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Full text of "Camino del cielo y de la maldad y ceguedad del mundo"

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Fr.  LUIS  DE  ALARCÓN,  0.  S.  A. 


CAMINO  DEL  CIELO.  Y  DE 
LA  MALDAD  Y  CEGUEDAD 
DEL  MUNDO 


BX234'=Í 


JUAN   FLORS,  Editor 


JU?4  i  1  1980 

./\32 


CAMINO  DEL  CIELO.  Y  DE  LA  MALDAD 
Y  CEGUEDAD  DEL  MUNDO 


ESPIRITUALES  ESPAÑOLES 

Biblioteca  patrocinada  por  el  «Centro  de  Estudios  de  Espiritualidad» 
de  la  Universidad  Pontificia  de  Salamanca 

Directores: 

PEDRO  SÁINZ  RODRÍGUEZ  LUIS  SALA  BALUST 

De  las  RR.  Academias  Española       Catedrático  de  la  Universidad 
y  de  la  Historia  Pontificia  de  Salamanca 


Serie  A 
TEXTOS 

Tomo  I 

Fr.  LUIS  DE  ALARCÓN,  O.  S.  A. 

CAMINO  DEL  CIELO 


Fr.  LUIS  DE  ALARCÓN,  O.  S.  A. 

CAMINO  DEL  CI^^^^-^I^ 
LA  MALDAD  Y  CEGUEDAD 
DEL  MUNDO 

EDICIÓN  Y  PRÓLOGO 

de 

ANGEL  CUSTODIO  VEGA,  O.  S.  A. 

De  la  Real  Academia  de  la  Historia 


JUAN  FLORS,  Editor 
BARCELONA 
1959 


Texto  de  la  edición  de  Alcalá,  1547,  cotejado 
y  corregido  por  el  de  la  de  Granada,  1550 


©    JUAN  FLORS,  Editor  -  Barcelona,  1959 


DEPÓSITO  LEGAL,  B.  9.560  -  1959 


IMPRESO  EN  ESPAÑA 


Imprenta  Clarasó  ;  Villarroel,  17.  —  Barcelona 


I  ^^^^minoU  cíelo/ en  qucíc 

¡Dcniucrtra  como  fe  bufes/  v  balU 
íDioeoc  todo  co:a^oii  cbnlhanc/ 
V  fe  Declara  la  maldad  y  ceguedad  6 
'cite  mimdo/compucfto  poul  reue 
rendo  padre  frai^'ituvs  t»cSlarc5 
relígiofo  tícla  o^dcn &el  bíenaucntu 
rado  Tanto  Busuftín:|'pjcdK3do; 
Ocla  palabja  Opina,  íéelibiomuv 
catbolícoyttó  menos  ncccfisrío 
para  todoe/aflireligiofos /co 
^  mo  reglares, 


I  Con|nu.lcgio: 


EDICIÓN  DE  GRANADA,  1550 
(Madrid,  Bibl.  Nac,  R.  4.563) 


INDICE  GENERAL 


Caps.  Págs. 
Breve  introducción,  por  el  P.  Ángel  Custodio 

Vega,  O.  S.  A   1 

C.\MiNo  DEL  Cielo   39 

Privüegio   41 

Comienza  el  prólogo  del  libro  que  trata  del  Ca- 
mino del  Cielo  y  de  la  maldad  y  ceguedad  de 
este  mundo,  entitulado  a  los  muy  poderosos 
señores  don  Felipe,  Príncipe  de  Castilla,  etc.,  y 
la  Serenísima  señora  Infanta  doña  María  su 

hermana   43 

Prólogo  al  católico  y  devoto  lector  sobre  el  libro 

llamado  Camino  del  Cielo   53 

Primera  Parte:  Comienza  el  libro  que  trata  del 
Camino  del  Cielo  y  de  la  maldad  y  ceguedad 
del  mundo. 

I.  En  que  se  declara  la  intención  y  necesidad  de  este 

libro  y  por  qué  se  llama  Camino  del  Cielo    .     .  65 
II.  Del  primer  ejercicio  del  Camino  del  Cielo,  que 
es  la  lección  devota  y  frecuentada,  y  de  los  gran- 
des daños  que  se  siguen  de  leer  libros  mundanos.  75 

III.  De  cuatro  maneras  de  libros  de  los  demonios,  y 
primeramente  de  los  objetos  mundanos    ...  78 

IV.  De  la  segunda  manera  de  libros  de  los  demonios, 

que  son  los  juegos   81 

V.  De  la  tercera  manera  de  libros  de  los  demonios, 

que  son  los  hombres  malos   84 

VI.  De  la  cuarta  manera  de  los  libros  de  los  demo- 
nios, que  son  los  malos  libros  escritos    ...  87 

VII.  Cuán  grandes  males  se  siguen  de  los  Hbros  de  los 

demonios   91 

VIII.  De  los  Hbros  de  Dios  y  primeramente  de  la  utili- 
dad que  se  sigue  de  leer  en  ellos     ....  94 

IX.  Cuáles  libros  deben  ser  elegidos  para  leer    .     .  96 


X.  Que  a  todos  y  especialmente  a  los  príncipes  es  muy 
necesaria  la  frecuentación  de  la  santa  lección,  y 


VI 


Indice  general 


Caps. 

de  un  gran  libro  por  la  mano  de  Dios  en  que  to- 
dos pueden  y  deben  leer  cada  día  y  en  cada  hora. 
XI.  De  otra  lección  de  grande  utilidad  que  nos  ofrece 
este  gran  libro  por  la  mano  de  Dios  escrito  . 

Segunda  Parte:  Comienza  el  segundo  ejercicio  del 
Camino  del  Cielo,  que  es  la  sagrada  m^editación. 

I.  De  cuán  necesaria  sea  la  meditación  para  alcanzar 
la  salvación  

II.  En  que  se  prosigue  y  declara  cuán  saludable  sea 
la  meditación  y  cuán  dañoso  la  falta  de  ella  . 

III.  De  lo  que  se  ha  de  meditar  a  la  hora  de  la  maña- 
na, y  primeramente  de  los  dones  naturales  . 

IV.  De  la  meditación  de  los  bienes  temporales  . 

V.  De  la  conservación  de  todas  las  cosas  . 

VI.  En  que  se  prosigue  la  meditación  de  los  bienes 

naturales  y  temporales  

VII.  De  la  meditación  de  los  dones  gratuitos 
VIII.  De  la  segunda  manera  de  los  dones  gratuitos,  que 

es  la  justiñcación  de  las  ánimas  

JX.  De  la  misericordia  del  ánima  que  está  en  pecado 
y  de  la  vileza  de  todo  lo  de  este  mundo  . 

X.  Cómo  por  la  meditación  de  estos  dones  gratuitos 
se  sube  mayormente  al  conocimiento  de  Dios  . 

XI.  En  que  se  resume  todo  lo  dicho  de  lo  que  se  ha 
de  meditar  a  la  hora  de  la  mañana,  y  cómo  la 
majestad  y  humildad  de  Dios  se  deben  considerar 
juntamente  

XII.  De  lo  que  se  debe  meditar  a  mediodía,  que  son 
los  males  de  que  somos  librados  

XIII.  En  que  se  continúa  la  materia  del  infierno  y  se 
declaran  las  penas  de  sentido  

XIV.  De  lo  que  se  ha  de  meditar  a  la  tarde  y  en  la  no- 
che, que  son  los  bienes  celestiales  que  Dios  nos 
tiene  prometidos  

XV.  En  que  se  continúa  la  materia  de  los  bienes  del 
cielo  y  se  declara  cómo  los  deleites  principales  se 

gozan  en  Dios  

XVI.  En  que  se  resume  la  meditación  de  la  noche  y  se 
declara  el  orden  que  se  debe  tener  en  las  sobredi- 
chas meditaciones,  y  la  necesidad  de  ellas  . 
XVII.  De  la  consideración  de  los  beneficios  particulares 
y  de  lo  que  han  de  pensar  los  príncipes  y  caballe- 
ros y  mercaderes  y  oficiales  y  labradores,  cuando 
se  ocupan  de  sus  oficios  


Indice  general  vn 

Caps.  Págs. 

XVIII.  De  otra  vía  por  la  cual  podemos  subir  a  Dios  con 
la  meditación  de  los  movimientos  y  ser  de  todas 

las  cosas  209 

XIX.  De  otra  vía  más  alta  para  subir  y  aprovechar  en 

el  conocimiento  y  amor  de  Dios  214 

Tercera  Parte:  Comienza  el  tercero  y  último 
ejercicio  del  Camino  del  Cielo,  que  es  la  oración. 

I.  De  la  cualidad  de  la  oración  y  de  cuatro  condi- 
ciones de  que  ha  de  ser  acompañada,  con  las  cua- 
les siempre  es  oída  223 

II.  De  la  necesidad  de  la  oración  230 

III.  De  la  nobleza  y  excelencia  de  la  oración     .     .  233 

IV.  De  la  utüidad  y  poderío  de  la  oración    ...  237 
V.  Que  prosigue  la  utilidad  de  la  oración  y  la  efica- 
cia y  excelencia  de  ella  241 

VI.  De  los  impedimentos  de  la  oración  y  divina  con- 
versación  249 

VIL  De  los  remedios  para  amar  la  oración  y  gozar  de 

la  divina  conversación  260 

VIII.  Del  segundo  remedio  para  gozar  de  Dios  con  la 

oración,  que  es  el  recogimiento  de  los  sentidos    .  264 

IX.  Del  tercer  remedio  para  conversar  con  Dios  por 
la  oración,  que  es  el  motivo  del  amor  de  Cristo 
y  cómo  por  aplicación  de  las  cinco  letras  vocales 
a  sus  cinco  llagas  se  podrá  adquirir  atención  en 

el  Oficio  divino  266 

X.  Del  cuarto  remedio  para  amar  la  oración  y  gozar 
de  la  conversación  de  Dios,  que  es  la  frecuenta- 
ción de  los  sobredichos  ejercicios  271 

XI.  Del  quinto  y  último  remedio  para  la  oración  y 
conversación  de  Dios,  que  es  frecuentar  los  santos 
sacramentos  de  la  confesión  y  comunión  .  .  275 
XII.  De  cómo  la  santa  comunión  ayuda  mucho  para 
conservarse  el  hombre  en  gracia  y  gozar  de  la 
conversación  de  Dios  280 


BREVE  INTRODUCCIÓN 


I 

EL  nombre  y  la  obra  de  este  ilustre  religioso  fué  ignora- 
do de  nuestros  historiadores  Herrera  y  Vidal  y  y  sola 
en  el  siglo  XVIII  figura  en  la  Bibliotheca  Augustiniana 
del  célebre  P.  Ossinger,  religioso  y  escritor  alemán,  que 
dice:  De  Alarcón,  Ludovicus,  natione  Hispanus,  alum- 
ñus  provinciae  Castellae,  filius  Coenobii  Complutensis^ 
vixit  saeculo  XVI.  Vir  qui  vitae  probitati  bonarum  ar- 
tium  studium  coniunxit.  Ex  ingenii  sui  monumentis 
videtur  liber  lingua  hispánica  scriptus,  cui  titulus:  Ca- 
mino DEL  Cielo,  cómo  se  busca  y  se  halla,  Alcalae  seu 
Compluti  1547  apud  Joannem  Brocar.  El  citado  his- 
toriador agustiniano  toma  la  noticia  de  Nicolás  Antonio, 
Bibliotheca  Hispana  Nova,  //,  pág.  18,  Nicolás  Anto- 
nio se  limita  a  consignar  el  nombre  y  el  título  del  libro,, 
de  donde  dedujo,  no  muy  exactamente,  las  demás  noti- 
cias el  P.  Ossinger.  Nada  se  sabe  del  lugar  de  su  naci- 
miento, ni  del  convento  en  que  hizo  su  ingreso  en  la 
Orden,  ni  dónde  hizo  sus  estudios  eclesiásticos.'^  Dado 
el  lugar  de  la  publicación  primera  de  su  Obra,  Alcalá, 
Ossinger  y  otros  le  han  querido  hacer  hijo  del  Convento 
de  Alcalá.  Pero  esto  no  es  posible,  dado  que  Alarcón 
debió  de  ingresar  en  la  Orden  muy  joven,  y  ciertamente 
antes  de  que  se  fundase  el  Colegio  de  Alcalá,  no  ante- 

1  Dado  él  ascendiente  que  Alarcón  parece  tener  en  la  Corte 
de  España,  asi  con  el  emperador  Carlos  V,  como  con  Felipe  II,. 
no  sería  aventurado  suponer  a  Alarcón  hijo  de  los  señores  de 
Alarcón  y  sobrino  del  famoso  Padre  Juan  Alarcón,  el  introductor 
en  España  de  la  llamada  Observancia.  Como  éste,  nuestro  Alarcón 
hace  sus  estudios  en  Italia  y  vive  allí  muchos  años  —  diutissime, 
dice  Seripando  —  siendo  afiliado  a  la  provincia  de  la  Apulia  por 
éste  donde  fué  prior  del  convento  de  Luceria,  con  gran  prestigio 
y  méritos.  Allí  vivió  hasta  el  15J^0  en  que,  con  permiso  del  general, 
se  vino  a  España  para  entenderse  con  los  reformadores  de  la  Or- 
den y  gestionar  con  el  General  por  medio  del  Emperador  la  so- 
licitada reforma. 


2 


Camino  del  cielo 


rior  a  1527,  según  el  P.  Herrera;  y  de  principios  del  si- 
glo XVII,  según  opinión  razonada  del  P.  David  Gutié- 
rrez.^ Quizás  las  dos  fechas  sean  demasiado  extremas. 
Pero  de  todos  modos  no  hay  que  pensar  que  en  él  ingre- 
sase y  viviese  el  P.  Alarcón.  Cabe,  sin  embargo,  que  vi- 
viese y  estudiase  algún  tiempo  en  dicha  Universidad  y 
morase  en  el  Colegio  llamado  de  San  Ildefonso;  pero 
todo  es  moverse  entre  conjeturas  y  suposiciones,  sin  el 
menor  fundamento  sólido.  Por  lo  que  hace  a  la  Provin- 
cia a  que  perteneció,  tampoco  es  cierto  que  perteneciese 
a  la  propiamente  llamada  de  Castilla,  sino  a  la  de  Es- 
paña, la  cual  se  dividió  en  dos,  Provincia  de  Andalucía 
y  Provincia  de  Castilla,  en  1527,  fecha  para  la  cual  ya 
era  religioso  nuestro  biografiado.^ 

El  P.  David  Gutiérrez,  en  su  citado  estudio,  escribe 
en  nota,  página  243:  "Dada  la  identidad  del  nombre  y 
de  la  Patria  y  sus  tendencias  andariegas  es  muy  proba- 
ble que  se  refiera  a  fray  Luis  de  Alarcón  la  siguiente 
nota  del  primer  Registro  de  Seripando: 

Die  16  nov  1539:  fratrem  Ludovicum  hispanum,  qui 
in  provincia  Apuliae  diutissime  degere  ac  conventui  Lu- 
cerino  fuerat  praefectus,  de  illo  optime  meritus,  receptus 
praeterea  ac  cooptatus  a  patribus  in  eius  filium,  manere 
iussimus,  quoad  sibi  placeret,  in  ea  provincia,  tamquam 
eius  filium:  mandantes  ne  quispiam  nostrorum  inferio- 
rum,  ob  eam  causam  quod  esset  hispanus  infestare  aut 
oppugnare  illum  auderet,  sed  nostra  auctoritate  locatum 
ibidem,  quiete  acturum  sinerent.  (Roma,  Archivo  de  la 
Orden,  reg.  Dd  18,  fol.  92v.) 

2  Sobre  el  P.  Luis  de  Alarcón  no  sabíamos  más  que  la  Nota 
de  Ossinger,  hasta  que  el  P.  David  Gutiérrez  publicó  en  la  revista 
Agustiniana  La  Ciudad  de  Dios,  vol.  CLXX,  págs.  242-257,  1957, 
el  artículo  titulado  FRAY  LUIS  DE  ALARCÓN,  O.  S.  A.  Docu- 
mentos y  notas  en  torno  a  su  vida  y  actividades.  En  él  exhuma 
del  Registro  Generalicio  de  la  Orden  de  los  Padres  Jerónimo  Se- 
ripando y  Cristóbal  de  Padua,  unos  cuantos  documentos  de  gran 
interés  y  hasta  ahora  desconocidos,  que  ponen  en  claro  parte  de  su 
vida  y  su  actividad.  Aceptamos  plenamente  no  sólo  los  documentos 
alegados  clara  y  ciertamente,  sino  también  los  dos  que  da  él  por 
muy  probables.  Véase  págs.  243,  nota  8;  y  253.  Disentimos,  sin  em- 
bargo, de  las  glosas  y  deducciones  personales  que  hace  frecuente- 
mente de  ellas.  Con  todo,  agradecemos  su  importante  trabajo,  que 
nos  ha  permitido  trazar  la  semblanza  y  biografía,  aunque  a  salto 
de  mata,  del  ilustre  escritor  agustiniano.  No  pretendemos  imponer 
tamjyoco  nuestro  criterio  e  interpretación  de  los  citados  documen- 
tos. Cada  cual  elija  lo  que  mejor  le  parezca.  Nosotros  hemos  in- 
tentado tan  sólo  salvar  nuestra  conciencia  y  nuestro  proceder  his- 
tórico noble  y  lealmente. 

3  Todo  esto  hay  que  coordinarlo  con  los  datos  que  a  conti- 
nuación y  más  adelante  señalamos. 


Introducción 


3 


Esta  nota,  tomada  en  absoluto  y  sin  anteceden- 
tes ni  consiguientes,  pudiera  engendrar  alguna  duda  de 
que  se  refiera  a  nuestro  insigne  religioso  fray  Luis 
de  Alarcón.  En  primer  lugar,  el  nombre  de  Luis  es 
comunísimo  en  España,  y  nada  se  puede  establecer  a 
base  de  dato  tan  endeble.  En  segundo,  los  datos  que 
se  consignan  de  él  parecen  no  convenir  a  nuestro 
Alarcón.  Dice  que  el  citado  Ludovicus  hispanus  había 
vivido  en  la  Provincia  de  la  Apulia  diutissime,  que  ha- 
bía sido  rector  del  colegio  o  convento  Lucerino  o  de 
Luceria  con  aplauso  común,  siendo  recibido  y  adscrito 
por  los  padres  de  allí  entre  sus  hijos,  razón  por  la  cual 
le  autoriza  vivir  donde  él  quiera  y  elegir  casa  dentro 
de  dicha  Provincia,  como  un  hijo  de  la  misma,  orde- 
nando (el  Superior  General)  que  nadie  le  moleste  por  el 
hecho  de  ser  español.  Todo  esto  pasa  en  1539,  fecha 
muy  digna  de  tenerse  en  cuenta  por  lo  que  ahora  dire- 
mos. En  efecto,  con  fecha  8  de  agosto  del  año  siguien- 
te, se  le  autoriza  a  Fray  Luis  hacer  el  viaje  a  Bruselas  o 
Corte  del  Emperador  Carlos  V,  y  el  25  de  octubre  es- 
cribe el  Emperador  ya  al  General  de  la  Orden,  Seri- 
pando,  recomendándole  el  asunto  de  la  Reforma  de  la 
Orden  en  España.  El  viaje  lo  tuvo  que  hacer  Alarcón 
desde  España,  donde  debió  morar  algún  tiempo,  y  no 
breve,  para  enterarse  del  estado  de  observancia  de  esta 
Provincia;  a  no  ser  que  se  hiciese  tan  sólo  eco  y  fuese 
simplemente  el  portavoz  de  un  grupo  de  reformistas 
de  España,  lo  cual  pudiera  ser  o  no  ser.  Estas  fechas 
tan  próximas  crean  grave  dificultad  para  identificar  a 
los  dos  personajes. 

Cabría,  sin  embargo,  una  conciliación  a  base  del 
supuesto  antes  enunciado:  de  que  Alarcón,  residente 
en  Italia  y  en  la  Provincia  de  la  Apulia,  se  hiciese  eco 
y  portador  de  la  petición  de  algunos  religiosos  de  Es- 
paña, anhelosos  de  mayor  observancia  religiosa.  En  este 
caso  la  autorización  de  Seripando  para  que  Alarcón  se 
presente  a  la  Corte  del  Emperador  fué  hecha  en  firme 
y  sin  señalarle  itinerario.  En  cambio  la  concesión  del 
día  siguiente,  de  regresar  a  España,  parece  dar  la  clave 
o  solución  de  este  enigma.  En  ella  pídele  Seripando 
que  antes  de  venir  se  entreviste  con  él,  ya  en  algún 
convento  de  la  Orden,  ya  en  un  lugar  fuera  de  ella, 
donde  buenamente  puedan  verse.  ''Entre  tanto,  añade, 


4 


Camino  del  cielo 


nadie  inferior  a  nosotros  se  entrometa  con  su  persona 
ni  le  cause  ninguna  molestia,  antes  todos  le  atiendan 
con  la  mayor  caridad  y  solicitud,  Y  si  necesitase  per- 
manecer dos  o  tres  días  en  algún  convento  para  repa- 
rar las  fuerzas  o  descansar,  que  los  priores  conventua- 
les le  atiendan  y  den  cuanto  necesite,  dentro  de  sus 
posibilidades,  pudiendo  para  ello  presentar  estas  nues- 
tras Letras  o  las  anteriores," 

Dice  así  el  registro  generalicio  de  Seripando: 

Mediolani,  die  8  augusti  1540.  Fratri  Ludovico  Alar- 
chon,  hispano,  petenti  a  nobis  facultatem  conferendi  se 
ad  curiam  C[aesariae]  M[aiestatis]  eam  concessimus :  óm- 
nibus ad  quos  pervenerit  plurimum  ipsum  commendantes. 

Mediolani,  eadem  die.  Fratri  Ludovico  Alarchon  aliis 
litteris  fecimus  facultatem  redeundi  in  Hispaniam  expec- 
tandique  nos  in  loco  aliquo,  sive  intra  sive  extra  Religio- 
nem,  ubi  melius  potuerit  accipi.  Interimque  nenio  nobis 
inferior  de  persona  sua  intromittere  se  praesumat  vel  mo- 
lestiam  ei  aliquam  inferat.  Quin  potius,  quibuscumque 
licuerit  officiis  ac  beneficiis  eum  prosequantur.  Et  cura 
necesse  illi  fuerit  duobus  aut  tribus  diebus  in  aliquo  mo- 
nasterio restaurandi  vires  gratia  moram  faceré,  hortati 
sumus  priores  locorum  ut  bene  de  illo  mereantur  et  iuxta 
facultates  ipsorum  in  nullo  desint.  Facta  illi  facúltate  seu 
his  litteris  seu  prioribus  utendi. 

Este  documento,  sumamente  interesante,  merece  al- 
gunas notas  y  glosas  aclaratorias,  porque  puede  ser 
la  clave  de  muchos  misterios  de  este  asunto. 

En  primer  lugar,  no  sabemos  nada  de  la  carta  o  pe- 
tición de  Alar  con,  y  todo  lo  que  se  añada  es  suposición 
gratuita,  que  si  no  es  favorable  es  odiosa.  En  este  do- 
cumento Seripando  se  muestra  atentísimo  y  benévolo 
con  Alarcón  y  manda  que  nadie  se  entrometa  con  él 
ni  le  cause  la  menor  molestia.  Podría  decirse  o  supo- 
nerse que  Seripando  se  quiere  congraciar  con  Alarcón 
para  sacarle  el  secreto  de  su  misión  a  la  Corte  del  Em- 
perador y  a  España.  Pero  todo  esto  no  lo  dice  ni  indica 
el  insigne  General  agustiniano.  Lo  que  aparece  es  lo 
otro,  y  a  ello  hay  que  atenerse,  mientras  no  tengamos 
pruebas  para  lo  contrario.  Tal  tono  de  deferencia  y 
respeto  singular  guarda  Seripando  en  todos  sus  docu- 
mentos con  nuestro  Alarcón,  que  ¡ojalá!  nosotros  su- 
piéramos imitar  siempre. 


Introducción 


5 


Era  muy  natural,  si  no  se  lo  había  dicho  antes  Alar- 
cón,  que  Seripando  tratase  de  averiguar  qué  misión  le 
llevaba  a  la  corte  del  Emperador,  y  quiénes  eran  los 
promotores  de  la  reforma,  y  cuáles  sus  intenciones^ 
Por  su  parte,  es  de  suponer  que  el  viaje  de  Alarcón  a 
España  sería  para  ponerse  en  contacto  con  los  solici- 
tantes y  redactar  el  Memorial  oportuno.  En  este  punto, 
el  pensamiento  del  P,  Gutiérrez  no  aparece  claro.  Lo 
que  no  se  puede  explicar  bien,  al  menos  con  la  insufi- 
ciencia de  documentos  que  tenemos,  es  la  parte  que 
cabe  a  Alarcón  en  este  asunto,  y  siempre  será  un  mis- 
terio si  el  asunto  de  la  reforma  fué  cosa  personal  suya 
o  fué  simplemente  el  portavoz  y  agente  de  los  religio- 
sos de  España.  Si  se  admite  la  segunda  susodicha  hipó- 
tesis, es  indiscutible  esto  último,  y  puede  referirse  a 
él  el  documento  primeramente  transcrito.  Si  la  prime- 
ra, hay  que  negar  la  identificación,  y  admitir  que  Alar- 
cón vivió  en  España  bastante  tiempo  antes  de  esta 
fecha.  Pero  ordenadas  las  autorizaciones  de  Seripando 
y  su  entrevista  con  el  Emperador,  nosotros,  personal- 
mente, nos  inclinamos  a  lo  segundo,  lo  cual  hace  dis- 
minuir mucho  el  papel  personal  de  reformista  de  Alar- 
cón y  explicaría  el  documento,  que  al  fin  de  su  articulo 
alega  el  P.  Gutiérrez,  sobre  acusaciones  lanzadas  con- 
tra Alarcón  y  algunos  otros  religiosos,  cosa  entonces 
bastante  común.  Es  interesante  la  carta  de  Carlos  V 
al  General  de  la  Orden  Seripando,  recomendando  la 
petición  de  Alarcón.  Aunque  puede  verse  en  el  artículo 
citado  del  P.  Gutiérrez,  vamos  a  transcribirla  aquí, 
por  su  importancia  y  porque  su  texto  puntualiza  algu- 
nas cosas  interesantes.  Dice  así: 

Carolus  diuina  fauente  clementia  R.  Imperator,  His- 
paniarum  rex. 

4  ¿Descubrióse  en  esta  entrevista  la  misión  de  Alarcón?  No 
sabemos  nada.  La  conducta  deferente  de  Seripando  con  Alarcón 
parece  sugerirlo.  También  Alarcón  parece  estar  en  óptimas  rela- 
ciones con  Seripando,  de  quien  debió  hacer  un  gran  elogio  como 
superior  y  amigo  de  la  observancia  ante  el  Emperador,  según  se 
desprende  de  la  carta  segunda.  Más  nos  inclinamos  a  esto  último, 
pues  es  cosa  extraña  que  en  la  Visita  a  la  casa  de  Medina  del 
Campo,  donde  moraba  y  esperaba  Alarcón  a  Seripando  y  Seri- 
pando a  Alarcón,  nada  se  dice  de  lo  que  hablaron.  Como  patrocinado 
suyo  y  como  morador  de  Italia  muchos  años,  Alarcón  tenia  que  ser 
sospechoso  de  fidelidad  a  los  frailes  de  Castilla  y  en  cambio  mirar 
a  Seripando  con  gran  confianza. 


6 


Camino  del  cielo 


Reuerendo  y  deuoto  padre  general  de  la  orden  de 
Sant  Agustín: 

El  padre  fray  Luis  de  Alarcón  vino  aquí  y  me  infor- 
mó de  algunas  cosas  que  dize  que  conuernía  que  se  re- 
mediasen y  proueyesen  en  la  dicha  orden  en  España  por 
la  mucha  necesidad  que  ay  dello;  y  me  dió  el  Memorial^ 
que  va  juntamente  con  ésta,  por  donde  lo  entenderéis 
más  particularmente.  El  qual  me  ha  parescido  remitiros 
y  rogaros  y  encargaros  lo  veáis  y  proueays,  cerca  de  los 
puntos  en  él  contenidos,  lo  que  os  parecerá  que  más  co- 
nuerná  a  seruicio  de  Dios  nuestro  Señor,  y  bien,  refor- 
mación y  reposo  de  la  dicha  orden.  Que  si  para  este  efeto 
fuere  necesario  que  yo  mande  dar  algún  fauor  y  ayuda, 
escriuéndonos  vos  sobre  ello,  se  proueerá  lo  que  con- 
venga. 

Y  porque  el  dicho  fray  Luis  de  Alarcón  se  recela  que 
algunos  perlados  de  su  orden  se  an  indinado  contra  él 
por  aver  venido  a  informar  y  entender  en  este  negocio, 
avré  mucho  plazer  que  le  tengáis  por  muy  encomendado 
y  no  primitáis  que  se  le  haga  mal  tratamiento. 

De  Bruxellas,  a  xxv  días  de  octubre  de  MDXL  años. 

Este  documento  necesita  alguna  aclaración  exegé- 
tica.  Ciertamente  se  trata  de  un  texto  auténtico,  pues 
se  conserva  su  original  en  el  Archivo  General  de  la 
Orden  de  Roma,  Santa  Mónica,  Via  del  Santo  Uf- 
fizioy  25. 

Lo  segundo  que  deja  entrever  es  que  Alarcón  es  un 
informante  de  palabra  y  por  escrito,  ''de  algunas  cosas 
que  conuernía  que  se  remediasen  y  proueyesen  en  la 
dicha  orden  en  España  por  la  mucha  necesidad  que  ay 
dello'\  El  P.  Gutiérrez  trata  de  desvirtuar  la  fuerza  de 
estas  palabras,  atribuyendo  a  Alarcón  un  papel  de  re- 
formista iluso  o  mal  intencionado,  alegando  las  pala- 
bras de  Santo  Tomás  de  Villanueva  a  Seripando  con 
fecha  22  de  mayo  de  1542:  ''De  acá.  Vuestra  Paterni- 
dad Reverendísima  sepa  que  la  Provincia  está  muy 
quieta  y  pacifica...  El  R.  Padre  Provincial  hace  muy 
bien  su  oficio  y  con  mucha  diligencia  y  cuidado^  (San- 
to Tomas  de  Villanueva,  Obras,  edición  BAC,  Ma- 
drid, 1952,  pág.  576  y  sigs.  Y  Opera  Omnia,  t.  VI,  pá- 
gina 518).  El  P.  Gutiérrez  dice  en  nota,  que  no  ha  po- 

5  Este  elogio  del  P.  Nieva,  aunque  merecido,  pues  era  un 
santo  varón,  tiene  su  explicación  personal  en  Santo  Tomás  de  Vi- 
llanueva, precisamente  dirigiéndose  a  Seripando.  Con  todo,  nada 
se  deduce  de  ello;  y  debió  estar  conforme  con  la  actuación  del  P-  Nie- 
va  nuestro  Alarcón,  que  durante  este  tiempo  nada  dice  ni  obra. 


Introducción 


7 


dido  dar  con  este  Memorial  en  el  Archivo  de  la  Orden, 
"que  de  haber  seguido  su  camino  recto,  debió  ir  direc- 
tamente de  España  a  Roma  sin  pasar  por  Bélgica  ni 
por  manos  extrañas  a  la  Orden",  La  Carta  del  Empera- 
dor nos  dice  claramente  ''que  el  Memorial  va  junta- 
mente con  ésta".  Ahora  bien,  ni  el  correo  del  Empera- 
dor era  fácil  se  perdiese,  ni  el  Memorial  dejó  de  llegar 
a  su  destino.  Cierto  que  cuando  llegó  a  Roma,  ya  Seri- 
pando  se  hallaba  en  viaje  y  que  tardó  en  recibir  dichas 
cartas;  pero  indudablemente  las  recibió  juntamente  con 
el  Memorial.  Más  tarde,  como  veremos  un  poco  más 
adelante,  volvió  a  enviar  el  Memorial  por  medio  del 
cardenal  Cervini,  Protector  de  la  Orden.  ¿Qué  fué  de 
este  Memorial,  que  ahora  no  aparece  en  el  Archivo  de 
la  Orden?  ¿Qué  contenía  dicho  Memorial?  Todo  es  un 
misterio;  y  por  muchas  conjeturas  y  suposiciones  que 
hagamos,  siempre  nos  quedaremos  a  oscuras.  En  la 
Carta  del  Emperador  se  dice  lacónicamente:  ''y  proueays 
cerca  de  los  puntos  en  él  contenidos,  lo  que...  más 
conuerná  a  seruicio  de  Dios,  bien  y  reformación  y  re- 
poso de  dicha  orden".  Ya  veremos  que  el  reposo  de 
algunos  conventos  hubo  que  restablecerlo  por  medio 
de  dos  Vicarios  Generalicios  nombrados  en  1554  por 
el  General  Cristóbal  Patavino,  que  fueron  los  padres 
fray  Luis  de  la  Barrera  y  fray  Francisco  de  Riaño.  Es 
cosa  algo  extraña  que  también  otro  famoso  Memorial, 
enviado  algunos  años  más  tarde  por  el  célebre  cronista 
de  la  Orden  P.  Jerónimo  Román,  donde  hablaba  al 
General  del  estado  de  la  Provincia  de  Castilla,  se  per- 
diese también,  o  al  menos  no  acusase  recibo  de  él  el 
General,  razón  por  la  cual  se  vió  precisado  a  hacer  al 
año  siguiente  un  resumen  de  él  en  Carta,  de  la  que  dejó 
copia,  que  se  ha  conservado  y  modernamente  ha  sido 
publicada  por  Adolfo  Coster  para  probar  la  autentici- 
dad de  la  catilinaria  de  fray  Luis  de  León  en  el  Capí- 
tulo famoso  de  Dueñas.  Pero  no  queremos  insistir  en 
este  punto,  extraño  a  nuestro  intento.  Sólo,  sí,  hemos 
de  repetir  que  mientras  el  Memorial  de  Alarcón  no 
aparezca,  ni  podemos  darle  ni  quitarle  la  razón,  ni 
saber  hasta  qué  punto  estaba  justificada  su  interven- 
ción en  este  asunto.^ 

6  Es  de  lamentar  la  desaparición,  o  no  inclusión  de  esta  cla- 
se de  documentos  en  el  Archivo  Generalicio  de  Roma,  por  desterrir- 


s 


Camino  del  cielo 


Dice  además  Carlos  V  ''que  algunos  perlados  de  su 
orden  se  an  indinado  contra  él  (Alarcón)  por  aver  ve- 
nido a  informar  y  entender  en  este  negocio,  y  que  avrá 
mucho  placer  le  tengáis  por  muy  encomendado  y  no 
primitais  que  se  le  haga  mal  tratamiento" ,  Esto  nos 
parece  muy  lógico  y  natural,  aunque  no  muy  edificante 
y,  menos,  laudable.  Alarcón  se  había  venido  de  Italia 
a  España  para  ponerse  al  frente  de  los  reformistas  y 
gestionar  la  reforma  por  todos  los  medios,  partiendo 
de  aquí  para  Bruselas  con  el  célebre  Memorial.  De  esto 
tuvieron  noticia  clara  los  "perlados  de  la  orden",  y  era 
de  presumir  que  pusiesen  el  grito  en  el  cielo  y  ''se  in- 
dinasen contra  éV\  como  ha  sucedido  siempre  y  suce- 
derá.'^ ¿Por  qué  se  metió  Alarcón  en  este  negocio  tan 
delicado,  y  quiénes  le  impulsaron  a  ello? 

Hay  que  partir  del  supuesto  que  Alarcón  afiliado  o 
cuasi  afiliado  a  la  Provincia  de  Apulia,  donde  había 
vivido  tal  vez  desde  su  juventud  de  estudiante,  como 
su  tío  el  P.  Juan  de  Alarcón,  debía,  como  éste,  llevar 
en  sus  venas  sangre  de  reformador  y  rigorista.  Sus  bue- 
nas relaciones  con  Seripando  —  que  dicho  sea  entre  pa- 
réntesis, le  trata  siempre  con  grandísima  deferencia  e 
interés,  como  veremos  luego,  asi  estando  en  Italia  como 
en  España — ;  su  amistad  y  ascendiente  con  el  Empe- 
rador, primero,  y  luego  con  Felipe  II;  su  conocimiento 
del  italiano  y  de  muchos  personajes  de  Roma;  incluso 
su  buena  amistad  con  Seripando,  al  que  los  españoles 
no  conocían  más  que  de  oídas:  todo,  en  una  palabra, 
le  hacía  muy  apto  para  este  papel  de  intermediario  y 
negociador  del  asunto.  Mas  prosigamos  el  hilo  de  la 
historia  de  nuestro  biografiado. 

piados  y  desfavorables  que  fueran;  pues  tratándose  de  Archivos 
secretos,  no  consultables  a'  cualquier  religioso,  aun  hoy  día,  sino  a 
quienes  pueden  medir  su  alcance  y  hacer  el  uso  debido  de  ellos, 
no  se  ve  grave  inconveniente  en  conservarlos;  antes,  como  en  el 
caso  presente,  nos  podrían  aclarar  muchas  cosas. 

7  El  papel  de  los  reformistas  ha  sido  siempre  odioso,  y  casi 
aún  más  el  de  los  amparadores  y  negociadores  de  tales  reformas 
con  Roma,  En  el  caso  de  Alarcón  la  cosa  es  más  chocante  aún, 
por  estar  alejado  de  España  y  no  estar  consiguientemente  del 
todo  enterado  de  los  asuntos  y  estado  de  la  Provincia.  Pero  sea 
cual  fuere  nuestra  reacción  moderna  y  temperamental  ante  un 
caso  como  éste,  el  verdadero  historiador  debe  prescindir  de  toda 
tendencia  y  criterio  personal  y  atenerse  a  los  datos,  y  a  la  rec- 
titud o  no  rectitud  de  intención.  Alarcón  tiene  muchas  razones  en 
su  favor  y  seria  injusticia  no  reconocerlas. 


Introducción 


9 


Con  fecha  11  de  mayo  de  1541  vuelve  a  escribir 
el  Emperador  a  Ser ip ando  desde  Madrid,  sin  duda  a 
instigación  de  Alarcón,  quien  enterado  de  su  venida 
a  España  en  plan  de  Visitador,  se  lo  debió  comunicar 
al  Emperador,  quien,  alegrándose  de  la  noticia,  se 
apresuró  a  escribirle  la  siguiente  carta  por  medio  de 
su  gobernador  Pedro  de  los  Covos.^  Dice  así: 

El  Rey. 

Reverendo  padre  general  de  la  orden  del  señor  Sant 
Agustín : 

Del  padre  fray  Luis  de  Alarcón,  que,  como  sabéys, 
movido  de  buen  celo,  fué  a  negociar  algunas  cosas  tocan- 
tes al  bien  desa  orden,  he  sabido  vuestra  llegada  en  estas 
partes,  de  que  he  ávido  mucho  plazer  por  la  buena  rela- 
ción que  de  vuestra  persona  tenemos,  y  porque  conuiene 
mucho  al  servicio  de  Dios  nuestro  Señor  que  vos  ven- 
gáys  a  visitar  los  monasterios  y  casas  que  en  estos  reynos 
ay  de  vuestra  orden,  por  el  fruto  que  dello  se  siguirá, 
según  el  buen  zelo  que  tenéys.  Mucho  vos  ruego  y  en- 
cargo que  vuestra  venida  sea  por  esta  nuestra  corte  lo 
más  breve  que  ser  pueda;  porque,  demás  del  contenta- 
miento que  recebiremos  de  conocer  y  comunicar  vuestra 
persona,  se  os  dirán  algunas  cosas  particulares  que  con- 
uienen  proueerse  para  el  bien  de  la  orden  y  ccnserua- 
ción  de  la  reformación  della. 

De  Madrid,  a  XI  días  del  mes  de  mayo  de  mili  y 
quinientos  y  quarenta  y  un  años. 

Por  mand.  de  su  Mtad.  el  gobernador  en  su  nombre, 

Pedro  de  los  Couos. 

Esta  carta  del  Emperador  no  llegó  a  manos  de  Se- 
ripando  debidamente,  pues  no  sabemos  a  dónde  la  diri- 
gió, si  a  Roma  o  a  Gerona,  donde  comenzó  la  Visita 
canónica  en  16  de  febrero  de  1541.  En  cambio,  recibió 
la  de  Alarcón  por  duplicado  (se  ve  que  quiso  asegurar 
la  comunicación  de  la  noticia,  enviándole  por  doble 
conducto  la  misma  carta),  según  consta  por  el  atestado 
siguiente  del  Diario  de  Seripando: 


8  A  través  de  esta  carta  se  ve  la  satisfacción  de  Alarcón 
por  la  venida  de  Seripando  a  España  en  plan  de  Visitador.  El 
texto  de  la  carta  está  respirando  inteligencia  y  comprensión  mu- 
tuas. Las  cartas  que  le  escribe  a  Toledo  y  las  peticiones  que  le  hace 
acusan  esto  mismo. 


2 


10 


Camino  del  cielo 


Hispali,  die  25  iunü  1541.  Respondentes  litteris  fra- 
trís  AUovisii  Alarcón,  diximus:  binas  sed  eoden  exemplo 
accepisse  litteras.  illas  uero  quibus  annexas  aiebat  alias 
quasdam,  nomine  Regis  nostri  et  inuictissimi  Imperatoris 
scriptas,  minime  accepisse;  sed  ñeque  de  illis  quidquam 
auditum  a  nobis  fuisse,  praeter  id  quod  ipse  ad  nos  scrip- 
serat. 

De  la  carta  del.  Emperador  y  de  la  respuesta  dada 
a  Alarcón  por  Ser  ¿pando,  se  deducen  dos  cosas,  al  me- 
nos, inequívocas.  La  una,  que  Alarcón  hizo  de  Seri- 
pando  una  buena  relación  de  su  celo  y  observancia. 
Sin  duda  que  esta  ''buena  relación  que  de  vuestra  per- 
sona tenemos"  era  de  Alarcón,  porque  si  bien  es  cierto 
que  a  su  regreso  de  Túnez  en  las  fiestas  de  Acción  de 
gracias  que  se  celebraron  en  Ñapóles,  fué  Seripando  el 
encargado  de  los  sermones  y  dejó  muy  buena  impresión 
en  el  ánimo  del  Emperador,  allí  presente,  impresión 
que  recuerda  once  años  después  el  Cardenal  Granvella 
en  carta  al  mismo  Seripando;  pero  realmente  una  cosa 
es  el  buen  concepto  que  sacó  entonces  de  él  como  pre- 
dicador y  hombre  de  ciencia,  y  otra  la  que  se  le  hizo 
en  este  caso  como  Superior  celoso  y  amante  de  la  ob- 
servancia. 

Segunda,  que  la  palabra  que  emplea  el  Emperador 
para  significar  la  gestión  de  Alarcón  en  este  asunto,  de 
negociar,  demuestra  bien  a  las  claras,  que  éste  era  no 
el  promotor  de  la  reforma,  sino  el  negociador  de  la  mis- 
ma, a  través  de  Carlos  V  y  el  General  de  la  Orden  Seri- 
pando, Es  también  significativo,  que  el  Emperador  diga 
a  Seripando,  de  Alarcón,  que  estaba  "mouido  con  buen 
zelo,  como  sabeys'\  Cabe,  es  cierto,  algún  engaño  por 
parte  de  Carlos  V,  Pero  si  las  cosas  no  hubiesen  sido 
verdaderas  y  de  algún  bulto,  jamás  el  Emperador,  que 
tenía  medios  sobrados  de  enterarse,  se  hubiese  propa- 
sado a  dar  un  paso  en  falso,  Carlos  V  muestra  gran  de- 
seo de  conocerle  y  saludarle  y  hablarle  en  su  corte  de 
Madrid;  pero  no  olvida  (y  así  se  lo  hace  constar  clara- 
mente), que  es  la  observancia  y  reforma  de  la  orden  lo 
que  le  preocupa. 

El  día  10  de  octubre  Seripando  se  halla  en  Toledo, 
y  en  esta  misma  ciudad  expide  una  carta-oficio  desti- 
nando a  Alarcón  al  convento  de  Medina  del  Campo 


Introducción 


11 


hasta  el  próximo  capítulo  que  iba  a  celebrar  la  pro- 
vincia de  Castilla,^ 

Toleti,  die  10  octubrís  1541:  Misimus  ad  venerabilem 
priorem  conuentus  nostri  Metinensis  fratrem  Ludouicum 
Alarcon,  ut  eo  loco  moram  trahere  ipsum  sineret  usque 
ad  provinciale  capitulum  proxime  in  ea  prouincia  Caste- 
llae  celebrandum. 

El  mismo  día  envía  al  prior  de  Valladolid  una  nota 
ordenándole  que  le  remita  a  Medina  los  libros  que  ha- 
bía dejado  allí  el  P.  Alarcón,  según  éste  le  ha  contado, 
y  si  es  como  él  se  lo  ha  contado.  Es  muy  probable  que 
ya  por  esta  fecha  anduviese  con  la  composición  de  su 
libro,  Camino  del  cielo,  y  los  necesitase  para  continuar 
la  obra.  Llama  la  atención  que  intervenga  en  asunto 
tan  baladí  el  General  de  la  orden  y  tenga  que  enviar 
un  aviso  de  este  género.  El  P.  Gutiérrez  añade  en  nota 
que  este  prior  era  a  la  sazón  fray  Diego  López,  uno  de 
los  religiosos  más  venerados  por  sus  virtudes  en  la  Pro- 
vincia, según  el  P.  Herrera.  Claro  que  lo  uno  no  quita 
lo  otro,  y  que  ambas  cosas  caben  perfectamente  en  un 
sujeto.  Es  de  suponer  que  Alarcón  indicase  al  P.  Se- 
ripando  el  convento  de  Medina,  como  más  propicio 
para  su  estancia,  del  cual  era  prior  entonces  el  beato 
Alonso  de  Orozco,  cosa  que  dice  bien  en  favor  de 
Alarcón,  que  de  ser  un  inobservante  hubiera  escogido 
otro  cualquier  a. '^^ 

9  Es  muy  de  notarse  que  Alarc&n  escoja  la  casa  de  Medina 
del  Campo  donde  era  prior  el  Beato  Alonso  de  Orozco,  qv^,  como 
es  de  suponer,  mantendría  la  observancia  y  rigor  religioso  en  todo 
su  vigor.  Orozco  va  a  ser  en  el  próximo  capítulo  uno  de  los  defi- 
nidores y  colaboradores  de  Seripando  en  las  normas  que  dará, 
a  fin  de  cortar  los  abusos  y  remediar  los  males  denunciados  por 
el  Memorial  de  Alarcón. 

10  El  acudir  al  General  Alarcón  con  este  detalle  arguye  o  un 
exceso  de  confianza  y  patrocinio  en  Seripando;  o  que  el  citado 
prior  o  no  se  cuidaba  lo  más  mínimo  o  tomaba  pretexto  de  ello 
para  mortificarle.  O  tal  vez  lo  uno  y  lo  otro.  El  Prior  de  esta  casa 
era  fray  Diego  López.  Herrera,  Tomás  de,  hace  de  él  un  cumplido 
elogio  (Herrera,  T.,  Historia,  etc.,  págs.  283-285).  Sin  embargo,  en 
una  carta  del  P.  Villavicencio  que  se  conserva  autógrafa  en  Si- 
mancas se  dice  de  él  y  otros:  "Y  para  que  sea  libertada  la  Pro- 
vincia... V.  m.  advierta  al  provisor  que  los  de  la  monarquía  de 
treinta  años  son,  el  Provincial  fr.  Francisco  Serrano,  fr.  Diego 
López  y  fr.  Gabriel  de  Montoya"  (Carta  i. a  a  Gabriel  Zayas,  Se- 
cretario de  Felipe  II).  La  compañía  en  qu^  va  embarcado  este 
Padre  Diego  López,  y  lo  de  la.  Monarquía  de  treinta  años,  dice 


12 


Camino  del  cielo 


En  12  de  octubre  hizo  Seripando  su  entrada  en  Ma- 
drid, no  hallando  al  Emperador  y  sino  a  su  hijo  el  Prín- 
cipe Don  Felipe  II,  el  cual  estaba  sin  duda  enterado 
del  asunto  de  Alarcón,  ya  que  la  reforma  de  las  órde- 
nes religiosas  le  preocupaba  tanto  o  más  que  a  su  pa- 
dre. Sin  embargo,  hubiera  sido  muy  beneficiosa  para 
Seripando,  para  la  Orden  y  para  nuestro  biografiado 
que  se  hubiese  realizado  dicha  entrevista  con  el  Empe- 
rador. El  General  de  la  Orden  relata  así  su  audiencia 
con  el  Príncipe: 

Die  12,  venimus  ad  oppidum  Madrid,  quo  loco  tune 
erat  illustrissimus  Hispaniae  princeps,  don  Phüippus  de 
Austria,  cum  consilio  suae  Maiestatis.  Die  13  salutavimus 
ülustrissimum  principem  supradictum,  una  cum  reveren- 
dissimo  cardinali  Toletano,  Hispaniae  gubernatore,  qui 
mira  humanitate  nos  receperunt. 

Extraña  algo  esta  relación  lacónica,  limpia  de  todo 
dato  y  referencia  y  como  si  se  hubiese  tratado  de  una 
visita  puramente  de  protocolo.  Y  más  aún  intervinien- 
do en  ella  el  arzobispo  de  Toledo,  que  tanto  se  inte- 
resaba y  preocupaba  por  la  reforma  de  la  Iglesia  y  de 
las  órdenes  religiosas.  Es  indiscutible  que  aquí  le  ma- 
nifestaron los  deseos  del  Emperador  y  todo  el  asunto 
de  los  reformistas  de  la  Orden,  cuyo  portavoz  era 
Alarcón.'^'^ 

Seripando  terminó  la  visita  canónica  de  la  Orden 
en  España,  y  en  la  primera  quincena  de  noviembre, 
días  11  al  15,  se  celebró  el  anunciado  capítulo  en  Due- 
ñas, en  el  que  fué  nombrado  Provincial  el  P.  Francisco 
de  Nieva  y  definidores  los  padres  Antonio  de  Villasan- 
dino,  Andrés  de  Avila,  Diego  López  y  Alonso  de  Oroz- 
co.  El  P.  Gutiérrez  ante  la  lista  de  superiores  y  cargos 
dados  en  este  capítulo,  apunta  con  cierta  reticencia,  que 

más  de  este  Reverendo  Padre  que  cuantos  elogios  y  panegíricos  le 
hayan  tejido  nuestros  cronistas,  aunque  entre  ellos  se  encuentre 
el  célebre  P.  Tomás  Herrera. 

11  Era  a  la  sazón  arzobispo  de  Toledo  D.  Juan  Ta/vera,  va- 
rón insigne  por  su  virtud  y  sus  letras.  Trabajó  incansablemente 
por  la  reforma  del  clero  secular  y  regular,  y  vivió  una  vida  de 
austeridad  y  retraimiento  ejemplares.  Este  insigne  cardenal  y  ar- 
zobispo de  Toledo  tuvo  muy  buenas  relaciones  con  los  Agustinos. 
Concretamente  era  admirador  y  amigo  del  P.  Nieva  de  quien  dijo 
en  cierta  ocasión:  "Que  si  las  Religiones  perecieran,  fray  Fran- 
cisco 1x18  volvería  a  reauxñtar." 

«i 


Introducción 


13 


no  figura  el  nombre  de  nuestro  Alarcón  para  nada.  Ni 
tenía  por  qué  figurar,  dado  que,  estando  afiliado  a  la 
Provincia  de  la  A  pulía,  y  no  constando  que  lo  fuera 
posteriormente  a  la  de  Castilla  o  España,  no  tenían  por 
qué  nombrarle  nada,  ya  que  su  estancia  era  de  puro 
huésped  o  residencial,  no  muy  fijo,  como  más  adelante 
veremos.  No  cabe  duda  que  en  su  visita  a  dicho  con- 
vento de  Medina,  Seripando  debió  hablar  largo  y  ten- 
dido con  Alarcón.  Pero  nada  nos  dice  en  su  Diario 
aquél,  ni  de  la  solución  que  dió  a  su  petición.  Tal  vez 
la  plana  mayor  elegida  daba  garantías  de  observancia 
y  religiosidad  para  lo  futuro.  El  hecho  de  que  guardara 
silencio  durante  diez  años  es  la  mejor  prueba  de  ello. 
Ya  veremos  y  hablaremos  de  las  normas  que  dió  y  sus 
efectos  saludables. 

Durante  este  tiempo  Alarcón  dió  cima  a  su  libro. 
Camino  del  cielo,  que  publicó  en  Alcalá  en  1547  y  re- 
imprimió con  ligeros  retoques  en  1550  en  Granada.  No 
sabemos  cuándo,  pero  tal  vez  en  la  primavera  o  estío 
de  1551  regresó  a  Italia,  quizás  a  su  convento  de  Lu- 
ceria.  El  hecho  es  que  en  octubre  del  1551  el  nuevo 
General  de  la  Orden,  Cristóbal  Patavino,  le  concede 
autorización  para  volver  a  España,  su  patria  —  Provin- 
ciam  suam,  que  este  significado  me  parece  tiene  aquí 
esta  palabra,  de  no  haberse  incardinado  en  la  de  Cas- 
tilla durante  los  diez  años  anteriores  citados,  lo  que  no 
es  fácil;  o  tal  vez,  quiera  decir  su  provincia  de  origen  — 
con  facultad  de  elegir  el  convento  que  le  sea  más  có- 
modo y  gustoso.  Y  también  de  edificar  uno  nuevo,  si 
tiene  medios  para  ello,  construido  el  cual,  nadie  infe- 
rior a  nosotros  se  atreva  a  removerle  de  allí,  salvo  la 
suprema  autoridad  de  la  Orden  y  salvos  también  el 
título  y  autoridad  del  Provincial  durante  el  tiempo  de 
su  Visita;  y  que  no  impida  la  colecta  debida.  Se  le 
concede  la  facultad  de  predicar  y,  por  lo  avanzado 
de  su  edad,  que  pueda  llevar  consigo  un  compañero  de 
nuestros  religiosos,  el  cual  pueda  permanecer  con  él, 
y  si  éste  se  cansare,  que  tome  otro,  y  otros,  si  fuere 
menester,  sin  que  se  lo  impida  nadie.  Quien  estudie  y 
conozca  la  fundación  del  convento  de  la  Nubla  y  otros 
de  los  llamados  de  la  Observancia  en  España,  verá  que 
éste,  que  autoriza  aquí  el  General  Patavino,  es  un  cal- 
co. El  documento  es  interesante,  y  aunque  puede  verse 


14 


Camino  del  cielo 


en  el  citado  artículo  del  P,  Gutiérrez^  queremos  traerle 
aquí  para  comodidad  de  nuestros  lectores.  Dice  así: 

Tridenti,  die  25  octobris  1551.  Facultatem  fecimus 
fratri  Aloisio  de  Alarcón  revertendi  in  Hispaniam,  pro- 
vinciam  suam,  et  quemlibet  conventum  sibi  commodio- 
rem,  cuius  tamen  prior  eius  opera  egeret,  adeaundi  et 
in  co  permanendi.  Insuper  et  fabricandi  monasterium,  si 
sibi  facultas  occurreret;  quo  fabrefacto,  nullus  nobis 
inferior  eum  removeré  posset,  servata  tamen  Religionis 
auctoritate,  titulo  et  dignitate  provincialisque  pro  tem- 
pore  existentis  visitatione  et  collecta  non  impedita.  Illi- 
que  praedicandi  facultatem  fecimus  et  pro  gravescente 
aetate  socium  ex  fratríbus  nostris  apud  se  tenendi,  unoque 
discedente  alterum  et  plures  recipiendi,  sine  alicuius  im- 
pedimento. 

Tal  vez  relacionada  con  este  permiso  de  regreso  a  Es- 
paña otorgado  por  el  General  Cristóbal  de  Padua  a  fray 
Luis  de  Alarcón  ,esté  una  carta  de  Carlos  V  a  su  hijo 
Don  Felipe  sobre  el  asunto  de  la  reforma  y  corrección 
de  algunos  abusos  e  inobservancias  de  la  Orden,  Dice 
así  la  carta: 

Serenísimo  Príncipe,  Nro.  muy  charo  y  amado  hijo. 
Vn  religioso  de  la  orden  de  S.  Agustín  ha  venido  Aquí 
y  nos  ha  informado  que  aunque  los  monasterios  de  la 
dicha  orden  que  Ay  en  esos  Reynos  An  sido  visitados 
Algunas  Veces,  no  fue  tan  cumplidamente  como  hera  me- 
nester, porque  los  frayles  y  Religiosos  de  ellos  quedasen 
en  la  observancia,  clausura  y  recogimiento  que  sería  ra- 
zón. A  cuya  causa  y  para  que  zesen  los  desordenes  que 
Ay,  y  se  consiga  el  efecto  para  que  fue  instituyda  la  dicha 
orden,  y  nro.  sor.  sea  de  ello  seruido,  y  no  tan  ofendido 
como  Al  presente  lo  es,  Ay  mucha  nezesidad  de  los  visi- 
tar y  Reformar  para  que  los  dichos  Religiosos  no  viban 
con  la  soltura  y  libertad  que  Asta  Aqui.  Y  por  que  Acá 
no  se  tiene  otra  relazion  ni  información  de  este  negozio, 
y  por  ser  de  la  qualidad  que  es,  he  querido  escribiros  y 
Rogaros  que  secretamente  os  mandéis  informar  de  perso- 
nas de  quien  se  tenga  satisfagion  que  lo  saben  y  dirán  la 
verdad,  si  Ay  necesidad  de  visitar  y  Reformar  los  dichos 
monasterios;  y  Aliando  que  la  Ay,  nos  Avisareis  de  ello, 
imbiandonos  de  dos  frayles  mas  suficientes  de  la  misma 
orden  que  oviere,  para  que  se  escriba  A  su  general  les 
embie,  que  para  ponerlo  en  efecto  fuere  menester,  pues 
por  su  persona  no  lo  podría  hazer.  —  Serenísimo  prin- 
cipe Nro.  muy  charo  y  muy  Amado  hijo.  Nro.  Sor.  sea 
en  vuestra  continua  guarda,  de  Augusta  A  XXX  de  Sep- 
tiembre de  1551. 

Yo  el  Rey  —  Erasso. 


Introducción 


15 


Esta  carta  que  se  halla  en  el  Ms.  de  la  Biblioteca  Na- 
cional de  Madrid  13.229,  folio  213  recto,  no  es  autó- 
grafa de  Carlos  V  ni  de  Erasso,  sino  copia  fiel.  El  Có- 
dice está  casi  todo  él  escrito  de  puño  y  letra  del  Padre 
Herrera,  aunque  este  documento  no  lo  es.  Nada  se  dice 
del  religioso  que  informó.  Mas  cotejando  fechas  tal  vez 
no  fuese  aventurado  sospechar  que  fuera  nuestro  Luis, 
aunque  el  no  citar  su  nombre,  como  lo  ha  hecho  otras 
veces,  nos  retrae  de  ello.  Suponiendo  que  Carlos  V  re- 
dactara su  carta  a  raíz  de  la  visita  del  citado  religioso, 
tenemos  que  ésta  está  fechada  en  30  de  septiembre  y 
que  el  25  de  octubre  autoriza  el  General  a  fray  Luis  de 
Alarcón  para  que  regrese  a  España.  Por  otra  parte  en 
esta  época  era  difícil  que  hubiera  otro  religioso  de  mayor 
amistad  y  estima  ante  el  Emperador,  y  de  mayores  po- 
sibilidades económicas  para  hacer  un  viaje  tan  largo  y 
costoso  como  éste  a  Augusta.  No  obstante  esto,  no  nos 
atrevemos  a  darlo  como  hecho,  ni  aun  siquiera  como 
opinión  probable,  sino  como  una  mera  sugerencia. 

En  todo  caso,  el  documento  es  de  gran  importancia, 
y  revela  que  el  asunto  de  la  observancia  de  la  Orden  se 
mantenía  en  pie,  y  que  el  Emperador  estaba  muy  preo- 
cupado con  la  reforma  de  los  religiosos,  de  cualquier 
Orden  que  fuese,  especialmente  de  los  Agustinos,  a  los 
que  siempre  tuvo  afecto  y  estima  especial,  tal  vez  por 
Santo  Tomás  de  Villanueva  y  algún  otro,  que  fueron  pre- 
dicadores suyos,  como  después  lo  fué  el  Beato  Alonso 
de  Orozco  de  su  hijo  Felipe  II.  No  debió  el  asunto  lle- 
varse muy  urgentemente,  ni  era  posible,  dada  la  trami- 
tación que  pedia  el  César.  El  hecho  es  que  hasta  1554 
no  vemos  nombrados  Vicarios  del  General,  para  enten- 
der en  el  asunto  de  la  paz  de  algunos  conventos  y  de  las 
anomalías  y  desmanes  de  algunos  religiosos,  a  los  Padres 
fray  Juan  de  la  Barrera  y  fray  Francisco  de  Riaño.  ¿Fue- 
ron éstos  nombrados  a  consecuencia  de  la  intervención 
del  Emperador  con  el  General,  o  no  tienen  nada  que  ver 
con  ella?  No  lo  sabemos,  ni  para  el  caso  nuestro  es  me- 
nester. 

Mas  sigamos  el  hilo  de  la  vida  de  Alarcón,  inte- 
rrumpida por  este  breve  incidente. 

Sin  duda  la  lista  de  privilegios  y  exenciones  que 
el  General  concede  a  nuestro  Luis  de  Alarcón,  tal  vez 
con  miras  a  halagar  su  persona  y  hacerle  desistir  de  su 


16 


Camino  del  cielo 


idea  de  reforma  de  la  orden,  no  fué  del  gusto  suyo  ni 
debieron  satisfacerle;  porque  no  era  esto  lo  que  él  per- 
seguía, sino  lo  otro.  Propuestas  semejantes  hacían  a 
San  Juan  de  la  Cruz  los  calzados  de  Toledo,  si  abando- 
naba su  idea  de  reforma  de  la  Orden,  Que  fray  Luis 
de  Alarcón  no  era  un  personaje  cualquiera  y  que  sus 
planes  debían  tener  más  realidad  de  la  que  le  atribuye 
el  P,  Gutiérrez,  se  deduce  no  sólo  del  ascendiente  que 
tiene  ante  Carlos  V  y  Felipe  II,  sino  ahora  con  el  fa- 
moso Cardenal  Cervini,  Protector  de  la  Orden  y  des- 
pués Papa.  Porque  no  sólo  le  convence  nuestro  Alar- 
cón, sino  que  le  hace  tomar  con  calor  su  asunto,  obli- 
gándole a  escribir  por  dos  veces  al  General  de  la  Or- 
den, entonces  en  Trento,  Cristóbal  Patavino  contestó 
al  Cardenal  Protector  una  carta  muy  obsequiosa,  "di- 
ciéndole  que  estaba  dispuesto  a  ejecutar  lo  que  man- 
dase su  Señoría  —  Dominatio  sua — ;  pero  que  él  no 
juzgaba  oportuno  imponer  nuevas  leyes  a  dicha  Pro- 
vincia de  España,  sin  someterlas  antes  a  maduro  exa- 
men". Con  esta  respuesta  —  continúa  el  P.  Gutiérrez  — 
envió  también  al  cardenal  protector  copia  de  una  se- 
vera requisitoria  que  mandaba  entonces  al  prior  pro- 
vincial y  a  los  definidores  de  la  provincia  de  España 
y,  que  en  tono  más  dulce,  termina  con  estas  palabras: 
Paternis  tamen  hortationibus  cum  ipsis  egimus,  hortan- 
tes  illos  ad  obedientiam  et  pacem  servandam. 

Mucho  deja  entrever  el  General  en  estas  palabras 
y  en  el  fondo  parecen  dar  toda  la  razón  a  Alarcón  so- 
bre la  necesidad  de  reforma.  Sin  embargo,  donde  Cris- 
tóbal Patavino  descorre  el  velo  y  pone  al  descubierto 
la  llaga  de  la  inobservancia  de  la  Provincia  es  en  su 
contestación  segunda  al  Cardenal  Cervini,  cuyo  resu- 
men nos  da  en  su  Diario  o  Registro.  Dice  allí  el  sucesor 
de  Seripando: 

Tridenti,  die  28  ianuarii  1552:  Reverendissimo  Ordi- 
nis  Proíectori.  Harum  litterarum  exemplum  misimus  ad 
révmum  cardinalem  sanctae  Crucis,  protectorem  nostrum. 
Dominatio  enim  sua,  suasu  cuiusdam  fratris  AUoysii  de 
Alarcón,  miserat  ad  nos  quaedam  capitula  pro  reforma- 
tione  praedictae  provinciae  hispaniae,  petieratque  ut  ea- 
dem  confirmaremus.  Nos  vero  et  ea  confirmare  et  omnia 
quae  Dominationi  suae  placuissent  agere  paratus  esse, 
respondimus;  rogantes  tamen  eam  —  Dominationem  — 
cum  pleniorem  notitiam  fratrum  illius  provinciae  non 


Introducción 


17 


haberet  ut  super  his  capitulis  mittendis  maturius  consi- 
deraret.  Magisque  nobis  visum  fuisset,  dum  hortatoriis 
litteris  ipsos  conveniremus,  ne  gravioribus  legibus  ultra 
gravati,  a  Religionis  obedientia  discederent:  cum  fratres 
essent  duri  ad  regendum,  multumque  gravarint  Praedc- 
cessorem  nostrum;  ñeque  ad  nos  acta  sui  capituli,  iam 
octo  mensium  spatio  celebrati,  miserint;  nullamque  de 
collecta  duorum  iam  annorum  mentionem  fecerint,  ut 
ex  litteris  iis  nostris  ad  illos  directis,  Dominatio  sua  re- 
verendissima  conücere  poterat. 

Este  documento  nos  parece  de  una  gravedad  insos- 
pechada y  que  revela  toda  la  dificultad  de  emprender 
la  reforma  en  España,  como  pedía  Alarcón  y  sus  ami- 
gos. Es  extraño  que  la  nueva  petición  o  insistencia  de 
nuestro  biografiado  coincida  con  el  nuevo  capítulo  ce- 
lebrado después  de  la  renuncia  de  Seripando  al  Gene- 
ralato. Aunque  no  sabemos  la  intervención  que  tuvo  en 
los  capítulos  celebrados  desde  el  1541  hasta  el  cincuen- 
ta, pero  la  quietud  de  Alarcón  y  sus  partidarios,  los 
nombres  de  los  Superiores  elegidos  y  las  normas  y  de- 
cretos dados  por  el  capítulo  bajo  la  inspiración  de  Seri- 
pando, hacen  suponer  que  en  su  tiempo  se  corrigieron, 
si  no  todos,  sí  la  mayor  parte  de  los  abusos  que  habían 
sido  denunciados.  La  serenidad  imperturbable,  la  energía 
y  suavidad  en  las  formas  y  el  interés  comprensivo  y 
eficaz  de  Seripando  son  ya  muy  distintos  en  Cristóbal 
de  Padua.  No  conocemos  bien  la  persona  y  temple  de 
este  General,  pero  a  través  de  este  documento  se  advier- 
te ya  un  poco  de  indignación  e  impaciencia.  Parece  la- 
mentarse y  resentirse  de  que  Cervini  se  haya  dejado 
persuadir  de  Alarcón.  En  cuanto  a  los  religiosos  de  la 
Provincia  de  España  les  llama  duros  de  gobernar  duri 
ad  regendum.  Dice  de  ellos,  que  amargaron  la  existencia 
de  su  predecesor,  multumque  gravarint  praedecessorem 
nostrum;  que  después  de  ocho  meses  de  celebrado  el 
capítulo  provincial,  todavía  era  la  hora  en  que  no  le  ha- 
bían remitido  las  Actas:  Ñeque  ad  nos  Acta  sui  capituli 
iam  octo  mensium  spatio  celebrati  miserint;  que  hace 
más  de  dos  años  que  ni  le  envían  ni  le  hacen  siquiera 
mención  de  la  colecta  o  tasa  que  debían  enviar  a  la 
curia  generalicia:  Nullamque  de  collecta  duorum  iam 
annorum  mentionem  fecerint.  En  resumen:  que  vistas 
las  cosas  despacio  y  la  actitud  de  dichos  religiosos,  no  se 
atreve  a  imponerles  nuevas  leyes  ni  preceptos,  temeroso 


18 


Camino  del  cielo 


de  que  se  salgan  de  la  Orden  o  se  declaren  en  rebeldía: 
Magisque  nobis  visum  fuisset...  ne  gravioribus  Icgibus 
ultra  gravati  a  Religionis  obedientia  discederent. 

El  panorama  que  deja  entrever  esta  relación  es  bas- 
tante de  solador  y  y  da  plena  razón  objetiva  a  la  petición 
de  reforma  de  Alarcón  y  sus  partidarios.  ''El  nombre 
de  Alarcón  —  escribe  el  P,  Gutiérrez  —  aparece  por 
última  vez  en  los  registros  de  la  Orden  el  día  24  de 
agosto  de  1554,  Con  esta  fecha  nombró  el  prior  gene- 
ral Cristóbal  de  Padua  vicarios  suyos  en  la  provincia 
de  España  a  fray  Juan  de  la  Barrera  y  a  fray  Francisco 
Riaño  para  que  pusieran  paz  en  alguna  comunidad  y 
para  que  averiguasen  lo  que  había  de  verdad  en  ciertas 
acusaciones,  que  algunos  súbditos  de  la  misma  provin- 
cia le  habían  presentado  contra  otros.  Entre  los  acusa- 
dos figura  un  "frater  Ludovicus  Larcón,  que  muy  pro- 
bablemente debe  ser  identificado  con  el  nuestro;  porque 
las  mutilaciones  y  deformaciones  de  apellidos  extranje- 
ros  son  frecuentísimas  en  los  libros  oficiales  de  la  Or- 
den, escritos  entonces  por  secretarios  o  amanuenses 
italianos,  y  porque  no  es  verosímil  que  hubiera  por 
aquellos  años  en  la  misma  provincia  otro  religioso  lla- 
mado Luis  y  que  llevase  un  apellido  tan  cercano  al  del 
nuestro  y,  por  otra  parte,  tan  inusitado  en  España  en 
la  forma  en  que  lo  presenta  con  toda  claridad  el  regis- 
tro. Damos,  pues,  por  seguro  que  se  trata  de  él.  Pero 
nada  hemos  podido  hallar  acerca  de  la  visita  de  los 
Padres  Barrera  y  Riaño,  ni  del  resultado  de  la  misma 
en  lo  que  se  refiere  a  fray  Luis  de  Alarcón,''  12 

Hubiera  sido  interesante  conocer  el  nombre  de  los 
acusados,  porque  sin  duda  éstos  son  los  reformistas  cu- 
yos planes  se  propuso  Alarcón  hacer  triunfar,  valién- 
dose de  su  influencia  en  la  corte  de  España  y  ante  el 
cardenal  Cervini.  Este  fin  era  de  prever,  y  no  nos  ha 
extrañado  lo  más  mínimo.  Lo  desconcertante  es,  que, 
figurando  la  acusación  en  los  registros  generalicios,  y 
habiendo  sido  nombrados  visitadores  para  averiguar  la 
verdad  del  asunto,  así  como  las  causas  y  causantes  de 
los  disturbios  de  algunos  conventos,  no  se  consigne  lo 

12  Ea  muy  lamentable,  que  después  de  tales  acusaciones  no  se 
trate  de  consignar  la  verdad  sobre  el  caso.  Se  consigna  una  cosa, 
se  trata  de  averiguar  su  verdad,  y  después  no  aparece  ni  se  con^ 
signa  nada.  Ni  siquiera  su  comprobación. 


Introducción 


19 


más  mínimo  en  el  Registro  el  resultado  de  la  Visita. 
Con  toda  seguridad  que  nada  apareció  contra  ellos,  es- 
pecialmente contra  Alarcón,  Y  como  lo  otro  lo  juzgaba 
el  General  irremediable,  según  hemos  visto,  dejó  estar 
las  cosas;  lo  cual  no  es  muy  de  alabar,  pues  aunque  se 
trate  de  documentos  secretos,  como  son  los  Regestos 
generalicios,  pero,  al  fin,  scripta  manent,  y  la  acusa- 
ción contra  nuestro  autor  y  otros  santos  religiosos  ha 
quedado  estampada. 

El  mal  no  se  aminoró  en  los  años  sucesivos.  El  Ge- 
neral Patavino  carecía  del  celo  y  el  interés  que  distin- 
guió a  Seripando,  y  no  quiso  o  no  se  atrevió  a  afrontar 
el  mal  ni  a  intervenir  en  los  capítulos  como  su  predece- 
sor, y  así  vemos  que  tres  años  más  tarde,  en  el  capítu- 
lo de  Dueñas  del  1557,  un  nuevo  campeón  de  la  ob- 
servancia hace  oír  su  voz  valiente  y  delatora  de  los 
males  de  la  Provincia:  fray  Luis  de  León,  Su  famoso 
discurso  ante  la  asamblea  allí  reunida  ha  sido,  es  cier- 
to, puesto  en  duda  sencillamente  por  las  cosas  o  acu- 
saciones que  allí  hace.  Tanto  se  ha  repetido  por 
nuestros  historiadores  el  nombre  de  ^'Provincia  obser- 
vantisima" ,  y  a  sus  conventos  el  de  "Observantisimos" , 
que  muchos  se  resisten  a  tener  por  auténtica  esta  mara- 
villosa y  verídica  oración  del  insigne  agustino  de  Sala- 
manca, Adviértase  que  fray  Luis  de  León  lleva  en  sus 
venas  sangre  de  los  Alarcones  y  que  como  nuestro 
biografiado  es  de  la  provincia  de  Cuenca  también,^^ 
Pasarán  algunos  años,  y  el  famoso  cronista  de  la  Orden 
y  de  Felipe  II,  fray  Jerónimo  Román  hará  al  General 
de  la  Orden  una  exposición  aterradora  del  estado  reli- 
gioso de  la  provincia  de  Castilla,  a  la  que  no  contestó 

13  Entre  otras  muchas  acusaciones,  quéjase  fray  Luis  de  ho/- 
ber  sido  perseguido  dos  años  por  haber  defendido  a  un  religioso. 
¿Quién  era  este  religioso  y  cuál  su  causa?  Quéjase  además  de  que 
se  hayan  conculcado  las  actas  hieronimianas,  esto  es,  las  normas 
establecidas  por  el  General  Jerónimo  Seripando,  lo  cual  es  verdad, 
y  una  prueba  más  de  la  autenticidad  de  la  Oración  de  Dueñas.  Sin 
duda,  mientras  fué  general  Seripando  el  miedo  guardó  la  viña  y 
nadie  se  atrevió  a  levantar  cabeza  de  rebelión;  pero  cuando  renunció 
(1551)  respiraron  de  nuevo,  y  prescindieron  de  las  normas  esta- 
blecidas por  el  insigne  General.  Cfr.  Oración  de  Dueñas,  hacia  el 
fin.  Las  palabras  de  fray  Luis  de  León  son  estas:  Queruntur  nos- 
tri  homines  et  mérito  queruntur  se,  opinionum  error e  caecos,  non 
habere  quod  sequantur,  cum  alii  Actis  Hieronimianis  standum  esse 
censent  alii  non  censent;  alii  cum  delectu  tenent,  alii  reiiciunt.** 
(Cfr,  ed.  i.a,  pág.  46.) 


20 


Camino  del  cielo 


palabra  el  General,  ni  siquiera  acuse  de  reciboM  Un 
año  después  volvió  a  insistir,  haciendo  un  resumen  del 
Memorial  primero,  que  gracias  a  una  copia  del  dili- 
gentísimo P,  Méndezy  Francisco,  que  se  conserva  en 
la  Biblioteca  de  la  Real  Academia  de  la  Historia,  pode- 
mos  saber  su  contenido;  pues  a  lo  que  parece  tampoco 
se  conserva  en  el  Archivo  generalicio  de  la  Orden  de 
RomaA^  Pasarán  algunos  años  más,  y  nos  encontramos 
en  1607  con  la  deposición  y  encarcelamiento  del  Santo 
fray  Agustín  Antolínez,  elegido  Provincial  legítimamen- 
te, y  denunciado  al  Nuncio  por  un  grupo  de  capitulares 
descontentos  con  ''una  relación  siniestra",  el  cual  sin 
más  averiguaciones  le  quitó  el  cargo,  le  trajo  a  San 
Felipe  el  Real  de  Madrid,  donde  le  encarceló,  junta- 
mente con  fray  Basilio  Ponce  de  León  por  haber  salido 
a  su  defensa.  Hoy  es  todavía  la  fecha  que  no  tenemos 
un  estudio  imparcial,  verídico  y  documentado  del  es- 
tado y  desarrollo  espiritual  y  social  de  la  Provincia  o 
provincias  de  España,  desde  sus  comienzos  hasta  el 
siglo  XVHIA^ 


II 

El  P,  David  Gutiérrez  en  su  breve  y  documentado 
estudio  sobre  nuestro  Alarcón  condena  con  cierta  in- 
sistencia su  actitud  de  reformista.  Nos  parece  que  su 

14  "Qué  males  y  desventuras  hay  en  la  Provincia,  ya  se  los 
escribí  el  año  pasado  muy  a  la  larga,  aunque  nunca  recibí  respues- 
ta. Mas  de  esto  y  de  los  agravios  que  he  recibido  aguardo  a  Vues- 
tra  Reverendísima,  y  entonces  cada  uno  contará  su  dolor."  (Cfr. 
Discours  prononcé  par  Luis  de  León  au  Chapitre  de  Dueñas  reédité 
par  Ad.  Coster,  "Revue  Hispanique",  tomo  L,  1920]  Extrait,  pá- 
gina 9). 

15  El  caso  escandaloso  sucedido  con  el  celoso  y  santo  fray 
Agustín  Antolínez,  fué  relatado  en  la  Oración  fúnebre  en  la  igle- 
sia de  San  Agustín  de  Salamanca  por  el  Padre  fray  Basilio  Ponce 
de  León  y  luego  impreso  con  todas  las  licencias  de  la  Orden.  En 
la  Real  Biblioteca  de  El  Escorial  se  hedía  un  Manuscrito  en  que 
se  estudia  canónicamente  el  caso  de  Antolínez,  llegando  a  la  con- 
chisión  de  que  la  elección  fué  legítima  y  la  deposición  arbitraria; 
y  este  recurso  no  se  hace  al  General,  sino  al  Nuncio  de  España. 

16  No  es  nuestra  intención  desnudar  a  un  santo  para  vestir 
a  otro;  esto  es,  acusar  a  la  Orden  o  Provincia  de  España  (Cas- 
tilla y  Andalucía)  para  ensalzar  a  alguno  o  algunos  de  sus  hijos. 
Pero  el  juez  justo,  cuando  se  sienta  en  el  tribunal  de  la  Historia 
a  juzgar,  debe  atenerse  a  la  verdad  y  nada  más  que  a  la  verdad, 
según  su  leal  saber  y  entender. 


Introducción 


21 


comentario  a  los  documentos  alegados  obedece  a  una 
posición  de  principios,  que  por  partir  nosotros  de  otros 
muy  diversos  no  podemos  aceptar  plenamente.  Nada 
nos  va  ni  nos  viene  en  ello,  sino  la  verdad  pura  y  el 
deseo  de  ser  justos  en  nuestros  juicios  sobre  personas 
beneméritas,  a  quienes  los  interesados,  particularmente 
el  superior  General  de  la  Orden,  trataron  con  la  ma- 
yor deferencia,  y  tal  vez  con  la  mayor  comprensión  e 
inteligencia  posibles.  Confesamos,  que  de  la  confronta- 
ción de  los  personajes  de  este  drama  se  ha  aumentado 
y  ennoblecido  en  nosotros  la  figura  del  inmortal  e  in- 
conmensurable Seripando  y  se  ha  elevado  la  de  nues- 
tro Alarcón.  En  cambio,  Cristóbal  de  Padua  deja  ya  en 
su  nota  escapar  una  palabrita  de  afectado  desconoci- 
miento y  desdén  —  cuiusdam  fratris  Alloysii  de  Alar- 
cón —  que  jamás  afloró  a  la  pluma  de  Seripando.  Mas 
examinemos  una  por  una  las  acusaciones  que  el  P.  Gu- 
tiérrez formula  contra  Alarcón. 

Dice  así  en  la  página  251  (seguimos  la  paginación 
de  la  Revista  y  no  la  de  la  tirada  aparte  para  facilidad 
de  nuestros  lectores):  "El  reformista  español  no  acudió 
esta  vez  a  Carlos  V,  pero  tampoco  siguió  el  camino 
señalado  por  las  leyes,  ya  que  presentó  su  Memorial 
—  acaso  personalmente  —  al  cardenal  protector  Mar- 
celo Cervini,  el  cual  lo  envió  al  prior  general,  que  con- 
tinuaba en  Trento."  ''¡Ojalá  hubiera  sabido  imitarle 
también  —  se  refiere  a  Santo  Tomás  de  Villanueva  — 
como  promotor  de  la  observancia  regular,  de  acuerdo 
con  las  leyes  que  había  profesado,  y  en  perfecta  cola- 
boración con  sus  legítimos  superiores!  Si  lo  hubiera 
hecho  así,  tal  vez  no  hubiera  contado  malévolos  que 
con  sus  denuncias  debieron  de  amargarle  los  últimos 
días  de  su  vida.  Y  a  buen  seguro  que  los  historiadores 
de  la  Orden  que  escribieron  en  nuestra  patria,  no  ha- 
brían relegado  su  nombre  al  olvido,  y  que  el  mejor  de 
todos  ellos,  fray  Tomás  de  Herrera,  le  habría  asignado 
un  puesto  en  aquel  tesoro  incomparable  de  nuestra  his- 
toria, que  tituló  Alphabetum  Augustinianum.  Pero  este 
insigne  maestro  de  la  Orden,  que  conoció  ciertamente 
los  textos  latinos  que  hemos  copiado,  no  veía  con  bue- 
nos ojos  a  los  frailes  reformistas  que  procuraban  im- 
poner sus  ideas  a  espaldas  de  sus  legítimos  superiores, 
ni  dejaba  tampoco  sin  castigo  a  los  descontentos  —  tan 


22 


Camino  del  cielo 


frecuentes  en  la  historia  española  de  todas  las  familias 
religiosas  —  que  juzgaban  perdida  o  relajada  una  pro- 
vincia de  cuatrocientos  o  quinientos  individuos,  cuan- 
do sabían  que  cinco  o  diez  navegaban  a  la  deriva  o 
cuando  tenían  noticia  de  que  alguno  había  naufragado. 
Y  a  este  número,  a  juzgar  por  los  documentos  que  he- 
mos transcrito,  perteneció  nuestro  fray  Luis  de  Alar- 
cón,  autor  de  un  buen  libro  de  doctrina  espiritual,  en 
el  que  se  nos  presenta  con  luz  más  atrayente  y  sim- 
pática,"" 

Confesamos  que  en  nuestra  larga  vida  de  lector  e 
investigador  no  hemos  leído  inculpación  más  dura  so- 
bre un  religioso,  que  no  tiene  en  su  vida  más  culpa,  a 
lo  que  parece,  que  haber  pedido  y  gestionado  la  refor- 
ma espiritual  de  su  provincia.  Dejemos  aparte  el  juicio 
que  emite  sobre  el  P.  Herrera  como  historiador,  y  como 
enemigo  de  todo  reformista  y  reformador  de  la  Orden. 
La  historia  tiene  sus  fueros,  y  ni  que  sean  los  documen- 
tos adversos,  ni  que  sean  los  personajes  antipáticos  y 
odiosos,  es  lícito  callarlos,  y  vengarse  de  unos  y  otros 
de  esta  forma.^'^  Si  el  P.  Herrera  calló  a  Alarcón  por 
lo  que  dice  el  P.  Gutiérrez,  cometió  un  gran  desafuero 
contra  la  historia  y  nos  lo  hace  sospechoso  de  fidelidad 
en  todo  lo  que  nos  cuente  de  otros.^^ 

Pero  volvamos  a  nuestro  Alarcón  y  su  reforma.  Ad- 
mitamos por  un  momento  que  la  provincia  de  España, 
agustiniana,  no  necesitaba  reforma  —  lo  cual  está  con- 
tra toda  la  documentación  que  hoy  tenemos  y  que  va 
apareciendo — supongamos,  digo,  que  los  inobser- 

17  Ya  hemos  visto  atrás  que  sus  informes  sobre  el  P.  Diego 
López  no  son  tan  verídicos  y  reales  como  debieran  ser,  según  el 
Padre  Villavicencio  atestigua. 

18  Por  regla  general  nuestros  cronistas  son  más  ensalzadores 
y  panegiristas  que  historiadores.  A  través  de  sus  crónicas  todos 
parecen  unos  sabios  y  santos,  y  después  los  hechos  y  obras  no  apa- 
recen, o  si  aparecen  lo  son  en  grado  muy  inferior  al  pregonado. 
En  realidad  éste  era  el  concepto  de  la  Historia  entonces  y  son 
muy  pocos  los  que  se  libran  de  su  corriente.  Aún  hoy  día  no  ha 
desaparecido  de  las  corporaciones  religiosas  totalmente  este  estilo. 

19  Al  hablar  de  relajación  de  una  Provincia  religiosa,  o  más 
propiamente  de  males  y  corruptelas  de  la  misma,  no  es  menester 
que  por  ellas  se  entienda  la  corrupción  de  costumbres  y  el  que- 
brantamiento de  los  tres  votos,  especialmente  el  de  castidad.  Tra- 
tándose de  la  Provincia  agustiniana  de  Esvaña,  o  si  se  quiere  de 
las  dos  principales  de  ella,  Castilla  y  Andalucía,  no  hemos  hallado 
acusaciones  ni  lamentos  en  nuestros  reformistas.  El  gran  mal  es- 
taba en  la  cosa  pública;  en  la  tiranía  de  los  superiores  y  en  las 
ambiciones  por  los  cargos  y  prelacias,  que  convertían  muchas  veces 


Introducción 


25 


vantes  eran  ''cinco  o  diez",  y  no  al  revés,  como  siem^ 
pre  ha  sucedido,  y  el  documento  del  P.  Cristóbal  Pa- 
tavino,  y  la  Oración  de  Dueñas  de  fray  Luis  de  León^ 


los  conventos  en  campos  de  Agramante.  Ciertamente  y  durante 
muchos  años  las  Provincias  no  gozaron  de  paz,  de  unión  interna, 
de  vida  de  hogar  cristiano,  lo  que  hacía  que  muchos  religiosos  sus- 
pirasen por  las  misiones,  no  sólo  por  celo  de  las  almas,  sino 
también  buscando  su  paz  y  dicha  espiritual.  Vamos  a  alegar  al- 
gunos documentos  de  valor  inequívoco  anteriores  a  la  actuación  de 
Alarcón  o  contemporáneos  suyos  que  revelan  hasta  dónde  llegaba 
el  mal  que  se  pretendía  remediar.  Ya  en  15SS  se  había  recibido  en 
Castilla  una  carta-decreto  del  general  de  la  Orden  P.  Gabriel  della 
Volta  Véneto,  firmada  en  Venecia  de  la  cual  entresacamos  lo  si- 
guiente : 

"Informado  por  cartas  qu^  me  han  escrito  el  Cardenal  de  Com- 
postela  y  otros  grandes  señores,  he  llegado  a  saber  que  en  la  Pro^ 
vincia  de  Castilla...  no  se  guarda  ninguna  equidad;  ni  la  mutua 
caridad,  ni  la  antigua  modestia;  sino  que  todos,  olvidados  de  todo 
deber  de  religión,  arden  en  discordias  y  odios  intestinos,  y  que 
acaso  la  causa  de  tal  situación  es  la  prórroga  excesiva  del  mando, 
y  la  desenfrenada  ambición  de  dominio,  de  la  cual  enferman  de 
tal  modo  algunos,  que  nunca  sufren  estar  sin  mando,  como  si  este 
derecho  les  perteneciera.** 

No  se  puede  decir  más,  y  si  lo  que  oímos  del  Superior  general 
de  la  Orden  lo  oyéramos  de  algún  subdito,  nos  escandalizaría  y 
no  le  creeríamos.  Pero  este  testimonio  está  corroborado  por  otros. 
Memorables  son  las  palabras  de  Seripando  cuando  se  le  pidió  por 
cierto  Provincial  de  Castilla  la  facultad  de  v^ar  el  tormento  con 
los  religiosos:  "No  queremos,  dice  el  caritativo  padre,  que  uséis  de 
tormento  con  los  religiosos;  y  si  no  hay  otro  remedio,  es  preferí' 
ble  que  les  quitéis  el  hábito  y  los  despidáis*'  (Reg.  Generalicio  de 
15U  a  1546). 

Las  huidas  de  los  religiosos  a  Roma  a  quejarse  al  P.  General 
fueron  tan  frecuentes  en  estos  años  que  en  1547  el  General  exhorta 
al  Provincial  fray  Alonso  de  Madrid  a  que  "no  sea  tan  áspero 
con  sus  subditos**;  y  en  el  1550  reprendía  al  sucesor  suyo,  P.  Se- 
rrano, diciéndole:  "No  faltan  quienes  acucan  a  dicho  Provincial 
de  tiranía  y,  ojalá  fuese  falsa  la  acusación.*'  El  día  SO  del  mismo 
mes  le  escribía:  "Vienen  a  Nos  con  extraordinaria  frecuencia  mu- 
chos religiosos  de  vuestra  provincia  sin  licencia  alguna...,  queján- 
dose con  gran  amargura  de  que  no  pueden  aguantar  más  tiempo 
la  insufrible  tiranía  de  los  Provinciales,  que  en  todo  proceden  a 
su  antojo,  prescindiendo  de  las  Leyes.  Sin  duda  alguna  se  debe 
obedecer  con  gran  respeto  a  los  superiores  y  prelados...;  pero  antes 
es  preciso  que  también  los  mismos  prelados  obedezcan  a  las  Leyes 
y  prediquen  con  el  ejemplo." 

En  el  mismo  año  en  que  es  acusado  Alarcón  y  otros  reformis- 
tas, 28  de  julio  de  1554  escribe  el  general  Cristóbal  Patavino  al 
Padre  fray  Alonso  de  Madrid,  nuevamente  elegido  Provincial: 
"Procura  ante  todo  la  paz...  No  sigas  los  ejemplos  de  tus  predece- 
sores, que,  si  son  ciertos  los  informes,  no  trataron  de  ser  queridos 
como  padres  sino  temidos  como  amos.*'  Y  con  fecha  IS  de  no- 
viembre del  1555:  "No  te  conduzcas  con  tus  religiosos  como  amo, 
de  lo  cual  te  acusan  muchos;  sino  pórtate  como  padre." 

Hemos  escogido  estos  textos  que  revelan  el  estado  de  la  Pro- 
vincia, y  la  falta  de  paz  y  amor,  y  el  desarreglo  en  los  de  arriba 
por  su  ansia  desenfrenada  de  mandar;  todo  ello  en  tiempos  de  la 
actuación  de  Alarcón.  Después  de  los  documentos  consignados,, 
huelga  todo  comentario. 


24 


Camino  del  cielo 


y  la  Carta  de  Jerónimo  Román  atestiguan;  supongamos 
que  sea  verdad  lo  que  dice  nuestro  erudito  e  inteligente 
hermano  P.  Gutiérrez.  Demos  que  Alarcón  fuera  un 
iluso  en  esta  materia;  ¿ha  sido  nunca  pecado  pedir  re- 
forma y  mayor  observancia  de  la  Orden?  Cierto  es, 
que  siempre  han  sido  mal  vistos  los  reformadores,  no 
sólo  de  los  malos  religiosos,  sino  muchas  veces  de  los 
que  se  dicen  y  tienen  por  buenos.  Cierto  también  que 
Alarcón  creía  demasiado  en  las  reformas  por  decreto, 
impuestas  desde  arriba,  si  es  que  se  llegan  a  iw,poner 
alguna  vez.  La  historia  de  la  reforma  de  las  órdenes 
en  España  en  el  siglo  XVI  es  una  lección  muy  orienta- 
dora y  provechosa.  Alarcón  hubiera  estado  mucho  me- 
jor en  su  provincia  adoptada  de  Apulia,  y  se  hubiera 
ahorrado  muchos  disgustos,  si  en  vez  de  venir  a  Es- 
paña, y  ponerse  al  frente  de  los  reformistas,  hubiese 
dejado  el  agua  correr  y  que  las  personas  y  las  cosas 
hubiesen  marchado  a  la  deriva.  Porque  siempre  ha  sido 
verdad,  que  quien  se  mete  a  redentor,  ha  de  salir  cru- 
cificado. 

Más  dirá  el  P,  Gutiérrez:  No  es  por  reformador, 
sino  por  haberse  saltado  las  leyes  profesadas.  Veamos 
la  actitud  de  Alarcón  y  qué  leyes  ha  quebrantado.  Des- 
de el  primer  momento  cree  que  es  el  General  quien 
debe  imponer  toda  reforma  o  ley  de  observancia  a  las 
provincias  religiosas.  Jamás  pasó  por  su  mente  avasa- 
llar la  autoridad  del  General.  Si  acude  al  Emperador, 
y  al  Cardenal  Protector  de  la  Orden,  es  para  que  con- 
venzan al  General  de  que  tome  cartas  en  el  asunto  y 
se  decida  a  la  reforma.  Nunca  fué  esto  prohibido  por 
nuestras  antiguas  leyes,  ni  aún  hoy  está  prohibido  que 
uno  se  sirva  de  amigos  del  General,  cardenales,  reli- 
giosos, de  la  orden  o  fuera  de  ella,  para  moverle  a  al- 
guna empresa  o  reforma.  Otra  cosa  hubiera  sido,  acu- 
dir a  la  Santa  Sede  para  que  ésta  impusiera  dichas  nor- 
mas al  General  velis  nolis.  Nada  de  esto  ocurre.  Yo  al 
menos  no  veo  la  infracción  de  las  leyes  de  la  Orden  ni 
del  Derecho  entonces  existente,  para  que  se  le  acuse 
de  infractor  ''de  las  leyes  que  había  profesado'\^^ 

19  bis  Aunque  son  muchos  los  ejemplos  que  se  pudieran  alegar 
de  apelaciones  o  recursos  al  Rey,  séanos  permitido  citar  el  caso 
de  Santa  Teresa  que  acude  a  Felipe  II  con  el  asunto  del  encarcela- 
miento de  San  Juan  de  la  Cruz;  del  Beato  Alonso  de  Orozco,  al 


Introducción 


25 


En  cuanto  a  la  razón  o  no  razón  de  la  reforma,  no 
se  puede  decir  nada;  porque  ni  los  superiores  Genera- 
les citados  nos  dicen  nada  del  contenido  del  Memorial, 
ni  éste  aparece  ahora  por  ninguna  parte,  y  aun  puede 
conjeturarse  que  nunca  fué  archivado  entre  los  docu- 
mentos del  Archivo  Generálicio,  a  pesar  de  que  llegó 
con  el  correo  del  Emperador  y  luego  aparece  en  manos 
de  Cristóbal  Patavino.  En  cuanto  al  número  de  los  re- 
formistas, tampoco  es  posible  entrar  en  discusión,  pues 
nos  son  del  todo  desconocidos.  Pero  demos  que  lo  fue- 
ra sólo  el  P.  Alarcón.  Las  razones  que  se  esgrimen  con- 
tra él  son  exactamente  las  mismas  que  los  calzados  de 
Toledo  alegaban  contra  San  Juan  de  la  Cruz*  Si  San 
Juan  de  la  Cruz  y  Santa  Teresa  no  triunfan  en  su  re- 
forma, hubieran  pasado  a  la  historia  como  disconfor- 
mistas y  amigos  de  novedades  y  reformas.  Al  fin  y  al 
cabo  al  principio  no  eran  más  que  ''fray le  y  medio^. 

No  sabemos  si  Alarcón  murió  en  España  o  se  vol- 
vió a  Italia  y  murió  en  su  convento  de  Luceria.  En 
los  archivos  de  la  Orden  no  se  conserva  el  menor  ves- 
tigio. En  las  listas  que  el  P.  Francisco  Méndez  nos 
conserva  de  los  conventos  de  Toledo,  San  Felipe  el 
Real,  Salamanca  y  otros  y  que  hoy  se  encuentran  en  la 
Biblioteca  de  la  Academia  de  la  Historia,  no  aparece 
su  nombre  entre  los  profesos  ni  entre  los  muertos.  Es 
extraño  que  la  segunda  edición  de  su  libro  Camino  del 
cielo  se  haga  en  Granada.  En  cuanto  al  silencio  que 
guardan  los  historiadores  de  la  Orden  en  España  del 
nombre  de  Alarcón,  nos  parece  más  justa  y  honrosa 
la  explicación  de  que  por  estar  afiliado  a  la  Provincia 
de  la  Apulia  y  no  haber  estado  sino  fugazmente  en 
España  no  le  creyeron  pertenecer  a  la  historia  de  la 
Provincia  de  Castilla,  ni  a  ningún  convento  en  par- 
ticular. O  tal  vez  por  ignorancia  de  su  persona,  poco 
amiga  de  barullos  y  exhibiciones,  y  que,  para  honra 
suya,  no  le  vemos  jamás  mezclado  en  política  interna 


mismo,  con  el  recurso  del  P.  Monte,  sancionado  por  todo  un  capí- 
tulo Provincial;  el  caso  del  mismo  Santo  Tomás  de  Villanueva,  con 
la  separación  y  unión  de  nuevo  de  las  provincias  de  Castilla  y 
Andalucía,  a  Carlos  V;  el  caso  del  P.  Antolínez  con  el  Nuncio.  Por 
otra  parte,  ni  los  Generales  de  la  Orden  ni  los  Superiores  acusan 
nunca  a  Alarcón  de  infracción  de  las  leyes  de  la  Orden  ni  quebran- 
tamiento  de  fuero. 


3 


26 


Camino  del  cielo 


y  contiendas  capitulares,  a  las  que  no  se  sabían  sus- 
traer entonces  hombres  eminentes  en  letras  y  en  vir- 
tud,^^  Desde  luego  su  obra  Camino  del  cielo  es  un  re- 
manso de  paz  y  nos  revela  a  un  hombre  muy  dado  a 
la  oración  y  contemplación,  a  la  vida  retirada,  y  al 
silencio  del  claustro.  Ni  una  alusión  siquiera,  ni  una 
censura  velada  a  la  reforma  de  la  Orden  y  a  la  relaja- 
ción de  costumbres.  Ni  una  queja  por  su  postergación 
y  abandono.  Pudo  por  su  alcurnia  y  nobleza  y  por  su 
asQendiente  en  la  corte  de  Carlos  V  y  su  hijo  Felipe  II, 
a  quien  dirige  y  dedica  la  obra,  obtener  altos  puestos 
y  dignidades.  Jamás  se  le  ve  apetencia  de  ellas,  y  en  su 
libro  muestra  gran  desprecio  de  los  honores  y  dignida- 
des, Y  no  es  que  se  tratara  de  un  hombre  de  negado 
entendimiento  y  escasa  cultura.  Que  su  libro  pone  muy 
alto  su  nombre  y  nos  lo  revela  como  escritor  de  pluma 
ágil  y  elegante,  como  hombre  cauto  y  prudente,  y  conio 
religioso  de  acrisoladas  virtudes.  Tal  es  a  grandes  ras- 
gos la  figura  y  actuación  de  nuestro  gran  escritor  fray 
Luis  de  Alarcón,  uno  de  los  escritores  espirituales  más 
profundos  y  que  preludia  la  gran  escuela  de  escritores 
místicos  agustinianos,  eminentemente  teólogos  y  filó- 
sofos, y  siempre  amenos  en  sus  disertaciones. 


III 

Tiempo  es  ya  que  entremos  en  el  estudio  de  su 
obra,  cuya  gloria  nadie  le  puede  discutir  ni  empañar. 
Aunque  relativamente  breve,  es  lo  suficientemente  lar- 
ga y  extensa  para  suponer  que  no  la  compuso  en  unos 
días  de  vagar  forzoso.  Por  otra  parte,  sin  que  digamos 


20  Bastaría  este  sólo  dato  para  colocarle  a  gran  altura  espi- 
ritual sobre  todos  sus  hermanos  de  hábito^  de  los  que  hace  un  duro 
retrato  el  P.  Gabriel  della  Volta  en  el  texto  antes  citado.  Permíta- 
senos copiar  unas  palabras  del  P.  Jerónimo  Román  para  que  se- 
pamos quiénes  eran  éstos  que  tanto  se  oponían  a  reformas  y  amor- 
dazaban a  los  que  se  propasaban  ir  a  Roma  con  quejas:  "Yo  de 
mí  sé  decir  que  por  haber  tratado  con  verdad  de  los  males  que  en 
esta  provincia  pasan,  fui  privado  de  la  honra  que  Vuestra  Reve- 
rendísima me  dió  del  Magisterio  siendo  recibido  por  el  Definitorio 
y  estando  en  mi  posesión,  sin  haber  cometido  culpa  alguna,  y  he 
estado  dos  veces  preso  y  como  hombre  vil  he  sido  tratado.  Y  de 
esta  manera  son  tratados  los  demás.  Porque  el  Maestro  León,  por- 


Introducción 


27 


de  ella  que  es  un  escrito  limado  y  muy  trabajado  litera- 
riamente, su  composición  es  esmerada,  sus  razonamien- 
tos bien  hechos,  su  plan  perfectamente  trazado,  los 
lugares  de  la  Sagrada  Escritura  abundantes  y  bien 
traídos.  Todo  arguye  un  escrito  largamente  meditado, 
hecho  despacio,  y  reajustado  en  todas  sus  partes,  que 
guardan  una  armonía  y  proporción  perfecta. 

Escasean  las  referencias  personales  en  toda  la  obra, 
y  sólo  al  fin  de  la  Introducción  o  Prólogo  de  la  misma 
nos  habla  de  los  motivos  que  tuvo  para  escribirla,  y  el 
fin  o  fines  que  se  propone  con  ella,  Alarcón  comienza 
lamentando  el  gran  descuido  que  reina  en  el  mundo  de 
las  cosas  del  cielo  y  de  la  salvación  propia,  ''Cosa  es 
de  gran  admiración  —  escribe  —  ver  el  descuido  que 
hay  en  muchos  el  día  de  hoy  de  su  salvación.  Cosa  es 
de  gran  dolor  y  espanto  ver  la  ingratitud  que  tienen  a 
aquel  inmenso  y  eterno  amor  con  que  nuestro  Señor 
Dios  nos  ama,  pues  por  puro  amor  nos  da  tantos  bie- 
nes corporales  y  espirituales;  de  los  cuales,  en  todo 
tiempo  y  lugar  estamos  tan  cercados  y  necesitados,  y 
él  en  todos  los  momentos  nos  está  siempre  enviando 
tantos  dones,  tantos  presentes  y  mercedes,  como  son 
todas  estas  nuestras  potencias  exteriores  e  interiores,  y 
todas  las  cosas  que  gozamos  con  ellas,^^ 

Y  prosigue  el  celoso  escritor  agustiniano:  "Tenien- 
do, pues,  deseos  de  hacer  algún  servicio,  aunque  peque- 
ñuelo,  a  nuestro  Señor  Jesucristo  y,  por  su  amor,  a 
qualquier  humilde  y  devoto  cristiano;  y  doliéndome  de 
ver  en  estos  nuestros  tiempos,  tan  peligrosos,  cómo  mu- 
chos por  vivir  tan  desacordados  de  las  cosas  que  siem- 
pre deberían  meditar  y  traer  delante  sus  ojos,  corren 
tan  de  gana  por  el  camino  de  la  perdición,  como  cie- 
gos desatinados  e  insensatos;  acordé  —  por  despertar 
mi  ánima  y  la  de  todos  los  que  se  quisieren  servir  y 
ayudar  de  este  mi  trabajo  y  amor  verdadero  con  que 


que  trata  de  la  cosa  pública  es  tenido  por  hombre  facineroso;  y 
a  fray  Cristóbal  de  Frómesta,  prior  de  Salamanca  lo  privaron  de 
su  oficio,  porque  quiso  desarraigar  un  pecado  que  está  en  esta 
provincia  muy  adelantado;  y  a  Goddaraz,  porque  saben  que  ha  de 
pedir  justicia,  le  llaman  inquieto.  En  fin,  sólo  los  que  públicamente 
tratan  de  lo  bueno  y  aborrecen  la  tiranía,  son  los  condenados,  y 
ninguno  tiene  favor,  sino  los  que  siguen  el  bando  de  fray  Pedro 
Suúrez...". 


28 


Camino  del  cielo 


les  amo  en  nuestro  Señor  Jesucristo  —  componer  este 
breve  tratado,  que  trata  del  ejercicio  salubérrimo  y 
salutífero  de  la  meditación  sagrada  y  de  las  causas  y 
efectos  della.  Y  porque  las  causas  que  proceden,  y  que 
mucho  ayudan,  son  los  buenos  libros;  y  los  efectos,  los 
santos  y  divinos  deseos,  acordé  que  acompañase  al 
tratado  de  la  meditación  el  de  la  lección  y  oración. 
Porque  todos,  como  diremos,  se  ayudan  para  alcanzar 
la  divina  unión  y  su  beatífica  y  eterna  fruición.  De  lo 
cual  se  sigue,  que  con  razón  podemos  llamar  a  este  tra- 
tado Camino  del  cielo,  pues  todas  estas  cosas  que  en 
él  se  tratan  nos  encaminan,  por  medios  tan  necesarios, 
para  buscar  y  hallar  a  nuestro  Señor  Dios,  y  comenzar- 
le a  gozar  desde  luego  en  este  mundo,  hasta  llegar  a  al- 
canzarlo perfectamente  en  su  celestial  reino/' 

Y  añade  insistiendo:  dado  que  de  estas  mate- 
rías  están  ya  escritos  muy  muchos  libros  y  mejores, 
mas  porque  en  nuestra  lengua  materna  ninguno  he 
visto,  trataré  muy  en  particular  las  cosas  que  se  deben 
leer  y  meditar  y  desear.  Y  las  declararé  todas  juntas  y 
por  el  orden  que  aquí  van  puestas.  El  cual  orden  puede 
mucho  al  devoto  lector  ayudar,  para  que  más  fácilmen- 
te y  m.ejor  las  pueda  saber,  gustar  y  retener:  saber, 
con  el  entendimiento;  gustar,  con  la  voluntad;  retener, 
en  su  memoria  continua.  Por  esto  yo,  aunque  indigno 
de  hablar  y  de  escribir  de  tan  santa  materia,  ayudán- 
dome de  lo  que  el  Señor  por  su  bondad  infinita  me  ha 
inspirado,  y  de  lo  que  en  los  libros  santos  he  leído,  de- 
liberé ofrecer  al  cristiano  y  piadoso  lector  mi  estudio 
y  deseo  de  su  consolación  y  salvación  con  este  breve  y 
compendioso  libro,  pidiéndole  por  el  amor  eterno  e 
inmenso  de  nuestro  Señor  y  Redentor  Jesucristo,  re- 
ciba en  esta  obra  mi  intención,  y  supla  mis  faltas  con 
su  devoción,  y  con  sus  oraciones  pida  al  Señor  perdón 
de  mis  pecados,  y  gracia  para  que  él  y  yo,  y  todos,  sea- 
mos salvos''. 

Nada  más  nos  dice  el  autor  de  su  libro,  sino  que 
quiere  que  sea  breve  para  que  fácilmente  se  lea  y  pueda 
ser  retenido  en  la  memoria:  "Pretendo  —  dice  —  hacer 
breve  este  tratado,  para  que  más  fácilmente  sea  leído 
y  retenido."  Sabia  determinación,  de  la  que  con  tanta 
frecuencia  se  olvidaron  nuestros  escritores  del  siglo  XVI 
y  XVII  de  mística  y  teología,  y  que  les  valió  el  olvido 


\\  Introducción  29 

'       y  desdén  de  la  inmensa  mayoría  de  los  lectores.  Carac- 
terística fué  la  brevedad,  sin  embargo,  de  los  Agusti-  * 
nos,  quienes  sin  duda  tomaron  muy  a  pecho  esta  reco- 
i  i      mendación  de  su  santo  Fundador,  que  así  en  sus  ser- 
\       mones  como  en  sus  libros  de  espiritualidad,  recomen- 
j       dó  siempre  y  practicó  la  brevedad  clásica  inculcada 
por  el  poeta  venusino.  Santo  Tomás  de  Villanueva,  el 
Beato  Alonso  de  Orozco,  el  Venerable  Padre  Montoya, 
fray  Luis  de  León,  Malón  de  Echaide,  y  todos  en  ge- 
neral, dieron  a  sus  escritos  casi  siempre  el  nombre  de 
opúsculos  o  libritos. 

Es  una  lástima  que  Alarcón  no  nos  haya  dado  una 
lista  de  los  libros  santos  que  él  dice  leyó  para  la  com- 
posición de  este  libro  suyo.  Mas  como  afirma  que  de 
esta  materia  no  ha  visto  ninguno  en  lengua  materna, 
esto  es,  castellano,  nos  deja  un  poco  confusos  sobre 
las  posibles  fuentes  de  su  doctrina  y  su  entronque  con 
la  escuela  agustiniana.  Entre  los  Opúsculos  de  Santo 
Tomás  de  Villanueva  existe  uno  en  castellano,  intitu- 
lado: De  la  leccción,  meditación,  oración  y  contempla- 
ción. Las  coincidencias  son  a  veces  casi  literales.  Ca- 
bría por  tanto  preguntar,  si  es  Santo  Tomás  de 
Villanueva  quien  depende  de  Alarcón  o  Alarcón  de 
Santo  Tomás.  Las  coincidencias  son  evidentes.  Ha- 
blando de  la  Lección  nos  dice  el  Santo:  ''Entiendo  aquí 
por  lección  no  sólo  lo  que  leemos  en  los  libros,  pero 
aun  las  conversaciones  y  pláticas  y  vistas  y  obras  malas 
y  buenas  en  que  nos  ocupamos."  Todo  lo  cual  des- 
arrolla ampliamente  Alarcón.  Un  cotejo  detenido  de 
ambos  escritos  nos  llevaría  a  conclusiones  inequívocas 
sobre  la  mutua  dependencia.  No  es  este  el  lugar  de  se- 
ñalarlas, ni  es  menester.  Ahora  bien:  ¿quién  depende 
de  quién? 

Desde  luego  hay  que  admitir  un  documento  común 
a  los  dos  escritores  agustinos  y  que  ambos  explotan  a 
manos  llenas:  el  llamado  Scala  parad^^psi,  que  figura 
entre  las  obras  apócrifas  de  San  Agustín,  y  que  tal  vez 
sea  de  Hugo  de  San  Víctor  o  alguno  de  su  escuela. 
También  entre  los  Opúsculos  de  San  Bernardo  figura 
otro  con  el  mismo  título  de  Lección,  meditación,  ora- 
ción y  contemplación.  Téngase  en  cuenta  que  el 
opúsculo  de  Santo  Tomás  está  encaminado  a  los  prin- 
cipiantes, y  que  tal  vez  se  redactó  en  Burgos  cuando 


30 


Camino  del  cielo 


fué  prior  de  allí,  donde  contribuyó  notablemente  a  for- 
mar un  centro  de  espiritualidad  agustiniana,  cuyo  eco 
es  el  códice  Ms,  de  la  Biblioteca  Nacional  de  Madrid 
5.495,  escrito  hacia  el  1543-4,  Extraña  desde  luego  que 
no  cite  a  este  santo  Varón,  que  ya  por  este  tiempo  te- 
nía fama  de  Santo.  Mas  como  nada  había  publicado, 
y  Alarcón  no  cita  a  ningún  autor  vivo,  no  tendría  esto 
nada  de  extraño.  Nosotros  nos  inclinamos  a  creer  que 
es  Alarcón  quien  depende  de  Santo  Tomás  de  Villa- 
nueva.  Esto  sería  un  gran  timbre  de  gloria  para  nuestro 
autor,  pues  sería  el  primero  y  tal  vez  el  único  verdade- 
ro discípulo  espiritual  que  tuvo  y  que  supo  desentrañar 
con  arte  y  elocuencia  las  doctrinas  del  maestro.  Por- 
que, a  decir  verdad,  ni  Orozco  le  cita  y  sigue,  ni  menos 
fray  Luis  de  León  y  Malón  de  Echaide. 

En  este  supuesto,  cabe  también  preguntar:  si  Alar- 
cón depende  de  Santo  Tomás  de  Villanueva,  ¿por  qué 
no  expuso  la  cuarta  parte  del  Opúsculo,  esto  es,  la 
Contemplación?  Esto  puede  tener  una  explicación  na- 
tural. En  primer  lugar,  Alarcón  se  dirige  principalmen- 
te al  gran  mundo  del  pueblo  cristiano,  no  a  religiosos  o 
almas  escogidas  y  piadosas.  En  este  plan,  la  Contem- 
plación hubiera  sido  algo  fuera  de  lugar;  no  así  en 
.Santo  Tomás,  que  se  dirige  a  religiosos  principiantes, 
pero  al  fin  a  gente  espiritual  que  aspira  a  la  perfec- 
ción. La  segunda  razón  es,  que  las  normas  de  la  Inqui- 
sición desde  el  año  1525  se  habían  extremado  en  esta 
materia  con  motivo  de  la  lucha  contra  los  alumbrados 
y  falsos  místicos  que  pululaban  por  todas  partes.  El 
mismo  Beato  Alonso  de  Orozco  anda  muy  recatado  en 
cosas  de  contemplación,  rehuyendo  tratar  de  ellas  po- 
sitivamente en  sus  escritos,  aunque  muchas  veces  lo 
promete  en  el  título  de  las  obras  o  en  sus  prólogos.  El 
mismo  San  Juan  de  la  Cruz,  años  después,  optó  por  su- 
primir el  comentario  a  las  cinco  últimas  estrofas  de  la 
Noche  oscura,  donde  debía  hablar  de  la  transformación 
de  la  Amada  en  el  Amado,  quizás  por  este  motivo. 
Más  extraño  es  que  no  cite  el  Vergel  de  oración  del 
Beato  Alonso  de  Orozco  publicado  por  vez  primera 
en  1544.  No  hemos  podido  hacer  un  cotejo  de  ambos 
escritos.  Alarcón  convivió  con  Orozco  durante  el  prio- 
rato de  éste  en  Medina  del  Campo,  y  tal  vez  algunos 
años  después. 


Introducción 


31 


Un  caso  claro  de  influencia  concreta  nos  lo  ofrece 
el  autor  en  el  capítulo  último  de  la  segunda  parte  de  la 
obra,  donde  dice  textualmente:  ''Lo  dicho  en  este  capí- 
tulo es  por  la  mayor  parte  del  libro  llamado  Via  Spiritus. 
Lo  cual  por  ser  útil  y  devoto  me  pareció  ser  bien  recole- 
girlo en  esta  última  meditación,  que  aquí  he  puesto'' 

Hasta  ahora  no  se  sabía  bien  qué  libro  era  éste  y  de 
qué  autor.  Hoy  gracias  especialmente  a  don  Pedro  Sainz 
Rodríguez,  P.  Bernardo  Bravo,  P.  Leturia  y  P.  Fidel  de 
Ros  se  sabe  ya  claramente  que  fué  escrito  por  el  her- 
mano lego  franciscano  Fray  Bernabé  de  la  Palma;  que 
se  editó  primeramente  en  Sevilla  en  1532,  Flandes,  1533, 
Salamanca,  1541  y  otras  muchas  veces  en  diversas  po- 
blaciones, bien  íntegra  la  obra,  bien  resumida;  aunque 
hoy  es  tan  rara  que  es  poco  menos  que  imposible  hallar 
de  ella  un  ejemplar  en  España,  La  influencia  de  esta 
obra  fué  muy  grande;  y  como  no  se  conocían  los  es- 
critos de  Santa  Teresa  ni  de  otros  místicos  españoles,  y 
se  presentaba  como  obra  de  revelación  y  experiencia 
mística,  fué  aceptada  y  seguida  por  muchos.  Es  un  caso 
excepcional  el  de  los  Jesuítas  de  Gandía,  especialmente 
la  influencia  sobre  el  P,  Antonio  Cordeses,  superior  de 
aquella  casa.  Es  muy  posible  que,  conocido  el  citado  li- 
bro, que  piensa  editar  en  breve  esta  biblioteca  de  "Espi- 
rituales españoles"  bajo  la  dirección  competentísima  y 
sabia  de  don  Pedro  Sainz  Rodríguez  y  don  Luis  Sala 
Balust,  se  pueda  saber  hasta  dónde  influyó  en  nuestros 
místicos  este  libro  del  piadoso  lego  franciscano.  Por  lo 
que  afecta  a  nuestro  fray  Luis  de  Alarcón,  podemos  de- 
cir que  si  bien  lo  conoció  y  utilizó,  su  tónica  y  orienta- 
ción es  totalmente  diversa  e  independiente,  a  juzgar  por 
los  largos  extractos  y  el  estudio  que  hace  de  Via  Spiri- 
tus el  P,  Bernardo  Bravo  en  su  reciente  estudio  publica- 
do en  ''Manresd",  enero-marzo  1959,  págs,  35-74,  El 
citado  autor  y  libro  fueron  incluidos  en  el  índice  de  la 
Inquisición,  no  por  herético,  sino  por  ser  un  peligro  en 
aquellos  momentos  de  exaltación  mística  y  de  ilumi- 
nismo  quietista  degenerado.  De  momento  baste  esta 
noticia  sobre  el  libro  Via  Spiritus,  haciendo  votos  por 
la  próxima  publicación  del  mismo,  que  llenará  las  me- 
didas de  todos. 


32 


Camino  del  cielo 


IV 

El  plan  del  libro  de  Alarcón  es  sencillo  y  bien  orde- 
nado. En  su  Introducción  plantea  el  problema  y  razón 
de  su  libro.  Es  un  hecho  —  dice  —  que  los  hombres 
de  hoy  viven  totalmente  olvidados  del  cielo  y  de  su 
salvación.  Mas,  si  buscamos  la  raíz  y  causa  de  ello  la 
hallaremos  en  la  falta  de  fe.  Enciéndase  esta  antorcha 
divina  en  el  alma  y  el  hombre  comenzará  a  ver  la  va- 
nidad y  falta  de  ser  de  las  cosas  terrenas,  a  despreciar- 
las como  bagatelas  y  fuentes  de  muchos  males,  por  no 
decir  de  todos  los  que  padece  el  hombre,  y  comenzará 
sobre  todo  a  ver  claro  en  las  cosas  del  espíritu,  en  las 
verdades  eternas  y  en  todo  lo  que  se  refiere  al  cielo. 
Medio  eficaz  y  primario,  la  lectura  de  buenos  libros. 
Porque  de  aquí  le  ha  de  venir  al  hombre  la  luz  de  la  fe, 
el  conocimiento  de  las  cosas  celestiales  y  el  suspirar 
del  corazón  por  ellas.  La  meditación  es  una  consecuen- 
cia de  la  lección,  y  no  consiste  en  otra  cosa  que  en 
meditar  y  pensar  atenta  y  devotamente  sobre  lo  que  se 
ha  leído,  reflexionando  sobre  las  razones  y  motivos  en 
que  se  apoyan  dichas  verdades  a  fin  de  que  penetren 
en  el  alma  y  la  muevan.  La  tercera  parte,  la  Oración, 
no  es  más  que  el  fruto  de  las  dos  anteriores,  es  decir, 
conocidos  los  bienes  celestiales,  pedírselos  encarecida- 
mente a  Dios,  a  fin  de  lograrlos.  Naturalmente  clama 
contra  la  lectura  de  malos  libros,  que  él  clasifica  en 
inútiles,  vanos,  nocivos  y  perversos.  Párrafos  hay  que 
coinciden  con  fray  Luis  de  León  en  el  Prólogo  a  los 
Nombres  de  Cristo.  Véase  una  breve  muestra: 

"Las  palabras  malas  corrompen  las  buenas  costum- 
bres. Extrema  locura  es  que  estando  en  tanto  peligro 
de  condenación  eterna,  y  siendo  de  nuestra  cosecha 
tan  mal  inclinados,  se  busquen  y  lean  libros  con  que 
sean  los  vicios  más  despertados  y  avivados.  Ansí  como 
leer  en  libros  devotos  es  el  primer  paso  y  escalón  del 
Camino  del  cielo;  ansí  leer  libros  mundanos  es  el  prin- 
cipio del  despeñadero  de  los  vicios  por  do  van  al  pa- 
radero del  infierno.  Porque  de  las  malas  palabras  se 
causan  los  malos  pensamientos,  y  de  los  malos  pensa- 
mientos los  malos  deseos,  y  de  los  malos  deseos  las 


Introducción 


33 


malas  obras,  y  de  las  malas  obras  las  malas  costumbres, 
y  de  las  malas  costumbres  las  penas  eternas.  ¿Qué  otra 
cosa  son  los  libros  mundanales,  sino  tizones  infernales? 
¿Qué  otra  cosa  son  las  lecciones  y  pláticas  profanas, 
sino  unas  espuelas  que  ofrecen  los  demonios  para  hacer 
correr  por  los  vicios?'' 

Véase  cómo  escribe  fray  Luis  de  León  en  el  Pró- 
logo de  los  Pequeños  Nombres  de  Cristo:  "cosa  lasti- 
mera es  pensar  en  cuánta  miseria  han  dado  por  su  so- 
berbia algunos  cristianos  que,  dejados  los  libros  devo- 
tos y  santos,  se  han  entregado  a  los  libros  mundanos, 
que  destruyen  las  buenas  costumbres.  Que  bien  dijo 
San  Pablo:  Corrompen  las  buenas  costumbres  las  pala- 
bras malas.  ¿De  dónde  nacen  tantos  vicios  y  ofensas 
de  Dios,  sino  de  tratar  con  tan  mala  doctrina,  mMyor- 
mente  la  gente  moza,  de  noche  y  de  día?  Teniendo  gran 
compasión  de  perdición  tan  grande  quise  escribir  este 
libro  en  romance  y  tratar  de  los  nombres  de  nuestro 
Salvador...''  Hablando  Alarcón  de  Cristo,  como  nuestro 
guía  y  camino,  escribe  estas  palabras  que  parecen  un 
eco  de  los  Nombres  de  Cristo:  ''Él  es  nuestro  camino, 
por  el  cual  subimos  a  gozarle,  imitando  su  vida  y 
ejemplo;  y  él,  en  cuanto  hombre,  es  por  do  subimos; 
y  él  mismo,  en  cuanto  Dios,  es  a  quien  subimos.  Por- 
que el  descender  es  causa  del  subir.  Y  así  decía  Jacob, 
que  via  a  los  ángeles  descender  y  subir  por  la  escala, 
porque  los  hombres  que  viven  humildes  y  limpios  son 
semejantes  a  los  ángeles.  Éstos  descienden  y  suben  por 
la  escala  que  es  Cristo  nuestra  cabeza;  descienden  a 
considerar  su  humildad,  suben  a  contemplar  su  divi- 
nidad; descienden  imitando  la  humildad  con  que  vivió 
en  esta  vida  presente,  suben  a  gozar  por  contempla- 
ción de  la  divina  esencia." 

Muy  largos,  interminables  nos  haríamos,  si  fuése- 
mos a  exponer  todos  los  aspectos  de  este  libro  así  lite- 
rarios como  místicos  y  teológicos.  Dejándolos  todos 
en  gracia  a  la  brevedad,  y  porque  ya  es  bastante  lo  que 
hasta  aquí  hemos  dicho,  saliéndonos  de  los  límites  pre- 
fijados, vamos  a  dar  solamente  una  muestra  del  proce- 
dimiento que  suele  emplear  Alarcón  en  sus  meditacio- 
nes o  reflexiones  sobre  las  cosas.  Método  sencillo,  ad- 
mirable para  enseñar  a  meditar  en  los  principios,  pero 
que  aun  a  los  más  acostumbrados  y  entrados  en  años 


34 


Camino  del  cielo 


les  es  sumamente  útil,  porque  nos  enseña  a  remontar- 
nos de  las  cosas  más  sencillas  y  vulgares  hasta  el  mis- 
mo Dios,  yendo  de  efecto  en  efecto  y  de  maravilla  en 
maravilla  y  de  revelación  del  amor  de  Dios  en  revela- 
ción. Porque  eso  es  lo  que  quiere  Alarcón:  que  en  todo 
veamos  la  mano  cariñosa  y  providente  del  Señor  que 
todo  lo  dispone  para  nuestro  bien  y  deleite.  Camino 
del  cielo  llamó  a  su  libro,  y  eso  es  todo  él:  un  caminar  y 
ascender  hacia  el  cielo,  hacia  Dios,  subiendo  la  escala 
de  las  criaturas  hasta  dar  con  el  Criador,  Por  eso  no 
se  hace  pesado  este  libro,  antes  dentro  de  la  monotonía 
del  tema,  suscita  nuestra  curiosidad  y  nos  pone  ante  la 
vista  mil  pensamientos  e  imágenes  pintorescas  y  vivas 
como  tomadas  de  la  realidad,  que  nos  llevan  como  en 
andas  y  nos  transportan  sin  pesadez  ni  fatiga  a  las 
más  altas  moradas  del  cielo.  He  aquí  cómo  se  expresa, 
hablando  de  los  frutos  del  campo  y  sus  flores: 

''Debes  notar,  y  mucho  —  escribe  — ,  el  modo  con 
que  Dios  nos  da  sus  bienes  y  dones.  Cómo  tiene  cuida- 
do ab  eterno  de  criar  de  un  grano  de  trigo  una  espiga, 
y  cómo  la  va  criando  y  aumentando,  y  cómo  después 
por  tantos  medios  hace  ser  apurado  el  trigo,  y  des- 
pués la  harina  que  de  él  se  saca;  y  después,  que  sea 
amasado,  sazonado  y  cocido,  hasta  que  viene  a  ser  pan 
que  se  come.  Por  la  misma  vía  es  de  considerar  el 
vino  que  bebemos;  cómo  ab  eterno  tiene  cuidado  de 
criar  una  cepa  y  sacar  de  ella  tallos,  y  después  flores,  y 
después  agraz,  y  después  de  agraz  tan  agro  convertirlo 
en  uvas  dulces;  después  hacer  que  el  mosto  sea  sacado 
y  sazonado  por  tantos  y  tan  diversos  medios,  hasta  ser 
apurado  y  venir  a  ser  vino  y  puesto  delante  de  ti  en  un 
vaso  para  que  lo  bebas.  Lo  mismo  has  de  considerar 
acerca  de  la  fruta;  por  cuántos  medios  pasa  desde  que 
se  lanza  una  pepita  en  la  tierra  hasta  que  viene  árbol 
crecido  a  dar  su  fruta  madura.  Lo  mismo  de  la  carne, 
desde  que  se  comienza  a  criar  un  corderito  en  las  en- 
trañas de  su  madre  hasta  que  viene  a  ser  carnero,  y 
después,  asado  y  cocido  o  en  otras  maneras  guisado, 
puesto  sobre  la  mesa  delante  de  ti  en  el  plato.  Consi- 
dera atentamente  acerca  de  todo  esto,  cómo  Dios  ab 
eterno  puede  y  sabe  y  quiere  todos  estos  medios,  y  ago- 
ra cuando  se  hacen  los  hace  por  amor  de  ti  todos, 
y  mueve  a  todos  a  todas  estas  cosas  para  que  se  hagan. 


Introducción 


35 


y  está  presente  a  todo,  y  entiende  en  todo,  y  lo  hace 
todo," 

Así  es  todo  el  libro  de  Alar  con,  a  veces  más  florido 
a  veces  más  sencillo  y  escueto,  a  veces  más  profundo 
y  filosófico,  a  veces  más  a  flor  de  tierra.  Unas  veces 
sumamente  tierno  y  delicado,  como  en  el  último  capí- 
tulo donde  nos  habla  de  la  comunión  y  de  sus  efectos 
amorosos  unitivos;  y  otras  duro  y  fuerte,  como  cuando 
habla  a  los  pecadores  y  mundanos,  Pero  siempre  es 
oportuno  y  práctico.  Un  capítulo  dedicó  en  su  libro  a 
las  lecturas  y  meditaciones  en  que  se  deben  ejercitar 
en  sus  oficios  los  gobernantes,  los  jueces,  los  caballeros 
y  mercaderes,  y  hasta  los  labradores  y  oficiales  de  cual- 
quier oficio  y  condición  (Cap,  XVII  de  la  segunda 
parte).  La  obra  de  Alarcón  no  es  una  obra  vulgar,  an- 
tes sobresale  sobre  la  mayor  parte  de  los  tratadistas  de 
su  tiempo  y  ciertamente  los  vence  a  todos  en  elegancia 
y  corrección  de  estilo,  cosa  extraña  después  de  haber 
vivido  en  Italia  la  mayor  parte  de  su  vida.  No  es  elogio 
obligado  y  exagerado  el  de  Catalina  García,  /.,  Ensa- 
yo de  una  tipografía  complutente,  pág.  77,  núm,  216, 
cuando  dice:  ''Libro  místico,  que  por  su  espíritu  y  su 
forma  literaria,  en  particular  por  lo  que  toca  a  su  dic- 
ción, puede  ponerse  al  lado  de  los  mejores  de  su  época," 

Y,  sin  embargo,  y  a  pesar  de  sus  dos  ediciones  y 
estar  dedicado  a  Felipe  II  ni  es  conocido  ni  citado  de 
nadie,  no  sólo  fuera  de  la  Orden,  sino  lo  más  extraño 
que  es,  dentro  de  la  misma.  Mucho  es  lo  que  debemos 
a  la  diligencia  y  estudio  de  nuestro  mejor  conocedor  de 
las  joyas  de  nuestra  mística,  D,  Pedro  Sáinz  Rodríguez, 
quien  desde  un  principio  se  interesó  vivamente,  y  en 
primer  término,  por  la  obra  de  nuestro  Alarcón,  Cami- 
no del  cielo.  Nosotros  nos  consideramos  muy  felices  en 
haber  podido  secundar  su  iniciativa  que,  a  juzgar  por 
este  primer  volumen,  va  a  ser  una  verdadera  revelación 
literaria  y  mística. 


36 


Camino  del  cielo 


V 

Sólo  nos  resta  hablar  un  poco  de  los  dos  ejempla- 
res únicos  que  se  conservan  de  esta  obra  en  la  Biblio- 
teca Nacional  de  Madrid,  y  del  método  seguido  en  su 
transcripción. 

El  de  Alcalá  es  un  tomito  en  8,°  de  doscientos  fo- 
lios, y  cuatrocientas  páginas,  más  algunas  hojas  en 
blanco  al  principio  y  al  fin.  En  letra  nítida  y  clara  de 
tipo  10."^  aproximadamente.  El  texto  tiene  numerosas 
abreviaturas,  aunque  todas  fáciles  de  leer.  La  puntua- 
ción es  varia,  como  de  la  época,  aunque  tiene  ya  todas 
las  palabras  separadas,  y  los  puntos  y  comas  se  hallan 
ya  bastante  bien  empleados  por  medio  de  rayitas  ver- 
ticales. 

La  impresión  está  muy  distante  de  ser  correcta. 
Y  aun  a  veces  da  la  sensación  de  que  se  hizo  sin  ser 
revisadas  las  pruebas  por  el  autor.  Con  todo,  no  deben 
ser  atribuidas  todas  las  equivocaciones  a  los  cajistas  de 
imprenta,  puesto  que  varias  de  ellas  permanecen  en  la 
Edición  de  Granada,  hecha  en  1550.  La  ortografía  es 
la  propia  de  la  época,  aunque  ya  muy  mejorada;  por 
ejemplo,  respecto  de  las  obras  impresas  en  Salamanca 
y  en  Zaragoza.  Véase  las  del  Beato  Alonso  de  Orozco  y 
los  Nombres  de  Cristo  de  fray  Luis  de  León,  1583. 

El  de  Granada,  es  un  tomo  en  4.^  de  134  folios, 
más  4  folios  de  la  portada  y  Tabla  de  materias.  Está 
encuadernado  en  pergamino  blanco  y  perteneció  a  la 
biblioteca  particular  de  la  Condesa  del  Campo  de  Alan- 
ge,  cuyo  ex-libris  y  escudo  lleva  pegado  en  el  interior 
de  la  primera  pasta.  Actualmente  pertenece  como  el 
anterior  a  la  Biblioteca  Nacional  y  lleva  la  signatura 
R.  4563.  La  portada  es  completa  como  sigue: 

Camino  del  Cielo,  en  que  se  /  demuestra  cómo 
se  busca  y  halla  /  Dios  de  todo  corazón  christiano  /  y 
se  declara  la  maldad  y  ceguedad  de  /  este  mundo. 
Compuesto  por  el  reue/rendo  padre  fray  Luis  de  Alar- 
c5.  /  religioso  de  la  orden  del  bienaventu  /  rado  santo 
Augustin:  y  predicador  /  de  la  palabra  divina.  Es  libro 


Introducción 


37 


muy  /  catholico  y  no  menos  necessario  /  para  todos, 
assi  religiosos  co/mo  seglares.  /  Con  priuilegio. 

Camino  del  Cielo  en  que  se:  en  tinta  negra  y  letra 
minúscula  gótica,  excepto  la  C  primera.  Lo  restante  en 
letra  gótica  y  tinta  roja.  Con  priuilegio,  en  tinta  negra. 
En  derredor,  orla  grotesca  renacentista.  A  la  vuelta  gran 
orla  en  forma  de  arco  con  Amorcillos  jugando  en  las 
columnas,  basas,  frontis.  En  el  centro,  la  imagen  de  San 
Agustín  de  pontifical  con  un  libro  abierto  y  leyendo 
en  él.  Rodeando  el  cuadro,  la  leyenda:  Os  justi...  gres- 
sus  eius. 

Viene  luego  la  concesión  de  impresión  y  privilegio 
del  príncipe  Felipe,  fechada  en  Guadalaxara  XXIX 
días  del  mes  de  Mayo  de  Mili  y  Quinientos  y  Quarenta 
y  siete  años. 

Va  luego  el  refrendo  del  Secretario,  Juan  Vá7.queZy 
firmado  \en  la  Villa  de  Aranda  de  Duero  a  veinte  y 
seis  días  del  mes  de  Septiembre  de  mil  y  quinientos  y 
quarenta  y  siete. 

Sigue  luego  en  el  reverso  de  este  folio:  Tabla  de  lo 
que  trata  el  libro  del  Camino  del  cielo  (en  rojo)  y  acón- 
tinuación  la  capitulación  del  libro  (que  falta  en  la  edi- 
ción de  Alcalá)  y  que  difiere  algún  tanto  de  la  del  cuer- 
po del  libro. 

En  vez  de  Exercicio  primero...  Segundo...  Terce- 
ro... escribe:  Parte  Primera,  Parte  Segunda,  Parte  Ter- 
cera (en  rojo).  Esta  Tabla  debió  escribirse  e  impri- 
mirse después  del  libro,  puesto  que  no  forma  parte  de 
él  su  paginación,  y  a  veces  modifica  el  texto  de  los 
epígrafes. 

A  pesar  de  estar  impreso  en  1550,  lleva  la  letra  y 
forma  de  foliación  que  los  incunables  o  primeros  im.- 
presos.  Su  letra  gótica,  es  grande  y  clara,  y  ocupa  toda 
la  página  y  todas  las  líneas,  no  dejando  espacio  ni  hueco 
alguno  en  ellas.  Su  estado  de  conservación  actual  es 
'excelente,  aunque  carece  del  folio  l  y  II  de  la  dedica- 
toria, y  del  8.°  correspondiente  a  este  cuadro,  que  se 
¡pueden  suplir  por  el  impreso  de  Alcalá. 

Dada  la  fecha  del  Privilegio,  7547,  es  casi  seguro 
que  se  pidió  para  la  edición  de  Alcalá,  que  no  pudo 
.estamparlo  por  haber  llegado  tarde,  según  se  desprende 


38 


Camino  del  cielo 


de  la  fecha  de  refrendo  de  Juan  Vázquez,  cinco  meses 
después  de  la  firma  del  Príncipe  Felipe. 

La  edición  de  Granada,  sin  representar  una  revi- 
sión a  fondo  del  texto  y  estilo  del  libro,  corrige  y  en- 
mienda numerosos  pasajes,  generalmente  con  acierto. 
Lástima  grande  que  no  sometiera  a  una  lima  literaria 
continua  todas  sus  páginas.  Es  más.  A  veces  da  la  im- 
presión de  descuido,  intencionadamente  querido. 


átl  ckto  en  que  fe  dcrnueflr « 
como  íe  bufca  y  halla  Dícrt 
de  todo  coraron  cbíí  ítíanp^ 
y  fe  decíata  la  maldad  y  ce* 
gucdad  deftc  mundo/copueí 
fto  por  el  íeücrertdd  púdtt 
frayLuy§de  Alarcdrelígiofo 
delaordc  del  b^cauentiiíadb 
fanto  Augurtííi,y  predicador 
de  lapalabradiulaaics  hbro 
tKuy  catholíco  y  fío  ítienc^ 
neceílafio  para  todos  a  íTi  t€< 
iigíofoscomó  fcglares* 
Con  priüílegló* 


EDICIÓN  DE  ALCALÁ,  1547 
(Madrid,  Bibl.  Nac,  R.  21.713) 


CAMINO  /  DEL  CIELO 


en  que  se  demuestra  /  cómo  se  bus- 
ca y  halla  Dios  /  de  todo  coragón 
christiano,  /  y  se  declara  la  maldad 
y  ce-  /  guedad  deste  mundo:  com- 
pue-  /  sto  por  el  reuerendo  padre  / 
fray  Luys  de  Alarcón  religioso  /  de 
la  orden  del  bienauenturado  /  santo 
Augustin,  y  predicador  /  de  la  pa- 
labra diuina:  es  libro  /  muy  cathó- 
lico  y  no  menos  /  necessario  para 
todos  assí  re-  /  ligiosos  como  se- 
glares. /  Con  priuilegio. 


[PRIVILEGIO] 


Por  cuanto  por  parte  de  vos,  Fray  Luis  de  Alarcón,  de  la 
orden  de  San  Agustín,  nos  ha  sido  hecha  relación,  que  vos 
habéis  hecho  y  compuesto  un  libro  intitulado  Camino  del  Cielo, 
y  lo  habéis  dirigido  a  mí,  suplicándonos  y  pidiéndonos  por 
merced,  que  habiendo  respecto  el  trabajo  que  en  ello  habéis 
tomado,  os  hiciésemos  merced  y  mandásemos  que  vos,  o  la 
persona  o  personas  que  vuestro  poder  hubieren,  y  no  otros 
algunos,  pudiesen  imprimir  y  vender  el  dicho  libro  en  estos 
reinos  y  señoríos  de  Castilla;  ni  traerlo  a  vender  impreso  de 
fuera  parte,  por  tiempo  de  diez  años;  o  como  la  nuestra  mer- 
ced fuese.  Y  Nos,  acatando  lo  susodicho,  y  porque  habiéndose 
visto  el  dicho  libro  por  algunos  del  nuestro  Consejo  pareció 
que  era  útil  y  provechoso,  tuvímoslo  por  bien;  y  por  la  pre- 
sente os  doy  licencia  y  facultad  para  que  por  tiempo  de  los 
dichos  diez  años  primeros  siguientes,  que  se  cuenten  desde  el 
día  de  la  fecha  desta  mi  cédula  en  adelante,  vos,  o  la  persona 
o  personas  que  vuestro  poder  para  ello  hubieren,  y  no  otras 
algunas,  puedan  imprimir  y  vender  el  dicho  tratado  en  estos 
dichos  reinos  y  señoríos  de  Castilla,  so  pena,  que  la  persona  o 
personas  que  sin  tener  vuestro  poder  para  ello  lo  imprimieren, 
o  hicieren  imprimir,  o  vender,  pierdan  la  impresión  que  hicie- 
ren, y  los  moldes  y  aparejos  de  diez  mil  maravedíes  por  cada 
vez  que  lo  contrario  hiciere.  La  cual  dicha  pena  se  reparta  en 
esta  manera:  la  tercia  parte,  para  la  persona  que  acusare;  y  la 
otra  tercia  parte,  para  nuestra  cámara  y  fisco;  y  la  otra  tercia 
parte,  para  el  juez  que  lo  sentenciare.  Y  mando  que  cada  pliego 
de  molde  del  dicho  tratado  se  venda  al  precio  que  por  los  del 
nuestro  Consejo  fuere  tasado;  y  mando  a  los  del  dicho  nuestro 
Consejo,  Presidentes  y  Oidores  de  las  nuestras  Audiencias, 
Alcaldes,  Alguaciles  de  la  nuestra  casa,  corte  y  chancillerías, 
y  a  todos  los  corregidores,  asistentes,  gobernadores,  alcaldes, 
alguaciles,  merinos,  prebostes,  y  otras  justicias  y  jueces  cuales- 
quier,  destos  dichos  nuestros  reinos  y  señoríos,  que  por  el  di- 
cho tiempo  de  diez  años  guarden  y  hagan  guardar  y  cumplir 
esta  mi  cédula,  y  contra  ella  os  no  vayan,  ni  pasen,  ni  con- 
sientan ir  ni  pasar  por  alguna  manera,  so  pena  de  la  nuestra 
merced  y  de  diez  mil  maravedíes  para  la  nuestra  cámara  a  cada 
uno  que  lo  contrario  hiciere.  Fecha  en  Guadalajara  a  XXIX 
días  del  mes  de  Mayo  de  mil  y  quinientos  y  cuarenta  y  siete  años. 

YO  EL  PRÍNCIPE. 
Por  mandato  de  su  Alteza, 
Juan  Vázquez. 


4 


42 


Camino  del  cielo 


En  la  Villa  de  Aranda  de  Duero  a  veintiséis  días  del  mes 
de  septiembre  de  mil  y  quinientos  y  cuarenta  y  siete  años,  los 
señores  del  Consejo  de  Su  Majestad  tasaron  y  moderaron  el 
precio  a  que  se  hubiere  de  vender  cada  pliego  entero,  de 
molde,  del  libro  y  tratado  de  que  en  esta  cédula  de  su  Alteza 
se  hace  mención,  a  tres  maravedíes  y  no  más. 


Blas  de  Saavedra. 


COMIENZA  EL  PROLOGO  DEL  LIBRO  QUE  TRA- 
TA DEL  CAMINO  DEL  CIELO  Y  DE  LA  MALDAD 
Y  CEGUEDAD  DE  ESTE  MUNDO,  INTITULADO 
A  LOS  MUY  PODEROSOS  SEÑORES  DON  FELIPE, 
PRINCIPE  DE  CASTILLA,  ETC.,  Y  LA  SERENISI- 
MA SEÑORA  INFANTA  DOÑA  MARIA, 


L  amor  divino  de  nuestro  Señor  Jesucristo,  Dios 


L|  único,  infinitamente  amable  y  sumo,  y  eterno  ama- 
dor nuestro  —  muy  Alto  y  muy  Poderoso  Señor,  y 
Excelente  y  Serenísima  Señora  —  nos  obliga,  y  con  in- 
menso peso  de  honestidad,  utilidad  y  suavidad  nos 
inclina,  y  con  las  saetas  tan  poderosas  y  espesas  de  sus 
dones  continuos,  inestimables  e  innumerables  nos  com- 
pele, a  que  a  Él  sobre  todas  las  cosas  amemos;  y  esto 
mismo  en  todos  lo  deseemos,  y  con  el  talento  y  fuer- 
zas que  de  su  mano  recibimos  lo  procuremos. 

Y  aunque  a  todos  tengamos  este  tan  justo  y  pío 
afecto,  mayormente  lo  debemos  tener  a  los  Príncipes, 
de  cuya  buena  vida  y  ejemplo  redunda  al  servicio  de 
nuestro  Señor  Dios  mayor  fructo;  y  de  lo  contrario, 
mayor  daño.  Porque  como  los  corazones  humanos  son 
fácilmente  movidos  y  atraídos  por  vía  de  cobdicia  o  de 
temor,  y  estos  dos  motivos  se  representan  en  mayor 
grado  en  los  Príncipes;  de  aquí  es,  que,  cuando  son  ma- 
los, ligeramente!  caen  los  súbditos  y  son  pervertidos 
los  reinos.  Así  como  los  buenos  son  resucitados  y  en 
virtud  establecidos.2  Porque  como  los  virtuosos  Prín- 
cipes con  su  justicia  y  potencia  son  freno  a  los  ma- 

1  Ligeramente,  e.  e.,  fácilmente. 

2  Toda  esta,  doctrina  no  es  más  que  un  comentario  de  afo- 
rismo latino:  Ad  exemplum  regis  totus  componitur  orbis.  Y  aquel 
otro  de  la  Escritura:  Los  malos  gobernantes  hacen  a  los  pueblos 
miserables. 


SU  HERMANA 


44 


Camino  del  cielo 


los  en  sus  maldades,  y  con  su  honesta  y  cristiana  vida, 
benevolencia  y  magnificencia  son  espuelas  para  los  bue- 
nos, que  1  con  sus  ejemplos  y  favores  son  de  cada  día 
más  avivados  y  movidos  para  andar  y  correr  por  el 
camino  de  las  virtudes;  así,  por  el  contrario,  los  malos, 
con  su  malicia  e  inicua  potencia,  aborrecen  y  persiguen 
a  los  buenos,  a  sus  obras  malas  por  vida  y  palabra 
contrarios,  y  favorecen  a  sus  semejantes,  que  a  sus  ape- 
titos perversos  hallan  conformes. 

De  lo  cual  se  sigue,  que  unos  por  ser  favorecidos 
y  ensalzados,  otros  por  no  ser  perseguidos  y  abatidos,  y 
otros  escandalizados  con  sus  malos  ejemplos,  hacen 
míseros  a  sus  pueblos  y  reinos,  haciendo  caer  y  perecer 
tanta  multitud  de  ánimas,  atraída  y  corrupta  2  con  los 
vicios  y  maleficios  de  ellos,  y  de  cualesquier  señores 
inicuos,  de  la  virtud  enemigos,  y  para  toda  maldad  po- 
derosos y  cautivos. 

De  aquí  provino  que  el  rey  Jeroboán  solo,  bastó 
para  apartar  de  Dios  y  hacer  idólatra  al  pueblo  de 
Israel  todo.^  El  Rey  Nabucodonosor  hizo  a  tanta  mul- 
titud de  gentes  caer  en  maldad  tan  grave  y  manifiesta, 
como  fué  hacerles  adorar  su  estatua.^  Todas  las  veces 
que  el  pueblo  de  Dios  Israelítico  tenía  Rey  malo,  estaba 
el  pueblo  perverso,^  como  lo  leemos  en  los  libros  de 
los  Reyes,  que  de  las  caídas  de  los  Príncipes  y  de  las 
de  sus  reinos  —  que  siempre  andaban  juntas  — ,  es- 
tán llenos.  El  rey  Antíoco  fué  causa  de  grandes  males, 
no  sólo  en  sus  reinos,  mas  también  en  el  pueblo  de 
los  judíos. 6  Y  desto  mismo  hay  otros  innumerables 
ejemplos  en  el  Testamento  Viejo. 

Luego  que  nació  nuestro  Señor  Jesucristo,  principio 
del  Nuevo  Testamento,  dice  el  santo  Evangelio  que, 
turbado  Herodes  Rey,  se  turbó  toda  Hierusalén  con  él. 
Después,  usó  de  tanta  crueldad,  que  mató  ciento  y  cua- 
renta y  cuatro  mil  niños  de  su  mismo  reino,  por  matar 
entre  ellos  a  Cristo.^  En  el  tiempo  de  la  Pasión,  los 

1  que  rrr  quiénes.   Construcción  clásica  común. 

2  Atraída  y  corrupta,  e.  e.,  la  multitud. 

3  3  Reg.  12,  2,  5. 

4  Dan.  3,  1  ss. 

5  Perverso  rr  pervertido. 

6  Macab.  I,  9,  1,  It  y  33. 

7  Testamento  Viejo:  aquí  empieza  el  impreso  de  Granada. 

8  ciento  cuarenta  y  cuatro  mil.  Este  número  está  tomado  del 
Apocalipsis  donde  habla  de  los  matados  por  Dios  que  no  habían 


Prólogo  a  don  Felipe  y  doña  María  45 


príncipes  de  los  sacerdotes  persuadieron  y  pervertieron 
a  todo  aquel  gran  pueblo  para  que  demandasen  la 
muerte  de  quien  i  habían  recibido  incomparables  e 
innumerables  beneficios,  y  por  los  cuales  había  hecho 
tantos  milagros  y  les  había  dado  su  doctrina  divina,  y 
conservado  con  ellos  en  toda  inocencia  y  vida  santísi- 
ma. Después  de  la  muerte,  resurrección,  y  ascensión 
de  nuestro  Señor  Jesucristo,  comenzándose  2  a  publicar 
el  Evangelio,  los  príncipes  de  los  sacerdotes,  por  ser 
como  eran  malos,  contradijeron  la  santa  doctrina  evan- 
gélica, y  persiguieron  a  los  apóstoles  y  discípulos,  mi- 
nistros de  ella,  y  echáronlos  de  su  tierra;  ^  por  do  se 
impidió  el  fructo  de  la  conversión  de  su  pueblo,  y  que- 
dó la  gente  judaica  por  la  mayor  parte  privada  hasta 
el  día  de  hoy  de  la  santa  fe  católica,  y  tan  ciega  y  obs- 
tinada. 

Los  emperadores,  reyes  y  príncipes  de  los  gentiles, 
procuraron  de  impedir  y  destruir  la  religión  cristiana; 
y  así,  fué  por  ellos  en  todo  el  mundo  perseguida  por 
muchos  tiempos,^  en  los  cuales  mataron  innumerables 
cristianos,  y  matando  los  cuerpos  procuraban  de  prin- 
cipal intento  matar  las  ánimas  de  todos,  apartándolas 
de  su  vida,  que  es  Cristo,  según  lo  que  estaba  profeti- 
zado por  el  profeta,  que  dice:  los  reyes  de  la  tierra  y 
los  príncipes  se  hicieron  de  un  propósito  contra  el  Se- 
ñor y  su  Cristo.^ 

Finalmente,  el  que  leyere  las  historias  podrá  hallar 
innumerables  ejemplos  de  los  grandes  males,  que  por 
todos  los  siglos  hasta  nuestros  tiempos  y  en  diversas 

sido  consignados  con  el  trato  de  mujeres,  pues  eran  vírgenes.  Pera 
tal  identificación  no  la  ha  dado  nunca  la  Iglesia,  aunque  usa  de 
este  texto  en  la  fiesta  de  los  Santos  Inocentes.  Dado  que  Betlehen 
era  un  villorrio,  una  ciudad  mínima  de  Judá,  y  los  pueblos  cer- 
canos serían  aún  más  pequeños,  el  número  de  Inocentes  matados 
por  Herodes  debió  ser  muy  pequeño  y  tal  vez  no  pasase  de  unos 
veinticinco  o  treinta.  Ningún  historiador  judío,  aun  enemigo  de 
Herodes,  como  Flavio  Jx>sefo,  hablan  de  esta  matanza,  que  de  ha- 
berse elevado  a  número  tan  crecido,  hasta  en  Roma  hubiera  sido 
sonada.  Los  comentaristas  católicos  modernos  sostienen  la  opinión 
indicada. 

1  de  quien  por  de  quienes:  expresión  clásica  corriente  en  todo 
el  siglo  XVI  y  XVII,  en  los  que  rara  vez  se  usa  el  plural  de  quién. 

2  Comenzándose,   por  en  comenzándose. 
S    lo.  16,  3;  Me.  15,  1,  Act.  U,  1. 

4  Por  muchos  tiempos,  e.  e.,  por  muchos  siglos.  Construcción 
frecuente  en  los  clásicos  antiguos. 

5  David  en  el  Salmo  2:  Reges  terrae  et  principes  convene- 
runt  in  unum  adversus  Dominum  et  adversus  christum  eius. 


46 


Camino  del  cielo 


partes  del  mundo  los  príncipes  y  grandes  señores  han 
cometido,  y  con  que  han  a  muchos  pervertido,  por  ser 
ellos  perversos,  y  que  han  al  mundo  turbado  y  escan- 
dalizado con  sus  malos  ejemplos. 

Por  el  contrario,  cuando  los  príncipes  son  buenos  y 
devotos,  son  muy  buenos  para  sí  mismos  y  para  mu- 
chos. Son  causa  que  las  virtudes  sean  estimadas  y  las 
buenas  costumbres  amadas  y  proseguidas,  y  sean,  por 
consiguiente,  sus  reinos  reformados  y  aumentados,  su- 
blimados y  establecidos.  Y  son  causa  [también]  que 
nuestro  Señor  Dios  sea  más  conoscido  y  servido  en 
todo  su  reino,  y  alcancen  para  sí  mayor  felicidad  en 
los  cielos  y  salud  temporal  y  eterna  para  sus  pueblos. 

Esto  se  muestra  bien  en  el  santo  Rey  David,  de  toda 
virtud  ejemplo,  por  el  cual  fué  el  culto  divino  tan  di- 
latado y  ensalzado,  y  su  pueblo  de  Israel  tan  desper- 
tado para  buscar  y  agradar  al  Señor  Dios  nuestro  y  tan 
encaminado  para  el  cielo,  y  de  todos  los  verdaderos 
bienes  tan  enriquecido  y  prosperado. ^ 

El  Rey  Ezequías  por  ser,  como  era,  bueno  y  devoto, 
reformó  en  su  tiempo  su  reino,  que  estaba  muy  estra- 
gado.2  Lo  mismo  se  escribe  de  otros  muchos  Reyes  que 
fueron  buenos  y  devotos,  los  cuales  destruían  los  males 
que  los  Reyes  o  Príncipes  malos,  sus  predecesores,  ha- 
bían causado  y  con  que  sus  reinos  habían  caído,  como 
se  lee  en  los  libros  de  los  Reyes,  ya  dichos,  y  en  otras 
muchas  partes  del  Testamento  Viejo. 

En  naciendo  nuestro  Redentor,^  principio  del  Tes- 
tamento Nuevo,  vinieron  los  tres  santos  Reyes  a  ado- 
rarle dende  tan  lejas  tierras,-^  y  a  reino  extraño  y  do 
reinaba  Herodes,  tirano  crudelísimo.^  Los  cuales,  post- 
puesto todo  otro  negocio,  trabajo  y  peligro,  vinieron  a 
buscar  y  adorar  al  Niño,  como  a  su  hacedor  y  Dios 
todopoderoso,  y  ofrecerle  sus  dones,  y  con  ellos  sus 
corazones.  Porque  con  los  presentes  visibles  que  le 
traían  —  conviene  a  saber,  oro  mirra  e  incienso  — ,  sig- 
nificaban los  invisibles  que  le  ofrecían,  que  eran  su 
hacienda  y  su  cuerpo  y  su  ánima. 


1  Reg.  19,  2,  k. 

2  Reg.  U,  18. 

3  Reg.  8. 

4  lejas  =  lejanas:   frase  admitida  en  el  Diccionario  actual. 

5  cruelísimo,  i.'*  ed. 


Prólogo  a  don  Felipe  y  doña  María 


47 


El  emperador  Constantino,  en  siendo  convertido  a 
la  fe  y  servicio  de  nuestro  Señor  Dios,  ensalzó  la  fe  y 
religión  cristiana  por  todo  el  mundo.  El  emperador 
Teodosio  edificó  en  gran  manera  a  todo  el  pueblo  cris- 
tiano con  su  virtud  y  ejemplo.  Y  lo  mismo  el  empera- 
dor Justiniano  Augusto.  Y  por  decirlo  en  breve,  todos 
los  Emperadores,  Reyes  y  Príncipes,  que  han  sido  bue- 
nos y  devotos  cristianos,  han  con  gran  virtud  resplan- 
descido  y  en  sus  reinos  o  señoríos  grandemente  fruc- 
tificado. 

Lo  mismo  que  he  dicho  de  los  Príncipes  en  el 
linaje  de  los  varones,  se  ha  de  entender,  y  se  puede 
ejemplificar,  en  el  de  las  mujeres,  como  se  manifiesta, 
cuanto  a  las  malas,  en  Jezabel,  Herodías  y  otras  mu- 
chas; y,  cuanto  a  las  buenas,  en  la  reina  Santa  Elena, 
en  la  infanta  Constancia,  hija  del  emperador  Constan- 
tino Augusto,  y  en  Santa  Elisabeth,  hija  del  Rey  de 
Hungría,  y  en  aquélla  tan  gloriosa  princesa  santa  Ca- 
tarina,!  y  en  otras  innumerables  y  devotas,  que  han 
imitado  sus  pisadas. 

Y  porque,  dejando  de  decir  en  particular  otros  mu- 
chos ejemplos  antiguos,  que  sería  cosa  prolija  recon- 
tarlos, digamos  algo  de  los  de  nuestros  tiempos,  que 
suelen  más  mover,  puestos  delante  los  ojos:  mire  Vues- 
tra Alteza  2  en  los  ejemplos  dignos  de  memoria  de  sus 
padres  y  predecesores. 

Los  Reyes  Católicos,  el  Rey  Don  Femando  y  la 
Reina  Doña  Isabel,  fueron  a  todos  ejemplo  de  honesta 
vida.  Encendidos  con  celo  de  la  fe  católica,  destruido- 
res de  la  maldad  herética,  favorecedores  de  la  santa 
Iglesia,  protectores  y  aumentadores  de  la  república  cris- 
tiana, vencieron  y  sujetaron  las  tierras  de  los  infieles, 
reformaron  en  sus  tiempos  las  religiones,  edificaron 
espiritual  y  temporalmente  muchos  y  grandes  monas- 
terios, hicieron  muchas  y  grandes  obras  pías,  rigieron 
los  pueblos  con  justicia,  y  conservaron  y  ampliaron  sus 
reinos  con  su  benevolencia. 

La  Emperatriz,  de  buena  memoria,  madre  de  Vues- 
tra Alteza,  fué  a  todos  ejemplo  y  dechado  de  honesti- 

1  í.a  ed.:  Catherina.  Se  refiere  a  Santa  Catalina  de  Alejan- 
dría, a  quien  la  tradición  hace  de  sangre  real  y  sapientísima  fi- 
lósofa. 

2  Va.  Ala. 


48 


Camino  del  cielo 


dad,  humildad  y  caridad.  A  las  cosas  de  Dios,  devota; 
a  los  suyos,  grandes  y  pequeños,  benévola;  en  sus  cos- 
tumbres y  persona,  grata  y  amable. 

Del  Emperador,  padre  de  Vuestra  Alteza,  porque 
aún  está  en  este  mundo  presente,  no  digo  más  de  que, 
miren  porque  más  se  despierten,  cómo  con  ser,  como 
es,  de  tan  gran  corazón  y  ánimo,  es  juntamente  tan 
piadoso,  que  muchas  veces  por  evitar  las  muertes  de 
los  cristianos  y  otros  muchos  males,  que  nacen  de  la 
discordia,  y  ser  tan  amigo  de  justicia  y  de  clemencia  y 
paz  cristianas,  ha  dejado  sus  intereses  temporales  y, 
reconciliádose  con  sus  enemigos. ^  Encendido  con  celo 
de  amparar  y  ensalzar  la  fe  católica,  se  ha  puesto  en 
tantos  trabajos,  resistiendo  a  la  potencia  de  los  turcos 
y  sujetando  a  los  moros  y  favoresciendo  a  los  agravia- 
dos. Sobre  todo  esto,  ha  resistido  y  humillado  la  sober- 
bia de  la  multitud  de  los  herejes  que  en  sus  tiempos 
por  nuestros  pecados  se  han  levantado  contra  la  fe 
santa,  y  caído  por  su  soberbia  y  mala  vida;  y  ha  procu- 
rado y  procura  destruir  su  secta  pestífera.  Y  esto,  ¡con 
tanta  prudencia,  esfuerzo  y  diligencia!  Primero,  con  ha- 
cer que  sea  congregado  universal  concilio,  para  que 
sean  corregidos  y  salvos;  después,  a  los  obstinados,  por 
fuerza  de  armas,  porque  no  inficcionen  más  a  otros; 
contra  los  cuales  nuestro  Señor  le  ha  favorecido  con 
admirable  manera.  Que  2  siendo  la  gente  tanta  y  tan 
belicosa,  y  la  tierra  de  Alemania  tan  áspera  y  tan  fuer- 
te, la  ha  ya  vencido  y  sujetado,  y  muerto  y  preso  a  sus 
caudillos  principales,  tan  poderosos  y  soberbios  y  de 
la  fe  y  paz  cristiana  tan  crueles  enemigos.  Desde  su 
pequeña  edad  nunca  le  han  faltado  muchos  y  grandes 
trabajos,  a  los  cuales  siempre  ha  respondido,  como  Em- 
perador católico  y  devoto,  ofreciendo  su  estado  y  su 
misma  persona  a  tantos  sudores  y  a  tantos  peligros,  y 
empleando  en  el  servicio  de  nuestro  Señor  Dios  sus 
fuerzas.  De  modo  que,  siempre  ha  traído  y  trae  la  cruz 
a  cuestas.3 

1  1.0  ed.:  enemigos,  pudiendo  si  quisiera  tan  fácilmente  des- 
truirles. 

2  Que  por  porque. 

3  Difícil  es  hallar  elogio  más  cumplido  y  brillante  de  la  Em- 
peratriz Isabel  y  del  gran  Emperador  Carlos  V.  Los  agustinos 
fueron  siempre  admiradores  y  devotos  del  Emperador,  el  cual  co- 
rrespondió siempre  con  atenciones  a   aquéllos.   Recuérdense,  entre 


Prólogo  a  don  Felipe  y  doña  María 


49 


El  Rey  de  romanos,i  tío  de  Vuestra  Alteza,  siempre 
ha  padecido  muchos  trabajos  por  resistir  a  los  infieles 
y  humillar  y  sujetar  a  los  herejes,  de  los  cuales,  así  de 
los  unos  como  de  los  otros,  nuestro  Señor  Dios  le  ha 
enviado  muchas  adversidades,  porque  a  quien  más  ama^ 
en  más  trances  y  tribulaciones  le  pone  para  que  por  su 
amor  las  sufra,  y  más  merezca,  y  con  estas  penas  tran- 
sitorias le  aumente  la  corona  celestial  y  consolaciones 
eternas.  Al  fin,  a  todos  ha  respondido  como  Rey  cató- 
lico, a  nuestro  Señor  Dios  devoto,  y  a  las  cosas  de  su 
santa  fe,  honra  y  servicio,  muy  celoso  y  afectuoso. 
Pues,  cuanto  a  sus  prójimos,  así  sus  súbditos  como  los 
otros,  con  tanta  benignidad  de  obras  y  palabras  res- 
ponde, con  tanta  rectitud  rige,  con  tanta  prudencia  y 
benevolencia  conversa,  que  no  sólo  de  los  buenos,  mas 
aun  de  los  malos  es  amado  y  alabado.  Porque  tanta  es  la 
fuerza  de  la  verdad  manifiesta,  que  aun  a  los  contra- 
rios trae  a  lo  que  manda. 

El  rey  de  Portugal,  tío  también  de  Vuestra  Alteza, 
da  de  sí  ejemplo  a  todo  el  mundo  de  ser  amigo  de  la 
virtud  y  devoto  a  las  cosas  de  Dios,  en  tanto  grado, 
que  en  su  corte  y  casa  real  ha  puesto  gran  diligencia 
en  que  los  hijos  de  los  nobles  y  todos  los  demás  se 
ejerciten  en  cristianas  costumbres,  y  se  confiesen  y 
comulguen  cada  semana  o  a  quince  días,2  procurando 
de  resucitar,  en  parte,  en  su  Reino  la  piísima  costum- 
bre que  guardaba  y  gozaba  el  pueblo  verdaderamente 
cristiano  en  tiempo  de  la  primitiva  iglesia.  Por  ser, 
como  es,  tan  magnánimo  y  devoto,  ha  ennoblecido  sus 
reinos,  haciendo  universidades  magníficas,  y  buscando 
y  trayendo  a  sus  tierras  personas  doctas,  y  edificando  y 
dotando  muchos  colegios  y  monasterios.  Y  porque, 
ilustrado  de  la  gracia  divina,  conoce  que,  así  como 
ninguna  cosa  más  daña  a  la  cristiana  religión  que  las 

otros,  los  nombres  de  Santo  Tomás  de  Vülanueva,  su  predicador, 
a  quien  hizo  Arzobispo  de  Valencia,  y  fray  Dionisio  Vázquez,  cu- 
yos sermones  admiraba,  asistiendo  a  ellos  cuantas  veces  podía. 
De  fray  Luis  de  Alarcón  no  sabemos  que  tuviera  relaciones  con  él. 
Mas  el  tono  con  que  habla  de  su  vida  y  de  sus  hechos,  indican 
una  admiración  sincera.  Los  elogios  que  siguen,  completan  el  pa- 
negírico de  la  casa  real,  cuya  religiosidad  y  vida  cristianísima  nos 
describe  por  este  mismo  tiempo  o  un  poco  más  adelante  el  Beato 
Alonso  de  Orozco  en  las  dedicatorias  de  stis  libros  a  personas  reales. 

1  Don  Fernando,  hermano  del  Emperador,  a  quien  sucedió  en 
la  corona  e  imperio  de  Alemania  por  renuncia  de  éste. 

2  a  quince  días,  esto  es,  cada  quince  días. 


50 


Camino  del  cielo 


Órdenes  desordenadas,  así  ninguna  cosa  más  aprovecha 
a  los  pueblos  que  el  ejemplo  y  doctrina  de  los  religio- 
sos buenos  y  monasterios  bien  ordenados,  ha  reforzado 
las  Religiones  en  sus  reinos,  favoresciendo  para  ello  con 
toda  largueza  en  las  cosas  temporales,  para  hacer  ob- 
servar las  costumbres  espirituales  y  vidas  religiosas. 

Mirando,  pues,  en  i  las  razones  y  sobredichos  ejem- 
plos, son  los  príncipes  y  todos  los  grandes  señores, 
cuando  no  son  buenos,  muy  malos;  más  que  otros;  así 
por  ser  más  ingratos,  como  por  tener  para  el  mal  más 
poder  y  ocasiones  y  aparejos.  Como  también  por  haber 
pocos  que  osen  o  quieran  decirles  la  verdad  para  que 
sean  desengañados  y  corregidos;  antes  hallan  muchos 
que  en  sus  vicios  los  lisonjeen,  y  en  sus  pecados  los 
alaben.  Por  lo  cual  —  que  esto  es  ser  loado  y  bendeci- 
do el  pecador  en  sus  malos  deseos  y  vicios  —  2  son,  como 
dice  el  profeta,  de  nuestro  Señor  Dios  menospreciados  y 
desamparados,  así  los  lisonjeros  como  los  lisonjeados.^ 

Por  el  contrario,  cuando  los  príncipes  son  buenos, 
son  grandemente  buenos,  y  mejores  que  los  otros;  así 
porque  son  más  agradecidos,  como  porque  vencen  por 
el  amor  de  Dios  más  ocasiones,  y  más  y  mayores  difi- 
cultades; como  también,  porque  con  su  potencia  y  be- 
nevolencia son  causa  de  más  y  mayores  bienes,  y  al- 
canzan mayor  grado  de  felicidad  inmortal  para  sí 
mismos,  y  son  causa  de  la  salvación  de  muchos.  Pues, 
como  sea  sentencia  infalible,  que  todos  los  príncipes 
y  grandes  señores,  así  espirituales  como  temporales,  no 
pueden  dejar  de  ser  o  muy  buenos  o  muy  malos,  como 
lo  significa  el  Sabio  diciendo:  Los  poderosos  serán  po- 
derosamente atormentados;^  y  la  sentencia  que  dice: 
Los  que  bien  presiden,  de  doblada  honra  son  dignos:  ^ 
no  pueden  ^  dejar  de  ser,  o  muy  amadores  de  Dios  o 
muy  enemigos  del  mismo  Señor  Dios  y  de  él  muy  abo- 
rrecidos; o  muy  saludables,  o  muy  perjudiciales;  o  al- 
canzar de  aquí  a  poco  mayor  infierno,  o  más  alto  grado 
en  el  cielo. 


1  en  las,  e.  e.,  a  las.  Quiere  decir:  De  las  razones  y  ejemplos 
susodichos  se  sigue,  etc. 

2  Ps.  9,  16. 

3  Ps.  12,  2-Jt. 

4  Sap.  6,  7. 

5  1  Tim.  5,  17. 

6  no  pueden  dejar  de  ser,  e.  e.,  no  pueden  por  menos  de  ser,  etc. 


Prólogo  a  don  Felipe  y  doña  María 


51 


Deseando  yo,  como  siervo  y  capellán  verdadero  de 
Vuestra  Alteza,  que  por  estos  presentes  y  superfluos 
halagos  (por  este  mundo  engañoso  ofrecidos),  vanos  y 
míseros,  amargos  y  momentáneos,  no  pierda  ^  los 
gozos  verdaderos  y  eternos,  e  incurra  en  los  males  in- 
tolerables y  perdurables;  mas  antes,  después  de  este 
transitorio  señorío  alcance  y  posea  aquel  reino  celes- 
tial, felicísimo  y  eterno,  y  en  mayor  grado  de  perfecto 
descanso  y  cumplido  e  interminable  gozo,  acordé  com- 
poner este  presente  Tratado,  que  trata  de  tres  ejerci- 
cios con  que  se  busca  y  se  halla  a  nuestro  Señor  Dios, 
y  con  que  se  camina  por  el  camino  del  cielo,  y  do  se 
muestra  la  maldad  y  ceguedad  y  el  despeñadero  de  este 
mundo;  y  ofrecerlo  especialmente  a  Vuestra  Alteza, 
deseando  hacerle  algún  servicio  verdadero  y  grato. 

Porque,  aunque  de  parte  de  quien  lo  ofrece  sea 
pequeño,  por  parte  de  lo  que  se  ofrece  —  por  ser  para 
fructo  suavísimo  y  sempiterno  — ,  y  por  parte  de  a 
quien  se  ofrece  —  que  es  el  corazón  real  y  católico  de 
su  espíritu,  que  respondiendo  a  la  devoción  de  sus 
padres  y  predecesores,  tomará  más  gusto  en  este  man- 
jar divino,  que  no  en  los  viles  de  Egipto — :  espero  le 
será  sabroso  y  salutífero  y,  por  consiguiente,  acepto 
mi  trabajo  y  servicio.  Y  por  la  buena  y  cristiana  dispo- 
sición de  su  ánima,  será  como  la  semilla  que  cayó  en 
tierra  muy  fructífera,  para  que  no  sólo  se  siga  a  Vues- 
tra Alteza  consolación  en  mayor  aumento;  mas,  que  la 
luz  y  devoción  con  que  lo  leyere  y  obrare,  despierte  a 
muchos,  que  están  durmiendo,  siendo  causa  con  su  sa- 
bor y  ejemplo  que  este  libro  sea  de  todos  mas  leído,  y 
lo  que  nuestro  Señor  por  él  nos  enseña,  sea  cumplido. 
Y  así,  a  Vuestra  Alteza,  como  a  todos,  sea  más  fruc- 
tuoso. 

A  honra  y  gloria  de  nuestro  Señor  Jesucristo,  su- 
mamente amable  y  summo  amador  nuestro. 

1  en  el  original:  pierdan...  incurran...  alcancen,  etc.  Cambio 
de  persona,  o  porque  el  autor  se  descuidó  o  porque  en  el  Príncipe  se 
dirige  a  todos  los  que  reinan  y  gobiernan,  o  porque  en  vez  de  Vues- 
tra Alteza  debe  leerse  Vuestras  Altezas,  como  parece  más  probable. 
Las  palabras:  siervo  y  capellán  verdadero  de  Vuestra  Alteza  pare- 
cen indicar  qu^  el  autor  debió  ser  predicador  de  la  Corte  y  Capilla 
real,  como  lo  fué  luego  el  Beato  Alonso  de  Orozco,  que  quizás  sucedió 
al  P.  Luis  de  Alarcón,  retirado  en  sus  últimos  años  a  Granada, 
donde  hizo  la  última  edición  de  su  libro  (1550). 


PROLOGO  AL  CATOLICO  Y  DEVOTO 
LECTOR  SOBRE  EL  LIBRO  LLAMADO 
CAMINO  DEL  CIELO 


OSA  es  de  gran  admiración  ver  el  descuido  que 


hay  en  muchos  el  día  de  hoy  de  su  salvación. 
Cosa  de  gran  dolor  y  espanto  ver  la  ingratitud  que 
tienen  a  aquel  ^  inmenso  y  eterno  amor  con  que  nues- 
tro Señor  Dios  nos  ama;  pues,  por  puro  amor  nos  da 
tantos  bienes  corporales  y  espirituales,  de  los  cuales  en 
todo  tiempo  y  lugar  estamos  tan  cercados  y  necesita- 
dos, y  él  en  todos  los  momentos  nos  está  siempre  en- 
viando dones,  tantos  presentes  y  mercedes,  como  lo  son 
todas  estas  nuestras  potencias  exteriores  e  interiores, 
y  todas  las  cosas  que  gozamos  con  ellas.  Y  además  de 
esto,  nos  2  tiene  prometido  para  de  aquí  a  poco  damos 
los  bienes  celestiales  y  eternos,  y  llevarnos  a  morar 
consigo  en  sus  palacios  reales  y  divinos,  como  a  sus 
hijos  herederos,  y,  por  consiguiente,  señores  de  todas 
las  cosas  terrenales  y  celestiales.  Y  sobre  todo  esto,  que 
claramente  veamos  y  gocemos  al  mismo  Dios  inmenso, 
que  es  nuestro  padre  único  y  amantísimo. 

Y  no  contento  con  hacernos  tantos  bienes,  y  tener- 
nos aparejados  aquellos  soberanos  y  perdurables  bienes, 
su  pura  e  inñnita  caridad,  con  que  nos  ama,  le  ha  he- 
cho humillarse  a  padecer  por  nuestro  amor  tantos  y 
tan  grandes  males,  haciéndose  para  esto  hombre  a  nos- 
otros semejante,  para  que,  vestido  de  nuestra  flaqueza, 
le  viésemos  y  conversásemos  aquí  en  la  tierra;  y  él  se 
pudiese  humillar  y  humillarse  a  conversar  así  visible- 
mente con  nosotros,  y  a  servirnos,  y  a  padecer  por 
nuestro  amor  tantos  y  tan  graves  tormentos,  hasta  ser 

1  a  aquél,  e.  e.,  para  con  aquel. 

2  Y  demás  de  esto:   i.»  edición:  Y  sobre  todo  esto:  2." 


54 


Camino  del  cielo 


en  la  cruz  descoyuntados  sus  brazos,  por  el  deseo  que 
tiene  de  abrazamos  y  consigo  eternamente  unimos, 
procurando  la  amistad  de  nosotros,  sus  criaturas,  como 
si  le  fuese  en  ello  la  vida. 

¡Oh  cristiano!  ¿qué  más  te  ha  podido  amar  el  mis- 
mo Señor  Dios  todopoderoso?  ¿Ni  qué  amigo  hay  que 
te  pueda  amar  más  ni  tanto?  Porque,  aunque  fuera 
otro  igual  tuyo,  ningún  amor  hay  mayor  que  poner  al- 
guno su  vida  por  su  amigo.  Pues,  si  lo  es  perder  en 
cualquier  manera  la  vida,  mucho  más  es  perderla  con 
muerte  tan  dura  y  crudelísima.  Cuanto  más,  que,  cuan- 
to es  mayor  su  divina  majestad  y  excelencia,  que  es 
infinita,  tanto  más  se  aumenta  el  grado  sobreexcesivo 
de  la  bondad  y  caridad  inmensa  del  que  así  padece  y 
se  humilla  por  amor  de  ti,  su  criatura. 

Mas  ya  que  por  todo  esto,  por  vía  de  pura  vhtud, 
como  debes,  no  le  ames  ni  sirvas,  ¿por  qué,  a  lo  menos, 
no  te  inclinas  a  le  obedecer  y  servir  por  aquellos  teso- 
ros eternos,  y  aquellas  honras  verdaderas  y  supremas, 
y  aquellos  deleites  del  paraíso,  incomparables  y  perdu- 
rables, que  tan  presto  puedes  alcanzar,  y  para  siempre 
han  de  durar?  Y  si  aún  todo  no  basta  para  moverte 
a  le  agradar,  ¿por  qué,  a  lo  menos,  no  te  mueves  por 
el  temor  de  los  tormentos  intolerables  y  etemos  del 
infierno,  en  los  cuales  caen  tantos  a  arder  en  crueles 
llamas  de  fuego,  agora  luego,  dende  la  muerte  tan 
presta  en  el  alma,  y  después  del  día  del  juicio,  en  áni- 
ma y  en  cuerpo,  para  que  este  tu  cuerpo  tan  delicado 
y  tan  regalado  esté  todo  de  pies  a  cabeza  ardiendo, 
como  el  tizón  que  está  en  el  fuego  después  de  todo  en- 
cendido y  abrasado,  y  que  hayas  de  estar  allí  dando 
gritos  y  aullidos  para  siempre,  padeciendo  tan  intole- 
rables penas  y  angustias,  sin  ningún  remedio,  ni  refri- 
gerio, ni  término? 

Cosa  es  de  grande  espanto,  que  haya  alguno  tan 
loco  a  quien  aquella  damnación  tan  grave  y  eterna,  y 
tan  presto  venidera,  sobre  todo,  no  le  espante  y  siem- 
pre atemorice. 

Dime,  pues,  oh  cristiano:  ¿cuál  debe  ser  la  vida 
del  que  tiene  delante  de  sí  cualquier  de  estos  motivos, 
cuanto  más  todos  tres  juntos?  Dime:  ¿con  qué  soli- 
citud no  debe  desear  y  procurar  sólo  el  servicio  divino, 
y  ordenar  toda  su  vida,  y  enderezar  todos  sus  negocios 


Prólogo  al  lector 


55 


y  trabajos,  para  que  a  sólo  Dios,  infinitamente  amable 
y  amador  suyo  único  e  inefable,  merezca  en  todo  siem- 
pre servirle  y  agradarle?  ¿Cómo  no  tiene  por  estiércol 
todo  cuanto  hay  en  este  vano  y  transitorio  mundo,  en 
respecto  de  ganar  la  amistad  eterna  de  Cristo,  el  que 
de  su  puro  amor  recibe  tantos  y  tan  grandes  y  conti- 
nuos dones;  y  que  le  promete  para  de  aquí  a  poco 
aquellos  bienes  perfectos  y  perdurables;  y  que  se  ve  en 
tanto  peligro  de  verse  de  aquí  a  poquito  perder  el  reino 
del  cielo  y  caer  en  el  profundo  del  infierno  a  padecer 
aquellos  tormentos  y  dolores  crudelísimos  y  continuos 
y  sin  términos?  ¿Cómo  es  posible  que  haya  alguno  que 
con  todos  estos  motivos  —  a  los  cuales  se  reducen  to- 
dos con  que  los  corazones  humanos  pueden  ser  persua- 
didos, y  que  los  tiene  en  sumo  grado  —  y  que  no  sea 
movido  a  querer  siempre  con  voluntad  entera  sólo  el 
divino  beneplácito,  pues  debería  bastar  sólo  uno  de 
estos  objetos,  cuanto  más  todos  juntos? 

Mas  ¡ay  dolor!  que  con  todo  esto,  vemos  el  día 
de  hoy  ir  a  tantos  de  los  que  se  llaman  cristianos  por 
el  camino  de  la  perdición  y  damnación.  ¡Ay  dolor!  que 
con  todo  esto,  así  vivimos,  que  ya  no  parecemos  cris- 
tianos; y  aunque  tenemos  usurpado  el  santo  nombre 
de  Cristo,  con  las  obras  le  negamos.  Porque  si  viviése- 
mos como  verdaderos  católicos,  y  como  aquellos  que 
tienen  delante  sí  ^  tales  motivos,  como  de  la  abundan- 
cia del  corazón  habla  la  boca  y  obra  la  mano,  ¿cuáles 
serían  nuestras  obras  2  y  conversaciones?  Cierto  es, 
que  en  todo  lugar  y  tiempo  daríamos  buen  olor  del 
amor  divino,  y  todas  nuestras  pláticas,  ora  fuesen  en 
las  casas,  ora  en  las  calles  o  plazas,  ora  en  los  caminos 
y  en  las  posadas,  serían  hablar  de  Dios;  pues,  todas  las 
cosas,  como  dice  el  Apóstol,  habernos  de  hacer  a  hon- 
ra y  gloria  de  Dios.^  Por  lo  cual,  aunque  hablásemos 
algunas  veces,  como  nos  es  necesario  hablar,  de  cosas 
temporales,  serían  también  estas  pláticas  mezcladas  de 
la  memoria  de  Dios,  para  en  todo  loar  a  Dios  y  acor- 
darnos siempre  de  Dios.  También  nuestras  obras  y  con- 
versaciones y  negociaciones  todas  serían  virtuosas;  y 
para  un  solo  negocio  y  fin  ordenadas,  que  es  para  agra- 


1  delante  si,  e.  e.,  delante  de  sí. 

2  nuestras  pláticas  y  cuales  nuestras  obras,  1.°^  edición. 

3  1  Cor,  10,  SI, 


56 


Camino  del  cielo 


dar  a  nuestro  Señor  Dios  en  este  mundo,  y  verle  y  go- 
zarle en  el  otro. 

Mas,  ¡cuán  al  revés  se  hace  todo  esto  el  día  de  hoy 
en  el  mundo,  en  medio  del  mismo  pueblo  cristiano! 
Salid  por  las  calles,  plázas  y  caminos,  y  mirad  que 
comúnmente  de  todo  se  habla  y  se  obra.  Ya  las  pláti- 
cas no  son  cristianas  y  santas,  sino  profanas  y  desho- 
nestas, y  cuasi  siempre,  por  lo  menos,  vanas.  Cuán  sin 
vergüenza  se  dicen  pullas  unos  a  otros.  Y  aun,  muchas 
veces  por  los  caminos  y  aun  por  las  calles,^  no  han 
empacho  ni  temor  de  inficionar  las  orejas  cristianas 
con  sus  cantares  sucios  y  palabras  muy  deshonestas. 
Ya  por  maravilla  oiréis  hablar  las  cosas  de  Dios;  sino 
tratar  de  solas  las  cosas  transitorias  de  este  mundo. 
Y  si  algunas  veces  oímos  mentar  a  Dios,  es  para  oír 
vanamente  jurarle,  o  perjurarle,  o  blasfemarle. 

Pues,  cuanto  a  las  obras  a  que  la  caridad  nos  obli- 
ga, como  son  las  obras  de  misericordia  que  nuestro 
Señor  sobre  todo  nos  encarga,  y  so  pena  de  pérdida 
del  cielo  y  caída  del  infierno  nos  manda,  y  que  por  vía 
de  su  divino  amor  así  nos  las  encomienda,  diciendo: 
Lo  que  hiciste  a  uno  de  los  míos  más  pequeños,  a  mí 
mismo  lo  hicistes  ^  (como  dice  en  el  Santo  Evangelio 
que  lo  dirá  así  en  el  día  del  juicio):  con  ser,  como  he 
dicho,  de  nuestro  Señor  Dios  tan  encomendadas  ¡de 
cuán  pocos  son  el  día  de  hoy  guardadas  y  sobre  todas 
las  cosas  amadas!  ¡Cuán  pocos,  o  ningunos,  habrá  el 
día  de  hoy  en  cada  pueblo  cristiano,  que  sobre  todas 
las  cosas  tengan  cuidado  de  saber  si  viene  algún  pobre 
peregrino  para  lo  llevar  a  su  casa  y  hospedar  y  servirlo 
en  ella  por  el  amor  de  Dios  con  gran  alegría,  y  le  pese 
mucho  cuando  se  ha  pasado  algún  día  en  que  no  ha 
hallado  alguno,  y  por  consiguiente,  no  ha  llevado  a 
nuestro  Señor  Jesucristo  a  su  posada!  ¡Cuán  pocos  hay 
el  día  de  hoy  que  tengan  su  mayor  cuidado  en  ir  a 
visitar  al  enfermo,  dar  de  comer  al  hambriento,  vestir 
al  desnudo,  consolar  al  afligido,  enseñar  al  ignorante, 
corregir  al  que  ha  caído  en  pecado,  y  así  de  todas  las 
otras  obras  piadosas,  a  sus  prójimos  necesarias  para 
sus  cuerpos  y  para  sus  ánimas!  ¡De  cuán  pocos  son  el 

1  falta  aquí  el  fol.  8.°  de  la  2.^  edición, 

2  Mat.  SO,  U0-U5. 


Prólogo  al  lector 


57 


día  de  hoy  estas  obras  tan  salutíferas  sobre  todas  las 
cosas  amadas,  y  aun  de  cuán  muchos  parece  que  están 
ya  olvidadas! 

También,  si  fuésemos  verdaderos  cristianos,  ¡en 
cuán  poco  tendríamos  todos  los  bienes  y  males  de  este 
mundo,  momentáneos,  y  cuánto  más  estimaríamos  los 
bienes  y  males  del  otro,  tan  presto  venidero,  pues  son 
puros  y  sempiternos!  Mas  ¡ay  de  nosotros!,  tan  insen- 
satos y  ciegos,  que  vemos  el  día  de  hoy  a  muchos  po- 
nerse en  tantos  trabajos  y  aflicciones  del  cuerpo  y  del 
espíritu  por  un  interés  pequeñuelo  y  transitorio,  y  ape- 
nas se  halla  uno  que  quiera  sufrir  menos  que  esto  por 
alcanzar  de  aquí  a  poco  el  reino  del  cielo.  Tienen  mu- 
chos corazón  para  hacer  grandes  gastos  para  regocijos 
vanos  o  pasatiempos  mundanos,  o  para  cualquier  cosa 
que  se  les  ofrezca  de  su  temporal  y  vana  honra  o  ha- 
cienda; mas  luego  se  hallan  pobres  para  dar  por  el 
amor  divino  y  ganar  la  celestial  patria.  Sienten  mucho 
la  muerte  corporal  y  temporal  de  sus  hijos,  mas  muy 
poco  la  muerte  espiritual  y  eterna  de  sus  ánimas.  Dué- 
lense en  gran  manera  de  una  adversidad  momentánea, 
suya  o  de  sus  hijos  o  amigos,  y  dáseles  muy  poco  de 
ver  caídos  en  la  sentencia  de  la  damnación  eterna  a  sí 
mismos  y  a  los  otros.  Aflígense  mucho  por  una  pér- 
dida pequeñuela  de  esta  hacienda  temporal,  mas  muy 
poco  por  la  pérdida  de  la  heredad  celestial.  Temen 
mucho  una  enfermedad  o  dolor  momentáneo,  y  no 
temen  el  peligro  en  que  están  de  caer  de  aquí  a  poco 
en  el  infierno.  Tiemblan  de  la  muerte  corporal,  que 
no  puede  ser  ejecutada  y  aun  mucho  dilatada,  y  tie- 
nen tan  poco  temor  de  perder  la  vida  eterna. 

Dime,  oh  ánima  cristiana,  ¿qué  i  es  la  causa  de 
tanta  locura?  Dime,  oh  hermano  mío,  ¿qué  es  la  causa 
de  tan  incorporable  desatino?  ¿Qué  otra  piensas  puede 
ser,  sino  la  falta  de  fe  verdadera?  Y  así  digo,  que  en 
todos  nuestros  vicios  y  pecados  incurrimos  por  falta 
de  esta  fe  católica.  Porque,  o  falta  la  obra  de  la  fe,  o 
la  vida  de  la  fe,  o  la  misma  cualidad  de  la  fe.  Quie- 
ro decir:  que  tarde  o  nunca  piensan  en  lo  que  creen; 
o  los  tales  no  sienten  lo  que  creen,  o  totalmente  no  lo 
creen. 

1    qué  es  la  causa,  por  cuál  es  la  causa.  Conatrucción  clásica. 


5 


58 


Camino  del  cielo 


Contra  estos  últimos,  que  son  infieles,  no  quiero 
aquí  mucho  disputar,  porque  pretendo  hacer  breve  este 
tratado  para  que  más  fácilmente  sea  leído  y  retenido.^ 
Solamente  digo  con  San  Gregorio,  y  con  el  Apóstol,^ 
y  con  el  Evangelio:  Que  todos  éstos  caen  en  el  vicio  de 
la  infidelidad  por  los  deméritos  de  sus  muchos  y  graves 
pecados.  Enmienden,  pues,  la  vida,  y  conocerán  la  ver- 
dad de  la  cristiana  doctrina.  La  razón  de  esta  verdad 
infalible  está  clara.  Porque  el  que  vive  como  cristiano, 
así  en  lo  que  cree  como  en  lo  que  obra,  deja  su  volun- 
tad propia  por  hacer  la  voluntad  divina.  Pues,  imposi- 
ble es  que  el  tal  sea  engañado,  pues  por  amor  de  Dios 
deja  a  sí  mismo. 

Esto  se  manifiesta  entre  nos  por  ejemplo;  porque  si 
algún  hombre  tiene  un  criado  que  haga  con  él  esto 
mismo,  cosa  es  imposible  que  en  cosa  que  importe  a 
su  tan  fiel  sirviente,  vida  o  hacienda,  permita  ser  enga- 
ñado, siendo  el  tal  señor  bueno  y  poderoso.  Pues,  como 
Dios  nuestro  Señor  sea  bondad  infinita  e  inmensa  po- 
tencia, ¿cómo  permitirá  que  su  verdadero  siervo  —  como 
lo  es  todo  verdadero  cristiano  —  viva  engañado  en 
cosa  que  tanto  le  importa?  Imposible  cosa  es  que  sea 
engañado  en  el  conocimiento  de  las  cosas  de  Dios,  el 
que  deja  su  voluntad  propia  por  hacer  la  voluntad 
de  Dios.  Y  esto  es  lo  que  dice  el  mismo  Dios  nuestro 
Señor  Jesucristo  en  su  Santo  Evangelio:  si  alguno 
—  dice  Él  —  quisiere  hacer  la  voluntad  de  Dios  cono- 
cer ha  si  mi  doctrina  es  de  Dios.^  Aquel  y  sólo  aquel 
que  deja  su  voluntad  propia  por  hacer  la  de  Dios,  ama 
a  Dios  sobre  todas  las  cosas,  y  más  que  a  sí  mismo;  y 
por  consiguiente,  con  amor  verdadero.  El  tal  que  así 
a  Dios  ama,  no  puede  ser  que  no  sea  de  Dios  amado 
de  amor  perfecto,  como  de  amigo  verdadero.  Por  lo 
cual  dice:  Yo  amo  a  los  que  me  aman  A  Y  por  San 
Juan  dice:  Dios  es  caridad,  y  el  que  está  en  este  amor 
divino,  en  Dios  está,  y  Dios  en  él.^  Y  en  otra  parte 
dice:  Si  alguno  me  ama,  guardará  mi  palabra,  y  mi  Pa- 
dre le  amará,  y  a  él  vendremos,  y  en  él  moraremos.^ 

1  1   Tim.  5,  8. 

2  lo.  7. 

3  lo.  7,  17. 

4  Prov.  8,  17. 

5  1  lo.  16. 

6  lo.  H,  23. 


Prólogo  al  lector 


59 


Esto  es  tan  gran  verdad,  que  no  sólo  es  imposible 
Dios  dejar  de  amar  así  a  quien  así  le  ama.  Más  aún, 
no  puede  ser  que  alguna  criatura  ame  a  Dios  de  amor 
verdadero,  sin  que  sea  de  Dios  amada  primero;  porque 
el  mismo  am^or  con  que  Dios  la  ama,  es  causa  que  la 
tal  criatura  le  ame.  Y  por  esto  dice  San  Juan:  No  que 
nosotros  le  hayamos  amado  primero,  mas  él  primero 
nos  amóA 

De  lo  ya  dicho  queda  bien  probado,  que  el  que  vive 
como  cristiano  puede  vivir  engañado;  antes,  por  la 
fuerza  del  amor  divino  ha  de  tener  su  santo  y  verda- 
dero conocimiento,  porque  aun  el  mismo  amor  es  cau- 
sa de  revelar  el  secreto.  Y  por  esto  dice  nuestro  Señor 
Jesucristo:  Si  alguno  me  ama,  yo  le  amaré  y  me  le 
manifestaré.^  Y  hablando  en  otra  parte  dice  a  sus  dis- 
cípulos: Ya  no  os  diré  siervos,  mas  amigos;  porque  to- 
das las  cosas  que  oí  de  mi  Padre,  las  hice  saber  a  vos- 
otros,^ Pues,  como  sea  verdad  infalible  todo  lo  que 
nuestro  Señor  Jesucristo  nos  dice  y  en  su  santa  fe  se 
contiene;  y  que,  por  consiguiente,  sobre  la  deuda  in- 
mensa que  tenemos  al  amor  divino,  ninguno  de  cuantos, 
hoy  somos  puede  dejar  de  verse  de  aquí  a  poco,  o  rei- 
nando entre  los  ángeles  y  todos  los  santos  con  Dios  en 
el  cielo  o,  caído  con  los  demonios  en  el  profundo  del 
inñerno,  arder  sin  fin  en  aquel  horno  horrible  de  fuego: 
¿qué  es  la  causa,  que  muchos  de  los  que  creen  todo 
esto,  hacen  tan  poco  caso  de  ello? 

La  razón  de  esto  es,  que,  aunque  no  les  falta  la  cua- 
lidad de  la  fe,  fáltales  la  obra  y  la  vida  de  la  misma  fe. 
Quiero  decir,  como  ya  dije,  que  aunque  no  lo  descreen, 
tarde  o  nunca  lo  piensan,  y  con  profunda  y  frecuente 
meditación  no  lo  consideran.  De  do  también  les  suce- 
de, que  no  sienten  lo  que  creen.  Es  pues  muy  cierta  y 
universal  causa  de  la  damnación  la  falta  de  la  santa 
meditación.  Y,  pues,  es  la  principal  raíz  para  impedu* 
todo  bien,  y  la  causadora  de  todo  nuestro  mal  —  como 
adelante  entiendo  probar — ,  de  aquí  se  sigue,  que  nin- 
guna escriptura  nos  puede  ser  más  saludable  y  nos  debe 
ser  más  amable,  que  la  que  a  tanta  falta  de  salud  diere 
remedio  y  medicina,  como  lo  es  la  que  enseña  las 

1  1  lo.  4,  19. 

2  lo.  H,  21. 

3  lo.  15,  15. 


60 


Camino  del  cielo 


cosas  más  útiles  que  debemos  siempre  pensar  y  en 
nuestro  corazón  traer  y  tratar,  y  el  modo  como  las  de- 
bemos meditar. 

Teniendo,  pues,  deseo  de  hacer  algún  servicio,  aun- 
que pequeñuelo,  a  nuestro  Señor  Jesucristo  y,  por  su 
amor,  a  cualquier  humilde  y  devoto  cristiano;  y  dolién- 
dome  de  ver  en  estos  nuestros  tiempos  tan  peligrosos, 
cómo  muchos  por  vivir  tan  desacordados  de  las  cosas 
que  siempre  debrían  meditar  y  traer  delante  sus  ojos, 
corren  tan  de  gana  por  el  camino  de  la  perdición  como 
ciegos  y  desatinados  e  insensatos:  acordé  —  por  des- 
pertar mi  ánima  y  las  de  todos  los  que  se  quisieren  ser- 
vir y  ayudar  de  mi  trabajo  y  amor  verdadero  con  que 
los  amo  en  nuestro  Señor  Jesucristo  — ,  componer  este 
breve  tratado,  que  trata  del  ejercicio  salubérrimo  y  sa- 
lutífero de  la  meditación  sagrada,  y  de  las  causas  y 
efectos  de  ella. 

Y  porque  las  causas  que  preceden,  y  que  mucho 
ayudan,  son  los  buenos  libros;  y  los  efectos,  los  santos 
y  divinos  deseos,  acordé  que  acompañase  al  tratado  de 
la  meditación,  el  de  la  lección  y  oración.  Porque  todos 

—  como  diremos  —  se  ayudan  para  alcanzar  la  divina 
unión,  y  su  beatíñca  y  eterna  fruición.  De  lo  cual  se 
sigue,  que  con  razón  podemos  llamar  a  este  tratado 
Camino  del  cielo,  pues  todas  estas  cosas  que  en  él  se 
tratan,  nos  encaminan  por  medios  tan  necesarios  para 
buscar  y  hallar  a  nuestro  Señor  Dios,  y  comenzarlo  a 
gozar  dende  luego  en  este  mundo,  hasta  llegar  a  alcan- 
zarlo perfectamente  en  su  celestial  Reino. 

Y  dado  que  de  estas  materias  estén  ya  escritos  muy 
muchos  libros  y  mejores;  mas,  porque  en  nuestra  len- 
gua materna  ninguno  he  visto,  trataré  muy  en  particu- 
lar todas  juntas  y  por  el  orden  que  aquí  van  puestas 

—  el  cual  orden  puede  mucho  al  devoto  lector  ayu- 
dar— ,  para  que  más  fácilmente  y  mejor  las  pueda  sa- 
ber, gustar  y  retener;  saber  con  el  entendimiento,  gus- 
tar con  la  voluntad,  retener  en  su  memoria  continua. 
Por  esto  yo,  aunque  indigno  de  hablar  y  de  escribir  de 
tan  santa  materia,  ayudándome  de  lo  que  el  Señor  por 
su  bondad  inñnita  me  ha  inspirado,  y  de  lo  que  en  los 
libros  santos  he  leído,  deliberé  ofrecer  al  cristiano  y 
piadoso  lector  mi  estudio  y  deseo  de  su  consolación  y 
salvación  con  este  breve  y  compendioso  libro,  pidién- 


Prólogo  al  lector 


61 


dolé  por  el  amor  eterno  e  inmenso  de  nuestro  Señor  y 
Redemptor  Jesucristo,  reciba  en  esta  obra  mi  intención, 
y  supla  mis  faltas  con  su  devoción;  y  con  sus  oraciones 
pida  al  Señor  perdón  de  mis  pecados,  y  gracia  para 
que  él  y  yo  y  todos  seamos  salvos.^ 


1  Fin  del  Prólogo.  Comienza  el  dicho  libro  llamado  CAMiNa 
DEL  Cielo,  edición 


Primera  Parte 


COMIENZA  EL  LIBRO  QUE  TRATA  DEL 
CAMINO  DEL  CIELO  Y  DE  LA  MALDAD 
Y  CEGUEDAD  DEL  MUNDO 


Capítulo  Primero 


EN  QUE  SE  DECLARA  LA  INTENCION  Y  NECE- 
SIDAD DE  ESTE  LIBRO  Y  POR  QUE  SE  LLAMA 
CAMINO  DEL  CIELO 


UÁN  amables  son  vuestras  moradas,  oh  Señor, 


Dios  de  las  virtudes!  Mi  ánima  las  cohdicia  y  des- 
fallece en  pensarlas.^  Estas  palabras  decía  el  Profeta 
con  ferviente  deseo  y  suspiro  y  gran  levantamiento  de 
espíritu.  Tenía,  por  cierto,  gran  razón  y  poderoso  mo- 
tivo. Porque  es  tan  amable  la  morada  del  cielo,  que  no 
había  de  ser  otro  nuestro  deseo.  Y  aunque  por  solo  el 
mismo  lugar  corpóreo,  que  es  el  cielo  empíreo,  debe 
ser  muy  deseado,  por  ser,  como  es,  sumamente  hermoso 
y  templado  y  yocundo  y  de  todas  recreaciones  lleno; 
pero  más  se  debe  nuestro  corazón  encender  con  la  cob- 
dicia  santa  de  la  compañía  tan  dulce  y  amable,  como 
es  la  de  los  ángeles  y  todas  las  otras  órdenes  de  los 
espíritus  bienaventurados,  y  de  todas  las  diferencias  de 
los  santos  que  allí  moran,  y  nos  desean  y  están  espe- 
rando con  incomparable  amor  nuestra  subida  a  reinar 
con  ellos  en  aquella  su  ciudad  tan  gloriosa. 

Mas  lo  que  sobre  todo  esto  debe  inflamar  nuestro 
corazón  con  deseo  de  subir  al  celestial  reino,  es  por 
ver  a  nuestro  Padre  celestial  y  amantísimo,  en  el  cual, 
toda  la  hermosura,  ansi  de  los  cielos  corporales  como 
espirituales,  que  son  los  sumos  espíritus  y  todos  los 
santos  y  todas  sus  virtudes,  benevolencia  y  amistad,  y 
toda  dulzura  y  todos  los  bienes  y  todas  las  cosas  ama- 
bles y  delectables,  visibles  y  invisibles,  están  en  él  to- 
das juntas.  Y  no  como  en  las  criaturas,  mas  como  en 
su  único  ser  divino  e  infinito  e  incommutable  grado. 

1    Ps.  83,  2. 


66 


Camino  del  cielo.    I.  Lección  divina 


Porque  él  es  piélago  inmenso,  de  do  todo  bien  mana  en 
la  tierra  y  en  el  cielo,  en  cuyo  respecto  es  una  gota  pe- 
queñuela  todo  lo  criado.  Padre  nuestro  único,  todo- 
poderoso y  amorosísimo,  piadosísimo  y  dulcísimo. 

Hemos,  pues  de  desear,  sobre  todas  las  cosas,  subir 
por  verle.  Porque,  aunque  está  acá  en  la  tierra  y  en 
toda  criatura  por  potencia  y  por  presencia  y  por  esen- 
cia; y  todo  lo  hinche,  sustenta  y  mueve;  y  todo  está  en 
todo  el  mundo,  y  en  cada  parte  mínima,  todo;  mas 
acá  en  la  tierra  no  le  vemos,  ni  se  ve,  sino  en  los  cie- 
los, que  son  como  sus  palacios  divinos,  de  su  omnipo- 
tente mano  edificados,  para  do  i  moremos  con  él  los 
que  fuéremos  sus  verdaderos  hijos.  Y  allí  le  veamos  y 
conversemos,  y  con  él  sin  fin  reinemos  y  nos  gocemos; 
y  a  él  mismo.  Padre  nuestro  que  es,  nuestra  principal 
heredad  y  esencial  felicidad,  eternalmente  poseamos. 

Esto  todo  nos  quiere  dar  a  entender  el  mismo  Hijo 
unigénito,  nuestro  Señor  Jesucristo,  cuando  nos  amo- 
nesta a  que  siempre  oremos  y,  en  el  principio  de  nues- 
tra oración,  digamos:  Padre  Nuestro  que  eres  en  los 
cielos,'^  En  decirnos,  que  nuestra  oración  sea  frecuen- 
tada y  que  éste  sea  el  principio  de  ella,  nos  significa 
que  esta  consideración  piísima  y  altísima  sea  de  nos 
siempre  rememorada  y  en  nuestras  entrañas  impresa, 
y  por  nuestra  consolación  y  refugio  tenida;  porque, 
no  hay  consideración  con  que  más  el  alma  sea  en  Dios 
elevada  y  hecha  devota,  favorecida  y  enriquecida  y  con- 
solada. Esto  mismo  quiso  dar  a  entender  el  profeta 
cuando  decía:  ¿Qué  tengo  yo  en  el  cielo  y  qué  quiero 
sobre  la  tierra?  Mi  corazón  ha  desfallecido  en  haberlo 
pensado,  Dios  de  mi  corazón  y  Dios  mi  parte  eterna,^ 
Esto  mismo  da  a  entender  el  Apóstol,  diciendo:  Deseo 
ser  desatado  —  conviene  a  saber,  del  cuerpo  —  y  ser 
con  Cristo  A  No  dijo:  "y  ser  en  el  cielo",  lo  cual  se 
presuponía;  mas  dijo  la  causa  principal  por  la  cual  lo 
deseaba,  que  es  gozar  de  nuestro  Señor  Jesucristo, 
Dios  nuestro  único,  y  nuestro  bien  todo. 

jOh  cuánto  debría  ser  el  deseo  que  nos  había  siem- 
pre de  abrasar  por  alcanzar  este  bienaventurado  fin  sin 

1  do,  e.  e.,  para  que  ailí. 

2  Le.  11,  2. 

3  Ps.  72,  25. 

4  Phil  1,  23. 


C.  1.    Intención  y  nombre  del  libro 


67 


fin!  ¡Oh  cuánto  debría  ser  el  cuidado  que  nos  había 
siempre  de  aquejar  ^  por  ganarlo!  ¡Oh  cuán  burlado  se 
hallará  de  aquí  a  poquito  el  que  pudiera  haberlo  al- 
canzado, y  se  viere  haberlo  perdido,  y  sin  ningún  re- 
medio de  cobrarlo!  ¡Oh  cosa  de  gran  dolor  y  espanto, 
ver  tanta  gente  perdida  andar  con  tanta  ansia,  y  cami- 
nos tan  dificultosos,  tras  las  cosas  viles  y  vanas  y  tan 
míseras  y  transitorias,  y  con  tan  poco  o  ningún  cuidado 
de  buscar  las  celestiales  y  eternas!  ¡Oh  cosa  de  gran 
admiración,  ver  a  los  hombres  ponerse  en  tantos  tra- 
bajos por  alcanzar  lo  que  luego  ha  de  perecer,  y  estar 
tan  descuidados  de  lo  que  para  siempre  ha  de  durar! 
¡Procurar  con  tanta  diligencia  y  cobdicia  lo  que  se  ha 
de  pasar  en  un  punto,  y  tener  tanta  tibieza  y  negligen- 
cia para  aquel  sumo  y  perdurable  contentamiento  y 
cumplimiento  de  todo  nuestro  deseo. 

Cosa  es  digna  de  llorar,  que  no  queramos  ni  aun 
podamos  tener  otro  cuidado,  y  que  sea  otro  nuestro 
negocio,  y  que  podamos  comer  o  hablar  de  alguna  cosa 
temporal,  o  cualquier  cosa  negociar,  sin  estar  pensan- 
do en  esto,  y  ordenándolo  todo  a  este  solo  fin,  en  que 
tanto  nos  va,  que  es  alcanzar  2  de  ver  y  gozar  a  Dios 
nuestro  bien,  todo  y  sin  término,  en  su  celestial  pa- 
raíso. 

Pues,  como  sepamos  por  noticia  infalible  de  la  fe 
verdadera,  poder  alcanzar,  y  tan  presto,  un  fin  tan  glo- 
rioso, ¿qué  nos  ha  de  poder  impedir  el  camino  que 
lleva  a  este  perfecto  y  eterno  descanso?  ¿Y  qué  otro 
es  el  camino,  si  no  el  cumplimiento  y  observancia  de 
la  ley  divina?  Esto  es  lo  que  dice  el  profeta:  Bienaven- 
turados los  limpios  en  el  camino.'^  Y  cuál  sea  este  ca- 
mino, decláralo  en  lo  que  se  sigue,  diciendo:  los  que 
andan  en  la  ley  de  el  SeñorA  Esto  mismo  dijo  nuestro 
Señor  Jesucristo  a  un  mancebo:  Si  quieres  entrar  a 
la  vida,  guarda  los  mandamientos.  Todo  es  uno:  guar- 
dar lo  que  Dios  manda  y  observar  su  ley  divina.^  Esto 
enseña  nuestro  Señor  Jesucristo,  diciendo:  Amarás  so- 
bre todas  las  cosas  al  Señor  Dios  tuyo  y  al  prójimo  como 


1  Aquejar,  e.  e.,  apurar,  acuciar,  afanar,  afligir. 

2  í.«  ed.:  a  este  único  y  sumo  negocio  que  es  alcanzar... 

3  Ps.  119,  1. 

4  id.,  id.  Ps.  119,  2  ss. 

5  Mt.  19,  17. 


68 


Camino  del  cielo.   I.  Lección  divina 


a  ti  mismo;  en  estos  dos  mandamientos  cuelgan  toda 
la  ley  y  los  profetas  todos.^ 

Mas,  como  el  amor  del  prójimo  redunda  2  del  amor 
de  Dios,  de  aquí  se  sigue,  que  el  que  verdaderamente 
ama  a  Dios  nuestro  Señor,  toda  su  ley  guarda.  De  ma- 
nera, que  no  es  otra  cosa  el  camino  del  cielo,  sino  el 
amor  divino.  Pues,  como  —  según  nuestro  Padre  San 
Agustín  — ,  ninguna  cosa  se  puede  amar,  si  primero  no 
se  conoce,  de  aquí  se  sigue,  que  el  amor  de  Dios  pre- 
supone el  conocimiento  de  Dios.  También,  como  nues- 
tra voluntad  naturalmente  se  inclina  al  bien,  y  Dios 
sea  todo  bien  y  todo  bien  sumo,  cuanto  fuere  de  ver- 
dadero conocimiento  conocido,  tanto  será  más  amado. 
Pues,  como  la  noticia  que  se  tiene  de  Dios  en  esta  vida 
no  sea  por  vista,  sigúese  que  ha  de  ser  por  oídas,  esto 
es,  por  fe,  como  lo  dice  el  apóstol:  la  fe,  oyendo  se 
causa.^  Oyendo,  pues,  las  nuevas  de  Dios,  que  nos  dice 
su  santa  Iglesia  por  medio  de  la  santa  Escriptura,  veni- 
mos a  conocerle;  y  conocido,  a  amarle.  Es,  pues,  el 
primer  principio  y  fundamento  para  allegarnos  a  Dios 
creyendo,  oír  lo  que  él  mismo  nos  enseña,  oyendo  o  le- 
yendo la  Escriptura  santa. 

Lo  segundo,  es  pensar  atenta  y  profundamente  lo 
que  así  oímos  o  leemos,  para  bien  percibirlo  y  enten- 
derlo. Y  este  pensamiento  es  meditarlo. 

Lo  tercero  y  último  es,  que  después  de  ser  así  con 
la  meditación  conocido  lo  divino,  venimos  a  amarlo  y 
desearlo.  Y  este  deseo  es,  pedirlo  a  Dios  con  el  cora- 
zón, en  lo  cual  consiste  la  verdadera  oración. 

Estos  tres  medios  son  necesarios  para  hallar  a  Dios; 
y  son  como  tres  escalones  con  que  a  él  subimos,  figu- 
rados por  aquella  escala  que  vido  ^  Jacob,  cuya  cumbre 
llegaba  hasta  el  cielo;  ^  en  la  cual  estaba  unido  nuestro 
Señor  Jesucristo.  Porque  él  es  nuestro  camino,  por  el 
cual  subimos  a  gozarle,  imitando  su  vida  y  ejemplo; 
él,  en  cuanto  hombre,  es  por  do  subimos;  y  él  mismo, 
en  cuanto  Dios,  es  a  quien  subimos.  Porque  el  descen- 
der es  causa  del  subir.  Y  así  dice  Jacob,  que  veía  a  los 

1  Mt.  22,  37-38. 

2  redunda,  e.  e.,  dimana. 

3  Rom.  10,  17. 

4  vido,  e.  e.,  vió.  Forma  arcaica  del  latín  vidit,  que  aún  se 
conserva  en  algunas  regiones  de  Castilla  la  Nueva  y  Extremadura. 

6    Gen.  88,  12-16. 


C.  1.    Intención  y  nombre  del  libro 


69 


ángeles  descender  y  subir  por  la  escala:  porque  los  hom- 
bres que  viven  humildes  y  limpios  son  semejantes  a 
los  ángeles.  Éstos  descienden  y  suben  cada  día  por  esta 
escala,  que  es  Cristo  nuestra  cabeza.  Descienden  a  con- 
siderar su  humanidad,  suben  a  contemplar  su  divinidad. 
Descienden,  imitando  la  humildad  con  que  vivió  en 
esta  vida  presente;  suben  a  gozar,  por  contemplación, 
su  divina  esencia. 

Y  bien  se  han  estos  pasos  de  este  santo  camino  a 
manera  de  escalones,  que  i  siempre  van  más  subiendo; 
y  también  porque  el  uno  es  medio  para  el  otro;  y  así 
es,  que  la  lección  dispone  para  la  meditación,  y  la  me- 
ditación para  subir  a  la  oración.  Son  también  figura- 
dos estos  tres  ejercicios  de  este  santo  camino  por  aque- 
llos tres  días  que  Moisés  dijo  a  Faraón  ser  necesarios 
de  caminar  a  su  pueblo  para  ir  a  sacrificar  a  nuestro 
Señor  Dios  en  el  desierto:  Iremos,  dice,  camino  de  tres 
días  para  ofrecer  digno  sacrificio  al  Señor  Dios  nues- 
tro.^ Días  se  llaman  estos  tres  ejercicios,  porque  así 
como  el  día  natural  con  esta  luz  corpórea  alumbra  los 
ojos  del  cuerpo,  así  cada  uno  destos  tres  ejercicios  divi- 
nos alumbra  el  ánima  con  la  luz  espiritual  e  incorpó- 
rea del  sol  de  justicia. 

La  lección  santa  y  devota  —  que  es  como  el  prime- 
ro día  — ,  halla  y  muestra  este  camino  bienaventurado. 
Por  esto  dice  nuestro  Señor  en  el  Evangelio:  Escudri- 
ñad las  Escrituras;  esto  es,  leyendo  atenta  y  frecuente- 
mente en  ellas;  porque  ellas  son  las  que  dan  testimonio 
de  mí. 3  De  lo  cual  se  sigue,  que  ellas  nos  dan  a  cono- 
cer a  nuestro  Señor  Jesucristo,  el  cual  es  este  camino 
del  cielo,  como  él  mismo  lo  enseña,  diciendo:  Yo  soy 
el  caminoA 

Porque  si  caminamos  hacia  Dios,  es  por  la  partici- 
pación de  su  mérito  e  imitación  de  su  ejemplo.  Él  mis- 
mo es  el  día,  del  cual  dice:  El  que  anda  en  el  día  no 
ofende.^  Él  es  día  verdadero,  porque  es  luz  que  alum- 
bra a  todo  hombre  que  viene  en  este  mundo.  Y  por  esto 
dijo  a  sus  discípulos:  ¿Por  ventura  no  hay  doce  horas 

1  Que,  e.  e.,  porque... 

2  Ex.  5,  3. 

3  lo.  5,  31. 

4  lo.  li,  6. 

5  lo.  11,  10. 


70 


Camino  del  cielo.    I.  Lección  divina 


en  el  día?  i  Esto  dijo,  porque  ansí  como  en  este  visible 
día,  que  tiene  doce  horas  en  el  tiempo  del  equinocio, 
todas  estas  horas  son  claras,  porque  reciben  la  luz  del 
sol  corporal,  así  sus  doce  apóstoles,  y  todos  sus  imi- 
tadores, que  siguen  y  guardan  su  doctrina  —  como  lo 
son  todos  los  cristianos  verdaderos — ,  reciben  fontal- 
mente  2  la  luz  divina  de  aquel  sol  verdadero,  que  es  luz 
del  mundo. 

El  segundo  día,  es  el  ejercicio  de  la  sagrada  medi- 
tación. Esto  enseña  el  profeta  diciendo:  ¡Cómo  amé  tu 
ley.  Señor!  ^  Y  luego  añade  diciendo:  Todo  el  día  es 
tu  ley  mi  meditaciónA  Como  si  dijese:  de  siempre  me- 
ditarla, vine  a  amarla.  Porque  cuanto  uno  más  piensa 
en  Dios,  más  le  conoce.  Y  cuanto  más  le  conoce,  más 
le  ama.  Y  porque  este  aumento  de  la  luz  del  conoci- 
miento de  Dios,  se  causa  ^  de  la  meditación,  añade  di- 
ciendo: Sobre  todos  los  que  me  enseñaron  entendí, 
porque  vuestros  testimonios  son  mi  meditación.^  Dice, 
pues,  aquí  la  Iglesia,  y  lo  mismo  cualquier  ánima  que 
es  verdadera  cristiana:  Sobre  todos  mis  primeros  maes- 
tros, esto  es,  los  filósofos  de  este  siglo  y  todos  los  sa- 
bios de  este  mundo,  he  entendido;  porque  mi  medita- 
ción es  tus  testimonios. 

Testimonios  divinos  son  los  mandamientos,  los  cua- 
les son  tales,  a  quien  bien  los  mira,  que  dan  testimonio 
quién  sea  el  que  los  manda.  Porque  el  que  continua- 
mente considera  la  pureza  y  rectitud,  santidad  y  utili- 
dad, nobleza  y  dulzura,  justicia  y  piedad,  hermosura  y 
preciosidad,  virtud  y  salud,  bondad  y  felicidad  que  en 
los  mandamientos  mismos  se  contiene,  y  en  la  guarda 
de  ellos  se  consigue,  serle  han  testimonios  de  Dios. 
Porque  conocerá  que  el  que  tales  cosas  manda,  tan 
justificadas  en  sí  mismas,'^  y  que  traen  tanta  retribu- 
ción y  consolación  con  esa  misma  guarda  de  ellas,  y 
que  nos  las  mandó  tan  mandadas,  so  pena  del  infierno 
a  quien  no  las  guardare,  y  con  premio  no  menos  que 
del  reino  del  cielo  eterno,  a  quien  las  guardare:  no  pue- 

1  lo.  1,  9. 

2  Fontalmente,   e.   e.,  como  de  la  fuente  misma,  plenamente. 

3  Ps.  118,  97. 

4  id.  ihíd. 

5  se  causa,  e.  e.,  se  origina. 

6  Ps.  118,  2A.  99. 

7  Ps.  18,  10. 


C.  1.    Intención  y  nombre  del  libro  71 

de  ser,  sino  aquél  que  en  justicia  y  misericordia,  y 
liberalidad  y  bondad,  y  majestad  y  potencia,  es  inmen- 
so y  en  toda  virtud  infinito:  Que  es  ese  mismo  Dios 
nuestro,  solo,  inconmutable  y  todo  poderoso. 

El  tercero  día  es  el  ejercicio  divino  de  la  oración, 
del  cual  dice  el  profeta:  Allegaos  a  Dios  y  seréis  alum- 
brados.^ En  lo  que  dice  "allegaos"  significa  el  ejercicio 
del  amor  divino.  Porque  ninguno  se  allega  a  Dios  ver- 
daderamente, y  le  abraza,  y  con  él  se  unifica,  sino 
cuando  le  ama.  Y  cuando  actualmente  le  ama,  le  de- 
sea; y  deseándole,  ora.  Y  por  esto  dice  el  Apóstol:  El 
que  se  allega  a  Dios,  hócese  un  espíritu  con  Dios.^  Por- 
que —  como  dice  San  Dionisio  — ,  el  amor  es  virtud 
unitiva.^  Y  San  Agustín  dice:  el  ánima  más  está  a 
do  ama,  que  en  su  mismo  cuerpo,  al  cual  animaA  Pues 
dice,  allegándonos  así  a  Dios  seremos  alumbrados,  por- 
que este  ejercicio,  más  que  otro,  es  medio  por  do  se 
alcanza  la  luz.  Porque  da  a  ese  mismo  Dios,  que  es  esa 
misma  infinita  luz.  Y  pues  participa  de  la  luz,  tal  luz 
día  es,  y  día  tan  claro,  que  en  su  respecto  este  día  visi- 
ble es  como  la  noche,  cuando  hace  muy  oscuro. 

Estos  mismos  tres  ejercicios  se  pueden  entender 
por  aquellas  tres  palabras  de  tiempos  diversos  que  dijo 
nuestro  Señor  Dios  cuando  crió  todo  este  mundo,  con- 
viene a  saber:  fiat,  fecit,  factum  est;  que  quiere  decir: 
hágase,  hizo,  fué  hecho.^  Así,  nuestro  Señor  Dios,  cuan- 
do quiere  rehacer  o  reformar  el  menor  mundo,  que  es 
el  hombre,  el  cual  sólo  es  un  mundo  abreviado;  ^  cuan- 
do a  éste  tal  quiere  regenerar,  y  como  de  nuevo  criar 
nueva  criatura,  haciéndole  de  carnal  y  animal,  que  es 
primero,  espiritual  y  hombre  nuevo,  dice  estas  tres  pa- 
labras, porque  su  decir  es  hacer.'^  Quiero  decir  con  esto, 
que  con  estas  tres  palabras  le  hace  estas  tres  mercedes, 

1  Ps.  83,  6. 

2  1  Cor.  6,  7. 

3  Mística  teología. 

4  San  Agustín,  Confes. 

5  Gen.  1,  3. 

6  Mundo  abreviado,  e.  e.,  microcosmos,  como  la  llamaron  ¡oa 
filósofos  antiguos,  porque  en  el  hombre  se  halla  reunido  el  universo 
entero;  el  mundo  o  reino  mineral  o  insensible,  el  animal  o  viviente, 
y  el  racional  o  espiritual.  Muchos  de  los  teólogos  con  fray  Luis  de 
León  y  Escoto  a  la  cabeza  alegan  esta  razón  como  uno  de  los  mo- 
tivos de  elegir  Dios  al  hombre  para  encarnarse,  como  anillo  de 
unión  entre  los  diversos  elementos  de  la  Creación. 

7  Ps.  US,  5.  Ipse  dixit  et  facta  sunt. 


72 


Camino  del  cielo.   I.  Lección  divina 


de  darle  estos  tres  ejercicios:  La  lección,  que  es  el 
primero,  muestra  el  camino  y  la  obligación  que  de 
caminar  por  él  cada  uno  tiene;  y  por  esto  dice  fiaty 
que  quiere  decir,  hágase.  La  meditación,  con  que  ya 
en  alguna  manera  anda  el  ánima  allegándose  a  Dios 
por  atento  y  frecuente  pensamiento  y  mayor  conoci- 
miento, dice  fecit,  que  quiere  decir,  hizo,  o  comenzóse 
a  hacer.  La  oración,  que  es  la  que  ya  ha  perfectamente 
allegado  y  a  Dios  abrazado,  dice  factum  est,  que  quiere 
decir:  fué  hecho. 

El  fecit  y  el  fiat,  son  como  la  tarde  y  la  mañana; 
de  los  cuales  dos  tiempos  dice  la  Escriptura  santa  que 
fué  hecho  un  día.i  Porque,  aunque  son  dos  diversos 
ejercicios,  y  cada  uno  de  parte  de  sí  es  lucido,  y  ansí 
son  dos  días  entre  sí  mismos  diversos;  mas,  porque  en- 
trambos concurren  para  un  solo  efecto,  que  es  alum- 
brar nuestro  entendimiento  por  el  conocimiento  di- 
vino, por  esto  entrambos  juntos  hacen  un  día  mismo.^ 
Mas  estos  dos  tiempos,  que  son  tarde  y  mañana,  inclu- 
yen en  sí  la  hora  del  mediodía  para  hacer  un  día  natu- 
ral y  entero. 

Así,  en  la  lección  y  meditación  se  entremete  la  ins- 
piración, con  que  se  enciende  la  oración,  la  cual  bien 
es  significada  por  la  hora  del  mediodía,  así  como  la 
lección  y  meditación  por  los  tiempos  de  la  mañana  y 
la  tarde.  Porque,  en  estos  hay  aún  poca  luz,  y  muchas 
veces  falta  de  calor;  mas  en  el  tiempo  de  la  oración, 
es  como  en  la  hora  de  mediodía,  en  la  cual  la  luz  de  la 
noticia  divina  está  del  todo  clara  y  pura,  y  el  calor  del 
sol  del  celestial  y  divino  amor  calienta  y  enciende  nues- 
tro corazón  con  mayor  fuerza  y  fervor. 

En  esta  hora  del  mediodía  se  dice,  que  Dios  se  apa- 
cienta y  descansa,^  para  dar  a  entender  que  el  que 
dignamente  se  ejercita  en  la  oración  recibe  de  la  mano 
de  Dios  descanso  del  alma  y  deleite  del  corazón.  Por- 
que la  verdadera  oración  no  está  sino  en  la  divina  di- 
lección, de  la  cual  dice  el  profeta:  Yo  corrí  por  el  ca- 
mino de  tus  mandamientos,  cuando  ensanchaste  mi  co- 
razónA  Y  en  otro  verso  dice:  Yo  andaba  en  anchu- 

1  Gen.  1,  3  ss. 

2  mismo,  i.»  cd.,  místico,        ed.  tal  vez  errata. 

3  Cant.  J,  13. 

4  Ps.  118,  32. 


C.  1.    Intención  y  nombre  del  libro  73 

rüy  porque  busqué  tus  mandamientos  con  diligenciad 
La  razón  de  esto  es,  porque  todo  aquel  que  digna- 
mente ora,  otra  cosa  no  desea;  y  así  deseando  con  el 
corazón,  no  pide  sino  agradar  a  Dios  en  este  mundo, 
y  verle  y  gozarle  sin  fin  en  el  otro.  Y  esta  afección,  es 
una  divina  dilección,  con  la  cual  el  alma  a  Dios  desea 
y  todo  lo  que  le  pide  alcanza.  Y  ansí  sus  mandamien- 
tos cumple,  y  por  el  camino  de  ellos  corre  con  esta 
dilección  y  oración,  favorecida  y  roborada,^  ennoble- 
cida e  ilustrada,  encendida  y  hervorada,^  profundada^ 
y  alargada,  dilatada  y  elevada,  y  a  su  mismo  principio 
y  fin  unida. 

Presupuesta,  pues,  la  simple  noticia  de  los  divinos 
mandamientos,  que  a  todos  es  manifiesta,  y  que  con 
sola  la  luz  natural  es  notificada  a  todos,  buenos  y  ma- 
los; será  nuestro  intento,  tratar  de  estos  tres  ejercicios, 
para  alcanzar  con  ellos  el  sobrenatural  favor,  con  que 
queramos  y  podamos  cumplir,  y  con  la  obra  cumpla- 
mos, todas  las  cosas  que  Dios  nos  manda;  las  cuales 
todas  cumple  el  que  verdaderamente  le  conoce  y  ama. 
Lo  cual,  todo  aquél  y  sólo  aquél  recibe  y  alcanza,  que 
dignamente  persevera  en  estos  tres  santos  y  suaves  y 
saludables  ejercicios.  Y  pues  de  ellos  depende  la  guar- 
da de  los  mandamientos,  cuya  observancia  es  subir 
a  la  vida  eterna  que  habemos  de  gozar  en  el  cielo:  por 
tanto,  con  razón  este  libro  se  llama  Camino  del  Cielo. 

Y  porque  el  que  verdaderamente  camina  a  aquella 
patria  bienaventurada,  siempre  anda;  y  en  todos  los 
tiempos  del  día  de  esta  presente  vida  camina;  de  aquí 
es,  que  estos  tres  ejercicios,  en  todos  los  días,  y  en  to- 
dos los  tiempos  de  cada  día,  y  en  todas  las  horas  y 
momentos,  nos  son  salutíferos  e  importantísimos,  y  a 
cada  paso  necesarios;  y  cuanto  más  usados,  tanto  más 
provechosos. 

Y  de  aquí,  que  los  Santos  los  tenían  continuos,  por 
lo  cual  el  profeta  David  dice  en  el  psalmo:  Proveía  a 

1  Ps.  118,  45. 

2  roborada,  e.  robustecida,  de  la  palabra  latina  "robur** 
fuerza. 

3  hervorada,  e.  e.,  afervorada,  enfervorecida. 

4  Profundada,  palabra  anticuada,  pero  que  debiera  resuci- 
tarse, pues  no  significa  lo  mismo  que  profundizada,  o  ahondada, 
que  no  envuelven  la  idea  de  dilatar  la  profundidad,  como  se  dilata 
su  largura  cuando  se  dice,  alargada. 


6 


74 


Camino  del  cielo.    I.  Lección  divina 


Dios  en  mi  acatamiento  siempre;  i  y  esto  se  hace  con 
la  frecuentación  de  la  lección  y  de  la  meditación. 
Y  nuestro  Señor,  hablando  en  el  Evangelio  de  la  ora- 
ción, nos  amonesta  diciendo:  Conviene  siempre  orar  y 
nunca  desfallecer,'^  Y  esto  mismo  nos  persuade  el 
Apóstol  diciendo:  Orad  sin  intervalo,^ 

Mas  ya  que  al  hombre  por  su  humana  flaqueza,  y 
mucho  más  por  su  propia  culpa,  con  que  se  ha  incli- 
nado tanto  a  cosas  contrarias  como  son  las  de  este 
mundo,  y  por  esto  se  le  hace  dificultoso  darse  siempre 
y  en  toda  hora  a  estos  espirituales  ejercicios,  y  mayor- 
mente a  los  principios;  dése,  a  lo  menos,  a  usarlos  cada 
día.  Y  en  el  día,  las  más  veces  que  pueda.  Porque  le 
importa  mucho  para  que  se  salve. 


1  Ps.  15,  8. 

2  Le.  18,  1. 

3  1  Thes.  5,  17, 


Capítulo  II 


DEL  PRIMER   EJERCICIO  DEL   CAMINO  DEL 
CIELO,  QUE  ES  LA  LECCION  DEVOTA  Y  FRE- 
CUENTADA, Y  DE  LOS  GRANDES  DAÑOS  QUE 
SE  SIGUEN  DE  LEER  LIBROS  MUNDANOS 

EL  primer  ejercicio  y  priocipio  de  este  santo  Camino 
es  la  lección,  en  la  cual  Dios  habla  con  nosotros, 
así  como  en  la  oración  nosotros  hablamos  con  Dios. 
De  esta  lección  de  las  cosas  divinas  fué  figura  el  pa- 
raíso terrenal,  según  dice  Orígenes.  Porque,  así  como 
en  él  había  todo  género  de  árboles,  con  todas  las  dife- 
rencias de  frutos  y  sabores  para  el  gusto  del  cuerpo; 
así  en  la  sagrada  lección  se  hallan  todos  para  el  gusto 
del  ánima,  cuyo  manjar  es  la  palabra  divina.  Esta  mis- 
ma lección  es  pan  de  vida  y  entendimiento,  como  lo 
dice  el  Sabio. ^  Y  es  un  pan  tan  sabroso,  que  está  figu- 
rado por  el  maná  que  dió  Dios  a  los  hijos  de  Israel  en 
el  Desierto,  que  contenía  en  sí  todos  los  sabores  para 
los  que  eran  buenos.2  Así  de  éste  lo  reciben  para  el  gus- 
to de  sus  ánimas  todos  los  que  no  tienen  estragados  sus 
gustos  con  los  humores  desordenados  y  amargos  de  sus 
vicios  y  pecados. 

Este  santo  y  salutífero  ejercicio  de  la  santa  lección, 
es  la  raíz  y  principio  de  todo  nuestro  bien  y  salvación; 
así  como  la  lección  profana  es  origen  y  causa  de  todos 
los  males,  y  de  la  eterna  damnación.  La  razón  de  esto 
está  clara;  porque  como  nuestro  corazón  es  como  la 
rueda  del  molino,  que  nunca  para  de  tratar  y  moler 
algún  pensamiento,  y  lo  que  leemos  y  oímos  es  lo  que, 
a  manera  de  semilla,  le  echamos,  para  que  piense  y 

1  Eccli.  15,  S. 

2  Ex.  16,  15. 


76 


Camino  del  cielo.    I.  Lección  divina 


muela;  cual  fuere  la  semilla,  tal  será  la  harina;  y  cual 
la  harina,  tal  será  el  pan  que  de  ella  se  amase  y  después 
se  come.i  sí  la  semilla  de  lo  que  la  lección  o  plática 
ofrece,  es  santa,  será  el  pan  o  manjar  sabroso  y  salutí- 
fero. Si  es  vana,  será  vano.  Si  es  profana,  será  pon- 
zoñoso. Con  el  primero,  es  el  ánima  consolada  y  con- 
fortada. Con  el  segundo,  queda  vacía  y  estéril.  Con  el 
tercero,  queda  emponzoñada  y  pestífera.  Las  palabras 
malas  corrompen  las  buenas  costumbres,^ 

Extrema  locura  es,  que  estando  en  tanto  peligro  de 
condenación  eterna,  y  siendo  de  nuestra  cosecha  tan 
mal  inclinados,  se  busquen  y  lean  libros  con  que  sean 
los  vicios  más  despertados  y  avivados.  Ansí  como  leer 
en  libros  devotos  es  el  primero  paso  y  escalón  del  ca- 
mino del  cielo,  ansí  leer  en  libros  mundanos  es  el  prin- 
cipio del  despeñadero  de  los  vicios,  por  do  van  al  pa- 
radero del  infierno.  Porque  de  las  malas  palabras  se 
causan  los  malos  pensamientos.  Y  de  los  malos  pensa- 
mientos, los  malos  deseos.  Y  de  los  malos  deseos,  las 
malas  obras.  Y  de  las  malas  obras,  las  malas  costum- 
bres. Y  de  las  malas  costumbres,  las  penas  eternas. 

¿Qué  otra  cosa  son  los  libros  mundanales,  sino  ti- 
zones infernales?  ¿Qué  otra  cosa  son  las  lecciones  o 
pláticas  profanas,  sino  unas  espuelas  que  ofrecen  los 
demonios,  para  hacer  correr  ^  por  los  vicios?  ¿Qué 
otra  cosa  sacan  los  desventurados  de  este  pasatiempo, 
sino  pasar  en  vano  su  tiempo,  perder  el  fruto  suave  y 
meritorio  que  sacarían  del  ejercicio  contrario,  perder 
incomparables  provechos  e  incurrir  en  muchos  y  gran- 
des daños,  tomar  y  comer  con  sus  propias  manos  el 
pan  mortífero,  y  privarse  del  pan,  que  ya  dijimos,  sa- 
ludable y  suavísimo?  ¿Qué  otra  cosa  sacan  de  estas  ocu- 
paciones, sino  inclinación  mayor  a  los  vicios,  cadenas 
para  ser  detenidos  en  sus  pecados,  vivezas  para  mali- 
cias, industria  para  maldades?  Así  como  en  la  lección 
o  plática  devota  habla  Dios  con  nosotros,  así  a  los  que 
se  dan  a  oír  o  leer  las  cosas  vanas  del  mundo  habla 
el  demonio  con  ellos.  Cual  es  el  maestro,  tales  son  los 
discípulos. 


1  J."  ed.:  y  cual  la  harina,  tal  el  pan,  etc. 

2  1  Cor.  15,  33.  El  verso  es  del  poeta  griego  Menandro. 

3  J."  edic:  para  hacer  arremeter  y  correr,  etc. 


C.  2.   Buenos  y  malos  libros 


77 


¡Oh,  gran  dolor,  ver  la  multitud  de  discípulos  que 
tiene  el  día  de  hoy  el  demonio,  y  cuán  pocos  los  que 
huelgan  de  oír  y  seguir  a  nuestro  Señor  Jesucristo! 
¡Cuán  muchos  los  que  siguen  a  su  enemigo  crudelísi- 
mo,  que  los  lleva  engañados  al  inñerno;  y  cuán  pocos 
a  su  amigo  y  maestro,  que  descendió  del  cielo  a  ense- 
ñamos su  camino!  ¡Oh,  cuántos  tienen  usurpado  el 
nombre  de  cristiano,  pues  no  huelgan  de  seguir  ni  aun 
oír  con  devoción  la  doctrina  de  Cristo!  Andan  como  cie- 
gos, porque  van  desviados  del  camino  claro  que  Dios 
alumbra  con  su  santa  palabra,  la  cual  en  toda  hora, 
oyéndola  o  leyéndola,  debemos  ante  nuestros  ojos  traer, 
para  que  caminando  en  día  claro,  no  ofendamos  en 
este  camino,  como  lo  dice  el  Evangelio. i 

Mas  los  tales  por  falta  desta  luz  andan  siempre 
de  noche  en  tinieblas  profundas  y  peligrosas.  Y  por  esto, 
a  cada  paso  tropiezan  y  ofenden,  y  no  sienten  a  dónde 
van. 2  Gastan  su  tiempo  estos  desventurados,  y  consu- 
men su  vida  estos  desatinados  en  oír  o  leer  o  platicar 
de  los  vicios  o  negocios  mundanos;  y  con  estos  tales 
libros  o  lecciones  se  hacen  cada  día  más  incorregibles 
y  obstinados.  Porque  mientras  más  abren  las  orejas  o 
cualesquier  puertas  de  su  sentido  al  mundo,  más  las 
cierran  a  Dios.  Mientras  más  oyen  lo  que  el  demonio 
les  enseña,  más  olvidan  lo  que  nuestro  Señor  les  man- 
da. Todo  esto  se  muestra  en  nuestra  primera  madre 
Eva;  la  cual,  por  escuchar  lo  que  el  demonio  por  medio 
de  la  serpiente  le  decía,  quedó  tan  emponzoñada,  que 
ella  murió,  y  emponzoñó  y  mató  a  su  marido  y  a  todos 
sus  hijos,  que  somos  todo  el  linaje  humano. 


1  lo.  11,  10. 

2  lo.  12,  S5,  S6. 


Capítulo  III 


DE  CUATRO  MANERAS  DE  LIBROS  DE  LOS  DE- 
MONIOS. Y  PRIMERAMENTE  DE  LOS  OBJETOS 
MUNDANOS 


OMO  el  demonio  sabe  que  hay  en  nos  dos  inclina- 


ciones  diversas,  y  aún  contrarias,  que  son:  la 
una,  a  los  bienes  sensuales,  ínfimos  y  transitorios;  y  la 
otra,  a  los  espirituales,  sumos  y  eternos.  Y  sabe  tam- 
bién, que  a  ninguna  cosa  nos  podemos  actualmente  in- 
clinar a  amarla,  si  no  la  conocemos;  y  que  todo  nuestro 
conocimiento  entra  primero  por  las  puertas  de  los 
sentidos,  mayormente  por  el  sentido  de  la  vista  y  por 
el  del  oído.  De  aquí  es,  que  siempre  procura,  cuanto 
puede,  ofrecernos  a  los  sentidos  cosas  con  que  nos  en- 
señe y  haga  conocer  estos  bienes  viles  y  sensuales,  para 
que  desordenadamente  y  aun  solamente  los  amemos; 
y  para  que,  ocupados  en  ellos,  e  inclinados  demasiada- 
mente a  ellos,  nos  impidan  el  conocimiento  e  inclina- 
ción  de  los  bienes  y  deleites  verdaderos  y  divinos. 

Usa  para  esto  de  cuatro  maneras  de  instrumentos, 
que  son  como  libros  suyos,  por  los  cuales  nos  enseña 
lo  que  quiere,  y  con  sus  engaños  nos  emponzoña.  Los 
unos  instrumentos  son,  generalmente  todos  los  objetos 
mundanos,  con  los  cuales  engaña  universalmente  a  to- 
dos los  necios,  que  son  todos  los  pecadores;  los  cuales, 
aunque  sean  de  agudo  ingenio  natural  y  tengan  letras, 
mas  con  todo  esto,  para  sentir  las  cosas  de  Dios  son 
como  necios  e  insensatos.  Y  por  esto  se  dice  en  el  libro 
de  la  Sabiduría,  que  en  el  día  del  juicio  armará  Dios 
a  sus  criaturas  para  tomar  venganza  de  sus  enemigos ^ 
y  peleará  todo  el  mundo  contra  los  insensatos.^  Dice 

1    Sap.  5,  17. 


C.  3.    Los  objetos  mundanos 


79 


que  se  armará  contra  ellos  toda  criatura,  porque  con 
justo  juicio  de  Dios  serán  heridos  de  todas  las  criatu- 
ras los  que  quisieron  más,  y  oyeron  y  miraron  más  a 
las  criaturas,  parando  más  en  los  dones,  que  no  en  su 
mismo  Criador  y  dador  de  ellos. 

Con  los  objetos  de  ellas  engaña  el  demonio  a  los 
ingratos  y  necios;  y  por  esto  dice  el  Sabio:  Que  la  cria- 
tura es  hecha  como  lazo  o  instrumento  engañoso  a  los 
pies  de  los  insipientes.^  Insipientes,  dice,  y  no  a  los 
sabios,  que  son  los  amigos  de  Dios;  porque  a  los  tales, 
y  mayormente  a  los  perfectos  o  aprovechantes,  no  es 
ninguna  criatura  mal  libro,  sino  antes  bueno.  Porque 
en  ellas,  bien  miradas,  resplandece  la  potencia,  sapien- 
cia y  bondad,  hermosura  y  caridad  de  Dios;  y  todas  a 
voces  dan  lección  para  conocer  la  grandeza  de  Dios. 
Y  por  esto  se  dice  en  la  Sabiduría:  De  la  grandeza 
de  la  hermosura  y  criatura,  podrá  ser  conocido  su 
criador."^ 

Mas  a  los  que  no  están  inclinados  al  amor  de  su 
Dios,  dador  de  todos  los  bienes,  éstos  son  engañados  a 
cada  paso  por  medio  de  estos  mismos  dones  de  Dios  y 
presentes  bienes.  Por  que  presentándoles  el  demonio 
estos  objetos  exteriormente  a  sus  sentidos,  y  diciéndo- 
les,  juntamente  con  sus  ocultas  y  malas  sugestiones  y 
engaños,  los  placeres  que  tomarán  con  ellos;  y  mostrán- 
doles el  cebo  y  no  el  anzuelo,  el  deleite  vil  y  momen- 
táneo y  no  su  espiritual  e  incomparable  daño  y  tor- 
mento, con  esto  los  engaña,  prende,  y,  en  el  espíritu, 
mata,  metiéndoles  las  saetas  emponzoñadas  con  las  no- 
ticias y  representaciones  actuales  de  estos  mundanos 
objetos  por  las  puertas  de  sus  sentidos;  y  ansí  —  como 
dice  Jeremías  —  entra  la  muerte  por  nuestras  ven- 
tanas.^ 

Y  como  ésta  sea  la  causa  universal  de  nuestra  sal- 
vación o  condenación,  de  aquí  se  sigue,  que  cuando  al- 
guno, mayormente  no  perfecto,  más  se  diere  a  poner 
los  ojos  en  estas  cosas  visibles,  y  a  percibir  estas  cosas 
sensuales,  tanto  se  pone  en  mayor  peligro  de  ser  eter- 
nalmente  condenado.  De  aquí  también  se  sigue,  que 
toda  persona,  poderosa  o  rica,  cuanto  tiene  mayor  abun- 

1  Sap.  H,  ss. 

2  Sap.  13,  5. 

3  ler.'  9,  21. 


80 


Camino  del  cielo.    I.  Lección  divina 


dancia  de  estos  bienes  presentes,  tanto  está  en  mayor 
peligro  de  ser  engañada  y  condenada,  si  no  tiene  más 
abundancia  de  la  gracia  de  Dios,  para  tenerlos  más  me- 
nospreciados que  otra,  por  estar  unida  a  Dios  con 
más  fuerte  amor  que  otra.  Si  esto  no  tiene,  antes  se 
precia  de  estos  bienes  superfinos  y  momentáneos,  acaé- 
cele  lo  que  a  Absalón:  que  yendo  huyendo  en  la  batalla 
que  contra  su  mismo  padre  hacía  por  usurparle  el  rei- 
no, entrándose  la  bestia  o  mulo  ^  en  que  venía  por  bajo 
de  una  encina,  enredóse  a  las  ramas  con  los  cabellos, 
que  tenía  muy  largos  y  muchos  y  muy  hermosos,  de 
los  cuales  se  preciaba  mucho;  y  pasándose  la  bestia 
en  que  iba,  quedó  él  colgado;  y  llegó  Joab,  y  metióle 
tres  lanzas  por  el  corazón,  y  matólo;  y  después  fué 
apedreado,  y  sepultado  debajo  de  montón  de  piedras 
muy  crecido.2 

Así  el  mundano  e  insipiente,^  que  se  precia  y  pone 
más  su  corazón  en  los  largos  cabellos  de  la  muche- 
dumbre y  superñuidad  de  estos  bienes  transitorios,  en- 
redado de  los  muchos  y  diversos  objetos  a  que  es  in- 
clinado, y  que  tiene  a  cada  paso,  queda  atado  a  la 
encina  del  amor  de  este  mundo;  y  Joab  —  que  signi- 
fica el  demonio — ,  viendo  en  él  este  aparejo,  le  mete 
tres  lanzas  por  el  corazón,  que  son  las  tres  cosas  que 
hay  en  el  mundo,  que  son  —  como  dice  San  Juan — , 
cobdicia  de  la  carne,  cobdicia  de  los  ojos,  y  soberbia  de 
la  vidaA  Y  con  éstas,  llagado  y  muerto  en  el  espíritu, 
es  después  sepultado  en  el  profundo  barranco  del  in- 
fierno, quedando  sobre  él  gran  multitud  de  guijarros, 
que  son  los  muchos,  y  duros,  y  perdurables  tormentos. 


1  5.»  ed.:  un  mulo,  erradamente. 

2  2  Reg.  18,  9-18. 

3  insipiente,  palabra  latinizante^  hoy  culterana,  y  sólo  usa- 
da en  estilo  afectado.  En  el  siglo  XVI  era,  sin  embargo,  corriente, 
aunque  ya  empieza  al  final  a  ser  sustituida  por  sus  equivalentes, 
necio,  ignorante,  etc. 

4  1  lo.  2,  16. 


Capítulo  IV 


DE  LA  SEGUNDA  MANERA  DE  LIBROS  DE  LOS 
DEMONIOS  QUE  SON  LOS  JUEGOS 


TRO  género  de  libros  pestíferos  son  los  juegos,  los 


V_/  cuales  son  también  libros  de  los  demonios,  por- 
que son  instrumentos  por  los  cuales  enseñan  a  los  hom- 
bres muchas  lecciones  con  que  ofendan  a  nuestro  Señor 
Dios  en  muchas  maneras.  Con  ellos  enseñan  la  cobdi- 
cia  y  la  acidia.  Enseñan  a  mentir,  jurar,  perjurar,  blas- 
femar, reñir,  injuriar,  hurtar,  robar.  Enseñan  falsos 
testimonios,  disensiones,  contiendas,  enemistades,  ren- 
cores, homicidios,  olvido  de  Dios,  perdimiento  del  tiem- 
po, pasar  la  vida  en  vano,  y  engolfamiento  en  el  mundo. 

En  estos  males  todos,  o  en  parte  dellos,  hacen  caer 
los  espíritus  malos  a  los  jugadores  por  medio  de  los 
juegos.  Y  pues  lo  que  procuran  de  enseñar  los  demo- 
nios son  todos  estos  vicios,  y  los  enseñan  —  como  lo 
vemos  por  experiencia — ,  por  medio  de  los  naipes  y 
dados  y  otros  juegos,  sigúese,  que  los  tales  instrumen- 
tos son  libros  de  los  demonios. 

Es  éste  un  vicio  —  allende  de  ser  tan  malo,  por  ser 
causa  de  tantos  males  — ,  que  hace  al  hombre  que  a  él 
se  dá,  tan  miserable  y  tan  malaventurado,  aun  mientras 
vive  en  este  mundo,  que  de  libre  lo  convierte  en  es- 
clavo. Y  no  de  algún  buen  señor,  sino  de  muchos  y 
muy  viles,  como  lo  son  las  cartas  de  los  naipes  y  los 
otros  instrumentos  de  los  juegos.  La  razón  de  esto,  si 
bien  miramos,  está  clara.  Porque  cuando  algún  juga- 
dor está  jugando  tiene  cautivo  su  entendimiento  a  mi- 
rar el  naipe  y  a  pensar  en  él;  y  no  le  deja  pensar  ni 
gozar  otra  cosa,  de  tantas  y  tan  buenas  como  le  hace 
perder.  Tiene  cautiva  la  memoria,  porque  no  le  deja 


82 


Camino  del  cielo.    I.  Lección  divina 


acordarse  de  otro  negocio,  de  tantos  como  hay  conve- 
nientes y  saludables,  temporales  y  eternos;  aunque  to- 
dos se  deben  inclinar  y  ordenar  para  un  solo  negocio, 
que  es  hallar  y  gozar  a  Dios  en  este  mundo  y  en  el 
cielo,  de  lo  cual  mayormente  aparta  el  juego.  Tiene 
cautiva  la  voluntad,  a  no  estar  deseando  otra  cosa  sino 
la  negra  carta  o  dado  o  cosa  semejante,  que  cobdicia. 

Si  bien  profundamente  miramos  este  cautiverio,  es 
el  más  vil  y  más  malaventurado  que  hay  ni  puede  ha- 
ber en  el  mundo.  Porque  venir  algunos  a  ser  esclavos 
de  algún  hombre,  el  mayor  que  sea,  es  cosa  miserable. 
Y  si  es  de  alguna  persona  ínfima  y  vil,  mucho  mayor 
miseria.  Mas  si  el  tal  viniese  a  ser  cautivo  de  un  asno, 
o  cualquier  otro  animal  bruto,  sería  más  vil  cautiverio. 
Mas  si  alguno  cayese  en  tanta  locura,  que  se  hiciese 
esclavo  de  un  hombre  pintado,  sería  mayor  desaventura 
que  ser  esclavo  del  tal  animal  bruto;  porque,  cuanto 
la  cosa  es  más  baja,  tanto  es  de  peor  condición  el  que 
está  sujeto  a  ella.  Pues  claro  está,  que  un  asno,  o  cual- 
quier otro  animal  bruto,  vivo,  es  mejor  que  el  hombre 
pintado,  porque  aquel  animal,  aunque  irracional,  tiene 
ánima  sensitiva;  mas  la  imagen  del  hombre,  o  de  otra 
cosa,  pintada  en  el  naipe,  es  cosa  insensata.^  Aquel 
animal  se  mueve  y  tiene  facultad  para  muchas  y  admi- 
rables operaciones,  como  lo  son  las  de  todos  los  sen- 
tidos; mas  la  imagen  no  tiene  ni  puede  tener  movi- 
miento ni  facultad  para  obrar  bien  alguno. 

Luego,  por  el  tiempo  que  el  jugador  está  en  el  jue- 
go, sujeto  está  a  la  más  vil  cosa  del  mundo.  Y  aún  más 
digo.  Que  como  tenga  éste  tal,  mientras  juega,  por 
fin,  para  su  consuelo,  tal  o  tal  carta  o  instrumento,  y 
tal  sea  una  imagen,  como  lo  es  el  ídolo,  es  hecho  en 
cierta  manera  como  idólatra,  cuanto  a  este  efecto, 
mientras  dura  el  juego.  Y  así,  pone  altar  —  que  es  la 
mesa  —  para  adorar  al  naipe  o  dado  o  instrumento  del 
juego;  pone  también  candela  delante  de  él,  cuando  hay 
necesidad,  para  le  ver  y  adorar.  Y  delante  de  él  está 
muy  atento  y  suspenso,  y  por  él  de  su  verdadero  Dios 
olvidado,  y  en  tan  profunda  ceguedad  caído,  y  de  tan- 
tos males  cargado.  Y  no  solamente  padece  los  males  y 
daños  incomparables  de  culpa,  mas  aún  los  males  de 


1    insensata,  e.  6.,  insensible,  que  no  siente. 


C.  4.    Los  juegos 


83 


pena.  Porque  ejercicio  es  muy  penoso  estar  a  cada 
paso  esperando,  dudoso  y  suspenso  y  congojoso. 

Pierde  también,  no  sólo  la  conversación  divina,  mas 
también  la  humana;  que  le  podía  ser  saludable  y  suave. 
Está  privado  de  todos  los  verdaderos  bienes,  y  lleno 
de  males  culpables  y  penales.  Con  todo  esto,  hay  algu- 
nos el  día  de  hoy,  que  cuando  no  están  durmiendo,  o 
comiendo,  o  negociando  alguna  cosa  de  estas  terrenas 
y  transitorias,  pasan  su  tiempo  en  el  juego;  y  si  alguno 
les  dice,  que  no  jueguen,  responden:  ¿Pues,  qué  habe- 
mos  de  hacer?  Como  si  no  hubiese  otra  cosa  en  qué 
entender,  estando  en  tanto  peligro  de  verse  de  aquí  a 
poco  perdido  el  cielo,  y  caído  para  siempre  en  el  in- 
fierno, teniendo  tan  inmensa  obligación  de  pensar  siem- 
pre en  los  inefables  e  innumerables  y  continuos  bene- 
ficios divinos,  y  tan  poco  tiempo  para  buscar  a  Dios 
y  hacer  digna  penitencia,  para  escapar  de  la  condena- 
ción eterna,  y  para  aumentar  los  grados  de  gloria  per- 
petua. 

Con  todo  esto,  están  tan  ciegos  e  insensatos,  que 
dicen:  ¿En  qué  hemos  de  pasar  la  vida,  si  no  jugamos? 
¡Oh  desventurado  de  ti!  Está  encendido  el  horno  de 
fuego,  en  que  está  mandado  que  seas  metido,  y  sus 
horribles  llamas,  en  que  has  de  ser  envuelto,  suben  en 
alto,  ¿y  tú,  tan  sin  temor,  quieres  pasar  y  perder  en  el 
juego  este  poco  tiempo  que  te  queda  de  vivir  en  este 
siglo,  en  el  cual  podrías  ganar  con  otros  ejercicios, 
buenos  y  apacibles,  tanto  fruto,  como  es  escaparte  del 
infierno  y  subir  al  cielo,  y  aumentar  la  felicidad  inefa- 
ble e  interminable  del  Paraíso?  ¿De  dónde  vienen  los 
tales  a  tanta  insensibilidad  y  crueldad,  sino  de  com- 
prehenderles  i  la  maldición  del  profeta,  el  cual  —  ha- 
blando de  los  adoradores  de  los  ídolos,  que  adoran  las 
imágenes  mudas  y  sordas  e  insensatas  — ,  contra  ellos 
movido  por  el  Espíritu  Santo,  dice:  Sean  hechos  los 
semejantes  idólatras  a  las  mismas  cosas  que  son  por 
ellos  adoradas?  Quiere  decir:  que,  pues  adoran  por 
Dios  a  las  cosas  insensatas,  sean  ellos  hechos  sin  sen- 
tido, semejantes  a  ellas. 


1  comprehenderles,  e.  e.,  alcanzarles. 

2  Ps.  105,  36. 


Capítulo  V 


DE  LA  TERCERA  MANERA  DE  LIBROS  DE  LOS 
DEMONIOS,  QUE  SON  LOS  HOMBRES  MALOS 


A  tercera  manera  de  libros  de  los  demonios  son  los 


JLi  hombres  inicuos,  que  con  sus  malos  ejemplos  y  con 
sus  malas  palabras  enseñan  e  inclinan  a  los  vicios.  Llá- 
manse  con  razón  libros  de  los  demonios,  porque  los 
demonios  los  toman  por  instrumentos  para  mostrar  y 
persuadir  los  pecados.  Son  estos  instrumentos  tan  pe- 
ligrosos a  quien  no  se  guarda  de  leerlos  u  oírlos,  que 
pueden  hacer  más  mal  que  los  mismos  demonios  sin 
ellos.  Esto  se  muestra  bien  claro  en  nuestros  primeros 
padres.  Porque  el  demonio  no  se  atrevió  a  persuadir 
por  sí  mismo  a  Adán  para  que  traspasase  el  manda- 
miento de  Dios,  pareciéndole  que  por  ventura  no  le 
aprovecharía,  si  lo  tentase  por  sí  mismo.  Mas,  como 
astuto,  tomó  a  Eva,  su  mujer,  por  instrumento,  para 
persuadirlo;  y  con  este  medio  lo  venció  y  derribó.  Pues 
si  pudo  a  Adán,  siendo  tan  sabio  y  tan  santo,  estando 
en  el  estado  de  la  inocencia  y  justicia  original  justísimo 
y  rectísimo,  y  de  nuestro  Señor  Dios  tan  familiar  hijo 
y  amigo;  ¿cuánto  más  podrá  a  los  otros  todos,  que  na- 
cen ya  mal  inclinados? 

Es  muy  peligrosa  la  compañía  de  los  malos;  y  tanto, 
que  los  que  de  ella  no  se  guardaren,  serán  pervertidos, 
así  como  con  la  de  los  buenos  convertidos  y  santos.  Por 
lo  cual  dice  el  profeta:  Con  el  santo  serás  santo  y  y  con 
el  perverso  serás  pervertido.^  Pervierten  los  malos,  escan- 
dalizando con  sus  malos  ejemplos.  Por  lo  cual  dice  nues- 
tro Señor:  ¡Ay  del  mundo,  por  los  escándalos!^  Y  en 

1  Ps.  17,  26. 

2  Mt.  18,  7. 


C.  5.   Los  hombres  malos 


85 


otra  parte:  ¡Ay  de  vosotros,  que  rodeáis  la  mar  y  la  tie- 
rra para  convertir  a  alguno  a  que  venga  al  conocimiento 
de  la  ley  y  de  la  fe  cristiana,  o  al  estado  de  la  vida  reli- 
giosa, y  después  que  ha  venido,  le  hacéis  con  vuestros 
malos  ejemplos  ser  doblado  peor  que  vosotros!  i 

Escandalizan  y  pervierten  las  malas  compañías  a 
las  veces  por  vía  de  halagos,  lo  cual  es  gran  ocasión  de 
condenación.  Por  tanto,  dice  nuestro  Señor  en  el  Evan- 
gelio: Si  tu  pie  o  tu  mano  o  tu  ojo  te  escandaliza,  cór- 
talo o  sácalo,  y  arrójalo  de  ti,  porque  mejor  te  será  en- 
trar en  la  vida  eterna  sin  él,  que  en  el  fuego  del  infierno 
con  él!^  Quiere  decir:  si  tienes  en  tu  compañía  alguna 
persona  que  es  tus  pies  o  manos  por  la  utilidad  que  de 
él  recibes,  o  tus  ojos,  por  el  amor  con  que  la  miras  o 
placer  o  deleite  que  con  ella  tienes,  apártala  de  ti, 
arrojándola  o  huyendo  de  ella.  Que  mejor  te  será  ca- 
recer ahora  un  poquito  tiempo  de  ella  y  ser  salvo,  que 
no,  tenerla  y  gozar  un  poquito  de  ella,  y  ser  por  esto 
etemalmente  condenado. 

Escandalizan  y  pervierten  también  los  malos  por 
vía  de  amenazas,  temores  y  espantos.  Porque  muchas 
veces  los  que  tratan  con  los  malos,  mayormente  con 
los  grandes  señores,  cuando  son  inicuos  y  que  por  su 
interés  los  sirven,  no  pueden  dejar  de  caer.  Porque,  o 
por  temor  de  no  incurrir  en  algún  daño  o  trabajo,  o  no 
perder  algún  provecho  momentáneo,  huelgan  de  agra- 
darlos, aun  en  aquellas  cosas  que  desagradan  a  Dios. 
Contra  los  cuales  dice  el  profeta:  Los  que  agradan  a 
los  hombres,  confundidos  son,  porque  Dios  los  ha  me- 
nospreciado.'^ Y  en  otra  parte  dice  contra  los  que  por 
temor  mundano  pecan:  Temblaron  de  temor  do  no  ha- 
bía temorA 

Escandalizan  y  pervierten  en  gran  manera  los  ma- 
los con  sus  malas  lenguas,  hablando  o  escribiendo  co- 
sas vanas  y  mundanas.  Por  lo  cual  dice  el  Apóstol:  Las 
malas  pláticas  corrompen  las  buenas  costumbres.^  Y  en 
otra  parte  dice,  escribiendo  a  Timoteo:  Evita  las  pláti- 


1  doblado,  e.  e.,  doble.  Mt.  23,  15. 

2  Mt.  18,  8-9. 

3  Ps.  52,  6. 

4  Ps.  52,  6. 

5  1  Cor.  15,  35. 


86 


Camino  del  cielo.    I.  Lección  divina 


cas  profanas  y  vanas;  porque  mucho  aumentan  ¡a  im- 
piedad y  su  palabra  es  como  cáncer,^ 

Así  como  el  cáncer  corrompe  el  cuerpo,  así  las 
tales  palabras,  vanas  y  profanas,  corrompen  y  podrecen 
el  espíritu.  Pues,  si  tanto  mal  hacen  las  palabras  vanas, 
¿cuánto  mas  las  deshonestas  o  maldicientes,  o  murmu- 
radoras 2  y  perjudiciales? 


1  2  Tim.  2,  16. 

2  Maldicientes  o  murmuradores,  2.^  ed.  Primera  ed.:  maldi- 
cientes, las  lujuriosas  o  murmuradoras... 


Capítulo  VI 


DE  LA  CUARTA  MANERA  DE  LOS  LIBROS  DE 
LOS  DEMONIOS,  QUE  SON  LOS  MALOS  LIBROS 
ESCRITOS 


A  cuarta  manera  de  los  libros  de  los  demonios  son 


JLi  los  libros  escritos  inicuos,  o  escripturas  nocivas  de 
los  malos.  Éstos  son  en  muchas  maneras.  Unos  libros 
hay  que  son  vanos,  porque  tratan  de  cosas  inútiles  para 
nuestra  verdadera  salud  y  salvación;  y  esto  basta 
para  ser  malos  y  nocivos.  Porque  no  es  pequeño  mal 
hacer  perder  mucho  bien,  como  lo  hacen  perder  a  quien 
en  ellos  se  ocupa;  pues,  les  hacen  perder  un  tiempo 
tan  precioso  y  irrecuperable,  en  el  cual  pudieran,  le- 
yendo en  los  libros  buenos,  adquirir  tantos  y  tan  bue- 
nos conocimientos,  y  deseos  divinos,  y  obras  merito- 
rias, y  otros  frutos  salutíferos. 

Estos  libros  son  los  que,  aunque  no  traten  de  cosas 
lascivas,  tratan  de  cosas  superfinas  o  mundanas,  como 
es  tratar  de  los  hechos  o  dichos  de  los  hombres  mun- 
danos, y  no  para  referirlos  y  ordenarlos  a  tratar  cosas 
que  cumplan  al  amor  y  servicio  de  Dios;  y  los  que  des- 
ordenadamente tratan  de  las  genealogías;  y  los  que  con- 
tienen superfinas  supercherías;  y  los  que  tratan  de  por- 
fías 1  y  contiendas  inútiles;  y  todos  los  que  no  se 
ordenan  a  otro  fruto,  sino  a  temporalmente  deleitar  y 
vanamente  ocupar.  Todos  éstos  amonesta  el  apóstol 
que  evitemos,  escribiendo  a  Tito,  do  dice:  Evita  las 
cuestiones  locas  y  las  genealogías  y  porfías  de  la  ley, 
porque  son  inútiles  y  vanas. ^  Y  a  Timoteo,  como  ya 

1  2.0  ed.:  profanas,  corrección  hecha  a  medias,  pues  poco  más 
adelante  dice:  palabras  profanas,  que  es  la  verdadera  lección  que 
quiso  poner  en  la  2.^  edición. 

2  Tit.  3,  s. 


88 


Camino  del  cielo.    I.  Lección  divina 


dijimos,  dice:  Evita  las  palabras  profanas  y  vanas,  por- 
que mucho  aumentan  la  impiedad,  y  su  plática  corrom- 
pe a  manera  de  cáncer  A 

Otros  libros  son  lascivos,  que  tratan  de  amores  car- 
nales y  de  sus  obras  torpes.  Éstos  son  muy  más  daño- 
sos y  pestíferos.  Porque,  como  haya  en  cada  uno  de 
nosotros  dos  inclinaciones  diversas  y  contrarias,  que 
son  de  las  que  dice  el  apóstol:  la  carne  cobdicia  contra 
el  espíritu  y  el  espíritu  contra  la  carne;  ^  y  junto  con 
esto,  ninguno  pueda  amar  e  inclinarse  a  lo  que  no  co- 
noce; y  cuanto  más  conoce  y  tiene  delante  los  ojos 
aquello  a  que  es  inclinado,  tanto  más  se  inclina  a  ello; 
de  aquí  se  sigue,  que  cuanto  más  nos  fueren  represen- 
tadas las  cosas  lujuriosas  de  los  actos  interiores,  como 
son  los  pensamientos  y  deseos,  o  exteriores  de  los  vi- 
cios carnales,  más  nos  inclinarán  a  ellas. 

Pues,  como  el  oficio  de  estos  libros  sea  dar  de  ellas 
noticias,  y  traerlas  a  la  memoria,  y  representarlas  a  la 
imaginación  humana:  de  aquí  se  sigue,  que  el  oficio  y 
fruto  de  estos  libros  es  inclinar  de  cada  día  más  fuerte- 
mente a  los  sobredichos  vicios.  ¿Qué  mayor  desatino 
puede  ser  que  hacer  esto?  Estáse  claro,  si  adviertes. ^ 
Porque  todos  los  que  son  condenados  es  por  no  refre- 
nar, antes  ser  vencidos  de  sus  malas  inclinaciones,  y 
mayormente  de  los  vicios  carnales,  que  son  pasiones 
más  vehementes,  y  mayormente  con  las  ocasiones. 

Pues,  como  lo  que  más  siempre  debe  procurar  el 
que  salvarse  quiere,  es  que  esta  su  mala  inclinación 
carnal  le  sea  quitada  o  refrenada  y  disminuida;  ¡oh, 
cuánta  e  incomparable  locura  es  buscar  ocasiones  y 
motivos  para  despertarla  y  encenderla  y  aumentarla! 
Lo  cual  hacen  estos  libros  con  la  memoria  actual  y 
representación  de  aquellos  actos  viciosos.  ¿Qué  otra 
cosa  hace  el  que  lee  en  estos  libros,  sino  meterse  el  cu- 
chillo y  matarse  con  sus  propias  manos?  ¿Qué  otra 
cosa  hace  el  que  se  da  a  leer  en  estos  tales  tratados  o 
libros,  sino  estar  soplando  y  encendiendo  tizones  que 
tiene  a  sí  apegados,  con  que  sea  de  cada  día  encendido 
y  abrasado  con  la  cobdicia  carnal,  en  este  mundo,  y  des- 

1  Tim.  2,  16. 

2  Gal.  5,  17. 

3  si  adviertes,  e.  e.,  si  prestas  la  debida  reflexión.  Construc- 
ción  latina. 


C.  6.    Los  malos  libros 


89 


pués  con  mayor  fuego  en  el  infierno?  Del  número  des- 
tos  libros  son,  en  el  latín:  Ovidio,  y  Terencio  en  algu- 
nas obras,  y  otros  tales.  En  romance:  un  Amadis  o  Ce- 
lestina, y  otros  semejantes.  Finalmente,  todas  las  es- 
crituras que,  o  en  prosa,  o  en  coplas  o  metros,  tratan 
de  cosas  lascivas. 

Los  que  estas  cosas  han  escrito,  o  escriben,  no  son 
sino  hombres  ya  muy  perdidos  y  pestíferos.  Hombres 
que  tienen  tan  perdido  el  temor  de  Dios,  que  no  les 
basta  ir  ellos  por  el  camino  de  los  infiernos,  mas  pro- 
curan de  llevar  consigo  cuantos  pueden,  así  presentes 
como  futuros.  También  —  porque  de  la  abundancia 
del  corazón  habla  la  boca  y  escribe  la  mano  — ,  como 
están  ya  en  los  vicios  tan  engolfados  y  desvergonzados, 
predican  como  Sodoma  sus  pecados.  De  todos  éstos 
dice  el  profeta:  Contáronme  los  iniquos  fabulaciones 
—  que  quiere  decir,  hablillas  con  delectaciones  de  su- 
cias y  viles  representaciones  —  mas  no,  Señor,  como 
vuestra  ley.^  Porque  como  dice  el  mismo  profeta  en 
otro  Psalmo:  La  ley  del  Señor  es  sin  mácula  alguna,  y 
convierte  las  ánimas. Pues,  como  éstos  con  sus  escrip- 
turas  pestíferas  hagan  lo  contrario  de  lo  que  la  ley  di- 
vina, sigúese  que,  así  como  la  ley  de  Dios  nos  alimpia 
y  convierte,  así  estas  inicuas  escripturas  ensucian  y  per- 
vierten las  ánimas. 

Otro  modo  de  libros  malos,  escritos,  son  los  que 
tratan  cosas  falsas.  Y  si  la  falsedad  no  es  más  de  en 
materia  temporal,  llámanse  libros  mentirosos;  lo  cual 
basta  para  ser  muy  malos.  Porque  no  sólo  hacen  mal, 
y  grande,  en  hacer  perder  el  tiempo,  mas  en  ocuparlo 
en  mentira;  que,  aunque  sea  venial,  es  cosa  muy  abo- 
rrecida de  Dios,  y  a  él,  que  es  suma  verdad,  contraria. 
Es  la  mentira  tan  abominable,  aun  cuando  sea  en  ma- 
teria venial,  que  afirman  los  santos  doctores  no  ser 
lícito  mentir  por  salvar  la  vida  del  hombre.  Y  digo 
más;  que  ni  aun  por  salvar  la  vida  de  cuantos  hombres 
hay  en  el  mundo.  Y  añado  más:  que  ni  aun  por  salvar 
la  vida  eterna  de  todas  las  ánimas  nos  es  lícito  decir 
mentiras  útiles,  ¿cuanto  más  las  perjudiciales?  No  creo 
que  haya  otra  mayor  señal  de  ir  uno  camino  del  in- 
fierno, que  es  ser  mentiroso.  Y  por  tanto  dice  el  pro- 

1  Ps.  118,  35. 

2  Ps.  18,  8. 


7 


90 


Camino  del  cielo.    I.  Lección  divina 


feta,  hablando  con  nuestro  Señor  Dios:  Perderás  a  io- 
dos los  que  hablan  mentiraA  Y  nuestro  Señor  Dios  dice 
en  el  Evangelio,  hablando  del  Demonio:  Mentiroso  es, 
y  padre  de  mentira.^  Por  lo  cual,  hablando  el  mismo 
Señor  con  ciertos  inicuos,  que  sabía  que  habían  de  ser 
condenados,  les  dijo:  Que  eran  hijos  del  demoniOy  por- 
que eran  mentirosos,^  No  hay  mayor  señal  de  haber 
de  ser  condenado  alguno,  que  ser  hijo  del  demonio, 
pues  es  semejante  a  su  padre  y  ha  de  ser  su  heredero. 

Si  las  mentiras  son  en  materia  de  la  fe,  los  tales 
libros  se  llaman  y  son  erróneos  y  heréticos.  Éstos  son 
más  perjudiciales  y  pestilenciales  que  todos,  porque  pri- 
van a  los  hombres  del  primer  principio  y  medio  de  su 
conversión  a  Dios  y  salida  del  pecado,  privándoles  de 
la  luz  de  la  fe,  y  por  consiguiente,  del  conocimiento 
de  Dios,  que  es  principio  del  amor  y  temor  de  Dios, 
por  do  nos  convertimos  a  Dios.  Estos  tales  libros, 
erróneos  y  heréticos,  así  como  son  los  más  pestíferos, 
así  son  los  que  han  de  ser  más  evitados,  y  que  más  se 
debe  huir  de  ellos.  Por  lo  cual  dice  el  Apóstol  escri- 
biendo a  Tito:  Al  hombre  herético,  después  de  la  pri- 
mera y  segunda  amonestación,  evítalo;  porque  te  hago 
saber,  que  este  tal  está  ya  pervertido;  y  ha  caído  en 
delito,  y  está  por  su  propio  juicio  condenadoA 


1  Sap.  5,  7. 

2  lo.  8,  U. 

3  id.  ihíd. 

4  Tit.  3,  10. 


Capítulo  VII 


CUAN  GRANDES  MALES  SE  SIGUEN  DE  LOS 
LIBROS  DE  LOS  DEMONIOS 


E  darse  los  mundanos  a  leer  en  los  libros  susodí- 


JL^  chos  —  que  son  los  objetos  sensuales,  y  los  ins- 
trumentos de  los  juegos,  y  las  malas  compañías,  y  las 
escripturas  vanas  y  pestíferas  —  como  con  estos  tales  li- 
bros son  de  cada  día  más  hechizados  y  emponzoñados, 
de  aquí  es  que,  aunque  por  de  fuera  y  para  estas  cosas 
exteriores  y  viles  estén  vivos,  mas  interiormente,  en  sus 
ánimas,  están  y  andan  muertos  y  desalmados,  inútiles 
y  feos;  y  en  sus  costumbres,  corruptos;  y  a  los  otros, 
pestíferos.  Cuales  son  sus  ocupaciones,  tales  son  en  la 
vida,  y  tales  los  veréis  en  sus  costumbres.  Olvidados 
de  Dios  y  de  todos  sus  beneñcios,  tan  grandes  y  conti- 
nuos. Descuidados  de  su  celestial  reino,  por  el  cual  ha- 
bían de  suspirar  en  todo  tiempo.  Tan  sin  cuidado  y 
temor  de  la  muerte,  que  tan  presto  los  ha  de  arrebatar, 
y  del  inñerno  perdurable,  que  de  aquí  a  un  momento 
los  ha  de  tragar.  Aborrecedores  de  las  obras  de  miseri- 
cordia, que  los  podían  salvar.  Engolfados  en  las  cobdi- 
cias  destas  cosas  terrenas  y  transitorias  y  vacíos  de 
todas  las  perfecciones  y  consolaciones  divinas.  Y,  final- 
mente, privados  de  todas  las  virtudes,  llenos  de  vicios, 
cargados  de  pecados,  y  hechos,  no  cristianos  sino  anti- 
cristos, no  hijos  de  Dios  adoptivos,  más  hijos  del  demo- 
nio y  herederos  suyos. 

Pues,  como  una  de  las  principales  causas  y  raíces 
de  todos  los  males,  presentes  y  perdurables,  sean  estos 
libros  de  los  demonios,  ¡cuán  grande  mal  es,  que  así 
pública  y  tan  desordenadamente  se  hagan  e  impriman, 
vendan  y  compren  los  cristianos,  y  que  esta  pestilen- 
cia tan  grande  de  las  almas  se  consienta  a  ojos  vis- 


92 


Camino  del  cielo.    I.  Lección  divina 


tas  meter  en  los  pueblos  por  medio  de  los  demonios! 
Y  si  los  gobernadores  de  la  república  no  consienten 
entrar  en  sus  ciudades  las  ocasiones  de  la  pestilencia 
que  mata  los  cuerpos,  ¿cuánto  más  deben  procurar  de 
atajar  la  pestilencia  que  mata  las  ánimas? 

De  lo  dicho  se  sigue,  cuán  gran  servicio  harán  a 
nuestro  Señor  los  príncipes  cristianos  en  mandar  des- 
truir los  tales  libros,  no  solamente  los  heréticos,  mas 
también  los  carnales  y  sucios,  y  refrenar,  en  cuanto 
puedan,  los  instrumentos  de  los  juegos  susodichos. 

Deben  también  los  obispos,  y  todos  los  otros  prela- 
dos, procurarlo  con  los  Reyes  y  Príncipes  y  los  otros 
Señores  temporales  y  sus  Jueces,  y  hacer  gran  inquisi- 
ción por  sí  y  por  medio  de  otras  personas  virtuosas  y 
devotas,  para  hallar  estas  hierbas  pestilenciales,  y  des- 
arraigarlas de  sus  iglesias.  Deben  andar  personalmente 
a  procurar,  que  todas  sus  ovejas  vayan  por  lo  menos 
los  domingos  y  fiestas  a  oír  la  misa  y  lección  divina,  y 
tomar  el  pasto  de  su  ánima,  que  es  la  santa  doctrina, 
haciéndoles  oír  los  sermones  de  los  predicadores,  y 
para  esto,  ir  ellos  mismos  o,  si  no  pudieren,  enviar  per- 
sonas idóneas  que  vayan  los  tales  días  por  las  calles  y 
plazas,  y  aun  por  las  tabernas,  para  que  lleven  delante 
sí  a  todos  los  que  hallaren,  compeliéndolos  a  entrar 
en  el  paraíso,  como  dice  el  santo  Evangelio:  Porque 
mejor  les  será  entrar  cuasi  por  la  fuerza  en  el  cielo, 
que  caer  de  su  grado  en  el  infierno,'^ 

Deben  también  los  obispos  y  los  otros  prelados,  si 
quieren  ser  salvos,  procurar  cuanto  puedan,  de  nunca 
salir  de  sus  obispados,  y  de  estar  entre  sus  ovejas,  pro- 
curando cuanto  pudieren  de  conocerlas  en  particular  a 
cada  una  de  todas,  y  tenerlas  escritas  para  llamarlas. 
Porque,  como  dice  nuestro  Señor  en  el  Evangelio,  El 
buen  pastor  a  sus  propias  ovejas  llama  por  sus  nom- 
bres, y  va  delante  de  ellas,^  por  el  ejemplo;  y  con  la  doc- 
trina les  da  pasto,  y  por  todas  las  vías  que  puede  las 
lleva  delante  sí,  encaminándolas  al  cielo.  Y  cuando  los 
pastores  esto  hacen,  las  ojevas  los  oyen  y  los  siguen. 
Deben  también  tener  gran  cuidado  en  hacer  que  todos 
los  curas  estén  en  sus  iglesias;  y  para  esto,  que  no  ten- 
gan más  beneficios  de  que  puedan  residir  y  ser  mante- 

1  Le.  H,  23. 

2  lo.  10,  11. 


C.  7.    Daños  de  los  malos  libros 


93 


nidos,  quitada  toda  pompa  y  superfluidad  mundana. 

Deben  también  hacer  a  los  dichos  curas,  que  en 
todas  las  fiestas,  en  acabando  de  Vísperas,  hagan  venir 
a  la  Iglesia  a  todas  sus  ovejas  y  estar  allí  por  lo  menos 
una  hora  entera,  en  la  cual  les  enseñen  la  doctrina 
cristiana  a  todos  los  que  fuere  necesario,  así  a  los  gran- 
des como  a  los  pequeños.  Y  ellos,  y  otras  personas  idó- 
neas que  tengan  para  que  en  esto  les  ayuden,  les  ense- 
ñen cómo  se  han  de  confesar,  y  cuándo  y  cómo  buscar 
a  Dios.  Y  les  hablen  un  rato  del  reino  del  cielo,  que 
han  de  estar  siempre  esperando,  y  para  el  cual  son 
criados.  Y  de  los  medios  que  han  de  tener  para  alcan- 
zarlo, informándolos  para  esto  de  las  dos  vidas,  activa 
y  contemplativa,  que  han  de  tener  juntas,  y  cómo  se 
incluyen  en  los  dos  mandamientos,  que  contienen  to- 
dos los  otros,  que  son  el  amor  de  Dios  y  del  prójimo. 
Y  cómo  el  que  tiene  verdadero  amor  de  Dios  no  puede 
estar  sin  la  contemplativa,  y  el  que  el  amor  del  prójimo 
sin  la  activa. 

Deben  también  procurar  que  no  haya  casa  de  nin- 
gún cristiano  do  no  tengan  y  lean  cada  día  algún  libro 
bueno  y  devoto,  mandándoselo  comprar  a  los  que  pue- 
den, y  comprándoselo  ellos  a  los  pobres,  que  para  ello 
no  alcanzan.  Y  velar  mucho  en  saber  que  se  lea  cada 
día  la  santa  lección,  a  lo  menos  una  vez  al  día,  pues  es 
comida  necesaria  del  alma.  Porque  ya  que  no  oyen, 
como  en  los  tiempos  antiguos,  en  cada  día  sermón, 
supla  algo  desto  la  cotidiana  lección. 


Capítulo  VIII 


DE  LOS  LIBROS  DE  DIOS,  Y  PRIMERAMENTE 
DE  LA  UTILIDAD  QUE  SE  SIGUE  DE 
LEER  EN  ELLOS 


os  frutos  que  conseguirá  toda  alma  que  tuviere  por 


cotidiano  ejercicio  leer  con  santa  intención  en  los 
libros  de  Dios,  santos  y  devotos,  no  se  lo  sabré  explicar 
con  mi  pluma  ni  lengua,  mas  dárselos  ha  a  entender  y 
gozar  la  experiencia.  Porque  la  lección  devota  y  fre- 
cuentada es  en  sí  obra  muy  sabrosa,  y  juntamente  me- 
ritoria. Quita  la  ociosidad,  que  es  madre  de  todos  los 
males.  Destierra  los  malos  pensamientos.  Cierra  la  puer- 
ta a  las  palabras  dañosas  y  ociosas.  Pone  freno  a  las 
obras  ilícitas.  Es  muy  especial  remedio  contra  el  vicio 
de  la  carne.  Deshace  la  soberbia.  Destruye  la  envidia. 
Amansa  la  ira.  Hace  olvidar  la  gula.  Arranca  la  accí- 
dia.  De  las  prosperidades  vanas  del  mundo  da  menos- 
precio, y  en  las  adversidades  da  consuelo.  Aumenta  de 
cada  día  más  el  conocimiento  de  Dios,  y  de  los  bienes 
y  males  eternos.  Causa  muchos  buenos  pensamientos,  y 
hace  que  sean  frecuentados.  Engendra  temor  del  infier- 
no, y  cobdicia  santa  del  cielo,  y  disposición  e  inclinación 
al  amor  divino. 

Para  que  este  ejercicio  sea  fructuoso,  has  de  leer  u 
oír  la  buena  plática  o  lección  con  toda  atención  y  santa 
intención  y  devoción.  Y  lo  mismo,  cuando  oyes  algún 
sermón.  Aprovechará  mucho  para  tener  esta  disposi- 
ción necesaria,  y  conseguir  el  fruto  de  ella,  que  pidas 
en  el  principio  el  favor  divino  con  alguna  breve  ora- 
ción, aunque  no  sea  sino  una  sola  palabra  con  el  co- 
razón dicha.  Después  de  haber  leído  u  oído,  hacer  otro 


C.  9.    Utilidad  de  los  buenos  libros 


95 


tanto,  pidiendo  que  no  seas  ingrato  al  don  que  con  la 
santa  doctrina  te  es  dado. 

Has  también  de  procurar  que  este  santo  y  divino 
manjar,  que  recibes,  lo  masques  con  el  pensamiento,  y 
lo  retengas  en  el  estómago  de  tu  alma,  que  es  la  memo- 
ria. Porque  así  como  aprovecharía  poco  o  nada,  al 
que  comiendo  el  manjar  corporal  lo  lanzase  presto,  así 
este  manjar  salutífero  a  quien  luego  pusiere  en  olvido 
lo  bueno  que  ha  oído  o  leído.  Aprovecha  mucho,  y 
puede  también  ayudar  a  la  memoria  y  entendimiento, 
platicar  i  así  de  las  cosas  oídas  o  leídas,  y  preguntarlas 
y  conferirlas  con  personas  idóneas  y  al  santo  propósito 
unidas. 


1    2.a  ed.:  practicar,  regionalismo  andaluz  por  platicar. 


Capítulo  IX 


CUALES  LIBROS  DEBEN  SER  ELEGIDOS 
PARA  LEER 

Los  libros  que  deben  usar  y  frecuentar  las  personas 
no  letradas  ni  latinas,  son  los  que,  en  nuestro  vulgar 
romance  traducidos,  no  solamente  alumbran  el  enten- 
dimiento para  conocer  las  cosas  de  Dios,  mas  junta- 
mente inflaman  el  afecto  al  temor  y  amor  divino,  como 
son:  el  texto  del  Santo  Evangelio,  el  Vita  Christi  del 
Cartujano,  el  Vitas  patrum,  las  Meditaciones  de  nues- 
tro padre  San  Agustín;  el  Soliloquio  y  otros  libricos  de 
San  Buenaventura;  el  Contemptus  Mundi,  el  Flos  Sanc- 
torum,  y  otros  semejantes. 

Para  los  que  son  doctos,  son  innumerables  los  que 
están  escritos;  mas  los  que  me  parecen  más  fructuosos 
son:  la  Sagrada  Escritura,  con  su  glosa  ordinaria;  los 
sagrados  doctores  antiguos,  como  son,  nuestro  Padre 
San  Agustín,  San  Jerónimo,  San  Ambrosio,  San  Grego- 
rio, Crisóstomo  y  Cipriano;  las  Obras  de  Ricardo  de 
Santo  Victore,  San  Bernardo,  San  Buenaventura.  Y  en- 
tre los  escolásticos,  Santo  Tomás,  cuya  doctrina  es  só- 
lida, copiosa  y  muy  fructífera.  Y  aunque  sea  apacible 
a  algunos  discurrir  por  muchos  y  diversos  doctores, 
tengo  por  más  fructuoso  elegir  pocos  y  darse  bien  a 
ellos,  que  no  derramarse  por  muchos,  impidiendo  el 
tiempo  para  los  más  provechosos. 

Y  aunque  la  doctrina  de  los  sobredichos,  y  de  otros, 
sea  muy  buena;  mas  la  que  me  parece  más  útil  y  salu- 
tífera es  la  de  San  Agustín  nuestro  padre,  doctor  y 
padre  de  todos.  Porque  ésta  tiene  virtud  singular  para 
alumbrar  y  para  inflamar.  Enseña  la  materia  y  da  la 
forma.  Trata  de  todas  las  cosas,  y  radicalmente  trata- 


C.  9.    Lista  de  buenos  libros 


97 


das;  ilustra  copiosamente  con  lo  que  ha  escrito,  deleita 
con  el  estilo,  mueve  con  el  espíritu.  Y  aunque  todas 
sus  obras  son  divinas,  las  que  parecen  más  saludables 
son:  la  Exposición  sobre  los  Evangelios,  la  Exposición 
sobre  las  Epístolas  Apostólicas,  que  se  llama  la  "Re- 
colecta de  Beda";  aunque  toda  aquella  obra  es  de  San 
Agustín  nuestro  padre;  sino,  que  Beda  la  sacó  de  di- 
versas partes  de  los  libros  del  mismo  padre  nuestro,  y 
las  recoligió  en  un  libro;  de  lo  cual  podrá  el  prudente 
lector  colegir  cuán  excelente  sea  la  doctrina  deste  tra- 
tado, pues  un  tan  gran  doctor,  como  es  Beda,  tomó 
tan  gran  trabajo  por  copilarlo.  También  es  cosa  de 
incomparable  utilidad  la  Exposición  del  mismo  nues- 
tro Padre  San  Agustín  sobre  los  Psalmos,  llamada  Quin- 
cuagenas, la  cual  en  singular  manera  enciende  y  alum- 
bra los  entendimientos,  y  se  imprime  en  las  entrañas. 


Capítulo  X 


QUE  A  TODOS,  Y  ESPECIALMENTE  A  LOS 
PRINCIPES,  ES  MUY  NECESARIA  LA  FRECUEN- 
TACION DE  LA  SANTA  LECCION.  Y  DE  UN 
GRAN  LIBRO  POR  LA  MANO  DE  DIOS,  EN  QUE 
TODOS  PUEDEN  Y  DEBEN  LEER  CADA  DIA  Y 


INGUNA  persona,  por  ocupada  que  sea  —  como 


X  N  lo  es  el  Rey  y  el  Príncipe  y  cualquier  Señor  o  Juez 
temporal  o  de  cualquier  otro  estado  o  condición  que 
sea — ,  debe  dejar  de  leer,  por  lo  menos  una  vez  al  día, 
en  algún  libro  devoto,  si  quiere  aprovechar  en  este 
primer  Ejercicio,  que  pone  al  hombre  en  el  camino  del 
cielo.  Y  el  Rey  o  Príncipe,  y  cualquiera  Juez,  tiene 
más  necesidad  que  otro  de  leer  cada  día  en  algún  libro 
santo,  porque,!  alumbrada  su  ánima  con  la  luz  de  la 
lección  divina  y  fortificada  con  este  manjar  espiritual, 
no  caiga,2  más  que  otro,  entre  los  negocios;  en  los 
cuales  suele  peligrar  la  piedad,  y  seguirse  mayor  des- 
cuido de  lo  divino,  con  la  mayor  ocupación  temporal. 
Y  por  esto,  tiene  mayor  necesidad  de  abrazarse  más 
con  las  cosas  que  le  causen  memoria  e  inclinación  a 
las  cosas  divinas,  como  lo  hacen  las  lecciones  santas, 
con  las  cuales  se  podrá  conservar  y  aumentar  en  el 
amor  de  Dios,  y  ser  también  habilitado  y  enderezado 
y  favorecido  para  responder  mejor  a  su  vasallo  o  súb- 
dito,  y  satisfacer  a  su  prójimo,  y  despachar  recta  y  de- 
rechamente todo  negocio. 

De  aquí  es,  que  queriendo  nuestro  Señor  enseñar 
todo  esto,  y  dar  a  entender  la  especial  y  mayor  nece- 

1  porque,  e.  e.,  para  que.  Construcción  frecuente  en  loa  clá- 
sicos. 

2  no  caiga,  e.  e.,  no  sucumba  bajo  el  peso  de  los  negocios. 


EN  CADA  HORA 


C.  10.    Un  libro  para  ignorantes 


99 


sidad  que  tienen  los  Reyes,  Príncipes  y  Jueces  de  leer 
cada  día  en  la  Escriptura  santa,  dice  así,  en  el  Deute- 
ronomio:  Después  que  el  Rey  comenzare  a  reinar,  ten- 
drá consigo  el  libro  de  la  ley  de  Dios,  y  leerlo  ha  todos 
los  días  de  su  vida,  para  que  aprenda  a  temer  a  Dios 
y  guardar  sus  palabras,  y  para  que  no  se  ensoberbezca 
sobre  sus  hermanos,  ni  decline  a  la  diestra  ni  a  la  si- 
niestra,^ Y  a  Josué,  cuando  fué  hecho  príncipe  de  Is- 
rael, le  dijo  Dios:  No  se  aparte  de  tu  boca  el  libro  de 
mi  ley;  mas  meditarás  en  él  días  y  noches,  para  que 
guardes  y  cumplas  todas  las  cosas  que  en  él  son  es- 
critas.'^ 

Mas  el  que  no  supiere  leer,  ni  tuviere  hijo  o  criado, 
vecino  o  amigo,  que  le  lea,  o  con  quien,  en  lugar  de 
esto,  platique  de  la  bondad  y  obras  maravillosas  de 
nuestro  Señor  Dios,  lea  este  tal,  y  cualquier  otro,  el 
gran  libro  por  la  mano  divina  escrito,  que  es  todo  este 
visible  mundo;  considerando  la  sabiduría  y  potencia  y 
bondad  del  que  lo  ha  hecho  y  criado,  y  el  amor  de 
quien  tantos  bienes  y  dones  le  envía  en  todo  momento. 
Esto  podrá  leer  en  cada  hierbecita  y  avecica  y  pececico 
y  en  cualquier  animal,  grande  o  mínimo,  y  con  mirar 
en  los  cielos  y  elementos,  y  en  cualquier  cosa  que  está 
en  ellos. 

Esta  lección  leía  y  nos  enseñaba  el  profeta,  cuando 
decía:  Los  cielos  cuentan  la  gloria  de  Dios  y  el  fir- 
mamento anuncia  las  obras  de  sus  manos.^  De  esta 
lección  no  hay  ninguno  que  se  excuse,  porque  no  hay 
quién  la  ignore.  Y  si  a  ella  no  advierte,  es  por  su  cul- 
pa, que  lo  pervierte.  Y  esto  es  lo  que  el  mesmo  sal- 
mista añade  luego,  diciendo:  No  son  sus  pláticas  y  pa- 
labras —  conviene  a  saber,  de  los  cielos  —  tales,  que 
no  puedan  y  deban  ser  oídas  de  todosA  De  ésta  puede 
y  debe  gozar,  así  el  idiota  como  el  letrado,  en  todo  tiem- 
po; y,  también,  en  todo  lugar,  a  doquier  que  se  halla- 
re: en  la  Iglesia,  en  su  casa,  en  el  camino,  en  la  huerta, 
en  la  villa  o  tierra,  en  la  calle,  en  la  plaza,  en  el  campo 
y  en  el  pueblo. 

Dos  lecciones  debe  leer  cada  día  en  este  libro  todo 

1  Deut.  17,  11. 

2  Jo8.  J,  8. 

3  Ps.  18,  2. 

4  Ps.  18,  6. 


100 


Camino  del  cielo.    I.  Lección  divina 


hombre  que  se  quisiere  salvar.  La  una,  considerando 
profundamente  la  inmensa  bondad,  caridad  y  benigni- 
dad de  nuestro  Señor  Dios,  que  tanto  nos  ama;  pues, 
en  todo  lugar  y  en  todo  momento  nos  está  dando  tan- 
tos bienes,  y  enviando  sin  cesar  tantos  dones,  como 
son  todas  estas  criaturas  terrenales  y  celestiales  que  go- 
zamos, y  las  virtudes  naturales  y  propiedades  y  delec- 
taciones que  pone  en  ellas;  las  cuales  todas  ha  criado 
y  cría  y  conserva  por  enviarnos  siempre  tantos  dones, 
por  el  puro  amor  con  que  nos  ama,  como  adelante 
diremos.  1  ¡Cuán  grandes  voces  nos  dan  todos  estos 
bienes  —  que  continuamente  nos  envía  — ,  manifestán- 
donos con  ellos  la  bondad  y  amor  con  que  nos  los  da!; 
pues,  los  dones  son  manifestativos  del  amor  de  quien 
son  enviados,  mayormente  de  aquel  que  no  puede  pre- 
tender interés;  sino,  que  lo  da  todo  con  amor  puro, 
como  lo  es  nuestro  Señor  Dios,  que,  en  amor  y  toda 
virtud  y  todo  bien,  es  inmenso. 

La  segunda  lección  que  nos  ofrece  todo  este  mun- 
do, es  el  rigor  inñexible  e  incomparable  de  la  justicia 
divina  y  de  su  ira  y  severidad  infinita.  Esto  nos  están 
siempre  diciendo  a  grandes  voces  el  cielo  y  la  tierra, 
y  todas  las  cosas  que  son  en  los  elementos  y  en  los 
cielos.  Porque,  como  representen  ser  infinitamente  po- 
deroso y  bueno  y,  por  consiguiente,  justo,  Aquél  que 
de  nada  las  ha  criado;  y  tanto  sea  mayor  la  ofensa, 
cuanto  es  mayor  el  ofendido  y  menospreciado;  y  tanto 
mayor  la  ingratitud,  cuanto  más  y  mayores  bienes  nos 
ha  dado;  como  no  sea  —  según  notamos —  menos  jus- 
to que  poderoso,  pues  en  toda  virtud  es  infinito;  de 
aquí  se  sigue  y  se  aprende  que,  cuando  el  pecador  obs- 
tinado llega  al  punto  de  su  juicio,  si  con  tiempo  y 
muy  de  veras  no  se  hubiere  a  Dios  convertido,  ha  de 
ser  con  rigor  de  infinita  justicia  condenado. 

A  esta  lección  nos  quiere  especialmente  mover  el 
cielo,  si  bien  miramos  en  algunas  de  sus  estrellas,  que 
son  como  letras  en  él  escritas.  Porque  con  algunas  de 
sus  estrellas  nos  está  siempre  avisando  y  amenazando 
con  grandes  voces.  Y  para  que  más  claramente  enten- 
damos esto,  dime:  ¿Qué  2  es  la  causa  por  qué  en  el 

1  i.«  ed.:  como  adelante  más  extensamente  diremos. 

2  Qué  Tpor  cuál;  frecuente  en  los  clásicos. 


C.  10.    Un  libro  para  ignorantes 


101 


norte  está  aquella  figura,  con  ciertas  estrellas  figurada, 
en  forma  y  manera  de  bocina?  ¿Por  qué  puso  allí  nues- 
tro Señor  Dios  esta  señal  de  la  bocina,  más  que  otra 
señal  alguna?  Si  quieres  saber  el  porqué,  oye  lo  que 
dice  el  apóstol,  hablando  del  día  del  juicio:  Descende- 
rá el  Señor  a  juzgar  el  mundo  llevando  delante  sí  una 
trompeta,  o  bocina,  con  que  un  arcángel  llamará  a  to- 
dos; y  luego  serán  resucitados,  y  a  su  juicio  traídos.'^ 
Y  él  mismo  dice  en  otra  parte:  Sonará  la  bocina,  y 
resucitarán  los  muertos.'^ 

De  esta  bocina  dice  San  Jerónimo  tener  tan  gran 
miedo,  que  siempre  le  parecía  que  le  estaba  sonando 
a  las  orejas.  Pues,  si  a  un  San  Jerónimo,  con  toda  su 
penitencia  y  santidad,  era  cosa  temerosa;  ¿cuánto  debe 
ser  cosa  más  espantosa  a  los  que  están  envueltos  en 
sus  vicios,  y  engolfados  en  cobdicias  y  suciedades  in- 
numerables, pues  de  aquí  a  poco  los  han  de  llamar  a 
todos  a  aquel  juicio  de  Dios,  espantoso,  en  el  cual  se 
han  de  salvar  pocos;  y  todos  los  otros  han  de  ser  con- 
denados a  ser  privados  del  paraíso,  y  ser  lanzados  en  el 
profundo  infierno,  a  do  vivos  en  ánima  y  cuerpo  ardan 
de  pies  a  cabeza  en  el  fuego,  sin  ningún  refrigerio  ni 
término? 

Esto  es,  pues,  lo  que  nos  dice  la  bocina,  que  está 
en  el  Norte;  la  cual  siempre  sin  parar  está  dando 
vueltas,  con  las  cuales  están  medidos  y  se  pasan  nues- 
tros días.  Dícenos,  pues,  la  bocina  con  esta  su  señal  y 
continuas  y  ligeras  revoluciones,  que  en  dando  tantas 
vueltas  —  que  se  acabarán  presto  —  seremos  llama- 
dos a  juicio.  Esto  nos  quiere  dar  a  entender  el  profeta 
Moisén,  a  do  dice:  Cerca  está  el  día  de  la  perdición,  y 
los  tiempos  se  dan  prisa  a  llegar  y  acabar.  Juzgará  el 
Señor  a  su  pueblo,  y  en  sus  siervos  habrá  misericordia.^ 
De  do  se  infiere,  que  todos  los  demás  —  quiero  decir, 
los  que  no  fueren  sus  verdaderos  siervos  — ,  caerán  en 
el  piélago  de  su  justicia  inmensa.  De  esto  nos  avisa 
también  en  otra  parte  la  santa  Escriptura,  donde  dice: 
Si  el  justo  apenas  se  salvará,  el  malo  y  el  pecador  ¿adon- 
de aparecerán?  ^ 

1  1  Thes.  4,  16. 

2  1  Cor.  15,  52. 

3  Deut.  32,  26. 

4  1  Petr.  Jf,  18. 


102 


Camino  del  cielo.    I.  Lección  divina 


Por  cierto,  si  profundamente  pensamos  cada  día, 
como  debemos,  en  aquel  final  juicio,  siempre  y  en  toda 
hora  nos  sonará  aquella  bocina,  y  oiremos  su  clamor 
espantoso.  Mas  si  en  todo  esto  alguno  se  descuida,  pa- 
reciéndole  que  está  lejos  el  día  del  juicio  universal, 
mire  bien  cómo  esta  misma  bocina  del  Norte  le  está 
siempre  llamando  al  juicio  cercano  y  particular.  Por- 
que en  dando  tantas  vueltas,  o  tantas  y  cierta  parte  de 
otra  —  las  cuales  son  pocas  y  con  incomparable  velo- 
cidad dadas — ,  en  llegando  la  bocina  con  ellas  a  tal 
punto,  ha  de  ser  el  último  punto  de  nuestra  vida,  en  el 
cual  nos  ha  de  arrebatar  la  muerte.  Este  último  punto 
de  la  vida  de  cada  uno,  aunque  sea  al  cabo  de  todo  lo 
que  naturalmente  podemos  vivir,  será  muy  presto;  por- 
que toda  nuestra  vida  es  como  un  momento;  y  después 
de  pasada,  le  parecerá  a  cada  uno  como  un  punto  y 
como  si  nunca  hubiera  sido,  o  como  un  sueño  bre- 
vísimo. 

Esto,  si  bien  sintiésemos,  debería  bastar  a  menos- 
preciar todos  estos  placeres  vanos  de  este  mundo  que 
tan  presto  se  pasa  y  perece,  y  convertimos  al  amor  de 
Aquél  que  es  sumo  bien  y  siempre  permanece.  Por  esto, 
el  profeta,  hablando  con  Dios  dice:  Dijiste:  Convertios, 
hijos  de  los  hombres;  porque  mil  años  delante  tus  ojos 
son  como  el  día  pasadoA  Pues,  si  mil  años  ¿cuánto 
más  los  nuestros,  que,  como  dice  el  profeta  mismo:  re- 
gularmente son  setenta,  y  en  los  de  gran  sujeto,  ochen- 
ta; y  si  algún  poco  más  dura  la  vida,  es  trabajo  y  dolor.^ 
Pues  si  toda  esta  vida  es  un  momento,  aunque  durase 
todo  lo  que  naturalmente  dura,  ¿cuánto  más,  que  mu- 
chas veces  arrebata  a  muchos  en  medio  de  sus  días,  y 
a  otros  antes,  y  su  hora  última  a  cada  uno  es  incierta? 
En  cuánto  temor  debe  cada  uno  estar,  pues  no  sabe  la 
hora,  ni  el  momento  en  que  la  muerte  le  ha  de  arre- 
batar. 

Esto  es  lo  que  nos  enseña  nuestro  Señor  en  el  Evan- 
gelio, diciendo:  Estad  siempre  aparejados,  porque  a  la 
hora  que  no  pensáis  seréis  llamados.^  Llamados,  dice, 
a  este  particular  juicio,  que  es  en  la  muerte.  ¡Juicio 

1  Ps.  89,  4. 

2  Ps.  89,  10. 

3  Mt.  2h,  JtU. 


C.  10.    Un  libro  para  ignorantes 


103 


tan  temeroso!,  ¡negocio  de  tanto  peso!,  pues,  en  el  es- 
tado que  al  hombre  halla,  le  arrebata  y  da  con  él  en 
un  momento  en  el  cielo  o  en  el  infierno!  Y  esto,  para 
que  esté  allí  gozando  o  penando  el  espíritu  hasta  que 
llegue  el  otro  juicio  universal,  a  do,  con  el  mismo  cuer- 
po, sea  hecho  bienaventurado  o  lanzado  en  el  infierno, 
a  ser  ^  en  el  ánima  y  en  este  cuerpo  tan  flaco  conde- 
nado y  metido  en  el  fuego  y  sin  fin  abrasado. 

¡Oh  profunda  ceguedad  de  los  que  temen  los  males 
livianos  y  momentáneos  de  esta  vida,  y  tienen  menos  te- 
mor de  su  condenación  eterna!  ¡Oh,  cuán  crueles  e  in- 
sensatos hacen  a  los  malos  sus  pecados,  pues  así  les 
quitan  el  temor  y  cuidado  de  no  perder  el  cielo  y  caer 
a  deshora  en  el  profundo  del  infierno! 

Si  bien  lo  sintiésemos,  no  habríamos  de  poder  su- 
frir entender  en  otro  negocio.  Ni  debe  ni  cumple  a  al- 
guno tener  otro,  sino  este  único.  Y  si  algún  otro  se 
ofrece,  débese  de  huir,  sino  fuere  a  éste  subordinado, 
so  pena  de  falta  de  seso.  Danos,  pues,  nuestro  Señor 
Dios  continuas  voces  con  esta  señal  de  la  bocina,  que 
ha  puesto  y  vemos  en  el  cielo,  si  leemos  en  sus  letras, 
que  son  aquéllas  sus  estrellas  y  señales  que  figuran  la 
señal  suya,  la  cual  cada  noche  debe  todo  cristiano  mi- 
rar, y  leer  esta  lección  que  nos  dice,  considerando  pro- 
fundamente este  juicio,  así  universal  como  particular, 
al  cual  nos  llama. 

Mas,  como  sea  cosa  en  que  tanto  nos  va,  negocio 
que  tanto  nos  importa,  en  cuyo  respecto  todo  lo  otro, 
cuanto  hay  en  el  mundo,  no  importa  nada;  como  sea 
cosa  en  que  nos  importa  la  vida  y  vida  eterna,  o  la 
pérdida  de  ella  y  la  caída  en  la  condenación  perdurable, 
y  tenga  nuestro  Señor  tanta  gana  de  nuestra  salvación, 
si  con  nuestra  maldad  no  le  cerramos  la  puerta;  de 
aquí  es,  que  no  se  contentó  de  llamarnos  con  bocina 
desde  el  cielo,  mas  tiene  otras  muchas  bocinas  con  que 
nos  llama  frecuentemente  acá  en  la  tierra.  ¿Qué  otra 
cosa  son  las  campanas  de  las  iglesias,  sino  bocinas  de 
Dios?  ¿Y  qué  otra  cosa  nos  dice  por  ellas,  cuando  ta- 
ñen por  los  difuntos?  ¿Qué  otra  cosa  nos  está  diciendo 
a  grandes  voces,  sino  lo  que  dice  el  común  proverbio: 
Cuando  vieres  la  barba  de  tu  vecino  pelar,  echa  la  tuya 


1    a  ser,  e.  e.,  para  ser. 


104  Camino  del  cielo.    I.  Lección  divina 

en  remojol  ¡Muy  remojada  la  debería  tener  cada  uno 
de  nosotros  con  el  agua  caliente  de  las  lágrimas  de  la 
contrición,  que  procede  del  ferviente  amor  divino!  Por- 
que, si  así  no  estuviere  bien  remojada,  será  muy  penosa 
de  arrancar. 

¡Oh,  cuán  difícil  y  penosa  cosa  le  es  al  alma  del 
malo,  que  ansí  no  ha  hecho  con  tiempo  dignos  frutos 
de  penitencia,  cuando  le  arranquen  el  alma,  y  la  apar- 
ten de  esta  carne  que  tanto  amaba,  y  se  vea  privar  de 
todo  lo  de  este  mundo,  que  solamente  deseaba  y  go- 
zaba, y  se  sienta  llevar  de  los  demonios  a  meter  en 
aquella  damnación  tan  horrenda  y  eterna!  ^  ¿Por  qué, 
veamos,2  hacemos  tan  poco  caso  de  lo  que  Dios  nos 
dice  con  estas  bocinas,  pues  nos  llama  y  amonesta  con 
ellas  con  voces  tan  dignas  de  ser  oídas?  ¿Cómo  no  nos 
hacen  temblar  las  carnes  las  voces  de  estas  señales? 

Lo  que  siento  de  esto  es,  que  los  que  no  están  en 
continuo  cuidado,  temor  y  temblor  con  las  voces  de  estas 
bocinas,  es  porque  no  tienen  orejas  para  oírlas.  Por- 
que, dado  que  las  oigan  con  las  orejas  del  cuerpo,  fál- 
tanles  las  interiores  del  espíritu.  Por  lo  cual  dice  nues- 
tro Señor  Dios  en  el  Evangelio:  El  que  tiene  orejas  para 
oír,  oiga.^  Y  el  espíritu  Santo  nos  dice  por  San  Juan  en 
el  Apocalipsis:  El  que  tiene  orejas  para  oír,  oiga.  "De 
aquí  se  sigue,  que  todos  los  malos,  que  tantas  y  tan 
grandes  voces  no  oyen,  andan  sin  orejas.  En  esto  incu- 
rren con  justa  causa;  y  es,  por  ser,  como  son,  ladrones. 

Porque  si  miramos,  hurto,  según  su  deñnición,  no 
es  otra  cosa  sino  contratar  la  cosa  ajena  contra  la  vo- 
luntad de  su  señor,  y  esto  hacen  todos  los  malos  a  cada 
paso.  Porque  todas  las  cosas  que  tienen  son  de  Dios, 
que  se  las  presta  para  esta  vida,  para  que  usando  de 
ellas,  según  su  divina  voluntad,  ganen  la  vida  eterna. 
Mas  el  pecador,  ingrato,  usa  contra  la  voluntad  de 
Dios  de  los  ojos,  que  le  ha  dado,  viendo  con  ellos  lo 
que  Dios  no  quiere  que  vea;  y  de  las  orejas,  oyendo 
lo  que  Dios  no  quiere  que  oiga.  Eso  mismo  dígase  de 
todas  las  otras  potencias  exteriores  e  interiores,  y  de 
todas  las  cosas  que  goza  con  ellas. 

1  ed.:  tan  eterna.  Parece  omis.  de  imprenta. 

2  veamos,  e.  e.,  en  efecto. 

3  Le.  8,  8. 

4  Apoc.  2,  7. 


Capítulo  XI 


DE  OTRA  LECCION   DE  GRANDE  UTILIDAD 
QUE  NOS  OFRECE  ESTE  GRAN  LIBRO  POR  LA 
MANO  DE  DIOS  ESCRITO 


ANNOS  también  lección  por  otra  vía  las  letras  y 


I  ^  señales  de  este  libro,  que  son  todas  las  cosas  de 
este  mundo.  Y  esto,  así  con  los  males  como  con  los 
bienes,  si  bien  los  miramos  y  con  profunda  atención 
leemos  en  ellas.  Los  bienes,  considerando  cómo  en  el 
cielo  podemos  tener  presto  todos  juntos  y  en  puro 
grado;  y  esto,  puede  aprovechar  mucho  para  aumentar 
el  deseo  del  paraíso.  Los  males,  porque  también  se  pa- 
decen puros  en  el  otro  mundo;  y  esto,  despierta  en  gran 
manera  para  temer  el  infierno. 

Para  leer  bien  esta  lección,  hemos  de  mirar  atenta- 
mente todas  las  cosas  apacibles  y  aborrecibles,  cuando 
se  nos  ofrecen,  y  mirar  y  leer  cada  una  por  esta  vía. 
¿Ofrécesenos  una  persona  de  amable  conversación?  Ha- 
bemos  luego  de  leer  lo  que  nos  dice  aquella  letra  de  este 
libro  de  las  criaturas,  y  ver  lo  que  nos  significa  aquella 
criatura,  sabia  y  amorosa;  porque,  con  su  dulce  conver- 
sación nos  está  diciendo  a  cada  uno:  Si  esta  conversa- 
ción mía  te  es  deleitable  en  este  valle  de  lágrimas,  a  do 
toda  persona  está  llena  de  tantos  defectos  y  miserias 
corporales  y  espirituales,  ¡cuánto  más  dulce  te  será  la 
conversación  de  una  de  las  personas  celestiales! 

Si  se  te  ofrece  un  hombre,  malo,  necio  y  malicioso, 
ingrato  y  cruel  enemigo:  oye  lo  que  te  dice  esta  letra, 
que  es  decir:  ¡cuán  penosa  será  la  compañía  de  los  de- 
monios y  dañosos  en  el  infierno!  Cuando  vemos  el 
fuego  de  este  mundo,  que  sabemos  que  en  tocándole 
de  tan  grande  aflicción  y  tormento,  leer  luego  en  él: 


106 


Camino  del  cielo.    I.  Lección  divina 


¡cuánto  será  penoso  el  infernal  fuego!  Cuando  vemos 
una  persona  hermosa  en  esta  tierra  y  vida  corruptible, 
leer  luego  en  ella:  ¿cuál  será  la  hermosura  de  las  que 
moran  en  la  celestial  patria?  Cuando  se  nos  ofrece  al- 
guna huerta  delectable  de  este  mundo,  leer  luego  en 
ella:  ¿cuál  será  la  huerta  y  recreaciones  del  paraíso? 
Lo  mesmo  cuando  oímos  alguna  música  suave,  o  gus- 
tamos algún  manjar  o  licor  sabroso,  o  al  contrario. 
Y  cualquier  otra  cosa,  que  se  perciba,  o  sienta  con  los 
sentidos,  si  es  conveniente,  mira  cuánto  más  lo  será 
en  el  cielo;  si  es  desconveniente,  lee  y  entiende  cuánto 
más  lo  será  en  el  infierno. 

Mas  estas  lecciones  no  las  leen  ni  oyen  los  malos, 
porque  de  ellos  está  escrito  por  el  profeta:  Ojos  tienen 
y  no  ven,  y  orejas  y  no  oyenA  Y  Esaías  dice:  Ciega, 
Señor,  el  corazón  deste  pueblo,  y  agrava  sus  orejas, 
porque  viendo  no  vean  y  oyendo  no  entiendan,'^  Esto 
es  ansí.  Porque,  dado  que  tienen  ojos  y  orejas  en  el 
ánima  para  ver  y  oír  —  quiero  decir,  para  entender  — 
las  cosas  del  mundo,  mas  no  las  tienen  para  las  cosas 
de  Dios.  De  aquí  es  que,  como  andan  ciegos  por  sus 
pecados,  a  cada  paso,  ofrecida  la  tentación,  tropiezan 
y  caen  en  los  vicios.  Y  como  andan  delante  de  Dios 
sin  orejas,  sordos,  al  primer  hurto  en  que  los  ase  la 
justicia  divina,  son  ahorcados,  y  en  la  horca  perpetua 
del  infierno  puestos,  cuando,  al  punto  que  menos  pien- 
san, son  de  la  muerte  arrebatados. 

Pues,  el  que  dignamente  se  ejercitare,  como  hemos 
dicho,  en  este  escalón  de  la  lección  de  la  santa  Escrip- 
tura,  leyendo  en  los  libros  de  Dios,  que  son  las  es- 
cripturas  de  los  Santos,  por  las  cuales  —  como  dice  el 
bienaventurado  San  Pedro —  nos  habla  Dios,  porque 
lo  que  ellos  nos  escriben  y  dicen,  es  por  inspiración 
del  Espíritu  Santo. ^  Y  subirá  también  con  el  corazón 
a  leer  en  este  libro  de  Dios,  que  últimamente  he  dicho, 
que  el  mismo  Dios  ha  escrito  por  su  mano:  [porque] 
este  tal,  que  así  dignamente  se  ejercita  en  la  santa  lec- 
ción, ya  está  dispuesto,  y  comienza  a  subir  al  segundo 
ejercicio,  y  más  alto,  que  es  la  sagrada  Meditación. 


1  Ps.  lis,  6. 

2  73.  6,  10. 

3  2  Petr.  1,  3,  20. 


Segunda  Parte 


COMIENZA  EL  SEGUNDO  EJERCICIO  DEL 
CAMINO  DEL  CIELO,  QUE  ES  LA 
SAGRADA  MEDITACION 


Capítulo  Primero 


DE  CUAN  NECESARIA  SEA  LA  MEDITACION 
PARA  ALCANZAR  LA  SALVACION 


L  segundo  ejercicio,  y  más  alto  y  más  fructuoso,  con 


que  hemos  de  andar  y  subir  por  el  camino  del 
cielo,  buscando  y  hallando  cada  día  más  a  nuestro  Se- 
ñor Dios,  hasta  venirlo  a  hallar  del  todo,  gozándolo 
perfectamente  en  su  celestial  reino,  es  la  sagrada  me- 
ditación. Llámase  este  ejercicio  "meditación",  porque 
es  obrado  con  la  mente  y  pensamiento  íntimo  y  pro- 
fundo del  hombre  de  dentro.  Y  ésta  es  propia  y  per- 
fecta vía  para  venir  el  hombre  al  amor  de  Dios  y  al 
menosprecio  de  sí  mismo. 

Porque,  por  la  continua  meditación  de  los  bene- 
ficios de  Dios,  somos  inflamados  a  le  amar.  Y  por  el 
conocimiento  de  la  necesidad  que  de  sus  dones  tene- 
mos, y  de  nuestro  gran  desagradecimiento  y  maldades 
con  que  le  ofendemos,  venimos  a  conocer  ser  indignos 
de  todo  bien,  y  dignos  de  todo  mal;  con  la  cual  con- 
sideración somos  movidos  a  cosas  ásperas,  y  a  obrar 
cosas  penosas,  y  sufrir  injurias,  y  haber  vergüenza  de 
tratar  blandamente  nuestros  cuerpos  con  que  le  ofen- 
demos. Y  como  estas  cosas  son  obradas  mediante  el 
pensamiento  con  el  corazón,  afírmanse  fuertemente  en 
él;  y  así,  siéntense  mejor,  y  no  se  cae  ni  corrompe  lo 
que  se  adquiere  por  este  ejercicio  profundamente  me- 
ditado, como  las  cosas  que  son  aprendidas  solamente 
leyendo  y  oyendo.  Este  ejercicio  de  la  meditación  es 
un  fundamento  para  subir  al  cielo  y  ser  todo  hombre 
salvo;  porque  ninguno  se  salva,  sino  el  que  a  Dios  ver- 
daderamente ama.  Y  como  ninguna  cosa  se  puede  amar 
si  no  se  conoce,  ni  se  puede  conocer  si  no  se  considera 
—  que  es  bien  pensarla  y  meditarla  —  de  aquí  se  si- 


110 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


gue,  ser  cosa  necesaria  al  que  quiere  aprovechar  en  el 
amor  de  Dios,  ejercitarse  en  la  santa  meditación,  por 
la  cual  se  sube  al  conocimiento  de  Dios. 

El  que  ahora,  en  esta  presente  vida,  no  sube  medi- 
tando con  su  corazón  al  cielo,  no  podrá  subir  después 
con  el  ánima  y  el  cuerpo.  Esto  es  lo  que  dice  el  Psal- 
mista:  Bienaventurado  el  varón  que  ayudado  de  vos, 
Señor,  puso  en  su  corazón  sus  subidas  dende  este  valle 
de  lágrimas,  en  aquel  lugar  donde  lo  ha  puesto,"^  con- 
viene a  saber,  en  el  cielo;  el  cual  no  lo  nombra  por  ser 
inefable.  Esto  mismo  da  a  entender  nuestro  padre  San 
Agustín  en  un  sermón  de  la  Ascensión  donde  dice:  Su- 
bamos con  Cristo  con  el  corazón,  entre  tanto  que  so- 
mos detenidos  en  este  mundo,  porque  después  subamos 
a  estar  con  él,  con  el  ánima  y  el  cuerpo.^ 

Esto  mismo  nos  significa  el  apóstol  diciendo:  Nues- 
tra conversación  es  en  el  cielo.  Porque  como  dice  nues- 
tro Señor  en  el  Evangelio:  Do  está  tu  tesoro,  allí  está 
tu  corazón;  3  pues  do  está  el  corazón,  allí  es  su  conver- 
sación. Y  como  todo  nuestro  tesoro  sea  Cristo,  que 
está  esperándonos  en  el  cielo,  allí  con  él  debe  estar 
todo  nuestro  pensamiento  y  deseo.  Este  santo  pensa- 
miento o  -meditación  es  [sumamente  necesaria]  sin  la 
cual  no  se  puede  adquirir  virtud  alguna  y  con  la  cual 
todas  se  alcanzan.  Porque  sin  el  fuego  del  amor  de 
Dios  ninguna  virtud  verdadera  se  cría,  y  el  fuego  del 
amor  de  Dios  con  la  meditación  se  enciende  A  Y  esto 
es  lo  que  dice  el  psalmista:  En  mi  pensamiento  se  en- 
cenderá el  fuego,^ 

Es  la  meditación  de  las  cosas  de  nuestro  Señor 
Dios  la  cosa  más  necesaria  para  nuestra  salvación  y 
para  conservar  nuestro  aprovechamiento  en  el  amor 
y  servicio  divino.  Porque  —  como  ya  hemos  dicho,  y 
lo  dice  nuestro  padre  San  Agustín  —  ninguna  cosa  se 
puede  amar,  si  no  se  conoce.  Y  las  cosas  invisibles  y 
divinas,  como  son  su  majestad,  bondad,  caridad,  piedad 
y  justicia,  sapiencia  y  potencia,  hermosura  y  dulzura, 
no  se  pueden  conocer  si  profunda  v  frecuentemente  no 

1  Ps.  8S,  6. 

2  Sermo  de  tempore  120,  n.  6. 

3  Mt.  6,  25. 

4  Ps.  38,  U. 

5  id.  ibid. 


C.  1.    Necesidad  de  la  meditación  111 

se  miran  con  los  ojos  del  alma,  así  porque  nuestro 
entendimiento  de  su  naturaleza  es  discursivo  y  no  ve 
luego  de  una  vista  lo  que  quiere,  como  lo  ve  el  ángel 
—  y  esto,  aun  en  las  cosas  bajas  y  muy  palpables,  cuanto 
más  en  las  cosas  tan  altas  y  sutiles  —  como  también, 
porque  para  las  cosas  de  Dios  está  muy  embotado  y 
torpe  por  el  pecado;  y  también,  porque  le  ocurren  a 
cada  paso  cosas  que  le  impiden  y  ofuscan,  como  son 
estas  cosas  sensibles  a  que  el  corazón,  después  de  la 
culpa,  está  más  inclinado.  Por  tanto,  es  menester  que  el 
hombre  que  quiere  aprovechar  en  el  conocimiento  de 
Dios,  se  dé,  expresamente  y  lo  más  morosamente  que 
pueda,  a  pensar  en  Dios.  Y  para  ello,  hágase  muchas 
veces  fuerza  en  apartar  su  pensamiento  de  estas  cosas 
exteriores  y  sensibles,  y  recogerlo  a  pensar  o  meditar 
en  las  interiores  y  espirituales. 

El  que  esto  no  hiciere,  no  puede  durar  mucho  en 
estado  de  gracia,  que  es  amistad  divina;  pues,  no  puede 
amarle  mucho  el  que  no  procura  mucho  de  conocerle 
y  conversarle,  lo  cual  no  se  hace  sin  frecuentemente 
meditarle.  También  no  recogerse  muchas  veces  a  en- 
trar dentro  de  sí  a  pensar  en  Dios,  apartando  su  pen- 
samiento de  las  vanidades  de  este  mundo,  es  señal  que 
no  está  en  la  gracia  y  amor  verdadero  de  Dios.  Porque 
los  movimientos  de  nuestra  naturaleza  corrupta  y  los 
de  la  gracia  son  diversos,  y  aun  contrarios,  como  lo 
enseña  el  Apóstol  diciendo:  La  carne  cobdicia  contra  el 
espíritu,  y  el  espíritu  contra  la  carneA  Los  movimientos 
de  la  naturaleza  son,  moverse  por  su  interés  y  bien 
propio;  y  esto  es  lo  que  el  pecador  pretende.  Y  como 
no  se  ama  y  busca  sino  lo  que  se  conoce,  y  el  peca- 
dor no  alcance  a  conocer  los  bienes  interiores  e  invi- 
sibles, así  estima  que  no  hay  otros  bienes  con  que  más 
se  huelgue  que  estos  sensibles.  Y  tanto,  que  algunos 
vienen  a  pensar  que  no  hay  otros. 

De  aquí  es  que,  como  por  su  ingratitud  no  buscan 
a  Dios  ni  pretenden  agradarle,  sino  sólo  a  sí  mismos, 
y  buscan  su  bien  particular  y  privado,  el  cual  —  como 
dije —  creen  ser  solamente  en  estas  cosas  exteriores  y 
sensuales,  por  tanto  no  buscan  otras.  Mas  toda  su  con- 
solación y  felicidad  y  fin  ponen  en  ellas.  Y  así,  su 

1    Gal.  5,  17. 


112 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


ánima,  en  estas  cosas  exteriores  derramada,  anda  siem- 
pre fuera  de  su  casa,  y  aun  de  sí  misma;  porque  más 
está  a  do  piensa  y  ama,  que  en  el  cuerpo  do  ánima. 
Y  aún  que  en  sí  misma,  cuando  no  se  conoce  y  ama 
como  debe.  Pues,  como  lo  que  ama  más  y  con  que  más 
se  huelga  sean  las  cosas  exteriores  de  este  mundo;  y 
las  interiores  y  divinas,  que  son  las  espirituales,  sean 
tan  diversas,  y  aun  contrarias,  esle  de  gran  pena  ocu- 
par su  pensamiento  en  ellas;  porque  el  ánima  no  huelga 
de  pensar  sino  en  aquello  a  que  está  inclinada.  Pues, 
como  cuando  le  hacen  ocupar  el  pensamiento  y  aten- 
ción en  las  cosas  del  espíritu,  en  las  cuales  no  toma 
sabor  o  deleite  porque  no  las  ama,  le  quitan  de  pensar 
en  las  otras  que  solamente  ama  y,  por  consiguiente, 
solamente  pensar  quiere;  y  la  pena  o  tristeza  no  se 
causa  sino  de  quitarle  a  alguno  lo  que  ama,  y  hacerle 
tener  lo  que  no  quiere:  de  aquí  proviene,  que  les  es 
gran  pena  quitarles  el  pensamiento  destas  cosas  del 
mundo,  y  hacerles  que  lo  tengan  ocupado  en  pensar 
y  meditar  las  cosas  de  Dios. 

Ésta  es  la  causa,  que  —  como  vemos  —  se  estarán  ^ 
los  tales  todo  el  día  jugando,  o  viendo  maltratar  un 
animal,  como  cuando  corren  toros;  o  en  ver  otros  va- 
nos espectáculos  o  en  ver  y  oír  farsas  o  momerías,^  o 
bailes  y  danzas,  y  aun  ver  bailar  un  perro;  o  otras 
cualesquier  vanidades  o  entender  en  negocios  tempora- 
les, o  en  trabajos  corporales,  y  en  cualesquier  ocupa- 
ciones terrenales:  y  no  pueden  sufrir  una  hora  de  me- 
ditación o  mental  oración,  o  de  oír  el  oficio  divino  con 
atención,  o  detenerse  un  poco  oyendo  sermón.  Antes 
en  estas  cosas  de  Dios,  reciben  gran  pesadumbre  y  fas- 
tidio y  desabrimiento,  por  estar  en  ellas  violentados 
—  quiero  decir,  contra  su  voluntad  ocupados  —  y  no 
se  cansan,  estando  al  resistero  del  sol,  o  al  hielo,  de 
ocuparse  todo  el  día,  y  toda  la  semana,  y  toda  la  vida, 
en  trabajar  en  estas  cosas  sensuales  y  viles,  por  estar 
en  las  cosas  que  aman  empleados. 

Pues  éstos,  como  comencé  a  decir,  no  han  menester 
otra  prueba  para  conocer  que  no  son  amigos  de  Dios. 
Porque  el  que  ama  a  otro  como  verdadero  amigo,  de 


1  estarán:    latinismo,  por  se  estén. 

2  momerías,  de  Momo,  dios  gentilicio  de  la  farsa  y  farándula 
teatral.  Término  y  derivación  inusitados. 


C.  1.    Necesidad  de  la  meditación 


113 


buena  gana  piensa  en  Él,  y  habla  de  Él,  y  oye  hablar 
bien  de  Él,  y  con  más  voluntad  que  en  otra  cosa  se 
huelga  en  ocupar  en  las  cosas  de  Él.  De  lo  cual  se  sigue, 
que  el  que  huelga  más  de  ocupar  su  corazón  en  las  co- 
sas del  mundo  que  con  Dios,  es  amigo  del  mundo  y  no 
de  Dios.  Y  lo  que  peor  es,  y  se  sigue  de  lo  dicho,  que 
no  solamente  no  es  amigo,  mas  se  hace  enemigo  de 
Dios;  porque,  como  hemos  dicho,  aborrece  las  cosas 
de  Dios,  porque  son  contrarias  a  las  que  del  mundo 
ama.  Y  por  esto  dice  el  apóstol  Santiago:  El  que  es 
amigo  de  este  mundo,  es  constituido  enemigo  de  DiosA 

De  lo  dicho  se  colige,  que  la  raíz  y  causa  de  todos 
los  males  de  los  hombres,2  es  ocuparse  demasiadamente 
en  estas  cosas  visibles  y  exteriores.  Y  la  raíz  y  causa 
de  todos  los  bienes,  es  la  ocupación  interior  y  frecuen- 
tada de  la  meditación  de  las  cosas  entrañables  ^  y  divi- 
nas. Y  también  se  sigue,  cómo  la  ocupación  exterior, 
aunque  sea  en  cosas  que  de  suyo  no  son  malas,  es  mu- 
chas veces  muy  dañosa;  porque  impide  la  meditación 
de  las  cosas  espirituales  e  íntimas.  Porque  como  nues- 
tra ánima  tiene  su  virtud  limitada,  mientras  se  ocupa  en 
las  unas,  no  puede  sentir  ni  gozar  bien  de  las  otras, 
cuya  meditación  frecuente  y  profunda  es  —  como  he- 
mos declarado  —  para  nuestra  salvación  tan  necesaria. 

Esto  da  bien  a  entender  el  profeta  en  el  primero  de 
todos  sus  Psalmos,  a  do,  enseñándonos  cuál  sea  el  que 
ha  de  ser  bienaventurado,  y  cómo  sin  la  meditación 
no  puede  serlo,  comienza  así  en  el  principio  de  todo 
su  libro,  diciendo:  Bienaventurado  el  varón  que  no  se 
fué  tras  el  consejo  de  los  malos,  ni  estuvo  en  el  camino 
de  los  pecadores,  ni  se  asentó  en  la  cátedra  de  la  pes- 
tilencia; más  en  la  ley  de  Dios  fué  su  voluntad,  y  en 
ella  meditará  de  día  y  de  noche.  Y  queriendo  otra  vez 
en  el  mismo  libro  enseñarnos  más  extensamente  la  ne- 
cesidad que  tenemos  de  frecuentar  este  santo  ejercicio, 
dice  en  aquel  Psalmo  largo  y  profundo  que  la  iglesia 
cada  día  canta:  ^  Bienaventurados  son  los  limpios  en  el 

1  lac.  Jí,  u. 

2  a  los  hombres  por  de  los  hombres. 

3  entrañables,  1.°-  y  2.<^  ediciones.  Errata  sin  duda  por  eter- 
nales,  aún  una  línea  más  abajo  escribe  íntimas. 

4  cada  día  canta:  Esto  era  entonces;  hoy  desde  la  reforma 
del  Salterio  de  Pío  X  sólo  se  reza  los  domingos  y  días  de  fiesta, 
y  es  el  llamado  Beati  immaculati  in  via. 


114 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


camino  y  que  andan  en  la  ley  del  Señor. ^  Y  añade  lue- 
go, en  el  siguiente  verso,  y  dice:  Bienaventurados  los 
que  escudriñan  sus  testimonios;  la  cual  escudriñación 
se  hace  por  la  meditación  de  las  obras  de  Dios,  que 
todas  son  testimonios  de  Dios.  Y  así,  con  su  conoci- 
miento venimos  a  amar  a  Dios,  lo  cual  es  andar  en  su 
camino  y  guardar  su  ley. 

Y  dice  más  en  otro  lugar  del  mismo  Psalmo:  En  tus 
mandamientos  me  ejercitaré,  Y  luego,  tras  esto  añade: 
y  consideraré  tus  caminos.  La  cual  consideración  es  la 
meditación.  Porque,  de  bien  considerarlos  o  meditar- 
los, venimos  a  obrar  lo  que  debemos.  Y  por  esto  añade 
luego  en  el  verso  siguiente  y  dice:  En  tus  justificacio- 
nes meditaré:  no  olvidaré  tus  palabras.  Y  más  adelante 
dice:  Tu  siervo  se  ejercitaba  en  tus  justificaciones  y  por- 
que su  meditación  es  tus  testimonios.  Y  en  otro  verso 
dice:  Yo  meditaba  en  tus  mandamientos^  los  cuales 
amé.  Y  lo  uno  se  sigue  de  lo  otro.  Porque  de  mucho 
meditarlos,  viene  a  amarlos;  y  también  de  amarlos  vie- 
ne a  frecuentemente  meditarlos;  porque  de  buena  gana 
se  piensa  lo  que  mucho  se  ama.  Y  dice  más  en  el  mis- 
mo Psalmo:  Vengan  a  mí  tus  misericordias:  y  viviré  y 
porque  tu  ley  es  mi  meditación.  En  lo  cual  da  a  enten- 
der, que  la  meditación  santa  es  causa  de  la  vida  del 
alma.  Y  en  otro  verso  confirma  esto,  diciendo:  Si  no 
fuera  porque  tu  ley  es  mi  meditacióny  por  ventura  hu- 
biera ya  perecido.  Y  en  otro  verso  pregunta  así:  ¿Cómo 
amé  tu  ley,  Señor?  Y  añade  luego  y  dice:  Todo  el  día 
es  la  ley  tuya  mi  meditación.  Y  dice  más:  Sobre  todos 
los  que  me  enseñaron  entendí,  porque  tus  testimonios 
son  mi  meditación.  Y  en  otro  verso  declara  cómo  tenía 
este  ejercicio  por  su  refugio  en  todas  sus  tribulaciones 
y  angustias,  diciendo:  La  tribulación  y  angustia  me  ha- 
llaron, tus  mandamientos  son  mi  meditación.  Y  en  otro 
verso  dice:  Cobdicié,  Señor,  al  dador  de  tu  salud.  Y  lue- 
go añade,  diciendo:  y  tu  ley  es  mi  meditación.  En  lo 
cual  da  a  entender  ser  la  meditación  causa  de  adquirir 
todos  los  bienes,  así  como  en  el  verso  dicho  antes 
de  éste,  enseña  serle  refugio  contra  todos  los  males. 


1    Ps.  113,  1. 


Capítulo  II 


EN   QUE   SE   PROSIGUE   Y   DECLARA  CUAN 
SALUDABLE  SEA  LA  MEDITACION.  Y  CUAN 
DAÑOSO  LA  FALTA  DE  ELLA 


os  que  S3  dan,  como  deben,  a  este  salutífero  ejer- 


J  I  cicio  de  la  sagrada  meditación,  oyen  lo  que  habla 

Dios  dentro  de  ellos,  cuyas  palabras  son  muy  dulces  y 
saludables:  ''porque  habla  paz  en  su  pueblo,  y  sobre 
sus  santos,  y  en  aquellos  que  se  convierten  a  su  cora- 
zón.^ Por  el  contrario  los  que  andan  derramados 
—  como  muchas  veces  es  dicho,  y  se  dirá  —  en  estas 
cosas  exteriores,  prívanse  de  la  meditación,  que  es  cau- 
sa y  principio  de  la  conversación  divina.  Y  aun  vienen 
a  aborrecerla,  por  lo  cual  son  dignos  de  gran  confusión 
e  incurren  en  gran  daño.  Y  por  esto  dice  el  profeta: 
Sean  confundidos  y  vuelvan  atrás  todos  los  que  aborre- 
cieron a  Sión,^  que  es  lo  mismo  que  especulación  o 
contemplación  o  meditación.  Y  añade  luego  su  daño 
por  modo  de  maldición,  que  sabe  que  les  sucede,  y  por 
esto  dice:  Sean  hechos  como  el  heno  de  los  tejados,  que 
antes  que  se  arranque  se  seca. 

Por  estos  que  aborrecen  a  Sión,  son  entendidos  los 
que  huyen  de  la  meditación,  así  los  seculares  que  son 
mundanos,  como  algunos  religiosos  indevotos;  los  cua- 
les con  obras  y  palabras  persiguen  a  los  varones  reli- 
giosos que  no  son  entremetidos  y  bulliciosos  y  dados 
a  las  ocupaciones  exteriores  y  trabajos  corporales,  como 
ellos.  Y  a  los  que  están  con  Dios  recogidos,  y  con  su 
conocimiento,  amor  y  familiaridad  sumamente  bien 
ocupados,  tiénenlos  por  ociosos,  y  murmuran  de  ellos, 

1  Ps.  SA,  9. 

2  Ps.  128,  6. 


116 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


reputándolos  por  hombres  sin  provecho.  E  indígnanse 
contra  ellos,  porque  no  les  son  semejantes  en  la  exte- 
rior ocupación  y  trabajo  suyo.  Éstos  son  figurados  por 
Faraón  y  los  Egipcios,  que  decían  contra  los  hijos  de 
Israel:  Están  ociosos ^  y  por  esto  dicen  que  quieren  sa- 
crificar a  su  Dios  en  el  desierto,^  Por  lo  cual  —  como 
allí  se  dice  —  los  añigían  con  duras  palabras  y  crueles 
obras. 

Israel,  quiere  decir  "el  que  ve  a  Dios";  y  así,  los 
hijos  de  Israel  significan  a  los  que  son  dados  a  la  medi- 
tación, en  la  cual,  como  se  allegan  a  Dios,  que  es  luz, 
la  participan;  y  siendo  así  de  Dios  alumbrados  con  la 
luz  de  su  divina  noticia,  le  conocen  y  ven.  Los  de  Egip- 
to —  que  quiere  decir  "tinieblas"  —  significan  a  los 
que,  por  huir  de  la  meditación  y  conversación  de  Dios, 
se  están  cubiertos  de  las  tinieblas  de  sus  vicios,  en  las 
cuales,  como  no  vean  lo  que  los  otros  gozan,  tiénenlos 
por  necios  y  locos,  y  de  bien  vacíos;  aunque  es  todo  al 
contrario.  Porque  aquéllos  están  llenos  de  Dios  y,  por 
consiguiente,  de  verdaderos  dones  y  consolaciones,  y 
estos  otros  son  vanos  e  inútiles  en  todo  bien,  y  llenos 
de  estiércol  de  vicios  y  pecados.  De  donde  se  les  si- 
guen, aun  en  esta  vida,  muchas  y  grandes  amarguras 
y  añicciones,  como  se  muestra  2  en  los  mismos  Egipcios. 
Cuánto,  pues,  sean  éstos  de  Dios  desamparados,  por 
aborrecer  a  Sión,  y  en  cuán  grande  daño  y  peligro  in- 
curran por  esto,  dalo  a  entender  el  profeta  en  la  auto- 
ridad alegada,  diciendo:  Sean  los  tales  hechos  como  el 
heno  de  los  tejados,  que  antes  que  se  coja  está  seco. 

Así  lo  vemos  por  la  experiencia.  Que  los  tales  que 
no  se  dan  al  ejercicio  de  la  santa  meditación,  están 
secos,  sin  zumo  y  vigor  de  devoción  a  Dios  y  de  cari- 
dad al  prójimo,  al  cual,  aunque  saben  que  padece  mu- 
chas necesidades,  no  se  mueven  por  compasión  a  hos- 
pedarle, ni  mantenerle,  ni  vestirle,  ni  en  otras  maneras 
consolarle,  más  que  si  tuviesen  el  corazón  de  un  madero 
seco,  o  de  piedra,  por  la  gran  sequedad  de  su  alma.  Este 
mal  padecen  en  esta  vida,  que  no  es  pequeño;  pues,  la 
hacen  infructuosa,  estéril  y  seca,  no  sólo  de  todo  mé- 
rito, más  aún  para  todo  verdadero  consuelo  y  gozo. 

1  Ex.  5,  9. 

2  como  se  muestra,  e.  e.,  como  se  ve.  Expresión  comunísima 
entre  los  clásicos. 


C.  2.    Daños  de  no  meditar 


117 


Pero,  después  de  arrancados  de  ella,  serán,  como  el 
heno  seco,  echados  en  el  fuego  del  infierno.  Por  el  con- 
trario, de  todos  estos  males  son  librados  los  que  se  dan 
al  ejercicio  mental  de  la  santa  meditación  y  oración. 

Por  lo  cual  dice  el  profeta  Esaías:  Espántanse  los 
pecadores  —  por  los  cuales  se  entienden  aquí  los  de- 
monios —  de  los  que  moran  en  Sión:  i  la  cual  Sión 
significa  —  como  es  ya  dicho  —  la  contemplación  y 
meditación.  Y  el  profeta  dice:  Dios  hará  salva  a  Sión.^ 
Y  en  otra  parte,  dice:  Cantad  a  Dios,  que  es  en 
Sión,^  Y  queriendo  dar  a  entender  el  gozo  que  tienen 
los  que  moran  en  este  monte  de  Sión,  dice:  Alégrase  el 
monte  de  SiónA  Y  en  otra  parte  dice:  Que  ama  Dios 
al  monte  de  Sión.^  Y  en  otra  añade  diciendo:  Ama 
Dios  las  puertas  de  Sión,  más  que  todos  los  tabernácu- 
los de  Jacob. ^  Y  en  otro  lugar  dice:  Oyó  y  alegróse 
Sión.^  Y  porque  todo  esto  proviene  de  morar  Dios  con 
grande  amor  en  los  que  moran  en  Sión,  dice  que  eligió 
Dios  a  Sión  para  morada  suya.^  Y  porque  solos  los 
que  moran  en  Sión,  meditando,  conocen  las  grandezas 
de  Dios,  dice  en  otro  Psalmo:  Que  el  Señor  es  grande 
en  Sión,^  Y  porque  los  que  allí  moran  reciben  las  ben- 
diciones divinas,  dice  en  otro  Psalmo:  Bendígate  el  Se- 
ñor desde  SiónA^  Y  porque  los  que  en  ella  moran  es- 
tán bien  guardados,  dice  Esaías.  La  ciudad  de  nuestra 
fortaleza  es  Sión,^'^  Y  porque  éstos  son  de  Dios  presta- 
mente oídos,  él  mismo  dice  en  otra  parte:  Dirá  Dios 
a  Sión,  aquí  estoy:  12  conviene  a  saber,  para  oírte  y 
favorecerte.  Y  porque  a  los  tales  siempre  Dios  les  au- 
menta la  salud,  dice  por  el  mismo:  Daré  en  Sión  sa- 
ludA^  Y  porque  a  éstos  consuela  Dios,  dice  el  mismo 
profeta:  Consolará  Dios  a  SiónM 

1  Is.  31,  V. 

2  Ps.  68,  26. 

3  Ps.  9,  12. 

4  Ps.  96,  8. 

5  Ps.  77,  68. 

6  Ps.  86,  2. 

7  Ps.  96,  8. 

8  Ps.  131,  13. 

9  Ps.  98,  2. 

10  Ps.  127,  5. 

11  Is.  26,  1. 

12  id.  Ul,  27. 

13  td.  46,  13. 

14  id.  51,  3. 


118  Camino  del  cielo.    II.  Meditación 

Y  porque  estos  bienes  de  Dios  —  que  es  piélago 
de  amor  —  a  los  que  huelgan  de  conversar  con  él  por 
el  gran  celo  de  amor  con  que  los  ama,  por  el  cual  tie- 
ne gran  cuidado  de  defenderlos  y  favorecerlos,  enri- 
quecerlos y  consolarlos,  y  siempre  más  y  más  subli- 
marlos, nos  dice  por  el  profeta  Zacarías:  Yo  celo  a 
Sión,  porque  la  amo  con  gran  celo  de  amorA  Y  final- 
mente, porque  veamos  cómo  mora  en  Sión  —  que  es 
la  meditación  —  y  libra  de  todos  los  males,  y  causa  to- 
dos los  verdaderos  bienes,  el  profeta  Esaías,  en  la 
autoridad  arriba  alegada,  junta  lo  uno  y  lo  otro,  di- 
ciendo: Huyen  de  Sión  los  vicios,^  que  son  causa  de 
todos  los  males.  Y  luego  añade,  diciendo:  Mira  Sión 
la  Ciudad  de  nuestra  solemnidad:  tus  ojos  verán  a  Je- 
rusalem.^ 

En  lo  primero,  da  a  entender,  que  desde  luego,  en 
esta  vida,  mira  Sión  y  ve  por  la  meditación  y  contem- 
plación los  bienes  y  gozos  de  aquella  soberana  ciudad, 
de  lo  cual  recibe  muchas  y  grandes  consolaciones  en 
considerarlos  y  como  esperarlos.  En  lo  segundo  que 
dice :  tus  ojos  verán  —  que  habla  de  futuro  — ,  a  Je- 
rusalem,  que  quiere  decir  "visión  de  paz",  se  da  a  en- 
tender aquella  vida  bienaventurada,  en  la  cual,  el  que 
agora  en  Sión  mora,  alcanzará  entonces  paz  perfecta, 
viéndose  de  todos  los  males  librado,  y  de  todos  los 
bienes  cumplido.  Por  el  contrario,  aquellos  cuyo  cora- 
zón no  mora  en  el  monte  de  Sión,  como  no  se  allegan 
a  Dios  ni  participan  ^  por  consiguiente  de  la  luz  de  su 
divina  noticia,  son  y  andan  vacíos  de  los  bienes  verda- 
deros. Por  lo  cual  dice  la  Sabiduría:  Vanos  son  todos 
los  hombres  en  los  cuales  no  está  la  ciencia  de  Dios.^ 

Esto  se  sigue  con  gran  razón.  Porque,  por  no  que- 
rerse ocupar  en  el  interior  ejercicio,  buscando  un  solo 
y  sumo  bien  con  mucha  gana  y  diligencia,  como  es  ne- 
cesario para  adquirir  la  ciencia  que  da  Dios  a  sus  San- 
tos, tan  alta  y  tan  bienaventurada,  y  ocuparse  en  mirar 
lo  que  es  fuera  de  Dios,  han  venido  todos  los  males  a 
los  ángeles  malos  y  a  los  hombres;  los  cuales,  por  diver- 

1  Zach.  8,  2. 

2  l8.  33,  5. 

3  id.  33,  20. 

4  ni  participan...  la  luz...  Forma  clásica,  por  participan... 
de  la  luz... 

5  Sap.  13,  1. 


C.  2.    Daños  de  no  meditar 


119 


tirse  a  estos  bienes  criados,  han  sido  inficionados,  y 
destruidos,  y  hechos  inútiles,  y  gran  damnación  suya. 

Y  esto,  todo  por  ocupar  su  pensamiento,  no  en  Dios, 
sino  en  la  criatura.  Por  lo  cual  en  la  Sabiduría  se  dice: 
Los  malos,  según  las  cosas  que  pensaron,  tendrán  co- 
rrupción, los  cuales  tuvieron  negligencia  acerca  del 
justo  y  se  apartaron  del  SeñorA 

Y  porque  a  los  tales,  que  tienen  muchos  trabajos  en 
estas  ocupaciones  de  fuera,  y  que  a  las  veces  parecen 
buenas,  y  por  no  proceder  de  la  buena  raíz  de  la  in- 
terior ocupación  de  la -meditación  y  devoción,  les  son 
todas  infructuosas,  añade  luego  en  la  autoridad  ale- 
gada, diciendo:  De  aquí  es  que  sus  trabajos  son  sin 
fruto  y  sus  obras  son  inútiles.^ 

La  razón  de  esta  su  tan  gran  desventura,  que  es  vi- 
vir con  mucho  trabajo  y  en  vano,  es  porque  las  obras 
exteriores  toman  su  bondad  o  malicia  de  las  interiores, 
y  los  que  no  moran  en  Sión,  no  se  mueven  a  obrar  y 
trabajar  por  el  amor  divino,  sino  por  el  amor  propio. 

Y  porque  algunos  no  se  excusen  y  tengan  esta  doctrina 
por  no  verdadera,  según  que  el  amor  de  su  sensualidad 
y  mala  costumbre  les  persuade  con  muchos  argumen- 
tos, y  quieren  corroborar  su  falsa  opinión,  que  es  tener 
por  buena  la  ocupación  exterior  y  trabajosa,  aunque 
sea  mucha,  diciendo  que  Dios  dijo  a  nuestro  primero 
padre,  después  de  haber  pecado:  En  trabajos  comerás 
todos  los  días  de  tu  vida:^  miren  para  esto  lo  que  el 
Espíritu  Santo  por  Zacarías  dice:  Yo  —  dice  —  me 
airé  un  poco,  y  ellos  se  han  conjurado  en  el  malA  Quie- 
re decir:  Amenacé  a  los  hombres  un  poco  por  el  pe- 
cado, echándolos  con  alguna  ira  puerta  fuera,  hacién- 
doles salir  de  mi  presencia  a  estas  ocupaciones  que  son 
de  fuera,  a  manera  de  cuando  amenaza  la  madre  a  una 
hija,  que  mucho  ama,  porque  la  ha  enojado,  y  le  dice 
con  ira:  vete  de  ahí,  no  te  vea  yo  delante  mis  ojos: 
y  ella,  salida  a  la  calle,  de  tal  manera  se  enreda  y  ceba 
en  algunas  cosas  viles,  que  no  quiere  más  entrar  en 
casa;  así  éstos.  De  los  cuales  dice:  Yo  me  airé  contra 
ellos  un  poco,  y  ellos  hanse  endurecido.  Porque  en  lu- 

1  Sav.  3,  10. 

2  Sap.  3,  11. 

3  Gen.  3,  17. 

4  Zach.  1,  15. 


120  Camino  del  cielo.    II.  Meditación 

gar  de  enmendarse  de  su  desamor  ^  hanse  empeorado, 
tomando  el  castigo  por  su  refrigerio,  y  por  felicidad  su 
miseria.  Tanto,  que  por  ningunas  amonestaciones,  ni 
amenazas,  ni  señales  de  amor,  hay  quien  los  haga  vol- 
ver a  entrar  en  casa  y  conversar  conmigo  y  gozar  de 
mi  amor,  familiaridad  y  presencia. 

Cosa  es  digna  de  llorar  ver  esto,  como  lo  vemos  por 
la  experiencia,  que  es  la  enemistad  que  muchos  han 
tomado  con  Dios,  por  se  dar  desordenadamente  a  estas 
ocupaciones.2  Porque  con  mayor  voluntad  trabajan 
todo  el  día,  y  sudan  toda  la  semana,  y  se  fatigan  toda 
la  vida  en  estas  cosas  terrenas,  que  una  hora  en  las 
divinas.  Por  aquéllas  trabajan  de  gana  días  y  noches,^ 
y  no  quieren  entrar  a  conversar  con  Dios  un  poco  de 
tiempo,  y  emplearlo,  con  descanso  del  cuerpo,  en  apro- 
vechamiento del  espíritu,  en  aprender  y  gozar  las  co- 
sas que  cumplen  a  su  consolación  y  salvación. 

Y  si  les  decís,  que  ¿por  qué  no  tiemplan^  el  tra- 
bajo corporal,  del  cual  dice  el  Apóstol:  ^  Que  vale  para 
poco,  y  la  piedad  para  todo,  responden,  que  para  tra- 
bajar nacieron.  Y  aun  vanaglórianse  de  su  trabajo,  y 
de  saber  muchas  sotilezas  para  acrecentar  las  ganancias 
temporales  y  ocuparse  en  ellas.  Y  para  esto,  buscan 
tantas  ocasiones,  y  tienen  tantos  argumentos,  que  es 
para  espantar  a  quien  los  mira.  Así,  en  esta  dañosa 
costumbre  están  tan  envejecidos  y  vienen  a  desatinar 
tanto  en  los  verdaderos  bienes  de  su  alma  y  ediñcación 
del  hombre  interior,  que  ni  por  un  pequeño  espacio 
pueden  vacar  a  esto.  Y  así  son  constreñidos  a  fingir 
ocupaciones  exteriores  y  buscar  muchas  y  diversas 
ocasiones  para  huir  de  la  familiaridad  de  la  amistad  de 
Dios.  Por  lo  cual  dice  el  Sabio:  Ocasiones  busca  el  que 
quiere  apartarse  de  su  amigo.^ 

Digo  pues,  que  el  que  quisiere  ganar  y  conservar  a 
su  Dios  por  amigo,  y  hacer  cierta  su  salvación,  el  ca- 
mino excelente,  verdadero  y  muy  necesario  es  la  me- 
ditación. Y  el  que  este  camino  del  todo  ignora,  con 
falta  de  la  experiencia,  está  en  el  camino  de  damna- 

1  J."  ed.:  desamor  y  defecto. 

2  J.a  ed.:  ocupaciones  visibles. 

3  días  y  noches,  hoy,  día  y  noche. 

4  tiemplan,  e.  e.,  templan,  mitigan  o  aflojan... 

5  1  Tim.  8. 

6  Prov.  18,  1. 


C.  2.    Daños  de  no  meditar 


121 


ción:  digo,  del  que  tiene  edad  perfecta.  Y  el  que  tiene 
poco  de  este  camino,  tiene  poco;  y  el  que  tiene  mucho 
de  él,  tiene  mucho  bien. 

Debemos,  pues,  entre  las  ocupaciones  exteriores, 
procurar  de  no  salir  del  todo  de  la  interior  y  santa  ocu- 
pación; mas  traer  siempre  delante  los  ojos  a  Dios, 
como  lo  hacía  el  santo  Rey  y  profeta  entre  todos  sus 
negocios. 

Mas  ya  que  a  esto  no  hayas  llegado,  debes  procu- 
rar de  hacerlo  a  lo  menos  al  principio  de  cada  ocupa- 
ción, para  que  sea  movida  y  enderezada  con  la  in- 
tención de  agradar  a  Dios.  Y  también  despertar  en  tu 
ánima  la  memoria  de  los  beneficios  de  Dios,  siquiera 
un  poquito  cada  hora.  Mas,  porque  a  los  principiantes 
les  es  aun  esto  dificultoso,  debes  a  lo  menos  elegir  tres 
tiempos  en  los  cuales  pongas  profundamente  a  Dios 
delante  tus  ojos,  elevando  a  él  tu  corazón  con  los  san- 
tos pensamientos. 

Esto  nos  enseña  aquel  santo  mancebo  y  príncipe  Da- 
niel, del  cual,  aunque  colgaban  los  negocios  de  la  monar- 
quía, tres  veces  al  día  se  apartaba  de  todo  el  ruido  y 
negocios  del  mundo,  e  hincadas  las  rodillas,  se  daba 
profundamente  a  la  santa  meditación  y  oración.^ 

Estos  tres  tiempos  deben  ser,  a  la  mañana,  a  me- 
diodía y  a  la  tarde,  conforme  a  lo  que  dice  el  psalmista: 
A  la  tarde  y  al  mediodía  y  a  la  mañana  cantaré  y  anun- 
ciaré; y  el  Señor  oirá  mi  voz.^  En  estos  tres  tiempos  se 
pueden  y  deben  meditar  tres  diferencias  de  dones,  que 
de  la  magnífica  y  omnipotente  mano  del  Señor  nos  son 
ofrecidos.  Porque  las  cosas  que  se  han  de  pensar  en  la 
meditación,  para  que  por  esta  vía  suba  nuestro  corazón 
a  Dios,  son  las  obras  de  Dios,  conforme  a  lo  que  dice 
el  Apóstol:  Que  las  cosas  invisibles  de  Dios  por  sus 
obras  las  entendemos  y  miramos^  y  por  ellas  al  conoci- 
miento de  la  sempiterna  virtud  y  divinidad  subimos.^ 

Pues,  como  todo  cuanto  Dios  ha  hecho  y  hace,  no 
es  sino  para  hacernos  bienes  y  mercedes,  de  aquí  es  que 
todas  sus  obras  —  que  son  todas  las  criaturas  —  no  son 
sino  unos  dones  a  nos  por  él  continua  y  amorosamente 

1  Dan.  6,  10. 

2  Ps.  54,  18. 

3  Rom.  1,  20. 


9 


122 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


enviados  y  ofrecidos.  Cercad  de  lo  cual  hallo,  que  to- 
dos sus  beneficios  y  mercedes,  que  nos  hace,  pueden 
ser  reducidos  a  tres  diferencias  de  bienes  y  dones,  con- 
viene a  saber:  los  bienes  que  nos  ha  dado,  los  males  de 
que  nos  ha  librado  y  los  bienes  que  nos  ha  prometido. 
Estas  tres  diferencias  de  los  dones  divinos,  a  los  cuales 
—  como  ya  dije  —  se  reducen  todos,  son  los  que  nos 
da  a  entender  el  profeta  que  tomaba,  y  debemos  tomar 
por  motivos  para  convertirnos  a  nuestro  Señor  Dios, 
cuando  nos  halláremos  apartados  o  distraídos  de  su 
actual  consideración  y  dilección.  Conviértete  —  dice 
él — ,  oh  ánima  mía,  a  tu  descanso;  porque  Dios  te  ha 
hecho  bien;  porque  libró  mi  ánima  de  la  muerte,  y  mis 
ojos  de  las  lágrimas,  y  mis  pies  de  la  caída.^  Es  decir, 
"conviértete  ánima  mía  a  tu  descanso",  la  amonesta 
que  se  convierta  a  Dios,  en  el  cual  sólo  puede  hallar  su 
verdadero  descanso.  Porque,  como  el  corazón  no  tiene 
reposo  entre  tanto  que  no  tiene  lo  que  desea,  y  él, 
como  es  criado  para  gozar  de  Dios,  su  capacidad  es 
inmensa;  de  aquí  que  todo  lo  que  no  es  Dios  es  me- 
nos que  su  deseo,  y  por  tanto,  todo  el  mundo  le  es  muy 
pequeño;  por  lo  cual  no  puede  en  todo  lo  que  hay  en 
él  hallar  perfecto  descanso.  Así  como  si  alguno  se  acos- 
tase en  una  cama  tan  angosta  como  una  viga,  que  no 
fuese  la  mitad  de  ancha  que  su  cuerpo,  no  podría  bien 
descansar  en  tal  cama,  así  nuestro  corazón  en  toda  cosa 
criada.  Y  por  esto  dice  nuestro  padre  san  Agustín: 
Hicístenos  Señor  para  gozar  de  Ti,  y  por  tanto  nuestro 
corazón  no  tiene  quietud  hasta  que  descanse  en  Ti.  En- 
tiéndese, pues,  por  nuestro  descanso  al  mismo  Dios, 
principio  y  fin  nuestro,  y  nuestro  bien  todo. 

En  lo  que  dice,  "conviértete",  da  a  entender  la  con- 
sideración y  dilección.  Porque,  así  como  de  alguno  se 
dice  convertirse  o  volverse  a  otro,^  cuando  pone  en  él 
sus  ojos;  y  apartarse  o  volverse,  a  no  estar  con  él  o  cuan- 
do está  mirando  atrás;  así  también,  aunque  Dios  está  en 
toda  parte,  y  a  doquier  que  está  nuestra  ánima  está 
en  la  presencia  de  Dios;  mas  cuando  tiene  los  ojos  de 
su  intención  puestos  en  el  mundo,  entonces  se  dice  es- 


1  cerca  de  lo  cual  =  acerca  de  lo  cual. 

2  Ps.  IH,  7. 

3  Hipérbaton  violento. 


C.  2.    Daños  de  no  meditar 


123 


tar  apartada  de  Dios;  y  cuando  los  pone  en  Dios,  se 
vuelve  a  Dios;  y  esto  se  dice  convertirse  a  Dios. 

La  intención  del  ánima  es  cuando  se  inclina  a  al- 
guna cosa  por  amor  y  la  desea  y  tiene  por  su  fin.  Mas, 
como  ninguna  cosa  se  pueda  amar  sin  conocerla 
—  como  muchas  veces  se  ha  dicho  — ,  de  aquí  es,  que, 
en  la  conversión  de  nuestra  ánima  a  Dios,  concurren 
ambas  operaciones,  que  es:  i  el  conocimiento  que  mana 
de  la  actual  consideración,  lo  cual  es  por  aplicación  del 
entendimiento;  y  el  deseo  de  la  afección,  que  procede 
de  la  voluntad.  Estas  dos  potencias  son  como  dos  ojos 
del  ánima,  con  los  cuales,  cuando  dignamente  en  Dios 
se  emplea,  entonces  le  mira.  Y  tener  estos  ojos  en 
Dios  fijados,  es  estar  a  él  vueltos  y  convertidos.  Pues, 
como  la  actual  noticia  y  consideración  se  alcance  me- 
ditando,  y  el  orar  verdadero,  mental,  se  obre  desean- 
do; de  aquí  es,  que  en  esta  nuestra  conversión  se 
incluyen  los  ejercicios  de  la  meditación  y  oración. 
Y  como  la  meditación  tome  principio  y  causa  de  oír  o 
leer  las  cosas  de  Dios,  de  aquí  es,  que  la  meditación  y 
oración  presuponen  el  otro  primero  ejercicio,  que  es  la. 
lección. 

Convertirse,  pues,  el  ánima  a  su  descanso,  es  volverse 
a  su  Dios  por  consideración  y  dilección.  Y  poner  en  él 
sus  ojos,  es  mirarle  y  conversarle  y  abrazarle  con  es- 
tos tres  salutíferos  ejercicios.  Mas,  porque  el  fin  de 
los  otros  es  el  último,  que  es  unirse  a  Dios  por  deseo 
y  amor  verdadero,  y  los  dones  que  recibimos  son  mo- 
tivos para  amar  al  dador  de  ellos,  de  aquí  es,  que  que- 
riendo el  profeta  mover  su  ánima  al  amor  de  su  tan 
gran  bienhechor,  en  diciéndole,  que  se  convierta  a  él, 
añade  luego,  diciendo:  Porque  el  Señor  te  ha  hecho 
bien. 

Y  porque  todos  los  bienes  nos  deben  ser  a  su  amor 
motivos,  y  todos  se  pueden  reducir  a  las  tres  diferen- 
cias susodichas,  represéntalas  todas  en  estas  tres  pa- 
labras.2 

Unos  bienes  son,  los  ya  recibidos;  y  éstos,  se  in- 
cluyen en  lo  que  dice:  porque  Dios  te  ha  hecho  bien. 
Los  otros  bienes  o  mercedes  son  los  males  en  que  [no] 


1  que  es,  e.  e.,  que  son. 

2  í.a  edic:  palabras  o  sentencias. 


124 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


habernos  caído  y  de  que  nos  ha  librado;  y  esto,  se  in- 
cluye en  lo  que  prosigue,  diciendo:  porque  libró  mi 
ánima  de  la  muerte conviene  a  saber,  de  aquella 
muerte  de  los  pecadores,  pésima,  que  es  la  damnación 
eterna,  la  cual  no  sólo  priva  desta  vida  mísera  y  tran- 
sitoria, mas  de  aquella  vida  divina  que  se  goza  en  Dios, 
fuente  de  vida,  que  es  vida  felicísima  y  eterna.  Esta 
damnación  horrible  del  infierno  es  muerte,  y  muerte 
perfecta;  porque  priva  al  ánima  de  lo  que  desea,2  y 
deja  el  sentido  para  padecer  todo  lo  a  ella  contrario. 

Los  terceros  bienes  son  los  verdaderos  y  eternos, 
que  son  los  gozos  del  cielo  y  deleites  del  paraíso;  y 
éstos  representa  en  lo  que  añade,  diciendo:  y  porque 
libró  mis  ojos  de  lágrimas  y  mis  pies  de  caídas.  En  las 
cuales  dos  palabras  se  significa  la  liberación  de  toda 
miseria.  En  decir,  que  le  libró  los  ojos  de  lágrimas,  se 
'denota  la  liberación  de  toda  pena.  En  lo  que  dice,  que 
libró  sus  pies  de  la  caída,  se  denota  la  liberación  per- 
fecta de  todo  mal  de  culpa.  Las  lágrimas  son  efecto 
de  la  tristeza,  y  la  tristeza  o  descontento  proviene  de 
padecer  alguna  miseria  o  falta.  Ser,  pues,  libres  de  toda 
lágrima,  es  estar  ya  librado  de  todo  defecto  o  miseria. 
La  caída,  es  por  la  culpa,  en  la  cual  el  más  santo, 
mientras  está  en  esta  vida,  puede  caer,  ofrecida  la 
tentación  y  ocasión,  como  en  David  y  en  otros  mu- 
chos se  manifiesta.  Y  ésta  es  mayor  miseria,  porque 
es  ofender  a  Dios  y  privarse  de  la  amistad  de  Dios;  y 
aun  hacerse  enemigo  de  Dios.  Y  este  peligro  en  que 
estamos  nos  había  de  hacer,  más  que  otra  miseria, 
aborrecer  esta  vita  tan  mísera. 

Mas  la  vida  del  cielo  es  bienaventurada,  porque  en 
ella  el  que  la  goza  está  ya  libre  de  toda  tentación,  se- 
guro de  no  caer  en  algún  pecado,  y  de  no  apartarse  de 
Dios,  al  cual,  por  clara  visión  y  fruición,  está  perfec- 
tamente unido.  Bienaventurada  vida  en  la  cual  —  como 
dice  la  santa  Escriptura  —  alimpiará  Dios  con  sus  ma- 
nos las  lágrimas  de  sus  santos.^  Como  diciéndoles:  Ya 
no  más,  ya  no  más.  Ya  no  tendréis  qué  llorar,  ni  ha- 
brá de  aquí  adelante  qué  temer.  Huirá  toda  pena  y  mi- 
seria, huirá  toda  culpa,  y  todo  lo  que  de  estar  gozando 


1  Ps.  lU,  8. 

2  i.«  edic:  de  todo  cuanto  desea. 

3  Apoc.  21,  Jt. 


C.  2.    Daños  de  no  meditar 


125 


al  sumo  bien  aparta.  No  habrá  ya  cosa  que  perturbe, 
no  cosa  que  ofenda.  Estará  alejado  todo  mal  y  presente 
todo  bien. 

De  esto  que  ha  dicho  el  profeta,  que  estará  libre  en 
el  cielo,  conviene  a  saber,  de  toda  pena  y  de  toda  cul- 
pa, se  puede  entender,  que  estará  libre  de  toda  miseria 
en  el  cuerpo  y  en  el  alma.  También,  de  estar  libre  de 
toda  caída,  se  sigue  estar  a  Dios  por  amor  perfecto 
unida,  y  estar  perfectamente  deificada,  y  de  la  hermo- 
sura de  su  divina  naturaleza  perfectamente  revestida. 
De  lo  cual  se  sigue,  estar  a  nuestro  Señor  Dios  perfec- 
tamente agradable  y  grata.  Y  por  esto  se  sigue:  Enton- 
ces agradaré  a  Dios,  conviene  a  saber,  con  dilección 
y  hermosura  perfecta.  Y  porque  cuando  Dios  así  per- 
fectamente se  participa  y  goza,  como  Dios  sea  esa 
misma  vida  y  fuente  purísima  de  vida,  de  aquí  se  si- 
gue, que  aquella  sola  es  verdadera  vida,  porque  cóme- 
se goza  en  Dios  pura,  no  tiene  mezcla  de  muerte  algu- 
na. Y  por  esto,  dando  a  entender  cómo  esta  sola  es 
vida  verdadera,  concluye  diciendo:  Que  agradará  a 
Dios  en  la  región  de  los  vivos. 

Toda  falta  es  una  muerte  parcial,  y  por  esto  a  la 
muerte  llamamos  fallecimiento,  diciendo:  fulano  ha 
fallecido.  Es,  luego, ^  la  muerte  del  cuerpo,  cuando  fa- 
llece todo  lo  que  gozaba  en  este  mundo.  Es  parte  de 
esta  muerte,  cada  vez  que  falta  algo.  Pues,  como  a 
cada  paso  falten  muchas  cosas  de  las  que  son  deseadas 
de  los  más  abastados  y  ricos,  de  aquí  se  sigue  que  esta 
vida  no  es  perfecta  vida,  mas  está  muy  llena  de  muer- 
te. Y  por  esto  dice  San  Gregorio,^  que  la  vida  presente, 
comparada  a  aquella  vida  celestial  y  eterna,  más  se  ha 
de  decir  muerte  que  vida;  porque  ¿qué  otra  cosa  es  el 
cotidiano  desfallecimiento  de  su  corrupción,  sino  una 
muerte  prolija?  Es,  pues,  esta  vida  más  muerte  que 
vida,  porque  a  cada  paso  falta  lo  que  en  ella  se  desea. 
Mas  en  aquella  vida  celestial  y  divina,  como  ningún 
mal  o  defecto  haya,  y  todo  el  bien  esté  siempre  junto 
y  se  posea  y  goce,  de  aquí  es,  que  sólo  aquel  que  de 
tal  vida  goza,  verdaderamente  vive.  Y  por  esto  conclu- 
ye, diciendo:  Que  agradará  a  Dios  en  la  región  de  los 

1  luego  rr  pues. 

2  San  Gregorio,  Homilías  sobre  el  Evangelio,  homilía  57. 


126 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


vivos,  en  respecto  de  los  cuales,  los  más  abundantes 
de  este  mundo  son  y  están  como  muertos. 

Represéntanos,  pues,  el  profeta,  en  las  tres  sobre- 
dichas sentencias,  todas  las  cosas  que  deben  ser  de  nos 
meditadas,  que  son  estas  tres  maneras  de  bienes,  a  los 
cuales  se  reducen  todos  —  como  dijimos — ,  que  son: 
Jos  bienes  ya  recibidos,  los  males  de  que  hasta  agora 
rsomos  librados  y  los  bienes  que  nos  están  prometidos 
y  aparejados. 

Los  bienes  que  nos  son  dados,  son  en  tres  maneras, 
conviene  a  saber:  Dones  naturales,  dones  temporales, 
dones  gratuitos.  Los  primeros  son  incomparables,  los 
segundos  inapreciables,  los  terceros  incomprensibles  y 
sumos.  De  los  primeros,  participan  todos  igualmente; 
de  los  segundos,  también  todos,  aunque  unos  más  que 
otros;  de  los  terceros,  solos  los  justos,  y  en  diversos 
grados.  Con  los  primeros  nos  da  Dios  a  nosotros  mis- 
mos, quiero  decir,  nuestro  ser  mismo  y  todo  lo  en  él 
contenido.  Con  los  segundos  nos  da  todo  este  mundo. 
Con  los  terceros  nos  da  a  sí  mismo.  En  los  primeros 
nos  da  nuestra  vida  natural;  en  los  segundos,  esta 
abundancia  temporal;  en  los  terceros,  su  vida  divina 
con  su  muerte  corporal. 


Capítulo  III 


DE  LO  QUE  SE  HA  DE  MEDITAR  A  LA  HORA  DE 
LA    MAÑANA.    Y    PRIMERAMENTE    DE  LOS 
DONES  NATURALES 


AS  cosas  que  se  han  de  meditar,  o  pensar,  a  la  hora 


J__,  de  la  mañana,  luego  que  te  levantes,  son  los  bie- 
nes que  Dios  te  ha  dado,  así  naturales,  como  tempora- 
les, como  gratuitos,  que  se  contienen  en  los  beneficios 
de  la  creación  y  conservación  y  regeneración. 

Cerca  de  lo  primero,  has  de  pensar:  cómo  poco 
tiempo  ha  no  eras,  y  nuestro  Señor  te  ha  hecho  de 
nada,  y  dado  todo  eso  que  tienes,  conviene  a  saber: 
todo  ese  ser  tan  maravilloso,  dotado  de  tantas  y  tales 
potencias  exteriores  e  interiores,  sensuales  y  espiritua- 
les. Y  para  que  dignamente  las  puedas  pensar,  consi- 
dera atentamente  cada  una,  y  procura  de  saberla 
estimar,  mirándola  particularmente,  procurando  de 
conocer  su  valor  y  virtud  por  esta  vía  o  manera. 

Considera,  de  cuán  inestimable  valor  son  el  par 
de  ojos  que  Dios  te  ha  dado.  Para  lo  cual  mejor  sentir, 
considera,  que  si  el  rey  de  la  tierra  te  enviase  agora 
un  par  de  piedras  preciosas  que  valiesen  dos  ciudades, 
las  mejores  de  su  reino,  ¿en  cuánto  estimarías  este 
don,  mayormente  si  supieses  que  te  lo  enviaba  por  puro 
amor?  ¿Y  cuánto  por  esto  le  debrías  amar,  y  cuánto 
estarías  obligado  y  debrías  estar  inclinado  a  le  servir? 
Pues  mira  lo  que  valen  este  par  de  piedras  preciosas, 
que  son  este  par  de  ojos  que  Dios  te  ha  dado.  Si 
quieres  saber  su  valor,  mira  si  te  faltasen  y  te  diese 
Dios  a  escoger,  o  darte  los  ojos  y  no  más  del  día  y 


128 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


victOji  O  no  dártelos  y  hacerte  señor  de  todo  el  mun- 
do. ¿Cuál  de  estas  dos  cosas  es  la  que  escogerías? 
Cierto  es,  que  más  querrías  sola  la  vista  corporal,  con 
aquel  día  y  victo,  que  no  estar  sin  ella  y  ser  señor  de 
todo  el  mundo.  Luego,  este  don  de  este  par  de  piedras 
preciosas,  que  son  los  ojos,  no  sólo  valen  más  que  dos 
ciudades,  las  mejores  de  cualquier  reino,  más  aún,  que 
el  señorío  de  todo  el  universo  mundo. 

Lo  mismo  podemos  decir  de  la  potencia  del  oír, 
lo  mismo  de  la  lengua,  lo  mismo  de  tener  pies  y  ma- 
nos, lo  mismo  de  la  salud  corporal.  Pues,  si  vale  más 
que  todo  el  señorío  del  mundo  cada  una  de  estas  po- 
tencias, ¿cuánto  es  lo  que  valen  todas  juntas? 

Por  esta  misma  vía,  que  habemos  dicho,  de  las 
potencias  sensitivas  y  exteriores,  podemos  subir  a  es- 
timar las  espirituales  e  interiores,  que  sin  comparación 
son  mayores.  Porque  si  Dios  te  mandase  elegir,  o  to- 
das las  potencias  ya  dichas,  o  sólo  el  entendimiento, 
cierto  está,  que  teniendo  sano  juicio  querrías  más 
quedar  ciego  y  sordo  y  mudo  y  sin  pies  y  sin  manos, 
con  que  te  dejase  Dios  el  entendimiento,  que  no  elegir 
lo  contrario.  Lo  mismo  podemos  decir  de  la  memoria 
y  de  la  voluntad;  porque  todas  tres  son  intelectuales 
potencias,  y  en  capacidad  inñnitas,  y  entre  sí  conexas 
y  necesarias.  Pues  si  cada  una  de  las  potencias  sensua- 
les ^  vale  más  que  el  señorío  de  todo  el  mundo,  y  cada 
una  de  las  espirituales  vale  más  que  todas  aquéllas,  es- 
tima ahora,  si  puedes,  el  valor  de  las  unas  y  de  las 
otras  juntas  todas. 

Puedes  también  subir  en  el  conocimiento  del  valor 
de  estas  potencias  por  otra  vía,  que  es  por  la  conside- 
ración de  sus  efectos  admirables  y  recreaciones  que 
proceden  de  ellos.  Dime:  ¿cuánta  es  la  virtud  de  este 
par  de  piedras  preciosas,  que  son  los  ojos,  con  las 
cuales  alcanzas  y  gozas  de  ver  tanta  luz  y  tantos  es- 
pacios de  lugares  en  los  elementos  y  en  los  cielos, 
tantos  y  tan  diversos  movimientos,  tantos  colores,  tan- 
tas figuras,  tanta  variedad  de  hermosuras  en  los  edi- 

1  del  día  y  victo;  frase  equivalente  a  esta  otra  de  hoy:  el  pan 
nuestro  de  cada  día,  o  también:  el  día  y  la  noche,  e.  e.,  el  puro 
sustento  del  día. 

2  sensuales,  e.  e.,  sensibles.  Hoy  la  primera  acepción  tiene 
sentido  de  carnal  o  propio  de  la  concupiscencia. 


C.  3.    Creación.  Dones  espirituales 


129" 


ficios,  en  los  árboles  y  en  todo  género  de  plantas;  en 
las  hojas,  y  en  las  flores,  y  en  las  frutas,  y  en  los 
animales,  y  en  los  hombres,  y  en  todos  los  otros  ob- 
jetos innumerables? 

¿Cuánta  es  la  virtud  de  un  par  de  joyas  tan  precio- 
sas, como  son  este  par  de  orejas  con  que  gozas  tantas 
y  diversas  voces  y  sonidos,  y  tantas  y  tan  suaves  músi- 
cas, unas  hechas  por  las  avecicas,  otras  con  voces  hu- 
manas, otras  con  tanta  variedad  de  instrumentos,  y 
con  que  gozas  también  de  oír  tantas  y  buenas  palabras, 
tantas  y  suaves  conversaciones? 

¿Cuánta  es  la  virtud  del  olfato,  con  que  puedes  go- 
zar de  tantos  y  diversos  olores?  ¿Cuánta  es  la  virtud 
de  la  lengua,  con  que  puedes  explicar  tus  innumerables 
deseos  y  pensamientos?  ¿Cuánta  es  la  virtud  del  gusto, 
con  que  puedes  gozar  de  tanta  diversidad  de  sabores? 
¿Cuánta  la  del  tacto,  con  que  puedes  sentir  tantas  di- 
versas recreaciones?  ¿Cuánta  la  virtud  de  un  par  de 
manos,  con  que  puedes  hacer  tantas  y  diversas  obras? 
¿Cuánta  la  de  un  par  de  pies,  con  que  puedes  moverte 
a  tantos  y  diversos  movimientos,  y  adquirir  tantos  y 
tan  diversos  lugares? 

Pues,  ¿qué  dirás  del  entendimiento,  con  el  cual 
tienes  facultad  de  discernir  lo  bueno  y  lo  malo,  cono- 
cer lo  verdadero  y  lo  falso,  alcanzar  tantas  ciencias  y 
verdades,  penetrar  tantos  secretos,  recibir  tantas  y  di- 
versas noticias,  hallar  tantas  razones  y  medios  para 
alcanzar  los  ñnes  deseados,  y,  sobre  todo  esto,  levan- 
tarte a  conocer  al  mismo  hacedor  tuyo  y  criador  de 
todas  las  cosas? 

¿Cómo  estimaríamos  una  joya  tan  preciosa  como 
es  la  memoria,  con  la  cual  te  puedes  acordar  de  tan- 
tas y  diversas  cosas,  recibir  y  reducir  tantas  semejan- 
zas y  especies  inteligibles  y,  sobre  todo  esto,  poderte 
acordar  de  nuestro  Señor  Dios  en  cada  hora,  y  gozar 
de  su  dulce  memoria? 

¿Cómo  también  apreciaremos  una  joya  tan  mara- 
villosa como  es  la  voluntad,  en  todo  el  reino  de  tu 
ánima  señora,  con  la  cual  puedes  gozar  de  tantos  y 
diversos  bienes  corporales  y  espirituales,  visibles  e  in- 
visibles, y  con  que,  sobre  todo  esto,  puedes  amar  y 
gozar  de  ese  mismo  Dios,  hacedor  tuyo,  que  es  piélago 
infinito  do  están  y  manan  todos  los  bienes? 


Capítulo  IV 


DE  LA  MEDITACION  DE  LOS  BIENES 
TEMPORALES 


LA  segunda  manera  de  dones,  son  los  bienes  tempo- 
rales. Cerca  de  lo  cual  has  de  meditar  y  debes 
atentamente  considerar,  cómo  nuestro  Señor  Dios  ixo 
sólo  te  ha  dado  y  da  las  potencias  sobredichas,  mas 
también  todas  las  cosas  que  gozas  con  ellas.  Quiero 
decir;  que  te  da  ojos  para  ver,  y  todas  las  cosas  que 
ves;  orejas  para  oír,  y  todos  los  sones  y  músicas  y  pala- 
bras que  oyes;  olfato  para  oler,  y  todas  las  cosas  odo- 
ríferas, tantas  y  diversas,  que  hueles;  lengua  para  ha- 
blar, y  todas  las  voces  y  palabras  que  formas;  gusto 
para  gustar,  y  todos  los  manjares  y  licores  que  gustas; 
tacto  para  tocar  y  todas  las  recreaciones  que  con  él 
tienes;  manos  para  obrar,  y  toda  la  materia  e  industria 
con  que  obras;  pies  para  andar,  y  la  tierra  en  que  te 
sustentas  y  espacios  por  donde  andes;  entendimiento 
para  entender,  y  todo  lo  que  entiendes;  memoria  para 
acordarte,  y  todo  lo  que  te  acuerdas;  voluntad  para  amar 
y  gozar,  y  todos  los  bienes  que  amas  y  gozas. 


Capítulo  V 


DE  LA  CONSERVACION  DE  TODAS  LAS  COSAS 


L  segundo  punto  que  debes  considerar  con  grande 


1^  atención  cerca  de  estos  dones,  así  naturales  como 
temporales,  es  el  beneficio  de  la  conservación,  con  el 
cual  el  Señor  todopoderoso  te  los  conserva  y  sustenta 
todos. 

Cerca  de  esto  has  de  notar,  que  en  cada  hora  y 
momento  te  tornarías  en  nada,  si  nuestro  Señor  Dios 
no  te  estuviera  siempre  sustentando;  de  modo  que, 
aunque  no  le  vemos,  siempre,  adoquier  que  estamos, 
está  invisiblemente  con  nosotros,  y  —  como  dice  por  el 
Profeta  Oseas  —  Nos  tiene  y  trae  en  sus  brazos.^  Lo 
mismo  da  a  entender  el  Apóstol  cuando  dice,  que  en 
él  vivimos,  y  nos  movemos,  y  somos.^  Y  en  otra  parte 
dice:  Trae  Dios  todas  las  cosas  en  la  palabra  de  su 
virtud,^  que  es  su  Hijo  unigénito  y  con  él  un  Dios  to- 
dopoderoso. 

Pues,  al  que  en  esto  profunda  y  frecuentemente  me- 
ditare, mucho  le  podrá  aprovechar  para  ser  movido  al 
temor  y  amor  divino,  y  para  se  conservar  delante  su 
acatamiento  con  corazón  humilde,  ferviente  y  puro. 
¿Quién,  no  se  espanta  de  ver  en  esto,  la  bondad  divina? 
¿Quién,  que  esto  sienta,  no  se  aficiona  a  Dios  sobre 
todo  amor  de  criatura?  Dime:  si  hubiese  un  Rey  o 
Príncipe  tan  amoroso  y  benigno,  que  a  sus  mismos  cria- 
dos por  puro  amor  trajese  en  brazos,  y  cuando  estuvie- 
sen enfermos  les  diese  de  comer  con  sus  propias  ma- 
nos, y  los  moviese  a  todos  los  movimientos  a  que  qui- 


1  Os.  11,  3. 

2  Act.  17,  23. 

3  Hehr.  1,  3. 


132 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


siesen  ser  movidos,  ¿quién  no  desearía  ser  su  criado? 
¿y  quién  no  se  aficionaría  a  él  más  que  a  otros?  Y  cuan- 
to fuese  mayor  este  Señor,  tanto  se  manifestaría  más 
en  esto  su  bondad  y  amor.  Pues,  tanto  más  excede  a 
todos  estos,  y  resplandece  en  ello  la  bondad  y  caridad 
divina,  cuanto  el  mismo  Dios,  inmenso,  es  mayor  que 
su  criatura. 

Pues,  si  alguno  de  los  criados  del  Rey,i  después  de 
recibidas  tan  grandes  mercedes  y  favores,  le  fuese  in- 
grato y  traidor;  y  después  de  le  haber  ofendido  con 
desobediencias,  injurias  y  traiciones,  no  dejase  de  traer- 
le con  el  mismo  amor  en  brazos,  y  darle  continuos  e 
inestimables  dones,  ¿cuánto  más  se  probaría  su  no- 
bleza y  benevolencia?  ¿Pues,  cuánta  es  acerca  de  ti  la 
bondad  y  caridad  divina,  que  siendo  él  Dios  Todopode- 
roso, y  habiendo  usado  contigo  de  todo  esto,  y  ha- 
biéndole tú,  no  sólo  una  vez,  mas  muchas,  ofendido, 
y  con  tantas  maldades  desobedecido,  injuriado  y  des- 
acatado, y,  cuánto  es  en  ti,  deshonrado  y  de  su  señorío 
poderío  y  virtud  privado,  queriendo,  cuando  mortal- 
mente  pecas,  que,  o  Dios  no  fuese  justo  para  te  casti- 
gar o  poderoso  para  te  impedir,  que  es  querer  que  no 
fuese  Dios? 

Y  con  todo  esto,  por  su  infinita  misericordia  no  te 
ha  consumido,  ni  condenado;  antes,  siempre  te  ha  es- 
perado, y  en  sus  brazos  traído;  y  eres  siempre  de  él 
favorecido  y  tan  amado,  y  de  tantos  dones  inefables, 
generales  y  especiales,  tan  dotado  y  enriquecido. 

Considera,  pues,  cómo  nuestro  Señor  Dios  te  conser- 
va, y  te  está  siempre  dando,  así  todo  tu  ser  como  todos 
estos  innumerables  bienes  que  continuamente  gozas;  por- 
que en  todo  momento  está  en  todo,  influyendo  todo  con 
aquella  virtud  suya  infinita,  que  no  hace  menos  en  esto, 
que  si  en  cada  momento  lo  criase  todo  de  nuevo.  Así 
como  el  sol,  para  que  el  aire  esté  alumbrado,  es  menes- 
ter que  siempre  esté  enviándole  sus  rayos;  así  también, 
Dios  está  siempre  enviando  su  influencia  divina  con 
que  nos  conserva  y  da  todo  el  ser  de  nuestras  poten- 
cias y  de  todas  las  cosas  que  gozamos  con  ellas,  así 
espirituales  como  temporales. 


1    í.«  edic:  de  aquel  Rey. 


Capítulo  VI 


EN  QUE  SE  PROSIGUE  LA  MEDITACION  DE 
LOS  BIENES  NATURALES  Y  TEMPORALES 


ANOS  Dios  siempre,  como  hemos  declarado,  to- 


J  /  dos  los  dones  naturales  y  temporales;  de  ellos, 

con  sus  propias  manos,  como  son  el  ser  y  todas  estas 
potencias;  de  ellos,  con  muchos  y  diversos  pajes  y 
criados  suyos,  que  son  todas  las  criaturas,  con  las 
cuales  nos  está  siempre  enviando  tantos  dones  y  mer- 
cedes. 

¿Qué  piensas,  si  bien  lo  miras,  que  son  todos  estos 
bienes  que  recibes  y  con  los  cuales  te  deleitas,  sino 
unos  continuos  dones  y  presentes  que  nuestro  Señor 
por  su  puro  e  incomprensible  amor  te  envía  siempre 
empresentados  i  con  sus  pajes  y  criados,  tantos  y  tan 
bien  criados,  dotados  de  maravillosa  hermosura  y  vir- 
tud, y  tan  ricamente  ataviados?  ¿Qué  son  todos  los 
árboles,  sino  unos  pajes  de  Dios,  tantos  y  tan  diversos, 
y  tan  varia  y  hermosamente  vestidos?  De  ellos,  de 
blanco;  de  ellos,  de  colorado;  de  ellos,  de  verde;  de  ellos, 
de  otros  diversos  colores;  de  ellos,  de  muchas  y  dife- 
rentes clases  con  la  multitud  de  sus  flores,  hojas  y  fru- 
tos, y  con  tantas  labores  y  figuras  y  primores,  que 
traen  en  cada  flor  y  en  cada  hojita,  tan  bien  ataviados, 
que  —  como  dice  nuestro  Señor  Dios  en  el  Evange- 
lio —  Ni  Salomón  en  toda  su  gloria  fué  tan  bien  ves- 
tido como  uno  de  ellos.^ 

¿Qué  son,  pues,  todos  éstos,  sino  unos  pajes  de 
Dios  muy  hermosos,  con  los  cuales  tantos  géneros  de 

1  empresentados,  e.  e.,  en  forma  de  presentes.  Término  des- 
usado,  pero  de  significación  expresiva  y  forma  bella,  que  debiera 
restituirse  al  uso. 

2  Mt.  6,  29. 


134 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


frutos  te  envía  empresentados?  ¿Qué  son  todos  los  gé- 
neros de  animales  tan  varios  e  innumerables,  sino  unos 
criados  de  Dios  que  te  traen  de  que  comas  y  te  vistas? 
¿Qué  son  todos  los  géneros  de  aves  y  multitud  de  ave- 
citas,  sino  unos  sirvientes  de  Dios?  ¿De  ellos,  para  que 
te  sirv'an  como  manjares  a  tu  mesa;  de  ellos,  para  que 
te  hagan  miísica?  ¿Qué  son  otros  muchos  animales 
así  de  géneros  de  pescados, i  como  de  animales  terres- 
tres, sino  de  ellos,  para  traerte  diversos  sabores,  como 
lo  hacen  los  peces  que  viven  en  las  aguas;  de  ellos, 
para  llevarte  sobre  sí  mismos  y  traerte  de  unos  lugares 
a  otros,  como  lo  hacen  las  bestias  que  sirven  en  las 
casas? 

¿Qué  son  todos  los  elementos,  sino  unos  servidores 
de  Dios  que  te  están  sirviendo  de  día  y  de  noche  con 
tantos  y  tan  necesarios  efectos?  ¿Y  qué  otra  cosa  hacen 
todos  los  cielos,  sino  estar  siempre  sirviéndote  con  sus 
continuas  y  varias  influencias  y  admirables  movimien- 
tos? ¿Qué  otra  cosa  es  el  sol,  sino  un  criado  de  Dios, 
tan  resplandeciente,  que  te  sir\^e  de  paje  de  hacha  2 
para  alumbrarte  en  el  día?  ¿Y  qué  otro  oficio  tienen  la 
luna  y  las  estrellas,  sino  alumbrarte  de  noche?  ¿y  qué 
cosas  son  las  candelas  encendidas,  sino  unas  criaturas 
de  Dios  que  te  sirv^en  del  mismo  oficio,  que  es  alum- 
brarle, para  que  veas  y  goces  tantas  y  diversas  cosas, 
y  con  que  puedas  hacer  tantas  y  diversas  operaciones? 
¿Quién  no  se  admira  de  ver  una  criatura  tan  hermosa  y 
tan  activa,  de  tanta  virtud  y  eficacia,  como  es  una  can- 
dela encendida?  ¿En  cuánto  estimarías  este  don  y  esta 
joya  tan  preciosa  si  nunca  hasta  ahora  Dios  te  la  hu- 
biera enviado,  sino  que,  siempre  de  noche,  hubieras 
estado  a  oscuras,  y  ahora  de  nuevo  te  hubiera  enviado 
en  la  noche  esta  tan  admirable  joya,  como  es  una  can- 
dela encendida,  con  que  comenzases  a  ver  y  gozar  de 
objetos  tantos  y  tan  diversos? 

¡Oh  Señor,  Dios  mío!  cuán  inestimable  es  la  dulzu- 
ra de  vuestro  amor  acerca  de  mí,  pues  habéis  obrado 
y  obráis  siempre  tantas  maravillas  por  amor  de  mí. 

1  géneros  de  pescados.  Es  de  notar,  ya  a  principios  del  si- 
glo XVI,  el  significado  de  la  palabra  pescado,  para  indicar  todo 
género  de  peces  de  rio  o  de  mar,  como  hoy  día. 

2  paje  de  hacha,  el  que  en  las  casas  nobles  y  en  los  palacios 
iba  delante  alumbrando  el  camino  a  su  señor. 


C.  6.    Dones  naturales  y  temporales 


135 


¡Oh  Señor,  Dios  mío,  dadme,  por  quien  Vos  sois,  a 
sentir  cuánto  por  todos  estos  dones  os  debo  amar  y  ser- 
vir! Porque  si  vos.  Señor,  Dios  mío,  no  me  los  hubié- 
rades  dado  dende  el  principio  así  todos  juntos,  ¿cuán- 
to estimara  cualquiera  de  ellos,  si  agora  de  nuevo  me 
enviáredes  alguno,  y  aunque  no  fuera  sino  emprestado 
para  un  poco  de  tiempo?  Quiero  decir,  si  no  me  hu- 
biérades  dado  desde  el  principio  este  par  de  piedras 
preciosas,  que  son  los  ojos,  sino  que  agora  me  las  en- 
viáredes empresentadas  de  nuevo;  y  aunque  no  fueran, 
sino  prestadas,  para  gozarlas  por  sola  una  semana. 
¿En  cuánto  estimara  este  don,  aunque  no  me  lo  diéra- 
des  sino  en  cada  mes,  emprestado  para  este  poco  de 
tiempo,  que  es  una  semana  de  él,  como  ya  he  dicho? 

Y  lo  mismo  puedo  decir  de  los  objetos  que  gozo 
con  los  ojos,  como  son,  tanta  diversidad  de  lumbres  y 
figuras,  y  diversidad  de  hermosuras  y  en  tanto  género 
de  criaturas  corporales,  sensibles  y  racionales.  Y  si  no 
me  hubiérades  dado  la  potencia  del  oír,  sino  que  agora 
de  nuevo  me  enviáredes  este  par  de  joyas  tan  admira- 
bles, como  lo  son  este  par  de  oídos,  aunque  no  fueran 
sino  emprestadas  por  unos  pocos  de  días,  ¿en  cuánto 
fueran  de  mí  estimadas?  Y  lo  mismo  digo  de  los  obje- 
tos y  recreaciones  que  gozo  con  ellas,  como  son  tantas 
músicas  y  doctrinas  y  conversaciones. 

Lo  mismo  puedo  y  debo  considerar  de  todas  las 
otras  potencias,  y  de  todas  sus  recreaciones  a  ellas  pro- 
pias y  proporcionadas.  Pues  ¿cuánto  os  debo  yo.  Se- 
ñor, Dios  mío,  porque  me  habéis  dado,  y  estáis  siempre 
conservando  e  influyendo  esta  potencia  visiva,  y  me 
estáis  siempre  enviando  tanta  luz  y  diversos  resplando- 
res, tantas  riberas  y  prados  y  huertas;  edificios,  campos 
y  florestas,  con  tantos  colores  y  figuras  y  variedad  de 
hermosuras  con  que  me  recree?  ¿Y  me  habéis  dado,  y 
estáis  siempre  dando,  esta  potencia  auditiva,  y  tantas 
músicas  y  doctrinas  que  oiga?  ¿Y  me  habéis  dado,  y 
me  estáis  siempre  enviando  esta  potencia  olfativa,  y 
tantos  olores  que  huela?  ¿Y  me  habéis  dado  y  estáis 
siempre  dando  este  sentido  del  gusto,  y  tanta  diversidad 
de  manjares,  tantas  frutas,  tantos  pescados,  tantas  car- 
nes, tantas  especias,  tantos  licores,  que  guste?  ¿Y  me 
habéis  dado  y  estáis  siempre  dando  este  sentido  del 
tacto,  y  tantas  blanduras  y  frescuras  y  regalos  con  que 


136 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


me  recree?  ¿Y  me  habéis  dado  este  par  de  manos,  con 
que  tan  varias  e  innumerables  operaciones  obre?  ¿Y  me 
habéis  dado  y  me  estáis  siempre  dando,  este  par  de 
pies,  con  que  pueda  moverme  a  tantos  movimientos, 
conseguir  tantos  lugares,  gozar  de  tantas  y  diversas 
cosas? 

Pues  si  tan  inestimable  es.  Señor,  Dios  mío,  el  amor 
que  os  debo  por  estas  potencias  sensuales  y  sus  recrea- 
ciones; ¿qué  es  lo  que  os  debo,  porque  me  habéis  dado 
una  joya  tan  incomparable  como  es  un  entendimiento 
para  conocer,  no  sólo  innumerables  objetos  criados, 
mas  aun  también  a  Vos,  mi  Dios,  criador  de  todos? 
¿Y  me  habéis  dado  y  dais  siempre  una  memoria  con 
que  me  pueda  acordar,  no  sólo  de  los  bienes  que  son 
en  toda  criatura,  mas  que  me  pueda  acordar  cada  vez 
que  quiera  de  vuestra  bondad  y  caridad  infinita?  ¿Y  me 
habéis  dado  y  estáis  siempre  dando  joya  tan  inapre- 
ciable como  es  la  voluntad,  con  que  pueda  amar  y 
gozar,  no  sólo  los  bienes  criados  transitorios,  mas  aun 
los  eternos;  y,  aun  sobre  todos,  a  Vos  mismo,  que  sois 
mi  bien  todo,  y  en  todo,  bien  inmenso?  Pues,  ¿cuánta 
obligación  tengo,  Señor,  Dios  mío,  de  amaros  por  todos 
estos  bienes,  y  servirte  con  cada  uno  de  todos? 

Porque,  si  agora  cualquier  dellos  me  faltase,  y 
vos  me  los  diésedes  con  condición  de  que  no  usase  de 
ellos  sino  en  las  cosas  que  vos  sois  servido,  ¿cuán  de 
buena  voluntad  aceptaría  este  don  con  esta  condición? 
Pues,  luego,  ¡cuánta  obligación  tengo  a  nunca  querer 
ver,  sino  lo  que  vos  queréis  que  vea;  y  nunca  oír,  sino 
lo  que  vos  queréis  que  oiga;  y  nunca  oler,  sino  lo  que 
vos  queréis  que  huela;  y  nunca  gustar,  sino  lo  que  vos 
queréis  que  guste;  y  nunca  hablar,  sino  lo  que  vos  que- 
réis que  hable;  y  nunca  andar,  sino  lo  que  vos  que- 
réis que  ande;  y  nunca  tocar,  sino  lo  que  vos  queréis 
que  toque;  y  nunca  pensar,  sino  lo  que  vos  queréis  que 
piense;  y  nunca  saber,  sino  lo  que  vos  queréis  que  sepa; 
y  nunca  amar,  sino  lo  que  vos  queréis  que  ame!  Y  si 
he  sido  muy  ingrato  cada  vez  que  de  estos  dones  no 
he  usado  en  vuestro  servicio,  ¿cuánto  he  sido  de  ingrato 
y  malo,  cuando  los  he  empleado  en  vuestro  deservicio? 

Esta  es  la  primera  vía  para  subir  por  estos  dones 
naturales  al  conocimiento  de  la  divina  excelencia  y  de 
su  benevolencia,  que  se  comienza  desde  la  considera- 


C.  6.    Dones  naturales  y  temporales  137 

ción  de  la  mínima  criatura,  hasta  entrar  dentro  de  nos 
mismos  al  conocimiento  de  nuestra  ánima,  hecha  a  la 
imagen  y  semejanza  divina.  La  cual  meditación,  cuan- 
do hasta  aquí  llega  el  ánima  —  que  es  entrar  a  cono- 
carse  a  sí  misma  —  alcanza  por  medio  de  sí  un  conoci- 
miento de  Dios  admirable,  con  ser  Dios  no  perfecta- 
mente comprehensible,  como  el  profeta  lo  manifiesta,  do 
dice:  Maravillosa  es  hecha,  oh  Señor,  vuestra  ciencia, 
que  mostráis  en  mí:  es  tan  confortada,  que  no  puede 
ser  de  mí  comprehendidaA 

Resplandece,  pues,  en  esta  meditación  santa,  ma- 
yormente en  nuestra  ánima,  la  excelencia  y  benevolen- 
cia divina.  La  excelencia  de  su  potencia,  sabiduría  y 
bondad,  en  que  pudo  y  supo  y  quiso  criarnos  y  quiere 
conservarnos;  y  crió  y  cría  para  nos  tantos  bienes,  de 
que  interior  y  exteriormente  nos  tiene  siempre  cerca- 
dos y  llenos.  Resplandece  su  benevolencia,  en  que  no 
nos  habiendo  menester  para  cosa  alguna,  por  puro 
amor  nos  lo  ha  dado  todo,  y  nos  lo  está  siempre  dando. 

Para  subir  con  esta  consideración  por  el  conoci- 
miento de  Dios,  buscándole,  como  por  un  camino,  por 
medio  de  sus  pisadas,  podremos  tener  esta  manera: 
Toma  tú,  hermano  mío  muy  amado,  una  hojita  de  un 
árbol  en  las  manos  de  tu  consideración;  toma  una  hoja 
de  parra  o  vid,  y  mírala  atenta  y  frecuentemente  2  a  la 
claridad  del  sol,  de  manera  que  no  haya  falta  ni  exceso 
de  luz.  Y  verásla  toda  tan  bien  labrada,  que  no  hay 
labrandera  ni  iluminador  en  todo  el  mundo  que  imi- 
tarla pueda.  Ponía  entonces  también  delante  de  los 
ojos  de  tu  alma  y,  profundamente  considerada,  podrás, 
y  debes  decir  con  tu  corazón:  Si  todos  los  hombres  y 
príncipes  del  mundo  se  juntasen  a  hacer  esta  hojita, 
no  podrían  hacerla,  ni  aun  sabrían  entenderla;  pues, 
¿cuánta  es  la  sabiduría  y  potencia  de  aquel  que  la  ha 
criado?  Y  si  esta  hoja  es  tan  hermosa,  ¿cuánto  más  es 
una  ánima  sensitiva?  ¿Cuánto  más  una  ánima  racional? 
¿Cuánto  más  un  ángel?  ¿Y  cuánta  mayor  hermosura, 
subiendo  por  todos  los  espíritus  celestiales  hasta  los 
sumos,  que  son  los  serafines,  mayormente  siendo  todos 
distintos  en  especie,  como  dice  Santo  Tomás,  no  sólo 

1  Ps.  23,  8. 

2  1."  edic:  mírala  atentamente  a  la  claridad... 


10 


138 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


los  de  una  jerarquía  de  la  otra,  y  los  de  una  orden  de 
la  otra,  mas  que  cada  uno  es  distinto  en  especie  de 
otro,  y  así,  cada  uno  es  más  hermoso  que  otro,  yendo 
por  ellos  subiendo?  Pues,  como  sean  innumerables,  y 
la  hermosura  del  primero  e  ínfimo  exceda  a  toda  la  de 
este  mundo,  ¿cuál  será  y  es  la  del  espíritu  último  y 
sumo? 

Has  también  de  tomar  en  las  manos  de  tu  conside- 
ración ese  par  de  ojos  corporales,  que  te  ha  dado,  y 
considerar  y  decir:  ¡cuán  admirable  es  esta  joya  que 
me  ha  enviado  mi  esposo!  ¿Quién  podrá  apreciar  el 
valor  de  este  par  de  piedras  preciosas?  ¿Quién  podrá 
dignamente  comparar  su  hermosura?  ¿Quién  su  virtud 
y  eficacia,  con  que  tantas  cosas  conozco,  puedo  y  gozo? 
¡Una  joya  tan  rica,  tan  hermosa  y  graciosa,  tan  noble 
y  tan  poderosa,  tan  delicada  y  tan  jocunda!  ¡Una  cosa 
de  tanta  virtud,  con  que  tantas  y  diversas  cosas  veo  y 
gozo  cada  vez  que  quiero!  ¡Una  cosa  tan  pequeña  en 
cantidad  y  tan  grande  en  eficacia  y  capacidad,  en  quien 
cabe  la  tierra  y  el  cielo  y  tantos  espacios  y  diferencias 
de  lugares,  y  con  que  comprehendo  innumerables  y 
diversos  objetos  de  las  cosas  visibles!  Si  tal  es  el  don, 
¿qué  tal  será  el  dador?  Si  tal  es  esta  joya,  ¿qué  tal  el 
esposo  mío  que  la  ha  hecho  y  me  la  envía? 

Lo  mismo  puede  y  debe  pensar  toda  ánima  verda- 
deramente cristiana,  tomando  en  su  consideración  cada 
una  de  sus  potencias,  y  cada  uno  de  los  objetos  que 
goza  con  ellas;  mayormente  las  potencias  intelectuales, 
por  las  cuales  y  sus  rectas  operaciones,  es  hecha  a  ima- 
gen y  semejanza  de  su  criador  mismo  y  esposo  suyo. 
Porque  considerando  la  incomprehensible  capacidad  y 
facultad  que  tiene  recibida  en  cada  una  de  estas  poten- 
cias, siendo  como  es  criatura,  puede  y  debe  levantarse 
a  conocer  y  amar  a  aquel  esposo,  que  por  ser,  como  es, 
su  criador,  infinitamente  le  excede  en  todo.  Puede 
también  y  debe  subir  por  estos  pasos  y  medios  al  co- 
nocimiento de  la  divina  benevolencia,  por  esta  manera: 
Tome  una  hoja  de  parra,  o  una  flor,  o  rosa  y,  consi- 
derada, dirás  así:  Si  tan  hermosa  es  esta  hoja,  o  flor, 
que  se  ha  de  secar  tan  presto,  ¿qué  tal  será  la  hermo- 
sura de  los  ángeles  del  paraíso,  y  de  nuestros  cuerpos 
cuando  estén  glorificados  en  el  cielo?  Y  si  tanto  se 
esmeró  mi  Hacedor  en  estos  ojos,  que  me  ha  dado 


C.  6.    Dones  naturales  y  temporales 


139 


mortales,  ¿cuáles  me  los  dará,  cuando  me  los  diere  in- 
corruptibles? Si  tantos,  y  tan  grandes,  y  continuos  bie- 
nes me  da  en  este  destierro,  ¿cuáles  y  cuántos  me 
tiene  aparejados  en  la  celestial  patria?  Si  tantos  y  tales 
son  los  dones  que  da  en  este  mundo  a  los  buenos  y  a 
los  malos,  ¿cuáles  serán  los  que  tiene  guardados  para  los 
que  le  temen  y  aman,  y  de  que  han  de  gozar  solos 
los  buenos?  Y  si  con  todo  amor  me  ha  tratado  en  el 
tiempo  que  le  he  menospreciado  y  héchome  su  ene- 
migo, ¿con  qué  amor  me  abrazará,  siendo  su  hijo  y  en 
toda  virtud  perfecto? 

En  estos  pensamientos  se  debe  ocupar  el  ánima  que 
es  cristiana  y  devota;  y  así  lo  hará,  si  a  su  criador  y 
esposo  ama  como  debe.  Debe,  pues,  la  tal,  si  quiere 
aumentarse  en  el  divino  amor,  procurar  de  frecuentar 
éstas  y  otras  semejantes  meditaciones,  las  cuales  le 
serán  dulces  y  saludables,  y  para  las  cuales  podrá  a 
cada  paso  hallar  motivos  para  subir  al  conocimiento 
y  amor  de  Dios  por  medio  destos  dones  naturales  y 
temporales. 


Capítulo  VII 


DE        MEDITACION  DE  LOS  DONES 
GRATUITOS 

DESPUÉS  de  la  consideración  de  los  dones  natura- 
les y  temporales,  se  sigue  considerar  los  dones 
gratuitos,  con  cuya  meditación  nos  llegamos  más  a 
Dios,  subiendo  en  mayor  conocimiento  suyo. 

Estos  dones  gratuitos  son  en  dos  maneras,  en  las 
cuales  entrambas  se  nos  da  este  mismo  Dios,  aunque 
por  modos  diversos.  En  la  una  manera,  que  es  el  modo 
de  nuestra  redención,  se  nos  da  para  nuestro  servicio 
y  precio.  En  la  otra,  que  es  la  justificación,  se  nos  da 
para  nuestro  descanso  y  consuelo. 

En  el  primer  género  de  estos  dones  gratuitos,  que 
es  el  modo  de  nuestra  reparación,  se  nos  representa  la 
encarnación  y  nacimiento  y  vida  y  muerte  de  nuestro 
Señor  Jesucristo;  el  cual,  así  como  en  los  dones  natu- 
rales nos  dió  este  nuestro  ser  todo,  y  en  los  temporales 
nos  ha  dado  y  nos  da  todo  este  mundo,  así  en  estos 
gratuitos,  nos  dió  a  sí  mismo  y  sumamente  todo. 

Cerca  de  esto,  has  de  considerar  con  toda  aten- 
ción y  devoción,  cómo  habiendo  tú  sido  ingrato  a  todos 
los  dones  sobredichos,  tan  admirables  e  innumerables; 
y  habiendo  ofendido  y  menospreciado  a  dador  tan 
magnífico,  inmenso  amador  tuyo,  y  que  en  sí  mismo  es 
piélago  infinito  de  majestad,  y  gloria,  y  poderío;  y 
mereciendo  tú,  por  tanta  ingratitud  y  menosprecio, 
ser  no  solamente  privado  de  la  felicidad  que  te  estaba 
aparejada  en  el  cielo,  mas  aun  ser  condenado  al  in- 
fierno; no  teniendo  con  qué  pagar  al  rigor  de  la  infinita 
justicia  la  deuda  de  tu  culpa,  tuvo  por  bien  el  mismo 
Dios  inmenso,  que  es  el  ofendido,  darte  a  sí  mismo 


C.  7.    Dones  gratuitos.  Redención 


141 


para  tener  con  que  le  pagues  la  pena  de  tu  pecado. 

Para  lo  cual  determinó  de  darte  a  su  Hijo  unigé- 
nito, a  él  igual  y  consustancial  y  con  él  un  Dios,  ha- 
ciendo que  sea  unida  a  él  nuestra  naturaleza  en  unidad 
de  persona.  Porque  siendo  así  la  misma  divina  persona 
verdadero  hombre,  pudiese  humillarse  a  servir,  y  pa- 
decer, y  morir;  y  por  este  servicio,  y  pasión,  y  muerte, 
a  que  se  humüló  en  cuanto  hombre  —  ofreciéndolo 
por  nosotros  al  Padre,  y  a  él  mismo  en  cuanto  Dios, 
y  al  Espíritu  Santo,  que  con  él  y  el  Padre  es  un  Dios, 
por  ser,  como  es,  el  que  se  humilla  verdadero  Dios  — 
ofreciese  por  nosotros  servicio  y  satisfacción  de  valor 
infinito,  y  así  satisficiese  por  nuestra  ofensa,  que,  por 
ser  contra  la  infinita  majestad  divina,  es  digna  de  in- 
finita pena;  y  así  se  le  da  al  que  la  incurre.  Y  aunque 
no  en  intensión,  porque  no  es  a  ella  capaz  la  criatura, 
désele  a  lo  menos  infinitamente  en  duración,  siendo 
como  lo  es  eterna:  porque,  así,  previniéndonos  con  su 
benevolencia  y  misericordia  inmensa,  nos  librase  de 
caer  en  su  indignación  infinita,  pagando  en  la  natura- 
leza que  pecó  y  siendo  el  mismo  Dios  el  que  paga,  por- 
que así  fuese  la  paga  sumamente  justificada  y  en  sumo 
grado  piadosa. 

Es  también  aquí  mucho  de  notar,  que  pagando 
Cristo,  pagan  con  razón  todos  sus  escogidos;  porque 
todos  son  miembros  de  su  cuerpo  místico,  por  estar 
con  él  mismo,  como  su  cabeza,  por  amor  verdadero 
unidos.  Porque  por  la  fuerza  del  íntimo  amor  con  que 
están  así  a  él  incorporados,  se  sigue  que  toman  sus 
penas  por  propias,  de  modo  que,  él  padece  y  ellos  se 
compadecen,!  él  ofrece  su  pasión  y  ellos  la  participan 
y  ofrecen  por  compasión.2 

De  aquí  se  sigue,  que  el  que  no  está  unido  por 
verdadero  amor  con  Cristo,  pagará  por  sí  mismo  en  el 
infierno,  que  será  padecer  los  tormentos  que  padeció 
el  mismo  Cristo,  o  mayores,  y  sin  término.  Dije  "los 
tormentos  de  Cristo",  porque  de  su  persona  está  es- 
crito: Mi  ánima  se  acercó  al  infierno.'^  Quiere  decir: 
la  pena  que  padezco  es  cercana  a  los  tormentos  del 
infierno. 


1  compadecen,  e.  e.,  padecer  con  otro. 

2  compasión,  e.  e.,  pasión  con  otro. 

3  Ps.  87,  4. 


142 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


Mas,  como  ya  dije,  por  ser  el  que  padece  ese  mis- 
mo Dios,  y  ser  nuestra  cabeza,  con  su  pasión  y  muerte 
transitoria,  cuanto  a  la  pena,  libra  a  sus  miembros,  que 
son  sus  escogidos,  de  la  condenación  intolerable  y 
eterna. 

Has  también  aquí  de  notar,  que  no  sólo  padeció 
Cristo  por  ti  al  tiempo  de  su  muerte,  mas  antes  fué 
combatido  de  incomparable  pena  y  tristeza;  y  todo  el 
tiempo  de  esta  presente  vida,  dende  el  instante  que 
encarnó  hasta  el  punto  que  expiró  en  la  Cruz.  Porque, 
aun  estando  en  el  vientre  bienaventurado  de  su  santí- 
sima Madre,  así  como  su  ánima  con  suma  caridad 
amaba  a  su  Padre  y  Dios  único,  y  por  consiguiente 
también  con  sumo  amor  a  nuestro  linaje  humano;  así, 
sumamente  le  pesaba  de  todas  las  ofensas  contra  Dios 
hechas,  y  de  todos  nuestros  males  en  que  estábamos  y 
estamos  caídos;  por  los  cuales  remediar,  como  dice 
nuestro  Padre  San  Agustín,^  no  le  fué  horrible,  mas 
holgó  sufrir  estar  allí  encerrado  hasta  la  hora  bendita 
que  nació,  aunque  era  varón  perfecto,  porque  tenía 
uso  de  entendimiento  y  libre  albedrío  tan  entero,  como 
cuando  enseñó  al  mundo. 

Esto  pondera  Jeremías  profetizando,  do  dice:  Una 
cosa  nueva,  cosa  nunca  vista,  hará  Dios  sobre  la  tierra, 
y  es,  que  la  mujer  cercará  al  varón, ^  Entonces  estuvo 
Cristo  nuestro  Señor  de  la  mujer  cercado,  cuando  es- 
tuvo en  su  vientre  encerrado,  el  cual,  aunque  cuanto 
al  cuerpo  era  pequeñito,  cuanto  al  espíritu  era  varón 
perfecto.  Cosa  es  digna  de  contemplar,  cómo  allí  es- 
taba lo  que  allí  estando  pensaba  y  deseaba,  y  cómo 
estaba  allí  abrasado  en  el  amor  del  Padre  y  nuestro. 
Por  lo  cual,  sumamente  se  añigía  su  espíritu  de  la  des- 
honra paterna  y  de  la  miseria  nuestra.  Mas  después  que 
nació,  empezó  a  padecer,  no  sólo  en  el  ánima,  mas 
también  en  su  carne  delicatísima,  naciendo  y  viviendo 
en  continua  y  suma  pobreza,  trabajos  y  menosprecios, 

1  Se  refiere  a  las  palabras  del  Te  Deum:  Tu  ad  liberandum 
auscepturus  hominem,  non  horruisti  Virginis  uterum,  Himno  atri- 
buido por  la  leyenda  a  San  Ambrosio  y  San  Agustín,  con  cuyos 
nombres  ha  figurado  hasta  hace  pocos  años  en  el  Breviario  Ro- 
mano. Alareón  recoge  esta  opinión,  en  su  tiempo  indiscutidxi.  El 
autor  de  este  Himno  es  desconocido,  aunque  la  crítica  se  inclina 
a  Nicetas,  obispo  de  Remesiana. 

2  Jer,  SI,  22. 


C.  7.    Dones  gratuitos.  Redención  143 


persecuciones  y  angustias,  según  que  por  el  profeta  lo 
declara,  diciendo:  Pobre  soy  y  en  trabajos  desde  mi 
pequeña  edad  A 

Considera  pues,  oh  ánima,  con  toda  atención  y  de- 
voción, la  bondad  y  caridad  con  que  este  Señor  omni- 
potente, Rey  de  la  tierra  y  del  cielo,  y  único  Señor  de 
todo  el  mundo,  y  que  sobre  todo  lo  que  ha  hecho  es 
inñnito  [cómo]  enamorándose  de  ti,  viene  a  buscarte  en 
este  ínfimo  mundo  con  deseo  de  desposarte  consigo, 
aquí  en  la  tierra,  dende  luego;  y  después,  casarse  con- 
tigo eternalmente  en  el  cielo,  como  lo  dice  el  Profeta, 
cuando  de  su  encarnación  habla  diciendo.  Como  es- 
poso salió  de  su  tálamo.^ 

Y  mira  cómo  a  manera  de  un  enamorado,  que  cau- 
tivo de  amores  de  alguna  doncella  pobrecilla,  deja  la 
casa  y  reino  de  su  padre,  y  viene  a  su  aldea  a  servirla 
toda  su  vida,  y  hacer  y  padecer  cosas  admirables  por 
enamorarla,  así  nuestro  Señor  Jesucristo,  único  prín- 
cipe del  cielo  y  señor  del  mundo,  y  unigénito  del  Pa- 
dre, a  él  coetemo,  igual  y  consubstancial,  deja,  en 
cuanto  hombre,  por  ti  los  palacios  divinos  y  el  celes- 
tial reino  de  su  Padre,  holgando  de  estar,  cuanto  al 
cuerpo,  desterrado  y  pasible  en  esta  nuestra  aldea  de 
la  tierra,  entre  gente  tan  grosera,  y  valle  de  lágrimas 
lleno  de  tantas  miserias. 

Mira  cómo  dende  que  nace,  comienza  a  hacer  y 
padecer  por  tu  amor  cosas  tan  maravillosas.  Nace, 
siendo  hacedor  del  mundo,  en  un  portalejo  y  establo, 
y  por  cuna  un  pesebrillo,  en  suma  humildad  y  pobre- 
za. De  allí  a  ocho  días  comienza  con  gran  dolor  a  de- 
rramar su  sangre.  Va  luego  huyendo  de  su  indigna 
criatura  con  su  padre  pobre,  que  lo  lleva  en  brazos, 
por  tan  largos  caminos.  Vive  desterrado  desde  su  niñez 
en  Egipto  por  tantos  años  entre  gente  bárbara.^  Vuelto 
a  Israel,  vivió  ^  en  Nazaret  súbdito  a  su  madre  y  a  un 
pobre  oficial,  su  esposo;  y  entre  gente  mala,  de  la  cual 
es  menospreciado. 

Sale  tras  esto  al  desierto  a  ayunar  y  ser  tentado. 
Comienza  luego  a  predicar  y  enseñar  al  mundo  el  co- 

1  Ps.  87,  16. 

2  Ps.  18,  6. 

3  J.«  ed.:  bárbara  y  idólatra. 

4  i.«  ed.:  vive. 


144 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


nocimiento  de  Dios  y  el  reino  soberano,  andando  a 
pie  y  descalzo  de  un  lugar  en  otro,  haciendo  milagros 
sin  cuento  y  nunca  vistos,  así  para  remedio  de  las 
ánimas  como  de  los  cuerpos.  Enciéndese  luego  contra 
él  por  la  codicia  y  envidia  la  malicia  de  los  perversos. 
Es  de  ellos  murmurado  y  acechado,  injuriado  y  perse- 
guido. Y  por  su  santa  doctrina  recibe  infamia,  y  por 
los  milagros  blasfemias,  y  por  sus  obras  divinas  recibe 
injurias  y  persecuciones,  y  por  su  amor  ingratitud,  y 
por  su  inmensa  benevolencia  y  beneficencia  grande 
odio  y  malicia.  Después,  al  tiempo  de  la  partida  desta 
vida,  humíllase  a  lavar  los  pies  de  sus  discípulos,  por 
dejarte  a  ti  ejemplo  de  suma  humildad.  Háblate  a  la 
despedida  con  tan  íntimo  y  dulce  amor;  déjate  a  sí 
mismo,  y  en  manjar:  como  aquel  que  tanto  te  ama, 
no  se  puede  de  ti  apartar. 

Ofrécese  luego  a  ser  por  ti  preso  y  entregado  en 
las  manos  de  los  pecadores  y  enemigos  suyos  pésimos. 
Es  allí  condenado,  injuriado  y  maltratado.  Tráenlo  por 
las  calles  de  aquella  ingrata  ciudad,  a  quien  tantos  be- 
neficios había  hecho,  llevándolo  de  un  juez  a  otro  con 
tanta  afrenta  y  vituperio.  Es  crudelísimamente  azota- 
do, y  su  cuerpo  delicatísimo  a  poder  ^  de  llagas  y 
azotes  rasgado.  Llagan  su  cabeza  y  traspasan  su  cere- 
bro con  muy  largas  y  duras  espinas  con  que  le  coronan 
por  escarnio,  y  visten  de  una  vieja  púrpura  por  más 
denuesto.  Es  así  sacado,  todo  llagado  y  sangriento  y 
tan  vituperado,  a  que  lo  vea  todo  el  pueblo.  Es  de  to- 
dos escarnecido  y  aborrecido,  y  pide  toda  aquella  mal- 
dita gente,  a  quien  tan  grandes  y  tantos  beneficios  había 
hecho,  que  fuese  crucificado,  y  que  un  Barrabás,  ho- 
micida y  muy  perverso,  sea  librado. 

Ganada  a  voces  y  con  alboroto  la  sentencia,  llé- 
vanle  a  la  muerte  entre  dos  ladrones,  y  hácenle  llevar 
la  cruz  a  cuestas.  Llévanle  con  pregones  y  gran  grita 
y  regocijo.  Dícenle  injurias  y  danle  sin  piedad  muchos 
golpes.  Va  tan  fatigado,  que  cae  en  el  suelo  por  el  ca- 
mino. Llegado  al  lugar  de  la  muerte,  en  el  monte  Cal- 
vario, desnúdanle  con  gran  furia  las  vestiduras,  lle- 
vando, según  se  cree,  los  pedazos  de  sus  carnes,  que 
estaban  a  ellas  pegados.  Arrebátanle  luego  con  gran 


1    a  poder,  e.  e.,  a  fuerza. 


C.  7.    Dones  gratuitos.  Redención 


145 


furor,  y  hácenle  extender  sobre  la  cruz,  y  traspasan 
sus  manos  benditas  y  pies  santísimos  con  muy  grandes 
y  agudos  clavos.  Estiran  sus  brazos  y  piernas,  y  todo 
su  cuerpo,  en  tanto  grado,  hasta  descoyuntar  sus  hue- 
sos. Levántanle,  así  enclavado,  en  el  aire,  con  que  se 
aumentan  los  dolores,  por  estar  así  colgado  de  los 
clavos,  con  el  peso  del  cuerpo.  Está  todo  descoyuntado, 
y  de  la  planta  de  los  pies  hasta  la  cumbre  de  la  cabeza, 
todo  llagado  y  afeado,  y  sumamente  abatido  y  afligido, 
y  en  su  ánima  lleno  de  tristeza,  así  por  nuestros  peca- 
dos, como  por  los  grandes  tormentos. 

¡Oh  Rey  del  cielo  y  único  Señor  y  hacedor  del 
mundo!  ¿Cómo  estáis  tan  mal  tratado  y  afligido?  ¿Vos 
no  sois  el  que  vestís  el  cielo  y  la  tierra  de  toda  su  her- 
mosura? Pues,  ¿cómo  estáis  desnudo  y  tan  feo,  hecho 
como  leproso?  ¿Vos  no  sois  el  que  sustenta  el 
mundo  con  sus  manos?  pues,  ¿cómo  estáis  colgado  de 
los  clavos?  ¿Vos  no  sois  a  quien  con  suma  reverencia 
sirven  en  el  cielo  los  ángeles,  y  contemplan  los  sera- 
fines? Pues,  ¿cómo  estáis  puesto  en  un  palo  entre  dos 
ladrones?  ¿Vos  no  sois  el  que  dais  a  todos,  todos  los 
deleites?  Pues,  ¿cómo  estáis  tan  combatido  de  tormen- 
tos y  dolores?  ¿Vos  no  sois  el  que  hinche  de  gozo  a 
todos  los  ciudadanos  de  la  celestial  patria?  Pues,  ¿cómo 
estáis  lleno  de  tristeza? 

Pues,  si  me  respondéis.  Señor,  que  todo  esto  hol- 
gáis de  hacer  y  padecer  por  amor  de  mí,i  ¿cómo  es 
posible  que  no  os  ame  sobre  todo  amor,  ni  aun  tenga 
otro  amor?  ¿Cómo  no  me  muero  de  espanto  de  ver  que 
mi  Dios  único  e  infinito  padece  por  mí,  su  pequeñuela 
e  indigna  criatura,  tan  grandes  penas  y  muerte  crude- 
lísima?  ¿Cómo  no  me  muero  de  pesar  por  haberos 
ofendido,  o  de  placer  en  ver  que  soy  de  vos  tan  ama- 
do? ¿Cómo  me  puedo  gloriar  en  otra  cosa,  sino  en  la 
cruz  de  mi  Señor  Jesucristo?  ¿Cómo,  Señor  mío  y 
amador  mío,  os  puedo  quitar  de  mi  pensamiento,  y 
cómo  he  podido  seros  tan  ingrato,  y  por  tanto  tiempo? 
¡Ay  de  mí,  que  por  tantos  años  he  sido  tan  descono 
cido2  y  malo!  ¡Ay  de  mí,  que  tantos  tiempos  he  vivido 
sin  fruto!  ¡Ay  de  mí,  por  todos  los  momentos  que  con 


1  l.<*  ed.:  por  mi  amor. 

2  desconocido,  e.  e.,  ingrato.  Palabra  ovuesta  a  reconocido, 
hoy  en  desuso. 


146 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


todo  mi  corazón  no  os  he  amado!  ¡Ay  de  mí,  que  tan- 
to espacio  de  mi  vida  he  perdido!  ¡Ay  de  mí,  que  a  tan 
inmensa  bondad  y  caridad  por  cosas  tan  viles  he  me- 
nospreciado! jAy  de  tanta  dureza,  que  me  ha  causado 
la  malicia  de  la  culpa,  pues,  con  saetas  tan  poderosas 
de  vuestra  incomparable  hermosura  y  amor  inestimable 
no  he  sido  llagado  y  traspasado!  ¡Oh,  cuánta  razón 
sería,  que  por  la  fuerza  de  vuestro  amor,  esos  clavos 
me  enclavasen,  y  esos  azotes  me  hiriesen,  y  esas  espinas 
me  llagasen,  y  que  con  vos  estuviese  en  la  cruz  afijado, 
como  lo  dice  el  apóstol  de  sí  mismo!  ^  ¡Oh,  cuánta 
obligación  tengo  de  traeros  siempre  por  blanco  o  señal, 
en  todos  mis  pensamientos  y  obras,  para  enderezar 
a  solo  vos  todas  mis  intenciones,  considerando  siempre 
que  sois  mi  Dios  y  por  amor  de  mí  estáis  así  solo, 
llagado  y  sumamente  abatido  y  afligido.  Esto  es  lo  que 
vos,  Señor,2  me  encargáis  cuando  decís:  Ponme  por 
señal  sobre  tu  corazón  —  que  quiere  decir,  en  todos 
tus  deseos  y  pensamientos  —  y  por  señal  sobre  tu  bra- 
zo —  esto  es,  en  todas  tus  obras  — ;  porque  mi  amor 
es  tan  fuerte  como  la  muerte.'^ 

De  lo  dicho  se  infiere  y  manifiesta,  que  la  medita- 
ción que  más  nos  puede  aprovechar  para  no  caer  en 
las  tentaciones,  y  para  más  agradar  a  nuestro  Señor 
Dios  en  nuestras  obras,  es  procurar  en  todas  ellas  de 
poner  delante  nuestros  ojos  a  nuestro  Señor  Jesucristo 
crucificado,  considerando,  cómo  es  Dios  y  se  nos  ha 
sumamente  dado  en  este  don  gratuito,  que  es  el  mis- 
terio de  su  encarnación  y  pasión,  en  el  cual  muy  ma- 
yormente^ se  nos  manifiesta  su  amor  divino. 


1  Gal.  2,  18. 

2  1.a  ed.:  lo  que  por  Dios,  Señor. 

3  Cant.  8,  6. 

4  muy  mayormente:   i.«  ed.:  máximamente. 


Capítulo  VIII 


DE  LA  SEGUNDA  MANERA  DE  LOS  DONES 
GRATUITOS,   QUE  ES  LA  JUSTIFICACION  DE 
LAS  ANIMAS 


L  segundo  género  de  los  dones  gratuitos,  y  que 


L  mana  del  sobredicho  don  de  la  Redención,  es 
nuestra  Justificación;  en  el  cual,  nuestro  Señor  Dios 
se  nos  da  por  esposo,  y  descanso,  y  deleite,  y  gozo 
cumplido;  así  como  en  el  primero  se  nos  dio  para 
único  servicio  y  trabajo. 

En  este  segundo  don  se  le  comunica  al  alma  la  san- 
gre preciosísima  de  nuestro  Señor  Jesucristo,  con  la 
cual  es  lavada  y  limpiada  de  la  suciedad  y  fealdad  de 
ía  culpa;  y  sacada  del  poderío  del  demonio,  del  cual 
estaba  cautiva  por  el  pecado;  y  es  traída  a  estado  de 
gracia,  que  es  ser  hecha  grata  a  Dios  por  la  hermosura 
divina  que  dél  participa;  y  dotada  de  sus  divinas  per- 
fecciones, y  enriquecida  de  todos  los  verdaderos  bie- 
nes por  el  amor  con  que  es  a  ese  mismo  Dios  unida. 

Para  mejor  entender  cuán  bienaventurado  sea  este 
estado,  y  cómo  este  don  de  la  justificación  es  máximo 
y  preciosísimo,  es  de  notar,  que  cuando  un  ánima  se 
deja  caer  en  pecado  mortal,  menosprecia  la  amistad 
de  Dios,  que  moraba  en  ella  y  con  quien  por  amor  es- 
taba unida.  Perdiendo  a  Dios,  pierde  toda  la  hermosura 
de  las  virtudes  y  gracias  que  dél  participaba.  Pierde 
también  la  amistad  de  los  ángeles  y  de  todos  los  es- 
píritus bienaventurados,  y  de  todos  los  santos  que  son 
en  el  cielo,  y  de  todos  los  justos  que  son  en  la  tierra. 
Pierde  la  participación  de  los  méritos  de  la  pasión  de 
Cristo.  Pierde  por  consiguiente  todo,  el  tiempo  que 
está  en  el  pecado,  y  ansí  recibe  en  vano  su  ánima, 


148 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


como  lo  dice  el  profeta.^  Está  de  todo  bien  vacía.  De 
su  salud,  que  es  Dios,  alejada.  Para  toda  obra  de  ca- 
ridad, inhábil  y  seca.  Para  sentir  de  Dios,  insensata.^ 
Por  estar  así,  de  todo  bien  vacía,  éntrase  el  demo- 
nio a  morar  en  ella,  como  lo  dice  nuestro  Señor  Jesu- 
cristo en  el  Evangelio.^  Y  como  la  tal  ánima  esté  su- 
jeta a  la  voluntad  del  demonio,  es  hecha  su  sierva: 
Porque  quien  hace  el  pecado,  es  siervo  del  pecado^ 
Y  como  sea  una  la  voluntad  de  tal  alma  y  la  del  demo- 
nio, está  a  él  por  esta  conformidad  unida.  Y  como 
cada  uno  dé  de  lo  que  tiene,  así  como  cuando  estaba 
unida  con  Dios,  participaba  de  toda  virtud  y  perfec- 
ción y  era  hecha  divina,  así  después  de  unida  al  demo- 
nio, participa  todo  su  mal  y  su  diabólica  semejanza. 
Es  hecha  tan  fea,  que  está  hecha  un  demonio.  Porque 
si  miráis  cómo  pintan  al  demonio,  toda  su  semejanza 
hallaremos  en  esta  ánima.  Ella  tiene  la  cabeza  de  león, 
por  la  soberbia;  los  ojos  de  basilisco,  por  la  envidia; 
las  orejas  de  asno,  por  la  necedad  o  insipiencia;  las 
narices  de  elefante,  por  la  vida  disoluta;  el  hocico  de 
puerco,  por  la  lujuria;  la  lengua  y  dientes  de  perro, 
por  la  murmuración  e  ira;  las  uñas  de  gato  o  de  gri- 
fo, por  la  crueldad  y  rapiña;  la  cola  de  serpiente,  por 
la  fraudulencia.  Toda  negra  como  la  pez  y  oscura 
como  la  noche,  por  las  profundas  tinieblas  de  la  culpa. 
De  modo,  que  no  sólo  esta  desventurada  ánima  es  he- 
cha semejante  a  una  sola  bestia  fiera,  mas  a  muchas 
juntas,  como  lo  dice  el  profeta;  ^  las  cuales,  así  ayun- 
tadas, componen  una  tan  horrible  y  monstruosa  y  dia- 
bólica figura. 

Esta  tal  ánima,  por  participar  así  la  semejanza  del 
demonio,  es  hecha  hija  suya  y,  por  consiguiente,  here- 
dera de  su  infernal  y  eterna  miseria.  De  manera  que 
en  esta  presente  vida  está  sujeta  a  todos  los  males  ya 
dichos,  innumerables  e  incomparables,  que  son  los 
males  de  la  culpa;  y,  para  la  otra  vida,  está  condenada 
a  padecer  todos  los  males  inefables  y  perdurables  de 
culpa  y  de  pena. 

1  Ps.  23, 

2  insensata,  e.  e.,  insensible;  latinismo  hoy  no  admitido  en  el 
lenguaje  vulgar. 

3  Le.  11,  26. 

4  lo.  8,  Slt. 

5  Ps.  Jf8,  13. 


C.  8.    Dones  gratuitos.  Justificación 


149 


Pues,  cuando  esta  ánima  es  justificada,  es  sacada  de 
tan  gran  lago  de  miseria,i  y  de  la  semejanza  y  poderío 
del  demonio,  y  de  ser  eternalmente  condenada;  y  es 
traída  a  estado  de  gracia.  Llámase  estado  de  gracia, 
porque  la  tal  ánima  es  hecha  delante  el  acatamiento 
de  Dios  graciosa  y  grata.  Graciosa,  porque  es  hija; 
grata,  porque  es  esposa.  Es  hecha  hija,  porque  recibe 
de  Dios  su  divina  semejanza,  participando  —  como  ya 
he  dicho  —  su  divina  naturaleza. 

Así  como  la  nube  cuando  está  cerca  de  la  tierra, 
antes  de  ser  tocada  del  sol,  es  —  como  vemos  —  un 
vapor  terrestre,  oscuro  y  feo;  mas  después  que  levan- 
tada en  alto,  recibiendo  en  sí  los  rayos  del  sol,  por  ser 
así  unida  con  este  rayo  solar  y  luz  celestial,  de  tal  ma- 
nera participa  la  luz  y  hermosura,  que  queda  hecha 
resplandeciente  y  tan  hermosa  y  tan  gloriosa;  así  el 
ánima,  que  antes,  cuando  estaba  apartada  de  Dios,  era 
terrestre  y  tan  fea,  después  que  a  él  es  unida  queda 
deificada  y  de  sus  divinas  perfecciones  revestida.  Por 
lo  cual,  como  Dios  sea  sabiduría,  la  tal  alma  es  hecha 
sabia;  y  como  Dios  sea  caridad,  es  hecha  caritativa;  y 
como  Dios  sea  justicia,  es  hecha  justa;  y  como  Dios 
sea  todo  bien,  es  de  toda  hermosura  de  bienes  dotada; 
y  como  Dios  sea  Dios,  es  hecha  divina,  porque  Dios 
le  comunica  su  divina  naturaleza,  y  allí  es  hecha  hija 
suya.  Y  por  esto  dice  San  Juan:  A  todos  los  que  le  re- 
cibieron, dio  poder  de  ser  hechos  hijos  de  Dios.^  Esto 
es  lo  mismo  que  pondera  en  su  canónica,  y  amonesta  a 
ponderar,  diciendo:  Ved  cual  amor  nos  dio  el  Padre, 
con  que  seamos  llamados  hijos  de  Dios  y  lo  seamos.^ 
Y  porque  en  este  don  se  nos  dan  los  mayores  dones, 
dice  el  bienaventurado  San  Pedro:  Muy  grandes  y  pre- 
ciosos^ dones  nos  ha  dado  nuestro  Señor  en  hacernos 
partícipes  de  su  divina  naturaleza.^ 

Recibida  del  ánima  esta  divina  hermosura,  y  sien- 
do por  ella  hecha  hija,  se  sigue  ser  hecha  esposa;  por- 
que es,  como  hemos  dicho,  unida  a  Dios  con  su  amor 
eterno,  que  es  un  divino  matrimonio.  De  arte,  que 

1  Ps.  39,  3. 

2  lo.  1,  12. 

3  /  lo.  3,  1. 

4  í.«  ed.:  máximos  y  preciosos. 

5  2  Petr.  J,  4- 


150 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


todo  anda  junto,  y  lo  uno  se  consigue  a  lo  otro.  Por- 
que, si  es  hija,  es  esposa;  y  si  es  esposa,  es  hija.  Hija 
de  Dios,  porque  recibe  su  divina  naturaleza  por  gracia. 
Esposa,  porque  es  a  él  eternalmente  unida.  De  aquí 
es,  que  el  unigénito  hijo  de  Dios,  su  esposo,  hablando 
con  tal  ánima  en  el  libro  de  los  Cantares,  junta  estas 
dos  prerrogativas,  llamándola  por  estos  dos  nombres 
y  diciendo:  Ven  al  huerto,  hermana  mía,  esposa.^  Llá- 
mala hermana,  porque  del  padre,  cuyo  es  hijo,  es  hija; 
llámala  esposa,  porque  por  amor  es  a  él  unida.  Estas 
dos  gracias  y  excelencias  sumas  pone  el  profeta  en  un 
salmo  juntas,  a  do  con  la  tal  alma  habla  y  dice:  Oye 
hija  y  ve  e  inclina  tu  oreja,  y  olvida  tu  pueblo  y  la  casa 
de  tu  padre;  y  enamorarse  ha  de  tu  hermosura  el  rey, 
que  es  el  Señor  Dios  tuyo!^  Llámale,  lo  primero  hija. 
Después  dice,  que  el  rey  se  enamora  de  ella.  Cuando 
Dios  se  enamora,  se  casa;  y  eso  mismo  es  a  Dios  ca- 
sarse que  enamorarse.  ¡Oh,  cuánta  razón  tiene  el  áni- 
ma, y  cuánto  le  va  en  esto,  que  es  oír  y  seguir  lo  que 
aquí  le  amonesta  el  mismo  Dios  y  esposo  suyo!  ¡Oh, 
cuánta  razón  tiene  de  desechar  y  olvidar  su  pueblo,  tan 
malo,  que  es  la  muchedumbre  de  sus  desordenadas  pa- 
siones y  bestiales  afectiones,  por  ser  dotada  de  las 
divinas  virtudes!  ¡Oh,  cuánto  le  importa  olvidar  la  casa 
de  su  padre,  que  es  el  demonio,  esto  es,  la  cárcel  suya 
de  la  culpa,  en  que  la  tiene  tan  engañada,  cautiva  y 
hecha  tan  mísera  con  el  amor  del  lodo  y  cieno  de  las 
cosas  que  ama  en  este  vano  y  transitorio  mundo,  y  en 
que  está  hecha  semejante  al  demonio! 

Pues,  con  seguir  este  consejo,  se  libra  de  un  estado 
y  peligro  tan  horrendo,  y  comienza  a  ser  hija  y  esposa 
del  Rey  del  cielo.  Comienza  a  ser  delante  de  Dios  her- 
mosísima y  gratísima,  y  con  tan  dulce  y  continuo  amor 
a  su  divina  majestad  abrazada.  Comienza  desde  luego, 
aunque  imperfectamente,  a  participar  de  Dios,  esposo 
suyo,  que  es  vida  eterna  y  de  quien  todo  bien  y  conso- 
lación emana,  y  por  el  cual,  perseverando  en  este  amor, 
es  cada  día  más  amada  y  favorecida,  librada  de  todos 
males,  enriquecida  de  todos  los  bienes,  y  visitada  de 
verdaderas  y  divinas  consolaciones.   ;Oh,  cuán  bien- 

1  Cant.  5,  1. 

2  Ps.  U,  11,  12. 


C.  8.    Dones  gratuitos.  Justificación 


151 


aventurado  es  el  estado  que  la  tal  ánima  alcanza  con 
esta  suprema  gracia!  ¿Qué  lengua  puede  explicar  la 
felicidad  del  ánima  que  en  este  estado  alcanza  y  en  él 
persevera?  ¡Cuán  libre  es  de  los  males,  y  cuán  abun- 
dante de  bienes  y  consolaciones! 

Esto  todo  da  a  entender  el  Sabio  diciendo:  El 
alma  segura,  es  como  un  continuo  conviteA  En  estas 
dos  palabras  se  incluyen  todos  nuestros  deseos,  que 
son,  ser  libres  de  los  males,  y  abundar  en  los  bienes. 
Lo  primero  significa,  diciendo:  el  alma  segura.  Seguro 
está  el  que  no  teme,  y  lo  que  tememos  son  los  males; 
mas  el  alma  que  está  a  Dios  unida,  dice  el  profeta: 
No  temeré  los  males,  porque  vos.  Señor,  estáis  con- 
migo."^ Porque,  como  dice  el  Apóstol,  Si  Dios  es  con  nos 
¿quién  contra  nos?^  Gran  prerrogativa  es  la  del  ánima, 
que  no  tiene  que  temer  a  cosa  alguna:  ni  a  la  hambre, 
ni  a  la  pestilencia,  ni  a  los  hombres,  ni  a  los  demonios, 
ni  a  la  salud,  ni  a  la  enfermedad,  ni  a  la  prosperi- 
dad, ni  a  la  paz,  ni  a  la  guerra,  ni  a  la  vida,  ni  a  la 
muerte.  Ni  aunque  se  hunda  el  mundo  y  se  junte  el 
cielo  con  la  tierra  para  espanto  de  los  malos,  como 
será  en  el  día  del  juicio,  no  tiene  qué  temer  cosa  del 
mundo,  porque  tiene  de  su  mano  al  Omnipotente  que 
hizo  y  sustenta  con  su  mano  a  todo  el  mundo.  No  tiene 
también  qué  perder  en  esta  vida,  porque  todo  lo  tiene 
menospreciado;  y  después  de  haber  gustado  el  amor 
de  tal  esposo,  todo  lo  tiene  por  estiércol,  cuanto  hay 
en  este  mundo. 

Es  también  su  vida  como  un  continuo  convite, 
como  lo  dice  el  Sabio  en  la  autoridad  ya  alegada.  En 
el  convite  suélense  dar  muchos  manjares,  y  buenos,  y 
de  diversos  sabores.  Así,  el  alma  que  está  a  Dios  por 
amor  unida,  siempre,  adonde  quier^  que  está  y  va, 
come  muchos  y  sabrosos  manjares  espirituales,  porque 
siempre  halla  motivos  de  recibir  grandes  gozos  y  con- 
solaciones. Porque  si  el  codicioso  y  avariento  se  goza 
de  ver  su  dinero,  o  alguna  heredad,  porque  es  suya, 
¿cuántos  motivos  de  gozo  tiene  cualquier  verdadero 
amador  de  Dios,  pues  todo  lo  que  es  del  amigo  tiene 


1  Prov.  15,  15. 

2  Ps.  22,  Jt. 

8  Rom.  8,  31. 

4  J.«  ed.:  doquier. 


152  Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


por  suyo,  y  así  todo  lo  que  es  de  Dios  tiene  por  suyo 
propio?  Y  como  todas  las  cosas  son  de  Dios,  todas 
también  son  suyas;  aunque  parezca  que  no  tiene  cosa 
alguna.  Y  esto  es  lo  que  dice  el  apóstol:  Como  quien 
nada  tiene  y  todas  las  cosas  posee, ^  Así  que  el  tal,  a 
doquier  que  esté,  todo  cuanto  ve,  cielos  y  tierras  y  mar 
y  ríos,  árboles,  animales,  hombres,  y  todas  las  criatu- 
ras, y  todo  el  universo:  todo  es  suyo.  Porque,  en  saber 
que  es  de  Dios,  lo  goza  por  propio. 

Y  también  en  cada  una  de  las  criaturas  toma  mo- 
tivos para  gustar  sabores,  gozándose  de  considerar  en 
cada  una  el  poderío  y  sabiduría  y  bondad  de  su  Dios 
que  la  crió,  y  a  quien  únicamente  ama;  y  considerando 
también  y  gozando  el  amor  con  que  se  la  envía,  para 
que  la  vea  y  goce.  Mejor  goza  el  bueno  la  heredad  del 
malo,  que  su  mismo  dueño.  Porque  aquél  la  goza  con 
el  cuerpo,  y  el  bueno  con  el  alma.  Aquél  con  el  pala- 
dar o  algún  sentido  exterior,  mas  el  amigo  de  Dios, 
allende  de  gozarla  también  así,  cuando  le  cumple,  la 
goza  con  el  corazón.  Y  no  sólo  con  las  criaturas,  que 
son  en  la  tierra;  mas  mucho  más  con  los  bienes  que  son 
sobre  el  cielo;  porque  su  conversación  es  frecuente- 
mente en  el  cielo,  como  lo  dice  el  apóstol.^  Porque 
como  ha  resucitado  con  Cristo,  busca  las  cosas  de 
arriba,  donde  está  Cristo;  y  considerándolas  y  espe- 
rándolas, se  alegra.  Y  si  se  goza  de  las  cosas  de  Dios, 
mucho  más  con  el  mismo  Dios,  cuando  su  bondad  y 
amor,  que  de  todos  sus  dones  colige,  profundamente 
considera;  y  conociendo,  ama;  y  amando,  espera,  y  a 
gustar  comienza.  Con  el  cual  gusto,  menosprecia  todo 
lo  de  este  siglo,  vano  y  transitorio.  Por  esto  dice  el  pro- 
feta: Menospreció  mi  ánima  de  consolarse,^  conviene 
a  saber,  en  los  vicios  y  en  las  cosas  vanas,  que  aman 
los  mundanos.  Y  de  Dios  se  acordó  y  se  delectóA  Pues, 
como  la  tal  ánima  siempre  esté  cercada  de  tantos  mo- 
tivos, de  do  gusta  tantos  sabores,  es  como  siempre 
convidada.  Y  ansí,  su  vida  es  un  comer  sabroso  y  con- 
tinuo. Y  por  esto  aquí  el  Sabio:  Que  el  alma  segura  es 
como  convite  continuo.  Segura,  por  la  liberación  de 


1  2  Cor.  6,  10. 

2  Phil.  3,  20,  y  a  los  Col.  3,  2. 

3  Ps.  76,  3. 

4  id.  ibíd.f  Delectó,  por  deleitó. 


C.  8.    Dones  gratuitos.  Justificación 


153 


los  males.  Siempre  en  convite,  por  la  abundancia  de 
los  bienes. 

Pues,  considera  bien,  oh  ánima,  lo  que  Dios  da  con 
este  don  de  la  justificación,  y  de  cuán  grandes  e  inefa- 
bles bienes  dota  al  ánima  que,  justificándola,  toma  por 
esposa.  Sácala  del  poderío  del  demonio  y  de  tanta  feal- 
dad, vileza  y  miseria  en  que  estaba  engolfada,  y  há- 
cela,  con  la  participación  de  sí  mismo,  que  sea  hecha 
sabia,  justa,  santa,  caritativa,  humilde,  paciente,  be- 
nívola,  prudente,  fuerte,  templada,  devota,  dotada  del 
resplandor  de  su  divino  conocimiento  y  de  todo  lo  que 
le  cumple,  que  es:  En  el  mundo,  inñamada  con  su  amor 
divino  y  de  toda  la  hermosura  de  las  virtudes  adorna- 
da, dale  libertad  del  espíritu.  Dale  la  paz  interior  del 
corazón.  Dale  que  sienta  su  dulce  presencia.  Que  goce 
de  su  entrañable  conversación.  Que  esté  segura  y  siem- 
pre convidada  y  gozosa  y  sobre  todo  lo  transitorio  ele- 
vada. En  el  cielo,  por  el  corazón  ciudadana  y  de  su 
celestial  reino  heredera,  con  su  Dios  abrazada,  y  he- 
cha divina. 

La  causa  y  razón  de  tantos  e  incomparables  bienes 
es,  que  en  este  don  se  da  Dios  a  sí  mismo,  que  es  fuente 
de  todos  los  dones.  Considera,  pues,  bien,  y  mira  con 
toda  atención  y  profunda  meditación,  estas  dos  dife- 
rencias de  estos  dones  gratuitos,  en  los  cuales  se  nos 
da  Dios  a  sí  mismo  en  dos  maneras.  En  la  primera, 
que  es  el  modo  de  la  Redención,  se  hace  semejante  a 
nos,  para  visible  y  familiarmente  comunicamos.  En  la 
segunda,  nos  hace  semejantes  a  él  para  que  le  parti- 
cipemos. En  lo  primero,  se  viste  de  nuestra  ñaqueza. 
En  lo  segundo,  nos  viste  de  su  divina  excelencia.  En 
el  misterio  de  la  Redención,  se  nos  da  por  siervo  y 
sumamente  humillado.  En  el  de  la  Justificación,  nos 
levanta  hasta  unirnos  consigo,  y  dársenos  por  nuestro 
gozo  y  descanso  cumplido.  Con  el  primero  don,  se  hu- 
milla por  nuestro  amor  a  padecer.  Con  el  segundo,  nos 
sublima  a  le  gozar.  En  el  primero  don,  se  nos  ofrece 
a  sí  mesmo,  hasta  padecer  por  nos  muerte  crudelísima. 
En  el  segundo,  nos  da  su  vida  eterna. 

De  todo  lo  dicho,  bien  considerado,  se  puede  co- 
nocer la  maldad  y  ceguedad  del  mundo,  por  el  cual 
se  entiende  el  hombre  mundano.  A  los  tales  llama  Cris- 
to nuestro  Señor  mundo,  porque  son  a  él  por  amor 

11 


154 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


unidos  y  sujetos.  Su  maldad  es  manifiesta,  pues  es  in- 
grato a  Dios  de  quien  tantos  bienes  ha  recibido  y  re- 
cibe en  todo  momento.  La  ceguedad  clara,  pues  me- 
nosprecia su  amor  felicísimo  y  eterno,  de  todo  bien 
causativo. 

Cosa  es  espantosa  la  maldad  de  un  hombre  malo, 
porque  naturalmente,  aunque  uno  esté  en  pecado,  se 
aficiona  a  su  bienhechor,  que  por  muchos  dones  le 
muestra  amor.  Pues,  si  a  aquél,  por  unos  pocos  y  pe- 
queños dones  se  inclina  y  cela  tanto  su  honra  en  au- 
sencia y  presencia,  y  se  huelga  tanto  de  loarle  y  ser- 
virle; y  si  es  ausente,  desea  verle,  y  que  sea  de  todos 
amado,  loado  y  servido:  ¿por  qué  no  hace  lo  mismo 
con  su  Dios,  de  quien  recibe  siempre  tantos  y  tales* 
dones,  y  con  amor  tan  incomparable  dados?  Pues  es 
tan  agradecido  a  aquél  de  quien  tan  poco  ha  recibido; 
¿por  qué  con  Dios,  de  quien  tantos  e  inefables  y  con- 
tinuos dones  recibe,  así  se  ha,  como  si  ningún  bien  le 
hubiese  dado?  Verdaderamente  parece  que  para  con 
Dios  ha  perdido  el  juicio  y  tornádose  como  bestia, 
insensato.  Por  lo  qual  dice  de  él  el  profeta:  ^  El  hombre, 
como  fuese  honrrado  de  Dios,  no  lo  entendiendo,  es 
comparado  a  los  animales  brutos  y  hecho  semejante  a 
ellos.  Es  el  tal  como  el  caballo  o  mulo,  que  no  mira 
más  que  a  la  paja  y  cebada;  mas  no  agradece  ni  conoce 
a  quien  la  echa.  Contra  lo  cual  nos  amonesta  el  pro- 
feta, diciendo:  No  queráis  ser  hechos  como  el  caballo, 
o  el  mulo,  en  los  cuales  no  hay  entendimiento.'^ 

La  causa  por  qué  el  mundo  cae  en  tanta  maldad  y 
ceguedad  es,  porque,  por  ser  ingrato,  pára  en  los  do- 
nes, moviéndose  en  todo  por  su  amor  propio,  y  no 
mira  como  debe  a  su  amantísimo  dador,  que  se  los 
está  siempre  dando,  y  con  amor  puro.  Esto  es  lo  que  el 
apóstol  enseña,  diciendo:  No  recibimos  el  espíritu  des- 
te  mundo,  mas  el  espíritu  que  es  de  Dios,  para  que  se- 
pamos las  cosas  que  nos  ha  dado  Dios.^  El  espíritu 
deste  mundo  es  su  amor  propio,  con  que  menospre- 
ciando a  su  Dios,  pára  en  sí  mesmo.  Porque,  como  dice 
nuestro  Señor,  el  mundo  no  ama  sino  lo  que  es  suyo. 
Mas  nosotros,  dice  aquí  el  apóstol,  no  recibimos  este 


1  Ps.  Jf8,  21. 

2  Ps.  31,  9. 

3  1  Cor.  2,  6. 


C.  8.    Dones  gratuitos.  Justificación  155 

tal  espíritu  del  amor  inicuo,  mas  el  espíritu  que  es  de 
Dios,  que  es  su  amor  divino;  el  cual  es  atribuido  al 
Espíritu  Santo;  con  el  cual,  no  parando  en  nosotros, 
sino  en  la  fuente  donde  todos  los  bienes  recibimos, 
conocemos  los  dones  divinos,  tan  inestimables  e  in- 
numerables y  de  su  omnipotente  mano,  bondad  y  ca- 
ridad inmensa  continuamente  dados  y  enviados.  Con 
la  cual  consideración,  en  su  amor  nos  abrasamos,  y  a 
él  con  este  amor  somos  unidos,  y  así  somos  librados  de 
ser  mundanos,  porque  somos  hechos  divinos. 

Es  aquí  también  de  notar,  y  grandemente  advertir, 
que  los  moros  y  los  otros  infieles  no  reciben  los  dones 
gratuitos.  Mas  por  ser  ingratos  a  los  dones  naturales  y 
temporales,  son  condenados  a  las  penas  perdurables. 
Y  la  causa  por  qué  no  reciben  los  dones  gratuitos  es, 
por  ser  ingratos  a  los  otros  dones,  ya  dichos.  Y  porque 
esto  mejor  se  entienda,  pongamos  ser  dos  doncellas 
paupérrimas,  a  las  cuales  el  príncipe  de  aquel  Reino, 
movido  con  toda  piedad  y  benevolencia,  enviase  cada 
día  con  sus  pajes  y  criados  todas  las  cosas  que  hubie- 
sen menester  para  su  mantenimiento  y  vestido,  así,  en 
esto  como  en  todas  las  cosas  necesarias,  fuesen  de  él 
siempre  y  muy  magníficamente  proveídas.  Y  que  la 
una  de  ellas  holgándose  mucho  con  los  dones,  de  tal 
manera  se  detiene  y  arroja  en  ellos,  que  aunque  los 
recibe  por  grandes  bienes,  y  de  tal  mano  enviados 
—  porque  los  pajes  le  dicen  que  el  Príncipe  su  Señor 
se  los  envía — ,  ella  no  cura  de  preguntar  por  él,  ni 
saber  dél,  ni  se  le  da  cosa  por  él.  ¿Quién  no  ve  que 
esta  tal  es  ingrata  y,  cuánto  sea  mala  y  necia  y,  por 
consiguiente,  digna  de  ser  menospreciada  y  aborrecida? 
Pongamos  que  la  otra,  recibiendo  los  dones,  hace  lo 
que  debe,  que  es  amar  más  al  dador  que  los  dones  que  le 
envía;  por  lo  cual,  pregunta  por  él  a  sus  criados  con 
grande  diligencia,  y  sobre  todas  las  cosas  verle  y  ser- 
virle desea;  lo  cual  sabido  del  Príncipe,  es  dél  tan  ama- 
da, que  la  toma  por  esposa  y  después  se  casa  con  ella. 

Esto  mismo  que  hemos  imaginado  entre  el  prínci- 
pe terreno  y  aquellas  doncellas,  pasa  de  hecho  entre  el 
príncipe  del  cielo  y  nuestras  ánimas.  El  ánima  ingrata 
y  mundana  pára  en  estos  bienes  y  recreaciones  tempo- 
rales, que  Dios  le  envía;  y  ama  más  estos  sus  dones, 
que  no  el  mismo  dador.  Porque,  así  como  se  ama  a  sí 


156 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


misma  de  amor  de  amicicia  más  que  a  Dios,  así  también 
ama  estos  bienes  mundanos  de  amor  de  concupiscen- 
cia más  que  a  Dios,  que  se  los  da  todos,  y  con  amor 
inmenso,  con  que  querría  darle  otros  mayores,  puros  y 
eternos,  dándole  a  sí  mismo.  Y  si  ama  a  Dios,  es  de 
amor  de  concupiscencia,  que  es  por  los  bienes  que  le 
da.  De  do  también  se  sigue,  que  ama  más  los  dones, 
que  no  a  dador  tan  magnífico  y  amador  tan  inmenso. 

Porque,  cuando  alguna  cosa  se  ama  por  respecto 
de  otra,  más  se  ama  la  otra;  y  como  por  esto  es  per- 
versa y  tan  ingrata,  justamente  es  reprobada,  y  pierde 
los  dones  que  le  estaban  aparejados  en  el  cielo;  y  aun 
los  que  recibía  en  este  mundo.  Por  amar  éste  su  propio 
y  transitorio  bien  con  perverso  amor  más  que  al  amabi- 
lísimo dador  y  a  su  puro  amor,  pierde  todo  su  bien  y 
a  su  amador.  Pierde  de  desposarse  en  este  mundo  con 
el  rey  del  cielo,  y  casarse  con  él  de  aquí  a  peco  en  su 
celestial  reino.  Es  privada  de  Dios  y  entregada  al  de- 
monio. Pierde  ser  reina  en  el  paraíso  y  señora  eterna 
de  todo  el  mundo,  y  es  lanzada  en  el  profundo  del  in- 
fierno. Pierde  todos  los  bienes  y  deleites  presentes  y 
perdurables,  y  cae  en  los  tormentos  eternos  e  intole- 
rables. 

Por  el  contrario,  el  ánima  agradecida  y  justa,  reci- 
biendo como  recibe  cada  día  los  dones  inefables  que 
Dios  le  envía,  pregunta  por  él  a  los  pajes  y  criados  que 
se  los  traen,  que  son  las  criaturas:  que  todas  son  cria- 
dos de  Dios.  Pregunta  con  su  profunda  meditación: 
—  con  que  considera  los  dones  y  la  bondad  y  amor  con 
que  le  son  enviados  —  qué  tal  sea  el  dador  que  se  los 
envía,  y  cómo  le  va,  y  cuánto  es  de  él  amada.  Y  sobre 
todos  sus  dones  le  ama,  y  sobre  todas  las  cosas  le  de- 
sea, y  procura  de  le  servir  y  agradar.  Por  lo  cual,  como 
Dios  sea  este  mismo  divino  e  infinito  amor,  y  el  que 
a  Dios  ama  con  verdadero  amor,  ya  en  Dios  está,  y 
Dios  en  él;  ^  como  la  tal  ánima  es  por  amor  a  Dios 
unida,  ya  es  a  él  desposada;  y  con  amor  perfecto  se 
casa  con  él  presto  en  tálamo  y  reino  celestial  y  divino. 

Volviendo,  pues,  al  punto  comenzado,  los  infieles, 
por  ser  ingratos  a  los  dones  presentes,  naturales  y  tem- 
porales, que  les  da  Dios,  recibiendo  de  él  el  ser  y  todo 

1    1  lo.  4,  16. 


C.  8.    Dones  gratuitos.  Justificación  157 

este  mundo,  por  esto  no  reciben  de  Dios  los  dones 
gratuitos,  con  los  cuales  quería  darles  a  sí  mismo.  Pues, 
si  los  infieles  son  condenados  por  ser  ingratos  a  los 
bienes  naturales  y  temporales,  ¿cuánto  más  los  malos 
cristianos,  que  después  de  haber  recibido  no  solos 
aquéllos,  mas  juntamente  los  gratuitos,  son  a  todos  tan 
desagradecidos,  y  de  Dios  tan  olvidados,  y  a  su  inmensa 
majestad  tan  desacatados,  y  de  su  infinita  bondad  tan 
ofensores  y  menospreciadores?  Si  el  ánima  del  infiel 
es  tan  grave  y  eternalmente  condenada  por  haber  sido 
a  Dios  mala  sierva;  ¿cuánto  mayor  condenación  se 
le  seguirá  al  ánima  de  un  mal  cristiano,  que  por  ha- 
ber sido  con  Dios  desposada,  con  cada  pecado  mortal 
se  ha  hecho  a  Dios  adúltera?  Si  así  se  castiga  el  adul- 
terio humano,  ¿qué  penas  merece  el  adulterio  en  lo 
divino?  Si  es  tanta  culpa  haber  sido  el  infiel  ingrato  a 
los  bienes  visibles  y  transitorios  deste  siglo,  ¿cuánto 
más  aquél  que,  sobre  todos  estos,  ha  recibido  tantos 
sacramentos,  tanta  luz  y  doctrina  de  los  misterios  di- 
vinos, y  tanta  noticia  de  los  celestiales  prometimien- 
tos? Y  si,  como  dice  el  Apóstol,  el  que  traspasaba  la 
ley  de  Moisén  era  tan  gravemente  punido,  ¿cuánto 
más  el  que  hubiere  acoceado  la  sangre  de  Jesucristo?  ^ 
De  lo  dicho  queda  manifiesta  la  maldad  y  ceguedad 
del  mundo,  y  mayormente  del  malo  y  falso  cristiano. 


1  ed.:  sangre  de  nuestro  Señor  Jesucristo. 


Capítulo  IX 


DE  LA  MISERICORDIA  DEL  ANIMA  QUE  ESTA 
EN  PECADO  Y  DE  LA  VILEZA  DE  TODO  LO  DE 
ESTE  MUNDO 


E  lo  dicho  en  el  precedente  capítulo  se  puede  fá- 


JL^  cilmente  conocer,  cuán  malaventurada  es  el  áni- 
ma que  está  caída  en  la  culpa;  pues,  está  privada  de 
tantos  y  tan  grandes  bienes  y  verdaderas  consolaciones, 
de  que  el  ánima,  que  está  y  persevera  en  gracia,  goza, 
aun  estando  en  esta  vida.  Y  sobre  todo  esto,  está  su- 
jeta a  tantos  males  de  culpa  y  de  pena,  y  a  tanta  feal- 
dad y  miseria,  como  ya  arriba  hemos  declarado.  Por 
lo  cual  nuestro  padre  San  Agustín  dice:  ¡Ay,  del  áni- 
ma miserable  que  a  Dios  no  busca:  seca  está  y  misera. 
El  ánima  que  a  Dios  no  busca,  ama  al  mundo,  sirve 
a  los  pecados,  está  sujeta  a  los  vicios,  y  nunca  está 
quieta  ni  segura. 

¡Cuánta  es  la  desventura  del  alma  que  fué  elegida 
de  Dios  para  comunicarle  tantos  y  tan  grandes  bienes, 
y  con  cuyo  amor  estaba  sublimada  en  tanta  dignidad 
y  honra,  y  a  una  vida  de  tantos  y  tan  diversos  deleites 
llena,  y  verla  después,  por  la  culpa,  puesta  en  un  mu- 
ladar muy  sucio  y  hediondo  y  lleno  de  pulgas,  de  las 
cuales  expresamente  es  mordida  y  fatigada;  y  que,  con 
todo  esto,  elige  vivir  allí  y  estarse  revolcando  en  aquel 
estiércol  por  algún  vil  sabor  que  halla  de  cuando  en 
cuando  en  las  viles  sobras  de  algunos  manjares  que 
fueron  allí  echadas  entre  la  basura!  Así,  el  alma  está 
derribada  en  tanta  vileza,  y  continuamente  mordida  e 
inquieta  de  los  deseos  de  sus  bestiales  pasiones  y  de 
muchos  remordimientos  de  conciencia;  desnuda  de  la 
hermosura  y  resplandor  incomparable  de  las  vestidu- 
ras divinas  de  que  se  ha  despojado;  y  tan  fea,  que  pa- 
rece un  demonio  revolcándose  en  el  estiércol  de  los 
vicios  de  este  mundo,  por  haberse  hecho  inclinada  y 


C.  9.    Desventura  del  alma  en  pecado  159 

dejádose  engañar  de  unas  delectaciones  vilísimas  y  mo- 
mentáneas. Esta  tan  grande  caída  y  miseria  de  las  ta- 
les i  desventuradas  almas  es  la  que  llora  Jeremías  en  el 
libro  de  sus  Llantos,  diciendo:  Los  que  usaban  de  man- 
jares delicados  y  sabrosos  —  conviene  a  saber,  divi- 
nos —  murieron  en  sus  caminos  —  esto  es,  en  sus  vi- 
cios —  y  los  que  eran  criados  en  palacios  reales  y  entre 
paños  preciosos,  abrazaron  el  estiércol  de  los  mula- 
dares!^ 

¿Qué  es,  si  bien  miramos,  sino  estiércol  todo  lo  que 
los  mundanos  aman  y  con  tanto  trabajo  buscan  y  tie- 
nen en  este  mundo?  ¿Qué  son  los  Reinos  y  los  Impe- 
rios? ¿Qué  los  ejércitos  y  los  vencimientos?  ¿Qué  son 
los  palacios  grandes  y  adornados,  y  qué  los  muchos 
servidores?  ¿Qué  son  las  vajillas  de  plata  y  de  oro  con 
sus  grandes  aparadores?  ¿Qué  son  las  vestiduras  y  ca- 
mas blandas  y  curiosas?  ¿Qué  los  banquetes  y  lujurias? 
¿Qué  las  fiestas  y  regocijos  vanos,  y  toda  manera  de 
juegos  y  espectáculos  y  pasatiempos  y  todos  los  otros 
géneros  de  disoluciones  y  desórdenes? 

El  profeta  Esaías  llama  a  todo  esto,  "heno",  di- 
ciendo: Toda  carne  es  heno.^  El  Santo  profeta  y  rey 
David  lo  llama  humo,  allí  donde  dice:  Los  enemigos 
de  Dios,  luego  que  fueren  honrados,  desfallecerán  como 
el  humo  A  Y  el  uno  y  el  otro  de  estos  santos  profetas 
dice  la  verdad  en  sus  palabras.  Porque  todas  estas  cosas 
sobredichas,  que  solas  aman  los  carnales,  son  como 
heno,  que  hoy  está  verde  y  florido  y  mañana  está  seco. 
Y  como  el  humo,  que  luego  que  parece,^  desvanécese. 
Así  son  todos  los  hombres  carnales,  con  todas  las  co- 
sas susodichas  que  de  ellos  son  amadas.  Ayer  fueron, 
y  hoy  no  son.  Ayer  como  heno  aparecieron,  y  hoy 
como  heno  se  secaron.  Hoy  como  humo  suben  en  alto, 
mas  mañana  se  habrá  todo  desvanecido  y  desaparecido. 
Verdad  es  todo  esto.  En  lo  cual  se  notifica,  cómo  todo 
lo  que  en  este  mundo  se  ama,  en  un  punto  se  pasa. 

Mas  el  Apóstol,  en  llamarle  estiércol,  más  connota. 
Que  es,  no  solamente  perderse^  todo  el  bien  pasado, 

1  ed.:  las  cuales  desaventuradas... 

2  Lam.  U,  5,  Llantos,  e.  e..  Lamentaciones  o  Trenos. 

3  Is.  40,  V.  6. 

4  Ps.  36,  20. 

5  parece,  por  aparece. 

6  perderse,  conjetura;  haberse,  el  texto  sin  sentido. 


160 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


mas  juntamente  el  mal  del  hedor  pestífero  y  penoso 
que  de  ello  ha  quedado.  Y  porque  así  como  el  estiércol, 
que  antes  era  manjar  o  vestidura,  u  otra  cosa,  mas 
el  ser  de  aquello  pereció,  y  se  mudó  en  otra  cosa  tan 
vil  y  hedionda;  ¡así  es  todo  lo  que  deste  mundo  se 
busca  y  se  desea!  ¿Qué  otra  cosa  queda  de  los  amado- 
res deste  mundo,  sino  hedor  intolerable  y  horror  espan- 
table? Sino,  id  a  su  sepultura  y  mirad  su  cuerpo,  que 
sólo  fue  de  ellos  amado.  Mirad  bien  en  qué  ha  parado. 
Lo  mismo  será  de  aquí  a  poco  de  todos  los  que  hoy 
viven  y  aman  este  siglo:  ¡allí  será  su  paradero!  ¡así 
estarán  de  aquí  a  poquito!  Y  si  su  cuerpo  está  tan 
deshecho  y  tan  feo,  tan  hediondo  y  tan  horrendo;  su 
espíritu,  que  es  el  transgresor  principal  y  de  Dios  ene- 
migo, ¿qué  tal  pensáis  que  estará  en  el  infierno?  Es, 
pues,  todo  lo  deste  mundo  como  estiércol,  según  lo 
enseña  el  Apóstol.  Y  por  esto  dice:  Todas  las  cosas 
juzgué  por  estiércol,  por  ganar  la  amistad  de  CristoA 
En  las  cuales  palabras  nos  da  claramente  a  entender, 
que  el  que  no  ha  llegado  a  esto,  que  es  tener  por  es- 
tiércol cuanto  hay  en  el  mundo,  aún  no  ha  alcanzado 
la  amistad  de  Cristo. 

Deste  estiércol  levanta  Dios  el  ánima,  y  la  hace 
esposa  suya,  cuando  la  saca  del  pecado  y  la  justicia. 
En  lo  cual  se  muestra  Dios  más  maravilloso,  más 
bueno  y  poderoso,  que  en  haber  criado  la  tierra  y  el 
cielo  y  todo  el  universo.  Y  por  esto  dice  el  profeta: 
¿Quién  como  el  Señor  Dios  nuestro,  que  mora  en  lo 
altO:  y  mira  las  cosas  humildes,  que  son  en  la  tierra  y 
en  el  cielo?  Levanta  de  la  tierra  al  menguado,  y  levanta 
al  pobre  del  estiércol,  para  colocarle  con  los  príncipes 
de  su  pueblo,'^  que  son  los  santos  y  sumos  espíritus  que 
reinan  en  el  cielo. 

Pues,  como  el  ánima,  que  es  así  ya  levantada  y 
hasta  el  cielo  ya  con  el  corazón  sublimada,  tiene  por 
estiércol  todo  cuanto  se  ama  en  la  tierra,  y  todo  como 
a  estiércol  menosprecia,  de  aquí  es,  que,  como  no  halla 
en  este  mundo  qué  amar,  así  no  tiene  en  él  qué  perder 
ni  qué  temer;  y,  por  consiguiente,  la  tal  ánima  vive 
muy  segura  y  rica  y  consolada. 

1  Phü.  S,  8. 

2  Ps.  112,  7. 


Capítulo  X 


CÓMO  POR  LA  MEDITACIÓN  DE  ESTOS  DONES 
GRATUITOS  SE  SUBE  MAYORMENTE  AL 
CONOCIMIENTO  DE  DIOS 


ON  este  don  de  la  Justificación  resplandecen  todos 


V_>i  los  miembros  sagrados  del  cuerpo  místico  de 
nuestro  señor  Jesucristo,  que  es  su  santa  Iglesia,  cuya 
cabeza  es  el  mismo  nuestro  señor  Jesucristo,  y  los 
miembros  son  todos  los  verdaderos  cristianos  a  él  uni- 
dos y  de  su  espíritu  vivificados. i  Y  por  la  considera- 
ción del  resplandor  de  las  maravillosas  obras  y  divinas 
virtudes  que,  por  estar  así  unidos,  resplandecen  en  ellos, 
podemos  subir  a  conocer  a  nuestro  señor  Dios  en  muy 
más  sublime  grado  que  por  medio  de  los  dones  natura- 
les y  temporales  sobredichos,  ni  por  otro  medio  o  modo 
alguno. 

Si  subir  has  por  esta  vía,  pon  delante  tus  ojos  la 
vida  de  un  siervo  de  Dios  que  es  justificado  y  perse- 
vera en  la  amistad  divina;  o  pon  delante  ti  a  tu  misma 
ánima,  si  está  reformada  por  la  gracia.  Y  después  de 
haber  entrado  en  ti,  y  mirando  la  cara  de  tu  ánima,  o 
de  otro  que  persevera  en  gracia,  podrás  decir  así,  con- 
siderada su  divina  hermosura:  Si  esta  criatura  que  Dios 
ha  hecho  de  nada,  y  pequeña,2  es  tan  hermosa,  ¿cuán 
hermoso  será  aquel  por  quien  es  criada?  Si  es  tan  sa- 
bia, que  dice  el  Apóstol:  El  espiritual  juzga  todas  las 
cosas,^  ¿qué  tal  será  la  sabiduría  de  aquél  que  hizo  esta 
ánima  y  todas  las  otras  cosas?  Si  es  tan  justa,  que  a 
cada  uno  quiere  dar  lo  que  es  suyo,  y  que  cada  uno 


1  Rom.  12,  5. 

2  i.«  ed. ;  pequeñuela. 

3  1  Cor.  2,  10. 


162 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


sea,  como  merece,  tratado,  ¿cuál  será  la  justicia  de 
aquél  por  quien  todas  las  ánimas  son  justificadas,  y  de 
quien  toda  justicia  emana  en  la  tierra  y  en  el  cielo? 
Si  es  tan  caritativa  y  amorosa,  que  desea  siempre  ha- 
cer todo  bien  a  todos,  y  en  cuyo  corazón  caben  todos, 
vecinos  y  extraños,  amigos  y  enemigos,  ¿cuál  será  el 
amor  de  aquél  que  comunica  la  caridad  y  benignidad 
a  todos  sus  santos?  Finalmente,  considera  cualquier 
virtud  y  gracia,  hermosura  y  dulzura  de  entrañable  y 
santa  y  dulce  conversión,  que  halles  en  cualquier  áni- 
ma; de  allí  te  levanta  y  sube  a  considerar  cuál  i  será 
en  estas  gracias  y  perfecciones  aquel  Señor  altísimo, 
de  quien  procede  todo,  y  en  quien  toda  virtud  y  per- 
fección está  en  infinito  grado. 

Grande  es,  y  muy  delicada  y  salutífera  esta  medita- 
ción, que  pone  sus  ojos  en  el  cuerpo  místico  de  nues- 
tro señor  Jesucristo,  o  en  cualquiera  de  sus  miembros, 
que  son  sus  escogidos.  Y  cuanto  más  va  subiendo,  mi- 
rando en  lo  más  alto,  tanto  más  resplandecen  las  divi- 
nas perfecciones.  Porque,  así  como  el  espíritu  humano 
más  virtud  y  perfección  ejercita  y  nos  muestra  en  los 
miembros  que  en  su  cuerpo  son  más  nobles  y  sublimes, 
como  son  los  ojos  y  los  oídos,  que  no  en  los  pies  ni  en 
las  manos;  así  el  Espíritu  Santo,  en  su  cuerpo  místico, 
más  se  comunica  y  resplandece  en  los  mayores  santos 
y  en  más  alto  grado  a  él  unidos.  Y  así  más  en  los  már- 
tires que  en  los  confesores;  y  más  en  los  apóstoles,  que 
son  principales  ciudadanos  del  cielo;  y  más  en  la  Reina 
de  aquel  celestial  reino,  que  es  su  madre  santísima,  a 
él  sobre  todos  conjunta  e  inmediata,  como  madre  suya 
natural  y  única.  Mas  sobre  todo  resplandece  nuestro 
señor  Dios  incomparablemente  en  nuestro  Señor  Jesu- 
cristo, como  en  la  cabeza  de  todo  su  cuerpo  místico. 

Así  como  nuestro  espíritu  humano  obra  incompa- 
rablemente más  y  mayores  efectos,  y  resplandece  más 
su  admirable  virtud  en  la  cabeza  sola,  que  en  todo  el 
resto  del  cuerpo;  así  el  inmenso  Espíritu,  que  es  Dios, 
resplandece  más  por  admirables  e  incomparables  efec- 
tos en  la  cabeza  de  toda  la  iglesia  militante  y  triunfante 
—  que  es  nuestro  señor  Jesucristo  —  que  no  en  todos 
los  santos,  que  son  sus  miembros,  así  los  justos  como  los 


1    i.«  ed.:  quién. 


C.  10.    Escala  para  conocer  a  Dios 


163 


espíritus  angélicos.  Porque  en  Cristo,  como  en  la  ca- 
beza, está  en  grado  inefable  y  supremo,  por  estar  él, 
como  está,  unido  en  unidad  de  persona,  según  arriba 
habemos  declarado. ^ 

En  ninguna  cosa  se  muestra  más  Dios  ser  quien  es, 
en  cuantas  cosas  ha  hecho  ni  hará,  que  en  nuestro  se- 
ñor Jesucristo,  su  Hijo,  por  nosotros  crucificado.  Por 
lo  cual  dice  el  Apóstol:  Que  en  Cristo  están  todos  los 
tesoros  de  la  sabiduría  y  ciencia  de  Dios.^  Y  San  Juan 
dice  dél:  "Vimos  su  gloria  como  de  Unigénito  del  pa- 
dre, lleno  de  gracia  y  de  verdad.^  Resplandece,  pues, 
la  potencia  divina  en  gran  manera^  en  Cristo,  consi- 
derando que  Dios  se  pudo  hacer  verdadero  hombre,  sin 
dejar  de  ser  verdadero  Dios.  Su  infinita  sabiduría,  en 
haberse  sabido  hacer  tan  pequeño  y  a  nosotros  seme- 
jable, no  dejando  de  permanecer  inmenso  e  inconmu- 
table. Su  bondad  summa,  en  quererse  vestir  de  nuestra 
flaqueza  por  comunicarnos  sumamente  su  divina  natu- 
raleza y  gloria.  Resplandece  su  caridad  incomprehen- 
sible, porque  en  este  misterio  se  nos  dió  a  sí  mismo, 
por  puro  amor  y  sumamente  dado.  Diónos  en  él  toda 
su  vida  y  toda  su  muerte.  Y  en  su  muerte,  toda  su  san- 
gre, por  nosotros  derramada.  Y  toda  su  carne,  por 
nuestro  amor  toda  llagada.  Y  todos  sus  huesos  desco- 
yuntados. Y  todo  su  corazón  traspasado  de  dolor  por 
nuestros  pecados.  Y  finalmente,  toda  su  humanidad  en 
servicio  y  trabajo  tan  duro,  por  darnos  su  divinidad 
para  nuestro  descanso  y  gozo  cumplido. 

Resplandece  también  en  esto  su  infinita  misericordia, 
pues,  por  librarnos  de  nuestra  damnación  merecida,  se 
sujetó  a  tanta  miseria.  Resplandece  asimismo  su  justicia 
sin  medida,  considerando  que  quiso  ser  así  castigada 
nuestra  culpa  en  su  mismo  Hijo  unigénito,  pues  para 
perdonarla  quiso  que  fuese  tan  cruelmente  muerto.  Por- 
que, si  así  castigó  Dios  la  culpa  en  su  mismo  Hijo, 
único  y  amantísimo,  ¿qué  castigo  dará  al  siervo  traidor 
y  tan  ingrato  y  temerario,  por  quien  Cristo  no  hubiere 
pagado?  Porque,  aunque  haya  satisfecho  por  todos, 
cuanto  a  la  suficiencia;  mas  no,  cuanto  a  la  eficacia, 


1  l.«  ed.:  ya  habemos. 

2  Col.  2,  3. 

3  lo.  1,  17. 

4  J.<»  ed.:  máximamente. 


164 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


por  el  que  se  hubiera  hecho  obstinado.  Pues  si  el  mis- 
mo Cristo  para  haber  de  pagar  por  el  pecado  fué  tan 
gravemente  atormentado  y  de  incomparables  dolores 
afligido,  ¿qué  padecerá  el  pecador  que  hubiere  de  pagar 
por  sí  mismo?  Por  esto,  nuestro  Redentor,  cuando  lo 
llevaban  con  la  Cruz  a  cuestas  a  darle  tan  cruel  muerte, 
dijo:  Si  en  el  madero  verde  se  hace  esto,  que  se  hará 
en  el  secol'^  Quiso  decir:  Si  en  mí,  que  soy  inocente  y 
con  perfecta  virtud,  siempre  verde  y  fructuosísimo,  es 
tan  punido  2  el  pecado;  en  el  pecador,  inhábil  para 
todo  bien,  y  lleno  de  vicios  y  pecados,  y  que  por  su 
maldad  se  ha  del  todo  secado,  ¿en  qué  manera  será 
punida  la  culpa,  por  la  cual  ha  ofendido  la  majestad  y 
bondad  divina  e  inmensa,  y  caído  en  damnación  de 
pena,  no  comparable  y  perpetua? 

Podemos  y  debemos  subir  mayormente^  por  esta 
escala  —  que  es  la  humanidad  de  Cristo  —  al  conoci- 
miento de  su  divina  esencia  por  otra  vía. 

Porque  considerada  la  caridad  y  benignidad  que 
nuestro  señor  Jesucristo  tiene  y  nos  muestra  en  cuanto 
hombre,  podemos  y  debemos  elevarnos  a  considerar, 
cuánto  más  nos  ama  en  cuanto  Dios.  Pues,  tanto  más 
nos  ama  en  cuanto  Dios,  cuanto  excede  en  cuanto 
Dios  a  sí  mismo  en  cuanto  hombre.  También,  conside- 
rada la  suma  bondad  y  toda  hermosura  de  virtud  y 
perfección  que  perfectisímamente  resplandece  en  la 
humanidad  de  Cristo  sacratísima,  podemos  levantarnos 
a  considerar  cuán  amables  son  estas  virtudes  y  perfec- 
ciones en  su  divina  esencia.  Es,  pues,  el  más  excelente 
medio  para  subir  a  Dios  y  aprovechar  en  el  conoci- 
miento de  su  divinidad  invisible,  la  profunda  medita- 
ción de  su  humanidad  visible.  Por  lo  cual  la  santa  ma- 
dre Iglesia  canta  en  el  prefacio  de  la  santísima  Nati- 
vidad de  Cristo,  diciendo:  Digna  cosa  es  hacer  siempre 
gracias  a  ti,  Señor,  Dios  nuestro,  porque  por  el  miste- 
rio del  Verbo  encarnado,  ha  resplandecido  a  los  ojos 
de  nuestra  ánima  una  luz  nueva  de  tu  claridad  divina; 
porque  conociendo  a  Dios  visiblemente  —  conviene  a 
saber,  en  su  humanidad  —  seamos  por  esto  arrebatados 
en  el  amor  de  su  invisible  divinidad. 


1  Le.  23,  31. 

2  punido,  e.  e.,  castigado.  Latinismo  hoy  día  afectado. 

3  1.^  ed.:  máximamente. 


Capítulo  XI 


EN  QUE  SE  RESUME  TODO  LO  DICHO  DE  LO 
QUE  SE  HA  DE  MEDITAR  A  LA  HORA  DE  LA 
MAÑANA.  Y  COMO  LA  MAJESTAD  Y  HUMIL- 
DAD DE  DIOS  SE  DEBEN  CONSIDERAR 
JUNTAMENTE 


ecoligiendqI  las  cosas  que  hemos  de  considerar 


J[  V  en  la  meditación  de  la  mañana,  debes,  oh  ánima, 
cerrando  los  ojos  exteriores,  o  poniéndote  en  lugar  os- 
curo y  muy  apartado  de  ruido,^  mirar  profundamente 
con  los  ojos  interiores  de  la  meditación  santa,  cómo 
nuestro  Señor  Dios  te  ha  criado  y  hecho  de  nada;  de- 
teniéndote en  pensar  esto,  hasta  hallar  y  sentir  bien 
este  nada.  Imaginándote  sin  ojos,  y  sin  oídos,  y  sin 
olfato,  y  sin  boca,  y  sin  lengua,  y  sin  pies,  y  sin  manos, 
sin  todas  las  otras  partes  del  cuerpo;  y  sin  entendimien- 
to, y  sin  memoria,  y  sin  voluntad,  y  sin  sentido  ni  ser 
alguno,  hasta  imaginarte  desecho  del  todo.  Y  ponerte 
en  aquella  distancia  inmensurable  que  hay  desde  no 
ser  algo,  hasta  llegar  a  un  ser  tan  maravilloso,  como 
es  el  del  hombre  con  su  ser  humano;  y  mucho  más  con 
el  que  recibe  por  la  gracia,  que  es  el  divino. 

Y  procura  de  sentir  el  daño  que  recibirías,  si  te 
quitase  Dios  alguna  cosa  de  aquellas  que  hemos  dicho 
en  tu  ser  contenidas.  ¿Y  cuánto  más  muchas?  ¿y  cuán- 
to más  todas?  Y  por  el  contrario,  cuán  grandes  merce- 
des te  ha  hecho  con  cada  una  dellas.  ¿Y  cuánto  más 
con  muchas?  ¿y  cuánto  más  con  todas  juntas?  Y  cómo 
te  ha  criado  de  un  nada,  que  es  como  una  masa  ima- 
ginada, común  a  todas  las  piedras  y  hierbas  y  perros  y 
gatos  y  serpientes  y  lagartijas,  y  a  todas  las  otras  cosas 

1  recoligiendo,  e.  e.,  resumiendo.  De  recolligere.  recoger,  amon- 
tonar. 

2  i.«  ed.:  oscuro  y  apartado... 


166 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


irracionales  e  insensibles.  Y  cómo  no  te  hizo  a  ti  pie- 
dra, ni  árbol,  ni  serpiente,  ni  lagarto,  ni  gato,  ni  perro, 
ni  cualquier  otro  animal  bruto;  mas  te  ha  dado  dominio 
sobre  todas  estas  cosas,  criándolas  todas  para  tu  ser- 
vicio, y  dándote  un  ser  sobre  todas  tan  excesivo  y  tan 
maravilloso,  dotado  de  tantas  y  tales  potencias  exte- 
riores e  interiores.  Y  te  ha  dado  y  da  todas  las  cosas 
que  gozas  con  ellas;  y  sobre  todo,  a  sí  mismo,  hacedor 
de  todas. 

En  esto  has  de  traer  tu  pensamiento  desde  que  des- 
piertas a  la  mañana,  hasta  la  hora  de  comer  o  de  medio- 
día. Para  esto  mejor  sentir  y  gozar  desde  luego  es, 
levantándote,  hincado  de  rodillas  hacer  una  estación 
en  que  tu  corazón  se  vaya  al  monte  Calvario,  y  consi- 
dere allí  los  dones  que  has  recibido  de  tu  esposo  aman- 
tísimo,  nuestro  Señor  Jesucristo,  que  hallarás  allí  en 
una  cruz  puesto,  y  por  tu  amor  en  ella  enclavado. 
Mira  bien  allí  cómo  te  ha  dado  todo  lo  que  allí  ves, 
que  es  todo  lo  que  tienes  en  ti,  y  en  derredor  de  ti,  y 
sobre  ti,  esto  es,  tu  ser  todo;  y  todo  este  mundo;  y  so- 
bre todo,  a  Sí  mismo,  totalmente  dado,  hasta  ser  por  tu 
amor,  como  le  ves,  cruciñcado. 

Considera,  cómo  te  ha  dado  un  ser  tan  admirable 
y  de  tantas  y  tales  facultades  sensitivas  y  espirituales 
dotado.  Un  par  de  piedras  preciosas,  como  son  esos 
tus  ojos,  de  tan  inextimable  valor  y  virtud,  con  que 
puedas  gozar  y  goces  de  tanta  luz,  de  tantos  espacios 
de  lugares,  de  tantos  colores  y  ñguras,  y  de  tantas  y 
diversas  hermosuras.  Otro  par  de  joyas  tan  excelentes 
como  son  los  oídos,  con  que  puedas  gozar  de  tanta 
diversidad  de  músicas,  y  de  tantas  palabras,  y  doctri- 
nas, y  conversaciones.  Un  par  de  ventanas  de  la  poten- 
cia olfativa,  con  que  puedas  percibir  y  gozar  tanta 
diversidad  de  olores.  Una  potencia  del  gusto,  con  que 
goces  de  tantos  y  diversos  sabores.  Un  sentido  del 
tacto,  con  que  percibas  y  sientas  tantas  recreaciones. 
Una  joya  tan  maravillosa  como  es  la  lengua,  con  que 
puedas  explicar  y  comunicar  a  los  otros  tus  pensa- 
mientos y  deseos  innumerables  y  varios.  Un  par  de 
manos,  para  obrar  tantas  y  diversas  operaciones.  Un 
par  de  pies,  para  moverte  a  tantos  y  tan  diversos  mo- 
vimientos. Un  entendimiento  de  inñnita  capacidad,  con 
que  puedas  conocer  lo  verdadero  y  lo  falso,  discernir 


C.  11.    Meditaciones  matutinas 


167 


lo  bueno  y  lo  malo,  recibir  innumerables  noticias  de 
las  diferencias  de  las  cosas,  hallar  innumerables  razo- 
nes y  medios  para  los  fines  intentos;  y,  sobre  todo  esto, 
levantarte  a  conocer  al  mismo  Dios,  hacedor  tuyo  y 
de  todo  el  universo.  Una  memoria  con  que  te  puedas 
acordar  de  todas  las  cosas  que  puedes  conocer,  ya 
dichas,  de  las  cosas  criadas;  y,  sobre  todo,  acordarte 
de  tu  mismo  criador,  cada  vez  que  quieras.  Una  volun- 
tad para  amar  y  gozar  tantos  bienes  visibles  e  invisibles; 
y,  sobre  todos,  al  mismo  Dios,  que  es  el  piélago  in- 
finito en  todos  los  bienes. 

Mira  también,  cómo  te  ha  dado  no  sólo  todas  estas 
potencias,  más  también  todas  las  cosas  que  gozas  con 
ellas.  Tantas  y  diversas  lumbreras  para  de  día  y  de  no- 
che. Tantas  hermosuras  i  en  los  edificios  y  ñores  y  ani- 
males y  gentes,  y  en  todas  las  cosas  visibles,  que  son 
en  los  elementos  y  en  los  cielos.  Y  todo  esto,  para 
recreación  de  tus  ojos.  Tanta  diversidad  de  músicas; 
de  ellas  hechas  con  voces  humanas,  de  ellas  con  tantos 
y  diversos  instrumentos,  de  ellas  con  tanta  diversidad  de 
avecicas:  y  todo  esto,  para  recrear  tus  orejas.  Tanta 
diversidad  de  cosas  odoríferas  en  las  hierbas  y  flores 
y  rosas  y  frutas  y  especies  aromáticas;  y  todo  esto,  para 
recreación  de  tu  olfato.  Tanta  diversidad  de  manjares 
y  licores;  tanta  diversidad  de  frutas,  carnes,  pescados, 
hortalizas,  especias,  conservas,  aguas  y  vinos:  y  todo, 
para  recreación  de  tu  gusto.  Tantas  blanduras  y  regalos 
del  fuego  y  del  aire  y  agua,  vestiduras  y  camas,  un- 
güentos y  otros  diversos  refrigerios  para  el  tacto.  Tanta 
materia  e  industria,  para  obrar  con  las  manos.  Tan- 
tas diferencias  de  lugares,  para  andar  y  adquirir  con 
los  pies.  Tantas  ciencias  y  libros  y  noticias  de  las  cosas 
visibles  e  invisibles;  y,  sobre  todo,  su  divina  noticia 
con  la  fe  y  santa  Escriptura,  y  tantas  y  tan  santas  inspi- 
raciones. Y  todo  esto,  para  perfección  y  consolación 
de  tu  entendimiento.  Tantas  similitúdines  y  especies 
inteligibles,  que  goces  con  la  memoria;  y,  sobre  todo, 
su  memoria  tan  dulce.  Tantos  bienes  corporales  y  es- 
pirituales, terrenales  y  celestiales;  y,  sobre  todo,  su  mis- 
ma bondad  2  para  deleite  de  la  potencia  de  tu  voluntad. 

1  ed. :  Tantas  y  diversas  hermosuras. 

2  J.a  ed.:  bondad  infinita. 


168 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


Y  sobre  todo  esto,  siempre  te  conserva,  trayéndote 
en  sus  brazos.  Y  mira  bien  esto:  cómo  no  te  habiendo 
menester,  te  está  siempre  dando  todo  ese  ser  y  la  vida, 
y  moviéndote  a  todos  tus  movimientos,  y  dándote  tan- 
tos bienes;  y  esto,  aún  después  de  haber  sido  tú  tan 
ingrato.  Y  que  no  cesa  en  todo  lugar  de  darte  tantos 
dones:  de  ellos,  con  su  propia  mano;  de  ellos,  enviados 
sin  cesar  por  medio  de  sus  pajes  y  criados  innumerables 
y  admirables,  como  lo  son  todas  sus  criaturas  terrenales 
y  celestiales,  a  las  cuales  manda  que  siempre  te  estén 
sirviendo  de  día  y  de  noche,  y  con  las  cuales  siempre 
te  está  enviando  tantos  presentes  y  haciendo  tantas 
mercedes.  Y  sobre  todo  esto  (que  es,  haberte  dado  a  ti 
mismo  y  a  todo  este  mundo),  te  ha  dado  a  Sí  mismo. 
Y  esto,  por  dos  vías.  La  una,  invisiblemente,  dándote 
por  esposo  a  tu  ánima  para  tu  deleite  y  gozo  verdadero 
y  descanso  cumplido  y  eterno;  y  para  esto,  te  ha  criado 
capaz  de  sí,  y  a  su  imagen  y  semejanza.  Y  después  de 
haberte  hecho  tú  tan  vil  e  ingrato,  te  ha  sacado  del 
poderío  del  demonio,  y  revestido  de  su  gracia  en  el  sa- 
cramento del  bautismo  y  en  el  de  la  penitencia,  y  do- 
tado de  la  luz  de  su  santa  fe  y  divina  noticia,  y  de  las 
vestiduras  muy  resplandecientes  de  las  virtudes  y  di- 
vinas perfecciones,  para  que  participado  así  de  la  her- 
mosura de  su  divina  naturaleza,  seas  hecha  hija  y  es- 
posa suya,  con  la  cual  en  muy  grande  gracia  ^  vivas, 
aun  en  esta  vida,  tan  honrada  y  tan  segura,  y  de  tantos 
bienes  enriquecida,  y  de  tantos  y  tan  grandes  deleites 
visitada  y  consolada;  y,  sobre  todo  esto,  del  reino  ce- 
lestial heredera. 

En  la  otra  manera,  mira  cómo  se  te  da  visible- 
mente, dándosete  en  siervo,  ofreciéndosete  a  Sí  mismo 
para  tu  servicio.  Y  para  esto,  se  ha  vestido  de  tu  fla- 
queza, y  hecho  semejante  a  ti,  por  venir  a  conversarte 
visible  y  familiarmente,  y  servirte  y  padecer  por  tu 
amor  tantos  trabajos,  empleando  en  esto  toda  esta  pre- 
sente vida,  dende  el  punto  que  se  vistió  de  nuestra 
humanidad  y  estuvo  encerrado  en  el  vientre  virginal  de 
su  madre  santísima,  y  después  nació  en  suma  pobreza 
y  humildad  en  un  establo  y  en  un  pesebre,  hasta  tanto 
que  vino  a  morir  en  la  cruz. 

1    J.«  ed.:  con  la  cual  máxima  gracia... 


C.  11.    Meditaciones  matutinas 


169 


Y  considera,  cómo  al  tiempo  de  la  partida  deste 
mundo  se  humilla  por  tu  amor  a  lavar  los  pies  de  sus 
criaturas,  y  te  habla  con  tanta  dulzura  y  benevolencia, 
y  te  deja  a  Sí  mismo  en  manjar,  y  se  ofrece  por  tu 
amor  a  ser  preso  de  sus  siervos,  y  tan  viles,  y  ser  de 
ellos  reprobado,  y  vituperado,  y  abofeteado,  y  mesado, 
y  escupido,  y  azotado,  y  que  su  cerebro  delicadísimo 
sea  de  crueles  espinas  traspasado.  Y  mira,  cómo  des- 
pués de  todo  esto  es  llevado  a  la  muerte  con  la  cruz 
a  cuestas,  y  es  delante  de  su  misma  madre  purísima  des- 
nudado y  crucificado,  y  todo  llagado  y  descoyuntado, 
y  de  dolores  incomparables  traspasado,  y  sumamente 
abatido  y  afligido. 

Y  para  mejor  sentir  en  esto  su  bondad  y  caridad, 
considera  juntamente  su  infinita  excelencia  y  majestad. 
Mira  cómo  es  el  mismo  Dios  que  con  sola  su  palabra 
hizo  de  nada  todo  el  mundo,  y  lo  sustenta  en  su  mano 
sin  cansarse,  y  mueve  a  todas  las  cosas  a  todos  sus 
movimientos  tan  varios  e  innumerables  sin  él  moverse. 
Y  que  sabe  ab  aeterno  todas  las  cosas  y  todos  sus  mo- 
vimientos visibles  e  invisibles,  naturales  y  libres.  Y  con 
su  inmensidad  e  incomprensible  majestad  está  en  todas 
las  cosas,  y  en  cada  una  de  todas  ^  está  dándoles  todo 
su  ser  y  forma  y  todas  sus  virtudes.  Y  a  cuya  eterni- 
dad todas  las  cosas  están  presentes.  Y  que  por  su  sola 
bondad  las  cría  y  conserva  todas,  por  lo  cual,  no 
habiendo  él  menester  cosa  alguna,  por  sólo  hacernos 
bien  nos  ha  criado  y  conserva.  Y,  tantos  cielos  con  sus 
lumbreras  e  influencias,  tantos  elementos  con  sus  diver- 
sas cualidades,  tanta  diversidad  de  piedras  preciosas  y 
comunes,  tanta  diversidad  de  metales  para  tantos  y  tan 
diversos  efectos,  tanta  variedad  de  plantas  con  tanta 
diversidad  de  hojas  y  flores  y  frutas,  con  tantas  figuras 
y  colores,  olores  y  sabores;  tanta  multitud  de  animales, 
con  tantas  y  diversas  figuras  y  potencias  sensitivas;  tan- 
tas gentes  y  criaturas  racionales,  con  tantas  y  tan 
admirables  potencias  y  virtudes,  naturales  y  gratuitas, 
adquiridas  e  infusas. 

Y  sobre  todo  esto,  el  Reino  de  los  cielos,  con  su 
inmensidad  y  hermosura.  Y  sobre  él,  innumerables  gen- 
tes celestiales,  muy  más  nobles  que  las  de  este  mundo, 

1    de  todas,..,  e.  e.,  de  ellas. 


12 


170 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


como  lo  son  todos  aquellos  espíritus  bienaventurados, 
distintos  por  sus  jerarquías,  órdenes  y  especies;  dota- 
dos de  incomparable  hermosura,  potencia  y  sapiencia, 
y  benevolencia  y  bienaventuranza.  Y  sobre  todo  esto, 
a  los  gusanicos  que  crió  en  este  mundo  y  ha  levantado 
de  la  tierra  y  del  estiércol  de  sus  pecados,  y  colocado 
sobre  los  cielos  con  los  príncipes  de  su  celestial  reino. 
Y  al  linaje  humano,  que  era  ínfimo,  ha  ensalzado  en 
sumo  grado,  como  se  manifiesta  en  la  sacratísima  Reina 
del  cielo,  nuestra  Señora,  que  ha  hecho  digna  madre 
suya,  y  en  nuestro  Señor  Jesucristo,  único  Rey  de 
aquel  celestial  reino  y  Señor  del  universo  que  ha  ensal- 
zado a  ser  Dios  verdadero,  y,  sobre  todo  esto,  infinito 
en  todo;  en  quien  todos  los  bienes  y  todo  lo  que  hay 
amable  en  todas  las  cosas,  visibles  e  invisibles,  está  en 
inmenso  e  inconmutable  grado. 

Y  habiendo  subido  así  a  considerar  la  infinita  ma- 
jestad y  potencia  de  un  tal  Señor,  ante  quien  es  como 
si  no  fuese  todo  el  mundo,  vuelve  a  considerar,  cómo 
por  tu  amor  se  ha  a  Sí  humillado  hasta  ser  por  ti  azo- 
tado, y  crucificado,  y  todo  llagado,  y  descoyuntado,  y 
muerto  con  la  más  deshonrada  y  cruel  muerte  del 
mundo. 

Debes  también  de  aquí  colegir,  cuánta  sea  la  mal- 
dad y  ceguedad  del  mundo.  Porque  si  es  ingratitud  y 
maldad  aborrecible  cuando  un  hombre  es  ingrato  a 
otro,  habiéndole  hecho  algunos  beneficios  —  siendo, 
los  que  puede  hacer  el  que  más  puede,  tan  pocos  y  tan 
pequeños  — ,  ¿cuánta  mayor  ingratitud  y  maldad  es  la 
de  un  hombre  mundano,  pues,  es  ingrato  a  Dios,  del 
cual  recibe  tantos  y  tan  grandes  dones,  innumerables  y 
continuos,  en  que  le  da  —  como  ya  hemos  declara- 
do —  su  ser  propio  y  todo  el  mundo;  y,  sobre  todo, 
a  Sí  mismo;  y,  con  amor  tan  puro  y  excelsivo?  Y  si 
sería  señal  de  ceguedad,  que  alguno  no  hubiese  ver- 
güenza de  la  fealdad  de  la  ingratitud  que  comete  con- 
tra una  criatura,  ni  de  las  vilezas  y  suciedades  que 
cometiese  delante  los  ojos  de  algún  rey  poderoso  y 
bueno  y  muy  aborrecedor  de  todo  vicio,  ¿cuánta  es 
la  ceguedad  del  mundo,  que  no  ha  vergüenza,  ni  se 
confunde  de  ser  ingrato  a  su  hacedor,  de  quien  tantos 
bienes  está  siempre  recibiendo;  ni  tiene  temor  ni  ver- 
güenza de  cometer  tantas  traiciones,  y  vilezas,  y  sucie- 


C.  11.    Meditaciones  matutinas 


171 


dades  de  pecados,  estando  como  está  siempre  delante 
su  acatamiento,  y  sabiendo  que  ofende  tanto  a  sus  ojos 
divinos? 

Debes  también  —  oh  ánima  —  procurar  siempre,  o 
las  más  veces  que  puedas,  subir  al  conocimiento  y 
amor  de  Dios  por  la  meditación  de  las  cosas  sobredi- 
chas, y  considerar,  cómo  puedes  y  debes  subir  por 
medio  de  los  dones  naturales  y  temporales,  y  más  por 
los  gratuitos;  y,  sobre  todo,  por  medio  de  nuestro  Señor 
Jesucristo,  que  es  la  cabeza  a  ese  mismo  Dios  sumamen- 
te unida,  y  de  do  participa  todas  las  divinas  influencias 
todo  su  cuerpo  místico. 


Capítulo  XII 


DE  LO  QUE  SE  DEBE  MEDITAR  A  MEDIODIA, 
QUE  SON  LOS  MALES  DE  QUE  SOMOS 
LIBRADOS 


o  que  se  ha  de  meditar  a  la  hora  de  mediodía,  o 


JLh  después  de  nona,i  por  la  mejor  disposición  de  la 
cabeza,  es  los  males  de  que  nuestro  Señor  Dios  nos  ha 
librado;  así  los  males  de  culpa,  como  los  males  de  pena. 
Los  males  de  culpa  son:  la  ingratitud  incomparable 
que  hemos  tenido  a  quien  tantos  y  tan  grandes  bienes 
nos  ha  hecho  y  siempre  hace;  y  la  fealdad  de  nuestros 
pecados  con  que  hemos  menospreciado  el  amor  de  Dios 
y  nuestro  esposo,  por  hacer  a  nuestra  alma  manceba 
del  demonio,  pues  habiéndola  hecho  Dios  su  real  pa- 
lacio y  consagrado  por  su  templo  divino  para  morar 
en  ella  y  que  ella  gozase  de  su  deleitable  conversación 
y  felicísimo  amor,  ha  menospreciado  todo  esto  por  ha- 
cerse muladar  de  pecados  y  establo  de  los  demonios, 
según  que  en  los  precedentes  capítulos  está  ya  de- 
clarado. 

Los  males  de  pena,  son  aquéllos  que  se  incUfréñ 
póf  la  culpa,  los  cuales  debemos  ahora  considerar  con 
toda  diligencia,  pues  es  cosa  que  tanto  nos  importa. 
Cerca  de  lo  cual,  presupuesto  —  como  arriba  hemos 
probado  —  que  por  la  ofensa  divina  se  incurre  la  dam- 
nación eterna,  veamos  cuál  y  cuánta  sea  aquella  mise- 
ria infernal  y  horrenda. 

Primeramente,  se  prueba  haber  infierno,  no  sólo 

1  nona:  Una  de  las  horas  en  que  dividían  los  Romanos  el  dia 
y  que  corresponde  aproximadamente  de  las  tres  de  la  tarde  a  las 
seis,  en  que  comenzaba  la  primera  Vigilia  de  la  noche.  Al  decir 
el  autor  o  después  de  nona,  por  la  mejor  disposición  de  la  cabeza, 
quiere  decir  después  de  las  tres  de  la  tarde,  cuando  hecha  ya  la 
digestión  se  encuentra  uno  en  mejor  disposición  de  orar. 


C.  12.    Infierno.  Pena  de  daño 


por  la  autoridad  infalible  de  la  santa  Escriptura,  mas 
aun  por  lo  que  nos  dice  la  razón  humana.  Porque  así 
como  cualquier  gran  Rey,  poderoso  y  sabio,  tiene  tres 
lugares  muy  diferentes:  El  uno,  el  aposento  principal 
de  su  real  palacio,  a  do  recibe  y  conversa  con  sus  hi- 
jos y  amigos;  el  otro,  en  lo  bajo  de  su  casa,  do  está  la 
cocina  y  otros  aposentos  de  mozos,  do  se  ejercitan  sus 
criados  en  diversos  oficios,  y  do  también  están  los  es- 
tablos do  tiene  sus  bestias;  y  el  otro  lugar  que  es  ínfimo, 
es  la  cárcel  de  los  malhechores  que  están  ya  a  muerte 
sentenciados  por  traidores  y  perversos:  así  nuestro  Se- 
ñor Dios,  que  es  rey  único,  todopoderoso  y  sapientí- 
simo, tiene  en  su  casa,  que  es  todo  este  mundo,  tres 
estancias  o  lugares  diversos;  los  cuales,  tanto  han  de 
ser  diferentes,  cada  uno  en  su  modo,  de  los  que  tiene  y 
puede  tener  cualquier  rey  o  señor  deste  mundo,  cuan- 
to difiere  la  dignidad  y  justicia  del  mismo  criador  a  la 
de  su  criatura. 

El  primer  lugar  do  recibe  y  conversa  a  sus  hijos  y 
amigos,  que  son  sus  escogidos,  es,  sus  aposentos  reales 
y  divinos  del  cielo  empíreo. 

El  segundo,  do  se  ejercitan  sus  siervos,  que  son  los 
justos,  sirviéndole  en  diversos  oficios,  y  do  también 
están  las  bestias,  que  son  los  hombres  carnales  y  mun- 
danos. Porque  en  esta  vida  están  mezclados  los  buenos 
y  los  malos.  Este  lugar  es  la  tierra  do  moramos. 

El  tercero  e  ínfimo,  que  es  la  cárcel,  es  aquél  do 
son  lanzados  los  enemigos  de  Dios,  obstinados  y  con- 
denados. Éste  es  un  lugar  profundo  y  misérrimo,  que 
se  llama  el  infierno.  Este  lugar  se  cree  estar  en  las  en- 
trañas de  la  tierra,  conforme  a  lo  que  dice  el  profeta, 
hablando  de  los  condenados.  Entrarán  en  las  partes 
inferiores  de  la  tierra,  serán  dados  en  manos  del  cuchi- 
llo, serán  presa  de  las  raposas,^  que  son  los  demonios. 

Este  lugar  es  una  grande  concavidad,  profunda  y 
horrenda,  que  está  en  las  entrañas  de  la  tierra,  la  cual 
la  infinita  justicia  y  omnipotencia  de  Dios  ha  hecho 
para  cárcel  perpetua  y  lugar  de  castigo  y  tormentos  para 
todos  los  malaventurados. 2  Está  oscuro  y  de  espesas 

1  Ps.  62,  10,  11. 

2  Ea  creencia  universal  que  el  infierno  está  en  las  entrañas 
de  la  tierra.  La  Iglesia  nada  ha  dicho  ni  definido.  Los  teólogos 
tampoco  defienden  semejante  creencia,  hoy  día  destituida  de  toda 


174 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


tinieblas  y  profunda  noche  cubierto,  aunque  aquel 
fuego  sulfúreo  de  que  está  lleno  luce  un  poco  para 
aumento  del  tormento  con  la  vista  de  aquel  lugar  ho- 
rrendo y  de  los  gestos  espantables  de  los  mismos  con- 
denados. Está  muy  hediondo,  y  estarlo  ha  más  después 
del  juicio,  así  porque  estará  lleno  de  los  cuerpos  de  los 
damnados,  enfermos  y  podridos,  como  porque  todas 
las  inmundicias  y  horruras  que  hay  en  las  privadas  ^ 
y  muladares  y  podredumbres  y  todos  los  otros  hedores 
de  todo  este  mundo  serán  lanzados  en  aquel  lugar 
mísero. 

Está  todo  encendido  de  fuego  y  en  vivas  llamas 
siempre  ardiendo.  El  fuego  es  corpóreo  como  este  nues- 
tro, más  la  materia  dél  se  cree  ser  piedra  zufre,^  en  lo 
cual  es  más  aflictivo,  porque,  como  vemos  por  expe- 
riencia, causa  mayor  dolor  al  que  le  toca.^  Esto  da  a 
entender  el  profeta  diciendo:  Fuego  y  piedrazufre  y 
espíritu  de  tempestades  será  parte  de  su  cáliz.'^  Y  San 
Juan  en  el  Apocalipsis  dice  así:  Su  parte  es  en  el  es- 
tanque o  lago  de  fuego  y  piedrazufre,^  Dice,  que  parte 
de  su  cáliz  serán  estas  penas,  porque  tienen  otras  mu- 
chas. Y  aunque  aquel  lugar  de  tormentos  tiene  muchos 
y  diversos  nombres,  por  las  muchas  y  diversas  mise- 
rias; más,  porque  el  fuego,  entre  las  sensibles,  es  más 
aflictivo  y  más  notorio,  llámase  por  esto  aquel  lugar 
principalmente  homo  de  fuego,  porque  siempre  está 
de  llamas  infernales  lleno  y  abrasado.  Así  lo  llama 
nuestro  señor  Jesucristo  cuando  dice  en  el  Evangelio: 

probabilidad.  La  existencia  del  infierno  no  va  en  el  Nuevo  Testa- 
mento unida  a  la  tierra;  por  lo  que  existiría  aunque  ésta  fuese 
aniquilada  o  destruida.  El  autor,  que  escribe  para  el  vulgo,  sigue 
la  opinión  del  vulgo,  en  esta  materia,  no  obstante  ser  un  gran 
teólogo  y  filósofo,  como  lo  acreditan  todas  las  páginas  de  este 
libro,  único  que  se  conoce  del  P.  Alarcón. 

1  privadas,  e.  e.,  retretes.  Aunque  el  diccionario  conserva  aún 
esta  palabra  con  dicho  significado,  en  el  uso  corriente  ha  desapa- 
recido,  prevaleciendo  el  de  retrete,  palabra  culta  y  cortesana,  que 
significa  sitio  retirado  u  oculto  en  las  casas,  más  tarde  en  el  si- 
glo XVII  y  siguiente  sustituido  por  el  de  cámara  y  recámara. 

2  piedra  zufre,  e.  e.,  azufre.  Sin  duda  por  asimilación  de  la 
letra  anterior.  Sin  embargo,  es  frecuente  en  el  siglo  XVI  hallar 
esta  forma  en  los  clásicos.  En  realidad,  ésta  debiera  ser  la  forma 
legítima,  por  cuanto  de  la  palabra  latina  sulfure,  se  deriva  lógi- 
camente la  forma  zufre  o  sufre  y  no  azufre  o  asufre. 

3  Las  quemaduras  de  azufre  son  peores  que  las  otras,  por  el 
dolor  que  causan  y  la  mayor  dificultad  en  curarse. 

4  Ps.  10,  7. 

5  Apoc.  21,  8. 


C.  12.    Infierno.  Pena  de  daño 


175 


Enviará  Dios  sus  ángeles  y  apartarán  los  malos  de  me- 
dio de  los  justos,  y  echarlos  han  en  un  horno  de 
fuego A 

Dos  géneros  de  penas  padecen  los  malaventurados 
en  el  infierno:  La  una,  se  llama  pena  de  daño;  la  otra, 
pena  de  sentido.  La  primera  es,  verse  privados  de  to- 
dos los  bienes,  no  sólo  de  los  que  tanto  amaron  en 
esta  vida,  mas  también  de  los  celestiales  y  verdaderos, 
que  tan  presto  hubieran  alcanzado  en  la  otra.  Estarán 
privados  de  todas  las  consolaciones  que  tenían  en  este 
mundo,  porque  ya  no  tendrán  sus  casas,  ni  viñas,  ni 
huertas,  ni  otras  heredades,  ni  dineros;  ni  para  su  re- 
creación tendrán  prados,  ni  riberas,  ni  un  solo  árbol, 
ni  una  hierbecita,  ni  frescura  alguna,  o  lugar  apacible 
o  delectable.  No  verán  ya  más  hermosura  alguna  cor- 
poral, ni  sol,  ni  luna,  ni  estrellas,  ni  otra  alguna  luz  con 
que  vean  cosa  que  quieran.  No  tendrán  pajes,  ni  mo- 
zos, ni  fausto,  ni  servicio  alguno.  No  tendrán  más 
quién  les  dé  buena  doctrina,  ni  músicas,  ni  lisonjas.  No 
gozarán  de  banquetes  de  muchos  y  diversos  manjares, 
y  muchos  y  preciosos  vinos;  ni  les  será  dada  una  mi- 
gaja que  comer,  ni  una  gota  que  beber.  Faltarles  han 
todas  las  vestiduras  delicadas  y  preciosas,  y  las  camas 
blandas  y  curiosas.  Desearán  los  vicios  que  tenían  en 
este  mundo,  y  no  les  será  dado  alguno.  Desearán  todas 
estas  recreaciones,  lícitas  e  ilícitas,  y  todas  les  serán 
negadas. 

¡Cuán  grande  será  la  pena  que  recibirán  de  la  falta 
de  todas  estas  cosas,  pues,  un  mundano  cae  en  tan 
grande  tristeza  por  la  falta  de  sola  una!  Verse  han 
también  alejados  de  todos  los  bienes  perfectos  y  eter- 
nos del  cielo,  que  en  el  momento  de  esta  vida  pudieran 
haber  merecido,  y  privados  de  aquella  inmortalidad  e 
impasibilidad,  agilidad  y  hermosura  que  verán  en  los 
cuerpos  de  los  bienaventurados;  y  de  la  compañía  tan 
dulce  de  los  ángeles  y  los  otros  celestiales  ciudadanos; 
y  de  aquellas  riquezas  y  honras  y  deleites,  hermosuras, 
músicas,  olores,  sabores  y  todas  las  otras  recreaciones 
celestiales,  corporales  y  espirituales;  y  del  conocimien- 
to, posesión  y  fruición  de  todos  los  bienes  justos;  y, 
sobre  todo,  carecer  han  de  ver  y  gozar  la  esencia  di- 

1    Mt.  13,  Jt2. 


176 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


vina,  que  es  piélago  infinito  de  hermosura  y  do  todo 
bien  emana.i 

Si  tanto  —  como  ya  dije  —  se  entristece  alguno  de 
una  pequeñuela  pérdida  de  estas  cosas  viles  de  la  tie- 
rra, ¿qué  sentirá  el  que  viere  haber  perdido  tantos  y  ta- 
les bienes,  que  tan  presto  pudiera  alcanzar  y  para 
siempre  gozar  sobre  el  cielo?  ¿Qué  sentirán  los  mal- 
aventurados, cuando  vieren  el  día  del  juicio  subir  a 
los  buenos  resplandeciendo,  e  ir  así  al  celestial  reino; 
y  que  a  ellos  los  envían  ardiendo  al  infierno?  Entonces, 
como  dice  el  profeta:  El  pecador  verá  subir  al  justo  a 
la  memoria  eterna  seguro  de  no  oír  palabra  [mala]?'  que 
es  la  última  y  terrible  sentencia,  y  viendo  esto  se  airará, 
y  con  sus  dientes  —  deseando  si  pudiese  despedazarse  — 
regañará  y  se  carcomerá:  el  deseo  de  los  pecadores  pe- 
recerá^ Y  como  en  el  libro  de  la  Sabiduría  se  escribe: 
Viendo  los  malos,  como  verán,  a  los  justos  tan  subli- 
mados y  gloriosos,  y  quedar  ellos  a  tantos  y  tales  males 
eternalmente  condenados,  serán  turbados  con  temor  ho- 
rrible; y  maravillarse  han  de  la  súbita  mudanza  de  la 
salud  que  jamás  esperanA 

1  do  todo,  e.  e.,  de  donde  todo.  Es  frecuente  en  este  autor 
esta  acepción  que  no  es  frecuente  en  los  clásicos  de  la  segunda  mi- 
tad del  siglo  XVI. 

2  El  texto  suprime  la  negación  necesaria,  de  no  dar  al  tér- 
mino seguro  el  significado  de  libre.  El  texto  latino  es:  ab  auditio- 
ne  mala  non  timebit. 

3  Ps.  111,  10. 

4  Sap.  5,  2. 


Capítulo  XIII 


EN  QUE  SE  CONTINUA  LA  MATERIA  DEL  IN- 
FIERNO Y  SE  DECLARAN  LAS  PENAS  DE 
SENTIDO 


L  Otro  género  de  males  que  hay  en  el  infierno  se 


llama  pena  de  sentido,  que  consiste,  no  en  padecer 
la  privación  ya  dicha  de  todos  los  bienes,  más  de  sen- 
tir los  males  y  tormentos  contrarios  con  penas  incom- 
parables y  diversas.! 

La  primera  es,  que  cada  uno  que  fuere  condenado 
padecerá  en  su  cuerpo  todas  las  enfermedades  o  dolo- 
res que  todos  los  enfermos  y  llagados  padecen  en  este 
mundo.  Esto  da  a  entender  Job  diciendo:  Será  el  con- 
denado  estrechado  por  defuera  y  angustiado  de  dentro, 
y  todo  dolor  lo  arrebatará  y  vendrá  sobre  él.^  Y  en  el 
Deuteronomio,  del  condenado  se  dice:  Herirte  ha  Dios 
I  con  mengua,  calentura,  frío,  ardor  y  aire  corrupto;  he- 
i  rirte  ha  el  Señor  con  la  llaga  de  Egipto,  con  sarna  y 
I  comezón,  locura  y  ceguedad  y  furor;  aumentará  Dios 
I  tus  plagas  con  grandes  y  perseverantes  enfermedades, 
I  pésimas  y  perpetuas;  y  convertirá  sobre  ti  todas  las  aflic- 
I  dones  de  Egipto,  que  temiste  y  apegársete  han.^ 
\       La  segunda  pena  o  miseria  es  la  fealdad.  Porque, 
así  como  nuestro  fuego,  como  sea  humoso,  todas  las 
cosas  que  toca,  aunque  sean  claras  y  hermosas,  las 

1  La  descripción  y  estudio  que  hace  nuestro  autor  del  in^ 
fiemo  es  de  lo  más  brillante  y  vivo  que  se  conoce,  y  recuerda  a 
trechos  la  Divina  Comedia  de  Dante  o  la  descripción  de  Virgilio  en 
la  Eneida.  El  estudio  que  como  teólogo  hace  del  infierno,  es  tam^ 

I  bién  de  lo  más  exacto  y  ponderado.  En  todo  ello  se  revelan  las 
dotes  excepcionales  de  escritor  y  pensador  de  nuestro  fray  Luis, 
a  pesar  del  poco  cuidado  e  interés  que  pone  en  hacer  obra  literaria^ 

2  lob.  10. 

3  Deut.  23,  22,  27,  28. 


178 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


ennegrece  y  afea;  y  el  fuego  de  San  Antón  hace  horri- 
bles las  partes  del  cuerpo  que  toca;  así,  y  mucho  más 
aquel  fuego  del  infierno  afea  los  cuerpos  de  los  dam- 
nados.  Y  por  eso  dice  Jeremías:  Más  negra  que  el  car- 
bón se  ha  tornado  su  caraA 

La  tercera  pena,  es  el  hedor.  Porque  el  infierno 
será  como  privadas  de  todo  el  mundo,  a  do  serán  lan- 
zadas todas  las  suciedades  y  hediondeces.  Desto  dice 
Job:  Si  subiere  hasta  los  cielos  —  conviene  a  saber,  el 
malo  —  y  tocare  con  la  cabeza  las  nubes  —  esto  es,  por 
las  dignidades  que  alcanza  en  esta  vida  —  en  el  fin  se 
perderá  y  será  como  estiércol,'^  Y  Esaías  dice:  De  sus 
cuerpos  subirá  hedor, ^  Y  en  el  Apocalipsis  se  escribe: 
Serán  atormentados  con  el  fuego  y  piedrazufre,  y  su- 
birá el  humo  de  sus  tormentos  por  todos  los  siglos  de 
los  siglosA 

La  cuarta  pena  es  inhabilidad  e  impotencia  de  to- 
dos sus  miembros,  de  los  cuales  no  se  podrán  aprove- 
char para  hacer  cosa  alguna  que  quieran,  ni  evitar  mal 
alguno  de  cuantos  padecen.  Esto  da  a  entender  nuestro 
Señor  en  el  Evangelio,  diciendo  contra  el  condenado: 
Atadas  las  manos  y  los  pies  y  echadle  en  las  tinieblas 
exteriores,^ 

La  quinta  pena  es,  el  tormento  de  las  mordeduras 
de  los  gusanos.  De  estos  dice  Esaías:  El  gusano  de  ellos 
no  se  morirá.^  Sobre  lo  cual  dice  San  Agustín  nuestro 
padre,  que  se  puede  entender,  no  sólo  del  gusano  inte- 
rior de  la  conciencia,  mas  también  del  corporal,  que 
muerde  de  fuera.  De  éstos  dice  también  el  mismo  Esaías: 
Tu  \estrado  será  polilla,  y  tu  cobertor  será  gusanos/^ 
De  éstos,  también  el  Eclesiástico  dice:  Estas  cosas  están 
aparejadas  a  los  condenados;  fuego  y  granizo,  hambre 
y  muerte;  y  sobre  todo  esto,  escorpiones  y  serpientes.^ 

La  sexta  será,  lloro  muy  amargo  y  gritos  y  aullidos 
continuos  por  la  grandeza  de  los  tormentos.  De  éstos 


1  Lam.  4,  8. 

2  loh.  20,  6. 

3  l8.  3,  2h. 

4  Avoc.  Ik,  10-11 

5  Mt.  22,  13.  El  original  conserva  la  forma  clásica  un  poco 
violenta  y  hoy  en  desuso,  de  echalde,  por  echadle. 

6  Is.  66,  2h. 

7  Is.  U,  11. 

2>  Eccli.  39,  35,  36  y  serpientes,  añade  ed.  2.°- 


C.  13.    Infierno.  Eternidad 


179 


dice  nuestro  Redentor  en  el  Evangelio:  Allí  será  lloro 
y  batimiento  de  dientes.^ 

La  séptima,  y  principal,  será  el  fuego  en  que  siem- 
pre estarán  ardiendo. 

Estas  sobredichas  penas  todas  son  corporales,  mas 
también  padecerán  en  todas  las  potencias  espirituales. 
El  entendimiento  será  herido  con  ignorancia  y  cegue- 
dad para  todo  buen  conocimiento.  Con  la  mem.oria 
será  gravemente  afligido  en  acordarse  de  todos  los 
males  que  hizo  y  bienes  que  perdió.  En  la  voluntad 
—  con  padecer  todo  lo  que  aborrece — ,  aborrecerá  a 
sí  mismo  y  a  todas  las  criaturas,  y  más  a  Dios,  porque 
lo  crió  y  condenó.  Y  así,  con  el  grande  odio  y  fervor, 
siempre  estará  con  grandes  gritos  maldiciéndose  y  de 
Dios  blasfemando. 

Sobre  todas  estas  penas,  con  que  mucho  han  de  ser 
agravados,  es  el  saber  que  han  de  ser  eternas.  Cosa  es 
por  cierto  muy  horrible  y  espantable  considerar  aque- 
lla damnación,  acerbísima  y  sobre  todas  las  penas  de 
esta  presente  vida  incomparable;  y  que  sepa  que  ha  de 
ser  eterna.  Si  la  tierra  y  mar  y  cielo,  y  todo  el  mundo 
se  convirtiesen  en  un  montón  de  arena  tan  grande 
como  todo  lo  que  he  dicho,  que  es  la  tierra  y  el  cielo 
y  todo  el  universo,  y  al  cabo  de  novecientos  mil  años 
se  quitase  un  granito  de  la  arena  deste  montón,  y  les 
concediese  Dios  que  no  estuviesen  en  el  inñerno  sino 
hasta  acabado  aquel  montón  casi  inmenso,  tendrían 
esto  los  damnados  por  grande  gracia  y  beneficio;  por- 
que esto  podría  tener  fin;  mas  sus  tormentos  no  tienen 
fin.  Todos  los  males  sobredichos  significa  y  suma  nues- 
tro Señor  Jesucristo,  cuando  dice,  que  dirá  a  los  malos 
en  aquella  última,  irrevocable  y  no  menos  formidable 
sentencia:  Apartaos  de  mi  malditos  e  id  al  fuego  eter- 
no, que  está  aparejado  al  demonio  y  a  todos  los  que  le 
han  seguido.'^  En  lo  que  dice  apartaos  de  mí,  se  señala 
la  pena  de  daño.  En  lo  que  dice,  id  al  fuego,  la  pena  de 
sentido.  En  lo  que  dice,  eterno,  la  duración  de  pena, 
que  será  sin  fin  y  perdurable. 

¡Oh,  cuán  mal  aventurado  el  que  de  aquí  a  poquito 
se  ha  de  ver  en  tanto  mal  caído!  ¡Oh,  cuán  gran  remedio 

1  Le.  13,  28. 

2  Mt.  25,  41. 


180 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


te  será,  para  escaparlo,  pensar  todo  esto  profunda- 
mente cada  día,  y  cada  vez  que  el  demonio  te  tienta! 
Porque  por  muy  carnal  y  malo  que  seas,  te  será  gran 
freno,  si  en  esto  hondamente  piensas.  Porque,  aunque 
no  sea  sino  por  amor  de  tu  cuerpo  que  amas,  huirás 
del  vicio  como  de  la  serpiente,  y  abrazarás  la  peniten- 
cia y  trabajo  como  regalo  o  manjar  sabroso.  Porque, 
dejando  aparte  los  males  y  bienes  principales,  que  son 
los  espirituales,  de  que  no  curas,  porque  no  entiendes; 
aunque  no  sea  sino  por  el  amor  de  tu  carne,  que  tanto 
quieres  y  regalas,  te  apartarás  de  todo  pecado,  por  no 
perder  para  siempre  los  deleites  y  regalos  que  para  ella 
deseas,  e  incurrir  en  todos  sus  males,  que  tanto  abo- 
rreces. 

Considera,  pues,  que  en  el  infierno  no  habrá  alguna 
corporal  hermosura,  sino  siempre  la  horrible  visión  de 
los  demonios  condenados.  No  adulaciones  ni  músicas 
suaves,  sino  espantosas  ^  disonancias  e  injurias.  No  olo- 
res, sino  hedores.  No  abundancia  de  manjares  y  sabo- 
res, más  grande  hambre  y  sed  continua  y  amargura 
intolerable,  y  que  para  siempre  no  se  les  dará  de  comer 
ni  beber.  No  habrá  vestiduras  delicadas,  mas  estarán 
vestidos  de  llamas  infernales.  No  tendrán  camas  blan- 
das, mas  hechas  de  clavos  en  fuego  abrasadas.  No  hon- 
ra, sino  abatimiento.  No  riqueza,  sino  suma  pobreza. 
No  deleites  carnales,  mas  en  todas  las  partes  del  cuerpo 
estará  siempre  padeciendo  tormentos  intolerables  2  y 
eternos. 

Con  cuánta  afición  y  alegría  debes  abrazar  la  peni- 
tencia verdadera  esto  poco  que  te  queda  en  la  vida,  y 
estas  presentes  adversidades  y  trabajos,  por  escapar  de 
aquellos  tormentos  tan  crueles  y  sempiternos.  Yo  te 
ruego  que  me  respondas  con  el  corazón  a  lo  que  te 
pregunto:  Si  te  vieses  fatigado  de  una  sed  grandísima, 
¿qué  harías  por  no  sufrirla  así,  una  semana  sin  beber? 
Creo  que  antes  eligirías  hacer  una  penitencia  tan  estre- 
cha como  San  Juan  Bautista.  Pues  ¿qué  harías  por  no 
sufrirla  así  un  mes?  ¿cuánto  más  un  año?^  ¿cuánto 
más  toda  la  vida?  Pues,  ¿cuán  de  buena  gana  debes 


1  i.«  ed. :  sino  horribles  disonancias. 

2  i.«  ed. :  tormentos  esquivos  y  dolores  intolerables. 

3  1.°  ed.:  por  no  padecerla  un  mes?  cuanto  más... 


C.  13.    Infierno.  Eternidad 


181 


ayunar  lo  que  te  manda  la  Iglesia,  y  aun  cada  día,  por 
escaparte  de  aquella  sed  gravísima  y  eterna? 

Y  si  estuvieses  condenado  a  que  te  metiesen  de  ca- 
beza en  un  horno  de  fuego,  y  que  no  murieses  luego, 
mas  que  estuvieses  así  vivo  padeciendo,  apegado  el 
fuego  a  tus  ojos  y  celebro  y  todos  esos  tus  sentidos  tan 
delicados:  Dime:  ¿qué  harías  por  no  padecer  un  día 
este  tormento?  i  Pues,  ¿cuánto  más  por  una  semana? 
¿cuánto  más  un  mes?  ¿cuánto  más  un  año?  ¿cuánto 
más  por  toda  esta  vida?  Pues,  ¿qué  debes  hacer  por  no 
ser  lanzado  a  que  ardas  vivo  en  el  fuego  del  infierno  y 
sin  ningún  término? 

Dime:  ¿cuál  te  parece  más  fácil  cosa,  resistir  ahora 
un  poco  de  tiempo  a  las  tentaciones  carnales,  o  arder 
para  siempre  en  las  llamas  infernales?  ¿Cuál  te  parece 
que  te  será  mejor:  pasar  este  momento  sin  unos  viles  y 
sucios  deleites,  o  caer  de  aquí  a  poco  en  tormentos  tan 
graves  y  perdurables?  ¿Pasar  este  poco  tiempo  sin  ver 
algunas  vanidades,  o  ir  de  aquí  a  poco  a  padecer  la 
vista  de  los  demonios  y  los  otros  condenados?  ¿Pa- 
sarte ahora  sin  olores  superfluos,  o  ir  de  aquí  a  una 
hora  a  padecer  hedores  incomparables  y  perpetuos? 
¿Pasarte  ahora  con  una  comida  templada,  o  una  media, 
y  beber  lo  que  te  basta;  o  por  tomar  ahora  un  poquito 
de  más,  ir  de  aquí  a  poco  a  do,  aunque  estarás  muerto 
de  hambre  y  de  sed,  jamás  te  han  de  dar  de  comer  ni 
beber?  ¿Pasarte  ahora  con  una  cama  honesta  y  aun 
dura,  o  verte  de  aquí  a  poco  a  do,  estando  intolerable- 
mente cansado,  nunca  te  han  de  dar  una  silla  en  que  te 
asientes,  y  menos  una  cama  en  que  descanses?  Porque 
como  dice  San  Juan  en  el  Apocalipsis:  Ni  de  día  ni  de 
noche  les  darán  descanso,  aunque  estarán  tan  fatigados 
con  el  tormento.'^ 

Dime  también,  ¿qué  te  parece  ser  cosa  más  penosa: 
sufrir  aquí  con  paciencia  la  compañía  y  persecuciones 
de  los  malos,  o  ir  a  estar  para  ^  siempre  entre  los  demo- 
nios? Y  porque  concluya  en  pocas  palabras  toda  esta 
materia,  cuál  te  parece  que  será  cosa  más  fácil  y  útil: 
hacer  en  el  momento  que  te  queda  de  esta  vida  una  pe- 
nitencia tan  breve  y  tan  pequeña,  en  la  cual  por  muy  es- 


1  J.o  ed.  omite  Dime. 

2  Avoc.  U,  11. 

3  ed. :  o  ir  para  estar  siempre. 


182 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


trecha  que  sea,  cada  día  comes  y  bebes,  y  ves  tantas 
cosas  con  que  te  recreas,  y  gozas  de  la  conversación  de 
los  buenos,  y  de  leer  en  muchos  y  buenos  libros,  y  tan- 
tas y  dulces  meditaciones  que  goces,  y  silla  en  que  te 
sientes,  y  tantas  buenas  inspiraciones  y  consolaciones  di- 
vinas, que  no  faltan  a  persona  alguna  que  hace  digna 
penitencia  y  a  Dios  con  todo  corazón  busca  y  en  su 
amor  persevera;  ¿o  ir  al  infierno  a  hacer  allí  una  peniten- 
cia tan  penosa  e  infructuosa,  sin  mezcla  de  alguna  con- 
solación, ni  descanso  ni  alivio  ni  refrigerio  alguno,  y  a 
donde  —  como  dice  San  Juan  —  los  malos,  por  no  pa- 
decer tan  graves  tormentos,  buscarán  la  muerte  y  no  la 
hallarán,  desearán  morir  y  la  muerte  huirá  de  ellos?  ^ 
Y  él  mismo  dice  en  otra  parte:  comieron  sus  lenguas 
con  gran  dolor  y  blasfemaron  a  Dios  del  cielo  con  los 
dolores  de  sus  llagas Mejor,  pues,  te  será  agora  hacer 
una  penitencia  tan  leve  y  tan  breve,  que  no  caer  en 
damnación  tan  dura  y  tan  durable.  Mejor  te  será  ha- 
certe ahora  una  poca  de  fuerza  y  apartarte  de  tus  pe- 
cados, que  no  ser  del  número  de  los  condenados.  Fá- 
ciles y  suaves  se  te  harán  los  presentes  males,  si  truje- 
res  3  delante  los  ojos  las  penas  infernales. 

Resumiendo,  pues,  lo  que  has  de  meditar  a  la  hora 
de  mediodía,  y  dende  allí  hasta  la  noche,  considera 
profundamente  cómo  nuestro  Señor  Dios  por  su  in- 
mensa misericordia,  y  por  el  inefable  y  especial  amor 
con  que  te  ama,  te  ha  librado  hasta  ahora  de  tantos  y 
tan  graves  males.  Primeramente,  de  muchos  otros  vi- 
cios y  pecados,  en  que  hubieras  caído,  si  él  no  te  hu- 
biera amparado  y  favorecido.  Después  desto,  mira 
cómo  te  ha  librado  de  caer  en  el  infierno,  en  el  cual 
ha  dejado  caer  a  muchos  otros,  aunque  tú  también  lo 
has  merecido,  y  muchas  veces,  por  tus  maldades,  con 
que  le  has  menospreciado  y  sido  tan  ingrato.  Mira 
bien  cómo  te  ha  librado  de  tan  grave  tristeza  y  angus- 
tia, como  es  verte  privado  de  la  visión  y  fruición  de  la 
divina  esencia  y  de  todos  los  bienes  del  cielo,  y  sin 
ningún  remedio;  y  sobre  todo  esto,  verte  caído  en  el 
profundo  del  infierno;  y  cómo  te  ha  librado  de  aquellas 
horribles  visiones,  de  aquellas  injurias  y  sumas  deshon- 


1  Avoc.  9,  6. 

2  Apoc.   16,   9  V  ii- 

3  Trujeres,  forma  anticuada  por  trajeres. 


C.  13.    Infierno.  Eternidad 


183 


ras,  de  aquellos  hedores  intolerables,  de  aquella  sed  y 
hambre  perpetua  y  amargura  eterna;  de  aquellos  gusa- 
nos crueles,  de  aquel  fuego  y  llamas  infernales,  de 
aquellos  tormentos  en  todas  las  partes  del  cuerpo,  gra- 
vísimos y  continuos  y  sempiternos  y  sin  mezcla  de 
algún  descanso;  de  aquellos  gritos,  bascas  y  aullidos 
espantables  e  interminables.  Y  mira  bien,  cómo  todo  el 
mundo  con  su  amor  y  servicio,  todo  junto,  no  podría 
amar  y  servir  dignamente  para  satisfacer  al  amor  y 
servicio  que  tú  debes  a  Dios  por  sola  una  vez  que  te 
haya  hecho  esas  mercedes,  que  son  librarte  de  males 
tan  grandes.  Y  si  por  una  vez,  ¿cuánto  más  muchas? 

Podrás  también  subir  al  conocimiento  de  la  justicia 
y  bondad  de  Dios  con  la  meditación  de  las  cosas  ya 
dichas,  considerando  cuánto  aborrece  y  castiga  las  cul- 
pas. Puedes  de  lo  dicho  conocer  la  maldad  del  mundo, 
pues  es  tan  ingrato  a  quien  tantas  veces  le  ha  librado 
del  infierno;  y  de  su  ceguedad,  pues,  vive  tan  sin  te- 
mor, estando  en  tanto  peligro.  Puedes  también  y  debes 
con  la  consideración  de  esto,  tomar  y  traer  siempre  de- 
lante tus  ojos  un  muy  poderoso  motivo  para  el  amor  y 
temor  divino.  Porque  considerando  de  cuántos  y  cuá- 
les males  te  ha  hasta  ahora  librado,  te  inclinarás  a 
servir  a  tu  Dios  y  a  amarle;  y  mirando  el  peligro  en 
que  aún  te  ves  de  ser  condenado,  te  moverás  a  temerle. 


Capítulo  XIV 


DE  LOvQUE  SE  HA  DE  MEDITAR  A  LA  TARDE 
Y  EN  LA  NOCHE:  QUE  SON  LOS  BIENES  CE- 
LESTIALES QUE  DIOS  NOS  TIENE  PROMETIDOS 


os  bienes  que  nuestro  Señor  Dios  nos  ha  prometido 


I  ■  y  aparejado,  son  los  que  gozan  los  santos  en  la 
vida  bienaventurada  del  reino  del  cielo.  Es  tal  aquella 
soberana  felicidad  y  celestial  gloria,  que  no  se  puede 
explicar  ni  aun  dignamente  pensar  aquí  en  la  tierra. 
Porque  como  dice  el  Apóstol:  ni  ojos  vieron,  ni  orejas 
oyeron,  ni  subió  en  corazón  de  hombre  la  grandeza  de 
los  bienes  que  Dios  tiene  aparejados  para  los  que  le 
amanA  Quiere  decir:  que  es  sobre  todo  lo  que  aquí  se 
puede  ver,  y  sobre  todo  lo  que  se  puede  oír,  y  también 
sobre  todo  lo  que  se  puede  pensar  o  desear,  que  es 
mucho  más  que  lo  que  se  puede  ver  ni  oír. 

Pues  si  es  cosa  que  aun  con  el  corazón  no  se  puede 
en  esta  vida  alcanzar,  ¿cuánto  menos  lo  podremos  ha- 
blar o  escribir?  Si  es  incomparable  la  miseria  de  los 
malaventurados,  como  sea  muy  mayor  la  gloria  de  los 
buenos  que  la  pena  de  los  malos,  ¿cuán  inefable  será 
la  gloria  de  los  bienaventurados?  Mas,  aunque  sea  así 
(que  no  podemos  alcanzar  aquí  perfecto  conocimiento, 
antes  nuestro  entendimiento  se  queda  muy  al  pie  de  la 
subida  de  aquel  monte  altísimo,  refugio  nuestro,  mon- 
te de  Dios,  grueso  y  cuajado  2  en  cuya  cumbre  está 
aquella  soberana  Jerusalén  que  es  nuestra  madre,  la 
ciudad  de  Dios  de  la  cual  son  dichas  cosas  gloriosas)  ^ 
no  debemos  dejar  de  hablar  de  ella,  y  oír  según  pudiére- 


1  1  Cor.  2,  9. 

2  Ps.  67,  16. 

3  Ps.  86,  3. 


C.  14.    Bienes  del  cielo 


185 


mos  sus  nuevas,  y  procurar  de  siempre  aumentarnos, 
aunque  con  conocimiento  imperfecto,  en  los  secretos 
que  de  ella  nos  revela  el  Señor  Dios  nuestro  por  sus 
Escrituras. 

Porque  —  como  dice  Aristóteles  —  mejor  es  un  co- 
nocimiento pequeño  de  las  cosas  celestiales  y  altísimas, 
que  gran  noticia  de  las  terrenas  y  bajas. i  Y  porque  no 
hay  consideración  que  más  que  ésta  nos  pueda  apro- 
vechar, alumbrar,  inflamar  y  consolar;  ni  por  el  con- 
trario, cosa  más  dañosa  que  el  olvido  de  ella;  por  tanto, 
siempre  debemos  procurarla  y  traer  continuamente  en 
nuestra  memoria,  so  pena  de  ponernos  en  peligro  de 
perderla.  Todo  esto  nos  da  bien  a  entender  el  profeta 
cuando  dice:  Si  me  olvidare  de  ti  Jerusalén,  por  la  cual 
se  entiende  la  bienaventuranza,  olvídeme  de  mi  mano 
derecha,  por  la  cual  también  se  significa  la  vida  bien- 
aventurada. 

Así  como  la  pena  del  infierno  consiste  en  dos  pun- 
tos, como  dijimos,  que  es  pena  de  daño  y  pena  de  sen- 
tido; así  la  felicidad  del  paraíso  consiste  en  dos  cosas 
contrarias  a  ella,  que  son,  en  la  ausencia  de  todo  mal 
y  en  la  presencia  y  fruición  de  todo  bien.  El  lugar  o 
región  beatífica  es  el  cielo  empíreo  inmovible,^  que  está 
sobre  todos  estos  cielos  que  vemos  movibles,^  sobre 
todos  incomparablemente  más  resplandeciente,  hermo- 
so y  jocundo  y,  en  grandeza,  cuasi  inmenso.  Es  región 
do  nunca  hay  noche,  ni  niebla,  ni  nublado,  ni  oscuri- 
dad alguna;  do  nunca  nieva  ni  hiela,  ni  graniza  ni  llue- 
ve, ni  hay  tempestad,  ni  calor  que  aflija,  ni  mudanza  o 
alteración  alguna  de  tiempos  que  se  sienta;  mas  siem- 
pre hace  día  claro  y  sereno,  sumamente  templado  y 
en  todo  amenísimo  y  que  nunca  anochece  porque  es 
eterno.  En  este  lugar,  que  es  muy  deleitable,^  están  los 
palacios  reales  y  divinos,  que  son  los  aposentos  de  los 
santos,  que  constituyen  la  Ciudad  de  Dios  celestial,  Je- 
rusalén, madre  nuestra  gloriosa.  ¿Qué  corazón  podrá 
dignamente  pensar  cuán  hermosos  y  excelentes  sean 
estos  edificios  divinos? 

Si  todos  los  hombres  del  mundo,  hechos  de  una 

1  Este  lugar  de  Aristóteles. 

2  J.«  ed.:  inmovile. 

3  l.^*  ed.:  móviles. 

4  í.«  ed.:  lugar  sumamente  delectable. 


13 


186 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


lengua  y  de  un  corazón,  se  juntasen  a  edificar  unos  pa- 
lacios, los  más  ricos  y  apacibles  que  pudiesen,  ¿qué 
tales  los  podrían  hacer?  Pues,  ¿cuánto  mejores  los  po- 
dría hacer  un  solo  Angel?  ¿Cuánto  mejores  todos  los 
ángeles  y  todas  las  órdenes  de  los  celestiales  espíritus? 
Pues,  ¿cuánto  mejores  los  podrá  haber  hecho  el  mismo 
que  crió  e  hizo  de  nada  todos  los  hombres  y  los  ánge- 
les y  todas  las  criaturas?  Pues,  ¿qué  tales  serán  aquellos 
aposentos  que  la  omnipotente  mano  de  Dios  se  ha  es- 
merado en  edificar  para  morada  perpetua  de  sus  hijos, 
amigos  y  escogidos? 

Claro  está,  que,  como  nuestro  Señor  Dios  sepa  toda 
nuestra  inclinación  y  capacidad,  y  haya  criado  aquel 
lugar  para  nuestra  recreación  y  perfecto  descanso,  no 
puede  haber  en  él  defecto  alguno,  ni  puede  en  él  fal- 
tar cosa  de  cuantas  podemos  desear.  Y  como  lo  que 
Dios  puede  y  quiere  hacer,  exceda  a  todo  lo  que  la 
criatura  puede  pensar,  ¿cuán  aventajados  serán  aque- 
llos celestiales  edificios,^  así  en  la  materia  como  en  la 
forma?  Sus  materiales,  como  se  escribe  en  el  Apocalip- 
sis,2  son  oro  purísimo  muy  más  fino  que  el  de  este  mun- 
do, del  cual  están  hechas  sus  plazas.  Las  paredes,  to- 
rres y  puertas  de  zafiro  y  esmeralda  y  de  toda  la 
diversidad  de  piedras  preciosas.  Y  aquellas  piedras  pre- 
ciosas, que  son  sobre  el  cielo,  son  muy  más  resplande- 
cientes y  hermosas  que  las  que  están  en  la  tierra.  Es- 
tán muy  bien  trazadas  y  labradas  por  las  manos  de 
Dios.  Él  mismo  ha  puesto  en  ellas  todas  las  labores  y 
primores  y  vivos  colores,  y  toda  variedad  de  perfectas 
hermosuras. 

Están  los  jardines  y  huertos  llenos  de  todas  las  ma- 
neras de  árboles,  que  siempre  guardan  sus  hojas  verdes 
y  ñores  de  diversos  olores  y  colores,  y  siempre  de  ellos 
están  colgando  todos  los  géneros  de  frutas.  Están  allí 
también  plantadas  todas  ^  las  hierbas  adoríferas.  No 
faltan  allí  fuentes  y  fuentecicas,  con  arcos  resplande- 
cientes y  admirablemente  obrados,  las  cuales  siempre 
manan  aguas  vivas  y  dulces,  y  vinos  preciosísimos,  y 
todos  los  buenos  licores.  Siempre  están  con  dulcísima 
claridad  claros,  incomparablemente  templados,  y  mag- 


1  ed.:  celestiales  principios. 

2  Apoc.  21,  19. 

3  2.'^  ed.   omite,  todas. 


C.  14.    Bienes  del  cielo 


187 


níficos,  jocundos  y  inenarrablemente  apacibles  y  ama- 
bles. Esto  meditaba  el  profeta  cuando  decía:  Cuan 
amables  son  vuestras  moradas,  oh  señor  de  las  virtudes; 
mi  ánima  las  cobdicia  y  desfallece  en  pensarlas.^ 

Son  tan  hermosos  y  deleitables  aquellos  celestiales 
aposentos,  que  los  mejores  que  pueden  en  este  suelo 
ser  hallados  ni  pensados,  se  nos  harían  en  su  respecto 
muy  feos  y  penosos.  Y  todos  son  de  cada  uno,  y  cada 
uno  es  señor  de  todos.  Tiene  también  el  bienaventu- 
rado todos  los  bienes  que  puede  desear  para  el  ánima 
y  para  el  cuerpo,  sin  mezcla  de  defecto  y  en  puro  y 
perfecto  grado.  Y  aunque  son  los  del  ánima  primeros 
y  mayores,  diremos  primero  los  del  cuerpo,  que  tendrá 
después  del  juicio;  por  que,  vamos  subiendo,  de  lo  que 
es  menos  y  a  todos  más  visible,  a  lo  perfectísimo  y  de 
solos  los  espirituales  perceptible. 

Según  San  Anselmo,  siete  bienes  poseerá  el  bien- 
aventurado en  su  cuerpo  y  otros  siete  en  su  ánima  o 
espíritu.  Los  del  cuerpo  —  que  pone  primero,  creo  por 
la  razón  susodicha  —  son :  hermosura,  ligereza,  liber- 
tad, fortaleza,  deleites,  eternidad.  Será  el  cuerpo  del 
menor  santo  tan  hermoso,  que  resplandecerá  como  el 
sol.  Conforme  a  lo  que  dice  la  santa  Escriptura:  Res- 
I  plandecerán  los  justos  como  el  sol  en  la  presencia  de 
Dios,  y  el  sol  resplandecerá  siete  veces  más  que  ahora.^ 
Y  así,  será  siete  veces  mayor  el  resplandor  del  cuerpo 
glorioso  que  el  que  ahora  tiene  el  sol.  Será  también 
para  perfecta  hermosura,  dotado  de  los  colores  diver- 
sos y  a  cada  parte  convenientes,  y  con  las  facciones 
proporcionadas. 

Será  tan  ligero  como  lo  es  un  ángel,  el  cual  dende 
el  cielo  a  la  tierra,  o  de  la  tierra  al  cielo,  se  pone  más 
presto  que  en  decirlo.  Ejemplo  tenemos  de  esto  aun  en 
las  cosas  insensibles,  como  lo  es  en  el  rayo  del  sol,  el 
cual  en  el  punto  que  sale  de  Oriente  se  pone  en  Po- 
niente. Tendrá  tanta  fortaleza,  que  si  quisiere  mover 
un  monte,  o  una  ciudad,  lo  hará  tan  presto  y  tan  sin 
trabajo,  como  cerrar  o  abrir  el  ojo.  Será  tanta  su  li- 
bertad, para  hacer  cuanto  quisiere,  que  no  le  podrán 
impedir  que  no  vaya  y  entre  en  todo  lugar  por  cerrado 

1  Ps.  S3,  2,  3. 

2  Mt.  13,  U3. 


188 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


y  fuerte  que  sea,  y  para  hacer  cuanto  quiera  con  aque- 
lla facilidad  que  los  ángeles;  a  los  cuales  han  de  ser  por 
gracia  semejantes,  los  que  a  su  compañía  fueren  subli- 
mados. La  salud  de  los  justos  —  como  dice  el  profe- 
ta—  recibirla  han  del  SeñorA  Y  como  la  tomen  de  la 
fuente  pura,  será  sin  mezcla  de  enfermedad  alguna,  y 
libre  de  todos  los  dolores  y  defectos  que  en  todas  las 
partes  del  cuerpo  se  padecen  en  esta  vida,  y  alejado  de 
todas  las  miserias  de  ella,  así  ordinarias  —  como  son 
hambre,  sed,  frío,  calor  y  cansancio  —  como  de  las  ex- 
traordinarias, que  son  tantas  maneras  de  calenturas  y 
otras  indisposiciones  y  corrupciones  innumerables,  de 
que  en  este  mundo  estamos  tan  fatigados.^ 

Será  aquella  salud  pura  y  continua,  sin  mezcla  de 
alguna  alteración,  y  tan  perfecta,  que  no  sólo  no  podrá 
padecer  algún  defecto  o  cosa  penosa,  antes  será  una 
salud  tan  grande  y  tan  nueva,  que  siempre  hinche 
todo  el  cuerpo  de  una  inefable  y  sensible  dulzura.  Ten- 
drán inestimables  y  continuos  deleites;  y  será  la  delec- 
tación tan  grande,  que  henchirá  todas  las  partes  del 
cuerpo:  los  ojos,  las  orejas,  las  narices,  la  garganta,  el 
corazón,  las  manos,  los  pies,  los  huesos,  y  los  tuétanos. 
Y  en  cada  una,  así  estarán  llenos  de  deleite  y  dulzura, 
que  todo  el  hombre  beba  y  esté  siempre  bebiendo  del 
torrente  o  avenida  del  río  de  los  deleites  de  Dios;  y 
esté  de  la  abundancia  de  su  casa  embriagado,  no  para 
perder,  como  acá,  el  sentido,  mas  para  poner  los  males 
en  olvido  y  estar  de  dulzura  y  deleite  lleno.  El  último 
bien  dije  ser  la  eternidad,  porque  esta  vida  tan  bienaven- 
turada nunca  les  ha  de  faltar;  mas  sin  ningún  intervalo, 
ni  mudanza,  siempre  ha  de  permanecer  y  etemalmente 
durar. 

Los  otros  siete  bienes  mayores  ^  que  gozará  en  el 
espíritu  incomparablemente,  son:  ^  sabiduría,  amistad, 
concordia,  poderío,  honra,  seguridad,  gozo.  La  sabidu- 
ría será  y  es  tal,  que  ninguna  cosa  ignoran  de  cuantas 
quieren  saber.  Sabrán  todas  cuantas  cosas  Dios  hizo 
para  ser  sabidas.  Allí  cada  uno  conocerá  a  todos  y  de 
todos  será  conocido;  y  de  qué  patria  fué,  y  de  qué  pa- 


1  Ps.  36,  39. 

2  J.a  ed.:  tan  engolfados  y  fatigados... 

3  J.o  ed.:  bienes  que  gozará...  (om  mayores). 

4  J.o  ed.:   incomparablemente  mayores  son. 


C.  14.    Bienes  del  cielo 


189 


dres  o  linaje,  y  cómo  nació,  y  cómo  fué  criado,  y  cómo 
vivió  en  este  mundo,  y  todo  lo  que  hubiere  hecho, 
aunque  no  recibirá  confusión  ni  pesar  del  pecado;  an- 
tes, de  las  mismas  culpas  tomará  motivo  para  amar  y 
con  gozo  alabar  a  Dios  que  lo  perdonó  y  a  su  infinita 
piedad  que  lo  libró. 

La  amistad,  que  denota  amor  con  conversación  y 
familiaridad,  es  una  cosa  muy  dulce  en  aquel  soberano 
reino.  Porque  allí,  toda  la  compañía  innumerable  de  los 
ángeles  y  arcángeles,  y  de  todas  las  otras  jerarquías  y 
órdenes,  subiendo  hasta  los  serafines;  y  todas  las  dife- 
rencias de  santos,  patriarcas,  profetas,  apóstoles,  már- 
tires, confesores,  vírgenes,  y  todos  los  ciudadanos  ce- 
lestiales, es  compañía  muy  jocunda  y  amable.  Porque 
todos  son  hermosos,  sin  mezcla  de  alguna  fealdad. 
Todos  sabios,  sin  mezcla  de  alguna  ignorancia.  Todos 
nobles,  sin  que  haya  entre  ellos  algún  vil.  Todos  amo- 
rosos, sin  mezcla  de  algún  ingrato.  Todos  bien  acon- 
dicionados, sin  mezcla  de  algún  necio  y  malicioso. 
Y  junto  con  ser  tan  amables,  será  cada  uno  amado  de 
todos,  como  ama  cada  uno  a  sí  mismo,  y  amará  a  todos 
como  a  sí  mismo. 

Así  como  en  nuestro  cuerpo  humano  cada  uno  de 
los  miembros  tiene  el  bien  del  otro  por  propio,  así  allí 
todos  el  de  cada  uno.  Siempre  estaremos  gozando  de 
esta  dulzura  de  amor,  porque  siempre  estaremos  jun- 
tos y  viéndonos  y  conversándonos  y  amándonos.  Será 
esto  inefable  gozo.  Porque  si  tú  hallas  un  amigo  ver- 
dadero, sabio  y  virtuoso,  a  quien  ames  como  a  ti  mis- 
mo, ¿cuánto  no  te  gozas  en  tenerle  en  tu  compañía  y 
gozar  de  su  conversación?  No  hay  persona  cuerda  que 
no  eligiese  esto  para  su  consolación,  con  sólo  día  y 
victo,  que  carecer  de  ello  y  ser  señor  de  todo  el  mundo. 
Pues,  ¿cuánto  más  te  gozarías,  si  tuvieses  este  amor  y 
conversación  con  un  ángel  o  con  un  santo,  que  viniese 
cada  día  desde  el  cielo  a  conversar  contigo,  aun  estan- 
do en  este  corruptible  cuerpo  y  en  este  mundo  tan 
mísero?  Pues,  ¿cuánto  más  te  gozarás  con  él  en  el  pa- 
raíso? Y  si  con  uno  de  los  menores,  ¿cuánto  más  con 
uno  de  los  más  excelentes?  Y  si  con  los  ciudadanos 
celestiales,  ¿cuánto  más  con  la  Reina  del  Cielo?  ¿Cuán- 
to más  con  el  Rey  celestial,  sumamente  amable  y  único 
amador  tuyo,  nuestro  Señor  Jesucristo?  Pues,  ¿cuánto 


190 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


más  te  gozarás  con  el  amor  y  conversación  de  tal  Rey 
y  Reina,  y  de  todos  aquellos  ciudadanos  tan  amables  y 
tan  amigos  verdaderos  tuyos,  teniéndolos  contigo  todos 
juntos,  de  los  cuales  jamás  puedas  ser  apartado,  ni  de- 
jar de  los  amar  y  ser  de  ellos  todos  amado?  i 

La  concordia  será  tanta,  que  todos  en  todas  las 
cosas  se  conformarán  siempre  con  tu  parecer  y  querer. 
Así  como  entre  los  ojos  a  do  quier  que  se  vuelve  el 
uno  luego  se  vuelve  el  otro,2  así  a  cualquier  cosa  que 
tu  voluntad  se  inclinare,  aquello  mismo  querrá  luego 
toda  la  corte  del  cielo.  De  aquí  se  sigue,  que,  pues  tie- 
nes así  en  tu  mano  a  todos  los  moradores  del  cielo, 
inefable  es  tu  poderío.  También  a  tan  gran  poder  acom- 
paña sin  duda  suma  honra,  pues  do  hay  entre  todos 
los  corazones  y  con  Dios  tanta  unidad,  no  puede  faltar 
seguridad. 

De  todas  las  cosas  susodichas,  se  sigue  tener  lo 
último.  Porque  donde  hay  siempre  tanta  abundancia 
de  todos  los  bienes  juntos,  no  puede  faltar  cumplido 
gozo.  Auméntase  este  gozo  inefablemente  en  cualquier 
santo;  porque  tanto  se  goza  cada  uno  de  todos  los  bie- 
nes de  cualquier  de  todos,  com.o  si  fuesen  suyos  pro- 
pios. Pues,  como  sean  innumerables  aquellos  morado- 
res celestiales,  así  de  los  espíritus  angélicos  como  de 
todos  los  santos,  gozándose  cada  uno  del  gozo  o  bien 
de  cada  uno  de  todos,  como  del  suyo  propio,  ¿cuánto 
será  aumentado  su  gozo? 

Serán  también  los  moradores  de  aquella  ciudad  so- 
berana glorificados  en  todos  los  sentidos  corporales; 
porque  en  todos  serán  llenos  de  los  deleites  a  ellos  pro- 
porcionados. De  estos  deleites  no  gozan  los  ángeles, 
porque  no  tienen  cuerpos,  mas  solos  los  hombres  jus- 
tos. De  lo  cual  fué  figura,  cuando  José  dio  a  su  her- 
mano, que  había  nacido  del  vientre  de  su  madre,  cinco 
partes  más  que  a  los  otros  sus  hermanos.^  Así  el  ver- 
dadero José,  que  es  nuestro  Salvador,  a  su  hermano 
más  amado,  que  es  el  linaje  humano,  de  cuya  carne  se 
ha  vestido,  da  cinco  partes  más  en  la  felicidad  de  su 
reino,  que  son  estos  cinco  géneros  de  deleites  corpora- 
les, que  se  gozan  con  los  cinco  sentidos;  los  cuales  esta- 


1  1.^  ed.:  tan  amado. 

2  J.«  ed.:  se  vuelve  sin  dificultad  el  otro.. 

3  Gen.  J^S,  SU. 


C.  14.    Bienes  del  cielo 


191 


rán  beatificados,  gozando  perfectamente  de  los  objetos 
a  ellos  convinientes.  Los  ojos,  viendo  la  hermosura 
inefable  del  cielo  empíreo,  y  mucho  más,  de  todos  los 
cuerpos  de  todos  los  santos;  y  sumamente,  en  ver  la 
hermosura  corporal  de  aquel  Rey  sumo  y  amantísimo, 
que  es  nuestro  Señor  Jesucristo. 

Si  tanto  se  estima  ver  la  hermosura  de  una  mujer 
de  este  mundo,  que  tan  presto  la  afea  una  calentura,  y 
tan  disforme  se  torna  en  la  sepultura,  ¿qué  será  ver  la 
hermosura  de  la  menor  santa  que  mora  en  el  cielo, 
hecha  ya  incorruptible  y  glorificada,  y  esposa  digna  de 
aquel  Rey  altísimo?  Pues  ¿cuán  mayor  deleite  será  ver 
la  hermosura  corporal  de  las  mayores  santas  y  santos? 
El  menor  santo  resplandece  siete  veces  más  que  ahora 
el  sol,  y  unos  resplandecerán  más  que  otros,  y  serán 
más  hermosos  en  el  ánima  y  el  cuerpo,  según  fué  la 
diferencia  de  los  méritos  y  santidad  que  alcanzaron 
en  este  mundo.  Y  por  tanto,  así  como  difieren  las  es- 
trellas unas  de  otras  en  claridad  y  resplandores,  así  se- 
rán los  santos,  después  de  resucitados,  como  lo  dice  el 
apóstol. 1  Porque  así  como  ahora  en  resplandor  y  her- 
mosura difieren  en  el  ánima,  así  entonces  en  el  cuerpo 
y  en  el  ánima.  Pues  si  tan  inefable  deleite  será  ver  la 
hermosura  de  los  ciudadanos  de  aquel  reino,  ¿qué  será 
ver  la  de  la  Reina  y  del  Rey  del  paraíso?  2 

La  potencia  auditiva,  será  siempre  llena  de  su  pro- 
pio deleite,  porque  siempre  estará  oyendo  músicas  cor- 
póreas, suavísimas,  de  las  voces  e  instrumentos  músi- 
cos que  se  formarán  de  los  cantores  y  tañedores  del 
cielo,  que  son  los  santos,  cuyos  instrumentos  serán  sus 
mismos  cuerpos  gloriosos,  que  formarán  las  voces,  o  de 
alguna  materia  como  aérea  que  haya  Dios  criado  sobre 
el  cielo,  según  algunos,  o  según  otros,  de  un  aire  celes- 
tial que  en  sus  mismas  gargantas  será  formado  mara- 
villosamente por  la  virtud  de  nuestro  Señor  Dios,  con 
el  cual  sin  ningún  trabajo  podrán  siempre  hablar  y 
cantar.  Y  como  estén  tan  llenos  del  amor  divino,  y  de 
gozo;  y  de  la  abundancia  del  corazón  habla  y  canta  la 
boca;  ^  de  aquí  es  que  estarán  siempre  dulcemente  can- 
tando y  a  Dios  loando,  conforme  a  lo  que  dice  el  pro- 


1  1  Cor.  15,  41, 

2  í.o  ed.:  Rey  sumo  del  paraíso. 

3  Le.  6,  A5. 


192 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


feta:  Bienaventurados,  Señor,  los  que  moran  en  vuestra 
casa,  que  para  siempre  jamás  os  alabarán,^ 

El  olfato  estará  siempre  sintiendo  olores  suavísimos, 
que  procederán  de  los  cuerpos  de  los  mismos  santos,  de 
los  cuales  está  escrito,  que  florecerán  como  el  lilio  y 
serán  como  el  olor  del  bálsamo  delante  de  Dios,^  Este 
olor  será  suavísimo.  Porque  si  de  los  cuerpos  muertos 
de  los  santos  ha  salido  tan  gran  olor  algunas  veces  en 
este  mundo,  que  los  que  se  hallaban  presentes  les  pare- 
cía estar  en  los  deleites  del  paraíso,  ¿qué  olor  será  el 
que  procederá  de  los  cuerpos  glorificados  de  todos  los 
santos,  y  de  la  Reina  y  del  Rey  del  cielo? 

El  gusto  siempre  estará  gozando  de  sabores  corpo- 
rales incomparables,  sin  tener  necesidad  de  tomar  ni 
buscar  manjares  ni  morderlos  ni  masticarlos  ni  tragar- 
los; mas  sentirán  y  gozarán  todos  los  sabores  que  qui- 
sieren, como  si  estuviesen  comiendo  todos  aquellos  man- 
jares de  do  proceder  suelen  aquellos  sabores.  Y  esto 
se  hará  así,  por  algún  humor  corpóreo  sabroso  ^  pues- 
to en  sus  gargantas,  o  por  alguna  especie  saborosa  en 
ellas  impresa  por  virtud  divina;  y  créese  resultará  de 
la  carne  de  Cristo,  la  cual  tendrá  en  sí  todos  los  sabo- 
res que  quisieren  gustar  los  santos.  Porque  el  maná 
—  que  fué  figura  del  santo  Sacramento  en  que  se  nos 
da  el  cuerpo  de  Cristo  —  contenía  en  sí  todos  los  sa- 
bores para  los  que  eran  buenos.  ^  De  modo  que  el 
comer  que  se  goza  en  el  cielo,  aun  de  parte  del  cuerpo, 
es  sin  ningún  trabajo  y  con  todo  regalo;  libre  de  todo 
lo  que  es  miseria,  y  lleno  de  todo  lo  que  es  suavidad  o 
dulzura. 

Es  también  un  convite  no  menos  delicado  que  sa- 
broso. Porque  como  no  se  mezclen  en  él  las  presentes 
miserias,  que  son  mascar  y  tragar,  y  otras  muchas, 
de  aquí  es  que  aquel  comer  no  impide  el  hablar  ni  el 
cantar;  mas  siempre  estarán  comiendo,  y  siempre  can- 
tando, y  siempre  bebiendo,  y  siempre  hablando,  y  dul- 
cemente conversando. 

El  tacto  sentirá  grandes  deleites  tocando  los  cuer- 
pos glorificados,  y  principalmente  el  cuerpo  de  nuestro 

1  i.«  ed.:  que  siempre  jamás.  Ps.  83,  5. 

2  Eccli.  24f  21;  S9,  19. 

3  l.f^  ed.:  Savoroso. 

4  Sap.  16,  20. 


C.  14.    Bienes  del  cielo 


193 


Señor  Jesucristo.  Aunque  no  se  ha  de  entender  ser  ne- 
cesario tocar  realmente  en  los  mismos  cuerpos;  más, 
así  en  este  sentido,  como  en  los  otros,  se  causarán  las 
delectaciones  por  tocamiento  de  unas  especies  sensibles 
y  delicadísimas  y  delectabilísimas,  que  por  la  virtud  de 
Dios  procederán  de  los  cuerpos  gloriosos  de  los  santos. 
Créese  también,  que  en  todos  los  sentidos  y  partes  inte- 
riores, sensibles,  tendrán  todo  deleite  sensible  a  ellos 
convenible,  pues  por  amor  de  Dios  se  refrenaron  en 
este  mundo  de  todo  deleite  desordenado. 


Capítulo  XV 


EN  QUE  SE  CONTINUA  LA  MATERIA  DE  LOS 
BIENES   DEL  CIELO,  Y  SE  DECLARA  COMO 
LOS  DELEITES  PRINCIPALES   SE  GOZAN  EN 
DIOS 


os  bienes  y  gozos,  que  hemos  dicho  los  recibirá  el 


I  t  bienaventurado  de  las  mismas  criaturas,  las  cuales 
verá  en  sí  mismas  por  la  visión  llamada  por  los  teólo- 
gos, "vespertina",  aunque  las  ve  mejor  en  Dios  por  la 
visión  que  se  llama,  "matutina",  porque  es  perfecta- 
mente clara. 1  Mas  sobre  todos  estos  bienes,  gozos  y 
deleites,  tendrán  otros  incomparablemente  mayores,  que 
gozarán,  no  en  las  criaturas,  mas  en  el  mismo  criador 
nuestro.  Porque  verán  claramente  al  mismo  Dios  Tri- 
no y  Uno  verdaderamente  en  su  divina  esencia,  que 
es  piélago  infinito  e  inconmutable  de  toda  hermosura 
y  amor  y  bondad  y  nobleza  y  virtud  y  dulzura,  y  de 
todo  bien  y  gloria,  do  todo  bien  espiritual  y  corporal 
emana  en  la  tierra  y  en  el  cielo,  y  en  cuyo  respecto  es 
una  gótica  de  bien  todo  lo  criado,  y  es  como  si  no  fue- 
se todo  el  mundo. 

Esta  visión  beatífica  corresponderá  a  la  fe.  Con  la 
cual  vista  de  ese  mismo  Dios  serán  llenos  los  ojos  de  nues- 
tras ánimas  intelectuales  de  toda  sabiduría,  y  de  clari- 

1  Esta  nomenclatura  de  visión  vespertina  y  matutina  pro- 
viene de  San  Agustín,  quien  explicando  la  visión  de  Dios  de  las 
cosas  en  los  días  de  la  Creación,  dice  que  el  ver  Dios  las  cosas  en 
si  mismo  era  visión  matutina,  porque  era  clarísima  y  perfectísima 
en  todo  su  ser  y  perfección;  mas  la  que  tenía  de  las  cosas  en  ellos 
era  vespertina,  porque  eran  imperfectas  y  limitadas.  Aplicada 
esta  clase  de  visión  a  los  bienaventurados,  puede  decirse  que  la 
visión  matutina  es  la  que  tienen  de  las  cosas  en  Dios,  clarísima  y 
perfecta;  y  la  vespertina,  la  que  tienen  de  las  cosas  en  sí  mismas, 
muy  imperfecta,  oscura  y  limitada. 


C.  15.    Visión  beatífica 


195 


dad  y  hermosura  divinas.  Viéndole,  abrazarle  han  con 
todas  sus  fuerzas,  diciendo:  téngale  y  no  lo  dejaré  A 

Y  como  sabrán  de  cierto  que  nunca  lo  podrán  perder, 
estarán  llenos  de  seguridad  de  siempre  poseerle.  Y  esta 
dote  corresponde  a  la  virtud  de  la  esperanza,  con 
la  cual  segura  posesión  será  la  memoria  llena  de  la 
eternidad,  y  en  la  cual  tendrá  siempre  presentes  todas 
las  cosas  apetecibles,  y  gozará  de  todos  los  bienes 
juntos. 

Viendo  el  ánima  ser  Dios  infinitamente  amable,  y 
cómo  ab  aeterno  la  amó,  y  entre  tantos  millares  para 
tantos  bien  la  escogió;  y  cómo  la  ama  incomparable- 
mente más  que  todos  los  santos,  y  más  que  ella  a  sí 
misma:   amarle  ha  con  toda  su  voluntad  y  fuerza. 

Y  como  nazca  de  tener  alguno  lo  que  ama  y  cuanto 
más  lo  ama  y  más  lo  tiene,  más  se  goza;  de  aquí  es  que, 
como  la  tal  ánima  ama  a  Dios  incomparablemente  sobre 
todas  las  cosas,  y  más  íntimamente  a  él  unido  la  tiene, 
más  se  goza  de  amarle  y  tenerle,  que  de  otra  cosa 
criada.  Y  también,  porque  cuanto  alguna  persona  ama 
más  a  otra,  más  se  goza  de  su  gloria;  y  cuanto  su  glo- 
ria es  mayor,  tanto  más  se  goza;  de  aquí  es,  que  la 
cosa  de  que  más  el  ánima  del  justo,  esposa  divina, 
se  goza,  es  de  ver  que  la  gloria  de  Dios,  esposo  suyo, 
es  infinita. 

Esta  dilección  y  fruición  perfecta  corresponde  a 
la  calidad  desta  vida;  con  la  cual  fruición  beatífica  la 
voluntad  del  alma  es  llena  de  la  bondad  divina,  y  con 
Dios,  que  es  todo  bien  y  fuente  do  se  beben  todos  los 
bienes  puros,  son  —  como  dice  el  profeta  —  2  Henos 
todos  sus  deseos;  y  así  mismo  dice  el  Apóstol:  Es  Dios 
todas  las  cosas  a  todos. Lo  cual  declarando  nuestro 
padre  San  Agustín,  dice:  Que  será  a  cada  uno  de  todos 
todas  las  cosas  que  puede  desear:  vida,  salud  y  honra, 
abundancia  y  paz,  y  todos  los  bienes. 

Y  dice  más  el  mismo  nuestro  padre  San  Agustín: 
Que  una  de  las  causas  por  qué  Dios  se  hizo  hombre, 
es  por  beatificar  en  Sí  mismo  inmediatamente  a  todo 
el  hombre,  y  así,  en  todas  sus  potencias  y  sentidos  in- 
teriores fuese  lleno  con  la  visión  y  fruición  de  su  di- 


1  Cant.  3,  4. 

2  Ps.  IOS,  SU. 

3  1  Cor.  15,  28. 


196 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


vinidad,  y  en  todos  los  sentidos  exteriores  con  la  visión 
y  fruición  de  su  humanidad.  De  modo  que  Dios  har- 
tará todos  los  sentidos  con  una  singular  e  inefable  de- 
lectación, porque  de  todos  ha  de  ser  objeto  beatífero. 
Será  espejo  hermosísimo  a  la  vista,  vihuela  a  las  orejas, 
miel  y  todo  sabor  al  gusto,  bálsamo  al  olfato,  flor  al 
tacto,  toda  sabiduría  al  entendimiento,  eternidad  a  la 
memoria,  paz  perfecta  que  todo  sentido  excede  a 
la  voluntad. 

En  este  nombre  de  paz  se  incluye  toda  la  felicidad 
del  reino  del  cielo,  y  por  consiguiente  todo  cuanto  pue- 
de ser  deseado.  Y  la  razón  de  esto  es,  porque  allí  el  alma 
está  con  Dios  perfectamente  unida,  así  como  el  car- 
bón o  hierro,  que,  metido  en  el  fuego,  es  del  todo 
abrasado.  Lo  cual  no  se  hace  así  perfectamente  en  esta 
vida.  Mas  el  fuego  de  amor  que  aquí  Dios  comunica, 
es  como  una  centella  en  respecto  del  amor  que  se  tiene 
en  el  cielo,  que  es  como  [estar]  metida  y  totalmente  en- 
cendida dentro  del  horno.  Y  esto  dice  un  profeta,  di- 
ciendo de  Dios  nuestro  Señor:  Su  fuego  es  en  Sión,  y 
su  horno  de  fuego  es  en  Jerusalén.'^  Pues,  así  como  el 
amigo  de  Dios  está  en  el  cielo  perfectamente  a  Dios 
unido  y  en  Dios  engolfado  y  hecho  divino  (de  aquí  es, 
que  participa  perfectamente  las  divinas  perfecciones), 
así  es  hecho  perfectamente  sabio  y  bueno  y  todo  podero- 
so. Porque  por  la  perfecta  unión,  así  como  el  alma  en 
todo  quiere  la  voluntad  de  Dios,  así  también  Dios  quie- 
re y  hace  todo  lo  que  el  alma,  su  esposa,  quiere  y  que- 
rer puede.  Y  por  tanto,  así  como  Dios  es  todopoderoso 
en  hacer  su  voluntad,  también  el  ánima  en  hacer  la 
suya,  todo  lo  que  quiere  puede.  Dios  es  todopoderoso 
por  su  virtud  propia,  y  el  alma  por  la  virtud  de  Dios, 
que  tiene  en  su  mano  para  todo  cuanto  quisiere.  Y  así 
como  Dios  es  Señor  de  la  tierra  y  cielo,  porque  todo 
le  obedece;  así  también  el  ánima  será  Señora  en  su 
modo  2  de  todo,  porque  en  todas  las  cosas  que  que- 
rrá, le  obedecerá  la  tierra  y  el  cielo  y  todo  el  mundo. 
Pues,  como  por  tener  así  a  Dios  a  toda  su  voluntad, 
y  en  su  mano  tenga  luego  y  sin  dificultad  todo  cuanto 
quiera,  por  esto  dice:  Que  el  horno  de  fuego  es  en  Je- 

1  Is.  SI,  9. 

2  en  su  modo,  e.  c,  a  su  modo. 


C.  15.    Visión  beatífica 


197 


rusalén.  Porque  Jerusalén  quiere  decir  visión  de  paz, 
y  entonces  la  voluntad  está  en  paz,  y  perfecta,  cuando 
tiene  todo  lo  que  desea. 

En  esta  vida  —  aunque  mucha  paz  participa,  cuanto 
más  a  Dios  se  allega — ,  no  se  puede  tener  aquella  paz 
perfecta,  porque  muchas  cosas  deseamos,  que  alcanzar 
no  podemos;  y  otras,  ya  que  las  alcanzamos,  no  luego 
y  sin  dificultad,  sino  con  mucha  pena  de  dilación,  mu- 
chas veces  esperando  los  oficiales  y  sufriendo  sus  men- 
tiras, y  buscando  con  mucho  trabajo  las  cosas  para  la 
transitoria  salud  necesarias  porque  siempre  i  estamos  a 
muchas  necesidades  sujetos,  y  de  miserias  en  el  cuerpo 
y  en  el  espíritu  cubiertos.  Mas  en  el  cielo,  ¿cuánto  será 
el  gozo,  cuando  nos  viéremos  haber  sacudido  de  sobre 
nos  tan  gran  carga  y  trabajos  y  defectos,  y  ver  que 
todo  nos  obedece  luego,  y  que  todo  bien  lo  tenemos 
junto,  y  que  todas  las  cosas  se  hacen  sin  dilación,  y 
nos  vienen  según  nuestro  deseo? 

De  lo  dicho  se  sigue,  que  aquella  vida  bienaventu- 
rada es  eterna.  Porque  una  de  las  cosas  que  deseamos 
es,  que  nos  dure  la  vida:  ¿cuánto  más  aquella  que  es 
gloriosa  y  sola  verdadera  vida,  como  lo  enseña  el  pro- 
feta, cuando  dice:  Agradaré  a  Dios  en  la  región  de  los 
que  viven?  ^  Pues,  como  tenga  allí  el  justo  todo  lo  que 
quiere,  y  quiera  que  siempre  aquella  vida  le  dure, 
siempre  la  poseerá,  y  sin  fin  le  durará.  Y  por  esto  dice 
nuestro  Redentor:  Irán  los  malos  al  fuego  eterno  y  los 
justos  a  la  vida  perdurable.^ 

Cosa  es  muy  digna  y  sobre  todas  las  cosas  impor- 
tante, traer  delante  de  nuestros  ojos  en  toda  hora  la 
recordación  de  esta  celestial  vida.  La  cual  es  tan  dulce  y 
amable,  que  según  dice  San  Agustín  nuestro  Padre,  si 
no  nos  fuese  concedido  gozarla  más  de  por  espacio  de 
un  día,  por  éste  sólo  serían  con  razón  menospreciados 
innumerables  días  de  esta  presente  vida  llenos  de  todos 
los  bienes  y  deleites  de  este  mundo.  Pues,  si  esto  por  go- 
zar un  solo  día  de  aquella  vida  soberana;  ¿cuánto  más 
siendo,  como  es,  eterna?  Si  trabajamos  tanto  porque  sea 
hecha  nuestra  voluntad  en  algunas  cosillas  de  tan  poca 
importancia,  y  que  duran  tan  poco  tiempo,  y  que  muchas 


1  l.a  ed.:  y  siempre. 

2  Ps.  114,  9. 

3  Mt.  25,  3h,  Al. 


198 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


veces  traen  más  daño  que  provecho,  ¿con  cuánto  mayor 
estudio  debemos  procurar  de  alcanzar  un  estado  tan 
bienaventurado,  a  do  en  todas  las  cosas  se  haga  nuestra 
voluntad?  ¿y  no  por  un  poco  de  tiempo,  sino  por  eter- 
nidad? Si  tanto  se  procura  una  dignidad,  de  tantos  des- 
asosiegos, trabajos  y  peligros  llena,  y  que  es  momentá- 
nea, ¿cuánto  más  el  señorío  perfecto  de  todo  el  mun- 
do, y  que  no  se  acaba?  Si  tanto  se  estiman  las  riquezas, 
que  tan  presto  se  han  de  perder,  ¿cuánto  más  los  teso- 
ros que  para  siempre  han  de  durar?  Si  tanto  se  desean 
los  deleites  viles  y  que  en  un  punto  se  pasan,  ¿cuánto 
más  los  divinos,  y  que  para  siempre  duran?  Si  aplace 
tanto  la  amistad  flaca  e  incierta  de  una  mudable  cria- 
tura, ¿cuánto  más  debe  atraernos  gozar  de  la  amistad 
de  todos  los  moradores  de  aquella  ciudad  soberana?  Si 
tanto  se  cobdicia  la  salud  enferma,  ¿cuánto  más  aquella 
que  es  de  toda  enfermedad  e  indisposición  ajena?  Si 
los  banquetes  y  músicas  y  regocijos  de  este  destierro, 
¿cuánto  más  el  convite  y  músicas  y  regocijos  del  cielo? 

Con  la  consideración  de  estos  bienes  verdaderos  y 
eternos,  puedes  y  debes  muy  fácilmente  i  subir  al  co- 
nocimiento del  dador  de  ellos.  Súbese  en  el  conocimiento 
de  la  excelencia  y  beatitud  divina,  considerando  aquella 
felicidad  nuestra.  Porque  si  tan  inestimable  es  la  bien- 
aventuranza de  la  criatura,  ¿cuál  será  la  de  Aquél,  que 
a  todas  y  con  sola  su  vista  beatifica?  Súbese  también 
mayormente  por  medio  de  estos  bienes  al  conocimiento 
de  la  benevolencia  divina,  porque  mediante  tales  y  tan- 
tos dones  perfectamente  se  nos  muestra  el  amior  incom- 
prehensible con  que  Dios  ab  aeterno  nos  ama;  pues,  nos 
ha  levantado  de  nada  a  la  participación  de  su  gloria. 

Colígese  también  de  todo  esto,  la  maldad  y  cegue- 
dad del  mundo.  La  maldad,  viendo  que  es  ingrato  al 
amor  con  que  Dios  para  tantos  bienes  le  ha  criado;  la 
ceguedad,  con  ver  que  se  le  da  tan  poco  por  perderlo. 


1    í.a  ed.:  máximamente. 


Capítulo  XVI 


EN  QUE  SE  RESUME  LA  MEDITACION  DE  LA 
NOCHE  Y  SE  DECLARA  EL  ORDEN  QUE  SE 
DEBE  TENER  EN  LAS  SOBREDICHAS  MEDITA- 
CIONES Y  LA  NECESIDAD  DE  ELLAS 


ESUMiENDO  en  breve  lo  que  en  esta  meditación  he- 


Iv  mos  dicho,  debes,  oh  ánima,  despertar  siempre 
tu  memoria,  y  levantar  cuanto  pudieres  todo  tu  enten- 
dimiento y  afecto  a  considerar  aquella  región  tan  jo- 
cunda y  los  palacios  divinos  del  cielo  empíreo.  Aque- 
lla inmortalidad  y  salud  perfecta  del  cuerpo  y  el  alma. 
Aquella  compañía  tan  dulce  de  todos  los  ciudadanos 
celestiales.  Aquella  conversación  tan  delectable  de  la 
Reina  y  Rey  de  los  Cielos.  Aquella  visión  y  fruición 
de  la  divina  esencia.  Aquella  beatificación  de  todas  las 
potencias  espirituales  y  corporales.  Aquella  suma  her- 
mosura de  los  cuerpos  glorificados  de  todos  los  santos, 
y  muy  mayormente  de  la  Reina  y  del  Rey  de  ellos. 
Aquellas  músicas  tan  suaves,  y  que  siempre  suenan;  y 
aquellos  olores,  que  nunca  se  pierden.  Aquellos  sabo- 
res que  no  se  pasan,  y  aquellos  deleites  que  siempre 
duran.  Aquellas  riquezas  que  nunca  faltan,  y  aquellas 
honras  supremas  que  nunca  perecen.  Aquellos  bienes 
puros,  y  juntos,  que  sin  fin  permanecen. 

En  la  meditación  de  todos  los  bienes  y  dones  ya  di- 
chos, así  los  naturales,  temporales  y  gratuitos  que  nos 
son  ya  dados,  como  los  males  eternos  de  que  somos 
librados,  como  estos  bienes  soberanos  que  nos  están 
aparejados;  debes,  oh  ánima,  ocupar  toda  tu  vida,  pro- 
curando de  traerlos  siempre  con  profunda  considera- 
ción en  tu  memoria. 

En  la  meditación  de  los  bienes  recibidos  te  debes 


200 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


ocupar  a  la  mañana,  desde  que  despiertas  hasta  el  me- 
diodía. En  los  males,  de  que  eres  librado,  debes  andar 
pensando  desde  mediodía  hasta  que  se  pone  el  sol,  por 
el  cual  punto  de  tiempo  entiendo  la  tarde.  En  los  bienes 
celestiales,  que  nos  son  prometidos,  y  que  para  de  aquí 
a  poco  estamos  esperándolos,  debes  levantar  tu  enten- 
dimiento y  deseo  desde  la  hora  ya  dicha  de  la  tarde, 
por  todo  el  espacio  de  la  noche  que  tuvieres,  hasta  que 
sea  llegado  el  tiempo  del  sueño. 

Quiero  decir  en  esto,  que  en  los  tiempos  ya  dichos 
debes  procurar  de  gozar  estas  meditaciones  en  todo  el 
espacio  que  te  sobrare  de  las  otras  ocupaciones  nece- 
sarias e  inevitables.  Y  entre  las  mismas,  si  son  tales  que 
admitirlo  puedan,  debes  procurar  de  traer  delante  tus 
ojos  estas  consideraciones  divinas.  Y  si  fueren  tales  las 
ocupaciones,  que  del  todo  te  hayan  distraído  de  estos 
santos  pensamientos,  en  acabándolas,  debes  resucitar- 
los; y  si  aún  a  esto  no  has  llegado,  debes  por  lo  menos 
en  los  principios  de  aquellos  tres  tiempos,  ya  dichos, 
gozar  un  poco  de  tiempo  con  este  interior  y  divino 
ejercicio  de  las  meditaciones  sobredichas,  a  aquellos 
tiempos  aplicadas. 1 

Y  si  no  tuvieres  disposición  para  pensar  así  todas 
las  cosas  que,  conforme  a  lo  dicho,  habrá  de  pensar 
en  cada  uno  de  aquellos  tres  tiempos,  reparte  las  di- 
chas consideraciones  en  siete  maneras  de  mercedes  di- 
vinas, que  son:  la  creación  y  natural  donación,  y  la 
conservación,  y  redención,  y  justiñcación,  y  liberación, 
y  gloriñcación.  Las  cinco  primeras  se  incluyen  en  la 
meditación  de  la  mañana,  que  es  de  los  bienes  reci- 
bidos. La  liberación,  en  la  que  comienza  al  mediodía, 
que  es  de  los  males  de  que  somos  librados.  La  glorifi- 
cación, es  la  de  la  noche,  que  es  de  los  bienes  prome- 
tidos. Estas  siete  mercedes  o  beneficios  diversos,  puedes 
repartir  y  gozar  en  siete  tiempos  distintos  y  notables 
por  sus  misterios,  que  son  en  las  siete  horas  canóni- 
cas, que  son:  la  hora  de  los  maitines,  y  de  prima,  y 
de  tercia,  y  sexta,  y  nona  y  vísperas  y  completas. 
Y  si  aún  pensar  todas  estas  cosas  en  todo  un  día  te  es 
dificultoso,  y  por  la  indisposición  y  enfermedad  gran- 
de de  tu  espíritu  no  las  abrazas  como  conviene  cada 


1         ed.:  tiempos  adaptadas. 


C.  16.    Meditaciones  de  la  noche  201 

día,  repártelas  en  los  siete  días  de  la  semana,  comen- 
zando el  lunes  en  la  creación,  y  acabando  el  domingo 
en  la  glorificación:  aunque  cada  día  conviene  que  pien- 
ses, siquiera  un  poco,  en  todos  los  beneficios  y  moti- 
vos sobredichos.  Y  sobre  todo  esto,  en  fin  de  cada  uno, 
vuelve  a  reducir  delante  ti  a  Cristo  Crucificado.  Y  crée- 
me, que  éste  es  el  camino  derecho  y  cierto,  para  li- 
brarte de  todo  vicio,  y  hacerte  virtuoso,  y  alcanzar  el 
cielo. 

Porque  como  nuestra  ánima  está  delicada  (que  no 
puede  estar  y  durar  sin  amor  o  deleite)  si  no  ama  los 
objetos  espirituales  y  divinos,  ha  de  amar  los  terrenos, 
y  buscar  su  deleite  en  ellos.  Pues,  como  sea  así,  que 
para  amar  las  cosas  de  Dios,  es  menester  mucho  co- 
nocerlas, y  para  perseverar  en  su  amor,  frecuente  y 
profundamente  representarlas,  de  aquí  es,  que  para  no 
caer,  es  menester  muy  continuamente  meditarlas.  Y  el 
que  por  sólo  ver  y  oír  los  males  del  vicio  y  bienes  de 
la  virtud,  piensa  de  aprovechar,  engañado  vive.  Porque 
si  no  se  da  a  la  meditación  de  los  motivos  ya  dichos, 
con  la  cual  el  conocimiento  de  Dios  se  imprime,  y  su 
divino  amor  se  arraiga,  aquel  tal  poco  perseverará  por- 
que muy  presto  se  le  pasará  el  sonido  de  las  palabras, 
y  la  vista  de  las  lecciones;  y  se  le  despegarán  de  la  vo- 
luntad y  memoria,  si  no  fueren  con  frecuente  medita- 
ción en  nuestras  entrañas  impresas. 


11 


Capítulo  XVII 


DE  LA  CONSIDERACION  DE  LOS  BENEFICIOS 
PARTICULARES,  Y  DE  LO  QUE  HAN  DE  PEN- 
SAR LOS  PRINCIPES  Y  CABALLEROS  Y  MER- 
CADERES Y  OFICIALES  Y  LABRADORES  CUAN- 
DO SE  OCUPAN  EN  SUS  OFICIOS 


EBE  también  cada  uno  de  nosotros  reducir  a  su 


J  /  memoria  los  beneficios  especiales  que  ha  reci- 
bido, que  son  los  que  no  se  dan  a  todos.  Y  principal- 
mente la  fe,  sacramentos  y  divina  doctrina,  siendo 
como  son  estos  dones  tan  grandes  negados  a  tanta 
multitud  de  los  infieles.  También  las  especiales  inspi- 
raciones y  aparejos  para  servicio  de  Dios,  que  ha  reci- 
bido más  que  otros  muchos,  aun  de  los  cristianos.  El 
buen  ingenio  y  prudencia,  y  buena  condición  natural, 
y  todas  buenas  inclinaciones;  la  salud  del  cuerpo,  la 
integridad  de  sus  miembros,  que  faltan  a  muchos.  De 
ellos,  sin  vista  de  sus  ojos;  de  ellos  mudos,  de  ellos  sor- 
dos, de  ellos  sin  pies,  de  ellos  sin  manos;  otros,  comidos 
de  cáncer;  otros  perpetuamente  encarcelados.  Y  conside- 
rar cómo  ha  merecido  todos  aquellos  males,  y  el  Señor, 
por  puro  amor,  le  ha  librado  de  ellos. 

También  los  peligros  en  que  se  haya  visto  de  per- 
der, o  mucho  más,  la  salud  de  su  ánima,  y  otras  veces 
la  salud  y  vida  del  cuerpo;  otras  veces  la  honra,  otras 
parte  de  la  hacienda  o  toda;  otras  de  incurrir,  o  mucho 
más^  en  las  manos  o  lenguas  de  sus  enemigos  y  perder 
sus  amigos.  También  el  ser  bien  quisto,  y  las  habilida- 
des en  la  ciencia  y  oficios,  y  los  bienes  de  fortuna.  La 
buena  compañía,  los  libros,  los  buenos  consejos  y  avi- 
sos que  Dios  le  ha  dado  por  medio  de  otros,  y  todos 
los  otros  beneficios  particulares,  que  son  innumerables, 
espirituales  y  corporales,  de  los  cuales  más  podrá  en- 


C.  17.    Beneficios  particulares 


203 


señar  a  cada  uno  su  experiencia  que  mi  pluma  ni 
lengua. 

Debe  también  cada  uno,  en  su  estado  y  oficio,  estar 
pensando  en  alguna  cosa  de  las  dichas  meditaciones, 
en  el  mismo  tiempo  que  se  ocupa  en  sus  exteriores 
ejercicios,  porque  en  ellos  no  salga  del  todo  de  la  pre- 
sencia de  Dios,  y  gozarle  con  algún  pensamiento. 
Y  para  que  más  fácil  y  rectamente  se  ocupe  en  aquel 
oficio  y  ejercicio  suave  y  meritoriamente  en  aquel  tra- 
bajo, puede  también  y  debe  usar  juntamente  de  alguna 
otra  consideración  apropiada  a  su  especial  ocupación, 
y  con  la  cual  pueda  ser  mejor  enderezado,  y  en  la  tal 
obra  exterior  amparado  y  favorecido. 

Y  si  es  Rey  o  príncipe,  u  otro  cualquier  señor  o 
juez  temporal,  considere,  cuando  se  llega  a  negociar 
o  ir  a  juzgar,  y  mientras  entiende  en  ello,  cómo  tiene 
otro  superior  juez  rectísimo  y  todopoderoso,  y  que  le 
está  mirando,  y  le  ha  de  juzgar  presto,  y  le  ha  de  tomar 
estrecha  cuenta  de  todo  lo  que  juzga,  y  de  todos  los 
males  que  por  su  culpa  o  negligencia  hubiere  en  sus 
vasallos.  Y  cómo  es  obligado  a  ser  espejo  de  virtud  en 
quien  se  miren  todos.  Y  usar  de  rigor  de  justicia  contra 
los  soberbios  y  rebeldes;  de  suavidad  y  misericordia 
con  los  flacos  y  blandos;  de  caridad  y  prudencia  con 
todos.  Y  considere,  que  los  poderosos,  si  no  son  bue- 
nos, poderosamente  padecerán  tormentos;  y  si  son 
justos  tendrán  los  méritos  doblados. 

Esto  presupuesto,  pues  es  así,  cerca  de  los  señores 
temporales,  consideren  con  toda  atención  todo  esto 
los  que  han  recibido  el  poderío  y  dispensación  y  cui- 
dado de  lo  temporal  y  espiritual  para  la  salvación  de 
todos,  como  son  los  obispos  y  los  otros  prelados  a  quien 
Dios  ha  escogido  para  tanta  honra  y  tanta  familiari- 
dad suya,  y  a  quien  encomendó  sus  ovejas,  que  son  las 
ánimas,  por  las  cuales  derramó  su  sangre  y  dió  su  vida 
y  sufrió  tantas  penas.  Consideren,  pues,  bien  los  pre- 
lados, en  cuánto  mayor  grado  deben  tener  y  cumplir 
lo  que  dijimos  de  los  señores  temporales;  pues,  ellos 
están  puestos  de  Dios  por  luz  del  mundo,  y  que  tienen 
obligación  de  resplandecer  en  toda  virtud  y  santidad 
más  que  todos,  para  poder  salvarse  y  dar  buena  cuenta 
de  sus  súbditos. 

Si  es  caballero,  considere  que  su  principal  batalla 


204 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


ha  de  ser  aquella  para  que  nació  y  vive  en  este  mundo, 
que  es  aquella  de  la  cual  dice  Job:  Batalla  o  pelea  es 
la  vida  del  hombre  sobre  la  tierra.  Ejercite  fielmente 
su  oficio  militar  por  agradar  a  Dios,  haciendo  lo  que 
debe  por  la  defensión  de  la  fe  y  ley  divina,  y  de  su  rey 
y  de  su  reino  y  de  su  patria.  Y  favoreciendo  a  los 
agraviados,  y  ayudando  a  los  que  poco  pueden,  para 
que  no  sean  oprimidos  y  maltratados.  Y  tomen  este 
:su  ejercicio  —  así  cuando  van  a  la  guerra  como  cuando 
se  ejercitan  en  juegos  de  cañas,  justas  y  torneos  para 
se  hacer  diestros  para  la  pelea  —  no  para  recreación  y 
deleite  sino  por  oficio  y  trabajo,  y  como  caballeros  cris- 
tianos y  no  como  profanos.  Esto  digo,  porque  hay 
algunos  que  se  ejercitan  en  estos  ejercicios  militares, 
y  no  principalmente  para  su  oficio,  sino  para  regocijos 
vanos  e  inútiles,  y  aun  dañosos,  haciendo  en  ellos  gas- 
tos superfinos  en  atavíos  y  libreas  costosas  y  curiosas, 
para  sí  y  para  sus  criados,  y  para  sus  caballos,  a  los 
cuales  llevan  cubiertos  de  seda  y  de  oro  y  con  muchas 
invenciones  y  primores  adornados,  para  una  vanidad 
que  se  ha  de  pasar  en  medio  día,  y  de  la  cual  quedan 
cansados  y  menguados,  y  dejan  andar  a  los  pobres  de 
Cristo  desnudos.  Hacen  en  aquella  vanidad  grandes 
banquetes,  con  que  quedan  gastados  en  las  bolsas  y 
en  los  estómagos;  y  así  ellos,  como  sus  convidados,  que- 
dan agraviados  en  sus  almas  y  pesados  en  sus  cuerpos; 
y  a  las  veces,  fuera  de  seso  del  todo,  aunque  siempre 
tienen  poco.  Y  aun  algunas  veces  son  causa  que  con 
estas  demasías  de  un  día,  queden  enfermos  para  toda 
la  semana  o  el  mes  o  todo  el  año  o  para  toda  la  vida. 
Y  lo  que  peor  es,  que  en  estos  ejercicios,  ya  dichos,  que 
habían  de  tomar  por  trabajo  para  merecer  por  ellos 
el  cielo,  los  convierten  en  vicios  y  pecados  manifiestos, 
para  comprar  el  infierno.  Esto  digo  por  los  que  no  tienen 
vergüenza  de  sacar  públicamente  motes  y  colores  e 
invenciones,  en  que  dicen  a  la  clara  que  sirven  a  sus 
amigas,  y  hacen  invenciones  lascivas,  unos  para  subir 
al  Dios  de  Amor  hasta  ahorcarle,  otros  a  defenderle. 
Otros  publican  con  letras  y  palabras  sus  deseos  luju- 
riosos y  sucios,  y  los  ardores  de  sus  concupiscencias  car- 
nales, con  que  ya  arden  sus  míseras  almas,  y  con  que 
presto,  si  no  se  enmiendan,  arderán  con  las  almas  y  los 
cuerpos  en  los  infiernos. 


C.  17.    Beneficios  particulares 


205 


Deben,  pues,  estos  tales  de  aquí  adelante  —  si  se 
quieren  salvar  —  tomar  estos  sus  ejercicios  penosos 
para  merecer  con  ellos  el  descanso  verdadero  y  eterno; 
y  no  que,  con  el  trabajo  transitorio,  ganen  el  infierno. 
Esto  han  de  pretender,  ejercitándose  en  los  ejercicios 
sobredichos,  no  en  las  cuaresmas  ni  en  las  fiestas,  por- 
que estos  tales  días  son  deputados  para  los  ejercicios 
espirituales;  tomando  aquellos  trabajos  con  intento  del 
fi.n  susodicho,  que  es  por  agradar  a  Dios,  y  no,  como 
muchos,  para  agradar  al  demonio.  Y  deben  andar  pen- 
sando, cuán  miserable  es  esta  vida,  pues  hay  necesidad 
de  tales  oficios  con  que  se  llaguen  y  maten  unos  con 
otros.  Y  considerar  también,  cuán  presto  se  ha  de  pa- 
sar aquel  trabajo  por  el  cual,  fielmente  tomado,  se  al- 
canza el  descanso  y  premio  eterno,  y  aquella  corona  y 
fidelidad  perpetua  del  paraíso.  Y  mirar  que  éste  es 
mxcjor  y  más  eficaz  motivo  para  se  animar  a  aquel  tra- 
bajo, que  los  otros  vanos  y  engañosos,  ya  dichos,  que 
les  ofrece  el  demonio.  Y  que  si  los  profanos  caballeros 
toman  tan  de  gana  aquellos  trabajos  por  la  vanidad  ya 
dicha  deste  mundo,  ¿cuánto  de  mejor  gana  los  deben 
ellos  tomar  por  ganar  aquella  soberana  gloria  y  vida 
verdadera  y  eterna,  que  es  la  bienaventuranza  del 
cielo? 

Los  mercaderes  y  tratantes,  cuando  buscan  las  mer- 
cadurías y  entienden  en  sus  tratos  y  cuando  compran 
y  venden,  estén  considerando  lo  que  les  avisa  el  após- 
tol diciendo:  El  tiempo  breve  es;  por  tanto  los  que  tie- 
nen mujeres  hagan  cuenta  como  si  no  las  tuviesen,  y 
los  que  compran  como  si  no  comprasen,  y  los  que  usan 
de  este  mundo  como  si  no  usasen  de  él;  pues,  tan  presto 
se  pasa  la  figura  de  este  mundo.^  Quiero  —  dice  luego  — 
que  seáis  sin  solicitud,  que  es  un  cuidado  demasiado  y 
congojoso. 

Lo  mismo  que  el  apóstol  dice,  que  hagan  cuenta 
como  si  no  tuviesen  mujeres,  se  puede  decir  de  los  hi- 
jos: Esto  digo,  porque,  para  agradar^  a  sus  mujeres 
e  hijos,  y  adquirir  para  ellos,  desean  y  procuran  ser 
ricos;  y  se  meten  muchos  en  tratos  peligrosos;  y  se  en- 
golfan en  cohdicias  que  hacen  caer  a  muchos  en  el  lazo 
del  demonio,  y  en  muchos  y  diversos  m.alos  deseos,  que 

1  1  Cor.  7,  29. 

2  í.^  ed.:  digo,  por  agradar. 


206 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


los  zabullen  en  la  muerte  y  damnación  profunda  del 
infierno^  del  cual  por  sus  mujeres  ni  hijos  no  serán 
sacados. 

Miren,  que  esta  abundancia  exterior  de  estas  ri- 
quezas y  bienes  temporales,  acostumbran  hacer,  a  los 
que  las  tienen,  vacíos  de  las  verdaderas  riquezas  de  las 
virtudes  y  espirituales  dones  y  divinas  consolaciones. 
Miren  el  oficio  que  tienen  peligroso,  de  ser  por  él 
ahogados  en  las  cobdicias  de  estas  vanidades,  transito- 
rias, y  de  caer  en  mentira  y  engaños  y  perjuicios.  Y  que 
una  mentira  sola  y  simple  y  sin  perjuicio,  es  de  Dios 
muy  aborrecida;  tanto,  que  por  salvar  la  vida  de  un 
hombre,  y  aun  de  cuantos  son  en  el  mundo,  no  es  lí- 
cita. ¿Pues,  cuánto  peor  será  la  perjudicial?  2  Y  miren, 
que  si  ven  que  no  usan  de  su  oficio  sin  caer  en  estas 
culpas  o  otras,  y  que,  aunque  se  han  confesado  y  pro- 
puesto la  enmienda,  tornan  luego  a  caer  en  la  mala 
costumbre;  que  deben  dejar  estos  sus  tratos,  aunque  su- 
piesen quedar  a  pedir  por  Dios.  Porque  como  les  dice 
nuestro  Señor  en  el  Evangelio,  hablando  con  cada  uno: 
Mejor  es  a  ti  entrar  con  sólo  un  pie,  o  una  mano,  en  el 
cielo,  que  no  con  dos  ser  metido  en  el  fuego  del  in- 
fierno,^ 

Miren  también  cuán  engañados  viven  los  ricos, 
siendo  avarientos  o  cobdiciosos;  pues,  siendo  más  viles 
que  todos,  se  estiman  en  más,  y  menosprecian  a  los 
otros.  Aprendan  lo  que  dice  el  apóstol  a  Timoteo: 
Manda  —  dice  —  a  los  ricos,  que  no  se  ensoberbezcan, 
ni  pongan  su  esperanza  en  las  riquezas  transitorias  y 
engañosas,  mas  en  Dios  vivo,  porque  alcancen  la  vida 
verdaderaA  Miren  allí  ellos  —  como  todos  los  que  tie- 
nen riquezas  — ,  que  son  despenseros  de  los  bienes  de 
Dios,  y  que  se  los  da  para  granjear  los  bienes  eternos. 
Y  que  los  bienes  que  hubieren  distribuidos  a  los  hom- 
bres, y  por  el  amor  de  Dios,  esos  se  hallarán  de  aquí 
a  poco  a  la  hora  de  su  muerte,  y  no  otros.  Y  que  estas 
obras  pías,  si  continua  y  alegremente  por  ellos  son 
ejercitadas,  son  las  que  los  han  de  salvar  y  llevar  a  los 
cielos,  como  lo  enseña  nuestro  Señor  en  el  Evangelio, 

1  1  Tim.  6,  9. 

2  i.«  ed.:   ¿perjudicial?  ¿y  cuánto  peor  el  perjuicio? 

3  Mt.  18,  8. 

4  1  Tim.  6,  17. 


C.  17.    Beneficios  particulares 


207 


diciendo:  Ganad  con  las  riquezas  tales  amigos,  que 
cuando  muriéredes  os  reciban  en  sus  eternas  moradas.^ 

Consideren,  para  moverse  a  esto,  y  procuren  traer 
delante  sus  ojos  aquellas  riquezas  y  abundancia  de  to- 
dos los  bienes  que  presto  pueden  alcanzar  sobre  el 
cielo,  y  tendrán  por  basura  cuanto  hay  en  este  mundo. 

Los  plateros  y  herreros  y  carpinteros  y  sastres  y 
zapateros  y  los  de  los  otros  oficios,  estén  pensando  en 
un  pensamiento  y  consideración  común  y  única  que 
debemos  todos  traer,  y  es:  ¡Cuán  miserable  y  trabajosa 
es  esta  vida,  y  cuán  bienaventurada  la  soberana  de  la 
celestial  patria!  Y  que  con  hacer  cada  uno  fielmente  su 
oficio  bien  hecho,2  y  llevando  por  su  trabajo  no  más 
de  lo  justo,  y  que  por  agradar  a  Dios  huelga  de  hacer 
todo  aquello;  con  este  enderezamiento  de  corazón  que 
tengan,  les  consolará  Dios  en  su  trabajo,  y  todo  les 
será  meritorio  para  alcanzar  el  verdadero  descanso,  que 
esperamos  de  aquí  a  poco. 

Pueden  también,  allende  de  esta  común  meditación, 
tener  cada  uno  en  su  oficio  otra  especial.  El  platero, 
cuando  está  labrando  una  piedra  o  vaso  de  plata  o  de 
oro,  considerar  que  si  para  las  mesas  de  los  hombres 
se  quieren  tales  vasos,  de  tan  preciosos  metales,  y  tan 
bien  labrados,  ¿cuáles  no  deben  ser  ellos,  y  todos  los  que 
hubieren  de  ser  dignos  de  ser  vasos  escogidos  de  Dios, 
a  donde  3  se  infunde  el  bálsamo  del  Espíritu  Santo, 
para  que  después  sean  puestos  en  la  mesa  de  Dios  en 
aquel  convite  eterno?  ¿Cuán  preciosos  metales  de  plata 
y  oro  deben  ser  sus  corazones,  para  ser  vasos  divinos? 
¿Y  qué  oro  deben  ser  de  tan  finos  quilates,  que  no  des- 
digan, mas  se  afinen  con  el  fuego  de  las  tribulaciones 
de  este  mundo?  ¿Y  cuánto  deben  procurar  de  labrarlos 
con  labores  y  primores  de  los  ejercicios  de  las  virtudes, 
y  frecuentación  de  buenas  obras? 

Los  herreros  consideren,  cuán  intolerables  son  las 
penas  del  infierno,  pues  han  de  estar  los  malos  metidos 
en  cuerpo  y  ánima  en  aquel  fuego,  y  de  pies  a  cabeza 
encendidos,  así  como  tienen  ellos  sus  hierros,  cuando 
los  sacan  de  la  fragua,  abrasados;  y  que,  si  como  aqué- 
llos se  viesen  para  siempre  así  encendidos,  y,  sobre 


1  Le.  16,  9. 

2  í.«  ed. :  oficio  y  llevando... 

3  J.«  ed.:  a  do. 


208 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


esto,  atormentados  con  los  martillos  de  los  demonios, 
¿qué  sentirán,  y  cuánto  deben  huir  de  caer  en  damna- 
ción tan  horrible  e  intolerable? 

Los  canteros  y  carpinteros  consideren  con  cuánto 
trabajo  hacen  estas  casas  transitorias,  y  cuán  presto 
pueden  alcanzar  aquellas  moradas  celestiales,  que 
Dios  con  sus  manos  les  tiene  fabricadas,  y  se  ha  esme- 
rado en  hacerlas  para  do  moren  con  toda  recreación  y 
deleite,  y  sin  fin,  todos  sus  verdaderos  siervos  y  amigos, 
que  ha  adoptado  por  hijos. 

Los  fundidores  y  sastres,  cuando  están  en  sus  tra- 
bajos o  labores,  consideren  con  cuántos  y  diversos  me- 
dios y  trabajos  vienen  los  paños  desde  que  comienza  a 
ser  lana  o  seda  hasta  llegar  a  ser  vestiduras  humanas; 
y  tomen  de  aquí  lección  con  cuánto  cuidado  deben  pro- 
curar vestir  sus  ánimas  de  vestiduras  perpetuas,  y  cuán 
bien  vestidos  se  pueden  hallar  en  el  paraíso  de  aquí  a 
poco,  dotados  de  incomparable  hermosura,  y  sin  tener 
necesidad  de  trabajar  jamás  como  en  este  mundo. 

Los  curtidores  y  zapateros  y  pellejeros,  consideren 
cómo  aquellos  cueros  que  tratan  son  de  animales  muer- 
tos, tantos  y  diversos,  que  crió  Dios  para  servicio  de 
los  hombres;  y  cómo  por  el  amor  que  Dios  nos  tiene, 
ha  por  bien  que  matemos  aquellas  sus  criaturas,  que 
nunca  le  han  ofendido,  para  que  sirvan  a  nosotros,  in- 
gratos, no  sólo  de  carne  para  comer,  mas  también  de 
sus  mismos  cueros  o  pellejos,  muchos  y  diversos,  para 
nos  vestir  y  calzar. 

Los  hortelanos  y  los  labradores,  cuando  andan  la- 
brando la  tierra,  consideren  la  fecundidad  que  Dios 
ha  puesto  en  ella,  y  la  virtud  infinita  de  la  potencia, 
y  la  sabiduría,  y  bondad  de  Dios,  que  saca  de  un  poco 
de  tierra  y  de  un  poco  de  lodo  tanta  diversidad  de 
hierbas  y  árboles,  y  diversos  géneros  de  plantas,  con 
tantos  colores  y  figuras  y  labores  y  hermosuras,  y  tan- 
tos frutos,  con  tantos  olores  y  sabores,  y  tantas  y 
diversas  virtudes  y  propiedades  naturales.  Y  consideren 
la  caridad  infinita  de  nuestro  Señor  Dios  que  no  cesa 
de  producir  todas  estas  cosas  en  las  cuales  todas  invi- 
siblemente está  con  su  infinita  virtud  produciéndolas. 
Y  cómo  por  puro  amor  las  cría  y  nos  las  da  siempre;  y, 
por  medio  de  ellas,  nos  envía  tantas  y  diversas  recreacio- 
nes y  consolaciones. 


Capítulo  XVIII 


DE  OTRA  VIA  POR  LA  CUAL  PODEMOS  SUBIR 
A  DIOS  CON  LA  MEDITACION  DE  LOS  MOVI- 
MIENTOS Y  SER  DE  TODAS  LAS  COSAS 


TRA  vía  por  do  podemos  subir  en  el  conocimien- 


to  de  Dios,  es  la  consideración  del  ser  natural, 
y  vida  y  movimientos  de  todas  las  cosas.  La  cual  toca 
y  da  a  entender  el  apóstol  cuando  dice:  En  Dios  vivi- 
mos, y  nos  movemos,  y  somos. 

Cerca  de  esto,  se  debe  considerar  profundamente, 
que,  pues  todos  los  que  se  llaman  señores  poderosos 
de  los  hombres,  ni  todos  los  ángeles,  no  pueden  criar 
una  piedrecilla,  ¿cuánta  es  la  potencia  de  aquel  que  a 
todo  el  mundo  ha  criado,  y  a  todas  las  cosas,  innumera- 
bles, visibles  e  invisibles,  ha  hecho  de  nada,  con  sólo 
mandarlo  con  su  palabra,  que  es  con  sólo  quererlo? 
Y  si  una  peña  pequeña  no  la  puede  levantar  del  suelo, 
o  tenerla  en  su  hombro  el  más  fuerte  y  poderoso  hom- 
bre del  mundo,  ¿cuánta  es  la  potencia  de  Dios  que 
tiene  y  trae  en  su  mano  a  todo  el  mundo,  y  sin  sentir 
trabajo  alguno?  Y  si  tan  presto  se  cansa  una  persona 
de  mover  alguna  cosa  pequeña  y  por  un  pequeño  es- 
pacio de  tiempo,  ¿cuánta  es  la  virtud  y  potencia  de 
nuestro  Señor  Dios,  que  a  todas  las  cosas  y  a  todo  el 
mundo  tiene  y  trae  en  su  mano,  y  sin  ningún  trabajo 
las  mueve  siempre  a  todos  sus  movimientos,  tantos  y 
tan  diversos? 

Para  sentir  bien  esto,  habemos  de  considerar  muy 
en  particular  los  movimientos  de  las  cosas;  y  pensar 
profundamente,  qué  de  movimientos  hace  un  paj arico; 
y  también  una  mosca,  y  un  mosquito,  y  una  hormigui- 
ta, y  un  animalico,  volando  o  andando.  Y  lo  mismo 


210 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


[dígase]  de  todos  los  animales  y  peces  y  aves,  y  lo  mis- 
mo de  los  hombres.  Considera,  cómo  Dios  mueve  a  una 
mosca  o  mosquito,  y  a  una  hormiga,  y  a  una  pulga,  y 
a  un  arador,  y  a  todos  los  otros  gusanicos,  a  todos  los 
pasos  o  saltos  que  dan.  Y  así,  a  todos  los  animales,  y 
a  todos  los  hombres,  que  son  en  todas  partes  del  mun- 
do, los  mueve  a  todos  sus  movimientos,  tantos  y  tan 
diversos  que  hacen  con  los  pies  y  con  las  manos  y  con 
la  lengua  y  con  todas  las  otras  partes  del  cuerpo.  Cómo 
van  por  las  plazas  y  calles,  unos  hacia  unas  partes  y 
otros  a  otras,  y  el  gran  ruido  que  causan  con  sus  mu- 
chos y  varios  movimientos,  con  tantas  y  diversas  pala- 
bras y  obras,  con  tantos  y  diversos  oficios  y  ejercicios. 
Unos  en  los  trabajos  de  coger  los  frutos,  otros  en  adere- 
zar los  mantenimientos,  otros  en  edificar,  otros  en 
cortar  y  coser  y  aderezar  los  vestidos  y  calzados,  otros 
en  otros  muchos  y  diversos  oficios  mecánicos,  otros  en 
aparejar  tantas  y  diversas  medicinas,  otros  en  tratar, 
comprar  y  vender,  trafagar  y  mentir,  otros  en  pleitear, 
otros  en  juzgar,  otros  en  lisonjear,  otros  en  comer  y 
beber  y  reir,  otros  en  alabar  a  Dios  y  darse  a  diversas 
obras  de  virtudes,  otros  a  tantas  operaciones  de  vicios 
y  pecados.  A  las  cuales  todas  operaciones  está  Dios 
aparejado  a  moverlos,  aunque  no  los  mueve  a  lo  que 
es  formal  en  el  pecado,  como  es  la  deformidad  y  de- 
fecto; mas  muévelos  a  todas  las  positivas  operaciones 
exteriores  e  interiores,  que  hacen  en  sus  vicios.  Porque 
tiene  por  bien  de  nos  mover,  aun  en  las  cosas  que  son 
contra  su  voluntad,  porque  nosotros  podamos  hacer  la 
nuestra.  Y  así,  cuando  pecamos,  le  hacemos  que  nos 
mueva  para  las  cosas  en  que  le  ofendemos.  De  lo  cual 
se  queja  por  Isaías,  diciendo  contra  su  pueblo:  Hi- 
císteme  servir  en  tus  maldades,^ 

Considera,  pues,  cuando  ves  una  ciudad  desde  fue- 
ra, qué  de  movimientos  se  ejercitan  debajo  de  aquellos 
tejados,  qué  de  pensamientos  y  obras  y  palabras  tan 
diversas,  e  innumerables  operaciones  que  se  hacen  den- 
tro de  aquel  breve  espacio  de  aquel  pueblo.  Pues, 
¿cuántos  más  en  todas  las  ciudades,  villas  y  ciudades 
de  todo  el  reino?  Pues,  ¿cuántas  más  en  todo  el  mun- 
do? Y  como  nuestro  Señor  Dios  está  moviendo  a  todas 

1   /s.  JtS,  24. 


C.  18.    Vida  y  ser  de  las  cosas 


211 


estas  cosas  a  todos  estos  sus  movimientos,  y  las  mueve 
en  todo  tiempo,  sin  cansancio  ni  trabajo;  y  sobre  todo 
esto,  está  moviendo  los  cielos,  y  todos  los  espíritus 
bienaventurados  que  crió  sobre  ellos,  y  que  son  sin 
cuento,  es  también  aquí  de  considerar  la  virtud  divina, 
que  da  tantos  y  diversos  grados  de  vida  y  ser,  esencial 
y  accidental,  a  las  criaturas.  A  unas  —  como  son  los 
elementos,  piedras,  y  metales  —  las  dota  de  ser  esen- 
cial, y  tantos  y  diversos  accidentes.  A  las  plantas,  de 
ser  y  vida  vegetativa,  y  tantos  olores  y  sabores,  y  pro- 
piedades. A  los  animales,  de  vida  sensitiva  y  tantas  po- 
tencias sensuales  y  tantas  y  diversas  comprensiones, 
instintos  y  sagacidades.  A  otras  —  como  son  los  hom- 
bres —  de  ser,  y  vida  intelectual,  y  de  tantas  potencias 
sensitivas  e  intelectivas.  A  otras  —  como  son  los  espí- 
ritus angélicos  y  los  hombres  justos  —  de  una  vida  di- 
vina, y  de  tantas  y  diversas  virtudes  y  santas  opera- 
ciones. 

Puede  también  y  debe  nuestra  ánima  levantarse  en 
conocimiento  de  la  sabiduría  de  Dios  por  medio  de  lo 
sobredicho,  considerando,  cómo  Dios  ad  aeterno  sabe 
dar  todo  este  diverso  ser,  y  tantos  y  diversos  grados  de 
perfecciones  y  hermosuras,  que  son  en  todas  sus  cria- 
turas visibles  e  invisibles,  y  todos  sus  movimientos;  y 
que  ab  aeterno  sabe  todos  los  pasos  que  da  agora  una 
mosca  y  una  avecica  y  una  hormiga,  y  los  gusarapicos 
que  vemos  a  deshora  subir  por  las  paredes,  y  los  gusa- 
nicos  que  pasan  por  los  libros,  y  todos  los  otros  gu- 
sanicos,  y  todos  los  otros  animales,  y  todos  los  hombres. 
Y  sabe  todo  cuanto  se  nos  antoja  hablar  y  obrar  y 
pensar  y  desear,  así  de  bien  como  de  mal,  y  todas  las 
veces  que  por  antojo,  o  por  descuido,  nos  rascamos  la 
cabeza  o  los  pies,  o  hacemos  cualquier  otros  movi- 
mientos exteriores,  o  interiores,  con  descuido  o  de 
propósito,  y  todas  las  niñerías  que  dicen  y  hacen  los 
niños,  y  todo  lo  que  obran  y  hablan  los  malos  y  los 
necios  y  los  locos.  Y,  lo  que  es  más  de  admirar,  todos 
los  defectos  que  cometemos  todos,  como  lo  pondera  el 
profeta,  diciendo:  Mi  imperfección  vieron,  señor,  tus 
ojosA  Quiero  decir,  que  mira  y  sabe  Dios  ab  aeterno 
todas  las  palabras  que  cada  uno  dice,  y  también  cuando 

1    Ps.  138,  16. 


212 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


por  yerro  dice  una  cosa  por  otra;  y  todas  las  letras  que 
escribe,  y  cuando  por  yerro  o  descuido  pone  una  letra 
o  tilde  por  otra.  Y  así  de  todas  las  otras  cosas  y  opera- 
ciones, visibles  e  invisibles,  unas  ordenando,  otras  per- 
mitiendo, otras  predestinando,  otras  reprobando.  Y  su 
infinita  sabiduría  alcanza  todas  las  cosas  de  un  fin  a 
otro  fuertemente,  y  dispónelas  todas  suavemente.'^  Y  to- 
das las  cosas,  como  dice  el  Apóstol,  están  desnudas 
delante  sus  ojos  2  y  todas  ab  eterno  son  de  él  conocidas, 
así  las  buenas  que  él  ordena,  como  las  malas  que  en 
nosotros  permite. 

Puede  también  y  debe  levantarse  nuestro  corazón 
a  pensar  en  la  bondad  de  nuestro  Señor  Dios,  conside- 
rando, cómo  no  habiendo  menester  nuestros  bienes,  ni 
pudiendo  ser  acrecentada  su  infinita  gloria  con  cosa 
alguna,  por  sólo  hacernos  bien,  ha  criado  tantos  y 
diversos  bienes,  y  los  está  siempre  conservando  todos; 
y  está  siempre  moviéndonos,  y  a  todas  las  otras  cria- 
turas a  todos  los  movimientos  ya  dichos,  tantos  y  tan 
diversos. 

Y  lo  que  sobre  todo  esto  es  de  notar,  que  estas 
mercedes  y  dones,  tantos  y  tan  grandes,  no  solamente 
los  da  a  sus  fieles  siervos  y  amigos,  más  aun  a  sus 
menospreciadores  y  enemigos.  Y  considera  cerca  de  esto, 
cómo  está  un  perverso  blasfemando  de  Dios  con  su 
lengua,  y  está  Dios  en  aquel  mismo  tiempo  mandando 
a  sus  abejas  que  hagan  panales  de  miel,  y  a  sus  ovejas 
que  críen  leche  y  carne,  y  a  los  peces  que  oven,  y  a  los 
árboles  que  produzcan  tanta  diversidad  de  frutas;  y 
todo  esto,  para  dar  sabores  a  aquella  maldita  lengua, 
contra  su  infinita  bondad  tan  ingrata,  y  que  a  su  in- 
mensa majestad  está  así  desacatando  y  blasfemando. 

Débese  también  notar,  y  mucho,  el  modo  con  que 
Dios  nos  da  sus  bienes  y  dones;  cómo  tiene  cuidado 
ab  aeterno  de  criar  de  un  grano  de  trigo  una  espiga,  y 
cómo  la  va  criando  y  aumentando,  y  cómo  después 
por  tantos  medios  hace  ser  apurado  el  trigo,  y  después 
la  harina  que  de  él  se  saca,  y  después,  que  sea  amasada, 
sazonada  y  cocida,  hasta  que  viene  a  ser  pan  que  se 
come.  Por  la  misma  vía,  es  de  considerar  cerca  del 

1  Sap.  8,  1. 

2  Hehr.  A,  IS. 


C.  18.    Vida  y  ser  de  las  cosas 


213 


vino  que  bebemos,  cómo  Dios  ab  aeterno  tiene  cuidado 
de  criar  una  cepa,  y  sacar  de  ella  tallos,  y  después  flo- 
res, y  después  agraz,  y  después  de  agraz  ^  tan  agro 
convertirlo  en  uvas  dulces,  después  hacer  que  el  mosto 
sea  sacado  y  sazonado  por  tantos  y  diversos  medios 
hasta  ser  apurado  y  venir  a  ser  vino  y  puesto  delante 
de  ti  en  un  vaso  para  que  lo  bebas. 

Lo  mismo  es  de  considerar  cerca  de  la  fruta,  por 
cuántos  medios  pasa,  desde  que  se  alanza  una  pepita 
o  un  cuesco  en  la  tierra,  hasta  que  viene  de  árbol  cre- 
cido a  dar  su  fruta  madura.  Lo  mismo  de  la  carne, 
desde  que  se  comienza  a  criar  un  corderillo  en  las  en- 
trañas de  su  madre,  hasta  que  viene  a  ser  carnero  y 
después  asado  o  cocido,  o  en  otras  maneras  guisado  y 
puesto  sobre  la  mesa  delante  de  ti  en  un  plato. 

Y  considera  atentamente  cerca  de  todo  esto,  cómo 
Dios  ab  aeterno  puede  y  sabe  y  quiere  todos  estos  me- 
dios; y  agora  cuando  se  hacen,  los  hace  por  amor  de 
ti  todos,  y  mueve  a  todos  a  todas  estas  cosas  para  que 
se  hagan;  y  está  presente  a  todo,  y  entiende  en  todo, 
y  lo  hace  todo. 

Sobre  todo  esto,  has  de  mirar  profundamente  la 
intención  con  que  nos  da  todos  estos  bienes  por  tantas 
y  maravillosas  vías,  que  es  por  amor  puro.  Porque  él 
quiere  con  tantos  beneñcios  movernos  a  que  le  ame- 
mos, porque  así  le  participemos  y  gocemos. 


1    i. a  ed.:  y  después  el  mismo  agraz  tan  agro. 


Capítulo  XIX 


DE  OTRA  VIA  MAS  ALTA  PARA  SUBIR  Y  APRO- 
VECHAR EN  EL  CONOCIMIENTO  Y  AMOR  DE 
DIOS 


TRA  vía  más  sublime  y  excelente  para  subir  y 


V_>/  aprovechar  en  el  conocimiento  de  Dios,  es  la 
que  nuestro  Señor  Jesucristo  nos  enseña,  cuando  ha- 
blando con  aquella  dichosa  mujer  Samaritana,  figura 
de  nuestra  ánima  pecadora,  queriendo,  como  celestial 
Maestro,  levantar  su  corazón,  y  nuestro,  de  la  tierra 
al  cielo,  a  conocer  y  reverenciar  a  nuestro  Hacedor 
con  nuestra  más  alta  potencia  del  puro  entendimiento, 
le  dijo:  Los  verdaderos  adoradores  adorarán  al  padre 
en  espíritu  y  en  verdad;  porque  Dios  tales  adoradores 
buscaA  Entonces  se  adora  —  quiero  decir,  se  mira, 
reconoce  y  reverencia  —  a  Dios  de  nosotros  en  espí- 
ritu, cuando  en  llegando  con  nuestras  potencias  sen- 
suales a  estas  cosas  exteriores,  dejamos  luego  esta  sen- 
sitiva operación;  y,  pasando  por  ellas,  nos  ocupamos 
con  el  entendimiento  en  entender  la  potencia  y  bondad 
y  amor  que  Dios  nos  enseña  en  cada  una  de  las  dichas 
cosas. 

Y  para  esto,  ejercítase  en  considerar  cómo  da  ser 
a  las  cosas,  mirando  que  hay  mucha  diferencia  entre 
hacer  y  criar.  Ca  un  2  artífice  haciendo  una  imagen  o 
una  arca,  hácela  quitando,  como  vemos;  que  en  cada 
golpe  saca  una  astilla.  Mas  Dios  hace  las  cosas,  po- 
niendo lo  que  no  tienen.  Y  asegurándose  muchas  ve- 
ces, y  muy  largamente,  represente  a  su  imaginación 
que  ve  a  Dios  con  el  entendimiento  estar  dando  el  ser 

1  lo.  U,  23. 

2  í."  ed.:  Que  aun  artífice  (errata  evidente). 


C.  19.    En  espíritu  y  en  verdad 


215 


a  la  cosa  que  está  criando,  y  luego  vendrá  en  un  cono- 
cimiento, no  fingido,  mas  verdadero,  que  aquella  cosa 
no  se  cría  a  sí  misma,  mas  que  la  está  criando  Dios. 
De  lo  cual  saca  dos  verdades.  La  primera,  que  lo  que 
vemos,  es  lo  menos,  y  lo  que  no  vemos,  es  lo  más;  y 
así,  en  todas  las  cosas  que  de  ahí  adelante  ve  y  consi- 
dera, luego  se  aproveche  de  este  fundamento  y  escalón 
y  modo  o  medio,  harto  bueno  para  subir  al  conoci- 
miento divino. 

Y  la  segunda  verdad,  que  Dios  está  presente  a  todo 
en  todo  lugar  y  en  todo  tiempo.  Y  esto  es  en  inefable 
manera  provechoso  al  que  con  diligencia  se  diere  a  con- 
siderarlo. Porque,  como  en  todo  lo  que  ve,  ya  no  cura 
de  lo  que  los  ojos  corporales  suelen  acatar,  smo  la 
interior  verdad,  conviene  a  saber,  que  ninguna  cosa 
exterior  ni  interior  hay  que  no  la  esté  Dios  sustentando 
y  formando  y  hermoseando  y  acrecentando  y  multi- 
plicando. Y  como  esta  obra  sea  toda  intelectual,  vase 
en  el  hombre  reviviendo  y  criando  la  obra  del  espí- 
ritu, a  la  cual  dándose  mucho,  como  debe,  sentirá 
gran  fruto,  porque  vendrá  presto  a  tener  en  poco  toda 
forma  corporal  visible,  ocupándose  siempre  con  gran 
admiración  en  considerar  la  potencia  y  sabiduría  y  bon- 
dad de  Dios  que  considera  en  las  muchas  cosas  gran- 
des y  diversas  y  hermosas. 

Y  porque  la  ocupación  es  buena,  con  buena  inten- 
ción tomada,  conviene  a  saber,  para  buscar  a  Dios 
para  lo  amar  y  tener  en  reverencia;  ese  mismo  Señor, 
en  aquella  admiración  en  que  anda  ocupado,  le  co- 
munica un  sabor  interior,  poniéndolo  en  aquel  lugar 
do  esta  negociación  se  trata  —  que  es  en  lo  más  ínti- 
mo de  las  entrañas  — .  Y  como  aquel  lugar  sea  deli- 
cado y  todo  inclinado  y  en  todas  las  cosas  deseoso  de 
amor,  júntase  la  ternura  y  el  grande  apetito  con  la 
honorable  admiración  de  las  cosas  espirituales  y  la 
bondad  de  Dios,  que  nunca  falta.  Y  así,  en  tal  manera 
se  imprime  y  arraiga  y  apodera  en  lo  más  vivo  del  co- 
razón, que  propone  en  toda  su  vida  no  entender  en 
otra  cosa.  Y  así  viene  a  que  no  huelga  de  ocuparse 
en  otra  cosa,  sino  cuando  es  compelido  por  la  obedien- 
cia, o  necesidad  manifiesta,  que  le  trae  algún  negocio 
exterior.  Que  a  las  veces  distrae,  aunque  entre  aquél 
procura  de  no  salir  fuera  del  todo  de  estar  con  Dios. 


216 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


Pues  como  esta  obra  sea  toda  del  espíritu,  y  el  es- 
píritu tenga  tal  propiedad,  que  mientras  más  obra, 
más  crece;  y  tanto  más  es  hecho  hábil,  porque  es  muy 
ajeno  de  todo  cansancio;  y  como  vemos  que  si  un 
hombre  en  cualquier  obra  no  cansase,  más  que  siem- 
pre obrase,  aún  daría  o  haría  innumerable  obra;  así 
nuestra  ánima,  que  en  lugar  de  cansar  toma  fuerzas, 
y  el  sujeto  o  materia  en  que  se  ejercita  es  en  infinita 
cantidad  grande  y  en  soberana  manera  sabrosa,  júntase 
su  infatigable  obra  y  va  creciendo  poco  a  poco  en 
grande  manera.^ 

Y  demás  de  esto,  tiene  nuestro  Señor  Dios  y  padre 
amantísimo  una  virtud  atractiva,2  con  la  cual,  el  áni- 
ma que  a  él  con  entera  diligencia  se  allega,  tan  fuerte- 
mente la  tira  para  sí,  que  la  hace  olvidar  de  sí  misma; 
y  entrando  en  las  potencias  del  Señor,  en  infinita  ma- 
nera se  extiende  su  crecimiento.  Este  atraimiento  da 
a  entender  el  ánima  a  Dios  devota  cuando  en  el  libro 
de  los  Cánticos  dice  a  Dios  nuestro  Señor:  Trae  me 
tras  ti  y  correremos  en  el  olor  de  tus  ungüentos.^  Y  dan- 
do a  entender  lo  segundo  —  que  es,  cómo  se  extiende 
en  su  aprovechamiento  —  añade  luego  diciendo:  Tu 
nombre  es  como  el  aceite  que  se  ha  derramado  y 
cundido. 

El  segundo  fundamento  y  regla  que  debemos  guar- 
dar para  dignamente  ejercitarnos  en  la  meditación,  o 
mental  y  verdadera  oración,  que  se  ordena  para  co- 
nocer y  adorar  y  reverenciar  a  Dios,  enséñanosla  el 
mismo  Dios  nuestro  Señor  Jesucristo  en  la  otra  pala- 
bra que  se  sigue  en  la  dicha  autoridad,  do  dice:  Que 
hemos  de  adorar  a  Dios  en  espíritu  y  en  verdad. 

Declarado,  pues,  qué  quiere  decir  "en  espíritu", 
veamos  que  quiere  decir  que  le  adoremos  "en  ver- 
dad". Esta  verdad  consiste  y  nos  conviene  tener  en 
dos  cosas.  Una,  en  respecto  de  nosotros,  otra,  en  res- 
pecto de  Dios.  En  respecto  de  nosotros,  entonces  esta- 
mos en  la  verdad  y  conversamos  con  la  verdad  en  su 
presencia,  cuando  según  verdad  y  sin  ningún  fingi- 
miento sentimos  de  nos  mismos,  que  ninguna  cosa  te- 
nemos ni  podemos  hacer  de  bien  sin  su  gracia;  lo  cual. 


1  1.^  ed.:  en  muy  grande  manera. 

2  ed.:  atractaiva  (errata). 

3  Cant.  1,  3. 


C.  19.    En  espíritu  y  en  verdad 


217 


porque  adelante  entiendo  probar  suficientemente  por 
razón  y  por  testimonio  manifiesto  de  la  santa  Escrip- 
tura,  por  tanto  aquí  no  hablaré  más  desta  materia. 

La  otra  verdad  en  que  nos  hemos  de  fundar,  es 
en  respecto  de  Dios.  Entonces  andamos  en  verdad  en 
respecto  de  Dios,  cuando  sentimos  de  su  Majestad  toda 
perfección  pura  y  sin  mezcla  de  ninguna  falta  o  man- 
cilla; o  como  conviene  a  su  divina  esencia,  que  es,  sin 
tener  limitación,  como  la  hay  en  la  perfección  de  la 
criatura.  Y  así,  considerar  su  eternidad,  que  no  tiene 
principio  ni  fin;  y  su  majestad,  que  por  modo  incom- 
prensible está  en  cada  una  de  las  cosas,  y  en  toda 
parte  mínima  de  todas,  por  presencia  y  por  potencia  y 
por  esencia,  y  no  es  incluido  de  ninguna  ni  de  todas. 
Está  en  todas  íntimamente,  dándoles  siempre  todo  el 
ser.  Está  dentro  de  todas,  no  incluso.  Fuera  de  todas, 
y  no  excluido.  Debajo  de  todas  para  sustentarlas,  y 
no  abajado.  Sobre  todas,  y  no  elevado.  Sólo  inmortal 
e  inconmutable  e  inmenso  en  todo.  Su  potencia  no 
tiene  término.  Su  bondad  no  tiene  comienzo  ni  cabo. 
Todas  las  cosas  gobierna,  sin  se  ocupar  ni  impedir- 
se. Todas  las  dispone,  sin  errarse.  Todas  las  mueve,  sin 
cansarse.  Es  un  fuego  infinito  de  amor,  que  siempre 
nos  ama,  y  siempre  en  aquel  amor  infinito  arde  sin  en- 
friarse. 

Y  cuando  parece  que  nos  aborrece,  es  no  porque 
aborrezca  cosa  de  cuantas  ha  hecho,  mas  porque  abo- 
rrece nuestro  pecado.  Esto  es  lo  que  castiga,  y  por  la 
obstinación  condena,  que  es  cuando  alguno  por  su  ma- 
licia siente  mal  de  él,  y  huye  de  él,  y  procura  cuanto  en 
sí  es  de  lo  contradecir,  e  impedir  el  amor  con  que  le 
ama,  y  el  bien  que  le  quiere  hacer.  Y  porque  esto 
mejor  se  entienda,  porque  nos  es  grandemente  fruc- 
tuoso, declarémoslo  por  un  ejemplo. 

Pongamos  que  sea  un  padre  que  tenga  un  hijo  al 
cual  ama  cordialmente.  Claro  está,  que  el  deseo  de  este 
padre  es  de  honrar  al  tal  hijo  cuanto  más  pudiere,  y 
darle  todos  sus  bienes.  Esto  es  manifiesto,  pues  vemos 
que  el  fin  por  qué  trabajan  los  padres,  es  el  provecho 
de  los  hijos.  Pues,  no  es  duda  ser  su  deseo,  que  su  hijo 
sea  discreto  y  concertado,  y  capaz  de  los  bienes  que  le 
quiere  dar;  y  junto  con  esto,  que  su  hijo  le  tuviese 
amor,  y  siempre  holgase  más  en  estar  en  su  presencia 

15 


218 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


que  con  otro,  y  que  si  alguna  necesidad  tuviese,  con- 
fiase con  toda  certidumbre  que  su  padre  tenía  voluntad 
de  la  suplir. 

Pues,  si  el  hijo  siempre  tuviese  este  concepto  de  su 
padre,  siempre  estaría  seguro;  y  con  la  confianza  que 
de  él  tiene,  allegaríase  a  él  a  menudo,  y  con  la  mucha 
frecuentación  de  cada  día  iría  más  entendiendo  y  co- 
nociendo la  voluntad  de  tan  bueno  y  tan  rico  padre, 
de  do  le  vendría  crecer  en  deseo  de  le  aplacer;  de  lo 
cual  se  seguiría,  que  tanto  más  el  padre  se  comunicaría 
con  él,  y  él  siempre  crecería  en  más  obrar  su  voluntad; 
por  lo  cual,  de  cada  un  i  día  sería  más  amado  del  padre 
y  digno  de  recibir  las  paternales  bendiciones. 

Pues  tornando  agora  por  el  contrario,  pongamos 
que  el  hijo  tuviese  una  medrosa  sospecha  de  su  pa- 
dre, que  lo  quería  mal,  y  por  ninguna  manera  —  por  se- 
ñales, palabras  ni  obras  que  el  padre  le  mostrase  — ,  pu- 
diese creer  otra  cosa.  Este  tal  andaría  aventado  ^  de 
la  casa  de  su  padre,  y  por  la  ausencia  de  él  siempre  ten- 
dría menos  conocimiento  de  su  voluntad.  De  donde  se 
seguiría,  que  sus  obras  tanto  más  fuesen  ^  discordes 
del  deseo  del  padre,  que  en  lugar  de  ganarle  la  volun- 
tad para  que  le  hiciese  mercedes,  muchas  veces  le 
indignase  ^  contra  sí;  en  manera,  que  en  lugar  de  bie- 
nes mereciese  males. 

De  la  misma  manera  somos  nosotros  con  nuestro 
padre  Dios;  que  si  tenemos  de  él  buen  concepto  y  firme, 
y  por  consiguiente  no  huímos  de  él;  antes,  ya  que  por 
nuestra  flaqueza  le  hayamos  hecho  alguna  ofensa,  nos 
pesa;  y  nos  volvemos  luego  a  él,  con  confianza  que 
nos  dará  perdón  y  salud  y  remedio  para  nuestra  llaga 
y  enfermedad  y  para  toda  necesidad,  como  el  buen 
hijo  que  sabe  que  tiene  un  padre  piadosísimo,  y  que 
es  de  él  más  amado  que  de  otro:  venirnos  ha  el  bien  de 
su  divina  majestad  y  paterna  e  inmensa  bondad,  como 
el  ejemplo  arriba  puesto  lo  demuestra.  Y  de  la  misma 

1  cada  un  día,  forma  clásica  anticuada  por  cada  día. 

2  aventado,  e.  e.,  alejado,  auyentado.  El  verbo  aventar  se  usa 
aún  hoy  día  pero  no  con  el  significado  de  aquí,  sino  de  lanzar  una 
cosa  al  viento  para  que  la  lleve  éste.  Esta  misma  palabra  y  con 
este  significado  de  aquí  la  emplea  fray  Luis  de  León  en  los  Nom- 
bres de  Cristo,  aunque  la  forma  difiere  algún  tanto. 

3  fuesen  por  serían. 

4  indignase  por  indignaría.  Parece  corrompido  este  pasaje. 


C.  19.    En  espíritu  y  en  verdad 


219 


manera,  por  el  contrario,  si  tuviéremos  lo  contrario  del 
hijo  adverso  y  perverso. 

Debe,  pues,  el  que  quisiere  aprovechar  en  el  amor 
de  la  bondad  y  caridad  de  Dios  nuestro  Señor,  estar 
muy  atento  a  todas  las  señales  de  amor,  que  siempre 
nos  muestra  por  obras  y  palabras;  y  mirar  siempre  cómo 
nos  está  dando  continuamente  tantos  dones  por  puro 
amor.  Y  que  si  aún  siendo  perversos  y  huyendo  de  él, 
y  menospreciando  lo  que  él  nos  manda,  no  cesa  de  ha- 
cernos tantas  mercedes,  ¿cuánto  mayores  bienes  parti- 
ciparemos de  él,  viniéndonos  a  él,  conociendo  nuestra 
culpa,  y  deseando  conversarle  y  agradarle,  y  estar 
siempre  en  su  presencia?  Esto  nos  da  a  entender  la  Sa- 
biduría diciendo:  Sentid  de  Dios  en  bondad,  y  buscadle 
con  corazón  sencillo,  porque  los  que  asi  lo  buscan  y  en 
él  confian,  sin  duda  le  hallan.^ 

Sentir,  pues,  de  Dios  así:  Ser  piélago  infinito  e  in- 
conmutable en  toda  nobleza,  virtud  y  bondad.  Y  que, 
si  de  cada  día  más  no  le  participamos  ni  gozamos,  es 
porque  de  él  huímos.  Y  conocer  de  nosotros  ser  del  todo 
inhábiles  de  nuestra  cosecha  para  todo  bien,  e  indig- 
nos de  todo  don,  y  dignos  por  nuestra  culpa  de  todo 
mal.  Y  que,  no  obstante  todo  esto,  si  con  verdadero 
corazón  a  él  nos  venimos,  nos  perdona  y  remedia,  en- 
riquece y  nos  ensalza,  y  consuela  con  la  participación 
de  su  divinidad,  por  ser,  como  ya  hemos  dicho,  esen- 
cia invariable  e  inmensa  en  toda  virtud  y  bondad; 
Esto  es  estar  delante  su  acatamiento  "en  verdad".  De 
lo  cual  se  sigue:  que  mirar  y  ver  y  reconocer  todo  esto 
con  el  puro  entendimiento  del  espíritu  y  ofrecerle 
nuestra  voluntad,  es  "adorar  a  Dios  en  espíritu  y  en 
verdad". 

Lo  dicho  de  este  capítulo  es,  por  la  mayor  parte,  del 
libro  llamado  ''Via  spiritus".'^  Lo  cual,  por  ser  útil  y 
devoto  me  pareció  ser  bien  recolegirlo  ^  en  esta  última 
meditación,  que  aquí  he  puesto. 

De  lo  dicho  se  sigue,  cuánta  es  la  maldad  y  cegue- 
dad del  mundo.  Porque  el  que  a  tanta  caridad  e  in- 

1  Sap.  1,  IS. 

2  Fray  Bernabé  de  Palma,  Via  Spiritus,  Salamanca,  1541, 
Cfr.  Introducción. 

3  recollegirlo,  e.  e.,  recopilarlo.  Latinismo  frecuente  en  los  si- 
glos XV  y  XVI. 


220 


Camino  del  cielo.    II.  Meditación 


mensa  bondad  no  se  aficiona,  muy  malo  es.  Y  el  que 
tanta  benevolencia  y  majestad  incomprensible  menos- 
precia, ciego  es.  Mas  el  que  no  huye  de  Dios,  antes  a 
él  se  allega  con  la  frecuente  y  santa  meditación;  como 
sea  de  la  divina  noticia  alumbrado,^  de  cada  día  se 
allega  más  a  él  con  el  deseo;  y  a  él  sólo  suspira;  y  le  da 
y  levanta  a  él  todo  su  corazón,  procurando  gozar  siem- 
pre su  divina  conversación  con  el  ejercicio  de  la  sa- 
grada oración. 


1  ed.:  noticia;  2.<*  ed.:  illumbrado,  errata. 


Tercera  Parte 


COMIENZA  EL  TERCERO  Y  ULTIMO  EJER- 
CICIO DEL  CAMINO  DEL  CIELO,  QUE  ES 
LA  ORACION 


I 


Capítulo  I 


DE  LA  CUALIDAD   DE  LA   ORACION   Y  DE 
CUATRO  CONDICIONES  DE  QUE  HA  DE  SER 
ACOMPAÑADA,    CON   LAS   CUALES  SIEMPRE 
ES  OIDA 


L  tercero  y  último  Ejercicio  del  camino  del  cielo 


L  —  que  es  más  alto  y  más  sabroso,  porque  con  él 
más  se  busca  y  halla  a  Dios  —  es  la  oración.  Y  porque 
este  divino  ejercicio,  es  el  fin  para  que  se  ordenan  los 
precedentes,  y  por  el  cual  participamos  más  la  divina 
bondad  y  su  dulcísima  familiaridad,  que  es  causa  de 
todos  los  bienes  verdaderos  y  dones  perfectos;  conviene 
considerar  con  toda  atención  acerca  de  seis  cosas.  La 
primera,  la  cualidad  de  la  oración.  La  segunda,  su  ne- 
cesidad. La  tercera,  su  nobleza  y  excelencia.  La  cuar- 
ta, su  utilidad.  La  quinta,  los  impedimentos  con  que 
el  demonio  procura  quitamos  ^  de  la  oración.  La  sex- 
ta, de  los  remedios  para  amarla,  y  tener  en  ella  atención. 

Cuanto  a  lo  primero  —  según  [el]  Sanio  Damasceno 
dice  —  la  "oración  es  un  levantamiento  del  alma  a 
Dios".  Este  levantamiento,  o  subida,  es  por  deseo,  el 
cual  procede  del  conocimiento  de  Dios,  que  con  la  fre- 
cuentación profunda  sobredicha  alcanzamos.  De  modo 
que  la  meditación  pare  la  verdadera  oración.  Porque 
considerando  profundamente,  y  sintiendo  cuán  amable 
sea  nuestro  Señor  Dios  en  sí  mismo,  y  cuán  amador 
nuestro,  somos  despertados  e  inflamados  a  amarle,  y  a 
desear  verle  y  agradarle.  Y  este  deseo,  enviado  a  Dios, 
es  una  petición  del  corazón,  en  lo  cual  consiste  la 
oración. 

Esto  mismo  da  a  entender  nuestro  padre  San  Agus- 


1    quitarnos,  e.  e.,  apartarnos. 


224 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


tín,  cuando,  definiendo  qué  cosa  sea  oración,  dice: 
Oración  es  una  petición  hecha  a  Dios  para  alcanzar 
las  cosas  que  nos  convienen.  En  decir,  que  esta  peti- 
ción es  hecha  a  Dios,  se  da  a  entender,  que  el  alma, 
cuando  ora,  ha  de  mirar  con  quién  habla,  y  a  quién 
pide;  y  esto,  no  se  mira  y  siente,  sino  con  el  corazón. 
Pues,  luego  pedirlo  con  sola  la  lengua,  sin  sentir  lo 
que  habla,  no  es  orar,  sino  parlar.  Si  esto  fuese  oración, 
también  podría  orar  un  tordo  o  papagayo;  porque, 
enseñándole  el  pater  noster,  podría  decirlo.  ¡Gran  mal 
es  que  tú,  hablando  con  el  rey  terreno,  que  es  un  gu- 
sanico  como  tú,  y  sobre  pedirle  algunas  mercedes  de 
cosas  transitorias,  estés  muy  atento  y  remirado;  y  que 
hablando  con  el  sumo  rey  del  Cielo  y  Dios  todopode- 
roso, y  sobre  pedirle  mercedes  de  los  bienes  verdaderos 
y  eternos,  no  estés  mirando  a  lo  que  dices,  ni  con 
quién  hablas;  y  que  hablando  con  la  majestad  divina, 
tengas  el  corazón  en  la  plaza  o  en  alguna  cosa  transi- 
toria! 

De  estos  tales  se  queja  el  mismo  Dios  por  un  pro- 
feta, diciendo:  Este  pueblo  con  sus  labios  me  honra, 
más  su  corazón  lejos  está  de  mí  A 

En  esta  definición  del  bienaventurado  padre  San 
Agustín  se  incluyen  las  condiciones  que  ha  de  tener  la 
oración  para  ser  oída,  y  alcanzar  todo  lo  que  demanda. 
En  lo  que  dice  "petición",  se  denota 2  la  humildad  con 
la  cual  conocemos  nuestra  falta  y  necesidad.  Porque 
el  que  a  otro  pide,  es  que  no  tiene,  y  el  humilde  —  que 
es  el  que  verdaderamente  se  conoce  —  halla  que  de  sí 
no  tiene  bien  alguno,  y  que  le  falta  todo,  así  lo  reci- 
bido —  porque  por  su  ingratitud  merece  que  le  sea  qui- 
tado —  como  también  todo  lo  demás  que  pide  de 
nuevo;  porque  de  todo  es  indigno.  Y  que  no  sólo  no 
merece  bienes  algunos,  mas  muchos  males,  incompa- 
rables y  perdurables. 

Conociendo  esto,  como  lo  conoce,  el  humilde,  y 
viéndose  en  toda  mengua,  da  voces  con  gemidos  inena- 
rrables, pidiendo  el  remedio  a  la  misericordia  divina. 
Y  conociendo  su  indignidad  y  maldad,  ora  con  hu- 
mildad. Y  el  que  así  humillándose  ora,  alcanza  de  Dios 

1  Is.  29,  13. 

2  se  denota,  latinismo  por  se  indica  o  señala. 


C.  1.    Definición  y  condiciones 


225 


lo  que  pide.  De  estos  dice  el  profeta:  Miró  Dios  la  ora- 
ción de  los  humildes  y  no  menospreció  sus  ruegos.^ 
Y  el  Sabio  dice:  La  oración  del  que  se  humilla  penetra 
los  cielos.'^ 

La  segunda  condición  es  la  confianza,  y  ésta  se  nos 
representa  en  decir,  que  la  "petición  es  hecha  a  Dios". 
Así  como  la  humildad  nace  del  conocimiento  de  ti 
mismo,  que  es  el  que  pide;  así  la  confianza  nace  del 
conocimiento  de  Dios,  que  es  a  quien  se  pide.  El  que 
a  Dios  conoce,  con  gran  confianza  le  pide,  porque 
sabe  que  es  Dios  piélago  infinito  de  piedad  y  de  libe- 
ralidad. Por  lo  cual  dice  nuestro  Padre  San  Agustín: 
Haya  vergüenza  la  pereza  humana;  porque  más  quiere 
Dios  dar,  que  el  hombre  le  ose  pedir,  Gran  falta  de  co- 
nocimiento de  Dios  es,  que  tengas  tu  confianza  de  ser 
favorecido  de  un  hombrecillo,  como  tú,  y  que  alcan- 
zarás de  él  todo  lo  que  te  cumple;  y  que  no  tengas  esta 
confianza  de  Dios  que  te  crió,  y  te  quiere,  para  darte 
a  sí  mismo.  El  que  sin  confianza  entera  de  Dios,  ora, 
no  merece  alcanzar  lo  que  pide.  Y  por  esto  dice  el 
apóstol  Santiago:  El  que  ora,  demande  con  fe,  no  du- 
dando cosa  alguna.  Porque  el  que  duda  semejante  es  a 
la  ola  del  mar,  que  se  mueve  con  cada  viento.^  Y  no 
piense  aquel  tal  alcanzar  de  Dios  cosa  alguna.  La  con- 
fianza, del  amor  procede.  Cuando  uno  ama  a  otro  y 
cree  ser  de  él  amado,  con  mucha  confianza  le  pide.  Por 
tanto  el  que  con  mucha  confianza  no  pide  a  Dios, 
claro  está  que  no  le  ama,  ni  cree,  ni  siente  cuánto  es 
de  Dios  amado.  El  que  a  Dios  ama,  con  toda  confianza 
le  demanda  cuanto  desea. 

Y  esto  es  lo  que  dice  el  apóstol:  El  que  espera,  no 
será  en  lo  que  pide  confundido,  porque  el  amor  de  Dios 
es  en  nuestros  corazones  difundidoA  Si  tuviéredes  tanta 
fe  como  un  grano  de  mostaza,  y  mandáredes  a  los 
montes  que  se  pasen  de  una  parte  a  otra  ^  —  ofrecién- 
dose necesidad  o  razonable  causa  —  obedeceros  han, 
dice  el  mismo  Señor  Dios  nuestro.  Con  toda  fiucia  ^  ha 


1  Ps.  101,  18. 

2  EcclL  35,  21. 

3  lac.  1,  6. 

4  Rom.  5,  5. 

5  Mt.  17,  20. 

6  fiuza  o  fiucia,  igual  a  confianza. 


226 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


de  pedir,  el  que  pide  mercedes  a  un  señor  tal,  que  es 
todopoderoso  e  infinitamente  magnífico  y  piadoso.  Y  por 
esto  dijo  el  mismo  Señor  nuestro  a  sus  discípulos, 
viéndolos  en  el  mar  temerosos:  Tened  confianza,  que 
yo  soy.^  De  aquí  se  sigue,  que  cuanto  uno  más  de 
Dios  confía,  tanto  más  alcanza  lo  que  desea. 

La  tercera  condición  es,  que  sea  saludable;  con- 
viene a  saber,  que  se  pidan  cosas  no  contrarias  mas 
convenientes  a  nuestra  verdadera  y  eterna  salud.  Esto 
da  a  entender  nuestro  Señor  Jesucristo,  diciendo:  En 
verdad  os  digo,  que  cualquier  cosa  que  pidiéredes  al 
Padre  en  mi  nombre,  os  la  dará.^  Su  nombre  es  Jesús, 
que  quiere  decir  Salvador,  No  pide,  pues,  en  su  nom- 
bre el  que  pide  cosas  contrarias  o  impertinentes  a  su 
salvación.  De  aquí  es,  que  las  cosas  temporales,  como 
son  salud  del  cuerpo,  hijos,  haciendas,  honra  y  cual- 
quier otro  bien  transitorio,  no  se  ha  de  pedir  absoluta- 
mente, sino  condicionalmente,  esto  es,  si  nos  fuere  para 
lo  eterno  conveniente.  Porque  algunas  veces  puede  ser 
que  estas  cosas  no  nos  cumplan,  antes  impidan;  y  en- 
tonces no  deben  ser  deseadas,  y  es  gran  misericordia 
que  nos  sean  negadas. 

Otras  veces  nos  son  útiles  estos  bienes  temporales 
para  los  espirituales,  y  entonces  sin  duda  nos  son  con- 
cedidos, porque  los  ordenamos  para  el  fin  suyo,  que  es 
para  los  eternos.  Y  por  esto  dice  nuestro  Señor  Jesu- 
cristo: Buscad  primero  el  reino  de  Dios  y  su  justicia, 
y  todas  estas  cosas  temporales  os  serán  añadidas.^  El 
que  las  pide  por  solas  ellas,  parando  en  ellas,  que  es  no 
siendo  para  el  dicho  fin  ordenadas,  como  sean  cosas 
transitorias,  en  vano  pide,  porque  nada  pide.  Y  esto 
demuestra  el  Señor,  diciendo:  Hasta  ahora  ninguna 
cosa  habéis  pedido,  pedid  de  aquí  en  adelante  en  mi 
nombre,  y  recibiréis^  Dice,  que  ninguna  cosa  habían 
pedido;  porque  tiene  Dios,  y  debemos  nosotros  tener 
por  nada,  lo  que  S0>  pasa,  que  es  todo  esto  visible,  sino 
en  cuanto  se  ordena  para  lo  espiritual  y  divino,  que  sin 
fin  permanece.  Esto  significa  en  lo  que  añade:  Pedid 
en  mi  nombre  —  que  Salvador  quiere  decir  —  todas 

1  lo.  6,  20. 

2  lo.  13. 

3  Mt.  6,  33. 

4  lo.  16,  2^. 


C.  1.    Definición  y  condiciones 


227 


las  cosas  que  cumplen  para  vuestra  salvación,  y  reci- 
birlas heis. 

No  es  cosa  honesta  pedir  cosas  vanas  a  un  señor  de 
infinita  potencia  y  magnificencia,  que  desea  y  nos  man- 
da le  pidamos  grandes  mercedes  e  inefables  dones.  Lo 
que  absolutamente  le  debemos  pedir,  es  la  vida  bien- 
aventurada y  eterna,  y  los  medios  para  alcanzarla,  que 
es  su  gracia  y  virtudes,  y  todos  los  dones  espirituales 
que  para  más  amarle  y  servirle  nos  sean  importantes; 
y  condicionalmente,  cualesquier  bienes  temporales; 
quiero  decir:  siendo  expedientes  i  para  los  sobredichos.^ 
Y  si  bien  miramos,  en  dos  cosas  se  incluyen  todas 
las  que  pide  el  que  piadosamente  y  dignamente  ora  y 
a  Dios  así  orando  demanda;  que  son,  verle  y  agradar- 
le. El  que  así  ora,  todo  cuanto  pide  alcanza,  porque  su 
oración  es  saludable  y  piadosa.  Y  esto  es  lo  que  dice 
nuestro  padre  Santo  San  Agustín  en  la  definición  so- 
bredicha, diciendo,  que  es  la  oración  petición  de  cosas 
convenientes,  que  es  lo  mismo  que  saludables. 

La  cuarta  condición  es  la  perseverancia,  que  de  lo 
dicho  se  sigue.  Porque  el  que  conoce  la  suavidad  y  fe- 
licidad que  con  la  oración  se  alcanza,  nunca  de  orar 
se  cansa.  Por  lo  cual  dice  nuestro  Señor  en  el  Evange- 
lio: Que  conviene  siempre  orar  y  nunca  desfallecerá 
Y  el  apóstol  nos  dice  y  amonesta  que  oremos  sin  in- 
tervalo, que  quiere  decir,  de  continuo.^  El  que  verda- 
deramente a  Dios  ama,  siempre  ora;  porque  el  amor 
divino  siempre  le  mueve  el  corazón,^  lo  cual  dijimos 
que  es  orar.  Si  el  que  da  petición  al  rey  terrenal,  o  a  su 
Consejo,  sobre  demandar  su  hacienda,  renta  o  estado, 
no  se  querría  ocupar  ni  entender  en  cosa  que  esto  le 
impida;  ni  se  cansa  de  negociarlo,  aunque  le  dure  este 
negocio  toda  la  vida,  ¿cuánto  más  no  se  debe  cansar 
en  este  tiempo  ^  el  que  pide  a  Dios  los  tesoros  incom- 
parables e  incorruptibles,  y  aquel  estado  de  señorío 
perpetuo  de  su  celestial  reino,  y  la  visión  y  fruición 
de  ese  mismo  Dios  infinito?  Pues  es  cosa  cierta,  que  si 

1  expedientes,  e.  e.,  convenientes.  Latinismo  hoy  no  usado 
del  verbo  expedio,  convenir. 

2  sobredichos,  e.  e.,  fines  eternos  o  espirituales. 

3  Le.  18,  1. 

4  1  Thess.  1,  2. 

5  í.«  ed.:  a  deseo  de  le  ver  y  agradar,  lo  cual... 

6  1.^  ed.:  En  este  momento  de  tiempo. 


228 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


persevera  en  demandarlo,  no  le  será  negado;  más  que 
con  pedirlo  con  verdadero  deseo  en  este  tiempo  bre- 
vísimo, será  de  él  tan  presto  alcanzado.  Señal  es  que  es- 
tima en  poco  estas  mercedes,  quien  se  cansa.de  desear- 
las y  pedirlas. 

Ayuda  a  perseverar  en  la  oración,  que  en  todo  tiem- 
po y  lugar  podemos  pensar  en  Dios  y  con  nuestro 
deseo  hablarle  y  pedirle:  en  la  iglesia,  y  en  casa,  y  en 
la  plaza,  y  en  la  calle,  y  en  el  camino,  estando  solos 
y  acompañados.  Siempre  podemos  y  debemos  tener  en 
Dios  nuestros  ojos,  como  lo  dice  el  profeta,^  y  proveer 
de  tenerle  siempre  en  nuestro  acatamiento,  para  ha- 
blarle con  nuestro  deseo  orando,  como  en  otra  parte 
lo  enseña  el  profeta  mismo:  Siempre  ora,  quien  siempre 
a  Dios  bendice.'^  Por  lo  cual  el  mismo  profeta  dice  en 
otra  parte:  Bendeciré  a  Dios  en  todo  tiempo.  Y  él  mis- 
mo amonesta  a  su  ánima  en  otro  Psalmo,  que  bendiga  a 
Dios  en  todo  lugar  de  su  señorío,^  que  es,  en  toda  par- 
te del  mundo. 

Los  tres  niños,  que  menospreciaron  adorar  la  es- 
tatua del  rey  de  Babilonia,  oraban  estando  en  el  fue- 
go; 4  y  Jonás,  en  el  vientre  de  la  ballena;  ^  San  Pablo 
en  lo  profundo  del  mar;  ^  San  Pedro,  en  la  cárcel; 
San  Andrés,  en  la  cruz;^  y  todo  justo,  en  cualquier 
lugar  y  tiempo.  Así  como  no  hay  momento  en  que  no 
estemos  recibiendo  algunos  dones  de  la  mano  divina, 
así  no  debe  haber  momento  en  que  no  tengamos  a  Dios 
en  nuestra  memoria,  como  nuestro  padre  San  Agustín 
lo  enseña. 

Que  la  perseverancia  de  la  oración  alcance  de  Dios 
todo  cuanto  quiere,  dalo  a  entender  el  mismo  nuestro 
Señor  Dios  en  el  Evangelio,  diciendo:  ¿Qué  hombre  hay 
que  si  tuviere  un  amigo  y  fuere  a  él  a  la  medianoche  a 
pedirle  lo  que  se  lo  ofrece  que  le  cumple  y  que  si  perse- 
vera en  llamarle,  aunque  esté  acostado,  y  cerrada  la 
puerta,  y  en  tiempo  tan  importuno,  que  no  se  levante  y 

1  Ps.  53,  Jt. 

2  Ps.  2^. 

3  Ps.  102,  22. 

4  Dan.  3,  25. 

5  Ion.  2,  1. 

6  2  Cor.  11,  25. 

7  Act.  12,  U. 

8  Act. 


C.  1.    Definición  y  condiciones 


229 


le  dé  cuanto  le  pide,  si  persevera  en  llamarle  y  deman- 
darle.^ San  Pablo  no  cesó  de  orar  para  ser  librado  del 
estímulo,  hasta  que  le  fué  respondido:  que  le  era  dada 
gracia  con  que  fuese  aquél  vencido  para  mayor  mérito 
suyo?  2  La  Cananea  perseverando  en  la  oración,  alcan- 
zó lo  que  pedía. ^  Nuestro  Redentor  perseveró  orando 
en  el  huerto,  hasta  que  el  ángel  se  le  apareció  y  le 
conhortó.^  Y  aún  dice  el  evangelista  que,  puesto  en 
aquella  agonía,  más  prolijamente  oraba.  Y  en  las  pos- 
treras palabras  que  habló  a  sus  amados  discípulos,  lo 
que  les  amonesta  y  encarga  es,  que  se  den  a  la  oración. 
Velad  —  dice  —  y  orad,  porque  no  entréis  en  ten- 
tación.^ 

No  hay  cosa  que  el  demonio  más  aborrezca  y  más 
impedir  procure,  que  es  la  oración.  Porque  sabe  que 
no  tenemos  otras  armas  con  que  él  se  vea  vencido,  ni 
tiempo  en  que  se  nos  siga  más  fruto.  Por  esto,  procura 
de  entremeter  muchos  y  diversos  pensamientos,  y  de 
atraer  todas  ocasiones  para  otros  motivos,  y  atraer  cua- 
lesquier  impedimentos. ^  Y  así,  hace  los  principios  de 
la  oración  ser  penosos  a  los  imperfectos;  porque,  o 
por  la  dificultad  vencidos,  o  por  su  astucia  engañados, 
no  oramos.  Mas  si  tú,  hermano  muy  amado,  crees  a 
nuestro  Redentor,  serás  continuo  orador.'^  Si  siempre 
andas  con  deseo  de  siempre  a  Dios  agradar,  nunca  ce- 
sarás de  orar. 

Aprovecha  mucho  para  la  perseverancia  de  esta  ora- 
ción divina,  conocer  la  necesidad  y  nobleza  y  utilidad 
de  ella;  y  destos  tres  puntos  resta  tratar  en  los  siguientes 
capítulos. 


1  Le.  11,  6. 

2  2  Cor.  12,  9. 

3  Me.  7,  2A-31. 

4  Le.  22,  l^k.  Conhortó  ;  igual  a  confortar.  Latinismo  del  verbo 
conhortar,  coexhortar,  alentar  con. 

5  Le.  22,  hO. 

6  cualesquier  impedimentos:  el  original  pone  cualquier,  errata 
evidente  por  cualesquier.  Atraer-atraer,  por  apartar.  Debe  ser  error 
de  imprenta,  por  distraer. 

7  orador,  e.  e.,  suplicante  u  orante.  Latinismo  hoy  en  desuso, 
pues  la  palabra  orador  se  aplica  sólo  al  que  ejercita  la  oratoria. 


Capítulo  II 


DE  LA  NECESIDAD  DE  LA  ORACION 

LA  oración  te  es  sobre  todas  las  cosas  necesaria  con- 
tra tu  necesidad  y  miseria,  la  cual  no  se  remedia 
sino  por  la  misericordia  divina,  que  por  medio  de  la 
oración  se  alcanza.  Así  lo  enseña  el  profeta  diciendó: 
Bendito  sea  el  Señor  que  no  apartó  de  mí  la  oración 
mía  y  la  misericordia  suyaA  La  oración  nuestra  y  la 
misericordia  suya  pone  juntas,  porque  siempre  andan 
acompañadas. 

A  quien  Dios  hace  merced  de  darle  el  don  de  la 
oración,  nunca  le  niega  su  misericordia,  para  todo  lo 
que  cumple  a  su  consolación  y  salvación.  La  razón  es 
clara.  Porque  como  Dios  sea  la  fuente  do  todo  bien 
emana,  y  sea  bondad  inñnita,  siempre  tiene  voluntad 
de  se  nos  comunicar.  No  nos  da  sus  dones  por  nuestros 
méritos,  porque  los  mismos  méritos  son  dones  suyos; 
mas  deja  muchas  veces  de  darlos  a  los  que  le  cierran 
la  puerta,  no  queriéndolos,  y  haciéndose  por  su  mali- 
cia indignos.  No  los  da,  porque  por  nuestras  obras, 
como  de  propia  virtud  nuestras,  se  merecen;  mas  nié- 
galos a  los  que  las  desmerecen.  No  quiere  Dios  de  nos- 
otros sino  que  no  le  contradigamos,  y  que  con  nuestras 
maldades  no  le  impidamos  y  repugnemos.2  Él  siempre 
está  a  la  puerta  de  nuestro  corazón  llamando,  previ- 
niéndonos —  aunque  malos  e  indignos  —  para  que,  en 
abriéndole,  se  entre  a  cenar  con  nosotros,  para  hacer- 
nos todas  las  mercedes  que  quisiéremos,  y  remediar  to- 
das nuestras  necesidades.  Pues,  así  como  la  puerta  de 
nuestro  corazón  está  a  Dios  cerrada  por  el  conoci- 

1  Ps.  65,  20. 

2  repugnemos,  esto  es,  contradigamos,  opongamos.  Latinismo 
(del  verbo  repugnar  z=z  luchar,  combatir),  hoy  casi  en  pleno  desuso. 


C.  2.  Necesidad 


231 


miento  y  menosprecio;  así  la  abrimos  con  el  buen  co- 
nocimiento y  deseo.  Y  este  deseo  es  la  verdadera  ora- 
ción, como  ya  hemos  dicho. 

Pues,  si  quieres  conocer  la  necesidad  que  tienes  de 
orar,  considera  bien  los  males  y  peligros,  necesidades  y 
miserias,  presentes  y  futuras,  en  que  estás  engolfado; 
pues,  para  todo  esto  es  la  oración  único  remedio.  Las 
necesidades  y  miserias  que  en  esta  vida  padeces  en  el 
cuerpo  y  en  el  alma,  hallarás,  si  bien  miras,  que  son 
sin  cuento  y  continuos.  Sino  que,  como  nacimos  y  nos 
criamos  con  ellas,  no  son  tan  miradas.  ¿Qué  de  defec- 
tos en  el  cuerpo,  en  el  más  rico  y  poderoso  del  mundo? 
Hambre,  sed,  hastío,  cansancio,  mil  géneros  de  enfer- 
medades, dolores  y  corrupciones  en  que  estamos  a 
cada  paso  sujetos  y  de  pies  a  cabeza  metidos.  Y  sobre 
todo  esto,  la  muerte,  que  siempre  nos  anda  acechando, 
y  nos  ha  de  arrebatar  a  deshora  y  presto.  En  el  ánima, 
llenos  de  ignorancia,  con  que  a  cada  paso  se  nos  ofrece 
en  que  no  sabemos  lo  que  nos  cumple.  Llenos  también 
de  malas  inclinaciones,  cargados  de  pecados,  comba- 
tidos de  grandes  y  diversas  tentaciones,  de  la  carne, 
del  mundo,  de  los  demonios.  Cercados  de  malas  com- 
pañías, de  hombres  necios  y  maliciosos,  malévolos,  fin- 
gidos, mintrosos,!  cautelosos,  ingratos,  traidores  crue- 
les y  pestíferos.  Estorbadores  para  el  bien,  provoca- 
dores para  el  mal.  Escarnecedores  de  la  virtud,  vacíos 
de  caridad,  llenos  de  malignidad.  Finalmente,  conver- 
samos—  como  dice  el  apóstol  —  en  medio  de  la  na- 
ción prava  y  perversa,'^  y  moramos  —  como  dice 
Ezequiel  —  entre  los  escorpiones  e  incrédulos  y  revol- 
vedores.^ 

¿Pues,  qué  si  alzamos  los  ojos  a  las  miserias  de  la 
otra  vida,  en  que  hemos  incurrido  por  un  solo  pecado 
mortal  —  ¿cuánto  más  por  muchos?  — ;  y  miramos  la 
pérdida  de  los  bienes  verdaderos  y  eternos  del  paraíso; 
y  estar  condenados  a  los  tormentos  perdurables  del  in- 
fierno; y  que  es  cierto  que  la  sentencia  está  ya  dada,  y 
que  no  sabemos  si  está  revocada;  y  los  muchos  de  los 
mismos  cristianos  que  caen  en  ella?  Si  estas  cosas  pro- 

1  mintrosos,  e.  e.,  mentirosos.  Es  contracción  de  mintirosos, 
forma  aún  hoy  día  muy  usadxi  en  el  pueblo. 

2  Phil.  2,  IJf. 

3  Ez.  2,  6. 


232 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


fundamente  pensamos,  ¿en  cuánta  miseria  nos  halla- 
remos? 

Cosa  es  de  grande  admiración,  cómo  nos  podemos 
reir  en  este  mundo,  viéndonos  puestos  en  tanto  peligro. 
Cosa  es  de  gran  dolor  ver,  que  no  podamos  dormir,  ni 
comer,  ni  cosa  alguna  negociar,  sin  hablar  de  esto,  o 
pensar  en  esto,  y  ordenar  todo  lo  que  hacemos  a  librar- 
nos de  tan  incomparable  peligro.  Miremos  bien  esto: 
Cómo  estamos  siempre  en  la  presencia  y  en  la  mano 
de  Dios,  a  quien  tanto  hemos  ofendido.  Y  temiendo, 
como  es  razón,  sus  juicios,  con  los  cuales  caen  y  se 
condenan  tantos,  procuremos  de  sentir,  cómo  en  todo 
momento  estamos  en  este  tan  gran  peligro,  que  es  sol- 
tarnos y  arrojarnos  Dios  de  su  mano,  y  así  perderle  sin 
remedio  y  caer  de  la  jurisdicción  del  cielo  hasta  el  pro- 
fundo del  infierno;  y  que,  por  tanto,  siempre  debemos 
estar  demandando  a  Dios  misericordia  con  voces  de 
incomparable  deseo.  Esto  nos  enseña  el  profeta  dicien- 
do: Como  los  ojos  de  la  esclava  en  las  manos  de  su  se- 
ñora, así  están  los  nuestros  a  nuestro  Señor  Dios,  hasta 
que  haya  misericordia  de  nos.^  Y  en  otro  Psalmo  dice, 
hablando  de  este  peligro:  Mis  ojos  siempre  están  pues- 
tos en  Dios,  porque  él  librará  mis  pies  del  lazo.^ 

Pues,  como  la  oración  sea  la  que  alcanza  la  miseri- 
cordia para  toda  nuestra  miseria  y  sea  para  todos  nues- 
tros males  único  remedio,  según  habemos  ya  probado, 
cuanto  tus  miserias  presentes  y  futuras  pudieres  más 
conocer,  tanto  conocerás  más  la  necesidad  que  tienes 
de  orar.  Esto  significa  el  Apóstol,  a  do  dice:  que  el 
Espíritu  Santo  pide  por  nosotros  con  gemidos  inena- 
rrables.^ Quiere  decir,  que  nos  muestra  el  peligro  y  mi- 
serias en  que  estamos,  y  nos  hace  orar  con  gemidos 
inefables  para  librarnos  de  tantos  y  tan  grandes  males. 

1  Ps.  122,  2. 

2  Ps.  2U,  15. 
-3    Rom.  8,  2fí. 


Capítulo  III 


DE  LA  NOBLEZA  Y  EXCELENCIA  DE  LA 
ORACION 


OMO  dice  el  bienaventurado  San  Crisóstomo,  nin- 


guno  hay  que  ignore  ser  la  oración  causa  de  todo 
bien.  Mas,  aunque  esto  se  sepa  de  todos  con  una  noti- 
cia universal,  conviene  que,  según  nuestras  fuerzas, 
tratemos  en  particular  este  negocio.  Porque  los  que  ya 
comenzaron  a  habituarse  en  la  oración  y  ocupar  en 
ella  su  vida,  se  les  aumente  la  intención  y  amor  de  ella. 
Y  también,  los  que  hasta  agora  han  vivido  tan  incon- 
sideradamente, que  han  menospreciado  su  ánima,  de- 
jándola desamparada  deste  divino  ejercicio  y  único 
refugio  y  amparo,  conozcan  juntamente  la  pérdida  de 
su  tiempo  pasado,  y  en  el  que  les  resta  de  vivir,  no  per- 
mitan privarse  de  la  salud. 

Ocurre,  pues,  luego,  para^  hablar  de  sus  excelen- 
cias, primeramente  aquella  que  es  máxima,  conviene  a 
saber:  que  el  que  ora,  habla  con  Dios.  ¡Oh,  de  cuanta 
dignidad  es  hablar  el  hombre  con  Dios  todas  las  veces 
que  quiera,  y  tener  familiaridad  con  su  infinita  majes- 
tad, y  gozar  de  la  conversación  dulcísima  de  su  infinita 
bondad;  y  que  por  sólo  esto,  que  es  conversar  con  Dios, 
que  es  gozar  de  tanta  honra  y  tan  delectable  y  bien- 
aventurado coloquio,  alcance  del  mismo  Dios  todo 
cuanto  quiere  y  le  pide!  Si  el  Rey  terreno  concediese 
a  alguno  tal  gracia,  que  pudiese  hablar  con  él  cada  vez 
que  quisiese,  y  cuanto  quisiese,  sin  que  ninguno  le  pu- 
diese impedir;  y  que  sólo  porque  se  huelgue  y  quiera 
hablarle  y  conversarle,  le  dará  cuanto  le  pidiera:  ¿en 
qué  tanto  debría  estimar  esta  gracia  de  tan  gran  am.or 

1  para  hablar  =  al  hablar.  Empleo  poco  frecuente,  aun  en  el 
siglo  XVI,  de  la  preposición  para  con  significado  de  al. 


15 


234 


Camino  del  cielo.    JII.  Oración 


y  favor  significativa?  Pues  si  tener  tal  gracia  con  el  rey 
de  la  tierra  [es  singular  favor],  ¿cuánto  más  con  el  rey 
del  cielo?  Pues  mira,  oh  ánima,  que  con  el  ejercicio  de 
la  oración  alcanzas  esta  gracia  suprema,  que  es  con- 
versar deleitablemente  con  Dios.  Y  por  esto  sólo,  que 
es  un  gozar  deleitable  de  su  conversación,  alcanzas 
cuanto  quieres  de  ese  mismo  Dios.  Y  por  esto  dice  el 
profeta:  Deléitate  en  Dios  y  y  darte  ha  las  peticiones  de 
tu  corazón.'^ 

Es  ésta  una  dignidad  de  tanta  honra,  que  sobrepuja 
la  majestad  angélica.  Lo  cual  entendiendo  bien  los  mis- 
mos ángeles,  como  por  la  santa  Escriptura  se  dice.  To- 
dos con  mucho  temblor  ofrecen  al  Señor  sus  loores, 
teniendo  cubiertas  sus  caras  y  sus  pies  por  la  suma  re- 
verencia con  que  le  hablan,  y  siempre  dando  vuelo  sin 
descanso.  En  lo  cual  significan,  cómo  están  temblando 
con  temor  de  reverencia  y  con  gozo  ante  el  acatamien- 
to divino;  dándonos  también  a  entender  que  nos  hemos 
de  llegar  a  la  oración  con  gran  temor  y  gozo.  Con  te- 
mor, temiendo  ser  indignos  de  hablar  con  Dios.  Con 
gozo,  considerando  las  sumas  mercedes  que  en  esto 
nos  son  hechas.  Y  también,  que  cuando  oramos,  debe- 
mos olvidarnos  de  nuestra  humana  naturaleza;  item, 
que  siendo  llenos  juntamente  de  gozo  y  temor,  no  mi- 
remos cosa  alguna  de  estas  presentes;  mas  estimémonos 
estar  en  medio  de  los  ángeles,  y  ofrecer  juntamente  con 
ellos  un  mismo  sacrificio. 

En  todas  las  otras  cosas,  gran  diferencia  hay  entre 
ellos  y  nosotros,  así  de  parte  de  su  naturaleza,  como 
en  todas  las  otras  virtudes.  Mas  en  la  oración,  comuni- 
can los  hombres  con  los  ángeles.  La  oración  es  la  que 
nos  distingue  de  los  animales  brutos,  y  nos  acompaña  2 
a  los  espíritus  angélicos.  De  que  se  sigue,  que  fácil- 
mente pasa  a  su  compañía  el  que  orando  imita  su  vida. 
¿Qué  cosa  puede  ser  hallada  más  santa,  ni  más  sabia, 
ni  más  justa,  ni  más  hermosa  y  adornada?  Si  los  que 
acostumbran  a  hablar  con  hombres  sabios,  por  la  con- 
tinua costumbre  de  comunicar  con  ellos,  de  tal  manera 
son  mudados  y  mejorados,  siendo  de  su  prudencia  re- 
vestidos, ¿qué  podremos  decir  y  sentir  de  los  que 

1  Ps.  86,  Jf. 

2  nos  acompaña      nos  hace  iguales  o  compañeros  de  los  ángeles. 


C.  3.    Nobleza  y  excelencia 


235 


con  ese  mismo  Dios  acostumbran  a  platicar?  ¡De  cuán- 
ta sabiduría  y  virtud,  de  cuánta  prudencia  y  bondad  los 
hinche  la  oración  con  su  frecuentación!  ¡Cuánta  digni- 
dad al  linaje  de  los  mortales,  que  es  poder  gozar  con- 
tinuamente de  su  divino  coloquio,  por  el  cual  alcan- 
zamos ser  inmortales! 

Por  cierto,  necesaria  cosa  es  que  todo  aquel  que  con 
Dios  tiene  familiaridad,  sea  superior  a  la  muerte  y  a 
toda  cosa  corruptible.  Así  como  es  imposible  que  el 
que  goza  de  ios  rayos  del  sol,  no  sea  libre  de  las  tinie- 
blas^ así  también  no  es  posible  que  el  que  conversa  con 
Dios,  fuente  de  la  vida,  no  sea  hecho  inmortal;  porque 
la  misma  alteza  de  esta  dignidad  nos  traspasa  a  la  in- 
mortalidad. 

Si  los  que  con  el  emperador  familiarmente  hablan 
y  conversan,  habiendo  recibido  de  él  esta  honra,  no  pue- 
den ser  pobres;  ¿cuánto  menos  puede  ser,  que  los  que 
con  la  oración  acostumbran  a  hablar  con  Dios,  y  a  él 
por  la  virtud  de  ella  son  hechos  familiares,  tengan  las 
ánimas  mortales?  La  muerte  del  ánima  es  la  impiedad 
y  la  vida  contraria  a  la  ley  divina.  De  lo  cual  se  si- 
gue: que  la  vida  del  ánima  es  el  culto  divino,  y  la  vida 
a  este  culto  divino  digna.  Pues,  la  tal  vida  piadosa  y 
de  este  divino  ejercicio  merecedora,  la  oración  la  cría 
y  con  modos  maravillosos  concilla  y  aumenta  y  guarda. 

Si  alguno  es  poseído  del  amor  de  la  virginidad;  o 
si  estudia  abrazar  la  castidad  honorable  del  matrimonio; 
o  si  quiere  hechar  freno  a  la  ira;  o  si  alguno  cobdicia 
verse  limpio  de  la  pestilencia  de  la  envidia;  o  si  procu- 
ra hacer  otra  cualquier  cosa,  que  para  vivir  rectamente 
conviene;  la  oración  le  ha  de  guiar  y  con  ella  fácil- 
mente lo  puede  todo  alcanzar.  No  es  cosa  posible,  que 
el  que  pide  a  Dios  castidad,  justicia,  mansedumbre  y 
benignidad,  no  alcance  de  él  lo  que  pide,  pues  él  mismo 
nos  dice:  Pedid  y  daros  han,  buscad  y  hallaréis,  lla- 
mad y  abriros  han.  Porque  todo  aquel  que  pide,  recibe; 
y  el  que  busca  halla;  y  al  que  llama,  se  le  abre  la  puer- 
ta.^ Y  él  mismo  dice  en  otra  parte:  ¿Quién  de  vosotros 
hay  que  si  su  hijo  le  pide  pan  le  dé  una  piedra,  o  si 
le  pidiere  algún  pece  le  diere  un  escorpión?  Pues  si  vos- 
otros, siendo  malos,  sabéis  dar  buenos  dones  a  vuestros 

1    Le.  11,  9. 


236 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


hijos,  ¿cuánto  más  vuestro  padre  celestial  dará  buen 
espíritu  a  los  que  lo  piden?  Con  tales  palabras  y  con 
tal  esperanza  nos  provoca  a  orar  el  Señor  de  todas  las 
cosas. 

Conviene,  pues,  que,  obedeciéndole,  empleemos  siem- 
pre toda  nuestra  vida  en  oraciones  y  divinos  loores;  y 
con  mayor  cuidado  de  este  santo  ejercicio  y  divina 
obra,  que  de  nuestra  propia  natural  vida.  Porque  ansí 
orando,  tendremos  vida  digna  de  hombres.  Porque 
cualquier  que  no  se  habitúa  a  orar  y  gozar  con  la  ora- 
ción del  coloquio  divino,  este  tal  está  muerto  e  insen- 
sato.i  Porque  esto  sólo  es  evidentísimo  argumento  de 
haber  perdido  el  juicio:  no  entender  la  grandeza  de  esta 
honra  de  la  familiaridad  divina,  ni  amar  este  divino  es- 
tudio, ni  estar  persuadido,  que  toda  alma  de  oración 
está  viva  y  con  vida  divina. 


1  insensato,  e.  e.,  insensible.  También  puede  tener  el  aignifi' 
£ado  de  necio. 


Capítulo  IV 


DE  LA  UTILIDAD  Y  PODERIO  DE  LA  ORACION 


A  Utilidad  de  la  oración,  de  las  cosas  ya  dichas  en 


el  capítulo  precedente  puede  ser  entendida.  Mas, 
porque  despertemos  a  amarla,  veamos  ahora  más  especí- 
ficamente el  valor  y  poderío  de  ella,  y  consideremos  pro- 
fundamente su  virtud,  para  todo  bien  poderosa,  y  su 
incomparable  eficacia. 

Suficientemente  podremos  conocer  todo  esto,  si 
atentamente  miramos  y  entendemos  —  según  lo  ponde- 
ra San  Crisóstomo  —  las  palabras  de  nuestro  Señor  Je- 
sucristo, que  con  su  misma  boca  nos  ha  dicho:  Decía- 
les —  dice  el  santo  Evangelio  —  esta  parábola.  Había 
en  una  ciudad  un  juez  tan  malo,  que  ni  temía  a  Dios, 
ni  había  vergüenza  de  los  hombres.  Había  en  aquella 
misma  ciudad  una  viuda,  la  cual  vino  a  él,  pidiéndole 
que  le  hiciese  justicia  de  su  adversario,  y  nunca  quería. 
Mas,  perseverando  ella  en  suplicarle  y  pedirle,  dijo 
aquel  mal  juez  dentro  de  sí:  Aunque  yo  no  temo  a 
Dios,  ni  acato  a  los  hombres,  mas  porque  esta  viuda  me 
es  molesta,  quiero  otorgarle  lo  que  me  demanda,  y  ven- 
garla de  su  adversario,  siquiera  porque  con  su  impor- 
tunidad no  me  moleste.^  Añadió,  pues,  luego,  nuestro 
Señor,  y  dijo:  Oid  lo  que  dice  el  juez  inicuo.  Pues,  si 
el  tal  dijo  esto,  ¿cuánto  más  Dios  hará  a  los  suyos  ven- 
ganza contra  todos  sus  adversarios  y  oirá  a  sus  esco- 
gidos que,  orando  le  llaman,  dándole  voces  de  día  y 
de  noche?  Yo  os  digo  que  los  vengaré  y  presto. 

Oigamos,  pues,  oh  hermano  —  dice  San  Crisósto- 
mo —  tan  profunda  y  tan  saludable  y  juntamente  tan 
suave  sentencia  de  esa  misma  verdad  dicha.  En  la  cual, 

1    Le.  18,  1-8. 


238 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


queriendo  nuestro  Señor  convidamos  a  la  oración  y 
comendar  i  a  nuestros  corazones  la  utilidad  de  ella,  in- 
duce y  propone  un  juez  malo  y  cruel  y  que  había  arro- 
jado de  sus  ojos  toda  vergüenza  a  los  hombres,  y  de  su 
ánima  todo  temor  de  Dios.  Bastará,  por  cierto,  propo- 
neros la  persona  de  un  juez  justo  y  piadoso,  para  que  la 
bondad  de  Dios,  se  nos  mostrará  de  cuánto  valor  y 
potencia  sea  la  oración.  Porque  si  el  hombre  manso  y 
benigno  recibe  alegre  y  amigablemente  a  los  que  lle- 
gan a  él  y  le  ruegan,  ¿cuánto  más  hará  esto  con  nos- 
otros nuestro  Dios,  cuya  benignidad  acerca  de  los  mor- 
tales es  tanta,  que  no  sólo  excede  nuestra  inteligencia, 
mas  aun  es  mayor  de  lo  que  puede  comprender  la  na- 
turaleza angélica?  Bastara,  pues,  como  dije,  proponer 
la  persona  de  un  juez  justo.  Mas  propónenos  e  induce 
un  juez  airado,  impío  e  inhumano  y  en  todas  las  otras 
cosas  implacable;  mas,  a  los  ruegos  frecuentados  y  por 
su  suplicación  hecho  manso  y  benigno.  Y  esto,  para 
darnos  a  entender,  que  la  oración  vence  aun  el  ingenio 
o  ánimo  malo,  y  con  ella  es  fácilmente  convertido,  y  a 
misericordia  y  clemencia  atraído. 

¿Por  qué  causa  ha  propuesto  Cristo  nuestro  Señor  tal 
semejanza,  sino  porque  ninguno  ignore  cuánta  fuerza 
tenga  la  oración  y  cuánta  sea  su  eñcacia?  Por  tanto, 
después  que  propuso  a  la  viuda  delante  el  juez,  el  más 
inhumano  del  mundo,  y  muestra  que  el  tal,  contra  toda 
naturaleza,  vencido  por  los  ruegos  de  aquélla,  le  había 
hecho  hacer  obra  humana  y  tan  buena,  convierte  en- 
tonces la  parábola  a  su  Padre,  y  tal  padre,  tan  manso, 
tan  benigno  y  tan  humano;  a  aqud  que  con  su  miseri- 
cordia vence  los  pecados  de  todos  los  mortales  y  toda 
nuestra  malicia;  a  aquél  que  perdona  tantas  y  tan  gra- 
ves ofensas;  a  aquel  que  sufre  cada  día  tantas  malas 
palabras  contra  él  dichas,  y  tantas  injurias,  y  que  di- 
simula la  honra  hecha  a  los  demonios  y  ser  él  ofendido 
con  muchas  deshonras,  y  a  su  Hijo  unigénito  haber  tra- 
tado con  innumerables  vituperios,  y  que  sufre  otras 
muchas  ofensas  graves;  de  ellas,  que  se  pueden  decir; 
de  ellas,  que  cumple  callar;  y  con  ser  tan  ofendido,  es 
a  todos  tan  manso. 

Pues,  si  viere  a  algunos  llegarse  a  él  con  aquel  te- 


1    comendar  por  encomendar.  Latinismo  desusado. 


C.  4.  Utilidad 


239 


mor  y  reverencia  que  le  es  debida,  ¿por  ventura  no 
habrá  de  ellos  misericordia?  Oíd,  dice,  lo  que  el  juez 
inicuo  dijo:  Aunque  no  temo  a  Dios,  ni  he  vergüenza 
del  hombre,  mas  porque  no  me  fatigue  más  con  sus 
ruegos,  yo  la  vengaré.  ¿Qué  es  lo  que  dices,  oh  juez? 
Lo  que  no  pudo  el  temor,  pudo  el  ruego.  Las  amenazas 
de  Dios,  ni  todo  lo  que  de  su  juicio  se  espera,  no  mo- 
vieron a  aquel  hombre  a  hacer  justicia.  Mas  la  supli- 
cación de  la  viuda,  trocó  al  juez  inicuo,  haciéndolo  de 
feroz  tan  manso.  Pues,  si  aquella  viuda,  suplicando, 
hizo  a  aquel  juez  cruel  ser  tan  manso,  ¿qué  podremos  y 
debemos  pensar  que  hará  la  oración  con  aquel  Señor 
que  es  tan  benigno?  No  debríamos  de  apartar  nues- 
tro pensamiento  de  la  consideración  del  juez  malo, 
para  que,  en  aquella  su  mansedumbre,  que  era  fuera 
de  su  condición  y  contra  naturaleza,  contemplemos  la 
bondad  de  Dios  inefable  e  inmensa.  Porque  si  aquel 
que  nunca  había  pensado  de  usar  de  humanidad  con 
alguno,  súbitamente  fué  mudado  a  misericordia  por  el 
ruego  de  la  viuda,  ¿cuánto  cuidado  y  benevolencia  cau- 
sará en  Dios  acerca  de  nos  nuestra  oración  ante  su  aca- 
tamiento continuada? 

Cuánto  valga  y  pueda  la  santa  oración,  fácilmente 
podrá  conocerlo  el  que  considere  y  sintiere,  cuántos  y 
cuán  grandes  bienes  son  los  que  alcanzan  los  que  fre- 
cuentemente oran.  ¿Quién  no  sabe  que  nuestro  Señor 
Dios  nos  da  tanta  luz  del  sol,  luna,  y  estrellas,  y  la 
templanza  del  cielo,  y  tanta  abundancia  de  alimentos, 
tantas  riquezas,  y  esta  misma  vida,  e  innumerables  bie- 
nes para  ella;  y  que  todos  estos  dones  innúmeros  da  a 
todos,  buenos  y  malos,  por  sola  su  inmensa  bondad  con 
que  nos  ama,  aunque  tan  indignos?  Pues  si  a  los  que 
no  le  ruegan  da  tantos  bienes,  ¿qué  dará  a  los  que  toda 
su  vida  se  ocupan  en  oraciones  y  en  sus  divinos  loores? 

Son  tantos  y  tan  grandes  los  bienes  que  alcanzan  los 
que  oran,  que  cualquier  hombre  de  sano  juicio  tendrá 
por  mayor  daño  ser  privado  de  la  oración,  que  de  la 
propia  vida.  Esto  nos  enseña  bien  con  su  ejemplo  aquel 
santo  mancebo  y  profeta  Daniel,^  el  cual  antes  escogió 
morir,  que  privarse  por  sólo  tres  días  de  orar.  Esto  hizo 
con  gran  razón.  Porque  si  nuestro  Señor  Dios  no  se 

1    Dan.  6,  13. 


240 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


inclina  a  nos,  ningún  bien  puede  venir  en  nuestras  al- 
mas; pues,  como  dice  el  profeta:  Lo  que  a  nuestro 
Señor  Dios  inclina,  es  la  oración  nuestra.^ 

De  aquí  se  sigue  que  si  alguno  no  ama  el  estudio 
de  la  oración,  ni  tiene  de  ella  ferviente  cuidado,  claro 
está  no  ser  el  tal  de  virtud  alguna  dotado.  Por  el  con- 
trario, si  alguno  se  da  insaciablemente  a  este  santo  ejer- 
cicio, y  tiene  por  el  mayor  daño  del  mundo  el  tiempo 
que  de  orar  se  ha  perdido;  este  tal,  es  hecho  templo  de 
Dios  y  de  toda  virtud  adornado. 

La  oración  es  medicina  del  ánima,  con  que  es  pur- 
gada de  todos  los  malos  humores  de  los  vicios  y  librada 
de  todos  los  pecados.  Esto  se  manifiesta  bien  en  los 
Ninivitas;2  los  cuales,  estando  llenos  de  vicios,  luego 
que  por  la  oración  devota  se  volvieron  a  Dios,  fueron 
perdonados;  y  los  que  mucho  habían  provocado  a  ira 
a  nuestro  Señor,  con  la  oración  le  amansaron.  La  ora- 
ción fué  más  poderosa  para  hacerles  bien,  que  su  mala 
costumbre  para  el  mal.  La  oración  alimpió  aquella  gran 
ciudad  de  los  vicios  carnales,  y  la  hinchó  a  deshora  de 
las  leyes  celestiales.  jTan  a  deshora  mudó  la  oración 
aquella  ciudad,  y  la  trocó  de  turpísima  en  santa  y  de- 
vota, que  si  alguno  que  la  hubiera  visto  de  antes  en- 
trara en  ella,  no  la  conociera!  Así  como  si  alguno  hu- 
biese visto  alguna  mujer  mendiga,  que  acostumbrase 
andar  vestida  con  vestiduras  viles,  rotas  y  sucias,  y 
después  la  viese  vestida  de  seda  y  de  oro,  no  la  cono- 
cería; así  aquella  ciudad,  que  antes  estaba  vacía  de 
todo  bien  y  cubierta  de  todo  mal,  no  la  conocería  vién- 
dola tan  limpia  y  de  tanta  virtud  adornada. 

También  aquella  famosa  pecadora,  la  Magdalena,^ 
que  toda  su  vida  había  gastado  y  engolfado  en  las  su- 
ciedades de  los  vicios  carnales,  luego  que  se  arrojó  a 
los  pies  de  Cristo  nuestro  Señor  a  demandarle  perdón 
con  devota  oración,  fué  sana  y  salva.  ¿Y  que  otra  cosa 
hubo  en  el  publicano  para  descender  justificado,  sino 
aquella  oración  cordial  con  que  dijo:  Señor,  Dios,  ha- 
bed de  mí  piedad?  ^ 


1  Ps.  87,  3. 

2  Ion.  3,  10. 

3  Le.  7,  J^8. 

4  Le.  18,  43. 


Capítulo  V 


QUE  PROSIGUE  LA  UTILIDAD  DE  LA  ORACION 
Y  LA  EFICACIA  Y  EXCELENCL\  DE  ELLA 


s  también  la  oración  hermosura  del  alma,  porque 


L  1^  oración  compone  la  vida  del  hombre.  No  con- 
siente en  él  cosa  fea  o  torpe.  Enseña  y  persuade  a  reve- 
renciar a  Dios  y  darle  la  honra  debida.  Hace  arrojar 
todos  los  sucios  pensamientos.  Da  menosprecio  de  to- 
dos los  deleites  transitorios.  Da  deseo  de  ver  y  agradar 
a  Dios.  Da  misericordia  para  con  el  prójimo.  Ordena 
bien  toda  la  vida.  Hace  que  esté  siempre  en  buenas 
obras  ocupada  y  de  buenas  costumbres  compuesta. 
Y  librándola  de  cada  día  más  de  todos  los  vicios,  hín- 
chela del  resplandor  de  todas  las  virtudes.  En  figura 
de  esto  se  lee  de  Moisés,  que,  cuando  venía  de  hablar 
con  Dios,  traía  su  cara  tan  resplandeciente,  que  no  le 
podían  mirar  los  hijos  de  Israel. i 

Así  como  el  que  llega  a  tanta  honra  que  tiene  po- 
der y  costumbre  de  hablar  familiarmente  cuanto  quie- 
re con  el  emperador,  y  recibe  de  él  respuestas  amorosas 
y  apacibles,  no  se  abate  2  a  estar  y  conversar  con  los 
hombres  viles;  así  el  que  tiene  costumbre  de  platicar 
con  Dios  y  comunicar  con  él  sus  deseos,  y  sentir  sus 
dulces  y  amorosas  respuestas,  no  se  abate  a  admitir  la 
familiaridad  de  los  demonios.  De  lo  cual  se  sigue,  que, 
como  no  sea  ofuscado  con  los  vicios,  participa  con  el 
coloquio  divino  los  rayos  de  la  cara  de  Moisés,  que 
son  la  hermosura  y  resplandores  de  las  perfecciones 
divinas. 

Es  también  la  oración  candela  encendida  y  luz  del 

1  Ex.  H,  17. 

2  abate  =  abaja. 


242 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


ánima.  Porque  aquel  que  en  todas  las  cosas  que  ha  de 
hacer,  consulta  primero  con  Dios  y  pide  su  favor  para 
no  errar,  este  tal  mediante  esta  previa  oración  es  alum- 
brado de  Dios  para  que  vea  por  do  ha  de  ir  y  no  caiga 
ni  tropiece.  Esto  nos  enseñan  bien  aquellos  dos  más 
excelentes  profetas,  Moisés  y  David,  mostrándolo  con 
su  ejemplo.  Los  cuales  en  todas  las  cosas  que  habían 
de  hacer,  siempre,  primero,  recurrían  a  Dios,  para  que 
les  inspirase  y  aconsejase  lo  que  debían  hacer,  y  así 
no  erraban;  mas  antes,  siempre  eran  alumbrados  y  ara- 
parados  y  de  Dios  en  todas  las  cosas  favorecidos.  De 
modo  que,  lo  que  es  la  luz  de  la  candela  y  del  sol  a  los 
ojos  del  cuerpo,  eso  es  la  oración  a  los  ojos  del  alma. 

Es  no  menos  verdaderamente  la  oración  una  ata- 
dura con  que  el  hombre  tiene  atado  a  Dios  consigo. 
Esto  nos  enseña  la  misma  definición  de  la  oración,  la 
cual  es  elevamiento  de  la  ánima  a  Dios.  Porque  con  el 
deseo  del  amor  se  levanta  a  él  y  se  abraza  con  él. 
Y  mientras  desea  así  a  Dios,  Dios  está  infaliblemente 
asido  al  alma,  y  ella  con  Dios  unida.  Porque  aquel  de- 
seo es  amor  divino;  y  Dios  es  caridad,  la  cual  es  divi- 
no amor.i  Y  el  que  a  Dios  con  caridad  ama,  en  Dios 
está  —  como  dice  San  Juan  —  y  Dios  en  él.  Está 
Dios  tan  atado  al  que  así  con  verdadero  deseo  ora,  y 
tiene  el  tal  tanto  en  su  mano  la  voluntad  de  Dios,  que 
orando  Moisés  a  Dios  para  que  perdonase  el  pecado 
grave  del  pueblo  israelítico,  le  dijo  Dios  a  Moisés:  Dé- 
jame enojar  contra  este  pueblo.'^  Como  si  dijera:  Estoy 
por  la  virtud  de  tu  oración  tan  atado  a  tu  voluntad, 
que  si  tú  no  me  sueltas,  no  me  podré  vengar  y  le  cas- 
tigar como  quiere  su  maldad. 

Es  la  oración  muro  muy  fuerte  del  alma.  Porque 
así  como  la  ciudad  que  no  está  con  muro  cercada,  fá- 
cilmente es  tomada  de  los  enemigos;  así  el  ánima  que 
no  está  cercada  y  amparada  de  la  oración,  fácilmente 
le  entra  el  demonio,  y  la  hincha  de  toda  maldad.  Mas 
al  alma  que  está  cercada  y  guarnecida  con  oraciones, 
no  se  osa  acercar,  temiendo  la  fuerza  y  fortaleza  que  la 
oración  le  comunica. 

Tam^bién,  los  que  frecuentemente  oran,  no  sufren 
admitir  alguna  cosa  indigna  a  la  oración;  mas,  reve- 

1  lo.  4»  16. 

2  Ex.  32,  10. 


C.  5.  Eficacia 


243 


renciando  a  Dios,  con  el  cual  peco  ha  han  hablado, 
presto  desechan  y  arrojan  de  sí  toda  mala  sugestión  y 
torpe  cogitación  del  espíritu  malo,  reputando  cerca  de 
sí  cuán  grande  maldad  sea,  el  que  poco  ha  hablado 
y  conversado  con  Dios  y  le  ha  pedido  pureza  y  toda 
santidad,  y  el  tal  se  entregue  luego  a  la  sucia  voluntad 
del  demonio  y  le  dé  entrada  en  aquel  pecho,  que  poco 
ha  Dios  ha  visitado,  y  en  el  cual  se  ha  entrado  a  mo- 
rar; y  consentir  al  demonio  que  meta  corrupción  en  su 
alma,  en  la  cual  el  Espíritu  Santo  ha  ejercitado  tanta 
benignidad  y  comunicado  tanta  gracia. 

Es  también  la  oración  arma  poderosa  para  vencer 
y  hacer  huir  los  enemigos  visibles  e  invisibles.  Y  que 
valga  contra  los  invisibles,  puédese  colegir  de  lo  ya 
dicho,  porque  no  hay  cosa  que  más  haga  huir  a  los 
espíritus  malos.  Por  lo  cual  nuestro  Señor  dice  en  el 
Evangelio:  Este  linaje  de  demonios  no  se  alanza,  sino 
en  ayuno  y  oración.^  Que  triunfe  también  de  los  ene- 
migos visibles,  y  libre  al  hombre  de  grandes  peligros 
y  de  todas  las  presentes  adversidades,  manifiéstase  en 
aquel  admirable  profeta  y  rey  David;  el  cual  venció 
muchos  y  crueles  enemigos,  no  guarneciéndose  y  con- 
fiando con  otras  armas,  sino  con  oraciones,  como  se 
lee  en  muchas  partes  de  los  Libros  de  los  reyes.  De  aquí 
es,  que  cuando  venció  y  mató  aquel  disforme  gigante 
Goliat,  le  dijo:  Tú  vienes  a  mi  con  lanza  y  armas,  mas 
yo  vengo  a  ti  en  el  nombre  del  Señor.^  Así  como  los 
otros  reyes  acostumbran  a  poner  la  esperanza  de  su 
victoria  en  la  sagacidad  y  arte  militar  de  sus  caballeros 
y  soldados,  y  en  los  arcabuceros  o  ballesteros,  y  en  la 
multitud  de  buenos  caballos,  y  en  otros  muchos  buenos 
instrumentos  bélicos,  así  David  en  solas  las  oraciones. 
En  ellas  confiado,  no  temía  la  ferocidad  de  los  empera- 
dores, ni  tribunos,  ni  centurios;  ni  cogía  subditos  de 
dinero,  ni  compraba  más  armas;  mas,  erando,  las  traía 
del  cielo.  Porque  la  oración  es  verdadera  e  infalible 
arma,  que  sola  puede  dar  firme  guarda  y  cierta  victo- 
ria. Las  otras  todas  pueden  aplicarse  en  vano,  mas  la 
oración  es  certísimo  refugio.  La  cual  tan  fácilmente 
vence  innumerable  ejército,  como  a  un  soldado  o  ene- 
migo solo. 

1  Mt.  17,  21. 

2  1  Reg.  17,  45. 


244 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


Esto  mismo  nos  enseña  aquel  gran  profeta  y  capitán 
del  pueblo  de  Israel  Moisés,  del  cual  se  lee,  que  mien- 
tras Josué,  con  todo  su  ejército  estaba  en  el  campo 
peleando  contra  sus  adversarios,  subióse  Moisés  al  mon- 
te, y  estando  i  allí  orando,  mientras  tenía  las  manos 
alzadas  hacia  el  cielo,  vencía  su  ejército,  y  en  abaján- 
dolas, venía  huyendo.  Por  lo  cual,  para  que  no  se  can- 
sase, acordaron  de  estar  sustentándole  los  brazos,  para 
que  los  tuviese  así  alzados,  orando,  hasta  que  el  ejér- 
cito de  los  enemigos  fué  del  todo  vencido.^ 

El  rey  Ezechías  con  sola  la  santa  oración  mató 
ciento  y  ochenta  y  cinco  mil  [hombres]  del  ejército  del 
rey  Senacherib,  su  adversario.  Los  cuales  todos  mató 
en  una  noche,  o  en  menos  de  una  hora,  con  sólo  tirar- 
les una  saeta,  que  fué  su  oración  devota.^  Con  la  mis- 
ma oración  venció  su  muerte  propia,  a  la  cual  estaba 
sentenciado;  porque  por  virtud  de  la  oración  alcanzó 
de  Dios  prolongación  de  la  vida.^ 

Con  la  oración  los  tres  niños  echados  en  el  horno 
babilónico  vencieron  el  fuego. ^  Daniel  echado  en  el 
lago,  amansó  los  leones.^  Susana  triunfó  con  la  ora- 
ción de  los  inicuos  jueces  y  falsos  testigos.'^  Y  de  esto 
mismo  tenemos  otros  innumerables  ejemplos. 

Es  también  la  oración  poderosa,  no  sólo  para  librar 
al  hombre  de  sus  propios  males,  más  aun  para  librar 
y  guardar  con  su  potencia  las  ciudades  y  gentes.  Y  aun 
para  librar  a  todo  el  mundo  bastó  alguna  vez  la  oración 
de  un  santo.  De  aquí  es,  que  San  Pablo,  con  sus  con- 
tinuas oraciones,  hizo  salvas  a  toda  las  gentes.  Esto 
da  a  entender,  en  lo  que  suele  decir:  Por  esto  —  dice 
él  —  hinco  mis  rodillas  al  padre  de  nuestro  Señor  Je- 
sucristo, del  cual  toda  paternidad  se  nombra  en  el  cielo 
y  en  la  tierra:  para  que  conforme  a  la  abundancia  de 
su  gracia,  os  dé  virtud  que  seáis  corroborados  por  el 
Espíritu  suyo,  porque  more  Cristo  en  vuestro  hombre 
interior,'^  Mira  cuánta  virtud  tiene  la  oración,  que,  así 

1  i.«  ed.:  y  estábase  allí  orando.  Y  mientras,  etc. 

2  Ex.  17,  12. 

3  ^  Reg.  19,  35. 

4  U  Reg.  20,  10. 

5  Dan.  3,  2^. 

6  Dan.  6,  22. 

7  Dan.  13,  43. 

8  Eph.  3,  14. 


C.  5.  Eficacia 


245 


como  el  oro  y  los  mármores  constituyen  los  palacios 
de  los  reyes,  así  las  oraciones  hacen  a  los  hombres  ser 
moradas  del  Rey  del  cielo  y  sus  templos  divinos. 

Cosa  es  muy  digna  de  notar,  que  discurriendo  San 
Pablo  por  todo  el  mundo  con  tanta  diligencia  y  veloci- 
dad, que  parecía  tener  alas  e  ir  volando;  y  siendo  dete- 
nido en  las  cárceles,  y  sufriendo  azotes,  y  trayendo 
consigo  la  cadena,  y  andando  sangriento  y  en  tantos 
peligros  metido;  y  que,  sobre  todo  esto,  lanzaba  los 
demonios,  resucitaba  los  muertos,  sanaba  los  enfer- 
mos: en  ninguna  cosa  de  estas  puso  confianza  para  guar- 
dar los  hombres,  mas  púsola  en  las  oraciones.  Es  no 
menos  de  notar  lo  que  sobre  esto  escribe  a  todos,  di- 
ciendo: Daos  con  instancia  a  la  oración,  orando  junta- 
mente por  mí,  porque  se  me  dé  palabra  a  mi  boca  para 
que  hable  como  debo  el  misterio  del  Evangelio.^  ¿Qué 
decís  santo  apóstol?  ¿Tanta  confianza  hemos  de  tener 
en  la  oración,  que  no  temamos  de  orar  y  rogar  por  un 
San  Pablo?  ¿Qué  soldado  osa  rogar  al  emperador  por 
su  capitán  general?  Aunque  cierto,  ningún  capitán  ama- 
do de  emperador  alguno,  como  de  Dios  lo  era  San  Pa- 
blo; mas  con  todo  esto,  a  tanta  dignidad  nos  levanta  la 
oración,  que  pudiésemos  suplicar  a  Dios  por  él. 

Lo  mismo  se  lee  haberse  efectuado  en  San  Pedro, ^ 
el  cual  por  la  oración  de  los  fieles  fué  librado  de  las 
cárceles. 3  Esto  da  a  entender  San  Lucas  diciendo:  San 
Pedro  era  guardado  en  la  cárcel,  mas  era  hecha  oración 
por  él  de  parte  de  la  iglesia,  que  eran  los  fieles.  Y  la 
oración  de  la  iglesia  le  abrió  prestamente  la  cárcel. 

Aprendamos,  pues,  cuánta  fuerza  tiene  la  oración 
en  los  fieles,  pues  podía  librar  a  San  Pedro  y  a  San 
Pablo  de  los  peligros,  orando  otros  por  ellos;  por  aqué- 
llos, que  eran  columnas  de  la  iglesia,  príncipes  de  los 
apóstoles  tan  claros  en  el  cielo,  muro  del  mundo,  y  de 
toda  la  tierra  común  presidio.^ 

Es  la  virtud  de  la  oración  —  porque  en  una  palabra 
incluya  sus  innumerables  prerrogativas  y  omnipoten- 
cia—  una  piedra  preciosa,  la  cual  hallando  el  merca- 

1  2  Thes.  3,  1;  y  a  los  Eph.  6,  18. 

2  l.c  ed.:  en  aquel  príncipe  de  los  Apóstoles  San  Pedro... 

3  Act.  12,  5. 

4  presidio,  por  amparo  y  defensa.  Latinismo  admisible  y  ele- 
gante. 


246 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


der,  vendió  cuanto  tenía  y  lo  dió  por  comprarla,  y  la 
compró,  como  dice  el  santo  Evangelio. i  Hizo  en  esto 
como  sabio,  porque  vió  que  aquella  sola  piedra  pre- 
ciosa vale  todas  las  cosas,  y  en  ella  las  tiene  todas, 
porque  con  ellas  las  alcanza  todas. 

Vale  para  alcanzar  los  dones  espirituales.  Por  lo 
cual  dice  el  apóstol  Santiago:  Si  alguno  ha  menester 
sabiduría  pídala  a  Dios.^  Por  la  sabiduría  —  que  quie- 
re decir  esciencia  sabrosa  —  se  entiende  la  luz  sobre- 
natural con  que  Dios  se  conoce,  y  el  amor  con  que  se 
gusta;  en  las  cuales  dos  raíces  se  contienen  radicalmen- 
te todas  las  virtudes  y  todos  los  dones  espirituales. 

Vale  también  la  virtud  de  la  oración  para  alcanzar 
la  salud  corporal  y  para  ganar  estos  temporales  bienes. 
De  lo  primero  dice  Santiago:  Si  alguno  de  vosotros 
está  enfermo  y  oren  por  él  y  la  oración  fiel  le  sanará.^ 
De  lo  segundo  dice  el  mismo:  Elias,  hombre  era,  se- 
mejante a  nosotros  y  y  oró  a  Dios  que  no  lloviese,  y  no 
llovió  por  tres  años  y  medio,  Y  después  oró  a  Dios 
que  lloviese,  y  luego  llovió  en  abundancia^ 

La  oración  puede  matar  a  los  vivos  y  dar  vida  a  los 
muertos.  Lo  primero  se  muestra  en  San  Pedro  que  con 
su  oración  mató  súbitamente  a  Ananía  y  a  su  mujer.^ 
Lo  segundo,  en  él  mismo  y  los  otros  apóstoles,  y  otros 
muchos  santos,  que  con  la  oración  resucitaban  todos 
los  muertos  e  hicieron  por  medio  de  ella  todos  los  otros 
milagros  y  prodigios.  Alcanza  también  el  mismo  ser 
humano  a  muchos,  porque  por  medio  de  la  oración 
ha  dado  Dios  fruto  de  bendición  a  las  que  por  natura- 
leza eran  estériles.  Como  se  manifiesta  en  Sara  y  en 
Santa  Elisabeth  y  en  otras  muchas. 

Vale  asimismo  la  oración,  no  sólo  para  remedio  de 
los  vivos,  más  también  de  los  difuntos.  Por  lo  cual 
se  lee  en  los  libros  de  los  Macabeos,  que  Judas  Maca- 
beo  envió  limosnas  a  Jerusalén  para  rogar  por  los 
muertos.  Y  añade  la  santa  Escriputra  allí,  diciendo: 
Santa,  pues,  es  y  saludable  la  oración  por  los  difuntos 

1  Mí.  13,  J^5-46. 

2  Jac.  1,  5. 

3  Jac.  5,  lU. 

4  Jac.  5,  17. 

5  Act.  5,  5;  Anania,  forma  poco  usada.  Comúnmente  se  es- 
cribe Ananias.  Forma  procedente  del  latín. 


C.  5.  Eficacia 


247 


para  que  sean  perdonados  sus  pecados.'^  Finalmente  el 
que  ora,  de  todos  los  males  se  libra,  y  todos  los  bienes 
alcanza,  porque  así  puede  decirse  de  la  oración,  lo  que 
se  dice  de  la  Sabiduría:  que  como  sea  una,  todas  las 
cosas  puede. ^  Y  lo  que  en  otra  parte  se  escribe:  Vinié- 
ronme todos  los  bienes  juntos  con  ella,  e  innumerables 
riquezas  por  sus  manos  me  fueron  dadas.^  Así  como 
cuando  alguna  reina  entra  en  alguna  ciudad,  necesario 
es  que  juntamente  se  consiga  toda  abastanza  de  los 
bienes  temporales;  así,  cuando  la  oración  entra  y  mora 
en  el  alma,  entran  en  ella  todas  las  virtudes  y  vienen 
todos  los  dones  divinales. 

Es  sobre  todo  esto  la  oración  devota,  deleite  del 
alma.  Porque,  tanto  es  más  dulce  alguna  cosa,  cuanto 
está  más  sin  mezcla  de  amargura.  Y  de  nuestro  Señor 
Dios  se  escribe,  que  no  tiene  amargura  alguna  su  con- 
versación, ni  su  compañía  algún  enojo  o  tristeza^  Pues, 
claro  está,  que  la  divina  conversación  es  por  la  oración. 
Trae  consigo  la  oración  no  sólo  todo  interés,  más  jun- 
tamente gran  deleite.  Lo  uno  y  lo  otro  enseña  —  como 
ya  dijimos  —  el  profeta,  diciendo:  Deleítate  en  Dios 
y  darte  ha  las  peticiones  de  tu  corazón,^  Oh  bondad  in- 
finita de  nuestro  Señor  Dios,  que  tanto  desea  y  huelga 
que  su  criatura  pequeñuela  y  paupérrima,  que  hizo 
de  nada,  converse  con  él;  que,  por  sólo  que  huelgue  de 
hablarle  y  conversarle,  le  promete  darle  cuanto  le  pi- 
diere. ¿Quién  hay  que  esto  entienda,  que  sobre  todas  las 
cosas  no  ame  y  procure  de  siempre  orar,  por  poder 
gozar  de  la  conversación  de  tan  noble  y  amable  Señor, 
que  es  todopoderoso  y  tan  amador  tuyo?  Si  tanto  de- 
leite es  conversar  con  un  hombre  sabio  y  virtuoso  y 
verdadero  amigo;  ¿pues,  cuánto  más  será  con  Dios,  que 
es  la  fuente  de  la  sabiduría  y  toda  virtud,  y  nos  ama 
tanto?  ¡Oh,  cuán  gran  deleite  es  hablar  con  quien  sé 
que  nunca  está  ocupado,  sino  que  siempre  me  oye! 
Nunca  enojado  o  desabrido,  sino  que  siempre  huelga 
que  le  ame.  Nunca  importunado,  sino  que  mientras 
más  le  pido,  más  se  huelga.  Que  siempre  me  escucha, 

1  2  Mach.  12,  ^6. 

2  Sap.  8,  5. 

3  Sav.  7,  11. 

4  Sap.  8,  16. 

5  Ps.  36, 


248 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


y  luego  me  entiende.  Nadie  le  engaña,  ninguno  le  im- 
pide. Siempre  me  concede  todo  lo  que  me  cumple,  siem- 
pre conmigo  se  huelga,  y  nunca  se  cansa  o  fastidia. 
Más,  antes,  cuanto  más  le  hablo  y  converso,  más  amor 
me  muestra,  más  me  alumbra,  más  me  enamora,  más 
me  enriquece,  más  me  guarda,  más  me  honra,  y  más  y 
mayores  favores  y  deleites  me  convida;  más  bienes 
y  consolaciones  me  comunica,  más  galardones  y  mer- 
cedes eternas  me  promete,  más  presentes  me  envía,  y 
más  gozos  y  consolaciones  verdaderas  me  infunde. 

Gustad,  pues,  con  la  oración,  y  veréis  con  los  ojos 
del  corazón,  cuan  suave  es  el  Señor  en  su  divina  con- 
versación,^  Bienaventurado  el  que  pone  en  él  su  espe- 
ranza, y  goza  de  su  deleitable  compañía  y  amicicia 
verdadera.2 

1  Ps.  33,  9. 

2  amicicia,  latinismo  desusado  ya  en  el  siglo  XVI. 


Capítulo  VI 


DE  LOS  IMPEDIMENTOS  DE  LA  ORACION  Y 
DIVINA  CONVERSACION 


os  impedimentos  de  la  oración  son  las  cosas  que 


I  ,  impiden  la  divina  conversación.  Porque  todo  se  es 
uno,  como  ya  está  declarado.  La  conversación  divina 
no  la  goza  el  que  no  recibe  a  Dios  en  la  casa  de  su  co- 
razón; porque  Dios  no  le  habla,  sino  cuando  está  den- 
tro de  su  casa,  que  es  la  misma  alma.  Digo  que  no  la 
habla  para  dulcemente  conversarla,  sino  cuando  entra 
y  mora  en  ella  por  especial  benevolencia  de  su  amistad 
divina.  Esto  da  a  entender  el  profeta  cuando  dice: 
Oiré  lo  que  habla  dentro  de  mi  el  Señor  Dios  A 

También  el  alma,  para  hablar  con  Dios,  como  debe, 
ha  de  entrar  dentro  de  sí  misma,  y  mirar  bien  con  quién 
habla.  Lo  cual  haciendo  con  debida  reverencia  y  devo- 
ción, es  entrar  dentro  de  sí  y  aparejar  a  Dios  la  casa 
de  su  corazón.  Hablar,  pues,  así  con  Dios,  y  oír  en- 
tendiendo profunda  y  dulcemente  lo  que  le  responde 
Dios,  es  gozar  de  la  conversación  divina.  Lo  uno  y  lo 
otro  se  incluye  en  la  oración.  Porque  como  dice  Cristo 
nuestro  Redentor  en  el  Evangelio:  Toda  alma  con  deseo 
verdadero  le  busca.  Y  a  todo  aquél  que  le  llam,a,  abre;^ 
conviene  a  saber,  le  responde. 

Pues  como  sea  necesario  para  gozar  de  esta  divina 
conversación,  que  Dios  entre  y  more  amorosamente 
en  la  casa  do  se  ha  de  gozar  su  conversación  divina, 
aquellas  cosas  son  impedimentos,  que  impiden  para 
que  Dios  no  entre  a  morar  en  ellas.  No  tiene  Dios  por 
bien  de  entrar  a  morar  en  alguna  casa,  cuando  ve  que 

1  Ps.  8h  9. 

2  Mt.  7,  7, 


17 


250 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


está  contra  él  rebelada,  o  si  está  ocupada,  o  del  todo 
vacía,  o  entorpecida,  o  sucia. 

El  primer  impedimento  para  entrar  Dios  a  conver- 
sar con  nosotros,  es  cuando  halla  su  casa  contra  él 
rebelada.  Y  esto  es  por  la  soberbia.  Con  este  vicio  pé- 
simo —  y  de  todos  por  su  ingratitud  y  temeridad  causa- 
tivo —  se  alza  el  pecador  consigo  mismo,  y  roba  a  Dios 
su  misma  casa,  no  queriéndose  para  Dios,  ni  curando 
de  su  voluntad  divina;  sino  queriéndose  para  sí,  y  si- 
guiendo su  voluntad  propia. 

Por  dos  vías  se  alza  consigo  mismo  el  soberbio.  La 
una  es  con  falso  juicio,  parando  en  sí  por  vía  de  pre- 
sunción, o  queriendo  que  los  otros  paren  en  él  por 
vía  de  vana  gloria,  atribuyendo  a  sus  méritos,  o  propia 
virtud,  algún  bien  que  tenga  o  que  obre,  o  queriendo 
que  le  sea  atribuido.  Contra  este  tal  dice  el  apóstol: 
¿Qué  tienes  que  no  lo  hayas  recibido?  Y  si  lo  has  reci- 
bido,'^ ¿por  qué  te  glorias  de  ello,  como  si  no  te  fuese 
dado?^  Esta  falsa  estimación  y  error  del  entendimiento 
procede  de  la  ingratitud  y  malicia  de  la  voluntad,  con 
que  desordenadamente  quiere  su  bien  propio,  más  que 
a  Dios  el  suyo,  cuyo  es  todo.  Y  porque  es  mayor  bien 
tener  algún  bien  de  sí  mismo,  que  no  tenerlo  de  otro; 
por  esto,  amándose  perversamente,  y  no  a  Dios,  como 
debe,  atribuye  a  sí  algún  bien,  o  huelga  serle  atribuido: 
aunque  de  sí  ningún  bien  tiene,  mas  de  Dios  lo  ha 
recibido  todo. 

La  otra  vía  con  que  se  exempta^  de  Dios  el  alma, 
es  por  atrevimiento  temerario  de  la  voluntad,  que  direc- 
tamente se  opone,  y  rebela,  y  resiste  a  Dios,  en  cuanto 
puede,  queriendo  no  estar  a  Dios  sujeta;  mas  ser  suya, 
y  estar  de  la  voluntad  de  Dios  exempta.  Y  esto  comete 
con  la  culpa  de  la  desobediencia,  resistiendo  a  Dios, 
o  a  cualquier  prelado  o  señor,  espiritual  o  temporal, 
el  cual  está  en  lugar  de  Dios.  Y  por  esto  —  como  dice 
el  apóstol — :  El  que  a  la  potestad  que  está  en  lugar 
de  Dios  resiste,  a  Dios  resiste  A  Que,  aunque  es  verdad 
que  en  todos  los  pecados  se  comete  desobediencia  y 
se  resiste  a  Dios,  mas  en  los  otros,  es  indirectamente: 


1  ed.  omite:  Y  si  lo  has  recibido.  Omisión  indebida. 

2  1  Cor.  k,  7. 

3  se  exempta,  e.  e.,  se  independiza. 

4  Rom.  13,  2. 


C.  6.  Impedimentos 


251 


que  bien  querría  el  que  peca  no  ir  en  aquello  contra  la 
voluntad  de  Dios,  si  ser  pudiese;  y  holgaría  poder  al- 
canzar aquel  interés  o  deleite,  quedándose  sujeto  a  la 
voluntad  de  Dios.  Mas  la  soberbia  directamente  desobe- 
dece y  resiste  a  Dios.  Porque  el  interés  que  pretende 
en  su  culpa  la  voluntad  soberbia,  es  no  estar  sujeta  a 
la  voluntad  de  Dios;  sino  que  en  todo,  si  pudiese,  fuese 
exempta  y  no  sujeta  a  Dios,  o  al  hombre,  que  tiene 
en  lugar  de  Dios.  Así  que,  lo  que  pretende  en  todo  el 
soberbio,  es  mandar  y  no  ser  mandado,  y  que  se  haga 
su  voluntad  y  no  la  de  Dios.  Lo  cual  es  suma  perversi- 
dad e  ingratitud  y  temeridad  contra  Dios. 

Este  tan  grave  pecado,  fué  el  pecado  del  demonio; 
el  cual,  por  su  soberbia,  cuanto  más  perversamente  se 
amó  a  sí  mismo  y  no,  como  debía,  a  Dios,  tanto  más 
aborreció  a  Dios.  Por  lo  cual  dice  el  profeta,  hablando 
con  el  mismo  Dios:  La  soberbia  de  los  que  te  aborre- 
cieren sube  siempre,^  La  causa  por  qué  le  aborrecieron, 
fué  porque  resistió  a  su  perversa  voluntad,  la  cual  sola 
amaron:  y  porque,  cuanto  uno  más  ama  alguna  cosa, 
tanto  más  aborrece  al  que  se  la  quita  y  le  resiste.  Pues, 
así  como  la  voluntad  soberbia  es  la  que  directamente 
resiste  a  Dios,  así  a  los  soberbios,  más  que  a  otros, 
resiste  Dios. 

Es  este  vicio  una  tan  gran  pestilencia,  que  la  prin- 
cipal causa  porque  el  unigénito  Hijo  de  Dios  vino  a 
este  mundo,  y  se  vistió  de  nuestra  flaqueza,  y  con- 
versó visiblemente  con  nosotros,  y  obró  tales  y  tantos 
misterios,  y  padeció  tantos  y  tan  graves  tormentos, 
hasta  ser  crucificado,  fué  por  sanamos  y  librarnos  de  ella 
con  su  doctrina  y  ejemplo.  Y  por  esto  dice  en  el  Evan- 
gelio: Descendí  del  cielo,  no  para  hacer  mi  voluntad 
—  la  cual  hace  el  soberbio  —  mas  la  voluntad  del  que 
me  envió,  la  cual  hace  el  humilde;  2  porque  el  tal  no 
quiere  seguir  su  voluntad  propia  sino  la  divina.  Y  por- 
que Cristo  no  se  alzó  consigo  mismo,  ni  por  presun- 
ción ni  desobediencia,  antes  hizo  en  sumo  grado  lo 
contrario;  por  esto  dice  de  él  el  apóstol:  Que  no  robó  la 
igualdad  de  Dios,^  como  lo  quiso  hacer  el  demonio, 
queriendo,  si  ser  pudiese,  tener  el  bien  de  sí  mismo  y 


1  Ps.  73,  23. 

2  lo.  6,  38. 

3  Phil.  2,  6  83. 


252 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


no  dependiente  de  otro;  lo  cual  a  solo  Dios  conviene. 

Y  contra  lo  segundo  de  la  soberbia,  que  es  la  desobe- 
diencia, añade  luego,  diciendo  de  Cristo:  Humillóse, 
hecho  obediente  hasta  la  muerte,  y  muerte  de  cruz. 

De  seguir  lo  contrario,  viene  todo  el  mal  al  mundo. 

Y  de  aquí  es,  que,  como  a  quien  Dios  más  resiste  y 
más  niega  su  gracia  son  los  soberbios  —  que  son  los 
presuntuosos  y  desobedientes — ;  por  esto  han  caído 
los  Luteranos;  así  por  presumir  de  sí  mismos,  como 
por  apartarse  de  la  obediencia  de  la  iglesia,  y  no  que- 
rer sujetarse  a  su  juicio  y  mandamientos.  Por  esta  mis- 
ma razón  los  religiosos  que  vuelven  atrás  de  la  obe- 
diencia y  religión  que  profesaron,  caen  más  que  otros. 
Porque,  así  como  son  más  ingratos  y  protervos,  así 
también  [son]  de  Dios  más  desamparados. 

El  segundo  impedimento  es  hallar  Dios  su  casa 
desordenadamente  ocupada.  Porque  los  hombres  mun- 
danos están  tan  metidos  y  negociados^  con  sus  vanos 
pasatiempos,  que  no  quieren  ver  ni  oír  a  Dios,  por  no 
apartarse  de  ellos;  y  así,  no  pueden  recibir  a  Dios,  en  su 
casa,  porque  como  no  le  quieren  ver  ni  oír,  no  le  dan 
entrada.  Esto  da  a  entender  nuestro  Redentor  en  el 
Evangelio  diciendo:  El  mundo  no  puede  recibir  al  Es- 
píritu Santo,  porque  no  le  ve  ni  le  conoce.^ 

La  causa  de  no  verle  y  conocerle  ^  algunos,  da  a  en- 
tender en  aquella  palabra  que  dijo,  "mundo".  Quiere 
decir;  porque  son  mundanos,  y  lo  que  aman  y  buscan 
y  en  que  siempre  se  ocupan,  son  las  cosas  del  mundo, 
con  las  cuales  se  huelgan  más  que  con  Dios,  hacedor 
suyo  y  de  todo  el  mundo,  y  que  lo  ha  criado  y  se  le  da 
para  su  servicio. 

Acaécele  a  Dios  con  un  mundano,  como  a  un  rey 
que  por  puro  amor  fuese  a  visitar  a  su  vasallo  a  su 
misma  casa,  que  él  le  hubiese  dado.  Y  llamando  a  la 
puerta  le  enviase  a  responder:  que  se  esperase  allí, 
porque  estaba  negociando;  y  llamando  otras  muchas 
veces,  le  detuviese  así,  con  la  misma  respuesta,  todo  el 
día  y  toda  la  vida,  haciéndolo  allí  esperar  a  la  puerta. 

Y  si  hacer  esto  contra  el  rey  de  la  tierra  sería  cosa  tan 

1  negociados,  término  derivado  de  negociar,  en  sentido  de  estar 
llenos  de  negocios. 

2  lo.  IJ^,  17. 

3  i.«  ed.:  y  no  conocerle. 


C.  6.  Impedimentos 


253 


fea;  ¿cuánto  más  contra  el  rey  del  cielo  y  único  señor, 
hacedor  de  todo  el  mundo?  Lo  mismo,  pues,  pasa  entre 
Dios  y  el  mundano.  Viene  Dios  por  su  bondad  y  amor 
a  visitarle  a  su  casa,  y  está  llamando  a  la  puerta  para 
entrar  a  verle  y  morar  con  él,  y  con  su  presencia  hon- 
rarle y  consolarle.  Lo  cual  él  mismo  manifiesta  en  el 
libro  del  Apocalipsis  diciendo:  Yo  estoy  a  la  puerta  y 
llamo.  Si  alguno  me  abriere  entraré  a  él  y  cenaré 
con  él  A 

Mas  el  pecador  ingrato  y  descortés  respóndele  con 
el  corazón  y  con  la  obra,  diciéndole:  que  se  espere  a 
la  puerta,  porque  está  ocupado  con  otros,  con  quien 
más  se  huelga.  ¿Y  quién,  si  pensáis,2  son  éstos?  Pri- 
meramente digamos  que  son  los  animales  brutos,  car- 
neros y  aves  y  peces  y  otros  manjares  diversos,  con  los 
cuales  se  ocupa  el  malo  desordenadamente  cuando 
come.  No  decimos  que  es  pecado  comer  estos  manja- 
res, mas  que  el  malo  se  ocupa  con  tan  desordenada 
afición  con  ellos,  que  cierra  la  puerta  al  mismo  dador 
de  ellos.  Dios  es  el  que  se  los  envía,  y  antes  estos  pre- 
sentes habían  de  abrir  la  puerta,  que  no  cerrarla,  al 
dador  dellos.  Porque  los  dones,  antes  suelen  abrir  que 
cerrar  las  puertas  de  las  casas  y  de  los  corazones. 

Y  así  lo  hacen  los  que  no  son  ingratos.  Porque  vién- 
dolos y  comiéndolos,  hacen  con  amor  gracias  al  Señor 
que  se  los  envía,  y  con  ellos  toman  motivo  de  pensar 
y  conocer  el  poderío  de  Dios,  que  los  pudo  criar,  y 
su  sabiduría  que  lo  supo  hacer,  y  su  bondad  y  caridad 
con  que  se  los  quiso  dar  y  huelga  de  se  los  enviar. 

Y  están  diciendo  en  su  corazón:  ¡Oh,  potencia  y  bon- 
dad y  amor  de  mi  Dios,  que  ha  criado  esta  avecica  tan 
bonita,  tan  hermosa;  y  para  mí  y  por  mi  amor  huelga 
agora  de  matarla  y  enviármela  para  que  la  coma,  y 
poner  en  ella  tanto  sabor,  que  guste!  Y  lo  mismo,  de 
un  corderito,  o  carnero,  o  cabrito,  o  pececito,  y  de 
las  frutas  y  de  las  otras  cosas  que  con  diversos  favores 
le  envía  para  él  comer;  y  de  los  licores  y  diversos  vi- 
nos para  él  beber. 

Mas  los  malos  e  ingratos  al  amor  del  dador,  paran 
en  éstos  sus  presentes  y  en  los  otros  sus  dones;  y  así, 

1  Apoc.  3,  20. 

2  si  pensáis.  Evidentemente  sobra  el  si.  El  sentido  seria  más 
claro:  ¿Y  quién  pensáis  son  éstos?  La  puntuación  salva  el  sentido. 


254 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


iíuando  están  comiendo,  verles  heis  alabar  los  manja- 
res, mas  no  loar  al  dador  de  ellos;  hablar  de  sus  favores, 
mas  no  del  amor  con  que  Dios  se  los  envía.  Ni  tampoco 
están  considerando  esto  y  aficionándose  a  Dios  por 
ello,  porque  de  la  abundancia  del  corazón  habla  la 
boca. 

Llama  otra  vez  nuestro  Señor  Dios  a  la  puerta,  y 
responde.  ¿Quién  está  ahí?  y  él  dice:  Decid  que  es 
Dios,  que  quiere  entrar.  Y  respóndele:  Esperaos  un 
poco  que  está  mi  señor  ocupado  con  otros  que  han 
sobrevenido.  ¿Y  quién,  si  pensáis,  son  éstos  mayor- 
mente los  grandes  señores?  ¿Ya  sabéis  quién?  Los  li- 
sonjeros, que  son  sus  criados,  y  comúnmente,  o  por 
la  mayor  parte,  todos  los  demás  de  quien  son  visitados. 
Porque  no  hay  quien  les  quiera  decir  la  verdad;  sino, 
por  hablarles  siempre  a  favor  de  su  paladar,  siempre 
les  están  adulando  y  mintiendo,  y  los  tienen  y  traen 
engañados.  Y  con  esto  los  hacen  de  cada  día  más  ne- 
cios y  más  malos,  más  aborrecibles  y  más  incorregibles. 

Llama  otra  vez  el  Señor,  y  dícenle:  ¿Quién  está  ahí? 
Y  responde:  Decid  que  es  Dios.  Y  envíale  a  decir: 
Decid  que  se  espere;  que  ha  venido  otra  gente  con 
quien  está  ocupado.  ¿Y  quién,  si  pensáis,^  es  la  gente? 
¿Queréislo  saber?  Pues,  sabed  que  son  los  perros  y 
halcones  y  todos  los  otros  instrumentos  para  la  caza. 
Esto  digo,  no  para  decir  que  el  tal  ejercicio  de  la 
caza  es  malo,  o  prohibido;  porque,  antes,  el  bueno 
podría  en  él  y  por  él  tomar  muchos  buenos  motivos 
para  pensar  en  Dios,  y  considerar  y  amar  la  grandeza 
de  Dios,  que  tantas  hierbecicas  y  arboledas  cría  en  los 
campos,  y  las  viste  de  tantas  libreas,  con  tantos  y  di- 
versos colores  y  figuras,  y  cría  tantas  diversidades  de 
aves  y  avecicas,  y  de  animales  grandes  y  pequeños, 
ansí  aquellos  que  caza,  como  aquellos  con  que  caza; 
y  todo  esto,  para  su  recreación.  Y  a  unos  animales 
inocentes  y  tan  bonitos,  y  a  unas  aves  tan  hermosas  y 
que  nunca  le  han  ofendido,  huelga  de  dárselas  para  que 
las  cace  y  se  huelgue,  y  que  las  mate  y  las  coma.  De 
lo  cual  puede  y  debe  considerar  y  en  su  corazón  decir: 
Si  Dios  huelga  que  sean  muertas  tantas  criaturas  suyas 
y  tan  hermosas  y  buenas  y  que  nunca  le  han  ofendido, 


1    Si  pensáis,  frase  ya  empleada  anteriormente,  hoy  sin  uao. 


C.  6.  Impedimentos 


255 


y  me  da  a  mí  que  yo  las  mate  por  mi  recreación  y 
favor,  ¿de  cuántas  muertes  seré  yo  digno,  si  a  tanto 
amor  le  fuere  ingrato,  y  le  hubiere  ofendido  y  menos- 
preciado? Mas  los  malos  e  ingratos,  no  usan  en  estos 
ejercicios  de  estas  consideraciones;  mas,  paran  en  los 
dones  y  en  estas  sus  propias  recreaciones;  y  ocúpanse 
demasiadamente  en  ellas,  perdiendo  el  tiempo  para 
pensar  en  Dios  y  amarle  y  conversarle,  y  entender  en 
otras  cosas  necesarias  y  piadosas  a  que  son  obligados, 
y  con  que  serían  a  Dios  gratos  y  vivirían  más  consola- 
dos; y  gozando  de  Dios,  gozarían  aún  también  más 
de  estas  mesmas  recreaciones  templadamente  tomadas. 

Llama  otra  vez  nuestro  Señor  a  la  puerta.  Y  di- 
ciéndole:  ¿Quién  está  ahí?  Responde,  que  es  Dios,  que 
quiere  entrar.  Al  cual  responde  el  portero  o  criado 
—  que  son  el  pensamiento  y  el  deseo — :  Dice  mi  se- 
ñor, que  os  esperéis  ahí,  que  han  sobrevenido  otros  con 
quien  tiene  que  negociar  y  con  quien  más  se  huelga 
él  conversar.  ¿Y  quién,  si  pensáis,  son  éstos?  Son  una 
gente  muy  honrada;  unos  hombres,  no  vivos  y  cuerdos, 
sino  insensatos;  no  hombres  verdaderos,  sino  pintados: 
unas  estatuas  o  figuras  en  las  cartas  de  los  naipes  pin- 
tadas, o  en  otras  maneras  impresas  en  diversos  instru- 
mentos de  juego.  Con  tales  y  semejantes  ejercicios  se 
ocupan  todo  el  día;  y  después,  a  la  noche,  van  a  servir 
el  sueño  y  revolcarse  en  el  muladar  del  vicio  carnal. 
Así  con  ésta  y  varia  ocupación  mundana,  tienen  a  Dios 
a  la  puerta  toda  su  vida.  Por  lo  cual  —  como  dice 
Job  —  pasan  sus  días  en  estos  bienes  —  que  son  tan  vi- 
les y  vanos  —  y  en  un  punto  descienden  a  los  infiernos^ 

El  tercero  impedimento  es,  cuando  tiene  el  hom- 
bre su  casa  vacía,  conviene  a  saber,  de  sí  mismo. 
Quiero  decir:  que  cuando  Dios  viene  a  morar  en  ella, 
no  halla  allí  al  huésped  o  señor  de  la  casa,  para  que  le 
reciba  y  abrace  con  amor  y  honra  debida.  Y  por  esto 
no  tiene  por  bien  de  entrar  a  morar  en  ella.  Entonces 
el  ánima  no  está  dentro  de  sí  misma,  cuando  sale  por 
las  puertas  de  sus  sentidos,  y  anda  derramada  en  estas 
ocupaciones  corporales  y  de  su  naturaleza  ajenas.  Por- 
que, como  el  espíritu  esté  más  a  do  piensa  y  ama,  que 
en  el  cuerpo  que  rige,  de  aquí  es  que  el  ánima,  mien- 

1    lob.  21,  13. 


256 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


tras  está  ocupada  del  todo  en  estas  cosas  visibles  y 
obras  exteriores,  aunque  sean  lícitas,  está  como  fuera 
de  su  casa  y  aun  de  sí  misma. 

Es  aquí  de  notar,  que  aunque  este  impedimento  y 
el  precedente,  comuniquen  ^  en  ocuparse  con  las  cosas 
exteriores,  mas  distingo  el  uno  del  otro;  porque  el  so- 
bredicho,2  ordinariamente  es  en  cosas  vanas,  y  muchas 
veces  gravemente  viciosas.  Mas  en  este  impedimento 
(quiero  decir  en  las  cosas  lícitas  y  que  de  suyo  no  son 
malas,  mas  buenas,  como  son  labrar  la  tierra,  y  los 
ejercicios  de  los  oficiales,  y  tratantes,  y  pleiteantes,  y 
jueces;  y,  lo  que  más  es,  los  trabajos  y  ocupaciones  de 
las  obras  de  misericordia  corporales,  como  es:  servir 
al  enfermo,  visitar  al  preso,  y  las  otras;  y  lo  que  más 
difícil  parece  también,  las  ocupaciones  exteriores  de  las 
espirituales,  como  son:  confesar  y  predicar  y  todas  las 
otras  ocupaciones  con  las  criaturas):  aunque  las  obras 
sean  lícitas,  la  mucha  ocupación  con  ellas  es  muy  pe- 
ligrosa, y  muchas  veces  dañosa,  porque  hacen  perder 
el  principal  bien  y  causa  de  todo  nuestro  bien,  que  es 
la  conversación  con  Dios.  Y  por  tanto,  cuando  alguno 
más  se  da  a  estos  visibles  objetos  y  exteriores  ejercicios, 
si  en  ellos  sale  del  todo  de  la  presencia  divina,  pónese 
en  mayor  peligro  de  caída.  Porque  como  son  tan  diver- 
sos, y  aun  contrarios,  los  objetos  espirituales,  y  aun 
sensuales,  cuando  alguno  no  tiene  por  objeto  a  Dios, 
con  actual  consideración  de  su  bondad  y  caridad  in- 
mensa, con  la  cual  es  inclinado  y  asido  en  el  amor 
divino,  presto  y  fácilmente  es  engañado  y  derribado 
de  los  objetos  y  motivos  exteriores  deste  mundo. 

De  lo  dicho  se  puede  colegir,  cuán  perdido  está 
el  día  de  hoy  el  mundo,  y  cuán  eclipsado  el  pueblo 
cristiano,  y  en  todos  los  estados  caído,  pues,  vemos 
casi  a  todos  darse  con  tanta  gana  a  las  ocupaciones 
de  estas  cosas  sensibles  y  exteriores,  y  tan  pocos,  o  nin- 
gunos, que  sean  amadores  del  ejercicio  entrañable  de 
las  interiores,  con  las  cuales  Dios  se  busca  y  se  halla. 
Por  tanto,  el  profeta,  dando  a  entender  la  gran  caída  de 
estos  nuestros  tiempos,  nos  avisa  de  todo  diciendo:  El 
Señor  miró  desde  el  cielo  sobre  los  hijos  de  los  hombres, 
para  que  vea  si  hay  alguno  que  entienda  y  busque  a 


1  comuniquen,  e.  e.,  convengan. 

2  Sobredicho,  e.  e.,  el  más  arriba  dicho  o  primero. 


C.  6.  Impedimentos 


257 


Dios.^  En  decir  juntamente,  que,  "entienda  y  busque", 
nos  da  a  entender,  que,  ejercitando,  como  se  debe,  esta 
obra  interior  del  entendimiento  en  la  conversión  de  Dios, 
se  busca  a  Dios.  Y  claro  está,  que  eí  que  persevera  en 
buscarle,  no  puede  dejar  de  hallarle.  Mas  no  sin  gran 
dolor  debríamos  oír  lo  que  se  sigue,  y  que  por  expe- 
riencia lo  vemos:  Todos  —  dice  —  declinaron:  esto  es, 
se  apartaron  de  este  camino,  que  es  ía  obra  interior  y 
divina  de  nuestro  espíritu.  Por  lo  cual  también  se  si- 
gue lo  que  luego  añade:  Todos  juntamente  son  hechos 
inútiles,  no  hay  quien  haga  bien  y  apenas  se  halla  uno 
entre  tantos.^ 

Pues  como  sea  así,  que  por  la  mayor  parte  los  se- 
glares, como  no  son  verdaderos  cristianos,  se  dan  des- 
ordenadamente a  estos  terrenos  trabajos,  y  huyen  de 
ios  espirituales  ejercicios  y,  por  consiguiente,  no  bus- 
can a  Dios,  que  es  vida  del  alma:  de  aquí  se  sigue,  que 
para  las  cosas  de  Dios  andan  muertos.  Y  por  esto  dijo 
nuestro  Redentor  a  uno  que  le  quería  seguir  y  le  pedía 
licencia  para  ir  a  enterrar  a  su  padre:  Sigúeme  —  le 
dijo  —  y  deja  a  los  muertos  enterrar  sus  muertos,'^ 

Y  si  los  seglares  por  falta  de  meditación  y  oración 
están  perdidos,  los  religiosos  indevotos,  que  huyeren 
de  estos  divinos  ejercicios,  siendo,  como  son,  para  ellos 
dedicados,  y  teniendo  tantos  y  mayores,  ¿cuánto  esta- 
rán más  estragados? 

El  cuarto  impedimento,  es  tener  la  casa  entorpeci- 
da. Quiero  decir:  cuando  el  morador  de  ella  está  hecho 
rudo  y  torpe,  y  por  consiguiente  inhábil  para  conver- 
sación tan  delicada,  como  es  la  de  Dios.  Y  esto  causa 
en  gran  manera  la  gula,  la  cual  agravando  y  haciendo 
pesado  el  cuerpo,  impide  las  operaciones  del  espíritu, 
al  cual  está  unido,  embota  su  entendimiento,  estraga  la 
buena  inclinación  de  la  voluntad.  Por  lo  cual  nuestro 
Redentor  nos  avisa  y  amonesta,  diciendo:  Mirad  que 
no  sean  agravados  vuestros  corazones  con  la  demasía 
del  comer  y  beber,  y  cuidados  del  siglo,  y  os  sobreven- 
ga  la  destrucción  a  deshora.^ 

La  gula,  aunque  en  sí  misma  no  sea  el  mayor  pe- 

1  Ps.  13,  2. 

2  Ps.  13,  3. 

3  Mt.  8,  22. 

4  Le.  17.  27. 


258 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


cado,  es,  empero,  cosa  muy  dañosa  y  peligrosa;  porque 
es  un  vicio  de  muchos  males  causativo;  y  porque  su 
combate  es  cotidiano;  y  porque  hace  al  hombre  ser 
para  todo  bien  perezoso;  y  hace  al  espíritu  ser  envi- 
lecido; y  destruye  la  salud  y  buena  disposición  del 
ánima  y  del  cuerpo.  De  lo  primero  es  manifiesta  figura 
nuestra  primera  madre  Eva,  en  la  cual  el  apetito  desor- 
denado del  manjar  fué  el  comienzo  de  todo  mal,  y 
con  un  negro  bocado  hinchió  i  de  tantos  males  a  todo 
el  linaje  humano.  Lo  segundo,  muéstranoslo  la  experien- 
cia. Porque  la  necesidad  que  tenemos  del  comer  y 
beber  cotidiano  nos  es  grande  ocasión  de  ser  cada  día 
combatidos  de  este  vicio,  y  ser  muchas  veces  de  él  en- 
gañados, y  vencidos,  si  no  estamos  muy  avisados  y  en 
la  temperancia  muy  fundados.  Lo  tercero  da  a  enten- 
der el  Apóstol  diciendo:  Los  cretenses  malas  bestias  y 
hombres  de  vientre  perezoso^  Esto  dice,  porque  la 
repleción  del  vientre  inhabilita  al  espíritu.  De  lo  cuar- 
to dice  el  mismo  Apóstol  llorando:  Son  enemigos  de  la 
cruz  de  Cristo  aquellos  cuyo  Dios  es  el  vientre.^  Pues, 
¿qué  mayor  vileza  que  la  del  hombre,  cuyo  espíritu, 
semejante  a  un  ángel,  haga  adorar  una  cosa  tan  sucia 
y  vil?  4  Lo  último,  es  a  todo  manifiesto;  porque  de  la 
demasía  de  los  manjares  o  del  vino  se  causan  innume- 
rables y  continuas  enfermedades  del  ánima  y  del  cuer- 
po. Cáusase  especial  y  préstamente  de  la  gula  el  vicio 
de  la  lujuria,  como  se  ve  por  ejemplo  en  nuestros  pri- 
meros padres,  que  luego  que  fueron  derribados  por  la 
gula,  padecieron  rebelión  de  la  carne. 

El  quinto  y  último  impedimento,  es  tener  la  casa 
sucia.  Lo  cual  se  causa  mayormente  por  el  vicio  de  la 
lujuria,  cuya  hija  es  la  ceguedad  del  alma.  La  cual, 
mientras  está  así  ciega,  no  puede  admitir  la  conversa- 
ción divina.  Y  que  el  estiércol  del  vicio  carnal  ciegue 
los  ojos  del  alma,  dáse  a  entender  en  el  estiércol  de  la 
golondrina  que  cegó  a  Tobías  los  ojos  del  cuerpo.^ 
Así  como  la  golondrina  mora  dentro  de  la  casa,  así 
el  vicio  de  la  lujuria  ordinariamente  derriba  al  hombre 

1  hinchió,   forma   clásica  del  verbo  henchir. 

2  TU.  1,  12. 

3  Phil  3,  19. 

4  ed.:  vilísima. 

5  Toh.  2,  10. 


C.  6.  Impedimentos 


259 


dentro  de  la  casa.  Cosa  es  pues  manifiesta,  que  si 
alguno  tiene  su  casa  llena  de  estiércol,  no  holgara  el 
rey  de  entrar  a  morar  en  ella.  Bien  así,  cuando  alguno 
tiene  su  ánima  hecha  establo  de  las  bestias  infernales, 
y  llena  del  estiércol  de  los  vicios,  y  toda  tan  sucia,  no 
puede  recibir  en  sí  la  morada  del  Rey  del  cielo,  a  cuya 
casa  divina  conviene  toda  santidad  y  pureza.  No  echa 
la  Sabiduría  en  vaso  tan  sucio  el  bálsamo  tan  pre- 
cioso de  su  amor  divino.  Y  como  dice  el  Sabio:  En  el 
alma  malévola  no  entrará  la  sabiduría,  ni  morará  en 
el  cuerpo  a  pecado  sujeto.'^ 

1    Sap.  1,  4. 


Capítulo  VII 


DE  LOS  REMEDIOS  PARA  AMAR  LA  ORACION 
Y  GOZAR  DE  LA  DIVINA  CONVERSACION 


ISTOS  los  impedimentos  de  la  oración  y  conver- 


V  sación  divina,  resta  agora  de  ver  los  remedios 
para  gozarla.  Y  porque  el  primer  impedimento,  es 
—  como  dijimos  —  la  soberbia,  el  primer  remedio  sea 
la  humildad. 

La  verdadera  humildad  consiste  en  el  verdadero  co- 
nocimiento de  ti  mismo,  conocimiento  que  de  ti  eres 
nada  y  puedes  nada.  Y  así  como  el  sol,  si  no  le  impi- 
des cerrando  la  puerta,  luego  se  entra;  así  Dios  en  el 
ánima,  cuando  se  conoce  bien  a  sí  misma,  y  no  le 
cierra  la  puerta  con  la  falsa  estimación  de  tener  bien 
alguno  de  sí  misma.  De  modo,  que  no  te  pide,  sino 
que  no  desconozcas  lo  que  te  da. 

Pues  para  que  sientas  cómo  de  ti  eres  nada,  piensa 
bien  cómo  no  eres  señor  de  tu  propia  vida.  De  lo  cual 
se  sigue,  que  ni  del  movimiento  de  tus  miembros. 
Y  sentirlo  has  muy  claro,  cuando  vieres  que  muchos 
son  ciegos  y  desean  ver  y,  aunque  quieren,  no  pue- 
den. Y  otros  que  son  mancos,  que  aunque  quieran  no 
pueden  mandar  sus  manos  y  brazos.  Otros  tullidos,  que 
aunque  quieren  no  pueden  andar.  Y  así  de  las  otras 
habilidades  corporales.  Y  piensa  entonces,  cómo,  si  tú 
no  padeces  la  privación  de  ellas,  como  aquéllos,  es  por 
la  misericordia  de  Dios  tan  grande,  que  te  hace  merced 
de  ellas. 

Pues  viniendo  después  a  las  cosas  que  son  espiritua- 
les lo  mismo  has  de  sentir  de  ellas,  pues  que  todo  el  ser 
y  virtud  corporal  y  espiritual  de  Dios  lo  recibes;  y  todo 
lo  que  es  algo,  de  Dios  emana  y  de  Dios  lo  tienes.  Por- 
que lo  que  de  sí  es  nada,  ninguna  cosa  puede  de  su  co- 


C.  7.    Primer  remedio:  Humildad  261 

secha  tener  ni  hacer.  Esto  nos  da  bien  a  entender  el 
Espíritu  Santo  por  el  profeta  Esaías,  diciendo:  Mirad 
que  vosotros  sois  de  nada,  y  vuestra  obra  de  aquello  que 
de  sí  no  es.^  Si  alguna  buena  cosa  pudiésemos  de  nues- 
tra propia  virtud,  lo  primero  sería  pensar  bien,  de  lo 
cual  dice  el  Apóstol:  No  somos  suficientes  de  pensar 
alguna  cosa  por  nuestra  propia  virtud,  que  de  nosotros 
proceda.^  Después  de  esto,  es  el  querer,  y  después  el 
obrar;  y  de  estas  dos  cosas  dice  el  mismo  Apóstol:  Con 
temor  y  temblor  obrad  vuestra  salud,  porque  Dios  es  el 
que  obra  en  vosotros  el  querer  y  el  obrar. ^  Y  Esaías  dice: 
Todas  nuestras  obras  habéis  obrado  en  nosotros,  SeñorA 
Y  el  mismo  Señor  dice  en  el  Evangelio:  Sin  mí  ninguna 
cosa  podéis  hacer.^ 

Así  como  los  ojos  corporales  de  sí  no  tienen  luz, 
mas  sólo  tienen  disposición  para  recibirla  y  con  ella, 
mientras  la  participan,  ven;  y  si  el  sol  no  les  enviase 
sus  rayos,  no  podrían  participarla;  así  las  potencias  de 
nuestra  ánima,  de  sí  no  tienen  virtud  alguna,  mas  para 
obrar  algún  bien  han  de  recibir  los  rayos  e  influencias 
de  la  divina  virtud.  Sigúese,  pues,  que  de  nuestra  co- 
secha no  tenemos  ni  podemos  bien  alguno;  sino,  que 
lo  que  puede  nuestro  libre  albedrío  —  si  poder  se  pue- 
de llamar  —  es  hacer  mal,  corromper  el  bien,  desfa- 
llecer o  pecar.  Y  si  algún  bien  hace,  movido  con  la 
gracia  de  Dios  —  la  cual  siempre  para  ello  ha  de  estar 
concurriendo  —  así  lo  afea  con  sus  poquedades,  que  lo 
hace  parecer  delante  de  Dios  como  el  paño  sucio  de  la 
mujer,  que  ha  padecido  su  ensuciamiento  de  costum- 
bre, como  dice  Esaías. ^ 

Debemos,  pues,  para  tener  humildad,  estar  del  todo 
desconfiados  de  nosotros  para  todos  los  bienes,  cono- 
ciendo nuestra  inhabilidad;  y  esperar  firmemente  el  fa- 
vor de  la  infinita  bondad.  Debemos  también  reconocer 
delante  de  Dios  nuestras  culpas  y  miserias  y  las  gran- 
des llagas  de  nuestros  corazones  en  que  habemos  incu- 
rrido por  nuestra  ingratitud  o  maldad.  Esto  todo  nos 
enseña  muy  bien  el  santo  profeta  diciendo:  En  Dios 

1  l8.  Ul,  29. 

2  1  Cor.  3,  5. 

3  PhxL  2,  13. 

4  Is.  26,  12. 

5  7o.  15,  5-5. 

6  Is.  6A.  Se  refiere  al  menstruo. 


262 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


es  mi  salud  y  gloria,  Dios  de  mi  ayuda.  En  Dios  es  mi 
esperanza.  Esperad  en  él  toda  la  congregación  del  pue- 
blo.^ Esto,  cuanto  a  lo  primero.  Y  cuanto  a  lo  segundo, 
añade  luego  diciendo:  Descubrid  y  arrojad  delante  de 
él  vuestros  corazones,  esto  es,  manifestando  sus  lla- 
gas, para  que  de  él  sean  sanas.  Y  haciéndose  esto,  seguir- 
se ha  lo  que  luego  añade,  diciendo:  Y  él  siempre  os 
ayudará. 

Debe,  pues,  el  que  quiere  llegarse  a  Dios,  fundarse 
en  la  verdad.  Y  por  esto  dice  el  profeta  Oseas,  hablan- 
do con  el  alma:  Desposarte  he  conmigo  en  juicio,'^  que 
significa  esta  dicha  verdad.  Porque  el  que  con  recto 
juicio  se  juzgare  a  sí  mismo,  hallará,  que  de  sí  es  nada, 
y  ninguna  cosa  de  bien  puede;  mas  que  Dios  lo  obra 
todo,  y  todo  bien  de  Dios  nos  viene;  y  de  nuestra  par- 
te, es  recibirlo,  no  poniendo  obstáculo  de  culpa  u 
ocupación  de  propio  apetito,  como  muchas  veces  ha- 
cemos pecando  y  siguiendo  nuestros  intereses  propios.^ 
Y  que  de  nuestra  propia  virtud  no  podamos  hacer  ni 
aun  querer  bien  alguno,  manifiéstase  por  ejemplo  en 
los  ángeles  malos;  los  cuales,  aunque  tienen  tanta  luz 
de  conocimiento  natural  que  excede  incomparablemen- 
te al  nuestro,  con  todo  esto,  no  se  pueden  convertir  a 
Dios,  ni  hacer  bien  alguno  para  agradar  a  Dios,  ni 
para  hacerse  salvos;  antes,  están  siempre  en  el  mal 
obstinados,  por  estar  de  la  gracia  de  Dios  desampara- 
dos. Pues  si  de  suyo  no  pueden  hacer  bien  los  ángeles, 
¿cuánto  menos  los  hombres?  Si  no  tiene  de  qué  gloriar- 
se de  suyo  la  naturaleza  angélica,  ¿por  qué  se  enso- 
berbece el  hombre,  que  es  tierra  y  ceniza? 

De  esto  así  declarado,  se  pueden  sacar  dos  verdades 
muy  nobles  y  saludables. 

La  una,  es  la  verdad  incomprensible  de  Dios;  pues^ 
para  hacernos  tantos  bienes  no  nos  pide  otra  cosa  sino 
que  con  nuestros  males  no  le  impidamos  y  resistamos. 
Esto  enseña  el  profeta  Esaías,  diciendo:  Dios  abrió  la 

1  Ps.  61,  6  ss. 

2  Os.  2,  19. 

3  Se  refiere  el  autor  a  la  operación  que  se  llama  remoción  de 
obstáculos  y  allanamiento  natural  del  camino  de  la  gracia;  que  en 
realidad  no  se  puede  ni  aun  esto  hacer  sin  el  auxilio  de  Dios.  Esta, 
distinción  esclarece  admirablemente  la  operación  del  hombre  y  la, 
de  Dios  o  la  gracia  en  la  santificación  del  alma;  atribuyendo  a 
aquél  la  parte  negativa  o  remoción  de  obstáculos,  y  a  Dios  la  posi- 
tiva y  verdaderamente  eficaz  y  divina. 


C.  7.    Primer  remedio:  Humildad  263 

puerta  de  mi  alma,  y  lo  que  yo  hago  es  que  no  le  con- 
tradigo  ni  deshuyoA  Verdad  es  que  el  alma,  después  de 
movida  por  Dios,  obra  con  el  consentimiento.  Mas 
aunque  concurre  en  esta  obra,  no  obra  por  su  virtud 
propia,  sino  mientras  es  de  Dios  movida.  El  cual,  con  su 
infinita  virtud  tan  sutil  y  delicadamente  la  mueve,  que 
no  la  fuerza;  mas  siempre  le  conserva  la  libertad  que  le 
ha  dado.  Mas,  porque  no  basta  la  libertad  sin  el  poderío, 
siempre  que  para  el  bien  concurre.  Dios  la  mueve.  De 
modo  que  Dios  es  como  el  agente  principal,  y  nuestro 
espíritu,  o  libre  albedrío,  es  como  instrumento,  aunque 
muy  noble  y  delicado.^  Y  esto  es  lo  que  el  Apóstol  nos 
enseña  diciendo:  Más  que  todos  trabajé;  no  yo,  mas  la 
gracia  de  Dios  conmigo.^ 

La  segunda  verdad,  y  muy  notable,  es  la  grave  en- 
ferm.edad  y  profunda  ceguedad  en  que  nos  ha  derri- 
bado nuestra  soberbia  y  malicia;  pues,  con  ser  así  ver- 
dad, y  tan  manifiesta,  lo  que  hemos  dicho  de  nuestra 
inhabilidad  y  maldad,  hay  muchos  que  apenas  pueden 
ser  traídos  a  creerlo  y  conocerlo,  mas  antes  menospre- 
cian a  los  otros  y  se  estiman  a  sí  mismos  en  mucho. 
Contra  los  cuales  dice  la  Escriptura  santa:  El  que  se  es- 
tima ser  algo,  como  sea  nada,  él  mismo  se  engañad 

Es  pues  necesario  para  llegarnos  con  la  oración  a 
conversar  con  Dios,  que  es  suma  verdad,  fundarnos 
en  la  verdadera  humildad. 

1  Is.  50,  5. 

2  En  todo  este  capítulo  trata  el  autor  con  mucha  claridad  y 
competencia  teológica  él  problema  de  la  gracia  y  su  modo  de  obrar 
en  el  hombre  y  de  la  cooperación  de  éste  con  ella. 

3  1  Cor.  15,  10. 

4  Gal.  5,  26. 


Capítulo  VIH 


DEL  SEGUNDO  REMEDIO  PARA  GOZAR  DE 
DIOS  CON  LA  ORACION,  QUE  ES  EL  RECOGI- 
MIENTO DE  LOS  SENTIDOS 


ARA  librarte  del  segundo  impedimento  de  la  ora- 


J.  ción  y  conversación  divina,  que  son  los  pasa- 
tiempos vanos  y  viciosos,  debes  por  remedio  tener  gran 
cuidado  de  recoger  y  guardar  tus  sentidos,  porque  la 
muerte  entra  por  sus  puertas. i  Por  tanto,  has  de  velar 
en  tenerlas  siempre  cerradas  al  mundo  y  al  demonio, 
porque  no  te  llaguen  con  sus  saetas  de  las  ocasiones  y 
sugestiones. 

No  te  descuides  ni  engañes  con  parecerte  que  tie- 
nes tanto  conocimiento  de  Dios  y  tanta  inclinación  a 
su  servicio,  que  bastará  para  vencer  cualquier  encuen- 
tro. Mira,  para  deshacer  este  engaño,  cómo  nuestros 
primeros  padres  estando  en  tanta  luz  y  santidad,  como 
era  el  estado  de  la  inocencia,  ofrecida  la  ocasión  y 
sugestión,  cayeron  en  la  culpa. 2  Mira,  cómo  Salomón 
siendo  sapientísimo,  habiendo  sido  de  Dios  tan  amado 
y  escogido,  vencido  de  la  hermosura  corporal,  fué  he- 
cho muy  malo;  y  el  que  en  mocedad,  con  su  doctrina 
y  ejemplo,  enseñó  a  servir  a  Dios  y  a  orar,  depravado 
por  las  mujeres,  vino  después,  de  viejo,  a  idolatrar.^ 
El  Rey  David,  después  de  ser  santísimo,  por  la  vista  de 
una  mujer  cayó  en  el  adulterio  y  homicidio.^  Los  hijos 
de  Dios  —  como  en  el  Génesis  se  lee  —  viendo  a  las 
hijas  de  los  hombres  ser  hermosas,  tomáronlas  por  mu- 
jeres, de  lo  cual  se  ocasionó  que  todo  el  mundo  se  hizo 

1  ler.  9,  21. 

2  Gen.  3,  6. 

3  3  Reg.  11,  U  ss 

4  2  Reg.  11,  2  ss. 


C.  8.    Segundo  remedio:  Recogimiento  265 


corrupto,  y  fué  por  esto  sumergido  y  destruido  con  el 
diluvio.! 

Has,  pues,  de  procurar  de  evitar  todas  las  ocasiones 
y  huir  cuanto  puedas  de  la  superfluidad  de  estas  recrea- 
ciones sensuales.  Si  quieres,  pues,  no  caer  con  la  vista, 
aparta  tus  ojos  de  ver  los  espectáculos  mundanos  y  de 
cualesquier  vanidades.  Si  quieres  no  ser  inficionado  con 
malas  palabras,  aparta  tus  oídos  de  doquier  que  sin- 
tieres que  se  hablaren  cosas  deshonestas,  o  vanas,  o 
perjudiciales.  Si  quieres  no  murmurar,  apártate  de  las 
parlerías.  Si  quieres  no  ser  vencido  de  la  gula,  no  pon- 
gas más  de  lo  necesario  en  tu  mesa.  Si  quieres  no  ser 
asolado  de  la  lujuria,  no  sufras  morar  en  tu  casa  per- 
sona que  te  incline  a  culpa,  ni  vayas  por  la  calle  donde 
temas  encontrar  alguna  ocasión  mala,  ni  por  doquier 
que  fueses  vayas  mirando,  sino  con  los  ojos  en  tierra, 
acordándote  de  tu  presta  sepultura.  Y  no  estés  un  pun- 
to ocioso,  mas  ten  siempre  toda  tu  vida  bien  ordenada 
y  en  buenas  obras  ocupada. 

Ayuda  mucho  para  refrenarnos  de  estas  sensuales  y 
exteriores  delectaciones,  considerar  frecuentemente, 
cómo  Cristo  nuestro  Señor  no  sólo  se  privó  de  ellas  por 
nuestro  amor,  mas  aun  abrazó  las  penas  a  ellas  contra- 
rias. Onde  2  en  su  pasión  eligió  para  objeto  de  su  vista 
el  improperio  de  la  compañía  de  dos  ladrones  justicia- 
dos, entre  los  cuales  fué  crucificado.  Para  el  oído,  las 
injurias  e  improperios  y  blasfemias  y  escarnios  que  los 
príncipes  de  los  sacerdotes  y  los  otros  le  estaban  di- 
ciendo. Para  el  olfato,  el  lugar  hediondo  do  estaban 
los  huesos  de  los  muertos  por  malhechores.  Para  el 
gusto,  gran  sed  y  amargura  de  hiél  y  vinagre.  Para  el 
tacto,  tormentos  y  dolores  crudelísimos  de  pies  a  ca- 
beza en  todo  el  cuerpo,  azotado  y  llagado  y  desco- 
yuntado, í 

1  Gen.  6,  2. 

2  onde,  del  latín  unde,  e.  e.,  de  donde,  por  lo  que,  etc. 


18 


Capítulo  IX 


DEL  TERCER  REMEDIO  PARA  CONVERSAR  CON 
DIOS  POR  LA  ORACION,  QUE  ES  EL  MOTIVO 
DEL  AMOR  DE  CRISTO.  Y  COMO  POR  APLICA- 
CION DE  LAS  CINCO  LETRAS  VOCALES  A  SUS 
CINCO  LLAGAS  SE  PODRA  ADQUIRIR  ATEN- 
CION EN  EL  OFICIO  DIVINO 


L  tercer  remedio  para  amar  la  oración,  y  con  ella 


J_  gozar  la  divina  conversación,  es  considerar  siem- 
pre el  amor  inefable  con  que  Dios  nos  ama,  el  cual 
vemos  por  sus  tantos  y  continuos  dones,  como  ya  arri- 
ba habemos  declarado.  Y  que  si  no  somos  ingratísimos, 
nos  habemos  únicamente  de  aficionar  a  él,  y  amarle 
sobre  todas  las  cosas.  Que  el  que  ama  a  otro,  huelga 
de  conversar  con  él,  y  cuanto  más  le  ama,  más  se 
huelga  de  estar  con  él.  Y  de  aquí  es,  que  ya  que  no  le 
tenga  presente  con  el  cuerpo,  tiénelo  en  su  pensamien- 
to; y  a  doquiera  que  está,  le  va  a  buscar  con  el  co- 
razón. 

Y  con  este  modo  está,  según  puede,  con  él;  porque 
a  do  está  nuestro  tesorOy  allí  está  nuestro  corazón,^  como 
dice  el  santo  Evangelio;  y  a  do  está  nuestro  amor,  allí 
se  van  nuestros  ojos,  así  exteriores  como  interiores. 
Pues  como  Dios  sea  espíritu,  no  se  puede  hallar  en 
estas  cosas  visibles,  ni  gozar  de  su  conversación  en  es- 
tas cosas  sensuales;  sino  que  habemos  de  entrar  «ientro 
de  nosotros  a  nuestro  corazón,  y  buscarlo  con  nuestro 
entendimiento  y  afecto  en  la  región  de  los  bienes  invi- 
sibles, esto  es,  en  lo  íntimo  de  nuestra  ánima.  Porque 
allí  está,  y  allí  mora,  y  allí  se  halla,  y  conversa.  Y  con- 

1    Mt.  6,  21. 


C.  9.    Tercer  remedio:  Amor 


267 


siderar  cómo  para  entrar  a  las  cosas  interiores  es  me- 
nester dejar  estas  exteriores,  así  recreaciones  como 
ocupaciones,  no  sólo  las  lícitas,  mas  aun  las  buenas. 
Y  digo  que  las  habemos  de  dejar,  o  del  todo  o  en  parte. 
Digo  en  parte,  no  ocupando  todo  nuestro  entendimien- 
to en  ellas,  sino  que  entre  ellas  se  goce  también  de  la 
presencia  de  nuestro  Amado,  mirándolo  en  ellas  con 
los  ojos  de  la  imaginación  y  del  entendimiento;  aunque, 
cuanto  más  nos  apartáremos  de  estas  operaciones  exte- 
riones,  tanto  estaremos  más  libres  y  hábiles  para  gozar 
de  Dios  en  las  interiores,  como  lo  enseña  el  Eclesiás- 
tico, cuando  dice:  El  que  disminuye  la  obra  exterior  y 
percibirá  la  sabiduría.^  Por  la  Sabiduría  se  entiende  al 
Hijo  de  Dios,  el  cual  de  buena  voluntad  mora  y  conver- 
sa con  el  que  se  abstiene  de  estas  ocupaciones  visibles. 
Porque,  cuando  el  espíritu  no  anda  en  ellas  derramado, 
halla  Dios  dentro  de  la  casa  al  huésped  que  le  recibe; 
y  así  remedia  el  tercer  impedimento,  que  es  cuando 
Dios  halla  la  casa  vacía. 

Ayuda  a  este  recogimiento  el  lugar  apartado,  se- 
creto y  quieto.  De  aquí  es  que  nuestro  Redentor,  por 
damos  ejemplo,  subía  a  orar  en  el  monte,  y  otras  ve- 
ces se  iba  a  un  huerto,  que  estaba  del  ruido  de  la  ciu- 
dad apartado.  Lo  mismo  amonesta  por  palabra,  a  do 
dice:  Cuando  orares,  entra  en  tu  aposento  y,  cerrada 
la  puerta,  ora  a  tu  padre  en  escondido.'^ 

Verdad  es  que  los  perfectos,  y  aun  los  aprovechan- 
tes, que  están  en  la  conversación  divina  ejercitados,  en 
todo  lugar  y  tiempo  podrán  entrar  en  el  aposento  se- 
creto de  su  corazón  y,  cerrada  la  puerta  de  sus  senti- 
dos, sin  hincarse  de  rodillas,  ni  dar  a  entender  que 
oran,  pueden  orar  y  con  Dios  conversar.  Mas  en  los 
principiantes,  la  conversación  de  Dios,  que  es  por  la 
meditación  y  oración,  es  cosa  dificultosa.  Porque  el 
cuerpo,  pesado  y  corruptible,  agrava  al  alma;  y,  así 
por  esta  corrupción  de  su  naturaleza,  como  por  la  mala 
inclinación  con  que  por  su  culpa  se  han  incurvado  a 
las  cosas  bajas  y  viles,  que  son  estas  terrenas,  dificul- 
tosamente y  haciéndose  fuerza  son  levantados  a  pensar 
y  desear  las  cosas  altas  y  divinas.  También  la  oración 

1  Eccli.  38,  25. 

2  Mat.  6,  6. 


268 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


les  es  dificultosa,  porque  los  demonios  entremeten 
muchos  y  varios  y  desvariados  pensamientos,  procu- 
rando sobre  todas  las  cosas  impedirla.  Mas  perseveran- 
do un  poco,  con  tener  delante  los  ojos  el  fruto,  presto 
con  ayuda  de  Dios  será  vencida  la  dificultad  y  la  con- 
vertirá en  suavidad. 

Débese  también  tener  debida  disposición  y  manera, 
en  el  modo  de  estar  con  el  cuerpo,  mientras  estamos 
orando.  Esto  entiendo,  cuando  el  que  ora  está  solo  y 
apartado.  Entonces  debe  estar  de  rodillas  o  postrado, 
como  lo  uno  y  lo  otro  hizo  nuestro  Redentor,  cuando 
oró  en  el  huerto.  O  esté  en  pie,  como  oró  el  mismo  Re- 
dentor estando  crucificado.  O  si  eres  flaco,  debes,  por- 
que no  te  canses,  arrimarte  a  algún  banco  o  silla,  u 
otra  cosa,  cuando  estás  puesto  de  rodillas.  Y  paréceme, 
que  es  mejor  arrimar  las  espaldas,  que  no  los  pechos. 
Quiere  Dios  ser  reverenciado  del  ánima  y  del  cuerpo, 
porque  lo  ha  criado  todo,  y  con  todo  se  huelga  de  ser- 
virle el  que  es  devoto.  La  humildad  y  reverente  dispo- 
sición del  cuerpo,  ayuda  a  la  devoción  y  atención  del 
espíritu. 

De  lo  dicho  se  sigue,  que  en  el  tiempo  a  Dios  dedi- 
cado, que  es  cuando  se  dice  el  oficio  divino,  conviene 
que  estés  quieto  con  el  ánima  y  el  cuerpo,  y  no  rezarlo 
paseando,  salvo  por  manifiesta  enfermedad,  o  andando 
camino.  Porque  el  religioso,  y  cualquier  eclesiástico, 
tiene  grande  obligación  de  pagar  lo  mejor  que  pudiere 
el  divino  oficio.  El  que  paseando  lo  reza,  hurta  parte 
de  aquel  tiempo  a  nuestro  Señor,  porque  parte  de  él 
quiere  tomar  para  su  recreación.  ¿Pues,  qué  diré  de 
los  que  estando  hablando  con  Dios,  andan  mirando  acá 
y  acullá  en  diversas  partes,  por  recrearse  en  estas  cosas 
exteriores  y  evadir  la  dificultad  de  la  atención  necesa- 
ria para  conversar  con  Dios  y  ofrecerle  en  aquel  tiem- 
po su  corazón  por  la  oración? 

¿Pues  qué  diré  de  los  que  estando  así  en  el  oficio 
divino  hablando  con  la  infinita  majestad  de  Dios,  por 
muy  fáciles  ocasiones  se  vuelven  a  hablar  con  los  hom- 
bres, y  a  entender  en  negocios  exteriores,  y  entremeter 
cosas  tan  extrañas  y  vanas?  Y  aunque  los  tales  sean 
muy  ocupados  de  negocios,  como  son  mayormente  los 
prelados,  deben  buscar  y  tener  algún  convenible  tiem- 
po, en  que  se  den  a  Dios,  como  deben;  y  lo  cumplan, 


C.  9.    Tercer  remedio:  Amor  269 

no  como  quien  lo  toma  a  destajo  y  por  trabajo,  sino 
por  regalo  y  descanso.  Los  que  diciendo  el  oficio  di- 
vino, buscan  juntamente  recreaciones  exteriores,  señal 
es  que  les  falta  mucho  del  amor  divino,  y  que  tienen  su 
corazón,  no  tanto  en  Dios,  del  cual  tan  fácilmente  se 
apartan,  como  en  las  cosas  sensibles  en  que  más  se 
recrean.  Porque  como  dice  nuestro  Señor  en  el  Evan- 
gelio: A  donde  está  tu  tesoro,  allí  está  tu  corazón.  Es- 
tos que  así  andan  recreándose  en  estas  cosas  exteriores 
con  la  imaginación  o  corporales  sentidos  en  el  tiempo 
del  oficio  divino,  muy  poco,  o  ningún  fruto  sacan  al 
cabo  del  año.  Y  de  aquí  es  lo  que  dice  aquel  devoto  y 
divino  libro  que  se  llama  Contemptus  mundi,  que  lo 
que  más  te  impide  el  espiritual  fruto,  es  que  tarde  te 
vuelves  a  estar  en  verdadera  oración;  y  primero  que  así 
ores,  buscas  muchas  consolaciones  en  estas  cosas  exte- 
riores. Mas  los  que,  cuando  oran,  menosprecian  todas 
estas  cosas  sensibles,  y  se  recogen  a  conversar  y  re- 
crear y  negociar  con  solo  Dios,  aunque  a  los  principios 
sientan  alguna  dificultad  en  desechar  estas  vanas  re- 
creaciones y  pensamientos  importunos,  presto  tienen 
en  la  oración  mayores  deleites,  allende  de  alcanzar  sus 
peticiones.  Y  por  esto  dice  el  Sabio:  que  mejor  es  el 
fin  de  la  oración  que  el  principio.^ 

Es  también  remedio  para  la  atención  y  devoción 
de  la  oración,  procurar  de  aparejar  primero  el  espíritu 
con  alguna  buena  disposición.  Esto  nos  amonesta  el 
Eclesiástico,  diciendo:  Antes  de  la  oración  apareja  tu 
ánima:^  Puédese  aparejar  nuestra  ánima  con  alguna 
santa  y  breve  meditación,  que  preceda  a  la  oración. 
Y  paréceme  que  será  meditación  muy  fructuosa  para 
disponernos  a  orar,  tratar  al  principio  aquellas  pala- 
bras que  dijo  Abrahán,  cuando  quiso  hablar  con  Dios: 
Hablaré  —  dice  —  al  Señor  mío,  como  yo  sea  polvo  y 
ceniza.^  En  las  cuales  palabras  se  nos  representa  la 
infinita  majestad  y  bondad  divina,  y  nuestra  vileza  y 
maldad  propia.  En  decir,  Señor,  se  representa  el  seño- 
río, en  cuya  mano  se  sustenta  y  de  cuya  voluntad  cuel- 
ga todo  el  mundo.  En  decir,  mío,  se  representa  su 
amor  incomprehensible  y  eterno.  En  decir,  como  yo 

1  Eccli.  7r  9. 

2  Eccli.  18,  23. 

3  Gen.  18.  27. 


270 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


sea  polvo  y  ceniza,  se  nos  representa  nuestra  inhabili- 
dad y  maldad. 

El  último  remedio  para  la  tentación  y  devoción  de 
la  oración  sea,  que  al  principio  del  oficio  divino,  y 
de  cualquier  psalmo,  o  de  las  palabras  aquí  dichas,  o  de 
otras,  uses  de  alguna  señal  exterior  y  sensible,  con  que 
puedas  de  pronto  presentar  en  tu  memoria  a  nuestro 
Señor  Jesucristo  crucificado.  Y  para  que  fácilmente 
alcances  ésta  su  memoria,  aplica  las  cinco  letras  voca- 
les a  sus  cinco  llagas  principales.^  La  ^4,  a  la  llaga  de 
la  mano  derecha.  La  E,  a  la  de  la  mano  izquierda.  La 
/,  a  la  del  pie  derecho.  La  O,  a  la  del  siniestro.  La  C/, 
a  la  del  costado.  Pues  como  en  el  principio  de  cual- 
quier psalmo,  o  himno,  u  oración  vocal  has  de  hallar 
luego  alguna  de  estas  letras  vocales,  haz  luego  algún  to- 
camiento o  señal,  en  la  parte  a  que  se  aplica  la  letra 
que  entonces  se  ofrece.  Si  fuere  la  A,  tócate  en  la  pal- 
ma de  la  mano  derecha  con  los  mismos  dedos  de  ella. 
Si  fuere  E,  tócate  en  la  izquierda.  Y  lo  mismo  digo  de 
los  pies  y  del  costado,  haciendo  en  cada  una  algún  to- 
camiento o  movimiento,  para  rememorar  las  llagas  de 
tu  mismo  Dios  y  esposo,  por  ti  crucificado.  Con  lo 
cual,  como  ya  declaramos,  se  nos  representa  máxima- 
mente estos  dos  motivos,  que  son:  cómo  Dios  es  infini- 
tamente amable,  y  único  amador  nuestro.  Con  estos 
dos  motivos  de  esta  suma  lección  de  Cristo  y  su  pasión, 
puedes  y  debes  —  oh  ánima  —  despertarte  siempre  en 
profunda  meditación,  con  la  cual  alcances  y  goces  la 
verdadera  oración. 

1  Aunque  algo  infantil  este  método  y  procedimiento  de  mante- 
ner la  mente  atenta  y  devota  a  lo  que  reza;  sin  embargo^  fué  muy 
recomendado  este  modo,  especialmente  en  la  Edad  Media  y  todo  el 
siglo  XV. 


Capítulo  X 


DEL  CUARTO  REMEDIO  PARA  AMAR  LA  ORA- 
CION Y  GOZAR  DE  LA  CONVERSACION  DE 
DIOS,  QUE  ES  LA  FRECUENTACION  DE  LOS 
SOBREDICHOS  EJERCICIOS 


uiMOS  que  el  cuarto  impedimento  para  amar  la 


J  /  oración  y  gozar  de  la  conversación  divina  es, 

cuando  halla  Dios  la  casa  entorpecida,  lo  cual  es  por 
la  gula.  Pues  para  que  el  ánima  no  siga  el  apetito  des- 
ordenado del  manjar  de  su  cuerpo,  el  remedio  es,  que 
el  espíritu  coma  cuanto  más  pudiere  el  manjar  suyo. 
Su  manjar  es  la  palabra  de  Dios,  la  cual  se  come  usan- 
do el  ánima  de  los  sobredichos  ejercicios,  que  son:  la 
lección,  y  la  meditación,  y  la  oración,  que  se  gozan 
con  el  entendimiento,  con  el  cual  el  hombre  goza  de  su 
manjar  propio,  conforme  a  lo  que  dice  el  Eclesiástico, 
hablando  del  justo:  Dióle  Dios  —  dice  —  a  comer  pan 
de  vida  y  entendimiento.'^  La  lección  apareja  el  man- 
jar. La  meditación  lo  masca.  La  oración  lo  gusta. 

Gran  diferencia  hay  entre  este  manjar  espiritual  y 
el  corporal.  Porque  el  manjar  del  cuerpo  no  se  puede 
tomar  de  él  sino  poco,  que  baste  para  lo  necesario;  y  si 
más  se  toma,  daña.  Mas  el  manjar  espiritual  cuanto  más 
de  él  se  come,  tanto  más  aprovecha.  El  manjar  del  cuer- 
po, presto  hinche  su  estómago;  mas  el  manjar  del  espíri- 
tu, hácelo  más  capaz,  y  ensancha  y  habilita  ,  más  su  es- 
piritual estómago.  El  manjar  del  cuerpo,  cuando  se 
toma  de  más,  se  hace  desabrido;  mas  el  manjar  del  espí- 
ritu, cuanto  más  de  él  se  toma,  es  más  sabroso.  Del 
manjar  corporal,  no  se  puede  gozar  casi  en  todo  el  día, 

1    Eccli.  15,  s. 


272 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


sido  obrai  de  una  hora;  y  si  un  poco  más  alguno  en 
él  se  detiene,  cánsale  mala  disposición  y  enfermedad. 
Mas  el  manjar  del  alma,  puédese  gozar  todo  el  día,  y 
con  esto  da  más  buena  disposición  y  salud. 

De  lo  dicho  se  sigue,  que  la  frecuentación  de  la 
lección  y  meditación  y  oración,  es  gran  remedio  contra 
la  gula;  porque,  cuanto  el  espíritu  gusta  más  de  su  pro- 
pio manjar,  tanto  más  desprecia  el  corporal.  También, 
cuanto  el  espíritu  más  recibe  su  manjar  espiritual, 
tanto  más  engorda,  y  recibe  más  salud  y  más  fuerza. 
Y  cuanto  más  se  aumenta  la  fortaleza  del  espíritu, 
tanto  mejor  puede  vencer  el  apetito  desordenado  sen- 
sual del  manjar  del  cuerpo. 

De  las  cosas  ya  dichas  fácilmente  se  puede  cono- 
cer, cómo  el  que  se  da  a  los  ejercicios  santos  de  la  de- 
vota lección  y  amable  meditación,  alcanza  disposición 
de  su  alma  para  darse  a  la  oración  y  gozar  de  la  divina 
conversación.  Mas,  si  con  todo  esto,  hubiere  alguno 
que  pregunte  ¿cómo  puede  holgarse  de  conversar  con 
Dios,  pues  no  lo  ve?  A  esto  respondo,  que  el  que  tie- 
ne algún  amigo,  huelga  de  conversar  con  él,  aun  cuan- 
do no  le  vea,  si  sabe  que  está  presente  y  le  oye  y  le 
responde.  Como  acaece  estando  a  oscuras  de  noche. 
Pues  como  sepamos  que  Dios  está  en  toda  parte,  y  oye 
al  que  le  habla,  y  responde  dulcemente  al  que  fami- 
liarmente y  con  toda  gana  le  conversa:  de  aquí  se  si- 
gue, que  en  todo  tiempo  y  lugar  le  podemos  y  debemos 
conversar,  aunque  estemos  en  la  noche  de  este  mundo. 
Porque,  aunque  en  esta  vida  estemos,  como  quien  está 
a  oscuras,  en  respecto  de  los  que  gozan  de  aquella 
suma  luz  viendo  claramente  la  divina  esencia;  la  mis- 
ma conversación  con  que  Dios  se  goza  en  esta  vida 
presente,  aunque  como  de  noche,  nos  alumbra  y  enca- 
mina para  comenzarle  a  gozar  aunque  imperfectamen- 
te, entre  las  tinieblas  de  este  presente  siglo;  y  nos  guía 
hasta  el  punto  que  nos  amanece  en  el  cielo,  viendo 
claramente  su  presencia  e  infinita  hermosura  con  su 
luz  clara  y  perfecta. 

Cuánto  más,  que  su  presencia  y  amor  y  muchas  dul- 
ces palabras  con  que  nos  habla,  podemos  ver  en  todas 


1  obra  de  una  hora,  e.  c,  cosa  de  una  hora  o  el  espacio  de 
una  hora. 


C.  10.    Cuarto  remedio:  Ejercicios  devotos  273 

las  cosas;  porque  en  todas,  si  bien  miramos,  se  mani- 
fiesta. Porque,  así  como  tú  ves  el  corazón  o  ánima  in- 
visible de  tu  amigo  por  las  señales  exteriores  y  visibles; 
así,  y  mucho  mejor,  puedes  y  debes  ver  la  presencia  de 
tu  Dios  por  medio  de  sus  obras  y  sus  dones.  Pues, 
como  puedas  gozar  de  la  conversación  de  Dios  todas 
las  veces  que  quieras;  y  con  ella,  de  tanta  honra  y  de- 
leite y  provecho,  ¿cuánta  razón  es,  que  te  esfuerces  a 
vencer  un  poco  de  dificultad,  que  para  la  oración  se 
ofrece  en  el  principio? 

Dime:  si  el  Rey  de  la  tierra  —  y  que,  junto  con 
esto,i  fuese  el  más  sabio  y  virtuoso  y  de  más  dulce  con- 
versación que  hubiese  en  el  mundo  y  perfecto  amigo 
tuyo  — ,  este  tal  te  convidase  a  conversar  con  él  todo 
el  tiempo  que  quisieses,  y  sintieses  que  se  huelga  mucho 
de  esto  por  el  grande  amor  con  que  te  ama,  por  el  cual 
allende  de  su  honra  y  de  su  conversación,  te  prometiese 
hacer  todas  las  mercedes  que  le  pidieses  por  sólo  que  le 
conversases:  si  esto  todo  tuvieses  por  cierto,  ¿dejarías 
de  conversarle,  por  no  tomar  un  poco  de  trabajo  de  su- 
bir a  su  palacio,2  aunque  hubieses  de  ir  cuesta  arriba 
por  espacio  de  un  cuarto  de  legua?  Por  cierto,  con 
grande  alegría  vencerías  la  dificultad  de  esta  subida. 
Pues,  ¿por  qué  no  harás  esto  mismo  para  vencer  la  di- 
ficultad que  se  ofrece  al  principio  de  la  oración,  pues 
sabes  que  con  vencerla  subes  a  conversar  con  el  Rey 
del  cielo,  que  en  sabiduría  y  potencia  y  bondad  es  in- 
menso, en  conversación  suavísimo,  y  único  amador 
tuyo;  y  que  te  promete,  por  sólo  conversarle,  todo 
cuanto  le  pidieres,  que  te  sea  provechoso? 

La  dificultad  que  se  ofrece  al  principio  de  la  ora- 
ción, y  que  has  de  procurar  siempre  vencer,  es  —  como 
muchas  veces  hemos  dicho  —  apartarte  de  estas  recrea- 
ciones y  ocupaciones  exteriores;  de  las  cuales  vanida- 
des se  te  hace  dificultoso  apartarte,  por  haberte  a  ellas 
mucho  inclinado  por  tu  culpa  y  descuido.  Mas  si  de  ellas 
te  apartas,  y  dentro  de  ti  te  recoges,  hallarás  a  Dios 
como  deseas.  Porque  cuanto  menos  la  virtud  de  tu 
ánima  se  derrama  en  las  cosas  de  fuera,  y  cuanto  más  de 
sus  ocupaciones  se  vacia,  tanto  queda  más  libre  para 


1  y  junto  con  esto,  e.  e.,  con  ser  Rey. 

2  J.«  ed.:  palacio  real. 


274 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


vacar  a  la  meditación  y  oración,  y  ver  y  conocer  a 
Dios,  conforme  a  lo  que  nos  amonesta  por  el  profeta, 
diciendo:  Vacad  y  ved  que  yo  soy  DiosA  También,  por- 
que cuanto  se  abstiene  más  de  las  consolaciones  de  las 
criaturas,  tanto  más  se  hace  digna  de  la  divina  conso- 
lación. Por  lo  cual  dice  el  profeta:  Menospreció  mi 
ánima  consolarse  —  conviene  a  saber,  en  cosas  las  de 
este  mundo  — ;  de  Dios  se  acordó  y  se  deleitó,"^ 

Debemos,  pues,  procurar,  cuanto  más  pudiéremos, 
evitar  las  consolaciones  de  estas  cosas  transitorias,  no 
sólo  ilícitas,  mas  aun  las  lícitas,  como  es  oír  nuevas,  y 
hablar  unos  con  otros,  si  no  fuere  para  despertamos  a 
Dios;  y  de  reírnos  y  de  tomar  cualesquier  pasatiempos 
vanos;  v  aun  de  tomar  demasiadamente  corporales 
ejercicios,  aunque  sean  útiles  y  buenos.  Pues,  como 
está  ya  declarado,  privan  de  otros  mejores,  que  son,  la 
lección,  meditación  y  oración,  con  que  se  goza  la  di* 
vina  conversación. 

1  Ps.  Jt5,  11. 

2  Ps.  76,  S. 


Capítulo  XI 


DEL  QUINTO  Y  ULTIMO  REMEDIO  PARA  LA 
ORACION  Y  CONVERSACION  DE  DIOS,  QUE  ES 
FRECUENTAR  LOS  SANTOS  SACRAMENTOS  DE 
LA  CONFESION  Y  COMUNION 


L  quinto  y  último  remedio  para  gozar  de  la  conver- 


L,  sación  de  nuestro  Señor  Dios  por  medio  de  la 
oración  es,  que  no  halle  Dios  sucia  la  potencia  de 
nuestra  alma,  cuando  viene  a  ella;  mas  limpia  y  ador- 
nada, para  que  huelgue  de  entrar  y  morar  en  ella. 
Esta  pureza  y  limpieza  y  hermosura  se  alcanza  ^  por 
la  frecuentación  de  los  santos  sacramentos  de  la  con- 
fesión y  comunión.  Porque  cada  vez  que  se  recibe  cual- 
quier de  ellos  —  no  poniendo  impedimento  —  nos  da 
nuestro  Señor  nuevo  aumento  de  gracia,  con  la  cual  el 
ánima  es  purificada,  y  hermoseada,  y  deificada. 

Especial  y  principalmente  es  ordenada  la  confesión 
para  purificar  el  alma.  Porque,  así  como  con  el  agua  se 
limpia  la  suciedad  corporal,  así  el  agua  de  las  lágrimas, 
que  ha  de  preceder  y  acompañar  a  la  confesión  por  el 
dolor  del  pecado,  alimpia  de  toda  manzilla  al  espíritu. 
Y  también  con  la  gran  vergüenza  que  se  debe  tener 
del  pecado  se  adquieren  las  lágrimas  de  contrición, 
con  que  se  riega  la  casa.  Y  con  la  lengua,  manifestando 
las  suciedades  que  tenemos  dentro,  como  con  una  es- 
coba echamos  aquellas  suciedades  fuera. 

Es  la  confesión  muy  necesaria  para  limpiamos  de 
la  culpa.  Porque,  puesto  que  el  pecador  después  de 
haber  pecado  mortalmente,  se  arrepiente,  teniendo  pe- 
sar y  dolor  de  su  pecado;  y  tenga  también  propósito 

1  se  alcanza.  Es  frecuente  en  ¡os  clásicos  concertar  el  verbo  en 
8ingular  con  varios  sujetos,  que  reclamarían  el  plural. 


276 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


de  enmendarse,  y  de  confesar,  cuando  lo  manda  la  igle- 
sia: con  todo  esto,  puede  ser  que  se  quede  en  pecado 
mortal.  Y  aun  temo  que  las  más  veces  acaece  así. 
Porque  el  tal  dolor  puede  nacer  del  amor  propio,  y  no 
del  amor  divino;  y  mientras  este  pesar,  o  dolor,  no 
nace  del  amor  de  Dios,  no  es  contrición,  sino  sola- 
mente atrición,  que  es  un  dolor  imperfecto,  no  forma- 
do i  con  caridad.  Y  mientras  no  hay  en  el  alma  otro, 
que  es  el  que  es  llamado  contrición,  formado  con  la 
caridad,  siempre  se  queda  en  pecado  mortal.  Y  aunque 
sea  tan  grande  el  pesar  o  dolor  de  sus  pecados,  que 
venga  a  llorarlos;  2  si  el  tal  dolor  no  nace  del  amor  de 
Dios,  al  cual  porque  ya  ama  sobre  todas  las  cosas  le 
pesa  sobre  todas  las  cosas  de  le  haber  ofendido,  siem- 
pre se  queda  en  pecado. 

Este  arrepentimiento  imperfecto,  engaña  a  muchos, 
pensando,  que  con  él  están  ya  en  gracia,  lo  cual  es 
gíande  engaño  del  demonio.  Porque  el  pecado  consigo 
trae  ordinariamente  arrepentimiento,  como  lo  enseña 
el  bienaventurado  nuestro  padre  San  Agustín,  diciendo: 
Mandaste,  Señor  y  así  es  hecho,  que  todo  ánimo  des- 
ordenado sea  pena  a  sí  mismo.  Esto  puede  ver  por  ex- 
periencia cada  uno;  mayormente  en  los  pecados  carna- 
les, que  son  más  manifiestos.  Y  tanto  el  pecador  puede 
tener  mayor  pesar,  y  lo  tiene  estando  fuera  de  gracia, 
cuanto  alcanza  más  claro  ingenio,  o  más  luz  de  letras; 
y  cuanto  más  intensamente  se  ama.  Porque  el  tal  pe- 
cador, cuanto  más  conoce  los  males  en  que  ha  incu- 
rrido por  el  acto  o  deleite  del  pecado,  ya  pasado,  tanto 
más  le  pesa  de  haber  en  él  caído,  Y  aunque  sea  tanto 
el  pesar,  que  vengan  a  llorar,  si  no  es  más  de  por  esta 
causa,  se  quedan  en  pecado  mortal.^  Esto  se  muestra 

1  no  formado,  e.  e.,  no  informado  o  penetrado. 

2  i.«  ed.:  ollarlos. 

3  En  todo  esto  habla  el  autor  del  dolor  del  pecado  como  de  un 
acto  natural  del  hombre,  que  se  duele  de  haber  caído  en  tal  o  cual 
acción  indigna  y  vergonzosa  del  hombre;  como  seria  en  una  persona 
noble  y  rica  haber  robado  una  cosa  vil;  o  el  pecado  de  infidelidad 
con  la  esposa  o  amigo,  a  quiénes  lo  debe  todo;  o  una  mentira  en 
una  persona  honorable;  o  una  vileza  y  bajeza  en  un  caballero  y  gran 
señor,  etc.  En  estos  casos  las  caídas  o  recaídas  suelen  llevar  consigo 
un  gran  dolor  y  confusión,  y  aún  a  veces  lloran  las  tales  personas 
sus  pecados  y  los  detestan  de  todo  corazón.  Pero  este  dolor,  si  no 
pasa  de  ser  por  motivos  naturales  y  humanos,  no  es  suficiente  para 
borrar  la  mancha,  que  sólo  la  gracia  sobrenatural  puede  borrar.  La 
contrición  es,  pues,  siempre  necesaria  para  borrar  los  pecados;  sin 
embargo,  como  más  adelante  explica,  puede  la  atrición,  unida  a  la 


C.  11.    Quinto  remedio:  Confesión  277 

bien  en  Esaú,  el  cual,  aunque  por  su  culpa  derramó 
muchas  lágrimas,  no  mereció  ser  perdonado,  como  lo 
pondera  el  Apóstol;  antes,  con  todo  esto  se  condenó, 
y  está  en  el  infierno. i  El  Rey  Antiocho,  viéndose  muy 
enfermo,  le  pesó,  y  mucho,  de  todos  sus  pecados,  y 
propuso  y  prometió  la  enmienda,  y  de  ser  gran  servi- 
dor de  Dios  de  allí  adelante,  y  hacer  grandes  bienes  en 
su  servicio.  Y  con  todo  esto,  nuestro  Señor  Dios,  aun- 
que es  clementísimo,  no  quiso  perdonarlo;  antes,  lo 
dejó  caer  en  el  infierno. 2  Porque  aquel  dolor  no  le  pro- 
cedía del  amor  divino,  sino  del  amor  propio,  por  el 
cual,  cuanto  más  se  amaba  tanto  más  le  pesaba  de 
todo  lo  que  había  ofendido  por  los  males  en  que  había 
incurrido. 

Esto  mismo  se  cree  acaecer  regularmente  a  todos 
los  que  por  toda  su  vida  se  dan  a  rienda  suelta  a  los 
vicios,  y  guardan  a  hacer  la  penitencia  a  la  hora  de  la 
muerte;  en  la  cual,  no  dejan  los  tales  de  corazón  sus 
vicios,  mas  los  vicios  los  dejan  a  ellos.  Por  lo  cual,  con- 
tra éstos  dice  el  bienaventurado  Padre  San  Agustín 
una  terrible  sentencia,  y  es  ésta:  Con  tal  juicio  es  he- 
rido el  pecador,  que  a  la  hora  de  su  muerte  no  se 
acuerda,  como  debe,  de  sí  mismo;  el  cual,  mientras 
vivió,  se  olvidó  de  Dios. 

No  queremos  decir,  que  si  a  la  hora  de  la  muerte 
tiene  éste  tal  contrición,  no  se  salve;  que  salvaríase  con 
ella,  aunque  hubiese  cometido  todos  los  pecados  del 
mundo.  Mas  dice  San  Agustín,  que  al  tal  pecador  no 
quiere  Dios  darle  gracia  con  que  se  convierta  a  él  por 
verdadera  contrición,  mas  el  tal  muera  con  atrición 
sola,  con  la  cual  se  condena.  Y  aunque  el  tal  se  con- 
fiese y  comulgue,  no  le  aprovecha,  antes  daña,  porque 
pone  impedimento,  no  teniendo  propósito  verdadero, 

confesión  sacramental,  horrarlos,  puesto  que  el  efecto  de  ésta  es 
hacer  al  hombre  de  atrito  contrito.  Téngase  en  cuenta  esta  doctrina 
para  la  recta  interpretación  de  todo  este  capítulo,  eminentemente 
teológico. 

1  Hehr.  12,  16:  A  pesar  de  lo  que  dice  el  autor,  no  consta 
por  ninguna  parte  que  Esaú  se  condenase,  ni  la  Iglesia  ha  dicho 
sobre  esto  la  menor  cosa.  Es  verdad  que  asi  lo  dicen  algunos 
Santos  Padres,  interpretando  en  este  sentido  aquellas  palabras  de  la 
Escritura:  Jacob  dilexit,  Esaú  aut^m  odio  habuit.  Pero  la  mayoría 
los  entienden  en  el  sentido  de  primogenitura  y  herencia  del  Pa- 
triarcado, que  la  pasó  a  Jacob  gratuitamente  y  porque  quiso,  qui- 
tándosela a  Esaú. 

2  2  Mach.  9,  11  ss.  Dígase  también  lo  mismo  que  del  anterior. 


278 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


sino  falso,  de  hacer  enmienda,  porque  ve  que  más  no 
puede  gozar  de  lo  que  en  este  mundo  ama.i 

También,  aunque  uno  tenga  pesar  de  lo  pasado,  y 
esté  bueno  y  sano,  y  tenga  propósitos  de  enmendarse, 
si  no  tiene  —  como  ya  dijimos  —  el  dolor  perfecto  de 
la  contrición,  siempre  se  queda  en  pecado  mortal,  si 
no  se  allega  a  la  confesión.  Mas  si  alguno  convirtién- 
dose a  Dios  con  tiempo,  quiero  decir,  si  tiene  verda- 
dero propósito  de  enmendarse  y  pesar  de  todo  lo  pa- 
sado, y  juntamente  con  esto  se  allega  al  sacramento  de 
la  confesión:  en  participando  este  sacramento,  sale 
del  pecado.  Porque,  por  virtud  de  la  gracia,  que  por  el 
sacramento  de  la  confesión  se  le  infunde,  es  hecho  de 
atrito  contrito. 

De  esto,  así  declarado,  queda  muy  manifiesto,  cuán 
gran  remedio  sea  la  confesión  para  salir  del  pecado, 
pues  sin  ella  el  dolor  y  el  propósito  de  la  enmienda,  y 
el  propósito  de  confesar  cuando  lo  manda  la  Iglesia, 
puede  ser  muchas  veces  que  no  basten  a  sacar  el  alma 
de  la  caída  de  la  culpa.  Mas,  si  con  las  disposiciones  ya 
dichas,  se  participa  actualmente  la  confesión,  con  esto 
basta,  y  es  reducida  el  alma  a  estado  de  gracia. 

Colígese  también  de  aquí  el  gran  desatino  de  los 
que,  después  de  haber  pecado  mortalmente,  dilatan  la 
confesión,  ni  aun  por  una  semana;  ¿cuánto  más  en  cabo 
de  un  año,  quiero  decir,  hasta  la  cuaresma?  Porque 
aunque  es  verdad  que  la  iglesia  no  obliga  a  la  confesión 
sino  en  aquel  tiempo,  y  en  otros  ciertos  casos;  lo  que 
de  esta  licencia  pueden  sacar  es,  que  si  no  se  confe- 
saren antes,  no  incurrirán  en  nuevo  pecado  mortal  por 
no  se  confesar  antes  de  aquel  tiempo.  Mas  no  les  con- 
cede la  Iglesia  que  salgan  de  cualquier  otro  pecado, 
si  no  fuere,  o  teniendo  verdadero  dolor  de  contrición, 
el  cual  muchas  veces  y  las  más,  como  ya  se  ha  dicho, 
debemos  temer  que  falte;  o,  llegando  con  la  atrición 
y  propósito  de  la  enmienda,  participar  el  remedio  de 
la  confesión  sacramental,  con  lo  cual  el  ánima  queda 
absuelta. 

Ésta  es,  según  creo,  una  de  las  principales  causas 

1  Esto  es  muy  verdad  y  confirma  el  dicho:  Sicut  vita,  finis  ita. 
Como  es  la  vida,  así  es  el  fin.  En  realidad  quien  ha  vivido  siempre 
olvidado  de  Dios  y  de  sí,  muere  también  olvidado  de  Dios  y  de  si. 
Quien  ha  vivido  tibio,  tibio  muere;  quien  neciamente  ha  vivido, 
como  necio  también  muere. 


C.  11.    Quinto  remedio:  Confesión 


279 


por  qué  el  día  de  hoy  caen  los  cristianos  en  tantos  pe- 
cados, y  de  cada  día  más  se  van  despeñando  en  sus 
vicios;  y  es,  por  no  recurrir  luego  al  remedio,  sino  antes, 
dilatar  este  santo  Sacramento.  Porque  como  dice  San 
Gregorio:  Todo  pecado  que  presto  no  es  lavado  y  des- 
hecho por  la  penitencia,  con  su  mismo  peso  atrae  y 
hace  caer  en  otro.  Pues,  como  los  tales,  por  contentarse 
con  sola  la  atrición  y  no  llegarse  a  la  confesión,  no  ha- 
cen verdadera  penitencia,  siempre  se  quedan  en  peca- 
do mortal,  fuera  de  la  divina  gracia.  Y  por  estar  pri- 
vados de  ella,  de  cada  día  más  se  van  despeñando  de  una 
culpa  en  otra.  Porque  como  les  falta  la  buena  incli- 
nación, que  da  y  aumenta  el  favor  del  Espíritu  Santo, 
para  resistir  a  la  mala  inclinación  del  vicio,  de  aquí 
les  sucede  que,  aunque  tienen  pesar  y  propósito  de  se 
enmendar,  mas  ofreciéndoseles  las  especies  concupisci- 
bles de  los  vicios  a  que  están  inclinados,  y  mayormente 
con  las  ocasiones  de  los  aparejos,  fácilmente  toman  a 
caer  en  sus  pecados. 

También,  porque  cuanto  más  pecan,  tanto  más  mal 
inclinados  se  hacen.  De  aquí  es,  que,  cuanto  más  vi- 
ven, más  pecan;  y  cuanto  más  pecan,  tanto  más  al  mal 
se  inclinan.  Y  así,  cayendo  de  cada  día  en  más  y  peo- 
res vicios,  se  vienen  a  hacer  incorregibles  y  obstinados. 
De  modo  que,  por  una  poca  de  negligencia  de  llegarse 
luego  a  la  confesión  y  participar  presto  este  remedio, 
se  pueden  condenar;  y  se  cree  que  se  condenan  mu- 
chos a  caer  y  estar  para  siempre  en  el  inñemo. 

Es  pues  la  confesión  sacramental  gran  remedio  para 
la  oración.  Lo  uno,  porque  quita  el  impedimento  del 
pecado,  que  inclina  a  lo  contrario.  Lo  segundo,  porque 
da  y  aumenta  siempre  la  inclinación  buena  con  el 
aumento  de  la  gracia.  Lo  tercero,  porque  dispone  al 
alma  para  dignamente  participar  la  santa  comunión, 
la  cual  mayormente  se  dispone  i  a  orar  y  gozar  de  la 
divina  conversación. 


1  ed. :  se  dispone,  como  luego  diremos,  a  orar. 


Capítulo  XII 


DE  COMO  LA  SANTA  COMUNION  AYUDA  MU- 
CHO  PARA  CONSERVARSE  EL   HOMBRE  EN 
GRACIA  Y  GOZAR  DE  LA  CONVERSACION  DE 
DIOS 


L  Otro  remedio,  y  muy  mayor,  es  frecuentar  el  san- 


JL,  to  Sacramento  de  la  Comunión.  La  razón  de  esto  es, 
porque  cada  vez  que  se  recibe  con  pesar  del  mal  pa- 
sado y  propósito  verdadero  de  no  ofender  más  a  Dios, 
y  con  haberse  confesado,  se  recibe  con  disposición  su- 
ficiente, y  en  estado  de  gracia,  y  con  nuevo  aumento 
de  ella,  en  mayor  grado  que  en  otro  sacramento 
ninguno. 

No  debe  el  hombre  esperar  otra  disposición  y  dig- 
nidad. Porque  si  espera  ser  digno  de  otro  modo,  es 
engaño  del  demonio;  el  cual,  sobre  todas  las  cosas 
procura  impedirnos  la  comunión,  porque  sabe  que  no 
hay  cosa  que  al  pecador  pueda  ser  más  saludable  para 
conservarle  y  aumentarle  en  amor  divino,  y  conversa- 
ción entrañable  de  nuestro  Señor  Jesucristo.  Si  el  hom- 
bre espera  a  ser  digno  de  otro  modo,  nunca  podrá 
comulgar.  Porque  aunque  tuviese  la  santidad  y  mé- 
ritos de  todos  los  santos  que  son  en  la  tierra  y  en  el 
cielo,  no  sería  digno  de  condigno  para  recibir  este 
santo  Sacramento.  Quiere  Dios  hacernos  estas  merce- 
des inmensas,  por  su  caridad  infinita. 

Danos  este  don  excelentísimo,  no  por  nuestros  mé- 
ritos, sino  por  su  inmensa  bondad.  Y  no  nos  pide  que 
lleguemos  como  dignos  por  nuestros  méritos;  más,  que 
no  se  llegue  alguno,  habiéndose  hecho  de  nuevo  indigno; 


C.  12.    Último  remedio:  Comunión  281 

que  es,  mientras  está  caído  en  mortal  pecado.  Reci- 
biéndolo, pues,  con  sola  la  disposición  ya  dicha,  cada 
vez  nos  comunica  nuevo  aumento  de  gracia,  y  en  ma- 
yor grado  que  en  otro  Sacramento  alguno;  porque  se 
recibe  en  él,  por  singular  modo  de  su  divina  presencia, 
la  misma  fuente  de  la  gracia,  que  es  el  mismo  Cristo. 

Y  recibe(se)  i  su  divino  favor  en  la  comunión,  por 
dos  vías.  La  una,  por  parte  de  la  devoción  del  que  lo 
recibe;  y  la  otra,  por  virtud  del  mismo  Sacramento. 
¡No  hay  cosa  con  que  más  Dios  alumbre  al  alma! 
Y  en  figura  de  esto,  se  lee  de  Jonatás,  que  gustando  un 
panal  de  miel,  dijo,  que  se  le  habían  alumbrado  los 
ojos.  Por  el  panal  se  entiende  Cristo,  cuya  miel  —  que 
es  su  divinidad  —  está  en  la  cera  obrada  sin  corrup- 
ción, que  es  su  humanidad  purísima.  No  hay  cosa 
también,  que  más  fuerzas  y  esfuerzos  dé  al  ánima  para 
proseguir  el  camino  del  cielo,  que  es  con  el  comer 
este  pan  sagrado.  Y  en  figura  de  esto  se  lee  de  Elias,  que 
comiendo  de  un  pan  subcinericio,  anduvo  en  virtud 
de  aquel  manjar  hasta  llegar  al  monte  de  Dios,  que  era 
llamado  Oreb.2  Por  aquel  pan  se  entiende  Cristo,  que 
es  pan  que  descendió  del  cielo,  traído  por  el  ángel  del 
gran  Consejo,  que  es  también  el  mismo  Cristo,  el  cual 
nos  trujo  ^  y  dió  a  sí  mismo.  Por  el  monte  de  Oreb 
—  a  do  Dios  más  especialmente  mora,  porque  allí  es 
visto  — ,  se  entiende  el  cielo  empíreo. 

Pues,  como  toda  esta  eficacia  sea  de  la  gracia,  la 
cual  inclina  el  ánima  a  Dios;  y  cada  vez  que  alguno 
comulga,  se  le  aumenta;  de  aquí  es,  que,  cuando  más 
fuere  frecuentada,  con  sola  la  dicha  disposición,  tanto 
más  se  aumentará  la  inclinación  de  la  divina  dilección, 
que  —  según  algunos  —  es  lo  mismo  que  la  gracia.  O  si 
es  distinta  —  según  Santo  Tomás  —  cuanto  hay  más 
de  gracia  con  que  se  perfeccione  la  esencia  tanto  hay  más 
de  caridad,  que  es  la  dilección  divina,  con  que  se  per- 
fecciona la  potencia  del  ánima:  pues,  cuanto  uno  es- 
tuviere más  inclinado  a  Dios  por  amor,  tanto  estará 


1  i.«  ed.:  recíbese.  2.<^  ed.:  recibe.  Nos  parece  errata  de  im- 
prenta la  de  la  segunda  edición. 

2  3  Reg.  19,  6. 

3  trujo,  forma  anticuada  de  trajo,  que  se  usa  no  obstante  ac- 
tualmente en  algunas  comarcas  de  España,  entre  gente  de  pueblo. 


19 


282 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


más  habilitado  y  más  dado  a  gozar  de  la  divina  conver- 
sación por  medio  de  la  oración. 

Esto  se  ve  por  experiencia,  aun  en  la  conversación 
humana.  Porque,  cuanto  una  persona  más  ama  a  otra, 
tanto  más  desea,  procura  y  huelga  conversar  con  ella. 
Así  también  el  que  frecuenta,  como  hemos  dicho,  la 
comunión,  en  la  cual  siempre  se  aumenta  el  amor  de 
Dios,  no  puede  dejar  de  frecuentar  la  oración,  por 
gozar  de  tan  amable  y  amada  conversación.  Esto  nos 
da  a  entender  el  bienaventurado  San  Lucas  en  el  libro 
de  los  ''Actos  de  los  apóstoles'',  a  do,  hablando  de  los 
cristianos  de  la  primitiva  iglesia,  dice:  que  persevera- 
ban en  la  doctrina  de  los  apóstoles  y  en  la  oración  y  en 
la  comunión.^  Pone  la  oración  y  la  comunión  juntas, 
porque  siempre  andan  acompañadas.  Presupone  la  doc- 
trina evangélica,  porque  para  lo  uno  y  lo  otro  es  gran- 
de adyutorio.^  Dice,  que  frecuentaban  la  comunión; 
porque  todos  comulgaban,  por  lo  menos  cada  domingo. 
Dice,  que  con  esto  perseveraban;  conviene  a  saber, 
en  buena  vida,  la  cual  representa  el  mismo  San  Lucas, 
diciendo:  que  todos  vivían  unánimes,  teniendo  una 
ánima  y  un  corazón  en  Dios.^  Por  lo  cual,  también  se 
holgaban  mucho  de  darse  a  la  oración,  por  conversar 
con  Dios. 

Y  porque  del  amor  de  Dios  redunda  el  amor  del 
prójimo;  y  la  caridad  —  como  dice  el  apóstol  — :  No 
quiere  las  cosas  que  son  suyas,^  —  que  quiere  decir 
como  lo  declara  nuestro  Padre  San  Agustín  que  ante- 
pone las  cosas  comunes  a  las  propias,^  —  de  aquí  es, 
que  ellos  hicieron  entre  sí  todas  las  cosas  comunes,  para 
que  fuese  repartido  a  cada  uno  lo  que  fuese  necesa- 
rio. Y  también,  porque  por  la  fuerza  del  amor  de  Dios 
y  deseo  de  su  celestial  Reino,  tenían  despreciado  todo 
lo  de  este  mundo. 

Toda  esta  santidad  les  provenía  —  como  allí  dice 

1  Act.  2,  Jf2. 

2  Adyutorio,  término  latinizante,  hoy  anticuado,  por  ayuda. 
No  obstante  debiera  ponerse  en  uso  esta  forma,  pues,  no  tenemos 
otro  equivalente.  El  Diccionario  no  registra  esta  palabra. 

3  Act.  2,  6.  El  texto  de  San  Lucas  dice:  un  corazón  y  un 
alma.  El  autor  cambia  los  términos  por  influencia  de  la  Regla  de 
San  Agustín,  que  da  la  lectura  del  autor. 

4  1  Cor.  18,  .5. 

5  San  Agustín.  Regla,  C.  IV.  quiere,  el  original  latino,  busca. 


C.  12.    Último  remedio:  Comunión  283 

San  Lucas  —  de  perseverar  en  la  doctrina  santa:  la  cual 
se  hace  por  la  lección  o  predicación  y  por  la  meditación. 
Y  lo  segundo,  por  darse  a  la  oración.  Y  lo  tercero,  por 
comulgar  por  lo  menos  cada  domingo.  Y  con  estos  divi- 
nos auxilios  vivían  en  tan  bienaventurado  estado  de  vida 
común  y  religiosa;  de  modo,  que  todos  —  así  los  casados, 
como  los  otros  —  vivían  en  aquel  estado,  como  ahora 
los  buenos  religiosos;  y  así  vivían  como  verdaderos 
cristianos. 

Mas,  ¡cuán  al  contrario  se  vive  ahora  en  nuestros 
tiempos!  ¡Oh  tiempos  desdichados,  que  cotejados  aqué- 
llos y  los  que  agora  vivimos,  no  parecemos  cristianos! 
¡Oh  tiempos  —  como  dice  el  Apóstol  —  peligrosos! 
Porque  —  como  allí  dice  el  mismo  —  ya  los  hombres 
son  amadores,  no  de  Dios,  sino  de  sí  mismos. ^  ¿Quién 
no  se  espanta  de  tan  gran  caída,  si  coteja  esta  nuestra 
vida  con  aquélla?  ¿Quién  no  tiembla  de  ver  la  iglesia 
tan  eclipsada?  ¡Cuán  pocos  hay  el  día  de  hoy  entre  los 
mismos  que  se  llaman  cristianos,  que  vendan  toda  su 
hacienda,  como  hacían  aquéllos,  y  se  queden  con  sólo 
día  y  victo,  por  socorrer  a  las  necesidades  de  su  pró- 
jimo! Pluguiese  a  Dios,  que  siquiera  la  tercera  parte  de 
los  bienes  temporales  que  tienen,  empleasen  en  reme- 
diar las  necesidades  que  otros  padecen.  Pluguiese  a  Dios, 
que  diese  siquiera  cada  día  el  rico  de  comer  a  un  po- 
bre.2  Pluguiese  a  Dios,  que  de  las  vestiduras  sobradas  y 
tan  superfinas  que  traen  y  tienen  en  las  arcas,  cubrie- 
sen a  sus  hermanos  las  espaldas  desnudas.  Pluguiese  a 
Dios,  que  ya  que  no  venden  por  amor  de  Dios  su  casa, 
tuviesen  siquiera  cuidado  de  dar  cada  día  parte  de  ella  a 
Cristo,  dándole  posada  en  algún  pobre  suyo.  Pluguiese 
a  Dios  que  con  lo  mucho  que  sobra  a  los  ricos,  redi- 
miesen —  como  dice  Daniel  —  sus  pecados  con  soco- 
rrer a  las  necesidades  de  sus  prójimos.'^ 

Mas,  para  esto,  luego  los  avarientos  y  cobdiciosos, 
y  todos  los  amadores  de  este  mundo,  tienen  la  res- 
puesta en  la  mano,  y  dicen:  Que  nada  les  sobra,  antes 
les  falta.  En  esto,  según  su  intención,  dicen  muy  gran 
verdad.  Porque  teniendo  respecto  a  lo  que  han  menes- 

1  2  Tim.  3,  1  ss. 

2  í.«  ed.:  un  hombre. 

3  Dan.  h,  2U. 


19* 


284 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


ter  para  satisfacer  a  su  gula  y  a  su  lujuria  y  a  su  pom- 
pa y  a  su  cobdicia,  ninguna  cosa  les  sobra;  antes,  es 
mucho  lo  que  les  falta.  ¡Desventurados  de  ellos,  que  tie- 
nen corazón  para  servir  a  los  juegos  con  muchos  dine- 
ros, y  no  para  servir  a  Dios  en  los  suyos!  Tienen 
estómago  para  echar  un  montón  de  reales  o  de  duca- 
dos en  un  resto,  y  no  para  socorrer  con  uno  al  necesi- 
tado. Tienen  ánimo  para  gastar  a  desmuertas  i  en  mil 
vanidades  y  locuras,  mas  no  para  favorecer  las  iglesias 
pobres  de  los  monasterios  y  de  las  parroquias,  así  para 
sus  ornamentos  como  para  sustentación  de  sus  minis- 
tros. Son  manirrotos  en  gastar  para  lo  que  se  les 
ofrece  de  su  interés  o  vana  honra,  mas  hállanse  mania- 
tados para  hacer  algún  gasto  en  lo  que  cumple  a  la 
honra  divina. 

Mas,  fuera  de  todo  esto,  para  no  hacer  caridad, 
ármanse  con  otra  escusa  que  el  demonio  les  enseña 
y  con  que  les  engaña,  porque  les  parece  muy  justa  y 
santa.  Porque  dicen  algunos:  No  queremos  todos  estos 
bienes  para  nosotros,  ni  para  esos  gastos  profanos,  sino 
para  remediar  a  nuestros  hijos.  ¡Como  si  aquellos  cris- 
tianos de  los  tiempos  ya  dichos,  no  tuvieran  también 
hijos!  ¡Como  si  Dios  no  tuviese  más  cuidado  de  sus 
hijos,  que  ellos  mismos!  ¡Y  como  si  no  les  dejasen  mejor 
heredad  con  el  ejemplo  de  vida  templada  y  amor  de  la 
pobreza  y  menosprecio  del  mundo,  que  no  con  procu- 
rar de  casarlos  en  más  alto  grado,  o  subirlos  a  mayor 
fausto!  ¿De  dónde  les  ha  venido  a  éstos  estar  tan  ciegos 
y  tan  desatinados,  que  ya  no  son  verdaderos  cristianos, 
como  los  de  aquellos  tiempos;  sino,  porque  aquéllos  se 
comulgaban  —  ya  hemos  dicho,  por  lo  menos  cada  do- 
mingo —  y  éstos  no,  sino  de  año  en  año,  y  aun  enton- 
ces Dios  sabe  cómo? 

Ésta  es  la  causa  principal  por  que  han  venido  en  un 
estado  tan  seco,  como  lo  enseña  el  profeta,  hablando  en 
persona  del  pueblo  cristiano,  que  es  en  este  tiempo. 
Hase  —  dice  él  —  mi  corazón  secado,  porque  se  olvidó 
de  comer  su  pan?'  que  es  el  santo  Sacramento.  Porque 
el  manjar  material  es  manjar  del  cuerpo,  mas  el  manjar 

1  desmuertas,  no  se  halla  en  el  Diccionario.  El  significado  es 
claro:  sin  tino,  a  manos  rotas,  a  espuertas. 

2  Ps.  101,  5. 


C.  12.    Último  remedio:  Comunión  285 

del  corazón,  por  el  cual  se  entiende  el  espíritu,  es  el 
pan  vivo  que  da  vida  verdadera  —  esto  es,  la  espiri- 
tual —  a  todo  aquel  que  verdaderamente  vive  en  este 
mundo. 

Así  como  con  la  falta  de  manjar  corporal,  por  no 
ser  frecuentado,  presto  muere  el  cuerpo;  así  con  la 
falta  del  manjar  espiritual,  presto  muere  el  espíritu. 

Y  por  tanto,  así  como  para  el  cuerpo  tomamos  su  man- 
jar cotidiano,  así  para  sustentación  de  la  vida  del  es- 
píritu importa  mucho  tomar  cada  día,  a  lo  menos  espi- 
ritualmente  con  el  deseo;  y  en  cabo  de  la  semana,  en  el 
mismo  Sacramento.  Aunque  más  aprovecharía  si  espiri- 
tual y  sacramentalmente  se  recibiese  cada  día. 

Por  esto  nuestro  Señor  nos  avisa,  que  digamos  cuan- 
do oramos:  Nuestro  pan  sobresustancial  cotidiano^  dá- 
nosle hoy,  oh  Padre  nuestro.^  Estas  dos  palabras  jun- 
tas dijo  nuestro  Redentor  que  dijésemos  en  la  oración 
del  Pater  Noster,  que  él  mismo  nos  compuso.  Porque 
un  evangelista  dice  que  dijo  la  una,  y  otro  la  otra,  de 
do  se  sigue  que  las  dijo  entrambas  a  dos  juntas.  Pues 
en  lo  que  dice,  sobresustancial,  da  a  entender  que  se 
pide  el  pan  sacramental.  En  lo  que  dice,  cotidiano, 
nos  da  a  entender,  que  debe  ser  cada  día  frecuentado. 

Y  por  esto  dice  San  Agustín:  de  tal  manera  vive,  que 
cada  día  puedas  comulgar.  Yo  por  lo  menos  te  amo- 
nesto que  comulgues  cada  domingo. 

Este  Santísimo  Sacramento  es  piélago  inmenso  de 
amor,  porque  en  él  realmente  se  contiene  y  se  da  el 
mismo  Cristo,  Dios  nuestro,  que  es  ese  mismo  Amor 
por  esencia.  Y  así  este  singular  don  procede  de  máxi- 
mo amor  divino,  y  es  en  nosotros  causativo  de 
máximo  amor  suyo.  Y  esto  se  significa  en  el  modo  con 
que  se  da  en  él  el  mismo  Dios,  conviene  a  saber,  en 
manjar.  Porque  el  efecto  del  amor  es  unión;  y  de  aquí 
es,  que  el  que  ama  a  otro  de  amor  perfecto,  querría 
siempre  tenerlo  presente,  y  aun  tenerlo  cabe  sí.  Y  cuan- 
to más  le  ama,  tanto  quiere  tenerlo  más  junto  consigo; 
y  hasta  llegarlo  y  meterlo  dentro  de  la  fuente  do  pro- 
cede su  amor,  que  es  el  corazón.  Y  por  tanto,  si  pu- 
diese el  que  así  ama,  abrirse  el  pecho  sin  daño  suyo, 
y  meter  dentro  de  él  a  su  amigo,  hacerlo  había  de  grado, 

1    Le.  11,  3. 


286 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


por  poder  dentro  con  su  mesmo  corazón  abrazarlo,  y 
dentro  de  él  meterlo,  y  consigo  perfectamente  unirlo; 
y  de  esto  recibiría  más  gozo.^ 

Por  esto,  nuestro  Dios,  como  nos  ama  con  amor 
perfecto  e  incomparable  y  sumo,  y  sea  todopoderoso; 
porque  supo,  y  pudo,  y  quiso,  se  nos  dio  con  este  efec- 
to de  perfecta  unión  de  su  amor  divino.  Y  por  esto  se 
nos  da  en  manjar.  Para  que,  comiéndolo,  lo  metamos 
dentro  de  nuestro  pecho.  En  el  cual  manjar,  aunque 
mascamos  y  desmenuzamos  las  especies  sacramentales, 
no  mascamos  ni  desmenuzamos  su  cuerpo;  mas  en  cada 
partecita  se  queda  entero,  y  lo  metemos  dentro  de  nos 
así  todo  entero  y  sano,  para  que  lo  podamos  apegar  a 
nuestro  corazón,  y  abrazarnos  con  él,  y  unirnos  con  él. 
Y  por  esto  también  se  da  en  manjar;  porque  el  manjar 
se  convierte  en  el  que  lo  come,  y  se  hace  una  cosa  con 
él.  Y  así,  el  que  con  debida  disposición  comulga,  es 
hecho  una  voluntad  con  la  de  Cristo,  y  es  a  él  perfec- 
tamente unido. 

Hácese  también  conversión,  mas  no  como  en  la 
comida  corporal.  Porque  allí  el  manjar  se  convierte 
en  quien  lo  come,  y  esto,  porque  el  que  lo  come  es  más 
noble  que  el  manjar  comido.  Mas  en  esta  comida  divi- 
na es  la  conversión  al  contrario.  Porque  el  manjar 

—  que  es  el  mismo  Dios  —  es  más  noble,  que  el  que 
lo  come,  que  es  nuestro  espíritu.  Por  esto  no  se  con- 
vierte el  manjar  en  el  que  lo  come,  mas  el  manjar 

—  que  es  Dios  —  convierte  al  que  le  come  en  sí  mis- 
mo. Y  aunque  no  sustancialmente,  a  lo  menos  por  par- 
ticipación. Y  así  convertido,  es  mudado  de  carnal  en 
espiritual,  y  de  humano  en  divino.  De  modo  que,  con 
recibir  debidamente  este  santo  Sacramento,  queda  el 
hombre  deificado.  Y  esto  es  lo  que  dice  San  Agustín 
que  le  dijo  Dios:  Crece  y  comerme  has;  mas  no  me 
mudarás  tú  en  ti,  más  tú  serás  mudado  en  MíJ^ 

También,  porque  del  amor  de  Dios  nace  el  amor 
verdadero  del  prójimo,  de  aquí  es,  que  el  que  digna- 
mente comulga,  es  con  todos  sus  prójimos,  amigos  y 
enemigos,  por  caridad  y  amor  verdadero  unido.  Y  por 

1  Este  afecto  de  amor  se  da  a  entender  con  los  abrazos  y  besos, 
con  los  que  los  amantes  querrían  embeberse  y  como  meter  al  ama- 
do en  su  pecho  y  corazón. 

2  San  Agustín,  Confessiones,  lib.  X,  C,  n. 


C.  12.    Último  remedio:  Comunión 


287 


esto  —  como  dice  el  mismo  divino  padre  ^  —  se  da  este 
Sacramento  so  las  especies  de  pan  y  vino;  porque  el 
pan  se  hace  de  muchos  diversos  granes  en  una  masa 
unidos,  y  el  vino  también  de  muchos  granos  y  racimos 
de  uvas  que  son  hechos  un  licor  en  él  unidos. 

¿Quién  podrá  explicar,  cuánto  sea  bienaventurado 
el  estado  en  que  vive  el  que  frecuente  y  debidamente 
comulga?  Por  un  ejemplo  podremos  dar  a  entender 
algo  de  la  abundancia  de  sus  bienes  y  goces  y  deleites. 
Pongamos  que  un  gran  Príncipe  de  este  mundo  amase 
tanto  a  su  esposa,  que  nunca  quisiese  apartarse  de  ella. 
Pongamos  que  a  éste,  Dios  le  diese  poder  de  convertir 
su  cuerpo  en  un  mazapán,  cada  vez  que  quisiese,  y  de 
la  cantidad  que  quisiese;  y  con  esta  gracia,  puesta  por 
obra,  se  diese  a  su  esposa  hecho  como  un  mazapán, 
para  que  lo  metiese  en  su  pecho,  y  allí  se  lo  trújese 
cada  vez  que  ella  quisiese;  y  aun  dentro  de  su  pecho, 
si  por  la  boca  —  como  podía  —  lo  metiese.  Ésta  tal,  si 
le  ama  como  debe,  tendría  gran  gozo  de  traer  consigo 
en  su  seno  a  su  tan  amable  y  tan  amado  esposo,  porque 
el  gozo  procede  de  tener  lo  que  se  ama;  y  cuanto  es 
más  amable,  y  más  junto  o  íntimamente  se  tiene,  más 
se  goza.  Pues  si  este  esposo  anduviese  así  por  puro 
amor  en  el  pecho  de  su  esposa,  a  su  corazón  apegado 
y  abrazado,  de  dentro;  y  de  fuera,  mandase  a  todos  los 
de  su  corte,  que  siempre  la  anduviesen  sirviendo: 
¿Qué  vida  gozaría  tan  sabrosa?  ¿De  cuánta  consolación 
y  deleite  gozaría,  trayendo  así  siempre  consigo  tan 
dulce  esposo?  ¿Y  cuán  segura,  andando  así  servida  de 
todo  el  mundo,  y  trayendo  dentro  de  sí,  para  su  guar- 
da, aquel  señor  y  príncipe  tan  poderosos?  Pues,  esto 
todo  recibe  y  goza  el  ánima  que  frecuente  y  debida- 
mente comulga,  porque  trae  dentro  en  su  pecho  a  su 
tan  amable  y  amado  esposo;  y  de  fuera,  por  su  man- 
damiento, le  andan  sirviendo  toda  su  corte,  la  tierra  y 
el  cielo.  Todas  las  criaturas  terrenales,  visiblemente, 
y  los  ángeles,  acompañando,  guardando  y  sirviéndola, 
invisiblemente.  Y  ñnalmente,  todo  lo  que  es  de  su  es- 
poso, es  suyo;  y  todo  le  sirve  y  obedece,  cuanto  hay  en 
todo  el  mundo. 

El  que  por  negligencia  de  no  aparejarse,  no  comul- 

1    Este  divino  padre,  e.  e.,  San  Agustín. 


288 


Camino  del  cielo.    III.  Oración 


ga,  señal  es  que  poco  ama,  o  que  no  ama  de  amor 
verdadero  a  Cristo.  El  que  no  huelga,  sobre  todo,  re- 
cibirlo muchas  veces  en  su  casa,  señal  es  que  no  está 
en  su  amistad  divina;  pues,  que  el  amor  verdadero  de- 
sea recibir  cada  día  a  su  amado,  y  gozar  de  la  conver- 
sación de  su  amigo. 

Cosa  es,  pues,  de  gran  espanto,  ver  la  ingratitud  y 
desvergüenza  de  un  mal  cristiano,  y  la  maldad  y  ce- 
guedad del  mundo;  pues,  quiere  Dios  venir  a  morar 
con  él  en  su  casa,  y  que  él,  por  no  barrerla  y  apare- 
jarla, no  quiera  recibiiío. 

Dos  géneros  de  hombres  :^on  los  que  se  condenan: 
los  unos  son  los  que  se  atreven  a  comulgar  en  pecado 
mortal,  de  los  cuales  dice  el  apóstol:  que  comen  y  be- 
ben para  sí  su  juicio.^  Los  otros,  son  los  que  no  tienen 
el  deseo  y  cuidado  debido  de  recibirlo.  Los  primeros  lo 
reciben  en  su  casa,  no  como  amigo,  sino  para  servirse 
de  él  de  cocinero  o  despensero,  como  lo  hacen  los  malos 
sacerdotes,  que  estando  en  pecado  mortal  celebran,  por- 
que se  les  guise  el  manjar  del  cuerpo,  o  porque  se  les 
aumente  el  interés  terreno.  Y  otros  lo  reciben  por  cum- 
plir con  el  mundo.  Los  segundos  le  dan  con  las  puer- 
tas en  los  ojos,  porque  él  llega  a  llamar  y  convidar;  y 
ciérranle  la  puerta,  no  le  queriendo  recibir.  Esto  hacen 
muchos  malos,  de  los  legos,  y  algunos,  peores,  eclesiás- 
ticos,2  de  éstos  dice  el  Evangelio:  Si  no  comiéredes  mi 
carne  y  bebiéredes  mi  sangre,  no  tendréis  vida  en  vos- 
otros; ^  de  lo  cual  se  sigue,  que  están  muertos.  Y  como 
el  que  está  muerto  no  puede  conversar  con  la  vida,  que 
es  el  mismo  Dios:  de  aquí  procede,  que  los  tales  huyen 
de  la  oración  como  de  su  enemigo,  porque  no  huelgan 
de  conversar  con  Dios,  sino  con  el  mundo,  en  el  cual 
tienen  su  corazón  metido. 

Mas  el  justo  —  como  dice  la  santa  Escriptura  — 
Desvélase  en  dar  su  corazón  al  que  lo  hizoA  Y  esto  hace, 
frecuentando  los  sobredichos  ejercicios  divinos,  que  son 
la  Lección,  Meditación,  y  Oración;  y  aparéjase  con  gran 
deseo  y  gozo  para  recibir  a  menudo  al  rey  del  cielo,  su 
amigo  y  esposo  único  en  la  santa  comunión;  con  cuya 

1  1  Cor.  11,  29. 

2  Job.  6. 

3  lo.  6,  5U. 

4  Eccli.  35,  12. 


C.  12.    último  remedio:  Comunión 


289 


visitación  frecuentada  recibe  siempre  aumento  de  su 
divina  gracia,  con  la  cual  le  comienza  a  gozar  en  esta 
vida,  y  le  irá  a  gozar  presto  en  la  vida  bienaventurada 
y  eterna  de  la  gloria.  A  la  cual  plegué  a  nuestro  Señor 
Jesucristo,  por  quien  es  él,  llevarnos  a  gozarle. 

El  cual,  con  el  Padre  y  Espíritu  Santo,  un  Dios  in- 
menso, vive  y  reina  en  eternidad  inconmutable,  de  todos 
sus  escogidos  visto  y  amado  y  loado,  por  todos  los  siglos 
de  los  siglos.  Amén. 


LAUS  DEO 

Fué  impresa  la  presente  obra  en  Alcalá  de  Henares 
en  casa  de  Joan  de  Brocar  a  XXII  de  septiem.bre,  año 
de  M.  D.  XLVII. 


NiHiL  Obstat.  D.  José  Sebastián,  censor.  Imprimí  Potest:  Fr.  Germán  Fer- 
nández, O.S.A.,  Prior  provincial.  Imprimaturj  fuan.  Obispo  auxiliar  y  Vi- 
cario general.  Madrid,  11  de  abril  de  1959. 


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Camino  del  cielo  y  de  la  maldad  y 

Pnnceton  Theological  Seminary-Speer  Library 


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