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Full text of "Catolicismo chileno;"

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4.  StÜ>; 


CATOLICISMO  CHILENO 


DEL  MISMO  AUTOR 

EL  ALMA  DE  LA  ACCION  CATOLICA  —  1941-1944. 

EL  MISTERIO  DE  LA  FE  (Traducción)  —  1941. 

SAN  VICENTE  DE  LERINS  Y  LA  TRADICION  (Memoña) 
—  1942. 

LA  DIVINA  PALABRA  —  1943. 

MANUAL  DEL  SOCIO  PROVISORIO  —  1944-1946. 

MOVIMIENTOS  SOCIALES  EN  EL  CHILE  COLONIAL  — 
1945. 


PRINT    ED         IN  CHILE 


PBRO.       HUMBERTO        MUÑOZ  R. 


CATOLICIS  MO 
CHILENO 

PROLOGO  DE 

S.  E.  MONS.  ROBERTO  BERNARDINO  BERRIOS 

OBISPO  DE  SAN  FELIPE. 


SANTIAGO  DE  CHILE 

1946 


Es  propiedad.   Inscripción  N»   1157  5 


PROLOGO 


Nos  ofrece  el  celoso  Párroco  de  Los  Andes  y 
doctor  en  Sagrada  Teología,  don  Humberto  Mu- 
ñoz, un  nuevo  libro,  fruto  de  ¿u  infatigable  labo- 
riosidad y  de  su  perspicacia  de  observador. 

Varios  y  de  diversa  índole  son  los  asuntos  que 
el  autor  estudia  con  sobriedad  y  precisión  en  el  te- 
rreno de  las  realidades.  A  través  de  esas  variadas 
materias,  ha  querido  presentar  prácticamente  aplica- 
dos los  principios  dogmáticos,  morales  y  canónicos 
adquiridos  en  el  largo  período  de  formación  moral 
e  intelectual  que  precede  al  sacerdocio,  y  que  en  los 
comienzos  del  ejercicio  del  ministerio  constituyen 
^para  el  sacerdote  un  verdadero  problema,  de  cuya 
acertada  solución  depende  la  eficacia  del  ministerio. 
Parece  lógico  suponer  que  un  período  de  más  de 


[  7  ] 


HUMBERTO        M     U  O     Z  R. 

doce  años  de  formación  capacita  a  un  eclesiástico 
para  dar  cumplida  solución  a  todos  los  problemas 
que  puedan. ofrecérsele  en  el  desempeño  de  su  minis- 
terio, ya  que  en  el  fondo  de  todos  esos  problemas 
hay  una  cuestión  teológica;  sin  embargo,  no  es  así, 
y  por  algo  hay  una  disciplina  afín  a  la  Teología 
Moral,  que  se  llama  Teología  Pastoral,  y  tiene  por 
objeto  enseñar  el  modo.de  aplicar  los  conocimientos 
adquiridos  durante  los  años  de  estudios  teológicos, 
porque  una  cosa  es  conocer  los  principios,  aun  los 
principios  prácticos,  como  son  los  de  la  Teología 
Moral  o  el  Derecho  Canónico,  y  otra  saberlos  apli- 
car a  los  casos  concretos  y  variados  que  se  ofrecen 
en  el  desempeño  del  ministerio.  Por  eso,  con  mucha 
razón,  el  Código  de  Derecho  Canónico  establece  en 
el  Can.  1365,  3:  "Haya,  además,  clases  de  Teolo- 
gía Pastoral  en  las  cuales  alternen  la  teoría  con  la 
práctica",  para  ir  poniendo  paulatinamente  en  con- 
tacto, al  futuro  sacerdote,  con  el  medio  ambiente 
dentro  del  cual  actuará  más  tarde.  Es  esta  prescrip- 
ción canónica  de  capital  importancia  y  como  la 
aplicación  de  aquello  de  los  antiguos:  "Non  scholae 
sed  vitae  discimus;  no  aprendemos  para  las  aulas, 
sino  para  la  vida".  Asi  se  ahorrarán  muchos  tan- 
teos inútiles,  muchas  pérdidas  de  tiempo  y  aun  las- 
timosos fracasos,  como  de  sí  mismo  confiesa  inge- 
nuamente el  lector. 


[  8  ] 


CATO   LICIS   MO  CHILENO 


El  deseo  de  poner  en  contacto  al  sacerdote,  y  aun 
a  los  miembros  de  la  Acción  Católica  con  las  reali- 
dades religiosas  nacionales  es  lo  que  ha  movido  al 
señor  Muñoz  a  emprender  este  trabajo,  no  obstante 
las  dificultades  inherentes  a  su  novedad  y  a  la  es- 
casez de  fuentes.  Creemos  que  su  obra  no  sólo  ha 
venido  a  llenar  un  vacío  en  la  literatura  religiosa 
nacional  de  formación  eclesiástica,  sino  que  presta- 
rá señalados  servicios  a  los  jóvenes  sacerdotes  y  aun 
a  los  avezados  en  el  ministerio  sacerdotal. 

El  capítulo  "Nuestra  posición  histórica""  es  como 
las  premisas  de  donde  van  deduciéndose  las  conclu- 
siones que  se  aplican  en  los  capítulos  siguientes.  No 
tienen  en  verdad  esos  capítulos  ilación  lógica  unos 
con  otros,  sino  la  razón  común  de  problemas  o, 
mejor  dicho,  de  contrasentidos,  puesto  que  a  tra- 
vés de  los  hechos  se  ven  caminar  paralelamente  los 
principios  y  sus  aplicaciones  divergentes.  Esos  mis- 
mos hechos  que  el  autor  aquilata  y  pondera  con  crí- 
tica histórica  de  muy  buena  ley,  dan  también  la 
medida  para  precisar  en  qué  grado  han  influido  fa- 
vorable o  desfavorablemente  en  desvirtuar  o  afian- 
zar la  aplicación  de  los  principios  católicos  en  nues- 
tra patria. 

Podrán  interpretarse  de  distinta  manera  los  he- 
chos estudiados  por  el  autor,  y  proponerse  otras  so- 
luciones a  esos  problemas;  pero  eso  no  disminuye  el 


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HUMBERTO        MUÑOZ  R. 

mérito  de  la  obra  ni  su  utilidad  e  importancia: 
abundan  en  ella  atinadas  observaciones,  oportunas 
sugerencias,  exposiciones  de  hechos  que  dan  la  clave 
de  ciertos  enigmas  que  no  es  fácil  explicárselos  a 
primera  vista.  Ese  conjunto  de  problemas  con  toda 
su  magnitud  y  trascendencia  no  abruma  el  ánimo 
del  lector,  sino  que  lo  mueve  a  aceptar  las  soluciones 
que  el  autor  propone  o  a  confirmarse  en  la  adop- 
ción de  las  que  su  propia  experiencia  le  sugiere. 

Es,  además,  muy  conveniente  conocer  la  magni- 
tud de  la  obra  que  tenemos  que  realizar  para  aunar 
los  esfuerzos  en  pro  de  su  realización  y  revisar 
nuestros  métodos  de  defensa  y  de  conquistadora  pe- 
netración. 

Obra  verdaderamente  evangelizadora  fué  la  que 
llevó  a  cabo  España  en  el  nuevo  mundo  con  sus  es- 
forzados guerreros  y  sus  celosos  misioneros.  Los 
predicadores  del  Evangelio,  como  los  fieles  siervos 
del  padre  de  familia,  sembraron  en  su  nueva  here- 
dad la  semilla  escogida  de  su  doctrina;  pero  su  ene- 
migo por  excelencia  no  ha  perdido  ocasión  para 
sembrar  también  la  semilla  perniciosa  del  error,  fu- 
nesta para  aquélla,  como  para  la  mies  la  cizaña.  Es- 
to es  lo  que  ha  acontecido  entre  nosotros  de  enton- 
ces hasta  ahora,  como  lo  comprueba  el  libro  ¡del  se- 
ñor Muñoz.  El  error  oculto  bajo  apariencias  de 
verdad,  difundido  desde  la  cátedra,  por  medio  del 


[  10  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 


libro,  de  la  prensa  diaria,  arteramente  a  favor  de  las 
tinieblas  de  la  ignorancia  atrevida,  de  la  penumbra 
de  la  falsa  ciencia,  ha  ido  penetrando  en  las  inteli- 
gencias de  los  individuos  hasta  constituir  sus  gru- 
pos y  ensanchar  así  su  esfera  de  acción  y  su  influen- 
cia perniciosa  y  abiertamente  anticristiana. 

Por  otra  parte,  es  ésta  la  eterna  lucha  entre  la 
luz  y  las  tinieblas,  que  embestidas  por  la  luz  se 
niegan  a  dejarse  esclarecer. 

Quiera  E>ios  que  el  fin  nobilísimo  que  movió  al 
autor  a  trazar  las  bien  documentadas  páginas  de 
este  libro  se  realice  plenamente;  que  su  lectura  des- 
pierte en  el  ánimo  de  sus  lectores  generosos  senti- 
mientos que  inflamen  sus  corazones  en  santo  celo, 
en  tal  forma  que  en  cada  uno  de  ellos  se  verifique  lo 
que  el  autor  de  El  Eclesiástico,  48,  l,  dice  de  Elias: 
"Levantóse  después  el  profeta  Elias  como  un  fuego 
y  sus  palabras  eran  como  teas  encendidas'*,  para  que 
continúen  la  misión  iluminadora  de  Jesucristo,  ya 
que  el  sacerdote  debe  ser  luz  del  mundo,  aunque  en- 
cuentre en  su  camino  una  cruz  y  un  Calvario. 

Fr.  Roberto  Bernardino  Berríos  G. 

Obispo  dz  San  Felipe. 

San  Felipe,  3  de  mayo  de  1946. 


AL  LECTOR 


Antes  de  que  el  lector  comience  a  recorrer  estas 
páginas,  me  siento  obligado  a  darle  varias  explica- 
ciones. Y  sea  la  primera,  la  qüe  a  mi  persona  se 
refiere.  En  efecto,  un  libro  de  esta  naturaleza,  que 
aspira  a  presentar  algunos  problemas  fundamenta- 
les del  catolicismo  chileno,  debió  ser  escrito  por 
una  persona  de  más  edad  y  experiencia,  de  más 
estudio  y  espíritu  de  observación.  ¿Por  qué  en- 
tonces lo  he  escrito  yo?  Quisiera  relatar  mi  expe- 
riencia personal.  Salido  del  Seminario  y  lanzado 
al  apostolado  en  parroquias  de  campo  y  ciudad, 
noté  de  inmediato  un  vacío  inmenso  en  mi  forma- 
ción, y  es  la  que  se  refiere  al  desconocimiento  casi 
absoluto  del  campo  en  que  debía  trabajar  y  de  los 


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H    UM    B    ERTO        MUÑOZ  R. 

métodos  de  apostolado.  Múltiples  y  duros  fraca* 
sos  me  han  hecho  palpar  esta  deficiencia^  y  me 
han  urgido,  a  la  vez,  al  estudio  documental  y  a  la 
observación  personal  de  la  realidad  chilena.  Por 
desgracia,  es  tan  poco  lo  que  se  ha  escrito  a  este 
respecto,  sobre  todo  en  lo  que  se  refiere  al  campo 
religioso,  que  el  trabajo  ha  sido  duro  y  los  resul- 
tados muy  mezquinos  e  inconipletos.  Sin  embar- 
go, consciente  de  no  ser  el  único  que  he  pasado 
por  esta  dolorosá  experiencia,  conocedor  también  de 
que  la  ausencia  de  estos  conocimientos  no  solamen- 
te es  una  laguna  para  el  clero,  sino  también  para 
los  seglares  de  la  Acción  Católica,  y  por  no  haber 
nadie  hasta  la  fecha  intentado  en  Chile  un  estudio 
de  esta  naturaleza,  me,  atrevo  a  publicar  el  mío,  con 
todo  el  temor  del  que  no  se  siente  seguro  de  su  cri- 
terio, en  una  materia  de  suyo  compleja  y  resbaladi- 
za. He  escrito  estas  páginas  con  toda  la  sinceridad 
de  mi  alma  y  con  un  profundo  amor  a  la  Iglesia, 
lo  cual  no  será  obstáculo  para  que  más  de  una  vez 
incurra  en  algún  error  de  apreciación.  En  este  caso, 
si  el  error  mío  sirviera  siquiera  de  causa  incidental 
para  que  otro  más  versado  pusiera  las  cosas  en  su 
lugar,  yo  quedaría  igualmente  contento  de  haber 
contribuido  siquiera  en  esta  forma  a  la  comproba- 
ción de  nuestras  realidades  religiosas  chilenas,  úni- 
co móvil  de  mi  estudio.  Por  eso,  declaro  desde  lue- 


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CATOLICIS   MO       CHI  LENO 

go,  que  aceptaré  gustoso  todas  las  correcciones  que 
se  me  sugieran  con  espíritu  elevado  y  desprovistas 
de  mezquindades  tendenciosas.  Estaría  feliz  de  que 
estos  humildes  ensayos  contribuyeran  a  llamar  la 
atención  de  los  estudiosos  hacia  estos  temas,  aun- 
que sus  resultados  fueran  totalmente  divergentes  de 
los  míos,  siempre  que  llegaran  al  establecimiento 
de  la  verdad  objetiva. 

Casi  es  innecesario  decir  que  el  presente  opúscu- 
lo no  es  un  estudio  completo,  ni  siquiera  que  en  el 
se  estudian  los  problemas  más  importantes,  sino 
aquéllos  que  el  autor  ha  podido  conocer  mejor  por 
sus  aficiones  personales  o  las  circunstancias  de  su 
vida.  Pero  es  evidente  que  faltan  por  ver  aspectos 
gravísimos  que  vian  desde  la  penuria  económica  del 
clero,  hasta  los  problemas  peculiares  de  las  diócesis 
del  Norte,  pasando  por  la  perversión  del  criterio 
moral  y  los  innumerables  problemas  familiares. 
Cada  uno  de  esos  temas  podría  constituir  un  capí- 
tulo aparte,  y  aquí,  sin  embargo,  ni  se  nombran. 
Y  en  los  mismos  problemas  estudiados,  no  se  ha 
agotado  ciertamente  la  materia,  sino  que  he  pro- 
curado dar  un  vistazo  general  que  en  grandes  líneas 
presente  los  rasgos  sobresalientes  en  forma  nítida. 
Más  que  la  multitud  de  los  detalles  me  ha  interesa- 
do enfocar  y  ubicar  cada  problema  en  la  forma  más 
exacta  que  me  ha  sido  dada.  A  causa  de  esto,  más 


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HUMBERTO        MUÑ     OZ  R. 


de  alguno  podrá  tachar  de  exclusivistas  mis  pun- 
tos de  vista.  En  manera  alguna  ha  sido  ésa  mi  in- 
tención. Al  poner  de  relieve  aquello  que,  a  mi 
juicio,  ea  más  importante  y  primordial,  en  manera 
alguna  he  querido  negar  otros  aspectos,  que  gene- 
ralmente supongo  conocidos  o  fácilmente  deduci- 
blcs.  También  presupongo  siem.pre  un  recto  cono- 
cimiento del  dogma  católico  que  está  en  la  base  de 
todo  juicio  acerca  de  apreciaciones  de  hechos  reli- 
giosos. Si  alguien,  con  criterio  estrecho,  temiera 
por  la  ortodoxia  del  libro,  le  advierto,  aunque  esto 
es  casi  superfluo,  que  aquí  no  trato  de  doctrina  sino 
de  realidades,  y  que,  si  se  indican  las  fallas,  es  pre- 
cisamente porque  se  ama  la  verdad  integral,  para 
llegar  a  la  cual  hay  que  comenzar  por  conocer  los 
defectos  reales. 

En  todo  momento  he  pretendido  ser  realista,  en- 
tendiendo por  tal,  no  al  pesimista  que  sólo  ve  lo 
malo,  ni  al  optimista  que  sólo  ve  lo  bueno,  sino  al 
que  ve  las  cosas  tal  como  son,  con  sus  luces  y  sus 
sombras.  Si  la  lectura  de  estas  páginas  deja  en  al- 
guno una  impresión  pesimista,  no  es  culpa  del  au- 
tor, sino  de  la  realidad  misma,  o  mejor  dicho,  del 
propio  sujeto  que  lee,  porque  es  evidente  que  el  que 
tiene  una  fe  maciza,  y  está  seguro  de  que  la  Iglesia 
no  8e  compone  sólo  del  elemento  humano  — que  es 
d  que  aquí  se  analiza — ,  sino  que  está  habitada  y 


[  16  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 


vivificada  por  el  Espíritu  Santo,  el  que  cree  que 
la  Iglesia  es  el  Cuerpo  Místico  de  Cristo,  a  pesar  de 
los  andrajos  con  que  a  veces  exteriormente  se  re- 
viste, el  que  ha  recorrido  la  Historia  Eclesiástica  y 
sabe  las  vicisitudes  dolorosas  que  ha  experimenta- 
do, no  podrá  menos  de  pensar  que  el  soplo  de  E>ios 
puede  hacerse  sentir  de  un  momento  a  otro  y,  así 
como  hizo  revivir  el  campo  de  huesos  de  la  visión 
del  profeta  Ezequiel,  así  también  puede  producir  un 
glorioso  *'avivamicnto"  de  la  Iglesia  en  Chile.  Pero 
este  despertar  no  depende  sólo  de  Oios,  sino  que  El 
quiere  ciertamente  nuestro  trabajo  y  cooperación. 
Y  en  la  base  de  todo  proyecto  de  reconstrucción  ha 
de  estar  el  conocimiento  exacto  de  la  realidad.  Por 
eso,  si  el  que  contempla  la  dura  realidad  para  en- 
tregarse a  una  estéril  quietud  de  lamentación,  es  un 
pesimista,  un  hombre  nocivo  a  los  demás;  el  que 
contempla  los  hechos,  por  angustiosos  que  sean,  y 
tiene  valor  para  elevar  su  vista  al  sublime  ideal,  y 
trazar  las  líneas  de  trabajo,  y  pone  sus  manos  en  el 
arado  sin  volver  atrás,  ése  es  de  un  realismo  opti- 
mista, sano  y  promisor.  De  ese  temple  son  los  lec- 
tores que  se  requieren. 

Y  una  sugerencia  final.  Por  el  conocimiento  que 
tengo  de  los  demás  países  latinoamericanos,  algunos 
por  haberlos  visitado  personalmente,  la  mayoría 
sólo  3.  través  de  los  libros,  tengo  la  impresión  de 


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HUMBERT    O        MUÑOZ  R. 

que  los  problemas  de  Chile  no  hacen  excepción 
dentro  del  continente.  Habrá  ciertamente  nom- 
bres, fechas  y  proporciones  diversas;  pero  la  fisono- 
mía esencial  es  idéntica.  No  me  he  atrevido,  sin 
embargo,  a  generalizar,  por  no  tener  los  datos  su- 
ficientes. 

El  autor. 

Los  Andes,  diciembre  de  1945. 


[  18  ] 


L  NUESTRA  POSICION  HISTORICA 


Para  el  estudio  de  los  grandes  problemas  del  ca- 
tolicismo chileno  hemjOs  de  comenzar  por  fijar  k 
posición  histórica  de  la  Iglesia  y  su  influencia  en  la 
totalidad  de  la  vida  nacional.  Y,  precisamente,  esa 
posición  es  uno  de  nuestros  más  graves  problemas, 
porque  ella  está  en  la  base  de  toda  orientación  y  de 
toda  actitud  que  la  Iglesia  asume.  Es,  pues  de 
toda  importancia  que  esta  posición  sea  fijada,  no 
en  la  arena  movediza  de  una  apreciación  superfi- 
cial, sino  cavando  más  hondo,  en  el  subsuelo  de  la 
tradición,  donde  se  encuentran  las  raíces  de  que  se 
nutre  en  gran  parte  la  vida  del  momento  actual. 

Tratemos  de  comprender  la  posición  del  catoli- 
cismo durante  la  Colonia,  ya  que  el  indigenismo 


[  19  ] 


HUMBERTO        MUÑO    Z  R. 


anterior  pertenece  a  la  prehistoria  y,  a  partir  del 
advenimiento  del  conquistador  español,  sólo  actua- 
rá en  los  estratos  inferiores  y  pasivos  de  nuestro  des- 
envolvimiento histórico.  En  Chile,  donde  el  pe- 
ninsular encontró  la  más  valiente  y  obstinada  de 
las  luchas  de  armas,  fué  quizás  donde  menos  dificul- 
tades opusieron  a  su  influjo  cultural,  quizás  pre- 
cisamente porque  nuestros  araucanos  tenían  una 
civilización  muy  inferior  a  la  de  los  incas  del  Perú 
y  a  los  aztecas  de  Méjico.  La  españolizacíón  de 
nuestro  territorio  — a  excepción  de  Arauco —  fué 
completa  y  relativamente  muy  rápida.  Una  acele- 
rada mestización  produjo,  ya  a  fines  de  la  Colo- 
nia, la  nueva  raza  chilena,  mezcla  de  indígena  y 
español  ( 1 ) .  Mas  no  hubo  equivalencia  de  ambos 
elementos,  porque  el  varón  español,  guerrero  .  y 
vencedor,  se  unía  con  la  hembra  indígena,  cauti- 
vada en  sus  correrías  o  retenida  como  "e?icomen- 
dada"  en  sus  haciendas.  La  esposa  indígena,  o  más 
frecuentemente  la  concubina,  no  llegaba  al  matri 
monio  como  la  mujer  moderna  en  semejanza  de 
posición  social  e  influencia    al    varón,    sino  que 


(1)  Según  don  Luís  Thaycr  Ojcda,  en  su  obra  "Elemento* 
Etnicos  que  han  intervenido  en  la  población  de  Chile",  pág.  133, 
ésta  es  la  proporción  de  las  diversas  razas:  blanca,  64.59  %; 
roja,  34.26  %;  negra,  0.98%;  amarilla,  0.17%. 


[  20  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 


había  de  incorporarse  de  lleno  el  régimen  de  vida 
español,  aceptando  su  religión  y  sus  costumbres, 
reservándose  sólo  aquello  que,  por  una  incapacidad 
psicológica  muy  explicable,  no  podía  ya  sufrir  trans- 
formación. Y  para  confirmar  este  aserto,  recorde- 
mos el  caso  contrario  de  mestizos  nacidos  en  terri- 
torio araucano  y  asimilados  completamente  a  las 
costumbres  nativas,  a  pesar  del  porcentaje  de  sangre 
blanca  que  tenían.  Así  pues,  la  raza  chilena,  cual- 
quiera que  sea  la  proporción  de  sangre  indígena  o 
blanca  que  le  atribuyamos,  en  el  orden  de  su  cultura 
y  costumbres,  es  netamente  española.  Para  emplear 
términos  filosóficos,  podemos  decir  que  la  sangre 
india  era  la  materia  prima,  y  la  española,  la  forma 
substancial.  Así,  pues,  aunque  racialmente  mestizos, 
el  tono  de  nuestra  cultura  fué  netamente  español. 

Destacada  ya  la  posición  predominante  de  la 
cultura  española  en  la  vida  colonial,  resta  asimis- 
mo poner  de  manifiesto  la  influencia  del  catolicis- 
mo en  la  cultura  española.  Y  para  proceder  con  cla- 
ridad, podemos  afirmar  la  siguiente  ecuación:  lo  que 
es  España  respecto  de  Chile  (y  de  toda  América), 
eso  es  la  Iglesia  respecto  de  España.  Esto  es,  que  si 
España  fué  el  alma  que  informó  nuestra  vida  co- 
lonial, a  su  vez  el  cristianismo  fué  el  alma  de 
España,  el  que  impulsó  su  gesta,  que  tenía  pri- 
mariamente fines  misionales,  el  que  dió  el   tono  a 


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HUMBE    RT    O        MUÑ    OZ  R. 

SU  cultura,  cuyos  mejores  exponentes  son  sus  mís- 
ticos y  sus  ''Majestades  Católicas".  Por  una  lógica 
conclusión,  podemos  entonces  afirmar  que  el  cato- 
licismo, tan  adentrado  en  las  esencias  de  España, 
pasó  también  a  informar,  a  ser  el  alma  de  nuestra 
vi,da  nacional.  No  nos  admire  entonces  ese  nimbo 
de  religiosidad  en  que  está  envuelta  toda  la  Colo- 
nia. Como  de  la  Edad  Media  en  Europa,  podemos 
afirmar  que  estaba  esencialmente  impregnada  de 
cristianismo. 

Por  desgracia,  nuestros  historiadores  — la  mayor 
parte  de  ellos  anticatólicos  o  psicológicamente  inca- 
paces de  apreciar  el  influjo  del  cristianismo —  casi 
no  han  reconocido  este  .pai>el  trascendente  de  la  Igle- 
sia, y,  al  historiar  su  actuación,  se- han  limitado  a 
los  obispos  y  al  clero,  y  han  tomado,  por  lo  gene- 
ral, episodios  aislados,  sin  comprender  en  toda  su 
amplitud  el  influjo  de  la  Iglesia,  que  no  sólo  se 
compone  de  la  jerarquía,  sino  también  de  los  laicos 
que,  al  actuar  a  impulso  de  principios  cristianos, 
reivindican  para  la  Iglesia  todas  las  grandes  obras 
que  realizan.  Se  limita  la  actuación  de  la  Iglesia  al 
campo  restringido  de  la  piedad  y  al  de  las  actuacio- 
nes personales  deí  clero;  pero  se  silencia  la  fuerza 
de  los  principios  cristianos  en  todas  las  demás  ma- 
nifestaciones de  la  vida  nacional.  Y  así  se  mutila 
nuestra  Historia,  al  ocultar  la  causa  que  movía  des- 


[  22  ] 


CAI     OLICISMO  CHILENO 

de  el  rey  hasta  el  último  soldado  o  sacerdote,  en  esta 
magna  obra  de  cristiana  civilización  de  nuestra 
patria  y  del  continente  entero.  Del  Gobernador 
abajo,  nadie  hacía  na,da  sin  previa  consulta  a  una 
junta  de  teólogos,  o  por  lo  menos,  al  confesor.  Los 
historiadores  citan  estas  juntas  de  teólogos,  porque 
no  pueden  dejar  de  hacerlo,  pero  no  destacan  los 
principios  doctrinales  que  allí  se  discuten  y  que 
serán  la  norma  de  las  actuaciones  concretas.  Y  como 
cada  hecho  se  explica  por  las  ideas  que  lo  informan, 
prefieren  dejar  los  hechos  vacíos  de  explicación, 
antes  qüe  hablar  de  los  principios  cristianos  que  les 
dan  vida.  Recordemos  las  guerras  de  Arauco,  cuyas 
vicisitudes  dependían  en  gran  parte  de  las  aprecia- 
ciones teológicas  que  prevalecieran.  Lo  mismo  po- 
demos decir  del  problema  de  la  es<:lavitud  y  del 
de  las  encomiendas,  para  no  hablar  de  las  institu- 
ciones jurídicas  venidas  de  la  Metrópolis  para  to.da 
la  América,  e  influenciadas  siempre  por  teólogos  de 
la  talla  de  Vitoria  o  Suárez. 

Se  podrá  discutir  — siempre  hay  quienes  dis- 
cuten—  la  calidad  de  la  cultura  colonial  y  desear 
que  España  y  la  Iglesia  hubieran  procedido  de  otro 
modo;  pero  no  se  podrá  negar  que  España  logró 
imponer  su  cultura  que,  lo  repetimos,  era  esencial- 
mente cristiana.  Y  no  es  obstáculo  a  esta  inter- 
pretación cristocéntrica  de  la  Colonia,  el  que  mu- 


[  23  ] 


HU    MB    ERTO        MUÑOZ  R. 


chos  individuos  no  se  comportaran  siempre  cris- 
tianamente en  su  vida  privada  o  pública.  Está  pre- 
cisamente en  la  concepción  esencial  de  la  Iglesia  el 
que  siempre  haya  defecciones,  y  por  eso  su  divino 
Fundador  la  comparó  a  diez  vírgenes,  de  las  cuales 
cinco  eran  necias  y  cinco  prudentes,  a  una  red  con 
peces  buenos  y  malos,  etc.  Según  la  doctrina  del 
Número  Determinante,  tan  hábilmente  manejada 
por  Hilaire  Belloc  (1),  son  los  factores  determi- 
nantes, y  no  la  masa  como  tal,  la  que  da  el  tono 
a  una  cultura  o  período  histórico.  Dice  textual- 
mente: "En  caso  de  una  religión  o  más  bien  de  una 
atmósfera  religiosa,  la  condición  principal  del  nú- 
mero determinante  es  la  de  que  imponga  su  con- 
textura o  colorido  a  toda  la  sociedad.  Es  proba- 
ble que  en  la  mayor  parte  de  la  Edad  Media,  la 
mayor  parte  de  los  hombres,  en  la  mayor  parte 
de  la  Cristiandad  practicaban  su  religión  muy  poco 
o  nada.  Mas  no  existía  la  influencia  negativa  co- 
rrespondiente. La  influencia  positiva  irradiando 
desde  aquéllos  que  con  más  intensidad  la  practica- 
ban, hacia  una  faja  exterior  donde  había  decaído 
hasta  la  extensión,  fué  lo  que  dió  a  Inglaterra, 
Francia,  España,  Alemania  e  Italia  de  la  Epoca, 
un  carácter  netamente  católico**. 


(1)     "La  crisis  de  nuestra  civilización",  pág.  3  28. 


[  24  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 

Esto  es  exactamente  lo  que  ocurrió  con  nuestra 
Colonia,  que  tiene  tantas  semejanzas  con  el  me- 
dioevo en  Europa.  La  influencia  cristiana  irra- 
diada a  través  del  español,  no  tuvo  una  fuerza  ne- 
gativa que  la  contrarrestara,  sino  la  simple  iner- 
cia de  la  religión  ancestral  del  araucano,  que  estu- 
diaremos en  el  próximo  capítulo,  y  que  en  manera 
alguna  impidió  la  fisonomía  netamente  cristiana 
de  la  Colonia. 

Y  por  si  para  alguno  fuere  necesario,  quiero 
también  explicar  que,  el  concepto  de  una  socie- 
dad totalmente  cristiana,  no  incluye  en  manera  al- 
guna el  que  la  Iglesia  tenga  en  sus  manos  el  poder 
civil,  lo  que  sería  abiertamente  contrario  al  Evan- 
gelio, que  manda  dar  al  César  lo  que  es  del  César 
y  a  Dios  lo  que  es  de  Dios.  Y  qué  bien  entendían 
esto  los  reyes  españoles  que,  siendo  profundamente 
cristianos  y  sintiéndose  ellos  mismos  el  brazo  secu- 
lar de  la  Iglesia,  eran,  sin  embargo,  tan  celosos  de 
sus  prerrogativas  temporales,  que  más  bien  exage- 
raban el  Real  Patronato;  pero  nunca  se  dejaban 
dominar  por  los  Papas  en  asuntos  temporales. 

Fruto  de  este  influjo  de  los  principios  cristianos 
encarnados  en  España,  fué  la  perfecta  unidad  na- 
cional que  presidió  el  desenvolvimiento  colonial. 
Las  desaveniencias  habidas  con  frecuencia  entre  go- 
bernadores, obispos  y  cabildos,  en  nada  se  parecen 


[  25  ] 


H    U    M    B    E    R    T    O        M     U     f5    Ó     Z  R. 

a  las  luchas  entre  la  Iglesia  y  el  Estado  que  con- 
templa el  siglo  XIX.  Aquéllas  son  netamente  do- 
mésticas, y  nunca  afectan  a  la  Iglesia  como  tal,  ya 
que  ambos  partidos  eran  igualmente  cristianos,  y 
reconocían  como  supremo  dirímente  de  sus  reyer- 
tas al  rey  que,  no  por  ser  soberano  temporal,  de- 
jaba de  representar  a  la  Iglesia^,  de  quien  se  sentía 
su  brazo  e  instrumento. 

Pero  esta  posición  privilegiada  y  trascendente  de 
la  Iglesia,  va  a  ser  notablemente  quebrantada  a 
partir  de  la  Independencia,  después  de  la  cual  se 
nota  un  nítido  cambio  en  su  posición  histórica. 
Tres  factores  principales  influyen  desfavorable- 
mente, y  logran  torcer  el  rumbo  de  nuestra  Histo- 
ria. En  el  orden  cronológico,  hubo  en  primer  lu- 
gar una  cierta  identificación  entre  la  Iglesia  y  el 
régimen  colonial  español.  Y  era  natural  que  eso  se 
produjera,  dada  la  influencia  que  ya  se  ha  expli- 
cado. No  tuvo  el  clero  la  amplitud  de  criterio  ne- 
cesaria para  comprender  el  impulso  legítimo  de  la 
Independencia  y  la  trascendencia  de  la  Iglesia  res- 
pecto de  los  regímenes  temporales  con  los  cuales 
puede  convivir  muchas  veces  y  obtener  así  gran 
utilidad  — como  sucedió  en  la  Colonia — ,  pero  a 
los  cuales  debe  abandonar  para  seguir  su  impulso 
eterno,  cuando  aquéllos  ya  han  cumplido  su  mi- 
sión histórica.   Y  así  vemos  a  una  parte  del  clero 


L  26  1 


CATOLICISMO  CHILENO 

que  se  abanderiza  con  la  reacción  española,  ha- 
ciendo cuestión  de  religión  y  no  meramente  políti- 
ca, la  fidelidad  al  monarca  prisionero.  El  obispo 
Zorrilla,  aunque  chileno,  con  estrechez  de  criterio 
y  aferrándose  a  los  cánones,  hizp  una  sorda  resis- 
tencia al  gobierno  patriota,  que  finalmente  le  valió 
la  deportación.  Otra  parte  del  clero,  a  la  cabeza 
de  la  cual  estaba  Camilo  Henríquez  y  el  obispo 
Cienfuegos,  eran  fervorosos  patriotas;  pero  no 
siempre  supieron  conciliar  sus  deberes  patrios  con 
sus  obligaciones  eclesiásticas.  Pero  no  culpemos  a 
ninguno  de  los  dos  bandos,  ya  que  en  ese  tiempo 
era  imposible  ver  las  cosas  con  la  claridad  de  hoy. 
Señalemos  sólo  que  es  la  primera  vez  que  una  es- 
cisión de  esta  naturaleza  se  producía  en  la  iglesia 
chilena,  y  no  pudo  menos  de  influir  en  el  quebran- 
tamiento de  la  fe,  máxime  cuando  la  victoria  de 
las  armas  patriotas  fué  definitiva  y  se  abominó  de 
todo  lo  que  decía  relación  con  el  antiguo  régimen. 
Si  a  lo  menos  se  hubiera  podido  obtener  una  pru- 
dente abstención  de  los  elementos  españolizantes, 
quizás  se  habría  logrado  mantener  la  unidad  espi- 
ritual de  la  República. 

Otro  factor  funesto  fué  el  aislamiento  en  que 
quedó  la  Iglesia  chilena  — como  sucedió  también 
en  los  demás  países  americanos — ,  a  raíz  de  la 
Independencia.    Conforme   al    régimen  colonial, 


[  27  ] 


HUMBERTO        MUÍ^OZ  R. 

todo  estaba  centralizado  en  la  Península,  incluso 
los  negocios  eclesiásticos,  considerándose  grave  de- 
lito el  comunicarse  directamente  con  Roma.  Re- 
cordemos el*  caso  de  Santo  Toribio  de  Mogrovejo 
que,  siendo  Arzobispo  de  Lima,  fué  reprendido 
por  orden  del  rey  ante  la  Real  Audiencia,  acusado 
de  haberse  comunicado  directamente  con  el  Padre 
Santo.  Así  pues,  cortadas  las  relaciones  con  Espa- 
ña, quedamos  también  separados  del  resto  de  la 
cristiandad.  Agréguese  a  esto  que  el  Obispo  de 
Santiago  estaba  desterrado  y  sin  posibilidades  de 
que  ni  siquiera  el  Arzobispo  de  Lima  proveyera  al 
grave  conflicto  que  aquí  se  había  producido.  Las 
Ordenes  Religiosas,  cuyos  Provinciales  residían  ge- 
neralmente en  Lima  o  España,  quedaron  también 
acéfalas,  a  lo  que  solía  agregarse  la  disensión  in- 
testina de  españolizantes  y  patriotas,  que  conmovía 
los  conventos.  Todo,  pues,  contribuyó  a  que  se 
produjera  en  la  Iglesia  una  situación  caótica,  pre- 
cisamente en  el  momento  decisivo  en  que  el  país 
tomaba  nuevos  rumbos  y  era  más  necesaria  que 
nunca  la  acción  orientadora  de  la  Iglesia.  O'Hig- 
gins,  con  ardor  de  patriota  y  de  cristiano,  com- 
prendió que  la  solución  estaba  en  recurrir  directa- 
mente a  Roma,  a  fin  de  que  se  normalizara  la 
situación  producida.  Fué  el  primer  gobernante 
americano  que  mandó  una  delegación  ante  el  Va- 


[  28  ] 


CA    TOLICISMO  CHILENO 

ticano,  y  fué  el  Vaticano  el  primer  estado  europeo 
que  reconoció  la  soberanía  de  una  nación  america- 
na, al  enviar  a  Mons.  Muzi  como  enviado  papal. 
Por  desgracia,  a  la  llegada  de  éste,  no  era  ya  O'Hig- 
gius  quien  gobernaba,  y  su  sucesor  no  tuvo  el  tino 
suficiente  para  conducir  las  cosas  a  feliz  término, 
haciendo  fracasar  la  embajada  Pontificia. 

Pero  el  factor  más  importante  en  el  quebran- 
tamiento de  la  fe  era  casi  imposible  de  evitar.  Al 
abrirse  las  puertas  de  Chik  a  la  libre  comunicación 
con  todas  las  naciones  de}  mundo,  es  el  preciso  mo- 
mento de  la  plena  decadencia  española  reciente- 
mente amagada  por  la  invasión  napoleónica,  y  en 
que  la  Francia  de  la  Revolución  impone  sus  i^deas 
al  mundo  entero.  Pérez  Rosales  nos  cuenta  cómo 
los  barcos  franceses  traían  la  misión  de  llevar  a 
estudiar  a  Francia  a  los  jóvenes  de  las  mejores  fa- 
milias. Por  otra  parte,  de  esa  misma  Francia  re- 
volucionaria habían  venido  las  doctrinas  que  im- 
pulsaron nuestra  Independencia,  y  ahora  nadie 
ponía  trabas  a  la  lectura  de  los  libros  que  antes  eran 
manjar  prohibido.  El  mundo  entero  atravesaba 
por  una  crisis  de  irreligiosidad,  y  la  ola  de  una  in- 
mensa propaganda  nueva  ínv^idió  nuestra  tierra. 
Me  imagino  a  Chile  como  una  joven  educada  en  el 
recluimiento  del  internado  colonial  que,  una  vez 
salida  del  encierro,  no  está  preparada  para  arrostrar 


[  29  ] 


HUMBERTO        MUÑOZ  R. 

en  el  mundo  el  ambiente  que  es  hostil  a  su  fe,  y  es 
fácil  presa  de  la  moda  y  de  las  ideas  que  ella  iden- 
tifica con  su  liberación. 

Las  dos  primeras  causas  de  la  desintegración  re- 
ligiosa duran  un  tiempo  relativamente  breve  (vein- 
te o  treinta  años) ,  no  así  la  última  que,  en  diver- 
sas formas,  continúa  hasta  el  día  de  hoy.  Mas,  sin 
lugar  a  dudas,  la  crisis  de  la  Independencia  ha 
sido  profunda  y,  cuando  Portales  organiza  la  Re- 
pública, ya  es  un  hecho  consumado  la  ruptura  de 
nuestra  unidad  religiosa.  Trataremos,  pues,  en 
una  síntesis  breve  y  esquemática,  de  fijar  la  posi- 
ción de  la  Iglesia  en  el  período  republicano. 

La  nación  como  tal  no  ha  dejado  de  ser  católi- 
ca; pero  ha  surgido  una  selecta  minoría,  no  muy 
apreciable  por  el  número,  mas  sí  por  su  influencia 
y  valer,  que  se  ha  separado  del  regazo  de  la  Igle- 
sia. El  agnosticismo  europeo  ha  franqueado  nues- 
tras fronteras,  y  sus  hombres  tendrán  una  actua- 
ción muchas  veces  decisiva  en  la  orientación  gene- 
ral del  país.  El  mismo  Portales  no  era  creyente, 
aunque  con  criterio  realista  se  estableció  en  la  Cons- 
titución de  1833  que  la  religión  católica  era  la  ofi- 
cial del  Estado.  La  masa  del  pueblo  sigue  adheri- 
da a  la  fe  tradicional  y  una  buena  parte  de  la  aris- 
tocracia de  la-  sangre  y  del  intelecto;  pero  la  mi- 
noría agnóstica  se  robustece  cada  día  más,  aviva - 


[  30  ] 


CA     TOLICIS    MO  CHILENO 


da  por  el  soplo  de  la  propaganda  de  doctrinas 
exóticas,  y  con  lentitud  y  seguridad  va  socavando 
los  principios  tradicionales.  Entonces,  sobre  una 
masa  católica,  pero  casi  inerte,  dos  minorías  se  dis- 
putan la  hegemonía  del  país.  La  minoría  agnós- 
tica es  audaz  y  progresista.  La  católica,  tenaz  y 
conservadora.  La  lucha  está  entablada  hace  más 
de  un  siglo,  sin  que  ninguna  de  las  dos  logre  una 
victoria  decisiva.  Tal  vez  podríamos  resumir  la  si- 
tuación general,  concretándola  al  problema  univer- 
sitario. La  Universidad  de  Chile,  que  debió  ser  la 
continuación  de  la  de  San  Felipe,  pasa  a  ser  un 
feudo  de  la  masonería.  Cuando  la  Iglesia  pierde 
la  esperanza  de  tener  allí  el  control  religioso,  fun- 
da la  Universidad  Católica,  menor  que  la  de  Chile; 
pero  también  de  gran  valor  y  no  despreciable  anta- 
gonista de  la  primera.  Mas  no  abandona  el  pri- 
mer campo  de  batalla,  donde  cuenta  siempre  con 
un  buen  porcentaje  del  alumnado  y  aun  algunos 
profesores.  Pero  a  los  ojos  de  todos,  la  Universi- 
dad de  Chile  representa  el  espíritu  laico  y  es  un 
gigante  frente  á  la  Católica. 

Se  produce  un  fenómeno  triste.  Los  principios 
cristianos,  que  eran  el  ;ilma  de  toda  la  estructura 
colonial,  van  siendo  reemplazados  por  otras  for- 
mas de  vida,  y  la  inmensidad  de  nuestro  pueblo 
católico,  va  sirviendo  de  materia  prima  al  servicio 


[  31  ] 


HUMBERTO        MUÑOZ  R. 

de  otras  ideologías,  que  ponen  su  etiqueta,  a  lo 
que  muchas  veces  se  hace  con  dinero  y  sacrificio 
de  católicos.  Cito  la  Cruz  Roja,  institución  laica, 
formada  generalmente  por  señoras  católicas.  A  pe- 
sar de  sus  inmensos  esfuerzos,  la  minoría  arreli- 
giosa  no  logra  descristianizar  el  país;  pero  va  len- 
tamente laicizándolo  y  preparando  el  terreno  para 
futuras  conquistas,  principalmente  en  el  campo  po- 
b'tico  y  educacional.  Los  católicos,  que  se  mantie- 
nen muy  unidos  y  enérgicos  en  la  defensa  de  los 
principios  dogmáticos  y  en  la  defensa  de  la  fe,  pa- 
recen haber  perdido  la  vitalidad  que  tuvieron  en  la 
Colonia  para  abordar  los  problemas  de  orden  hu- 
mano, y  así,  habiendo  luchado  tanto  la  Iglesia  en 
el  período  anterior  contra  la  esclavitud  de  los  in- 
dios, cuando  a  raíz  de  la  Independencia  se  decreta 
la  libertad  de  los  negros,  son  los  propios  clérigos 
los  que  ponen  obstáculos,  negándose  a  inscribirlos 
como  libres  en  las  partidas  de  Bautismo  ( 1 ) .  Pero 
no  siempre  la  Iglesia  adopta  esta  actitud  intransi- 
gente, sino  que  generalmente  hace  esfuerzos  extra- 
ordinarios en  el  terreno  intelectual,  benéfico  y 
social,  que  no  logran,  sin  embargo,  pleno  éxito:  la 
educación  y  la  beneficencia  están  hoy  en  poder  de  la 


(1)  Guilkrmo  Feliú  Cruz:  "La  abolición  de  la  esclavitud 
«n  Chile",  pág.  72.    Santiago,  1942. 


[  32  ] 


CAI'OLICISMO  CHILENO 

masonería,  y  los  obreros  son  dominados  por  par- 
tidos marxistas.  Pero,  en  cambio  de  esta  especie 
de  impotencia  de  la  Iglesia  chilena  para  luchar  y 
vencer  en  la  primera  línea  de  estos  campos  de  ba- 
talla — aunque  haya  obtenido  muy  honrosos  e  im- 
portantes triunfos  secundarios — ,  es  inmensamente 
fuerte  e  irreductible  en  el  campo  de  la  tradición. 
Tres  siglos  de  coloniaje  han  logrado  imponer  al 
país  el  sello  imborrable  del  catolicismo.  Bájo  las 
apariencias  más  exóticas,  la  nación  sigue  siendo 
católica.  La  minoría  no  católica  no  ha  logrado 
imponer  su  fisonomía  a  la  nación,  porque  actúa 
sobre  una  masa  que  no  quiere  dejar  de  ser  cristia- 
na, y  así,  cuando  dos  o  tres  dirigentes  marxistas 
logran  poner  la  etiqueta  socialista  o  comunista  a 
un  sindicato  completo,  formado  casi  entero  por 
católicos,  tienen  buen  cuidado  de  disimular  el  an- 
tagonismo entre  ambas  doctrinas.  Además,  no 
puede  haber  paralelo  entre  la  influencia  de  la  mino- 
ría católica  de  la  Colonia  y  la  no  católica  de  la  Re- 
pública, porque  aquélla  se  ejerció  sin  contrapeso,  y 
ésta  debe  sufrir  la  influencia  neutralizante  del  ca- 
tolicismo y  con  frecuencia  una  seria  competencia 
en  todos  los  campos  de  la  -  lucha.  Sin  embargo, 
hemos  de  reconocer  que  falta  a  la  Iglesia  una  ma- 
yor vitalidad,  imprescindible  para  recuperar  la  he- 
gemonía espiritual  sobre  toda  la  nación. 


[  33  ] 


HUMBERTO        M     U  O     Z  R. 

Según  opinión  del  célebre  P.  Charles,  que  nos 
visitó  en  1944,  el  catolicismo  chileno  carece  de  po- 
tencia creadora.  Según  él,  es  de  tipo  tradicional, 
entendiendo  esta  palabra  en  .  el  sentido  de  rutina- 
rio. Y  es  efectivo.  Más  de  un  siglo  de  actitud 
eminentemente  defensiva,  casi  nos  ha  imposibili- 
tado para  ponernos  en  primera  línea  de  ataque. 
^  Hemos  temido  ser  los  primeros,  y  después  ...  ni 
siquiera  hemos  podido  ser  los  últimos.  Recordemos 
sólo  los  sindicatos  y  los  scouts.  Y  en  la  vida 
apostólica,  tal  conijo  en  la  vida  espiritual,  quien 
no  avanza,  retrocede.  Por  eso,  me  parece  de  su- 
prema conveniencia  intentar  un  cambio  en  nues- 
tra actitud  histórica.  Dejar  la  posición  eminente- 
mente (no  exclusivamente)  defensiva,  para  tomar 
otra  de  más  iniciativa  y  espíritu  creador,  que  per- 
mita a  los  principios  cristianos  ser  el  alma  y  vida 
de  toda  actividad  nacional.  No  alcanzaremos  pro- 
bablemente la  total  hegemonía  de  que  gozamos  en 
la  Colonia,  pues  ya  no  podremos  librarnos  de  la 
minoría  no  católica;  pero  se  podrá  reducirla  a  sus 
justos  límites  y  que  tenga  una  influencia  que  diga 
relación  con  el  número  de  sus  efectivos.  Nosotros, 
en  cambio,  tenemos  a  nuestro  favor  todo  el  peso 
de  la  Historia  y,  si  hemos  de  devolver  a  nuestra 
patria  su  unidad  religiosa,  si  el  cristianismo  ha  de 
ser  nuevamente  el  alma  de   nuestra  nacíonalidafi. 


[  34  ] 


CATOLICISiMO  CHILENO 

hemos  de  apoyarnos  fuertemente  en  esa  tradición 
que  no  ha  muerto,  sino  que  se  mantiene  latente. 
De  esa  tradición  hemos  de  extraer  las  energías  y 
enseñanzas  necesarias  para  afrontar  los  problemas 
de  hoy,  no  con  la  misma  modalidad,  mas  sí  con  la 
misma  fuerza  y  vitalidad  con  que  lo  hicierpn  los 
cristianos  en  la  Colonia.  Para  unirnos  al  espíritu 
de  nuestra  tradición,  o  mejor  dicho,  para  avivar 
nuestra  conciencia  de  ella,  hemos  de  apresurarnos 
a  recorrer  cuatro  sendas:  intensificación  de  la  vida 
interior,  unión  de  los  conceptos  de  patria  y  reli- 
gión, mayor  vinculación  con  la  España  eterna,  y 
estudio  de  nuestra  historia  patria. 

Cuantb  a  lo  primero,  hemos  de  recordar  que 
en  el  cristianismo  toda  actividad  externa  es  reflejo 
de  la  vida  interior.  Si  la  posición  del  cristianp-  es 
hoy  día  débil,  se  debe  primariamente  a  un  debili- 
tamiento de  la  fe  y  del  fervor  religioso.  Én  cam- 
bio, cuando  la  fe  es  intensa,  el  espíritu  emprende- 
dor se  presenta  espontáneamente  lleno  de  pujanza, 
tal  como  sucedía  en  la  Colonia.  Lo  mismo  qUe  en 
el  individuo,  sucede  en  la  Iglesia  tomada  como  so- 
ciedad. Un  florecimiento  cristiano  no  puede  pro- 
venir de  obras  puramente  humanas,  sino  que  se 
requiere  el  soplo  vivificante  del  Espíritu  de  Dios. 
Todo  lo  que  hagamos  por  intensificar  nuestra  vida 
interior,  por  acercarnos  a  Cristo,  se  ordena  tam- 


[  35  ] 


HUMBERTO        MUÑOZ  R. 

bien  a  encender  en  nosotros  ese  ardor  y  espíritu  de 
iniciativa  que  se  manifiesta  en  una  potente  acti- 
tud creadora. 

El  segundo  punto  se  refiere  a  la  vinculación  de 
los  conceptos  de  Patria  y  Religión.  Desde  el  mo- 
mento que  el  catolicismo  llegó  a  ser  el  alma  de 
nuestra  nacionalidad,  no  solamente  en  la  Colonia,  en 
que  dominó  sin  contrapeso,  sino  aun  en  el  perío- 
do culminante  de  la  Independencia,  ya  que  los 
grandes  patriotas  fueron  también  grandes  cristia- 
nos, tenemos  la  posibilidad  y  el  deber  de  identifi- 
car en  nuestra  tierra  ambos  conceptos.  Ya  existe 
de  hecho  una  gran  vinculación.  Se  trataría  sólo  de 
estrecharla  e  intensificarla.  Y  como  monumento 
grandioso  de  estos  conceptos  que  encarnan  el  alma 
nacional,  nada  me  parece  más  apropiado  que  el 
Templo  Votivo  de  Maipú,  en  que  la  Patria  entera 
se  pone  a  los  pies  de  la  Virgen  del  Carmen  para 
cumplir  el  voto  de  O'Higgins  en  el  momento  de- 
cisivo de  nuestra  Independencia.  Ese  templo  debe 
ser,  pues,  la  manifestación  concreta  y  grandiosa  de 
esta  vinculación  de  los  conceptos  de  Patria  y  Re- 
ligión. 

Y  no  sin  temor  de  ser  mal  interpretado,  me  re- 
feriré ahora  a  España,  mas  no  a  esa  España  que, 
como  todas  las  cosas  es  mudable  y  susceptible  de 
discusión,  sino  a  aquella  otra  España  eterna,  aqué- 


[  36  ] 


CAT    OLICISMO  CHILENO 


Ha  que  permanece  a  través  de  todas  las  vicisitudes, 
y  que  tuvo  su  más  grandiosa  expresión  en  la  epo- 
peya de  América.  Con  aquélla  se  puede  o  no  estar 
de  acuerdo:  depende  de  doctrinas  temporales  j 
apreciaciones  de  hechos.  Con  ésta,  en  cambio^  con 
la  eterna,  nunca  podemos  estar  en  desacuerdo  sin 
afirmar  nuestra  propia  negación.  Esa  España  vino 
a  América,  se  encarnó  en  estas  tierras,  y  es  el  alma 
de  nuestra  historia  y  de  nuestra  psicología.  Las 
naciones  de  América  somos  como  esos  hijos  priva- 
dos del  influjo  benéfico  de  sus  padres  antes  de 
llegar  a  su  madurez.  Eramos  muy  niños  cuando  nos 
separamos  de  ella.  No  sentimos  inmediatamente 
su  pérdida,  con  la  inconsciencia  también  de  los 
niños;  pero  ahora,  que  hemos  dado  tantos  pasos  en 
falso  y  hemos  corrido  tras  tantas  doctrinas  exóti- 
cas, que  sólo  nos  han  dejado  la  amargura  de  la  des- 
ilusión, ¿quién  no  siente  como  una  necesidad  na- 
cional el  cobijarnos  en  el  regazo  de  España?  Se  ha 
hablado  tanto  contra  ella,  a  tal  punto  se  la  ha  des- 
figurado, que  sus  mismos  hijos  casi  no  la  pueden 
conocer.  Y  ahora,  que  tantas  ideologías  se  dispu- 
tan nuestra  tierra  con  su  propaganda,  sólo  España 
parece  haberse  olvidado  de  nosotros.  Tomemos  en- 
tonces la  iniciativa,  y  pidámosle  que  quiera  seguir 
preocupándose  de  nosotros,  nutriéndonos  con  su 
clásica  cultura,  y  con  el  heroísmo  y  el  fervor  de  su 


[  37  ] 


HUMBERTO        MUÑOZ  R. 


fe.  Quizás  esta  misma  actitud  nuestra  hará  bien  a 
España.  Volverá  a  sentirse  madre  de  veinte  nacio- 
nes y  un  estremecimiento  de  juventud  florecerá  en 
su  seno.  ¿Es  acaso  la  primera  vez  que  una  madre, 
a  la  vista  de  su  hijo>  saca  fuerzas  que  para  sí  misi- 
ma  no  tiene? 

Finalmente,  se  impone  una  revisión  de  nuestra 
Historia.  Sus  mejores  cultivadores,  con  Barros  Ara- 
na a  la  cabeza,  trabajaron  en  el  siglo  XIX,  cuando 
todavía  se  estaba  bajo  la  reacción  antihispánica,  tan 
explicable;  pero  que  se  prestó  a  tantas  injusticia-s. 
Además,  si  exceptuamos  a  don  Crescente  Errázuriz, 
nuestros  historiadores  no  estaban  psicológicamente 
preparados  para  comprender  los  factores  religiosos 
de  nuestra  Historia.  Sin  conocer  la  religión  y  sin- 
tiendo por  ella  profunda  aversión,  ¿cómo  se  puede 
producir  esc  sentimiento  de  cálida  simpatía  bajo 
el  cual  se  establece  la  comprensión  de  los  individuos 
y  de  los  hechos  históricos?  De  ahí  entonces  esa 
triste  paradoja,  que  siendo  católica  nuestra  Historia 
real,  sea  anticatólica  nuestra  Historia  escrita.  Idén- 
tico fenómeno  se  ha  producido  en  Europa  y  de  ello- 
se  queja  el  historiador  inglés  Hilaire  Belloc.  Pero, 
teniendo  a  nuestro  favor  el  peso  de  los  hechos  y  la 
fuerza  de  la  tradición,  sólo  nos  resta  ponernos  con 
decisión  al  trabajo  de  estudiar  nuestra  Historia. 
Por  desgracia,  desaparecida  ya   esa   generación  de 


F  38  ] 


C    A    1     o    L    I    C    I    S    M    o  CHILENO 

prelados  historiadores  como  Crcscente  Errázuríz, 
Muñoz  Ola  ve,  Silva  Cotapos  y  Silva  Lezaeta,  atra- 
vesamos ahora  por  una  crisis  de  historiadores  cató- 
licos. Cierto  es  que  en  la  Academia  Chilena  de  la 
Historia  predomina  el  elemento  católico  y  que  S€ 
anuncia  también  la  creación  de  una  Academia  de 
Historia  Eclesiástica  Chilena;  pero  la  verdad  es  que 
no  tenemos  ningún  historiador  de  nota  que  pueda 
parangonarse  con  Encina,  por  ejemplo.  Cuán  útil 
sería  que  en  los  Seminarios  y  principalmente  en  la 
Facultad  de  Teología  se  abrieran  cursos  de  Historia 
Eclesiástica  Chilena.  Así,  a  lo  menos  el  clero,  sal- 
dría vinculado  a  nuestra  gloriosa  tradición. 

Supuestas  estas  cuatro  bases,  ¿sería  una  utopía 
pensar  en  un  mejoramiento  de  nuestra  posición  his- 
tórica? El  hombre  no  puede  avianzarse  a  los  desig- 
nios divinos;  pero,  cuando  miradas  serenamente  las 
cosas  entendemos  una  obligación  expresada  por  la 
enseñanza  del  pasado,  ¿no  podemos  sentirnos  solí- 
citados  por  la  EKvina  Providencia  para  el  cumpli- 
miento de  los  planes  divinos? 


L  39  ] 


ÍI.  CORRIENTES  SUBTERRANEAS 


En  el  capítulo  anterior  afirmamos  que  nuestra 
patria  fué  evangelizada,  y  aun  que  el  catolicismo 
había  llegado  a  ser  el  alma  y  forma  de  nuestra  cul- 
tura colonial.  No  para  desvirtuar  ese  aserto,  sino 
para  reducirlo  a  sus  justos  límites,  hemos  de  estudiar 
ahora  la  calidad  de  ese  cristianismo.  Si  antes  mira- 
mos nuestra  religión  desde  el  punto  de  vista  de  su 
posición  histórica,  descendamos  también  a  sus  pro- 
fundidades psicológicas.  Y  para  evitar  mal  enten- 
didos, comencemos  por  definir  qué  entendemos  por 
un  católico.  El  catecismo  exige  tres  cualidades  del 
católico:  la  fe  en  las  enseñanzas  de  la  Iglesia,  la  co- 
munión de  los  sacramentos  y  la  obediencia  a  la  je- 
rarquía. En  cuanto  a  la  fe,  exige  como  mínimo  que 


[  41  ] 


HUMBERTO        MUÑOZ  R. 


conozca  las  cuatro  verdades  de  necesidad  de  medio, 
y  que  no  niegue  explícitamente  ninguna;  de  los  sa- 
cramentos, sólo  exige  como  estrictamente  obligato- 
rio el  Bautismo;  y  en  cuanto  a  la  obediencia,  que  re- 
conozca la  autoridad  del  Papa  y  de  los  obispos. 
Estas  son,  diríamos  así,  las  exigencias  mínimas.  ¿Y 
cuan  es  el  programa  máximo?  Es  tan  alto  y  elevado 
que  ni  los  mismos  santos  lo  han  vivido  en  su  pleni- 
tud, comp  que  exige  la  perfección  del  mismo  Padre 
Celestial;  '*Sed  santos,  así  como  vuestro  Padre  Ce- 
lestial es  santo".  Entre  ambos  extremos  hay  una 
gama  infinita,  en  que  siempre  van  mezcladas  en  di- 
versas proporciones  las  gracias  divinas  y  las  miserias 
humanas;  pero  cualesquiera  que  sean  los  grados  de 
imi>erfección,  a  ninguno  podemos  quitarle  el  título 
de  católico.  En  el  orden  intelectual,  se  mezclan  las 
luces  de  la  fe,  con  las  sombras  de  la  ignorancia  y  del 
error;  y  en  la  vida  moral,  vemos  los  heroísmos  del 
santo  junto  a  las  claudicaciones  del  pecador.  Y  esto 
es  lo  normal,  mientras  vivamos  en  este  valle  de  mi- 
serias e  imperfecciones.  Supuesta,  pues,  esta  doctri- 
na de  la  Iglesia,  tratemos  ^de  ver  las  diversas  capas  o 
zonas  de  cristianismo  y  de  paganismo  que  se  mez- 
clan en  nuestra  religiosidad.  El  mismo  proceso  his- 
tórico nos  servirá  de  base  para  ir  considerando  los  di- 
versos sedimentos  que  ha  dejado  en  nuestra  psicolo- 
gía religiosa. 


[  42  ] 


C    A  o    L    I    C    1    S    M    O  CHILENO 

En  la  evangelización  de  los  indios,  se  produjo  un 
fenómeno  común  a  toda  la  América:  la  mentalidad 
indígena  aceptó  primero  las  formalidades  y  exte- 
rioridades del  cristianismo,  pero  conservó  su  antiguo 
espíritu  pagano.  Jaques  de  Lauwe  (1),  con  su  fino 
espíritu  de  observación,  ha  descrito  muy  bien  este 
fenómeno  continental,  que  subsiste  hasta  el  día  de 
hoy:  "Al  cambiar  de  religión,  el  indio  no  cambió  de 
mentali^dad,  sino  que  fué  la  esencia  misma  de  la  reli- 
gión la  cambiada  por  cl.  El  poder  que  atribuía  a 
sus  totems,  a  los  dioses  primitivos,  a  quienes  honra- 
ba, lo  atribuyó  al  Dios  cristiano  y  a  sus  santos,  nue- 
vos detentores  del  "mana". 

"El  indio  conviertido  encarnó  sus  antiguas  divini- 
dades en  estos  nuevos  personajes.  Adoró  a  Cristo 
como  había  adorado  al  sol,  pero  le  atribuyó  los  ca- 
racteres que  tenían  sus  antiguos  dioses". 

"Perp  al  lado  de  ella  (la  religión  católica)  se 
alza  la  religión  india  de  los  primeros  ocupantes.  La 
primera  parece  haber  suplantado  a  la  otra,  pero,  asi 
como  el  triunfo  de  la  dominación  blanca  no  ha  eli- 
minado del  continente  la  presencia  del  elemento  co- 
brizo, el  triunfo  de  la  religión  católica  no  ha  su- 
primido la  existencia  de  la  religión  india:  y  la  vic- 


(1)     "La  América  Ibérica",  págs.  82,  74. 


[  43  ] 


H    UM    BERTO        MUÑOZ  R. 


toria  de  la  religión  católica  es,  tal  vez,  más  aparente 
que  real". 

Todo  esto  es  muy  efectivo,  si  tomamos  la  totali- 
dad del  continente,  en  lo  que  a  los  indígenas  se  re- 
fiere. Reúnen  ciertamente  las  tres  condiciones  esen- 
ciales para  ser  considerados  como  católicos,  pero 
cuánto  de  pagano  hay  en  el  espíritu  de  ese  catoli- 
cismo? Y  nuestros  enemigos  lo  saben.  Así,  por 
ejemplo,  los  protestantes  justifican  sus  misiones  en 
la  América  Latina,  sobre  la  base  de  este  cristianismo 
deficiente:  "Se  estableció  en  todo  el  continente  un 
catolicismo  nominal.  Aunque  ningún  historiador 
imparcial  negaría  el  celo  apostólico  y  el  espíritu  ab- 
negado de  muchos  de  los  primeros  misioneros  cató- 
lico-romanos, especialmente  de  Bartolomé  de  las 
Casas,  difícilmente  puede  afirmarse  que  el  trabajo 
de  tres  siglos  haya  operado  una  transformación  ra- 
dical en  la  vida  de  los  pueblos  nativos;  y  cuando 
comenzó  el  moderno  movimiento  misionero  protes- 
tante hace  alrededor  de  un  siglo,  había  en  la  Amé- 
rica Latina  vastas  poblaciones  tan  necesitadas  del 
Evangelio  de  Cristo  como  pueden  estarlo  los  pue- 
blos de  Africa  o  de  Oriente.  Esto  constituye  la  pauta 
y  la  indiscutible  justificación  de  la  misión  cristia- 
na en  la  América  Latina"  (1); 

(1)  "Informe  oficial  de  la  Conferencia  del  Consejo  Misio- 
nero Internacional",  pág.  233.   Buenos  Aire»,  1939. 


[  44  ] 


CAT    OLICISMO  CHILENO 


Si  esto  ha  ocurrido  en  todo  el  continente,  np  po- 
demos decir  otro  tanto  de  Chile,  donde  casi  no  se 
ha  conservado  el  indio  puro,  sino  que  ha  llegado  a 
nosotros  en  el  fuerte  porcentaje  de  nuestra  sangre 
mestiza.  El  araucano  resistió  a  las  armas  y  a  la  re- 
ligión de  los  españoles.  Fuera  de  algunos  éxitos 
aislados,  podemos  decir  que  las  misiones,  tanto  de 
los  jesuitas  como  de  los  franciscanos,  resultaron  un 
fracaso.  Propiamente  el  indio  no  se  cristianizó.  A 
los  de  Arauco  ya  nos  hemos  referido,  y  en  cuanto 
a  los  que  trabajaban  en  las  encomiendas,  estaban 
en  tal  abandono  espiritual,  que  algún  obispo  pre- 
sentó la  renuncia  de  su  cargo,  urgido  por  su  con- 
ciencia ante  la  imposibilidad  de  remediar  el  mal 
(1) .  Es  lugar  común  en  las  cartas  de  los  obispos  a) 
rey,  el  quejarse  del  abandono  religioso  y  de  cómo 
los  encomenderos  no  cumplen  con  la  obligación  de 
tener  doctrina  para  los  indios.  Pero  los  indígenas, 
a  excepción  de  Arauco,  ya  casi  han  desaparecido  al 
final  de  la  Colonia  y  no  son  el  objeto  directo  de 
nuestra  atención.  Más  valor  de  actualidad  tiene 
considerar  al  mestizo,  para  ver  cómo  asimiló  el 
cristianismo. 

El  proceso  de  la  formación  de  nuestra  raza  era 
primitivamente  así:  el   soldado   español   se  unía 

(1)  Iltmo.  Fr.  EHego  de  Humanzoro,  ti  15  de  nurzo  de 
1664.   D.  A.  S.  256. 


[   45  1 


HUMBERTO        MUÑOZ  R. 

con  varias  indias  cogidas  como  botín  de  guerra  o 
que  a  él  le  estaban  encomendadas.  La  mujer  en- 
tonces, y  cork  mayor  razón  los  numerosos  hijos, 
habían  de  bautizarse  y  ser  cristianos,  mas  aquélla 
no  abandonaba  sus  antiguas  costumbres,  y  era  ella, 
la  madre,  la  que  estaba  más  cerca  de  los  hijos  y  la 
que  se  preocupaba  de  su  formación.  Y  así,  por 
sangre  y,  por  educación,  iba  quedando  en  esos  neo- 
cristianos  un  fuerte  sedimento  de  la  religión  arau- 
cana. Al  mezclarse  después  más  la  raza,  aunque  se 
alejaban  del  primitivo  origen  araucano,  estos  sedi- 
mentos de  las  creencias  y  prácticas  ancestrales  se 
transmitían  como  corrientes  subterráneas  a  traviés 
de  tradiciones  y  usos  que,  teniendo  un  barniz  cris- 
tiano, respondían,  sin  embargo,  a  la  mentalidad 
indígena.  Para  comprender  entonces  la  religiosi- 
dad de  nuestro  pueblo,  hepios  de  tener  algunas  no- 
ciones de  la  religión  araucana,  a  la  vista  de  la  cual 
no  nos  será  difícil  descubrir  la  psicología  nativa,  en 
muchas  prácticas  y  devociones. 

Tratemos  de  sintetizar  los  principales  rasgos  de 
la  religiosidad  araucana,  principalmente  en  lo  que  a 
nuestro  tema  se  refiere.  A  la  llegada  de  los  espa- 
ñoles había  signos  evidentes  de  totemismo,  aque- 
lla inclinación  tan  común  en  los  indígenas  de  todas 
partes,  a  atribuir  a  algunos  seres,  principalmente 
animales,  una  determinada  vinculación  con  la  tri- 


[  46  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 


bu,  de  la  cual  piensan  generalmente  que  es  el  pro- 
tector, y  a  los  que  tratan  de  mantener  gratos  con  es- 
peciales demostraciones  de  deferencia.  Don  Tomás 
Guevara,  en  su  obra  "Chile  Prehispánico"  (l), 
hace  la  siguiente  afirmación:  "Vestigios  totémicos 
son  entre  los  araucanos  el  respeto  con  que  se  nom- 
bran algunos  animales,  como  el  león;  algunas  aves^ 
como  el  cóndor". 

Pero  el  totemismo  estaba,  en  verdad,  eii  deca- 
dencia y  era  reemplazado  ventajosamente  por  el 
animismo.  Del  totemismo,  que  versa  principal- 
mente sobre  supuestos  espíritus  de  animales  y  aun 
plantas,  como  el  canelo,  árbol  sagrado  de  los  arau- 
canos,  habían  pasado  al  culto  de  los  espíritus  de  los 
antepasados  o  animismo.  Dice  el  mismo  señor  Gue- 
vara en  la  obra  ya  citada:  "Muchas  creencias  y 
prácticas  constituían  un  ritual  metódico  para  man- 
tener fresca  la  memoria  de  los  mayores  e  inclinar  a 
la  voluntad  de  los  espíritus  en  favor  de  los  deudos 
vivos.  Pero  esta  veneración  de  los  espíritus  no  se 
refería  a  los  extraños,  de  quienes  no  era  lógico  es- 
perar protección.  Se  limitaba  a  las  almas  de  los 
ascendientes".  "Para  tener  propicios  a  los  muertos, 
celebraban  los  araucanos  antiguos  el  aniversario 
antíal  sobre  la  tumba  de  sus  deudos  con  sacrificios 

•  (1)     Pág.  395. 


[  47  ] 


HUMBERTO        MUÑOZ  R. 


de  animales,  ofrendas  y  otras  demostraciones  d¿ 
respeto  y  recuerdo.  Tal  solemnidad  constituía, 
por  cierto,  un  caso  verdadero  de  veneración  a  los 
ascendientes"  (1). 

Sin  embargo  de  ser  tan  importante  el  culto  de 
los  antepasados,  sólo  constituía  la  mitad  de  las 
preocupaciones  religiosas  del  araucano:  existían 
también  los  "huecufos"  O'  espíritus  malos,  y  el -po- 
deroso "Pillán".  "Lo  que  se  presenta  como  base 
fundamental  de  las  antiguas  y  modernas  represen- 
taciones religiosas  de  los  araucanos,  es  un  dualismo 
de  espíritus  buenos  y  malos"  (2). 

Tal  influencia  tenía  y  era  de  tal  importancia 
esta  dualidad  de  espíritus,  que  en  la  vida  ordinaria 
del  araucano  habían  prácticamente  desaparecido 
las  explicaciones  de  orden  natural,  para  ver  en 
todo  la  causalidad  de  buenos  o  malos  espíritus. 
Esto  dió  lugar  a  múltiples  supersticiones,  en  que  el 
indio  vivía  como  sumergido  y  que  abarcaban  todas 
sus  activijdades.  "La  vida  del  indígena  era  un  in- 
terminable tejido  de  supersticiones,  que  se  interpre- 
taban en  sentido  favorable  o  adverso  al  indivír 
dúo"  (3). 


(1)  Guevara:  Op.  cit.,  págs.  415  y  418. 

(2)  Guevara:  Op.  cít.,  pág.  435. 

(3)  Guevara:  Op.  cit.,  pág.  406. 


[  48  ] 


I    C    I    S    M"  o  CHILENO 


Otro  rasgo  típico  de  la  religiosidad  araucana  es 
su  utilitarismo.  No  atienden  tanto  a  dar  culto  a  la 
divinidad,  como  a  obtener  provecho  personal  y  ma- 
terial a  través  de  ese  culto.  "Los  araucanos .  son 
más  formalistas  que  los  pueblos  de  religión  organi- 
zada. Las  ceremonias  no  se  realizan  como  actos  de 
culto  o  muestras  de  deferencia  a  los  espíritus,  sino 
para  pedirles  salud  y  lluvias  que  incrementen  su 
bienestar  material"  (1). 

En  resumen,  podemos  entonces  decir  que  la  reli- 
gión araucana  es  totemísta,  animista,  supersticiosa 
y  utilitaria. 

Veamos  ahora  si  estos  rasgos  o  notas  típicas  per- 
severan en  nuestro  actual  catolicismo  chileno,  prin- 
cipalmente en  el  pueblo.  Y  desde  luego,  llama  la 
atención,  para  demostrar  la  posibilidad  de  un  enla- 
ce de  ambas  religiones,  que  el  "Pillán",  espíritu 
malo  que  antes  individualizaba  fenómenos  múlti- 
ples y  poderosos,  como  la  erupción  de  los  volcanes, 
ahora,  en  el  araucano  moderno,  .es  sinónimo  del 
"demonio"  cristiano,  cuyo  concepto,  introducido 
por  los  misioneros  católicos,  ha  desplazado  la  anti  - 
gua concepción. 

Entre  el  "tótem"  protector  de  la  tribu  o  de  la 
familia  y  el   "santo"   cristiano,   protector  de  una 


(1)    Guevara:   Op.  cit..  pág.  447. 


[  49  ] 


HUMBERTO        M     U     Ñ     O     Z  R. 


nación  o  de  un  pueblo,  no  se  puede  negar  una  gran 
similitud  externa,  que  es  la  que  capta  primero-  la 
mentalidad  indígena  y  esta  semejanza  basta  para 
que,  cambiados  los  nombres,  persevere  la  misma  ac- 
titud interna.  Todo  párroco  sabe,  por  experiencia 
cuotidiana,  cuán  fácilmente  se  acogen  las  devocio- 
nes a  los  santos,  y  cuán  difícilmente  se  consigue  que 
los  feligreses  adoren  a  Dios  "en  espíritu  y  en  ver- 
dad". Las  distinciones  teológicas  están  en  los  libros 
y  en  la  comprensión  de  unos  pocos,  mas,  qué  bien 
comprende  esta  mentalidad  totémica  de  nuestro  pue- 
blo el  "evangélico",  que  impugna  como  idolátrico  el 
culto  de  los  santos.  Generalmente  no  los  convence, 
porque  los  santos  tienen  en  su  favor  el  instinto  tra- 
dicional; pero  algunos,  que  son  verdaderamente 
sinceros,  que  aman  aí  Dios  espíritu  trascendente, 
con  qué  vehemencia  se  vuelven  contra  el  exagerado 
culto  de  los  santos  que  existe  en  nuestro  pueblo  y 
aun  entre  cristianos  de  mayor  cultura.  Recordemos 
a  esos  militares  que  hacen  profesión  de  no  creer  en 
nada,  excepto  en  la  Virgen  del  Carmen,  Patrona  de 
nuestro  ejército. 

La  devoción  a  las  ánimas  del  purgatorio,  junto 
con  el  culto  de  los  santos,  suelen  ser  las  devociones 
fundamentales  de  muchos  católicos.  Recuerdo  que 
en  una  misión  en  el  Hospital  del  Salvador,  siendo 
yo  seminarista,  un  enfermo  se  negó  a  confesarse  con 


[  50  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 

esta  frase:  "Yo  no  tengo  nada  que  ver  con  EHos. 
Soy  devoto  de  Fray  Andrés  y  de  las  almas  del  pur- 
gatorio". ¡Cuántos  casos  semejantes  he  encontrado 
después  en  mi  vida  sacerdotal!  A  través  de  inin- 
terrumpidas corrientes  subterráneas,  ese  culto  a  los 
espíritus  de  los  antepasados,  característico  de  los 
araucanos,  ha  perseverado  en  nuestra  psicología  reli- 
giosa, y  sale  al  exterior  envuelto  en  el  dogma  del 
purgatorio.  La  estructuración  doctrinal  es  perfec- 
ta. No  habría  nada  que  objetar.  En  la  práctica,  sin 
embargo,  se  le  da  una  importancia  exagerada,  que 
no  tiene  en  la  armonía  de  nuestros  dogmas,  y  tal 
como  en  el  caso  de  la  devoción  a  los  sántos,  se  es- 
tablece aquí  una  verdadera  finalidad  que  impide  el 
ascenso  del  alma  hasta  Dios.  Estas  devociones,  en- 
tonces, en  vez  de  servir  de  medio  y  camino  hacia  la 
divinidad,  se  convierten  en  verdadero  obstáculo 
para  la  unión  con  Dios. 

Si  el  totemismo  y  el  animismo  han  podido  va- 
ciarse en  moldes  perfectamente  ortodoxos,  consis- 
tiendo su  vicio  sólo  en  su  exageración,  no  ocurre  lo 
mismo  con  las  supersticiones  que  se  han  conserva- 
do casi  intactas.  No'  se  han  hecho  estudios  comple- 
tos sobre  las  supersticiones  de  nuestro  puefclo  ( 1 ) , 

(1)  Julio  Vicuña  Cifuenbes:  "Mitos  y  supersticiones  reco- 
gidos de  la  tradición  oral  chilena".  Revista  Chilena  de  Historia 
y  Geografía  de  1914  y  1915. 


[  51  ] 


HUMBERTO         M     U     Ñ     O     Z  R. 


p€ro  salta  a  la  vista  que  abundan  en  gran  manera  y 
que  un  fuerte  porcentaje  de  ellas  es  de  origen  arau- 
cano. Muchas  veces  se  presentan  también  con  un 
barniz  cristiano,  como  cuando  se  usa  un  escapula- 
rio como  amuleto,  o  solicitan  una  vela  bendita  para 
encontrar  un  entierro.  A  veces,  como  sucede,  por 
ejemplo,  con  los  exorcismos  para  la  concunilla,  las 
preces  son  rezadas  con  un  espíritu  perfectamente  li- 
túrgico por  el  sacerdote,  y  solicitadas  y  acompaña- 
das por  los  campesinos  con  un  ánimo  netamente  su- 
persticioso. 

Y  donde  tal  vez  sobresale  con  mayor  nitidez 
nuestra  mentalidad  araucana,  es  en  el  espíritu  utili- 
tario con  que,  practicamos  nuestra  santa  religión. 
*'Do  ut  des'\  Pasa  desapercibida  la  religión  amor, 
para  ceder  paso  a  la  religión  utilidad.  ¿Quién  no 
sabe  que  nuestras  relaciones  con  Dios  se  simplifican 
en  la  monotonía  del  pedir?  El  alma  no  vibra  con 
la  adoración  ni  con  la  acción  de  gracias,  entiende  a 
medias  la  propiciación,  y  se  extiende  en  peticiones 
interminables  de  orden  espiritual  y  más  generalmen- 
te terreno. 

Además  de  la  influencia  araucana,  hemos  de  con- 
siderar en  nuestro  catolicismo  los  factores  prove- 
nientes del  bajo  pueblo  español.  Históricamente,  la 
evangelización  de  nuestra  raza  no  se  verificó  tanto 
por  el  trabajo  didáctico  de  los  sacerdotes,  como  por 


[  52  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 


la  influencia  personal  del  pueblo  español,  por  dos 
motivos.  Salvo  en  las  ciudades,  la  catequización 
sólo  era  esporádica  y  de  todo  punto  insuficiente. 
En  cambio,  y  ésta  es  seguramente  la  causa  funda- 
mental, psicológicamente  la  mentalidad  del  indio  es- 
taba más  cerca  de  las  prácticas  tradicionales  del  pue- 
blo, que  de  los  sermones  teológicos  de  los  sacerdotes. 
El  mestizo,  hijo  del  conquistador,  se  incorporaba  a 
la  vida  de  su  padre  y  participaba  desde  su  infancia 
en  todas  las  devociones  y  prácticas  españolas.  En  el 
análisis  que  estamos  haciendo  de  los  diversos  fac- 
tores de  nuestro  catolicismo,  no  podemos,  pues,  de- 
jar de  considerar  la  religiosidad  del  pueblo  español. 
Veamos  entonces  las  principales  características  que 
dicen  relación  con  este  tema. 

Anotamos,  en  primer  lugar,  una  grande  y  lauda- 
ble devoción  a  la  Sma.  Virgen  Mai;ía,  cuya  Inmacu- 
lada Concepción  se  defendía  paladinamente.  Había, 
sin  embargo,  la  inclinación  a  acentuar  más  el  título 
o  advocación  que  la  misma  persona  de  María,  y  así. 
tai  como  sucede  aún  hoy,  se  establecían  rivalidades 
entre  los  devotos  de  diversas  advocaciones.  Pero 
era  una  pequeña  sombra  en  un  cuadro  luminoso. 
La  devoción  a  los  santos  — al  Apóstol  Santiago — 
era  igualmente  ardiente  y  se  avendrá  muy  bien  con 
los  vestigios  totéfliicos  de  los  araucanos. 


[  53  ] 


HUM    BERTO        MUÑO     Z  R. 

Las  manifestaciones  del  culto  eran  muy  externas 
y  ruidosas.  Los  mismos  jesuitas,  que  establecían  cá- 
tedras universitarias  para  la  clase  alta,  movían  al 
pueblo  por  medio  de  novedosas  procesiones  y  cofra- 
días. Además  de  los  "actos  de  culto  público,  realiza- 
dos generalmente  bajo  la  dirección  del  clero,  exis- 
tían numerosas  devociones  de  carácter  doméstico  o 
local,  como  aquellas  imágenes  o  capillas  en  sitios 
apartados,  donde  la  piedad  de  los  fieles  mantenía 
siempre  ^encendida  la  llama  del  fervor.  Podemos 
decir  que,  junto  a  la  liturgia  oficial,  existía  otra 
muy  difundida  de  características  netamente  popula- 
res y  españolas. 

Otra  nota  típicamente  española  era  el  divorcio 
entre  la  fe  y  la  moral.  Parece  que  desde  los  lejanos 
tiempos  en  que  debieron  reconquistar  la  Península  de 
la  dominación  morisca,  no  corrían  a  parejas  la  fe 
con  la  moral,  urgidos  como  estaban  los  cristianos 
por  las  crueles  necesidades  de  la  guerra.  En  todo 
caso,  es  un  hecho  no  negado,  muy  explicable  por 
la  pérdida  del  ambiente  cristiano  de  la  patria  y  por 
las  nuevas  condiciones  de  vida,  que  al  trasplantarse 
al  Nuevo  Mundo,  los  españoles  sufrieron  un  que- 
brantamiento en  la  moral,  mas  no  así  en  la  fe,  que 
permaneció  inalterable.  Este  fenómeno  se  tradujo 
en  el  aserto  de  que  "el  español  puede  perder  el  cuer- 
po mas  no  la  cabeza".  Y  aquí  en  Chile,  donde  por 


[  54  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 

las  necesidades  de  la  guerra  de  Arauco,  vinieron  casi 
puros  hombres  que  se  mezclaron  con  múltiples 
concubinas  araucanas,  las  uniones  ilícitas  se  consti- 
tuyeron en  institución  permanente  hasta  muy  avan- 
zada la  Colonia  ...  y  las  vemos  en  gran  parte  hasta 
nuestros  días. 

Veamos  ahora  la  perseverancia  de  estas  caracte- 
rísticas en  el  catolicismo  de  hoy.  La  modalidad  e 
intensidad  de  la  devoción  á  la  Virgen  se  ha  mante- 
nido intacta  hasta  ahora,  sólo  que  en  vez  de  la  Pilá- 
rica,  tenemos  a  N.  Señora  del  Carmen.  Lo  mismo 
podemos  decir  de  la  devoción  a  los  santos,  acentua- 
da con  la  tendencia  totémico  araucana. 

El  exteriorismo  religioso  de  nuestro  pueblo  se 
manifiesta  principalmente  en  su  preferencia  por  las 
'procesiones,  sobre  todo  otro  acto  de  culto,  sin  ex- 
cluir la  misma  Misa.  Se  expresa  en  ese  dicho  común 
de  que  los  españoles  sólo  nos  dejaron  tres  sacramen- 
tos: el  Bautismp,  la  Confirmación  y  las  procesio- 
nes. He  conocido  hombres  que,  por  cargar  el  anda 
en  la  procesión  del  Señor  Resucitado,  ya  creen  haber 
cumplido  sus  deberes  religiosos  para  todo  el  año. 

Pero,  además  de  estos  aspectos  defectuosos,  la 
piedad  tradicional  española  se  mantiene,  principal- 
mente en  nuestros  campos,  donde  los  villancicos  de 
Navidad,  la  velación  de  angelitos,  las  noches  en 
vela  entonando  a  la  Virgen  o  a  la  Santa  Cruz  "can- 


[  55  ] 


HUMBERTO         MUÑO/-  R 


tos  a  lo  divino'"',  etc.,  etc..  mantienen  una  ferviente 
piedad  donde  la  presencia  del  sacerdote  es  casi  im- 
posible. 

Y,  triste  es  decirlo,  hemos  heredado  con  mucha 
persistencia  esa  facilidad  para  desligar  la  fe  de  la 
moral.  Todos  conocemos  al  "católico  a  su  modo"> 
que  no  quiere  dejar  su  cristianismo,  ni  tampoco  su 
pecado.  Cada  uno  de  nosotros  sabe  de  innumerables 
ejemplos. 

Durante  la  República,  dos  influencias  principales 
han  venido  a  sumarse  a  las  anteriores:  el  liberalismo 
en  la  clase  alta,  y  el  marxismo  entre  los  proletarios. 

El  siglo  XIX  fué  el  siglo, del  liberalismo  y  del 
laicismo,  y  Chile  no  podía  librarse  de  ese  aconteci- 
miento universal.  Ya  vimos  en  el  capítulo  anterior 
la  influencia  que  estas  tendencias  tuvieron  en  la  for- 
mación de  una  minoría  arreligiosa;  ahora  señalare- 
mos la  influencia  del  liberalismo  dentro  de  las  pro- 
pias filas  católicas.  Y  desde  luego,  podemos  denun- 
ciar un  descenso  general  en  el  fervor  piadoso  y  en 
el  lugar  que  ocupa  la  religión  entre  las  demás  pre- 
ocupaciones y  problemas.  Los  paladines  de  la  causa 
se  exaltan  en  la  lu(fha  religiosa;  pero  la  masa  como 
tal  va  desentendiéndose  lentamente  de  los  proble- 
mas de  orden  religioso,  hasta  que  dejan  de  ocupar 
el  primer  plano  de  las  preocupaciones  ciudadanas. 
Cuando  en  1925  se  separa  la  Iglesiia  del  Estado,  la 


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C    A    T    o    I.    I    C    í    S     \1    O  CHILENO 

escisión  no  produce  trastorno,  porque  ya  estaba  pre- 
parada. 

Otro  efecto  del  liberalismo  fue  ir  arrinconando 
^n  la  sacristía  y  en  la  intimidad  de  la  conciencia  las 
manifestaciones  del  culto.  Aparece  la  famosa  dis- 
tinción entre  vida  privada  y  vida  pública,  estimán- 
dose que  la  religión  sólo  está  bien  en  aquélla.  Mu- 
chos católicos  así  lo  entienden  y  van  haciendo  un 
desdoblamiento  de  su  personalidad,  que  finalmen- 
te acabará  con  todo  vestigio  de  cristianismo.  Es  fre- 
cuente el  caso  de  católicos  inscritos  y  militantes  en 
partidos  políticos  anticatólicos.  Y  e5ta  reducción 
del  cristianismo  al  terreno  privado  de  la  propia  con- 
ciencia, preparó  él  terreno  a  la  aceptación  de  doc- 
trinas sociológicas  y  económicas  de  tipo  netamente 
liberal,  propagadas  muchas  veces  por  catedráticos  de 
la  propia  Universidad  Católica  y  participadas,  a 
veces,  por  el  mismo  clero.  De  aquí  la  fuerte  opo- 
sición que  han  encontrado  en  nuestras  propias  filas 
las  encíclicas  sociales  de  León  XIII  y  Pío  XL 

Y  si  el  liberalismo  se  ha  difundido  principalmen- 
te entre  las  personas  de  cierta  cultura,  la  doctrina 
marxista,  encarnada  en  los  partidos  socialista  y  co- 
munista, ha  causado  los  principales  estragos  entre 
el  pueblo.  Ha  llegado  muchas  veces  a  constituir  juna 
verdadera  religión  — la  religión  del  pueblo — ,  en 
oposición  del   catolicismo    — la   religión  de  los 


[  57  ] 


HUMBERTO        MUÑOZ  R. 

ricos — .  Pero  a  este  punto  nos  referiremos  más  es- 
pecialmente en  el  capitulo  dedicado  al  problema 
social. 

La  conclusión  que  se  sigue  de  esto  es  la  necesidad 
imprescindible  de  avanzar  hacia  el  mejoramiento  de 
la  calidad  de  nuestro  catolicismo  chileno,  si  quere- 
mos cumplir  aquel  otro  anhelo  de  mejorar  nuestra 
posición  histórica.  La  razón  de  la  eficacia  de  la  mi- 
noría agnóstica  y  de  nuestra  debilidad  frente  a 
ella,  no  se  debe  al  número,  sino  a  nuestra  calidad. 
Con  las  taras  de  nuestro  catolicismo,  no  podemos 
aspirar  a  enfrentarnos  con  las  potencias  del  mal. 
Tienen  mucho  que  criticarnos,  porque  a  la  Iglesia 
no  la  estudian  en  las  palabras  del  Salvador,  sino  en 
la  actuación  de  sus  hijos.  Y  de  nuestra  parte,  la 
eficacia  de  los  esfuerzos  que  hagamos,  no  depende- 
rán tanto  de  los  medios  humanos,  como  de  la  pu- 
reza de  nuestra  fe  y  de  nuestra  unión  con  Cristo. 
¿Qué  hacer  entonces  para  mejorar  la  calidad  de 
nuestro  catolicismo? 

Hemos  de  comen2:ar  por  cambiar  de  método  en  la 
formación  de  nuestros  niños.  Hasta  la  fecha  se  les 
ha  incorporado  al  tren  tradicional  de  nuestra  vida 
religiosa,  con  algunas  nociones  elementales  de  rezo' 
y  doctrina  cristiana;  sin  ejercer  sobre  ellos  una  in- 
fluencia doctrinal  profunda.  Y  ahora  que  en  los 
hogares  no  se  les  ^nseña  y  los  mismos  catecismos 


[  58  ] 


CATOLICISMO       C  H  I  L  E   H  O 


parroquiales  son  tan  poco  concurridos,  ¿qué  pode- 
mos esperar  de  esa  formación  puramente  tradicio- 
nal, en  que  el  niño  es  católico  por  imitación  y  por- 
que sus  padres,  o  con  más  frecuencia  su  sola  madre 
lo  es?  La  proporción  de  los  que  actualmente  reciben 
instrucción  religiosa  en  los  colegios  y  escuelas  es  de 
todo  punto  insuficiente,  y  tenemos  un  veinte  por 
ciento  de  niños  que  no  asisten  a  la  escuela.  Existe 
entonces  el  gravísimo  problema  de  enseñar  a  esa 
masa  ingente  de  niños,  cuyos  padres,  diciéndose  ca- 
tólicos, nada  hacen,  sin  embargo,  por  la  formación 
religiosa  de  sus  hijos.  Demás  estará  decir  que  este 
esfuerzo  deberá  proyectarse  en  sentido  extensivo  e 
intensivo  a  la  vez,  ya  que  una  clase  deficiente  — que 
suele  ser  lo  más  corriente —  no  basta  en  manera  al- 
guna para  formar  un  cristiano  integral. 

Hace  también  mucha  falta  trabajar  en  la  forma- 
ción de  los  adultos.  Además  de  la  Acción  Católica 
que  prepara  laicos  selectos,  hemos  de  propagar  di- 
fusamente la  enseñanza  católica,  valiéndonos  del  li- 
bro, la  conferencia,  la  radío,  el  cine,  etc..  etc. 

Para  la  formación  de  nuestro  pueblo,  se  impone 
un  aprovechamiento  del  folklore  nacional.  Hemos 
de  comenzar  por  estudiarlo  para  captar  las  viven- 
cías  religiosas  del  pueblo,  hemos  de  señalar  aquello 
que  sea  francamente  nocivo,  como  tantas  supersti- 
ciones que  habría  que  exterminar.  Principalmente, 


[  59  ] 


H    U     M    B    £    R    T    O         MU     Ñ     O     Z  R. 


habría  que  conocer  y  cultivar  tantas  devociones 
tradicionales  españolas  que,  teniendo  en  su  favor  la 
fuerza  de  la  tradición,  encuentran  el  terreno  prepa- 
rado. No  con  innovaciones  exóticas,  sino  hablan- 
dolé  en  su  propio  idioma  es  como  nos  adentraremos 
en  los  corazones.  Aun  podemos  aprovechar  prácti- 
cas paganas  que  ya  bautizaron  los  antiguos  misio- 
neros, como  son  aquellos  * 'bailes  de  chinos"  — 
danzas  indígenas  con  letra  cristianizada —  y  que 
subsisten  aún  en  todo  el  norte  chileno. 

En  una  palabra,  todo  lo  que  sea  desvanecer  las 
tinieblas  de  la  •  ignorancia  con  la  propaganda  de 
nuestras  doctrinas,  todo  lo  que  sea  llevar  a  un  co- 
nocimiento y  vida  de  unión  con  N.  S.  Jesucristo, 
nos  acercará  al  auténtico  cristianismo,  condición  in- 
dispensable del  mejoramiento  de  nuestra  vida  espi- 
ritual y  del  mejoramiento  de  nuestra  posición  his- 
tórica. 


[  60  ] 


ni.  LOS  OPERARIOS  DE  LA  MIES 


Por  los  capítulos  anteriores,  ya  podrá  apreciarse, 
siquiera  en  grandes  líneas,  la  inmensa  tarea  que  la 
Iglesia  en  Chile  tiene  aún  por  realizar.-  La  gracia 
de  Dios  ciertamente  que  no  ha  de  faltar;  pero  hacen 
falta  operarios  que,  con  un  trabajo  incesante,  culti- 
ven la  viña  que  Jesucristo  regó  con  su  sangre.  ¿Y 
quiénes  son  los  operarios  sobre  cuya  conciencia  pesa 
tan  formidable  tarea?  En  verdad  que  la  obligación 
recae  sobre  la  totalidad  de  los  católicos,  puesto  que 
ninguno  está  exonerado  de  trabajar  por  el  reino  de 
Cristo.  Pasaron  ya  los  tiempos  de  catolicismo  libe- 
ralizado, en  que  los  seglares  no  se  creían  obligados 
al  apostolado  y.  gracias  a  Dios,  cada  día  aumenta 
el  número  de  aquéllos  que,  en  las  filas  de  la  Acción 


[  61  ] 


HUMBERTO        MUÍ=Í    OZ  R. 

Católica,  no  pueden  comprender  las  prácticas  de 
piedad  ni  la  recepción  de  los  sacramentos  sin  las  irra- 
diaciones del  apostolado.  Sin  embargo  de  esta  con- 
soladora realidad,  sigue  siendo  un  hecho  inconcuso 
que  la  dirección  y  mayor  responsabilidad  en  este 
apostolado,  y  aun  gran  parte  de  su  trabajo  mate- 
rial, recae  en  el  clero  y  principalmente  en  la  jerar- 
quía. Por  eso,  vista  ya  a  grandes  rasgos  la  tarea  por 
realizar,  consideremos  ahora  el  problema  sacerdotal 
para  ver  la  importancia  imprescindible  del  clero  y 
los  efectivos  con  que  cuenta  la  Iglesia  Chilena  para 
^1  cumplimiento  de  su  misión. 

Comencemos  por  mirar  las  cosas  siquiera  con  un 
criterio  humano.  En  este  siglo  de  especialistas,  re- 
salta como  nunca  la  necesidad  del  especialista  en  re- 
ligión, en  apostolado  que  es  el  sacerdote.  Si  se  ha 
dicho  que  un  oficial  puede  formar  mil  soldados; 
pero  que  mil  soldados  no  pueden  formar  un  oficial. 
Lo  mismo  podemos  decir  del  sacerdote  respecto  de 
los  seglares.  Toda  la  acción  apostólica  que  desarro- 
llen los  seglares  estará  condicionada  por  la  acción  de 
formación  que,  á  su  vez,  los  sacerdotes  les  hayan 
dado.  Y  mientras  el  seglar  deberá  dividir  en  cierto 
modo  su  vida  entre  Dios  y  sus  obligaciones  perso- 
nales y  familiares,  el  sacerdote  se  consagra  de  lleno 
al  cultivo  de  la  viña  del  Señor.  Y  entonces,  como 
en  una  empresa  cualquiera,  los  especialistas  que  le 


[  62  ] 


CATO    LICIS   MO  CHILENO 

consagran  toda  su  vida,  ejercen  una  influencia  in- 
mensamente mayor  que  la  masa,  asi  también  el  sa- 
cerdote en  la  Iglesia,  aun  mirado  humanamente. 

Pero  es  en  el  plano  espiritual  donde  más  resalta 
su  importancia.  La  empresa  de  hacer  un  cristiano 
es  enteramente  sobrenatural.  Esa  vida  divina  que 
habita  corporalmente  en  Cristo  y  que  de  El  rebalsa 
como  de  una  fuente,  ha  de  llegar  también  al  alma 
de  cada  cristiano  para  ser  el  principio  de  una  vida 
nueva,  o  mejor  dicho,  de  la  misma  vida  de  Cristo 
que  se  injerta  en  nosotros.  No  por  un  esfuerzo 
nuestro,  sino  por  una  donación  de  la  gracia,  es  como 
llegamos  a  ser  cristianos  de  verdad.  Y  esa  gracia 
divina  llega  á  nosotros  por  siete  misteriosos  canales 
llamados  sacramentos.  Y  los  ministros  de  esos  sa- 
cramentos son  los  sacerdotes,  desde  que  ponen  en 
nuestra  frente  el  agua  bautismal,  hasta  que  ungen 
nuestros  sentidos  en  el  momento  de  la  muerte.  Cada 
vez  que  pecamos  — y  el  justo  cae  siete  veces  al  día — 
ellos  tienen  poder  para  reconciliarnos  con  Dios:  "A 
los  que  perdonareis  los  pecados,  les  serán  perdonados 
y  a  los  que  se  los  retuviereis,  les  serán  retenidos".  Es 
también  el  sacerdote  quien  consagra  el  pan  y  el  vino, 
convirtiéndolos  en  el  cuerpo  y  sangre  del  Señor: 
"Haced  esto  en  memoria  mil",  y  él  también  coloca 
la  hostia  sobre  nuestros  labios.  Mas  no  solamente 
tienen  un  papel  insustituible  en  lo  que  a  los  sacra- 


[  63  ] 


H    U     M    B    E    R    T    O         M     U  O     Z  R. 


mentos  se  refiere,  sino  que  son  los  representantes  de 
Dios  ante  los  demás  hombres;  verdaderos  pontífi- 
ces, esto  es,  puentes  establecidos  por  Dios  entre  el 
cielo  y  la  tierrar  Por  eso  dice  San  Pablo:  "Deben 
estimarnos  como  ministros  de  Cristo  y  dispensado- 
res de  los  misterios  de  Dios".  Y  esa  fe,  sin  la  cual 
es  imposible  agradar  a  Dios,  llega  también  ordina- 
riamente por  la  predicación  del  sacerdote:  "¿Cómo 
creerán  en  El  si  de  El  nada  han  oído  hablar?  Y, 
¿cómo  oirán  hablar  de  El  si  no  se  les  predica?''. 
¿Y  quién  es  el  que  predica?  Cristo  mismo,  puesto 
que  dijo:  "El  que  a  vosotros  oye,  a  Mí  me  oye,  y 
el  que  a  vosotros  desprecia,  a  Mí  me  desprecia". 

Ya  se  comprende  entonces,  que  la  Iglesia,  en  el 
cumplimiento  de  su  misión,  necesita  imprescindible- 
mente del  sacerdote.  Si  éstos  faltan,  los  seglares 
algo  podrán  hacer,  pero  no  será  posible  sustituirlos 
totalmente.  ¿Y  cuántos  son  necesarios?  Guiémonos 
por  el  autorizado  criterio  del  P.  Alberto  Hurtado: 
"La  falta  de  sacerdotes,  bien  lo  comprendemos,  no 
es  solamente  un  problema  de  número.  Doce  Após- 
toles llenos  de  fe  fueron  los  primeros  cultivadores 
del  mundo  e  hicieron  brotar  una  mies  abundante  de 
puro  trigo.  Un  sacerdote  santo  trabaja  más  que 
diez  tibios  y  produce  frutos  más  abundantes  que 
todos  ellos.  El  problema  sacerdotal  encierra,  pues, 
un  problema  de  santidad  en  primer  lugar:  de  corres- 


[  64  ] 


CATOLICIS.MO  CHILENO 

pendencia  a  la  gracia;  de  abnegación;  de  formación 
seria  y  profunda  en  las  disciplinas  sagradas  y  en  los 
conocimientos  humanos.  El  sacerdote  es  mediador 
entre  Dios  y  los  hombres,  instrumento-  en  manos  del 
Redentor  para  salvar  a  los  hombres,  y  el  instrumen- 
to debe  estar  unido  a  la  causa  que  lo  mueve  y  al  ob- 
jeto a  que  se  aplica". 

"Pero  es  necesario  agregar,  aunque  parezca  una 
simpleza  el  decirlo:  no  basta  qüe  baya  sacerdotes 
santos  para  que  Chile  entero  se  salve.  No  basta  que 
en  Chiloé  haya  un  sacerdote  o  un  grupo  de  sacer- 
dotes dignos  de  los  altares  para  que  los  obreros  de 
la  Pampa  conozcan  a  Cristo:  recibirán  éstos,  como 
teda  la  Iglesia,  una  ayuda  misteriosa  por  el  aumen- 
to de  la  gracia  que  trae  la  santidad  a  cada  uno  de  los 
miembros  de  la  Iglesia.  Pero  la  Iglesia  necesita  de 
operarios  en  número  suficiente,  como  nos  lo  re- 
cuerdan continuamente  las  enseñanzas  de  los  Pontí- 
fices, haciendo  eco  al  Maestro,  que  nos.  enseña  que 
el  Buen  Pastor  ha  de  conocer  nominalmente  a  sus 
ovejas,  las  ha  de  llamar  por  su  nombre,  las  llevará 
a  los  buenos  pastos  y  la  conducirá  al  redil  .  .  .  Cada 
sacerdote  está  llamado,  pues,  á  tener  una  pequeña 
grey  de  feligreses,  de  alumnos,  de  almas  a  las  cuales 
dirige  espiritualmente.  Y  esta  grey  no  puede  ser 
muy  numerosa.  La  carta  colectiva  de  nuestro  Epis- 
copado afirma  que  "es  regla  de  teología  pastoral 


[  65  ] 


H    U    M    B    E    R    T    O        MUÑOZ  R. 


que  un  solo  párroco  no  puede  atender  debidamente 
a  más  de  mil  feligreses"  (1). 

¿Tenemos  en  Chile  esta  proporción  de  un  sacer- 
dote, o  mejor,  de  un  párroco,  por  cada  mil  feligre- 
ses? Según  los  datos  leídos  por  Mons.  Eduardo 
Escudero,  Rector  del  Seminario  Pontificio,  en  la 
Semana  Interamericana  de  Acción  Católica  celebra- 
da este  año  de  1945  en  Santiago,  en  Chile  tenemos 
1,922  sacerdotes.  859  de  los  cuales  pertenecen  al 
clero  diocesano  y  1,063  son  religiosos.  Esto  nos 
da  una  proporción  de  2,622  almas  por  sacerdote. 
Es  decir,  que  tenemos  casi  la  tercera  parte  del  nú- 
mero indispensable. 

Este  porcentaje  nuestro,  con  ser  tan  reducido,  es 
sin  embargo,  uno  de  los  más  altos  de  la  América  La- 
tina. Copio  algunos  datos  de  las  delegaciones  ofi- 
ciales a  la  Primera  Semana  Interamericana  de  Ac- 
ción Católica:  • 

Bolivia:  3.500,000  habitantes  —  400  sacerdotes 
—  1  por  cada  8,750  almas. 

Colombia:  1,397  sacerdotes —  1  por  cada  6,085 
habitantes. 

Corita  Rica:  146  sacerdotes  —  1  por  5,000  ha- 
bitantes. 


(1)  "¿Es  Chile  un  país  católico?",  pág.  130.  Santiago, 
1941. 

í  66  1 


CATOLICISMO  CHILENO 


Panamá:  Sólo  70  sacerdotes,  9  de  los  cuales  son 
panameños  y  entre  ellos  5  de  avanzada  edad. 

Perú:  Población,  7.500,000  —  1,215  sacerdo- 
tes —  1  por  6,000  habitantes. 

Venezuela:  600  sacerdotes  —  1  por  5,000  habi- 
tantes. 

Estas  cifras  son  en  realidad  pavorosas  y  dan  un 
grito  de  alarma  respecto  del  porvenir  del  catolicis- 
mo en  nuestra  América  Latina.  Más  resalta  aún 
nuestra  indigencia  si  nos  comparamos  con  otros 
países  católicos  y  aún  protestantes: 

Alemania:  Para  20.000,000  de  católicos  tañían 
hasta  antes  de  la  guerra,  22,000  sacerdotes,  es  decir, 
1  por  900  habitantes. 

Inglaterra:  2.375,000  católicos  - —  5,642  sacer- 
dotes —  1  por  440  católicos. 

Estados  Unidos:  23.963,671  católicos  —  38,451 
sacerdotes  —  1  por  625.8. 

Francia:  41.000,000  de  habitantes  —  50,000 
sacerdotes  —  1  P^^  8^00  habitantes. 

España:  24.000,00  de  habitantes  —  40,000  sa- 
cerdotes —  1  por  600  habitantes. 

La  consideración  atenta  de  estas  cifras  da  tema 
para  hondas  meditaciones;  pero  lo  que  ya  parece- 
ría increíble,  es  que  en  los  mismos  países  de  mi- 
siones están  mucho  mejor  que  nosotros  en  lo 
que  a  clero  se  refiere.   Por  eso  no  nos  extrañemos 


[  67  ] 


HUMBERTO        M     U     5í     O  Z 


que  los  misioneros  de  MaryknoU  que,  a  causa  de 
la  guerra  dejaron  China  para  venirse  a  nuestra 
patria,  se  hayan  sentido  casi  desalentados  ante 
el  poco  fervor  que  aquí  han  encontrado.  Vemos 
nuevas  estadísticas: 

China:  4.000,000  de  católicos  —  4,950  sacer- 
dotes. 

Indochina:  1.500,000  católicos  —  1,300  sa- 
cerdotes indígenas,  sin  contar  los  extranjeros.  En 
proporción,  tres  veces  más  que  Chile. 

India:  4.000,000  de  católicos  —  2,700  sacer- 
dotes indígenas,  esto  es,  en  proporción,  el  doble 
de  Chile. 

Aquí  tenemos,  aproximadamente,  567  sacerdo- 
tes extranjeros,  lo  que  deja  un  margen  de  sólo 
1,355  sacerdotes  chilenos.  Con  razón  exclama  el 
P.  Hurtado:  "Nosotros,  país  católico,  debiéramos 
sentir  remordimiento  de  privar  a  los  países  paga- 
nos de  ese  auxilio  sacerdotal  que  ellos  tienen  más 
derecho  á  reclamar  que  nosotros"  (1). 

Después  de  estas  comparaciones,  tratemos  de 
ver  más  de  cerca  nuestro  problema.  Si  a  cada  uno 
de  nuestros  1,922  sacerdotes  les  asignamos  in- 
fluencia sobre  mil  almas,  nos  queda  un  remanente 
de  más  de  tres  millones  de  chilenos  que  escapan 
casi  totalmente  a  la  influencia  sacerdotal.  Y  si  dis- 


(1)     "¿Es  Chile  un  país  católico?",  pág.  13  2. 

[  68  ] 


CATOLICISMO        CH    ILE  NO 

minuimos,  lo  que  es  muy  real,  el  número  de  lo« 
que  por  ancianidad,  enfermedad  u  otros  cargos  no 
tienen  acción  directa  sobre  las  almas,  podremos 
comprender  la  queja  del  episcopado  nacional  en  la 
pastoral  colectiva  de  noviembre  de  1939:  "Cuatro 
millones  de  fieles  al  margen  de  la  influencia  sacer- 
dotal. ¿Puede  darse  un  hecho  niáá  desgarrador  y 
de  mayores  consecuencias  para  las  almas,  para  la 
Iglesia,  para  la  Patria". 

Estos  cuatro  millones  de  chilenos  abandonados 
de  toda  influencia  sacerdotal,  los  entenderemos 
mejor  cuando  consideremos  algunos  otros  factores 
que  influyen  desfavorableinente  en  la-  escasez  nu- 
mérica. 

Sin  embargo  de  la  buena  calidad  que  reconó- 
cenle  los  extranjeros,  el  sacerdote  chileno  debe  ac- 
tuar con  muchos  factores  contrarios,  que  dificul- 
tan extraordinariamente  su  ministerio.  Muchos 
provienen  de  esas  causas  señaladas  por  Cristo  y  que 
en  realidad  constituyen  un  timbre  de  gloria;  pero 
muchas  también  son  de  otro  orden  y  se  podría  tra- 
bajar por  atenuarlas  y  aún  suprimirlas  en  su  tota- 
lidad. 

Los  sacerdotes  están  muy  desigualmente  repar- 
tidos, llegando  la  proporción  en  las  diócesis  del 
■norte  a  la  cifra  de  1  sacerdote  por  cada  diez  o  doce 
mil  habitantes.   Si  tomamos  el  término  medio  del 


[  69  ] 


HUMBERTO        MUÑ     OZ  R. 


país,  a  cada  una  de  las  486  parroquias  que  tene- 
mos, según  la  "Guía  Eclesiástica  de  Chile",  de  se- 
tiembre de  1944,  le  corresponderían  poco  más  de 
diez  mil  habitantes.  Pero  la  verdad  es  que,  mien- 
tras diócesis  como  Ancud  y  San  Felipe  tienen  un 
término  medio  de  4,500  y  5,000  habitantes,  res- 
pectivamente por  parroquia,  Santiago  tiene  un  tér- 
mino medio  de  17,000  habitantes,  llegando  algu- 
nas parroquias  a  la  cifra  de  401000  almas.  Pense- 
mos un  momento  que  sólo  un  número  muy  redu- 
cido de  parroquias  de  las  más  grandes  ciudades 
cuentan  con  vicario  cooperador  y  comprendemos 
la  angustia  de  los  párrocos  ante  la  imposibilidad 
de  atender  a  sus  feligreses.  ¿Puede  conocerse  por 
su  nombre  a  miles  de  feligreses? 

Agreguemos  a  esto  la  inmensa  extensión  de 
nuestro  territorio.  La  diócesis  de  Antofagasta  tie- 
ne 120,846  kilómetros  cuadrados,  con  145,147 
habitantes  que  nadan  en  esa  inmensa  superficie. 
Hay  en  el  norte  parroquias  de  más  de  20,000  ki- 
lómetros cuadrados  y  atendidas  por  un  solo  sacer- 
dote, que  debe  recorrer  distancias  increíbles.  La 
parroquia  de  San  Pedro  de  Atacama  deslinda  con 
Argentina  y  Bolívia,  y  hay  otras  que  llegan  de  la 
cordillera  al  mar.  La  parroquia  de  Choapa  está 
en  este  último  caso,  con  la  particularidad  de  que  la 
iglesia  está  en  un  sitio  casi  despoblado  y  el  párro- 


[  70  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 

co  debe  recorrer  incesantemente  los  fundos  y  pe- 
queños caseríos  en  busca  de  sus  ovejas.  ¿Qué  labor 
permanente  puede  hacerse  en  estas  condic'ones?  Y 
si  de  los  caminos  calcinados  de  la  Pampa  que  debe 
recorrer  el  sacerdote,  volvemos  al  extremo  sur,  ve- 
remos un  cambio  de  panorama,  y  un  semejante  sa- 
crificio. En  el  archipiélago  de  Chiloé,  cada  parro- 
quia suele  tener  varias  islas  que  el  párroco  debe  vi- 
sitar en  rústicas  embarcaciones.  ¡Cuánto  heroís- 
mo, cuánto  peligro  y  cuánta  caridad  en  esas  corre- 
rías apostólicas  que  nadie  conoce!  Y  peftsar  que 
muchas  veces  no  es  un  sacerdote  joven  y  sano  el 
que  las  hace,  sino  un  anciano  o  un  enfermo,  ya  que 
la  misma  escasez  de  clero  obliga  a  los  sacerdotes  a 
mantenerse  en  su  puesto  cuando  su  edad  o  su  salud 
están  indicando  un  completo  reposo  o,  por  lo  me- 
nos,  un  ministerio  menos  pesado  que  el  parro- 
quial. No  hace  mucho  murió  el  cura  de  Putaendo. 
en  la  diócesis  de  San  Felipe,  que  estaba  allí  hacía 
49  años,  y  no  era  la  primera  parroquia  que  servía. 
Se  ve  también  el  caso  de  un  solo  sacerdote  que 
tiene  que  atender  varias  parroquias  al  m.ismo 
tiempo. 

Otra  consecuencia  muy  triste  de  esta  escasez  de 
-clero  es  la  casi  absoluta  imposibilidad  de  especia- 
lizar a  cada  cual  en  aquello  para  lo  cual  tiene  má«í 
aptitudes.   Principalmente  en  las  diócesis  pequeñas. 


[  71  ] 


HUMBERTO        MUÑOZ  R. 

casi  todos  deben  estar  en  parroquias,  cuando  quizás 
en  otra  parte  podrían  tener  un  rendimiento  mu- 
cho mayor.  Pero  no  es  posible  dejar  las  parro- 
quias abandonadas,  y  hay  que  estar  día  a  día  en 
la  brecha.  Con  este  motivo,  los  altos  estudios 
eclesiásticos  y  profanos  pasan  a  ser  casi  un  lujo. 
Los  mismos  profesores  extranjeros  traídos  para  la 
Facultad  de  Teología  de  la  Universidad  Católi- 
ca, pronto  son  tomados  por  las  exigencias  del  mi- 
nisterio y  dejan  de  mano  la  investigación  cientí- 
fica. Hay  necesidad  de  hombres  de  estudio  y  de 
letras,  que  den  una  orientación  segura  a  la  intelec- 
tualidad de  la  nación.  No  faltan,  por  otra  parte, 
sacerdotes  suficientemente  preparados  y  con  gusto 
por  el  estudio.  ¿Pero  quién  es  capaz  de  conciliar 
la  tranquilidad  del  estudio  con  el  ajetr€o  de  la  vida 
parroquial?  Y  así,  por  esta  lucha  continua  y 
apostolado  incesante,  se  pierden,  a  veces,  posibili- 
dades más  vastas  en  el  terreno  científico,  filosó- 
fico y  artístico. 

Y  lo  que  se  dice  de  los  altos  estudios,  puede  casi 
repetirse  de  la  vida  contemplativa.  No  entraré  en 
el  terreno  ya  muy  personal  de  ver  hasta  qué  pun- 
to el  exceso  de  trabajo  perjudica  la  vida  de  piedad 
y  esteriliza  así,  a  la  larga,  el  ministerio,  sino  que 
quiero  referirme  a  algo  más  objetivo.  Hasta  hace 
poco,  no  había  en  Chile  una  sola  orden  contem- 


[  72  ] 


CATOLICISMO       CHI  LENO 


•plativa  de  sacerdotes.  Y  cuando  uno  ve  tantas 
obras  y  un  fruto  tan  relativo,  no  puede  dejar  de 
pensar  en  la  falta  de  monjes,  que  con  los  brazos 
extendidos  como  Moisés,  estén  siempre  pidiendo 
la  gracia  para  los  que  luchan  en  la  llanura.  Ver- 
dad que  contamos  con  muchas  santas  religiosas, 
pero  pienso  que  en  la  armonía  del  Cuerpo  Místi- 
co, no  sólo  ellas  están  llamadas  a  tan  alta  voca- 
ción. Tenemos  ya  un  convento  de  benedictinos 
en  Las  Condes,  pero  ojalá  que  muchos  otros  flo- 
recieran a  lo  largo  de  nuestro  territorio.  No  sé  si 
será  una  impresión  muy  subjetiva;  pero  al  norte 
de  La  Serena  y  al  sur  de  Concepción,  donde  tene- 
mos los  últimos  conventos  de  monjas  contempla- 
tivas, siempre  me  ha  parecido  una  zona  de  mayor 
frialdad  espiritual.  Si  en  tierras  de  misiones  como 
China  y  Alaska  se  ha  sentido  la  necesidad  de  tra- 
penses  y  carmelitas,  ¿cómo  no  desear  algo  seme- 
jante para  nuestro  Chile  tan  falto  de  fervor? 

Todo  esto  que  se  ha  dicho  respecto  del  sacerdo- 
te, tiene  su  natural  analogía  con  la  religiosa.  Tam- 
bién ella  es  un  alma  consagrada  al  Señor  que, 
aunque  no  goza  de  los  poderes  sacerdotales,  pone 
su  vida  al  servicio  de  la  Iglesia  y  generalmente, 
desde  un  sitio  humilde  y  oculto,  hace  un  bien  in- 
menso sólo  apreciado  por  los  ojos  de  Dios.  Son 
ellas  insustituibles  en  los  colegios  y  escuelas,  a  tal 


[  73  ] 


H    U    M    B    E    R    T    O        M     U     Ñ     O     Z  R. 


punto  que  ei  fervor  de  los  católicos  norteamerica- 
nos se  atribuye  a  la  formación  que  de  pequeños  re- 
cibieron en  las  escuelas  de  monjas.  En  Chile  son 
numerosas  las  que  se  dedican  a  la  enseñanza,  .pero 
serían  necesarias  muchas  más.  Sé  de  muchos  pá- 
rrocos que  acarician  el  ideal  de  tener  escuela  parro- 
quial atendida  por  religiosas.  Y  no  sólo  en  las  es- 
cuelas; en  los  hospitales,  en  los  asilos,  en  la  catc- 
quesis, en  las  mil  formas-^del  apostolado  moderno, 
incluyendo,  por  cierto,  la  Acción  Católica,  son 
ellas  de  un  valor  inapreciable.  Pero,  tal  como  del 
clero,  hemos  de  lamentar  que  no  sean  más  nume- 
rosas. Qué  pena  da  ver  tantas  niñas  piadosas,  de 
grandes  cualidades,  que  llevan  una  vida  inútil,  pu- 
diendo  hacerla  tan  fecunda  y  hermosa  en  el  ser- 
vicio de  Dios  y  de  las  almas. 

¿Ha  sido  mi  propósito  dejar  una  idea  pesimis- 
ta respecto  del  problema  de  la  escasez  de  sacerdo- 
tes? De  ninguna  manera.  He  tratado  de  ser  lo  más 
exacto,  porque  en  todo  momento  debemos  apo- 
yarnos en  la  realidad,  mas  no  para  sacar  una  im- 
preaión  pesimista,  sino,  por  el  contrario,  para  reac- 
cionar con  energía.  ¿Y  qué  podemos  hacer?  Des- 
de luego,  tratar  de  que  aumenten  ^las  vocaciones. 
La  forma  está  indicada  por  el  mismo  Jesús:  "Ro 
gad  al  Señor  de  la  mies  que  envíe  operarios  a  su- 
mies".   Quiere  decir  entonces  que  todos,  con  espí 


[  74  ] 


CATOLICISMO  ClilLENO 


ritu  verdaderamente  católico,  hemos  de  posponer, 
si  fuere  necesario,  nuestras  intenciones  partícula- 
res,  para  pedir  a  Dios  que  derrame  la  gracia  de  la 
vocación  sacerdotal  en  muchas  almas.  Y  sabemos, 
también  que,  por  lo  general,  la  vocación  se  pro- 
duce en  una  familia  o  ambiente  cristiano,  moti- 
vo por  el  cual,  todo  lo  que  hagamos  por  intensi- 
ficar la  fe  y  devoción  generales,  preparará  indirec- 
tamente el  terreno  a  las  futuras  vocaciones.  Mas, 
no  hemos  de  quedarnos  en  el  plano  puramente  es- 
piritual. Muchas  veces  las  vocaciones  fracasan 
por  falta  de  dinero  o  porque  las  familias  de  los 
candidatos  al  sacerdocio  son  pobres,  o  porque  esti- 
man en  tanto  el  sacrificio  de  dar  a  sus  hijos,  sobre 
los  cuales  tenían  otras  pretensiones,  que  no  están 
dispuestos  a  ayudarlos  económicamente.  Por  eso, 
una  manera  práctica  de  cooperar  a  la  solución  del 
problema  de  la  escasez  de  clero,  es  ayudar  a  fi- 
nanciar los  seminarios  y  casas  de  formación  reli- 
giosa, ya  sea  instituyendo  becas  o  corriendo  con 
otros  gastos.  Pero,  sin  duda  alguna,  los  que  más 
directamente  pueden  solucionar  este  problema,  son 
esos  numerosos  jóvenes  que,  habiendo  sentido  in- 
quietudes de  vocación  — Dios  las  prodiga,  porque 
no  puede  abandonar  su  Iglesia — ,  tienen  la  gene- 
rosidad de  estudiarla  y  afrontarla,  y  no  bajar  los 
ojos  y  marcharse  como  el  joven  rico  del  Evangelio. 


[  75  ] 


HUMBERTO        MUÑOZ  R. 

Y  muy  importante  es  ayudar  a  los  sacerdotes 
que  están  ya  en  su  ministerio.  También  necesitan 
la  oración  de  todos  los  fieles  para  poder  cumplir 
la  alta  misión  que  Dios  les  ha  confiado.  Por 
desgracia,  no  siempre  el  sacerdote  puede  dedicarse 
a  sus  ministerios  eminentemente  espirituales  y  debe 
malgastar  mucho  tiempo  en  buscar  sus  medios  de 
subsistencia  y  también  el  dinero  necesario  para  las 
obras  de  apostolado.  ¿No  podríamos  proceder  con 
un  espíritu  semejante  al  de  los  Apóstoles  y  de  la 
primitiva  iglesia?  "Se  suscitó  una  queja  de  los 
griegos  contra  los  judíos,  porque  no  se  hacía  caso 
de  sus  viudas  en  el  servicio  diario.  En  atención 
a  esto,  los  doce,  convocando  a  todos  los  discípulos, 
les  dijeron:  No  es  justo  que  nosotros  descuidemos 
la  palabra  de  EHcs  por  atender  a  las  mesas.  Por 
tanto,  hermanos,  nombrad  de  entre  vosotros  siete 
hombres  de  buena  fama,  llenos  del  Espíritu  Santo, 
y  de  inteligencia,  a  los  cuales  encarguemos  este  mi- 
nisterio". Si  hubiera  entre  los  seglares  — como  en- 
tiendo que  se  hace  en  Estados  Unidos —  quienes 
corrieran  con  todas  las  finanzas  de  la  parroquia, 
dando  al  párroco  lo  necesario  para  sus  gastos  per- 
sonales y  entendiendo  ellos  de  todo  lo  demás,  las 
mismas  finanzas  quizás  andarían  mejor,  porque 
estarían  en  manos  de  quienes  son  profesionales  en 
los  negocios,  y  el  sacerdote  se   ahorraría  muchas 


[  76  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 

preocupaciones  y  trabajos,  con  lo  que  le  quedaría 
más  tiempo  para  sus  ministerios  espirituales.  Si 
los  sacerdotes  son  pocos,  que  a  lo  menos  no  pier- 
dan su  tiempo  en  negocios  que  seglares  ^pueden 
hacer  mejor  que  ellos. 

Y,  finalmente,  ya  en  el  mismo  campo  del 
apostolado,  la  Acción  Católica  debe  ser  la  prolon- 
gación del  brazo  de  sacerdote,  realizando  muchos 
trabajos  que  no  requieren  el  carácter  sacerdotal  y 
multiplicando  así  la  acción  de  la  jerarquía.  En 
esta  forma,  lo  que  ahora  es  un  grave  problema, 
podrá  convertirse  en  una  página  santa  de  la  His- 
toria de  la  Iglesia. 


[  77  ] 


lY.  LA  ACCION  CATOLICA 


Ya  sabemos  cuál  es  su  finalidad:  ei  reino  de 
Cristo.  La  Acción  Católica  Chilena  tiene,  enton- 
ces, como  fin  supremo  el  advenimiento  a  Chile 
del  reino  de  Cristo.  ¿Y  qué  significa  el  reino  de 
Cristo?  No  ciertamente  un  estado  ideal  en  que  ab- 
solutamente todos  sean  buenos  cristianos  y  santos. 
Esto  no  se  verifica  ni  siquiera  en  las  comunidades 
religiosas  donde,  a  pesar  de  que  todo  converge 
hacia  la  perfección  y  todos  voluntariamente  hacen 
profesión  de  tender  a  la  santidad,  no  todos,  sin 
embargo,  la  realizan  en  forma  satisfactoria.  ¡Cuán- 
to menos  si  pretendiéranios  convertir  el  mundo  en 
un  convento!  La  noción  del  reino  de  Dios,  predi- 
cado incesantemente  por  Cristo,    incluye  esencial- 


[  79  ] 


HUMBERTO        MUÑOZ  R. 

mente  la  idea  de  imperfección.  Comienzan  así 
casi  todas  las  parábolas:  el  reino  de  los  cielos 
es  semejante  a  una  red  con  peces  buenos  y  ma- 
los; a  diez  vírgenes,  de  las  cuales  cinco  son  necias 
y  cinco  prudentes;  a  un  campo  de  trigo,  en  que 
el  enemigo  sembró  la  cizaña.  ¿Cómo  hemos  de 
entender  entonces  ese  reino  de  Cristo?^  Confron- 
tando las  páginas  del  Evangelio  con  las  realidades 
históricas,  principalmente  de  la  Edad  Media  y  de 
nuestra  Colonia,  me  parece  que  ese  reino  de  Cristo 
hemos  de  relacionarlo  íntimamente  con  aquel  ideal 
que  se  ha  llamado  "civilización  cristiana"  o  sim- 
plemente ''cristiandad".  Una  nación  o '  sociedad 
puede  llamarse  cristiana  cuando  existe  una  cultura 
cristiana,  cuando  las  notas  determinantes  son  cris- 
tianas, cuando  el  cristianismo  es  el  alma  y  forma 
'de  las  demás  actividades,  cuando  el  «ambiente  se 
ha  cristianizado,  y  cuando,  notémoslo  bien,  exis- 
ta aún  la  posibilidad  de  no  ser  cristiano;  porque 
un  concepto  totalitario  de  una  sociedad  cristiana. 
en  que  siquiera  algunos  fueran  presionados  por  me- 
dios externos  hacia  el  catolicismo,  sería  una  claudi- 
cación de  la  libertad  proclamada  en  el  Evangelio. 
Una  sociedad  cristiana,  entonces,  es  aquélla  en  que 
todo  favorece  la  realización  de  la  doctrina  de  Cris- 
to; pero  que  no  excluye  la  coexistencia  de  los  ma- 
los y  de  los  heterodoxos,  porque  lo  contrario,  ade- 


[  80  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 

más  de  ser  imposible,  sólo  se  puede  pretender  a 
costa  de  la  violación  de  ia  libertad. 

^  Hemos  de  tomar  como  modelo  la  cristiandad 
medieval?  Este  tema  ha  sido  luminosamente  estu- 
diado por  Maritain,  a  base  de  la  filosofía  escolás- 
tica. Sus  conclusiones  son  de  una  precisión  y  or- 
todoxia indiscutibles:  la  historia  no  puede  retro- 
ceder y,  por  lo  tanto,  la  nueva  cristiandad  no 
puede  ser  unívoca  con  la  medieval;  tampoco  po- 
drá ser  equívoca,  ya  que  debe  coincidir  con  los 
principios  esenciales;  será  entonces  necesariamente 
análoga,  esto  es,  que  siendo  tan  cristiana  como  la 
medieval,  tenga,  sin  embargo,  con  ella,  diferencias 
esenciales,  no  ciertamente  en  los  principios  como 
tales,  sino  en  su  realización  concreta.  ¿Y  cuál  será 
esta  diferencia?  La  Edad  Media  — se  dice —  era 
de  tal  manera  teocéntrica,  que  el  hombre  y  la  na- 
turaleza se  perdían  en  la  divinidad.  Pero  vino  el 
Renacimiento  y  sacó  a  ambos  — hombre  y  natura- 
leza—  de  su  anonimato  y  los  colocó  en  un  plano 
luminoso  — conquista  definitiva  de  la  humanidad 
— ,  del  que  ya  no  podrán  desaparecer.  La  nueva 
cristiandad  no  podrá  ya  figurarse  como  una  circun- 
ferencia alrededor  de  Dios,  sino  como  una  elipse 
cuyos  dos  ejes  serían  Dios,  y  el  hombre  con  la  na- 
turaleza. A  consecuencia  de  esto,  la  nueva  cris- 
tiandad no  podrá  ser  ya  de    tipo  exclusivamente 


[  81  ] 


HUMBERTO        MUÑOZ  R. 


religioso,  sino  más  bien  de  tipo  humano  y  natural, 
aunque  evidentemente  elevado  por  la  gracia.  Nues- 
tra religión  no  es  puro  deísmo,  sino  que  tiene  por 
centro  al  Hijo  de  Dios  Encarnado.  Cristo,  Dios 
verdadero  y  hombre  verdadero,  es  el  puente  o 
vínculo  entre  el  cielo  y  la  tierra.  En  El,  la  huma- 
nidad está  divinizada,  y  la  divinidad  toma  carne. 
Por  eso  el  cristianismo  es  divino  y  humano  a  la 
vez,  y  no  se  puede  desplazar  al  hombre  sin  des- 
truir la  noción  de  cristian,dad.  El  Renacimiento 
puso  de  manifiesto  los  valores  de  la  naturaleza,  y 
la  nueva  cristiandad  debe  reconocer  esos  valores, 
como  que  ajustan  perfectamente  con  la  doctrina  de 
la  Encarnación  del  Verbo.  Los  valores  humanos 
de  que  ahora  no  podemos  prescindir,  no  son  anta- 
gónicos a  los  factores  divinos,  sino  que  han  de  ser 
fecundizados  por  la  gracia,  produciendo  un  tipo  de 
cultura  humano-divina,  no  en  el  sentido  de  que 
sea  mitad  humana  y  mitad  divina,  sino  de  un  solo 
todo  divino  y  humano  a  la  vez.  Por  otra  parte, 
no  nos  imaginemos  que  en  la  Edad  Media  se  des- 
preciaba el  elemento  humano.  Los  nuevos  estu- 
dios históricos  nos  ponen  de  manifiesto  las  pre- 
ocupaciones humanii5(tais  del  medioevo.  Recorde- 
mos sólo  a  San  Alberto  Magno,  cuyas  obras  aun 
hoy  no  son  suficientemente  conocidas  y  apreciadas. 
Aunque  entonces  se  hablaba  poco  del  hombre,  des- 


[  82  ] 


CATOLICISMO       CHI    LE  NO 

lumbrados  como  estaban  en  la  consideración  de  lo 
divino,  en  la  práctica  se  le  tomaba  muy  en  cuenta. 
Cuando  se  está  enfermo  y  no  cuando  sano,  se  ha- 
bla de  enfermedades;  Si  se  habló  poco  del  hom- 
bre en  la  Edad  Media,  ¿no  sería  entonces  porque 
éste  se  sentía  bien,  en  su  centro  que  es  Dios?  Y  si 
ahora  se  habla  tanto  de   humanismo,    ¿no  seró 
precisamente  porque  el  hombre  se  siente  mal,  le- 
jos de  su  centro  que  es  Dios?  Un  ejemplo  concre- 
to.  Nunca  como  ahora  se  ha  hablado  de  la  cues- 
tión social,  y  nunca  se  ha  estado  más  mal  en  este 
punto.    En  la  Edad  Media  ni  siquiera  se  conocía 
esta  expresión,  y  sin  embargo,  los  artesanos,  en 
sus  gremios  vivían  mejor  que  los  obreros  de  hoy. 
Por  lo  tanto,  hubo  en  aquella  época  un  humanis- 
mo que,  aunque  implícito  y  sin  que  se  tuviera  de 
él  conciencia  refleja,  era,  sin  embargo,   muy  real. 
Ahora  se  trata  sólo  de  poner  en  plena  luz  lo  que 
antes  estuvo  en  la  penumbra.   Y  así,  el  ideal  de 
esta  nueva  cristiandad,  no  será  tal  vez  el  del  monje 
que  se  aisla  del  mundo  para  sumergirse  en  la  con- 
templación, sino  el  del  apóstol  que  cultiva  sus  cua- 
lidades humanas,  e  impregnado  totalmente   de  la 
gracia  divina,  no  se  aleja  del  mundo,  sino  que  se 
mezcla  deliberamente  con  él,  para  llenarlo  todo  de 
Cristo.   En  este  sentido,  puede  decirse  que  la  nue- 
va cristiandad  es  más  profana  o  laica  que  la  me- 


[  83  ] 


HUMBE    RTO        MUÑOZ  R. 

díeval;  pero  en  manera  alguna  puede  decirse  que 
sea  menos  cristiana.    En  una  civilización  de  tipo 
sacro,  cómo  la  del  medioevo,  tenía  el  clero  una  ges- 
tión más  directa  en  las  actividades  generales  de  la 
sociedad.   Esto  se  manifiesta  principalmente  en  el 
poder  temporal  de  la  Iglesia,  sobre  todo  en  lo  que 
se  refiere  al  Papa  y  numerosos  obispos  que  eran 
perfectos  señores  feudales,  y  en  la  orientación  de 
las  universidades,  que  era  eminentemente  teológi- 
ca.  En  la  nueva  cristiandad,  no  será  ya  la  jcnar- 
quia  quien  detente  el  poder,  sino  laicos  inspirados 
en  principios   de   sociología    cristiana.    El  poder 
temporal  de  los  Papas  ha  quedado  reducido  a  su 
más  mínima  expresión;  pero  su  prestigio  espiritual 
es  inmenso,  aun  entre  los  no  católicos.   Lo  mismo 
sucede  en  la  Universidad.   Casi  ha  desaparecido  la 
facultad  de  teología;  pero,    en   cambio,  importa 
muchísimo  que  todas  las  demás   facultades  incul- 
quen un  criterio  profesional  cristiano. 

Sostiene  Maritain  — y  es  impugnado  acerbamen- 
te por  ello —  que  la  nueva  cristiandad  será  de  tipo 
pluralista,  esto  es,  que  la  Iglesia  Católica  no  tendrá 
la  absoluta  hegemonía  espiritual,  sino  que  otras 
confesiones  religiosas  le  disputarán  este  poder  en 
una  medida  y  forma  que  — como  es  de  suponer-- 
no  puede  ser  fijada  desde  ya.  No  interesa  a  la  Ac- 
ción Católica  este  punto  de  discusión,  mientras  la 


[  84  ] 


CATOLICIS   MO  CHILENO 

Iglesia  misma  no  se  pronuncie  sobre  él.  Lo  que  in- 
teresa es  que,  sea  cual  sea  la  forma  política  o  civil 
que  tome  esta  nueva  cristiandad,  sea  verdadera- 
mente el  reino  de  Cristo  en  medio  de  nosotros,  esto 
es,  que  las  notas  determinantes  de  la  sociedad  sean 
esencialmente  católicas,  a  fin  de  que  se  produzca 
ese  clima  o  ambiente  cristiano,  condición  indispen- 
sable para  que  lleve  una  vida  cristiana  la  masa  de 
los  fieles  que,  precisamente  por  ser  masa,  no  se  le 
puede  pedir  que  luche  siempre  contra  la  corriente. 
Esto  incluye  la  cristianiz;ación  de  todas  las  mani- 
festaciones de  la  vida,  así  públicas  como  priva- 
das. Por  lo  tanto,  la  Acción  Católica  ha  de  pro- 
piciar, desde  la  cristiana  política  internacional,  has- 
ta la  cristiana  vida  familiar  e  individual,  pasando 
por  la  educación  católica,  la  prensa,  la  literatura,  el 
arte,  etc.,  etc. 

Vengamos  ahora  a  la  Acción  Católica  Chilena, 
que  tiene  la  tarea  de  implantar  en  nuestra  pa- 
tria el  reino  de  Cristo.  Para  que  sea  auténtica 
Acción  Católica,  debe  ser  también  auténticamente 
chilena.  Me  explico.  Adolecemos  en  Chile,  y  en 
toda  la  América  Latina,  de  un  defecto  gravísimo, 
tanto  en  el  orden  profano  como  en  el  eclesiástico:  la 
propensión  a  copiar  servilmente  los  movimientos  y 
métodos  que  tienen  éxito  en  Europa  y  Norte  Amé- 
rica. Copiamos  servilmente,  y  como  nuestras  con- 


[  85  ] 


HUMB    ERTO        MUÑ    OZ  R. 

diciones  ambientales  son  tan  diversas,  no  nos. admi- 
remos de  ver  aquí  un  fracaso  de  esos  movimientos 
que  triunfan  en  su  país  de  origen.  Y  existe  el  gra  j 
vísimo  peligro  de  que  con  la  Acción  Católica  sufra- 
mos igual  desengaño  sí  no  reaccionamos  a  tiempo. 
El  Padre  Santo,  principalmente, Pío  XI,  es  el  gran 
maestro  de  la  Acción  Católica.  Mas,  conviene  pre- 
cisar, que  en  Roma  sólo  han  dado  los  principios 
básicos,  fundamentales,  y  que  en  cada  país  y  aun  en 
cada  parroquia  debe  estudiarse  la  manera  de  reali- 
zarlos.  Por  lo  tanto,  el  solo  estudio  de  los  docu- 
mentos pontificios,   no  basta  para  completar  los 
conocimientos  de  Acción  Católica,   sino  sólo  para 
iniciarlos.   Como  en  todos  los:  grandes  movimien- 
tos, la  teoría  de  la  Acción  Católica  es  relativamente 
fácil  y  sus  principios  muy  simples  y  fundamentales. 
La  gran  dificultad  consiste  en  encontrar  la  técnica  y 
los  métodos  apropiados  que  permitan  realizar  esos- 
principios  en  un   ambiente   determinado.   Y  creo 
que  ésa  es  la  falla  fundamental  de  la  Acción  Católi- 
ca Chilena:  que  todavía  no  ha  encontrado  una  ex- 
presión autóctona,  netamente  chilena,   que  dé  un 
positivo  resultado  en  nuestro  suelo  natal. 

En  Chile  se  ha  hecho  no  poco  por  difundir  el 
pensamiento  pontificio  y  dar  a  conocer  lo  que  po- 
dríamos llamar  la  teoría  de  la  Acción  Católica,  y 
aun  se  han  editado  libros  al  respecto  por  autores  na- 


[  86  ] 


CATOLICIS   MO  CHILENO 


clónales.  En  cambio,  qué  poco  conocemos  nuestra; 
realidades  religiosas  y  aun  las  de  interés  general.  Hay 
como  un  innato  temor  e  impotencia  para  enfren- 
tarnos a  los  hechos,  y  preferimos  leer  libros  que 
nos  vienen  de  fuera,  y  teorizar,  siempre  teorizar. 

Existen,  ciertamente,  sacerdotes  que  tienen  lo  que 
podríamos  llamar  experiencia  empírica  de  nuestro 
ambiente  religioso  y  de  sus  diversas  modalidades; 
pero  nos  faltan  estudios  más  completos,  a  base  de 
estadísticas  y  por  personas  verdaderamente  prepara- 
das para  observar  los  hechos  y  encontrar  las  leyes 
que  los  presiden.  Este  conocimiento  de  nuestra  rea- 
lidad nacional  y  de  sus  diversas  zonas,  es  absoluta- 
mente indispensable  para  llegar  a  una  Acción  Cató- 
lica de  tipo  criollo,  en  que  se  sienta  bien  el  huaso,  el 
roto  y  la  gente  de  medio  pelo.  No  una  Acción  Ca- 
tólica de  tipo  intelectual  académico,  que  puede  estar 
muy  bien  entre  universitarios;  pero  que  aburre  a  la 
clase  media  e  incluso  a  la  aristocracia.  No  una  Ac- 
ción Católica  tan  europea,  que  sólo  calce  en  el  centro 
de  las  grandes  ciudades,  donde  hay  un  ambiente 
más  europeo,  sino  algo  que  sirva  también  para  nues- 
tros campos  y  barrios  populares.  Este  afán  de  adap- 
tación no  nos  permitirá  seguramente  mantenernos 
en  un  único  tipo  rígido  de  Acción  Católica,  sino 
que  nos  arrastrará  inevitablemente  a  la  especializa- 
ción,  y  éste  será  un  nuevo  motivo  que  nos  obligue 


[  87  ] 


HUiMBERTO        MUÑOZ  R. 

a  estudiar  nuestras  realidades.  Y  como,  por  otra 
parte,  la  unidad  nacional  es  también  un  hecho  real, 
tendremos  que  estudiar  la  manera  de  mantener  to- 
das las  peculiaridades  dentro  de  un  marco  armóni- 
co y  unitario. 

Otra  tarea  fundamental  y  gravísima  es  infundir 
el  espíritu  apostólico  al  católico  chileno.  Varios 
factores  han  contribuido  a  mantenerlo  casi  siempre 
en  un  papel  pasivo  dentro  de  la  Iglesia.  La  ideolo- 
gía liberal  se  infiltró  en  tal  forma,  que  el  seglar  se 
sintió  desligado  de  los  afanes  apostólicos  que  reca- 
yeron casi  exclusivamente  en  los  sacerdotes.  La 
unión  de  la  Iglesia  y  del  Estado  y  la  peculiar  pro- 
pvensión  del  chileno  á  esperarlo  todo  del  Estado, 
contribuyó  no  poco  a  que  fuera  desentendiéndose  de 
sus  obligaciones,  esperando  que  el  gobierno  subvi- 
niera a  todo,  aun  en  el  orden  espiritual.  Y  todavía 
hay  gente  que  cifra  toda  su  esperanza  en  un  resur- 
gimiento cristiano  de  nuestra  patria,  a  base  de  un 
gobierno  cristiano  que  lo  patrocine,  y  mientras  tanto 
se  queda  esperando  ...  o  a  lo  más  trabaja  en  polí- 
tica. El  mismo  hecho  de  la  unidad  religiosa  duran- 
te la  Colonia,  de  que  durante  el  siglo  XIX  las  luchas 
religiosas  sólo  tuvieran  lugar  en  las  altas  esferas,  y 
que  sólo  hace  muy  poco  tiempo,  relativamente,  que 
otras  doctrinas  religiosas  han  venido  a  disputar  la 
hegemonía  de  la  Iglesia  entre  la  masa  del  pueblo,  ha 


[  38  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 

permitido  que,  incluso,  buenos  católicos  se  mantu- 
vieran en  una  actitud  meramente  pasiva,  sin  ser 
obligados  a  tomar  posiciones.  A  todo  lo  cual  he- 
mos de  agregar  la  inercia  natural  del  hombre,  más 
fácil  de  moverse  por  motivos  personales  y  de  ord^n 
material,  que  por  razones  espirituales  y  altruistas. 
Esta  inercia,  que  en  el  fondo  es  egoísmo,  se  contra- 
rresta  con  una  intensa  vida  espiritual;  pero  ya  he- 
mos visto  en  el  capítulo  titulado  "Corriente  sub- 
terráneas" la  deficiente  calidad  de  nuestro  catolicis- 
mo. Y,  sin  embargo,  es  de  todo  punto  indispensa- 
ble despertar  a  ese  gigante  dormido  que  es  la  masa 
inerte.  Qu€  este  milagro  es  posible,  lo  demuestra  el 
éxito  de  la  propaganda  marxista  que  ha  logrado  in- 
culcar en  el  obrero  la  inquietud  de  la  cuestión  social. 
La  tarea  de  la  Iglesia  es  más  difícil,  porque  no  se 
trata  de  excitar  pasiones  y  apetitos,  sino  más  bien 
de  urgir  obligaciones;  pero,  en  cambio,  tenemos  la 
gracia  divina  con  la  cual  todo  lo  podemos. 

La  masa  se  maneja  por  medio  de  jefes,  y  la  Acción 
Católica  no  podrá  ser  verdaderamente  católica,  esto 
es,  universal,  mientras  no  disponga  de  dirigentes  de- 
bidamente preparados.  La  preparación  de  estos  di- 
rigentes es  hoy  por  hoy  la  tarea  más  urgente  y,  al 
mismo  tiempo,  la  más  delicada  y  difícil.  Se  requie- 
ren en  el  dirigente  cualidades  naturales  y  sobrenatu- 
rales, y  que,  a  imitación  de  Cristo,  que  era  verda- 


[  89  ] 


?I    U    M    B    E    R    T    o        MUÑOZ  R. 


dero  hombre  y  verdadero  Dios,  cultive  y  explote 
al  máximo  sus  aptitudes  humanas,  y  llene  su  alma 
con  la  luz  y  el  vigor  de  la  gracia  divina.  Es.  ade- 
más, indispensable  que  no  sea  un  tipo  aislado,  de 
excepción,  sino  representativo  y  popular  en  su 
medio  ambiente,  que  sea  hombre  capaz  de  influir 
en  los  demás,  y  de  dar  el  tono  en  una  reunión  social 
o  en  su  sitio  de  trabajo.  Lo  que  los  ingleses  llaman 
un  verdadero  "lider". 

Supuestos  ya  estos  dirigentes,  y  aun  desde  luego 
como  una  labor  de  iPormación  de  ellos  mismos, 
puesto  que  la  Acción  Católica,  como  todas  las  artes, 
se  aprende  ejecutándola  — faber  fit  fabricando — ,  es 
necesario  lanzarse  al  apostolado,  y  no  a  un  aposto- 
lado cualquiera,  sino  en  forma  organizada.  En  este 
punto,  tiene  la  Acción  Católica  Chilena  dolorosas 
experiencias.  Comenzaremos  por  la  improvisación. 
La  superficialidad  de  nuestro  modo  de  ser  nos  lleva 
a  todos  — asesores  y  seglares —  a  creernos  capaces  de 
todo,  a  no  necesitar  prepararnos  para  nada.  No 
somos  hombres  para  ahogarnos  en  un  vaso  de 
agua,  y  salimos  del  paso  como  se  puede,  aunque  sea 
con  un  chiste  ingenioso;  pero  salimos  del  paso.  La 
dificultad  del  sistema  está  en  que  no  es  lo  mismD 
salir  del  paso  que  realizar  una  obra  con  perfección. 
Y  así  los  esfuerzos  y  campañas  llevan  casi  siempre 
el  sello  del  fracaso  y  de  la  mediocridad, 

[  90  ] 


CATOLICIS   MO       CHI  LENO 

Otro  tropiezo  grande  es  la  organización  del  tra- 
bajo. Por  lo  español  somos  indiviidualistas ;  por  1j 
araucano,  casi  anárquicos.    No  nos  admire,  pues, 
nuestra  dificultad  para  someternos  a  un  trabajo  or- 
ganizado. Carecemos  de  espíritu  de  equipo  y  dis- 
ciplina.  Todos  queremos  mandar,  ninguno  obede- 
cer.  Somos  susceptibles,  impotentes  casi  para  pos- 
poner nuestros  pequeños  intereses  y  puntos  de  vista 
a  los  intereses.de  la  causa.  En  el  orden  eclesiástico, 
existe  un  factor  de  excepcional  gravedad,  lo  que  po- 
dríamos llamar  el  feudalismo  parroquial.  Por  mo- 
tivos muy  explicables,  cuando  en  todo  Chile  sólo 
existían  dos  o  cuatro  obispados,  y  las  distancias  eran 
enormes  y  los  caminos  pusimos,  la  parroquia  queda- 
ba en  un  relativo  aislamiento.  Por  otra  parte,  la 
labor  del  párroco  era  de  tipo  patriarcal  y  personal. 
Cada  uno  trabajaba  como  podía,   con  los  medios 
que  tenía  a  su  alcance,  haciendo  valer  principalmen- 
te su  influencia  personal.   La  parroquia  se  convir- 
tió entonces  en  un  feudo  casi  completamente  autó- 
nomo, principalmente  en  lo  que  al  apostolado  se  re- 
fiere, ya  que  la  vinculación  con  la  autoridad  ecle- 
siástica era  más  bien  de  orden  administrativo.  Pero 
ahora,  las  circunstancias  han  cambiado  radicalmen- 
te. El  apostolado  moderno  requiere  indíspensahie- 
mente  que  los  católicos  presenten  un  frente  único, 
organizado,  que  haya  unidad  y  aún  simultaneidad 


[  91  ] 


HUMBERTO        MU     í;^  Z  R. 

de  acción  y  de  método.  Aun  razones  económicas, 
como  la  edición  de  libros,  revistas  y  material  de 
propaganda,  exigen  inevitablemente  que  se  aúnen 
las  fuerzas,  so  pena  de  que  los  esfuerzos  aislados 
sean  completamente  estériles. 

Según  los  Estatutos  y  Reglamentos,  la  Acción 
Católica  es  nacional,  diocesana  y  parroquial.  Pero 
las  directivas  nacionales  y  diocesanas  se  estrellan 
muy  frecuentemente  con  el  espíritu  feudal  de  las 
parroquias,  defensoras  siempre  de  su  autonomía. 
Como  los  organismos  seglares  no  pueden  ni  deben 
tener  autoridad  sobre  los  párrocos  y,  a  su  vez,  los 
socios  de  un  centro  dependen  más  de  su  párroco  que 
de  los  consejos  diocesanos,  por  ejemplo,  mientras 
no  se  cuente  con  la  leal  cooperación  de  los  párro- 
cos, toda  lo  que  hagan  los  organismos  directivos 
será  inútil,  y  aun  muchas  veces  ncKÍvo.  Pero,  para 
esto  también  se  requiere  que  las  juntas  y  consejos 
no  se  limiten,  como- hasta  ahora,  a  impartir  órde- 
nes y  enviar  circulares,  sino  que  comprendan  que 
su  principal  papel  es  ayudar  a  las  parroquias,  es- 
tableciendo "servicios"  que  sean  una  colaboración 
efectiva  a  los  trabajos  parroquiales. 

En  resumen,  podemos  decir  que  si  bien  es  cier- 
to que  en  manera  alguna  la  Acción  Católica  Chile- 
na ha  perdido  su  tiempo  en  sus  catorce  años  -de 
existencia,  sino  que,  por  el  contrario,  ha  superado 


[  92  ] 


CATOLICISMO  CHILENO- 

ya  la  etapa  más  difícil  y  desalentadora  y  que  es  la 
fundamental;  sin  embargo,  el  camino  que  le  qu€- 
da  por  recorrer  es  inmensamente  más  vasto  que  lo 
andado  hasta  aquí,  y  que  a  medida  que  avanza- 
mos y  ganamos  en  altura,  más  se  amplia  el  hori- 
zonte  de  las  posibilidades  y  de  la  tarea  por  realizar. 


[  93  ] 


V.  MATERIA  Y  ESPIRITU 


Por  la  duplicidad  del  compuesto  humano  que 
es,  al  mismo  tiempo,  materia  y  espíritu,  por  la 
encarnación  del  Verbo  que  vino  a  unir  lo  divino 
con  lo  humano,  no  podemos  separar  los  problemas 
religiosos  de  los  factores  sociales  que  en  ellos  in- 
tervienen. En  el  mundo  entero,  y  también  en 
Chile,  está  planteada  seria  e  inevitablemente  la 
cuestión  social,  y  la  Iglesia  tiene  que  pronunciarse 
e  intervenir.  Pío  XI,  en  la  encíclica  "Quadragesi- 
mo  ánno'*,  dice  así:  "Establezcamos  como  princi- 
pio el  derecho  y  deber  que  nos  incumbe  de  juzgar 
con  autoridad  suprema  estas  cuestiones  sociales  y 
económicas.  Es  cierto  que  a  la  Iglesia  no  se  le  en- 
comendó el  oficio  de  encaminar  a  los  hombres  a 
una  felicidad  puramente  caduca  y  perecedera,  sino 


[  95  ] 


HUMBERTO        M     U  O     Z  R. 


a  la  eterna:  más  aún,  '*la  Iglesia  juzga  que  no  le  es 
permitido,  sin  razón  suficiente,  mezclarse  en  estos 
negocios  temporales".  Mas,  renunciar  al  derecho 
dado  por  Dios  a  la  Iglesia,  de  intervenir  con  su  au- 
toridad, no  en  las  cosas  técnicas»  para  las  que  no 
tiene  medios  proporcionados  ni  misión  alguna, 
sino  en  todo  aquello  que  toca  a  la  moral,  de  nin- 
gún modo  lo  puede  hacer.  En  lo  que  a  esto  se  re- 
fiere, tanto  el  orden  social  cuanto  el  orden  eco- 
nómico están  sometidos  y  sujetos  á  Nuestro  su- 
premo juicio,  pues.  Dios  nos  confió  el  depósito 
de  la  verdad,  y  el  gravísimo  encargo  de  publicar 
toda  la  ley  moral  e  interpretarla,  y  aun  urgiría 
oportuna  e  importunamente". 

Dada  entonces  esta  estrecha  vinculación  entre 
el  orden  social  y  el  moral  y  religioso,  un  estudio 
sobre  los  problemas  del  catolicismo  en  Chile,  no 
puede  prescindir  de  este  aspecto.  Mas,  como  se 
comprende  fácilmente  no  procede  aquí  un  estudio 
de  la  cuestión  social  propiamente  dicha  (muchos 
ya  lo  han  realizado  y  con  mucho  acierto) ,  ni  tam- 
poco de  la  doctrina  social  cristiana,  sino  que,  am- 
bas cosas  supuestas  como  conocidas,  estudiar  los 
problemas  religiosos  que  de  ella  se  derivan,  para 
llegar  a  la  conclusión  de  que  una  acción  social  se 
requiere  indispensablemente  junto  a  la  acción  re- 
ligiosa. 


[  96  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 


Comenzaremos  por  anotar  un  hecho  de  orden 
muy  general,  y  es  que  la  situación  global  de  un 
país,  influye  mucho  en  la  situación  de  la  Iglesia. 
¿Quién  duda,  por  ejemplo,  que  la  magnífica  situa- 
ción del  estado  y  de  la  sociedad  norteamericanas 
influyen  poderosamente  en  la  magnífica  situación 
de  la  Iglesia  -en  Estados  Unidos?  Es  evidente  que 
la  situación  general  de  un  país  es  sólo  un  factor 
que  no  basta  para  explicarlo  todo,  como  asimismo 
es  verdad  que  la  buena  marcha  He  la  Iglesia  influ- 
ye, a  su  v^,  benéficamente  en  la  buena  marcha  de 
cualquier  país  del  mundo;  pero  esta  influencia  re- 
cíproca viene  a  afirmar  el  aserto  de  Tos  buenos 
oficios  que  una  sociedad  civil  bien  organizada  (la 
gracia  no  destruye  sino  que  supone  la  naturaleza) 
presta  a  la  sociedad  eclesiástica.  Y  al  revés,  la 
desorganización  y  deficiencias  de  la  sociedad  civil 
que  se  observa,  por  ejeniplo,  en  muchos  países  la- 
tinoamericanos, es  parte  importante  en  la  explica- 
cióñ  de  las  deficiencias  de  la  Iglesia  en  esas  nacio- 
nes, y  una  prueba  de  ello,  aunque  un_  tanto  para- 
dójica, es  que  las  anormalidades  eclesiásticas  que 
en  otros  pueblos  más  cultos  constituirían  verda- 
dero escándalo,  en  esos  lugares  tiene  una  importan- 
cia mucho  menor. 

Este  principio  general  nos  plantea  en  Chile  la  si- 
guiente interrogativa:  la  situación  del  estado  y  de 


[  97  ] 


HUMBERTO        MUÑOZ  R. 

la  sociedad  civil,  ¿es  favorable  o  adversa  al  desen- 
volvimiento de  la  Iglesia?  No  seré  yo  quien  dé  a  este 
respecto  un  juicio  definitivo  que  excede  los  propó- 
sitos de  este  opúsculo  y  también  mi  propia  capa- 
cidad y,  lo  que  es  más  grave,  me  induciría  quizás 
a  adentrarme  en  el  terreno  vedado  de  la  política. 
Quiero  sólo  dejar  abierta  la  interrogante  y  afir- 
mado el  principio  de  que  todo  aquél  que  procura 
la  buena  marcha  del  país,  desde  el  político  since- 
ro hasta  el  empleado  honrado  que  cumple  cón  su 
deber,  todos  están  cooperando,  siquiera  sea  indi- 
rectamente, sean  cuales  sean  sus  intenciones,  en  la 
buena  marcha  de  la  Iglesia. 

Descendamos  ahora  a  problemas  más  particula- 
res. Y  comencemos  por  el  estado  de  miseria  y  an- 
gustia económica  en  que  vive  una  gran  parte  de  la 
población.  El  costo  de  la  vida  aumenta  en  forma 
desorbitada  de  un  año  para  otro,  a  tal  punto  que» 
a  excepción  de  unos  pocos  acaudalados,  la  gran 
masa  de  la  población  tiene  como  preocupación 
principalísima  la  de  su  subsistencia.  Y  bien,  ¿no 
favorece  esto  la  práctica  del  cristianismo  que  re- 
comienda la  pobreza  y  la  considera  como  un  ideal 
de  perfección?  Para  contestar  adecuadamente  haga- 
mos una  triple  división:  ricos  son  los  que  tienen 
bienes  en  exceso,  pobres  los  que  tienen  lo  necesa- 
rio para  subsistir  sin  cosas  superfluas,  y  míseros 


[  98  ] 


C    ATOLICISMO       CHILEN  O 

los  que  tienen  menos  de  lo  indispensable.  Los  dos 
extremos  son  funestos  para  la  vida  religiosa,  tanto 
el  del  rico,  por  apegarse  a  los  bienes  de  este  mun- 
do, de  tal  modo  que  será  más  fácil  que 'un  camello 
pase  por  el  ojo  de  una  aguja  y  no  que  él  se  salve; 
como  el  que  vive  de  la  miseria  y  no  tiene  aquel 
mínimo  indispensable  de  vida  humana  y  natural 
que  sirva  de  base  a  lo  sobrenatural. 

Como  es  obvio,  en  Chile  tenemos  ricos,  pobres 
y  míseros  en  una  proporción  que  es  muy  difícil 
calcular.  Dejemos  las  dos  primeras  categorías  y 
que^démonos  con  la  tercera,  cuya  cifra  exacta  no 
conocemos,  aunque  es  ciertamente  grande,  y  cuya 
existencia  pesa  dolorosamente  sobre  el  Estado  y  so- 
bre la  Iglesia.  Los  que  tienen  un  espíritu  profun- 
damente cristiano  — almas  de  selección —  se  Vuel- 
ven ciertamente  hacia  Dios  y  se  hacen  más  santos  y 
heroicos  en  su  miseria.  Pero  repito,  éstos  son  la 
excepción.  ¿Cómo  reacciona  el  hombre  corriente 
frente  a  la  miseria?  Lo  más  frecuente  es  que  se 
amargue  la  vida;  que  el  fatalismo,  tan  propio  del 
chileno,  lo  Heve  a  resentirse  de  Dios,  a  quien  cul- 
pa de  sus  desgracias  y  de  no  hacer  en  su  favior  los 
milagros  que  serían  necesarios.  Llega,  a  veces,  a 
la  conclusión  de  que  Dios  se  olvida  del  mun- 
do y  que  de  pobres  ni  Dios  se  preocupa.  En  todo 
caso,  constatamos  un  alejamiento  de  la  religión. 


[  99  ] 


HUMBERTO        M     U     Í5     O     Z  R. 

Otros  reaccionan  en  forma  diversa.  Aguijonea- 
dos por  la  presión  económica,  de  tal  manera  se  en- 
tregan al  trabajo  y  se  dejan  absorber  por  el  pro- 
blema de  la  subsistencia  familiar  y  personal,  que 
la  vida  se  va  materializando  completamente,  y  las 
preocupaciones  espirituales  y  de  orden  religioso  van 
siendo  desplazadas,  sin  advertirlo  casi,  y  llegan  a 
constituir  un  lujo  para  los  ricos.  ¡Hay  que  ver  el 
gesto  permanente  de  angustia  de  muchos  padres 
que  no  tienen  cómo  alimentar  a  sus  hijos!  Y  éstos 
suelen  ser  los  más  conscientes,  los  que  más  valen; 
porque  muchos,  usan  la  lógica  del  negro  que,  ape- 
nado por  no  tener  cien  dólares  para  pagar  uña 
cuenta,  fué  a  divertirse  con  los  cincuenta  que  tenía, 
para  pasar  la  pena.  Así,  un  gran  porcentaje  de 
nuestro  pueblo  y  clase  media,  se  entrega  al  vicio,  al 
juego,  etc.,  porque  lo  que  gana  no  le  alcanza  para 
vivir.  ¿A  qué  lugar  queda  relegada  la  religión  con 
esta  política  tan  ilógica  y  tan  real  al  mismo  tiem- 
po? Será  inútil  predicar  a  muchas  de  esas  gentes. 
Tienen  seguramente  la  fe  en  el  fondo  de  sus  co- 
razones; pero  sus  condiciones  de  vida  la  tienen  so- 
focada. Una  elevación  del  standard  de  vida,  no 
d:go  que  los  haría  católicos  inmediatamente,  pero 
sí  que  quitaría  un  obstáculo  poderoso  a  la  acción 
propiamente  religiosa  que  ahora  sí  que  tendría  po- 
sibilidades de  ser  eficaz. 


[  100  ] 


CATOLICISMO       CHIL  ENO 

Cosa  semejante  puede  decirse  del  pavoroso  pro- 
blema del  alcoholismo.  La  Acción  Católica  Chile- 
na está  empeñada  en  una  campaña  antialcohólica  y 
proporciona  estos  datps  verdaderamente  alarman- 
tes. En  un  año,  produce  a  la  nación  mil  millo- 
nes de  pérdidas;  en  cada  año,  también,  carabineros 
detiene  ciento  sesenta  mil  ebrios;  de  1938  a  1943, 
el  consumo  de  vino  y  cerveza  ha  aumentado  en  un 
130  %;  en  1943  se  dejaron  de  trabajar  190,000 
días,  porque  a  causa  de  la  embriaguez,  los  obreros 
no  salen  a  trabajar  los  lunes,  y  a  veces  ni  el  martes 
ni  el  miércoles;  según  los  partes  de  policía,  del 
total  de  delincuentes  aprehendidos,  el  70  %  lo  son 
por  ebriedad,  y  de  los  que  caen  por  otros  delitos, 
el  27  %  también  está  en  estado  de  ebriedad;  la 
mortalidad  infantil  de  Chile,  la  más  alta  de  todo 
el  mundo  (200  por  1,000),  se  debe,  en  gran  parte, 
a  la  embriaguez  de  sus  padres. 

¿Qué  efectos  tiene  el  alcoholismo  en  el  orden 
religioso?  Ño  basta-  considerar  que  la  embriaguez 
es  un  pecado  que,  a  su  vez,  suele  incluir  otros 
como  el  daño  de  la  propia  salud  y  el  descuido  cri- 
minal de  las  personas  de  la  familia,  y  la  herencia 
de  toda  clase  de  taras  vergonzosas  que  deja  a  sus 
hijos.  Es  preciso'  ir  al  fondo  del  asunto,^  para  ver 
si  en  su  raíz  el  problema  es  de  orden  económico- 
social  o  simplemente  moral.    Tengo  para  mí  que 


[  101  ] 


HUMBERTO        MUÑO     Z  R. 

entre  la  clase  alta,  la  causa  de  la  embriaguez  es  de 
orden  casi  siempre  moral;  no  así  entre  el  pueblo 
que  gime  entre  las  garras  de  un  vicio  de  que  él  no 
es  el  único  ni  siquiera  el  principal  responsable.  Exis- 
te ciertamente  el  tipo  del  vicioso,  del  que  si  qui- 
siera, podría  dejar  el  licor.    A  ésos,  no  trato  de 
defender  ni  de  disculpar.    Pero  me  interesan  más 
aquéllos  que  son  víctimas  de   sus   condiciones  de 
vida.    La   herencia  araucana   es   ciertamente  un 
factor  de  alcoholismo,  que  podría  evitarse  quizás, 
en  gran  parte,  con  una  adecuada  educación.  Mas, 
¿qué  se  ha  hecho  en  este  sentido?   Agreguemos  la 
desnutrición  — ^hecho  innegable  a  base  de  estadís- 
ticas—  y  que  pide  en  reemplazo  del  alimento  las 
calorías  del  alcohol.   Salarios  insuficientes  e  igno- 
rancia sobre  el  modo  de  aprovecharlos,  nos  da  la 
desnutrición  que  nos  lleva  inevitablemente  al  al- 
coholismo.  A  lo  que  se  agrega  la  deshidratación. 
Me  contaba  un  médico  que  hizo  estudios  especia- 
les en  varios  fundos  de  la  provincia  de  Aconcagua, 
que  el  peón  no  bebe  durante  el  trabajo  ni  durante 
las  comidas,  a  pesar  de  su  trabajo  bajo  el  sol.  El 
día  del  pago  está  tan  deshidratado,  que  siente  la 
necesidad  fisiológica  de  la  bebida.   Si  nuestro  pue- 
blo bebiera  en  las  comidas  y  en  su  hogar,  en  parte 
no  pequeña  se  evitaría  este  problema.   Hemos  de 
agregar  la  ausencia  casi    absoluta    de  diversiones 


[  102  ] 


CAT    OLICISMO       CHI  LENO 


populares,  a  lo  que  se  suma  el  ningún  atractivo  del 
hogar,  para  comprender  las  fuerzas  casi  irresisti- 
bles que  empujan  al  obrero  del  campo  y  ,de  la  ciu- 
dad hacia  la  taberna,  de  la  que  no  lo  podremos 
apartar  con  sermones  ni  afiches,  sino  cambiando 
las  condiciones  económico-sociales  que  la  produ- 
cen. Lo  demás  es  perder  tiempo  y  tomar  un  acti- 
tud farisaica. 

Algo  muy  semejante  sucede  con  el  problema  de 
la  habitación.  Ya  casi  nos  hemos  acostumbrado  a 
oír  el  dato  terrible:  faltan  400,000  casas  en  Chile. 
Se  necesitan  9,000  más  por  año.  Un  plan  inme- 
diato para  remediar  este  problema  requiere  la  suma 
de  quinientos  millones  de  pesos.  Parémonos  a 
considerar  las  consecuencias  de  este  hecho  en  el 
orden  religioso.  La  ausencia  de  casa  material  trae 
como  secuela  inevitable  la  ausencia  de  hogar  en  el 
sentido  moral,  y  la  ausencia  de  ese  hogar  acarrea 
la  destrucción  de  la  familia,  familia  que  no  sólo 
es  la  célula  madre  de  la  socie^dad  civil,  sino  tam- 
bién de  la  Iglesia.  Según  el  concepto  cristiano  de 
la  familia,  el  hogar  debe  ser  un  templo  en  que  los 
esposos  sean  los  sacerdotes  encargados  de  que  los 
hijos  y  la  servidumbre  encuentre  allí  un  ambiente 
santo  que  invite  a  alabar  á  E>ios.  Según  San  Pablo, 
el  varón  representa  a  Cristo  y  la  esposa  a  la  Igle- 
sia, de  cuya  unión  fecunda  han  de  venir,  no  sim- 


[  103  ] 


H    U    M    B    E    R    T    O        MUÑOZ.  R. 

plemente  los  hijos,  sino  los  hijos  de  Dios.  Y  esta 
familia  cristiana  tiene  como  modeló  al  hogar  de 
Nazareth. 

Veamos  lo  que  aquí  sucede  en  la  práctica.  La 
escasez  de  habitaciones  obliga  a  las  familias  a  vivii, 
no  en  una  casa,  sino  en  una  pieza,  generalmente 
en  un  conventillo.  Dos,  tres  o  cuatro  camas,  para 
seis,  ocho  o  diez  personas.  Dos  o  tres  en  cada 
cama.  Los  niños,  desde  pequeños  se  inician  en  lo,^ 
secretos  de  la  vida  conyugal;  los  más  grandes  son 
testigos  de  las  mayores  irregularidades  matrimo- 
niales; se  multiplican,  incluso,  los  más  vergonzo- 
sos insectos.  Esa  misma  pieza  que  sirve  de  dormi- 
torio, comedor,  sala  de  recibo  y  cocina,  no  es  cier- 
tamente el  hogar  europeo  que  atrae  a  toda  la  fami- 
lia. La  mujer,  desgreñada  y  de  mal  genio,  tiene 
que  quedarse  ahí  cocinando  o  lavando;  el  hombre 
se  va  a  la  cantina  o  pasea  con  sus  amigos,  y  los 
niños  se  entretienen  en  la  calle  o  en  cualquier  lugar 
menos  en  su  casa.  Las  muchachas,  desde  muy  pe- 
queñas, son  bestialmente  solicitadas  por  los  hom- 
bres y  no  encuentran  en  su  familia  ni  la  menor 
comprensión  ni  defensa  en -sus  peligros.  Ante  es- 
tos hechos  reales,  ¿podemos  exigir  de  esa  gente 
la  moralidad  que  supone  una  familia  y  un  hogar 
bien  constituidos?  A  lo  que  se  agregan  otros  datos 
desoladores;  el  29  %  de  la  natalidad   chilena  es 


[  104  ] 


CATOL-ICIS   MO  CHILENO 


iiegítíina.  Y  casi  no  podría  ser  de  otro  modo, 
mientras  se  mantengan  las  actuales  condiciones.  Sí 
en  muchos  casos  el  salario  no  basta  para  una  per- 
sona, ¿quién  se  atreverá  a  cargar  con  la  responsa- 
bilidad de  toda  una  familia?  He  conversado  con 
un  grupo  de  muchachones  de  un  fundo,  todos  los 

'  cuales  tendrían  alrededor  de  los  veinte  años.  Nin- 
gitíno  pensaba  en  el  matrimonio  como  algo  posible, 

X^porqü^  eso  era  para  los  ricos,  o  a  lo  más,  para  los 
inquili^1|DS.  Y  en  verdad  qu€  no  sentían  mucho 
su  neccísidad,  porque  se  las  arreglaban  como  po- 
dían, a  lo  menos  para  sus  necesidades  fisiológicas. 
Para  muchos  hombres,  el  matrimonio  no  sólo  sig- 
nifica una  grave  dificultad  económica,  sino  tam- 
bién la  pérdida  del  trabajo.  Hace  poco  apareció 
en  los  periódicos  de  provincia  un  ignominioso  avi- 
so, solicitando  "enganches"  para  las  salitreras,  en 
los  que  solamente  se  permitía  un  30  %  de  casados. 
Uno  se  imagina  la  vida  en  las  salitreras  entre  hom- 
bres solos,  o  a  lo  más,  visitados  periódicamente  por 
mujeres  de  mala  vida,  y  las  tragedias  que  quedan 
muchas  veces  en  el  centro  del  país,  porque  hombres 
que  eran  casados,  tuvieron  que  irse  como  solteros 
y  dejar  aquí  su  familia  abandonada.  Y  pensar 
que  este  problema  no  se  siente  únicamente  en  el 
pueblo,  sino  que  también,  con  mucha  frecuencia 
y  dureza,  en  la  clase  media,  donde  los  numerosos 


[  105  ] 


HUMBERTO        MUÑOZ  R. 

empleados  de  sueldo  básico,  no  tienen  posibilida- 
des de  casarse.  Y  todo  esto  trae  como  consecuencia 
la  multiplicación  de  prostíbulos,  las  solicitaciones  y 
''engaños"  frecuentes  a  niñas  que,  a  su  vez,  ade- 
más de  la  tentación  carnal,  sienten  también  la  ne- 
cesidad de  un  poco  de  dinero  para  vestirse  con  más 
decencia.  Y  el  vicio  de  la  carne  llega  a  ser  tan  co- 
mún y  desvergonzado,  que  aparece   por  doquier, 
a  tal  punto  que  quienes  conocen  muchos  países, 
dicen  no  haber  visto  nada  semejante  en  ninguna 
parte.  ¿Bastarán  las  buenas  palabras  para  remediar 
este  mal?  Existe,  ciertamente,  el  tipo  de  solterón 
corrompido  e  incivilizado,  que  se  resiste  al  matri- 
monio monogámico,  para  dejarse  guiar  quizás  por 
sus  instintos  atávicos  de   la   poligamia  araucana; 
pero  existe  también  el  cáso,  y  muy   frecuente  por 
desgracia,  del  que,  por  circunstancias  económicas, 
sencillamente  no  puede  casarse.   Y  aquí,  una  vez 
más,  hemos  de  abordar  un  problema  material  junto 
a  otro  del  espíritu. 

Hay  otras  circunstancias,  aunque  ya  menores, 
que  dificultan  el  2íCceso  del  pobre  a  la  Iglesia,  y 
son  las  que  provienen  de  los  horarios  de  trabajo. 
Es  costumbre  tradicional  en  nuestros  campos  que 
los  inquilinos  trabajen  los  seis  días  de  la  semana 
para  el  patrón,  y  que  sólo  dispongan  de  tiempo  y 
medios  de  trabajo  para  su  tierra  el  domingo,  cuya 


[  106  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 

mañana,  por  lo  menos,  la  pasan  cultivando  su 
cerco.  Otro  tanto  sucede  con  los  obreros  de  ciu- 
dades y  minas,  principalmente  entre  los  que  tienen 
turnos  de  noche,  que  no  pueden  estar  disponibles 
en  la  mañana  del  domingo.  Lo  mismo  numerosos 
repartidores  que  trabajan  igualmente  esas  maña- 
nas. Habría  que  luchar  ciertamente  por  corregir 
esos  defectos  y  obtener  que,  en  lo  posible  (a  veces 
la  industria  moderna  no  lo  permite) ,  se  guardara 
e\  descanso  dominical;  pero  entre  tanto,  tal  vez 
sería  más  práctico  que  la  iglesia  misma  facilitara 
el  acceso  al  templo,  estableciendo  misas  vespertinas 
o  nocturnas,  principalmente  en  países  como  el 
nuestro,  que  tiene  tan  poco  clero. 

Después  de  este  ligero  esbozo  del  problema 
social  chileno,  mirado  desde  el  punto  de  vista  re- 
ligioso, cabe  interrogar  a  la  Iglesia  acerca  de  la  ac- 
titud que  ella  ha  tomado. 

Si  retrocedemos  a  la  época  de  la  Colpnia,  nos 
encontraremos  con  un  panorama  magnífico.  Los 
obispos  y  ambos  cleros  tomaron  decididamente  la 
defensa  del  indígena,  que  era  el  proletario  de  en- 
tonces, y  lucharon  denodadamente  con  gobernado- 
res y  encomenderos  por  abolir  el  servicio  personal 
y  establecer  tasas  razonables.  Y  fué  mucho  lo 
que  en  realidad  consiguieron.  Pero,  a  partir  de  la 
Independencia  — como  ya   lo  anotamos  en  el  ca- 


[  107  ] 


HUMBERTO        MUÑOZ  R. 


pítulo  primero —  se  nota  un  cambio  en  la  posición 
histórica  de  la  Iglesia.  Pierde  ésta  visiblemente  te- 
rreno, y  no  tiene  la  vitalidad  necesaria  para  tomar 
las  iniciativas  fundamentales.  No  quiere  esto  decir 
que  haya  claudicado  en  sus  principios,  ni  siquiera 
que  haya  descuidado  una  actitud  práctica  de  cari- 
<iad  frente  a  los  pobres.  No.  Todo  lo  contrario. 
Es  siempre  la  Iglesia,  a  lo  largo  de  todo  el  siglo 
XIX  la  que  lleva  la  iniciativa  en  toda  clase  át 
obras  de  beneficencia.  Testigo  de  ello  es  el  por- 
centaje casi  absoluto  de  hospitales,  asilos,  etc.,  etc., 
levantados  por  los  católicos;  pero  cuando  llega  a 
lo  que  propiamente  se  llama-  la  cuestión  social,  no 
pudo  o  no  supo  abordarla  de  frente  y  en  teda  su 
magnitud.  A  la  encíclica  "Rerum  Novarum",  de 
León  XIII.  hizo  eco  una  hermosa  pastoral  del  Ar- 
zobispo Casanova,  y  aun  hubo  una  efectiva  pre- 
ocupación por  los  obreros,  como  lo  atestiguan  la 
Unión  Nacional  y  los  Obreros  de  San  José,  que 
aun  no  mueren  completamente.  Se  abrieron -tam- 
bién casas  de  ejercicios  en  todas  las  principales  pa- 
rroquias de  la  antigua  arquidiócesis  de  Santiago 
y  se  destinaron  principalmente  a  los  trabajadores 
del  campo  y  la  ciudad.  En  tiempos  posteriores  se 
han  hecho,  incluso,  ensayos  de  divulgación  y  aun 
de  realización  de  la  doctrina  social  cristiana,  con 
^xponentes  tan  magníficos  como  el   Padre  Vives, 


[  108  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 


cuyos  discípulos   permanecen   en   la   Liga  Social. 
También  es  un  hermoso  exponente  de  estas  pre- 
ocupaciones el  Pbro.  Guillermo  Viviani,  a  quien  se 
debe  en  no  pequeña  parte,  la  Ley  4054  sobre  Segu- 
ro Obrero,  y  en  el  campo  técnico  social,  la  ley  de 
Medicina  Preventiva  del  Dr.  Cruz  Coke.  La  misma 
Acción  Católica,  por  medio  del  Secretariado  Eco- 
nómico-Social, ha  hecho  tentativas  de  realizacio- 
nes.  Agréguese  a  esto  muchas  hermosas  iniciativas 
de  patronos  católicos  en  favor  de  sus  inquilinos, 
principalmente.  Pero  todas  estas  actividades,  y  mu- 
chas más,  que  se  podrían  nombrar  para  completar 
la  lista,  han  adolecido  de  un  defecto  común.  Este 
defecto  ha  sido  el  temor  e  impotencia  de  abordar  el 
problema  social  de  frente  y  querer  dar,   como  de 
hecho  se  le  ha  dado,  a  la  acción  social  católica  un 
carácter  patronal.   Se  ha  querido  siempre  trabajar 
de  arriba  hacia  abajo,  se  ha  tomado  respecto  de  ellos 
una  actitud  protectora  y  limosnera,  como  aquellos 
dueños  de  fundos  que  se  niegan  a   pagar  salarios 
justos  y  son  muy  amantes  de  llevar  grandes  regalos 
en  la  Pascua.   Se  ha  temido  hablar  de  frente  a  los 
obreros  acerca  de  sus  derechos  y  de  la  necesidad  de 
.  luchar  por  sus  reivindicaciones.   Se  ha  esperado 
— ingenua  o  maliciosamente —  que  los  capitalistas 
den  su  asentimiento  a   cualquiera   mejora   de  las 
condiciones  de  trabajo  y  de  salarios.  Se  parte  de  la 


[  109  .] 


HUMBERTO        MUÑOZ  R. 


base  que  nunca  es  lícito  enfrentarse  a  los  poten- 
tados o,  a  lo  menos,  que  no  es  prudente.  Las  inicia- 
tivas del  proletariado  siempre  se  tomaron  como  sos- 
pechosas o  subversivas.  Se  ha  temido  condenar 
abiertamente  a  aquellos  patrones  católicos  que  no 
cumplen  con  sus  deberes  de  justicia.  Se  han  iden- 
tificado los  intereses  de  la  Iglesia  c0n  los  de  la  oli- 
garquía y  se  ha  sentido  recelo  de  los  más  justos 
derechos  del  proletariado. 

El  resultado  de  todo  esto  ha  sido  que  la  cuestión 
social,  no  solamente  no  se  ha  podido  solucionar, 
sino  que  el  pueblo  no  ha  visto  en  la  Iglesia  la  leal 
defensora  de  sus  intereses,  preparando  el  terreno  a 
la  predicación  marxista,  que  sindica  a  la  religión 
com.o  el  opio  del  pueblo.  La  Iglesia  ha  perdido  la 
confianza  del  obrero,  que  se  aleja  visiblemente  de 
ella,  principalmente  en  sus  exponentes  de  mayor 
calidad,  aquéllos  que  están  dispuestos  a  luchar  por 
sus  reivindicaciones.  Se  ha  llegado  a  decir  que  la 
religión  es  para  los  ricos  y  que  a  los  pobres  sólo  se 
les  trata  de  engañar  para  seguir  explotándolos. 

Por  otra  parte,  y  esto  es  muy  digno  de  notarse, 
el  marxismo,  por  medio  de  sus  ramas  de  socialis- 
tas y  comunistas,  ha  aparecido  como  lo'  único  que 
sincera  y  valientemente  lucha  por  la  reivindicación 
del  proletariado.  No  quiero  defender  los  errores  de 
su  doctrina  ni  sus  "tácticas  muchas  veces  injustas, 


[  110  ] 


1 


CATOLICISMO  CHILENO 


sólo  quiero  hacer  notar  que  a  los  ojos  del  pueblo, 
ellos  son  sus  hermanos,  los  únicos  de  quienes  pueden 
esperar  la  solución  de  los  agudos  problemas .  que 
sienten  en  carne  propia.  La  propaganda  se  ha  hecho 
hábilmente  y  han  ido  resueltamente  a  la  lucha  de 
clases,  lucha  condenable  por  cierto,  pero  que  a  los 
ojos  del  pueblo  se  presenta  como  la  única  solución 
posible  por  la  cual  todo  hay  que  sacrificarlo-,  Y 
el  obrero  se  ha  sacrificado  generosamente  (no  hablo 
aquí  de  los  dirigentes  que  a  veces  los  explotan) ,  y 
con  el  sacrificio  ha  aprendido  a  amar  la  causa  que 
defiende,  y  lo  que  es  peor,  muchas  veces  ha  incluí- 
do  a  los  curas  en  la  clase  de  los  ricos  a  quienes  odia. 
Y  así,  no  por  vía  dogmática,  sino  pragmática  y 
social,  se  ha  alejado  de  esa  religión  que  aun  ama  y 
mantiene  en  su  corazón. 

Frente  a  esta  dolorosa  situación,  se  impone  un 
cambio  radical  en  la  política  social  de  la  Iglesia. 
Aunque  en  gravísimo  peligro  de  perderse,  la  rup- 
tura del  pueblo  no  está  aún  consumada.  Por  tác- 
tica y  conveniencia,  el  socialismo  y  el  comunismo 
no  se  han  mostrado  totalmente  cómo  son  a  la  masa 
de  sus  adeptos.  Se  les  ha  hablado  de  mejoramien- 
to social  y  justas  reivindicaciones.  No  se  les  ha  ha  - 
blado de  los  principios  materialistas  y  ateos  en  que 
se  fundamentan.  Y  esto  quiere,  decir  que  ellos  se 
consideran  simultáneamente  marxistas  y  católicos; 


[  111  ] 


HUMBERTO        MUÑOZ  R. 

porque  no  ven  la  incompatibilidad.  Pero  el  día  en 
que  ésta  aparezca  clara  ante  sus  ojos  y,  por  otra 
parte,  vean  que  esa  alma  de  verdad  marxista  se 
encuentra  más  segura  y  hermosa  en  el  catolicismo, 
cuando  comprendan  que  para  la  conquista  de  los 
bienes  materiales  no  debeiu  renunciar  a  los  espiri- 
tuales, cuando  se  interesen  por  vivir  bien  aqui  y  al- 
canzar también  la  vida  eterna,  cuando  comprendan 
que  sus  nobilísimas  aspiraciones  están  bendecidas 
por  la  Iglesia  y  que  forman  parte  del  mandamien- 
to de  la  caridad,  que  es  obligatorio  para  todo  hom- 
bre y  en  especial  para  todo  cristiano,  cuando  se 
sientan  comprendidos  y  apoyados  por  la  Iglesia, 
un  nuevo  horizonte  se  abrirá  ante  su  vista  y  un 
nuev^o  panorama  se  presentará  también  para  el 
porvenir  de  la  Iglesia. 

Mas,  es  de  todo  punto  indispensable  que,  frente 
a  la  cuestión  social,  los  católicos  nos  atrevamos  a 
tomar  el  toro  por  las  astas,  para  emplear  una  ex- 
presión que,  aunque  vulgar,  es  gráfica.  No  hemos 
de  tomar  una  pura  actitud  patronal  y  de  beneficen- 
cia, muy  buena  pero  insuficiente,  sino  que  hemos 
de  ir  al  obrero,  al  obrero  que  lucha,  y  prepararlo 
para  una  restauración  cristiana  de  la  sociedad.  Es 
necesario  y  justo  que  el  obrero  se  sienta  gestor  de 
su  propia  epopeya,  y  que  la  Iglesia  le  preste  su  va- 
lioso apoyo  moral  y  aun  económico,  cada  vez  que 


[  112  ] 


CATOLICISMO       C   H-  I    L    E    N  O 

defienda  su  justa  causa,  aunque  para  ello  tenga  que 
indisponerse  con  los  poderosos  de  la  tierra,  por 
muy  católicos  que  sean,  aunque  dejen  morirse  de 
hambre  a  los  párrocos  de  los  campos,  y  aunque 
tengamos  que  sufrir  persecución  por  causa  de  la 
justicia.  Perdamos  la  esperanza  de  que  los  capita- 
listas sean  quienes  arreglen  la  cuestión  social,,  y  jun- 
gamos la  confianza  en  los  obreros,  bendigamos  sus 
legítimos  esfuerzos,  y  hagamos  todo  lo  que  esté 
de  nuestra  parte  por  capacitarlos  para  luchar  de- 
nodadamente, dentro  de  los  principios  cristianos 
se  entiende,  por  la  reivindicación  social. 

¿Es  dable  esperar  ¡de  los  católicos  chilenos  una 
actitud  semejante?  No  quiero  ocultar  un  cierto  es- 
cepticismo al  respecto.  Las  conquistas  sociales  cris- 
tianas no  suelen  ser  el  antecedente  de  la  labor  re- 
ligiosa, sino,  por  el  contrario,  su  fruto  maduro. 
En  los  primeros  siglos,  el  movimiento  de  liberación 
de  la  esclavitud  no  comenzó  teorizando  sobre  el  de- 
recho a  la  libertad,  sino  que  ésta  vino  como  un 
fruto  de  la  caridad  y  de  la  vida  cristiana  integral. 
Lo  mismo  podemos  decir  de  los  gremios  de  la  Edad 
Media,  que  no  fueron  planeados  por  sociólogos.- 
siíio  que  fueron  el  resultado  o,  por  lo  menos,  parte 
integrante  de  un'a  organización  cristiana  de  la  so- 
ciedad. Ahora,  en  cambio,  tenemos  una  doctrina 
magnífica,  claramente  establecida  y  promulgada  por 


[  113  T 


HUMBERTO        M     U     Ñ     O  Z 


León  XIII  y  Pío  XI,  mas,    ¿tenemos  el  suficiente 
espíritu  cristiano  para  llevarla  a  la  práctica!*  Por- 
que, al  revés  de  las  cuestiones  dogmáticas,  que  in- 
teresan solamente  al  espíritu,  la  solución  del  pro- 
blema social  incluye  muchas  veces  sacrificios  pecu- 
niarios de  parte  de  aquéllos  que  se  benefician  con 
la  injusticia  del  régimen  actual,  y  no  se  resignan  a 
perder  su  situación  privilegiada,   por   injusta  que 
ella  sea.   Y  ya  hemos  visto  la  calidad  de  nuestro 
cristianismo,  que  se  caracteriza  más  por  el  tradi- 
cionalismo que  por  el  vigor  del  espíritu.   A  lo  que 
se  agrega  la  corrupción  del  criterio  liberal,  que  es- 
tablece un  divorcio  entre  los  postulados  dogmáticos 
y  las  exigencias  sociales,  a  tal  punto  que  aquellos 
mismos  que  estarían'  dispuestos  a  defender  con  su 
vida  el  Cuerpo  de  Cristo  en  la  Eucaristía,  no  ten- 
drán la  fe  suficiente  para  ver  el  Cuerpo  Místico  de 
Cristo  en  la  humanidad  doliente  por  falta  de  justi- 
cia.  Y  por  esta  razón,  al  revés  de  cuando  encon- 
trábamos la  raíz  de  defectos  morales   en  factores 
económico-sociales,  al  buscar  ahora  la  solución  al 
problema  social,  no  la  vemos  tanto  en  la  técnica  y 
sistemas,  que  al  fin  y  al  cabo  son  secundarios  y 
dependen  de  quien  los  aplique,  sino  que  esa  solución 
la  divisamos  sólo  en  una  intensificación  de  la  vida 
del  espíritu,  en  un  auténtico  y  leal  cristianismo,  que 
no  rehuya  las  obligaciones  sociales.   Porque  al  fin 


[  114  ] 


CATOLICIS    MO  CHILENO 


de  cuentas,  la  lucha  empeñada  entre  el  marxismo 
y  el  cristianismo,  es  una  lucha  entre  el  concepto  ma- 
terialista de  la  vida,  y  el  que  da  la  primacía  a  lo 
espiritual.  Pero  nada  sacamos  con  que  nuestra 
doctrina  sea  espiritual,  si  no  lo  es  también  nuestra 
vida,  si  en  la  práctica  no  somos  capaces  de  antepo- 
ner los  intereses  del  espíritu  a  los  de  la  materia. 


[  115  ] 


VI.  EL  PROTESTANTISMO 


Durante  la  Colonia,  los  únicos  protestantes  que 
pisaron  nuestro  territorio  fueron  los  corsarios  y 
filibusteros  ingleses  y  holandeses  que  amagaron 
nuestras  costas  y  saquearon  todos  los  puertos  de 
Ancud  á  Coquimbo.  Pero  sus  depradaciones,  sin 
embargo  de  ser  muy  considerables,  quedaron  redu- 
cidas al  campo  de  lo  material  y  no  pueden  compa- 
rarse con  los  ingentes  daños  que  los  misioneros 
evangélicos  realizan  en  el  terreno  de  la  fe  y  de  la 
espiritualidad. 

Ya  en  1821  llegó  el  primer  propagandista  de 
la  Biblia  protestante  en  la  persona  de  don  Diego 
Thompson.  En  1837  vino  un  capellán  de  la  igle- 
sia anglicana  para  la  atención  de  la  colonia  ingle- 
sa. En  1873,  el  Rev.  David  Trumbull  establece  la 


[  117  ] 


HUMB    ERTO        MUÑ    OZ  R. 

iglesia  presbiteriana,  y  en  1877  el  obispo  William 
Taylor  inicia  la  obra  metodista.  A  éstas  se  han 
ido  agregando  la  iglesia  bautista,  la  alianza  cris- 
tiana y  misionera,  los  adventistas,  el  ejército  de 
salvación,  las  sociedades  bíblicas  y  las  asociacio- 
nes cristianas  de  jóvenes  y  señoritas.  El  año  1909 
marca  una  fecha  importante:  se  funda  la  iglesia 
pentecostal,  separándose  de  la  adventista.  El  pro- 
testantismo chileno  es  ya  lo  suficientemente  sóli- 
do para  formar  sectas  aparte  que  se  bastan  a  sí 
mismas  y  que  realizan  una  labor  verdaderamente 
extraordinaria  de  proselitismo.  Desde  esa  fecha, 
las  sectas  chilenas  se  multiplican  en  tal  forma,  que 
sería  imposible  enumerarlas.  Será,  sin  embargo, 
interesante  conocer  cómo  se  originan  muchas  de 
ellas.  Al  autor  de  estas  líneas  le  tocó  viajar  de 
Llay-Llay  a  Santiago,  junto  a  una  señorita  que 
ostentaba  el  uniforme  del  Ejército  Evangélico.  ~  En 
la  intimidad  de  la  conversación  ella  contó  sus  úl- 
timos sufrimientos.  Venía  de  Valparaíso,  donde 
había  predicado  ocho  días  en  la  plaza  Echaurren. 
Durante  todo  el  tiempo  levantó  cátedra  frente  a 
ella  otro  pastor,  cuya  historia  ella  me  contaba:  era 
de  nuestra  misma  secta  y  en  circunstancia  que  el 
pastor  debió  ausentarse  de  Valparaíso,  él  fué  de- 
signado para  reemplazarlo.  Este  aprovechó  la  oca- 
sión y  se  alzó  con  los  fondos  y  con  los  fíeles  y 


[  118  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 

fundó  una  nueva  secta.  Ella,  entonces,  se  defendía 
públicamente  en  tono  profético:  lo  que  Ud.  hizo 
con  nosotros,  otro  lo  hará  con  Ud.  Y  asi  se  mul- 
tiplican las  sectas,  y  también  los  prosélitos,  ya  que, 
según  el  informe  chileno  a  la  Primera  Semana  In- 
teramericana  de  Acción  Católica,  existen  en  Chile 
200,000  protestantes,  la  cifra  más  alta  de  toda  la 
América  Latina.  Y  éste  no  es  el  mayor  daño  de  la 
acción  protestante,  sino  el  número  inmensamente 
mayor  de  los  que  pierden  la  fe  y  llegan  al  más  ab- 
soluto escepticismo,  lo  que  se  origina  de  varías 
maneras.  Con  alguna  frecuencia,  los  hijos  de  pro- 
testantes no  siguen  la  religión  de  sus  padres,  sino 
que  se  avergüenzan  de  ella.  Otros,  estupefactos 
ante  las  razones  en  pro  del  catolicismo  y  en  pro 
del  protestantismo,  son  impotentes  para  tomar  una 
resolución  y  caen  en  el  escepticismo.  Gran  núme- 
ro de  los  que  ingresan  a  alguna  secta,  sólo  pueden 
soportar  por  algún  tiempo  la  moral  que  les  exi- 
gen, especialmente  en  lo  que  al  alcohol  se  refiere, 
y  abandonan  la  secta,  pero  no  regresan  al  catoli- 
cismo. Muchísimos,  de  la  abundante  propaganda 
protestante,  captan  sólo  el  aspecto  negativo  de 
impugnación  a  la  Iglesia  Católica,  que  es  lo  que 
hacen  con  más  entusiasmo  y  dedicación,  y  pierden 
la  fe  tradicional  sin  reemplazarla  por  ninguna.  Y 
así,  la  propaganda  protestante,  junto  á  un  núme- 


[  119  ] 


HUMB    ERTO        MUÑOZ  R. 

ro  de  prosélitos  relativamente  pequeño  que  logra 
disciplinar  y  lanzar  al  apostolado,  va  dejando  por 
todas  partes  una  ancha  estela  de  incredulidad. 

¿Cómo  hacen  su  obra  de  apostolado?  Debemos 
recalcar  el  hecho  que  desde  el  comienzo  y  ahora 
más  que  nunca,  la  propaganda  protestante  ha  sido 
impulsada  de  los  Estados  Unidos.  Desde  allá  lle- 
gan misionaros,  dinero  y  toda  clase  de  material  de 
propaganda,  en  tal  abundancia,  que,  poir  lo  gene- 
ral no  se  puede  competir  con  los  débiles  recursos 
de  la  Iglesia  en  nuestra  patria.  Este  hecho  pesa 
dolorosamente  el  corazón  de  los  católicos  chilenos 
que,  aunque  se  congratulan  con  la  política  de  bue- 
na vecindad  y  quisieran  mantener  relaciones  muy 
amistosas  con  la  gran  nación  del  Norte,  ven  llegar 
de  allá  los  puñales  que  van  desgarrando  el  catoli- 
cismo chileno.  Y  este  hecho  de  orden  espiritual  y 
trascendente,  no  puede,  en  manera  alguna  ser  des- 
virtuado ni  disminuido  por  ventajas  materiales, 
por.  grandes  que  ellas  sean.  Mientras  el  peligro 
protestante  siga  viniendo  del  Norte,  no  podremos 
tener  confianza  plena  en  la  amistad  con  Estados 
Unidos.  Por  otra  parte  — ahecho  doloroso  tam- 
bién— ,  los  católicos  norteamericanos  casi  nada 
hacen  por  nosotros,  mientras  sus  connacionales 
protestantes  no  omiten  ningún  esfuerzo  ni  activi- 
dad que  tienda  a  la  destrucción  del  catolicismo. 


[  120  1 


.CATOLICISMO  CHILENO 

A  esto  se  agrega  el  apoyo  de  nuestro  propio  go- 
bierno. El  pastor  Muñoz,  representante  de  Chile 
al  Congreso  Evangélico  celebrado  en  Buenos  Ai- 
,  res  en  junio  de  1940,  hace  esta  declaración:  "El 
actual  gobierno  da  muchas  facilidades  a  las  Igle- 
sias Evangélicas;  como  también  la  prensa,  aun  la 
conservadora"  (1).  A  la  Acción  Católica  se  le 
ha  negado  permiso  para  una  colecta  •  nacional 
y,  en  cambio,  no  sólo  se  da  permiso  hace  ya 
varios  años  al  Ejército  de  Salvación,  sino  que 
se  encarga  a  los  propios  Intendentes  organizar  di- 
cha colecta,  y  hubo  uno  que  este  año  encargó  de 
esto  a  los  profesores  primarios.  Gracias  a  la  opor- 
tuna intervención  de  un  diputado  conservador,  se 
evitó  la  violación  de  la  conciencia  de  muchos  pro- 
fesores católicos  o  de  otras  ideologías,  que  habrían 
sido  obligados  a  recolectar  fondos  para  una  obra 
que  ellos  repudian.  Lo  mismo  sucede  con  las  ma- 
nifestaciones públicas  y  predicaciones  callejeras. 
Cada  vez  que  los  católicos  necesitamos  hacer  pro- 
cesiones u  otros  actos  públicos  de  nuestra  fe,  he- 
mos de  elevar  una  solicitud  a  la  autoridad  corr»- 
ppndiente  y  someternos  a  las  disposiciones  genera- 
les de  orden  público.  Los  protestantes,  en  cambio, 
sin  avisos  ni  autorización  de  ninguna  especie,  rea- 

(1)     "Informe  Oficial   del   Congreso    Evangélico*'.  Bueno» 
■Aires.  1940.   Pág.  90. 


[  121  ] 


HUMBERTO        MU  ÑOZ 

lizan  diariamente  sus  procesiones  y  desfiles,  y  en 
sus  locales  molestan  al  vecindario  con  ruidos  hasta 
una  hora  avanzada,  en  que  esto  no  lo  permiten  los 
reglamentos  municipales.  En  sus  manifestaciones 
callejeras,  ellos  no  se  limitan  a  combatir  abierta- 
mente la  religión  desde  el  punto  de  vista  doctrinal, 
sino  que  también  emplean  el  insulto  y  la  calum- 
nia respecto  de  los  sacerdotes  y  del  Papa. 

Para  su  propaganda  entre  la  clase  media,  se  sir- 
ven de  colegios  y  los  espléndidos  locales  de  la  aso- 
ciación cristiana  de  jóvenes;  pero  indiscutiblemen- 
te que  a  la  masa  llegan  por  medio  de  la  predicación 
callejera.  Tienen  equipos  y  brigadas  de  predicado- 
res, que  recorren  incesantemente  los  barrios  y  los 
pueblos  más  apartados,  con  una  constancia  y  sa- 
crificio dignos  de  mejor  causa,  aun  cuando  nadie 
los  escuche,  y  así  van  sembrando  la  semilla  del 
error.  Todos  los  grupos  de  predicadores  tienen 
coros  bien  ensayados  para  atraer  ^  nuestro  pueblo 
tan  amante  del  canto.  Algunos  usan  también  pe- 
queñas bandas  de  instrumentos  músicos,  y  últi- 
mamente he  visto  hasta  una  bailarina  araucana  que 
con  sus  danzas  atrae  los  oyentes  a  las  predicaciones 
y  a  los  donantes  de  las  limosnas  con  que  mantienen 
su  propia  propaganda.  Esta  propaganda  es  verda- 
deramente abrumadora;  pero  cuando  en  los  cam- 
pos o  barrios  populares  se  hacen  procesiones  pe- 


[  122  ] 


CATOLICISMO       C  HILENO 

riódicas  con  predicación  callejera  de  seglares  o  sa- 
cerdotes, no  pueden  resistir  la  competencia  y  huyen 
a  otros  sitios. 

En  la  propaganda  impresa  y  radial  sobresalen 
principalmente  los  adventistas  del  séptimo  día.  La 
revista  "Atalaya",  aunque  editada  en  Buenos  Ai- 
res, se  difunde  ampliamente  en  nuestra  patria,  y 
hay  que  reconocer  que  está  bien  presentada.  Lo 
mismo  hay  que  decir  de  sus  numerosos  libros,  que 
incesantemente  los  colportores  ofrecen  a  los  mismos 
sacerdotes.  Suelen  insinuarse  muy  hábilmente,  pre- 
sentando libros  de  medicina  y  cocina.  Los  mismos 
libros  doctrinales  no  suelen  tener  ningún  ataque 
en  los  primeros  capítulos,  a  tal  punto  que  un  ca- 
tólico culto  llegó  un  día  a  preguntarme  si  ''Retor- 
no a  la  Razón"  era  efectivamente  un  libro  protes- 
tante, porque  él  lo  había  encontrado  muy  bonito. 
Y  así  es  frecuente  encontrar  estos  libros,  en  los  ho- 
gares más  católicos.  Lo  mismo  podemos  decir  de 
"La  Voz  de  la  Profecía",  cuyo  locutor  se  insinúa 
muy  insidiosamente  y  muchos  católicos  ingieren  el 
veneno  sin  saber  de  donde  viene.  Tuve  la  curio- 
sidad de  seguir  el  curso  por  correspondencia  que 
complementa  la  acción  radial  Ae  "La  Voz  de  la 
Profecía"  .  Me  llamó  la  atención  que  usaran  la  Bi- 
blia católica  de  Torres  Amat.  Pregunté  si  la  esti- 
maban mejor  que  las  protestantes.    Me  contesta- 


[  123  ] 


Ji    U    M    B    E    R    T    o         MU    -.Si     O     Z  R. 

ron  que  más  adelante  se  usaba  ia  Versión  Moder- 
na. Suspendí  el  curso  cuando  se  comenzaron  a  in- 
sinuar las  peticiones  de  dinero  en  unas  clases  que  se 
anunciaban  como  completamente  gratuitas.  En 
resumen,  podemos  decir  que  la  propaganda  impre- 
sa adventista  es  el  típico  lobo  con  piel  de  oveja. 
¡Cuántos  católicos  han  perecido  ya  en  manos  de 
este  lobo! 

¿Que  hacer  frente  a  toda  esta  propaganda?  Mu- 
chos sacerdotes  y  católicos  cultos  subestiman  el  pe- 
ligro que  ella  significa.  No  miran  el  problema 
desde  el  punto  de  vista  de  nuestro^  pueblo,  en  sumo 
grado  ignorante,  sino  que  se  sitúan  en  su  propio 
plano  de  cultura  y  les  parece  imposible  que  pas- 
tores tan  rudos  e  ignorantes  como  suelen  serlo  de 
verdad,  con  predicaciones  tan  mal  hechas,  y  con 
costumbres  tan  ridiculas  como  la  de  orar  en  forma 
de  saltos  y  danzas  histéricas,  puedan  conseguir 
adeptos.  Pero  los  hechos  son  elocuentes.  200,000 
prosélitos  en  un  tiempo  relativamente  breve  es 
una  cifra  que  nos  debe  hacer  meditar  y  temblar. 
No  podemos  seguir  desestimando'  el  peligro  pro- 
testante ni  seguir  la  política  del  avestruz,  que  es- 
conde la  cabeza  para  no  ver.  Si  no  viene  una 
reacción  católica  enérgica  y  pronta,  grandes  masas 
de  católicos  del  pueblo  y  aun  de  la  clase  media,  se 
perderán  irremediablemente  para  la  Iglesia.  Frente 


[  124  ] 


CATOLICIS    MO  CHILENO 


a  los  continuos  ataques,  nos  hornos  de  defender  in- 
cesantemente.   Prohibir  a  los  católicos  que  escu- 
chen sus  predicaciones  y  compren  o  kan  sus  escri- 
tos.  Hemos  de  explicar  de  continuo  desde  el  pul- 
pito y  en  las  clases  de  religión  los  fundamentos  de 
nuestra  fe  y  aquellos  textos  más  discutidos.  He- 
mos de  oponer  el  libro  al  libro  y  el  volante  al  vo- 
lante.  Hemos  de  salir  también,  como  ellos,  a  pre- 
dicar por  las  calles,  y  hemos   de  '  acostumbrar  a 
nuestros  católicos  a  que  también  ellos  hagan  apos- 
tolado por  doquier.   No  siempre  podremos  rehuir 
las  públicas  controversias  periodísticas  o  de  pala- 
bra.  Pero  todo  esto  será  inútil  si  no  hacemos  un 
sincero  examen  de  conciencia  y  cambiamos  nuestra 
actitud. 

Es  también  necesario  decir  una  palabra  sobre  nues- 
tro modo  de  enfocar  el  problema.  A  base  de  libros 
venidos  de  Europa,  tenemos  un  concepto  totalmen- 
te errado  y  anticuado.  Lo  concebimos  y  combati- 
mos como  se  podría  hacerlo  con  Lutero,  y  nos  ol- 
vidamos que  nuestro  protestantismo  criollo  es  muy 
diferente.  Nos  hace  falta  un  manual  del  protestan- 
tismo chileno,  en  que  se  estudien  principalmente  las 
sectas  nacionales  y  se  den  argumentos  apropiados. 
No  interesa  tanto  a  nuestros  evangélicos  discutir  so- 
bre la  libre  interpretación  de  la  Biblia,  porque 
ellos  lo  hacen  espontáneamente  y  sin  hacer  mayor 


[  125  ] 


HUMB    ERTO        MUÑOZ  R. 

cuestión  del  asunto.  Lo  mismp  dígase  sobre  los 
ataques  a  la  vida  privada  de  Lutero  o  Calvino,  que 
a  ellos  les  importa  muy  poco.  Pero,  en  cambio,  ha- 
bría que  demostrarles  con  hechos  que  la  Iglesia  Ca- 
tólica no  prohibe  la  lectura  de  la  Biblia;  que  la  ley- 
seca  no  tiene  un  origen  bíblico,  sino  norteamerica- 
no; que  los  católicos  también  saben  orar  y  cambiar 
de  vida,  y  usar  muchos  argumentos  ad  homincm,  a 
base  de  lo  que  ellos  mismos  creen,  practican  y  viven. 

El  Protestantismo  apareció  en  Europa  en  una  hora 
negra  para  la  Iglesia,  Los  padres  del  Concilio  de 
Trento  comprendieron  que  todo  sería  imposible  si 
no  se  emprendía  valientemente  la  obra  de  la  contra- 
rreforma. Como  toda  herejía,  el  protestantismo  es 
gangrena  de  la  Iglesia  misma.  Hay  que  atacar  las 
causas  profundas  del  mal  y  no  limitarse  a  limpiar  lo 
que  aparece  a  la  superficie.  Si  el  protestantismo  que 
se  diluye  y  retrocede  en  Europa  y  Estados  Unidos, 
tiene  aquí  tanto  éxito,  es  porque  aquí  se  reproducen, 
a  lo  menos  en  forma  equivalente,  las  condiciones 
que  en  otros  siglos  lo  favorecieron  en  Europa.  Por- 
que tenemos  una  fe  inconmovible  en  la  Iglesia  in- 
destructible y  asistida  por  el  Espíritu  Santo,  a  pesar 
de  sus  defectos  humanos,  nos  atrevemos  a  mirar  de 
frente  sus  deficiencias,  seguros  de  que  tienen  reme- 
dio, y  de  que  cuando  la  Iglesia,  libre  de  sus  'dolencias 
y  llena  de  vitalidad,  se  alce  en  medio  del  protestan- 


[  126  ] 


CA    T    OLICISMO  CHILENO 


tismo,  éste  inevitablemente  comenzará  a  deshacerse 
como  el  hielo  junto  al  fuego. 

Piemos  de  comenzar  por  reconocer  el  bajo  nivel 
moral  de  nuestros  católicos.  Existen,  por  cierto,  per- 
sonas muy  santas  y  virtuosas;  pero  tenemos  tam- 
bién el  hecho  triste:  muchos  católicos  que  sólo  lo  son 
de  nombre.  Tienen  fe  ciertamente,  mas  no  ven  o 
no  quieren  ver  la  estrecha  vinculación  que  tiene  con 
la  moral,  y  no  son  pocos  los  casos  de  aquéllos  que, 
al  mismo  tiempo  de  hacer  ostentación  de  su  religio- 
sidad, exhiben  también  públicamente  su  vida  escan- 
dalosa. Y  como  los  católicos  tenemos  en  nuestra 
contra  la  masa  inmensa  de  nuestros  prosélitos,  mu- 
chos de  los  cuales  sólo  son  católicos  por  tradición,  y 
los  protestantes,  en  cambio,  son  todavía  relativamen- 
te muy  pocos,  y  en  el  fervor  de  la  conversión,  a  lo  que 
se  agrega  la  propaganda  farisaica  que  ellos  se  hacen 
de  sus  propias  virtudes,  no  nos  admiremos  que  en- 
tre el  pueblo,  el  ingreso  en  el  protestantismo  signifi- 
que una  elevación  moral,  que  generalmente  se  tradu- 
ce en  el  alejamiento  del  alcohol.  Esto  es  tan  efec- 
livo,  que  muchos  se  convierten  al  evangelio  con  la 
esperanza  de  dejar  la  embriaguez,  pensando  que  eso 
nunca  lo  conseguirán  siendo  católicos. 

La  segunda  causa,  sin  duda  más  grave  y  extendi- 
da que  la  primera,  es  la  ignorancia  religiosa.  Exis- 
te un  porcentaje  de  personas,  imposibles  de  deter- 


[  127  ] 


HUMBERTO  MUÑOZ 

minar  por  la  naturaleza  misma  del  asunto,  que  in- 
gresan al  protestantismo  atraídos  por  motivos  ma- 
teriales u  otras  razones  secundarias.  Mas  tengo  para 
mí,  que  entre  aquéllos  que  se  "convierten"  de  bue- 
na fe,  la  inmensa  mayoría  lo  hace  buscando  allá 
migajas  de  espiritualidad,  que  en  el  catolicismo  se 
encuentran  en  plenitud,  pero  que  para  ellos  han  sido 
una  fuente  sellada.  Sé  de  personas  católicas  que  al 
pasarse  al  protestantismo  han  tenido  la  inmensa 
revelación  y  alegría  de  saber  que  Dios  es  un  ser 
vivo.  Lo  mismo  puede  decirse  de  la  lectura  de  la 
Biblia  y  del  modo  de  hacer  oración.  Un  pastor  me 
decía  en  cierta  ocasión,  con  significativo  retintín: 
"los  católicos  rezan,  nosotros  oramos".  Y  otro  pas- 
tor me  quiso  convertir  a  mí  mismo,  asegurándome 
que  en  la  Iglesia  Católica  no  había  perdón  de  los  pe- 
cados, sino  sólo  en  la  iglesia  pentecostal. 

Ante  esta  situación,  me  parece  que  se  impone  una 
revisión  de  nuestros  métodos  de  formación,  a  fin  de 
mejorar  la  calidad  espiritual  de  los  católicos.  Es 
muy  elocuente  lo  dicho  por  el  relator  Santiagcv 
"Brurón  en  la  Primera  Semana  Interamericana  de 
Acción  Católica:  "Falta  un  mejor  aprovechamiento 
de  la  acción  del  sacerdote  en  orden  a  la  enseñanza 
de  la,  religión.  Muchas  funciones  religiosas,  la 
Santa  Misa,  novenas,  etc.,  no  son  aprovechadas  para 
predicar  con  claridad  los  fundamentos  de  la  doctri- 

[  128  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 

na,  de  tal  modo  que  los  fieles  suelen  "descubrir"  en 
las  prédicas  callejeras  de  los  "Evangélicos"  princi- 
pios de  vida  interior,  de  renovación,  etc.,  que  de- 
bieran haber  adquirido  en  plenitud  en  el  catolicis- 
nio.  A  este  respecto,  ningún  informe  es  mejor  que 
el  argentino,  cuando,  copiando  lo  dicho  por  el  R.  P. 
Ehinne  S.  J.,  expresa:  "Una  lamentación  común 
entre  católicos  norteamericanos  residentes  desde  mu- 
cho tiempo  en  el  sur,  es  que  el  clero  no  ha  instruido 
suficientemente  al  pueblo.  Muchos  del  clero  se  han 
dado  más  a  la  promoción  de  devociones  "especializa- 
das" de  Un  santuario,  de  un  santo,  que  a  explicar  las 
bases  racionales  de  la  Fe.  Laicos  latinoamericanos 
se  lamentan  a  menudo  que  el  pueblo  vive  en  cierta 
ignorancia  de  los  dogmas  y  de  la  teología  de  su  Fe. 
Lo  que  se  necesita  en  los  sermones  es  menos  ternura 
devocional  y  emoción  religiosa,  y  más  de  la  racio- 
nabilidad del  cristianismo.  La  mayor  parte  de  la 
predicación  parece  ser  como  para  mujeres.  Muchos 
de  los  sermones  que  yo  he  escuchado  son  tales,  que 
no  atraerían  a  un  hombre  a  .volver  a  escuchar  otro. 
Además  de  esta  cualidad  super  emocional,  ha  habida 
demasiada  gritería,  demasiadas  alocuciones  apu- 
radas, etc.". 

Sm  embargo,  tenemos  que  reconocer  que  hemos 
mejorado  en  los  últimos  años.  Pregunté  a  un  nota- 
ble catedrático  norteamericano,  metodista,  que  estu- 


[  129  ] 


HUMB    ERTO        MUÑ    OZ  R. 

vo  hace  algunos  años  en  Chile  y  ahora  ocupa  un 
puesto  de  importancia  en  la  Embajada  de  su  patria 
en  Santiago,  la  opinión  que  tenía  de  nuestro  catolicis- 
mo, y  me  dijo:  noto  los  siguientes  progresos:  se 
predica  ahora  más  de  Jesucristo  y  menos  de  María, 
se  emplea  menos  el  latín  y  se  trata  de  que  los  fieles 
sigan  en  castellano  las  ceremonias  litúrgicas;  entran 
al  Seminario  jóvenes  de  mucho  más  valor  que  los 
que  ingresaban  antes.  Y  respecto  de  una  homilía  de 
Pentecostés  que  había  oído  recientemente,  me  dijo 
como  un  elogio:  era  tan  buena  que  la  habría  podido 
predicar  cualquier  protestante. 

No  sólo  la  predicación,  sino  también  las  clases  en 
los  colegios  católicos  y  fiscales  han  tomado  una 
orientación  más  dogmática;  pero  el  camino  por  re- 
correr es  todavía  ilimitado. 

En  la  contrarreforma  europea  se  creyó  conve- 
niente restringir  y  reglamentar  la  lectura  de  la  Bi- 
blia. Ahora,  en  cambio,  que  las  circunstancias  son 
tan  diversas,  es  de  todo  punto  indispensable  fomen- 
tar al  máximo  su  difusión  y  lectura.  Es  un  hecho 
indiscutible  que  uno  de  los  mayores  atractivos  espi- 
rituales del  protestantismo  es  la  lectura  de  la  Bi- 
blia. Muchos  de  nuestros  católicos,  en  cambio,  si- 
guen creyendo  que  es  un  libro  prohibido.  La  au- 
sencia de  la  Biblia  es  una  laguna  vergonzosa  en 
nuestro  catolicismo.  Cierto  es  que  se  han  hecho  al- 


[  130  ] 


CATO'LICIS   MO  CHILENO 

gunos  esfuerzos  por  difundir  Evangelios  y  Nuevos 
Testamentos,  especialmente  la  Editorial  San  Fran- 
cisco de  Padre  Las  Gasas,  que  ha  colocado  ya  25,000 
de  estos  últimos,  y  hace  poco,  ha  lanzado  una 
nueva  edición,  simultánea  a  otra  de  la  Editorial  del 
Sagrado  Corazón  de  20,000  Nuevbs  Testamentos; 
pero  hasta  la  fecha  no  tenemos  Biblias  completas, 
porque  las  que  llegan  de  fuera  son  tan  caras,  que  a 
uno  le  da  vergüenzan  cuando  preguntan  su  precio 
los  que  se  interesan  por  adquirirla. 

Veamos,  en  cambio,  lo  que  hace  la  Sociedad  Bí- 
blica — no  en  diez  años  a  que  corresponden  las  ci- 
fras anteriores — ,  sino  en  1942  y  1943,  años  de  gue- 
rra, en  que  la  difusión  He  la  Biblia  se  vió  muy  dismi^ 
nuída: 

1942:        5,608  Biblias  completas. 

16,076  Testamentos  completos. 
146,960  Porciones  bíblicas. 

1943:        1,220  Biblias  completas. 

10,718  Testamentos  completos. 
111,984  Porciones  bíblicas. 

El  ambiente  está  ampliamente  preparado  para  la 
difusión  y  lectura  de  la  Biblia:  pero  éstas  son  lasi 
que  faltan.  Lo  peor  es  que  no  se  ven  aquí  posibili- 
dades de  hacer  ediciones  que  puedan  competir  en 
precio  y  calidad  con  las  que  vienen  de  Estados  Uni- 


[  131  ] 


HUMBERTO        MUÑOZ        R.  - 

dos  e  Inglaterra.  Y  esta  ausencia  de  Biblias  es  un 
continuo  escándalo  para  los  fieles,  y  un  argumento 
terrible  en  boca  de  los  protestantes,  que  siguen  ase- 
gurando que  nosotros  prohibimos  su  lectura.  Y  así 
resulta  de  hecho,  porque  no  podemos  permitir  que 
se  lean  Biblias  protestantes,  y  no  tenemos  católicas 
para  reemplazarlas. 

Mucho  habría  que  decir  sobre  apostolado  bíbli- 
co, tanto  en  lo  que  se  refiere  a  la  difusión  como  al 
aprovechamiento  del  sagrado  texto  en  la  formación 
de  los  fieles;  pero,  ja  qué  idealizar  cuando  todavía 
no  tenemos  lo  fundamental  que  es  la  Biblia  misma! 

Casi  tan  importante  como  la  Biblia  es  el  movi- 
miento litúrgico.  Aunque  presente  con  el  cuerpo, 
nuestros  fieles  están  casi  completamente  ausentes  de 
nuestros  ritos  y  ceremonias,  en  especial  de  la  Misa. 
Prefieren  aquellas  formas  de  devoción  más  popula- 
res como  las  procesiones  y  las  novenas,  que  ellos 
comprenden  más  y  en  que  toman  parte  más  activa. 
El  culto  protestante,  incomparablemente  inferior  a 
la  liturgia  católica,  los  atrae,  sin  embargo,  mucho 
más.  porque  lo  entienden  y  toman  en  él  parte  acti- 
va. En  cambio,  en  nuestros  templos  aparece  el  sa- 
cerdote allá  lejos,  recitando  oraciones  en  un  latín 
ininteligible,  y  los  fieles  rezando  rosarios  para  no 
aburrirse  mientras  tanto.  Estoy  convencido  de  que 
el  latín  es  como  una  muralla  entre  el  sacerdote  y  los 


[  132  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 

fieles,  y  que  si  la  Santa  Sede  concediera  permiso  para 
que,  a  lo  menos  aquí,  se  pudieran  decir  en  castellano 
siquiera  las  partes  didácticas  de  la  Misa  y  aquéllas 
que  se  deben  rezar  con  todo  el  pueblo,  ganaría 
enormemente  el  provecho  espiritual  de  los  fieles. 
Lo  mismo  podríamos  decir  del  Bautismo,  que  es  ac- 
tualmente tan  aburrido  y  que  podría  ser  tan  instruc- 
>  tivo.  Claro  que  todo  esto  se  puede  solucionar  en 
parte  con  traducciones  apropiadas  a  los  fieles;  pero 
éstas  siempre  tienen  algo  de  artificial  y  en  todo  caso 
sería  mejor  que  las  oyeran  de  boca  del  mismo  sacer- 
dote. Se  objeta  a  veces  que  el  latín  es  la  expresión 
de  la  unidad  de  la  Iglesia;  y  se  olvida  que  por  man- 
tener una  unión  externa,  oficial  y  muy  discutible, 
se  está  perdiendo  la  unión  sobrenatural  del  espíritu 
en  la  única  vida  de  la  Iglesia.  Otros  defienden  el 
latín  en  favor  de  los  viajeros  que  recorren  diversos 
países  y  experimentan  una  grata  emoción  al  oír  en 
todas  las  iglesias  la  misma  lengua;  pero  se  olvidan 
de  que  ésos  son  la  excepción  y  que  la  inmensa  masa 
de  los  fieles  está  perdiendo  el  contacto  sobrenatu- 
ral con  la  Iglesia  que  da  la  liturgia. 

Sin  solucionar  por  cierto  el  problema,  el  manual 
de  piedad  "Oremus",  del  Pbro.  Eladio  Vicuña,  que 
ha  tenido  una  extraordinaria  difusión  — más  de 
cien  mil  -ejemplares — ,  ha  significado  un  gran  es- 
fuerzo para  incorporar  a  los  fieles  a  los  goces  de  la 


[  133  ] 


HUMBERT    O        MUÑOZ  R- 

liturgia.  Inmensamente  bueno  es  también  "Mi  Mi- 
sal E>CMninicar',  editado  en  Norteamérica  y  que  co- 
mienza a  circular  entre  nosotros  a  un  precio  muy 
módico.  Si  se  le  adoptara  y  empleara  en  todo  Chile, 
eso  podría  significar  el  cotjiienzo  de  un  auténtico  y 
vigoroso  movimiento  litúrgico.  A  lo  que  habría 
que  agregar  cánticos  populares  que,  de  acuerdo  con 
cada  tiempo  litúrgico,  pudieran  ser  cantados  por 
todos  los  fieles. 

Estoy  seguro  efe  que  este  doble  movimiento,  bí- 
blico y  litúrgico,  mejoraría  de  tal  modo  la  espiri- 
tualidad de  nuestros  fieles,  que  ya  no  necesitarían  ir 
a  mendigar  a  los  cultos  protestantes,  sino  que  en 
nuestras  iglesias  encontrarían  el  pan  de  vida  de  la 
palabra  de  Dios,  y  aprenderían  a  adorar  al  Señor  en 
espíritu  y  en  verdad,  lejos  de  las  exageradas  devo- 
ciones a  las  ánimas  y  a  los  santos,  que  en  el  espíri- 
tu de  ellos  está  llena  dé  supersticiones  que  ofrecen 
un  blanco  magnífico  a  las  impugnaciones  protes- 
tantes. 

Hoy  por  hoy,  el  protestantismo  es  un  gravísimo 
peligro,  del  que  no  podemos  librarnos  sin  un  mejo- 
ramiento efectivo  de  nuestras  calidades  espirituales. 
Presionados  por  el  enemigo,  hemos  de  reaccionar 
necesariamente,  y  Dios,  que  sabe  escribir  derecho  con 
renglones  torcidos,  permitirá  que  todo  redunde  en 
mayor  gloria  suya  y  bien  de  nuestras  almas. 


[  134  ] 


VIL    LOS  HIJOS  DE  LAS  TINIEBLAS 


Si  con  estas  palabras  — ^hijos  de  las  tinieblas — 
Jesús  designó  a  todos  los  enemigos  de  Dios  y  de 
su  Iglesia,  es  evidente  que  en  ninguno  de  esos  ene- 
migos esta  denominación  se  verifica  en  una  forma 
más  adecuada  que  en  la  masonería,  el  antro  de  las 
tinieblas  por  excelencia.  Y  como  su  acción  anti- 
cristiana, no  por  provenir  de  la  obscuridad,  deja 
de  ser  menos  real,  no  podía  faltar  un  capítulo  de- 
dicado a  ella  en  este  estudio  de  los  problemas  del 
catolicismo  en  Chile.  Lo  que  dice  "Archivíum", 
Revista  de  la  Junta  de  Historia  Eclesiástica  Argen- 
tina ( 1 ) ,  creo  que  literalmente  puede  también 
aplicarse  a  nuestro  país:  "Tanto  en  el  pasado  como 

(1)     Tomo  I.  Cuad.  2,  pág.  551.  Buenos  Aires,  1943. 


[  135  ] 


HUMBERTO       MUÑOZ  R. 

en  el  presente  de  nuestra  vida  política  y  religiosa 
hay  hechos  que  carecerán  siempre  de  explicación,  . 
si  no  se  tienen  en  cuenta  los  factores  ocultos  e  in- 
visibles que  los  han  producido  y  provocado.  Al 
estudiar  la  Historia  de  la  Iglesia  en  la  Argentina 
y  analizar  el  origen  de  sus  luchas  y  de  sus  triunfos, 
es  menester  no  olvidar  que  frente  a  ella,  agazapa- 
das en  las  sombras  del  misterio  y  envueltas  en  el 
"camouflage"  de  la  filantropía  y  del  altruismo, 
actúan  las  sociedades  secretas,  una  de  las  cuales,  la 
Masonería,  ha  jugado  un  papel  preponderante  en 
la  descristianización  y  paganización  de  las  masas 
populares  argentinas.  Quien  pretenda  estudiar  a 
fondo  la  evolución  escolar  y  universitaria,  la  apa- 
rición de  la  escuela  laica,  de  la  democracia  libe- 
ral, de  la  prensa  atea  o  aconfesional,  e  historiar  to- 
dos los  ataques  de  que  ha  sido  víctima  la  Iglesia 
Católica  en  nuestro  país  desde  1810  hasta  hoy,  no 
podrá  lícitamente  renunciar  al  trabajo  de,  investi- 
gar seriamente  la  parte  de  actividad  que  en  todo 
ello  corresponde  a  las  logias  masónicas:  trabajo 
difícil,  ciertamente,  por  el  secreto  en  que  éstas  ocul- 
tan sus  actos  y  sus  planes  inconfesables". 

En  lo  que  a  nuestro  punto  se  refiere,  más  que 
historiar  en  detalle  todos  los  ataques  y  celadas  ten- 
didas por  la  masonería  al  catolicismo,  nos  interesa 
fijar,  siquiera  sea  en  sus  rasgos  generales,  la  po- 


[  136  ] 


CATO    LICISMO  CHILENO 

sición  de  la  masonería  frente  al  catolicismo,  y  des- 
tacar el  peligro  que  allí  se  encierra- 

Si  nos  atenemos  a  sus  propias  definiciones,  nada 
tan  inofensivo.  Según  las  constituciones  chilenas 
de  1862,  "La  Orden  Masónica  tiene  por  objeto  la 
beneficencia,  el  estudio  de  la  moral  universal  y  la 
práctica  de  todas  las  virtudes".  Casi  lo  mismo  dice 
la  constitución  de  1912":  "La  Francmasonería  es 
una  institución  esencialmente  filosófica  y  progre- 
sista, tiene  por  objeto  la  investigación  de  la  verdad, 
el  estudio  de  la  moral  y  la  práctica  de  las  virtudes". 
Esta  definición  chilena  concuerda  plenamente  con 
la  de  los  ritos  inglés,  escocés  y  norteamericano: 
"Un  hermoso  sistema  de  moral  revestido  de  ale- 
goría e  ilustrado  con  símbolos".  Y  también:  "Una 
ciencia  que  se  ocupa  de  la  investigación  de  la  ver-  ^. 
dad  divina".  Con  su  prolijidad  característica,  los 
masones  alemanes  nos  dan  una  definición  más  ex- 
plícita: "La  actividad  de  los  hombres  unidos  ín- 
timamente, sirviéndose  de  símbolos  tomados  prin- 
cipalmente del  oficio  de  albañil  y  de  la  arquitec- 
tura, trabajando  por  el  bienestar  de  la  humanidad, 
procurando  en  lo  moral  ennoblecerse  a  sí  y  a  los 
demás,  y,  mediante  esto,  llegar  a  una  liga  o  paz 
universal,  de  que  aspira  desde  luego  a  dar  mues- 
tras en  sus  reuniones". 


[  137  ] 


HUMBERTO       MUÑOZ        R  . 

Por  desgracia  — y  sobre  esto  no  cabe  la  menor 
duda —  tan  buenos  projDÓsitos  son  sólo  una  más- 
cara de  fines  ocultos.  Sabido  es  el  secreto  impe- 
netrable de  sus  logias,  aun  para  sus  mismos  adep- 
tos. Muchas  veces  he  oído  esta  confidencia:  cuán- 
do me  invitaron  a  entrar  a  la  masonería  pregunté 
cuál  era  su  finalidad.  Se  me  contestó  que  sólo 
cuando  fuera  masón  se  me  podría  confiar  ese  se- 
creto, y  prefirieron  dejarme  fuera  — a  pesar  del  in- 
terés que  demostraban — ,  porque  no  me  sometía 
a  ese  requisito  absurdo.  Pero  no  todos  tienen  la 
honradez  de  proceder  en  esta  forma,  y  se  inician 
bajo  los  más  estrictos  juramentos,  encaminados  a 
finalidades  completamente  ocultas.  Sólo  les  dejan 
entrever  algún  lucro  material,  y  esto  basta  para 
que  se  "inicien"'  los  que  no  tienen  despejada  su 
conciencia.  Mas,  no  nos  imaginemos  que  una  vez 
adentro  se  les  descorrerá  el  velo.  Es  la  masonería 
una  malla  intextricable  de  secretos  que  se  van  des- 
corriendo muy  lentamente,  y  sólo  a  los  que  están 
preparados  para  ello.  Y  las  finalidades  últimas  se 
pierden  en  la  bruma  de  los  Grandes  Orientes  del 
extranjero,  que  manejan  a  nuestros  masones  nacio- 
nales, que  no  son  ciertamente  los  que  tienen  la  di- 
rectiva internacional.  No  nos  avancemos,  por  la 
tanto,  en  una  excursión  tan  lejana,  sino  que  que- 
démonos en  nuestras  realidades  nacionales.  Y  vea- 


[  138  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 

mos  el  punto  que  más  nos  interesa,  que  es  el  de 
su  aversión  al  catolicismo.  Para  demostrar  cómo 
hay  incluso  masones  de  buena  fe  — esos  de  los  gra- 
dos ínfimos —  que  aún  permanecen  engañados  por 
la  proclamación  de  la  tolerancia  masónica  y  por 
sus  continuas  declaraciones  de  no  oponerse  a  nin- 
guna religión,  nada  tan  ilustrativo  como  la  dificul- 
tad surgida  en  el  seno  de  la  masonería  argentina  en 
1889,  y  de  la  cual  hay  documentos  impresos  por 
los  mismos  masones  para  que  circularan  por  todas 
las  logias  argentinas,  y  que  cayeron  en  manos  de 
historiadores  que  los  publicaron  íntegros  como  pre- 
ciosos documentos  ( 1 ) .  De  ahí  extractaremos  lo 
principal.  Don  José  C.  Soto,  Grado  33,  el  30  de 
junio  de  1899  envió  la  circular  111  a  los  ma- 
sones argentinos  "incitándolos  a  iniciar  un  movi- 
miento contra  la  escuela  católica,  contra  la  Iglesia 
en  general  y  contra  la  Compañía  de  Jesús  en  par- 
ticular". Pero  había  en  aquel  entonces  muchos 
"hermanos"  — imperfectamente  iniciados —  que 
creían  en  su  sentido  obvio  aquellas  declaraciones 
de  que  "la  Masonería  abre  su  seno  a  los  hombres 
de  todas  las  nacionalidades,  de  todas  las  razas  y 
de  todas  las  creencias"  y  que  por  eso  mismo  "pro- 
hibe en  sus  logias  toda  clase  de  discusiones  poli- 


(1)     Archivum.    Tomo  I,  Cuad.  2,  págs.  552-578. 


[  139  ] 


HUMBERTO       MUÑOZ       R  . 

ticas  y  religiosas'*.  Los  que  así  creían  se  asusta- 
ron de  una  circular  tan  agresiva,  y  en  representa- 
ción de  esa  corriente  de  opinión,  el  "hermano" 
Alejandro  F.  Mohr,  interpeló  a  don  José  C.  Soto, 
acusándolo  de  que  esa  circular  violaba  la  Consti- 
tución masónica.  Esto  dió  lugar  a  un  interesantí- 
simo debate  en  las  tenidas  ^el  28  de  julio  y  4  de 
agosto  del  mismo  año,  en  que  el  ''hermano"  Soto 
sacó  la  careta  a  la  masonería,  demostrando  con  abun- 
dancia de  argumentos  que  una  cosa  era  la  "letra** 
y  otra  el  "espíritu",  de  esos  artículos  de  la  Consti- 
tución, y  que,  conforme  a  la  tradición  masónica, 
no  se  puede  ser  católico  y  masón  al  mismo  tiempo. 
Los  discursos  de  ambos  contrincantes  fueron  im- 
presos y  circularon  en  todas  las  logias  argentinas, 
a  fin  de  unificar  el  pensamiento  masónico.  No  nos 
extrañe,  por  lo  tanto,  que  haya,  incluso,  masones 
de  buena  fe,  aunque  muy  ingenuos,  que  no  vean 
el  antagonismo;  pero  que  son  usados  hábilmente 
como  instrumentos  de  sus  finalides  ocultas.  Pero 
interesa  ver  cómo  se  presenta  en  la  conciencia  del 
masón  corriente  la  relación  entre  la  masonería  y  el 
catolicismo- 

En  su  forma  actual,  la  masonería  data  de 
1717,  fecha  en  que  fué  organizada  por  Anderson. 
Se  extiende  poco  después  a  Francia,  a  Europa  y  al 
mundo  entero.    Hemos  de  considerar  que  en  esa 


[  140  ] 


CATOLICISMO  C  *l  I  L   E   N  O 

época  había  en  el  mundo  una  fortísima  corriente 
anticlerical,  no  sólo  en  Inglaterra  donde  ya  había 
triunfado  totalmente  la  Reforma,  sino  en  Francia 
donde  se  incubaba  la  Revolución  Francesa,  obra,  en 
gran  parte,  de  la  misma  masonería.  Según  una 
táctica  muy  hábil,  los  ''sabios'  .de  la  maso-nería 
presentan  en  esta  forma  el  ataque  a  la  Iglesia  Ca- 
tólica. Según  propias  declaraciones,  ellos  propician 
una  religión  universal,  cuyos  postulados  son  siem- 
pre escurridizos,  porque  abominan  de  todo  dogma; 
pero  que  dejan  siempre  muy  en  claro  la  virtud  de 
la  tolerancia,  con  lo  cual  consiguen  ya  minar  los 
postulados  cristianos  e  inducen  a  los  hombres  al 
indiferentismo  religioso.  Después,  manejando  siem- 
pre la  palabra  tolerancia,  descubren  que  el  catoli- 
cismo es  la  intransigencia  misma,  y  que,  por  lo  tan- 
to, la  tolerancia  no  podrá  vencer  mientras  no  su- 
cumba la  Iglesia  Católica,  su  mortal  enemiga.  Y 
henos  aquí  al  masón,  en  virtud  de  la  misma  tole- 
rancia, convertido  en  el  intolerable  más  intransi- 
gente del  catolicismo.  Esta  táctica  es  un  típico  pro- 
cedimiento masón.  Les  permite  usar  como  propa- 
ganda, palabras  que  tienen  buena  acogida,  pero 
que  ellos  entienden  y  manejan  en  sentido  muy  di- 
verso. Esto  también  nos  irá  indicando  el  por  qué 
de  la  necesidad  del  secreto  en  la  masonería.  Es  ne- 
cesario una  "iniciación"  para  que  se  acepten  sus 


[  141  ] 


HUMBERTO        M    U    is^    O    Z        R  . 

postulados,  y  con  mayor  razón  aún,  cuando  se  tra- 
ta de  sus  procedimientos,  que  ningún  hombre  hon- 
rado aceptaría,  y  por  eso  hay  que  mantenerlos  en  el 
secreto.  Hay  una  pregunta  que  nunca  los  masones 
han  podido  contestar.  Si  tienen  los  fines  nobles  que 
proclaman,  y  no  usan  para  realizarlos  de  ningún  pro- 
cedimiento inmoral,  ¿a  qué  obedece  un  secreto  tan 
estricto?  Repito,  a  esta  pregunta  nunca  han  pp- 
dido  dar  una  respuesta  satisfactoria.  No  nos  ex- 
trañe, por  tanto,  que  la  masonería  esté  repetidamen- 
te condenada  por  la  Santa  Sede,  tanto  en  lo  que  se 
refiere  a  su  doctrina  como  a  la  moralidad  de  los 
medios  de  que  se  vale  para  combatir  la  religión  y 
conseguir  sus  fines  ocultos-  Dice  así  el  Código  de 
Derecho  Canónico,  c.  2335:  **Los  que  dan  su  nom- 
bre a  la  secta  masónica  o  a  otras  asociaciones  del 
mismo  género  que  conspiran  contra  la  Iglesia  o  las 
legítimas  potestades  civiles,  incurren  por  el  mismo 
hecho  en  excomunión  simplemente  reservada  a  la 
Sede  Apostólica". 

Pero,  veamos  cómo  se  presenta  la  masonería 
entre  nosotros.  A  primera  vista  aparece  como  una 
simple  sociedad  de  socorros  mutuos,  como  lo  es 
efectivamente;  pero  aun  en  eso  procede  con  injus- 
ticia e  inmoralidad.  Son  conocidos  los  esfuerzos  de 
los  masones  por  obtener  los  puestos  públicos  y  aun 
alcanzar  la  dirección  política   del  país.  Llegados 


[  142  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 

arriba,  no  sólo  se  preocupan  de  lucrar  personal- 
mente, sino  que  la  'viuda"  — como  ellos  familiar- 
mente llaman  a  la  masonería —  se  sirve  de  ellos 
para  conseguir  más  adeptos.  Y  así  los  puestos  y 
rentas  del  gobierno  sirven  de  cebo  a  los  nuevos 
■'hermanos".  Pero  este  proce'dimiento  tiene  el  gra- 
vísimo inconveniente  de  que  los  puestos  y  los  as- 
censos se  consiguen  por  méritos  masónicos  que  no 
siempre  redundan  igualmente  en  bien  de  la  insti- 
tución a  que  sirven.  Es  frecuente  ver  que  un  hom- 
bre mediocre  o  en  situación  difícil,  incapaz  de 
afrontar  la  vida  honradamente  por  sus  mereci- 
mientos personales,  aparece  de  la  noche  a  la  ma- 
ñana ocupando  un  puesto  que  sobrepasa  sus  mere- 
cimientos. Pronto  se  sabe  la  noticia:  ha  ingresado 
a  la  masonería.  El  hombre  que  así  ingresó,  igno- 
rando los  fines  ocultos,  y  asegurando  sólo  su  si- 
tuación económica,  ya  ha  hecho  una  primera  trai- 
ción a  su  conciencia.  Después  tendrá  que  seguir  en 
una  cadena  ininterrumpida  de  estas  traiciones,  por- 
que la  renta  de  que  disfruta  es  una  cadena  de  oro 
que  le  ata  a  los  procedimientos  de  la  masonería, 
cada  vez  que  de  él  tienen  necesidad.  Y  así  se  va 
hilvanando  una  trama  masónica  que  es  indispen- 
sable mantener  en  el  más  riguroso  secreto.  Y  mien- 
tras tanto,  ¡cuántas  instituciones  se  bambalean, 
conducidas  por  manos  ineptas! 


[  143  ] 


HUMBERTO        M    U  O    Z        R  . 

En  SU  ataque  a  la  religión,  se  sirve  la  masone- 
ría de  todos  los  procedimientos,  desde  la  conver- 
sación privada,  hasta  el  libro  y  la  prensa,  no  des- 
deñando por  supuesto  las  cátedras  de  enseñanza. 
Comienza  siempre  hablando  de  tolerancia,  para 
terminar  hablando  de  la  Iglesia,  con  mayor  o  me- 
nor desenvoltura,  según  las  circunstancias  lo  in- 
diquen; pero  siempre  dejando  en  todas  partes  la 
gota  de  veneno-  Un  día  se  hablará  de  Galileo,  otro 
día  se  sacará  a  relucir  la  Inquisición  y  el  terrible 
Torquemada,  aparecerá  después  la  matanza  de  San 
Bartolomé,  la  Papisa  Juana,  los  papas  Borgia,  etc., 
etc.  Nada  importa  qj^e  todo  eso  esté  ya  amplia- 
mente dilucidado.  La  masonería,  que  siempre  busca 
la  luz,  nada  ha  visto  de  las  investigaciones  histó- 
ricas que  reivindican  la  conducta  de  la  Iglesia  y 
deslindan  responsabilidades.  Nada  de  eso  le  impor- 
ta. Ella  sigue  adherida  a  las  objeciones  de  los  si- 
glos pasados  y,  aunque  propicia  tanto  el  progreso, 
no  es  capaz  siquiera  de  manejar  objeciones  más 
modernas  y  eficaces.  Es  frecuente  que  los  profe- 
sores de  los  liceos  — en  gran  mayoría  masones- — 
defiendan  todavía  que  el  hombre  desciende  del 
mono,  el  materialismo  craso,  y  otra  serie  de  erro- 
res que  ya  ningún  hombre  de  ciencia  defiende  co- 
mo ellos.  Y  su  ignorancia  suele  ser  increíble.  Un 
profesor  de  historia,  al  enseñar  el  pueblo  de  Israel, 


[  144  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 

aprovechó  de  ridiculizar  el  paso  del  Mar  Rojo  y 
otros  acontecimientos  milagrosos.  Los  alumnos  — 
muchachas  de  Acción  Católica —  se  pusieron  de 
acuerdo  para  hacerle  varias  preguntas  de  Historia 
Sagrada  que  él,  por  supuesto,  no  sabía  contestar. 
Por  fin  av,isó  que  se  saltaría  esa  materia  para  evitar 
susceptibilidades.  Siempre  quieren  aparecer  como 
tolerantes. 

Otra  acusación  terrible  contra  la  Iglesia  es  su 
obscurantismo.  Pueden  leer  la  lista  de  las  Univer- 
sidades fundadas  o  patrocinadas  por  la  Iglesia,  que 
en  la  Edad  Media,  son  la  casi  totalidad,  pueden 
ver  desfilar  ante  sí  los  nombres  de  los  más  ilustres 
pensadores,  hombres  de  ciencia  y  artistas  que  ha 
tenido  la  humanidad,  y  ver  el  porcentaje  enorme 
de  católicos  que  allí  hay.  Nada  de  eso  los  deten- 
drá en  seguir  repitiendo  la  lección  aprendida  de 
que  la  Iglesia  es  obscurantista-  Y  en  boca  de  ellos, 
la  palabra  obscurantista  tiene  un  efecto  mágico 
para  sugerir  épocas  tenebrosas,  que  sólo  han  exis- 
tido en  mentes  mal  informadas  y  con  mucho  ma- 
yor frecuencia  en  el  interior  de  las  logias. 

A  la  acusación  anterior  se  agrega  la  de  dogma- 
tista,  otra  palabra  mágica  que  ni  ellos  mismos  pue- 
den definir.  Se  irritan  de  que  la  Iglesia  no  cambie 
su  doctrina  ni  acepte  el  continuo  evolucionismo  que 
ellos  propician.   Nunca  llegan  a  entender  que  no 


[  145  ] 


HUMBERTO       M    ü  ü  R  . 

puede  el  hombre  cambiar  lo  que  Dios  ha  enseñado, 
y  que  esas  enseñanzas  divinas  son  casi  lo  único  ra- 
zonable que  el  hombre  conoce,  porque  ya  sabemos 
lo  que  valen  esos  descubrimientos  de  la  sola  razón 
humana  que,  precis(.í mente,  porque  no  satisfacen, 
es  preciso  remudarlos  de  continuo.  Pero  a  ellos  les 
interesa  sembrar  la  duda  e  ir  socavando  los  cimien- 
tos de  las  creencias  religiosas. 

Mas,  donde  pueden  trabajar  con  mayor  desen- 
voltura, es  en  la  laicización  de  la  sociedad.  Te- 
niendo siempre  como  instrumento  a  la  misma  to- 
lerancia, y  partiendo  de  la  base  de  que  la  religión 
divide  o  que  por  lo  menos  es  un  tema  poco  apro- 
piado, ya  que  ellos  nunca  quieren  — en  virtud  de 
su  gran  tolerancia —  herir  susceptibilidades  de  na- 
die, van  desplazando  a  la  religión;!  de  todas  las  ac- 
tuaciones públicas  y  sociales,  'w^n  muy  amantes  de 
la  democracia;  pero  en  un  país  en  que  la  inmensa 
mayoría  es  católica,  nunca  les  importa  la  opinión  de 
esa  mayoría,  sino  que  defienden  siempre  los  derechos 
de  la  incredulidad,  que  es  la  minoría,  no  en  el  sen- 
tido de  que  a  esta  minoría  no  habría  que  estorbarla 
en  sus  creencias,  lo  que  nunca  hace  nadie,  sino  en 
el  sentido  muy  masónico,  de  que  las  leyes,  la  edu- 
cación y  todas  las  instituciones  del  país  deben  ten- 
der a  favorecer  ampliamente  a  la  minoría  incrédu- 
la, aun  a  costa  de  los  más  sagrados  derechos  de  los 


[  146  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 

católicos.  Por  eso,  el  matrimonio  religioso  no  tie- 
ne efecto  civil,  aunque  esto,  dada  la  idiosincrasia 
e  ideología  de  nuestro  pueblo,  sólo  sirva  para  di- 
ficultades y  confusiones  que  entorpecen  la  legíti- 
ma constitución  de  la  familia,  en  un  país  en  que 
deberían  hacerse  los  mayores  esfuerzos  por  consoli- 
darla.  La  libertad  de  los  incrédulos  quedaría  per- 
fectamente asegurada  con  que  el  Registro  Civil  los 
atendiera  a  ellos.    Pero  los  masones  prefieren  esta 
otra  fórmula  que  significa  una  hostilidad  a  la  Igle- 
sia. Lo  mismo  podemos  decir  respecto  a  la  laici- 
zación de  los  colegios.   Aunque  no  han  podido  su- 
primir toda  la  subvención  a  las  escuelas  primarias 
particulares  que  le  significan  al  Estado  una  gran 
economía  y  una  inmensa  colaboración  en  su  labor 
educacional,  han  suprimido  toda  ayuda  a  los  co- 
legios particulares  de  segunda  enseñanza,  con  lo  que 
obligan  a  quien  desee  educar  a  sus  hijos  en  un  co- 
legio  católico,  a  una  doble   contribución,  porque 
aquellos  impuestos  que  paga  el  católico  como  todo 
ciudadano,  y  con  los  cuales  se  paga  la  enseñanza 
fiscal,  no  ayudan  a  los  colegios  particulares  de  se- 
gunda enseñanza  y  así  el  padre  de  familia  debe  pa- 
gar una  pensión  extra  para  poder  educar  a  sus  hi- 
jos según  su  conciencia.  Y  en  los  colegios  del  Es- 
tado, cuyo  alumnado  en  un  95  %  es  católico  — 
como  puede  verse  por  las  escasísimas  excepciones  a 


[  147  ] 


HUMBERTO       MUÑOZ  R. 

la  clase  de  religión —  los  masones  siempre  tratan 
d€  establecer  un  ambiente  laico,  a  tal  punto,  que 
mientras  muchas  veces  se  hacen  abiertas  campañas 
políticas  entre  el  profesorado  y  aun  entre  el  alum- 
nado, a  la  religión  se  la  tiene  desterrada  como  una 
cosa  a  la  cual  no  se  puede  hacer  siquiera  alusión. 
No  pueden  concebir  que  una  escuela  o  colegio  asis- 
ta a  un  acto  religioso  — -aunque  se  permita  la  in- 
asistencia a  los  no  católicos — ,  y  recuerdo  el  caso 
de  un  Inspector  Escolar  — conspicuo  masón — ,  que 
con  motivo  de  un  acto  cívico  en  el  cual  se  celebra- 
ba también  una  misa,  hizo  esperar  á  las  escuelas 
detrás  de  las  esquinas  de  la  plaza  hasta  que  la  misa 
hubo  terminado-  Y  todo  esto  en  virtud  de  la  to- 
lerancia y  amplitud  de  espíritu. 

Para  conseguir  todas  sus  finalidades,  les  interesa 
extraordinariamente  el  dominio  político,  aunque 
ellos  mismos  hacen  profesión  de  libertad  en  este 
sentido.  Y  en  verdad  que  de  suyo  les  importa  muy 
poco  un  partido  u  otro,  siempre  que  a  todos  pue- 
dan utilizarlos  para  sus  finalidades.  En  el  siguien- 
te párrafo  del  actual  Arzobispo  de  Santiago,  Mons. 
José  María  Caro,  podemos  ver  su  manera  de  insi- 
nuarse en  este  punto:  *'¿En  qué  partidos,  pregun- 
tará el  lector,  están  los  agentes  de  la  Masonería? 
Un  tiempo  fué  el  partido  liberal  el  centro  de  sus 
operaciones.  E>esde  allí  sembró  sus  ideas  y  preparó 


[  148  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 


adeptos  más  avanzados,  que,  no  pudiendo  arras- 
trar a  los  extremos  que  se  proponían  al  grueso  del 
partido  liberal,  pasaron  a  formar  un  partido  más 
avanzado,  el  radical,  dejando  en  su  primer  hogar 
a  la  gente  necesaria  para  impedir  la  reacción  e  in^- 
pulsar  siempre  hacia  adelante  a  los  reacios  y  te- 
merosos de  novedades.  Otro  tanto  ha  sucedido  en 
el  nuevo  campo  de  operaciones:  las  ideas  han  ger- 
minado; los  principiosi  de  orden  que  profesaban 
los  fundadores  del  partido  radical,  a  muchos  pa- 
recen ahora  añejeces  conservadoras  y  tiran  hacia  el 
Socialismo,  Comunismo,  Bolchevii'mo,  etc.  Aquí 
están  los  HH  .  •  .  más  avanzados,  el  resto  en  el  par- 
tido radical,  las  reservas  pesadas,  en  el  liberal.  De- 
más está  decir  que  los  hermanos  se  han  infiltrado 
en  gran  número  en  los  otros  matices  políticos  del 
liberalismo  aj  bolchevismo  y,  sin  duda,  no  han  fal- 
tado algunos  que  aun  se  han  afiliado  al  partido 
conserv,ador"  (1). 

Mas  no  se  limitan  los  nxasones  a  infiltrarse  en  los 
partidos  políticos,  sino  que  lo  hacen  en  cuanta  so- 
ciedad puedan  tener  alguna  influencia  o  derivar 
para  sus  fines  alguna  utilidad,  principalmente  en 
el  manejo  de  fondos.   Cito  a  la  "Sociedad  de  Es- 


(1)     "El   Misterio  d-e  la  Masonería',  pág.   145.  Santiago, 

1926. 


[  149  ] 


HUMB    ERTO       MUÑOZ  R 

tudiantes  Pobres",  que  — a  causa  de  su  fin  en  sí 
nobilísimo,  se  mantiene  con  dinero  de  muchos  cató- 
licos—  es,  sin  embargo,  utilizada  como  incubadora 
de  masones  y  aun  abiertamente  se  le  suspende  la 
ayuda  a  los  buenos  católicos,  aunque  sean  los  me- 
jores alumnos.  Siempre  el  procedimiento  es  el 
mismo:  una  fachada  admirable  manejada  por  ma- 
no oculta  con  finalidades  tenebrosas. 

Con  el  protestantismo,  se  ha  abierto  á  la  maso- 
nería un  magnífico  campo  de  hostilidades  a  la 
Iglesia  Católica.  No  es  raro  «1  caso  de  pastores 
protestantes  que  sean  simultáneamente  masones,  a 
fin  de  recibir  allí  una  ayuda  muy  efectiva  en  con- 
tra del  catolicismo,  no  porque  la  masonería  sea 
partidaria  del  protestantismp,  sino  porque  ve  en 
él  un  cristianismo  más  desleído  y  un  ciego  ene- 
migo del  catolicismo.  Conozco  el  caso  de  una  po- 
lémica pública  entre  un  sacerdote  católico  y  un 
pastor  protestante,  al  cual  prepararon  los  argumen- 
tos y  escritos  en  la  propia  logia,  no  atreviéndose 
a  negar  el  mismo  pastor  que  él  era  masón. 

En  esta  forma,  solapada  y  astuta,  va  trabajando 
incansablemente  la  masonería.  Nunca  presenta  la 
cara  de  frente.  Es  maestra  en  saber  sacar  la  casta- 
ña con  la  pata  del  gato,  sirviéndose  para  sus  di- 
versas actividades,  de  personas  también  diversa- 
mente iniciadas  o  simpatizantes,  desde  aquéllos  que 


[  150  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 

— siendo  francamente  enemigos  de  la  masonería — 
son,  sin  embargo,  manejados  hábilmente  por  ella, 
hasta  aquéllos  de  malicia  fría  y  refinada  que  sien- 
ten odio  a  Cristo  y  a  su  Iglesia  y  en  forma  calcu- 
ladora y  terrible  forjan  sus  planes  maquiavélicos. 
La  masonería  no  trepida  en  procedimientos,  siem- 
pre que  ella  pueda  eludir  la  responsabilidad  y  guar- 
dar las  apariencias,  mas  ¿quién  podrá  saber  las  in- 
timidades de  las  logias  cuyos  secretos  muchos  de 
los  mismos  masones  no  pueden  conocer?  Recorde- 
mos las  palabras  de  Cristo:  "Quien  obra  mal,  abo- 
rrece la  luz,  y  no  se  arrima  a  ella,  para  que  no  sean 
reprendidas  sus  obras.  Al  contrario,  quien  obra  se- 
gún la  verdad,  se  arrima  a  la  luz,  a  fin  de  que  sus 
pbras  se  vean,  como  que  han  sido  hechas  según 
Dios"  (1). 

La  eficacia  de  estos  procedimientos,  verdadera- 
mente diabólicos,  los  hemos  palpado  amplia  y  do- 
lorosamente  en  nuestro  Chile.  Siendo  ellos  un  ín- 
fima minoría,  por  medio  de  la  política,  de  la  edu- 
cación y  de  cuanta  institución  o  sociedad  ha  caído 
en  «US  manos,  han  logrado  dañar  horriblemente  a 
la  Iglesia  y  cambiar  la  faz  de  nuestro  país  que  sien- 
do en  su  inmensa  mayoría  católico,  tiene,  sin  em- 
bargo, no  sólo  en  las  esferas  oficiales,  sino  en  el 

(I)     Juan  3,  20  s. 


[151  ] 


4 


HUMBE    RTO       MUÑOZ  R. 

tono  general  de  la  sociedad,  un  aspecto  netamente 
laico  y  pagano.  En  los  mismos  días  de  Semana 
Santa,  logran,  a  veces,  los  masones,  celebrar  fiestas 
o  semanas  de  índole  laica,  poniéndoles  siempre  — 
como  es  natural —  alguna  pantalla  de  altruismo  y 
beneficio  público.  Y  logran  hacer  escuela  a  tal 
punto  que  no  faltan  incluso  después  señoras  cató- 
licas encargadas  de  hacer  bailes  de  beneficencia  en 
domingos  u  otras  festividades  religiosas. 

Con  los  estragos  que  causa  la  masonería  ha  que- 
dado demostrado,  una  ivez  más,  que  los  hijos  de 
las  tinieblas  son  más  sagaces  que  los  hijos  de  la 
luz,  y  es  una  nueva  comprobación  de  la  mala  ca- 
lidad del  catolicismo  chileno,  ya  que  si  esa  inmen- 
sa masa  de  católicos  viviera  la  religión  en  su  inte- 
gridad, no  podríamos  ser  víctimas  tan  fáciles  de  las 
intrigas  masónicas  que  se  aprovechan  precisamente 
de  todas  nuestras  debilidades.  Y  por  eso  el  reme- 
dio de  fondo  á  los  avances  masónicos  ha  de  ser  un 
cristianismo  profundo  y  valiente  al  mismo  tiempo, 
que  no  se  oculte  ante  la  perspectiva  de  un  puesto 
remunerativo,  ni  se '  deje  amilanar  por  los  proce- 
dimientos tenebrosos.  Y  hemos,  también,  de  en- 
carar resueltamente  el  problema  que  resulta  del  pe- 
ligro masónico.  El  arma  más  poderosa  que  posee- 
mos contra  los  hijos  de  las  tinieblas  es  precisamen- 
te la  luz.  La  eficacia  de  sus  procedimientos  proce- 


[  152  ] 


CATOLICISMa  CHILENO 

de  de  la  obscuridad-  Cuando  se  les  ilumina  de  lle- 
no, ios  masones  se  esfuman  y  desaparecen.  Es  ad- 
mirable la  Babilidaí  que  demuestran  en  esquivar  el 
cuerpo.  Pero,  por  desgracia,  en  Chile,  aunque  exis- 
te una  pésima  idea  de  la  masonería  en  el  ambiente 
general,  queda  esta  idea  envuelta  en  una  nebulosa, 
se  habla  de  crímenes  y  envenenamientos  terribles, 
y  no  se  saben  precisar  sus  procedimientos  e  ideolo- 
gías, mucho  más  venenosas  que  el  agua  tofana> 
Habría  que  comenzar  por  difun4ir  ampliamente 
aquellos  escritos  que  den  a  conocer  la  masonería  y, 
para  empezar,  hacer  una  gran  edición  *de  la  encí- 
clica "Humanum  genus**',  de  León  XIII,  sobre  la 
masonería.  El  propio  libip-  de  S.  E.  Mons.  Caro, 
"El  Misterio  de  la  Masonería",  que  tanto  bien  ha 
hecho,  está  ya  agotado  y  se  impone  una  nueva  edi- 
ción, moderna  y  popular.  Habría  que  publicar 
listas  completas  de  masones,  y  cuando  se  den  al-  ^ 
gunos  de  esos  escándalos  de  carácter  local  o  nacio- 
nal realizados  por  algún  hermano,  no  habría  que 
omitir  que  son  masones,  lo  cual  es  en  cierto  modo 
de  justicia,  porque  esas  actuaciones  escandalosas  las 
han  tenido,  o  por  orden  expresa  de  la  logia,  o  a  k) 
menos  influidos  por  su  ambiente  y  doctrina.  Es 
una  vergüenza,  que  sea  tal  todavía  la  ignorancia  de 
los  católicos  respecto  de  la  masonería,  que  lleguen 


[  153  ] 


HUMB    ERTO       MUÑOZ  R. 

éstos  a  engañar  á  mucha  gente,  diciéndole  que  no 
hay  incompatibilidad  alguna  entre  ambas  entidades. 

La  otra  arma  poderosísima  para  combatir  a  la 
masonería  es  el  boicot  económico.  La  inmensa  ma- 
yoría de  los  masones  ha  ingresado  a  las  logias  y 
«ometídose  a.  procedimientos  que  reprueban,  urgi- 
dos por  motivos  económicos:  la  masonería  se  pre- 
senta para  ellos  como  la  única  manera  de  conse- 
guir un  puesto  o  escalar  una  situación  que  nunca 
habrían  obtenido  por  sus  merecimientos  personales. 
Por  lo  tanto,  si  la  acción  conjunta  de  todos  los  ca- 
tólicos boicoteara  a  los  comerciantes  y  profesionales 
masones,  no  comprando  sus  mercaderías  ni  solici- 
tando sus  servicios,  estoy  seguro  de  que  la  maso- 
nería se  les  convertiría  en  un  mal  negocio,  lo  cual 
sería  quizás  el  único  argumento  posible  para  hom- 
bres que  traicionan  su  conciencia  por  razones  de 
dinero. 


[.  154  ] 


VIH.  EN  EL  PLANO  INTEÍINACIONAL 


Es  indudable  que,  así  como  las  naciones  no 
pueden  encerrarse  dentro  de  sus  fronteras,  sino  que 
deben  atender  a  las  relaciones  con  los  demás  países 
so  pena  de  verse  privadas  de  muchas  preciosas  ayu- 
das y  en  la  imposibilidad  de  evitar  gravísimos  ma- 
les, así  también  la  Iglesia  — precisamente  por  ser 
católica,  esto  es,  universal —  no  está  enclaustrada 
en  las  fronteras,  sino  que  experimenta  y  produce 
influencias  que  salen  Sel  campo  nacional,  ya  sea 
por  factores  de  orden  puramente  eclesiásticos,  ya 
también  por  la  marcha  general  de  los  acontecimien- 
tos internacionales.  Y  sin  duda  alguna  que  la  más 
vital  de  estas  necesidades,  es  la  de  mantenerse  uni- 
da a  Roma,  centro  de  la  cristiandad.  Para  conser- 
var la  ortodoxia  y  la  cohesión  jerárquica,  son  ne- 


[  155  ] 


HUMBE    RTO       MUÑOZ  R 


cesarlos  el  amor  y  sumisión  al  Santo  Padre,  colocado 
por  Cristo  mismo  como  la  piedra  fundamental  de 
la  Iglesia.  Todo  esfuerzo  que  hagan  los  católicos 
de  cada  país  por  mantener  en  actividad  su  unión 
con  el  Obispo  de  Roma,  será  santo  y  prenda  se- 
gura de  las  bendiciones  divinas- 

Durante  la  Colonia,  la  Iglesia  chilena  (1)  era 
parte  de  la  Iglesia  del  vasto  imperio  español.  For- 
mábamos como  una  comunidad  de  naciones  que 
tenia  sus  semejanzas  con  el  Sacro  Imperio  de  la 
Edad  Media  en  Europa.  La. unión  con  Roma  te- 
nía lugar  por  medio  del  Monarca  — lo  que  hoy 
día  nos  parece  un  sistema  desagradable — ,  pero  que 
en  ese  entonces  estaba .  g,arantizado  por  la  fe  inque- 
brantable de  los  católicos  reyes  españoles  y  acep- 
tado por  el  mismo  Romano  Pontífice  en  virtud  del 
Real  Patronato.  Lo  que  el  Papado  no  hubiera  po- 
dido realizar,  hízolo  la  Corona,  que  se  sentía  un 
instrumento  providencial  de  la  Iglesia.  La  España 
entera  sintió  como  propia  esta  empresa  de  la  evan- 

(I)  Una  aclaración  para  evitar  equívocos.  La  Iglesia  es 
universal  y  por  lo  tanto  no  se  puede  concebir  una  iglesia  nacional 
ind-ependitente  y  desligada  de  Roma.  Pero  la  universalidad  no  sé 
opone  a  la  existencia  de  las  Iglesias  particulares  como  son  las 
diócesis  y  aun  las  parroquias.  También  podemos  decir  que  los 
católicos  de  una  nación  forman  una  iglesia  particular  ya  que 
suelen  formar  ¡provincia  eclesiástica  presidida  por  un  arzobispo, 
o  bien  forman  varias  provincias  presididas  con  fíecuencia  por  ua 
primado^    En  esíe  sentido  puede  hablarse,  de  iglesias  nacionales. 


[  156  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 

gelización  de  América  y  esto  produjo  una  unidad 
de  esfuerzo  y  de  acción  que  tal  vez  no  se  hubiera 
podido  conseguir  por  otros  medios.  Las  nacientes 
iglesias  americanas  no  habrían  podido  progresar  ni 
siquiera  mantenerse  sin  los  auxilios  venidos  de  la 
Península.  Y  entre  los  mismos  países  americanos 
había  una  intercomunicación  que  no  podía  menos 
de  resultar  sumamente  pr^ovechosa.  Una  idea  de 
esto  nos  la  puede  dar  la  estadística  de  los  obispos 
habidos  en  Chile,  Entre  los  dos  obispados  de  San- 
tiago y  Concepción  hubo  un  total  de  42  obispos, 
aunque  algunos  de  ellos  no  alcanzaron  a  llegar  a 
sus  diócesis.  Veinte  obispos  fueron  españoles,  once 
peruanos,  unp  ecuatoriano,  uno  paraguayo,  una 
boliviano,  uno  colombiano,  y  sólo  siete  fueron 
chilenos.  Por  otra  parte,  no  era  raro  que  los  obis- 
pos de  Chile  fueran  ascendidos  a  sedes  más  impor- 
tantes, aun  arzobispales,  como  el  chileno  del  Pozó 
y  Silva  que  llegó  a  ser  Arzobispo  de  Charcas  en 
Bolivia.  Las  Ordenes  Religiosas  por  su  parte  pro- 
veían igualmente  nuestro  país  con  religiosos  veni- 
dos de  España  y  del  Perú.  Y  todo  está  dicho  cuan- 
do sabemos  que  la  Corpna  se  preocupaba  del  vina 
para  la  Misa  y  del  aceite  para  la  lámpara  del  San- 
tísimo. 

El  rompimiento  con  España,  a  causa  de  la  In- 
dependencia, produjo  también  la  desintegración  de 


[  157  ] 


HUMBERTO       MUÑOZ       R  . 

esta  especie  de  comunidad  de  naciones  que  podría- 
mos llamar  "cristiandad  ibero-americana".  Tanto 
en  lo  civil  como  en  lo  eclesiástico  cada  territorio 
comienza  a  sentir  su  nacionalidad  que  muchas  ve- 
ces se  afirma  a  base  de  guerra  con  países  limítrofes, 
como  en  el  caso  de  Chile  que  sólo  tuvp  conciencia 
de  nación  desligada  de  los  demás  países  americanos 
después  de  la  guerra  contra  la  Confederación  Perú- 
Boliviana-  En  cambio,  en  los  días  de  la  Indepen- 
dencia, los  países  seguían  considerándose  más  ame- 
ricanos que  argentinos  o  peruanos,  y  esta  mentali- 
dad, más  aún  que  la  necesidad  de  afianzar  la  pro- 
pia Independencia,  fué  la  que  permitió  la  form.a- 
ción  del  ejército  chileno -argentino  que  después  de 
darnos  libertad  a  nosotros,  se  alejó  en  barcos  chi- 
lenos rumbo  a  las  costas  peruanas.  Fué  también 
esta  mentalidad  la  que  permitió  las  hazañas  de 
Bolívar  que  libertarpn  medio  continente. 

La  Iglesia  de  América  se  resintió  con  esta  pérdi- 
da de  la  vinculación  continental,  tal  como  la  Igle- 
sia en  Europa  a  partir  de  la  Epoca  Moderna  con 
sus  estados  absolutos  y  de  un  nacionalismo  gene- 
ralmente exagerado.  Aunque  de  un  modo  no  or- 
ganizado y  muchas  veces  sólo  en  forma  ocasional, 
se  han  seguido,  sin  embargo,  manteniendo  algunas 
benéficas  vinculaciones.  A  este  respecto,  la  tradi- 
ción de  la  Iglesia  chilena  es  fecunda  en  hechos  que 


[  158  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 

han  tenido  trascendencia  americana.  Enumeremos 
los  más  importantes. 

Preocupado  O'Higgins  por  la  sede  vacante  y  por 
las  perturbaciones  eclesiásticas  que  sólo  desde  Roma 
se  podían  solucionar,  res^olvió  mandar  allí  un  En- 
viado Extraordinario  y  Ministro  Plenipotenciario 
ante  la  corte  de  Roma  y  se  nombró  con  este  fin  a  v 
don  José  Ignacio  Cienfuegos,  quien  se  embarcó  en 
Valparaíso  en  enero  de  1822.  Fué  recibido  cordial- 
mente  por  el  Papa  y  su  gestión  tuvo  pleno  éxito.  A 
pesar  de  ía  oposición  del  Embajador  de  España  que 
todavía  reclamaba  sus  derechos  sobre  estas  colonias, 
la  Santa  Sede  fué  el  primer  estado  europeo  en  man- 
dar un  representante  a  un  gobierno  latinoamericano. 
Fué  designado  Mons.  Juan  Muzi,  Arz,obispo  titu- 
lar de  Filipos,  con  el  título  de  Vicario  Apostólico, 
para  no  herir  susceptibilidades;  pero  era  en  reali- 
dad un  verdadero  Nuncio  y  la  prensa  de  Europa 
y  Norte  América  comentó  el  hechp  interpretándo- 
lo como  un  reconocimiento  de  la  soberanía  de 
Chile.  Prescindimos  aquí  de  la  importancia  de  este 
hecho  para  el  reconocimiento  diplomático  por  par- 
te de  las  demás  naciones  europeas  y  queremos  des- 
tacar su  importancia  en  el  orden  eclesiástico.  La 
grave  situación  producida  en  todos  los  países  de 
América  a  raíz  de  la  Independencia,  sólo  ppdía  te- 
ner solución  por  medio  de  Roma.  Chile  había  da- 


[  159  ] 


HUMBERT    O       MUÑ    OZ  R 


do  el  ejemplo  e  indicado  el  camino,  y  aunque  aquí 
la  misión  fracasó  debido  al  poco  tino  de  Freiré,  el 
camino  ya  estaba  señalado  y  por  esa  vía  llegó  a  to- 
das partes,  más  tarde  o  más  temprano,  la  tan  ne- 
cesaria solución. 

Otro  hecho  de  importancia  continental  fué  la 
creación  por  Pío  IX  del  Colegio  Pío  Latino  Ame- 
ricano de  Roma'.  Este  Colegio  se  debió  al  esfuer- 
zo del  sacerdote  chileno  Mons.  Ignacio  Víctor  Ey- 
zaguirre,  cuyo  busto  se  conserva  en  Roma.  Colo- 
cado bajo  la  acertada  dirección  de  los  jesuítas,  este 
Cplegio  ha  dado  una  excelente  educación  a  los 
alumnos  más  eminentes  de  todos  los  seminarios  de 
América.  Baste  decir  que  de  allí  ha  salido  gran 
parte  de  los  prelados  americanos  y  la  casi  totalidad 
de  los  prof.esores  de  teología.  A  la  elevación  cul- 
tural del  clero  se  ha  unido  también  la  benéfica  vin- 
culación de  los  alumnos  de  todos  los  países.  Mons. 
Ignacio  Víctor  Eyzaguirre  fué  el  primer  chileno 
honrado  con  el  título  de  Protonotario  Apostólico 
ad  instar  y  recibió  delicadas  misiones  de  la  Santa 
Sede  para  algunos  países  americanos.  Sus  preocu- 
paciones en  este  sentido  nos  lo'  indica  ya  el  solo 
título  de  uno  de  sus  libros:  "Los  intereses  católicos 
en  América*'. 

En  1895  las  relaciones  con  Argentina  eran  por 
demás  difíciles.   No  se  encontraba  solución  a  la 


[160  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 

cuestión  de  límites  y  se  temía  una  guerra  que  nadie 
deseaba.  En  estas  circunstancias  debía  hacerse  car- 
go del  Arzobispado  de  Buenos  Aires  S.  E.  Mons. 
Uladislao  Castellanos.  Entre  ambos  gobiernos  y 
los  propios  arzobispos,  se  acordó  que  la  imposi- 
ción del  palio  arzobispal  la  haría  S.  E.  Mons.  Ma- 
riano Casanova  de  cuyo  prestigio  y  dotes  diplomá- 
ticas mucho  se  esperaba.  En  la  catedral  de  Buenos 
Aires  pronunció  el  arzobispo  de  Santiago  un  elo- 
cuente discurso  ante  un  inmenso  auditorio  presidi- 
do por  el  propio  Presidente  de  Aigentina,  general 
don  Julio  A.  Roca.  E>esde  ese  momento  todo  el 
mundo  tuvo  la  sensación  de  que  la  armonía  entre 
las  dos  naciones  se  había  restablecido  gracias  a  la 
brillante  actuación  de  Mons.  Casanova  y  su  comi- 
tiva en  la  que  descollaba  el  entonces  Pbro.  Ramón 
Angel  Jara.  El  propio  León  XIII  supo  apreciar  el 
valor  de  esta  actuación  internacional  y  envió  un 
autógrafo  de  felicitación  al  Arzobispo  de  San- 
tiago. En  la  actualidad,  el  monumento  al  Cristo 
Redentor  colocado  en  la  cima  de  los  Andes,  en 
el  límite  de  los  dos  países,  es  el  mejor  vínculp  de 
unión  entre  Chile  y  Argentina. 

Pero  Mons.  Mariano  Casanova  tiene  a  su  haber 
otra  actuación  aun  más  importante  para  la  marcha 
de  la  Iglesia  en  América.  Uno  de  los  primeros  ac- 
tos de  su  gobierno  fué  dirigirse  al  Papa  León  XIII 


[  161  ] 


HUMBERTO       MUÑOZ  R. 

para  solicitar  la  celebración  de  un  Concilio  Plena- 
rio  de  la  América  Latina.  Podemos  decir  que  du- 
rante la  Colonia,  la  Iglesia  se  rigió  por  el  Concilio 
celebrado  en  Lima  por  Santo  Toribio  de  Mogro- 
vejo.  Los  sínodos  diocesanos  eran  sólo  adapta- 
ciones de  aquél.  Pero  las  condiciones  habían  cam- 
biado mucho  a  partir  de  la  Independencia  y  era 
de  suma  conveniencia  uniformar  la  legislación  ca- 
nónica en  estas  tierras  americanas.  Acogió  León 
XIII  la  idea  del  prelado  chileno,  y  previa  consulta 
a  todos  los  ordinarios  de  América,  se  hizo  la  con- 
vocatoria. En  la  ciudad  de  Roma,  del  28  de  mayo 
al  9  de  julio  de  1899,  se  reunieron  trece  arzobis- 
pos y  cuarenta  obispos  en  el  Primer  Concilio  Ple- 
nario  de  la  América  Latina.  No  faltó  ni  un  solo 
prelado  chileno.  Buena  parte  de  los  cánones  del 
Concilio  habían  sido  ya  aprobados  en  el  sínodo 
diocesano  de  Santiago  de  1895,  presidido  por  el 
mismo  Mons.  Casanova,  a  tal  punto  que  un  histo- 
riador llega  a  decir:  ''Este  concilio  debió  prestar 
inapreciables  servicios  en  algunas  repúblicas  de 
Am.érica.  Para  Chile  i^o  fué  tan  útil;  porque  el 
sínodo  diocesano  de  Santiago  de  1895  prestaba  los 
mismos  servicios,  y  era  ya  conocido  de  todos*  (1). 


U)  Carlos  Silva  Cotapos,  "Historia  Eclesiástica  de  Chile", 
pág.   346.  Santiago,  1925. 


162 


1 


CATOLICISMO  CHILENO 

Este  ha  sido  el  único  Concilio  Plenario  de  la  Amé- 
rica Latina  y  todavía  está  en  vigencia  en  lo  que  no 
se  opone  al  Código  de  Derecho  Canónico. 

El  Seminario  Pontificio  de  Santiago  ha  jugado 
un  rpl  semejante  al  del  Pío  Latino  de  Roma,  sobre 
todo  a  partir  de  1935,  fecha  de  la  creación  de  la 
Facultad  de  Teología  de  la  Universidad  Católica 
que,  además  de  atraer  alumnos  de  todo  Chile  y  de 
diversas  Ordenes  Religiosas,  acoge  seminaristas  de 
todos  los  países  americanos  y  aun  europeos  que 
ejercerán  su  ministerio  en  nuestras  tierras. 

En  el  campo  universitario  católico,  ha  tenido 
también  Chile  una  actuación  destacada.  El  primer 
presidente  de  la  Confederación  Iberoamericana  de 
Estudiantes  Católicos  (CIDEC) ,  fué  el  chileno 
Eduardo  Frei,  y  su  primer  asesor,  nombrado  por 
el  Santo  Padre,  fué  Mons.  Oscar  Lars,on,  también 
chileno.  En  1944  se  celebró  en  los  alrededores  de 
Santiago  un  Congreso  de  la  CIDEC  y  Pax  Roma- 
na con  delegados  de  casi  todos  los  países.  Chile  fué 
designado  cpmo  sede  de  un  Secretariado  Iberoame- 
ricano de  ambas  instituciones. 

Por  iniciativa  de  la  Acción  Católica  Chilena  se 
celebró  en  Santiago  a  mediados  de  1945  la  Prime- 
ra Semana  Interamericana  de  Acción  Católica  con 
delegados  de  casi  todos  los  países,  incluyendo  a  Es- 
tados Unidos  y  Canadá.    Entre  lo®  impprtantísi- 


[  163  ] 


HUMBERTO       MUÑOZ  R. 

mos  acuerdos  de  esta  Semana  se  destaca  la  creación 
de  un  Secretariado  Interamericano  de  Acción  Ca- 
tólica que  tendrá  por  objeto  transmitir  informa- 
ciones y  aun  coordinar  las  actividades  de  la  Acción 
Católica  en  los  divers¡os  países.  Chile  fué  designa- 
do por  unanimidad  como  sede  de  ese  Secretariado. 

Todos  estos  hechos  están  indicando  el  espíritu 
de  amplio  americanismo  que  siempre  ha  existido 
en  la  Iglesia  chilena  y  que  le  han  merecido  la  con- 
fianza de  los  demás  países.  Estimo,  sin  embargo, 
que  no  se  ha  hecho  todavía  lo  suficiente  en  este 
terreno  de  la  cooperación  iberoamericana.  Ahora 
que  los  países  latinoamericanos  parecen  despertar 
de  su  letargo,  que  toman  conciencia  de  su  impor- 
tancia, que  aspiran  a  tener  vida  propia,  que  no  se 
contentan  con  ser  simples  satélites  de  Europa  o 
Norteamérica,  que  los  modernos  medios  de  comu- 
nicación (carretera  panamericana  y  líneas  aéreas) 
facilitan  extraordinariamente  los  viajes  y  mutuo 
intercambio,  ahora  habría  que  hacer  un  esfuerzo 
por  conocernos  mejor  y  ayudarnos  mucho  más. 
Como  se  dejó  constancia  en  la  Semana  Interame- 
ricana  de  Acción  Católica,  hay  muchos  problemas 
que  rebalsan  las  fronteras  nacionales  y  tienen  que 
abordarse  en  el  plano  internacional.  Bastaría  con- 
siderar que  los  grandes  enemigos  — comunismo, 
masonería,  protestantismo —  están  organizados  en 


[  164  ] 


CATOLICISiMO  CHILEN  O 

el  plano  internacional,  lo  que  da  eficacia  continen- 
tal a  sus  campañas.  En  especial  los  países  peque- 
ños, como  es  el  mismo  Chile,  ¿cómo  podrán  editar 
siquiera  los  libros  necesarios  al  apostolado  en  con- 
diciones comerciales?  Para  defendernos  del  protes- 
tantismo, y  sobre  todo  porque  lo  necesita  la  inte- 
gridad de  nuestra  vida  cristiana,  necesitamos  una 
edición  de  la  Biblia,  que  sea  muy  buena  y  econó- 
mica a  la  vez.  Me  decía  el  gerente  de  uña  editorial 
que  esa  edición  no  podría  ser  de  menos  de  500,000 
ejemplares  para  que  resultara  económica.  Es- una 
cifra  que  rebalsa  la  capacidad  de  consumo  de  cual- 
quiera de  nuestros  países  y  tiene  que  hacerse  para 
toda  la  América  española. 

Algo  de  suma  importancia  es  trabajar  en  la  His- 
toria de  la  Iglesia  en  América.  Se  la  ha  calumnia- 
do mucho  y  la  verdadera  Historia  la  puede  reivin- 
dicar. En  una  reunión  habida  en  Santiago  entre 
los  profesores  de  la  Universidad  de  Chile  y  Cató- 
lica, propiciada  por  el  Auditor  de  la  Nunciatura 
para  que  se  expusieran  en  confianza  los  prejuicios 
contra  la  religión,  sólo  hubo  una  objeción  de  ca- 
rácter filosófico;  todas  las  demás  eran  acusaciones 
de  falsos  hechos  imputados  a  la  Iglesia.  Y  una  His- 
toria de  la  Iglesia  en  América  requiere  investigacio- 
nes previas  de  la  Iglesia  en  los  diversos  países. 
¿Cómo  se  puede  sintetizar  lo  que  aun  no  está  es- 


[  165  ] 


HUMBERTO       MUÑOZ  R 


tudiado?  Por  otra  parte,  sobre  todo  en  la  Colonia, 
pero  también  en  la  República,  tenemos  gran  nú- 
mero de  factores  comunes  que  hemos  de  estudiar 
también  en  común. 

Una  idea  que  se  me  ocurre  muy  práctica  para 
esta  vinculación  de  nuestros  países,  sería  la  cele- 
bración de  Congresos  Eucarísticos  Interamericanos. 
En  realidad  que  los  Congresos  Eucarísticos  últimos 
de  Buenos  Aires  y  Santiago  han  tenido  ya  de  he- 
cho un  carácter  interamericano;  pero  seria  de  mu- 
cha eficacia  que  esto  se  organizara  ex  profeso  y 
con  un  carácter  periódico  y  rptativo  entre  las  di- 
versas capitales  o  naciones. 

Es  indudable  que  por  su  común  origen  e  igual- 
dad de  idioma  y  religión,  los  países  hispano  ameri- 
canos tienen  ya  una  base  excepcional  de  particular 
vinculación.  A  esto  puede  agregarse  el  Brasil,  que 
tiene,  como  nosotros,  un  origen  peninsular  y  una 
cultura  latina.  Norteamérica,  en  cambio,  con  su 
sangre  sajona  y  su  cultura  de  tipo  protestante  — 
aunque  ahora  éstos  están  muy  disminuidos —  no 
es  fácil  de  asimilar  al  resto  del  continente.  ¿Qué 
actitud  debemos  entonces  tomar  respecto  de  ella? 
Creo  que  debemos  asumir  una  actitud  eclesiástica 
y  realista  a  la  vez.  Eclesiástica,  esto  ts,  que  la 
Iglesia  debe  ponerse  al  margen  de  las  doctrinas  po- 
líticas que  existen  al  respecto,  y  realista,  porque 

[  166  ] 


CAT    OLICISMO  CHILENO 

debe  aceptar  los  hechos  tal  como  se  presentan.  No 
debemos,  por  lo  tanto,  abandonar  nuestra  antigua 
''cristiandad  iberoamericana",  sino  en  lo  posible 
mantener  esa  específica  vinculación  que  tanto  bien 
nos  hizo  durante  la  Colonia.  Pero  debemos  tam- 
bién aceptar  como  un  hecho  real  la  inmensa  in- 
fluencia que  Estados  Unidos  va  adquiriendo  y  au- 
mentando. ¿Qué  actitud  debemos  tomar  frente  a  la 
influencia  norteamericana?  Me  parece  que  lo  más 
cuerdo  es  una  actitud  ecléctica,  distante,  tanto  del 
extremo  de  los  que  creen  que  todo  lo  del  Norte 
es  mejor  que  lo  nuestro,  como  de  aquella  aversión 
que  no  ve  sino  una  nación  imperialista.  Como  en 
todas  partes,  a  priori  lo  podemos  decir,  en  Esta- 
dos Unidos  hay  mucho  de  bueno  y  mucho  de  malo. 
Lo  que  corresponde  entonces  es  recibir  esa  influen- 
cia con  beneficio  de  inventario.  Pongamos  como 
norma  la  doctrina  de  la  Iglesia  y  tratemos  de  atraer 
nosotros  mismos  aquello  que  nos  sea  de  utilidad. 
Para  esto,  es  necesario  no  juzgar  sin  conocimiento 
de  causa  y  habría  que  estudiar  y  conocer  en  el  te- 
rreno mismo  lo  que  de  ellos  hemos  de  aprender  y 
lo  que  debemos  evitar.  No  comencemos,  por  lo 
tanto,  por  cerrar  nuestros  ojos,  sino  por  estudiar 
los  problemas.  Pero  hay  algunas  cosas  que  sabe- 
mos desde  luego,  siquiera  en  sus  rasgos  generales. 
Que  ahí  la  Iglesia  Católica  es  muy  floreciente  y 


[  167  ] 


HUMBE    RTO       MUÑOZ  R. 

que  se  preocupa  poco  de  nosotros,  y  que  hay  múl- 
tiples sectas  protestantes  que  trabajan  activamente 
en  mandar  misioneros  a  recuperar  aquí  el  terreno 
que  pierden  en  su  patria.  Sabemos  también  que  es 
un  país  cuya  gran  mayoría  no  tiene  ninguna  reli- 
gión y  que  vive  prácticamente  en  el  paganismo. 
Esto  ya  nos  da  una  pauta  para  la  política  que  he- 
mos de  seguir. 

Se  impone  desde  luego  una  mayor  vinculación 
con  los  católicos  norteamericanos.  Si  han  de  in- 
fluir desde  Estados  Unidos,  que  sean  en  primer  lu- 
gar los  católicos.  El  delegado  de  este  país  a  la  Pri- 
mera Semana  Interamericana  de  Acción  Católica 
aseguró  que  los  católicos  de  su  patria  estaban  dis- 
puestos a  intensificar  su  ayuda,  Y  les  cabe  una 
cierta  obligación  moral.  Si  los  protestantes  se  pre- 
ocupan tanto  de  nosotros,  ¿por  qué  no  han  de  ha- 
cer lo  mism^o  los  católicos?  Y  hay  problemas  que 
sin  esa  ayuda  son  casi  imposibles  de  resolver.  Me 
referiré  una  vez  más  a  la  Biblia.  De  allá  llegan 
magníficas  ediciones  protestantes,  subvencionadas 
por  la  Sociedad  Bíblica  Norteamericana  y  a  un 
precio  imposible  de  competir,  sobre  todo  con  nues- 
tra débil  moneda.  Habría  que  tener  una  sociedad, 
con  capitales  de  dólares  para  poHer  hacerles  frente. 

En  Estados  Unidos  hay  gran  número  de  sacer- 
dotes, a  tal  punto,  que  envían  misioneros  al  extre- 


[  168  ] 


CATOLICISMO  CHILENO 

mo  oriente.  ¿No  sería  más  conforme  con  la  polí- 
tica de  buena  vecindad  que  aumentaran  el  número 
de  los  pocos^que  han  llegado  p,or  aquí?  Estos  sa- 
cerdotes, además  de  aumentar  nuestros  escasos  con- 
tingentes, servirían  para  enseñar  la  técnica  de  tra- 
bajo y  los  modernos  métodos  de  apostolado.  Sé 
que  los  misioneros  de  Maryknoll  que  hay  en  La 
Paz  (Bolivia)  usan  métodos  de  gran  efecto  para 
combatir  la  propaganda  protestante.  Si  esto  se  ge- 
neralizara, sería  una  cooperación  muy  eficaz.  Mu- 
chas veces  el  sacerdote  chileno  no  puede  realizar 
todos  sus  proyectos  por  falta  de  dinero.  En  cam- 
bio, los  que  vienen  del  Norte,  suelen  disponer  de 
los  medios  necesarios.  No  conozco  la  literatura  ca- 
tólica norteamericana;  pero  vislumbro  que  habría 
mucho  que  traducir  y  hacer  circular  por  estas  tié- 
rras.  En  resumen,  que  antes  que  atacar  el  protes- 
tantismo y  paganismo  que  de  allá  nos  viene,  hemos 
de  procurar  acrecentar  la  influencia  católica. 

Otro  de  los  problemas  que  se  nos  avecina  con  el 
término  de  la  guerra  es  la  ola  de  la  inmigración. 
Será,  sin  duda,  de  gran  provecho  para  el  país,  si  se 
hace  en  debidas  condiciones;  pero  plantea  a  la 
Iglesia  nuevos  problemas  que  urgirá  resolver.  Y 
desde  luego,  un  aumento  de  población  significa 
una  intensificación  de  la  crisis  sacerdotal  que  acaso 
pueda  solucionarse  procurando  que  acompañen  sa- 


[  169  1 


HUMBERTO       MUÑOZ       R  . 

ccrdotes  de  la  misma  nacionalidad  a  los  contingen- 
tes migratorios.  Esto  tendría  grandes  ventajas.  Es 
sabido  que  el  emigrante,  aun  el  católico,  una  vez 
trasplantado  a  otro  suelo  donde  no  tiene  en  su  fa- 
vor la  fuerza  de  la  tradición  religiosa  de  su  patria, 
tiende  a  abandonar  las  prácticas  religiosas  y  a  con- 
sagrar su  vida  al  enriquecimiento  personal.  En 
estas  condiciones,  parece  que  sólo  el  sacerdote  de  la 
misma  nacionalidad  tiene  el  ascendiente  necesario 
para  mantenerlo  adherido  a  su  religión.  Las  ex- 
periencias realizadas  en  este  sentido  en  Estados 
Unidos  podrían  ser  de  gran  utilidad  para  nosotros. 
En  todo  caso,  habría  que  realizar  un  buen  servicio 
de  atención  para  los  inmigrantes,  a  fin  de  mantener 
a  los  católicos  y,  a  ser  posible,  convertir  a  los  que 
no  lo  sean.  La  Iglesia  se  interesará  también,  y  en 
esto  tienen  una  gran  misión  los  políticos  cristia- 
nos, en  que  los  inmigrantes  sean  de  preferencia  ca- 
tólicos. Esto  lo  pide,  no  sólo  el  bien  de  la  Iglesia, 
sino  también  la  conveniencia  de  la  patria  que  en  el 
católico  encontrará  un  elemento  más  asimilable  a 
la  masa  católica  de  la  nación.  Países  como  Polo- 
nia, sur  de  Holanda,  Italia,  España  y  Ukrania, 
podrían  proporcionarnos  elementos  humanos  de 
primera  calidad. 

Un  punto  importante  es  el  que  se  refiere  a  los 
ritos.   Sí  todo  inmigrante  prefiere  sacerdotes  de  su 


[  170  ] 


CATOLICISMO  CHIL^ENO 

nacionalidad,  esto  adquiere  un  carácter  de  exigen- 
cia para  los  fieles  de  rito  oriental.  Como  allí  la 
liturgia  se  celebra  en  idioma  vernáculo,  nuestro 
rito  latino  aparece  ante  ellos  como  una  religión  di- 
versa; y  en  cambio,  es  sabido  la  poca  importancia 
que  dan  ios  árabes,  por  ejemplo,  a  la  diferencia  en- 
tre la  religión  católica  y  la  ortodoxa,  Qon  tal  que 
les  hablen  su  idioma  y  hagan  sus  ceremonias  tal 
como  en  su  tierra  natal.  En  Argentina  y  Brasil  hay 
aún  obispos  de  rito  oriental.  Entre  nosotros,  ni  si- 
quiera misioneros  con  carácter  permanenete.  Esto 
nos  expone  a  la  pérdida  total  de  la  colonia  árabe 
si  no  se  la  atiende  rápidamente. 

La  influencia  europea  se  ha  sentido  siempre  ava- 
salladora en  nuestro  continente.  No  hay  motivo 
para  pensar  que  no  se  siga  experimentando.  Pero 
el  porvenir  de  la  cultura  cristiana  en  Europa  es  una 
incógnita.  Un  diluvio  de  escritores  nos  anundia 
cada  día  que  el  círculo  de  la  cultura  cristiana  en 
Europa  está  por  cerrarse,  que  se  marcha  rápida- 
mente a  la  disolución  completa  de  la  cristiandad 
medieval.  En  esta  afirmación,  no  hay  nada  contra 
la  recta  ortodoxia,  ya  que,  si  bien  Dios  prometió 
asistencia  a  su  Iglesia  Universal,  la  cual  nunca  pue- 
de perecer,  nunca  aseguró  que  alguna  de  sus  par- 
tes no  pudiera  volver  al  paganismo,  como  de  hecho 
fea  sucedido  con  el  norte  de  Africa  otrora  tan  ca- 


[  171  ] 


HUMB    ERTO       MU    ÑOZ  R, 

tólico  y  ahora  musulmán,  y  como  sucedió  también 
con  los  países  nórdicos  que  cayeron  en  el  protes- 
tantismo  y  ahora  caminan  también  al  paganismo.  Y 
cuando  se  ve  el  poderío  que  va  adquiriendo  Rusia 
con  su  comunismo  ateo,  en  verdad  que  se  teme  por 
la  civilización  cristiana  de  Europa.  Pero  tampoco 
podemos  negar  que  después  de  la  guerra,  el  catoli- 
cismo ha  ganado  terreno  en  muchos  países,  aun  los 
protestantes.  El  triunfo  del  laborismo  en  Ingla- 
terra ha  sido  ciertamente  un  golpe  para  el  pro-tes- 
tantismo  y  una  excelente  posibilidad  para  el  apos- 
tolado de  los  católicos. 

En  Alemania,  donde  los  católicos  fueron  los  úni- 
Qos  que  opusieron  una  verdadera  resistencia  al  na- 
cismo,  quedarán  ahora  en  mejor  situación  que  los 
protestantes  que  se  dejaron  arrasar  por  la  propa- 
ganda totalitaria.  Holanda,  según  las  últimas  noti- 
cias, tendrá  también  mayoría  católica,  ya  que  de  los 
3  millones  de  víctimas  de  la  guerra,  la  mayoría  eran 
protestantes.  Italia,  libre  de  las  trabas  del  fascismo, 
verá  también  aumentado  el  fervor  de  su  catolicis- 
mo. España,  cualquiera  que  sea  nuestra  opinión 
respecto  de  la  política  de  Franco,  contempla  ahora 
un  despertar  religioso  extraordinario.  Todo  esto 
nos  hace  dudar  y  remitir  el  futuro  a  los  secretos  de- 
signios de  E>ios.  E>e  una  sola  cosa  debemos  estar  se- 
guros, que  sea  cual  sea  la  influencia  que  de  Europa 


[  172  ] 


CATOLICISMO  CHILEN  O 


nos  venga,  hemos  de  defender  nuestra  fe  y  aprove- 
charnos de  todas  las  circunstancias,  favorables  y  ad- 
versas, para  el  incremento  de  nuestra  santa  religión 
en  estas  tierras  americanas.  Y  si  llegara  a  faltar  la 
civilización  cristiana  en  Europa,  tendremos  un  nue- 
vo motivo  para  trabajar  por  una  nueva  cultura  que 
sea  auténticamente  americana,  y  sobre  todo,  autén- 
ticamente católica. 


[  173  ] 


INDICE 


PAO. 

Prólogo   7 

Al  lector   13 

I— (Nuestra  posición  iiistórica   

n.— Corrientes  su^bterráneas     41 

ni.— Los  operarios  de  la  mies   61 

IV.— La  Acción  Católiéa   7t 

V.— Mat^Tia  y  espíritu   95 

VI.— El  protestantismo   117 

VIL— Los  hijos  d'e  las  tinieblas   135 

VIII.— En  el  plano  internacional   155 

[  175  ] 


CEÑIR©  SAN  CRrSTOaAL 

A^C  I 

líMO  Noclüw  '*Edo.  de  la  Barra"  \ 

Blanco  1«39  -  T©»éfono' 6607  j 

1  VALPARAISO  ^ 

i   -..í 


CENTRO  SAN  CRrSToJ^LÍ 


A#C 


liceo  nocturno  ''Edo.  de  It  Barra" 
Blanco  1*39  -  Teléfono  6607 
VALPARAISO 


BX1468.M96 
Catolicismo  chileno; 


Princeton  Theological  Seminary-Speer  Library 


1  1012  00019  7162 


flanco  1^39  -  a^íófono  Co37 
VALPARAISO 


I,