditos de
dinero, ni compraba más armas; mas, erando, las traía
del cielo. Porque la oración es verdadera e infalible
arma, que sola puede dar firme guarda y cierta victo-
ria. Las otras todas pueden aplicarse en vano, mas la
oración es certísimo refugio. La cual tan fácilmente
vence innumerable ejército, como a un soldado o ene-
migo solo.
1 Mt. 17, 21.
2 1 Reg. 17, 45.
244
Camino del cielo. III. Oración
Esto mismo nos enseña aquel gran profeta y capitán
del pueblo de Israel Moisés, del cual se lee, que mien-
tras Josué, con todo su ejército estaba en el campo
peleando contra sus adversarios, subióse Moisés al mon-
te, y estando i allí orando, mientras tenía las manos
alzadas hacia el cielo, vencía su ejército, y en abaján-
dolas, venía huyendo. Por lo cual, para que no se can-
sase, acordaron de estar sustentándole los brazos, para
que los tuviese así alzados, orando, hasta que el ejér-
cito de los enemigos fué del todo vencido.^
El rey Ezechías con sola la santa oración mató
ciento y ochenta y cinco mil [hombres] del ejército del
rey Senacherib, su adversario. Los cuales todos mató
en una noche, o en menos de una hora, con sólo tirar-
les una saeta, que fué su oración devota.^ Con la mis-
ma oración venció su muerte propia, a la cual estaba
sentenciado; porque por virtud de la oración alcanzó
de Dios prolongación de la vida.^
Con la oración los tres niños echados en el horno
babilónico vencieron el fuego. ^ Daniel echado en el
lago, amansó los leones.^ Susana triunfó con la ora-
ción de los inicuos jueces y falsos testigos.'^ Y de esto
mismo tenemos otros innumerables ejemplos.
Es también la oración poderosa, no sólo para librar
al hombre de sus propios males, más aun para librar
y guardar con su potencia las ciudades y gentes. Y aun
para librar a todo el mundo bastó alguna vez la oración
de un santo. De aquí es, que San Pablo, con sus con-
tinuas oraciones, hizo salvas a toda las gentes. Esto
da a entender, en lo que suele decir: Por esto — dice
él — hinco mis rodillas al padre de nuestro Señor Je-
sucristo, del cual toda paternidad se nombra en el cielo
y en la tierra: para que conforme a la abundancia de
su gracia, os dé virtud que seáis corroborados por el
Espíritu suyo, porque more Cristo en vuestro hombre
interior,'^ Mira cuánta virtud tiene la oración, que, así
1 i.« ed.: y estábase allí orando. Y mientras, etc.
2 Ex. 17, 12.
3 ^ Reg. 19, 35.
4 U Reg. 20, 10.
5 Dan. 3, 2^.
6 Dan. 6, 22.
7 Dan. 13, 43.
8 Eph. 3, 14.
C. 5. Eficacia
245
como el oro y los mármores constituyen los palacios
de los reyes, así las oraciones hacen a los hombres ser
moradas del Rey del cielo y sus templos divinos.
Cosa es muy digna de notar, que discurriendo San
Pablo por todo el mundo con tanta diligencia y veloci-
dad, que parecía tener alas e ir volando; y siendo dete-
nido en las cárceles, y sufriendo azotes, y trayendo
consigo la cadena, y andando sangriento y en tantos
peligros metido; y que, sobre todo esto, lanzaba los
demonios, resucitaba los muertos, sanaba los enfer-
mos: en ninguna cosa de estas puso confianza para guar-
dar los hombres, mas púsola en las oraciones. Es no
menos de notar lo que sobre esto escribe a todos, di-
ciendo: Daos con instancia a la oración, orando junta-
mente por mí, porque se me dé palabra a mi boca para
que hable como debo el misterio del Evangelio.^ ¿Qué
decís santo apóstol? ¿Tanta confianza hemos de tener
en la oración, que no temamos de orar y rogar por un
San Pablo? ¿Qué soldado osa rogar al emperador por
su capitán general? Aunque cierto, ningún capitán ama-
do de emperador alguno, como de Dios lo era San Pa-
blo; mas con todo esto, a tanta dignidad nos levanta la
oración, que pudiésemos suplicar a Dios por él.
Lo mismo se lee haberse efectuado en San Pedro, ^
el cual por la oración de los fieles fué librado de las
cárceles. 3 Esto da a entender San Lucas diciendo: San
Pedro era guardado en la cárcel, mas era hecha oración
por él de parte de la iglesia, que eran los fieles. Y la
oración de la iglesia le abrió prestamente la cárcel.
Aprendamos, pues, cuánta fuerza tiene la oración
en los fieles, pues podía librar a San Pedro y a San
Pablo de los peligros, orando otros por ellos; por aqué-
llos, que eran columnas de la iglesia, príncipes de los
apóstoles tan claros en el cielo, muro del mundo, y de
toda la tierra común presidio.^
Es la virtud de la oración — porque en una palabra
incluya sus innumerables prerrogativas y omnipoten-
cia— una piedra preciosa, la cual hallando el merca-
1 2 Thes. 3, 1; y a los Eph. 6, 18.
2 l.c ed.: en aquel príncipe de los Apóstoles San Pedro...
3 Act. 12, 5.
4 presidio, por amparo y defensa. Latinismo admisible y ele-
gante.
246
Camino del cielo. III. Oración
der, vendió cuanto tenía y lo dió por comprarla, y la
compró, como dice el santo Evangelio. i Hizo en esto
como sabio, porque vió que aquella sola piedra pre-
ciosa vale todas las cosas, y en ella las tiene todas,
porque con ellas las alcanza todas.
Vale para alcanzar los dones espirituales. Por lo
cual dice el apóstol Santiago: Si alguno ha menester
sabiduría pídala a Dios.^ Por la sabiduría — que quie-
re decir esciencia sabrosa — se entiende la luz sobre-
natural con que Dios se conoce, y el amor con que se
gusta; en las cuales dos raíces se contienen radicalmen-
te todas las virtudes y todos los dones espirituales.
Vale también la virtud de la oración para alcanzar
la salud corporal y para ganar estos temporales bienes.
De lo primero dice Santiago: Si alguno de vosotros
está enfermo y oren por él y la oración fiel le sanará.^
De lo segundo dice el mismo: Elias, hombre era, se-
mejante a nosotros y y oró a Dios que no lloviese, y no
llovió por tres años y medio, Y después oró a Dios
que lloviese, y luego llovió en abundancia^
La oración puede matar a los vivos y dar vida a los
muertos. Lo primero se muestra en San Pedro que con
su oración mató súbitamente a Ananía y a su mujer.^
Lo segundo, en él mismo y los otros apóstoles, y otros
muchos santos, que con la oración resucitaban todos
los muertos e hicieron por medio de ella todos los otros
milagros y prodigios. Alcanza también el mismo ser
humano a muchos, porque por medio de la oración
ha dado Dios fruto de bendición a las que por natura-
leza eran estériles. Como se manifiesta en Sara y en
Santa Elisabeth y en otras muchas.
Vale asimismo la oración, no sólo para remedio de
los vivos, más también de los difuntos. Por lo cual
se lee en los libros de los Macabeos, que Judas Maca-
beo envió limosnas a Jerusalén para rogar por los
muertos. Y añade la santa Escriputra allí, diciendo:
Santa, pues, es y saludable la oración por los difuntos
1 Mí. 13, J^5-46.
2 Jac. 1, 5.
3 Jac. 5, lU.
4 Jac. 5, 17.
5 Act. 5, 5; Anania, forma poco usada. Comúnmente se es-
cribe Ananias. Forma procedente del latín.
C. 5. Eficacia
247
para que sean perdonados sus pecados.'^ Finalmente el
que ora, de todos los males se libra, y todos los bienes
alcanza, porque así puede decirse de la oración, lo que
se dice de la Sabiduría: que como sea una, todas las
cosas puede. ^ Y lo que en otra parte se escribe: Vinié-
ronme todos los bienes juntos con ella, e innumerables
riquezas por sus manos me fueron dadas.^ Así como
cuando alguna reina entra en alguna ciudad, necesario
es que juntamente se consiga toda abastanza de los
bienes temporales; así, cuando la oración entra y mora
en el alma, entran en ella todas las virtudes y vienen
todos los dones divinales.
Es sobre todo esto la oración devota, deleite del
alma. Porque, tanto es más dulce alguna cosa, cuanto
está más sin mezcla de amargura. Y de nuestro Señor
Dios se escribe, que no tiene amargura alguna su con-
versación, ni su compañía algún enojo o tristeza^ Pues,
claro está, que la divina conversación es por la oración.
Trae consigo la oración no sólo todo interés, más jun-
tamente gran deleite. Lo uno y lo otro enseña — como
ya dijimos — el profeta, diciendo: Deleítate en Dios
y darte ha las peticiones de tu corazón,^ Oh bondad in-
finita de nuestro Señor Dios, que tanto desea y huelga
que su criatura pequeñuela y paupérrima, que hizo
de nada, converse con él; que, por sólo que huelgue de
hablarle y conversarle, le promete darle cuanto le pi-
diere. ¿Quién hay que esto entienda, que sobre todas las
cosas no ame y procure de siempre orar, por poder
gozar de la conversación de tan noble y amable Señor,
que es todopoderoso y tan amador tuyo? Si tanto de-
leite es conversar con un hombre sabio y virtuoso y
verdadero amigo; ¿pues, cuánto más será con Dios, que
es la fuente de la sabiduría y toda virtud, y nos ama
tanto? ¡Oh, cuán gran deleite es hablar con quien sé
que nunca está ocupado, sino que siempre me oye!
Nunca enojado o desabrido, sino que siempre huelga
que le ame. Nunca importunado, sino que mientras
más le pido, más se huelga. Que siempre me escucha,
1 2 Mach. 12, ^6.
2 Sap. 8, 5.
3 Sav. 7, 11.
4 Sap. 8, 16.
5 Ps. 36,
248
Camino del cielo. III. Oración
y luego me entiende. Nadie le engaña, ninguno le im-
pide. Siempre me concede todo lo que me cumple, siem-
pre conmigo se huelga, y nunca se cansa o fastidia.
Más, antes, cuanto más le hablo y converso, más amor
me muestra, más me alumbra, más me enamora, más
me enriquece, más me guarda, más me honra, y más y
mayores favores y deleites me convida; más bienes
y consolaciones me comunica, más galardones y mer-
cedes eternas me promete, más presentes me envía, y
más gozos y consolaciones verdaderas me infunde.
Gustad, pues, con la oración, y veréis con los ojos
del corazón, cuan suave es el Señor en su divina con-
versación,^ Bienaventurado el que pone en él su espe-
ranza, y goza de su deleitable compañía y amicicia
verdadera.2
1 Ps. 33, 9.
2 amicicia, latinismo desusado ya en el siglo XVI.
Capítulo VI
DE LOS IMPEDIMENTOS DE LA ORACION Y
DIVINA CONVERSACION
os impedimentos de la oración son las cosas que
I , impiden la divina conversación. Porque todo se es
uno, como ya está declarado. La conversación divina
no la goza el que no recibe a Dios en la casa de su co-
razón; porque Dios no le habla, sino cuando está den-
tro de su casa, que es la misma alma. Digo que no la
habla para dulcemente conversarla, sino cuando entra
y mora en ella por especial benevolencia de su amistad
divina. Esto da a entender el profeta cuando dice:
Oiré lo que habla dentro de mi el Señor Dios A
También el alma, para hablar con Dios, como debe,
ha de entrar dentro de sí misma, y mirar bien con quién
habla. Lo cual haciendo con debida reverencia y devo-
ción, es entrar dentro de sí y aparejar a Dios la casa
de su corazón. Hablar, pues, así con Dios, y oír en-
tendiendo profunda y dulcemente lo que le responde
Dios, es gozar de la conversación divina. Lo uno y lo
otro se incluye en la oración. Porque como dice Cristo
nuestro Redentor en el Evangelio: Toda alma con deseo
verdadero le busca. Y a todo aquél que le llam,a, abre;^
conviene a saber, le responde.
Pues como sea necesario para gozar de esta divina
conversación, que Dios entre y more amorosamente
en la casa do se ha de gozar su conversación divina,
aquellas cosas son impedimentos, que impiden para
que Dios no entre a morar en ellas. No tiene Dios por
bien de entrar a morar en alguna casa, cuando ve que
1 Ps. 8h 9.
2 Mt. 7, 7,
17
250
Camino del cielo. III. Oración
está contra él rebelada, o si está ocupada, o del todo
vacía, o entorpecida, o sucia.
El primer impedimento para entrar Dios a conver-
sar con nosotros, es cuando halla su casa contra él
rebelada. Y esto es por la soberbia. Con este vicio pé-
simo — y de todos por su ingratitud y temeridad causa-
tivo — se alza el pecador consigo mismo, y roba a Dios
su misma casa, no queriéndose para Dios, ni curando
de su voluntad divina; sino queriéndose para sí, y si-
guiendo su voluntad propia.
Por dos vías se alza consigo mismo el soberbio. La
una es con falso juicio, parando en sí por vía de pre-
sunción, o queriendo que los otros paren en él por
vía de vana gloria, atribuyendo a sus méritos, o propia
virtud, algún bien que tenga o que obre, o queriendo
que le sea atribuido. Contra este tal dice el apóstol:
¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has reci-
bido,'^ ¿por qué te glorias de ello, como si no te fuese
dado?^ Esta falsa estimación y error del entendimiento
procede de la ingratitud y malicia de la voluntad, con
que desordenadamente quiere su bien propio, más que
a Dios el suyo, cuyo es todo. Y porque es mayor bien
tener algún bien de sí mismo, que no tenerlo de otro;
por esto, amándose perversamente, y no a Dios, como
debe, atribuye a sí algún bien, o huelga serle atribuido:
aunque de sí ningún bien tiene, mas de Dios lo ha
recibido todo.
La otra vía con que se exempta^ de Dios el alma,
es por atrevimiento temerario de la voluntad, que direc-
tamente se opone, y rebela, y resiste a Dios, en cuanto
puede, queriendo no estar a Dios sujeta; mas ser suya,
y estar de la voluntad de Dios exempta. Y esto comete
con la culpa de la desobediencia, resistiendo a Dios,
o a cualquier prelado o señor, espiritual o temporal,
el cual está en lugar de Dios. Y por esto — como dice
el apóstol — : El que a la potestad que está en lugar
de Dios resiste, a Dios resiste A Que, aunque es verdad
que en todos los pecados se comete desobediencia y
se resiste a Dios, mas en los otros, es indirectamente:
1 ed. omite: Y si lo has recibido. Omisión indebida.
2 1 Cor. k, 7.
3 se exempta, e. e., se independiza.
4 Rom. 13, 2.
C. 6. Impedimentos
251
que bien querría el que peca no ir en aquello contra la
voluntad de Dios, si ser pudiese; y holgaría poder al-
canzar aquel interés o deleite, quedándose sujeto a la
voluntad de Dios. Mas la soberbia directamente desobe-
dece y resiste a Dios. Porque el interés que pretende
en su culpa la voluntad soberbia, es no estar sujeta a
la voluntad de Dios; sino que en todo, si pudiese, fuese
exempta y no sujeta a Dios, o al hombre, que tiene
en lugar de Dios. Así que, lo que pretende en todo el
soberbio, es mandar y no ser mandado, y que se haga
su voluntad y no la de Dios. Lo cual es suma perversi-
dad e ingratitud y temeridad contra Dios.
Este tan grave pecado, fué el pecado del demonio;
el cual, por su soberbia, cuanto más perversamente se
amó a sí mismo y no, como debía, a Dios, tanto más
aborreció a Dios. Por lo cual dice el profeta, hablando
con el mismo Dios: La soberbia de los que te aborre-
cieren sube siempre,^ La causa por qué le aborrecieron,
fué porque resistió a su perversa voluntad, la cual sola
amaron: y porque, cuanto uno más ama alguna cosa,
tanto más aborrece al que se la quita y le resiste. Pues,
así como la voluntad soberbia es la que directamente
resiste a Dios, así a los soberbios, más que a otros,
resiste Dios.
Es este vicio una tan gran pestilencia, que la prin-
cipal causa porque el unigénito Hijo de Dios vino a
este mundo, y se vistió de nuestra flaqueza, y con-
versó visiblemente con nosotros, y obró tales y tantos
misterios, y padeció tantos y tan graves tormentos,
hasta ser crucificado, fué por sanamos y librarnos de ella
con su doctrina y ejemplo. Y por esto dice en el Evan-
gelio: Descendí del cielo, no para hacer mi voluntad
— la cual hace el soberbio — mas la voluntad del que
me envió, la cual hace el humilde; 2 porque el tal no
quiere seguir su voluntad propia sino la divina. Y por-
que Cristo no se alzó consigo mismo, ni por presun-
ción ni desobediencia, antes hizo en sumo grado lo
contrario; por esto dice de él el apóstol: Que no robó la
igualdad de Dios,^ como lo quiso hacer el demonio,
queriendo, si ser pudiese, tener el bien de sí mismo y
1 Ps. 73, 23.
2 lo. 6, 38.
3 Phil. 2, 6 83.
252
Camino del cielo. III. Oración
no dependiente de otro; lo cual a solo Dios conviene.
Y contra lo segundo de la soberbia, que es la desobe-
diencia, añade luego, diciendo de Cristo: Humillóse,
hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
De seguir lo contrario, viene todo el mal al mundo.
Y de aquí es, que, como a quien Dios más resiste y
más niega su gracia son los soberbios — que son los
presuntuosos y desobedientes — ; por esto han caído
los Luteranos; así por presumir de sí mismos, como
por apartarse de la obediencia de la iglesia, y no que-
rer sujetarse a su juicio y mandamientos. Por esta mis-
ma razón los religiosos que vuelven atrás de la obe-
diencia y religión que profesaron, caen más que otros.
Porque, así como son más ingratos y protervos, así
también [son] de Dios más desamparados.
El segundo impedimento es hallar Dios su casa
desordenadamente ocupada. Porque los hombres mun-
danos están tan metidos y negociados^ con sus vanos
pasatiempos, que no quieren ver ni oír a Dios, por no
apartarse de ellos; y así, no pueden recibir a Dios, en su
casa, porque como no le quieren ver ni oír, no le dan
entrada. Esto da a entender nuestro Redentor en el
Evangelio diciendo: El mundo no puede recibir al Es-
píritu Santo, porque no le ve ni le conoce.^
La causa de no verle y conocerle ^ algunos, da a en-
tender en aquella palabra que dijo, "mundo". Quiere
decir; porque son mundanos, y lo que aman y buscan
y en que siempre se ocupan, son las cosas del mundo,
con las cuales se huelgan más que con Dios, hacedor
suyo y de todo el mundo, y que lo ha criado y se le da
para su servicio.
Acaécele a Dios con un mundano, como a un rey
que por puro amor fuese a visitar a su vasallo a su
misma casa, que él le hubiese dado. Y llamando a la
puerta le enviase a responder: que se esperase allí,
porque estaba negociando; y llamando otras muchas
veces, le detuviese así, con la misma respuesta, todo el
día y toda la vida, haciéndolo allí esperar a la puerta.
Y si hacer esto contra el rey de la tierra sería cosa tan
1 negociados, término derivado de negociar, en sentido de estar
llenos de negocios.
2 lo. IJ^, 17.
3 i.« ed.: y no conocerle.
C. 6. Impedimentos
253
fea; ¿cuánto más contra el rey del cielo y único señor,
hacedor de todo el mundo? Lo mismo, pues, pasa entre
Dios y el mundano. Viene Dios por su bondad y amor
a visitarle a su casa, y está llamando a la puerta para
entrar a verle y morar con él, y con su presencia hon-
rarle y consolarle. Lo cual él mismo manifiesta en el
libro del Apocalipsis diciendo: Yo estoy a la puerta y
llamo. Si alguno me abriere entraré a él y cenaré
con él A
Mas el pecador ingrato y descortés respóndele con
el corazón y con la obra, diciéndole: que se espere a
la puerta, porque está ocupado con otros, con quien
más se huelga. ¿Y quién, si pensáis,2 son éstos? Pri-
meramente digamos que son los animales brutos, car-
neros y aves y peces y otros manjares diversos, con los
cuales se ocupa el malo desordenadamente cuando
come. No decimos que es pecado comer estos manja-
res, mas que el malo se ocupa con tan desordenada
afición con ellos, que cierra la puerta al mismo dador
de ellos. Dios es el que se los envía, y antes estos pre-
sentes habían de abrir la puerta, que no cerrarla, al
dador dellos. Porque los dones, antes suelen abrir que
cerrar las puertas de las casas y de los corazones.
Y así lo hacen los que no son ingratos. Porque vién-
dolos y comiéndolos, hacen con amor gracias al Señor
que se los envía, y con ellos toman motivo de pensar
y conocer el poderío de Dios, que los pudo criar, y
su sabiduría que lo supo hacer, y su bondad y caridad
con que se los quiso dar y huelga de se los enviar.
Y están diciendo en su corazón: ¡Oh, potencia y bon-
dad y amor de mi Dios, que ha criado esta avecica tan
bonita, tan hermosa; y para mí y por mi amor huelga
agora de matarla y enviármela para que la coma, y
poner en ella tanto sabor, que guste! Y lo mismo, de
un corderito, o carnero, o cabrito, o pececito, y de
las frutas y de las otras cosas que con diversos favores
le envía para él comer; y de los licores y diversos vi-
nos para él beber.
Mas los malos e ingratos al amor del dador, paran
en éstos sus presentes y en los otros sus dones; y así,
1 Apoc. 3, 20.
2 si pensáis. Evidentemente sobra el si. El sentido seria más
claro: ¿Y quién pensáis son éstos? La puntuación salva el sentido.
254
Camino del cielo. III. Oración
iíuando están comiendo, verles heis alabar los manja-
res, mas no loar al dador de ellos; hablar de sus favores,
mas no del amor con que Dios se los envía. Ni tampoco
están considerando esto y aficionándose a Dios por
ello, porque de la abundancia del corazón habla la
boca.
Llama otra vez nuestro Señor Dios a la puerta, y
responde. ¿Quién está ahí? y él dice: Decid que es
Dios, que quiere entrar. Y respóndele: Esperaos un
poco que está mi señor ocupado con otros que han
sobrevenido. ¿Y quién, si pensáis, son éstos mayor-
mente los grandes señores? ¿Ya sabéis quién? Los li-
sonjeros, que son sus criados, y comúnmente, o por
la mayor parte, todos los demás de quien son visitados.
Porque no hay quien les quiera decir la verdad; sino,
por hablarles siempre a favor de su paladar, siempre
les están adulando y mintiendo, y los tienen y traen
engañados. Y con esto los hacen de cada día más ne-
cios y más malos, más aborrecibles y más incorregibles.
Llama otra vez el Señor, y dícenle: ¿Quién está ahí?
Y responde: Decid que es Dios. Y envíale a decir:
Decid que se espere; que ha venido otra gente con
quien está ocupado. ¿Y quién, si pensáis,^ es la gente?
¿Queréislo saber? Pues, sabed que son los perros y
halcones y todos los otros instrumentos para la caza.
Esto digo, no para decir que el tal ejercicio de la
caza es malo, o prohibido; porque, antes, el bueno
podría en él y por él tomar muchos buenos motivos
para pensar en Dios, y considerar y amar la grandeza
de Dios, que tantas hierbecicas y arboledas cría en los
campos, y las viste de tantas libreas, con tantos y di-
versos colores y figuras, y cría tantas diversidades de
aves y avecicas, y de animales grandes y pequeños,
ansí aquellos que caza, como aquellos con que caza;
y todo esto, para su recreación. Y a unos animales
inocentes y tan bonitos, y a unas aves tan hermosas y
que nunca le han ofendido, huelga de dárselas para que
las cace y se huelgue, y que las mate y las coma. De
lo cual puede y debe considerar y en su corazón decir:
Si Dios huelga que sean muertas tantas criaturas suyas
y tan hermosas y buenas y que nunca le han ofendido,
1 Si pensáis, frase ya empleada anteriormente, hoy sin uao.
C. 6. Impedimentos
255
y me da a mí que yo las mate por mi recreación y
favor, ¿de cuántas muertes seré yo digno, si a tanto
amor le fuere ingrato, y le hubiere ofendido y menos-
preciado? Mas los malos e ingratos, no usan en estos
ejercicios de estas consideraciones; mas, paran en los
dones y en estas sus propias recreaciones; y ocúpanse
demasiadamente en ellas, perdiendo el tiempo para
pensar en Dios y amarle y conversarle, y entender en
otras cosas necesarias y piadosas a que son obligados,
y con que serían a Dios gratos y vivirían más consola-
dos; y gozando de Dios, gozarían aún también más
de estas mesmas recreaciones templadamente tomadas.
Llama otra vez nuestro Señor a la puerta. Y di-
ciéndole: ¿Quién está ahí? Responde, que es Dios, que
quiere entrar. Al cual responde el portero o criado
— que son el pensamiento y el deseo — : Dice mi se-
ñor, que os esperéis ahí, que han sobrevenido otros con
quien tiene que negociar y con quien más se huelga
él conversar. ¿Y quién, si pensáis, son éstos? Son una
gente muy honrada; unos hombres, no vivos y cuerdos,
sino insensatos; no hombres verdaderos, sino pintados:
unas estatuas o figuras en las cartas de los naipes pin-
tadas, o en otras maneras impresas en diversos instru-
mentos de juego. Con tales y semejantes ejercicios se
ocupan todo el día; y después, a la noche, van a servir
el sueño y revolcarse en el muladar del vicio carnal.
Así con ésta y varia ocupación mundana, tienen a Dios
a la puerta toda su vida. Por lo cual — como dice
Job — pasan sus días en estos bienes — que son tan vi-
les y vanos — y en un punto descienden a los infiernos^
El tercero impedimento es, cuando tiene el hom-
bre su casa vacía, conviene a saber, de sí mismo.
Quiero decir: que cuando Dios viene a morar en ella,
no halla allí al huésped o señor de la casa, para que le
reciba y abrace con amor y honra debida. Y por esto
no tiene por bien de entrar a morar en ella. Entonces
el ánima no está dentro de sí misma, cuando sale por
las puertas de sus sentidos, y anda derramada en estas
ocupaciones corporales y de su naturaleza ajenas. Por-
que, como el espíritu esté más a do piensa y ama, que
en el cuerpo que rige, de aquí es que el ánima, mien-
1 lob. 21, 13.
256
Camino del cielo. III. Oración
tras está ocupada del todo en estas cosas visibles y
obras exteriores, aunque sean lícitas, está como fuera
de su casa y aun de sí misma.
Es aquí de notar, que aunque este impedimento y
el precedente, comuniquen ^ en ocuparse con las cosas
exteriores, mas distingo el uno del otro; porque el so-
bredicho,2 ordinariamente es en cosas vanas, y muchas
veces gravemente viciosas. Mas en este impedimento
(quiero decir en las cosas lícitas y que de suyo no son
malas, mas buenas, como son labrar la tierra, y los
ejercicios de los oficiales, y tratantes, y pleiteantes, y
jueces; y, lo que más es, los trabajos y ocupaciones de
las obras de misericordia corporales, como es: servir
al enfermo, visitar al preso, y las otras; y lo que más
difícil parece también, las ocupaciones exteriores de las
espirituales, como son: confesar y predicar y todas las
otras ocupaciones con las criaturas): aunque las obras
sean lícitas, la mucha ocupación con ellas es muy pe-
ligrosa, y muchas veces dañosa, porque hacen perder
el principal bien y causa de todo nuestro bien, que es
la conversación con Dios. Y por tanto, cuando alguno
más se da a estos visibles objetos y exteriores ejercicios,
si en ellos sale del todo de la presencia divina, pónese
en mayor peligro de caída. Porque como son tan diver-
sos, y aun contrarios, los objetos espirituales, y aun
sensuales, cuando alguno no tiene por objeto a Dios,
con actual consideración de su bondad y caridad in-
mensa, con la cual es inclinado y asido en el amor
divino, presto y fácilmente es engañado y derribado
de los objetos y motivos exteriores deste mundo.
De lo dicho se puede colegir, cuán perdido está
el día de hoy el mundo, y cuán eclipsado el pueblo
cristiano, y en todos los estados caído, pues, vemos
casi a todos darse con tanta gana a las ocupaciones
de estas cosas sensibles y exteriores, y tan pocos, o nin-
gunos, que sean amadores del ejercicio entrañable de
las interiores, con las cuales Dios se busca y se halla.
Por tanto, el profeta, dando a entender la gran caída de
estos nuestros tiempos, nos avisa de todo diciendo: El
Señor miró desde el cielo sobre los hijos de los hombres,
para que vea si hay alguno que entienda y busque a
1 comuniquen, e. e., convengan.
2 Sobredicho, e. e., el más arriba dicho o primero.
C. 6. Impedimentos
257
Dios.^ En decir juntamente, que, "entienda y busque",
nos da a entender, que, ejercitando, como se debe, esta
obra interior del entendimiento en la conversión de Dios,
se busca a Dios. Y claro está, que eí que persevera en
buscarle, no puede dejar de hallarle. Mas no sin gran
dolor debríamos oír lo que se sigue, y que por expe-
riencia lo vemos: Todos — dice — declinaron: esto es,
se apartaron de este camino, que es ía obra interior y
divina de nuestro espíritu. Por lo cual también se si-
gue lo que luego añade: Todos juntamente son hechos
inútiles, no hay quien haga bien y apenas se halla uno
entre tantos.^
Pues como sea así, que por la mayor parte los se-
glares, como no son verdaderos cristianos, se dan des-
ordenadamente a estos terrenos trabajos, y huyen de
ios espirituales ejercicios y, por consiguiente, no bus-
can a Dios, que es vida del alma: de aquí se sigue, que
para las cosas de Dios andan muertos. Y por esto dijo
nuestro Redentor a uno que le quería seguir y le pedía
licencia para ir a enterrar a su padre: Sigúeme — le
dijo — y deja a los muertos enterrar sus muertos,'^
Y si los seglares por falta de meditación y oración
están perdidos, los religiosos indevotos, que huyeren
de estos divinos ejercicios, siendo, como son, para ellos
dedicados, y teniendo tantos y mayores, ¿cuánto esta-
rán más estragados?
El cuarto impedimento, es tener la casa entorpeci-
da. Quiero decir: cuando el morador de ella está hecho
rudo y torpe, y por consiguiente inhábil para conver-
sación tan delicada, como es la de Dios. Y esto causa
en gran manera la gula, la cual agravando y haciendo
pesado el cuerpo, impide las operaciones del espíritu,
al cual está unido, embota su entendimiento, estraga la
buena inclinación de la voluntad. Por lo cual nuestro
Redentor nos avisa y amonesta, diciendo: Mirad que
no sean agravados vuestros corazones con la demasía
del comer y beber, y cuidados del siglo, y os sobreven-
ga la destrucción a deshora.^
La gula, aunque en sí misma no sea el mayor pe-
1 Ps. 13, 2.
2 Ps. 13, 3.
3 Mt. 8, 22.
4 Le. 17. 27.
258
Camino del cielo. III. Oración
cado, es, empero, cosa muy dañosa y peligrosa; porque
es un vicio de muchos males causativo; y porque su
combate es cotidiano; y porque hace al hombre ser
para todo bien perezoso; y hace al espíritu ser envi-
lecido; y destruye la salud y buena disposición del
ánima y del cuerpo. De lo primero es manifiesta figura
nuestra primera madre Eva, en la cual el apetito desor-
denado del manjar fué el comienzo de todo mal, y
con un negro bocado hinchió i de tantos males a todo
el linaje humano. Lo segundo, muéstranoslo la experien-
cia. Porque la necesidad que tenemos del comer y
beber cotidiano nos es grande ocasión de ser cada día
combatidos de este vicio, y ser muchas veces de él en-
gañados, y vencidos, si no estamos muy avisados y en
la temperancia muy fundados. Lo tercero da a enten-
der el Apóstol diciendo: Los cretenses malas bestias y
hombres de vientre perezoso^ Esto dice, porque la
repleción del vientre inhabilita al espíritu. De lo cuar-
to dice el mismo Apóstol llorando: Son enemigos de la
cruz de Cristo aquellos cuyo Dios es el vientre.^ Pues,
¿qué mayor vileza que la del hombre, cuyo espíritu,
semejante a un ángel, haga adorar una cosa tan sucia
y vil? 4 Lo último, es a todo manifiesto; porque de la
demasía de los manjares o del vino se causan innume-
rables y continuas enfermedades del ánima y del cuer-
po. Cáusase especial y préstamente de la gula el vicio
de la lujuria, como se ve por ejemplo en nuestros pri-
meros padres, que luego que fueron derribados por la
gula, padecieron rebelión de la carne.
El quinto y último impedimento, es tener la casa
sucia. Lo cual se causa mayormente por el vicio de la
lujuria, cuya hija es la ceguedad del alma. La cual,
mientras está así ciega, no puede admitir la conversa-
ción divina. Y que el estiércol del vicio carnal ciegue
los ojos del alma, dáse a entender en el estiércol de la
golondrina que cegó a Tobías los ojos del cuerpo.^
Así como la golondrina mora dentro de la casa, así
el vicio de la lujuria ordinariamente derriba al hombre
1 hinchió, forma clásica del verbo henchir.
2 TU. 1, 12.
3 Phil 3, 19.
4 ed.: vilísima.
5 Toh. 2, 10.
C. 6. Impedimentos
259
dentro de la casa. Cosa es pues manifiesta, que si
alguno tiene su casa llena de estiércol, no holgara el
rey de entrar a morar en ella. Bien así, cuando alguno
tiene su ánima hecha establo de las bestias infernales,
y llena del estiércol de los vicios, y toda tan sucia, no
puede recibir en sí la morada del Rey del cielo, a cuya
casa divina conviene toda santidad y pureza. No echa
la Sabiduría en vaso tan sucio el bálsamo tan pre-
cioso de su amor divino. Y como dice el Sabio: En el
alma malévola no entrará la sabiduría, ni morará en
el cuerpo a pecado sujeto.'^
1 Sap. 1, 4.
Capítulo VII
DE LOS REMEDIOS PARA AMAR LA ORACION
Y GOZAR DE LA DIVINA CONVERSACION
ISTOS los impedimentos de la oración y conver-
V sación divina, resta agora de ver los remedios
para gozarla. Y porque el primer impedimento, es
— como dijimos — la soberbia, el primer remedio sea
la humildad.
La verdadera humildad consiste en el verdadero co-
nocimiento de ti mismo, conocimiento que de ti eres
nada y puedes nada. Y así como el sol, si no le impi-
des cerrando la puerta, luego se entra; así Dios en el
ánima, cuando se conoce bien a sí misma, y no le
cierra la puerta con la falsa estimación de tener bien
alguno de sí misma. De modo, que no te pide, sino
que no desconozcas lo que te da.
Pues para que sientas cómo de ti eres nada, piensa
bien cómo no eres señor de tu propia vida. De lo cual
se sigue, que ni del movimiento de tus miembros.
Y sentirlo has muy claro, cuando vieres que muchos
son ciegos y desean ver y, aunque quieren, no pue-
den. Y otros que son mancos, que aunque quieran no
pueden mandar sus manos y brazos. Otros tullidos, que
aunque quieren no pueden andar. Y así de las otras
habilidades corporales. Y piensa entonces, cómo, si tú
no padeces la privación de ellas, como aquéllos, es por
la misericordia de Dios tan grande, que te hace merced
de ellas.
Pues viniendo después a las cosas que son espiritua-
les lo mismo has de sentir de ellas, pues que todo el ser
y virtud corporal y espiritual de Dios lo recibes; y todo
lo que es algo, de Dios emana y de Dios lo tienes. Por-
que lo que de sí es nada, ninguna cosa puede de su co-
C. 7. Primer remedio: Humildad 261
secha tener ni hacer. Esto nos da bien a entender el
Espíritu Santo por el profeta Esaías, diciendo: Mirad
que vosotros sois de nada, y vuestra obra de aquello que
de sí no es.^ Si alguna buena cosa pudiésemos de nues-
tra propia virtud, lo primero sería pensar bien, de lo
cual dice el Apóstol: No somos suficientes de pensar
alguna cosa por nuestra propia virtud, que de nosotros
proceda.^ Después de esto, es el querer, y después el
obrar; y de estas dos cosas dice el mismo Apóstol: Con
temor y temblor obrad vuestra salud, porque Dios es el
que obra en vosotros el querer y el obrar. ^ Y Esaías dice:
Todas nuestras obras habéis obrado en nosotros, SeñorA
Y el mismo Señor dice en el Evangelio: Sin mí ninguna
cosa podéis hacer.^
Así como los ojos corporales de sí no tienen luz,
mas sólo tienen disposición para recibirla y con ella,
mientras la participan, ven; y si el sol no les enviase
sus rayos, no podrían participarla; así las potencias de
nuestra ánima, de sí no tienen virtud alguna, mas para
obrar algún bien han de recibir los rayos e influencias
de la divina virtud. Sigúese, pues, que de nuestra co-
secha no tenemos ni podemos bien alguno; sino, que
lo que puede nuestro libre albedrío — si poder se pue-
de llamar — es hacer mal, corromper el bien, desfa-
llecer o pecar. Y si algún bien hace, movido con la
gracia de Dios — la cual siempre para ello ha de estar
concurriendo — así lo afea con sus poquedades, que lo
hace parecer delante de Dios como el paño sucio de la
mujer, que ha padecido su ensuciamiento de costum-
bre, como dice Esaías. ^
Debemos, pues, para tener humildad, estar del todo
desconfiados de nosotros para todos los bienes, cono-
ciendo nuestra inhabilidad; y esperar firmemente el fa-
vor de la infinita bondad. Debemos también reconocer
delante de Dios nuestras culpas y miserias y las gran-
des llagas de nuestros corazones en que habemos incu-
rrido por nuestra ingratitud o maldad. Esto todo nos
enseña muy bien el santo profeta diciendo: En Dios
1 l8. Ul, 29.
2 1 Cor. 3, 5.
3 PhxL 2, 13.
4 Is. 26, 12.
5 7o. 15, 5-5.
6 Is. 6A. Se refiere al menstruo.
262
Camino del cielo. III. Oración
es mi salud y gloria, Dios de mi ayuda. En Dios es mi
esperanza. Esperad en él toda la congregación del pue-
blo.^ Esto, cuanto a lo primero. Y cuanto a lo segundo,
añade luego diciendo: Descubrid y arrojad delante de
él vuestros corazones, esto es, manifestando sus lla-
gas, para que de él sean sanas. Y haciéndose esto, seguir-
se ha lo que luego añade, diciendo: Y él siempre os
ayudará.
Debe, pues, el que quiere llegarse a Dios, fundarse
en la verdad. Y por esto dice el profeta Oseas, hablan-
do con el alma: Desposarte he conmigo en juicio,'^ que
significa esta dicha verdad. Porque el que con recto
juicio se juzgare a sí mismo, hallará, que de sí es nada,
y ninguna cosa de bien puede; mas que Dios lo obra
todo, y todo bien de Dios nos viene; y de nuestra par-
te, es recibirlo, no poniendo obstáculo de culpa u
ocupación de propio apetito, como muchas veces ha-
cemos pecando y siguiendo nuestros intereses propios.^
Y que de nuestra propia virtud no podamos hacer ni
aun querer bien alguno, manifiéstase por ejemplo en
los ángeles malos; los cuales, aunque tienen tanta luz
de conocimiento natural que excede incomparablemen-
te al nuestro, con todo esto, no se pueden convertir a
Dios, ni hacer bien alguno para agradar a Dios, ni
para hacerse salvos; antes, están siempre en el mal
obstinados, por estar de la gracia de Dios desampara-
dos. Pues si de suyo no pueden hacer bien los ángeles,
¿cuánto menos los hombres? Si no tiene de qué gloriar-
se de suyo la naturaleza angélica, ¿por qué se enso-
berbece el hombre, que es tierra y ceniza?
De esto así declarado, se pueden sacar dos verdades
muy nobles y saludables.
La una, es la verdad incomprensible de Dios; pues^
para hacernos tantos bienes no nos pide otra cosa sino
que con nuestros males no le impidamos y resistamos.
Esto enseña el profeta Esaías, diciendo: Dios abrió la
1 Ps. 61, 6 ss.
2 Os. 2, 19.
3 Se refiere el autor a la operación que se llama remoción de
obstáculos y allanamiento natural del camino de la gracia; que en
realidad no se puede ni aun esto hacer sin el auxilio de Dios. Esta,
distinción esclarece admirablemente la operación del hombre y la,
de Dios o la gracia en la santificación del alma; atribuyendo a
aquél la parte negativa o remoción de obstáculos, y a Dios la posi-
tiva y verdaderamente eficaz y divina.
C. 7. Primer remedio: Humildad 263
puerta de mi alma, y lo que yo hago es que no le con-
tradigo ni deshuyoA Verdad es que el alma, después de
movida por Dios, obra con el consentimiento. Mas
aunque concurre en esta obra, no obra por su virtud
propia, sino mientras es de Dios movida. El cual, con su
infinita virtud tan sutil y delicadamente la mueve, que
no la fuerza; mas siempre le conserva la libertad que le
ha dado. Mas, porque no basta la libertad sin el poderío,
siempre que para el bien concurre. Dios la mueve. De
modo que Dios es como el agente principal, y nuestro
espíritu, o libre albedrío, es como instrumento, aunque
muy noble y delicado.^ Y esto es lo que el Apóstol nos
enseña diciendo: Más que todos trabajé; no yo, mas la
gracia de Dios conmigo.^
La segunda verdad, y muy notable, es la grave en-
ferm.edad y profunda ceguedad en que nos ha derri-
bado nuestra soberbia y malicia; pues, con ser así ver-
dad, y tan manifiesta, lo que hemos dicho de nuestra
inhabilidad y maldad, hay muchos que apenas pueden
ser traídos a creerlo y conocerlo, mas antes menospre-
cian a los otros y se estiman a sí mismos en mucho.
Contra los cuales dice la Escriptura santa: El que se es-
tima ser algo, como sea nada, él mismo se engañad
Es pues necesario para llegarnos con la oración a
conversar con Dios, que es suma verdad, fundarnos
en la verdadera humildad.
1 Is. 50, 5.
2 En todo este capítulo trata el autor con mucha claridad y
competencia teológica él problema de la gracia y su modo de obrar
en el hombre y de la cooperación de éste con ella.
3 1 Cor. 15, 10.
4 Gal. 5, 26.
Capítulo VIH
DEL SEGUNDO REMEDIO PARA GOZAR DE
DIOS CON LA ORACION, QUE ES EL RECOGI-
MIENTO DE LOS SENTIDOS
ARA librarte del segundo impedimento de la ora-
J. ción y conversación divina, que son los pasa-
tiempos vanos y viciosos, debes por remedio tener gran
cuidado de recoger y guardar tus sentidos, porque la
muerte entra por sus puertas. i Por tanto, has de velar
en tenerlas siempre cerradas al mundo y al demonio,
porque no te llaguen con sus saetas de las ocasiones y
sugestiones.
No te descuides ni engañes con parecerte que tie-
nes tanto conocimiento de Dios y tanta inclinación a
su servicio, que bastará para vencer cualquier encuen-
tro. Mira, para deshacer este engaño, cómo nuestros
primeros padres estando en tanta luz y santidad, como
era el estado de la inocencia, ofrecida la ocasión y
sugestión, cayeron en la culpa. 2 Mira, cómo Salomón
siendo sapientísimo, habiendo sido de Dios tan amado
y escogido, vencido de la hermosura corporal, fué he-
cho muy malo; y el que en mocedad, con su doctrina
y ejemplo, enseñó a servir a Dios y a orar, depravado
por las mujeres, vino después, de viejo, a idolatrar.^
El Rey David, después de ser santísimo, por la vista de
una mujer cayó en el adulterio y homicidio.^ Los hijos
de Dios — como en el Génesis se lee — viendo a las
hijas de los hombres ser hermosas, tomáronlas por mu-
jeres, de lo cual se ocasionó que todo el mundo se hizo
1 ler. 9, 21.
2 Gen. 3, 6.
3 3 Reg. 11, U ss
4 2 Reg. 11, 2 ss.
C. 8. Segundo remedio: Recogimiento 265
corrupto, y fué por esto sumergido y destruido con el
diluvio.!
Has, pues, de procurar de evitar todas las ocasiones
y huir cuanto puedas de la superfluidad de estas recrea-
ciones sensuales. Si quieres, pues, no caer con la vista,
aparta tus ojos de ver los espectáculos mundanos y de
cualesquier vanidades. Si quieres no ser inficionado con
malas palabras, aparta tus oídos de doquier que sin-
tieres que se hablaren cosas deshonestas, o vanas, o
perjudiciales. Si quieres no murmurar, apártate de las
parlerías. Si quieres no ser vencido de la gula, no pon-
gas más de lo necesario en tu mesa. Si quieres no ser
asolado de la lujuria, no sufras morar en tu casa per-
sona que te incline a culpa, ni vayas por la calle donde
temas encontrar alguna ocasión mala, ni por doquier
que fueses vayas mirando, sino con los ojos en tierra,
acordándote de tu presta sepultura. Y no estés un pun-
to ocioso, mas ten siempre toda tu vida bien ordenada
y en buenas obras ocupada.
Ayuda mucho para refrenarnos de estas sensuales y
exteriores delectaciones, considerar frecuentemente,
cómo Cristo nuestro Señor no sólo se privó de ellas por
nuestro amor, mas aun abrazó las penas a ellas contra-
rias. Onde 2 en su pasión eligió para objeto de su vista
el improperio de la compañía de dos ladrones justicia-
dos, entre los cuales fué crucificado. Para el oído, las
injurias e improperios y blasfemias y escarnios que los
príncipes de los sacerdotes y los otros le estaban di-
ciendo. Para el olfato, el lugar hediondo do estaban
los huesos de los muertos por malhechores. Para el
gusto, gran sed y amargura de hiél y vinagre. Para el
tacto, tormentos y dolores crudelísimos de pies a ca-
beza en todo el cuerpo, azotado y llagado y desco-
yuntado, í
1 Gen. 6, 2.
2 onde, del latín unde, e. e., de donde, por lo que, etc.
18
Capítulo IX
DEL TERCER REMEDIO PARA CONVERSAR CON
DIOS POR LA ORACION, QUE ES EL MOTIVO
DEL AMOR DE CRISTO. Y COMO POR APLICA-
CION DE LAS CINCO LETRAS VOCALES A SUS
CINCO LLAGAS SE PODRA ADQUIRIR ATEN-
CION EN EL OFICIO DIVINO
L tercer remedio para amar la oración, y con ella
J_ gozar la divina conversación, es considerar siem-
pre el amor inefable con que Dios nos ama, el cual
vemos por sus tantos y continuos dones, como ya arri-
ba habemos declarado. Y que si no somos ingratísimos,
nos habemos únicamente de aficionar a él, y amarle
sobre todas las cosas. Que el que ama a otro, huelga
de conversar con él, y cuanto más le ama, más se
huelga de estar con él. Y de aquí es, que ya que no le
tenga presente con el cuerpo, tiénelo en su pensamien-
to; y a doquiera que está, le va a buscar con el co-
razón.
Y con este modo está, según puede, con él; porque
a do está nuestro tesorOy allí está nuestro corazón,^ como
dice el santo Evangelio; y a do está nuestro amor, allí
se van nuestros ojos, así exteriores como interiores.
Pues como Dios sea espíritu, no se puede hallar en
estas cosas visibles, ni gozar de su conversación en es-
tas cosas sensuales; sino que habemos de entrar «ientro
de nosotros a nuestro corazón, y buscarlo con nuestro
entendimiento y afecto en la región de los bienes invi-
sibles, esto es, en lo íntimo de nuestra ánima. Porque
allí está, y allí mora, y allí se halla, y conversa. Y con-
1 Mt. 6, 21.
C. 9. Tercer remedio: Amor
267
siderar cómo para entrar a las cosas interiores es me-
nester dejar estas exteriores, así recreaciones como
ocupaciones, no sólo las lícitas, mas aun las buenas.
Y digo que las habemos de dejar, o del todo o en parte.
Digo en parte, no ocupando todo nuestro entendimien-
to en ellas, sino que entre ellas se goce también de la
presencia de nuestro Amado, mirándolo en ellas con
los ojos de la imaginación y del entendimiento; aunque,
cuanto más nos apartáremos de estas operaciones exte-
riones, tanto estaremos más libres y hábiles para gozar
de Dios en las interiores, como lo enseña el Eclesiás-
tico, cuando dice: El que disminuye la obra exterior y
percibirá la sabiduría.^ Por la Sabiduría se entiende al
Hijo de Dios, el cual de buena voluntad mora y conver-
sa con el que se abstiene de estas ocupaciones visibles.
Porque, cuando el espíritu no anda en ellas derramado,
halla Dios dentro de la casa al huésped que le recibe;
y así remedia el tercer impedimento, que es cuando
Dios halla la casa vacía.
Ayuda a este recogimiento el lugar apartado, se-
creto y quieto. De aquí es que nuestro Redentor, por
damos ejemplo, subía a orar en el monte, y otras ve-
ces se iba a un huerto, que estaba del ruido de la ciu-
dad apartado. Lo mismo amonesta por palabra, a do
dice: Cuando orares, entra en tu aposento y, cerrada
la puerta, ora a tu padre en escondido.'^
Verdad es que los perfectos, y aun los aprovechan-
tes, que están en la conversación divina ejercitados, en
todo lugar y tiempo podrán entrar en el aposento se-
creto de su corazón y, cerrada la puerta de sus senti-
dos, sin hincarse de rodillas, ni dar a entender que
oran, pueden orar y con Dios conversar. Mas en los
principiantes, la conversación de Dios, que es por la
meditación y oración, es cosa dificultosa. Porque el
cuerpo, pesado y corruptible, agrava al alma; y, así
por esta corrupción de su naturaleza, como por la mala
inclinación con que por su culpa se han incurvado a
las cosas bajas y viles, que son estas terrenas, dificul-
tosamente y haciéndose fuerza son levantados a pensar
y desear las cosas altas y divinas. También la oración
1 Eccli. 38, 25.
2 Mat. 6, 6.
268
Camino del cielo. III. Oración
les es dificultosa, porque los demonios entremeten
muchos y varios y desvariados pensamientos, procu-
rando sobre todas las cosas impedirla. Mas perseveran-
do un poco, con tener delante los ojos el fruto, presto
con ayuda de Dios será vencida la dificultad y la con-
vertirá en suavidad.
Débese también tener debida disposición y manera,
en el modo de estar con el cuerpo, mientras estamos
orando. Esto entiendo, cuando el que ora está solo y
apartado. Entonces debe estar de rodillas o postrado,
como lo uno y lo otro hizo nuestro Redentor, cuando
oró en el huerto. O esté en pie, como oró el mismo Re-
dentor estando crucificado. O si eres flaco, debes, por-
que no te canses, arrimarte a algún banco o silla, u
otra cosa, cuando estás puesto de rodillas. Y paréceme,
que es mejor arrimar las espaldas, que no los pechos.
Quiere Dios ser reverenciado del ánima y del cuerpo,
porque lo ha criado todo, y con todo se huelga de ser-
virle el que es devoto. La humildad y reverente dispo-
sición del cuerpo, ayuda a la devoción y atención del
espíritu.
De lo dicho se sigue, que en el tiempo a Dios dedi-
cado, que es cuando se dice el oficio divino, conviene
que estés quieto con el ánima y el cuerpo, y no rezarlo
paseando, salvo por manifiesta enfermedad, o andando
camino. Porque el religioso, y cualquier eclesiástico,
tiene grande obligación de pagar lo mejor que pudiere
el divino oficio. El que paseando lo reza, hurta parte
de aquel tiempo a nuestro Señor, porque parte de él
quiere tomar para su recreación. ¿Pues, qué diré de
los que estando hablando con Dios, andan mirando acá
y acullá en diversas partes, por recrearse en estas cosas
exteriores y evadir la dificultad de la atención necesa-
ria para conversar con Dios y ofrecerle en aquel tiem-
po su corazón por la oración?
¿Pues qué diré de los que estando así en el oficio
divino hablando con la infinita majestad de Dios, por
muy fáciles ocasiones se vuelven a hablar con los hom-
bres, y a entender en negocios exteriores, y entremeter
cosas tan extrañas y vanas? Y aunque los tales sean
muy ocupados de negocios, como son mayormente los
prelados, deben buscar y tener algún convenible tiem-
po, en que se den a Dios, como deben; y lo cumplan,
C. 9. Tercer remedio: Amor 269
no como quien lo toma a destajo y por trabajo, sino
por regalo y descanso. Los que diciendo el oficio di-
vino, buscan juntamente recreaciones exteriores, señal
es que les falta mucho del amor divino, y que tienen su
corazón, no tanto en Dios, del cual tan fácilmente se
apartan, como en las cosas sensibles en que más se
recrean. Porque como dice nuestro Señor en el Evan-
gelio: A donde está tu tesoro, allí está tu corazón. Es-
tos que así andan recreándose en estas cosas exteriores
con la imaginación o corporales sentidos en el tiempo
del oficio divino, muy poco, o ningún fruto sacan al
cabo del año. Y de aquí es lo que dice aquel devoto y
divino libro que se llama Contemptus mundi, que lo
que más te impide el espiritual fruto, es que tarde te
vuelves a estar en verdadera oración; y primero que así
ores, buscas muchas consolaciones en estas cosas exte-
riores. Mas los que, cuando oran, menosprecian todas
estas cosas sensibles, y se recogen a conversar y re-
crear y negociar con solo Dios, aunque a los principios
sientan alguna dificultad en desechar estas vanas re-
creaciones y pensamientos importunos, presto tienen
en la oración mayores deleites, allende de alcanzar sus
peticiones. Y por esto dice el Sabio: que mejor es el
fin de la oración que el principio.^
Es también remedio para la atención y devoción
de la oración, procurar de aparejar primero el espíritu
con alguna buena disposición. Esto nos amonesta el
Eclesiástico, diciendo: Antes de la oración apareja tu
ánima:^ Puédese aparejar nuestra ánima con alguna
santa y breve meditación, que preceda a la oración.
Y paréceme que será meditación muy fructuosa para
disponernos a orar, tratar al principio aquellas pala-
bras que dijo Abrahán, cuando quiso hablar con Dios:
Hablaré — dice — al Señor mío, como yo sea polvo y
ceniza.^ En las cuales palabras se nos representa la
infinita majestad y bondad divina, y nuestra vileza y
maldad propia. En decir, Señor, se representa el seño-
río, en cuya mano se sustenta y de cuya voluntad cuel-
ga todo el mundo. En decir, mío, se representa su
amor incomprehensible y eterno. En decir, como yo
1 Eccli. 7r 9.
2 Eccli. 18, 23.
3 Gen. 18. 27.
270
Camino del cielo. III. Oración
sea polvo y ceniza, se nos representa nuestra inhabili-
dad y maldad.
El último remedio para la tentación y devoción de
la oración sea, que al principio del oficio divino, y
de cualquier psalmo, o de las palabras aquí dichas, o de
otras, uses de alguna señal exterior y sensible, con que
puedas de pronto presentar en tu memoria a nuestro
Señor Jesucristo crucificado. Y para que fácilmente
alcances ésta su memoria, aplica las cinco letras voca-
les a sus cinco llagas principales.^ La ^4, a la llaga de
la mano derecha. La E, a la de la mano izquierda. La
/, a la del pie derecho. La O, a la del siniestro. La C/,
a la del costado. Pues como en el principio de cual-
quier psalmo, o himno, u oración vocal has de hallar
luego alguna de estas letras vocales, haz luego algún to-
camiento o señal, en la parte a que se aplica la letra
que entonces se ofrece. Si fuere la A, tócate en la pal-
ma de la mano derecha con los mismos dedos de ella.
Si fuere E, tócate en la izquierda. Y lo mismo digo de
los pies y del costado, haciendo en cada una algún to-
camiento o movimiento, para rememorar las llagas de
tu mismo Dios y esposo, por ti crucificado. Con lo
cual, como ya declaramos, se nos representa máxima-
mente estos dos motivos, que son: cómo Dios es infini-
tamente amable, y único amador nuestro. Con estos
dos motivos de esta suma lección de Cristo y su pasión,
puedes y debes — oh ánima — despertarte siempre en
profunda meditación, con la cual alcances y goces la
verdadera oración.
1 Aunque algo infantil este método y procedimiento de mante-
ner la mente atenta y devota a lo que reza; sin embargo^ fué muy
recomendado este modo, especialmente en la Edad Media y todo el
siglo XV.
Capítulo X
DEL CUARTO REMEDIO PARA AMAR LA ORA-
CION Y GOZAR DE LA CONVERSACION DE
DIOS, QUE ES LA FRECUENTACION DE LOS
SOBREDICHOS EJERCICIOS
uiMOS que el cuarto impedimento para amar la
J / oración y gozar de la conversación divina es,
cuando halla Dios la casa entorpecida, lo cual es por
la gula. Pues para que el ánima no siga el apetito des-
ordenado del manjar de su cuerpo, el remedio es, que
el espíritu coma cuanto más pudiere el manjar suyo.
Su manjar es la palabra de Dios, la cual se come usan-
do el ánima de los sobredichos ejercicios, que son: la
lección, y la meditación, y la oración, que se gozan
con el entendimiento, con el cual el hombre goza de su
manjar propio, conforme a lo que dice el Eclesiástico,
hablando del justo: Dióle Dios — dice — a comer pan
de vida y entendimiento.'^ La lección apareja el man-
jar. La meditación lo masca. La oración lo gusta.
Gran diferencia hay entre este manjar espiritual y
el corporal. Porque el manjar del cuerpo no se puede
tomar de él sino poco, que baste para lo necesario; y si
más se toma, daña. Mas el manjar espiritual cuanto más
de él se come, tanto más aprovecha. El manjar del cuer-
po, presto hinche su estómago; mas el manjar del espíri-
tu, hácelo más capaz, y ensancha y habilita , más su es-
piritual estómago. El manjar del cuerpo, cuando se
toma de más, se hace desabrido; mas el manjar del espí-
ritu, cuanto más de él se toma, es más sabroso. Del
manjar corporal, no se puede gozar casi en todo el día,
1 Eccli. 15, s.
272
Camino del cielo. III. Oración
sido obrai de una hora; y si un poco más alguno en
él se detiene, cánsale mala disposición y enfermedad.
Mas el manjar del alma, puédese gozar todo el día, y
con esto da más buena disposición y salud.
De lo dicho se sigue, que la frecuentación de la
lección y meditación y oración, es gran remedio contra
la gula; porque, cuanto el espíritu gusta más de su pro-
pio manjar, tanto más desprecia el corporal. También,
cuanto el espíritu más recibe su manjar espiritual,
tanto más engorda, y recibe más salud y más fuerza.
Y cuanto más se aumenta la fortaleza del espíritu,
tanto mejor puede vencer el apetito desordenado sen-
sual del manjar del cuerpo.
De las cosas ya dichas fácilmente se puede cono-
cer, cómo el que se da a los ejercicios santos de la de-
vota lección y amable meditación, alcanza disposición
de su alma para darse a la oración y gozar de la divina
conversación. Mas, si con todo esto, hubiere alguno
que pregunte ¿cómo puede holgarse de conversar con
Dios, pues no lo ve? A esto respondo, que el que tie-
ne algún amigo, huelga de conversar con él, aun cuan-
do no le vea, si sabe que está presente y le oye y le
responde. Como acaece estando a oscuras de noche.
Pues como sepamos que Dios está en toda parte, y oye
al que le habla, y responde dulcemente al que fami-
liarmente y con toda gana le conversa: de aquí se si-
gue, que en todo tiempo y lugar le podemos y debemos
conversar, aunque estemos en la noche de este mundo.
Porque, aunque en esta vida estemos, como quien está
a oscuras, en respecto de los que gozan de aquella
suma luz viendo claramente la divina esencia; la mis-
ma conversación con que Dios se goza en esta vida
presente, aunque como de noche, nos alumbra y enca-
mina para comenzarle a gozar aunque imperfectamen-
te, entre las tinieblas de este presente siglo; y nos guía
hasta el punto que nos amanece en el cielo, viendo
claramente su presencia e infinita hermosura con su
luz clara y perfecta.
Cuánto más, que su presencia y amor y muchas dul-
ces palabras con que nos habla, podemos ver en todas
1 obra de una hora, e. c, cosa de una hora o el espacio de
una hora.
C. 10. Cuarto remedio: Ejercicios devotos 273
las cosas; porque en todas, si bien miramos, se mani-
fiesta. Porque, así como tú ves el corazón o ánima in-
visible de tu amigo por las señales exteriores y visibles;
así, y mucho mejor, puedes y debes ver la presencia de
tu Dios por medio de sus obras y sus dones. Pues,
como puedas gozar de la conversación de Dios todas
las veces que quieras; y con ella, de tanta honra y de-
leite y provecho, ¿cuánta razón es, que te esfuerces a
vencer un poco de dificultad, que para la oración se
ofrece en el principio?
Dime: si el Rey de la tierra — y que, junto con
esto,i fuese el más sabio y virtuoso y de más dulce con-
versación que hubiese en el mundo y perfecto amigo
tuyo — , este tal te convidase a conversar con él todo
el tiempo que quisieses, y sintieses que se huelga mucho
de esto por el grande amor con que te ama, por el cual
allende de su honra y de su conversación, te prometiese
hacer todas las mercedes que le pidieses por sólo que le
conversases: si esto todo tuvieses por cierto, ¿dejarías
de conversarle, por no tomar un poco de trabajo de su-
bir a su palacio,2 aunque hubieses de ir cuesta arriba
por espacio de un cuarto de legua? Por cierto, con
grande alegría vencerías la dificultad de esta subida.
Pues, ¿por qué no harás esto mismo para vencer la di-
ficultad que se ofrece al principio de la oración, pues
sabes que con vencerla subes a conversar con el Rey
del cielo, que en sabiduría y potencia y bondad es in-
menso, en conversación suavísimo, y único amador
tuyo; y que te promete, por sólo conversarle, todo
cuanto le pidieres, que te sea provechoso?
La dificultad que se ofrece al principio de la ora-
ción, y que has de procurar siempre vencer, es — como
muchas veces hemos dicho — apartarte de estas recrea-
ciones y ocupaciones exteriores; de las cuales vanida-
des se te hace dificultoso apartarte, por haberte a ellas
mucho inclinado por tu culpa y descuido. Mas si de ellas
te apartas, y dentro de ti te recoges, hallarás a Dios
como deseas. Porque cuanto menos la virtud de tu
ánima se derrama en las cosas de fuera, y cuanto más de
sus ocupaciones se vacia, tanto queda más libre para
1 y junto con esto, e. e., con ser Rey.
2 J.« ed.: palacio real.
274
Camino del cielo. III. Oración
vacar a la meditación y oración, y ver y conocer a
Dios, conforme a lo que nos amonesta por el profeta,
diciendo: Vacad y ved que yo soy DiosA También, por-
que cuanto se abstiene más de las consolaciones de las
criaturas, tanto más se hace digna de la divina conso-
lación. Por lo cual dice el profeta: Menospreció mi
ánima consolarse — conviene a saber, en cosas las de
este mundo — ; de Dios se acordó y se deleitó,"^
Debemos, pues, procurar, cuanto más pudiéremos,
evitar las consolaciones de estas cosas transitorias, no
sólo ilícitas, mas aun las lícitas, como es oír nuevas, y
hablar unos con otros, si no fuere para despertamos a
Dios; y de reírnos y de tomar cualesquier pasatiempos
vanos; v aun de tomar demasiadamente corporales
ejercicios, aunque sean útiles y buenos. Pues, como
está ya declarado, privan de otros mejores, que son, la
lección, meditación y oración, con que se goza la di*
vina conversación.
1 Ps. Jt5, 11.
2 Ps. 76, S.
Capítulo XI
DEL QUINTO Y ULTIMO REMEDIO PARA LA
ORACION Y CONVERSACION DE DIOS, QUE ES
FRECUENTAR LOS SANTOS SACRAMENTOS DE
LA CONFESION Y COMUNION
L quinto y último remedio para gozar de la conver-
L, sación de nuestro Señor Dios por medio de la
oración es, que no halle Dios sucia la potencia de
nuestra alma, cuando viene a ella; mas limpia y ador-
nada, para que huelgue de entrar y morar en ella.
Esta pureza y limpieza y hermosura se alcanza ^ por
la frecuentación de los santos sacramentos de la con-
fesión y comunión. Porque cada vez que se recibe cual-
quier de ellos — no poniendo impedimento — nos da
nuestro Señor nuevo aumento de gracia, con la cual el
ánima es purificada, y hermoseada, y deificada.
Especial y principalmente es ordenada la confesión
para purificar el alma. Porque, así como con el agua se
limpia la suciedad corporal, así el agua de las lágrimas,
que ha de preceder y acompañar a la confesión por el
dolor del pecado, alimpia de toda manzilla al espíritu.
Y también con la gran vergüenza que se debe tener
del pecado se adquieren las lágrimas de contrición,
con que se riega la casa. Y con la lengua, manifestando
las suciedades que tenemos dentro, como con una es-
coba echamos aquellas suciedades fuera.
Es la confesión muy necesaria para limpiamos de
la culpa. Porque, puesto que el pecador después de
haber pecado mortalmente, se arrepiente, teniendo pe-
sar y dolor de su pecado; y tenga también propósito
1 se alcanza. Es frecuente en ¡os clásicos concertar el verbo en
8ingular con varios sujetos, que reclamarían el plural.
276
Camino del cielo. III. Oración
de enmendarse, y de confesar, cuando lo manda la igle-
sia: con todo esto, puede ser que se quede en pecado
mortal. Y aun temo que las más veces acaece así.
Porque el tal dolor puede nacer del amor propio, y no
del amor divino; y mientras este pesar, o dolor, no
nace del amor de Dios, no es contrición, sino sola-
mente atrición, que es un dolor imperfecto, no forma-
do i con caridad. Y mientras no hay en el alma otro,
que es el que es llamado contrición, formado con la
caridad, siempre se queda en pecado mortal. Y aunque
sea tan grande el pesar o dolor de sus pecados, que
venga a llorarlos; 2 si el tal dolor no nace del amor de
Dios, al cual porque ya ama sobre todas las cosas le
pesa sobre todas las cosas de le haber ofendido, siem-
pre se queda en pecado.
Este arrepentimiento imperfecto, engaña a muchos,
pensando, que con él están ya en gracia, lo cual es
gíande engaño del demonio. Porque el pecado consigo
trae ordinariamente arrepentimiento, como lo enseña
el bienaventurado nuestro padre San Agustín, diciendo:
Mandaste, Señor y así es hecho, que todo ánimo des-
ordenado sea pena a sí mismo. Esto puede ver por ex-
periencia cada uno; mayormente en los pecados carna-
les, que son más manifiestos. Y tanto el pecador puede
tener mayor pesar, y lo tiene estando fuera de gracia,
cuanto alcanza más claro ingenio, o más luz de letras;
y cuanto más intensamente se ama. Porque el tal pe-
cador, cuanto más conoce los males en que ha incu-
rrido por el acto o deleite del pecado, ya pasado, tanto
más le pesa de haber en él caído, Y aunque sea tanto
el pesar, que vengan a llorar, si no es más de por esta
causa, se quedan en pecado mortal.^ Esto se muestra
1 no formado, e. e., no informado o penetrado.
2 i.« ed.: ollarlos.
3 En todo esto habla el autor del dolor del pecado como de un
acto natural del hombre, que se duele de haber caído en tal o cual
acción indigna y vergonzosa del hombre; como seria en una persona
noble y rica haber robado una cosa vil; o el pecado de infidelidad
con la esposa o amigo, a quiénes lo debe todo; o una mentira en
una persona honorable; o una vileza y bajeza en un caballero y gran
señor, etc. En estos casos las caídas o recaídas suelen llevar consigo
un gran dolor y confusión, y aún a veces lloran las tales personas
sus pecados y los detestan de todo corazón. Pero este dolor, si no
pasa de ser por motivos naturales y humanos, no es suficiente para
borrar la mancha, que sólo la gracia sobrenatural puede borrar. La
contrición es, pues, siempre necesaria para borrar los pecados; sin
embargo, como más adelante explica, puede la atrición, unida a la
C. 11. Quinto remedio: Confesión 277
bien en Esaú, el cual, aunque por su culpa derramó
muchas lágrimas, no mereció ser perdonado, como lo
pondera el Apóstol; antes, con todo esto se condenó,
y está en el infierno. i El Rey Antiocho, viéndose muy
enfermo, le pesó, y mucho, de todos sus pecados, y
propuso y prometió la enmienda, y de ser gran servi-
dor de Dios de allí adelante, y hacer grandes bienes en
su servicio. Y con todo esto, nuestro Señor Dios, aun-
que es clementísimo, no quiso perdonarlo; antes, lo
dejó caer en el infierno. 2 Porque aquel dolor no le pro-
cedía del amor divino, sino del amor propio, por el
cual, cuanto más se amaba tanto más le pesaba de
todo lo que había ofendido por los males en que había
incurrido.
Esto mismo se cree acaecer regularmente a todos
los que por toda su vida se dan a rienda suelta a los
vicios, y guardan a hacer la penitencia a la hora de la
muerte; en la cual, no dejan los tales de corazón sus
vicios, mas los vicios los dejan a ellos. Por lo cual, con-
tra éstos dice el bienaventurado Padre San Agustín
una terrible sentencia, y es ésta: Con tal juicio es he-
rido el pecador, que a la hora de su muerte no se
acuerda, como debe, de sí mismo; el cual, mientras
vivió, se olvidó de Dios.
No queremos decir, que si a la hora de la muerte
tiene éste tal contrición, no se salve; que salvaríase con
ella, aunque hubiese cometido todos los pecados del
mundo. Mas dice San Agustín, que al tal pecador no
quiere Dios darle gracia con que se convierta a él por
verdadera contrición, mas el tal muera con atrición
sola, con la cual se condena. Y aunque el tal se con-
fiese y comulgue, no le aprovecha, antes daña, porque
pone impedimento, no teniendo propósito verdadero,
confesión sacramental, horrarlos, puesto que el efecto de ésta es
hacer al hombre de atrito contrito. Téngase en cuenta esta doctrina
para la recta interpretación de todo este capítulo, eminentemente
teológico.
1 Hehr. 12, 16: A pesar de lo que dice el autor, no consta
por ninguna parte que Esaú se condenase, ni la Iglesia ha dicho
sobre esto la menor cosa. Es verdad que asi lo dicen algunos
Santos Padres, interpretando en este sentido aquellas palabras de la
Escritura: Jacob dilexit, Esaú aut^m odio habuit. Pero la mayoría
los entienden en el sentido de primogenitura y herencia del Pa-
triarcado, que la pasó a Jacob gratuitamente y porque quiso, qui-
tándosela a Esaú.
2 2 Mach. 9, 11 ss. Dígase también lo mismo que del anterior.
278
Camino del cielo. III. Oración
sino falso, de hacer enmienda, porque ve que más no
puede gozar de lo que en este mundo ama.i
También, aunque uno tenga pesar de lo pasado, y
esté bueno y sano, y tenga propósitos de enmendarse,
si no tiene — como ya dijimos — el dolor perfecto de
la contrición, siempre se queda en pecado mortal, si
no se allega a la confesión. Mas si alguno convirtién-
dose a Dios con tiempo, quiero decir, si tiene verda-
dero propósito de enmendarse y pesar de todo lo pa-
sado, y juntamente con esto se allega al sacramento de
la confesión: en participando este sacramento, sale
del pecado. Porque, por virtud de la gracia, que por el
sacramento de la confesión se le infunde, es hecho de
atrito contrito.
De esto, así declarado, queda muy manifiesto, cuán
gran remedio sea la confesión para salir del pecado,
pues sin ella el dolor y el propósito de la enmienda, y
el propósito de confesar cuando lo manda la Iglesia,
puede ser muchas veces que no basten a sacar el alma
de la caída de la culpa. Mas, si con las disposiciones ya
dichas, se participa actualmente la confesión, con esto
basta, y es reducida el alma a estado de gracia.
Colígese también de aquí el gran desatino de los
que, después de haber pecado mortalmente, dilatan la
confesión, ni aun por una semana; ¿cuánto más en cabo
de un año, quiero decir, hasta la cuaresma? Porque
aunque es verdad que la iglesia no obliga a la confesión
sino en aquel tiempo, y en otros ciertos casos; lo que
de esta licencia pueden sacar es, que si no se confe-
saren antes, no incurrirán en nuevo pecado mortal por
no se confesar antes de aquel tiempo. Mas no les con-
cede la Iglesia que salgan de cualquier otro pecado,
si no fuere, o teniendo verdadero dolor de contrición,
el cual muchas veces y las más, como ya se ha dicho,
debemos temer que falte; o, llegando con la atrición
y propósito de la enmienda, participar el remedio de
la confesión sacramental, con lo cual el ánima queda
absuelta.
Ésta es, según creo, una de las principales causas
1 Esto es muy verdad y confirma el dicho: Sicut vita, finis ita.
Como es la vida, así es el fin. En realidad quien ha vivido siempre
olvidado de Dios y de sí, muere también olvidado de Dios y de si.
Quien ha vivido tibio, tibio muere; quien neciamente ha vivido,
como necio también muere.
C. 11. Quinto remedio: Confesión
279
por qué el día de hoy caen los cristianos en tantos pe-
cados, y de cada día más se van despeñando en sus
vicios; y es, por no recurrir luego al remedio, sino antes,
dilatar este santo Sacramento. Porque como dice San
Gregorio: Todo pecado que presto no es lavado y des-
hecho por la penitencia, con su mismo peso atrae y
hace caer en otro. Pues, como los tales, por contentarse
con sola la atrición y no llegarse a la confesión, no ha-
cen verdadera penitencia, siempre se quedan en peca-
do mortal, fuera de la divina gracia. Y por estar pri-
vados de ella, de cada día más se van despeñando de una
culpa en otra. Porque como les falta la buena incli-
nación, que da y aumenta el favor del Espíritu Santo,
para resistir a la mala inclinación del vicio, de aquí
les sucede que, aunque tienen pesar y propósito de se
enmendar, mas ofreciéndoseles las especies concupisci-
bles de los vicios a que están inclinados, y mayormente
con las ocasiones de los aparejos, fácilmente toman a
caer en sus pecados.
También, porque cuanto más pecan, tanto más mal
inclinados se hacen. De aquí es, que, cuanto más vi-
ven, más pecan; y cuanto más pecan, tanto más al mal
se inclinan. Y así, cayendo de cada día en más y peo-
res vicios, se vienen a hacer incorregibles y obstinados.
De modo que, por una poca de negligencia de llegarse
luego a la confesión y participar presto este remedio,
se pueden condenar; y se cree que se condenan mu-
chos a caer y estar para siempre en el inñemo.
Es pues la confesión sacramental gran remedio para
la oración. Lo uno, porque quita el impedimento del
pecado, que inclina a lo contrario. Lo segundo, porque
da y aumenta siempre la inclinación buena con el
aumento de la gracia. Lo tercero, porque dispone al
alma para dignamente participar la santa comunión,
la cual mayormente se dispone i a orar y gozar de la
divina conversación.
1 ed. : se dispone, como luego diremos, a orar.
Capítulo XII
DE COMO LA SANTA COMUNION AYUDA MU-
CHO PARA CONSERVARSE EL HOMBRE EN
GRACIA Y GOZAR DE LA CONVERSACION DE
DIOS
L Otro remedio, y muy mayor, es frecuentar el san-
JL, to Sacramento de la Comunión. La razón de esto es,
porque cada vez que se recibe con pesar del mal pa-
sado y propósito verdadero de no ofender más a Dios,
y con haberse confesado, se recibe con disposición su-
ficiente, y en estado de gracia, y con nuevo aumento
de ella, en mayor grado que en otro sacramento
ninguno.
No debe el hombre esperar otra disposición y dig-
nidad. Porque si espera ser digno de otro modo, es
engaño del demonio; el cual, sobre todas las cosas
procura impedirnos la comunión, porque sabe que no
hay cosa que al pecador pueda ser más saludable para
conservarle y aumentarle en amor divino, y conversa-
ción entrañable de nuestro Señor Jesucristo. Si el hom-
bre espera a ser digno de otro modo, nunca podrá
comulgar. Porque aunque tuviese la santidad y mé-
ritos de todos los santos que son en la tierra y en el
cielo, no sería digno de condigno para recibir este
santo Sacramento. Quiere Dios hacernos estas merce-
des inmensas, por su caridad infinita.
Danos este don excelentísimo, no por nuestros mé-
ritos, sino por su inmensa bondad. Y no nos pide que
lleguemos como dignos por nuestros méritos; más, que
no se llegue alguno, habiéndose hecho de nuevo indigno;
C. 12. Último remedio: Comunión 281
que es, mientras está caído en mortal pecado. Reci-
biéndolo, pues, con sola la disposición ya dicha, cada
vez nos comunica nuevo aumento de gracia, y en ma-
yor grado que en otro Sacramento alguno; porque se
recibe en él, por singular modo de su divina presencia,
la misma fuente de la gracia, que es el mismo Cristo.
Y recibe(se) i su divino favor en la comunión, por
dos vías. La una, por parte de la devoción del que lo
recibe; y la otra, por virtud del mismo Sacramento.
¡No hay cosa con que más Dios alumbre al alma!
Y en figura de esto, se lee de Jonatás, que gustando un
panal de miel, dijo, que se le habían alumbrado los
ojos. Por el panal se entiende Cristo, cuya miel — que
es su divinidad — está en la cera obrada sin corrup-
ción, que es su humanidad purísima. No hay cosa
también, que más fuerzas y esfuerzos dé al ánima para
proseguir el camino del cielo, que es con el comer
este pan sagrado. Y en figura de esto se lee de Elias, que
comiendo de un pan subcinericio, anduvo en virtud
de aquel manjar hasta llegar al monte de Dios, que era
llamado Oreb.2 Por aquel pan se entiende Cristo, que
es pan que descendió del cielo, traído por el ángel del
gran Consejo, que es también el mismo Cristo, el cual
nos trujo ^ y dió a sí mismo. Por el monte de Oreb
— a do Dios más especialmente mora, porque allí es
visto — , se entiende el cielo empíreo.
Pues, como toda esta eficacia sea de la gracia, la
cual inclina el ánima a Dios; y cada vez que alguno
comulga, se le aumenta; de aquí es, que, cuando más
fuere frecuentada, con sola la dicha disposición, tanto
más se aumentará la inclinación de la divina dilección,
que — según algunos — es lo mismo que la gracia. O si
es distinta — según Santo Tomás — cuanto hay más
de gracia con que se perfeccione la esencia tanto hay más
de caridad, que es la dilección divina, con que se per-
fecciona la potencia del ánima: pues, cuanto uno es-
tuviere más inclinado a Dios por amor, tanto estará
1 i.« ed.: recíbese. 2.<^ ed.: recibe. Nos parece errata de im-
prenta la de la segunda edición.
2 3 Reg. 19, 6.
3 trujo, forma anticuada de trajo, que se usa no obstante ac-
tualmente en algunas comarcas de España, entre gente de pueblo.
19
282
Camino del cielo. III. Oración
más habilitado y más dado a gozar de la divina conver-
sación por medio de la oración.
Esto se ve por experiencia, aun en la conversación
humana. Porque, cuanto una persona más ama a otra,
tanto más desea, procura y huelga conversar con ella.
Así también el que frecuenta, como hemos dicho, la
comunión, en la cual siempre se aumenta el amor de
Dios, no puede dejar de frecuentar la oración, por
gozar de tan amable y amada conversación. Esto nos
da a entender el bienaventurado San Lucas en el libro
de los ''Actos de los apóstoles'', a do, hablando de los
cristianos de la primitiva iglesia, dice: que persevera-
ban en la doctrina de los apóstoles y en la oración y en
la comunión.^ Pone la oración y la comunión juntas,
porque siempre andan acompañadas. Presupone la doc-
trina evangélica, porque para lo uno y lo otro es gran-
de adyutorio.^ Dice, que frecuentaban la comunión;
porque todos comulgaban, por lo menos cada domingo.
Dice, que con esto perseveraban; conviene a saber,
en buena vida, la cual representa el mismo San Lucas,
diciendo: que todos vivían unánimes, teniendo una
ánima y un corazón en Dios.^ Por lo cual, también se
holgaban mucho de darse a la oración, por conversar
con Dios.
Y porque del amor de Dios redunda el amor del
prójimo; y la caridad — como dice el apóstol — : No
quiere las cosas que son suyas,^ — que quiere decir
como lo declara nuestro Padre San Agustín que ante-
pone las cosas comunes a las propias,^ — de aquí es,
que ellos hicieron entre sí todas las cosas comunes, para
que fuese repartido a cada uno lo que fuese necesa-
rio. Y también, porque por la fuerza del amor de Dios
y deseo de su celestial Reino, tenían despreciado todo
lo de este mundo.
Toda esta santidad les provenía — como allí dice
1 Act. 2, Jf2.
2 Adyutorio, término latinizante, hoy anticuado, por ayuda.
No obstante debiera ponerse en uso esta forma, pues, no tenemos
otro equivalente. El Diccionario no registra esta palabra.
3 Act. 2, 6. El texto de San Lucas dice: un corazón y un
alma. El autor cambia los términos por influencia de la Regla de
San Agustín, que da la lectura del autor.
4 1 Cor. 18, .5.
5 San Agustín. Regla, C. IV. quiere, el original latino, busca.
C. 12. Último remedio: Comunión 283
San Lucas — de perseverar en la doctrina santa: la cual
se hace por la lección o predicación y por la meditación.
Y lo segundo, por darse a la oración. Y lo tercero, por
comulgar por lo menos cada domingo. Y con estos divi-
nos auxilios vivían en tan bienaventurado estado de vida
común y religiosa; de modo, que todos — así los casados,
como los otros — vivían en aquel estado, como ahora
los buenos religiosos; y así vivían como verdaderos
cristianos.
Mas, ¡cuán al contrario se vive ahora en nuestros
tiempos! ¡Oh tiempos desdichados, que cotejados aqué-
llos y los que agora vivimos, no parecemos cristianos!
¡Oh tiempos — como dice el Apóstol — peligrosos!
Porque — como allí dice el mismo — ya los hombres
son amadores, no de Dios, sino de sí mismos. ^ ¿Quién
no se espanta de tan gran caída, si coteja esta nuestra
vida con aquélla? ¿Quién no tiembla de ver la iglesia
tan eclipsada? ¡Cuán pocos hay el día de hoy entre los
mismos que se llaman cristianos, que vendan toda su
hacienda, como hacían aquéllos, y se queden con sólo
día y victo, por socorrer a las necesidades de su pró-
jimo! Pluguiese a Dios, que siquiera la tercera parte de
los bienes temporales que tienen, empleasen en reme-
diar las necesidades que otros padecen. Pluguiese a Dios,
que diese siquiera cada día el rico de comer a un po-
bre.2 Pluguiese a Dios, que de las vestiduras sobradas y
tan superfinas que traen y tienen en las arcas, cubrie-
sen a sus hermanos las espaldas desnudas. Pluguiese a
Dios, que ya que no venden por amor de Dios su casa,
tuviesen siquiera cuidado de dar cada día parte de ella a
Cristo, dándole posada en algún pobre suyo. Pluguiese
a Dios que con lo mucho que sobra a los ricos, redi-
miesen — como dice Daniel — sus pecados con soco-
rrer a las necesidades de sus prójimos.'^
Mas, para esto, luego los avarientos y cobdiciosos,
y todos los amadores de este mundo, tienen la res-
puesta en la mano, y dicen: Que nada les sobra, antes
les falta. En esto, según su intención, dicen muy gran
verdad. Porque teniendo respecto a lo que han menes-
1 2 Tim. 3, 1 ss.
2 í.« ed.: un hombre.
3 Dan. h, 2U.
19*
284
Camino del cielo. III. Oración
ter para satisfacer a su gula y a su lujuria y a su pom-
pa y a su cobdicia, ninguna cosa les sobra; antes, es
mucho lo que les falta. ¡Desventurados de ellos, que tie-
nen corazón para servir a los juegos con muchos dine-
ros, y no para servir a Dios en los suyos! Tienen
estómago para echar un montón de reales o de duca-
dos en un resto, y no para socorrer con uno al necesi-
tado. Tienen ánimo para gastar a desmuertas i en mil
vanidades y locuras, mas no para favorecer las iglesias
pobres de los monasterios y de las parroquias, así para
sus ornamentos como para sustentación de sus minis-
tros. Son manirrotos en gastar para lo que se les
ofrece de su interés o vana honra, mas hállanse mania-
tados para hacer algún gasto en lo que cumple a la
honra divina.
Mas, fuera de todo esto, para no hacer caridad,
ármanse con otra escusa que el demonio les enseña
y con que les engaña, porque les parece muy justa y
santa. Porque dicen algunos: No queremos todos estos
bienes para nosotros, ni para esos gastos profanos, sino
para remediar a nuestros hijos. ¡Como si aquellos cris-
tianos de los tiempos ya dichos, no tuvieran también
hijos! ¡Como si Dios no tuviese más cuidado de sus
hijos, que ellos mismos! ¡Y como si no les dejasen mejor
heredad con el ejemplo de vida templada y amor de la
pobreza y menosprecio del mundo, que no con procu-
rar de casarlos en más alto grado, o subirlos a mayor
fausto! ¿De dónde les ha venido a éstos estar tan ciegos
y tan desatinados, que ya no son verdaderos cristianos,
como los de aquellos tiempos; sino, porque aquéllos se
comulgaban — ya hemos dicho, por lo menos cada do-
mingo — y éstos no, sino de año en año, y aun enton-
ces Dios sabe cómo?
Ésta es la causa principal por que han venido en un
estado tan seco, como lo enseña el profeta, hablando en
persona del pueblo cristiano, que es en este tiempo.
Hase — dice él — mi corazón secado, porque se olvidó
de comer su pan?' que es el santo Sacramento. Porque
el manjar material es manjar del cuerpo, mas el manjar
1 desmuertas, no se halla en el Diccionario. El significado es
claro: sin tino, a manos rotas, a espuertas.
2 Ps. 101, 5.
C. 12. Último remedio: Comunión 285
del corazón, por el cual se entiende el espíritu, es el
pan vivo que da vida verdadera — esto es, la espiri-
tual — a todo aquel que verdaderamente vive en este
mundo.
Así como con la falta de manjar corporal, por no
ser frecuentado, presto muere el cuerpo; así con la
falta del manjar espiritual, presto muere el espíritu.
Y por tanto, así como para el cuerpo tomamos su man-
jar cotidiano, así para sustentación de la vida del es-
píritu importa mucho tomar cada día, a lo menos espi-
ritualmente con el deseo; y en cabo de la semana, en el
mismo Sacramento. Aunque más aprovecharía si espiri-
tual y sacramentalmente se recibiese cada día.
Por esto nuestro Señor nos avisa, que digamos cuan-
do oramos: Nuestro pan sobresustancial cotidiano^ dá-
nosle hoy, oh Padre nuestro.^ Estas dos palabras jun-
tas dijo nuestro Redentor que dijésemos en la oración
del Pater Noster, que él mismo nos compuso. Porque
un evangelista dice que dijo la una, y otro la otra, de
do se sigue que las dijo entrambas a dos juntas. Pues
en lo que dice, sobresustancial, da a entender que se
pide el pan sacramental. En lo que dice, cotidiano,
nos da a entender, que debe ser cada día frecuentado.
Y por esto dice San Agustín: de tal manera vive, que
cada día puedas comulgar. Yo por lo menos te amo-
nesto que comulgues cada domingo.
Este Santísimo Sacramento es piélago inmenso de
amor, porque en él realmente se contiene y se da el
mismo Cristo, Dios nuestro, que es ese mismo Amor
por esencia. Y así este singular don procede de máxi-
mo amor divino, y es en nosotros causativo de
máximo amor suyo. Y esto se significa en el modo con
que se da en él el mismo Dios, conviene a saber, en
manjar. Porque el efecto del amor es unión; y de aquí
es, que el que ama a otro de amor perfecto, querría
siempre tenerlo presente, y aun tenerlo cabe sí. Y cuan-
to más le ama, tanto quiere tenerlo más junto consigo;
y hasta llegarlo y meterlo dentro de la fuente do pro-
cede su amor, que es el corazón. Y por tanto, si pu-
diese el que así ama, abrirse el pecho sin daño suyo,
y meter dentro de él a su amigo, hacerlo había de grado,
1 Le. 11, 3.
286
Camino del cielo. III. Oración
por poder dentro con su mesmo corazón abrazarlo, y
dentro de él meterlo, y consigo perfectamente unirlo;
y de esto recibiría más gozo.^
Por esto, nuestro Dios, como nos ama con amor
perfecto e incomparable y sumo, y sea todopoderoso;
porque supo, y pudo, y quiso, se nos dio con este efec-
to de perfecta unión de su amor divino. Y por esto se
nos da en manjar. Para que, comiéndolo, lo metamos
dentro de nuestro pecho. En el cual manjar, aunque
mascamos y desmenuzamos las especies sacramentales,
no mascamos ni desmenuzamos su cuerpo; mas en cada
partecita se queda entero, y lo metemos dentro de nos
así todo entero y sano, para que lo podamos apegar a
nuestro corazón, y abrazarnos con él, y unirnos con él.
Y por esto también se da en manjar; porque el manjar
se convierte en el que lo come, y se hace una cosa con
él. Y así, el que con debida disposición comulga, es
hecho una voluntad con la de Cristo, y es a él perfec-
tamente unido.
Hácese también conversión, mas no como en la
comida corporal. Porque allí el manjar se convierte
en quien lo come, y esto, porque el que lo come es más
noble que el manjar comido. Mas en esta comida divi-
na es la conversión al contrario. Porque el manjar
— que es el mismo Dios — es más noble, que el que
lo come, que es nuestro espíritu. Por esto no se con-
vierte el manjar en el que lo come, mas el manjar
— que es Dios — convierte al que le come en sí mis-
mo. Y aunque no sustancialmente, a lo menos por par-
ticipación. Y así convertido, es mudado de carnal en
espiritual, y de humano en divino. De modo que, con
recibir debidamente este santo Sacramento, queda el
hombre deificado. Y esto es lo que dice San Agustín
que le dijo Dios: Crece y comerme has; mas no me
mudarás tú en ti, más tú serás mudado en MíJ^
También, porque del amor de Dios nace el amor
verdadero del prójimo, de aquí es, que el que digna-
mente comulga, es con todos sus prójimos, amigos y
enemigos, por caridad y amor verdadero unido. Y por
1 Este afecto de amor se da a entender con los abrazos y besos,
con los que los amantes querrían embeberse y como meter al ama-
do en su pecho y corazón.
2 San Agustín, Confessiones, lib. X, C, n.
C. 12. Último remedio: Comunión
287
esto — como dice el mismo divino padre ^ — se da este
Sacramento so las especies de pan y vino; porque el
pan se hace de muchos diversos granes en una masa
unidos, y el vino también de muchos granos y racimos
de uvas que son hechos un licor en él unidos.
¿Quién podrá explicar, cuánto sea bienaventurado
el estado en que vive el que frecuente y debidamente
comulga? Por un ejemplo podremos dar a entender
algo de la abundancia de sus bienes y goces y deleites.
Pongamos que un gran Príncipe de este mundo amase
tanto a su esposa, que nunca quisiese apartarse de ella.
Pongamos que a éste, Dios le diese poder de convertir
su cuerpo en un mazapán, cada vez que quisiese, y de
la cantidad que quisiese; y con esta gracia, puesta por
obra, se diese a su esposa hecho como un mazapán,
para que lo metiese en su pecho, y allí se lo trújese
cada vez que ella quisiese; y aun dentro de su pecho,
si por la boca — como podía — lo metiese. Ésta tal, si
le ama como debe, tendría gran gozo de traer consigo
en su seno a su tan amable y tan amado esposo, porque
el gozo procede de tener lo que se ama; y cuanto es
más amable, y más junto o íntimamente se tiene, más
se goza. Pues si este esposo anduviese así por puro
amor en el pecho de su esposa, a su corazón apegado
y abrazado, de dentro; y de fuera, mandase a todos los
de su corte, que siempre la anduviesen sirviendo:
¿Qué vida gozaría tan sabrosa? ¿De cuánta consolación
y deleite gozaría, trayendo así siempre consigo tan
dulce esposo? ¿Y cuán segura, andando así servida de
todo el mundo, y trayendo dentro de sí, para su guar-
da, aquel señor y príncipe tan poderosos? Pues, esto
todo recibe y goza el ánima que frecuente y debida-
mente comulga, porque trae dentro en su pecho a su
tan amable y amado esposo; y de fuera, por su man-
damiento, le andan sirviendo toda su corte, la tierra y
el cielo. Todas las criaturas terrenales, visiblemente,
y los ángeles, acompañando, guardando y sirviéndola,
invisiblemente. Y ñnalmente, todo lo que es de su es-
poso, es suyo; y todo le sirve y obedece, cuanto hay en
todo el mundo.
El que por negligencia de no aparejarse, no comul-
1 Este divino padre, e. e., San Agustín.
288
Camino del cielo. III. Oración
ga, señal es que poco ama, o que no ama de amor
verdadero a Cristo. El que no huelga, sobre todo, re-
cibirlo muchas veces en su casa, señal es que no está
en su amistad divina; pues, que el amor verdadero de-
sea recibir cada día a su amado, y gozar de la conver-
sación de su amigo.
Cosa es, pues, de gran espanto, ver la ingratitud y
desvergüenza de un mal cristiano, y la maldad y ce-
guedad del mundo; pues, quiere Dios venir a morar
con él en su casa, y que él, por no barrerla y apare-
jarla, no quiera recibiiío.
Dos géneros de hombres :^on los que se condenan:
los unos son los que se atreven a comulgar en pecado
mortal, de los cuales dice el apóstol: que comen y be-
ben para sí su juicio.^ Los otros, son los que no tienen
el deseo y cuidado debido de recibirlo. Los primeros lo
reciben en su casa, no como amigo, sino para servirse
de él de cocinero o despensero, como lo hacen los malos
sacerdotes, que estando en pecado mortal celebran, por-
que se les guise el manjar del cuerpo, o porque se les
aumente el interés terreno. Y otros lo reciben por cum-
plir con el mundo. Los segundos le dan con las puer-
tas en los ojos, porque él llega a llamar y convidar; y
ciérranle la puerta, no le queriendo recibir. Esto hacen
muchos malos, de los legos, y algunos, peores, eclesiás-
ticos,2 de éstos dice el Evangelio: Si no comiéredes mi
carne y bebiéredes mi sangre, no tendréis vida en vos-
otros; ^ de lo cual se sigue, que están muertos. Y como
el que está muerto no puede conversar con la vida, que
es el mismo Dios: de aquí procede, que los tales huyen
de la oración como de su enemigo, porque no huelgan
de conversar con Dios, sino con el mundo, en el cual
tienen su corazón metido.
Mas el justo — como dice la santa Escriptura —
Desvélase en dar su corazón al que lo hizoA Y esto hace,
frecuentando los sobredichos ejercicios divinos, que son
la Lección, Meditación, y Oración; y aparéjase con gran
deseo y gozo para recibir a menudo al rey del cielo, su
amigo y esposo único en la santa comunión; con cuya
1 1 Cor. 11, 29.
2 Job. 6.
3 lo. 6, 5U.
4 Eccli. 35, 12.
C. 12. último remedio: Comunión
289
visitación frecuentada recibe siempre aumento de su
divina gracia, con la cual le comienza a gozar en esta
vida, y le irá a gozar presto en la vida bienaventurada
y eterna de la gloria. A la cual plegué a nuestro Señor
Jesucristo, por quien es él, llevarnos a gozarle.
El cual, con el Padre y Espíritu Santo, un Dios in-
menso, vive y reina en eternidad inconmutable, de todos
sus escogidos visto y amado y loado, por todos los siglos
de los siglos. Amén.
LAUS DEO
Fué impresa la presente obra en Alcalá de Henares
en casa de Joan de Brocar a XXII de septiem.bre, año
de M. D. XLVII.
NiHiL Obstat. D. José Sebastián, censor. Imprimí Potest: Fr. Germán Fer-
nández, O.S.A., Prior provincial. Imprimaturj fuan. Obispo auxiliar y Vi-
cario general. Madrid, 11 de abril de 1959.
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Camino del cielo y de la maldad y
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