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Full text of "Ciencia y fe."

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LIB 

RARY  OF  PRINCETON 

Jlil  2 5 2003 

1 

THEOLOGICAl  SEMINAR  Y 

Digitized  by  the  Internet  Archive 
in  2016 


https://archive.org/details/cienciayfe621cole 


:ACULTAD£$  DE  FILOSOFIA  Y TEOLOGIA  - SAN  MIGUEL,  F.C.N.G.S.M. 

CIENCIA  Y FE 


Artículos:  En  torno  al  último  Heidegger  ( Dr . Juan  Llambías  de 
Asevedo) ; Determinación  de  la  justicia  del  salario  en  las  Encí- 
clicas sociales  ( Pbro . Manuel  Butrón  Valencia)  ; El  principio 
de  individuación  según  Suárez  (./.  Rosanas,  S.  /.)•  - Notas  V 
Discusiones:  Karl  Jaspers:  síntesis  y crítica  de  una  filosofía  de 
la  existencia  (Feo.  J . Cid  G.,  S.  /.)•  - Textos:  Los  Eleatas:  Zenóri 
y Meliso  (/.  Quites  y E.  I.  Granero) . - Actualidades:  La  Asocia- 
ción Católica  Argentina  de  Filosofía,  El  Instituto  Superior  de  Fi- 
losofía, La  Soc.  Española  de  Filosofía,  - Reseñas  Bibliográficas, 


N.*  21 


Enero-Marzo 


Año  VI 


ANO  DEL  LIBERTADOR  GENERAL  SAN  MARTIN,  1950 


CIENCIA  Y FE 


AVISO  IMPORTANTE 


Se  pone  en  conocimiento  de  los  lectores  de  Ciencia  y Fe 
que  esta  Revista  ha  instalado  su  Administración  en  Buenos  Aires, 
calle  Hipólito  Yrigoyen  2005,  T.  E.  48-7051,  donde  serán  aten - 
didos  los  pedidos  de  suscripciones,  pasos,  venta  de  números  atra- 
sados y demás  asuntos  similares. 

Asimismo  estarán  en  venta  en  dicha  Administración  todos 
los  libros  editados  por  las  Facultades  de  Filosofía  y Teología  del 
Colegio  Máximo. 


I 


Con  licencia  eclesiástica 

Registro  de  la  Propiedad  Intelectual  318.411 
Queda  hecho  el  depósito  que  marca  la  ley  11.723 

Buenos  Aires,  Año  del  Libertador  General  San  Martín  1950 


CIENCIA  Y FE 

Publicación  trimestral  de  las  FACULTADES  DE  FILOSOFIA  Y TEOLOGIA 
del  Colegio  Máximo  de  San  José  (San  Miguel,  F.  C.  N.  G.  S.  M,  R.  Argentina) 

N.°  21  Enero-Marzo  Año  VI 

AÑO  DEL  LIBERTADOR  GENERAL  SAN  MARTIN,  1950 


INDICE 


ARTICULOS : 

En  torno  al  último  H eidegger.  • Por  el  Dr.  Juan  Llambías  de  Azevedo  7 
Determinación  de  la  justicia  del  salario  en  las  Encíclicas  sociales.  - 

Por  el  Pbro.  Manuel  Butrón  Valencia  31 

El  principio  de  individuación  según  Suárez.  . Por  Juan  Rosanas,  S.  I.  69 


NOTAS  Y DISCUSIONES: 

Karl  Jaspers : síntesis  y crítica  de  una  filosofía  de  la  existencia.  - 

Por  Francisco  J.  Cid  G.,  S.  I ( 87 

TEXTOS : 

Los  Eleatas : Zenón  y Meliso.  - Por  I.  Quiles,  S.  I.  y E.  Ignacio  Granero  101 


ACTUALIDADES : 

La  Asociación  Católica  Argentina  de  Filosofía  111 

El  Instituto  Superior  de  Filosofía  115 

La  Sociedad  Española  de  Filosofía  116 


RESEÑAS  BIBLIOGRAFICAS: 

Muñoz,  S.  /.,  Jesús:  Esencia  del  libre  albedrío  y proceso  del  acto  libre 
según  F.  Romeo,  O.  P.,  Sto.  Tomás  y F.  Suárez,  S.  I.  (J.  Silv) ; 
Romano,  Pietro:  Ontologia  del  Valore  (C.  Boasso) ; Pastare, 
Annibale:  La  Volontá  delI’Assurdo  (C.  Boasso). 


ai  aÜ 

i 

. 





EN  TORNO  AL  ULTIMO  HEIDEGGER 


Por  el  Dr.  Juan  L LAMBÍ  AS  DE  AzEVEDO.  — Montevideo. 


Después  de  veintitrés  años  de  haber  aparecido  su  primera 
parte,  Sein  und  Zeit,  la  memorable  obra  fundamental  de  Hei- 
degger, permanece  trunca,  y,  según  declaraciones  de  su  autor, 
está  destinada  a no  recibir  su  complemento. 

El  estado  inconcluso  de  la  obra,  ha  sido  causa  aparente,  por 
lo  menos,  de  que  su  pensamiento  fuera  objeto  de  interpretacio- 
nes que,  según  las  protestas  del  mismo  Heidegger,  no  han  dado 
con  su  verdadero  sentido. 

Nosotros  creemos,  sin  embargo,  que  las  supuestas  erróneas 
interpretaciones  no  obedecen  sólo  a la  «imperfección»  de  la 
obra,  sino  que  radican  en  una  esencial  ambigüedad  de  que  está 
afectado  su  pensamiento,  ambigüedad  que  no  se  descubre  sólo 
en  esta  o aquella  frase  tomada  aisladamente,  sino  que  atañe  a 
su  problema  mismo,  a sus  tesis  centrales  y a su  tema  primero, 
y que,  lejos  de  haber  sido  eliminada,  resulta  confirmada  por  las 
declaraciones  y aclaraciones  que  contienen  los  últimos  escritos 
de  su  autor. 

Analizando  el  Epílogo  a la  conferencia  Qué  es  metafísi- 
ca?»,  añadido  en  la  edición  de  1943,  la  Carta  sobre  el  humanismo 


8 


Dr.  Juan  Llambías  de  Azevedo 


de  1947.  y la  Introducción  a aquella  conferencia,  agregada  en  la 
edición  de  1949,  y comparándolos  con  la  obra  fundamental  y otros 
escritos  anteriores,  se  revela  ese  carácter  ambiguo  de  su  filo- 
sofía 1. 

Podrían  interpretarse  las  nuevas  publicaciones  como  testi- 
monios de  un  estadio  ulterior  en  la  evolución  de  su  pensamien- 
to, pero  lo  singular  es  que  Heidegger  las  presenta  como  una 
especie  de  «interpretación  auténtica»  (para  emplear  un  término 
jurídico)  de  su  doctrina  anterior,  de  suerte  que  son  los  nuevos 
escritos  los  que  vienen  a ratificar  la  impresión  de  anfibología. 

El  problema  que  investiga  SZ  es  el  problema  del  sentido  del 
ser,  que  insistentemente  es  presentado  como  distinto  del  con- 
cepto de  ente  2. 

A pesar  de  ello,  se  trata  siempre  del  «ser  del  ente»  (Sein 
des  Seienden ),  es  decir,  de  un  elemento  constitutivo  del  ente» 
que  lo  determina  y posibilita  su  comprensión,  sin  que,  por  otra 
parte,  ello  suponga  prejuzgar  sobre  el  origen  de  esa  constitución 
y comprensión  3.  Parecería  que  se  trata  de  algo  común  a todos 
los  entes  4,  como  en  la  concepción  aristotélica.  En  todo  caso,  el 
problema  pertenece  a la  Metafísica 5,  más  estrictamente,  a la 
Ontología  6. 

Pero  para  resolver  el  problema  del  ser,  hay  que  tratarlo 
primero  en  un  ente  privilegiado:  el  hombre  es  el  tema  primero 


1 Abreviaturas:  SZ  = Sein  und  Zeil. 

KM  = Kant  und  das  Problem  der  Metaphysik. 

WO  = Vom  Wesen  des  Grandes 3,  Klostermann  Frankfur 
a.  M.  1949. 

WW  = Vom  W esen  del  Wahrheit 2,  Klostermann  Frank- 
furt  a.  M.  1949. 

WM  = Was  ist  Metaphysik,  5.  Klostermann  Frankfurt 
a.  M.  1949. 

N = Nachwort  de  WM. 

E = Einleilung  de  WM. 

B = Brief  über  den  Humanismus  en  Platons  Lehre  von 
der  IVahrheit.  Francke  Bern.  1947. 

2 SZ,  p.  6 y passim. 

3 SZ,  p.  6,  9 

4 «Sein  liegt  im  Dass  — und  Sosein,  in  Realitat,  Vorhandenheit,  Be.Oand, 
Geltung,  Dasein,  im  «es  gibt».  SZ,  p.  7. 

» SZ,  p.  2. 

8 SZ,  p.  11. 


En  torno  al  último  Heideggbr 


* 


de  la  Ontología,  entre  otras  razones,  porque  el  hombre  es  el  ente 
a quien  le  importa  su  ser  y que,  hasta  cierto  punto,  lo  comprende. 
La  Analítica  del  hombre  (Dasein)  se  convierte,  así,  en  la  Onto- 
logía fundamental. 

Estudiando  esta  Analítica  — que  aquí  suponemos  conocida — , 
el  buen  entendedor  advierte  pronto  que  caracteriza  al  hombre 
por  una  serie  de  notas  tomadas  a la  antropología  bíblica  y a la 
teología  cristiana  construida  sobre  ella:  «mundo»,  «derelicción» 
( Geworfenheit ),  «caída»  {Verf  alien),  «proyecto»,  «cuidado» 

( Sorge ),  «muerte»,  «libertad»,  «conciencia  moral»,  «culpa»,  «tiem- 
po», «nada»,  «iluminación»  (Lichtung),  «aceptación  decidida» 

( Entschlossenheit ),  son  conceptos  teológicos,  al  punto  de  que  el 
estudiante  novel,  que  la  lee  desprevenido,  tiene  la  impresión 
de  que  SZ  es  obra  de  inspiración  cristiana.  Entretanto,  Heidegger 
presenta  esos  conceptos  cuidadosamente  desarraigados  de  los 
complementarios  que  integran  la  antropología  cristiana:  se  habla 
de  una  derelicción  del  hombre  en  el  mundo,  pero  sin  vincularlo 
a una  creación  con  sentido  que  explique  su  existencia.  Más  bien, 
el  concepto  de  «estar  arrojado»  sugiere  la  absoluta  falta  de  sen- 
tido. La  caída  no  supone  la  libertad : la  libertad  es  el  fundamento 
para  salir  de  la  caída,  pero  no  para  entrar  en  ella.  El  ser  del 
hombre  es  el  cuidado,  pero  no  del  alma,  sino  de  un  ente  defi- 
nido por  facticidad,  caída  y existencialidad,  cuya  muerte  es  un 
término  absoluto  y no  un  tránsito  al  «seno  de  Abraham»  o a la 
«vida  eterna».  La  libertad  no  es  la  posibilidad  de  probar  del  árbol 
del  bien  y del  mal,  sino  la  libertad  para  la  muerte,  la  aceptación 
decidida  ( Entschlossenheit ),  como  un  anticipado  «pensar  en  la 
muerte »,  sí,  pero  sin  la  esperanza  de  «otra  vida»,  como  un  «obrar 
sin  ilusiones».  Hay  una  conciencia  moral,  pero  sin  legislador,  una 
culpa  sin  redención,  (la  redención  no  es  más  que  la  Entschlos- 
senheit) ; hay  una  nada  de  donde  salen  los  entes,  sin  Creador, 
una  iluminación,  sin  Verbo,  un  «estar-en-el-mwndo»  sin  el  contra- 
concepto del  corpus  mysticum  Christi. 

Heidegger  ha  desollado  al  hombre  de  su  piel  teológica.  Sus 
conceptos  hacen  recordar  a los  versos  llamados  «de  pie  quebra- 
do» en  los  que  las  medias  palabras  quieren  mentar  ciertas  cosas, 
pero  en  los  que  la  rima  se  perfecciona  gracias  a la  imperfección 
de  aquéllas. 

Si  bien  en  algunos  de  aquellos  casos  Heidegger  no  alude  de 


10 


Dr.  Juan  Llambías  db  Azbvedo 


ningún  modo  al  concepto  complementario,  en  otros  se  expresa  de 
tal  suerte  que  no  puede  interpretarse  sino  como  una  negación, 
por  ejemplo,  al  caracterizar  a la  muerte  como  posibilidad  «inso- 
brepasable»  ( unüberholbar ) o como  «posibilidad  de  la  imposi- 
bilidad  del  hombre»7.  En  un  caso,  asistimos  a una  radicalización 
de  la  interpretación  teológica:  la  «culpa»,  como  elemento  consti- 
tutivo  del  ser  del  hombre,  es  más  originaria  que  el  status  corrup- 
tionis  de  la  teología.  Cierto  que  en  una  nota  8 dice  que  la  analí- 
tica  de  la  culpa  no  prueba  ni  a favor  ni  en  contra  de  la  posi- 
bilidad del  pecado,  y que  éste  tiene  su  peculiaridad,  que  perma- 
nece cerrada  a la  experiencia  filosófica.  Esto  induce  a la  inter- 
pretación de  que  los  dominios  respectivos  de  teología  y filoso- 
fía quedan  netamente  separados.  Pero  la  nota  añade  que  la  On- 
tología  del  hombre  ni  siquiera  deja  abierta  la  posibilidad  de 
plantearse  el  problema  del  pecado,  en  cuanto  nada  sabe  de  él, 
lo  que  en  el  fondo  entraña  la  incomunicabilidad  de  la  filosofía 
con  la  teología,  y,  por  tanto,  prácticamente,  la  irrelevancia  de 
esta  última  y de  la  experiencia  religiosa.  Por  otra  parte  — y esto 
es  lo  decisivo — , la  interpretación  heideggeriana  de  la  conciencia 
de  la  culpa 9,  conduce  naturalmente  a considerarla  como  una 
sustitución  del  concepto  religioso  del  pecado,  porque  al  conver- 
tir a la  primera  en  un  elemento  esencial  al  ser  del  hombre,  hace 
superfluo  al  segundo.  La  corruptio  no  es  un  status  porque  ya  antes 
el  hombre  era  culpable. 

En  efecto,  mientras  en  el  Génesis  el  pecado  es  la  trasgre- 
sión  de  un  precepto  dictado  por  Dios,  cuya  pena  (o  por  lo  menos 
una  de  sus  penas)  es  la  muerte  10,  en  SZ  la  culpa  es  anterior  a 
todo  precepto  y consiste  en  la  existencia  misma  del  hombre,  en 
que  éste  es  un  ente  derelicto  en  el  mundo,  caído  entre  las  cosas, 
destinado  a la  muerte.  La  culpa  no  es  un  acontecimiento  en  la 
vida,  sino  que  el  hombre  «es  culpable  en  el  fondo  de  su  ser»  u. 
Hay  una  incompatibilidad  radical  entre  ambas  concepciones.  Se 
la  podría  expresar  así: 


7 SZ,  p.  250. 

8 SZ,  p.  306. 

9 SZ,  p.  280  88. 

1°  Gen.  11,17;  ¡II,  19. 
U SZ,  p.  286. 


En  torno  al  último  Heidrocer 


11 


Dios  dice  al  hombre:  «morirás  porque  eres  culpable». 

Heidegger  le  dice:  «eres  culpable  porque  morirás». 

Ante  esa  fisonomía  de  la  Analítica  existencial,  parece  co- 
rrecta la  interpretación  que  dieron  muchos  (Lówith,  Wahl,  de 
Waehlens,  etc.)  de  la  filosofía  de  Heidegger  presentándola  como 
una  teología  secularizada,  y por  consiguiente,  con  un  sentido 
anticristiano.  Y se  ha  llegado  a decir  que  los  enemigos  abierta- 
mente declarados  del  Cristianismo  desde  Ludendorff  hasta  los 
Bolschewikis  eran  un  don  de  Dios,  comparados  a la  enemistad 
enmascarada  contra  el  principio  cristiano  que  constituye  la  subs- 
tancia de  su  filosofía  12.  Su  supuesto  tácito  no  es  propiamente 
el  ateísmo,  como  posición  metafísica  (Haecker),  sino  la  irreli- 
giosidad del  hombre  contemporáneo,  desprovisto  de  fe  y sin 
vínculo  alguno  con  el  más  allá.  La  posición  de  Heidegger  es 
más  radical  que  la  de  una  negación  de  Dios  y de  la  superviven- 
cia, porque  la  descripción  del  hombre  está  hecha  en  términos 
tales  que  no  ofrece  siquiera  la  posibilidad  de  plantear  los  res- 
pectivos problemas.  El  hombre  conoce  lo  trascendente  (en  el 
sentido  de  lo  que  está  más  allá  de  la  conciencia),  pero  ello  está 
limitado  por  el  mundo,  el  tiempo  y la  muerte.  Respecto  a éstos 
no  hay  más  trascendencia  que  la  Nada.  Así,  en  cuanto  el  hombre 
está  ixaertado  exclusivamente  como  ser-en-el-mundo  la  doctri- 
na paree»  una  filosofía  del  más  acá;  por  la  predominancia  que 
otorga  a lu  posibilidad  sobre  la  realidad,  una  filosofía  de  la  con- 
tingencia •,  por  describir  la  existencia  humana  con  los  rasgos  de 
«facticidad»,  «caída»,  «ser  para  la  muerte»,  «angustia»,  una  filo- 
sofía de  la  depresión  y del  pesimismo;  por  la  temporalidad  fi- 
nita que  constituye  el  horizonte  del  ser,  y porque  «el  ser  mismo 
es  en  esencia  finito»  13,  una  filosofía  de  la  finitud;  por  la  intro- 
ducción de  la  nada  como  fondo  de  donde  emerge  y en  donde 
se  sumerge  el  ente  en  total,  cuya  trayectoria  carece  de 
sentido  y valor,  y por  la  dislocación  y remoción  de  todos  los 
conceptos  que  constituyen  la  base  de  la  filosofía  occidental, 
sería  la  expresión  más  aguda  del  nihilismo,  una  filosofía  de 
la  crisis. 

Desde  otro  punto  de  vista,  en  cuanto  a la  relación  de  sujeto 


12  Ballmer,  Aber  Herr  Heidegger!  Basel.  1933,  p.  46. 
i*  WM,  p.  36 


12 


Dr.  Juan  Llambías  de  Azevbdó 


y objeto,  la  doctrina  se  mueve  en  la  línea  de  Kant,  y puede  ser 
caracterizada  como  una  ampliación  del  kantismo : los  entes  exis- 
ten con  independencia  del  hombre  (hay  «cosas  en  sí»),  pero  su 
constitución  a-priori  y su  ser  están  determinados  por  el  hombre. 
Así  los  entes  intramundamos  son  determinados  en  su  ser  por  lo 
que  son  para  el  hombre,  es  decir,  como  útiles.  Su  esencia  es  la 
«manualidad»  (Zuhandenheit)14.  Si  el  espacio  es  un  a-priori 
es  porque  el  hombre  «da  espacio»  a los  entes  15.  El  mismo  hom- 
bre es  esto  o aquello  en  la  medida  en  que  se  ha  comprendido  16 
y la  comprensión  es  un  proyecto,  elemento  éste  de  la  abertura 
( Erschlossenheit ) del  hombre  17.  La  verdad  originaria  está  en 
la  abertura  del  hombre  18  y hay  verdad  sólo  en  cuanto  hay  hom- 
bre 19.  Sólo  hay  ser  en  cuanto  hay  verdad,  y por  lo  tanto,  en  cuan- 
to hay  hombre  20.  El  tiempo  es  el  horizonte  de  la  comprensión 
del  ser  21,  porque  el  tiempo  es  constitutivo  del  ser  del  hombre  22. 

Semejante  concepción  es  una  aplicación  del  principio  kan- 
tiano: «no  conocemos  a-priori  de  las  cosas  más  que  lo  que  nos- 
otros mismos  ponemos  en  ellas».  La  teoría  de  Heidegger  es,  pues, 
una  filosofía  de  la  absoluta  subjetividad,  en  sentido  kantiano. 
Pero  al  mismo  tiempo  pretende  ser  una  ampliación  del  kantismo: 
pues  el  problema  del  conocimiento  no  es  ya  el  punto  de  partida 
de  la  filosofía,  sino  un  aspecto  de  nuestra  ocupación  ( Besorgen ) 
con  las  cosas  y,  en  consecuencia,  ya  no  se  trata  de  determinar 
las  condiciones  a-priori  del  conocimiento  en  un  puro  sujeto 
teórico,  que  no  es  más  que  una  abstracción,  sino  que  el  ser  de 
los  entes  depende  de  la  estructura  integral  del  hombre.  Por  eso 
ahora,  los  «existenciales»  sustituyen  a las  categorías.  La  filosofía 
de  Heidegger  puede  llamarse  entonces  un  humanismo , no  en  la 
acepción  que  tiene  la  palabra  desde  el  Renacimiento,  sino  en  un 
sentido  análogo  al  que  tiene  «subjetivismo»  aplicado  a la  filo- 


14  SZ,  p.  67  s8. 
SZ,  p.  111. 
SZ,  p.  144. 

” SZ,  p.  145. 
i*  SZ,  p.  220. 
i»  SZ,  p.  226. 

20  SZ,  p.  230. 
SZ,  p.  1. 

SZ,  p.  324  sR 


21 

22 


En  torno  al  último  Hbiobcobr 


13 


9ofía  de  Kant.  Y en  cuanto  la  estructura  del  ser  del  hombre, 
el  cuidado,  es  anterior  a la  teoría,  y más  originaria  que  la  dis- 
tinción entre  teoría  y práctica,  el  racionalismo  kantiano  se  ha 
convertido  en  un  irracionalismo. 

Incluso  Heidegger  ha  intentado  una  interpretación  de  la  pro- 
pia filosofía  de  Kant  desde  su  punto  de  vista:  la  base  del  es- 
quematismo de  las  categorías  en  la  imaginación  trascendental 
— que  realiza  la  unidad  de  sensibilidad  y entendimiento — es  el 
tiempo.  De  ahí  que  el  problema  de  Kant  sea  también  el  de  la 
relación  del  ser  con  el  tiempo.  El  tiempo  es  aquí  también  el 
fundamento  trascendental  de  toda  comprensión  del  ser.  Por  otro 
lado,  el  problema  de  Kant  no  es  solamente  el  teórico.  Las  clá- 
sicas preguntas:  «¿qué  podemos  conocer?,  ¿qué  debemos  ha- 
cer?, ¿qué  nos  es  permitido  esperar?»  obligan  a ampliar  el  fun- 
damento trascendental  desde  el  mero  sujeto  teórico  hasta  el 
hombre  considerado  integralmente.  Así,  pues,  la  gnoseología  se 
transforma  en  Antropología,  y el  idealismo  trascendental  se 
convierte  en  un  antropologismo  o humanismo  trascendental.  Por 
último,  el  contenido  de  las  preguntas  kantianas  entraña  la  limi- 
tación del  hombre.  El  hecho  de  que  el  hombre  se  plantee  esas 
preguntas  es  el  signo  de  que  es  finito,  y por  lo  tanto,  es  una 
«filosofía  de  la  existencia  finita»23. 

En  definitiva,  pues,  el  gran  problema  de  la  filosofía,  en  SZ 
y KM,  es  el  de  la  relación  entre  la  finitud  del  hombre  y el  ser 
del  ente.  La  intención  explícita  de  Heidegger  es  ontológica,  no 
antropológica. 

Pero  intenta  una  ontología  basada  en  la  antropología,  y,  por 
eso,  sin  ser  una  antropología  es  un  antropologismo:  una  inter- 
pretación del  ser  en  general,  a partir  del  ser  del  hombre. 

De  ahí  que  el  ser  sea  también,  por  esencia,  finito  24. 

* * * 

Aspectos  importantes  de  la  interpretación  que  acabamos  de 
exponer  deben  ser  modificados,  a tenor  de  las  manifestaciones 
de  Heidegger  en  el  Epílogo  y la  Introducción  de  la  lección  «¿ Qué 
es  metafísica y en  la  Carta  sobre  el  Humanismo.  Según  éstos, 

23  KM  y Werkmeister  en  Philosophy  and  phenomenological  Research.  II, 
1941,  p.  79  ss. 

24  WM,  p.  36. 


14 


Dr.  Juan  Llambías  db  Azevedo 


el  sentido  de  la  doctrina  tal  como  fué  concebida  desde  un  prin- 
cipio implica:  1)  su  problema  no  es  metafísico,  sino  que  busca 
un  punto  de  arranque  más  allá  de  la  metafísica;  2)  no  se  in- 
terpreta al  ser  por  su  relación  con  el  hombre,  sino  al  revés,  al 
hombre  por  su  relación  al  ser;  3)  el  ser  no  es  ya  el  ser  del  ente, 
sino  que  se  induce  a concebirlo  como  algo  separado,  quizá  per- 
sonificado, acercándolo  al  concepto  de  lo  Absoluto. 

Ahora  bien,  es  analizando  esa  «interpretación  auténtica» 
contenida  en  N,  E y B y comparándola  con  la  letra  de  SZ,  WM, 
y demás  escritos,  que  se  confirma  la  idea  de  la  ambigüedad  con- 
génita  del  pensamiento  de  Heidegger. 

Vamos  a examinarlo  brevemente  con  relación  a los  tres  pun- 
tos señalados,  sin  perjuicio  de  indicar  otros  equívocos  que  se  en- 
cuentran en  los  nuevos  escritos. 


El  problema  del  Ser  y la  Metafísica. 

* 

Hemos  visto  que  el  problema  de  Sein  und  Zeit  era  el  del 
ser  del  ente,  el  del  ser  en  general,  considerado  como  problema 
metafísico  u ontológico.  Del  mismo  modo,  la  lección  inaugural 
«Was  tst  MetaphysikP»  trata  de  la  nada  y del  ente  en  total  como 
un  problema  metafísico.  Todos  entendieron  que  el  propósito  de 
Heidegger  era  mostrar,  en  la  elaboración  concreta  de  un  pro- 
blema de  la  metafísica,  cómo  ésta  era  posible  y justificarla  p°r 
el  empleo  de  un  método  nuevo,  el  estado  de  ánimo  de  la  angus- 
tia, que  venía  a sustituir  al  método  racional,  declarado  inservible. 

¡Ahora  resulta  que  no  es  así!  Heidegger  sostiene  que  su 
propósito  en  WM  fué,  no  el  de  justificar,  sino  el  de  superar 
a la  Metafísica,  que  su  problema  no  es  el  del  «ser  del  ente» 
sino  el  de  la  «verdad  del  ser»  25.  La  irrupción  de  la  pregunta 
«¿Qué  es  Metafísica?»  en  pleno  auge  de  la  Metafísica,  sig- 
nificaba plantearse  el  problema  de  la  verdad  del  ser,  que  había 
sido  olvidado  en  la  Metafísica  y a través  de  la  Metafísica  2e. 
Incluso  SZ  hacía  ya  problemática  la  procedencia  esencial  de  esa 


25  N,  p.  39  s. 

26  B,  p.  64,  Cf.  otra  explicación  semejante  en  p.  83. 


En  torno  al  último  Heidegcer 


1S 


ciencia 2T.  La  razón  de  ello  está  en  que  ella  se  representa  al 
ente  en  su  ser  y piensa  el  ser  del  ente,  pero  no.  la  diferencia 
entre  ambos.  La  distinción  entre  ambas  fue  siempre  indicada 
por  Heidegger,  pero  ahora,  se  establece  entre  ellos  una  separa- 
ción mucho  más  radical  que  antes.  Lo  común  a todos  los  entes, 
se  llama  ahora  con  un  neologismo  cdie  Seiendheit  des  Seien- 
den » 28,  y el  ser  propiamente  dicho,  con  la  expresión  «la  verdad 
del  Ser»  29. 

La  metafísica  se  ocupa  de  la  verdad  del  ente,  para  lo  cual 
necesita  un  saber  del  ser,  pero  no  puede  meditar  la  verdad  del 
ser  30.  Ahora  bien,  el  problema  de  la  verdad  del  ser  es  más  ori- 
ginario que  el  del  ente,  es  el  fundamento  de  la  Metafísica  y,  por 
consiguiente,  no  es  ya  un  problema  metafísico  31. 

La  explicación  más  clara  se  halla  en  E:  partiendo  de  la 
imagen  cartesiana  del  árbol  de  la  Filosofía,  en  el  cual  la  Meta- 
física está  representada  por  las  raíces,  Heidegger  explica  que 
su  problema  no  se  refiere  a las  raíces  mismas,  sino  al  terreno,  al 
fondo,  del  cual  éstas  se  alimentan.  Esto  significa  preguntar,  no 
por  la  Metafísica,  sino  por  su  fundamento,  o,  mejor  dicho,  cómo 
es  la  metafísica  vista  desde  su  fundamento.  La  Metafísica  trata 
del  ente,  en  cuanto  ente  32,  en  un  doble  problema:  el  de  lo  común 
a todo  ente,  la  entidad  del  ente,  y el  del  ente  supremo  y divino  33. 
Su  conocimiento  se  basa  en  la  luz  del  ser.  Cualquiera  que  sea 
la  explicación,  espiritualista,  materialista  o de  otro  tipo,  siem- 
pre recibe  su  luz  del  Ser.  Y el  Ser  llega  en  la  verdad,  en  la 
alétheia,  que  originariamente  significa  «descubrimiento» 34.  La 
verdad  del  Ser,  pues,  es  el  fundamento  de  la  Metafísica  y 
puede  llamarse  el  terreno  del  cual  se  alimenta  la  raíz  del  árbol 
de  la  filosofía  36.  Pero  si  bien  la  Metafísica  conoce  a la  luz  del 


27  B.  p.  65,  que  remite  a SZ,  p.  230;  WG,  p.  8,  edición  del  Ergánzungsband 
zum  Jahrbuch  f.  Phil.  u.  Phenom.  Forschung,  1929;  y KM,  p.  225.  Cf.  E,  p.  9. 

28  N,  p.  39;  E,  p.  18. 

29  N,  B y E passim.  Ej. : N,  p.  40;  B,  p.  64;  E,  p.  8. 

" N,  p.  39  s. 

31  B,  p.  102;  N,  p.  40. 

32  E,  p.  7. 

33  E,  p.  18. 

34  E,  p.  7. 

33  2,  p.  8. 


16 


Qr.  Juan  Llambías  de  Azevedd 


Ser,  no  investiga  al  ser  mismo,  sino  al  ente  36.  No  tiene  a la  vista 
esa  luz  del  Ser.  Es  como  si  el  foco  quedara  a su  espalda.  Le 
queda  encqbierto  si  el  ser  trae  la  descobertura  y cómo  la  trae  37 . 
A toda  la  Metafísica,  desde  Anaximandro  hasta  Nietzsche,  le 
ha  quedado  oculta  la  verdad  del  Ser,  porque  piensa  al  ser,  repre- 
sentándose  al  ente.  Confunde  a ambos.  Por  eso,  es  el  colmo 
del  error  pretender  que  la  metafísica  se  plantea  el  problema  del 
Ser.  Este  ha  sido  abandonado,  olvidado  hace  mucho  tiempo 38. 
Ahora  se  trata  de  volver  al  Ser  y de  pensarlo.  Pero  el  pensar 
que  intenta  experimentar  el  fundamento  de  la  Metafísica,  esto 
es,  la  verdad  del  Ser,  en  lugar  del  ente,  ha  abandonado  en  cierto 
septido  a la  Metafísica  39  Sin  embargo,  el  pensar  en  la  verdad 
del  ser  no  significa  pensar  contra  la  metafísica,  sino  ahondar 
en  su  fundamento.  La  Metafísica  es  lo  primero  en  la  Filosofía, 
pero  no  alcanza  lo  primero  en  el  pensar.  Su  superación,  al 
pensar  la  verdad  del  Ser,  no  significa  dejarla  de  lado.  Al  retro- 
ceder al  fundamento  de  la  Metafísica,  se  quiere  motivar  un  giro 
en  la  esencia  del  hombre  y con  él  una  transformación  en  la  Me- 
tafísica. Consiste  en  acercarla  a aquello  de  lo  cual  recibe  su 
esencia  y necesidad,  porque  al  alejarse  de  su  fundamento  im- 
pide que  se  ilumine  la  referencia  del  Ser  al  hombre  40. 

A lq  vista  está  que  las  pretensiones  de  Heidegger  son  inau- 
ditas. 

Cuando  apareció  SZ,  Max  Beck  41  comentó  que  el  intento  de 
Heidegger  era  nada  menos  que  considerar  el  problema  del  ser 
tal  como  había  quedado  en  punto  muerto  desde  Aristóteles  y, 
por  consiguiente,  quería  ser  una  completa  revolución  de  más  de 
2.000  años  de  antigua  tradición  filosófica.  Y Ballmer * * *  4-  pudo  agre- 
gar que  Heidegger  se  consideraba  a sí  mismo  como  el  filósofo 
que,  después  de  Aristóteles,  aparece  por  primera  vez  en  la  his- 
toria de  la  humanidad. 

Pero,  según  los  últimos  escritos,  su  pretensión  es  mucho 


36  E,  p.  8. 

37  E,  p.  7. 

38  E,  p.  10  s. 

39  E,  p.  8. 

40  E,  p.  9 y s. 

<1  /‘hilosophische  He!  te,  1928,  1. 

4-  Aber  Herr  Heidegger!,  p.  12. 


En  torno  al  último  Heidegger 


17 


mayor.  Puede  decirse  que  la  historia  de  la  metafísica  consiste 
en  la  comunidad  de  un  problema  y en  la  diversidad  de  sus  so- 
luciones. Heidegger,  empero,  no  viene  a ofrecer  una  nueva  so- 
lución al  problema  común,  sino  que  intenta  pensar  un  problema 
que,  hasta  ahora,  la  filosofía,  desde  la  época  de  Anaximandro, 
no  se  había  planteado,  y que  configura  el  problema  fundamental 
para  el  hombre.  El  siglo  XX  volvió  a la  metafísica.  A Heidegger 
no  le  basta:  quiere  producir  una  revolución  en  el  pensamiento 
comparable  a la  que  realizó  Tales  al  fundar  la  filosofía.  El  mis- 
mo lo  da  a entender:  «El  pensamiento  futuro  ya  no  es  más  filo- 
sofía, porque  piensa  más  originariamente  que  la  metafísica»  43. 
La  ontología  tradicional  e incluso  la  kantiana  desconocen  que 
hay  un  pensar  más  riguroso  que  el  conceptual  44. 

Se  pretende  crear  un  modo  de  pensar  completamente  nuevo. 
Es  «la  revolución  de  la  relación  al  ser»  45.  Este  es  el  contenido 
de  la  «ontología  fundamental»,  que  no  es  ontología  en  el  sentido 
tradicional 46.  Llamémosla  entonces  «Metametafísica». 

Que  ése  sea  el  problema  de  Heidegger  no  se  discute,  pero 
que  su  problema  no  fuera  un  problema  metafísico  es  difícil  acep- 
tarlo ante  el  contexto  general  de  SZ  y KM.  Agréguese  a ello 
esta  proposición  que  parece  clara:  «Ese  trascender  (lo  dice 
refiriéndolo  al  acto  del  hombre  que  trasciende  del  ente  a la 
nada)  es  la  metafísica  misma».  El  párrafo  completo  dice  así: 

« Die  Frage  nach  detti  Nichts  stellt  uns  — die  Fragenden — selbst 
in  Frage.  Sie  ist  eine  metaphysische.  Das  menschliche  Dasein 
kann  sich  nur  zu  Seiendem  verhalten,  wenn  es  sich  in  das  Nichts 
hineinhdlt.  Das  Hinausgehen  über  das  Seiende  geschieht  im 
Wesen  des  Daseins.  Dieses  Hinausgehen  aber  ist  die  Metaphysik 
selbst.  Darin  liegt:  Die  Metaphysik  gehórt  zur  "Natur  des 

Menschen' Die  Metaphysik  ist  das  Grundgeschehen  im 

Dasein.  Sie  ist  das  Dasein  selbst»  47. 

Heidegger  explica  el  tenor  de  su  exposición  diciendo  que 
para  superar  a la  Metafísica  había  que  introducir  primero  el 


43  B.  p.  119. 

44  B,  p.  110. 

45  WW,  in  fine,  p.  27. 

46  E,  p.  19. 

47  WM,  p.  37  *. 


18 


Dr.  Juan  Llambías  de  Azevedo 


problema  del  ser  como  metafísico  48.  El  pensamiento  «tiene  que 
hablar  el  lenguaje  de  aquello  que  quiere  superar»  49.  La  pregun- 
ta «qué  es  la  metafísica  en  su  fundamento»  es  ambigua  porque 
tiene  a la  vez  que  pensar  metafísicamente  y partir  del  funda- 
mento de  la  metafísica,  es  decir,  no  más  metafísicamente  50. 

En  este  caso,  pues,  el  mismo  Heidegger  testimonia  lo  que 
queríamos  mostrar:  la  ambigüedad  de  su  pensamiento.  Es  cierto 
que  él  presenta  la  ambigüedad  no  como  una  debilidad  de  su  pro- 
pio pensar,  sino  como  implicada  esencialmente  en  el  problema 
mismo.  Pero  suponiendo  que  la  situación  sea  realmente  esa, 
ella  debería  haber  sido  un  motivo  más  para  denunciarla  desde  el 
primer  momento,  y exponer  sin  ambigüedad  la  ambigüedad  del 
problema.  Pero  quien  lee  WM  no  recibe  esa  impresión.  Allí 
no  se  habla  sólo  el  lenguaje  metafísico,  sino  que  se  declara  no 
sólo  al  ente  sino  a la  nada  (que  luego  veremos  que  es  el  «velo 
del  Ser»)  problemas  metafísicos,  y a la  metafísica,  perteneciente 
a la  naturaleza  humana,  e idéntica  con  el  hombre  mismo.  Pero, 
¿quién  podría  entender  que  quiere  superar  la  metafísica  el  que 
sostiene  que  ella  es  el  Dasein  mismo?  ¿O  implica  esto  querer 
superar  también  al  hombre  mismo? 


La  relación  del  Ser  con  el  hombre. 

Para  resolver  el  problema  del  ser  Heidegger  creyó  siempre 
necesaria  una  meditación  sobre  la  esencia  del  hombre.  El  mo- 
tivo que  ahora  se  nos  da  es  que  la  experiencia  del  olvido  del 
Ser.  entraña  la  sospecha  de  que  con  la  descobertura  del  Ser, 
la  referencia  del  Ser  a la  esencia  del  hombre  pertenezca  al  Ser 
mismo  B1.  No  parece  que  esto  coincida  con  el  motivo  expuesto 
en  SZ,  a saber,  que  el  hombre  es  un  ente  privilegiado,  porque 
le  importa  su  ser  y lo  comprende 52.  En  este  caso  habría  que 
decir  más  bien  que  «la  referencia  del  ser  a la  esencia  del  hombre. 


<8  B,  p.  64. 
« N,  p.  39. 
™ N,  p.  40. 
ci  E,  p.  13. 
™ SZ,  p.  12. 


En  torno  al  último  Heidegger 


19 


pertenece  al  hombre  mismo*.  Y los  análisis  que  siguen  confir- 
man ésto. 

Esa  referencia  del  ser  a la  esencia  del  hombre  es  llevada  a 
cabo  por  el  pensar  r>3.  Heidegger  usa  ahora  la  expresión  «pensar» 
o «pensar  esencial»  r,4t  exclusivamente  para  designar  esa  opera- 
ción. E!  pensar  no  es  ni  la  técnica  ni  la  teoría.  Tiene  un  rigor 
diferente  del  de  la  exactitud  de  los  conceptos  técnico-teóricos, 
rigor  que  consiste  en  permanecer  en  su  elemento,  que  es  el  Ser  56. 

La  tesis  central  en  que  Heidegger  insiste  últimamente  es  que 
el  hombre  es  determinado  por  el  Ser  por  medio  del  pensar.  El 
pensar  no  crea  la  referencia  del  Ser  a la  esencia  del  hombre, 
sino  que  sólo  la  expone  como  aquello  que  es  trasmitido  por  el 
Ser.  El  pensar  dice  la  verdad  del  Ser,  conducido  por  el  Ser50. 
El  Ser  es  el  elemento  del  pensar  como  el  agua  lo  es  del  pez  57. 
El  pensar  es  pensar  del  Ser,  y este  genitivo  tiene  una  doble 
significación:  1)  El  pensar  es  del  Ser  en  cuanto,  producido  por 
el  Ser,  pertenece  al  Ser;  2)  El  pensar  es  del  ser  en  cuanto,  per- 
teneciendo al  Ser,  oye  al  Ser.  La  esencia  del  pensar  consiste, 
pues,  en  que  es  adoptado  por  el  Ser.  El  Ser  le  da  la  esencia.  El 
Ser  posibilita  el  pensar  58. 

La  respuesta  a la  pregunta  sobre  cuál  es  la  esencia  del 
hombre  es  literalmente  la  misma  que  antes:  la  esencia  del 
hombre  descansa  en  su  existencia.  Pero  ahora  recibe  una  ortogra- 
fía peculiar.  La  escribe  «ek-sistencia».  Con  ello  busca  ante  todo 
distinguir  el  sentido  que  él  le  confiere  del  que  tiene  « existentia » 
en  la  metafísica  tradicional,  como  realidad  o acto  de  una 
essentia  59.  La  ek-sistencia  es  carácter  exclusivo  del  hombre  ®°. 
La  roca,  el  árbol,  el  ángel,  Dios,  son  (es  decir,  son  reales)  pero 
no  ek-sisten  61.  «El  hombre  eksiste»,  no  responde  a la  pregunta 
de  si  el  hombre  es  real  o no,  sino  a la  pregunta  sobre  su  esen- 


53  B,  p.  53. 

54  N,  p.  44. 

55  B,  p.  54-55,  56.  Cf.  N,  p.  43. 

56  B,  p.  53.  Cf.  N,  p.  44. 

67  B,  p.  54  s. 

58  B,  p.  56  s. 

59  B,  p.  68.  Cf.  SZ,  p.  42. 

6«  B,  p.  67. 

«i  E,  p.  14  s. 


20 


Dr.  Juan  Llambías  db  Azevbdo 


cía62.  ¿Qué  significa  entonces  «ek-sistencia»?  Es  aquí  donde 
aparece  nuevamente  la  ambigüedad.  Ahora  significa  «ser  diri- 
gido por  el  Ser»,  «estar  abierto  a la  iluminación  ( Lichtung ) del 
Ser» 63.  Se  llama  ek-sistencia  porque  el  hombre  está  interior- 
mente ekstático  en  la  verdad  del  Ser  64.  La  eksistencia  es  el  ori- 
gen de  la  posibilidad  de  la  ratio  y de  la  conciencia  y lo  que  ase- 
gura al  hombre  la  determinación  de  su  esencia 65.  Pero  en  SZ 
la  cosa  no  es  tan  clara.  Por  de  pronto  «existencia»  significa  «los 
modos  posibles  del  ser»  del  hombre  «y  sólo  eso»  66.  Es  el  irse 
haciendo  del  hombre  a sí  mismo,  por  la  comprensión  y por  el 
proyecto  de  sus  posibilidades  67. 

Por  otra  parte  la  abertura  ( Erschlossenheit ) del  hombre, 
significa  que  está  iluminado  en  sí  mismo,  no  por  otro  ente,  sino 
que  él  mismo  es  la  iluminación  ( Lichtung ) 68.  Finalmente  en  SZ 
se  dice:  nur  solange  Dasein  ist...,  «gibt  es » SeinGü.  Todos  en- 
tendieron que  el  ser  es  producto  del  hombre  o por  lo  menos, 
dependiente  de  él.  De  ahí  la  interpretación  de  su  filosofía  como 
«humanismo  trascendental»,  según  la  expresión  arriba  acuñada, 
esto  es,  que  el  hombre  es  el  que  da  el  ser  al  ente.  Pero  ahora 
Heidegger  niega  eso:  la  expresión  «es  gibt  Sein » ha  de  ser  en- 
tendida en  sentido  activo,  como  «el  ser  da».  Y la  frase  en  que 
se  encuentra  significa:  «sólo  mientras  se  produce  la  ilumina- 
ción del  Ser,  se  trasmite  ser  al  hombre».  El  Ser  se  da  a sí  mismo 
en  la  verdad.  Pero  la  iluminación  de  la  verdad  sólo  se  produce 
por  disposición  del  Ser  mismo  70. 

Si  realmente  ése  era  el  sentido  de  aquella  frase,  hay  que 
convenir  en  que  Heidegger  empleó  la  expresión  más  adecuada 
para  que  ella  no  pudiera  ser  rectamente  comprendida.  Y es  di- 
fícil aceptar  su  explicación  cuando  en  el  párrafo  siguiente  se 


62 

B,  p. 

70  s. 

63 

B.  p. 

67;  E,  p. 

15. 

64 

B,  p. 

69,  74;  E, 

, p.  14. 

65 

B.  P. 

67;  E,  p. 

15. 

«6 

SZ,  p 

. 42. 

67 

SZ,  p 

. 142  ss. ; 

191  8. 

68 

SZ,  p 

. 133. 

6» 

SZ,  p 

. 212. 

70 

B,  P. 

80  y 83. 

En  torno  al  último  Heidegger 


21 


habla  de  *die  gekennzeichnete  Abhángikeit  des  Seins...  von 
Seinverstándnis » n. 

Heidegger  emplea  también  la  palabra  «insistencia»  ( Instan - 
digkeit ) para  caracterizar  al  hombre,  porque  la  ek-sistencia  no 
es  un  salir  fuera  de  sí  y la  iluminación  del  ser  se  da  adentro72. 
Pero  «in-siste»  (í n-sistiert ) había  sido  empleada  antes  con  un  sig- 
nificado diferente:  «Insistente»  ( insistent ) designaba  al  hombre 
en  cuanto  se  endurece  en  lo  que  le  ofrece  el  ente  en  tanto  que 
aparece  por  sí  y en  sí  manifiesto,  mientras  que  el  resto  del  ente 
queda  olvidado  73. 

Pero  atengámonos  a los  nuevos  escritos.  Todo  gira  en  torno 
a dos  términos:  el  hombre  y el  Ser.  La  doctrina  de  que  la  ek- 
sistencia  consiste  en  que  el  hombre  recibe  su  esencia  de  la  ilu- 
minación del  Ser,  pretende  ser  una  definición  del  hombre 
superior  a la  de  « animal  rationale ».  Esta  no  es  falsa,  pero  está 
condicionada  por  la  Metafísica,  que  no  pregunta  por  la  verdad 
del  Ser.  Pero  todo  modo  de  determinar  la  esencia  del  hombre 
presupone  ya  al  Ser  74.  Por  otra  parte  las  definiciones  humanis- 
tas del  hombre  como  « animal  rationale » o como  persona  o como 
esencia  compuesta  de  espíritu,  alma  y cuerpo  no  expresan  su 
dignidad  propia.  En  este  sentido  la  filosofía  de  Heidegger  está 
contra  el  humanismo,  no  porque  esté  por  lo  inhumano,  sino 
porque  el  humanismo  no  aprecia  bastante  alto  al  hombre  75.  El 
hombre  sólo  integra  su  esencia  cuando  cumple  con  su  destino, 
que  es  guardar  la  verdad  del  Ser  76.  Por  consiguiente,  el  hombre 
no  es  el  dueño  ni  el  centro  del  ente  77.  Lo  esencial  no  es  el  hom- 
bre. sino  el  Ser  78. 

Según  esto,  la  interpretación  expuesta  anteriormente  del  sen- 
tido de  la  filosofía  de  Heidegger  ya  no  se  puede  mantener.  No 
es  una  filosofía  de  la  crisis  ni  un  antropologismo  ni  un  nihilismo. 
El  «cuidado»  que  antes  era  el  ser  del  hombre,  revelado  en  la 


™ SZ,  p.  212. 
i2  E,  p.  14. 

73  WW,  p.  21. 

7<  B,  p.  65. 

75  B.  p.  74  s.,  79,  89. 

7*  B,  75. 

77  B,  p.  90,  104. 

78  B,  p.  79. 


22 


Dr.  Juan  Llambías  de  Azbvedo 


angustia  como  manteniéndose  en  la  Nada,  significa  ahora  abrirse 
a la  iluminación  del  Ser  79,  guardar  la  verdad  del  Ser  80  y con  ello, 
traer  al  hombre  otra  vez  a su  esencia81.  El  hombre  es  ahora  «el 
pastor  del  Ser»82  y la  «caída»  no  es  más  una  secularización  del 
pecado  original,  sino  el  olvido  de  la  verdad  del  ser  a favor  del 
ente  83. 

¿Es  entonces  la  filosofía  de  Heidegger  una  superación  del 
nihilismo,  una  salida  de  la  crisis,  como  él  lo  da  a entender  y 
como  lo  pretenden  sus  discípulos?84.  ¿Será  realmente  el  inicia- 
dor de  una  nueva  era? 

Este  título  sólo  podrá  adjudicársele  con  fundamento,  si 
Heidegger  nos  ofrece  una  nueva  doctrina  sobre  el  Ser. 

Averigüemos,  pues,  qué  nos  dice  en  los  últimos  escritos  sobre 
el  ser  mismo  y qué  relación  guarda  este  decir  con  lo  adelantado 
en  sus  obras  anteriores. 


El  Ser. 

SZ  no  contiene  la  respuesta  al  problema  del  Ser  planteado 
en  él.  En  la  3.“  sección  de  la  l.“  parte  se  invertía  el  todo:  en 
vez  del  «Ser  y Tiempo»,  era  «Tiempo  y Ser».  Explicando  por 
qué  no  se  publicó,  dice  Heidegger  que  «fué  retenida  porque  el 
pensar  fallaba  en  la  expresión  suficiente  de  ese  giro  y no  lo- 
graba triunfar  con  ayuda  del  lenguaje  de  la  Metafísica»  85. 

Lo  que  SZ  afirmaba  era  que  el  tiempo  es  el  horizonte  po- 
sible de  toda  compresión  del  ser  en  general.  En  este  punto  la 
teoría  era  clarísima  y ahora  ha  sido  confirmada  y ampliada  su 
fundamentación:  «Ser»  en  SZ,  no  es  algo  distinto  de  «tiempo» 
en  cuanto  el  tiempo  es  nombrado  como  prenombre  a la  verdad 
del  Ser,  la  cual  verdad  es  lo  esencial  del  Ser  y,  así,  el  Ser  mis- 


7»  B,  u.  71  s.  Cí.  E,  p.  14. 

80  B,  p.  75  y s. 

81  B,  p.  61. 

82  B.  p.  75,  90. 

83  B,  p.  77  8. 

84  Brockhr  W.  über  die  geschichlliche  Noiwendykeil  des  Heideggersehem 
Philosophie.  Comunicación  al  Congreso  de  Mendoza  de  Abril  de  1949. 

«3  B,  p.  72. 


En  torno  al  último  Heidbggbr 


23 


mo>.  ¿Por  qué?  Porque  la  historia  de  la  metafísica  revela  que 
en  la  comprensión  del  ser  está  oculto,  pero  dominándola  siempre, 
el  tiempo.  Así  al  comienzo  de  su  historia,  para  los  griegos,  el  ser 
era  «la  presencia  de  lo  presente»:  einai)  significa  anwesen 
(=  estar  presente  o,  mejor,  hacer  presente)  y el  presente  es  una 
dimensión  temporal.  Del  mismo  modo  en  la  última  concepción 
del  Ser,  en  «el  eterno  retorno  de  lo  igual»  de  Nietzsche,  s alude 
también  al  tiempo.  Quiere  decir,  pues,  que  el  ser  como  tal  está 
descubierto  a partir  del  tiempo.  Así,  el  tiempo  refiere  a la  des- 
cobertura, esto  es,  a la  verdad  del  Ser.  Por  eso  hay  que  consi- 
derar al  tiempo  como  el  horizonte  posible  de  la  comprensión 
del  ser  80. 

Pero  esto  no  significa  que  el  tiempo  sea  la  respuesta  defini- 
tiva al  problema  del  ser,  como  algunos  han  creído,  ya  sólo  por 
la  razón  exterior  de  que  entonces  sería  superflua  la  3.*  sección 
de  la  1/  parte  de  SZ. 

¿Qué  es,  pues,  el  Ser? 

Sostiene  ahora  Heidegger  que  el  ser  es  el  principio  de  la 
derelicción  ( Geworfenheit , que  yo  traduciría  mejor  por  «ab- 
yección», en  sentido  no  axiológico)  y del  proyecto:  «El  hombre 
está  arrojado  por  el  Ser  mismo  en  la  verdad  del  Ser,  de  modo 
que  eksistiendo,  guarda  la  verdad  del  Ser,  para  que  a la  luz  del 
Ser  el  ente  aparezca  como  el  ente  que  es»  8T.  El  «proyecto»  de 
que  se  habla  en  SZ  — dice  Heidegger — es  «la  referencia  ekstática 
a la  iluminación  del  Ser»  88,  pero  «das  werfende  im  Entwerfen » 
no  es  el  hombre,  sino  el  Ser  mismo  89. 

Sin  embargo,  de  WM  se  infiere  que  la  derelicción  proviene 
de  la  Nada,  puesto  que  el  ser  del  hombre  significaba  «sostenerse 
en  la  Nada»  90,  y en  SZ  el  último  «proyecto»  es  también  la  Nada 
puesto  que  la  muerte  es  la  «posibilidad  más  propia  e insobre- 
pasable»  91. 


86  E,  p.  16  s. 

87  B,  p.  75. 

88  B,  p.  71  s. 

89  B,  p.  84. 

90  WM,  p.  32. 

91  SZ,  p.  250. 


24 


Dr.  Juan  Llambías  de  Azevedo 


¿Cómo  es  posible  que  esta  doctrina  pueda  ser  interpretada 
ahora  por  Heidegger  de  un  modo  tan  sorprendentemente  contra- 
rio a sus  términos  literales?  Pues,  si  ahora  el  Ser  es  el  origen  de 
la  «ab-yección»  y el  fin  de  la  «pro-yección»,  el  Ser  ocupa  el  lugar 
de  la  Nada.  La  interpretación  sólo  sería  correcta  si  bajo  el 
término  «Nada»  se  entendiera  «Ser».  Debemos  estar  preparados, 
pues,  para  escuchar  una  tesis,  que  ya  no  puede  ser  inesperada, 
esto  es,  que  Heidegger  nos  diga  que  la  Nada  es  el  Ser.  Y así  es 
efectivamente:  «lo  diferente,  sin  más,  de  todo  ente,  es  el  no-ente. 
Pero  esta  Nada  es  el  Ser...  La  Nada  en  la  angustia, 
nos  envía  la  esencia  abismal,  pero  aún  sin  desarrollar,  del  Ser. . . 
el  Ser  es  lo  otro  que  el  ente...  92  La  Nada  en  cuanto  lo  otro 
que  el  ente,  es  el  velo  del  Ser»  93.  La  Nada  es  la  que  asegura  la 
existencia  de  todo  ente  94.  El  Ser  es  el  que  determina  inicialmen- 
te su  sino  9B. 

Para  Heidegger,  pues,  «la  nada  (es)  entendida  como  el 
Ser  mismo»  9C,  y no  como  absoluta  negatividad. 

Pero  todavía  no  sabemos  qué  es  el  Ser,  pues  decir  que  la 
Nada  es  el  Ser  es  enunciar  un  juicio  sobre  la  Nada  y no  sobre 
el  Ser  °7. 

Sin  embargo,  algo  hemos  ganado.  Hay  ya  elementos  como  pa- 
ra intentar  algunas  hipótesis.  La  Nada  era  presentada  en  SZ  98 
como  la  posibilidad  de  las  cosas  en  general,  por  oposición  a 
cualquier  ente  determinado.  Si  ahora,  pues,  la  Nada  significa  el 
Ser,  éste  podría  ser  concebido  como  la  posibilidad,  como  el  ser 
en  potentia,  lo  que  estaría  de  acuerdo  con  el  predominio  que 
tiene  la  categoría  de  posibilidad  en  la  Analítica  del  hombre.  El 
mismo  Heidegger  dice:  «El  Ser  es  lo  posible,  o mejor,  la  tran- 
quila fuerza  de  lo  posible”».  Podría  así.  pensarse  en  una  filo- 


»2  N,  p.  41. 

»3  N,  p.  46. 

»<  N,  p.  41. 

»r'  N,  p.  46. 

ü0  E,  p.  21.  Cf.  el  prólogo  de  la  3.*  ed.  de  WG,  p.  5,  que  acaba  de  llegar 
a mis  manos:  «Das  Nichts  ist  das  Nicht  des  Seienden  und  so  das  von  Seienden 


her  erfnhrene  Sein>. 
«7  SZ,  p.  187. 
w SZ,  p.  187. 


En  torno  al  último  Heidegger 


25 


sofía  de  la  potencia  en  oposición  a una  filosofía  del  acto.  Pero 
inmediatamente  añade  Heidegger  que  no  significa  posibilitas, 
potentia,  en  sentido  metafísico.  Posibilitar  algo  significa  conser- 
varlo en  su  esencia,  en  su  elemento  ".  Tiene,  pues,  un  sentido 
activo  que  no  corresponde  al  de  potencia  aristotélica. 

Por  otra  parte,  el  Ser  tiende  a ser  exhibido  como  Esse  ipsum, 
como  Absoluto,  puesto  que  es  presentado  como  fundamento  úl- 
timo de  todo  ente.  Recordemos  que  en  muchos  místicos  Dios 
es  llamado  «Nada».  Por  eso,  Picard  quería  ver  en  las  explica- 
ciones de  N una  prefiguración  o aproximación  a un  Ente  su- 
premo de  carácter  espiritual  10°.  Posteriormente,  la  Carta  sobre 
el  humanismo  y la  introducción  presentan  al  Ser  con  ciertos 
caracteres  que  inducen  a pensarlo  como  Absoluto,  incluso  de 
carácter  personal.  Así: 

(1)  Lo  que  ante  todo  «es»  es  el  Ser101. 

(2)  Hay  una  revelación  del  Ser  102. 

(3)  El  pensar  esencial  del  hombre  es  producido  por  el  Ser. 
El  hombre  oye  al  Ser  103. 

(4)  El  Ser  ilumina  104.  Es  la  iluminación  misma  105. 

(5)  El  Ser  le  da  la  esencia  al  pensar.  El  Ser  es  lo  que 
conserva  la  esencia  106. 

(6)  El  Ser  es  lo  más  cercano  y lo  más  lejano  al  hombre  107. 

(7)  El  Ser  sustenta  a la  ek-sistencia  en  su  esencia  108. 


99  B.  p.  57  s. 

100  Picard  N.  Nuovi  orixxonti  delf  antología  di  M.  Heidegger.  En  Esisten- 
xialismo.  Marietti,  1947,  p.  71. 

i»1  B,  p.  53. 
i°2  B,  p.  53. 

103  B.  p.  57  s. 

104  B,  p.  67. 

105  B,  p.  83. 

106  B,  p.  58. 

107  B,  p.  76. 

*08  B,  p.  77.  • , I 


26 


Dr.  Juan  Llambías  db  Azevedo 


(8)  El  Ser  queda  misterioso  109. 

(9)  El  Ser  se  da  a sí  mismo  en  la  verdad  u0. 

(10)  Que  ocurra  la  iluminación  de  la  verdad  es  una  dis- 
posición del  Ser  mismo  m. 

(11)  La  verdad  del  Ser  es  lo  esencial  del  Ser  y,  así,  el  Ser 
mismo  m. 

(12)  Del  Ser  provienen  las  leyes  de  la  conducta  de  los 
hombres  U3. 

Si  en  esas  proposiciones  se  sustituye  «Ser»  por  «Dios»  re- 
sultan rigurosamente  tesis  de  la  teología  cristiana.  Incluso  en 
algunas  como  (2)  (4),  podría  sustituirse  «Ser»  por  «Verbo»,  y 
en  otras  como  (9)  (10)  (11)  «verdad»  por  «Verbo». 

Entretanto  Heidegger  ha  desmentido  a Picard  y a toda  inter- 
pretación por  el  estilo.  El  Ser  no  es  Dios  ni  el  fundamento  del 
mundo,  pues  Dios  es  también  un  ente  114,  el  ente  sumo,  causa 
primera  de  todo  ente  115,  sí,  pero  por  eso  mismo  no  el  Ser,  que 
es  lo  «otro»  que  el  ente.  Aparte  de  esta  negativa  expresa,  la  iden- 
tificación chocaba  con  la  dificultad  de  que  el  Ser  «tiene  una 
historia»  116. 

¿Está  entonces  Dios  excluido  de  su  filosofía?  He  aquí  un 
nuevo  motivo  de  perplejidad.  Contra  toda  la  interpretación  an- 
terior, Heidegger  declara  ahora  que  su  filosofía  no  entraña  el 
ateísmo  ni  una  negación  del  «más  allá».  El  «ser-en-el-mundo» 
no  significa  que  el  hombre  esté  separado  de  Dios  y de  la  trascen- 
dencia. No  significa  lo  terreno  por  oposición  a lo  celeste,  ni  lo 
mundano  por  oposición  a lo  espiritual-religioso.  El  concepto  de 


B,  p.  78. 
no  B,  p.  80. 

ni  B,  p.  83. 

H2  E.  p.  16. 

u»  B,  p.  114  ». 

iu  B,  p.  76. 

no  B,  p.  100. 

U«  B,  p.  54  y 81. 


En  torno  al  último  Hbidbgoer 


27 


«ser-en-el-mundo»  no  decide  si  el  hombre  es  un  ente  del  más 
acá  o del  más  allá,  ni  sobre  la  existencia  o no  existencia  de  Dios 
o de  los  dioses  m.  Pero  con  ello  tampoco  se  enseña  el  indiferen- 
tismo. Lo  que  ocurre  es  que  el  problema  de  Dios  sólo  puede  plan* 
tearse  si  se  dan  ciertas  condiciones  previas.  Sólo  partiendo  de 
la  verdad  del  Ser  se  puede  pensar  la  esencia  de  lo  Santo.  Esta 
condiciona,  a su  vez,  la  posibilidad  de  pensar  la  esencia  de  la  di- 
vinidad, y ésta,  que  se  pueda  pensar  lo  que  la  palabra  «Dios» 
significa.  Heidegger  añade,  y lo  deplora,  que  quizá  la  caracte- 
rística de  nuestra  época  consista  en  que  está  cerrada  para  lo 
santo  11S.  Pero  no  se  puede  encender  artificialmente  su  fervor. 
Lo  Santo  aparece  sólo  si  antes  y en  una  larga  preparación  el  Ser 
se  ha  iluminado  y es  experimentado  en  su  verdad.  La  errancia 
sin  hogar  en  la  que  anda  el  hombre  obedece  al  abandono  del 
Ser  del  ente,  abandono  que  es  signo  del  olvido  del  Ser  119. 

Pero  Heidegger  no  se  decide  ni  por  el  teísmo  ni  por  el 
ateísmo  y quizá  nunca  se  pronuncie  sobre  el  problema.  No  se  ba- 
sa para  ello  en  un  agnosticismo  de  principio,  sino  en  lo  que  po- 
dríamos llamar  un  agnosticismo  epocal:  en  la  época  actual,  la 
verdad  del  Ser  impone  ciertos  límites  al  pensar.  Tiene  que  aban- 
donar otros  problemas  para  decir  la  verdad  del  Ser  porque  esto 
es  más  esencial  que  todos  los  valores  y que  cualquier  ente  12°. 

Aquí  también  hay  un  equívoco.  De  las  últimas  palabras,  que 
entrañan  la  tesis  de  que  el  Ser  es  más  esencial  que  Dios,  y del 
hecho  de  que  Heidegger  cuando  habla  de  Dios  añade  también 
a «los  dioses»  surge  la  sospecha  de  que  para  él  lo  divino  queda 
relativizado,  como  en  la  religión  griega,  y que  lo  Absoluto  es 
el  Ser. 


117  B,  p.  100  s. 

118  B,  p.  102  s. 

119  B,  p.  85  s. 

120  B p.  103. 


i 


28 


Dr.  Juan  Llambías  de  Azevedo 


¿Qué  es  finalmente  el  Ser? 

La  respuesta  es  desconcertante;  «es  El  mismo.  Experimen- 
tar y decir  esto  debe  aprenderlo  el  pensar  futuro»  121 . Pero  no 
sabemos  si  con  eso  se  alude  al  pensar  futuro  de  Heidegger  o 
al  pensar  futuro  a Heidegger. 

Según  él,  todavía  debemos  permanecer  como  peregrinos  en 
la  vecindad  del  ser,  pues  todavía,  después  de  veinte  años,  valen 
las  palabras  de  SZ,  p.  437:  «La  disputa  referente  a la  interpre- 
tación del  Ser  (no  del  ser  del  ente  ni  del  hombre)  122  no  puede 
ser  resuelta  porque  no  ha  sido  atizada  aún.  Y finalmente  no  se 
puede  desencadenar,  sino  que  el  atizamiento  de  la  disputa  ne- 
cesita ya  una  preparación»  123. 

Heidegger  encarece  enfáticamente  las  exigencias  a que  está 
sometido  el  pensar  del  Ser.  La  primera  ley  del  pensamiento  no 
son  las  reglas  de  la  lógica,  sino  la  conveniencia  del  decir  sobre 
el  Ser  como  sino  de  la  verdad.  Respetar  esa  conveniencia  no 
significa  sólo  que  tenemos  que  pensar,  cada  vez,  qué  y cómo  te- 
nemos que  hablar  del  Ser.  Es  igualmente  esencial  considerar, 
si  lo  que  hay  que  pensar  puede  ser  dicho,  hasta  dónde,  en  qué 
momento  de  la  historia  del  Ser,  en  qué  diálogo  con  ésta,  y par- 
tiendo de  qué  pretensión.  Esta  triple  exigencia  está  determinada 
por  la  ley  de  la  conveniencia  del  pensar  histórico  del  Ser:  el 
rigor  de  la  meditación,  el  cuidado  del  decir,  el  ahorro  de  la  pa- 
labra. En  el  momento  actual  lo  que  hace  falta  es  «menos  filoso- 
fía y más  respeto  del  pensar,  menos  literatura  y más  cuidado 
de  la  letra»  124. 


J2i  B,  p.  76. 

122  Las  palabras  entre  paréntesis  no  figuran  en  SZ,  sino  que  son  agrega- 
das en  la  cita  hecha  en  B. 

123  B,  p.  93. 

124  B.  p.  118  b. 


En  torno  »l  último  Hbideggr* 


29 


En  el  fondo,  la  respuesta  ha  de  ser  algo  muy  simple  125.  Por 
eso,  el  pensamiento  futuro  ya  no  es  más  filosofía,  porque  piensa 
más  originariamente  que  la  metafísica  126.  Pero  el  pensar  no  su- 
pera a la  Metafísica  subiendo  más  alto,  sino  descendiendo  a la 
pobreza  originaria  de  la  ek-sistencia  127. 

Esta  exposición  programática,  bellamente  redactada  en  el 
texto  alemán,  revela  la  prudencia  de  un  sabio  o la  cautela  de 
un  calculador.  Heidegger  parece  decidido  a callar  o a ser  parco 
en  su  decir,  y en  este  caso,  a sustituir  la  filosofía  por  otra  cosa. 
¿Será  la  poesía?  ¿Será  la  religión?  ¿Será,  quizá,  una  nueva 
forma  espiritual? 

y 

Sea  de  ello  lo  que  fuere,  el  hecho  es  que  Heidegger  no  ha 
resuelto  aún  el  problema  que  él  considera  el  fundamental  de  la 
filosofía.  Y mientras  esto  no  ocurra  no  podrá  hablarse  de  su- 
peración de  nihilismo.  Para  ello  no  basta  con  plantear  la  cues- 
tión y adjudicarle  un  rango  supremo,  porque  recién  cuando  se 
ofrezca  la  solución  podrá  confirmarse  la  jerarquía  y el  alcance 
que  poseía  como  problema. 

Ante  esta  situación,  el  examen  de  la  verdad  de  su  filosofía 
tiene  que  ser  aplazado.  Pueden,  ciertamente,  señalarse  lagunas 
y desfiguraciones  así  como  notables  aciertos  en  su  descripción 
de  la  existencia  humana,  pero  tal  examen  resultaría  inesencial 
desde  que  su  pensamiento  permanece  incompleto  en  la  cuestión 
que  realmente  se  ha  planteado. 

Pero  podemos  concluir  con  esta  consideración:  Si  Heidegger 
llega  a resolver  su  problema,  por  la  jerarquía  que  le  otorga  y 
por  el  carácter  cuasi  mesiánico  que  asume,  al  presentar  al  Ser 
como  la  fuente  de  salvación  128,  al  hablarnos  de  la  revolución 


125  b,  p.  118. 

12®  B,  p.  119. 

127  B,  p.  103,  119. 
12®  B p.  112. 


30 


Dr.  Juan  Llambías  de  Azevedo 


del  Ser  y anunciar  la  próxima  llegada  de  la  verdad  del  Ser  129, 
que  quiere  motivar  un  nuevo  giro  en  la  esencia  del  hombre  130r 
su  «Metametafísica»  significará  no  sólo  una  nueva  etapa  en  la 
historia  de  la  Filosofía,  sino  que  con  ella  habrá  comenzado  una 
nueva  época  en  la  historia  de  la  humanidad.  Pero  si  no  lo  re- 
suelve y no  puede  exhibir  la  envergadura  que  pretende,  será 
juzgado  como  el  hombre  aquél  ( Luc . XIV,  28-31)  que  echó  lo» 
cimientos  de  la  torre  y no  pudo  edificarla. 


i*»  WW,  p.  27. 
J30  E,  p.  9. 


DETERMINACION  DE  LA  JUSTICIA 
DEL  SALARIO  EN  LAS  ENCICLICAS 
SOCIALES 


Por  Manuel  Butrón  Valencu 

A guisa  de  introducción 


Por  circunstancias  especiales  de  tiempo,  presento  a 
los  distinguidos  lectores  de  CIENCIA  Y FE  la  exposi - 
ción  de  los  tres  últimos  capítulos  de  la  Segunda  Parte 
de  la  tesis,  dejando  desde  ya  constancia  de  mi  agrade- 
cimiento al  P.  Director  de  esta  revista.  — El  autor. 


Para  dar  una  idea  general  del  fin  y contenido  de  la  tesis, 
es  necesario  anotar  lo  siguiente: 

a)  Al  abordar  el  tema  de  la  determinación  del  salario  en 
las  Encíclicas  Sociales,  cuya  importancia  es  transcendental,  sólo 
he  pretendido  recordar,  proclamar  y afianzar  más  la  convicción 
de  que  la  Iglesia  nunca  ha  sido  indiferente  a la  cuestión  del  justo 
salario  y del  salario  familiar;  y que  las  Encíclicas  Rerum  No- 
varum  de  León  XIII,  Quadragessimo  Anno  y Divini  Redempto - 
ris  de  Pío  XI,  y la  Alocución  de  Pentecostés  de  Pío  XII  (1941) 
forman  como  un  cuerpo  de  doctrina  sobre  el  trabajo  y el  salario, 
con  unidad  de  principios,  pero  que  van  adaptándose  a la  evo- 
lución de  la  vida  económico-social. 

b)  La  tesis  está  dividida  en  dos  partes.  En  la  primera,  Mue 
es  como  la  preparación  del  terreno,  para  enfocar  después  la 
justicia  del  salario,  expongo:  1."  el  derecho  de  la  Iglesia  para 
intervenir  en  la  cuestión  social ; 2.°  los  principios  de  la  sana  filo- 
sofía del  trabajo,  fuente  del  salario;  3.°  el  valor  que  tiene  la 
frase  «justicia  social»  en  los  documentos  pontificios,  deslindando 
así  el  campo  de  esta  clase  de  justicia  y el  de  la  clásica  divi- 
sión tripartita. 

En  la  segunda  parte,  hago  la  defensa  de  la  doctrina  ponti- 
ficia acerca  del  contrato  del  salariado  contra  los  socialistas  y 


32 


Pbro.  Manuel  Butrón  Valencia 


comunistas,  su  evolución  y perfeccionamiento  por  medio  de  la 
participación  en  los  beneficios  de  la  empresa,  y los  requisitos  y 
condiciones  del  justo  salario  contra  los  liberales. 

Por  último  trato  del  salario  familiar,  del  título  por  el  cual  es 
debido,  según  las  Encíclicas  Sociales  y los  autores,  y de  la  con- 
clusión que  fluye  del  estudio  y comparación  de  las  Encíclicas 
citadas,  cuando  se  refieren  al  justo  salario. 

EL  SALARIO  FAMILIAR  EN  LAS  ENCICLICAS 
SOCIALES 

Este  asunto  es  básico  y fundamental  en  la  vida  de  familia 
y de  sociedad.  Su  exacta  comprensión  y solución  librará  a aqué- 
llas de  muchos  escollos  y dificultades. 

¿Qué  es  el  salario  familiar ? — Es  la  remuneración  suficiente 
para  la  decorosa  sustentación  del  obrero  y de  su  familia. 

Puede  ser  absoluto  y relativo.  — El  primero  es  el  que  basta 
para  la  decorosa  sustentación  del  obrero  y una  familia  de  tipo 
medio,  generalmente  compuesta  de  tres  o cuatro  hijos.  Este  tipo 
medio  varía  según  los  tiempos  y lugares. 

El  segundo  es  el  que  basta  para  la  decorosa  sustentación  del 
obrero  y de  su  familia,  cualquiera  que  sea  el  número  de  hijos, 
y las  necesidades  especiales  en  que  se  encuentra. 

Al  hablar  del  justo  salario  familiar,  en  general  nos  referi- 
mos al  absoluto,  como  ya  se  le  ha  definido;  porque  los  princi- 
pios y las  normas  son  establecidos  para  la  generalidad  de  los 
casos,  y es  éste  el  salario  reclamado  por  Pío  XI,  cuando  dice  en 
su  Encíclica  Quadragessimo  Armo,  que  ha  de  ponerse  todo 
esfuerzo,  en  que  los  padres  de  familia  reciban  una  remunera- 
ción suficientemente  amplia  para  que  puedan  atender  conve- 
nientemente a las  necesidades  domésticas  ordinarias. 

Aquí  se  puede  aplicar  muy  bien  lo  que  Santo  Tomás  dice 
a otro  propósito:  «La  rectitud  natural  de  los  actos  humanos  no 
debe  juzgarse  según  lo  que  accidentalmente  sucede  en  un  caso 
dado,  sino  según  lo  que  acontece  por  ley  general»  1. 

Estudiaremos,  pues,  por  separado  el  salario  familiar  abso- 
luto y el  relativo. 


1 Santo  Tomás,  Cont.  Geni.,  lib.  III,  c.  122. 


La  Justicia  del  Salario... 


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SALARIO  FAMILIAR  ABSOLUTO 

Enseñanzas  de  León  XIII.  — La  doctrina  sobre  el  sa- 
lario familiar  está  contenida  indirecta  e implícitamente  en  la 
Carta  Magna  de  los  obreros  de  León  XIII,  cuando  habla  del 
hombre  puesto  en  la  tierra  por  el  Creador,  con  todos  sus  instin- 
tos naturales,  con  todas  sus  necesidades,  obligaciones  y derechos. 
De  ciertas  premisas  asentadas,  casi  todos  los  autores  han  dedu- 
cido lógicamente  el  salario  familiar.  He  aquí  las  principales: 

«Ley  es  santísima  de  la  Naturaleza,  que  deba  el  padre  de 
familia  defender,  alimentar  y con  todo  género  de  cuidados  aten- 
der a los  hijos  que  engendró...»2. 

«Si  el  obrero  recibe  un  jornal  suficiente  para  sustentarse  a 
sí,  a su  mujer  y a sus  hijos,  será  fácil,  si  tiene  juicio,  que  procure 
ahorrar  y hacer,  como  la  misma  naturaleza  parece  que  aconseja, 
que  después  de  gastar  lo  necesario,  sobre  algo,  con  que  pueda 
irse  formando  un  pequeño  capital..  . »3. 

Además,  cuando  trata  de  las  condiciones  de  trabajo,  la  edad 
y el  sexo,  censura  el  trabajo  de  los  niños  de  corta  edad  y de 
la  mujer  fuera  de  casa 4. 

Luego,  para  que  el  padre  pueda  atender  a sus  hijos,  procu- 
re ahorrar  algo,  y la  esposa  no  trabaje  fuera  de  casa,  ni  los  niños 
de  corta  edad,  se  requiere  un  salario  suficiente,  o sea  familiar. 

Enseñanzas  de  Pío  XI.  — En  su  Encíclica  Casti  Con- 
nubii,  sobre  el  matrimonio  cristiano,  el  Papa  Pío  XI  señala 
la  obligación  de  pagar  el  salario  familiar.  También  en  su  Encí- 
clica Divini  Redemptoris,  sobre  el  comunismo  ateo,  se  refiere 
al  salario  familiar,  no  exprofeso,  sino  incidentalmente,  por  la 
estrecha  conexión  que  tiene  con  el  orden  económico-social  y los 
deberes  de  justicia.  Los  textos  respectivos  los  citaré  en  el  ca- 
pítulo siguiente. 

Pero  en  la  Encíclica  Quadragessimo  Anno,  la  Carta  Magna 
de  la  cuestión  social,  enseña  clara,  explícita  y directamente  la 
obligación  de  pagarse  el  salario  familiar. 

El  salario  familiar  tiene  su  fundamento  en  este  texto:  «De 


2 León  xiii,  Ene.  R.  N.,  pág.  422,  n.  10. 

3 Lbón  xiii.  Ene.  R.  N.,  pág.  442,  n.  35. 

4 León  xiii,  Ene.  R.  N.,  pág.  440,  n.  33. 


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Pbro.  Manuel  Butrón  Valencia 


este  doble  aspecto  (individual  y social),  intrínseco  por  natura- 
leza al  trabajo  humano,  brotan  consecuencias  gravísimas  por  la» 
cuales  deben  regirse  y determinarse  los  salarios.  En  primer  lu- 
gar, hay  que  dar  al  obrero  una  remuneración  que  sea  suficiente 
para  su  propia  sustentación  y la  de  su  familia. 

«Justo  es,  por  cierto,  que  el  resto  de  la  familia  concurra  se- 
gún sus  fuerzas  al  sostenimiento  común  de  todos,  como  pasa 
entre  las  familias  sobre  todo  de  labradores,  y aun  también  entre 
los  artesanos  y comerciantes  en  pequeño;  pero  es  un  crimen 
abusar  de  la  edad  infantil  y de  la  debilidad  de  la  mujer.  En 
casa  principalmente,  o en  sus  alrededores,  las  madres  de  fa- 
milia pueden  dedicarse  a sus  faenas  sin  dejar  las  atenciones  del 
hogar.  Pero  es  gravísimo  abuso,  y con  todo  empeño  ha  de  ser 
extirpado,  que  la  madre,  a causa  de  la  escasez  del  salario  del 
padre,  se  vea  obligada  a ejercitar  un  arte  lucrativo,  dejando 
abandonados  en  casa  sus  peculiares  cuidados  y quehaceres,  yr 
sobre  todo,  la  educación  de  los  niños  pequeños.  Ha  de  ponerse, 
pues,  todo  esfuerzo  en  que  los  padres  de  familia  reciban  una 
remuneración  suficientemente  amplia  para  que  puedan  atender 
convenientemente  a las  necesidades  domésticas  ordinarias.  Si  las 
circunstancias  presentes  de  la  vida  no  siempre  permiten  hacer- 
lo así,  pide  la  justicia  social  que  cuanto  antes  se  introduzcan 
tales  reformas,  que  a cualquier  obrero  adulto  se  le  asegure  este 
salario»  5. 

Enseñanzas  de  Pío  XII.  — Esta  doctrina,  tan  sólida  y 
tan  necesaria  para  la  vida  humana,  es  recordada  y confirmada 
por  su  Santidad  Pío  XII  en  muchas  ocasiones,  cuando  habla  o 
escribe  al  orbe  entero. 

En  el  primer  año  de  su  pontificado,  en  su  Encíclica  Sertum 
Laetitiae,  dirigida  al  episcopado  de  EE.  UU.,  dice,  refiriéndose 
al  salario  familiar:  «Que  si  los  provistos  con  abundancia  de  fon- 
dos y de  medios  pecunarios,  movidos  por  fácil  misericordia,  de- 
ben ayudar  a los  necesitados,  por  razón  todavía  más  grave  deben 
dar  a éstos  lo  justo.  El  salario  de  los  obreros,  como  es  conve- 
niente, sea  tal  que  les  baste  a ellos  y a su  familia»  6. 


5 Pío. . xi.  Ene.  Q.  A.,  pág.  477,  nn.  21  y 32. 

G Pío  XII,  Ene.  Sertum  Laetitiae,  Compilación  de  sus  encíclicas  y mensa- 
jes, en  el  libro:  El  Papa  habla,  por  Charles  Ronlcin  • México  D.  F.,  pág.  274. 


La  Justicia  del  Salario... 


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En  su  alocución  de  Pentecostés  de  1941,  recordando  las  en- 
señanzas de  León  XIII  sobre  el  carácter  personal  y necesario 
del  trabajo,  agrega:  «Al  deber  personal  del  trabajo  impuesto 
por  la  naturaleza  corresponde  y sigue  el  derecho  natural  de 
cada  individuo  a convertir  el  trabajo  en  medio  de  proveer  a 
•u  propia  vida  y a la  de  sus  hijos»  7. 

También  en  su  alocución  de  Navidad  de  1942  afirma  que 
ha  de  apoyarse  el  respeto  y la  actuación  práctica  de  los  siguien- 
tes derechos  fundamentales  de  la  persona  humana...:  «El  de- 
recho al  trabajo  como  medio  indispensable  para  el  sostenimien- 
to de  la  vida  familiar». 

En  otro  lugar,  hablando  de  la  dignidad  y prerrogativas  del 
trabajo,  se  expresa  así:  «Estas  exigencias  comprenden,  además 
de  un  salario  justo,  suficiente  para  las  necesidades  del  trabaja- 
dor y de  su  familia,  la  conservación  y perfeccionamiento  de  un 
orden  social  que  haga  posible  una  segura  aunque  modesta  pro- 
piedad privada  a todas  las  clases  del  pueblo...»8. 


PRINCIPIOS  DIRECTIVOS  DEL  SALARIO  FAMILIAR 
EN  LA  ENCICLICA  QUADRAGESSIMO  ANNO 

En  el  texto  arriba  citado  el  Papa  condensa  su  pensamiento 
sobre  este  asunto  tan  capital. 

De  la  consideración  atenta  del  doble  carácter  individual  y 
social  del  trabajo  brota  espontáneamente  la  obligación  del  sa- 
lario familiar. 

El  hombre,  para  que  pueda  llevar  una  vida  decorosa  y dig- 
na, debe  tener  la  posibilidad  de  ejercitar  sus  facultades  primor- 
diales y de  proveer  a sus  necesidades  esenciales.  La  conserva- 
ción es,  por  cierto,  la  primera  ley  de  la  naturaleza;  la  propaga- 
ción es  la  segunda,  o por  lo  menos  es  la  expresión  de  uno  de 
los  primarios  y más  fuertes  instintos  del  hombre.  Por  lo  tanto, 
teniendo  todo  trabajador  adulto  por  la  misma  naturaleza  el  de- 
recho de  contraer  matrimonio  y procrear  hijos,  por  la  misma  na- 


7 Pío  xii.  Alocución  de  Pentecostés  de  1941  - Bs.  As.,  pág.  19. 

8 Pío  xii.  Alocución  de  Navidad  de  1942  - En  Colección  Sendero:  La  Pax, 
La  Justicia  y el  Derecho  Internacional,  pág.  24  y 26. 


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turaleza  le  incumbe  la  obligación  correspondiente  de  mante- 
ner a la  familia. 

Luego,  si  el  obrero  no  cuenta  con  la  renta  del  capital  para 
cumplir  este  deber,  ha  de  recibir  por  su  trabajo  una  remunera- 
ción suficiente  para  su  propia  sustentación  y la  de  su  familia. 

Podríamos  decir  que  el  salario  puede  ser  considerado  desde 
un  doble  punto  de  vista:  del  empleador  y del  empleado.  Desde 
el  primer  punto  de  vista,  el  salario  es  la  remuneración  de  un 
trabajo  realizado;  desde  el  segundo,  es  el  medio  de  subvenir  a 
las  necesidades  personales;  las  que  pasan  a ser  necesidades  con- 
yugales o familiares,  cuando  el  empleado  contrae  matrimonio  y 
llega  a tener  hijos. 

El  Código  Social  de  Malinas,  número  136,  establece  que,  en 
la  fijación  del  salario,  el  primer  punto  que  se  debe  considerar 
es  la  subsistencia  del  obrero  y de  su  familia. 

El  salario  familiar  absoluto,  llamado  también  colectivo,  no 
sólo  proviene  del  salario  del  padre,  sino  también: 

a)  Del  ahorro  que  deberán  hacer  los  contrayentes  antes 
del  matrimonio,  como  lo  enseña  Pío  XI  en  su  Encíclica  Casti 
Connubii:  «Hemos  de  procurar,  sin  embargo,  que  los  cónyuges 
ya  mucho  tiempo  antes  de  contraer  matrimonio  se  ocupen  de 
prevenir  o de  disminuir  al  menos  las  dificultades  materiales,  y 
cuiden  los  doctos  de  enseñarles  el  modo  de  conseguir  esto  con 
eficacia  y con  dignidad»9; 

b)  De  la  ayuda  de  la  mujer  y de  los  hijos  grandecitos,  se- 
gún sus  posibilidades  y fuerzas.  Pero  fijémonos  bien,  en  las  dos 
restricciones  que  hace  a este  propósito  en  la  Encíclica  Quadra- 
gessimo  Anno:  l.°  Es  un  crimen  abusar  de  la  edad  infantil  y de 
la  mujer;  2.°  Es  un  gravísimo  abuso,  y con  todo  empeño  ha  de 
extirparse,  que  la  madre,  a causa  de  la  escasez  del  salario  del 
padre,  se  vea  obligada  a ejercer  un  arte  lucrativo,  dejando  aban- 
donados en  casa  sus  peculiares  cuidados  y quehaceres,  sobre 
todo  la  educación  de  los  hijos. 

La  naturaleza,  es  decir,  su  Creador,  no  ha  establecido  como 
norma  que  los  otros  miembros  de  familia  sean  sostenidos  sola- 
mente por  el  padre,  sin  que  ellos  contribuyan  también  según  sus 
facultades. 


B Pío  xi.  Ene.  Casti  Connubii,  pág.  736,  n.  72. 


La  Justicia  del  Salario... 


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Mas  no  debe  olvidarse  que  la  función  primordial  de  la  ma- 
dre es  la  atención  del  hogar  y la  educación  de  los  hijos;  y que 
éstos  en  su  tierna  edad  deben  tender  a su  formación  integral. 
Cúidese,  pues,  de  no  impedir  y lesionar  estos  sagrados  deberes. 

Es  muy  doloroso  y con  todo  empeño  ha  de  extirparse  este 
fenómeno  introducido  en  nuestra  moderna  sociedad:  el  trabajo 
de  la  mujer  en  la  fábrica.  ¡Cómo  debería  grabarse  en  la  mente 
de  todos  esta  frase  lapidaria,  llena  de  sentido  y de  realidad,  pro- 
nunciada en  el  Congreso  de  trabajadores  cristianos  de  Reims 
(1894):  «La  femme  devenue  ouvriére,  n'est  plus  une  femme»; 
la  esposa  que  se  hace  jornalera,  ya  no  es  esposa! 

Y en  tiempos  más  recientes,  Salazar  condensa  su  pensa- 
miento y su  programa  de  acción  en  estos  hermosos  conceptos: 
«Consideramos  como  lógico  en  la  vida  social  y como  útil  a la 
economía,  la  existencia  adecuada  de  la  familia  del  trabajador; 
consideramos  como  fundamental  que  sea  el  obrero  quien  la 
sustente;  sostenemos  que  no  debe  ser  fomentado  el  trabajo  de 
la  mujer  casada,  e incluso  generalmente  el  de  la  mujer  soltera 
que  forma  parte  de  la  familia  y que  no  tiene  la  responsabilidad 
de  la  misma.  Jamás  hubo  una  buena  ama  de  casa  que  no  tuviese 
mucho  que  hacer»  10. 

Se  sigue,  como  secuela  necesaria  del  trabajo  de  la  mujer 
en  la  fábrica,  la  desvalorización  del  trabajo  del  hombre,  ya  que 
cambiadas  las  condiciones  económicas,  la  empresa  no  puede  pa- 
gar el  salario  familiar.  A este  propósito  observa  Nell-Breuning 
que  la  consecuencia  del  ingreso  de  las  mujeres  al  mercado  del 
trabajo  debe  ser  tal,  en  determinadas  condiciones,  que  tanto 
hombres  y mujeres  en  conjunto  no  reciban  más  en  concepto  de 
salarios,  que  lo  que  anteriormente  recibían  los  hombres  solos. 
Guando  esto  ocurre,  es  absolutamente  necesario  tratar  de  que 
el  trabajo  femenino  se  retire  del  mercado,  lo  que  puede  lograrse 
mediante  medidas  prudentes  y oportunas»  u. 

Para  que  la  doctrina  piaña  se  traduzca  a la  práctica,  habría 
que  procurar  ocupaciones  y medios  de  trabajos  propios  de  la 
mujer  y de  los  niños.  Pero  cada  vez  va  siendo  más  impresionan- 

10  Habla  Salazar.  Algunos  extractos  de  sus  discursos  y notas  oficiosas, 
Lisboa,  pág.  62. 

11  Nell-Breuning,  La  Reorganización  de  la  Economía  Social,  Bs.  As., 

pág.  202. 


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te  y más  universal  el  cuadro  de  las  familias  obreras  que  no  ha- 
llan posibilidad  de  contribuir  al  sostenimiento  familiar,  según 
lo  piden  su  naturaleza  y sus  obligaciones. 

Nuevamente  Nell-Breuning  nos  pinta  el  cuadro  de  las  ciu- 
dades modernas  con  caracteres  vivos  y que  responden  a la  reali- 
dad: «Nos  encontramos  aquí  en  realidad  — dice — con  la  situa- 
ción de  que  la  mujer  trabaja  en  una  oficina  o en  una  fábrica, 
mientras  que  los  hijos,  desde  su  más  tierna  infancia,  también  se 
ocupan  en  algún  trabajo;  o que  la  mujer  limita  su  trabajo  a un 
poco  de  cocina  y costura  en  una  vivienda  miserable,  mientras 
que  los  hijos  haraganean  en  la  casa  o en  las  calles,  a menos  que 
puedan  ser  cuidados  en  un  jardín  de  infantes»  la. 

El  título  por  el  cual  es  debido  este  salario  se  verá  en  los 
capítulos  siguientes. 


¿SE  DEBE  SOLO  AL  OBRERO  CASADO,  O TAM- 
BIEN A TODO  ADULTO  ESTE  SALARIO?  — He  aquí  una 
cuestión  importante  cuya  torcida  solución  engendraría  aplica- 
ciones perjudiciales  y funestas. 

Si  el  salario  familiar  se  debe  sólo  a los  casados  con  hijos, 
entonces  una  misma  labor  tendría  precios  diferentes,  según  la 
realice  un  obrero  célibe  o un  obrero  casado.  Además,  el  patrón 
preferiría  — como  de  hecho  se  prefirió  por  la  mala  interpreta- 
ción— los  obreros  solteros  a los  casados. 

Ante  este  estado  de  cosas,  la  actitud  del  obrero  sería  perma- 
necer soltero,  buscando  y satisfaciendo  su  sensualidad  fuera  del 
matrimonio;  o contrayéndolo,  pero  adoptando  la  esterilidad  vo- 
luntaria, con  todas  sus  funestas  consecuencias  de  impedimento 
de  la  natalidad  o de  los  crímenes  abortivos. 

De  esta  manera  se  atenta  y se  va  contra  el  fin  primario  im- 
puesto por  Dios  al  instituir  el  matrimonio  para  la  procreación  y 
educación  de  los  hijos.  Los  escollos  arriba  apuntados  se  evitan 
por  medio  de  la  recta  interpretación  del  salario  familiar,  es  de- 
cir, si  admitimos,  con  la  mayoría  de  los  sociólogos  católicos, 
que  el  mismo  se  debe  a todo  obrero  adulto,  tanto  si  éste  permane- 
ce soltero  como  si  se  casa,  tanto  si  tiene  hijos  como  si  no  los  tiene. 


12  Nki.l-Brkuninc,  Op.  cit.,  pág.  200. 


La  Justicia  del  Salario... 


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Esta  afirmación  se  apoya  en  las  razones  siguientes:  a)  El 
obrero  está  generalmente  llamado  por  la  naturaleza  a contraer 
matrimonio,  la  condición  general  del  mismo  es  ser  padre  de  fa- 
milia, y,  por  lo  mismo,  debe  ir  ahorrando  para  fundar  un  ho- 
gar; b)  El  aspecto  social  del  trabajo  es  intrínseco  al  mismo;  lue- 
go  la  remuneración  debe  ser  fijada  atendiendo  a este  aspecto, 
sea  cual  fuere  la  condición  del  obrero;  c)  El  trabajo  de  todo  obre- 
ro es  humano  y como  tal  merece  un  salario  familiar.  A este  res- 
pecto cabe  notar  esta  sólida  y bien  fundada  observación  de 
Julio  Meinvielle,  quien  defiende  que  «el  salario  familiar,  como 
salario  mínimo,  se  le  debe  a todo  obrero,  aunque  sea  soltero,  por- 
que es  el  salario  humano  que  se  le  debe  como  a hombre.  Si  no 
se  casa,  es  asunto  que  sólo  a él  le  interesa.  El  empresario  le  de- 
be salario  humano,  que  es,  al  menos,  el  salario  familiar»13;  y 
d)  Pío  XI,  al  tratar  del  salario  familiar,  dice  que  a cualquier 
obrero  adulto  se  le  asigne  este  salario. 

Los  doctos  dirigentes  de  la  Ecole  Nórmale  Sociale,  comen- 
tando aquel  pasaje  de  la  Encíclica  Quadragessimo  Anno  en  que 
«1  Papa  reclama  para  todo  obrero  adulto  el  salario  familiar,  dicen 
que,  según  parece,  por  esas  últimas  palabras  se  ha  establecido 
una  conexión  de  causa  y efecto  entre  el  carácter  y las  exigencias 
del  trabajo  humano  de  todo  adulto,  y el  carácter  familiar  del 
justo  salario.  El  salario  de  todo  adulto  sería  familiar  por  razón 
del  carácter  personal  del  trabajador,  jefe  de  familia  en  acto  o 
en  potencia  próxima ; el  carácter  está,  pues,  como  incorporado 
en  su  trabajo...  14. 

Previniendo  algunas  dificultades.  — Puede  objetarse  que  el 
adulto  soltero,  recibiendo  un  salario  igual  al  de  un  padre  de  fa- 
milia, haría  mal  uso  del  mismo,  viviendo  en  medio  del  lujo,  del 
despilfarro  del  dinero,  etc.;  como  resultado  de  todo  esto  se  ten- 
dría la  elevación  del  costo  de  la  vida,  perjudicando  así  a los  pa- 
dres de  familia. 

No  podemos  cerrar  los  ojos  ante  estos  y otros  inconvenien- 
tes ; pero  al  mismo  tiempo  tengamos  presente  que  en  todas  las  co- 
sas, aún  en  las  mejores,  los  abusos  siempre  son  posibles.  Esto  no 


13  Julio  Meinvielle,  Concepción  Católica  de  la  Economía,  Bs.  As.,  pág.  97. 

14  École  Nórmale  Sociale,  L'Encyclique  Quadragessimo  Anno,  París,  1937, 
pág.  173. 


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Pbro.  Manuel  Butrón  Valencia 


es  razón  suficiente  para  impedir  un  mejor  orden  social,  como 
el  resultante  del  salario  familiar  a todo  adulto. 

Se  imponen,  pues,  las  precauciones  y reformas  debidas.  Ha 
de  atenderse  con  especial  cuidado  al  fomento  del  ahorro  en  las 
clases  trabajadoras,  principalmente  entre  los  jóvenes,  reservan- 
do alguna  parte  del  salario  en  las  Cajas  de  Ahorro  y consi- 
guiendo su  efectividad  por  los  medios  que  dicten  las  circunstan- 
cias del  tiempo  y del  lugar. 

Ultimamente  Quetglas  Gayá,  en  su  trabajo  «Salario  mínimo» 
publicado  en  la  Revista  «Fomento  Social»,  después  de  exponer 
las  opiniones  de  sociólogos  y moralistas  en  cuestión  de  salario, 
hace  un  juicio  crítico,  apoyado  en  la  realidad  práctica  de  la  eco- 
nomía actual,  llegando  a negar  para  el  obrero  adulto  soltero  el 
derecho  de  un  salario  familiar  absoluto. 

Niega  el  valor  de  las  razones  aducidas  para  probar  este  de- 
recho, y añade  que,  según  datos  demográficos,  no  es  exacto  que  el 
obrero  que  se  casa  sea  padre  de  tres  hijos  15. 

Brevemente  respondemos  que  existe  verdadero  fundamento, 
es  decir,  las  razones  apuntadas  antes  son  valederas  y dan  de- 
recho al  obrero  a percibir  un  salario  familiar  absoluto. 

Por  otra  parte,  si  en  la  fijación  del  salario  familiar  absolu- 
to los  sociólogos  consideran  la  familia-tipo  como  formada  por 
los  padres  y tres  o cuatro  hijos,  no  debe  interpretarse  como  una 
fórmula  exacta  o matemática,  sino  como  un  término  medio  y 
por  vía  de  comparación.  Si  el  tipo  medio  de  hijos  en  determinado 
tiempo  y lugar  es  mayor  o menor,  téngase  en  cuenta  este  dato  pa- 
ra la  determinación  del  salario  familiar  absoluto. 

No  podemos  negar  que  en  la  vida  práctica  este  salario  pre- 
senta sus  dificultades.  Más  adelante  exponemos  una,  con  su  so- 
lución. 


SALARIO  FAMILIAR  RELATIVO 

Si  el  salario  familiar  que  el  empresario  debe  pagar  al  traba- 
jador fuese  el  relativo  según  la  extensión  de  la  definición  antes 
dada,  se  tendría  que  establecer  en  cada  empresa  una  escala  de 
jornales:  mayor  para  los  obreros  con  más  hijos,  y menor  para 

lr’  Bartolomé  Quetglas  Gay K,  Revista  Fomento  Social,  Abril-Junio  1949, 
pág.  163  y sgs. 


La  Justicia  del  Salario... 


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los  con  menos  hijos  o sin  ninguno.  De  aquí  nacería  la  protes- 
ta y el  disgusto  de  los  solteros  o casados  sin  hijos,  que  traba- 
jan igual  o tal  vez  mejor  que  los  casados  con  hijos,  y ellos  serían 
los  preferidos  por  los  patronos,  ansiosos  siempre  de  pagar  el  me- 
nor salario. 

¿Cómo  salvar  estas  dificultades?  Teniendo  como  base  de 
remuneración  un  salario  familiar  absoluto,  la  dificultad  propues- 
ta desaparece  por  medio  de  las  asignaciones  familiares,  a lo 
cual  viene  a reducirse  el  salario  familiar  relativo. 


LAS  ASIGNACIONES  FAMILIARES  Y 
LAS  CAJAS  DE  COMPENSACION 

Las  asignaciones  familiares,  llamadas  también  subsidio,  so- 
bresalario, son  un  complemento  que  se  paga  al  trabajador  en  ra- 
zón de  las  cargas  de  una  familia  numerosa. 

La  aplicación  y el  pago  inmediato  y directo  por  los  patro- 
nos de  estas  asignaciones  presenta  algunos  inconvenientes,  entre 
otros,  la  concurrencia  de  otros  empresarios  que  tienen  asalaria- 
dos con  familia  reducida  o sin  ella,  y la  incertidumbre  del  costo 
de  producción,  a causa  de  las  cargas  familiares  de  los  trabajado- 
res contratados. 

Para  obviar  estos  inconvenientes  se  ha  ideado  un  sistema 
ventajoso  y práctico:  la  Caja  de  Compensación. 

Las  Cajas  de  Compensación  tienen  por  fin  centralizar  las 
contribuciones  que  aportan  las  empresas,  según  lo  determinado 
previamente,  para  luego  distribuirlas  entre  los  trabajadores  en 
proporción  a las  cargas  de  familia. 

León  Harmel,  distinguido  patrono  católico,  llamado  común- 
mente «Le  Bon  Pére»,  en  1891,  después  de  la  publicación  de  la 
Encíclica  Rerum  Novarum,  fué  el  gran  precursor  de  los  sub- 
sidios familiares.  En  su  misma  fábrica  de  hilados  fundó  la  lla- 
mada Caisse  de  Famille,  para  fijar  los  salarios  en  proporción  a 
las  cargas  de  familia. 

Más  tarde,  en  1916,  Romanet  de  Grenoble,  director  de  los 
establecimientos  metalúrgicos  de  Regis-Joya,  y en  1918  Marces- 
che,  presidente  de  la  Cámara  de  Comercio  de  Lorient,  fueron 
los  que  pusieron  la  primera  piedra  fundamental  de  las  maravi- 


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Pbro.  Manuel  Butrón  Valencia 


llosas  Cajas  de  Compensación,  siguiéndose  pronto  sus  iniciati- 
vas y ejemplos  en  muchos  países. 

APROBACION  Y ALABANZAS  DE  LOS  PAPAS.  — El 
sistema  de  las  asignaciones  familiares  y de  las  Cajas  de  Com- 
pensación ha  recibido  la  merecida  alabanza  de  los  Soberanos 
Pontífices. 

Refiere  Quetglas  que,  en  cierta  ocasión,  hablando  León  XIII 
de  León  Hrmel,  dijo  que  era  preciso  que  los  Harmel  se  multi- 
plicasen 1G.  Justo  y merecido  elogio  a este  patrono  que  contribu- 
yó poderosamente  a la  dignificación  de  la  familia. 

Pío  XI  aludiendo  a las  Cajas  de  Compensación  dice:  «No 
será  aquí  inoportuno  dar  la  merecida  alabanza  a cuantos  con 
sapientísimo  y útilísimo  consejo  han  experimentado  e intentado 
diversos  medios  para  acomodar  la  remuneración  del  trabajo  a 
las  cargas  de  la  familia,  de  manera  que  el  aumento  de  las  car- 
gas corresponda  al  aumento  del  salario,  y aún,  si  fuese  menester, 
para  atender  a las  necesidades  extraordinarias»  17. 

FUNCIONAMIENTO  Y FINALIDAD  DE  LAS  CAJAS 
DE  COMPENSACION.  — Para  seguir  ciñiéndose  al  fin  pro- 
puesto en  este  trabajo,  haré  solamente  una  somera  descripción 
de  las  mismas. 

Varios  patronos  de  la  misma  industria  realizan  un  conve- 
nio con  éstas  o parecidas  cláusulas:  a)  Cada  uno  de  ellos  depo- 
sita en  una  caja  común  a los  patronos  de  la  misma  industria  un 
tanto  por  ciento  mensual,  teniendo  en  cuenta  solamente  el  nú- 
mero de  obreros  de  su  fábrica;  luego  se  prescinde  del  número 
de  obreros  casados;  b)  De  esa  caja  común  se  extrae  un  tanto 
por  ciento  para  repartir  entre  los  obreros  casados  de  sus  fábri- 
cas, en  atención  al  número  de  hijos  que  tengan.  Así  se  evita  que 
el  patrono  prefiera  solamente  a los  solteros. 

Las  Cajas  de  Compensación  son  alimentadas  por  la  con- 
tribución de  los  patronos  solamente,  teniendo  el  carácter  de  mu- 
tualidad patronal,  o por  los  patronos,  trabajadores  y el  Estado, 
teniendo  el  carácter  de  servicio  social. 


,c  Quetglas  Gayá,  El  Salario  Familiar,  2.a  Edición,  pá¡$.  50. 
17  Fío  xi,  Ene.  Q.  A.,  pág.  478,  n.  32. 


La  Justicia  dei,  Salajuo... 


43 


Siendo  su  origen  de  iniciativa  privada,  gracias  a sus  ven- 
tajas y beneficios,  en  muchas  partes  el  Estado  las  protege,  regula 
y hace  obligatorias. 

Deseamos  cada  vez  más  su  difusión,  auspiciada  por  el 
Estado. 

Su  organización  es  admirable.  Tienen  sus  reglamentos  que, 
entre  otras  cosas,  fijan  la  escala  progresiva  de  la  cantidad  que 
el  obrero  recibe  por  cada  hijo,  establecen  la  edad  máxima  del  hi- 
jo, y la  base  del  salario  del  padre,  todo  lo  cual  le  da  derecho  a un 
subsidio  familiar.  También  están  previstos  los  casos  de  interrup- 
ción del  trabajo  por  accidente  que  incapacite  al  obrero  temporal 
o permanentemente,  el  caso  de  muerte  del  obrero,  etc. 

Además,  las  Cajas  de  Compensación  proporcionan  a los  pa- 
dres muchas  obras  y servicios  sociales  complementarios,  como 
las  primas  prenatales  concedidas  a la  esposa  próxima  a ser  ma- 
dre, las  primas  de  nacimiento,  primas  de  lactancia  en  los  prime- 
ros meses  de  la  criatura,  obras  de  protección  al  niño,  como  dis- 
pensarios, hospitales,  escuelas  del  hogar,  colonias  de  vacacio- 
nes, etc. 

Quien  desee  tener  un  conocimiento  más  amplio  del  fun- 
cionamiento, finalidad,  datos  demográficos  y estadísticos,  etc.,  de 
las  Cajas  de  Compensación,  puede  consultar  la  obra  didáctica 
del  Dr.  Valsecchi,  «Silabario  Social»  (tomo  II,  cap.  XXIII) ; el 
«Salario  Familiar»  de  Quetglas  (Parte  Práctica) ; y el  «Salario 
Familiar»  de  M.  Fernández  Pousa  (Cuarta  Parte). 

FUNDAMENTO  Y JUSTICIA  DEL  SALARIO  FAMI- 
LIAR RELATIVO  O DE  LAS  ASIGNACIONES  FAMILIA- 
RES. — Estas  tienen  como  causa  y fundamento  el  gran  bien  y 
el  servicio  social  que  los  padres  de  familia  prestan  a toda  la 
sociedad. 

La  sociedad  debe,  pues,  aquilatar  el  mérito  real  del  que 
acepta  las  pesadas  cargas  de  la  familia  y el  servicio  que  brinda 
a todo  el  cuerpo  social;  de  lo  cual  se  desprende  la  obligación 
de  ayudar  a subvenir  las  necesidades  del  padre  de  familia  nu- 
merosa. 

De  estas  afirmaciones  fluye  como  conclusión,  que  la  justicia 
social  exige  que  se  otorgue  al  obrero  este  salario  familiar  relativo. 

Si  se  traduce  a la  realidad  la  doctrina  hasta  aquí  expuesta, 


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Pbro.  Manuel  Butrón  Valencia 


y si  el  salario  mínimo  recibido  por  el  trabajador  es  el  familiar 
absoluto,  entonces  las  asignaciones  familiares  sólo  corresponden 
a las  familias  numerosas,  a partir  por  ejemplo  del  cuarto  hijo, 
y esto  por  justicia  social.  Es  de  este  parecer  el  Dr.  Valsecchi. 
En  este  punto  tan  importante  cabe  citar  a P.  Virton,  que  en  su 
artículo  «Origine  et  Finalité  des  Allocations  familialles»,  apare- 
cido en  la  Revista  «Travaux  de  l'Action  Populaire»,  afirma  tam- 
bién que  las  alocaciones  familiares  se  deben  por  justicia.  Copia- 
mos solamente  algunos  párrafos  dignos  de  tenerse  en  cuenta  por 
el  peso  de  sus  razones  y por  el  servicio  y mérito  que  concede 
al  padre  de  familia. 

«No  se  trata  — dice — de  una  solidaridad  de  clase,  de  una 
sensibilidad  del  vecino  que  comparte  de  la  consideración  de 
«pobres  padres  de  familia,  que  han  tenido  la  desgracia  de  te- 
ner hijos»;  se  trata  de  la  consagración  legal  del  servicio  prestado 
al  país  por  las  familias;  servicio  que,  por  la  consiguiente  parti- 
ción de  las  funciones  y de  la  división  de  los  cargos,  debe  ser  aho- 
ra más  que  nunca  tomado  en  consideración  por  todo  el  grupo 
social» 

En  otro  lugar  dice:  «El  hombre  que  trabaja,  en  cualquier  ofi- 
cio que  sea,  no  trabaja  solamente  para  sí  y para  los  suyos,  sino 
que,  ejerciendo  su  actividad,  enriquece  a su  país  y trabaja  por  la 
transformación  del  mundo.  Parece  que  ahora  tocamos  el  nudo 
de  la  cuestión.  Toda  actividad  útil  es  a la  vez  individual,  fami- 
liar y social ; porque  cada  hombre,  ser  individual,  lleva  en  sí  mis- 
mo, al  menos  virtualmente,  una  orientación  familiar  y social»  18. 

DIFICULTAD  PRACTICA.  — Atendidas  las  actuales  cir- 
cunstancias económicas  del  mundo  actual,  no  pueden  aplicarse 
a la  realidad  concreta  los  principios  del  salario  familiar  abso- 
luto a causa  del  predominio  y generalización  de  remunerar  al 
trabajador  con  un  salario  equivalente  al  individual. 

Estas  condiciones  económicas  en  que  vivimos  han  dado  pie 
a Quetglas  para  impugnar  la  doctrina  del  salario  familiar  abso- 
luto, cuya  aplicación,  según  él,  ni  es  posible  económicamente,  ni 
es  justa  (Cf.  el  artículo  citado,  en  la  Revista  «Fomento  Social»). 

La  doctrina  social  de  la  Iglesia  nos  da  sus  principios  y nor- 

18  P.  Virton,  Revista  « Travaux  de  l'Action  Populaire s>,  Juillet-Aoút,  1948, 
París,  pág.  521  y 524. 


La  Justicia  del  Salario... 


45 


mas  que  deben  regir  el  mundo  económico  y social,  pero  que  tam- 
bién deben  adaptarse  a las  diversas  circunstancias  de  la  vida. 

Por  esta  razón  seguimos  en  la  actualidad  la  solución  práctica, 
ideada  por  Valsecchi,  cuyo  contenido  es  el  siguiente:  «Mientras 
se  forjan  las  futuras  reformas  de  estructura  del  moderno  ré- 
gimen económico-social,  reclamadas  con  tanto  vigor  por  el  Pa- 
pa Pío  XI,  conviene,  es  oportuno,  es  sabio  dar  entre  tanto  un 
primer  paso  hacia  una  más  justa  remuneración  del  trabajador, 
estableciendo  desde  ahora  el  sistema  de  las  ASIGNACIONES 
FAMILIARES,  aun  sin  la  base  del  salario  familiar  absoluto. 
Con  esto  se  consigue  integrar  el  actual  salario  individual  con 
adecuadas  asignaciones  familiares,  comenzando  su  pago  desde 
el  primer  hijo  (como  el  actual  estado  de  cosas  lo  impone),  y no 
desde  el  cuarto  (como  lo  demandaría  el  sistema  del  salario  fa- 
miliar completo)»  19. 

La  fórmula  de  este  sistema  transitorio  coincide  con  el  salario 
mínimo  para  un  trabajador  con  cargas  familiares,  propuesto  por 
Quetglas,  y que  se  compone  de: 

l.°  — El  salario  directo  que  reciba  de  su  patrono  y que  con- 
sistirá en  la  cantidad  suficiente  para  el  sustento  de  él  y de  su 
esposa  (o  sea  el  salario  mínimo  para  el  obrero  sin  cargas) ; 2.°, 
En  un  subsidio  familiar  que  cobrará  para  cada  hijo  que  tenga, 
inhábil  para  el  trabajo,  a partir  del  primero;  3.°,  En  las  prestacio- 
nes de  los  seguros  sociales  para  él  y su  familia;  4.°,  En  las  pres- 
taciones de  seguro  de  viudedad  y orfandad,  que  percibirán  su 
viuda  y huérfanos  en  caso  de  fallecimiento  del  obrero,  cabeza 
y sostén  de  la  familia  20. 

CONCLUSION.  — Si  examinamos  atentamente  la  doctrina 
del  salario  familiar  a la  luz  de  las  Encíclicas  Sociales,  nos  vemos 
obligados  a concluir  que  el  obrero  debe  recibir  como  remune- 
ración de  su  trabajo  un  salario  mínimo  familiar,  el  cual  ha  de 
ir  en  aumento  según  el  trabajo  realizado  y las  necesidades  y 
cargas  de  familia.  De  esta  suerte  se  coordinan  estas  dos  fórmulas 
tan  frecuentemente  repetidas:  «A  igual  trabajo,  igual  salario», 
y «A  cada  uno  según  sus  necesidades». 


19  Francisco  Valsecchi,  Silabario  Social,  tomo  II,  Bs.  As.,  1943,  pág.  248. 

20  Bartolomé  Quetglas  Gaya,  Revista  Fomento  Social,  ant.  citada,  pág.  169. 


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Pbro.  Manuel  Butrón  Valencia 


LA  JUSTICIA  DEL  SALARIO  FAMILIAR 
EN  LAS  ENCICLICAS  SOCIALES 

Después  de  haber  visto  anteriormente  las  enseñanzas  de 
los  Papas  acerca  de  la  obligación  del  salario  familiar,  ¿podemos 
servirnos  de  las  mismas  para  establecer  y concretar  el  título  por 
el  cual  se  debe  dicho  salario  a los  trabajadores?  En  este  capítu- 
lo y en  el  siguiente  nos  referiremos  exclusivamente  al  salario 
familiar  absoluto. 

Dedicamos,  pues,  todos  nuestros  esfuerzos  a examinar  los 
textos  pontificios  que  se  refieren  a este  asunto,  añadiendo  como 
un  complemento,  algunas  opiniones  de  sociólogos  y moralistas. 


EXPOSICION  DOCTRINAL  DE  LOS 
TEXTOS  PONTIFICIOS 

ENCICLICA  RERUM  NOVARUM.  — Como  expusimos 
antes,  León  XIII  en  esta  Encíclica  sólo  habla  de  una  manera  in- 
directa e implícita  sobre  la  obligación  del  salario  familiar;  de 
aquí  no  puede  deducirse  el  título  por  el  cual  es  debido. 

Podemos,  pues,  afirmar  que  León  XIII  no  emitió  ningún 
juicio  explícito  acerca  de  la  obligación  del  salario  familiar,  ni 
mucho  menos  de  la  clase  de  justicia  por  la  cual  es  debido.  Qui- 
zás por  las  circunstancias  del  momento  y del  estado  de  los  es- 
píritus, quizás  porque  el  problema  no  se  encontraba  maduro, 
omitió  deliberadamente  esta  cuestión,  dejando  a los  autores  el 
estudio  y el  mejor  entendimiento  del  problema,  que  sería  resuelto 
y dado  a luz  por  Pío  XI. 

ENCICLICA  CAST1  CON  NU  BU.  — El  Papa  Pío  XI  en 
esta  encíclica  sobre  el  matrimonio  cristiano  habla  explícitamen- 
te del  salario  familiar:  «Para  lo  cual  hay  que  trabajar,  en  pri- 
mer término,  con  todo  empeño  a fin  de  que  la  sociedad  civil, 
como  sabiamente  dispuso  nuestro  predecesor  León  XIII,  esta- 
blezca un  régimen  económico  y social  en  el  que  los  padres  de 
familia  puedan  ganar  y granjearse  lo  necesario  para  alimentarse 
a sí  mismos,  a la  esposa  y a los  hijos,  según  su  clase  y condición; 
pues  «el  que  trabaja  merece  su  recompensa».  Negar  ésta  o dis- 


La  Justicia  del  Salario... 


47 


minuirla  más  de  lo  debido,  es  grande  injusticia,  y según  las  Sa- 
gradas Escrituras,  un  grandísimo  pecado;  como  tampoco  es  lí- 
cito establecer  salarios  tan  mezquinos  que,  atendidas  las  cir- 
cunstancias, no  sean  suficientes  para  alimentar  a la  familia»21. 

El  texto  original  latino  de  la  última  parte  en  A.  A.  S.  dice: 
«Hanc  (mercedem)  negare  aut  aequo  minorem  facere  gravis  in- 
justitia  est  et  a Sacris  Litteris  Ínter  maxima  ponitur  peccata ; ñe- 
que fas  est  mercedes  statui  tan  tenues,  quae,  pro  rerum  conditio- 
nibus,  alendae  sint  impares»  22. 

Advirtamos  lo  siguiente:  En  el  texto  citado  se  dejan  entrever 
estas  cláusulas:  a)  que  es  grande  injusticia  negar  o disminuir 
más  de  lo  debido  la  recompensa  (familiar)  al  que  trabaja;  b)  no 
es  lícito  establecer  salarios  inferiores  al  familiar. 

En  una  y otra  cláusula  el  pensamiento  del  Papa  es  uno  y el 
mismo:  señalar  solamente  la  obligación  de  pagar  el  salario  fa- 
miliar, haciendo  notar  que  se  quebranta  la  justicia  y se  obra  ilí- 
citamente cuando  se  lo  niega,  o se  establecen  salarios  insuficien- 
tes para  la  sustentación  de  la  familia. 

Por  lo  tanto,  parece  no  ser  exacta  la  interpretación  de  No- 
guer 23,  que  descubre  dos  cosas  distintas  en  aquel  texto:  una, 
la  falta  de  justicia  conmutativa  por  la  negación  o disminución 
del  salario  más  de  lo  debido;  y otra,  la  ilicitud  de  establecer  sa- 
larios inferiores  al  familiar. 

Convenimos  en  que  fas  significa  lo  lícito,  mas  no  necesaria- 
mente lo  justo;  pero  discrepamos  al  desenvolver  el  pensamien- 
to del  Papa,  que  en  esta  Encíclica  no  se  proponga  determinar  el 
género  de  virtud  por  el  que  es  debido  el  salario  familiar,  sino  sólo 
recomendar  y recalcar  la  obligación  de  pagarlo,  siendo  injusta 
e ilícita  su  defraudación.  En  sus  nuevas  Encíclicas  irá  concre- 
tando cada  vez  más  la  justicia  del  salario,  hasta  dar  lugar  a la 
conclusión  que  expondré  más  adelante. 

ENCICLICA  QUADRAGESS1MO  ANNO.  — Pío  XI  ex- 
pone aquí  la  doctrina  del  salario  familiar. 

En  primer  lugar  se  refiere  t*  la  remuneración  que  deben  re- 
cibir los  padres  de  familia  para  poder  atender  a las  necesidades 

21  Pío  xi.  Ene.  Casti  Connubii,  pág.  735,  n.  72. 

22  A.  A.  S.,  31  de  Dbre.  de  1930,  pág.  587. 

23  N.  Nocuer,  Op.  Cit.,  tomo  1,  pág.  178. 


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Pbro.  Manuel  Butrón  Valencia 


ordinarias,  y después  añade:  «Quod  si  in  praesentibus  rerum 
adiunctis  non  semper  id  praestari  poterit,  postulat  justitia  socia- 
lis,  ut  eae  mutationes  quamprimum  inducantur,  quibus  cuivis 
adulto  operario  ejusmodi  salaria  firmentur»  24. 

«Si  las  circunstancias  presentes  de  la  vida  no  siempre  permi- 
ten hacerlo  así,  pide  la  justicia  social  que  cuanto  antes  se  intro- 
duzcan tales  reformas  que  a cualquier  obrero  adulto  se  le  ase- 
gure ese  salario»  25. 

De  este  párrafo  en  que  se  habla  de  la  justicia  social,  algu- 
nos autores  toman  pie  para  afirmar  que  el  salario  familiar  se 
debe  solamente  por  justicia  social. 

Sí;  afirmamos  que  se  debe  por  justicia  social;  pero  esto  no 
impide  que  la  obligación  sea  también  requerida  por  justicia  con- 
mutativa; ya  que  una  misma  cosa  puede  ser  imperada  por  una 
y otra  virtud,  si  se  la  considera  bajo  diversos  aspectos. 

Así  es  como  algunos  han  interpretado  este  pasaje  de  la  Encí- 
clica, diciendo  que  la  justicia  social  obliga  a la  autoridad  pública 
y a los  demás  miembros  de  la  sociedad  a remover  los  obstáculos 
y a crear  reformas  de  la  organización  y estructura  económica 
que  permitan  la  remuneración  del  salario  familiar;  verificadas 
las  cuales,  ésta  es  debida  por  justicia  conmutativa. 

Juzgamos  seguir  el  pensamiento  del  Papa,  si  concluimos  con 
los  dirigentes  de  la  École  Nórmale  Sociale  en  esta  forma: 

1. °  — En  un  estado  de  la  sociedad  en  que  la  mayoría  de  la 
población  vive  exclusivamente  de  su  salario,  el  salario  familiar 
es  debido  ciertamente  y sin  condición  por  título  de  justicia  so- 
cial a todo  trabajador,  no  sólo  de  hecho  cargado  de  familia,  sino 
a todo  adulto,  en  pleno  ejercicio  del  trabajo  y llamado  por  la 
misma  naturaleza  a fundar  una  familia.  Esta  obligación  cae  sobre 
los  responsables  de  hacerlo  posible,  si  es  que  todavía  no  está  im- 
puesto. La  enseñanza  del  Papa  es  formal  en  este  punto. 

2. "  — En  el  mismo  estado  de  la  sociedad,  el  salario  familiar 
es  debido  por  justicia  conmutativa,  con  la  condición  de  que  pre- 
exista un  orden  tal  de  la  economía  general,  que  permita  pagar 
este  salario  en  cada  caso  concreto.  Sobre  esta  obligación  de  jus- 


24  A.  A.  S.,  Mayo  1931,  púg.  2.000. 

25  Pío  XI,  Ene.  Q.  A.,  pág.  478,  n.  32. 


La  Justicia  del  Salario... 


49 


ticia  conmutativa  la  Encíclica  no  dice  nada,  pero  la  dirección  de 
su  pensamiento  va  a hacerla  admitir  26. 

ENCICLICA  D1V1N1  REDEMPTOR1S.  — En  esta  Encí- 
clica Pío  XI  va  explicitando  más  y más  la  justicia  del  salario 
familiar.  Al  tratar  el  problema  del  orden  económico-social,  re- 
cuerda la  obligación  de  estricta  justicia  de  pagar  el  salario  fa- 
miliar: «In  quibus  litteris,  etiam  atque  antiquissimam  Ecclesiae 
doctrinam  instanter  persequentes  de  peculiari  privatorum  pos- 
sessionum  natura  ad  singulos  et  ad  societatem  quod  attinet,  dis- 
tincte  definiteque  et  humani  laboris  jura  dignitatemque  desig- 
navimus...,  et  mercedem  denique,  quae  opificibus  ex  districta 
justitia  debetur,  sibi  suaque  familiae  necessaria» 27.  «Además, 
insistiendo  de  nuevo  sobre  la  doctrina  secular  de  la  Iglesia  acerca 
del  carácter  individual  y social  de  la  propiedad  privada,  hemos 
precisado  el  derecho  y la  dignidad  del  trabajo...,  el  salario 
debido  en  estricta  justicia  al  obrero  para  sí  y para  su  familia»  28. 

En  la  misma  Encíclica  enseña  los  deberes  de  estricta  justi- 
cia, y entre  ellos  señala  el  salario  familiar:  «At  vero  caritas  hoc 
nomine  gloriari  non  potest,  nisi  justitiae  rationibus  innitatur,  ex 
Apostoli  sententia:  «Qui  diligit  proximum  legem  implevit»... 
Garitas,  quae  operarium  debita  mercede  privat,  non  caritas  est, 
sed  vanum  nomen  et  ficta  species  caritatis»  29. 

«Pero  la  caridad  nunca  será  verdadera  caridad,  si  no  tiene 
siempre  en  cuenta  la  justicia.  El  Apóstol  enseña  que  «quien  ama 
al  prójimo,  ha  cumplido  la  ley». . . Una  caridad  que  prive  al  obre- 
ro del  salario  al  que  tiene  estricto  derecho,  no  es  caridad,  sino 
un  vano  nombre  y una  vacía  apariencia  de  caridad»  30. 

Que  el  Papa  hable  aquí  del  salario  familiar  no  hay  duda  al- 
guna, porque  siempre  trata  el  problema  del  salario  bajo  este 
aspecto. 

Por  otra  parte,  la  justicia  estricta  de  que  hace  mención  siem- 
pre y con  fundadas  razones  ha  significado  la  justicia  conmutativa. 

Más  abajo  añade  a los  deberes  de  la  justicia  conmutativa  los 
de  la  justicia  social,  incluyendo  en  éstos  el  salario  familiar:  «Pero 

'6  École  Nórmale  Sociale,  Op.  cit.,  pág.  174. 

27  Pío  xi.  Ene.  Divini  Redemptoris,  pág.  536,  n.  31. 

29  A.  A.  S.,  Marzo  de  1937,  pág.  91. 

30  Pío  xi.  Ene.  Divini  Redemptoris,  pág.  544,  n.  49. 


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Pbro.  Manuel  Butrón  Valencia 


no  se  puede  decir  que  se  haya  satisfecho  a la  justicia  social,  si  los 
obreros  no  tienen  asegurado  su  propio  sustento  y el  de  sus  fa- 
milias con  un  salario  proporcionado  a este  fin»  31. 

Los  textos  citados  hacen  explícita  y definida  la  doctrina  que 
sostenemos,  a saber:  el  salario  familiar  se  debe  por  justicia  es- 
tricta (conmutativa)  y por  justicia  social  que  demanda  su  cum- 
plimiento en  los  casos  concretos. 

El  Sumo  Pontífice  Pío  XI,  dadas  las  circunstancias  y la  oca- 
sión propicia,  declaró  y precisó  en  su  Encíclica  contra  el  comu- 
nismo ateo  aquella  obligación  por  justicia  conmutativa  y social. 

Pero,  ¿cuál  es  la  exigencia  de  la  justicia  conmutativa?  ¿Cuál 
la  de  la  justicia  social?  Estos  dos  interrogantes  constituyen  la 
materia  por  tratarse  en  el  último  capítulo. 

OPINION  DE  LOS  SOCIOLOGOS  Y MORALISTAS 

Desde  la  aparición  de  la  Encíclica  Rerum  Novarum,  j 
más  aún.  de  la  Qudragessimo  Anno,  los  sociólogos,  los  tratadis* 
tas  de  Etica  y los  moralistas  han  estudiado  con  todo  empeño,  es- 
fuerzo y en  detalle  la  cuestión  del  salario  familiar.  Su  opinión 
se  divide  al  justificar  el  título  por  el  que  es  debido  el  mismo. 

¿Por  qué  título  se  debe  el  salario  familiar  absoluto?  Unos 
dicen  que  por  justicia  conmutativa;  otros,  que  por  legal  o social. 

A continuación  citaré  a los  autores  principales  de  ambas 
opiniones  por  las  razones  y argumentos  confirmativos,  para  po- 
der juzgar  imparcialmente,  tanto  de  la  autoridad  de  los  autores, 
como  del  peso  y fuerza  de  sus  argumentos. 

EL  SALARIO  FAMILIAR  SE  DEBE  POR  JUSTICIA 
CONMUTATIVA.  — Llovera  defiende  el  salario  familiar  co- 
lectivo (absoluto)  como  debido  por  justicia  conmutativa.  Al  refu- 
tar al  P.  Antoine,  que  valúa  el  trabajo  por  la  fuerza  vital  con- 
sumida, y ésta  a su  vez  equivale  a la  subsistencia  individual, 
guiado  por  la  voz  de  la  naturaleza  y de  la  razón,  añade:  «Que 
la  fuerza  vital  vale  la  subsistencia,  no  sólo  del  individuo,  sino 
de  una  familia  en  condiciones  normales».  Tiene  presente  que  esta 
fuerza  vital  es  esencialmente  algo  humano,  que  comprende  un 
elemento  moral  y social,  y que  es  finalmente  familiar,  por  cuan- 


31  Pío  XI,  Ene.  Divini  Redemptoi¡$,  póg.  545,  n.  51. 


La  Justicia  del  Salario... 


51 


to  que  es  el  único  medio  que  tiene  el  hombre  de  realizar  el  de- 
recho que  la  misma  naturaleza  quiere  que  se  use  32. 

G.  G.  Rutten,  para  probar  la  obligación  del  salario  fami- 
liar por  justicia  conmutativa,  aduce  cuatro  argumentos,  de  los 
cuales  por  lo  menos  citaré  el  primero:  «El  Papa  enseña  que  el 
salario  debe  permitir  al  obrero  sobrio  y honrado  subvenir  a su 
subsistencia.  Pero  uno  de  los  elementos  principales  de  esta  sub- 
sistencia es  precisamente  la  mantención  de  una  familia,  porque 
no  puede  negarse  que  la  creación  de  un  hogar  constituye  una  de 
las  necesidades  naturales  del  hombre.  El  hombre  tal  como  se 
nos  presenta  en  la  realidad  no  es  un  individuo  aislado,  sino  el 
hombre-pareja . . . » 33. 

Cathrein  examina  a la  luz  de  la  razón  el  título  por  el  cual 
es  debido  el  salario  familiar.  Sus  argumentos  prueban  que  es  la 
justicia  conmutativa  la  que  lo  reclama:  «El  salario  del  obrero, 
a lo  menos  en  las  condiciones  ordinarias,  ha  de  ser  tan  crecido, 
cuanto  baste  para  que  pueda  vivir  decorosamente  con  su  fami- 
lia... l.°  — La  naturaleza  no  falta  en  lo  necesario,  pero  falta- 
ría si  el  obrero  (dentro  de  los  límites  susodichos)  no  tuviera 
derecho  a un  salario  suficiente  para  la  familia.  El  obrero  no 
tiene,  por  lo  general,  fuera  del  salario,  otros  ingresos  con  que 
procurarse  lo  necesario.  Si  con  el  salario  no  pudiera  procurár- 
selo, poco  a poco  habría  de  perecer  con  su  familia;  2.°  — La  es- 
timación común  juzga  insuficiente  el  salario,  cuando  por  su 
cortedad  no  basta  para  sustentar  con  decoro  a la  familia»  34. 

A.  Vermeersch  es  bastante  claro  y explícito  en  sus  argumen- 
tos para  probar  la  estimación  de  la  recompensa  debida  por  el 
trabajo.  El  segundo  argumento,  que  más  nos  interesa,  dice:  «Pe- 
ro la  Divina  Providencia  ha  puesto  en  el  trabajo  un  valor  míni- 
mo intrínseco,  por  el  cual  se  satisfaga  el  fin  que  por  sí  tiene  des- 
tinado. Este  fin  es,  que  el  hombre  válido  y dotado  de  pericia  pue- 
de vivir  decentemente  según  su  condición  y tener  familia  en  su 
timpo  debido. . .»  35. 

H.  Noldin  se  expresa  así:  «La  justicia  conmutativa  exige 
que  por  el  trabajo  del  obrero  válido  y adulto  se  pague  un  salario 

32  Llovera,  Op.  cit.,  pág.  231  y sig. 

33  G.  C.  Rutten,  Op.  cit.,  pág.  94. 

34  Cathrein,  Philosophia  Moralis,  Barcelona,  1945,  pág.  343. 

35  A.  Vermeersch,  Summa  Theologiae  Moralis,  vol.  II,  1928,  pág.  463. 


52 


Pbro.  Manuel  Butrón  Valbncla 


familiar. . . El  justo  salario  de  los  obreros  es  aquél  por  el  cual 
se  compensa  el  valor  que  la  Divina  Providencia  destinó  al  tra- 
bajo humano;  mas  este  valor  consiste  en  que  sea  (per  se)  su- 
ficiente para  alimentar  a la  familia.  Teniendo,  pues,  el  obrero 
por  naturaleza  el  derecho  de  contraer  matrimonio,  también  tie- 
ne por  naturaleza  la  obligación  de  sostener  y alimentar  a la  fa- 
milia. . .»  38. 

Son  de  la  misma  opinión  Pottier,  Liberatore,  E.  Merckel- 
bach,  Marcelo  del  Niño  Jesús,  González  Moral,  Donat,  Vila 
Greus,  Valsecchi  y otros. 

EL  SALARIO  FAMILIAR  SE  DEBE  POR  JUSTICIA 
LEGAL  O SOCIAL.  — He  aquí  algunos  de  los  que  sostienen 
esta  sentencia: 

Antoine  hace  ver  la  diferencia  entre  el  derecho  de  conservar 
la  propia  vida  y el  derecho  de  conservar  la  vida  de  la  familia. 
Del  derecho  de  trabajar  nace  el  derecho  a la  subsistencia,  ne- 
cesario para  el  obrero,  pero  no  le  confiere  derecho  alguno  res- 
pecto a la  familia.  El  salario  es  el  equivalente  de  las  fuerzas  y 
de  la  vida  consumida  por  el  obrero;  la  manutención  de  la  fa- 
milia no  entra  en  la  equivalencia  objetiva  entre  el  trabajo  y el 
salario,  que  es  el  título  de  la  justicia  comutativa. 

El  contrato  de  salario  mínimo  es  una  ecuación  que  puede  re- 
presentarse así:  FUERZA  — TRABAJO  = SUBSISTENCIA. 

La  fuerza-trabajo  es  solamente  del  individuo,  mientras 
que  la  familia  es  un  factor  extraño  a esta  fuerza-trabajo;  lue- 
go la  subsistencia  es  necesariamente  la  del  obrero  individuo,  y 
no  la  del  obrero  padre  de  familia. 

Mas  el  bien  común  y el  orden  social  exigen  generalmente 
que  el  salario  del  trabajador  baste  para  la  manutención  de  la 
familia  obrera  37. 

J.  Ferreres,  a la  pregunta  cuarta:  Si  el  salario  familiar  se 
debe  a los  obreros  por  justicia  legal,  responde  afirmativamente. 
Y la  razón  es  ésta:  «Aprovecha  mucho  al  bien  público,  si  los 
obreros  tienen  de  donde  puedan  formar  a su  tiempo  una  fami- 
lia y alimentar  y sostener  a sus  hijos»38. 


H.  Noi.din,  Summa  Theologiae  M oralis,  vol.  II,  1941,  póg.  553. 

37  A ntoine,  Curso  de  Economía  Social,  tomo  II,  Madrid,  p¿&.  369  y sgs. 

38  J.  Fbrrkres,  Compcndium  Theologiae  M oralis,  tomo  I,  1917,  pág.  618. 


La  Justicia  del  Salario... 


53 


Genicot-Salmans  sostiene  que  la  justicia  legal  o social  exi- 
ge que  el  salario  debido  al  obrero  sea  el  familiar.  Prueba  tam- 
bién su  aserto  por  el  bien  común  de  la  sociedad  humana 39. 
Comparten  esta  opinión  Arregui,  Azpiazu,  Quetglas,  Severino 
Aznar  y otros. 

Después  de  esta  enumeración  de  autores  que  estudian  de- 
tenidamente la  justicia  del  salario  familiar,  examinados  y apre- 
ciados en  su  justo  valor  sus  argumentos  y razones,  y guiado  como 
hasta  aquí  lo  he  hecho  por  la  luz  de  las  Encíclicas  Sociales,  sin 
lugar  a dudas  y vacilaciones  puedo  exponer  esta  conclusión:  la 
obligación  del  salario  familiar  por  justicia  conmutativa  es  con- 
dicional y por  justicia  social  es  absoluta. 

* • * 

LA  OBLIGACION  DEL  SALARIO  FAMILIAR  POR 
JUSTICIA  CONMUTATIVA  ES  CONDICIONAL, 

Y POR  JUSTICIA  SOCIAL  ES  ABSOLUTA 

En  el  presente  enunciado  podemos  notar  dos  partes:  1.*  La 
justicia  conmutativa  y la  social  exigen  el  salario  familiar;  2.*  La 
obligación  de  la  justicia  conmutativa  está  condicionada  a la  si- 
tuación de  la  empresa  y al  bien  común. 

La  razón  del  primer  aserto  estriba  en  la  relación  inherente 
a la  justicia  conmutativa  y social,  que  no  se  excluyen  porque  con- 
sideran la  misma  cosa  bajo  distinto  objeto  formal.  Esto  puede 
ilustrarse  con  un  ejemplo  propuesto  por  Vila  Creus,  haciendo 
notar  que  «la  entrega  del  salario  familiar,  como  obligación  na- 
cida del  amor  a los  demás,  es  de  caridad;  como  exigido  por  el 
bien  social  y por  ser  el  trabajador  miembro  de  la  sociedad,  es  de 
justicia  social,  y como  precio  inherente  al  valor  del  trabajo, 
calculado  según  las  exigencias  naturales,  es  de  justicia  conmu- 
tativa» 40 . 

Mas  esta  obligación  de  justicia  conmutativa,  como  queda 
indicado  arriba,  es  condicional.  ¿Cuándo  urgirá  su  cumplimien- 

39  Genicot-Salmans,  Institutiones  Theologiae  M oralis,  Bs.  As.,  pág.  559. 

40  Vila  Creus,  Op.  cit.,  pág.  136. 


54 


Pbro.  Manuel  Butrón  Valencia 


to  con  carácter  imperativo  y absoluto?  Respondemos  con  Nell- 
Breuning:  «Tan  pronto  como  los  requisitos  de  la  justicia  social 
se  han  cumplido  y el  trabajo  ha  alcanzado  realmente  el  valor 
al  que  tiene  derecho,  de  acuerdo  a las  condiciones  económicas, 
aparece  automáticamente  el  deber  del  patrono  de  pagar  los 
salarios  familiares»  41. 

Gomo  corolario  de  estas  afirmaciones  se  deriva  la  obliga- 
ción del  Estado  de  intervenir  en  la  vigilancia,  dirección,  fija- 
ción, etc.,  de  los  salarios,  cumpliendo  su  función  supletoria. 

LA  JUSTICIA  CONMUTATIVA  Y SOCIAL 
EXIGEN  EL  SALARIO  FAMILIAR 

La  exigencia  de  la  justicia  conmutativa  se  apoya  en  un  fun- 
damento humano  y natural;  la  de  la  justicia  social,  en  un  funda- 
mento social ; y ambas,  a su  vez,  por  conveniencia,  se  apoyan 
en  un  fundamento  económico: 

A)  FUNDAMENTO  HUMANO:  La  misma  naturaleza 
exige  el  salario  familiar.  — La  justicia  conmutativa  pide  igualdad 
entre  el  salario  y el  trabajo  realizado,  pero  atendiendo  la  perso- 
nalidad y la  necesidad  del  obrero  que  trabaja.  Este  trabajo  no 
debe  considerarse  como  realizado  por  un  hombre  tomado  abs- 
tracta e individualmente,  sino  como  un  hombre  tal  cual  existe 
en  la  realidad,  o como  debe  existir,  según  lo  ordenado  por  la  na- 
turaleza; es  decir,  un  hombre  padre  de  familia.  Luego  el  salario 
debe  ser  suficiente  para  subvenir  las  necesidades  del  padre  de 
familia. 

La  doctrina  contenida  en  este  argumento  está  fundada  en 
las  enseñanzas  de  León  XIII  que  expone  sabiamente  los  prin- 
cipios básicos  acerca  de  los  derechos  y obligaciones  del  hombre 
impuestos  por  la  misma  naturaleza,  es  decir,  por  su  Creador. 

«Cuanto  al  elegir  el  género  de  vida,  no  hay  duda  que  puede 
cada  uno  a su  arbitrio  escoger  una  de  dos  cosas:  o seguir  el 
consejo  de  Jesucristo,  guardando  virginidad,  o ligarse  con  los 
vínculos  del  matrimonio.  Ninguna  ley  humana  puede  quitar  al 
hombre  el  derecho  natural  y primario  que  tiene  a contraer  ma- 


41  Nbll-Brkuninc,  Op.  cit.,  pág.  204. 


La  Justicia  del  Salario... 


55 


trimonio,  ni  puede  tampoco  ley  alguna  humana  poner  en  modo 
alguno  límites  a la  causa  principal  del  matrimonio  cual  la  es- 
tableció la  autoridad  de  Dios  en  el  principio:  Creced  y multipli- 
caos... Ley  es  santísima  de  la  naturaleza,  que  deba  el  padre 
de  familia  defender,  alimentar  y con  todo  género  de  cuidados 
atender  a los  hijos  que  engendró...»42. 

Fijémonos  atentamente:  a)  La  naturaleza  concede  al  hom- 
bre el  derecho  de  fundar  una  familia.  Ahora  bien,  el  obrero  que, 
fuera  de  sus  fuerzas  físicas,  no  tiene  otros  medios  de  fortuna 
(ésta  es  la  condición  de  la  mayoría  de  los  obreros),  impulsado 
por  cierta  necesidad,  debería  permanecer  soltero  y no  podría 
formar  una  familia,  si  no  recibiese  el  salario  suficiente  para 
cubrir  las  necesidades  del  hogar.  Este  estado  de  cosas  contra- 
dice a la  misma  naturaleza  que  destinó  al  hombre  en  general 
al  estado  matrimonial. 

Además,  el  matrimonio  es  el  complemento  necesario  de  la 
persona  humana,  querido  también  por  la  misma  naturaleza  para 
la  conservación  y perpetuidad  de  la  especie  humana.  Para  ello 
ha  dotado  al  hombre  de  la  facultad  de  procrear  y la  ingénita 
propensión  al  amor  conyugal. 

Solamente  en  el  matrimonio  se  precave  la  perversión  de 
costumbres  y la  ruptura  de  la  inmoralidad. 

El  Papa  Pío  XI  en  su  Encíclica  sobre  el  matrimonio  cris- 
tiano hace  suyas  las  palabras  de  San  Agustín,  que  brillante- 
mente enumera  aquellos  bienes  que  trae  consigo  el  matrimonio 
y por  los  cuales  son  buenas  las  nupcias:  «La  prole,  la  fidelidad 
y el  sacramento...  En  la  fidelidad  se  atiende  a que,  fuera  del 
vínculo  conyugal,  no  se  unan  con  otro  o con  otra;  en  la  prole, 
a que  ésta  se  reciba  con  amor,  se  críe  con  benignidad  y se  edu- 
que religiosamente;  en  el  sacramento,  a que  el  matrimonio  no 
se  disuelva,  y a que  el  repudiado  o repudiada  no  se  una  a otro 
ni  aun  por  razón  de  la  prole.  Esta  es  una  como  regla  del  matri- 
monio, con  la  cual  se  embellece  la  fecundidad  de  la  naturaleza 
y se  reprime  el  desorden  de  la  incontinencia»  43. 

b)  La  naturaleza  impone  también  al  padre  de  familia  el 
sagrado  deber  de  alimentar  y sostener  a sus  hijos. 

42  León  xm,  Ene.  Rerum  Novarum,  pág.  421,  nn.  9 y 10. 

43  Pío  xi.  Ene.  Casti  Connubii,  pág.  696,  n.  8. 


56 


Pbro.  Manuel  Butrón  Valencia 


El  trabajo,  en  las  actuales  circunstancias,  es  el  medio  de 
cumplir  con  esta  obligación,  es  decir,  la  razón  de  ser  del  tra- 
bajo humano  es  dar  al  obrero  lo  suficiente  para  conservar  su 
vida  y la  de  sus  hijos;  de  lo  contrario,  éstos  perecerían  carentes 
de  pan,  abrigo  y todo  lo  necesario  para  la  conservación  de  la 
especie  humana. 

J.  Cafferata  nos  describe  las  consecuencias  gravísimas  que 
surgen  de  la  imposibilidad  de  sostener  a la  familia  por  la  esca- 
sez del  salario.  «¿Cómo  ha  de  equilibrar  el  presupuesto  — dice — 
un  jefe  de  familia  que  recibe  un  sueldo  mensual  suficiente  para 
un  individuo,  pero  que  debe  además  atender  el  presupuesto  de 
la  esposa  y dos  o más  hijos?» 

«Sin  embargo,  ésa  es  la  situación  de  numerosas  familias  y 
la  causa  de  que  prosperen  en  el  ambiente  propagandas  peligro- 
sas y antinaturales,  que  encuentran  campo  propicio  en  hogares 
con  una  moral  perturbada,  que  viven  al  margen  de  la  miseria. 
Sin  frenos  morales,  ante  la  perspectiva  de  la  angustia  econó- 
mica, ha  nacido  el  «horror  al  hijo»  que  asume  proporciones  alar- 
mantes» 44 . 

Pero  alguien  objetará  que  nadie  está  obligado  a casarse.  Esto 
es  verdad ; pero  el  derecho  nace  de  la  misma  naturaleza  hu- 
mana. El  hombre  puede  usarlo  o no.  Si  lo  usa,  adquiere,  según 
determinación  del  Autor  de  la  naturaleza,  un  derecho  estricto 
al  único  medio  de  cumplir  con  la  obligación  correspondiente  de 
sostener  a la  familia,  a saber:  el  del  trabajo  equivalente  a un 
salario  familiar. 

B)  FUNDAMENTO  SOCIAL:  El  bien  común  pide  el 
salario  familiar.  — La  justicia  social  mira  directamente  por  el 
bien  común  de  las  clases  sociales.  Ahora  bien,  siendo  la  fami- 
lia el  fundamento  de  la  sociedad,  a ésta  le  importa  y le  interesa 
que  aquélla  pueda  vivir  decorosamente.  ¿Cómo  conseguirlo? 
¿Por  medio  de  la  limosna?  Si  así  fuese,  se  obraría  contra  la 
naturaleza  que  ha  dotado  al  hombre  de  cualidades  intelectuales 
y físicas  para  poder  satisfacer  sus  necesidades  por  el  trabajo  y 
no  mediante  la  liberalidad  ajena,  reservada  solamente  a casos 
extraordinarios. 

Si  se  dejase  a esa  mayoría  de  familias  sumidas  en  la  miseria 


* 4 Juan  F.  Cafferata,  En  defensa  de  la  familia,  Córdoba,  1945,  póg.  164. 


La  Justicia  del  Salario... 


S7 


y el  hambre,  se  perturbaría  la  vida  normal  de  la  sociedad  y el 
bien  común  de  todos,  con  graves  trastornos,  violencias,  huel- 
gas, etc. 

Sólo  queda  el  salario  familiar  como  único  medio  de  evitar 
estos  escollos  y de  procurar  el  bienestar  y tranquilidad  de  la 
familia  y de  la  sociedad.  Téngase  en  cuenta,  además,  que  los  pa- 
dres de  familia  prestan  grandes  servicios  a la  sociedad  y le  pre- 
paran los  futuros  trabajadores  que  engrandecerán  la  industria 
nacional . 

Estos  servicios  y méritos  de  la  familia  numerosa  que  cum- 
ple con  las  leyes  divinas  y humanas  de  propagar  la  especie,  son 
puestos  muy  de  relieve  por  J.  Cafferata  en  estos  términos:  «Da 
por  ello  una  prueba  de  su  superioridad  moral  y de  su  respon- 
sabilidad dentro  de  la  sociedad;  que  vive  en  la  angustia  econó- 
mica a veces  rayana  en  la  miseria,  por  no  eludir  sagrados  de- 
beres, se  ve  precisada  a llevar  una  existencia  precaria;  a malo- 
grar la  educación  de  los  hijos,  a servir  a veces  de  mofa,  cuando 
debiera  ser  el  ejemplo  y la  admiración  de  la  sociedad»  4r’. 

La  autoridad  pública  y los  miembros  del  organismo  social 
deben  esforzarse  y trabajar  para  que  se  establezca  un  régimen 
económico-social  que  facilite  el  pago  del  salario  familiar,  como 
lo  pide  el  bien  común. 

G)  FUNDAMENTO  ECONOMICO:  La  prosperidad  y 
estabilidad  de  la  industria  reclaman  el  salario  familiar.  — 
Este  es  un  argumento  de  conveniencia  que  responde  a la  obliga- 
ción del  salario  familiar,  por  justicia  conmutativa  y social.  El 
patrono  ha  de  procurar  que  su  industria  sea  cada  vez  más  flo- 
reciente, mayor  la  cantidad  de  producción,  y que  sea  estable  y 
permanente.  Para  obtenerlo  arregla  y renueva  sus  máquinas  e 
instalaciones,  cuidando  muchas  veces  más  de  ellas  que  de  los 
beneficios  reportados. 

En  realidad,  cuando  se  trata  del  obrero  (a  quien  el  sistema 
liberal  consideró  como  máquina-viviente),  su  cuidado  y preocu- 
pación desaparece,  invirtiendo  así  la  jerarquía  de  los  valores, 
estimando  más  los  instrumentos  de  la  fábrica  que  la  persona 
humana,  que  realiza  el  trabajo  con  sus  músculos,  su  inteligencia 
y su  alma.  Se  impone,  pues,  lógicamente  que  a la  necesidad  de 


45  Juan  F.  Cafferata,  Op.  cit.,  pág.  167. 


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Pbro.  Manuel  Butrón  Valencia 


proveer  al  trabajo  físico  y a las  fuerzas  físicas  del  obrero  res- 
ponda la  necesidad  del  salario  familiar;  porque  la  procreación, 
desarrollo  y conservación  de  los  hijos  son  necesarios  para  que 
la  industria  siga  después  en  su  producción  y estabilidad. 

Resumiendo,  el  salario  familiar  da  lugar  a la  conservación, 
crecimiento  y moralidad  de  la  familia,  célula  vital  de  la  sociedad. 

LA  OBLIGACION  DEL  SALARIO  FAMILIAR  POR 
JUSTICIA  CONMUTATIVA  ES  CONDICIONAL 

Esta  obligación  depende:  l.°  de  la  situación  de  la  empresa; 
2.°  de  la  necesidad  del  bien  común. 

LA  SITUACION  DE  LA  EMPRESA 

Escuchemos  a Pío  XI  que  prevé  estas  circunstancias  y 
dificultades  reales  de  la  vida  económica,  que  no  permiten  siem- 
pre el  pago  del  salario  familiar: 

«Para  determinar  la  cuantía  del  salario,  deben  tenerse  asi- 
mismo presentes  las  condiciones  de  la  empresa  y del  empresa- 
rio; sería  injusto  pedir  salarios  desmedidos  que  la  empresa,  sin 
grave  ruina  propia  y consiguientemente  de  los  obreros,  no  pu- 
diera soportar.  Pero  no  debe  reputarse  causa  legítima  para  dis- 
minuir a los  obreros  el  salario,  la  ganancia  menor  debida  a ne- 
gligencia, pereza  y descuido  en  atender  al  progreso  técnico  y 
económico. 

«Mas,  si  las  empresas  mismas  no  tienen  entradas  suficien- 
tes para  poder  pagar  a los  obreros  un  salario  equitativo,  porque 
o se  ven  oprimidas  por  cargas  injustas,  o se  ven  obligadas  a 
vender  sus  productos  a precios  menores  de  lo  justo,  quienes  de 
tal  suerte  las  oprimen  reos  son  de  grave  delito,  ya  que  privan 
de  su  justa  remuneración  a los  obreros  que  se  ven  obligados 
por  la  necesidad  a aceptar  un  salario  inferior  al  justo.  Todos, 
obreros  y directores,  se  esfuercen,  con  unión  de  fuerzas  y vo- 
luntades, en  superar  los  obstáculos  y dificultades,  y la  autori- 
dad pública  no  debe  negarles  su  prudente  intervención  en  obra 
tan  salvadora.  Mas,  si  el  caso  hubiese  llegado  al  extremo,  en- 
tonces habrá  que  deliberar  si  puede  continuar  la  empresa,  o 
si  hay  que  atender  a los  obreros  en  alguna  otra  forma.  En  este 


La  Justicia  del  Salario... 


59 


punto,  verdaderamente  gravísimo,  conviene  que  exista  una 
unión  amigable  y concordia  cristiana  entre  obreros  y directo- 
res y que  sea  verdaderamente  eficaz» 46. 

Según  el  texto  citado,  dos  son  principalmente  las  causas  de 
la  incapacidad  de  la  empresa  para  abonar  el  salario  familiar: 

a)  La  negligencia  y descuido  de  los  patronos  en  atender  al 
progreso  técnico  y económico  de  sus  empresas.  No  siendo  legí- 
tima esta  causa,  están  obligados  aquéllos  a salir  de  su  indolen- 
cia, modernizando  los  procedimientos  de  trabajo,  las  máquinas, 
etc.,  para  hacer  factible  la  remuneración  del  salario  familiar. 

b)  Las  empresas  se  ven  oprimidas  por  cargas,  por  impues- 
tos pesados,  por  la  libre  concurrencia  del  país  (monopolios, 
trusts),  y por  la  concurrencia  extranjera,  etc.  En  estos  casos  no 
puede  exigirse  la  obligación  del  salario  familiar;  pero  quienes 
oprimen  de  tal  suerte  las  industrias,  reos  son  de  graves  delitos, 
ya  que  privan  a los  obreros  de  su  justa  remuneración. 

Se  impone,  pues,  una  reforma  en  la  estructura  y funciona- 
miento de  la  vida  industrial  del  país,  y acuerdos  internaciona- 
les para  reglamentar  los  cambios,  producción,  etc. 

El  Papa  con  agudo  ingenio  prevé  hasta  los  extremos  a que 
puede  llegar  la  empresa,  y prepara  el  remedio  oportuno,  insis- 
tiendo nuevamente  en  la  unión  de  voluntades  de  patronos  y 
obreros,  que  se  llevará  a cabo  por  medio  de  las  organizaciones 
profesionales,  sindicatos  y comisiones  paritarias. 

También  se  requiere  la  prudente  intervención  del  Estado, 
para  coordinar  los  intereses  de  las  empresas  con  los  de  los  tra- 
bajadores y con  las  necesidades  del  bien  común. 

LA  NECESIDAD  DEL  BIEN  COMUN 

En  el  orden  económico-social  siempre  debe  tenerse  en  cuen- 
ta este  punto  de  vista:  el  bien  común. 

La  determniación  del  salario  tiene  su  repercusión  en  la  eco- 
nomía general  y en  las  necesidades  del  bien  común  de  los  indi- 
viduos. Por  eso,  el  Sumo  Pontífice  da  normas  y orientaciones, 
sin  perder  de  vista  este  punto  tan  importante. 

«Finalmente  — dice  Pío  XI — la  cuantía  del  salario  debe 


46  Pío  XI,  Ene.  Q.  A.,  pág.  478,  n.  33. 


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Pbro.  Manuel  Butrón  Valencia 


atemperarse  al  bien  público  económico.  Ya  hemos  expuesto  más 
arriba  cuánto  ayuda  a este  bien  común  el  que  los  obreros  y 
empleados  lleguen  a reunir  poco  a poco  un  modesto  capital,  me- 
diante el  ahorro  de  alguna  parte  de  su  salario,  después  de  cu- 
biertos los  gastos  necesarios.  Pero  tampoco  debe  desatenderse 
otro  punto,  quizás  de  no  menor  importancia  y en  nuestros  días 
muy  necesario,  a saber,  que  se  ofrezca  oportunidad  de  trabajar 
a los  que  pueden  y quieren  trabajar.  Esto  depende  no  poco  de 
la  fijación  de  los  salarios,  la  cual,  así  como  ayuda  cuando  se  en- 
cierra dentro  de  los  justos  límites,  así,  por  el  contrario,  es  un 
obstáculo  cuando  los  sobrepasa.  ¿Quién  no  sabe  que  los  sala- 
rios demasiado  reducidos  o excesivamente  elevados  han  sido 
la  causa  de  que  los  obreros  quedaran  sin  tener  trabajo?  Este 
mal,  que  se  ha  desarrollado  principalmente  en  los  días  de  nues- 
tro pontificado,  ha  perjudicado  a muchos,  ha  arrojado  a los  obre- 
ros a la  miseria  y a duras  pruebas,  ha  arruinado  la  prosperi- 
dad de  las  naciones  y puesto  en  peligro  el  orden  público,  la  paz, 
y la  tranquilidad  de  todo  el  orbe  de  la  tierra.  Contrario  es,  pues, 
a la  justicia  social,  disminuir  o aumentar  indebidamente  los 
salarios  de  los  obreros  para  obtener  mayores  ganancias  perso- 
nales, sin  atender  al  bien  común». 

«La  misma  justicia  demanda  que  con  el  común  sentir  y 
querer,  en  cuanto  es  posible,  los  salarios  se  regulen  de  manera 
que  los  más  puedan  emplear  su  trabajo  y obtener  los  bienes  con- 
venientes para  el  sostenimiento  de  la  vida»47. 

Detengámonos  solamente  en  aquel  pasaje  en  que  el  Papa 
habla  de  las  consecuencias  provenientes  de  los  salarios  dema- 
siado bajos  o demasiado  altos. 

La  realidad  de  la  vida  nos  enseña  los  males  causados  por 
los  salarios  insuficientes  e injustos:  disminuye  la  capacidad  de 
compra  por  parte  de  los  obreros,  que  por  su  mayor  número  son 
los  grandes  consumidores,  la  industria  se  ve  obligada  a dismi- 
nuir primero  la  producción  y después  el  paro  de  la  misma; 
teniendo  como  efecto  el  paro  obrero,  el  descontento,  la  miseria, 
las  huelgas,  en  una  palabra,  la  perturbación  del  orden  social. 

1'ambién  la  misma  realidad  de  la  vida  nos  demuestra  que 
los  salarios  demasiado  elevados  tienen  sus  desventajas  funes- 


47  Pío  XI,  Ene.  Q.  A.,  pég.  478,  n.  34. 


La  Justicia  del  Salario... 


61 


tas.  En  primer  término,  por  los  jornales  subidos  se  aumenta  el 
costo  de  los  productos  con  el  consiguiente  encarecimiento  ge- 
neral de  la  vida. 

De  aquí  proviene  la  acumulación  forzada  de  los  productos, 
sobre  todo  de  los  de  primera  necesidad,  y la  disminución  de  la 
exportación.  El  resultado  es  el  mismo  que  en  el  caso  anterior: 
la  desocupación,  la  miseria,  las  huelgas,  etc.  Al  obrero  no  le  con- 
viene ganar  cada  vez  más,  sino  que  los  productos,  principal- 
mente los  de  primera  necesidad,  cuesten  cada  vez  menos;  o lo 
que  es  lo  mismo,  que  su  jornal  ganado  tenga  mayor  capacidad 
adquisitiva. 

El  Papa  sigue  tratando  en  este  magnífico  y completo  estudio 
del  salario  otros  aspectos  del  mismo  que  contribuyen  al  esta- 
blecimiento del  orden  económico  social,  que  deben  ser  tenidos 
en  cuenta  por  los  seguidores  de  las  ciencias  económico-políticas. 


INTERVENCION  SUPLETORIA  DEL  ESTADO 

Documentos  pontificios.  — Al  estudiar  las  Encíclicas  Socia- 
les en  lo  referente  a la  intervención  del  Estado  en  la  cuestión 
del  trabajo  y fijación  del  salario,  no  podemos  menos  de  admirar 
la  sabiduría  y la  prudencia  de  los  Papas. 

León  xiii  señala  las  limitaciones  del  Estado  en  la  determi- 
nación del  salario  en  estos  términos:  «Pero  en  éstos  y semejan- 
tes casos  (el  justo  salario),  como  en  cuanto  se  trata  de  determi- 
nar cuántas  horas  habrá  de  durar  el  trabajo  en  cada  una  de  las 
industrias  y oficios,  qué  medios  se  habrán  de  emplear  para  mi- 
rar por  la  salud,  especialmente  en  los  talleres  y fábricas;  para 
que  no  se  entrometa  en  esto  demasiado  la  autoridad,  lo  mejor 
será  reservar  la  decisión  de  estas  cuestiones  a las  corporaciones 
de  que  hablaremos  más  abajo,  o tentar  otro  camino  para  poner 
en  salvo,  como  es  justo,  los  derechos  de  los  jornaleros,  acudien- 
do el  Estado,  si  la  cosa  lo  demandare,  con  su  amparo  y auxi- 
lio» 48 . 

Por  su  parte,  Pío  xi  declara  y amplía  magistralmente  el  pen- 
samiento de  León  XIII  pudiendo  decir:  «Lo  que  hemos  dicho 
hasta  ahora  sobre  el  reparto  equitativo  de  los  bienes  y el  justo 


48  León  xiii.  Ene.  R.  N.,  pág.  442,  n.  34. 


62 


Pbro.  Manuel  Butrón  Valencia 


salario,  se  refiere  principalmente  a las  personas  particulares  y 
sólo  indirectamente  al  orden  social,  principal  objeto  de  los  cui- 
dados y pensamientos  de  nuestro  predecesor  León  XIII,  que 
tanto  hizo  por  restaurarlo  en  conformidad  con  los  principios 
de  la  sana  filosofía  y por  perfeccionarlo  según  las  normas  altí- 
simas de  la  ley  evangélica. . . Conviene  que  la  autoridad  pública 
suprema  deje  a las  asociaciones  inferiores  tratar  por  sí  mismas 
los  cuidados  y negocios  de  menor  importancia,  que  de  otro  modo 
le  serían  de  grandísimo  impedimento  para  cumplir  con  mayor 
libertad,  firmeza  y eficacia  lo  que  a ella  sola  corresponde  ya  que 
sólo  ella  puede  realizarlo,  a saber,  dirigir,  vigilar,  urgir  y cas- 
tigar, según  los  casos  y la  necesidad  lo  exijan.  Por  tanto,  ten- 
gan bien  entendido  esto  los  que  gobiernan:  cuanto  más  vigoro- 
samente reine  el  orden  jerárquico  entre  las  diversas  asociacio- 
nes, quedando  en  pie  este  principio  de  la  función  «supletiva»  del 
Estado,  tanto  más  firme  será  la  autoridad  y el  poder  social,  y 
tanto  más  próspera  y feliz  la  condición  del  Estado»  40. 

Finalmente,  Pío  xii  confirma  en  forma  irrefutable  los  prin- 
cipios y directivas  de  sus  antecesores  con  estas  palabras:  «En 
la  estructura  general  del  trabajo,  para  estimular  el  mismo  y el 
desenvolvimiento  responsable  de  todas  las  energías  físicas  y 
espirituales  de  los  individuos  y de  su  libre  organización,  se  abre 
un  amplio  campo  de  acción  en  el  cual  puede  intervenir  la  auto- 
ridad pública  con  su  actividad  integrante  y coordinante,  ejercida 
primeramente  por  medio  de  las  corporaciones  locales  y profe- 
sionales, y finalmente  en  la  actividad  del  Estado  mismo,  cuya 
más  alta  autoridad  moderadora  y social  tiene  el  importante  de- 
ber de  evitar  las  dislocaciones  del  equilibrio  económico  y la  di- 
vergencia de  los  intereses  encontrados  tanto  individuales  como 
colectivos»  80 . 

PRINCIPIOS  DIRECTIVOS  ACERCA  DE  LA  FUN- 
CION DEL  ESTADO.  — De  la  exposición  hecha  del  pensa- 
miento de  los  Papas,  fluye  como  principio  que  el  Estado  no 
debe  intervenir  en  forma  directa  para  fijar  por  ley  el  salario 
de  los  trabajadores.  No  es  de  su  competencia.  Y esto  se  expli- 


48  Pío  xi.  Ene.  Q.  A.,  pág.  479  y sig.,  n.  35. 

60  Pío  xii.  Alocución  de  Pentecostés  de  1941,  Colección  Sendero,  pág.  7. 


La  Justicia  del  Salario... 


63 


ca  fácilmente:  los  funcionarios  públicos  no  conocen  las  innu- 
merables diferencias  causadas  por  los  tiempos,  lugares,  condi- 
ciones de  la  ciudad  y del  campo,  estado  de  las  industrias,  costo 
de  vida,  etc.  Existe,  pues,  una  imposibilidad  moral  de  adoptar 
una  medida  uniforme  y obligatoria. 

Por  otro  lado,  en  caso  de  crisis  general  o de  estancamiento 
de  algún  negocio,  el  industrial,  como  no  puede  bajar  los  salarios, 
se  vería  obligado  a clausurar  su  empresa,  dejando  a los  obreros 
sin  trabajo. 

Para  salvar  estas  y otras  dificultades,  en  la  fijación  del  sa- 
lario deben  intervenir  las  partes  interesadas:  empleadores  y em- 
pleados, lo  cual  se  realiza  por  medio  de  los  sindicatos,  las  co- 
misiones paritarias,  las  organizaciones  profesionales,  etc.  En 
esto  es  terminante  y clara  la  doctrina  pontificia. 

Las  comisiones  paritarias,  que  constan  de  igual  número  de 
representantes  de  las  asociaciones  profesionales  de  empleadores 
y empleados,  tienen  como  finalidad  — como  enseña  Valsecchi — 
llegar  a un  acuerdo,  denominado  contrato  colectivo  de  trabajo, 
en  el  cual  se  establecen,  entre  otras  condiciones,  los  salarios  de 
las  distintas  categorías  de  los  trabajadores  de  una  determina- 
da profesión  y de  una  determinada  región,  discutiendo  libremen- 
te ante  todo  las  condiciones  de  trabajo,  teniendo  en  cuenta  los 
derechos  de  las  partes  interesadas  51. 

Siendo  de  suma  importancia  y necesidad  la  constitución  de 
las  corporaciones  y sindicatos,  la  posición  del  Estado  frente  a 
ellos  no  debe  ser  la  del  indiferentismo,  ni  mucho  menos  la  del 
absorcionismo,  sino  que  debe  fomentarlos  y protegerlos,  a fin 

Ide  que  cumplan  con  su  misma  finalidad  natural,  y dictar  leyes 
para  que  se  traduzcan  a la  vida  real  sus  acuerdos  y decisiones, 
conforme  lo  exige  el  bien  común. 

Por  otra  parte,  al  Estado  le  corresponde  un  papel  indirecto 
en  la  fijación  del  justo  salario;  así,  por  ejemplo,  debe  contribuir 
a su  mejoramiento  por  medios  indirectos,  como  son  la  disminu- 
ción de  los  impuestos  que  gravan  de  algún  modo  a los  productos 
de  primera  necesidad,  la  vigilancia  en  limitar  los  excesos  de  la 
competencia,  etc. 

No  puede  negarse  que  el  Estado  sólo  puede  intervenir  di- 
rectamente en  la  determinación  del  salario  mínimo,  cumpliendo 


1 Francisco  Valsecchi,  Op.  cit.,  pág.  221. 


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Pbro.  Manuel  Butrón  Valbncu 


así  su  función  supletiva,  cuando  en  determinado  lugar  o tiempo 
se  cometen  injusticias  palmarias  e irritantes,  pagándose  sala- 
rios insuficientes,  y las  corporaciones  profesionales  y sindicatos, 
o por  su  reciente  iniciación,  o por  su  desorganización,  no  llenan 
su  finalidad  natural  explicada  más  arriba. 

Si  la  autoridad  pública  y los  legisladores  tuviesen  en  sus 
manos  las  Encíclicas  Sociales,  ciertamente  se  obtendría  un  me- 
jor orden  económico  social,  y un  mayor  bienestar  y tranquilidad 
en  los  pueblos  y naciones. 


EXPOSICION  SINOPTICA  DE  LA  JUSTIFICACION 
DEL  SALARIO 

A la  luz  de  las  Encíclicas  Sociales  y del  estudio  de  los  auto- 
res, exponemos  la  clase  de  justicia  que  obliga  a la  remuneración 
del  salario  en  sus  diversos  aspectos: 


JUSTICIA  DEL 
SALARIO 

(Según  el  orden 
de  la  realización 
práctica) 


INDIVIDUAL 


FAMILIAR 


PARTICIPA- 
CION  EN  LOS 
BENEFICIOS 


f—  Por  justicia  conmutativa. 


Absoluto  = Por  justicia  con- 
mutativa condicio- 
nal, y justicia  so- 
cial absoluta. 

Relativo  = Por  justicia  so- 
cial. 


= Por  equidad. 


CONCLUSION 

Después  de  haber  examinado  el  problema  del  justo  salario, 
siguiendo  las  enseñanzas  luminosas  de  las  Encíclicas  Sociales 
y exponiendo  paso  a paso  la  evolución  del  pensamiento  de  los 
Papas  acerca  del  mismo,  nadie  se  atreverá  a negar  su  importan- 
cia capital  en  la  solución  de  la  cuestión  social. 

Al  ocuparnos  en  un  capítulo  de  esta  tesis  del  justo  salario 


La  Justicia  del  Salario... 


65 


individual,  tuvimos  la  finalidad  de  exponer  el  valor  del  trabajo, 
debido  a sus  dos  cualidades  inherentes:  personal  y necesario, 
y que  merecía  una  mínima  remuneración  correspondiente  a es- 
tas cualidades,  más  abajo  de  la  cual  se  cometía  una  injusticia. 

Pero  en  el  campo  de  la  vida  real,  de  la  vida  concreta,  debe 
auspiciarse  y defenderse  la  obligación  de  pagarse  al  trabajador 
un  salario  mínimo  familiar,  como  exigencia  de  la  misma  natura- 
leza del  hombre.  Además,  se  debe  fomentar  y proteger  a la  fa- 
milia numerosa  por  medio  de  las  asignaciones  familiares  y de 
toda  clase  de  ayuda  social.  Si  el  liberalismo  individualista  mira 
solamente  por  el  bien  del  individuo,  y el  socialismo  y el  comu- 
nismo solamente  por  el  bien  común  de  la  sociedad,  la  doctrina 
social  católica  tiende  tanto  al  bien  individual  como  al  bien  co- 
mún; y todo  esto  en  orden  al  afianzamiento  de  la  familia,  base 
y célula  vital  de  la  sociedad.  El  individuo  y la  sociedad  existen 
para  la  familia,  y los  tres  en  último  término  para  Dios. 

Por  otra  parte,  para  respetar  la  dignidad  del  trabajador, 
para  reprimir  la  lucha  de  clases  y obtener  la  paz  social,  se  re- 
quiere una  más  justa  y una  más  equitativa  distribución  de  los 
beneficios  entre  el  capital  y el  trabajo.  En  muchas  partes  se  es- 
tán confeccionando  proyectos  sobre  la  participación  de  los  tra- 
bajadores en  las  utilidades  de  la  empresa  que  deben  servir  de 
base  y de  norma  a una  nueva  legislación  del  trabajo  y del  salario. 

Los  principios  directivos  de  las  Encíclicas  Sociales  tendrán 
su  feliz  realización,  cuando  la  sociedad  haya  alcanzado  una  or- 
ganización y estructura  que  correspondan  mejor  a las  exigen- 
cias naturales  del  hombre.  Para  conseguirlo,  están  obligados  a 
trabajar  sin  escatimar  esfuerzo  alguno  la  autoridad  pública,  los 
legisladores,  las  entidades  económico-sociales,  los  patronos  y 
obreros,  los  peritos  en  economía  política  y todos  los  miembros 
de  la  sociedad. 

Conforme  a las  enseñanzas  del  Doctor  Angélico,  los  bienes 
exteriores  son  necesarios  para  practicar  la  virtud.  Si  el  obrero 
carece  de  un  mínimo  de  comodidades,  si  siente  sus  miserias  y 
sus  necesidades  materiales,  vivirá  preocupado  por  remediarlas, 
se  afanará  por  conseguir  un  bienestar  mejor  para  el  cuerpo,  y 
poco  a poco  se  irá  materializando  y apartándose  de  Dios  y de  la 
moralidad. 

Si  es  necesario  un  bienestar  mínimo  material,  éste  debe  te- 


66 


Pbro.  Manuel  Butrón  Valencia 


ner  y apoyarse  en  un  fundamento  moral.  La  cuestión  social,  el 
desequilibrio  reinante,  no  se  remedia  solamente  con  el  aumento 
de  salarios,  con  la  concesión  de  un  salario  mínimo  familiar,  con 
la  participación  en  los  beneficios,  etc.;  además,  hay  que  morali- 
zar al  trabajador. 

La  experiencia  de  todos  los  días  enseña  que,  aunque  los 
obreros  con  menos  trabajo  obtengan  un  mayor  salario,  si  están 
privados  de  la  religión  y de  la  moral  seguirán  viviendo  en  de- 
plorable miseria  y en  nada  se  remediará  el  problema  social. 

Es  necesario,  pues,  el  cumplimiento  de  sus  deberes  por  par- 
te de  los  patronos,  que  deben  preocuparse  por  la  rehabilitación 
espiritual  de  los  obreros,  y por  parte  de  éstos,  que  han  de  orien- 
tarse hacia  la  espiritualidad  de  la  vida,  vivir  y practicar  la  reli- 
gión, moderar  el  lujo  y el  derroche  del  dinero  y formarse  en  el 
espíritu  del  ahorro,  para  poder  cumplir  con  el  fin  primario  del 
matrimonio:  la  procreación  y educación  de  los  hijos. 

Hace  más  de  cincuenta  años  que  el  inmortal  León  XIII  en- 
señó que  el  mejoramiento  de  la  condición  de  los  obreros  depende 
de  la  restauración  de  las  buenas  costumbres;  y Pío  XI,  siguien- 
do la  antorcha  de  su  antecesor,  señala  que  la  restauración  social 
radica  en  la  renovación  profunda  del  espíritu  cristiano  y en  el 
cumplimiento  de  los  preceptos  evangélicos,  de  los  que  se  han 
apartado  los  comunistas. 

Gomo  uno  de  los  fines  de  este  trabajo  ha  sido  el  conocer  y 
hacer  conocer  y practicar  la  doctrina  contenida  en  las  Encíclicas 
Sociales,  antes  de  poner  fin  al  mismo,  deben  quedar  grabados 
con  caracteres  indelebles  el  pensamiento  y el  deseo  de  los  Pa- 
pas León  XIII,  Pío  XI  y Pío  XII,  a saber:  que  el  reinado  de  la 
justicia  vivificada  por  la  caridad  traerá  consigo  la  paz  indivi- 
dual, familiar  y social. 


La  Justicia  del  Salario... 


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BIBLIOGRAFIA  GENERAL 

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École  Nórmale  Sociale.  — L'Encyclique  « Quadragessimo  Anno*,  París,  1937. 
Habla  Solazar.  — Algunos  extractos  de  sus  discursos  y notas  oficiosas,  Lisboa. 

REVISTAS: 

La  Civil tá  Cattolica,  Marzo,  1949. 

F.  E.  C.,  Marzo  de  1949,  México. 

Fomento  Social,  abril  y junio  de  1949,  Madrid. 

Stromata,  Vol.  I,  Bs.  As.,  1938. 

Travaux  de  l'Action  Populaire,  Juillet-Aoüt,  1948,  Paris. 


EL  PRINCIPIO  DE  INDIVIDUACION, 
SEGUN  SUAREZ 

Por  Juan  Rosanas,  s.  i.  — San  Miguel. 


Santo  Tomás  hace  depender  de  la  solución  de  este  problema 
la  doctrina  sobre  el  entendimiento  agente  y la  de  que  nuestro 
entendimiento  aprehende  el  universal  antes  que  el  singular.  La 
sentencia  del  santo  Doctor  nos  hace  entender  el  axioma:  La 
condición  de  la  inteligibilidad  es  la  inmaterialidad,  no  en  el  sen- 
tido que  sola  la  facultad  espiritual  es  capaz  de  entender,  sino 
que  además  se  requiere,  asimismo,  la  inmaterialidad  del  objeto, 
vale  decir,  la  abstracción  de  la  forma  de  la  materia  individual 
en  que  es  recibida.  Por  fin,  la  solución  del  Angélico  influye 
en  su  sentencia  sobre  la  compenetración  y replicación  circuns- 
criptivas  de  los  cuerpos.  Es,  pues,  el  principio  de  individuación 
uno  de  aquellos  principios  fundamentales,  propios  de  un  sistema 
determinado,  del  cual  lógicamente  se  derivan  muchas  otras  sen- 
tencias. Vale,  pues,  la  pena  examinarlo  detenidamente. 

Después  de  referir  su  historia,  haremos  la  crítica  de  las  sen- 
tencias menos  probables  y expondremos  la  sentencia  del  Eximio 
Doctor. 


70 


Juan  Rosanas,  s.  i. 


I 

HISTORIA  DEL  PRINCIPIO  DE  INDIVIDUACION 
1.  — Platón  y Aristóteles 

Para  Platón  (427-347)  la  materia  es  algo  indeterminado,  in- 
forme, ilimitado,  es  el  espacio  vacío  en  que  se  producen  las  co- 
sas. Es  más  bien  no  ente.  Las  ideas  son  subsistentes,  determi- 
nadas e inmutables.  Son  propiamente  entes.  Las  cosas  sensibles 
son  repercusiones  de  las  ideas  en  la  materia,  sombras  de  las 
mismas  en  el  espacio.  Toda  perfección  procede  de  las  ideas;  la 
materia  es  una  condición  sine  qua  non  de  los  cuerpos  y por  ello 
de  la  multiplicación  de  los  entes  de  la  misma  especie,  o según  la 
misma  forma.  (Cf.  L.  de  Raeymaeker,  Metaph.  Gen.,  t.  II,  p.  347 ; 
Lovaina,  1935). 

Aristóteles  (384-322)  admitió  una  verdadera  multiplicación 
de  las  formas  de  la  misma  perfección.  Para  él  cualquiera  dife- 
rencia de  la  forma  es  una  diferencia  específica;  por  esto  enseña 
que  la  materia  es  la  razón  de  la  multiplicación  numérica  de 
las  cosas. 


2.  — Los  Arabes 

Avicena  (980-1037)  siguió  a Aristóteles.  Asimismo  la  indi- 
vidualidad del  alma  se  originó  de  su  unión  con  el  cuerpo,  porque 
es  imposible  que  la  naturaleza  que  no  tiene  materia  se  multi- 
plique. Con  todo,  la  individualidad  del  alma  es  intrínseca,  de 
suerte  que  aun  separada  del  cuerpo  resta  singular  y distinta 
de  las  demás  almas. 

Averroes  (1126-1198)  también  siguió  a Aristóteles.  La  ma- 
teria es  la  razón  de  la  individuación,  a saber,  la  materia  en 
cuanto  está  en  potencia  pura  para  todas  las  formas  sensibles,  y 
en  cuanto  está  sujeta  a la  extensión.  Mas  Averroes  no  explica 
claramente  cómo  la  materia  puede  estar  sometida  a la  exten- 
sión, que  para  él  es  un  accidente,  antes  de  recibir  la  forma.  De 
todo  lo  cual  Averroes  concluye  la  necesidad  del  entendimiento 
humano,  como  quiera  que  el  entendimiento  espiritual  no  puede 
multiplicarse. 


El  Principio  de  Individuación... 


71 


3.  — Los  Escolásticos 

Alejandro  de  Hales  (c.  1170-1245)  dice  que  ia  materia  es  la 
razón  de  la  multiplicación  numérica  en  las  substancias  materia- 
les. Pero  los  accidentes  aportan  también  su  parte  en  la  consti- 
tución del  individuo.  Como  también  los  ángeles  consten  de  ma- 
teria espiritual,  pueden  darse  y se  dan  muchos  ángeles  de  la 
misma  especie. 

Para  S.  Buenaventura  (1221-1274)  la  individuación  no  pro- 
cede de  la  materia  ni  de  la  forma,  sino  de  la  actual  unión  de  la 
materia  con  la  forma.  La  individuación,  pues,  en  las  criaturas 
se  origina  de  un  doble  principio;  principalmente,  pero  no  sola- 
mente, de  la  materia  por  cuya  razón  la  forma  se  sitúa  en  el 
espacio  y en  el  tiempo.  También  las  almas  y los  ángeles,  como 
tengan  materia  y forma,  son  individuos  sólo  distintos  en  el 
número. 

S.  Alberto  Magno  (f  1280)  sostiene  que  todos  los  seres  crea- 
dos se  componen  del  quod  est  (sujeto)  y del  quo  est  (naturale- 
za), y que  el  sujeto  individúa  la  naturaleza.  En  los  cuerpos  la 
materia  es  principio  de  individuación,  no  por  razón  de  ser  ma- 
teria, sino  más  bien  por  razón  de  ser  primer  sujeto.  Los  apén- 
dices de  la  materia,  esto  es,  los  accidentes,  como  el  lugar,  el 
tiempo  y demás,  son  principios  individuantes  en  cuanto  nos 
manifiestan  el  sujeto  material  ya  individualizado.  Al  principio 
creía  que  todos  los  ángeles  se  diferenciaban  específicamente, 
mas  después  juzgó  que  todos  eran  de  una  misma  especie,  porque 
este  sentir  era  más  conforme  a la  sentencia  de  los  santos. 

4.  — Santo  Tomás 

Santo  Tomás  de  Aquino  (f  1275)  desde  el  principio  defen- 
dió que  la  materia  primera  era  el  principio  de  individuación.  En 
su  explicación,  empero,  evolucionó.  No  como  quiera  la  mate- 
ria es  principio  de  individuación,  sino  solamente  la  materia  sig- 
nada. Llama  materia  signada  a la  que  tiene  ciertas  dimensiones, 
las  cuales  sobrevienen  a la  materia  por  razón  de  la  forma  de 
corporeidad. 

Pronto,  bajo  el  influjo  de  Averroes,  aparece  en  el  Santo  Doc- 


Juan  Rosanas,  s.  i. 


;2 


tor  otra  sentencia,  la  de  la  materia  signada  sujeta  a dimensiones 
indeterminadas.  (Gf.  In  Boet.  de  Trinit,  q.  4,  a.  2). 

Desde  la  «Suma  contra  los  Gentiles»,  Sto.  Tomás  abandona 
la  sentencia  de  las  dimensiones  indeterminadas. 

Notemos  que  Sto.  T omás,  particularmente  en  sus  comenta- 
rios a la  Metafísica  de  Aristóteles,  conoció  más  claramente  la 
necesidad  y las  secuelas  de  su  sentencia  sobre  la  unidad  de  la 
» forma  substancial,  la  cual  admitida  es  imposible  que  las  dispo- 
siciones accidentales,  cualesquiera  que  sean,  preexistan  en  la  ma- 
teria antes  que  cualquiera  forma  substancial.  De  ahí  que  ningu- 
nas dimensiones  ni  determinadas  ni  indeterminadas,  puesto  que 
son  accidentales,  pueden  darse  en  la  materia  prima  anteriormen- 
te a su  información. 

Por  esto  hay  que  decir  que  la  materia  prima,  como  tal,  es 
simplemente  el  principio  de  individuación.  Aunque  dos  cuerpos 
por  milagro  ocupasen  un  mismo  lugar,  serían  esencialmente  dis- 
tintos (Quodl.  I,  q.  10,  a.  22). 

Sin  embargo,  en  algunos  textos  Sto.  T omás  aun  llama  a la 
cantidad  dimensiva  cierto  principio  de  individuación.  Veamos 
en  qué  sentido.  Según  el  santo  Doctor,  así  como  en  las  formas 
substanciales  existe  cierto  orden  lógico  de  prioridad,  por  ejem- 
plo, la  forma  de  corporeidad  es  lógicamente  anterior  a la  forma 
vegetativa,  así  también  en  las  formas  accidentales  las  unas  pre- 
ceden lógicamente  a las  otras. 

Esto  supuesto,  Sto.  Tomás  dice  (3  q.  77,  a 2) : «La  primera 
disposición  de  la  materia  es  la  cantidad  dimensiva».  Por  esto,  co- 
mo la  materia  prima  es  el  primer  sujeto  de  la  forma  substancial, 
así  la  cantidad  dimensiva  en  el  orden  accidental  es  el  primer  su- 
jeto de  los  demás  accidentes ; «por  consiguiente,  todos  los  otros 
accidentes  se  ordenan  al  sujeto  (substancial)  mediante  la  can- 
tidad dimensiva».  En  realidad  todos  los  accidentes  se  individua- 
lizan por  la  substancia. 

Suprimida  la  substancia  por  intervención  divina,  como  en  la 
Eucaristía,  los  accidentes  conservan  la  individualidad  por  su  re- 
lación trascendental  a la  substancia  cuyos  son,  como  el  alma  se- 
parada permanece  singular  por  su  orden  al  cuerpo  que  tenía. 
Mas  como  los  otros  accidentes  tengan  a la  cantidad,  que  es  el 
primer  sujeto  en  el  orden  accidental,  por  su  sujeto  inmediato, 
también  se  individúan  por  este  sujeto.  De  ahí  que  la  cantidad 


El  Principio  de  Individuación.  . . 


73 


d intensiva  tiene  en  sí  misma  cierta  individuación,  pues  goza 
de  dimensiones  y de  cierta  posición  en  el  espacio.  Se  ve  cómo  la 
materia  prima  es  principio  de  individuación  de  las  formas  subs- 
tanciales,  y cómo  la  cantidad  que  ya  es  en  sí  individua  es  también 
cierto  principio  de  individuación  de  las  formas  accidentales. 

Sto.  Tomás  mismo  dedujo  las  consecuencias  de  su  teoría  en 
orden  a las  almas  humanas  y a los  ángeles.  El  alma  humana  no 
tiene  materia  ex  qua  sit,  sin  embargo  es  la  forma  de  alguna  ma- 
teria, «y  por  consiguiente,  según  sea  la  división  de  la  materia  pue- 
de haber  muchas  almas  de  la  misma  especie»  (1,  q.  76,  a.  2 ad  1). 
Gomo  para  Sto.  Tomás  los  ángeles  no  constan  de  materia  espi- 
ritual, no  pueden  multiplicarse  dentro  de  la  misma  especie.  «Co- 
mo la  esencia  de  los  entes  simples  no  se  reciba  en  la  materia,  no 
puede  darse  en  tales  substancias  una  tal  multiplicación.  Y por 
ello,  no  pueden  existir  muchos  individuos  de  la  misma  especie, 
sino  que  tantas  especies  se  dan  cuantos  son  los  individuos».  (De 
Ente  et  Essentia,  c.  5). 

5.  — Controversias  sobre  el  Tomismo 

Esteban  Tempier,  obispo  de  París,  condenó  el  7 de  mayo 
de  1277,  219  tesis,  de  las  cuales  algunas  se  referían  a la  sentencia 
tomística  de  la  individuación.  Por  el  mismo  tiempo,  Roberto 
KUwardby  y Juan  Peckam  dieron  decretos  semejantes. 

Guillermo  de  Mara  (f  1285)  O.  F.  M.,  discípulo  de  S.  Bue- 
naventura, en  su  «Gorrectorium  Fratris  Thomae»,  Roger  Ba - 
con  (f  1292),  O.  F.  M.,  Enrique  de  Gante  (t  1293)  y otros  impug- 
naron esta  doctrina  tomista. 

Sin  embargo,  desde  el  principio  varios  doctores  siguieron 
más  o menos  a Sto.  Tomás  en  esta  cuestión.  Tales  fueron  Pedro 
de  T arantasia  (f  1276),  O.  P.,  Egidio  de  Roma  (t  1316),  O.  Er. 
S.  A.,  Ricardo  Clapwell  (c.  1285),  O.  P.,  Bernardo  de  Auvernia 
(f  post  1304),  O.  P.,  Herveo  Natal  (t  1323),  O.  P.,  Tomás  Argen- 
tinense  (t  1357),  O.  Er.  S.  A. 

6.  — Escuela  T omista 

La  contienda  en  la  escuela  tomista  consistió  en  determinar 
cómo  el  principio  de  individuación  fuese  la  materia  signada  por 
la  cantidad. 


u 


Juan  Rosanas,  s.  i. 


Silvestre  de  Ferrara  (t  1528),  O.  P.,  creyó  que  la  materia 
se  individuaba  por  la  cantidad  actual:  la  materia  es  el  principio 
de  incomunicabilidad  y la  cantidad  el  principio  de  la  multipli- 
cación numérica.  La  cantidad  es  la  condición  de  la  individuali- 
dad de  la  substancia  en  cuanto  que  por  razón  de  la  cantidad  la 
substancia  está  sujeta  a las  determinaciones  del  tiempo  y del 
lugar. 

Cayetana  (t  1534),  O.  P.,  juzgó  que  la  materia  era  individua 
por  su  capacidad  de  esta  cantidad.  Esta  capacidad  no  es  otra  co- 
sa que  la  potencia  receptiva  de  esta  cantidad  y no  de  otra. 

Algunos  siguieron  al  Ferrariense,  pero  los  principales  tomis- 
tas antiguos  y modernos  defienden  la  sentencia  de  Cayetano. 

7.  — Autores  que  niegan  que  la  materia  sea 
principio  de  individuación 

Según  Enrique  de  Gante,  la  materia  y la  cantidad  no  pue- 
den ser  la  razón  y causa  de  la  individuación  y de  la  distinción 
de  los  individuos  en  las  cosas  corporales.  Los  ángeles  se  distin- 
guen, como  individuos,  por  su  existencia  o subsistencia.  La  razón 
de  su  multiplicación  no  es  su  esencia,  sino  su  esse  que  es  propio 
de  cada  uno  y que  se  distingue  secundum  intentionem  de  su 
esencia. 

La  causa  eficiente  de  la  individuación  es  Dios,  pero  sólo 
Dios  sabe  cuál  sea  esta  diferencia  de  las  subsistencias  espirituales. 

Después,  Enrique  expresa  la  individualidad  por  una  doble 
negación:  una  interna  y se  opone  a toda  pluralidad,  y otra  ex- 
terna y niega  toda  identidad. 

Ricardo  de  Mediavilla  (t  post  1294),  O.  F.  M.,  también  niega 
que  la  materia  sea  principio  de  individuación,  porque  las  cosas 
se  individualizan  por  toda  su  esencia  que,  en  los  entes  compues- 
tos, consta  de  materia  y de  forma. 

Alejandro  de  Alejandría  (t  1314),  O.  F.  M.,  dijo  que  el 
principio  de  individuación  era  la  forma  substancial  concreta  o 
existente. 

F.  Rogerio  Marston  (t  post  1298),  O.  F.  M.,  quiere  que  el 
principio  de  individuación  sea  la  forma. 


El.  Principio  dp.  Individuación... 


75 


Godofredo  de  las  Fuentes  (t  1306)  distingue  en  esta  cuestión 
un  principio  substancial  y un  principio  accidental.  La  forma  subs- 
tancial es  el  principio  de  individuación,  esto  es,  el  principio  for- 
mal o la  razón  formal  por  la  que  un  individuo  formalmente  se 
distingue,  en  las  cosas  materiales,  de  otro  individuo.  Así  se  di- 
ferencian en  número  substancial  que  resulta  de  la  pluralidad  de 
unidades  substanciales,  que  son  muchas  formas  substanciales  de 
una  misma  especie.  La  cantidad  es  el  principio  de  individuación 
accidental.  Así  se  distinguen  en  número  accidental  que  nace  de 
la  pluralidad  de  unidades  accidentales,  resultantes  por  sí  de  la 
división  de  la  cantidad  continua. 

Pedro  de  Auvernia  (t  1304),  discípulo  del  anterior,  abrazó 
la  misma  doctrina. 


8.  — Juan  Duns  Escoto 

Duns  Escoto  (t  1308),  O.  F.  M.,  defendió  que  la  hecceidad 
era  el  principio  de  individuación.  Demuestra  contra  Enrique  de 
Gante,  que  nada  puede  formalmente  ser  un  individuo  por  una 
negación  o privación,  porque  nada  puede  simplemente  repugnar  a 
un  ente  por  sola  privación  sino  por  algo  positivo  que  hay  en  él. 
Tampoco  nada  puede  ser  formalmente  un  individuo  por  la  can- 
tidad, porque  la  substancia  es  naturalmente  antes  que  la  canti- 
dad. Por  fin  nada  puede  ser  formalmente  un  individuo  por  la 
materia,  porque  la  materia  es  un  fundamento  del  todo  indeter- 
minado; luego  no  puede  ser  la  primera  razón  de  la  distinción  o 
de  la  diversidad. 

La  última  razón  ontológica  de  la  individuación  es  la  heccei- 
dad. Como  la  diferencia  específica  determina  positivamente  el 
género,  y entre  los  grados  metafísicos  existe  una  distinción  for- 
mal ex  natura  rei,  así  la  diferencia  individual  es  algo  positivo, 
sobreañadido  a la  naturaleza,  y es  distinto  de  ella  por  la  distin- 
ción formal  ex  natura  rei. 

M ingés  (t  1926),  O.  F.  M.,  y otros  quieren  que  ni  la  forma  ni 
la  materia  ni  el  compuesto,  como  tal,  son,  según  la  mente  de 
Escoto,  el  principio  de  individuación,  sino  aquella  hecceidad  es 
una  positiva  determinación  individual  que  afecta  la  substancia 
compuesta  de  materia  y de  forma,  de  suerte  que  el  compuesto 
resulta  de  esta  forma  y de  esta  materia.  De  la  misma  manera,  es 


76 


Juan  Rosanas,  s.  i. 


decir,  por  esta  diferencia  individual  o hecceidad,  son  individuos 
los  ángeles  y por  esto  pueden  existir  muchos  espíritus  de  la  mis- 
ma especie. 

Entre  los  discípulos  inmediatos  de  Escoto  se  pueden  contar: 
Francisco  de  M airón  (t  1325),  O.  F.  M.,  Antonio  Andrea  (f 
1320),  O.  F.  M.,  Gualterio  Burle  o (t  post  1343). 

9.  — Autores  que  dicen  que  una  cosa  es  individua 
por  toda  su  entidad 

Muchos  autores  quieren  que  las  cosas  se  individúan  tota 
entitate  sua,  de  ahí  que  la  cuestión  del  principio  de  individuali- 
dad para  ellos  no  existe.  Juan  Napolitano  (f  post  1336),  O.  P., 
tomista,  rechaza  la  sentencia  de  Sto.  Tomás,  y sostiene  que  las 
cosas  se  individualizan  por  toda  su  entidad  o realidad,  y que  lo 
que  es  causa  de  la  entidad,  es  causa  de  la  individualidad. 

Durando  (f  1334),  O.  P.,  dice  que  nada  puede  ser  principio 
de  individuación  sino  lo  que  es  principio  de  su  naturaleza.  Nadar 
pues,  impide  que  los  ángeles  se  multipliquen  en  la  misma  especie. 

Pedro  Aureolo  (f  1322),  O.  F.  M.,  defiende  que  todo  lo  que 
hay  en  una  cosa,  por  lo  mismo  que  es,  es  singular. 

Lo  mismo  sienten  Guillermo  Ockam  (t  1349),  Juan  Buri- 
dano  (t  c.  1358),  Gabriel  Biel  (t  1495)  y los  Nominalistas. 

10.  — Sentencia  de  Suárez 

Francisco  Suárez,  S.  I.,  (1548-1617),  trata  esta  cuestión  en 
sus  Disputaciones  Metafísicas  ( Disp . 5,  tomo  25,  p.  145-201 ; ed. 
Vives,  París,  1861). 

En  la  sección  1.*,  prueba  que  todo  lo  que  existe  o puede  exis- 
tir es  algo  singular  o individuo,  puesto  que  todo  lo  que  es  capaz  de 
existir  goza  de  una  cierta  y determinada  entidad;  luego  es  sin- 
gular o individuo;  porque  toda  entidad  determinada,  por  lo  mis- 
mo que  es  determinada,  no  puede  dividirse  en  sí  misma,  ni  divi- 
dirse en  otras  que  sean  tales  cual  es  ella  misma,  de  otra  suerte 
toda  aquella  entidad  estaría  en  cada  una  y por  consiguiente,  co- 
mo una,  se  dividiría  en  sí  misma  en  cuanto  está  en  la  otra,  lo 
cual  implica  una  evidente  repugnancia  (Ib.  n.  4). 

En  la  sección  2.*,  inquiere  si  la  individualidad  o singularidad 
añade  algo  a la  naturaleza  común  o específica,  y resuelve  la 


El  Principio  db  Individuación... 


77 


cuestión  diciendo:  Primero,  el  individuo  añade  algo  real  a la 
naturaleza  común;  segundo,  el  individuo,  como  tal,  no  añade  al- 
go distinto  ex  natura  rei  de  la  naturaleza  específica;  tercero,  el 
individuo  añade  a la  naturaleza  común  algo  distinto  de  ella  con 
distinción  de  razón  (Ib.  n.  8,  9,  16). 

En  la  sección  3.*,  se  pregunta  si  la  materia  signada  puede 
ser  el  principio  de  individuación,  y responde  negativamente; 
porque  la  materia  de  sí  es  común,  no  sólo  porque,  según  su  ra- 
zón específica,  es  común  a muchos  individuos  de  la  materia,  sino 
también  porque  la  misma  numéricamente  puede  ser  informada 
por  muchas  formas  o específicamente  distintas  o en  el  número  di- 
versas, por  lo  menos  sucesivamente  (Ib.  n.  8) ; no  puede  ser  la 
cantidad,  porque  la  diferencia  individual  no  se  distingue  real- 
mente de  la  naturaleza  substancial,  por  lo  tanto  su  principio  in- 
trínseco no  puede  ser  un  accidente  sino  la  substancia  (Ib.  n.  II). 

Al  fin  de  esta  tercera  sección  (n.  34)  dice:  «Esta  opinión 
(de  la  materia  signada)  es  probable  y me  agradó  un  tiempo;  sin 
embargo,  creo  que  no  explica  lo  bastante  la  mente  de  Aristóte- 
les y de  Sto.  Tomás:  ya  porque  nos  hubieran  transmitido  incom- 
pletamente el  principio  de  individuación,  dando  lugar  a muchas 
dudas,  omitiendo  lo  que  de  verdad  y en  sí  es  el  principio  constitu- 
tivo del  individuo,  indicándonos  tan  sólo  las  señales  a posteriori, 
o las  ocasiones  de  distinguirlo,  o de  producir  los  individuos;  ya 
principalmente  porque  de  este  principio  parecen  haber  inferido 
que,  en  las  substancias  separadas  de  la  materia,  no  se  dan  mu- 
chos individuos,  pues  no  existe  en  ellas  tal  principio  de  indivi- 
duación». 

En  la  sección  4.a,  refuta  la  sentencia  de  los  que  dicen  que  el 
principio  de  individuación  es  la  forma  substancial.  Porque  la  for- 
ma sola  no  puede  ser  un  pleno  y adecuado  principio  de  individua- 
ción de  las  cosas  materiales,  si  se  trata  de  toda  su  entidad. 

En  la  sección  5.a,  rechaza  la  opinión  de  los  que  afirman  que 
el  principio  de  individuación  es  la  existencia  o subsistencia  de  la 
cosa  singular. 

En  la  sección  6.a,  investiga  cuál  puede  ser  el  principio  de 
individuación  en  toda  substancia  creada,  y en  el  número  l.° 
aprueba  este  enunciado  general:  «Toda  entidad  por  sí  misma  es 
el  principio  de  su  individuación».  Después  dice:  «Comenzando 
por  la  materia  prima,  hay  que  afirmar  que  es  realmente  indivi- 


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Juan  Rosanas,  s.  i. 


dua,  y el  fundamento  de  tal  unidad  es  su  entidad  misma,  tal  como 
se  encuentra  en  las  cosas  sin  que  nada  sobreañadido  de  fuera» 
(Ib.  n.  2).  «En  segundo  lugar,  hay  que  decir  que  la  forma  subs- 
tancial es  esta  intrínsecamente  por  sí  misma,  de  cuyo  último  gra- 
do o realidad  se  toma  su  diferencia  individual»  (n.  5). 

De  la  substancia  compuesta  declara  «que  el  adecuado  prin- 
cipio de  individuación  es  esta  materia  y esta  forma  unidas  en- 
tre sí»,  (n.  15).  «Para  nosotros,  que  sacamos  el  conocimiento  de 
las  cosas  materiales,  frecuentemente  la  distinción  de  los  indivi- 
duos se  toma  de  la  materia,  o de  los  accidentes  de  la  materia, 
como  son  la  cantidad  y otras  propiedades;  mas  en  sí,  como  la 
diferencia  se  ha  de  sacar  del  principio  substancial,  y no  del  acci- 
dente, así  de  entre  los  principios  mismos  substanciales  se  ha  de 
tomar  del  que  es  principal  y más  propio  y último  constitutivo  de 
la  misma  cosa,  y este  tal  es  la  forma»  (n.  17). 

En  las  substancias  inmateriales,  «como  sean  simples  entida- 
des substanciales  completas,  es  claro  que  no  puede  haber  en  ellas 
otro  principio  de  individuación  fuera  de  la  misma  entidad  de 
cada  una,  que  de  sí  es  tal,  y por  sí  se  distingue  de  los 
otros»  (n.  18) 

En  la  sección  7.a,  trata  del  principio  de  individuación  de  los 
accidentes,  y enseña  que  los  accidentes  en  orden  a su  propia 
constitución,  tienen  su  propia  individuación  y distinción  numé- 
rica, no  de  su  sujeto,  sino  de  su  propia  entidad  (n.  4).  Cf.  L.  De 
Raeymaeker,  (o.  c.,  p.  379-399). 

II 

CRITICA  DE  LAS  SENTENCIAS 
11.  — Nociones 

Individuo  o singular,  que  es  lo  mismo,  se  opone  al  universal. 
Mas  el  singular  es  uno  en  el  número,  a saber,  como  tal,  ni  se 
realiza  en  muchos  inferiores,  ni  se  predica  de  muchos;  sino  que 
es  apto  para  realizarse  en  uno  solo  y predicarse  de  él,  por  ejem- 
plo, este  hombre  Sócrates. 

El  individuo  dice:  a)  incomunicabilidad,  no  porque  niega  su 
unión  con  otro,  sino  porque  no  puede  ser  común  con  otros  ¡n- 


El  Principio  de  Individuación.  . . 


79 


inferiores,  lo  cual  es  propio  del  universal ; b)  indivisibilidad,  no 
porque  sea  indivisible  en  partes,  sino  porque  niega  la  divisibi- 
lidad  de  distribución  por  la  que  la  naturaleza  universal  se  multi- 
plica en  sus  inferiores;  c)  división  de  cualquier  otro,  en  el  sen- 
tido que  de  sí  mismo  no  es  otro  ni  se  realiza  en  otro  del  mismo 
modo  que  él  es. 

Lo  que  constituye  formalmente  el  individuo  es  la  individua- 
ción o singularidad  o diferencia  individual,  la  cual  se  llama  tam- 
bién hecceidad,  porque  por  ella  la  cosa  es  ésta  y no  otra. 

De  esta  individuación  se  pregunta:  Primero,  ¿qué  distinción 
existe  entre  ella  y la  naturaleza  específica?  Segundo,  ¿cuál  es  el 
principio  de  esta  individuación? 

12.  — Diferencia  entre  la  individuación  y 
la  naturaleza  específica 

Acerca  de  la  distinción  entre  la  individuación  y la  natura- 
leza específica  existen  tres  sentencias:  La  primera,  es  la  de  los 
Escotistas  que  distinguen  la  hecceidad  formalmente  ex  natura  rei 
de  la  naturaleza  específica;  la  segunda,  es  la  de  los  Nominalis- 
tas que  no  admiten  ninguna  distinción  ni  real  ni  de  razón  entre 
la  diferencia  individual  y la  naturaleza  específica;  la  tercera, 
más  común,  afirma  sí,  alguna  distinción  entre  la  individualidad 
y la  naturaleza  específica,  pero  esta  distinción  no  es  formal  ex 
natura  rei,  sino  de  razón  raciocinada  con  fundamento  perfecto  en 
la  cosa. 

Tiene  que  haber  alguna  distinción  entre  la  hecceidad  y la  na- 
turaleza específica,  porque  ésta,  en  su  concepto  absoluto  y pre- 
ciso, no  excluye  el  ser  participada  por  muchos,  mas  la  diferencia 
individual  excluye  el  ser  común  a otros.  Pero  esta  distinción  no 
puede  ser  real,  porque  la  naturaleza  en  sí  considerada,  por  ejem- 
plo, la  humanidad  de  Pedro  o es  común  a la  de  Pablo,  de  suerte 
que  se  realice  realmente  en  Pablo,  o las  dos  naturalezas  o huma- 
nidades de  Pedro  y Pablo  son  realmente  distintas:  si  lo  primero, 
resulta  que  en  realidad  existe  una  naturaleza  universal;  si  lo 
segundo,  tenemos  que  la  naturaleza  o humanidad  de  Pedro  se 
distingue  realmente  de  la  de  Pablo,  y no  necesita  otra  cosa  pa- 
ra ser  individualmente  distinta  de  la  humanidad  de  Pablo. 

Sobre  el  principio  de  individuación  notamos:  Primero,  que 


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Juan  Rosanas,  s.  i. 


en  general,  principio  de  individuación  es  lo  que  hace  que  una 
cosa  sea  singular  o nos  manifiesta  que  es  singular.  Segundo,  que 
se  pueden  distinguir  tres  principios  de  individuación: 

a)  Principio  manifestativo  de  individuación,  y es  el  que  nos 
da  a conocer  que  una  cosa  es  singular.  Los  caracteres  principales 
por  los  que  conocemos  la  individualidad  de  los  cuerpos  son  los 
comprendidos  en  este  exámetro  altino:  Forma,  figura,  locus,  tem- 
pus,  stirps.  patria,  nomen. 

b)  Principio  formal  o constitutivo  de  individuación  o prin- 
cipio de  individuación  absoluta,  y es  una  realidad  dentro  del  mis- 
mo individuo  de  la  que  procede  que  el  ente  sea  singular,  predica- 
ble de  uno  sólo,  y no  de  muchos,  como  el  universal. 

c)  Principio  de  individuación  relativa,  y es  el  fundamen- 
to ontológico  de  la  multiplicidad  de  la  naturaleza  específica  en 
muchos  individuos,  solamente  diversos  en  número.  Una  cosa 
es  preguntar  ¿por  qué  Pedro  es  un  individuo  absoluto?,  y otra 
cosa  ¿por  qué  Pedro  puede  tener  otros  enteramente  semejantes 
a sí,  o lo  que  es  lo  mismo,  por  qué  es  un  individuo  relativo? 

13.  — Crítica  de  la  sentencia  de  Enrique  de  Gante 

Gomo  sabemos,  Enrique  Gandavense  dijo  que  los  ángeles 
se  individúan  por  su  existencia  o subsistencia.  Nada  de  esto  es 
verdad.  Porque  la  razón  de  la  individuación  de  las  cosas  no  pue- 
de ser  ni  su  existencia  ni  su  subsistencia.  No  la  existencia : pues 
como  dice  Suárez  (1.  c.  secc.  5.*,  n.  5):  «En  la  misma  existencia 
puede  considerarse  la  razón  común  de  la  existencia  humana;.  . . 
luego  resta  ver,  por  qué  la  misma  existencia  es  ésta  y no  otra ; 
ya  que  la  individuación  no  le  viene  de  la  esencia,  pues  esta  opi- 
nión no  la  supone  individua  sino  común...  Si  se  dice  que  por 
sí  misma  es  ésta,  entonces,  ¿por  qué  y con  mayor  razón  no  se 
dice  esto  de  la  esencia,  como  sea  anterior  en  el  orden  de  la  na- 
turaleza y de  la  perfección  y sea  en  cierto  modo  más  absoluta? 
Porque  la  existencia  es  el  acto  de  esta  esencia;  de  ahí  que  esta 
existencia  más  bien  será  esta,  porque  actúa  esta  esencia;  como 
la  existencia  en  común  del  hombre  y del  león  difieren,  porque 
o siguen  o dicen  orden  a diversas  esencias». 


El  Principio  db  Individuación... 


81 


La  subsistencia  no  puede  ser  el  principio  de  individuación. — 
Demuestra  esto  lo  que  acabamos  de  decir.  Además  dice  Suárez 
(Ib.  n.  7) : «Cierto  es  que  la  subsistencia  se  distingue  de  la  na- 
turaleza substancial,  aun  individualmente  tomada.  Cierto  es 
que  tal  naturaleza  puede  conservarse  individua  sin  su  conna- 
tural subsistencia,  como  en  Cristo  se  conserva;  luego  no  puede 
ser  individualizada  intrínsecamente  por  ella.  Y si  alguien  dice 
que  tal  vez  puede  ser  individual  por  orden  a ella,  afirma  esto 
gratis  y sin  fundamento,  porque  si  uno  ha  de  individuarse  por 
orden  al  otro,  más  bien  la  subsistencia  es  individua  por  orden 
a la  naturaleza,  y no  ésta  por  orden  a ella,  porque  la  naturaleza 
es  anterior  y más  perfecta,  y la  subsistencia  es  sólo  un  modo 
y término  de  la  naturaleza». 

14.  — Crítica  de  la  sentencia  de  F.  Rogerio  Marston 

Rogerio  Marston  enseñó  que  el  principio  de  individuación 
es  la  forma:  «Porque,  como  sea  lo  mismo  lo  que  da  el  ser  y el 
ser  mismo,  y la  forma  dé  el  ser  a la  materia,  más  bien  que  la 
materia  a la  forma,  más  causará  la  forma  la  individuación  o 
signación  que  lo  contrario»  (Cf.  Raymaeker,  o.  c.,  p.  394).  Mas 
la  forma  no  puede  individuar  la  materia,  porque  esta  misma  en 
sí  individua  es  indiferente  para  cualquier  forma,  como  primer 
principio  de  mutación  en  el  cuerpo  natural ; de  ahí  que  pase  de 
un  cuerpo  a otro  y ya  pertenezca  a una  ya  a otra  forma  subs- 
tancial; luego  no  dice  orden  esencial  a esta  forma  individua 
más  bien  que  a otra.  (Cf.  Suárez,  1.  c.  sec.  4.*). 

15.  — Crítica  de  la  sentencia  tomista 

Con  respecto  al  principio  de  individuación  absoluta,  los  to- 
■ mistas  rígidos  sostienen  que  la  substancia  corporal  se  individua- 
liza por  la  materia  signada  por  la  cantidad.  Discurren  así:  Como 
el  individuo  importe  dos  cosas:  la  incomunicabilidad  y la  divi- 
sión o distinción  de  todo  otro,  la  materia  ciertamente  aporta  la 
incomunicabilidad,  puesto  que  es  el  primer  sujeto,  imposible  de 
recibirse  en  otro,  pero  no  puede  ser  el  principio  de  división  ab- 
solutamente considerada,  pues  en  virtud  de  su  concepto  no  es 
esta  más  bien  que  otra  materia;  pero  esto  no  lo  puede  tener,  si 
no  le  viene  de  la  cantidad  que  la  signa. 


82 


Juan  Rosanas,  s.  i. 


La  cantidad  es  divisible  en  partes  de  la  misma  especie,  pues 
tiene  situación,  la  cual,  como  sea  el  orden  de  las  partes  en  el 
lugar,  hace  que  las  partes  se  distingan  mutuamente,  ya  que  la 
una  está  colocada  fuera  de  la  otra.  Por  consiguiente  la  cantidad,, 
de  sí  misma,  está  dividida  y con  respecto  a la  materia  la  divide, 
y separa  una  materia  de  otra,  designando  el  tanto  de  materia  su- 
jeta a la  forma.  La  cantidad,  dividiendo  a la  materia,  se  dice 
que  la  signa.  Con  todo,  los  tomistas  no  explican  del  mismo  modo 
la  manera  cómo  la  cantidad  signa  la  materia. 

Algunos  con  el  Ferrariense,  quieren  que  la  cantidad  signa 
formalmente  la  materia  como  una  forma  que  le  es  actualmente 
inherente.  Otros,  más  comúnmente,  defienden  que  la  materia 
se  hace  individua  por  un  intrínseco  orden  a esta  cantidad  que 
la  divide.  Mas  el  orden  de  la  materia  a la  cantidad  que 
la  divide  se  puede  concebir  de  dos  modos:  o la  materia  mira  a la 
cantidad  como  su  sujeto  y potencia  receptiva,  o como  su  fun- 
damento, raíz  y causa,  de  suerte  que  la  misma  materia  por  sí  es 
antes  distinta  que  cuanta,  para  que  así  el  efecto  sea  proporcio- 
nado a la  causa. 

Si  se  desea  saber  cuál  sea  aquella  cantidad  determinada, 
distinta  de  las  otras  cantidades,  a las  que  dice  orden  la  diversa 
materia  signada,  muchos  responden  que  no  hay  que  entender 
una  cantidad  dotada  de  cierta  figura  y magnitud,  o «terminada», 
sino  «indeterminada»  o prescindente  de  la  forma  y figura. 

Las  otras  formas  fuera  de  la  cantidad  de  sí  no  pueden  va- 
riar sin  que  varíe  su  especie;  como  quiera  que  su  razón  especí- 
fica es  de  por  sí  indivisible,  y cualquiera  variación  de  la  forma 
es  específica.  Ahora  bien,  las  formas  substanciales  de  los  cuer- 
pos de  una  misma  especie,  son  muchas  en  número,  y con  ser  de 
la  misma  especie  en  la  individuación,  son  otras  y otras.  Es,  pues, 
menester  que  la  variabilidad  de  la  individuación  en  ellas  no 
proceda  de  la  forma,  ya  que  si  variasen  por  razón  de  su  forma 
no  serían  muchas  en  número  de  una  misma  especie,  sino  que 
cada  una  de  ellas  constituiría  una  especie  distinta.  Por  lo  tanto 
las  formas  substanciales  se  individualizan  por  su  relación  a la 
materia  signada  por  la  cantidad ; las  formas  separadas  de  la  ma- 
teria, vale  decir,  los  espíritus,  se  individúan  por  su  propia  razón 
específica,  por  esto  no  pueden  ser  muchas  de  la  misma  especie; 
las  formas  accidentales,  o los  accidentes,  son  muchos  en  número 
por  orden  al  sujeto  al  cual  adhieren  en  acto  o en  aptitud. 


El  Principio  de  Individuación.  . . 


83 


Con  respecto  al  principio  de  individuación  relativa  la  sen- 
tencia de  los  tomistas  se  desprende  de  lo  dicho.  Pues:  la  cantidad 
por  sí  misma  se  multiplica  en  el  número;  ya  que  es  de  sí  divi- 
sible en  partes  que,  si  se  separan,  cada  una  de  ellas  forma  un 
nuevo  individuo;  la  materia  se  multiplica  por  orden  a la  cuan- 
tidad que  la  divide ; las  formas  substanciales,  por  orden  a la 
materia:  de  ahí  que  pueden  existir  muchos  cuerpos  en  número 
distintos;  por  fin,  las  formas  separadas  del  todo  de  la  materia 
no  pueden  multiplicarse  en  la  misma  especie;  por  lo  mismo 
tantas  especies  hay  cuantos  son  los  individuos. 

16.  — «Lo  materia  signada  por  la  cantidad  no  puede  ser  principio 
de  individuación  absoluta  ni  relativa » 

Es  imposible  que  la  cuantidad  individualice  la  materia,  por- 
que la  materia  se  distingue  realmente  de  la  cantidad,  y en  ge- 
neral ninguna  cosa  puede  ser  intrínsecamente  individua  por 
algo  realmente  distinto  de  sí.  Pues  el  ente  real,  por  ello  es  sin- 
gular, es  decir,  no  es  otro,  porque  es  el  mismo,  esto  es,  idéntico 
a sí  mismo;  ya  que  sólo  la  identidad  repugne  a ser  otro;  ahora 
bien,  ningún  ente  es  intrínsecamente  el  mismo  por  algo  real- 
mente distinto  de  sí ; de  lo  contrario  tendríamos  que  a la  vez 
sería  el  mismo  y no  el  mismo;  luego  ningún  ente  es  intrínse- 
camente no  otro  por  algo  realmente  distinto  de  sí. 

El  principal  argumento  de  los  tomistas  consiste  en  decir 
que  la  esencia  no  puede  multiplicarse  sino  por  una  potencia  real- 
mente distinta,  esto  es,  la  materia,  porque  el  acto  o la  esencia 

Íde  sí  es  una,  y sólo  puede  multiplicarse  por  algo  externo.  Bien 
dicen  que  la  esencia  específica  no  incluye  en  sí  las  individuali- 
dades. Mas  de  esto  sólo  se  sigue  que  éstas  no  entran  en  el  con- 
cepto de  la  esencia  y se  distinguen  por  la  razón,  pero  no  que 
exijan  un  principio  de  individuación  realmente  distinto,  a no 
ser  que  confundamos  el  orden  físico  con  el  lógico,  confusión 

Íque  se  descubre  en  el  fondo  de  los  argumentos  tomísticos. 
Además,  es  difícil  entender  en  qué  consiste  aquella  diversi- 
dad de  la  cuantidad  que  capacita  a la  materia  para  poseer  ésta 
y no  otra  cantidad,  y cómo  la  materia  prima,  que  en  sí  es  del 
todo  indeterminada  y pura  potencia,  tenga,  con  todo,  un  orden 


84 


Juan  Rosanas,  s.  i. 


determinado  a esta  y no  a aquella  cantidad.  En  realidad  la 
materia  es  indiferente  para  cualquiera  cuantidad. 

La  forma,  el  alma  humana,  por  ejemplo,  no  puede  ser  in- 
dividualizada por  su  relación  a alguna  materia  signada.  Porque, 
si  fuera  así,  o debería  informar  perpetuamente  una  sola  materia, 
o si  poco  a poco  informase  varias,  como  así  sucede,  siempre  per- 
manecería en  un  estado  no  natural,  puesto  que  estaría  separada 
de  aquella  materia  a la  cual  diría  esencialmente  orden,  lo  que 
no  se  puede  admitir.  Lo  mismo  hay  que  decir  de  las  otras  formas 
(Gf.  Suárez,  1.  c.  sec.  3.*). 

17.  — Exposición  de  la  sentencia  de  Suárez 

Suárez,  como  dijimos,  cree  que  el  principio  de  individua- 
ción absoluta  es  toda  la  entidad  de  la  cosa,  no,  por  cierto,  tomada 
en  su  estado  de  abstracción,  sino  en  su  estado  real,  concreto, 
físico,  es  decir,  todo  lo  que  está  en  la  cosa  que  se  llama  indivi- 
dua, o lo  que  pertenece  al  ente  real  en  su  estado  físico. 

Los  patronos  de  esta  sentencia  hacen  consistir  el  principio 
de  individuación  relativa  no  en  la  materia  signada  por  la  can- 
tidad, sino  en  la  contingencia  de  la  naturaleza  creada  que  no 
es  refractaria  a realizarse  en  muchos  singulares  de  la  misma  es- 
pecie, porque  el  concepto  de  esta  naturaleza  no  es  de  ser  indi- 
vidua. De  ahí  que  afirman  que  no  sólo  los  cuerpos  y las  formas 
corporales,  sino  también  los  espíritus  puros  pueden  multipli- 
carse en  muchos  individuos  de  una  misma  especie. 

18.  -r  « El  principio  de  individuación  absoluta  en  toda  criatura 
no  es  otro  que  su  misma  entidad,  tomada  en  su  estado 
concreto  y físico » 

El  principio  de  individuación  no  es  otra  cosa  que  el  princi- 
pio y fundamento  de  que  una  cosa  tenga  unidad  singular.  Pero 
la  unidad  es  una  propiedad  del  ente,  el  cual  en  tanto  es  uno 
en  cuanto  es  ente.  Luego  la  unidad  singular  fluye  del  ente  sin- 
gular. Si  consideramos  el  ente  en  su  estado  de  abstracción,  ten- 
dremos la  unidad  específica  o genérica;  si  lo  consideramos  en 
su  estado  físico  o de  concreción,  tendremos  la  unidad  propia 
de  los  individuos  o singulares.  Por  esto  fácilmente  se  entiende, 
por  qué  el  principio  de  individuación  es  la  misma  diferencia  in- 


El  Principio  db  Individuación  . . . 


85 


dividual,  y por  qué  el  principio  de  individuación  se  distingue  de 
la  individuación  como  el  ente  y el  uno;  pues,  como  el  ente  ge- 
neralmente tomado  funda  la  unidad  genérica,  así  el  ente  con- 
creto funda  la  unidad  concreta  o individual. 

19.  — «El  principio  de  individuación  relativa  consiste 
en  la  contingencia  de  la  creatura» 

La  naturaleza  de  la  creatura,  por  su  contingencia,  es  de  sí 
indeterminada  o indiferente  a la  existencia,  de  sí  prescinde  de 
la  individuación  determinada  que  pertenece  a la  existencia  con- 
creta; es  pues  indiferente  a existir  en  este  o aquel  individuo; 
por  esto  puede  realizarse  en  muchos  individuos. 

Además  la  misma  naturaleza  a causa  de  su  contingencia 
es  finita;  de  ahí  que  al  realizarse  en  un  individuo,  agote  sí  la 
perfección  de  la  naturaleza  específica,  considerada  en  su  com- 
prensión, pero  no  en  su  extensión;  por  esto  puede  tener  muchos 
individuos  específicamente  semejantes  entre  sí. 

20.  — «No  repugna  la  existencia  de  muchos  espíritus  puros 

de  una  misma  especie  o sólo  numéricamente  distintos» 

Esta  afirmación  se  desprende  de  lo  dicho  y se  demuestra 
resolviendo  las  objeciones  de  los  adversarios. 

Los  Tomistas  rígidos  suelen  objetar  dos  cosas:  l.°  La  na- 
turaleza puramente  espiritual,  una  vez  actuada  en  un  individuo, 
contiene  toda  la  perfección  de  su  especie,  es  decir,  la  agota;  no 
puede,  pues,  actuarse  en  muchos  singulares  de  la  misma  espe- 
cie ni  multiplicarse  numéricamente. 

Mas  la  naturaleza  física  de  un  espíritu  puro  abraza  todo  el 
contenido  de  la  esencia  metafísica  en  orden  a su  comprensión; 
sin  embargo,  de  ello  no  se  sigue  que  la  especie  rechace  la  ex- 
tensión de  los  inferiores  en  los  cuales  se  distribuya.  Como  el 
tipo  y el  grado  de  la  especie  sea  finito,  realizado  en  un  indi- 
viduo, no  repugna  que  Dios  cree  otro  singular  del  mismo  grado 
y tipo  que  el  primero. 

2.®  Toda  diferencia  en  la  forma  es  específica;  pero  los  es- 
píritus puros,  como  estén  libres  de  materia,  solamente  difie- 
ren entre  sí  por  razón  de  la  forma;  luego  la  diferencia  singu- 


86 


Juan  Rosanas,  s.  i. 


lar  en  que  un  individuo  se  distingue  de  otro,  es  específica;  serán 
pues  tantas  especies  como  individuos. 

Esta  dificultad  se  resuelve  de  la  misma  manera  que  la  an- 
terior, distinguiendo  entre  la  esencia  metafísica  y la  física.  Si 
se  considera  la  forma  espiritual  metafísica,  según  su  razón  es- 
pecífica, toda  variación  será  esencial,  puesto  que  la  esencia  me- 
tafísica es  indivisible.  Mas  si  se  considera  la  esencia  física, 
según  su  determinación  propia  del  estado  de  actualidad,  la  di- 
ferencia de  una  esencia  física  de  otra  será,  por  cierto,  esencial 
en  orden  a la  esencia  física  como  tal,  mas  no  en  orden  a la 
esencia  metafísica.  La  razón  es,  porque  la  esencia  metafísica  de 
la  criatura  prescinde  de  sí  del  estado  físico  y concreto;  luego 
es  indiferente  para  ser  realizada  en  uno  o muchos  individuos 
de  la  misma  especie.  (Gf.  Suárez,  1.  c.  sec.  6.“). 


NOTAS  Y DISCUSIONES 


KARL  JASPERS 


Síntesis  y Crítica  de  una  fiiosofía  de  la  Existencia. 


Por  Francisco  J.  Cid  G.,  s.  i.  — San  Miguel 


Una  filosofía  de  la  existencia,  como  llama  Jaspers  la  suya,  enteramente  con* 
eebida  en  función  de  ella  misma,  como  su  fundamento  y razón  de  ser,  no  es 
solamente  el  itinerario  de  una  conciencia  individual,  sino  también  un  llamado,  un 
grito  de  desahogo  a otras  existencias  individuales,  una  invitación  a emprender  el 
descubrimiento  de  si  mismo,  a desenredar  la  trama  compleja  de  una  existen- 
cia dada. 

Por  eso  para  Jaspers  la  consideración  de  la  existencia  humana  implica  una 
negación  de  la  filosofía  como  sistema,  y no  pretende  otra  cosa  que  apelar  a 
nuestro  ser  auténtico,  analizando  la  existencia  en  lo  que  tiene  de  más  indivi- 
dual y concreto.  No  va,  pues,  más  allá  de  la  invitación  y de  la  ayuda  en  orden 
a modelar  y comprender  una  existencia  que  desborda  y sobrepasa  los  límites 
que  implica  el  esfuerzo  por  reducirla  a conceptos:  porque  la  existencia  es  una 
realidad  inacabada  que  nunca  ha  dicho  su  última  palabra,  abierta  siempre  a múl- 
tiples posibilidades. 

Queda  así  bien  definido  el  fin  perseguido  por  Jaspers,  aunque,  como  vere- 
mos, franqueando  los  límites  propuestos  de  una  mera  descripción  de  las  situa- 
ciones típicas  humanas,  nos  da  sin  pretenderlo  una  estructuración  básica  para 
una  ontología  que  tiene  por  imposible. 

Resta  ahora  fijar  los  límites  del  presente  trabajo  que,  naturalmente,  carece 
de  toda  pretensión,  sobre  todo  si  se  considera  la  extensa  y matizada  exposición 
del  autor  de  una  filosofía  que  no  pretende  serlo,  desarticulada  y confu' a. 

Como  el  título  mismo  lo  indica,  en  la  primera  parte  sintetizaré  su  pensa- 
miento, teniendo  en  cuenta  sólo  los  puntos  centrales. 

En  la  segunda  parte,  haré  una  valoración  y crisis  del  mismo,  a la  luz  de  la 
filosofía  cristiana  y de  la  prcpia  experiencia  del  ser,  notnndo  algunos  aspectos 
éticos  derivadas  de  su  conceitción  de  la  libertad. 

Bibliografía  : 

L'Existence  d'aprés  K.  Jaspers,  por  J.  de  Tonquédec;  Les  doctrines  exis- 
tentielles  de  Kierkegaard  á J.  P.  Sartre,  por  R.  Joliv^t;  El  tema  de  Dios  en  la 
filosofía  existencial,  de  A.  González  Alvarez,  y sobre  todo  Karl  Jaspers  et  la 
Philosopkie  de  l'existence,  por  M.  Dufprenne  et  P.  Ricoeur,  han  sido  las  obras 
principales  para  la  exposición  de  la  primera  parte  de  este  trabajo.  La  obra  de 
M.  Duffrenne  et  P.  Ricoeur,  tiene  el  valor  de  presentar  el  genuino  sensamiento 
de  Jaspers,  como  lo  reconoce  él  mismo  en  el  prólogo  de  la  obra. 

N.  B.  — Las  referencias  sin  título  son  de  «Philosophie»,  la  principal  obra 
de  Jaspers,  publicada  en  tres  tomos  en  1932. 


88 


Francisco  J.  Cid  G.,  s.  i. 


I 

LA  FILOSOFIA  DE  JASPERS 
Estructura  de  una  Ontologia 

El  ser  constituye  nuestra  primera  experiencia.  La  noción  de  ser  la  captamos 
y afirmamos  al  menos  tácitamente  en  todas  nuestras  intelecciones.  De  aqui  que 
el  análisis  de  cualquier  sistema  filosófico  nos  descubre  en  el  fondo  del  mismo 
una  ontologia  al  menos  implícita,  desde  donde  parten  de  un  modo  a veces  muy 
difícil  de  percibir,  todas  las  divergencias  que  contiene  con  respecto  a otros 
sistemas.  Y aunque  la  filosofía  existencial  de  Jaspers  se  abstiene  deliberada- 
mente de  toda  pretensión  propiamente  ontológica,  por  creerla  utópica,  sin  em- 
bargo ha  elaborado  de  hecho  una  forma  restringida  de  ontologia,  que  es  la 
estructuración  de  la  existencia  humana  en  una  descripción  vivida  de  situaciones  tí- 
picas y concretas. 

A este  propósito  el  mismo  Jaspers  afirma  que  «la  filosofía,  so  pena  de 
eaer  en  un  racionalismo  estéril,  debe  renunciar  a concebir  una  doctrina  sobre 
la  totalidad  del  ser,  considerado  bajo  la  forma  de  una  unidad  objetiva  1,  porque 
la  totalidad  del  ser  es  por  naturaleza  rebelde  a servir  de  materia  de  un  saber 
homogéneo.  Verdad  es  que  en  ciertos  sectores  lo  real  sufre  ser  explorado  cien- 
tíficamente, consiente  en  ser  objeto  de  ciencia;  pero  es  menester  tener  presente 
que  todo  camino  racional  no  lleva  sino  a modos  de  la  realidad,  no  a todo  lo 
real.  Vistos  bajo  este  ángulo  filosófico,  los  resultados  de  la  ciencia  nunca  po- 
drán ser  plenamente  satisfactorios,  porque  nunca  revelan  lo  esencial  si  es 
cosa  cierta  que  la  filosofía  busca  no  ciertos  modos  de  la  realidad,  sino  la  reali- 
dad misma,  con  toda  su  autenticidad.  En  consecuencia,  experiencia  fundamental 
del  hombre  es  que  la  realidad  no  es  simple»  3.  Cada  ser  y mi  propio  ser,  está 
cargado  en  el  presente  de  lo  que,  usando  un  lenguaje  clásico,  llamaríamos  notas 
individuantes;  y ligado  a un  pasado  histórico  que  gravita  sobre  él  y del  que  no 
puede  desprenderse;  y está  enrielado  en  una  dirección  determinada,  a la  que 
no  puede  sustraerse. 

El  ser.  — La  pregunta  ¿qué  es  el  ser?  es  tanto  más  difícil  de  precisar, 
cuanto  no  es  permitido  a un  existencialista  conceptualizarla,  pues  está  depen- 
diendo del  mismo  sujeto  singular  que  la  hace.  Yo,  pues,  tengo  que  darme  una 
respuesta  a base  de  mi  experiencia,  sin  pretender  sentar  una  teoría  que  sirva 
de  fundamento  a una  metafísica  o ciencia  del  ser.  Quien  tal  cosa  pretendiera 
dejaría  de  ser,  eo  ipso,  un  auténtico  existencialista. 

Supuesto  lo  anteriormente  dicho  y dada  la  vasta  complejidad  de  nuestro  ser, 
fácilmente  se  advierte  la  imposibilidad  de  dar  una  respuesta  exhaustiva.  El 
mismo  Jaspers  nos  dice  que  la  conciencia  «se  diluye  en  la  multiplicidad  de  tal 

1 I,  p.  12. 

2 Ib.  58 

3 Ib.  p.  67.  Cf.  A.  de  Waehlens,  La  filosofía  de  Martin  Heidegger,  pp.  305 
y 306. 


Karl  Jaspers 


89 


o cual  ser  determinado*  *.  Nuestro  concepto  escolástico  del  ser  queda  como 
deshecho  y destrozado  por  sus  infinitas  modalidades. 

Punto  de  partida.  — Para  contestar  a la  pregunta,  ¿qué  es  el  ser?,  es  nece- 
sario partir  de  una  «situación  fundamental»  que  el  mismo  filósofo  debe  anali- 
zar en  la  medida  de  lo  posible.  De  lo  contrario  la  pregunta  misma  no  tiene 
razón  de  ser. 

«Reflexionando  sobre  mí  mismo,  advierto  que  estoy  enrielado  en  un  pro- 
ceso evolutivo,  en  un  flujo  incesante.  Me  encuentro  situado  entre  un  comienzo 
y un  fin.  Un  comienzo  que  fue  y un  fin  que  será  (en  lenguaje  clásico  diriamos: 
me  doy  cuenta  de  mi  contingencia).  Naturalmente  este  tomar  conciencia  de  la 
transformación  continua  que  produce  el  pasar  de  las  tinieblas  «ou  je  n'étais  pas 
encore  dans  les  ténebres  oú  je  ne  serais  plus*,  me  causa  una  angustia  indecible 
nacida  del  pensamiento  de  que  habré  perdido  algo  para  la  eternidad,  si  no  lo 
tomo  al  presente»  5 

En  esta  reflexión  sobre  sí  mismo,  Jaspers  se  descubre  como  un  ser  con- 
creto, capta  su  realidad  psicológica  particular,  estrechamente  especificada,  con- 
dicionada, contingente  y,  como  dice  él  mismo  «me  encuentro  a mí  mismo  que 
existo  en  tanto  en  cuanto  pienso»  c (dum  reflexio  durat  et  attentio  ab  ipsa  non 
distrahitur,  como  diría  un  escolástico).  De  este  descubrimiento  saca  Jaspers  la 
siguiente  conclusión:  «este  tomar  conciencia  del  ser  no  es  comprenderlo,  sino 
saber  que  existe  realmente,  que  es  lo  menos  que  se  puede  saber  de  él»  7.  ¿No 
decimos  nosotros  que  el  concepto  de  ser  es  máxime  extensivo  y el  mínimum 
comprehensivo  ? 

De  lo  dicho  podemos,  si  no  definir,  al  menos  describir  al  ser  como  la  realidad 
empírica  que  se  caracteriza  por  oposición  a lo  que  no  es,  algo  dado  que  se 
impone  a todos  necesariamente  por  reflexión  pura  y simplemente,  algo  concreto 
y limitado  sin  pizca  de  universalidad:  «si  je  pense  un  étre,  c'est  toujours  tel 
étre  déterminé  et  non  pas  l'étre»  8.  El  ser  absoluto  por  consiguiente  se  me  es- 
capa, y fracaso  al  querer  encontrarlo  a partir  de  una  realidad  empírica:  sólo  me 
es  dado  captar  un  ser  concreto  particular,  desprovisto  de  esencia. 

Ser-en-el-mundo.  — «Al  reflexionar  sobre  mí  mismo  constato,  además,  que 
estoy  arrojado  en  el  seno  de  un  mundo  en  el  que  trataré  de  orientarme.  Una 
exploración  del  mismo,  podría  tal  vez  descubrirme  su  naturaleza  y explicarme 
el  por  qué  de  la  situación  singular  en  que  me  encuentro  y su  significación  para 
mí  y para  el  conjunto  de  los  seres.  Tal  vez  una  respuesta  adecuada  transforme 
al  ser  en  objeto  de  mi  conocimiento  y me  revelaría  la  organización  misma  del 
cosmos»  9. 

Descubre,  por  consiguiente,  Jaspers  al  ser  en  el  espacio  y el  tiempo,  en  el 
cosmos,  al  lado  de  otros  objetos.  Pero  cuando  Jaspers  nos  habla  del  «Welt- 
dasein»,  no  sólo  significa  la  realidad  humana  en  el  mundo,  sino  el  mundo  mismo  en 

4 I,  72. 

5 Cf.  «Du  refus  á l'invocation»,  de  G.  Marcel,  p.  285. 

« I,  12. 

7 Ib. 

8 I,  49. 

8 Cf.  «Du  refus  á l'invocation*,  de  G.  Marcel,  p.  286. 


90 


Francisco  J.  Cid  G.,  s.  i. 


toda  su  extensa  realidad  como  escenario  en  donde  se  desenvuelve  la  existencia  del 
hombre:  «le  monde  c'est  le  dasein  qui  se  présente  a moi  comrae  l'étre  toujours 
determiné  des  objets  et  que  je  suis  moi-méme,  comme  dasein  empirique»  10.  El 
ser  del  hombre,  por  consiguiente,  no  sólo  es  del  mismo  orden  que  el  ser  del 
universo,  sino  que  están  ambos  entrelazados  y fundidos  el  uno  en  el  otro  indiso- 
lublemente, hasta  el  punto  que  no  se  puede  concebir  uno  sin  encotrar  el  otro, 
porque  como  dice  Jaspers:  «Es  ist  keine  ichlose  Welt  und  kein  weltlose  ich: 
no  existe  el  mundo  sin  mí,  ni  yo  sin  el  mundo»11. 

Ser  y existencia.  — Para  evitar  confusiones,  es  necesario  precisar  y distinguir 
cuidadosamente  el  Dasein  (ser),  de  que  hemos  hablado  más  arriba,  de  la  exis- 
tencia, que  tiene  para  Jaspers  una  significación  muy  especial.  Mi  dasein  no  es 
la  existencia.  Soy  yo  que  en  mi  ser  hago  la  existencia  posible.  Mi  existencia  es 
pues,  mi  ser  más  algo,  como  veremos  más  abajo. 

a)  El  Dasein.  — Se  puede  distinguir  el  ser  empírico  (ser  en  el  mundo),  y 
•1  ser  de  la  trascendencia.  A este  último  llama  Jaspers  ser  en  el  sentido  abso- 
luto de  la  palabra,  aunque  no  podemos  decir  nada  de  él,  sino  que  existe. 

El  dasein  es*  la  realidad  dada  y concreta,  una  e incomunicable,  en  la  que 
está  comprendido  todo  lo  real  y todo  lo  posible,  y por  consiguiente  sólo  par- 
cialmente actualizada.  Vive  y muere,  es  temporal  y finito.  El  conjunto  de  todos 
estos  seres,  no  forma  un  todo  dotado  de  una  organización  homogénea. 

b)  La  existencia,  en  cambio,  tiene  una  significación  bien  precisa  y limitada: 
designa  el  «acto  por  el  cual  me  pongo  en  cuanto  persona  libre»  y no  el  hecho  de 
existir  como  algo  dado  (como  sucede  en  el  Dasein).  La  existencia  es  pues  algo 
esencialmente  diverso  de  otras  existencias  en  razón  de  su  fundamento:  el  acto 
de  libertad  que  implica  y por  el  que  está  constituida,  «la  liberté  est  l'étre  de 
l'existence»  12.  En  cuanto  existencia,  soy  irreductible  a objetividad,  y lo  mismo 
vale  para  todas  las  otras  existencias  entre  sí  y con  cada  una  de  las  demás.  La 
existencia  es  indefinible,  inefable.  La  libertad  que  la  hace  posible  le  da  un 
matiz  indescifrable.  Es  un  ser  en  presencia  de  su  propia  y múltiple  posibilidad, 
precisamente  por  la  estrecha  dependencia  que  guarda  con  respecto  a la  liber- 
tad. Apenas  si  podemos  esclarecerla  y tratar  de  explicarla,  pero  siempre  inade- 
cuadamente porque  «l'existence  ne  peut  étre  ni  concept  ni,  para  conséquent,  pré- 
dicat  d'affirmation,  je  suis  une  existence  ne  présente  á la  lecture  aucun  sens»  13 ; 
y esto  precisamente  porque  «l'étre  de  l'existence  n'est  pas  aucune  catégorie  ob- 
jective»  14.  De  esta  existencia,  de  este  yo  existencial,  trascendente  del  tiempo  y ja- 
más objetivable,  es  de  la  que  se  ocupa  Jaspers  en  su  filosofía. 

Sin  embargo,  por  independiente,  personal  e irreductible  que  la  existencia 
Sea,  no  puede  aislarse  del  Dasein,  al  que  está  ligada  por  su  naturaleza  misma: 
«L'éxistence  est  une  percée  au  travers  de  la  réalité  empirique  du  monde... 
mais  cette  percée  ne  conduit  pas  hors  du  monde,  elle  s'accomplit  dans  le  monde. 

10  I,  28. 

11  I,  62. 

12  II,  177. 

13  II,  22. 

14  Ib. 


Kakl  Jaspers 


91 


Si  l'existence  voulait  se  conduire  librement  au  seos  absolu,  sans  se  saisir  du 
Dasein  comme  (moyen  de)  se  manifester,  elle  sortirait  du  monde  et  tomberail 
dans  le  vide»  16. 

Por  otro  lado,  el  Dasein  aislado  de  la  existencia  es  esencialmente  relativo, 
incompleto,  o como  lo  llama  Jaspers:  «eine  Nichtigkeit»,  una  nulidad  16. 

Pero  si  nos  mantenemos  en  el  solo  plano  de  la  existencia,  es  necesario  arrui- 
nar  para  siempre  la  idea  de  lo  dado  (Dasein),  porque  nada  auténtico  puede  durar 
a titulo  de  adquisición  1T. 

Brevemente,  podríamos  caracterizar  el  Dasein  como  el  ser  subsistente,  y a 
Ja  existencia  el  ser  como  libertad. 

El  flujo  continuo  que  la  existencia  implica,  nunca  puede  decirse  plenamente 
cumplido  y,  por  consiguiente,  como  hemos  visto,  no  podemos  tampoco  reducirla 
a conceptos  y analizarla  con  la  objetividad  que  exige  nuestra  filosofía,  porque 
todo  concepto  es  universal,  y «l'existence  prise  en  elle-mcme  n'est  jaraais  uni- 
verselle»  18. 

Nos  contentaremos  con  esclarecerla  o explicarla  en  la  medida  de  lo  posible, 
dentro  de  la  vaguedad  de  las  descripciones  subjetivas  del  filósofo. 

Hacia  un  esclarecimiento  de  la  existencia. 

Si,  como  hemos  visto,  la  existencia  es  «une  percée  dans  l'étre  du  mondes, 
una  brecha  en  el  ser  del  mundo,  esclarecer  la  existencia  será  tomar  conciencia 
de  esta  brecha  y determinar  la  posibilidad  humana  de  una  filosofía,  máxime  si 
tenemos  en  cuenta  que  «L'existence  n'est  pas  le  but,  mais  l'origine  de  l'acte 
de  philosopher,  qui  se  saisit  en  elle»  19.  Jaspers  al  querer  explicarnos  «lo  que 
soy>.  elaborará  inconscientemente  un  esbozo  de  metafísica  que  inicialmente 
creía  imposible. 

Analizaré  someramente  tres  caracteres  positivos  de  la  existencia  según 
Jaspers,  que  nos  darán  alguna  luz  en  el  esclarecimiento  del  «misterio  de  la 
existencia» : 

a)  la  existencia  se  hace  a sí  misma:  la  libertad 

b)  está  situada  entre  otras  existencias:  la  comunicación 

c)  las  diversas  situaciones  en  que  se  encuentra  en  el  mundo:  historicidad 
a)  La  libertad  — elección.  — Hemos  visto  que  la  existencia  es  la  libertad, 

porque  está  constituida  por  un  acto  de  libertad.  Por  consiguiente,  como  la  exis- 
tencia, es  indefinible,  impensable,  y no  la  podemos  probar  con  argumentos  «la 
liberté  se  prouve  non  par  mon  intelligence,  mais  par  mon  action»  20.  Así  que, 
según  Jaspers,  la  libertad  lleva  en  sí  misma,  en  los  actos  de  su  actividad,  una 
certeza  directa  o inmediata,  una  autocertidumbre.  De  tal  manera  está  la  liber- 
tad identificada  con  su  existencia  que  llega  a decir:  «in  dem  ich  wáhle,  bin  ich; 
bin  ich  nicht,  wáhle  ich  nicht»:  de  tal  manera  soy  en  cuanto  elijo,  que  no  soy 

15  II,  8. 
l«  I,  25  y 55 
ii  III,  144. 
i»  11,4. 
i»  II,  5. 

20  II,  175. 


92 


Francisco  J.  Ch>  G,  s.  i. 


cuando  no  elijo  21.  Existir  para  Jaspers  no  es  el  «cogitare»  de  Descartes  sino  el 
«eligere»  (eligo,  ergo  sum,  podría  decir),  y más  precisamente  aún  elegirse,  porque 
de  hecho  nadie  elige  sino  su  propia  persona:  «Dans  la  décision  j'expérimente  la 
liberté  par  laquelle  je  ne  decide  plus  seulment  de  quelque  chose,  mais  de 

moi-méme>'2-. 

Es  necesario,  en  efecto,  no  imaginarse  que  el  yo  me  ha  sido  dado  hecho 
como  una  esencia  por  actualizarse:  el  yo,  según  Jaspers,  no  pasa  de  ser  una 
mera  probabilidad  que  por  una  libre  elección  se  realiza  a sí  mismo.  Yo  soy 
el  que  fabrico  mi  esencia  existiendo  por  un  acto  de  una  libertad  que  coincide 
con  la  existencia  misma. 

Considerada  bajo  este  aspecto,  nota  muy  bien  Régis  Jolivet,  la  elección 
existencial  es  a la  vez  necesaria  y libre.  Yo  debo  elegir  aquello  que  escojo  en 
virtud  de  las  exigencias  que  forman  un  conjunto  orgánico  con  la  existencia,  y 
cuanto  más  obedezco  a estas  exigencias,  es  decir,  cuanto  más  existo  verdadera 
y auténticamente,  más  abundo  en  el  sentido  de  mi  libertad.  Nunca  soy  tan  libre 
como  cuando  he  escogido  aquello  que  debo  absolutamente  escoger,  es  decir,  aque- 
lio  que  hay  en  mi  persona  de  eterno  y de  infinito  23. 

Los  estrechos  límites  de  este  estudio  no  permiten  investigar  minuciosamente 
los  constitutivos  últimos  V la  formación  del  acto  de  libertad.  Sólo  notaré  algunos 
aspectos  que  fundamenten  las  conclusiones  éticas  de  la  segunda  parte  de  este 
trabajo. 

1.  — El  acto  de  libertad,  aunque  espontáneo,  no  es  un  movimiento  ciego:  el 
libre  arbitrio  es  la  condición  antecedente  y necesaria  de  la  libertad,  porque 
«sans  libre  arbitre  pas  de  liberté»  24.  Según  esto,  el  libre  arbitrio  es  para  Jaspers 
algo  así  como  un  ingrediente,  un  factor  de  la  libertad,  y no  la  libertad  misma. 

2.  — La  libertad  de  que  nos  habla  Jaspers  no  es  nuestra  «libertas  indiffe- 
rentiae»,  (poder  de  optar  libremente  por  un  bien  o no);  para  él  la  libertad  es 
una  necesidad  interna  que  se  hace  sentir  y que  en  un  momento  dado  decide  la 
elección.  Es  un  acto  autónomo,  el  más  personal  y el  más  independiente  que  ca- 
racteriza mi  ser  y le  imprime  una  individualidad  que  no  puede  tener  ningún  otro. 

3.  — La  libertad  supone  la  existencia  de  una  ley,  «pas  de  liberté  sans  loi»  2!\ 
porque  una  elección  que  no  tenga  en  cuenta  una  tabla  de  valores  no  sería  ni  libre 
ni  humana.  Pero  la  ley  que  condiciona  la  libertad  no  es  una  ley  externa,  emanada 
de  una  autoridad  extraña:  es  interna,  personal  y no  es  otra  cosa  que  la  profun- 
didad del  propio  ser.  «Le  choix  existentiel . . . n'est  pas  l’obéissance  á un  impératif 
formulé  objectivement. . . je  suis  libre  pour  autant  que  je  me  soummets  á un 
impératif  que  je  trouve  en  moi-mémey  2<J.  Es  claro  que  tampoco  semejante  ley 
puede  pretender  ser  universal. 

2»  II,  182. 

22  Ib. 

24  Cf.  *El  pensamiento  de  Kierkegaardy,  por  R.  Jolivet,  en  «Sapientia», 
Rev.  Tomista  de  Filosofía,  N.°  11,  1er.  trimestre  1949. 

24  II,  177-8. 

2»  II,  179. 

2«  Ib. 


Kakl  Jaspers 


93 


Siendo  la  libre  actividad  de  la  libertad  humana  el  fundamento  metafísico 
donde  descansan  la  malicia  o la  bondad,  el  mérito  o el  demérito  de  nuestros 
actos  conscientes,  fácilmente  se  comprende  a dónde  nos  puede  llevar  una  filo* 
sofia  que  niegue  o disminuya  la  libertad,  quitándonos  así  toda  responsabilidad 
moral  ante  nosotros  mismos  con  respecto  al  supremo  Legislador.  Por  este  motivo, 
el  análisis  de  la  libertad  en  Jaspers  nos  hace  vislumbrar  la  trascendencia  del 
ser  de  que  hablaremos  más  adelante.  Para  comprender  esto,  partamos  del  sen- 
timiento de  pecado,  por  estar  íntimamente  ligado  al  ejercicio  de  la  libertad. 

«Precisamente  porque  soy  libre  tengo  conciencia  de  mis  actos  pero  sin  poder 
nunca  captar  el  momento  en  que  comienza  mi  responsabilidad.  Fatalmente,  por 
consiguiente,  se  cae  en  el  pecado,  porque  «si  je  pouvais  connaitre  le  debut  de 
ma  responsabilité  et  de  ma  faute,  elle  serait  circonscrite  et  evitable:  ma  liberté 
serait  la  possibilité  de  l'éviter»  27.  Con  todo,  la  libertad  siente  el  choque  de  esta 
falta  necesaria,  pero  sin  poder  escapar  a ella  so  pena  de  negar  la  libertad  misma, 
lo  cual  sería  un  delito  mayor.  En  esta  encrucijada  angustiosa,  Jaspers  se  pre- 
gunta: «suis-je  done  dépendent  ou  indépendent?  — Ces  deux  mots  sont  en 
réalité  inadéquats  pour  exprimer  la  vérité  de  mon  ¿tre:  ni  l'un  ni  l'autre  ne  se 
suffit  et  tous  deux  ensemble  sont  nécéssaires.  Car  nous  ne  pouvons  ni  admettre 
la  dépendence. . . or  la  volonté  ne  peut  s'exercer  que  mué  par  Dieu  — ni 
l'indépendence  d une  liberté  qui,  ne  reposant  que  sur  soi,  impliquerait  que  la 
faute  püt  encore  exister  sans  une  transcendence  intérieure  á la  liberté»  28.  Efecti- 
vamente, sin  la  trascendencia,  que  él  logra  captar  a su  modo,  no  cabría  ninguna 
valla  moral,  ningún  «respecto»  hacia  un  ser  que  hiciera  posible  un  deber,  una 
ley  moral. 

Sin  embargo  Jaspers  agrega:  si  la  trascendence  était  extérieure  á ma  liberté, 
mon  obéissance  deviendrait  puré  obéissance  méchanique.  La  trascendence  ne 
peut  done  se  rencontrer  qu'au  sein  de  ma  liberté  mérae:  libre,  j'expérimente 
dans  ma  liberté  et  par  elle  seulement,  la  trascendance  qui  la  fonde29.  Con  esto 
finalmente  constatamos  que  la  filosofía  de  Jaspers  es  también  una  filosofía  de  la 
trascendencia.  Cuál  sea  su  naturaleza  lo  veremos  después. 

b)  La  comunicación.  — En  el  acto  de  la  libertad,  la  existencia  no  está 
sólo  unida  al  Dasein,  sino  también  a otras  existencias  por  lo  que  Jaspers  llama 
«die  Kommunikation»,  que  es  un  elemento  especifico  y forma  parte  integrante 
de  la  existencia  misma  y constituye  una  ayuda  en  el  descubrimiento  de  sí  mismo. 

El  análisis  de  la  libertad  parece  que  excluyera  toda  intervención  extraña 
en  la  realización  del  yo.  Sin  embargo  Jaspers  afirma  que  «je  ne  me  réalise  pas, 
comme  existence,  isolément.  Je  ne  suis  moi  qu'avec  et  par  autrui...30,  je 
m'expérimente  dans  la  communication» 31.  ¿Por  qué  no  puedo  existir  sin  la 
colaboración  ajena?  En  presencia  de  otro,  mi  ser  se  siente  al  borde  de  un 
abismo  «l'abime  de  l'eloignement  absolu  á l'égard  de  l'autre,  et  je  veux  franchir 


27  II,  195. 

28  II,  195  y p.  85. 

29  Ib. 

30  II,  70. 

31  I,  16. 


94 


Francisco  J.  Cid  G.,  s.  i. 


cotte  abime,  parvenir  á I’union,  j'aspire  a l'unité  dans  l’étre»  32.  De  aquí  nace1 
la  necesidad  de  la  comunicación,  de  un  desbordamiento  del  propio  ser,  de  una 
necesaria  complementación  por  otro.  Por  eso  la  comunicación  existencial  consiste 
«en  devenir  manifesté  á autrui»  y es  esto  de  tanta  importancia  para  Jaspers  que 
afirma  que  «l'acte  de  m'ouvrir  á autrui  est  en  méme  temps  pour  le  moi  Pacte- 
de  se  réaliser  comme  personne» 33.  Esto  implica  naturalmente  una  lucha,  el 
vencimiento  del  egoísmo,  el  dominio  del  amor  ciego  que  no  obedece  más  que  a 
los  impulsos  del  instinto.  La  comunicación  exige,  pues,  el  contacto  inmediato 
de  dos  existencias  ligadas  por  el  amor,  y aunque  el  amor  no  es  la  comunicación, 
es  su  fuente  profunda  desde  donde  dimana:  «c'est  l'amour  en  effet  qui  unit,  qui 
fait  du  moi  et  du  toi,  separés  dans  l'existence  empirique,  une  seule  et  méme 
chose  dans  la  trascendence,  et  la  merveille  de  l'amour  est  qu'en  réalisant  cette 
unité,  il  conduit  chacun  des  amis  á s'accomplir  dans  ce  qu'il  a de  plus  personnef 
et  de  plus  inimitable»  34. 

La  comunicación  existencial,  finalmente,  tiene  sus  límites.  Excluye  desde 
luego*  toda  violencia;  es  libre  y gratuita.  No  puede  extenderse  a muchos  porque 
corre  el  peligro  de  caer  en  una  vana  superficialidad,  que  excluye  la  idea  misma’ 
de  comunicación:  «celui  qui  aime  seulment  l'humanité  n'aime  pas  vraimentr 
mais  bien  celui  qui  aime  tel  ou  tel  homme» 35.  Para  Jaspers  la  idea  cristiana 
de  una  caridad  universal  se  limita  a socorrer  al  prójimo  en  un  momento  dado  y 
«sans  que  se  rapproche  mon  étre-soi  du  sien» 36. 

c)  Historicidad  — situaciones  límites.  — Hemos  visto  la  existencia  brotar 
del  seno  de  la  libertad  — que  se  realiza  con  otro.  Ahora  examinaremos  la 
existencia  en  el  mundo.  Jaspers  opina  que  «ces  trois  mots:  la  liberté,  l'autre 
et  le  monde  — et  ces  trois  propositions:  du  sein  de...  avec...  dans,  constituenf 
les  coordonnés  existentielles  de  l'existence» 37. 

La  historicidad  es  una  categoría  concreta  de  la  existencia;  designa  «Punioir 
de  l'existence  et  de  l'étre  empirique»38.  Si  pudiéramos  encerrarla  dentro  de  los 
límites  que  implica  toda  definición,  diría  que  la  historicidad  del  ser  es  la  con- 
ciencia que  posee  el  yo  de  su  realidad  existencial,  de  la  situación  en  que  se  en- 
cuentra, una  e irrepetida,  en  sus  diversas  manifestaciones  temporales.  Natural- 
mente esta  conciencia  histórica  es  esencialmente  personal,  y como  nos  dice  Jaspers, 
«c'est  par  elle  que  je  me  saisis  moi-méme  dans  la  comunicaron  avec  les  autres 
personnes  historiques» 30.  Es  la  historicidad  una  propiedad  de  toda  existencia 
concreta.  Se  opone  a lo  intemporal,  abstracto  y universal.  Es  por  último  «l’union 
du  temps  et  l'etcrnité»,  la  eternidad  como  encarnada  en  el  tiempo,  o el  ser  pene- 
trado de  eternidad. 

Al  colocarse  el  filósofo  en  aquella  situación  inicial  y tomar  conciencia  der 
su  existencia,  se  ha  visto  situado  entre  un  comienzo  y un  fin,  ha  captado  el  rao- 

32  II,  55. 

33  II,  64  y 65. 

33  I,  16. 

34  Ib. 

3«  II,  353. 

37  I,  52  y 55. 

38  II,  129. 

3»  III,  122. 


Karl  Jaspers 


95 


vimiento  del  tiempo  como  una  fracción  de  la  eternidad.  Sin  embargo,  Jaspers 
no  concibe  la  eternidad  como  la  «tota  simul  et  perfecta  possessio»  de  Boecio,  ni 
siquiera  como  una  duración  indefinida  de  tiempo,  sino  «l'éternité  authentique  est, 
en  fait,  une  forme  de  l'existence:  elle  est  l'approfondissment  de  l'instant,  un 
remplissement  temporal  du  présent,  qui  contenant  en  soi  le  présent  et  le  futurr 
ne  peut  se  ramener  ni  au  futur,  comme  si  le  présent  n'était  qu'au  Service  de 
l'avenir  — ni  au  passé,  comme  si  la  conservaron  et  la  répetition  de  ce  qui  fut 
était  le  vrai  sens  de  ma  vie:  l'éternité  est  l'indi visibile  unité  de  la  reminiscence, 
de  la  présence  et  l'attente»  40. 

Mi.  existencia  que  se  realiza  en  el  tiempo,  supone  una  inmersión  en  sitúa* 
ciones  concretas  e irrepetidas  de  las  que  no  me  puedo  evadir.  Tales  son  las 
«situaciones  limites».  «Je  suis  toujours  en  des  situations  telles  que  je  ne  puis 
vivre  sans  lutter  et  souffrir  — que  j'assume  une  faute  imposible  á éviter,  que  je 
dois  mourir»  u.  Muerte,  sufrimiento,  lucha  y pecado,  son  los  elementos  con  los 
que  está  tejida  la  trama  de  nuestra  existencia.  No  es  pues  de  extrañar  que  ante 
una  lucha  inevitable  con  un  sufrimiento  arraigado  en  la  esencia  misma  de  nuestro 
ser;  con  la  valla  insalvable  que  representa  el  pecado,  y con  el  fin  ineludible  que 

(significa  la  muerte,  una  angustia  trágica  sea  el  aire  que  respira  la  pobre  exis- 
tencia humana.  Jaspers,  sin  embargo,  en  las  profundidades  íntimas  de  su  ser, 
como  una  de  sus  exigencias  ontológicas,  vislumbra,  aunque  de  un  modo  confuso, 
la  aurora  de  una  trascendencia  y de  un  ser  Trascendente,  que  sería  el  polo  de 
atracción  de  las  angustias  de  su  contingencia.  Siente  la  finitud  como  algo  verda- 

¡deramente  insoportable  que  debe  ser  de  alguna  manera  superada.  Por  eso  Jaspers, 
en  un  esfuerzo  supremo,  en  su  concepción  de  la  trascendencia,  dará  una  pince- 
lada de  luz  que  esclarecerá  un  tanto  el  sombrío  cuadro  de  la  existencia... 

La  trascendencia. 

En  el  mismo  acto  de  la  reflexión  inicial  por  la  que  el  filósofo  se  descubre 
a sí  mismo  arrojado  en  el  seno  de  un  mundo  — encarnado  en  una  situación  con- 
creta— con  una  existencia  dada,  experimenta  Jaspers  la  necesidad  de  estar  re- 
ferido a otro,  de  trascender  o traspasar  la  finitud  de  sus  estrechos  límites  «ya 

Ique  el  ser  de  la  existencia  no  se  basta  a sí  mismo,  no  es  el  ser  absoluto»  42.  Por 
consiguiente  el  auténtico  y verdadero  ser  de  su  existencia  (situada  entre  un 
comienzo  y un  fin),  lo  conduce  a la  trascendencia.  De  aquí  que  su  itinerario  fi- 
losófico siga  esta  trayectoria:  Ser  (Dasein),  como  algo  estático  y subsistente  — 
existir,  en  cuanto  persona  libre  — y trascender  u orientación  hacia  un  norte  exi- 
gido por  la  percepción  del  dinamismo  de  su  contingencia. 

Esto,  naturalmente  impele  al  filósofo  a emprender  la  búsqueda  del  ser  y 
naturaleza  de  la  trascendencia.  Siendo  la  existencia  algo  inconcluso  y contin- 
gente; movilidad,  historicidad,  temporalidad,  etc.,  la  trascendencia  deberá  ser, 
desde  luego,  aquello  que  es  de  un  modo  absoluto,  que  descanse  en  la  quietud  de 
un  presente  eterno.  «C'est  l'Absolu,  en  opposition  avec  la  finitude»  43.  De  aquí 
concluye  de  un  modo  negativo  afirmando  que  «la  transcendance  n'est  pas  l'exis- 

40  II,  132. 

41  II,  203. 

42  I,  26. 

42  I,  53. 


Francisco  J.  C©  G.,  s.  i. 


96 


Unce»44  — ¿Qué  es  pues  la  trascendencia?  — A esta  pregunta  Jaspers  nos 
responde  de  un  modo  impreciso  y vago,  pues  sólo  ha  experimentado  la  presencia 
de  ella  y de  un  modo  completamente  extraintelectual,  como  un  factor  necesario 
de  la  existencia  humana:  «elle  est  présente  dans  la  pensée  en  ce  sens  qu  elle  est. 
et  non  au  sens  ce  qu'elle  est » 45  ...la  transcendance  est  done  l'ouverture  de 
l'existence  á ses  propres  possibilités» 46. 

La  sola  profundización  de  su  existencia  le  obliga  a rebalsar  sus  propios 
límites  y lo  hace  barruntar  de  un  modo  misterioso  ese  ser  absoluto  «qu'aucune 
justification  empirique,  aucune  conclusión  nécessaire  ne  peut  l'établir» 47.  La 
razón  de  esta  impotencia  del  entendimiento  para  formarse  una  idea  del  ser  de  la 
trascendencia,  proviene  del  hecho  de  estar  (el  entendimiento)  radicado  en  la 
inmanencia,  no  pudiendo,  por  consiguiente,  encontrar  su  objeto  adecuado  en  el 
mundo  empírico.  Por  este  motivo  «la  trascendencia  no  se  prueba  sino  que  se 
testifica»  (su  presencia)  48. 

Resumiendo,  podemos  brevemente  decir  que  la  trascendencia,  presente  en 
nuestro  pensamiento,  es  captada  en  su  existencia,  pero  jamas  en  su  esencia;  de 
modo  que  el  núcleo  íntimo  de  su  ser  es  inabarcable  e impenetrable  por  la  razón, 
pudiendo  enunciarse  de  ella  meras  fórmulas  tautológicas:  il  est  ce  qu'il  est49. 


II 


REFLEXIONES  CRITICAS 


En  las  páginas  anteriores  he  procurado  sintetizar,  en  la  medida  que  lo  exigían 
los  límites  de  este  trabajo,  los  elementos  más  sobresalientes  que  caracterizan 
el  pensamiento  de  Jaspers  sobre  la  existencia  humana.  Por  esto  mismo,  aunque 
tenemos  una  base  suficiente  para  hacer  una  crítica  del  mismo,  sin  embargo  no 
lo  podremos  hacer  con  la  precisión  y exhaustividad  que  requeriría  una  expo- 
sición detallada  aun  de  sus  aspectos  secundarios. 

Una  filosofía  arracional.  — Según  noté  al  comienzo  de  este  trabajo,  Jaspers 
comienza  su  investigación  filosófica  de  la  existencia  humana  confesando  su  im- 
potencia para  erigir  una  ontologia  basada  en  principios  universales  y necesa- 
rios, contentándose  con  dar  una  explicación  o clarificación  de  su  existencia  con- 
creta, como  realidad  abierta  a múltiples  posibilidades.  Sólo  pretende  prestar  una 
ayuda  a los  que  se  ven  sumidos  en  los  afanes  de  este  drama  de  la  existencia, 
guardándese  bien  de  entrometerse  en  el  terreno  de  las  decisiones.  Rehúsa,  por 
consiguiente,  radicalmente,  reducir  la  realidad  a conceptos,  con  lo  cual  cierra 
en  verdad  las  puertas  a una  legítima  ontologia,  y no  logrará  jamás  extraer  el 
ser  absoluto  de  la  existencia. 

Pero  Jaspers  nos  explica  ésta  su  posición  prefilosófica.  En  efecto,  al  comen- 


44 

III. 

65. 

45 

III, 

45. 

46 

Ib. 

47 

III, 

200. 

46 

III, 

204. 

49 

III. 

67. 

Karl  Jaspers 


9/ 


zar  a filosofar  se  encuentra  con  una  situación  dada,  sin  poder  evadirla,  impi- 
diéndole razonar  con  libertad  en  lo  absoluto.  No  encuentra  un  punto  estable  y 
fijo  de  apoyo,  objetivamente  cierto,  donde  poder  suspender  la  cadena  de  sus 
deducciones;  por  esto,  el  carácter  del  problema  que  se  plantea  exige  una  res- 
puesta que  no  puede  menos  de  ser  particular  y relativa.  Si  a esto  se  agrega  la 
constatación  de  los  cambios  internos  que  experimenta  en  su  ser,  el  continuo 
flujo  y reflujo  de  sus  voliciones,  etc.,  concluye  que  no  se  puede,  a partir  de  una 
realidad  psicológica  particular,  condicionada  y limitada,  sacar  conceptos  abs- 
tractos y universales. 

En  la  rotunda  negación  de  la  vía  intelectual  para  captar  la  realidad,  co- 
mienza toda  la  tragedia  de  la  filosofía  de  Jaspers.  En  efecto,  la  realidad  con- 
creta y experimentare  es  contingente;  siendo  lo  contingente  lo  único  que  puede 
captar,  nunca  podrá  encontrar  por  la  sola  experiencia  un  puente  de  unión  con 
un  ser  trascendente,  porque  ello  supondría  la  abstracción  de  un  raciocinio.  En  rea- 
lidad, no  dispone  el  hombre  de  otro  medio  con  que  penetrar  el  ser  de  las  cosas, 
ni  siquiera  el  ser  de  su  propia  existencia,  sino  la  inteligencia.  Afirmar  lo  con- 
trarío sería  contradecirse,  como  le  sucede  al  idealista  que  «afirma»  la  impo- 
sibilidad de  toda  certidumbre  legítima. 

En  este  error  se  encierra  otro  tan  grande  como  el  anterior:  a saber,  la  de- 
formación que  sufre  el  objeto  analizado.  Al  negar  a la  inteligencia  su  eficacia 
para  aprehender  el  auténtico  ser  de  las  cosas,  tomamos  el  rábano  por  las  hojas, 
pues  nos  quedamos  con  lo  accidental  y fenomenológico,  y perdemos  ese  núcleo 
esencial  y profundo  que  sustenta  todo  lo  demás:  la  realidad  de  una  esencia  que 
está  por  debajo  de  todos  los  seres. 

El  punto  de  partida  por  la  reflexión  en  que  se  toma  por  primera  vez  ex- 
periencia del  ser,  es  del  todo  admisible.  El  juicio  inmediato  de  conciencia, 
por  el  que  me  descubro  a mí  mismo  como  ser  existente,  es  de  certidumbre  me- 
tafísica: se  da  una  perfecta  coherencia  entre  el  objeto  del  conocimiento  y el 
conocimiento  mismo.  Jaspers  ve  perfectamente  que  en  esta  afirmación  de  la 
realidad  de  mi  conciencia  va  implícita  la  afirmación  del  ser.  Porque  el  carácter 
de  ser,  de  realidad,  es  esencial  a todo  objeto  de  experiencia;  una  experiencia 
que  no  sea  de  lo  real,  sería  de  la  nada. 

Sin  embargo  la  reflexión  que  lo  lleva  al  descubrimiento  de  sí  mismo  como 
un  ser  finito  y contingente,  situado  entre  un  comienzo  y un  fin,  no  logra  des- 
cifrar plenamente  el  misterio  de  la  existencia,  ni  dar  razón  de  ella  y de  sus 
caracteres.  Encerrado  en  sí  mismo,  Jaspers  siente  un  influjo  causal,  percibe  las 
fluctuaciones  y cambios  de  la  sustancia  de  su  ser,  sin  lograr  esclarecer  y pola- 
rizar en  una  realidad  una  y múltiple  todas  sus  exigencias  ontológicas.  La  in- 
manencia ciega  que  lo  sume  en  un  mar  de  tinieblas,  es  lo  que  le  impide  ver 
la  esencia  del  ser  en  toda  su  pureza  y amenaza  arrojarle  en  el  seno  de  un 
idealismo  que,  por  una  paradoja,  es  uno  de  los  sistemas  filosóficos  contra  los 
cuales  el  existencialismo  quiso  reaccionar. 

Conviene  además  notar  que  el  análisis  reflexo  supone  la  inserción  nuestra 
en  el  mundo;  de  modo  que  estricta  y psicológicamente  hablando,  según  afirma 
A.  González  Alvarez,  «no  tendríamos  experiencia  si  previamente  no  conocié- 
ramos las  cosas;  ni  sabríamos  nada  de  nosotros  mismos  si  algo  exterior  no  lia- 


98 


Francisco  J.  Cid  G.,  s.  i. 


mase  con  fuertes  aldabonazos  a las  puertas  de  nuestra  conciencia,  haciéndonos 
despertar  a la  conciencia  de  nuestros  actos  (como  derivados  de  la  sustancialidad 
de  nuestro  yo)  ...el  primer  eslabón,  pues,  de  nuestro  conocimiento,  es  la  cap- 
tación del  objeto  sensible...  Según  esto,  mi  pensamiento  sólo  alcanza  un  co- 
nocimiento de  mi  situación  existencial  «volviendo»  de  conocer  el  universo:  el 
conocimiento  de  mí  mismo  está  condicionado  a este  retornar  desde  las  cosas... 
Esto  no  quiere  decir  que  el  intelecto  no  se  conozca  a sí  mismo,  que  no  tenga 
un  conocimiento  de  sí  per  essentiam,  y que  se  conozca  únicamente  en  y por 
el  objeto.  Lo  único  que  se  afirma  es  una  condición  necesaria,  o una  serie  de  con- 
diciones cuyo  primer  eslabón  es  la  res  sensibilis»  50. 

Ser  eM  el  mundo.  — El  análisis  de  sí  mismo  lleva  a Jaspers  a otro  error, 
como  consecuencia  del  anotado  anteriormente,  a saber:  la  identificación  del  ser 
del  mundo  con  el  de  la  existencia  humana.  En  efecto,  hace  entrar  al  mundo  cir- 
cundante dentro  de  la  inmanencia  de  la  existencia  humana,  como  su  horizonte, 
y esto  precisamente  por  aquella  inversión  que  hace  del  proceso  psicológico  del 
conocimiento  que,  como  dijimos,  comienza  desde  fuera  hacia  adentro.  Por  consi» 
siguiente  su  afirmación  «no  existe  el  mundo  sin  mí,  ni  yo  sin  el  mundo»,  debería, 
aunque  tiene  algo  de  verdad,  cambiarse  por  esta  otra:  no  capto  la  entidad  de 
mi  existencia  sino  a través  del  mundo. 

Clarificación  de  la  existencia.  — Tal  vez  sin  darse  cuenta  admite  Jaspers 
gratuitamente  la  eficacia  de  la  razón  humana  en  el  empeño  filosófico  de  clari- 
ficar la  existencia,  en  lo  cual  está  precisamente  la  etapa  fundamental  del  filoso- 
far. A este  propósito  conviene  notar  el  pensamiento  de  Jaspers  sobre  el  conocer, 
por  estar  íntimamente  unido  con  la  razón.  Establece  «que  la  razón  no  está  aislada, 
que  no  es  una  facultad  independiente  del  ser,  de  la  cual  quepa  estudiar  su  uso 
puro,  sino  que  está  en  inmediato  contacto  con  la  existencia  cuya  individualidad 
y dinamicidad  puede  captar.  Por  esta  razón  no  inicia  Jaspers  el  filosofar  con 
el  pensamiento  puro,  como  lo  hace  Descartes,  sino  que  presenta  y ofrece  a la: 
función  clarificadora  de  la  razón  el  yo  existente.  Con  todo  no  nos  explica 
clara  y satisfactoriamente  cómo  nos  es  dado  este  primer  conocimiento  del  yo. 
Sin  embargo,  tratándose  de  un  dato  que  pertenece  al  mundo  de  los  hechos 
(experimental),  no  es  necesaria  una  justificación:  basta  con  testificarlo»  51. 

Contrariamente  a lo  que  Jaspers  cree,  y a pesar  de  la  sinceridad  con  que  trata 
de  dar  una  explicación  de  su  existencia,  por  el  hecho  mismo  de  hablar  e in- 
tentar esclarecerla  no  puede  menos  de  suponer  una  cierta  estructuración  general 
de  la  existencia.  De  lo  contrario  sus  palabras  no  tendrían  sentido  si  no  admitiera 
una  base  común  al  interlocutor  y al  que  habla.  Por  consiguiente  «en  el  seno  mismo 
de  la  filosofía  jaspersiana  se  da  la  contradicción  de  pretender  clarificar  una 
existencia  que  por  su  singularidad  y concreción  se  supone  desprovista  de  una 
contextura  general,  resultando  de  esta  clarificación  una  dada  contextura  general 
de  la  existencia  posible»  r'2. 

Analizando  más  en  particular  los  factores  con  que  Jaspers  intenta  clarificar 
la  existencia,  vemos  que  la  libertad  queda  reducida  a la  independencia,  a una 


60  Cf.  «Sapientia»,  antes  citada,  pp.  30  y 31. 

61  Cf.  «Sapientia»  artículo  eit.  de  A.  González  Alvarez,  pp.  24  y 25. 

62  Ib.,  p.  24. 


Kaki.  Jaspers 


99 


total  irresponsabilidad,  nacida  de  la  conciencia  de  experimentarse  libre  de  trabas 
que  coarten  la  espontaneidad  en  el  obrar.  El  concepto  genuino  de  libertad,  como 
poder  de  determinarse  o no  ante  un  número  de  posibilidades,  no  se  ve  claro  y, 
como  nota  R.  Jolivet  hablando  de  la  elección  existencial  en  general,  queda  redu- 
cido a una  dialéctica  viviente,  en  la  cual  soy  yo  mismo  el  que  estoy  en  juego 
(frente  a una  multitud  de  posibilidades).  De  este  modo  la  elección  es  irracional 
y apasionada,  como  la  existencia  misma.  De  aquí  que  «ninguna  elección  exis- 
tencial se  efectúa  sin  angustia,  en  razón  del  alistamiento  que  implica  y del  ries- 
go que  comporta»  (el  abandono  de  las  otras  posibilidades,  y el  haberse  equi- 
vocado en  la  elección) 

De  semejante  concepción  de  la  libertad,  fácilmente  se  puede  adivinar  a 
dónde  nos  puede  llevar  una  filosofía  que,  careciendo  por  otra  parte  de  principios 
universales  y necesarios,  está  totalmente  incapacitada  para  fundamentar  una  autén- 
tica moral.  Por  esto,  desde  el  punto  de  vista  práctico,  Jaspers  lo  justifica  todo. 
La  ley  aquélla  que  reconocía  como  un  requisito  para  su  libertad  (pas  de  liberté 
sans  loi),  es  particular  como  su  existencia,  y mutable  y pasajera  como  los 
altibajos  y fluctuaciones  que  experimenta  en  su  ser.  No  reconoce,  por  consi- 
guiente, una  ley  universal  derivada  de  las  exigencias  ontológicas  de  su  ser,  de  la 
contingencia  y libertad  de  la  naturaleza  humana  universalmente  considerada, 
que  apunta  hacia  una  causa  última  y final,  hacia  un  orden  y moralidad.  Tampoco, 
claro  está,  reconoce  una  ley  positiva  humana  ni  divina.  Unicamente  ve  una  ba- 
rrera al  desenfreno  y al  instinto  de  una  naturaleza  pervertida,  en  una  con- 
cepción humana  del  deber,  mezclada  con  un  vago  sentimiento  religioso  nacido 
del  misterio  mismo  de  su  existencia,  de  una  especie  de  vértigo  ante  lo  desconocido 
y un  temor  a un  más  allá  donde  lo  encamina  fatalmente  su  contingencia. 

La  variedad  de  las  existencias  humanas,  con  las  cuales  se  comunica,  no  se 
comportan  como  las  partes  de  un  todo,  como  los  miembros  homogéneos  de  un 
conjunto,  precisamente  porque  no  convergen  en  el  ser  como  en  un  común  de- 
nominador. Por  esto  la  filosofía  de  Jaspers  representa  un  individualismo  exage- 
rado. No  cabe  el  concepto  de  una  sociedad  para  la  cual  está  esencialmente  or- 
denado el  hombre:  no  tiene  nada  que  ver  con  la  masa  de  los  hombres;  sólo 
le  basta  otra  existencia  como  complemento  de  la  suya.  Cada  individuo  tiene  su 
verdad,  su  modo  de  ver  la  existencia,  su  moral,  su  trascendencia  y su  Dios 
estrictamente  incomunicables.  Pero,  en  verdad,  en  el  hombre  es  una  exigencia 
ontológica  el  estar  referido  a la  comunidad,  y sin  su  actuación  en  ella  pierde  uno 
de  sus  rasgos  esenciales,  pues  individuo  y sociedad  son  sólo  dos  aspectos  del 
hombre  concreto  y lo  uno  existe  a través  de  lo  otro. 

En  cuanto  a la  historicidad  e irrepetibilidad  de  las  situaciones  típicas  del 
ser  histórico,  es  sin  duda  exagerado  Jaspers  al  hacer  resaltar  tanto  la  concreción 
de  las  diversas  situaciones  en  que  se  encuentra  la  existencia  humana.  Es  necesario 
no  pasar  por  alto  las  posibilidades  universales.  Aquí  notamos  una  vez  más  la 
reacción  contra  un  idealismo  que  defendia  lo  universal  como  lo  único  existente. 

Trascendencia.  — Hemos  visto  que  en  la  percepción  de  los  limites  en  que 
estaba  colocada  sn  existencia,  ha  intuido  (no  se  puede  usar  otra  palabra).  Jas- 

M Cf.  R.  Jolivet,  <El  pensamiento  de  Kierkegaard »,  en  «Sapientia»,  antes 
cit.,  pág.  35. 


100 


Francisco  J.  Cid  G.,  s.  i. 


pera  la  presencia  de  la  trascendencia,  su  orientación  hacia  un  absoluto  des- 
conocido. Pero  es  el  momento  de  preguntarse:  una  filosofía  existencial,  enclaus- 
trada en  la  oscuridad  de  una  inmanencia  ciega,  ¿podrá  llegar  a descubrir  el 
dinamismo  de  lo  contingente,  el  verdadero  sentido  ontológico  que  encierra?  Sólo 
la  consideración  abstracta  de  la  esencia  de  lo  contingente;  el  transporte  de  lo 
existencial  y concreto  a lo  esencial,  tal  como  lo  hace  la  filosofía  escolástica  vía 
causalitatis,  es  capaz  de  revelarnos  la  verdad  ontológica  de  lo  finito  y descubrirnos 
al  Infinito  Absoluto,  que  es  el  fundamento  último  que  hace  posible  al  ser  con- 
tingente. Pero  esto  no  lo  puede  admitir  un  existcncialista  legitimo  como  Jaspers.  . . 

Jaspers,  sin  embargo,  al  igual  que  otros  existencialistas  contemporáneos,  hb 
contribuido  positivamente  con  su  filosofía  centrada  en  el  hombre,  su  origen,  su 
existencia,  su  destino,  etc.,  a devolverle  al  mismo  el  valor  y preponderancia  que 
le  diera  la  filosofía  cristiana  y que  le  arrebataran  las  filosofías  idealistas  y 
totalitarias. 

En  esto  está  en  perfecto  acuerdo  con  la  sana  filosofia,  y podemos  dar  gra- 
cias a Dios,  como  decía  el  P.  J.  Iturrioz,  de  que  la  filosofía  contemporánea 
esté  centrada  en  el  hombre,  de  que  él,  incluso,  sea  el  blanco  de  los  ataques 
marxistas  en  su  dignidad  y en  su  destino,  porque  así  una  reacción  benéfica  de- 
volverá a su  persona  el  puesto  sobresaliente  que  le  corresponde. 

Por  último,  al  captar  Jaspers  la  tragedia  de  la  humana  contingencia,  la  fi- 
nitud  y labilidad  de  toda  realidad,  ha  encontrado  un  punto  de  partida  irrebatible 
para  una  auténtica  ontología  y,  lo  que  es  más,  un  camino  recto  y seguro  hacia 
Dios,  explicación  y fundamento  de  toda  realidad. 

Si  la  existencia  es  búsqueda  y angustia,  Dios  es  hallazgo  y esperanza... 


TEXTOS 


LOS  ELEATAS* 

Z E N O N 

DE  LA  NATURALEZA 


Fragmentos 

1.  ( Simpl . phys.  140,  34).  Al  infinito  en  magnitud  lo  de- 
mostró primeramente  mediante  la  misma  argumentación.  Ha- 
biendo pues  antes  demostrado  que  «si  no  tiene  magnitud  el  ser, 
no  existe»,  arguye  «si  pues  existe,  es  necesario  que  cada  parte 
tenga  alguna  magnitud  y grosor  y difieran  en  esto  la  una  de  la 
otra.Y  acerca  de  la  precedente,  se  diga  lo  mismo.  Pues  también 
ella  tendrá  magnitud,  y tendrá  delante  de  sí,  otra.  Y haber  dicho 
esto  una  vez  es  lo  mismo  que  decirlo  para  siempre.  Pues  ningu- 
na de  las  tales  partes  del  mismo  será  la  última,  ni  dejará  de  ha- 
ber una  después  de  otra.  Así,  si  son  muchas  partes,  es  necesario 
que  éstas  sean  pequeñas  y grandes:  pequeñas,  de  tal  modo  que 
no  tengan  magnitud;  grandes,  de  modo  que  sean  infinitas»  (=  in- 
finitamente extensas) *  1. 

2.  (139,  5).  Pues  en  aquel  escrito  suyo,  que  contiene  mu- 
chos epiqueremas,  con  cada  uno  de  ellos  demuestra  que  al  que 
dice  que  existe  la  pluralidad  le  acaece  decir  cosas  contradicto- 
rias. Entre  los  cuales  epiqueremas  hay  uno  en  el  que  muestra 

(*)  Ver  Ciencia  y Fe,  N.°  20. 

1 Serían  infinitamente  grandes,  porque  todo  cuerpo  extenso  se  podría  di- 
vidir en  un  número  infinito  de  partes:  estas  partes  deben  ser  extensas,  porque 
partes  inextensas  nunca  forman  extensión;  ahora  bien,  un  número  infinito  de 
partes  extensas  formarían  una  extesión  infinitamente  grande.  Luego  si  existie- 
ran muchos  cuerpos,  todos  ellos  serían  infinitamente  grandes. 


102 


Quiles-Granero 


que  «si  son  muchas  las  cosas,  son  a la  vez  grandes  y pequeñas: 
grandes,  de  modo  que  son  infinitas  en  cuanto  a magnitud;  pe* 
queñas,  de  modo  que  no  tienen  ninguna  magnitud».  [B.  1].  En 
esto  ciertamente  demuestra  que  aquello  cuya  magnitud  y gro- 
sor y masa  es  nada,  no  existe.  «Pues  si  a una  cosa,  dice,  se  le 
añadiese,  no  se  haría  mayor;  pues  siendo  nada  la  magnitud  aña- 
dida, en  nada  aumentaría  la  (otra)  magnitud.  Y así  la  añadida 
nada  sería.  Y si,  quitada,  la  otra  magnitud  en  nada  se  hará  me- 
nor, ni  añadida  aumentará,  es  manifiesto  que  lo  añadido,  como 
lo  quitado,  nada  eran». . . 

3.  (140,  27).  Pues  demostrando  nuevamente  que,  si  las  co- 
sas son  muchas,  éstas  son  finitas  e infinitas,  escribe  así  literal- 
mente Zenón:  «Si  son  muchas  cosas,  es  necesario  que  éstas  sean 
como  son,  y ni  mayores  que  ellas  ni  menores.  Si  empero  son  ta- 
les cuales  son,  son  finitas  [en  número]  2.  Si  son  muchas  las  co- 
sas son  infinitos  los  seres:  pues  siempre  hay  otros  más  allá  de  los 
que  están;  y nuevamente,  más  allá  de  aquéllos,  otros.  Y así  son 
infinitos  los  seres».  Y así  demostraba  lo  infinito  según  el  número, 
proveniente  de  la  continua  división  en  dos  partes  3. 

4.  ( Diog . IX,  72).  Mas  también  Xenófanes  y Zenón  el  Elea- 
ta  y Demócrito  según  ellos  son  escépticos..  . Zenón  ciertamente 
niega  el  movimiento,  diciendo:  «El  móvil  ni  se  mueve  en  el 
lugar  en  que  está,  ni  en  el  que  no  está». 

Contra  la  noción  del  « espacio ». 

( Simpl . phys.  562,  3 D). 

El  argumento  de  Zenón  parece  negar  el  que  exista  el  lugar 
[el  espacio]  preguntando  de  esta  manera:  si  existe  el  espacio 
está  en  alguna  parte:  porque  lo  que  existe  ha  de  estar  en  alguna 
parte;  y lo  que  está  en  alguna  parte,  está  en  algún  lugar  [espa- 
cio], por  lo  tanto,  estará  el  espacio  en  el  espacio,  y así  sucesiva- 
mente hasta  lo  infinito:  por  lo  tanto  el  espacio  no  existe4. 

2 «der  Zahlnach»,  Diels,  Vors.,  h.  I. 

3 Aristóteles  (Phys.  I,  3;  A,  8)  dice  refiriéndose  a los  Eleatas:  Algunos 

han  admitido  estas  dos  razones:  por  una  dicen  que  el  ser  es  uno;  pues  de  lo 
contrario  existiría  el  no-ser;  y por  la  otra,  fundados  en  el  argumento  de  la 
división  en  dos  (dicotomía)  dicen  que  huy  extensiones  indivisas. 


Los  Ei.eatas  : Zenón  y Meliso 


103 


(Arist.  Phys.  IV,  1,  29.  23).  La  aporía  [duda]  de  Zenón  pide 
alguna  explicación:  porque  si  todo  ser  está  en  algún  espacio, 
habrá  también  un  espacio  del  espacio,  y así  indefinidamente 4  5. 


Los  cuatro  argumentos  contra  la  existencia  del  movimiento. 

1.*  Inmovilidad  absoluta. 

(Arist.  Phys.  VI,  9;  239  b 9). 

Cuatro  son  los  argumentos  de  Zenón  sobre  el  movimiento, 
que  ofrecen  dificultad  a los  que  los  quieren  resolver:  el  primero 
trata  sobre  que  no  se  mueve  lo  que  es  llevado  [de  un  punto  a 
otro]  porque  es  necesario  que  llegue  antes  al  medio  que  al  fin. 
De  esta  dificultad  ya  dimos  la  solución  en  anteriores  razona- 
mientos. (Phys.  lib.  VI,  cap.  II).  Son  las  mismas  las  divisiones 
del  tiempo  y de  la  magnitud.  Si  uno  de  ellos  es  infinito,  tam- 
bién lo  será  el  otro;  y como  lo  sea  uno,  también  lo  será  el  otro: 
así,  si  el  tiempo  es  infinito  en  sus  extremos;  y si  aquél  es  infi- 
nito en  división  6 también  será  en  división  infinita  la  longitud; 
y si  el  tiempo  lo  es  de  las  dos  maneras,  también  lo  será  la  mag- 
nitud. Por  lo  cual  el  argumento  falso  de  Zenón  pretende  que  no 
se  puede  pasar  infinitas  partes  [de  magnitud]  o tocarlas  una 
por  una,  en  tiempo  finito.  Pues  de  dos  maneras  se  dice  infinita 
la  longitud  y el  tiempo,  y todo  lo  que  es  totalmente  continuo, 
esto  es:  o por  la  división  o por  los  límites.  Así  pues,  las  cosas 
que  son  infinitas  según  la  cantidad,  no  se  pueden  tocar  en  un 


4 Zenón  habla  en  la  hipótesis  admitida  por  todos  de  que  no  existe  el 
número  infinito. 

5 «No  es  difícil  resolver  lo  que  hacía  dudar  a Zenón:  que  si  el  espacio 
es  algo,  estará  en  algún  espacio;  porque  no  hay  dificultad  en  que  el  primer 
espacio (jiqwtov  tójtov) esté  en  otro;  no  como  en  un  lugar,  sino  como  hábito,  a 
la  manera  como  lo  sano  está  en  lo  caliente...  y así  no  es  necesario  el  recurso 
al  proceso  al  infinito. 

6 Se  pueden  hacer  en  una  parte  dada  infinitas  divisiones. 


104 


Quiles-Granero 


tiempo  finito;  pero  las  que  son  infinitas  según  la  división,  pué- 
dense  [tocar]  : porque  el  mismo  tiempo  es  de  esta  manera  infi- 
nito. Por  lo  cual  pasa  uno  las  partes  infinitas,  en  un  tiempo  in- 
finito, y no  finito;  y toca  las  partes  infinitas  en  [tiempos]  in- 
finitos 7 y no  finitos. 

2. "  El  argumento  Agutíes. 

(76,  239  b 14).  El  segundo  argumento  es  el  llamado  «Aqui- 
les».  Y es  éste:  el  que  corre  más  lentamente,  nunca  será  alcan- 
zado por  el  que  corre  velocísimamente  [Agutíes] . Porque  pri- 
mero es  necesario  que  llegue  el  que  persigue  al  punto  de  don- 
de partió  el  que  huye:  de  modo  que  siempre  el  más  lento  estará 
necesariamente  algo  más  adelante  8.  Este  argumento  es  el  mis- 
mo que  el  que  va  dividiendo  en  dos  partes;  pero  difiere  en  que 
no  divide  en  dos  la  magnitud..  . pues  en  ambos  sucede,  que  no 
se  llega  hasta  el  fin,  dividiendo  de  alguna  manera  la  magnitud; 
...por  lo  cual  la  solución  será  la  misma. 

3. °  La  saeta. 

El  tercero  es  el  que  ahora  acabo  de  decir9:  que  la  saeta 
lanzada  permanece  inmóvil.  Esto  acaece,  porque  supone  que 
el  tiempo  consta  de  momentos;  pues  si  esto  no  se  concede,  el 
silogismo  no  puede  hacerse. 

Zenón  arguye  con  falacia:  pues  dice  que  la  saeta  lanzada 
permanece  inmóvil,  si  siempre  toda  cosa  o está  quieta  o se 
mueve  [y  nada  se  mueve]  10  cuando  está  en  un  lugar  [punto] 


7 Según  la  división. 

8 Simplicio  (Phys.  1014,  9 D).  Se  llamó  Aquiles  el  argumento  por  haberse 
supuesto  en  él  a Aquiles  no  pudiendo  alcanzar  a una  tortuga  que  huye,  como 
dice  el  argumento.  (Ritter,  p.  137a). 

0 AI  principio  del  capitulo. 

10  Lo  suple  Diels.  Damos  la  traducción  lo  más  al  pie  de  la  letra,  del  pá- 
rrafo en  que  parece  faltar  alguna  frase.  El  argumento  es  éste:  La  saeta  que 
parece  se  mueve,  debe  estar  quieta.  Porque  ella  en  un  determinado  instante, 


Los  Elbatas:  Zbnón  y Mbliso 


105 


igual;  pero  por  otra  parte  se  halla  siempre  en  un  momento” 
«todo  lo  que  está  en  un  punto  igual,  se  halla  en  un  mismo  mo- 
mento». Pero  esto  es  falso,  porque  no  consta  el  tiempo  de  mo- 
mentos indivisibles,  como  ninguna  otra  magnitud. 

4."  Los  que  corren  el  Estadio  en  dirección  contraria. 

El  cuarto  es  de  moles  (o  masas)  iguales  que  se  mueven  con- 
trariamente en  el  estadio,  junto  a otras  iguales,  unas  desde  el  fin 
del  estadio,  otras  desde  el  medio,  a igual  velocidad;  con  lo  que 
sucede,  según  él  piensa,  que  es  igual  la  mitad  del  tiempo  que 
el  doble. 

Pero  está  la  falacia  en  que  pide  que  uno  junto  a aquella 
masa  que  se  mueve,  y otro  junto  a la  que  está  en  reposo,  se 
mueven  con  igual  celeridad,  en  igual  tiempo,  y a través  de  una 
magnitud  igual.  Lo  cual  es  falso. 

M E L I S O 

DE  LA  NATURALEZA  O DEL  SER 
Fragmentos 

1.  ( Simpl . Phys.  162,  24).  Y Meliso  demostró  la  no-genera- 

ción del  ser,  usando  este  común  argumento;  escribe  pues  así: 
«Siempre  era  lo  que  algo  era  y siempre  será.  Si  pues  hubiese 
nacido,  es  necesario  que  antes  de  nacer  hubiese  sido  nada;  si 
empero  nada  era,  de  ninguna  manera  hubiese  nacido  nada  de 
la  nada» *  1. 


que  tiene  una  duración  indivisible,  no  se  mueve,  pues  todo  movimiento  requie- 
re dos  instantes.  Ahora  bien,  si  en  cada  uno  de  los  momentos  de  que  se  com- 
pone el  tiempo  no  se  mueve  la  saeta,  tampoco  en  todo  el  tiempo  se  moverá. 

11  Todo  lo  qv»e  está  en  un  punto  igual  se  halla  en  un  mismo  momento. 

1 Traducimos  el  comentario  de  Simplicio  a los  Fragmentos  1,  2,  6,  7. 
Simpl.  Phys.  103,  13  (Diels,  B,  1,  p.  185;  RP.  n.  142,  p.  109). 

Meliso  usando  los  axiomas  de  los  Físicos,  sobre  la  generación  y la  corrup- 


106 


Quiles-Granero 


2.  (29,  22.  109,  20).  Puesto  que  lo  que  no  ha  nacido  es,  y 
siempre  era,  y siempre  será,  tampoco  tiene  principio  ni  fin,  sino 
que  es  infinito.  Pues  si  fuese  hecho  tendría  principio  (pues  co- 
menzó alguna  vez  lo  hecho),  y fin  (pues  terminó  alguna  vez  lo 
hecho) : empero  lo  que  ni  comenzó  ni  acabó  y siempre  era  y 
siempre  será  no  tiene  principio  ni  fin *  2.  Pues  no  es  posible  que 
exista  siempre,  sino  lo  que  enteramente  es»  3. 

3.  (109,  29).  Gomo  a lo  «generado  alguna  vez»  lo  llama  fi- 
nito por  su  esencia,  así  también  a lo  que  siempre  existe  lo  de- 
nomina infinito  por  su  esencia;  esto  lo  esclarece  diciendo:  «Pero 
como  siempre  existe,  así  también  es  necesario  que  en  cuanto  a 
su  magnitud  sea  siempre  infinito».  Por  magnitud  empero  no  en- 
tiende lo  extenso  [que  tiene  dimensiones,  longitud,  latitud]. 

4.  (110,  2).  Y luego  a lo  eterno  añadió  lo  infinito  según  su 
esencia,  diciendo:  «lo  que  tiene  principio  y fin,  no  es  ni  eterno 
ni  infinito»,  como  lo  que  no  lo  tiene,  es  infinito. 


ción,  comienza  su  escrito  así:  «si  nada  existe,  acerca  de  esto,  ¿qué  se  diría 
como  de  algún  ser?  (¿Cómo  se  podría  decir  que  algún  ser  existe?)  y si  algo 
existe,  o es  producido,  o siempre  existió;  pero  si  es  producido,  o lo  ha  sido 
del  ser  o del  no-ser;  ahora  bien,  no  puede  algo  ser  producido  del  no-ser,  (ni  otra 
cosa  que  sea  no-ser,  ni  mucho  más  que  sea  simplemente  ser)  ni  del  ser. 
Pues  entonces  ya  existiría,  y no  sería  producido.  Por  lo  tanto  el  ser  no  es 
producido:  luego  existe  siempre.  Ni  dejará  de  existir:  pues  el  ser  no  se  cam- 
biará en  el  no-ser  (pues  se  concede  esto  por  los  Físicos),  ni  en  el  ser.  Pues 
ciertamente  de  nuevo  sería  así  y no  habría  dejado  de  ser.  Por  lo  tanto  ni  el 
ser  fuá  producido,  ni  dejará  de  existir:  siempre,  pues,  (ué,  y será. 

2 Comentario  de  Simplicio:  Phys.  103,  24  (Diels  B,  2,  p.  186:  R.P. 
n.  14  B,  p.  110). 

Y puesto  que  lo  producido  tiene  principio,  y lo  no  producido  no  lo  tiene: 
no  siendo  el  ser  producido,  no  tiene  principio.  Y si  lo  corruptible  tiene  fin,  si 
algo  es  incorruptible  no  tiene  fin;  y siendo  el  ser  incorruptible,  no  tiene  fin. 
Ahora  bien,  lo  que  no  tiene  principio  ni  fin  es  ilimitado;  por  lo  tanto  el  ser  es 
¡limitado  (ojmpov)».  Se  mezclan  en  1a  argumentación  ilógicamente  el  tiempo 
y el  espacio.  Esto  es  causa  de  que  tanto  a Xenófanes  como  a Meliso  los  llama 
Aristóteles  «un  tanto  incultos»,  juxqóv  áy()o|xÓTEQOi.  Met.  I,  9,  989  b 26. 

3 Esta  última  frase:  «lo  que  enteramente  es * (5  ti  fi¡|  Jtdv  eotiv) significa  en 
Meliso  infinitud  espacial.  Así  lo  interpretó  ya  Aristóteles.  Item  los  modernos 
v.  g.  Ritter,  n.  143,  p.  110,  Cardini,  p.  138.  Disiente  Covolti,  citado  por  Cardini. 


Los  Ei.katas  : Zbnón  y Meliso 


107 


5.  (110,  5).  Del  infinito  deduce  la  unidad,  por  aquello:  «si 
no  fuese  uno,  limitaría  con  otro».  Esto  lo  acusa  Eudemo  como 
dicho  sin  claridad,  escribiendo  así:  «si  pues  concediese  cual- 
quiera que  el  ser  es  infinito,  ¿por  qué  también  ha  de  ser  uno? 
Pues  no  porque  sean  muchos  han  de  limitar  unos  con  otros.  Pues 
parece  que  el  tiempo  futuro  es  infinito,  y limita  con  el  presente. 
Ciertamente,  varias  cosas  no  pueden  ser  infinitas  en  todo  sen- 
tido; pero  en  un  sentido,  aparece  posible.  Es,  pues,  necesario 
demostrar  cómo  no  pueden  ser  infinitas,  si  son  varias  4. 

6.  (de  cáelo,  557,  14).  ...entendiendo  evidentemente  que 
«si  el  ser  es  uno,  no  habría  otro  fuera  de  él».  Meliso  afirma:  «si 
pues  fuese  (infinito)  sería  uno;  pues  si  fuesen  dos,  no  podrían 
ser  infinitos,  sino  que  limitarían  uno  con  otro». 

7.  (Phys.  111,  18).  Habla  así  Meliso  resumiendo  lo  ante- 
riormente dicho,  y disertando  de  este  modo  sobre  el  movimiento: 
«Así,  pues,  es  eterno  e infinito  y uno  y enteramente  idéntico.  Y 
ni  es  disminuido  en  nada,  ni  se  hace  mayor,  ni  cambia  de  aspec- 
to, ni  padece  dolor,  ni  tribulación;  pues  si  pudiera  padecer  de 
alguna  de  estas  cosas,  ya  no  sería  uno.  Pues  para  cambiarse  en 
otro,  es  necesario  que  el  ser  no  sea  idéntico  (a  sí),  sino  que 
perezca  lo  que  primero  existía,  y lo  que  no  existía  nazca.  Y aun 
si  en  diez  mil  años  se  mudase  en  un  solo  cabello,  para  toda  la 
eternidad  perecería  totalmente.  Pero  ni  es  posible  cambiar  de 
aspecto.  Porque  el  orden  cósmico  que  primero  existía  no  perece, 
ni  el  que  no  existía  nace.  Y dado  que  nada  se  añade  ni  se  pierde 
ni  se  cambia  ¿cómo  podría  existir  algo  cambiado  de  las  cosas 
que  existen? 

Pues  si  una  cosa  se  vuelve  otra,  debe  sufrir  una  transfor- 
mación. Ni  siente  dolor:  porque  absolutamente  no  podría  exis- 


4 Es  claro  que  el  infinito  absoluto  según  el  tiempo  y la  esencia,  tal  como 
lo  supone  Meliso,  arguye  la  unicidad  del  ser.  Notemos  de  paso  que  estas  pro- 
piedades existen  tal  como  las  concibe  Meliso  y Parménides  en  el  Ser  Abosulto, 
Dios,  trascendente  repecto  del  mundo  de  los  sentidos. 

Los  eleatas  no  pudieron  desentenderse  de  la  concepción  material,  corporal 
del  ser,  y de  aquí  sus  antinomias,  al  querer  aplicar  aquellas  propiedades  a un 
ser  material . 


108 


Quiles-Granero 


tir,  si  fuese  capaz  de  dolor;  ya  que  no  puede  existir  siempre  una 
cosa  capaz  de  dolor,  ni  tiene  una  fuerza  igual  a la  del  sano.  Ni 
sería  idéntico,  si  padeciese  dolor.  Pues  padecería  dolor  o habién- 
dosele quitado  algo  o añadido,  y ya  no  sería  idéntico  (a  sí  mis- 
mo). Ni  lo  sano  puede  padecer  dolor,  pues  entonces  lo  sano  y el 
ser  perecerían,  y el  no  ser  sería  producido.  Y acerca  del  afligir- 
se se  puede  decir  lo  mismo  que  del  padecer  dolor.  Ni  el  vacío 
es  algo;  pues  el  vacío  es  nada:  y no  existe  lo  que  es  nada:  ni  se 
mueve,  pues  no  tiene  adonde  apartarse,  sino  que  es  lleno.  Y si 
fuera  vacío,  iría  hacia  el  vacío:  mas  siendo  nada  el  vacío,  no 
tiene  adonde  ir.  Lo  denso  además  y lo  raro  no  existen.  Porque 
lo  raro  no  puede  ser  tan  lleno  como  lo  denso,  sino  que  lo  raro 
ciertamente  es  más  vacío  que  lo  denso.  Es  necesario  hacer  esta 
diferencia  entre  lo  lleno  y lo  no  lleno:  si  algo  contiene  o recibe, 
no  es  lleno;  si  ni  contiene  ni  recibe,  es  lleno.  Es  pues  necesario 
que  exista  lo  lleno,  si  el  vacío  no  existe.  Y si  (el  ser)  es  lleno, 
no  se  mueve  5. 

8.  (de  cáelo,  558,  19).  Habiendo  dicho  acerca  del  ser  que 
es  uno,  e increado,  e inmóvil  y no  interrumpido  por  ningún  va- 


5 Paráfrasis  de  Simplicio:  (Diels,  B.  7,  p.  189):  «De  otra  forma.  Nada  hay 
vacio  del  ser:  pues  el  vacío  es  nada;  y no  podría  existir  lo  que  es  nada.  Por 
lo  que  tampoco  se  mueve  el  ser:  pues  no  tiene  a dónde  dirigirse  por  ninguna 
parte,  del  vacío  no  ser.  Ni  puede  tampoco  replegarse  sobre  sí  mismo:  pues  sería 
entonces  más  raro  que  él  mismo  y más  denso:  esto  es  imposible.  Pues  lo  raro 
no  puede  juntamente  estar  lleno  de  lo  denso.  Pero  ciertamente  lo  raro  está  más 
vacío  que  lo  denso:  pero  lo  vacío  no  existe. 

Ahora  bien,  si  el  ser  está  lleno  o no,  conviene  juzgarlo  por  si  recibe  en  si 
jlguna  otra  cosa  o no;  pues  si  no  la  recibe,  está  lleno,  y si  la  recibiera  no  lo 
¿staría.  Y si  no  está  vacío  es  necesario  que  esté  lleno;  y si  es  asi  (es  necesario) 
que  esté  inmóvil;  no  que  no  pueda  moverse  por  estar  lleno,  como  decimos  de 
los  cuerpos,  sino  porque  todo  el  ser  ni  puede  ser  movido  hacia  el  ser  (pues 
no  hay  nada  junto  al  mismo)  ni  hacia  el  no  ser,  pues  el  no  ser  no  existe»... 


Los  Ei.batas:  Zbnón  y Mf.liso 


109 


cío,  sino  completamente  lleno  de  sí  mismo,  continúa:  «Esta  de- 
mostración es  el  mayor  signo  de  que  (el  ser)  es  uno  solo.  Pero 
también  estas  otras  pruebas:  Si  existen  muchas  cosas,  es  ne- 
cesario que  éstas  sean  tales,  cuales  yo  afirmo  que  es  la  unidad. 
Sí  pues  existe  tierra  y agua  y aíre  y fuego  y hierro  y oro,  y así 
lo  viviente  como  lo  muerto,  y negro  y blanco,  y las  otras  cosas 
que  los  hombres  dicen  ser  reales;  si  efectivamente  estas  cosas 
existen,  y nosotros  rectamente  vemos  y oímos,  es  necesario  que 
cada  cosa  permanezca  tal  cual  nos  apareció  la  primera  vez,  y 
que  no  se  cambie  ni  se  vuelva  otra,  sino  que  siempre  sea  tal 
cual  primero  era:  ahora  ciertamente  decimos  que  con  rectitud 
vemos  y oímos  y entendemos.  Empero,  a nosotros  nos  parece  que 
lo  caliente  se  vuelve  frío,  y lo  frío  caliente,  y lo  duro  blando,  y 
lo  blando  duro,  y que  lo  vivo  muere  y nace  de  lo  no  vivo,  y que 
todas  estas  cosas  se  cambian,  y que  nada  de  lo  que  era  es  igual 
a lo  que  ahora  es,  sino  que  el  hierro  siendo  duro  es  desmenu- 
zado con  el  dedo  como  si  fuese  líquido,  y lo  mismo  el  oro  y la 
piedra  y cuanto  parece  ser  enteramente  sólido;  y que  la  tierra 
y la  piedra  están  hechas  de  agua:  de  este  modo  acontece  que  ni 
vemos  ni  conocemos  las  cosas.  Pero  estas  cosas  no  están  en  con- 
sonancia las  unas  con  las  otras.  Porque  a nosotros,  que  afirma- 
mos que  existen  cosas  múltiples  y eternas  dotadas  de  forma  y 
consistencia,  todo  parece  cambiar  y mudarse  de  lo  que  siempre 
había  sido  visto.  Es  pues  evidente  que  no  veíamos  rectamente, 
y que  aquella  multiplicidad  de  cosas  no  nos  aparecía  con  recti- 
tud: porque  no  hubiesen  cambiado  si  fuesen  verdaderas,  sino 
que  cada  una  sería  enteramente  tal  cual  aparecía.  Porque  nada 
hay  más  estable  que  lo  que  es  verdadero  6.  Y si  algo  cambia,  lo 
que  es  desaparece,  y lo  que  no  es,  nace.  Así,  por  fin,  si  hay  plu- 
ralidad de  cosas,  es  necesario  que  éstas  sean  cual  es  la  unidad. 

9.  (Phys.  109,  34).  [Meliso]  quiere  que  el  ser  sea  incor- 
póreo; lo  ha  manifestado  diciendo:  «si  pues  existe,  es  necesario 
que  sea  uno;  siendo  uno,  es  necesario  que  no  tenga  cuerpo;  por- 
que si  tuviese  dimensión,  tendría  partes,  y ya  no  sería  uno  7. 

10.  (109,  32).  Llama  magnitud  no  a lo  que  tiene  dimensión, 
pues  él  muestra  al  ser  como  indiviso:  «porque  si  se  divide,  dice, 


110 


Quiles-Granero 


el  ser,  se  mueve:  pero  lo  que  se  mueve  no  existe».  Sino  que  mag- 
nitud llama  a la  trayectoria  misma  del  sujeto. 


6 Este  fragmento  enfoca  a la  vez,  con  una  claridad  y belleza  de  expresión 
rara  en  los  presocráticos,  los  dos  problemas  fundamentales  del  ser:  el  problema 
metafísico  y el  problema  criteriológico.  La  solución  eleática,  al  concebir  el 
«ser»  y «lo  verdadero»  como  una  cristalización  ontológica  de  nuestro  concepto 
abstracto  de  ser,  dejó  al  margen  de  la  metafísica  la  realidad  mudable,  y negó 
la  veracidad  de  nuestra  percepción  del  mundo  exterior  contra  la  experiencia  y 
razón.  Dió  una  explicación  incompleta  de  la  realidad. 

7 ¿De  qué  unidad  del  ser  habla  aqui  M.P  ¿De  la  unidad  que  debería  tener 
cada  una  de  las  múltiples  cosas,  que  según  él  no  existen,  o de  la  del  Universo- 
Uno?  Zeller  duda  (1.a6,  611  2).  Aristóteles  (Met.  I,  5),  dice:  Parménides  pa- 
rece que  se  refirió  al  ser  lógico  (xó  xaxd  tóv  Xóyov),  Meliso  en  cambio  al  ser 
uno  material  (xó  xaxá  xxjv  vXriv).  Donde  supone  que  se  refiere  al  Universo-Uno 
material.  Esto  no  quiere  decir  que  considere  al  ser  como  cuerpo  (oóípa ) sino 
como  í)Xr|  (materia)  que  según  él  no  tiene  dimensiones. 


ACTUALIDADES 


CRONICA  1949 

Asociación  Católica  Argentina  de  Filosofia 


El  día  14  de  mayo  de  1949,  como  resultado  de  varias  reuniones 
previas,  y de  conversaciones  iniciadas  en  Mendoza  durante  los  días 
del  Primer  Congreso  Nacional  de  Filosofía,  quedó  fundada,  con  sede 
central  en  Buenos  Aires  (provisoriamente  en  Australia  1761)  y fi- 
liales en  el  interior  del  país,  la  Asociación  Católica  Argentina  de 
Filosofía,  cuyos  fines  y actividades  quedan  expresados  en  los  Esta- 
tutos que  a continuación  transcribimos: 

TITULO  I.  - Bases. 

Artículo  1.®  — La  Asociación  Católica  Argentina  de  Filosofía,  constituida 
por  católicos  sin  distinción  de  escuelas,  tiene  como  fin  la  investigación  y di- 
fusión en  el  orden  filosófico. 

Art.  2.®  — Esta  investigación  y difusión  la  Asociación  la  realizará  por  los 
siguientes  medios: 

a)  Por  la  celebración  de  coloquios  periódicos  en  los  cuales  los  socios  o 
invitados  especiales  sometan  a consideración  y discusión,  de  acuerdo  a 
la  reglamentación  que  para  tales  coloquios  se  apruebe,  comunicaciones 
sobre  temas  de  interés  filosófico. 

b)  Por  la  organización  de  conferencias  públicas,  cursos,  exposiciones  y 
otros  actos  culturales. 

c)  Por  la  edición  de  publicaciones  de  carácter  filosófico,  ya  se  trate  de 
revistas  o boletines  como  de  la  edición  de  obras  originales,  textos  clá- 
sicos, traducciones,  etc. 

d)  Por  cualquier  otro  medio  que  la  Asamblea  general,  o la  Junta  Directiva 
ad  referendum  de  ésta,  juzgare  conveniente. 

Art.  3.®  — La  Asociación  no  se  disolverá  mientras  existan  en  la  sede  central 
diez  socios  dispuestos  a continuar. 


112 


Actualidades 


TITULO  II.  - De  los  socios. 

Art.  4.°  — Para  ser  socio  activo  de  la  Asociación  Católica  Argentina  de  Fi- 
losofía se  requiere: 

a)  Ser  católico  práctico; 

b)  Ser  autor  de  trabajos  filosóficos  o catedrático  de  jerarquía  univer- 
sitaria ; 

c)  Ser  presentado  por  un  socio; 

d)  Ser  aceptado  por  la  Junta  Directiva,  que  decidirá  acerca  de  su  admi- 
sión en  votación  secreta,  por  simple  mayoría  de  votos. 

Art.  5.°  — Los  miembros  residentes  en  el  interior  del  país  estarán  inscrip- 
tos en  la  Sede  central  y podrán  remitir  a ella  sus  comunicaciones.  Cuando  en 
una  ciudad  haya  un  número  suficiente  de  socios  podrá  constituirse,  con  aproba- 
ción de  la  Sede  central,  un  Centro  filial  de  ésta,  regido  por  los  mismos  Esta- 
tutos, que  celebrará  sus  propios  coloquios  enviando  anualmente  crónica  de  ellos 
y de  sus  demás  actividades  a la  Sede  central. 

Art.  6.°  — Los  socios  activos  contribuirán  con  una  cuota  anual  de  diez  pesos 
moneda  nacional  para  los  gastos  generales  de  la  Asociación. 

Art.  7.®  — Se  pierde  la  calidad  de  socio: 

a)  Por  renuncia  aceptada  por  la  Junta  Directiva; 

b)  Por  exclusión  resuelta  por  la  Junta  Directiva  o por  la  Asamblea,  con- 
forme a las  disposiciones  que  establecerán  estos  Estatutos. 

Art.  8.°  — Son  socios  adherentes  los  que,  no  reuniendo  las  condiciones  re- 
queridas en  el  art.  4.°,  inc.  b),  sean  presentados  por  un  socio  y aceptados  en 
calidad  de  adherentes  por  la  Junta  Directiva. 


TITULO  III.  - De  las  autoridades. 

Art.  9.”  — La  autoridad  suprema  de  la  institución  es  la  Asamblea  General, 
integrada  por  todos  los  socios  activos  en  condiciones  de  vot.ár. 

Art.  10.®  — Dicha  Asamblea,  en  votación  secreta  y por  simple  mayoría  de 
votos,  elegirá  de  entre  sus  miembros  una  Junta  Directiva  integrada  por  un  Pre- 
sidente, un  Vicepresidente,  un  Secretario,  un  Tesorero,  tres  Vocales  titulares  y 
dos  VocaleB  suplentes,  la  cual  tendrá  a su  cargo  la  dirección  y representación 
de  la  Asociación,  reuniéndose  cuando  las  circunstancias  lo  aconsejen  y adoptando 
sus  resoluciones  por  simple  mayoría  de  votos,  excepto  en  los  casos  en  que  estos 
Estatutos  dispongan  otra  cosa. 

Art.  11.®  — La  Junta  Directiva,  por  los  votos  de  las  dos  terceras  partes  de 
sus  miembros,  podrá  suspender  o excluir  de  la  Asociación  a cualquiera  de  los 
socios,  vistos  y examinados  los  cargos  en  sesión  secreta.  Para  la  exclusión  de  un 
socio  con  más  de  cinco  años  de  antigüedad  se  necesitará  asimismo  la  ratifica- 
ción de  la  siguiente  Asamblea  general  ordinaria. 


Actualidades 


113 


TITULO  IV.  - De  las  Asambleas. 

Art.  12.*  — La  Asamblea  General  Ordinaria  tendrá  lugar  cada  tres  años  en 
el  mes  de  Abril.  Si  no  estuviera  presente  la  tercera  parte  de  los  socios  en  con 
«liciones  de  votar,  se  consideraná  que  hay  quorum  legal  después  de  media  hora  de 
espera.  En  dicha  Asamblea  se  pondrá  a consideración  y aprobación  la  Memo- 
ria y Balance  que  presentará  la  Junta  Directiva  que  termina  su  mandato,  y se 
procederá  a la  elección  de  la  nueva  Junta  Directiva,  considerando  luego  los  demás 
asuntos  incluidos  en  el  Orden  del  día. 

Art.  13.*  — Las  Asambleas  Extraordinarias  podrán  ser  convocadas  por  reso 
lución  de  la  Junta  Directiva,  que  expresará  los  motivos  de  tal  convocatoria,  o 
bien  a solicitud  de  un  número  de  socios  no  inferior  a la  quinta  parte  del  total. 
Para  ellas  regirán  las  mismas  normas  que  para  la  Asamblea  Ordinaria. 

Art.  14.®  — Todas  las  resoluciones  de  las  Asambleas  se  tomarán  por  simple 
mayoría  de  votos,  salvo  que  se  trate  de  la  modificación  de  estos  Estatutos,  en 
cuyo  caso  se  requerirá  una  mayoría  de  dos  tercios  sobre  el  número  total  de 
socios,  presentes  o no. 

Art.  15.®  — En  las  Asambleas,  a partir  del  año  siguiente  al  de  la  fundación 
de  la  Asociación,  sólo  tendrán  derecho  a votar  los  socios  que  estén  al  día  con 
tesorería  y tengan  al  menos  un  año  de  antigüedad. 

Reglamentación  de  los  coloquios 

1. ®  — Se  realizarán  cuatro  coloquios  al  año,  que  tendrán  lugar  en  los  meses 
de  Abril,  Junio,  Agosto  y Octubre,  en  fechas  que  se  fijarán  oportunamente. 

2. ®  — Los  miembros  interesados  en  presentar  comunicaciones  avisarán  de 
ello  con  quince  días  de  anticipación  a la  Secretaría,  anticipando  el  título,  y a 
ser  posible  el  sumario  de  la  comunicación. 

3. ®  — El  Presidente  y el  Secretario  organizarán  el  temario  de  cada  colo- 
quio, pudiendo,  cuando  el  número  de  comunicaciones  u otras  circunstancias  lo 
aconsejen,  habilitar  un  coloquio  fuera  de  las  fechas  ordinarias. 

4. ®  — El  Secretario  citará  oportunamente  a los  socios  para  cada  coloquio. 

5. ®  — Las  comunicaciones  que  se  presenten  a estos  coloquios  han  de  ser  de 
una  extensión  tal  que  su  lectura  no  exceda  los  veinte  minutos;  la  discusión  podrá 
prolongarse  hasta  completar  la  hora,  quedando  sujeta  a votación  de  los  asisten- 
tes la  ampliación  de  este  plazo. 

La  primera  Comisión  Directiva,  elegida  por  votación,  quedó 
integrada  en  la  siguiente  forma : Presidente» : Héctor  A.  Llambías ; 
Vicepresidente-.  Ismael  Quiles,  S.  I.;  Tesorero : Abelardo  F.  Rossi ; 
Secretaria : María  Mercedes  Bergadá;  Vocales  Titulares:  Enrique  B. 
Pita,  S.  I.;  Juan  Pichon-Riviére  y Luis  M.  Séligmann  Silva;  Vocales 
Suplentes : Juan  Alfredo  Casaubon  y José  Enrique  Miguens. 

Fueron  los  restantes  miembros  fundadores : Cgo.  Dr.  Octavio 
N.  Derisi,  R.  P.  Juan  Bussolini,  S.  I.,  Pbro.  Dr.  Luis  M.  Etcheverry 


114 


Actualidades 


Boneo  y los  Dres.  Juan  Miguel  Bargalló  Cirio,  José  María  de  Es- 
trada, Vicente  Márquez  Bello,  Rodolfo  Martínez  (h.),  Arturo  E. 
Sampay  y Gastón  F.  Terán. 

Dado  que  el  Presidente,  Dr.  Llambías,  y el  Vicepresidente, 
P.  Quiles,  viajaron  a Córdoba  hacia  fines  de  mayo,  el  primero  para 
integrar  jurados  en  la  Universidad  local  y el  segundo  invitado  por 
la  Facultad  de  Humanidades  para  dictar  algunas  conferencias,  apro- 
vecharon esta  circunstancia  para  ponerse  en  contacto  con  los  estu- 
diosos de  dicha  ciudad,  dejando  encomendada  a los  Profesores 
Dres.  Alfredo  Fragueiro  y Nimio  de  Anquín  la  constitución  de  la 
filial  cordobesa  de  la  Asociación. 

Conforme  a los  Estatutos,  en  junio  celebró  la  Asociación  su  pri- 
mer coloquio,  que  contó  con  la  asistencia  y activa  participación  de  la 
mayor  parte  de  sus  miembros.  En  él  presentaron  comunicaciones  el 
Dr.  Juan  Pichon-Riviére,  sobre  « Ubicación  de  la  Política  dentro  de 
la  Filosofía »,  y el  R.  P.  Ismael  Quiles,  S.  I.,  sobre  *El  In-Sistencialis- 
mo,  proyección  final  del  existencialismo ». 

En  los  dos  coloquios  subsiguientes,  a fin  de  dar  mayor  am- 
plitud a la  discusión,  de  acuerdo  a la  experiencia  recogida  en  el 
primer  coloquio,  sólo  se  consideró,  en  cada  caso,  una  comunicación. 
Fueron  éstas:  « Concepción  dinámica  del  Derecho-»,  por  el  Dr.  Luis 
Ma.  Séligmann  Silva,  y «La  Teoría  pura  del  Derecho,  de  Kelsen», 
por  el  Dr.  Juan  A.  Casaubon. 

Un  resumen  de  cada  una  de  estas  comunicaciones  aparecerá  en 
los  Anales  que  la  Asociación  se  propone  editar  en  breve. 

Por  último,  el  día  12  de  noviembre,  la  Asociación  se  reunió 
en  amistoso  convivio  para  despedir  a su  Vice-Presidente,  P.  Quiles, 
que  partió  para  Washington  y Canadá  con  el  objeto  de  efectuar  in- 
vestigaciones y reunir  materiales,  en  la  Congress  Library  de  Washing- 
ton y en  los  Institutos  de  Estudios  Medievales  de  Ottawa  y Toronto, 
para  la  redacción  de  una  extensa  Historia  de  la  Filosofía  Escolástica, 
obra  de  aliento  a la  que  se  propone  dedicar  varios  años  de  labor. 
Además,  especialmente  invitado  por  la  Qeorgetown  University,  dic- 
tará allí  un  cursillo  de  filosofía  medieval. 

La  Asociación,  por  moción  de  su  Presidente,  acordó  conferir  al 
P.  Quiles  su  representación  a los  fines  de  establecer  contacto  con 
The  American  Catholic  Philosophical  Association,  y otras  entidades 
con  las  cuales  juzgara  oportuno  vincularse. 


Actualidades 


US 


El  Instituto  Superior  de  Filosofía  en  el  curso  1949 

El  Instituto  Superior  de  Filosofía  que  funciona  en  el  Co- 
legio del  Salvador  inauguró  solemnemente  sus  cursos  el  23  de  marzo. 
El  R.  P.  Enrique  B.  Pita,  S.  I.,  tuvo  el  discurso  de  apertura,  y el 
R.  P.  Honorio  Gómez  Maldonado,  S.  I.,  dictó  la  lección  inaugural. 

El  Instituto  desarrolló  este  año  su  programa  de  cursos  y con- 
ferencias con  un  nutrido  y a veces  extraordinario  concurso  de  oyentes, 
que  colmaban  el  aula. 

Durante  este  año  escolar  se  dictaron  las  siguientes  materias 
como  asignaturas  principales:  Cosmología,  por  el  R.  P.  Honorio 
Gómez  Maldonado,  S.  I.,  y Psicología,  por  el  R.  P.  Enrique  B.  Pi- 
ta, S.  I. ; como  asignaturas  auxiliares : Introducción  a la  historia  de 
la  filosofía,  por  el  R.  P.  Ismael  Quiles,  S.  I.,  Sociología,  por  el  Pbro. 
Dr.  Egidio  Esparza,  Legislación  del  trabajo,  por  el  Dr.  Vicente  A. 
Márquez  Bello,  Los  filósofos  políticos,  por  el  Dr.  Rodolfo  Martí- 
nez (h.),  Economía  social,  por  el  Dr.  Carlos  A.  Lenna,  La  persona 
humana,  por  el  Dr.  Juan  Pichon-Riviére  y Caracteriología,  por  el 
Dr.  Pedro  G.  D' Alfonso. 

Al  Primer  Congreso  Nacional  de  Filosofía,  celebrado  en  Men- 
doza del  30  de  marzo  al  9 de  abril,  asistieron  del  Claustro  Profesoral 
del  Instituto,  como  Miembros  Activos,  los  PP.  Bussolini,  Gómez  Mal- 
donado,  Pita  y Quiles  y el  Dr.  Juan  Pichon-Riviére.  El  P.  Pita  habló 
en  iftia  Sesión  particular  sobre  «Lo  esencial  y lo  accidental  del  de- 
recho de  propiedad  según  la  filosofía  católica »;  y en  la  última  Sesión 
Plenaria  tuvo  a su  cargo  la  Conmemoración  de  Francisco  Suárez; 
el  P.  Quiles  desarrolló  en  una  Sesión  particular:  «La  proyección  fi- 
nal del  existencialismo»  ; y el  Dr.  Pichon-Riviére:  «Distingo  entre 
persona  y personalidad». 

El  día  22  de  abril  honraron  la  tribuna  del  Instituto  dos  delega- 
dos españoles  al  Primer  Congreso  Nacional  de  Filosofía,  los  RR.  PP. 
Jesuítas  Ramón  Ceñal  Llórente  y Jesús  Iturrioz:  el  primero  diser- 
tó sobre  «La  filosofía  española  contemporánea »,  y el  segundo  acerca 
de  « Hombre , sociedad  y civilización  en  Balmes ».  A continuación  el 
P.  Pita  expresó  sus  «Impresiones  sobre  el  Primer  Congreso  Nacional 
de  Filosofía». 

El  15  de  junio  el  Instituto  celebró  el  quinto  aniversario  de  su 
fundación.  El  discurso  conmemorativo  estuvo  a cargo  del  Dr.  Vicente 


116 


Actualidades 


A.  Márquez  Bello,  y el  R.  P.  Enrique  Herrera,  S.  I.,  pronunció  una 
conferencia  sobre : « Bases  para  una  formación  universitaria». 

El  14  de  septiembre  el  Instituto  conmemoró  el  segundo  cente- 
nario del  nacimiento  de  Goethe  con  una  conferencia  del  Pbro.  l)r.  Pe- 
dro Ciklic  sobre  «Lo  biológico  y lo  psicológico  en  Goethe ». 

El  26  de  octubre  se  celebró  el  acto  de  clausura  de  los  cursos  con 
una  disertación  del  Delegado  Organizador  de  la  Facultad  de  Filo- 
sofía y Letras  de  la  Universidad  Nacional  del  Litoral,  Dr.  Absalón 
D.  Casas,  sobre  el  tema : «Expresiones  modernas  del  Constituciona- 
lismo social»;  a continuación  dictó  su  última  lección  del  año  el 
P.  Pita  sobre  « Visión  panorámica  de  la  psicología».  Presidió  el  acto 
el  Excmo.  Sr.  Obispo  Auxiliar  de  Rosario,  Mons.  Silvino  Martínez, 
y asistieron  al  mismo  destacadas  personalidades  de  Las  Universidades 
Nacionales  de  Buenos  Aires  y del  Litoral. 

En  el  mes  de  noviembre  se  llevaron  a cabo  los  exámenes  de  las 
materias  dictadas,  para  los  alumnos  que  optan  al  Diploma  del  Ins- 
tituto. Se  presentaron  a exámenes  doce  alumnos. 

DEL  EXTERIOR : 

LA  SOCIEDAD  ESPAÑOLA  DE  FILOSOFIA 

Noticias  de  último  momento  recibidas  de  España  nos  informan 
que  el  día  3 de  febrero  del  presente  año  de  1950  se  reunió  en  Madrid 
la  Asamblea  General  de  la  Sociedad  Española  de  Filosofía  (SEF), 
eligiéndose  en  ella  la  siguiente  Junta  de  Gobierno:  Presidente : J.  Za- 
ragüeta-  Vicepresidentes-.  L.  E.  Palacios  y P.  Font  Puig;  Secretario: 
R.  Ceñal  Llórente,  S.  I.;  Tesorero : A.  Alvarez  de  Linera;  Vocales : 
Juan  Yela,  José  Camón,  M.  Mindán,  J.  Hellín,  S.  I.,  José  L.  Aran- 
guren  y Miguel  Oromí,  O.  F.  M. 

Se  designaron  socios  de  honor  en  los  países  iberoamericanos  a: 
José  Vasconcelos  (México),  Honorio  Delgado  (Perú),  Enrique  Moli- 
na (Chile),  y Nimio  de  ^nquín  (Argentina). 

En  la  misma  Asamblea  se  acordó  incorporar  la  SEF  a la  «Fede- 
ration  Internationale  des  Sociétés  de  Philosophie»  de  París  y a la 
tUnión  Mondiale  des  Sociétés  Catholiques  de  Philosophie»  de  Fri- 
burgo  (Suiza). 

La  SEF  cuenta  ya  con  117  socios  de  número,  entre  ellos  24  ca- 
tedráticos numerarios  de  Universidad  y numerosas  Profesores  de 
Centros  Superiores  privados. 


RESEÑAS  BIBLIOGRAFICAS 


Muñoz  s.  i.,  Jesús,  Esencia  del  Libre  Albedrío  y Proceso  del  Acto  Libre  según 

F.  Romeo,  O.  P-,  Sto.  Tomás  y F.  Suárex,  S.  I.  Estudio  Comparativo.  Aparte 

de  Miscelánea  Comillas,  IX  (1948).  Páginas  347-504. 

Todo  el  volumen  IX  está  dedicado  al  Doctor  Eximio  con  ocasión  del  Cuar- 
to Centenario  de  su  nacimiento. 

El  trabajo  del  P.  Muñoz,  S.  I.,  profesor  de  Psicología  en  la  Universidad 
Pontificia  de  Comillas,  está  dividido,  fuera  de  la  Introducción,  en  dos  partes  muy 
desiguales  por  su  amplitud  e importancia.  La  primera,  breve,  trata  de  la  Esen- 
cia del  libre  albedrío;  la  segunda,  muy  desarrollada,  por  ser  la  parte  básica 
del  estudio,  investiga  el  Proceso  intelectivo-volitivo  del  acto  libre. 

En  la  Introducción  nos  presenta  el  P.  Muñoz  al  eminente  dominico  Francis- 
co Romeo,  Maestro  General  de  su  Orden,  que  tomó  parte  activa  en  la  prepa- 
ración de  la  sesión  sexta  del  Concilio  de  Trento  y autor  de  la  obra  «De  libér- 
tate operum  et  necessitate»  aparecida  en  1538,  siete  años  antes  de  la  apertura 
de  la  magna  Asamblea  eclesiástica. 

Romeo  en  su  obra  defiende  contra  los  herejes  de  su  tiempo  la  libertad  del 
hombre  en  las  buenas  obras  y su  necesidad  para  la  salvación.  Con  esto  se  ve  su 
valor  singular,  ya  que  nos  sirve  para  conocer  el  pensamiento  de  los  que  tomaron 
parte  tan  importante  en  el  Concilio  de  Trento. 

El  P.  Muñoz  juzga  de  interés  «cotejar  la  doctrina  de  este  Padre  de  Trento 
sobre  la  libertad  en  las  buenas  obras  con  lo  que  de  esto  piensa  el  Doctor  Exi- 
mio» (pág.  362s.).  Pero  no  va  a fijarse  «en  afirmaciones  indudables  para  todo 
católico...  Los  puntos  que  hay  que  examinar  son  aquéllos  en  que  el  teólogo  y el 
filósofo  procuran  desentrañar  el  cómo  se  explica  lo  que  la  fe  enseña  como  in- 
faliblemente verdadero»  ( Ibid.) . 

De  los  temas  tratados  por  Romeo  escoge  e!  siguiente:  Origen  y naturaleza 
del  libre  albedrío.  «Para  penetrar  más  de  raíz  en  este  problema,  dice  el  P.  Mu- 
ñoz, nos  pareció  conveniente  examinar  qué  enseña...  el  Maestro  por  excelen- 
cia de  las  escuelas  católicas,  Santo  Tomás,  y confrontar  con  su  doctrina  la  de 
Romeo,  la  opuesta  y,  por  fin,  la  de  Suárez»  (pág.  354). 

Pocas  páginas  (354-365)  dedica  el  autor  a la  «Esencia  del  libre  albedrío». 


118 


Reseñas  Bibliográficas 


Los  caracteres  esenciales  del  mismo,  conforme  a la  doctrina  de  Romeo,  son 
los  siguientes: 

«1.  — Lo  propio  esencial  del  libre  albedrio  no  est¿  en  la  razón,  sino  en  la 
voluntad. 

2.  — La  esencia  del  libre  albedrio  consiste  en  la  voluntad  expedita  para  ele- 
gir y,  consiguientemente,  para  obrar. 

3.  — Para  que  la  voluntad  pueda  encontrarse  en  ese  estado,  ha  de  preceder 
la  deliberación  de  la  razón:  el  consejo  y el  juicio... 

4.  — Tal  juicio  previo  de  la  razón  de  ninguna  manera,  ni  nunca,  es  decisivo 
para  la  subsiguiente  elección  de  la  voluntad  libre...»  (pág.  361). 

Santo  Tomás  y Suárez  están  de  acuerdo  en  lo  capital  con  estas  afirmaciones. 
El  cuarto  punto  toca  una  cuestión  debatida;  pues  para  muchos  el  llamado  «im- 
perium  rationis»  ejerce  sobre  la  voluntad  un  imperio  decisivo  e irresistible. 

Así  opinaba  «el  catedrático  de  Salamanca  Bartolomé  de  Medina,  O.  P.,  cuan- 
do, entre  algunos  teólogos  de  aquella  Universidad,  iba  admitiéndose  un  singular 
concepto  de  la  libertad  humana,  capaz  de  coexistir  con  ese  imperio  irresistible  de 
la  razón  «antevertens  omnem  actum  voluntatis»  y con  la  «praedeterminatio  ad 
unum»,  inconciliable  «ex  intrinseca  natura  sua»  con  la  omisión  del  acto  para 
el  que  se  daba»  (pág.  364). 

Establecida  brevemente  la  esencia  del  acto  libre,  pasa  el  P.  Muñoz  a in- 
vestigar ampliamente  (págs.  365-504)  las  relaciones  entre  el  entendimiento  y la 
voluntad  en  el  proceso  del  acto  libre,  donde  se  ventilan  cuestiones  «delicadas  y 
discutibles,  que  son  las  que  más  adelante  habían  de  separar  a las  Escuelas  ca- 
tólicas...» (pág.  365). 

Esta  parte  titulada:  «Proceso  intelectivo-volitivo  del  acto  libre»,  estudia  tres 
soluciones:  la  primera  es  de  Romeo;  la  segunda,  de  Bartolomé  de  Medina  y la 
tercera,  de  Santo  Tomás  y Suárez,  a quienes  estudia  separadamente. 

De  la  solución  de  Romeo  dice:  «Su  conclusión  es  verdadera:  la  verdadera 
libertad  queda  en  ella  perfectamente  salvada;  pero  no  vemos  sea  conciliable  con 
lo  incluido,  al  menos  implícitamente,  en  algunas  de  las  primeras  afirmaciones  sobre 
el  influjo  del  juicio  libre  en  la  elección.  El  A.  que  en  el  conjunto  de  su  exposi- 
ción no  parece  dar  gran  importancia  a esas  primeras  afirmaciones,  tampoco  ve- 
mos que  se  cuide  de  armonizarlas  con  la  conclusión.  La  solución,  según  esto, 
salva  la  libertad,  pero  es  incompleta  y no  satisface  plenamente  la  lógica»  (pág.  375). 

La  solución  segunda,  que  afirma  un  imperio  de  la  razón  eficaz,  «en  su 
exposición  salva  la  lógica  pero  destruye  la  libertad.  Su  defensa  contradice  lo 
afirmado  en  su  exposición.  Y si  aquel  primer  imperio  eficaz  y necesario  no 
influye  en  la  producción  de  los  demás  actos  volitivos  e intelectivos,  no  se  expli- 
ca cómo  éstos  pueden  producirse:  en  esta  hipótesis  más  benigna  para  la  li- 
bertad, esta  segunda  solución  resultaría  totalmente  incompleta;  no  explicaría 
la  producción  del  acto  libre»  (pág.  383). 

El  P.  Muñoz,  viendo  las  divergencias  en  el  opinar  sobre  el  problema  en- 
tre los  clásicos  comentadores  de  Santo  Tomás,  se  ve  incitado  y aun  obligado 
«a  estudiar,  en  su  misma  fuente,  la  doctrina  del  Doctor  Angélico,  basada  tam- 
bién sobre  la  de  Aristóteles»  (pág.  383). 


Rbsbñas  Bibliográficas 


119 


Analiza  el  autor  detenidamente  el  proceso  del  acto  libre,  pero  ciñéndose 
a la  actividad  de  las  causas  segundas:  objeto,  entendimiento,  voluntad.  La  parte 
de  la  causa  primera  está  fuera  del  campo  de  su  investigación,  pertenece  a la  teo- 
logía natural,  no  corresponde  al  estudio  psicológico  del  proceso.  Sin  embargo, 
de  ella  dirá  algo  al  tratar  de  Suárez. 

Inicia  el  proceso  un  acto  intelectivo:  apprehensio.  Síguele  un  acto  apetitivo 
necesario  de  la  voluntad,  que  con  esto  queda  capacitada  para  poder  producir 
«quoad  exercitium»  otras  voliciones.  Apetece  con  la  «intentio»  la  consecución 
del  fin.  El  entendimiento  busca  bienes  particulares  que  sean  conducentes  para  la 
consecución  del  fin  ya  apetecido;  los  considera  y encuentra  a cada  objeto  parte 
bueno,  parte  no  bueno;  formula  su  dictamen:  el  «iudicium  rationis»,  el  objeto 
así  conocido  y estimado  es  el  «principium  quoad  specificationem»  del  próximo 
acto  volitivo  libre.  Puesto  el  juicio  de  la  razón  «esto  es  lo  mejor»,  no  es  infalible 
que  la  voluntad  apetecerá  ese  objeto;  puesto  el  imperio  (late  dicto)  de  la  ra- 
zón; «elige  esto  que  es  lo  mejor»,  la  voluntad  puede  resistir,  desobedecer  a 
«se  mandato;  contra  el  error  de  la  solución  segunda  (págs.  411  s.) . 

Largamente  estudia  en  Santo  Tomás  la  primera  volición  necesaria  y luego 
las  demás  voliciones  necesarias. 

El  objeto  del  primer  acto  volitivo  necesario  «es  un  bien  particular,  pero  que 
sólo  presenta  aspectos  buenos,  convenientes  para  el  sujeto,  y esto  tanto  el  ob- 
jeto como  la  apetición  del  mismo,  efecto  de  la  falta  de  deliberación,  «impraeme- 
ditatio»,  fenómeno  connatural  muchas  veces  a la  potencia  humana  limitada» 

(pág.  432). 

El  P.  Muñoz  tratando  del  pensamiento  del  Angélico  dice  que  «el  ánimo  no 
puede  menos  de  quedar  suspenso  y exhalar  un  afecto  de  admiración  hacia  el  que 
en  este  menudo  detalle  de  los  sin  número  tratados  por  él,  aparece  maximus  in 
minimis,  y conserva,  después  de  este  trabajo  de  filigrana,  todo  el  vigor  y la  ener- 
gía de  su  brazo  íntegra  para  ser  magnus  in  magnis » (pág  435). 

A continuación  nos  confiesa  que  «el  esfuerzo  para  llegar  hasta  encontrar 
en  sus  escritos  una  solución  satisfactoria  no  ha  sido  ligero.  Ha  sido  preciso 
consultar,  combinar  muchos  pasajes  diferentes,  construir  con  materiales  que  en 
Santo  Tomás  hallábamos  más  o menos  reunidos  o dispersos,  los  diversos  pasos 
del  proceso  acerca  del  cual  deseábamos  saber  qué  pensaba  el  Doctor  Angé- 
lico» (Ibid.) . Con  razón  dice  un  poco  más  adelante:  «Este  examen  y compulsa- 
ción ya  se  ve  que  no  es  trabajo  ligero;  y muestra  que,  si  en  Santo  Tomás  se 
encuentran  los  elementos  requeridos  para  la  construcción  del  proceso  busca- 
do, el  proceso  no  se  encuentra  aún  construido». 

La  solución  tercera,  la  de  Santo  Tomás,  «que  salva  la  libertad,  es  lógica  y 
es  completa»  (pág.  437),  se  encuentra  expuesta,  y con  la  originalidad  que  corres- 
ponde a un  trabajo  propio  y personal,  por  el  Doctor  Eximio. 

El  autor  se  encuentra  a sus  anchas  al  tratar  la  doctrina  de  Suárez,  pues 
«fácil  es  conocerla.  En  su  tratado  «De  voluntario  e involuntario...»  principalmen- 
te... encontramos,  dice,  una  concepción  completa  del  proceso  intelectivo-volitivo 
que  nos  interesa;  presentada  con  una  diafanidad,  un  orden...  que  apenas  si  ha- 
ce falta  algo  más  que  leer  sus  palabras  textuales,  disponer  los  pasajes  para  más 


120 


Reseñas  Bibliográficas 


comodidades  y fruto  de  este  estudio...  y consultar  algún  otro  de  los  lugares 
a que  él  remite...»  (pág.  438). 

El  proceso  del  acto  libre,  según  Suárez,  empieza  con  el  conocimiento  del 
fin,  un  bien,  generalmente  particular  y limitado,  bueno  en  sí  y conveniente  para 
el  sujeto,  y esto,  tanto  la  posesión  como  la  apetición  de  dicho  bien.  Sigue  la  vo- 
lición  apetitiva  de  este  fin.  De  por  sí,  libre  «quoad  specificationem  et  quoad 
exercitium».  Esta  apetición  incluye  la  del  «último  fin»,  interpretative  et  inchoati- 
ve.  La  voluntad  apetece  ahora,  de  modo  general,  lo  conducente  para  adquirir 
ese  fin  apetecido.  El  entendimiento  busca  entonces  los  medios  conducentes  a 
esto.  El  «iudicium  practicum»  presenta  el  resultado  de  la  comparación  de  los  di- 
versos medios.  La  voluntad,  con  libertad  «quoad  specificationem»  y «quoad  exer- 
citium», o bien  se  abstiene  de  actuar  o consiente  y elige.  Efecto  de  la  elección  es 
la  ulterior  actividad  de  la  razón.  Su  resultado  es  el  «iudicium  practice  practicum» 
que  ordena  y mueve  a la  voluntad  de  manera  que  con  toda  razón  merece  el  nom- 
bre de  «imperium  rationis».  La  voluntad  por  efecto  del  imperio  se  pone  a eje- 
cutar lo  imperado.  Esta  actividad  volitiva  es  el  «usus»,  que  es  totalmente  li- 
bre, pues  el  precedente  imperio,  aun  siendo  eficaz,  respeta  la  liberatd  de  la  vo- 
luntad a la  que  impera  (págs.  491ss.). 

En  esta  vida  no  se  da  ninguna  volición  necesaria  que  vaya  precedida  de  la 
debida  consideración  del  objeto,  aun  cuando  verse  sobre  la  felicidad  perfecta 
considerada  como  tal  (pág.  493). 

Termina  el  trabajo  el  P.  Muñoz  con  mirada  retrospectiva  a la  doctrina  y a 
los  méritos  de  los  tres  grandes  Autores. 

Los  tres  se  profesan  seguidores  de  Aristóteles;  pero  en  conjunto  nos  dan 
una  doctrina  más  perfecta. 

Lamenta  el  P.Muñoz  que  Santo  Tomás  no  haya  depurado  a Aristóteles  de 
dos  asertos,  a saber:  La  elección  o volición  libre  no  versa  sobre  el  fin;  y el 
«universalis  motor»  interviene  especialmente  «quoad  exercitium»  en  la  primera 
volición. 

De  Suárez  nos  dice  que  «su  actitud  es  un  constante  dirigir  los  ojos  ávidos  de 
verdad  a su  Maestro  y,  con  luz  que  de  él  recibe,  volverse  a clavar  en  la  realidad 
su  mirada  de  genio  iluminado.  El  nombre  de  DIVUS  THOMAS  brota  constan- 
temente de  su  pluma»  (pág.  500). 

En  Suárez  encuentra  el  P.  Muñoz  en  grado  eminente  penetración,  origina- 
lidad, equilibrio,  solidez,  precisión  en  incontables  pormenores,  objetividad 
(pág.  503). 

En  la  última  página  de  su  estudio  condensa  en  un  rasgo  de  más  relieve  su 
impresión. 

«La  exposición  de  Romeo  nos  hace  pensar  en  la  actitud  del  luchador  que 
baja  a la  arena  con  el  arma  única  que  cree  más  eficaz  y la  maneja  con  estilo 
acabado  y golpe  certero. 

En  las  frases  del  Doctor  Angélico  concisas,  ceñidas,  preñadas  de  insospe- 
chado contenido,  nos  parece  ver  el  misterio  de  la  semilla:  su  desconcertante 
pequeñez  y su  fecundidad  portentosa. 

En  Suárez,  cuya  mente,  iluminada  sin  cesar  por  la  luz  de  su  maestro  el 


Reseñas  Bibliográficas 


121 


Doctor  Angélico,  se  despliega  magnifica  al  abarcar  los  problemas  en  toda  su 
amplitud,  eficaz  en  discutirlos  y resolverlos,  consumada  en  perfilar  como  una 
filigrana  cada  detalle  que  toca  su  pluma,  nos  parece  ver  resplandecer  una  parti- 
cipación eminente  de  aquella  Sabiduría  increada  de  la  que  se  dice  que  «attin- 
git  a fine  usque  ad  finem  fortiter  et  disponit  omnia  suaviter»  (Sap.  8.  1),  (pág.  504). 

El  trabajo,  sin  duda,  tiende  a la  glorificación  de  Suárez.  Todo  él  esta  sa- 
turado de  alabanzas.  Presenta  al  Doctor  Eximio  repetidas  veces  como  fiel  y 
egregio  discípulo  del  Angélico,  aunque  no  ciego  y servil.  Reconocemos  lo  bien 
fundado  de  todo  esto;  pero  quizá  el  tinte  panegírico  resulta  recargado  tratán- 
dose no  de  un  discurso  académico,  sino  de  un  estudio  científico  de  investigación. 

Este  estudio,  llevado  a cabo  con  tesón  y a conciencia,  significa  un  valioso 
aporte  para  un  tema  capital  y muy  interesante  en  la  psicología  racional. 

La  mente  de  Santo  Tomás  principalmente  está  estudiada  con  mucha  profun- 
didad y un  afán  de  sincera  objetividad.  Algunas  de  las  conclusiones  podrán  ser 
discutibles;  pero  no  se  negará  con  justicia  que  el  autor  proyecta  luz  sobre  mu- 
chos puntos  oscuros  e indica  filones  que  se  pueden  explotar. 

Ciertamente  que  una  investigación  más  profunda  y exhaustiva  debe  abar- 
car el  estudio  de  la  doctrina  de  Aristóteles;  de  San  Alberto  Magno,  maestro  del 
Angélico;  de  las  diversas  influencias  y tendencias  que  actuaron  sobre  Santo 
Tomás,  como  también  de  la  evolución  y enmiendas  que  tuvo  la  doctrina  del  mis- 
ma Doctor  Angélico.  Todo  esto,  creemos,  rebasa  los  límites  de  tiempo  y espacio  de 
que  disponía  el  Autor. 

Por  esto  se  contentó  con  ir  a Santo  Tomás,  como  él  mismo  lo  dice:  «No 
creemos...  que  sea  inútil  nuestro  esfuerzo  ni  una  estéril  repetición,  sin  otro 
mérito  que  el  de  haber  sido  hecho  sin  más  ayuda  que  la  hallada  en  las  mis- 
mas páginas  del  Doctor  Angélico»  (pág.  437). 

Con  esto  se  explica  la  reducida  bibliografía  y la  parsimonia  con  que  el  autor 
utiliza  los  comentadores  de  Santo  Tomás. 

J.  Sil  y,  s.  i. 

Pietro  Romano,  Ontologia  del  Valore.  Cedam,  Padova.  Edizione  postuma.  1949. 

221  páginas. 

IEn  marzo  de  1946  escribía  el  prólogo  a su  primer  libro  de  Metafísica  Pura, 
el  prestigioso  pedagogo  Pietro  Romano,  cuya  larga  actividad  docente  versó  pre- 
ferentemente sobre  Pedagogía  y Ciencias  Sociales. 

Excelente  pedagogo  y aplaudido  orador,  agregaba  una  cualidad  poco  co- 
mún, según  afirma  la  Editora,  entre  sus  colegas  paisanos:  Un  gran  amor  a Ita- 
lia, su  patria. 

«Ontologia  del  Valore»  es  un  libro  prolijo,  quizás  demasiado.  En  la  Parte 
Primera  traza  un  estudio  histórico  sobre  las  diversas  teorías  del  valor,  desde  la 
antigüedad  clásica,  hasta  nuestros  días,  deteniéndose  especialmente  en  las  corrien- 
tes voluntarísticas  alemanas  ya  que  la  ciencia  y filosofía  del  valor  ocupó  casi 
la  totalidad  filosófica  alemana  del  siglo  pasado  y parte  del  actual. 

En  la  Segunda  Parte  examina  brevemente  las  teorías  antes  propuestas.  Es 
notable  el  poder  de  síntesis  de  Pietro  Romano;  en  pocas  páginas  expone  y so- 


122 


Reseñas  Bibliográficas 


mete  a juicio  las  teorías  de  32  filósofos.  Luego  viene  la  exposición  de  su  teoría 
con  una  pequeña  Metafísica  especializada  sobre  Espíritu,  Ser  y Valer,  o Deber- 
Ser,  los  tres  componentes  del  valor  según  su  teoría.  Esta  es,  me  parece,  la  parte 
más  floja  de  la  obra.  No  en  cuanto  al  contenido,  que  es  de  primera  y en  todo 
acertado,  según  creo,  sino  en  cuanto  a la  exposición.  Tal  vez  por  querer  ser 
claro,  resulta  difuso  y algo  pesado  de  leer  por  la  constante  explicitación  de  lo 
que  ya  se  entiende.  Se  ve  que  es  una  obra  de  la  senectud. 

El  núcleo  de  la  teoría  es  el  siguiente:  «De  cuanto  he  precedentemente  ex- 
puesto me  parece  se  puede  lógicamente  afirmar  que  el  valor  consiste  sobre  todo 
en  la  aptitud  o capacidad  que  un  objeto,  acto,  o hecho  tiene  de  interesar  a un 
sujeto,  el  cual  siente  y vive  la  predicha  aptitud  o capacidad  sentimentalmente, 
después  de  haberla  afirmado  y reconocido  intelectualmente,  es  decir  como  ca- 
rácter de  inteligibilidad»  (pág.  203).  Cómo  participan  en  el  valor  el  espíritu 
y el  ser  es  muy  sencillo.  Por  espíritu  se  entiende  el  yo  total,  inmaterial,  como 
sujeto  último  de  atribución,  pero  también  sensible,  estético.  Este,  puesto  en 
presencia  del  ser,  lo  reconoce,  afirma,  siente  en  cierto  modo  su  bondad  y por 
último  pone,  aunque  sea  implícito,  su  juicio  de  valoración.  ¿En  qué  consis- 
te este  juicio  de  valoración?  No  en  la  simple  afirmación  del  ser  de  las  co- 
sas — valor  existencial — sino  en  la  afirmación  de  su  deber-ser.  El  desarrollo 
de  esta  doctrina  forma  lo  más  interesante  del  libro.  Ultimamente,  en  un  articulo 
aparecido  en  «Sapientia»  Von  Rintelen  exponía  una  teoría  parecida.  Me  parece 
muy  acertada.  En  qué  consista  precisamente  el  deber-ser  de  las  cosas  es  muy 
difícil  definirlo;  pero  ciertamente  si  decimos  de  Fulano  de  Tal  que  tiene  mucha 
personalidad,  no  entendemos  afirmar  que  es  simplemente,  ni  menos  que  es  un 
ejemplar  anormal  de  humanidad,  sino  que  se  acerca  más  o menos  a lo  que 
tenemos  como  ideal  de  personalidad. 

Aquí  viene  un  problema  bravo  que  el  autor  trata  de  paso  y no  resuelve, 
porque  a la  Metafísica  Pura  no  interesa.  Este  ideal  del  deber-ser  de  las  cosas 
¿existía  ya  antes  de  aparecer  la  cosa,  o lo  trae  la  misma  cosa?  Si  lo  primero, 
resultaría  ser  una  especie  de  forma  a priori  kantiana,  o bien  la  ¡dea  innata  de  cada 
cosa  en  su  perfección;  si  lo  segundo,  resultaría  que  cada  cosa  trae  su  propio 
deber-ser  y en  tal  caso,  el  ideal  no  existiría  más  que  realizado  en  un  ente  extra- 
mental. ¿Intuición  rosminiana  que  el  Relativo  tiene  del  Absoluto,  dinamismo 
blondeliano,  añoranza  existencialista?. . . Son  estas  posibles  soluciones,  rechaza- 
dos ya  anteriormente  el  inmanentismo,  el  panteísmo  y el  dualismo. 

El  autor  promete  una  segunda  Ontología  especializada,  para  estudiar  cada 
uno  de  los  principales  valores.  Lástima  que  no  haya  tenido  tiempo  de  obse- 
quiarnos con  ese  regalo. 

Camilo  Boasso,  s.  i. 


Annibale  Pastora,  La  Volontá  dell' Assurdo.  Milano,  Edizione  Giovanni  Bola. 
1948.  240  páginas. 

El  existencialismo  con  sus  múltiples  vertientes  convergentes  y divergentes  es 
ya  un  hecho  que  no  puede  permanecer  ajeno  a la  historia  y crítica  filosófica.  Por- 
que aun  el  conocimiento  concreto  singular  inmediato,  para  llegar  a ser  filosófico, 


Rbsbñas  Bibliográficas 


123 


es  necesario  que  aflore  a la  vida  de  lo,  si  no  medible  algebraicamente,  al  menos 
justipreciare.  El  intimismo  es  algo  del  hombre,  pero  no  es  todo  el  hombre.  Ro- 
binson  Crusoe  vive  verdaderamente,  pero  no  completamente  la  vida  del  hombre. 

Derribar  la  lógica  del  trono  del  panlogismo  — injustamente  llamado  hege- 
liano  a secas — es  mérito  que  es  forzoso  y gustoso  atribuirle  al  nuevo  movimien- 
to filosófico.  Pero  esto  no  es  más  que  el  rebote  del  existencialismo.  Su  fruto 
más  genuino  es  volver  la  filosofía  al  hombre  total,  fuera  de  toda  aplicación 
mecánica;  el  «in  te  ipsum  redi»  de  San  Agustín.  Pero  San  Agustín  finaliza  su 
tratado  «De  vera  religione»  con  una  exhortación  a salir  de  sí  hacia  Dios  apoyado 
el  hombre  en  su  propia  nada,  «contingencia»,  en  término  de  Escuela.  ¿Será  éste  el 
fin  del  existencialismo?  Esta  es  la  pregunta  que  no  hace  el  autor  pero  se  deja 
sentir  en  todo  el  transcurso  del  libro. 

En  el  primer  ensayo  — cada  capítulo  tiene  la  forma  rotunda  y cabal  del 
ensayo — recorre  a grandes  pasos  la  historia  fondal  del  existencialismo  a par- 
tir de  Nietzsche  a través  de  Kierkegaard  hasta  Heidegger,  Jaspers,  Sartre  y 
G.  Marcel.  En  los  ensayos  siguientes  presenta  los  mensajes  característicos  de 
las  grandes  figuras,  especialmente  los  tres  representativos:  Kierkegaard,  Hei- 
degger y Jaspers.  Estudia  en  Kierkegaard  especialmente  el  singular  inhibente 
de  toda  síntesis;  en  Heidegger  la  comprensión  emotiva  del  tiempo  y las  tres 
características  del  hombre;  en  Jaspers  «el  hecho  paradojal  de  la  hiperteorici- 
dad  centrífuga  con  la  verdad  inverifícable,  relativa  y múltiple».  En  el  Capítulo 
VII  estudia  el  existencialismo  en  Italia  y Francia  con  su  doble  representación: 
cristiana  con  G.  Marcel;  atea  y literario-filosofante  con  Sartre  y Camus. 

El  autor,  no  obstante  declarar  en  el  prólogo  que  no  es  su  intento  parar  mien- 
tes en  Sartre  ya  que  más  que  filósofo  es  literato,  hace  constante  referencia  al 
«surexistencialista»  Jean  Paul  Sartre.  ¿No  será  que  se  dejó  atrapar  por  «la 
logomaquia  de  Paul  Sartre,  que  cuanto  más  oscura  la  noche  de  su  pensamiento, 
fulgura  más  hechiceramente  con  el  recóndito  manejo  de  su  pirotecnia  verbal?» 
Noto  este  hecho  porque  lo  creo  muy  significativo;  el  autor  se  interesa  por  el 
existencialismo,  pero  parece  que  todavía  no  se  formó  un  concepto  cabal  de  él. 
El  mismo  se  excusa  al  final  del  libro  de  haber  tenido  que  hesitar  y como  volver 
atrás  muchas  veces,  obligado  por  las  intrínsecas  dificultades  del  filosofar  que 
viene  estudiando.  Aunque  reconoce  lealmente  lo  que  el  existencialismo  tiene  de 
bueno,  decididamente  no  entra  dentro  de  él.  Este  me  parece  su  defecto.  Solamente 
al  final  en  una  nota  (página  234),  insinúa  tímidamente  una  hipótesis  de  integra- 
ción del  existencialismo:  «la  función  racional  es  mediata,  la  de  la  autoconcien- 
cia  inmediata.  Hay  entre  ambas  una  manifiesta  separación.  Pero  ¿no  puede  darse 
que  al  fin  se  avecinen  e interfieran,  de  suerte  que  la  razón  de  la  autoconcien- 
cia  se  organice  con  la  autoconciencia  de  la  razón?»  (Barroquismo  que  no  com- 
promete). «Aquí  entrevemos  que  el  problema  se  complica  peligrosamente... 
admitamos  que  esta  hipótesis  sea  sólo  un  ideal.  La  historia  enseña  que  muchos 
ideales  han  sido  realizados,  y es  ésta  posibilidad  que  orienta  la  naturaleza  hu- 
mana y termina  por  injertarle  una  nueva  forma,  dándole  un  nuevo  sentido. 


Camilo  Boasso,  s.  i. 


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Se  dió  término  o esta  obra  el  14  de 
Marzo  del  Año  del  libertador  General 
San  Martin,  1950,  en  lo»  Toll.  Gráf. 
"Verdad",  Senilloso  1535,  Bs.  Aires. 


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HIPÓLITO  YRIGOYEN  2005.  BUENOS  AIRES 
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