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Full text of "Colección de documentos inéditos para la historia de España .."

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GOLEGCION 


DE  DOCUMENTOS  INÉDITOS 


PARA  LA  mSTOBIA  DE  ESPAÑA. 


COLECCIÓN 


DB 


DOGVIHENTOS  INÉDITOS 


PARA  LA  HISTORIA  DE  ESPAÑA 


POft 


EL  MARQUÉS  DB  LA  FUENSANTA  DEL  VALLE 


B.  lOSi  SUCIO  KiTOI  T  D.  FRARCISCO  DI  ZmUDIUl. 


TOlO  LXIX. 


MADRID 

illPRSMTA  DB   MIOUBL  OiNBSTA 


4  878 


Reprintcd  with  the  pemüMion  of  Academia  de  la  Historia,  Madrid 

KRAUS  REPRINT  LTD. 

Vaduz 

lfi6 


Printed  In  Gennany 
Lesring-Drudcerei  -  Wl.»b.d.n 


ADVERTENCIA. 


La  nrimera  parte  de  las  Memorias  de  Matías  de 
Novoa  ^  se.,  ^a  Historia  de  Felipe  III,  vio  ya  la  luz 
en  los  tomos  LX  y  LXI  de  esta  Colección,  prece- 
dida de  un  prólogo  en  el  que  uno  de  nuestros  más 
notables  historiadores  y  hombres  políticos ,  el  señor 
D.  Antonio  Cánovas  del  Castillo ,  dio  á  conocer  quién 
era  el  verdadero  autor  de  obra  tan  importante  para 
nuestra  historia  patria.  Ocupóse  también  detenida- 
mente de  todos  los  manuscritos  que  de  la  obra  de 
Novoa  se  conocen  hasta  el  dia ,  de  modo  que  sólo  nos 
resta  decir  que  la  Historia  de  Felipe  IV,  segunda 
parte  de  las  Memorias  del  Ayuda  de  Cámara  de  este 
Rey,  que  publicamos  hoy  por  vez  primera,  se  ha 
impreso  con  arreglo  al  manuscrito  que  existe  en  la 
Biblioteca  Nacional. 

Nuestro  buen  amigo  el  Sr.  D.  Justo  Zaragoza, 
tan  conocido  entre  los  hombres  de  letras  por  sus 
trabajos  sobre  la  historia  de  América,  se  ha  encar- 
gado, no  sólo  de  la  ingrata  tarea  de  corregir  las 
pruebas  de  la  Historia  de  Felipe  IV,  sino  también 
de  formar  un  índice  biográfico  que  comprende  las 
dos  partes  de  las  Memorias ,  y  de  ilustrarla  conve- 
nientemente, trabajo  que  publicaremos  al  final  de 
toda  la  obra,  y  por  el  cual  le  damos  aquí  público 
testimonio  de  nuestra  gratitud. 


HISTORIA 


FELIPE  IV,  REY  DE  ESPAÑA, 


NILIMDA  ANIU  POI  Va  flIlICIA 


COlfFOim    AL    MS.   QUB    BI18TI    Blf    LA    B1BL10TIGA   IIACIOIIAL. 


Á  D.  JUAN  ALONSO  HENRIQUEZ, 


ALMIRANTE  DE  CASTIUA. 


Mándame  V.  E.  escriba  algunas  cosas,  que  aunque  no 
tocan  á  la  Historia  del  rey  Católico  D.  Felipe  III,  faltan  en 
aquel  discurso  postrero,  dignas  de  saberse  por  adversas  á 
nuestro  dictamen,  ó  para  nuestra  esperanza  poca  afortunadas. 
Escollos  que  todo  hombre  atento  encaminara,  los  que  no  han 
de  suceder  los  debo  demarcar  ó  describir  en  el  teatro  del 
mundo  para  huirlos  y  no  peligrar  en  ellos. 

Lo  primero  de  todo,  señor,  no  puedo  dejar  de  represen- 
tar á  V.  E.  los  miedos  en  que  cada  dia  me  hallo  por  haber 
acometido  empresa  que,  respecto  de  la  grandeza  del  sujeto, 
era  más  para  un  ingenio  graduado  en  todo  género  de  buenas 
letras,  que  para  un  hombre  lego  y  sin  ningún  átomo  de  lec- 
ción. Combátenme,  señor,  debajo  de  esta  misma  materia  di- 
versos géneros  de  desconCanzas;  porque  dirán  los  versados  en 
toda  erudición ,  cuando  se  opongan  á  frustrarla  y  cuando  más 


2 

porgados  de  pasión  y  calumnia,  que  aquella  no  es  Historia, 
que  aquellas  lo  son  que  vienen  de  grandes  varones,  y  de 
aquellos  que  tuvieron  por  esclarecidos  en  la  antigüedad,  como 
Livio,  Tácito,  Paulo  Jovio  el  venerable,  Guichar  el  divino  y 
nuestro  diligentísimo  español  Jerónimo  de  Zurita.  Que  tiene 
innumerabilísimos  defectos,  y  el  más  capital  el  introducirme  yo 
en  materias  ajenas  de  mi  profesión,  y  que  tocan  á  los  ingenios 
peregrinos  de  esta  edad,  criados  en  largos  años  de  estudios 
para  sólo  este  intento;  que  es  torpe  en  la  elegancia  y  estéril 
en  la  cultura,  la  noticia  poca,  y  esta  mendigada;  que  no  so 
ha  hablado  de  aquel  Rey  ni  de  aquellos  Ministros  como  lo 
pedia  la  majestad  y  grandeza  de  sus  obras,  desvelos,  atención, 
cuidados  y  aciertos,  mal  distribuida  y  peor  dispuesta  su  ma- 
teria, censura  es  justa  á  mi  insuíicencia;  empero  dichosa,  y  que 
me  daria  yo  por  favorablemente  castigado  ó  favorecido  sin  cor- 
rección, si  viese  yo  mi  calumnia  puesta  de  buen  aire,  no  tanto 
por  mi  crédito  cuanto  por  el  de  aquellos  errores,  en  la  boca 
de  los  hombres  por  que  tanto  se  ha  fatigado  la  envidia  que  no 
86  hablo  bien  do  ellos. 

Otros,  señor,  entran  aqui  de  más  severa  y  rigurosa  opinión, 
de  quien  será  imposible  defenderme,  que  dirán  que  hablo  con 
la  pasión  ó  afecto  (|y  no  dirán  con  el  agradecimiento!),  á  aque- 
llos de  quien  recibí  merced,  porque  me  dieron  la  honra  y  la 
moderada  porción  que  hoy  alcanzo,  y  con  la  que  tengo  á  éstos 
por  la  que  no  me  han  hecho,  antes  estorbado,  y  pretendido  ho- 
llar cortando  mis  medios  y  acrecentamientos;  no  mereciendo  ni 
siendo  admitido  á  poder  tocar  una  pluma,  tomar  una  escri- 
banía en  la  mano,  acercar  un  pliego;  emolumentos  adoptados 
á  la  antigüedad,  donde  hay  rectitud  y  observancia  de  reli- 
gión y  preceptos ,  ni  á  lus  otras  honras  en  que  he  visto  apo- 
yar otros  hombres,  tan  do  lodo  y  polvo  como  yo;  empero 


3 

oponiéndome  á  todas  estas  censuras,  en  que  parece  también 
peca  mi  atrevimiento. 

A  la  primera  digo,  qno  si  no  es  historia,  que  ella  y  el 
tiempo  lo  dirán;  que  si  no  tiene  las  otras  buenas  partes,  re* 
conozco  mi  terreno  por  tan  rústico  y  selvático,  que  no  es  mu- 
cho que  no  de  las  mieses  tan  perfectas  y  de  tan  colmado  or- 
namento como  lo  pedia  obra  tal ;  que  sea  mendiga  no  es 
mucho,  cuando  los  papeles,  los  escritores  se  encubren,  y  se 
encierran  de  miedo  ó  do  lisonja  por  los  tiempos  que  corren; 
no  atreviéndose  nadie  á  dar  un  pliego  de  papel  á  la  prensa 
temiendo  el  castigo,  lo  que  era  antes  premio  engrandecer  á 
los  Principes  con  las  historias,  con  los  elogios,  con  los  pa- 
negíricos. 

Por  otra  parte,  ¿cómo  me  habian  de  conceder  á  mí  los 
decretos,  los  archivos  y  consejos,  si  cuando  los  fuera  á  pedir 
se  riyeran  de  mi  y  me  respondieran  si  deliberaba,  y  qué  es- 
tudios ó  parles  tenía  yo  para  empresa  tan  grande?  Final- 
mente, para  lo  que  no  vi,  respondo  que  busqué  los  papeles 
de  donde  pude;  y  para  lo  que  sabia  no  los  hubo  menester, 
como  aquel  que  por  más  do  treinta  y  dos  años  de  Corte  y 
veinte  de  Palacio  no  le  faltaba  experiencia.  Que  no  hablé  de 
aquellos  como  lo  pedia  la  alteza  de  los  sujetos,  concedo;  que 
soy  agradecido,  ¿qué  parle  más  noble  puedo  yo  tener  para 
ejemplo  de  otros?  Ser  de  balde  ruin,  es  oficio  bajo.  Hagan 
otros  otro  tanto,  que  yo  se  lo  envidiaré  sin  fiscalizarle  el  in- 
tento. 

Si  he  sido  tratado  como  se  dice,  ¿qué  mucho  que  hable 
por  todas  tres  potencias?  Menores  golpes  he  visto  yo  partir  las 
entrañas  de  las  piedras.  ¡  Que  haya  yo  visto  á  los  que  entraron 
mucho  después,  cargados  de  honras  y  de  oficios,  y  que  no 
siendo  yo,  ni  mal  mirado,  ni  peor  admitido  del  Príncipe,  que 


no  sea  yo  admitido  ¿  los  honores,  ni  á  los  oficios,  éntos  que 
se  me  lase  y  limito  el  sustento!  desvanecer  del  crédito,  Apo- 
carme la  honra,  cuidar  de  que  no  sea  nada.  ¿Por  qué  malos 
oficios,  cometidos  en  ofensa  de  tas  mcdi>)üs  de  alguno,  paso 
yo  estas  inclemencias?  ¿Qué  hombre  sirviri  en  aquel  cuarto 
mds  retirado,  menos  ambicioso,  más  callado,  menos  entro- 
metido? Cuándo  (y  no  fuera  deEpcñarse},  cuándo  estando 
yo,  y  habiéndomelo  dicho  aeí  el  Valido,  mirad  que  os  pongo 
alli  para  q'te  me  diíjais  ¡o  que  pasa ,  no  sólo  no  llevaba  yo  las 
palabras  dichas  de  algunos,  no  reguladas  por  la  verdad  sino 
por  el  antojo  del  vulgo,  puestas  en  las  orejas  del  Príncipe 
bastantes  á  volver  en  cenizas  al  que  las  decía;  empero,  me 
las  tragaba  y  hacia  del  desentendido,  pndiendo  hacerle  algún 
desaire  que  quizás  le  tuviera  en  alguna  forlateza  antes  que 
en  el  mando  de  la  monarquía? 

Este  cargo  le  liicc  yo  en  la  celda  de  San  Jerónimo ,  cuando 
vimos  alli  trastornarse  el  mundo  y  le  vimos  pasar  de  compa- 
ñero á  superior  y  á  jefe. — Bien  sabe  V.  E.  ¡que  fué  la  piimera 
vez  que  le  dio  este  aire  que  antes  le  tuvo  en  tanta  afonía  do 
que  no  le  había  de  alcanzar  y  entonces  le  regaló  las  sienes), 
do  la  manera  que  he  procedido  aquí.  Respondió; — Sí,  á  fe  do 
caballero,  y  que  no  be  visto  hombre  que  con  tanto  seso  se 
haya  portado. — Pasé  adelante,  y  proponiéndolo  un  oficio  y 
mi  necesidad,  cuando  vio  que  quería  ascender  á  acrecenta- 
mientos, muy  Turioso  j  desdeñando  me  dijo, —  que  ahora  no 
me  mataba  la  hambre.  En  este  tiempo  veia  en  mis  compañe- 
ros los  acrecentamientos  y  las  honras,  y  en  mí  ninguna;  dar- 
les, á  mi  nada;  viendo  que  daba  voces  ta  razón,  cuando 
se  daba  á  los  otros  quince  y  tres,  y  á  mi  uno ;  y  de  esta  ma- 
nera todo  el  discurso  de  diez  años.  Empero,  señor,  ¿para  qué 
estoy  cansando  á  V.  E.  con  niñería^!,  cuando  me  manda  cosas 


5 

mayores,  y  cuando  podia  alguno,  ó  muchos  muy  ponderados 
de  acciones  ajenas,  decirme  que,  qué  César  se  queja  de  que 
no  es  admitido  de  Pompeyo  á  la  toga  del  Senado? 

Entre  todas  las  cosas  que  he  referido  aquí,  y  la  que  más 
me  llega  al  corazón,  es  ver  que  aquel  Príncipe,  en  quien  yo 
había  depositado  mis  trabajos,  la  gloria  de  su  padre,  el  des- 
empeño de  sus  Ministros  y  confidentes,  le  veo  ahora  no  con 
tanto  calor  en  estos  hechos,  llevado  antes  de  los  halagos  del 
Valido,  que  le  pretende  introducir  en  la  secta  de  los  afi-* 
cionados  á  aquellos  tiempos  profanos  de  la  fineza,  con  la  li- 
sonja, hechizo;  que  como  huela  á  manejar  ó  ser  manejado  del 
Privado,  no  perdona  á  los  mayores  Principes,  haciéndoles 
tropezar  por  su  misma  voluntad  en  esta  flaqueza.  Ah !  ¡  quién 
viera  á  los  Principes,  revestidos  de  ánimos  grandes  y  de 
aquello  en  que  les  colocó  la  grandeza  de  su  sangre  y  de  su 
fortuna,  no  abatirse  como  milanos  á  humildes  polluelos,  antes 
bien  como  halcones  generosos ,  criados  en  regiones  y  horizon- 
tes luminosas,  dotados  de  gran  corazón,  de  ilustres  y  soberanas 
plumas,  atreverse  á  las  garzas  descolladas  que  porfian  escalar 
el  ciclo!  No  pretendo  yo  premio  de  mis  trabajos,  que  para  nin- 
guno de  ellos  he  tomado  la  pluma ,  que  bien  desconfiado  estoy 
yo  de  esta  empresa,  antes  para  la  gloria  inmortal  de  aquel 
Rey  cuyas  obras  le  harán  perdurable  y  mayor  entre  los  de- 
mas.  Y  condescendiendo  con  lo  que  Y.  E.  me  manda,  á  que 
voy  con  recelos  de  acertar  si  ya  la  obediencia  no  me  enseña 
el  camino. 


DfscBNDBRGU  ML  CoHDi-DuQOB.    Digo ,  scfior ,  quo  el  conde 
de  Olivares,  es  Guzman.  Su  abuelo  D.  Pedro  de  Guzman, 


salió  de  la  casa  de  Mcdinasrdonía  á  cierto  pleito,  n¡  decente, 
ni  religiosü,  cnnlraido  con  su  lierrtiano  D.  Juan  Alonso  do 
Giixman,  sobre  cuál  liahia  du  lltivnr  el  cstudo.  Le  dio  la  lia- 
cienda,  qmj  enlóncrs  alcimxó  de  Olivares,  y  oirás  llenas;  sir- 
vió en  liiíi  ComuiiidiiiJos,  pe  Irando  como  buen  caballero  con  los 
comuneros,  de  qw.  lecibió  mucliQs  licridas;  y  en  la  Jornada 
do  Túnez  y  la  Golela,  queriendo  el  Emperador  formar  un 
escuadrón  de  lilulos,  le  dio  el  de  conde  de  Olivares.  Casó 
con  Doña  Fmnciscn  de  nivcra  Niño,  bija  del  Secretario  Lope 
de  Concliillos,  hombre  crindo  déla  pluma:  tuvo  de  este  ma- 
trimonio ú  D.  Enri  ¡uc  de  Guzman  ,  que  le  sucedió  en  la  casa; 
á  D.  Pedro  de  Guzman ,  u  Doña  Leonor  de  Guzman,  que  casó 
con  U.  Diego  de  Vela7.qucz  Mcjia,  marqués  do  Loriana,  do 
donde  salió  al  mundo  tí.  Diego  Mejia ,  marques  on  esta  era  de 
Lemanes,  y  otras  cosas;  y  á  Doña  Ana  Félii  de  Guzman,  quo 
casó  con  Ü.  Francisco  de  los  Cobos,  marqués  do  Camarasa, 
también  parlo  de  la  misma  pluma. 

í).  Enrique  de  Gnzirtan,  sc{^undo  conde  de  Olivares,  here- 
dando á  su  padre  casó  con  Doña  María  Pimcntel  de  Fonseca, 
hija  del  conde  de  Monterey,  y  tuvo  en  ella  á  D,  Jerónimo  do 
Guzman,  que  murió;  á  D  Gaspar  de  Guzman,  que  le  sucedió  en 
la  casa;  á  Doña  Francisca  do  Guzman,  marquesa  del  Carpió; 
á  Doña  Injs  do  Guzman,  marquesa  do  Alcañizas;  á  Doña 
Leonor  Haría  de  Guzman.  que  casó  con  D,  Manuel  de  Ace- 
vedo  ,  sexto  conde  de  Monlcrey.  D.  Enrique  de  Guzman ,  se- 
gundo conde  de  Olivares  en  la  era  del  rey  D.  Felipe  II,  tuvo 
los  primeros  lugares  en  llalla,  como  Embajador  de  Ruma, 
virey  de  Sicilia  y  Ñapóles,  cuya  caSeza  dijeron  los  quo  la 
experimentaron  en  aqifellos  tiempos,  que  era  considerable 
y  que  trató  las  materias  que  sucedieron  con  discreción  y 
agudeza.  Su  hermano  D.  Pedro,  en  aquella  sitíon  era  gentil- 
hombre de  la  Cámara  del  principe  D.  Felipe  MI,  cuando  don 
Francisco  do  Sandoval  y  Unjas,  marqués  de  Dcnia,  con  bene- 
plácito y  gusto  del  Itcy  su  padre,  apoyado  y  favorecido  con 
su  gran  provi<lencia  y  con  el  oficio  do  Caballerizo  mayor  del 
Principe,  ocupaba  el  lugar  más  eminente  en  su  gracia.  Ora 


fuese,  pues,  por  la  emulación  á  osla  furlunu,  ó  lo  que  ijuíci-cn 
que  sea  los  vii'Jos  de  aquella  ediid  ,  D  Pedro  se  había  puesto 
en  puntos  sobre  las  cortiüías  con  el  ülarqucs,  de  que  él, 
como  tan  confimlo  en  esta  pnilc,  si  bien  era  el  defraudado,  lo 
echaba  lodo  en  risa,  y  D.  Pedro,  siendo  el  agresor,  salía  con 
tanto  enojo  del  caso,  que  más  parecía  el  orcndldo  que  el 
ofensor  y  el  que  se  tiraba  á  si  la  piedra;  punto  en  que  so 
descubre  la  cicelencia  de  un  natural  á  olro. 

Sucedió,  pues,  la  muerte  del  rey  D.  Felipe  U,  que  referi- 
mos en  aquella,  si  podemos  con  alguna  esperanza  Mamarla, 
historia,  y  el  suceso  de  Ñapóles,  en  la  venida  del  conde  de  Oli- 
vares 3  España ,  sucediéndole  en  él  el  conde  de  Lenius,  padre 
de  D.  Pedro:  que  para  venir  á  describir  las  cosas  que  V.  E. 
me  manda,  y  para  encaminarlas  mejor  á  su  esfera,  es  forzoso 
tomar  tan  de  ntras  la  carrera.  Vino,  pues,  señor,  el  conde  de 
Olivares  de  su  vireinado,  hallando  en  la  corte  nuevo  Rey 
BUevo  Valido,  con  aquella  misma  presunción  que  antes;  re- 
catando la  sumisión  y  escaseando  la  excelencia  á  el  iiwyor  Minis- 
tro, antes  grande  que  privado.  D.  Pedro  do  Guzíiian,  entre 
Ktos  combates,  corría  su  fortuna,  nj ¡litando  también  con  aspe- 
reza de  condición  debajo  de  la  conducía  del  Marques,  como 
Sumiller  de  Corps,  y  por  esta  rnzon  su  jefe. 

Hallábase,  pues,  el  conde  de  Olivares  con  dos  hijos;  don 
Jerónimo,  que  murió,  y  D.  Gaspar  de  Guzman,  que  con  la 
iDuerle  de  su  hermano  y  la  poseiíion  de  la  herencia  había  de- 
jado  los  estudios  de  Salamanca,  no  con  poca  vanidad  de 
haber  sido  ánics  rector  que  colegial ,  ni  estudiante  en  aquella 
ciudad.  Anhelaba  el  Conde ,  su  padre,  y  traíanle  con  cru- 
dezas de  intención  y  vaj>Ídos  do  cabeza,  la  ambición  de  cu- 
brirse: proponíalo  at  Marqués,  dando  quejas  por  acá  fuera 
de  no  verse  ocupado  luego  y  de  que  lo  hicieran  estar  en  la 
corte  algunos  meses  sin  esta  ascensión.  El  Marqués  le  respon- 
día que  lo  deseaba ;  empero  que  en  casos  tan  arduos,  aunque 
.era  Valido,  no  para  poder  arbitrar  en  ellos;  que  hablase á  S.  H., 
que  en  cuanto  á  lo  que  á  él  lo  tocaba,  no  dejaría  de  hacer  los 
buenos  oficios  que  sus  servjcioü  merecían;  y  que  por  entón- 


r 


ees  fiuplícaria  á  S.  M.  le  ocupase  ea  lugur  que  no  desdJjeso 
¿  la  verdad  de  sus  méritos  y  las  fatigas  contraidas,  en  repu- 
lacion  áa  las  Coronas,  y  ejercidas  en  Italia.  Esto  se  lució  tan 
bien,  que  lo  hizo  del  Consejo  de  Estado;  dignidad  entre  las 
otras  que  se  tienen  por  de  mayor  consideración  y  que  es  pre- 
mio después  de  grandes  lugares  y  servicios  muy  escogidos. 

Murió  el  Conde  y  sucedióle  D.  Gaspar  de  Guiman ,  su 
bijo,  en  la  casa,  en  el  estado,  en  la  presunción,  en  la  vani- 
dad, en  la  agonía  de  cubrirse;  rodeado  de  los  dos  cuñados, 
Carpió  y  Alcañizas,  los  parentescos  de  Camarasa  y  la  Pío. 
Era  hombre,  aunque  en  veinte  años  de  edad,  grueso,  corpu- 
lento, de  aspecto  riguroso  y  contíado  ;  dado, sin  haberlas  cor' 
rido  ni  experimentado,  á  hablar  en  todas  materias,  á  querer- 
las entender  y  censurarlas,  á  reputar  sus  acciones  por  más 
escogidas  que  las  de  otros;  ¡singular  capricho!  preciado  en  la 
inventiva  á  diferenciarse  en  toda,  grande  especulador  y  6scal 
del  Gobierno.  Diéronle  la  encumicnda  de  su  padre,  que  era  la 
de  Víboras  en  la  Orden  de  Calatrava. 

PaETBKSioif  BEL  co¡<DB  DB  Olivabrs  k  LA  Gkandkza.  Casó  en 
Palacio  con  Doña  Inés  de  Zúñiga,  su  prima,  hermana  del 
conde  de  Honterey:  dándose  á  solicitar  con  los  validos  la  pre- 
tensión de  cubrirse,  adolesciendo  de  este  achaque  en  todas  las 
audiencias,  visitas,  corrillos;  habiendo  quedado  solo  en  la  pa- 
lestra de  su  casa ,  porque  D.  Pedro  de  Guzman  ,  su  tio,  des- 
pués de  haberse  casado  con  la  señora  de  Baidonqutllo,  murió- 
Iban  corriendo  los  tiempos  con  aquella  felicidad  que  diji- 
mos, cuando  parece  que,  después  de  los  dias  de  aquel  Mo- 
narca, todas  las  cosas  rejuvenecieron  con  prosperidad  y  gran- 
deza, con  lustre  y  majestad  en  unas  provincias  y  otras;  a(^ 
mirando  el  universo  mundo  los  desposorios  de  nuestra  Reina, 
en  Ferrara,  con  la  asistencia  y  por  mano  de  aquel  gran  Pon- 
tífice Clemente  VIH;  la  demostración  de  ciudades,  potenta- 
dos y  repúblicas  en  sa  servicio;  la  ostentación  que  hizo  la  li- 
beralidad en  triunfos,  arcos,  representaciones  é  ingeniosos 
presentes,  joyas,  bordados,  atavíos,  familias ;  las  que  se  bi- 
cieroD  en  Valencia,  con  aplauso  y  asombro  de  los  extranje- 


9 

,  viendo  florecer  nuestra  monarquía ,  cuándo  los  discursea 
[  de  los  malos  afectos,  la  traducían  con  diferentes  opiniones; 
las  entradas  en  ciudades  y  villas,  y  Is  que  se  liizo  en  la  corte  i 
de  Castilla;  las  dádivas  á  la  serenísima  Infanta  y  al  Arcliidu- 
(|ue;  las  que  se  dieron  á  principes  y  potentados  en  Italia  y 
en  las  tierras  del  Imperio  para  traerlos  y  conservarlos  en  la 
devoción,  y  ejercitar  el  ánimo  y  liberalidad:  potencia  más  po* 
derosa  que  las  armas,  y  que  conserva  el  mundo  en  vida  y  al 
arbitrio  del  Uonarca.  Los  ejércitos  que  inundaban  tas  provin- 
cias rebeldes,  y  los  que  se  rebelaron  por  mano  de  altos  y  es- 
clarecidos capitanes,  que  no  dejamos  sin  memoria  en  nues- 
tros Anales,  concitados  de!  odio  y  religión  prolestantej  las  ar- 
madas que  rodearon  ambos  mares  en  la  eipugnacion  de  In- 
glaterra y  desolación  del  archipiélago  Constantinopolilano, 
efectos  que  solicitaron,  esforzaron  á  establecer  y  confirmar  la 
paz  antes  jurada  de  Enríco  con  nuestras  coronas;  la  muerte 
de  Isabela ,  monstruo  de  Inglaterra ;  la  sucesión  de  Jacobo  en 
aquellos  estados,  aficionado  á  nuestras  cosas  por  el  espíritu 
generoso  de  nuestro  Rey ;  los  nacimientos  con  felicidad  suce- 
didos de  la  infjnta  Doña  Ana,  reina  hoy  Cristianísima  de 
Francia;  el  del  príncipe  D.  Felipe  IV,  tan  celebrado  y  de- 
seado en  el  mundo;  la  paz  de  Inglaterra ;  el  hospedaje  hecho 
al  Embajador,  con  que  volviij  él  y  los  suyos  afectos  á  la  mag- 
L  nificencia  española,  inclinada  á  mayor  rey;  la  paz  de  Ho- 
I  lenda;  la  venida  de  tantas  flotas;  las  empresas  en  Oriente,  por 
Hurtado  y  D.  Pedro  de  Acuña,  desde  Goa  y  Filipinas  hasta  el 
archipiélago  Maluco  por  otros  eicelentes  pnrtuguescs  y  caste- 
llanos; la  reducción  de  tantos  reyes  bárbaros  á  la  verdad  del 
Evangelio,  los  que  se  bautizaron  al  ejemplo  y  fama  de  las  vir- 
^  tndes  maravillosas  de  nuestro  católico  rey  D.  Felipe  III ;  la 
*  expulsión  de  los  hijos  del  mahometismo,  que  pretendían  pro- 
fanar de  nuevo  nuestras  tierras  y  las  basas  do  la  Iglesia;  difi- 
cultad nunca  acabada  de  resolver,  si  bien  platicada  y  deseada 
por  la  prudencia  do  Fernando,  Carlos  y  D.  Felipe  II,  y  hoy 
^  ooncluida  por  los  oficios  píos  y  religiosos  de  nuestro  UontrcQ. 
H  por  quien  Dios  peleaba:  las  plazas  ganadas  en  Berbería  de 


10 
Alarache  y  la  Mamorra,  donde  plantó  dichosamente  el  estan- 
darte de  la  cruz;  la  muerte  de  Enrique,  cuando  premeditaba 
invadir  con  potentados,  ingratos  á  ios  benelicios  tan  envejecí- 
dos  sobre  su  casa  de  nuestras  coronas  de  Ital  ia  ,  las  tierras  im- 
periales, con  la  división  do  Maximiliano  y  Matías,  debajo  de 
preieito  y  pretensión  paliada  Je  asistir  á  los  pretensores  de 
Clcves  y  Julieres;  el  nacimiento  de  Marta,  reina  de  Hungria; 
el  de  Carlos  y  Fernando,  fundamentos  de  esperanza  y  pro- 
gresos fortunados;  la  asistencia  á Paulo  V, con  ejército  nume- 
roso, contra  venecianos  (¡padre  afeclisimo  por  la  virtud  y 
grandeza  de  estos  hechos,  al  rey  Católico  de  pacificación  de 
Oriente  á  Occidente ,  como  mayor  espada  y  escudo  de  la  Igle- 
sia !}-,  la  protección  de  Mantua  sobre  el  estado  de  Monferrato;  la 
loma  deBarzelli  al  duque  de  Saboya,  sobre  el  mismo  intento, 
obligándole  á  la  obediencia  y  al  respeto ;  la  defensa  de  valtelí- 
neses  contra  grisones,  que  pretendían  manchar  su  religión;  los 
casamientos  de  Francia  y  España  celebrados  en  Biirgos,  y  las 
entregas  de  Reina  y  Princesa  en  el  paso  de  Behovía ,  con  ad- 
miración de  los  franceses  por  los  encarecidos  gastos  y  expensas 
del  duque  de  Lerma ;  liberalidad  nunca  escrita  de  otro  Principe, 
Referimos,  sin  embargo,  á  esto  feÜcidad,  lo  que  acaece  á 
lodos  los  prOí>resos  de  que  tenemos  noticia,  y  lo  que  no  fué 
tan  dichoso  para  ejemplo  y  desengaño  de  ambiciosos:  la  ve- 
nida de  D.  Pedro  de  Castro,  conde  de  Lemus  y  de  Andrade 
del  vireinado  de  Nápotes  á  la  corte  de  Castilla.  Cómo  se  re- 
frescaron las  pasiones  entre  el  duque  de  Uceda,  su  cunado  y 
primo  y  ¿I,  sobre  ascender  á  la  gracia  del  príncipe  D.  Fe- 
lipe IV;  cómo  se  hizo  á  esta  hora  el  conde  de  Olivares  á  la 
banda  del  duque  de  Uceda  para  deshacer  esta  pretensión  y, 
con  promesa  de  adjudicársela,  granjearla  para  sí,  procurán- 
dolos desavenir  á  lodos;  las  llaves  que  se  quitaron  sobre  este 
caso;  la  retirada  del  duque  de  Lerma;  la  prisión  del  marqués 
de  Siete  Iglesias;  el  juicio  tan  tremendo  que  se  le  hizo,  en 
quien  si  bien  no  salió  con  la  vida  ,  salió  con  su  reputación,  la 
verdad  de  sus  calumnias,  acrisolada  su  honra , exaltada  sobre 
las  mayores  y  de  más  respeto. 


n 

Rcforimos,  otrosí,  si  no  con  lu  elegancia  quesc  dcbia, 
jornaOa  del  Hey  á  Potlugal,  el  nobilísimo  Iriunfo  de  su  co-  ] 
tralla  en  Lisboa,  las  niaravillosas  cosas  que  allí  obró  con  su 
pruJcncia;  la  vuelta  á  Castilla,  lacnfcrjncdad  en  Casa-Itubio! 
la  restauración  de  Bolicinia  y  casi  lodo  el  Imperio  con  sus  1 
armas  y  tesoros  que  quitó  al  Palatino',  la  inmutación  de  sus  I 
mismos  estados,  que  dej<)  Juntos  á  su  sucesor  con  aclama- 
cioD  pública  de  las  más  bcrúícas  plumas  y  de  la  elegancia 
historial,  y  cuan  aprisa  le  alcanzó  la  muerte  en  el  Palacio  de 
Madrid:  las  cosas  que  vimos  en  San  Jerónimo;  el  valimiento 
del  conde  de  Olivares;  la  prisión  del  duque  de  Uccda;  la  de- 
posición del  conde  do  Saldaña  del  oficio  de  Caballerizo  ma- 
yor y  de  gcnlilhomiire  de  la  Cámara,  sin  saber  por  qué;  la 
prisión  del  duque  de  Osuna,  terror  y  freno  del  común  ene- 
migo del  Adriático,  y  de  los  demás,  aunque  menores,  que  le 
circundan ;  el  fallecimiento  en  Madrid  do  D.  Pedro  de  Castro, 
oonde  de  Leinus  y  de  Andrade:  la  venida  del  principe  de 
Gales  á  lispaña  á  casar  con  la  serenísima  infanta  Doña  María, 
al  desabrimiento  del  duque  de  Boquingam,  almirante  de  In- 
glaterra, sobre  puntos  mal  encaminados  do  la  materia,  la 
vuelta  del  Príncipe ,  cómo  se  deshizo  lo  capitulado  en  este 
easo  y  cómo  hizo  el  casamiento  el  Boquingam  en  Francia ;  la 
muerte  del  rey  de  Inglatorní,  y  cóino  pasó  al  valimiento  del 
hijo;  la  liga  que  tramó  en  el  Parlamento  de  Paris  y  los  Prín- 
cipes que  metió  en  ella  para  invadir  á  Iialia;  la  armada  de 
oien  velas  que  envió  sobre  nuestras  costas,  con  que  se  cerró 
aquel  discurso. 

Pues  ahora  aquella  armada,  señor,  de  que  nos  desemba- 
razó la  Providencia  divina,  y  que  tanto  atormentó  nuestros 
naturales,  hizo  juntar  en  el  Palacio  de  Madrid  (porque  va- 
mos condescendiendo  con  lo  que  V.  E.  manda)  á  todos  los 
de)  Consejo  de  Estado.  Bl  conde  de  Olivares,  descuidado  en 
io  principal  y  más  cuidadoso  en  lo  menos  importante  y  en 
aólo  la  pompa  y  eiornacion  de  la  oración,  y  de  campar  por 
este  camino  de  más  avisado  con  los  Ministros  de  más  esco- 
nda opinión,  pareciéndole  había  armado  portentoso  argu- 


k 


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12 


mentó,  soliciló  al  Rey  y  á  sus  hermanos  á  que  le  oyesen  vo- 
tar. Llegó ,  pues ,  la  hora ,  y  entrados  ya  todos  en  el  Consejo,  o! 
Rey  dejó  á  sus  hermanos  en  la  ventanilla  que  cao  al  Consejo. 

Comenzaron  á  votar  los  más  antiguos,  que  eran  algunos, 
habiendo  de  votar  él,  como  más  moderno,  el  último:  jque 
cierto  seria  que  su  confianza  no  admitirla  esta  enmienda!  Ha- 
biendo, pues,  discurrido  algunos  y  ponderado  la  gravedad  del 
accidente  y  que  el  entilo  no  había  correspondido  al  hospedaje, 
que  se  debia  con  atención  probar  en  todo,  poner  gruesas  ar- 
madas en  la  mar,  guarnecer  las  costas,  ocurrirá  Italia  con  gente 
y  dinero,  y  ñnalmcnte,  poner  las  cosas  en  sumo  terror  y  asom- 
bro para  espanto  de  los  enemigos;  otro,  menos  presumido  de 
palabras,  menos  afectado  y  no  tan  confiado  de  si,  y  de  enve- 
jecidas eiperiencias  en  las  cosas  de  Italia,  dijo  que  la  Liga, 
por  la  diversidad  de  humorea  de  que  so  componía ,  no  surtiría 
efecto;  y  que  aquella  armada,  arrojada  una  vez  de  Cádiz, 
como  se  entendía  fabricada  de  gente  bisoña ,  iniítíl  y  de  nin- 
gún valor,  perecería  en  los  cabos  de  San  Vicente  y  Finislerro, 
donde  pretendra  guarecerse  y  esperar  la  Ilota;  y  los  vientos  y 
las  tormentas,  que  ya  comenzaban  recios  por  la  entrada  dtil 
invierno,  la  volverían  deshecha  por  el  mes  de  Diciembre  á 
Londres,  con  que  todo  este  nublado  que  nos  amenaza  sedes- 
aparece;  y  sucedió  asi. 

Llegó  ya  aqui  la  ocasión  de  votar  el  Conde ,  y  alirmándose 
sobre  los  pies  y  metiendo  la  muletilla  por  entre  la  cabellera  y 
la  calva,  después  de  más  suspensión  de  la  que  pedia  el  ne- 
gocio, dijo:  no  había  para  qué  espantarse  ni  poner  en  ponde- 
raciones el  poder  de  muchos  Príncipes ,  porque  el  de  S.  U. 
era  mayor  que  el  de  todos  ellos  juntos ;  pues  cuando  se  liga- 
ran el  rey  de  Francia  y  el  do  Inglaterra,  venecianos,  holan- 
deses, saboyanos  y  piamonleses,  suecos  y  dtnamarcos,  cada 
uno  de  estos  ó  casi  todos  juntos  no  eran  tantos  como  los  reinos 
que  S.  M.  comprende  debajo  de  sus  dominios. — Gl  reino  de 
Castilla  ya  se  reconoce  cuan  grande  es;  el  do  Portugal,  de 
Aragón ,  Tatencía ,  el  príncipado  de  Cataluña ,  el  reino  de  Sici- 
lia, el  de  Navarra,  Ñapóles,  estado  de  Mílan,  estado  de  Flan- 


8,  las  IndíaTOrientalcs  y  Occidenleles,  y  otras  Islas  e 
I  versos  rumbos  y  demarcaciones  considerables.  Pues  si  S.  H. 
üene  solo  lo  que  en  varias  partes  del  mundo  muchos,  ¿porqué 
nos  ha  de  causar  horror  el  poder  de  laníos?  Salga  S.  M.  de  aquí, 
y' porque  el  reino  de  Portugal  es  uno  solo,  los  de  Ñapóles  y  Si- 
cilÍa.taD  distantes  y  que  piden  el  pasnr  la  mar,  y  los  otros  es- 
tados por  el  consiguiente,  y  pase  á  Aragón  y  Valencia  y  Ca- 
taluña; jiinlelos  en  Corles  y  pídase  en  ellas,  ponderando 
cuántos  añoa  há  que  Castilla  lleva  sobre  si  esta  carga,  que  es- 
tos tres  reinos  socorran  á  S.  M.  con  dineros  y  soldados,  y  á  loa 
que  no  pudiesen  ir  se  les  obligue  con  personas  prácticas  y  da 
experiencia  á  que  lo  hagan ;  con  que  podremos  contrapesar 
con  nuestras  fuerzas  propias  y  naturales  el  poder  de  tantos 
sin  andar  á  mendigar  tas  extranjeras.  ¿Quién  duda, prosiguió, 
que  se  sacará  de  aqui  gran  socorro  y  mucha  gente,  con  que 
se  podran  levantar  muchos  ejércitos  y  fabricar  armadas  para 
defensa  de  esta  monarquía?  Podráse  asistir  con  gran  desahogo 
á  lo  de  Italia  ,  Flandes  y  otras  parles,  á  las  costas  y  fronteras 
marítimas,  y  nos  temerán  nuestros  enemigos,  y  aun  depon- 
drán de  sus  intentos.  Este  es  mi  parecer  en  el  caso  pre- 
sente ,  y  lo  que  me  parece  conviene  para  la  autoridad  y  exten- 
sión de  las  materias  que  yo  llevo  pensadas,  las  cuales  no  mo 
Ees  licito  referír  ahora,  hasta  su  tiempo  en  que  deseo  suma- 
vente  servir  á  S.  M. 
Esta  fué  la  sustancia;  empero  la  pólvora  que  gastó  sin 
fruto  fué  excesiva,  embarcando  un  rólogo  de  dos  horas  en 
lo  que  un  consejo  era  bastantisimo,  adolesciendo  de  grande 
eiornador.  Calló,  y  algunos  de  ellos,  ó  por  miedo  ó  por  lisonja, 
aplaudieron  el  voto  y  se  arrímaron  á  él;  con  que  en  saliendo 
de  allí  se  esparció  nueva  que  el  Rey  qucria  hacer  jornada  al 
reino  de  Aragón.  Escribió  al  Consejo  y  dio  cuenta  de  ello  á 
todos  los  demás;  despacháronse  convocatorías  y  escribió  á  to- 
l'dos  los  reinos ,  á  los  nobles .  eclesiásticos ,  universidades ,  in- 
Ilanzones,  que  en  Castilla  llaman  hijosdalgo,  y  publicóse  la 
I  ¡ornada  á  siete  de  Enero  del  año ,  que  estaba  para  entrar  en  el 
T  mundo,  de  mil  sciscienlos  veintiséis. 


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14 


'I62G. — Los  aragoneses  y  lodos  tus  demás  á  quien  los 
agrada  saber  guardar  el  dinero  mejor  que  otra  nación,  que- 
daron de  nueva  tan  impensada  y  lan  repentina  sobresaltados; 
discurriendo  los  unos  con  los  oíros  en  cada  ciudad,  villa, 
reino  y  prinrtpado  la  causa  de  accidente  tan  fuera  de  sazón. 
Discurrían  por  otra  parte,  cómo  de  acá  se  les  dccia  cnán  á  la 
ligera  iba  el  Rey,  los  pocos  apáralos  que  llevaba  (en  que  di- 
feria de  sus  pagados],  pocas  galas,  ni  arco  para  las  entradas 
de  las  cabezas  y  columnas  de  los  reinos,  ni  salir  ante  todas 
cosas  la  caballería  con  el  lustre  y  pompa  que  se  solia  hacer, 
la  religión  en  que  caminaban  los  Consejos;  antes  todo  de  prisa 
y  atropelladamente :  principio  en  que  los  más  confirmados  en 
prudencia  desconfiaron  del  acierio. 

La  iraza  que  se  habia  tomado  en  la  jornada  era  la  ligera: 
largas  jornadas,  celebrar  Corles  á  cada  reino  de  por  si,  y,  por- 
que no  haya  nada  quo  no  toquo  en  novedad,  el  tiempo  seis 
meses.  Aquí  fué  donde  conocidamente  se  perdió  cuanto  se  ha- 
bia de  Irab.ijar.  Señalóse  á  los  aragoneses  para  las  Cortes  la 
ciudad  de  Barba^tro,  á  los  valencianos  á  Monzón,  á  los  cata- 
lanes á  Lérida.  Tres  Cortes,  en  tan  poco  tiempo  como  seis  me- 
ses, parecía  temeridad  ó  falta  de  buen  juicio:  imposible  salir, 
con  ello,  habiéndonos  enseñado  la  experiencia  de  en  tiempo 
del  rey  Católico ,  el  Emperador  Carlos  V ,  su  hijo  y  nieto ,  que 
aún  juntando  los  oslados  en  uno  era  menester  niuciio  tiempo  y 
más  tolerancia  para  moverlo  á  definir  corlas  m;ilerias.  ¿Cuanto 
y  más  ésta  que  se  les  tiraba  á  la  libertad  y  á  tos  fueros,  que 
tanto  tienen  en  los  ojos?  Oíros,  que  pretendían  oponerse  y  aun 
adelantarse  en  el  discurso  ú  los  pasudos,  ó  por  más  delgados 
estadistas,  ó  de  más  noticia  de  nqucllos  reinos  ó  del  natural 
do  aquellos  vasallos,  decian  que  por  más  formidables  y  ca- 
rearse con  fácil idtid  una  provincia  con  olra,  serian  más  impo- 
sibles de  contratar,  y  divididos  más  fácil  de  reducir  y  allanar 
á  cualipiicr  pedido.  El  que  lo  penetraba  y  lo  nnlovia  todo,  1o 
parecía  ansí  y  así  lo  dispuso  y  ejecutó ;  si  bien  csla  jornada, 
decian  los  más  viejos,  llevaba  otro  viso  y  se  encaminaba  á 
■parlar  la  voluntad  más  soberana  de  donde  no  le  convenia. 


15 

Llegado,  pues,  el  dia  sétimo  de  Enero  de  1626,  salió  el 
Rey  de  Madrid  con  el  infante  D.  Carlos ;  dejándose  á  la  Reina, 
á  la  infanta  Doña  María  y  al  infante  D.  Fernando  en  Madrid. 
Salió  el  Conde,  el  marqués  de  Liche,  que  había  casado  con  su 
su  hija f  el  almirante  de  Castilla,  el  marqués  de  Castel  Ro- 
drigo y  otros  caballeros,  que  referiré  adelante  por  aligerar  el 
progreso ,  y  todos  los  demás  oficios  de  la  casa ,  los  forzosos 
todos  á  caballo;  dejándose  con  orden  expresa  á  D.  Jaime  Ma- 
nuel en  Madrid,  resfriado  ya  en  la  correspondencia  con  el 
Conde  (puerta  por  donde  comenzó  á  entrar  la  desconfianza 
de  todos  en  su  ánimo,  y  de  cuantos  andaban  en  la  Cámara 
del  Rey),  como  diremos  adelanto;  haciendo  llamar  á  Barcelona 
al  duque  do  Maqueda,  su  hermano,  con  la  esperanza  del  vi- 
reinado  de  Barcelona,  que  le  debia  de  convenir  entonces, 
y  á  la  vuelta  no  consiguió;  pretendiendo  con  este  antídoto 
templarle  el  corazón,  como  hombre  que  le  parecia  no  conve- 
nia se  juntase  con  su  hermano,  para  que  no  fuese  tan  crecido 
el  odio  y  la  murmuración :  que  ésta  al  más  poderoso  en  mando 
y  en  lugar,  por  más  alto  que  esté,  no  deja  de  inquietarle  el 
miedo. 

Salió,  pues,  el  Rey  á  dormir  á  Guadalajara  y  á  largas  jor- 
nadas entró  en  Aragón.  Esperáronle  en  la  raya  los  diputados  del 
reino,  donde  ejercieron  algunas  de  sus  ceremonias;  prosiguió 
su  camino,  y  en  Cariñena,  lugar  cerca  de  Zaragoza,  hizo  le 
saliese  á  hablar  el  duque  de  Cardona:  llegó  allí,  y  aquella 
noche  le  encomendó  la  buena  dirección  de  las  Cortes  de  los 
catalanes;  que  los  moviese  el  ánimo  á  la  concesión  del  dinero 
en  que  se  habian  de  obligar,  y  se  les  habia  de  pedir  para  acu- 
dir á  la  guerra  de  Italia  y  Flandes  y  otras  partes,  ofreciendo 
de  hacerle  merced .  El  Duque  le  besó  la  mano  por  la  que  le  ha- 
cia, y  se  obligó  muy  de  corazón  á  hacerlo,  y  que  tomaría  por 
su  cuenta  y  cuidado  el  servirle,  y  muy  por  llano  el  que  los 
catalanes  le  servirían  y  obedecerían  en  cuanto  S.  M.  les  pi- 
diese y  mandase. 

Llegó  aquí  aquella  misma  noche  D.  Fernando  de  Borja, 
virey  de  Zaragoza,  besó  la  mano  al  Rey,  y  en  lo  primero 


quo  procuró  poner  el  cuidado  fué  en  salir  de  dcsconSania  y 
CD  ejercer  su  oficio  de  gentilhombre  de  la  Cámara;  á  que  no 
le  le  puso  embarazo,  sabiendo  cuan  poco  le  habia  de  durar  y 
que  babia  de  quedar  en  aquel  reino,  mal  de  su  agrado,  con 
preceptos  inviolables  de  no  salir  de  allí,  ó  vivir  retirado  en 
una  miserable  aldea.  Por  eso  digo  yo,  que  este  primer  estrago 
DO  fué  del  consejo  del  duque  de  Uceda ,  sino  del  que  ahora  le 
conservaba  rigurosamente.  Vio  aquella  nueva  cortecilla  salir 
de  prisa  arrastrando  de  Madrid  ;  vio  los  amigos  que  habia  de- 
jado antes,  pocos  y  de  diferente  aire;  otros  que  también  cono- 
cía, y  otros  que  opénas  vio,  ocupando  ios  primeros  tugares;  no 
halló  allí  ninguno  de  sus  parientes,  más  que  al  almirante  de 
Castilla;  los  más  de  ellos  muertos  y  retirados,  sus  hermanos 
desvalidos,  el  uno  atadas  al  Consejo  de  Portugal  las  acciones 
y  el  albedrío,  y  el  otro  residenciado  ásperamente  del  virei- 
nado  del  Perú;  vio  al  Valido  rodeado  de  la  sumisión,  de  la 
adoración  y  lisonja,  y  él  no  poco  ufano  de  que  manoseaba 
gran  presea. 

Entraron  en  hablar  de  las  materias  del  reino. 

D.  Fernando  le  refirió  la  admiración  con  que  estaban  los 
naturales  de  la  súbita  venida  de  S.  M..  y  con  el  sentimiento 
de  que  no  entrase  en  Zaragoza  con  las  legales  ceremonias  y 
regio  acompañamiento  que  los  reyes  sus  antecesores,  y  que 
no  hablan  dejado  de  molestarle  para  que  se  lo  propusiese  á 
un  Bey  tan  mozo,  que  era  la  primera  vez  que  veía  aquellos 
reinos  y  que  los  vasallos  le  veian  á  él.  Cosa  naturalmente 
deseada  do  todos,  que  deseaban  ejercer  las  ceremonias  quo 
en  tales  casos  les  toca;  lo  uno  para  que  su  Rey  los  conoica; 
to  otro  para  que  con  mayor  veneración  los  estime  el  pueblo: 
los  nobles,  para  ocupar  sus  lugares  superiores  en  tales  actos; 
los  eclesiásticos,  para  administrarle  lo  que  les  loca  de  religión; 
los  infanzones  ó  hijosdalgo  para  refrendarse  en  el  honor'  y 
en  la  posesión  quo  merecieron  con  tos  servicios  heredados, 
nuevamente  adquiridos.  Decia  lo  que  sentiría  el  reino,  la  ciu- 
dad y  los  otros  magistrados,  que  solamente  están  esperando 
este  día,  verlo  entrar  sin  el  Palio,  el  Jurado  en  capítulo,  que 


17 
aquel  (lia  le  loca  entrar  á  su  ladu,  y  lus  demás  con  sus  iasig- 
nia^  nupcialcü  y  sus  ropas  labres  ó  gramallas  carmesíes,  que 
lería  ^rdii  üesconsuclo  para  toilos;  no  adelantar  nmla  las  Cor- 
les sería  resfriar  el  amor  de  los  i|ue  las  hablan  de  aleniar;  y 
&1  contrario,  (|ue  vícnüulo  entrar  como  Itcy ,  guardünitole  sus 
honores  y  privilegios,  loilo  se  haría  bien,  con  facilidad  y 
piuvetho. 

Cl  Conde ,  á  todas  estas  razones  respondía .  denegando  la 
proposición  y  deseando  ánlea  quo  lü  úlil  mantener  la  nove- 
dad ,  que  S.  M.  no  venia  á  gastar  el  tiempo  en  ceremonias, 
antes  á  la  sustancia  que  pedían  negocias  que  comenzaban  á 
brotar  en  la  Europa,  en  lo  cual  se  babia  de  poner  toda  la 
atención  y  el  cuidado;  y  que  así  le  exhortaba  que  lo  encar- 
gase a  todos,  y  las  personas  más  principales  de  ios  tres  brazos 
estuviesen  muy  prontas  y  dispuestas  á  servir  oí  Rey  :  que  la 
demanda  era  justa,  y  muy  necesaria  la  conservación  y  de- 
fensa de  los  reinos  á  que  obliga  el  amor  y  lidelidad. 

D.  Fernando  volvió  con  esta  respuesta,  a  Zaragoza,  que 
desconsoló  mucho  á  los  que  la  ojeron  ;  y  volvieron  á  repli- 
car afirmando  se  contravenía  á  los  fueros  de  ia  patria,  el  de- 
jar entrar  el  Rey  como  Rey  de  Aragón  en  Zaragoza  y  sin  el 
Palio;  con  el  cual  se  hubo  de  condescender  a  la  fuerza  que 
bacia  la  razón  poderosa  y  aun  inviolable,  en  tales  acaecimien- 
tos, por  los  e^tatutos  y  doreclios  antiguos  observados  y  como 
divinos;  los  cuales  es  linaje  de  profanidad  ó  tiranía  el  preten- 
derlos dcrogüf.  antes  seguir  el  ejemplo  de  nuestros  mayores. 
Con  lo  cual  se  previno  el  Rey  para  entrar  en  público,  y  los 
ministros  ó  ciudadanos  le  pi'epararon  un  Palio  de  moderada 
ostentación. 

Como  do  prisa,  afrontóse  á  la  puerta  de  la  ciudad,  donilo 
la  esperaban:  ejercidas  alli  ulgtinas  ceremonias,  antes  de 
entrar  en  el  Patio,  disparó  algunas  piezas  de  artillería  con 
prevención  misteriosa  ia  fortaleza ,  ó  Aijuferia  que  llaman .  le- 
vantada por  el  rey  D.  Felipe  li  desde  lus  tumultos  de  Antonio 
Pérez.  Prf>guntó  el  Bey  qué  era  aquello:  dijéionlc,  refirién- 
dole con  precisión  el  principio ,  que  era  la  fujlaleza  de  la ciu- 


r 


18 
dad  que  le  hacia  salva,  á  lo  cual  respondió  qua  la  quitasen 
de  allí  y  echasen  por  lierra.  Quisieron  con  csle  principio  do 
confianza  lisonjear  el  ánimo  de  los  aragoneses  para  lo  ade- 
lante, y  para  lo  que  se  pretendía;  mas  ellos,  si  bien  se  alegra- 
ron y  lo  comenzaron  á  celebrar  desde  alli  con  públicas  acla- 
maciones, no  dejaron  de  sentir  el  alma  del  pensamiento  y 
adonde  se  encaminaba  el  designio;  que  era  muy  bajo  el  halago 
■y  la  lisonja,  y  do  ninguna  sustancia,  y  que  antes  se  lo  perdo- 
naban porque  no  les  locase  en  sus  fueros.  Con  lo  cual ,  y  con 
atperarle  allí  toda  la  nobleza  con  los  raaceros  y  reyes  de  ar- 
mas y  las  demás  personas  en  tales  actns  suficientes,  hizo  la 
entrada;  no  sin  grande  ale!;r¡a  y  aplauso  de  los  naturales,  y  de 
todos  cuantos  de  las  demás  villas  y  lugares  del  reino  habían 
concurrido  á  aquella  antigua  y  nobilísima  colonia  á  ver  é 
un  Príncipe ,  de  tan  excelente  aire  y  compostura ,  que  los  dejó 
admirados. 

Llegó  al  maravilloso  templo,  el  mayor  de  aquella  cia- 
dad,  donde  le  esperaban  el  Arzobispo,  dignidades  y  canóni- 
gos y,  cumpliendo  con  las  ceremonias  de  religioso  y  católico, 
sobre  un  teatro  que  allí  estaba  levantado,  en  este  día  ó  en  el 
siguiente,  juró  los  privilegios  á  los  eclesiásticos,  nobles,  in- 
fanzones y  ciudadanos;  y  de  alli  se  fué  á  aposentar  á  las 
casas  del  Arzobispo,  puestas  á  las  riberas  del  Ebro:  menu- 
dencias que  dejo  de  referir  por  no  ser  de  importancia ,  y  por- 
que remito  á  la  curiosidad  de  estas  ceremonias.  Con  que,  vi- 
sitando algunos  conventos  y  lugares  píos,  y  aquel  de  todas 
maneras  venerable  de  Nuestra  Señora  del  Pilar,  después  de 
ocho  dias  que  hubo  asistido  á  las  ocurrencias  y  necesidades 
de  la  ciudad,  pasó  á  Barbastro,  ciudad  corta  y  de  ningún  fes- 
tejo y  de  recreación,  adonde  los  tenia  convocados. 

Concurrieron  allí  lodos  los  tres  brazos,  eclesiásticos,  no- 
bles, y  de  hijosdalgo;  y  en  la  Iglesia  mayor  se  les  hizo  la 
proposición  de  las  Cortes,  y  teyó  D.  Jerónimo  de  Villanueva, 
proionotario  de  los  reinos  de  Aragón  (cuya  inteligencia  que- 
dó reconocida  desde  entonces  para  ocujiarJe  después  en  ma- 
yor ministerio] ,  y  dijo :  que  S.  H. ,  compelido  de  obligaciones 


19 

y  necesidades  forzosas  de  acudir  á  tantos  y  tan  dilatados  rei- 
nos como  Dios  le  había  dado,  habíalo  hecho  asi,  los  años 
que  lo  habla  tocado  en  su  vida,  y  asimismo  por  espacio  de 
más  de  ciento  sus  generosos  é  ínclitos  antecesores,  con  las 
fuerzas  y  sustancia  de  Castilla  y  las  Indias  Orientales  y  Oc- 
cidentales, en  que  con  largo  número  de  millones  se  habia 
hecho  guerra  á  todos  los  enemigos  de  la  Europa,  Asia  y 
África,  y  á  costa  de  éstos  hablan  gozado  todos  los  demás  de 
paz  y  tranquilidad,  por  lo  cual  se  hallaban  descansados  y  Cas- 
tilla sumamente  afligida  y  trabajada,  tanto  que  ya  no  era  po- 
sible pasar  adelante;  y  que  pues  todos  eran  reinos  suyos  los 
que  tienen  nombre  de  tales,  y  era  común  la  ofensa;  habia 
acordado,  no  sin  gran  consejo  y  con  muchas  vigilias,  fuese 
común  la  contribución :  y  que  asi  les  pedia ,  poniéndoles  de- 
lante tan  larga  jornada,  ejercida  con  muchos  gastos,  en  el 
corazón  de  un  invierno  tan  rigoroso,  ausente  de  la  Reina,  y 
Princesa  su  hija  la  serenísima  infanta  Doña  María,  y  el  in- 
fante D.  Fernando  y  sus  hermanos,  estimadísimos  sobre  todo 
encarecimiento  para  carecer  de  ellos;  y  asi  les  pedia,  con  toda 
brevedad  le  concediesen  diez  mil  soldados  y  el  dinero  para 
pagarlos:  y  que  esto  fuese  gobernado  por  ellos  mismos,  po- 
niendo cabos,  comisarios  y  oHcialos  para  expedición  y  ma- 
nejo tales,  cuales  los  pedia  la  importancia  de  la  materia. 
Que  al  presente  tenia  contra  sí  levantados  muchos  principes, 
con  armas  y  ejércitos  formidables :  al  Rey  de  Francia  á  ins- 
tancia del  de  Inglaterra  que,  habiendo  casado  con  su  hermana, 
pedídole  la  suya,  y  entrándosele  por  sus  puertas,  habiendo 
querido  dársela  y  hospedádole  con  todo  esplendor  y  cortesía, 
no  sólo  le  habia  faltado  en  la  palabra,  empero  capitulado  con 
el  francés,  duque  de  Saboya  y  venecianos,  bajar  sobre  Ita- 
lia, donde  estaba  un  poderosísimo  ejército  para  entrarla  y 
obligarle  á  oponer,  como  á  la  hora  le  mandaba  al  duque  de 
Feria  gobernador  y  capitán  general  del  estado  de  Milán,  otro 
no  menos  numeroso  para  echarles  de  ella:  que  los  holandeses, 
con  estas  inteligencias,  perseveraban  y  discurrían  más  inso- 
lentes ;  que  el  Rey  de  Inglaterra ,  sí  bien  con  mal  suceso,  ha- 


hia  enviado  sobre  1as  costas  del  Antlaluoía  cien  bRJeIcs,  ayu- 
dado de  estos  mismos  enemigos,  suecos  y  dinamarcos  para 
desolación  y  ruina  de  Espnña,  que  con  felicidad  habia  echán- 
dole de  Cádiz;  que  en  Alemania,  á  quien  era  forzoso  acudir, 
molestaban  proleslaiiles  el  Imperio;  que  todas  estas  cosas 
pendían  y  cargaban  do  6.  M.  y  de  las  fuerzas  de  Castilla  ,  dig> 
ñas  todas  de  ebstener  y  amparar;  que  en  sus  confines,  y  por 
toda  la  cordillera  de  los  Pirineos,  se  habla  menester  poner 
gruesas  guarniciones,  por  si  acaso  liga  tan  maliciosa,  una  vez 
comentada  ta  guerra,  los  quisiere  acometer  y  entrase  por 
Aragón  y  Cataluña;  que  las  Indias,  aun  no  bastando  su  cui- 
dado, se  las  nioloslaban  liis  enemigos  septentrionales,  y  ahora 
con  gruesa  armada,  acabada  de  reparar  la  Bahía  do  Todos 
Santos  y  ciudad  del  Salvador  en  el  Brasil ,  se  temía  de  ma- 
yores invasiones;  quo  á  todos  los  demás  reinos  que  se  inclu- 
yen en  la  esfera  de  su  gobierno,  hacia  esta  misma  propuesta  y 
proposición,  y  los  compelía  á  la  contribución  de  dineros  y 
soldados;  que  á  ellos,  por  ser  todos,  y  juntos  un  cuerpo ,  de 
quien  sa  hallaba  lan  servido  y  se  prometía  socorro  considera- 
ble parahxcor  rostro,  los  había  querido  venir  á  ver,  á  honrar 
y  hacer  merced;  y  que  pues  la  causa  era  común  y  urgente, 
no  dudasen  de  servirle  y  hacer  por  su  mismo  negocio  de- 
fensa, amplificación  y  reparo  de  la  monarquía,  á  que  todos 
estaban  obligados  y  era  justo. 

Calló  el  protonotario,  y  precediendo  las  demás  ceremonias 
en  tales  casos  acostumbradas,  se  acabó  por  aquel  día  la  pro- 
posición de  las  Cortes.  Señaláronse  lugares  en  que  se  jun- 
taran de  por  si  cada  uno  do  los  tres  brazos;  habilitáronse,  para 
su  intención  disponer  y  alentar  los  ánimos,  al  marqués  de 
Liche,  á  D.  Diego  Mejía  (de  la  facción  valida,  por  no  dejar 
que  hacer  á  otros  y  que  todo  so  lo  debamos  al  marqués  de 
Fromista),  que  allí  llaman  tratadores  de  las  Curtes,  y  por  pre- 
sidente de  ellas  al  conde  de  Monterey.  Díóse  la  mano  al  Virey 
para  qne  diese  calor  y  resolución  á  la  materia,  no  sin  gran 
cuidado  y  no  poca  aOiccion  del  hecho,  y  entonces  con  más 
congoja,  cuanto  conocía  el  rígido  natural  de  aquellos  vasa- 


21 

líos,  la  materia  nueva  y  nunca  oida  do  ellos  mUmos,  cuánto 
I  babian  de  querer  rechazarla  y  defender  sus  fueros,  y  cuánto, 
■unque  saliese  con  ello  y  lo  consiguiese  con  destreza,  no  se 
lo  babia  de  agradecer  el  primer  Ministro,  ni  aplicar  esis 
trabajo  á  su  maña  y  diligencia,  antes  á  la  suya ,  á  su  cabeza ,  á 
su  ingenio,  traza  y  disposición:  cosa  en  que  siempre  ponia  la 
mira;  antes  que  se  siguiese  su  con^iejo  que  el  ajeno ;  y  asi  do 
hay  que  espantar  que  ao  errase  mucho  y  se  acertase  poco,  que 
Go  le  atribuyeran  la  felicidad  del  suceso,  y  lo  no  tan  próspero 
se  lo  prohijaran;  que  aún  habia  ruinas  de  la  rebelión  pasada, 
y  reciente  el  fracaso. 

Et  marqués  de  Almenara  dió^e  á  discurrir  con  esta  nove- 
dad de  la  gente;  cada  uno  en  su  posada  altercaba  sobre  el 
caso,  admirados  de  tal  novedad  y  de  cosa  que  no  se  habia 
atrevido  ninguno  de  los  reyes  de  Aragón.  Acordábanse  de 
aquel  que,  por  romper  sus  fueros  con  su  misma  daga,  se  habia 
herido  rigorosamente  la  mano,  y  que  sin  embargo  do  esto,  pfr- 
pecicndole  pasaba  de  tos  limites  de  su  poder  y  soberanía  y  se 
entraba  en  los  de  tirano,  corrigiendo  con  el  accidente  de  su 
furia  y  pretendiendo  enmendar  con  más  acuerdo  aquella  ira, 
los  conBrmó  con  su  sangre :  hecho  que  acumularon ,  por  for- 
tunado en  su  libertad,  á  las  armas,  poniendo  aquellas  cinco 
barras  coloradas,  que  signÜIcan  cinco  dedos  de  sangre,  en 
los  escudos  y  en  el  más  principal  lugar  de  eltos,  como  lo  de- 
ponen los  progresos  antiguos  de  sus  crónicas.  Finalmente,  los 
eclesiásticos  y  los  nobles,  pocos  y  medrosos,  ó,  lo  más  verCH- 
i  límil ,  más  fieles,  votaron  y  concedieron  á  la  hora. 

Los  infanzones  ó  lidalgos,  número  infinito  y  portentoso, 
que  pora  habilitarlos  y  conocer  los  que  lo  eran  habla  poco 
[  tiempo  en  seis  meses,  bajó  gran  copia  de  ellos  de  las  ciuda- 
I  des,  villas  y  aldeas  en  diferentes  hábitos  y  trajes;  tanto,  que 
I  más  parecían  labradores  que  hidalgos  de  los  Pirineos.  jCosa 
laravillosa.'  Descendían  en  tropas  con  sus  capotes  pardos, 
I  tlbarcas  y  alforjas,  vendiendo  lo  que  les  sobraba  de  estaocu- 
I  pación,  y  con  virtiéndolo  en  trato;  despendiendo  muchas  cosas 
I  da  lino,  caza  y  reees.  No  babia  ponerlos  eo  razón:  divididos 


en  corrillos,  hablando  libre  y  atrevidamente,  unos  escriba- 
nillos  á  letrados,  que  llamaban  molescs,  de  nncion  francesa 
según  se  decia,  se  pusieron  tetncrariainente  á  conirftstar  con 
desvergüenza  los  decretos  y  órdenes  del  Rey,  á  armar  contra 
sus  mandamientos  y  resoluciones  reales,  y  á  hacer  sétjuito,  en 
que  se  incluían  mucha  parle  del  bra^to;  tanlo,  que  más  pare - 
cian  turba  de  hombres  bajos,  que  de  obligaciones.  No  dejaron 
de  señalarse  los  de  prendas,  haciendo  su  oficio  la  virtud  y  la 
que  era  verdaderamenle  hidalga  sangre,  resplandeciendo  con 
su  fidelidad  los  mejores.  Esto  se  hacia,  finalmente,  con  tanta 
ceguedad  y  obstinación,  que  habilitaban,  por  confundir  el 
tiempo  ya  prescrito  con  dilaciones,  todos  cuantos  se  ofre- 
cían, bajos  y  altos,  por  no  concluir,  no  reparando  que  des- 
truian  ignominiosamente  el  lustre  de  su  jurisdicción  ;  empero 
paliáronlo  y  notificándoles,  que  si  pasado  el  tiempo  de  las 
Cortes  pareciese  que  alguno  no  era  hidalgo,  le  casligariaD  ri- 
gorosamente. 

Entre  tanto  que  esto  pasaba  en  Barbastro ,  por  ir  echando 
cuidados  aparte  y  aprovechar  el  tiempo  que  volaba,  pasó  el 
Rey  á  Zíncario,  celebrado  de  la  historia  romana,  y  entró  en 
Monzón,  donde  le  esperaban  los  valencianos.  Juróles  sus  pri- 
vilegios, é  hizoseles  la  misma  proposición,  en  que  se  les  pe- 
dia ocho  mil  soldados  y  dineros  para  pagarlos,  en  la  misma 
foroia  y  traza  que  á  los  aragoneses.  Señaláionse  por  tratado- 
res á  D.  Luis  de  Ilaro,  sobrino  del  conde  de  Olivares,  hijo  del 
marqués  del  Carpió  i  al  marqués  de  Bandonquillo,  tio  del 
Almirante;  y  al  conde  del  Castro,  hombre  mañoso  y  entro- 
metido y  con  presunciones  de  avisado.  En  esto  se  vio  más 
sensible  y  tratable  la  materia,  por  cuanto  eran  pocos  y  se 
descubrían  menos  dificultades  que  vencer,  si  bien  no  dejaban 
dfi  sentir  y  murmurar  el  caso:  juntábanse  cada  día,  y  no  tra- 
taban ni  resolvían  nada. 

Vuelto  el  Rey  á  Barbastm,  sintiéndose  por  horas  la  ince- 
sible  dificultad  de  esta  turba,  que  casi  pasaban  de  ocho- 
cientos hombres  coando  llegaron  á  votar,  era  cosa  eitraordi- 
naria  oír  ios  atrevimienlos  y  disparates  que  se  dejaban  decir. 


23 

Cuál  decia ,  qne  tuviese  cada  uno  un  arcabuz  en  su  casa  y 
sirviese  á  S.  H. ;  otros  apellidaban  por  la  libertad  de  sus  fue- 
ros, otros  por  la  vida  de  la  patria,  otros  que  no  venian  en 
lo  que  se  les  pedia.  El  Yirey,  y  D.  Diego  Mejia ,  y  los  tratado- 
res,  para  ir  ganando  tierra,  viendo  al  Rey  todos  los  dias  en- 
cerrado en  dos  piezas  sin  salir  un  punto  de  casa,  ni  aun  dado 
siquiera  á  un  justo  entretenimiento,  procuraron  con  la  indus- 
tria y  con  las  dádivas  allanar  algunos  votos,  y  éstos  los  más 
desesperados.  Excluyeron  del  brazo  al  moles  desnaturalizán- 
dole ,  y  echáronle  del  reino ;  y  siendo  esto  ya  casi  á  los  prin- 
cipios de  la  Cuaresma ,  la  maña  pudo  tanto  y  la  negociación 
con  el  que  escribia  Ids  votos,  que  en  efecto  se  dio  por  parte 
del  Rey  concluida  y  acabada  la  materia;  y  si  bien  no  tanto 
como  se  pedia,  abrazando  lo  que  se  pudo  y  repartiendo  la 
cantidad  por  las  casas  del  reino,  honró  el  Rey  con  algunas 
dignidades  y  mercedes  á  los  que  le  habian  servido ,  y  pasó  á 
Monzón  á  apretar  la  dificultad  y  la  remisión  de  los  valencia- 
nos. Con  la  presencia  del  Rey,  D.  Luis  de  Haro,  mozo  para 
cualquiera  cosa  mtiy  á  propósito,  poniendo  la  fuerza  de  su 
ingenio  en  la  conclusión,  y  en  que  surtiese  efecto  en  lo  que 
se  le  había  encomendado ,  trabajaba  sin  cesar  de  día  y  de 
noche. 

A  esta  hora  llegó  de  Madrid  el  embajador  del  Grístianisima 
con  la  concluyen  y  capitulo  de  las  paces  entre  Francia  y  Es- 
paña. Habia  visto  aquel  Parlamento  el  mal  efecto  de  la  liga 
en -Italia:  á  el  duque  de  Saboya  mal  atento  á  lo  capitulado,  y 
que  siendo  lo  primero  acometer  el  estado  de  Milán,  se  había 
encaminado  á  tomar  á  Genova,  anticipando  su  propio  interés 
antes  que  el  del  Rey ,  por  lo  cual ,  monseñor  de  la  Díguera  se  ha- 
bia vuelto  con  su  ejército  á  Francia  sin  efectuar  nada ;  el  Duque 
por  el  ejército  del  Rey  encerrado  en  Astte ,  y  con  ánimo  de 
acometer  y  asolar  el  Piamonte ;  la  armada  de  Inglaterra  arro- 
jada ignominiosamente  de  Cádiz,  derrotada  y  deshecha;  en 
Londres,  Flandes  y  Alemania  prósperos  sucesos;  deshechos  y 
consumidos  nuestros  coligados  en  aquellos  países  y  en  la  riña; 
y  el  rey  Católico,  dejada  su  casa,  discurriendo  por  sus  rei- 


r 


24 
nois,  pidiéndoles  gente  y  dinero,  cerca  tte  Barcelona  escala 
para  llalla,  mozo  y  biioso:  (liáronse  á  senlir,  como  las  mate- 
rias de  estado  se  palian  y  componen  con  singulaics  efectos  y 
pretextos,  que  no  era  sólo  aquello  para  lo  que  liabia  salido  de 
Castilla,  (jue  otro  Gn  llevaba  su  jornada,  y  que  quería  po- 
nerse sin  sentir  en  Lombardia.óen  otra  parte,  y  hacer  por  su 
persona  la  guerra  y  amedrentar  todos  sus  enemigas;  que  era 
poderosísimo  el  Rey  de  España  puesto  en  campaña,  y  le  se- 
guirían muchos,  pasando  todos  sus  vasallos  á  servirle  con  las 
vidas  y  sus  haciendas ;  que  habia  sido  él  arbitro  de  coligar  los 
reinos  de  esta  distancia  relevante ;  que  do  era  bien  ,  acordán- 
dose de  Carlos  V  y  el  rey  Francisco,  encender  eslos  dos  I'rín- 
cipes  mozos  en  guerras,  donde  la  desolación  seria  mucha  y 
contraria  la  fortuna  pnra  ellos,  como  lo  pasado  habia  aconte- 
cido; que  monseñor  Barbcrino,  sobrino  del  Papa,  so  apres- 
taba con  galeras  y  otras  prevenciones  para  España  ,  llamado 
y  convidado  para  compadre  del  Roy  y  sacar  de  pila  la  Prin- 
cesa, donde  podría  ser  que  el  Papa  mudase  la  devoción  con 
el  nuevo  parentesco  y  hospedaje,  y  se  introdujese  en  nuevas 
y  diferentes  materias  con  orrccimientos  de  dádivas  y  algunas 
honras  prometidas,  con  que  España  do  ordinario  suele  ganar 
la  gracia  del  Pontiflco,  acrecentando  y  engrandeciendo  á  los 
Buyos;  cosa  usada  y  apetecida  en  la  antigüedad  y  do  ellos 
mismos,  en  que  aquella  monarquía  es  prodigiosa  y  nos  lleva 
la  ventaja.  Y  asi  por  esto,  y  por  lodo  lo  demás  qnc  ellos  no 
sin  envejecida  prudencia  discurren,  propusieron  la  paz  y  la 
abrazaron  ;  y  pasó  la  guerra  ¿  los  confines  de  la  Bretaña  en- 
tre ellos  y  los  ingleses. 

Pedia  el  inglés  al  rey  do  Francia  el  cumplimiento  y  paga 
de  la  dote  de  su  mujer,  y  viendo  no  se  lo  cumplia  envió  su 
gente  y  bajeles  á  sitiar  la  Isla  de  San  Miguel ,  situada  en  aquel 
canal ;  cuyo  efecto  fué  el  mismo  que  el  de  Cádiz,  enviando  el 
rey  Católico  la  armada  Real  del  Estrecho,  con  D.  Fadríque  de 
Toledo,  en  socorro  del  Cristinnisimo :  aiuislad ,  quo  con  breve- 
dad duró  poco,  turbándola  nigunos  accidcnlrs  que  se  espe- 
raban en  Italia ;  empero  su  salida  dcMudríd  obró  en  el  ánimo 


de  los  fi-anceses  esta  paz  y  csla  unión.  Tanto  importa  á  los 
graneles  Príncipes  mostrarse  alguna  vez  armijeros,  no  revolto* 
sos;  empero  soldados  en  ocasión  y  cuando  el  vecino  deja  sü 
casa  para  insidiarle  la  suya.  Quien  ve  á los  reyes»  no  permi- 
tirse en  sus  imaginaciones  de  otra  manera  que  armados,  pa- 
reciéndole  toca  y  no  de  otra  suerte  aquellos  arcos  á  la  dig- 
nidad» no  lo  mostraran  alguna  vez  en  sus  personas  y  le  darán 
á  temer.  El  oficio  del  Rey  no  es  otra  cosa  que  ser  soldado ,  ni 
puede  caber  reputación  ni  respeto  sin  este  dictamen  \  regir  en 
paz  y  en  guerra  enseña  el  derecho ;  no  dado  á  la  ociosidad  y 
á  cosas  bajas  é  inútiles,  que  escarnecerán  de  ellos  los  precia- 
dos de  esta  generosa  virtud.  ¿Cómo  le  han  de  temer  los  ene- 
migos«  ó  cómo  se  reducirán  aF  yugo  y  á  la  obediencia?  Sólo 
el  Rey  en  el  retiro,  en  la  caza,  en  los  bosques  y  parques,  no 
es  decencia ,  y  no  morirá  con  gran  nombre ;  y  pocos  triunfos 
le  honrarán  el  támulo.  El  Rey  soldado  en  lo  licito  morirá  ce- 
Bido  y  ennoblecido  de  las  esclarecidísimas  señas  y  pompas  de 
Harte,  y  dejará  gran  memoria  de  si  en  la  posteridad ;  en  casa, 
en  sus  hijos  y  en  sus  nietos  dilatado  su  nombre  ^  y  sus  coro- 
nas para  vergüenza  y  afrenta  de  los  pusilánimes  y  cobardes 
que  no  arriban  á  la  gloría  de  grandes. 

La  paz  concluida  en  Francia  hizo  entrai  en  discurso  á  los 
nsinos,  y  decianque  pues  hnbia  espirado  la  causa ,  cesasen  los 
efectos,  sin  atender  que  no  se  habia  hecho  con  todos  los  ene- 
migos, que  tiene  muchos  y  grandes  la  monarquía  ;  proseguían 
adelante  y  decían  que  ellos  eran  poderosos,  y  que  si  el  Mar- 
qués acometiese  sus  fronteras,  que. se  lo  ostorbnrian  y  lo  sal- 
drían al  paso,  guarneciendo  los  Pirineos, la  parte  que  es  suya 
hasta  Pcrpifian  y  Salsay,  de  gruesos  escuadrones.  Apretaba- 
seles,  no  obstante,  á  la  concesión:  los  tratadores  no  los  de-^ 
jaban  descansar  un  punto ,  á  los  obstinados  con  persuasión  y 
el  ejemplo;  con  dádivas  á  los  codiciosos,  y  tal  vez  con  la 
amenaza  al  pertinaz;  empero  ellos  encerrados  en  sus  ayun- 
tamientos enmudecian ,  y  cruzadas  las  manos  y  los  ojos  en  el 
suelo,  no  hacian  nada;  con  que  D.  Luis  do  Haro  dio  cuenta 
de  esto ,  ad  virtiendo  por  lo  que  callaba  que  era  imposible  ó 


que  no  querían  conceder,  ó  que  las  cosas  estaban  muy  al 
principio  y  denegarlas;  con  que  el  Conde ,  una  mañana ,  Tuera 
del  lugar  y  ea  el  campo  les  juntó  á  lodos,  particularmente  á 
los  más  dificultosos  y  más  principales.  Orándoles  largamente 
y  ellos  derendiéndose ,  se  dejó  decir  con  aquel  natural  feroz  y 
sin  clemencia:  ¡qué- caballeros!  palabra  que  hizo  salir  colo- 
res á  los  que  la  oyeron,  é  instó  y  alteró  mucho  tos  ánimos; 
de  suerte  que,  cuando  se  vieron  solos,  pateaban  y  se  torcían 
las  manos  y  miraban  al  cielo,  y  hubo  alguno  que  la  repitió 
diciendo:  iqué  caballeros!  y  comenzó  á  escoger  lleno  de  ira 
el  progreso  del  suyo  y  el  de  alguno,  sacando  á  luz  las  man- 
chas y  los  defectos. 

Eran  ya  por  estos  diae  los  fines  de  Marzo,  y  tres  meses 
después  que  salimos  de  Madrid ,  y  estaban  unas  Cortes  casi  en 
aborto  y  otras  por  acabadas  y  por  comenzar  las  de  Barce- 
lona, y  habíamos  de  estar  en  Uadrid  dentro  de  mes  y  medio: 
la  observación  de  este  tiempo  hacia  á  los  do  las  Corles  dete- 
nerse y  apelar  para  lo  futuro  que  los  sacaría  del  aprieto.  Los 
catalanes,  que  ya  se  bailaban  dueños  de  lodo  y  por  posteros 
más  bien  avisados,  escarneciendo  del  Lecho  callaban  hasta  su 
tiempo,  engañaban  al  duque  de  Cardona  en  Lérida  ,  y  decían 
que  S.  M.  fuese  á  Barcelona  y  los  honrase  con  su  presencia ,  y 
viese  aquella  ciudad,  y  que  le  servirían.  Creyólo  el  Rey,  y  el 
mayor  confidente,  añadiendo  que  los  ánimos  de  los  catalanes 
estaban  de  manera,  si  sacase  las  Cortes  de  Lérida  y  las  lle- 
vase á  Barcelona  y  hacer  allí  su  entrada  como  lodos  lo  de- 
seaban, que  no  había  duda  de  conseguir  de  ellos  cuanto  se 
les  pidiese.  Querían  los  catalanes  y  ciudadanos  de  Barcelona 
hacer  meter  los  pies  dentro,  para  que  gastase  allí  el  dinero 
que  llevaba  y  enriquecer  la  ciudad  y  acuñar  los  doblones  en 
trentines;  moneda  que  no  sale  de  su  provincia  y  que,  no  siendo 
de  peso  de  más  do  un  doblón,  le  suben  á  treinta  y  tres  rea- 
les gente  de  su  codicia  y  materia  de  estados  miserables  en  c) 
comer  y  en  el  cortejo. 

En  Barcelona  se  ufanaba  mucho  :  un  huésped  que  yo  tuve, 
regidor  de  la  ciudad  que  allá  llaman  sindico  y  á  quien  yo 


27 

)  concediese,  decia  que  quedaba  la  ciudad 
con  la  venida  del  Itey  rica,  con  más  de  doscientos  mil  escu- 
dos; en  Hoozon  no  lo  estaban  poco  unos  de  hábito  de  San 
Juan  á  quien  había  de  contribuir  ei  pueblo  gruesa  cantidad; 
Bnalmente,  la  concepción  se  puso  de  tal  manera,  y  en  tanta 
desesperación  con  los  valencianos,  por  estar  ya  et  tiempo  tan 
adelante,  que  el  Rey  hiro  prevenir  el  carruaje  para  Barce- 
lona; á  que  crecieron  las  voces  y  los  ruegos.  Muchos  habian 
dado  sus  velos,  y  soto  uno  mantenia  la  libertad  y  las  de  to- 
dos: tomóse  por  expediente  tenerlos  la  noche  última  encerra- 
dos en  el  consistorio  ,  sin  dejarlos  salir  á  valerse  del  sueño  y 
del  sustento;  era  ya. muy  tarde,  y  el  ruido  de  las  muías  y  los 
cascabeles  de  las  acémilas,  y  el  ver  estaba  su  Principe  para 
partirse  tan  aina  no  les  ablandaba.  D.  Luis  de  Haro,  valién- 
dose de  su  buen  ingenio,  y  poniendo  en  lodo  la  fuerza  de  su 
buen  juicio,  hizo  lodo  aquello  que  basló  á  poner  en  estado  la 
pretensión  de  conseguirla.  Amaneció,  pues,  y  aun  no  estaba 
hecho  nada;  retardando  el  Rey  su  ida,  esperando  por  horas 
el  si  plenariamente  todos.  Esto  se  obró  á  las  diez  del  dia  ,  mo- 
vidos ya  de  su  fidelidad  y  de  ver  al  Rey ,  que  queria  partirse, 
sumamente  airado  j  en  su  desgracia  sin  ser  senido ,  ni  puesto 
en  obra  su  mandamiento:  ley  más  poderosa  que  las  contra- 
rías y  opuestas  á  esta  materia.  Recibió  el  Rey  sumo  gusto 
cuando  le  llevaron  la  nueva  de  la  conclusión ,  él  por  partir,  el 
conde  de  Olivares  por  ver  aumentado  su  cebo ;  si  bien  le  royó 
las  entrañas  ta  gloria  del  sobrino,  viendo  con  cuanta  felicidad 
7  cuan  en  breve  había  obrado  negociación  tan  ardua,  y  que 
había  de  crecer  en  más  estimación  con  el  Rey ,  de  que  ya  te- 
nia experiencia ,  por  sus  espias,  babia  dias  que  esto  se  comen- 
zaba por  el  Rey.  Con  esto  pasó  á  la  Iglesia  mayor,  á  concluir- 
les allí  algunas  ceremonias,  donde  estaba  erigido  el  solio: 
hizoles  algunas  mercedes,  no  grandes  ni  todas  las  que  se  les 
prometieron,  tomó  el  camino  para  Cataluña,  dejando  &  los 
valencianos  sumamente  solos  y  desconsolados,  con  arrepentj- 
niento  y  dolor  de  lo  que  babian  hecho,  y  de  qué  dirian  los 
hombres  de  su  patria:  llegó  en  breves  jornadas  á  Barceloaa, 


[os  días  ya  mayores  para  caminar,  el  licmpü  más  liespojiído 
y  inás  alegic  cun  la  vecindüd  de  la  piimavcra;  hizo  alto  cu 
Baldonrcllas,  monasterio  venerable  de  monjas  bernardas, 
costumbre  de  lodos  los  Reyes  ánied  do  entrar  en  la  ciudad; 
salió  atli  el  duque  de  Cttrdona,  caudillo  en  quien  estaba* 
fundada  la  esperanza  de  la  empresa,  y  otras  personas  nobles, 
caballeros  y  magistrados  de  la  eiudad :  allí  besáronle  la  mano, 
usaron  de  sus  ceremonias,  grcviniéndose  el  día  siguiente  para 
la  festividad  de  la  entrada. 

Ldgarbs  ir  el  coche  del  lUr.  Caminaba  el  Rey ,  desde  que 
salió  de  Uadrid ,  con  su  hermano  el  csclareciüisimo  infaote 
D.  Carlos;  llevando  ambos  los  estribos  d^ -coche  en  el  mejor 
lugar,  y  á  la  mano  derecha  el  conde  de  Olivares  como  Pri- 
vado, Sumiller  de  Corps.y  Caballerizo  mayor;  almirante  de 
Castilla,  como  el  hombte  primero  de  Espnña;  al  mácqués  de 
Liche,  como  yerno  y  casado  con  hija  del  Conde,  para  quien  se 
criaban  y  erigian  grandes  eoslts;  y  al  maVquós  del  Carpió, 
conjo  persona  que  iba  haciendo  el  oGcio  de  primer  Caballe- 
riio.  Pues  saliendo  el  Rey  de  Duldoncellas,  yendo  á  lomar  q\ 
coche  (aqui  fué  donde  se  perdió  la  jornada),  dijo: — Llaaiea 
al  duque  de  Cardona;  —  y  Ik-gando  el  almirante  de  Castilla  á 
tomar  su  lugar,  dijo:  —  Almirante,  idos  al  coche  de  la  Cá- 
mara, que  hoy  no  tenéis  lugar  aqvi.  B(  Almirante,  asombrado 
y  suspendido  de  cosa  Lao  nuev»  y  perdido  de  color,  respOii-~ 
dio:  —  No  pensé  yo  que  en  España  no  habia  lugar  para  mi  en 
ttíe  coche.  Con  esto  se  partió  á  ponerse  en  el  coche  de  la  Cá- 
mara, y  llamando  de  nocvakl  duque  de  Cardona,  y  tardando, 
ó  desesperados,  volvió  á  mandar  llamar  al  Almirante ,  y  vi- 
niendo y  apareciéndose  á  la  hora  el  duque  de  Cardona,  ántu 
de  poner  en  duda  el  negocio,  y  viendo  que  ya  llegaba,  altó 
el  Almiranlo  el  estribo- y  sentóse;  con  que,  eamudeoidos  lo- 
dos, quedó  en  blanco  el  de  Cardona,  el  Rey  disgustado  y 
acalorado  el  Conde.  Caminó  el  coche  á  Palacio,  que  era  la 
casa  del  duque  de  Cardona  juntada  con  otra  para  dar  mayor 
comodidad  á  los  magnates  que  habian  de  posar  dentro,  qué 
i'riin  rl  Conde,  el  marqués  du  Liche,  y  tí  Enrique  de  Guzínan, 


89 

hijo  segundo  (Id  marques  dpi  Carpió,  quo  C8penil)irel"eapolo 
dcRomn;  di,^niilnd  y  circunsUncia  quo  Tallaba  ni  valimienio, 
no  pcrdonanito  ni  excusando  ninguna,  porque,  aunque  calum- 
niaba liis  acciones  pasadas  y  se  huiíi  de  ellas,  y  se  afectaba 
modestia  y  templanza ,  no  !Í  lo  menos  de  la  grandeza  ni  dn  los 
grandes  puestos,  ni  del  sumo  poder  y  soberanía  -,  antes  éstas 
se  buscaban  y  solicitaban  más  aína,  pretendiendo  igualarse  y 
áiin  pasaf  á  los  otros:  habínselo  cargado  encima  mtiy  gruesas 
prebendas  y  beneficios,  lanto,  quo  dicen  los  que  lo  supieron 
quo  pasnhan  sus  rentas  de  veinte  mil  escudos,  con  que  surcaba 
en  alta  mar  la  casa  de  Uaro. 

Volviendo,  pues,  á  nuestro  cuento,  en  que  dejamos  al 
Almirante,  y  discurriendo  por  el  intento  de  aquel  hecho,  di- 
cen los  más  atentos  al  decoro  de  cómo  so  ha  de  tratar  á  los 
mayores,  y  que  no  obstante  son  más  templados  y  benignos  en 
el  ejercicio  del  agravio,  que  el  conde  de  Olivares,  con  los 
afectos  de  celoso  y  gobernador,  quería  más  alta  y  mañosa- 
mente busCcir  aquellos  medios  que  más  nina  redujesen  el  tra- 
tado de  aquellas  Cortes  al  fin  que  deseoba ,  por  ser  ya  las  pos- 
treras, habiendo  conseguido  las  otras.  Siendo  este  el  lance  en 
quien  consistía  la  gloria  del  intento  para  volverse  con  mássa- 
lon  y  más  brevedad  á  Castilla,  desempeñándose  de  un  negocio 
tan  arduo  de  quo  él  mismo  se  había  encargado,  metido  y  lla- 
mado tanto  á  él,  emprendidole  por  su  consejo,  fusirados  los 
discursos  de  los  principen  de  la  Europa  mas  atentos  á  los 
nuestros  por  enemigos  y  mal  afectos  a  nosotros  y  que  esta- 
ban á  la  mira  do  lo  que  había  de  pasar,  y  excusar  la  guerra 
viéndole  más  formidable,  ó  seguirla  viéndole  más  ílaco;  ha- 
bía querido  con  este  halago  y  esta  lisonja  captar  la  benevo- 
lencia de  los  catalanes  que  perdiese,  del  duque  de  Cardona 
que  los  allanase,  que  los  prometiese  las  mercedes  ó  falsas  ó 
verdaderas,  que  este  cebo  redujese  la  materia  y  fuese  la  ta- 
bla en  quo  se  hibia  de  salvar.  Y  no  queria  él  dejar  su  lü^ar 
en  el  coche,  porque  nadie  es  tan  celoso  que  quiera  perder  un 
punto  de  su  vanidad  ,  ó  ya  por  Privado  ó  porque  va  consi- 
deraban on  él  la  segunda  persona  aquellas  gentes,  ó  porque 


no  cslá  cabal  el  acto  donde  falla  el  primer  Ministro;  ó  por  eslo, 
ó  por  lo  que  quisiere  discurrir  el  más  atendido,  y  consecuen- 
temente, no  queria  que  le  dejase  el  marqués  de  Liclie,  su 
yerno  ó  su  hijo,  porque  le  habla  constituido  por  sucesor  en 
su  casa  y  había  renunciado  en  el  Conde  la  cabeza  de  las  Ta- 
nilias  de  Guzman,  bocado  el  más  sabroso  que  habia  adqui- 
rido su  fortuna,  y  de  que  estaba  tan  ufano  y  no  poco  falso 
contra  la  casa  de  Medina  Sidonia,  que  le  habia  casado  con  su 
hija,  que  queria  que  aquella  provincia  le  conociese,  le  ado- 
rase hijo  tan  recientemente  adoptado  y  sobre  quien  babiaa 
de  depositar  las  medras  de  la  privanza ,  los  dictados  ó  las  dic- 
taduras, y  Gnalmente  todo  lo  mayor  y  más  soberano  del  po- 
der, conseguido  con  bizarría  y  con  imperio.  Y  otrosí,  que  el 
marqués  del  Carpió  tenia  concertado  con  su  hijo  primogénito 
D.  Luis  de  Raro,  con  hija  del  duque  de  Cardona  gran  casa- 
miento, y  no  poco  procurado;  que  se  habia  hecho  y  se  hacia 
todo  lo  posible  para  su  conclusión  ,  y  quería  que  la  nobleza  y 
pueblo  le  viesen  en  aquel  lugar  y  al  lado  de  los  más  grandes; 
cesamiento  en  todos  trances  á  su  propósito,  porque  este  mozo, 
después  de  su  hija,  era  el  más  inmediato  á  sucederle,  y  que 
para  dar  aquella  vanagloría  al  duque  de  Cardona  queria  que 
esta  acción  y  este  suceso  recayese  en  la  persona  do!  Almi- 
rante. Podíalo  haber  antes  consultado  con  él,  reparando  eu  la 
novedad,  si  quien  no  repara  en  las  otras  debe  con  respecto 
y  con  decoro  atender  á  ésta ,  por  ser  ei  Almirante  de  los  prime- 
ros y  más  esclarecidos  hombres  de  España,  en  no  tentarla  ó 
hacer  sí  duque  de  Cardona  otra  honra ,  que  en  la  majestad 
Real  hay  muchas ,  y  en  que  poder  escoger  ,  si  no  se  le  limita 
el  poder.  Pedia  llamarle  aparte,  y  decílle: — Señor,  S.  H. 
viene  á  estas  Corles  con  la  esperanza  que  vos  sabéis;  tiene 
fundadas  tas  de  Cataluña  en  la  persona  del  duque  de  Cardona, 
como  al  más  principal  de  esta  provincia;  para  comenzallaB 
con  prosperidad  queria  meter  al  duque  de  Cardona  en  su  co- 
che, para  que  los  catalanes  con  este  favor  le  tengan  en  más 
veneración  y  que  le  es  poderosa  para  algo,  y  por  aqui  pien- 
•rn  alcántara  con  su  mimo  las  pretcnsiones  que  ellos  se  han 


31 

prometido;  finalmente,  quiere  con  este  discurso  adelga^r 
más  la  materia  y  ganarlos  á  todos  y  darle  calor «  para  que 
con  mayor  brío  las  disponga  y  trabaje.  Yo,  en  acto  tan  pú- 
blico, no  queria  dejar  el  lado  del  Rey,  porque  parecerá  de  su 
descuido ;  mi  hijo  queria  le  conociesen  todos ;  el  marqués  del 
Carpió  tiene,  ó  tengo  yo,  tratado  el  casamiento  de  su  hijo  y 
mi  sobrino  con  hija  del  Duque;  suceso  que  en  todos  acaeci- 
mientos conviene  para  el  lustre  de  mi  casa ,  y  asi  quería  lo 
viese  este  pueblo  en  aquel  lugar.  S.  M.  os  manda  esto  y  yo 
os  ruego ;  tomad  alguna  causa  aparente  para  que  salga  de  vos 
esto,  fingid  algún  achaque,  idos  delante  con  vuestra  casa  y 
entrad  con  ella  en  Barcelona;  vos  sois  tan  grande  y  tan  concH 
cido  que  no  necesitáis  de  que  os  vean  alli :  en  las  otras  ocur- 
rencias de  la  ciudad ,  os  verán  en  aquel  lugar. 

Claro  está  que  si  el  Conde ,  con  toda  esta  salva  de  cort^ 
sia,  propusiera  esto  al  Almirante,  que  ni  lo  habia  de  rehusar, 
ni  decirle  no:  un  Principe verdaderamenie  {como  ya  lo  ha  t^ 
nido  de  tan  cerca)  suavísimo  de  condición ^  generoso  en  d  treUo 
y  en  la  cortesia,  no  quería  decirle  nada  de  esto  ni  llegar  con  él 
á  tales  encuentros;  ufanándose  siempre  y  bizarreando  de 
templado  y  modesto,  podia  exponer  a  su  hijo  al  sacrificio  de 
esta  disposición ,  ad virtiendo  que  gozaban  de  mayores  glorias 
y  le  sobraban  muchas,  antes  que  rendir  á  la  enemistad  el  trato 
y  buena  alianza  que  en  fe  de  cortesía  y  de  gran  señor  se  con- 
traía con  el  Almirante:  pareciera  en  este  natural,  Guzman.  Sa- 
ber mantener  la  correspondencia  con  decoro,  es  erigir  la  ma- 
yor junta  para  mantenerlos  vasallos  en  amor  y  sosiego;  ar- 
monía que  conviene  viva  siempre  en  unión  y  consonancia ,  y 
que  en  tanto  se  conservará  aquélla,  cuanto  ésta  tenga  vida; 
empero,  sin  prevenirle,  guardarle  este  golpe  para  que  diese 
sobre  él  de  repente,  en  acto  y  en  lugar  tan  público  y  donde 
tantas  gentes,  nobles  y  plebeyos,  en  la  primera  entrada  de  un 
principado,  lo  están  notando  todo  sobre  persona  tan  grande, 
era  cosa  para  aterrar  y  partir  un  monte,  para  prometerse  ma- 
yores desaires  y  afrentas:  cosa  porque  debe  un  gallardo  es- 
píritu colgar  las  esperanzas  y  las  medras  á  que  está  consiga 


32 

nada  una  gran  casa,  por  servicios  y  obligaciones  del  retiro, 
como  sagrado  donde  so  salva  la  reputación  de  la  ofensa  del 
Valido;  cuando  no  es  otro  su  ejercicio,  debiendo  estar  antes 
ajustados  los  premios  con  los  hechos,  en  paz  y  en  guerra,  que, 
trastornándoles  y  desluciéndoles  para  esto  en  templar  al  Itey, 
en  serenarse  ó  disimularlo  lodo,  pues  no  habia  habido  aquí 
más  delito  que  volver  un  gran  señor  por  lo  que  lo  locaba,  y 
no  descaecer  de  su  punto.  Paró  en  decir  al  Rey  :  —  Seítor,  per- 
done V.  M.;  ti  Almirante ,  que  es  uno  de  loa  mayores  vasallos  á  su 
tangre  que  V.  M.  /¿ene,  desea  no  perder  su  lugar;  atento  que, 
bÍ  hoy  le  encomendara  el  más  arriscado  que  tiene  en  las  pro- 
vincias enemigas,  le  conservara  y  le  guardara  en  si ,  paró  en 
buscar-ai  Almirante  y  decirle: — Perdonad,  que  tnin  ocupa* 
cienes  me  tienen  tal,'  y  tan  ajeno  de  lo  que  debo  que  no  me 
dieron  lugar  á  preveniros  esto  lance;  venid,  que  os  quiero  ca- 
rear con  el  Rey  y  que  os  olvide  esta  menudencia;  obligación 
precisa  de  Privado  con  Rey  y  vasallos. 

Pregúnlcse  si  alguna  ocurrencia  ó  desabrimiento  entre  el 
Rey  y  algunos  señores,  ejercida  en  su  casa  ó  fuera,  se  valió 
de  este  estilo  para  adelantarlos  en  el  amor  y  la  esperanza: 
antes  le  parecía  que  no  estaba  en  aquel  lugar  bíeio  para  luchar 
con  lodos,  para  encaminar  el  tiro,  para  abrir  el  corazón  con 
la  palabra  áspera,  con  el  scmbianlo  torcido,  con  la  cortesía 
despegada,  piíra  malograrle  el  oficio,  para  desmoronársele  y 
desangrarle  hasta  que  quedase  sin  semejanza,  y  sin  nombro. 
Pregúntese  esio  al  conde  do  Bunavente  ,  al  duque  do  Gandía, 
al  marqués  de  Caslel  llodrigo,  al  duque  de  Alcalá,  al  mismo 
duquo  de  Cardona  por  quien  so  estaba  obrando  este  ruido, 
al  marques  de  Bolada,  al  marqués  de  Belmonto,  á  su  her- 
mano D  Juan  de  Cardona,  al  duque  de  Nájera  y  Maqueda,  á 
Dr  Gonzalo  de  Córdoba  y  á  «u  hermano  el  duque  do  Sesa,  que 
saliendo  de  Madrid  para  servir  al  Rey  en  las  Corles  le  hito 
volver  deslucidamente,  á  la  esclarecidísima  casa  dcSandoval, 
al  duque  de  Foria,  aunqoe  hoy  está  restituido  en  el  estado  de 
Hilan,  dcjándule  primero  por  lo  que  temió  se  está  armando 
■contra  6I-;  ul  dunuc  de  Terranova.-salicndole  al  camino  á  li- 


33 

initarle  la  licencia  de  su  venida  á  Madrid,,  siendo  gentilhom- 
bre de  la  Cámara  y  deseando  camplir  con  la  obligación  de  so 
casa  en  cubrirse,  no  atreviéndose  á  pasar  los  umbrales  de  los 
primeros  aposentos  de  Palacio  como  si  fuera  un  héroe  desven-* 
turado.  Yávase  é  las  otras  casas  que  dejo  de  referir,  y  4  las 
más  fuertes  de  otros  reinos  y  proTincias,  níiembros  denuos- 
tra  monarquía,  y  allí  se  hallara  vivo  el  agravio,  el  olvido,  la 
falta  de  premio,  el  desconsuelo,  él  poco  aliento  de  aspirar  á 
merecer  por  el  tasado  arbitfio  que  se  le  da  para  ello.  ¿Paró 
esto,  finalmente,  en  encubrirlo,  en  no  acordarse  de  ello,  en 
echarlo  por  alto?  No;  sino  con  mayores  ignominias  y  afrentas; 
introduciéndolas  en  aquel  pecho  Real  para  sus  conveniencias 
propias,  y  mayor  y  más  envanecimiento  del  poder,  y  la  potes- 
tad para  aterrar  á  los  otros;  oficios  indignos  de  ensayar  en 
Principe  mozo,  de  natural  tan  pió,  tan  generoso  y  augusto, 
magnánimo  y  verdaderamente  Real  en  todos  actos.  Paró  en 
esto,  como  luego  veremos,  de  que  el  Almirante,  por  el  rigor 
y  poco  recato  del  suceso  pi^esente,  se  las  dio  á  creer  y  á  con- 
cebir con  que  entraba  menos  veces  en  Palacio,  si  no  es  á  pa- 
recer las  que  el  Rey  salia  ó  se  temia  que  saliese,  porque  no 
le  acaeciese  otro  tanto  y  no  estudiasen  para  con  él,  ó  se  va- 
liesen dé  alguna  ofensa  ó  trance  más  duro;  con  que  ya  el  Al- 
mirante ,  gran  señor,  de  gran  casa,  y  de  grandes  aspeclativas, 
se  juzgaba  desvalido,  arrinconado,  mirando  la  carrera  que 
habin  de  tomar  para  deshonorarse  de  la  vista  de  su  Príncipe, 
de  servirle,  de  arribar  á  altas  y  esclarecidas  cosas,  en  apoyo 
de  altas  materias,  sin  saber  por  qué,  ni  rastrear  qué  delitos 
suyos  le  habian  puesto  asi. 

Hizo  el  Rey  su  entrada  con  los  municipales;  ceremonia 
que  usa  aquel  Principado:  al  otro  dia  entró  en  el  Palio,  y  es- 
perándole en  la  plaza  de  San  Francisco  un  teatro,  subido  en 
él,  juró  los  privilegios  de  la  ciudad;  pasó  desde alli  á  la  igle- 
sia mayor  y  juró  los  que  alli  le  tocaban,  y  otro  dia  los  de- 
mas,  remitiendo  estas  cosas,  como  ya  otra  vez  lo  tengo  dicho, 
á  los  libros  historiales  que  tratan  más  difusamente  de  estas 
menudencias.  Hízose  la  proposición  de  las  Cortes,  con  los 


34 
mismos  artículos  y  cláusulas  quo  las  pasadas:  pedianscles 
diez  mil  hombres,  y  quo  su  empadronasen  en  la  cantidad  que 
le  era  menester  de  dinero  para  sus  pagas;  solamente  que,  á 
diferencia  de  los  oíros  papeles,  decía  éatc  en  sus  principios: 
'tnis  cat'ilanes.  vuestro  Conde  tenéis  á  ttiestras  puertas';  cosa 
en  que  ellos  repaiHron  mucho,  admirando  el  esiilo,  y  la  no- 
vedad con  que  se  les  habla  hecho  aquella  proposición  ,  jamás 
usada  de  olro  Príncipe,  ni  en  otras  Corles;  tampoco  quisieran 
que  se  les  hablara  con  frases  ó  hipérboles  que  sonaran  á 
Conde,  echado  á  puertas,  cuando  ellos  le  querían  Príncipe 
para  que  se  las  hiciese  mayores,  y  se  les  calificase.  Creyeron 
asirlos  por  allí;  empero  ellos  que  eslabón  avisados  y  entera- 
dos de  lodo  y  más  rebeldes  de  lo  que  nadie  pensó  ,  y,  con 
los  clamores  recientes  de  los  vecinos  que  decían  ya  no  res- 
piraban sino  por  las  heridas  que  les  habían  dejado,  recelosos 
y  aun  determinados  á  no  abrir  puerta  contra  su  libertad  y 
derecho,  desecharon  in  frase;  diciendo  que  siquiera  los  hu- 
biera hablado  con  la  grandeza  y  término  de  sus  mayores, 
cuando  venían  á  tenerles  y  á  celebrarles  Cortes,  y  que  no  hu- 
biera usado  de  aquella  novedad,  de  todas  maneras  odiosa  y 
nada  apetecible,  antes  que  siguiera  el  corriente  de  cuando 
les  decian:  «he  venido  á  este  Principado  y  esta  ciudad  á 
veros  y  á  visitaros,  á  honraros  y  haceros  merced,  y  con  es- 
peranza cierta  de  que  me  serviréis  en  lodo  lo  que  se  OS  pro- 
pusiere n. 

Juntáronse,  pues,  lodos  los  seíos  que  tienen  por  privile- 
gio entrar  en  Cortes,  en  la  iglesia  de  San  Francisco,  en  la 
pieza  de  capítulo:  púsose  en  la  iglesia  el  solio,  que  es  un 
teatro  y  un  dosel,  donde  se  proponen  y  concluyen  con  la 
presencia  Real ;  comenzaron  á  habilitar  muchos,  eu  que  gas- 
taron tiempo,  en  que  reconocían  los  catatanes,  que  era  ya 
casi  por  los  fines  de  Marzo,  que  ya  el  Rey  anhelado  había 
dado  intención  de  salir  á  los  postreros,  creyendo  bastaba  mes 
y  medio  para  vencer  cuidado  tan  grande ;  empero  salió  y  ca- 
minaba vano  el  discurso.  Habíanselo  afirmado  asi  ios  tratado- 
res, que  fueron  el  marqués  de  Líche  y  n.  Diego  Mejía,  y  más 


35 

qae  todos  el  duque  de  Cardona,  con  quien  no  corría  bien  la 
noblexa  por  competencias  y  cortesías,  en  que  él  los  pretendía 
adelantar  por  demasiado  señor  y  por  la  vanidad  antigua  qw 
aún  resplandecía  en  d  duque  de  Segorbe;  pasión  que  nunca  dejó 
arribar  á  ninguna  esperanza.  Las  Cortes  entreteníanle:  los  de 
menor  calidad,  diciendo  concederían,  pedíanle  ante  todas 
cosas  las  mercedes  que  les  prometía ;  los  plebeyos  y  gentes 
así,  hechos  todos  de  un  bando  y  de  un  parecer,  fabricaban 
papeles,  deseando  constituir  cuatro  barones,  con  testimonio  de 
Justicia,  para  que  cada  y  cuando  se  les  fuese  á  pedir  algo, 
aunque  fuese  con  mandamientos  y  cédulas  Reales,  sí  impug- 
nase á  su  libertad,  quitárselas  y  castigarles  por  agresores  con- 
tra  las  leyes  é  inmunidades  de  la  patria ;  los  más  nobles,  se  les 
tiraban  y  no  atendían,  conservando  con  mayor  tesón  el 
bando  de  Narros  y  Cadelles;  los  eclesiásticos,  de  la  misma 
manera;  y  si  bien  los  soldados  deseaban  servir  al  Rey,  los 
que  eran  castellanos;  pero  algunos  canónigos  naturales  de 
Barcelona,  y  los  forasteros,  turbaban  maliciosamente  el  pro- 
greso de  las  Cortes.  Con  esto  no  se  hacia  más  que  gastar  el 
tiempo  y  tratar  de  sólo  sus  particulares,  los  cuales  decían  que 
por  el  derecho  de  sus  fueros  habían  de  ser  los  primeros.  En* 
tretenianle,  por  poseerle,  con  moderadas  fiestas  y  porque  se 
quedase  allí  el  dinero  entre  ellos,  como  en  otra  parte  lo  refe- 
rimos, con  los  gastos  precisos  y  otras  cosas;  biciéronle  las 
fiestas  de  las  Carnestolendas,  saliendo  todos,  hombres  y  mu* 
jeres,  públicamente  y  con  sus  caras  descubiertas  (como  si  no 
erraran  en  aquello]  á  bailar  á  la-  plaza  y  calles:  la  de  los 
saraos  verdaderamente  contenia  esplendor  y  belleza;  jun* 
tándose  en  el  salón,  ó  pasadizo  que  se  habia  hecho  desde  Pa- 
lacio al  mar,  lo  más  ilustre  de  la  ciudad ,  donde  lo  veía  el  Rey 
y  el  Infante  retirados.  Haciendo  alguna  queja  de  esto ,  dando 
á  sentirse  de  que  no  se  mostrase  en  público  y  aun  danzase 
con  las  damas  (vanidad  catalana),  esperaban  el  día  último  de 
Abril,  teniendo  por  fe  los  habia  de  dejar  y  salvarse  en  él  del 
asedio  en  que  se  hallaban.  Juntábalos  todos  el  duque  de  Car- 
dona, sin  sacar  de  ellos  cosa  de  provecho,  con  que  salía  casi 


al  anochecer;  encendido  y  sin  paciencia ,  mostrando  ta  eipe- 
riencia  que  el  arbilrío  que  se  habla  tomado  salia  inútil,  de 
que  estaban  contentos  los  poco  aféelos  a  sus  cosas,  y  de- 
seando que  se  locase  así;  que  si  á  cualquioFíi  de  el)os  se  le 
hubieran  encargado, manifestabaD. serían  más  poderosos  para 
la  conclusión;  haciendo  alguna  vez  alarde  de  ser  amigos  y 
confederados,  y  que  el  duque  de  Cardona  apenas  tenia  un 
hombre  á  su  lado. 

Llegó,  por  estos  días,  y  dieron  fondo  en  aquel -muelle, 
la  Real  y  galeras  del  Papa  con  e!  nepote  que  venia  á  sacar 
de  pila  á  la  Princesa  recien  nacida:  viérohse  en  secreto,  hi- 
ciéronse  muchas  caricias,  olvidando  los  diferencias  pasadas 
con  el  lio,  que  no  duró  mucho,  volviéndose  á  ejercitar  ma- 
yores por  nuevas  y  singulares  dependencias.  El  rey  de  Fran- 
cia, venecianos,  y  duque  de  Sdboja,  y  toda  la  Ilalia,  y  los 
demás  confederados,  se  estaban  quedos  y  á  la  mira,  espe- 
rando en  qué  pararla  esta  nueva  alianza,  y  si  el  suceso  re- 
ducía al  Papa  á  la  amistad  y  facción  española;  pareciéndoles 
perdían  allí  dinero  y  socorros  para  inquietar  y  emprender  á 
Hilan  y  Ñapóles.  Atendíase  mucho  al  hospedaje  y  ni  r<>gaIo 
del  sobrino,  creyendo  se  metia  grande  prenda  dentro;  el  Papa 
que  era  sagaz  y  sumamente  estadista,  ni  quiso  desechar  el 
parentesco,  ni  dejar  descubrir  por  entonces  sus  materias  y  cor- 
rer con  el  nuevo  accidente,  ó  por  disimular  la  pasión  fran- 
cesa para  con  los  que  esparcía  por  la  Europa  csla  adolescen- 
cia, ó  fÍErdo  en  cuan  aína  habia  de  espirar  la  jornada,  ó  por 
cubrir  el  yerro  de  haber  entregado  las  plazas  de  la  Baltelina, 
puestas  en  tercería  por  el  rey  Católico  y  los  franceses.  Cosa, 
cierto,  digna  de  sentir  y  ponderar,  que  un  Vicario  de  Crisio, 
puesto  en  el  lugar  p)ra  imitarle  y  ser  su  semejante  en  la 
tierra,  y  mediador  ánlcs  que  parcial,  hallándose  los  baltílcne- 
scs  oprimidos  de  la  ínGdelidad  y  tiranía  de  grísoncS;  y  ocur- 
riendo, instigados  de  sus  miserias  y  trabajos,  por  el  remedio 
d  las  piadosísimas  entrañas  del  rey  Católico  D.  Felipe  III,  y 
sacándoles  con  la  potestad  de  sus  armas  de  este  asedio  y  ca- 
lamidades, como  verdaderameAtc  grande  y  religioso  y  que 


37 

lo  hal)ia  Dios  puesto  en  el  mundo  para  tale&  cosas,  y  ajrudado 
á  Iodos  con  ellas ;  .Saliéndose  los  grisonee  de  Luis  XUI ,  rey 
de  Francia,  para  qne  volviesen  ai^uellaa  gentes  y  aquel  valle 
¿  su  jurisdicción,  y  precediendo  en  e&te  Ínterin  la  muerte 
del  re;  Católico  y  sucediéndote  el  cuarto,  y  por  obrar  esta 
materia  entre  las  mucbas  qus  hsllo  y  exclilyó  i  Italia  de 
guerras  y  decepciones  antes  de  restituirla  á.duma  paz  y  tran- 
quilidad; solicitándote  el  rey  Cristianisimo  á  la  composición 
de  esta  negocio,  y  tomando  por  medio  que  se  pusiesen  las 
plazas  por  mano  de  Urbano  VIH,  qUe  acababa  de  oeupar  la 
Silla  de  la  Iglesia,  porque  ron  remedios  saludables  y  católi- 
cos te  entregasen ,  ó  bien  á  ellos  mismos ,  para  que  viviesen 
como  deseaban  debajo  del  dominio  y  suavidad  de  la  religión, 
ó  bien  á  los  grisones,  como  no  les  estorbasen  el  proseguir  las 
cosas  de  su  libertad,  haciendas  é  industrias;  pues  estando  en 
esto,  y  con  algunos  fuertes  levantados,  portados  por  el  rey 
D  Felipe  111  pura  su  seguridad,  sucediendo  el  contrato  de  esta 
liga  para  sus  cotfvehtencias  propias  y  para  mayor  aliento  da 
la  facciOD  francesa,  y  que  tuviesen  donde  meter  los  pies 
en  Italia,  entregó  de  scci'tito,  y  sm  tocar  caja,  las  plazas  de 
la  Baltelina  á  los  franceses.  Cuan  importante  es  aquel  paso 
para  bajar  socorros  de  ambas  Germanias  á  Italia,  ó  paca 
desde  allí  enviarlos  á  ellas,  los  hombres  de  mayor  nolioia  lo 
digan,  y  si  esto,  debajo  de  buena  fe,  alianza  ó  pretexio  reli- 
gioso, pudo  hacer;  y  si  no,  que  condénenlos  el  heobo  so  ea 
mucho,  antes  tendrá  razón  de  guardarse  el  reoeloso,  temer 
ruina  ó  recelar  fracaso,  y  creer  que  no  desea  su  comodidad, 
entes  sacarle  de  Italia  y  di^rsela  á  los  franceses,  para  añadirse 
á  eí  lo  que  por  sus  propias  fuerzas  no  puede;  que  debajo 
de  este  interés  camina  y  se  emboca,  empero  eq  e&  vano;  ayu- 
dará Dios  nuestras  cosas,  asegurará  nuestras  raíces,  porque  al 
más  católico  toca  más  legalmsnle  ensefiorear  toda  la  tierra. 

Entre  estas  materias  políiicas,  y  entre  los  cuidados  da 
Conducir  las  Cortes  y  encaminar  los  marciales  de  Italia  yPid- 
tes- Bajos,  que  parece  bablaii  de  excusar  giras,  no  se  olvida- 
ban ]as  civiles  y  domésticas  de  dentro  de  caM).  antes  á  éstas 


r 


alendia  con  mayor  vigilancia ,  y  alguna  vez  perdíamos  de 
vista  aquellas,  como  lo  daban  á  senlir  sus  ruines  aféelos;  pues 
ni  el  audaz  genio  del  mayor  Mtnisiro  había  dejado  al  Almi- 
rante descansar,  ni  desahogádole  un  punto  de  sus  premisas, 
ui  él  depuesto  de  la  venganza  ni  el  rencor,  cuando  inlempes- 
tuosatncnle  se  publicó  en  Barcelona,  bacía  el  Rey  merced  al 
marqués  de  Liche  de  Capitán  general  de  aquella  provincia  y 
sus  costas.  Discurrió  muy  bion  el  Almirante,  que  se  hacia  á 
Liche  la  merced  por  darle  pesar;  crecerlo  y  adelantarle,  ykél 
hundirle;  para  en  caso  que  allí  se  ejerciese  algún  aclo  de  mar, 
anteponérsele ,  atendiendo  que  el  principal  asunto  de  Almi- 
rante es,  cuando  la  Persona  Real  entra  en  alguna  armada ,  go- 
bernar los  bajeles  el  Almirante.  Por  esto,  cuando  el  Rey  hizo 
jornada  á  la  Andalucía  y  entró  en  Cádiz,  dando  intención  á 
los  generales  D.  Fadrique  de  Toledo  y  D.  Luis  Fajardo  quería 
visitar  la  Real  y  los  demás  bajeles,  atendió  el  Almirante  é 
hizo  saber  á  S.  M. ,  al  conde  de  Olivares  y  las  demás  personas 
que  se  hallaban  alli  del  Consejo  de  Estado,  como  D.  Diego 
Hejía,  D.  Fernando  Girón  yotros,  que  caso  que  S.  M.  entrase 
en  la  mar  y  en  los  vasos,  le  tocaba  á  él  ordenar  lo  que  allí  se 
había  de  hacer,  y  los  generales  habían  de  deponer  de  sus 
bastones  y  él  solo  le  había  de  tomar.  Remitió  el  Rey  et  nego- 
cio entonces,  y  consultólo  con  los  del  Consejo  de  Estado;  re- 
conocieron las  circunstancias  del  título,  y  de  común  voto  y 
parecer  dijeron  se  debía  conceder  al  Almirante  lo  que  pedia: 
no  le  dieron  esto  tan  á  su  favor,  que  el  gobernante,  buscando 
sus  rodeos,  dejó  se  hiciese  saber  á  los  generales,  para  ver  si 
había  algo  que  alegar  en  contra  ó  de  que  naciese  la  dificul- 
tad ,  á  ver  lo  que  decían,  y  propúsoseles :  D.  Fadrique,  reco- 
nociendo la  grandeza  det  Almirante,  su  sangre  y  tío,  y  Don 
Luis  Fajardo  por  el  consiguiente,  dijeron  que  si,  y  que  en 
cualquiera  ocurrencia  naval  que  se  hallase  el  Almirante,  luego 
al  punto  rendirían  los  bastones  y  le  dejarían  gobernar;  con 
que,  viendo  cuan  á  gusto  se  hallaban  todos,  se  respondió  al 
Almirante  podía  tomar  el  bastón  el  dia  que  S.  M.  entrase  en 
la  Real,  y  que  otro  ninguno  le  tendría  sino  él. 


39 

Saccdió  asi ,  qae  yendo  el  Rey  á  visitar  aquellos  bajeles, 
ambos  generales  se  le  ofrecieron,  y  él  tomó  el  de  D.  Fadrí- 
que  de  Toledo,  como  de  pariente.  Esto  sucedió  allí,  guardán- 
dole so  justicia ;  que  es  digno  de  honor  y  nombre  el  varón 
que  vuelve  con  todo  cuanto  puede  por  lo  que  Je  toca,  como 
de  vituperio  y  olvido  el  que  se  deshonora  y  descuida  de  los 
títulos  que  le  han  de  hacer  mayor  y  más  perdurable  entro 
los  exaltados  en  fortuna.  Finalmente,  esta  herida  que  dije,  no 
hizo  grande  agujero  en  el  pecho  del  Almirante,  porque  su 
titulo  y  dignidad  dice  en  Castilla,  y  el  otro  no  se  extendia  á 
más  que  en  el  principado  de  Cataluña.  Pues  viendo  que  no  lo 
sentia  y  que  su  semblante  está  intrépido  á  todo  trance,  ó  bien 
si  él  lo  habia  dicho  ó  lo  leyeron  en  él ,  y  que  estaba  resuelto  á 
volver  por  lo  que  le  locaba;  dentro  de  breves  dias,  que  eran 
ya  los  de  la  Semana  Santa,  tiempo  más  á  propósito  para  darse 
á  los  misterios  que  por  nuestra  salud  obró  la  misericordia  y 
sabiduría  divina  antes  que  á  otra  vanidad  ó  venganza,  sin 
embargo,  le  armaron  otra  mayor  y  más  dura,  donde  les  pa- 
reció que,  aunque  más  constante,  habia  de  caer  y  habia  de 
reconocer  jefe ,  que  en  todos  actos  le  habia  de  preceder,  y  él 
se  habia  de  postrar  á  la  sumisión  (mas  engañáronse):  y  fué, 
que  el  conde  de  Olivaros  renunciaba  el  titulo  de  Sumiller  de 
Corps  en  el  marqués  de  Liche.  Esto  en  lo  aparente,  que  en  la 
verdad  no  era  hombre  el  otro  que  se  dejaba  tomar  con  un 
clavo.  Ufanóse  mucho  el  de  Liche  con  la  suprema  dignidad; 
besó  la  roano  al  Rey,  y  es  cosa  muy  de  ponderar  ver  el  ánimo 
de  los  que  se  han  criado  en  pocas  cosas ;  que  hubo  Ayuda  de 
Cámara  á  quien  se  llegó  y  le  dijo  no  so  hallaba  con  fuerzas 
para  echarles  el  Tos,  mas  que  procuraría  con  su  padre  se  to- 
lérase en  algo  esto ,  dando  á  todos  una  ayuda  de  costa ;  ase- 
gurándolo asi  D.  Diego  Mejia.  Paró  todo  esto  en  aire,  porque 
él  se  lo  debió  de  decir  al  Conde,  á  quien  no  debió  de  agradar 
el  subsidia  ni  que  fuese  menester  capa  para  la  desvergüenza, 
y  echándolo  por  alto,  para  en  llegando  á  Madríd,  á  esta 
iniserable  y  mecánica  república,  como  dice  D.  Antonio  de 
Mendoza ,  sin  hallar  fundamento  ni  razón ,  mas  de  que  se 


le  puso  en  la  cabeza  había  eitlre  ellos  algunos  apasionados 
det  Almirante,  ponerlos,  sin  acatar  que  eran  hoiubces  do 
bien,  virtuosos  y  de  partes,  y  los  más  de  ellos  Torzados  de  sus 
obligaciones  y  atados  á  ellas,  como  los  más  soeces  de  su  co- 
rona (si  entonces  la  tenia);  y  les  llegó  á  decir  que  mirasen 
DO  hablasen  á  alguno  de  su  casa  y  orden  para  quedarse  en  ella. 
[A  tan  leves  soplos  estaba  expneslo  lo  que  no  era  suyo,  sino 
déla  Persona  Beal,  dado  por  servicios  y  para  hacerlos  mayo- 
res, y  los  que  tocaban  á  su  propia  persona !  Hubo  alguno  más 
atento,  que  esparcida  esta,  promesa  del  Duque,  no  la  creyó; 
adviniendo  que  en  algunos  dias  de  aquella  jornada,  sobrán- 
dole al  Rey-mucho  tiempo,  porque  no  salla  de  casa  ni  se  dio 
á  otro  entretenimiento,  pasábalos  en  jugar  y  dando  un  do- 
blón de  barato  á  los  Ayudas  de  Cámara,  cuando  tan  tasada- 
mente se  les  habia  dado  la  ayuda  de  costa  á  tan  larga  jor- 
nada, dejando  sus  casas;  dándoles,  pues,  este  socorro,  fallaba, 
y  hacia  diligencias  en  las  borás  retiradas  para  que  no  so  les 
diese;  y  viendo  que  el  Rey  no  se  enmendaba,  cotno  si  lo 
echara  eo  cosas  feas,  ó.  lo  diera  á  hombres  bajos  ó  de  oficio 
indecente  ó  perjudicial  á  las  honestas  costumbres,  bufando 
decía:  —  ¿Es  posible  que  esto  ha  de  ser  así?  Nadie  lo  creyó 
como  sucedió;  y  con  esta  buena  acogida,  los  más  de  ellos  y  los 
que  no  eran  suyos,  jamás  ninguno  se  prometió  cosa  buena, 
ni  la  tuvo,  ni  la  esperó;  deseando  hundirlos  sin  saber  por 
qué,  que  ni  más  callados,  ni  más  humildes,  retirados,  obe- 
dientes y  sujetos,  no  se  vieron  jamás  ní  se  hallarán  escla- 
vos, más  rendidos  á  la  servidumbre  y  al  imperio  y  saña  del 
Privado,  en  las  manmorras  de  Argel. 

i  Cuan  diferente  fué  en  esto  aquel  Príncipe ,  dechado  de  toda 
la  bondad  y  cortesía,  el  duque  de  Lerma!  Cuando  había  algo 
que  avisar  (que  no  so  puedo  decir  reprender],  porque  todos 
eran  hombres  atentos,  de  consíderocion  y  prudencia,  les  de- 
cía: —  Advertid  que  lal  y  tal  cosa  se  tenga  cuenta  con  ella,  y 
estéis  avisados  de  lo  que  os  loca,  y  no  haya  falla.  Esto  dicho 
con  palabras  de  gravedad,  do  señor,  de  Sumiller  del  Rey 
santo,  esclarecidísimo,  y  sumamente  en  todas  materias  pros- 


41 
peradú;  empero  no  bufando,  ní  con  palabns  ásperas,  donde 
no  hay  para  qué,  fabricadas  por  su  mismo  miedo,  por  su 
mismo  antojo,  abrazando  él  y  desquiciando  la  bonra  á  los 
que  la  amaban  y  deseaban  lanto,  sin  hallarlos  en  cosa  inde- 
cente, en  traición,  ni  en  nada:  cosa  porque  Dios  le  ha  do 
castigar  severamente.  La  nueva  de  este  hecho,  esparcida  por 
Palacio  y  por  todo  el  lugar,  con  brevedad  llegó  á  la  posada 
del  Almirante,  donde,  sin  osar  salir  de  ella,  se  daba  ya  por 
retirado.  Viscurriola  y,  descogida  muy  bien,  halló  que  se 
buscaban  modos  eitraordinarios  para  congojarle  sobre  el  ri- 
gor é  inclemencias,  y  que  ya  era  tocarle  sobre  su  reputación, 
honra  y  estado,  y  que  se  hacian  muchas  demasías  con  él. 
No  sentía  que  al  de  Licbe  se  le  hiciesen  colmadas  mercedes, 
que  esto  ya  sabia  que  era  imperio  y  adolecencia  del  Privado; 
sentía  que  se  las  hiciesen  por  darle  pesar  y  hacerle  uiofa, 
como  si  fuera  un  hombre  ordinario  y  no  tan  grande  señor  de 
tan  esclarecidos  titules  y  Estados,  de  la  sangro  Heal  de  Cas- 
tilla, de  Aragón,  y  otras  esclarecidísimas  casas  de  nuestra 
Europa;  y  asi,  discurriendo  con  brevedad  en  lo  que  le  tocaba 
y  hacia  á  su  decoro,  dando  de  coces  y  de  bofetones  á  las  al- 
tiveces y  poquedades,  no  queriéndolas  sufrir,  resolvió  como 
sabio  y  persistió  como  grande;  y  á.la  hora  de  las  doce  llamó 
á  sus  criados  y  esperando  á  que  el  Rey  acabase  de  comer, 
partió  á  Palacio.  Entró  en  la  Cámara,  donde  el  Rey  acababa 
de  retirarse  y  estaba  solo,  y  llegándose  á  él  (y  el  Rey,  no  sin 
el  semblante  mudado,  previniéndose  la  novedad,  poniendo 
los  ojos  en  él  y  esperando),  le  dijo  el  Almirante:  —  Señor,  yo 
entendí  que  e1  haber  entrado  ¿  servir  á  V.  M.,  me  antepone 
á  otros  que  no  tienen  los  méritos  que  yo,  y  roe  preGere  á  los 

más  modernos:  dándoles  tos  oficios  que  no  les  toca El  Rey, 

que  se  dio  por  entendido,  atravesándosele  y  no  dejándole  pa- 
sar, le  dijo:  —  A  quiín  yo  he  dado  cí  oficio  de  Sutnil¡«r  es  tan 
bueno  como  vos.  A  que  replicó  el  Almirante:  — Señor,  sí  esta 
llave  es  causa  que  V.  H.  me  trate  así,  roe  dé  licencia  para  re- 
tirarme á  mi  casa. 

Esto  fué  lo  que  pasó;  si  hubo  otras  palabras  no  lo  sé,  lo 


r 


cierto  íaé  que  el  Almirante  salió  de  nllí  y  pasó  á  su  posada, 
donde  todo  el  tiempo  que  a!li  cíluvimos  no  salió  ni  aún  para 
la  iglesia.  QueiJó  el  Rey,  no  sí»  ulleracion  do  e^te  lance,  y 
sintióle:  llegó  luego  á  las  orejas  del  conde  do  Olivares  y  todo 
Palacio,  y  no  lo  creyó,  ni  acababa  de  creerlo:  tan  fuera  es- 
taba de  pensar  que  el  ánimo  del  Almirante  era  para  tanto; 
sin  embargo,  pateaba  y  lo  sintió;  mas  de  que  lo  sintió  lo 
sé  bien.  ¿No  es  desazón' descomponer  un  lan  gran  señor  con 
BU  Rey,  ni  otro  ningún  vasallo?  Ei  iiir¿inle  D.  Carlos,  lo  sintió; 
Principe  de  todas  maneras  generoso,  parecido  en  la  bondad  y 
clemencia  á  su  gran  padre,  y  en  la  observación  y  conoci- 
miento de  los  lionores  y  preeminencias  que  so  les  daban  á  los 
nobles  y  grandes  de  Caslílla ;  queríale  sumamente  por  su  ca 
lidad,  por  señor,  y  porque  tenia  partes  verdaderamente  ama- 
bles, Y  viósele  este  accidente  en  el  gusto  y  en  el  semblante, 
en  que  repararon  muchos,  y  lo  notaron  no  pocos,  aun  de  los 
que  sin  fortuna  quisieran  ver  al  Almirante  y  desvalido  de  to- 
dos; y  por  esto  t'e  armaban  estas  aseclianzas,  porque  el  Pri- 
vado no  quiere  que  haya  otra  ley,  y  forzosamente  quiera  que 
domine  la  suya  á  las  otras,  aunque  sean  las  del  Soberaoo, 
porque  él  lo  quiere  á  pesar  de  lodos.  Fué  notable  el  ruido 
que  pasó  en  Palacio  y  en  la  ciudad  hi¿o  este  caso ;  discurrióse 
largamente  entre  todos. 

£1  Conde  no  lo  acababa  de  recabar,  y  decíanle,  y  aun 
él  lo  pensaba,  que  suceso  tan  alentado  no  habia  salido*  del 
ánimo  del  Almirante,  sino  que  habla  sido  aconsejado:  pre- 
guntaba, informábase  con  personas,  más  fácilmente  trataba 
cuál  era  el  más  estrecho  amigo  suyo,  y  en  fuerte  hora  le  di- 
jeron que  el  marqués  de  Castel  Rodrigo.  Comenzó  de  aqui, 
como  quien  tan  bien  conocía  el  genio  del  Marqués,  á  darse  á 
creer  que  seria  muy  posible  haberle  aconsejado  este  heclio; 
comenzó  á  hacer  inquisición  y  á  preguntar  quién  le  habla  ha- 
blado, é  quién  habia  hablado  él,  y  quién  habia  andado  con 
él,  y  qué  había  hecho  aquella  mañana;  y  cuando  oyó  á  uno 
de  sus  espías  que  le  habían  visto  salir  de  la  posada  del  mar- 
qués de  Castel  Rodrigo,  dio  por  cierta  y  conürmada  la  sos- 


43 

pecha,  y  de  aqui  á  darle  culpa,  y  á  conjurar  contra  él ,  y  á 
publicarlo,  á  mesurarse  con  él  y  hacer  que  el  Rey  lo  hiciese 
y  se  lo  mostrase  en  el  semblante,  no  hablando  en  otra  cosa; 
con  que  comenzó  á  entrar  con  él  en  desconGanza,  dejándose 
ya  las  primeras  en  Madrid,  en  D.  Jaime  Manuel,  y  entrando 
por  aqui  en  toda  la  de  los  demás  del  Consejo,  y  hasta  en  al- 
gunos de  sus  parientes.  Por  esto  conviene  en  algún  tiempo, 
no  ser  compañero  en  la  (Cámara)  con  otro.  Sabia  el  Conde 
con  cuánto  desembozo  y  de  buen  aire  le  habia  ayudado  á 
morder  y  murmurar  las  acciones  pasadas,  y  que  ahora,  en  la 
era  presente,  tenia  por  chismes  de  sus  ventores,  lo  hacia, 
si  bien  con  más  secreto,  con  igual  gusto:  decia  que  era  aquel 
su  natural,  y  procuraba  deslucirle,  y  que  ésta  planta  pade- 
ciese tormenta  y  que  no  quedase  en  pié ;  corriendo  la  for- 
tuna de  los  que  por  so  desconfianza  y  miedo  deseaba  arrastrar. 
T  porque  casi  todas  sos  acciones  en  el  gobierno  y  las  armas 
hablan  surtido  imperfectas,  desvariadas  y  sin  fortuna,  porque 
verdaderamente  el  sujeto  no  la  tenía,  cosa  necesaria  más  que 
otra  en  el  Privado,  y  que  defraudado  su  Principe  en  esto  y  de 
los  buenos  sucesos  de  sus  estados,  herido  de  efectos  tan  si- 
niestros, le  abriese  los  ojos  algún  dia,  y  poniéndolos  en  otro 
más  suficiente,  y  de  mejor  astio,  le  apartase  y  cargase  sobre 
aquél  el  gobierno;  pareciéndole  que  Castel  Rodrigo  era  hom- 
bre de  seso,  de  saber  y  agilidad  para  gobernar,  que  esta 
opinión  la  tenian  muchos  y  era  bien  reputado  en  ella,  y  que 
era  tal  la  variedad  de  las  cosas  humanas,  que  esto,  sin  mila- 
gro lo  podia  ver;  conjuro,  como  dije,  contra  él,  y  se  la  guardó 
para  echarlo  de  Palacio.  Por  esto,  y  por  lo  que  habia  concebido 
en  el  particular  del  Almirante  i  tan  imperioso  consideraba, 
que  sustituyó  su  conservación ,  á  pesar  y  aunque  costase  ia 
honra  y  servicio  de  los  mayores  y  mejores  vasallos,  y  asi, 
entre  tanto  que  esto  se  llegaba,  le  procuraba  deslucir,  di- 
ciendo que  no  sabia,  que  era  un  ignorante,  bisofio  en  todas 
materias. 

Si  esto  era  torcido ,  mirese  como  lo  halló  ahora  á  propó- 
sito para  la  embajada  de  Roma ,  en  tiempo  que  las  có&as 


tJn  de  peor  talento  para  coa  aquolla  Áposlólica  Silla,  si  ya 
no  es  que  no  halló  otro  perro  má^  bravo  que  echar  al  Pon- 
tílice,  y  después  el  Rey  para  recobro  y  reparo  do  Flandes, 
que  su  gobierno  dejó  en  las  manos  do,  la  muerte  el  año  de 
cuarenta  y  tres.  Eslo  medio  estaba  ya  tan  dentro,  que  si  fuera 
en  estos  dias  tnviera  más  razón  y  más  fundamento  este  juicio; 
porque  el  gobierno  de  entonces,  aunque  se  ejercitaron  en 
él  las  crueldades  injustas  y  sinrazones  qiie  vimos  y  se  hacía 
en  el  mundo  todo  lo  de  potencia,  áíjn  estaba  tan  descarnado 
como  el  de  hoy,  porque  gozamos,  aunque  poco  tiempo,  de  la 
benignidad  y  clemencia  de  D.  Baltasar  de  Zúñiga,  de  su  tem- 
planza y  prudencia;  de  la  bondad  de  Aniouio  Aroztegui,  se- 
cretario do  Estado,  de  su  cortesía  y  sufrimiento,  tan  necesa- 
rio con  los  pretendientes,  en  el  manejo  de  negocios;  de  la 
virtud  y  desembarazo  en  puertas  de  Pedro  de  Contreras,  quo 
le  sucedió,  de  las  buenas  respuestas  que  entonces  se  daban 
á  los  pretendientes,  la  vista  á  tiempo  de  sus  memoriales  y 
en  salir  sin  menos  gravedad  y  «ubsidío  de  las  mercedes,  las 
audiencias  gralas  sin  herir  las  orejas,  no  tan  cercenada,  la. 
pgrciou  de  Palacio^  menos  gustosa,  más  reposada  ioquísí- 
cion  en  los  haberes  y  alhajas  de  los  subditos,  más  libertad  en 
los  consejos,  menos  tributos,  que  con  ser  tantos  y  tan  gran- 
des los  que  entonces  se  trataban  y  se  imponian  nos  hubié- 
ramos dado  por  dichosos,  si  esta  peste  y  contagio  que  va 
hundiendo  la  monarquía,,  y  lo  peor  de  todo  con  gusto  de 
los  enemigos,  hubiera  acabado  y  tuviera  fin.  Empero  si  el 
Marqués  no  se  hubiera  quebrantado,  cogiera  ahora  el  hilo  y 
discurriera  por  lo  presente  y  so  lamentara  con  justa  razón ;  se 
podia  temer  el  Conde  del  juicio  que  entonces  hacia  ó  del  que 
después  esperaba.  Verdaderamente  él  era  del  ingenio  referido 
en  el  censurar;  cansábanle  los  atrevimientos  de  algunos  y  que 
no  tuviesen  castigo  las  demasiadas  mercedes  de  los  rocíen 
entradas  en  Palacio,  aunque  fuesQn  nervios  de  aquella  for- 
tuna; decía  que  cada  uno  habia  de  tener  lo  que  le  tocaba, 
BÍn  hacerle  agravio  ni  anteponer  al  primero  el  postrero;  que 
no  babia  de  tener  nombre  de  gran  Ministro  el  que  era  injosto; 


45 

que  por  eso  daban  las  leyes,  la  razón  y  la  naturaleza  las  co- 
ronas, los  mayorazgos,  las  grandes  casas,  al'que  nació  pri- 
mero, sin  buscarle  olra  circunstancia,  á  esta  prerogativa;  que 
esto  se  ha  observado  de  los  Condaves,  Dietas  ^  Consistorios, 
Consejos,  Ib^istcádos,  Religiones  y  Escuelas ,  siendo  ^to  en 
loque  consiste  la  concordia  de  los  Estados,  la  verdad  do 
las  materias,  la  esperanza  de  lás  cosas;  y  tí  fundanoeDiO  de 
{ajusticia;  que  el  que  siente  el  agravio  y  le  impugna,  no  se 
puede  dejar  de  creer  que  no  es  benemérito,  que  aquel  será 
inhábil  que  no  le  picare  el  corazón:  este  hecho,  y -esto  soío 
merece  que  se  le  antepongan  los  otros,  y  cualquiera;  que  no 
habia  duda  que  se  atravesaba  aquí  la  conciencia  y  la  buena 
administración ,  á  que  ha  de  estar  atento  el  gran  gobernador, 
quCf  ajeno  de  toda  pasión ,  no  ha  de  arrimar  á  si  ni  á  los  su- 
yos los  oficios  más  superiores,  que  se  graduará  de  tirano. 

Refería,  otrosí,  que  el  no  tener  libertad  el  Principe  era  la 
mayor  mengua  de  la  monarquía  y  de  la  persona;  y  que  no  pu- 
diese dar  por  su  voluntad  ó  á  su  albedrío  siquiera  un  cabello, 
sino  que  se  haya  de  solicitar  primero  aquel  móvil ,  y  que  si 
¿I  no  gusta  dé  ello,  aunque  estotro  quiera,  no  se  ha  de  ha- 
cer,  y  sean  los  servicios  de  aquellos,  hechos  en  su  presencia, 
infructuosos;  y  que  se  le  proponga  al  Príncipe  que  no  dé, 
por  quitarle  aquella  virtud  que  abre  camino  por  lo  más  in- 
accesible y  dificultoso ,  y  que  dejando  sus  fuerzas  frecuen « 
ten  las  suyas  y  las  que  no  habían  de  tener  esta  calidad ,  quizá 
porque  no  le  busquen,  y  se  le  dejen  para  sí;  y  que  no  haya 
Príncipe  en  la  sustancia  sino  en  la  figura ,  y  aun  en  ésta  haya 
mucho  que  decir,  y  lo  más  infeliz  de  todo  que  se  dé  á  per- 
suadir por  aquí  que  está  bien  gobernado,  sin  mirar  que  le 
despojan  de  los  atributos  de  la  suprema  potestad.  Ser  infor- 
mado de  los  mejores,  es  altísima  virtud  de  uno  solo,  y  ese 
rebelde,  en  que  se  ha  de  seguir  sólo  su  gusto  y  parecer  y  for- 
zosa voluntad:  yerro  gravísimo  y  que  hace  al  Príncipe  mal 
reputado  y  de  que  es  para  poco;  por  donde  vienen  á  desesti- 
marlo los  naturales  y  extranjeros,  y  á  tenerse  por  Rey  al  Valido, 
que  quiero  que  le  guarden,  los  ejemplares  de  sus  antecedentes 


sin  que  le  Talle  punto,  y  esto  cuando  proponém  mooentcion 
de  los  oíros  y  que,  reformando  los  ajenos,  no  reforma  los  su- 
yos, ni  le  agrada  esta  ley,  ni  ta  quiere  en  su  saca.  Quien  si- 
gue esta  doctrina,  por  más  que  blasone  de  virtuoso,  el  juicio 
humano  no  lo  abona,  ni  menos  que  huelle  el  verdadero  ca- 
mino y  que  pretenda  enguñar  de  todas  maneras  y  con  todas 
mañas,  y  que  se  cubra  debajo  del  escudo  de  la  hipocresía 
para  ser  por  todas  vías  dañoso  y  la  hidra  del  Evangelio.  Decía 
cuánto  convenia  al  Principe  serlo,  y  usar  de  sus  acciones  con 
libertad,  y  hacer  al  vasallo,  vasallo  y  no  imperioso. 

Docia  esto  y  mucho  más;  y  Gnalmente ,  la  presunción  de 
este  suceso  del  Almiranie,  los  que  discurrieron  ó  se  dieron 
¿  creer  contentos  de  parecerles  hablan  hallado  con  que  ca- 
lumniarle, no  se  lo  callaron;  dijéronselo  en  la  cara,  que  el 
hecho  del  Almirante  había  sido  por  su  consejo,  que  él  no  era 
para  ejercer  tantos  bríos.  Rara  cosa,  que  en  siendo  un  Príncipe 
rodeado  de  virtudes,  de  buen  trato,  llanera,  blandura  y  cor- 
tesía, ya  quiere  la  soberbia  y  vanidad  que  no  sea  de  ánimo 
para  mirar  por  lo  que  le  toca  y  que  no  le  huella.  El  otro  ti- 
rano pagaba  adelante  al  cargar  al  Marqués,  diciéndole  que  se 
verificaba  esto  porque  vieron  al  Almirante  salír  aquella  ma- 
fiana  de  su  posada.  Él  decía  que  era  antes  y  que  estuvo  con 
ét ,  mas  que  no  le  dio  parto  do  su  pensamiento ,  y  que  si  le 
apuntó  algo,  que  no  lo  quiere  negar,  le  dijo,  que  él  sabia  muy 
bien  lo  que  le  importaba,  y  que  asi  no  le  decía  nada ;  y  que, 
¿quien  dice  que  el  Almirante  necesita  de  que  nadie  le  dé 
consejo?  que  él  es  de  tan  gran  juicio  y  discreción  que  le 
puede  dar  á  los  más  avisados.  Sin  embargo,  se  comenzó  á 
proceder  contra  él ,  ponderando  que  había  sido  atrevimiento 
abandonar  el  servicio  del  Rey  y  la  llave;  dignidad  tan  pre- 
ciosa. Así  se  hablaba  en  ello,  y  asi  se  endirecia,  como  cosa  ja- 
más en  ninguna  era  vista;  mas  en  secreto  se  procuró  que  el 
marqués  de  Monte  Claros,  del  Consejo  de  Estado  y  Presidente 
de  Hacienda,  y  uno  de  los  de  la  gavilla  ó  junta  donde  se  for- 
jabar.  las  máquinas  y  novedades  que  se  arbilriaban,  más 
atento  á  creer  en  dignidades  que  al  beneficio  y  utilidad  pd- 


47 

blica,  le  procurase  reducir  á  lá  enmienda  y  arrepentimiento 
de  lo  hecho ;  porque  antes  querían ,  por  venganza ,  que  se  que- 
dase y  rindiese  á  la  sumisión  del  nuevo  exaltado  y  le  recono- 
ciese por  jefe,  que  no  se  fuese,  aunque  quedase  por  Valido 
del  Infante:  que  en  la  oficina  de  sus  propios  particulares  ha* 
bia  remedio  para  todo. 

Partió  el  Marqués,  muy  hallado  en  que  lo  dispondria  todo 
y  ofrecería  este  sacriGcio  al  gusto  del  Valido  (dolencia  de 
ambiciosos  y  de  talentos  gentiles  que  no  reconocen  más  que 
este  Dios),  y  entrando  en  la  posada  del  Almirante,  le  dijo:  — 
¿Qué  es  esto?  ¿Qué  es  lo  que  habéis  hecho?  ¿Quién  os  lo  ha 
aconsejado?  (Luego le  picaban  aqui,  por  tirar  de  paso  al  mar- 
qués de  Castel  Rodrigo;  general  flecha  en  todos  los  mal  inten- 
cionados y  que  le  deseaban  deslucir.)  —  Dejaos  de  estas  qui- 
meras, que  os  perdéis.  Y  prosiguió:  —  Volveos  á  los  pies  del 
Rey,  que  aunque  airado  con  vos,  os  perdonará:  todos  han 
sentido  generalmente  esta  novedad ;  á  vuestra  casa  y  á  vues- 
tros aumentos  importa ,  y  yo  tengo  de  acabar  esto  con  vos.  El 
Almirante,  resuelto  á  lo  comenzado,  dándoles  la  razón  para 
su  defensa  soGciente,  concluia,  que  él  no  quería  ni  deseaba 
otra  cosa  que  retirarse  á  su  casa.  El  marqués  de  Montes  Cla- 
ros, viendo  no  le  reducia  por  la  persuasión  y  el  ruego,  echó 
mano  á  la  siguiente  que  traia  reservada,  y  apretóle  por  la 
fuerza  y  por  la  amenaza. — Mirad  que  os  han  de  castigar  ri- 
gurosamente. A  que  resistia: — O  la  cabeza  ó  á  mi  casa.  Llegó 
á  esta  hora  D  Rodrigo  Enriquez,  su  tio,  que  se  habia  quedado 
en  Monzón  para  concluir  cosas  no  bien  acabadas  en  las  Cor- 
tes, fuese  al  Conde,  precepto  ante  todas  cosas  observado  y 
que  ha  de  ser  antes  á  él  que  al  Principe,  para  coger  el  aire  á 
la  materia  y  quedar  dueño  de  ella  para  que  corra  á  su  pro- 
pósito; fué  al  Conde,  como  digo,  como  á  interceder  con  él,  á 
que  le  respondió,  que  él  no  tenía  parte  en  aquello;  que  sin 
embargo  de  lo  sucedido,  el  Rey  estimaba  tanto  la  persona  del 
Almirante,  que  siempre  que  se  echase  á  sus  pies  lo  recibiría 
en  los  brazos.  El  D.  Rodrigo  Enriquez,  pensando  que  llevaba 
en  aquellas  palabras  la  resurrección  del  Almirante,  partiendo 


48 
á  su  posada,  ücotnetióle  por  los  filos  que  Montes  Clares.  Sin 
dejarle  acabar,  levantóse  de  la  silla  y  encendido  de  cólera 
respondió,  no  tendría  por  amigo  ní  por  aleudo  al  qqc  le  ha- 
blase, resistiese  ó  apartase  de  su  propósito;  que  aquello  oon- 
venia  ¿  importaba  á  su  honra,  la  cual  dcTenderia  intrépida- 
mente  á  costa  de  su  sangre;  que  m4rasen  los  suyos  si  le 
querían  con  ella:  á  que  no  le  respondieron,  ni  babla- 
ron  más. 

Volvió  Monte  Claros  ál  aposento  del  Conde,  que  le  espe- 
raba con  mas  alborozo  que  el  correo  de  Flandes  ni  de  Italia, 
y  dándole  muy  por  menudo  cuenta  da  lo  sucedido  y  cuan 
constantemente  permanecía  el  Almirante,  asió  luego  del  po< 
der  y  forjó  un  papel,  que  hizo  ir-asladar  al  Rey  y  que  lirmó 
de  su  mano  p<ira  el  Consejo  de  Estado,  encaminndo  á  casti- 
gar el  sucl-so,  que  decía,  habia  entre  los  gentil cshombres  de 
la  Cámara  de  su  Príncipe  que  había  espirado  ,  con  su  muerte 
recibido  solamente  aquel  mozo  á  la  suya:  palabra  quo  ya  por 
el  gusto  del  insidiador,  tiraba  á  desarmar  la  dignidad,  títulos 
T  otras  honras  del  Almirante,  pues  no  le  nombró  asi ;  y  pro- 
seguía, por  hacerles  honra  y  merced,  que  habiendo  mostrado 
poco  agradecimiento  á  esto,  y  apartidóse  tanto  de  esta  aten> 
cion ,  que  habiendo  querido  meter  al  duque  de  Cardona  en  su 
coche  y  avisándoselo,  después  de  haberle  replicado,  y  es- 
tando ya  para  llegar  el  Duque,  asió  el  estribo,  y  so  sentó ;  y 
qae  úllímamentc.  por  enmienda  de  estos  yerros,  quería  apar- 
tarse de  su  servicio,  y  dejar  la  llave ;  quo  mirase  el  Consejo 
qué  castigo  merecen  estos  atrevimientos,  y  se  ejecutase.  Es- 
parcióse luego  este  papel ;  más  por  terror,  que  por  satisfacción 
ó  castigo  verdadero,  abrióse  en  el  Consejo,  y  le  dejaron  así; 
porque  ó  quererse  retirar  un  señor  y  á  sustentar  sus  preemi— 
nehcias  y  lugares ,  la  razón  y  la  justicia  se  encogen  tliciéron- 
selo  saber;  volvíéronsclo  á  intimar,  á  persuadir,  y  amenazar, 
y  él  respondía  que  á  sn  casa,  ó  la  cabeza.  Últimamente  le 
dieron,  ó  61  se  dio,  por  preso  en  su  posada  :  con  tan  verda- 
dera grandeza  de  ánimo  se  asió  á  su  estimación,  y  la  mon— 
tuvo,  que  se  remontó  á  todos  los  demás  espíritus  quo  le 


atendisD.  La  emulsdon  de  la  facción  valida,' sé' saBtebtába 

sin  ver  al  Almirante,  ni  enlrar  por  sus  puertas;  mostrando 
ceño  al  marqués  de  Casiel  Rodrigo,  dejando  decir  al  marcjués 
de  Alcañizas  uno  de  sus  muchos  disparates,  cuando  alguno 
le  dijo  que  no  atendía  á  la  obligación  y  af  pamnlesco,  que  él 
no  era  Bnriquez  del  Almirante ,  sino  del  conde  de  Alba ,  como 
si  el  conde  de  Alba  no  fuera  escudero  de  la  casa  del  Almi- 
rante y  fuera  el  origen  del  blasón  de  Enriquez  en  el  mundo, 
y  los  qite  le  poseían  le  tenian  de  él.  En  estas  materias  tan 
poco  útiles,  se  pasó,  como  dije,  aquella  Semana  Santa,  en 
este  ejemplo  y  en  estas  obras,  con  escándalo  público  de 
aquella  ciudad  y  de  Palacio,  pareciendo  más  gentiles  que  ca- 
tólicos. A  esta  hora,  llegó  la  dignidad  cardenalisla  para  el  so- 
brino del  Conde,  hijo  del  marqués  del  Carpió,  y  celebróse  el 
casamiento  de  D.  Luis  de  Haro,  su  primogénito,  con  la  bija 
del  duque  de  Cardona.  En  tan  breve  espacio  de  tiempo,  que 
apenas  fué  de  un  mes,  consiguió  la  facción  valida  cuatro  pre- 
seas de  calidad  y  valor,  que  podían  servir  de  premio  y  de 
honra  á  i;uatro  casas  ejercitadas  en  trabajos  y  servicios  por  el 
bien  público:  General  de  aquella  provincia  y  costas,  para  el 
marqués  de  Liche;  el  oficio  de  Sumiller  de  Corps;  el  capelo, 
para  el  hijo  del  marqués  del  Carpió;  el  casamiento  con  la 
casa  de  Cardona,  para  su  primogénito. 

Fenecida,  bien  que  no  del  todo,  esta  guerra  civil  de  las 
pasiones  de  Palacio,  razón  será  que  volvamos  un  poquito  la 
pluma  á  las  Cortes,  si  es  así  que  para  ellas  venimos  y  nos 
alejamos  de  nuestra  patria  y  casas  cien  leguas,  por  espacio  de 
seis  meses,  con  descomodidades,  rigor  de  tiempo,  necesida- 
des intolerables  del  tiempo,  y  cansadas  jornadas.  La  materia, 
pues,  de  este  tratado,  ni  ¿un  esté  en  forma,  ni  principio: 
manteníanse  los  catalanes  sin  querer  conceder,  y  más  aína 
entonces  cuando  ya  estaban  á  las  pnertas  del  término  pres- 
crito de  volverse  el  Rey ;  tabla  en  que  se  esperaban  salvar  de 
la  vejación  y  borrasca  que  corrían:  conocíanse  las  diligencias 
por  vanas  y  por  imposibles;  los  ánimos,  cada  día  más  duros 
y  más  constantes  eo  6U  opinión,  reforzaban  todos;  sin  em- 


bargo,  enviándoles  el  Rey  á  decir  se  acordasen  le  tenían  elli 
lejos  de  su  corte ,  privado  de  la  vista  de  la  Reina  y  de  la  Prin- 
su  hija,  que  tenia  allí  al  Legado  y  sobrino  del  Papa  y 
era  Tuerza  darle  la  vuelta  con  brevedad  para  celebrar  el  bau< 
tismo  do  la  Princesa,  prenda  que  por  el  amor  que  la  tenia 
no  podia  tanta  enajenación  de  tiempo;  que  tenia  negocios  i 
que  acudir,  como  se  lo  avisaban  los  Consejos,  y  materias  que 
expedir,  importantes  á  las  conveniencias  de  Ilalid  y  ambas 
Germanias;  que  el  Legado  era  forzoso  volverse  á  tiempo  para 
navegar,  como  el  PontiQce  se  lo  pedía  y  avisaba;  la  propuesta 
fué  vana.  Con  el  duque  de  Cardona,  estando  ya  caiei  á  los 
Bnes  de  Abril ,  los  juntó  á  lodos,  y  avisó  á  los  tratadores  y  mi- 
nistros para  que  estuviesen  á  punto,  é  impugnar  la  dificultad  & 
la  obstinación  de  los  concedientes :  ellos  lo  entendieron  y  no  lo 
excusaron,  disponiéndose  muy  prevenidos  para  contradecir— 
aelo  y  desesperar  totalmente  el  efecto  y  la  esperanza;  y 
cuando  ya  se  hubieron  juntado,  y  movió  el  duque  de  Car- 
dona, se  levantó  tanto  ruido  que  se  metió  á  confusión.  Ade- 
lantóse el  Duque  con  las  palabras,  á  que  fué  recibido  con  las 
espadas  y  algunos  pedernales,  con  que  se  salió  ;  dio  cuenta  al 
Rey  y  al  Conde,  y  tratóse  de  prevenir  la  jornada  y  usar  la 
treta  de  Monzón.  Salió  el  Rey  de  Barcelona,  mandando  ir  al 
Almirante  preso  ¿  Medina  de  Rioseco:  él  se  adelanto  un  día, 
no  sé  por  cuál  más  alna,  o  por  et  gusto  de  la  incomodidad,  ó 
la  utilidad  de  la  obediencia  que  se  le  seguía  en  el  mandato: 
el  duque  de  Maqucda  quedó  burlado  en  el  viretnado  de  Bar- 
celona; sin  embargo,  á  la  salida  y  en  el  camino  se  hicieron 
refuerzos  y  se  enviaban  apretados  papeles,  haciendo  muchas 
paradas,  á  los  de  las  Corles:  nada  bastó.  Pasó  aquel  dia  el 
Rey  á  Nuestra  Señora  de  Monserrate,  admiró  aquel  escollo, 
fábrica  maravillosa  de  la  naturaleza,  erigido  para  teatro  de 
aquella  estrella  luciente  y  purísima  del  Mediterráneo,  donde 
■e  ven  las  amarras,  las  áncoras  y  timones  de  tantos  nave- 
gantes, surgidos  en  sus  playas,  librados  de  las  tormentas  por 
su  abrigo  é  intercesioii :  adoró  la  milagrosísima  Imagen ;  visitó 
las  ermitas,  y  aquellos  prodigios  referidos  eo  la  antigüedad 


61 

de  sus  ermitaños;  edificóse  con  los  religiosos,  y  á  lai^  jor- 
nadas, favorecido  de  su  generosa  mano  aquel  templo,  llegó 
á  Monzón,  donde  concluyó  algunas  cosas;  pasó  por  Zara- 
goza, y  de  allí  á  Alcalá,  donde  le  esperaba  el  infante  D.  Fer- 
nando con  toda  su  casa,  y  entró  en  Madrid  por  la  posta, 
con  general  aplauso  y  gusto  de  la  corte,  que  nunca  le  vieron 
tan  gallardo.  Mandó  consignar  las  Cortes  de  Aragón  en  Ca- 
latayud,  llamada  antiguamente  Bilbilis,  patria  de  Marcial,  y 
que  alli  las  prosiguiese  el  conde  de  Monterey,  constituyén- 
dole por  cabeza  y  presidente,  quien  después  de  algunos  meses, 
viendo  se  perdia  tiempo,  con  licencia  del  Rey  las  desamparó  y 
se  vino  á  la  corte,  y  los  catalanes  á  sus  casas,  no  sin  grandes 
celos  de  las  provincias  vecinas,  viendo  á  los  catalanes  dueños 
de  su  libertad  y  que  habían  sabido  mejor  su  negocio  que  ellos: 
con  que,  pues  no  se  consiguió  allí, cuando  aun  no  había  por 
su  reciente  materia  echado  raices  la  consideración ,  hoy  que 
las  hay  tan  profundas,  el  discurso  y  la  atención  más  enveje- 
cida y  más  lata,  ofuscó  el  dolor  y  las  voces  de  los  subsidiados, 
no  hay  que  esperar,  ni  tentarlo  otra  vez,  que  será  en  vano. 

Asentado  ya  el  Rey  en  Madrid,  se  dio  principio  á  la  cele- 
bración del  bautismo  de  la  Princesa,  cuyos  padrinos  fueron 
la  serenísima  infanta  Doña  María ,  que  la  pedia  el  Emperador 
para  su  hijo  con  titulo  de  reina  de  Hungría ,  y  D.  Francisco 
Barberino,  sobrino  de  Urbano  YIII,  Pontífice  de  la  Iglesia; 
y  se  hizo  en  la  Capilla  Real  de  Palacio  con  lucimiento  y 
ostentación,  dándola  el  nombre  de  María.  Los  meses  adelante 
adolescíó  el  nuevo  Cardenal,  hijo  del  marqués  del  Carpió,  y 
se  cayó  la  dignidad  de  la  casa ;  no  sin  faltar  pronóstico  del 
mayor  de  los  ingenios  de  nuestro  siglo  que,  celebrándole  re- 
gladisimamente  la  ascensión  al  capelo,  por  hijo  de  su  patria, 
en  un  panegírico,  en  la  primera  estancia  en  los  dos  versos 
postreros ,  como  se  verá  en  el  segundo  comento  de  sus  obras» 
le  predijo  pensando  aclamarle: 

tSi  bien  toda  la  púrpara  de  Tiro 
Grano  es  de  polvo 
Al  último  suspiro». 


r 


De  esta  manera  desapareció  este  Cadereita,  6  exhalación 
qae  comenzó  á  resplandecer,  y  aquel  mnzo,  que  ilustrado  con 
aquella  dignidad  la  volvió  á  la  (ierra.  Consiguientemente,  de 
sobreparto  dentro  de  Palacio ,  \A  marquesa  de  Liche ,  itija  del 
Conde,  que  sintió  él  y  la  Condesa  amargamente,  porque  se  les 
acabó  la  esperanza  de  sucesión  y  recaia  la  casa  en  D.  Luis  de 
Haro,  su  sobrino,  hijo  de  su  hermana  mayor,  marquesa  del 
Carpió:  que  también  hay  estos  avisos  ó  golpes  para  los  pode- 
rosos envanecidos  en  glorias  humanas.  Trata  este  mozo  entre 
los  ojos  dias  habiit,  y  entonces  se  acabó  de  declarar  con  él;  te- 
niéndole por  mortal  enemigo,  decia,  que  nunca  fué  aficionado 
ul  marqués  de  Liche,  ni  aquella  elección  habla  el  mozo  de- 
seado, este  casamiento,  y  aun  dado  el  Conde  intención  de  vc- 
nirEe  á  él  antes  de  su  valimiento,  y  que  as!  se  lo  habla  dicho 
á  su  hermana;  proseguía  que  no  era  afecto  á  sus  cosas,  ni 
menos  á  sus  acciones,  antes  que  las  emulaba  y  corria  con  el 
dictamen  de  los  que  no  le  eran  afectos  y  se  hacia  de  él  aquel 
bando ,  y  otras  cosas  en  que  no  es  bien  cansar  la  pluma ;  sen- 
lia  que  le  mírase  bien  el  Rey,  criándose  aquí  otro  nuevo 
ruido  que  causaba  en  el  mundo  no  poco  gusto  y  admiración, 
porque  es  dar  materia  á  que  se  entretengan  y  aGlen  las  len- 
guas cuando  no  tienen  que  hacer.  A  la  verdad ,  cansaba  á  Don 
Luis  la  primada  del  de  Liche ;  habíale  visto  antes  en  una  baja 
fortuna,  y  no  queria  rendírsele,  ni  hacerle  cortejo  ni  sumi- 
sión ,  m'  sufrir  eí  ros  ó  que  por  ley  del  cabeza  se  había  promul- 
gado en  toda  la  parentda,  por  papel  é  instrucción  secreta,  cuando 
se.  contrajo  el  matrimonio,  imponiéndoles  á  todos  en  el  pa- 
ragon  y  reconocimiento  de  escuderos.  Desmantelada,  pues, 
esta  fortaleza  á  gusto  del  pueblo,  que  es  en  estas  cosas  na- 
tural enemigo,  no  faltando  otros  disgustos  en  Palacio,  los 
juntó  á  todos  y  les  hizo  una  larga  plática ,  desembozando  bs 
culpas  que  tenía  contra  D.  Luís, -á que  respondióla  condesa  de 
Monterey,  hnciendo  cruces: — ¡Hay  tal  cosa!  ¡Hay  tal  bella- 
quería habiéndoles  sacado  do  los  terrones  del  Carpió!  Quiso 
responder  el  Marqués,  y  atajólo  el  Conde,  diciendo:  —  No  so 
dice  por  V.  S.  que  es  un  ángel,  sino  es  por  su  hijo  que  es  un 


demonio.  Exhortólos  á  la  obediencia  del  de  Liche,  y  á  que 
reconociesen,  aun<lae  descaecido  del  estado  en  que  se  vió 
por  su  hijo,  cabeía  de  las  familias  de  Guzniao,  y  porque  SÍ 
esperaba  con  aquel  suceso  te  babian  de  atrepellar  satisfaciese 
el  pueblo  y  hacer  suertes  en  él,  y  habían  de  hallar  consuelo 
ó  vengania  los  del  valimiento  pasado,  le  hizo  Grande  otro 
dia,  cubriéndose  por  duque  de  Medina  de  las  Torres'.  Que- 
brantado, pues,  con  la  muerte  de  la  hija,  ó  porque  algún 
religioso  le  dijo  que  dichas  sin  virtud  no  había ,  y  que  Pri- 
vado sin  Dios  era  escandaloso  y  defraudaría  4  los  vasallos  da 
los  regalos  de  su-Hacedor,  porque  castigaba  en  ellos  los  pe- 
cados de  las  cabezas,  dio  en  confesarse  y  comulgar  cada  dia. 
[Oh  si  le  dijéramos  que  el  agravar  los  vasallos  tan  inicua- 
mente es  (bntar  á  Dios  y  la  seguridad  del  Estado !  No  sose- 
gaba, por  esto,  aquel  ánimo  inquieto',  ponia  espías  en  et 
cuarto  del  Rey  y  asechanzas  á  todos ;  decia ,  ¿  quiéu  babla ,  i 
quién  mira  el  Bey ,  quién  asiste  más?  que  aun  esto  quería  que 
fuese  delito;  y  para  los  sucesos  nótales,  sucedidos,  sin  aten- 
ción y  providencia  decia,  tenia  doce  enemigos  en  la  Cámara 
del  Rey,  y  los  señalaba  entre  gentileshombres  y  Ayudas  de 
Cámara  ;  pretendiendo  por  aquí  cubrirse  de  los  siniestros  su- 
cesos, como  si  aquellos  tuvieran  la  culpa  de  lo  de  afuera,  y 
de  sus  descuidos.  Tenía  algunos,  que  le  deciao  y  mantenian 
lo  que  á  ellos  se  les  antojaba,  y  con  algunos  castigos  ejercidos 
sobre  inocentes ,  por  sola  su  indignación ,  sin  parecer  allí ,  ni 
verlo ,  se  daba  por  seguro  y  por  temido  y  con  mayor  Srméza 
en  el  poder  y  el  mando.  ¡  Delirio  de  au  flojedad ! 

Llegó  pop  estos  dias  nueva  de  la  muerte  de  D.  Luis  de  Ve- 
íatco,  General  de  cotxiUem  de  jFTan'Jes,  esclarecido  en  el  ánimo 
y  en  sus  hechos,  y  dio  el  oGcio  en  merced  á  D.  Diego  Mejia, 
so  primo,  no  sin  grande  sentimiento  del  conde  Eariquex  de 
Sergas,  que  tenía  la  tenencia,  soldado  envejecido  en  los  tra- 
bajos de  Flandcs;  cuyo  agravio  le  obligóá  retirarse  ide  la  pro* 
viñeta  de  Geldres,  de  donde  era  Gobernador,  no  sín  recelo  de 
algún  desmán ,  por  estar  tan  vecino  á  los  enemigos  y  suma- 
mente sentido.  El  Conde  hizo  salir  á  D.  Diego  Hejía  á  compo- 


r 


54 
ner  esto  y  ijue  pasase  a  Flandes,  ó  porque  se  murmuraba 
llevase  el  sueldo  en  merced,  ó  desviarle  del  lado  del  Rey; 
que  lambJen  le  causaba  celo5  la  comunicación  que  tenia  con 
él  de  las  materias  de  aquellos  Estados.  Sin  embargo,  le  tenia 
por  su  adalid  y  atalaya  en  aquel  cuarto ,  y  por  de  mayor  con- 
fidencia que  otro  pariente,  que  aun  á  los  más  tenia  por  sos- 
pechosos,  y  para  que  le  avisase  de  todo  loque  pasaba;  car- 
gándole después  la  presidencia  de  Flandes,  sobre  el  oGcío  de 
General  de  la  artillería  y  los  que  se  re6riesen:  hombrees  que 
en  menos  de  cinco  años  creció  eiorbilüntemente  en  oficios, 
rentas  y  alhajas  y  mucha  suma  de  dineros,  dando  por  la 
casa  en  que  hoy  vive  cincuenta  mil  escudos,  no  siendo  más 
que  un  hijo  segundo  del  marqués  de  Loriana  ;  casa  bien  corta 
y  alcanzada.  Fué,  (innlmente,  por  esto  (ó  por  lo  que  juzga- 
ron muchos)  precisado  á  salir,  y  aceptar  el  desano.quese 
presumió  entonces  por  el  conde  de  Olivares,  que  como  Mi- 
nistro tan  importante,  y  necesario  á  la  vida  de  las  cosas,  ni 
saldria,  ni  se  le  dejarían  aceptar,  ni  tampoco  era  acertado 
dejar  el  crédito  en  opiniones,  ni  era  bien  que  le  salvase  Don 
Diego  con  sus  fuerzas,  correspondiendo  á  las  buenas  obras  y 
beneficios  referidos.  Fué,  pues,  este  suceso,  que  D.  Antonio 
Sarmiento,  hijo  del  conde  de  Gondomar ,  entró  un  día  en  au- 
diencia á  hablar  al  Conde  y  á  pedir  la  resolución  en  algunas 
pretensiones  suyas,  á  que  se  le  hiciese  merced.  La  respuesta 
faé  que  la  fuese  á  pedir  al  Rey  de  Inglaterra ,  á  quien  había 
servido  su  padre,  ó  que  lomase  algunas  de  las  que  habia  re- 
cibido; el  intento  de  esta  calumnia  era  dar  á  entender  al 
mundo  con  este  hecho,  y  con  el  ruido  que  alli  se  levantó,  qae 
habia  tenido  la  culpa,  del  descaminado  suceso  de  los  casa- 
mientos que  se  trataron  con  Inglaterra,  el  mal  consejo  de  su 
padre  y  no  el  suyo,  como  si  no  fuera  él;  que  al  conde  de 
Gondomar  le  movió  el  principal  actor.  Respondióle  las  razo- 
nes que  bastaron  á  defender  á  su  padre ,  el  D.  Antonio ,  y  re- 
volviendo el  Conde  con  mayor  coraje  y  demasías,  hijas  de  su 
natural,  el  D.  Antonio  se  salió,  partió  á  su  posada,  tomó  un 
caballo,  y  sin  llevar  consigo,  ningún  criado  ni  decir  para 


55 

dónde,  se  salió  de  Madrid.  Esta  novedad  corrió  tan  largamenlo 
por  la  corte,  que  llegó  á  los  oídos  del  Rey  y  del  Conde,  y  es- 
parcido este  suceso  creyeron  todos  que  iba  á  París  á  pedir 
campo  al  rey  de  Francia  contra  el  Conde,  ó  á  otro  Principe 
Gcl,  ó  infie),  que  le  diese,  y  á  poner  carteles  y  desafiarle.  El 
miedo  que  á  todos  se  les  metió  en  el  cuerpo  fué  grande ;  lo 
que  se  dio  y  se  lomó  ,  en  las  más  menudas  ocurrencias  de  la 
corle,  fué  notable ;  ya  les  pareció  que  veian  publicado  el  reto 
y  fijados  los  carteles  por  las  esquinas  de  Madríd,  digo  do  Pa- 
ris,  y  en  las  froateras  de  Francia.  Proveyóse  de  enviar  cor- 
reos tras  él  por  todas  partes  basta  donde  le  pudieran  hallar, 
con  cédulas  del  Rey,  con  amenazas  que  no  irían  sin  caricias; 
para  que  volviese,  so  pena  de  traidor;  alcanzáronle  más  allá 
de  Biírgos,  y  vistas  tas  cartas  volvió ;  con  que  desapareció  el 
nublado  que  tanto  dio  que  decir  y  que  naurmurar  en  el  mundo, 
y  que  con  tanto  gusto  se  esperó  el  fin  y  el  suceso ,  y  que  se 
sialió  que  pasase. 

Había  llegado  pocos  meses  antes  la  nueva  de  la  empresa 
de  Breda,  en  los  Países-Bajos,  por  el  marqués  de  Espinóla,  y 
luego,  consiguíenie:ncnte,  que  el  encmi;^o.  con  ánimo  de  sa- 
tisfacerse, los  moleslobii  á  la  cara  del  Marqués,  lomando  á 
Oidensen  ¿  Igrol,  plazas  importantísimas  en  la  frontera  y 
cerca  de  Vesfalía  ,  con  que  se  señoreó  de  ambas  riberas  del 
Rhin;  cosa  dañosísima  y  perjudicial.  Despachábanse  correos 
al  Marqués,  en  que  le  imponían  este  descuido;  él  se  discul- 
paba que  no  le  enviaban  dineros,  y  que  el  descuido  procedía 
de  acá,  pues  no  le  asistían. 

A  estos  sucesos,  todos  infelices  y  poco  afortunados,  suce- 
dió otro  en  que  se  víó  la  monarquía  ¿  pique  de  trastornarse  y 
de  ponerse  en  estado  de  calamidad  y  ruina.  Adotesció  el  Rey, 
por  el  mes  de  Agosto  en  el  Palacio  de  Madrid,  y  llegó  tan  á  lo 
último  que  so  temió,  y  aun  se  creyó  su  muerte.  No  tenía  su- 
cesión, si  bien  se  bailaba  la  Reina  preñada,  empero  los  infan- 
tes D.  Carlos  y  D.  Fernando,  mozos  robustos  y  de  maravílto- 
soscntendimientos  y  virtudes  y  para  cualquier  accidente  muy 
ú  propósito:  hallábanse,  pues,  estos  príncipes  muy  en  baja  for- 


tuna  con  el  Conde,  porque  eran  de  él  para  con  el  Rey  calum- 
niados y  celado?  demnsiaüamenlq,  y  casi  oprimidos;  habién- 
dole quitado  antes  al  infante  D.  Fernando  á  ü.  Melchor  de 
Hoscoso,  haciéndole  obispo  de Segovia.á  quien  quería  mucho, 
y  corria  opinión  de  Privado .  hijo  de  la  condesa  de  Allamira, 
su  aya  y  que  le  crió,  hermana  del  duque  de  Lerrna,  que  sin 
embargo  de  la  ira  de  los  tiempos  contra  aquella  casa  y  de  su 
contradicción ,  no  olvidó  estos  servicios  y  el  de  las  personas 
que  le  atendieron  y  lo  criaron  con  fineza.  El  inrante  D.  Carlos 
sentia  la  ausencia  del  almirante  de  Castilla ,  con  quien  juzgo  se 
comunicaba  de  í^ecreto  y  por  cartas ;  empero  era  Príncipe  que 
por  su  esclarecidísimo  natural  lo  disimulaba  sin  darlo  á  sentir, 
ni  que  se  la  oyese  en  su  boca,  ni  en  su  semblante  cosa  que 
causase  desconfianza.  El  infante  D.  Fernando,  ora  que  fuese 
dotado  de  mayor  ardimiento,  ora  que  \p  hiciesen  más  despierto 
los  estudios  y  los  libros ,  ó  los  hombres  doctos  con  quien  tra- 
taba, sin  embargo  de  tener  por  espía  al  marqués  de  Camara- 
sa,  y  por  Sumiller  de  Corps,  eipriinia  alguna  vez  con  graves 
razones  su  sentimiento,  y  le  daba  á  entender;  partes  que  con 
miedo,  ó  conveniencia  le  confirmaron  en  breve  en  estrecha 
amistad  con  el  Conde,  y  él  lo  lisonjeó  con  algunas  cosas,  y  lo 
metió  en  su  Cámara  á  D.  Antonio  de  Moscoso,  que  casó  des- 
pués con  la  bija  del  marqués  de  Villanueva  del  Fresno,  desca- 
sada á  mi  ver  con  injusticia  del  conde  de  Puensalida.  Este 
creció  en  valía,  como  digo,  después  do  este  suceso  con  el  In- 
fante, y  con  permisión  del  Conde,  que  también  quiere  imperar 
sobre  esto  el  Privado,  por  quien  decía  el  Dr.  D.  Antonio  (que 
me  admiro  que  en  sangre  del  duque  Jd  Lerma  ,  y  en  el  grande 
juicio  de  su  madre  hubiese  este  hijo  y  esta  ingratitud) ,  decía, 
después,  como  buen  lisonjero,  que  había  debido  más  al  conde 
de  Olivares,  que  á  su  tío  el  duque  de  Lerma.  Pregunto: — 
¿Quién  le  hizo  hijo  do  Grande?  ¿quién  Cardenal  á  su  hennuní}? 
¿quién  al  otro  las  dignidades  que  tuvo?  ¿quién  las  rcntus  quo 
gozaba?  El  ser  reconocido  al  favor  que  ahora  se  le  hacia ,  justa 
cosa;  empero  injuriar  á  aquellos  de  quien  recibió  el  ser, 
arguye  vileza,  y  no  hay  para  qué  sacar  en  campaña  lisonja 


67 

Tana,  con  vituperio  propio.  Finalmente,  adolecía  el  Rey,  es- 
taban escarapelados  los  infantes  y  ofendidos  de  asechanzas  sin 
fundamento,  y  que  se  les  pretendiese  atar  las  acciones ;  pues 
entre  estos  embates,  para  pasar  al  cuarto  del  Rey,  á  asistirá 
la  enfermedad,  hizo  quitar  la  cama  del  infante  D.  Fernando,  de 
una  pieza  que  estaba  allí  cerca,  para  poner  la  suya,  ó  el  Rey 
lo  mandó,  porque  era  tenido  por  aposento  de  Sumiller  y  en  el 
tiempo  pasado  lo  fué  (y  ahora  sirve  de  trucos,  y  poraquise 
conocerá ,  mas  después  se  hizo  en  él  una  pieza  ovada  de  escul- 
tura donde  hay  estatuas  de  mármol ,  pinturas  y  los  siete  pla- 
netas que  fingió  la  astrologia,  con  otras  eGgies  maravillosas 
do  nuestros  principes);  cosa  que  sintió  y  dio  á  entender  y  los 
puso  á  entrambos  en  total  desesperación  de  enemistad,  do 
que  avisado  el  Conde,  ó  con  tiempo  advertido,  no  puso  su  cama 
alli  y  el  aposento  desembarazado  se  quedó  all!. 

A  esta  hora  creció  tanto  la  enfermedad  del  Rey ,  que  los 
médicos  dijeron  estaba  apretado  y  peligroso,  con  que  el  Conde 
entró  en  notable  miedo  y  creyó  se  le  venia  el  mundo  tras  si. 
La  Condesa,  su  mujer,  que  en  la  mafia  y  atención  y  en  la 
opresión  de  la  Reina  era  su  semejante ,  y  en  tener  todo  aquel 
cuarto  sin  respiración,  se  metió  con  Doña  Maria  de  Benavides, 
dueña  de  honor  de  la  Reina,  y  que  queria  mucho,  porque  desde 
que  entró  en  Espafia  la  asistió,  y  durmió  en  su  aposento  desde 
la  expulsión  de  las  francesas,  y  la  dijo,  haciendo  muchas  sumi- 
siones; que  pues  tenia  á  la  Reina  tan  de  su  mano,  la  dijese, 
que  habiendo  de  gobernar  S.  M.,  por  estar  preñada  no  so 
valiese  de  otra  persona,  que  de  la  industria  y  eiperíeucia 
del  Conde ,  porque  concurrian  en  él  las  partes  de  noticia  y 
acendrado  Ministro  que  se  veia ,  y  S.  H.  y  ella  lo  habian  visto; 
y  que  caso  que  Dios  llevase  al  Rey,  puesto  al  lado  de  S.  M.  y 
dándole  calor  no  habia  que  temer  accidente  ni  esperarle.  La 
doefia  (juzgo  yo)  que  la  dijo  se  lo  diria,  y  haria  todos  los  bue- 
nos oficios  con  la  Reina  que  fuese  necesario:  ofreciéronla 
montes  de  oro  para  ella  y  sus  hijos,  si  bien  la  Doña  Maria 
estaba  agraviada  (que  apenas  se  tocará  en  parte  donde  no 
salte  esta  centella  y  muchas),  de  que  siendo  ella  más  antigua 


no  se  la  hubiese  hecho  á  ella  Camarera  mayor,  y  dádosclo  á 
la  duquesa  deGandia.  Con  qué  se  pagó  esta  diligencia,  presto 
lo  veremos.  Si  lu  dijo  la  Doña  María  á  la  Reina  ó  nó,  no  se 
sabe,  sólo  sé  que  ya  se  habia  tomado  este  paso;  empero  en 
aquella  esclarecida  señora  hay  tales  partes  do  entendimiento 
y  valor,  que  no  digo  para  esle  sino  para  muchos  mundos  le 
sobraba  caudal ,  entendimiento  v  suma  prudencia  para  gober- 
narlos. El  Rey,  á  esta  ahora ,  trabajado  de  muchos  accidentes, 
postradas  las  fuerzas,  y  con  pocas  ó  ningunas  ganas  de  co- 
mer, tenía  desconfiados  de  su  vida  é  lus  médicos.  El  Conde, 
pues,  en  esta  sazón,  combatido  do  diversas  imaginaciones  y 
cuidados,  creyendo  espiraba  su  fortuna  y  que  se  le  desqui- 
ciaba el  firmamento  de  su  soberanía,  con  aquella  chollaza  des- 
carnada, fingiendo  unas  tercianas,  se  fué  á  tratar  y  llevar 
adelante  su  imperio,  porque  en  el  del  Rey  no  se  puede,  ni 
era  posible,  por  la  mucha  gente  que  alli  habia,  y  porque  le 
babia  de  entender  el  juego,  que  era  lo  que  entonces  do  con- 
venia; y  echándose  en  su  cama,  cercado  de  agonías  y  congo- 
jas preguntaba,  y  le  decían  lo  que  se  hablaba  en  el  tugar,  que 
deseaban  la  muerte  al  Rey  (cosa  jamás  vista  en  sucesos  seme- 
jantes de  vasallos  españoles),  por  verse  libres  de  él; que  ha- 
bían de  hacerle  pedazos  á  él  y  á  los  suyos,  y  abrasarles  las 
casas;  que  los  tenia  cargados  con  intolerables  tributos  y  ga- 
belas, sin  seguridad  en  sus  haciendas,  y  defraudados  de  la 
industria  y  del  comercio,  porque  en  entendiéndole,  luego  daba 
eobre  ellos;  sin  crédito  los  hombres  de  negocios,  por  faltarles 
en  sus  asientos,  y  casi  todos  quebrados ,  el  trato  desfallecido  y 
más  viva  la  necesidad;  que  daban  voces  los  ofendidos,  los 
agraviados  en  su  honra,  en  sus  oficios,  casas  y  rentas;  tanto, 
que  la  marquesa  de  Alcañizas,  tapándose  las  orejas,  dijo: — No 
pararé  yo  aquí;  ¿por  dónde  me  iré?  Pues,  en  este  estado,  dis- 
currió, y  viendo  no  convenía  que  gobernase  la  Reina,  porque 
por  sus  ciertos  particulares  no  estaba  bien  ni  corría  en  lo 
interior  con  sus  hechos,  y  que  como  matrona  verdaderamente 
Real,  por  poner  en  su  lugar  las  cosas  ó  por  el  consejo  de 
Doña  Uaria  de  Benavides,  sustituiría  mucha  parto  del  Gobierno 


59 
eD  el  cardenal  Trejo,  como  presidente  del  Consejo,  regulando 
en  esto,  lo  que  por  ejemplos  y  Iradíciones  tenernos  hicieron 
los  reyes  pasados  en  Castilla,  y  se  tieno  noticia;  que  éste  era 
becliura  de  la  casa  de  Sandoval,  y  pariente  del  marques  do 
Siete  Iglesias,  y  Doña  Mana  de  Benavides  deuda  y  beneficia- 
da de  la  misma  casa ;  y  que  seria  muy  posible  volviesen  los 
pasados  á  erguir  los  cuellos  y  á  tomar  sacisfaccíon  de  las  ofen- 
sas recibidas  conita  todo  dcreclio  y  razón,  y  que  habla  quien 
ó  por  escrúpulo  ó  de  grado  los  restituyese  en  sus  rentas  y  en 
los  oGcios;  y  que  en  locante  á  los  infantes  era  más  peligroso 
tratar  de  esto,  lo  uno  por  ir  contra  la  fidelidad  ,  lo  otro  por- 
que el  uno  tenia  en  su  corazón  la  casa  del  Almirante ,  y  en  el 
otro  buia  la  casa  de  Altamira ,  en  su  concepto  ambas  familias 
grandes  y  ofendidas  en  los  recientes  sucesos  pasados:  pues, 
para  esto,  obró  según  su  instinto  de  perpetuación  é  inteligencia, 
y  llamados  del  Consejo  da  Estado  los  peores  y  más  codicio- 
sos, que  fueron  el  marqués  de  Montes-Claros  y  el  marqués  de 
)a  Hinojosa,  y  armando  contra  el  gobierno  femenil  introdu- 
cido el  viril,  les  propuso  et  eslüdo  que  ya  veían  tenian  las  co- 
sas, y  loque  acababa  de  discurrir.  Y  así,  dijo,  impugnasen 
porque  gobernase  el  Consejo  de  Estado  y  cuatro  de  ellos,  y  le 
diesen  parte;  y  que  esto  se  le  hiciese  saber  á  la  Reina,  era 
más  seguro  y  eCcaz  para  el  Estado,  mayor  y  mejor  esperanza 
de  las  cosas,  mayor  respeto  de  los  ministros  y  Consejos;  y  que 
si  los  reyes  pasados,  en  sus  ausencias  ó  por  muerte,  quedando 
los  principes  pequeños  y  por  esto  impedidos,  habian  cargado 
sobre  el  presidente  del  Consejo  y  gobierno  de  Castilla,  era 
porque  no  se  habia  erigido  en  tan  alto  punto  el  Consejo  de 
Estado,  ni  colmádole  de  tan  nobles  y  eminentes  sujetos;  que 
aquél  tiene  ya  señaladas  y  limitadas  las  materias,  y  éste  las 
abraza  todas  en  común ,  por  decisión  de  los  más  polilicos ,  con 
que  los  reyes  y  las  provincias  habian  sido  más  altamente 
gobernadas,  y  querian  más  acudir  aquí  que  á  otro  tribunal, 
por  ser  las  personas  ordinariamente  las  quo  se  han  corrido  y 
gobernado,  y  tienen  noticia  de  las  cosas  de  Flandes,  Alema- 
nia, Italia  y  ambas  Indias,  y  son  todos  esclarecidos  en  sangre, 


60 
heredados  en  riquezas  y  estados ;  partes  necesarias  para  cual- 
quier misterio  y  ocurrencia. 

Oraba  con  valenlia  en  su  negocio,  por  no  desasirse  del 
lugar  Y  apearse  de  la  exaltación  donde  esta  vez  con  mayor 
vendaval  le  soplaba  la  vanidad;  volvia  á  peisislir  y  decia,  sin 
soltar  el  hilo,  se  le  propusiese  ú  la  Roiua  y  la  apretasen  con- 
venia, y  que  para  mayor  firmeza  la  dijesen  era  voluntad  ex- 
presa del  Rey,  y  que  él  lo  baria  ó  lo  haría  poner  en  el  testa- 
mento, con  que  sería  más  Verisímil  y  forzoso  su  cumpli- 
miento: que  en  cuanto  al  infante  D.  Fernando,  por  último  se 
le  sosegaría,  y  el  marqués  de  Camarasü,  su  primo,  estaña  á 
la  mira  para  desarmar  é  impedir  cualquier  accidente;  que  en 
cuanto  al  infante  D.  Carlos,  por  asegurarse  mejor  de  los  doce 
enemigos  quede  allí  so  lemiu  y  se  habia  dado  á  publicar,  era 
de  parecer,  que  en  aquel  instante  que  el  Rey  estuviese  para 
espirar,  se  le  pusiese  la  casa,  sin  admitir  ú  ella  ninguno  de 
los  que  estaban  allí,  sino  que  todos  fuesen  amÍ£;os,  deudos  y 
hechuras  su^as,  y  bs  que  en  su  opinión  militaban  en  la  fo 
entonces;  y  que  el  marqués  de  la  Hinojosa,  como  hombre  de 
ánimo  libre  y  exento  pura  resistir  á  los  intentos  y  embates  de 
los  que  se  levantarían  y  querían  asirse  al  infante  D.  Carlos, 
juraria  el  oficio  de  Mtiyordomo  mayor,  co:do  hombro  que 
acababa  de  llegar  de  Londres,  encaminado  á  ser  más  su  va- 
liente que  á  la  embajada  contra  los  baldones  del  almirante 
Boquingan,  que  con  insaciable  ira  flechaba  contra  el  Conde. 
El  de  Sumiller  y  Caballerizo  mayor  quedaría  para  ¿1,  basta 
ver  en  lo  que  paroba  el  parto  de  la  Reina,  y  caso  que  se 
malograse,  que  seria  muy  posible,  entrase  en  aquel  natural 
dócil  y  blando,  y  s:  llegase  á  ser  Rey,  calzársele  ,  quedar  en 
los  oficios,  y  aun  aspirar  al  manojo  de  los  negocios;  y  que 
esto  sena  también  con  voluntad  introducida  del  Rey  y  con 
cláusula  de  testigos  qtio  lo  haiian  firmar,  ó  firmaría  la  .es- 
tampa cuando  él  no  pudiese,  y  en  lo  más  desesperado;  sin 
estar  á  esta  hora  trazado  su  modo,  ni  dichoselo,  ni  llamados 
ó  prevenidos  los  suficientes  y  legales  para  su  información,  ni 
aun  hecho  lo  debido  para  el  alma,  ya  por  lo  recio  del  mal 


61 

sordo,  castigando  Dios  omnipotente  y  justiciero  en  Tó  que 
más  obstinadamente  se  peca  y  queda  orendído.  Por  aqui  se 
echaba  fuera  al  marques  de  Castel  Rodrigo  y  D.  Jaime  Ma- 
nuel, con  quien  andaba  con  mortales  desconfianzas,  y  á  todos 
los  demás  los  dejaban  en  la  calle.  ¡Este  premio  se  trazaba  á 
tos  largos  años  de  servicio,  á  las  vigilias,  á  tas  jornadas,  á  los 
trabajos,  á  los  agravios  injustamente  recibidos,  á  lo  defrau- 
dado de  las  mercedes  y  á  los  más  antiguos  en  ellas!  Por  aquí 
se  pretendía  rechazar  al  Almirante,  y  que  subiese  ai  Infante 
ni  entrase  en  el  cuarto;  antes,  valiéndose  de  los  pretextos  pa^ 
sados,  harían  con  la  Reina  no  dejase  venir  á  tos  retirados, 
como  cuando  hicieron  al  Rey,  ánles  que  muriese  su  padre, 
enviase  á  Cabrera  á  detener  al  duque  de  Lcrma,  siendo  lla- 
mado hicie:?e  gobernador  á  Montes  Claros;  y  repartíanse  las 
mercedes,  cebo  para  desempeñarlo  todo.  No  se  conmovia  de 
ser  para  tanto  Hinojosa;  sin  que  se  acabase  de  hacer  las  na- 
rices, hablánilole  at  infante  D,  Curios,  después  de  algunos 
dias  y  cuando  habla  pasado  este  nublado  en  esta  balumba 
de  cosas,  y  como  se  disponian  para  si  y  á  su  gusto  el  mando, 
dijo:  — Dios  anduvo  más  misericordioso  en  dar  salud  al  Rey. 
que  caso  que  sucediera  lo  contrario,  biciéi'amos  nosotros  lo 
que  quisiéramos. 

Pensando  y  conferido  este  discurso,  llamaron  á  los  demás 
de  él  que  eran  D.  Agustín  Mejia,  D.  Fernando  Girón ,  D.  Fran- 
cisco de  Contreras,  que  acababa  de  renunciar  la  presidencia 
del  Consejo,  y  á  los  demás;  y  al  cardenal  Trcjo,  que  la  tenía, 
porque  en  esta  ocasión  dijo  á  un  médico  de  Cámara  se  aten- 
diese al  testamento  del  Rey  ánles  que  perdiese  el  habla  y  el 
sentido,  que  después  se  pondría  en  contingencia  su  cum- 
plimiento, lleg.indo  por  el  médico,  que  era  Nuñez  su  compa- 
triota y  hechura,  á  saberlo,  se  la  guardó  para  su  tiempo. 
Concurriendo,  pues,  allí  lodos  los  del  Consejo,  como  si  no  se 
hubiera  hablado  de  nada,  porque  no  le  penetrasen  la  inten- 
ción y  diese  á  los  mejores  nioli/o  de  trascender  y  discurrir 
aspiraba  á  más  de  lo  que  le  tocaba  y  era  justo,  disicuulando 
los  otros,  como  debió  de  quedar  acordado,  propuso  el  Conde, 


I 


afeclandosu  celo,  lo  que  era  bien  que  se  hiciese;  y  recrió 
superfícialmenle  lo  que  dejamos  dicho,  diciendo  era  lo  que 
convenia,  y  que  era  por  el  consiguiente  voluntad  de  S.  M.:  y 
lo  que  habla  de  abrazar  el  Consejo,  que  eso  observaría  la 
fleina  y  los  infantes;  y  que  el  Consejo  gobernase,  y  fuesen 
cuatro.  Señaláronse;  y  si  bien  él  entonces  no  se  señaló,  de- 
jólo para  su  tiempo,  y  ó  la  venlura  y  disposición  de  las  cosas, 
que  después  metería  bien  las  manos  cuando  hubiese  des- 
peñado lo  que  traía  en  su  intención,  y  se  viese  encastillado 
como  lo  esperaba.  Este  Consejo  fué  deshecho  con  brevedad, 
porque  no  fué  más  que  disponer  en  la  apnrioncla;  sin  dejar 
de  atender  los  prácticos  y  Icidos ,  y  los  estudiosos  en  la  noti- 
cia y  derechos,  que  osto  locaba  á  la  elección  de  la  Reina,  en 
cuyas  parles  se  representaba  por  su  preñez  la  adopción  del 
gobierno,  y  en  el  cardenal  Trejo,  como  presidente  de  Castilla, 
por  las  consecuencias  pasadas ;  ya  que  de  dos  infantes  mozos, 
de  suficiente  edad,  opios  y  para  todo  trance  necesarios,  no  se 
hablase  de  ellos,  y  discurriesen  era  el  infante  D.  Carlos  el 
inmediato  á  esta  sucesión,  por  la  desconfianza  que  todos  se 
prometían  de  los  partos  de  la  Reina,  habiéndose  malogrado 
todos.  Finalmente,  víéronse  varios  semblantes  en  algunos  se- 
ñores que  acudian  á  la  comida  del  Infante,  y  se  le  ponían 
delante,  como  quien  dice:  aquí  estoy- 

El  Rey  no  mejoraba  el  sembianie:  los  vasallos  en  junio 
deseaban  ya  las  novedades  y  que  espírase  el  Rey.  Pues  no  en 
esta  ocurrencia,  sino  en  olra  en  que  después  adoleció,  si  bien 
no  tan  apretadamente,  cierta  persona  y  criado  del  Conde  y 
que  le  enserió  parte  del  latín  que  sabe,  corriéndole  las  lágri- 
mas por  los  ojos,  doliéndose  de  esto  accidente,  deseándole 
toda  bienaventuranza,  crédito,  prosperidad  y  fortuna  en  su 
gobierno  y  empresas,  le  dijo:  —  Señor;  no  acabamos  de  la- 
meniarnos  de  una  desdicha,  y  presagio  tan  general  que  tiene 
sobre  sí.  Respondióle:  — ¿Cómo?  Y  revolvió  díciéndole:  — 
Todos  los  deseos  de  ios  vasallos  están  contra  la  salud  y  vida 
de  V.  M. ,  deseándole  la  muerte  por  librarse  de  las  manos  del 
conde  de  Olivares.  Si  quiere  V.  M.  decírselo  y  que  él  me  des- 


63 

troya,  dígaselo,  qae  yo  quedaré  contento  de  haberle  dicho  lo 
qae  para  todas  sos  cosas  le  conviene.  El  Roy  lo  calló,  y  lo 
guardó  el  secreto;  ennpero,  endurecido  contra  los  avisos  de 
todos,  persistia  en  su  tema,  pareciendo  más  esto  que  necesi- 
dad qoe  toviese  de  él ,  y  tan  poco  enmendado,  que  habién- 
dole otra  vez  esta  misma  persona ,  en  cierta  cosa  que  se  debia 
remediar,  el  premio  de  aquel  servicio  fué  decir  desazona* 
damente  : — Dejadlo;  qoe  no  ha  de  correr  por  voestra 
coenta. 

A  esta  hora,  por  promisión  divina,  le  dijeron  estaba  el  Rey 
mejorado  de  accidentes:  abriéronsele  los  ojos,  y  el  corazón 
ahogado  de  melancolías  y  congojas  y  más  desembarazado 
respiró,  y  sentándose  en  la  cama  preguntó: — ¿Quién  lo  dice? 
Respondieron: — El  Dr.  Polanco. — Pues  llamádmele,  dijo  al 
mensajero;  y  yéndoselo  á  decir  al  Doctor,  que  le  llamaba, 
encogiéndose  de  dicha  tan  nueva ,  y  para  él  no  pensada, 
respondió: — ¿A  mi.  Señor? — A  vuestra  merced,  le  dijo;  y 
fué  á  so  aposento.  Estaba  herido  el  Doctor ,  como  los  demás,  de 
qoe  en  algunos  lances  de  la  Junta  sobre  la  enfermedad  habia 
escaramuzado  con  él ,  porque  no  quedase  esto  sin  subsidio,  qoe 
hasta  de  lo  qoe  no  sabía  se  quería  hacer  dueño.  Siendo  mé<> 
dico  de  los  mejores  que  el  Rey  tenía,  refirióle  el  estado  de  la 
mejoría,  aunque  poca,  si  bien  se  temía  que  si  la  accesión  que 
se  esperaba  entraba  con  la  malicia  que  la  antecedente,  no 
habia  de  salir  de  ella.  A  esta  hora  llegó  otro  más  ingenioso 
lisonjero,  bien  dichoso  y  más  vano,  diciendo  que  S.  M.  se  ha- 
llaba algo  aliviado  y  que  había  preguntado  por  él ,  diciendo 
cómo  estaba ,  y  que  se  holgara  de  verle ;  y  que  así  seria  acer- 
tado que ,  según  el  estado  presente ,  S.  E.  se  esforzase ,  de- 
jase la  cama  y  fuese  allá.  Él ,  que  estas  palabras  y  nuevas, 
por  el  estado  que  tenía  el  aprieto  de  so  corazón ,  no  las  espe- 
raba tan  buenas,  con  este  antídoto  sorgió  de  la  cama  y  partió 
allá ;  y  al  entrar  en  el  aposento  del  Rey ,  poniendo  los  ojos  en 
el  infante  D.  Femando,  fué  correspondido  con  los  suyos  tan 
rigorosamente  que  le  pareció  habían  salido  contra  él  rayos  de 
foego ,  y  le  paró  en  la  acción  y  qoedó  mortal  y  casi  sin  sen- 


r 


lido:  quo  también  los  tiay  para  quien  los  lira.  Llegóse  al  Rey, 
pregQntó!e  que  cómo  estaba,  y  dijole;  —  Muy  malo,  y  fallo  de 
sosiego:  ¿cómo  estáis  vos?  Le  respondió  él  y  le  dijo  no  estaba 
bueno,  y  que  ya  podia  S.  M.  juzgar  cómo  estaña.  Puso  los 
ojos  en  el  infante  D.  Carlos,  de  donde  no  infirió  ningún  mo- 
tivo de  rigor;  porque  no  se  puede  creer  cuan  sin  paéion,  ni 
demostraciones  se  portó  en  la  enfermedad,  y  lo  que  asistió  á 
su  hermano,  y  lo  que  sentia  el  verle  asi. 

Retirado  el  Conde ,  de  ésta  pasó  á  otra  pieza :  discurría  por 
la  ira  el  fuego  que  deberla  de  baber  en  el  corazón  del  infante 
D.  Fernando,  que  le  arrojaba  por  los  ojos;  parecióle  de  todas 
maneras  remediarlo  ,  y  reconciliarse  con  el,  y  para  esto  eclió 
mano  del  Dr.  Alvaro  de  Villegas,  gobernador  del  Arzobispado 
de  Toledo,  de  quien  el  Infante  hacia  mucha  cuenta  por  su 
virtud,  lelrns  y  otras  buenas  partes.  Dijole: — Heos  llamado 
para  quo  dispongnis,  con  vuestro  gran  juicio,  en  un  caso  queú 
mi  me  da  cuidado:  S.  A.  el  señor  infante  D.  Fernando,  parece 
no  me  mira  con  buenos  ojos :  la  razón  jo  no  la  sé.  |  Sabe  Dios 
que  desde  que  estoy  en  este  lugar  he  deseado  servir,  sin  ha- 
cer contra  cslo  la  menor  cosa  del  mundo!  De  su  Real  ánimo 
bien  cierto  estoy  yo  que  no  nace  esio,  sino  de  algunos  malos 
afectos  mios  que  andan  aquí:  ruégeos  mucho  vayáis  á  él  y  le 
propongáis  esto ,  y  cómo  deseo  echarme  á  sus  pi¿s,  y  qne  me 
tenga  en  su  gracia.  Villegas  se  ofreció  luego  de  hacer  esto; 
partió  al  Infante,  dijole  lo  que  el  Conde  le  había  dicho,  y 
como  prosiguió  no  era  aquél  de  los  vasallos  que  habla  de  cor- 
rer asi  para  sus  cosas,  ullanóse  el  Infante.  Juntáronlos  en  una 
pieza,  y  ¿1  haciendo  muchas  de  sus  hazañerías  y  zalamerías, 
quedaron  ambos  confirmados  en  la  amistad  y  en  la  gracia,  y 
Villegas  de  aqui  para  en  adelante,  y  desahuciar  y  llevar  ma- 
las nuevas  á  muchos,  en  alta  fortuna. 

Rota,  pues,  esta  lanza,  con  el  primer  asiento  tratado,  aco- 
did  el  marqués  de  la  Ilinojosa  á  todas  horas  al  cuarto  del  Rey, 
muy  alentado  y  con  semblante  de  insotenle;  esperando  cuándo 
había  de  dar  el  rayo,  tan  esperado  por  momentos,  para  cal- 
carse fli  oGcio  de  Mayordomo  mayor  y  echar  á  coces  los  que 


65 

estaban  alli.  Ya  le  parecía  que  aventaba  á  Castel  Rodrigo,  ya 
que  arrojaba  á  D.  Jaime  Manuel,  ya  que  daba  de  puntillazos 
á  los  otros,  que  guardaba  las  puertas  del  Almirante  que  se 
significaba  de  secreto  en  Madrid ,  y  se  comunicaba  á  escondi- 
das con  el  Infante  y  hablaba  á  sus  amigos.  Esperando  el  tin 
de  cosas  tan  extrañas,  todos  nos  considerábamos  ya  de  esta 
manera,  y  de  este  talante  :  perdido  nuestro  Rey,  echados,  ar- 
rinconados, no  sin  mucha  adiccion  en  los  ánimos,  faltándoles 
á  lodos  el  sueño  y  aun  el  gusto  en  el  comer.  Los  de  la  facción, 
no  del  todo  desconsolados  en  la  trama  que  ya  se  dejaba  sen- 
tir, y  aun  pasaba  á  las  personas  mus  atentas  y  más  cuerdas, 
pensando  arribarían  á  la  soberania  y  se  establecían  en  el 
mundo,  como  de  antes ,  y  campearian  á  la  vista  dn  todos,  dis- 
currían más  ajeniados,  hablaban  variamente  en  todas  partes, 
y  en  las  más  postreras  del  mundo,  esperando  el  parto  de 
tantas  novedades:  los  amigos,  aunque  osados  y  validos,  no  sin 
miedo,  y  los  enemigos,  para  ejercitar  su  venganza  y  tomar  sa- 
tisfacción de  las  ofensas  recibidas  en  su  honra,  y  en  sus  casas; 
las  mujeres  esperaban  ya  cuando  se  lo  habían  de  gobernar 
allá  todo,  y  ios  ministros,  nuevos  hombres,  nuevas  cosas,  y 
nuevas  órdenes.  Verdaderamente,  las  cosas  estaban  en  tal 
confusión  y  estado,  que  los  que  por  escritos  tenían  noticia  de 
muchas  muy  raras,  afirmaban  no  las  haber  oído  ní  visto  ma- 
yores. Temíanse  tumultos  en  el  Gobierno,  por  ver  no  estaba 
en  luz  lo  que  había  de  suceder,  y  esperábase,  cuando  más 
próspera  la  fortuna,  que  habia  de  ser  hembra,  como  todos  los 
demás  partos  hasta  ulli  sucedidos;  dudábase  si  viviría,  como 
al  fin  sucedió,  y  que  caso  que  surtiese  el  contrario,  era  prenda 
por  lodos  derechos  que  locaba  al  infanta  D.  Carlos,  como  in- 
mediato varón,  la  Corona  de  España.  Este,  aunque  se  le  co- 
menzaba á  querer  tasar  las  acciones  y  el  albedrio,  viéndose 
Señor,  habla  de  cargar  líi  inclinación  y  la  influencia  sobre  el 
almirante  de  Castilla;  que  caería  la  facción  del  Conde  y  se 
exaltaría  aquella;  rejuvenecería  y  cobraría  vida  la  casa  de 
Lerma ,  aunque  ambos  cuñados  andaban  desavenidos  por  ma- 
terias de  hacienda  y  particiones  de  la  dote  do  la  duquesa  do 
Tono  LXIX.  li 


k 


Medina  du  Riosoco,  sii  hermanH;  que  se  ejercitarían  bs  pa- 
siones y  las  venganzas,  so  verían  nuevas  hechuras,  levantados 
muchos,  y  oíros  precipitados  de  sus  alturas:  finalmente,  que 
daría  vuelta  el  inundo,  como  tan  poco  há  se  v\ó,  y  los  sucesos 
de  Barcelona  tomarían  enmienda,  sí  ya  no  es  que  el  esclare- 
cidísimo ánimo  del  Almirante  y  la  nobleza  de  su  condirien 
lo  disimulaba,  á  imitación  de  aquel  gran  varón ,  cuando  entró 
á  privar,  con  los  que  te  emulaban ,  por  tener  prenda  suya  en  su 
casa;  que  suelen  ir  envueltas  las  virtudes  en  la  comunicación 
y  en  la  sangre  del  parentesco  contraído,  y  pasar  al  que  lo 
recibe. 

Habiendo,  pues,  arribado  á  tan  gran  novedad  las  cosas,  y 
á  tan  prodigioso  conflicto,  Dios  que  es  maravilloso  en  sus 
obras  y  en  sus  actos,  el  accidente  que  esperaba  para  ejerci- 
tarlos todos,  se  remitió  trayendo,  un  religioso  descalzo  de  San 
Agustín,  aquella  admirable  y  milag'rosa  reliquia  de  los  pane- 
cillos de  San  Nicolás,  que  tomó  por  la  mano  del  mismo  reli- 
gioso, con  unas  oraciones  pías  y  convocatorias  del  auxilio  y 
misericordia  divina.  Mejoró,  pues,  el  Rey;  empero  no  mejoró 
la  intención  del  gobernador;  embozaron  sus  discursos  los  más 
atentos  á  las  novedades,  y  retiróse  si  alguno  babia  salido  de  su 
casa  con  más  templanza  de  corazón ;  alegráronse  los  interesa- 
dos, y  alegróse  el  mundo  de  la  salud  de  su  Rey  ,  y  tos  vasa- 
llos, olvidándose  de  sus  miserias,  se  regocijaron  como  fíeles; 
y  el  marqués  de  la  Uinojosa  cayó  de  la  esperanza  donde  pen- 
saba subir,  llevando  por  este  aliento  que  había  manifestado  la 
presidencia  de  Indias,  que  en  breve  dejó  con  la  vida,  do  una 
conversación  del  amigo  tocante  á  influencias  del  oGcío,  y 
porque  le  quiso  trasladar  á  otra  parte. 

Mejorado  ya  el  Rey,  y  con  mayor  serenidad  do  vida  los  es- 
píritus, pagó  el  Valido  los  trabajos  contraidos  en  la  enfermedad 
de  los  que  se  hallaban  alli,  con  decirle  á  solas,  vomitando  el 
veneno  concebido  de  los  domas:  —  Señor,  muy  malos  hemos 
estado  y  muy  trabajosos;  es  menester  mirar  de  aquí  adelante 
por  todo. — Asi  es  verdad,  dijo  el  Rey.  Y  pasó  adelante. — Ya 
me  consideraba  echado  de  un  corredor  abajo:  el  infante  Doo 


67 

Fernando  no  anda  en  buenas  manos.  T  repitió  el  Rey: — T 
Carlos,  ¿no  anda  en  mejores?  De  aqoi  pasó  á  deslucir  á  todos, 
y  á  contar  lo  que  le  había  pasado  en  la  sospecha  con  algu- 
nos, sin  tenerlo  por  fe,  y  á  trasladar  los  semblantes;  pecados 
que  no  eran  contra  su  Rey,  sino  contra  lo  que  pudiese  hacer 
el  tiempo ;  cosa  porque  no  debian  pena,  ni  gloría,  ni  ser  cas- 
tigados por  ello.  Tenía  lo  que  le  tocaba  á  él  por  traición  y 
desacato,  como  si  fuera  persona  sngrada  ó  ungida  de  Dios,  no 
en  la  obra,  sino  en  la  sospecha;  porque  el  miedo  ó  el  respeto 
del  gusto  de  su  Rey  era  tal  en  todos,  ó  por  su  conservación  ó 
el  acrescentamiento  de  sus  hijos,  todos  sufrían  sus  agravios 
con  alegría  y  buen  corazón ,  respetando  y  venerando  aquel 
sujeto  sin  que  se  atreviese  hombre,  si  no  es  el  criado  que 
dejo  referido,  á  decir  nada.  Desde  aqui  pasó  á  conferir  y  á 
guardar  algunos  castigos,  que  veremos  con  brevedad:  des- 
vanecióse este  nublado,  que  á  tantos  tuvo  en  cruz,  malparió  la 
Reina  después,  habiéndose  portado  en  este  caso  con  singular 
fortaleza,  y  llegó  D.  Diego  Mejia  por  sus  jornadas  á  Bruselas, 
festejaron  las  provincias  sujetas  á  la  monarquía  con  Gestas,  la 
salud  del  Rey,  y  todo  el  efecto  que  hizo  su  llegada  fué  vol- 
verse á  la  primavera  siguiente  con  el  Marqués,  lisonjeándole 
para  casar  con  su  hija,  dama  de  Palacio,  con  premios  y  mer- 
cedes :  que  tan  a  la  mano  tenían  el  hacer  y  deshacer  en  esto, 
como  si  fuera  oficina  y  cosecha  suya.  Volvieron  ambosá  tiempo 
que  Luis  XIII,  rey  de  Francia,  sitiada  la  Rochela  y  estaba  para 
rendirla:  viole  el  Marqués,  y  el  Rey  en  persona  le  enseñó  sus 
fortificaciones,  más  para  que  viese  cómo  era  soldado,  que  por- 
que dudaba  de  su  disposición.  Entró  el  Marqués  en  Madrid  y 
rünsiij;uió  do  D.  Diego  su  pretensión,  con  el  testimonio  del 
marqués  de  I^^ganés,  y  otras  mercedes  granjeadas  á  la  sombra 
del  poderoso.  Tomó  el  rey  de  Francia  la  Rochela ;  y  la  guerra 
de  Italia  (<|ue  se  habia  comenzado  el  año  de  613  y  durado 
hasta  el  de  25  y  aún  no  bien  retirada  la  gente)  por  estos  dias 
so  volvió  á  renovar,  si  bien  en  diferentes  motivos,  por  haber 
muerto  el  duque  de  Mantua,  Ferdinando,  sin  sucesión  y  estar 
casada  su  sobrína  Moría ,  hija  de  su  hermano  y  nieta  del  du- 


que  de  Saboya,  con  el  hijo  del  duque  de  Nivers  Carlos  Gon- 
laga,  Principe  de  la  sangre. 

Este  accidente  hizo  mudar  los  semblantes  de  la  Liga  y  vol- 
ver á  poner  á  Italia  en  nuevas  alteraciones  y  cuidados.  Luego 
que  el  duque  de  Saboya  entendió  la  novedad,  escribió  al 
Rey  ocupase  el  Mantuano  y  et  Monferralo,  y  le  diese  lo  que 
fuere  servido,  y  no  consintiese  alli  los  franceses  tan  cerca  del 
estado  de  Milán ;  volvióle  á  proponer  su  derecho  y  que  se  pon- 
dría á  su  lado;  suplicándole  pusiese  en  olvido  cosas  pasadas. 
El  rey  de  Francia  pedia  al  Emperndor  y  al  Rey  diesen  la  in- 
vestidura de  aquellos  Estados  al  duque  de  Nivers ;  el  Duque  se 
babia  apoderado  de  ellos  y  reTorzádotos  con  algunas  guarni- 
ciones francesas  y  naturales,  gobernando  el  estado  de  Miian 
entonces  D.  Gonzalo  deCórdova,  habiéndole  dejado,  antes  que 
Be  le  quitasen  ó  le  hiciesen  algún  agravio,  después  del  mal 
Buceso  del  sitio  de  Berrua ,  el  duque  de  Feria.  A  esta  propuesta 
del  rey  de  Francia,  decia  el  Emperador  pusiese  aquestas  tierras 
como  feudatarias  en  sus  manos,  y  que  viniese  á  seguir  su  jus- 
ticia en  la  Cámara  Imperial ,  que  se  le  daría  la  que  tuviese.  Al 
Rey  no  convenia  la  vecindad  de  los  franceses,  y  así  consultó 
i  D.  Gonzalo  de  Córdova ,  lo  que  le  parecía ;  él  respondió  que, 
dándole  gente  y  dineros  y  asistiéndole  con  cuidado,  tenia  por 
necesaria  la  guerra  y  el  salir  con  la  empresa  do  Mantua,  y  del 
Monferrato.  El  duque  de  Saboya  los  encendía  á  todos  con  su 
natural  inquietud,  y  el  de  Nivers  persistía  en  no  entregar  los 
feudos ,  con  que  se  socorrió  de  dinero  á  D,  Gonzalo  y  al  Duque: 
D.  Gonzalo  cargó  sobre  el  Casal ,  plaza  fortísima  y  la  principal 
del  Monferralo,  y  el  Duque,  con  el  dinero  y  la  gente  del  Rey  y 
la  suya,  las  plazas  menores,  que  con  facilidad  consiguió  en 
aquel  contorno,  y  se  dio  por  contento  de  ocupar  aquella  pe- 
queña parte  en  que  se  satisfacia  la  sed,  y  la  codicia  de  aquel 
Estado  y  de  ensancharse.  El  rey  de  Francia ,  atento  á  este  su- 
ceso, y  con  deseo  de  poner  á  su  vasallo  en  lo  que  ya  una  vez 
se  había  empeñado,  viéndole  por  tantas  parles  asediado  y  que 
invocaba  á  su  ayuda,  levantó  ejército,  y  con  las  reliquias  que 
le  habían  quedado,  de  la  Rochela  las  condujo  á)[irenoble,  su 


plaza  de  armas,  y  él  en  persona,  esperando  los  demás, apres- 
tando arlilleria  y  municiones,  con  40.000  soldados  entre  caba- 
llos é  infuntes,  pasó  los  Alpes,  tan  descuidado,  que  no  parecía 
sino  que  no  se  atendía  á  las  inteligencias  forasteras,  ó  no  se 
ejercitaban  Ihs  espías  ó  estaba  muerto  este  cuerpo.  Empero, 
¿cómo  no  habia  de  ser  asi,  si  el  cuidado  que  babia  de  estar 
labrando  ó  inquiriendo  allá  fuera,  alendia  sólo  á  tas  pasiones 
de  dentro  de  Palacio,  ó  se  batía  eii  sólo  ellas  en  los  particula- 
res propios,  medras  y  conservación  del  lugai? 

Habíanse  gastado  los  meses  pasados  en  hacer  venir,  por  la 
TÍa  de  su  madre,  al  Almirante,  que  ya  so  habia  pasado  á  Valla- 
dolid ,  de  Ríoseco,  con  no  más  capa  entonces  que  de  verla ,  ver 
ásu  hijo,  y  aun  venirse  él;  que  el  cariño  de  la  corte,  para  los 
que  están  criados  en  sus  delicias,  vanidades  y  tráfago,  con 
dificultad  aparta  de  allí  el  gusto  y  el  corazón.  Era  este  el 
tiempo  en  que  trataba  la  eipulsion  del  marqués  de  Caslel  Ro- 
drigo, y  aunque  el  Almirante  habia  venido  otra  vez  á  Madrid, 
y  procurádole  sus  deudos,  ó  algunos  del  conde  de  Olivares, 
como  que  salia  de  ellos  y  no  de  él ,  conducirle  al  servicio  del 
Rey,  y  no  salido  con  ello,  tomóse  por  capa,  para  echar  áCastel 
Rodrigo,  decir  que  niiéntrus  este  caballero  estuviese  en  aquel 
cuarto  no  habiia  reducir  al  Almirante,  ni  encaminarle  á  lo 
bueno,  y  que  salido  él  se  podría  hacer  de  su  apacibilísimo  na- 
tural lo  que  se  quisiese.  Propúsose  ni  Rey  esta  gran  consulta, 
y  deciasele  cuánto  convenía  que  estuviese  en  su  servicio  el 
Almirante,  tan  gran  vasallo  y  de  su  sangro  ;  mas  que  esto  no 
podía  ser  en  la  tranquilidad  y  sosiego  que  jqueria,  y  si  no  se 
apartaba  á  Castel  Rodrigo  de  aquel  cuarto,  ó  no  hacerlo,  se 
volvería  con  brevedad  á  caer  en  mortales  inconvenientes,  en 
revueltas,  y  disgustos  más  peligrosos.  Abrazólo  el  Rey;  me- 
neándola piscina  la  marquesa  de  Alcañlzas,  que  iba  y  venta 
ácasa  de  la  duquesa  de  Medina  de  Rloseco,  y  alli  como  reti- 
rado cogía  al  Almirante  y  le  procuraba  vencer  y  apear  de  su 
pretexto;  y  D.  Diego  Mejía,  para  con  D.  Rodrigo  Enriquez,  tÍo 
del  Almirante,  y  para  todos,  y  D.  Rodrigo  para  con  el  Conde, 
el  Almirante  y  la  Duquesa,  La  cama  que  se  le  hizo  á  Castel 


70 
Rodrigo,  fue  enviarle  á  decir  que  S.  M.  le  mandaba  partiese  á 
Portugal,  d  fabricar  y  disponer  una  annuda  que  se  andaba 
trazando  para  acudir  li  las  plazas  y  fuerzas  de  la  India  orien- 
tal ,  para  despejar  aíjuel  mar  de  corsarios ,  y  acrecentar  el  co- 
mercio, y  que  las  naves  ruesen  y  viniesen  más  carandas  y  st;— 
guras.  El  Murqucs,  que  gicnelró  luego  el  aire  de  la  flecha,  por 
lu  que  ya  se  tiubia  sospechado  y  por  los  encuentros  pasados, 
respondió  que,  en  cuanto  á  lo  que  tocaba  obedecer  y  servir 
á  S.  M.,  iria  á  la  más  remota  parte  del  mundo;  mas  que  en 
cuanto  á  aquella  facultad ,  él  no  la  enlendia ;  que  él  no  se  ha- 
llaba con  fuorias  de  servir  á  S.  M.  en  lo  que  ignoraba,  porque 
siempre  había  deseado  dar  buena  cuenta  de  sí,  como  lo  habían 
hecho  en  todas  ocasiones  él  y  su  padre  y  los  pasados.  Pasó  con 
esto  al  Conde,  y  dijole  lo  que  se  le  habia  dicho:  el  se  hizo  del 
desentendido,  como  siempre  en  casos  tales  lo  usaba,  tirando 
la  piedra  y  escondiendo  )a  intención,  y  respondió,  que  seria 
voluntad  de  S.  M.,  y  ól  no  sabia  nada.  Replicóle  y  dijole:  — 
Señor,  no  hay  para  qué  usar  conmigo  de  este  ardid;  yo  no  ho 
deservido  a  S.  M,  ni  á  V.  E.,  ni  hecho  ni  dicho  nada  contra  ella. 
Divulgóse  esto  por  la  corte;  pasó  al  Bey,  y  dijole  sotamenio 
entonces,  estimaba  la  merced  que  S.  M.  le  hacia,  mas  que  á 
lo  que  se  le  enviaba  él  no  lo  entendía.  Calló  el  Rey,  y  de  se- 
creto se  le  apretaba  á  la  salida. 

Era  en  sazón  que  el  Rey  pasó  á  Aranjuez;  y  para  aliviar 
el  discurso  que  se  hacia  de  que  era  pasión  y  agravio  lo  que  se 
ejecutaba  sobre  el  Marqués,  que  ú  la  verdad  era  bien  visto  y 
estimado  de  muchos  y  de  los  juicios  desapasionados,  hizo  lla- 
mar el  Conde  allí,  al  conde  de  Monterey,  presidente  de  Italia, 
y  nolilicóle  que  se  aprestase  para  la  embajada  de  Roma.  La 
causa  más  etícaz  no  se  sabe,  sino  es  porque  se  daban  al  Rey 
papeles  secretos,  en  que  le  decían  y  avisaban  de  muchas  y 
varias  cosas  del  natural  ingenioso  del  Valido,  del  estado  en  que 
las  cosas  estaban  y  de  su  perdición;  papeles  y  sátiras  que 
se  ponían  en  las  esquinas  de  la  corte,  lodo  de  grande  cscán-- 
dalo,  y  entre  otras  cosas,  que  las  presidencias  y  las  embajadas 
se  habían  do  dar  ú  los  que  las  habían  cipcrimcntado,  no  a  los 


71 

que  no  sabían  más  que  de  andar  por  la  corte :  celo  verdadera- 
mente atinado.  El  Conde  saltaba ,  y  la  condesa  su  mujer,  como 
hermana  del  Valido;  empero  ella  se  ejecutó  y  lo  hubo  de  abra* 
zar.  Dejó  la  presidencia  en  rehenes  sobre  el  duque  de  Medina 
de  las  Torres,  sobre  quien  cargaba  la  de  Indias,  y  después, 
por  muerte  del  marqués  do  Montes  Claros,  el  vicechancillerato 
de  Aragón,  á  falta  do  hombres  buenos ;  porque  se  dice  necesi<- 
taba  ya  esta  edad  do  ellos.  Volvió  el  Rey  á  Madrid,  y  apreta* 
ron  con  más  ardor  á  Castel  Rodrigo:  él  se  fué  al  Rey,  y  puesto 
á  sus  pies  le  dijo  su  sentimiento,  y  las  otras  razones  en  su 
abono,  disculpándose  de  las  calumnias  que  le  imponían  y 
cuan  injustas  eran ,  con  el  cuidado  que  siempre  habia  deseado 
acertar  en  dichos  y  en  hechos,  de  lo  cual  hacia  testigo  á  SM. 
Fué  escuchado,  pero  no  admitido,  siguiendo  su  curso  la  in- 
fluencia poderosa  del  Valido,  la  cual  obedecen  los  reyes  de 
esta  edad  sin  intermisión ;  con  que  cedió  el  Marqués,  y  se  rin- 
dió al  que  hace  el  descuido  y  flojedad  más  poderoso. 

Esparcido  ya  esto,  como  dije,  no  sin  conmiseración  en  la 
corte,  y  hallándose  la  marquesa  de  Alcañizas  en  visita  donde 
oyó  esta  lamentación,  y  que  hacia  fuerza  Castel  Rodrigo  para 
no  salir,  sin  poderse  contener,  dijo: — Ha  de  salir  aunque  no 
quiera  D.  Diego  Mejia ;  diciendo  al  marqués  de  Baldonquillo 
estaba  ya  el  negocio  en  buen  estado,  y  que  era  cosa  dura,  y 
esto  con  ademanes  y  demostraciones,  que  no  era  bien  per- 
diese el  Almirante  el  lado  del  Rey  por  Castel  Rodrigo  y  que- 
dase por  e^to  defraudada  la  casa  de  sus  medras  y  acrecenta- 
mientos, dijo: — Señor,  no  es  justo  que  eso  pase  asi.  Llegóse 
con  esto  al  punto  del  Almirante  y  apretalle  con  el  ruego,  de 
suerte  que,  juzgo  yo,  no  pudiendo  resistir,  que  debió  decir  le 
dejasen,  é  hiciesen  de  él  lo  que  quisiesen.  Partieron  con  esto 
al  Conde:  lo  que  do  aquí  salió  decretado  fué  que  el  Almirante 
dijese  por  escrito  lo  que  pedia.  Él  que  sintió  era  misteriosa  esta 
reí^puesta,  y  que  querían  sobre  su  palabra  y  su  (irma  echar 
algunos  borrones,  aconsejado  de  sus  amigos,  y  los  que  bien  le 
querían  y  de  alguno  celoso  de  su  autoridad  y  estimación ,  do 
que  le  querían  hollar  y  poner  con  la  sumisión  á  los  pies  del 


72 
duque  de  Medina  de  las  Torres,  y  hacerle  nuevos  sinsabores, 
y  triunfar  de  ta  avilanteza  de  Barcelona,  surtió  con  el  espiritu, 
y  huyendo  de  cslos  laxos  y  trampas,  volviendo  á  acordarse  de 
si,  dijo  no  queria  nada,  ni  escribir  nada,  sino  volverse  á  su 
casa :  con  que  desde  esle  dia  cesó  la  plática  de  tratar  más  do 
esto  y  se  cubrió  de  olvido.  Salió  Castcl  Rodrigo ,  que  es  lo  que 
ya  estaba  conseguido,  y  no  admitió  por  este  camino  al  Almi- 
rante por  echar  á  todos;  preciándose  de  aquí  más  de  su  ca- 
beza que  de  su  poder,  en  que  pretendia  pasar  á  los  más  esco- 
gidos, si  bien  ambas  cosas  queria  siempre  estuviesen  en  grande 
altura. 

Entretúvose ,  pues ,  los  meses  del  verano  en  esto,  y  cuando 
los  holandeses  tomaban  la  (Iota  de  Nueva  España  cerca  de  la 
Habana,  teniendo  noticia  que  habia  salido  gruesa  armada  do 
aquellos  Estados  y  que  con  forzoso  discurso  bajaban  á  bs  In- 
dias, saliendo  á  la  hora  cuarenta  bajeles  de  Santander,  que  á 
costa  de  pocos  más  bastimentos  y  municiones  fuera  acertado 
consejo  hacerlos  correr,  y  que  yendo  á  puertos  y  tierra  del 
Rey  para  la  vuelta  los  socorrieran  de  lo  necesario,  que  ya  nos 
libraran  de  suceso  tan  desastrado:  en  lo  que  de  nuevo  se  en- 
tretuvo, pues,  sin  embargo  de  lo  dicho,  teniendo  el  Rey  gusto 
de  ir  á  cazar  aquel  otoño  á  los  montes  dol  duque  de  Escalona, 
y  queriendo  el  Duque ,  honrado  del  favor ,  festejarle ,  y  espar- 
ciéndose fama  prevenia  juegos  de  cañas,  máscnras  y  otras  dá- 
divas para  los  señores  que  acompañnbnn  al  Rey.  á  los  Ayudas 
de  Cámara  y  demás  criados;  le  pidió  las  Memorias  de  esto  y 
se  las  reformó  diciéndote  no  diese  nada ,  más  porque  no  lo  lu- 
ciese que  por  lo  que  habia  de  costar;  metiéndose  á  gober- 
nar lo  que  no  le  tocaba  y  mayordomeando  en  las  cosas  ajenas, 
sin  asistir  á  lo  de  afuera  (estando  para  perderse  Ilidia  y  la 
reputación,  como  la  perdimos),  haciendo  que  el  Rey  no  fuese 
ú  Escalona,  sino  al  Monasterio  do  Guisando,  como  si  no  hu- 
biera en  las  mercedes  que  recibió  D.  Juan  Pacheco  do  En- 
rique IV  para  todo.  Eulreiúvose  on  gobernar  el  presonte 
que  habia  de  hacer,  de  carnes  y  volatería,  que  se  pudrió  de 
guardarlo,  y  en  unos  ccstillos  do  niñerías,  muy  escasas  y  de 


73 

civil  precio,  para  el  Rey  y  los  Infantes ;  en  que  no  pudiéndose 
contener  de  miserable,  públicamente  dijo  no  diesen  sus  Al- 
tezas nada  á  los  Ayudas  do  Cámara,  á  quien  tenia  sin  causa 
atravesados  en  su  corazón,  como  si  aquello  fuese  para  otra 
cosa  bueno  que  para  que  lo  tomase  el  primero  que  se  ha* 
llaso  alli. 

Pasado  este  suceso ,  que  era  por  Octubre ,  en  el  de  No- 
viembre siguiente  vino  la  nueva  de  la  toma  de  la  flota,  que 
dejó  aterrados  y  en  suma  congoja  todos  los  vasallos,  no  tanto 
por  la  falta  que  nos  hacia,  como  que  en  nuestro  tiempo  suce- 
diese aquella  afrenta  y  se  engrosasen  los  enemigos  para  acá  - 
bamos  de  consumir  y  destruir  en  Flandes,  como  veremos.  Sin- 
tió esta  pérdida  España  y  todas  las  tierras  del  Rey,  el  Coude, 
infinito,  buscando  mañas  y  dobleces  para  disculparse,  y  que 
los  Ayudas  de  Cámara  tenian  la  culpa  Desplegábase  el  mundo 
con  papeles  llenos  de  celo  y  de  buenos  avisos ,  que  hombres 
prudentes  daban  al  Rey,  en  que  le  avisaban  su  ruina  y  la  de 
España",  para  quienes  erigió  una  Junta,  y  se  abrían  las  cartas 
de  los  ordinarios  y  se  esperaban  los  correos  en  los  caminos  do 
Portugal  y  Yalladolid.  Para  ver  si  estaba  el  mal  en  los  agra- 
viados y  sospechosos,  llamáronse  muchos  á  la  corte,  y  pre- 
guntándoles si  tenian  noticias  de  algunas  sátiras  ó  papeles,  y 
diciendo  que  no,  replicándoles  y  leyéndoselas  decian  les: — ¿Es 
|)Osible  que  no  ha  visto  esta?  Los  que  no  tenian  noticia  de 
ollas  por  aquí  las  sabian  y  se  iban  riendo,  y  si  bien  sabían 
algo,  entonces  lo  supieron  todo,  con  escándalo  do  la  repu- 
tación y  prudencia  española.  De  aquí  le  nació  grande  amis- 
tad con  D.  Francisco  de  Quevedo,  ó  por  miedo  al  genio  satí- 
rico ó  por  ver  si  llamándole  iba  y  acertaba  por  aquí  con  el 
agresor:  no  surtió  á  su  pensamiento,  y  el  Quevedo,  creyendo 
arribaba  á  mayor  fortuna  y  que  sacaría  de  aquí  otro  pellizco 
de  dinero,  como  le  sacó  al  duque  de  Osuna,  armó  un  librillo 
insolente  en  que  satisfacía  al  Conde  ó  respondía  á  las  calum- 
nias que  le  cargaban;  indigno  de  juicio  heroico,  ni  aun  ple- 
beyo. 

Entre  los  papeles  que  de  secreto  so  daban  al  Rey ,  llegó 


74 
cstti  á  mis  manos,  que  pongo  uqiii  por  testigo  de  mi  razón, 
por  descargo  dü  mis  escritos,  y  para  que  se  entiendo  pur 
ánlas  heridos  respiraba  este  cuerpo,  y  que  habia  ésta  y  mu- 
chas más  plumas  que  deseaban  aconsejar  y  descansar  por  i'sle 
camino,  y  avisar  do  tos  trabajos  en  que  cada  dia  nos  ibatiiüs 
metiendo.  De  tudo  tomaba  el  Qucvedo  la  mano  pura  respon- 
der y  publicar  por  aquí  sus  escritos  eu  librillos  que ,  por  pa- 
recer de  juicios ,  eran  tenidos  por  desatinados  y  llenos  de  di^ 
parales,  más  para  el  fuego  que  para  la  prensa;  sin  embarco, 
estaba  de  tal  arte  la  cabeza,  que  lo  vi  á  pique  de  subir  á  Se- 
cretario, quien  por  su  vida,  eslüo  y  blasri:iiiias,  que  sin  cesar 
le  destilaban  por  su  boca ,  era  más  para  ministro  de  los  que 
introduce  en  sus  obras,  que  para  cosa  que  debia  tener  el  su- 
jeto que  conviene,  y  de  todas  maneras  es  necesario  al  decoro 
y  á  la  prudencia.  El  papel  es  este: 

-SbSok: 

■  Traidor  fuera  á  su  Iley,  no  sólo  el  vasallo  que  le  ocultare 
una  traición  sino  tumbicn  el  que  conociendo  los  prínci[)ios  de 
su  ruina  no  se  lo  manifestase,  envilecido  del  temor  de  lo  que 
puede  perder.  Si  fuere  mal  recibida  esta  verdad,  yo,  pues, 
entre  todos,  ofrezco  animoso  ú  los  augustísimos  pies  de  V.  M. 
mi  celo,  para  que  se  sirva  de  él,  y  mi  vida,  para  que  en  ella  se 
ejecute  el  castigo  de  la  culpa  que  se  hallare  en  mi  intención. 

■£1  mimdu  llanja  á  V.  M.  grande,  justo,  generoso  Atonarca, 
polculisimo,  y  siento,  siendo  esto  asi,  ver  su  fama  con  menor 
gloria  de  lo  que  debiera,  y  más  oscura  su  memoria  para  los 
siglos  venideros,  do  lo  que  su  gran  pecho  merece,  por  un  ac- 
cidente sin  culpa ,  y  perecer  sus  pueblos  por  un  yerro  no  co- 
nocido. Ama  V.  M.  al  conde  de  Olivares,  duque  de  San  Lúcur, 
y  ama  en  él  su  buena  intención ,  su  deseo  de  acertar  á  ser- 
virle, el  descanso  que  en  él  halla ,  la  rectitud  de  su  concien- 
cia, la  ca|ia('idad  de  su  ingenio,  partes  merecedoras  del  favor 
([uc  le  haco ;  y  como  en  lo  humano  hay  siempre  imperfeccio- 
nes que  deshacen  los  mei'cciuiÍi:nlos,  está  oponícuduse  á  cstu 
virluil  una  ambición  de  gobernar  insaciable ,  para  cuyos  Unes, 


76 

con  riesgo  público  de  la  ruina  del  mundo,  tiraniza  á  su  Rey  la 
voluntad,  no.  le  aconseja  con  el  Gobierno,  dispónele  á  que 
forzosamente  le  obedezca,  consérvale  en  esta  tiranía;  celando 
á  V.  M.,  do  suerte,  que  ninguno  puede  advertirle  de  lo  quo 
pasa,  acreditase  con  V.  M.  no  recibiéndose,  porque  le  tiene  á 
sus  pies;  es  ruina  de  su  Rey  y  de  su  patria,  no  por  mal  celo, 
que  fuera  contravenir  a  la  proposición  primera,  sino  por  su 
presunción  y  errada  política.  Lo  primero,  intenta  remediar  el 
mundo  con  máquinas  imaginarias  y  fantásticas,  sin  acudir  á 
lo  material  que  está  pereciendo:  lo  segundo,  por  conservarse 
pone  los  ministros  mayores  de  su  mano,  sin  libertad  ni  suG- 
ciencia ;  de  modo  que  no  hay  Consejo  con  Presidente,  ni  mer- 
ccd  hecha  con  proporción  (desechas  muchas  si):  pierde  á  Es- 
pana,  y  España  lo  conoce,  y  jura  el  mundo  que  la  fidelidad 
sola  de  los  españoles  valerosos  hubiera  dejado  de  hacella  pe- 
dazos, en  cual()uiera  de  las  aflicciones  que  ha  tenido ;  ya  con 
pragmáticas  sin  fruto  (pues  debe  ser  máxima  de  un  Principo 
político  hacer  pocas  y  éstas  inviolables) ,  ya  con  la  baja  do 
moneda,  tan  sin  tiempo,  ya  con  pérdida  de  la  flota  por  su 
culpa,  pues  tuvo  avisos  de  los  intentos  del  enemigo  y  descuido 
de  la  ofensa,  ya  con  guerras  en  Italia,  comenzadas  por  su  an- 
tojo, mal  prevenidas  y  eu  peor  sazón,  sin  gente,  sin  dineros 
y  sin  razón;  oprimidos  los  pueblos,  los  príncipes  de  Italia 
poco  afectos,  el  Pontífice  contrario  y  el  francés  victorioso ;  ma- 
les que  han  tenido  pero  no  excusado. 

•Señor;  hónrele  V.  M.,  quiérale  y  gobiérnese  por  ministros 
de  satisfacción ;  sepa  que  la  parte  mejor  de  Valido  á  Rey,  en 
que  ^c  conoce  la  intención,  es  darle  consejeros,  no  en  ser 
consejero ;  porque  como  la  monarquía  se  extiende  á  tan  dife- 
rentes experiencias,  no  es  capaz  uno  de  lo  que  apenas  pue- 
den serlo  muchos.  El  que  rectamente  las  hubiese  gobernado, 
dará  noticia  de  las  Indias;  de  las  armadas,  el  que  navegando 
en  servicio  de  V.  M.,  hubiese  pasado  la  mayor  parte  de  su 
vida  en  estos  trabajos;  de  los  ejércitos,  el  que  desde  la  pica 
hubiese  merecido  ascender  al  bastón;  para  el  mayor  puesto 
de  Italia,  los  que  en  su  gobierno  hubieren  dado  satisfacción 


de  Roma,  de  Francia,  de  Inglaterra.  No  puede  deponer  sin 
noticia  el  Conde-Duque  el  parecer  de  muchos;  resuelvan  po- 
cos, no  uno  solo,  señor;  que  para  eso  tienen  los  reyes  con- 
sejeros. V.  M.  vuelva  sobre  sí;  mire  en  su  sanlisimo  padre, 
cuan  grande  hubiera  sido  su  nombre ,  sí  enlre  la  paz  y 
virtudes  con  que  resplandeció  en  el  mundo,  no  se  le  hubiera 
opuesto  el  rendimiento  que  tuvo  al  Privado:  no  es  disculpa 
del  Principe  que  el  Valido  sea  bueno  ó  malo ,  porque  es  suerte 
de  la  elección  ,  culpa  es  del  Príncipe  sujetarse  a  uno  y  fiar  de 
uno.  Imite  V.  H.  á  su  prudentisimo  abuelo,  á  su  invencible  bis- 
abuelo Carlos,  cuya  siempre  gloriosa  sangre  bastara  (cuando 
empezara  en  él  su  estirpe)  á  darle  bríos  para  dominar  abso- 
luto, y  conocimiento  para  no  verse  sujeto.  V.  M.  no  es  Rey, 
es  una  persona  por  cuya  conservación  mira  el  Conde  para 
usar  del  oficio  de  Rey;  y  es  V.  M.  un  Rey  por  ceremonia, 
amado  de  sus  vasallos  por  sí,  desamado  por'  su  Gobierno. 
Vuelvo  á  decir  que  le  honre  V.  M.,  quiérale,  y  gobiérnese  por 
más  que  uno:  Grandes  tiene  V.  M.  y  vasallos  buenos  para 
todas  horas;  entre  todos  lo  hallará  todo,  acertará  á  ser  Rey  y 
gustará  de  serlo.  Este  aviso,  sinceramente  dado,  admita  V.  M.: 
amor  y  fidelidad  me  fuerzan  á  cumplir  con  las  obligaciones 
de  mi  sangre:  á  los  vasallos  de  V.  H. ,  sumamente  fieles.  Rara 
serlo  en  todo,  sólo  les  ha  Faltado  quien  antes  suplique  á  V.  U. 
mire  por  la  pérdida  lastimosa  de  sus  Estados  y  reinos,  á  los 
cuales  parece  imposible  el  remedio,  porque  júzganlo  será  el 
ponerlo  V.  M.  en  obra.  Dios  que  cuida  do  sus  fieles,  disponga 
á  V.  M.  á  que,  empezando  por  este  valeroso  hecho,  tenga  vic- 
torías  infinitas;  todo  con  iguales  años  de  vida». 

Como  dije,  de  estos  habia  infinitos  que  le  atravesaban  el 
corazón,  descogían  su  natural,  su  corle,  en  conservarse  y  ha- 
cerse tirano  de  todas  materias,  y  que  todas  se  ventilasen  en 
su  aposento,  no  atreviéndose  á  parecer  en  publico  de  miedo 
de  las  ofensas  hechas;  lanto,  que  le  faltaba  poco  para  imitar 
al  tirano  que  por  puente  levadizo  pasaba  al  lecho  á  tomar  el 
sueño.  Tiempo  de  todas  maneras  infelicisimo,  sin  mano  oia- 
gun  hombre,  y  arrinconado  el  ministro  más  puro,  porque  no 


77 
curia  con  so  opinión ;  aunque  D.  Diego  del  Corral ,  del  Con- 
sejo de  Cámara  de  Casiilla ,  le  propusiese  deseaba  salvar  su 
alma  ;  los  ministros  del  Evangelio,  atemorizados,  desterrados 
algunos,  y  llamados  los  otros  para  que  se  gobernasen  á  su 
modo,  tasándoles  la  libertad  y  estilo,  y  )o  peor  de  todo,  que 
ellos  obedecían ,  porque  ya  no  habia  sino  quien  por  su  lisonja 
pasase  á  su  conservación.  Si  estos  no  son  presagios  de  aca- 
barse esta  monarquía  y  esta  república,  no  se  puede.dar  cré- 
dito á  otros. 

La  primavera  siguiente,  habiendo  el  rey  Cristianisimo  pa- 
sado los  Alpes  y  afrontádosc  con  la  Saboya,  descubriendo  In 
gente  del  rey  Católico ,  que  eran  unos  pocos  de  españoles  que 
estaban  en  sus  plazas  del  Piamonic,  el  ejército  del  Rey  que 
pasaba  de  40.000  soldados  entre  infantes  y  caballos,  admira- 
dos de  aquella  novedad  y  del  silencio  con  que  habían  pasado, 
y  dejándoselo  decir  delante  del  duque  de  Suboya,  y  pidiendo 
licencia  Ü.  Jerónimo  Augustin.  que  estaba  allí  por  cabo  de 
aquellos  pocos  españoles,  para  salir  á  escaramucear,  te  dijo 
que  si  salía  le  haría  cortar  la  cabeza.  Sin  embargo,  el  ardor  y 
coraje  do  esta  nación  los  hicieron  salir,  y  como  eran  pocos, 
rindieron  las  vidas  á  la  multitud,  y  el  crédito  á  la  traición.  E\ 
Rey  tomóáSusa,  y  se  alojó  dentro;  corriendo  opinión  quo 
el  duque  de  Saboya,  no  sólo  le  abrió  paso  y  le  allanó  los  puer- 
tos, empero  envió  los  más  prácticos  de  aquel  Estado  á  que  le 
enseñasen  el  paso,  á  aquel  Príncipe  do  todas  maneras  glorioso 
y  acreditado,  por  aquellas  asperiüimas  montañas  impedidas  de 
'nieve.  Víó  el  duque  de  Saboya  junto  á  sí  aquel  grande  ejército 
que  amenazaba  sus  tierras,  entero  y  formidable,  las  fuerzas 
del  rey  Católico  salidas,  ocupadas  las  más  en  sus  presidios 
por  la  Liga  jurada ,  las  demás  en  el  Estado  de  Mitán ,  y  la  re- 
cluta en  el  Casal  de  Monferrato,  sitiando  con  D.  Gonzalo  de 
Córdova ,  que  estos  aún  no  pasaban  de  6.000  soldados ;  y  así 
le  pareció  ceder  la  Qdelidad  y  el  juramento  al  más  arbitro  y 
poderoso,  y  redimir  sus  tierras  de  la  desolación  y  miseria. 
Corrió  el  Rey  con  desembarazo,  y  pasó  á  Turin,  corte  del  Du- 
que, donde  le  hospedó  y  festejó.  Esta  nueva  puesta  en  MP~ 


78 
drJd,  hizo  tanto  ruido  y  más  «juc  la  de  la  finia;  entraron  en 
consejo,  y  pretendiendo  algunos  disminuir  oí  suceso,  y  los 
más  confiados  de  la  facción,  docian  que  era  el  Rey  mozo,  y 
nuevo  soldado ,  que  no  había  que  tc;rier,  pues  cuando  su  padro 
tenia  más  gloría  consiguió  muy  poca  con  armas;  á  que  salló 
D.  Diego  Pimentel,  pracüco  en  las  cosas  de  llalla:  — S!;  pero 
no  me  ganará  nadie,  que  no  lia  pasado  con  muyor  reputación 
que  ninguno  de  sus  pasados.  Conseguido  esto,  el  francés  en- 
vió á  decir  á  D.  Gonzalo  de  Cúrdova  que  levantase  el  sitio,  ó 
pasarla  á  desalojarle.  D.  Gonzalo,  viéndose  con  lan  pocas 
fuerzas,  y  que  tantas  voces  liahia  dado  por  ellos  al  duque  de 
Saboya,  traidor  al  Rey,  dueño  de  la  tierra  y  con  fuerzas  tan 
excesivas,  retiró  la  gente  que  tenia,  y  pasó  á  guardar  lo  que 
le  tocaba,  que  era  el  Estado  de  Milán;  con  que  cf  Itey  metió 
6.00Ü  franceses  en  la  plaza ,  se  liolgó  en  Turin ,  y  después  de 
regalado  con  ricos  presentes  de  joyas  que  el  Duque  ie  dio, 
compradas  con  el  dinero  que  el  rey  Católico  le  habla  dnilo 
para  la  empresa,  para  levantar  gente  y  ponerse  al  opósito, 
se  volvió  á  Francia,  á  mi  ver,  con  agradecimiento  de  nuestra 
parte.  Y  justamente  lo  debemos  estar,  de  que  hallándose  tan 
superior  no  pasase  adelante,  y  pasase  á  intentar  nuevas  y 
mayores  cosas,  y  pusiese  en  ejecución  el  deseo  suyo  y  de  sus 
pasados. 

Consiguientemente  á  este  suceso,  cargaron  los  holandeses 
con  otros  casi  40.000  soldados  sobre  itolduquc,  plaza  importan- 
tísima en  el  ducado  de  Orábante,  que  gobernaba  Grnbendonc, 
también  sin  utencion  y  sin  cuidado  de  nuestra  parte:  echóse* 
sobre  ella  ,  levantóla  y  cubrióse  do  gruesas  trincheras  y  otras 
fortilicacjones;  y  si  bien  el  Grobendonc  la  defendía  poderosa- 
mente, aunque  se  ha  visto  á  mala  sazón,  sin  ejército  compe- 
tente para  su  defensa  y  hncer  levantar  al  enemigo  el  asedio, 
gobernallo  por  el  conde  Enrique  de  Sergas;  hallándose  á  la 
saton  en  Bruselas  D.  Carlos  Coloina,  soldado  viejo  y  venera- 
ble por  Sus  canas,  consideración  y  escritos,  cuando  el  ejér- 
cito católico  pasó  sobre  ella,  hallando  imposible  el  paso,  hon- 
dos los  pantanos  y  las  trincbcras  inexpugnables,  pasó  n  la 


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Belba  á  ver  si  con  esto  (liscui'so  hacía  levantar  ni  enemigo 
de  la  pl;iz3,  iiictirnílolo  la  guerra  y  ejércilo  tan  grande  por 
üuscnsus.  Nada  de  esto  Mirlió  erecto,  porque  se  entendió  que 
los  Estados  entraron  en  secretas  inteligencias  con  el  conde 
Enrique,  donde  se  dijo  que  faltó  tres  días  de)  ejérciio,  en  que 
Be  viñ  con  Enrique  de  Nasao,  General  de  las  armas  infieles, 
y  que  para  cuando  el  miedo  en  la  Haya  y  en  Amslerdan  era 
notable,  lamo  que  querían  pasar  las  haciendas  á  Inglaterra, 
y  avisando  antes  el  Nasao  se  levantaría  el  ejército  á  los  Esta- 
dos, le  dijeron  se  estuviese  quedo,  que  presto  vería  grandes 
cosas.  Viendo  e>la  remisión  di;l  conde  Enrique,  que  no  se  ha- 
cia nada,  que  se  perdía  reputación  y  empresas  y  que  no  cer- 
raban con  un  trueque ,  que  eva  á  lo  que  se  hubia  encaminado 
y  donde  so  esperaba  salir  al  aprieto  en  que  estaba  Bolduc,  y 
diciéndolo  un  cabo  español:  — ¿Por  qué  no  pasa  V.  E.  de- 
lante? respondió  muy  falso  y  lorado  de  su  infidelidad: — Pues; 
¿lirmns  de  abnisar  la  Belba?  Con  que  se  pusieron  las  cosas 
en  miserable  estado,  y  Grobendonc,  falto  de  vitualla  y  mu- 
niciones, y  desesperado  de  socorro,  después  de  haber  en  una 
emboscada  y  otras  salidas  muértole  mucha  de  su  gente,  rin- 
dió la  plaza  con  mortal  tristeza  de  los  llamencos;  siguiéndose 
á  esta  desdicha  otra  mayor,  y  fué  que  tornaron  los  enemigos, 
por  descuido  do  los  nuestros  y  por  poco  recalo,  á  Besel  (que 
ganó  el  marqués  Espinóla,  grande  y  de  todas  maneras  consi- 
derable), puerta  en  la  Besfaiía,  y  escala  para  municiones  y 
bastimentos  de  los  ejércitos  que  se  armaban  en  Fiandcs  y  que 
bajaban  de  Alemania:. con  que  cortado  el  Enrique  de  Bergas, 
puso  más  cuidado  en  la  salida  que  en  la  entrada,  si  bien  de 
todo  debia  de  estar  prevenido;  con  que  se  deshizo  aquel 
ejército.  Sin  efecto  ninguno  se  perdieron  dos  plazas  tan  esco- 
gidas, y  sobre  que  cargaba  el  nervio  de  las  provincias  cató- 
licas; se  perdió  la  reputación,  porque  lodo  lo  consiguieron 
con  la  Ilota,  que  acababan  de  vender  y  scibre  que  hicieron 
sus  asientos;  estando  antes  tan  en  miserable  fortuna,  que 
convidaban  con  la  tregua,  y  con  relevantes  partidos  la  acep- 
taban, como  lo  dijo  el  marqués  de  Espinóla  y  lo  trujo  A  Es- 


paña,  que  con  melindres  y  poca  alcncion  perdimos.  Tenían 
estas  cosas,  verdaderamente  infelices,  apicudo  el  ánimo  del 
Bey  y  de  sus  miníslros,  y  así  todos  los  demás  de  la  industríu 
y  de  la  hacienda  seguían  el  mismo  curso. 

Los  enemigos  estaban  con  gloria  y  los  amigos  para  des- 
cuadernarse con  efectos  que  amenazaban  ruina.  El  rey  de 
Francia,  viéndose  con  ocasiones  do  salir  en  campaña,  siendo 
proteclor  de  los  holandeses,  quisiera  esta  vez  pagarles  el  be- 
nelicio  de  tantos  años  y  mosliúrseles  poderoso  á  su  lado,  aun- 
que en  distinta  acción ;  porque  claro  está  que  él  también  les 
había  de  instigar  dícíéndoles,  que  para  aquella  ocasión  k>s 
quería,  que  diesen  por  otra  parte  contra  el  más  poderoso,  que 
no  podría  acudir  con  tantas  fuerzas ,  ó  divididas  le  quebranta- 
rían sin  ser  poderoso  para  asistir  á  todos;  y  que  todos  á  una 
acabasen  de  lograr  su  deseo ,  que  era  desmoronar  esta  monar- 
quía. Los  venecianos,  sí  bien  estaban  á  la  mira  y  quedos, 
como  coligados  y  de  la  facción,  además  de  los  socorros  he- 
chos al  frailees  tenían  sus  gentes  al  confin,  entre  Cérgamo  y 
Breña,  habiendo  puesto  las  fortunas  y  felicidades  do  los  siglos 
pasados  en  tan  gran  despeño  parientes  traidores  y  vasallos. 
Todo  el  Consejo  de  Estado  decía  al  Rey  castigase  al  Duque, le 
abrasase  sus  tierras  (no  podía  librar  las  gu\as  de  la  invasión, 
¿cómo  había  de  acometer  las  ajenas?):  el  Duque,  viendo  ya 
vuelto  el  francés  y  deshechas  sus  fuerzas,  quería  volver  á  la 
protección  de  España,  daba  sus  razones;  y  para  tal  empresa 
de  adelante  y  enmienda  de  lo  sucedido,  fué  admitido,  que  era 
lo  que  él  aniíeiuba,  iningínándose  era  de  importancia  y  nece- 
sario y  que  cuanto  más  inliel  era  más  apetecido  y  perdonado. 
Cargábase  ignominiosamente  á  D.  Gonzalo  de  Córdova  (sin 
culpa  á  mí  parecer},  de  no  haber  resislido  y  de  hdber  levan- 
tado el  sitio;  y  para  dar  que  sentir  por  aquí ,  que  era  suya  la 
culpa  y  no  nuestro  el  cuidado;  acordábanse  muchos,  leídos  en 
los  acaecimientos  de  Italia,  y  decían  cuan  pocos  españoles 
habían  roto  y  dcbbaratado  muchos  escuadrones  y  ejércitos 
franceses,  y  quisieran  que  lo  hubieran  hecho  así;  refiriéndolo 
por  calumnia  6  lisonja,  delante  del  Valido.  t\  se  disculpaba 


81 

(lo  lo  mal  que  siempre  fué  asistido ,  y  escribió  al  conde  de 
Olivares  viendo  le  apretaba,  en  lo  cual  no  habia  sido  pode- 
roso: «y.  E.  y  yo  hemos  quitado  al  Rey  la  corona  de  la  ca- 
beza; yo  en  asegurar  la  empresa  del  Honferrat,  Y.  E.  en  no 
haberme  enviado  lo  que  he  habido  menester  para  ella». 

Esta  ignominia  y  esta  afrenta,  recibida  en  el  rostro  de  nues« 
tra  reputación,  se  procuró  enmendar  y  salir  á  la  causa  con 
todo  el  peso  de  las  fuerzas  y  de  la  sustancia  del  reino,  como 
se  resolvió  en  el  Consejo  de  E&tado.  El  Emperador,  á  quien  no 
fué  menester  avisar,  porque  entrándose  por  aquellas  provin- 
cias el  suceso  puso  el  cuidado  en  el  que  requería  la  falta  de 
reputación,  avisaba  á  los  Electores  del  Imperio  era  causa  de 
todos  este  negocio,  y  asi  con  venia  poner  en  él  el  hombro ,  que 
de  no  hacerlo  seria  dar  ocasión  á  los  demás  feudataríos  á  se- 
guir el  ejemplo,  á  faltar  á  la  fe  y  en  el  respeto,  y  se  perdería 
por  aquí  la  autoridad  de  los  subditos  y  los  que  se  mantienen 
debajo  de  este  nervio.  Los  Electores,  como  el  duque  de  Sa- 
jonia,  el  marqués  de  Brandenburg  y  el  duque  de  Baviera, 
nuevo  Elector,  la  emulación  envejecida  á  la  casa  de  Austria,  y 
su  grandeza,  les  hacía  no  atender  á  esto  y  faltar  á  la  asisten- 
cia, antes  á  dar  intención  de  no  admitir  á  su  hijo  por  Rey  de 
Romanos;  con  que  el  rey  de  Francia  no  perdia  los  bríos,  y  se 
daba  á  ser  insolente  el  duque  do  Nivers,  conociendo  tenia  do 
su  parte  á  los  Electores  herejes  y  al  duque  de  Baviera ,  que 
habia  entrado  en  pensamientos  de  Emperador  y  de  entrar  en 
ligas  con  el  francés  para  este  intento.  Cerraban  los  Electores 
las  orejas  á  las  propuestas  del  Emperador,  y  en  España,  si 
bien  el  de  Nivers  antes  de  comenzar  ía  guerra  ofrecía  toda 
sumisión  al  rey  Católico,  estar  á  su  obediencia  y  fidelidad  y 
echar  el  Casal  por  el  suelo,  enviando  hoy  su  Embajador  á  pro- 
seguir algún  tratado  de  paz,  porque  no  se  hallaba  tampoco 
bien  con  que  el  Rey  hubiese  persidido  con  franceses  aquellos 
Estados,  que  parecia  los  quería  ocupar  para  si,  se  mandó  salir 
al  Embajador  sin  quererle  oír.  Viendo  el  Emperador,  pues,  no 
hallaba  calor  en  los  Electores  imperiales,  y  que  el  Papa  no 
socorria  lá  causa  pública,  antes  seguía  el  pretexto  contrario 


»2 
y  B6  le  cogieron  letras  de  (íinero  para  oí  roy  do  Francia,  luvo 
caria  del  Emperador,  que  severamente  se  lo  liizo  saber,  d¡- 
ciéndole,  se  habla  crii^ido  el  Imperio  para  muro  y  defensa  de 
la  Silla  de  San  Pedro,  y  el  PonliGce  para  ocurrir  en  sus  ne- 
cesidades á  aquella  columna  y  seguir  su  estandarte ,  y  que  hoy 
hallaba  trocadas  las  manos  y  la  intención  sin  ajustarse  al  de- 
recho. 

Todas  estas  voces  fueron  vanas;  con  que  el  Emperador,  á 
la  primavera,  cargó  con  gran  golpe  de  alemanes,  en  caudillo 
do  reputación,  sobre  la  cclcbradisima  ciudad  de  Múntua,  ocu- 
pando los  lugares  de  la  Valtelina  para  tener  los  socorros  y 
bastimentos  prontos  y  desembarazados,  que  habían  do  venir 
de  Alemania  para  In  expulsión  de  la  tierra.  El  marqués  de  Espi- 
nóla salió  de  Mudrid ,  acompañado  del  marques  de  Santa  Cruz, 
llevando  á  su  cargo  la  empresa  del  Casal  de  Honfcrrato ;  depo- 
niendo á  D.  Gonzalo  do  Córdova  del  Gobierno  del  Estado  de 
Hilan  ,  Capitán  que  había  conseguido  con  prosperidad  y  repu- 
Licion  tantas  victorias  en  apoyo  y  defensa  del  Imperio  en  Ale- 
mania, contra  tos  herejes  protestantes,  deudos  y  confedera- 
dos del  Palatino.  Llevó  delante  el  Marqués,  anle  todas  cosas. 
gran  suma  de  dinero,  sacado  de  innumei-able  venta  daolicios 
que  en  casi  todas  las  tierras  del  Rey  se  había  hecho,  particu- 
larmenie  en  la  pobre  Castilla,  expuesta  para  tantos  años  á 
llevar  sobre  si  las  controversias,  movimientos,  rencores  y 
guerras  extranjeras;  saliendo  por  todas  sus  provincias  los  mi- 
nistros del  Consejo  á  vender  cuanto  habia  de  consideración, 
lugares,  escribanías  y  rcgimienlos,  añadiendo  á  más,  en  las 
ciudades,  hidalguías  y  otras  cosas  considerables,  en  que  se 
sacaron  algunos  millones  de  plata ,  con  que  ya  eslú  destruida: 
allí  las  armas  y  aqu¡  esta  saca,  con  brevedad  será  la  desola- 
ción de  todo.  Llegó  el  Marqués  ú  Milán,  ajustó  las  cosas  de 
aquel  Estado,  hizo  reseña  déla  gente  queliabia,  levantándola 
que  hubo  menester,  llamó  á  sí  las  fuerzas  forasteras  y  auxi- 
liares, que  se  incluyen  itebajo  de  la  protección  de  España,  y 
cargó  con  ellas  sobre  el  Casal  de  Monferrato ;  echó  du  las  pla- 
zaü  pequeñas  la  guarnición  francesa, en  que  so  incluyen  2.000 


soUlatlos.  y  ocupólas;  oponiéndose  cl  cluquo  de  Saboya  con 
genlc  y  dineros  iJel  rey  Calólico  á  las  fuerzas  friinccsas,  que, 
atentas  á  nneslias  prevenciones,  habian  ya  pasado  segunda  vez 
los  Alpes,  no  con  lanía  foi'Uina  como  la  vez  pasada,  ni  saliendo 
el  Rey  en  persona  á  la  empresa,  no  tpiciiendo  aventurar  la 
gloria  que  ganó,  antes  conservarla  ,  va  sea  porque  halló  con 
más  constancia  al  saboyano.  ó  que  confió  sus  cosas  al  arle  y 
experiencia  del  Capitán  que  entonces  gobernaba  las  armasen 
Italia.  Dieron  los  Tranceses  sobre  algunas  plazas  de  la  Saboya. 
qno,  aunque  se  resistieron  gallardamente,  las  ocuparon.  Acsla 
hora  los  alemanes,  ó  sea  por  trato  ó  sea  por  fuerza .  escalaron 
los  muros  de  Mantua  y  la  entraron  .  con  estrago  falal  do  edifi- 
cios y  haciendas,  con  que  cobraron  las  cosas  algún  aliento-,  si 
bien  decinn  nuestros  políticos  eran  el  mismo  riesgo  para  Italia 
alumancs  que  franceses,  y  que  so  habian  de  echar  más  aina 
que  estotros,  porque  una  vez  metido  el  pié  en  ella  querrían 
ensancharse  y  aspirar  á  otros  feudos  ó  miembros  del  Imperio, 
divididos  en  los  años  de  Carlos  V. 

Asediada,  pues.  In  plaza  del  Casal  y  apretada  la  villa. 
tanlo  que  ya  las  naciones  con-sus  trincheras  estaban  para  des- 
embocar en  el  foso  y  que  ya  se  picaba  la  muralla,  salieron 
ñ  parlamentar  para  rendirse,  fallando  ya  las  municiones  y  vi- 
tuallas, que  si  dentro  de  treinta  ó  cuarenta  días  no  eran  socor- 
ridos, rendiri.in  la  ciudad ;  donde  fueron  admitidas  á  tiempo 
que  el  Marqués,  con  fatiga  de  los  continuos  trabajos,  so  le 
había  subido  la  gota  á  la  cabeza,  estaba  sin  juicio  y  con 
pocas  esperanzas  de  su  vida  ;  y  el  duque  de  Saboya,  ahogado 
del  estrago  que  había  venido  por  sus  tierras  y  que  se  las  ibnn 
talando,  se  rindió,  cargado  de  años ,  &  la  mucite ,  no  sin  pro- 
nóstico de  los  que  se  lo  avisaran  y  anlevíeron  que  moriría  en 
sazón  que  sus  Estados  estuviesen  para  fracasar.  A  este  acha- 
que del  marqués  de  Espinóla,  á  cuyo  ruego  el  marqués  de 
Santa  Cruz,  que  á  los  principios  le  habia  dejado  en  Genova 
preparado  con  orden  secreta  del  Rey  para  cualquiera  tranco  ó 
acontecimiento,  llegó  el  Marqués  al  Casal;  visitó  al  Marqués 
con  aljjuna  mejoría,  mas  sin  esperanza  de  vida,  y  ésto  juntó 


I 


I 


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las  cabezas  principales  del  ejército,  y  dijoles  que  nWi  Icnian  su 
General  y  dióle  el  bastón.  El  Marqués  se  absluvo  de  esto,  di- 
ciendo no  le  habla  de  tomar :  replicaron  algunos  que  abriesen 
las  órdenes  secretas  que  deponían  de  eslo,  y  hallaron  que  S.  M. 
raandalin  que  gobernase  el  Marqués,  ó  por  achaque  ó  muerto 
del  marqués  de  Espinóla,  con  que  obedeció:  pasó  á  verlas 
trincheras  y  forliücaciohes,  enteróse  de  todo,  abrazó  lo  ca- 
pitulado con  el  enemigo ,  y  atendió  á  conseguir  la  plaza  ente- 
ramente. 

Con  los  capítulos  del  Casa!,  viendo  corria  riesgo  entre- 
garse, los  franceses,  presidiando  Ins  plazas  ganadas  del  duque 
de  Sahoya,  que  eran  Susa,  Piñarolo  y  Babillana,  con  el  resto 
que  les  quedaba,  esperando  nuevas  gentes,  anhelaron  por  eo- 
correr  el  Casal  dentro  del  tiempo  prescrito.  La  gente  del  duque 
de  Saboya,  donde  nsislian  gran  parte  de  españoles  escogidos 
gobernados  por  D.  Felipe  Espinóla,  General  de  la  cabatieria  del 
Estado  de  Milán  y  primogénito  del  Marqués,  los  esperaron  en 
un  puente  sobre  el  Póo.quo  llaman  de  Carinan,  paracstorb/ir- 
selo;  habiendo  avisado  antes  do  su  enfermedad  el  marqués  do 
Espinóla,  se  atendiese  esto  con  gran  prontitud,  porque  de  no 
hacerlo  se  seguirla  el  ejemplo  de  D,  Gonzalo  de  Córdova  ,  le- 
vantaría el  sitio  y  pasaria  á  guardar  el  Estado  de  Milán.  En- 
contráronse, pues,  ambos  ejércitos:  dio  orden  el  nuevo  Du- 
que, ó  D.  Felipe  Espinóla,  que  nuestra  gente  pasase  á  esperar 
el  enemigo  y  á  escaramucear  con  él  de  la  otra  parle:  á  mu- 
chos pareció  osle  consejo  desviado  de  toda  claridad,  porquo 
más  acortado  fuera  que  peleara  el  enemigo  con  la  dÜicullad 
del  paso,  corlando  el  puente,  poniéndole  acá  gruesa  y  bas- 
tante artillcria  que  le  matara  mucha  do  su  gente,  donde  fuera 
necesario  gastar  muchos  dias  para  perder  los  consignados  en 
la  Iregiia,  y  que  no  se  llegara  á  la  conducción  y  una  espe- 
ranza, tan  iitendida  por  nosotros,  y  que  caso  (lue  venciera  el 
paso,  esperarle  nuestra  gente  puesta  en  batalla  donde  tuviera 
que  trabajar.  Finalmente, obedecido  el  duque  de  Síiboya  ola 
cnbeza  que  habernos  dicho,  y  haciendo  salir  los  más  señalados 
r.<=j)añole6,  se  trabó  la  batalla ,  peleando  con  tanto  coraje  de  la 


85 

una  parle  y  de  la  otra,  que  todos  quedaron  destrozados,  y  con 
muchos  de  ellos  se  rompió  el  puente  y  cayeron  en  el  agua, 
con  lo  cual  se  retiraron  todos;  quedando  los  franceses,  como 
mayores  en  número,  para  proseguir  su  jornada ,  y  los  nuestros, 
que  aun  no  eran  3.000 ,  á  la  guarda  y  conservación  del  Pia* 
monte,  desamparados  do  D.  Felipe  Espinóla,  que  afrentosa-* 
mente  volvió  las  espaldas ;  Injuria  no  merecida  á  la  gloria  do 
su  padre  y  á  sus  esclarecidísimas  hazañas  y  servicios;  suceso 
que  le  ocasionó  en  el  sitio  del  Casal  la  muerte,  subiéndosele 
con  esto  dolor  la  gota  á  la  cabeza,  y  dejando  en  aquel  sitio  la 
memoria  de  su  nombre,  si  bien  con  fin  poco  afortunado,  em-- 
pero  triunfando  de  los  enemigos.  Llegaron  los  franceses  á  la 
vista  del  Casal:  el  marqués  de  Santa  Cruz,  avisado  de  todo, 
sacó  la  gente  de  las  trincheras,  y  algunos  tercios  de  españoles 
y  otras  naciones  con  que  se  hallaba  engrosado «  y  poniéndola 
en  forma  de  batalla  dio  orden  para  resistir  y  pelear:  afrenta-* 
ronse  los  franceses,  y  disparando  su  arcabucería  y  mosqu&* 
teria  sobre  lOs  nuestros,  fueron  recibidos  y  atemorizados;  sa- 
lieron de  su  parte  á  atemorizar  y  á  protestar,  diciendo  era  ca-* 
pitulacion  asentada  si  llegaba  aquel  socorro  admitírsele  en 
la  ciudad:  el  Marqués,  usando  de  ardid  y  del  poder  con  que 
se  hallaba,  respondió  estaba  alli  no  por  General  del  rey  Cató^ 
lico,  sino  del  Emperador,  cuya  era  aquella  causa,  y  que  le 
habían  de  rendir  la  plaza;  y  cuanto  al  tratado,  le  ponia  en 
duda,  sin  asistir  al  tiempo  ni  acordarse  de  él,  y  que  había  de 
morir  ó  vivir  en  la  demanda.  No  paraba,  etftre  estas  pláticas, 
de  tirarse,  pasando  al  legado  del  Papa,  que  venia  con  el  ejér- 
cito de  los  franceses,  las  balas  por  las  orejas;  con  que  los 
franceses,  poco  alentados  ó  dudosos  del  suceso,  se  retiraron. 
Rindióse  la  Síudadóla,  ocupóla  él  Mátqués  y  entrególa  á  los 
comisarios  imperiales  y  á  los  monferrines  que  ja  gu:&irdasen: 
vino  á  Españar  la  nueva ,  que  alegró  sin  duda ,  y  pasó  &  Ale 
manía  obrando  el  mismo  efecto. 

En  esto  sitio  andaba  aquel  gran  caballero,  nieto  de  otro 
mayor,  adelantando  la  gloria  y  hechos  de  sus  pasados,  porque 
un  fiscal  no  se  les  tachase,  y  que  ya  que  en  la  corte  no  le  ad- 


milian  al  lado  y  servicio  du  su  Rey,  en  que  murieron  con  Te- 
licidad  tantos  de  los  suyos,  quiso  á  lo  menos  que  no  se  lo  es- 
torbasen en  la  guerra ,  puerto  abierto  para  todo  fiel  espíritu  y 
ánimo  grande,  no  lanío  por  acrecentar  sus  medros  y  Estados 
ó  restaurarlos,  cuanto  por  amplificar  su  honra  y  que  no  se  la 
estragase  la  emulación  envidiosa  de  los  malos  en  tales olicios. 
Habia  dejado  para  esto  su  mujer,  matrona  singular  en  virtu- 
des, ejemplo  y  observancia  de  sus  obligaciones,  sus  liijos  ,  la 
sucesión,  su  casa  y  sus  Estados,  en  lo  más  floreciente  de  su 
edad,  y  encaminádose,  con  afrenta  de  muchos  ejercitados  so- 
lamente en  el  ocio  y  en  los  vicios  de  que  son  capitanes,  á  esta 
guerra.  Salió  de  la  corte  con  el  marqués  de  Espinóla,  y  en 
Hilan  gobernó  un  tercio  de  españoles,  que  mantenia  con  su 
cortesía  y  liberalidad-,  atribuios  heredados  del  generoso  espí- 
ritu de  su  abuelo :  en  la  entrada  de  su  ejércitopor  el  Monfer- 
rato  arrojó  los  franceses  de  puestos  importantes,  con  orden 
del  Marqués,  exponiendo  su  persona  con  semblante  intrépido 
á  los  peligros  y  trances  más  rigurosos.  De  esta  manera,  pa- 
reciendo en  pocos  meses  soldado  viejo,  se  prometíun  de  su 
cuidado,  asistencia  y  juicio  mayores  cosas,  si  no  se  las 
oscurecía  el  odio  de  tos  apasionados;  en  la  llegada  del  ejército 
francés,  con  orden  del  marques  de  Sania  Cruz,  se  puso  á 
recibir  las  primeras  balas  del  enemigo  y  reprimió  gallarda- 
mente su  brío;  haciéndole  reparar  y  atender  en  su  valor  y 
gentileza,  y  tanto  más  entonces,  que  oyeron  decir  era  el  duque 
de  Lerma,  que  estaba  en  Italia;  reconociéronlo  los  que  eipe- 
rimentaron  la  magniroidad  de  su  abuelo  en  sus  obras ;  voz  que 
hizo  dejar  la  guerra  á  los  franceses  y  rendir  las  plazas  y  las 
armas.  Allí  le  veían  y  le  admiraban  todos,  renovando  la  me- 
moria de  la  prosperidad  de  los  tiempos  pasadosry  la  necesi- 
dad de  los  presentes,  cuantos  vivieron  con  desahogo  y  sin  tri- 
butos y  cxperime.itaron  el  descanso;  alli  decian  los  soldados 
viejos  y  referían,  no  sin  ternura,  cuando  le  veian  ó  platica- 
ban con  él : — «En  tal  sazón  me  hizo  estas  honras  su  abuelo ;  en 
tal,  esU  cortesía;  en  tal  audiencia,  esta  merced*.  De  esta  ma- 
nera suspiraban ,  y  se  acordaban  de  aquel  Itcy.  de  aquel  siglo, 


J 


87 
y  do  aquel  Privado;  Eiendo  tales  nueslras  obras  y  descuidos, 
que  los  que  pensamos  ver  sepultados  en  olvido  y  en  vituperio, 
boy  so  levantan  al  esclarecido  lugar  de  la  posteridad  ,  á  la  ala- 
banza pública  y  aclamación:  los  generales,  reconocian  los 
puestos,  las  dignidades  que  les  alcanzó,  y  en  su  manera  solici- 
taban al  nieto,  los  que  le  habían  de  hacer  admirable  en  la  guer- 
ra, á  proseguirla;  pues,  y  aunque  le  estimulaban  las  heroicas 
prendas  que  habla  dejado  en  la  corle,  tanto  más  se  esforzaba 
á  proseguir,  atendiendo  á  las  de  su  honra  y  á  no  querer  pade- 
cer el  vituperio  do  los  que  en  Flandcs  é  Italia ,  en  las  más  ar- 
duas ocasiones  habian  vuelto  la  cara  y  vucllose  ú  cebar  en  las 
delicias  cortesanas.  El  marqués  de  Espinóla  y  el  marqués  de 
Santa  Cruz  escribían,  en  las  cartas  de  sus  deudos  ó  amigos ,  el 
proceder  loabilísimo  del  Duque;  cómo  les  pedia  le  empleasen 
donde  so  pudiese  señalar  y  hacer  mayor  servicio  al  [ley,  cómo 
había  procedido  en  lo  que  le  habian  encomendado,  y  cuan 
buena'cucnla  daba  de  s¡ ;  pronosticándole  en  lo  de  adelanto,  si 
se  le  alentaba  y  no  se  le  hacia  agravio,  y  aunque  se  le  hiciese, 
tendría  lugar  entre  los  capitanes  esclarecidos  y  do  memoria. 
No  podemos  á  un  tiempo  escribir  dos  sucesos ,  y  así  es 
fuerza  exceder  en  el  tiempo  al  otro,  y  para  asirle  haber  de 
volverlo  atrás  é  ingerirlo  íragmenlos  casi  referidos  por  mayor; 
que  las  acciones  militares  no  admiten  el  suceso  del  desposorio 
de  la  infanta  Doña  María,  en  que  pensó  dejar  esto  discurso, 
que  pasó  du  esta  manera :  No  habiendo  tenido  efecto  con  el  rey 
de  Inglaterra,  el  Emperador  la  pidió  ahora  para  su  hijo,  ha- 
ciéndole ante  todas  cosas  jurar  por  rey  de  Hungría:  aceptóse  el 
matrimonio,  y  un  día,  ó  por  priesa  que  daba  el  Emperador  ó 
por  las  causas  que  yo  no  alcanzo,  hallándose  el  Rey  indispuesto 
en  la  cama,  impensadamente  llamaron  al  Patríarca  do  las  In- 
dias, y  sin  dar  cuenta  á  otra  ninguna  persona  principal  de  la 
corte,  concurriendo  el  endjajador  del  Cósar  con  poderes  que 
trujo,  se  desposó  S.  M.  con  la  Infanta,  íutítulándoso  desdo 
aquel  día  reina  de  Hungría.  Señalóse  el  tiempo  para  llevarla, 
empero  sintió,  y  lo  decia ,  quisiera  se  hubiera  hecho  aquella 
ceremonia  con  más  aplauso,  fií^slas  y  galas,  á  imitación  do  las 


r 


que  se  hablan  hecTio  con  sus  hermanos ,  y  que  vtó  con  Bumo 
esplendor  en  los  tiempos  de  su  auguslísímo  padre:  asíase  luego 
do  aquí  para  ia  disculpa  de  la  necesidad,  que  no  había,  y 
cómo  cosas  lates  se  hacen  siempre  á  cosía  de  los  vasallos  sin 
dar  alcance  á  eslas  novedades.  Ambas  reinas,  estrechando  su 
amor  y  amistad,  dicen  los  de  más  cerca,  murmuraban  eslas 
cosas  Y  otras  del  Ministro ,  que  sabidas  por  los  espías  de  aquel 
cuarto,  que  en  todas  partes  nos  picaban  sin  dejarnos,  como  las 
plagas  de  Egipto,  y  por  la  Condesa,  Camarera  mayor,  que  se  lo 
avisaba  á'  su  marido,  se  procuraba  con  toda  fuerza  y  vigilancia 
apartar  esta  unión;  con  que  se  dio  priesa  á  la  jornada,  bien  ó 
mal,  deslucida,  sin  prevención  de  galeras  en  los  tránsitos  de 
Italia.  De  los  inTantes,  le  decia  también,  se  regalaban  con  )a 
murmuración  de  las  reinas,  y  aun  que  la  reina  de  Hungría  daba 
al  Rey  sus  puntadas,  y  que  parecióndole  estaba  este  teatro  y 
sus  figuras  mal  plantadas,  procuró  disponerlas  y  mejorarlas  á 
su  modo,  y  puso  lo  más  iraporlante  en  que  el  confesor  del  Rey, 
por  achaque  de  los  otros,  confesase  á  todos,  con  que  se  ase- 
guró mucho  de  dar  en  algún  bajío  que  le  precipitase.  Era  el 
confesor  ú  su  gusto,  como  nunca  se  pudo  desear  otro  hombre; 
atento  al  reinado  pasado,  asido  ó  su  comodidad  y  escar- 
miento en  5u  antecesor  Aliaga,  desvalido  en  los  principios,  por 
hechura  del  duque  de  Lerma,  y  después  de  dada  bastante  sa- 
tisfacción de  ser  más  Ouzman  por  la  religión  que  profesaba  que 
realista  y  padre  del  bien  común,  halagado  con  buenas  preben- 
das y  comisario  de  la  Rula,  mano  en  algunas  consultas  eclo- 
siáslicasdel  Consejo  de  Estado,  y  de  todas  juntas  timón;  que 
enderezado  por  aquí  no  habia  temor  á  naufragio.  Si  el  duque  de 
Lerma ,  sacando  de  su  quicio  las  cosas,  hubiera  sabido  obser- 
var esta  circe  y  demarcarla,  y  usar  de  esta  maña  y  novedad, 
fuera  el  Privado  más  capaz  que  habría  tenido  el  mundo ;  porque 
guardó  el  decoro  á  los  oGcíos  y  ú  los  hombres ,  no  quedó  con 
nombre  degradante.  De  aquí  se  siguió  luego  el  publicar  la  di- 
visión de  tos  infantes,  porque,  le  decían,  le  convenía  echar 
uno  á  Flandes  y  otro  á  Portugal ,  que  le  dejarían  libre  el  lugar 
y  cl  campo,  y  seguro  el  Rey  de  que  ni  oyese  ní  lo  dijesen. 


89 

Antes  de  esto,  por  privilegio  particular  del  cielo,  según  se 
esperaba,  y  en  sazón  que  se  cantaban  en  el  mundo  los  años 
de  1629,  á  17  d<;  Octubre  parió  la  Reina  un  Príncipe,  que 
alegró  á  todos  los  vasallos  sumamente:  bautizóle  el  cardenal 
Zapata,  ea  la  parroquia  de  San  Juan  de  Madrid,  y  dióle  por 
nombre  Baltasar  Carlos,  y  fueron  sus  padrinos  el  iaviciísimo 
ínTante  D.  Cjrlos  y  la  reina  de  Hungria ,  sus  líos,  j  Quiera  Dios 
tmileá  su  tercero  abuelo,  en  el  beróico  valor  militar  coa  que 
se  hizo  tanto  lugar  en  el  mundo  y  tan  perdurable  en  las  his- 
torias; y  al  segundo,  en  la  autoridad  y  prudencia  con  que  se 
constituyó  Monarca;  y  á  su  primer  abuelo,  el  rey  Católico  Don 
Felipe  III,  en  las  virtudes,  celo  de  la  religión,  pureza  de  cos- 
tumbres, felicidad,  conservación  y  prosperidad  en  el  reinado! 
Huellas  que  si  las  sigue  no  baynluda  le  harán  temido,  grande 
y  esclarecido. 

Apretaba,  pues,  el  embajador  del  César  en  la  salida  de  la 
Reina;  no  sé  cuál  más  aina  instigador,  ó  el  Valido  ó  el  Empe- 
rador :  fioahnenie ,  en  el  tiempo  más  crudo,  con  descomodidad 
y  sin  lucimiento,  y  aun  sin  dinero,  salió  el  Rey  de  Madrid  con 
la  reina  de  Hungría  y  sus  hermanos,  y  pasó  aquella  noche  á 
Alcalá  ,  donde  le  hicieron  esperar  dinero  y  mal  carruaje;  fal- 
tando siempre  providencia  en  lo  más  necesario  y  forzoso,  y 
sobrando  en  lo  que  no  era  menester.  Encargóse  este  viaje  al  du- 
que de  Alba,  para  que  llevase  á  la  Reina  á  Tren to,  que  es  lo  pri- 
mero se  pensó,  y  á  D.  Diego  de  Guzman,  arzobispo  de  Sevilla, 
para  cuyos  trabajos  se  pidió  al  Papa  honrase  al  Arzobispo  con 
la  dignidad  de  Cardenal :  previ niénronsc  lodos  con  mucho  lucí- 
mienio,  aparato  de  casas,  libreas  y  familias.  Antes  que  saliese 
el  Rey  de  Madrid,  no  queriendo  salir  el  Conde,  le  decia: — 
Señor;  vuélvase  V.  H-,  que  hay  grandes  cosas  y  materias  que 
resolver,  todas  del  servicio  de  V.  M.  y  de  su  Real  patrimonio, 
en  que  le  van  muchos  millones  para  el  desempeño  de  ¿1,  y  acu- 
dir con  más  prontitud  á  las  guerras:  pieza  que  siempre  jugaba 
y  de  la  que  se  valia  para  asirse  y  que  no  le  soltase.  Él  le  decia 
que  8Í,  que  no  pasaría  de  Guadalajara;  siendo  este  el  primer 
engaño  que  recibió  de  él  en  todo  el  tiempo  de  la  privanza  y 


90 
que  más  le  abrasó  el  corazón,  y  de  que  la  corle  y  el  mundo  se 
holgó  y  murmuró,  y  él  desconfió,  creyendo  que  ya  el  Rey 
abría  los  ojos  y  le  enlendía  la  maña,  y  que  ya  se  acababa 
para  é\  todo,  pues  le  dejaba,  habiéndole  callado  su  intento; 
cosa  hasla  allí  no  vista,  Salió  el  Rey  de  Alcalá,  llegó  á  Guada- 
lajara,  y  todos  con  la  imaginación  que  de  aqui  nos  vol  venamos, 
pasamos  por  los  otros  lugares  de  Castilla ,  esperando  la  noche  y 
la  orden  de  volver  atias,  hasla  que  llegamos  á  la  raya  de 
Aragón ;  y  creyendo,  por  razones  aparentes,  no  pasarla  de  allí, 
dejando  caer  la  noche,  sín  avisar,  á  la  mañana,  dio  orden  de 
proseguir  á  Zaragoza;  cosa  de  que  todos  se  admiraron.  ¥  el 
Conde,  en  Madrid  ,  ignorante  de  todo,  y  en  lo  de  atrás,  si  no  es 
en  lo  que  ahora  se  le  avisaba  por  las  cartas  ;  con  que  de  tan 
extraña  novedad,  jamás  vista  ni  esperada,  se  bundia  la  corte, 
y  se  dio  materia  de  discurrir  en  toda  la  Europa,  diciendo  se 
acababa  ya  el  letargo,  el  dejarse  gobernar  y  lo  pesado  del  Go- 
bierno. Luego  veremos,  que  no  parece  sino  que  fuó  este  acci- 
dente para  subirlo  más  do  punto,  afirmarle  con  más  veras  y 
apartar  los  estorbos,  y  que  pagasen  los  vasallos  el  gusto  que 
habían  recibido  de  este  suceso  con  cargarlos  más. 

Entrado  el  Rey  en  Zaragoza  ,  pareciendo  á  los  más  adver- 
tidos no  era  cosa  justa  dejase  á  su  hermana  deslucida  en 
miserable  lugar,  alababan  la  resolución,  y  aun  quisieran  q^ue 
si  fuera  en  tiempo  á  propósito  que  en  Vínaroz  o  en  Barcelona 
hubiese  gruesa  armada  de  galeras,  no  la  dejara  hasta  la  em- 
barcación, y  que  á  la  reina  de  España,  para  alivio  de  la  soledad, 
habia  do  dejar  ta  acompañase  hasla  donde  lo  permitía  la  posi- 
bilidad de  la  jornada;  á  imitación  de  las  bodas  de  la  inTanla 
Doña  Isabel ,  y  de  como  la  acompañó  su  hermano  el  rey  D.  Fe- 
lipe 111  con  tanto  lustre  y  grandeza  ;  si  ya  no  es  que  él  huia  de 
esta  imitación  como  en  lo  demás.  Llevó  al  Rey  á  Zaragoza  el 
pretexto  do  no  haber  podido  salir  el  duque  de  Alba  tan  aina ,  ó 
por  su  poca  salud,  ó  por  las  prevenciones,  oque  procuró  ex- 
cusarse; para  quien  también  habia  providencia  en  lo  tocanle 
al  olicio  de  Mav  urdomo  mayor.  Era  el  duque  de  Alba ,  d  seilor 
que  de  los  atttiguos  se  consercaba  en  aquella  autoridad  cii  esla 


91 

corle  de  escuderas;  atendioDdo,  pues,  el  Conde,  que  por  su 
poca  salud ,  que  enlónces  aféelo,  ó  por  huir  v\  peso  y  afán  de 
tan  prolija  jornada,  ó  que  sus  años  ó  la  mudanza  de  tierra  y 
cielo  á  Ñapóles  le  harían  dejar  la  esperanza  del  oGcio  de  Ma- 
yordomo mayor,  que  antes  se  le  prometió  con  la  vida  (aunque 
tan  gran  señor  ni  tan  lucido,  no  le  quería  tan  dentro  de  Pala- 
cio), porque  osando  de  la  libertad  del  oficio  se  hiciese  amable, 
armó  una  Junta  de  reformación  contra  él ,  que  dura  desde  el 
año  25  hasta  este  de  32,  tanto  que  más  parecia  Consejo  que 
Junta,  al  principio  gobernada  por  el  conde  d.e  los  Arcos  y  en* 
caminada  á  este  Gn  y  á  estos  dias,  y  después  por  dos  religiosos 
miserables ,  un  consejero  y  dos  mayordomos  del  mismo  jaez. 
Asidos  á  esta  lisonja  los  nobles ,  por  aspirar  á  mayores  puestos, 
porque  no  hay  celo  tan  grande  que  no  se  le  descubra  el  vacío 
de  la  codicia,  y  los  medianos,  por  calzar  á  sus  hijos,  ó  á 
sus  hermanos,  los  hábitos  y  aspirar  á  caballeros;  ascensión 
general  de  los  que  no  les  tocaba  esta  honra,  por  donde 
entró  en  descrédito  y  desestimación  en  los  mayores,  y  en  las 
personas  para  cuya  sangre  se  fabricó  esta  insignia ;  descu- 
briéronse por  aquí  las  manchas  que  antes  ni  se  sabian  ni  es- 
taban públicas;  con  que  á  diestro  y  á  siniestro  los  padres  ó 
los  hermanos,  á  quienes  eran  cometidas  este  género  de  cosas, 
cortaban,  sin  ningún  linaje  de  piedad,  y  sin  atender  como 
hombres  letrados  ó  politicos  al  lucimiento,  á  la  proporción,  á 
lo  licito,  si  no  que  se  cebaban  en  quitar  honras  de  carne  de 
cera  y  otras  menudencias  ridiculas,  indignas  do  Palacio  y 
Casa  Real ;  no  reformándose  las  exorbitancias  de  las  cabezas 
ni  de  la  turba  de  los  secretarios,  si  no  es  de  las  pobres  viudas 
cuyos  maridos  perecieron  y  dejaron  las  vidas  en  jornadas  y 
en  largos  años  de  servicios ,  sin  conocer  de  otra  medra  más 
que  de  una  ración  ordinaria,  y  de  otros  que  nunca  cayó  en  su 
casa  una  escribanía,  una  alcaidía,  ni  otra  prebenda  á  este 
modo  I  cayendo  en  las  suyas.  ¡T  qué  admiraba  que  lo  que  era 
bastaute  á  remediarse  en  un  año ,  aun  no  se  habia  acabado 
en  seis!  Con  que  parece  tiraba  al  fin  propuesto;  y  háse  de 
creer  asi ,  pues  con  decreto  público  se  prohibió  á  los  mayor- 


92 
domos  no  pudiesen  entrar  ni  salir  en  csla  adminíslracion, 
tocanlo  á  £us  oíicios,  observada  antiguamente  con  derecho 
inviolable,  con  que  creyeron  los  demás,  no  llamados  á  esta 
Junta,  se  les  echabn  fuera  y  se  les  quitaban  los  oficios  por 
extraño  camino;  con  que  abandonaron  el  entrar  en  bureo. 
El  duque  de  Alba  se  hallaba  atadas  las  manos,  y  respondía 
con  alegro  semblante,  pasando  ligeramente  por  todo,  con- 
tentándose con  acomodarse  al  tiempo,  á  la  posada  de  Pa- 
lacio y  al  ruido  de  Mayordomo  mayor-,  quedando,  como  dice 
el  Podre  Mariana  en  la  Uisloria  de  España,  cuando  llega  á  tra- 
tar de  la  del  condestable  de  Castilla,  habla  quedado  como  un 
vano,  para  que  nadie  estribase  en  cosa  do  importancia,  si  no 
es  el  todopoderoso  en  los  tiempos  pasados,  porque  no  se  de- 
jaba á  los  dueños  de  los  oficios  extenderse  y  dilatarse,  y  adju- 
dicarse á  sí  nuevas  circunstancias  y  preeminencias;  querían 
hundir  los  tales  al  Valido,  y  asaltarle  con  quejas  y  tcslímo- 
nios,  se  les  quitaba  las  que  les  tocaba  que  hicieran ;  como  hoy 
se  hace  y  se  ejecuta,  sin  miedo  y  sin  reparar  en  las  perso- 
nas. ¡  Oh  dicha  grande  adquirida  por  nuestros  pecados! 
Cuanta  más  agraviados,  más  desposeídos,  más  sufridos  y  ca- 
llados; empero  estaban  Ja  casi  muertos  y  sin  sentido  de  los 
trabajos  y  el  padecer,  fulmÍDándoso  siempre  este  cuchillo  de 
reformación  sobre  las  gargantas  de  los  miserables,  quitando 
á  las  mujeres  los  hijos,  á  los  hombres  el  sustento,  cuando  la 
necesidad  era  mayor  y  más  general  en  los  pueblos  y  en  las 
provincias,  siendo  lo  que  se  ahorraba  porción  miserable,  y 
la  batería  que  por  aquí  nos  hacen  los  enemigos  eicesíva; 
que  nuestras  voces  los  ha  puesto  ya  en  la  campaña,  porque, 
extendido  esto  en  cartas,  en  embajadores,  en  avisos,  dicen 
que  estamos  acabados,  y  que  ahora  es  tiempo  de  que  cum1et)Co 
nuestra  ruina,  como  ya  se  espera,  estando  para  acabarse  la 
Cristiandad  y  esta  monarquía,  con  nuevas  ligas  y  enemigos, 
sosegados  por  espacio  de  más  de  cien  años,  y  otros  que,  aun- 
que.parientes,  se  declarasen  en  Alemania,  para  destruir  el 
Imperio  y  echar  de  ól  la  casa  de  Austria. 

Llegado  el  Rey  á  Zaragoza  y  parando  allí  algunos  días, 


rué  festejado  con  una  justa  de  á  caballo  por  la  nobleza,  de- 
seando enmendar  el  descuido  que  tuvieron  en  los  años  pasa- 
dos, cuando  pasó  ú  las  Corles;  si  bjcn  la  prisa  que  p1  Rey  lle- 
vaba no-les  dio  lugar  para  mostrarse  como  csla  vez  lo  hicie- 
ron ,  con  maravilla  y  aplauso  de  la  corte.  Pasados  ocho  dias, 
encargando  la  Reina  á  D,  Fernando  de  Borja,  virey  de  Zara- 
goza, sin  atreverse  á  despedir  el  Rey,  n¡  sus  hermanos,  par- 
tieron para  Castilla  muy  de  mañana,  y  porque  también  supo 
que  ya  llegaba  el  duque  de  Alba,  que  le  alcanzó  cerca;  que 
con  dejarla  en  ciudad  y  con  personas  á  su  decoro  necesarias, 
partió,  diciendo,  á  los  que  le  decían  no  era  tiempo  de  em- 
barcarse, que  no  habia  galeras  y  pararía  mucho  tiempo  en 
Barcelona:  —  Háme  dado  esta  priesa  el  Emperador,  y  dile  mi 
palabra  que  saldria  por  este  tiempo  la  reina  de  Hungría  de 
Castilla;  y  contentóse,  aunque  fuese  dilación  prolija,  que  no 
quería  más  de  que  salirse  y  tuviese  principio  la  jornada,  por- 
que la  deseaban  en  Alemania  cojí  todas  veras.  Salió,  pues,  de 
Aragón,  y  con  jornadas  rigurosas  entró  en  Castilla:  salió  el 
Conde  á  recibirle  a  Torija ,  y  la  primera  orden  que  dió  fué 
que  les  quitasen  las  muías  del  coche,  para  sus  paradas  y  se- 
guir al  Rey,  á  los  Ayudas  de  Cámara,  porque  no  sosegase  el 
curso  de  darles  pesar;  buscando  cada  uno  donde  salvarse,  por 
llegar  al  descanso  de  su  casa,  que  el  afán  de  esta  jornada 
pedia  esta  vez  con  más  veras  que  las  otras;  con  voto  explí- 
cito de  no  dejar  más  al  Rey,  entre  él  y  la  Condesa,  aunque 
fuese  por  una  hora,  que  no  habia  para  qué  aventurar  la  po-. 
sesión  ni  dar  gloria  ni  guslo  al  mundo,  porque  era  diferir  de 
lo  asentado  en  el  principio  de  la  privanza. 

Entró  el  Rey  en  Mudrid,  y  para  asegurarle  en  lo  que  antes 
do  la  partida  le  propuso,  y  que  no  pensase  era  ruido  para 
detenerle,  hizo  una  Junta  prodigiosa,  de  CHsi  pasados  de  cua- 
renta hombres  entre  prosi.lentes,  consejeros,  religiosos  y  otras 
personas:  allí  so  batió  lo  que  después  salió;  que,  dijados  los 
millones,  comiesen  todos  la  sal,  valiendo  á  cuatro  reales,  á 
sesenta ,  con  que  pereció  el  ganado ,  y  no  había  carne ;  la  me- 
dia anata  de  los  oficios,  y  otras  cosas  en  que  aquella  sed  y 


94 

aquella  cabeza  no  paraba ,  con  que  las  merceJés7por  no  tener 
con  qué  rescatarlo,  yacían  empantanadas  en  los  oficios;  y 
comü  en  los  tiempos  pasados  esperaban  los  vasallos  algunas 
mercedes  del  Principe  por  las  Pascuas  ó  el  principio  del  año, 
ahora  nuevos  tributos  é  imposiciones,  con  que  vivían  ahoga- 
dos en  profunda  melancolía,  ta  necesidad  era  intolerable  y 
los  tiempos  imitabnn  á  los  de  Enero,  quo  destruyéndose  todo, 
no  habla  quien  se  doliese  de  la  calamidad;  ni  se  trataba  del 
remedio,  ni  se  abria  los  ojos  á  la  miseria  ni  á  la  ruina,  ¿nles 
á  cada  son  de  caja  nuevo  pedido,  nueva  gabela,  nuevo  agra- 
vio, nuevo  despeño  de  criados  y  vasallos.  Y  porque  D.  Jaime 
Manuel  se  llegó  á  él,  volviendo  á  entablarse  por  la  via  del 
chisme,  y  le  dijo  se  tuviese  cuenta  con  los  ¡orantes,  á  él  que 
le  pareció  que  era  aquella  buena  ocasión  para  echarle  de  Pa- 
lacio, y  que  él  mismo  se  hacia  la  cama,  repitió  á  los  infantes 
el  chiste,  y  exasperólos  diciéndoles  no  habia  nadie  seguro  de 
los  maldicientes,  y  que  pues  aun  sus  altezas  no  estaban  segu- 
ros, qué  seria  de  él,  Ellos  lo  sintieron,  y  dijeron  suplicarian 
al  Rey  le  cometiese  esto  á  persona  que  lo  averiguase,  y  si 
habia  alguna  razón  ó  causa  de  que  ellos  se  enmendasen  ó 
abstuviesen,  recibirían  la  corrección;  mas  que  sino,  había 
de  ser  castigado  ásperamente  el  que  procuraba  hacerlos  mal- 
vistos  con  su  hermano.  Fué  remitido  este  juicio  al  confesor,  el 
cual  lo  dispuso  sabrosamente  para  la  expulsión,  como  aquel 
que  era  hecho  á  medida  del  gusto  del  todopoderoso.  Los  in- 
fantes propusieron  al  Rey,  que  ya  estaría  bien  informado,  su 
queja:  respondióles  que  lo  haria  y  castigaría  al  agresor; 
mandó  á  su  confesor,  y  ellos  de  allí  adelante  le  miraron  con 
tan  malos  ojos,  que  ya  se  dio  por  vencido  y  avisado  que  lo 
andaban  disponiendo  la  salida  de  Palacio  y  que  se  habían 
valido  del  accidente.  Dentro  de  breves  dias  averiguó  el  con- 
fesor el  hecho,  y  dijo  no  hallaba  cosa  en  los  infantes  que  no 
fuese  digna  de  su  esclarecida  Sfingre  y  virtudes;  quo  todas 
las  personas,  que  habia  examinado  todas,  no  sabian  cosa  en 
contrarío,  ni  contra  su  Real  decoro  y  estilo,  y  que  asi,  á  su 
parecer,  era  digno  do  muy  grave  castigo  el  que  los  había 


95 

procurado  descomponer  con  S.  H. ;  con  que  se  pronunció  la 
sentencia  contra  D.  Jaime  saliendo  á  la  hora  de  Palacio,  no 
sin  lágrimas ;  donde  yace ,  basta  ahora  en  Haqueda  ó  en  sus 
contornos.  A  este  lance  sucedió  el  resolver  aquel  gran  negó* 
cío,  premeditado  por  algunos  años,  si  bien  temido,  de  Sumi- 
ller; porque  es  de  aquí  donde  nace  el  gusano  de  los  que  ha* 
bian  de  ser  gentileshombres  de  la  Cámara  del  Rey.  Admitióse 
á  esta  dignidad  al  gran  Condestable  de  Castilla  ^  de  donde  ado- 
lesciamos  de  deudos,  y  por  el  casamiento  contraido  con  la 
hermana  del  duque  de  Medina  de  las  Torres,  al  conde  de 
Niebla,  á  D.  Luis  Laso,  conde  de  Añover,  y  al  conde  de  Alba; 
todos  bonísimos,  y  buenos  caballeros,  ellos  por  sf,  y  por 
el  cuidado  con  que  fueron  escogidos  ínuy  á  propósito  para  la 
conservación  que  deseamos,  ya  que  es  justo  que  todos  atien- 
dan como  cosa  de  que  pende  nuestra  salud,  prosperidad  y 
buenos  sucesos.  La  primera  oración  que  les  hacia  era  contra 
el  enemigo  común;  que  se  tuviese  cuenta  con  los  Ayudas  do 
Cámara  no  hablasen  con  el  Rey,  que  no  se  llegasen  cerca  ni 
tuviese  conversación  con  ellos,  antes  mucha  mesura,  y  so 
diese  cuenta  hasta  de  sus  semblantes,  movimientos  y  palabras; 
que  se  les  procurase  ajar  y  traer  á  la  melena  á  todos  estos 
oGcios:  asimilaban  ya  ser  de  importancia  la  vuelta  del  Rey  á 
Castilla ,  y  allá  nos  parecía  habíamos  colgado  la  esperanza  do 
más  esfera. 

Escribió,  otrosí,  el  marqués  de  Castcl  Rodrigo,  había  ya 
cumplido  con  la  orden  que  S.  M.  le  díó,  de  la  fábrica  de  la 
armada  que  habla  de  ir  al  Oriente;  mas  que  aquel  trabajo  no 
se  había  de  atribuir  al  suyo  ni  á  su  cabeza,  que  él  ya  había 
dicho  que  no  lo  entendía,  mas  á  ciertas  personas  á  quien S.  M. 
debía  hacer  merced,  y  señalólas;  por  donde,  pasados  días,  fué 
llamado  para  la  embajada  de  Romu.. Porque  no  digan  que  es 
todo  tirar  lanzas,  el  cardenal  Trejo,  quien  un  dia  de  consulta 
hallándose  á  solas  con  el  Rey,  como  es  costumbre  antigua, 
narrándole  el  infelicidísimo  estado  de  nuestras  cosas,  y  cómo 
se  iban  poniendo  cada  día  de  peor  condición,  y  que  desde 
los  principios  había  dado  intención  do  reducir  esto  cuc^rpo  á 


F 


96 

mayor  salud,  dando  salisfaccion  ahora  de  que  no  se  hallaba 
con  fuerzas  para  elto,  dio  por  disculpa  que  no  podría  obrar, 
eí  no  le -daban'  mano.  Avisado  de  esto  la  suprema  cabeza,  y 
acordándose  de  lo  dicho  al  médico  en  la  enfermedad  del  Rey, 
y  que  era  más  átenlo  al  Papa  de  lo  que  convenía  á  nuestras 
materias,  y  que  había  gastado  mal  aquel  raiillo  del  blanco  y 
de  la  consulta,  cuando  se  queda  á  solas  con  el  Rey,  buscán- 
dole iropicios;  más  para  correr  ligeramente  con  ellos,  que  para 
calumniarle,  voló  fama  por  la  corte  que  leechaban:  él,  que 
en  casos  tales  le  pareció  examinar  su  fortuna,  y  el  aire  sobre 
que  estribaba,  refirió  al  Rey  lo  que  se  decía,  y  asi  le  dijo  que 
S.  M.  le  diese  licencia ,  si  esto  había  de  ser,  de  retirarse  á  Má- 
laga ,  de  donde  era  Obisjbo,  acabada  aquella  estación.  Privada 
le  enviaron  orden  para  que  se  fuese;  retiróse  á  una  casa  de 
placer  en  lo  más  retirado  de  la  corte,  y  luego  salió  por  Presi- 
sidente  un  santo  obispo  de  Solsona,  buen  hombre  y  buen 
cristiano,  mas  no  para  la  pompa  y  vanidad,  digo,  y  majestad 
de  aquel  puesto;  en  quien  poniendo  los  ojos  la  corte,  y  los 
ministros  uiás  graves  de  ella,  echaron  menos  la  persona  del 
cardenal  trejo,  su  autoridad,  su  experiencia  en  tan  larga  car- 
rera de  años  en  aquel  Consejo,  de  donde  salió  para  el  Capelo, 
y  se  supo  hacer  lanío  lugar  en  Roma,  donde  Paulo  V,  el  que 
lo  sucedió,  y  Urbano  que  hoy  tiene  la  silla  de  San  Pedro,  le 
estimaron  y  Garon  graves  materias;  y  de  todas  salía  con 
aplauso  para  las  demás.  Retirado,  pues,  Trejo,  lomando  su  viaje 
para  Málaga,  murió  do  repente  en  el  camino:  debió  de  talarle 
el  corazón  la  melancolía,  rindiéndose  á  la  influencia  superior; 
que  reinaba  ya  la  estrella  infelicísima  de  tantos  como  en  esta 
Era  pasaron  por  aquí. 

A  esto  se  siguió  decirle  la  Condesa  ,  la  gran  serenidad  que 
veía  en  el  cuarto  de  la  Reina,  con  la  salida  de  la  reina  de 
Hungría;, cuan  surto  estaba  todo  y  cuan  á  su  sabor,  porque  ni 
tenia  con  quien  murmurar  ni  discurrir,  porque  con  el  Rey  ja 
sabia  cuan  cerrada  estaba  esta  puerta;  que  pusiese  así  el 
coarto  del  Rey,  que  con  esto  se  podía  echar  á  dormir:  y  asi 
entró  en  pensamiento  y  armó  Junta  para  dividir  á  los  infantes, 


como  ys  intes  lo  había  locado,  y  que  fuese  FflrnaDdo  i  Flan- 
des  y  Carlos  á  Portugal.  Sin  embargo,  andaba  tímido  en  la 
resolución  y  en  el  hecbo,  porque  si  bien  tenia  avisos  de  que 
los  hermanos  ersn  una  mismíi  cosa ,  y  estrenhisimos  en  la 
amistad,  dudaba  del  efecto  y  (Je  cómo  le  saldrían  allá  fuera. 
Los  que  más  atentamente  ponían  el  juicio  á  estas  cosas,  de- 
cían cómo  babia  dé  estar  un  Príncipe,  ya  hombre,  al  lado  de 
una  mujer;  qu?,  por  cesión  del  revD.  Felipe  II,  su  padre,  te- 
nía aquelloi'  Estados ,  n¡  los  querría  dejar,  ni  tampoi;o  levant&r 
la  mano  del  gobierno;  y  aun,  que  era  bícn  que  para  la  ocasión 
estuviese  ya  capaz  de  las  materias,  mas  que  en  el  entre  tanto 
pasaría  plaza  de  pupilo;  calumnia,  para  un  varón  y  de  tales 
panes ,  reísima;  que  ol  infante  D.  Carlos  no  tenía  qué  hacer  en 
Portugal,  reino  por  su  providencia  y  por  los  principes  que  le 
gobernaron  reservado  de  esta  necesidad  y  asencion.  Estas 
cosas,  las  mirttba  y  latían  en  su  corazón,  sin  retraerse,  oí  re- 
solver; trayendo  los  espíritus  zozobrando,  diciéodoles  para 
tal  día  es  la  jornada,  luego  para  tal  mes,  para  esta  primave- 
ra, sin  darse  á  creer  de  ella  las  personas  á  quien  se  les  decía 
y  eran  señaladas  pnra.  ír ;  porque  nada  sosegase  y  todo  andu- 
viese inquieto  y  que  salíase:  sentíanlo  los  dejados,  y  que  se 
les  quitase  aquel  Principe,  que  se  les  dio  por  premio  de  afanes 
y  servicios  conseguidos,  y  en  lo  político  imitar.  Los  mismos 
infanjtes",  sí  bien  lo  atendían  y  discurrían,  disimulaban  y 
corrían  como  los  demás,  con  el  aire  de  las  cosas .  tratando  de 
vivir  y  dejar  obrar  el  tiempo;  en  que  mostraban ,  sin  duda 
ninguna,  gran  valor  y  obediencia  al  Ray  ,  su-iie>mano.  Mur- 
murábase en  el  tugar,  era  para  apartarlo;  y  q'ue  no  se  co~ 
municascn  de  tan  cerca,  como  si  divididos  y  por  cartas  no 
se  hablasen  más  libremente  y  con  más  claridad. 

Volvióle  la  Condesa  á. tocar  en  esto,  y  decíale  no  había  que 
temer  del  cuarto  de  la  Reina ,  po^'que  ella  había  quitado  una 
cosa  perjudícialisima  para  entrambos,  y  era  la  entrada  fre- 
cuente que  tenían  los  religiosos  en  él ,  y  el  quedarse  á  solas 
con  la  Reina  hablando  ( ;  que  esté  en  ol  cíelo ! ) ;  de  donde  sur- 
tiau  muchos  desasosiegos  para  los  Privados.  Ella  ea  esta  era 


98 

lo  habia  quitado  todo,  que  ni  entraban  ni  hablaban,  ni  en 
piíbtico  ni  á  solas,  no  solamente  éstos,  empero  ni  otra  persona 
alguna,  antes  lodos  bus  dichos  y  hechos  eran  públicos;  por 
donde  no  habia  que  tener  sospecha,  que  ni  aun  para  descan- 
sar de  los  efectos  humanos  la  daban  lugar  ni  se  le  permitía 
lugar. 

La  reina  de  Hungria  habia  ya  caminado  de  Zaragoza  á 
Barcelona,  esperando  tiempo  y  galeras  para  pasar  á  Genova, 
y  de  alli  á  MiUn  y  á  Trcnlo  ,  donde  habia  de  salir  Leopoldo, 
hermano  del  líinperador,  con  casa,  para  llevarla  á  Viena  de 
Austria  inferior,  corte  del  César.  Llevadas,  pues,  algunas  ga- 
leras, con  el  duque  de  lursis  se  hizo  á  la  vela  y  pa^ó  á  la 
vista  de  Marsella,  porque  la  reina  de  Francia,  su  hermana, 
habia  avisado  al  Rey  que  una  forastera  la  quería  ver,  y  que 
cuando  llegara  á  aquel  rumbo  parase,  que  saldría.  El  Rey  re- 
conoció la  enigma  y  que  era  la  Reina  la  que  queria  lograr 
aquel  deseo ;  aceptólo  y  avisólo  á  la  reina  de  Hungria  :  eje- 
cutó S.  M.  y  esperó  algunas  horas,  y  viendo  no  salía  ningún 
bajel  de  Marsella,  siguió  su  viaje.  Estaba  reciente  el  dolor,  de 
la  pérdida  del  Casal,  en  los  franceses,  y  parecióles  pagarse  en 
descortesía  y  en  aquel  trato  tan  bojisimo,  que  etíos  acoslumbran. 
en  que  viven  siempre  mal  opinados:  no  debieron  de  dejar  salir 
i  la  Reina ,  proponiéndoselo  al  Rey,  por  esto  y  por  sus  puntos 
particulares,  en  que  á  mi  parecer  no  habia  en  qué  reparar; 
pues  en  dos  reinas  y  ambas  hermanas ,  más  se  Inihin  de  aten- 
der al  gusto  que  á  las  ceremonias;  mas  parece  que  había 
corrimiento  y  causa  particular,  ú  otros  fines  á  que  atender. 

Siguió  la  Reina  su  viaje  ,  desembarcó  en  Genova  y  Citluvo 
alli  algunos  días,  disponiendo  por  otra  pane  la  Jornada,  por 
cuanto  todo  el  Estado  de  Milán  se  abrasaba  en  pesie,  nn  Cic- 
lando seguras  las  provincias  y  ciudades  vecinas,  que  tudas  casi 
las  arrasaba  este  contagio  y  tenía  despobladas;  no  liabícmlo 
quedado,  en  Ferrara  y  en  otros  pucblus,  casi  un  hoitihrc, 
de  achaque,  dicen,  do  unos  polvos  introducidos  por  gi'iiles 
sin  fe  ni  religión  para  det^truir  o\  mundo,  no  con  poca  admi- 
ración de  no  haber  tocado  en  ct  ejercito  del  Rey ,  si  bien  entre 


99 

los  alemanes,  qae  eslabiui  en  Mantua ,  habia  mocho  de  eslo. 
Guardándose  hasta  boy  nuestros  puertos  de  este  achaque,  que 
va  cundiendo,  resolvióse ,  pues,  reconocido  el  peligro,  que  la 
Reina  tercíese  so  derrota  y  navegase  á  Ñapóles.  Salió  de  Ge- 
nova con  todas  las  galeras ,  donde  iban  algunas  de  Florencia 
y  de  Malta,  y  surgió  con  brevedad  y  buena  fortuna  en  el 
muelle  de  Ñapóles:  hicieron  la  salva  los  castillos;  foé  antea 
agasajada  del  gran  duque  de  Toscana,  casado  con  hermana 
de  su  madre;  tuvo  la  Embajada  del  Papa,  potentados  y  Repú- 
blicas, y  festejáronla  en  aquella  opulentisima  ciudad,  la  más 
peregrina  del  orbe.  A  este  tiempo  los  franceses,  no  acabados  de 
retirar  de  los  confines  del  Monferralo,  y  sacado  el  marqués  de 
Santa  Cruz  el  ejército  y  alojádole  en  el  Milanos,  y  entregada 
la  plaza  á  los  comisarios  del  Emperador  y  á  la  guarnición  de 
los  monferrateses ,  sin  atender  á  la  fe  de  lo  capitulado,  pare- 
ciéndoles  se  les  habia  faltado  á  la  palabra  en  el  asiento  pri- 
mero ,  de  que  si  dentro  de  tanto  tiempo  la  socorrían  queda- 
rían con  ella ,  con  este  designio  y  bajo  proceder  entraron  en 
el  Casal ,  y  le  volvieron  á  ocupar.  Enterado  el  marqués  de 
Santa  Cruz  del  suceso,  atendiendo  eran  muchos,  sin  basti- 
mentos y  sin  municiones,  ni  esperanza  para  largo  tiempo 
de  que  los  socorriesen,  tomando  con  la  gente  los  pasos  por 
donde  esto  podia  ser  y  ocupando  los  más  importantes  ,•  los 
cerró ;  exponiéndolos  á  que  los  consumiese  la  hambre  y  los 
sujetase  á  rendirse  de  nuevo.  Avisados  los  enemigos,  que  es- 
taban fuera  de  esto,  procuraron  meterles  socorro  por  los  ver- 
tientes del  Póo  en  el  Mediterráneo,  con  que  pensaban  hacer 
rofucrzo;  sobre  el  cual  dio  el  Marqués  y  le  tomó,  con  que  les 
excluyó  de  la  esperanza  y  tornaron  á  rendir  la  plaza.  Presi- 
dióla el  Marqués  con  gran  cuidado,  y  dióla  á  quien  con  re- 
solución y  constancia  la  guardase,  con  que  se  volvió  á  salir 
do  este  cuidado. 

En  tanto  que  la  reina  de  Hungría  estaba  en  Ñápeles,  des- 
pedidas las  galeras  de  la  religión  y  de  Florencia  para  sus 
puertos,  ó  porque  no  podían  esperar  más  por  los  tiempos,  ó 
porque  se  les  acabarían  los  bastimentos,  ó  porque  tenían 


100 

eala  orden,  el  rey  Católico  pidió  al  Papa  y  á  las  Ropubíícás 
que  tienen  armadas ,  que  para  el  verano  siguiente  socorriesen 
con  galeras  par&  llevar  á  ia  Reina,  d ese m boca niio  al  faro  de 
Mesina  por  el  Adriático,  á  Trieste  en  el  Fiiuli,  provincia  de  la 
Casa  de  Austria,  A  esta  propuesta  replicaron  los  yenecianos, 
que,  para  llevar  la  Reina ,  ofrecia  la  Señoría  sus  bajeles ,.  por- 
que no  liabian  de  consentir  qne  por  su  ruar  navej-usnn  otros. 
Túyofieeíi  España  poi"  atrevida  é  insólenle  esta  rospiiijsla ,  y 
revolvieron  sobro  ella,  dicíéndoles  se  acordasen  de  la  capitu- 
lación de  Carlos  V,  Emperador  invictisimo,  en  que  afirmaron 
desistían  de  osla  vez.  y  de  esta  pretensión,  VolvÍei-on  ü  por  Oar, 
que  habia  muclta  diferencia  de  aquej  tiempo  á  <ísle :  disimulóse 
esto  por  entonce,'!,  por  no  poner  fes  cosas  en  más  discordia  de 
U  que  toda  la  Europa  eslubii  metida;  advÍrtÍ(uido  que  con- 
venia salir  de  aiquOlla  jornada  v  acabarla,  y  no  revdlver  las  co- 
,sas  convocando  las  fuerzas  fbrastcras  y  poniendo  armada  en 
la  mar  que  vengase  este  tuerto,  cuando  rallabnn  dineros  y. 
Fucrziis  para  tanto,  estando  las  que  habia,  y  las  posibles,  ocu- 
padas cp  tantas  parles, no  surtiendo  en  FianHi's  buenos  efec- 
tos ,  y  habiéndose  apoderado  los  rebeldes  de  Pernambuco  én 
el  brasil  ron  gruesa  armada  de  navios,  poniendo  en  gravísimo 
cuidado  las  cabezas  de  nuestro  Gobierno.  Callóse,  pues,  In  in- 
juria veneciana  y  admitióse  la  oferta  y  la  armada;  á  mi  pa- 
recer ingeniosa  y  advertida  gitanería,  pues  se  salicir  de  este 
cuidado  y  á  su  costa-  Llegóse  el  tiempo  du  partir,  y  atrave- 
sando la'Romania,  se  embarcó  eñ  Ancóna;  dejando  la  vida  en 
4q'uel  viaje  elarzobispo  de  Sevilla,  acabado  de  tomar  el  Ca- 
pelo; honibre  quede  principios  moderados  Mibíóá  la  dignidad 
ma^or  de  la  Iglesia  y  á  las  gruesas  reiitus-dd  arzobispado  de 
Sevilla.  Siendo,  pobs,  Uamddo  para  llevar  la  Reina  en  cotn- 
)}añla  lie'l  .duque  de  Alba,  y,  después  do  liaTwr  gustado  en  lu- 
cirse, en  regalar. y  banquetear  á  krReina,  dumasy  demás  per- 
ponas  de  consideración ,  inticlio  dinero  y  em¡)eriado ,  y  piicstose 
el'Capelo.  á  qué  anheló  con  lutlo  su  coraron,  pagado  desús 
trabiíjos  y  de  ia  fatiga  de  la  jornada ,  murió  cuando  esial.'a  á  la 
vista  de  entregar  la  Iteinn  v  derramar  toda  la  ostentación  bn 


el  lance  postrero,  y  á  la  cara  del  archiduque  Leopoldo,  fin  para 
«joe  salió  ileCastilia;  y  híibíeno  iiiandado<que  después  de 
eslo  partiese  á  Üoma  y  asíüliese  allí  al  servicio  del  Rey,  como 
se  lo  habían  mandado  á  los  cardenales  qoe  esUiban  en  Espa- 
ña, Hoscoso,  Espinóla  y  Albornoz  (desamparando  las  iglesias 
que  lenian),  porque  dijo  un  mal  judiciario  que  el  Papa  mo- 
riría aquel  año,  habiendo  mentido  [culpa  de  quien  lo  creyó). 
Después  de  haberse  entendido  en  Roma  el  ardid,  que  pene- 
Irándolo  el  Papa,  y  crecido  en  él  el  odio  y  mala  voluntad 
con  nuestros  gobernadores,  declaró  que  haría  y  crearia  mu- 
chos cardenales  de  la  facción  contraria.  Le  sucedió  al  arzo- 
bispo do  Sevilla  lo  que  á  Moisés  después  de  largas  y  prolijas 
Jornadas,  que  estando  á  vistas  de  la  tierra  de  promisión  no  la 
vio.  Estaba  ya  c^rca  de  las  entregas  y  de  la  grandeza  de 
Roma,  Y  atajóselola  muerte  con  brevedad  j  echándose  el  Papa 
sobre  los  menajes  y  aparadores  de  oro  y  plata  que  llevaba, 
sin  que  nadie  se  lo  pudiese  estorbar. 

Eiiibnrcóse  la  Reina  en  Ancona  en  las  galeras  de  Véncela, 
llegó  á  Trieste ,  donde  esperaba  su  tio  Leopoldo,  hizo  la  en- 
trega el  duque  de  Alba  y  dió  la  vuelta  para  España,  á  tiempo 
que  la  Junta  de  reformación  le  ataba  las  manos  y  le  excluía 
de  la  sustancia  del  oficio,  dejándole  en  una  sombra  vana  y 
aparente.  Y  acabando  de  reventar  la  otra  con  que  todos  los 
hombres  que  recibiesen  mercedes,  de  oficio  ú  otra  cualquier 
cosa,  pagasen  la  media  anata,  sin  reservar  á  la  liceneia  de  los 
libros,  con  que  muchas  mercedes  estaban  empantanadas  en 
los  Consejos  por  falur  á  los  dueños  con  qué  redimir  esta  ve- 
jación, y  dejando  los  millones  por  fincu  fallida  y  que  se  iba 
acabando,  porque  los  labradores  no  los  podían  pagar,  y  de^ 
amparaban  las  tierras  y  labranza;  se  subió  la  sal  de  cuatro  á 
cinco  reales  la  hanega,  á  sesenta,  porque  lodo  cribtiano  que- 
dase incluido,  no  sin  discordias  y  novedades  en  el  reino.  Da 
aquí  se  erigían  juntas  de  minas,  de  población ,  de  donativos, 
da  suorte  que  había  ya  lanías  Juntas  como  consejos;  sin  parar 
la  consideración  las  cabezas,  y  admirando  el  inundo  de  que 
laníos  arbitrios,  tmila  saca  de  dinero,  no  tuviese  siquiera  con 


k 


r 


102 


alivio  y  desahogo  la  monarquía  y  el  Principe,  sino  que  nalu- 
ralmente  se  eiperimenlaba  con  las  manos  y  con  los  ojos  ser 
mayor  su  necesidad  y  ruina;  y  acordándose  de  los  felicísimos 
tiempos  de  nuestro  monarca  D.  Felipe  111,  cuando  sin  andar 
en  estas  cosas,  ánles  huyendo  de  ellas,  tuvo  para  pelear, 
fabricar  templos  á  Dios,  y  para  dar.  lucirse  y  hücer  merce- 
des, y  conservarse  en  lustre  y  respeto,  teniendo  atentos  y  re- 
frenados los  enemigos. 

Opónense  á  esta  materia  los  lisonjeros  de  hoy,  y  los  del 
brazo,  que  no  se  ven  hartos  de  morder  á  los  pasados  ni  do 
acabarlos  de  hundir,  y  dicen  que  el  progreso  del  tiempo  pa- 
sado no  dejó  sustancia  para  éste;  á  que  se  les  responde,  que 
fii  aquellos  volviesen  hoy  á  ocupar  el  lugar  que  tuvieron ,  pu- 
úeran  las  cosas  eo  la  manera  y  forma  en  que  ánlcs  estaban. 
No  es  falla  do  sujetos  esta  edad,  ni  de  pilotos  que  saben 
sondar  nuevos  bajíos:  la  via  de  las  cosas  consiste,  en  que 
aquella  cabeza,  por  darse  á  que  es  necesario  y  que  es  me- 
nester, ó  á  su  menester  está  cebado  en  esto,  no  pena  por 
hacer  tan  inaccesible  el  gobierno  al  Principe.  Que  se  le  do- 
jen  ,  y  no  le  tome,  que  asi  viviremos  siempre  en  esta  calami- 
dad y  miseria:  sin  saber  por  qué,  á  ojos  y  á  orejas  cerradas, 
por  nuestros  pecados  ó  porque  faltiindo  la  sucesión  á  este 
hombre,  quiere  que  falte  en  todos.  No  pudiendo  arribar  á  ella 
con  el  peso  de  los  trabajos ,  ó  que  por  este  camino  vive  en 
esotros  y  en  los  venideros  su  memoria  en  sus  obras,  sin  fruto 
y  ascensión,  de  espíritu  más  gentil  que  católico,  y  más  tirano 
que  JDsto,  incidíéndonos  siempre  con  trabajos  y  miserias, 
estándose  él  con  i.OOO  ducados  de  renta  de  encomiendas 
y  por  cuarenta  años  más  después  de  sus  dias,  bin  qué,  ni  para 
qué,  con  2S.000  de  la  Chancilleria,  ó  gran  chanciller  de  las 
Indias,  y  una  Tesorería  general  del  reino  de  Aragón  y  que 
entra  en  el  de  Italia,  catnbiadn  por  un  vireinado  del  Perú 
[necio  el  que  lo  hizo  si  ya  no  es,  que  no  se  pudo  defender 
de  la  sirena,  ó  de  la  remora  que  le  tiraba],  y  otras  buenas 
alhajas  á  este  andar;  no  siente  el  ver  padecer  á  los  otros 
sus  miserias  y  calamidades,  y  el  perecer  de  hambre;  tasando 


103 

las  mercedes,  imposibililándolascon  dilaoíoDesrsin  convíoar, 
prestar,  ni  reñir  pendencias,  ni  entrar  por  las  puertas  de  na- 
die, cuino  si  hubiera  Junta  contra  la  urbanidad  y  cortesía  de 
que  se  compone  el  trató,  y  la  correspondencia  vive,  y  se  au- 
mentan las  cosas:  y  que  no  se  diga  que  se  bambolea  ol  juicio 
y  que  nos  gobernamos  sin  él.  No  así  lo  hizo  aquel  grande  de 
Lemuiy  religiüsisimo  de  todas  maneras,  que  después  de  haber 
en  sus  primeros  años  gobernado  ú  Ñapóles,  por  muerte  de  su 
padre,  con  esperanzado  iguales  aciertos  á  éste,  y  dejado  gran 
nombre  de  sí;  ejercido  la  embajada  de  Roma,  con  singular 
aprobación  y  lustre;  compuesto  á  Paulo  V  con  los  venecianos, 
en  que  preservó  á  Italia  de  grandes  incendios,  ruinas  y  deso- 
laciones, y  después  pasado  de  Roma  á  Sicilia,  en  que  percibió 
con  profunda  capacidad  el  gobierno  de  toda  ella,  viniendo 
después  al  Consejo  de  Estado ;  por  sólo  darse  al  culio  de  la  re- 
ligión y  á  la  salud  de  su  espíritu,  dejó  su  casa ,  sus  hijos  y  Es- 
tados, regalos  y  comodidades,  vanidades  y  ostentaciones,  por 
una  cogulla  de  San  Benito,  donde  hoy  vacc  profeso,  cerca 
de  Monferrat  de  Leuios:  que  habiéndole  tentado,  y  ofrecido 
el  Capelo,  que  dieron  al  arzobispo  de  Sevilla ,  le  díó  de  mano, 
diciendo  que  se  había  retirado  para  dejarlo  todo  y  huirlo;  y 
volviéndole  á  consultar  que  á  quién  le  parecía  se  podía  dar, 
resolvió  diciendo,  que  como  había  perdido  de  vista  el  mundo, 
hacia  el  conocimiento  de  los  hombres  estaba  muy  lejos  de 
poder  dar  su  parecer  en  esto.  Varón  verdaderamente  á  propó- 
sito, si  no  escogido  para  el  lado  de  un  gran  Príncipe,  para  el 
peso  y  manejo  de  gran  monarquía,  para  el  desinterés,  para  la 
amplilicacion  del  Esludo,  para  el  decoro  y  estimación  en  que 
se  debe  mantener,  pura  restauración  de  grandes  pérdidas,  para 
no  fracasar  con  venganza  y  vituperio  de  tos  enemigos,  y 
para  restaurarnos  á  nuestra  antigua  gloria  y  reputación  en 
que  fuiuios  admirables,  y  celebradas  nuestras  hasañas  en 
largas  historias  por  graves  y  diligentísimos  autores. 

Concluyo,  Señor,  con  que  la  guerra  de  Italia,  habiendo 
durado  largos  diez  y  seis  años,  restaurada  en  parte  nuestm 
opinión,  y  después  de  haber  acabado  en  ella  tres  grandes 


104 
capttaneB,  ao  por  accidente,  sino  de  muerte  natural,  el  duque 
deSaboya,  el  marqués  de  Espínela  y  el  Collalto  general  de  los 
alemanes  por  el  Emperador,  se  campusieron  las  cosas,  más  por 
recelo  de  mayores  discordias,  que  por  volunlad ;  volviéndole 
al  duque  do  Nevers  á  Uániuu  y  á,  Monrerrato,  con  una  paz  en- 
gañosa que  solicitó  el  francés  por  obtener  lo  capitulado  en 
Ratisbona  el  Octubre  de  630,  cun  ambas  majestades  Imperial 
y  Católica,  y  ellos  lo  hicieron  por  resarcir  la  guerra,  y  ase- 
gurar la  cristiandad ;  y  á  esle  fin  se  restituyeron  Mantua ,  paso 
de  Grisones,  ciudad  y  ciudadela  del  Casnl  de  Monferrato,  y  se 
dio  la  investidura  al  duque  de  Nevers  Mas  después  lo  rom- 
pieron todo,  entrando  en  ligas,  conmoviendo  los  herejes,  en 
primer  lugar  al  rey  de  3uecia,  en  el.  mismo  año,  que  hemos 
comenzado  este  libro,  de  626,  y  al  duque  de  Saboya  sus  pla- 
zas-, con  que  salieron  franceses  y  alemanes  de  Italia,  condu- 
ciéndola á  su  antigua  paz,  y  las  gentes  del  rey  Católico  pasa- 
ron á  Flandes,  debajo  de  la  conducta  del  duque  de  Lerma, 
-gobernador  de  las  armas  de  aquellos  países,  el  marqués  de 
Santa  Cruz,  y  el  Estado  de  Milán,  otra  vei,  el  duque  de  Feria; 
pasando  esta  influencia  de  Marte  á  molestar  el  Imperio,  y  á 
quererle  invadir  Suecia,  Sajonía,  Brandemburg  y  Bavíera,  que 
anhela  á  la  dignidad,  coligado  con  Francia  y  otros  malafec- 
los,  no  perdonando  esta  opinión  el  Papa,  que  aspira  á  meter 
en  la  Iglesia  el  reino  de  Ñapóles,  en  que  no  quiero  cansar  más 
á  V.  E. ,  ni  ofenderle  las  orejas  ni  quebrantarle  el  corazón,  para 
decirle  que  esta  para  penle^se  la  cristiandad  en  nuestros  dias: 
sin  poder  arribar  Flandes  á  ningún  trofeo,  antes  peor  opinados 
que  siempre  se  juntan  nuestros  enemigos  para  acabarnos;  que 
los  efectos,  que  esperamos  serán  de  esta  misma  manera,  sino 
peores,  ó  por  nuestros  pecados,  ó  por  la  infelicidad  de  nuestros 
gobernadores  que,  tenaces  en  su  opinión,  por  no  seguir  las 
huellas  de  los  monarcas  pasados,  que  tan  admirados  efectos 
nos  dejaron  en  ellas,  erraron  incautamente  en  las  suyas;  ya 
se  verán.  jOh,  no  lo  quiera  Dios!  El  principio  de  todo  esto, 
Señor,  es  lo  que  yo  he  podido  referir  á  V.  E.  en  estos  años 
postreros,  desde  el  de  1626  hasta  el  de  32,  y  lo  que  he  osado 


105 
diücurrir  coa  más  brevedad  y  precisión  acerca  del  gobierno 
de  la  monarquía  de  España ;  ijue  fuera  hacer  ofensa  á  V.  E.  no 
dedicárselos ,  no  tanto  porque  no  ha  menester  ayos,  de  que  su 
lección  merece  su  aplauso  y  acogida,  cuanto  porque  los  alen- 
tos  y  detractores  de  esta  edad ,  en  todo  género  de  materias 
venenosos,  y  que  las  escudriñan  todas  para  ajarlas,  habiendo 
en  ellas  incluido  pedazos  que  tocan  á  V.  E.,  tentados  de  esta 
inclusión  ó  adolescencia  no  los  tuerzan,  ó  los  traduzcan  á  otra 
luz  ó  á  otro  sentido,  y  hagan  nuestra  narración  apócrifa,  siendo 
asi  que  el  acertadísimo  proceder  de  V.  E.  [no  hay  duda)  me 
sacará  de  este  empeño,  y  á  V.  E.  de  peligrar  en  este  escollo; 
mereciendo  precisamenlo  por  sus  muchas  virtudes  y  grandeza 
de  ánimo,  y  por  las  maravillosas  proezas  de  sus  Ínclitos  pro- 
genitores, los  elogios  que  los  más  ilustres  varones,  los  anales 
que  los  más  esclarecidos  príncipes. 

Hasta  aquí  habia  yo  encaminado  mi  discurso,  y  aquí  le 
pensé  dejar;  empero  los  que  leyeron  el  suceso  del  ^Almirante 
de  Castilla  y  cuan  envanecido  le  dejamos, -sabiendo  el  Gn  que 
tuvo  y  que  ahora  impensadamente  acaba  de  fenecer,  ó  me 
acusarían  de  poco  diligente  ó  defectuosa  la  narración.  Quise, 
pues,  enmendarla  y  i'etirarme  de  lo  dicho,  y  por  una  vei 
dicho,  quise  ya  que  corriese  así  y  que  siguiese  su  fortuna.  No 
liay,  pues,  poder  hacer  juicio  de  los  intentos  ó  revolacíones  de 
los  hombres:  la  inconstancia  es  hija  de  aquella  naturaleza,  y 
pocos  saben  morir  gloriosos.  Referimos  en  los  capítulos  pasa- 
dos las  diligencias  que  se  hacían  con  el  Almirante  para  que 
volviese  á  la  corte  y  al  servicio  del  Rey,  de  parte  de  los  Va- 
lidos, ó  las  que  hacia  la  duquesa  de  Medina,  su  madre:  érase 
esto  ó  aquello,  que  no  quiero  adniíar  lo  uno  ni  lo  otro,  ni 
descaecer  de  su  punto  ó  conlianzd  á  nadie,  empero  demos 
caso  que  las  hacían  de  su  parte;  dejemos  á  los  vanos  en  su 
esfera.  La  duquesa,  pues,  de  Medina  de  Rioscco,  instaba  im- 
portunamente por  la  vuelta  de  su  hijo  á  la  corte  y  á  la  vista 
de  su  Príncipe;  atraviésanse  medios  ó  circunstancias  muy 
poderosas;  las  medras  de  la  casa ,  el  arribar  á  los  puestos  y  á 
los  magistrados  para  crecer  con  el  puesto,  y  el  mando  en  la 


autoridad  y  esplendur.  El  retiro  es  vivir  aparlodo  de  la  in- 
fluencia del  mayor  planeta,  y  por  eso  aquellos  dos  polos  se- 
tcnlrional  y  meridional,  bien  fuera  de  toda  luz,  estériles, 
inliabitables,  despojados  de  lodo  ornamento,  inhábiles  para  la 
creación  ,  son  ejemplo  que  hace  á  los  industriados,  codiciosos 
de  gloria  y  de  altos  puestos,  apetecer  los  tórrenos  debajo  de 
aquellas  zonas  luminosas  y  más  llorccidas  del  principe  de  los 
astros,  para  crecer  y  medrar  en  ellos.  Hacía ,  pues,  sus  dili- 
gencias, ó  por  tenerte  aquí  porque  viese  á  su  Rey  y  casarle 
con  los  Validos  (achaque  común  de  grandes  y  pequeños);  y 
aunque  el  año  de  39,  cuando  se  tomó  por  expediente,  para  res- 
títuirle,  la  eipulsron  de  Castel  Rodrigo,  atendiendo  el  Almirante, 
no  correspondía  con  las  obligaciones  de  cortés,  de  sangre  y 
de  amigo  en  entrar  por  esta  puerta,  cuando  se  decía  que  por 
su  causa  y  por  haber  sido  su  consejero  echaban  á  Castel  Ro- 
drigo por  la  otra  ,  no  le  pareció  abrazar  el  modo ,  antes  correr 
la  fortuna  del  amigo  (parece  que  lo  leyó  en  Séneca),  y  entro 
tanto  que  estaba  retirado  estarlo  él,  y  no  volver  hasta  que 
volviese  ó  le  diesen  puesto  considerable  á  sus  méritos,  con 
que  quedase  desempeñado  de  la  deuda  á  la  obligación  ,  y 
de  la  queja;  y  asi,  abandonando  el  modo,  se  volvió  á  Va- 
llsdolíd. 

Repelí  muchas  veces,  que  querían  que  volviese  para  po- 
nerle la  ceniza,  y  obligarle  á  que  reconociese  superioridad, 
como  dije;  para  lo  cual,  y  ablandar  esta  dureza,  llamaron  al 
marqués  de  Castel  Rodrigo  para  la  embajada  do  Roma.  Vino 
el  Marqués  á  la  corte,  cumplió  con  su  obligación  ,  estuvo  al- 
gunos meses  en  ella ,  y  pasó  á  Roma  con  las  instrucciones  que 
le  dieron;  y  cuando  ya  se  supo  que  el  Marqués  estaba  eo 
aquella  ciudad,  corrió  voz  por  Madrid  que  el  Almirante  en- 
traba por  Palacio  á  besar  la  mano  al  Rey  y  asistir  en  la  corte. 
Preguntaban  muchos  en  esta  sazón  si  el  Almirante ,  sin  em- 
bargo de  venir  á  b  corte ,  venia  ú  servir:  ntuchos  lo  dudaban 
y  lo  ignoraban  muchos.  Los  que  traducían  el  caso  y  dis- 
currían cómo  había  de  ser,  decían  quo  el  Almirante  quería  es- 
tar en  la  corte,  ver  á  su  Rey .  y  estarse  en  su  casa,  como  á  los 


107 

priocipios  se  lo  oyeron  decir,  y  que  no  querís  pasar  por  lo 
profano  do  la  servidumbre,  escarmentado  de  las  indignidades 
qae  se  hicieron  con  el,  ostentando  la  deidad  de  gran  señor 
con  soberiTnla  y  sin  ofensa.  Otros  decían,  le  hablan  admitido  á 
la  corle  por  borrar  aquella  queja  de  retirado,  en  que  pareco 
vivia  con  mas  estimación  que  la  que  querian  los  émulos  (que 
ha^ta  en  eslo  pone  sus  asechanzas  la  malicia);  que  le  dejarian 
asi,  porque  á  quien  hubia  querido  dejar  el  servicio  del  Rey 
por  su  propio  albedrio  y  con  tanto  denuedo,  era  bien ,  aunque 
arrepentido,  castigarle  para  dejar  con  más  claridad  y  derecho 
el  escarmiento  y  el  ejemplo:  proseguian,  que  pur  la  unión  del 
infante  D.  Carlos  y  suya  se  huiria  do  esto,  por  no  caer  en 
manifiestos  y  mortales  inconvenientes;  cosa  en  que  está  más 
atento  y  más  á  caballo  el  Valido,  si  bien  corría  con  menos 
riesgo  este  cuidado,  con  el  Príncipe  qne  ya  posee  España ,  y  se 
vivia  fuera  de  toda  duda  y  sospecha.  Discurriase,  pues,  en 
esta  materia,  y  en  esto  se  dudaba  el  asiento  del  Almirante, 
calumniándole  tos  de  más  seso  y  cordura  y  los  más  estirados 
en  su  estimación,  que  un  caballero,  que  asi  había  peleado  y 
mantenido  su  decoro,  hubiese  caido  de  aquella  veneración  que 
le  daba  el  estar  como  señor  retirado  y  en  su  casa.  Estuvo  pri- 
mero el  Almirante  en  Medina  de  Rioseco,  lugar  en  Castilla  de 
aquel  porte  de  los  mejores,  cerca  de  Vatladolid  y  de  Burgos, 
de  recreación  apacible,  suficiente  población  y  autorizada  vi- 
Tienda,  favorecido  de  los  pueblos  de  Galicia,  Asturias  y  San- 
tander con  sus  mercaderías  y  regalos,  con  que  no  envidiaba 
la  abundancia  y  felicidad  de  las  otras  colonias.,  porque  no  le 
faltaba  ninguna  de  días:  de  éste  pasó  ¿  Valladolid ,  dando 
motivos  de  inestabilidad,  á  vivir  en  aquellas  ilustras  y  anti- 
guas casas,  que  tan  respetadas  fueron  en  los  siglos  pasados,  y 
coando  las  casas  en  Castilla  corrían  fortuna:  aqu!,  pues,  era 
cortejado  de  la  nobleza,  atendido  de  la  Chnncilteria  y  tribu- 
nales y  reverenciado  de  los  plebeyos. 

El  Almirante  en  Valludolíd ,  so  decía  en  la  corte,  es  rey, 
es  señor,  es  adorado  y  reverenciado  por  tal ,  y  aplaudido  de 
todos:  dábase  á  la  cata  y  á  los  otros  ejercicios  ciudadanos, 


r 


valiéndose  de  él  los  ciudadanos  meneslerosdi  ,'í  óífquefele- 
íi\an  por  primero  y  por  cabeza;  conservaba  allí  sus  brios.  su 
autoridad  y  estimación,  y  los  de  más  canas  y  consejo  le  mira- 
ban con  reverencia,  concibiendo  de  aquella  primersT  resolu- 
ción Y  -  al  ienloá  grandes  cosas  en  lo  adelante,  y  que  sena  Prín- 
cipe [ain  .duda  )  ventajoso  á  muchos.  Si  los  que  nacieron  con 
prosperidad  de  la  fortuna  y  de  los  méritos,  heredados  con 
grandes  estados  y  poi^esiones,  meditasen  esto,  y  más  cuando 
no. los  Tuerza  la  necesidad  á  cosas  domésticas,  qué  cierlo  es 
no  irocarian  su  suerlu  de  soberanía  y  de  bien  reputados  por 
otra !  A  los  criados  en  el  tráfago  y  bullicio  de  la  corte ,  con  difi- 
cultad les  hace  conservar  en  lo  mejor,  prevalecer  en  la  virtud 
de  la  conslancia  y  en  aquello  á  que  una  vez  se  dispusieran, 
por  no  descaecer  del  crédito,  por  no  doblarse  á  la  sumisión 
indecente  y  miserable  de  los  vanos  ni  permitirles  aquella 
gluria  caduca.  Con  la  vuelta  del  Ahuiranle  lodo  esto  se  per- 
dió de  vista,  y  ya  le  consideraban  de  otro  talento  y  de  otras 
esperanzas,  y  desvanecido  ya  aquel  consejo;  y  de  aquí  for- 
maban su  juicio  los  más  cuerdos,  y  de  más  asentada  prudencia 
en  nuestra  opinión.  Corriendo,  pues,  osle  rumbo  las  cosas  del 
Almirante,  viéndole  entrar  en  Palacio ,  sin  hacer  otra  cosa  más 
que  arrimarse  al  lado  de  los  Grandes  y  cubrirse,  la  satisfac- 
ción que  de  él  se  quería  tomar  de  lo  pasado,  no  dormía;  y 
asi  se  arrastró  todo  lo  demás,  en  que  podía  fracasar  el  miedo 
ó  juicio  humano  de  parle  del  Valido  [que  gozar  del  deleite  de 
la  venganza  es  porción  sabrosa  á  los  poderosos),  concediéndo- 
selo todo  por  bacer  mayor  el  triunfo.  Y  así,  dentro  de  un 
mes  de  su  entrada  en  la  corte,  le  mandaron  sirviese  el  oficio 
de  gentilhombre  de  la  Cámara,  y  abrazólo ;  y  viéndolo  ya  en 
tu  red,  desenvolviendo  el  rencor  encubierto  y  no  olvidado 
por  espacio  de  seis  anos,  en  que  se  pudieran  haber  perdido 
de  vista  por  la  gravedad  de  las  ocupaciontis  y  del  tiempo 
grandes  cuidados,  se  salió  á  la  ejecución. 

Pur()ue,  primero  veremos,  en  la  mayor  seguridad  de  las 
materias  y  cuando  el  juicio  más  claro  apenas  las  puede  an- 
tever y  en  la  ma^or  tian(|u¡l¡dad  de  nuestros  pueblos,  con- 


J09 

jurarse  enemigos,  jamás  de  la  opinión  conocidos,  y  trastornar 
el  Estado.  Bajar  el  sueco  con  portentosos  ejércitos  de  lo  más 
escondiiio  y  retirado,  donde  apenas  callenta  el  sol  seis  meses, 
y  atravesar  Alemania,  y  romper  las  formidables  y  potentisí— 
mds  legiones  imperiales ,  dejando  aun  sospechoso  en  la  fe  ai 
Tilliry  se  verá  al  de  Sajonia,  conservado  por  mis  de  cien 
años  en  la  devoción  de  los  Césares  de  la  Casa  de  Austria ,  y  al 
de  Brnndt.'mbiir^,  ponerse  al  lado  de  este  enerniso,  y  tantear 
la  expulsión  delCésnr.  ó  por  odio,  ó  por  admílír  á  otro  Prin- 
cipe en  la  Corona;  y  todo  esto  por  no  seguir  las  huellas  de 
nuestros  pasados,  que  la  supieron  conservar.  Y  otrosí,  pasar 
con  esclarecida  reputaüion  y  victoria  el  sueco,  y  calarse  por 
Bohemia,  llegar  á  Braga,  entrarla  con  lastimoso  estrago  de 
las  imtigenes  y  cosas  sagradas ,  pasar  el  Rliin  y  enseñorear  el 
Palatinado  inTeríoi';  y  ser  cabeza  de  esta  Liga  el  rey  de  Fran- 
cia, por  inteligencias  del  duque  de  Baviera ,  olvidado  de  la 
celi.qion  \  del  parentesco  con  el  Emperador,  por  la  codicia  do 
mayores  Estados:  entrar  el  francés  sujetando  las  plazas  del 
contin  del  Imperio,  con  ánimo  de  invc«Ur  la  Corona  y  Jia— 
cerse  Rey  de  Romanos,  glorioso  de  que  tiene  en  esla  demanda 
por  general  un  rey  de  Suecia  (cosa  jamás  leida  en  historias), 
y  que  se  lo  van  rindiendo  los  pueblos,,  con  gusto  y  calor  de 
los  Electores :  los  eclesiásticos  Tréveris  y  Colonia  de  la  facción 
francesa ;  Maguncia  asolada  porque  no  sigue  este  pretexto ;  los 
holandeses  con  socorros  v  gruesos  regimientos  siguiendo  el 
tratado  de  la  Liga;  el  rey  de  Inglulerra,  infiel  conservador  de 
los  capítulos  de  la  paz  con  España,  .enviar  6.000  hombres  á 
Holanda  para  prosiguir  hi  invasión  y  la  ruma  de  todo:  mu- 
chos rumores  y  mayores  inquietudes  en  Italia;  el  Papq,  des- 
atento á  la  dignidad,  auxiliando  al  francés  de  todas  maneras, 
reforzándole  de  dineros  y  consejos  para  asir  con  I»  Romanía 
el  reino  de  Nápolés  por  feudos  de  la  Iglesia  ;  los  potentados  de 
wla  provincid  solicitados  del  duque  de  Salmya  ,  alianzado  con 
el  francos,  y  conlirmado  eh  la  Liga  con  la  entrega  de  las  pla- 
zas de  Piñarolo  y  Susa:  bajar  á  la  deshilada  diferentes  nacio- 
nes forasteras  por  ol  Deliinado  a  ocupar  los  más  importantes 


puestos  de  Taitelina  y  otros  puestos;  los  doce  cantones  de  es- 
guizaros  solicitados,  grisones  á  la  mira,  y  venecianos  no  fal- 
tando con  sus  inteligencias :  no  armarse  ei  Papa  para  ponerse 
al  lado  del  Emperador  y  ecliar  los  herejes  del  Imperio  y  so- 
licitar los  principes  católicos ,  aunque  pocos,  por  esta  empresa; 
no  reprender  los  Electores  de  Tréveris  y  Colonia  ,  porque  fo- 
mentan esto,  ni  al  duque  de  Baviera,  porque  como  Críslianisimo 
abriga  y  da  calor  á  herejes ,  para  destrucción  de  la  crisliandadi 
porque,  ¿quién  dice  que  si  se  destruyese  Alemania  se  asegu- 
rarifi  Roma?  Todo  esto  se  verá,  y  todo  lo  alcanzaremos  en 
nuestros  dias;  y  procederemos  en  lodo  como  si  nos  faltara  la 
prudencia  y  el  seso,  sin  atención  y  providencia,  y  tan  des- 
apercibidos que  los  enemigos,  no  hallando  nuestras  armas  ea 
BU  opósito ,  consigan  más  de  aquello  á  que  se  extendió  su  am- 
bición y  pensamiento.  Todo  esto  se  verá,  porque  no  nos  con- 
viene antes  otra  felicidad  y  todo  lo  perderemos;  emp>ero  no 
que  un  envanecido,  un  imperioso,  un  tirano  se  descuide,  ó 
pierda  un  alomo  de  su  venganza  y  soberbia,  ó  de  preferir  al 
que  más  razón  tiene,  para  entrar  con  él  en  los  limites  de  la 
templanza  y  modestia. 

Vamos  al  caso  y  al  negocio  de  los  poderosos,  cual  el  que 
vemos  exaltado  y  en  estimacioR,  antes  que  á  la  causa  pública. 
Sirvió  su  oíicio  el  Almirante,  y  la  mañana  que  le  tocó  la 
guarda  ó  el  vestir  al  Rey,  no  madrugando  jamás  para  este 
ministerio  el  d'uque  de  Medina  de  las  Torres,  ni  cuidando  do 
las  circunstancias  de  su  oficio  más  que  de  tenerle ,  ni  del  lus- 
tre ni  ornamento  de  aquel  cuarto  (que  cierto  hace  compasión 
su  desamparo ,  y  el  de  los  que  le  asisten ,  y  poca  autoridad  de 
las  Reales  ceremonias,  y  luego  campamos  de  vigilantes,  y  ce- 
losos, dundo  sólo  á  uno  lo  que  podía  ser  preriiio  para  mu- 
chos}, madrugó  aquella  mañuna,  ostentó  contra  el  Almirante 
la  primacía,  lo  do  Jefe  y  Sumiller,  y  pidiendo  el  Rey  la  ca- 
misa, dándosela  los  donas  dias  el  gentilhomlire  de  la  Cámara 
que  está  alli,  se  la  dio  el  Duque  y  arrimó  el  Almirante,  ha- 
ciéndole reconocer  superioridad;  logró  la  fiiccion  Valida  su 
Imperio  y  abatió  el  Almirante  sus  banderas,  que  fué  sobre  lo 


111 

que  primero  se  peleó,  y  dimos  que  discurrir  al  muudo.  No 
fué  esto  sin  atender  á  ello,  ni  sin  penetrarlo  todos:  lo  enten- 
dieron cuantos  se  hallaron  alli,  y  se  admiraron,  y  aun  les  pa- 
reció demasiada  obstinación;  empero  todo  lo  creyeron  de 
aquel  natural ,  á  que  todos  tenian  sujetas  las  cervices.  Este  fin 
tuvo  aquel  encuentro,  sucedido  en  el  año  de  4626  por  los 
meses  de  Marzo  y  Abril  en  Barcelona ,  y  de  esta  manera  lo^ 
gran  y  satisfacen  sus  pasiones  los  que  están  en  los  lugares 
altos,  debiendo  antes  resplandecer  en  las  virtudes  de  la  hu- 
manidad y  cortesía.  Celebróse  aquel  dia  este  hecho  con  grande 
alborozo  en  la  parentela,  á  quien  agradó  ante  todas  cosas  la 
venganza  ;  pareciéndoles  habían  deshecho  y  destrozado  gran 
tuerto  y  domado  gran  cabeza:  y  diérase  todo  por  bien  em- 
pleado si  aquel  corazón,  insidiador  del  bien  común,  se  hubiera 
satisfecho  de  aquellos  nuestros  afanes  y  entrara  en  la  toleran- 
cia de  nuestras  miserias  ó  en  el  uso  justo  y  templado  con  que 
fuimos  gobernados  las  eras  pasadas ;  antes  abandonando  aque- 
llos ejemplares  preceptos,  prudentes  y  piadosos  en  que  se  vio 
esta  monarquía  en  sumo  respeto,  lustre  y  tranquilidad,  bus- 
cada de  extranjeros  y  naturales,  la  habia  arrastrado  á  ser 
ahora  aborrecida  y  huida  de  todos. 

[T  que  digan  de  él  en  nuestros  anales  que  tiene  sujetas 
las  acciones  y  la  voluntad  del  Principe  por  sus  conveniencias 
y  comodidades  propias !  Que  tanta  variedad  de  cosas  como 
introduce,  es  por  tenerle  y  suspenderle,  haciéndoselas  in- 
accesibles para  que  se  las  deje;  que  arrebata  las  materias  á 
los  Consejos  para  que  se  las  atribuyan  á  su  trabajo  y  tirani- 
zarlas todas,  dejando  las  no  tales  á  su  poco  afecto  y  á  Iqs  que 
sabe  se  oponen  al  curso  de  ellas  por  perjudiciales  y  temerarias 
á  la  autoridad ;  que  no  se  hace  merced  ninguna  sino  á  quien 
quiere  y  como  quiere ,  y  á  sus  deudos  solos,  que  si  el  Principe 
gusta  ó  se  da  por  servido  de  alguno, si  él  lo  quiere,  aunque  lo 
quiera ;  y  aun ,  que  si  comete  á  personas  ajustadas  y  de  con- 
ciencia el  examen  de  algunas  consultas,  es  por  adularlos  y 
suspenderles  el  juicio,  para  que  no  digan  la  verdad  y  desenga- 
ñen al  Príncipe  del  estado  de  sus  cosas,  y  so  establezca  el  suyo, 


y  af  cabo,  no  haciéndose!  las  mercedes  sino  deliberadas  por  su 
antojo,  le  aconseja  que  trabaje;  y  no  dejando  en  qué,  ni  que- 
riendo se  haga  dueño  de  esto ,  le  suspende  con  decirle  lo  dé  á 
entender;  baciéndoie  encerrar,  más  porque  no  hable  con  los 
que  le  asisten ,  que  por  otra  virtud  más  esenciül ;  que  le  tasaba 
las  mercedes,  porque  no  tas  hiciese;  hablándolc  siempre  con 
su  necesidad  y  asombrándole  con  que  no  tenia;  haciéndole 
guardar  hasta  un  dobJon,  porque  viéndole  tan  csc-aso  le  de- 
jasen y  no  acudiesen  á  ¿I ;  porque  la  grandeza  de  ánimo  atrae 
los  vasallos,  y  los  bace  agradar  en  las  cosas  arduas  y  más 
menudas,  y  por  aqui  se  abren  camino,  osan  y  emprenden. 
Por  donde  los  grandes,  ni  otroj  títulos  do  acudían  á  Palacio, 
jntes  frecuentaban  solamente  sus  puertas,  y  lisonjeaban  sus 
errado?  antes  que  los  del  Rey,  no  cayendo  sobre  ninguna  cosa 
considerable;  en  su  cuarto  se  daban  las  secretarias,  y  en 
sus  deudos  las  presidencias;  y  las  audiencias,  aunt^uc  qnería 
que  pásasete  primero  por  el  Principe  que  por  él ,  era  porqne 
bubláodole  pocos  no  le  fatigasen  muchos,  y  fuese  más  des- 
agrado lo  que  él  babia  de  dar :  que  ponia  gabelas  en  las  mer- 
cales para  deshacer  los  pretensores  de  la  virtud  de  arriba,  y 
crecer  discurriendo  los  más,  si  le  importaba  para  alguna  se- 
creta loteiigencia  el  .verlos  acabados  y  consumidos;  con  que  le 
tenian  por  enemigo  capital  de  la  naturaleza  humana  y  del 
descanso  y  prosperidad  de  los  subditos:  que  tenia  en  conti- 
nuas asechanzas  y  cautelas  el  cuarto  del  Rey,  y  amedrenta^ 
dos  con  los  castigos  sip  fundamento ,  y  por  su  antojo  sólo ,  por 
ser  temido,  á  los  que  por  sus  oRcios  asistían  en  él ;  que  le  pla- 
cía el  desconsuelo  y  bailaba  descanso  en  la  aüiccion  y  gusto 
en  la  miseria.  Y  aunque  todo  era  afectar  necesidad  y  despojo 
en  su  cuarto,  no  pagnndo  casa,  ni  caballeriza,  ni  comida,  y 
pasando  sus  rentas,  encomiendas  y  oíicios  de  más  de  ciento 
cincuenta  mil  escudos,  no  gastando  diez,  ¿no  podria  creer 
nadie  que  no  tuviese  en  Sevilla  ,  ó  en  otra  parte ,  cerca  de  un 
millón?  admirándose  del  celo  de  que  tanto  se  blasonaba,  que 
cuando  por  la  necesidad  ó  por  la  invención  se  pedia  á  los 
vasallos,  rigurosamente  lo  que  aun  no  tcnian,  no  ofreciese 


113 
él  este  donativo  para  la?  guerras,  quizás  contraidas  ó  inven- 
tadas por  su  capricho,  ó  por  introducir  en  los  Estados  de  los 
otros  principes  materias  ó  diseños  contra  la  seguridad  y  su 
conservación;  de  que  está  ludo  para  correr  ruina,  y  cons- 
pirando con  armas  poderosas  contra  la  nuestra. 

Pregunto  yo  si  en  historias  humanas  ó  divinas  babrá  ha- 
bido otro  sujeto  tíin  prodigioso  ni  tan  horrendo,  y  con  todas 
estas  cosas,  tan  honrado,  remunerado,  favorecido,  exaltado,  j 
puesto  en  lugar  eminente.  Y  lo  que  más  hace  fealdad  y  pro- 
voca la  ira  y  castigo  del  cielo,  que  se  palia  con  capa  y  sombra 
de  virtud,  no  surtiendo  los  efectos  á  la  candidez  y  pureza  de 
la  verdad  ¡  porque  el  que  verdaderamente  ama  á  la  virtud,  la 
apetece  y  se  entra  por  sus  puertas,  deja  la  libertad  á  las  ac- 
ciones y  á  los  oGcios,  no  atrepella  las  leyes,  ejercita  la  huma- 
Didad,  la  misericordia,  la  templanza  en  los  afectos,  alivia  á 
los  vasallos,  descansa  los  pueblos,  solicita  las  mercedes,  abre 
las  puertas  de  su  Príncipe  para  los  grandes,  para  los  presi- 
dentes y  para  los  medianos  y  pequeños;  procura  la  prosperi- 
dad común.  Empero,  cuando  se  ve  un  Rey  usurpada  la  potes- 
tad, profanada  la  religión  y  libertad  del  gobierno,  pasando  la 
majestad  «in  decoro,  la  autoridad  sin  el  lustre  con  que  fuimos 
temidos  y  venerados  y  buscados  de  todos  los  principes  det 
Orbe,  dúdase  (y  con  justa  razón]  de  la  claridad  de  aquella 
virtud:  una  Reina,  otrosí,  puesta  en  suma  estrecheza,  y  con 
ninguna  libertad,  y  que  apenas  la  pueda  hablar  un  religioso, 
ni  tratar  las  cosas  de  su  espíritu  con  él,  aole  lodo  cautelado 
para  saberlo  todo  y  para  entenderlo,  y  sí  no  es  á  propósito  para 
su  dictamen,  aunque  lo  sea  el  del  Principe,  apartarlo:  dos 
infantes,  si  bien  el  uno  dado  á  las  letras,  con  flojedad  eV  otro, 
sin  ningún  ejercicio  militar  y  virtuoso,  sin  perniiitrle  manejac 
un  caballo  ni  las  demás  armas  competentes  á  un  Principe  y  sin 
cursar  siquiera  los  dos  maestros  de  la  Geografía ;  cosa  impor- 
tantísima para  el  gobernador  y  capitán,  ó  para  el  que  ha  de 
regir  ejércitos  y  Estados.  En  lo  que  antes  parece  se  buscaba  la 
felicidad  en  el  saber,  hoy  quieren  se  consiga  con  la  ignoran- 
cia; cargando  la  mano  eo  que  nadie  pueda  nada,  nadie  me- 


114 
(Ire,  nadie  lenga,  ninguno  sepa  nada,  calle  el  Ministro,  en- 
mudezca el  predicador,  obedezcan  todos,  perezcan  las  leyes 
y  sólo  lo  sean  el  poder,  y  el  mando,  la  necesidad  y  el  siiTri- 
miento:  estén  cerca  los  lisonjoros,  á  ios  que  lodo  lo  conceden 
por  entrar  en  todo  y  el  gran  consejero,  ^i  tiene  opinión,  con 
estar  apartado  no  ocupado,  y  desfavorecido,  no  lo  parezca,  y 
vaya  otro  á  embajadas,  cuando  el  Príncipe  se  Haiisface  de  sus 
consejos,  podiendo  bastar  otro  menos  suficiente  para  aquel 
ministerio,  y  con  estar  ausente,  d¡  arribe  ¿  aquella  gran  for- 
tuna y  muera  sin  nada,  porque  se  dalvc  el  particular  de  un 
solo  poderoso. 

Querría  acabar,  empero  los  sucesos  vienen  tales  y  proceden 
tan  sin  freno  que  no  dejan  la  pluma  para  no  ser  referidos.  Par- 
tió D.  Gonzalo  de  Córdoba  á  París  á  notificar  al  rey  de  Fran- 
cia, se  declarase  por  enemigo  ó  amigo,  y  que  con  brevedad  sa- 
case la  gente  de  la  Alsacía,  y  la  quede  secreto  y  á  la  deshilada 
babía  metido  en  Italia  para  ascender  al  Imperio.  A  mi  juicio, 
este  hecho  más  camina  á  inquietar  y  añadir  gastos,  que  por- 
que pueda  ser  Emperador  en  Alemania ;  siendo  forzoso  el  asis- 
tir allá ,  para  afirmarse  en  la  dignidad,  y  s¡  esto  ha  de  ser 
así,  con  dificultad  será  rey  de  Francia,  ni  desde  París  ser 
Emperador.  No  está  aquel  reino  como  en  tiempo  de  Carlo- 
Hagno :  inúndanle  no  pequeña  parte  la  herejía  y  diversos  hu- 
mores tocados  de  infelicidad,  entre  los  cuales  hay  alguno  que 
te  parece  en  su  derecho  más  legitimo  al  reino  de  Francia. 
Cánsase  en  vano  el  que  le  parece  que  el  tiempo,  ó  los  yerros 
de  nuestras  materias,  ó  su  avilanteza,  le  podrán  colocar  en  el 
Imperio;  ni  es  bastante  un  potentado  solo  á  poderlo  hacer, 
aunque  el  Pápalo  quiera;  sin  los  limites  de  Baviera,  Casel, 
^ajnnia  y  Drandemburg  y  los  electores  eclesiásticos,  quieren 
más  el  Emperador  alemán  que  francés;  nación  aborrecida  en 
toda  la  tierra  y  en  todos  los  siglas  por  su  trato  y  vil  correspon- 
dencia. Esto  se  ventiló  largamente  en  los  tiempos  de  Carlos  V, 
cuando  Francisco,  rey  de  Francia,  pedia  la  Corona  imperial, 
y  decían  los  más  atentados  que  el  Imperio  se  habia  de  dar  á 
alemán  y  á  quien  hablase  la  lengua  alemana,  y  asi  prevale- 


116 

ció  la  pretensión  de  Carlos  á  la  de  Francisco.  Si  el  dominio  de 
los  dos  de  la  Casa  de  Austria  en  Alemania  fuera  corto,  como 
el  de  algunos  de  sus  potentados,  aunque  le  ampararan  las 
fuerzas  de  España,  aun  parece  se  podria  entrar  en  conGanza; 
empero  rey  de  Bohemia,  de  Hungría,  reinos  poderosísimos, 
aunque  consumido  el  uno  de  los  turcos,  pueden  hacer  frente 
al  más  poderoso:  la  Austria  superior  é  inferior  hacen  mésfor- 
midables  estas  dos  coronas,  y  con  la  Silesia  y  Moravia,  la  Sti* 
ria,  Corintia  y  Carida ,  y  la  Istría  que  posee  Leopoldo,  hermas- 
no  de  Ferdinando ,  Emperador ,  podrían  por  si  solas  alterar  el 
elector  más  envanecido  y  descollado;  los  estados  dé  FlandeSi 
plaza  de  armas  sobre  todas  las  de  nuestros  orbes  y  tan  juntas 
aquellas  provincias,  hará  á  todo  enemigo  vivir  con  cuidado 
y  meter  los  pies  en  el  recato,  y  mirar  por  su  casa. 

T  más,  sí  armásemos  al  duque  de  Orleans,  hermano  del 
rey  de  Francia,  que  desavenido  yace  en  Bruselas,  y  le  hí- 
ci^emos  entrar  por  Picardía,  ¿quién  duda  que  serla  de  cui- 
dado, y  que  se  le  juntarían  muchos  monsieures,  á  los  cuales 
agrada  aquel  Principe,  desconfiados  de  la  sucesión  del  otro? 
Si  acometiese  el  Emperador  con  sus  fuerzas  por  el  ducado  de 
Luxemburg,  con  asistencia  de  loreneses;  si  el  rey  Católico,  por 
Perpifian ,  con  caudillo  y  maeses  de  campo  de  reputación;  el 
marqués  de  Villafranca,  con  gruesa  escuadra  de  galeras,  por 
Marsella;  D.  Fadrique  de  Toledo,  su  hermano,  por  la  Rochela, 
con  navios,  todavía  le  pusieran  en  contingencia  el  ser  rey  de 
Francia.  Aun  en  Italia  es  más  aborrecido  este  nombre,  y  en 
tanto  conserva  allí  sus  confederados,  cuanto  no  le  vieran  atra- 
vesar sus  términos,  ni  tentar  nuevos  movimientos;  la  Tiara 
pontifical  se  conserva  y  se  autoriza  mejor  á  la  sombra  de 
nuestros  castillos  y  leones ,  tanto  más  que  no  de  las  Uses 
francesas.  Invadir  á  Ñapóles,  lo  hallo  por  dificultoso :  lo  uno, 
por  lo  que  acabamos  de  decir,  que  no  hay  Príncipe  que 
apetezca  el  señorío  francés:  hasta  el  mismo  veneciano,  in- 
teresado ahora,  si  le  viese  dentro  se  le  opondría:  ni  aquellos 
potentados  quieren  militar  ni  alojarse  debajo  de  sus  bande- 
ras. Las  primeras  guerras  de  Carlos  Ylll  acreditan  bastante- 


116 
mente  este  discurso,  que  si  bien  los  sujetos  con  presteza  tos 
echaron,  abrazando  uiás  aina  la  dulzura  del  yugo  español 
áotes  que  el  soberbio  y  tirano  de  los  franceses,  cuando  le  po- 
seyera la  Iglesia  ,  que  lo  dudo,  era  itnposible  conservarle,  y 
fuera  motivo  de  desolaciones  y  ruinas  implacables.  Háse  de 
conservar  el  mayor  Principe,  más  religioso  y  católico,  por  la 
mayor  necesidad  de  la  Iglesia :  á  éste  le  toca  manejar  la  es- 
pada contra  los  cismáticos,  y  á  aquel  el  breviario  para  invo- 
car el  auxilio,  como  lo  hizo  y  estableció  el  primer  Vicario  de 
Cristo,  á  quien  siguieron  lus  mejores  y  más  verdaderos  Pon- 
tífices, gobernados  por  el  Espíritu  Santo. 

Cuánto  importa  conservar. la  paz  y  no  alterarla,  fracasos 
acaecidos  en  semejantes  intentos  lo  digan;  empero  digamos 
ilel  rey  deSuecia,  sus  derrotas  y  discursos,  cuyo  progreso 
antes  nos  pono  en  admiración  que  conflicto.  Un  Rey  tenido 
por  soldado,  ni  en  tierras,  ni  en  gentes,  ni  en  tesoros  propor- 
cionado, antes  inferior  á  todos  los  de  la  Europa,  deseender 
desde  lo  más  alto  de  ella  y  de  lo  más  septentrional,  común  ene- 
migo poderoso  por  vecino,  como  lo  es  el  polaco,  que  á  pocas 
jornadas  le  podría  deshacer  y  aun  defraudarle  de  la  dignidad 
de  Rey,  atravesar  Alemania  y  solo  encaminarse  al  Palatínado; 
parece  confederación  de  ingleses  y  holandeses,  y  aun  permi- 
sión del  discurso  estadista  de  España  para  restituir  al  Palatino 
por  este  modo,  no  podiendo  de  otra  manera  reslítuirle  en  el 
Palalinado  superior  y  titulo  do  Elector,  que  tiene  el  duque  de 
Daviera,  cuyo  proceder  debe  provocar  la  enmienda;  y  tam- 
bién creo  se  invoca  por  aquí  mejor  el  ardid,  si  bien  me  per- 
suado que  aun  el  secreto  no  ha  podido  cubrirle;  llegar,  pues, 
al  Palalinado,  decirle  el  rey  de  Francia  que  no  prosiga  ade- 
lante ,  parece  que  hace  fe  en  lo  que  discurrimos,  y  que  invoca 
ol  auiilio  francés,  el  bárbaro,  para  no  ser  defraudado  en  es- 
lados  y  preseas.  Ser  el  rey  de  Francia  Emperador  por  su  mano, 
es  desatino,  sí  quien  lo  ha  trabajado  lo  hade  querer  antes 
para  sí  que  para  otro  ;  el  liüber  maltratado  algunos  electores 
eclesiásticos,  pone  en  duda  el  discurso,  y  lo  otro,  para  lo  to- 
cante al  Palalinado,  do  verle  con  brevedad  asistido  con  las 


117 

armas  de  la  Bretafla  y  de  Holanda .  antes  nos  dieea  las  cartas 
;  los  correos  eslá  sin  gento,  y  tanto,  que  no  pasan  los  suyos 
de  8.000  soldados;  corto  caudal  para  las  grandes  levas  que 
hace  el  César  y  las  que  presumen  se  harán  en  España,  6  con- 
tra él  si  pretende  llevarse  el  Imperio,  ó  contra  el  francés  si 
quiere  insidiar  nuestra  monarquía.  Creo  que  nuestras  juntas, 
aparatos  y  contribuciones  los  hará  retirar,  si  ya  no  es  que  por 
esta  puerta  los  llaman  nuestras  quejas,  y  fian  de  aquí  su  atre- 
vimiento; empero,  trocando  lus  manos  y  haciendo  aliento  de 
nuestro  dolor  y  esfuerzo,  á  toda  vía  cuidadosos  nosotros,  los 
pondrá  en  cuidado:  dos  tercios  de  infantería  y  uno  do  caballe- 
ría ,  y  otros  tres  reservados,  podrían  sacudir  de  nuestros  hom-- 
bros  el  peso  de  este  accidente,  y  retirar  ó  prender  el  suceso, 
pues  no  está  tan  .«egura  la  vuelta. 

Esencial  cosa  es  en  los  grandes  capitanes,  que  aspiran  á 
la  gloria  y  alabanza  militar  y  hacerse  en  todos  los  siglos  in- 
mortales con  ella,  el  valor,  el  ánimo  y  las  fuerzas;  empero  á 
mi  ver,  en  primer  lugar  y  en  lo  que  más  se  ha  de  poner  el 
juicio  y  el  estudio,  y  de  lo  que  más  necesitan  es  del  consejo 
Poco  me  aprovecharía  á  mi  ser  dolado  de  valiente ,  si  con  mal 
discurso  emprendiese  cosas,  llevado  solamente  del  vigor  cor- 
poral y  de  I»  virtud  del  ánimo,  que  me  desvaneciesen  y  de- 
jasen sin  crédito  ;  de  donde  se  sigue  que  ha  de  ser  ante  todas 
cosas  más  aina  el  juicio  y  la  prudencia  que  no  lo  orgulloso  y 
arriscado  del  espíritu,  porque  éste  sin  aquél  no  valen  nada,  y 
con  aquél,  en  sujetos  muy  débiles  y  Oacos,  hemos  oido  y  visto 
maravillosas  cosas  obrar.  Y  si  supuesto  que  es  tan  importante 
la  atención  y  el  seso  en  el  capitán,  si  viese  yo  alguno  que 
pretendiese  aclamación,  que  temerariamente  se  aparta  del 
verdadero  camino  militar  y  de  lo  justo,  aunque  los  suyos  ó 
sus  confederados  ó  conBnantes  por  lisonjearle  ó  despeñarle, 
que  esto  es  lo  más  propio,  le  pretendiesen  dar  el  lauro,  si 
fundamos  en  derecho  la  materia,  como  se  debe,  ó  en  buena 
6losoría  el  arte  si  hemos  de  guardar  el  decoro  á  los  preceptos 
de  razón  y  de  justicia ,  si  les  quitáramos  erraríamos ,  6  yerran 
todos  los  que  dicen  que  es  buen  soldado;  y  dejar  un  Rey 


118 
iú  easa  eipaesta  á  los  riesgos  del  vecino  más  poderoso, 
es  gran  delirio,  y  atreverse  al  Imperio,  aunque  sea  con  los 
alientos  de  oiro,  que  no  pudo  por  su  vasallo  [ó  pariente) 
obtener  una  plaza  en  Ilalia,  y  naáe  Cuando,  ellos  desarma- 
dos, está  para  salir  el  César  este  Marzo,  como  dicen,  con 
100.000  soldados  entre  caballos  é  infantes.  Y  á  esto,  ¿qa¿ 
no  harán  las  fuerzas  de  España?  Gran  locura  alargarse  tanto; 
que  embarazándole  los  socorros  se  loe  rompan  y  á  él  sea  for- 
loso  apresarle  y  cogerle  en  los  pasos,  y  cortárselos ,  desatino. 
Hablo ,  finalmente,  sin  haber  acabado  el  suceso  ó  el  fin  de 
la  guerra,,  ni  retiolver;  asi  el  principio  se  concierta  con  mi 
discurso,  y  sí  este  intento  le  mueve  y  España  ,  Inglaterra  y  Ho- 
landa  (gran  fortuna)  lo  consienten,  y  por  deshacer  del  huésped 
y  restituirle ,  castigan  al  duque  de  Baviera ,  ó  por  si  ha  tenido 
intento  de  aspirar  á  la  dignidad  cesárea,  ó  á  nuevas  ligas  ó 
movimientos  con  el  francés,  ó  para  él,  ó  para  si,  cosa  que 
admira  siendo  el  pariente  más  cercano  de  la  Casa  de  Austria 
que  hay  en  aquellas  provincias,  digo  que  asi  milita  esto; 
pues  vemos  que  el  sueco  antes  que  á  otras  plazas  se  enca- 
mina a  las  del  Palatinado,  siendo  lo  derecho,  si  es  que  se  en- 
dereza ala  dignidad  Imperial,  entre  en  el  Francofort,y  allí  con- 
voca la  secta  y  electores  para  coronarse  por  Rey  de  Romanos. 
Cualquiera  cosa  que  ella  sea  nos  la  dirá  el  lieropo,  porque 
nuestros  desaciertos  ó  tos  ajenos  no  se  encubren  mucho ;  y  en 
mi  opinión,  ni  el  sueco  quedará  con  nombre  de  soldado, 
yerro  de  quien  antes  de  moverse  no  antevé  el  fin  de  la  em- 
presa, ni  nosotros  por  acertados,  si  introducimos  guerras  sin 
propósito  y  con  armas  infieles,  rí  el  francés  con  la  ascensión 
al  Imperio,  cuando  en  París  aun  no  tienen  seguridad  los  reyes 
ni  se  pueden  ocultar  de  los  cuchillos  de  sus  vasallos,  ni  de  sus 
cautelas  y  traiciones;  y  más  cuando  la  madre  y  el  hermano 
están  fuera,  desavenidos,  en  Flandes,  quita  para  tomar  eaiis- 
faccion  de  quien  pretende  alterar  la  paz,  la  religión,  el  Es- 
tado, y  ambas  monarquías  cesárea  y  católica ;  pues  aun  el  rey 
Francisco,  más  Rey  de  vasallos,  más  soldado,  más  puderoso, 
no  lo  pudo  hacer  ni  conseguir. 


119 

A  esto,  y  á  lo  que  dijimos  primero,  dicen  va  D.  Gonzalo 
de  Córdoba :  él  lo  procuró  rehusar,  recordando  al  Rey  que  lo 
que  había  ganado  en  Alemania  lo  perdió  sobre  el  Casal  en 
Italia;  entonces  ni  le  dimos  calor  allí,  y  le  trujimos  de  allí,  y 
ahora  va  á  esto  por  no  detenerle  aquí,  y  porque  su  consejo  se 
aventaja  al  del  más  presumido ;  y  asi  conviene  tenerle  lejos, 
no  nos  desarme  la  comodidad ,  que  la  bachillería  y  lisonja 
llama  celo. 

El  duque  de  Lerma,  á  esta  sazón,  impensadamente  y  por 
la  posta  se  vino  de  Flandes,  porque  no  faltando  guerra  en 
todo  el  mundo,  en  Alemania  y  España,  allí,  en  los  pueblos, 
aquí  en  las  haciendas,  le  faltó  á  él,  por  no  darle  en  qué  me- 
recer. No  dejó  de  admirar,  que  cuando  todo  el  mundo  estaba 
en  asombro  por  las  muchas  armas  que  entraban  en  Alemania 
y  se  esperaban  en  Iialia,  y  cuando  se  decia  que  marchaba 
hacia  Colonia  con  40.000  soldados,  hallársele  en  la  corte,  no 
respondiendo ,  á  los  que  le  preguntaban  lo  de  aquellas  pro- 
Tincias  y  su  venida ,  que  no  habia  guerra.  Alguno ,  cuando  le 
vio  llegar  á  sus  canceles ,  cuando  mis  rodeado  de  teólogos 
para  sacar  dineros,  le  pesó,  porque  le  pareció  habia  de  desva- 
necer mucho  el  ardid  y  la  cautela ;  y  asi  lo  procuró  inspirar 
para  que  dijese  venia  áe  prisa  y  á  negocios  de  aquellos  Esta- 
dos, y  que  luego  se  habia  de  volver.  Reconocieron  muchos  la 
corteza  de  esta  enigma,  porque  era  otra  el  alma. 

Batiéndose  á  toda  furia  el  sacar  dinero,  estaba  ya  decre- 
tado un  pedido  general,  que  no  reservaba  á  las  mujeres  ni 
é  los  niños,  incluyendo  en  él  hasta  los  mismos  criados. 
Habíase  llamado  á  Cortes  para  jurar  al  Principe,  y  despa- 
chado convocatorias  á  todas  las  ciudades ,  con  orden  expresa 
y  forzosa  para  que  enviasen  con  sus  procuradores  los  po- 
deres decisivos:  muchos  lo  rehusaron,  otros  temieron  la 
furia  del  poderoso  y  otros  lo  resistían ,  para  quien  no  faltó 
durísima  reprensión ;  que  ya  se  tiene  por  vituperio  la  defensa 
y  amparo  de  la  patria,  habiendo  sido  en  las  horas  pasadas  de 
grande  opinión  y  esplendor  para  los  protectores.  Temíase  en 
estas  Cortes  la  subida  de  los  Juros,  á  treinta,  la  de  la  plata  y  el 


r 


120 
tributo  de  la  harina ,  cuando  el  de  la  sal  estaba  para  arruinar  á 
Castilla  y  á  to(}o  el  reino.  Senlido  el  Papa  por  la  prisión  de  los 
clérigos  de  Sevilla  ,  con  que  no  se  oia  otra  cosa  por  calles  y 
por  plazas  si  no  es  lamentos,  miserias, aflicciones, congojas, lá~ 
grirans  y  otras  cosas,  presagios  qoe  prescribían  nuestra  ruina; 
con  que  los  hombres  celosos  y  más  fieles,  para  consuelo  de  su 
llanto  y  enjugar  sus  lágrimas ,  invocar  ó  persuadir  el  remedio 
y  la  misericordia,  desplegaban  los  archivos,  los  nacimientos, 
tas  historias  antiguas,  los  juicios  de  las  estrellas,  y  me  asegu- 
raron hnbía  testimonios  y  certiíicac iones  de  que  babia  nacido 
,este  hombre,  cuando  su  padre  fué  embajador  en  Roma,  en 
la  casa  do  Nerón  ,  el  peor  de  los  hombres  y  más  escandaloso, 
y  aun  debajo  de  sus  mismos  astros  é  inlluencias.  ¡Tales  obras 
hacen  desenterrar,  tales  observancias  y  figuras,  y  pronosticar- 
nos de  tal  sujeto  mayores  trabajos  é  infortunios,  ei  los  hay  ó 
los  puede  haber  mayores! 

1tí33. — Para  jurar  el  Rey  al  principe  Baltasar  Carlos,  pasó 
con  la  Reina,  el  Principe,  el  infante  D.  Carlos  y  D.  Fernando, 
el  día  antecedente,  sábado  seis  de  Marzo  del  año  de  mil  seis^ 
cientos  treinta  y  dos,  al  convento  Real  de  San  Jerónimo ,  obra 
de  Enrique  IV,  rey  de  Castilla.  Algunos  di  as  antes  se  había 
ventilado  la  forma  y  manera  de  cómo  se  lomaria  el  pleito  ho- 
menaje á  los  infantes  D.  Carlos  y  D.  Fernando,  y  qué  persona 
haría  eslo.  Faltaban  ejemplares  en  nuestros  tiempos ,  y  aun  en 
lo  pasado  se  carecía  de  noticia:  buscáronse  papeles  en  la  Se- 
cretaria de  Cámara,  y  en  el  Archivo  de  Simancas,  y  apenas  se 
hallaron,  y  aun  en  las  historias  con  dificultad,  de  suerte  que 
Be  arbitró  se  le  tomase  el  Rey  ;  ejemplar  que  quedará  para  en 
lo  adelante.  También  se  preguntaba  quién  tomaría  el  pleito 
homenaje  á  los  prelados,  grandes,  títulos,  caballeros  y  ciuda- 
danos; y  aquella  misma  noche  se  llamó  muy  de  secreto  á  Don 
Fernando  Afán  de  Rivera  Gnriquez. duque  de  Alcnlá,  retirado 
de  la  corte  por  las  desavenencias  que  en  Nápoics  tuvo  con  el 
duque  de  Alba,  cuando  llevó  la  Reina  á  Alpiiianiíi ,  siendo  en- 
tonces el  duque  de  Alcalá  Virey  en  aquel  reinado;  diósele  or- 
den aquella  noche  de  que  lo  hiciese,  premeditado  antes  con  el 


m  ^ 

conde  do  Olivares,  por  desagraviarle,  ó  por  hacer  con  esta 
ocurrencia  las  amistades  con  el  duque  de  Alba^  ó  porque  los 
grandes  de  la  Andalucía  y  los  que  tienen  sus  casas  en  Sevilla 
nos  deban  esto  en  la  posteridad :  besó  la  mano  al  Rey,  y  be-' 
sáronsela  los  que  se  hallaron  allí,  y  besósela  el  duque  de 
Alba  ;  uso  común  en  casos  semejantes,  si  bien  le  movió  el  fa- 
vor del  émulo,  El  dia  siguienie,  domingo,  puesta  la  iglesia  de 
San  Jerónimo  con  el  lustre  ;  decencia  que  en  lo^  actos  pasa- 
dos se  habia  ejercido,  y  concurrido  ¿  ella  prelados,  embaja- 
dores,'grandes,  títulos,  caballeros,  criados  y  ciudades,  bajó 
el  Rey,  la  Reina  y  los  infantes  D.  Garlos  y  D.  Fernando,  los 
caales  traian  al  Príncipe,  entraron  en  la  cortina,  dijo  la  misa 
el  cardenal  Zapata,  ministróle  el  Sacramento  de  la  ConGr- 
niaclon  ,  lo  cual,  acabado,  juró  el  infante  D.  Fernando  y  Don 
Carlos,  sobre  la  cruz  y  el  misal,  que  tenía  delante  de  sí  el 
cardenal  Zapata  depuesta  la  casulla  y  revestido  con  capa 
para  este  ministerio,  y  tomóles  el  Rey  el  pleito  homenaje. 

Juraron  los  prelados,  los  grandes,  los  títulos  y  aiiuellas  fa- 
milias que  alcanzan  este  privilegio  en  Castilla,  por  antigüedad, 
por  sangre  ó  hechos  hazañosos,  y  las  ciudades;  lomándoles 
homenaje  como  quedó  acordado.  El  duque  de  Alcalá  tomó- 
sele  al  duque  de  Alba,  ejerciendo  la  ceremonia  del  estoque  el 
conde  de  Oropesa;  al  Cardenal  lo' tomó  el  juramento  el  pa- 
triarca D.  Alonso  Pérez  de  Gnsman ,  y  fué  á  hacer  el  pleito 
homenaje  en  las  manos  del  duque  de  Alcalá;  besó  la  mano  al 
Rey,  á  la  Reina  y  al  Principe,  que  no  admitieron,  por  la  ro^ 
ligion  y  soberanía  de  la  dignidad.  Volviéronse  aquella  noche  á 
Pahcio,  y  publicóse  al  otro  dia  el  vireinado  de  Sicilia  para  el 
duque  de  Alcalá ,  con  otras  mercedes  para  personas  de  su  casa; 
debiendo  de  restituirle  el  vireinado  de  Ñapóles  ante  todas  co- 
sas, porque  las  que  pasaron  alli  entre  ambos  duques  no  eran 
pnra  deponerte.  Estaba  en  Roma  el  conde  de  Hontercy,  y  era 
jufto  pasarle  por  esta  clase,  y  que  ya  que  estaba  en  Ñapóles, 
no  se  le  desalojase  del  vireinado,  que  aunque  estaba  guar- 
dado el  agravio,  para  muchos  no  se  entiende  ha  de  tocar  en 
la  parentela. 


H 

^B  chas 

^f  fresca  ro 


Dolió  mucho  al  duque  de  Alba  los  honores  y  mercedes  he- 
chas al  duque  de  Alcalá  ;  las  pasiones  pasadas  y  presentes  re- 
frescaron el  odio;  dióse  el  duquo  de  Aiba  á  quejas,  á  repre- 
sentar sus  servicios,  y  que  era  él  el  que  con  eicesivos  gastos 
y  largo  tiempo  había  llevado  á  la  reina  de  Hungría,  pasando 
el  Adriático,  á  las  fronteras  de  Alemania  que  por  aquella  parte 
se  comienza.  En  la  historia  decía  que  no  le  habian  hecho  mer- 
ced y  héchosela  á  su  enemigo,  y  que  aquel  vireinaüo  en  tos 
años  pasados  se  le  había  prometido  á  su  hijo  (afectando  por 
aquí  razón),  y  que  no  se  le  había  cumplido  la  palabra.  Jugó 
del  cerrión ,  y  descolgando  lo  que  tenía  en  Palacio ,  se  fué  á  su 
casa  con  achaque  de  falta  de  salud. 

Verdaderamente,  parece  ajeno  de  toda  razón  no  concer- 
tar un  hombre  sus  pasiones  con  la  prudencia,  y  moderarlas 
con  la  razón,  y  querer  obl¡;jar  á  los  reyes  á  que  las  conserve 
contra  el  que  quiere  su  vasallo,  aunqUH  sea  grande ,  siendo  su 
oficio  el  regirlos  y  componerlos ,  y  que  no  haga  merced  al  que 
le  parece  digno  de  hacérsela.  No  pecó  aquí  el  Privado,  empero 
pasó  este  disgusto  por  los  que  le  recibimos:  esta  queja,  sin 
duda,  era  fructuosa,  debiendo  quejarse  antes  de  que  se  le 
limitó  la  potencia  en  el  oficio  de  Mayordomo  mayor,  que  se 
le  armó  una  Junta  para  rerormársele.  y  que  no  pudiese  dar 
una  onza  de  azúcar  que  no  se  la  pusiesen  en  su  cuenta,  de- 
jándosele sólo  en  la  apariencia  y  en  la  estatua.  ,-  Qué  cosa  para 
D.  Juan  de  Mendoza,  duque  del  Infantado,  que  cuando  veía 
menudencias  en  Palacio,  poquedades  y  miserias,  decía: — 
Andad,  Señor,  no  traigáis  aquí  esas  porquerias!  ¡Luego  pasaría 
él  porque  le  pusieran  guardas  al  oficio! 

A  esta  hora  llegó  la  desastrosa  nueva  de  la  pérdida  de  la 
flota  de  Nueva  España,  que  atormentó  el  reino  y  el  mundo, 
estremeció  el  trato,  hizo  temblar  los  hombres  de  negocios  y 
confundió  el  caudal  de  todos:  llegó  aquella  mañana  que 
vino  de  Roma  la  concesión  que  el  Papa  hacia  al  Rey  de  80.000 
ducados  sobre  los  clérigos:  que  lo  hundió  la  mar  el  día  que 
se  hizo  la  gracia.  Referían  las  cartas,  y  aviso  que  se  tuvo  de 
esto,  que  pasaban  los  navios  de  mercaderes  do  diez  y  seis  ó  diez 


y  ocho,  sin  la  almiranU  ó  capitana  del  Rey;  qoe  se  pnáieroD 

diez  ó  doce  millones,  y  tres  de  pÍBta  del  Rey,  de  donativo  y 
venta  de  oGcíos  de  aquella  provincia,  sin  los  derechos  que  le 
habían  de  tocar  al  llegar  a  Sanlúcar.  Fué  el  Gonlimíento  nota- 
ble, y  la  satoD  infeliz,  por  estar  los  enemigos  en  Alemania  é 
Italia  COD  más  bríos  y  fuerzas  de  las  que  convenía.  El  pueblo 
decía  á  voces,  que  la  administración  sin  fortuna  del  Conde  le 
había  sepultado  en  el  centro  de  las  arenas,  y  el  haber  sacado 
el  viaje  de  su  curso  nativo.  Asi  lo  daba  á  entender  el  conde 
de  la  Puebla  del  Maestre,  presidente  de  aquel  Consejo,  por 
donde  casi  se  rugió  que  se  to  bamboleaba  el  oBcio,  envlandole 
k  Sevilla  á  prevención  de  Ilotas,  que  no  surtió  á  efecto  por 
obligaciones  que  le  asisten ,  y  de  quq  él  se  descendjói  empero, 
sin  embargo,  poco  después  le  alargó,  signíGcando  al  Rey  no 
tenia  ánimo  para  ejecutar  el  orden  de  S.  H.  en  quitar  la  plata 
á  los  mercaderes,  porque  los  llantos  y  las  voces  eran  infinitas, 
y  las  maldiciones  innumerables  y  dignas  de  temer ;  que  S.  H. 
enviase  otra  persona  para  su  ejecución  y  aun  para  la  presi- 
dencia de  Indias,  si  no  le  acertaba  á  servir,  se  nombrase  la  que 
fuese  servido.  El  Conde  daba  voces  con  esto,  creyéndolo  asi,  y 
que  era  para  esta  monarquía  infausta  su  fatiga,  porque  los  ciu- 
dadanos no  asistían  fuera  sino  dentro  ya  desarmar  hombres. 
Dicen  que  hizo  un  papel,  ó  que  llamó  algunos  del  Consejo 
y  comenzó  á  exclamar  diciendo,  que  pidiesen  licencia  ¿  S.  M. 
para  retirarse,  que  su  mala  suerte  y  peor  gobierno  eran  la 
causa  de  esta  y  otras  muchas  calamidades  y  desdichas,  que 
por  espacio  de  once  años  habla  padecido  esta  monarquia, 
tanto,  que  estaba  para  correr  ruina:  el  papel,  dicen,  fué  más 
ponderado  que  verdadero,  á  todo  el  Consejo  pleno,  en  que 
decía,  era  el  Consejo,  digo,  el  vasallo,  que  más  había  deseado 
servir  al  Rey,  y  que  ésto  sólo  sustentaría  con  su  sangre;  mas 
que  su  dicha  había  sido  tan  corla  que  no  lo  había  podido  con- 
seguir: que  quería  dejar  el  manejo  de  papeles  y  negocios,  y 
asi  propusiese  el  Consejo.sobre  qué  persona  podria  cargar  S.M. 
eate  cuidado,  que  ya  no  se  hallaba  con  fuerzas  para  pasar 
adelante;  y  que  sólo  atenderla  á  servirle  en  los  oGcios  de  Su- 


124 
miller  de  Corps  y'  Caballerizo  mayor  Los  del  Consejo,  dicen, 
doblaron  el  billete  y  callaron,  anteviendo  que  aquella  propo- 
sición tiraba  solamente  á  tentar  los  ánimos,  mus  no  á  la  ver- 
dad' y  á  ver  lo  que  sentían  los  más  recios  de  aquellos  sena- 
dores; percibiendo  de  aquí  y  aun  lemiénilosc  coirer  obligación 
aquel  Senado  de  corregir  al  Rey.  los  siniestros  sucesos  aviár- 
selos, rcmcdiur  los  pasados,  y  prevenirle  los  présenles,  los 
prósperos  y  los  que  convienen  á  la  salud  del  reino  y  bien  pú 
blico.  Callaron,  pues;  empero  hubo  alguno  que  reHríu,  que  si 
volvía  á  proseguir  la  propuesta,  que  abandonando  cuanto 
tenía  y  cuanto  le  podía  suceder,  anteponiéndolo  á  todo  la 
utilidad  de  su  Rey,  su  crédito,  su  fortuna ,  su  descanso  y  toda 
buena  andanza,  respondería  que  S.  M.  no  tenia  necesidad  de 
hombre,  sino  de  sí  sólo;  que  trabajase  por  su  persona,  que  eso 
bastaba  para  recobrarse,  para  sacudir  y  frustrar  los  malos  su- 
cesos, volver  en  si,  resucitar  esle  cuerpo,  y  hacerse  temido, 
grande  y  de  esclarecida  reputación  entre  lodos  los  reyes  de  la 
tierra;  y  quo  eso  lo  conseguiría  con  su  trabajo  y  aquel  Con- 
sejo :  recurso  que  le  dejaron  sus  mayores,  para  cualquier  si- 
niestro accidente. 

\63\  .—Estrago  del  volcan  dé  Atípoíes.— Tras  esta  pérdida  de 
la  flota ,  se  lamentaba  la  gente ,  quo  ya  por  cartas  de  Italia  lo 
tenía  la  Europa  y  casi  las  otras  dos  parles  del  mundo  y  sus 
conGnantcs,  de  la  ruina  y  miserable  estado  del  reino  de  Ñapó- 
les: referían  que  había  vomitado  tanto  fuego  y  ceniza  la  mon- 
taña del  Soma,  puesta  a  dos  leguas  de  la  ciudad  de  Ñapóles,  ó 
Vesubio,  como  lo  escribe  la  erudición  antigua,  que  enterró  mu- 
chos lugares,  jardines,  viñas  y  heredades  de  su  contorno,  tanto, 
que  se  llegó  á  reconocer  su  pérdida  en  cada  año  por  millón  y 
medio  de  escudos;  dejando  toda>  aquellas  campiñas  infruc- 
tuosas ,  los  lugares  más  luengos  atormentados,  los  moradores 
medrosos,  poniéndose  al  amparo  y  acogiéndose  al  sagrado  de 
las  iglesias;  tanto,  que  les  pareció  se  acercaban  \a  los  últi- 
mos diag  del  mundo.  Sucedió  este  estrago,  dos  horas  antes  del 
día,  á  16  de  Diciembre  del  año  pasado  1631  :  fué  tremendo 
el  ruido  y  el  asombro  causado  de  los  terremolos ,  la  ceoíia  lan 


125 

densa  y  tanta,  que  embarazaba  la  vista  del  Sol,  y  casi  de 
color  de  algodón  crespado.  Invocaban  los  naturales  la  miseri- 
cordia Y  auxilio  divino,  acudiendo  á  la  vt'nerable  y  milagrosa 
reliquia  de  San  Jenaro,  patrón  de  aquella  colonia,  entre  las 
mayores  la  más  esclarecida,  y  aBrman  muchos  que  le  vieron 
oponerse  á  la  ruina,  como  otra  vez  le  vieron,  por  los  años  de 
472,  que  volaron  las  cenizas  llevadas  de  losvientos  hasta  la  otra 
parte  del  Adriático,  que  baña  el  cabo  de  Otrento,  á  las  pro- 
vincias de  Barí,  Capitana  y  el  Abruzo;  y  vomitó  tanto  fuego  y 
^gua  desi\que  como  torrente  impetuoso  corrió  al  Mediterráneo 
arrasando  cuanto  topaba,  de  suerte  que  algunos  lugares  cor- 
rieron fortuna,  y  se  vio  el  humo  de  la  materia  por  tres  dias 
hirviendo  dentro  de  la  mar,  y  á  las  galeras  que  estaban  en  el 
mbelle  de  Ñapóles,  con  el  ímpetu,  les  faltó  el  agua  quince 
dias. 

Re6eren  las  relaciones,  que  estuvieron  en  suma  congoja 
los  naturales,  y  toda  aquella  parte  del  reino,  que  alinda  con 
la  montaña,  en  no  menor  cuidado.  De  siete  veces  deponen  las 
historias,  y  esta  será  la  octava ,  que  ha  sucedido  este  espec- 
táculo: en  tiempo  de  Augusto  César  fué  la  primera,  y  después 
en  tiempo  de  Tito,  como  se  lo  escribió  Plinio  el  segundo  á 
Cornelio  Tácito,  que  fué  la  más  prodigiosa,  destruyendo  las 
dos  ciudades  sentadas  á  la  orilla  de  la  mar.  Hercúlea  y  Pom- 
peyana,  y  hoy  torre  del  Greco  y  torre  de  la  Anunciada,  pe- 
reciendo ambas  aquella  vez:  otra  en  tiempo  de  León,  em- 
perador de  Constantinopla ;  del  Papa  Benedicto  II,  do  Be- 
ncdito  VIH,  de  Benedicto  IX,  y  esta  que  acabamos  de  oir  en 
nuestros  dias,  que  son  ocho.  Todas  estas  ruinas  é  infelicidades, 
observadas  por  muchos  varones  de  prudencia  y  canas,  decian 
era  querer  Dios  acabar  esta  monarquía,  porque  no  eran  su- 
cesos estos  que  se  oian  en  las  tierras  de  los  otros  principes, 
sino  en  las  nuestras.  En  nuestros  mares  los  robos  y  pérdidas 
de  las  flotas,  en  Nápolcs  aquella  exhalación  tan  lamentable; 
el  incendio  de  la  Plaza,  en  la  corte  do  Madrid ;  la  inundación 
de  armas  confederadas  para  derribarnos;  los  siniestros  suce- 
sos, la  falta  de  todo,  la  miseria,  la  calamidad,  la  esterilidad 


126 
de  los  años  y  los  inmenEOs  tributos ;  en  que  parecemos  pupilos 
de  holandeses  y  pasantes  de  lag  más  tiranas  repúblicas  del 
mundo,  y  de  quien  se  dice  que  cuando  comenzaron  á  entrar 
eo  esta  plaza,  entraron  en  su  ruina  y  acabarse.  ¿Qué  se  hi- 
cieron aquellos  tiempos  pasados?  ¿Qué  se  hizo  aquel  Rey 
gloriosísimo  para  sus  vasallos?  ¿Qué  de  aquellos  ministros 
dotados  de  tanta  liberalidad  y  cortesía?  Por  eso  dije  en  sa 
historia ,  que  los  dejé  con  vida ;  porque  no  voy  á  templo,  plaza 
y  calle,  casa  particular,  palacio,  que  no  oiga  á  los  nobles  y 
plebeyos:  ]Ah,  qué  grande  y  qué  piadoso  fué  nuestro  rey 
Felipe  III  para  nosotrosl  ;Y  qué  prósperos  fueron  sus  diasl 
[Qué  dichoso  su  reinado  1  En  él  florecierou  todas  las  cosas;  la 
religión  estuvo  exaltada;  las  armas  tuvieron  su  reputación, 
los  vasallos  tuvieron  descanso,  aliento  y  padre,  sus  ministros 
nos  aliviaron,  y  dieron  honra  y  autoridad.  Esto,  como  digo, 
decian  y  se  oia,  suspirando  por  él  cada  instante:  quisieron, 
cuando  acabo,  hundirle  los  malos,  aspirándoselo  al  colmo 
de  su  ambición;  empero  hoy  ha  vuelto  Dios  por  esta  parte, 
porque  lo  aclaman  asi  sus  virtudes:  era  bueno  y  nosotros  no 
tales,  y  confundiónos,  y  lo  peor  de  todo,  ¡qué  lejos  estamos 
del  desengaño ! 

Sobre  estos  dos  sucesos,  dei  reino  de  Ñápeles  y  de  la  dota 
de  Nueva  España,  ideó  de  repente  una  jornada  á  Valencia  y 
Barcelona,  que  dio  mucho  que  hablar  y  que  discurrir,  enca- 
minada antes  que  acudir  á  las  armas  y  defensa  de  Italia  y 
Alemania  al  particular  del  Valido,  y  á  moüíGcar  sus  celos; 
que  es  lo  que  más  nos  conviene,  y  que,  antes  que  otro  bien, 
tengamos  éste  como  remedio  universal,  y  con  esta  novedad 
enmudecer  aquel  yerro ,  y  también ,  ó  para  que  no  se  hablase 
en  lo  de  la  flota,  ni  le  entrasen  por  alli  al  Principe  los  gemi- 
dos y  la  lástima  de  sus  cosas  y  la  del  bien  público,  y  pasase 
de  alli  al  remedio,  ó  para  sacarle  de  los  predicadores;  que 
jamás  los  he  visto  tan  celosos  y  picantes.  Predicador  hubo, 
que  relirió  debajo  de  la  teología  cuantos  acaecimientos  hemos 
visto  en  estos  once  nños  de  nuestro  gobierno,  porque  quiere 
ol  demonio  que,  en  el  tiempo  que  es  justo  darnos  á  la  conlem- 


127 

placion  de  ios  misterios  de  nuestra  reputación,  se  introduzcan 
materias  que  diviertan  nuestro  espíritu  por  este  camino,  que 
nos  lleva  á  la  bienaventuranza;  arrastrándose,  pues,  de  aqui 
gran  gente.  Habíase  apoderado  de  la  voluntad  del  Principe 
infante  D.  Carlos,  D.  Antonio  de  Moscoso;  habíale  hecho  el 
Conde  gentilhombre  de  su  Cámara  por  acallar  al  Infante  de 
la  expulsión  de  D.  Melchor  de  Moscoso,  hermano  de  D.  Anto- 
nio, que  salió  para  obispo  de  Segovia,  porque  también  tenía 
la  misma  gracia;  habíale  criado  su  madre  la  condesa  de  Al- 
tamira,  hermana  del  duque  de  Lerma,  y  en  esto  cumplía  con 
los  oficios  de  Principe:  habíase  mostrado  el  D.  Antonio  agra- 
decido al  Conde,  y  casi  quería  que  corriese  por  su  mano  la 
confidencia  de  aquel  cuarto ,  y  habia  metido  al  Rey  en  esto,  y 
que  fuese  con  voluntad  suya,  y  aun  de  hacer  muy  aficionado 
al  Infante  para  con  el  conde  de  Olivares,  de  algunos  disgus- 
tillos que  ya  dejo  referidos  en  lo  pasado,  de  que  el  Conde  de- 
cia  que  no  habia  tal  hombre  ni  que  tal  pensó,  y  que  habia 
salido  muy  diferente  de  lo  que  se  habia  concebido  de  su  na- 
tural, y  que  no  parecía  gallego;  halagándole  con  algunas co- 
sillas  con  que  pudiese  entrar  en  el  cuarto  del  Rey,  unas  en- 
comiendillas  de  Indias  de  hasta  4.000  ducados  de  renta,  todo 
de  bien  poca  consideración,  y  no  lo  que  le  dejase  con  descanso 
y  con  lustre  por  ser  contra  los  preceptos  de  sus  materias, 
sino  lo  que  bastase  á  engañarle  por  entonces;  con  que  el 
hombre  estaba  envanecido,  surcaba  en  todos  tres  cuartos  con 
bonanza,  y  decía  que  habia  debido  más  al  Conde  que  á  su 
tío  el  duque  de  Lerma.  Dejo  ya  respondido  á  esto,  y  por  eso 
paso  adelante. 

Habíase  apoderado  de  la  voluntad  del  Infante;  acudian  los 
de  Toledo ,  eclesiásticos  y  seculares,  á  su  casa ;  dábanse  á  su 
devoción  algunas  provi«iioncillas  de  prebendas,  porque  las 
mayores  daba  al  Conde,  que  también  quería  ser  arzobispo  de 
Toledo,  como  todos  los  demás  oficios:  arrimábase  á  esta 
ambtad  y  secreto  el  infante  D.  Carlos .  y  con  la  venida  del  Al- 
mirante, que  era  amigo  del  D.  Antonio,  habia  crecido  la  ga- 
villa y  el  fuego;  y  ambos  infantes  y  el  D.  Antonio  y  el  Almi- 


I2S 
ranic ,  tenian  en  horas  privadas  conversaciones  largas  ;  secre- 
tas, por  donde  ya  pensó  el  Conde  que  se  hundía  el  mundo, 
80  abrasaba  la  casa,  y  le  alcanzaban  las  centellas:  lodos  de 
la  casa  del  duque  de  Leruia,  unos  por  matrimonios,  y  oíros 
por  deudos,  y  toda  ella  agraviada.  Galló,  pues,  á  los  prin- 
cipios, y  disimulaba  su  arrepeniimienlo,  si  bien  locaba  al  ar- 
ma continuamente  con  la  salida' del  Infante  á  Flandcs,  y 
de  donde  pensaba  eicluir  lo  que  ya  le  luordia  el  coraron; 
abordándose  de  lo  que  él  hizo  con  el  duque  de  Uceda,  que, 
introduciéndose  con  él  por  confidente  del  cuarto  del  Príncipe, 
le  salteó  la  presa,  y  así  temió  no  fuese  castigado  del  Moscoso 
por  los  mismos  6los;  que  los  acaecimientos  de  los  tiempos  son 
muy  varios,  y  alguna  vez  por  divina  inteligencia  forzosos,  y 
&un  semejantes.  Vacó  el  arcedianato  de  Madrid,  y  pidiendo  el 
marqués  de  Almazan,  hermano  mayor  de  D.  Antonio,  á  la 
Reina,  le  pidiese  al  infante  D.  Fernando  para  uno  de  sus 
hijos,  y  habiéndole  dado  él  de  muy  buena  gana,  cnpa  pre- 
medilada  por  el  gusto  do  D.  Antonio,  el  Conde,  que  lo  supo, 
y  que  aquel  natural  de  que  nadie  se  aumente  le  estimuló  más 
vivamente  el  espíritu,  dio  cuenta  al  Rey  de  ello,  y  el  Key  al 
lofanie  orden  expresa  que  no  le  diese  á  nadie.  Respondió  que 
la  Reina  se  le  había  pedido  á  instancia  del  marqués  de  Alma- 
zan, para  hijo  suyo;  con  que  resolviendo  que,  sin  embargo, 
QO  lo  diese,  los  unos  no  osaron  tomarle  de  miedo,  y  el  Conde 
no  lo  quiso  dar,  cubriendo  su  cautela,  con  que  todo  quedó 
resentido;  comcniando  á  brotar  nuevos  tropiezos  y  disensio- 
nes en  el  cuarto,  diciéndole  los  confidentes,  la  mucha  mano 
que  cada  día  se  tomaba  el  D.  Antonio,  que  cómo  üaba  tanto 
de  los  que  habia  hecho  enemigos,  que  entraba  en  esta  liga 
hasta  el  infante  Ü.  Carlos,  y  que  había  nmcho  que  remediar 
(y  tenia  razón),  y  cuando  para  eso  so  hiciera  cualquiera  de- 
mostración, habia  mucha  justicia.  Aprelósele,  pues,  al  In- 
fante, con  que  había  de  caminar  muy  en  breve,  qué  se 
aprestase;  lu  cuul  creído,  aunque  ú  los  más  atentos  les  pare- 
cía habia  mucho  embarazo  en  Flaodes,  como  la  santa  In- 
fanta, la  reina  madre  de  Francia,  el  duque  de  Orleans  su 


129 
hijo,  todos,  madre  é  hijo,  huéspedes  y  rugítivos,  ^e  persua- 
dían no  era  á  propósito,  por  las  diferencias  que  de  ordinario 
se  suelen  ocasionar ,  y  los  disgustos  sobre  procedencias  y  cor- 
cortesías  entre  tos  príncipes,  de  que  nacen  gravísimas  disen- 
siones. 

Creyóselo,  pues,  el  Infante,  é  hizo  un  papel  al  Conde,  en 
que  le  pedia  que,  quedándose  Camarasa ,  se  le  consintiese  dar 
á  D.  Antonio  uno  do  los  oíicios  mayores,  creo  que  el  de  Su- 
miller de  Corps,  oficio  que  en  lo  de  atrás,  para  desengaños 
de  esta  ascensión ,  cargaba  sobm  D.  Gonzalo  do  Córdoba: 
fuélc  respondido  rasamente  al  Infanta,  que  no.se  le  habían 
de  dar;  con  que  luchó  con  el  Conde  valientemente,  como 
se  rugió  en  Madrid.  Declaróse  éste  por  enemigo  suyo,  do 
sus  acciones,  y  de  todo  escríbió,  ó  hizo  escribiese  el  Rey 
á  la  señora  Infanta,  de  Flandes  escribiese  acá  no  con  ve- 
nia, si  el  Infante  había  de  ir  á  gobernar  a  Flandes,  lle- 
vase Privado;  que  eran  muy  diferentes  aquellas  provincias, 
en  esta  parte,  que  las  de  España,  y  no  lo  llevarían  bien 
aquellos  vasallos  que  aborrecen  el  nombre  español ,  cuanto  y 
más  español  y  Privado.  Y  conc¿dolo,  porque  e!  que  hubiere  de 
pasar  á  aquellos  países  se  ha  de  revestir  el  ánimo,  las  cos- 
tumbres, voluntad  y  acciones  do  flamenco,  si  los  quiere  regir 
á  gusto  y  bien  y  ganarles,  los  corazones.  Por  pasar  á  redu- 
cir los  otros,  así  lo  observó  el  archiduque  Alberto,  si  bien  lo 
murmuraban  mucho  que  eso  lo  tenia  de  alemán  y  del  haber 
nacido  allá,  con  que  S9  presumía  no  era  tan  afecto  á  españo- 
les, y  no  se  lo  podemos  reprobar.  Por  su  conveniencia,  la  se- 
ñora Infanta  siguió  este  dictamen;  esencialisiraa  materia  y 
preciosa,  porque  todo  es  menester  para  no  acabar  de  perder 
aquellos  vasallos  que  tanto  nos  cuestan.  Vino  la  carta-,  ó  es- 
peróse, y  entre  tanto  hizo  consultar  el  Consejo  de  Estado  al 
Rey  en  esta  misma  causa,  que  para  todo  tenía  mano,  y  para 
sacar  el  clavo  con  tenazas  ajenas  y  palillos  de  feria;  el  Con- 
tejo ,  lo  que  se  pidió  en  la  carta  (y  aprobaban  el  intento  del 
inventor  sino  todos  los  más),  fabrícó  consulta  sobre  ello.  En- 
tre tanto  se  le  denegó  al  Infante  la  administración  del  arzo- 


130 
bispado  para  el  obispo  deSegovía,  por  cuanto  el  cardenal  Za- 
pata la  lanería  dejar,  por  ver  mal  atendidas  sus  consultas  ó 
porque  se  le  negó  una  canongla  para  uno  de  sus  sobrinos;  y 
quién  duda  en  el  D.  Antonio  la  pretensión  á  cubrirse,  por 
poseer,  por  el  matrimonio  contraído  con  la  casa  de  Portocar- 
rero?  ;  Eilraña  cosa  1  ¡  Qué  pertinaz  y  vigilante  era  en  no  dejar 
á  nadie  conseguir  nada !  Esto  aunque  lo  quisiesen  los  infantes; 
empero  un  beneficio,  si  le  pedia  alguna  de  sus  criadas  ,  aun- 
que lo  pidiese  la  Reina,  por  la  imposición  que  la  Condesa  ha- 
bia  puesto  sobre  todos  los  de  aquel  cuarto  de  que  no  pidiesen 
nada  á  la  Reina,  por  tenerlo  todo  cautelado  y  con  suma  ti- 
ranía; pero  esta  ley  no  hablaba  con  aquellas.  Pregunto  yo, 
¿por  dónde  han  de  respirar  los  que  sirven?  ¿No  les  ha  de  ser 
licito  valerse  de  sus  fatigas  y  de  lo  que  obligan  sirviendo?  ¿Bd 
todo  han  de  estar  metidos  en  un  puño  esprimiendo  sangre? 

Resuelta  la  consulta  y  ordenada  subió  al  Rey,  y  de  allí 
a)  Conde,  como  es  uso  y  costumbre ,  y  de  alli  pasó  hI  confesor, 
obediente  á  las  leyes  del  Privado  y  buen  voto  en  todas  Jun- 
tas, duras  ó  blandas  ([si  Aliaga  hubiera  seguido  esta  senda 
de  qué  dichas  no  gozáratuos  hoy ! }.  Fué ,  pues ,  el  confesor  coa 
orden  de  decir  al  infante  no  diese  nombre  do  Privado  á  Don 
Antonio  de  Moscoso,  que  no  convenia,  do  ir  á  gobernar  á  los 
Países  Bajos,  que  aquellos  gcnLes  no  lo  sufíian  y  lo  llevarían 
mal.  El  Infante  ,  suspendido  de  este  mandato,  respondió  que 
él  no  tenia  Privado,  ni  que  le  había  de  tener,  y  que  así  haría 
lo  que  S.  M.  le  mandaba ;  y  para  embozar  el  tiro ,  prosiguió  el 
confesor: — Esta  es  órilen  del  Consejo  de  Estado  y  no  do  otra 
persona.  Replicó  el  Infante,  y  dijo  que  así  lo  creia.  Sintiólo,  y 
á  solas  prorumpió  con  el  D.  Antonio  y  con  el  infante  D.  Car- 
los, y  derramó  su  sentimiento;  y  coda  uno,  incitado  de  tan- 
tas ignominias,  asechanzas  y  heridas,  hablaba  sin  freno  y  sin 
rienda, de  que  asi  quisiese  un  Privado,  por  su  comodidad  y 
por  su  miedo,  atreverse  hasta  las  mismas  inteligencias  sagra- 
das; sentían  los  desagraciase  con  el  Rey,  su  hermano,  y  los 
hiciese  mal  vistos  de  él :  arrimábase  aquí  el  Almirante ,  y  fuera 
de  Palacio  mucha  gente.  El  cuento  corrió  por  el  lugar,  donde 


131 

se  discurría  largamenle,  y  como  esta  parte  sio  duda  arrastra 
todo  lo  mayor  y  más  grande  de  la  corte,  dio  cuidado;  y  los 
malsines,  que  existían  en  todas  partes,  hasta  en  los  tem- 
plos, y  los  que  había  en  el  cuarto  del  Infante  y  del  Rey, 
daban  cuenta  por  menudo,  si  no  de  lo  que  oían,  de  que  se 
hablaba  y  había  Juntas ,  y  también  dirían  con  el  despecho  que 
estaban  todos  y  en  cuanta  desesperación  era  exaltado  por 
momentos  el  infante  D.  Fernando  del  confesor ,  y  de  aquí  seria 
forzoso  volver  por  sí  y  hablar  algunas  palabras  con  senti- 
miento, y  de  dónde  era  disparada  esta  flecha;  de  las  cuales 
no  puedo  yo  deponer,  porque  cosas  tan  secretas  y  á  tan 
pocos  reservadas ,  con  dificultad  se  alcanzan.  Finalmente,  lle- 
varía el  confesor  por  respuesta  los  sentimientos,  las  palabra! 
dichas  con  enojo,  y  retirado  el  decoro  de  Principe,  que  tal 
vez  excedo  de  la  templanza  sin  poderse  vencer  de  ta  modes- 
tia. Quitar  á  un  Principe  los  criados,  es  cosa  para  sentirlo  si 
es  por  ofensas  cometidas  contra  la  virtud :  para  casos  tales  son 
reservados  los  avisos;  y  sí  no  hay  enmienda,  necesario  es  el  cas- 
t'S'^t  y  tal  vez  la  deposición,  si  para  comodidades  propias,  ó 
por  emulación  de  que  no  crezca  el  otro ,  porque  es  de  la  casa, 
por  pnsion  propia  ha  querido  hundirle  y  valerse  de  la  gracia 
del  Principe  para  esta  maldad  execrable:  escarapelar  los 
hermanos,  introducirlos  en  odio ,  y  más  entre  hermanos  tales, 
es  gran  yerro;  juzgándolos  todos,  los  de  mejor  consejo,  por 
tan  buenos  y  sumamente  obedientes. 

Pues  creyendo  el  Conde  llovían  rayos  sobre  él,  y  se  alte- 
raba Palacio,  la  corte,  el  mundo  y  los  hombres  más  graves  de 
ella ,  jugó  de  la  carta  para  cubrirse  con  ella ,  y  él  en  persona 
fué  y  se  la  mostró  al  infante  D.  Fernando,  dicíéndole  que 
aquello  nacia  de  haberlo  avisado  asi  la  sei^ora  Infanta,  de 
Flandes,  y  no  de  otra  cosa.  El  Infante  respondió,  diciéndole 
todo  lo  que  sentía  de  si  y  de  él,  de  lo  pasado  y  de  lo  pre- 
sente, de  su  intención  y  astuto  modo  de  proceder;  de  que,  me 
alinnan,  hubo  grande  refriega,  la  cual  acabada  se  retiró  ásu 
cuarto,  rodeado  y  combalido  de  diversas  imaginaciones,  lu- 
chando consigo  mismo  del  cnmino  que  tomaria  en  accidente 


tan  arduo.  DiEcurrJó  quo  se  habia  aventurado  á  mucho,  que 
ya  el  Infanlo  tenía  furiosamente  irritado,  y  aun  removidas 
todas  las  dependencias  pasadas,  y  que  aquel  Privado,  que  ¿I 
artiGciosamente  habia  lisonjeado  y  permitidole  correr  con  el 
Infante  y  usar  de  su  valimiento,  era  fuerza,  anteviendo  le 
cortaba  los  pasos  y  atajaba  las  medras,  que  todo  lo  benefi- 
ciado se  había  de  convertir  en  odio,  y  aun  aspirar  á  la  ven- 
ganza ó  la  enmienda,  como  hombre  arrimado  y  querido  de 
persona  tan  grande.  Discurrió  no  desampararía  esta  unión  el 
infante  D.  Carlos,  y  aun  que  el  Príncipe,  en  todo  enemigo 
de  manifestar  sus  afectos,  que  era  sin  duda  estrechísimo 
amigo  de  su  hermano,  y  por  esta  parte  al  Moscoso  en  estrecha 
cabida  con  entrambos;  efectos  de  algunos  progresos  de  la  mo- 
cedad, vínculo  poderoso  en  la  juventud.  Temió  sus  sucesos,  y 
el  recientemente  acabado  de  suceder,  del  estrago  de  los  tres 
millones  de  plata,  que  adjudicaba  el  mundo  á  gobierno  suyo, 
á  BU  falta  do  fortuna,  y  poco  valor,  y  sin  ninguna  empresa  glo- 
riosa en  estos  doce  años  do  absoluto  Ministro  en  la  monar- 
quía :  temió  que  el  Infante  no  tomase  la  pluma,  ó  solicítase  á 
su  hermano  y  en  hora  privada  le  refiriese  el  lastimoso  estado 
de  sus  cosas  y  su  falta  de  reputación ,  y  que,  obrando  tales  avi- 
sos como  únicos,  ejecutase  el  ilesengaño;  punto  hasta  donde  él 
discurre  que  llega  su  privanza;  hasta  que  su  Rey  abrace  los 
consejos  y  obre  por  su  entendimiento.  Tras  esto  discurrió  quo 
el  Moscoso  arrastraba  gran  parentela,  que  el  Almirante 
campaba  con  la  pretensión  del  infnnte  D.  Carlos,  y  que  á  es- 
tos dos  seguían  las  casas  de  Sandoval  y  Moscoso,  agraviadas 
de  malos  oficios,  desfavorecidas  y  desacreditadas  con  su 
Rey,  y  casi  hundidas;  que  tras  éstas  corrían  innumerable 
tropa  de  deudos,  lodos  do  casas  grandes  y  esclarecidas,  y 
que  se  podría  volver  de  tai  semblante  la  fortuna,  que  reci- 
biese los  denuestos  y  las  coces  de  aquellos  mismos  ú  quien  él 
so  las  díii;  persistiendo  do  aqu!.  que  ánles  quería  morir  en 
otras  mnnos  que  recaer  en  las  de  aquéllos.  Finalmente,  asal- 
tado de  estas  ilusiones  é  imágenes,  resolvió  do  acomodar  esta 
quiebra,  y  desconfianza  en  que  había  caído,  aunque  fuese  á 


CMláue  la  persona  más  sagrada  y  más  digna  de  aUocioñ  y 
con  quien  era  justo  rehusar  la  lucha,  conocerse,  sondar  el 
riesiío,  y  no  entrar  con  él  en  batalla ;  empero,  ajeno  de  todo 
prudencial  conocimiento,  no  queriendo  desistir  un  punto  de 
su  exallaciun,  imperio,  vanidad  y  soberbia,  á  la  hora  pri- 
vada, pretendiendo  escapar  de  la  tormenta  en  la  tabla  de 
aquel  en  cuya  virtud  arma  sus  cautelas  y  permanece  en  des- 
atención, dijo  y  escribió  por  mano  del  confesor,  que  quiere 
antes  militar  en  su  conservación  que  en  lo  justo: 

•  Señor:  Habiéndose  V.  U.  servido,  desde  que  entrón  rei- 
nar, de  poner  en  mis  manos,  no  sólo  la  distribución  de  la 
monarquia  y  las  mercedes,  sioo  también  los  consejos,  y  ha- 
biendo yo  atendido  á  lo  primero  con  singular  rectitud  y  lim- 
pieza, en  lo  segundo  be  puesto  siempre  la  vigilancia  que  pide 
Rey  tan  grande,  materias  tan  grandes,  provincias  y  coronas 
tan  dilatadas  y  eitendidas ;  y  no  sólo  me  he  procurado  expla- 
yar por  las  de  afuera,  sino  también  en  las  domésticas  y  de 
dentro  de  casa,  basta  las  más  mínimas  de  este  Palacio,  que 
no  son  de  menor  cuidado  que  aquéllas,  antes  las  que  se  de- 
ben examinar  con  suma  asistencia,  y  aun  temer  sin  duda.  En- 
tre muchas  y  muy  varias,  de  que  he  confiado ,  avisado  y  pre- 
venido, y  hecho  muy  largos  papeles  (que  algunos  se  halla- 
rán en  los  archivos},  servicio,  según  yo  pienso,  entre  los 
grandes  el  mayor  es  el  de  dos  Serenísimos  Infantes,  que  V.  H. 
tiene  tan  cerca  de  si.  En  los  años  pasados  y  en  algunas  ocur- 
rencias, ya  que  he  procurado  observar  sus  inclinaciones  y 
que  me  avisen  de  ellas  lus  más  asistentes,  he  conferido  algu- 
nas con  V.  H. ,  empero  con  más  templada  advertencia  enton- 
ces, por  no  haber  sido  los  años  de  tanto  cuidado,  si  bien  90 
diferían  los  remedios  para  lo  de  adelante  y  cuando  ellos  es- 
tuviesen en  sazón ,  que  si  no  se'  pudiesen  temer ,  por  la  virtud 
esclarecidisima  de  los  sujetos,  se  pudiesen  prevenir,  como  lo 
enseña  la  prudencia,  maestra  y  guia  de  todo  efecto  altamente 
fortunado. 

■  Encuentros,  sin  embargo,  ha  habido  en  este  caso,  y  al- 
gunos en  que  reparar ;  empero  la  insuficiencia  de  los  años  no 


134 

ha  dado  lagar.  El  uno  es  ya  casi  de  veinticinco' aíos  y  eí  otra 
de  veinlilres,  edad  sazonada  para  todo;  ambos  robustos  y 
bien  proporcionados,  y  en  los  rostros  lo  viril  del  scio,  con 
veneración  y  respetos ,  de  claros  juicios ,  ingenio,  sagacidad  y 
prudencia  ;  pasando  de  hermanos  á  amigos ,  más  do  lo  que  en 
personas  tales  es  lícito:  y  si  bien  el  primero  no  tiene  noticia 
de  las  letras,  no  ignora  la  parle  que  le  conviene,  y  no  se 
descuida  la  naturaleza  de  dolarle  de  circunstancias  altamente 
aventajadas;  el  segundo  tieae  muy  grandes  principios,  así  en 
letras  humanas  como  en  las  divinas,  acción  que  perfecciona 
mucho  el  sujeto  y  le  hace  adelantar  los  intentos,  y  estirarlos 
i  más  de  lo  que  le  concede  su  esfera.  No  pretendo  yo.  Señor, 
ponderar  aquí  ni  asombrar  á  V.  M.  con  los  ejemplos,  repeti- 
dos continuamente,  de  las  historias  antiguas  y  modernas,  as! 
naturales  como  extranjeras;  que  en  Príncipes  tales,  y  en  her- 
manos tan  ejemplares  á  otros  en  la  obediencia  y  respeto,  en 
el  amor  y  en  la  fidelidad  ,  no  se  puede  inferir  cosa  que  no  sea 
digna  de  la  candidez  de  sus  pensamientos,  ni  se  puede  regu- 
lar por  aquellos  á  quien  no  concedió  el  cielo  ní  prohijó  la  na- 
turaleza, con  tan  heroicas  y  esclarecidas  costumbres,  como  i 
los  dos  Serenisimos  Infantes.  En  lo  que  yo  he  reparado  siem- 
pre, y  be  puesto  el  cuidado  y  el  aviso,  es  en  aquellos  que  les 
pretenden  alterar  y  hacerse  tugar  en  su  gracia,  asi  grandes 
como  medianos;  unos  por  necesidad  que  de  ellos  tienen,  otros 
por  usar  de  la  gloria  del  valimiento,  y  todos  estos,  no  Con  lai 
costumbres  que  se  requieren  ,  no  con  el  lado  de  personas  ta- 
les, ni  con  las  virtudes  que  aun  á  ellos  mismos  les  conviene; 
cosa  sobre  que  se  debe  velar  mucho. 

■  D.  Antonio  de  Hoscoso,  después  de  la  expulsión  del 
obispo  de  Segovia,  su  hermano,  es  dueño  absoluto  de  la  gra- 
cia del  infante  D.  Fernando,  y  á  ésta  se  liega  el  infante  Don 
Carlos,  y  ambos  son  conducidos  por  el  D.  Antonio,  no  con  el 
estilo  y  decencia  que  pide  el  decoro  y  reverencia  de  personas 
tan  altas,  y,  como  ya  otras  veces  he  avisado  á  V.  M. ,  no  con- 
viene que  ninguno  tenga  Privado,  ni  que  corran  por  cuenta 
de  su  Palacio  sus  excesos.  Puestos  allá  afuera,  y  en  lugar  6 


185 

provincia  apartada,  no  toca  á  V.  H..  tan  de  léjoa,  examinar  por 
menudo  las  acciones  y  los  giasos.  Los  hombres  de  prudencia  im- 
pugnan eslo,  los  do  conciencia  agravan  la  de  V.  M,  en  que  no 
lo  remedie,  y  la  mia  on  que  no  lo  avise,  y  más  cuando  V,  U, 
descansa  de  estos  cuidados  sobre  mis  hombros,  y  ha  renun- 
ciiido  en  mí  este  derecho.  Para  obviar  esto ,  ho  propuesto 
á  V.  M.,  con  particular  desvelo  y  atención ,  que  conviene  en- 
viar á  Fiandes  al  infünte  D.  Fernando;  lo  uno,  porque  de 
esla  manera  podrá  apartarle  ó  dejar  aquí  los  criados  que  no 
conviene  asistan  á  su  lado;  lo  otro,  será  de  notable  alivio 
para  la  Hacienda,  porque  no  puede  llevar  sobre  si  la  opulen- 
cia tan  exorbitanle  de  criados,  como  se  le  pusieron  en  la 
casa;  bien  que  fué  yerro  mío,  pues  quise  hacer  una  honrada 
oposición  á  los  pasados,  de  la  que  á  V.  M.  se  le  puso  vanaglo- 
ria, que  en  variáis  ocurrencias  vendí  yo  á  S.  A.,  diciendo  no 
66  habia  puesto  á  Principe  casa  tan  magnífica,  si  bien  eice— 
dia  á  las  fuerias  del  caudal.  En  esta  manera,  Señor,  se  ha  to- 
cado al  arma  á  S.  A. ,  y  se  ha  avisado  á  muchos  que  en  esta 
novedad  han  de  peligrar,  para  que  suspendiesen  la  viciosidad 
de  sus  raices  y  las  destroncasen,  y  óun  se  seííalaron  muchos, 
y  esos  los  menos  y  más  útiles.  El  D.  Antonio,  excediendo  del 
nodo  con  que  se  debi;>  portar,  ni  ambos  infantes  corren  para 
con  la  opinión  con  el  decoro  y  templanza  que  se  debe,  ni  las 
cosas  del  Arzobispo  con  la  limpieza  que  es  justo  y  la  que 
V.  M.  manda  profese  cualquiera  de  las  jerarquias  de  su  Go- 
bierno: las  más  de  las  prebendas  y  dignidades  consultan  los 
ministros  eclesiásticos  á  su  devoción,  y  se  dan  por  su  orden, 
y  S.  A.  lo  quiere  asi ;  á  su  puerta  acuden  todos  los  clérigos  de 
su  Arzobispado  y  los  seglares  que  tienen  oficios  en  él,  y  sale 
de  su  casa  con  populoso  acompañamiento,  en  que  me  dicen 
está  muy  aprovechado  .  y  le  ha  valido  grueso  número  de  es- 
cudos. Las  mejores  prebendas  pretendo  dar  mañosamente  á 
su  sobrino,  haciendo  las  pida  la  Reina,  nuestra  señora,  al  In- 
fonle,  para  con  estas  cautelas  dárselas,  sin  que  V.  M.  las 
L  pueda  repugnar,  como  los  dias  pasados  lo  hizo  con  el  arce- 
L    dianato  de  Uadrid,  en  que  fuera  justo  representara  persona 


136 
en  RoniH,  que  diera  alguna  pensión  á  la  marquesa  de  QjU 
donquillo  ó  á  sus  hijas,  por  haberle  tenido  D.  Rodrigo  Enri- 
quez,  su  marido.  Sin  embargo  de  cslo,  y  como  ya  V.  M.  sabe, 
pidió  S.  A.  para  el  D.  Antonio  uno  de  los  oGcios  mayores  de 
su  casa,  quo  habiéndoselo  denegüdo,  no  quiere  creer  S.  A. 
es  mandato  de  V.  M.  éste,  sino  que  yo  lo  quiero,  y  repugno 
el  defecto  y  la  pretensión. 

>De  aquí,  Señor,  nacen  discordias  é  inquietudes  en  su  Pa- 
lacio, y  en  el  amor  resfriarse,  para  con  V.  H.,  y  aun  zozobrar 
en  el  respeto  y  en  la  obediencia ;  y  enseñándole  la  carta,  el 
otro  dia,  de  la  señora  Infanta  de  Flandcs,  y  la  consulta  del 
Consejo  de  Estado,  en  que  amorosamente  m  le  avisaba  no 
Convenia  llevase  Privado  á  Flandes  ,  que  aquella  nación  no  lo 
consiento  ni  afecta  el  nombro  do  español,  cuanto  y  más  de 
Privado,  ni  que  diese  nombro  de  tal  á  ningún  criado  suyo,  la 
ira  fué  nolablo,  y  volviéndose  contra  mí,  me  dijo  era  traza 
mía  y  que  yo  era  el  actor  de  este  hecho.  De  suerte  que,  para 
con  S.  A.  y  aun  para  con  nmbos,  voy  ya  corriendo  fortuna: 
se  irritan  contra  mi,  y  no  dudo  harán  observar  á  V.  M.  que 
pretendo  alzarme  con  el  mundo,  con  V.  M.  y  señorearlo  lodo. 
Señor,  mi  celo  siempre  es  de  aconsejar  á  V.  M.  lo  que  im- 
porta á  la  felicidad  de  su  quietud ,  descanso  y  conservación. 
El  señor  infante  D.  Fernando  es  muy  conjunto  y  con  muy  es- 
trechos vínculos  de  amistad  al  infante  D.  Carlos;  después  de 
baber  vuelto  á  Palacio  el  Almirante  de  CEtstilla ,  por  suprimirle, 
es  muy  conjunto  al  A1inii'anto;'é5te  y'd  Hoscoso spn  deudos, 
y  más  que  todo  umígOj ;  á  éstos  se  arriman  otros  sujetos  me- 
nores, necesitados  y  codiciosos,  con  que  se  corrompo  lo  más 
esencial  de  todo,  que  son  las  virtudes.  A  estos  niuchos.ual 
afectos,  deudos  y  parientes,  unos  ambiciosos  y  otros  castiga- 
dos, la  misma  materia  de  esto  castiga.  Esta  dudosa  liga,  tan 
en  el  coraztin  y  centro  de  su  Palacio  y  casa,  conviene  de  to- 
das maneras  dividirla,  si ,  como  yo  lo  he  pensado,  se  ajusta 
con  el  parecer  de  V.  M.(f|ue  no  lo  dudo):  lo  que  so  habla,  me 
dicen,  es  perjudicial;  las  juntas  secretas  muchas  y  dañosísimas. 
Si  átras  veces  he  sido  de  parecer  que  el  señor  infante  D.  Fcr- 


1S7 

modo  pasue  i  FteftdeK,  kiy  k»  ■ciniíifif  ^fae  kBneftidr>  «v 

bre  aquellos  Estados  lo  diftcelai .  pm  tmar  as  Ubdot  w  k-w 

•oois  Reales,  cono  la  leiu  Madrv  de  Fnocu  y  é!  ¿oqnf  or 

Orleans,  so  ki)0,  doade  las  drpwMpmMos  df  ios 

cortesías  poedes  ocaaioBar  diígaiaoi 

pertar  aocadenles  y  di.  siíai  aiar  maaam :  ss  im^mij.!  ú 

berse  obserrado  áales  qat  wt  en  iwiiiiMr  fnM?snuu  a 

señora  Iniuta,  ettaiiaae  ai  ariurv  ^  aameoer  eo«r  ut  ?^nr-> 

cipe  que  parece  paode  foiienier  sayons  cae»    cor  aaar 

loavor  inooBveoiente  ^nra.    csasuc'  ar   oae^er   &  obbok 

lotiota  aoltar  las  ñeadas  de  aqae:  Coiiflrar..  aMBr  fniiaaf  \ 

dote  soya.  Qae  al 

prooio  de  ob  kaafare.sia  iijMiifi,«  ; 

sejo,  las  armas  de  aqaelioE 

cosas  se  poaiaa  ea  el 

digoa  so  opiaioB  de  ea»  bobmc..  oae  S.  IL 

había  sido  senida  de  ad»ai.ie 

éste;a9ega 

da,  y  la  noticia  qae  k  Umbe 

doce  años,  le  kaeaa  oapai  de  mm  maimBaL  (fm  ¿  BL 

Cortes  peadteBles  CK  Banaeloaa 

i  qoe  taa  fasea  arpabanaa  y 

ouecieBdo  el  aaceaD  y  dí  aana  ■BBflaaflL  sBÉa  ^  IL 

de  la  corle  vde  aas'KrviÉBrai  a.  iafaaK  1  ^aBBaaa 

m 

las  acabase;  y  qae  el  ■aamaL .  aaHK  ^■■Braami  ¿ 

de  la  corle,  á  aacany  iKaMor  ^  aaer  mmi  waoi  a. 

nadas,  y  aüséito  qae  ena 

mayores,  cono  de  pBBrá  Fi 

dosc  deftaadado  de  la 

tidoabre  de  ka 

qoe  ao  bay  tal 

aera  las  caos  t 

résadoa  las 

enleoderi  por  iaa 


138 
vasallo  del  servicio  de  su  Rey  debe  darse  por  entendido ,  sus- 
penderse y  ceder  de  aquello  que  le  desagrada ;  pues  ante  todas 
cosas  es  primero  su  Rey  que  su  amo  ,  porque  aquél  es  su  ver- 
dadero dueño ,  y  el  otro  es  supuesto.  Y  que  caso  que  quiera  ir 
y  aljandonar  la  decencia  y  el  respeto,  habrá  orden  eipresa 
que  arrostre  los  impulsos  de  inadvertido  y  le  hundan;  que 
para  apartar  al  Almirante  del  infante  D.  Carlos,  Principe 
apartado  de  esta  liga ,  y  cerrado  y  ausento,  aquel  cuarto  será 
muy  diferente,  como  se  espera  de  su  apacible  y  clarisinao 
natural. 

•  Supuesto  que  en  los  Estados  de  S.  H.,  asi  en  los  confines 
de  Italia  como  en  los  de  Flandes  y  dentro  de  Alemania,  hay 
gruesisimos  ejérc¡lo<!  en  los  unos  que  amenazan  tempestades,  y 
en  el  otro  estrago  y  desolaciones,  se  procuren  para  este  efecto 
inventar  coronistos  quo  se  pongan  en  cabeza  de  los  grandes; 
ordenándoles  que  vayan  á  sus  Estados  á  ver  la  gente  que  po- 
drán levantar  para  conducirla  á  la  frontera  de  Perpiñan,  ha- 
ciendo plaza  de  armas  en  Barcelona,  asimilando  que  el  in- 
fante D.  Fernando  ha  de  ser  el  caudillo  y  disponedor  de  esta 
gente,  cercándole  de  hombres  graves  y  de  canas,  para  tenerle 
más  murado  y  aun  preso;  porque  no  deja  de  ser  delito  mos- 
trar ceño  á  las  órdenes  de  V.  M.  y  luchar  con  aquel  que  es  sa 
misma  voz,  su  mismo  corazón  y  semblante  y  persona,  y  res- 
ponderle con  saña  y  aun  con  amenaza:  suceso  que  en  su 
manera  se  debe  reprimir  y  componer,  no  sin  dolor  y  sen- 
timiento del  brioso,  suponiendo  que  es  en  alguna  manera 
repugnar  á  los  designios  de  V.  M.  y  objetar  sus  mandatos; 
ejemplo  que  aun  los  mayores  le  toman  y  aun  le  temen  los 
notables. 

>En  esta  fo(;ma,  Seüor,  saliendo  de  aquí  el  Almirante, 
también  habrá  modo  como  no  vuelva;  el  señor  Infante,  con 
diferente  modo,  estilo  y  mejor  ocupación  quedará  en  Barce- 
lona; el  señor  infante  D.  Carlos,  más  quieto  y  mejor  opinado, 
en  el  cuarto  de  V.  H.;  D.  Antonio  en  su  casa ,  sin  sor  instru- 
mento de  disgustos;  el  Almirante,  sin  patrocinar  la  cuadrilla,  y 
todos  los  demás,  6  encogidos  en  sus  trazas  ó  amedrentados  en 


él   BIK 


139 

f ~qUd  vor  deponer  á  los  otros  no  es  cosa  para  no  ~ 


abrazar  la  enmienda  y  dejar  los  t 


.  Part 


IOS  binicslrus. 

i  dentro  de  su  Palado, 
y  se  las  bo  vjsio  yo  afear  y  aun  fulminar  el  castigo  contra  tos 
asesores;  parte  se  las  be  diciio,  avisado  y  prevenido;  parle  ha 
recibido  en  los  consejos  de  su  confesor.  Este  recuerdo  no  es 
dado  de  repente ,  sin  consideración  y  sin  tiempo ;  despacio  so 
ha  pensado ,  á  costa  de  mucbas  vigilias  se  ha  madurado,  y  di- 
rigido á  lo  que  conviene;  á  V.  M.  le  ama  quien  le  aquieta 
y  compone,  atiende  á  su  seguridad,  avia  á  su  sosiego,  ad- 
vierte al  decoro  de  su  autoridad;  por  tanto,  conviene  usar 
presto  de  la  regla  principal  de  Estado,  la  cual  enseña,  que 
pues  este  punto  se  ha  pensado  despacio  se  ejecute  apriesai. 
Leido  el  Rey  este  papel ,  ó  exornado  por  el  movedor  inte- 
resado, no  dejó  de  abrazarlo,  porque  de  muchas  cosas  de  es^ 
tas  era  sobresaltado  y  le  tenían  ofendido;  circunstancias  que, 
aunque  las  cursaba,  no  queria  que  nadie  las  siguiese,  y  se  pre~ 
paraba  para  la  enmienda,  sin  embargo  de  que  no  le  traia  sin 
atención  la  liga  y  aun  le  hacian  escudriñar  los  rincones  de 
la  casa  y  las  piezas  más  retiradas.  El  inconveniente,  sin 
duda  ninguna,  era  para  recelar,  no  digo  yo  que  para  lemer, 
que  no  se  ha  de  dejar  la  confianza:  el  corazón  de  Principe  es 
grande,  y  sus  impulsos  son  temidos  de  los  más  osados.  Can- 
sábate, otrosi, cierta  hablilla  que  lodos  los  veranos  corria  por  la 
corte,  y  aseguró,  do  corlar  los  pasos,  poner  más  cobro  en  la 
custodia  de  sus  llaves:  culpa  de  los  ambiciosos  y  de  hombres 
ajenos  de  virtud  y  sobrados  en  costumbres  estragadas.  Si  las 
leyes  humanas  y  divinas  pronunciaron  diversos  castigos  para 
enormidad  de  delitos,  á  los  i]ue  cometen  el  de  distraer  las  per- 
sonas Reales,  los  hablan  de  establecer  rigurosos.  Casos  había 
verdaderamente  que  remediar;  bastaba  la  corrección,  sin  po- 
ner en  público  teatro  las  flaquezas;  apartar  los  pocos  atinados, 
eraacierto  por  entonces  y  bastante,  á  no  poner  la  salud  del  Rey 
en  el  trance  de  doscientas  leguas  caminadas  con  fatiga  suma, 
era  digno  de  reparo,  y  al  Gn  nos  costó  un  Infante,  el  más  útil 
y  el  de  mayores  esperanzas ,  y  lo  peor  de  todo  que  este  hecho 


140 
DO  liabia  (le  apear  al  mundo  de  <|ue  no  estaba  lleno  ¿e  interés 
y  amur  propiü  ilel  todopoderoso ,  y  de  (jue  le  traían  en  cruz  el 
valimiento  del  otro,  royéndole  el  coraion  que  nadie  tuviese 
sombre  de  Privado  en  su  liempo,  y  que  por  sólo  sus  particu- 
lares acometiese  la  expulsión  de  un  infante  de  Caaliila,  lier- 
mano  de  su  Rey,  y  que  sus  miedos  fuesen  ejecución  y  castigo 
en  lo  más  soberano. 

Ue  aquí  ilió,  pues,  de  repente  una  jornada,  la  penúltima 
semana  de  cuaresma,  que  alteró  los  curazoneü  y  los  semblan- 
tes de  los  contrayentes;  enterneciéronse  muchos,  y  por  los 
lances  tan  recientemente  sucedidos,  lo  que  se  fué  simulando 
se  [louetró,  y  cada  uno  le'ó  su  castigo  en  la  circunspección 
aiíada  del  Principe.  Entró  en  aquella  sazón  el  Moseuso  en  Pa- 
lacio, y  ponicndoio  delante  del  Rey  ,  si  alguna  vez  fué  reci- 
bido con  alguna  palabra  favorosa  ,  aquélla  ni  aun  fué  mirado; 
cosa  en  que  muchos  letrados  de  iisunomia  prescribieron  en  sus 
ideas  el  estado  de  las  cosas.  La  voz  común  fué  caminar  úTa~ 
leiicia,  sin  las  obligaciones  Reales  ni  hacer  entrada  solemne, 
pasar  á  Barcelona,  volver  á  convocar  las  Cortes,  liabilitar  al 
infante  U.  Fernando  y  dejarle  aiii,  para  elevarlas,  y  al  mismo 
tiempo  una  orden  para  todos  los  grandes,  que  estaban  en  la 
corte,  para  que*  partiesen  ú  sus  lugares  y  viesen  la  gente  da 
guerra,  no  que  la  levantasen  sino  que  viesen  la  que  podrian 
levantar.  Si  fué  tentación  ó  necesidad  ,  los  de  más  seso  lo  di- 
gan. Aquí  fué  donde  creció  la  alteración  entre -unos  y  otros, 
el  discurrir  y  penetrar  la  enigma  infutigable:  unos  decian  que 
el  achaque  de  las  Cortes  era  para  que  se  quedase  allá  el  infante 
D.  Fernando  y  dejar  en  seco  ú  Moscoso,  que  ya  surcaba  en  el 
aire  sin  tocar  la  tierra,  y  úun  con  orden  de  no  ir  á  la  jornada, 
y  áuu  de  no  entrar  en  Palacio,  y  apartar  sin  embargo  de  esta 
liga  al  infante  D.  Carlos,  de  cuyo  esclarecidisinio  natural  les 
parecía  que  sólo  eslaria  mejor  y  más  sin  sospecha;  aunque 
también  diceii  los  curiosos  habia  de  quedar  allá;  y  que  la  ida 
de  los  ^rundes  era  por  apartar  al  Almirante  del  infauíe  D.  Car- 
los, arrepentido  de  su  vuelta. 

Escribieron  de  orden  de  S.  U.  á  todos  los  que  estaban  en 


141 

sos  easas,  y  llamaron  á  los  retirados:  los  que  habían  de  salir 
aquí  era  el  Almirante,  y,  para  embozar  la  maraña  y  el  intento, 
que  hiciesen  la  intentona  el  Condestable  y  el  conde  de  Niebla. 
Aqiii  era  también  donde  discurrian  delgadamente,  y  decían  no 
era  razón  emprendéroslas  levas  de  gente  (y  á  la  vrrdad  le 
viene  bien  esto,  porque  ello  verdaderamente  más  parecía  leva 
que  otra  cosa  considerable);  y  proseguian,  porque  si  para  en 
lo  de  atrns  se  habla  tratado  de  meter  rjércilo  en  Picardia, 
por  Perpiñan,  armas  por  Marsella  y  la  Ttochola.  discurrían 
que  habían  de  caminar  delante,  anto  todas  cosas,  municiones, 
artillería  y  vituallas,  y  que  de  esto  ni  se  trataba  ,  ni  estaba  en 
ser  ,  que  estaban  todos  alcanzados  para  emprender  por  si  y  ¿ 
su  costa  esta  facción  .  que  les  liabia  de  costar  doscientos  mil 
escudos;  pues  la  materia  militar  estaba  de  olro  aire  y  no  tan 
caliento  como  á  los  principios.  El  rey  de  Francia ,  dejada  la 
gente  que  tenía  en  la  Alsacia,  vuelto  á  París,  falto  de  salud, 
casi  á  !a  muerte  el  Diclielieu,  su  Privado,  y  por  esla  causa 
menos  activo  v  mas  atento  á  templar  la  ira  de  hi  Rpína  Madre, 
y  el  duque  de  Orleans,  retirados  en  Brusela* ;  el  duque  de  Ba- 
viera,  reconciliado  con  el  Emperador;  el  principal  movedor  ile 
estas  alteraciones,  el  rey  de  Succia,  quebrantado  y  con  al- 
gunas rolas  en  su  infanlerla  y  caballería  por  los  capitanes  del 
César,  y  tomada  mucha  do  su  artillería,  desamparado  el  Pa- 
latinado  6  ido  á  socorrer  con  presteza  uno  de  sus  cabos  que 
corrió  fortuna  ;  el  César,  armado  y  para  sollr;  ln«  cncmii^o.s  fa- 
llidos y  sin  dinero  ni  gente .  y  todo  con  esperanza  de  compo- 
nerse: que  parecía  ardid  descaminado  lo  resuello,  y  que  más 
tiraba  á  apartnr  que  contlucir  armas  y  soldados;  el  Palatino 
en  su  casa  .  si  es  que  ú  esto  se  tiró  .  y  se  movió  tanto  mido; 
empero  procedió  el  inglés  y  el  holandés  con  la  misma  infide- 
lidad que  siempre,  y  lo  que  antes  parecía  conveniente  recayó 
en  destrucción  do  Alemania. 

En  esta  manera  se  hablaba,  y  que,  cotno  dijera  querer 
retirar  al  Almiranle.  como  ya  se  había  tomado  salisfaecion 
lie  los  alíenlos  de  Barcelona,  querían  rechazar  tos  celos  re- 
cién fomcniadns  con  el  infante  D.  Carlos,  y  desencuadernar  la 


142 

caadrilla:  en  esta  manera  se  hablaba,  y  en  esta  se  combatía 
y  daba  cada  uno  las  causas  que  tenía  para  no  salir  de  aqui. 
Excusóse  el  duque  de  Sesa,  y  la  jornada  que  estaba  publicada 
para  1,*  de  Abril  se  dejó  para  el  lunes,  segundo  día  de  Pas- 
cua de  Resurrección  ;  sin  embargo,  lodos  lo  tenían  por  risa  y 
por  chacota-  El  Privado,  desatinado  en  todas  materias,  ya 
mostraba  el  coraje ,  ya  la  flaquezit  de  su  ánimo ,  yn  le  parecia 
que  todo  lo  habia  menester  para  conservarse  y  preíaltcer  en 
la  potestad:  porque  esto  más  era  miedo  de  que,  desahuciados 
de  los  malos  sucesos,  no  desengañasen  al  Rey  Ioí;  infantes  y 
lo  precipitasen ,  porque,  aun  me  aseguran,  que  esto  lo  conocen 
lodos,  la  Reina  y  hasta  el  mismo  Rey  (;y  nuestros  pecados 
quieren  corra  estas  tempestades  nuestra  monarquía ! };  y  ya  la 
parecia  que  venia  el  mundo  sobre  él,  y  paraba,  y  en  lo  que 
ayer  metió  al  Rey  en  papeles,  ya  lo  acaba,  introducien- 
do otros.  Hoy.  que  es  Jueves  Santo  y  8  de  Abril  de  1632. 
debiendo  emplear  tiempo  tan  misterioso  y  santo  en  su  con- 
templación, tiene  junto  el  Consejo  de  Estado  y  en  disputa  la 
jornada,  indeterminable,  que  ya  quería  que  no  se  hiciese; 
asombrándole  los  aspectos  rigurosos  de  estos  dos  príncipes,  y 
pareciéndole  eran  ya  conocidos  sus  oficios,  sus  materias,  sus 
diseños,  traíns  y  cautelas  de  conservarse,  antes  que  acudir  á 
lo  úlil,  al  aliento  de  los  vasídlos,  ia  reputación  de  las  itrmas, 
y  que  via  ya  sobre  su  cuello  fulminado  el  cuchillo  do  la  jus- 
ticia divina  y  humana,  satisfüciéndose  de  mandar  y  ser  él 
sólo  en  la  silla  del  Aquilón.  No  podemos  dejar  de  advertir  que 
debajo  de  estos  ardides,  convenientes  al  Principe  ó  al  Pri- 
vado, se  debía  observar  un  yerro  gravísimo,  y  de  que  me  ad- 
miro que  en  juicios  tan  grandes  no  se  reconociese ,  y  no  se  ar* 
rimase  un  poco  ct  juicio  af  riesgo,  ya  que  no  ú  la  calumnia. 
Los  embajadores,  que  asisten  en  la  corte  como  espías  des- 
cubiertas, cuando  vieron  pública  la  jornada  del  Rey,  si  bien 
oían  lo  que  se  murmuraba,  como  muchas  acciones  tienen  di- 
ferentes motivos  y  ya  habían  oído  referir  nuestros  aprestos 
de  armas  y  para  dónde,  y  otrosí  publicar  las  coronelías, 
escribieron  á  sus  principes.  Cruyermí  rn  Í''ranoi>>  que  el  Rey 


143 

'  iba  á  bacer  invasión  por  Perpiñan,  y  lo  que  acá  fué  solamente 
,  novimiento  de  palabras,  en  ¿1  fueron  obras;  despachó  á  la 
bora  cuarenta  coronelías  de  cada  mil  soldados  y  se  previno 
de  lo  necesario,  reforzó  los  confines  de  sus  Estados,  y  formó 
ejército,  y  aun  dos.  Si  esto  fuera  en  tiempo  que  las  cosas  estU' 
vieran  tan  belicosas  en  toda  la  Europa,  con  facilidad  se  po* 
día  desvanecer  este  ruido;  empero,  en  sazón  que  lodos  los 
principes  están  conjurados  contra  la  monarquía  y  con  las  ar^ 
roas  en  las  manos  para  deshacerla ,  despertar  al  cuidadoso, 
avisar  al  avisado,  hacer  doblar  la  gente  al  militar ,  es  proce- 
der contra  su  misma  seguridad,  y  acelerar  los  Ímpetus  de 
nuestra  ruina.  ¿Quién  duda  que  el  francés,  demás  de  lo  re- 
ferido, avisaría  á  sus  confederados  y  les  darla  priesa  á  salir? 
A  los  holandeses,  que  cargasen  sobre  alguna  plaza  para  em- 
barazar las  fuerzas  de  aquellos  paises;  al  sueco,  que  proce- 
diese con  todo  ardor  en  sus  empresas  ;  á  los  protestantes  de 
Alemania,  fomentasen  sin  intermisión  lo  comenzado,  y  abrie- 
sen nuevos  caminos  para  poner  en  total  desesperación  lasco- 
tas,  y  él,  con  la  potencia  de  sus  ejércitos,  comenzar  la  expul- 
sión de  nuestra  nación  y  nuestro  gobierno  en  Italia,  y  allí 
mover  poderosamente  los  ánimos  de  ios  potentados  y  repúbli- 
cas maldfeclas,  que  esperan  y  solicitan  este  dia  que,  á  raí 
ver,  si  alguno  se  ha  temido  es  el  de  hoy. 

Vergüenza  es  que  nos  despeñemos  por  caminos  tan  bajos: 
mucho  diferimos  de  la  prudencia  en  que  fuimos  constituidos 
por  los  reyes  pasados  y  venerados  de  las  otras  Coronas:  dar 
materia  de  escarnio  á  las  cartas  y  á  las  plumas  para  que  es- 
cribiesen niñerías  y  poquedades,  antes  que  hechos  heroicos, 
parece  que  delira  el  seso  y  se  quiere  dar  á  caducar  todo.  No 
hay  hombre  con  hombre  ;  todos  irritados,  todos  heridos  en  la 
reputación  y  en  las  haciendas;  lo  más  digno  de  veneración, 
reverencia  y  respeto  profanado;  ultrajado  el  decoro,  ajada 
la  estimación,  asaltados  de  todos  los  enemigos  por  públicas 
miserias  nuestras  y  por  nuestras  voces,  cuando  las  habíamos 
de  cubrir,  y  todo  por  tema  de  que  uno  sea  sólo ,  sólo  Pri- 
vado, sólo  poderoso,  y  solamente  todo.  [Señor  soberano; 


k 


144 
mira  por  lii  pueblo  y  ahrig»)e,  líbrale  de  la  opresión  do  los 
malos;  mira  por  tu  Iglesia,  sácala  de  la  tiranía  de  la  su- 
jeción, y  que  no  penda  todo  de  un  hombre  siilo,  pues  no 
es  suyo,  que  debiendo  tener  en  los  hombres  y  sobrellevándolo 
por  la  virtud  de  clemencia,  de  que  se  debe  armar  un  espíritu 
generoso,  por  su  capricho  le  tiene  en  dos  dedos  pendiente  en 
an  hilo  para  despeñarle!  ¡Señor;  muestra  tus  maravillas  so- 
bre nosotros,  como  la  mostraste  sobre  aquel  pueblo  amado 
tuyo,  por  quien  tanto  hiciste  y  de  quien  quisiste  descender, 
y  líbranos  de  los  azotes  de  Faraón,  y  sepulta  sus  trazas, 
hinchazón  y  soberbia  en  las  furiosas  olas  del  mar  Bermejo,  y 
escucha  nuestras  plegarias,  nuestros  suspiros,  que  hasta  que 
le  muevan  subirán  á  tf  sin  cesar;  pues  si  bien  solicitan  nues- 
tro remedio,  son  de  tu  servicio,  pues  en  nosotros,  con  mayor 
liberalidad  que  en  otros  pueblos,  depositaste  tu  Iglesia  I  jCon- 
cédenos  ahora  tu  misericordia,  pues  en  ella  te  veneramos,  y 
ofrecemos  en  tus  altares  holocaustos! 

Quedó,  como  dije,  conHrmada  la  jornada  en  el  ánimo  del 
Rey,  bien  que  muchos,  átenlos  á  su  salud,  mejor  te  preten- 
dían disuadir  de  ella,  considerándola  larga  y  prolija  y  con 
Gnes  no  demasiadamente  considerables,  ni  como  lo  pedian 
otras  materias  tan  cuidadosas,  que  necesitíiban  asistir  á  ellas 
con  otras  prevenciones,  como  lo  pedían  las  necesidades  del 
Imperio  y  las  revoluciones  que  se  esperaban  en  Italia.  Despa- 
cháronse cartas  y  convocatorias  á  los  reinos  de  Valencia.  Ca- 
taluña y  Aragón,  á  los  eclesiásticos,  nobles  y  universidades, 
y  otras  personas  á  quien  toca  usar  de  esta  diligencia:  á  los  ca- 
talanes, que  estuviesen  prontos  para  las  Cortes,  y  á  los  va- 
lencianos y  aragoneses,  tan  solamente  se  les  daba  cuenta 
cómo  el  Rey  había  de  pasar  por  sus  provincias.  Dejo,  pues, 
el  cuidado  con  que  entraron  muchos  que  poco  antes  se  consi- 
deraban fijos  en  sus  dichas  y  lugares,  lo  que  se  murmuraba 
en  todo  género  de  materias,  y  aun  se  hablaba  con  más  des- 
embozo que  hasta  allí .  en  las  acciones  del  Privado ,  y  sus  tra- 
zas, finalmente,  en  constituirse  perdurable.  Eran  muchas,  em- 
pero,  ostns    últimas,    con    implacable  wizobra    porque   no 


146 

acababa  de  asegurarge  en  bu  cooceptú  cuál  da  una  de  estas 
dos  cosas  le  armaba  más,  ó  ver  á  los  infantes  fuera, ó  tenerlos 
dentro,  siempre  rodeados  de  sus  espiíis  y  conGdtntes.  De  esta 
última  se  recataba ,  no  le  asaltasen  a)  Rey  con  avisos  y  des- 
engaños, y  la  primera,  que  allá  fuera  la  podría  hacer  la  plu- 
ma con  más  desembarazo,  y  ¿un  trazar,  menos  salteado  de 
malsine»,  su  despeño.  El  suceso  estaba  ya  hecho,  rezada  6 
escrita  la  oración,  y  reducido  al  Bey,  prosperísimo  sujeto  en 
todos  sus  6nes;  empero  ¿  todo  lo  obrado  le  faltaba  arri- 
mar uno  de  los  mayores  sacramentos,  que  era  el  dar  á  en- 
tender que  él  no  era  el  artífice  ni  movedor  de  estas  cosas, 
lino  que  meramente  el  Rey  las  había  solicitado  de  su  con- 
fesor y  de  sus  particulares  propios;  trela  muy  usada  en  todas 
sus  empresas,  levantarlas  y  cargarlas  á  Otros,  y  darse  por 
desentendido  para  quien  se  tas  descubría  ó  sospechaba.  De 
esta  manera,  cuando  arrojaba  las  piedras  en  la  casa  de  San- 
doval  y  llegaban  á  ¿I  con  ellas  los  ofendidos,  se  disculpaba 
que  él  no  tenia  parte  en  aquello ,  que  su  tio  D.  Baltasar  de 
Zúñiga  lo  hacia;  de  que  D.  Baltasar,  sentido  de  que  se  le  pro- 
hijasen tan  malos  ¿  injustos  oficios,  le  dijo  hiriese  en  público, 
pues  mataba  en  secreto,  y  corriesen  por  su  cuenta  y  parle 
las  ofensas  que  hacia .  y  no  por  la  su\». 

Para  esto,  pues,  en  lo  más  arriesgado  de  la  resolución  y 
al  tiempo  de  la  jornada,  juntó  al  Consejo  de  Estado,  lo  cual 
fuese  notorio  á  ambos  infantes  y  aun  á  otros,  para  que  corriese 
la  voi  de  que  él  no  era  el  autor  de  aquel  hecho.  En  él  se  ha- 
llaron D.  Diego  Hejia  y  el  confesor,  dueños  de  la  maraña ,  y  el 
duque  de  Alcalá ,  y  el  Conde:  su  voio  fué',  como  más  antiguo 
de  los  que  allí  so  hallaban,  el  primero,  ó  sea  el  postrero, 
como  dicen  que  es  uso  de  a^uel  Consejo,  y  votó  que  el  Rey 
no  fuese;  D.  Diego  Mejia  y  el  confesor,  que  ya  esiarian  in- 
dastríados  de  lo  que  habían  de  hacer,  y  sobre  quién  bastaba 
cargarse  el  diseño  comenzado,  votaron  que  el  Rey  fuese;  el 
duque  de  Alcalá,  recién  entrado  en  aqueste  Consejo,  aunque 
en  todas  materias  caballero,  bien  informado  y  con  noticia 
de  libros  y  ciencias,  y  con  aplauso  entre  los  doctos  estadía- 


146 
las,  DO  habiéndole  dado  parte  en  la  materia  ,  ni  avisado  de 
los  motivos  del  intento  ni  de  sus  conveniencias,  más  que  en 
lo  superGcial,  dijo,  muy  fuera  de  los  pensamientos  del  arbi- 
tro, bastaba  que  S.  H.  fuese  á  Valencia;  con  que  los  dos 
votos  prevalecieron  y  pensó  qoedaba  sobresanado  en  la  sos- 
pecha, el  conde  de  Olivares,  en  los  que ,  esparcido  este  Consejo, 
decían  el  Conde  lo  denegaba,  y  que  por  no  querer  no  habia 
de  sufrir  efecto  la  jomada  y  que  no  se  babia  de  hacer.  Am- 
bos infantes,  instruidos  en  las  materias  caseras  bastante- 
mente, a6rmaron  era  treta  suya,  que  trazaba  las  cosas  y  luego 
por  simularse  daba  á  entender  que  ni  las  quería  ni  las  hacia, 
y  en  los  Consejos  y  en  las  ocurrencias  públicas  lo  afirmaba 
por  deslumhrar  á  los  que  andaban  atentos  á  sos  ardides  y  se 
los  estudiaban. 

Con  lo  cual,  prevenidas  las  cosas,  á  12  de  Abril  de  este 
afio  de  1632,  lunes  por  la  mañana,  salió  el  Rey  y  los  infantes 
de  Hadríd  para  Aranjuez,  dejando  para  las  cosas  del  gobierno 
de  Castilla,  con  órdenes  é  instrucciones  y  en  forma  de  Junta, 
á  la  Reina,  al  duque  de  Alba  [con  que  le  redujeron  á  Palacio 
y  se  le  acalló  de  los  favores  hechos  al  duque  de  Alcalá) ,  al 
Presidente  del  Consejo,  y  al  marqués  de  Galbes,  del  Consejo 
de  Estado.  Salió  el  Rey,  como  digo,  siguiéndole  el  Conde,  el 
duque  de  Medina  de  las  Torres  y  el  Almirante ,  que,  con  orden 
del  dia  antecedente  para  él,  y  condestable  de  Castilla  y  para 
el  conde  de  Niebla  de  que  cediesen  por  entonces  de  pasar  á 
BUS  Estados  á  formar  sus  coronelías,  les  mandaron  fuesen  a 
servir  en  la  jornada  del  Rey.  Respiró  el  Almirante,  á  quien 
traia  no  con  poco  cuidado  el  suceso,  porque  ya  que  una  vez 
asió  el  bílo  y  besóel  azote ,  no  queria  perderíe  de  vista ;  ha- 
ciendo muchas  sumisiones  al  de  Licbe,  con  pretextos  firmísi- 
mos de  enmendar  esta  vez  en  Barcelona  el  orgullo  de  )a  pa- 
sada vanidad,  que  se  le  aceptó  con  gusto  y  hallándose  mejor 
con  esta  bagatela  en  el  desprecio  de  Palacio  y  tráfogo  do  la 
corte,  que  con  la  pac  y  autoridad  de  Valladolid.  El  conde  de 
Niebla ,  si  bien  habia  puesto  dificultades  en  lo  primero,  rehusó 
lo  segundo,  diciendo  era  muy  corto  el  tiempo  en  que  le  ha- 


b!an  aviudo,^  que  no  tenia  dispuesto  lo  neoeufiopañ  ptr* 
tir,  como  lo  pedían  sus  obligaciones  y  bu  casa,  y  masen  pro- 
vincias en  donde  era  menester  asistir  al  nombre  y  la  opi- 
nión.  y  no  deslucirla.  £1  Condestable,  si  no  respondió  coa 
tantas  circunstancias,  dijo  se  prevendría  y  saldría  luego,  y 
alcanzaría  áS.  M  en  Valencia,  sin  embargo  de  que,  cuanto  á 
los  efectos  de  su  coronelía,  había  tenido  sus  sinsabores  con  el 
Conde,  representándole  cuan  falida  y  alcanzada  estaba  sa 
casa ,  y  que  acababa  de  dar  con  su  hermano  al  nieto  del  du- 
que de  Alba  100.000  ducados.  Esto,  por  entonces,  pasó  así; 
quizás  avisados  del  conseja  de  algún  jurisprudente,  de  cuáo 
perniciosa  cosa  era  introducir  estos  géneros  de  levas  de  gentes 
en  Casiilla,  y  conceder  esta  prerogatíva,  y  circunstancia  de 
poder  á  los  Grandes  ó  primogénitos,  cuando  los  tiempoé  no 
admitían  ni  estaban  de  talante  de  introducirlos  en  esta  permi- 
sión arríesgadisima,  sabiendo  cuánto  mis  importante  era  el 
avasallarlos  é  irlos  llevando  en  aquel  modo,  tan  admirable 
para  el  sosiego  de  Castilla  y  mayor  soberanía  de  los  reyes,  en 
el  que  les  constituyó  la  sagacísima  política  del  rey  D.  Fernando 
el  Católico,  que  con  tanta  felicidad  suya  y  nuestra  se  con- 
serva hoy. 

Siguieron  al  Bey  el  marqués  del  Carpió,  el  marqués  de 
Gobea,  P.  Luis  de  Haro,  el  marqués  de  Leganés,  lodos  gen- 
titeshombres  de  la  Cámara  de  S.  H.;  el  conde  de  Orgaz,  el 
marqués  de  Javalquinlo,  su  Mayordomo,  el  Confesor,  el  Pa- 
triarca capellán  y  limosnero  mayor;  y  para  las  cosas  de  Es- 
tado, que  veremos  después,  al  conde  de  Oñate,  hombre  en 
esla  materia  de  gran  lugar,  reconocido  esta  vei  con  gusto  del 
poderoso  porque  iba  para  dejarle  en  Barcelona;  que  para  él 
los  más  lejos  eran  más  suBcicntes  y  más  á  propósito,  con  re- 
celo siempre  no  le  infestasen  la  presea,  y  él  llevado  de  la  ne- 
cesidad ó  de  su  miserable  estado,  no  le  buscase  en  los  mejores 
y  de  más  subido  punto  para  volver  sobre  si  y  enmendar  los 
sucesos  más  siniestros  de  su  reinado.  Al  infante  D.  Carlos, 
como  servidor  de  la  casa  del  Rey,  seguía  lañ  solamente  fray 
Domingo  Cano,  de  )a  Orden  do  Santo  Domingo,  su  confesor: 


148 
al  infante  D.  Fernando  seguían  pocos,  porque  iba  por  hués- 
ped del  Rey,  y  con  orden  expresa  y  nombrados  lan  solamentCi 
porque  se  abstuviesen  los  demás,  el  marqués  de  Orani,  el 
conde  de  Salvatierra  y  el  conde  de  Caniíllana,  sacado  de  Se- 
villa, donde  estaba  retirado,  por  hacer  esta  lisonja  a  los  anda- 
luces y  que  nos  la  retornen  á  los  sucesores  en  la  patria,  que 
á  pocas  jornadas,  por  quiebra  de  salud,  se  volvió;  al  marqués 
de  Orle  como  Caballerizo  mayor,  y  por  Camarero,  en  lo  to- 
cante á  to  eclesiástico  y  para  el  rezo,  á  D.  Manuel  de  Guzman, 
para  que  explorase  los  secretos  más  escondidos  y  asistiese 
á  la  confidencia  del  Conde,  y  á  revelarle  los  secretos  y  mate- 
rias contraidas  en  su  pro  ó  en  contra,  cuanto  la  astucia  ó 
)a  maña  lo  permiiicse,  sin  reservar  ó  fallar  á  las  más  mínimas 
dependencias;  y  para  todo  lo  demás  de  su  Cámara ,  ministerio 
muy  limitado,  dejándose  á  los  demás  en  Madrid  quejosos  j 
defraudados  en  la  reputación  y  en  los  o&cíos ,  en  los  gajes  y 
emolumentos. 

Quedóse  el  marqués  deCamai'asa,  si  bien  en  la  Adminis- 
tración de  Hacienda  empero  combatido  de  disfavores  y  agra- 
vios .  y  quizás  dejado  con  orden  por  ir  matando  los  recelos  del 
cuarto  del  Infante  y  que  el  pnrentesco  contraído  con  la  casa 
de  AUamira  no  los  fomentase,  ó  los  procurase  sustentar 
dando  la  mano  al  Hoscoso  en  todo  aquello  que  alcanzasen  sus 
fuenas;  porque  el  hacha  estaba  ya  tal,  que  todos  se  temian. 
Quedóse  el  Moscoso,  V  su  opinión  al  arbitrio  do  lodos  los  no- 
bles y  populares,  medroso  do  lo  que  baria,  porque  por  no  es- 
pantar el  suceso  ni  exasperar  al  quejoso,  no  le  dijeron  nada 
entonces,  ni  que  fuese,  ó  se  quedase;  pretendiendo  atarle  y 
suspenderle  con  que  no  era  nombrado  como  los  otros  gentiles- 
hombres,  pues  no  era  más  ipie  uno  de  ellos  y  se  quedaban 
otros.  No  dfjaron  él  y  el  Infante  de  batallar  en  esta  duda; 
ambos  le  decian  que  fuese  apretando,  al  infante  D.  Carlos  la 
remisión;  él  se  bailaba  acobardado,  sin  saber  que  hacerse;si 
se  arrojaba,  dccia,  iba  contra  las  leyes  de  lo  que  debe  darse 
por  entendido  un  vasallo;  si  nó,  que  ponia  en  contingencia  el 
dueño,  el  lugar  y  la  privanza,  y  que  la  intermisión  es  muy 


149 
¡tos  señores  de  la  Casa  de  Austria,  | 
curándole  á  la  memoria  los  ejemplos  tan  funestos  de  muchos. 
Por  otra  parle,  creo  yo  que  le  engañaron  y  le  quisieron  sose- 
gar, y  aun  componer  al  Infante  con  que  después  iría,  y  final- 
mente,, su  miedo  ó  su  flojedad  y  la  maña  del  sumamente 
astuto,  le  dejaron  en  el  aire,  y  le  derribaron  del  lugar  y 
del  oficio.  Quedóse  el  conde  de  Punonrostro,  para  cuyo 
valimiento  antes  se  torció  el  ardid  del  Moscoso,  que  le  arras- 
tró, y  hoy  yacen  ambos  arrancados  de  sus  puestos  y  luga- 
res; y  dejáronle  al  conde  de  Viilalba,  con  resentimiento  de  la 
ÍDJuria  y  de  que  á  personas  de  su  calidad,  sin  causa  legiti- 
ma, las  deshonorasen  de  la  dignidad  de  gentileshombres  de 
lá  Cámara.  Muchos  ocuTrían  con  facilidad  al  consuelo,  cuando 
veían  de  cuan  larga  carrera  de  leguas  los  libraban ,  y  otrosí ,  de 
no  perder  las  comodidades  de  sus  casas ,  recreaciones  y  ren- 
tas, de  que  por  muchos  años  los  enajenaran  de  su  administra- 
ción y  del  dar  en  manos  inicuas  que  se  las  devurasen.  Entre 
estos  sucesos  no  dejaba  de  causar  sentimiento  la  deposición  de 
oficios  en  tantos  hombres  de  calidad  y  prendas ;  tantos  mayor- 
domos, tantos  caballerizos  de  la  boca,  acroves  y  corttilerea, 
capellanes,  ayudas  de  Cámara  y  otros  oficios,  cuya  desespera- 
ción y  toces  causaba  conmiseración  en  la  Corte,  que  decian 
los  dejaban  sin  aquel  ausiiio  y  sustento  dado  por  servicios. 

Finalmente,  habiendo  llegado  el  Rey,  el  dia  que  dije,  i 
Aranjuet ,  al  otro  dia ,  antes  de  partir  á  proseguir  la  jornada, 
■e  envió  orden  al  marqués  de  Camarasa  para  que  partiese  con 
brevedad  la  casa  del  Infante  á  Barcelona,  ó  por  las  derrotas 
de  Valencia,  ó  Aragón ,  y  no  más  de  aquellos  que  estaban  se- 
Salados,  que  apenas  pasaban  do  dos  mayordomos,  dos  caba- 
llerizos, tres  ayudas  de  Cámara,  y  de  los  demás  oficios  de 
boca  muy  pocos;  para  avisar  á  los  incrédulos,  que  fueran 
recibiendo  el  dolor  á  paso  tardo,  y  padeciesen  en  el  martirio 
con  satisfacción  ,  y  escarmiento  prevenido  á  los  que  habían  de 
volver  á  la  enmienda  y  á  no  introducirse  con  los  infantes  contra 
el  gusto  del  gobernador.  Sacó  de  aquí  el  infante  D.  Fernando, 
i|ue  verdaderamente  no  había  de  volver,  y  asi  decía  que  aque- 


^M  llajornad 

■  á  él  de  Hi 

^f  horas  qu( 


160 

lia  jornada  no  se  habla  forjado  para  otra  cosa  que  para  sacarle 
¿él  de  Madrid  á  Barcelona.  Caminaban  él  y  los  inrantes,  las 
horas  que  subian  á  caballo,  con  dos  pistolas  cada  uno  en  los 
srzones;  cosa  hasta  alU  nunca  usada.  Muchos  reparaban  en 
la  novedad  ,  y  sí  yo  do  me  engaño,  me  pareció  gallardía  del 
inventor,  por  tocar  aquel  ministerio  al  Caballerizo  mayOF,  y 
debió  querer  biiarrearde  la  amenaza;  y  como  le  murmuraban 
de  tímido,  y  le  pareció  babia  subido  de  punto  esta  vez  más 
que  otras  el  atrevimiento,  ó  le  dijeron  algo  que  oliese  á  esto 
sus  espías,  quiso  obtener  el  ánimo,  pOnieudo  las  andas  en  las 
manos  de  aquellos  que  se  las  fulminaban  ,  é  imitación  del  que 
tomó  el  veneno,  conociendo  que  se  lo  daban :  tan  asegurado 
vivía  en  el  concepto  de  su  confianza  por  considerarse  absolu- 
tísimo dueño  de  él  y  de  toda  la  potestad  Real. 

En  ocho  jornadas  llegó  el  Rey  á  Valencia:  aguardábale  en 
la  raya  D.  Francisco  Carroz ,  con  las  guardas ;  el  lunes  siguiente 
al  que  salió,  paró  en  San  Sebastian,  monasterio  fuera  de  los 
muros,  de  religiosos  de  la  Victoria;  el  día  entes,  en  Cuarto, 
lugar  puesto  á  dos  leguas  de  la  ciudad  ,  salió  el  marqués  de 
los  Velez,  su  virey,  é  ioformóle'de  algunas  cosas  del  reino, 
del  gobierno  de  la  ciudad ,  y  que ,  aunque  al  salir  de  Madrid  se 
partió  con  designio  de  excusar  las  ceremonias  nunciales  de  la 
entrada ,  personas  que  venían  allí,  ó  algunas  que  quedaban  en 
la  corte  celosas  en  todo  a  consentimiento  de  que  el  Rey  cumpla 
sin  faltar  á  ninguna  de  sus  obligaciones  con  el  oÜcio  Real,  sus 
ritos,  pompas  y  circunstancias,  le  decían  no  seria  posible, 
j  cuánto  sentirían  los  valencianos  carecer  de  esta  solemnidad, 
cuando  sus  vecinos,  y  primero  que  ellos,  la  habían  gozado  y 
recibido  á  su  Rey  con  el  palio,  con  publicidad  y  con  fiestas, 
y  cuánto  impugnarían  esta  remisión  los  tribunales  superiores  ó 
inferiores,  que  esperan  este  día  para  lucir  sus  oficios  y  lograr 
fus  fatigas.  Decíalo  así  el  Virey,  con  que  se  resolvió  el  Rey  á 
entrar  en  público.  Vinieron  aquella  mañana,  con  este  acuerdo, 
OOD  acompañamiento  lucido  y  en  forma  y  con  sus  maceres,  los 
tribunales  del  gobierno  secular  y  eclesiástico,  el  de  la  Real 
Atidieocia,  pretendiendo  preceder  al  de  la  Inquisición,  em- 


1« 

ü  DUDO  ae  Vencer  ésle  por  voto  de  algunos,  ocárríéñclo  i 

los  ejemplares  pasados:  al  de  la  Inquisícioa  siguió  el  opositor, 
áéste  el  tribunal  del  Goberoador,  al  del  Gobernador  el  del 
Bayle  general ,  á  ¿sle  el  de  Justicia  civil ,  todos  con  sus  gra- 
ma! las  de  terciopelo  carmesí  aforradas  en  tela  de  oro;  á  éste 
el  de  Justicia  criaiiiial,  el  de  los  Jurados,  Diputación,  el  Jurado 
en  capitulo  noble,  y  el  popular,  la  Iglesia  y  el  Arzobispo: 
concluido  lo  cual,  á  las  cuatro  de  la  tarde,  biza  el  Rey  su  en- 
trada. Fué  á  la  iglesia  mayor,  donde  le  salió  á  recibir  el  Ca- 
bildo y  el  Arzobispo  vestido  de  pontiGcal  con  su  cruz,  canta- 
ron el  Te  Deam  laudamos,  y  babieodo  dado  gracias  á  Dios  faé 
á  aposentarse  al  Real,  palacio  magnifico  fuera  de  los  muros  y 
i  las  márgenes  del  Turía. 

Los  infantes  hablan  ido  delante  en  coche  cerrado  y  abierto 
parte  del  tejadillo,  lo  que  bastÓ  para  sosegar  la  ciudad ,  gozar 
de  las  calles,  de  su  opulencia  y  lucimiento,  que  en  esta  parte 
es  de  las  entendidísimas  y  nobles  de  la  Europa ;  la  fragancia 
del  aiahar  era  notable,  y  con  perpetuo  aplauso  y  suspensión 
de  alguno  de  nuestros  sentidos  naturales,  parece  que  se  ex- 
tendió allí  con  mayores  delicias  y  verduras  que  en  otra,  y 
obró  más  que  en  otra  prodigíosísimamente  las  maravillas  de 
fiu  Hacedor:  mostróse  el  tiempo  prosperísimo  al  deseo  de  los 
naturales,  porque  fué  en  lo  más  sazonado  de  la  primavera,  y 
lo  mejor  de  otros  años,  y  aunque  el  -cielo,  en  aquella  región, 
no  es  favorable  en  sus  lluvias,  el  arte  tiene  tan  prevenida  esta 
folla,  que  con  profundas  acequias  y  acueductos  inundan  y 
fertiliean  toda  la  tierra,  de  suerte  que  excede  en  fecundidad 
á  las  más  pródigas:  es  opulentísima  en  sus  frutas,  en  los  na- 
ranjos y  azahar  admirable,  con  que  es  probidisima  á  todo  lo 
que  puede  aspirar  la  vida  humana,  con  que  sus  habitadores 
DO  viven  con  poca  vanidad  de  que  fueron  mejorados  en  ter- 
reno y  cosecha  á  los  demás  vivientes. 

Aposentado  el  Rey  en  el  Real,  solemnizaron  con  heslas  su 
aiisteneia;  vio  los  más  suntuosos  edificios  y  templos  de  la 
ciudad  y  honrólos  con  su  presencia,  y  aquel,  de  todas  mane- 
ras religioso  y  magnífico,  del  patriarca  y  arzobispo  D.  Juan  de 


k 


Rivera,  varón  purísimo  y  de  ardientisimo  celo  en  la  venera- 
cioD  del  ailar,  ejemplo  y  dechado  de  prelados  y  de  donde  de- 
bían aprender  la  fidelísima  distribución  de  las  rentas  eclesiás- 
ticas, pues  Indas  las  que  tuvo  las  gastó  debajo  de  los  decretos 
y  estatutos  de  los  Concilios,  óniesque  en  vanidades  y  circuns- 
tancias superOúas.  Vino  á  besarle  la  mano  allí  el  duque  de 
Gandía,  é  hicieron  los  caballeros  de  la  ciudad  una  mábcsra, 
que  apadrinó  el  Conde  á  caballo,  y  con  infinito  número  de 
hachas;  cosa  que  pareció  muy  bien  á  los  fervorosos  en  el 
agasajo  y  el  lucimiento,  que  se  hacia  mayor  cuánto  más  coa- 
fiado  de  su  persona  ó  de  las  de  sus  émulos ,  abaudonando  los 
peligros  y  despreciándolos. 

Después  de  haber  es^do  allí  el  Rey  ocho  dias,  proveído  á 
las  necesidades,  del  reino  y  de  la  ciudad  y  hecho  algunas 
mercedes,  lunes,  que  se  conUiban  diez  y  seis  de  Abril,  par- 
tió para  Barcelona.  Liego  aquel  día  á  Uurvíedro,  antiquí- 
sima población  ,  y  no  quiso  dejar  de  ver  alli  los.  vestigios  ce- 
lebrados en  la  romana  historia.  De  aquí,  por  sus  jornadas, 
llegó  áTortosa,  donde  le  esparaba  el  duque  de  Cardona;  be- 
BÓte  la  mano,  é  informóse  de  él  por  menudo  de  las  cosas  de 
Barcelona.  El  Duque  le  refirió,  estaba  el  ánimo  de  los  catala- 
nes en  la  misma  obstinación  que  antes,  sí  no  más,  tenaces  en  lo 
tocante  á  entrar  en  concesión  de  algun  servicio,  y  que  en  io 
tocante  á  la  habilitación  del  señor  infante  D.  Fernando,  que 
ya  se  había  conferido  con  el  Consejo  de  Ciento  do  Barcelona, 
con  algunas  universidades  y  otras  personas  de  las  Cortea, 
y  le  ioppugnaban  y  aun  oponían  á  esta  resolución  inacce- 
sibles dificultades,  y  procedían  más  insolentes.  Alegaban,  con 
las  Cortes  y  libros  antiguos,  no  haber  hecho  esto  jamás,  y  que 
si  algun  ejemplar  habla,  estaba  tan  remoto  que  no  bacía  fe  ni 
consecuencia ,  antes  era  contravenir  á  sus  fueros;  lo  contrario, 
la  necesidad  de  los  tiempos  presentes  pedían,  y  do  dar  oídos  á 
esta  novedad;  que  su  Rey  era  el  que  les  había  de  asiütír,  y 
ocurrir  á  sus  causas  con  espacio  y  tiempo  necesario  á  su  ex- 
pedición y  gravedad  de  negocios,  de  que  necesitaba  todo 
aquel  Principado  y  sus  subditos,  asi  nobles  como  plebeyos; 


158 
que  el  ínfaDte  D.  Fernando  no  era  daefto  de  las  mercedes,  y 

caso  que  se  le  dejníe  poder  para  eelo,  serid  muy  limitado  y 
con  suma  prolijidad,  y  que.  anle  lodas  cosas,  para  cual- 
quiera resolución  ó  mínimo  iralíido,  pedían  cuatro  meses 
de  asistencia  de  S.  H.  en  Barcelona.  Para  quien  no  pensaba 
estar  ocho  ó  quince  dias,  á  lo  más  largo,  era  buena  pro- 
posición esta,  y  gastar  en  toda  la  jornada  apenas  dos  meses  de 
tiempo. 

No  quedó  el  Rey  gustoso  con  la  relación  del  Duque,  y 
cuando  pasó  á  darla  al  Conde,  si  ya  ante  todas  cosas  no  la 
tenia,  tampoco  quedó  sabroso  con  ella,  porque  ^a  una  vez 
resuelto  á  lo  coineniado,  lo  deseaba  concluir,  y  que  su  con- 
sejo surtiese  su  efecto,  ya  que  el  Infante  estaba  en  Barce- 
lona y  con  desaire  los  envanecidos.  Cuando  ambos,  Rey  y 
Conde,  se  vieron  y  hablaron  sobre  lo  que  el  Duque  había 
dicho,  resolvieron  que,  en  caso  que  los  catalanes  no  saliesen 
á  la  habilitación  del  Infante  y  pensasen  consumirlos  con  di- 
laciones y  sentimientos,  ocurriendo  á  la  brevedad  de  la  vuelta, 
como  era  justo,  por  lo  perjudicial  del  tiempo  y  sus  calores  no 
molestasen  la  salud  de  S.  M. ,  se  tomase  por  arbitrio  dejar 
á  S.  A.  por  gobernador  de  aquel  Principado,  con  pretexto 
de  conducir  alli  gente  y  formar  ejército,  para  de  todas  ma- 
neras reducirle,  con  la  necesidad  que  se  le  ha  de  dar  á  en- 
tender se  tiene  de  su  persona,  a  la  obediencia  y  conformi- 
dad en  lo  tocante  á  las  órdenes  y  mandatos  de  S.  U.  Para 
pnliar  este,  y  anle  todas  cusas  ocurrir  á  las  necesidades  de 
Genova,  temiéndose  que  sobre  aquella  república  quena  dar 
el  rey  de  Francia  y  tentar  su  invasión,  y  desde  alli  la  del 
Estado  de  Hilan,  se  habia  ya  hecho  llamar  y  venir  á  Valen- 
cia, atravesando  las  costas  de  Marsella  y  Perpiñan,  al  Ju- 
que de  Turisis.  general  de  las  galeras  de  aquella  Señoría,  y 
conservación  de  toda  la  Liguria,  y  para  prevenir  este  accidente, 
honróle  S.  H.  con  hacerle  de  su  Cimi-ejo  de  Estado.  Alli  dio 
noticia  de  los  movimientos  que  se  dejaban  sentir  en  Italia,  la 
gente  francesa  que  asistía  al  conGn  del  DclGnado,  los  puestos 
<liie  pretendían  ocupar  en  Vultelina,  los  pensamientos  del 


Papa  y  de  otras  repúblicas  venecianas.  Por  esto,  decia  el 
Conde,  ó  para  suspender  el  ánimo  al  inrante  D.  Fernando  y 
resfriarle  en  el  amor  del  Moscoso  con  la  diversión,  había 
hecho  saliesen  del  Puerto  de  Santa  María,  con  su  general  el 
marqués  do  Viilafranca,  ocho  galeras  de  España  con  la  más 
gente  que  pudiesen  ;  que  de  Ñapóles  habia  cuatro  en  el 
muelle  de  Barcelona,  que  de  Sicilia  se  esperaban  seis  con  la 
¡nfanteria  española  que  asistía  á  la  conservación  de  aquel 
reino,  que  al  marqués  do  Montenegro  se  le  habia  mandado 
venir  do  Italia,  si  no  tanto  por  la  necesidad  que  había  de  su 
persona,  por  quitárselo  al  Papa,  no  se  valiese  de  él  en  sus 
acuerdos,  y  que  con  este  designio  pretendía  sacar  de  allí  los 
mejores  soldados  y  capitanes,  como  asi  lo  habia  hecho;  que 
de  los  hombres  de  armas  de  Castilla  había  ya  alojados  en  Ca- 
taluña et  pié  de  1.500  caballos,  y  con  esta  gente  y  la  que 
Be  esperaba  de  Sicilia  y  Ñápeles,  pagada  y  escogida,  se  acu- 
diría á  armar  al  duquo  de  Orleans,  que  por  el  Languedoc  ve- 
nia á  Marsella  á  levantarse  con  ella,  si  perseveraban  en  la 
constancia  los  naturales;  ó  si  no,  era  bien,  para  cualquier  ac- 
cidente, que  por  ley  y  cortesía  le  esperase  S.  A.  en  Barce- 
lona, y  para  lo  que  no  se  pudiese  acometer  por  Marsella  se  co- 
menzase por  Perpiñan,  -y  de  todas  maneras  se  asegurase  la 
persona  del  duque  de  Orleans,  y  se  le  preparase  defensa  y 
hospedaje  decente  á  su  persona. 

Abrazó  el  Rey  el  parecer  de  dejar  por  gobernador  al  In- 
fante; y  esparciéndose  entre  todos  lo  que  el  duque  de  Cardona 
había  dicho  al  Rey,  por  su  yerno  D.  Luis  de  Haro  y  su  coa- 
suegro  el  marqués  del  Carpió,  que  introducido  en  los  infantes 
dijoles  cuan  desesperado  estaba  el  admitir,  para  acabar  las 
Córtüs,  al  infante  D.  Fernando ,  consiguió  el  Infante  aún  alguna 
esperanza  de  volver  á  Madrid ,  y  aun  lo  creyeron  los  criados; 
empero  no  sabia  la  nueva  treta  que  le  habían  armado.  Esto  fui 
lo  que  el  Conde  dijo  en  su  oración,  que  para  las  dudas  y  difi- 
cultades del  suceso  de  la  jornada  iría  pensando:  (¡partos  de  tan 
monstruosa  cabeza!)  El  infante  D,  Fernando  decia,  que  si  él 
era  habilitado  y  le  dejaban  para  acabar  las  Cortes,  que  calla- 


166 

ría  y  se  ajostaria  á  la  obediencia  de  hermano  tercero ,  por- 
que para  utilidades  del  sosiego  público  y  para  servir  al  Rey 
habla  nacido ;  mas  que  en  el  caso  que  no  admitiendo  su  per- 
sona los  catalanes,  le  dejasen ,  sin  embargo,  que  hablaría  á  su 
hermano  y  le  diría  las  trazas  del  Conde  y  cuanto  habia  pa- 
sado; le  representaría  el  estado  -de  sus  cosas,  el  de  su  go- 
bierno, y. le  diría  la  ambición  tan  insaciable  de  mandarlo 
todo,  hasta  subordinarlas  mismas  personas  Reales ,  y  cuan 
ofendida  estaba  su  autorídad  de  esta  sujeción ,  y  el  mundo 
espantado  de  la  tiranía  de  tal  hombre.  Persona  bien  infor- 
mada de  todo  le  respondió ,  no  se  diera  á  creer  ignoraba  el 
Rey  lo  sucedido,  antes  se  persuadiese  estaba  enterado  de  los 
más  mínimos  puntos  y  circunstancias.  —  Si ,  respondió ;  mas 
DO  será  con  la  legalidad  que  se  debe ,  sino  como  le  conviene 
y  como  le  arma  mejor  al  fabrícador.  —  Como  quiera  que  sea, 
le  replicó,  lo  sabe,  y  Y.  A.  se  vaya  previniendo  de  pacien- 
cia y  sepa,  encaminase  todo  este  ruido  á  dejarle  en  Bar- 
celona. 

Corrió  de  tal  suerte,  como  queda  dicho,  la  voz  de  lo  que 
el  duque  de  Cardona  dijo  al  Rey,  y  él  se  dio  de  manera  por 
entendido  de  que  ya  todos  lo  sabían ,  que  porque  sus  desig- 
nios no  sé  tuviesen  por  desvariados,  viendo  que  en  tiempo  tan 
corto  como  se  llevaba  determinado  no  era  capaz  de  concluir 
empresa  tan  ardua,  en  la  ocasión  que  más  le  plugo  y  cuando 
estaban  allí  los  gentileshombres  de  su  Cámara  que  más  pre-r 
sumían  de  entendidos  y  capaces  en  esta  materia ,  para  sacar 
del  alborozo  á  los  que  lo  hablan  concebido,  dijo:  —  Yo  no 
voy  á  Cortes:  y  calló;  queriendo  dar  á  entender  que  su  jor- 
nada llevaba  fines  y  particulares  muy  diferentes.  Sin  em- 
bargo de  que  lo  más  legitimo  era  dejarse  aflá  al  Infante,  y 
que  la  pasión  de  esta  acción  subordinaba  las  otras  y  las  más 
esenciales  y  las  que  la  necesidad  de  los  tiempos  pedían ,  y 
todas  se  dejaban  por  éstaj  ibase  paliando  entonces  todo  lo 
posible  con  diferentes -pretextos ,  hasta  su  fin  y  dejarla  en 
perfección,  porque  de  lo  contrarío  no  naciesen  algunas  dificul- 
tades que  lo  embarazasen,  y  no  llegase  á  colmo  su  cumplí-» 


166 
miento,  dejando  en  lladrid  conBdeoles  de  la  sangre  que  avi- 
sasen de  lodas  las  más  mínimas  cosas  del  Hoscoso,  de  stu- 
pensamienlos  y  trazas;  y  en  los  correos  se  procuraba  ioquirir 
por  las  canas  parte  de  sus  cosas,  y  aunque  se  prevenía  para 
ponerse  en  Barcelona,  no  dió  cuidado  por  enlónces  este  aviso, 
porque  para  el  lance  más  apretado  dejaron  su  disposición. 

Aliorn  se  ejicftmíi>abaQ  á  lo  primero,  como  di^o.,  dándole 
á  entender  al  Infante  que  su  persona  en  Cataluña  se  deslinaba 
para  grandes  cosas,  y  así  se  conduelan  aquellos  moderador 
aprestos  de  armas ,  vanos  á  mi  parecer,  porque  también  cre- 
yeron sacar  de  camino,  sin  embargo  de  no  haberlo  pndido 
acabar  en  Paris  D.  Gonzalo  de  Córdova ,  que  lo  orreció  de  parte 
del  Rey,  la  composición  de  su  madre  y  hermano,  y  que  el  rey 
de  Francia  desistiese  de  las  solevaciones  que  tenia  introduci- 
das en  la  Europa  contra  la  Casa  de  Austria  y  desolación  de  la 
monarquía.  Acordáronse  de  la  liga  del  año  de  veinticinco  con 
el  rey  do  Inglaterra  y  Francia,  y  los  demás  protestantes,  en  que 
se  incluía  el  duque  Carlos  de  Sáboya,  fragtiaiía  por  el  duqoe 
de  Buquingam ,  y  que  consiguientemente,  -el  de  veinte.^  seis, 
saliendo  el  rey  de  Castilla  á  las  Cortes,  do  USdoa  lre&  reinos, 
de  Aragón,  Valencia  y  Cataluña,  recelándose  de  aquí  el  francés 
que  el  Rey  con  esta  cautela  iba  á  ponerse  en  campaña ,  y  que 
queiia  desempeñar  el  atrevimiento  de  haber  entrado  por 
Italia,  y  que  le  había  de  meter  grueslsimos  eiércitos  puf  sus 
tierras,  y  que  la  potepcía'de  España  puesta  con  su  Rey  á  la 
par  es  poderosiaima  y  muy  digna  de  temer,  con. brevedad  en- 
traron en  la  paz,  y  el  emb^ador  del  CristianÍBigiO,  que  es- 
taba en  la  corle,  llevó  firmadas  las  condiciones  á  Monzón; 
con  que  so  serenó  esta  tempestad,  y  se  desapareció  la  genta, 
cuando  á  la  vista  del  Estado  de  Milán ,  atravesó  el.  Honferrato 
y  quisn  escalar  á  Genova.  No  estaba  entonces  nuestra  opinión 
tan  caida,  ni  tan  en  baja  fortuna  el  nombre  español  como  hoy 
le  han  puesto  la  flojedad  de  nuestras  materias,  las  pasiones 
propias  domesticas  y  caseras,  de  que  vamos  escribiendo,  con 
que  ya  nos  han  perdido  el  miedo,  y  van  preguntando  por  las 
provincias  ti  aomos  aquellos  que  aplaudió  la  voz  común  de 


167 

las  naciones  y  la  variedad  de  las  historias  en  distintos  idio- 
mas, por  razones  de  emdielon  y  elocuencia.  T  puédese  esto 
creer  muy  bien,  pues  el  rey  de  Francia,  informado,  como  se 
debe  inferir  de  un  enemigo,  del  estado  de  nuestras  cosas,  per- 
siste en  sus  intentos,  alienta  sus  confederados,  da  prisa  á  los 
holandeses  á  que  se  adelanten  en  sus  términos  y  embaracen 
nuestras  fuerzas,  hace  que  el  rey  deSüecia  prosiga  la  entrada 
en  el  Imperio,  carga  con  gruesos  regimientos-  los  confines  de 
la  Picardía,  Loréna,  Luiemburgo  y  el  DelGrtado,  y  a^in  por  lá 
banda  de  Leocata,  con  que  se  hace  temido  y  de  superior  repu- 
tación y  fortuna  á  todos  los  demás  príncipes.  De  manera  que 
nuestros  ardides  todos  salián  vanos  y  sin  frutos,  y  aún  no  los 
entendian ,  ya  comenzábamos,  á  entrar  en  el  desprecio  de  las 
üaciones  forasteras.  ¡Y  aún  cluieren  recobrar  los  más  t'eligiosos 
los  feudos  que  por  larga  carrera  de  años  teníamos  por  el  valor 
y  grandeza  de  ánimo  de  nuestros  mayores! 

Seguíase  i  esto,  también,  que  viendo  arrimar  algunas  ar- 
mas á  Barcelona  creerían  era  para  obligarlos  á  conceder  el 
servicio ,  y  querrían  antes  de  eiperimentar  el  castigo  abrazar  la 
enmienda ,  con  que  podría  ser  se  consiguiese  el  fin  de  la  em- 
presa; y  en  primer  lugar,  dar  calor  á  la  acción,  de  que  ya  se 
tenía  correo,  se  habia  obrado  en  Roma.  Pedia  el  Rey  al  Papa, 
como  veia  sus  coronas  rodeadas  de  tantos  enemigos,  no  sólo 
las  suyas  empero  las  de  los  principes  de  su  casa,  que  para 
obrar  á  tantos' cuidados  como  le  combatían  y  salir  á  ellos  con 
desahogo,  le  concediese  la  media  anata  de  todos  los  bene- 
ficios eclesiásticos  de  sus  estados  ó  del  de  Castilla,  ú  ocho- 
cientos mil  escudos  sobre  los  clérigos,  ú  otro  subsidio  á  esta 
traza  no  menos  grave.  El  Papa  procedía  en  esto  con  remisión 
ora  fuese  por  su  conciencia,  ora  por  los  gemidos  de  que  tenia 
noticia  se  daban  en  la  pobre  Castilla ,  y  aun  en  toda  Espafta, 
por  la  intolerancia  de  sus  gabelas,  de  que  ya  no  podía  respirar. 
Otros  exploradores,  más  diligentísimos  de  cualquiera  humana 
intención ,  decían  era  condición  suya  y  fines  particulares  su- 
yos, y  aversión  obstinadísima  á  nuestra  nación  y  á  las  cosas 
de  España ,  por  ser  naturalmente  francés.  Anrimábasele  á  esto 


15S 

que  siendo  padre  de  la  Iglesia ,  y  viendo  la  ruina  que  estaba 
para  correr  la  cristiandad  por  los  enemigos  que  la  infestaban, 
nos  socorriese  con  sus  tesoros;  siguiendo  en  esto  á  los  demás 
pontiGces  sus  predecesores  que  tan  larga  y  piadosamente  lo 
hicieron,  é  hiciese  los  oficios  de  tal ;  con  que,  estimulado  de 
unos  y  otros  infelices  sucesos,  los  cuales  se  dejan  considerar 
en  esta  inscripción,  y  viéndose  desamparado  de  todo  humano 
socorro  para  cualquier  accidente  que  quisiere  intentar,  resol- 
vió de  protestarlo  en  aquel  Colegio  Apostólico,  dando  á  en- 
tender, á  todo  lo  secular  y  eclesiástico  y  á  cuanto  se  incluyese 
en  ambos  polos  de  la  tierra,  era  la  condición  del  Papa  la  que 
tenía  el  mundo  en  tales  trances  y  miserias,  y  que  debajo  de 
su  infectuosa  inclinación  y  apoyo  rovolvia  el  rey  de  Francia 
toda  la  Europa,  y  estaban  orgullosos  y  con  sobradas  fuerzas 
todos  los  émulos  de  la  Casa  de  Austria,  asi  católi(!05  como  in- 
fieles, que  la  pretendían  turbar  y  que  corriese  fortuna,  y  aun 
estaba  para  fracasar.  Para  lo  cual ,  después  de  haber  ordenado 
una  Oración,  la  cometió  al  cárdena)  Borja  para  que  la  exor- 
nase en  el  Consistorio  cuando  más  pleno  se  hallase  de  todos 
los  cardenales.  Llegó,  pues,  á  tas  manos  del  Cardenal,  y  aun- 
que, con  orden  que  para  ello  tuvo,  procuró  rehusarlo,  y  hablar 
al  Papa  en  audiencia  secreta  y  reducirle  á  lo  justo  la  necesi- 
dad urgente  y  la  petición  del  Bey;  rehusólo  el  Papa,  por  las 
quejas  de  acá  dadas  á  su  Nuncio ,  que  debió  de  avisar  de  esto 
á  8  del  mes  pasado ,  que  fué  Marzo. 

Entrados  todos  en  Consistorio,  y  precedidas  algunas  cir- 
cunstancias forzosas  por  los  Cardenales  de  diversas  condicio- 
nes, mandando  salir  la  gente  fuera,  solos  y  cerrados,  comenzó 
el  Cardenal  á  proponer  las  iglesias  vacantes  de  £spaña  que 
le  locaban  por  oficio,  lo  cual  acabado,  calló  por  un  rato;  co- 
menzó á  proponer  su  oración  en  lalin  que,  porque  se  lea  más 
sabrosamente,  después  de  baber  referido  los  lances  de  esie 
caso,  pondré  aquí  como  me  la  enviaron  traducida.  Prosiguió, 
pues,  el  Cardenal,  y  alterado  el  Papa  con  las  palabras,  ante- 
viendo adonde  se  encaminaban,  le  dijo  en  latin  por  dos  ve- 
ci's;  —  Tace.  tace.  El  Cardenal,  humillando  la  cabeza  y  modes- 


159 

lando  el  semblante,  se  suspendió  un  poco;  mas  viendo  para 
lo  que  estaba  allí  y  cuánto  importaba  á  su  Rey  este  hecho, 
prosiguió,  y  asiendo  sin  perder  el  hilo  de  los  puntos  donde 
dejó  su  oración,  la  prosiguió.  A  otro  breve  número  de  ra- 
zones revolvió  el  Papa,  y  con  más  impaciencia  le  dijo  que 
callase,  repitiéndoselo  por  dos  veces;  mas  el  Cardenal,  persis- 
tiendo como  fidelísimo  español  y  vasallo  de  prendas  tales,  pro- 
siguió. Volvió  el  Papa  á  mandarle  que  callase  lleno  de  ira,  y 
dijole  que  si  hablaba  como  Cardenal,  que  no  tenia  licencia,  y 
que  si  hablaba  como  Embajador,  que  no  era  aquel  su  lugar, 
sino  donde  lo  acostumbraban  los  embajadores;  que  le  pidiese 
audiencia,  y  se  la  daría.  El  Cardenal  respondió,  que  hablaba 
como  Embajador  y  como  protector  de  España  en  la  causa  de 
Dios  y  de  la  fe ;  el  Papa  le  replicó  que  no  lo  merecia  el  amor 
que  le  tenia  oficios  tales,  y  que  siempre  á  cualquiers^  de  sus 
designios  se  le  había  mostrado  contrario  (y  prosiguió  preten- 
diendo herirle  y  calumniarle  el  afecto),  y  particularmente  en 
lo  de  la  guerra  pasada  de  Mantua,  que  pidiéndole  socorro  á 
él  y  á  todos  los  cardenales  para  ocurrir  á  las  necesidades 
públicas  y  del  estado  de  la  Iglesia,  sólo  él  se  le  habia  opuesto 
y  denegádosele.  A  esto  respondió  el  Cardenal ,  que  en  dos 
congregaciones  en  que  se  habia  propuesto  esta  materia,  en 
la  primera  habia  ofrecido  toda  su  hacienda  á  Su  Santidad, 
empero  que  hablando  después  sobre  esto  con  el  conde  de 
Monterey ,  le  respondió  que  era  supérfluo  ^ste  socorro  que  Su 
Santidad  pedia;  advirtiendo  que  cuando  las  armas  del  Rey 
Católico  y  del  César  están  poderosas  en  Italia,  entonces  ne- 
cesita menos  la  Sede  Apostólica  de  tales  auxilios,  pues  es 
cierto  que  ambas  potencias  no  le  podian  faltar,  y  que  de 
parte  del  Rey  le  habia  ofrecido  los  suyos;  y  que,  en  la  se- 
gunda congregación,  representando  estas  mismas  razones,  no 
le  habia  parecido  yerro  excusarse,  ni  que  por  esto  creia  habia 
faltado  á  sus  obligaciones. 

Encendido ,  pues ,  todo  aquel  Sagrado  Colegio  con  estas 
controversias  entre  el  Papa  y  el  cardenal  Borja,  y  habiéndole 
tocado  á  él  el  entrar  en  esta  batalla  por  no  haber  Embajador 


IM 

en  Roma,  y  no  haber  aún  dejado  llegar  &  ella  al  marqués  de 
Casiel-Rodrigo,  detenido  en  Genova  por  circunstancias  poco 
favorables  á RUS  servicios,  prosiguió  la  contienda,  y  levantán- 
dose el  cardenal  de  Sanio  Onofre,  hermano  del  Papa .  y  enca- 
minado hacia  el  cardenal  Borja,  se  le  opuso  con  las  mismas 
palabraü  que  el  berniano,  diciéndole  por  dos  veces  que  callase. 
Ayudó  al  hermano  del  Papa  el  cantenal  Colona ;  qtie  con  este 
afecto  se  h.illaron  siempre  \o3  italianos  contra  la  fe  de  España, 
y  de  este  semblante  corren  hoy  todos.  Pretende  éate  tener 
queja  de  que  no  favoreció  España  Ta  pretensión  de  su  Capelo, 
y  que  sólo  se  lo  debe  al  Papa .  y  también ,  porque  habiéndole 
hecho  el  Papa  arzobispo  de  Milán  esta  retenido  en  España  el 
nombramiento.  Es  primo  hermano  del  almirante  de  Castilla, 
y  habiendo  estudo  en  España  a  captar  la  benevolencia  de  la 
primer^  pietension,  y  habiéndole  hecho  Suniilter  de  coriin*, 
viendo  no  arribaba  al  tin  de  su  deseo,  y  que  no  surtia  con 
calor  el  ascender  á  aquella  suprema  dignidad,  él  y  el  Ursino, 
dejaron  la  corte  y  sus  oficios,  y  mal  contentos  se  volvieron  á 
Italia  á  solicitar  del  Papa  lo  que  con  el  Rey  y  el  Ministro  no 
consiguieron.  Asi  no  hay  que  espantar,  que  la  devoción  esté 
pronta ,  y  entre  nuestros  yerros  no  deja  de  ser  éste  el  más  ca- 
pital y  el  que  nos  tiene  con  poca  aGcion  para  con  los  ex- 
tranjeros, y  aun  para  con  los  naturales  nos  hará  gemir.  Siguió, 
pues,  el  cardenal  Colona,  como  dije,  Cl  dictamen,  y  con  las 
mismas  palabras  del  Papa  dijo  á  Borja,  que  aquel  no  era  lugar 
de  hablar. 

Al  cardenal  Santo  Onofre  se  opuso  el  cardenal  Sandoval, 
que  sí  supiera  como  acá  le  andaban  tratando  á  su  hermano 
Don  Antonio  de  Hoscoso  pudiera  ser  que  entrara  con  menos 
ardor  en  la  palestra  r  empero  á  la  singularísima  virtud  del 
Cardenal,  á  su  fidelidad  ,  á  la  constancia  y  obligación  espa- 
ñola, no  hacoa  mudar  semblante  tales  encuentros.  Fueron 
hechumsambos,  SaoduviU.y  Borja,  de  aquel  varón  admirable 
en  todas  acciones  y  que  no  tiene  segundo,  D.  Francisco  de 
Sandoval  y  Rojas,  duque  de  Lenna,  el  grande,  que  este  bipér* 
hole  han  dado  en  esta  edad  á  alguno,  y  habiéndole  yo  rehu- 


161 

sado  en  iodás,  esta  vez  se  le  cayó  á  la  pluma  de  la  boca,  ño 
sin  particular  prudencia  de  la  razón,  porque  para  los  vasallos 
de  nuestras  coronas,  en  mi  opinión  y  en  la  suya,  juzgando 
dcsapasionadaniente,  por  la  magnanimidad  de  eus  obras  y 
por  la  felicidad  y  prosperidad  con  que  les  fué  padre  ütilisímo 
ó  todo  cuanto  pudieran  esperar,  sin  serlos  cuchillo,  le  toca 
este  título  más  juslamente  que  á  ningún  otro  héroe  de  nuestro 
siglo.  Fueron  el  cardenal  Sandoval  y  el  cardenal  Borja,  el 
uno  sobrino-y  el  otro  primo  del  Duque,  <^ue  impetró  sus  ca- 
pelos con  Paulo  V:  semilla  que,  aunque  se  afane  la  envidia, 
permanecerá,  porque  ta  sembró  su  mano  en  el  servicio  de  la 
Iglesia ,  del  Bey  y  del  bien  público;  porque  lo  fué  en  honrar, 
gratíGcar,  levantar,  opinar,  ensalzar  templos,  cdiUcios  y  hom- 
bres; imitador  generosísimo  del  ornato  de  la  naturaleza, 
porque  siempre  estaba  produciendo  y  brotando  en  beneficio 
de  los  vasallos,  y  que  ánles  que  ella  se  borrará  del  mundo, 
de  la  memoria  y  de  la  posteridad  otra  cosa,  y  la  preservará 
ésta  de  la  dañada  intención  de  los  malos,  y  ta  colocará  á  la 
par  de  las  mejores  y  la  fecundará  en  toda  bienaventuranza. 

Digo,  pues,  porque  vamos  corriendo  con  nuestro  suceso, 
que  al  cardenal  Santo  Onofre ,  hermano  dei  Papa  ,  que  antes 
en  sus  menores  fortunas  había  sido  capuchino,  so  opuso  el 
cardenal  Sandoval ,  y  le  dijo,  en  el  idioma  latino  que  alli  se 
usa  y  aquí  se  traduce: — ¿Tú,  capuchino,  cou  tan  gran  varón 
como  el  cardenal  Borja,  tienes  atrevimiento  y  hablas  en  ese 
estilo?  El  Papa,  entonces,  solicitado  del  amor  propio  y  de  la 
sangre,  dijo: — Bien  puede  hablar.  A  que  revolvió  el  Carde- 
nal:— Vuestra  Santidad  que  está  presente,  basta  para  repren- 
der y  hablar  por  sí,  pues  es  tan  suRciente  para  todo.  A  esla 
sazón  se  levantaron  ios  cardenales  Bentinibolio  y  Escalla,  y 
con  ruegos  y  palabras  amorosas  procuraron  apaciguar  esta 
discordia,  llegándose  el  uno  al  cardenal  Moscoso  y  el  otro  al 
cardenal  Sanio  Onofre,  con  que  vohieron  á  sus  asientos  y  á, 
sosegarse ;  y  el  Borja,  que  suspendió  pasar  adelante  por  no 
encender  más  la  materia  é  ira  del  Papa  y  que  le  agravase  con 
alguna  censura,  en  cosas  tales  muy  posible,  hallándose  con 


k 


razones  roriosisimas  para  no  proseguir  en  la  oración  comen- 
zada, interrumpida  por  tres  veces,  dijo  al  Papa: — Pues  Vues- 
tra Santidad  roe  manda  callar,  hable  por  mi  este  papel.  T 
dióle  el  que  contenía  todo  lo  que  llevaba  que  proponerle  y 
manifestarle.  El  Papa  lo  tomó,  y  bajándose  de  la  silla  se  en- 
tró en  su  cámara.  El  cardenal  Borja,  antes  que  se  salieran  del 
CoDsistorio  los  sujetos  que  allí  habla,  dio  un  traslado  al  car- 
denal Pío,  como  á  cabeza  de  los  obispos,  otro  al  Ulbaldina,  da 
los  presbíteros,  y  otro  al  Dobradino,  de  los  diácQOOS,  porque 
coDstaso  á  todo  aquel  sagrado  Colegio  la  protesta  que  S.  M.  le 
habia  mandado  hacer,  y  que  Su  Santidad  no  le  dejó  acabar. 
Las  razones  tan  pías  que  á  esto  le  movian,  las  urgentes  ne- 
cesidades de  toda  la  cristiandad,  tan  dignas  de  remedio  y  de 
asistencia,  lo  digan,  y  si  el  que  es  Vicario  de  Cristo  debe  con 
más  fervor  celar  esto,  por  ser  la  causa  más  propincua  y  el 
derecho  de  su  dignidad  más  honorosa.  La  protestación  es  esta: 
■  Luego  que  el  serenísimo  rey  Católico  do  España  entendió 
la  liga  de  los  herejes  con  el  rey  de  la  Suecia,  y  los  estragos 
que  en  Alemania  recibiaa  los  católicos,  siguiendo  las  pisadas 
de  sus  progenitores,  que,  peleando  más  por  la  Religión  quo 
por  el  Imperio,  ganaron  este  religioso  título,  dispuso  su  con- 
sejo y  fuerzas  para  acudir  luego  á  tanto  peligro;  y  así  [pos- 
poniendo sus  mismos  intereses  en  las  Indias,  en  Italia  y  en 
Flandes],  socorrió  al  Emperador  con  gran  suma  de  dinero,  y 
en  Flandes  mandó  á  su  gente  que  resistiese  al  sueco  mien- 
tras apercibía  la  potencia  de  sus  reinos  para  enviar  mayor 
socorro.  Pero  junto  con  esto,  advirtiendo  que  las  armas  de  los 
herejes,  conjurados  en  todas  parles,  no  se  podían  remediar 
cómodamente  sino  con  las  comunes  de  todos  los  católicos,  acu- 
dió á  Vuestra  Santidad  ,  Padre  común  de  todos,  pidiendo  hu- 
mildemente, con  la  mayor  instancia  que  pudo,  que  no  sólo  am- 
parase esta  causa,  contribuyendo  con  el  dinero  que  más  libe- 
ralmente  pudiese,  sino  [lo  que  más  importa)  que  avisase  á 
todos  los  principes  y  pueblos  católicos  del  peligro,  y  que  los 
amonestase  con  veras  que,  para  defender  prestamente  la  causa 
do  la  Religión  en  ton  presente  peligro,  uniesen  sus  fuerzas,  y 


163 

que  se  mostrase  Voesira  Santidad  en  esta  ocasión,  con  aposld- 
lica  solicitud ,  tal  como  m  han  mostrado  sus  santísimos  y  cla- 
rísimos antecesores  que,  levantando  á  manera  de  trompeta  la 
vos  apostólica,  animaron  todas  las  repúblicas  cristianas  á  glo- 
riosas confederaciones,  para  el  reparo  y  aun  para  la  propaga- 
ción de  la  fe.  En  lo  cual,  S.  M.,  con  justa  razón,  se  prometía 
que  Vuestra  Santidad  se  habia  de  aventajar  con  ejecutoria  por 
su  prudencia  y  piedad;  pero  como  cada  dia  crecen  los  dafios  y 
Vuestra  Santidad  hasta  ahora  dilata  el  remedio,  me  ha  man- 
dado S.  M.  que  todas  estas  cosas,  que  privadamente  diversas 
veces  han  sido  repetidas  á  Vuestra  Santidad  por  los  reveren- 
dísimos señores. cardenales  españoles  y  por  mi,  las  refiera,  en^ 
su  nombra  también,  en  este  amplísimo  Consistorio,  para  que 
cuantos  reverendísimos  padres  se  hallan  aquí  presentes  sean 
tantos  testigos,  delante  de  Dios  y  de  los  hombres,  de  que  S.  M. 
no  ha  faltado  á  la  causa  de  Dios,  ni  de  la  fe,  ni  con  diligen- 
cias, ni  con  autoridad,  ni  con  obras.  T  asimismo  me  mandó 
protestar,  con  la  humildad  y  la  obediencia  debida ,  que  cual- 
quier detrimento  que  padeciere  la  religión  católica,  no  debe 
atribuirse  al  piísimo  y  obedientfsimo  Rey,  sino  á  Vuestra  San- 
tidad.» 

Luego  que  el  Papa  leyó  este  papel ,  no  dejó  de  eiasperarle 
el  ánimo  y  ponerle  de  peor  condición;  empero,  como  poco 
después  de  este  lance  sucedió  la  salida  del  Rey  de  Madrid  y 
vio  las  prevenciones  de  armas  que  se  conducían  á  Barcelona, 
procuró, tolerarse,  y  con  remordimientos  de  conciencia  di- 
simular y  cubrir  sus  discursos  y  satisfacer  al  Rey;  para  lo 
cual  partía  de  allá  un  Legado,  como  se  decia,  y  de  acá  se 
pre venia  el  Nuncio,  y  salia  á  buscar  al  Rey  por  el  camino  de 
Aragón.  El  conde  de  Monterey,  virey  de  Ñapóles,  atento  ó 
avisado  por  el  Rey  de  este  hecho,  viendo  la  resolución  de 
Roma,  el  sentimiento  del  Papa  y  desobediencia  de  cardena- 
les, y  con  recelo  de  que  en  ambas  naciones  española  y  francesa 
no  se  despertase  alguna  alteración  ó  movimiento,  ó  que  el 
Papa;  como  se  le  antevia ,  no  reventase  y  pusiese  en  obra  sus 
acuerdos  con  el  dinero  que  dicen  tiene  recogido,  y  artillería 


14M 

fundida  de  algunas  estatuas  erigidas  en  la  antigüedad  de  Ro- 
ma fabulosa,  ó  de  algunos  esclarecidos  varones  y  por  exce- 
lentes artífices,  reforzó  los  lugares  del  confín  con  gente  y 
municiones,  y  seitaló  tres  plazas  de  armas,  et  Aquila,  Civita- 
ducal  y  Gaéia,  y  prevínolas  de  capitanes  y  soldados,  con  lodo 
lo  demás  militar  y  forzoso.  A  la  misma  hora  llegó  de  Alema- 
nia, y  de  parte  del  César,  el  cardenal  de  Estrigonia  ,  acompa- 
ñado-de mucha  gente  húngara,  creo  yo  gue  á  la  misma  de- 
manda y  á  las  mismas  protestas,  y  á  pedir  socorro  contra  los 
infieles  enemigos  áe  nuestra  santa  fe. 

Todas  estas  cosas,  no  dudo  yo  que  no  serian  de  grande 
freno  y  confu!iíon  para  el  Papa,  y  más  viéndose  agravar  de 
las  dos  columnas  firmísimas  de  la  Iglesia  y  de  los  dos  polos 
formidables  de  ]a  Europa,  y  en  una  cosa  tan  escandalosa 
como  decirle,  que  no  sólo  no  socorre  las  necesidades  de  la 
crÍEtiandad  .  sino  que  á  su  sombra  se  turban  y  destruyen  los 
Estados  alemán  y  español,  y  los  quiere  invadir  la  herejía,  que 
s6]o  se  apoya  en  el  auxilio  de  Francia,  cobrando  esta  osadía 
porque  no  se  ha  mostrado  afecto  á  esta  corona  No  tienen  los 
píos  Pontífices  necesidad  de  estos  avisos,  antes  á  la  primera  caja 
salir  á  ellos  todos  los  que  tienen  seña  de  católicos,  contra  la 
perversión  de  la  canalla^  y  pues  es  el  pastor  que  está  en  el 
otero  por  facultad  divina  y  providente  para  dar  esta  voz  y 
«ste  aviso,  no  hay  que  esperar  á  que  se  le  den  que  le  di- 
rán que  duerme  ó  que  vacila,  y  conspirarán  ios  más  fieles  á 
su  disposición,  y  lo  tendrán  por  justo.  Sin  embargo,  muy  digno 
es  de  ponderar  este  hecho,  y  de  poner  en  él  toda  obediente 
tolerancia  y  de  ocurrir  con  paciencia  á  los  preceptos  evan- 
gélicos. Padre  de  la  Iglesia;  los  afectos  de  hombre  conviene 
que  los  supla  ó  los  vista  la  prudencia ,  asistiendo  al  ruego  y  á 
la  caricia,  el  más  rigido  natural,  y  con  estos  ingredientes  y  cor- 
roboraciones pasará  de  intratable  á  amoroso  y  blando.  Con- 
viene también  en  esto,  no  degenerar  nuestra  victoria  y  de 
aquellos  en  que  fuimos  estimados,  y  dar  á  sentir,  á  los  que 
no  nos  atienden  ó  conjuran  contra  nosotros,  cuan  poco  nos  im- 
porta el  desdén  de  uno  á  algunos,  si  seguimos  lo  justo,  si  pe- 


165 
leamos  por  la  verdad  y  por  la  religión ,  y  observamos  los  pre- 
ceptos de  la  ley  de  Dios;  que  podia  ser  que  aqui  esté  nuestra 
felicidad.  Por  no  haberlo  hecho  ó  no  acudir  fervorosamente 
á  la  enmienda,  ¿quién  duda  que  saldrá  Dios  á  mantener  su 
casa  y  quebrantará  la  cabeza  de  sus  enemigos,  y  á  conservar 
en  nosotros  la  Iglesia?  No  faltando  al  derecho  divino,  no  es 
grande  exceso  el  inclinarse  el  espiritu  más  libre  á  la  devoción 
de  aiguD  particular  humano:  por  donde  conviene  también  ad- 
vertir, y  sin  duda  es  menester  darnos  á  creer,  es  alguna  vez 
forzoso  suframos  de  tan  buen  corazón ,  que  como  las  otras  na- 
ciones llevan  que  los  Pontífices  sean  favorables  á  la  nuestra, 
permitamos  que  también  sean  afectos  á  la  suya;  pues  nues- 
tras obras  tal  vez  no  lo  merecerán,  ó  no  hemos  sabido  fabri- 
carnos mejor  fortuna. 

Prosiguió  el  Rey  su  jornada,  y  llego  á  Tortosa;  digo,  saÜa 
de  Tortosa,  y  por  Tarragona,  corriendo  el  CoU  de  Balaguer, 
siempre  á  la  viáta  y  costas  de  la  mar,  llegó  á  Villafranca ,  lu- 
gar á  pocas  leguas  de  Barcelona .  tan  á  disgusto  de  aquellos 
pueblos,  que  era  rigurosisimo  el  despecho  con  que  quedaban 
de  que  no  les  asistiese  un  dia  sólo:  deseaban  verle,  y  que  los 
viese,  y  gozar  de  su  presencia;  empero  era  diligentísimo  en  el 
caminar,  presuroso  en  el  salir  y  precipitado  en  el  volver, -tanto 
que  no  parece  salia  á  cosas  de  importancia  niá  forzosas;  y  asi 
perdió  esto,  y  áuo  perdió  algunas,  anteponiendo  tas- cosas 
de  su  gusto  á  las  útiles.  ¡Indigno  proceder  de  Principe,  que 
debe  estar  antes  atento  a  las  materias  prudenciales  y  políticas, 
aunque  le  sean  graves,  más  que  no  á  las  que  le  regalan,  si 
son  deliciosas;  porque  son  perjudiciales  al  decoro  y  á  la  fa- 
tiga en  que  se  debe  instruir  un  buen  Principe  que  ha  de  mi- 
litar en  honra  y  reputación  y  á  la  ascensión  de  gralide,  que 
sin  estos  instrumentos  no  es  posible  aunque  más  se  lo  aplique 
la  lisonja!  Por  este  modo,  los  de  Tortosa,  indignados  de-la 
presteza  de  su  fuga,  porque  apenas  llegaba  á  las  seis  de  la 
tarde  y  al  amanecer  ya  no  quedaba  hombre  en  et  lugar,  por 
donde  les  parecia  que  apenas  le  vieron,  juraban  de  no  ser- 
virle en  las  Cortes  de  Barcelona. 


166 

Llegó,  como  dije,  á  Villafraoca,  y  se  hospedó  en  la  caía 
de  UQ  caballero,  César  Babau  de  Villalonga,  que  siendo  la 
casa  dejación  del  rey  D.  Jaime  á  sos  ascendientes,  se  la  dio 
con  tributo  de  que  cada  vez  que  por  allí  pasase  Rey  de  la 
Corona,  se  la  había  de  dejar  y  salirse  do  elln,  tenerle  preveni- 
das y  aderezadas  cuatro  camos,  y  darle  doscientas  escudillas 
de  palo,  ó  diez  y  seis  ó  diez  y  ocho  vasos  labrados  de  lo 
mismo.  Yo  lo  vi  todo  esto  sobre  un  bufete  ,  que  díó  no  poco 
en  qué  entender,  y  ponderar  de  cuan  menudas  cosas  se  com- 
ponía el  uso  y  donaciones  antiguas.  De  este  lugar  entró  el 
Rey  en  Barcelona,  lunes  3  de  Mayo;  fuese  á  hospedar  á  las 
casas  del  duque  do  Cardona,  deshonorado  ya  por  la  venida 
del  Rey ,  por  lo  quo  se  pensaba  hacer  con  el  Infante,  en  el 
oficio  de  Virey;  besóle  la  mano  toda  la  grandeza  eclesiás- 
tica y  secular,  y  á  otro  día  se  procuró  cerrar  con  las  Cortes. 
Salieron  los  tratadores  antiguos  á  la  lucha,  el  marqués  de 
Liche  y  el  marqués  de  Leganés;  y  no  se  mostró  tan  fervo- 
roso esta  vez  el  duque  de  Cardona,  cansado  de  algunos  par- 
ticulares suyos  mal  despachados,^  y  por  lo  que  le  obligaron 
á  dejar  la  Presidencia  de  Órdenes  en  la  corlo  del  Rey.  Lleva- 
ron, pues,  los  tratadores  su  embajada  á  los  brazos,  eihortán- 
doles  al  servicio  del  Rey,  no  queriendo  bablar  entonces  de 
la  habilitación  del  Infante,  presintiendo  sí  en  aquellos  pocos 
días  que  se  habian  de  estar  alli,  se  podía  salir  con  él  y  ven- 
cer la  dificultad;  proseguía,  pues,  la  embajada ,  en  que  de- 
cía S.  H.  convenía  á  su  salud  el  estaren  Madrid  qd  todo  aquel 
mes  de  Hayo,  no  se  la  da&aseo  los  calores ;  pretexto  digno  de 
atender  en  vasallos, 

Diéronse,  pues,  manos  á  la  obra;  mas  ellos,  tan  rebeldes 
como  de  ánles  y  contentos  del  tiempo  tan  corto  y  preacnpto, 
asaron  de  bus  cautelas  y  ardides,  y  dijeron  era  menester  se 
volviesen  á  habilitar  tas  personas  Contenidas  en  las  Cortes; 
donde  no,  que  no  se  podían  comenzar.  Perribáronles  este  ar- 
gumento, diciéndoles  que  no  se  comenzaban ,  sino  que  se  pro- 
seguían; que  es  habilitar  reconocer  á  los  que  les  toca  entrar  en 
las  Cortes,  ver  sus  privilegios  y  títulos  si  son  legítimos,  reco- 


noeer  los  libros  de  las  Góries  {Mtfadas,  si  están  allí  aquellas 
familias ,  y  admitir  á  los  qoe  en  el  intervalo  han  aloanxado  de 
los  reyes  esta  honra,  y  darles  licencia  j>ara  qne  entren  si 
presentan  papeles  que  lo  jostiBqnen^  Ventilóse,  pues,  este 
punto  y  vencióse,  que  no  fué  poca  dicha,  porque  sino  habia 
poco  tiempo  en  muchos  dias  para  concluirse  y  pasar  á  la  sur* 
tancia.  Habíase  encomendado  esto  al  conde  de  Santa  Goloma, 
creyendo  que  por  bien  visto  arrastraría  á  los  pertinaces,  des- 
oonBados  de  la  emulación  que  allí  tienen  al  duque  de  Car- 
dona; empero  salió  en'vano:  gastaban  el  tiempo  en  cosas  me- 
nudas y  en  disentimientos  pasados  y  prolijos.  De  sentir  es 
proponer  un  hombre  los  agravios  que  ha  recibido ,  y  entre 
tanto  que  no  se  le  satisface,  empantanarlo  todo,  como  al  fin 
se  hace,  sin  pasar  adelante,  apellidando  contra  los  impugna- 
dores que  aquello  es  de  sus  fueros  y  estatutos  establecidos 
en  el  libro  verde.  Gastábase,  pues^  el  tiempo,  y  estaba  ya 
-casi  al  fin  de  ochp^ias,  suspendiendo  los  cortesanos  en  fies- 
tas, corriendo  faquies  y  otros  bailes  en  que  aquella  ciudad 
es  prodigiosa,  y  en  que  se  gastasen  alli  el  dinero,  y  los  doblo- 
nes quedasen  para  trentines:  codiciosos  y  advertidos  en  esta 
traslación,  hicieron  grande  opulencia  de  la  malicia  de  su  lu- 
gar en  gruesas  compaftias. 

A  esta  hora  llegaron  ocho  galeras  de  España  que  venian 
para  el  decoro  de  aquella  playa  y  para  llevar  la  capitana, 
fabricada  de  nuevo  en  aquella  atarazana,  y  varar  otra  galera, 
ó  ya  sea  para  otros  fines,  ufo  vino  alli  el  marqués  de  Yilla- 
franpa,  cosa  que  dio  que  admirar,  resentido  de  que  habiendo 
estado  muchos  dias  en  la  corte,  ni  se  ocurrió  á  las  circuns- 
tancias de  su  oficio,  ni  á  la  falta  de  provisiones,  ni  paga  de 
los  soldados  y  sueldos,  principal  cuidado  en  un  general,  ni 
aun  á  hacerle  merced  por  sus  muchos  y  grandes  servicios ,  y 
los  de  su  padre  y  pasados.  Decian  que  el  marqués  de  Villa- 
franca  no  habia  venido  á  la  corte  á  otra  cosa,  sino  á  represen- 
tar á  S.  M.  y  al  Consejo  el  estado  que  tenia  la  escuadra  de 
Espafta,  su  mengua,  su  falta  de  todo,  y  cuan  deshecha  estaba 
su  milicia;  que  aquella  escuadra  era  importantísima  para 


168 
defender  el  Estrecho,  ahuyentar  los  enemigos  de  toda  la  Uau- 
rítania  y  Levante- y  hacer  rostro  á  los  del  Seplenlrion.  Oíase 
todo  esto  como  cosa  de  hurla,  creyendo  que  más  era  bene- 
ficio do  general  que  de  común  aquella  propuesta.  Opinión 
miserable  en  que  hoy  corren  lodos  los  hombres  de  bien,  y 
en  que  han  puesto  al  Principe  para  con  sus  vasallos,  y  no 
ta  menor  circunstancia  de  la  ruina  y  calamidad  del  estado 
Real. 

Esta  misma  fortuna  corría  D.  Fadrique  de  Toledo,  su  her- 
mano, en  lo  tocante  al  ministerio  de  la  armada  Real  del  mar 
Océano:  percibía  el  primer  ministro  el  mismo  concepto,  y 
dicen  ,  decia  era  superQua  aquella  armada  para  aquel  estre- 
cho, que  no  servia  sino  de- llamar  allí  los  enemigos,  gastar 
millones,  y  que  el  efecto  era  moderado;  y  que  no  por  eso 
dejaban  de  pasar  los  septentriones,  esperando  tiempo  y  for- 
tuna. SÍ  «ste  discurso  ¿(^  hubiera  hecho  cuando  el  enemigo 
desembarcó  en  Cádiz,  y  no  estuviera  allí  aquella  poca  milTcia 
ni  por  caudillo  el  marqués  de  Villafranca,  la  tomaran  y  aun 
pasaran  afielante  Estaba,  pues,  ofendido  D.  Fadrique  de 
verse  defrauíJado  do  la  estimación  en  que  estuvo  aquella  ar- 
mada, que  se  ta  habían  deshecho,  no  los  enemigos  sino  las 
artes  del  primer  ministro,  emulando  que  medraba  y  estaba 
bien  reputado.  Si  el  oficio  no  es  de  acrecentamiento  para  el 
dueño,  si  no  se  puede  honrar  en  él ,  adelantarse  y  subir  y  as- 
pirar con  los  bcnencios  á  las  empresas,  la  fatiga,  defraudada 
de  ta  utilidad- y  de  los  honores,  con  dificulUid  será  apetecible, 
ni  la  buscarán :  sí  no,  mire  él  por  qué  quiere  tanto  el  de  Pri- 
vado, sino  por  tos  buenos  bocados,  honras,  preeminencias, 
dictados,  encomiendas  y  oficios  que  te  rodean.  Estaba  otrosí 
D.  Fadrique  harto  de  pasar  al  Brasil  á  recuperar  ta  bahía  de 
Todos  Santos  y  la  ciudad  del  Salvador;  de  hacerle  ir  por  la 
plata  y  dolos,  y  á  desarraigar  de  algunas  islas,  cerca  de  Cuba 
y  de  la  Española ,  á  los  mismos  que  las  robaban;  y  cuanto  más 
satisfecho  de  que  habia  servido  en  aquellas  cosas,  más  pan 
un  hombre  de  otro  porte  que  del  suyo,  y  cuando  combalido 
de  tormentas,  de  largos  rumbos  y  otros  afanes   metía  la 


vida  de  la  monarqafa  por  b  bahfa.de  Cádiz  y  barra  da  Sañ- 
liücar,  y  cuando  esperaba  ,*  por  estas  misipas  eosas  y  las  ejer- 
cidas, que  habia  de  hallar  en  el  agasajo  del  ministro,  como  en 
la  otra  era,  el  premio  de  sus  Tatigas,  era  esperado  de  un  al- 
calde y  de  uno  de  la  Conladurla  mayor  de  Cuentas,  y  regis- 
trado cuanLo  traía,  sin  perdonarle  hasta  las  mismas  faltrique- 
ras. Si  esto  debe  sentirse ,  los  que  son  hombres  de  prendas  lo 
digan ;  y  si  esto  se  bace  coa  los  soldados  y.  con  tos  héroes  do 
tanto  valor,  y  que  han  peleado  tantas  veces  con  holandeses, 
deslroiáodoles  y  echándoles  á  fondo  sus  armadas,  ¿qué  mticho 
que  se  contenten  con  los  humos  de  sus  hogares,  con  los  re- 
tiros de  sus  aldeas  y  con  la  moderada  porción  de  sus  rentas? 
Sentía  esto  D.  Fadrique,  y  que-el  ser  general  de  la  armada 
'Real  del  mar  Océano  le  hubiesen  desvanecido  nuevas  ma- 
terias,  las  cuales  tenían  el  Estado  en  balanza,  sin  lustre,  sin 
honor,  sin  respeto  en  los  enemigos:  y  asi,  ¿qué  mucho  que 
se  atrevan  á  trastornar  el  esplendor  de  los  que  se  hacían  lu- 
gar con  sus  obras?  Estaba  informado;  los  puestos  pervertido?, 
defraudados  del  honor  y  del  premio  los  cabos,  atendiendo  ú 
DO  más  el  ministro,  sí  fundaba  un  juro,  si  anadia  un  cuarto 
á  su  -casa,  si  se  trataba  con  ornato:  A  este  tal,  aunque  hubiese 
escalado  los  muros  de  Ostende.  arrasndo  á  Barselli,  ganado  á 
los  franceses  muchas  batallas,  que  sus  ascendientes  prendie- 
ron al  duque  de  Sajonia  en  Alemania  y  a  Francisco  en-Pavia, 
00  importaba  un  clavo.  En  le  que  se  ponía  la  mira  era  en 
que  nadie  creciese  ni  aspirase  ¿los  triunfos;  á  esle  tal  le 
trataban  como  sí  hubiera  hecho  lo  contrario.  Y  esto  viso  lle- 
vaba el  progreso  de  nuestra  jornada ;  y  asi  los  dos  hermanos 
pasaban  esta  carrera  taii  lastimosa ,  y  por  ésta  ínrinitos,  y 
aun  todos:  menos  aquella  parteciUa  qíie  á  él  le  estaba  sujeta  y 
do[DÍnaba  con  imperio,  los  demás,  grandes  y  pequeños,  to- 
dos morían  á  hierro  ,  sin  consentirles  respiración.  ¡  Era  terri< 
ble,  y  le  más  infelít  que  se  vio!  ¡Y  que  pase  un  Rey  por  ella, 
sin  reparar  en  su  desestimación  y  ruina! 

Vio  el  Rey  entrar  las  galeras,  á  cargo  de  un  cabo  sin  nom- 
bre, faltas  de  cuanto  habían  menester;  y  con  haber  otras 


170 
cuatro  allí  deNápotes.  rotas  y  desaparejadas,  creíamos  «jut 
teníamos  algo.  Apretóse  cuanto  se  pudo  el  suceso  de  las  Cor- 
tea, y  liallándose  una  mañana  en  ellas  el  duque  de  Cardona, 
el  conde  de  Sania  Coloiua  y  los  más  nobles  del  Principado, 
estos  pugnaron  á  que  se  votase  el  servicio,  á  que  se  les  opu- 
sieron parle  de  hombres  muy  moderados,  diciendo  que  no  se 
habia  de  volar,  y  empuñaron  las  espadas  y  estuvieron  para 
perderse;  con  que-  cedieron  los  nobles  á  los  plebeyos.  Salie- 
ron de  la  iglesia  de  San  Francisco,  diputada  para  cosas  ta- 
les, Y  esperando  el  Rey  el  suceso  de  aquel  día,  supo  de  loa 
tratadores  el  estado,  la  desesperación  y  el  peligro  en  que  todo 
había  estado;  y  viendo  pe  le  pasaban  los  quince  dias  forzosos 
que  el  tiempo  le  permitía  y  que  él  eligió,  y  que  no  se  salía 
con  el  servicio,  á  toda  priesa  partió  al  aposento  del  Conde,  y 
allí  resolvieron  que  se  retirase  \a  habilitación  de!  Infante,  que 
era  el  fiíi  último  para  que  se  salió  de  Madrid.  Lleváronlo  á  su 
cargo  los  tratadores,  y  hablóse  á  los  que  lo  podían  facilitar, 
y  juntos  dijeron  enviaban  por  poder  á  sus  ciudades,  porque 
para  este  efecto  no  le  tenian.  Solicitaron  la  priesa,  y  entre 
tanto  forjaron  otra  de  sus  trazas,  y  á  mi  ver,  de  su  autori- 
dad, todo  por  paliar  la  salida  de  Madrid,  y  darle  algunos 
colores  de  precisión  y  forzosa  para  con  los  quo,  atentos  á 
ella,  tenian  por  vagos  sus  fundamnntos,  y  decian  que  no  se 
han  de  mover  los  reyes  de  sus  casas  ligeramente,  sino  á 
grandes  cosas,  tales  cuales  sean  de  ejemplo  y  dechado  para 
tos  forasteros. 

Entró,  pues,  en  las  galeras,  en  las  cuales  nunca  entró  el 
Conde,  porque  le  hace  mal  á  la  cabeza ;  de  que  podemos  des- 
con6ar  que  jamás  acometeremos  ardua  ni  gloriosa  empresa, 
si  es  tan  delicado  el  rector  de  la  monarquía.  De  esto  se  ríe  el 
Richelieu,  Privado  del  Rey  Cristianísimo,  y  el  Sueco,  barios 
de  andar  á  mosquetazos.  ¡Y  que  piense  ser  heroico  ministro 
y  hombre  grande  quien  no  sabe  sino  de  cosas  muelles  y  flo- 
jas! Aconseje  á  su  Rey  que  se  arme,  se  ponga  en  campaña, 
sepa  del  calor  y  frío,  de  la  mala  cama  y  peor  mesa,  del  dia 
pesado  y  de  la  noche  fastidiosa;  caminos  por  donde  se  arríba 


m 

at  esolarecido  nombre  de  famosos,  al  de  temidos,  y  sí  de 
enseñorear  el  mundo.  Pasó  el  Bey  á  las  galeras,  prevínose  al 
duque  de  Tursi  que  se  hallase  allí,  preparóse  una  caña  para 
baslon,  y  entrando  en  la  patrona  y  ocupando  la  popa,  tomó  el 
bastón  el  duque  de  Tursi  y  dióselo  aI  Rey,  y  el  Rey  se  lo  dio 
al  infante  D.  Carlos,  constituyéndole  por  Principe  de  la  mar 
y  metiéndole  en  la  posesión  del  título  qve  un  año  antes  lo 
habia  dado;  quitóse  la  capa,  tomóle  y  besóle  la  mano  al  Rey, 
y  todos  hicieron  lo  mismo,  y  dieron  algunos  bordos  por  la 
mar,  con  que  se  volvieron  á  Palacio:  besaron  la  mano  al  In- 
fante otro  día  los  capitanes,  y  mandó  darles  cadenas  de  oro. 
Esta  función,  si  fuera  con  cincuenta  galeras,  enviándole  para 
imponerle  con  majestad  á  alguna  facción  honrosa,  y  con  cabos 
y  consejeros  de  sumo  valor,  noticia  y  prudencia,  señalándole 
BU  plata  de  armas  en  puesto  conveniente  y  seguro,  habría  sido 
acertada,  y  sin  calumnia  de  los  Principes  que  nos  atienden 
y  están  á  la  vista  de  nuestros  hechos.  Témamenos  de  lodo  y  de 
todos,  que  el  miedo  jamás  obró  con  grandeza  ni  con  aplauso, 
sino  con  mengua  y  poquedad.  Volvió  á  entrar  otro  dia  en 
ellas,  al  tiempo  que  subian  por  el  oriente  doce  bajeles  grue- 
sos (yo  lo  vi]:  afrontáronse  con  Barcelona,  y  llevando  las 
proas  hacia  levante  las  volvieron  hacia  poniente,  y  alli  esperó 
la  capitana  á  los  demás,  y  volviéronse  por  donde  hablan  ve- 
nido. Un  barcón  grande  que  llegó  á  la  playa,  dijo  que  eran 
diez  y  ocho,  y  que  todo  el  dia  le  habian  dado  caía :  presumióse 
era  armada  de  Argel  ó  de  la  Goleta,  ó  de  otra  de  las  fuerzas 
de  aquel  paraje.  Si  el  cabo  fuera  bizarro  y  no  hiciera  más  qoe 
arrinlarBe  y  disponer  su  artiileria,  habria  logrado  famosa  oca- 
sión, que  diera  bien  que  hablar  al  mundo.  [Quiere  Dios  que 
sean  corsarios,  encaminados  solamente  al  robo  y  á  pescar 
algún  navio  de  mercaderes  que  les  pueda  ser  de  alivio  ó  ga- 
nancia, ¿ntes  que  otra  empresa  de  reputación  ni  de  nombre! 
Viéronlos  los  de  las  galeras,  y  hablóse  de  salir  á  buscarlos. 
Desatino  á  mí  ver.  Diet  y  ocho  navios  corsarios,  que  por  lo 
menos  traerían  600  piezas  de  artillería ,  1 .000  hombres,  y  mu) 
buena  mosquetería ,  ¿era  buen  consejo  que  salieran  ocho  gale- 


r 


172 
ras  ó  vasos  grandes  y  allos ,  sin  municiones ,  sin  caudillos  de 
consideración,  apenas  con  600  infantes  y  iO  piezas?  Arries- 
gado habrían  el  lance:  ó  llevárselas  ó  echárselas  á  fondo.  Si 
D.  Fadriq'ue  de  Toledo,  contra  los  consejos  mal  ciiaentados,  cor- 
riera con  la  armada  Real  del  mar  Océano  aquellos  rumbos,  no 
se  atrevieran  los  enemigos  á  procederes  tan  insolentes,  y  aque- 
llas cosías  vivieran  sin  tanto  miedo  y  los  mercaderes  y  pa- 
sajeros pasaran  de  unas  parles  á  otras  sin  riesgo,  y  el  Rey  des- 
embarcara menos-  enfadado  de  haber  visto  aquel  suceso  á 
sus  ojos. 

Los  naturales  de  la  tierra  efirioan,  que  sin  freno  y  sin 
vergüenza  llegan  alli  alarbes  y  turcos,  y  les  llevan  á  los  pes- 
cadores las  mujeres  y  ninós  y  las  haciendas ,  sin  poderlo  re- 
mediar, y  sin  haber  un  leño  que  los  defienda.  De  esto  sirven 
las  armadas  fundadas  por  los  reyes  D.  Fernando  y  Doña  Isabel, 
el  Emperador,  D.  Felipe  II,  y  III, en  los  puertos  de  España,  para 
su  conservación  y  guarda  de  sus  fronteras,  y  para  el  temor, 
respeto  y  desolación  de  herejes  y  mahometanos;  y  todo  lo 
demás  que  no  fuere  esto,  es  absurdo.  Ellos  lo  hicieron,  y 
entendieron,  y  nosotros  los  debemos  imitar  como  mayores  en 
prudencia  y  en  consejo,  pues  tuvieron  la  gloria  de  hechos  tales. 

Llegaron  los  pcTüeres  de  las  Universidades,  que  es  lo  mismo 
que  ciudades,  y  se  empezó  á  votar  la  habilitación  del  In- 
faole:  votó  primero  la  ciudad  de  Barcelona,  que  alÜ  llaman 
Consejo  de  Ciento,  porqUo  siguiesen  las  demás  el  ejemplo  de 
ésta,  y  vinieran  á  ofrecer  á  S.  M,  este  servicio;  votaron  los 
demás  y  todo  el  resto  que  se  incluye  en.la.s  Cortes,  ydec(^- 
mun  sentimiento  salió  habilitado  menos  por  los  de  Lérida*,  que 
se  mantuvieron  pertinaces,  si  bien  sus  síndicos,  que  es  lo 
mismo  que  procuradores  de  Corles,  lo  volaron,  previniendo 
ellos  que  en  cuanto  les  era  posible  habilitaban  á  S.  A.  y  remi- 
tiéndose en  lo  demás  á  su  ciudad  y  á  las  cabezas  de  ella.  Tra- 
jeron los  habiliíadores  esta  nueva  á  S.  M.  subiéndola  muy  de 
punto,  y  que  se  había  vencido  y  allanado  gran  dificultad,  cosa 
en  que  no  habia  que  dudar,  porque  ¿qué  más  podiati  desear 
ellos  de  que  les  quedase  en  su  Principado  y  ciudad  un  Pría- 


173 
cipe  (le  tan  esclarecidas  partes  para  su  gobierno,  y  que  liabia 
de  gastar  en  ella  200.000  escudos  cada  año,  y  que  éslos  ha- 
l)¡an  (le  salir  de  Castilla  y  entrárselos  por  sus  puertas?  Punto 
para  ellos  muy  considerable  y  al  que  antienden  con  más 
prontitud. 

Llegó  esta  nueva  á  las  orejas  del  Infante  y  á  todos  los 
demás  de  su  casa,  y  sintiéronla  cuantos  se  vieron  desepcra- 
dos  de  volver  á  Madrid.Habló  en  el  aposento  del  Rey.  aquella 
noche,  el  Conde  al  Infante,  haciéndole  el  mismo  la  escolta: 
duró  raro  rato  la  plática,  y  lo  que  entre  aoibos  pasó  no  hay  po- 
derlo rastrear;  sólo  sé  que  fué  de  paz,  y  que  le  diria  el  Conde 
lo  dejaba  alli  S.  M.  para  grandes  costs  y  para  más  que  los 
procuradores  de  Cortes;  que  desde  alli  había  de  hacer  empre- 
sas de  consideración  y  hacerse  señor  del  Imperio  del  Oriente; 
que  por  el  correo  se  le  avisarían  todas  las  demás  materias, 
y  que  por  entonces  no  convenia  su  disensión,  que  el  servicio 
del  Rey  era  ante  todos  accidentes  el  primero,  y  el  que  habia 
do  ocupar  la  mejor  parte  de  sus  cuidados,  y  se  habia  de  an- 
teponer antes  que  otra  cualquiera  inclinación.  Esto  es  lo  que 
yo  puedo  juzgar  que  le  diria,  simulando  la  verdad;  [K>rque 
claro  está  que  no  le  habia  de  decir  que  le  traian  alli  para 
apartarle  de  la  corto  y  de!  Moscoso-  Dejóle  saboreado  con 
aquellos  humos  falsos,  y  con  gusto  de  haber  salido  con  el  in- 
tento, si  bien  la  melancolía,  á  que  se  dieron  por  otra  parto 
ambos  hermanos,  era  profunda:  amábanse  tiernamente,  y  sen- 
tían apartarse;  la  snngre,  y  el  estrecho  vinculo  de  comunica- 
ción hacian  alli  su  oficio,  y  solicitaban  más  profundamente  el 
sentimienlo.  Llegó  á  esta  hora  la  casa,  que  se  habia  mandado 
partir  de  Madrid  ,  y  deseando  los  caballeros  de  aquella  ciudad 
hacer  al  Rey  una  justa  do  á  caballo,  viendo  era  corlo  el  tiempo 
y  que  el  prescrito  de  los  quince  días  espiraba  ,  lo  redujeron  á 
correr  un  faqui  en  la  plaza  pública.  Entró  en  él  S.  M.  y  el  in- 
fante D,  Carlos,  y  corrieron  con  sus  mascarillas  y  con  bizar- 
ría algunas  lanzas;  quitáronsela  después  y  prosiguieron  en  la 
carrera,  con  aplauso  y  admiración  del  pueblo:  fueron  juerea 
el  duque  de  Cardona,  el  conde  de  Santa  Coloma  (con  que  los 


174 
recODCJliaron  á  la  amistad  y  á  dejar  los  baodos  antiguos),  el 
duque  de  Tursi,  el  conde  de  Oñate,  D.  Diego  Hejía,  marques 
de  LeganéB,  y  el  marqués  de  Este;  dieron  á  S.  M.  el  premio  de 
mejor  lanza,  y  al  infanlo  D.  Carlos  de  más  galán,  sin  premiar 
á  otros  de  los  que  corrieron;  y  con  esto  se  feneció  lo  de  Bar- 
celona. Dejósele  al  Infante  encargado  cuanto  tocaba  á  aquel 
Principado,  y  arrimáronle  por  guía,  custodia  y  centinela  al 
conde  de  Oñate,  y  para  tos  consejos  de  guerra  y  estado  al 
marqués  de  Montenegro,  que  acababa  de  llegar  de  Italia  en 
una  galera,  y  al  duque  de  Cardona  para  cualquiera  de  estas 
ocurrencias,  si  bien  defraudado  del  gobierno,  empero  en  su 
casa.  Con  esto,  á  más  ie  la  mitad  de  Hayo,  partió  el  Rey  á 
Nuestra  Señora  de  Honserrate,  hasta  donde  le  fué  acompa- 
ñando el  infante  D.  Fernando,  y  en  aquellas  pocas  horas  que 
queüabau,  el  Conde  acabó  de  instruir  al  conde  de  Oñate,  que 
sabia  ya  el  suceso  y  los  lances  de  los  riesgos  y  las  convenien- 
cias de  sus  materias  y  comodidades.  Encargóle  la  vigilancia,  la 
asistencia,  y  que  no  le  perdiese  de  vista,  y  enseñóle  los  cria- 
dos de  quien  se  habia  de  recalar  y  andar  sobre  ellos,  que  eran 
muy  pocos,  porque  ya  quedaban  depuestos  los  sospechosos  y 
los  do  más  ruido  en  la  corte ;  encargóle  los  correos,  y  que  tras- 
cendiesen lo  que  escribían  ambos  hermanos,  y  to  que  escribia 
el  Moscoso,  y  de  todo  diese  aviso,  y  observase  los  movimien- 
tos- Con  esto  salió  el  Rey  de  Monserrate,  y  el  Infante  para 
Barcelona;  no  dejando  de  dar  que  discurrir  la  llegada  del  mar- 
qués de  Montengro,  por  si  amenazaba  alguna  invasión  por 
Perpiñan,  para  divertir  al  francés  de  los  designios  de  Italia  y 
Alemania,  y  porque,  no  pudiéndole  reducir  á  la  concordia  y 
composición  de  tas  cosas,  se  meiian  inteligencias  secretas  en 
sus  estndos,  de  revolución  y  levantamiento,  para  lo  cual  salia 
de  Bruselas  el  duque  de  Orleans,  hermano  del  Itey,  con  3.000 
caballos,  y  por  Lorena,  haciendo  junta  allí,  tomaba  derrotas 
para  Marsella,  que  dccian  su  le  entregarla  luego  que  llegase, 
y  ¡jQrmándose  alli  y  dándolo  la  mano  desde  Barcelona  con  la 
gente  que  se  iba  juntando  ó  pasando  á  ella,  comenzar  la 
guerra  por  aquella  parte. 


Proseguía  el  Rey  su  jornada,  no  sin  cuidado  del  calor, 
que  ya  hacia  su  oficio;  dio  orden  á  los  que  hadan  el  aposento 
K  te  tuviesen  fuera  de  la  ciudad  de  Lérida,  pretendiendo  cas- 
tigar su  atrevimiento  y  remisión  en  no  enviar  poderes  á  sus 
síndicos  para  habilitar  el  Infante,  coa  este  disfavor.  Luego 
que  ellos  lo  sintieron,  salieron  á  esperarla  al  camino  y  á  su- 
plicarle les  honrase  con  entrar  en  la  ciudad;  no  sólo  no  los 
oyó,  empero  les  mandó  que  enviasen  sus  poderes  amplios  y 
suficientes  á  los  síndicos  que  tenían  en  Barcelona,  para  ser- 
virle en  todo  lo  que  se  les  mandase,  que  luego  se  atendería 
su  petición.  Ellos  volvieron  á  la  ciudad  ,  entraron  en  consejo, 
y  resolvieron,  por  redimir  su  afrenta,  de  hacer  los  poderes 
como  se  los  pedia;  y  aposentado  el  Rey  fuera  de  la  ciudad  en 
el  monasterio  de  San  Agustín  en  una  celda  muy  corta  y  de 
mucho  calor,  vinieron  aquella  noche  en  forma  y  con  sus  ma- 
zas :  juróles  sus  privilegios  ,  y  enviaron  los  poderes  á  Barco- 
lona  como  se  les  mandó;  con  que  otro  dia  entró  en  la  ciudad 
y  fué  á  oír  misa  á  la  iglesia  mayor.  Prosiguió  su  jornada,  y  á 
esta  hora  tuvo  aviso  el  Conde,  por  los  confidentes  y  espías 
que  dejaba  en  Madrid ,  que  D.  Antonio  de  Moscoao ,  con  gran- 
des aparatos  y  ruido  de  privado,  juntaba  carruaje  para  partir 
á  Barcelona  con  la  orden  que  se  le  dio,  supuesta  ó  verdadem, 
ó  con  la  que  él  se  tomaba.  Avisado  de  esto  y  del  día  que  sa- 
lía, habiendo  ya  pasado  el  Rey  á  Zaragoza,  llegó  otro  correo 
de  su  partida,  de  la  opulencia  de  criados,  libreas,  coches  y 
literas,  de  suerte  que  se  hundía  el  barrio  de  San  Martín,  y  de 
que  le  salían  acompañando  las  familias  de  Sandoval,-Enrí- 
quez ,  Córdova  y  Ziiñiga  y  otras  muchas  ;  advirtíendo  que  lle- 
vaba á  su  mujer,  y  que  iba  de  asiento  y  despacio.  Avisado  el 
Conde  de  esto,  llamó  al  confesor  é  instruyóle  de  lo  que  habia 
de  hacer;  el  confesor  partió  volando  al  Hey,  refirióle  lo  que 
pasaba,  y  dijo  no  convenia  pasase  D.  Antonio,  que  sabía  ha- 
bía salido  de  Madrid  para  Barcelona,  por  las  causas  antes  de- 
batidas y  acordadas,  que  en  este  caso  despertarían  otras  ma- 
yores en  Barcelona,  y  los  catalanes  llevarían  mal  el  valimiento 
de  D.  Antonio,  como  ya  lo  hablan  dado  á  sentir  tos  flamen- 


176 
eos,  y  sería  dar  materia  á  nuevos  disgustos,  y  se  turbaría 
cuanto  allí  con  estudio  y  fatiga  se  dejaba  asentado:  que  los 
hombres  de  más  canas  y  consejo,  que  se  hahiao  puesto  al 
lado  de  S.  A. ,  no  Gurrírían,  ni  aun  lo  podrían  tolerar,  que  uo 
mozo  se  les  antepusiese,  é  compás  de  los  otros  privados,  y  re- 
tirado con  S.  A.  los  dejase  acá  fuera ,  los  quitase  proceder  y 
¿un  llamarVosá  su  aposento  (acciones  todas  feísimas],  y  que 
les  arrebatase  la  privanza,  no  excediéndoles  en  calidad,  ni 
igualándoles  ^n  servicios;  y  aun,  que  tal  vez  q_uerria  le  diesen 
parte  de  las  materias,  y  ascender  á  todas  las  circunstancias  de 
privado  por  el  oso  y  por  la  ambición ,  aclamando  los  ejem- 
plares, que  aun  había  quien  los  caliGcase,  con  tanto  más  brío 
entonces,  cuanto  sabía  se  le  habla  dado  parte  j  providencia 
de  gobernador  á  S.  A.;  que  ¿un  el  mismo  Principe  no  se  podría 
conlencr  de  esta  liberalidad  ó  tiranía,  perjudicial  en  todos 
accidentes  en  sudominio;  y  que  proponía  esto  ¿  S,  H.,  como 
útilísimo  á  su  servicio,  para  que  lo  remedíase.  El  Rey  le 
mandó  estuviese  atento,  y  cuando  llegase  el  D.  Antonio  ó  se 
encontrase  «n  el  camino  con  ¿I,  te  dijere  de  su  parte,  cediese 
del  intento  y  no  pasase  adelante-,  y  volvió  el  confesor  al  Conde 
dándole  cuenta  de  su  embajada,  y  cuan  favorable  la  traía. 
Llegó  el  D.  Antonio  ¿  Almadrones ,  lugarcillo  del  obispado 
de  Sigüenza,  al  tiempo  que  el  Rey  hacía  noche  allí ;  esperóle 
el  confesor,  y  luego  cerró  con  ¿1  y  le  intimó  el  mandato: 
quedó  el  D.  Antonio  suspenso  y  sumamente  aDigido,  propuso 
al  confesor  su  descrédito,  y  lo  que  dirían  de  él  en  la  corte,  y 
con  qué  rostro  podría  volver  ante  los  que  le  vieron  salir,  sí 
le  quitaban  su  oBcio  y  la  merced  que  S.  A.  le  hacía.  A  esto  le 
respondió  que  era  orden  de  S.  M,,  y  que  convenia  obedecer 
sin  réplica;  y  ante  todas  cosas,  que  se  había  eicedído,  pues 
no  habiéndole  otdenado  otra  cosa  ni  señaládole  en  el  número 
de  los  gentileshombres  de  la  Cámara  para  la  jornada,  se  atre- 
vía á  ir  a  Barcelona.  A  esto,  el  Hoscoso  dio  sus  pocas  ó  nin- 
gunas razones:  despidiéronse  ambos,  el  confesor  se  fué  á  la 
posada  del  Conde  á  referirte  el  cuento,  y  el  D.  Antonio  á  la 
del  Rey.  Besóle  la  mano,  y  al  Infanta;  y  el  Rey,  mesurado 


IT7 

mocho,  no  Je  habló  otra  palabra,  más. de  —  ¿Coéndo  parti- 
réis? Él  dijo  babia  de  hablar  primero  al  Conde.  Respondióle 
le  hablarla, tard/  porque  se  recogia  luego  y  no  despertaba 
hasta  las  diez  de  la  jioche,  porque  caminaba  con  ella  y  salta 
Á  las  doce  ó  la  una.  Hubian.el  Infante  y  el  Almirante  sabido 
ya  la  orden  por  el  mismo  Hoscoso ,  qoe  sintió  mucho  y  pro- 
puso de  escribirla  á  su  hermano,  incitándole  á  que  diese  al 
Rey  sus  quejas  contra  el  Conde,  y  to  que  por  algunas  razones 
na  hablan  acabado  de  resolver ,  lo  hiciese  entonces. 

El  Rey,  ¿  otro  dia,  siguió  su  jornada-,  esperó  i\  Conde  el 
D.  Antonio,  y  fueron  hablando  por  el  camiiio  ambos,  a  solas 
y  en  el  coche ,  por  espacio  de  dos  horas.  Dicen  que  cada  uno, 
desnudamente,  dio  alli  sus  razones  de  disculpa,  de  queja  ó 
de  conveniencia.  Decia  el  D.  Antonio  cuan  belmente  habia 
procedido  eiv  iodo  en  el  servicio  del  Rey  y  del  Conde,  y  ciián 
templado  le  habla  tenido  al  Infante  para  cualquiera  de  suS' 
acaecimientos;  que  si  S.  A.  ó  él  habian  aspirado  á  algún 
puesto  mayor,  S.  A.  por  favorecerle  y  él  por  mejorarse,  qué 
no  era  culpa  grave,  sino  para  pasar  ligeramente  por  ella ;  y  dio 
otras  razones,  que  se  habian  calumniado  y  llevado  por  chisme 
al  Conde.  A  todo  le  respondió  el  mismo,  con  aquella  false-' 
dad  de  siempre,  que  él  no  sabia  nada;  que  era  desgraciado 
en  que  se  pensara  que  él  lo  hacía  todo,  y  era  el  Rey  el  que 
to  obraba,  aconsejado  de  su  confesor;  que  SS.  AA.  se  le  mos- 
traban desatrevidos,  y  no  sabia- por  qué,  y  que  protestaba 
que  no  habia  vasallo  que  asj  los  desease  servir.  Finalmente, 
de  estas  y  otras  cosas  se  habló  mucho :  despidióse  D.  Antonio 
y  volvió  atrás  por  su  mujer,  y  pasó  el  Conde  adelante,  de- 
jando en  este  lugar  el  misterio  de  la  jornada;  volviendo  el 
D.  Antonio  de  noche  y  corrido  á  su  antiguo  nido,  con  tas  plu- 
mas caídas  y  mojadas,  dando  que  hablar  y  que  decir  en  la 
corte  y  al  mundo,  gloría  á  los  émulos,  que  son  muchos,  y 
disgusto  ¿'los  amigos,  que  son  muy  pocos.  Entró  el  Rey  en 
Uadrid,  habiendo  gastado  toda  la  pólvora  de  designios  y  má- 
quinas marciales,  en  que  Ha  salida. nos  procuraron  ensayar 
en  salvas,  cohetes  y  zuiía  grandes. 


178 
Enire  IbqU)  que  atendiamos,  con  más  Tehemeocia  de  lo 
que  era  juBto,  á  las  pasiones  caseras  y  á  los  particulares  pro- 
pios del  Privado,  á  sus  comodidades  y  conservación,  Iratando 
con  libieza  las  de  afuera,  el  sueco  sojuzgaba  las  plazus  impe- 
riales y  babia  tomado  la  mayor  y. mejor  de  todas,  y  donde  el 
emperador  Carlos  V,  en  las  primeras  guerras  y  discordias  do 
Alemania,  convocando  sus  ejércitos  y  Tuerzas  contra  los  pro- 
testantes, no  inferiores  á  ellos,  sino  antes  mayores  en  número, 
en  ménoB  de  un  año  lo  allanó  todo,  y  los  puso  debajo  de  sus 
pies;  esto  es,  la  esclarecidisima  Augusta,  cuyo  saco  y  veja- 
ción se  redimió  por  cerca  de  un  millón  de  escudos:  suceso  de 
iofelicidud  para  los  fúcares,  y  para  que  acaben,  como  ya  lo 
están,  de  quebrar,  por  ser  aquella  colonia  donde  yace  la  ca- 
beza y  el  nervio  de  su  caudal.  Los  holandeses,  viciados  de  Ib 
ocasión  y  deseo  de  lograrla,  viendo  salía  D.  Gonzalo  de  Cór- 
doba á  volver  a  recobrar  las  plazas  del  Palatinado,  ocupadas 
de  au  dueño  y  de  este  infiel,  salieron  con  el  ejército  enseño- 
reando  á  Peormunda ,  á  Venelo  y  otros  casares  abiertos,  y  por 
trato  y  venta  el  fuerte  de  la  Cruz,  para  hacer  punta,  cuando 
lo  resuelvan  sus  designios,  á  Amberes;  pero  en  el  caso  pre- 
sente, siguiendo  el  ardor  del  expugnar  y  el  progreso  de  sus 
fortunas,  se  encaminaban  á  sitiar  á  Maestrich,  consiguiendo 
también  la  diversión  de  D.  Gonzalo  de  Córdoba,  que  á  estos 
terremotos  y  desolaciones,  por  consejo  de  los  más  expertos, 
viendo  no  quedaban  en  Flandes  fuerzas  para  hacer  el  opósito 
y  asistir  á  la  defensa,  pues  no  pasaban  de  5,000  infantes  ni 
2  000  caballos,  le  hacían  volver.  Pero  no  olvidándose  Dios 
de  nosotros  en  medio  de  estas  calamidades,  fué  servido  de 
que  se  recobrase  á  Praga,  corte  de  Bohemia,  y  que  el  duqae 
de  Sajonia  se  reconciliase  con  el  Emperador  y  se  apartase  de  la 
liga  de  los  confederados ;  con  que,  no  hay  duda,  desfallecerán 
las  trazas  del  francés,  que  anda  en  los  umbrales  de  la  muerte, 
entrará  en  mayor  confusión  y  miedo  el  Richelieu,  su  privado; 
respirará  aquella  grande  y  esclarecidísima  provincia;  arrojará 
de  allí  á  sus  enemigos,  y  entrará  en  mayor  quietud  y  bo- 
nanza ;  los  rebeldes  de  Uolauda  ae  frenarán ,  y  se  podrá  con 


i7g 

Í8  desahogo  ocurrir  i  este  cuidado;  el  inglés  y  los  demaft 
coligados  quedarán  corridos  de  cuan  vanos  les  salieron  sus 
diseños,  y  con  arrepentimienlo  y  castigo  por  los  efectos  si- 
niestros de  faltar  siempre  á  la  fe  de  sus  tratados  ;  Italia  saldrá 
de  recelos  y  sospechas,  y  perseverará  en  el  señorío  y  devo- 
ción de  España,  si  nosotros  dejamos  de  gastar  el  tiempo  en 
pocas  cosas,  en  apáralos  bajos  y  en  sola  la  conservación  del 
Valido,  y  seguimos  las  huellas  de  nuestros  mayores,  y  aspi- 
ramos á  cosas  alias,  como  ellos  lo  hicieron,  y  creemos  qoe 
DOS  es  más  saludable  su  consejo. 

Sabido  por  el  infante  D.  Fernando  el  suceso  de  su  Valido, 
por  cartas  de  su  hermano  y  conGdentes,  lo  sintió,  y  acabó 
de  conlirmarse,  como  él  lo  decía,  que  no  para  otra  cosa  ha- 
bía sido  la  jornada  que  para  apartarle  al  Hoscoso;  y  aunque 
le  solicitaba  la  ira  el  ánimo  y  el  corazón  á  tomar  la  satisfac- 
ción y  enmienda  del  agresor,  que  era  justo  y  merecian  las  al- 
tiveces de  sus  empresas  y  penaamienlos,  y  la  caria  de  su 
hermano  el  infante  U.  Carlos  le  provocaba  á  ello ,  por  enton- 
ces to  suspendió;  avisándote  que  á  su  tiempo  le  díria  el  cómo 
lo  habia  de  hacer,  recelándose  que  le  habían  de  coger  la 
carta,  y  que  no  habia  de  llegar  á  manos  del  Rey.  Recibió  la 
lastimosísima  del  Privado,  retiriéndole,  por  expresos  puntos, 
con  la  ignominia  que  ie  volvieron  y  con  la  fuerza  que  le  re- 
chazaron; y  cada  cosa  de  estas  le  solicitaba  el  coruzon  á  la 
venganza.  No  vivía  sin  miedo  el  movedor,  desbalijando  los 
correos  en  Alcalá  de  Henares  p.ira  descubrir  esla  caria  y  tor- 
cerla ,  porque  ya  estaba  avisado  de  todo ,  y  prevenido  al  Rey, 
y  aun  ilichole  á  S.  M.  que  se  armase  para  oir  grandes  males  de 
él ,  de  sus  acciones  y  gobierno ;  que  él  ya  estaba  ajustado  con 
su  fortuna  y  paciencia,  y  más  cuando  sabia  eran  estos  traba- 
jos por  su  servicio,  por  quien  deseaba  morir,  como  lo  ha- 
bía manifestado  á  los  principios  de  su  reinado.  Acá  cela- 
ban los  pasos  y  movimientos  del  Moscoso;  allá  avisaban  de 
todo  los  confidentes;  empero  el  Infante,  guardándose  de  to- 
dos y  de  las  guardas  que  le  hablan  dejado,  conociendo  que 
eslaba  ea  una  honrada  prisión,  disimulaba  con  prudencia, 


k 


enviando  los  carlas/con'  artiPicio  y  con  sobrescritos  extrava- 
ganles,  por  la  viá  y  carreras  de  Valencia,  y  ¿un  por  allá 
discurría  que  no  estaban  seguras:  y  si  allá  se  temia  de)  in- 
fante D.  Fernando,  acá  vivian  no  con  menos  miedo  de  Car- 
los, por  lo  cual  se  volvió  á  publicar  aquí  otra  jornada  para  el 
reino  de  Angón ,  llamando  á  Corles  á  aragoneses  y  valencia- 
nos, á  la  ciudad  de  Teruel.  Pasó  volando  este  nublado  y  res- 
frióse, con  que  se  tiene  por  incierto  y  linalmente  no  surtió; 
empero  estes  casos  terribles  -por  infructuosos,  y  por  lo  que 
pueden  amenazar  alguna  cabera  por  el  escándalo  y  por.su  fa- 
tiga, redujeron  al  tufante  á  una  dolencia  de  que  hoy,  martes 
29  de  Junio ,  se  tiene  carta  queda  Con  dos  crecimientos  cada 
dia,  con  sentimiento  general  de  lodos,  particularmente  del  in- 
fante D.  Carlos,  en  casa,  sin  una  pieza  á  propósito  para  mediar 
los  calores  def  tiempo  con  los  accidentes  -de  la  enfermedad, 
ni  con  un  médico  de  opinión,  padeciendo  por  privados  ado- 
lescencia fatal,  que  predomina  con  aspecto  riguroso  sobre  los 
principes  de  toda  España. 

Fué  Dios  servido  que  mejorase  por  jas  oraciones  del  nre— 
nesteroso  de  sania  y  religiosa  vida,  y  la  carta  de  que  nos  te- 
miamos,  la  e.<iCFÍbió.  dícenme,  con  suma  decencia,  ponde- 
rando las  causas  de  haberle  sacado  de  la  preseucia  de  S.  H. 
y  quitádole  á  D  Antonio  de  Moscoso,  y  que  los  fundamentos 
que  para  ello  le  habían  dado  pudieran  ser  de  su  servicio;  era— 
pero  que  ambos  á  das,  jamás  se  habían  apartado  de  él,  antes 
militado  con  prontitud  y  &deiidiid  debajo  de  esta  bandera.  Otras 
muchas  cosas  retJeren  que  escribió  al  Rey,  abonándose  á  sí  y  al 
criado ,  y  rechazando  lo  demás.  La  carta  dio  el  Eley  al  Conde, 
Y  le  dijo  mirase  qué  satisfaecion  se  podía  dar  á  lo  que  expre- 
saba; y  lo  peor  de  lodo  que  la  dio  la  Reina,  á  cuyas  manos 
la  envió  el  Infante  para  que  la  diese  al  Rey.  Alborotóse  el 
Conde  y  quiso  dar  sus  descargos;  pero  lo  que  más  debió 
sentir,  fué  que  se  hubiese  tomado  á  la  Reina  por  instrumento 
de  este  mensaje,  porque  era  menester  darse  por  entendido 
de  que  no  le  afectaba  que.  al  ejemplo  do  esto  suceso,  como 
sagrado  de  agraviados  depositaran  otros  allí  sus  quejas.  ¡Oh 


181 

M  consagrasen  todos  sos  votos  á  esta  Señora,  qué  precio^ 
fucrn  para  la  salud  de  nuestras  Coronas,  y  qué  milagrosa  para 
el  bien  universal  1  Y  como  quiera  que  no  se  puede  temer  de 
jornada,  ni  de  que  se  Id  inventen ,  despreciará  las  sospeebaa, 
¿mes  deseará  ir  á  todas,  llevándolas  con  paciencia,  que  aunque 
la  sacan  prenda  por  ello,  al  6n  se  la  vuelven  á  casa.  ¡De  qué 
variedad  de  imaginaciones  y^bresallos  debe  de  estar  vestido 
aquel  corazón  y  aquella  cabeza!  ¡Sobre  qué  mulUtudes  de 
inCbnslancias  debe  de  naufragar!  El  que  á  toda  vela  presume 
engolfarse,  está  expuesto  á  lodos  estos  contrastes:  si  surcáse- 
mos aquel  mar  que  toca  á  nuestra  esfera,  ¿quién  duda' que  to 
pasaríamos  con  bonanza  y  nos  conduciría  al  puerto  sin  bor- 
rasca? Pero,  sin  embargo-quese  escriba  contra  ¿I,  ó  no  se  es- 
criba, se-fulmine  ó  no,  él  se  conserva. 

1632. — E!>taban  las  cárceles  de  la  laquísiciun  de  Toledo 
ilehas  de  reos,  de  infames  y  supersticiosos  vicios:  hizose  esta 
¿onsglia  al  Rey,  y  deseando  castigarlos,  quiso  hallarse  en  el 
auto  por  dar  ejemplo  á  sus  vasallos  y  al  mundo- de  su  fe  y 
religión ;  y  viendo  que  el  tiempo  no  daba  lugar  de  hacer  jor- 
nada, por  corta  que  fuese,  por  los  insufribles  calores  del  ve- 
rano y  por  ser  en  medio  de  él,  los  mandó  traer  á  la  corte, 
si  bien  no  todos,  al  menos  los  que  eran  más  capitales.  Le- 
vantóse un  solemne  tablado  en  la  plaza,  con  los  modelos  y 
circunstancias  que  en  los  otros  autos,  y  á  3  de  Julio  de  1032, 
á  lab  ocho  de  la  mañana,  fué  el  Rey  y  la  Reina,  y  el  infante 
D.  Carlos  á  la  plaza,  á  la  casa  del  conde  de  Barajas,  á  la  hora 
que  ya  entraban  por  ella  los  delincuentes,  que  fueron  puestos 
en  su  lugar  por  los  familiares  y  justicia.  En  la  otra  parte  del  ta- 
blado, en  medio  y  en  lo  más  alto ,  se  sentó  el  cardenal  Zapata, 
Inquisidor  general,  en  una  silla,  con  todos  los  de  la  general  In- 
quisición, y  los  del  Consejo  de  Toledo  en  las  gradas  del  ta- 
blado. Concurrieron  allí  los  Consejos  de  S.  M.,  con  muchas  per- 
sonas nobles,  y  tos  demás  ministros. del  Tribunal;  acompañó 
al  Consajo  de  la  Inquisición  el  de  Castilla,  y  tuvo  su  lugar  en 
el  tablado;  y  oyó  allí  el  Hey  la  misa  en  uo  altar  que  estaba 
hecho,  en  el  cual,  el  dia  antes,  con  suma  reverencia  y  majes- 


I8S 

tad,  todo  lo  más  grande  y  lucido  de  la  corte, ^M^allíl  ona 
Oroz  de  madera  verde.  Oiiia  la  misa  se  llegó  el  Inquisidor  ge- 
neral con  los  demás  ministros,  á  levantar,  adonde  el  Rey  es- 
taba ,  casi  igual  con  el  tablado;  y  en  nn  misal  y  una  cruz,  juró 
la  protestación  de  la  fe,  su  defensa ,  estatuios  y  privilegios  de 
aqnel  santo  y  justisimo  Tribunal;  hizo  luego  el  juramento  al 
pueblo,  que  repitió  á  voces  fervorosamente,  y  predicó  el  ser- 
món Fr.  Antonio  de  Sotomayor,  de  la  orden  de  Santo  Do- 
mingo, confesor  de)  Rey;  concluido  lo  cual,  se  leyeron  lai 
causas  de  algunos  hnmbres  supersticiosos  y  embusteros,  i 
quien  la  codicia  y  deshonestidad  ,  no  abrazándose  con  la  ver- 
dad, tesoro  de  la  virtud,  los  trujo  á  tan  torpisímo  precipicio. 
Leyéronse  otras  hechicerías  mentirosas  de  pactos  é  invencio- 
nes con  el  demonio:  algunos  por  casados  dos  veces,  y  herejes 
pasados  por  las  escuelas  de  Ginebra  y  otras  sinagogas  heré- 
ticas, y  por  los  libros  de  Catvino  y  Lutero;  oíros  blasfemos; 
otros  judíos,  y  apóstatas  portugueses  observantes  de  la  ley  de 
Hoisen  que  negaban  la  segunda  persona  de  la  Santísima  Trini- 
dad. Como  si  aquel  altísimo  Profeta  no  pronosticara  la  venida 
del  Bijo  de  Dios  en  sus  escritos,  habiéndosela  revelado  Dios  en 
la  zarza,  y  oponiéndose  en  otra  ocasión  á  la  niísma  Majestad, 
cuando  los  quiso  castigar  por  la  idolatría  del  becerro,  con  de- 
cirle que  habia  de  descender  do  aquel  pueblo  quien  los  per' 
donase,  fueron  infieles  ea  sus  principios;  y  cuando  más  favo- 
recidos por  Dios  y  de  su  magniticencia  y  hechos  heroicos 
sacados  de  Egipto,  de  la  tiranía  de  Faraón  y  de  sus  azotes, 
pasándolos  por  las  olas  del  mar  Bermejo,  scpullando  en  ellas 
al  enemigo,  los  carros  y  el  bagaje,  y  después  llevándolos 
por  el  desierto,  alimentándolos  con  el  maná  fresco  y  enterua 
los  vestidos,  todo  en  fe  de  su  misericordia,  de  nuestra  reden- 
ción y  de  la  venida  del  Salvador,  le  negaron  innumerables 
veces,  pasando  la  religión  y  la  reverencia  á  los  brutos.  En 
esta  misma  forma  inducidos,  no  atendiendo  en  que  toda 
aquella  ley,  ritos  y  ceremonias  eran  figuras  de  lo  que  hoy 
gOiaoQOS,  y  que  con  la  venida  de  Cristo  quedaron  muertos  y 
sepultados.  Llenos  de  errores,  ceguedades  y  desatinos,  por 


1S3 

no  querer  ajastarse  con  los  preceptos  católicos,  leguian  84 
maldad ;  y  en  la  corle  del  Rey,  cerca  de  una  casa  del  Ca- 
ballero de  Graci»,  juntos  en  sinagoga  ,  caterva  de  esta  gente 
tomaron  un  Cristo,  y  por  varías  veces  lo  azotaron  con  corde- 
les y  abrojos,  haciéndole  otras  innumerables  ignominias,  de 
tuerte  que  fué  Su  Majeslad  servido,  por.no  faltarles  á  su  mi- 
sericordia, de  hablarles  por  aquella  imagen,  por  dos  vecm, 
diciéndoles:  — ¿Por  qné  me  tratáis  asi?  Respondieron  los  in- 
fieles, con  risa  y  blasremias,  á  imitación  de  sus  pasados: — Si 
00  eres  nuestro  Dios,  ¿por  qué  no  te  hemos  de  maltratar? 
¡Cosa  digna  de  pooderaciqn  ,  que  viendo  un  milagro  tan 
grande  y  tan  portentoso,  no  se  estremeciesen,  se  echasen  por 
el  suelo,  y  no  pidiesen  misericordia  á  voce«  é  hiciesen  graví- 
sima penitencia.  Fueron  estos  dados  al  fuego,  y  otros  que,  si 
no  se  hallaron  en  este  sacrilegio,  seguían  la  misma  secta,  en- 
tre los  cuales  se  incluian  cuatro  hombres  y  tres  mujeres. 
Quemaron  dos  portugueses  en  esuiuas,  no  perdonando  aquel 
severisimo  Tribunal  los  huesos,  que  mandó  desenterrar  para 
quemarlos,  por  haber  muerto  en  las  cárceles  con  la  misma 
per6dia  y  errores  herélícos;  quemaron  oíros  dos;  quemaron 
otras  dos  mujeres  fugitivas;  degradaron  á  un  religioso;  dieron 
penitencia  á  otros  de  destierros,  azotes  y  gateras,  y  cárcel 
perpetua,  y  juraron  de  levi;  con  que  feneció  el  auto  ejemplar 
y  benignísimo  de  todas  maneras,  porque  siendo  los  reos  acu- 
sados de  atrocísimas  culpas,  no  eran  equivalentes  las  penas 
por  lo  mucho  que  debian  padecer;  resplandeciendo  aquí  la 
misericordia  y  la  majestad  del  Rey  con  este  hecho,  y  con 
asistir  á  acto  tan  legitimo  á  su  dignidad  y  o6cio. 

Las  cosas  de  Flandes,  á  esta  sazón ,  eran  combatidas  de 
nuevos  y  varios  accidentes;  porque  demás  de  estar  los  ene- 
migos superiores  en  armas,  y  en  hechos  más  bien  fortunados 
que  los  nuestros,  apretaban  á  Haestrich  con  trincheras  y  ba- 
terías. El  conde  Enrique  de  Sergas,  gobernador  de  Geldres  y 
maestre  de  campo  general  del  Rey  en  Flandes,  solicitado  de 
la  poca  seguridad  de  su  conciencia,  de  su  infelicidad  y  de  los 
sucesos  pasados  cometidos  en  deservicio  de  su  Rey,  con  be- 


neGcio  de  las  ¡oteligeDcias  franceses,  que  en  eata  era  no  hay 
posa  que  no  presuman  tentar,  diciendo  se  perdía  la  provincia 
qne  estaba  á  su  cargo.,  y  sirviendo  así  á  la  señora  Infanta,  y 
qne  no  quería  le  hiciesuu  los  cargos  que  en  lo  de  la  Belba, 
que  poco  bá  dejamos  referído,  se  salió  de  Geldres,  de  que 
era  gobernador,  y  se  pasó  al  pais  vecino  y  libre  de  Líeja, 
adonde  se  declaró ,  y  promulgó  este  manifiesto ,  que  bjzo  cor- 
rer por  todos  los  países,  que  dice  asi: 

Enrique,-  conde  de  Bergas,  maestre  de  campo  general  del 
ejército  de  S.  M. — A  todos  los  que  las  presentes  verán,  de 
cualqiiÍM  naciou  ó  calidad  quesean,  hacemos  saber:  Que  por 
et  mal  tratamiento  que  habernos  recibido  de  los  españoles,  do 
obstante  de  nuestros  largos  y  fieles  servicios  de  cuarenta  años, 
bien  notorios  ó  todos  los  soldados  aquí  empleados  en  este 
tiempo,  estamos  resuellos,  por  el  bien  común  de  estos  países  y 
conservación  de  la  Tranqueía  y  privilegios  de  ellos,  conser- 
vación de  la  religión  católica  aposlólicü  romana  y  para*  dar 
mejor  tratamiento  i  ios  soldados  del  que  hasta  aquí  han  reci- 
bído'i  viendo  asimismo  que  el  pais  se  pierde,  hemos  resuelto 
de  tomar  y  admitir  el  cargo  de  maestra  de  campo  general,  j 
para  este  efecto  nos  hemos  relicado  á  la  villa  de  Lieja,  donde 
todos  los  capitanes  y  alféreces,  y  otros  oficíales  y  soldados, 
serán  muy  bien  venidos  y  recibidos,  de  cualquier  nación  que 
*ean  (excepto  los  españoles,  los  cuales  no  querrán  venir  de- 
bajo de  nuestro  cargo),  para  el  cual  efecto  nos  vendrán  á  ha- 
blar y  recibir  la  orden  del  lugar  donde  podrán  juntarse ;  ase- 
gurando á  los  mismos,  que  cada  cuál  será  tratado  según  el 
cargo  que  sirve,  y  si  algún  teniente  ú  otro  pudiese  juntar 
doscientos  infantes,  será  hecho  capitán,  y  podrá  nombrar  su 
teniente  y  alférez;  y  sí  algún  teniente  y  corneta  trae  cien 
caballos  ligeros,  será  hecho  capitán  de  ellos,  y  podrá  nom- 
brar su  teniente  y  corneta;  y  además  de  eso,  cada  caballo 
ligero  recibirá  cada  día  tres  cuartos  de  un  patacón,  y  cada 
infante  diei  plazas  basta  que  hayan  pasado  muestra,  y  en- 
tonces recibirán  un  mes  de  sueldo;  y  recibidos  en  servicio 
rpcibiráo  sus  pagas  cada  mes,  como  asimismo  tos  capitanes, 


tenienles  y  otros  oficiales,  cada  uno  segua  el  cargo  que  tu- 
viese, de  lo  cual  todos  pueden  tenerse  por  seguros.  Por  lo 
cual,  todos  los  que  aman  el  bien  del  país,  desean  su  acrecen- 
lamienlo,  y  quieren  mejor  tratamiento  que  el  que  han  tenido 
hasta  ahora ,  y  los  quu  quisieren  ser  descargados  de  la  cala- 
midad de  los  españoles,  pueden  vcnirnus  á  hablar  en  la  dicha 
villa  de  Lieja,  en  la  Cruz  do  Oro,  ó  tonj^er  en  la  celada,  donde 
habrá  alguno  de  nuestra  parte.  Fecha  en  Lieja  á  H  de  Junio 
de  \632.. 

Ofendidas  las  provincias  obedientes  y  católicas  y  los  ma- 
gistrados de  las  villas ,  de  que  aquel  conde  Enrique  de  Bargas 
se  les  atreviese  con  escritos  y  manifiestos  infieles  y  engañosos, 
vinieron  á  Bruselas,  y  en. público  consistorio  de  una  misma 
unión  y  voluntad,  juraron  su  lealtad  á  la  serenísima  Infanta, 
al  rey  Católico  y  al  Principe.  Fué  este  acto  de  suma  alegría 
para  tus  leales  y  católicos,  y  para  confusión  de  los  naturales; 
y  si  bien  con  este  oíaniGesto-  pretendió  en  el  bit±n  de  la  patria 
y  seguridad  de  la  religión  católica  apnstólica  romana,  sin 
pretextos  simulados  y  supuestos,  ¿por  qué  en  primer  lugar 
emprende  los  primeros  rumores  y  tumultos  de  Flandes  debajo 
de  la  cautela  del  mal  tratamiento  de  los  españoles  y  del  uso 
común  del  gobierno?  Estas  d<;savenenciasy  el  levaiit<<r  gente, 
en  el  común  sentir  de  los  mejores  y  más  fieles  al  Príncipe, 
no  le  excusan  de  traidor;  porque  cuando  le  confesemos  que  ha 
servido  los  años  que  dice,  no  era  para  no  estimar  la  confianza 
que  se  hizo  de  él .  que  no  dándosela  á  D  Carlos  Coloma ,  sol- 
dado lie  repuiacion  y  de  los  más  viejos  de  la  escuela  de  Flan- 
des,  le  dieron  el  honor  y  poder  de  las  armas  de  aquellos  paí- 
ses; con  que  debia  do  huir  del  estimulo  de  satisfacerse  de 
cuando ,  por  muerte  de  D.  Luis  de  Velasco ,  general  de  la  ca- 
ballería, siendo  él  subl>>niente,  y  porque  le  tocaba  de  buena 
Tjzoa  succderle  en  aquel  cargo,  se  agravió  de  que  en  la  corte 
de  España  se  le  diese  á  D.  Diego  Mejia,  porque  era  primo  del 
conde  de  Olivares.  Ni  bastaba  que  alegase,  ni  para  hacer  la 
retirada  tan  escandalosa  que  hizo,  proponer  sus  servicios, 
tantos  y  continuos,  en  aquellas  guerras,  su  sangre  y  su  valor. 


I 


180 
ni  ilccir  que  D.  Diego  en  la  batalla  de  las  Dunas  era  solamente 
paje  del  Archiduque  ó  menino  de  la  señora  Infanta,  que  aca- 
baba entonces  de  ceñirse  espada,  y  que  como  luego  fué  la  tre- 
gua ,  cesaron  las  armas ,  entraron  en  sosiego  unas  provincias  y 
otras,  se  seguía  de  aquí  y  era  verisímil  que  le  fallaba  la  dis» 
ciplina  militar,  ta  práctica  y  el  ejercicio,  y  carecía  de  experi- 
mentado, no  habiéndose  hallado  en  sitio,  toma  de  plaza ,  asalto, 
y  otra  circunstancia  tnilílar;  y  que  el  año  de  21,  si  bien  pasó 
con  un  tercio  at  Palalínado,  se  volvió  Inégo  á  gozar  de  tos  nue- 
vos favores  y  mercedes  de)  nuevo  exaltado ,  las  cuales  han  sido 
tan  crecidas,  que  parece  no  había  otro  benemérito  á  quien  se 
hiciesen;  que  no  era  soldado  ni  le  competía  aquel  puesto,  que 
sólo  se  lo  dio  la  sangre  y  carne  del  poderoso  y  el  ser  su  pa- 
ricnio;  cosa  que  descaece  los  hombres,  y  el  aspirar  á  pasar 
delante  en  el  servicio  del  Principe,  porque  el  agravio  no  le 
Bufren  los  grandes  hombres  sino  los  bajos  y  pusilánimes. 

Esta  queja,  como  digo,  no  era  para  no  acometer  á  las  for- 
tiücaciunes  de  Bulduque  el  día  que  le  hicieron  caudillo  de  un 
ejército  Real  numeroso  y  autorizado  y  que,  agraviando  espa- 
ñoles de  tanta  ct)nsideracÍon ,  se  le  Üaron ,  pues  aquí  más  se  su- 
pone que  lo  deben  estar  ellos  antes  que  no  él ;  ni  tampoco,  si 
es  asi  que  no  pudo  levantar  el  sitio  al  enemigo  y  pasó  á  la 
Belba,  dejar  de  hacer  allí  el  deber,  arrasar  aquel  país,  cuando 
fin  la  Haya  y  en  Amsierdan  apenas  podían  sacudir  el  miedo, 
y  embarcaban  las  casas  y  las  haciendas  á  Inglaterra.  Llevado, 
pues,  de  estos  sucesos  y  dfl  trato  que  tuvo  con  Enrique  de 
Nasau,  general  de  las  galeras,  digo,  do  los  Estados,  y  con 
las  cabezas  de  su  gobierno,  suspendió  los  progresos,  consu- 
mió el  ejército,  ocasionó  la  pérdida  de  Bcsel,  la  de  Bulduque, 
la  de  la  reputación  española,  como  mal  vasallo  é  Inñel  capi- 
tán, y  volviendo  á  Bruselas,  agraviado  de  tan  malos  oficios, 
cuales  no  los  hizo  traidor  tan  perverso  á  su  Rey,  discurriendo 
que  estaba  sentido  é  indignado  contra  él ,  y  que  donde  hay 
soldados  malos  es  fuerza  que  hubiese  ministros  que  velasen, 
mandaba  se  le  averiguase  el  hecho  y  proceder  do  aquella  sali- 
da, Y  que  si  no  había  hecho  el  deber  le  cortasen  la  cabeza,  y  si 


187 

habia  sido  traidor,  se  le  diese  un  pistoletazo,  y  esto  por  voto 
de  los  más  doctos  do  nuestras  escuelas.  Finalmente,  estos  suce« 
sos  le  hacen  retirar  á  su  gobierno,  y  queda  defraudado  por 
sus  mismos  delitos  de  ser  admitido  á  cargo  ninguno,  manejar 
armas  ni  otra  cosa  de  confianza;  pero  no  quiere  vivir  reti- 
rado, rebelase,  pasa  á  país  neutral  y  convoca  gente  contra  su 
Principe.  No  hay  juicio  humano  que  no  discurra  que  quiero 
seguir  el  principio  de  los  primeros  rebeldes,  sus  deudos;  que 
le  solicita  Francia  para  que,  con  el  dinero  y  gente  francesa 
y  la  de  otros  alemanes,  en  los  cuales  en  tiem|)os  tan  calami- 
tosos hallara  acogida,  se  satisfagan  de  la  salida  del  duque  de 
Orleans  contra  su  hermano;  y  que ,  mal  seguro  de  su  cabeza  y 
acabado  de  confirmarse  en  la  sospecha,  con  la  llamada  del 
Rey  para  la  entrada  por  Perpiñan,  á  que  se  excusó,  puso  los 
pies  en  la  fuga  y  en  la  traición.  Progresos  de  vida  y  costum- 
bres depravadas,  que  cuanto  más  protestamos  que  queremos 
el  bien  de  la  patria  y  la  seguridad  de  la  religión  católica, 
nuestra  vida  y  hechos  vilísimos  desdicen  mucho  de  las  propo- 
siciones primeras;  y  aunque  más  le  quiera  fomentar  Francia 
y  Alemania,  animarle  y  hacerle  caudillo,  como  hombre  sin 
caudal  y  sin  providencia,  mal  vasallo  y  mal  católico,  pasará 
á  ser  vasallo  de  rebeldes  á  las  provincias  de  Holanda,  donde 
ni  servirá  á  la  Iglesia  ni  á  la  patria,  con  que  saldrán  falsos  y 
apócrifos  sus  manifiestos. 

Los  primeros  inventores  de  la  rebelión  y  tirania,  como  fue- 
ron el  pricipe  de  Orange  y  otros,  comenzaron  por  los  pasos  y 
veredas  que  el  conde  Enrique  de  Bergas,  pues  hallándose 
culpado  huía  del  ejemplo  del  conde  de  Agamon  y  Ornos; 
que  es  muy  propio  del  tirano  paliar  los  vicios  con  las  virtu-» 
des,  asirse  á  los  malos  oficios  recibidos  de  los  españoles,  y  á 
que  se  enderezan  sus  pensamientos  á  la  conservación  de  la 
religión  católica,  siendo  todo  muy  al  revés  de  la  protestación. 
Este  hecho,  asegura  que  fué  perjudicialísimo  en  lo  pasado 
para  las  cosas  de  la  monarquía,  y  que  no  sólo  fué  favorable 
á  los  holandeses  sino  también  al  rey  de  Francia,  embara- 
zando nuestras  armas,  para  que  él  con  más  desahogo  pásate 


los  Alpes  y  consígui(<se  socorrer  Casal  de  Honferrato,  y  quo 
D.  Gonzalo  levantóse  el  sílio,  insidiado  de  parientes  y  vasa- 
llos, del  Rey  traidores,  y  veriGcase  esta  acción,  pues  recibe 
de  aquellos  menos  á  quien  í\ié  fie),  faltándose  á  sí,  á  Dios  y 
á  la  patria.  Los  e'sfuerzos  sobre  que  hoy  carga  su  maldad ,  y  la 
conciencia,  también,  de  sus  matas-obras,  le  esiicnulaban  la 
desconfianza  y  que  no  viniese  á  manos- del  Rey,  de  su  seve- 
ridad y  justicia,  su  cabeza ;  pues'ya  habia  llegado  á  enlenijer 
las  ói-dL-nes  que,  acerca  de  esto,  se  enviaron  á  Bruselas,  El 
haberle  llamado  á  España  para  entregarle  ejército,  á  que  se 
disculpó  con  la  edad  y  achaques,  le  acabaron  de  desesperar; 
discurriendo  se  buscaban  medios  para  haberte  á  las  mnnos,  y 
que  no  obpando  los  mañosos  y  de  prudencia,  procederían 
con  escarmiento  y  claridad.  La  señora  Infanta,  sí  bien  le  en- 
viaron las  órdenes  referidas  de  castigarle  ó  matarle  con  reso- 
lución, debió  de  portarle  con  blandura,  para  no  exasperar  más 
aquellos  vasallos,  acordándose  de  los  ejemplos  pasados,  que 
si  bien  fueron  justos  aquellos  castigos,  irritaron  más  que  cor-t 
rigieron  y  no  se  encaminaron  á  la  templanza  que  se  presumía, 
de  subditos  tan  diríciles  de  sujetar  á  otro  que  no  es  su  verda- 
dero y  natural  Principe.  Empero  este  ínGel,  viendo  le  llama- 
ban para  encargarle  el  ejército,  discurriendo  era  para  su  cas- 
tigo, le  buscó  de  satisfacción;  y  como  vio  el  rey  de  Francia, 
y  penetró  el  intento  en  la  publicidad  de  nuestras  trazas,  y  qua 
le  llamaban  para  desolación  de  sus  estados,  adelantóse  á  ga- 
narle por  la  mano,  y  á  ofrecérsele  para  la  seguridad  de  ambos, 
y  en  perjuicio  del  rey  Católico.  Esto  es  saber  entender  ver- 
daderamente la  materia ;  y,  ¿quién  duda  que  le  diria ,  y  pon- 
dría en  gran  ponderación  la  manera  en  que  el  rey  de  España 
le  quería  premiar  aquellos  Cuarenta  años  deservicios,  que  re- 
fiere en  el  manifiesto  que  rasamente  asegurase  su  cabeza? 

Estos  oGcios  é  inteligencias  forasteras,  en  un  sujeto  alterado, 
dejado,  desfavorecido  y  puesto  en  retiro,  enseñado  á  mandar 
gente,  defraudado  de  los  títulos  tionoriGcos  áa  la  milicia,  entre 
los  madores  los  más  codiciados,  con  dificultad  se  deja  morir 
en  este  desamparo  y  miseria,  ni  aunque  viejo  y  enfermo 


189 

quiere  abatir  el  ánimo  á  tan  ignominiosa  servidambre.  Sólo 
este  fué  peregrino  en  nuestra  era,  pues  sufriendo  el  agravio 
tantos  hombres  grandes  y  algún  Principe  de  relevante  opi- 
nión, no  quiso  pasar  por  él,  sacudiéndole  de  sobre  si,  y  exce- 
diéndolos á  todos,  si  bien  no  en  la  constancia  del  ánimo,  al 
menos  en  la  gallardía  del  espirito;  valiéndose  de  aquel  ada- 
gio, «que  un  bizarro  morir  honra  toda  la  vida».  Sin  embargo, 
será  pesado  suceso  para  nuestras  cosas,  put^s  instando  en  toda 
la  Europa  con  mengua  de  reputación ,  y  con  más  zozobras  y 
sobresaltos  de  losx|ue  pueden  llevar  las  fuerzas,  será  de  total 
ruina  para  lo  de  Flandes;  pues  ejército  tan  vecino,. y  que  se 
arma  á  no  más  distancia  de  tres  horas  de  camino  de  Maes- 
trich,  donde  hoy  carga  el  poder  de  nuestros  enemigos,  siendo 
la  puntualidad  de  las  pagaa^ue  se  ofrecen  seguras  y  de  con- 
sideración, puede  desarmar  nuestro  ejército  mal  pagado  y  des- 
contento,  de  muchas  cabezas  y  ningún  capitán,  confuso,  des- 
mayado, sin  crédito  y  sin  orden,  por  la  variedad  de  sujetos  de 
que  se  compone,  y  que  las  naciones  mal  afectas,  que  con  fa- 
cilidad se  sujetan  á  este  desorden,  por  la  variedad  de  sujetos 
de  que  se  compone  su  curso  y  disciplina  militar,  pasen  á  Lieja 
ala  conducta  del  conde  Enrique  de  Bergas;  porque  este  hecho 
tira  á  dos  luces,  á  deshacer  y  amotinar:  perjudiciales  ambas  y 
mortales  para  la  vida  y  continuación  de  nuestros  progresos. 
Por  mucho  que  en  la  era  pasada  físcalearon  las  acciones 
del  duque  de  Lerma,  porque  siendo  el  primer  ministro  convir- 
tió-el  mando  y  e\  poder  en  beneficio  de  sus  deudos,  como  lo 
refirió  el  fiscal,  no  quitó  al  menos  oficio  que  derechamente 
tocaba  á  otro  y  le  dio  á  su  pariente  ó  primo,  ocasionando  á 
aquel  vasallo»  á  sus  servicios,  á  su  fidelidad,  á  su  religión,  á 
su  paciencia,  á  que  no  guardándole  su  justicia  y  no  dándole 
lo  que  le  tocaba,  se  niegue  á  esto  y  lo  atraviese  todo,  admita 
las  inteligencias  francesas  y  de  Holanda,  el  dinero  de  aquel 
Rey  enviado  por  Gales,  levante  ejército  y  se  le  meta  por  sus 
tierras  y  que  se  las  acabe  de  asolar.  Aquí  era  donde  debia  el 
Principe  parar  la  consideración  y  reconocer  por  falsas  las 
virtudes  quo  le  venden ;  y  que  cuando  sea  feo  el  agravio  pa- 


190 

eado  y  se  proponía  el  desagravio  presente,  eiendo  lodo  al  con- 
Irario,  falsos  y  engañosos  sus  unes,  comelido  en  beneTicios  su- 
yos y  de  su  sangre,  como  espero  yo  que  se  dirá  algún  dia, 
que  no  para  aquellos  solos  se  guarde  la  justicia,  que  sale  para 
todos  como  la  luz  resplandecíenie  del  Sol;  que  era  por  donde 
ec  hnbia  de  procurar  la  enmienda  con  prontitud  y  sin  tibieza. 
Lo  que  resultará  de  eslo  lo  dirá  el  tiempo.  La  verdad  es  que 
ambos,  conde  de  Olivares  y  marqués  de  Leganés,  se  entien- 
den: mucho  quieren  los  grandes  hombres,  cuando  desde  sus 
principios  han  ascendido  desde  la  pica  al  bastón  y  pasado 
por  todas  sus  clases,  hallarla  y  que  le  sirva  de  premio  antes 
que  de  ofensa.  Si  á  un  hombre  que  liabia  servido  tantos  años 
siendo  teniente  general  de  la  cabrilleria,  á  la  hora  que  murió 
D.  Luis  de  Velasco,  su  general ,  le  sucediera  en  el  cargo  como 
era  ju.sto  y  le  tocaba,  pudiendn  aspirar  á  otras  cosas  0.  Diego 
Mejia,  pues  todüs  Us  tenia  á  su  mandar,  ni  hoy  nos  lemiéra- 
mris  de  la  queja,  ni  del  rayo  que  nos  amenaza,  ni  lo  diéra- 
mos lugar  en  su  protesta,  á  que  malos  tratamientos  recibidos 
(ic  los  españoles  le  consuiñen  á  tales  olicios.  [Querrá  Dios  no 
surtan  efecto  sus  intentos,  ni  el  de  los  émulos  de  nuestra 
grandeza,  que  no  llegue  á  colmo  aquel  ejército,  ni  sus  nervios, 
y  que  falle  caudal  ú  los  niovcdores  con  que,  como  hombre 
fuliilo  de  provincia  donde  arraigarse  y  sin  fundumenlos  donde 
asirse,  vaya  ú  servir  rebelde  á  los  rebeldes,  y  muera  el  tirano, 
vasallo  de  la  tiranía! 

¡Qué  fuera  estaba  yo  de  pensar  que  les  pudiera  sucederá 
mi  pluma  y  á  mis  escritos  espectáculo  tan  lastimoso,  ni  me- 
nos que  me  pudiera  tocar  ia  narración  de  su  argnmenlo, 
cuando  acabamos  de  escribirla  enfermedad  del  infiínte  don 
Fernando  en  Barcelona,  el  cuidado  y  miedo  con  que  nos 
tuvo  no  nos  le  malograse  la  muerte,  estando  el  infiínle  don 
Curios,  su  hermano,  muy  afecto  de  que  le  pudiera  sobrevenir 
estol  ItiideaJos  de  sentimienlos  tan  justos,  aquel  Príncipe  se 
redujo  con  facilidad  á  la  salud,  y  éste,  por  culpas  nuestras,  á 
la  muerte  y  ul  sepulcro  de  San  Lorenzo  el  Reíd,  donde  yace 
entre  sus  grandes  y  esclarecidos  anf-cesores.  ;  Desengaño  vivo 


191 

de  nuestros  descaídos  y  de  la  desatención  de  nuestras  obliga- 
ciones I  ¿Quién  vio  á  aquel  Príncipe  en  la  flor  de  su  edad,  que 
no  hubo  otra,  que  apenas  lo  rodeaban  veinticinco  años,  de 
arto  y  disposición  cual  no. fué  ni  se  vio  otro  por  los  ojos  del 
pueblo  y  del  mundo?  Adornado  de  innumerables  virtudes,  sus 
manos  abiertas  y  liberales  para  los  que  le  asistian,  y  para  los 
que  apenas  vio  ni  tenia  noticia  de  ellos,  pareciéndole  que 
era  forzosa  esta  virtud  sobre  todas,  como  la  generosidad  del 
Sol  que  alumbra  á  buenos  y  malos,  y  por  ser  la  más  natural 
al  Principe:  reducido  al  más  miserable  estado  de  los  achaques 
y  de  las  miserias  humanas,  frustrado  de  la  mansedumbre  y  es- 
tragos de  la  muerte,  en  pocos  años  y  sin  salir  de  los  límites  de 
España,  ejercitando  esta  obra  grandes  maravillas  en  la  común 
esperanza  de  los  más  entendidos,  se  hizo  gran  lugar  entre  los 
mayores  Principes,  y  consiguió  el  aplauso  con  el  renombre  de 
Grande.  ¡Tan  preciosa  es  la  munificencia  y  tan  forzoso  el  uso 
de  ella  I  Ser  de  fruto  es  propiamente  tener  virtud;  ser  inútil 
no  es  ser  virtuoso.  Del  progreso  de  su  vida  dejamos  en  nues- 
tros anales  ó  discursos,  referidos  en  sus  lugares,  algunos  frag- 
mentos; báme  parecido  juntarles  y  probar  (si  á  tanto  se  atre- 
viese á  desempeñar  la  pluma)  á  dibujarle  aquí.  Será  tan 
breve  su  historia  como  su  vida. 

Nació  en  el  Real  Palacio  de  Madrid,  á  las  seis  de  la  ma- 
ñana, á  45  de  Setiembre  del  año  de  1607,  siendo  sucesor  en 
la  silla  de  San  Pedro,  y  de  felicidad  para  las  cosas  de  España, 
Paulo  V;  en  el  imperio  de  Alemania,  Rodulfo  II;  en  los  Países 
Bajos,  Isabel  y  Alberto;  en  Francia,  Enrique  IV;  en  Inglaterra, 
Jacobo  VI  (de  Escocia);  en  Polonia  y  Lituania,  Segismun- 
do II  (III);  en  Suecia,  Carlos  IX;  en  Constantinopla,  Acbmel 
señor  de  los  turcos;  en  Pérsia,  Sciliabes  (Abas  el  Grande);  en 
España,  Italia  y  ambas  Indias,  con  autoridad,  prosperidad  y 
victorias,  D.  Felipe  III,  y  otros  príncipes  que  se  incluyen  en 
la  circunferencia  de  la  tierra,  que  dejo  de  referir  por  no 
hacer  prolija  su  narración  y  porque  no  es  fácil  el  investigar* 
los,  porque  para  el  dictamen  bastan  los  referidos.  En  sus 
principios,  el  Infante  dio  muestra  de  poca  vida,  pues  pafe- 


ciendo  nacía  sÍd  ella,  acudió  el  Rey,  su  padre,  con  presteza  i 
BU  Capilla  á  llamar  un  eacerdoie  que  le  administrase  el  Sa- 
cramento del  Bautismo,  de  que  con  brevedad  se  reparó.  Fué 
hijo  del  rey  D.  Felipo  111  y  de  la  reina  Dona  Margarita  de 
Austria;  celebró  después  la»  ceremonias  del  bautismo  en  la 
Capilla  Real  de  Palacio  D.  Bernardo  de  Rojas  y  Sandoval, 
cardenal  de  la  Santa  Iglesia  de  Roma  y  arzobispo  de  Toledo, 
y  diéronle  por  nombre  Carlos,  á  imitación  de  su  potenlísimo 
bisabuelo  Carlos  V,  máximo  Emperador  de  Occidente.  Fueron 
sus  padrinos  el  principe  D.  Felipe  IV,  su  hermano,  y  la  infanta 
Doña  Ana,  su  hermana,  hoy  Cristianisíma  reina  de  Francia; 
llevóle  en  los  brazos,  con  todos  los  grandes  títulos  y  personas 
nobles  de  la  corte,  Juan  Fernandez  de  Vetasco,  condestable 
de  Castilla,  del  Consejo  de  Estado  y  presidiante  de  Italia,  y  las 
cosas  tocantes  al  bautismo  tres  títulos  de  Castilla  y  tres  de 
Portugal,  que  están  á  las  primeras  luces,  y  nació  consignado 
para  el  gobierno  de  aquella  Corona  por  el  juicio  de  su  invic- 
tisimo  padre,  y  del  primer  ministro  que  ocupaba  su  gracia,  m 
bien  en  el  de  Dios  no  tuvo  lugar  este  hecho.  Fué  el  cuarto  hijo 
de  su  padre,  y  tuvo,  ademas  de  los  referidos ,  por  hermano^,  á 
la  infanta  Doña  María,  reina  de  Hungria  y  Bohemia;  al  in- 
fante D.  Fernando,  de  quien  fué  afectísimo;  á  Doña  Margarila 
y  D.  Alonso:  cuidó  de  su  crianza,  como  lo  hacia  do  los  demás, 
y  fué  BU  aya,  Doña  Leonor  de  Sandoval,  condesa  de  Altamira, 
hermana  de  D.  Francisco  de  Sandoval  y  Rojas,  duque  de  Ler- 
m^  y  como  Principe  reconocido  desde  la  cuna  á  la  fatiga  y 
lervicios  de  la  crianza,  fué  siempre  favorable  á  los  hijos  de 
aquella  singular  matrona- en  sus  menores  años;  como  ayo  y 
Mayordomo  mayor  del  Príncipe,  su  hermano,  ejerció  este  mi- 
nisterio el  Duque  de  Lerma,  y  fué  su  maestro  en  la  misma 
forma  D,  Galcerán  Albanelli.  A  los  cuatro  años  de  su  edad  la 
faltó  la  Reina,  su  madre:  hallóse  el  año  de  15  en  lu  celebra- 
ción de  las  bodas  de  la  reina  de  Francia,  su  hermana,  en 
Bórgos;  fué  de  los  hijos  que  más  amó  su  padre  y  el  que  más 
le  parecía,  y  de  quien  se  esperaba  que  lo  habia  de  ser  en  el 
ánimo  y  en  las  virtudes,  pues  mirando  el  retrato  de  su  gran 


193 

a  de  once  ó  doce  afios,  era  t6~ñ 
guQa  difereocia  que  el  rostro  del  infante  D.  Carlos:  el  año  630, 
en  sazón  que  cumplía  catorce  años,  le  pasó  el  Rej  al  cuarto 
del  Principe  para  que  le  sirviesen  sus  criados,  y  se  lo  encargó 
mucho,  sirviéndole  de  ayo  y  Mayordomo  mayor  y  Sumiller 
de  Corps  D.  Cristóbal  de  Sandoval  y  Rojas,  duque  de  Uccda, 
que  sucedió  en  estos  o6cÍos  á  su  padre;  y  de  Caballerizo  ma- 
yor Diego  González  de  Sandoval  y  Rojas,  conde  de  Saldaña, 
por  serlo  del  Principe  con  legitimo  titulo  y  merced  becha 
por  su  padre,  por  su  sangre,  por  las  del  Duque,  sus  clarísimos 
progenitores. 

Servíanle,  como  digo,  ios  criados  del  Principe,  teniendo 
en  su  cuarto  señalado  su  aposento,  y  comía  con  él  á  la  mesa, 
dándole  el  lado  izquierdo,  lomando  el  derecho  solamente 
cuando  el  inTante  D.  Fernando  era  huésped  del  Principe. 
Aprendió  la  lengua  Latina,  la  Geografía,  y  otras  materias  ím^ 
portantes  á  un  bueo>  Principe;  era  aOcíonado  á  la  caía  y  ti- 
raba maravillosamente  el  arcabuz  con  bata ;  en  el  andar  &  ca- 
ballo contenia  bizarría  y  majestad  ¡  favorecióle  la  naturaleza 
más  floridamente  que  á  otros,  de  airosa  i-obuslez,  de  buena 
salud,  sin  sentírsele  ningún  achaque,  gentil  presencia,  de 
rostro  admirable,  y  en  las  virtudes  del  ánimo  no  semejante 
i  ninguno;  prudente,  sufrido,  callado,  humano,  como  grande, 
con  todos  los  que  lo  asistían  ;  observador  vigilantlsimo  de  las 
Reales  costumbres  en  que  le  constituyó  el  glorioso  ejemplo  de 
BU  gran  padre;  liberal  con  alencíon  y  sin  agravio,  de  ingenio 
agudísimo,  pues  tal  vez  admiraron  algunos  de  sus  escritos  los 
más  peregrinos  de  nuestra  era;  fué  de  suma  apacíbilidad,  en- 
tretenido Y  gustoso  con  áeco,ro.  El  año  de  ü  perdió  á  su 
padre,  que  subió  á  reinar  al  Cielo  áSI  de  Marzo,  encargán- 
dosele con  particular  amor  al  Principo,  tanto,  que  en  trece 
años  que  le  luvaen  su  cuarto,  no  le  faltó  una  hora;  dióle  el 
Toisón  de  Oro  el  año  de  34,  y  siguióle  en  la  jornadi^  de  lá 
Andalucía,  y  en  la  reseña  de  la  jgente  de  guerra  que  se  hizo 
en  Cádiz,  lomó  el  bastón,  juntamente  con  el  Rey,  su  hermano; 
amado  y  aplaudido  en  cualquier  acto  y  en  cualquier  provin- 


cía  por  donde  pasaba,  siguióle,  no  obstante,  en  las  Cortes  que 
fué  á  celebrar  á  la  Corona  de  Aragón  ;  bailóse  en  Barbaslro, 
Monzón  y  Barcelona,  siempre  modesto,  y  ajustado  y  obe- 
diente á  las  órdenes  de  su  bermano,  átenlo  á  los  pensamien- 
tos tuyos  y  voluntad  con  suma  serenidad  de  espíritu  y  res- 
peto, tanto,  que  por  la  paz  de  ánimo  con  que  se  mostraba  á 
todos  trances  y  á  todos  accidentes  y  por  la  tranquilidad  de  su 
corazón,  parecía  su  vida,  en  el  concepto  de  los  de  mas  seso, 
de  más  de  diez  y  seis  lustros  (sic).  Fué  padrino ,  con  la  reina  de 
Hungría,  su  hermana,  en  el  bautismo  del  principe  de  las  Es- 
pañas  Baltasar  Carlos,  su  sobrino,  donde  lució,  con  admira- 
ción del  pueblo,  la  majestad  de  su  persona;  en  las  fiestas  de 
máscaras,  lanzas  y  juegos  de  cañas,  era  aplaudido.  Siguió  otra 
vez  á  su  hermano  á  Zaragoza  cuando  la  reina  de  Hungría 
pasaba  á  aquellas  distantísimas  provincias,  ya  casada;  sin- 
tió su  ausencia,  y  la  Reina  sintió  liernaniente  el  perderle, 
porque  ambos  á  dos  se  cortejaban  con  grandes  y  estrechos 
vínculos  de  amor,  siendo  el  Benjamín  de  su  padre  y  her- 
manos. 

Era  de  altos  pensamientos,  sin  ambición,  y  dificultoso  de 
conocérselos,  porque  no  era  dado  á  revelarlos  ni  á  que  se  los 
anteviesen  sin  causa, sino  por  forzosa  razón  de  Estado,  y  en  es- 
tos años  últimos  puso  esto  en  cuidado  á  algún  sujeto  medroso. 
Él  y  el  infante  D.  Fernando  eran  una  misma  cosa ,  pasando  de 
hermanos  á  amigos;  acción  que  hacia  desvanscer  al  dolieme 
más  de  lo  que  permite  el  saberse  mantener  un  gallardo  espí- 
ritu para  no  dar  á  sentir  de  desconfiado  aunque  sea  subdito: 
declaró  su  gracia  y  su  valimiento  en  el  Almirante  de  Castilla 
D.  Juan  Alonso  Enriques,  y  sintió  apretadamente  su  desave- 
nencia con  los  privados  de  su  bermano  en  Barcelona,  y  que 
persistiese  en  no  ir  á  Palacio  y  dejar  el  servicio  del  Rey,  por 
no  carecer  de  su  comunicación  y  persona ;  tan  grande  obser- 
vador .de  la  constancia,  que,  aunque  ausente  y  retirado  en 
Valladolid,  no  perdió  de  vista  el  favorecerle  hasta  que  volvió 
á  Palacio  el  año  de  631 ,  habiendo  durado  esta  borrasca  bien 
casi  seis  años,  con  que  era  invariable  en  sus  hechos  y  elec- 


195 

clones.  De  rentas  qoe  le  señaló  su  hermano ,  distríbuia  gran 
parte,  con  magnificencia,  entre  los  que  le  asistían  y  en  los 
más  remotos  y  apartados ;  daba  gruesas  limosnas  á  hospitales 
y  conventos,  viudas  y  huérfanos;  era  la  esperanza  de  la 
corte,  incansable  en  honrar  é  interceder  por  todos  con  el  Rey, 
su  hermano,  por  nobles  y  plebeyos;  en  los  títulos  y  cédulas 
de  muchos  hábitos  y  otras  mercedes,  se  ponia:  «á  instancia  del 
señor  infante  D.  Carlos».  Víviamos  por  él  muchos,  y  habia 
vida,  consuelo,  y  hartura  y  descanso  en  las  casas  por  su  pie- 
dad y  conmiseración ;  era  el  amparo  de  muchos  hombres  no- 
bles y  necesitados  en  la  corte ,  que  conservaban  su  honor  y 
hábito  honesto  con  el  caudal  de  su  ánimo  generoso;  jamás 
se  vio  Príncipe  que  con  tan  poco  dinero  se  hiciese  más  lugar, 
ni  obrase  tanto  en  los  ánimos  de  los  vasallos,  no  por  otros 
fines  ni  más  industria  que  por  virtud  propia. 

Antes  de  los  veintitrés  años  se  adornó  el  sexo  viril,  y  le 
pobló  do  barba  con  majestad  y  lozanía ,  que  como  era  libe- 
ral ,  asi  la  naturaleza  lo  era  con  lo  que  estaba  á  su  cargo ;  de 
suerte,  que  el  haberle  hecho  tan  gentilhombre,  tan  desco- 
llado, robusto  y  fuerte,  pedían  estas  circunstancias  el  ocu- 
parlas alta  y  noblemente.  Para  esto,  el  Rey,  su  hermano,  un 
año  antes  que  muriese,  le  habia  dado  el  título  de  Príncipe  de 
la  Mar,  y  le  tenía  destinado  al  gobierno  de  Portugal,  para  que 
teniéndole  allí  armadas  de  galeras  y  navios,  y  poniéndole 
hombres  de  consejo  y  experiencia,  cuales  los  hay  en  aquel 
reino,  rodease  ambos  mares,  se  opusiese  á  los  septentrionales, 
y  desde  el  África  corriese  hasta  el  Levante,  amedrentando  y 
destruyendo  el  mahometismo  en  favor  y  apoyo  de  la  Iglesia  y 
de  la  monarquía  española,  y  en  servicio  del  rey  Católico ,  su 
hermano,  á  quien  siempre,  constantísimamente,  fué  fiel  y 
obediente. 

Jamás  dio  lugar  á  la  desconfianza  ni  al  recelo;  aquella 
sangre,  aquel  natural  y  aquellas  costumbres,  las  tenía  unidas 
á  la  razón  y  á  la  esperanza  de  quien  le  regia :  siendo  Prín- 
cipe, ninguno  hizo  más  religiosamente  el  oficio  de  vasallo,  y 
siendo  vasallo,  ninguno  mejor  el  oficio  de  Príncipe,  sin  con- 


travenirse  ninguna  jerarquía  á  la  otra.  Si  deseara  ta  idea  Ta- 
bricar  un  buen  liermano  y  de  buena  perfección  en  todos  sus 
hechos,  se  habia  de  copiar  de  este  Príncipe:  eran  <te  cuidado 
BUS  acciones  y  sus  virtudes,  pero  no  su  inlencton,  porque  con 
la  afabilidad  de  su  condición,  sin  arbitrar  en  la  maña  ó  la 
malicia ,  arrastraba  el  mundo  y  á  la  hora  se  llevaba  tras  e¡  los 
corazones  y  las  voluntades:  la  obediencra  y  el  respeto  al  Hey 
eran  ley  para  él,  anteponiendo  ésia  á  todos  sus  fines  particu- 
lares, si  tenía  alguno;  razones  del  todo  forzosas  en  la  direc- 
ción de  buena  monarquía:  no  permitia  darse  á  todos  ni  á  to- 
das materias,  ni  exceder  de  la  clausura  en  que  fué  criado;  era 
llamado  á  los  consejos  de  Estado,  oia  y  daba  su  parecer  con 
agudeza  y  cordura,  leía  en  la  historia  con  atención  y  utili- 
dad, gustaba  de  lo  bien  razonado,  y  movia  pláticas  militares 
y  de  prudencia  para  estar  bien  ocupado  sin  ofensa. 

En  estos  años  últimos  le  introdujo  el  Rey,  su  hermano, 
dándole  parte  en  el  gobierno,  que  viese  los  despachos  que 
venian  de  Alemania  y  Flandes,  Italia  y  otras  partes,  sus  tra- 
zas, disposiciones  y  respuestas,  los  votos  y  pareceres  de  sus 
consejeros,  para  tenerle  bien  instruido  en  las  cosas  de  la 
Europa  y  parle  del  Asia,  para  mayor  inteligencia  del  Levante, 
para  cuando  le  conviniese  hacerle  correr  allá  con  las  arma- 
das. Juró  al  Principe,  su  sobrino,  en  San  Jerónimo  de  Ma- 
drid ,  conduciéndole  al  acto  ambos  hermanos,  y  fué  lento 
el  aplauso  que  le  hicieron  al  ejercer  las  ceremonias,  y  tanto 
lo  que  admiró  lo  bizarro  de  su  presencia ,  cuando  salió  de  la 
cortina  y  se  encaminó  al  altar  donde  estaba  el  cardenal  Za- 
pata para  recibir  el  juramento,  que  suspendió  cuanta  gran- 
deza se  halló  en  la  iglesia:  los  prelados,  grandes,  embajado- 
res y  consejeros,  y  todos  los  reinos  de  Castilla  llevaron  mucho 
que  hablar  de  esto  y  que  escribir  á  sus  provincias  y  ciuda- 
des. Platicándolo  con  el  Rey,  su  hermano,  algunos  gentiles- 
hombres  de  la  Cámara  después  de  su  muerte,  acordándose 
de  la  celebridad  de  esta  acción  y  de  cuan  sobre  si  estuvo,  do 
cuan  airoso  y  bizarro  galán  salió,  y  de  cuan  majestuosamente 
hito  y   obró  las  reverencias  que   le  tocaron  ,   respondió  el 


197 

Rey:-*- Aquel  fué  eo  dia:-hwo  el  pleito iu>menaje.en  las  ma- 
no6  del  Rey. 

Alteraciones  introducidas  en  la  Europa  por  la  envidia  y 
emulación  francesa  para  la  ruina  de  nuestros  estados ;  la  sa- 
lida de  París  de  la  Reina  Madre  y  el  duque  de  Orleans,  su 
hijo,  para  Bruselas;  la  liga»  tan  sin  haber  dado  ocasión,  de 
Suecia,  Inglaterra,  Holanda  y  principes  del  Imperio  y  de  Ita- 
lia, tramada  por  el  Cristianisimo ;  aquel  parlamento  y  confi- 
dente ,  que  querrá  Dios  tlMlunde  en  azote  suyo  y  desolación 
de  su  pueblo ,  habiendo  enviado  con  la  paz  y  la  unión  á  Don 
Gonzalo  de  Córdoba,  y  no  aceptando,  y  sabiendo  que  el  du- 
que de  Orleans  por  el  Lorenés,  corriendo  la  Francia,  venia 
con  tres  mil  caballos  al  desagravio  de  su  causa  y  la  de  la 
reina  Cristiantsima ;  su  madre ,  á  la  provincia  de  Languedoc, 
7  que  era  forzoso  asistirle  por  las  fronteras  de  Perpifian  con 
ejército,  habiendo  mandado  levantarle  en  Italia  y  llamado  al 
marque  de  Montenegro  á  Barcelona  para  conducirle,  y  he- 
cho elección  del  iufante  D.  Fernando  para  esta  expedición, 
y  porque  halle  alli  persona  Real  que  le  dé  la  mano  en  caso 
qué  (como  son  los  sucesos  de  la  guerra  dudosos)  le  rompa  en 
los  reencuentros,  y,  por  otra  parte,  para  que  concluya  con  su 
prudencia  y  gran  juicio  las  Cortes  de  aquel  Principado,  y  para 
otra  cualquiera  conveniencia^  que  todas  se  las  permiten  al 
Principe,  y  le  son  legitimas  y  naturales  á  su  gobierno ;  para 
todaiB  estas  cosas  y  las  que  le  armaban  mejor,  salió  el  Rey  de 
Madrid  para  Barcelona,^  á  43  de  Abril  de  este  año  de  4633, 
llevando  en  su  compañía,  como  siempre  lo  hizo,  al  infanta 
D.  Carlos,  y  al  infante  D.  Fernando  para  lo  que  dejo  referido; 
y  por  Valencia,  en  breves  jornadas,  llegó  á  Barcelona.  Por 
cualquiera  lugar  y  cualquiera  provincia  bendecían  la  persona 
del  Infante;  y  como  no  podemos  adivinar  la  carrera  de  la  vida 
si  será  lai^a  ó  corta,  abrazándonos  á  aquello  que  nos  pro- 
mete la  esperanza,  los  diligentes  observadores  de  heroicas 
empresas  y  fortunas,  por  los  aspectos  y  maravillosa  suerte  de 
los  principes  y  buen  uso  de  sus  inclinaciones,  decian  que  se- 
ria grande,  valeroso;  y  como  era  magnánimo,  que  seria 


198 

sefior  del  mondo,  conseguiría  arduas  hazañas  y  victoriosas,  y 
que  quedarla  en  la  posteridad ,  á  la  par  del  César,  su  bis- 
abuelo, Carlos  V. 

AIH,  pues,  en  Barcelona,  habiendo  llegado  la  escuadra 
de  España,  queriendo  el  Rey  verla  y  entrando  en  la  Patrona, 
le  metió  en  la  posesión  de  Principe  de  la  Mar ,  dándole  un 
bastón  que  tomó  de  las  manos  del  duque  de  Tursis,  general 
de  la  escuadra  de  Genova.  Quitóse  aquel  dia  el  ferreruelo,  y 
quedó  en  cuerpo,  con  admiración  de  aquella  milicia  naval, 
que  le  hito  salva;  honró  otro  dia  los  capitanes  con  gruesas 
cadenas  de  oro ,  siguiendo  el  instinto  de  su  generosa  influen- 
cia, y  entró  otra  vez  en  las  galeras  con  todos  los  arreos  y 
preseas  de  soldado.  Los  que  le  vieron  con  los  cabos  blancos 
del  vestido,  las  plumas  y  el  bastón,  tan  gentilhombre  y  dis- 
puesto, y  de  rostro  tan  bien  delineado  y  augusto,  dijeron  que 
seria  el  terror  y  asombro  de  las  lunas  turcas  y  berberiscas. 
En  una  fiesta  que  consiguientemente  se  hizo,  de  correr  lanzas 
por  la  nobleza  de  Barcelona  en  alborozo  de  la  venida  del  Rey 
y  por  haber  habilitado  las  Cortes  de  aquel  Principado,  para 
concluir  al  infante  D.  Fernando,  quiso  el  Rey  hallarse  en  ella; 
y  siguiéndole,  como  en  todas  ocasiones,  el  Infante,  corrió  al- 
gunas, y  los  jueces,  que  eran  el  duque  de  Cardona,  el  duque 
de  Tursis ,  el  conde  de  Oñate ,  el  marqués  de  Leganés ,  todos 
cuatro  del  Consejo  de  Estado;  el  conde  de  Santa  Coloma,  el 
marqués  de  Este,  caballerizo  mayor  del  señor  infante  D.  Fer- 
nando ,  dieron  al  Rey  el  premio  de  mejor  lanza  y  al  Infante 
de  más  galán.  Con  la  vuelta  del  Rey  á  Castilla  y  el  haber  de 
quedar  en  Barcelona  el  infante  D.  Fernando,  su  hermano,  sin- 
tió el  perderle,  y  si  alguna  vez  dio  á  entender  que  sabia 
sentir,  fué  ésta,  que  no  colgaba  de  menores  esferas  sus  cui- 
dados, si  bien  en  las  ocasiones  privadas,  de  sus  más  confi- 
dentes con  ingenuidad  y  prudencia,  esprimió  parte  de  los 
afectos  de  este  suceso.  En  Nuestra  Señora  de  Monserrat  se 
despidió  de  él:  ambos  con  dolor  y  singular  tristeza,  tal,  que 
desde  aquella  hora  no  la  perdió  hasta  el  día  de  su  muerte, 
comenzándose  él  mismo  á  hacer  las  exequias :  sintió  los  día- 


199 

gustos  de  SQ  hermano ,  volvió  á  Madrid  por  Zaragoza ,  la  ma- 
yor y  mejor  colonia  de  aquellos  reinos.  La  melancolía  y  otros 
achaques  en  que  fuimos  dotados  de  las  miserias  de  nuestra 
naturaleza  humana,  á  4i  de  Julio,  habiendo  sufrido  en  pié 
diversos  accidentes  de  calentura,  falto  de  sueño  en  las  noches, 
malas  ganas  de  comer,  y  la  nueva  que  poco  antes  vino  á  Ma- 
drid de  la  indisposición  algo  apretada  del  infante  D.  Fer- 
nando, le  condujeron  á  la  cama;  agrávesele  con  mis  rigor  la 
enfermedad,  y  esto,  y  el  no  poder  tomar  el  sueño,  y  no  hallar 
gusto  en  la  comida,  y  sobrevenirle  un  rigurosísimo  paroxismo, 
hizo  desconGar,  á  los  médicos,  de  su  vida.  No  se  le  apartó  el 
Rey  hasta  esta  hora  de  su  lado ;  trajeron  el  cuerpo  del  vene- 
rable y  antiquísimo  labrador  de  Madrid ,  San  Isidro,  y  la  mi- 
lagrosísima imagen  de  Nuestra  Señora  de  Atocha,  y  otras 
imágenes  *,  recibió  alivio  y  los  Santos  Sacramentos,  compuso 
su  alma  y  su  voluntad  con  fray  Domingo  Cano,  su  confesor; 
y  con  muchas  confesiones  y  muchos  actos  de  contrición ,  re- 
signación y  humildad  en  Dios,  ordenó  su  testamento,  dejando 
las  cosas  que  le  tocaban  al  arbitrio  y  voluntad  del  Rey,  su 
hermano;  tan  obediente  siempre  á  sus  órdenes  y  mandatos, 
que  no  quiso  partir  de  esta  vida  sin  dejar  un  ejemplo  vivo  á 
los  buenos  principes  de  cómo  lo  han  de  ser  con  los  reyes,  sus 
hermanos.  Era  forzoso  tomar  alguna  consolación  para  reparar 
las  fuerzas  y  vivificar  los  espíritus,  que  los  tenía  muy  decai- 
dos,  y  dijo  que  no  lo  podía  tomar;  replicáronle  que  lo  man- 
daba el  Rey,  y  al  punto  obedeció,  diciendo: — Si  lo  manda, 
tomarélo.  Apretáronle  los  paroxismos;  fué  grande  el  descon- 
suelo en  que  cayó  toda  la  corte,  pronosticándose  antes  del 
suceso  su  pérdida,  porque  verdaderamente  lo  era:  las  oracio- 
nes y  plegarias  fueron  infinitas;  los  templos  estaban  abiertos 
á  todas  horas  y  patente  el  Santísimo  Sacramento;  trajeron  á 
su  Cámara  «I  cuerpo  de  San  Francisco  de  Borja,  duque  de 
Gandía,  Prepósito  general  de  la  Compañía  de  Jesús;  á  voces 
se  pedia  por  las  calles  su  salud ;  fueron  grandes  los  votos  que 
se  hicieron  y  las  ofrendas  que  se  consignaron  á  templos,  hos- 
pitales, imágenes  y  cuerpos  santos;  por  los  remedios  huma- 


300 
nos  y  divinos  no  quedó  procurarle  la.salud.  Estaba  destinado 
en  breve»-años  para  el  Cíelo:  en  la  paciencia  con  que  sufrió 
los  trabajos  de  la  enfermedad,  j  en  la  tolerancia  que  naostró 
en  lo  duro  y  acerbo  de  los  remedios,  se  reconoció  su  predes- 
tinación. En  los  juicios  altos  y  profundos  de  Dios,  no  bay  dar 
alcance,  ni  puede  el  pensamiento  humano  tentar  el  vuelo  en 
esta  parte,  y  así,  no  sabemos  la  causa  de  por  qué  nó  nos 
dan  lo  que  pedimos:  no  debió  de  convenir;  podiasele  per- 
vertir con  los  sucesos  prósperos,  en  lo  de  adelante,  su  salva- 
ción; llegó  á  sazonarse  el  fruto,  v  cogióle  la  divina  mano 
para  que  triunfase  el  espíritu  de  la  inmortalidad  para  que  fué 
criado.  Ayudándole  á  bien  morir  su  confesor  fray  Domingo 
Cano;  fray  Cristóbal  de  Torres,  de  la  orden  de  Santo  Do- 
mingo, y  predicador  del  Rey;  el  padre  Pimenlel ,  también 
predicador  del  Rey ,  y  fray  Diego,  menor  descalzo  de  la  Or- 
den de  San  Francisco;  confesando  la  fe  católica,  y  que  rooria 
debajo  del  dominio  do  la  Iglesia,  rindió  su  espíritu  en  las  ma- 
nos de  Dios,  viernes  á  las  dos  y  media  de  la  mañana  en  que 
se  contaban  30  de  Julio,  y  del  parto  de  la  Virgen  1632 ,  fal- 
tándole de  llegar  á  los  15  de  Setiembre  para  cumplir  veinti- 
cinco años. 

Fué  general  el  sentimiento  y  el  dolor  de  su  pérdida,  y  tal, 
cual  no  se  vio  ni  se  lee  de  principes  en  bislorias:  sintiólo  e^ 
Rey  y  la  Reina,  y  la  señora  Infanta  do  las  Descalzas,  que  le 
amaba  sumamente;  sintiólo  la  corte,  y  de  ella  todos  los  pue- 
blos adonde  llegó  la  voz  lastimosa  y  lamentable  de  sn 
muerte:  fué  general  el  llanto  y  el  luto,  y  cesaron  por  esto 
todos  los  ejercicios  y  entretenimientos  festivos  do  la  corte;  en 
la  iglesia  de  Palacio,  que  labró  su  abuelo  para  vivienda  de 
sus  últimos  años,  pusieron  el  cuerpo  armado  con  el  bastón, 
á  la  noche,  coa  acompañamiento  funeral  y  magniSco,  con  to- 
das las  religiones  de  la  corte,  las  guardaste  á  caballo,  caba- 
llerizos, cosiilleres,  acroes,  pajes  y  otros  oficios  de  la  Casa 
Real,  en  unas  andas,  cubierto  con  un  paño  de  brocado,  y 
cuatro  faroles.  Dando  el  Rey  orden  á  fray  Gregorio  de  Pe- 
dresa, obispo  de  Patencia,  predicador  de  S.  M.,  al  duque  do 


201 

Medios  de  las  Torrea,  y  al  marqués  de  Légano,  para  que  lo  ' 
llevasen,  fué  conducido  á  San  Lorenzo  el  Real,  seguido  y 
acompañado  de  mucha  nobleza.  La  mafiana  siguiente  le  salió 
á  recibir  el  Prior  y  el  convento  en  la  forma  y  preceptos  que 
lo  dejó  instituido  el  rey  D.  Felipe  II,  su  fundador;  fué  puesto 
en  medio  de  la  iglesia,  sobre  un  túmulo  de  dos  gradas  y  una 
tumba,  y  después  del  funeral  en  el  mausoleo  de  sus  anteccrt 
sores,  hasta  la  ultima  resurrección  de  los  muertos. 

Principe  de  raras  é  incomparables  virtudes,  imitador  de 
las  huellas  de  sus  esclarecidisicnos  padres,  religioso,  pru- 
dente, misericordioso,  limosnero,  magnánimo,  liberal,  am- 
paro de  menesterosos  y  necesitados ,  grande  de  todas  mane- 
ras. Los  que  le  comunicaron  y  recibieron  de  él,  te  lloraron; 
los  que  no,  por  la  notioía  de  esta  virtud.  Fué  su  falta  general, 
en  todas  partes;  en  Palacio,  en  los  criados  del  Rey,  en  la 
corte,  en  los  nobles  y  plebeyos,  en  los  conventos  y  hospita- 
les, y  lo  será  en  lo  de  adelante:  dejó  en  gran  soledad  los  jui- 
cios de  los  más  entendidos,  y  tos  actos  públicos  carecieron  de 
su  presencia  con  desmayo;  las  mayores  esperanzas  faltaron  á  la 
monarquía;  y  fué,  finalmente,  el  más  amado,  el  más  bien  visto, 
el  más  aplaudido,  el  mayor  y  mejor  de  los  siglos  pasados  y 
los  que  se  esperan.  Deseando  un  gran  pintor  retratar  con  pin- 
celes lastimosos  el  dolor  de  ana  matrona  romana  en  la  muerte 
de  su  esposo,  hallando  dificultad  en  el  intento,  y  que  no  con- 
seguía con  propiedad  el  suceso  ni  bastaba  el  arle  á  prescribir 
el  asunto,  se  rindió  y  cubrió  el  rostro  con  un  velo  negro; 
dando  á  entender  por  allí  que  con  aquel  artificio  lo  explicaba 
más  naturalmente,  y  dejaba  tos  ánimos  más  compasivos  para 
declarar  con  razones  más  condolidas  y  eficaces  el  sentimiento 
común.  En  la  muerte  del  serenísimo  infante  D.  Carlos,  para 
dejar  bien  dibujado  nuestro  dolor,  lo  más  legítimo  de  las  fra- 
ses y  locuciones,  y  lo  más  fúnebre  del  elogio  y  de  In  oración, 
es  cubrir  la  narración  con  el  silencio,  porque  verdaderamente 
falta  caudal  al  ingenio,  y  el  mayor,  y  el  más  delgado  y  favo- 
recido en  toda  erudición,  peligrara  en  este  escollo. 

Ponderábase  en  este  trance  el  sentimiento  que  haria  el 


muy  alto  y  el  muy  eicelente  Principe  el  señor  infante  D.  Fer- 
nando. Los  que  tuvieron  por  eiperiencia  cuan  grandes  her- 
manos eran  ,  cuan  amigos  y  cuan  estrechamente  una  misma 
cosa,  decían  seria  terribilísimo ,  y  aun  se  temia  no  fracasase 
su  salud  estando  tan  recientemente  convalecido.  Aquella 
noche  escribió  el  Rey  á  S.  A. ,  consolándose  y  consolándole. 
Cuando  llegó  lii  carta  la  abrió  y  leyó;  .Llevó  Dios  para  si  á 
mi  hermano».  Beíieren  las  cartas  que  vienen  de  Barcelona, 
que  fué  menester  su  prudencia,  su  fortaleza  y  gran  juicio 
(lara  no  Raquear  en  dolor  que  tan  de  repente  le  sobresalió,  y 
que  se  hizo  fuerza  para  no  rendirse  á  los  lances  de  la  natu- 
raleza. Este,  sin  duda,  es  el  mayor  sentimiento:  luchar  con 
los  accidentes,  y  por  las  leyes  de  la  dignidad  no  poder  eial- 
tarlos,  guardarlos  y  tenérselos  para  si.  ¿A  qué  pena  es  com- 
parable este  cuidado?  Destilándose  por  lae  lágrimas  y  ios  ge- 
midos, cree  la  ignorancia  que  es  llegar  al  sumo  estado  de 
sentimiento  [y  es  sin  duda  de  descanso]:  estar  ocupado  el  co- 
razón de  todas  estas  inclemencias  y  desventuras  y  no  brotar- 
las, antes  consumirse  en  ellas,  es  el  verdadero  padecer,  sin 
abrir  camino  al  descanso  ni  quererle;  este  es  el  que  sulamenlo 
padece,  el  que  siente  y  paga  la  pérdida. 

Referíisc  el  sentimiento  que  haria  la  reina  do  Hungría, 
que  lan  poco  había  que  le  perdió,  amándole  estrechamente: 
la  admiración  que  haria  en  ambas  Germanias,  alta  y  baja,  en 
Francia,  en  Italia,  en  Inglaterra,  en  toda  la  Europa  y  en  el 
orbe  su  pérdida.  A  los  ocho  días  de  su  muerte,  cubierta  la 
Capillii  Real  do  telas  y  terciopelos  negros,  dos  gradas  y  una 
lumha  encima,  y  todo  esto  con  majestad  y  decoro,  en  me- 
dio de  ella,  con  los  más  ríeos  brocndos  de  San  Lorenzo  el 
Real,  sobre  la  tumba  una  almohada  y  una  corona,  el  Toisón 
de  Oro  y  las  insignias  mnrciales  de  Príncipe  de  la  Mar,  como 
<•[  bastón  y  la  espada ,  viernes  por  la  larde .  se  le  hicieron  las 
vtspertis,  y  el  dia  siguiente  dijo  la  Misa  D,  Francisco  de  Men- 
doza, obispo  de  Plasoncia  y  gobernador  del  arzobispado  de 
Toledo,  é  hizo  el  scrinun  fray  Gregorio  de  Pedrosa,  obispo  de 
Palcncia,  predicador  del  Rey  y  dn  los  más  insignes.  La  fa- 


cuitad  ponderó  el  espectáculo  grande  de  un  Príncipe  muerlo 
en  la  flor  de  su  cdadj  discurrió  largamenle  de  su  religiosí- 
simo nalural  Y  generosas  costumbres;  fué  f\  postrero  oficio, 
el  más  eficaí  que  le  hizo  el  Rey,  su  hermano.  Para  el  alivio 
de  su  espíritu,  muchas  iglesias,  catedrales.  Reales  fundacio- 
nes y  convenios,  siguieron  ei  ejemplo,  y  le  hicieron  exequias 
con  funeral  pompa  y  efectos  piadosos,  dignos  de  la  grandeza 
de  sus  obras. 

Esta  es  la  vida  de  aquel  Príncipe,  y  lo  que  yo,  como 
atento  á  sus  acciones,  he  podido  describir  para  dejarlo  por 
ejemplo  á  los  hombres.  Atrevimiento  grande,  pues  era  argu- 
mento para  mayor  pluma.  Aquellos  años,  por  nuestra  infeli- 
cidad pocos;  esta  narración,  que  más  atentamente  informa 
á  los  dalladores  en  supremos  lugares  que  son  polvo,  y  é  los 
envanecidos  que  son  nada:  la  resignación  tan  pronta  do  su 
vida  en  las  manos  de  Dios;  los  actos  de  penitencia,  de  fe  y  de 
amor,  regulados  con  atención  por  los  más  inculpables  religio- 
sos; ajustado  todo  eslo  con  los  fundamentos  de  nuestra  santa 
fe,  afirman  piadosamente  que  su  espíritu  está  gozando  de 
Dios:  asi  lo  esperamos  y  lo  sentimos. 

¡Qué  de  inquietudes  debió  de  sosegar  esta  muerte,  y  qué 
de  corazones  debió  de  conducir  a  salvamento  y  tranquilidad! 
Porque  con  este  suceso  se  aseguraba  el  más  soberano,  y  en 
éste  descansaban  los  beneficiados  del  favor  y  la  fortuna,  y 
afirmaba  más  establemente  el  proseguir  con  sus  buenas  an- 
danzas, y  estas  verisímiles,  á  pelear  con  uno  ó  con  dos.  Te- 
míase el  principal  ministro  que  estos  dos  príncipes,  por  haberlo 
desazonado  y  descompuesto  con  el  Roy,  su  hermano,  preten- 
dían desvanecerle  y  arrastrarle  del  estado  que  cairipaba  con 
demasiada  bizarría  y  denuedo,  y  con  más  ingenio  del  que  per- 
miten materias  que  se  han  de  unir  y  templar  con  la  modestia 
y  reconocimiento  del  subdito;  y  que  las  armas  eran  refular 
sus  aciertos ,  sus  acciones,  sus  consejos,  como  adversos  á  la 
monarquía;  y  otrosí,  representarle  la  ruina  miserable  de  ella, 
los  sucesos  siniestros  y  su  poca  fortuna.  Tuvo  alguna  tem- 
planza esto,   como  dije,  si  bien  asaltaron  otros  cuidados  y 


204 
nuevos  accidentes  la  cabeza  del  gobernador.  No  le  desplacía 
la  quietud  con  que  quedó  el  cuarto  del  Rey  y  cuan  sólo  y  li- 
bre de  asecíianzas.  asi  como  n¡  más  ni  menos  el  cuarto  de  la 
Reina,  con  la  ausencia  de  la  reina  de  Hungría;  de  cuyas  pU- 
ticas  y  consejos  con  los  hermanos  padeció  sus  ciertas  descoa- 
íianzdS  y  temores,  con  que  aprestó  y  reempujó  la  salida.  Digo 
que  te  tenian  desahogado  el  espíritu  verse  rodeado  de  menos 
enemigos;  la  serenidad  del  cuarto,  pegujar  que  quiere  para 
si  sólo  y  que  nadie  se  le  entre  ni  asalte;  el  desarrimo  del  Al- 
mirante, dueño  de  la  gracia  del  infante  D.  Carlos  y  que  en  el 
aire  quedó;  la  soledad  de  D.  Luis  de  Haro,  que  ya  no  tenía 
dondA  llevar  sus  correspondencias  ni  adonde  aQlar  su  ingenio, 
llevar  y  traer  nuevas,  repudiar  sucesos  y  empresas  del  tio,  si 
bien  creo  había  su  trato  en  esto,  y  que  era  echado  para  que 
explorase  los  ánimos  é  intenciones  de  todos  y  avisase  para 
desbaratar  las  marañas  y  conjuraciones.  Los  desmanes  tan 
indecentemente  sobrevenidos  sobre  los  amigos,  que  asegu- 
raban perdurables,  lo  afirman,  y  dan  mayor  claridad  á  esta 
sospecha  los  secretos  que  después  parecían  en  público,  y 
que  la  tierra  óun  apenas  los  podía  revelar,  que  sirvieron  de 
martirio  y  caida  á  sus  dueños.  Por  otra  parte,  se  serenaba 
más  aína  ver  á  D.  Antonio  de  Hoscoso  con  menos  correspon- 
dencia y  con  menos  ocasiones  para  acudir  á  Palacio,  con  un 
Infaule  menos,  quien  poco  antes  parecía  dueño  de  dos,  y  en 
la  corte  defraudado  de  ambos  auxilios  y  de  todos  los  demás 
bolillos,  sin  airo  para  navegar,  encogidas  las  vetas,  y  sín  ti- 
món; espíritus  que  fomentaban  la  correspondencia  del  vali- 
miento en  el  concepto  del  mayor  ministro,  y  aun  en  el  de  la 
[fcrsona  Real  tenidos  por  deservidores,  porque  le  ínquietabaa 
los  hermanos,  se  los  descomponían,  y  que  cuanto  trazaban 
para  concordarlos  y  asegurárselos,  lo  desarmaban  y  desman- 
telaban todo.  Uiscurriüse  más  adelante,  y  considerábase  tam- 
bién á  un  Infante  solo,  sín  correspondencia  de  hermano,  que 
parecía  amigo,  y  que  ya  había  de  luchar  por  si,  sin  que  le 
diese  la  mano  ni  el  consejo;  linalmente,  de  arte  todo,  que  ai 
casi  doce  años  habíamos  navegado  por  sirtes  y  curipos,  ya 


205 

todo  era  mar  sin  sospecha  y  de  rumbos  corrientes  y  apaci- 
bles que  señalaban  el  puerto  de  iris  y  la  esperanza  del  des- 
canso, porque  ya  no  habla  que  temerse  de  ¿qué  dirán  al 
Rey  de  mi? 

Entro  estas  bonanzas,  pues,  en  que  ya  parecia  nos  pro- 
metíamos un  desahogo  larguisimo,  porque  no  le  falte  al  oficio 
en  qué  fluctuar  por  su  naturaleza,  se  dispertaron  nuevos  dis- 
cursos y  cuidados.  Decíanle  los  parientes ,  los  procesos  en  la 
confidencia ,  los  beneficiados  con  mercedes  y  dignidades,  que 
era  menester  abrir  las  ojos  á  nuevos  pretextos  de  conserva^ 
cion ;  que  el  infante  D.  Carlos  era  un  trincheron  donde  se 
aseguraba  de  las  acometidas,  rebatos  y  mudanzas  de  los  tiem- 
pos, y  para  cualquier  accidente  tenía  donde  proseguir  su 
fortuna ,  teniéndole  en  aquel  cuarto  para  mantener  y  conser- 
var sus  oficios ,  como  lo  quiso  hacer  cuando  el  Rey  los  años 
pasados  estuvo  á  la  muerte,  y  que  sí  ejemplos  antiguos  no 
aseguraran  bien  esto,  que  lo  que  está  á  cargo  del  hombre  es 
arbitrar  bien  su  fortuna  y  después  encomendarse  al  suceso,  y 
tal  cual  fuere ,  infeliz  ó  favorable,  sufrirle  con  toda  tolerancia: 
que  el  Rey  era  uno  solo,  el  Principe  niño,  y  con  achaque  que 
ya  amenazaba  peligro;  la  Reina,  por  la  infelicidad  délos  par- 
tos pasados,  imposibilitada  de  hacerse  preñada,  de  poca  su- 
cesión, y  forzosa  de  cuidar  lo  porvenir;  que  quitase  la  casa  a 
Infante ,  le  trajese  á  la  corte ,  y  le  metiese  en  el  mismo  cuarlc 
del  Rey,  como  estaba  el  infante  D.  Carlos,  le  halagase  y  sir* 
viese,  que  con  esto  lo  templaría,  le  haría  olvidar  los  enojos 
pasados  y  aun  el  Valido;  que  con  facilidad,  en  naturales  que 
de  otros  sucesos  ya  se  conocen,  sería  muy  cierto  el  conse- 
guirlo, viéndose  restituido  á  Palacio  á  la  vista  de  su  hermano 
y  servido  dé  sus  criados,  los  más  de  ellos  grandes,  cuya  va- 
nidad no  desplace  á  los  mayores  principes ,  antes  les  sirve  de 
lisonja  y  hechizo:  que  hiciese  á  los  gentileshombres  de  la  Cá- 
mara que  tenía,  víreyes,  gobernadores  ó  asistentes  de  algunas 
provincias,  con  que  no  formarian  agravio  de  que  los  despo- 
jaban, pues  ios  proveían  en  cargos  suficientes,  y  echase  á 
Valencia  al  Moscoso  y  á  otro  sujeto,  por  alto  que  fu^a,  aun- 


que  estuviese  en  la  Cámara  del  Rey,  si  le  embarazaba,  y  á 
cualquiera  persona  menos,  á  otra  parte,  según  su  calídadj  y 
á  las  ayudas  de  Cámara,  los  que  liene  en  Barcelona  y  Madrid, 
dejase  con  la  recoiripensa  ordinaria. 

En  esto  se  hablaba  y  debatía,  mas  él,  sín  resolverse  ni 
acostarse  á  una  ni  á  otra  parte ,  estaba  perplejo:  cuáles  se  opo- 
nían y  cuáles  les  decían  gozase  la  tranquilidad  que  le  ofrecía 
la  fortuna,  y  no  trajese  á  Palacio  persona  que  había  querido 
luchar  con  ¿1  y  derribarle;  que  en  Barcelona  ,  donde  estaba, 
le  entretuviese  con  buenas  esperanzas,  le  engañase,  y  fiase 
más  en  el  tiempo  y  en  los  principes  que  tenia  debajo  de  su 
mano,  y  no  se  rindiese.  Sin  embargo,  aunque  contento  con 
la  posesión  de  un  Estado,  atento  al  otro,  y  habiendo  oído  á 
los  más  de  sus  parientes  y  hechuras  en  lo  tocante  á  la  venida 
del  Infante,  quiso  oír  á  ios  consumados  y  envejecidos  en  pru- 
dencia y  consejo;  y  asi  juntos  los  de  Estado  y  algunos  de  las 
otras  clases,  los  mejores,  y  aquellos  que  sirven  y  están  de- 
dicados á  los  consejos  del  Príncipe,  esta  vez,  embozando  el 
modo,  los  aplicó  para  si.  En  este  consejo  y  en  otros  muchos, 
y  en  algunas  juntas,  hubo  varios  pareceres:  unos  lo  aproba- 
ban, y  otros  lo  contradecían  y  encaminaban  á  diferentes 
rumbos,  y  otros  le  conduelan  á  Flandcs.  Empero  él  ya  se  re- 
cataba de  esto  y  de  hacerle  lan  poderoso  que  fuesen  suyas 
las  armas  de  la  mayor  escuela  de  Europa.  Sin  embargo, 
cuanto  bubo  de  recatar  y  suspender  vino  á  dar  de  cubeza,  y 
ja  se  publicó  en  la  corto  que  el  Infanlc  venia  al  cuarto  del 
Rey  para  el  otoño,  se  despedían  las  casas,  la  que  dejó  aqui  y 
tenía  allá;  echaban  á  Orani,  á  la  Coruña  ó  a  Cerdeña;  á  Sal- 
vatierra, á  Sevilla,  y  al  Moscoso  á  Valencia.  Esto  díó  tanto 
que  hablar  en  la  corte  y  que  discurrir,  que  dijeron,  los  que 
tienen  costumbre  por  ociosos  ó  mal  pensados  de  glosar  los  de- 
signios é  intentos  de  los  privados,  que  el  enviar  al  Moscoso  á 
Valencia  era  encaminarle  (tor  las  pisadas  que  comenzó  Don 
Francisco  Gómez  du  Sanduval  y  Rnjüs,  marqués  de  Dénia,  y 
que  asi  serian  los  lines.  Teniendo  noticia  de  esto  el  Privado 
paró   y    temió  el  pronóstico,  resentido   de  que  le   hubiesen 


207 
entendido  lus  pensamientos  y  de  que  navegaba  sobre  su  co- 
modidad antes  que  sobre  otro  fin,  descuidado,  como  siempre, 
del  que  pertenece  al  bien  común;  mas  sin  embargo,  por  eetu 
misma  razón  ó  causa,  no  soltaba  el  discurso  de  la  mano.  Vol- 
viéronle á  referir  no  despreciase  el  consejo,  trajese  al  Infante, 
que  una  vez  metido  en  la  red,  teniéndole  por  suyo  y  hacién- 
dole su  criado,  habria  modo  suGcientisimo  para  entenderse 
con  él,  captarle  la  benevolencia  y  entrársele  en  la  í;racía,  ha- 
cerle olvidar  lo  pasado  y  conducirle  á  nuevos  pensamientos  y 
materias,  y  que  el  tiempo,  médico  y  maestro  de  todas  dolen- 
cias y  de  todas  facultades,  que  babia  sabido  curar  muchas,  le 
sanaria  mucbas  y  esta,  y  le  enseñaria  y  pondria  en  las  ma- 
nos: que  los  principes  son  los  que  saben  con  más  facilidad  de- 
poner de  sus  elecciones  y  resfriarse  en  la  voluntad,  y  quo 
aquel  sólo  se  los  lleva  que  le  ven  delante  y  es  frecuente  en  el 
agradar  y  servir:  que  de  lo  contrario,  se  seguiria  quo  de  la 
primera  persona  Real  que  se  desencuadernase  del  libro  de  la 
vida,  caería  en  sus  manos  y  en  las  de  la  casa  de  SandovaJ, 
cnyas  iras  experimentaría  con  rigor,  como  ellos  mismos  hoy 
las  experimentan  y  sufren  de  él ,  donde  no  faltarían  decretos 
que  le  asolasen,  fiscal  que  le  censurase  las  acciones,  el  go- 
bierno, la  hacienda  y  las  mercedes,  y  otros  sucesos  que  hizo 
de  más  relevantes  censuras  que  los  pasados;  porque  no  hay 
duda  que  somos  hombres  y  nuestras  pasiones  no  inferiores 
á  las  de  los  otros:  que  se  diese  priesa  á  desenvolverse  y  á  fa- 
bricar ancoras  y  esparcir  nublados,  que  á  raénos  larga  car- 
rera que  de  dos  años,  los  vería  consumir  iodos  á  la  fuerza  de 
los  rayos  que  gobernaba,  sin  dejar  huella  ó  rastro  de  lo  que 
hoy  son;  y  que  no  se  descuidase  y  los  expusiese  á  todos  y  á 
sí  mismo  al  riesgo  de  algún  siniestro  suceso,  en  los  trances 
de  Id  vida  humana  muy  posible  de  suceder.  Quién  dice  que 
abrazó  el  consejo,  si  bien  remiso,  y  que  lo  propuso  al  Rey  coa 
las  razones  y  fundamentos  que  otras  veces  en  cosas  que  él 
dice  son  convenientes  á  su  persona  y  á  su  estado.  ¿I'ero  que 
mucho  (diriale  á  lo  que  yo  imagino],  que  la  falta  del  infante 
D.  Carlos  había  alterado  el  progreso  de  la  buena  expedición 


de  las  demás  materias  y  mudado  el  orden?  que  así ,  era  me- 
nester arbitrar  de  nuevo.;  y  era  de  parecer,  y  lo  era  todo  e) 
Consejo  y  aun  los  más  entendidos  de  los  otros,  que  volviese 
el  infante  D.  Fernando  al  mismo  aposento  del  infante  D.  Car- 
los y  al  cuarto  de  S  M.  para  que  le  sirviesen  sus  criados;  que 
)e  tendría  allí  mejor,  y  más  seguro  y  recogido  hasta  que  el 
Principe  estuviese  de  edad  y  juventud  para  hacerlo,  y  que 
entonces  se  podría  disponer  con  más  razón  de  su  persona;  y 
aquella  hacienda,  ó  se  guardaría  para  hallarla  más  colmada 
después,  ó  se  aplicaria  á  los  nuevos  gastos  acrecentados,  ó 
de  otras  partes,  de  In  Reina  Madre  y  del  señor  duque  de 
Orleans. 

ReGeren  que  á  lodo  esto  se  allanó  el  Rey,  favorable  por 
naturaleza  á  los  consejos  y  proposiciones  de  este  hombre,  y 
que  se  lo  escribieron  a)  Infante,  si  bien  á  la  bora.de  ahora  sé 
calla  y  se  encubre,  y  lo  tienen  por  poco  seguro,  antes  se 
piensa  que  no  vendrá.  Respondió  el  Almirante,  proponiéndole 
qlie  qué  le  parecía  de  la  venida  del  infante  D.  Fernando  y  de. 
las  juntas  que  se  hacían  sobre  esto,  y  dijo:  —  Que  tan  presto 
estaría  hecho  como  deshecho.  Y  dijo  mahavillosamente;  por- 
que, ¿quién  acabará  de  entender  las  trazas  de  los  privados,  sus 
miedos  en  acometer  y  sus  atrevimientos  en  recelar?  Este  es  el 
estado  que  hoy  tiene  esta  maleria;  los  contrayentes  oyen  sua 
deposiciones,  callan  y  esperan  adonde  les  echo  aquel  venda- 
val á  que  todo  subdito  está  sujeto,  y  lo  más  y  mejor  de  nues- 
tros pueblos,  por  pecados  nuestros. 

Dejó  el  cardenal  Zapata,  ó  quitáronle,  lo  de  Inquisidor 
general,  y  dléronlo  á  fray  Antonio  de  Solomayor,  confesor 
det  Rey,,  con  un  arzobispado  de  anillo,  para  excluirse  del  do- 
minio de  la  religión  y.-en  todos  trances,  de  superior;  que  en 
lodo  cuanto  puede  ser  variable  fortuna  y  adversa,  bien  es 
pertrecharse  de  manera  que  no  nos  hagan  pasar  por  los  pasos 
del  antecesor  Aliaga  con  una  orden:  •retíraos  beis  á  Huete,  y 
esperareis  alli  la  orden  de  vuestro  superior*.  Finalmente,  be- 
neficiábase el  sujeto  por  ser  á  gusto  del  poderoso:  fué,  luego 
que  le  hicieron  la  merced,  á  visitar  al  Caraenal,  entró  muy 


■obrado  de  CDmpliinientos,  recibióte  y  dljole:  qae  todo  habfa 
de  ser  pera  servirle,  que  él  habia  de  ser  Inqoisidor  general, 
y  lo  había  de  mandar  y  hacer  todo,  como  de  antes;  que  él  no 
lo  habia  de  ser.  Respondióle  el  Cardenal  agudísima  mente  y 
con  prontitud  de  iDgenio,  que  tenia:  — Antes  pienso  que  no 
lo  hemos  de  ser  ninguno.  Tanto  conocimiesto  tenia  de  la  va- 
riedad en  que  militaban  los  gobernadores.  Enviáronle  éstos 
en  cierta  ocasión  á  decir,  que  S.  M.  le  hacia  merced  de  qae 
fuese  acompañando  al  infante  D.  Fernando  hasta  que  se  em- 
barcase, cuando  estaba  muy  corriente  el  pasar  á  Flandes;  y 
dijo,  que  besaba  á  S.  M.  la  mano  por  la  merced  que  le  hacia, 
y  á  quién  se  habia  de  entregar  aquella  media  anata.  Tenia 
este  buen  gusto  en  el  decir;  no  era  del  gremio  de  los  que 
aplauden,  porque  no  profesaba  de  lisonjert),  y  aunque  era 
asi  chistoso,  decia  con  libertad  su  parécete  en  las  consultas  y 
respuestas  de  papeles;  y  asi,  porque  ni  en  esto,  ni  como 
gobernador  del  arzobispado,  ni  en  lo  de  Inquisidor  general^ 
le  dejaban  obrar  ctín  desembarazo,  dando'  á  cada  cosa  lo  qae 
le  tocaba,  en  menos  de  un  año  perdió  ó  dejó  ambas  cosas,  y 
como  virtuoso,  se  quiso  retirar  de  ellas.  Fué  buen  prelado  en 
el  tiempo  que  lo  fué;  en  Roma  buen  Cardenal,  y  en  la  corte 
HÍDÍstro  entero ,  justificado  y  prudente. 

Cargado,  pues,  como  dije,  Haestrich  por  Enrique  de  Na- 
tau,  general  de  las  gentes  de  Holanda,  sin  fuerzas  nuestros 
paisps,  por  haberlas  llevado  con  orden  infelicisimo  D.  Gonzalo 
de  Córdoba  al  Palatinado,  si  bien,  por  la  necesidad  presente, 
mandó  volver  á  socorrer  la  plaza  y  todo  el  estado,  volviendo 
aquel  capitán;  mas  las  aguas  fueron  tantas,  que  no  le  dejaron 
emprender  facción  memorable,  ni  socorrer  la  necesidad  de 
plaza  tan  importantísima.  El  enemigo,  á  la  sombra  de  este  des- 
embarazo, logrando  con  prosperidad  la  ocasión,  la  cerró,  ro- 
deó de  trincheras,  y  fuertes,  metió  la  mesa  dentro  para  tener 
la  puerta  abierta  para  socorros -y  municiones,  sosegándose 
dentro,  y  si  bien  D.  Gonzalo  envió  á  D.  Felipe  de  Silva  para 
tentar  las  trincheras  y  ver  si  podia  escalarlas,  habiendo  cami- 
nado toda  la  noche ,  perdió  el  camino,  y  al  amanecer  se  halló 


210 
debajo  de  ellas;  reconoció  la  dificultad  y  el  camino,  y  vol- 
vióse. A  esta  hora,  para  apretar  más  al  enemigo  que  estaba 
sitiando,  tomarle  los  pasos,  las  municiones,  socorros  y  vitiia' 
lias,  y  aumentar  el  ejército  católico  de  más  gente;  para  acu- 
dir á  aquella  y  á  otras  plazas,  de  que  se  tenia  noticia  se  pre- 
tendían sentar  para  la  diversión,  ó  porque  en  servicio  ds 
Flandes  salía  el  enemigo  esta  vez  con  más  poder  que  otras, 
con  intento  de  acabar  con  lo  de  Flandes,  ó  á  lo  menos,  po- 
nerle en  estrecha  necesidad  para  que,  si  no  este,  se  conclu- 
yese otro  año;  á  esta  hora,  como  dije,  bajaron  por  la  West- 
falia  doce  ó  catorce  mil  alemanes,  gente  escogida,  debajo  de 
la  conducta  de  Oppenhein,  caudillo  de  consideración  enviado 
por  el  César.  Toda  esta  gente  y  la  que  teníamos,  según  la  opi- 
nión, pasaban  de  más  de  cuarenta  mil  hombres.  Por  más  que 
lo  queramos  inquirir,  no  podemos  acabar  de  averiguar  qué 
hacia  esta  gente,  porque  si  bien  las  aguas,  como  dijo  D.  Gon- 
zalo de  Córdoba ,  no  le  dejaron  llegar  á  impedir  que  el  ene- 
migo no  acabase  de  cerrar  la  plaza,  supuesto  que  no  llovió 
siempre,  ¿en  qué  tenían  ocupados  los  pensamientos  tos  con- 
Mjos,  que  no  resolvían  en  la  necesidad  y  mengua  de  reputa- 
ción presente?  Tantas  buenas  cabezas,  como  D.  Gonzalo  da 
Córdoba,  el  marqués  de  Santa  Cruz,  D.  Carlos  Coloma  y  otros 
capitanes  y  soldados,  y  tanto  número  de  ruido  y  de  milicia, 
sin  duda  ninguna  da  admiración  y  espanto  ver  que  dejasen  á 
un  enemigo  conseguir  cuanto  pudo  conseguir  y  desear,  como 
si  en  Flandes  no  hubiera  capitanes  y  soldados. 

Viendo,  pues,  Enrique  de  Nasau  que  había  vuelto  Don 
Gonzalo  de  Córdoba  y  dejado  la  jornada  del  Palatinado,  y  la 
gente  que  había  llegado  de  Alemania,  y  la  qno,  sin  embargo 
de  estos  dos  ejércitos,  había  dejado  en  Flandes,  no  dejando 
de  darle  cuidado,  aprovechándose  del  que  nosotros  no  tenta- 
mos (culpa  de  pecados  nuestros),  envió  é  Maestrich  á  decirla 
al  teniente  de  gobernador,  porque  el  gobernador  se  hallaba 
á  la  sazón  con  D.  Gonzalo,  que  ya  veía  el  aprieto  en  que  es- 
taban él  y  la  villa  y  toda  la  gente,  que  se  rindiese  y  le  con- 
cedería todos  los  partidos  do  honra  y  comodidad  que  qui- 


211 

siere.  El  teniente,  como  fiel  y  como  soldado,  le  respónSío^ 
había  adelantado  mucho  á  hacerle  aquella  propuesta ;  que  se 
sosegase  un  poco  y  se  lo  enviase  á  decir  de  allí  á  seis  mcsea. 
A  todos  estos  lances  y  sucesos,  nuestra  gente  procedía  con 
remisión  y  tibieza,  acampaba  solamente  en  algunos  puestos 
considerables,  sin  acometer  ni  aspirar  á  empresa  ninguna;  ni 
á  cerrarle  á  él ,  embarazarle  los  bastimentos ,  quitarle  los  so- 
corros, ni  otra  cosa  de  las  que  á  hombres  de  milicia  solícita 
el  ardid  y  el  consejo,  ya  que  no  el  ardor  y  el  coraje,  si  es  que 
DOS  ha  faltado  éste  y  se  nos  ha  resfriado;  aunque,  á  mi  pare- 
cer, los  que  atentamente  consideraban  este  hecho,  creyeran 
que  les  falto  iodo,  y  que,  por  nuestros  pecados,  tenían  ocupa- 
dos los  brazos,  el  juicio  y  los  ojos  la  gente  que  no  veía  ni 
stendia  al  riesgo  y  á  la  afrenta  que  tenía  delante. 

Discurríase  entre  ellos,  digo  yo,  y  creíase  que  eran  mu- 
chos; que  la  villa  tenia  nervio  y  fuerzas  para  sufrir  el  asedio 
algunos  meses;  que  el  enemigo,  aunque  sitiaba,  también  él  lo 
estaba,  no  sin  cuidado,  de  los  ejércitos  de  afuera  que  le  ro- 
deaban, y  que  había  de  mirar  por  dónde  habla  de  salir;  que 
se  le  consumiría  y  acabaría  la  gente,  que  ellos  conservaban 
la  suya,  y  que  podría  sobrevenir  tal  accidente,  y  las  incle- 
mencias del  cielo  y  del  invierno,  que  ya  estaba  cerca,  sobre- 
vendrían de  manera  y  podrían  ser  tales,  que  les  desbaratasen 
las  fortificaciones  y  les  obligasen  á  levantar  el  sitio;  y  al  re- 
tirarse le  cargarían,  de  suerte  que.  roto  y  deshecho,  se  vol- 
vería á  las  islas  sin  conseguir  nada,  y  que  ellos  entonces, 
como  enteros  y  unidos,  recobrarían  á  Venelo,  Bosmunda,  el 
fuerte  de  la  Cruz  y  otras  plazas  abiertas.  Si  esto  fué  nsi,  el 
enemigo  so  valió  de  nuestras  pláticas  y  designios,  como  es 
cierto  los  sabría  por  el  aviso  de  sus  espías,  creyendo  que 
todo  esto  podría  ser,  porque  no  hay  duda,  sino  que  le  puso 
en  cuidado  la  mucha  gente  nuestra  que  había  en  el  contorno 
de  sus  trincheras,  y,  para  divertiría,  el  magistrado  del 
Haya  acudió  con  embajada  á  su  mayor  protector,  y  consiguió 
de  él  que  gente  francesa,  en  número  considerable,  se  arrí- 
mase á  Gimbray,  frontera  entre  Francia  y  Paiscs-Bajos ,  y 


212  _^ -^ 

donde  naestra  nación  bízo  tan  memorables  becbos  en  loi 
principios  de  Enrique  IV,  cuando  le  ganaron  el  conde  de 
Fuentes,  D.  Pedro  Enriquez  y  D.  Agustín  Mejía,  capitanes  de 
esclarecida  reputación.  Creíalo  asi ,  como  dije,  Enrique  de  Na- 
sau,  y  obrando  diligentemente  entre  dificultades  y  rácelos, 
para  desahogarse  de  lodo  y  alcanzar  victoria,  desembarazarse 
j  desembarazar  la  gente,  dar  honor  y  vida  á  si  y  á  su  patria, 
á  la  hora'que  casi  se  arrinnaba  la  gente  friincesa  á  Cambray, 
resolvió  en  asaltar  á  Haestrich:  sacó  la  más  gente  que  pudú 
de  las  rortiGcaciones,  que  casi  no  pasaba  ya  de  diez  y  ocho 
mi)  hombres,  y  con  los  más  gruesos  cañones  plantó  la  ba- 
tería ,  ordenando  su  gente,  y  poniéndola  en  batalla  en  cuatro 
escuadrones.  Comenzóse,  pues,  la  batería,  de  que  ya  sobre- 
saltados los  nuestros,  se  pusieron  en  la  defensa  pocos,  fla- 
cos, enfermos  y  muertos  de  hambre;  empero  nada  de  esto 
tes  embarazó  para  no  hacer  el  deber.  Vendió  el  teniente,  cau- 
dillo y  cabo  de  la  defensa,  lo  que  tenía,  para  alentar  y  pa- 
gar á  los  soldados;  hizo  el  enemigo  tres  arremetidas,  y  de 
todas,  con  sumo  valor  y  valentía,  fueron  rechazados:  estaba 
ya  el  muro,  del  continuo  tesón  de  la  artillería,  molido  y 
abierto  por  muchas  parles;  con  que  el  Enrique  de  Nasau  les 
envió  á  decir  que  dentro  de  tres  horas  le  rindiesen  la  villa; 
donde  no,  que  acometerla  con  más  fuerza,  y,  sin  respetar  á 
varón  ni  á  otro  sexo ,  los  pasaría  á  todos  á  cuchillo.  Respon- 
dió el  cabo  le  diese  término  de  algún  tiempo  para  avísnr  á 
D.  Gonzalo  de  Córdoba  :  fué  rechazado  esta  pedido,  y  vuelto 
á  noli&car  el  aviso  primero,  reconoció  el  teniente  de  gober- 
nador el  estado  miserable  en  que  se  hallaba,  el  muro  casi  en 
el  suelo,  sin  gente  p;ira  defenderse,  sin  bastimentos  para  per- 
severar, é  imposibilitado  de  ser  socorrido;  con  que,  alcan- 
zando aquellos  partidos  que  se  suele  conceder  la  milicia 
noble  y  honrosa,  salieron,  y  el  enemigo  se  enseñoreó  de  la 
plaza. 

Quién  dice  que  poco  antes  se  concertaron  las  cabezas 
del  ejército  católico,  y  que  resolvieron  asaltar  al  enemigo 
por  tres  partes;  que  comenzó  el  Oppenhein  con  sus  alemanes 


313 
por  el  suyo,  y  que  en  las  otras  dos  no  se  oyó  caja;  que  hito 
6u  esfuerzo,  mas  como  hombre  desayudado,  no  pudo  pasar  á 
meter  el  socorro  en  la  villa,  con  que  se  desesperó  de  todo 
humano  remedio  i  y  cuando  el  Oppenheiu  vio  tomada  la  villa, 
viendo  que  allí  no  bacía  nada,  ni  conseguía  honra,  ni  le  die- 
ron un  jarro  de  agua ,  si  bien  otros  dicen  que  le  dieron 
200.000  escudos  por  servir  al  Cósar  ,  de  quien  era  vasallo,  y 
aprovechar  el  tiempo  y  la  gente  en  la  guerra  del  sueco,  con 
quien  deseaba  llegar  á  las  manos,  se  volvió  á  buscar  este 
enemigo,  de  quien,  á  la  hora,  se  dice,  se  bailaba  apretado  en 
Noriembergá,  sitiado  de  casi  cien  mil  hombres  por  el  duque 
de  Bavíera  y  Frislan,  y  aun  á  pique  de  coneiuirse  aquello  con 
prisión  y  destrozo  de  este  infiel.  Jomada  Maestnch,  llega- 
ron correos  á  Madrid  del  suceso  que  entristecieron  á  la  repú- 
blica, á  las  cabezas,  y  áuD  á  casi  todos  los  pueblos;  decíanse 
varia»  cosas,  y  entre  otras,  que  no  se  debia  de  tratar  ve^^ad 
al  Príncipe ,  que  los  ministros  no  atendían  á  la  reputación  de 
la  monarquía,  ^no  á  conservarse  en  el  mando,  j  que,  aunque 
estaba  erigida  juma  de  esto  (y  señalaban  los  hombres  qae  eran 
los  deudos  y  aliados  en  beneficios  y  lisonjas),  que  no  se  de- 
jaba obrar  á  los  capitanes  del  ejército  de  Flandes;  que  coa 
poca  gente,  mal  pagada  y  letras  de  dinero  íniitiles,  se  aten- 
día á  muchas  partes,  á  ínterpresa  y  otras  cosas,  dividiendo  la 
gente,  con  que  no  sólo  no  obraban ,  empero  no  se  defendían;  y 
culpaban  también  á  tantas  cabezas  como  había  en  el  ejército, 
que  parece  solamente  se  caminaba  á  que  no  hubiese  ninguna. 
Quién  culpaba  al  marqués  de  Santa  Cruz,  que  con  los  celos 
del  Córdoba,  y  porque  no  le  dominase,  si  D.  Gonzalo  propo- 
nía algún  designio  ó  facción,  decía  el  Marqués  que  no,  y  sí 
el  Marqués,  lo  reprobaba  D.  Gonzalo.  Donde  hay  muchas 
cabezas  ó  pareceres,  fuerza  es  que  haya  confusión,  falta  de 
providencia,  de  afectos  y  buenas  fortunas. 

A  la  hora,  pues,  como  dije,  el  enemigo  resolvió  la  ex- 
pugnación de  Maestrich,  llevando  nueva  de  que  gente  de  la 
Francia  se  arrimaba  al  confin  y  quería  atentar  á  Cambray, 
Pasó  allá  D.  Carlos  Coloma  con  10.000  soldados,  división  que 


bacía  no  obrar  nada  á  nuestra  gente,  y  á  la  hora  vinieron  por 
varias  partes,  por  Dunquerque  á  Vizcaya,  y  por  Jurón  á 
Pamplona,  correos  que  despacharon  el  duque  de  Ciudad- 
Real  y  D,  Luis  Bravo  de  Acuña,  virey  de  Navarra,  que  el 
ejército  católico  habría  recobrado  á  Rosmunda,  degollado 
8.000  hombres,  tomado  las  trincheras  del  Maeslrích,  y  siliá- 
dolo  ¿  él  dentro.  Creyeron  todos  que  el  coraje  y  el  estímulo 
de  la  reputación  los  habla  hecho  salir  de  sí,  y  que,  embrave- 
cidos, se  tragaban  al  enemigo,  volviendo  por  si.  por  la  patria 
y  por  el  nombre  español,  venerado  en  toda  la  antigüedad  de 
todos  los  que  ahora  pretenden  adelantarnos  y  en  esla  era  mi- 
serable lo  han  conseguido.  Este  alborozo  se  desvaneció  con 
brevedad,  y  con  nuevas  más  lamentables  y  vergonzosas,  cua- 
les no  las  oyó  la  monarquía;  y  fueron  ,  que  el  enemigo  se 
apoderó  á  satisfacción  suya  de  la  plaza,  la  fortíGcó  y  presidió, 
basteció  y  aplanó  con  muy  buen  aire  las  trincheras,  y  levan- 
tóle en  torno  cuatro  fuertes,  que  la  constituían  perdurable  en 
su  dominio,  sin  que  se  le  pusiese  un  hombre  al  opósito;  que, 
ufano  y  vicioríoso,  discurría  más  descolladamente;  que  en- 
tre  el  país  de  Lieja  y  Luxemburg,  se  apoderó  del  de  Límburg, 
si  bien  ,  parte  sin  defensas,  por  ser  país  abierto  y  lugares  no 
murados,  y  que  la  demasiada  honra  y  provecho  ganado  le 
conducía  ya  á  retirarse  á  la  Haya ,  dejando  cortados  los  so- 
corros y  vituallas  que  bajaban  de  Alemania  para  Flandes, 
complacidos  á  los  confederados  y  satisfecho  al  francés,  su  pro- 
tector, de  las  ignominias  antiguas,  del  haber  acogido  á  su  ma~ 
dreen  Bruselas,  y  de  la  Liga  con  el  duque  deOrleans,  su  her- 
mano; de  que  ya,  por  la  nueva,  todo  aquello  de  pasar  á  Len- 
guadoc,  y  tentar  el  Delfinado,  y  comenzar  la  división  en  la 
Francia,  está  compuesto  y  ha  salido  vano  el  diseño;  no  ha- 
biendo salido  ni  servido ,  más  que  de  haber  consumido  el  po- 
bre reino  de  Castilla  60.000  escudos  cada  mes.  Este  es  el 
estado  de  las  cosas  de  Flandes,  y  cual  él  es ,  será  todo  lo  de- 
mas;  que  parece  que  nuestros  capitanes  volvieron  por  la  re- 
putación del  conde  Enrique  de  Bergas  en  lo  de  Bolduc,  Besel 
y  pais  de  Belba,  pues  todos  han  procedido  á  un  andar. 


_i 


S16 

Tace  este  infiel  en  Holanda ,  no  habiendo  tenido  efecto  bu 
manifiesto,  ni  el  haber  podido  juntar  la  gente  que  presumía 
para  mayor  comodidad  de  que  el  Nasau  consiguiese  la  em- 
presa del  Maestrich.  Del  sueco ,  dejamos  dicho  su  estado  y  el 
de  ambos  hermanos  en  Francia;  y  en  Flandes,  por  más  que  di- 
gamos, no  acabaremos  de  lainentarnos;  desahuciado  de  per- 
severar aquello,  con  la  pérdida  fatal  de  este  año  de  32, 
donde  quería  dejar  esto;  que  rompe  el  corazón  ser  cronista 
de  desdichas  propias.  Y,  por  concluir,  creen  que  lo  que  ha 
quedado  de  aquellos  estados,  por  no  verse  sitiados,  puestas  al 
trance  sus  vidas,  mujeres,  hijos  y  haciendas,  se  ha  de  en- 
tregar al  enemigo,  pues  no  lo  podemos  defender;  que  se  lo 
han  de  manifestar  á  la  señora  Infanta,  y  que  le  han  de  forzar 
á  retirarse;  y  perdido  aquello  de  quien  nos  vendió  que  nos 
habia  de  hacer  dichosos,  afrentando  injustamente  á  los  pasa- 
dos, que  no  tiene  más  nuestra  dicha  de  lo  que  ellos  duraron, 
ee  estremecerá  el  Imperio  y  le  procurarán  invadir;  que  ha- 
biendo echado  de  Flandes  el  derecho  de  España,  que  tan  in- 
mensos millones  de  oro  y  piala  le  ha  costado,  echarán  de 
Hungría,  Bohemia,  Austria,  Silesia,  Horavía  y  el  imperio  de 
la  Istria ,  lo  que  hay  de  la  Casa  de  Austria;  poseerá  aquella 
dignidad  otro  Príncipe;  insidiará  con  mayores  bríos  el  fran- 
cés á  Italia  ,  y  ya  ayudado  de  este  inBel  de  la  casa  de  Nasau, 
se  la  llevará;  bajará  con  armadas  á  las  Indias  y  serán  suyas, 
y  sentirán  nuestras  costas  de  España  la  opulencia  y  estragos 
de  sus  ejércitos.  De  esta  manera,  las  monarquías  de  romanos, 
medos,  persas,  asiríos  y  griegos,  cuando  comenzaron  á  ser 
ruines,  flacos  y  pusilánimes  sus  caudillos,  ministros  y  gentes, 
7  se  dejaron  vencer  sin  consejo  y  con  cobardía,  y  sin  más 
atención  que  á  los  vicios,  se  acabaron  rápidamente,  y  pasó 
el  dominio,  el  honor  y  la  fortuna  á  aquellos  que  mantuvieron 
constantemente  la  virtud  del  valor,  y  aspiraron  al  crédito 
con  el  desinterés  y  sin  amor  propio,  abandonando  las  deli- 
cias, la  flojedad  y  el  descuido  de  lo  más  importante.  ¡Ya  sufri- 
rán la  mengua  aquellas  cabezas  que  sólo  aman  el  vicio,  le 
premian  y  le  coronan,  y  que  la  virtud  ande  falida,  mendi- 


gaodb  de  puerta  en  puerla.  sin  apoyo  ni  amparol  ¿Cóalo  ha. 
de  acertar  donde  son  los  conseJoB  deshisiradoii  y  rebalidos ,  y 
lOB  premias  y  magislrados  para  sólo  ios  vanos,  infructuosos  y 
qiie  sólo  miran  á  su  conveniencia?  ¿Cómo  han  de  adelantar 
la  autoridad  del  Príncipe  y  del  Estado  si  atiende  solamente  el 
poderoso  no  más  que  á  las  materias  de  adentro  y  aferrarse  en 
ellas,  sin  asistir  á  las  de  afuera,  tan  importantes  a)  progreso, 
reputación  y  fortuna  de  la  moRarqula? 

Admira,  y  no  con  poca  razón,  que  cuando  le  decían  se 
habían  puesto  en  Flandes  tres  millones  de  plata,  no  habiendo 
dado  á  los  soldados  ocho  reales  en  todo  aquel  verano,  hu- 
biese quien  llevase  en  la  corte  50.000  ducados,  con  no  más 
derechaqufi  con  titulo  de  soldado,  ó  porque  s6  supo,  ó  le  de- 
jaron granjear  los  prímwos  puestos  en  aquella  milicia;  y  tanto 
más  entonces,  que  no  sólo  pooia  en  admiración  sino  que  irri- 
taba, que  cuando  se  habían  hecho  tantas  junlaS  de  reforma- 
ción para  pobres  y  miserables ,  no  atendiese  á  esto  el  celo  de 
los  primeros -ministros,  ni  descabezasen  esta,  hidra  de  tan  dis- 
formes cabezas,  y  que  no  les  pícase  esto  en  la  conciencia. 
Guando  ep  otros,  y  en  diferentes  particulares,  respondían  coó 
apafioncias  de  justificación,  debía  de  ser  porque  no  les  tocaba 
tanto  ni  tan  en  la  sangre  como  éste.  Corrían  este  semblante 
nuestras  cosas,  al  tiempo  que  ya  el  duque  de  Orleans  se  dejó 
prender  de  su  hermano  el  rey  de  Francia  y  estrecharse  en 
una  fortaleza,  exponiendo  al  cuchillo  al  duque  de  Montmo* 
reacy,  par  de  Francia  y  gobernador  de  Lenguadoc ,  qu6 
prendieron  en  un  encuentro  por  haber  seguido  aquel  bando. 
Por  esto  procedían  más  lentamente  las  prevenciones  de  armas 
que  teníamos  al  confín  de  Perpiñan,  temiéndose  de  este  ruido 
m&b  aína  las  de  Italia,  Flandes  y  Alemania,  que  eran  las  que 
querían  arrancar  para  deshacer  la  monarquía ,  y  suspendíase 
en  Barcelona  al  infante  D.  Fernando ,  prevaleciendo  esta  re- 
solución antes  que  la  otra ,  que  ya  dejo  referida ,  de  traerle 
á  la  corte,  bien  hallados  por  la  eiperiencia  de  aquella  segu- 
ridad, silencio  y  tranquilidad,  y  estar  en  todos  sus  cuartos  sin 
faltarle  una  pieza ,  apoderado  el  soberano,  y  previniéndole  con 


817 

cartas  y  correos  para  pasar  á  Flandes  la  primavera  siguíeníe, 
donde  había  de  llevar  muchos  millones  y  soldados  para  ende- 
rezar las  cosas  y  recobrar  lo  perdido;  no  sin  rumores  de  voI~ 
ver  á  Barcelona  á  proseguir  las  Cortes,  que,  fenecido  el  lieropo 
de  la  habilitación  de  S,  A. ,  han  vuelto  á  espirar.  Sin  embargo, 
tengo  ya  esto  por  vano  y  por  materia  que  aspira  á  otras,  y 
que  ésta  sirve  de  paliarlas. 

Los  vizcaínos,  pretendiéndolos  incluir  ea  la  pragmática, 
decretos  y  ordenes  de  la  sal,  y  que  la  comprasen  al  precio  de 
los  de  Castilla,  después  de  haber  reclamado  ante  el  Consejo 
Real  de  la  extorsión  que  se  les  hacía,  procurándose  defender 
con  la  antigüedad  de  sus  privilegios,  eienciones  v  libertades 
en  que  cada  uno  es  vasallo,  que  de  otra  manera  no  lo  quiere 
ser,  y  respondidos  que  no  era  aquello  contravenir  á  sus  fue- 
ros, y  porfiando,  sin  embargo;  viendo  los  querían  suprimir, 
resolvieron  de  abrirse  camino,  y  fueron  parte  de  ellos,  y  los 
que  gobiernan  aquellas  provincias,  á  las  casas  de  ios  comisa- 
rios, y,  con  resolución  y  brío  y  no  desarmados,  les  pidieron 
los  poderes  y  cédulas  Reales  que  traían  para  el  arbitrio  y 
venta  de  la  sal,  y  ellos,  dándoselos  no  sin  miedo,  los  lomaron  r 
llevaron  á  la  plaza,  y  públicamente  ios  quemaron:  negaron 
otra  contribución  que  se  les  había  pedido,  é  hicieron  parase 
la  fábrica  de  dos  navios  que  también  se  les  pidió;  afirmán- 
dome persona  de  crédito,  que  estando  un  vizcaíno  con  tercia- 
nas, el  día  que  sucedió  esto  le  faltó.  Tal  debe  de  ser  el  albo- 
rozo de  verse  desagraviar  y  el  contento  de  verse  romper  las 
coyundas  de  la  opresión ,  pues  pudo  deshacer  los  achaques 
que  agravan  la  salud.  Súpose  este  accidente  en  la  corte  y  en 
el  Consejo  de  Castilla,  y  disimulóse  por  el  recelo  del  ve- 
cino que  tan  armado  estaba  al  confin,  si  bien  no  cayeron  en 
esta  sospecha  los  vizcaínos,  que  en  hechos  navales,  en  fideli- 
dad y  en  sangre,  no  les  iguala  otra  en  el  muniloi  sin  em- 
bargo, no  podemos  dejar  de  advertir,  que  el  ejemplo  no  es 
de  aliento  para  las  cabezas  que  nos  mandan,  y  podríanlo  se- 
guir algunas  de  nuestras  provincias  en  los  aprietos  en  que  hoy 
K  vea ,  y  aspirar  á  aalírse  con  él ,  como  les  sucedió  á  aquéllos; 


k.. 


SIS 

pues  ninguno  piensa  que  es  inferíor  á  los  otros  en  la  gran- 
deza de  ánimo  y  en  el  valor,  y  que  su  provincia  sea  menos 
bizarra  que  la  suya.  Tanto  importa  ser  templados  en  las  ga- 
belas y  en  el  dominio.  Este,  verdaderamenle,  más  ha  dañado 
que  putjslo  en  la  balanza  las  cosas  y  aliviado  el  peso  de  acudir 
á  las  necesidades ,  y  ha  irritado  los  subditos  y  el  trato  del  sus- 
tento común,  sin  haber  dejado  de  exasperar  el  brazo  eclesiás- 
tico, y  aun  la  poca  devoción  del  Papa.  Pretendiendo  ser  árbi* 
tro  en  esta  parle  el  secular,  acabáronse  de  desengañar  los 
arbitristas  é  inventores;  y  habiendo  dejado  por  esto  los  millo- 
nes, la  bajaron  de  precio,  y  volvieron  á  ellos,  en  que  hoy 
han  concedido  algunos;  y  debiéranse  desengañar  en  todo  to 
demás,  creyendo  que  aquel  es  el  verdadero  camino  que  hi- 
cieron y  siguieron  los  reyes  pasados,  que  tan  encarecidos 
son  en  la  opinión  de  los  mayores  juicios,  y  que  es  mejor  una 
tregua,  y  de  más  reputación  en  Flandes,  aunque  nos  la  fisca- 
lizaren, que  no  dejarse  con  tanta  mengua,  flaqueza  de 
ánimo  y  mala  distribución  tomar  las  plazas. 

Dejo  las  cosas  de  Alemania  en  el  estado  que  tengo  refe- 
rido, y  con  el  sueco,  aunque  quebrantado,  en  medio  de  ella; 
á  Flandes  en  el  mismo  estado,  para  acabarse,  con  los  enemi- 
gos victoriosos;  al  francés,  arbitro  en  todas  ellas,  con  repu- 
tación y  séquito  de  príncipes  y  potentados  contra  nuestros 
Estados;  al  Papa,  con  la  misma  alianza  y  afición;  y  casi  toda 
la  Italia,  no  dejando  de  morderlo  con  libelos  y  pasquines  en 
las  estatuas  erígidas  para  esta  flaqueza  en  Roma.  Referiré  uno 
que  me  contaron  de  mucha  gracia  y  agudeza.  Preguntaba 
Pasquín  á  Horfrodio,  y  decíale:  —  Este  Papa,  ¿no  es  sucesor 
de  San  Pedro?  Y  respondía  ílorfrodio: — Sí  es,  porque  ha  ne- 
gado á  Cristo. 

Este  es  el  estado ,  como  digo ,  de  la  Europa  y  el  de  nuestro 
gobierno.  Altas  voces  se  dan  de  su  ruina,  miseria,  calami- 
dad, desamparo  de  subditos,  estrago  de  pueblos,  poca  huma- 
nidad y  conmiseración,  de  aflicciones,  disfavor  y  suma  falta 
de  consuelo  en  los  premios;  con  que,  desfallecido  en  el 
ánimo,  entraban  en  la  desconfianzji ,  y  de  aquí  á  faltar  en  las 


219 

empresas,  á  la  amplificación  y  á  la  esperanza ;  pocos  soldados, 
mas  ambiciosos,  todo  para  los  validos,  sin  autoridad  la  mo- 
narquía, sin  nombre  la  nación  esnañola,  y  sin  vigor  la  pluma 
para  poder  proseguir. 

Habiéndose  llegado,  á  la  hora  que  esto  escribo ,  los  últimos 
de  Diciembre,  en  que  fenece  el  año  de  1632,  me  pareció  pa- 
rar aqui  y  suspender  este  discurso,  que  evita  á  los  buenos 
príncipes  de  los  riesgos  de  su  reputación  y  de  los  fracasos  de 
su  seguridad,  si  con  particular  atención  reparan  en  lo  que 
yerran,  y  pugnan  más  aina  por  gobernar  que  por  ser  gober- 
nados; esfera  que  el  que  nació  con  estímulo  de  grande,  jamás 
la  rindió,  deseando  ser  tanto  como  ser  para  todos,  y  no  tan 
poco  como  para  uno,  poniendo  en  desamparo  á  sí  y  á  las 
obligaciones  de  la  dignidad.  Principe,  cualquiera  que  fuére- 
des,  si  tuviese  este  tratado  la  dicha  de  llegar  á  vuestras  ma- 
nos ,  si  se  librase  de  la  ignorancia  y  de  la  tiranía  de  los  cul- 
pados, porque  para  vuestro  servicio  se  hizo,  si  leyeres  con 
atención  y  reparares  en  sus  hechos  con  seso,  y  asistieres  con 
prudencia  á  sus  oficios ,  el  escarmiento  os  pondrá  en  el  ca- 
mino real,  y  éste,  si  no  le  dejares,  á  constituiros  en  toda 
bienaventuranza. 


lilBRO  PRIMERO. 


ARGUMENTO. 


Refiérese  el  estado  de  la  guerra  en  Alemania ,  y  la  muerte 
de  Gustavo,  rey  de  Suecia  y  otros  potentados;  el  progreso  de 
las  armas  en  Flandes,  y  cómo  el  enemigo  tomó  á  Orso  é  Irem- 
berg.  El  duque  de  Orleans  rompe  la  prisión  y  se  vuelve  á 
Flandes.  El  infante  D.  Fernando  pasa  de  Barcelona  á  Milán,  y 
el  duque  de  Feria  va  á  la  Alsacia  con  ejército.  Sor  Margarita 
de  la  Cruz,  hija  de  los  emperadores  Maximiliano  y  María, 
muere  en  las  Descalzas  Reales.  Recupérase  la  isla  de  Ceilan, 
en  Oriente.  El  rey  de  Francia  sale  con  ejército  sobre  Nancy, 
en  Lorena.  Restituye  Frislan  la  Silesia  á  Fernando,  empera- 
dor, degüella  treinta  y  más  cornetas  de  caballería,  destruye 
y  hace  pedazos  las  cabezas,  coroneles  del  ejército,  cabos  y 
oficiales,  y  fuerza  á  que  12.000  infantes  que  la  ocupaban 
pasen  á  servirle  debajo  de  sus  banderas.  Muere  en  Bruselas 


222 

la  infanta  Doña  babel ,  señora  de  los  Paises-Bajos.  T,  final- 
mente, el  estado  que  tenia  la  república.  Todo  esto  pasa  en  un 
afio,  reinando  en  España  D.  Felipe  IV. 


El  rey  Católico  D.  Felipe  IV,  si  bien  compuso  con  faci- 
lidad lo  de  grisones  y  valtelinenses,  pueblos  puestos  entre 
la  Lombardia  y  la  Helvecia,  poniéndose  de  parte  de  los  gri- 
sones Luis  XIll ,  rey  de  Francia ,  como  el  rey  Católico  lo  ha- 
bia  hecho  por  los  de  la  Valtelina ,  y  ambos  reyes  la  diferen- 
cia al  arbitrio  de  Urbano  VIII,  Pontífice  de  la  Iglesia  (cuyo 
suceso  dejo  escrito  en  la  historia  del  rey  Católico  D.  Felipe  III); 
la  liga  de  Inglaterra  y  Francia ,  en  que  se  incluyeron  Saboya, 
Holanda  y  Dinamarca ,  solicitada  por  el  duque  de  Boquin- 
gan,  antes  irritado  del  mal  efecto  y  de  no  haber  podido  con- 
seguir la  restitución  de  Federico,  Palatino  del  Rhin ,  á  su  es- 
tado y  electora to  del  Imperio,  que  no  de  los  casamientos 
entre  Carlos,  su  Príncipe,  y  Doña  María,  infanta  de  Castilla 
(que  hoy  está  casada  en  Alemania  con  Fernando  III,  rey  de 
Hungría  y  Bohemia,  primogénito  de  Fernando  II,  emperador 
de  Occidente),  tuvo  el  mismo  efecto;  echando  D.  Fernando 
Girón  aquella  armada  de  Cádiz,  que  se  componía  de  cien 
velas,  y  al  ejército  de  la  liga,  cuyo  caudillo  era  Carlos,  du- 
que Saboya,  sacándolo  del  Genovesado  y  haciéndolo  retirar 
á  Asti ,  ciudad  fortisima  en  el  Píamente ,  D.  Gómez  Suarez  de 
Figueroa,  duque  de  Feria,  gobernador  y  capitán  general  del 
estado  de  Milán,  con  ejército  formidable,  capitanes  y  solda- 
dos de  opinión ;  á  la  misma  hora  en  que  socorría  el  mar- 
qués de  Santa  Cruz,  con  armada  de  galeras,  la  ribera  de 
Genova,  para  impedir  á  los  enemigos  tomar  pié  en  Italia. 

Con  esto  no  descaecimos  ni  menguamos  de  nuestra  honra 
antigua ,  de  las  obligaciones  ni  del  valor  en  que  tan  altamente 
fuimos  reputados  cerca  de  los  mayores  y  mejores  principes 


223 

do  nuestros  orbes;  mas  sí  cuando  las  dependencias  é  intereses 
particulares  de  los  extranjeros,  que  se  despertaron  con  la 
falta  de  sucesores  en  Italia,  los  tocaron  en  la  deposición,  en 
el  acrecentamiento  y  en  la  sangre,  y  pretendimos  trastornar* 
los  de  sus  conveniencias,  y  sacar,  sin  embargo,  los  mejores 
capitanes,  envejecidos  en  la  experiencia,  en  el  guerrear  y  en 
el  consejo,  de  nuestras  plazas  de  armas. 

Estas  dos  facciones  pusieron  de  arte  el  estado  de  la  mo- 
narquía, que  el  crédito,  estimación  y  autoridad  que  consiguió 
por  espacio  de  doscientos  años,  en  poco  menos  de  diez  lo 
perdió  con  sucesos  afrentosos  y  de  suma  infelicidad,  con  pér- 
dida de  ejércitos,  plazas,  flotas  y  millones  de  plata;  tanto, 
que  las  otras  naciones  que  nos  temieron  y  admiraron,  se  nos 
atrevieron  y  burlaron  de  nosotros,  se  coligaron  y  unieron  en* 
tre  sí  para  destrozarnos,  sacarnos  el  imperio  de  Alemania  de 
entre  las  manos,  echarnos  del  dominio  prosperísimo  de  Italia, 
dar  los  Países-Bajos  al  rebelde,  asegurarlos  para  asolar  las 
Indias,  y  no  asegurarnos  en  España.  Estas  cosas,  como  digo, 
nuestros  designios  y  consejos  enderezados  contra  los  princi- 
pes y  provincias  forasteras ,  resucitaron  de  tal  suerte  el  odio, 
el  rencor  y  la  ira,  sepultada  por  algunos  años  en  nuestro  fa- 
vor con  nuestras  hazañas,  que  ahora,  no  siendo  tales  por  la 
poca  fortuna  de  un  gobernador  ó  ministro ,  les  dio  calor  y 
aliento  para  atentar  en  detrimento  de  la  seguridad,  y  estuvo 
todo  casi  para  correr  ruina.  Hace  por  aquella  segunda  parte, 
y  en  menoscabo  nuestro,  el  haber  sacado  al  marqués  Ambro- 
sio Espinóla  de  los  Paises-Bajos,  no  acudirle  con  prontitud 
de  dineros  y  soldados  (que  tanto  monta)  para  la  prosecución 
de  aquella  tan  importante  guerra,  y  no  asentir  á  la  tregua 
que,  con  partidos  saludables  y  honrosos,  ofrecía  el  enemigo 
y  los  firmaba;  antes  burlarse  de  ellos  con  falta  de  consejo  y 
prudencia;  por  lo  cual  apretaron  más  las  armas,  duplicaron 
las  ligas  y  los  auxilios,  y  luego,  no  quedando  allí  persona  con- 
siderable, sino  todo  á  cargo  del  olvido  y  del  descuido,  fué 
causa  que  el  rebelde,  fornecido  de  artillería  y  municiones, 
de  gruesos  tercios,  y  regimientos  de  infantería  y  caballería, 


y  reparando,  con  naeslras  flotas,  su  falta  de  dinero,  encendiese 
más  vivamente  la  guerra,  se -adelantase,  y  socorrido  y  pertre- 
chado de  ambos  protectores  y  conTederados,  heridos  de  nues- 
tros oBcios,  disipase  las  plazas  más  fuertes  y  llegase  hasta 
Bruseliis  á  darse  la  mano  por  el  país  de  Límburgo  con  el  rey 
de  Francia,  para  cortar  y  dejar  frustrados  los  socorros  de 
Alemania  y  otros  auxiliares  necesarios  en  todo  tiempo,  por 
lener  ya  usurpadas  las  potencias  de  ambos  rios,  el  Ethín  y  la 
MossB.  Arrimemos  á  esto  las  voces  de  nuestra  necesidad  y 
miseria,  lima  sorda  que  nos  va  royendo  la  esperanza  y  las 
buenas  fortunas  en  que  nos  constituyeron  tres  reyes  y  un  em- 
perador, los  mayores  y  el  más  exclarecido  del  mundo. 

Y,  hablando  con  más  claridad,  en  los  dos  fundamentos 
que  hemos  propuesto,  el  primero  fué  no  entender  y  dar  buena 
salida  al  suceso  de  Mantua  y  el  Monferrato,  por  la  muerte  do 
Vicencio  Gonzagn,  duque  de  Mantua,  hermano  de  Francisco, 
y  haber  recaído  aquel  estado,  como  más  propincuo,  en  Car- 
los Gonzaga,  duque  de  Nevers.  No  se  deja  de  reconocer,  y  es 
ley  establecida  en  el  Imperio,  que,  como  estados  feudatarios, 
los  debia  poner  el  Duque  en  manos  del  Emperador  y  electo- 
res, y  que  de  allí,  visto  su  derecho,  los  había  de  recibir.  Re- 
presentábanse á  estas  algunas  dificullades:  la  mayor  y  más 
inaccesible,  el  que  era  Trances,  cuya  guerra  y  digresión  ha 
durado  en  Italia  veinte  años,  y  aun  la  pasó,  poresla  causa,  á 
otras  partes;  desdeñamos  las  otras  gentes,  y  ellos,  por  esta 
injuria,  la  pretenden  impugnar  con  otra  mayor  y  con  las 
armas.  Uniéndose  á  esto,  ofrecía  él  cualquiera  sumisión  al 
rey  Católico ,  como  Señor  y  vecino  y  más  celoso  de  la  nación, 
por  sus  continuas  inte1i«encins  en  Italia,  y  decia,  que  le  ayu- 
dase S.  U.  á  la  posesión  de  aquellos  estados,  y  lo  alcanzase 
del  César  en  la  Cámara  imperial,  y  le  aseguraba  seria  antes 
OQás  español  que  (ranees,  que  echarla  por  tierra  la  cíudadela 
del  Casal  de  Monferralo  y  cualquiera  otra  dilicultad,  si  la 
hubiese. 

Dos  naciones,  á  mi  ver,  habían  de  poseer  aquellos  pue- 
blos: ó  bien  franceses,  por  el  sucesor,  ó  bien  alemanes,  por 


J 


225 
la  gobernación;  porque  á  la  prudeocia  española  no  coDvenii 
en Irotne terse  en  la  coadyugacion,  ni  podia  el  Rey  entrar  ea 
ellos  sin  expreso  consentimiento  del  Imperio  y  electores,  y 
éste  no  se  dará,  porque  es  odiosa  á  todos  la  mayor  potestad; 
la  cual,  en  esta  era,  estamos  muy  lejos  de  alcanzar,  por  la  falta 
de  nGcion  que  todos  nos  tienen,  y  por  la  poca  que  nos  hemos 
sabido  granjear.  Cualquiera  otro  diseño  era  rasamente  en- 
irarnos  por  las  puertas  de  la  tiranía  y  llamar  contra  nos- 
ulros  todo  el  poder  de  tos  principes  italianos  y  alemanes, 
cuando  el  César,  por  el  parentesco,  lo  disimulara;  bajar  los 
ejércitos  franceses,  como  sucedió  por  la  denegación  ,  y  coli- 
garse, y  recaer  con  mayores  celos  todas  las  potestades  de 
llalia,  que  se  armarían,  para  matar  estos  movimientos  y  se 
unirían  por  las  sospechas  que  engendraría  en  ellos  este  he- 
cho, para  que  no  sucediese  otro  tanto  en  sus  estados.  Final- 
mente, no  conventa  al  rey  Católico  convocar  tantas  armas 
contra  sí,  y  más  en  Italia,  donde  es  tan  forzoso  asistir  á  la 
paz  y  á  la  conservación,  cuando  en  Flandcs  no  nos  dejan  so- 
segar, ni  podemos,  ni  tenemos  fuerzas  para  sustentar  aque- 
llos países,  y  menos  para  ganar  un  palmo  de  tierra. 

Supuesto  lo  dicho,  y  no  dando  aquellos  estados  al  de 
Nevera,  aver¡gi>ado  queda  que  había  de  recaer  en  gobierno  de 
alemanes,  queriendo  los  rigiesen  gobernadores  ó  comisarios 
imperiales,  á  ejemplo  de  lo  que  Clemente  VIII,  Pontífice  Ro- 
mano, hizo  del  ducado  de  Ferrara,  que  no  queriéndolo  dar  al 
bastardo  que  habla  quedado  de  la  Casa  de  Este,  lo  incorporó 
en  la  Iglesia,  debajo  de  cuyo  gobierno  milita  hoy;  y  fambien, 
poco  há,  con  el  ducado  de  Urbíno,  estableciéndole  por  ejem- 
plar para  lodos  los  pontífices  venideros  y  para  lodos  los 
principes  feudatarios,  por  cuanto  quisiera  el  rey  Católico  tan 
cerca  de  sí  esta  nación,  este  poder  y  esta  soberanía.  Sin  em- 
bargo ,  no  sabemos  cuáles  nos  serian  más  a  propósito  para  la 
seguridad  de  Italia,  alemanes  ó  franceses,  porque  todos  son 
malos;  pues  aquéllos,  como  seria  posible,  querrían  pasar 
de  unos  feudos  á  otros  y  aquietarlos  todos,  y  no  dejar  de  caer 
en  alguna  guerra  molesta,  siéndolo  también  el  estado  de  Hi- 


lan,  y  éstos,  también  querrían  pasar  de  éste  al  reino  do  Ña- 
póles. Pero  6Í  el  duque  de  Nevers  protestaba  toda  obedien- 
cia ,  sujeción  Y  rendimiento,  y  que  no  tcndria  en  las  platas 
guarnición  francesa;  si  al  cabo,  y  después  de  largos  debates, 
de  mucha  etusion  de  sangre,  desolación  y  ruina  de  pueblos, 
y  tesoros  y  millones  consumidos,  se  los  habian  de  dar  ¿por 
qué  no  nos  supimos  excusar  esto  al  principio  y  desechónos  de 
eflas  calamidades,  y  ahorrádonos  que  el  rey  de  Francia,  más 
poderoso  en  aquella  ocasión  que  nosotros,  á  la  sombra  de 
nuestros  descuidos  y  en  tiempo  que  no  dejaba  la  nieve  des- 
cubrir los  caminos,  pasase  los  Alpes,  tomase  á  Susa,  echase 
de  bII!  los  pocos  españoles  que  habla,  entrase  en  Turin,  con- 
sumiese al  duque  de  Saboya  el  dinero  que  el  rey  Católico  le 
habla  dado,  volviéndose  á  él  por  el  mismo  interés  del  Hon- 
ferrato,  y  admitiéndole  para  el  opósito,  mientras  él  sitiaba  el 
Casal,  en  dádivas  y  presentes  hacerle  más  infiel  porque  no 
Be  había  puesto  en  sus  manos,  habiendo  estado  fuera  de  elles 
y  de  la  devoción  de  España  por  espacio  de  veintisiete  años, 
más  que  para  volverle  á  engañar,  y  porque  ninguno  de  ambos 
tomase  aquella  plaza  ni  aquel  estado,  antes  por  ocupar  alguna 
parte  cuando  también  lo  vio  debajo  del  heredero  francés,  tta- 
hiendo  peleado  con  ellas  contra  nosotros  cuando  estuvo  en  el 
de  Mantua?  No  cogeria  este  ruido  de  sobresalto  á  D.  Gonzalo 
de  Córdoba,  ni  le  enviara  á  decir  el  rey  de  Francia  que  le- 
vantase el  sitio  de  Casal  ó  pasaria  á  desalojarle;  á  que  hubo 
de  condescender  viendo  le  habían  faltado  el  saboyano,  socor- 
ros, dineros  y  soldados;  el  abrasar  y  despojar  el  reino  de 
Castilla  de  la  plata  y  oro  que  tenia,  y  los  oficios,  que  en  pú- 
blico teatro  se  vendieron  para  esto:  aunque  el  marqués  Es- 
pinóla, más  á  propósito  para  Flandes,  recuperase  el  Honfer- 
rato  y  los  alemanes  asolasen  la  nobilísima  ciudad  de  Mantua, 
mereció  «I  Duque  ser  apretado  con  estos  rigores,  por  haber, 
antes  de  la  decisión  del  Imperio,  anticipádose  con  las  armas 
á  lomar  aquellos  estados  por  consejo  del  Valido  de  la  Fran- 
cia, y  asi,  fué- necesario  al  crédito  y  reputación  de  ambos 
monarcas  el  volvérselos  á  tomar. 


Lo  vcrJ.idüra  matoria  prudencial  es,  cuando  queremos  ¡o- 
vailir  un  estado  y  no  nos  conviene  la  calidad  ó  condición  de 
aquel  vecino,  antever  sí  lo  podremos  conservar,  ó,  una  vez 
anoj.idos  á  las  armas  y  á  la  guerra,  pelear  por  no  volverlo. 
Granile  ejemplo  nos  dejó  da  esto  el  estadista  de  los  reyes,  el 
rey  D.  Fi.'rnando  el  Católico:  tomó  á  Navarra  y  la  parle  que 
por  confederación  y  alianza  le  tocó  del  rerno  do  Ñapóles  á 
D.  Fuilrique  de  Aragón,  y  la  otra,  por  mal  contentadizos,  á 
lus  franceeos,  y  porque  todo  era  suyo,  nunca  lo  volvió;  sufrió 
con  maravillosa  constancia  y  osadía  los  golpes  tremendos  de 
la  guerra,  las  grandes  y  continuas  avenidas  de  tos  ejércitos 
enemigos;  cansáronse,  y  quedóse  con  todos.  Estos  son  los 
pasos  que  habíamos  de  seguir.  ¿No  nos  conviene  una  cosa? 
Morir  por  ella  y  por  la  reputación.  ¿No  lo  podremos  conser- 
var? Es  irritar  el  mundo,  hacer  perdurables  los  enemigos  y 
la  guerra.  ¿No  hay  caudal?  Repárese  en  el  fin  incierto,  como 
Diuclias  veces  lo  hacen  los  prudentes;  pues  hagámonos  amigo 
del  enemigo;  vendámosle  bien  su  pretensión;  entonces  es 
bien  jugar  de  la  tacañeria  con  el  forastero,  y  más  cuando  ha 
servido  bien ;  saquémusle  más  partidos  y  aceptemos  lo  que 
nos  ofrece;  babrémosle  vencido  sin  fatiga,  y  quedaremos  con 
victoria  ,  sin  pérdida  de  soldados  ni  tesoros,  ni  estrago  mise- 
rable de  los  pueblos  y  provincias. 

Este  infiílicisimo  suceso  a&rman  lodos  los  varones  más  se- 
ñalados de  la  Europa  en  juicio  y  en  saber,  y  dicen  que  fué  el 
total  descrédito  y  miseria  de  nuestra  nación,  porque  viendo 
el  rey  de  Francia  no  le  habían  valido  á  su  vasallo  ó  deudo 
sus  intercesiones  y  las  embajadas  de  sumisión  que  había 
hecho  en  España  y  en  Alemania  para  que  le  diesen  llana- 
mente la  investidura  de  aquellos  estados,  y  que  después  de 
muchos  trances  de  guerra  y  de  habérselos  ganado  se  los  ha- 
bían vuelto  deshechos,  y  destruidos  y  saqueados,  refieren 
que  fué  Inn  profundo  el  odio  y  rencor  en  que  entraron  lodos, 
el  Rey,  el  Ríchelieu  su  conTidenle,  el  duque  de  Nevers,  el 
Parlamento  de  París  y  loda  la  Francia,  que  no  sólo  resucita- 
ron el  pasado,  mas  le  acrecentaron  con  mayor  vehemencia;  y 


que  con  toda  previsión  y.vígilanci.i  se  juntafon  en  disfroncr  y 
platicar  cómo  procederían  en  la  ruina  de  toda  la  Casa  de 
Austria,  en  conspirar  contra  el  Imperio  y  quitársele,  y  me- 
terles un  enemigo  que  tes  abrasase  las  provincias  y  las  casas 
hasta  la  más  última  y  remota.  Para  eslo,  el  cardenal  de  Bi- 
ohelieu,  primer  ministro  de  la  Francia,  de  gran  cabeza  y 
ninguna  piedad  y  religión  ,  si  bien  cierto  embajador  y  conse- 
jero de  Estado,  que  habia  asistido  en  Paris  alguna  razonable 
carrera  de  años,  me  aseguró  que,  demás  de  ser  hombre  ple- 
beyo, era  un  menguado  y  de  ninguna  sustancia  (yo  lo  siento 
a)  contrario),  éste,  pues,  entró  en  pensamientos  de  coligar 
todos  los  príncipes  de  la  Europa  ,  así  herejes  como  católicos, 
sin  perdonar  á  los  de  la  Asia  y  la  África,  como  al  turco  y  al 
persa  y  á  IdS  de  ambas  Maurílanias,  contra  las  dos  Casas.  El 
primero  de  quien  echó  mano  Tué  de  Vilorio,  duque  de  Sa- 
boya,  porque  ya  Carlos,  so  padre,  era  muerto,  pidiéndole  en 
segundad  del  tratado  (porque  suelen  variar  en  él)  dos  plazas 
en  el  principio  del  Piíimonte ,  las  más  conjuntas  al  paso  de  los 
Alpes,  para  tenerle,  que  estuviesen  al  arbitrio  y  gobierno  del 
rey  de  Francia,  como  á  Susa  y  Avillana.  Y  en  esta  manera 
comenzaron  á  decorar  los  principios  de  la  tiranía,  y  áuD 
aquella  peste  que  abrasó  mucha  parta  del  estado  de  Milán, 
y  dicen  se  fabricó  de  venenos  y  pactos  endemoniados  para 
acabar  y  consumir  á  Italia,  y  que  no  la  gozasen  los  españoles, 
cuando  ellos  estort^aban  tan  imperiosamente,  no  lograsen  la 
parte  que  la  herencia  del  derecho  ó  la  gracia  concede  á  las 
naciones  forasteras.  De  aqui  pasó  &  los  venecianos,  los'Cuales, 
en  todo  el  tiempo  que  ha  durado  la  guerra,  se  han  mostrado 
neutrales,  mañosos,  disimulados,  obrando  más  con  el  secreto 
que  la  publicidad,  y  al  fm  no  quisieron  hacer  demostración 
ni  novedad;  pero  tan  astutos  que  no  se  arrojan  si  no  es  cuando 
ven  en  tan  miserable  estado  y  ruina  sus  confinantes,  que 
viéndolos  que  se  pierden,  entran  ñ  la  usurpación  y  á  la  parte 
de  los  estados,  como  innumerables  años  há  lo  tienen  estu- 
diado y  aun  ejercido  en  el  Priuli.  Istria  y  Goricia.  Pasó  á  loa 
grisones  y  á  los  esguizaros  á  refrescarlas  memorias  antiguas; 


a  excuso  ai  fioreotio,  y  al  duque  de  Módena,  con'quieh  no 
,  y  halló  algo  eo  el  duque  de  Psrma,  sin  poder 
ajustar  nadu  en  Genova;  al  Papa  no  había  para  qué,  que  ya 
al  principio  de  la  ascensión  al  pontificado  mostró  bien  los 
efectos  í  la  nación  francesa,  y  con  no  socorrer  al  Imperio, 
siendo  su  más  legitima  obligación,  como  no  lo  ba  hecho,  an- 
tee mostrado  apoyo  á  la  Liga  y  á  investirse  con  nuestras 
quiebras  los  reinos  de  Ñapóles  y  Sicilia,  las  otras  islas  y  feu- 
dos de  Italia ,  y  echarnos  de  ella  { pasión  natural  en  los  más 
de  ellos],  se  daba  esto  por  entendido  y  asentador;  y  final- 
mente, todos  aquellos  que  nos  demarca  6  insinúa  la  proso- 
grafia. 

Inglaterra,  que  casi  por  estos  dias  había  hecho  y  capitu- 
lado paces  con  el  rey  Católico,  con  embajada  particular  que 
para  estovrno  de  Londres-,  coa  no  itiás  fines  ni  otros  diseños 
que  melQrnob  por  Ios-puertos  d?Espa£a  sus  fardos  y  vender- 
nos 6US  bayetas,  casi  le  trastornó,  aunque  no  declaradamente, 
con  decirle  era  ocasión  y  se  iba  disponiendo  de  poder  resti- 
tuir á  Federico,  palatino  del  ttbin,  eu  cuñado,  en  sus  tierras, 
QOino  diese  s^orro,  gente  y  navios  para  contrastar  tas  costas 
de  España  y  las  Indias;  pero  aquel  Key  se  procuró  mantener 
más  sesudamente,  aunque  en  este  caso  no  dejó  de  hacer  lo 
que  pudo  con  consejos  de  Francia  y  armas  de  otros  amigos. 
En  Holanda,  asentó,  como  siempre,  y  los  previno  para  salir, 
cuando  y  el  caudillo  que  habian  de  eregtr  en  el  corazón  del 
Jmperio  para  su  fin  y  remate;  de  que  se  dieron  por  entendi- 
dos, y  porasentada  la  confedoraciojí  para  proseguir  en  nues- 
tro empeño  y  consumir  allí  la  mejor  parle,  no  dejándonos 
para  otra  apretar  la  guerra  y  asediar  las  plazas;  consiguiendo 
algunas  considerables  que  dolieron  y  pusieron  en  oiiidado. 
Conseguido  esto,  pasó  á  los  electores  del  Sacro  y  Romano  Im- 
perio, y  ligó  al  duque  de  Sajonia,  al  marqués  de  Brandem- 
burg,  que,  como  herejes,  los  halló  aprestados;  y  el  duque  de 
Baviera  casi  eetuvo  para  caer,  deteniéndote  el  ser  católico,  la 
mucha  sangre  y  obligaciones  que  tenía  de  la  Casa  de  Austria, 
proponiéndole  grandes  avenidas  de  enemigos  que  darían  sobre 


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las  tierras  de  los  que  se  excusasen ,  y  otras  aaíífozSi^tffél 
calidad;  y  como  quien  tiene  poco  ó  es  pequeño  y  desea  con- 
servarse, en  casos  tales  í>iempre  se  halla  mal  resuelto,  y  busca 
en  el  tiempo  ó  mira  el  vendaval  que  corre,  asi  estuvo  cuando 
TÍ6  la  tempestad  tan  horrenda  y  prodigiosa  quo  descendía 
sobre  el  Imperio  v  la  Iglesia.  Cosa  es  muy  para  ponderar  que 
no  mostrase  ceño  el  Pontífice,  viendo  oñcíos  tan  execrables, 
contra  si  y  contra  loda  la  Cristiandad,  de  este  hombre  y  aquel 
reino,  y  que  consintiese  la  púrpura  de  Cardenal  á  un  ene- 
migo tan  monstruoso,  digno  de  llamar  con  graves  censuras 
delante  de  aquel  sagrado  Colegio,  como  cismático  y  per- 
turbador del  mundo,  de  la  Silla  do  San  Pedro  y  del  común 
sosiego;  hacerle  cenizas,  y  cual  el  más  rebelde  y  protervo, 
demolerle  en  público  teatro  la  estatua.  Este  yerro  podrá  ser 
que  en  el  severisimo  tribunal  de  Dios  haga  gemir  y  estre- 
mezca la  Cabeza,  por  no  haber  tomado  satisfacción  de  estas 
maldades  de  los  electores  herejes.  Pasó  á  los  eclesiásticos, 
como  al  de  Tréverís,  Maguncia  y  Colonia,  y  aunque  lodos,  ñ 
los  dos  últimos,  se  simularon,  y  quisieron  ver  ánles  de 
declararse  el  estado  de  las  cosas  y  cuál  partido  prevalecería, 
tengo  por  cierto  que  el  de  Colonia  y  Maguncia  siempre  so 
mostraron  por  la  parte  del  Imperio.  De  nqni  corrió  á  los 
protestantes,  como  arzobispos  y  obispos  y  otros  principes  que 
se  incluyen  en  el  círculo  del  Imperio,  como  Albcsirat,  Aspac, 
Durlac;  á  las  ciudades  libres,  que  muchas  orrecieron  se  de- 
clararían luego  que  viesen  los  ejércitos  en  sus  contornos,  el 
número  de  armas,  dineros  y  bastimentos  que  podrían  dar;  y 
finalmente,  ligó  el  Itichclieu,  por  fray  José  de  Paris,  capuchino 
en  Lipina,  veinticinco  principes  protestantes  contra  la  Casa  de 
Austria. 

Confederados,  pues,  todos  los  referidos  contra  esta  augus- 
tísima Casa,  á  quien  deGcnde  el  poderoso  brazo  del  Atiísímo, 
DO  tentó  al  rey  do  Dinamarca ,  quebrantado  en  los  años  pasa- 
dos por  las  armas  del  César  en  la  batalla  de  Lutia,  que  ganó 
ul  muy  esforzado  capitán  Juan  Tserclaes,  barón  de  Tillí ,  por 
haber  querido  tomar  por  suya  la  causa  do  Fedi-rico,  palatino 


del  Rhtn,  dueño  do  Bohemia,  y  por  esto  mnyli  pique  dé  pe^ 
der  sus  tierras;  tampoco  se  atrevió  al  polaco,  afectísimo  por 
sangre  y  por  otras  obligaciones  al  César,  hacerle  entrar  en  la 
Liga;  mas  persuadióle,  por  su  embajador  Hércules  de  Chamase, 
á  la  tregua  por  seis  años,  eslablecída  por  Setiembre  de  629  en 
el  campo  de  Attemorche,  con  Gustavo  Adolfo,  rey  de  Suecia, 
por  desembarazarle  de  tan  poderoso  enemigo  como  el  polaco, 
que  pretende  restituirse  en  la  Suecia,  que  Carlos,  su  padre, 
duque  de  Gurdemania,  había  tiranizado  á  sus  pasados;  y  con* 
TOCÓ  á  Jorge  Ragorqui,  nuevo  usurpador  do  Transilvania,  y 
señalaba  por  su  plaza  de  armas  para  que  los  desolase  y  destru- 
yese, tos  grandes  y  extendidos  reinos  de  Hungría  y  Bohemia. 
Ea  esta  forma  distribuía  en  hacienda  ajena  para  herejes  y 
protestantes,  vecinos  y  aliados,  las  provincias  y  las  tierras 
de  nuestros  príncipes;  con  lo  cual  se  trató  de  la  cabeza,  del 
caudillo  y  capitán  que  habia  de  manejar  tantas  gentes;  y  ele- 
gido ya,  no  sin  premeditación,  noticia  y  estudio,  y  entre  los 
más  señalados  sujetos  militantes  de  la  Europa,  pusieron  los 
ojos  en  Gustavo  Adolfo,  rey  de  Suecia,  hombre  armíjero  y 
que  habia  aprendido  tas  artes  de  guerrear  debajo  de  la  es- 
cuela y  banderas  del  conde  Mauricio,  en  Holanda:  robusto, 
entero,  de  gallarda  presencia,  corazón  y  consejo,  entre  cua- 
renta ó  cincuenta  años,  y  de  quien  decia  el  marqués  Espi- 
nóla, que  si  algún  Principe  en  la  Europa  podia  dar  cuidado 
era  éste,  por  inclinado  á  los  prodigiosos  estruendos  de  Marte 
y  á  las  sublevaciones,  y  que,  como  hijo  de  tirano,  apetecía  l.i 
misma  inQuencia  y  los  estados  ajenos.  Fué  hijo  de  Carlos, 
como  he  dicho,  hermano  del  rey  de  Polonia;  dióle  el  reino 
de  Suecia  para  que  le  gobernase,  alzóse  con  él,  tiranizóle  y 
fué  suyo. 

Antes  de  entrar  en  coligar  el  capitán ,  será  bien  declarar 
la  intención  y  el  pretexto  del  francés ,  y  sus  motivos;  quo  eran 
impugnar  aquellas  dos  Casas  que  estimulaban  el  corazón  do 
los  ministros  franceses  acerca  de  la  pretcnsión  de  Mantua  y  el 
Uonferrato,  que  le  sucedieron.  La  primera,  la  respuesta  que  d 
Emperador  dio  fué  que  el  duque  de  Nevers  sacase  la  guarní- 


Gíon  francesa  de  aquellos  esudos,.l0s  pusiese  en  sus  manos  y 
en  sus  comisarios ,  y  estuviese  á  derecho,  así  él  como  el  duque 
de  GuBstata  y  todos  los  demás  prciensores,  para  hacer  jus- 
ticia; Y  la  segunda,  volvérseles  á  Mantua,  saqueada  y  des- 
truida por  los  alemanes,  el  Casal  y  casi  todo  el  Monferralo, 
asolado  por  las  armas  del  rey  Católico,  si  bien  con  soldados 
pagados  y  alistados  en  su  nombre  con  título  de  imperiales, 
y  sus  comisarios  de  caudillos.  Pero  esta  justificación  crern 
más  aina  nuestros  enemigos,  y  los  atentos  á  nuestras  traza?, 
está  más  tocada  de  estadista,  que  de  obligada  ó  de  impe- 
riosa, á  que  todos  se  mostraban  recelosos  y  aun  con  mieilo. 
A  la  primera  se  conspiraban,  á  sacar  el  Imperio  esta  potestad 
y  subordinación  de  la  Casa  de  Austria,  porque  ya  no  podjan 
tolerar  tan  grande  dominio,  ni  que  estuviese  el  Imperio  tantos 
años  retenido  en  ella,  y  se  habían  de  unir  tos  Electores  de 
un  ánimo  y  de  una  conformidad ,  y  negar  al  Emperador,  que 
de  dias  atrás  habia  entrado  en  pretensión  de  hacer  á  su  hijo 
Fernando  Id,  rey  de  Hungría  y  Bohemia,  rey  de  Romanos. 
Habia  introducido  en  los  Electores,  el  Emperador,  este  deseo, 
para  encaminarle  por  uso  ó  autoridad  en  tales  casos,  y  en  la 
Dieta  que  se  juntó  para  estos,  levantando  mucha  gente  do 
guerra  los  herejes,  usando  de  su  común  y  natural  artificio, 
que  es  engañar,  ó  porque  no  les  dieron  el  dinero  que  antes  les 
8olian  dar,  que  todo  se  juntó,  y  tos  mayores  príncipes,  que 
cuanto  más  soberanos,  idolatran  el  soborno,  el  presente  y  la 
lisonja.  Como  éste  no  procedió,  le  dijeron,  después  de  trata- 
das.algunas  materias  tocantes  al  Estado  y  ^  \a  Dieta,  al  Em- 
perador, cómo  estaba  insinuado  por  el  francés,  que  en  casos 
tales  no  se  descuidaría,  que  desarmase,  que  aquella  elección 
era  libre  y  lo  habia  de  ser,  y  que  por  aquel  camino  sería 
más  á  gusto  y  con  más  tranquilidad;  se  asieron  de  esta  voz 
libre  para  justilicarse  más  con  ella,  dando  lo  hecho  por  tira- 
nía, y  si  repugnase,  hacerle  la  guerra  á  Fernando;  y  no 
sacando  de  allí  otrd  cosa  que  haberle  hecho  soltar  tas  armas, 
contra  el  parecer  de  sus  consejeros  y  capitanes,  desapa- 
recieron  sin   efectuar  nada,  porque   el    rey   de   Francia  le 


quería  y  había  metido  en  sus  cabezas  vivas  pretensiones  de 
dádivas,  ejércilos  y  aliados-  Cuando  el  Imperio  Romano, 
eon  los  vicios  de  sus  príncipes  primero  y  después  con  las 
guerras  civiles  de  Galva,  Otón  y  Vitelio,  comonzó  á  declinar, 
y  Gonslanlino  trasladado  á  la  Silla  que  desde  entonces  lomó 
nombre  de  Consta ntinopla,  á  aquélla  asolaron  varias  gentes 
setentrionales,  y¿  ésta  los  sarracenos  ó  turcos;  con  que  el 
Imperio  de  Oriente  feneció  entonces,  perdidas  y  fallidas  todas 
sus  fuerzas,  y  sus  príncipes  abatidos,  ó  con  la  infidelidad 
y  herejía  ó  con  la  flaqueza  de  ánimo.  León  111,  Pontífice  de 
la  Iglesia,  se  poso  á  darle  mano,  hasta  que  Gregorio  V  lo 
pasó  á  Occidente  y  afirmó  en  Alemania  ,  instituyendo  los  seis 
electores,  Sajonia,  Brandemburg  y  Palatino  del  Rhin,  segla- 
res, y  eclesiásticos,  Tréveris,  Maguncia  y  Colonia;  y  al  rey 
de  Bohemia  para  que,  en  caso  que  en  la  elección  estuviesen 
unos  y  otros  iguales-,  la  parte  á  que  aquel  Rey  se  inclinase, 
tuviese  potestad  de  elegir  Emperador  y  saliese  por  ¿1;  con 
que  quedó  declarado  que  el  Principe  que  hubiese  de  ser  Em- 
perador había  de  ser  alemán  y  no  de  fuera  de  ella,  aunque 
una  vez  haya  estado  en  la  Casa  de  Francia.  A  así  lo  sintieron 
los  que  se  hallaron  en  la  elección  de  Carlos  V,  en  la  muerte 
de  su  abuelo.  Haiimiliano;  que  do  un  ánimo  y  un  parecer 
dijeron  todos,-  que  el  que  habia  de  ser  Emperador  babia  de 
saber  la  lengua  alemana  y  babia  de  ser  criado  en  ella,  razón 
que  impugna  á  otra  cualquiera  pretensión. 

Ofendia  mucho  á  los  herejes  Principe  tan  católico  y  tan 
cristiano  y  lan  amigo  de  la  religión;  mas  al  fin  le  daban  con 
el  nombre  de  tirano,  y  que  toda  Alemania  no  era  otra  cosa 
sino  una  misma  opresión,  para  tomar  contra  él  las  amias,  di- 
ciendo se  les  procuraba  tasar  y  poner  en  limite  el  albedrio  y 
las  acedónos  y  suprimir  el  dereeho.  Si  tes  dijeran,  querían 
poner  en  aquel  lugnn  un  hereje  enemigo  de  la  Iglesia  ú  otro 
que  les  fuera  cabeza ,  claro  está  que,  dejados  aparte  otros  cua- 
lesquier  fundamentos,  le  responderían  que  si ;  mas  como  los 
habia  de  frustrar  lodos  y  ocurrir  á  los  necesarios  y  más  fieles, 
y  salir  á  ellos  con  todas  sus  fuerzas  y  tesoros,  y  luchar  por 


234 
derribar  al  enemigo,  y  solicitar  los  interesados  apostólicos  y 
ponerse  á  su  lado,  y  aquellos  capitanes  que  están  dedicados 
para  tales  intentos,  á  extirpar  herejes  y  tremolar  el  estan- 
darte de  la  Cruz  sobre  todos  sus  enemigos;  en  contra  de  esta 
verdad,  era  el  primer  pretexto  á  que  se  encaminaba  el  rey 
de  Francia:  poner  en  litigio  la  dignidad  imperial  á  la  Casa 
de  Austria,  y  que  los  Electores  se  la  denegasen  para  el  pri- 
mogénito; y  porque  otra  vez  no  le  respondiesen  estuviese  á 
derecho  el  duque  de  Nevers,  no  deliberaron  entonces  en  quién 
seria  el  rey  de  Romanos,  aspirando  todos  á  entrar  en  el  des- 
barato y  á  eximirse  del  yugo  católico,  para  ascender  á  la 
corona  el  que  más  puñadas  diese.  No  quiso  insinuar  el  fran- 
cés por  entonces,  que  en  aquella  sazón  tan  fresca  se  lo  diesen, 
por  no  meterlos  en  discursos  y  controversias,  ni  quién  habia 
de  ser,  si  les  convenia  ó  no,  sino  solamente  que  fuese  la 
elección  libre,  y  que  por  aquí  aflojasen  con  la  pretensión  de 
Fernando,  quien  decia  que  el  duque  de  Buviera  lo  quería. 
Yo  me  atrevo  á  decir  que  todos,  y  aun  el  sueco,  á  cuyos 
pensamientos  y  empresas  aúu  no  habernos  llegado,  se  la  pro- 
metió con  tas  fortunas  de  las  primeras  victorias,  Lo  que  aquj 
da  más  qutí  maravillar  es  que  unos  principes,  señores  de  la 
mas  florida  parte  del  orbe,  de  más  ricas,  prósperas  y  abasta- 
das provincias,  de  madores  y  mejores  vasallos,  soberanos  en 
lodo,  de  clarisimos  juicios  y  dotados  de  ricas  villas  y  colo- 
nias, de  ediOcios  suntuosos,  palacios,  casas  de  recreación  y 
otras  innumerables  riquezas,  dignos  de  toda  reverencia  y 
respeto,  abandonasen  la  paz  y  la  quietud  y  las  otras  delicias, 
y  se  diesen  á  creer  á  un  sedicioso,  engañador  y  embustero,  y 
trocasen  la  felicidad  por  la  suma  de  las  desdichas  y  miserias, 
que  es  la  guerra,  y  que  creyesen  que  aquello  les  convenía; 
no  mirando  que  lodo  cuanto  se  les  vendía  y  paliaba  no  ha- 
bia de  ejercerse  en  la  China,  ni  en  FraueÍB,  ni  en  Inglaterra, 
sino  en  sus  casas  propias,  y  que  se  las  ponían  al  fuego,  y  á 
la  disolución,  á  la  luina  de  vasallos,  de  pueblos,  campos  y 
labranzas,  al  malogro  sus  fortunas,  y  al  extrago  de  las  vidus 
de  sus  hijos  y  níclof!.  ¡V  que  sin  embargo  de  cslo  haya  na- 


die  que  por  consejo  ajeno  y  por  su  particular  propio  admita 
su  perdición!  Digno  es  mucho  de  ponderación  y  aun  de 
lástima. 

El  segundo  pretexto,  y  el  más  venenoso,  dañado  y  de 
peor  intención  ,  con  capa  de  libertad,  meterles  un  ladrón  am- 
bicioso y  de  suma  codicia,  como  dicen  lo  era  el  rey  de  Sue- 
cia,  como  hombre,  en  6n,  pobre  y  de  miserable  tierra,  (¡ue 
abrasase-no  sólo  la  Bohemia,  Hungría,  Silesia,  y  Morabia,  y 
ambas  Autrias  y  otros  paises  legítimos  y  hereditarios  de 
Fernando,  y  de  sus  hermanos  y  sobrinos;  pero  las  provin- 
cias, ciudades  libres  y  anseáticas  del  Imperio  que  están  entre 
el  Danubio  y  el  Albis,  las  más  escogidas  y  populosas  del  Rhin 
y  de  toda  aquella  parle,  entre  las  mejores  la  más  admira- 
ble y  que  más  ejércitos  ha  sufrido  sobre  si ,  á  ejemplo  de  la 
entrada  y  salida  de  los  alemanes  en  Mantua;  y  aun  nos  coa~ 
tentariafDos  si  sólo  pasase  de  aqu¡.  Finalmente,  los  Electores 
y  todos  los  demás  príncipes  (también  hay  bien  que  avisar 
aquí  á  los  de  Italia,  que  es  el  tercero  teatro  de  la  guerra  des- 
pués de  los  de  ambas  Gennanias)  abrazaron  esto,  los  que  rero- 
ríremos,  y  de  un  acuerdo  eligieron  el  caudillo,  y  al  de  Suecia 
capitán,  é  bicióronselo  saber  al  rey  de  Suecia  con  embajada 
particular,  diciéndole  que  Luis  XIU,  rey  Crislianisimo  de 
Francia,  potentisimo  en  todo  el  mundo,  ofendido  de  malos 
oficios  de  los  principes  de  la  Casa  de  Austria  y  de  los  espa- 
ñoles, no  solamente  éi ,  sino  los  mejores  de  sus  antepasados, 
con  usurpaciones  do  reinos  ricos  y  extendidas  provincias, 
asi  en  Italia  como  en  el  confín  de  España,  que  no  pudíendo 
tolerar  los  de  ahora  nuevamente  recibidos,  informado  por 
historia  y  por  avisos  y  ocurrido  á  él  las  quejas  de  los  otros 
principes  de  la  Europa,  como  los  de  su  Cusa  de  Italia,  Ingla- 
terra y  ambas  Germanias  y  algunos  setentrionales  oprimidos 
y  agravados  del  sumo  dominio  y  vasallaje,  y  el  quererse  ad- 
judicar á  si  y  á  sus  sucesores,  forzosamente  y  con  violencia, 
la  soberana  y  libre  dignidad  del  Imperio  por  larga  carrera 
de  años  obtenida  en  su  Casa;  y  últimamente,  queriéndola 
proseguir  ahora  el   emperador  Fernando  en  su   primogénito 


del  mismo  nombre ,  rey  de  Hungría  y  Bohemia ,  mis  con  im- 
perio y  suprema  potestad,  ruido  y  aparato  ostentoso  de  armas 
que  con  el  ruego  y  la  caricia,  entrándose  por  aquí  ambas 
Majestades,  Cesárea  y  Católica,  á  los  títulos  impiísimos  de 
tiranos;  y  que  habiendo,  con  sumo  consejo  y  acuerdo,  dis^ 
ourrido  largamente  en  todo  del  estado  miserable  de  todos  y 
cuan  en  balanza  estaba  su  conservación,  medras,  títulos  y 
estados,  habían  resuello^  de  un  ánimo  y  una  concordia,  ligarse 
contra  estos  dos  principes  casi  todos  los  demás  de  la  Europa. 
En  la  cual,  comenzando  por  Italia,  el  primero  era  Vitorio, 
duque  de  Saboya;  bebiendo  dado  en  rehenes  de  que  no  torce- 
ría su  palabra ,  dos  plazas  en  el  cooGn  del  principado  de  Pia- 
monte,  que  alindan  con  los  Alpes,  para  invadir  el  estado  de 
Milán,  quitado  á  sus  abuelos  y  antepasados  por  el  emperador 
Carlos  V,  porque  después  de  conseguidas  algunas  facciones  y 
otros  designios  en  Alemania,  sa  hablan  de  pasar  allí  laguerca 
á  restaurar  aquello:  al  reino  de  NápoleJ,  igualmente  tiranixado 
por  el  rey  D.  Fernando  el  Católico  y  .el  xey  D.  Alonso,  su  an- 
tecesor y  tío,  de  la  Casa  de  Aragón,  pasarían  los  franceses,  j 
á'éste  seguirían  los  venecianos  en  secreto,,  sí  no  en  público, 
con  gruesas  sumas  de  dinero,  y  aun  varias  potestades  aunque 
inferiores  de  Italia,  como  el  duque  de  Parma,  que  habia  dado 
intención  de  acomodarse  á  sus  materias  y  seguirle  en  cual- 
quiera fortuna. 

A!  Papa  no  desplacía  la  Liga  ni  la  guerra;  deseando  resti- 
tuirse en  los  dos  feudos  de  los  reinos  de  Ñapóles  y  Sicilia 
para  su  hermano  ó  sobrino;  y  por  las  armas  del  rey  Cristia- 
nisifflo,  de  quien  entrañablemente  es  afecto ,  persiste,  sin  em- 
bargo, en  que  aquel  Imperio  está  tiranizado  (y  queríale  para 
el  rey  de  Francia),  y  pagarle  con  esto  los  ejércitos  y  el  di- 
nero gastado  en  esta  guerra ,  y  sublimar  en  alta  jerarquia  la 
Casa  de  Francia,  abatiendo  la  alemana  y  espaiola,  cuyo  do- 
minio en  aquella  parte  es  gravísimo  y  suiaamenle  pesado, 
porque  no  querían  ver  sus  riquezas  pasar  á  ser  despojos  de 
eapaüoles  ní  que  ellos  los  viniesen  á  mandar.  Sigúenos  (uña- 
dian  los  embajadores)- los  grísones,  ofendidos.de  las  espaldas 


237 
que  se  les  hizo  i  los  valielineses  cuando,  con  pretexto 
defender  la  religión  cristiana,  se  la  sacaron  y  procuraron 
separar  de  su  jurisdrccion;  y  por  estas  y  otras  legilimas  cau- 
sas, para  servir  al  Cristianísimo  con  la  alianza  antigua,  se  co- 
mienzan á  alistar  gruesas  escuadras  de  esguizaros,  .y  él  se 
aparecerá  luego  que  esté  sazonada  la  ocasión  en  parte  suB- 
clente,  armado  y  con  potentísimos  ejércitos,  para  dar  á  S.  U, 
la  mano,  en  Alemanja,  y  á  todos  los  demás  príhcipes:  el  ho- 
landés apretará  la  guerra  en  ios  Países-Bajos,  y  los  pondrá  al 
trence  de  acabarlos  y  haceise  seTtorda  olios  á  la  sombra  y 
socorro  de  nuestro  Rey  y  nuestros  regimientos:  el  rey  de  In- 
glaterra enviara  con  sus  armas  á  Federico,  pAlatino  del  Rhin, 
para  que  se  restituya  en  aquel  estado  y  eche  del  inferior  las 
armas  católicas,  como  del  superior  las  imperiales,  y  dé  calor 
á  la  liiga:  el  duque  deSajonia,  marqués  de  Brandemburg,' 
landgrave  de  Kesse,  para  no  dejarlos  obrar  y  elegir  libremente 
rey  de  Romanos,  cansados  también  del  dominio  de  la  Casado 
Austria,  cuando  V.  M.  pase,  con  el  Palor  que  se  espera,  el 
Albis .  los  hallará  armados  con  ejércitos  poderosos  al  lado.  Este 
es  el  diseño  y  el  dibujo  de  lo  acordado;  todos  estos  principes, 
y  más  que  todos  el  de  Francia,  hacen  su  caudillo  y  general  á 
V.  H.,  y  k  quieren  pop  cabeza  en  esta  guerra ,  informados  de 
sus  mlichas  esperanzas,  fortuna ,  valentía ,  consejo,  rara  eipe- 
riencia  y  otras  maravillosas  partes  de  espíritu  militar;  eitendcf 
puede  BU  dominio  en  aquel  Imperio  y  hacerse  señor  de  aque- 
llos potentísimos  estados,  enriquecerse,  á  si  y  á  los  sUyoa,  y 
salir  de  la  pobreza  y  miseria  de  la  Suecia,  ensalzar  su  nom^ 
bre,  hacerse  famoso,  y  que  los  godos  vuelvan  otra  vez  a)  se- 
ñorío de  España. 

Oida  del  Rey  la  embajada  y  les  instancias  que  aquellos 
principes  le  hacían,  no  dejó  de  considerar  lo  más  encendido 
y  solicitado  de  la  ambición ;  aceptó ,  y  se  dio  principio  á  los 
tratados  que,  para  eictisar  exornaciones  y  arengas,  eran  ¿SÍS'- 
lirlo  con  dinero  y  gente  para  invadir  el  Imperio,  enviando 
por  primera  y  sagacísima  preiacion  informes  á  los  Electores 
para  conmoverlos  y  arraigarse  que  sola  la  Casa  de  Francia 


238 
era  digna  de  aquella  corona;  el  destierro  ilc  los  jiríncípes 
austríacos  y  eilirpacion  de  la  Iglesia  Romana;  la  restitución 
del  Palatino,  y  al  mismo  tiempo,  capítulo  con  el  duque  de 
Baviera,  que  tenia  la  parte  superior  con  el  titulo  de  Elector, 
dado  por  el  Emperador  por  haber  asistido  á  la  deposición  del 
Palatino  en  el  reino  de  Bohemia,  de  defenderle,  no  sólo  en  el 
Palalinado  superior  y  en  las  tierras  de  su  patrimonio,  sino 
también  en  el  titulo  de  Elector,  De  esta  manera  y  con  estos 
ardides  y  desigualdad  de  tratados  pretendia  confundir  lo  po- 
litica  y  universal  sosiego  de  Alemania  y  aun  de  lo  demás,  y  la 
quietud  de  sus  principes,  para  entrar  á  la  parle  y  buscar  sus 
medras  en  sus  ruinas.  Y  fueron  tan  ciegos  con  la  codicia  y  las 
promesas  que  se  les  liicieron  de  los  estados  ajenos,  que  no 
viei-on  que  á  paso  lento  se  les  entraba  el  fuego  y  la  calami- 
dad por  las  casas  propias  para  talárselas;  y  reconviniéndole, 
como  obligación  precisa,  do  parte  del  Emperador  por  Jorge 
Federico,  príncipe  y  elector  de  Maguncia,  si  habia  hecho  liga 
con  los  herejes  contra  la  Cesárea  dignidad  ,  lo  negó,  habién- 
dola dispuesto  tres  meses  antes  y  publicadola  en  su  nombre 
por  lodos  los  príncipes  de  la  Europa,  y  Jorge  Guillermo,  mar- 
qués elector  de  Brandeniburg:  prosigue  la  capitulación  y  los 
conciertos ,  y  dice  que  ei  rey  de  Suecia  pondría  y  sustentaría 
un  ejército  de  3.000  infantes  y  1.000  caballos,  y  que  Francia 
contribuiria  con  áOO.OOO  escudos,  puestos  en  París  ó  en  Ams- 
terdan  en  dos  pagas,  á  elección  del  Rey;  que  el  fin  de  sus 
srmHs  será  la  libertad  de  Alemania,  la  restitución  de  los 
príncipes  desposeídos,  la  demolición  do  los  fuertes  hechos 
nuevamente  en  el  mar  Báltico,  en  la  Vallelina  y  grisoncs;  que 
el  comercio  seria  recíproco  entre  las  dos  coronas,  y  conclu- 
yóse entre  Mr.  de  Chamase,  embajador  do  Francia,  y  los  co- 
misarios suecos  Gustavo  Corno,  Mariscal  de  campo,  y  Banier, 
General  do  la  infantería  de  Suecia,  y  raliGcóse  jwr  cinco 
años  entre  los  dos  reyes,  al  principio  del  año  1631,  en  el 
campo  de  Berucldc,  en  el  marquesado  de  Brandemburg;  y 
para  proceder  con  desembarazo,  después  do  haber  dado  la 
mano  á  lodos  los  herL-jos,  convocándolos,  y  socorriéndolos, 


239 
ratiücó  los  asientos  antiguos  hechos  con  ios  hugonotes,  por  las 
cabezas,  por  andar  algunos  vacilando  en  la  lealtad,  y  dispú- 
solos á  todos  y  armólos  contra  la  verdadera  religión  y  sus  de- 
fensores. 

Concluido  este  tratado  y  despedido  el  embajador,  vio,  de 
vuelta,  á  los  príncipes  de  Aleraania;  dióles  cuenta  del  estado 
en  que  dejaba  el  negocio,  corrió  á  París,  refiriólo  al  Rey,  al 
confidente  y  al  Parlamento,  y,  por  cartas,  á  todos  los  domas, 
con  que  se  previnieran  aprisa  de  armas  y  de  soldados.  El  rey 
de  Francia  envió  ejército  á  la  Alsacia  con  el  duque  de  Rohan, 
apoderándose  de  las  plazas  mejores  del  confin;  el  Palatino 
■alió  de  Holanda,  y  con  genle  que  alti  te  dieron,  y  con  3.000 
soldados  que  le  agregó  el  rey  de  Inglaterra,  su  cunado,  men- 
tiroso siempre  á  la  paz  capitulada  con  España,  pasó  al  Pala- 
tinado;  y  en  el  inferior,  donde  estaba  gente  del  Hey  por  per- 
misión  del  Imperio,  y  por  su  cabo  D.  Felipe  de  Silva,  comenzó 
á  recuperarse  en  alguna.parte  de  él ,  si  bien  tibiamente ,  pero 
conservándose  mientras  bajaba  la  gente  de  Suecia.  El  holan- 
dés, reengendado  de  nuevo  en  algunas  plazas  de  la  Frisa  y 
del  ducado  de  Geldres,  se  entraba  á  toda  furia  y  con  ejérci- 
tos formidables  por  el  corazón  de  Brabante,  hasta  dejarse 
caer  en  la  provincia  de  Flandes,  enseñoreándose  de  parle  muy 
considerable  y  más  de  lo  que  él  pensó,  tomando  á  la  caro'de 
nuestra  gente  laS' mejores  plazas,  como  si  infaliblemenle  hu- 
biéramos perdido  toda  la  disciplina  militar  y  no  fuéramos 
aquellos  que  llaman  españoles  Ips  otras  gentes.  £1  mar  entre- 
gaba nuestras  Hotas,  con  que  se  había  de  hacer  el  opósito;  y 
publicando  miseria  se  armaban  y  alentaban  todos,  porque  se 
habían  dado  á  creer  y  habían  entrado  en  la  esperanza  de  que 
había  llegado  el  fin  de  nuestras  fortunas,  prosperidades  y  vic- 
torias. Y  sin  acertar  en  nada ,  mostrándose  Dios  ofendido  por 
nuestros  delitos,  se  veía  en  los  rostros  de  los  vasallos  la  mi- 
serable ruina  do  la  monarquía;  cerrábanse  las  orejas  del 
Príncipe,  y  el  Valido  inventaba  materias  de  todo  buen  juicio 
para  que  esto  no  se  oyese  n¡  se  dejase  sentir;  y  siendo  el  que 
había  de  velar  sobre  esto,  pues  se  hahia  introducido  en  todo 


240 
y  echáHoselo  acuestas,  no  parecía  enlendia  en  ello,  iJormido 
en  un  profcmdo  tetaigo.  El  Papa  callaba  á  las  voces  que  se  te 
daban  del  socorro  y  que  se  mostrase  mediador;  Juntaba  di- 
nero, y  fundiendo  artillería  y  poniéndose  á  caballo  para  sus 
filies  particulares,  daba  á  entender  el  estrago  que  no  se  es- 
peraba. 

He  referido  algunas  de  estas  cosas,  siendo  de  los  aüos  pa- 
sados, para  venir  á  ponerme  en  el  señalado  y  dejar  bien  en- 
terado al  que  leyere,  y  pasar  al  argumento.  Ct  sueco  atravesó 
el  Albis  con  los  suyos,'  y  hallando  de  la  otra  parte  á  Juan 
Tserciaes,  barón  de  Tilli,  con  ejercito  imperial,  le  dio  batalla; 
y  ofreciéndose  á  la  sazón  el  duque  de  Sujonia  con  e|  suyo,  y 
arrimándose  al  sueco,  y  arremetiendo  aj  Jilli  por  otro  lado, 
te  rompieron  y  desbarataron;  cuya  nueva  fué  do  contento  y 
alborozo  en  París,  donde*  sin  ninguna  intermisión,  voló  al 
Rey,  al  Parlamento  y  al  Rjchelicu ,  i  cuya  cabeta  se  prohija- 
ban estos  buenos  oGcios  forjados  en  detrimento  de  la  Cris- 
tiandad {por  cierto,  buen  principe  de  la  Iglesia,  más  á  mi  vec. 
para  cabeza  del  tuteranismo  que  para  otra  cosa).  Viéndose 
logrados,  pues,  sus  intentos  y  vengados  con  sus  trazas  sobre 
la  quietud  pública  y  quo  nos  habían  metido  en  nuestras  ca- 
sas el  ladrón  y  el  ejército  que  las  iba  talando,  expuesto  al 
aaeo  y  á  la  rapifia  ,  pasó  adelanté  elsueco  ocupando  y  car- 
gando hacia  el  Palatinado ;  que  era  ol  princ>p4l  pretexto  de  la 
Liga,  restituir  á  aquel  tirano  que  antes  había  tenido  por  ene- 
migo el  fraoces.  Y  marchó  á  la  Silesia  el  duque  de  Sajonia, 
haciendo  los  mismos  estragos  y  desolaciones  que  los  suecos, 
con  ánimo  de  tentar  el  reino  de  Bohemia,  que  era  la  promesa 
que  se-le  había  hecho  á  aquel  Elector  para  hacerle  rebelde^é 
investirse  h  corona  como>lo5  años  pasados  lo  hizo  el  Pala- 
tino ,  que  este  era  el  instrumento  con  que  se  hacia  caer  á  mu- 
chos, y  este  fué  el  que  hizo  precipitarse  al  duque  de  Frielan, 
CBudillo'de  las  armas  imperiales,  como  nús  dirán  los  hechos 
qiie  siguen. 

Alzáronse  muchas  ciudades  imperiales  y  juntas;  con  so- 
oorros  de  alemanés  y  franceses  acometieron  á  su's  mismas 


gentes  y  regimientos  y  los  rompieron,  procurando  cada  uno 
adquirir  y  conquistar  su  parle;  finalmente,  no  se  oía  otra 
cosa  que  robos,  incendios,  sacos,  oíaleficios,  arrasar  templos, 
profanar  aras  é  imágenes  con  la  espada  de  la  herejía  y  da  la 
impiedad ,  y  de  aqui  perdernos  las  demás  naciones  el  respeto, 
mofarse  de  nosotros,  inventándonos  oprobios,  no  oyéndose  en 
todas  los  dos  Germanias  y  Panonias  más  que  rebeliones,  es- 
tragos y  miserias,  y  esperar  en  Italia  cuándo  comenzaba  allí 
esta  calamidad.  Ya  he  dicho  que  de  esto,  en  el  libro  de  los 
luceros  de  la  monarquia  española  dejo  escrito  lo  que  supe  y 
lo  que  pude  inquirir  antes  y  en  la  entrada  que  hizo  en  Ale- 
mania Gustavo  Adolfo,  rey  de  Suecia,  á  los  principios  del 
año  1632,  sucediendo  su  muerte  al  íin  de  aquel  año;  donde 
en  esta  primera  parte,  de  tos  ocho  libros  que  pretendo  escri- 
bir, me  ha  parecido  referirla,  y  proseguir  en  esta  y  otras  ma- 
terias lo  acaecido  en  el  año  1633,  y  de  éste,  todos  los  demás 
que  se  nos  ofrecieren  y  fueren  memorables  para  la  pluma  y 
la  historia. 

Antes  de  entrarnos  en  la  batalla  y  á  referir  la  muerte  del 
Bey,  será  bien  hacer  un  breve  discurso  del  estado  que  tenía 
la  Liga. 

El  rey  de  Francia,  en  primer  lugar,  retiradas  parte  de  las 
armas  de  la  Alsacia,  si  bien'no  dejaba  las  plazas  que  ocupa- 
ron antes  los  suyos,  se  procuraba  encubrir  y  simular  con 
nuevas  formas  y  tratados  en  lc>  comenzado,  pareciéndole  que 
harto  .ruido  nos  habia  metido  en  casa;  y  como  quiera  que  él 
no  pudiese,  lo  tomase  otro,  como  no  lo  tuviesen  los  de  la 
Austria,  no  dejándonos  de  poner  en  sospecha  algunas  gentes 
que,  á  la  deshilada,  dejaban  el  Deltinado  y  el  Borbonois  para 
Italia,  sin  embargó  de  que,  en  las  ocifi'rencias  públicas,  decia 
no  quena  nada  con  el  rey  de  España,  por  tirar  primero  al 
Imperio  y  supeditar  aquel  Príncipe,  y  luego  declararse  contra 
el  Católico.  El  Papa,  sordo  á  las  voces  y  á  los  desafueros  co- 
mentados, invocaba  también  sus  designios  hasta  su  tiempo, 
diciendo  no  poJia  apretar  al  francés  porque  aquel  reino  no 
le  perdiese  ó  fallase  á  ¡a  obediencia.  El  duque  de  Saboya ,  por 


el  consiguiente,  se  pondría  á  caballo,  si  le  tocasen  al  arma 
para  salir,  si  bien  poco  pronto,  á  alguna  guerra;  pero  obe- 
diente por  el  casamiento  contraido  y  por  no  poder  más,  su- 
bordinado á  la  potestad  francesa,  entregado  en  resguardo  de 
la  constancia  las  plazas  referidas,  y  quién  afiade  que  á  Pina- 
rolo,  y  lo  mismo  hiciera  acá,  y  aun  entregara  otras  tantas  pla- 
zas si  se  las  pidieran,  y  si.  como  aquél  nuestro  Príncipe,  es- 
tuviera revestido  de  tirano  y  ambicioso  y  estuviera  tan  atento 
á  nosotros  como  á  los  franceses,  teniéndose  de  todos  lección 
antigua  y  mañosa  de  Carlos,  su  padre.  Los  venecianos,  si  no 
tan  culpados,  también  esperaban  á  que  se  les  diese  lugar  para 
mostrarse.  El  duque  de  Parma,  mozo  y  de  ninguna  experien- 
cia, malcontento  y  peor  aconsejado,  seguía  los  pasos  de  la 
sedición,  olvidado  del  feudo  de  Milán  y  lo  que  debe  su  casa 
áEspaña.  El  rey  de  Inglaterra  perseveraba  en  los  socorros  de 
su  cuñado  cuanto  le  parecia  que  el  sueco  le  restituiría.  Y  los 
holandeses  el  curso  de  obviar,  y  se  acababan  de  enscñorear 
de  Maestrich,  de  adonde  á  la  hora  se  partía  Oppenhein  con 
casi  li.OOO  alemanes  y  dragones,  para  hallarse  en  la  batalla 
que  se  esperaba  contra  el  sueco,  no  habiendo  podido  obrar 
allí  cosa  considerable  en  defensa  de  la  plaza  y  en  daño  de 
holandeses.  El  duque  de  Sajunía  y  marqués  de  Brandemburg, 
resfriados,  en  parte,  en  lo  comenzado,  porque  parecia  hacerse 
contra  si,  y  que  el  sueco  pasaba  muy  adelante  en  lo  comen- 
zado y  mejor,  avisados  del  Emperador,  defendían  sus  casas 
con  osadía  y  confianza.  El  Palatino  asistía  á  lo  que  podían 
alcanzar  sus  fuerzas,  fiado  en  los  forasteros;  á  aquel  rey  de 
Suecia,  que  iba  rompiendo  dificultades,  acababa  de  pasar  el 
Danubio  y  el  Rhin,  no  reparanito  que  cuanto  tomaba  lo  tenía 
para  sí,  y  aun  más  adelante.  El  duque  de  Oaviera  ,  Haiimi- 
líano,  habia  dejado  camino  tan  dañoso  y  perjudicial  para  él 
y  para  su  casa  y  los  suyos,  y  reconciliado  con  el  César  y 
vuelto  las  armas  en  su  favor  para  que  le  am|)ar3se,  cuando 
ya  el  rey  de  Francia  casi  estaba  arrepentido  del  capitán, 
que  era  demasiado  hombre  para  vecino,  y  que  quería  para  sí 
el  Imperio  y  no  para  ayudárselo  á  lomar,  cuando  el  mismo 


rey  de  Succia,  en  medio  del  camino  de  sus  empresas,  por 
esla  causa  parece  veia  aQojar  á  los  franceses  en  la  prosecución 
de  los  tratados.  Masé!,  colmado  de  victorias  y  fortunas  de 
muchos  sacos  y  riquezas,  auntjue  algo  quebrantado  con  las 
continuas  fatigas  de  la  guerra  y  cuidados,  esperaba  ponerse 
la  corona  ya  con  pocos  ó  ningunos  celos  del  francés,  como 
dije,  y  para  esto  encaminaba  su  ejército  y  tropas  á  buscar  los 
imperiales;  cuyo  ejército  también  estaba  acampado  en  el  dis- 
trito de  Lutzen,  cerca  ríe  Leipsick,  en  la  campaña  entre  el 
ducado  de  Sajonia  y  reino  de  Bohemia,  debajo  de  la  conducta 
de  Alberto  Walstein,  duque  de  Frislan,  sobre  que  de  caba- 
llero y  varón  particular  habla  arribado  á  aquel  cargo  con  tí- 
tulos honoríGcos  y  de  grande  autoridad  en  Alemania ,  habién- 
dole hecho  el  César,  señor,  soberano  y  potentado,  y  encar— 
gádole  las  armas,  y  sucedido  en  ellas  por  la  muerte  del  barón 
de  Tilli,  habiendo  fallecido  de  sus  achaques;  caballero  muy 
esforzado  y  de  más  fidelidad  y  valentía  quo  el  que  ocupó  su 
lugar. 

Encaminóse  el  Rey  á  buscar  á  Frislan  para  concluir  y 
acabar  aquella  guerra  y  hacerse  señor  de  Alemania  ;  y  acam- 
pado, como  (lije,  en  los  lugares  referidos,  con  la  llegada  del 
conde  Oppenhein  se  puso  en  orden  de  pelea,  con  su  foso  de- 
lante, y  plantado  en  buenos  puestos  su  arlilieria;  embistióles  el 
Rey,  unidos  y  ordenados  sus  escuadrones  en  número  de  W.OOO 
soldados,  no  igualándolo  en  el  número  el  imperial ,  pero  sí  en 
el  valor.  Reconociendo  el  Oppenhein  que  el  sueco  venia  en  el 
cuerno  siniestro  de  su  vanguardia,  deseanito  desempeñarse  de 
las  dilaciones  y  desembarazos  de  las  foriilicacioncs  de  Maes- 
trich,  donde  ¿1  y  su  gente  hablan  perdido  lanío  tiempo  sin  po- 
der hacer  nada,  arremetió  con  los  regimientos  de  caballería 
y  sus  dragones;  y  diciendo  >  ¡al  del  gofran/»  que  era  el  Rey, 
fué  herido  de  un  falconote.  no  sin  grave  tristeza  y  senti- 
miento de  todo  el  campo  imperial.  Prosiguió  el  enemigo  con 
notable  ardor  en  el  tesón  de  la  batalla,  y  echó  mucha  de  su 
mosquetería  dentro  del  loso  que  estaba  á  la  frente  de  nuestro 
campo  y  quo  guardaba  el  regimiento  dul  coronel  Picolomini, 


244 
qae,  con  valor  y  denuedo,  arrojó  de  allí  muchas  veces;  y  á 
socorrerle,  pudiera  aer  que  por  aquella  parte  diera  su  ardi- 
miento algún  principio  de  victoria.  Pasó  adelante,  deshizo  y 
desbarató  un  regimiento  "del  enemigo,  sin  quedar  hombre  en 
pié;  no  ayudaron  los  caballos  del  Oppenhein,  con  sentimiento 
V  pérdida  de  tan  maravilloso  capitán ,  con  que  nuestros  efec- 
tos arrimaban  poco,  al  tiempo  que  se  sintió  discurrir  por  el 
campo  enemigo  un  rumor  encogido  y  medroso  de  que  era 
muerto  el  Rey,  con  que  se  comenzó  á  retirar,  faforecido  y 
amparado  de  una  niebla  espesísima  que  en  breve  tiempo  le 
despareció;  con  que,  por  auiilio  particular  del  cielo,  ni  ellos 
acabaron  da  ser  vencedores,  ni  lOs  alemanes  de  quedar 
vencidos. 

Deseaba  el  Frislan ,  no  acabado  de  saberse  el  caso,  de  en*- 
terarse  de  aquella  novedad ,  para  lo  cual  hizo  adelantar  algu- 
nos de  sus  coroneles,  de  donde  vino  á  certificarse  que  el  rey 
de  Suecia  era  muerto  de  un  mosquetazo  en  un  brazo  y  de  dos 
golpes  de  pistola  en  el  cuerpo,  y  que  había  quedado  tendido 
en  el  campo,  reconociéndole  así  Inocencio  Buce,  camarada 
del  Picolomini;  volvieron  parte  de  las  gentes  enemigas  á  re- 
tirar el  Etey  muerto,  dejándose  en  el  campo  pasados  de  6.000 
hombres  entre  muertos  y  heridos,  y  del  Emperador  3.000, 
Mataron  el  caballo  á  D.  Francisco  de  Mediéis,  hermano  del 
Gran  Duque  de  Toscana,  que.  con  otro  hermano  suyo,  bahía 
venido  á  ejercitarse  en  esta  guerra  y  á  servir  al  César.  Al  co- 
ronel Picolomini  le  dieron  diez  mosquetazos,  •chinche  en  le 
arme  y  chincue  en  la  bitasua',  como  lo  escribía  á  Milán  al 
duque  de  Feria  haciéndole  relación  de  este  suceso;  matáronle 
cuatro  caballos  debajo  de  las  piernas,  sí  bien  atacó  aquel  día 
nueve  veces  al  enemigo:  fué  esto  de  gran  pesar  y  congoja 
para  toda  la  Liga  y  para  todo  el  concurso  de  los  herejes.  Los 
Electores  temblaron  del  potentísimo  brazo  de  Dios;  suspendié- 
ronse en  Holanda  y  en  Inglaterra  y  los  malafectos  de  Italia  en- 
mudecieron, porque  sus  trazas  las  precipitaba  aquel  mismo 
poder. 

El  rey  de  Francia,  el  Ríchelieu  y  el  Parlamento  se  cubríe- 


946 

ron  de  mortal  melancolía  por  el  buen  Buoem  quelialTa  con- 
seguido el  César,  por  la  alegría  de  Bspaña,  y  porque  en  algu- 
nos años  no  habla  lenido  nueva  más  bien  aforlunada  para  toda 
Ib  cristiandad,  y  aun  para  lodo  lo  que  abrazan  de  poder,  ma- 
jestad y  amigos  las  dos  coronas.  Pero  el  francés,  cuanto  quiera 
que  este  golpe  fué  mortal  para  sus  designios  y  ambición  ,  no 
■flojo  un  punto  en  persistir  li  la  sedición  y  á  la  ruina  de  todo; 
diciendo  á  los  Electores  y  á  los  cabos  de  más  reputación  que 
habian  quedado  en  el  ejército,  que  si  bien  se  habia  perdido  el 
capitán  ,  que  no  se  habia  perdido  la  victoria,  ni  la  batalla  ,  ni 
menos  la  reputación,  ni  el  nombre  de  valerosos  y  temidos: 
que  se  hiciesen  todos  cabezas ,  levantasen  nuevas  gentes,  y  se 
dividiesen  en  varios  ejércitos  y  prosiguiesen ;  que  no  había 
quedado  desamparada  de  consejeros  ni  caudillos  la  milicia, 
donde  podía  el  canciller  Ogisteran  ministrar  con  su  pruden- 
cia y  saber  las  artes  y  los  progresos  de  la  guerra,  no  embar- 
gante que  no  los  ignoraba  el  gran  Gustavo  de  Horne,  regir  coa 
denuedo  y  valentía  los  regimientos  y  escuadrones,  y  dar  parta 
del  ejército  al  muy  esforzado  en  armas  duque  Bernardo  de 
Weimar,  y  parte  al  landgrave  Ludovico,  otro  terror,  todos 
tres  de  Alemania  :  que  el  Emperador,  sin  embargo  de  lo  sa- 
cedido,  se  bailaba  quebrantado  y  confuso  con  tantos  adver- 
tarioa,  fallo  de  dineros  y  socorros,  y  que  de  España  no  »e  los 
podían  dar,  respecto  del  miserable  estado  que  corría  lo  de 
Plandea  y  sus  países,  quiebra  de  consignaciones  por  los  efec- 
tos ialidos  sin  sustancia  que  para  su  conservación  venían;  y  que 
¿1  acudiría  con  todas  sus  fuerzas  á  todo,  y  dado  que  no  pre- 
valeciesen en  la  Liga, que  él  se  baria  cabeza,  se  pondría  en 
campaña  ó  enviaría  muchos  de  sus  famosos  capitanes  por  todo 
el  conGn  de  sus  estados,  que  les  diesen  la  mano,  vigor  y 
aliento  para  acabarlo  de  eoseñoroar  todo;  que  no  era  bien 
desmayar  por  la  pérdida  de  un  hombre  solo,  cuando  había 
tantos  que  podían  conseguir  aquel  nombre  y  aquella  gloría  y 
■erle  semejantes  en  proezas. 

Sin  embargo  de  este  esfuerzo  y  aliento,  fué  grande  el  pa- 
vor y  el  quebranto  que  cayó  sobre  todos,  y  mucha  la  confusioo 


246 

en  que  entraron.  Quedó  el  canciller  Ogistcran  con  las  reli- 
quias del  ejército,  se  hizo  cabo  y  caudillo,  reforzaba  y  acudía 
á  todas  parles  con  el  manejo  de  Gustavo  de  Horne  y  otros 
capitanes,  procurando  conservar  lo  ganado  y  adquirido  y  pa- 
sar adelante;  y  sucedióle  bien  por  la  miserable  calamidad  de 
la  herejía  de  que  estaban  tocadas,  y  aun  unidas,  ambas  Ger- 
manias  y  todas  las  tierras  selentrionales,  porque  todas,  para 
expedir  la  religión  cristiana,  se  pretendían  á  abrigar  á  este  ejér- 
cito y  efectuar  la  total  expulsión  de  todos.  Porque,  demás  de 
las  causas  referidas,  y  de  este  gravísimo  accidente  introducido 
en  Alemania,  la  mayor  de  todas  y  la  que  sobrepujaba  á  las 
otras,  será  la  de  su  falsa  religión*,  que  ya  lodos  peleaban  por 
ella  y  por  consumir  y  acabar  la  nuestra,  pero  no  hay  duda 
que,  con  la  muerte  del  Rey,  se  perdió  gran  parle  ó  todo  el 
intento  que  se  había  comenzado.  Puso  el  hombro  Ogisteran, 
como  al  de  las  armas,  al  amparo  de  la  reina  Cristina  ,  insigne 
reina  viuda,  y  quedó  por  tutor  de  la  princesa,  su  hija,  que 
no  dejó  varón;  pero  por  más  que  el  rey  do  Francia  procuró 
(luir  el  aliento  en  los  confederados  y  protestantes  alemanes, 
el  duque  de  Sajonia  ,  gran  caudillo  en  esta  parte,  rindió  al 
dolor  miserable  de  la  pérdida  del  Rey,  á  los  trabajos  y  fatigad 
de  la  guerra  y  al  estado  calamitoso  en  que  se  había  enla- 
zado al  que  de  tales  consejos  y  sucesos  se  esperaba;  so  rindió 
á  la  muerte,  y  siguió  el  ejemplo  de  Federico .  palatino  del  Rhin, 
dejando  catorce  hijos.  Tales  unes  tuvo  la  sublevación  de 
Bohemia  y  su  peregrinación,  En  esto  se  echará  de  ver  cómo 
la  misericordíosisima  omnipotencia  del  Altísimo  no  se  olvida 
de  sa  Iglesia  ni  de  los  suyos,  defendiéndola  con  su  fortisimo 
brazo,  hollando  y  acosando  á  sus  enemigos  y  arrojándolos  al 
profundo  del  abismo,  cuando  los  que  tenían  obligación  de  ha- 
cerlo y  estaban  en  su  lugar  no  lo  hicieron.  Esta  residencia  se 
pedirá  en  el  día  postrero,  y  aun  en  los  antecedentes,  rigurosa 
y  tremendamente,  y  se  fulminará  el  castigo  justo  sobre  los 
agresores,  como  hoy  so  fulmina  sobre  estas  tres  cabezas.  Es 
muy  de  ponderar  qué  aprisa,  una  tras  otra,  las  quebrantó, 
como  hijas  legitimas  de  aquella  hidra  que  vio  Sao  Juan.  Sin 


M7 

enibafgóTi  eoñ  cuan  poco  escsrmieiito  proceden  los  herejes  y 
tuimilluarios  I 

Acudieron  á  las  armas  los  primogénilos  de  estos  dos  prin- 
cipes, y  Gustenlaban  ta  sedición  y  la  guerra;  y  aun  el  rey  de 
Francia,  por  estos  días,  casi  estuvo  en  los  umbrales  de  la 
muerte,  trabajado  de  rigurosísimos  achaques,  que  le  obligaron 
á  decir  un  dia  al  Rtchelieu,  su  Privado,  apretándole  en  la 
prosecución  de  lo  comenzado  y  en  las  inteligencias  de  la 
Liga:  — Dejadme  vivir.  Petición  justa  si  la  reconociera  el  de- 
monio del  exalto;  que  dun  hasta  esto  quieren  contrastar, 
siendo  lo  que  más  les  conviene,  por  no  apearse  y  desistir  del 
mando  que  tanto  pretenden  fundar  sobre  los  hombros  del 
Principe. 

Muchos  hablaban  variamente  sobre  el  Gn  del  sueco;  cuál  le 
daba  honor  y  le  aplaudia,  diciendo  no  había  entrado  mayor 
capitán  en  Alemania,  ni  que  más  aprisa  se  hubiese  abierto 
camino,  y  rompiese  las  dificultades  y  los  ejércitos,  y  ocupase 
las  plazas,  y  se  hubiese  hecho  arbitro  del  Imperio  y  caudillo 
de  tan  grandes  principes.  A  la  verdad,  ya  que  á  los  princi- 
pios procedió  como  soldado,  después  se  babia  de  portar 
como  capitán,  y  llevar  su  dictamen  hasta  lo  último,  y  morir 
después  de  largos  años  en  la  posesión  de  los  triunfos,  y  de- 
jarlos á  sus  hijos  y  nietos.  De  esta  manera  alcanzaron  gloria 
loe  que  consiguieron  el  fin  y  le  colocaron  en  su  casa.  Vencer 
las  primeras  dificultades  y  morir  en  ellas,  no  es  aspirar  á  la 
fama  ni  arribar  al  trono.  En  las  historias  verdaderas  y  en  las 
fabulosas  no  se  da  el  nombre  de  grande  á  los  que  acometie- 
ron, sino  á  los  que  acabaron;  sin  embargo,  es  dísono  de  loa 
por  el  intento  y  ardor  con  que  le  emprendió,  si  bien  cuando 
yo  oi  decir  cuánto  se  arriesgaba  en  las  acometidas,  le  di  por 
muerto,  y  que  no  permanecería  en  las  empresas.  Decía,  que 
entre  los  capitanes  que  reconoció  de  prudencia  y  corazón  en 
Alemania ,  que  ninguno  le  daba  cuidado  sino  el  Oppenhein ;  y 
al  6n,  si  él  murió  en  los  primeros  reencuentros,  de  esos  mis- 
mos murió  el  Rey.  Eligieron  los  polacos  á  Ladislao  por  Rey 
en  aquel  reino,  principe  por  religión  y  parentesco  afecto  á  la 


¡■Moe  Adstrla ;  y  con  la  nueva  del  tirano  que  lo  había  sido 
antes  en  el  reino  de  Suecia,  se  preparaba  con  armas  y  conse- 
jos pura  recuperarse  en  él;  que  asi  castiga  Dios  la  infidelidad 
y  castigará  á  los  que  no  fueren  fieles.  Pero  el  francés,  por 
todo  Id  referido,  y  porque  los  suecos,  con  hechos  más  peli- 
grosos ejercidos  en  la  patria,  no  desistiesen  de  lo  comentado 
y  abandonasen  lo  de  Alemania,  procuraba  con  artes  malicio- 
sos que  remitiese  en  parte  los  intentos  el  polaco,  y  que  se 
acomodase  á  algunos  razonables  partidos,  por  entonces,  con 
el  Canciller  y  con  la  Reina.  Este  estado  tenian  las  cosas  de 
Alemania,  procediendo  al  paso  de  las  virtudes  y  cuidado  del 
C¿6ar,  que  son  las  que  han  de  obrar  en  los  gobiernos  pru- 
denciales. 

En  Flandes,  después  de  la  pérdida  de  Haestricb,  vigilante 
siempre  el  enemigo,  por  pagar  al  francés  los  auxilios  y  so- 
corros, puso  los  ojos  en  acabar  de  enseñorearse  de  lo  que 
babia  quedado  de  allá  del  Rhin ,  como  de  Geldres,  Rimborg  y 
Julieres.  Para  esto,  viendo  estaba  el  tiempo  muy  adelante  y 
en  el  corazón  de  un  invierno  frió  y  riguroso,  no  quiso  más  de 
tentar  á  Orsoy  y  llevársela,  dejando  lo  del  Rimberg  y  las 
otras  plazas  para  el  verano  siguiente.  Los  paises  católicos  do 
vivían  sin  grande  cuidado  y  sobresalto  de  las  fortunas  del 
enemigo,  y  de  que  poco  á  poco  les  babia  de  ir  consumiendo, 
y  se  hablan  de  ver  sus  casas,  haciendas  é  hijos,  sin  perdo- 
nar á  las  mujeres,  en  los  mismos  infortunios,  conflictos  y 
daños  que  los  otros  que  ya  estaban  debajo  de  su  dominio. 
Disputaban  y  debatían  los  magistrados  sobre  esto,  que  ya  se 
habían  juntado  en  forma  de  Estados  generales,  habiéndolo 
pedido  á  la  señora  infanta  Doña  Isabel,  que  concedió  á  rue- 
gos y  súplicas  por  no  poder  más,  sí  bien  el  rey  Católico  re- 
plicó, y  quisiera  no  se  les  hubiera  concedido  esta  licencia. 
Pero  para  tratar  más  latamente  esta  materia,  nos  dará  la  oca~ 
sion  el  libro  segundo  de  los  cuatro  que  ingeriremos  en  esle 
tomo.  Finalmente,  decían  las  personas  que  se  hallaban  en 
ellos,  en  el  manifiesto  peligro  en  que  estaban,  no  sólo  de  los 
holandeses,  sino  también  del  rey  de  Francia,  que  tan  con- 


junto  confinaba  ya  con  ellos  por  e)  país  de  Límbarg,  y  irna 
por  Jas  sospechas  que  cada  momento  se  tenían  de  qne  que- 
ría tentar  el  Cambresi  y  hacer  por  alli  sus  entradas,  no  olvi- 
dándose del  Artois,  provincia  de  Flandes  y  ducado  de  Luxem- 
burg,  ora  fuese  con  efecto  ó  por  diversión,  para  que  obrasen 
con  más  potencia  los  confederados.  La  Infama,  atendiendo  á 
lo  que  podia,  alentaba  á  los  vasallos  y  los  animaba  á  la  espe- 
ranza y  á  la  fe.  Ellos  veian  tan  fallidos  los  ejérciios,  guarni- 
ciones y  presidios,  y  los  ánimos  de  España  tan  postrados  en 
el  opósito ,  según  se  descuidaban  de  ellos  ,  que  los  soldados  los 
desamparaban,  viendo  que  no  fiólo  no  los  pagaban,  mas  los 
reformaban  los  sueldos  con  inviolables  órdenes  y  decretos,  y 
los  establecían  en  forma  de  ley,  como  si  fueran  miserables 
criados  de  la  Casa  Real  en  Madrid ,  con  que  se  venian  á  la 
corte  blasfemando  de  la  milicia  y  sus  ministros,  huyendo  y 
dejando  los  puestos  y  las  b^deras:  para  lo  cual  se  trató  de 
enviar  personas  á  propósito  á  Holanda  para  introducir  una 
tregua  larga  y  por  espacio  de  cuarenta  años.  Propúsose,  y 
juntáronse  en  asamblea,  Gueldres  en  primer  lugar,  como  du- 
cado, aquella  parte  digo  que  está  tiranizada,  porque  la  villa 
capital  está  debajo  de  la  obediencia  católica;  Holanda  y  Ze- 
landa ,  como  condados;  y  Utrechet,  Frisa,  Obiriset  y  Gro- 
ninghen,  como  señónos  simples.  Oida  la  proposición,  discur- 
rieron nunca  sus  arma3  habían  llegado  á  la  altura  de  reputa- 
ción que  en  aquella  era,  ni  á  tan  baja  éjnferior  las  de  EspaSa 
como  entonces;  y  lo  peor  de  todo,  ó  más  saludable  para 
ellos,  cuan  airas  estaba  la  esperanza  para  mejorarse.  «Las 
armas,  drjo  el  más  atento  y  experimentadlo  en  muchos  y  gra- 
ves negocios  y  en  la  materia  de  la  guerra  más  apto,  están  con 
mayor  coraje  que  nunca  en  toda  la  BUropa,  fulminando  contra 
los  españoles  y  contra  toda  la  Casa  de  Austria:  á  nosotros, 
además  de  nuestro  gran  consejo,  atención  y  disciplina  militar, 
admirada  en  todo  el  mundo,  gobierno  prudentisimo  de  ejér- 
citos, pagado  levas  y  bastimentos,  en  que  consiste  la  vida  y 
ampliGcacion  de  numerosas  provincias,  después  de  nuestra 
grao  fortuna,  siguen  las  potencias  de  los  ifiayores  principes; 


250 
DOS  asiülen  con  la  gente  y  con  el  dinero,  para  acabar  de  en- 
señorearnos de  todas  las  diez  y  siete  provincias  y  aun  adelan- 
tarnos á  más.  Hemos  ganado  en  menos  de  síele  años,  después 
de  la  reputación,  muchas  plazas  y  puestos  considerables,  como 
Linguen ,  Oldenseel ,  Grol ,  Bolduc ,  Besel ,  Rosmunda ,  Maes- 
trich,  el  país  de  Limijurgo ,  Osoy ,  Rimberg  y  otras  fuertes  pla- 
zas, y  con  aliento  para  ganar  las  demás.  Nuestras  armadas  so- 
juzgan lodo  el  mar  Océano,  y  en  su  rumbo  sólo  son  temidos 
nuestros  bajeles;  surcamos  toda  la  Habana  y  costa  de  Tierra 
Firme,  tomamos  las  (Iotas  españolas,  y  la  piala  que  desem- 
barca en  Sevilla  es  nuestra,  porque  pasa  á  nuestras  provin- 
cias, con  que  la  guerra  se  ha  hecho  más  aína  trato  y  conve- 
niencia que  odio  ni  venganza,  ó  ya  sea  rebeldia,  y  sus  fatigas, 
tráfagos  y  riquezas  son  nuestras,  y  no  lográndolas  ellos,  las 
gozamos  nosotros  y  nuestros  vecinos.  En  el  remate  de  Cuba 
y  la  Española ,  hacia  el  Mediodía,  nos  temen ;  les  asaltamos  sus 
pueblos  y  fortalezas,  y  las  fundamos  en  las  Islas  Menores,  que 
sirven  de  miedo  y  coyundas;  y  les  sacamos  de  las  manos 
las  naos  de  Honduras;  sojuzgamos  el  Brasil  y  sus  drogas,  el 
palo  y  los  azúcares,  y  con  tener  ya  alirmado  el  pié  en  Fer- 
nambuco,  y  al  trance  otra  vez  la  bahía  de  Todos  Santos,  y  á 
pique  de  ocuparla,  como  en  los  años  pasados  hicimos  de  la 
ciudad  del  Salvador.  En  las  Indias  nos  temen,  y  pasamos  el 
Estrecho  de  Magallanes;  tenemos  tierras  y  puertos  en  Chile,  y 
nos  admiten  al  trato  y  á  la  amistad  tos  chilenos  y  otras  gentes 
belicosas  de  aquel  Estrecho;  ponemos  en  terror  toda  la  mar 
del  Sur,  y  nos  huyen  sus  bajeles.  Y  si  toda  la  plata,  oro  y 
mercadurías  las  pasamos  á  nuestros  puortos,  ¿quién  dice  que 
no  es  nuestra  la  armería,  ahorrándonos  el  sueldo  y  proviüio- 
nes  de  vireyes  y  gobernadores,  y  la  fatiga  de  elegirlos  y  con- 
sultarlos? Robémosles  las  flotas  que  van  á  Filipinas,  y  pasa- 
mos á  aquellas  islas,  mal  seguras  de  nuestra  artillería  y  solda- 
dos; entramos  en  la  India,  los  del  Japón  nos  admiten  á  contratar 
con  ellos ,  y  los  chinos  no  nos  desprecian  ;  en  las  Malucas  car- 
gamos del  davo  y  la  pimienta;  corremos  con  libertad  las  dos 
Javos;  rindennos  las  delicias    de  la  naturaleza  Sumatra  y 


SSi 

Trapobana,  y  todaa  aquellas  islas;  sus  principes,  vasallos  y  sus 
jefes  ge  unen  con  nosotros  contra  los  portugueses  que  domi- 
nan aquellas  remotas  partes,  aprenden  la  milicia  y  artilieria 
de  nuestra  escuela,  y  los  hemos  hecho  guerreadores  y  solda- 
dos; quieren  nuestra  amistad  y  la  desean,  con  que  casi  hemos 
fundado  tantas  fortalezas  y  factorías  como  ellos  en  todo  aquel 
Oriente;  acometemos  sus  plazas,  y  se  las  asaltamos,  y  los 
echamos  de  ellas,  y  los  mismos  principes  vienen  en  nuestra 
ayuda  con  multitud,  aunque  bárbara,  de  gentes,  armadas  de 
canoas  y  corcoss,  á  hallarse  con  nosotros  en  las  batallas  y  & 
decir  sus  dependencias  unos  con  otros.  En  todo  el  orbe  hay 
quien  codicie  nuestra  amistad:  allí  tenemos  compañías  y  hom- 
bres de  negocios,  en  que  interesan  tos  Estados  grandes  y  grue- 
sas sumas  de  dinero;  es  nuestra  su  especería,  oro,  sedas,  dia- 
mantes, ámbar  y  porcelanas;  pasamos  at  reino  de.Siam  y  de 
^gu,  y,  corriendo  el  Golfo,  damos  vista  á  Bengala  y  Aljanfes, 
cargamos  el  marfil  y  trabamos  la  África  en  sus  más  ricos  pue- 
blos; de  allí  pasamos  á  Ceílan,  quitamos  la  canela  á  los  por- 
tugueses, y  doblando  el  cabo  de  Comorín ,  nos  temen  Malaca 
y  Goa,  corte  en  aquel  Oriente  de  esta  nación ;  pasamos  el  De- 
can  y  la  Camboya,  el  Indo,  puesto  á  la  boca  del  seno  Pér- 
sico, y  en  su  conCn  y  remate,  si  le  queremos  navegar,  el 
Ufrates;  la  isla  de  Ormuz,  que  ingleses  y  nosotros  restituimos 
al  persa,  sacándola  del  señorío  portugués;  de  eslas  remotísi- 
mas partes  navegamos  al  reino  de  Aden,  fundado  en  la  entrada 
del  seno  Arábigo ,  y  dejando  la  Asia  y  el  mar  de  la  India ,  no 
tenemos  pequeQa  parte  de  bienes  adquiridos  y  conquistados 
en  la  África  y  en  las  provincias  de  Uelinde,  Uombaca,  Quiloa, 
Mozambique  y  Zofala,  entre  las  cuales  está  la  riquísima  mina 
de  oro,  de  que  no  nos  toca  pequeña  parte;  y  doblando  el  Cabo 
de  Buena -Esperanza  y  pasando  muchas  veces  la  Equinoccial, 
corremos  sin  dificultad  las  tierras  de  los  negros,  tocamos  las 
Canarias ,  damos  vista  á  España,  y  por  ei  canal  de  Inglaterra 
entran  nuestras  Qotas  y  armadas  con  todas  las  riquezas  y  de- 
licias de  ambas  Indias  en  Amsterdan;  y  lo  que  fué  antes 
asombro  y  admiraron   todas  las  gentes,  haber  la  nao  Victoria, 


por  el  vizcaico  Sebastian  de  Elcano ,  deapaes  de  la  muerte 
de  Magallanes,  dado  una  vuelta  al  mundo,  es  ya  uso  muy  or- 
dinario y  común  en  nuestros  pilotos  y  maríneros  ¿Quien  in- 
tentó,calando  el  Conté  y  el  mar  Báltico,  la  navegación  de  la 
Nueva-Zembla  en  nuestro  polo,  y  que  consiguiera  á  no  haberlo 
impedido  el  hielo  impenetrable  de  aquellos  climas,  para  bajar 
con  más  brevedad  y  con  menos  contrastes  y  diñcultades  á  la 
India?  ¿Quién  dio  en  tablas  y  planisreríos  demarcado  á  los 
políticos,  geógrafos  y  marciales,  el  nuevo  Estrecho  de  Maire, 
más  abajo  del  que  descubrió  Magallanes,  más  extendido  y  más 
navegable,  sino  nuestra  nación,  nuestras  artes  y  estudios,  y 
tas  clases,  donde  por  hombres  doctos  se  leen,  con  las  milita- 
res de  tierra  y  fortificación?  En  todo  el  Levante  hay  prínci- 
pes que  nos  aman,  ayudan  nuestras  materias  y  pretextos,  y 
fomentan  nuestras  armas;  en  Italia  hay  algunos  y  en  Alema- 
nia parte  de  ellos,  y  en  el  Setentrion  todos.  Pues  si  todo  el 
mundo  está  de  nuestra  parte  y  nuestros  enemigos  van  tan  de 
caida,  ¿para  cuándo  dejamos  la  conclusión  de  nuestros  pen- 
samientos? Las  costas  de  España  no  tienen  un  navio  ni  las 
Burea  una  galera;  sus  fuertes,  puertos  y  plazas  están  sin  pre- 
iidios;  sus  capitanes  de  mayor  reputación  y  los  que  boy  nos 
tuvieron  á  raya,  murieron;  los  que  boy  tienen  son  pocos,  y 
esos,  arrinconados  con  el  desden  y  falta  del  premio,  muriendo 
á  manos  del  agravio  y  la  iniquidad ;  sin  honra  la  guerra,  dea- 
preciada  la  milicia,  malas  pagas,  y  esas  cercenadas,  y  el  nom- 
bre  español  entregado  y  confundido.  Cuando  les  fuimos  infe- 
riores, nos  propusieron  la  tregua  y  no  la  admitimos  sino  una 
vez  sola,  y  esta  por  tiempo  limitado;  hoy  que  les  somos  supe- 
riores, más  ayudados,  más  socorridos ,  más  diestros  y  diligen* 
tes  en  el  guerrear,  mayores  en  fortuna  y  en  fama,  ¿por  qué 
abandonamos  la  ocasión,  y  para  cuándo  dejamos  de  concluir 
un  negocio  tan  premeditado  y  de  sumo  deseo  de  nuestras  pro- 
vincias y  compatriotas?  Si  los  podemos  vencer,  sujetar  y  echar 
de  nosotros,  prosigamos  la  guerra  y  despídase  el  tratar  de 
ooncordia.» 

•La  muerte  de  Gustavo  Adolfo,  rey  de  Suecia ,  la  Liga  ni  el 


ejército,  ni  por  la  falta  de  uno  han  desmayado  eñ  Alemania, 
ni  los  otros  han  enOaquecido  ni  dejado  de  proseguir:  las  ca- 
bezas tan  formidables  están  boy,  y  con  mayores  regimieotos 
de  caballos  é  infantes,  y  debajo  de  su  dominio,  plazas  y  tier- 
ras muy  escogidas  donde  les  sobran  las  municiones,  aloja- 
mientos, víveres,  y  el  poder  convoyar  á  su  albedrio  para  ar- 
raigarse largo  liempo  á  la  sombra  de  este  cuidado,  en  que  es 
preciso  las  fuerzas  de  ambas  potestades,  imperial  y  católica, 
padezcan  menoscabo  y  ruina  Obremos  nosotros  con  nuestras 
gentes,  y  consiga  la  patria  su  deseo  y  la  suprema  potestad,  y 
acabe  de  enseñorearlo  todo,  y  emendamos  los  pensamientos  y 
la  esperanza  con  mayores  cosas,  como  lo  hicieron  otras  repú- 
blicas, que,  de  menores  principios,  pasaron  á  grandes  monar- 
quías. Bastante  enemigo  tienen  dentro,  alimentado  y  favore- 
cido de  tantos,  con  que  se  presume  que  larde  ó  nunca  saldrán 
de  otra  guerra  más  nueva,  civil  y  sediciosa  que  se  funda  en  el 
Imperio  que  la  irá  asolando,  le  sacará  de  la  Casa  de  Austria  por 
la  confederación  establecida  de  sus  principes  y  coligados,  de 
aquí  la  introducirán  en  Italia,  como  lo  esperan,  para  alentar 
los  españoles ,  y  aun  España  no  estará  segura  de  este  riesgo, 
ni  ambos  orbes  y  todo  el  Oriente.  Si  tan  circundados  están  de 
enemigos,  de  armas  y  de  ejércitos,  y  con  pérdidas  gravísimas 
de  reputación  y  de  tierras,  ¿por  qué  no  nos  valdremos  de  esta 
fortuna  y  de  estos  astros  que  nos  influyen  con  felicidad,  de  la 
oportunidad  de  los  sucesos;  y  cuando  los  vemos  que  no  pue- 
den acudir  á  tanto,  que  están  metidos  en  ahogo  y  desolación, 
unidos  en  necesidad  y  vituperio,  no  los  acabamos  de  deshacer 
y  consumir  y  de  satisfacernos  de  sus  ofensas,  recibidas  por 
tanto  número  de  años?* 

Esta  oración ,  y  debatidas  y  platicadas  otras  razones,  entre 
ellas  de  conveniencia,  los  hizo  despedir  Id  proposición  de  la 
tregua;  advirtiendo  de  paso,  que  esta  materia,  si  no  la  apo- 
yan y  dan  la  mano  el  rey  de  Francia  y  de  Inglaterra  y  no 
salen  á  concertarla ,  no  tendrá  efecto  jamás.  Corrió  sus  mayo- 
res protectores  y  de  quien  dependen  los  holandeses,  y  á  cuyo 
arbitrio  se  someten,  con  estos  motivos,  y  gobernarles  camino, 


lo  que  se  hizo  el  año  de  609,  vendiéndosela  estos  dos  prínci- 
pes al  rey  Católico  D.  Felipe  111,  pero  fué  en  ocasión  que  no 
estaban  enmarañados  en  armas,  como  boy  lo  están,  y  mes 
aina  los  aguijaban  al  precipicio  por  sus  particulares  propios, 
que  la  dirigían  á  la  paz  y  al  descanso  de  la  monarquía,  por  in- 
troducir á  estos  enemigos  con  más  amplia  noticia  en  las  In- 
dias, en  su  comercio  y  trato,  por  engrosarlos  y  volverlos  des- 
pués con  más  brío  y  nervios  á  la  guerra,  y  que  ,  entre  tanto, 
lo  que  no  disipaban  en  el  País-Bajo  lo  demoliesen  en  la  Asia  y 
en  la  América  ó  por  el  Estrecho  de  Gibraltar,  por  el  Cabo  de 
Buena- Esperanza  ó  por  el  Estrecho  de  Magallanes.  Besueltos, 
pues,  de  no  admitir  la  tregua,  ta  primavera  siguiente  monta- 
ron á  caballo  y  salieron  en  campaña,  y.  con  ejército  nume- 
roso, se  encaminaron  á  asistir  á  Bimberg.  Ciñóla  de  fuertes 
reductos  y  irincherones,  y  logró  la  intención  y  la  fatiga,  por- 
que siendo  vecinos  y  pudiendo  inquirir  sus  pensamientos  y 
designios,  citar  á  tantos  á  sus  levas  y  salidas,  oir  sus  cajas, 
como  lo  deben  hacer  todos  los  que  son  verdaderos  ministros 
y  Beles  defensores  de  la  patria,  y  amigos  de  la  honra  y  de  la 
vigilancia.  Obramos  á  orejas  cerradas  y  como  si  estuviéramos 
en  los  últimos  fines  de  la  tierra,  porque  aun  no  teniamoa 
puesta  en  orden  nuestra  gente  ni  en  disposición  de  marchar, 
y  va  Enrique  de  Nasau,  principe  de  Orange,  general  de  los 
rebeldes,  efectuaba  sus  resoluciones;  habiéndonos  avisado,  los 
que  sienten  de  coraron  nuestras  pérdidas  y  son  interesados  en 
la  reputación ,  que  (odas  las  veces  que  no  saliésemos  en  cam- 
paña á  la  par  del  enemigo,  ya  que  por  nuestra  infelicidad  no 
puede  ser  antes,  perderemos  las  plazas,  será  vana  y  sin 
fruto  la  fatiga ,  y  el  levantar  gente  y  gastar  el  dinero  sin  pro- 
vecho, y  se  burlarán  de  nosotros  los  que  nos  atienden. 

Viendo  la  Infanta  el  estado  de  Bimberg,  juntó  la  gente 
que  pudo  y  dióla  al  duque  de  Lerma  como  á  maestre  de  campo 
general  de  los  ejércitos  del  Pais-Bajo,  para  que  la  rigiese,  so- 
corriese la  plaza,  si  llegase  é  tiempo,  la  recuperase,  ó  hiciese 
sombra  á  las  demás  do  aquel  paraje,  y  se  opusiese  á  los  inten- 
tos del  Orange;  y  sabido  en  la  corte  de  Castilla,  por  los  avi- 


sos  y  correos  Ó  toda  diligencia  despachados,  doliéndoles 
aquella  hoora  y  dignidad,  adquirida  con  deseos  y  fatigas,  más 
que  toda  la  pérdida  de  los  países  obedientes,  corrieron  con 
brevedad  á  echarle  de  ella.  Si  asi  lo  hubieran  hecho  con  el 
enemigo,  no  hubiera,  por  entonces,  ocupado  la  plaza.  Era 
esta  influencia  poderosa  en  nuestros  tiempos,  y  todo  el  cui- 
dado y  desvelo  no  se  enderezaba  á  más  quo  á  obrar  estos  ofi- 
cios, quebrantar  hombres  y  casas  antes  que  ejércitos  conci- 
llados contra  la  seguridad  del  Exilado.  Dieron  las  armas  ai 
marqués  de  Aitona  sin  haber  visto  jamás  la  guerra,  y  de  no 
más  eiperíencta  que  de  pocos  años  de  embajador  de  Alema- 
nia; pero  decían  que  era  gran  cabeza:  no  sé  si  nuestros  ému- 
los, desapasionados  y  afectos  á  lo  mejor,  y  al  duque  dieron 
una  parte  del  ejército  que  se  componia  de  16.000  infantes  y 
4.000  caballos.  No  le  desarmó  este  encuentro,  que  jra  estaba 
enseñado  ¿  recibir  otros  mayores,  de  cuando  le  quisieron  hun- 
dir su  casa  y  desquiciársela,  quitándole  las  rentas  y  donacio- 
nes hechas  por  aquel  Rey,  de  todos  maneras  grande  y  mara- 
villoso, y  no  más  de  que  por  que  la  favoreció,  asilo  y  erario  de 
todas  las  virtudes;  pero  parecióle  tentación  inspirada  en 
fuerte  hora  y  que  era  querer  hacerle  volver  atrás,  como  otros 
infames  lo  hablan  hecho,  abandonar  el  crédito  y  U  ocasión. 
Pero  él,  como  verdadero  descendiente  de  sus  mayores,  escla- 
recidos por  sus  hechos  en  toda  la  erudición  española,  afir- 
móse en  su  valor  y  pasó  adelante,  y  con  la  gente  que  le  había 
locado,  deseoso  de  acertar,  que  fué  el  mas  evidente  dictamen, 
que  lo  llevó  á  la  milicia  sacudiendo  de  sí  las  afrentosas  deli- 
cias de  la  corte  de  Castilla,  cargó  á  esguazar  la  mar  cerca  de 
Haestrích,  donde  el  enemigo,  con  muchas  de  sus  tropas,  bajó 
para  estorbárselo;  mas  él,  habiendo  conseguido  la  diversión, 
DO  siendo  su  intento  hacer  tránsito  por  allí,  y  teniéndose  por 
muy  dificultoso  el  paso  del  río.  acometió  el  primero,  y  ani- 
mando la  gente,  esguaza  entre  Maesliicb  y  Besel,  ocupa  aquel 
paso,  y  fabrica  un  fuerte  para  socorrer  á  Rimberg,  6,  como 
dije,  para  volverle  á  tomar  y  frustrar  los  socorros  que  por 
allí  enviaba  el  enemigo  ,  como  desde  su  casa ,  á  Haeslrich.  P«- 


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saron  á  una  villela  del  conde  Bnrique  de  Bergas,  taláronla  y 
lomáronle  10.000  vacas,  nitis  á  Líempo  tal  quo  Dl-Dorfe  Bor- 
goñon.  indigno  por  tan  feo  caso  de  tal  nombre,  eu  goberna- 
dor, había  vendido  la  villa  á  Enrique  de  Nasna.  Creían  los 
nuestros  que  por  una  parte  flaca  y  muelle  que  no  estaba  bien 
forlificada,  podrian  introducir  el  socorro;  fuéronla  á  recono- 
cer algunas  compañías  de  caballos,  y  volvieron  con  la  nueva 
de  la  entrega,  con  que  loda  la  esperanza  y  fatiga  de  los  nues- 
tros desmayó,  no  habiéndole  quedado  allí  al  Rey  más  que  á 
Gueldres  y  la  guarnición  y  castillo  de  Julieres,  porque  la  villa 
es  de  Golfango,  duque  de  Niemburg,  que  está  dada  en  aquella 
concordia  entre  el  Rey  y  aquel  Príncipe,  y  eslo  con  pocas  6 
ningunas  esperanzas  de  conservarlo,  porque  el  enemigo  iba 
con  intención  de,  cada  año,  madrugar  y  llevárselas,  y  que- 
dar sepor  del  Rhin  y  de  la  Mesa,  en  ia  mar  del  Sur.  A  esta 
sazón  tomaron  la  flota  que  iba  a  Filipinas,  y  a6rmábanse,  no 
obstante,  en  el  Brasil  con  nuevos  fuertes  y  presidios,  con 
riesgo  verosímil  de  los  puertos  y  provincias  de  África,  que  son 
del  gobierno  y  corona  de  Portugal,  de  Oriente  y  Occi- 
dente ,  de  la  bahía  de  Todos  Santos,  y  de  la  ciudad  del 
Salvador. 

Habiendo  ya  el  enemigo  ocupado  á  Rímberg,  aplanó  sus 
trincheras  y  fortificóla,  dejándola  dentro  presidio  considera- 
ble; y  por  apartar  de  allí  á  nuestro  ejército  y  divertirle  y  que 
no  intentase  la  recuperación ,  hizo  junta  de  embarcar  su  gente 
y  recaer  al  Brabante.  Desembarcó  en  la  esclusa,  y  procuró, 
para  asediar  á  Brujas,  tentar  el  fuerte  de  Dame,  de  donde  fué 
rechazado  por  D.  Carlos  Coloma  ;  fué  en  seguimiento  el  mar- 
qués general  con  la  resta  del  ejército,  porque  con  la  parte  de 
él  conservaba  el  duque  de  Lerma  el  paso  de  la  Mosa,  impi- 
diendo las  vituallas,  nojdejando  hacer  nada  á  las  tropas  que 
por  allí  campeaban,  y  otros  puestos  á  Maestrich,  con  que  se 
entendió  que  corría  fortuna,  poniéndola  en  tan  estrechos  lan- 
ces y  por  su  falta  de  víveres  y  convoyes,  tanto,  que  ya  se  de- 
jiiba  sentir  pesadamente  en  la  villa.  Hizo  la  Infunta  prender  al 
gobernador  de  Rimberg  y  ponerle  al  trance  de  corlar  la  ca- 


heía,  por  no  haber  suslentado  la  plaza  más  tiempo ,  no  fal- 
tándole gente,  municionos  y  bastimentos,  y  teniendo  aviso 
del  socorro  tal,  no  teniéndola  el  enemigo  tan  ceñida  ni  obli- 
gada, ni  con  tanto  aprieto  como  se  entendió;  antes  bieu,  se 
consideraba  flaco  él  recinto  y  la  circunvalación  por  muchat 
parles,  por  donde  se  le  podia  hacer  el.  socorro;  y  también, 
que  no  habia  pasado  el  foso  ni  dádola  ningún  asalto,  debiendo 
esperar  muchos  y  manteniéndose  intrépiáo  como  buen  sol- 
dado, teniendo -mil  españoles  dentro,  llegando  tropas  de 
nuestra  caballería  el  dia  que  la  rindió,  con  que  no  sé  falló  á 
)b  deuda  ni  á  la  diligencia,  también  debía  de  esperar  que  le 
fallasen  las  municiones  y  el  sustento;  y  finalmente,  á- versa  en 
aprieto  tal ,  que  la  raion  y  la  necesidad  le  obligaran  á  ren- 
dirse, con  que  parece  se  descuidó  de  las  obligaciones  de  no- 
ble, constante,  fiel  y  buen  soldado,  y  en  las  que  se  debía 
mantener  un  vigilante  gobernador,  de  quien  el  Rey  habia  fiado 
plata  de  tanta  consideración  é  imporiancia.  El  duque  de  Or- 
leaos  rompió  la  prisión  en  ique  lo  habia  puesto  el  rey  de 
Francia,  su  hermano,  y  con  fuga  presurosa  se  volvió  á  Bruse- 
las al  abrigo  del  rey  Católico.  Satisfecho  el  Richelieu  de  que 
ya  el  Rey,  como  nos  decían  lo  refirió,  no  le  fiaría  ninguna 
empresa  ni  gente,  habiendo  dado  tan  mala  cuenta  de  la  que 
se  le  entregó  los  dias  pasados  con  que  estando  ya  estintos  les 
efectos  que  se  pensaron  hacer  por  la  provincia  de  Lenguadoc, 
en  Marsella ,  en  detrimento  de  la  Francia ,  habiendo  salido  mal 
alentado  el  capitán  y  habiéndolo  de  ser  monsieur.  El  infante 
D.  Fernando,  no  teniendo  que  hacer  en  Barcelona ,  á  mediado 
de  Abril  de  este  año  bizo  embarcar  4.000  napolitanos  que 
habían  venido  á  cargo  del  principe  de  Caspuli,  marqués  de 
Campo  Latao,  selecienlos  caballos  ligeros  que  tenia  el  Prior  de 
la  Batula,  sacando  la  ¡nfaotena  do  los  alojamieolosdel  cpndado 
de  Resellen  y  la  caballería  del  campo  de  Tarragona,  y  con 
veintisiete  galeras,  parte  de  ellas  de  España,  parte  de  Sicilia, 
Genova  y  Ñapóles,  con  orden  que  para  ello  tuvo  del  Rey,  su 
hermano,  partió  para  el  gobierno  de  Mitán,  tocó  en  Cadaqués 
y  paró  allí  tres  dias;  prosiguió  la  navegación,  corrió  el  golfo 


258 

ilol  Con  y  dio  fondo  ca  Villafranca  de  Niza,  Salió  Vitorio,  du- 
que de  Saboya,  á  recibirle  y  á  visitarle  á  su  galera;  el  Infame 
volvió  la  visita .  y  al  entrar  en  la  pieza  de  aquel  palacio,  mandó 
cl  Duque  á  sus  criados  que  no  se  pusieie  otra  silla  que  la 
en  que  su  Alteza  Real  so  había  de  sentar;  fué  á  tomarla,  y  re- 
parantJo  no  habia  otra  ,  oo  quiso  sentarse  hasta  que  trajesen 
otra  para  el  duque  de  Saboya.  Sentáronse,  y  después  de  otras 
cortesías,  hablaroff  bien  largo  hora  y  media  en  las  materias 
de  cada  uno  y  las  que  el  Infante  llevaba  á  cargo  del  Rey,  su 
hermano,  y  ministros  y  en  las  contraidas  en  Europa ;  pero  más 
agradecido  y  más  reconocido  le  tuviera  \o  á  los  beneGcios  de 
España  si  como  era  francés  se  mostrara  español.  Propúsolo 
el  Infante  cuánto  deseaba  al  rey  Católico  conservarle  en  su 
gracia  y  verle  libre  de  inteligencias  francesas,  y  cuánto  con- 
vendría á  su  estado  y  á  sus  cosas.  Fué  su  respuesta  toda  am- 
bigua y  mañosa',  mas  al  0a  se  declaró:  dijo  no  había  Principe 
más  6no  que  él,  ni  más  reconocido  á  los  beneñcios  de  España 
y  á  la  fe  que  lonia  el  rey  Católico;  mas  que  tenia  sobre  sí  lodo 
el  francés  y  que  no  se  hallaba  con  vigor  para  resistirle  á 
las  instancias  que  le  hacia.  Ofrecióle  el  Infante  las  fuerzas  del 
Bey,  su  hermano,  que  oran  con  las  que  á  su  padre  y  abuelo 
habian  sacado  de  semejantes  peligros;  todo  lo  admitió  por  en  > 
tónces  y  lo  abrazó  por  el  dictamen  de  la  mujer,  que  le  esti- 
mulaba á  la  fuerza  y  devoción  de  francesa ;  despidióse  el  In- 
famé, y  fué  el  Duque  acompañándole  á  caballo  basta  la  marina, 
y  al  tomar  el  Infante  el  suyo,  fué  el  Duque  a  tenerle  el  es- 
tribo. Todo  lo  rehusó,  porque  estas  eran  más  ceremonias  que 
finezas;  hizo  algunos  presentes  á  los  capitanes  y  oíros  cabos, 
envió  una  sortija  de  un  diamante  al  marqués  de  Villafranca, 
general  de  las  galeras  de  España,  que  no  quiso  tomar.  Navegó 
desde  aquí  S.  A.  á  Genova;  salió  el  Duque  á  recibirle  con 
toda  la  señoría  y  magistrados,  la  nobleza  y  las  familias  de  Oria: 
vio  la  fortificación  nueva  y  prodigiosa  de  la  ciudad,  sus  cuer- 
pos de  guardia  y  baluartes  que  la  ciñen  y  rodean  y  hacen 
formidable  á  los  émulos  más  vecinos,  y  después  de  haber 
estado  allí  algunos  dias   partió  ú  Milau,   Llegó  ú  Cavia,  vio  el 


ÍL 


memoraHe  y  religiosísimo  convento  de  la  CerlOH  deíOrdcn 
lie  la  Cartuja;  recibióle  la  ciudad  de  Milán  con  fiestas  y  con 
arcos.  En  esta  jornada  le  salió  al  paso  la  princesa  Marga- 
rita, duquesa  de  Hánlua.  hija  de  Carlos,  duque  de  Saboya; 
refirióle  el  estado  de  sus  cosas,  cómo  habia  sido  echada  de 
Uántua  ,  apartándola  de  su  hija  por  orden  del  rey  de  Fran- 
cia por  aficionada  á  las  cosas  de  España,  y  que  el  duque  de 
Saboya,  Viiorío,  su  hermano,  y  todos  tos  demasía  habian 
desamparado,  y  que  se  veia  apretada  de  necesidad  y  mi- 
seria; que  la  socorriese  y  acogiese  debajo  de  su  protección  y  lo 
escribiese  á  S.  H.  El  Infante,  conmovido  de  la  sangre  del  pa- 
rentesco y  de  ver  una  Princesa  de  aquellas  partes  que  casi  se 
le  habia  echado  á  los  pies ,  si  asi  lo  podemos  decir  sin  profa- 
nar el  derecho  de  las  mujeres  para  con  los  hombres,  y  mujer 
de  tan  esclarecida  sangre  y  que  era  la  suya  misma,  la  admi- 
tió y  amparó  y  mandó  dar  10.500  escudos  cada  mes  para 
su  plato.  Comenzó  S.  A.  á  poner  la  mano  y  la  atención  en  el 
Gobierno  de  aquel  Estado:  eran  de  su  Consejo  el  duque  de 
Feria,  que  hasta  alli  había  sido  su  gobernador  y  capitán  ge- 
neral; el  conde  de  Oñate,  el  duque  de  Nochera,  el  marqués 
de  Este,  fray  Juan  de  San  Agustín,  de  la  misma  Orden,  so 
confesor;  el  principe  de  Castillon,  el  duque  de  Tursi,  General 
de  la  escuadra  de  Genova;  fray  Lelio  Brancacho,  y  el  cardenal 
Albornoz,  con  esperanza  de  pasar  al  gobierno  de  los  Países- 
Bajos:  resolución  por  ahora  indeterminable,  porque  sí  bien 
se  entendió  volvería  á  Madrid  para  tomar  más  seguras  der- 
rotas, y  por  estar  todos  aquellos  pasos  de  Borgofia  y  Lorena 
ocupados  de  mucha  gente  francesa  para  impedir  el  trán- 
sito, volvería  á  Barcelona  y  por  las  faldas  de  los  Pirineos  se 
pondría  en  Santander  para  pasar  á  Flandes  con  armada,  á  que 
ofrecía  sus  bajeles  Carlos,  rey  de  la  Gran  Bretaña;  haciaose 
diversas  discursos  y  diseños  sobre  este  paso  y  no  agradaban 
los  referidos.  El  de  Trento  y  Alemania,  aunque  largo,  pare- 
cía más  á  propósito  aunque  carecía  de  enemigos,  de  ejércitos 
y  que  le  habian  de  obligar  á  pelear:  todos  le  querían  impe- 
pedir  el  paso,  por  lo  que  importaba  á  la  amplicacion  y  segu- 


260 
rídail'do  los  Paises-Bajos  y  ilc  oposición  á  los  holandeses;  por- 
que estas  y  otras  mayores  cosas  se  esperaban  depj'incipe  tan 
grande,  y  que  habia  de  ser  el  escudo  y  la  espada,  no  sólo  de 
Is  una,  sino  de  ambas  Germanias,  fii  no  se  pretendieran  dife- 
rentes acuerdos  y  la  emulación  no  lo  volviera  todo  en  cenita 
y  sedición. .A  creer  los  más  finos  en  el  servicio  del  Rey,  era 
todo  engaño  y  suspensión ,  porque  el  todo  poderoso  estaba 
bien  hallado  con  ct  desembarazo  y  despejo  en  que  se  le  habia 
dejado  á  Palacio  y  vivia  en  él  sin  sobresalto,  registro,  ni  con- 
fusión, ni  que  le  censurasen,  ni  mordiesen  las  acciones  los' 
que  se  las  podían  timar  algún  dia;  permaneciendo  siempre 
constante  en  su  primer  designio  y  presupuesto,  que  era  que- 
darse solo  y  romper  aquella  Liga  antes  de  la  que  conspiraba 
contra  toda  la  cristiandad'y  las  dos  monarquías,  Cesárea  y 
Católica,  porque  espulsado  el  uno  y  muerto  el  otro,  guardaba 
para  los  demás  los  castigos,  y  arrastrarlos  con  odio  y.  la  \e.n~ 
ganza,  fundando  en  discurso  humano,  que  era  lo  que  impor- 
taba á  su  conservación. 

En  Alemania,  el  duque  de  Sajonta,  el  marqués  de  Bran- 
demburgo  y  sus  aliadbs,  recelosos  de  venir  á  batalla  con  el  Cé- 
sor,  dudando  del  fin  de  la  victoria  y  porque  le  veían  armado 
y  aprestado  al  Frislan  para  entrar  en  sus  Cstndos  y  recobrar 
los  del  Imperio,  y  los  del  patrimonio  de  la  Casa  de  Austria 
con  engaño  y  hccion,  como  se  podría  entender  del  artífice  de 
la  Francia,  hablan  pedido  al  Emperador  una  tregua  y  sus- 
pensión de  armas  hasta  el  San  Juan  de  este  año,  para  compo- 
ner algún  tratado  de  paz;  no  siendo  su  intención  otra  que 
reforzar  sus  ejércitos  de  nuevas  gentes  y  municiones,  y  poner- 
les en  el  equilibrio  que  el  imperial  y  darle  la  batalla.  Otor- 
góseles  la  tregua ,  y  el  rey  de  Francia ,  al  tratado  de  la  sus- 
pensión de  armas  ocurrió  con  la  misma  diligencia,  á  la  misma 
hora,  creyendo  habían  de  salir  engañados  sus  pensamientos  j 
pretensiones  por  los  amigos,  y  que  se  efectuase  la  paz  y  le 
dejasen  fuera:  hizo  levantar  un  ejército  de  iO.OOO  soldados 
para  en  caso  que  se  diese  la  batalla  y  fuesen  rotos  del  Fris- 
lan, obligar  las  reliquias  ó  ruinas  de  aquellas  legiones  y  ha- 


861 

cer  espalda  de  la  geote  de  Suecia ,  para  que  conservaienl 
ganado  y  entrar  por  la  Alsacia  á  ser  cabeza  de  caudillo  si  do 
prevalec^en  los  de  su  parcialidad.  Para  esla  defensa  aalió 
de  Uilan,  con  la  venia  del  infanll  D.  Fernando,  D.  Goinez 
Suarez  de  Figueroa,  duque  de  Feria,  con  número  competente 
de  españoles,  italianos  y  caballería:  por  el  Condado  do  Tírol, 
entró  en  la  Alsacia,  donde  se  le  juntó  mucha  gente  alemana, 
y  comenzóse  á  disponer  con  suma  prudencia  y  cordura  para 
r^uperar  las  plazas  ocupadas  de  franceses,  echarlos  do  la 
tierra,  conservar  y  descansar  la  provincia  y  limpiarla  de  ene- 
migos; cuyo  suceso,  por  darse  la  mano  con  otro,  remito  á  más 
extendida  relación  al  que  leyere  el  libro  segundo.  Rompieron 
á  la  misma  sazón  los  lofeneses  el  socorro  del  rey  de  Francia 
que  pasaba  á  Alemania,  de  que  resultaron  nuevas  diferencias 
entre  el  Rey  y  aquellos  principes  CárloS  y-Francisco,  que  ire- 
mos discurriendo  en  su  lugar. 

En  las  Descalzas  Reales  do  Madrid,  á  6  de  Julio  de  este 
año,  murió  Sor  Margarita  de  la  Cruz  de  edad  de  setenta  años; 
fué  bija  de  los  emperadores  Maiimiliano  y  Haría,  tuvo  por 
hermanos  á  los  dos  emperadores  Rodolfo  y  Matías;  á  Doña 
Ana,  reina  de  España;  á  Isabel,  reina  de  Francia;  al  archi- 
duque Alberto,  señor  de  los  Patscs-Bajos ;  i  Hernestoy  Wen- 
ceslao, príncipes  de  Hungría  y  Bohemia,  y  á  Leonor:  vino 
con  la  Emperatríz,  su  madre,  viuda  ya,  y  dejando  á  Alema- 
nia y  atravesando  la  Italia  desembarcó  en  Barcelona,  y  de  allí 
pasó  á  Lisboa  el  año  que  el  rey  D.  Felipe  II,  su  tío,  unió 
felicísima  mente  el  remo  de  Portugal  á  la  Corona  de  Cas- 
tilla: vino  á  Madrid,  y  preparándola  su  hospedaje  en  el  con- 
vento Real  de  San  Jerónimo,  mientras  en  las  Descalzas  se 
disponía  vivienda  á  propósito  y  acomodada ,  que  ejecutada  en 
breves  dias  pasó  á  vivir  á  aquel  religiosísimo  convento  con  la 
Emperatriz,  su  madre,  ala  sazón  que  el  rey  D.  Felipe  11 
había  enviudado  do  la  reina  Doña  Ana,  su  hermana.  Quiso  el 
Rey  tomarla  por  esposa,  viendo  cuan  fallido  estaba  de  suce- 
sión por  los  muchos  hijos  que  se  le  habian  muerto,  pretensión 
que  la  Infanta  puso  en  las  manos  de  Dios,  pidiéndole  antes 


que  —Hiifar  al  mna  da  B^Mfit  y  i  Im  o 
dejase  morir  y  vtTÍr  en  mli^n. 
de  un  Cristo  eroeifieada.  hablániJoia  y  oto 
porque  la  dijo  coa  afccluauu  palabras  qneria  antes  ser  sn  ta- 
pota  qoe  de  díd^h  Príncipe  mortal ;  cao  esta  preroeativa  ra- 
aaoció  los  ponifMH  y  vanidades  del  manda  par  el  cordón  y 
anyal  de  Sao  Fraadsro.  Vivió  alU  can  la  enpcntcii  Maris,  n 
Badre,  y  perdióla  e)  año  4603,  con  (Wor  j  BtmámieatB  tmft 
j  de  todo  el  orbe  por  sos  escIanaUEanao  tírtoJa»;  ^ndó 
iBta  en  isa  BescaliaB,  basta  al  <£a  qao  siritiaM»  &•  atoi; 
bé  i«tif«a,  7  al  lianpo  de  su  nnurta  pÑfiá  la  é^ftmm  heme 
li  laaaa  i  «a  madre,  qae  yaee  fortara  y  oi  Bapifiis  aaBaalao 
«n  el  coro  de  las  monjas,  y  nuodó  Atüíawwaia  ^am  la  sepal- 
tasen  janto  á  elld.  B^ró  llena  de  Tifiada*  y  niffirfÍMiíaliii. 
y  según  lo  que  nos  enseña  auesira  asMa  fc,  sabí»  a*  alna  á 
reinar  al  cíelo:  PriacesaeB  piedad  y  «oaataaoB  de  aaar  b 
eterno,  maraviUosi^dsaaaaamsfady  paxaadseaalBHfací; 
en  religión  j  pradeaeia  adosfable.  y  aiñafla  i  Mfaa  lea  pria- 
ceaas  de  la  tierra;  hitó  aqoel  aai^an  y  «fael  aaiflia  á  la 
•arle,  y  hluron  los  coosejas  para  ^aiaa  las  había  aaaealer  y 
paraqoieQ  los  tenia;  &lióaqael  balearte  cooira aabieieaas  y 
aaberbÍQS,  porqoe  oo  (eoiaoKH  peor  estado  de  cnanto  ooe  ibea 
dqaado  los  sniilios. 

A  Bwdiada  ialie  viaierea  de  la  India  Orieaial  dos  bajeles 
de  BKBor  parle  y  base  fae  lae  aaea,  ea^adoa  de  eaaeia  y 
•tras  dragaa.  y  eoa  la  reeaperadaa  de  la  ida  de  Ceflaa, 
ñauada  ea  la  anügñedad  Taprofaana ,  qoe  I 
dido  el  conde  de  Bide^erra  eo  el  gobierBe  ( 
qoe  toItíó  á  ¿1  la  restaoró  con  sa  Talor  y  ai  de  eiras  faae- 
eos  portoxoeaes  enseñados  ea  aqaaUas  paitas  i  tales  bása- 
las. Recobróse  por  el  consigaiaBie  i  Mambe^e,  paeata  en  la 
eosla  de  África  y  en  tierra  finae,  si  bien  Boleroja  bace  ida. 
y  rin  la  cnal  rectiperjcioo  do  era  posible  conservar  á  Zofala 
ni  la  mina  ñqoi^ima  de  oro  que  hay  allí,  con  qae  el  reino 
de  Portugal  te  volvió  i  restituir  en  la  canela,  de  donde  se  le 
sigue  grandes  isleveses  y  tesoros  i  eqoella  Corona.  A  esu 


i 


283 

hora  llegaron  á  Sanlácar  losgaleones  y  Ilota  de  Occidente,  que 
ya  es  menesler  hacer  memoria  de  esto  como  dicha  eingular, 
que  escapó  de  las  manos  de  ios  enemigos,  y  por  lo  que  se  no- 
cesiia  de  su  beneficio,  conducidos  por  su  general  D.  Antonio 
de  Oquendo,  que  alegró  los  hombres  de  negocios,  si  bien  los 
que  llevaba  el  marqués  de  Cadereita  corrieron  fortuna  en  la 
bahía  de  Cádiz,  y  se  anegaron  diez  ú  once  navios  de  fióla,  y  se 
anegara  el  Cadereiía  si  con  el  suyo,  la  almirania  y  otras  naos 
no  se  hiciera  á  la  mar,  con  que  dio  principio  ¿  su  viajo.  Culpa- 
ban este  suceso  el  haberse  detenido  su  capitán  por  causa  de  la 
media  anata  y  despachos,  que  tos  han  puesto  lo  Ministros  de 
tal  forma,  que  es  menesler mucbo  tiempo  para  salir  con  ellos 
y  algunos  los  dejan  por  sus  diíicultades  y  mortal  dilación;  quo 
es  mas  de  temer  hoy  una  merced  que  un  castigo. 

Las  cosas  de  Fiandes  estaban  en  tal  estado  con  la  prontitud 
de  nuestra  gente,  que  el  enemigo  no  hacia  nada;  pero  era  des- 
pués de  haberse  llevado  una  plaza,  y  nosotros  haríamos  harto 
en  suspenderle.  Conservaba  el  paso  de  la  Uosa  el  duque  do 
Lermay  carecía  de  víveres  Haestrich;  los  tratados  de  la  plaza  do 
Alemania  se  reconocieron  por  falsos,  después  que  la  facción  dn 
protestantes,  y  por  su  cabeza  el  duque  de  Sajonia  y  marqués 
de  Brandemburgo,  estaban  bien  armados  y  ambos  campos  igua- 
les. El  rey  de  Francia  los  esforzaba,  aunque  con  embozo  y 
simulación,  en  los  designios  no  bien  acabados  de  declararse 
en  los  rompimientos  con  España,  que  le  habrian  acordado  los 
hechos  pasados  dignos  de  memoria  y  de  reparo ;  sin  embargo, 
hacia  fuerza  á  la  prosecución  y  á  la  guerra  introduciéndolos  á 
que  pidiesen  partidos  exorbitantes  y  desvergonzados,  mas  con 
industria  de  penetrar  en  el  ánimo  de  nuestros  Principes  quo 
de  aceptarlos;  cargando  á  la  hora  sobre  Nanci  y  toda  la 
Lorena  con  iO.OOO  hombres  para  tomarla,  no  más  de  por  ser 
aquel  Principe  afecto  y  aliado  á  la  Casa  de  Austria,  y  porque 
el  duque  de  Orleans,  que  peregrino  y  fugitivo  de  las  insi- 
dias,'desvalido,  y  pretendiendo  abrigarse  de  aquel  Estado,  se 
casó  con  Margarita  de  Lorena,  hermana  de  aquellos  duques, 
princesa  en  beldad  y  otras  buenas  partes  maravillosa ,  cosa 


qoQ  desplacía  mocho  al  Re;^  y  &  los  Ministros  de  la  Francia.  T 
entre  los  cuidados  que  le  llevaban  hacia  aquella  parte,  era  en 
prenderla,  si  la  podía  haber  á  las  manos,  y  al  Gastón  también, 
para  dirimir  el  matrimonio  y  castigar  el  hecho ;  pero  viendo 
él  tan  cerca  el  rumor  y  la  invasión  y  la  muchedumbre  de  los 
soldados,  partió  é  toda  diligencia  de  aquel  ducado  parn  Bru- 
selas, dejando  la  esposa  en  un  convento  por  disimulación  ó  por 
retiro.  Pero  la  dama  que  se  vio  ausente  de  su  marido  y  pene- 
tró la  ira  y  pensamientos  del  Rey^  no  atrefiéndose  &  fiar  de 
las  eiperiencias  del  riesgo,  porque  también  discurrió  que  el 
Rey  queria  cogerla,  con  todo  el  silencio  que  pudo  se  disfrazó, 
tiüó  el  rostro,  y  lomando  un  caballo  siguió  los  pasos  del  ma- 
rido, y  en  breves  jornadas  se  puso  en  Bruselas  á  salvarse  en  el 
amparo  de  la  Infanta.  Fué  cosa  de  admiración  este  acontecí— 
miento  en  toda  la  Europa ,- oyendo  que  volvían  al  mundo  las 
aventuras  y  hechos  fabulosos  de  los  libros  de  caballería:  vino 
por  cartas  á  Ig  corte  de  España  el  suceso,  y  diúie  gusto  al  Rey 
la  novedad,  si  bien  se  discurrió  que  los  lances  de  los  principes 
que  en  esta  erase  daban  por  sus  amigos,  y  todas  susdiferencías, 
8Í  los  cometian  y  se  acogían  á  su  amparo  y  á  su  casa ,  no  era 
otra  cosa  más  iJtíl  que  condenarle  en  costas  y  atlmentarle  gastos, 
siendo  lo  que  menos  había  menester,  porque  eran  estos  prin- 
cipios de  nuevas  guerras  y  rompimientos  que  arderían  en 
la  cristiandad.  Sobraban  los  disgustos,  que  ya  se  dejaban  ver 
y  bastaban,  sin  tirarle  al  dinero  que  tan  preciso  era  en  tantas 
parles ,  como  se  le  pedían ,  y  por  los  nuevos  celos  y  sospechas 
en  que  habia  entrado  el  rey  de  Francia,  creyendo  que  nues- 
tras materias  le  fraguaban  estos  oficios  contra  la  seguridad  y 
el  estado,  siendo  diferencias  contrarias  entre  ellos,  por  el  de- 
masiado pnder  y  tiranía  ó  indecencia  á  las  personas  reales  del 
Privado;  que  esto  parece  que  es  virtud  para  ellos  como  vicio 
para  los  otros. 

Maria,  reina  de  Hungria  y  Bohemia,  paríó  un  Príncipe, 
que  alegró  al  Emperador,  al  Rey  y  á  sus  vasallos;  en  España 
se  recibió  gran  contento  con  esta  nueva  ;  celebróse  con  fiestas 
(en  un  palacio  nuevo  recien  ftibricado  junio  al  convento  Real 


26S 

de^n  leróñitnoj  de  loros,  cafin»  y  lanzas,  en  que  elRey  so 

señaló  con  bizarría  y  destreza.  Apretaba  poderosa menle  el 
rey  do  Francia  á  Nanci  y  á  toda  la  Lorena;  metió  gente  en  la 
Alsacia  para  aliento  y  socorro  de  lo  que  allí  tenía  ypara  con- 
servar las  plazas  usurpadas ,  atento  Á  los  afectos  de  Alemania, 
y  á  qae  no  cediesen  los  Electores  del  ardor  de  dañar,ní  aten- 
diesen á  los  tratados  de  ta  paz  con  el  César,  á  Tomentar  y  en- 
cender más  los  ánimos  y  In  malicia  de  su  unión ,  inobedien- 
cia y  discordia,  saliendo  á  todos  casos  y  á  todos  accidentes. 
Pedía  Frislan  la  resolución  de  la  paz  y  de  lo  acordado  á  los 
príncipes,  y  no  sacando  utilidad  ninguna,  antes  respuestas 
vanas  é  insolentes,  acometió  i  la  Silesia,  provincia  grande  y 
del  patrimonio  de  la  Casa  de  Austria,  de  que  estaban  apode- 
rados los  suecos,  con  intervención  del  duque  de  Sajonia  y 
de  sus  gentes,  y  degolló  pasadas  treinta  compañías  de  caba- 
llos, cabos,  coroneles  y  capitanes,  y  redujo  debajo  de  sus 
banderas  y  al  sueldo  del  Emperador  á  H.OOO  infantes  ale- 
manes: persistió  en  echar  todos  losemenigos  del  Imperio, 
intento  grande,  ^ro  diliculloso  por  su  natural  y  ser  ellos  mu- 
chos y  poderosos,  y  recuperar  las  ciudades  libres  y  Anseáti- 
cas, y  entraren  las  tierras  de  ellos  y  asolarlas;  pero  todo  esto 
prometia  gran  ruina  faltando  después  ¿  la  lealtad,  til  duque 
de  Feria,  obrando  con  valentía  y  gran  corazón  en  la  Alsacia, 
socorrió  á  Brisac  y  Constancia  que  la  querían  insidiar  los  fran- 
ceses; lomóles  á  Rhim-fel,  cerca  del  Rhin  y  del  Palotinado  in- 
ferior, á  Captasqoc,  Baldecuc,  Seguin,  Lautemburg  y  Fiburg, 
plazas  de  mucha  consideración,  y  degolló  i. 000  franceses  y 
otras  gentes  intrusas  en  aquellos  estados.  Sucesos  ejecutados 
tan  aprisa  y  con  tanto  denuedo,  que  aterró  á  los  orgullosos, 
htio  temblar  los  herejes ,  y  dieron  voces  á  la  paz  los  encmi:;os, 
es  treta  jema  suya  cuando  se  ven  vencidos,  y  á  todos  los  emba- 
jadores que  á  ta  inteligencia  de  la  Liga  estabnn  en  Alemania 
para  sus  principes,  lo  cual  se  les  denegó  á  menos  (¡ue  no  rin- 
diesen las  armas,  los  ejércitos  y  las  plazas,  disponiéndose  el 
Frislan  y  el  duque  de  Feria,  cada  uno  en  su  puesto  v  paraje, 
á  proseguir  en  lo  comenzado.  Entristecieron  mucho  estas  dos 


266 

facciones  á  los  conjurados ,  así  alemanes,  ingleses  como  iulia- 
nos;  el  rey  de  Francia  se  suspendió,  y  los  que  lo  vieron  dije- 
ron quedaba  el  Ricbelieu  caldo  de  ánimo  y  rodeado  de  suma 
congoja  y  Iristeza. 

Asi  dispone  Dios  las  víboras,  que  taladren  los  corazones 
revoltosos,  por  su  justa  providencia.  La  fortuna  de  estas  dos 
victorias,  que  volando  vinieron  á  la  corte  de  España,  celebró 
el  Rey  con  Tt  Deum  laudamus  en  el  convento  de  San  Jeró- 
nimo de  Madrid  al  segundo  dia  que  pasó  á  gozar  de  la  recrea- 
ción de  aquel  nuevo  edificio.  En  el  Diciembre  de  este  año, 
cuyos  hielos  y  frios  y  tiempo  crudo  para  campear,  tenían  ya 
en  Flandes,  ó  alojados  ó  deshechos  los  ejércitos  de  ambos 
facciones,  si  bien  el  Nasau  malcontento  de  lo  que  había 
obrado,  que  ya  quería  más,  después  de  la  presa  de  Rimberg, 
y  lo  intentó  por  varias  veces  poniendo  la  mira  en  otros  pues- 
tos y  plazas  para  divenirnos.  impidiéndoselo  nuestros  capita- 
nes, pretendió,  sin  embargo,  recuperar  el  paso  del  Hosa  y  que 
no  se  le  arrimasen  tanto  á  Maestricb,  que  sustentaba,  á  pesar  de 
las  inclemencias  del  cielo  y  de  la  necesidad,  el  gran  nieto  da 
la  Casa  do  Sandoval;  con  que  desahuciado  el  enemigo  repo- 
saban unos  y  otros  al  amparo  que  ofrecían  la  comunidad  for- 
zosa de  los  alojamientos.  Pero  estos  efectos  obrados  en  Ale- 
mania con  fortuna,  con  brevedad  se  trocaron  en  otra  no  tan 
próspera:  faltaba  al  Frislan  la  gente,  el  dinero  y  las  vituallas, 
y  de  la  misma  manera  al  duque  de  Feria,  con  que  todos  pro- 
cedían remisos  y  con  tibieza.  El  duque  de  Sajonia  cargó  sobre 
Rati^bona  y  tomó  la  ciudad  Imperial  y  de  importancia,  asiento 
de  las  Dietas  y  de  coronaciones  de  reyes  de  romanos  para 
ascender  al  Imperio,  puesta  sobre  las  márgenes  del  Danubio; 
y  si  bien  el  duque  de  Baviera  y  el  duque  de  Frislan  se  juntaban 
para  restaurarla,  no  obraba  nada  el  duque  de  Feria,  rodeado 
de  necesidad  y  de  descuido  de  España.  Tomaron  los  franceses 
á  Nanci,  en  la  Lorena,  con  que  se  recobraron  en  orgullo,  y  las 
materias  mudaron  forma  y  semblante,  asi  en  la  prosecución 
de  la  guerrn  como  en  los  tratados  de  paz.  Oft-ecia  el  Rey  á  los 
holandeses  muchos  regimientos  do  caballería  6  infantería  y  al- 


267 
gunos  millones  de  oro  para  que  no  aceptasen  la  paz  ó  la  tre- 
gua con  el  rey  do  España ,  que  se  solicitaba  en  la  Haya  de  su 
parle;  sin  embargo,  hacia  esta  promesa  y  otras  afectadas  y 
engañosas  al  duque  de  Sajonía  y  á  los  otros  coligados  en  Ale- 
mania, pero  lodos  estos  se  quejaban  que  les  faltaba  á  la  pa- 
labra y  nada  se  les  cumplía :  debíanseles  muchas  sumas  de  lo 
prometido,  con  que  lodo  surlia  engaño  y  cautela,  y  el  pre- 
texto no  era  otro  que  meterlos  en  discordia ,  disensión  y  ruina, 
y  ellos  tan  ciegos  que  aun  fracasaban  á  la  luz  y  al  desengaño 
como  si  no  lo  tuvieran. 

Procedía  el  Papa  con  la  misma  devoción  que  hasta  aqui, 
confiado  en  su  inleligencia  y  en  el  tesoro  que  habia  juntado 
y  artillería,  y  con  el  fuerte  que  fabricó  entre  Uódena  y  el  Bo- 
lones. El  duque  de  Parma  se  liabia  declarado  por  Francia,  no 
fallando  guarniciones  de  esla  gente  en  Hánlua,  Monferrato  y 
el  Pianionte,  y  nosotros  mal  vistos,  mat  afectos  con  todos,  sin 
amigos  y  sin  reputación. 

Sucedió  aquel  cuidado  tan  avisado  y  temido  de  los  de  ma- 
yor prudencia  y  vigilancia  en  la  amplíGcBcíon  del  gobierno 
de  los  Paises-Dajos.  Murió  la  señora  infanta  Doña  Isabel  á 
1 ."  de  Diciembre  de  este  año.  Princesa  digna ,  de  grandes  elo- 
gios y  panegíricos,  y  de  quien  será  justo  decir  algo.  Fué  hija 
del  rey  D.  Felipe  II  y  de  la  reina  Doña  Isabel,  por  cuya  línea 
materna  tuvo  derecho  al  ducado  de  Bretaña;  nació  en  Bal- 
sain  á  i2  de  Agosto  en  el  año  ÍS66,  y  el  de  98,  el  rey  D.  Fe- 
lipe II,  su  padre,  y  el  príncipe  D.  Felipe  Ili.  su  hermano,  re- 
Qunciaron  en  ella  el  derecho  de  los  Peíses-fiajos  y  ambas 
fiorgoñas,  Du(;ea  y  Contea,  y  se  loa  dieron  para  que  casase 
coa  el  archiduque  Alberto,  su  primo  hermano,  hijo  del  em- 
perador Maximiliano.  Celebró  estos  desposorios  con  los  de  la 
reina  Doña  Margarita  y  el  rey  Católico  D.  Felipe  III  el  Punti- 
llee VIH,  en  Ferrara,  con  asistencia  de  casi  todos  los  prínci- 
pes de  Italia  y  de  lo  más  ilustre  de  ella;  efectuaron  después 
las  bodas  en  Valencia,  habíemio  heredado  la  monarquía  el 
Bey,  su  hermano.  Pasó  á  Flandes  desde  aquí  por  Barcelona, 
Genova,  Milán,  Trente  y  el  ducado  de  Luxemburgo.  muy  pros- 


perada  y  enriquecida  del  ánimo  generoso  del  Itey,  y  fué  ju- 
rada en  todos  los  Paiscs-Bajos  por  Si'ñora  con  singular  acla- 
mación y  ü[iior  de  aquellos  Viitiallos :  asisiió  con  el  aféelo  y  los 
consejos  al  lado  de  lan  gran  Príncipe,  como  el  archiduque 
Alberto  y  cotno  lo  aprendió  de  üu-padre,  cuando  la  admitía  en 
las  lloras  privadas  al  manejo  del  despacho  y  papeles.  Fue 
ulilisima  en  todo  tiempo:  era  el  alivio  y  descanso  de  aquellos 
pueltlos,  el  aliento  de  los  soldados  muchas  veces,  y  en  oca- 
siones muy  arduas  lució  su  persona  en  lodos  los  ejércitos, 
á  caballo,  sitios  y  tomas  de  plazas,  animándoles  á  emprender 
y  conseguir,  ofreciendo  sus  joyas  |iara  sus  pagas;  y  en  algún 
trance  adverso,  pero  glorioso,  en  que  recibió  el  Archiduque 
contradicion  y  alguna  herida  en  sus  empresas,  se  mostró  con 
tolerancia  y  de  ánimo  varonil  en  este  hecho,  lanío  que  exce- 
dió á  las  más  venerables  matronas  que  celebró  por  heroicas  la 
antigüedad:  era  do  suma  virlud,  piedad  y  gobierno,  prudencia, 
religión  y  justicia. 

Tuvo  aquellas  armas  todo  ct  tiempo  que  vivió  el  Rey,  su 
hermano,  y  algunos  años  más,  en  alta  reputación,  acrecen- 
tando muchas  plazas  en  el  conlin  de  la  Frisa  y  la  Vestfalia. 
entre  los  dos  rios  Rbin  y  Hosa.  Perdió  el  Archiduque  á  13  de 
Julio  del  año  1621,  pasando  de  ésta  á  mejor  vida,  no  ha- 
biendo tenido  sucesión,  con  que  volvieron  á  recaer  aquellos 
Estados  en  el  rey  D.  Felipe  IV,  su  sobrino.  Oizo  que  lo  jurasen 
señor  y  heredero,  prosiguió  el  gobierno  y  el  mando  de  las  ar- 
mas con  singular  cuidado  y  vigilancia,  manteniendo  aquello 
cuanio  pudo  con  el  valor,  el  consejo  y  la  oración,  on  que  gas- 
taba muchas  horas,  habiendo  entrado  debajo  de  la  Tercera 
Orden  de  San  Francisco:  hacia  muchas  instancias  por  el  in- 
fante D.  Fernando  para  que  pasase  á  aquellos  paises  ánles  de 
su  muerto  para  conocerlos  y  entenderlos  y  para  hacerle  capaz 
del  gobierno,  de  los  designios,  malcrías  particulares  de  los 
enemigos,  de  sus  vecinos  y  confederados;  lo  que  nunca  consi- 
guió. Los  casos  siniestros  sucedidos  en  estos  últimos  años, 
cuando  no  pudo  enderezarlos  y  abatir  su  malicia,  los  suplía 
en  sus  retiros  con  lágrimas.  En  este  estado  la  hailó  la  mucrle. 


dejándonos  por  nuestra  infdicidnd  sin  cl  socorro  uoBñi  avisos 
y  cuidados,  y  en  esto  fué  ó  gozar  de  Dios  al  lietiipo  que  digo,  y 
su  cuerpo  fué  puesto  en  la  capilla  Real  del  pulacio  de  Bruse- 
las. Princesa  singular,  entre  las  mayores  la  más  esclarecida  y 
digna  de  toda  alabanza  .  y  en  quien  todas  aprendian  el  buen 
uso  de  la  dignidad  y  las  otras  partes  de  varonil  y  de  grande. 
Sintieron  los  Países  la  muerte  de  esta  Real  señorn,  y  lodos 
los  principes  sus  vecinos,  y  basta  los  enemigos  hicieron  de- 
rnostracinnes  de  sentimienio;  en  la  corte  de  España  sobre- 
saltó la  pérdida,  y  el  accidente  so  tuvo  por  fatnl:  mostró  el 
Rey  en  su  capilla  con  exequias  y  con  lulos,  reconociendo  ha- 
bía sido  descuido  y  demasiada  conlinn^a  no  haber  prevenido 
en  países  tan  distantes,  que  tanto  importaban,  persona  Real 
quo  llevase  adelante  á  aquel  gobierno  su  amplificación,  asi  en 
lo  militar  como  en  In  político;  conGrmase  en  la  fe  aquellos  va- 
sallos que  no  quieren  ser  gobernados  por  subdito  español  aun- 
que sea  grande,  sino  por  alguno  de  sus  Principes,  y  eso 
legítimo,  á  quien  sólo  quieren  prestar  toda  sumisión  y  rendi- 
miento, que  los  aliente  con  la  afabilidad  de!  trato  y  las  merce- 
des ;  se  opusiese  con  valor  á  la  fortuna  de  los  holandeses;  re- 
cobrase lo  descaecido  de  las  armas  y  la  reputación;  hiciese 
rostro  á  los  conlinanles  y  coligados  y  les  diese  á  sentir  que 
había  allí  hombre,  y  se  restituyese  en  aquella  plaza  do  armas 
su  antigua  grandeza  y  decoro,  en  que  fué  admirable  á  todas 
las  naciones;  se  recuperase  lo  perdido,  las  villa»  y  puestos 
de  consideración,  y  se  arrojasen  los  enemigos  de  la  otra  parte 
del  Rhin,  como  estuvieron  en  tiempo  del  rey  Católico  don 
Felipe  Ilf.  y  se  asegurasen  todas  las  dependencias,  convenien- 
cias y  materias  que  de  la  vida  de  aquellos  Estados  depcmlen. 
Quedaron  señalados  seis  gobernadores  pnra  lo  marcial  y  polí- 
tico de  aquellos  países,  por  orden  y  decreto  de  S.  M.,  antes 
enviado,  y  el  más  principal  de  lodos  el  duque  de  Arcscol,  que 
estaba  en  España  á  esta  sazón. 

El  rey  de  Francia,  con  este  suceso  ó  la  dañada  intención 
del  Richelíeu  en  alligir  las  tierras  católicas,  y  con  la  Tilla  de 
Principo  gobernador  en  los  Países-Bajos,  entraron  en  pensa- 


270 

miento,  (tiscurricndo  que  había  do  pasiir  olla  el  ínranto  don 
Fernando,  y  que  aquel  joven  gallardo,  adornado  de  todas  las 
graci.ns,  aíirmaria  en  la  perseverancia,  con  las  altas  virtudes 
de  valor,  juicio  y  prudencia  lodos  aquellos  pueblos  y  magis- 
trados, y  rejuveneceria  las  cosas  y  las  baria  arribar  á  gran 
forluiia  y  no  tendrian  efecto  sus  trazas;  advirtiondo  que  en 
aquella  ruina  consistía  las  demás  de  nuestras  Coronas.  Se  díó 
él  senlir  y  publicar,  embarazando  lodos  \oí  pasos  de  Valtelina, 
Tíiol,  Lorena,  Borgoña  y  ducado  de  Luiemburgo  con  armas  y 
soldados,  que  no  había  de  dar  paso  por  aili  á  Príncipe  ni  ejér- 
cito de  la  Casa  de  Austria,  pretendiendo  desesperar  de  socorro 
los  países  obedientes  para  que  se  levantasen  y  saliesen  de  la 
obediencia  y  acabar  con  aquel  cuidado  y  aquella  plata  de  armas, 
tanto  para  los  enemigos  demésiicos  como  para  los  forasteros,  y 
no  juntándolos  con  los  rebeldes  por  no  ver  junto  ásus  conCnes 
fuerzas  que  se  han  dejado  senlir  en  el  mundo  y  que  han  sido 
de  cuidado,  ni  queriendo  él  enseñorearlos  por  entonces  por 
no  apetecer  ninguna  cosa  el  dominio  Trances:  esto  en  cuanto 
ahora,  que  en  haciéndolos  rebeldes,  él  los  procuraría  hacer 
subditos,  y  otrosí  hacer  las  provincias  ó  países  libres,  y  todos, 
los  unos  y  los  otros,  confederados.  Pasó  más  adelante  y  avisó, 
como  aquel  es  tránsito  general  para  Italia  y  arabas  Germanias, 
á  los  genoveses,  que  se  declarasen  debajo  de  la  protección  de 
Francia,  donde  no,  que  irja  sobre  ellos  con  ejército  y  armada 
para  concluir  de  una  vezesla  contienda,  y  por  cerrar  también 
aquel  paso,  cortar  los  socorros  de  dineros  y  soldados,  desva- 
necer tos  asientos  para  Flandes,  y  dejar  sin  auxilio  el  Estado 
de  Milán,  primera  y  principal  condición  suya. 

Callaron  y  prevalecieron  constantes  y  con  fineza  á  las  obli- 
gaciones de  España,  y  á  las  que  por  tantos  años  le  deben,  y 
fabricaron  una  obra  verdaderamete  real  y  magnifica;  levanta- 
ron una  muralla  gruesa  y  porgrande  espacio,  taf  y  con  tantos 
batuaries,  qiiesc  cubrían  y  se  cerraron  con  ella  en  todo  aque- 
llo que  es  de  la  parte  do  tierra,  y  forneciéronla  de  mucha  ar- 
tillería y  soldados,  capuz  y  á  propósito  para  resistir  grandes 
ejércitos  por  tierra  y  gruesa»  anuaJas  por  mar,  con  que  lií- 


ciernn  incipugnable  su  ciudad,  gastando  un  millón  en  fortifi- 
carla. Eslas  SOR  de  las  obras  que  ennoblecen  las  grandes  colo- 
nias y  hacen  perdurables  en  la  posteridad  sus  inventores  y  los 
dejan  inmortales,  y  estas  son  las  que  han  de  acometer  los  que 
quieren  ser  tenidos  por  elevados  gobernadores. 

Proseguia  el  rey  de  Francia  instigado  de  los  razonables 
sucesos  de  Alemania  conseguidos  por  aquellos  capitanes,  y 
de  no  haber  ya  consumido  y  desbaratado  aquel  Imperio,  para 
encender  la  materia  que  ya  estaba  dispuesta  en  Italia,  y  para 
aterrarlo  todo,  ponerlo  en  confusión  y  ruina  y  concluir  la 
sublevación  de  la  monarquía:  publicó  que,  hecha  la  paz  por 
9U  mano  entre  el  turco  y  ol  persa,  bajaría  á  la  primeraveru 
siguiente  con  poderosa  armada  de  galeras  sobre  los  reinos  de 
Ñapóles  y  de  Sicilia.  En  nuestras  historias  hemos  leído  de  los 
franceses  notables  máquinas  y  rumores  militares;  pero  en  nues< 
tros  días  han  sido  perjudiciales  pura  el  estado  universal  y  la 
religión.  ¿Mas  qué  mucho,  si  les  hemos  dado  ocasión  y  se  han 
valido  de  las  voces  de  nuestra  necesidad,  del  uso  de  nuestra 
miseria,  de  la  poca  tolerancia  de  los  uibutos  y  gabelas  im- 
puestos sobre  los  vasallos,  de  las  extorsiones  y  ofensas  ejerci- 
das sobre  los  naturales  y  forasteros,  del  disfavor  é  injuria  y 
despecho  de  todos,  y  que  ven  que  nos  perdemos  de  flojedad 
nuestra? 

Luego  que  el  Rey  supo  la  muerte  de  Id  ínfunta  Doña  Isa- 
bel, 8¡  bien  tenia  prevenido  que,  en  caso  qne  muriese  y  no 
hubiese  pasado  allá  el  infante  D.  Fernando,  gobernasen  seis 
gobernadores,  tres  flamencos  y  tres  españoles,  entre  los  Qa— 
meneos  el  duque  de  Arescot  y  otros  dos,  obispos,  el  de  Arras 
y  Malinas,  y  entre  ios  españoles  el  marqués  de  Aitona,  maestre 
de  campo  general,  yá  cuyo  cargo  estaban  las  armas,  el  mar- 
qués de  Fuentes,  castellano  de  Cambray,  y  D.  Manuel  Pimen- 
tel  del  de  Amberes;  envió  volando  correo  á  Hilan  para  que 
por  pasos  y  vías  ignotas,  de  secreto,  á  la  ligera,  disfrazado,  con 
algunos  gentilhombres  y  ayudas  de  cámara,  pasase  á  Fjandcs: 
el  correo  llegó  á  hora  que  el  Infante  estaba  en  la  caniii  y  casi 
desuliuciado,  con  que  esta  diligencia  no  tuvo  ufcclo.  Entró  á 


272 
esta  hora  el  duque  de  Arescot  en  la  corte  de  Castilla,  que  vo> 
Día  lie  Flandcí^  enviado  de  la  Infanta  á  dar  cuenta  al  Rey  del 
eetado  de  aquellos  países  y  á  volver  á  introducir  algún  tratado 
de  tregua  con  los  holandeses :  cuando  llegó,  besó  la  mano  al 
Itey  ú  hizo  relación  al  primer  Mini&tro  do  lo  que  se  le  habis 
encuniendado;  bailó  también  la  muerte  fie  la  Infanta  pública,  y 
todo  el  asiento  de  los  gobernadores  ya  mudado  y  ¿1  excluido  de 
esta  preeminencia,  Decian  era  dura  cosa  tener  aquellos  Estados 
siempre  pendientes  de  gobierno  de  Principe,  donde  sería  muy 
posible  que  faltase  alguna  vez,  y  no  siempre  los  liabria  en  Es- 
paña ni  en  Alemania  á  propósito  que  se  redujesen  Flandes; 
aquellos  paiaes  á  ser  gobernados  de  vasallo  español,  y  tomasen 
ejemplo  en  los  otros  reinos  del  Rey,  de  no  menor  calidad  y 
grandeza  que  sus  provincias,  que  reciben  en  todo  de  buen  cora- 
zón y  gusto  debajo  de  ¿1;  y  quo  seis  gobernadores  procederían 
poco  diligentes  en  resolver  y  votar  las  materias,  dondeseria  muy 
forzoso  introducirse  en  algunas  pasiones  y  diferencias  nacidas 
de  particulares  propios,  como  suele  aconteccren  gobernadores 
de  humores  y  naturales  diferentes  y  que  mandan  lejos  de  su 
Principe,  caer  en  desunión,  y  por  esto  no  conseguirse  con  fa- 
cilidad y  prontitud  el  servicio  del  Rey,  marañado  y  embebido 
en  competencias.  Propúsole,  no  sin  maña  y  falsedad,  esto  al 
duque  do  Arescot,  no  con  otro  intento  que  descubrirlo  el  áni- 
mo y  los  pensamientos,  porque  sólo  habia  sido  enviado  de 
Flandes  para  tenerle  acá,  como  lo  referiremos  en  su  lugar,  y 
otrosí  pusiese  su  parecer  en  la  oíaleria  por  escrito.  Él  dijo 
que  se  jumasen  personas  prácticas  que  entendiesen  de  ella, 
delante  de  los  cuales  queria  decir  lo  que  sentía  porque  so  lo 
daba  en  apoyo  del  primero,  y  sí  ellos  discurrían  mejor  y  más 
derechamente  en  lo  quo  convenia,  no  queríale  entendiese 
miraba  por  su  ínteres. y  hablaba  en  su  fayor,  y  qi\c  si  no  les 
parecía  y  en  lo  do  udelante  sucediese  de  esta  novedad  alguu 
escándalo,  corriese  por  cuenta  de  los  que  volasen  en  contrarío. 
Admitiósele,  y  llamaron  á  la  Junta  á  los  de  casa  y  á  los 
favorables  cu  todos  nuestros  hechos;  y  llamóse  al  marqués  de 
I.c>.gatiés ,  al  marqués  do  la  Puebla,  eu  hermano,  y  al  conde  do 


273 
Castrillo,  quQ  estos  dos  úllimos,  n¡  vieron  á  Flandes  oi  la 
guerra,  sino  los  arrabales  de  MaJríd ,  el  Carpió  y  las  audicDciaa 
(Jo  Valtadolid.  Hizo  su  oración  el  duque  de  Arescut,  y  después 
de  bien  cansado,  tos  deoias  llamados  para  aquello,  votaroa 
no  convenían  seis  gobernadores  en  el  País-  Bajo,  que  sería  da 
mucha  confusión  y  controversia  ,  sino  que  el  marqués  de  Ai- 
tona  gobernase  lo  político,  lo  civil  y  müílar,  con  quo  quedó 
apeado  el  duque  de  Arescut  de  aquella  parte  y  lionor  con  que 
se  daba  por  contenió  de  sus  servicios  en  aquellos  Estados,  coa 
que  estuvo  muy  en  duda  y  no  sin  pocas  intermisiones  el  ir 
S.  A.  á  Flandes.  Aunque  se  dijo  se  enviaba  al  conde  de  Cas- 
trillo  con  él  por  su  Uayordoino  mayor  para  laconlidencia  y 
centinela  de  allá  para  acá ,  no  Sfí  cuál  más  aína  sí  al  Rey  ó  al 
Validó,  al  ÍJn,  para  el  más  medroso,  no  acabado  de  asegurar 
de1  ánimo  da  aquel  Principe,  por  los.olícios  que  le  habia 
hecho,  publicase  ahora  de  nuevo  va  el  marqués  de  I^^anés, 
DO  bailándose  otro  sujeto  más  importante  para  las  fortunas  dn 
que  más  se  necesita ;  y  aunque  el  Moscoso  antes  de  la  muerto 
de  la  Infanta  (üé  solicitado  por  el  Valido,  y  se  dijo  resucitaba 
en  la  gracia  para  ir  a  Milán. con  el  olicio  de  Caballerizo  ma- 
yor, mirando  ahora  á  Flandes  con  otros  ojus,  que  cada  dia 
habia  mil  mudanzas  y  md  novedades,  duerme  en  la  promesa 
como  en  la  de  Barcelona.  Decíanse  varias  cosas  acerca  de  la 
salida  del  Infante  de  Milán:  quién  le  tornaba  á  Cuialuña,  des- 
pués, de  convalecido;  quién  le  llevaba  á  Santander,  donde  con 
armada  correría  el  canal  de  Inglaterra,  ofrecíéndoso  aquel 
Rey  de-  tenérsete  desembarazado  y  seguro  de  todo  enemigo, 
diciendo  no  estaba  él  confederado  con  el  rey  de  Francia,  con 
que  desembarcaría  prósperamente  en  Dunquerque  ó  en  Mar- 
dique  para  subir  al  Bravanto;  y  otros  alírmaban  ó  discurrían, 
por  la  perplejidad  del  Regento  y  los  embaíos  en  que  le  traia 
este  cuidado  tormentoso,  no  pondtía  los  piéa  en  Flandes,  y  do 
esta  contrariedad  muchos  conjeturaban  el  riesgo  en  que  aquello 
se  ponia.  Pero  cada  uno  limitaba  y  prevenía  el  suyo,  porque 
decia  el  hacedor  haría  cuanto  podia  por  servirá  su  Principe,  y 
que  cuando  más  seguso  estuviese  y  desahogado  y  muy  pro- 


274 
sumido  en  que  había  becbo  mucho,  vendriau  luego  cartas  y 
quejas  que  lo  descompondrían  todo. 

Proseguían  los  nuestros  estas  dictas,  como  dije,  el  riesgo 
que  correría  el  Pais-Bajo,  por  cuanto  no  permanecería  el 
gobierno  espaSoI ,  y  al  primer  golpe  de  Holanda,  mal  asisti- 
dos y  socorridos  tarde  aquellos  vasallos,  acabaría  de  re- 
ventar la  pootoña  de  los  malcontentos;  y  al  contrario,  que 
so  reslituirian  los  Países  con  la  ida  de  S.  A.  R.  en  alguna 
esperanza  de  mejoría  y  sucesos,  y  militarían  con  más  fervor, 
amor  y  fidelidad  debajo  de  su  mano,  que  en  la  de  otro  no 
nos  aseguramos  de  nada,  y  todo  es  temor  y  variar,  recelán- 
donos de  lo  por  venir,  con  que  no  asciende  nada  á  su  esfera  ni 
á  la  teltcídad.  Hacemos  de  un  Principe  sumante  fidelísimo  des- 
confianza, DO  osamos  ponerte  las  armas  en  la  mano  sin  saber 
porqué,  cuando  en  la  antigüedad  se  tas  fiaron  á  otro  de  me- 
nos obligaciones,  que  ni  manejó  las  riendas  de  aquel  gobierno, 
tan  importante  á  su  calidad  y  á  nuestras  coronas,  estrechado 
en  Milán,  sin  poder  ni  autoridad,  ni  con  caudal  ni  facultad 
para  dar  nada  ni  para  hacerse  bien  visto.  El  miedo  de  uno 
es  azote  de  lodos  y  todo  es  trance  de  vaivenes  deslucidos:  va- 
liéndose de  nuestro  descuido  y  trazas,  con  otras  más  riguro- 
sas y  diferentes,  los  enemigos,  y  Dios  sobre  todo,  no  dejaban 
de  obrar  en  Ftandes,  A  esta  hora  y  remisión,  revolucio- 
nes y  movimientos,  no  sólo  plebeyos  sino  nobles,  para  dar 
cuidado,  pues  este  fué  el  motivo  más  principal  de  la  rebelión 
primera;  y  ahora ,  para  más  confusión ,  nacidas  de  los  france- 
ses, que  asisten  al  servicio  de  la  Reina  madre  y  del  Gastón,  su 
hijo,  duque  de  Orleans.  Uno  de  ellos  dijo  en  ocasión  muy  pe- 
ligrosa jviva  el  Monsieur!  y  otros  gritaban,  que  quién  podían 
tener  loa  flamencos  que  los  gobernase  mejor;  dándose  por 
aquí  á  ser  insolentes  y  nuevamente  bulliciosos,  como  lo  han 
profesado  con  su  envejecida  inclinación  y  malicia.  No  esta- 
ban estos  tan  fuera  de  la  graciu  de  Etichelieu,  aunque  fugitivos 
de  París,  que  los  dispondría  con  sus  cartas  y  artiHcios  á  se- 
mejantes sublevaciones  y  rompimientos.  Procuró  reformar- 
los, aunque  falsamente,  el  mismo  duque  de  Orleans;  pero  más 


276 

verdaderamente  algunos  gobernadores  y  magistrados  de  pla- 
zas y  provincias,  con  que  amenazados  del  castigo  abrazaron 
la  enmienda  y  el  sosiego. 

Este  continuo  tumultuar  del  rey  de  Francia  y  sus  minis- 
tros en  todas  las  partes  de  la  Europa,  alentado,  según  se  mur- 
muraba, con  la  devoción  y  favores  del  Papa,  los  muchos 
franceses  introducidos  en  Italia,  las  revueltas  tan  porfiadas 
en  Alemania,  y  la  nueva  quo  se  habia  dejado  correr  de  la  ve- 
nida del  turco  sobre  las  costas  del  reino  de  Nópoics  y  Sicilia, 
hicieron  otra  vez  resolver  al  rey  Católico  el  manifestárselo  al 
Papa  por  personas  graves,  doctas,  religiosas  y  de  su  consejo, 
y  aun  atreverse  en  aquella  Sede  apostólica  á  pedir  un  Con- 
cilio, paliado  con  necesidad  que  lenta  de  él  la  Iglesia  para 
obviar  tantas  revoluciones  como  se  habi^n  levantado,  y  por 
aquí,  hacerle  cargos  y  deponerle.  Simulábase  esto  con  que  era 
menester  se  moderasen  los  derechos  de  las  bulas  y  otras  con- 
cesiones que  se  pagaban  en  España  solamente,  y  en  las  otros 
tierras,  reinos  y  provincias  del  rey  Católico;  pretendiendo 
con  esto  evitar  las  muchas  sumas  de  dinero  en  que  eran  de- 
fraudados y  entraban  en  Roma ,  sí  ya  no  en  la  casa  de  algún 
confederado,  con  que  los  Pontífices  juntan  tesoros  y  se  alien- 
tan para  cualquier  suceso  y  prosecución  de  sus  intentos. 

Representáronle  al  Papa,  después  de  otras  muchas  razo- 
nes, el  ejemplo  de  Francia  y  el  de  otras  partes,  donde  no  se 
consiente  nada  de  esto  ni  lo  sufren  sus  principes;  decíanle 
otros  que  era  menester  reformar  los  frailes  y  reducirlos  á 
menos  námero  y  conventos,  porque  incluyéndose  mucha  gente 
en  ellos  faltaban  soldados  para  la  guerras  justas  y  para  de- 
fender la  Religión  Católica,  Apostólica,  Romana,  y  otras  cosas 
á  esta  traza  para  solicitar  el  intento,  y  en  primer  lugar  pedir 
el  Concilio. 

Fueron  señalados  para  esta  demanda,  ó  embajada  para 
hablar  con  más  decente  término,  fray  Domingo  Pímentel; 
de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  obispo  de  Córdoba,  y  don 
Juan  Chumacero  de  Soloma)or,  del  Consejo  Real  de  Castilla; 
mas  á  éste  decia  el  mundo  le  retiraba  el  Privado  por  avisos 


276 
que  contra  él  y  gu  gobierno  daba  al  Príncipe,,  y  no  le  aportó 
más  cérea  ni  le  arrojó  más  acá  qae  hasta  tas  veriicoles  del 
Tiher,  donde  -le  luvo  desecho  y  olvidado  de  sus  fortunas  y 
s crecen lamicn tos  por  espacio  de  doce  años,  muchos  para  em- 
bajadores  y  pocos  para  \olver  Dios  por  él,  que  nunca  los 
aparta  da  los  principes  del  bien  común  por  más  que  se  los 
retiren. 

Partieron  ambos  á  Roma,  y  bien  antes  de  entraren  e1ld, 
haciéodolos  parar  en  Civitavechíü ,  fueron  preguntados  de  los 
ministros  del  Papa  de  la  caiidad  d»  los  títulos  y  comisión  que 
traian,  y  sí  eran  embajadores,  ó  qué  personajes  reprcseTIta- 
bán;  y  como  de  lodo,  por  espías  y  nuncios  de  España,  estaba 
enterado  el  Papa ,  y  nada  ignorante  en  la  menor  materia,  im- 
pidió su  entrada,  á  menos  que,  no  cediendo  de  comisarios,  que 
aquel  erasu  filulo.  no  entrase  aTguno  de  ellos  con  el  d»em- 
bajador  extraordinario.  Avisaron  acá,  y  viendo  la  repugnan- 
cia que  hacia  el  Papa  en  admilirtoS,  por  abrir  camino  al  in- 
tento resohió  entrase  Chumacero.  y  con  el  Obispo,  con  voz 
de  embajador  eilraordinaño,  que  era  el  que  queríamos  tener 
allá.  Entraron,  y  dejólos  entrar  el  Papa  COn  el  título  referido, 
acompañados  del  marq^jés  do  CasteURodi-igo,  que  tampoco 
se  acaba^ja  de  transceudcr  si  era  embajador  ordinario  ó  ei— 
traordinario,  porque  (ambieñ  los  celos  dé)  Ministro  la  hnbian 
arredrado  allí;  y  las  culpas  que  le  imponían, -saGánd^la  de 
la  presencia  del  Rey  y  de  su  casa ,  le  habían  llevado  á  pere- 
grinar á  Roma.  ¿Qué  habia  hecho  aquella  santa  ciudad ,  Babi- 
lonia y  lago  de  leones,  do  inocentes  y  de  hombrea  buenos, 
y  dé  los  cardenales  espaiioles  Borja,  Cueva  y  Espinóla?  Hos- 
pedólos el  Borja;  entrando  á  la  misma  hora  por  la  otra  puerta 
de  la  ciudad,  contrapuesta  áésta,  en  la  forma  de  España, 
o(ros  ministros  de  este  género,  y  con  la  misma  demanda 
de  parte  del  César.  Esperólos  el  Papa  en  el  Sacro  [*alacÍo; 
'dieron  cuenta  de  las  embajadas  de  sus  príncipes,  fueron  oídos 
y  respondidos,  pidieron  el  ConcíLio,  y  nnte  todas  cosas  exor- 
naron el  estado  qu^  tenia  la  Europa  por  los  movimientos, 
codicias  y  ambiciones  de  los  franceses  y  sus  ministros;  cuan 


A  pique  estaba  la  Iglesia  de  fracasar,  pendíepte  sólo  de  los 
hombros  de  estos  dos  príncipes,  y  esos  tan  combatidos  de 
tuda  la  parcialidad  herética,  innumerable,  por  pecados  nues- 
tros, sobre  toda  la  redondea  de  la  tierra,  no  teniendo  más  que 
estos  dos  polos  en  que  estribar;  el  riesgo  que  estaba  para 
correr  Italia  con  la  bajada  del  turco,  solicitado  por  el  rey  de 
Francia  et  verano  siguiente,  para  ruina  de  todo  y  áe  las 
tierras  y  patrimonio  de  la  de  Sart  Pedro;  que  pomo  tole- 
raba el  verle  hecho  caudillo,  cabeza  y  capitán  de  herejes  y 
mahometanos,  favorecerlos  y  fomentarlos,  y  haberlos  metido 
con  ejércitos  en  las  tierras  católicas  de  los  principes  do  Ale- 
mania ,  para  desguarnecer  la  primera  espada  de  la  Iglesia  ,  y 
la  que  le  ha  de  asistir  y  ponérsele  al  lado  en  los  casos  urgentes 
y  de  necesidad;  y  últimamente,  no  contento  ni  bien  satisfe- 
cho por  no  verlo  ya  todo  acabado,  confederarse,  no  solamente 
con  el  turco,  pero  movidole,  aunque  sólo  con  las  fuerzas  del 
mahometismo,  venga  á  ser  desolación  de  los  mejores  pueblos 
de  Italia,  se- lleve  ios  hombres,  las  mujeres;  los  infantes  y 
las  doncellas  de  los  brazos  de  sus  madres,  y  presida  en  ellas 
pierdan  la  religión  do  la  castidad  y  el  conocimiento  del  ver- 
dadero Dios;  cosa,  pues,  esta  de  mucha  ponderación  y  que- 
branto, y  do  turbar  el  corazón  más  endurecido  y  moverle 
cuando  mái  protervo  á  conmiseración.  Pasaban  adelante  y 
decíanle,  cómo  no  le  enfrenaba  y  fe  hacia  Oeiible  á  los  dere- 
chos de  la  razón,  le  enderezaba  en  sus  consejos,  pues  lo. to-^ 
caba,  le  intimaba  las  censuras  y  eicomuniones  en  que  tales 
príncipes  por  tan  infames  hechos  y  delitos  incurren;  cómo  no 
la  deshonoraba  y  quitaba  la  Corona  y  el  derecho  del  reino,  y 
daba  la  investidura  á  los  principes  más  puros  y  católicos  para 
invalidársele,  pues  por  oGcios  tan  poco  religiosos  y  por  ser 
contra  el  derecho  divino  y  humano  le  tiene  perdido,  como  lo 
deponen  los  decretos  y  Sueros  Cánones  de  los  Pon  linces,  esta- 
blecidos en  los  Concilios  de  bus  predecesores,  y  por  la  Bula  de 
la  Cena ;  y  Dio»  le  había  puesto  en  aquella  Silla  para  obrar  y 
meditar  sucesos  tan  escandalosos  y  execrables. 

Oyó  el  Papa  la  proposición  de  nuestros  embajadores,  y 


278 
respondiendo  á  todoa,  satisñzo  á  la  querella  de  haber  solici- 
tado el  rey  de  Francia  al  lurco  y  no  lo  quiso  condenar;  cu- 
briéndose con  decirque  aquello  no  se  sabía,  que  en  caso  que 
fuese,  pondría  la  mano  en  «lio  y  el  remedio  que  convenia,  y 
quQ  no  le  podía  apretar  porque  no  le  perdiese  la  obediencia  y 
sucediese  á  Francia  lo  que  á  Inglaterra ,  ejemplo  á  que  era  me- 
nester atender  con  blandura.  Aquí,  y  en  lo  tocante  al  Conci- 
lio, disimuló  y  no  se  dio  por  entendido.  Pedirle  modere  los  de- 
rechos de  las  bulas  de  arzobispados  y  obispados,  y  otras  pre- 
bendas y  concesiones  quien  es  tan  liberal  con  el  rey  de  España 
que  le  concede  la  cruzada,  el  subsidio  y  excusado,  y  otras 
gracias  en  que  se  interesan  algunos  millones,  y  le  da  la  inves- 
tidura del  reino  de  Ñapóles  y  Sicilia  y  otras  islas,  parece  que 
es  irritar  el  ánimo  y  querer  que  se  le  cierren  las  puertas  de  la 
liberalidad  al  pretendiente:  no  apoyo  el  pensamiento  si  ya  no 
es  que  se  despertase  éste  pora  tirar  á  otro,  ni  tampoco  es  ejem- 
plo suficiente  el  rey  de  Francia,  porque  no  es  tan  beneficiado 
del  Papa  como  lo  es  el  rey  de  España,  y  asi  no  es  mucho 
disfrute  esto  en  su  reino.  Pedirle  se  reduzcan  á  menor  número 
los  frailes  y  los  conventos,  es  lo  mismo  que  si  le  dijesen  á  un 
principe  resuma  los  pueblos  de  sus  provincias  á  pocos,  se  ciña 
en  el  dominio  de  la  potestad:  los  conventos  y  las  religiones, 
son  las  ciudades  y  las  plazas  fuertes  de  los  Pontifices  de  la 
Iglesia  militante,  los  convoca  y  conduce  la  triunfante,  que  por 
boca  del  Salvador  mandó  que  se  extendiesen  por  todo  el 
mundo,  y  no  se  pueden  tasar  ni  poner  limite  á  los  impulsos 
soberanos  de  los  hombres,  ni  á  las  inspiraciones  de  Dios,  ni 
á  sus  acuerdos,  que  son  infinitos  é  incontrastables  á  todo  hu- 
mano juicio  Y  poder,  y  estos  son  los  pescadores  del  Evangelio, 
que  pescan  con  la  voz  y  las  plumas  contra  la  perversidad  de 
los  apóstatas  y  heresiarcas.  Pedirle  et  Concilio  no  es  fácil,  y  es 
exasperar  más  las  cosas  y  arrastrarlas,  y  no  se  podria  mover 
á  todos  al  hacer  más  alentado  at  francés  y  más  fino,  porque 
sepa  que  se  empeña  bien,  y  dar  mayor  calor  y  nervios  á  la 
Liga.  Pedirle  que  repugne  las  materias  del  rey  de  Francia  y 
los  hechos  tan  infieles  de  su  Privado  y  ministros,  que  te  ame- 


W9 

nace,  anule  y  castigue,  y  le  haga  reconocer  loe  inoaroerables 
yerros  cometidos  contra  los  Sacros  Cánones  él  y  su  pasados, 
es  petición  muy  justa,  y  bastaba  saberlo  para  eamendarto.  Las 
calamidades  y  trabajos  que  toda  la  FraDCia  bs  recibido  por 
larga  carrera  de  años,  y  por  estos  maleficios  cometidos  contra 
la  cristiandad .  y  las  miserias  de  la  berejia  introducidas  en  sus 
pueblos,  lo  testifican,  y  la  falta  de  sucesión  en  los  reyes,  las 
muertes  violentas  y  desastradas  de  otros,  sus  guerras  civiles 
y  otras  intentadas  en  los  forasteros  de  que  salieron  sin  crédito 
y  sin  fortuna.  El  mismo  Luis  XIII  reconoce  esto:  lamentándose 
nn  dia,  dijo  no  envidiaba  la  potencia  del  rey  de  España,  el 
valor  de  la  nación  ni  las  riquezas  de  ambas  Indias,  sino  de 
que  cuando  peleaban  ambos,  él  se  valia  de  católicos  y  él  no 
podía  sino  de  herejes,  circunstancia  de  que  no  podia  des- 
asirse la  Francia,  por  lo  que  le  había  frecuentado,  y  porque, 
aunque  injusta,  no  tenia  otro  desempeño  de  los  sucesos  pasa- 
dos. El  primer  inventor  de  ligarse  con  el  turco  y  hacerle  bajar 
sobre  Italia  con  poderosas  armadas,  fué  Francisco  I,  por 
envidia  y  emulación  que  tuvo  á  las  memorables  liazañas  del 
emperador  Carlos  V,  á  su  grandeza  y  poder,  y  á  la  gloria  y 
aumento  de  la  nación  española.  jCon  qué  vituperio  murió  sin 
pasar  adelante  ni  prevalecer  su  estirpe,  y  qué  sin  crédito  sus 
empresas,  entrándose  por  las  puertas  de  sus  provincias  la  h»< 
rejia  de  los  hugonotes  que  comenzó  en  su  tiempo,  esparcién- 
dose en  casi  la  mayor  parte  de  la  Francia  I 

Esta  nueva ,  pues ,  de  bajar  el  turco  á  Italia ,  tenía  suspenso 
al  Rey  y  á  sns  ministros,  despachando  decretos  de  nuevos 
pedidos  sobre  los  vasallos,  no  poco  congojados  y  unidos 
de  estas  y  otros  gabelas  y  tríbulos,  tanto  que  los  que  se 
acuerdan  de  tiempos  y  de  eras,  decían  nunca  vieron  á  la  ne- 
cesidad tan  viva  por  estas  sacas,  ni  en  la  contratación  tan 
pronta  la  malicia  y  el  fraude  para  poder  obrar  y  restringir  las 
imposiciones. 

El  rey  católico  D.  Felipe  III ,  por  los  años  de  61 5  tuvo  un 
potentísimo  ejército  en  Lombardia ,  debajo  de  la  conducta  de 
D.  Juan  de  Mendoza,  marqués  de  la  Hínojosa,  contra  Carlos, 


duque  de  Saboya;  y  á  la  misma  sazón  otro  en  la  Vestralia, 
Eobre  la  diferencia  de  laa  tierras  de  Cleves  y  Julieres,  acau- 
dillado del  marqués  do  Espinóla.  Cuando  redujo  Aquisgran  á 
la  obediencia  del  emperador  RodüUo  y  unió  á  los  Paises-Bajos 
la  gran  villa  de  Besel  y  otras  plazas  en  aquellos  contornos,  no 
hizo  más  mudanza  ni  demostración,  publicándose  aquella 
primavera,  como  otras  y  todas  las  demás,  que  venia  el  turco 
sobre  Italia,  que  escribir  en  pocos  renglones  al  marqués  déla 
Hiñojosa :  ■  Procurareis  con  brevedad  concluir  esa  guerra  cas- 
tigando al  duque  de  Saboya  ó  reducirle  á  que  obedezca  mis 
órdeoea-y  mandatos,  ^rque  vuelvan  los  tercios  de  infantería 
á  sus  puestos  por  las  sospechas  que  hay  de  que  vengan  arma- 
das de  Levante  • ;  y  esto  sin  dar  luego  sobre  las  haciendas  y 
sobresaltar  los  vasallos.  Poco  después,  ó  si  lúmásemos  ejemplo 
de  los  ministros  do  aquel  tiempo,  y  no  que  por  ser  rebeldes 
y  no  acabarnos  do  conocer  y  sujetarnos,  tropecemos  en  todo 
y  no  nos  levantemos  á  nada,  poco  después,  con  facilidad  y  sin 
ahogarse,  desvaneció  de  aquellas  costas  este  ruido,  tanto  que 
basta  hoy  no  Se  tía  sentido,  enviando  D.  Pedro  Girón,  duque 
de  Osuna,  virey  de  Ñapóles,  cinco  navios  y  un  patache,  á 
cargo  del  capitán  Rivera,  que  reconociendo  todo  aquel  Levante 
desde  la  punta  de  Cilabria  hasta  el  Cante  Modoncoron  y  sus 
islas,  buscó  la  armada  del  turco,  que  se  componía  de  55  ga- 
leras, las  acometió  y  peleó  tres  días  con  todas  ellas  ^  pane 
desbarali)  y  parte  echó  á  fondo,  imposibilitándolos  de  efectos 
ni  invasiones  y  de  otra  ninguna  empresa,  y  se  volvió  á  Ñapó- 
les, diciendo  al  duque  de  O^una  dejaba  ejecutado  lo  que  se  le 
hebia  mandado,  y  que  el  turco,  por  aquel  año  ni  los  venideros, 
ni  vería  las  costad  de  los  Abruzos  ni  la  Calabria,  ni  los  otros 
promontoríos  de  Sicilia:  cosa  que  á  toda  la  Italia  y  el  Levante 
dejó  con  asombro,  y  el  duque  de  Osuna  nunca  más  sabroso 
que  hasta  allí,  por  haber  atinado  un  negocio,  que  él  sólo  enlrc 
cuantos  virreyes  y  capitanes  gobernaron  las  Dos  Sicitias  le 
halló  salida.  Sí  esto  se  hacia  con  tan  poco  número  de  vasos, 
ruido  y  ministerio,  ¿porqué  no  lo  hacemos  y  salimos  de  cui- 
dado? Do  esta  manera  so  aGrman  las  coronas,  los  pueblos,  los 


281 
vasallos,  con  hechos  que  los  aseguren  y  les  den  honor  y  ca- 
lidad y  los  hagan  más  reverentes  á  las  ^tras  naciones ,  y  con 
aliento  pirra  triunfar  de  los  enemigos;  que  con  la  ocupación 
de  vicios  y  enajenación  de  obligaciones  y  poquedades,  se 
pierden  y  no  quieren  militar  debajo  de  principes  y  ministros, 
que  no  sirven  más  que  de  esquilmarlos,  6Ín  saber  otras  artes 
ni  otros  ardides:  por  esto  muchos  quiereu  abandonar  el  do- 
minio, sí  no  ban  de  ser  para  otra  cosa  que  para  sujetos  y  mal- 
tratados, ya  que  á  ojos  abiertos  nos  perdemos,  usando  de  tal 
manera  de  las  alhajas,  que  nos  concedió  el  cielo,  que  no  pa- 
rece sino  que  las  aborrecemos  y  queremos  acabar  con  ellas 
sin  dejar  alguna  á  luS  que  nos  han  de  suceder  y  esperar  el 
otro  siglo. 

El  estado  de  la  república  no-era  mejor  ni  más  dichoso  que 
el  de  los  años  pasados,  antes  menguando  cada  dia  más  en  cr¿<- 
dito  y  en  fortuna;  ninguna  empresa  descendía  sobre  nosotros, 
y  la  necesidad  y  la  falta  de  dinero  so  iba  reconociendo  siempre 
mayor.  Pedíase,  tomábase  y  no  se  (faba,  y  lo  que  era  de  gra- 
cia se  hacia  de  derecho  y  de  justicia,  y  no  retornándole  ni  en 
mercedes,  ayudas  de  costas,  ni  pagando  los  sueldos,  \oé  gajes 
DÍ  los  emolumentos,  no  lenian  cómo  volverte,  ni  contratantes 
ni  labradores;  con  que  los  millones  y  tributos  se  habían  impo- 
sibilitado, y  aun  se  temía  totalmente  la  paga  y  su  cumpli- 
miento antes  que  diesen  en  una  quiebra  horrible  y  miserable: 
los  nobles  faltaban  á  sus  obligaciones  ó  las  llevaban  más 
pesadamente ,  y  todo  era  congoja  y  aflicción ,  falta  de  lo  nece- 
cesarlo  y  aun  forzoso.  En  lasCórtes  eran  ionumerables  las  cosas 
que  se  pedían,  rehusando  antes  el  venir  ¿  ellas  por  no  agra- 
var más  el  reino,  que  ya  estaba  tal,  tan  exhausto  y  tan  acabado 
que  se  concedían  todas,  porque  era  imposible  cumplir  con 
ninguna;  y  la  provincia  de  Castilla  tan  despoblada,  que  no  ha- 
bía quedado  sustancia  en  ella  ni  eñ  este  cuerpo.  Por  redimirse 
de  si  mismo  el  poderoso,  el  cual  lo  veia  de  esta  suene,  se  arrojó 
a  decir  había  puesto  las  cosas  en  tal  estado  que  ya  no  se  acor^- 
daban  los  hombres  sino  de  lo  que  habían  de  comer  mañana; 
queriendo  decir,  que,  aunque  hostigados,  no-tenian  bríos  para 


volver  sobre  si,  si  quisiesen  sacudir  el  yugo.  Para  una  repú- 
blica incorregible,  rebelde,  bárbara,  indomable,  era  menes- 
ter haber  usado  de  este  medio  y  este  rigor;  ¿pero  cuándo  dio 
ocaaion  de  haberlo  menester  este  pueblo?  Parece  que  fué  que- 
rer incitarlos  antes  que  componerlos.  No  son  estos  los  fidelísi- 
mos á  su  Rey,  los  que  le  aman  y  anhelan  por  servirle;  los  cons- 
tantes en  todos  trances  y  en  todos  accidentes ;  los  que  buscan 
los  caminos  más  arduos  de  adelantar  el  estado,  de  ennoblecerle 
con  victoras  y  con  hazañas.  Si  se  hubieran  buscado  todos  los 
modos  contrarios  á  estas  virtudes  y  se  hubiera  probado  cómo 
de  una  Grmisima  monarquía,  en  todas  edades  gloriosa  y  feli- 
císima, se  pudiera  haber  hecho  mudable,  vituperosa  y  desdi- 
chada, aunque  fueran  con  particular  estudio  y  trabajo,  y  aun- 
que se  hubieran  solicitado  de  los  abismos  y  cóncavos  de  los 
dañados,  no  se  pudieran  haber  hallado  tales. 

El  Estado  lo  diga;  y  tras  esto,  |  con  qué  unión ,  con  qué  paz 
de  alma  se  pasa  por  todo ,  como  si  no  estuviera  para  suceder 
y  recelarse,  y  sin  embargo,'  con  qué  desahogo  se  vivel  El  Prin- 
cipe perseveraba  en  su  elección,  y  estaba  bien  hallado  en  ella 
como  si  estuviera  acrecentado  en  reputación,  en  empresas, 
tesoros  y  sucesos,  amor  y  devoción  de  subditos  y  confidentes; 
y  si  bien  gastaba  el  tiempo  en  ejercicios  y  ocupaciones  lícitas, 
no  las  forzosas  y  suGcientes,  y  las  que  pide  gobierno  7  aten- 
ción en  reinos  tantos  y  tan  grandes.  ¿Y  cuánto  es  más  á  pro- 
pósito traducirse  á  s!  un  gran  presidente  ó  famoso  consejero, 
informarse  de  él  é  informarle ,  saber,  preguntar,  inquirir,  tras- 
cender, enmendar,  reprobar,  admitir,  impugnar,  que  á  Felipe 
de  Comines,  señor  de  Argenten,  ó  á  Guichardino?  ¿Pero  qué 
importa  apetecer  y  leer  las  historias  si  no  sacamos  de  ellas  la 
utilidad  y  provecho,  y  aquellos  ejemplos  vivos  que  nos  insi- 
núan y  el  saber  sondar  los  riesgos  y  peligros  y  salvarlos?  El 
Valido  imperaba  con  la  misma  soberanía,  dando  las  dignida- 
des y  magistrados  á  sus  deudos,  llamándolos  á  las  materias, 
consejos  y  juntas,  de  que  algunos  de  ellos  no  tenían  noticia  ni 
experiencia,  ni  vieron  las  provincias  ni  la  guerra. 

El  conde  de  Castrillo  tenía  en  juntas  y  consejos  nueve 


ocupaciones  ó  más,  como  si  faltaran  hombres  y  sajeh»  dé  oit> 
lidad  y  consideración  en  la  patria,  y  así  sucedían  todas  ó  lai 
mes.  Podrá  ser  que  sea  yo  mal  vasallo,  pero  no  mal  criado,  y 
si  todo  junto  por  haber  dicho  la  verdad  y  dolidome  del  estado 
calamitoso  de  las  cosas:  si  por  ello  mereciere  castigo  (que  mu- 
chos justos  han  padecido),  haré  ofrenda  de  mi  cuerpo  á  los 
venideros  para  que  no  peligren  en  estas  suertes  y  escollos,  sí 
tomasen  el  ejemplo  en  mis  escritos,  si  ellos  fueren  tales  que 
lo  merezcan,  porque  no  es  esta  ínBcion  para  lodos  reinados, 
sino  de  algunos ,  porque  si  siempre  seguimos  estas  pisadas 
Saqueará  todo. 

Habíase  dado  ahora  el  Valido  á  labrar  un  edificio  junto  al 
convento  real  de  San  Jerónimo,  ridiculo  y  sin  provecho  y  de 
todas  maneras  inútil,  de  paredes  delgadas  y  de  flacos  funda- 
mentos, desfavorecido  de  la  naturaleza  y  del  cielo,  estéril  y 
arenoso,  queriendo  forzarle  á  la  fecundidad  y  al  ornamento 
de  las  plantas  á  peso  de  dinero,  no  suyo  ni  de  su  patrimonio, 
ñno  de  sisas  de  la  villa,  venus  de  oficios,  do  gracias  y  otros 
negocios,  como  si  necesitásemos  de  esta  saca,  y  que  tuviese 
las  propiedades  de  otros  sitios  que  dieron  esto  con  libertad, 
sin  interés  ni  violencia.  Una  habitación  honesta  y  de  sumo 
decoro  para  los  retiros  y  funciones  de  los  reyes,  la  hizo  deli- 
ciosa y  juglar.  El  primer  nombre  que  tuvo  fuá  llamarle  Galli- 
nero ;  y  no  siendo  nuestras  empresas  ni  hazañas  las  que  fue- 
ron ni  las  que  babian  de  ser,  tomaron  los  enemigos  ocasión 
de  burlar  de  nosotros,  y  traducían  el  nombre  de  español  en 
el  de  gallina,  y  así  lo  gritaban  por  toda  la  Francia  cuando 
pasaba  por  ella  nuestra  gente  llamándonos  gallinas'.y  para  en- 
mendar este  absurdo,  por  no  decir  afrenta,  mudó  el  nombre 
en  otro  de  su  capricho  y  le  hizo  esculpir  en  una  piedra,  y  po- 
niéndola en  un  paso  del  Prado  á  la  vista  de  la  obra ,  le  llamó 
Buen-Retiro,  cargando  pena  al  que  le  llamase  Gallinero, 
siendo  él  el  que  primero  se  la  puso  y  cayó  en  este  yerro,  por- 
que nunca  aflojase  el  tormento  ni  la  molestia  para  los  otros, 
como  si  tuviese  necesidad  este  pueblo,  y  las  gracias  y  oGcios 
vendibles  del  reino  consignados  para  socorros  de  criados  y 


soldados,  de  labrarle  á  él  recreación:  esto  porque  no  quede 
cosa  que  no  experimenle  lo  pesado  de  su  dictámeni  y  desde 
eolÓDces  no  quedó  un  oficio  ni  un  efecto  úon  qu6  socorrer 
una  necesidad.  Andaban  más  hombres  en  esta  obra  y  más 
ÍBslrumentos  que  en  I»  de  la  torre  de  Babilonia,  y  en  la  ma- 
ravilla Efesia,  que  y?  si  lo  fuera  era  de  alabar;  pero  todo  era 
tapias.  Bienaventurado  aquel  que  yace  á  la  falda  de  nuestros 
montes,  cuando  no  le  faltaban  á  la  corle  y  no  carecían  sus 
contornos  ni  circunferencias  de  casas  de  campo  y  verjeles 
para  todos  los  tiempos  del  año-  El  mismo  palacio  de  Madrid 
con  el  Parque,  la  Priora  y  la  Casa  de  Campo,  ex  deleitoso  y 
acomodado  para  todos  tiempos,  y  sus  obras-son  tales  y  tan 
eternas,  que  bastaba  esto  para  no  entrar  en  otros  gastos  n¡ 
ciúdadoS;  Aranjucz  v  otras,  si  dejásemos  correr  la  pluma,  son 
de  sumo  regalo  y  de  perpetua  verdura  y-primavera  y  muy 
abundantes  de  caza ;  el  Escorial,  todo  el  mundo  lo  sabe  y  es 
yerro  verisimil  quererle  encarecer;  pero,  sin  embargo,  es  ad- 
miración prodigiosa;  el  Pardo  es  gustoso  y  entretenido;  y  ya 
que  se  ha  gastado  una  cantidad  sin  suma,  no  se  ha  bocho  allí 
cosa  que  siquiera  parezca  algo  de  esto,  sino  una  confusión  sin 
traza  ni  berraosora.  Murmurábase  este  exceso  en  la  corte  y 
en  todos  los  reinos  de  la  monarquía;  dejo  ahora  la  plebe,  que 
aún  ésta  discurre  sia  iatento  ni  consideración,  sino  entre 
los  políticos  .y  letrados  y  los  hombres  de  más  gravedad  y  seso, 
y  deciao  que  cuando  se  pedían  las  haciendas  á  los  vasallos  se 
exhalase  por  aquí  el  caudal,  y  que  cua&do  daban  comodidad 
los  años  para  comer  los  mantenimientos  baratos  y  los  otros 
víveres,  se  comprasen  cobrando,  como -si  no  los  hubiese  en  el 
mundo,  por  las  inmensas  gabelas  y  tributos  que  cargaban  so- 
bre ellos,  no  perdonando  al  foro  eclesiástico  de  este  rídsgo  y 
de  esta  calumnia,  viendo  en  cuántos  escollos  peligraba  so  re- 
reputación  y  regencia. 

Pasó  con  arte  á  salvarse  á  la  sombra  del  Rey  y  prohijó' 
sele  en  los  principios;  oyó  que  era,  y  asi  se  lo  dirían,  de  poco 
gasto,  y  callaba  dejándolo  correr  y  pasando,  no  haciendo  caso, 
aun  cuando  oía  hablar  en  ello  después  de  bien  exornado  y 


285 

apuntalado  bien  ,.é  inyestidosele  para  qoe  entrase  4  lá  parCé 
de  la  calumnia,  que  un  exceso  sale  mejor  lucido  sobre  "hombros 
reales:  ya  pedia  ó  se  le  hacían  pedir  tas  trazas  de* la  obra, 
apropiárselas  y  dar  su  parecer,  y  k  entender  era  el  diseño  y  el 
gusto  sujo;  y  á  estas  espaldas  levantat)a  y  derribaba  tapias  y 
paredones  y  lo  qoe  no  le  parecía  tal,  y  esto  sin  tasa  y  sin  mise- 
ricordia, por  no  haber  en  el  prancipio  ajustado  y  delineado  la 
fábrica  y  lo  que  habia  de  ser  Un  día  le  oi  decir  al  Rey,  ha- 
blando con  los  maestros  de  las  obras  r— ¿Cuándo  vendremos 
aquí  que  esté  esto  acabado,  sin  polvo  y  sin  tierra  y  libre  de 
opciales?  T  otro  di9,  proponiéndole  más  embarazos  dijO: — 
Basta  lo  hecho:  de  suefte  que  por  aquf  se  veían  cómo  no  era 
de  su  inclinación  este  gasto  y  cuidado,  sino  del  que  quería 
que  su  voluntad  imperase  en  lo  más  soberano  y  que  fuese  Rey. 
Trabajaban  en  la  •obra  pasados  de  cuatrocientos  hombres, 
y  hacia  ir  al  Rey  aHá  y  al  Principe,  sólo  para  entablar  su  dic* 
iámei^,  y  que  fuesoel  edificio  suyo  y  la  calumnia  de  otro,  á 
quién-  le  dicen  si  se  quiere  holgar  f(ue  no  lo  haga,  y  más  no 
eostándole  nada ;  pero  si  costaba,  faltando  á  causas  má9  legi- 
timas, y- cuando  d  natural  no  ló  desmerece.  Asi^  con  facili-^ 
dad,  consiguió  el  llevarlos  allá  cuando  le  parecía,  inventando 
sAraos ,  máscaras ,  farsas  y  otras  fiestas ,  en  que  se  perdía  el 
tiempo  y  quizás  algunos  negocios  de  importancia,  y  parecia 
más á-los de Ninive, á  losdiq^  de  Nerón  y  á  los  últimos  de  los 
romanos  en  el  uso  y  en  el  proceder.  Estaba  muy  úf^no  de 
este  hecho,  y  con  este  poder  hizo  á  los  Consejos  labrar  una 
plaza  para  fiestas  de  toros,  fahando  muchas  veces  á  la  obli- 
gación del  despacho  y  asistencia  de  las  materias:  sacaba  pa« 
iredones  y  piezas  sin  correspondencia,  delgadas  y  poco  firmes, 
como  se  lo  dictaba  su  albedrto,  sin  guardar  ni  ajustarse  a  las 
reglas  del  arte;  hfzolas  alhajar  al  Consejo  de  Aragón ,  en  que 
el  protonotario  D.  Jerónimo  de  ViUanueva  se  mostraba  muy 
6po,  vendiendo  en  público  teatro  y  á  rienda  suelta  todos  los 
oficios  del  reino,  sin  perdonar  á  Cerdeña  ni  á  las  Mallorcas; 
que  si  fuera  labrar  vasos  para  defenderlas  hubiera  sido  más 
redentor  que  ministro. 


Siguió  esta  secta  el  Consejo  de  Portngal,  también  por  m 
secretario  Diego  Suarez,  buen  camino  para  medraV,  que  sea 
á  lo  que  atienda,  aunque  pereciese  el  Estado,  como  sucedió, 
porque  todo  era  abrir  tas  zanjas  para  la  ruina;  y  se  metió  en 
labrar  una  ermita,  sin  tratar  de  penitencia,  cuya  costa  dicen 
pasaba  de  100.000  escudos,  no  más  de  por  hacer  ostentación 
de  gustos  y  competencia  al  protonotarío,  echando  cada  uno  por 
impugnar  al  otro.  El  poderoso  holgaba  de  esta  lucha,  porque 
creciese  la  obra  y  el  gasto,  sin  moderar  estos  desaciertos,  que 
boy  no  sirven  de  nada  sino  de  vergüenza  y  confusión,  porque 
para  holgarse  bastaba  y  aun  sobraba  lo  que  se  babia  hecho. 
Entró  también  á  la  parte  el  Consejo  de  Indias,  por  su  presi- 
dente D.  García  de  Haro,  conde  de  Castrillo;  y  todos  gastaban, 
vendían  y  alhajaban,  pagándolo  los  oficiales  de  aquel  nuevo  y 
eitendido  imperio,  atendiendo  al  poderoso  y  á  su  inclinación 
y  gusto.  También  entró  por  aquí  José  González  con  las  ventas 
déla  cámara,  y  lodos  iban  á  porfía  &  cuál  destruía  más,  y 
esto  se  premiaba  por  servicio;  y  era  tanto  lo  que  allí  se  había 
juntado  de  riquezas  que  llegaron  á  temerse  de  ladrones,  no  de 
que  se  ejercitase  este  vicio  de  la  opinión  ó  del  atrevimiento, 
de  la  fealdad,  y  que  sonase  en  palacio,  sino  de  la  razón  qne 
había  para  que  les  hurtasen  por  haberse  hecho  señores  del 
caudal  común. 

No  había  regidor  en  la  villa  que  no  quisiese  tener  aquí 
BU  parte  por  administradores  de  sisas,  proponiendo  para  es- 
tos todo  el  dinero  del  común,  reservado  para  las  necesidades 
y  para  comprar  el  trigo  de  los  años  poco  fértiles  porque  no 
faltase  el  sustento  á  los  afligidos  miserables,  aspirando  por  esta 
lisonja  y  por  esta  traición ,  á  medrar  y  levantarse  con  detri- 
mento general  del  pueblo  que  lo  padecía. 

Era  el  principal  de  estos  Pedro  Martínez,  escribano  do 
la  villa,  que  se  babia  entrometido  á  asistir  perpetuamente  á  la 
obra,  y  esto  se  pagaba  con  las  secretarias,  y  los  perjuicios  de 
los  criados  del  Rey  con  olvidarlos.  Hizola  el  hacedor  alcaidía 
yagregósela  asi  y  perpetuóla  en  su  casa,  como  si  tuviera  su- 
cesión, excluyéndola  del  sobrino  D.  Luís  de  Haro;  mas  al  fin 


287 

la  vino  á  asir,  ó  por  pleito  ó  por  herencia,  con  todos  los  ahorros 
y  preseas,  que  eran  mochas  y  muy  notables,  así  en  tapicerías 
y  colgaduras  como  en  pinturas,  tomándolas  de  los  que  las 
tenian,  aunque  muchas  se  pagaban,  despojando  los  camari* 
oes,  de  los  que  aliñaban  para  sus  retiros.  Trajéronse  las  pin- 
toras de  Valladolid,  de  aquel  palacio  y  huerta,  y  las  tapicerías 
ricas  de  Portugal ,  que  tenia  aquel  reino  para  su  ostentación 
y  memoria  de  la  grandeza  de  sus  antiguos  principes,  que  es 
lo  mejor  que  hay  alli,  contra  lo  que  se  estableció  con  el  rey 
D.  Felipe  II  cuando  le  dieron  el  reino,  de  no  poder  desalhajar 
aquel  palacio.  Hizole  de  término  libre  y  separado  de  las  otras 
justicias  y  en  favor  de  los  delincuentes,  y  de  poder  proveer 
todos  los  oficios  y  quitarlos  cuando  pareciese,  arrimándole 
sus  ciertas  rentas  para  gajes  y  gastos.  Quitólas  del  Real  Sitio 
de  Aranjuez  y  de  otras  partes,  desarmándoles  de  su  go- 
bierno y  belleza,  no  advirtiendo  que  el  Sitio  del  Retiro  es  el 
teatro  de  las  buenas  y  malas  fortunas  de  las  privados,  y  donde 
se  recitan  las  iras  para  con  unos  y  los  halagos  de  los  princi- 
pes para  con  otros,  todo  á  un  mismo  tiempo;  y  que  ya  que  alli 
se  obró  el  misterio  de  su  exaltación ,  forzosamente  ha  de  es- 
perar el  de  su  descensión  ^  y  para  él  no  tan  favorecido ,  que 
vendrán  alli  otros,  habiendo  precisamente,  y  como  es  de  uso, 
de  cederles  el  puesto.  Se  albergaron  en  lo  que  él  tenia  que  los 
habia  de  lisonjear,  y  si  le  agradan  tendrá  modos  y  maneras 
para  agregárselo  á  si ,  como  nosotros  lo  hicimos  de  algunos 
buenos  bocados  de  otros;  pues  halagar  hoy  un  precipicio  no 
deja  de  parecer  yerro  confiado;  dejársele  á  los  que  vendrán, 
parece  que  se  forjó  con  falta  de  consejo  y  atención ,  porque 
¿para  qué  mis  trabajos  pasarlos  á  otros,  cuando  aun  no  quiero 
que  me  herede  mi  sobrino,  y  me  disgusto  de  ello?.  Se  le  esti- 
mulaba, y  habia  largos  dias  que  deseaba  apropiarse  una  casa 
de  placer  para  acabar  en  todos  trances  y  en  todos  accidentes  su 
vida  como  si  fuera  religioso:  yo  hiciéralo  en  otro  de  los  con- 
tornos Madrid.  Parece  que  me  oyó  cuando  entró  en  el  edifi- 
cio de  los  coches,  pero  no  alli  donde  han  de  ir  á  despojarme, 
ó  que  forzosamente  los  lisonjee,  los  acomode  y  los  dé  los  pri- 


288 

meras  loares ,  y  ya  que  no  mi  caudal  se  tenga  -por  per3í  Jo 
mi  liempo,  y  donde  y  cuando  se  desquicie  la  máquina  uni- 
versal del  cielo,  no  SCfi  forzoso  ir  á  lepar  conmigo,  sino 
adonde  m6  dejen  y  no  se  acuerden  de  mí,  que  esa  lo  que  he- 
mos de  asistir  desde  luego,  como  necesario, -y  ultra  de  esto, 
desfavorezca^  aquel  verjel ,  como  á  otros  que  los  he  conocido 
yo  en  aquella  misma  altura,  pero  de  más  juicio  y  moderación, 
y  ya  no  hay  quien  se  digne  de  mirarlos  ni  les  ha  quedado 
rama,  ni  estalua,  cuadro,  pintura,  ni  tapicería,  que  el  tiempo 
y  sus  iras  nobayan  desgajado.  Allí  vimos  á  D.  Cristóbal  de 
Hora,  y  después  al  gran  marqués  de  Dénia,  y  ahora  le  vemos 
á  él;  después,  sea  por  larguísimos  años  y  con  mejor  fortuna 
que  los  otros  y  quien  le  haga  mejor  paraje,  verenaos  ó  ven- 
drán aquellos  que  dispusiesen  las  estrellas  para  mandarnos  ó 
arrojarnos,  que  será  maravilla  si  esto  faltare  de  la  haz  de  la 
tierra  y  semejantes  movimiento» 

Estas  cosas,  como  dije,  corrían  asi,  y  en  esto  se  empleaba 
el  cuidado  y  hacienda ,  cuando  se  muritiuraba  en  todo  el  orbe 
y  en  los  reinos  de  los  otros  príncipes,  y  en  los  nuestros  con 
lástima  y  sollozos,  ni  ee  pagaban  ios  soldados,  ni  habla  un 
leño  en  defensa  de  las  costas  del  Océano  y  Mediterráneo.  Ds 
este  ffn  y  por  asir  la  coctratacion  otra  vez  del  Levante,  se 
pdlaron  este  veranj>  por  el  Estrecho  de  Gíbraltar  cuarenta  na- 
vios de  Holanda,  y  aun  en  los  recios  tempE>rales  se  abrigaron 
muchos  á  la  vista  de  nuestros  puertos,  y  los  vieron  en^  Cá- 
diz; con  tanta  confianza  y  desahogo  procedían  á  la  sombra  de 
nuestro  olvido  y  descuido.  Pero  toda  esta  máquir\a  del  Retiro 
y  toda«u  obra,  estando  ya  parte  de  ella  acabada,  queriendo 
llevar  allá  al  Rey,  siendo  cosa  que  jamás  se  vio  en  palacio, 
por  tocar  esto  el  Ministro  de  Justicia  y  á  su  cuidado,  por  no 
dejar  de  ofender,  sin  tocarles,  todo  lo  arrojó  sobre  la  paciencia 
de  los  ayudas  de  cámara,  fabricando  un  decreto  que  hizo  Gr- 
mar  al  Rey;  y  sin  haber  hecho  leyes  para  los  cuartos  de  la 
Reina  y  del  Principe,  las  fabricó  para  éste  y  les  acumuló  á 
quien  jamás  le  pertenecía,  el  cuidar  sí,  pero  no  encargarse 
(le  esto  ni  que  corriese  por  su  cuenta.  El  cut>Wdecia: 


289 

« A  mi  mayordomo  y  al  bareo  de  la  casa  de  la  Reina ,  se 
han  enviado  órdenes  para  que  los  criados  de  ambas  casas  ha- 
gan lo  mismo,  el  tiempo  qae  estuviésemos  ahora  en  la  casa  del 
Buen-Retiro,  que  se  hizo  la  vez  pasada  que  álli  estuvimos,  asi 
en  el  buen  cobro  de  plata  y  alhajas  de  ella  como  en  lo  demás 
que  les  tocare;  y  vos  ordenareis  también  á  los  ayudas  de  cá- 
mara, que  hagan  la  guarda  dos  cada  dia,  advirtiéndoles  que  ha 
de  correr  por  su  cuenta  todo  aquello  que  estuviere  dentro  de 
mi  cámara ,  y  que  los  que  salieren  de  guarda  lo  entreguen  á 
los  que  entraren,  mostrándoles  que  no  falte  nada;  y  que  tos 
mozos  del  retrete  y  barrenderos  no  han  de  entrar  en  mi  cámara 
sino  por  cuenta  y  riesgo  de  los  ayudas  de  cámara,  y  el  tiempo 
que  estuvieren  regando  y  barriendo  asistan  á  verlo  hacer; 
y  lo  mismo  ha  de  sei'  mientras  los  de  la  tapicería  hicieren  su 
oficio,  que  todo  esto  es  lo  mismo  que  os  ordené  por  orden 
de  49  de  Noviembre  del  afto  pasado  de  633,  lo  cual  y  lo  de- 
mas  que  se  contiene  en  dicha  orden ,  haréis  guardar  porque 
asi  es  mi  voluntad.» 

Llamó  el  duque  de  Medina  de  las  Torres  á  los  ayudas  de 
cámara,  intimóles  el  decreto,  y  hubo  quien  le  dijo  se  orde«- 
nasen  las  cosas  al  peso  de  las  fuerzas  humanas :  oyéronle  y 
callaron,  porque  de  esta  manera  eran  ya  todas  las  respuestas, 
dejando  obrar  al  poderoso  á  fuerza  y  peso  de  paciencia.  De- 
creto y  exornación  indecente,  injusta  y  apenas  para  casa  de 
escudero  cuanto  más  de  Rey,  donde  asistian  tantos  hombres 
de  honra;  pero  todo  era  hacer  desconfianza  y  tenerlos  siem- 
pre con  descrédito  por  no  hacer  á  nadie  con  fortuna.  Ser  el 
que  sirve  de  vigilante  á  lo  que  toca  al  Principe,  al  decoro  y 
guarda  de  su  cámara ,  pero  encargarle  y  que  corran  por  su 
cuenta  las  alhajas,  parece  que  es  decirle  que  las  ha  de  pagar; 
término  indecente  para  cuarto  de  Rey ;  pero  habian  tomado 
ver,  cuando  el  de  Locania  habia  dado  llaves  á  todos  sus  asis- 
tentes y  á  los  que  habian  ofrecido  y  daban  su  dinero  para  la 
fábrica,  que  eran  infinitos,  y  algunos  de  ellos  hombres  de  os- 
curos linajes  que  se  habian  hecho  contratando  en  tiendas  pú- 
blicas, y  todos  querían  mandar  en  ella,  por  aficionarlos  con 


290 
esie  cebo  &  la  paga  inmensa  de  loa  oGciales,  dándoles  satis- 
facción  en  la  venia  general  de  oficios,  dejando  exhausto  el 
reino  y  BÍn  auiilio  á  los  criados,  ni  en  donde  pudiesen  buscar 
nn  efecto  por  ayuda  de  cosía  para  socorrerse  de  sus  necesi- 
dades, fdlta  de  pagas  y  sobras  de  jornales. 

El  marqués  de  Cadereita,  aunque  ya  lo  dejamos  referido, 
pero  volviendo  ahora  á  decirlo  por  aqui ,  queriendo  salir  con 
la  Qoia,  una  tormenta  prodigiosa  dentro  de  la  bahía  de  Cádií 
«negó  parte  de  ella,  por  esperar  un  soldado  que  no  acababan 
de  despacharle  la  media  anata  ó  no  tenía  para  ella.  Perdida 
considerable  que  aQigió  mucho  á  los  hombres  de  trato  de  Se- 
villa, y  aun  dicen  que  los  cinco  navios  eran  de  un  ministro, 
que  siendo  el  que  proponía  la  candidez,  la  entereza,  la  lim- 
pieza de  manos  y  los  otros  desintereses,  y  que  amedrentaba  y 
castigaba  el  proceder  y  usos  contrarios  á  estas  virtudes,  se 
metia  á  cargador  por  la  conduela  de  Bartolomé  Espinóla,  en 
cuya  casa  y  al  tiempo  de  la  nueva  so  lloraba  eslo  amarga- 
mente; con  que  pagó  la  medía  anata  el  inventor.  Pasado  este 
trance,  se  dijo  había  peleado  el  Cadereita  en  la  Habana  con 
navios  de  Holanda,  y  guarecidose  de  su  ariilleria ,  esto  de 
vuelta  del  Perú,  y  que  no  tenía  el  paso  llano  ni  podía  salir. 
Esta  falta  do  bajeles  y  marineros  y  el  desamparo  del  Estre- 
cho de  Gibraltar,  más  que  otra  ocasión,  alentaba  á  nuestros 
enemigos  y  ¿  los  corsarios  y  reyes  bárbaros  de  la  África, 
díciéndoles  no  había  quien  se  les  opusiese  al  patto,  que  aco- 
metiesen las  tierras  españolas  y  las  italianas,  que  las  desar- 
masen y  se  harían  señores  de  ellas.  Quería  ver  todo  esle 
tráfago,  nuestra  gente,  gasto  y  multitud  de  oficiales  del  Retiro, 
ocupados  en  Flandes  ó  en  otra  parle  militar,  sacando  trinche- 
ras, levantando  fuertes  reductos  y  medias  lunas  en  defeusa 
de  nuestras  plazas,  y  más  cuando  el  enemigo  en  aquel  país  y 
en  los  dcinas  circunvecinos  no  obraba  con  otros  instrumentos 
que  con  la  zapa  y  la  pala.  Queria,  otrosí,  ver  pagados  los 
presidios  y  armadas,  defendiendo  y  ofendiendo,  favorecidos 
tos  cabos  y  alentados  en  la  esperanza,  como  lo  híio,  y  otrosí 
quería  casa  de  recreación.  Hicíérala  á  su  costa,  que  aun  en 


291 

esto  ni  en  otra  cosa  ha  dejado  ver  so  dinero,  ni  el  de  las 
mercedes,  no  teniendo  gasto  ni  casa  de  ostentación  y  ruido. 

El  padre  confesor  Sotoniayor  no  discurría  en  nada  de  esto 
ni  si  se  podía  hacer  á  costa  del  pueblo  y  de  los  oficios,  y  del 
que  comiese  caro,  cuando  el  cielo  y  la  influencia  de  las  estre- 
llas no  lo  desayudaba.  Habíansele  cargado,  no  sin  particular 
misterio  y  providencia,  demás  de  la  dignidad  de  confesor,  bue- 
nas prebendas  y  abadías,  todas  las  consultas  eclesiásticas,  jun- 
tas y  consejos,  los  oficios  de  comisario  general  de  las  bulas  y 
el  de  Inquisidor  general ,  como  si  faltaran  clérigos  calificados  y 
de  partes^  en  las  iglesias  catedrales,  colegios  y  universidades, 
que  viven  retirados  por  esta  falta  y  desabrigo,  que  los  podian 
tener,  y  aun  fuera  justo  que  los  tuvieran  y  se  les  diera  parte 
en  la  viña  del  Señor.  Pretendiasele  agravar  con  estos  oficios 
porque  no  los  hiciese  mejores  ni  estuviese  libre  y  desemba* 
razado  al  aviso,  al  consejo  y  á  la  enmienda,  antes  al  miedo  de 
perderlos,  y  que,  coma  delincuente  en  la  codicia  y  ambi- 
ción ,  se  reconociese  reo  y  enmudeciese.  No  me  podrá  dejar 
de  confesar  la  Teología,  que  sobreseimienlos  viejos  y  caducos 
no  es  gran  delirio  cargar  ó  cargarse  de  grandes  cosas  y  de  lo 
que  no  se  puede  llevar,  y  de  lo  que  es  justo  se  reparta  entre 
algunos.  Quien  ha  leido  á  Santo  Tomás ,  no  ignorará  esto.  Es 
cosa  muy  de  admirar  que  nunca  hallase  este  hombre  materia 
porqué  arriesgarse  por  la*  salud  de  su  Príncipe  y  la  de  este 
pueblo,  viendo  á  luces  claras  y  sin  niebla  arruinarse  todo; 
antes,  ostentando  la  bizarría  de  lo  tenido,  en  los  pliegos  que 
enviaba  al  Rey  ponia  en  ellos  todos  los  títulos  de  sus  oficios 
con  desembarazo,  y  como  quien  dice  no  es  á  hurto,  sino  á 
escala  vista,  porque  sin  empacho  no  los  queremos  tomar  de 
esta  manera.  Aquel  cadáver  se  olvidaba  de  que  era  mortal,  y 
se  negaba  á  la  recta  distribución,  siendo  el  ministerio  prínci* 
pal  para  que  fué  elegido,  debiendo  echarlo  de  si,  aun  cuando 
forzosamente  se  lo  quisieran  cargar  y  ascender-,  al  ejemplo  de 
fray  Francisco  Jiménez  de  Cisneros,  de  la  orden  de  San  Fran- 
cisco, confesor  de  la  reina  Católica  Doña  Isabel,  que  habién* 
dolé  elegido  y  solicitado  en  Roma  el  nombramiento  para  el 


292 

arzobispado  de  Toledo,  y  queriéndole  dar  las  bulas,  se  las 
dejó  entre  las  manos,  y  luego  el  convento  del  Castañar,  situado 
cerca  de  la  ciudad  de  Toledo,  y  no  le  tomara  después  si  no 
le  apretaran  con  notables  instancias  y  diligencias.  Trajo  la 
Reina  breve  de  Su  Santidad  mandándole  que  aceptase,  y 
aunque  se  lo  volvió  á  S.  M.  arrojándoselo  en  las  faldas,  la  ex- 
comunión le  obligó  aceptar,  y  lo  hizo  así.  Tomar  lo  lícito  y  dis* 
currir  con  dictamen  libre  y  desinteresado,  es  lo  qye  ha  de  ha- 
cer el  verdadero  ministro  del  Evangelio.  El  estado  eclesiástico 
tenía  también  sus  desmedros,  ios  arzobispos  y  obispos  de  casi 
toda  Castilla  estaban  en  la  corte  y  en  Roma,  sólo  á.dar. pesa- 
dumbre más  que  á  encaminar  las  materias  á  más  prósperos 
fines,  defraudando  del  auxilio  y  limosna  á  los  pobres,  cuyas 
rentas,  pues  dan  para  eso,  quieren  que  se  gasten  allí  como 
verdaderamente  lo  disponen  los  Concilios.  [Cuántas  voces  y 
cuan  grandes  las  oi  yo  dar  sobre  esto  en  los  tiempos  pasados 
desde  los  pulpitos,  proponiendo  á  los  prelados  la  asistencia 
para  regir  los  rebaños,  de  que  se  nos  pedirá  estrecha  cuental 
Desvalidos  los  soldados,  desamparadas  las  plazas  de  armas 
por  no  asistidas  ní  pagadas:  retirado  D.  Fadrique  de  Toledo, 
y  que  largue  uno  de  los  oficios  de  general  de  la  armada  real 
del  mar  Océano,  del  de  capitán  general  de  mar  y  tierra  del 
reino  de  Portugal,  dejando  el  de  la  armada  real,  viendo  que 
allí  se  le  tiraba  y  se  le  encaminaba  la  ofensa  para  acabar  ya 
de  una  vez  la  lucha  del  poderoso,  diciendo  al  que  le  vino  á 
hacer  la  propuesta  dejaba  aquel  en  que  á  su  parecer  habia 
errado  mas,  siendo  en  el  que  mejor  había  servido  y  navegado 
y  en  el  que  más  importaba,  porque  con  el  otro  apenas  habia 
salido  á  la  mar,  y  con  el  de  la  armada  real  habia  pasado  de 
diez  y  seis  años,  corrido  ambos  mares,  hecho  muchas  presas, 
peleado  diversas  veces  con  los  septentrionales  y  mauritanos, 
tomádoles  muchos  navios  y  echádoles  otros  á  fondo,  recupe- 
rado la  ciudad  del  Salvador  y  bahía  de  Todos  Santos,  en  el 
Brasil;  desalojado  de  allí  á  los  holandeses,  cebadólos  de  otras 
islas,  traído  la  ilota  y  la  plata  de  las  Indias,  y  otros  servicios 
que  por  referidos  en  otras  parles  no  me  alargo  aquí ,  lodos  de 


mucha  consideración  y  aumenlo  para  el  Estado:  residenciado 
el  marqués  de  Villafranca,  su  hermano,  no  más  de  porque 
lo  era,  que  no  porque  falló  jamás  á  los  progresos  de  gran 
soldado:  dejado  D.  Gonzalo  de  Córdoba  al  ocio  de  Amberes, 
ioDuencia  lerribilísima  Tulmioada  sobre  los  capilanes  más  es- 
cogidos y  sobre  su  reputación,  porque  no  babia  ninguno  bien 
visto  por  ser  de  allí  donde  se  origina  el  mayor  efecto  para 
con  el  Principe,  agradándole  los  hechos  y  encendiéndole  los 
espirilus  el  amor  del  vasallo:  la  nobleza  sin  lustre  y  sin 
autoridad ;  estragada  la  juventud ,  dados  más  aina  á  los  vicios 
que  á  las  virtudes,  y  por  éstos  rendidos  al  sufrimiento  de 
las  ofensas,  y  por  más  vituperio,  lisonjeando  la  herida:  y  el 
brazo  y  el  inventor  abatidos  y  amedrentados,  revestidos  de 
ánimos  plebeyos  y  miserables,  imposibilitados  por  su  des- 
maña y  flojedad  para  ninguna  empresa  gloriosa,  visitándo- 
les las  haciendas  y  los  títulos  coa  que  hicieron  reyes,  los 
mantuvieron  y  aGrmaron  y  extendieron  su  dominio,  registrán- 
dose éstos,  antes  negándose  aquel  derecho  y  á  las  veces  que 
pusieron  al  trance  sus  vidas ,  las  de  sus  hijos  y  las  de  muchos 
esclarecidos  varones  progenitores  suyos,  asistiendo  más  aina 
á  los  caracteres  y  sentidos  de  los  pergaminos,  terciándolos,  do 
sin  inspiración  secreta,  para  sacar  el  dinero  los  fiscales,  que  los 
hacían  gemir  y  pagar  poniendo  en  administración  y  embargos 
loa-  mayorazgos,  do  siendo  menores  de  edad  sus  dueños,  y 
que  comiesen  de  alimentos:  era  el  uno  de  estos  el  Condesta- 
ble de  Castilla.  Cuando  yo  leí  los  hechos  de  sus  mayores  ejer- 
cidos en  varias  partes  de  la  Europa,  y  en  los  tiempos  de  las 
Comunidades  al  condestable  D.  Iñigo  Fernandez  de  Velasco, 
tercero  de  los  señores  de  este  titulo  y  cuarto  abuelo  suyo,  en 
Burgos,  sosegando  la  ciudad,  los  sediciosos  y  tumultuarios,  y 
en  un  acompaña  míenlo  levantar  por  tres  veces  la  ballesta  para 
matarle  un  comunero,  y  pasar  por  esto  sin  turbación  y  con  gran 
serenidad  de  espíritu  y  valor,  sacrificando  la  vida  por  su  Prin- 
cipe, cosa  es  digna  de  grande  valor  y  premio.  Vencer  en  una 
batalla  los  conjurados,  ¿qué  mayor  firmeza  de  escritura,  dona- 
ción y  privilegio?  Lo  que  escribe  la  espada,  lo  que  firma  la 


2U 

sangre,  eso  es  lo  quo  legatmenle  so  gana  y  adiiuiere  y  lo  que  I 
se  debe  de  justicia  y  de  derecho,  y  esa  ee  la  mayor  firmeza  del 
titulo;  no  está  en  la  letra  el  elemenlo,  sino  en  )a  obra  :  esa  es  ' 
la  que  le  conviene  al  Principe  y  la  que  le  constriño  y  fuerza 
á  la  satisfacción  y  al  premio  en  virtud  del  cual  es  señor. 

Procedía  el  despncho  con  tibieza  y  remisión,  dando  res- 
puestas inútiles  y  apócrifas  á  los  pretendíenies,  llenas  todas  do 
fántasias  y  de  íncertidumbres,  teniendo  por  tiempo  perdido,  los 
que  manejaban  la  distribución  de  los  beneficios,  el  que  se  gas- 
taba en  hacer  mercedes  y  el  estar  prontos  á  la  eipedicion,  y 
asi  se  lucia  la  labor,  el  uso  de  las  fatigas  y  e)  de  la  malicia.  Los 
otros  oficios,  concernientes  y  precisos  al  Estado,  en  su  apo- 
sento y  á  aus  deudos  y  allegados  se  daban ,  y  las  dignidades  y 
los  oficios,  sin  caer  en  el  del  Rey,  y  en  los  que  eran  no  otra 
cosa  que  meramente  criados  suyos ,  ni  un  cabello,  una  presi- 
dencia, una  alcaidía,  escríbanla  ó  maestre-dalia,  que  es  lo 
mismo  en  Italia,  encomienda  de  Indias  ó  secretaria,  sino  el 
vano  título  de  alguna  dado  sólo  por  fantasma.  Asi  lo  parecía 
el  dueño  semejándose  á  aposento  del  Rey,  y  aquellos,  los  quo 
estaban  sujetos  á  la  asistencia  y  á  la  servidumbre,  y  para  los 
cuales  son  las  mercedes  del  Principe,  antes  abatidos  á  suma 
soledad  y  desamparo.  Que  vean  los  reyes  cada  dia  á  sus  priva- 
dos desangrarse  por  los  suyos,  que  es  este  achaque  del  que 
adolece  el  más  moderado  oidor,  y  que  siquiera  no  les  mueva 
este  ejemplo  por  lo  bien  que  son  servidos,  sino  que  estén  á  la 
elección  del  otro  que  no  le  sirve  ó  no  le  ptece  darse  por  ser- 
vido, por  desconfianza  que  él  quiera  afectar  por  pasión  pro- 
pia, y  que,  si  no  se  le  pone  en  la  chola  que  á aquel  le  hagan 
merced,  por  lo  que  á  él  se  le  antoja  y  delirios  que  ha  puesto 
3n  ella,  ha  do  vivir,  aunque  sirva,  siempre  arrastrado,  y  que 
por  e^to,  aunque  sea  criado  del  Rey,  no  sea  digno  de  nada, 
ejerciéndose on  todos  los  validos,  basta  en  tos  de  mónosesfera, 
en  ministros  y  secretarios,  el  desden,  la  condición  áspera,  el 
despego,  la  ira  en  lo  que  no  había  para  qué,  triunfando  sólo 
el  favor  aun  en  los  que  afectaban  la  virtud,  la  poca  misericor- 
dia el  no  hacer  nada  por  nadie  ni  por  lo  mejor,  no  por  otra 


295 

cosa,  al  parecer,  que  por  hacer  diferencia  de  lo  pasado.  Aque- 
llos fueron  apacibles,  bonradores,  corteses  y  blandos;  y  hoy  al 
revés,  por  vivir  y  morir  en  su  dictamen;  cátedra  que  no  pa* 
rece  sino  que  la  habia  leído,  la  serpiente  infernal «  ejercitan* 
dose  esta  influencia  en  toda  la  Europa.  Á  este  paso  proce- 
dia  todo,  era  la  sementera  y  el  fruto;  habia  estanco  público 
de  los  oficios,  que  administraban  diferentes  hombres.de  ne- 
gocios ,  y  no  pequeña  parte  al  arbitrio  de  las  hermanas  mar- 
quesas de  que  se  sacaban  innumerables  sumas;  y  cuando  era 
menester  el  dinero ,  no  parecia  ni  en  la  más  ardua  ocasión  y 
necesidad,  y  procedíase  como  si  no  le  hubiera;  no  habiendo 
dejado  libre  para  ambas  casas  reales  más  que  un  moderado  or- 
dinario, una  porción  muy  limitada ,  tanto  que  más  parecia  do 
escudero  que  de  Principe;  cosas  todas  á  que  estaban  vigilantes 
los  enemigos  por  sacar  de  aquí  y  entender  sus  fines  y  moti- 
vos para  dañamos,  creyendo  habia  ya  llegado  la  hora  de 
acabarnos,  solicitada,  antes  que  por  ellos,  por  la  flojedad  de 
nuestras  materias  y  errados  discursos,  porque  han  visto  ajada 
la  nobleza  de  las  tres  mayores  preseas  que  ha  tenido  monarquía 
ni  imperio  en  las  edades  antiguas  y  modernas :  la  grandeza 
de  la  milicia  en  Flandes,  la  honra  de  la  nación  española  y  la 
majestad  de  palacio  para  con  todos  los  extranjeros. 

Si  para  sustentar  esto  en  pié  no  es  la  cabeza ,  que  tanto 
presume  de  serlo^  aquélla,  digo  que  se  ha  echado  sobre  si  la 
administración  para  que  se  canse  y  no  renuncie  el  peso,  siendo 
cosa  precisa  y  necesaria  y  que  conviene,  y  decidida  por  mu- 
chos varones  sabios  y  prudentes,  que  se  excluya  uno  porque  se 
salven  todos.  Dimos  muestra,  al  principio  de  entrar  en  la  pa-^ 
lastra  del  reinado,  de  guerreros,  y  después  fuimos  menos  que 
soldados  ordinarios;  armamos  los  enemigos,  pusimoslos  en 
campaña,  crecieron  ser  deseosos,  yahora  no  podemos  desasir- 
nos de  ellos,  como  lo  iremos  narrando,  en  las  inquietas  pro- 
vincias que  parecían  columnas  de  fe  y  de  confianza.  Así  son 
las  monarquías,* como  quieren  los  gobernadores;  y  cuando  éstos 
quieren  llevar  á  su  mano  las  leyes  y  los  privilegios  de  los  sub- 
ditos, sin  atender  á  la  raion ,  pierden  los  estados.  Muchas 


r 


296 


veces  los  opresores  y  los  tiraoog,  mal  advertidos,  han  sido  el 
fuego  de  sus  propias  casas,  y  viéndole  sobre  si  sin  poderlo  apa- 
gar, gimen  de  la  vergüenza  de  no  baber  llevado  tos  intentos 
con  la  regla  que  pide  el  acierto  del  reinar  [Cuántos  príncipes 
nos  enseñan  las  historías  que  los  dejaron  señores  sus  pasados, 
y  los  que  hubieron  mal  conservado  lo  natural,  se  hicieron  pe- 
regrinos mercenarios,  fugitivos  desterrados,  y  acabaron  en  ma- 
yores precipicios  I  ¡  Oh ,  plegué  á  Dios  que  esto  no  lo  veamos! 
Uucho  temo  los  Gnes  y  lo  que  nos  falta  por  escribir,  y  aunque 
lo  fui  haciendo  como  sucedía ,  no  me  pareció  que  las  mise- 
rias y  los  estragos  serian  tan  fatales ;  parece  que  mí  miedo  fué 
presagio  de  lo  porvenir. 

Hoy,  que  es  el  año  que  traslado  y  el  de  35,  veo  muy  lejos 
y  muy  desesperado  el  remedio  de  nuestros  males  y  la  en- 
mienda de  nuestros  yerros.  Nos  hallamos  aborrecidos,  y  por 
esto  dificultotias  de  arruinar  las  sillas  que  hemoj  perdido  y  en 
las  que  otros  se  bap  sentado.  Tales  cuales  hemos  queríiio  ser 
así  somos;  nuestras  deliberaciones  han  sido  la  lima  sorda  de 
nuestros  bienes ;  ejemplo  quedará  á  los  venideros,  y  para  esto 
tomé  la  pluma,  para  abrir  la  puerta  al  conocimiento  y  dar  la 
prudencia  del  buen  obrar  en  estos  reglones. 


liíBRO  SEGUNDO. 


ABGÜMRNTO. 


D.  Gomes  Soaree  da  Fígnaroa «  duqae  de  Feria ,  muere 
en  Baviera  an  ejército;  fiicédele  D.  Diego  Mejla,  marqués  de 
LeganéSf  si  bien  con  diferentes  fines,  y  pasa  de  la  corte  de 
Espa&a  á  Milán  para  formarle  de  noevo.  E\  Parlamento  de  Pa- 
rís llama  al  Gastón,  doqaC'de  Orleans,  hermano  de  Lois  Xm, 
rey  de  Francia ,  para  tratar  de  sucesor  en  el  reino.  La  guerra 
prosigue  con  mayor  ardor  y  desconfianza  en  Alemania.  Pi- 
dense  en  Castilla  4  8.000  hombres  aprestados  para  los  presi* 
dios,  y  concédense.  El  duque  de  Fríslan ,  general  de  las  legio- 
nes y  cortes  imperialesi  muere  á  hierro  en  Bgra,  habiendo 
penetrado  la  conjuración  contra  el  César;  prenden  al  duque 
de  Arescot  en  la  corte  de  Espafia,  y  á  la  misma  hora  otros 
nobles  en  los  Pabes^-Bajos «  por  cosas  que  tocan  al  gobierno 
de  aquellos  Estados.  El  duque  de  Beimanes,  roto  por  el  conde 
Matías  Gálaso,  en  Alemania.  El  Papa  da  intención  de  socorrer 
al  Emperador  con  400.000  escudos ,  pero  no  se  ve  el  efectd. 
dastlgunse  en  Yiscaya  los  que  impugnaron  las  órdenes  ó  cé- 
dulas reales  en  materia  de  la  sal.  El  in&mteD.  Fernando  pasa 


de  Milao  a  gobernar  los  Países-Bajos.  Un  ejército  del  rey  de 
Francia  se  llega  al  confín  de  Perpiñan.  Recupera  el  rey  du 
Hungría  á  Ralisbona  y  otras  plazas.  El  infante  D.  Fernando,  y 
Ferdinando,  rey  de  Hungría  y  Bohemia,  después  de  ha- 
berse visto  en  Donabert  con  ambos  ejércitos,  dan  batalla  á 
los  enemigos  del  Imperio  y  son  todos  rolos,  presos  y  degolla- 
dos por  ambos  principes.  La  princesa  Margaríta  viene  de  Ita- 
lia á  España.  Huye  de  Bruselas  á  París  el  duque  de  Orleans. 
Refiérense  algunas  controversias  entre  el  Principo  y  algunos 
grandes  de  Castilla.  Quieren  componerse  las  cosas  de  Alema- 
nia ,  mas  el  Trances  socorre  con  gran  golpe  de  gente  los  sedi- 
ciosos. Publicase  que  el  rey  Católico  quiere  hacer  invasión 
por  Perpiñan,  y  pidense  para  esto  gente  y  dineros,  y  nóm- 
branse  coroneles  para  el  manejo  y  eipedicion.  Todo  esto  su- 
cede en  el  año  de  1 6  34. 


Yo  escribo,  en  prosecución  del  año  de  33  al  de  31,  en  el 
juicio  de  nuestros  mayores  estadistas  y  gobernadores,  tenido 
y  amenazado  por  fatal  y  siniestro  á  nuestra  conservación  y 
materias,  por  la  variedad  de  accidentes  que  le  sobrevinieron, 
inconstancia  y  desagradecimiento  en  principes  forasteros,  que 
ponían  á  trance  y  á  la  desunión  la  fortuna  de  los  progresos 
y  tratados,  negándose  el  auxilio  y  á  los  beneficios  cuando  se 
amparaban  en  ellos,  infidelidad  en  cabezas  de  grandes  ejérci- 
tos y  capitanes  que  conspiraban  contra  la  seguridad  del  Es- 
tado, concitados  á  su  desolación  y  ruina,  locados  de  la  tira- 
nía por  la  consecuencia  y  el  ejemplo  más  que  por  la  ambi- 
ción, ó  por  todo  junto,  desfavoreciendo  otros  y  descuidando 
los  mejores,  con  que  no  arribaban  al  fín  glorioso  de  las  em- 
p'resas,  por  descuido  en  socorros  de  plazas  y  soldados,  en  que 


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se  perdía  la  reputación  y  el  dominio;  pero  al  6n  la  aUfaima 
virluü  del  Criador  mejoró  con  algunos  sucesos  felices  las  tem- 
pestades que  nos  amenazaban.  Viniendo  como  mejor  acerta- 
remos el  fin  de  nuestro  argumento,  y  en  lo  que  cité  al  lector 
en  el  libro  pasado,  porque  mucho  de  esto  le  tocó,  digo  que  á 
poco  el  infante  D.  Fernando  llegó  al  estado  de  Milán.  Como 
la  guerra  se  ejercia  en  tantas  partes ,  se  hallaron  razones  para 
enviar  ejército  á  la  Aleacia,  y  no  habiendo  caudillo  de  consi- 
deración, y  esperándose  una  guerra  muy  posada  en  Italia,  so 
reconocieron  para  enviar  al  duque  de  Feria  por  general  del 
ejército.  Hiciéronselo  saber  y  enviaron  órdenes  para  levan- 
tarle, y  aunque  él  dio  las  razones  que  le  plugo  para  excu- 
sarse, le  dieron  otras  que  le  forzaron  á  la  obediencia,  con  quo 
él  se  comenzó  á  disponer  y  á  formarle;  mas  como  el  discurso 
humano  es  dificultoso  de  atar  ni  encerrar,  los  dados  á  seme- 
jantes materias  y  que  tienen  por  estimulo  é  inclinacton  espe- 
cular lo  más  escondido  de  las  traías  ó  los  designios,  referiaD 
que  el  sacar  al  duque  de  Feria  de  Hilan ,  era  porque  había 
entrado  en  muy  estrecha  comunicación  y  valimiento  con  el 
infante  D.  Fernando  (¿quién  lo  ínventaria  I ),  y  que  murmura- 
ban del  gobierno.  Fué  sabido  acá  por  cartas  y  confidentes ,  que 
DO  habia  pocos  al  lado  de  S.  A.,  particularmente  e!  conde  da 
Oñato,  que  fué  á  quien  se  le  encargó  la  persona  y  casa  da 
aquel  Principe,  y  el  poder  avisar  de  todo  con  expresas  órde- 
nes y  mandatos,  nunque  después  el  premio  no  surtió  conforme 
¿  la  fatiga,  y  se  le  pusieron  á  pleito,  como  adelante  se  veri, 
parque  nadie  tuviese  por  segura  ni  por  suya  la  esperanza  ni 
las  promesas  en  los  acrecentamientos  y  en  las  mercedes.  Dt<- 
currian ,  pues,  y  dio  muchos  celos  y  no  poco  cuidado  á  nues- 
tro gobernador,  que  era  en  loque  más  nos  ocupamos  y  tenía- 
mos por  adverso,  de  que  nadie  ascendiese  á  gran  lugar  ni  va- 
limiento, por  cuanto  nos  recelamos  hablen  de  nuestros  oficios 
y  penetren  nuestras  inclinaciones,  maña  y  soberanía. 

Todos  los  que  querían  disculpar  esta  acción  fiel  y  desapa- 
sionadamente de  S.  A.  R.,  decion  era  el  duque  do  Feria  persona 
de  suma  prudencia  y  maravilloso  consejo,  habiendo  heredado 


800 

do  su  padre,  como  el  estado  las  virludes,  ejercitado  en  mu- 
chos y  muy  graves  Degoclos,  de  gran  juicio  y  saber,  leído, 
notorio  en  la  materia  de  Estado  y  en  otras  muchas,  y  digno 
consejero  de  un  muy  esclarecido  Príncipe;  que  informaba  al 
Infante,  como  gobernador  nuevo,  y  recien  llegado  y  deseoso 
de  acertar  afectuosamente  en  el  servicio  del  Rey,  su  hermano, 
en  un  puesto  y  plaza  de  armas  tan  celado  de  príncipes  y 
confinantes,  y  de  aquel  que  por  algunos  años  lo  habia  sido 
con  aplauso  y  veneración  de  los  más  escogidos  en  el  arte  de 
gobernar,  no  sólo  del  estado  de  la  nobleza  y  del  pueblo,  sino 
de  las  ciudades,  magistrados  y  gobernadores;  de  las  fuerzas 
con  que  se  bailaba  entonces,  de  sus  presidios  y  circunferen- 
cia. Informábale,  sin  etnbargo,  del  ánimo,  indignación  y  de- 
signios de  los  vecinos;  de  los  que  eran  enemigos,  aScionados  ó 
neutrales  á  la  corona  de  España,  y  en  primer  lugar,  cuánta  fe 
se  guardaba  en  el  genovesado;  de  tos  pensamientos  y  materias 
del  duque  de  Saboya,  si  bien  se  las  había  leído  en  la  visita  de 
Villafranca  de  Niza  ,  pero  en  aquella  sazón  y  en  las  demás 
francesas,  como  lo  confirmaban  Piñarolo  y  Susa,  entregadas 
á  sus  guarniciones  y  capitanes;  de  la  unión,  conformidad  y 
devoción  de  los  cantones  de  esgtilzaros  y  otras  gentes  y  valle» 
situados  en  los  Alpes,  como  grisones  ó  helvicios;  y  de  los  otros 
dominios  y  ciudades  libres  de  Italia,  del  Hantuano  y  Casal  de 
Honferrato,  vueltos  á  franceses.  Tocó  en  Parma  y  Placenta, in- 
troducido aquel  Duque  en  la  misma  Liga;  discurrió  en  las 
ciudades  fronterizas,  el  Cremones,  Bresano,  Verona,  Regio, 
Hódeua,  más  fiel  que  otras,  Pádaa,  Bolonia  y  los  otros  con- 
fines de  la  Iglesia;  y  de  las  ciudades,  pasó  á  lo  demás  de 
los  venecianos,  de  quien  se  informó  largamente,  si  bien  en 
esta  ocasión  más  cautos  aa  las  revueltas  de  Alemania  y  encuen- 
tros de  la  Lombardia  y  más  templados  que  en  otras  eras,  pero 
no  sin  aviso  para  lograr  sus  pretextos  ásu  tiempo.  De  todo  esto 
le  avisaba  y  le  bacía  dueño  el  duque  de  Feria,  y  él  se  hacia 
capaz,  como  Príncipe  de  soberano  juicio  y  entendimiento;  y  de 
cada  cosa  de  éstas  y  muy  por  menudo  se  desperuban  pláti- 
CAs  y  discursos  muy  importantes  y  á  propósito  para  rehacerse 


de  la  parle  He  un  vigilaniísitno  gobernador  y  de  rara  pruden- 
cia, comn  lo  pedia  aquel  Estado.  Pero  los  atentos  á  la  calum- 
nia y  á  la  voracidad,  y  aquellos  que  estaban  erigidos  por  el 
poderoso  para  avisar  de  todo,  negándose  á  lo  útil  y  saludable 
de  esta  escuela,  traducían  esto  á  su  modo  de  medrar,  y  no  á 
lo  mejor  del  estado  público,  y  decian  que  el  Infante  y  el  duque 
de  Feria  tenian  muchas  y  muy  secretas  pláticas,  las  cuales 
convenia  cortar  y  apartar,  y  proseguían:  grande  hombre, 
gran  cabeza  y  gran  consejero,  con  Principe  grande,  insidiado 
de  asechanzas  y  de  tempestades  de  Valido. 

Atiéndase  que  luego  ocupó  el  miedo  su  lugar  y  no  se  creyó 
se  hablaba  del  servicio  del  Rey,  sino  de  lo  que  no  habia  sido 
ó  no  era  servido,  que  esto  para  con  todos  ya  se  lo  habian  dado 
á  beber;  con  que  echaron  mano  de  otra  novedad,  y  muy  de 
repente  dieron  sobre  la  casa  de  D.  Antonio  de  Hoscoso,  con- 
valecido ya  por  retirado  de  las  sirles  de  palacio,  de  donde  fué 
rebatido  en  tas  segundas  borrascas,  porque  lo  TultaBa  otra  y  la 
postrera  de  la  jornada  que  intentó  á  Barcelona  el  Mayo  de 
1632,  y  todo  esto  con  buen  regimiento,  si  bien  á  su  punto  la 
correspondencia  con  el  Infante.  Quizá  por  desarmar  ambos 
cuidados  y  ambos  desvelos  llamáronle  á  palacio,  de  que  había 
días  se  había  abstenido  y  acomodádose  con  su  estado  y  su 
retiro  á  no  ver  los  ceños,  las  sequedades,  los  artificios  de 
los  imperios,  las  puertas  cerradas  de  los  ministros,  las  que  no 
abría  su  llave,  la  soledad  de  aquellas  cuadras  y  piezas  donde 
por  poco  tiempo  se  vio  Valido,  y  á  no  ver  cortadas  sus  espe- 
ranzas y  malogrados  sus  pensamientos-,  y  finalmente,  á  no  ver 
nada  á  que  se  llegasen  pocos  ó  ninguno,  y  á  verso  despojado 
de  la  posesión  de  un  Principe  sobre  que  fundó  ó  fundaría  (á  mi 
ver]  máquinas  de  prosperidad  y  de  lastre' para  si  y  para  los  su- 
yos, y  aun  que  hicieran  temblar  á  alguno  porque  temió  de  aquí 
la  enmienda  de  sus  oficios  ejercidos  en  la  misma  sangre.  Lla- 
máronle, como  dije,  y  él  fué  volando,  que  á  aquel  llamamiento 
y  á  aquellas  voces  no  hay  espíritu  tan  descuidado  ni  tan  dejado 
de  si,  ni  tan  combatido  de  tos  disfavores,  que  no  acuda, 
porque  pocos  hay  que  sepan  aplicar  la  cora  al  oido  como 


Ulises  á  las  sirenas  y  al  encanto.  Finalmente,  le  flijeron  que- 
rían enviarle  á  Milán  con  el  Infante;  que  se  previniese.  El  don 
Antonio,  con  esle  ruido  y  esta  novedad,  que  n¡  aun  él  creía  ni 
nadie  creyó,  se  alborozó  de  manera  que  comenzó  á  hacer 
sus  prevenciones  y  gastos,  y  para  confirmarle  más  en  la  íedo 
lo  acordado,  le  dieron  6,000  escudos  de  ayuda  de  costa,  que 
cobró  luego  en  casa  de  Julio  César  Escarcola.  Dióae  cuenta  de 
ello  al  Infante  por  el  ministro,  para  descaecer  y  meter  en 
cuidado  al  duque  de  Feria ,  y  el  D.  Antonio  avisó  de  ello  para 
alegrarle  y  removerlo  de  la  unión  del  Duque,  pareciéndole  al 
inventor  de  estas  arles  que  con  esto  mudaría  semblante  lo  co- 
menzado. No  obstante,  caminaba  esto  con  tanta  tibieza  y  con 
tantos  intervalos,  que  todos  naufragaban  en  la  resolución. 

El  Infante,  avisado  de  todo,  agradeció  la  novedad  y  la 
oferta,  y  así  lo  escribió  y  dio  á  entender.  Osaré  decir  que  el 
duque  de  Feria  no  paró  aquí  su  juicio,  ni  le  pareció  que  de  lo 
que  no  había  le  podía  resultar  ningún  cuidado,  ni  á  estaprcten- 
EÍon,  aunque  grande,  le  estimuló  la  codicia,  n¡  se  lo  puso  en  el 
corazón.  Pero,  como  digo,  sin  embargo  de  lo  dispuesto,  el  in- 
ventor luchaba  importuna  mente  con  la  deliberación  de  esle 
caso,  y  ya  le  asombraban  las  muclias  partes  del  uno  y  el  de- 
masiado valimiento  del  otro;  y  fomentaba  de  nuevo  aque- 
llas últimas  reliquias  de  la  era  pasada  y  de  la  casa  de  San- 
doval,  sobre  quien  él  había  ejercido  toda  su  potencia  y  rigor, 
irritando  al  Principo  para  semejaotas  casos,  ejemplo  fu  tal  para 
otros,  y  que  no  le  era  dado  ser  adivino,  ni  arbitraren  lo 
porvenir  ni  en  los  Bnes  y  remates  del  hombre  más  prodigioso 
y  exaltado,  pues  otro  que  lo  estuvo  tanto  no  pudo  defenderse 
de  la  emulación  ni  de  las  víboras  de  la  envidia.  Final- 
mente, entre  estos  descuidos,  resolvió  más  aína  apartar  el  ma- 
yor hombre  y  el  mas  eicelente  en  partes  y  virtudes,  y  dejó 
para  el  olro  el  encaminarle  tan  tarde  y  tan  atentas  resolucio- 
nes y  á  su  modo  de  obrar,  y  con  tales  remedios,  que  so  des- 
vaneciese cuando  pensase  estaba  más  en  la  cumbre  y  más 
dueño  del  Infante;  con  que  dispuso  saliese  el  duque  de  Feria 
de  Milán  para  la  Alsaciu,   por  cuanto  aqueil.i  provincia  y  sus 


303 

plazas  las  iba  disipando  el  francés  con  gente  y  guarniciones 
qae  tenia  dentro.  Hizo  aprestar,  por  el  consiguiente,  alguna  ca- 
ballería ,  infantería  italiana  y  española  para  su  viaje,  y  que  la 
alemana  le  esperase  en  la  Retia,  confin  de  Ba viera;  mas  el 
duque  de  Feria  servia ,  tenia  sufrimiento  y  callaba ,  esperando 
con  poco  gusto  suyo  esta  jornada,  por  el  poco  calor  que  da- 
mos á  nuestras  empresas  y  el  malogro  de  algunas ,  y  fué  de 
suerte  que  se  quiso  eximir  de  ella  dando  las  razones  másjeG-» 
caces  y  congruentes  que  por  entonces  pudo,  y  más  contando 
la  mala  expedición  de  la  geute  y  el  poco  dinero;  discurriendo 
muchos  que  eran  aquellas  prevenciones,  tan  desfavorecidas, 
encaminadas  más  aina  á  sacarle  del  estado  de  Milán  y  del  lado 
del  Infante,  y  que  se  perdiese ,  que  no  á  que  recobrase,  ni  á 
otra  empresa  de  consideración. 

Defendiese  el  Duque  y  proponia  sus  embarazos  y  dificul- 
tades ,  casi  como  pronosticando  el  fin  que  había  de  tener  y 
el  que  le  estaba  destinado,  y  en  hora  que  veía  él  cuan  des- 
valida estaba  la  profesión  de  la  soldadesca.  Acordóse  cuando 
le  desampararon  sobre  Berma ,  plaza  del  Píamente,  y  no  lo 
socorrieron,  y  cuando,  por  el  consiguiente,  á  D.  Gonzalo  de 
Córdoba  sobre  el  Casal  de  Honferrato  y  las  otras  plazas,  por 
la  misma  razón  perdidas  en  Flandes;  y  asi  defendíase,  por  este 
recelo  más  que  por  otra  flaqueza ,  de  aspirar  á  ninguna  jor- 
nada, y  más  de  ésta  tan  lejos  y  apartada,  de  poder  ser  asis- 
tido ni  de  las  fuerzas  del  Rey  ni  de  ninguno  de  los  auxilios  de 
Alemania,  cuando  habia  tan  pocos  ó  ningunos  que  no  estu- 
viesen ocupados  de  diferentes  pasiones  y  designios  contra 
nuestra  seguridad  y  esperanza;  y  asi  parece  que  se  avisó  con 
cuidado,  porque  ninguno  le  dio  la  mano  como  si  no  fuera  va- 
sallo del  Rey  y  vasallo  tan  grande. 

A  las  defensas  del  Duque  aplicaron  acá  el  superior  y  ab- 
soluto mandar,  que  era  en  lo  que  estaba  más  puesto  y  se 
afirmaba  el  gobernador,  y  antes  que  á  la  deshonoracion  el  ser 
obedecido:  arrimósele,  por  darle  más  calor  y  forzarle  al  cum- 
plimiento, al  cardenal  Albornoz,  que  asistia  entonces  en  el 
estado  de  Milán  al  lado  del  Infante.  Decíale  el  Cardenal  se 


304 
diese  prisa  en  salir  y  marchar,  que  )o  mandaba  el  Bey,  y  que 
convenia  mucho  su  salida  á  su  servicio,  porque  así  lo  pedían 
l8s  rosas  de  la  Alaacia,  y  prevenir  y  tener  desembarazado  el 
paso  de  S.  A.  para  el  Pais-Bajo.  Las  provisiones  y  las  fuerias 
que  se  le  daban  eran  lales,  que  el  Duque  desfallecía  en  pen- 
sar que  aquéllas  fuesen  de  ninguna  importancia  ni  para  efecto 
de  consideración.  Esto  es  lo  que  en  esta  parte  bemos  podido 
discurrir  para  condescender  con  el  deseo  y  parecer  de  los 
más  curiososy  cortesanos;  pero  lo  cierto  era,  arrimándonos 
como  es  justo  á  los  sanos  de  intención  y  á  los  m&s  sesudos, 
que  el  duque  de  Feria  era  sacado  de  Milán  para  las  ocurren- 
cias forzosas  y  necesarias  de  la  Alsacia,  porque  se  perdía  una 
provincia  de  mucha  consideración,  y  convenia  para  los  otros 
buenos  sucesos  y  efectos  que  se  pretendían  y  se  iban  dispo- 
niendo en  Alemania,  atajar  la  invasión,  y,  como  se  presumia, 
para  más  que  todo,  fiarle  las  armas  de  lodo  el  Imperio,  con 
entera  satisfacción  y  consentimiento  secreto  del  César,  por 
cuanto  hablan  entrado  todos  en  sospecha  de  inGdeltdad  para 
con  el  Frislan  ,  general  de  las  armas  imperiales,  y  se  le  iban 
tácitamente  corlando  los  designios  y  progresos  de  tiranía  como 
luego  veremos;  porque  sintió  el  Frislan  notablemente,  cuando 
lo  entendió,  la  venida  de  dtiquo  de  Feria;  y  no  sólo  esto,  pero 
con  la  potestad  que  tenia  de  caudillo,  hizo  con  los  cabo?  que 
le  llevaban  Ins  socorros  y  la  parte  de  alemanes  que  le  habían 
ofrecido,  sin  embargo  de  contravenir  á  las  órdenes  y  manda- 
tos del  César,  que  no  le  obedeciesen  ni  se  juntasen  con  él, 
antes  que  le  desamparasen;  con  que  el  Duque  anduvo  Que- 
mando entre  estos  embates  y  tormentaü  sin  poder  obrar 
nada.  Pero,  no  obstante,  tozobraba  el  Frislan  en  este  cuidado, 
y  más  cuando  fué  advertido  y  tenía  por  fama  era  de  tan  gran 
cabeza  y  sangre  y  de  no  menores  esperanzas  en  la  escuela 
militar,  y  que  para  lo  que  tramaba  no  quería  cerca  de  si 
hombre  tan  grande  y  que  se  le  habían  recrecido  con  las  fuer- 
zas católicas,  sobre  quien  le  sería  forzoso  contender  con  más 
diticultad,  y  sobre  todo  llevar  aquel  ejército  y  tenerle  pronto 
para  el  paso  de  S.  A.  al  Pais-Bajo  como  lo  pedía  la  necesi- 


dad  do  la  tierra  y  de  aquellos  vasallos,  y  el  marqués  de  Ai- 
tona,  quo  después  que  falleció  la  Infanta  daba  prisa  por  su 
venida,  todo  de  suma  importancia  y  de  cuidado  en  el  Rey  y 
eo  el  mayor  Ministro;  pero  los  Bnes  y  Ios-efectos,  todos  se  re- 
solvieron  en  humo,  porque  así  lo  es  y  así  pasó  cuanto  voy  es- 
cribiendo, ;  parece  que  nuestras  fatigas  no  eran  otra  cosa, 
ni  cuanto  labramos  eo  el  gobierno:  no  sé  á  qué  lo  pueda  atri- 
buir, sino  á  que  no  bemos  trabajado  por  lo  mejor  ni  para 
aquello  que  nos  erigieron,  de  que  daremos  estrecha  cuenta 
en  el  dia  postrero.  Finalmente,  ora  fuese  esto,  ora  fuese 
aquello  ó  lodo  junto,  con  el  diseño  de  esta  naeva  resolu- 
ción y  la  eipedicion  del  Duque ,  la  ida  del  D.  Antonio 
volvió  á  dormir,  desmayando  por  horas,  sin  creerlo  nadie, 
teniéndolo  por  fantasma  y  sueño  y  cosa  imaginaria,  ha- 
biendo sólo  de  esperanza  y  de  persuasión  el  haber  contado 
los  6.000  escudos  en  tiempo  que  la  liberalidad  andaba  tan 
retirada,  limitada  y  escasa,  y  que  se  buscaba  antes  que  darlo 
á  quién  podérselo  sacar.  El  Infante,  metido  ya  en  la  promesa, 
hacia  sos  esfuerzos  y  escribia  al  Privado  se  te  enviase,  y  aun 
el  mismo  D.  Antonio  de  Moscoso,  cuando  se  veía  más  hundido 
en  el  efecto,  le  escribía  y  le  apretaba  diese  calor  á  su  partida, 
diligencia  que  hacia  reposar  más  al  doliente.  Con  esto,  de 
cuando  en  cuando,  y  aciertos  tiempos,  era  llamado  de  nuevo 
al  cuarto  del  Valido,  y  gastándose  alli  mucho  de  lisonja  y  de 
palabras  sin  fundamento,  se  le  iba  confirmando,  aunque  dila- 
tada y  especiosamente,  en  que  presto  se  le  despacharía.  El  pro- 
tonotario  D.  Jerónimo  de  Villanueva  le  solia  preguntar  en  el 
cuarto  del  Rey  á  muy  largas  distancias,  no  sin  linaje  de  false- 
dad para  los  que  lo  oían  : — ¿Cuándo  se  va  usted?  Y  él  respon- 
día:— Señor,  cuando  me  despachen.  Luego  revolvía  el  proto- 
notario: — No  se  vaya  usted  sin  un  despacho  mió.  Cosa  que 
dejaba  atónitos  á  los  que  estaban  allí  y  oían  esto,  porque  tenia 
mortales  ansias  de  partir,  y  los  que  le  habían  de  enviar  nin- 
gunas de  despacharle. 

La  marquesa  de  Villanueva  del  Fresno,  su  mujer,  recién 
casada  con  él  y  con  los  primeros  cariños  de  la  boda,  en  esta 


306 
parte  siempre  hazañeras,  afectadas  y  sÍd  prudencia  ,  se  fué  á 
casa  de  la  marquesa  de  Atcañizas  y  la  pidió  dijese  al  Conde, 
su  hermano,  la  diese  licencia  de  ir  con  su  marido  á  Hilan, 
porque  de  no  dársela  se  la  tomaría  ella,  y  en  sabiendo  que 
habia  llegado  á  Alcalá  partiría  tras  ¿1.  La  marquesa  de  Alcañi- 
zas  aseguró  qus  ee  lo  diría ,  y  buscándola  de  allí  á  algunos  días' 
la  dijo  se  lo  habia  dicho,  y  que  su  hermano  había  respondido 
que  no  fuese,  porque  el  señor  D.  Antonio  había  de  volver  luego 
y  tornar  allá  más  despacio,  y  que  entonces  podía  iri  cosa  que 
sabida  por  él  y  por  todos  no  acababan  de  entender  este  mis- 
terio D¡  de  creerle,  ni  que  esto  había  de  llegar,  ni  sería;  y 
asi,  los  más  allegados  al  Valido  le  desahuciaban  y  tenían  por  de 
burla.  Pero,  sin  embargo,  las  instancias  de  Milán  eran  tan 
grandes  j  lo  que  en  esto  se  discurría  en  la  corte,  que  por  di- 
simular sus  trazas,  y  deslumhrar  á  los  entendidos  y  que  tras- 
cienden ardides  y  rodeos,  se  resolvió  su  ida  con  titulo  de 
Embajador,  poniéndole  precepto  inviolable  de  no  hablar  al 
Infante  en  partes  privadas,  con  que  por  la  misma  razón  se 
hacia  mayor  la  fantasma  en  los  ojos  y  juicios  de  los  cortesa- 
nos; y  el  mismo  conde  de  Altamíra,  y  sus  hermanos  el  mar- 
qués de  Almazan  y  el  cardenal  de  Jaén,  no  acababan  de  des- 
atar el  enigma.  Un  hombre  que  no  iba ,  y  después  que  si ,  que 
no  acababa  de  ir,  que  no  habia  de  perseverar  allá,  que  se 
habia  de  volver  y  tornar,  y  Lodo  contra  el  dictamen  del  Va- 
lido, ¿quién  habia  de  asistir  con  el  entendimiento  que  no  fra- 
casase en  un  piélago  de  tantos  contrarios?  La  mayor  materia  de 
Estado,  era  tenerle  pendiente  y  en  el  aire  y  con  poca  seguri- 
dad en  su  pretensión ,  porque  nadie  ee  diese  á  6ar  de  prospe- 
ridad en  su  fortuna  áutes  de  algún  precipicio,  presagio  cierto 
de  su  estabilidad  y  malogro,  y  enviarle  por  Embajador  quien 
era  gentilhombre  de  la  cámara.  Pero  verdaderamente  no  estaba 
esto  ajeno  de  prudencia  y  sutileza,  pues  se  tomaba  este  calor 
para  dar  causa  á  su  ida  y  para  soldar  la  quiebra  de  su  crédito 
de  la  vuelta  pasada,  y  que  fuese  con  algún  designio  paliado, 
y  deslumhrarle  como  sí  fueran  ciegos  los  atentos.  De  su  partida 
trataremos  en  su  lugar :  concluyamos  con  el  duque  de  Feria. 


307 

Aprestó  su  ejército  y  compúsole,  aunque  con  el  trabajo 
ordinario,  poco  dinero  y  pocos  bastimentos:  estaban  todos  los 
príncipes  vecinos  con  mucho  cuidado  de  la  expedición ,  por- 
que aunque  la  voz  era  que  pasaba  á  la  Alsacia,  como  mu- 
chos de  ellos  se  habían  ligado  de  secreto  con  el  francés, 
temían  que  entendido  el  secreto  no  diese  sobre  sus  casas  con 
aqliel  color,  y  creyeron  que  el  rey  Católico  se  anticipaba  y 
quería  tomar  satifaccion  de  las  ofensas  y  atentados,  y  asi  te- 
mieron y  quisieron  asir  la  ocasión.  De  aqui,  el  que  más  aprisa 
derramó  el  veneno  fué  el  duque  de  Parma,  levantando  gente 
y  esperando  la  de  Francia,  que  asi  se  conducía  al  Monferato 
por  la  Saboya  y  Piamonte ,  comenzando  aquel  Duque  á  dis- 
poner sus  levas;  pero  los  demás  sin  resolución,  esperando  el 
fin,  aunque  los  embajadores  y  ministros  franceses  los  inquie- 
taban y  persuadían  á  la  guerra  con  pretexto  de  la  libertad 
de  Italia.  Finalmente,  marchó  el  duque  de  Feria á  22 de  Agosto 
con  10.000  infantes  y  1.500  caballos,  gobernando  la  caballe- 
ría su  teniente  general  Geraldo  Gambascurta,  y  por  general 
de  la  artillería  el  conde  Juan  Cervellon,  comisario  general  de 
Milán. 

Dejó  allí  á  la  Duquesa,  moza  y  recien  casada  y  de  admira- 
bles partes,  de  la  casa  de  Priego.  Logrado  ya  el  pensamiento 
del  pretendiente,  tan  desproveído  y  falto  de  dinero,  que  apenas 
en  una  jornada  de  tanta  importancia,  y  en  una  ocurrencia  tan 
precisa  y  en  la  entrada  de  la  provincia,  pudo  dar  media  paga 
á  los  soldados,  cosa  bien  de  notar  y  de  que  no  se  admiró  nadie. 
Si  escribiremos ,  que  parece  se  encaminaba  esto  más  aína  á 
sacarle  del  estado  de  Milán  y  de  la  comunicación  del  Infante 
que  á  otra  empresa  de  reputación. 

Llegó  á  Fissen ,  en  el  Condado  del  Tírol,  y  á  18  de  Setiem- 
bre le  llegó  el  regimiento  de  alemanes  del  conde  de  Althems 
y  doce  compañías  de  caballos  del  barón  Sebau,  y  juntósele  el 
conde  de  Aldringue  con  la  gente  de  Alemania  y  los  demás, 
donde  se  comenzó  á  coger  la  primera  sospecha  de  traidor  en 
el  general  Frislan,  que  pidiéndole  4.000  caballos  para  el  paso 
de  S.  A.  los  negó ;  fuésele  poco  á  poco  consumiendo  el  ejér- 


cilo  con  los  asaltos  y  reencuentros,  con  la  gente  que  metió  en 
las  plazas  ganadas,  como  Drisac,  Rhim-felt  y  otras  que  deja- 
mos referidas,  y  con  los  beridos,  muertos,  enfermos  y  fugiti- 
TOS.  Últimamente,  falto,  desproveído  de  dineros,  soldados  y 
vituallas,  tanto  que  se  llegó  &  decir  que  sólo  se  comia  vaca 
eo  la  mesa  del  General  y  que  fallaba  el  vino;  y  además  de 
esto,  el  mal  tiempo  y  suma  aspereza  del  camino,  la  falta  de 
alojamientos,  y  afligido  de  verse  tan  lejos  y  desamparado  de 
todo  auxilio,  y  que  sí  bien  envió  á  España  á  pedir  socorro, 
como  es  de  ordinario,  no  fué  oido  ni  se  le  enviaron,  de  suerte 
que  le  vino  á  quedar  de  toda  la  gente  con  que  salió  de  Lom- 
bardia  y  la  que  se  le  juntó  en  el  Condado  del  Tirol.  T.OOO.Ín- 
fantes  y  1,000  caballos,  porque  aunque  se  hallaba  con  el  co- 
ronel Aldringue  por  el  Emperador  con  10.000  caballos,  y 
entre  ellos  2.000  croatas,  persuadiendo  le  diesen  batalla  a! 
enemigo  que  le  tenían  al  opósito  armado  y  con  muchos  y  muy 
formidables  escuadrones,  que  era  ocasión  para  conseguir  al- 
gún buen  efecto  y  emplear  aquella  gente  victoriosa,  que 
deseaba  pelear  y  ganar  honra,  se  disculpó  el  Aldringue  con 
decir  no  tenía  orden  de  pelear  ni  resolución  del  genera!  Fris- 
lan  para  hacerlo,  antes  le  habia  escrito  no  la  diese  y  se  fuese 
para  él ,  que  tenia  ya  concertada  y  en  buen  estado  la  paz  con 
los  rebeldes  y  príncipes  de  Alemania;  con  cuya  dilación  é 
intervalo  entre  ambos  capitanes,  los  enemigos  tuvieron  como- 
didad de  cargar  á  Ratisbona  y  llevársela.  Hizo  esto  Frislan 
por  no  dar  acasion  al  duque  de  Feria  de  que  con  algún  buen 
suceso  se  aumentase  en  gloria  y  en  reputación,  y  porque  sus 
intentos  no  torciesen  ú  obligasen  á  torcer  del  camino  que  lle- 
vaban; acción  que  declaró  por  infiel  al  general,  aunque  el 
Emperador  no  lo  creía  siendo  avisado,  y  se  le  procuraron 
desde  allí  aplicar  los  remedios  para  que  no  pasase  adelanto, 
enviando  desde  Milán  á  Alemania  al  conde  de  Oñate.  para  que 
tratase  con  los  príncipes  y  electores  del  Imperio  la  elección  de 
Ferdinando  por  Rey  de  romanos,  primogénito  del  Emperador, 
en  que  andaban  remisos  por  las  contradicciones  y  tratados 
de  Francia ,  y  para  que  con  su  diligencia  y  aviso  evitase  la 


909 

traición  y  la  mayor  ruina  que  esperaba  la  Europa;  y  á  él  se  le 
debe  aquel  descubrimiento,  acierto  y  remedio.  El  duque  de 
Feria,  viéndose  desamparado  de  socorro  y  que  apenas  los  sol- 
dados hallaban  coa  qué  cubrirse,  ni  se  tes  concedian  aloja- 
mientos, porque  todos  los  ocupaban  los'soldadosalemanescomo 
diestros  y  naturales  del  país;  que  les  faltaba  el  pan  de  muni- 
ción, y  que  no  podía  obrar  conforme  ásu  ánimo  generoso;  com- 
batido de  diversos  pensamientos  y  del  miserable  estado  á  que 
babia  llegado  la  faltado  lodo,  y  el  ver  padecerá  aquel  pequeño 
ejército  de  hambre  y  de  descrédito;  si  bien  avisó  de  todoá  Es- 
paña, y  que  de  su  hacienda  le  socorriesen  con  facultad  real,  no 
perdonando  sobre  fatiga  tan  grande  la  media  anala,  se  to- 
mase dineros  á  censo  sobre  toda  ella;  cercado  de  todos  estoa 
trabajos,  adolescíó  en  £stamberg,  á  24  de  Diciembre,  de  una 
calentura  maliciosa,  pasó  á  Monaco,  corle  del  duque  de  Ba— 
viera,  y  rindió  la  vida  á  las  necesidades  y  trabajos  de  la 
guerra  antes  que  á  las  balas  de  los  enemigos,  depositando 
allí  las  esperanzas  que  de  varón  tan  grande  tenian  concebidas 
los  espíritus  de  mayor  autoridad  en  la  milicia.  Fué  sentida  so 
pérdida  entre  aquellos  y  en  los  que  tienen  por  infelicidad  el 
DO  prevalecer  los  hombres  de  quien  se  halla  servida  la  repú- 
blica y  honrada  la  patria,  con  dolor  y  lástima  de  todos  y  de 
toda  aquella  milicia,  porque  vieron  faltar  un  caballero,  un 
consejero  y  un  soldado  digno  de  mejor  pluma  y  de  más  atenta 
estimación:  jy  dejarlo  perecer  en  tan  distantes  provincias! 
pero  reinaba  esta  fatal  influencia  sobre  los  mejores.  Dióse  sa 
encomienda  á  su  hijo  mayor:  quedáronle  dos ;  el  segundo 
murió  en  el  camino  viniendo  la  Duquesa  de  Hilan  á  España; 
el  mayor  en  el  Escorial,  donde  la  Duquesa  se  retiró  no  que- 
riendo entrar  en  Madrid  á  tratar  de  sus  negocios  y  prelensio- 
oes;  con  que ,  no  sólo  el  hombre ,  sino  también  la  casa  acabÓ 
yquedó  sumergida  en  la  del  marqués  de  Priego;  y  con  su  falta, 
elRbingrave  Oto  vino  con  gente  y  ocupó  las  platas  que  habia 
tomado  en  la  Alsacia. 

Habiendo  faltado  el  duque  de  Feria,  se  acordó  enviar  allá 
i  D.  Diego  Hejia,  marqués  de  Leganés,  para  que  le  sucediese 


310 

y  manejo  de  aquellas  armas,  cosá'qüé  2f  sínti6 
mucho,  porque  llevaba  mal  el  desacomodarse  de  sus  alque- 
rías, dejar  su  casa,  sus  regalos,  delicias,  alhajas  y  rique- 
zas cual  vasallo  jamás  tuvo,  ni  aun  de  aquellos  que  milita- 
ron al  lado  del  emperador  Carlos  V,  adquiridas  en  lan  pocos 
años.  No  parece  sino  que  para  éste  y  para  el  duque  de  Medina 
de  las  Torres ,  cuando  Tallaba  á  todos ,  á  ellos  sobraba  y  era 
suyo  el  dinero,  y  lo  despendian  generosamente  en  sug  arreos 
y  personas,  porque  esta  era  estos  dos  solos  la  disTrutaron,  si 
bien  se  acrecentaron  los  demás  de  la  parentela.  No  poco  dio 
BUS  razones  y  sus  excusas  el  O.  Diego,  y  replicó  para  eximirse, 
y  no  se  admitieron  .  antes  bien  fué  amenazado  por  el  primo 
Privado,  que  si  no  obedecía  le  serian  quitados  y  pmvcidos 
BUS  cargos  y  oficios,  que  se  componían  de  grandes  y  excesi- 
vos sueldos,  heridas  que  le  llegaron  al  corazón;  con  que  hubo 
de  ceder  al  arbitro  que  le  había  exaltado  y  enriquecido.  Obe- 
deció, finalmente,  pero  con  partidas  y  ventajas  tan  crecidas, 
que  cualquiera  lo  podía  aceptar  y  aun  solicitarlo:  con  fatigas 
de  pretendiente  desfavorecido  y  sin  nombre,  dijo  no  habia  él 
de  salir  de  su  casa  como  lus  otros,  ni  se  babia  ác  exponer  al 
riesgo  y  fortuna  de  los  que  miserablemente  habían  perecido, 
que  se  le  habia  do  dar  todo  lo  que  pidiese,  así  de  dineros, 
gente,  mercedes  para  si  y  para  sus  amigos  y  allegados;  y  que 
el  dinero  habia  de  estar  tan  pronto,  que  habian  de  pasar  tas 
letras  y  los  efectos  por  su  mano  primero,  y  habian  de  csbr 
aceptadas  y  fijas  antes  que  partiese.  Todo  se  le  concedió,  como 
miembro  del  poderoso,  porque  no  se  habia  de  entender  con 
él  lo  que  con  los  demás,  porque  nuestras  acciones  han  de  ser 
siempre  tas  más  bien  vistas  y  validas,  y  los  privilegios  que  no 
concedemos  á  aquellos  no  ban  de  ser  de  ejemplo  para  los 
nuestros,  ni  ios  hemos  de  limitar  el  dinero,  nervio  con  el  cual 
carga  la  vida  do  las  empresas.  En  efecto,  escogió  como  dueño 
de  la  heredad,  que  cuanto  quiera  que  la  ceñimos  de  cercas  y 
torres  y  la  negamos  á  los  otros,  como  si  fueran  extraños  de 
ella,  ha  de  estar  abierta  y  de  manifiesto  para  los  que  nos  la  he* 
nios  tomado;  ntieslras  acciones  han  de  ser  relevantes  á  las  de 


sil 

los  otros,  y  nos  ha  deobedecer  la  felicidad,  porque  en  la  pros- 
peridad de  los  hechos  que  nos  fabricáramos  y  que  quisiéramos 
ayudar,  consiste  la  gloria  y  la  conservación  del  mandary  pro- 
seguir en  el  señorío,  y  sabremos  hacer  nuestros  soldados  de 
mayor  eiperiencia  y  nombre  que  los  otros.  Y  verdaderamente 
esto  era  así,  porque  estaba  tan  ventajosamente  beneficiado 
éite.  que  parecía  eicedia  en  hazaTtas  y  viciorias  á  nuestros 
antiguos  capitanes  y  á  los  que  ahora,  aunque  deslucidos,  tene- 
mos, cuyos  hechos  en  otra  era ,  por  raás  que  los  sepulte  el  ol- 
vido y  las  tinieblas,  lucirán. 

Diéronte  30.000  escudos  de  sueldo  sobro  50.000  que  tenia 
por  los  ofícios  de  Flandes,  ejercidos  en  el  ocio  de  la  costa, 
como  general  de  la  artillería  de  España  y  olroB  consejos  y 
juntas  de  utilidad,  como  presidente  de  Flandes  y  junta  del 
Almirantazgo.  Buscáronse,  sin  embnrgo,  20.000  ducados  de 
ayuda  de  costa,  que  luego  los  halló  el  conde  de  la  Puebla ,  su 
hermano,  como  presidente  de  hacienda ,  cuando  no  se  pagaba 
un  moderado  juro,  ni  unos  gajes  á  un  críado,  respondiendo  no 
babia  en  que  librarlos;  cuando  los  descendientes  de  los  Tole- 
dos  y  los  Córdobas  naufragaban  á  la  injuria  y  desden  del 
Privado  antes  que  á  la  del  Príncipe,  porque  no  sünietian  sus 
juicios  y  sus  acciones.y  servicios  á  la  celeridad  de  su  capri- 
cho, haciendo  delito  la  disculpa  y  el  descargo  de  no  poder 
decir  á  lo  que  se  les  ordenaba,  y  más  cuando  pedían  lo  for- 
zoso al  servicio  del  Rey  y  á  la  empresa;  y  cuando  pidieron  el 
premio  de  sus  fatigas,  era  solicitar  mayores  servicios  al  Prin- 
cipe. Tantos  había  hecho  este  caballero  á  nuestras  coronas, 
tantos  años  babia  manejado  el  bastón  él  y  sus  descendientes, 
para  que  sólo  en  él  resplandeciesen  las  dignidades  y  los  pre- 
mios: haber  pasado  dos  veces  á  Flandes  para  traer  buenas  ta- 
picerías y  pinturas,  más  parecía  impulso  de  curiosidad  que  de 
soldado  é  ir  á  solicitar  la  presa  ¿ntes  que  la  fatiga  peligrosa  del 
asalto. 

Dejo  aparte  esta  batalla  de  Nortiinga,  que  esa  díóla  Dios, 
la  Iglesia  y  el  Imperio  para  líbraríe  de  la  torpeza  de  la  herejía, 
y  porque  luego  haremos  meociOQ  de  los  que  la  ejecutaron  y 


su 

▼alerÓBameote  la  victoria ,  y  merecieron  eT  fiónór  y  el 

laurel  que  por  largos  siglos  vivieron  en  su  frente. 

Partió,  pues,  D,  Diego  Hejia  á  Hilan  con  dos  ó  tres  millo- 
nes de  resguardo,  con  el  sueldo  y  ayuda  de  costa  y  otras  mer- 
cedes para  si ,  para  sos  amigos  y  criados.  Si  este  pasaje  se  hi- 
ciera á  los  otros  capitanes,  ¿qué  cierto  es  no  rehusaran  la 
carrera  del  bien  obrar,  antes  se  abalaDiaran  áella,á  mayores 
y  más  inaccesibles  di6cultades ,  las  pidieran ,  solicitaran  ,  an- 
helaran por  ellas  y  formaran  querella  de  que  no  se  las  daban? 
Porque  veían  acrecentado  éste  y  fallidos  los  otros,  era  el  des- 
mayo; porque  no  parece  sino  que  le  beneficiaba  el  poderoso, 
y  le  cargaba  de  tesoros  adredemente  ó  con  designios  para 
alguna  apetecida  y  secreta  adolescencia  suya;  y  así,  pa- 
rece que  convenia  que  se  salvase  uno  porque  pereciesen 
todos, 

Pasó  á  Milán  ,  visitó  al  Infante,  dióle  cuenta  para  lo  que 
venia,  dié  las  cartas  del  Rey  y  del  Ministro,  y  estuvo  en  su 
mano  el  comenzar  á  conducir  la  gentes  y  escogerlas:  lomó  en 
Hilan  la  mejor,  y  sacó  de  los  presidios  los  soldados  viejos  y  en- 
vié por  los  tercios  veteranos  de  españoles  é  italianos  á  Nápo- 
lee  y  Sicilia;  de  suerte  que  despojó  aquellas  plazas  de  armas 
de  la  mejor  y  más  escogida  soldadesca  que  tenian.  Los  france- 
ses y  sus  aliados ,  á  estos  aprestos  no  dejaban  de  hacer  los 
suyos,  ni  de  encaminar  sus  inteligencias- y  ardides  á  las  partes 
que  les  convenia. 

Hablan  sentido  notablemente  el  casamiento  det  Gastón,  du- 
que de  Orieans,  hermano  del  Cristianísimo,  con  Margarita  de 
Lorena,  y  pretendían  desasirle  y  darlo  por  nulo,  teniendo  por 
cosa  fácil  el  conseguirlo  en  sus  escuelas  y  letrados.  Sentían, 
por  el  consiguiente,  verle  en  Flandes  debajo  de  la  protección  de 
Espafia  alimentado  á  las  espensas  del  rey  Católico ;  y  para  sa- 
oarle  de  ambas  cosas,  y  del  dictamen  de  su  madre,  que  seguía 
en  odio  y  en  oposición  del  Rícbelieu,  Privado  de  su  hermano 
(notable  aborrecimiento],  trataron  en  la  corte  de  Paris,  en  el 
Parlamento,  donde  se  juntó  con  particular  cuidado  lo  más  po- 
deroüo  de  este  Consejo,  y  alU  se  debatió  largamente  la  materia. 


313 

Tomóse  por  asunto  para  conducirle  á  la  obediencia  del  rey 
CristiaDisimo,  que  se  quena  tratar  de  sucesor  en  la  corona,  por 
cuanto  había  cerca  de  veinte  años  (aunque  debajo  del  vinculo 
de  matrimonio)  que  no  tenia  sucesión ;  y  aunque  el  duque  de 
Orleans,  su  hermano,  de  segundo  matrimonio,  tenia  solamente 
una  hija,  la  Ley  Sálica,  establecida  en  aquel  reino,  lae  ex- 
cluye de  poder  suceder. 

Ventilóse ,  como  digo,  largamente  este  punto  en  aquel  Par- 
lamento, con  no  más  Gnes  que  por  hacer  injuria  á  la  Gasa  de 
Lorena ,  por  tener  alianza  con  el  rey  Católico ,  esclarecidísima 
ea  todo  el  orbe,  apartarlo  del  Estado  de  la  Reina,  su  madre, 
y  sacarle  de  Flandes;  no  sé  porqué,  porque  él  era  tan  fino 
francés,  y  de  tan  cortos  pensamientos,  que  habiendo  salido 
tan  mal  de  la  facción  pasada,  cuando  bajó  á  la  provincia  de 
Leoguadoc,  y  malogró  2.000  caballos  que  le  díó  la  infanta 
Doña  Isabel  para  hacerle  hombre,  que  no  había  que  temerle 
ni  recelarse  de  él ,  ni  aun  que  podia  hacer  alguna  división  en 
el  reino  ni  servicio  considerable  á  la  corona  de  España,  ¿otes 
parece  qOe  estaba  allí  no  á  otra  cosa  que  un  espia  general  de 
nuestros  designios  en  aquellos  países,  una  resolución  de  los 
naturales  y  á  una  indecencia  pública  y  descortesía  de  lo  de- 
mas  decoroso.  Finalmente,  se  le  apretó  y  le  hicieron  llamar,  y 
que  dentro  de  tres  meses  compareciese  en  París  para  hacer 
elección  de  Príncipe  y  heredero,  por  la  indisposición  é  impo- 
sibilidad de  su  hermano,  y  donde  nó,  que  seria  excluido.  Agra- 
dáronle, sin  embargo,  que  se  habia  casado  sin  acuerdo  y  vo- 
luntad del  Rey  y  del  Parlamento,  que  quiere  tener  parte  en 
estos  hechos,  y  que  las  leyes  y  decretos  establecidos  en  tales 
casos  depongan  de  esto  y  tengan  fuerza  para  la  ejecucioQ. 
Pero  el  Monsieur  callaba  y  se  daba  por  desentendido,  creyendo 
se  enderezaban  estos  Bnes  á  no  más  que  quererle  recobrar  y 
á  tenerle  después  preso  y  estrechado  en  una  fortaleta,  y  su- 
miso al  trance  y  al  ardid  de  un  Privado,  que  pretendia  más 
aioa  ser  Rey  que  Valido,  si  ya  no  que  esta  tiranía  ó  violencia 
es  tan  á  gusto  del  Principe  y  tan  á  sus  ojos,  que  ellos  quieren 
que  sea  virtud  y  buen  celo,  haciendo  depósito  del  reino  en 


quioB  se  le  sepa  lomar  debajo  de  buen  gobierno;  pero  no  to- 
das las  veces  sale  bjcn  este  descuido. 

Pretendía  el  Bichelíeu  deshacer  este  matrimonio  del  Gas- 
ion  por  no  haber  querido  aceptar  el  de  su  sobrina,  la  viuda 
de  Combalet,  cosa  de  todas  maneras  perjudicial  y  de  des- 
crédito para  ia  Francia,  y  aun  que  todos  lo  príncipes  se  jun- 
tasen á  castigar  este  delito.  Pero  los  principes  de  la  sangre 
y  el  Parlamento  no  lo  atinaban  ni  podian  dar  alcance  á  la 
paciencia  del  Rey,  ni  se  entendían  en  mostrar  en  este  suceso 
tanta  fe,  pues  de  esta  discordia  y  desconformidad  habian  de 
aspirar  á  sus  medros  y  acrecentamientos,  como  lo  pretendie- 
ron los  años  pasados,  cuando  faltó  sucesor  y  se  opusieron  á 
Enrique  cuando  lo  pretendia  ser;  y  esta  ocasión  era  más  ur- 
gente, por  cuanto  sobre  quien  cargaba  el  mayor  derecho, 
ni  tenia  aquellas  partes  de)  padre,  ni  era  tan  soldado,  y  era 
muy  verisímil  asir  cada  uno  de  su  provincia  y  meter  en  di- 
visión toda  la  Francia,  y  lograr  una  pretensión  tan  envejecida 
y  deseada  de  las  mayores  cabezas  y  de  los  descendientes  del 
principe  de  Conde,  En  Alemania  proseguía  la  guerra,  por  la 
parte  de  los  enemigos  con  alienlo  y  desconfianza  de  los  cató- 
licos, enseñoreando  cada  día  puestos  y  plazas  de  mucha  con- 
sideración  por  la  flaqueza  y  vacilación  del  caudillo  que  había 
aflojado  en  las  empresas  y  parádose  á  pensar  cómo  entraría 
en  el  señorío  de  Alemania  y  en  la  desolación  de  los  señores  de 
la  Casa  de  Austria,  y  entre  las  codicias  de  la  corona  Imperial, 
cuál  seria  el  más  tirano.  Inquietábale  el  Valido  de  la  Francia; 
ambos  á  él  y  al  duque  de  Sajonia,  ofrecía  llanos  los  reinos  de 
Bohemia  y  de  Hungría,  y  después  las  Austrias,  y  en  rehenes 
al  Gastón,  duque  de  Orleans,  y. todo  para  revolver  y  despres- 
tigiar la  majestad  de  nuestros  principes;  por  tan  llano  tenía 
el  poder  usar  de  él  cuando  quisiese:  aunque  estaba  en  Bruse- 
las, no  se  descuidaba  el  Elector  con  estas  ofertas  de  conducir 
sus  gentes  con  las  otras  de  sus  coligados. 

Por  este  tiempo  se  despertó  un  bravo  enemigo  en  Alema- 
nia, que  habiendo  servido  al  Emperador  y  tirado  sus  gajes 
volvió  contra  él,  y  le  armaron  para  que  fuese  enemigo  capital 


eóñliaofívoaerestiluir  en  sus  posesiones  á  los  mslconte  titos; 
éste  era  el  duque  Bernardo  de  Veimar,  iiieto  de  Federico, 
dutjuc  de  Snjonia,  que  fué  preso  y  desbaratado  en  el  paso  de 
Alvis  por  el  mayor  y  más  memorable  de  los  emperadores. 
Este,  pues,  armado  y  con  ejército,  talaba  y  ponia  al  fuego  y 
al  saco  las  hermosísimas  colonias  y  ciudades  del  Imperio. 
Gustavo  de  Orne,  caudillo  de  las  gentes  do  Sueca  y  otros 
herejes  alemanes,  tomaba  las  plazas  mayores  y  mejores  pues- 
tos, ya  de  las  márgenes  ilel  Danubio,  ya  del  Rhin,  en  el  Pala- 
ttnado  inferior,  queriéndote  sacar  al  rey  Católico,  que  lo  tenia 
en  nombre  del  Imperio  por  los  gastos  hechos  de  gentes  y 
ejércitos  en  ofensa  del  tirano  intruso  de  Bohemia.  El  rey  de 
Francia  le  quería  para  sí,  como  después  Gucedió,  sacándoselo  de 
las  manos  á  D,  Felipe  de  Silva;  masa  esta  hora  batia  la  de  la 
Alsacia  y  se  enseñoreaba  de  nuevo  en  las  que  habia  recobrado 
el  duque  de  Feria  por  el  Rhingrave ,  porque  el  ejército  cató- 
lico que  tas  podía  defender,  aunque  á  caigo  del  conde  Juan 
Cervcllon,  quedó  por  algún  tiempo  por  acuartelar,  y  ahora  so 
hallaba,  á  persuasión  de  Maximiliano,  duque  doBaviera,  alo- 
jado en  Monaco  y  en  sus  comarcas  en  medio  de  los  suecos, 
asistiendo  á  la  Suecía;  con  que  se  defendían  las  tierras  dfl 
aquel  Duque  y  no  se  acabaron  de  perder.  Asistía,  sin  em- 
bargo, el  francés  á  sus  confederados,  y  proseguía  en  la  ruina 
del  Imperio  en  socorros  de  dineros  y  soldados,  aunque  éstos 
muchas  veces  fallaban  calmando  la  promesa  y  el  efecto,  aun- 
que tid  vez,  y  aun  en  muchas,  se  quejaban  de  las  ciudades 
libres  y  de  las  cabezas  de  los  partidos  que  gobernaban  diversas 
tropas.  Los  holandeses  pedían  los  regimientos  de  infantería 
y  caballería  para  salir  á  la  primera  campaña  y  acabar  de 
comprender  lodos  los  países  bajo  de  su  dominio,  materia  en 
que  ya  se  habia  discurrido  con  la  cercanía  más  madura- 
mente en  el  Parlamento  de  París,  y  que  se  les  hacia  dema- 
siadamente poderosos,  y  más  délo  que  convenia;  negán- 
doles con  la  esperanza  el  efecto  y  cuanto  en  los  afiOf 
pasados  se  les  había  asistido  con  la  gente  y  con  el  dinero  á 
la  prosecución  de  la  guerra  en  el  Pais-Bajo,  porque  el  fran- 


4 


316 

ees  entró  en  pensamientos  de  qoerer  entrar  á  la  parte,  y  aun 
en  el  todo,  como  se  irá  viendo.  Las  pérdidas  presentes  de  tan- 
tas tierras  y  platas  y  el  pais  de  Limburgo  más  cercano  á  la 
Francia,  disuadiéndolos  por  aquí  de  guerrear  más  en  aquel 
círculo,  solicitaron  la  sorpresa  de  Treveris  y  todo  lo  ad\a- 
cenle  al  Elector  eclesiástico,  con  designio  misterioso  y  falso  de 
querérsele  preservar  de  la  rapiña  de  los  suecos,  porque  él 
sólo  podia  evitar  esto  y  librársela  de  la  insidia,  y  queria  lo- 
mársela para  si,  para  estar  más  sobre  el  Pais  Bajo,  darse  la 
mano  con  el  holandés  por  el  Limburgo,  cerrar  los  socorros  de 
Alemania,  corlarlos  y  tomar  por  si  mismo  con  los  holande- 
ses, y  hacer  caudillo  de  aquella  guerra  y  aspirar  á  la  Urania 
del  País-Bajo,  y  aun  de  todos,  como  nos  lo  dirá  el  año  que  se 
sigue.  Para  esto  los  hacia  conducir  con  la  persuasión  de  su 
Minislro  á  conducir  armadas  de  navios,  á  que  pasasen  á  las 
Indias  y  á  su  disipación,  y  á  hacer  la  guerra  más  vivamente 
en  aquel  ángulo  postrero  de  nuestra  monarquía,  porque  casi 
los  llegaron  á  poner  en  tal  estado,  que  ellos  podían  ya  reca- 
larse del  francés  y  do  sus  entradas.  El  rey  de  Inglaterra  y  los 
demás  protectores  eran  de  este  parecer  y  consejo,  y  lo  habían 
conferido  con  sus  mayores  confidentes  y  estadistas;  con  que 
BD  saliendo  á  la  invasión  ó  no  preparándose  para  ella,  este 
año  enviaron  sus  armadas  á  diferentes  partes  del  mundo;  mu- 
chos bajeles  se  dejaron  calar  por  el  Estrecho  gaditano  á  las 
contrataciones  de  Levante.  Sesenta  navios  corrieron  á  Oriente 
y  á  Occidente  á  la  frecuencia  de  )a  iráGca  y  al  aumento  de 
la  compañía  y  factorías;  con  que  robaron  largamente  y  se 
aumentaron  en  riquezas  y  mercaderías;  y  pane  de  ellos  espe- 
raron en  Occidente  las  flotas  y  galeones  de  La  Plata,  y  fortifi- 
caron á  Fernambuco,  y  se  afirmaban  en  él  para  acabar  de 
sojuzgar,  con  el  tiempo  y  con  los  nuevos  socorros  que  espera- 
ban de  las  Indias,  todo  el  Brasil,  y  hacer  rostro  desde  allí  al 
Cabo  de  Buena  Esperanza  yal  Estrecho  deMagallanes  y  volver 
sobre  la  Habana  á  esperar  las  armadas  de  Castilla  y  Portugal. 
Pidiéronse  en  esta  sazón,  y  para  alivio  de  semejantes  cui* 
dados,  18,000  hombres  pagados  en  el  reino  para  los  presidios, 


817 

y  concediéronse  demás  de  las  otras  gabelas  y  tnfraUw'én  que 

00  Ee  dejaba  descansar  á  la  pobre  Casiilla:  sacábanse  los  la- 
bradores de  los  lugares  y  labranzas,  y  se  prendían  llevándolos 
forzados;  con  qite  espiraba  la  cuUura  de  las  tierras,  faltaban 
los  mantenimienlos  á  la  gente,  ó  se  compraban  á  eicesivos 
precios,  circunstancia  no  menor  que  las  demás  en  que  se  pa- 
decía sin  poder  arribar  un  punto  al  alivio  de  la  tolerancia. 
Estos  aprestos  y  levas  tenían  no  sin  atención  á  los  france- 
ses, que  con  las  armas  y  la  sedición  sublevaban  tas  cabezas 
de  los  ejércitos,  como  luego  veremos;  rumores  que  estuvie- 
ron para  hacer  mudar  semblante  á  MaiimÜiano,  duque  de  Ba- 
viera ,  que,  poco  antes,  no  admitiendo  las  solicitudes  de  la  Liga 
en  que  estuvo  iniciado,  se  reconcilió  oon  el  César;  previniendo 
que  después  de  la  batalla  de  Leipsíck  ó  Lutzen  y  restauración 
de  la  Silesia ,  por  accidentes  de  infidelidad ,  falta  de  gentes  y 
dinero,  rolas  y  tomas  de  plazas  y  no  postrar  ó  ceder  la  rebel- 
día á  la  utilidad  de  los  cunsejos  y  á  los  avisos  de  tos  más  ce^ 
losos,  se  babian  empeorado  las  cosas  de  Alemania,  manifestó  al 
Emperador  se  tuviese  más  cuenta  con  la  guerra  y  con  el  es- 
tado de  tas  cosas;  donde  nó,  volvería  tos  pensamientos  y  la 
devoción  á  Francia,  y  seguiría  aquellos  designios,  la  Liga  y  la 
unión  de  los  confederados,  por  librar  del  fuego  y  la  desolación 
BUS  tierras  y  estados  y  todo  lo  demás  que  le  tocaba;  no  bas- 
tándole para  su  defensa  las  pocas  gentes  del  duque  de  Ferio, 
difunto,  que  alojaban  en  citas. 

Jamás  en  ninguna  era,  ni  cuando  se  armaron  contra  la 
potencia  de  Carióos  V.  por  emulación  ó  por  envidia,  los  espíri- 
tus ambiciosos  de  Alemania,  se  vio  la  maldad  y  la  sedición 
más  dañosa  ni  peligrosa,  ni  más  vivo  el  odio  contra  sus  pro- 
genitores que  en  esta,  por  la  parte  solade  una  cabeza  que  in- 
ficionaba las  demás  de  la  Europa,  sin  aceptar  ninguna,  y  al 
paso  que  la  Omnipotencia  Divina,  por  especial  providencia 
suya  y  por  la  amplificación  de  la  Iglesia,  obraba  contra 
sus  decretos  y  caudillos  y  ponía  la  esperanza  de  la  religión, 
con  la  prosperidad  de  aljjunos  buenos  efectos,  en  mayores 
y  más  formidables  fundamentos;    á  ese  mismo,    no   des- 


318 
cacciendo  de  su  protervia  y  de  lidiar  locamenle  contra  en 
invenciblo  brazo,  se  temaban  medios  y  se  emprendían  le^ 
meridades  fuera  del  lodo  buen  uso  de  la  guerra,  y  se  abhan 
zanjas  para  trastornar  la  firmeza  y  seguridad  de  nuestros 
principes.  El  infierno  parece  que  abria  sus  gargantas  y  quería 
tragarse  lo  cristiandad  y  acabar  de  inundar  el  orbe  con  el 
veneno  torpísimo  de  la  herejía;  no  se  elegían  las  trazas  anti- 
guas y  prudenciales  para  proseguir  la  guerra,  ni  se  encami- 
naban los  ejércitos  solarnonto  á  la  gloria  militar  do  los  re- 
encuentros y  batallas  ó  al  asedio  de  las  provincias  y  las  plazas, 
sino  á  rcbelar  los  mismos  caudillos  contra  sus  señores,  y  con- 
jurarlos contra  sus  vidas  y  estados,  y  que  la  traición  predomi- 
nase á  la  potencia  del  mayor  Príncipe,  y  ésta  se-  estableciese 
en  los  Consejos,  en  los  Parlamentos  y  Asambleas,  antes  que  loi 
Otros  progresos  y  materias  honestas  do  estado,  encaminadas 
por  varones  pies  y  católicos.  ¿A  quién,  pues,  abandonando  la 
bonra.  el  crédito,  la  reputación,  la  cristiandad,  el  decoro  ver- 
dadero de  las  acciones  reales,  el  uso  de  las  virtudes  genero- 
sas que  resiilandeceii  en  el  Principe,  que  le  hacen  admirable  y 
mayor  entre  los  olios? 

Después  de  la  baiulla  de  Lutzcn  y  de  la  muerte  de)  Gus- 
tavo Adolfo,  rey  do  Suecia,  que  quebrantó  el  brío  y  el  cora- 
ion  á  los  tiranos  y  opresores  de  Alemania ;  y  ilespues  de  otros 
buenos  sucesos  conseguidos  en  la  Silesia,  Morabia  y  en  laa 
otras  partes  del  Imperio,  y  que  el  partido  i\e  los  enemigos  iba 
de  caida,  y  que  cuii  la  muerte  del  tirano  mejoraban  las  cosas 
y  se  desbarataría  la  Liga  y  arribaría  la  espuda  del  César  á  ia 
satií^faccion  y  á  la  enmienda  de  los  malos,  el  sedicioso  de  la 
Europa ,  no  parando  aquí  su  discurso  y  viendo  prevalecían  las 
armas  católicns  sobre  los  infieles,  y  que  sus  pretextos  iban  de 
caída  y  lodo  el  cúmulo  de  sus  pretensiones,  y  que  la  Hungría, 
Bohemia,  las  dos  Austrias  y  las  demás  provincias  de  la  Casa 
do  Auslrin,  y  aquellas  ciudades  que  se  juntan  y  hafcn  forma 
de  Imperio, aunque  parte  de  ellas  perdidas,  no  se  desoncuader- 
Ruban  de  la  obediencia  del  Etnpcrador  y  que  no  destroncaba 
la  dignidad  de  sus  raíces,  ni  se  conseguia  el  intento  do  loa 


319 

primeros  tratados  de  la  Liga ,  viendo  no  hallaban  capitán  qué 
tomase  sobre  si  la  empresa,  óá  lo  menos  faltaban  esperanzas 
sobre  los  otros  para  prometérselas,  y  que  no  había  quien  ocu- 
pase aquel  lugar  y  aquel  vacío  que  perdió  el  sueco,  desvelán- 
dose en  varias  y  distintas  quimeras  como  enemigo  conjurado 
contra  e)  común  sosiego,  contra  el  sagrado  de  las  leyes  y  la 
reverencia  de  la  religión  crisiiana;  eligió  el  último  como  más 
extraordinario  y  dañoso  y  el  que  bastó  á  trastornarlo  todo  (si 
Dios  no  pusiera  la  mano]  y  volver  en  cenizas  los  mayores  y 
más  esclarecidos  principes  que  ha  tenido  el  universo,  las  co- 
lumnas do  la  Iglesia,  los  baluartes  de  la  fe  y  los  fundamentos 
de  la  conservación  y  sosiego  de  los  vasallos.  Tentó,  finalmente, 
al  capitán  de  Alemania,  al  que  manejaba  con  absoluto  poder 
las  armas  del  Imperio  en  nombre  del  César,  al  duque  de  Frie- 
lan ,  en  cuya  mano  estaba  todo  esto.  Habíale  levantado  el  Em- 
perador de  no  más  principios  que  de  caballero  particular 
y  de  varón  pobre,  después  de  la  muerte  de  Juan  Tesercias  y 
barón  de  Tiltí ,  que  tenía  la  misma  dignidad  de  Capitán  gene- 
ral del  Emperador,  porque  era  afortunado  en  hacer  gente ,  en 
conducir  muchos  y  muy  grandes  regimientos,  en  aquella  sa- 
zón cosa  importantísima  y  de  utilidad,  y  entregádole  las  ar- 
mas del  Imperio  y  héchole  arbitro  en  la  expedición  y  en  el 
manejo,  y  cometida  la  guerra  á  su  parecer  y  consejo;  héchole 
duque  de  Frislan,  de  GloBbia  la  mayor  y  de  Sepchen  ;  dá- 
dole  la  investidura  de  duque  de  Meqiemburg,  señor  por  esta 
parte  de  Rostoc,  opulentí>¡ma  en  mar  y  en  tierra,  y  de  Sismar, 
ciudades  populosas,  y  de  Lubec,  magníQco  Imperio  de  Suecia 
y  Moscovia;  mereció  con  las  armas  el  Toisón  de  Oro  y  el  titulo 
de  Alteza,  crecióle  en  rentas  y  en  vasallos,  erigióle  en  se- 
ñor libre,  y  emparejóle  con  otros  príncipes  potentados  de  Ale- 
manta  ;  acción  que,  entre  las  demás  causas  de  disgusto  entre 
los  Electores  y  las  otras  potestades  de  aquella  grande  y  ex- 
tendidisima  provincia,  tuvo  su  lugar,  y  que  se  tes  había  levan- 
lado  un  hombre,  respecto  de  su  calidad  de  moderados  fun- 
damentos, y  puéstosele  á  la  cara  contra  su  dictamen  y  contra 
el  parecer  del  duque  de  Baviera.  A  éste,  pues,  el  que  no  ha- 


330 

bia  visto  prevalecer  las  armas  enemigas  contra  los  imperiales 
y  sus  trazas,  sobre  aquellas,  como  digo,  le  tentó.  Le  eipuso, 
á  mi  ver,  el  estado  de  las  cosas  de  Alemania  y  el  que  tenia 
Bohemia,  aunque  la  asistía  la  Hungría  y  las  otras  provincias; 
que  por  más  que  las  esforzase  y  se  mostrase  osado  á  defen- 
derlas, no  podría  por  la  falla  de  dinero  y  gente,  y  que  el  Em- 
perador no  había  de  poder  acudir  á  tanto,  ni  sus  fuertas  ni 
las  de  España  habían  de  bastar  ó  resistir,  cuanto  y  más  con- 
trastar el  poder  de  una  Liga  tan  opulenta  y  formidable  que  ha- 
bía de  arrastrarlo  todo,  asi  electores,  eclesiásticos  y  seculares, 
como  á  todos  los  demás  principes,  y  más  cuando  los  holan- 
deses, en  Flandes  y  en  las  Indias,  le  tenían  tan  aquejado  y 
consumido  que  le  faltaba  aliento  para  respirar;  que  le  pa- 
recía estaba  muy  orgulloso  y  muy  vano,  porque  le  había 
faltado  un  enemigo  capital  y  de  maravillosa  reputación  como 
el  rey  de  Suecia,  que  fué  fortuna  de  un  golpe,  no  del  valor, 
que  á  no  recibirlo  del  encuentro  de  Oppenheín  ó  de  los  que 
acaudillaba,  perdiera  aquel  día  la  honra  y  la  batalla  y  se  con- 
cluyera el  Gn  glorioso  de  la  Liga  y  saliera  la  Casa  de  Austria 
del  imperio  de  sus  límites  y  patrimonio;  que  discurriese  habían 
quedado  aquellas  legiones  y  cohortes  en  el  mismo  vigor  y  de- 
nuedo que  antes  y  con  el  mismo  terror  para  con  los  suyos,  á 
la  orden  y  disciplina  del  gran  Gustavo  de  Orn,  mariscal  de 
campo  de  aquel  Rey,  de  no  menor  fortuna  y  valor;  y  aquellos 
soldados  viejos,  en  el  aspecto  y  en  la  ferocidad  espantables, 
en  quien  consistía  la  vida  de  la  empresa,  sin  haber  adojado 
en  la  invasión  como  al  principio;  que  persistía  en  proseguirla 
guerra  el  duque  deSajonia  y  sus  aliados,  y  que  gobernaba  un 
gran  pedazo  de  ejército  determinado  á  ofender  y  dañarle  cuanto 
pudiese;  que  el  duque  Bernardode  Veímor  llevaba  otro  con  el 
mismo  intento  y  otros  muy  escogidos  capitanes  confederados 
todos  á  deshacerle;  v  todos  estos  y  otros  muchos,  socorridos  y 
fomentados  por  grandes  principes  como  el  rey  de  Francia,  el 
de  Inglaterra,  toda  la  Holanda,  principes  del  Imperio,  el 
Rhingrave  y  Ludovíco,  todos  con  dinero  y  gruesos  regi- 
mientOB  de  caballería  ó  infantería;  que  considerase  el  mise- 


Sil 

rabie  estado  de  Alemania ,  las  muchas  plazas  y  Uerraa  perdi- 
das, la  falta  de  devoción  en  los  subditos  naturales,  y  los  mu- 
chos confederados;  que  se  salvase  y  pusiere  los  ojos  en  alguna 
parte  de  aquellas  provincias,  y  de  su  consejo  en  el  reino  de 
Bohemia,  presa  digna  de  premiar  un  generoso,  que  se  le  ayu- 
daria  á  la  usurpación;  que  si  el  Emperador  le  había  hecho 
potentado,  el  rey  de  Francia  le  baria  rey,  le  colocaria  en  la 
dignidad  y  en  la  corona;  que  si  no  quería  valerse  de  los 
ejemplos  antiguos,  los  tomase  de  los  príncipes  y  electores,  que 
todos  estaban  coligados  y  repartidos  entre  si  los  pueblos  y 
dignidades  de  la  Casa  de  Austria  ;  que  tan  grande  confusión 
y  revuelta,  pedia  antes  que  asistir  á  la  fe,  á  la  conservación 
de  la  propia  persona  y  á  apoderarse  de  algo  para  permanecer 
entre  los  más  grandes;  que  le  avisaba  con  el  tiempo  con  se- 
guro augurio  y  de  mayor  calidad  en  los  trances  adversos;  que 
pues  tenia  las  armas  en  la  mano  y  era  señor  de  ellas,  imitase 
al  mayor  de  los  capitanes  romanos;  que  la  más  principal  parle 
de  aquel  ejército  estaba  á  cargo  de  deudos  y  parientes  suyos 
que  le  seguirían;  que  les  ofreciese  los  dictados  y  los  pueblos; 
y  que  si  bien  la  otra  era  gobernada  de  coroneles  alemanes  é 
italianos,  en  quien  hallarla  alguna  resistencia,  los  tentase  el 
ánimo  y  sobornase  la  codicia,  que  podría  ser  que  con  la  ro- 
tura de  las  cosas  apeteciesen  el  acomodarse  con  el  tiempo  y 
la  necesidad;  que  pues  estaba  en  lo  interiordela  Bohemia,  en 
Pilce,  su  plaza  de  armas,  no  sacase  los  píes  de  ella,  se  arrai- 
gase all!  y  la  embistiese,  estuviese  por  suya,  y  á  su  opinión 
cabos  y  oGciates  de  la  artillería,  municiones  y  vituallas,  é 
biciese  más,  pues  había  comenzado;-y  que  por  último  aviso 
le  ofrecía  el  auxilio  y  socorros  de  todos  los  principes  y  poten- 
tados de  la  Europa- 
Exornaba  con  este  rigor  y  ferocidad  el  tumultuario;  y 
como  suele  el  veneno  apoderarse  del  corazón  humano  á  los 
principios  de  la  posesión  del  cuerpo,  así  estas  ofertas  el  Al- 
berto de  Walastain,  duque  de  Fríslan,  con  su  ánimo  pro- 
celoso, lleno  de  tempestades  y  de  inconstancias,  suspendido  y 
arrebatado  de  la  codicia ,  las  abrazó,  y  pareciéndole  que  pues 


322 

OD  Príncipe  extranjero,  con  el  valor  y  los  auxilíoa  se 
hecho  tanto  lugar  en  Alemania,  que  quién  quitaba  que  no  lo 
hiciese  él ,  pues  tenia  ¿  su  mandar  las  armas  y  el  ofrecimiento 
de  la  misma  ayuda  y  socorros.  Encendióle  la  ambición  y  la 
vanidad  del  reinar,  y  más  de  la  corona  de  Bohemia;  pero  no 
discurrió  á  cuántos  en  pocos  años  habia  despeñado  y  puesto 
en  miserables  fatigas,  destierro  de  la  patria,  pérdida  de  esta* 
dos  propios  y  ajenos ,  peregrinaciones  por  provincias  foreste* 
ras  y  al  tráncela  vida  y  reputación.  Hallábase,  pues,  dentro 
de  ella,  y,  como  le  dijo  el  insidiador,  eon  parte  del  ejército 
debajo  del  gobierno  de  deudos  suyos,  luego  los  convocó  y 
declaró  la  oferta  y  el  pensamiento,  los  redujo  y  halló  de  so 
parte,  y  le  prometieron  el  poder  sojuzgar  todo  .el  mundo, 
mandar  y  darle  leyes,  y  la  potestad  y  riquezas  del  reino;  coo 
que  comenzó  á  resfriarse  en  los  progresos  de  obrar  en  servicio 
del  Emperador,  y  aun  querer  salir  de  allí  á  darse  la  mano  con 
los  enemigos,  y  á  comunicar  con  ellos  las  trazas  de  la  conjn* 
ración  y  destrozo  de  su  Príncipe.  Despachó  cartas  á  toda  la 
Liga  con  personas  do  confianza  que  tenian  la  noticia  forzosa  y 
necesaria  en  Alemania,  Holanda,  Inglaterra,  Francia  é Italia; 
dando  por  causa  ea  la  remisión  de  no  salir  en  campaña  á  las 
inclemencias  y  rigores  del  invierno,  esto  para  con  el  César; 
y  tomando  por  achaque  el  darse  por  sentido  de  algunas  quejas 
que  cerca  de  aquella  Majestad  Cesárea  daban  de  su  persona 
en  la  corte  de  Viena  y  del  proceder  de  la  guerra,  y  esto,  á 
algunos  de  los  más  fieles  consejeros  y  cortesanos.  Este  acci- 
dente y  el  haber  ganado  este  caudillo  para  si,  alborozó  mo- 
cho á  los  confederados,  porque  cuando  no  se  consiguieran  otro 
fruto  de  este  hecho  sino  la  destrucción  del  ejército,  que  de 
buena  razón  se  habia  de  seguir,  era  bastante  para  prometerse 
la  ruina  y  destrucción  de  Alemania,  la  de  Bohemia  y  de  Hun- 
gría, fundamentos  de  aquella  Majestad,  y  de  todo  lo  demás 
perteneciente  al  César  y  á  sus  sobrinos  en  el  condado  del  Tirol, 
y  á  los  otros  parientes  austríacos  que  ya  los  daban  por  exclui- 
dos de  la  posesión  y  derecho,  y  que  era  llamado  alguno  á  la 
dieta  de  Ratisbona  para  ponérsele  la  corona  del  Imperio ;  y 


que  se  repartían  enlrc  sí  las  tierras  y  enderezaban  después  los 
ejércitos  á  Italia  para  echar  de  ella  á  los  españoles  y  el  do- 
minio del  rey  Católico,  que  ellos  dicen  es  contra  la  libertad 
de  los  principes  de  Italia.  Designios  que,  aunque  encubiertos 
y  embozados,  se  dejaron  sentir  por  las  cartas  que  se  cogie- 
ron por  los  confidentes,  puestos  en  distintos  y  diferentes 
ángulos  de  la  Europa,  parlicularmcnle  por  el  conde  de 
Oñate,  embajador  del  rey  Católico  en  la  corte  Cesárea;  y  al 
punto  que  acabaron  de  llegar  los  sucesos  prósperos  de  la  Si- 
lesia, obrados  por  el  Frislan,  que  so.  aplaudieron  en  el  Retiro 
de  Madrid,  persuadidos  todos  restauraban  las  cosas  tan  presto, 
se  oyó  decir  á  un  consejero  de  Estado,  torciéndose  las  manos, 
•este  año  (que  es  el  que  vamos  escribiendo)  se  han  de  vender 
los  cálices»;  porque  ya  se  habia  traslucido  la  maraña,  que  fué 
para  lo  que  se  habia  enviado  á  toda  diligencia  al  conde  de 
Oñate  desde  Milán  á  Alemania,  para  que  deshiciese  y  penetrase 
con  toda  maña  y  silencio  los  intentos  del  traidor,  lo  avisase, 
;  con  su  prudencia  guiase  tas  cosas  á  mejores  fines,  y  ma- 
tase las  inteligencias  de  aquel  capitán  íiiñel.  Para  esto  se  dio 
prisa  al  duque  de  Feria,  para  que  llegase  con  aquel  ejército á 
la  AUacia  para  que  hubiese  all!  persona  conlidente  del  Rey, 
soldados  y  capitanes  con  poder  para  resirtir  á  aquél ,  hacerle 
rostro,  crecerle  en  gente  y  que  llamase  y  abrigase  á  si  los  regi- 
mientos y  soldados  más  infieles  del  ejército  Imperial;  porque 
sedijobabia  sentido  el  Frislan  morlalmenle  la  llegada  del  du- 
que á  Alemania,  discurriendo  no  le  fuese  de  embarazo  para  los 
intentos  en  que  había  entrado  este  gran  señor,  gran  cabeza,  es- 
pañol y  soldado,  partes  todas  dignas  de  temerlas.  La  primera 
maldad  que  comenzó  á  obrar,  fué  decirle  al  coronel  Aldringe, 
cuando  estaba  en  la  Alsacia  para  juntarse  con  el  duque  de 
Feria  y  echar  de  allí  á  los  franceses  y  á  las  otras  gentes,  como 
suecos  y  alemanes  rebeldes ,  que  se  viniese  para  él  y  no  diese 
la  batalla,  que  tenía  concertada  la  paz  con  los  enemigos.  Esto, 
y  negar  los  i, 000  caballos  que  de  parte  del  rey  Católico,  y 
con  expreso  consentimiento  del  César,  se  le  pidieron  para  el 
paso  del   infante  D.  Fernando  al  Pais-Bajo,   lo  confirmaron 


por  traidor  contra  e)  Principe  y  contra  la  patria,  pretendiendo 
de  aquí  impedir  la  fortuna  de  ambos  capitanes,  y  que  no  re- 
dundase en  beneficio  y  gloria  del  Imperio  si  venciesen  ;  co- 
menzando con  estas  cautelas  á  servir  á  la  intidelidad  y  la  tira- 
nía. La  otra  fué,  que  enviándole  el  Emperador  á  mandar  se 
opusiese  á  tos  intentos  del  duque  Bernardo  de  Veimsr  y  de- 
fendiese al  duqae  de  Baviera,  pudiendo  socorrer  á  Ratisbona, 
no  sólo  no  lo  hizo,  pero  puso  tanta  intermisión  en  su  llegada 
qae  dejó  tomar  la  ciudad  iiustrísjma  y  populosa,  consislorio 
venerable  de  Im  dietas  del  Imperio,  situada  á  las  márgenes  del 
Danubio.  La  otra  fué,  que  siendo  de  parecer,  cuando  entró  á 
gobernar  las  armas,  en  los  primeros  consejos  que  se  hicieron, 
qno  se  tentasen  entradas  por  Francia  y  se  castigasen  los  tumul- 
teosos  y  dañados  o6cios  d£  aquel  Rey ;  y  en  los  que  se  baciao 
■1  presente,  cuando  se  debatía  esta  materia  mostraba  indig- 
nación. La  lültima,  verle  tan  resfriado  en  el  obrar,  sin  nin- 
gunos progresos  en  la  reputación  y  en  el  efecto,  y  su  ejército 
parado,  lardo,  remiso,  que  daba  comodidad  i  los  enemigos 
para  ocuparlo  todo,-  para  destruir  el  Palatinado  inferior  y  sa- 
carlo al  rey  Católico  de  las  manos,  que  le  tuvo  por  conquista 
después  de  la  tiranía  de  Federico,  Palatino  del  Rhin,  y  la  Lo- 
rana,  por  la  usurpación  de  los  franceses  que  iban  ocupándolo 
y  abrasándolo  todo;  y  él  asida  y  arraigado  en  el  corazón  da 
la  Bohemia. 

Argumentos  eran  lodos  estos  de  grandes  sospechas  y  prin- 
cipios de  infidelidad,  que  ya  tocaban  en  delitos  y  le  conBr- 
maban  reo  de  lesa  Majestad.  Avisaban  al  Emperador,  los  mái 
celosos  del  bien  universal  y  de  ta  salud  y  vida  del  estado,  de 
estos  principios  tan  siniestros;  pero  el  César,  atribuyéndolo 
todo  á  envidia  y  pasión  que  de  él  se  tenia,  muy  usada  en  los 
palacios  por  el  puesto  y  lugar  que  ocupaba  y  por  lo  que  le 
habia  eialtado,  no  les  daba  crédito,  y  á  este  paso  procedía  el 
obrar,  peligrando  á  la  entereía  de  no  dejarse  vencer  de  estos 
avisos.  Para  ser  estos  señores  de  la  Casa  de  Austra  constantes 
en  lo  que  no  les  conviene,  ciegos  á  las  luces  de  lo  que  les 
iñan,  intrépidos  á  las  materias  de  su  deservicio,   ao 


oreía  esto  el  César,  rechazábalo,  apartábalo  de  ai  oon  oafio  y 

con  enojo,  y  daba  á  entender  que  se  disgustaba  de  ello  y  da 
la  introducción  de  estas  páticas. 

El  Prislao.  dueño  en  todas  cosas  y  en  todos  avisos,  era 
enterado  largamente  de  tas  más  mínimas  calumnias  que  se 
rugían  y  murmuraban  en  Vieoa,  mayor  colonia  de  la  Austria 
inferiur;  con  que,  dándose  por  sentido,  afectaba  para  paliar 
la  traición  una  melancolía  engañosa  y  un  proceder  lento  y 
pesado,  agravándose  sumamente  cuando  se  decía  quería  el 
rey  de  Hungría,  Ferdinando  III,  salir  en  campana  y  hallarse 
en  el  ejército  imperíal  y  asistirle,  diciendo  á  los  cabos  y  ofi- 
ciales dejaría  aquel  día  el  bastón.  Si  de  aquí  se  ha  de  argüir  i 
éste  Y  convencerle  de  traidor,  en  mi  juicio .  y  en  el  de  muchos 
que  penetran  y  anteven  atendidamente  estos  hechos  desdo 
el  instante  de  su  elección  al  gobierno  de  tas  armas  siempre 
lo  fué,  porque  hablando  en  esta  salida  de  Ferdinando,  rey  de 
Hungría  y  Bohemia,  y  de  que  se  introdujese  y  amaestrase  eo 
la  milicia,  y  que  fuese  soldado  el  que  había  de  ser  Rey  de  ro- 
manos y  Emperador,  como  lo  pedían  las  discordias  y  turba- 
ciones molestas  de  Alemania,  que  ya  según  Cl  estado  eo  que 
se  iban  poniendo  las  cosas,  le  querían  más  alna  antes  que  ciu- 
dadano militar;  digo,  pues,  que  hablando  en  esta  materia,  lo 
impugnaba  y  decia  no  seria  general  donde  otro  le  mandase: 
de  esta  maocha  y  del  cobrar,  pocos  le  darán  por  libre.  Obró 
tan  pocas  o  Jiíogunas  hazañas,  que  en  cuanto  se  puede  escri- 
bir de  él  en  nada  se  bailó,  ni  alentado  ni  valeroso;  la  mayor 
y  más  ardua  ocasión  que  tuvo,  y  cuando  los  más  elavados  es- 
piritus  del  orbe  se  suspendían  á  los  rigorosos  trances  y  novo- 
dades  de  Alemania,  nunca  se  le  vió  delante  de  los  -escuadro- 
068,  sino  cuando  él  oyó  se  retiraba  el  ejército  por  la  muerte  del 
Hey,  su  genera) ,  y  entonces  con  una  pequeña  herida ,  fingida 
óbecba,  hizo  grandes  extremos  de  arriscado  y  orgulloso,  y 
afectó  valentía,  dejando  e)  campo  á  los  suecos  y  no  proca- 
rándoloa  romper. 

De  estos  príncípios,  pues,  y  de  que  se  murmuraba  de  é\ 
va  la  corte  del  Emperador,  y  eran  emuladas  sos  acciones  da 


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que  no  era  soldado,  ni  valeroso,  ni  atendía  al  guerrear  con 
reputación,  y  al  esclarecido  nombre  de  ta  nación  Alemana, 
ni  á  la  recuperación  de  tan  grandes  pérdidas,  ni  á  la  honra  y 
virlud  de  los  caudillos  (an  venerados  en  el  mundo,  ni  á  la 
majestad  y  gloria  del  Imperio;  fundó  los  molivos  de  su  trai- 
ción y  se  resolvió  á  ella  antes  que  del  todo  fuese  sentido  y 
presupuestas  las  asentadas  inteligencias  y  tratados  que  tenia 
ya  con  lodos  los  príncipes  de  la  Liga  y  potestades  de  la  Eu- 
ropa. Prosiguiendo  en  nuestra  narración,  digo,  que  como  ab- 
soluto dueño  de  las  fuerzas  imperiales,  obtenidas  con  tan  am- 
plios poderes  y  Jurisdicciones  cuates  otro  ningún  capitán  las 
tuvo,  de  suerte  que  ni  el  Emperador  ni  su  Consejo  de  Estado 
despachaban  ninguna  patente,  ni  se  embrazaban  en  las  cosas 
tocantes  a  la  guerra,  porque  todo  to  hablan  dejado  á  su  arbi- 
trio y  disposición,  con  lo  cual,  y  con  las  confederaciones  que 
con  el  rey  de  Francia  tenía  el  elector  He  Sajonia  y  Brandem- 
burgo  y  el  duque  de  Veimar,  que  con  los  demás  cabos  go- 
bernaba sus  tropas  de  alemanes  protestantes;  habla  entrado 
en  esta  concordia,  después  de  la  muerte  de  Gustavo  Adolfo, 
rey  de  Suecia,  que  fué  con  las  que  el  año  pasado  se  apoderó 
de  Ratisbona.  Con  estos  seguros  y  las  fuerzas  imperiales,  de 
que  no  sólo  sojuzgaba  gobernador,  sino  dueño  absoluto,  de- 
mas  del  reino  de  Bohemia,  y  do  coronarse  en  Praga,  corte 
de  aquel  reino,  aun  aspiraba  al  Imperio  y  á  prometérsele. 
Eran  los  designios  del  rey  de  Francia  y  de  los  demás  electo- 
res y  principes  protestantes,  hacer  un  Emperador  á  su  modo 
y  á  su  obediencia,  ni  poderoso,  ni  grande,  sino  moderado 
para  hacer  á  su  voluntad  y  albedrío  las  cosas  de  Alemania 
é  Írsela  usurpando  para  podérsela  quitar  después  con  menos 
dificultad  ;  y  asi  admilian  á  esta  ascensión  á  cualquiera  hom- 
bre, como  fuese  tan  cruel  y  tan  dañoso  que  bastase  arran- 
cársela á  los  principes  de  la  Casa  de  Austria  y  echarlos  del  Im- 
perio. 

El  rey  de  Francia  guiaba  por  aquí  los  electores,  mas 
ellos  por  otro  rurnho  y  á  dos  cosas:  á  que  no  fuese  tan  formi- 
dable ni  Católico.  En  el  Frislan  lo  lialiaban  todo,  porque  si 


túen  consentían  que  se  abalaníase  á  la  temeríJiú^yseM^eee 
en  él  la  experiencia  del  suceso,  cualquiera  que  fuese,  por 
verlo  desde  afuera,  aunque  él  escotase  sus  socorros,  en  lo  de 
hereje  lo  tuvieron  por  )lano,  porque  en  eus  principios  lo  fué 
este  hombre  y  lo  mamó  en  la  leche.  Las  viriudes  de  Perdi- 
aando  il  cuando  eniró  á  ser  Emperador,  le  hicieron .  como  á 
otros  muchos,  abjurar  la  herejia  por  naturaleza  y  por  san- 
gre; y  tales  principios  produjeron  tales  Gnes.  Peleábase  en  Ale- 
mania, demás  de  los  otros  motivos  y  del  odio  implacable  que 
todos  tenían  á  aquella  suprema  potestad,  más  que  por  otra 
codicia  por  extinguir  nuestra  sacrosanta  religión,  y  por  exal- 
tar la  abominable  secta  do  Calvino  y  Lutero  y  hundir  la 
nuestra.  ¡Oh,  qué  maravillosa  bondad,  gran  Dios!  Cuanto 
quiera  que  hemos  sido  castigados  por  nuestros  delitos,  no  has 
permitido  esta  infelicidad  á  nueslas  esperanzas.  Prosiguió, 
pues,  el  Frislan  en  su  inTidelidad  y  obstinación,  y  para  mejor 
conseguirla  envió  á  acuartelar  á  la  Austria  inferior  algunos  re- 
gimientos de  caballería  y  de  infantería,  y  que  pasasen  alli  lo 
restante  del  invierno,  y  por  su  cabo  al  general  Asemberg,  á 
quien  habia  cometido  como  persona  couGdente  el  modo  cómi. 
se  habla  de  portar  y  las  muertes  que  habia  de  hacer;  y  ha- 
biendo llegado  á  aquella  corle  con  lodo  recato  y  maña,  co- 
menzó á  disponer  las  cosas  de  manera  que  se  consiguiesen ,  j 
en  ellas  el  fin  que  se  deseaba  y  para  lo  que  era  venido,  no 
prometiéndose  poca  parle  á  su  codicia  y  maldad  si  salla  con 
el  hecho. 

Era  la  primer  diligencia  allanar  las  puertas  de  la  ciu- 
dad, para  que  le  entrase  la  gente  de  socorro  que  bsbia 
menester,  y  en  esta  forma  dispuso  que  ocho  hombres,  los  más 
escogidos  en  valor  y  resolución  que  tenía,  y  otros  tantos  fuera, 
se  acercasen  la  noche  señalada  á  la  puerta  de  Hungría,  que 
es  la  que  queda  abierta  ha^la  la  hora  de  las  diez  de  la  noche 
(con  gente  de  guarnición  para  atender  á  los  que  entran  y  sa- 
len y  á  las  necesidades  forzosas  del  pueblo  y  seguridad),  y  que 
k  las  nueve  y  media  en  punto,  estando  cada  uno  en  su  puesto 
señalado,  al  tiempo  que  los  de  dentro  hiciesen  una  seña,  á  la 


bora  habisn  de  salir  los  anos  y  entrar  lo»  olñM,  ¿  tracin- 

dose  las  manos,  y  los  de  afuera  degollasen  á  los  soldados  de 
guardia  de  la  puerta  de  adentro,  y  loa  que  salían  á  los  que 
guardaban  la  segunda  puerta,  que  guarda  el  puente  del  foso 
y  se  comunica  con  el  arrabal.  Con  esto,  apoderados  de 
esta  puerta,  que  se  había  de  haber  hecho  con  gran  silencio, 
uno  de  ellos  se  había  de  partir  á  toda  diligencia  á  un  paraje 
media  milla  de  la  ciudad,  donde  estarían  cuatro  regimientos 
de  caballería  que,  avisados  de  lo  sucedido,  marchando  á  toda 
prisa,  entrasen  en  la  ciudad  al  tiempo  que  su  general  la  hu- 
biese hecho  pegar  fuego  por  cuatro  partes,  ganando  ante  todas 
cosas  la  casa  de  la  Munición;  y  con  el  alboroto  y  revuelta 
entrar  en  palacio  j  hacerse  duefio  de  ¿I ,  y  defipues  de  baber 
muerto  á  las  personas  cesáreas,  sin  reservará  ninguna,  ejecutar 
lo  mismo  en  todos  los  españoles,  italianos  y  tas  otras  gentes 
alemanas  y  la  nobleza  y  coos^eros  del  Emperador  [lo  cual 
estaba  concertado  para  el  día  49  de  Febrero};  y  que  por  el 
Danubio  abajo  que  bale  en  las  murallas  de  Viena,  corriesen 
'Veintinueve  barcas  con  infanteria,  despachadas  por  el  duque 
Bernardo  de  Veimar,  para  asegurar  el  hecho  y  fenecer  la  fac- 
ción, y  con  la  demás  gente  alojada  en  los  contornos  allanar 
las  dificultades  que  se  podían  ofrecer,  que  no  serian  ningunas 
por  ser  ambos  cabos  señores  de  las  gentes  y  armas  de  aquellos 
presidios. 

En  este  estado  miserable  estaban  las  cosas  de  Alemania  y 
del  Imperio,  y  éste  era  el  que  tenían  aquellos  príncipes  au- 
gustos: fatales  prodigios  les  amenazaban  si  no  los  rebatiera 
benignamente  el  potentísimo  brAKo  de  Dios.  No  puedo  dejar 
de  discurrir  qué  falsos  y  orgullosos  estarían  los  coligados  á 
esta  hora,  y  qué  vano  el  Richelieu,  inventor  de  estas  trazas, 
pareciéndole  estaba  ya  lodo  acabado  y  lograda  su  intención, 
desbaratado  el  Imperío  metido  al  fuego  y  é  la  desolación; 
pero  presto  veremos  cómo  sobre  su  infidelidad  cayó  el  cas- 
tigo y  la  espada  de  la  verdadera  justicia,  fulminando  para 
debelar  sus  cabezas,  como  hidras  venenosas  deA  sacrosanto 
y  verdadero  Evangelio,  con  la  división  del  ejército  imperial 


(con  el  pretexto  que  habla  tomado,  por  las  iuclemeocias  del 
ciólo,  de  enviarle  á  invernar  ¿  Iob  aloja  míenlos),  y  con  loque 
maliciosamente  habla  dejado  de  obrar  el  Duque  general.  Rra 
avisado  el  César,  asi  del  conde  de  Oñale,  embajador  del  rey 
Católico,  como  del  marqués  de  Castañeda,  embajador  ordina- 
rio, y  de  algunas  personas  graves  y  celosas,  de  coroneles  que 
hablan  dejado  sus  regimientos  por  ver  con  la  cautela  y  mal- 
dad con  que  Iba  obrando,  y  que  por  su  orden  se  habla  des- 
membrado y  lotalmento  deshecho  la  mayor  parle  del  ejército. 
Resistía  el  Emperador  á  estas  calumnias  poderosamente,  te- 
niendo los  avisos  y  las  personas  por  apasionados,  quo  extendi- 
dos ya  por  toda  la  Europa,  en  París  se  dejó  decir  póbllcamentc 
el  cardenal  de  Richelieu,  que  se  mirase  cómo  se  hablaba  de 
Frislan  y  de  sus  cosas,  porque  caso  que  se  le  pretendiese  ha- 
cer agravio,  le  tomarla  el  rey  de  Francia  debajo  de  su  protec- 
ción y  ampararía  su  persona  contra  la  detracción  y  la  calumnia 
de  sus  émulos.  Cosas  eran  estas  que  declaraban  muy  bien  el 
enigma  y  lo  tramado  contra  la  cristiandad  y  la  fe  pública. 

Proseguía  de  aquí  el  Duque  general  en  su  melancolía,  si 
bien  verdadera,  por  la  malicia  del  pecado  afectada,  presagio 
cierto  de  su  precipicio;  y  juntando  los  cabos  y  oficiales  del 
ejército,  acometió  su  mayor  designio  y  los  quiso  por  aquí  ten- 
tar para  ver  cómo  los  hallaba  en  su  favor  y  materias,  cuando 
ya  los  que  eran  deudos  suyos  y  con  los  que  se  habla  atrevido 
i  declarar  los  tenia  de  su  parte  y  en  puestos  á  su  satisfacción 
para  acometer  la  maldad  referida.  Juntólos,  pues,  y  comenzó 
á  introducirlos  en  pláticas  muy  peligrosas,  asegurando  cuan 
poco  caso  se  hacia  en  la  corle  de  VIena,  entre  sus  principes  y 
ministros,  de  la  soldadesca,  y  que  por  no  dejarlos  ir  á  des- 
cansar de  las  fatigas  del  verano  y  remitir  algún  tanto  de  los 
asedios,  encuentros,  rotas,  batallas  y  asaltos,  y  gozar  do  la 
comodidad  de  los  alojamientos  que  l^s  tenía  preparados,  que- 
rían acabarlos  de  consumir  mandándoles  ir  en  busca  del  ene- 
migo con  el  rigor  y  aspereza  del  invierno,  donde  bs  faltarían 
las  vituallas,  y  ¿un  la  paja  no  les  seria  concedida  para  el  ali- 
vio de  los  cuerpos  trabajados,  cuando  ái<n  la  pagas  y  el  dinero 


330 
andaba  tan  limilado;  que  lo  loás  era  menesler  esperarlo  de 
España,  adonde  también  faltaba,  y  era  muy  pesada  su  dilación 
y  muy  prolija,  y  lodo  paraba  en  esperanzas  llenas  de  ambi- 
güedad. Dijoles  esto  y  otras  razones,  con  salvedades  más  á 
propósito  para  un  motín  y  concertarle  que  pnra  alentarlos  á  la 
guerra  y  proseguirla  j  con  que  les  dio  motivo  á  escribir  todos 
juntos  una  carta  al  Emperador,  llena  de  quejas  y  de  sentimien- 
tos, con  términos  indecentes,  que  disimuló  con  prudencia  y 
toleró  como  de  soldados,  si  bien  estas  inobediencias  y  otras 
acciones  anteriores  y  su  forma  de  proceder  en  lodo  aquel  ve- 
rano, dieron  causas  á  diferentes  sospechas  y  discursos.  En  la 
junta  general  que  dispuso  para  acabarse  de  resolver,  que  hizo 
en  Pilce  á  1 1  de  Enero,  de  casi  lodos  los  cabos  del  ejército,  se 
descubrió  más  su  dañada  intención;  y  sí  bien  la  convocó  con 
pretexto  de  querer  renunciar  el  generalato  de  las  armas,  ya 
tenia  dispuesta  la  mayor  parte  de  las  cabezas  y  sus  aliados 
para  que  con  iraza  y  artificio  no  lo  hiciese  ni  viniesen  enello, 
ánies  que  lo  impugnasen  á  no  dejar  las  armas  y  probar  por 
aquí  el  ánimo  do  los  demás.  Tanlo  fué  lo  que  se  debatió  en 
esto  y  lo  que  porfiaron,  unos  con  intención  siniestra  y  otros 
con  simple  y  llana  afición,  que  les  hizo  decir  y  prometer  no 
militarían  ni  servirían  debajo  de  otro  general  sino  de  su  per- 
sona, y  salióndole's  al  paso  admitióles  la  oferta,  y  quiso  que  esta 
fe  y  promesa  la  jurasen  por  escrito,  llegando  esto  á  tanta  de- 
claración, que  no  quiso  consentir  en  el  papel  una  cláusula 
en  que  reservaban  que  esta  promesa  se  habia  de  entender  y 
se  entendía  en  servicíodel  Emperador,  y  así  la  mandó  borrar. 
Hubo  sobre  ello  grandes  debates,  por  la  instancia  que  hicie- 
ron los  mejores  y  más  líeles  contra  los  que  no  lo  eran  y  decían 
se  excusase  esta  cláusula  ;  pero  no  se  apretó  más  en  esto  reco- 
nociendo la  maldad,  y  por  disimular  brmaron  sin  ella,  bien  que 
resueltos  al  remedio  y  al  aviso.  Reforzóse  luego  con  un  gran 
banquete  que  se  hizo  en  casa  del  coronel  Lilo,  á  quien  babía 
liado  y  cometido  la  negociación,  porque  la  fe  más  pura  de 
los  tratados  de  los  alemanes  se  firma  y  se  establece  con  los 
brindis,  de   que   hay  muy   antigua  y  añeja   tradición  y  muy 


asentada  ea  tófa  aquella  nación;  pero  como  qoíera  qué" esta 
felonía  tan  execrable  remordía  el  corazón  ile  los  más  cons- 
tantes á  su  precipicio  y  al  honor  y  bien  de  la  patria,  no  le  pu- 
dieron sufrir  ni  menos  disimular.  El  primero  y  más  principal 
en  este  hecho  y  á  desmarañarle  fué  Matías  Galaso,  su  teniente 
general:  este  cahallero,  digno  de  toda  estimación  y  de  pre- 
mio, so  despareció  lo  más  aEtutamente  t\ue  pudo  y  se  fué  á 
encontrar  con  el  coronel  Aldringe,  sangento  mayor  de  batalla 
y  maestre  de  campo  general,  que  iba  llamado  del  Frislan,  y 
dándote  cuenta  del  caso  y  del  uccidcnle  que  sobre  ios  demaa 
estaba  para  recaer  en  el  Imperio,  le  pnreció  conveniente  par- 
tirse á  Viena  á  hacer  sabedor  de  todo  al  César.  Pero  con  me- 
jir  acuerdo  resolvieron  partiese  el  Aldringe  á  esta  embajada  y 
quedase  el  Gal^iso  á  tolerar  cuanto  fuese  posible  los  rumores 
de  la  conjuración  y  tumultuarios  y  aguardar  las  órdenes  que  se 
le  enviasen;  y  trataron,  por  el  consiguiente,  escribir  al  Pico- 
lomíni,  que  se  hallaba  en  la  Austria  superior  con  orden  del  * 
Duque  general  para  que  condujese  á  Pílce  algunas  tropas  do 
caballería,  para  de  nuevo  advertirá  que  estuviese  avisado  de 
la  novedad  y  no  obedeciese  ba^ta  tener  otro  acuerdo  del  Em- 
perador. 

Dispuesto  esto  en  la  forma  referida,  partió  el  Aldringe 
á  toda  diligencia,  llegó  á  Viena  á  15  do  Febrero  de  este  año, 
y  habló  al  Emperador,  dándole  cuenta  de  lodo  y  del  mise- 
rable estado  que  tenian  sus  cosas  y  á  aquel  ejército,  arraigado 
CD  el  corazón  de  la  Bohemia,  y  no  en  plaza  flaca  sino  en  la 
mayor  y  de  más  fortaleza ,  y  donde  se  hallaba  lodo  el  poder, 
artillería  y  municiones,  y  gran  número  de  víveres,  arti6- 
cios,  armas  y  otros  pertrechos  recogidos  de  toda  Alemania,  y 
las  mayores  legiones  conjuradas  contra  su  persona  y  los  seño- 
res de  BU  Casa,  y  discurriendo  en  el  cabo  que  estaba  en  los 
contornos  de  Viena ,  y  que .  según  lo  que  se  podia  conjeturar, 
aunque  no  estaba  cometido  el  hecho,  era  de  la  facción  y  par- 
cialidad del  Fríslan  ([qué  hicieran  si  estuvieran  enterados  de 
la  maldad  que  tan  cerca  estaba  para  arder ! ).  Dióse  orden  do 
prender  al  coronel  Absemberg,  como  á  In  hora  se  ejecutó,  y 


loar  ó  poner  en  la  misma  rcclu6Íon  á  los  iniciados  de  infide- 
lidad; acorilóse  con  providencia  y  consejo  de  remediarel  daño, 
dar  nuevas  y  mejores  cabezas  al  ejército,  y  alBJar  los  perversos 
designios  de  U  mayor  y  cortarle  Ios-intentos  y  los  pasos ;  des- 
pachó el  César  hiégo  á  la  hora  órdenes  y  palenlcs  secretas  á 
lodos  los  coroneles  y  cabos  de  infantería  y  caballeria  para 
que  no  obedeciesen  al  traidor,  pena  de  ínGeles  a  su  servicio 
y  corona  Imperial ,  sino  tan  solamente  las  suyas  y  las  del 
conde  Matías  Galaso,  á  quien  daba  titulo  de  teniente  general; 
mandó  que  con  la  mejor  gente  de  la  Austria  superior  y  la  que 
alojaba  en  Bohemia  y  Morabia,  y  la  que  comenzaba  á  mar- 
char con  Picolomini,  se  Tuese  acercando  á  Praga,  corte  del 
reino  de  Bohemia,  para  atajar  los  progresos  si  los  hubiese 
cometido  el  Frislan,  temiéndose  no  lo  hubiese  entrado  con  la 
gente  acuartelada  en  sus  contornos;  previniendo  cualquiera 
rebelión  ó  le  venta  miento  que  en  la  Bohemia  podria  causar,  y 
atajar  con  maduro  acuerdo  todos  los  daños  que  podrían  sobre- 
venir, y  poniendo  en  todas  las  salidas  y  parajes  convenientes 
guardas  y  presidios,  para  que  no  llegase  al  Frislan  ningún  aviso 
de  que  ya  estaba  entendida  y  descubierta  su  traición,  por- 
que le  cogiese  más  descuidado  lo  que  se  intentaba  contra  él. 
Proseguía  el  César  y  los  de  éa  consejo  en  el  remedio  do 
cosas  tan  grandes,  contendiendo  á  esta  hora,  más  que  con  los 
enemigos,  con  aquel  vasallo  (que  tales  monstruos  producía  el 
tiempo  en  esta  era)  que  de  fundamentos  livianos  le  había  le- 
vantado á  la  alteza  de  sus  armas,  á  emparejarle  casi  con  los 
mayores  príncipes  de  Alemania  y  adelantarle  á  los  más  escla- 
recidos de  sus  vasallos,  sin  intermisión  y  con  presteza,  dónde 
se  había  fraguado  aquella  secta,  aquel  prodigio  y  aquel  mons- 
truo, y  prohijólo,  sin  hacer  ofensa,  el  movedor  infernat  de  la 
Europa,  vestido  falsamente  y  paliado,  no  sin  gran  confusión, 
de  aquel  Príncipe  y  Parlamento,  de  tas  insignias  gloriosas  de 
Principe  de  la  iglesia,  tan  tirano  en  la  dignidad  como  en  los 
consejos,  y  tan  inliel  á  la  sagrada  religión  como  á  las  em- 
presas y  á  su  dictamen;  y  así  es  cosa  introducida  en  toda  la 
Europa,  y  opinión  explayada  aun  en  las  otras  partes  del  orbe, 


que  comienza  ásenlir  aquel  Rey  en  su  corazón  y  en  su  Rspl- 
rilu  los  remordimientos  espantosos  de  su  concienpííi  y  1o9 
temblores  molestos  de  sus  oficios,  Talído  de  la  salud  y  como 
imposibilitado  de  sucesión  hasta  aliora  ¡Y  qué  maies  no  le 
acarreará  ser  conciliario  y  patrocinador  de  los  enemigos  de 
Dios! 

Prosiguió  el  César,  como  dije,  en  la  mejora  de  sus  ne- 
cesidades y  en  enmendar  los  yerros  de  su  caudillo;  en  opo- 
nerse de  nuevo  y  con  aUenlo  á  los  consejos  siniestros  y  trazas 
de  sus  adversarios;  en  conducir  imperiosamente  sus  armas  con- 
tra losmalos.inobedientes  y  bullic¡osos;cn  trastornar  la  lietcjia 
y  sus  dogmatizantes,  y  en  exaltar  la  fe  sus  profesores,  y  poner 
su  justicia  en  las  manos  de  Dios,  de  quien  lo  Haba  lodo,  como 
86  lo  habian  diclio  varones  santos.  Envió  orden  al  conde  Pí~ 
colomini  que,  con  2.000  corazas  y  3,000  croatas,  fuese  á 
Pilce  y  procurase  con  el  mayor  denuedo  que  pudiese  entrar 
dentro  de  ella  y  prender  al  Fiislan .  y  caso  que  esto  no  lo 
fuese  posible  ó  se  le  resistiese,  le  matase;  y  que  de  no  darlo 
entrada  en  la  ciudad,  le  cercase  con  la  gente  que  para  el  efecto 
llevaba. 

Partió  Picolomini  no  poco  maravillado  del  caso,  y  de  que 
un  hombre  subido  é  la  mayor  altura  que  se  pudo  desear  de  su 
parle,  y  á  ser  dueñu  de  las  armas  de  un  Imperio,  é  Imperio  tal, 
beneficiado  de  tan  grandes  titulos  y  mercedes,  respetado  en 
Alemania  y  agasajado  del  rey  Católico  y  su  mayor  Ministro,  so 
hubiese  querido  despeñar  y  dar  en  ser  rey  tan  escandalosa- 
mente, aventurando  vida,  honor  y  hacienda.  Ejecutó  el  Pico- 
lomini y  obedeció  la  orden,  no  sin  ali;unas  dudas  que  se  opu- 
sieron y  diRcultades  al  efecto;  consideró  la  fortaleza  y  notable 
importancia  de  la  plaza  como  se  lo  delineaba  la  experiencia  de 
las  mejores  y  más  fornecidas  de  Bohemia;  que  no  tenía  un  ca- 
rbón para  batirla,  estando  toda  la  artillería  dentro  do  ella,  to- 
das las  municiones  y  pertrechos  de  campaña  con  una  plaza  do 
armas  general ,  y  además  de  eso  guarnecida  de  mucha  y  muy 
escogida  gente  ,  todos  soldados  viejos  y  de  valor,  y  que  sería 
cosa  muy  factible,  que  siendo  el  enemigo  que  está  circunve- 


334 
cino  poderoso,  que  avisado  vinit-se  3I  socorro  del  Fríslan  y  á 
conservarle  en  la  plaza,  y  no  sólo  esto,  sino  apoderarse  de 
ella,  con  que  se  podría  dudar  de  cualquier  suceso  bueno.  Sin 
cmbars-o,  entre  eslas  dudas  y  dificultades  marchó,  cuando 
ya  Frislan  entró  en  los  miedos  de  ser  entendido  y  comenzaba 
á  recelarse  por  algunas  cosas  que  le  dieron  sospecha  ,  consi- 
derando que  sus  cabos  mayores  Taltaban  de  allí,  y  era  mucha 
y  muy  peligrosa  la  tardanza ,  y  ios  más  fieles  al  César  se  ha- 
bían ido  para  él;  y  dábale  no  pequeño  cuidado  quo  se  comen- 
zara á  rugir  su  mal  fundada  fábrica,  y  haberle  llegado  ó  la 
hora  un  comisario  que  habia  despachado  á  algunos  alojamien- 
tos con  órdenes  que  enviaba  á  los  coroneles,  el  cual  le  dijo  lo 
labia  hallado  lodo  mudado,  y  que  tenían  patentes  del  Empe- 
rador para  no  obedecerle.  Con  lo  cual  acabó  de  hacer  su 
maldad  y  del  viento  en  que  se  habia  envanecido,  y  conside- 
rando que  alti  no  estaba  seguro,  y  que  la  espada  del  César 
tan  suspendida  con  sus  traiciones  y  engaüos  se  preparaba  á 
(lobciar  la  injuria  v  á  desolar  la  conjuración  del  ejército  que 
sin  ocasión  ninguna  se  le  habia  hecho  iníiel  y  apostatado  en 
la  le  debida  ú  su  grandeza  y  á  la  patria,  se  puso  en  la  fuga,  y 
con  el  carruaje  y  gente  de  su  séquito,  dejando  á  Pilce,  partió 
á  Ej^ra,  que  ya  tenía  elegida  para  su  seguro  y  defensa  si  sa- 
liera como  lo  pensó. 

Bstá  esta  plaza  situada  al  paraje  de  Occidente  de  la  otra 
parte  de  los  montes  de  la  Bohemia,  que  por  especial  orna- 
mento de  la  naturaleza  y  del  cíelo  la  ciñen  inmensas  alturas 
y  diiicultades  en  torno;  yace,  demás  de  esto,  á  la  margen 
del  rio  Egra.  de  donde  toma  el  nombre,  que  desde  allí,  na- 
cido de  aquellas  montañas  ó  ya  desalado  de  sus  cumbres, 
vaá  desembocar  al  Albis.  Eligió  Frislan  este  puesto  para  re- 
caer á  la  banda  de  los  enemigos  con  quien  se  había  coligado; 
y  para  descender  al  amparo  y  socorro  auxiliar,  tenía  en  la 
iiiano  izquierda  las  tierras  del  elector  de  Sajonia.  quícn  á  los 
principios  de  la  guerra  se  liabia  congraciado  con  el  César 
afectando  tidelidades,  el  que  le  habia  ofrecido  una  de  las  co- 
ronas de  Hungría  y  Bohemia  si  dejaba  su  servicio  y  rebelando 


el  ejér(;ito  uniese  su  potencia  á  la  suya  y  á  la  del  rey  de  Sue- 
cia,  y  á  las  otras  de  herejes  y  proieslantes,  y  que  habia  bur- 
lado del  hechizo  con  que  el  Emperador  cslaba  muy  asido,  y 
después  de  la  muerte  del  sueco,  pagado  de  su  valor  y  de  am- 
bas cosas,  de  Gel  y  de  valiente,  con  que  fué  dificultoso  poderle 
derribar  de  esia  aprensión  y  de  esle  concepto,  cuando  lo  que 
56  decia  de  6\  era  sin  género  do  duda  y  pasión  verdadera. 
Di^o  que  corrió  con  brevedad  hacia  aquella  parte,  por  estar 
á  la  vista  de  la  Sajonia  la  misma  Franconía.  y  en  ella  mu- 
chos de  su  bando,  la  Suecia,  Palalinado  inferior,  el  Witem- 
bcrg  y  la  Alsacia,  y  las  más  poderosas  ciudades  libres  y  an- 
seáticas, donde  en  parle  de  ellas  estaban  introducidos  muchos 
franceses,  lodos  consolidados  y  de  una  misma  li!;a  y  unión. 
Siguióle  su  cuñado,  el  conde  de  Tcrsea,  que  había  gobernado 
y  era  coronel  de  siete  regimientos,  dos  do  infanteria  y  cinco 
de  caballería,  á  cuyos  lenienies  coroneles  envió  el  Empe- 
rador patentes  de  sus  olicios  en  propiedad,  por  templar  en 
parte  la  malicia  de  los  soldados  y  en  parte  :i  los  sediciosos  y 
sus  cabezas;  con  i[ue  se  ase^^uró  del  mariscal  Ulo,  general  de 
la  artilleria,  y  del  conde  Quinsqui,  aliados  suyos  y  sabedores 
de  sus  intentos.  Llamó  antes  de  la  partida  al  coronel  que  go- 
bernaba las  armas  de  la  ciudad  y  encargósela,  con  mandato 
expreso  que  le  siguiese  la  artillería:  y  sin  dar  más  cuenta  ni 
razón  de  su  ida,  dejando  á  Pilce  resguardada  con  alguna 
gente,  marchó  á  Egra,  puesta,  como  tengo  dicho,  en  las  mon- 
tañas y  circunferencia  de  Bohemia,  puesta  la  una  de  la  otra  á 
no  más  distancia  que  de  diez  ó  poco  más  horas  de  camino,  con 
esperanzas  siempre  de  asirse  á  las  ciudades  y  provincias 
puestas  á  sus  dos  manos  derecha  é  izquierda  de  Witemberg  y 
Raiisbona,  la  una  del  duque  de  Sajonía,  y  la  otra,  ciudad  opu- 
lentísima y  de  insigne  población  y  nombre,  tiranizada  por  los 
enemigos,  siendo  del  Imperio. 

El  día  que  salió  Frisian  de  Pilce,  llegó  Pícolomini  con  lodo 
el  resto  de  gente  que  le  siguió,  y  siendo  avisado  de  su  ida, 
lavo  por  más  conveniente  antes  de  seguirle  asegurar  la  ciu- 
dad;  hizo  llamar  al  coronel  gobernador,  y  teniéndole  delante 


de  sí,  le  dijo  que  si  le  conocia,  y  respondió  que  sí;  el  Pica- 
loniini  enlúnces  le  mostró  la  orden  del  César  y  le  reconvino 
con  ella  á  que  le  abriese  las  puertas  á  él  y  á  su  gente.  El  go- 
bernador le  obedeció  diciendo  era  vasallo  del  Emperador,  en 
cuyo  servicio  viviría  y  moriría;  franqueóle  las  puertas,  alo- 
jóse y  aseguró  aquella  plaza  de  armas,  que  tanlo  cuidado  dio 
BU  liberación  y  el  poderla  sacar  de  la  opresión  del  tirano; 
con  que  desahogado  de  un  cuidado  lan  grande  y  puesto  allí 
la  guarda  y  cobro  necesario,  partió  en  compañía  del  Isolani, 
general  de  los  croatas.,  la  vuelta  de  Egra,  con  todo  el  mayor 
golpe  de  gente  que  pudo,  en  seguimiento  del  Fríslan,  con  deseo 
de  haberle  á  las  manos  antes  que  se  guareciese  de  los  eoe- 
migos  y  se  fortificase  en  ella;  pero  la  mucha  gente  qu%  lle- 
vaba no  le  dio  lugar  á  la  marclia  tan  diligentemente  como  él 
quisiera.  Llegó  Frislan  á  Egra,  domingo  26  dePebrero,  á  poco 
más  de  mediodía  entró  en  ella,  y  luego  dio  traza  de  apelli- 
dar á  los  auxilios;  avisó  al  duque  de  Sajonia  y  al  de  Veimar 
del  estadode  sus  cosas  y  de  la  llegada  á  Egra,  dándose  á  creer 
que  en  ninguna  plaza  podia  estar  más  seguro  que  en  aquella, 
por  tener  guarnición  el  lugar  y  un  regimiento  del  conde  Ter- 
Bea,  su  cuñado,  que  gobernaba  el  teniente  coronel  Cordón, 
y  también,  que  todos  ios  caballeros  que  alli  habia  eran  fo- 
rasteros de  diferentes  naciones,  como  irlandeses  y  escoceses; 
donde  es  de  advertir  que,  para  poderse  reparar  más  aína  y 
llevar  el  engaño  adelante,  aun  no  habian  llegado  á  este  pa- 
raje las  órdenes  del  César,  y  los  soldados  ni  los  naturales  eran 
nabedores  del  caso  más  que  de  aquellas  sospechas  que  por 
algún  espacio  de  tiempo  se  babian  dejado  jsentir  en  Alemania 
y  en  las  provincias  vecinas,  antes  bien,  así  como  llegaron,  los 
cabos  y  oficiales  usaron  desús  ceremonias,  le  salieron  á  reci- 
bir y  aposentar  á  él  y  á  los  suyos  en  las  más  principales 
casas  del  lugar,  no  haciéndolo  en  el  palacio  ó  castillo  por  poco 
suBcienie  alan  gran  corte;  con  que  el  coronel  Cordón  se  quedó 
eo  él,  no  queriendo  cederle  á  otro,  como  gobernador  y  como 
é  quien  le  tocaba  la  diligencia  de  fuerza,'  aunque  pequeña, 
considerable.  Metióle ,  al  punto  que  se  apeó  en  su  posada ,  una 


coDipañía  doguarda,  ceremonia  debidd  á  la  dignidad,  é  hízole 
otros  agasajos  y  obsequios;  con  que  el  Frislan  porenlónces, 
quietó  su  corazón,  si  tales  oficios  le  pueden  dar,  pues  no  hay 
sosiego  en  el  que  aspira  á  más  esfera  y  circunferencia  de  lo 
que  le  toca  y  se  le  permite. 

Cercaron  varios  discursos  el  espíritu  del  Cordón  con  la  ta- 
lempestiva  llegada  del  general  á  Bgra,  de  prisa,  sin  gente,  sÍd 
artillería  y  sin  ejército,  pareciendo  más  alna  fuga  que  otro 
designio  militar  ni  acción  de  gdelidad;  entró  en  cuidado  da 
lo  que  tenia  á  su  cargo,  y  ante  todas  cosas  en  la  conservación 
[le  la  plaza  y  en  tenerla  pronta  y  á  la  obediencíj  del  Señor 
natural.  Resolvió  enire  estas  dudas  y  perplejidades  de  aclarar 
el  intento  y  tentar  el  ánimo  de  los  más  principales  que  le 
acompañaban:  careóse,  el  primero,  con  el  coronel  Butler,  caba- 
llero irlandés,  Lesleo,  escocés,  y  de  otros  Beles  al  César;  y  de 
la  conversación  y  de  lo  que  se  discurrió  en  ella,  se  confron- 
taron los  ánimos  y  las  inclinaciones  at  celo  de  su  sei'vicio,  y 
por  aqui  discurrieron  en  las  sospechas  que  cada  uno  tenia  de 
esta  novedad,  lo  que  se  murmuraba  de  su  proceder,  el  mise- 
rable estado  de  Alemania,  y  el  riesgo  que  estaba  para  correr 
todo  por  este  accidente;  si  bien  ya  miraban  al  agresor  como 
fugitivo  y  arrastrado  de  su  codicia,  y  le  consideraban  preci- 
pitado de  su  misma  soberbia  y  hundido  en  el  abismo  de  las 
miserias. 

De  aqui  conGrieron  todos  pasar  adelante  y  mover  pláticas 
con  BUS  más  afectos,  y  enterarse  de  la  verdad  y  remediar  los 
rumores  y  movimientos  recientes,  y  con  esta  conjuración  justa 
castigar  otra  injusta.  Juntáronse  con  él  el  conde  Tersea,  Lilio, 
Quinsqui  y  el  secretario  del  Frislan,  y  el  Cordón,  con  demos- 
traciones de  ánimo  sencillo,  les  dijo  que  á  qué  habia  sido  la 
venilla  del  señor  general-  El  Tersea  y  los  demás  parciales  y 
traidores,  lo  más  cautamente  que  pudieron  le  comunícaroa 
algo  del  veneno  que  traían,  los  motivos  de  su  venida  y  las  tra- 
zas, cautelándolo  todo  para  moverlo  á  que  les  siguiese  á  le- 
vantar la  ciudad,  ó  alzarse  con  ella  y  fortificarla,  para  desde 
allí  obrar  en  la  rebelión  más  declaradamente  y  con  mayor 


obstinación.  Puso  silencio  el  Cordón  á  la  plálica,  con  que  los 
demás  capitanes  con  quien  habla  hablado  se  dieron  por  en- 
tendidos, y  convidó  á  cenar  aquella  noche  á  los  traidores  por 
ser  martes  de  Carnestolendas.  Aceptaron  ellos,  codiciosos  de 
saiisfacer  al  vientre  y  á  la  gula .  creyendo  que  no  hay  otros 
dias,  y  despidióse,  y  en  esta  forma  los  demás,  y  volvió  á  bus- 
car al  Butler,  Lilio  y  Debros,  y  apartados  donde  les  dio  co- 
modidad el  secreto  y  el  silencio,  trataron  largamente  del  caso; 
y  desintiendo  de  la  materia,  poniendo  y  jurando  la  fe  al  Prin- 
cipe y  de  castigar  ios  violadores,  tomaron  por  asunto  que  en 
la  cena  se  tratase  más  lalamente  de  esto,  que  en  los  brindis 
que  se  hiciesen  á  la  salud  del  Emperador  se  declararía  más 
el  ánino  y  la  intención,  y  si  era  torcida,  siniestra  y  contra  la 
seguridad  de  aquel  monarca  y  de  la  patria,  darles  la  muerte, 
prender  al  Frislan  y  enviársele  para  que  tomase  satisfacción 
de  sus  deservicios. 

Es  una  acción  esta  de  los  brindis  en  Alemania,  en  que 
se  ve  y  reconoce  con  claridad  y  ardid  el  semblante  del  amigo 
ó  del  enemigo,  y  es  tenido  por  un  linaje  de  traición  no  cor- 
responder a  ellos  con  sincerídad  y  sin  cautela:  éste  es  clavo  de 
aquella  tierra;  con  éste  confirman  y  establecen  la  seguridad 
de  sus  escrituras  y  tratados  cuando  se  juntan  á  hacer  la 
guerra  á  algún  Príncipe,  y  se  rubrican  con  este  carácter;  cuando 
se  establece  la  paz,  se  imprime  en  los  ánimos  de  todos  con  este 
sello;  y  asimismo,  en  los  asientos  de  las  conjuraciones,  con  los 
brindis  se  jura  el  secreto  entre  los  mayores,  medianos  y  pe- 
queños de  ambas  Germanias.  En  estos,  pues,  fundaron  estos 
.capitanes  la  resolución  de  este  hecho,  y  para  concluirle,  por 
redimirse  de  un  cuidado  tan  grande  y  que  á  lodos  tenia  en 
cruz,  dispuso  Cordón  con  maña  y  sagacidad  cuanto  era  me- 
nester al  fin  del  hecho,  y  eligió  los  seis  mejores  oficiales  de 
su  regimiento  y  de  quien  él  se  fiaba  mucho,  aseguróse  de  ellos 
con  el  juramento,  y  dijoles  habian  de  cenar  con  él  en  et  cas- 
tillo las  personas  más  príncipales  que  venían  con  el  duque- 
general;  que  en  cualquiera  trance  ó  acometimiento  que  viesen 
hacer  á  ¿1 ,  á  Butler,  su  capitán  de  la  guarda ,  á  Lesleo  y  si  ca- 


pitan  Debros ,  los  siguiesen  sin  embarazarles  nada ;  qué  estu- 
viesen alerta  y  en  la  cuadra  más  afuera  de  donde  se  habían 
de  poner  las  mesas;  y  finalmente,  hiciesen  como  buenos  en  el 
caso  que  se  les  pusiese  delante;  y  no  les  quiso  revelar  más. 
Llegó,  finalmente,  la  hora,  y  concurriendo  todos  al  castillo, 
prevenidas  las  cosas  magniScamente  y  sazonadas,  fueron  re- 
cibidos del  Cordón  despejada  y  amigablemente;  dio  orden  que 
el  puente  del  castillo  se  levase  y  cerrase,  y  entregado  de  tas 
llaves  se  sentaron  á  la  mesa.  Los  manjares  eran  varios  y  mu- 
chos y  los  que  incitaban  á  Baco,  sin  perdonar  á  ninguno,  y 
todos  muy  golosos;  con  que  menudearon  los  brindis  y  se  les 
calentaron  las  cabezas  y  comenzaron  de  la  otra  parte  á  hablar 
íin  freno  y  sin  rienda,  á  declararse  más  de  lo  que  fuera  justo, 
y  &  mover  á  su  parcialidad  á  los  que  referimos  eran  leales  al 
Emperador;  con  que  Cordón  y  los  suyos  se  acabaron  de  con- 
firmar en  las  sospechas  y  en  el  intento  de  los  traidores. 

Habiéndose  cenado  largamente  y  metidos  los  postres ,  Cor- 
don,  Butler,  Lesleo  y  Debros  tomaron  sus  tazas  de  vino  en  las 
manos  y  brindaron  á  Tersea,  Lilio,  Quinsqui  y  el  secretario  de 
Frislan  á  la  salud  del  emperador  Ferdinando  y  á  todos  los 
buenos  sucesos  de  la  Casa  de  Austria :  aquéllos  respondieron 
que  dejasen  aquel  brindis  y  le  hiciesen  á  la  salud  de  Alberto 
de  Walstein ,  duque  de  Frislan ,  y  que  se  lograsen  y  viniesen  á 
ejecución  sus  buenos  intentos;  á  lo  cual  Cordón  y  los  que  se 
habían  arrimado  á  su  parecer,  impelidos  del  furor  y  de  la  ra- 
zón, dejando  las  tazas,  asieron  de  las  espadas  y  los  embistie- 
ron tan  aprisa  y  tan  á  tiempo,  que  los  soldados  que  estaban 
afuera  de  escolta  los  imitaron.  Fué  ain  duda  grande  el  es- 
truendo y  el  alboroto;  rodaron  las  mesas  y  los  vhsos,  y  los 
asientos  no  quedaron  fijos.  El  primero  que  cayó  de  las  hert~ 
das  fué  el  coronel  Quínsqui  por  el  coronel  Lesleo,  dándole  tan 
gran  golpe  en  la  cabeza,  antes  que  se  levantase  de  la  silla,  que 
le  dejó  muerto,  rematándole  después  con  siete  estocadas.  AI 
Tersea,  que  para  su  defensa  se  valió  de  un  cuchillo  déla 
mesa,  acometiéronle  Butler  y  Cordón,  con  muchos  golpes  y 
heridas,  y  no  pudiendo  ejecutarle  con  ninguna  por  la  resis- 


340 
teñera  de  un  coleto  fuerte,  descargando  con  ira  sobre  él  los 
demás  de  ellos  le  remataron,  rindiéndola  vida  miserable- 
mente. Derendíase  el  mariscal  Lilio  con  sobrado  valor  y 
denuedo  del  capitán  Debroa,  y  recibiendo  una  herida  en  un 
brazo  del  Lilio,  encendido  el  Debros  en  coraje,  cerró  con  él 
y  le  dio  las  heridas  que  bastaron  á  enviarle  con  los  demás, 
Queria  el  secretario,  como  hombre  de  pluma,  poner  la  espe- 
ranza y  la  fortuna  en  los  píes  y  escaparse,  y  hallóse  en  tas 
manos  de  Lesleo.  que  le  dio  la  muerte.  Tan  encarnizados 
los  vencedores  en  herir  en  ellos,  que  los  hicieran  menu- 
das piezas  aun  cuando  no  habia  aliento  vital  en  sus  cuer- 
pos, tuvieron  suerte,  en  confusión  tan  grande,  que  se  conser- 
vase la  luz  de  una  vela  en  un  bufete  apartado,  para  no  herirse 
los  amigos  unos  á  otros  y  atinar  á  concluir  el  caso  con  la  fe- 
lidídad  que  acabó. 

Fenecida,  pues,  la  función,  entraron  en  segundo  acuerdo 
sobre  loque  se  había  de  hacer  del  Frislan:  fueron  diversos 
los  pareceres,  en  que  se  consumieron  pasadas  de  tres  horas 
de  tiempo.  Cordón  fué  siempre  de  parecer  que  le  matasen, 
discurriendo  que  ya  se  habían  arrojado  á  grande  empresa  y 
que  era  bien  acabarla.  Los  muertos  qne  tenemos  presentes 
dijo,  no  pudiendo  volver  á  la  casa  del  Frislan  ni  á  sus  posa- 
das .  es  argumento  manifiesto  do  no  poderse  encubrir  lo  suce- 
dido, y  de  aqui  que  Frislan  se  ponga  en  la  fuga  ó  amotine  la 
gente  y  el  lugar,  y  haga  delito  nuestra  fidelidad ,  y  muy  fac- 
tible el  conseguirlo  con  trazas,  invenciones  y  marañas,  y 
llamar  en  el  entre  tanto  los  enemigos,  sus  vecinos,  en  su 
ayuda,  proceder  contra  nosotros,  y  lo  peor  de  todo,  poner  á 
r¡e.ego  el  lugar  por  no  ser  fuerte  ni  de  muralla  considerable; 
que  prenderle  era  dar  tiempo  para  salvarse  y  para  tentar  nue- 
vas trazas,  y  que  en  el  concluir  con  su  muerte  consistía  la  vida 
de  lodos  y  la  justificación  do  lo  comenzado  Conviniéronse 
los  demás  con  estas  razones  y  siguieron  su  parecer;  salieron 
del  castillo  dejándole  cerrado,  porijue  no  entrase  y  saliese 
gente  que  publicase  el  hecho  sin  entenderle  y  moviese  ó  mo- 
tivasen algún  rumor  antes  de  fenecer  á  lo  que  iban  resuellos, 


841 

caminaron  al  fin,  entraron  en  la  casa,  llegaron  al  aposeulo 
ánies  de  su  cámara,  y  hallándola  cerrada  y  á  él  acostado, 
porque  el  miedo  de  sus  malos  oücios  le  hacía  vivir  en  esle 
conlliclo  Y  pasar  como  el  olio  tirano  por  puente  levadizo  á 
tomar  el  sueño,  llamaron,  y  viendo  que  no  abria  acoinelieron 
á  las  puertas  y  las  rompieron.  El  Frislan,  con  este  sobresalto 
j  este  ruido,  adiviuó  que  había  llegado  sobre  él  el  último  y 
mayor  de  los  estragos  para  los  malos,  que  es  la  muerte;  dejó 
el  lecho,  y  turbado  arremetió  á  abrir  una  ventana  que  cala  á 
un  patio  para  llamar  su  guardia  ó  para  echarse  por  ella.  El 
sobresalto  y  la  presteza  de  los  coroneles  no  le  dieron  lugar  á 
arrojarse,  y  asi,  en  camisa  como  estaba,  hallándose  delante 
de  sí  al  Butler,  su  capitán  de  la  guardia,  brioso  y  alentado,  ter- 
ciando una  partesana,  abriendo  los  brazos,  sin  hablarle  pala- 
bra, ni  en  aquel  úllimo  trance  pedir  ni  invocar  ninguno  de 
los  auxilios  que  importan  para  la  restauración  del  alma,  en 
esta  manera  le  recibió  el  capitán,  ejecutando  la  voluntad  del 
cielo,  atravesándole  el  cuerpo  con  tanto  impelo,  que  le  hizo 
salir  la  punta  por  la  espalda.  Cayó  improvisamente  de  esta 
herida  en  el  suelo,  como  cuando  se  ha  visto  reventar  una  fiera 
inmunda  y  ponzoñosa,  echando  gran  cantidad  de  vino  por  la 
boca,  que  causó  horror  á  los  circunstantes:  asi  lo  afirman 
personas  de  crédito  y  las  relaciones  que  de  esto  vinieron  de 
Alemania,  y  en  esta  manera  lo  hemos  discurrido. 

Este  es  el  fin  que  tuvo  aquel  monstruo  ingrato  y  desagra- 
decido de  Alemania .  y  este  fin  asegura  que  siempre  fué  infiel, 
y  que  vivió  en  su  pecho  la  maldad ;  que  fué  adverso  á  la  re- 
ligión Católica  y  á  su  Príncipe,  pues  conspiró  contra  ambos  y 
los  pretendió  contrastar:  éste  el  que  tuvieron  sus  parciales. 
Entendido,  pues,  el  caso,  cuanto  fué  admiración  fué  de 
aplauso  para  ios  que  le  cometieron ;  ningún  soldado  ni  ciuda- 
dano se  movió,  ni  salió  de  su  paso  y  de  su  bandera ,  enterados 
de  la  malicia  y  exceso  de  hombres  tan  perjudiciales  al  común 
sosiego  y  quietud  del  Estado.  Voló  luego  la  fama  del  suceso 
por  toda  Alemania;  desahogó,  en  parte,  las  cabezas  del  ejér- 
cito que  le  esperaban,  contondienHn  con  ellos,  socorrido  de  tos 


1 


ésémigMMlire'algttna  parte  considerable  de  Bohemia,  y  fué 
alborozo  para  el  corazón  del  César  y  sus  ministroa,  viendo 
echado  por  tierra  un  enemigo  prodigioso  y  disformidable  de 
dentro  de  casa.  Causó  vergüenza  y  confusión  ¿  todos  los  he- 
rejes de  la  Liga ,  que  se  hablan  valido  de  medios  tan  inicuos 
y  detestables  y  llenos  de  toda  impiedad,  aun  para  sus  particu- 
lares propios,  y  Fuera  del  buen  uso  y  natural  de  la  guerra. 
Dolió  en  Holandaé  Inglaterra,  porque  esperaban  de  aquí  nue- 
vas revueltas  y  disensiones  en  los  Estados  Católicos.  El  move- 
dor  de  Francia  adoleció  de  pena,  viendo  por  los  decretos  di- 
vinos derogadas  sus  ruines  materias.  Los  malafectos  de  Italia 
enmudecieron,  y  en  España  bendícieron  el  impulso,  el  consejo 
y  la  mano  de  los  autores;  y  es  muy  de  notar  que  aquellos  que 
delinquían ,  sin  embargo  de  estar  largamente  beneficiados  de 
preeminentes  oficiosy  dignidades  en  la  guerra  contra  la  Iglesia, 
la  vida  del  Príncipe  y  la  salud  de  los  pueblos,  eran  sus  vasa- 
llos, y  estos  que  le  vengaron,  movidos  sólo  del  horror  de  la 
infidelidad,  eran  extranjeros,  á  lo  menos  los  dos,  y  vasallos  del 
rey  de  Inglaterra,  y  aqui  procedieron  unos  compañeros  con- 
tra otros. 

Fué  de  cuidado  para  el  Emperador  y  rey  Católico  la  tras- 
migración del  Frislan,  por  la  desunión  en  que  puso  el  ejército  y 
lo  que  pudo  ocasionar  su  mudanza;  pero  viéndose  sin  él,  poco 
cuidado  podia  dar  un  hombre  solo,  aunque  llevara  algunos,  y 
más  cuando  no  poseia  á  lo  último  la  opinión  do  gran  soldado. 
El  suceso  del  conde  Enrique  de  Sergas,  gobernador  del  du- 
cado de  Gueldres,  osaría  yo  decir  fué  de  eMa  calidad  y  de 
estos  movedores;  dejó  aquel  gobierno,  que  le  tenía  por  el  rey 
Católico,  y  después  de  otras  maldades,  que  en  otros  tratados 
dejo  referidas,  se  salió  al  país  de  Lieja,  y  después  de  publi- 
cados sus  injustos  y  falsos  manifiestos,  llamando  á  sí  y  convo- 
cándolos soldados  deFlandes,  losque andaban  desbandadosy 
los  que  estaban  debajo  de  orden  y  obediencia,  pretendiéndolos 
sublevar  y  amotinarlos  y  que  se  lo  fuesen  á  ¿1,  ofreciéndoles 
paga  y  sueldos  fuera  de  su  caudal  y  de  sus  fuerzas,  que  no  le 
tenia  para  hacer  ejército,  y  conspirar  abandonando  la  fe  ju- 


343 
rada  por  ir  contra  el  rey  Católico,  deshacerle  el  ejército  y  ha- 
cer entradas  en  Flondes  en  apoyo  de  Holanda  y  de  Francia  y 
d«  ios  oíros  auxiliares;  no  podiendo  salir  con  nada  áa  esto  ni 
arribar  á  erecto  de  consideración,  deeravorecldo  y  dejado  de 
los  protectores,  porque  con  un  traidor  nadie  quiere  perseve- 
rar ni  que  corran  por  su  cuenta  sus  delitos,  ni  encargarse  de 
su  conservación  por  loque  dótales  vecindades  resulta  y  hace; 
ahora,  pues,  en  Holanda,  sin  crédito,  sin  gobierno,  sin  opi- 
nión, sin  atreverse  á  fiarle  una  jineta  ni  una  moderada  com- 
pañía de  lanzas,  cuanto  y  más  ejército  ni  empresa;  con  que 
arrastrado  de  indecentes  inclinaciones,  vicios  y  delitos  come- 
tidos contra  la  Gdelidad  de  la  milicia  y  de  la  patria,  muere 
áa  honra,  sin  opinión  y  sin  fortuna  y  en  desgracia  de  la  no- 
bleza y  del  Principe,  que  es  de  quien  depende  el  lustre  y  el 
ornamento  del  que  es  verdadero  vasallo.  Asi  de  esta  manera 
fracasaban  estos  ministros,  producidos  en  esta  era  por  parti- 
culares secretos  del  cielo,  al  hierro  y  al  brazo  de  la  justicia 
divina,  sin  ser  gratos  ni  reconocidos  á  las  dignidades  y 
preeminencias  en  que  los  habian  colocado  principes  taa 
grandes. 

Refieren  que,  para  mayor  vergüenza  y  confusión  suya,  po- 
seía el  Frislan  por  merced  del  Emperador  ciento  y  sesenta  y 
unas  señorías,  capaces  cada  una  de  por  sí  de  armar  y  com- 
poner un  gran  señorío,  cinco  duendos,  quinientos  mil  talleres 
de  renta,  título  de  alteza  y  de  la  Orden  esclarecidísima  del 
Toisón  de  Oro,  y  la  dignidad  de  generalísimo,  y  á  su  orden 
y  obediencia  todas  las  armas,  legiones  y  corles  del  Imperio. 
Tanto,  pues,  conviene  y  deben  mirar  los  príncipes  sobre  qué 
hombres  ceden  su  potencia,  grandeza  y  majestad,  que  á  las 
veces  es  más  temeridad  que  prudencia  fiarlo  todo  de  uno: 
la  limitación  ó  la  templanza  en  el  subdito,  es  providencia  y 
atención  discreta  de  bueno  y  sabio  gobernador  el  vasallo  más 
modesto  y  más  frenado  de  ambición  y  codicia  en  dictados  y 
tesoros  y  de  otras  riquezas  humanas,  cuando  se  ve  dueño  de 
todo  y  que  todo  se  lo  han  puesto  en  la  mano,  le  estimula  la 
vanidad  y  la  soberbia  de  lo  mismo  que  está  poseyendo,  por- 


344 

qúé''DO  es  sayo,  á  levantarse  con  ello,  á  querer  ser  semejauto 
ai  hacedor  y  arrojarle  de  la  silla;  ó  si  no,  á  tralarle  ó  disi- 
parle de  lal  arle  las  malcrías  ó  los  estados,  que  peligre  en  ellos 
y  loe  pierda ,  y  en  fe  de  recuperárselos,  usurparle  alguna 
parle  en  que  satisfaga  la  sed  ó  el  ansia  de  lo  ajeno  por  no 
apearse  de  todo.  Estos,  pues,  tienen  los  príncipes  por  fieles, 
y  en  estos  idolatran  y  depositan  cuanto  les  dieron  los  va- 
sallos á  peso  de  sangre  y  fatigas.  El  desengaño  de  estos  ofi- 
cios tan  fiinislros  á  la  esperanza  y  al  común  sosiego  del 
Estado,  tienen  por  enojo,  sus  avisas  y  los  consejos  por  pa- 
sión y  envidia,  y  asi ,  á  larga  ó  á  corta  carrera ,  cuando  quiere 
lograr  la  luí  de  esta  verdad,  entra  la  muerte  impidiendo,  con 
satisfacción  justa  de  la  omisión ,  los  remedios  de  la  enmienda. 
Luego  que  el  coronel  Cordón  hubo  ejecutado  lo  referido,  sin 
alteración  ó  sobresalto  del  pueblo  ni  de  los  soldados,  dio  or- 
den do  recoger  el  bagaje,  joyas,  plata,  dinero,  ropa  y  todos  las 
demás  b«lijas  y  alhajas  de  los  muertos ,  parte  de  ellos  hurlado 
á  los  Países  y  parte  á  los  soldados  en  sus  pagas;  que  ni  aun  á 
estos  lances  se  negaba  la  lirania,  ni  se  dejaba  de  ejercitar  la 
maldad  que  de  tan  ruines  fundamentos  arma^u  vigor  y  poten- 
cia. Recogió,  por  el  consiguiente,  los  papeles  de  la  Cancillería, 
las  cifras,  órdenes  é  inteligencias  secretas  del  Emperador  y 
oíros  despachas,  y  metiólo  todo  en  el  castillo,  haciéndose  depo- 
sitario de  ello  hasta  tooer-  aviso  y  mandato  expreso  de  á  quién 
M  había  de  entregar;  afirmando  que  pasaba  el  valor  del  dinero 
y  menaje  de  más  de  dos  millones  de  florines.  A  la  misma  hora 
llegó  un  trompeta  de  Francisco  Alberto  de  Sajonia,  lambtea 
rebelde  á  la  majestad  del  César  pasándose  á  la  Liga  y  al  rey 
de  Suecia ,  cuando  hubo  atravesado  el  Albis  en  la  primera 
victoria  que  consiguió  del  barón  de  Tilli  y  después  de  su 
muerte  el  elector  de  Sajonia,  sirviéndole  de  teniente  general. 
Traia  éste  4.000  caballos  en  socorro  del  Fríslan,  y  esparcida  ya 
por  todas  aquellas  comarcas,  círculos,  estados  y  provincias  la 
nueva  de  su  fuga,  le  avisaba  que  los  tenia  emboscados  cerca 
de  Egra,  y  que  le  enviaba  el  duque  de  Sajonia  para  que  se  va- 
liese de  ellos  y  á  esperar  su  orden.  Dejóle  entrar  Cordón  en  la 


34S 

ciudad,  y  lomándolo  los  despachos,  trataron  entreéí  y  los  de- 
más camaraüas  de  prenderle,  para  lo  cual  tomó  un  trompeta 
suyo,  y  vistiéndole  de  lu  librea  de  Frislan,  le  euvió  á  decir  con 
él  al  Francisco  Alberto,  que  el  duque-general  le  aguardaría 
al  anochecer  en  un  paraje  cerca  de  h  ciudad  (y  le  señaló] 
con  alguna  de  su  caballería,  que  viniese  solo,  porque  la  gente 
militar  y  ciudadana  no  se  recelasen  de  algo  y  entrasen  en 
alguna  turbación ,  do  suerte  que  no  pudiesen  verse.  Despachó 
en  esta  forma  á  ambos  trompetas ;  el  primero  llevó  la  ros- 
puesta,  y  al  suyo  dio  orden  para  conducirle  al  lugar.  Ala 
hora  señalada  salió  Lesleo,  Cordón  y  Butler  con  alguna  de  su 
caballería  al  puesto,  y  habiendo  reconocido  de  lejos  quo  ve- 
nía en  un»  carroza  de  seis  caballos,  con  el  trompeta  delante, 
y  certlGcados  de  que  era  el  que  le  hablan  enviado,  acercán- 
dose á  la  carroza  le  rodearon ,  y  llegando  Cordón  por  un  lado 
de  ella,  y  el  coronel  Butler  por  otro,  le  tomaron  por  prisionero, 
metiéndolo  en  la  ciudad  y  poniéndole  la  guardia  necesaria. 
Avisaron  de  todo  a  Viena  para  remitir  á  la  parte  donde  man- 
dase el  Emperador  prisionero  tan  considerable,  por  ser  per- 
sona de  calidad  y  prendas  militares,  y  porque  con  esta  astu- 
cia se  iban  suprimiendo  y  debelando  los  Infieles  y  los  tiranos 
a  ambas  majestades  Divina  y  humana;  con  que  los  4.000 
caballos,  preso  el  cabo  se  disolvieron.  Este  es  el  suceso  que 
tan  atentos  tuvo  á  los  mayores  espíritus  de  la  Europa,  y  tan 
suspensa  toda  la  demás  conferencia  del  orbe,  esperando  su  Ga 
y  remate;  y  en  esto  paró  el  exaltado  á  tan  heroicos  lugares  y 
grandeza;  el  que  se  negó  á  si,  á  la  verdad  y  á  la  Religión-,  el 
que  conspiraba  contra  la  vida  de  los  principes  austriacos,  y  re- 
partía entre  si  y  los  suyOs  sus  estados  y  provincias. 

El  ejército  imperial  á  esla  sazón  se  gobernaba  por  el  conde 
Hatias  Galaso,  teniente  general  y  maestre  de  campo;  por  don 
Baltasar  Marradas,  español,  el  conde  Horingue  Picolomini,  y 
el  barón  de  Luis;  los  cuales  iban  en  busca  del  enemigo,  para 
alentar  los  Países  y  enmendar  los  descuidos  y  yerros  pasados, 
en  el  ínterin  que  el  Emperador  les  nombraba  cabeza  que  les 
gobernase  y  les  daba  general  que  les  fuese  caudillo,  que  como 


346 

se  decía,  esperaban  lo  sería  Ferdinando,  rey  de  Hungría  y  Bo- ' 
hernia;  deliberaciun  y  consejo  de  todas  maneras  acertado,  y 
que  en  los  grandes  riesgos  ninguno  es  más  eGcac  ni  saludable, 
previniéndose  para  todo  como  Príncipe  generoso,  que  en  tanto 
lo  será  cuanto  fuere  soldado.  Sin  embargo  del  auxilio  y  be- 
nignidad con  que  favorecía  el  ciólo  las  causas  y  la  Religión, 
la  tenacidad  y  protervia  de  los  enemigos  era  tal,  que  aún 
pretendían  con  nueva  manera  de  maquinaciones  contrastar  y 
prevalecer  contra  su  potencia;  por  donde  se  verá  que  declara- 
damente eran  enemigos  de  Dios  y  de  la  cristiandad.  No  des- 
cansaban, como  digo,  en  sus  insidias  y  asechanzas,  ni  de  en- 
caminar á  todos  por  el  veneno  de  la  sedición.  El  rey  deFrancia 
y  el  Richelieu,  su  confidente  y  Privado,  alentaban  los  ene- 
migos de  Alemania  á  la  prosecución  y  la  ruina  de  sí  mismos; 
y  es  lan  inGel  la  protervia  de  la  emulación,  que  peligraban  en 
eslas  sirtes  á  ojos  abiertos  á  la  desolación  de  provincias  lan 
dignas  por  su  estimación  y  grandeza  de  más  dichosos  sucesos, 
y  prometióles  numerosos  socorros,  los  Cuales  las  más  veces sa- 
lian  inciertos.  A  los  holandeses  persuadía  pasasen  a  las  Indias 
á  divertir  alli  parte  de  la  potencia  de  España;  en  Italia  metía 
nuevas  inteligencias  y  conmociones,  y  dicen  que  quiso  por 
alianza  ó  por  fuerza  tomar  á  Ginebra,  por  aumentarse  en 
puestos  y  poner  gruesas  guarniciones  en  sus  conlines,  é  ir 
disponiendo  con  sazón  y  con  maña  sus  intentos;  dobló  las  que 
había  en  el  Monferralo,  y  no  perdía  la  posesión  y  las  que  ha- 
bía erigido  en  el  Píamente,  como  de  Susa  y  Píñarolo,  gran 
vergüenza  del  duque  de  Saboya  (no  al  menos  lo  hubiera  su- 
frido asi  Carlos,  su  padre);  pero  eso  quiere  decir,  coligado  y 
desagradecido  á  los  beneficios  recibidos  en  España;  admitió, 
por  correspondencia,  á  la  devoción  al  duque  de  Parma,  y 
condújole  á  ligarse  por  medio  de  Hondescot,  su  Privado, 
cuando  le  llamase  la  caja  y  el  pífano;  metió  en  Módena  sus 
pretensiones  y  hallólas  contrarias  á  sus  pretextos;  corrió  al 
veneciano,  neutral  en  todas  estas  tempestades,  y  trató  de  con- 
mover al  gran  duque  de  Toscana,  que  se  supo  cautelar  de  es- 
tos lazos;  intento  enseñorearse  y  tenor  suprema  potestad  y 


S47 

dominio,  por  ser  francés,  en  el  Maestre  de  la  isla  de  Malta,  por  1 
eslar  de  la  olra  banda  del  reino  de  Nápoics  y  Sicilia  y  ser 
puesto  á  propósito  para  aconielerlos,  á  que  resistieron  pode- 
rosamente los  caballeros  españoles  de  la  religión  que  allí  ha- 
bla ,  y  aun  estuvo  para  correr  fortuna  el  Maestre  si  no  mudara 
de  parecer  y  templara  los  impulsos  de  francés;  todo  esto  le 
parecía  poco  para  arruinarnos. 

Ansioso  é  infatigable  de  trastornarlo  todo,  pasó  adelante, 
acordándose  de  los  infames  asientos  con  Suecia,  que  negó 
baber  hecho  y  concertado  el  arzobispo  de  Maguncia,  cuando 
de  parte  de  los  católicos  del  Imperio  le  preguntó  si  había  or- 
denado tales  monstruosidades  en  delrinienio  del  estado  ecle- 
siástico y  del  bien  póblico,  y  cuando  la  mejor  parte  de  Ale- 
mania, destruida  de  los  estragos  do  los  herejes,  le  pidió  se 
contuviese  en  no  dar  lugar  que  los  inheles  inundasen  los  pue- 
blos más  puros  de  aquella  rara  provincia,  profesores  de  la 
Religión  verdadera  y  apostólica,  siguiendo  en  esta  parte  las 
huellas  de  sus  ascendientes  y  reincidiendo  con  horror  vehe- 
mentísimo su  imitación.  Envió  sus  embajadores  al  turco,  éstos 
más  allegados  á  si  y  á  sus  más  favorecidos  tíranos  de  las  in- 
signias y  vestiduras  eclesiásticas  y  reglares,  Monsieur  de 
León,  obispo  y  cardenal  de  aquella  ciudad,  hermano  del  R¡- 
chelieu,  y  fray  José  de  París,  el  uno  cardenal  y  el  otro  capu- 
chino; invocando  su  auxilio  y  confederación  y  solicitándole  á 
que  bajase  con  sus  armadas  sobre  las  costas  de  Italia.  El  turco, 
dolado  de  mayor  prudencia  y  consejo  que  éstos ,  porque  no 
está  tan  ciego  en  la  codicia  y  desolación,  conociendo  que 
el  movedor  tenía  muy  poco  que  perder  en  ambos  mares,  Me- 
diterráneo y  Adriático,  y  que  no  quería  más  que  empelotarlo 
con  el  Emperador  y  rey  Católico ,  y  él  muy  seguro  en  París 
verlos  arder  á  todos  desde  sus  ventanas,  no  lo  admitió  [así  lo 
hubieran  mirado  con  tan  desapasionados  ojos  los  electores  del 
Imperio),  ó  porque  tenía  embarazadas  sus  fuerzas  con  el  persa, 
ó  porque  no  le  era  fácil  romper  con  dos  principes,  y  ambos 
de  la  Casa  de  Austria ,  y  cada  uno  de  por  sí  muy  poderoso, 
ni  posible  el  contender  con  ellos,  cuando  el  uno  por  el  reino 


de  Sicilia  y  Ñapóles  le  tenia  tan  Tormidable  cerca  do  Ib  Es- 
clabonía,  la  Albania  y  la  Morea  y  el  Archipiélago,  tierras  im- 
portantisimas  á  su  conservación  y  dominio;  y  en  las  eras  pa- 
sadas le  habían  castigado  sus  corsarios  y  bajaes,  roto  y 
deshecho  sus  armadas,  cuya  eiperiencia  le  hacia  proceder  más 
cauto  y  reportado  y  negarse  á  tan  imprudente  petición  y  de- 
manda, no  queriendo  aventurar  la  fortuna  y  seguridad  de  su 
Imperio;  y  el  otro,  con  la  majestad  y  titulo  de  César  germánico, 
con  las  dos  Austriaa  y  la  Hungría  por  frente,  confinando  con 
la  Moldavia  y  la  Valaquia,  asistido  con  amistad  y  parentesco 
del  polaco,  prodigioso  en  esta  parte,  en  multitud  y  escuadra 
de  las  provincias  del  César,  de  las  corrientes  del  Drabo,  el  Ti- 
visco  y  el  Danubio,  tan  caudaloso  éste,  quo  admite  y  es  suQ- 
cienie  para  sustentar  y  cargarse  de  grandes  leños,  y  es  nave- 
gable para  el  mayor,  sobre  <]ue  le  conviene  velar  con  atención 
y  aviso  por  estar  allí  lo  más  precioso  de  su  defensa  y  casa.  No 
le  admitió  el  turco,  porque  vimos  que  no  quiso  ó  no  se  atrevía 
á  enviar  sus  galeras,  ni  en  todo  el  año  que  vamos  escribiendo 
se  temió  Italia  ó  receló  de  estas  insidias,  ni  se  descubrió  un 
corsario,  teniendo  por  vana  la  proposición,  ni  querer  aventurar 
su  fatiga. 

De  lodo  esto  se  tenían  diligentes  avisos  en  la  corte  de  Es- 
paña y  en  la  de  Viena,  no  ignorándolos  toda  la  Europa,  ad- 
mirando que  no  so  hiciese  reparo  y  que  no  escandalizasen  tan 
sacrilegos  y  perversos  oficios  las  católicas  y  piadosas  orejas 
del  Papa,  á  cuya  sombra  y  favores,  sentían  los  niás  desintere- 
sados, se  fraguaban  tan  enormes  cautelas  y  maldades.  Fueron 
avisados  los  embajadores  que  habia  en  Roma  de  hablar  con 
seotímieolo  público  de  estas  cosas,  sin  exceptuar  ninguna,  al 
Papa,  señalando  para  ello  con  orden  particular  y  expresa  al 
Pimentel,  obispo  de  Córdoba,  para  que  lo  hiciese.  Pidió  el 
obispo  embajador  consentimiento  y  licencia  para  hacerlo; 
el  Papa  se  la  dio,  y  cuando  estuvo  en  su  presencia  le  comenzó 
á  referir  largamente ,  entre  otras  muchas  cosas ,  el  estado  que 
tenia  la  Iglesia;  por  cuántas  partes  se  hallaba  combatida  de  las 
armas  infieles  y  de  los  dañados  consejos  de  los  enemigos;  el 


estado  miserable  de  Alemania  y  de  la  Europa,  inundada  de  la 
secta  luterana  y  calvina ,  y  aun  muchas  de  las  otras ,  por  la 
intención  y  oficios  siniestros  del  rey  de  Francia:  que  le  tocaba 
por  su  dignidad  reducirle  y  hacerle  desistir  de  ellos,  y  caso 
que  se  mostrase  rebelde,  descomulgarle  como  lo  deponen  los 
decretos  de  los  Concilios  antiguos  y  las  Bulas  erigidas  en  tales 
casos  que  lo  insinúan. 

El  Papa,  en  esta  sazón  algo  demudado  y  aun  tocado  del 
impulso  de  la  ira,  le  respondió,  era  Príncipe  que  cumplia  con 
sus  obligaciones,  que  no  lo  podía  hacer  ni  queria.  Volvióle  é 
decir  el  Pimenlel  (que  por  religioso  y  por  sangre  le  tocaba 
el  brio  y  el  ser  de  resolución ) ,  que  su  Rey  buscarla  medios 
para  eiimirse  de  tantas  vejaciones,  y  todos  los  demás  príncipes 
Católicos  que  míMiaban  debajo  de  causa  tan  justa.  Replicóle 
el  Papa  con  coraje,  que  qué  era  lo  que  habia  de  hacer  su  Rey: 
repitíóleel  Pimentel  lo  mismo;  y  volvióle  á  decir  el  Papa  sí 
traía  otra  cosa  que  decirle.  Dijole  que  muchas:  hizole  fuerza  que 
tas  dijese,  y  dijo  que  á  su  tiempo,  que  venia  muy  despacio;  con 
que  feneció  la  audiencia ,  no  sacando  otra  utilidad  de  aquí  que 
irritar  á  aquel  hombre,  tocado  desde  que  se  sentó  en  laSilla  de 
San  Pedro,  de  importunos  y  diversos  pensamientos  de  resti- 
tuirse por  los  caminos  que  pudiese  en  tos  dominios  deshechos 
y  meterlos  en  casa;  esto  es,  los  reinos  de  Ñapóles  y  Sicilia,  y 
darlos  aun  hermano  suyo  ó  sobrino, que  aun  no  se  ha  preciado 
de  ascenderá  los  títulos  y  honores  que  los  reyes  de  España  han 
dado  á  los  tales,  de  que  hay  por  este  camino  muchas  casas 
levantadas  en  Italia;  alzarle  al  hermano .  y  héchole  general  de 
la  Iglesia,  y  demás  de  esta  ansia  de  las  dos  coronas,  investirle 
las  Islas  adyacentes  de  ellas,  y  sacudir  de  las  cervices  de 
aquellos  vasallos  los  tributos  de  que  padecían  gravemente; 
quejas  que  acudían  á  él,  padre  universal  de  todos,  y  más 
propiamente  aquellos  que  en  lo  secreto  le  representaban  que 
eran  subditos  suyos,  derraud;jdo3  de  su  auxilio  por  rigor  de  la 
tiranía.  Por  otra  parte  le  tenía  desabrido  el  uso  pernicioso 
de  subsidiar  el  estado  eclesiástico  y  que  le  quisiesen  residen- 
ciar, que  no  pudiese  mostrar  su  cariño  á  quien  él  gustase,  y 


3S0 
rjue  en  España  le  quisiesen  sujelo  ásus  materias  como  si  fuera 
súbdilo  de  ella  y  no  fuera  su  dignidad  sobre  todas  las  de  los 
principes  seculares.  Era  sabedor  de  todo  esto  el  rey  de  Fran- 
cia, y  como  tales  encuentros,  entendía  él,  eran  controverlidos 
por  su  causa,  queriendo  refrenar  las  amenazas  del  celoso  y 
modificar  estos  alientos,  pretendía  el  francés  mostrarse  agra- 
decido y  satisfacer  en  parte  las  finezas  de  aquel  padecer  y  del 
aficionado. 

AQrman  que  á  la  hora  que  estos  embajadores  entraron 
por  Roma,  entraron  á  la  misma,  de  parte  de  aquel  Rey, 
general  de  ejército  de  caballería  y  artillería,  tenientes  coro- 
neles y  maestres  de  campo,  capitanes  y  oficiales,  para  que  se 
rehinchiese  de  gente;  y  dejando  el  Lacio  ó  campiña  de  Roma, 
entrarse  por  tierra  de  Labor,  batiendo  á  Terracina  y  Gaeta,  ocu- 
par y  pasar  el  Bolturno  para  recaer  sobre  la  ciudad  de  Ñá- 
peles y  concluir  de  una  vez  apetito  tan  deseado  de  tantos 
principes  y  pontífices.  Pero  era  oferta  muy  vaga  ésta  y  sin 
fruto,  porque  la  verdadera  fineza  era  poder  enviársete  com- 
puesto y  armado  y  abrirse  paso  porel  Píamente,  la  Lombardía 
yToscana,  antiguamente  llamada  Etruria.y  ponérsele  delante 
fornecido  y  formidable  para  la  facción  y  descornarla  braveza  del 
amenazador:  era  todo  humo  sin  fruto  lo  ofrecido,  y  fantás- 
tico, sin  espíritu  y  sin  cuerpo  lo  presentado.  En  esta  manera  se 
hallan  ofuscados  en  el  efecto  los  más  allcíonados,  porque 
más  atento  es  en  el  revolver  que  el  obrar,  dando  y  ofendiendo 
con  el  embuste  y  la  meniira,  metiendo  en  las  tierras  católicas 
losenemigos  infieles  y  forasteros.  El  Emperador,  encaminando 
sus  ejércitos  cuanto  le  era  posible,  se  recuperaba  en  algunas 
plazas  perdidas,  haciendo  que  su  primogénito  el  rey  de  Hungría 
los  acaudillase  con  cabos  y  capitanes  de  conlianza  y  reputa- 
ción. Candóse  de  aquí  que  cobrarían  otro  semblante  las  cosas 
de  Flandes,  Gomo  era  ya  el  principio  de  la  primavera,  tenía 
el  rey  Católico  mucha  y  muy  escogida  gente,  así  en  infantería 
como  en  caballos,  refiriéndose  por  cartas  y  por  avisos  pasa- 
ban estos  últimos  de  40.000,  para  acudir  con  diligencia  á 
cualquiera  de  los  accidentes  de  allú  del  Rhin ,  por  haber  que- 


351 
dado  en  aquella  derrota  al  rey  Católico  tan  solamente  Guel~ 
drcs  y  Juliares,  expuestas  éstas  al  trance,  por  haberse  perdido 
todo  lo  domas  de  aquel  país,  y  á  pique  de  ser  sorpresas  por  las 
muchas  y  muy  gruesas  guarniciones  que  tiene  allí  el  ene- 
migo y  por  las  muchas  plazas  y  defensas  que  habla  ganado 
más  abajo  y  en  la  Mosa;  tanto  que  le  parecía  las  tenia  como 
en  su  casa,  y  con  esperanza  cierta  que  cada  y  cuando  le  pa- 
reciese las  podía  tomar  y  cargarlas  muy  á  su  guslo  y  llevár- 
selas. Estaba  esta  gente,  demás  de  lo  referido,  para  atender  á 
los  diseños  del  enemigo  y  para  fines  particulares  del  Rey;  para 
con  ésta  y  con  la  demás  que  le  llegarla  (como  diremos  á  su 
tiempo  y  con  qué  caudillo),  preparando  con  guarniciones. los 
más  importantes  puestos  del  país  de  Limburg,  oponer  el  asedio 
á  Haestricb  y  porfiar  á  lomarlo  si  ser  pudiese  este  año,  que 
era  en  lo  que  más  consislia  el  estudio  en  que  persistían  nues- 
tros estadistas. 

Por  estos  días  sucedió  un  caso  verdaderamente  digno  do 
memoria  (si  yo  le  acertase  á  escribir],  ejecutado  dentro  del 
palacio  de  Madrid,  que  sin  duda  ninguna  admiró  y  suspendió 
no  poco  los  ánimos  de  los  cortesanos,  y  los  dejó  sumamente 
maravillados  por  la  gravedad  y  las  circunstancias  que  se  le 
arrimaron,  y  por  la  novedad  y  forma  que  se  tuvo  en  él;  raras 
veces  ó  nunca  acaecido  en  esta  corte  y  palacio,  ignorado  en 
las  eras  de  la  antigüedad  y  no  alcanzado  de  los  más  leidos  por 
historias.  Pasó  de  esta  manera:  Viernes  Santo,  que  se  con- 
taban 14  de  Abril  de  este  año  que  voy  prosiguiendo  de  1634, 
impensadamente,  por  una  puerta  secreta  que  está  en  el  corre- 
dor del  primer  palio  del  Palacio,  junto  á  la  de  la  capilla,  que 
no  se  abre  si  no  es  el  jueves  de  la  Semana  Santa  para  la  fre- 
cuencia de  las  estaciones  y  misterios  sacrosantos;  aquel  dia, 
pues,  á  las  diez  de  la  noche,  entró  el  conde  de  Olivares  en  la 
pieza  nueva  donde  duerme,  y  preguntándome,  ¿dónde  está 
S.  M.?  le  respondí:  Ahora  acaba  de  entrar  en  el  cuarto 
de  la  Reina.  (Es  costumbre,  particularmente  en  los  días  de  in- 
vierno, antes  de  recogerse  el  Rey,  á  la  hora  de  las  diez  pasar 
á  ver  la  Reina  y  de  alli  al  Príncipe.)  Como  oyó  que  habla  en- 


i 


trado  alta  dentro,  volvió  por  los  pasos  quo  había  venido,  y 
por  su  cuarto,  que  está  juoto  al  del  Principe,  que  ha  conser- 
vado desde  sus  principios,  le  alcanzó,  y  alli  le  dijo  en  puridad 
lo  que  traía  fabricado  ó  ya  sea  lo  que  estaba  ánles.  Acababa 
de  llegar  aquella  noche  del  Retiro,  donde  habia  estado  algu- 
nos dtas  de  la  Semana  Santa  ocupado  en  estas  meditaciones, 
que  aun  tales  dias  no  estaban  sin  sobresalto,  ni  excusan  de 
zozobra  á  los  vasallos.  Hubia,  asi  como  llegó,  llamado  á  junta 
ó  conversación  á  algunos  de  los  suyos,  dignos  sujetos  por  su 
larga  noticia  y  envejecida  experiencia,  del  Consejo  de  Eslado 
y  de  todos  consejos,  y  de  alli  salió  erigido  este  caso.  El  pri- 
mero de  lodos  fué  el  duque  de  Alba .  por  no  dejar  de  dar  algo 
á  los  otros  para  que  baga  mejor  lugar  á  los  nuestros,  donde 
muy  presto  le  tocará  su  parte  do  los  trabajos  del  gobierno;  y 
los  otros  dos,  el  conde  de  Castrillo,  presidente  de  indias,  y  el 
conde  de  la  Puebla,  presidente  do  Hacienda,  este  primo 
hermano,  y  el  otro  hermano  de  cuñado,  que  cuando  callára- 
mos esto,  por  las  dignidades  se  podian  conocer;  dos  ministros 
de  fama  y  relevantes  estadistas  ejercitados  con  larga  potestad 
en  muchos  y  muy  graves  negocios  en  las  corles  de  loa  mayo- 
res y  mejores  principes  de  la  Europa  (¡asi  fuera  ello!)  ¿Pero 
quién  dice  que  esto  importa?  bnsla  que  sean  deudos,  que  con 
esto  lo  tienen  todo  y  son  beneméritos.  Digo,  que  habló  con  el 
Rey  en  el  cuarto  del  Principe,  le  dio  cuenta  de  lo  resuelto  en 
aquella  junta,  y  que  era  ya  tiempo  do  comenzar  lo  tratado, 
por  cuanto  la  persona  sobre  quien  se  habia  de  ejecutar  el  jui- 
cio andaba  con  sobresalto,  receloso  y  con  miedo  de  que  con  el 
se  habia  de  hacer  alguna  novedad  antes  de  su  partida,  por 
donde  era  consejo  acertado  recelarse  de  alguna  fuga  que  des- 
baratase la  justicia  y  el  buen  ejemplo  que  babia  de  resultar 
de  aquí.  Concluido  eslo,  el  Rey  salió  á  su  cuarto  y  halló  alli  al 
duque  de  Alba;  y  conBrieron  lo  tratado  aparte,  quizá  por  dar 
qué  discurrir  á  Carlos  de  Croy,  duque  de  Arescot,  gentilhom- 
bre de  la  Cámara  del  Rey,  del  Toisón  do  Oro,  que  aquella 
noche  se  habia  hallado  al  desnudarse,  que  era  sobre  quien 
cargaba  este  negocio.  Gra  aquel  caballero  do  las  esclarecidas 


casas  del  Paie-Bajo,  grande  en  aquella  parte,  y  grande  en 
España,  y  entre  ios  señores  de  aquel  país  el  más  bien  visto 
por  sangre  y  Jaondad  ,  y  habiendo  venido  los  años  pasados  á 
fa corte,  el  Rey  lo  hizo  gentilhombre  de  su  Cámara. 

Con  las  pérdidas  de  plazas  tan  grandes  (que  en  los  libros  de 
airas  dejamos  referido),  así  en  el  Brabante  como  en  Guetdres 
y  en  la  Alsacta,  toda  la  nobleza  de  Flandes,  los  Magistrados  de 
la  villa  y  estado  eclesiástico,  temiéndose  de  una  común  y  gene- 
ral ruina  por  el  ardiente  obrar  de  Enrique  de  Nassau ,  príncipe 
de  Orange,  general  de  los  rebeldes,  su  mucho  poder  y  valor  por 
si  y  por  la  continua  asistencia  del  rey  de  Francia .  de  los  pro- 
testaoies  y  otros  auxilios,  la  pérdida  de  la  Religión ,  la  de  sus 
haciendas,  estados  y  vidas,  hablaron  y  se  confirmaron  entre 
sí,  y  dispusieron,  antes  de  venir  á  mayor  conflicto,  de  salir 
al  remedio  por  la  general  y  particular  salud  de  todos  y  bien  de 
la  patria:  señaláronse  algunos  de  ellos,  los  mejores  y  más  gra- 
ves y  de  más  suprema  autoridad ,  y  hablaron  á  la  infanta  Doña 
Isabel,  refiriéndole  el  estado  miserable  de  Eos  países,  el  que 
tenía  la  guerra,  la  mengua  do  soldados  y  do  ejércitos,  la  falta 
de  dinero,  y,  lo  peor  de  lodo,  la  poca  esperanza  que  había  de 
remedio,  ni  que  de  esto  se  acordasen  en  España.  Esta  fué  la 
sustancia,  hablándola  en  todo  lo  demás  perteneciente  á  esto, 
no  sin  larga  y  prolija  exornación  y  arenga,  cual  en  caso  tan 
necesario  conviene.  La  Infanta  los  oyó  no  sin  mucha  aflicción, 
y  aun  otros  quieren  decir  que  con  sobra  de  lágrimas  en  su 
rostro. 

Pasaron  adelante  los  embajadores  y  dijeron,  que  pues 
S.  A.  estaba  bien  informada  de  todo  y  veía  cuánta  era  la  nece- 
sidad, podia  mejorar  el  estado  cautelando  los  ejemplos  anti- 
guos y  lo  que  deponen  en  casos  tales  las  leyes  y  estableci- 
mientos de  aquellos  paises;  que,  habiéndolo  mirado  no  sin 
maduro  acuerdo,  si  á  S.  A.  te  parecía ,  habían  deliberado  pedir 
unas  juntas  generales  para  el  remedio  de  lodo,  y  que  asi  le 
suplicaban  les  diese  licencia  para  juntarse  y  ocurrir  al  caso 
presente.  La  Infanta  se  hallaba  de  estos  sucesos  tan  apretada, 
que  siendo  esta  materia  en  el  entender  de  todos  los  de  mayor 


354 
prudencia  peligrosa,  y  más  en  aquellos  países,  la  concedió, 
porque  aún  se  temia  de  mayores  daños,  y  éste,  segan  los  que 
esperaba  ocasionados  de  pérdidas  tan  notables  como  se  ha- 
bian  seguido  en  delrimento  del  ^tailo,  no  le  parecia  el  ma- 
yor, y  asi  hubo  de  condescender  con  el  ruego  de  los  sub- 
ditos y  aun  se  lo  agradeció;  que  es  obra  de  valor  mostrar  en' 
los  peligros  confianza,  y  más  estando  todo  para  correr  for- 
tuna. Dióles  licencia  para  ello,  despacharon  sus  convocatorias 
y  juntáronse  los  tres  estados,  eclesiástico,  noble  y  los  magis- 
trados de  las  villas,  y  ios  que  por  oficio  y  derecho  en  toles 
juntas  les  toca  asistir  á  ellas.  Es  inviolable  el  secreto  en  tales 
ocurrencias  y  así  lo  juran,  reservándolo  ó  excluyéndole  de  él 
hasta  el  mismo  Principe;  pero  lo  que  se  pudo  trascender  fué, 
que  después  de  haber  hablado  de  varias  cosas  y  necesidades, 
se  trató  se  pidiese  al  rey  Católico'y  á  la  Infanta  los  dejase  hacer 
é  ellos  la  guerra,  y  que- ^lorriese  por  su  cuenta  nombrar  {;o- 
misarios  yoSciales  para  su  expedición  y  manejo,  con  alguna 
contribución  que  S.  H.  les  hiciese.  Otros  más  ásperos  y  rígidos 
en  el  votar  y  libres  en  el  decir  su  parecer  con  claridad,  como 
alemanes,  por  la  importancia  de  la  materia,  dijeron  rasamente 
que  S.  M.  Católica  no  los  podia  defender  ni  era  poderoso  para 
ellp,  ni  tenía  con  qué,  por  estaf  todo  su  patrimonio  totalmente 
hundido  y  acabado;  que  ellos  se  defendiesen  y  saliesen  de  este 
cuidado  con  presteza  antes  que  viesen  sus  casas  y  haciendas 
en  las  manos  de  los  enemigos,  y  lo  peor  de  todo  y  más  grave, 
de  sufnr  sus  hijos  y  mujeres,  que  las  vidas  era  lo  de  menos 
que  aventurarían,  por  no  caer  en  tan  vergonzosa  miseria;  que 
lo  de  Alemania  estaba  tal  y  los  estados  de  los  vecinos  en  tanta 
cuita  por  las  ligas  de  protestantes  y  suecos,  que  no  era  posible 
esperar  ningún  auiilio  del  Imperio,  supuesto  que  sus  prin- 
cipes con  sus  atentados  eran  contra  la  soberana  cabeza,  con- 
solidados todos  y  socorridos  del.rey  de  Francia,  capital  ene- 
migo de  los  señores  de  la.Casa  do  Austria  y  de  todas  sus 
coronas. 

Era  el  Rey  avisado  de  estas  cosas  por  la  Infanta  y  por  los 
espías  ó  confidentes  que  allí  se  tienen,  necesarios  en  todo 


355 

tiempo:  alteró  notablemente  la  deliberación  y  los  motivos  de 
los  congregados ,  y  naestrQs  ministros ,  ponderáronle  en  los 
consejos  la  disculpa  de  que  por  no  poder  más,  toleraba  la  li- 
cencia. Sin  embargo,  el  Rey  avisaba  por  sus  cartas,  y  con  ór- 
denes inviolables  y  precisas  daba  voces  se  deshiciese  aquella 
junta  y  se  eitinguiesen  sus  proposiciones  y  se  despidiesen  los 
Estados  generales ;  tomando  por  última  resolución ,  solicitán- 
dolo asi  la  Infanta,  se  enviase  al  duque  de  Arescot  á  España 
para  mediar  cualquiera  diferencia  ó  necesidad,  y  tomase  orden 
para  tratar  con  los  holandeses  de  alguna  importante  tregua 
con  que  mejorasen  las  cosas :  siendo  ardid  éste  para  sacarle 
del  Pais-Bajo,  porque  losenemigos  entonces  estaban  de  victo-> 
riosos  tan  insolentes,  que  más  apetecían  la  guerra  que  la  paz  ó 
la  tregua,  por  los  grandes  intereses  que  se  les  seguia  de  ella 
para  la  fortuna  de  sus  empresas,  y  por  el  instigador  de  la 
Francia,  cuyos  tratados  eran  más  aína  dispuestos  para  disipa- 
ción de  pueblos  católicos  que  para  otro  ninguna  esperanza  de 
alivio  ni  concordia.  Decian  que  con  esto  se  aseguraria  todo  el 
Pais-Bajo  y  lo  demás  hasta  la  Borgoña ,  que  estaba  debajo  de 
la  obediencia,  porque  se  dio  á  sentir,  y  muchos  lo  discurrie- 
ron, que  parte  de  los  nobles  de  Flandes  se  juntaban  de  se- 
creto con  el  duque  de  Arescot  en  una  casa  de  placer  suya ,  y 
que  allí  trataban  de  unirse  y  hacer  al  Duque  cabeza;  mas  que 
él,  no  contraviniendo  á  la  fidelidad  ni  dando  orejas  á  ello,  les 
habia  respondido  que  él  iba  ahora  á  España'  á  componer  las 
cosas  y  á  ver  si  podia  ajustar  una  tregua  con  los  holandeses; 
que  si  esto  se  hacia,  no  tenian  más  que  desear;  que  caso 
que  no  se  hicese,  podían  tratar  entonces  de  lo  que  más  les 
conviniese;  y  que  por  estas  sospechas  y  por  haber  callado  esto, 
y  no  haber  dado  cuenta  expresa. al  Rey  de  todo  y  delatado  á 
los  cómplices,  por  no  dar  lugar  á  algún  movimiento  con  este 
pretexto,  habiendo  avisado  de  todo  le  envió  la  Infanta,  advir- 
tiendo se  tuviese  cuenta  con  él. 

Partió  el. duque  de  Flandes^  y  pasó  por  Paris,  donde  á  la 
sazón  se  bailaba  fugitivo  por  cosas  tocantes  á  esta  materia,  ó 
por  haberse  entendido  vacilaba  en  la  fe,  el  duque  de  Aga- 


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mont,  su  cuñado.  No  halló  allí  al  Rey,  que  no  carece  de  mis- 
terio, porque  no  quiere  el  dÍEcurso  humano  que  el  Cardenal 
Valida  tenga  su  parte  en  estas  conmociones,  cuandosu  intento 
no  era  otro  ni  su  desvelo  que  trastornar  la  seguridad  de  los 
reinos  y  tentar  para  esto  el  corazón  de  los  subditos  de  mayor 
sangre  y  séquito  (sus  manifiestos  y  sus  atentados  lo  digan) 
porque  primero  solicita  coa  exornaciones  y  promesas  falsas 
llenas  de  suposiciones,  y  no  surtiendo  de  aquí  su  deseo  y  co- 
dicia, hace  experiencia  y  obra  con  la  fuerza.  Vio  el  duque  dL> 
Arcscot  á  su  cuñado  fugitivo,  como  dije,  por  sospechoso  en 
la  virtud  de  la  constancia  ,  y  sin  embargo,  desamparado  y 
desvalido  en  aquella  corte  del  Rey  y  de  sus  ministros,  nau- 
fragando en  la  necesidad,  si  ya  no  es  que  parece  simulación 
hipócrita,  y  demás  de  esto,  de  los  señores  y  príncipes  de  b 
sangre,  con  tanto  desembarazo  y  desahogo  en  el  descuello,  que 
no  tienen  ya  por  agravio  esta  mancha  ni  que  se  la  refieran, 
D¡  reparando  el  Duque  en  llamarte  cuñado.  Llegó  por  sus  jor- 
nadas á  Madrid  á  tiempo  que  ya  la  Infanta  habia  muerto ;  hos- 
pedóle D.  Diego  Mejia,  marqués  de  Leganés,  en  sus  alcázares, 
renovándose  con  su  venida  los  brindis  de  Flandes;  vio  al  Rey 
y  al  Valido,  trató  de  sus  materias  y  embajada,  fué  oído  y 
agasajado  hasta  su  tiempo,  disimulando  poderosamente  todo 
cuanto  de  ¿1  y  de  los  demás  se  argíiia;  reposó  atgun  tiempo, 
pretendiendo  asegurarle,  y  porque  importa  para  el  caso,  aun- 
que ya  está  dicho,  lo  volveremos  á  repetir,  nigo,  que  para  en 
caso  que  muriese  la  Infanta  antes  de  pasar  el  infante  D.  Fer- 
nando á  Flandes,  como  á  esta  hora  no  habia  pasado  (descuido 
en  que  podía  haberse  arriesgado  la  seguridad  de  aquellos  pue- 
blos y  su  conservación),  se  habia  mandado  por  orden  secreta, 
ó  ya  sea  que  fuese  ardid,  ó  para  examinarle  la  conciencia, 
porque  en  esta  era  no  hay  cosa  que  no  lo  sea,  y  así  se  tro- 
pieza en  todas,  con  que  no  nos  levantamos  de  él;  digo  que  no 
era  resolución  secreta  gobernasen  los  Países  seis  gobernado- 
res ,  tres  flamencos  y  tres  españoles ,  y  que  entre  los  flamencos 
se  habia  señalado  por  más  particulary  por  unodeellosá  Carlos 
de  Croy,  duque  de  Arescot.  A  los  primeros  lances,  pues,  de  su 


sftr 

llegada  á  nuestra  corte,  se  le  preguntó  que  qué  le  parecía  de 
la  deliberación  de  que  gobernasen  seis  gobernadores  tos  Esta- 
dos de  Fiandes,  y  entre  ellos  tres  españoles:  él  dicen  que 
respondió  ( porque  digamos  esto  más  concisamente  como  cosa 
ya  referida  otra  vez)  .(llamasen  personas  que  lo  votasen,  por- 
que si  daba  su  parecer  en  apoyo  suyo  y  de  lo  acordado,  y  se 
errase  en  ello,  no  quería  se  le  diese  la  culpa,  sino  que  hu— 
biese  quien  le  siguiese,  y  fuese  el  parecer  de  muchos  y  so 
diese  por  algunos,  y  que  sí  no  convenia,  quedase  por  aque- 
llos que  lo  anteviesen  más  á  propósito,  para  que  quedase  la 
materia  remiüda  á  los  mejores.  Aceptáronle  la  proposición,  y 
llamando  á  los  dos  últimos  que  volaron  su  causa,  como  preve- 
nidos dijeron  no  con  venia  hubiese  seis  gobernadores  sino  uno, 
porque  seis  más  seria  de  embarazo  en  resolver  las  materias 
que  de  utilidad  en  la  expedición,  importando  más  alna  la  pres- 
teza que  el  ser  remisos  por  la  contrariedad  de  los  pareceres; 
con  que  quedó  defraudado  de  la  dignidad  grande  de  ser  uno 
de  los  seis  gobernadores  del  Pais-Bajo,  remitiéndolo  todo,  lo 
militar  y  pülitico,  al  marqués  de  Aitona,  de  la  Casa  de  Moneada, 
con  loda  la  suprema  potestad.  No  pudo  hacerle  buen  estómago 
osla  resolución  al  duque  de  Arescot,  antes  le  desazonó;  ha~ 
blándolo  en  algunas  ocurrencias  privadas  sin  el  reparo  que 
conviene  á  las  cortes  y  los  palacios ,  y  más  cuando  nos  rodean 
las  centinelas  que  nos  han  puesto  para  que  nos  atiendan  y  nos 
saquen  con  destreza  lo  que  tenemos  en  el  corazón,  y  tal  vez 
hace  esto  el  que  se  nos  vende  por  amigo  y  nos  acoge  en  su 
mesa  y  en  su  casa.  Cuando  se  hablaba  de  las  ruinas  de  Ale- 
mania, decía:  «es  menester  saber  llevar  aquello  por  otro  ca- 
mino»; cuando  de  Fiandes  y  sus  pérdidas:  «que  estaba  su  falta 
en  el  gobierno»;  cuando  de  la  toma  de  Haslrique,  y  que  el  Rey 
decía  había  puesto  tres  millones,  que  se  habían  cobrado  y  no 
ee  babia  dado  ocho  reates  de  paga  á  los  soldados  en  todo 
equol  verano,  respondía:  «que  lomasen  las  cuentas». 

Estas  cosas  puestas  en  las  orejas  del  gobernador,  claro 
está  que  le  solicitaban  el  de}>pcño,  porque  eran  flechas  que  se 
tiraban  á  él ;  si  bien  es  verdad ,  á  que  más  me  allano,  que  ha- 


bna  forzosísimas  razones  para  cuidar  de  él.  Yo  le  o¡  decir 
'  hablando  de  la  era  pasada,  que  para  todo  le  sobraba  noticia, 
y  de  cómo  tuvo  aquello  el  duque  de  Lerma ,  que  ese  caballero 
lué  el  mayor  ministro  que  había  tenido  el  mundo,  grande 
hombre  y  superior  gobernador.  Cogiéronle  en  Burgos  una 
carta,  que  le  enviaban  de  Flandes  desvirtuando  las  quo  traía  el 
correo,  para  saber  más  de  cerca  su  comunicación  y  lo  que  le 
avisaban  de  su  casa,  y  si  se  había  entendido  por  allá  el  escru- 
tinio que  se  hacia  de  él  ó  la  información  de  ,ln  Junta  que  con 
tanta  viveza  le  atendía;  donde  se  conjeturaron  algunas  sospe- 
chas. Él  solicitaba  su  vuelta,  y  daba  á  entender  que  convenia 
al  estado  presente  y  hacer  alguna  tregua  en  Holanda,  Yo  le 
dije  muchas  veces,  me  atrevería  aaegurar-no  saldría  el  enc- 
migb  este  año  á  campaña ;  y  preguntándome  que  cómo  lo  sa- 
bia, le  respondí:— -Porque  todas  sus  fuerzas  han  bajado  á  las 
Indiag;  áque  replicó: — Todossusdesignios,  y  todos  sus  intentos 
serán  mortales  y  de  notable  estrago-,  y  esto  lo  dccia  por  algu- 
nas cosas  que  le  hablan  avisado  de  la  patria,  por  dar  calor  á 
tornar  ú  ella.  No  vivía  sin  cungoja  ni  sin  sobresalto;. discur- 
Hondo  si  su  silencio  ó  lo  que  habia  callado  era  entendido. 
Partió  á  esta  hora  D,  Diego  Mejia  al  gobierno  del  Estado  de 
Hilan  para  defenderle  de  las  armas  de  los  coaligados  en  Italia, 
y  quita  por  no  ver  en  su  casa  el  estrago ,  los  consejeros  de  Es- 
tado, el  alcalde ,  los  alguaciles,  el  rumor,  el  estruendo,  las 
cachilladas  y  la  prísion  de  ¿nados;  que  no  le  había  de  decir: 
■salios  de  ella*.  Con  la  partida  de  D.  Diego  Mejia  mudó  do  po- 
sada; con  que  nos  volveremos  á  poner  ahora  sobro  el  Vier- 
nes Santo,  15  de  Abril  de  este  año.  Aquella  noche,  como  dije, 
vio  hablar  al  Rey  con  el  duque  de  Alba  (mal  presagio  para 
flamencos  por  las  cabezas  quo  quitó  su  abuelo  en  los  Países- 
Bajos  en  la  primera  rebelión  de  orden  del  rey  D.  Felipe  11): 
fué  aquella  vista  no  sin  alteración ;  y  hay  quien  dice  que 
aquella  noche  le  fué  á  buscar  á  su  casa  para  hablarle  y  á  ver 
si  podía  trascender  algo  de  sus  cosas  y  que  no  te  halló.  Todo 
era  en  su  corazón  inquieto  inquirir  y  penetrar  si  había  algo 
contra  él.  Resolvióse,  pues,  el  caso,  que  aquella  noche  no  do— 


8SB 

bia  de  «er  otro  e)  debate  sino  cómo  ^e  babia  de  jiacer.  Pre- 
vino el  Rey  aquel  dia  á  D.  Antonio  de  Mendoza ,  secretario  de 
Cámara,  no  faltaso  de  palacio,  para  el  otro  convocar  al  Con- 
sejo de  Estado  y  Guerra  ,  al  preGÍdenle  del  Consejo  de  Cas- 
lilla,  á  los  consejeros,  á  los  alcaldes  de  Casa  y  Corte,  á  los 
capitanes  do  las  guardas  y  otras  justicias.  A.  \d  mañana  vino  el 
Duq^ie,  siendo  de  guarda,  á  vestir  á1  Rey,  y  alli  se  trató  de  su 
jornada,  y  dijole  que  le  despacharia  ántés  de  P^cua  [qué  era 
el  negocio  á  que  tenía  que  despacharle),  de  que  ¿1,  do  lo  pri- 
mero digo,  se  alborozó  mucho  y  le  besó  la  mano,  refiriendo 
liabia  ido  á  ver  unos  toros  ccroa  do  Madrid,  por  no  irse  sin 
ver  una  fiesta  tnn  encarecida  por  todo  el  mundo.  Yo  lo  había 
dicho  sin  saber  nada,  no  más  que  por  las  dilaciones  que  hay 
en  las  cortes  én  materias  de  despachos,  vería  los  de  San  Isidro, 
San  Juan  y  Sania  Ana,  y  que  para  Octubre  sCrfa  muy  posi- 
ble no  haber  partido  de  aquí ',  cosa  que  tomó  con  grande  aspe- 
reza y  enojo. 

Sábado  Santo,  pues,  á  las  tres  de  la  tarde,  vino  el  pre- 
sidente del  Consejo  con  algunos  consejeros  á  besar  la  mano 
al  Rey  (pareció  cosa  nueva  -por  no  ser  esta  ceremonia  do 
aquella  Pascua);  y  cuando  acabaron  de  besarle  la  mano,  salió 
diciendo  á  Pedro  del  Hierro,  aposentador  mayor  do  palacio,  lo 
enseñase  aquel  pasadizo  de  la  Encarnación  que  le  quería  ver; 
lodo  esto  con  modo  de  chacota  y  entretenimiento:  llevóle  allá 
á  él  y  á  los  demás,  y  á  la  de  salida  fueron  llegando  los  del 
Consejo  de  Estado  so  capa  citados  para  el  caso.  El  Rey  se  entró, 
á  oír  la  solemnidad  de  las  completas  de  este  dia ,  en  las  Iríbu- 
nillas;  y  en  acabándolas  se  entró  en  la  pieza  nueva  cerca  de  su 
Cámara,  en  la  cual,  las  puertas  juntadas,  esperaban  aquellos 
ministros  y  consejeros  los  oídos  atentos  á  lo  que  rb  había  do 
hablar  para  juzgar  después;  no  fallando  entre  ellos  el  mayor 
que  nos  gobierna.  Estaba  puesto  en  la  pieza  un  bufete  y  una 
silla;  entró  el  Rey  y  sentóse,  y  dijo: — Mendoza,  traedme  una 
escribanía  ;  duque  de  Arescol,  entrad ;  y  volvió  á  decir  á  Don 
Antonio  de  Mendoza: — Cerrad  esa  puerta;  y  quedóse  á  solas 
con  él. 


Aquella  mañana  se  habia  Iraido  el  Prolonotario  D.  Jeró- 
nimo de  Villanueva  algunos  papeles  concernientes  á  la  mate- 
ria; y  Efintado,  como  digo,  y  ajusfando  hacia  sí  el  bufete  para 
el  intento  y  propósito,  y  los  papeles  alli,  imitando,  si  así  se 
puede  decir,  el  juicio  óttimo  que  lodos  esperamos,  severo, 
mesurado  y  enojado  el  semblante,  con  la  pluma  en  la  mano, 
le  comenzó  á  interrogar.  Púsole  por  delante  algunas  justas  ra- 
zones de  honras  y  mercedes  hechas  á  su  casa,  á  él  y  á  sus 
padres,  y  ostentando  más  el  brío,  le  dijo: — Duque  de  Arescot, 
decidme  quién  eran  los  que  concurrian  á  vuestra  casa  a  tra- 
tar y  comunicar  con  vos  materias  contra  mi  servicio,  y  de  qué 
calidad  eran;  quiénes  fueron  los  primeros  que  pidieron  la 
junta  de  los  Estados  generales,  y  qué  se  trató  en  ella;  qué  per- 
sonas nobles  de  Flandes,  ora  fuesen  amigos  ó  deudos  ,  se  ba- 
bian  convocado  a  esto;  qué  juntas  y  pláticas  secretas  habia 
tenido  en  una  casa  de  campo  fuera  de  Bruselas ;  si  habia  ha- 
bido ó  le  habían  convidado  con  alguna  conjuración,  y  quiénes 
eran :  decídmelo,  duque  de  Arescot.  Y  repitió  esto  muchas  ve* 
ees,  que  por  su  Corona  Real ,  que  si  se  lo  decía  le  perdonaría 
y  le  haría  mayores  y  más  crecidas  mercedes.  El  hombre,  per- 
dido de  color  y  como  difunto,  sobresaltado  en  juicio  tan  hor- 
rendo y  delante  de  su  Principe,  á  quien  parece  se  le  habia 
armado  aquella  celada  no  para  otra  cosa  que  para  tirarlo  á 
la  vida,  y  fué  harto  poderle  contener,  negó;  diciendo  no  en- 
tendía ni  sabía  nada  de  lo  que  se  le  habia  preguntado,  que 
era  fiel  y  buen  vasallo.  Reconvínole  el  Rey  con  la  carta  que 
se  le  había  cogido  en  Burgos:  afirmóse,  sin  embargo,  en  la 
negativa,  deponiendo  con  afecto  lo  mucho  y  bien  que  habia 
servido,  su  fineza  y  su  lealtad,  y  que  si  hubiera  servido 
á  Dios  como  á  S.  U. ,  podia  prometerse  grandes  premios  en 
la  eternidad.  Volvió  el  Rey  á  preguntarle  que  le  dijese  la 
verdad,  que  no  quería  más  que  saber  los  cómplices ;  y  dijo  que 
no  habia  pecado  contra  sí  ni  contra  su  servicio.  Fué  la  digre- 
sión larga  y  el  controvertir  los  dos,  según  yo  pienso  y  á  lo 
que  pude  entender,  por  más  de  dos  horas;  pero  viéndose 
(il  Duque  agravado  y  combatida  su  honra,  que  para  un  hoin- 


bra  grande  no  hay  mayor  dolor,  y  otrosí  viéodose  constreñido 
de  especláculo  tan  ireméndo,  se  desbocó  y  habló  al  Rey  con 
claridad  del  estado  miserable  de  los  Países-Bajos,  del- pro- 
greso infelicísinio  de  la  guerra  y  de  la  distribución  engañosa 
del  diaero  y  de  los  puntos  en  que  había  consistido  su  ruina; 
cosa  de  que  el  Rey  oo  quedó  sabroso,  ni  contento  alguno  quo 
lo  oía  desde  donde  estaban  los  demás  ministros.  Acá  afuera  se 
hundía  el  mundo,  concurriendo  á  palacio  casi  todos  los  señores 
de  la  corte  y  los  que  podían  entrar  en  él ,  y  á  los  patios  y  cor- 
redores los  que  no  tienen  entrada,  y  toda  la  plebe;  con  la  con- 
vocación de  capitanes  y  soldados  de  la  guarda,  alcaldes  y  al- 
guaciles dentro  de  las  piezas,  sin  saber  lo  que  era,  ni  atinarlo, 
ni  que  tocase  al  duque  de  Aroscol,  se  hablaba  indiferente- 
mente sobre  varias  y  distintas  cosas:  quién  decía  que  todo  so- 
bre lo  que  se  luchaba  era  prender  al  embajador  de  Francia, 
que  por  insolencias  de  sus  criados  y  habérselos  castigado  al- 
gunos españoles  á  estocadas  y  cuchilladas,  habia  dado  en 
desabrirse  y  no  quería  ir  á  palacio  ni  asistir  los  días  solomnea 
en  la  capilla,  ó  porque  ya  se  trascendía  que  el  rey  Cristia- 
nísimo quería  romper  la  guerra  con  España,  la  concitaba 
nuevos  émulos  y  los  ligaba  con  sus  gentes ;  y  habiéndose  ido  el 
Embajador  estos  días  á  recoger  al  Paular  de  la  Cartuja,  en  los 
montes  de  Segovia,  venerabilísimo  convento  y  de  suma  auste- 
ridad, poroso  levantaron  apócrifamente  los  inventores  de  la 
corte  y  los  más  vulgares  en  estas  materias  que  se  habia  ido 
de  secreto  y  sin  despedirse  del  Rey  á  Francia,  y  era  que  le 
iba  imponiendo  en  estos  disentimientos  el  Richelieu,  su  ase- 
sor, para  dar  ambigüedad  al  rompimiento.  Oíros,  que  era  pri- 
sión de  algunas  personas  graves,  por  los  aprestos  que  veían 
militares  y  de  justicia  allá  fuera ,  porque  habiad  ido  aquellos 
días  decretos  al  Consejo  de  Castilla,  en  que  se  le  preguntaba 
qu¿  pena  se  había  de  dar  ó  castigo  al  vasallo  que  no  obedecía 
las  órdenes  de  su  Rey ;  creyendo  el  condestable  de  Castilla 
que  iba  por  él ,  y  que  se  comenzaba  á  trazar  entonces  la 
üettniccion  y  ruina  de  D.  Fadrique  de  Toledo;  que  no  procedía 
con  menor  furor  y  sangre  que  ésla  el  gobernador.  Digo  que 


creyó  el  Condestable  que  esto  se  hacia  por  ¿1  y  por  el  con- 
destable de  Navarra,  porque  habiéndoles  mandado  admitie- 
sen unas  coronelias  y  levanttisen  gente  para  servir  á  S.  H.  con 
ella,  respondieron  que  estaban  alcanzados  y  en  sumo  em- 
pego, que  no  tenían  con  qué  ;  pero  después  ninguno  de  ellos 
se  fué  á  ella  que  no  le  pagaron,  á  lo  ménoq  el  de  Castilla 
con  las  alcabalas  de  Berlanga,  Finalmenle,  toda  la  corle  es- 
taba suspensa  y  admirada,  esperando  el  &n  de  novedad  tan 
grande  y  en  que  el  Rey  en  persona  se  había  metido;  veían 
abrir  puertas  y  cerrar  puertas,  salir  de  allá  dentro,  y  entrar  y 
salir  al  Protonotario,  y  siempre  convocando  gente,  y  puesto  y 
embarazado  el  retrute,  y  hecha  custodia  por  los  escuderos  en 
la  antecámara  de  guardas  y  otros  ministros  de  centinela. 

Viendo  el  Roy  que  el  duque  de  Arescot  estaba  firme  en  su 
propósito,  y  que  jio  habla  podido  con  cuanto  le  había  conju- 
rado hacerle  declarar  nada,  que  le  habla  forzado  por  muchos 
caminos  á  ello,  y  que  se  habia  defendido  y  alegado  sucesos  y 
razones  en  favor  suyo  y  de  su  ñdetidad .  le  mandó  que  no  se 
fuese  de  alli,  y  entrándose  en  su  cámara,  dijo  á  los  del  Consejo 
de  Estado. y  á  los  de  Castilla  lo  que  le  habia  pasado.  Entera- 
dos ya  ellos,  sín  embargo  de  lo  que  habian  oído,  y  dicholes 
también  lo  antecedente  y  que  votasen  lo  que  se  había  de  ha- 
cer cun  ello,  comenzaron  á  votar,  y  todos  fueron  de  parecer 
que  le  prendiesen  y  se  conociese  enteramente  de  su  causa: 
uno  hubo  mas  rígido  que  votó  le  corlasen  la  cabeza.  En  estos 
intermedios  dicen  que  salió  el  conde  de  Olivares  allá  fuera 
donde  estaba  el  Duque  y  le  comenzó  á  exhortar  como  do 
amigo,  y  que  de  oficio  dijese  lo  que  se  le  había  preguntado,  que 
no  se  pretendía  más  que  saber  las  personas  que  le  habían  ha- 
blado en  materias  referentes  á  la  seguridad  del  Príncipe;  que 
no  se  aventurase,  antes  que  obligase  á  S.  M.  á  que  le  perdo- 
nase la  omisión  y  le  hiciese  merced:  esto  fué,  si  no  á  la  letra, 
en  suma  la  sustancia  do  la  exhortación.  Aquél  volvió,  no  sin 
grande  cólera,  á  defenderse  y  á  blasonar  de  los  servicios  de 
su  casa,  sangre  y  lealtad.  Volvió  el  conde  á  entrarse  allá 
dentro,  y  aun  dicen  fueron  más  las  amonestaciones  que  se  le 


hicieron,  y  viendo  do  se  podia  conseguir  nsda.  votada  la  pri' 
sioD  y  tras  algunas  circunstancias  que  referiré,  se  dio  orden 
para  prender  á  algunos  camaradas  que  habían  vemdo  acom- 
paüándole  de  Flaodes.  al  secretario  y  demás  criados,  que  se 
le  visitase  la  casa  ,  mirasen  los  escritorios  y  papeles  y  se  co- 
giesen y  enviasen  á  palacio.  Salió  el  Protonotario  á  dar  la  or- 
den de  esto  á  un  alcalde  de  corte,  partió  con  los  alguaciles, 
y  acotoeüó  la  casa,  que  era  junto  á  loe  PremOstratenses,  donde 
se  ejecutó  todo,  no  sin  algún  alboroto  y  mido  de  cuchilladas 
en  que  hubo  efusión  de  sangre;  y  á  la  hora  de  las  diez  de  la  no< 
che,  y  cuando  en  la  corte  estaba  divulgado  el  caso  y  los  te- 
merosos redimidos  del  cuidado,  salió  el  Protonotario,  y  lle- 
vando la  orden  de  prender  al  Duque  le  sacó  de  la  pieza,  y 
llevándole  por  al  retrete,  sacando  su  llave  para  abrir,  se  lo 
estorbó  el  escudero  de  á  pié  que  era  de  guarda,  como  se  lo  ha- 
bían dicho,  dicióndole :  — No  puede  V.  E.  salir  por  aqui ;  á  que 
él  calló  por  el  quebranto  grande  que  llevaba  eo  su  corazOn, 
y  dándose  por  entendido  de  que  le  cerraban  aquella  puerta, 
quiso  resistir,  previniéndole  las  iras  de  los  tiempos  este  lance, 
ó  porque  no  estaban  allí  las  personas  á  quien  le  habia  de  en- 
tregar, ó  porque  con  esta  acción  se  le  daba  á  entenderse  le 
exoneraba  del  o6cÍo  y  calidades  de  genülhombre  de  la  Cá- 
mara, á  los  cuales  solamente  toca  et  entrar  y  salir  por  aquella 
puerta,  y  se  fulminaba  sobre  su  persona  el  ir  en  desgracia  y 
onojo  del  Principe,  y  que  comenzaba  á  probar  sus  disfavores; 
«extraña  cosa  habéis  de  vender  á  vuestros  deudos  y  sangre,  ó 
si  no  05  harán  verter  la  vuestra  >. 

Esto  io  entendió  y  lo  supo  decir  aquel  famoso  porlugués 
Alfonso  de  Alburquerque,  gloría  de  la  India  Oriental,  cuando 
los  ministros  del  rey  D.  Manuel  de  Portugal  emulaban  sus 
acciones,  mal  con  el  Rey  por  amor  de  los  hombres,  mal  con 
los  hombres  por  amor  del  Rey:  ¿á  qué  lastimosos  casos  obliga 
esta  ley  de  vasallo,  y  qué  raras  y  extravagantes  son  las  artes 
de  los  príncipes?  Tal  vez  con  el  ruido  de  la  majestad  se  sus- 
penderán de  las  obligaciones,  y  á  aquel  yerro  que  causó  el 
descuido  hallaron  motivo  cn  el  más  Gel  para   relevarse  de 


9M 

m^- .    _       . 

la  objdcion.  Hablan  sido  grandes  las  pérdidas,  gmndo  el 
descrédito,  y  hallaron  por  convenienle  probarle  antes  á  un 
escrúpulo  de  vacilación  en  lafe  que  no  á  la  falta  de  provi- 
dencia en  el  gobierno.  Extraña  fué  también  esta  invención 
do  los  hombres,  y  notable  su  resolución  en  entregarse  á 
uno,  y  á  uno  con  ellos,  y  hacer  inventario  de  la  vida,  la 
honra,  la  mujer,  los  hijos,  la  hacienda  y  los  demás  talentos 
dol  albedrio  y  de  hombre  para  entregárselos,  y  quizá  no  de 
mejores  ni  mas  loables  costumbres  que  otro.  En  los  principios 
de  la  antigüedad,  aquol  pueblo,  que  desde  la  creación  del 
mundo  fué  regido  y  administrado  por  Dios  ó  por  sus  vicarios 
que  había  de  sacar  de  allí  la  carne  para  su  unigénito  hijo, 
tropezando  y  dando  de  ojos  en  este  devaneo,  queriendo  aban- 
donar ol  dominio  sacerdotal,  no  reparando  é\  que  era  el  más 
piadoso  y  ajustado  á  la  razón  por  la  dignidad  más  natural  y 
legítimo  y  acomodado  de  Dios,  les  avisaron  no  sin  particular 
auxilio  do  las  calamidades  que  les  habían  de  sobrevenir  para 
esta  petición  ,  que  todas  le  salieron  ciertas ;  que  se  les  servi- 
rían de  las  vidas  de  las  mujeres  y  los  hijos,  que  usarían  con 
todo  el  poder  do  su  albedrio,  les  lomarían  las  bestias,  se  las 
arrojarían  á  sí  (que  no  dijesen  las  virtudes],  conviene  á  saber: 
la  legal  administración  en  la  justicia,  la  distribución  fiel  en  las 
mercedes,  la  templanza  en  el  poder,  la  modestia  en  los  rega- 
los, la  vigilancia  en  la  grey  y  la  observancia  en  los  preceptos 
sagrados,  la  defensa  en  la  fe,  el  culto  de  la  religión,  y  asi 
.para  que  no  nos  engañen  con  su  erección  ni  con  los  vanos 
fundamentos,  de  que  lo  heredaron  sus  príncipes  antes  y  des- 
pués de  este  suceso  todos  arribaron  á  esta  invención  por  ti- 
ranía ó  por  homícianos.  Cuando  el  varón  grande,  no  por  vio- 
lencia ni  por  usurpación,  sino  por  virtudes  ó  por  necesidad 
que  hay  de  él,  se  deja  elegir  y  se  atreve  á  investirse  los  cui- 
dados y  fatigas  de  Príncipe  y  se  convierte  en  ellos,  y  todo  en 
la  utilidad  por  las  leyes  y  por  la  salud  de  los  pueblos,  y  vela 
sobre  su  amplificación  y  descanso,  y  es  el  primero  á  lidiar  con 
los  Violadores  de  estos  derechos,  justamente  es  buen  gober- 
nador y  merece  el  tilutu  de  Rey;  mas  cuando  aquel  convierte 


3«5 

lodo  loque  le  dieron  aquellos,  toda  la  soberonlDi.el'man^  y 
su  saber  en  ocio,  vicios  y  delicias,  y  en  ser  no  más  que  el 
disfrutador  de  las  cosas  más  preciosas,  alimentándose  sin  un 
instante  de  intermisión  del  sudor  ajeno,  dándose  á  creer  que  lo 
licito  todo  le  toca  y  le  conviene,  éste,  cuando  algunos  do  los 
subditos  se  divierten  en  lo  que  quiere  que  le  pertenezca,  si  ¿I 
duerme  á  los  progresos  de  su  conservación  y  gobierno,  ce- 
diéndolos en  otro,  ¿qué  mucho  que  caiga  en  eslos  y  en  otros 
mayores  inconvenienles?  ¡  Quó  dichosas  son  aquellas  repúbli- 
cas que  se  gobiernan  por  los  viejos,  y  no  lodos  sino  los  esco- 
gidos y  los  mejores,  los  prudentes  y  los  sabios,  que  fuera  es- 
tán de  inclinarse  al  respeto  humano  ó  al  que  quiso  envanecer 
la  fortuna,  ó  al  apetito  del  que  por  que  es  mi  criado,  que  lodo 
se  lo  debo,  ó  que  todo  se  le  dé,  no  crecerán  ni  serán  más  en- 
tendidos que  otros;'pero  más  gustosos  los  pueblos,  más  per- 
durables en  su  posteridad,  más  larga  la  estirpe  de  las  fami- 
lias, sin  atrevérsele  la  invasión  de  las  naciones  forasteras  ni 
el  continuo  estruendo  y  ruido  de  las  armas  del  peligrar  ó  zo- 
zobrar en  ellos! 

Digo,  pues,  volviendo  á  nuestro  discurso,  que  no  deja- 
ron al  duque  de  Arescot  salir  por  el  retrete:  el  Protono- 
tario  le  dijo  viniese  por  la  antecámara,  y  en  estando  allí  hizo 
señas  á  U.  Francisco  Zapata,  teniente  de  la  Guarda  Española, 
que,  con  la  orden  que  tenia,  esperaba  alli  con  la  mano  y  con 
los  ojos  qué  llevarse.  Salió  aquel  caballero  suspirando  y  lleno 
de  mortal  congoja  y  aflicción,  tanto  que  causaba  lástima  el 
verte,  y  cuando  vio  á  Zapata  delante  de  si,  lo  dijo: — ¿Adonde 
ramos,  Sr.  ü.  Francisco?  El  le  respondió: — Venga  V.  E.,  el 
marqués  de  Gelbes  lo  dirá  [que  era  capitán  de  la  Guarda) ,  y 
añadió:  pienso  que  á  la  fortaleza  de  la  Alameda  de  Barajas.  A 
que  él  replicó; — Larga  será  mi  prisión;  yo  no  he  pecado.  Sacólo 
el  marqués  de  Gelbes  de  palacio  y  entregósele  al  alcalde  Don 
Juan  de  Quiñones,  que  le  llevó  á  la  fortaleza.  No  quedó  el  Rey 
gustoso  aquella  noche  de  lance  semejante,  como  suceso  nuevo, 
y  que  tal  género  de  cosas  jamás  lo  babia  usado;  porque  la  lu- 
cha del  Principe  y  del  vasallo  no  puede  ser  desazón  para  oín- 


gano,  porqufl  accidentes  somejantcs  siempre  se  remiten  al 
juicio  de  los  letrados,  y  sólo  queda  para  él  el  darle  cuenta  de 
lo  que  se  t&  obrando.  La  corte  y  toda  la  nobleza  estuvo  en 
suma  admiración:  lo  que  se  decía  de  él ,  y  todo  lo  demás  que 
se  pudo  apurar  de  esto  fué  que  habia  callado,  y  sabe  Dios  si 
hubo  de  qué  ó  fué  presunción  6  miedo,  y  haber  tomado  esta 
Iraza  para  saberlo;  lo  cierto  es,  que  aventuraron  demasiada- 
mente al  hombre,  y  que  por  entonces  fué  suerte  el  do  perder 
la  yida  del  sobresalto  y  la  congoja,  si  bien  después  la  rindió 
al  suceso.  A  la  misma  hora  en  Flandes  bizo  prender  el  mar- 
qués de  Aitona,  de  orden  del  Bey,  al  principe  de  Barbanzon, 
y  al  obispo  de  Malinas  y  á  oíros  nobles  por  las  causas  refe- 
ridas; y  huyó  el  principe  de  Nassau  á  París,  quedando  en  el 
ejército  del  rey  de  Francia,  principal  autor  y  atizador  de  este 
fuego;  pero  á  la  misma  sazoo  se  restituyó  á  la  gracia  del  rey 
Católico  el  duque  de  AgamonL 

Desnudándose  el  Rey  aquella  noche,  reféria  á  los  gentil- 
hombres  de  su  Cámara,  no  sin  compasión  y  ternura,  algo  de  lo 
sucedido  entre  S.  H.  y  el  Duque,  diciendo  le  quedaban  las  ma- 
Dos  abiertas  para  hacerle  merced  cuando  lo  pidiese  la  oca- 
sión. Al  otro  dia;  desde  la  fortaleza  le  escribió  un  papel  en  que 
(asi  lo  dicen  ]  relató  largamente  lo  que  se  le  habia  preguntado; 
de  que  dijo  el  Rey,  que  si  á  loa  principios  lo  hubiera  hecho 
no  hubiera  pasado  el  caso  tan  adelante:  fuéronle  á  ver  y  visi- 
tar los  grandes  y  caballeros  de  la  corte,  y  dentro  de  muy  po- 
cos días,  después  de  la  vuelta  del  Bey  de  Aranjuez  aquel  Abril, 
le  pasaron  á  la  fortaleza  de  Pinto,  y  siempre  con  un  guarda 
mayor  y  doce  guardas;  y  pasados  algunos  meses,  que  en  la 
mitad  del  camino  de  Madrid  y  Pinto  salió  el  Duque,  y  el  conde 
de  Olivares,  llevando  á  D.  Antonio  de  Conlreras,  del  Consejo 
Beal,  y  á  Lázaro  de  los  Ríos,  secretario  de  Cámara  y  de  la 
causa,  le  tomaron  le  confesión,  y  después  se  despidieron  ei 
Conde  y  el  Duque  alegremente  y  con  muchos  abrazos.  Hoy 
que  hace  un  año  que  se  ejecutó  este  suceso .  sin  embargo 
yace  en  la  corle  como  preso  y  retirado  sin  poder  trascender 
el  fin.  Novedad  que  tanto  admiró  el  mundo,  un  señor  rodeado 


887 

de  tantos  bienes  rerle  ahora  sin  libertad  de  su  Rey,  ni  ejercicio, 
ni  posesión  de  riquezas  y  honores  de  fortuna,  fuerade  su  natu- 
ral patria,  sin  su  mujer  é  hijos,  deudos,  criados  y  allegados; 
esto  es  ser  vasallo  en  esta  era  (fortuna  que  ban  corrido  y  cor- 
rerán mucho),  afligido  y  desconsolado,  que  hay  duda  si  que- 
dera  para  ello,  punto  que  no  carece  de  cuidado,  y  de  c¿mo 
saldrá  de  él ,  porque  tantas  cosas  podremos  remitir  al  liempo 
que  no  baste  la  vida  á  acabarlas.  Vino  un  hermano  suyo  ca- 
puchino, de  Flandes,  para  ayudarle  y  tratar  de  su  eausa ,  y 
con  este  ánimo  y  este  valor  desvaner  el  intento  y  el  haberse 
concitado  contra  su  persona;  porque  aquellos  vasallos  llevan 
mal  el  ser  gobernados  de  otro  que  no  sea  alguno  de  sus  prin- 
cipes. 

En  Alemania  proseguía  la  guerra,  sin  omitir  un  punto  de 
descanso  al  trabajo  ni  á  la  fatiga  de  los  vivientes;  con  tan  ri- 
gurosa obstinación  procedían  los  enemigos,  sin  obstarles  et  fin 
miserable  de  sus  caudillos  y  capitanes,  y  el  malogro  vergonzoso 
de  sus  trazas  y  consejo».  Los  cabos  del  ejército  del  César,  síh 
embarazo  ó  turbación  de  infidelidad,  proseguían  en  el  obrar 
con  gallardía  y  denuedo,  recuperando  las  tierras  perdidas  por 
la  maldad  de  la  cabeza,  velando  los  escuadrones  y  las  tropas 
de  cabEflleria,  en  los  lugares  y  puestos  que  las  encontraba ,  el 
conde  Matías  Gataso,  quien,  con  parte  del  ejército  imperial, 
rompió  y  degolló  la  gente  del  duque  Bernardo  de  Veimar  y  él 
se  puso  en  la  fuga.  En  los  capítulos  pasados  dije  como  ésto  es 
desoendiente  de  aquel  duque  Juan  Federico  de  Sajorna,  que 
alterando  la  Alemania  y  el  Landgrave  en  los  tiempos  gloriosos 
del  grande  emperador  Carlos  V,  poniendo  cada  uno  de  su 
parte  y  en  apoyo  de  su  opinión  potentísimos  ejércitos,  el  do 
Sajonia  para  echar  al  emperador  de  Alemania,  el  César  para 
constreñirle  y  forzarle  á  la  obediencia  de  ta  Religión  Católica 
y  suya,  fué  desbaratado  y  preso  después  de  haber  pasado  el 
Atbis  y  dado  los  Estados  á  su  hermano;  y  tal  memoria  y  cas- 
tigo vive  en  la  sangre  de  los  descendientes,  que  hoy,  con  la 
moción  de  tantos  enemigos  y  otras  calamidades  de  nuestra  na- 
cion,  se  han  abierto  puertas  para  la  venganza,  y  les  ha  parecido 


propÜsilo  éste  tiempo  para  atrevéreenos  con  la  injaría  y  ¡as 
armas.  Estos  sucesos  y  otros  pretendíanse  por  el  francés  en 
Flandes  y  en  Italia  contra  los  designios  y  materias  del  rey 
Católico  y  contra  la  seguridad,  teniendo  entre  manos  algunos 
muy  importantes,  como  veremos  en  su  lugar,  y  deseando  con- 
ducirlos con  fortuna  á  su  asiento  y  esfera,  porque  habían 
de  conseguirse,  no  sin  mucho  afán  y  fatiga  y  contra  los  per- 
versos dictámenes  de  los  malos,  y  so  habia  de  proteger  contra 
ios  vientos  de  Iüs  ambiciosos,  tanto  con  la  industria  como  con 
la  espada,  y  se  habian  de  contrastar,  sin  embargo,  sus  ardides 
y  cautelas  por  muchos  y  por  muy  varios  caminos  hasta  arri- 
bar á  pesar  suyo  al  fin  conveniente,  y  pretendiendo  con  orden 
particular  que  se  les  envió  para  ello,  necesilando  para  todo 
como  Principe  cristiano  de  tas  ocurrencias  del  cielo  y  del 
auxilio  divino.  Los  embajadores  del  Rey  en  Boma,  hablaron 
otra  vez  al  Papa  pidiendo  la  promulgación  de  un  jubileo  en 
toda  la  cristiandad  para  los  buenos  sucesos  de  ella;  conce- 
dióle y,  más  humano  el  Papa  á  nuestras  cosas,  un  socorra 
de  iOO.OOO  escudos  para  las  guerras  de  Alemania,  echando 
sobre  todas  las  rentas  de  los  eclesiásticos  en  el  Estado  de  la 
Iglesia  dos  escudos  por  un  año  sobre  cada  ciento  de  renta. 

£1  príncipe  Tomás,  hermano  de  Viiorio,  duque  deSaboya, 
desabrido  con  él,  no  tanto  por  la  liga  con  el  francés,  como 
por  haber  consentido  una  afrenta  tan  grande  como  tener  fran- 
ceses en  Piñarolo  y  otras  plazas  en  forma  de  presidio  y  sujeción, 
cosa  que  ninguno  de  sus  pasados  sufrió  antes  que  se  le  toma- 
seo  por  armas;  por  esto,  y  oíros  particulares  suyos  que  entre 
hermanos  nunca  fallan,  ganado,  pues,  por  algún  fin  pretendido 
6  de  necesidad  ó  de  agradecimiento  por  los  beneficios  en  eras 
lan  antiguas  y  presentes  hechas  á  sus  hermanos ,  dejó  su  tierra 
y  domicilio,  y  el  Duque,  su  hermano  (y  plegué  á  Dios  que  no 
fuese  con  ardid  de  espia,  por  lo  poco  que  duró  en  el  servicio 
del  Rey],  y  llevando  la  princesa  de  Cariñano,  bija  del  conde 
do  Suasons,  de  la  sangre  real  de  Francia ,  pero  al  fin  de  esta 
nación,  y  ellos  saboyanos,  pasó  ai  Eslado  de  Hilan  para  que 
quedase  alü  por  cuenta  del  Rey  y  á  cargo  de  los  gobernado- 


rrá,  jr  el  Príncipe  pasó  á  Flaodes  ¿  servir,  aT  miüño  tiempo 

quo  por  curiosidad  de  ver  lierras  y  naciones  eitranjeras. 

Ladislao,  hermano  del  rey  de  Polonia ,  primo  hermano  de 
S.  A.  el  infante  D.  Fernando,  porque  las  madres  de  ambos 
eran  hermanas,  hijas  de  Carlos,  archiduque  de  Austria,  y  de 
Haria  de  Baviera,  en  Estiría,  afecto  por  sangre  y  por  religión  á 
los  principes  de  aquestas  augustísimas  Casas,  pasó  también  no 
té  con  quó  intento:  quién  dice  (así  nos  lo  mintieron]  que  de- 
seaba por  esposa  á  la  princesa  de  Astillano  y  meter  los  pies 
en  el  reino  de  Ñapóles.  Los  ardides  y  cautelas  de  nuestros  dias 
andaban  tan  vivos  rodeando  nuestras  Corones ,  que,  por  ios  mu- 
chos que  hemos  tocado,  no  se  admirará  nadie  ni  lo  tendrá  por 
dislates!  reparamos  en  esta  peregrinación.  Hospedóle  el  In- 
fante magniGcamente  por  algunos  dias,  bisóle  muchos  y  muy 
ricos  presentes,  dióle  seis  caballos,  y  joyas  á  los  que  le  acom- 
pañaban ,  y  despedido  de  allí  aquel  Principe,  con  el  agradeci- 
miento que  era  justo  á  la  generosidad  del  hospedaje,  regoci- 
jado sumamente  con  justa  admiración  de  las  heroicas  partes  y 
virtudes  de  aquel  Príncipe,  caminó  á  Alemania;  quién  dice 
que  á  hallarse  en  el  ejército  del  Emperador,  si  bien  en  cuanto 
hemos  leido  de  aquella  jornada,  desde  el  Danubio  hasta  el 
Rhin,  no  he  visto  que  ninguno  de  los  escritores  haga  mención 
de  Ladislao,  hermano  del  rey  de  Polonia,  en  ningún  regi- 
miento de  caballería;  y  lo  cierto  es,  que  más  aína  se  encami- 
naría á  Cracovia ,  corte  de  aquel  Rey,  ó  á  otra  ciudad  de  Po- 
lonia á  descansar  del  largo  viaje  y  de  sus  discursos;  lo  cierto 
es  que  la  sangre  y  las  riquezas  de  aquella  Príocesa  podían 
muy  bien  solicitarle  el  corazón. 

Persistían  á  esta  hora  los  franceses  en  el  sitio  de  Brisac,  en 
la  Alsacia.  En  Piíerto-Ríco,  que  no  hay  parte,  por  remota  que 
sea,  que  no  eiperimente  las  iras  sanguinosas  de  muerte,  en  la 
isla  de  San  Juan ,  situada  en  el  Occidente  en  el  principio  de  la 
Isla  Española,  el  gobernador  Brochero  tomó  en  Puerto-Rico  á 
los  corsarios  de  Holanda  trece  urcas  de  á  50O  toneladas  cada 
una:  éstos,  con  la  comodidad  de  lo  que  han  ocupado  en  el 
Brasil  y  laansiadeestableceralli  plaza  de  armas  para  loa  robos 


870 

y* usurpaciones  He  ambas  Indios,  y  llegarse  más  á  la  Habana 
para  acometer  á  sus  tiempos  las  Ilotas  y  galeones  de  la  plata, 
no  sólo  se  contentan  con  lomar  puertos  tan  considerables,  9Íno 
{jue  reconocen  las  Islas  menores  y  despobladas  de  aquellos 
rumbos,  y  á  las  que  tienen  alguna  población  las  asaltan,  y 
en  las  que  no,  la  pretenden  establecer  y  fundar  do  sus  gentes, 
fabricando  fuerlos  en  ellas,  aunque  de  obra  muelle  y  delez- 
nable, como  lo  han  hecho  en  la  isla  de  San  Cristóbal  y  en  la 
de  San  Martín,  do  que  han  sido  arrojados  tantas  veces  por 
D.  Fadrique  de  Tolelo  y  algunos  de  nuestros  capitanes,  á  pro- 
pósito y  no  para  otro  fin  que  para  ser  ladrones  (vicio  prin- 
cipal de  la  ^irania),  como  se  lo  enseñaron  sus  abuelos  y  ellos 
lo  siguen  y  decoran  su  imitación. 

Como  nuestros  decretos,  aunque  encaminados  por  necesi- 
dad forzosa  y  otras  materias  de  calidad  que  lo  piden,  á  quo 
siempre  están  sujetas  grandes  monarquías,  son  gobernados 
por  la  violencia  ánies  que  por  la  templanza,  y  de  ordinario 
caminan  á  derogar  el  sagrado  de  los  fueros  y  ó  pervertir  ios 
derechos  de  la  libertad  (merced  de  la  naturaleza  y  del  cielo), 
no  es  mucho  quo  los  más  de  ellos  no  surtan  la  utilidad  que 
se  desea;  antes  al  contrarío,  obligan  á  atentar  contra  la  ma- 
jestad, acción  que  aunque  so  lavo  con  sangre  resfria  el  amor 
de  los  vasallos  con  tales  inconvenientes,  y  á  que  se  pueda  tur- 
bar la  tranquilidad  y  el  sosiego  y  la  armonía  prudencial  del 
gobierno. 

El  atrevimiento  de  los  naturales  de  Bilbao  (de  algunos  de 
ellos  digo,  y  los  más  plebeyos,  quo  siempre  hablé  con  res^ 
peto  de  la  nación  vizcaína,  porque  tales  marineros  y  solda- 
dos, tales  hazañas  y  su  tan  antigua  fidelidad  es  justo  que  la 
venere  la  pluma,  y  antes  que  en  el  vituperio  proceda  en  su 
alabanza),  digo  quo  el  atrevimiento  de  Bilbao,  apuntado  en  lo 
de  atrás  y  comunmente  entendido  do  todos,  como  á  entrar 
en  hs  casas  do  los  ministros,  romper  las  Cédulas  Reales  y 
otras  amenazas  y  extorsiones  cometidas  sin  reparo  y  respeto, 
como  cosa  tan  pública,  si  bien  se  disimuló  por  algunos  días 
DO  durmió  el  castigo,  que  aunque  confinante  con  la  Francia  en 


371 

tiempos  tan  revueltos,  para  el  ejemplo  de  las  otras  fronteras  no 
quisieron  disimularles  la  bravura  nj  la  confianza;  aviso  que  se 
tlaba  ¿  los  catalanes  para  que  se  mejorasen  de  sentimientos: 
finalmente,  se  resolvió  en  el  remedio,  porque  en  otras  ocur- 
rencias forzosas  (como  dije]  á  la  calidad  de  buen  guerrero  no 
despertasen  mayores  alteraciones,  y  no  se  hizo  sin  junta  parti- 
cular y  consejo.  Varios  modos  se  discurrieron  y  á  qué  justicias 
se  comeieria:  quisieron  enviar  á  algún  alcalde  de  Corte,  de 
Castilla;  mas  pareció,  por  los  más  atinados,  lo  ejecutase  alguno 
de  la  nación,  con  el  auiilio  y  resguardo  de  bs  nobles,  porque 
no  reclamasen  segunda  vez  sus  fueros  y  privilegios,  y  que 
so  les  castigaba  con  justicias  forasteras.  Encargóse  mucho  el 
liento  en  este  caso,  y  examinar  cautamente,  antes  de  entrar  en 
el  castigo,  el  ánimo  de  los  más  fieles:  á  los  nobles  se  les  dijo 
era  fealdad  que  delante  de  si  y  á  sus  ojos  pocos  hombres,  y 
esos  plebeyos  y  sin  prendas,  se  hubiesen  atrevido  á  contras- 
tar las  órdenes  del  Rey  y  el  mayor  blasón  de  su  calidad  por 
estar  á  cargo  suyo  y  de  su  sangre  este  dictamen;  que  le  hi- 
ciesen rostro,  amparasen  los  oficiales  de  la  justicia,  en  cuyo 
fundamento  consistía  toda  su  seguridad  y  consonancia  de 
buen  gobierno,  que  castigasen  severamente  los  agresores  y 
diesen  todo  ejemplo  de  fidelidad  á  los  vecinos.  Hallando,  pues, 
calor  en  los  mejores  de  la  provincia,  se  resolvió  el  negocio  y 
encargó  la  ejecución  al  duque  de  Ciudad-Real,  nieto  de  Don 
Juan  Idiazquez;  y  este  caballero,  sabiendo  la  voluntad  del  Rey, 
pronto  como  siempre  á  su  servicio  y  como  sus  pasados,  á 
los  20  de  Abril  entró  disimuladamente  en  la  villa  de  Bilbao, 
tratando  más  de  fiestas  y  de  ser  recibido  que  de  otro  ningún 
cuidado,  ni  de  darle  á  los  naturales.  Pasados  algunos  dias, 
y  cuando  lo  pedia  la  ocasión ,  comenzó  á  rondar  todas  las  no- 
ches como  Alcalde  ordinario  en  aquel  distrito,  y  hallando  que 
los  alborotadores  se  estaban  con  la  libertad  que  antes,  y  más 
licenciosos  en  el  hablar  y  traer  armas  prohibidas,  fué  pren- 
diendo algunos  de  los  que  topaba  después  de  la  hora  señalada, 
y  mostrando  rigor  con  ellos,  en  pocos  diae  los  redujo  debajo 
de  temor,  desvaneciendo  los  discursos  de  los  recelosos  que 


372 
lemian  el  castigo  y  esperaban  la  enmienda,  deshaciendo  las 
sospechas  cuando  veían  echaban  algunos  de  la  cúrcel ,  asegu- 
rando por  aqui  los  Iransgresorcs  y  culpados,  y  man  teniéndolos 
más  Brmemente  en  el  descuido  de  sus  conciencias.  A  los  ocho 
dias  de  su  llegada,  ncudiú  leda  la  gente  principal  del  señorío  á 
ofrecérsele  para  lodo  lo  que  les  quisiese  mandar  en  servicio  da 
S.  H.:  eran  muy  ordinarios  en  estas  recomendciciones,  y  con 
gran  fervor  en  ocho  ó  diez  de  los  más  calilicados;  asistiendo 
al  ayuntamiento  y  hallándose  al  salir  el  Duque  de  su  casa 
para  acompañarle;  costumbre  y  estilo  antiguo  que  tienen  y 
han  tenido  con  los  predecesores  suyos,  dueños  de  las  casas  de 
Buitrón  Y  Mujica.  Viendo  que  todos  se  le  ofrecían  llanamente  y 
con  deseo  y  calor  de  castigar  la  plebe,  que  habia  cobrado  más 
orgullo  del  que  convenia,  para  la  malicia  de  algunos  trató  de 
declararse,  y  dijo :  que  si  S.  H,  se  sirviese  de  hacer  alguna  de- 
mostración en  los  actores  del  desorden  pasado,  y  de  la  rotura 
de  las  cédulas  de  cómo  se  habia  de  vender  y  distribuir  la  sal, 
todo  hombre  de  calklad  y  de  obligaciones  y  del  origen  y  san- 
gro de  las  nobles  y  antiguas  familias  do  Vizcaya ,  debiera  asis- 
tir con  prontitud  á  la  ejecución  y  la  ley  de  vasallo,  pena  de 
faltar  al  Principe,  asi  y  á  la  patria,  que  no  tiene  más  valor 
que  el  que  lo  da  la  autoridad  real.  Fué  bien  admitida  la  plá- 
tica; con  que  asegurado  de  la  mayor  parte  de  toda  la  nobleza 
y  de  (Duchos  del  pueblo,  y  reconocidos  los  bulliciosos,  alistó  los 
que  habia  de  una  parte  y  otra,  y  halló  que  eran  tnás  y  mejo- 
res los  fieles;  con  que  persuadió  al  Corregidor  y  á  los  demás 
ministros  y  criados  del  Rey,  que  estaban  en  Bilbao,  que  trata- 
son  de  castigar  los  deservidores,  que  era  obligación  precisa  de 
la  lealtad  y  de  la  sangro,  asegurándoles  que  sin  riesgo  ninguno 
ee  podía  hacer.  No  fué  esto  muy  fácil  de  dar  á  entender  al 
Corregidor  ni  de  hacerle  venir  en  ello,  por  el  recato  que 
siempre  debe  conservar  un  gobernador  en  los  motivos  de  cas- 
ligar,  temiendo  el  Gn,  particularmente  en  hombres  de  ánimo 
feroz  y  duros  de  corregir,  y  más  cuando  son  dados  con  dema- 
siado calor  á  resguardarac  en  el  sagrado  de  las  leyes  con  que 
se  eolregaron  al  Prmcipe;  no  sea  que  de  no  salir  bien  con  él 


373 

so  le  prohije  el  suceso  bí  fuere  adverso,  porque  no  dejan  de 
ser  de  cuidado  tales  remedios  por  la  noticia  de  loe  ejemplares, 
y  porque  el  Corregidor  y  los  demás  habían  visto  y  oído  tañías 
■Dicnazas  á  sus  ojos  y  tantos  tos  que  eran  malos,  que  ponía 
en  duda  el  oslado  de  las  dos  balanzas  y  el  poder  hacer  juicio 
de  ellas;  poro  sin  embargo  de  lodo  esto,  le  parccia  á  él  que 
era  mayor  el  número  de  los  malos  que  el  de  los  buenos. 
Viendo  el  duque  de  Ciudad-Roal  que  si  se  dilataba  la  ejecu- 
ción se  aventuraba  el  suceso  y  el  servicio  del  Rey,  que  era  lo 
más  que  se  pretendía,  esperando  por  horas  la  satisfacción  del 
atrevimiento,  y  que,  como  se  babia  experimeniadoel  año  an- 
tecedente, por  no  acudir  con  brevedad  al  remedio  se  podrian 
aumentar  diOcultades  difiriéndolo  á  más  simples  dilaciones, 
hizo  con  esfuerzo  instancia  por  escrito  al  Corregidor,  tomando 
sobre  sí  el  ries-jo  y  seguro  de  los  ministros,  y  de  salir  á  su 
defensa,  afirmando,  con  razones  que  díó  para  ello,  que  la  eje- 
cución seria  con  toda  quietud;  con  que  no  pudieron  dejar  de 
condescender  con  sus  pretextos,  no  obstante  que  suá  temores 
eran  grandes  y  tenian  señales  en  qiie  fundarse.  Ya  les  parecía 
que  se  alteraba  la  provincia,  que  se  mctia  lodo  al  fuego  y  á 
la  desolación,  y  que  veian  sus  casas  y  haciendas  abrasadas. 

Resuelto,  pues,  esto  á  23  do  Mayo,  salieron  lodos  aquella 
noche  á  rondar  la  villa,  el  Duque,  el  Corregidor  y  su  secreta- 
rio, sin  otra  gente  ni  resguardo,  por  no  dar  que  sospechar;  de- 
terminaron con  esto  la  forma  que  se  habia  de  tener  en  pren- 
der los  delincuentes,  y  fué  á  las  cuatro  de  la  mañana  y  echó 
un  bando,  en  que  se  mandaba  á  todos  los  vecinos  que  nin- 
guno saliese  do  su  casa,  pena  de  la  vida.  Dlóse  orden  á  los 
cabos  de  las  calles,  que  son  como  capitanes,  que  cada  uno  sa- 
liese con  la  gente  de  su  callea  nueve  puestos  señalados,  porque 
impidiesen  la  salida  y  entrada  do  la  villa.  A  esta  misma  hora 
acometieron  hacer  las  prisiones  D.  Alonso  de  Üría,  oidor  de 
Méjico,  y  D.  Jerónimo  de  Luna,  alcalde  de  hijosdalgo  de  Gra- 
nada, como  lo  tenian  ordenado ,  y  fueron  á  casa  del  Corregidor 
á  la  misma  hora,  poniendo  dos  compafíias  de  guardia  para  la 
seguridad  de  sus  personas.  No  durmió  el  Duque  aquella  noche 


874 

ai  se  recogió  &  su  casa;  rondando  hasta  cerca  del  día ;  y  tor-- 
Dando  á  su  casa,  á  aquella  hora  volvió  á  salir  en  cuerpo  con 
una  bengala  on  la  mano  acompañado  de  nueve  cabalieroi, 
D.  Francisco  de  Aguirre  y  Álava,  D.  Pedro  Idíaqucz,  el  li- 
cenciado Juan  Buzquitio,  D.  Martin  do  MuTiibe,  D.  Gaspar  de 
Aldalpe,  D.  Amonio  de  Mujica,  D.  Lope  do  Basurto,.  D.  Amonio 
de  Buitrón,  y  D.  Jitan  de  Bibetana,  teniente  de  preboste  ma- 
yor, sus  criados  y  algunos  alguaciles;  excusando  á  los  demás 
caballeros  de  la  villa  porque  estuviesen  prontos  á  aaiir  con  la 
gente  do  su  calle  cuando  fuesen  llamados. 

Dispuesto  lodo  en  esta  Forma,  cerraron  con  las  casas  délos 
reos,  prendieron  dos,  derribándoles  las  paertas,  y  buscáronse 
los  que  desnudos  se  habían  escondido  al  primer  sobresalta  y 
raido,  pues  no  viviau  sin  temor  de  lo  que  les  había  de  suce- 
der, porque  casos  tales  jamás  los  dejó  la  razón  sin  castigo:  es- 
capáronse  dos  y  otro  fué  cogido  en  su  cama¡  prendieron  otros 
tres,  porque  era  el  buscar  en  diversas  estancias  con  las  manos 
de  los  que  eran  llamados  ¿  la  ^uardlti  de  las  calles  que  ha- 
bian  acudido  á  sus  puestos  señalados.  Los  doce  regidores  de  la 
villa  y  el  procurador  general  salieron  á  la  hora,  viendo  el  es- 
tado que  tenia  el  hecho  y  la  revolución  de  la  tierra,  con  sus 
armas  de  fuego,  pero  á  tiempo  que  ya  estaban  hechas  las  pri- 
meras prisiones. 

Vióse  allí  la  fidelidad  de  muchos  en  el  acudir,  ea  la  pres- 
teza en  ponerse  al  lado  del  Duque  y  de  las  justicias,  en  la  obe- 
diencia de  las  órdenes,  en  ponerse  \os  más  estirados  con 
prontitud  al  riesgo,  á  la  defensa  de  la  causa  del  Rey  y  pública 
contra  los  turbadores  del  sosiego,  en  que  se  descubrió  la  gran 
fineza  de  la  nación ;  estimando  más  aína  la  lealtad  al  Principe 
que  la  entera  observancia  de  sus  fueros  eo  aquella  ocasión. 
Avisaron  dias  ánies  á  algunos  clérigos,  alentados  en  casos  tales 
y  con  mayor  ardor  que  los  legos,  que  hiciesen  fuga.  Respon- 
dieron que  si  el  Rey  los  quería  castigar,  querían  más  aina  mo- 
rir en  la  patria  que  no  vivir  fugitivos  y  dilineuenles  en  la  fe, 
y  muchos  de  los  sospechosos  no  se  movieron ,  fundados  en  esta 
misma  opinión  3  esperanza ,  y  resolvieron  esperar  eo  sus  casas 


375 

conocidos  por  reos,  quizá  confiados  en  la  lisia  de  aus  fueros  y 
franquezas,  que  ellos  intitulan  libertades  por  guarecerse  en 
ellas;  pero  esta  vez  se  les  pretendió  hacer  delito,  porque  la 
ira  del  Principe  en  estos  hechos  es  de  mayor  poder  que  aque* 
líos  títulos,  y  los  deroga  cuando  so  ve  la  majestad  ofendida 
j  como  raudal  impetuoso,  originado  de  tempestad  horrenda, 
derriba  los  cimientos  más  levantados  y  echa  por  tierra  los 
homenajes  de  la  nobleza. 

Presos,  pues,  los  actores,  á  las  siete  de  la  mañana  fué  el 
Corregidor  á  la  cárcel ,  fulminó  proceso,  y  concluida  la  causa 
condenó  á  muerte  á  seis  de  ellos:  al  licenciado  Morga  y  Sara- 
bia  y  Juan  de  la  Puente,  y  al  secretario  del  Señorío  Martín 
Ochoa  de  Jaravide,  y  dieron  garrote  en  la  cárcel  á  Juan  de  la 
Rabaster  y  á  dos  hemanos  llamados  Vizcaiganos,  los  más  va- 
lientes del  común,  y  ahorcaron  públicamente  en  la  plaza  loa 
primeros,  que  fueron  de  los  incitadores  y  los  que  movigron  al 
atrevimiento  con  dos  que  se  huyeron,  cuyos  nombres  fueron 
Diego  do  Arta  y  Martin  de  Arauco.  A  un  clérigo  llamado  Ar- 
mona  quisieron  haber  á  las  manos,  mas  él  se  dio  tanta  dili* 
gencia  que  libró  en  sus  pies  su  salud.  Fué  ejecutado  este  cas- 
tigo, no  sin  miedo  ni  confusión  de  los  naturales,  á  24  de  Mayo, 
antes  de  anochecer,  en  la  plaza  pública  y  en  la  cárcel,  con  gran 
quietud  y  silencio  de  la  gente  popular,  hallándose  el  Idiaqucz 
á  la  vista  de  todo  para  mediar  cualquiera  accidente  y  dar 
autoridad  á  la  justicia. 

Refieren  las  memorias,  que  aquel  castigo  le  pidió  Viz- 
caya, y  es  muy  de  creer  de  la  fidelidad  de  familias  y  casas 
tan  grandes,  ejercitadas  por  tantos  siglos  en  la  fe  y  en  clamor 
de  su  Principe  con  hechos  y  hazañas  dignas  de  la  perpetuidad 
del  bronce.  Las  prisiones  hizo  la  villa  de  Bilbao,  y  en  su 
nombre  el  duque  de  Ciudad-Real  con  su  Alcalde,  y  la  causa 
sentenció  el  Corregidor  y  la  ejecutó  el  teniente  de  preboste 
mayor  y  dos  secretarios  del  número,  sin  que  interviniese  en  su 
jnrisdiccion  ninguna  de  las  justicias  forasteras  ni  de  fuera  del  Se- 
fiorio,  que  fué  alguna  parte  de  consuelo  que  les  quedó  á  los  es- 
carmentados, y  que  en  esto  se  les  guardasen  sus  preeminencias, 


9tt 

aDhafiDiTo  m£s  aína  por  esto  que  por  la  vida?  Dieapites  de  la 

lempestad  se  vio  claro  y  sereno  el  cielo,  y  se  les  envió  al  Di- 
putado general  á  decirles,  que  S.  M.  les  relevaba  del  decreto  de 
la  sal  y  quería  no  se  entendiese  con  ellos,  y  que  de  nuevo 
les  confirmaba  sus  fueros  inviolablemente  y  daba  perdón  ge- 
neral á  los  demás  culpados;  con  que  se  alegró  la  tierra  y 
ellos  lo  celebraron  con  Gestas.  Restituyéronse  a  Bermeo  más  de 
cien  marineros  que  se  hallaron  en  la  revolución,  y  volvieron 
algunos  fugitivos  á  sus  casas.  Este  fin  tuvo  este  arbitrio  alli ,  y 
en  nuestra  tierra  que  clamó,  por  ser  excesivo,  con  las  voces 
que  por  su  carestía  daban  los  pueblos  y  contratantes,  y  aun- 
que se  bajó  á  razonable  precio,  todavía  pareció  pesado,  por 
haber  pocas  cosas  que  no  necesiten  de  este  condimento;  y  de 
esta  manera  castigáronse  en  Vizcaya,  con  esta  severidad, 
prontitud  y  prudencia,  los  delitos  contra  la  majestad. 

De  aquí  se  pasó,  después  de  largo  conocimiento  de  su 
causa  en  el  Consejo  de  las  Indias,  á  castigar  al  general  D.  Juan 
deBenavides,  por  la  pérdida  de  la  flota  de  Nueva  España: 
jueves  á  26  de  Hayo  le  sacaron  de  Carmena,  donde  había  te- 
nido su  prisión,  y  le  llevaron  á  Sevilla;  y  alli,  públicamente, 
á  D.  Juan  de  Leos,  su  Almirante,  echaron  al  PeBon  perpe- 
tuamente, donde  también  acabó  la  vida.  ¡  Ejemplo  para  aque- 
llos que  pudiéndola  sacrificar  al  valor  y  á  la  honra,  cuando  se 
acompaña  con  el  derecho  divino,  y  al  aliento  militar  de  sol- 
dado, no  la  rindan  á  la  vileza  y  descrédito  de  la  cobardía,  y 
podiendo  morir  á  la  hidalguía  del  plomo  y  de  la  pólvora  no 
la  abatan  á  la  villanía  del  cadalso  y  del  cuchillol 

Aquel  espectáculo  que  acabamos  de  referir  se  recitó  en 
Vizcaya;  aquel  horror  que  por  tales  sucesos  queda  en  el  cora- 
zon  de  los  subditos,  así  en  aquellas  como  en  estas  coronas, 
que  por  más  que  sean  justos  no  ayudan,  antes  resfrian  el 
amor  y  los  afectos  para  con  el  Príncipe,  por  los  motivos  que  se 
les  da  para  ello;  aquellas  muertes  y  aquellos  asombros,  cuando 
no  la  incertídumbre  de  los  fines  á  dar  causas  á  mayores 
riesgos,  todo  digno  de  reparo  en  sujeto  dotado  de  prudencia, 
no  refrenaron  la  sed  del  gobernador  en  el  exceso  de  tos  trí- 


377 
butos;  tocando  ya  esto  nii'is  que  en  nccosidad  en  vicio,  y  dando 
por  causa  que  el  Rey  ha  de  ser  ci  sobrado  y  no  ol  vasallo,  quQ 
no  se  podia  venir  á  buena  paz  si  no  es  haciendo  buena  guerra, 
y  que  ¿sla  habia  de  ser  á  su  costa,  introduciendo  los  pechos 
do  Castilla  en  los  demás  reinos,  y  que  ellos  se  gobernasen  por 
nuestras  leyes,  entrándose  por  aquí  ú  la  coadyuvacion  de  to- 
dos; cosa  notablemente  rara  ¡Y  que  este  intento  no  diese  cui- 
dado y  no  hiciese  reparar  el  despeñarse  de  temerario!  Ila- 
cianse  estas  llagas  y  esperábanse  mayores  y  la  destrucción 
de  todo  yerro  digno  do  corregir,  porque  teniendo  el  Roy  to- 
dos sus  haberes  y  rentas  de  la  industria  y  fatiga  de  los  vasa- 
llos, si  ellos  están  fallidos  y  no  tienen  que  le  dar,  ¿de  dónde  lia 
de  estar  rico?  De  suerte  que  tan  digno  es  esto  de  reparo  como 
de  tener  reino. 

El  oGcio  de  Rey  no  es  otra  cosa  que  una  imitación  del 
labrador  de  tierras,  ora  sea  en  estn  ó  en  aquella  mies:  si  éste 
con  mano  artificiosa,  después  de  la  cultura,  sabiamente  dis- 
tribuyere el  grano,  cogcrálo  cien  veces  multiplicado  (lee* 
cienes  del  Evangelio);  y  si  suspendiere  la  labor  y  la  dejase 
desierta ,  será  desfraudador  de  sus  mismos  bienes.  Quien 
quisiere  soldados,  capitanps,  gobernadores,  marineros  y  do- 
mésticos, beneficielos;  quien  quisiera  empresas,  victorias  y 
otras  buenas  fortunasen  mar  y  tierra,  solicítelas  con  los  pre- 
mios ,  que  eso  es  aumentarse,  y  fsecOrclo;  quien  quisiere  mi- 
llones, siémbrelos  para  que  se  los  vuelvan  á  dar,  y  aunque 
aprecio  no  sea  todo,  en  los  forasteros  que  muchas  veces  con 
capa  de  afectos  ó  de  amigos  fingidos  se  los  usurpan,  y  más 
cuando  allí  no  se  coge  lo  que  so  siembra  ó  no  se  siembra 
pues  no  se  coge. 

Digo,  pues,  que  aquel  suceso  de  Vizcaya  no  refrenó  la 
sed  del  gobernador  en  el  exceso  de  los  tríbulos:  despertó 
uno,  y  l6  publicó,  de  que  todo  lo  que  se  vareaso  en  los  mer- 
caderes, así  en  telas,  lienzos  y  sedas,  rindiese  el  dozavo  y  se 
quítase  á  la  vara.  La  confusión  en  la  corto  y  en  los  demás 
pueblos  sobre  cómo  se  hablan  de  haber  con  él  y  cobrar  esto 
tributo  ero  notable.   Luego  al  punto  se  cerraron  las  puertas 


878 

aélos  mercacteres,  embarazándoles  el  comercio  y  midiéndoles 
cuanto  tenian  en  las  tiendas,  con  aviso  que  había  de  ser  cada 
mes:  extorsión  gravísima,  pues  lodos cuarilos  mancebos  tenían 
para  el  despacho  eran  menester,  y  muchos  más,  para  atender 
á  esto;  con  qUe  fracasaba  la  industria  y  el  poderse  aumentar, 
quebraban  los  tales,  y  aunque  desoló  esto  impulso  lodo  faltaba, 
ya  «I  estudio  no  era  otro  entro  los  artilices,  por  redimirse  do 
la  vejación,  sino  cómo  se  malearían  las  mercadurías,  las  tra- 
mas y  sedas,  y  que  quedasen  los  compradores  dagniGcados  en 
el  precio  y  en  la  materia.  Replicaron  los  ciudadanos  á  esto, 
como  interesados  en  lo  que  les  pertenece .  del  gobierno  y  co- 
mercio, y  cerráronse  las  puertas.  Quisieron  para  apretar  más 
la  codicia,  hasta  esprimir  la  sangre,  sellar  los  telares  de  los 
tejedores  y  lo  que  80  lejía.  Scgovia  no  lo  llevó  á  bien,  y  los 
do  Toledo,  en  número  do  600 ,  fueron  al  ayuntamiento,  y  con 
voces  y  amenazas,  en  forma  de  tumulto  o  conmoción  ,  dijeron 
DO  se  sellasen  los  telares,  y^uspendieron  la  labor;  daño  ptor 
quo  el  tríbulo,  porque  el  ocio,  como  nos  lo  habla  la  experiencia 
y  nos  tiene  insinuado,  sólo  Ríales  y  peligros  acarrea.  Dicen  que 
quisieron  arremeter  á  las  casas  del  ñogidor  y  Jurado  quo  lo 
votó  para  quemarlas,  porque  los  dueños  estaban  en  Madrid 
con  el  reino  junto  en  Cortes:  con  que  se  suspendió  la  orden  y 
el  arbitrio,  y  lo  que  cslo  podía  montar  so  cclió  en  el  vino,  y 
la  vara  se  restituyó  á  su  antiguo  ser.  Tras  este  suceso  salió  un 
decreto  en  que  no  se  pagíisen  los  salarios  este  año  á  níoguti 
consejero,  secretario  ni  otro  ministro,  quo  se  los  librarían  en 
ciertos  pedidos  quo  habia  concedido  ei  reino  demás  de  los  or- 
dinarios, los  cuales  nadie  los  hiibia  querido  comprar,  ni  los 
asciitislas,  ni  hombres  de  negocios,  ni  otro  alguno  do  los  quu 
andan  con  su  dinero  á  emplearlo  los  liabia  querido  admitir 
ni  dar  un  real  sobre  ellos,  por  la  dificultad  de  su  cobranza  y 
porque  apenas  podía  ser  de  efecto  ni  liabia  suslanña  en  los 
primeros.  Aunque  cslo  parece  quo  podía  alegrar  al  pueblo, 
por  las  muciMS  riquezas  que  esios  tienen  (de  los  consejeruü 
digo),  de  grandes  fábricas,  de  casas,  posesiones,  juros,  compras 
de  lugares  y  de  tierras,  cuando  en  sus  pi  incipios  no  tenían  za- 


palos,  y  aun  se  lolcrnra  esto  sí  no  fuero))  soberbios  y  presun- 
tuosos y  se  cODOCiclan  y  tuvieran  huinililaü;  poro  todavía 
corno  influencia  de  quitar,  que  siempre  estaba  flechando  y  pen- 
diente sobro  nuestros  cuollos  como  )  ugu  inlolerablo  y  pcsodo, 
daba  que  hablar  y  que  gemir  á  algunos  de  ellos,  y  los  mejores 
por  desvalidos,  que  £Ín  duda  niní-ut)^  los  Imy,  no  podi 
callar  que  no  hay  buenos,  que  seria  [leligrar  en  la  justicia  lo 
contrarío  y  también  en  no  decirlo.  ScniÍanlo,ljnalmctite,  aque- 
llos, porque  sus  hijos  y  sus  mujeres  sólo  pcudian  de  esto;  y  en 
sus  casas  y  en  las  de  akera  so- les  vcia  sin  afectar  pobreza  y 
necesidad  que  esto  les  liabia  de  hacer  falla.  Los  acrecentados 
y  socorridos  continuamente  do  diversos  gajes  y  ayudas  Ao 
costa,  porque  entran  en  muchos  consejos  y  otras  inteligencias 
secretas  que  no  faltan  á  los  mañosos  y  entremetidos,  que  coq 
tener  en  una  picia  baja  suya,  donde  reciben  á  los  n«goc¡anles, 
unos  lampazos  antiguos  y  unas  sÜlas  viejas,  y  aun  no  colora- 
das, piensan  que  hemos  de  creer  en  su  fulta  de  hacienda,  reci- 
biéndola por  muchas  partes  y  por  inmensos  conductos,  com- 
prando muy  gruesos  juros  y  ricas  alhajas,  sobrando  en  su  casa 
cuantos  regalos  y  delicias  ha  inventado  la  gula,  que  se  comen 
en  secreto  y  aun  se  venden  en  las  plazas  i)úbl¡ca3,  no  tra- 
tando por  esto  de  modiGcar  los  precios  á  las  cosas  ni  su  am- 
bición; labrando  pueblos  en  los  contornos  do  Madrid  y  en  sus 
lugares,  donde  piensan  que  nadie  to  ve  (como  si  los  mercuria- 
les no  fuesen  diligentes  en  estas  nuevas  y  las  relatasen  en  todo 
el  mundo  con  brevedad),  también  lo  sintieron;  pero  no  atre- 
viéndose á  la  qui^ja,  dieron  jnuQstras  falsas  do  su  necesidad  ó 
hÍDOcresia. 

Estos,  como  digo,  soberbios  y  letrados,  labran  palacios  y 
pensiles,  6  en  la  corte  ó  en  sus  lugares,  donde  antes  los  cono- 
cieron muy  pobres  y  humildes,  sin  menos  hinchazón  y  vani- 
dad, y  ahora,  con  el  soplo  de  la  fortuna,  ó  por  introducidos 
ó  coníidcnies  de!  Valido  y  de  cuanto  so  trata  en  el  Consejo,  ó  por 
espías  del  presidente  ó  do  aquellos  más  verdaderos  para  acon- 
sejar, como  hombres  que  tienen  su  hora  reservada  con  el  Prin- 
cipe el  á'id  de  la  consulta,  o  para  que  no  haya  secreto  en  nada 


cuanto  no  seo  patentoat  poderoso;  vanos  vcon  menos  letras  que 
conviene,  ni  aun  cotí  las  virtuJos  que  son  necesarias,  arri- 
bando á  los  allos  casartiientüs  y  á  las  cruces  militares  para  si, 
para  sns  hijos  y  nietos,  y  sabe  Dios  con  i|ué  claridad;  tan  aje- 
nos de  si  y  de  su  nacimiento,  quo  en  los  estrados  dunde  dcbian 
imitar  á  los  grandes  oradores  y  legistas,  que  veneró  por  es- 
clarecidos la  antigüedad  en  Atenas  y  en  Roma,  gloria  de  Gre- 
cia y  de  Italia,  de  lo  primero  que  echan  mano  es  del  denuesto 
y  de  la  palabra  injuriosa  contra  los  litigantes,  y  roásaina  con- 
tra el  inocente  que  tiene  justicia  pero  que  no  tiene  favor,  ha- 
ciendo muchos  ascos  de  que  se  deüenda  algún  criado  del  Bey, 
sólo  porque  lo  es  y  porque  piensa  que  por  allí  pasará  á  Kis 
orejas  del  Principe  su  severidad  para  ascender  al  alto  puesto, 
siendo  reo  en  los  verdaderos  términos  de  la  modestia  y  la  tem- 
planza en  el  juzgar.  Si  el  tal  criado  por  beoeücios  que  b¡>:o 
dejó  que  el  otro  fuese  agradecido  y  este  después  fué  villano, 
se  lo  pone  á  pleilo,  y  no  es  de  creer  la  mofa  y  los  misterios  que 
forma  y  los  escrúpulos  hipócritas,  teniendo  él  armadas  sus  tro- 
jes de  estas  regalías,  no  teniéndolas  de  su  conciencia  ,  no  ha- 
biendo truto  y  nrbitrio  en  que  no  entre  y  ande  con  el  dinero, 
ni  excluyendo  empleo  ninguno,  ni  por  civil  ni  mecánico,  por 
acrecentarse  y  dejar  á  su  hijo  marqués,  buscando  modos  y 
bagatelas  para  quo  lo  llamen  señoría  y  consintiéndolo;  y  si 
aquel  porque  tiene  razón  ,  aunque  en  los  derechos  baile  con- 
trario y  se  quiera  defender  por  títulos  de  su  nobleza,  y  aunqucí 
ponga  (le  su  parte  lodo  lo  necesario,  en  este  caso  tuerce  la 
boca  y  ti  semblante  y  quiere  que  esto  se  desmenuce  hasta  la 
creación  do  Adán.  Pues  preguntémosle  á  ét>  qué  minas  de  oro 
le  brotaron,  como  dijo  el  autor  común,  conquién  trocaron  sus 
alhajas,  dónde  enriqueció  y  se  aumentó  tan  aprisa  iguc  en  ho- 
menajes excedo  á  la  casa  del  mayor  monarca,  y  en  la  dolé  que 
ofrece  á  sus  bijas  á  la  de  los  grandes  señores,  y  aun  quieren 
que  casen  ulli ;  de  dónde  se  fabricaron  lus  edificios,  las  rentas, 
las  posesiones  lan  aprisa;  dónde  halló  los  fundamentos  pura 
ser  hidalgo  y  ponerse  á  sí  y  á  su  hijo  la  enseña  de  la  nobleza; 
y  B¡  poco  antes  no  tenia  nada  de  esto,  sino  que  era  un  razo- 


nahic  abogndo,  ¿por  qué  ha  do  rjnerer  (usando  mal  del  lugar) 
biir'íijar  á  los  otros  y  poner  á  pleito  sí  tiene  Ó  si  es,  teniéndolo 
él  todo  y  no  siendo  nad;i? 

Corriendo,  pues,  con  brevedad  por  estas  materias,  más 
profundas  hasta  de  lo  que  se  piensa,  habiendo  mucho  que  decir 
en  ellas ,  no  sosegando  el  gobernador  en  los  subsidios,  entrado 
ya  en  esto  y  hecha  la  costumbre,  porque  en  todas  partes  no 
falta.se  la  guerra,  en  Portugal  so  lomó  «n  tercio  de  lo  ijuese 
paf^.iba  de  rentas,  gajes  y  penüiones,  con  que  se  abrieron  las 
zanjas  á  ruinas  y  depconsuelos;  en  los  almojarifazgos  de  Se- 
villa S  por  I  flO  de  las  situaciones  que  hay  alü  consignadas;  en 
Cataluña,  demás  de  los  600.000  escudos  que  el  Papa  conce- 
dió sobre  los  clérigos,  se  pidió  el  quinto  de  las  haciendas  á 
los  seglares,  comisión  que  se  remitió  á  Parcej  o ,  obispo  de  Ge- 
rona ,  porque  no  pensasen  dormían  en  Castilla  y  se  babian  ol- 
vidado de  las  Cortes  de  Barcelona,  que  no  quisieron  conceder 
teniendo  al  fiey  por  dos  veces,  y  aun  que  el  podur  no  eslá  lejos. 
Rcliercn  que  las  voces  y  loe  sollozos  eran  grandes  y  las  mal- 
diriones  no  cesaban  ;  y  no  paró  esto  aquí,  porque  si  con  par- 
ticular estudio  se  mirara,  cñmo  de  unos  reinos  tan  Grmea  y 
seguros  y  de  unos  vasallos  lan  lictes  se  pudiera  seguir  una 
conmoción  y  trastornar  la  naturaleza  ilel  IÍ?tado  y  hacerles  á 
todos  rebeldes,  osara  yo  decir  que  no  se  pudieran  bailar  tan 
inicuos  enemigos  á  propósito  ni  lan  perjudiciales.  Docinse  que 
era  para  obviar  el  gravo  peso  de  las  guerras  y  el  de  los  eno- 
niigos  que  ya  anteveian,  que  de  aqui  se  sacaban  fuerzas  para 
contrastarlos,  que  se  ponian  los  reinos  en  balanza  y  se  les 
chupaba  la  virtud  y  la  sangre  que  les  habia  de  faltar  los  años 
venideros,  y  que  ya  era  su  necesidad  y  miseria  notoria  y  esta- 
ban por  Untas  sacas  para  espirar.  Perseveraban  en  la  guerra  y 
en  dafiar,  discurriendo  que  si  no  por  alli,  que  por  aqui  habían 
hallado  inf-ilibleinente  el  punto  de  nuestra  destrucción  que  la 
conseguirían  al  paso  quo  esto  caminaba,  y  que  más  que  las 
armas  serian  poderosas  las  extorsiones  difundidas  sobre  los  sub- 
ditos para  acabarlos  y  lograr  su  pretensión ;  por  donde  era  di- 
ficultoso conducirlos,  ni  á  la  tregua  los  unos  ni  á  ta  paz  los 


,  perseverando  con  obslinacíon  en  nuesíra  rama  como  de 
f¡nicn  de  aqui  la  esperaba. 

Escribió  ül  conde  de  Monlercy,  virey  de  Ñapóles,  in- 
trodujese cii  el  reino  un  pedido;  el  Conde  lo  avisó,  no  sin 
parlicular  discreción  y  prudencia,  niiraso  lo  que  )e  pedia,  que 
el  únimo  do  lo»  napolitanos  no  estaba  para  eso,  y  que  era 
des|)criar  alguno. sedición  en  el  reino.  Ln  respuesta  fué.  de- 
biendo atenderla  y  premeditarla ,  llena  do  rigores  y  amena- 
zas y  de  palabras  indecentes,  que  no  le  tenía  el  Bey  allí  para 
reparar,  sino  para  ejecutar;  que  era  un  no  nada,  y  otras  pa- 
labras menos  limpias  con  que  se  suelo  motejar  á  los  hombres 
chicos;  que  le  babla  de  quitar  el  vircinado,  y  que  de  poca 
cosa  le  había  hecho  algo.  Llegó  esto  ú  los  oidos  de  la  Condesa, 
camarera  mayor,  su  hermana,  y  porque  quiso  hacer  ias  partes 
del  hermano  y  disculparle  de  la  res|iuesla,  con  las  razones  no 
más  quo  de  mujer,  se  levantó  discordia  entro  los  dos  y  aun 
dicen  pidió  licencia  al  Rey  para  retirarse  á  Locches,  lugar 
adquirido  con  la  privanza,  y  dondff  fabrica  una  casa  y  un  rno- 
nustci'io  de  monjas  para  enterrarse  ó  para  refugio  de  las  otras 
mudanziis  quo  hiciere  el  licnipo,  si  le  valieren,  que  bien  nos 
constarán  que  son  muchns  y  bien  notables.  Esto  se  quedó  as!. 
y  el  conde  de  Montcrey,  con  la rcspueslade  su  cuñado,  publicó 
el  orden  y  el  pedido  a  los  napolitanos,  que  para  esto  á  nadie 
falto  espíritu,  que  ntlerú  gravemente.  Comenzaron  á  dar 
voces  no  queriéndolo  admitir;  reclamaron  al  Papa  (bien 
iiay  que  reparar  aquí,  y  más  cuando  á  todos  les  tenemos  tan 
dcsnzonados  y  los  ánimos  desabridos],  y  fueron  muchas  las 
querellas  quo  hicieron,  representándolas  al  Papa  y  dicicndole 
quo  eran  sus  subditos  y  otras  razones  bien  peligrosas,  y  que  los 
(lefendii'se  y  relevase  de  esta  Ciirga  y  do  otras  muchas  que  ha- 
bían sufrido,  líl  Papa  los  oyó  sin  descomponerle  el  conizon  ni 
alterarlo  el  semblante,  y  lo  liízo  saber  ni  Rey  por  su  Nuncio 
nsislentc  en  la  corle.  Con  menos  ocasiones  quo  estas  hemos 
leido  mudanzas  de  príncipes  en  aquella  parle,  guerras  y  estra- 
gos miserables,  ejercidos  por  larga  carrera  de  años:  quere- 
mos la  paz  ó  ¡rriláiiiosla  cuu  niudíos  aliocisímos  que  alteran 


la  conservación  y  la  conconlia  y  nos  llevan  al  dospeñíidero. 
Nuevos  accidentes  despeilaron  nuevas  contiendas  en  el 
confín  do  Alemania,  por  cuanto  todos  los  principes  de  lo  Liga 
■controvertían  sobre  una  novtídad  quo  pretendían  desbaratar 
yi|ue  no  llegase  á  colmo,  y  esto  con  más  particularidad  entra 
holandeses  y  el  rey  de  Francia ,  porque  se  habla  publicado  la 
pasada  del  infante  D,  Fernando  é  Flandes,  y  querianla  impedir 
haciéndose  dueños  de  los  principales  caminos,  para  esto,  de  la 
Europa  y  para  aquellos  Estados,  y  querían  embarazárselos  al 
rey  Católico  y  restringirle  el  intento  sacando  de  aqui  iirande 
conveniencia  á  sus  materias.  Pero  ó  esta  hora,  un  socorro  que 
enviaba  el  francés  por  la  Lorcna  á  Maestrich,  le  rompieron 
en  el  paso  los  lorcnenscs,  porque  liabian  visto  los  meses  an- 
tes la  diferencia  que  habla  entro  aquel  duque  Carlos  y  el 
rey  Luis,  por  el  casainienio  de  la  princesa  Margarita  con  el 
Gastón,  duque  do  Orleans,  y  el  haber  pretendido  meterle  en 
la  Liga  de  los  protestantes  ilc  Alemania  contra  el  imperio  de  la 
Casa  do  Austria,  y  las  amenazas  que  le  hacia  el  Richclieu  de 
quo  las  gentes  de  Succia  y  el  Rey,  ánlcs  que  muriese,  habían 
de  abrasar  sus  Esiados,  y  que  no  seria  posible  ser  defendido  del 
César  ni  del  rey  Católico.  Aquel  le  costrcñia  á  que  se  pasase  A 
su  parcialidad  y  á  proceder  contra  los  dos  principes,  y  no  ha- 
biendo querido  admitir  las  artes  de  aquel  ministro  y  las  que 
rcñcrc  después,  dio  por  motivo  quo  el  duque  de  Lorcna  pu- 
siese en  manos  del  rey  de  Francia  it  Nanci  y  otras  plazas  quo 
se  les  guardaría;  y  no  pudiendo  defenderse  de  aquella  fuerza, 
tiranizándoselas  después  para  calumniarlo,  dio  por  causa  que 
se  había  armado  el  Duque  cinco  veces  contra  la  Francia  á 
persuasión  nuestra,  siendo  ¿I  el  causídíaco  y  el  que  con  maqui- 
naciones fraudulentas  quería  trastornar  aquel  Estado,  firmísimo 
por  largas  edades,  de  lo^  principes  do  la  esclarecida  Casa  de 
Lorcna;  y  antes  de  poderlos  sacar,  como  lo  hizo,  de  Piñarolo  y 
Susa,  en  el  Piamonto,  !c  puso  un  ejército  delante  diciendo,  con 
equivocas  suposiciones,  era  defensor  del  partido  de  los  ea- 
túticos,  contradiciéndose  do  aquí  y  proponiéndole  después  las 
inteligencias  que  tenía  aquella  Corona  con  los  suecos,  que  ve- 


384 
nian  como  rayos  violentos  dcstruycnrlo  á  Alemania,  y  que  te- 
nía necesidad  precisa  de  aquel  Eálndo  para  asistirlos,  y  que  se 
le  entregase  libre  de  todas  sus  fuerzas,  y  no  puüicndo  conte- 
nerse cedió,  lo  uno  por  no  dar  sospechas,  lo  otro  por  no  ex- 
ponerse á  1q  ira  del  máa  poderoso  para  que  se  los  abrasase. 
Pero  Kulo  era  uno  si  se  los  hablan  de  usurpar  con  estas  artes; 
pues  luego  que  lo  hubo  conseguido,  fallando  á  la  palabra,  á 
los  prouicsas  y  á  la  fe  de  los  juramentos,  sorprendió  al  Du- 
que, conlravinicndo  á  la  capitulación  antes  asentada,  haciendo 
desconfianza  de  61,  insinuilndole  sus  mismas  quimeras,  y  que 
le  defenderla  de  todas  las  invasiones  y  hostilidades  de  los  sue- 
cos, habiendo  hecho  que  aquellas  armas  infieles  rodeasen  la 
Lorena  por  todas  partes. 

Admitió  el  Duque  esto  concierto,  fiado  en  la  tirtud  del 
juramento  á  no  poder  más,  y  reconocido  por  falso  entregó  las 
placas  más  importantes;  mas  apenas  hubieron  logrado  su 
liranin,  cuando  comenzaron  á  usar  mal  do  la  liondad  de  aquel 
Príncipe,  como  lo  llevaban  premeditado,  dando  por  causa  y 
por  <pierc)lu  el  matrimonio  contraído,  sin  dar  cuenta  al  P.->rla  - 
inenlo  de  París,  de  la  princesa  Margarita  de  Lorena  con  el  Gas- 
ton,  duijuc  de  Orleans,  como  si  hubiera  casado  con  alguna 
mujer  baja;  peto  era  el  rencor  porque  había  despreciado,  y 
con  justa  razón,  la  Coinhulet,  sobrina  del  supremo  Privado. 
Y  es  muy  de  maravillar  quo  no  salgan  los  señores  de  la  Fran- 
cia y  los  príncipes  de  la  sangre  con  todas  sus  fuerzas  á  la  de- 
fensa dn  esta  causa,  y  que  no  se  conjuren  los  vasallos  contra  este 
delito  y  tengan  armas  para  sacudir  de  sí  este  monstruo  insi- 
dioso, que  quiere  poner  sus  pensamientos  en  la  misma  Co- 
rona y  arribar  ú  olla,  enturbiando  la  sangre  más  generosa  y 
real  ile  aijue!  reino.  De  este  motivo  pasó  el  Hichclíeu  á  otro 
nn  menos  perjudicial  que  el  primero,  y  fué,  al  bailar  á  ambos 
hermanos,  Carlos  y  Francisco  do  Loicna,  constantes  á  no 
querer  coligarsn  con  los  suecos  y  piotesiantcs  ní  consentir  en 
la  ruina  de  la  Iglesia  y  del  Imperio,  que  d¡ó  nueva  órdi>n  á 
los  cabos  franceses,  que  suprimiesen  con  lodo  rigor  aquel  Es- 
tado, oprimiesen  ú  los  duques,  intentasen  su  uiucite  con  ve- 


Denos,  y  con  aqnel  ardor  y  ánimo  violento  abrasaBen  los  vi- 
ilajes  y  la  nobleza  de  aquellas  plazas,  obligando  á  aquellos 
principes  á  preiender  y  hacer  recurso  á  Francia  y  á  la  recon- 
vención  y  sagrado  de  los  juramentos.  Pero  siendo  respondido 
con  pretextos  y  fundamentos  políticos,  acudió  el  Duque  á  los 
auxilios  de  España  y  Alemania,  y  dioTormael  Ricbelieueómo 
el  Monsieur  repudiase  á  la  princesa  Margarita,  retirada  en 
Bruselas ,  y  ausentándose  aquellos  príncipes  hermanos  para  no 
fracasar  en  los  ardides  de  tan  gran  tirano,  y  pasado  de  aqai  á 
ejercer  la  descortesía  francesa,  siendo  Carlos  Principe  sobe- 
rano, con  indignidades  é  indecencias  hizo  le  notlGcasen  que 
por  razón  del  Estado  de  Bar,  título  de  los  primogénilos  de  la 
Lorena,  compareciese  en  París,  obligándole  por  este  camino 
¿  retirarse  al  condado  de  Borgoña,  para  desde  allí,  viendo  el 
estado  en  que  se  hallaba,  dar  remedio  á  sus  cosas  y  á  la  ruina 
que  corria  aquella  altisima  Casa.  Prendió  a  la  esposa  de  Fran- 
cisco y  á  su  hermana  la  princesa  de  Faisburg ;  pero  escapando 
de  la  prisión  fué  la  duquesa  de  Lorena  conducida  á  Francia, 
experimentando  las  descortesías  y  rigores  de  sus  ministros, 
para  que  también  consintiese  en  la  nulidad  de  su  matrimonio 
con  el  duque  Carlos  y  que  cediese  á  Francia  los  derechos  de 
la  Lorena  para  dárselos  á  Mos  de  Mollera ,  con  quien  de  con- 
siguiente pretendían  casarla  y  darle  la  investidura  por  la 
muerte  de  aquellos  príncipes;  y  que  en  la  misma  forma  acabase 
la  princesa  Margarita,  duquesa  deOrleans,  ó  que  Monsieur, 
su  esposo,  dijese  fué  forzado  en  el  matrimonio;  pronunciando 
el  Parlamento  de  París  sentencia  contra  el  Duque  y  su  familia 
como  si  tuviera  potestad  para  tales  hechos.  Defendióse  el 
Monsieur  con  decir  no  podía  venir  en  yerros  semejantes  ni 
dirimir  el  matrimonio,  ni  su  conciencia  le  daba  lugar  á  casar 
segunda  vez  viviendo  su  legitima  esposa. 

El  duque  Francisco  por  la  Contea  de  Borgoña  bajó  á  Milán, 
donde  fué  recibido  y  agasajado  del  infante  D.  Fernando,  asilo 
universal  do  todos  los  principes  desposeídos,  por  enseñanza  del 
rey  Católico,  su  hermano,  ep  quien  desde  los  principios  de  su 
reinado  resplandeció  esta  virtud  con  generosa  envidia  de  sus 


enSmígos,  y  después  de  haber  estado  allí  algunos  dias  le  hito 
presente  de  6.000  escudos  de  oro:  de  alli  partió  al  Genovesa- 
do,  de  donde  con  armada  de  galeras  navegó  ¿  Liorna,  y 
desde  alli  caminó  á  Florencia  á  pasar  la  vida  retirado  á  la 
sombra  del  gran  Duque ,  si  ya  no  á  quejerse  y  á  <:lamar  á  las 
puertas  del  Papa  de  los  atrocísimos  oBcios  de  su  mas  aman- 
tisimo  y  favorecido  hijo  el  rey  de  Francia,  de  las  tiranías,  ro- 
bos, incendios,  deposiciones  de  Estados,  derramamientos  de 
sangre,  inundación  de  herejes,  ligas  injustas,  tratados  enor- 
mísimos contra  Dios  y  los  hombres,  y  á  decirle  cómo  con 
su  apoyo  y  capa  se  fomentaba  la  sedición  que  padecía  la  Bu- 
ropa  y  la  cristiandad.  Más  airosamente  se  atrevió  á  decirlo 
un.bereje,  pues  confesándole  por  derecho  divino  por  padre 
universal  de  los  gentiles,  le  argüyó  por  aquí  (como  si  estuviera 
instruido  en  los  Sacros  Cánones]  le  tocaba  ser  mediador  en 
estos  hechos;  cuya  carta  anda  por  ahí  manuscrita,  prohiján- 
dosela á  Cirios,  rey  de  Inglaterra.  Pero  á  estas  quejas  en- 
mudecía sin  querer  darse  á  entender  ni  á  componer  diferen- 
cias tan  grandes  como  le  tocaba  de  oGcio,  y  dolerse  como  pa- 
dre espiritual  de  las  calamidades  de  las  gentes  y  de  la  Iglesia, 
y  de  los  religiosos  echados  de  Alemania  por  los  herejes,  pro- 
fanados los  altares  y  los  templos  abatidos  por  tierra,  de  que 
era  protector  y  caudillo  el  rey  de  Francia;  quo  á  esta  misma 
sazón,  no  sin  particulares  inteligencias  suyas,  el  gran  Maestre 
de  la  religión  de  San  Juan  había  hecho  liga  con  el  turco,  y  ealc 
estado  tenia  el  nobilísimo  ducado  de  Lorena  y  sus  principes. 
Pero  entre  lodos  estos  cuidados,  el  que  más  le  atizaba  el 
fuego  del  corazón,  era  que  el  ejército,  que  ya  tenía  en  forma 
en  Hilan  el  marqués  de  Leganés  para  las  ocurrencias  de  la 
Alsacia,  siguiera  otro  rumbo  y  derrota  y  se  apercibiese  para 
nueva  materia  con  la  muerte  de  la  infanta  Doña  Isabel.  Ne- 
cesitando los  Países-Bajos  de  persona  grande  para  su  con- 
servación y  gobierno,  se  habia  tratado  algunos  meses  antes 
cómo  pasaría  allí  el  infante  D.  Fernando;  fué  muy  debatida  y 
ventilada  su  forma  de  los  más  eipertos  de  nuestros  consejeros, 
y  al  mayor  le  dio  no  poco  cuidado  y  le  tuvo  en  desvelo  la  traza. 


3OT 

Pareció  en  los  principios  qne  esto  fuese  á  la  sordina  y  de  se- 
CPClo,  con  el  disfraz  ordinario  en  caballos  y  con  pocos  criados, 
y  como  el  francés  trataba  entonces  de  acabar  de  rebelar 
aquello,  según  las  inteligencias  que  tenia,  aunque  no  habia 
surtido  efecto  ia  conjuración  introducida  dentro,  y  dejar 
aquella  parte  rebelde  y  á  su  devoción  como  lo  está  Holanda, 
no  queriéndolos  juntar,  receloso  ya  de  su  poder  y  tener  entre 
ellos,  y  el  uno  contra  el  otro  y  en  defensa  de  sus  confines, 
aquel  trincheron  de  tierras;  pero  sin  embargo,  trabajaban  el 
Richelieu  (y  despejaba  cuanto  te  era  posible  la  cholla),  y  todos 
los  demás  interesados  para  que  no  pasase  allá  el  Infante  antes 
á  impedirle  los  pasos  y  prenderle,  y  aun  podria  seguírsele 
de  aqui  la  muerte,  y  disculparse  de  que  no  lo  conocieron,  atre- 
viéndosele algunas  tropas  en  forma  de  foragidos  á  que  darian, 
por  embocar  la  maldad  que  no  dormía,  nombre  de  bandidos, 
que  tanto  monta  para  esto.  Puso  gente  y  espías  entre  la  Bor- 
goña  y  la  Helvecia,  con  retratos  muy  parecidos  á  su  rostro,  y 
además  de  esto  en  la  Alsacia  y  en  el  ducado  de  Luxemburgo, 
y  en  casi  toda  la  ribera  del  Rhin  y  parle  de  la  Mosa;  que  en- 
tendido en  la  corte  de!  rey  Católico,  pareció  más  conveniente, 
á  los  ministros  más  graves  y  de  canas  en  la  materia  de  estado, 
marchase  como  príncipe  de  la  Casa  de  Austria  y  hermano  del 
rey  de  España  y  como  lo  habían  hecho  sus  predecesores.  Dis- 
curriéronse sobre  otras  vías  y  caminos  mas  ignotos  y  secretos 
pura  ahorrarse  aquel  ejército,  y  que  combaliese  en  la  Alsacia 
y  lIugasQ  con  más  brevedad  por  lo  que  se  necesitaba  de  su 
persona,  ofreciéronse  algunos  de  sus  vecinos  de  ponerle  en 
Flandes  sin  riesgo  ninguno;  mas  todavía  prevaleció  el  mejor 
parecer,  y  que  llevase  el  marqués  de  Leganésel  diseño,  la  traza 
y  el  modo  de  marchar;  que  esparcibido  ya  entre  todos  los 
enemigos  de  la  Liga,  con6rieron  lo  que  debían  hacer  en  un 
deseo  tan  premeditado  de  los  enemigos  de  España. 

Los  holandeses,  viendo  la  mucha  gente  de  infantería  y  ca- 
ballería que  tenia  el  marqués  de  Ailona,  contenta  y  bien  pagada, 
y  que  ambos  ejércitos,  cuando  llegase  el  infante  D.  Fernando 
habían  de  cargar  á  Mastrich,  y  que  el  de  Aitona  con  esta  orden 


les  deponía  lospuestos  sobre  la  Hosa  y  recuperaba  algunos  del 
paisdeLimburgu,  como  Arquental.yelduque  deLerma,  maes- 
tre decampo  general,  les  había  roto  un  socorro  de  600  hombres 
que  iba  á  la  misma  plaza,  y  tomádoles  uu  fuerte  sobre  aquella 
ribera  que  había  fabricado  el  enemigo  para  su  defensa;  no 
estaban  con  ánimo  de  hacer  nada  este  año,  porque  todas  sus 
fuerzas  las  habían  enviado  por  mar  á  robar  las  Indias,  y  por 
otras  controversias  ¿intereses  particulares  suyos,  en  que  anda- 
ban desunidos  y  discordes,  y  también  porque  el  francés  no  les 
envió  socorro  conveniente  por  algunas  razones  que  en  lodo  atrás 
habernos  alegado,  y  porquela  gente  que  tenia  la  quería  conducir 
á  dos  partes  distintas  de  su  ordinario  discurro.  Lo  que  daba 
más  cuidado  era  la  conservación  de  la  Lorena  por  el  ejército 
espafiol,  que  había  de  marchar,  como  se  presumió,  porsus 
linderos,  y  no  quería  que  se  le  acometiese  y  le  diesen  al- 
guna rota,  que  se  los  hiciesen  dejar,  por  haber  tomado  ¿.su 
cargo  e>  emperador  y  rey  Católico  al  duque  .Carlos,  su  legi- 
timo señor,  por  general  do  la  Liga  católica  que  se  hacia  este 
año  para  procurar  su  restitución,  y  otrosí  por  no  apartarse  y 
desabrigar  la  Alsacia.  donde  tenia  usurpada  parte  considerable 
y  plazas  junto  al  Rhin.  Pero,  no  obstante,  lo  que  más  se  pre- 
tendió era  encaminar  al  Infante  por  tierras  que  no  le  obliga- 
sen á  pelear,  antes  excusarle  cualquier  riesgo,  por  su  poca 
edad  y  notoria  inexperiencia  de  la  guerra,  y  porque  no  era 
acertado  empeñar  persona  tan  grande  por  lo  que  necesitabiin 
de  ella  los  pais  obedientes;  mas  sin  embargo,  por  más  que  se 
previno  esto,  por  haber  de  marchar  por  el  corazón  de  Alema- 
nia y  por  los  países  de  los  conjurados,  no  lo  pudo  excusar, 
porque  el  francés  y  su  gran  Valido,  enterado  de  que  tomaba 
otra  derrota ,  aviSó  á  tos  coligados  de  Alemania  y  les  dijo,  que 
ya  que  á  él  no  le  había  sido  posible  lograr  la  ocasión  por  el 
gran  rodeo  que  había  elegido  el  Infante,  lo  lograsen  ellos,  jun- 
tasen todas  las  fuerzas  y  cuantas  se  pudiesen  bailar,  y  le  aco- 
metiesen é  hiciesen  todo  el  esfuerzo  posible  para  desbarátale, 
que  en  la  rota  de  aquel  ejército  consistía  la  felicidad  y  virtud 
de  sus  designios. 


tos  holandeses,  por  cuanto  aquel  rayo  venia  más  derecha* 
mente  á  dar  sobre  sus  tierras,  hicieroD  lo  mismo  y  reforzarOD 
con  embajadas  particulares  para  que,  oponiéndosele,  no  le 
dejasen  llegar  ni  que  el  Infante  metiese  los  pies  en  Flandes. 
Estaba  \a  á  esta  hora  el  ejército  en  Lombardía  ordenado  «n 
forma  de  marchar,  compuesto  de  4 1 .000  infantes  y  2.000  ca- 
ballos, en  que  se  incluían  algunas  personas  ilustres  que  de 
Italia  y  otras  parles  quisieron  acompañar  al  Infante;  3.000 
españoles,  lodos  soldados  viejos  y  hombres  de  cuenta  y  muy 
escogidos,  y  todo  lo  necesario  aprestado  de  caballería,  arli- 
lleria,  carros,  munctones  y  bagajes,  y  con  razonables  millo- 
nes de  oro  para  la  jornada.  A  esta  bora,  aquel  negocio  tan  di- 
ficultado y  misterioso  del  marqués  de  Víllánueva  se  resolvió, 
dándole  licencia  para  que  partiese  tan  á  tiempo  crudo  que  le 
pusieron  en  duda  que  pudiese  alcanzar  á  S.  A.,  y  aun  hay 
quien  diga  que  si  no  le  hallase  en  Milán,  llevaba  orden  para 
no  pasar  adelante;  pero  él  se  dio  tanta  prisa,  que  en  breves 
jornadas  llegó  á  Barcelona,  y  partiéndose  á  la  hora  una  galera 
la  hizo  detener  un  día  ó  dos  con  que  aprestado  navegó  á  Ge- 
nova, y  desde  alli  corrió  á  Milán  con  brevedad.  Admiró  la 
suma  presteza  (que  en  todas  panes  hay  quien  avise  de  todo,  y 
DOS  siga  como  fantasma  ó  como  la  sombra  al  cuerpo  la  cen- 
tinela]; no  creyó  nadie,  ni  él  creyó  que  podía  llegar  este  dia. 
En  efecto,  entró  en  Milán  vio  al  Infante ,  dióle  su  embajada, 
que  también  le  arrimaron  este  embejeco  para  cuando  quisie- 
sen volverle  y  que  no  fuese  gentilhombre  de  la  Cámara  ni 
embajador;  pero  de  todo  esto  se  podia  ahorrar  quien  sabía 
cuan  presto  le  baria  menos  que  polvo.  Cuanto  quiera  que  se 
podo  disimulóse  el  alborozo,  y  aunque  dicen  llevaba  orden 
para  no  hablar  al  Infante  en  secreto  ni  en  parte  privada, 
aquella  noche ,  que  no  le  faltaría  llave,  entfó  en  su  Cámara,  y 
toda  ella  la  pasaron  en  conversación,  ¡Quién  duda  que  se  dis- 
curriría largamente  de  lo  pasado,  yque  se  referirían  loslancesy 
las  pasiones  y  desconfianzas  de  la  jornada  del  año  de  32,  tan 
de  repente  ejecutada  aquel  Abril  por  los  tránsitos  de  Valencia 
á  Barcelona;  las  trazas  con  que  alli  nos  dejaron,  ó  yapara  de- 


I 


390 

signios  militares  ó  eipulüioa  de  la  corte  y  palacio,  dando  calor 
y  haciendo  necesaria  su  persona  en  Perpiñan;  la  despedida  de 
Honserrate,  el  desconsuelo  ^ravisimo  de  la  partida,  y  cómo 
y  con  qué  desaire  nos  hicieron  volver  de  Atinadrones,  lugar 
ceFca  de  Guadalajara,  cuando  nos  alentamos  ó  nos  enga- 
ñamos por  et  camino  de  Zaragoza  á  pasar  á  Barcelona;  los 
asaltos  que  allí  nos  dieron  y  la  vergonzosa  entrada  en  Madrid, 
y  otras  cosas  más  para  referir  en  aquella  estación  privada 
que  en  este  papel;  el  descrédito  con  que  nos  dejaron,  desha- 
ciéndonos de  todo  el  miedo  que  por  esto  cobramos  á  palacio  y 
á  todas  las  más  envanecidas  potestades;  lo  que  por  esta  causa 
se  escribió;  cómo  nos  removieron  el  espíritu  incidentemente 
Y  nos  sacaron  de  la  quietud  á  que  nos  habiamos  sacriGcado,  y 
nos  previnieron  para  la  jornada  con  designios,  medios,  pro- 
posiciones y  materias,  ya  alentando,  ya  dilicullando  y  preti- 
riendo, ya  ciertos,  ya  dudosos;  la  dilación  tan  premeditada,  y 
después  la  presteza  tan  de  corrida;  la  incredulidad  grande  en 
que  toda  la  corte  babia  entrado  sobre  esto,  como  que  ni  la  creían 
au  padre,  el  conde  de  Altamira,  ni  sus  hermanos,  ni  él,  que 
aunque  se  veía  en  aquel  estado,  no  la  creia  del  todo!  Esto  se 
hablarla  bien  distintamente  y  por  menudo ,  y  sería  bien  me- 
nester aquella  noche  y  muchas,  porque  no  ignoraban  que 
habría  algunos  que  tos  atenderían,  dejados  aparte  los  conGden- 
tes  y  las  centinelas  prevenidas  para  este  paso.  El  capitán  que 
nos  disponía  las  armas  para  la  jornada  general ,  en  aquella  oca- 
sión de  la  conGdencia  ¿que  cierto  es  no  dormiría  cuando  ellos 
velaban,  ni  dejaría  de  enviar  muy  amplia  relación  de  todo,  que 
no  alegraría?  ¿pero  quién  podría  en  este  caso  inquirír  los  altos 
y  profundos  misterios  de  esta  materia?  A  los  prímeros  lances  do 
gentilhombre  de  la  Cámara,  invistiéndose  la  suprema  potes- 
tad del  valimiento  que  debiera,  por  los  encuentros  pasados, 
reprimir  con  discreción,  procedió  sin  acuerdo  y  tropezó  en  lo 
que  más  debía  de  hacer  reparo.  Parece  que  había  dejado  el 
escarmiento  atrás,  siendo  forzoso  no  apartar  de  él  los  ojos, 
colgando  de  los  arrabales  de  Madrid;  que  cuanto  quiera  que 
por  la  dilación  do  las  tierras,  nos  damos  á  creer  estamos  lejos 


381 

iTc  qüíeñ^M  pueda  espiar  y  poner  en  residencia  las  accio- 
nes, y  que  podemos  surlir  efecio  con  más  libertad  á  nuestro 
antojo,  y  que  no  nos  alconzarán  ios  rayos  de  Júpiter  por  más 
fulminantes  que  sean,  y  que  nuestro  juicio  se  da  con  impru- 
dencia á  la  desatención,  y  erremos  improvisamente  el  mando, 
aunque  sea  en  lo  más  remoto,  es  desatino,  por  fiar  contra 
los  poderosos. 

Finalmente,  los  primeros  lances  de  su  oficio,  si  le  llevaba, 
teniendo  por  orden  del  ttey  y  del  primer  ministro,  en  la  forma 
que  acá  lo  hace  el  protonolario,  que  el  secretario  D.  Martin 
de  Aspe  llevase  á  la  hora  señalada  los  despachos  al  Infante 
para  firmarlos,  no  digo  para  resolverlos,  que  ya  en  esto  ten- 
dría el  orden  que  de  acá  le  habian  dado,  y  con  mandato  ex- 
preso que,  en  entrando  el  Secretario,  como  aquí  se  usa,  se  ha- 
yan de  salir  fuera  los  gentilbombres  de  Cámara  y  otro  criado, 
si  allí  puede  estar-,  habiendo  llegado  el  D.  Antonio,  y  viendo 
que  con  su  venida  se  entraba  á  otras  horas  que  no  eran  las 
del  despacho,  no  tocándolo  aquello  al  tal  ministro,  ó  que  an- 
tes lo  hacia  y  nadie  se  había  atrevido  á  la  empresa,  ó  que  ói 
quiso  cobrarse  la  bizarría,  ó  que  no  lo  había  hecho  hasta  en- 
tonces, el  D.  Antonio,  reparó  si  aquella  novedad  se  hacia  por 
él,  ó  si  otros  le  alentaron  á  ello,  por  ser  circunstancia  digna 
del  oficio,  para  enmendarla;  conviene  saber,  si  es  permisión 
secreta  del  mayor  móvil,  que  en  tales  casos  importa  abatir  la 
cresta.  Llevado  de  todo  esto,  le  dijo  al  secretario  D.  Martín  de 
Aspe,  que  pues  los  gentilhombres  de  la  Cámara,  cuando 
entraba  á  despachar  con  S.  A.,  como  era  orden,  se  salían  fuera 
y  le  dejaban  sólo,  que  cuando  no  habia  que  despachar  se  abs- 
tuviese de  entrar  alti,  y  cuando  lo  viese  con  él  en  otra  hora 
que  DO  fuese  tocante  at  ejercicio  de  papeles,  se  saliese  fuera; 
y  otras  cosas,  las  que  en  este  caso  se  suelen  decir,  de  si  toca  ó 
no  toca ,  frase  muy  común,  y  de  asirse  luego  á  ella  en  pala- 
cio basta  en  las  más  mínimas  ocurrencias. 

Finalmente,  de  todo  esto  habría  acá  muy  largas  y  extendi- 
das relaciones,  como  las  suelen  escribir  los  asidos  á  la  frecuen- 
ciadel  Privado,  como  asilo  y  deposito  desús  medras  (ansia  co- 


mun  de  lodos  los  entremetidos  como  asunto  de  su  codicia),  y 
cooferiríanlo  con  el  Mejia,  el  Secretario  y  con  tos  otros  del  se- 
creto, y  remitirían  al  tiempo  y  otros  accidentes  la  enmienda 
del  descuello  y  del  aviso,  que  no  les  pedian.  Había  llegado 
el  Moscosotan  ujustadamente,  como  dos  días  antes  que  saliese 
el  Infante,  y  S.  A.  salió  con  el  ejército,  artillería  y  municiones, 
que  estaban  prevenidas  en  el  Estado  de  Hilan,  viernes  pos- 
trero de  Junio  de  este  año;  serenándose  algunos  movimientos 
á  esta  hora  entre  el  duque  de  Saboya  y  genoveses  sobre  ma- 
terias de  jurisdicción  y  pasiones  antiguas,  que  no  faltan  entre 
tos  vecinos,  porque  cada  uno  dice  que  le  toca  aquello,  y  et 
duque  de  Saboya  quiere  falsamente  que  sea  suyo  el  genove- 
6Bdo¡  con  que  2  000  borobres  escogidos,  que  para  estas  depen- 
cías  tenían  los  geooveses  entre  esguizaros,  ilalianos  y  alemanes, 
que  por  la  flaqueza  en  que  habia  quedado  el  Estado  de  Hilan 
fueron  alistados  al  sueldo  del  Rey,  pasaron  á  guarnecer  el 
Estado  y  los  alojamientos-  Quedó  por  gobernador  el  cardenal 
Albornoz,  coa  quien  se  ba  de  entender  lo  que  dejamos  refe- 
rido atrás  de  la  salida  del  príncipe  Tomás  del  Piamonte  al  ser- 
vicio del  Rey,  descuido  que  por  estar  tan  adelante  la  copia 
no  nos  pareció  borrar  tanto;  y  vino  después  por  castellano  del 
castillo  de  Milán,  y  por  superintendente  de  aquellas  armas,  Don 
Carlos  Coloma,  soldado  viejo  de  Flandes  y  de  reputación  ad- 
mirable en  el  consejo  y  en  la  prudencia. 

Antes  que  S.  A.  partiese,  dejó  compuestas  muchas  cosas 
del  confín  del  Estado,  aseguró  algunos  y  confirmó  otros  en  el 
aféelo  del  rey  Católico,  más  con  la  grandeza  de  sus  virtudes 
que  con  el  poder  del  ejército,  que  tenian  levantados  siete  can- 
tones de  esguizaros  católicos,  Altorfe,  Escuit,  Zug,  Lucerna, 
Ende,  Ubal  y  Bada,  y  otro  de  católicos  y  pretestantes,  como 
Apenzel,  y  el  abad  de  Sangal,  renovaron  la  Liga  é  hicieron 
nueva  confederación;  fueron  agasajados  con  banquetes,  dá- 
divas y  preseas,  entre  aquellas  gentes  prendas  muy  poderosas 
para  establecer  la  amistnd  y  otra  cualquiera  alianza.  Llegó 
á  esta  sazón  el  duque  Carlos  de  Lorena  del  condado  de  Bor- 
goña,  para  asistir  al  cargo  que  se  le  había  dado  de  general  de 


.    *  39S 

la  Liga  Cftlólica,  habiendo  escapado  del  veneno  qué  le  dieron 
los  perversos  ministros  de  Francia,  y  estuvo  allí  algunos  días 
con  S.  A.  asistido  y  regaladode  su  casa:  conCrieron  ambos  mu* 
chas  cosas pertenecienlesá  los  progresos  de  Alemania;  conque 
lomó  su  brazo  para  estar  pronto  y  lograr  el  tiempo  de  las  em- 
presas que  se  habían  de  acometer.  Marchó  el  ejército  á  Cus- 
lain,  en  el  conGn  de  Tirol  y  Baviera,  su  plaza  de  armas,  para 
comenzar  desde  all!  á  marchar  en  orden  y  forma  de  batalla; 
cargando,  como  lo  pedian  los  designios  que  se  llevaban  y  es- 
taban premeditados,  hacia  el  Danubio,  y  dejando  la  Borgoña, 
la  Lorena  y  el  Albis,  por  desvanecer  las  sospechas  y  recelos 
en  que  le  pensaba  poDet  el  rey  de  Francia,  por  las  muchas 
gentes  que  habia  conducido  hacia  aquella  parte;  cosa  que  ha- 
bía bechoó  nuestros  estadistas  elegir  aquel  camino  y  dejar  éste, 
pues  los  motivos  se  dejaban  ver  bien  patentemente,  de 
impedirle  la  jornada  y  no  dejarle  entrar  en  Plandes,  como 
io  tenia  por  aviso  y  prevenciones,  por  lo  que  solicitaba  de 
los  confederados  de  Alemania  que  lo  estorbasen.  La  provi- 
dencia de  Bspaña,  diligente  á  ta  reputación  del  InTante,  bus- 
caba trazas  y  caminos  contra  el  enemigo  para  frustrar  sus 
materias  y  abrirle  paso  por  las  mayores  dificultades,  y  si  bien 
fué  dar  materias  á  nuevas  alleraciones  y  movimientos  lo  que 
se  trazó  por  infiel  natural ,  del  que,  o  se  acogió  ó  se  ofreció  al 
hecho,  no  surtió  efecto.  Fué  asi  que  el  Rey,  velando  atentisima- 
mente  sobre  los  progresos  de  su  hermano  y  de  conducirle  con 
fortuna  y  reputación  á  Flandes,  viendo  que  la  malignidad 
francesa  no  dejaba  por  hacer  nada  en  esta  parte  ni  en  las 
otras,  porque  pretendía  con  esto  lograr  la  conjuración  que 
babia  introducido  en  los  Países  y  de  poner  lazos  en  todos  los 
puestos  y  parajes  por  donde  habia  de  caminar,  para  que  en  to- 
dos hallase  estorbo  y  en  alguno  peligrase,  se  trató  de  ocasio- 
narle, por  la  Galía  narbonensc  ó  la  Provenza,  tierras  que  des- 
pués de  Cataluña  lindan  con  el  mar  Mediterráneo,  algún  sinsabor 
que  le  divertiese  de  sus  dañados  pretextos.  Hay  entre  Tolón  y 
Trevis,  en  este  rumbo,  dos  islotes  enfrente  de  la  Provenza ,  ob- 
servados por  la  noticia  y  la  experiencia  de  los  geógrafos  y 


8M 

paBajfln»,  llamados  Islas  de  Heres,  á  propóiíto,  ooapindolas, 
para  fabricar  en  ellas  fuertes,  abrigar  grande  armada ,  si  bien 
incapaces  para  este  intento,  y  tentar  por  ellas  en  la  Francia  di- 
versiones y  empresas,  para  bu  castigo  muy  importantes,  por  la 
cercanía  de  Marsella,  y  de  mayor  aptitud  para  emprenderla,  por 
ser  este  puerto  y  plaza  de  los  mejores  que  hay  alli,  así  en  gente 
como  en  población,  por  la  gran  capacidad  de  admitir  bajetes, 
orrecido  por  su  comodidad  al  turco,  para  bajar  á  Italia,  en 
los  tiempos  pasados  cuando  no  faltaba  esta  misma  sedición  de 
alterarla  Europa. 

Vieron  allí  nuestros  abuelos  al  corsario  Barbaroja ,  traído 
por  Francisco  I,  rey  de  Francia,  y  enviado  por  Solimán, 
gran  turco,  para  destrucción  y  asombro  de  sus  costas.  La  traza 
era  que  el  Gastón,  duque  deOrleans,  como  la  vez  pasada,  con 
la  caballería  que  babia  en  Flandes,  mucba  y  escogida,  vol- 
viese á  infestar  aquellas  tierras,  se  metiese  en  Uarsella  y  por 
allí  se  procurase  alguna  diversión  que  pusiese  la  Francia  en 
conOicto;  y  que  el  príncipe  Tomás,  bermano  de  Vítorio,  duque 
deSaboya,  que  para  estos  unes,  ó  para  los  suyos,  dejando  á  su 
bermano,  se  iba  preparando  para  pasar  al  País-Bajo  para  ser- 
vir al  Rey,  ó  ya  enfadado  de  la  ocupación  de  Píñarolo  y  Susa 
por  los  franceses,  ó  del  Duque  y  de  su  poca  fe  á  las  obligacio- 
nes de  España,  pordesconflar  del  monsieur,  duque  de  Orleaos, 
de  su  poco  valor  y  crédito,  se  le  diese  por  acompañado;  y  caso 
que  él  desmayase  ó  fallase  al  tratado,  tomase  el  príncipe  To- 
más la  empresa,  la  acometiese  y  ejecutase.  Para  darle  la 
mano,  socorrerle  y  meter  infantería  española,  babia  de  salir  de 
Sicilia  el  marqués  de  Santa  Cruz,  después  de  los  sucesos  de 
Flandes,  con  veinte  galeras  (quién  decía  cuarenta  y  seis  baje- 
les redondos  con  40.000  soldados,  entre  españólese  italianos, 
con  ladríllo  y  otros  pertrechos  y  materiales  de  fabricar],  y 
echando  la  gente  en  ellos,  fortificarse,  levantar  dos  fuertes, 
municionarlos  y  abasteceríos  de  soldados  que  pudiesen  dar  la 
mano,  socorrer  y  alentar  las  cabezas.  Otros  decían  que  para 
hacer  un  fuerte  en  la  montaña  de  Uonjuí,  para  dominar  á 
Barcelona  y  hacerla  doblar  el  orgullo  y  que  estuviese  más 


ronta  al  servíoío  del  Rey,  y  que  w  había  lomado  eate  expl- 
ícate para  la  ejecución;  pero  no  se  vio  ni  se  osó  tentar,  y  A 
li  ee  hubiera  hecho  lo  demás,  no  la  tuviéramos,  ni  por  ene- 
miga ni  rebelde  en  lo  de  adelante.  Todo  esto,  prevenido  y 
puesto  á  punto,  el  fin  que  tuvo  fué  como  de  genio  de  Francia. 
Dio  cuenta  de  todo  esto  el  duque  de  Orleaos  al  Rey,  so 
hermano,  ó  le  forzaron  á  ello,  por  los  confidentes  que  le  te- 
nia puestos  á  Eu  lado  en  el  Pais-Bajo,  siendo  á  un  mismo 
tiempo  huésped  y  espia;  de  las  trazas  y  prevenciones  erigidas 
oontra  la  seguridad  de  su  Eslado,  y  del  acompaDado  que  se 
le  daba,  por  la  desconfianza  del  rey  Católico  en  el  natural 
francés ;  que  si  le  quería  perdonar  ¿  él  y  á  todos  los  que  le  ha- 
bían seguido,  dejarla  á  Flandes  y  se  volvería  para  él  y  haría 
infructuosa  la  empresa,  donde  estaría  muy  pronto  y  obediente 
i  las  leyes  que  quisiere  ponerle.  El  Rey  le  dijo  le  perdonarís 
á  él  y  á  sus  criados,  que  viniese.  Y  no  paró  aquí  el  engaño 
de  ambos  hermanos,  sino  el  duque  de  Orleans  pidió  al  mar- 
qués de  Aitona  60.000  escudos  adelanudos,  de  lo  que  cada 
mes  se  le  daba  para  su  casa,  que  los  había  menester  para  la 
jornada;  él  se  los  dio,  y  aun  pienso  que  se  fingió  esta  trata 
para  ecbaríe  de  alli,  y  que  el  infante  D.  Femando  bailase  dé 
menos  aquel  embarazo  en  su  gobierno  para  excusarle  de  eo- 
fkdos  y  controversias.  Ora  sea  esto ,  ora  aquello,  y  poniendo 
el  rey  de  Francia  un  ejército  á  la  misma  hora  en  las  fronlerai 
de  PerpiBan,  á  que  luego  acudió  el  duque  de  Cardona  con  la 
gente  de  CataluBa ;  el  Gastón,  como  lo  tenia  destinado,  huyó  i 
París  abandonando  la  cara  compañía  de  su  esposa,  y  esposa 
tal,  cuyas  virtudes  y  hermosura  dicen  no  tiene  par  en  el 
orbe;  dejando  tan  feo  y  abominable  nombre  de  sí  en  todo  el 
Pais-Bajo,  que  no  babia  persona  que  no  blasfemase  de  él ,  de 
gn  traza,  persona,  costumbres  y  proceder,  y  otros  vicios  qos 
ucusamos  por  la  decencia  de  estos  escrítos.  Llegó  á  la  misma 
sazón  el  marqués  de  Santa  Crui  á  dar  vista  i  Isla  de  Heres,  y 
creyendo  que  ya  el  fuego  estaba  metido  en  la  Provenza,  siendo 
avisado  de  la  fuga  del  Gastón  y  del  mal  estado  que  tenía  la 
emprau,  de  sus  dificultades  é  imposibles,  como  se  le  había  or- 


S86 

denado  volvió  las  volas,  y  dando  vista  á  la  Goleta  y  ¿algunas 
plazas  de  África,  por  divertir  las  sospechas  de  la  FranciB,  se 
tornó  á  Sicilia,  con  no  más  efeclo  que  gastadas  las  municiones, 
vituallas  y  dinero,  dejando  los  materiales  y  los  otros  pertre- 
chos inútiles.  Pagó  la  fineía  do  este  servicio  el  rey  de  Francia 
con  prender  á  su  hermano  y  estrecharle  en  una  fortaleza  fuera 
de  Pan's  y  cortar  las  cabezas  á  sus  más  confidentes  y  criados, 
y  poner  otros  en  ruedas  y  en  horcas,  con  pregones  de  lesa 
majestad;  pasando  de  cuatro  mil  las  personas,  así  nobles  como 
plebeyos,  los  que  han  padecido  estas  calamidades  en  Iodo  el 
tiempo  que  el  Richelíeu  tiene  la  potestad  de  Privado  en  la 
Francia.  Aquella  nueva,  cogió  al  infante  D,  Fernando  en  el 
principio  de  au  camino,  y  al  saber  que  liabia  huido  de  Flandes 
el  Gastón,  duque  de  Orleans,  escribió  al  rey  Católico,  su  her- 
mano, se  habia  alegrado,  no  del  mal  efecto,  mas  de  que  las 
cosas  se  habían  rodeado  de  manera  que  le  bubíesen  eicusado 
de  un  embarazo  tan  grande,  que  entre  los  muchos  cuidados  que 
llevaba  no  era  el  menor,  y  con  el  que  pensaba  luchar,  no 
dejándole  exceder  un  punto  de  lo  justo  y  reprimirle  algunas 
insolencias  y  alborotos  de  su  gente,  de  que  habia  tenido  muy 
larga  noticia,  que  se  explayaban  en  perjuicio  de  la  superio- 
ridad del  Pais-Oajo,  y  desagradecido  al  hospedaje,  por  no 
olvidar  el  dictamen  francés.  Sin  perder  tiempo,  trató  el  pri- 
mer ministro,  volviendo  otra  vez  á  su  tema,  de  descasarle, 
haciendo  que  lo  lirmasen  y  fuesen  de  su  parecer  todos  los 
catedráticos,  juristas  y  teólogos  de  las  escuelas  de  Sorbona,  y 
que  lo  aprobasen  los  obispos  del  Rey,  no  tocando  aquella 
materia  y  decisión  sino  solamente  al  Sumo  PontiGce,  Vicario 
do  Jesucristo,  cuando  hubiera  causa;  no  dando  otra  más  legi- 
tima, sino  que  lo  habia  hecho  sin  dar  cuenta  al  Rey  ni  al  Par~ 
lamento. 

Sin  embargo  de  la  vuelta  de  nuestra  armada  á  Sicilia,  el 
rey  de  Francia  hacía  perseverase  su  ejército  al  conGn  de  Per- 
piñan,  forlicando  á  Narbona  y  á  Leocata ,  y  entre  tanto  que  no 
disponía  otra  cosa,  avisado  de  los  castigos  pasados  y  de  los 
pronosticados  á  otras  fronteras,  tentó  probar  el  ánimo  de  los 


397 
vecinos  con  ponerles  las  armas  y  el  auiilio  delante;  mas  la 
fidelidad  vizcaína  y  catalana,  por  aKora  éjtos,  y  después 
aquéllos,  nunca  no  se  movían  á  ninguno  de  estos  vanos  pre- 
leitos,  apeteciendo  antes  que  otra  cosa  la  virtud  de  la  cons- 
tancia y  la  claridad  del  ánimo.  Ardía  con  micvo  rigor  y 
denuedo  la  guerra  en  Alemania,  entre  unos  y  oíros,  aperci- 
biendo los  enemigos  todo  el  nervio  y  fuerzas  de  los  coligados 
para  contender  con  el  poder  de  un  nuevo  ejército  á  sus  con- 
ünes. 

Ferdinando,  rey  de  üungria  y  Bohemia,  balia  á  Ratisbona 
con  cien  piezas  de  artilleria  y  con  esperanza  de  tomarla  á  tos 
enemigos,  persistiendo  con  valor  y  denuedo  restituirse  en  to- 
das las  que  están  en  las  riberas  del  Danubio  y  del  Rhin;  pero 
los  holandeses  en  el  Brasil  se  rehacían  de  fuertes  y  reductos, 
pretendiendo  hacerse  allí  perdurables  y  divertir  nuestras 
fuerzas,  en  partes  tan  remotas,  como  se  to  habian  propuesto  Jos 
reyes  de  Inglaterra  y  Francia,  sus  mayores  protectores-  No 
querían  éstos  se  eílendiesen  más  en  el  Pais-Bajo,  porque  ya  el 
francés  le  codiciaba  y  le  quería  para  si  y  tenia  pensamientos 
da  emprenderle,  y  por  esto  ó  por  aquello  no  quería  que  lo 
acabasen  de  emprender  los  holandeses,  por  las  nuevas  mate- 
rias y  designios  que  se  podían  despertar  entre  ellos  mismos, 
dejándonos  la  guerra  á  nosotros  y  pasándose  á  ellos,  conio 
suele  acontecer  y  se  ha  visto  en  varias  edades,  pasándose  á 
muchos  ángulos  de  la  tierra,  y  es  muy  verosímil  entre  gentes 
tan  confinantes,  particularmente  en  nación  que  tanto  lugar  so 
ha  hecho  en  el  orbe,  así  por  mar  como  por  tierra,  acaudillando 
ejércitos  y  armadas,  en  que  han  conseguido  crédito  y  reputa- 
ción y  muy  gruesos  intereses. 

)ba  marchando,  como  dije,  .el  infante  D.  Fernando,  y  cl 
ejército  en  trozos,  como  es  de  costumbre,  por  haber  de  pasar 
las  estrechuras  y  pasos  angostos  de  los  Alpes,  no  con  poco 
desahogo  de  algunos  vecinos  malafectos,  que  los  tenía  sospe- 
chosos y  en  atención.  Salió  de  Mitán  con  toda  su  casa  en  há- 
bito de  soldado  y  fué  á  acometer  á  la  ciudad  de  Como;  embar- 
cóse en   doce  góndolas,  corrió  el  lago,   y  entre  los  muchos 


398 
cuidados  que  llevaba  no  le  embarazaron  el  ver  las  cosas  más 
memorables  de  aquellas  tierras  y  de  las  que  la  habían  becho 
dueño  los  estudios;  vió  la  fueuM  de  Plioio,  llegó  á  Gravedoua, 
habiendo  navegado  cuarenta  millas  la  Riba  de  Cbabena,  y 
consideró  la  importancia  de  su  angostura,  siempre  impor- 
tante para  las  cosas  de  Lombardía,  y  para  tenerle  desemba- 
razado de  cualquiera  ¿mulo  ó  estadista.  Pasó  á  la  frente  de 
Fuentes,  entró  en  la  Valtelina  é  hizo  tránsito  por  sus  mejores 
poblaciones;  en  Morvenga  y  Sondrio ,  atravesó  el  rio  Ada,  pasó 
i  Tiran,  Bormio,  Groseio,  agasajado  y  aplaudido  de  aquellas 
gentes,  defendidas  con  las  armas  del  rey  Católico  D.  Fe- 
lipe III,  BU  padre,  contra  la  herejía  de  grisones,  hallando  de- 
fensa en  sus  heroicas  virtudes  ;  ejércitos,  muro  y  apoyo  en 
sus  capitanes:  entró  en  Clares,  primera  villa  del  condado  de 
Tirol,  y  recibió  la  embajada  de  la  archiduquesa  Claudia,  viuda 
del  archiduque  Leopoldo,  hermano  de  Ferdinando  11,  empe- 
rador de  Alemania,  por  el  embajador  Cralastein,  gran  soldado 
y  muy  experimentado  en  las  armas  que  han  investigado  aque- 
llas tierras. 

Llegó  á  Inspruc,  gran  colonia  y  corte  de  aquel  condado: 
fué  recibido  con  grandes  demostraciones  de  la  Archiduquesa 
y  de  su  hijo  el  archiduque  Ferdinando,  sn  primo  hermano,  de 
no  más  edad  que  de  seia  afios;  y  comenzó  á  ver  desde  aquí  los 
estragos  de  los  enemigos  septentrionales  y  los  propios,  intro- 
ducidos por  las  trazas  y  consejos  de  los  franceses  pstra  ruina 
y  desolación  del  Imperio  y  de  los  ministros  del  Ssnto  Evange- 
lio. Visitóle  el  arzobispo  de  Augusta,  desposeído  de  los  sucesos; 
hizole  relación  de  sus  trabajos  y  condolióse  de  ellos,  y  esfor- 
zóle ofreciéndole  su  persona  y  que  le  traia  por  alli  el  gran 
celo  del  Rey,  su  hermano,  para  deshacer  y  desarraigar  cuanto 
pudiese  los  agravios  de  los  afligidos  :  recibió  la  embajada  del 
arzobispo  de  Saisburg,  ta  de  Ferdinando  111,  rey  de  Hungría,  la 
del  duque  de  Baviera,  su  tio,  y  la  de  otros  príncipes;  y  des- 
pedido de  la  Archiduquesa  con  el  justo  agradecimiento  al  hos- 
pedaje, marchó  á  Rotemberg,  su  plaza  de  armas,  atravesó  el 
rio  Eno,  recogió  el  ejército  cansado  del  largo  viaje,  informóse 


de  los  dos  cabos  del  estado  que  (rala  y  los  que  faltaban,  y 
qué  tal  era  la  gente  alemana  que  le  había  enviado  el  rey  de 
Hungría. 

Recogió  las  reliquias  del  ejército  del  duque  de  Feria, 
alojadas  y  distribuidas  en  la  Baviera,  y  sacó  del  condado  del 
Tirol  el  tercio  veterano  de  españoles,  que  mandó  agregar  á 
la  gente  que  traia  D.  Martin  Idiaquez,  de  Lombardia.  Tuvo 
nuevas,  y  avisó  aquí  del  estado  de  Baiisbona,  y  cuan  apretada 
la  tenia  Ferdinando;  supo  que  el  enemigo  habia  ocupado  ú 
Lanchut,  puesta  y  asentada  á  las  márgenes  del  Iser,  en  la 
Baviera ,  y  sintió  más  que  lodo  la  muerte  del  conde  Andrique, 
lie  UD  mosquetazo  en  la  cabeza  i  valentisimo  cabo,  y  de  los 
escogidos  en  Alemania,  tan  fídelisimo  al  servicio  del  César, 
como  lo  mostró  en  la  conjuración  del  Frislan  en  la  Bohetoia 
oponiéndose  á  sus  intentos  y  revelando  el  secreto  á  los  mejo- 
res para  que  fuese  avisado  el  Emperador.  Envió  desde  aqui 
á  consultar  las  cosas  de  su  viaje  con  el  rey  de  Hungría,  cuando 
de  repente,  y  sin  pensar,  embistió  talaccidente  áD.  Antonio  de 
boscoso,  marqués  del  Fresno,  que  sin  darle  lugar  á  ordenar 
sus  cosas  y  las  de  su  alma,  dentro  de  tres  dias  le  arrojó  en 
la  sepultura,  con  tanto  sentimiento  y  sobresalto  del  Inlante, 
que  no  era  posible  poderlo  aplacar;  pero  tanto  como  era  el 
sentimiento  fué  la  disimulación,  por  el  veneno  de  los  áspides 
que  le  asistían  para  adelantar  sus  acciones  tan  ceñidas  por  la 
obediencia,  y  otros  temores  de  esta  calidad  que  había  oido  y 
visto,  que  casi  no  era  señor  de  ellas.  Este  ñn  tuvo  aquel  gran 
cuidado,  no  quedando  nosotros  de  qué  temernos  ni  caute- 
larnos en  esta  materia.  El,  6nalmente,  murió  por  morir,  suce— 
diéndoles  á  ambos  hermanos,  contrapuestamente  el  caso,  que 
il  un  Privado  le  falló  el  Príncipe,  y  al  otro  Principe  le  faltó 
el  Privado;  y  por  si  no  nos  hemos  dado  bien  á  entender  y  de- 
jamos confuso  al  lector,  que  en  tales  casos  es  bien  declarar- 
nos, lo  primero  se  dice  por  el  infante  D.  Carlos  y  el  almirante 
do  Castilla,  que  ambos  á  dos  y  el  infante  D.  Fernando  y  el  Don 
Antonio,  corrieron  fortuna  muy  deshecha,  ellos  en  favorecerlos 
y  estos  otros  en  verse  favorecidos,  y  también  porque  tiempo 


400 
largo  estuvieron  desposeídos  de  ellos  por  enojos  y  disgustos 
del  que  todo  lo  quería  para  bÍ;  j  cada  uno,  on  las  dos  prínif^ras 
jornadas  que  se  hicieron  desde  Madrid  á  Barcelona,  y  Cuando 
el  Almirante,  después  de  su  vuelta  á  palacio,  creyó  había  asido 
al  infante  D.  Carlos  le  perdió,  pasando  de  esta  á  mejor  vida, 
como  dejamos  referido;  y  cuando  el  infante  D.  Fernando  pensó 
que  habia  recobrado  al  D.  Antonio  de  Hoscoso,  le  perdió  en 
el  lugar  en  que  vamos  discurriendo  con  nuestra  historia.  Mu- 
chas  cosas  se  hablaron  en  esta  materia  en  casi  toda  la  Europa: 
quede  la  verdad  para  quien  le  tocare,  que  yo  no  se  la  quitaré. 
Rotemberg  fué  el  funesto  sepulcro  de  su  vida,  y  la  meta  de  su 
valimiento  un  banquete,  á  que  fué  convidado,  ó  del  marqués  de 
los  Balbases  ó  de  D.  Diego  Hejia,  dicen  fué  donde  salió  herido 
de  muerte,  sin  obstarle  los  remedios  ni  las  bebidas  que  le 
dieron. 

Finalmente,  pagó  allí  muchas  sospechas  y  otros  encuentros 
que  de  él  se  tuvieron:  cierta  llave  que  se  reconoció  oculta  en 
palacio,  y  que  no  era  lícito  ¿  otro  que  al  supremo  señor,  y  por 
no  hacer  mancha  en  lo  que  no  la  hay,  sino  que  solamente 
servia  á  la  licencia  de  los  mozos  para  las  noches  y  las  calles, 
sin  embargo,  atrevimiento  ajeno  de  toda  fidelidad  hizo  tomar 
satisfacción  con  esta  prudencia:  que  asi  castigan  los  principes 
los  deservicios  de  sus  vasallos,  excusando  la  nota  popular;  mas 
al  Gn  se  habló  de  todo  y  nada  se  halló.  Avisó  el  duque  de 
Noguera  (que  también  le  alcanzaron  sus  riesgos)  á  S.  A.,  que 
se  parlamentaba  en  Hatisbona,  ciudad  en  grandeza  y  situa- 
ción maravillosa,  y  digna  de  hacer  célebre  memoria  de  ella 
por  las  muchas  Dietas  que  han  tenido  allí  nuestros  emperado- 
res y  por  estar  junto  al  gcan  Danubio ,  que  el  ejército  de  los 
enemigos  suecos,  alemanes,  herejes  y  protestantes,  mezcla- 
dos con  franceses,  procedían  insolentes  por  el  país  con  el  em- 
barazo del  imperial  en  Ratisbona,  y  quemaban  y  talaban  la 
Baviora ,  no  perdonando  hasta  las  raices  insensibles  de  árboles; 
pero  en  Gu,  se  rindió  á  Ferdinando  Con  una  gran  gloria  de  su 
esclarecidísima  casa  y  de  aquella  nación  que  militaba  debajo 
de  los  estandartes  de  la  fe.  Fué  esta  nueva  de  grande  alegría 


para  S.  A.  y  el  ejércilo,  deseaudo  mostrarse,  invocando  la  oca- 
sión y  la  compaña  para  ejercer  el  valor  y  la  osadía.  Con  la 
pérdida  de  Batisbona  desamparó  el  enemigo  á  Lanchut,  cor- 
riendo con  diligencia  á  abrigarse  de  Augusta,  y  con  tanto  des- 
orden y  confusión,  que  se  dejó  la  artillería  y  el  bagaje  en  la 
campaña;  picándole  en  la  retaguardia  la  caballería  del  Rey, 
que  estaba  levantada  en  Uónaco,  corte  del  bavaro,  y  la  del 
Duque  corrió  con  diligencia  á  pillar  los  bastimentos  que  ve- 
nían de  Augusta  y  á  retirar  la  presa  que  habían  hecho  en  el 
Estado  del  Elector,  que  todo  fué  de  muy  grande  conúde- 
racion. 

Mandó  S.  A.  dar  una  paga  al  ejército  y  que  pasase  á  In- 
glostat  para  darse  la  mano  con  el  húngaro,  instando  al  mar- 
qués de  Grana,  general  de  su  caballería,  se  juntasen  ambos 
principes,  gentes  y  ejércitos  y  se  dispusiesen  á  deshacer  al 
duque  Bernardo  de  Veímar  y  á  Gustavo  de  Orne,  y  á  los  de- 
más cabos,  que  estaban  muy  poderosos  y  fornecídos  de  muy 
gruesos  escuadrones,  asolando  la  campaña ,  y  otrosí  limpiar  la 
Bavieray  todo  loque  está  de  la  otra  parte  del  Danubio,  y  correr 
á  Brisac,  y  á  su  amparo  á  la  Alsacia;  ofreciendo  acompañar 
á  S.  A.  con  la  caballería  imperial  hasta  el  Rbin,  aunque  se 
aventurase  y  pusiese  al  trance  la  Bohemia,  A  esta  hora  llegó 
el  marqués  do  Leganés,  D.  Felipe  Espinóla,  marqués  de  los 
Balbases,  el  consejero  Gabarelí  y  D.  Martin  de  Aspe,  secreta- 
rio de  estado  de  S.  A.,  de  tratar  y  conferir  con  el  rey  de  Hun- 
gría el  mejor  modo  y  manera  de  pasar  S.  A.  al  País-Bajo,  que 
era  á  lo  que  por  allí  había  venido.  La  resolución  por  entonces 
fué,  que  desde  Inglostat,  juntos  ambos  ejércitos,  el  católico  y 
el  imperial,  marchasen  cerca  el  uno  del  otro  por  los  víveres, 
el  rey  de  Hungría  por  la  mano  derecha  del  Danubio,  y  Su  Al- 
teza buscándote  por  frente;  y  tomóse  muestra  á  nuestro  ejército 
y  d lósele  una  paga,  y  avisó  Haría,  reina  de  Hungría,  á  su 
hermano  le  esperba  en  Pasau.  Llegaron  las  tropas  de  Lom- 
bardía,  el  dinero  y  et  trigo  para  la  eipedicíon  y  mejor  como- 
didad de  nuestra  gente,  y  diéronse  á  D.  Martín  Idiaquez  1 .800 
españoles  y  otros  1.200  al  conde  deFuenclara,  con  otros  200 


8  que  vioieron  de  Itali»;  y  con  el  deseo  que  tenía  de  ver  á 
la  Reina,  su  hermana,  y  alegrarse  con  su  presencia  de  sus 
peregrinaciones,  y  hablar  despacio  de  sus  cosas  y  de  los  añoí 
en  que  nacieron ,  vivieron  junios  y  se  amaron  reciprocamente, 
de  los  años  que  no  se  habian  visto  y  de  oíros  lances  de  su 
fortuna,  en  que  lanta  parte  tienen  los  principes  por  locarles 
la  mudanza  é  investigación  de  tierras,  particularmente  los 
que  nacen  de  monarcas  que  las  tienen  tan  explayadas  en  el 
orbe,  embarcóse  en  el  Eno,  á  la  ligera,  con  no  más  del  mar- 
qués de  Leganés  y  los  criados  más  Torzosos  en  tres  barcas,  y 
dio  fondo  en  Rosensein,  en  la  Baviera.  Envióle  el  Duque  al 
Elector  á  visitar  y  á  pedirle  muy  encarecidamente  que  t^n 
Brauna ,  donde  le  esperaba ,  hiciese  alto  por  algunos  días  para 
festejarle,  verle  y  lograr  un  deseo  que  había  muchos  días  le 
trsia  con  gusto:  S.  A.  se  eicusó  con  enviarle  á  decir,  que  le 
esperaba  la  Reina,  su  hermana,  y  no  era  posible  detenerse 
por  el  poco  tiempo  que  se  lo  permitía  á  su  jornada  y  á  lo  mu- 
cho que  tenia  que  hacer;  que  á  la  vuelta  le  verla.  Durmió 
aquella  noche  en  la  barca ,  y  al  otro  dia  pasó  á  oir  misa  á  Ba- 
sembourg ;  corrió  á  Gerdinque  y  desembocó  en  el  Danubio  por 
acabar  alii  el  Eno,  perdiendo  el  nombre  en  sus  aguas;  llegó  á 
Pasau.  adonde  dos  dias  antes,  por  lograr  esta  ocasión,  habla 
llegado  la  Reina  bajando  en  barcas  desde  Viena  de  la  Austria 
inferior,  corte  del  César,  desembarcó  el  Infante  y  fué  á  pala- 
cio, bajando  la  Reina,  acompañada  del  cardenal  Diatristan, 
para  recibirle,  mucha  parte  de  la  escalera ,  vestidas  las  damas 
i  la  española,  como  si  el  caminante  no  llevara  ya  el  corazón 
alemán.  Recibiéronse  en  los  brazos,  y  fué  grande  el  guslo  y  la 
alegría  de  ambos;  hablaron  en  sus  cosas  y  en  los  sucesos  pa- 
sados, en  sus  jornadas,  novedad  y  mudanza  de  estados,  y  todo 
cuanto  les  habia  sucedido,  hasta  los  más  mínimos  lances  y  los 
mayores  desdo  el  año  de  630,  por  los  fines  de  Enero,  que  se 
despidieron  en  Zaragoza. 

Fué  la  llegada  de  S.  A.  á  esle  paraje  á  27  de  Julio  de  esle 
ano;  otros  quieren  que  sea  ¿  1C.  Las  alegrías  y  regocijos  que 
Be  hicieron  fueron  notables,  y  las  que  la  Reina  le  tenia  prevé- 


nidas.  Recibió  la  embajada  del  César,  y  entre  (anlo  ee  juntó  el 
ejército  en  Consiaío.  A  esta  saton,  el  duque  Carlos  de  Lorena, 
codicioso  ya  de  probar  su  fortuna  y  su  valor,  le  fué  á  buscar 
á  Rotemberg,  y  no  hallándole  allí,  informado  de  la  visita  á 
la  reina  de  Hungria,  retrocedió  álnspruc  por  ver  i  la  archidu- 
quesa Claudia,  y  coocluído,  en  breves  dias  tornó  á  Rotem- 
berg; Y  errándole  segunda  vez,  fué  por  el  Edo  á  encontrarle, 
y  no  hallando  ejecución  su  deseo,  fué  á  Bruna  ¿  esperarle.  To- 
maron los  cabos,  por  no  perder  el  tiempo,  la  muestra  al  ejér- 
cito, cuya  forma  y  número  era  este: 

Siete  compañías  de  caballos  de  lombardos,  á  cargo  del 
marqués  Florencio,  con  los  de  la  misma  nación  D.  Andrés 
Manrique,  D.  Pedro  Vitlamor,  Alonso  Filomoriano,  y  la  de 
mosqueteros  de  D.  César  Taragon,  en  que  había  500  hombres; 
las  dos  compaSiae  de  caballos  de  S.  A.,  á  cargo  del  marquéc 
de  Orani,  su  gentilhombre  de  Cámara,  en  que  se  incluían  230, 
que  todos  eran  1.317  en  veintiséis  compañías,  aunque  otras 
relaciones  dicen  había  cerca  de  dos  mil  caballos;  1.800  espa- 
ñoles, soldados  viejos,  en  veintiséis  compañías,  á  cargo  del 
maestre  de  campo  D.Hartin  Idiaquez;  l.&SOespañolesen  diei  y 
sielecompañías,  y  por  su  maeatre  de  campo  el  conde  deFuen- 
clara;  un  regimiento  de  napolitanos  en  veinticuatro  compañías, 
á  cargo  del  principe  de  San  Severo;  el  tercio  de  infantería  ita- 
liana de  D.  Gaspar  Toralto,  compuesto  de  diez  compañías,  en 
que  se  encontraban  750  infantes;  el  de  D.  Pedro  de  Cárdenas, 
de  la  misma  nación,  eo  quince  compañías,  i  .300  soldados.  Otro 
levantado  por  el  príncipe  de  Oria,  á  cargo  del  maestre  de 
campo  Carlos  Guaseo,  en  doce  compañías,  en  que  había  1.000 
infantes,  que  con  la  compañía  de  RafsMsqui,  de  esguizaros  y 
otras  naciones,  habia  9.240  infantes  en  siete  tercios;  cinco 
compañías  de  dragones,  por  número  500  caballos,  que  hacen 
los  que  hemos  referido  de  caballería  y  de  infantería ;  esto  sin 
los  alemanes  levantados  para  agregarlos  é  este  ejército  que  le 
hacia  muy  Qorido  y  pujante. 

Proveyóseles  de  vestidos,  pan  de  muDÍ<;ion  y  todo  lo  ne- 
cesario: era  ya,  como  lo  dejamos  referido,  teniente  general 


404 
ó  gobernador  deS.  A.  D.  Diego  Mejia,  marqués  de  Leganés;  y 
D.  Felipe  Espinóla,  marqués  de  los  Balbases,  su  cuñado,  ge- 
neral de  la  caballeria ;  de  la  artilleria  el  conde  Juan  Cer- 
vellón,  que  hasta  ahora  habia  asistido  en  la  Baviera,  gober- 
nando la  gente  que  habia  quedado  del  ejército  del  duque 
de  Feria;  tenientes  de  maestres  de  campo  generales,  Pedro 
de  León,  D.  Juan  de  Padilla  y  I).  Tiberio  Brancacho,  con 
otra  mucha  gente  noble  entretenida,  particularmente  muchos 
caballeros  españoles  que  dejaron  sus  casas  y  fueron  á  servir 
en  esta  jornada  por  lo  que  amaban  al  Principe.  Habiansele  ya 
pasado  los  tres  días  á  S.  A.  en  Pasau,  en  compañía  de  la  Reina, 
entretenido  en  Gestas  y  un  sarao  al  uso  de  Alemania,  y  todo 
ya  concluido,  no  sin  mucha  terneza  se  despidió,  apresurando 
su  jornada  deseoso  de  demostrarse  y  ejercitar  su  ánimo  gene- 
roso y  ver  aquellos  rumores  recientes,  tantos  años  antes  ape- 
tecidos de  su  belicosa  inclinación,  y  seguir  las  huellas  de  sus 
antecesores,  que  en  aquella  parte  y  en  las  demás  del  orbe 
dieron  tantas  muestras  de  sí  que  inundaron  con  sus  hechos 
las  historias. 

Habiendo  salido  de  Pasau,  caminó  á  Gerdinch  y  á  Bruna; 
salióle  al  paso  Maximiliano,  duque  y  elector  de  Baviera ,  su 
tio,  apeóse  para  recibirle,  entraron  en  la  carroza,  llegaron  a 
Bruna,  visitó  á  la  Duquesa,  y  de  alli  corrió  con  brevedad  é 
hizo  noche  en  Tromburc,  y  al  otro  dia  pasó  á  Rosensein,  ú 
Costain,  donde  recogió  la  casa  y  el  ejército,  y  donde,  ü  dos 
millas  más  allá  de  esta  población,  hizo  frente  de  banderas, 
reconoció  la  gente,  y  consideró  con  atención  las  fuerzas  que 
llevaba  para  saberlas  disponer  y  mandar,  ejercitando  en  aquella 
edad  reciente,  que  apenas  llegaba  á  veinte  años,  la  maravillosa 
virtud  de  la  prudencia;  materia  importante  para  saber  vencer 
diücultades.  Tuvo  correo  de  Flandes,  y  relación  del  estado  en 
que  el  marqués  de  Aitona  tenia  las  cosas  del  País— Bajo  y  cómo 
iba  acomodando  las  del  país  de  Limburgo,  para  luego  que  lle- 
gase asediar  á  Maestrích;  sin  embargo  de  que  las  cabezas  del 
ejército  discurieron  lo  que  tenia  delante,  lo  mucho  que  habia 
que  marchar  y  aun  que  acometer,  y  que  sería  no  pequeña 


405 

umpresa  poder  llegar  á  liempo  do  alojar  la  geole  y  uetei  la  en 
guarniciones,  y  esperar  á  la  primavera  siguiente  para  poder 
obrar. 

Escribió  desde  aquí  al  Rey  los  progresos  de  su  jornada, 
desde  que  salió  del  Estado  de  Milán  hasla  aquel  día,  y  la  visila 
de  la  reina  de  Hungria,  su  hermana.  Llegadas  las  cartas  á  Ma- 
drid alegraron  mucho  al  Rey,  por  quedar  con  certeza  del  buen 
estado  que  lenia  la  jornada,  du  la  salud  de  su  hermano  y  del 
buen  orden  del  ejército;  pero  con  cuidado  del  demasiado  poder 
del  enemigo  v  la  gran  refriega  que  se  esperaba,  según  todos 
iban  prevenidas  los  brazos  >  las  anuas.  Sábado  1&  de  Agosto, 
marchó  con  el  ejército  y  tomó  el  bastón  y  el  gobernallo,  con 
admiración  suma  do  todas  aquellas  gentes  y  pueblos,  viendo  un 
Príncipe  en  lo  más  Horido  de  sus  años,  bizarro,  galán  y  des- 
collado, tan  introducido  y  hallado  en  los  deberes  y  estruendos 
(le  maestre  como  si  fuera  soldado  viejo,  apeteciendo  las  des- 
comodidades y  los  cuidados,  que  á  esta  hora  no  le  rodeaban 
pocos,  que  no  iba  tan  sobrado  que  no  se  Icmieso  de  necesidad 
y  hambre  en  el  ejército,  por  falta  do  bastimentos  y  estar  la 
tierra  etbaustadcellosy  dannificadade  los  viveresppr  los  ene- 
migos con  sus  continuas  vejaciones.  En  esta  forma,  pues,  marchó 
por  la  Ba viera,  llegó  al  Inspruc,  yasisliéronle  los  comisarios  del 
Duque  á  los  alojamientos.  Tomó  entretanto  el  rey  de  Hungría  á 
Donabert,  sobre  el  Danubio,  y  dividiéronse  los  enemigos  y  sus 
gentes  en  dos  partes,  en  dos  caudillos;  y  tomó  el  duque  fiar- 
nardo  de  Veimar  aquella  parte  y  Gustavo  de  Orne  ésta  abri- 
gando y  fortaleciendo  ambaü  márgenes.  Reparó  S.  A.  algunos 
doAilbing,  moderó  los  atrevimientos  del  ejército,  frenando 
los  bulliciosos  y  castigando  los  inobedrentes,  á  imitación  del 
germánico,  con  las  legiones  y  cortes  que  alojaban  oerca  del 
Rhin;  recogió,  sin  embargo,  los  bastimentos  y  municiones  que 
pudo  para  que  no  desfalleciese  la  gente  y  se  perdiese  de  ánimo 
y  fracasase  la  reputación ;  tan  á  la  vista  estaba  de  los  enemigos 
y  la  nobleza,  de  tantos  y  esclarecidos  varones  que  estaban 
prontos  á  la  ocasión  y  á  señalarse  en  ella. 

Avisó  el  rey  de  Hungría  cómo  se  iba  a  poner  sobre  Nort- 


1 


406 
ling,  ciudad  imperial  situada  en  la  otra  orilla  del  Danubio, 
hacia  la  Francia,  y  cómo  el  enemigo  se  retiraba  á  Ulma;  con 
queS.  A.  se  diese  prisa  á  marchar,  porque  los  enemigos  iban 
Juntando  sus  tropas  para  impedirle  el  sitio,  socorrer  la  plaza 
y  darle  batalla. 

Con  estos  avisos  juntó  S.  A.  los  cabos  para  conferir  lo 
que  se  debia  hacer:  todos  fueron  de  parecer  se  pusiese  dili- 
gencia en  el  marchar  y  se  socorriese  al  Rey.  Llegó  el  ejército 
á  Hónaco;  salióle  al  encuentro  el  duque  Carlos  de  Lorena,  que 
pasaba  al  campo  del  Rey  para  gobernar  el  ejército  de  la  Liga. 
A  esta  hora  ya  el  enemigo  sacaba  todas  sus  tropas  y  las  reser- 
vadas para  esta  ocasión  con  la  noticia  de  la  llegada  de  S.  A.,  y 
aumento  de  ambos  campos  imperial  y  católico,  en  que  ya  les 
parecía  proceder  con  recato;  si  bien  no  se  lo  pareció  al  Yei- 
mar,  parecióle  al  Orne,  como  de  más  juicio  y  experiencia  y 
mayor  soldado,  no  solamente  para  defender,  sino  también 
para  conservar  sus  puestos  y  plazas  y  aquellas  ciudades  que 
estaban  ásudevocion,rebeldes,  ala  inlemperie,  expuestos  i  no 
pequeSo  riesgo  para  la  potencia  de  un  ejército  español  que 
había  de  pasar  á  sus  contornos,  donde  sería  muy  posible  y  pe- 
ligroso tentar  su  reducción  y  volverlas  á  las  coyundas  y  suave 
yugo  del  César:  discurriendo,  otrosí,  cuantos  avisos  lee  babian 
dado  de  que  no  dejasen  pasar  á  aquel  Principe  ni  al  ejército, 
por  los  medios  de  la  sorpresa,  de  Haestrich,  y  los  otros  acciden- 
tes que  les  podrían  sobrevenir  á  los  Estados- Un  idos  con  un 
nuevo  gobernador,  qne  traía  por  mayor  dictamen  y  para  mos- 
trar el  ardiente  celo  y  fidelísimo  que  le  estimulaba  de  servir 
á  su  hermano,  ser  vigilante,  pronto,  mañoso,  estadista  ,  para 
hacerse  relevante  gobernador  y  soldado,  proseguir  la  guerra, 
conseguir  las  plazas,  ganar  estimación  y  nombre,  y  poder  mos- 
trar entre  estas  virtudes  con  más  resplandor  el  corazón  y  la 
constancia  con  claridad,  y  ser  buen  hermano  á  pesar  de  toda 
vana  emulación.  Sin  embargo  de  todo  esto,  lo  que  les  había 
avisado  el  rey  de  Francia,  y  prímer  ministro  y  Parlamento, 
era  que  desarmasen  squellasfuerzasé  imposibilitasen  la  pasada 
del  Infante  al  País-Bajo,  en  que  consistía  el  poder  lograr  los 


407 

designios  y  las  secretas  pláticas  que  Iraia  con  algunos  noBles  y 
cabezas  para  rebelarlas,  y  usurpar  las  provincias,  atrayéndolas 
á  si  con  medios  y  paliados  engañosos,  por  cuanto  )  a  ellos  an- 
daban fluciuaiido  con  aquella  tema  antigua  de  no  querer  su- 
frir el  gobierno  español ,  y  que  todo  esto  se  quitaría  á  ta  hora 
que  viesen  al  Infanle  gobernarlos,  asistirlos  como  Principe  de 
la  Casa  de  Austria  y  hermano  de  su  Rey  y  de  espíritu  lan  ge- 
neroso. 

A  esta  hora  ya  el  enemigo  se  había  afrontado  con  el 
húngaro  y  escaramuzaba  con  sus  tropas,  y  ya  que  fué  avisado 
el  fufante  mandó  dar  una  paga  á  los  soldados,  reconociéndolos 
de  nuevo,  no  solamente  los  que  tiabia  sacado  del  Estado  de 
Milán,  pero  los  que  habían  alojado  en  la  Baviera,  el  tren  de 
Ib  artilleria,  municiones  y  pertrechos;  habiendo  ajuntado  en- 
tre unos  y  otros  15.640  infantes  y  3.300  caballos.  Llevaba  el 
Infante  diez  piezas  de  artillería,  entre  cuartos  de  cañón,  sacres 
y  culebrinas,  gran  número  de  carros,  pontones  y  otras  máqui- 
nas militares. 

Aprestadas  todas  las  cosas  en  buen  orden  y  disciplina  de 
guerrear,  salió  S.  A.  de  Monaco,  y  con  todos  sus  escuadrones 
se  puso  á  dos  horas  de  camino  de  Augusta,  ordenando  á  los 
batidores  del  campo  que  batiesen  la  estrada  de  la  ciudad,  á 
cuyo  miedo  y  terror  se  cerraron  y  fortificaron  dentro  los  bur- 
geses,  no  sin  gravísima  congoja  y  miedo.  El  enemigo,  con  esta 
resolución,  se  puso  á  dos  horas  de  camino  esperando  el  so- 
corro del  ringrave  Oto,  el  de  Gran  y  el  de  Witlemberg,  reca- 
tándose por  entonces  de  la  prontitud  de  los  dos  ejércitos  y  del 
ardiente  deseo  que  tenían  de  venir  á  las  manos.  Alentó  el 
Infante  la  gente,  con  que  estaba  á  la  vista  de  una  grande 
ocasión;  repartió  entre  los  más  necesitados  gran  cantidad  de 
escudos,  y  volvió  á  informarse  de  nuevo  de  los  nobles  y  aven- 
tureros para  el  tiempo  de  las  mercedes.  Vino  á  hacer  noche  á 
Par,  y  avisóle  el  rey  de  Hungría  con  el  coronel  Contreras  de 
los  designios  del  enemigo;  con  que  se  dio  prisa  á  marchar,  re- 
parando desdo  Monaco  hasta  allí,  poniendo  la  consideración 
en  diversos  objetos  de  calamidades  en  que  no  había  cosa  que 


408 

DO  estavlese  injuriada  de  fl3ta  canalla,  sin  labrar  las  tierras, 
podridas  y  estériles,  sembradas  de  ceniza,  quemados  los  luga- 
res, arrasados  los  domicilios  y  tos  cimientos,  muertos  los  pai- 
sanos del  hambre  y  del  cuchillo  y  otras  miserias,  profanados 
lofitemplos  ysin  culto,  y  otros  estragos  tremendos  y  lastimosos 
que  pedian  enmienda  y  debida  satisfacción.  Pasó  el  ejército  el 
río  Leco  por  cerca  de  la  villa  de  Requs  y  el  Danubio  á  Dona- 
hert,  donde  salió  á  visitar  á  S.  A.  el  marqués  de  Grana  de  parte 
del  rey  de  Hungría.  Refirióle  el  estado  de  la  guerra,  la  fuerzas 
y  progresos  del  enemigo,  y  que  se  le  hablan  juntado  de  Wit- 
tftmberg  6.000  infantes  y  Gralz  con  4.000;  que  con  esta 
gente  hablan  presentado  al  Rey  la  batalla,  que  no  la  había 
querido  por  esperar  á  S.  A.  y  vencer  con  su  ayuda  y  darle 
parteen  la  gloria  del  triunfo  y  de  la  fatiga;  y  que  á  toda  ríenda 
el  enemigo,  con  esta  remisión,  habia  introducido  pólvora  en 
la  villa  de  Nortiing  y  metidola  dentro  600  hombres:  enseñó 
la  planta  de  cómo  se  habian  repartido  los  cuarteles  de  los 
tres  ejércitos  católico,  imperial  y  de  la  Liga  ,  y  que  publicaba 
Veimar  con  escarnio  y  burla  babian  venido  al  socorro  del  Rey 
cuatro  ó  cinco  mil  españoles  é  italianos  descalzos  y  muertos 
de  hambre,  y  que  pedian  se  les  señalase  el  dia  de  la  batalla 
para  almorzárselos  y  no  dejar  pedazo  de  ellos.  Calló  el  Mar- 
qués, y  explayada  esta  plática  por  las  dos  naciones,  juraron  de 
tomar  satisfacción  del  Veimar  y  darle  á  sentir  á  él  y  á  sus 
gentes  lo  que  eran  las  dos  naciones. 

Visitó  á  S.  A.  Borso  de  Este,  hermano  del  duque  de  Uó- 
dena,  y  mandó  desde  Donaberl  reconocer  sus  cuarteles  á  Don 
Martin  de  Idiaquez  y  Ageri  déla  Reina,  que  ejecutado  con 
prisa  no  quisieron  venirse  sín  traer  noticia  de  mucha  parte  de 
tos  del  enemigo:  refirieron  el  asiento  de  Veimar  y  Orne  sus 
fortiti  cae  iones  y  trincheras,  número  y  forma  de  escuadrones 
la  abundancia  de  víveres  y  otras  cosas,  cuando  en  nuestro 
ejército  andaba  el  pan  y  aun  el  agua  muy  limitado  y  á  exce- 
sivos precios  y  no  se  hallaba,  estando  para  correr  fortuna  los 
caballos  y  valerse  de  ellos  por  el  hambre  que  comenzaba  á 
picar;  pero  el  ánimo  y  el  valor  no  desfallecían,  y  se  hubo  de 


poner  guarda  en  ana  fuentecilla  bien  estAsa  porqué  no  Ta' 
agolasen  la  much»  sed  de  la  gente  de  guerra  ó  la  enturbiasen, 
quedando  para  poderla  beber:  S.  A.  salió,  pues,  de  Donobert, 
con  la  caballería  de  vanguardia  y  la  infantería  de  rctaguar" 
dia,  y  salióle  á  recibir  el  rey  de  Hungría,  acompañado  de  Ma- 
tías de  Médicis,  hermano  del  gran  duque  de  Toscana,  y  el 
gran  maestre  de  la  Orden  Teutónica,  el  mariscal  de  campo 
Picolomini,  cabos  y  coroneles  del  ejército  y  otros  muchos  va- 
rones y  caballeros  alemanes,  tropas  de  corazas  y  las  guardias. 
Apeáronse  ambos  primos  hermanos,  y  abrazáronse  é  hicieron 
sus  cortesías  y  saludáronse,  y  después  de  haber  hablado  al- 
guii  ralo  en  eus  cosas^  jornada  y  materias,  se  despidieron,  vol- 
vieron á  subir  á  caballo,  dando  el  húngaro  el  lado  derecho  al 
Infante,  que  no  pudo  excusar  por  las  apretadas  instancias  que 
le  hizo:  acompañados  de  los  príncipes  de  Francia  y  Hódena, 
caminaron  al  cuartel  del  Rey,  puesto  á  cuarto  de  legua  de 
Nortiing,  apeáronse  en  su  tienda  de  campaña,  comieron  jun- 
tos y  tratarou  largamente  de  sus  negocios  y  dependencias,  del 
estado  de  las  cosas  presentes,  y  que  tenia  Alemania  y  las  Pa- 
nonias,  la  Liga  de  protestantes  y  sueceses,  y  la  mucha  gente 
que  tenían  á  ta  vista. 

Volvió  el  Infante  á  su  cuartel,  divisando  los  del  enemigo 
forli&cado  en  un  alto  á  dos  horas  de  camino:  balian  entre 
tanto  los  alemanes  la  villa  por  tres  partes  con  cuatro  medios 
cañones  y  ocho  culebrinas,  dos  á  la  brecha  y  uno  á  las  de- 
fensas: volvió  el  Rey  &  visitar  al  Infante  á  su  cuartel,  juntaron 
sus  ejércitos,  tomando  el  nuestro  la  mano  izquierda,  y  habia, 
en  el  de  el  rey  de  Hungría  y  en  el  de  la  Liga,  que  gobernaba  el 
duque  de  Lorena,  sin  los  que  sitiaban,  9.000  caballos  ,  3.000 
croatas  y  húngaros 7  8.OOD  infantes,  alojados  cerca  del  cuar- 
tel del  enemigo.  Quiso  verlos  S.  A.,  y  miró  con  atención  el 
orden  y  concierto  que  tenían ,  la  forma  y  disciplina  que  guar- 
daban, la  traza  y  disposición  de  los  cuarteles.  Pasó  el  Rey  á 
ver  el  ejército  español,  aumentado  en  caballería  alentada  de 
Alemania;  hizole  tres  salvas  reales,  y,  como  dije,  crecido  á 
esta  hora  á  15.500   infantes  y  á  3.300  caballos,  recono- 


ciendo  el  enemigcf  por  el  gran  ruido  de  las  salvas  y  el  rim- 
bombar del  montañas,  que  la  gente  era  mucha  y  no  tan  poca 
ni  tan  descalza.  Vino  el  general  Matías  Galaso  á  nuestros  cuar- 
teles, el  gran  maestre  de  los  teutónicos,  el  mariscal  de 
campo  Pícoiomini,  el  martilles  de  Grana  ,  los  condes  de  Al- 
tifembac  y  Fúcar,  cabos  del  ejército  del  Rey  de  la  Liga,  y 
juntáronse  con  el  marqués  de  Leganés,  con  el  marqués  de  los 
Balbases,  el  conde  Juan  Cervellon,  el  duque  de  Nochera, 
el  marqués  de  Este  y  fray  Juan  de  San  Agustin,  confesor  de 
S.  A.,  á  tratar  y  conferir  el  principio  de  la  guerra  y  el  or- 
den que  se  habia  de  tomar  en  combatir,  porque  las  muchas 
gentes  que  hablan  juntado  eran  para  querer  probar  for- 
tuna, debelar  los  ejércitos,  y  redimir  del  cuidado,  con  su  lle- 
gada ,  las  provincias  y  plazas  adquiridas  y  las  de  sus  amigos  y 
confederados  y  otros,  ylibrardel  asedio áNorllig,  como  ya  lo 
pedian  los  sitiados.  Conferidos,  pues,  y  debatidos  todos  los 
puntos  que  pedia  el  caso  presente,  y  vueltos  todos  á  sus  estan- 
cias ó  alojamientos,  la  gente  alemana  apretaba  la  plaza  de 
nuevo  con  mayor  tesón  y  porfía ,  notificándoles  que  se  rindie- 
sen, enviándoles  el  general  Galaso  un  trompeta  con  más  apre- 
tados requerimientos,  y  que  de  no  hacerlo  se  entraría  en  la 
villa  y  serian  degollados.  Pidieron  dos  dias  de  término  para 
resolver,  de  cuya  congoja  avisaron  á  los  confederados,  con  dos 
piezas  de  artillería,  del  aprieto  en  que  estaban,  y  cómo  los  com- 
pelían con  asaltos,  baterías  y  amenazas  á  la  rendición;  y  ellos 
respondieron  con  humadas,  queriéndoles  dar  á  entender,  que 
presto  combatirían  con  nuestras  gentes  y  los  sacarían  de  aquel 
cuidado,  comprometiéndose  la  victoria.  No  les  daba  de  término 
el  conde  Galaso  más  que  hasta  las  dos  de  la  tarde,  y  viendo 
que  no  era  ref^pondído,  les  dio  tres  asaltos  en  tres  horas,  con 
pérdida  de  500  soldados  sin  poder  entrar  en  la  plaza:  subie- 
ron los  borgoñeses  por  la  balería  que  se  les  señaló,  siendo  la 
más  dificultosa,  y  ocuparon  una  torre  en  la  muralla ;  pero  aco- 
metidos con  fuego  so  la  hicieron  dejar,  quedando  algunos 
abrasados. 

A  esta  bora  avisaron  los  croatas  que  el  enemigo  se  ponía 


411 
en  marcha,  y  decían  unos  que  se  retiralja,  y  ofi^ 'que 
quería  socorrerá  los  sitiados,  enviando  á  nuestro  campo  dos 
trómpelas  á  decir  que  mañana  daría  la  batalla;  y  con  la  re- 
solución del  enemigo,  á  5  de  Setiembre,  se  juntaron  en  la 
tienda  el  Rey  las  cabezas  más  principales  de  tos  ejércitos  so- 
bre combatir  las  plazas  más  recíarnenlc  y  doblar  la  gente. 
Todos  fueron  de  parecer  se  le  diese  oiro  asalto,  se  procurase 
desembocar  el  foso  con  las  balerías,  se  llenase  de  fagina  y  se 
hiciese  todo  el  esfuerzo  posible  para  escalarla  y  lomaría.  Pi- 
dió el  Rey  al  Infante  1.000  hocr.bres  para  la  facion;  mandóles 
dar  de  todas  naciones  y  que  los  llevase  Pedro  de  íjeoo,  te- 
niente de  maestre  de  campo;  y  remítirjse  para  otro  dia  el  asalto, 
por  no  estar  á  punto  la  fagina  y  otros  instrumentos  militares 
que  hablan  de  perfeccionar  la  obra  y  darle  el  fin  que  se  pre- 
tendía. 

Sabiendo  el  enemigo  por  las  espías  el  grande  aprieto  de 
los  sitiados  y  el  asalto  que  se  les  preparaba ,  entraron  en  re- 
solución de  redimirlos  del  accidente  y  darnos  batalla;  pero 
les  cabos  de  todos  tres  ejércitos,  español,  húngaro  y  de  la  Liga, 
persistieron  de  acometerle  por  tres  parles  y  desalojarle,  á  cuyo 
tiempo  avisaron  los  croatas  eiploradores,  vigilantes  en  cstn 
ocasión,  que  los  enemigos  se  movían  con  sus  tropas  y  escua- 
drones bajando  la  montaña,  y  relumbrando  las  partesanas 
de  los  capitanes,  con  generoso  denuedo,  para  herir  en  nuestra 
gente.  Tocóse  luego  una  arma  viva  en  todos  los  reales,  con- 
vocándolos á  sus  puesios;  pero  dejando  el  enemigo  el  Danubio 
y  el  camino  de  Ulma,  se  avanzó  con  sus  batallones  hacía  la 
mano  derecha,  arrimándose  á  unos  bosques  y  enderezando  á 
los  cuarteles  de  S.  A.  con  parle  de  infantería  y  caballería.  El 
duque  de  Lorena,  el  general  Galaso,  el  marqués  de  Leganés  y 
el  de  los  Ralbases,  Picolomini  y  otros  cabos  fueron  á  recono- 
cer el  sitio  por  donde  podían  venir,  observando  con  atención 
y  vigilancia  lodo  cuanto  en  el  sucoso  présenle  se  pudo  ante- 
ver, no  creyendo  que  el  enemigo  quisiese  arríesgarse  á  dar 
batalla  por  las  muchas  fuerzas  que  babia  de  nuestra  parte,  si 
bien  las  suyas  no  eran  inferiores;  pero  su  soberbia,  infidoli- 


412 

dad  y  tiranía  los  cegó,  deseslimando  el  ejército  caíSlrco  y  ti» 
dernüs  y  los  hrzo  resolver  y  acometernos;  que  ea  buenas  re- 
glas militares  es  reprobado  el  despreciar  al  enemigo.  Encami- 
nóse la  gente  del  Rey  y  del  duque  de  Lorena  al  llano  que 
tiabia  desde  la  villa  á  una  colína,  adonde  los  más  prácticos 
presumieron  que  habian  de  cargar  por  ser  puesto  á  propósito 
para  vencer  y  enseñorear  la  campaña  y  nuestros  escuadrones. 
Tenia  la  gente  del  rey  de  Ilungria  el  cuerno  derecho  en  esta 
eminencia  ,  y  la  de  S.  A.,  desde  unus  altos  que  con  la  superücie 
llana  caían  por  encima  de  sus  cuarteles  y  ocupaba  el  cuerno 
siniestro,  atríncberúse  en  las  punías  del  llano  para  guarnecer 
la  infanlería,  atendiendo  á  lodos  ios  movimientos  que  podían 
sobrevenir  y  saber  resguardarse.  Arrimóse  el  enemigo  entre 
dos  bosques  y  la  montaña,  y  tocóse  arma  en  el  cuartel  del 
Infante,  porque  creyeron  eran  acometidos',  púsose  S.  A.  en  la 
plaza  de  armas,  revestido  de  valor  y  de  grandeza  de  áoinio, 
intrépido  á  lodo  trance  como  alguno  de  sus  mayores,  que-> 
tiendo  emplear  al  enemigo  el  primer  ardor  y  el  más  reciente 
Ímpetu  de  los  suyos,  por  ver  si  podía  responder  á  los  nuestros, 
liado  en  que  conseguiría  lo  demás  con  medianas  fuerzasj  por 
donde  se  discurre,  que  cuajito  quiera  que  nos  despreciaba  con 
la  lengua  nos  estimaba  con  el  coraion  y  le  éramos  de  cui- 
dado. 

Pasó  el  Bey  al  cuartel  de  S.  A.,  y  formándose  de  ambas 
partes  los  tercios  y  regimientos,  acometieron  3.000  caballos 
imperiales  para  atacar  al  enemigo  y  que  no  pasase,  porque 
reconocieron  querían  socorrer  á  Nortlíng  y  obligar  al  Infante 
H  retirarse;  pero  en  esta  ocasión  mandó  el  marqués  de  Le- 
ganes,  antes  qoe  fuese  acometido  del  enemigo,  á  Francisco 
de  Escobar,  sargento  mayor  del  conde  Fuenclara,  que  con  200 
mosqueteros  de  su  tercio  ocupase  un  bosquecillo.  porque  no 
hiciesen  allí  pié  y  reparo  los  herejes.  Ejecutólo  con  presteza 
el  Escobar,  y  viendo  cuánta  importa  asirle  luego,  le  reforzó 
con  otros ^00  del  tercio  del  maestre  de  campo  D.  Gaspar  To- 
ralto,  otros  tantos  borgoñones  y  algunas  tropas  de  dragonesde 
O.  Pedro  Santa  Sicilia.  Andaba  muy  viva  la  escaramuza  de  los 


3.u6o  cabaíloB,  saliendo  e)  enemigo  al  opósilo  con  otros  tan- 
tos; faeron  retirados  con  pérdida  de  algunos  y  muerle  del 
prior  Aldobrandino  y  del  marqués  de  San  Martin,  que  cayó 
de  un  pislolelazo  y  mosquetazo,  coroneles  ambos  de  caballe- 
ria  imperial,  con  lo  cual,  y  con  la  cercanía  de  la  noche,  atacó 
el  Veimar  el  bosque,  haciéndosele  dejar  el  Escobar,  retirando 
su  gente  con  la  mosquetería,  y  plantó  allí  diez  piezas  ilc 
bronce,  divididas  en  tres  partes  para  conservar  aquel  puesto 
y  tenerle  por  suyo,  y  pusiéronle  al  opósito  otras  tantas  piezas 
de  artillería;  pero  como  la  oscuridad  los  despartiese,  cada 
uno  se  retiró  á  su  puesto.  Pero  el  marqués  de  Leganés  volvió 
á  mandar  al  sargento  mayor  Escobar  recobrase  el  bosque, 
mas  el  enemigo  persistió  con  mayor  ardor  el  volverle  á  de- 
fender; y  S.  A.,  vigilante  á  todo,  mandó  al  conde  de  Palma  que 
con  su  regimiento  ocupase  una  colina,  donde  le  pareció  que 
en  el  progreso  del  combate  consistiría  la  ventaja  de  los  nues- 
tros, y  que  el  enemigo,  :i  la  quería  conseguir,  se  había  do  ar- 
riesgar en  ella,  ya  que  no  se  había  podido  ocupar  la  importan- 
cia del  bosque. 

Dióse  orden  al  conde  Juan  Cervellon,  que  conducía  la  ar- 
tillería á  sus  puestos,  que  con  los  regimientos  de  alema- 
nes de  los  coroneles  Bormes  y  Leslierc,  en  que  había  3,000 
infantes  [sin  otros  escuadrones  que  se  habían  enviado),  que 
se  atrincherase  en  la  eminencia:  ejecutóse  con  presteza  sin 
poder  subir  las  trincheras  más  que  de  tres  píes  de  alto.  Reco- 
noció el  duque  de  Veimar  en  persona  la  obra,  arrimando  el 
oído  á  los  golpes  de  los  picos  y  de  los  azadones,  y  dijo:  -Estos 
se  quieren  forti6c3r  y  no  bailan  disposición  en  el  terreno  y 
pican  en  piedra.»  Ordenó  que  se  estorbase  la  obra  con  la  arti- 
llería, y  pusíéronsele  ante  de  su  designio  cuatro  piezas  de  las 
nuestras  contra  las  suyas.  No  daba  tugar  lo  demasiado  pedre- 
goso  de  la  colína  para  hacer  forLificacion  considerable,  y  ayu- 
daba á  todo  que  nuestra  gente  iba  penetrando  parte  del  bos- 
que. Envióse  el  Toralto  con  su  tercio  de  napolitanos  á  la 
eminencia,  y  reforzóla  con  200  infantes  de  la  misma  nación 
del  principe  San  Severo;  hizo  sus  fortificaciones  de  dos  píes  de 


alio,  y  al  tiempo  que  estaba  totalmente  perdido  el  bosque  por 
nuestra  gente,  palmo  á  palmo,  quiso  el  conde  Juan  Cervellon 
empeñarse  con  obstinación  en  el  intento,  y  volver  á  probar 
fortuna  y  salir  con  él,  socorriéndole  200  mosqueteros  de  To- 
ralto  ¡  pero  el  enemigo  hizo  tal  Tuerza  con  1 .000  hombres  de 
á  pié  y  de  á  caballo,  que  resueltamente  acabó  de  enseño- 
rearse de  él  y  sacar  de  cuidado  a  nuestra  gente,  y  prendieron 
al  sargento  mayor  Escobar,  con  que  el  Cervellon  reiiró  la  suya 
á  sus  puestos.  Habiendo  visto  S.  A.  el  tesón  y  la  porTia  de  am- 
bas partes  y  con  cuánto  coraje  se  hsbia  debatido  en  todas,  y 
que  el  enemigo  había  alojado  todo  su  grueso  en  el  bosque, 
mandó  al  Cervellon  asistiese  en  la  colina  y  á  su  conservación 
con  toda  la  gente  que  había  en  ella,  y  que  caso  que  hubiese 
menester  más  se  la  iria  enviando ;  pero  entre  tanto  que  unos 
ejércitos  y  otros  combatían,  no  cesaban  de  tirar  la  villa  ni  las 
haterías,  ejercitándose  á  esta  hora  todo  género  de  dañar;  y 
como  para  la  batalla ,  que  se  esperaba  al  día  siguiente,  se  ha- 
bían sacado  algunas  compañías  de  bs  trincheras,  avisado  de 
todo  los  sitiados  y  valiéndose  de  todo  el  embarazo  de  los 
ejércitos,  hicieron  una  salida  que  deshicieron  parte  de  ellas  y 
quemaron  algunas  fábricas  de  madera  y  cestones.  Llevaron 
al  sargento  mayor  Escobar  delante  del  duque  do  Veimar:  pre- 
guntóle con  todo  género  de  desvergüenza: — ¿Qué  gente  trae 
vuestro  cardenal? — S.  A.,  respondió,  trae  10000  infantes  y 
2.500  caballos.  Dijole  que  era  ntentira  ,  que  de  Venecía  le 
habian  avisado  no  traia  más  de  5.000  infantes  y  algunos  1 .500 
caballos.  Replicóle  el  sargento  mayor,  dícíéndole  que  sólo  lo 
que  él  le  había  dicho  era  verdad  ;  de  que  soberbio  el  Veimar 
y  arrogante  tornóle  á  llamar  estando  cenando  con  Gustavo 
de  Orne,  y  dijole  que  cenase  con  ellos;  y  con  los  estímu- 
los que  tenía  en  el  corazón  del  fatal  estrago  que  en  breves 
horas  había  de  recaerle ,  volvió  á  preguntar.  RatiGcósc  el  sar- 
gento mayor;  amenazóle  de  nuevo  y  que  le  compelcria  con  el 
castigo  á  decir  la  verdad  ,  y  comenzó  como  fiera  venenosa  a 
vomitar  injurias  contra  los  cabos  y  cabezas,  y  a  baldona 
poner  en  des[ireciu  nuestra  nación,  más  con  estilo  bárbaro 


415 

qne  decoroso  ni  decente  al  estado  de  soldado  y  alema n,'doñTe 
todas  ia$  artes  militares  y  políticas  resplandecen.  Dijole,  mal- 
tratándole de  palabra: — ¿Qué  ejército,  qué  españoles,  quésolda- 
dos  viejos,  dónde  está  su  valor;  qué  hazañas  han  emprendido, 
pocos,  allegadizos  y  bisónos,  y  al  fin  todos  descalzos;  qué  plazas 
vienen  de  tomar,  qué  sillos  han  sufrido,  qué  enemigos  han 
domado?  apenas  jumados  de  ayer,  llegados  hoy,  parte  de  ellos 
echados  de  la  Alsacia  sin  haber  podido  afirmar  el  pié,  desfa- 
vorecido el  capitán  y  desdeñado,  y  por  esta  causa  muerto,  y 
lo  restante  acorralado  en  la  Baviera  y  sin  coDOcimienlo  tos  de- 
más, ni  eiperiencia  de  nuestra  tierra  ¡  acaudillados  de  un 
mozo  sin  doctrina,  ni  preceptos  de  guerra,  ni  ningún  uso  mi- 
litar, ni  práctica,  apenas  entre  sus  cabos  conocido,  ni  de  solda- 
dos y  de  esos  italianos;  con  maña  y  astucia  en  el  proceso  de  la 
jornada ,  dejando  el  camino  real  y  escogiendo  el  incógnito,  to- 
mando por  asunto  visitar  una  mujer  para  rehusar  el  encuen- 
tro con  los  franceses,  que  le  esperaban  en  el  tránsito  de  la 
Borgoña ,  Lorena  ,  Olut ,  Cemburg;  eligiendo  esto  como  igno- 
rante, donde  antes  de  amanecer  ha  de  ser  hecho  pedazos  y 
presos  ambos  príncipes;  y  el  duque  de  Lorena,  que  les  hubiera 
sido  más  á  propósito  y  mejor  haber  sabido  mantener  la  honra, 
en  Flandcs,  conservando  sus  plazas  y  sus  términos  y  no  venir 
á  perecer  por  caminos  extraordinarios  y  rodeos,  donde  como 
incautos  lo  perderán  todo  y  sacarán  con  brevedad  los  pies  de 
ambas  Germanias.  Galló  y  suspendió  al  sargento  mayor  cou)0 
preso  y  entre  muchos  y  sin  ninguna  cortesía  ;  pero  su  ánimo 
estaba  intrépido  á  cualquiera  revés.  ¡Oh  trance  de  fortuna! 
quisiera  reventar  de  coraje  y  volver  por  su  nación;  pero 
aguardó  del  cielo  y  de  los  mismos  que  había  injuriado  la  sa- 
tisfacción, que  no  lardó  á  catorce  htiras,  porque  á  las  nueve 
de  la  noche  le  estaba  baldonando,  y  á  las  once  del  día  si- 
guiente, desbaratados  todos  por  los  mismos  españoles,  iba  hu- 
jendo  infamemente.  Pero  digámosle  al  hereje,  que  si  aquella 
maña  y  astucia  le  quebrantó  la  cabeza  á  él  y  á  tos  demás,  que 
no  refute  por  imprudentes  nuestros  consejos  y  Jornadas,  pu- 
diéndole haber  sido  más  á  propósito  atender  al  que  le  puso  i 


tan  miserable  ignominia  y  deshonra,  y  conocer  que  sus  pretei- 
tos  DO  son  otros  que  trastornar  el  mundo,  tratar  la  desolación 
de  amigos  y  enemigos  y  descender  al  consejo  del  más  pru- 
dente y  soldado  como  Gustavo  de  Orne,  que  le  dijo  consul- 
tándole lo  quo  haría  en  el  caso  presente,  y  le  fué  respon- 
dido, que  80  rehusase  el  venir  á  las  manos  cuanto  la  reputación 
diese  lugar,  y  se  excusase  la  batalla.  Pero  él  persistió  en  su 
daño  y  en  perderse  por  la  voluntad  del  cielo,  que  en  estos  ca- 
ros es  invariable,  por  asistir  con  particular  benignidad  á  la 
causa  católica. 

A  esta  hora  el  Rey  y  el  Infante  tomaron  algún  socorro  y 
refección  en  su  carroza,  destituidos  del  sueño  y  del  reposo,  y 
enviaron  á  la  colina  sobre  que  se  esperaba  contender  á  la 
mañana,  a)  parecer  de  los  más  prácticos,  toda  la  caballería 
borgoñesa  de  los  condes  de  Laloyer  y  Alberg;  siguió  la  van- 
guardia y  la  caballería  del  teniente  general  GeraMo  Gamba- 
curta  ,  y  ésta  era  la  que  habia  quedado  en  la  Bavíera  del  ejér- 
cito del  duque  de  Feria,  y  i.OOO  caballos  imperiales  de  8.O00 
que  tenia  el  ejército  del  rey  de  Hungría,  que  parte  de  éstos 
con  otros  escuadrones  mandaba  el  duque  de  Lorena  por  el 
duque  de  Bavíera,  recayendo  en  aquella  ocasión  en  el  gene- 
ralato de  la  Liga,  y  cuatro  piezas  de  arlillería  que  había  pe- 
dido Picolomini,  sargento  mayor  de  batalla  que  asistía  en  la 
colína  con  el  Cervellon;  y  supuestas  las  cosas  y  lo  que  se  es- 
peraba, se  juntaron  á  consejo  en  la  presencia  de  ambos  prin- 
cipes, el  duque  de  Lorena  y  las  personas  más  señaladas  do 
los  ejércitos. 

Tomó  la  mano  Galaso,  y  como  su  inclinación  no  es  sentir 
bien  de  la  nación  española,  comeníó  á  decir  que  ellos  ha- 
bían querido  perder  el  bosque.  Respondió  S.  A.,  que  lo  es- 
taba ,  y  que  no  habia  que  hacer  pié  en  ello,  que  dijese  su 
parecer  en  lo  que  restaba.  Replicó  que  le  habla  dicho  su 
senlimiento,  y  cuánto  hubiera  imporlndo  mantener  aquel 
puesto;  y  el  Infante,  algo  enfadado,  le  volvió  á  impugnar  que  ya 
se  había  perdido,  que  no  repitiese  tantas  veces  lo  que  no  te- 
nia remedio,  que  lo  dejase  y  dijese  lo  que  sentía  en  lo  que 


417 

fallaba  por  hacer.  Atravesóse  el  marqués  de  Grana,  encareció 
la  ocasión  y  dijo  que  todo  el  debate  había  de  venir  á  ser  sa 
la  colina,  que  de  los  cuatro  tercios  que  bebia  eo  ella,  el  uno 
era  de  alemanes;  todos  bisónos,  y  que  se  le  procurase  enviar 
uno  de  españoles  pronto  á  socorrer,  según  la  necesidad  y  el  ac- 
cidente que  podía  venir:  aprobólo  S.  A.,  y  aunque  refutado  de 
muchos  este  parecer,  sin  embargo,  dio  orden  á  D.  Martin  Idia- 
quez  para  que  fuese  allá  y  que  atendiese  al  obrar  sin  ponerse 
en  disputa  ó  contención  de  lugar  ó  preeminencias  con  nación 
ninguna.  Nombró  los  tercios  que  habían  de  socorrer,  y  mejoró 
con  otros  los  puestos  de  donde  habian  de  salir;  previno  tas 
mangas  de  mosqueteros,  y  señaló  \a  parte  de  donde  se  habian 
de  sacar  para  la  prontitud  y  la  ocurrencia,  asombrando  á  los 
cabos  forasteros  la  suma  presteza  de  su  expedición,  la  pru- 
dencia y  libertad  de  mandar,  como  si  hubiera  tenido  más  años 
á  su  cargo  la  experiencia  militar;  y  envió  á  las  dos  de  la  noche 
al  duque  de  Nochera  á  reconocer  la  disposición  y  asiento  del 
enemigo,  á  rastrear  sus  intentos  y  cuanto  pudiese  trascender 
susiBaquiíiaciones.  HIzolocon  toda- puntualidad,  y  á  la  vuelta 
re&rió  cómo  se  iban  ordenando  para  embestirnos,  y  que  sin 
duda  ninguna,  alargándose  cuanto  podia  imaginar,  que  su  de- 
signio era  iuégo  que  amaneciese  darnos  batalla.  Juntó  el  ene- 
migo, por  el  consiguiente,  su  consejo;  las  más  de  las  cabezas 
y  el  general  Gustavo  de  Orne,  fueron  de  parecer  que  no  se 
aventurase  todo  en  un  trance  loque  se  tenia  ganado,  la  fe  de 
los  amigos  y  la  unión  de  las  ciudades  libres  que  tenía  á  la 
vista;  que  se  procediese  con  más  tiento  y  más  espacio,  á  ver 
si  el  tiempo  despertaba  algún  accidente  que  les  pusiese  más 
sazonada  la  ocasión  en  la  mano;  que  la  (¡ente  era  mucha,  de 
muy  buenas  cabezas  y  soldados,  particularmente  el  Gamba- 
curta  y  el  Toralio,  y  que  no  era  consejo  acertado  no  hacer 
mucha  ciienta  del  enemigo.  Fué  de  contrario  parecer  el  duque 
Bernardo  de  Veimar  y  prevaleció  el  suyo  como  más  arrojado; 
suspendióse  el  Orne,  y  quisiera  guiar  la  guerra  por  otro 
rumbo,  porque  este  cabo  era  de  mucha  autoridad,  de  valor  y 
de  consejo,  á  quien  el  rey  de  Suecia  tenia  en  alto  concepto, 


418  ^ 

y  a^orn  era  como  lugarteniente  general  de  Ogisteren ,  caanci- 
ller  del  Rey  muerto,  y  á  cuyo  cargo  quedaron  eus  gentes,  el 
gobierno  y  ta  guerra  de  Alemania,  y  todas  las  ganancias  y 
usurpaciones,  confederar  de  ligas,  pactos  y  otros  asientos- 
Llegada,  pues,  la  hora  de  amanecer,  próspera  sin  duda 
para  el  Infante  y  cristiandad  ,  como  fatal  para  los  infieles,  es- 
tando todos  á  punto  y  en  orden  de  batalla ,  plantada  ta  arii- 
llerie  en  sus  puestos  y  el  D.  Martin  Idiazquez  arraigado  é  in- 
moble en  la  colina  junto  á  los  regimientos  de  Salma  y  Vormes, 
alemanes,  se  plantaron  á  la  mano  derecha  1.000  mosqueteros 
de  la  Liga  Católica  en  hileras,  al  mando  de  Toralto,  maestre 
de  campo,  y  de  italianos.  Habia  en  el  ejército  del  rey  de  Hun- 
gría, demás  de  2.000  croatas  y  húngaros,  7.000  caballos  y 
5.000  infantes;  en  el  de  S.  A.,  sin  los  que  se  reservaron  para 
la  custodia  de  bagajes,  artillería,  heridos  y  enfermos,  2.500 
caballos  y  25000  infantes:  en  la  otra  parte  tenía Veimar  4.500 
caballos  y  5.000  infantes;  Gustavo  de  Orne.  4.000  caballos 
y  9.300  infantes;  Gratz,  SOO  caballos  y  3.000  infante»,  y 
Wittemberg,  6.000  infantes;  de  suerte  que  en  su  caballería 
tenía  9.300  caballos  y  en  su  infantería  23.300,  Esto  dicen  b1~ 
gunas  relaciones,  y  otras,  que  ellos  eran  más  superiores  á  nos- 
otros, incluyéndose  en  los  de  la  una  parte  y  de  la  otra,  asi 
en  caballos  como  infantes,  65.100 ;  acción  que  pedia  el  senti- 
miento y  ternura  de  Jerjes  por  haberse  juntado  tantas  gentes 
las  unas  con  las  otras  á  debelarse  y  hacerse  pedazos. 

No  quiso  el  enemigo,  de  confiado  y  de  orgulloso,  esperar 
las  tropas  del  ringrave  Ludovico  Oto,  en  que  hubiera  con- 
sistido mucha  parte  de  su  salud,  por  ser  socorro  de  conside- 
ración, no  estando  a  más  distancia  que  de  una  jornada;  ó  ya 
sea  que,  para  cualquiera  accidente,  quiso  reservar  aquel  trozo 
que  era  de  2.000  infantes  y  4.00O  caballos.  Era  el  día  miér- 
coles 6  de  Setiembre,  cuando  embistieron  con  sus  batallones 
muy  espesos  y  escuadrones  volantes  la  colina,  tomando  Gus- 
tavo de  Orne  ta  batalla,  Gratz  la  mano  derecha  y  Veimar  la 
izquierda.  Estaba  D.  Martin  Idiaquez  á  la  parte  de  Orno  con 
sus  españoles;  los  napolitanos  del  Toralto  y  los  alemanes  del 


419 

ciiniIciicSulFfia  y  Vormos  y  i.OOO  cuballosdcl  Rey  y  S.  A.,  fi  la 
(lo  Gratz  con  el  regimiento  de  Leslícr  y  otros  1 .000  caballos, 
que  gobernabiin  el  Cervellon  y  Picolomini.  Leganés  y  el  de 
los  Balbuses,  se  afrontaron  con  el  de  Veiinar.  El  grueso  de  la 
gente  del  Roy  y  Liga  con  algunos  tercios  de  S.  A.,  se  avanza- 
ron valientemente,  no  cesando  de  tirar  la  artillería;  pero  el 
enemigo  atacó  los  napolitanos  de  D.  Gaspar  Toralto  por  el 
cuerno  derecho,  rompió  otrosí  los  regiinicnlos  de  alemanes 
del  Sahna  y  de  Vonnes,  y  picándolos  por  tas  espaldas  la  ca- 
ballería liuyernn,  pretendiéndolos  volver  los  cabos  y  oíiciales 
á  cuchillada!)',  y  Gerardo  Gainbacurta  .  soldado  de  gran  valor, 
con  la  caballería  napolitana  de  su  cargo,  viendo  le  venía  a 
vencer  la  caballeria  de  Gratz,  cerró  con  él  y  le  puso  en  rota, 
recobrando  el  pueblo  ilesatnparado  de  alemanes  y-  los  volvió  á 
restituir  en  él.  Arrojóse  el  enemigo  consecutivamente  con  ma- 
yor ardor  y  denuedo  sobre  la  gente  del  Torallo.  que  se  volvió 
á  rehacer:  pelearon  este  día  cabos  y  soldados  con  el  aliento  de 
tan  esclarecida  nación  con  un  grueso  escuadrón  de  caballos, 
siguiéndolo  otro  de  infantería  escocesa  ,  que  tenia  por  nombre 
el  rcgimienlo  de  Casacas  amarillas,  reputado  por  valiente  y 
belicoso,  de  quien  el  rey  de  Suecia  bacía  mucha  estimación 
y  acometía  con  él  las  más  arduas  dificultades,  soldados  víujos 
y  de  corazón  ;  pero  nuestros  mosqueteros  españoles  maltrata- 
ban su  caballería,  empeñándose  tanto,  que  estuvo  á  pique  do 
ser  rota,  pereciendo  muchos,  no  obstante  el  bote  de  las  picas; 
con  que  refrenado  el  orgullo  de  los  infantes  que  los  seguían, 
cargaron  de  nuevo  á  los  alemanes  del  Salma  y  Vormes,  do- 
bláronlos cncLDÍgos  su  caballería,  con  que  volvieron  á  ser  des- 
baratados con  muerte  del  coronel  Vormes  y  herido  de  muerte 
el  conde  de  Salma  en  sus  puestos ,  desamparados  de  su  gente 
sin  ser  posible  el  detenerlos  segunda  vez. 

Tomaron  la  fu^a  hacía  la  parte  de  Toralto,  manteniendo 
galiardamcnle  el  tesón  de  la  pelea,  y  después  con  más  ímpetu 
y  más  contusión  y  golpe  de  gente  hácia  I).  Martín  Idiaqucz, 
que  cslüba  detrás:  pori|ue  tos  cabos  alemanes  se  le  opusie- 
ron, queriendo  ser  los  primeros  en  el  puesto  y  en  la  acometida, 


r  kÍM  fc  dh.  ■■■4*  al  WsqKS  alar  bs  pi- 
•  i  Itt  fl^iiale^  7  él  CM  h  o^ads  >tla  ea  U  mano  Io« 
lipMtódaif  pafqafeaeUa  ranfriana  y  faaica  de  perínicioi 

a  de  los  enemigos  el  paesto 

,  1  reeoperó  La  artillería 

I  aaestros  escoadrones, 

•  D.  Hartin  d«  Ára- 

e  oi  el  Estado  de  Mi- 

1,7  D.  DieesdeCMUnrasy  LopedeOcboa 

[ia  Oto;  Hevéraala  i  éttedbtuo  derecho  de  «D  balazo  ¿kilo 

taaoa  a«ra  é  n  nti^ealo.  Vain6  á  eaabestir  el  Veicoar  la 

¡■a,  liwJa  rdMido  de  atrtfa  aaeíoii,  daodo  lieoipo  tei^ 

a  vea  á  ka  alenaae»  para  jaaune  j  rebacene  á  sos  es- 

I,  ja  ^aa  ae  I«1mm  podido  peraiaaecer  al  fí«Dte.  y  per- 

I  el  efigo  ea  qaerer  desbaeor  aqad  baloarte  de 

,  7  radanar  coa  naTor  úapeta  qae  basta  ^lí.  rebaiea 

I  caboUeria  y  ndfa  veb  casi  desordeaado:  loraaa  i  pór&ar 

t'y  á  dápatar  d  paoato,  sieikdo  leoaees  en  la  ohrtiaaeioD  qae 

.  BMa  coa  esa  mima  eraa  eipdidoe  y  amjadoi; 

ja  DO  ñn  adaiiraeioa  de  aMÍgoa  j  — *^yt.  y  de 

■  ttacioB  ua  firaw  y  laa  iamÓTÍl  ooaio  U  aiisaa 

■  i  los  eacseatras  y  arreaetidas  de  iepoaea  lan  bdi- 

■  7  aotabtes,  aWMlidea  dd  laCnto  7  dd  ray  de  Baagría, 

qM  ea  aaa  poestoe  daban  las  ócdoaea  qae  ea  aqad  tranee  taa 


Planió  el  eoeaigo  aoeTa  y  atas  graesa  artillería  ea  d  boe- 
qoe,  coa  qoe  dañaba ,  j  recpoodióseie  coo  la  Doestra.  abriJB— 
dolé  por  iDedio  sos  escoadnMMs;  pero  ya  todos,  viendo  te 
resisteacta  del  Idisqoez  volvienia  á  cargar  la  colina  con  la 
mejor  gente  <\iié  se  podo;  y  socerrióeeal  Toralio,  por  estar  ya 
may  Oaco  so  tercio  y  ser  aqpeUas  dos  aadooes.  española  é  ita- 
liana ,  las  que  penaaaoctan  soateaieodo  ea  so  peso  el  com- 
bate y  sin  flaquear  na  poalo  coa  desesperadoo  mortal  de  los 
enemigos .  y  eoTíáronsete  dos  raaagas  de  iDOsqaeterta  de  doo 
Pedro  de  Cárdenas,  coadocidas  por  cuatro  capiuoec,  sigoieodo 


4S1 

á  estas  otra  dol  marqués  db  Torrecusa.  En  todas  partes  andaba 
encendida  la  pelea,  no  baciéndose  olía  cosa  que  herir  y  aco- 
meter, hacer  pedazos  y  destroncar  cuerpos,  volar  caballos,  las 
ruedas  de  la  artillería,  faginas  y  cestones.  Mandó  Galaso  avan- 
zar á  la. colina  1 .000  caballos  del  Rey,  sin  embargo  de  las  in- 
accesibles dificultades  de  ascender  á  los  puestos,  y  los  volvió  á 
acometer  el  enemigo  con  más  gruesas  tropas  de  caballería,  que 
arrojó  de  la  coliga  hasta  lo  bajo  de  nuestra  gente,  donde  esta- 
ban S.  A.  y  el  Rey  con  lo  restante  de  la  caballería  é  infantería 
de  los  ejércitos,  quedando  solos  el  Idiaquez  y  el  Toralio  en  la 
eminencia  como  valientes  capitanes";  pero  muy  en  breve  fue- 
ron rebalidos  de  Gambacurta,  que  perseveraba  en  acierto  y 
valentía,  sin  faltará  ta  prudencia  acostumbrada,  con  sus  tro- 
pas. Hiriéronle,  sin  embargo,  perdiendo  mucha  gente  prind- 
pal:  ganaron  tres  estandartes,  que  se  enviaron  á  los  dos  prin- 
cipes, ganados  por  la  caballería  napolitana ;  mató  una  bala  de 
artillcria  al  coronel  Ayuso  al  lado  de  S.  A.,  birió  otra  á  don 
Pedro  Girón  en  el  muslo;  yendo  á  caer,  le  dio  la  mano  con 
intrépido  semblante  y  ánimo  nunca  visto  en  los  mayores  hé- 
roes :  mandóle  que  se  retirase ,  y  replicó  quería  morir  al  lado 
de  S.  A.  y  poper  este  renotaHo  y  trofeo  en  su  sepulcro. 

Era  cosa  de  maravillar  y  muy  digna  de  advertir  con  qué 
discurso  y  aliento  ambos  principes  andaban  entre  sus  tropaa  y 
regimientos,  en  los  más  flacos  alentando  los  caídos  y  pusiláni- 
mes, si  este  día  habia  alguno,  que  en  ocasión  tan  trabada  y  de 
tanta  honra  no  se  reconoció  alguno  que  lo  fuese;  hasta  los  de 
menores  obligaciones  eran  un  asombro  de  valor.  Eren  ya  las 
siete  del  día  sin  conocerse  ventaja  por  ninguna  de  las  parles, 
antes  bien  perseveraban  lodos  en  un  mismo  peso  y  combate; 
pero  por  ningún  caso  desistia  el  enemigo  del  intento  de  ex- 
pugnar la  colína  y  de  enseñorearla,  pareciéndole  era  el  diseño 
en  que  consistía  la  victoria,  y  poder  con  más  comodidad  de- 
belar nuestras  fuerzas  y  quedar  al  trance  todo  lo  restante  de 
Alemania,  que  atendiendo  era  necesario  apretar  más  las  ma- 
nos y  adelantar  los  designios,  se  hacia  viva  fuerza;  y  á  este 
intento  ordenó  el  marqués  de  Leganés  que  se  encaminasen  á 


la  eminencia  1 .000  mosqueteros,  los  más  escogidos  de  los  ter- 
cios do  S.  A.,  de  españoles  y  napolitanos,  lombardos  y  borgo- 
ñoncs,  que  estaban  al  pié  de  ella,  y  que  so  fuesen  mojoiando 
los  tercios  de  Paniguerola  y  Carlos  Guaseo,  por  las  laderas  y 
faldas  de  la  montaña  la  vuelta  del  bosque.  A  esta  horn  se  co- 
mentó á  mezclar  la  caballería  enemiga  con  la  de  cargo  de 
Gambacurta:  hacia  maravillas  la  napolitana,  y  fueron  carga- 
dos con  la  lombarda  y  borgoñona  de  Paulo  Dentíque.  El  duque 
de  Lorena  acomete  con  sus  tropas  y  algunas  del  Rey,  que 
hasta  aquel  punto  habia  esperado  ocasión  de  cerrar,  aten- 
diendo á  los  movimientos  del  Veimar  y  á  sus  designios .  y  co- 
menzó á  escalar  la  cumbre  con  una  banda  de  caballeros  de 
su  séquito  y  estado,  y  mezclóse  peleando  como  Principe  vale- 
roso con  las  escuadras  enemigas.  Acometía  éste  con  los  nom- 
brados regimientos  azul  y  negro,  soldados  veteranos  y  suece- 
scs,  que  se  habían  hecho  lugar  y  aun  temer  en  la  Gcrmania 
superior  donde  ahora  se  debatía,  y  corrieron  á  darles  calnr 
mucha  caballería;  encaminándose  á  toda  diligencia  al  puesto 
de  nuestros  españoles,  ordenóles  D.  Martín  Idínquez  que  es- 
perasen la  carga  hasta  que  él  les  hiciese  señal ,  y  que  al  re- 
cibirla se  arrodillasen ;  y  ejecutáronlo  asi ,  pasándoles  las  balas 
por  alio;  que  el  ardid  en  los  casos  dificultosos  siempre  fué  de 
prudencia  y  felicidad  para  conseguir  victoria.  Habiendo,  pues, 
recibido  la  carga  de  los  enemigos,  dio  la  señal,  y  puestos  en 
pié,  la  dieron  tnl  á  los  competidores  que  no  se  perdió  bala, 
abriéndole  los  escuadrones  con  gran  mortandad  y  estrago, 
dejándolos  encogidos  y  atemorizados,  Dojos  y  perdidos  de 
ánimo;  de  suerte  que  se  les  reconoció  por  los  más  atentos  la 
cobardía  y  el  rehusar  volver  á  oiperimenlar  el  furor  de  aque- 
llos que  pocas  hora  antes  habían  sido  injuriados  de  miseros  y 
descalzos.  Pero  aun  no  bren  desengañados  tornaron  á  rc¡>etir 
su  precipicio,  siendo  á  esta  hora  quince  las  acomotídns  que  en 
poco  menos  de  seis  habían  dado  al  idiaqucz  y  á  nuestros  es- 
pañoles, con  los  mejores  cabos  y  lo  mas  florido  y  tenaz  de  su 
ejército,  siendo  siempre  rechazados  del  aliento  español,  insi- 
nuados del  grande  juicio  y  destreza  del  caudillo,  poniendo 


mucho  de  su  parte  en  reprimir  el  ardor  de  tos  más  particula- 
res soldados  de  las  primeras  hileras,  no  dejándolos  empeñar 
demasiado,  y  atendiéndolos  todas  las  naciones,  no  sÍo  parti- 
cular ejemplo  y  alabanza ;  que  en  todas  estas  acometidas  del 
enemigo,  ejecutadas  con  tanto  ardor  y  tantas  gentes,  nunca  se 
vio  que  les  ganasen  un  palmo  de  tierra  ni  sacasen  un  pié  atrás, 
antes,  no  pudiendo  contenerse  como  impacientes  de  la  tem- 
planxa  del  cabo  y  de  estar  demasiadamente  sijbre  sí  según  su 
coraje  y  como  se  lo  parecía,  excedían  de  )a  obediencia  ;  acor- 
dándose, cuando  les  contaba  de  los  años  pasados,  que  á  aque- 
llos pretendian  adelantarlos  en  honra,  que  querían  ser  godos 
como  si  hubieran  llegado  á  ser  españoles,  porque  aquellos  an- 
tiguamente, cuando  se  juntaron  con  nuestra  nación  alcania- 
rOD  nombre,  habiéndose  ingerido  en  su  militar  espirito.  Asi  lo 
sinlieron  los  romanos  y  primero  que  ellos;  los  de  Numidia 
sentían  eslo,  y  más  cuando  querían  ser,  y  lo  publicaban, 
el  estrago  de  Alemania,  de  donde  tenían  Principe,  y  del  ori- 
gen sagrado  de  Austria;  y  pasaba  tan  adelante  la  soberbia 
de  los  combatientes  que  Ío  pensaban  ser  de  Italia,  queriéndo- 
les oscurecer  é,  los  nuestros  la  memorable  virtud  y  maravi- 
lloso esfuerzo  con  que  la  ganaron  á  la  misma  nación  y  dos 
veces  á  los  franceses;  y  que  más  adelante,  se  Jactaban,  que  lo 
habían  de  ser  de  todo  el  resto  de  la  Europa;  ellos,  que  apenas 
podían  ya  pasar  el  Rhín  ni  el  Danubio.  Sallan  de  sus  puestos 
los  españoles,  excediendo  (sí  tes  puede  ser  esta  nota  de  alguna 
mancha  á  su  honra  y  al  decoro  de  buena  soldadesca},  como 
ya  be  dicho,  el  orden  del  caudillo,  y  volvían  á  picazos  á  los 
enemigos,  siendo  valentía  no  sin  linaje  de  temeridad,  por  ex- 
ponerse al  riesgo  de  quedar  cortados  por  la  caballería  del  ene- 
migo y  quedar  prisioneros.  Halaron  á  D.  Diego  de  Bustos  y 
quedó  herido  Negrete:  comiénzase  á  ver  desmayo  en  el  ene- 
migo, y  viendo  no  le  era  posible  prevalecer  contra  los  es~ 
pañoles,  tentó  al  Toralto  y  á  sus  napolitanos  con  mayores 
fuerzas,  y  no  pudiendo  contrastarlos  ni  arredrar  del  que  te- 
oran,  ayudó  á  cargarlos  el  Cervellon;  y  Pícolomini,  retirándo- 
los, mandó  adelantar  el  tercio  y  que  la  manga  de  Torrecusa 


saliese  un  tira  más  adelante  del  escuadrón,  refrescándose  de 
nuevo  en  la  pelea  como  si  se  comenzara.  A  aquella  hora  llego 
la  gente  que  mandó  conducir  el  marqués  de  Léganos,  con  que 
se  reforzó  a!  Toralto,  pasando  con  diligencia  los  tercios  de  Pa- 
niguorola  y  Carlos  Guaseo:  fué  herido  Paniguerola  de  dos  ba- 
las en  el  muslo  derecho;  mandáronle  retirar,  pero  él  quiso 
perseverar  en  el  combate  como  bueii'soldado;  mas  otra  que 
le  hirió  en  el  bcazo  derecho  le  constriñó  á  obedecer,  quedando 
el  tercio  y  el  manejarle  á  cargo  de  su  sargento  major  Alejan- 
drq  Campi:  fué  é-sle  herido  mortalmente  en  la  garganta,  y  su- 
cedióle Juan  de  Oroico,  señalándose  maravillosamente;  ma- 
táronle el  caballo,  y  sin  embargo  acometió  á  e)  enemigo, siendo 
ejemplo  de  héroes  y  capitanes. 

Eran  casi  las  diez  del  día,  reconociéndoso  el  valor  en  todas 
partes  sin  aOojar  un  punto;  mas  la  caballería  de  Veimar,  que 
basta  entonces  no  había  salido  de  su  puesto  esperando  orden 
de  acometer,  se  encaminó  al  cuerno  derecho  de  la  batalla, 
donde  combatia  el  duque  de  Lorena  v  Juan  de  Berle  con  ta 
gente  de  la  Liga .  y  atguna  asistia  a  este  puesto  del  marqués  de 
los  fialbases  con  el  resto  de  la  caballería  de  Paulo  Denticfue. 
Cerró  el  enemigo  con  los  de  la  Liga,  y  ellos  tomaron  )a  carga 
hasta  unos  casares  metidos  entre  algunos  árboles  que  calan 
hacia  su  mano  izquierda,  donde  emboscados  número  razonable 
de  nlosqueieros  los- rociaron  tan  vivamente  que  los  descom- 
pusieron :  arremetió  á  esta  sazón  la  tropa  de  croatas  y  las  de 
ambas  parles,  peleando  con  maravilloso  esfuerzo  á  la  cabeza 
de  la  «uya  el  duque  de  Lorena:  encaminó  hacia  esta  parte  el 
rnarqués  de  Leganés,  por  rehacer  con  más  robustos  nervios,  la 
caballería  y  iOO  mosqueteros  del  conde  de  Fucnclara;  trabá- 
ronse todos  con  mayor  coraje,  peleando  incansablemente,  con- 
tendiendo sin  intermisión  en  la  colina  y  resistiendo  á  grandes 
escuadrones  de  enemigos;  y  ofendiendo  ocupó  el  regimiento 
viejo  de  tVartsemburg  el  cuerno  derecho  de  la  montaña,  y 
este  batallón  y  el  de  lombardos  se  adelantaron  hacia  el  bos- 
que. Pidió  Toralto  para  este  puesto,  y  para  mantenerle  por  su 
importancia,  artillería,  y  avisóle  el  Cervellon  había  detras  dos 


piezas;  condújolas  á  brazos  D.  Gaspar  Toralto  por  estar  «n 
caballos,  y  tiró  con  ellas  á  la  frenle  del  ennmigo,  descompo- 
piéndole  y  desarmando  sus  baterías,  biriendo  gravemente  en 
sus  escuadrones  y  desconcertándolos,  arremetiendo  ya  sin 
aliento  y  con  flojedad  á  D.  Martín  Idiaquez,  gloria  de  la  na- 
ción vizcaína  y  prez  de  sus  nobles  y  untiquisimoa  soldados, 
Cerró  el  sargento  mayor  Orozco  con  los  enemigos  que  ocupa- 
ban el  bosque  y  desalojólos:  el  marqués  de  los  Balbases,  coa 
BUS  tropas  de  caballería,  embistió  con  la  de  Veimar,  ordenando 
quoOcDtiqUG,  por  el  bosque,  á  la  colína  llevase  cuatro  compa- 
ñías de  caballos  y  tentase  los  del  enemigo;  adelantó  Pícolo- 
mini  dos  regimientos  imperiales,  mejorándose  los  400  mosque- 
teros de  Fucnctara,  hacía  el  bosque,  y  desalojaron  aquella  gente 
con  notable  estrago;  señalándose  entre  los  más  escogidos  el 
du<]uc  do  Lorena  y  Juan  de  Bertc:  pasaron  adelante  mejo- 
rándose en  puestos  y  en  Terreno,  desbaratando  suscombatíen 
tes  y  ganando  U  artillería  que  estaba  arrimada,  y  lomó  el 
Duque  el  estandarte  de  Voímar ;  volvieron  con  insaciable  ardi- 
miento á  embestir  á  los  enemigos  por  todas  partes ,  v  entrando 
en  desorden  y  miedo,  volvieron  tas  caraa  antes  de  mediodía 
los  tropas  de  Orne  que  combatían  en  la  colína;  eon  que  se 
vio  al  instante  palotear  las  picas  con  las  recías  cargas  de  los 
nuestros  poniéndose  en  la  fuga,  y  siendo  seguidos  y  cortados  se 
perdieron  de  ániuio  abandonando  el  orden  y  disciplina  míli- 
lár,  arrojando  las  armas,  banderas  y  estandartes,  aclamando 
nuestros  soldados  en  todos  los  regímienlos  y  escuadrones  vic- 
toria. Habíase  peleado  desde  tas  cinco  de  la  mañana  hasta 
las  doce  de  mediodía,  y  muy  dudosos  de  vencer,  como  se  lo 
pareció  á  muchos,  hartas  las  once,  y  con  poca  esperanza  do 
buen  suceso. 

Era  ya  general  el  aliento  y  el  regocijo  entre  los  soldados,  ol 
herir  y  matar  por  todas  parles .  y  reconocióse  que  toda  la  for- 
tuna de  los  ejércitos  calolicos  estuvo  en  arribar  y  mantener  la 
colína ,  que  si  lo  ttiibierun  hi'cho  ios  infieles  fueran  señores  de 
la  campaña  y  aun  de  todo  lo  demás  del  séquito  de  Alemania. 
Viéronse  aquí  cortadas  y  echadas  por  tierra  laa  arrogancias  do 


Veimar.  y  tanto  con  piayor  dolor  sayo,  cuantopoGO~^tra  'de 

la  batalla  ae  habin  portado  de  vano  con  Gustavo  de  Orne  y 
dichole  quería  aquel  día  aventurar  su  Estado  con  el  resto  del 
Imperio.  Siguió  la  caballeria  de  todos  tres  ejércitos  y  la  de  los 
croatas  al  enemigo,  haciendo  grande  estrago  y  matanza  en  los 
que  habiao  seguido  al  alcance,  y  mucha  ó  la  mayor  parle  en 
el  camino  de  Uima,  donde  iban  á  salvarse  en  sus  murallas;  pero 
enterados  del  vencimiento  y  de  la  rota,  tos  burgeses  y  magis- 
irados  cerraron  las  puertas  á  su  ciudad,  atollando  en  lo  bajo 
de  la  colina,  en  uno  barrancos  y  pantanos,  caballos  é  infantes, 
donde  fué  notable  la  matanza.  Siguió  el  duque  de  Lorena  al 
alcance  pjsadas  de  tres  leguas,  y  prendieron  los  nobles  que  le 
seguian  al  muy  esforzado  y  valiente  Gustavo  de  Orne,  grande 
rstrago  de  Alemania  y  de  sus  pueblos,  y  la  segunda  persona 
lie  Gustavo  Adolfo,  rey  deSuecia,  muerto,  y  en  cuyos  hom- 
bros y  cabeza  dejó  el  progreso  y  la  fortuna  do  sus  intentos  en 
lodo  el  circulo  de  Alemania  y  aun  de  toda  la  Europa.  Puso 
Dios  en  las  manos  del  duque  de  Lorena,  y  para  que  lomase 
satisfacción  de  sumuchainBdelidad  y  traición,  al  Gratz,  capitán 
impiísimo,  y  en  quien  habia  consistido  la  mayor  parte  de  la 
ruina  de  sus  estados  por  habérsele  alzado  con  1 50.000  tatlers 
que  le  dio  para  levantar  gente  y  defenderse  de  las  atrocísimas 
usurpaciones  de  franceses,  y  pasádose  con  ellos,  demás  de  ha- 
ber sido  desleal  al  Emperador  siendo  su  vasallo ,  y  echóse  á  la 
banda  de  los  protestantes  y  sediciosos  de  Alemania  por  tres 
veces,  y  perdonado  oirás  tantas  por  la  suma  clemencia  del 
Emperador ;  y  prendiéronse  otros  cabos  de  importancia.  Huyó 
Veimar,  más  ejercitado  en  esta  acción  que  en  otra  empresa,  por 
las  muchas  veces  que  en  lodos  trances  y  reencuentros  lo  ha- 
bia decorado;  á  lo  menos,  de  cuanto  lengo  noticia  de  las 
digresiones  de  Alemania,  no  han  traído  otra  cosa  las  postas 
y  los  correos  sino  que  huyó  Veimar.  Quebrantó  el  altísimo 
brazo  de  Uios  la  soberbia  de  este  ínBel,  como  también  la 
de  sus  amigos  y  confederados,  y  como  holló  la  del  rey  de 
Suecia  y  otras  muchas,  y  con  él  batirá  los  que  se  levanta- 
ren y  opusieren  al  culto  do  sus  preceptos.  Quiso  salvarse  en 


427 

üiiDB,  y,  como  ya  he  dicho,  cerráronle  las  puertas,  y  corn3 
con  velocidad  y  sobresalto  ai  ducado  Wítteti.berg.  Brao  á  esta 
hora  el  número  de  los  muerLos  del  enemigo  cerca  de  8.000 
hombres ,  y  en  el  alcance  fueron  degollados  por  los  croatas  y  la 
domas  caballería  pasados  de  9.000,  no  viéndose  otra  cosa  en 
la  campaña,  pantanos  y  caminos  que  cuerpos  muertos,  ca- 
ballos, armas,  banderas  y  estandartes  arrojados,  particular- 
mente en  los  de  Ulma  y  Wiltemberg.  Murieron  tres  sargentos 
mayores  de  batalla,  ocho  coroneles,  más  de  cien  capitanes, 
sin  quedar  oficial  vivo,  y  la  mayor  parte  de]la  inTanteria:  pe- 
recieron dos  regimientos  de  franceses,  i.OOO  prisioneros  que 
se  agregaron  y  pudieron  conducir  al  servicio  del  Emperador. 
Al  otro  dia  degolló  Juan  de  Berte  catorce  compañías  de  caba- 
llos que  halló  encerrados  en  una  villela:  lomóse  el  bagaje 
sin  escaparon  carro,  los  papeles,  municiones  y  recámara  del 
Veimar,  do  Orne  y  Gralz,  y  de  todos  los  demás  cabos,  que 
era  muy  rica :  tomáronse  seis  piezas  de  artillería,  el  tren  y  lo- 
dos los  caballos,  300  banderas,  entre  cornetas  y  estandartes, 
entro  las  cuales  había  uno  carmesí  sacado  de  una  iglesia,  te- 
nicnilo  por  un  laclo  á  Nuestra  Señora  de  la  Concepción  y  por 
d1  otro  á  San  Martin,  quo  traían  atravesado  por  mofa.  Bailá- 
ronse ínGniío  número  do  muertos  en  los  árboles,  subiendo  á 
salvarse  en  ellos  con  las  heridas  y  acababan  allí  con  ellas; 
quedando  almorzado  el  que  dijo,  injuriando  á  los  españoles  y 
napolitanos,  se  los  almorzarla  sin  duda  aquel  dia.  Halláronse 
entro  heridos  y  muertos  en  el  ejército  de  S.  A.  casi  seiscientos 
hombres,  en  el  del  rey  de  Hungría  y  Liga  católica  1.000;  y 
entre  personas  particulares  de  nuestro  campo  que  dieron  las 
vidas  admirablemente,  no  sin  grave  sentimiento  de  S.  A.  y  de 
las  cabezas  del  ejército,  e1  conde  de  Paniguerola,  el  coronel 
Bormes,  el  sargento  mayor  D.  Diego  de  Bustos ,  el  marqués  de 
Rapalla,  D.  Pedro  Arias,  D.  Alonso  Nogerol,  estos  últimos  ca- 
pitanes de  caballos;  salió  herido  Gerardo  Gainbacurta,  el 
conde  de  Stilma,  que  murió  pasados  algunos  días;  D.  Tíverlo 
Drancacho,  herido,  teniente  de  maestre  de  campo  general;  y 
Carlos  Guaseo,  también  maestre  de  campo  general  de  la  ca- 


ballería  de  Ñapóles;  D.  Pedro  de  Ulloa,  que  mnrió  de  las  he- 
ridas de  alli  á  poros  días;  D.  Diego  Manrique  de  Aguaro,  Don 
Fernando  de  tleredia,  D.  Díonieres  Carrafa,  Octavio  Marques, 
D  Tomás  de  Abalos,  capitán  de  caballos;  Gualtero  Gualleri, 
el  sargento  mayor  del  Guaseo,  Alejandro  Campi.  Lope  Ochoa 
de  Oro,  Juan  Negrele,  que  después  murieron  capitanes  de  in- 
fantería. Murieron  del  ejército  Imperial  un  sargento  mayor  de 
batalla ,  el  prior  Aldobrandino,  que  pidiendo  al  Papa  esta  dig- 
nidad parí)  Picolomini,  no  habiendo  gustado  del  suceso  la 
negó,  dándosela  á  uno  de  sus  sobrinos.  Murió  el  coronel  Sil- 
vio Picolomini  y  otros  capitanes  de  cueota  y  de  valor  mi- 
litar. 

Era  notable  el  alborozo  y  alegría  délos  ejércitos,  abrazán- 
dose los  cabos  y  dándose  la  enhorabuena  los  unos  á  los  oíros. 
Todo  era  aplaudir  victoria  por  España  é  Italia,  rodeando  los 
príncipes  los  escuadrones  y  cuarteles,  y  dando  las  gracias  á  tos 
soldados  de  lo  bien  que  habían  peleado:  abrazó  S.  A.  á  don 
Martin  Idíaquez,  que  aquel  dia  procedió  como  buen  caballero. 
Fundamento  en  que  consistió  la  gloria  del  suceso,  observán- 
dolo así  y  sintiéndolo  derechamente  los  juicios  mejores  y  mas 
desapasionados;  gritaban  los  alemanes  y  aclamaban  de  vale- 
rosos  y  magnánimos  á  los  españoles  é  italianos ,  especialmente 
á  los  napolitanos.  La  caballería  y  las  tropas  que  se  iban  jun- 
tando y  conduciendo  á  sus  regimientos,  y  todos  los  demás  de 
las  tres  faetones ;  como  iban  llegando  traian  banderas  y  pri- 
lioneros  y  otras  insignias  militares,  que  ponían  á  los  pies  de 
S.  A.  y  del  Rey.  Volvieron  á  sus  cuarteles  á  descansai;,  haJtó  el 
Infante  en  el  suyo  los  heridos  que  se  habían  retirado,  dejólos 
y  fuese  á  una  humilde  casilla,  ni  segura,  ni  bien  cerrada  por 
su  vejez ,  y  por  los  continuos  y  recios  combates  del  tiempo  y 
de  la  guerra ,  no  habiendo  cosa  que  no  hubiese  eiperimentado 
la  injuria  y  la  impiedad  de  los  enemigos;  dejando  S.  A.  en 
esta  victoria  asegurada  por  (>ntónces  á  Alemania  ,  al  Imperio, 
á  Flandes  y  toda  la  cristiandad,  nefiriéndola  los  naturales  y  los 
atentos  á  las  proezas  de  aquel  dia,  decían  habiao  peleado  los 
es[>8nule5  como  demonios,  conservando  la  colína,  defendíén- 


(lola  y  rechazando  al  Veimar  catorce  ó  quince  veces,  con  que  se 
deseiiperó,  valiéndose  de  los  píes;  agradeciéndoles  el  haberlos 
librado  de  grandes  miserias  y  calamidades ,  de  atiocisim 
bos,  incendios  y  otras  desventuras  que  habian  padecido  por 
algunos  años.  Fué  para  los  enemigos  y  coligados  esta  victoria 
espantosísima;  pasó  volando  á  Francia  y  aterró  todas  sus  pro- 
vincias; sintiólo  el  Roy  y  puso  en  mortal  congoja  al  Richelieu 
y  á  todos  los  ministros  franceses .  protestantes  y  enemigos  do 
aquellas  coronas  victoriosas;  alegró  los  países  obedientes,  en- 
tristeció los  rebeldes,  que  asombrados  do  esta  felicidad  se  pre- 
paraban de  defensas  y  pertrechos  para  resistir  la  fortuna  de 
UD  ejército  vencedor,  que  pasaria  en  breve  el  Rhin,  se  aloja- 
rla en  sus  contornos  y  ternaria  sus  plazas  y  aun  lasque  esta- 
ban en  la  ribera  de  Itíossa  en  Italia  y  en  todas  las  tres  Grisas; 
la  porción  de  los  malafectos  se  encogió,  pero  rejuveneció  y 
alegróse  la  Iglesia.  El  Emperador,  cuando  nueva  de  tanta  pros- 
peridad se  entró  por  las  puertas  de  Vienn  y  su  palacio,  dio 
gracias  á  Dios  que  habia  concedido  aquella  respírucion  al 
Imperio  y  á  su  casa  y  habia  debelado,  no  sólo  lus  trazas,  pero 
los  émulos  que  la  pretendían  invadir  y  contrastar.  Fué  dü  sumo 
regocijo  para  España :  dio  gracias  á  Dios  el  rey  Cittólico  por  tan 
señalada  merced  en  Nuestra  Señora  do  Atooha,  yendo  el  Rey 
á  caballo  con  toda  la  majestad  de  la  corte. 

Finalmente,  los  buenos  se  alegraron  y  ¡os  malos  se  entris- 
tecieron: toda  la  Europa ,  ó  toda  aquella  parte  que  es  escudo  y 
muralla  fortisima  de  la  religión,  cuanto  habia  estado  sus- 
pensa antes  á  los  progresos  de  los  herejes,  levantó  la  frente  y 
sacudió  de  si  el  horror  y  el  veneno  de  tan  infame  canalla, 
y  con  tanto  mayor  brio  entonces,  cuanto  veian  deshechos  y 
acabados  enemigos  que  se  habian  dado  á  sentir,  que  habian 
adquirido  reputación,  soldadoslos  mas  de  ellos  veteranos,  go- 
bernados por  cabos  maravillosos.  Perecieron  este  dia  aquellos 
regimientos  sueceses,  sin  quedar  un  hombre,  de  quien  tanta 
cuenta  hacia  el  rey  de  Suecia,  y  con  quien  acometió  lo  más 
arduo  de  sus  empresas.  Confesó  Gustavo  de  Orne,  que  en 
Guaotas  raciones  se  habia  hallado  después  que  militaba  en 


^ 


Alemania,  jamás  habia  visto,  ni  en  las  otras,  pelear  tan  valien- 
lemenie  como  la  nación  española  y  la  italiana ,  y  que  no  se 
espantaba  que  el  Rey  de  tan  ilustres  gentes  hubiese  plantado 
y  llevado  á  tan  remotas  partes  los  troreos  y  memorias  de  su 
grandeza. 

Beferian  los  demás  soldados,  corriera  fortuna  el  Imperio 
si  no  llegara  á  tenerle  el  brazo  de  España,  y  que  se  podía  de- 
cir por  S.  A.  lo  que  de  César,  que  había  venido,  visto  y  ven- 
cido. Mandó  curar  los  heridos,  visitólos  y  mandó  socorrer  con 
dos  pagas  y  con  el  dinero  de  su  mano:  un  español  herido  de 
un  mosquetazo  en  la  frente,  no  queriendo  sujetarse  á  la  cama, 
movido  gravemente  de  la  conmiseración  y  providencia  de 
S.  A.  para  con  tos  soldados,  diciéndole  que  se' dejase  curar, 
le  respondió,  que  deseaba  más  ocasiones  y  más  heridas  en  su 
servicio,  y  que  esperaba  salir  bien  de  todas:  agasajó  á  los  que 
traían  cornetas  y  banderas.  Llegado  el  duque  de  Lorena  de 
seguir  el  alcance,  fué  luego  á  visitarte:  refirióle  los  prisioneros 
que  habia  hecho,  no  hablándose  de  otra  cosa  sino'  del  suceso 
pasado,  de  los  intentos  de  los  enemigos,  del  denuedo  en  aco- 
meterles, de  sus  trazas  y  ardides  en  pelear,  teniendo  este  día 
por  uno  de  los  más  señalados  de  cuantos  hablan  amanecido  á 
la  Iglesia.  Envió  S.  A.  al  Rey  cincuenta  estandartes,  y  remi- 
tióse el  de  Nuestra  Señora  de  la  Concepción  á  su  iglesia:  en- 
vió dos  banderas  á  Hilan,  una  á  Nuestra  Señora  de  San  Félix 
y  otra  á  San  Carlos  Borromeo.  Rindióse  á  la  discreción  de 
los  vencedores  Nortlíng,  preservándola  del  saco  y  de  los  otros 
desmanes  de  la  guerra;  por  haberlo  pedido  con  humildad  los 
magistrados,  dióse  paso  libre  á  la  guarnición  del  enemigo, 
concediéndole  no  más  que  las  espadas  á  los  oficiales,  que  no 
salgan  con  cajas  ni  artillería ,  y  que  no  puedan  llevar  más  de 
lo  que  sustentaren  los  brazos;  entró  en  ella  el  rey  de  Hungría 
con  su  gente,  día  de  Nuestra  Señora  de  Setiembre,  feliz  para 
las  cosas  de  España,  como  se  verá  en  lo  de  adelante,  y  al  otro 
S.  A.  y  el  duque  de  Lorena,  restituyendo  á  la  iglesia  mayor 
la  reverencia  y  el  culto  profanado  antes  por  los  iniieles,  y  á 
los  otros  templos:  echáronse  á  sus  píes  los  burgomaestres  pi- 


431 

diendo  perdón  y  que  les  jarase  sus  privilegios;  concedióselos, 
y  después  de  haber  ajustado  todo  lo  tocante  á  esta  materia, 
entraron  en  consejo  sobre  lo  que  se  habia  de  hacer.  Resolvióse 
que  los  ejércitos  del  rey  de  Hungría  y  Liga  católica  marcha- 
sen por  una  parte  del  Necar  y  el  de  S.  A.  por  otra,  á  dos  horas 
de  camino  los  unos  de  los  otros,  para  darse  la  mano  en  las 
ocurrencias  que  se  pudiesen  ofrecer,  resueltos  á  ocupar  el  du- 
cado de  Wittemberg,  desarmado  y  sin  gente,  y  regido  de  un 
Principe  mozo,  fugitivo,  sin  consejo  y  rebelde  al  Imperio, 
aliado  y  fomentador  de  herejes,  publicado  asi  por  bando  im- 
perial y  dado  al  fisco  todos  sus  estados.  Queria  el  rey  de  Hun- 
gría y  todos  aquellos  caballeros  alemanes,  que  le  diese  calor 
S.  A.  para  entraren  la  Alsacia  y  socorrer  á  Brisac,  que  con  la 
rota  y  pérdida  de  la  gente  enemiga  aflojarían  los  sitiadores  y 
los  de  adentro  se  mantendrían  algún  tiempo  con  la  esperanza 
del  socorro  presente  y  victorioso,  entre  tanto  que  él  pasaba  á 
tentar  á  Ulma. 

Fué  S.  A.  á  visitar  al  duque  de  Lorena  á  su  alojamiento: 
estaba  allí  Gustavo  de  Orne,  holgó  S.  A.  de  verle  y  alentólo; 
quiso  besarle  la  mano  y  no  lo  consintió,  diciendo  el  Orne  al 
duque  Nochera  (mientras  S.  A.  real  y  el  Duque  razonaban  en 
sus  materias  y  dependencias),  que  no  le  quedaba  otro  consuelo 
en  lo  adverso  de  su  fortuna ,  sino  el  haber  sido  vencido  por 
tan  gran  Principe,  porque  á  su  ejército  y  caudillos  sin  nin- 
guna duda  se  debia  el  triunfo  de  la  victoria:  mandólo  S.  A.  cu- 
brir y  no  lo  aceptó.  Dicen  que  preguntó  después  á  quién  ha- 
bía tocado  la  pieza  de  su  carroza ,  y  no  pudiendo  en  tan  gran 
confusión  darle  más  luz  que  haberla  tomado,  respondió  que 
iba  bueno  el  que  le  tocó,  dando  á  entender  que  el  dinero  que 
iba  dentro  era  mucho.  Cortaron  la  cabeza  al  Gratz  por  orden 
del  Emperador,  pagándolas  rebeliones  y  felonías  que  habia  he- 
cho contra  aquella  majestad,  de  que  era  vasallo;  hiciéronse 
ricos  presentes  los  dos  principes.  Rey  é  Infante,  y  de  ambas 
partes  los  cabos  y  capitanes  de  unos  ejércitos  y  otros;  dio 
S.  A.  ricas  joyas  de  oro  y  piedras  á  Galaso  y  á  las  personas  de 
cuenta  de  aquel  séquito,  y  presentóle  Galaso  un  caballo:  al  du- 


432 
que  de  Lorcna,  el  estandarte  del  duque  Bernardo  de  Veiniar 
con  la  empresa  y  gerogliíico  de  unu  garza  volando  sobre  una 
águila  como  quo  la  iba  venciendo,  asimilando  á  las  águilas 
íjnperiales  que  orlan  los  escudos  de  aquella  auguslisima  Casa,  y 
queriendo  él  y  la  Liga  ser  semejanle  á  aquella  ave,  cuyo  vuelo 
es  altísimo,  que  viéndolo  así  algunos  de  buen  ingenio  y  celosos 
de  la  honra  de  sus  principes,  de  sus  insignias  y  seüales,  vol- 
viéndola lo  de  arriba  á  bajo,  reparando  agudamente  y  con 
diTerente  interprolacíon  sobre  el  caso  presente,  venia  á  caer 
la  águila  sobre  la  garza.  En  esto  quería  decir  el  Veimar  6  insí-' 
nuar  á  las  Germaniasy  Panonias,  que  las  garzas  descolladas, 
septentrionales  y  do  Noruega,  por  el  rey  de  Suecia  y  sus  gen- 
tes, abatirían  las  águilas  del  Occidente  y  las  doblarían  los 
cuellos,  porque,  como  dije,  se  ponen  en  las  orlas  de  los  escu- 
dos imperiales  de  la  Cdsa  de  Austria,  y  es  seña  ó  divisa  de 
loa  Césares.  ¡Qué  diferente  tiempo  ora  éste  del  que  poco  antes, 
soberbio  y  vanaglorioso,  aun  despreciando  la  confederación 
con  Francia,  autora  de  todos  estos  movimientos,  no  queriendo 
admitir  al  Rey  á  la  parle  de  sus  tierras  y  provincias,  adjudi- 
cándoselas á  sí  los  protestantes  y  septentrionales,  se  pinlab.in 
y  se  repartían  las  diademas  y  las  coronas  y  los  estados,  así 
eclesiásticos  como  seculares!  Al  rey  de  Suecia,  por  los  gastos 
iieclios  Cn  ia  guerra,  estimados  en  i.OOO  OOU  de  florines,  se  le 
daban  los  arzobispados  y  obispados  de  Magpeburg,  Saviburg, 
Baniborg.  Cheivipolt,  Pasaw,  Alberslad  de  Weismar  con  el 
ducado  Mequelburg  y  su  puerto  de  mar,  y  en  recompensa  de 
su  asistencia  y  para  poner  en  ejecución  el  intento  de  los  pro- 
testantes y  otros  pretendientes,  tantos  años  ba  premeditado,  do 
eitínguir  totalmente  la  religión  católica,  traspasar  las  digni- 
dades de  los  electores  catúlicos  á  los  herejes  y  mudar  ol  ro- 
mano Imperio  en  una  nueva  forma  calvinista,  se  le  tiublan  de 
dar  los  reinos  de  Hungría  y  Bohemia,  con  todas  las  demjs  pro- 
vincias y  estados  de  la  Casa  de  Austria,  sus  adyacentes  y 
creencias,  para  que  con  ellas  pudiese  llevar  la  carga  del  Im- 
perio, excluyéndose  de  aquí  los  protestantes  de  señalarlo 
rentas  ni  otros  estipendios  para  la  forma  de  su  Casa  y  go- 


433 
bierno  y  para  otro  cualquiera  ministerio,  ofreciendo  las  ciu- 
dades infieles  de  hacerle  un  ajuar  en  palacio  y  castillo  á  su 
costa.  Al  conde  Palatino ,  por  la  pretensión  tiránica  en  que  em- 
bestía con  falsos  pretextos,  cimentársela  y  adjudicarle  la  Ba- 
viera,  y  era  que  el  Duque,  su  natural  señor,  por  haberle  echado 
del  reino  de  Bohemia  y  vencídole  en  Praga,  su  corte,  y  lomado 
á  su  cargo  aquella  empresa  como  general  del  Imperio  y 
dádole  el  César  por  éste  el  eicciorato  y  palaiinado  superior, 
querian  por  aquí  satisfacerle,  y  dábanle,  sin  embargo,  los 
obispados  de  Augusta  y  Ralisbona,  con  todos  los  bienes  ecle- 
siásticos que  se  incluyen  en  el  circulo  de  Baviera,  excep- 
tuando cinco  abadías  que  el  Rey  repartía  en  sus  coroneles.  Al 
rey  de  Dinamarca  se  le  daba  el  arzobispado  de  Brema  y  los 
obispados  de  Aimden,  Berden,  Osnaburg,  Lubeza,  Rateom- 
berg  y  Vicu ;  y  todos  los  demás  obispados  se  repartían  entre  los 
protestantes,  erigiéndolos  principados  hereditarios.  Los  votos 
electorales,  ya  dejamos  dicho  se  trasferian  en  herejes,  conviene 
a  saber,  los  que  eran  católicos,  porque  el  duque  de  Sajonia  y 
el  marqués  de  Brandemburg  ya  tenían  sobresi  éstos.  Al  Pala- 
tino Aruguálo  de  Salbac,  por  los  servicios  hechos  á  la  Liga  de 
protestantes,  hermano  del  duque  de  Nioburg,  como  director 
que  fué  de  la  unión  y  junta  del  Apisc,  se  le  daba  el  eleclorato 
de  Uaguncia  y  todas  sus  tierras  con  los  obispados  de  Soira  y 
Bormacia:  á  los  Estados  Generales  de  Hoianda,  para  poder  man- 
tener mejor  la  guerra  conlra  los  españoles,  se  le  repartía  el 
Estado  electoral  de  Colonia,  \os  obispados  de  Munster  y  Lieja, 
con  pacto  de  que  el  principe  de  Orangey  sus  herederos  tuvie- 
sen la  ciudad  de  Colonia  con  título  de  Elector  y  duque  de 
Westfalia,  que  tienen  por  vecino,  por  todo  el  tiempo  que  el 
Principe  y  los  suyos  asistiesen  á  los  estados;  el  electoralsto  de 
Treberis  se  le  comprometió  con  gran  secreto  al  duque  de  Os- 
iasia  de  Gotorf ,  sin  embargo  de  haberse  apartado  aquel  Elec- 
tor por  las  persuasiones  de  Francia  en  su  principal  fortaleza 
que  tenia  sobre  el  Rhín ;  pero  destituido  por  el  parecer  de  los 
protestantes  y  por  sus  capítulos  de  ascender  al  Imperio  ni  de 
arribar  á  su  dignidad,  no  por  otra  cosa  que  por  franceses, 


I 


.434 
gente  que  ninguna  nación  de  la  Buropa  ni  del  orbe  la  ape- 
tece ni  quiere  militar  con  ella  no  más  que  en  cuanto  á  la  pro- 
tección, abusando  del  dominio  por  donde  se  pueden  dasahu- 
ciar  de  esla  pretensión,  cuyas  depravadas  costumbres  y  trato 
injustísimo  los  tiene  en  este  estado  y  los  tendrá  ssi  hasta  el 
fin  del  mundo.  Pero  todas  estas  trazas  y  juntas  las  desba- 
rató Dios  con  muerte  de  algunos,  vencimientos  de  ejércitos 
y  reducción,  después  de  enmienda,  de  otros,  como  el  rey 
de  Dinamarca,  el  marqués  de  Brandemburg  y  duque  de  Sa- 
jonia. 

Presentó  Picotominí  la  espada  de  Vcímar  á  S.  A. .  que  se 
bailó  en  la  campaña  ó  fué  quitada  de  algún  soldado.  ¿Quién 
le  diría  á  este  Príncipe,  siendo  el  tercero  de  sus  hermanos, 
que  cuando  todos  tres  por  el  mes  de  Octubre ,  al  principio  del 
año  1631,  cuando  en  los  bosques  de  San  Lorenzo  el  Real  ;  los 
de  Escalona  que  era  á  la  sazón,  y  cuando  se  tramaban  estos 
rumores  y  se  temían  por  la  insaciable  codicia  y  ambición  fran- 
cesa, preparada  para  desolación  de  la  monarquía  española  y 
usurpación  del  Imperio,  capitulando  en  nombre  del  rey  de 
Francia  y  rey  de  Suecia  en  el  campo  de  Berbalde,  en  el  mar- 
quesado de  Brandemburg,  Hos  de  Camas  y  Gustavo  de  Orne, 
mariscal  de  campo  del  rey  de  Suecia  ,  éste  muerto  en  la  ba- 
talla de  Lutzen,  y  aquél  preso  en  la  de  Nortiing;  cuando  se 
repartían  el  dominio  casi  todo  de  la  Europa  y  estuvo  á  pique 
de  ser  suyo,  y  cuando  imbuidos,  como  digo,  todos  tres  en  las 
delicias  de  la  caza;  quién  le  dijera  que  ambas  espadas,  las 
más  temidas,  las  mas  bien  reputadas ,  las  que  regían  naciones 
tan  belicosas  y  armígeras,  la  del  duque  Bernardo  de  Veimar, 
la  de  Gustavo  de  Orne,  que  habían  de  ser  suyas  y  había  de 
triunfar  de  ellas,  y  que  habían  de  ser  despojos  y  trofeo  de  su 
militar  espíritu?  Pero  esta  felicidad  les  da  el  cielo  á  los  que  la 
procuren  y  se  hacen  dignos  de  ella;  á  los  que  anhelan  y  ar- 
riban á  la  última  y  más  que  gloriosa  esfera  de  las  armas, 
cuando  siguen  el  Gn  excelente  de  ensalzar  la  fe  y  derribar  la 
herejía,  no  á  los  flojos  pusilánimes,  y  hundidos  en  vicios 
miierables;  á  los  que  solicitan  el  desagravio  de  los  oprimidos 


con  cuchillo  de  cismáticos,  defensa  de  fieles,  ornamenlo  y 
escudo  de  la  militante  iglesia. 

No  quiso  tomar  S.  A. ,  de  todo  el  despojo  de  tos  enemigos, 
más  que  doce  piezas  de  artillería,  cuatro  medios  cañones, 
cuatro  cuartos  y  cuatro  piezas  de  campaña  y  600  caballos 
para  tirarla ,  y  comenzaron  á  marchar  lodos  como  estaba  or- 
denado. Fué  á  hacer  noche  S.  A.  &  la  villa  de  Guegoen,  y  el 
del  Rey  y  la  Liga  prosiguieron  el  camino  de  Ulma;  rindió 
aquél  ia  caballería  borgofiona  y  saqueóla,  usando  del  sumo 
poder  los  vencedores:  rindióse  al  Rey  Laulig,  puesta  sobre  el 
Danubio  á  dos  leguas  de  Ulma-,  quiso  reducirla,  ofreciendo  al 
magistrado  las  condiciones  que  quisiesen;  pero  ellos  no  acep- 
taron  ninguna,  queriendo  antes  ser  protervos  y  rebeldes,  con 
que  todas  las  diligencias  salieron  vanas.  Iba  esperando  Su  Al- 
teza ai  ejército  del  Rey  que  habia  hecho  alto,  aguardando  la 
artillería,  y  por  no  perder  tiempo  y  gustarle  el  obrar,  envió 
tin  trompeta  á  la  villa  de  Aídencin  para  que  se  rindiese;  res- 
pondieron no  tenian  orden  del  duque  Wirttemberg,  su  señor 
natural,  para  hacerlo;  y  díóse  orden  al  coronal  Losa,  que 
con  600  caballos  se  adelantase  y  lomase  los  puestos  para  po* 
nerle  el  sitio.  Estaba  ia  villa  situada  en  una  emineocia  y  era 
muy  fuerte,  defendida  de  40  cañones,  de  500  soldados  de 
goarnicion,  socorridos  de  víveres  y  municiones  en  abun- 
dancia: siguieron  á  la  cabatleria  cuatro  tercios  de  infantería 
española  y  napolitana,  lombarda  y  alemana,  con  parte  de  la 
artillería;  pero  antes  que  llégase  la  caballería  se  rindió  la  villa 
y  el  castillo,  ofreciendo  pan  y  otras  vituallas  para  el  ejército 
con  reservación  de  las  vidas  y  haciendas.  Podiase  defender  bien 
veinte  días;  pero  nuestros  soldados,  sin  poderlos  refrenar  los 
cabos,  entraron  y  la  saquearon,  cometiendo  algunos  desórdenes 
con  grave  sentimiento  de  S.  A.  Remedióse  )o  mejor  que  se  pudo, 
y  mandó  echar  un  bando,  que  pena  de  la  vida  que  otra  vei 
no  se  hiciese;  recogiese  la  presa  y  restituyese  ó  los  burgeses 
todo  cuanto  estaba  en  el  castillo,  é  hizo  saber  al  Rey  la  entrega 
de  la  villa  y  púsola  á  presidio  de  alemanes,  tomando  sólo  una 
culebrina  de  todo  el  menaje  y  despojo;  mas  como  el  principal 


intento  de  la  jornada,  antes  que  divirtiese  en  otras  matenas, 
era  el  pasar  á  Flandes,  como  lo  pedían  el  gobierno  áe  armas  y 
provincias,  necesitando  vivamente  de  esto,  cediendo  del  so- 
corro de  Brisac,  previno  con  precisión  el  seguir  aquella  der- 
rota: envíaselo  á  decir  el  Rey  con  el  marqués  de  los  Balbases, 
y  lo  que  importaba  para  el  aviso  del  marqués  de  Aitons  para 
el  asedio  de  Haestrique,  que  la  tenía  casi  ablocada  á  lo  largo  y 
por  todas  partes,  y  quitados  los  bastimentos  para  el  Rhin.  A 
los  10  de  Octubre  llegó  el  do  los  Balbases  al  campo  del  Rey, 
dio  su  embajada,  y  respondíósele  que  para  disponer  con  más 
acuerdo  lo  que  se  debía  hacer,  se  enviarían  personas  de  pru- 
dencia al  cuartel  de  S.  A.  para  conferirlo  todo:  volvió  el  mar- 
qués de  los  Balbases  y  dio  su  respuesta  y  prosiguió  su  jornada, 
rindiéndose  los  pueblos  por  donde  pasaba,  dejándolos  guarne- 
cidos con  alemanes  y  cargo  de  cabos  y  á  la  orden  del  Rey, 
dando  abundantemente  bastimentos  para  los  soldados,  so- 
brando los  que  faltaron  en  la  entrada  de  Alemania  y  en  la 
campaña  de  Norlling;  donde  dicen  los  más  graves  y  de  au- 
toridad ,  que  si  el  enemigo  no  se  da  tanta  prisa  á  querer  en- 
trar en  batalla  con  nuestra  gente  y  esperar  dos  días,  consi- 
guiera la  victoria  más  con  la  hambre  que  con  el  plomo,  y  que 
fuera  imposible  no  desamparar  las  banderas  y  seguirse  una 
ruíoa  calamitosa  y  lamentable  para  el  ejército  católico,  impe- 
rial y  Liga,  porque  aun  los  caballos  estuvieran  para  fracasar 
y  para  ser  alimento  de  los  soldados. 

Ibanse,  pues ,  poniendo  debajo  del  yugo  de  los  vencedores 
los  pueblos  de  Wittemberg  y  parte  de  ellos  despoblados,  no 
queriendo  experimentar  el  riesgo  y  la  ira  do  los  soldados,  de* 
jándose  las  casas,  las  haciendas,  las  arcas  llenas  de  ropa,  las 
bodegas  colmadas  de  vino,  la  carne  salada,  las  cámaras  y 
trojes  abundantes  de  trigo,  avena  y  cebada  y  todo  género 
de  grano;  con  que  el  ejército  discurría  contento,  abastecido, 
sin  ser  necesario  gastar  tiempo  ni  dinero  para  buscarle,  ni 
menos  el  forraje  para  los  caballos.  La  villa  de  Guepíngue  dio 
¿  S.  A.  150.000  raciones  de  pan,  60.000  para  su  ejército  y  las 
demás  para  el  del  Rey  y  de  la  Liga ;  cosa  bien  digna  de  ad- 


4S0 

mineiOD :  y  así  no  es  mucho  que  puedan  mantenerse  tantos 
ejércitos  en  Alemania,  siendo  la  tierra  tan  fértil  y  abundante, 
tan  copiosa  de  miesea  y  de  frutos ,  si  bien  ;a  toda  aquella  ge- 
nerosa provincia,  por  las  continuas  guerras,  iba  decaída,  as! 
en  gentes  como  en  todo  lo  denuis ;  y  á  esta  sazón ,  por  la  pér- 
dida de  sus  amigos  y  aliados,  estaba  esta  provincia  en  ser 
yerma  y  despoblada  de  sus  habitadores. 

Vio  el  duque  de  Astraburg,  que,  con  las  prisiones  que  se 
habían  hecho,  muerte  y  fuga  de  enemigos,  lu  cosas  de  la  fron- 
tera mejoraban ;  y  sus  principes,  con  el  castigo  también  del  po- 
der altisimo  ejecutada  por  los  ministros  y  defensores  del  Evaa- 
genio,  daban  á  sentir  querían  ceder  de  las  desolaciones  y 
aprestos  de  armas,  y  remitir  algún  tanto  del  ardor  de  la  guerra 
y  de  la  codicia,  y  concordarse  con  el  César  éstos  y  algunos  de 
los  castigados,  que  los  otros,  rebeldes  y  protervos,  desespera- 
dos por  la  inquietud  de  sus  oficios  de  hallar  misericordia  en 
la  justa  indignación  del  César,  tramaban  muchas  maquina- 
ciones y  guerras,  más  crueles  y  sangrientas  que  hasta  aqui, 
nn  esperanza  de  sosiego  alguno. 

La  princesa  Margarita,  bija  de  la  infanta  Doña  Catalina  y 
de  Carlos,  duque  de  Saboya,  que  casó  con  Francisco  Vicen- 
ño,  duque  de  Mántna  y  marqués  de  Uonferrat.  cuyas  guerras 
y  diferencias  ejercidas  en  el  Piamoote  y  en  el  estado  de  Mí*- 
lan  sobre  el  derecho  de  aquel  marquesado  que  dejo  ya  refe- 
rido, habiendo  después  recaído  aquellas  tierras  en  poder  de 
Carlos  Gónzaga,  duque  de  Nivers,  por  derecho  que  decia  tener 
i  ellas ,  y  para  apretar  más  la  acción ,  haber  casado  á  su  pri- 
mogénito y  heredero,  al  duque  de  Roteloes,  con  la  princesa  Ma- 
ría, bija  de  Francisco  y  Margarita,  nieta  de  Garlos  y  de  Cala- 
lina  ,  duquesa  de  Saboya,  que  es  lo  mismo  que  haber  dado  en 
manos  de  fr3BC8Bes,*Tonio  se- verá,  cuya  cor/espondencia  y 
trato,  cualquiera  queét  sea,  ya  le  conoce  el  mundo;  siendo 
esta  señora  afectísima  por  naturaleza  y  por  sangre  á  las  cosas 
de  España  ,  fué  desamparada  de  sus  hermanos  y  del  duque  de 
Nivers  y  de  Mantua,  su  yerno,  y  por  esta  causa  aborrecida  de 
los  franceses ,  cuyas  dependencias  al  señorío  de  Hilan  y  Nápo- 


438 
aDJíbaa  muy  vivas.  Avisado  el  rey  de  Freocta  Luis,  por  los 
confidentes  en  idánlua,  de  la  fe  de  la  princesa  Uargariln  para 
con  el  rey  Católico,  deseando  resfriar  y  conmover  contra  é\ 
todos  cuantos  príncipes  y  potestades  hay  en  iLalia,  resolvió 
apartar  este  inconveniente,  si  le  babia  en  una  mujer  desva- 
lida, que  se  babia  amparado  de  la  grandeza  y  magnanimidad  de 
S.  A.  (como  lo  dejo  ya  apuntado),  cuando  llegó  de  Barcelona 
al  gobierno  del  estado  de  Hilan,  y  referidole  sus  sevicias  y  mi- 
serias, dignas  de  ponderación  en  una  Princesa  de  tan  esclare- 
cida sangre,  bija  y  nieta  de  tantos  principes,  reyes  y  empe- 
radores; para  que  los  que  nacimos  en  suerte  más  humilde  no 
nos  admiremos  de  que  sea  más  poderosa  y  rígida  la  fortuna 
con  los  otros,  ni  de  morir  en  ella,  pues  los  que  nacieron  y  vi- 
vieron en  tanta  grandeza  y  prosperidad,  ul  vez  con  estos  va- 
gíos  los  atrepella  y  los  acosa. 

Finalmente,  por  esta  razón  y  por  el  odio  implacable  de  los 
ministros  franceses  á  los  aficionados  á  España,  el  Rey,  que 
en  la  cortesía  á  las  mujeres  debe  tener  el  uso  que  en  las 
demás,  mandó  al  duque  de  Mantua  y  aun  al  duque  de  Saboya, 
su  hermano,  la  echase  de  su  casa  y  del  Estado.  Viéndose  esta 
señora  en  el  aprieto  referido,  se  valió  de  S.  A.  el  Infante, 
que  la  socorrió  y  agasajó  y  trató  como  quien  era,  y  como  lo 
pedian  los  vínculos  tan  estrechos  del  parentesco  que  babia  en- 
tre entrambos,  como  de  primos  hermanos;  y  mandó  dar  gran- 
des sumas  para  el  alimenio  y  gast(^  de  su  casa.  Había  dado 
cuenta  S.  A.  del  suceso  ¿  S.  H.,  que  condolido  de  sus  trabajos 
y  soledad  la  mandó  venir  á  la  corte  de  España;  y  dejó  á  Italia, 
y  por  el  tránsito  de  Genova,  con  armada  de  galeras  desem- 
barcó en  Barcelona :  para  esto  la  envió  el  Rey  criados  y  gente 
noble  que  la  asistiesen  y  regalasen  con  el  estilo,  reverencia  y 
majestad  que  observa  España,  y- por  sus  jornadas  llegó  á  Ua- 
drid.  Salió  el  conde  de  Olivares  con  todos  los  de  su  familia  á 
recibirla  al  arroyo  de  Brañigat,  y  el  Rey  la  esperó  en  la  er- 
mita que  tiene  el  Retiro  junto  al  camino  de  Alcalá  de  Henares; 
apeóse  la  Princesa  y  besó  la  mano  al  Rey,  que  la  recibió  en 
los  brazos,  metióla  en  el  coche,  y  por  fuera  del  lugar  la  llevó 


á palacio,  dándola  asiento  en  la  proa,  y  preguntándola  mu- 
chascosas,  asi  de  su  jornada  como  las  de  Italia;  reGriendo 
el  Rey  después  en  su  cuarto  que  era  matrona  dotada  de  gran 
juicio  y  enteodimiento.  Entraron  por  la  escalera  secreta  del 
zsguaocillo,  obra  de  su  abuelo;  llegaron  al  salón  grande,  sa- 
liendo la  Reina  de  su  cuarto  con  sus  damas  á  la  pieza  nueva  y 
al  salón  por  una  puerta  que  está  antes  de  comentar  á  bajar  la 
escalera,  y  llegó  la  Princesa  siguiendo  al  Rey,  que  acabada  de 
subir  la  escalera,  adonde  la  Reina  esperaba  y  acabada  de  lle- 
gar. Se  arrojó  la  Princesa,  inclinando  las  rodillas,  á  besarle  la 
nano;  la  Reina  la  mandó  levantar  y  la  ayudó  con  los  brazos; 
besó  la  mano  al  Principe,  y  después  de  algunos  cumplimientos 
la  llevó  á  su  cuarto;  y  fenecida  la  visita  de  la  Reina,  por  el 
pasadizo  de  la  Encarnación  la  hospedaron  en  la  ca>a  del  Te- 
soro, morada  y  vivienda  antigua  de  sus  hermanos,  donde  los 
tuvo  y  los  alimentó  España  largo  tiempo  (beneficio  tan  mal 
agradecido  de  su  padre  como  correspondido  de  Vilorio,  boy 
duque  deSaboya),y  donde  fué  regatada  y  servida  con  las  rea- 
les ceremonias  que  acostumbra  la  liberalidad  española.  Por 
esto  los  franceses,  más  calumniadores  que  cortesanos  y  gene- 
rosos, viendo  a  la  Reina  madre  en  Bruselas,  al  duque  de  Or- 
leans.su  hijo,  y  á  madama  de  Orleans,  su  esposa,  aunque 
aquél  ya  había  hecho  la  fuga  á  París,  y  después  al  principe 
Tomás,  hermano  de  Vitorto,  duque  de  Saboya,  á  Uargarita, 
su  esposa,  é  hijos  en  el  estado  de  Hilan ;  y  allí  mismo ,  poco 
intes,  hospedados  á  un  hermano  del  rey  de  Polonia,  á  Carlos 
y  Francisco,  duques  de  Lorena;  y  ahora  en  el  palacio  de 
Madrid,  á  Hargarila,  duquesa  de  Mantua,  y  entes  al  principe 
de  Gales,  al  duque  Niemburg,  y  al  cardenal  Francisco  Bar- 
beríno,  sobrino  de  Urbano  VIII,  Pontífice  de  la  Iglesia,  por 
no  dejar  de  injuriar  la  majestad  de  España  llamaban  al  Rey 
hostalero.  Preguntémosles  si  saben  hacer  ellos  otro  lanto,  ó 
si  su  cortesía  y  liberalidad  es  para  que  los  busquen,  ó  si 
BU  comunicación  es  apetecida  en  la  Europa  por  los  princí^ 
pes  de  ella;  hágannos  relación  de  los  que  se  han  entrado  por 
su  palacio  ó  por  sus  provincias,  y  si  há  ido  algún  desvalido, 


440 

cómo  ht  mlido  de  sus  manos  y  qué  relación  va  haciendo  de  bu 
urbanidad. 

Esta  ventaja ,  sin  ninguna  duda,  les  hacemos  como  en  todo 
lo  domas;  y  cualquiera  que  sea  la  mudanza  de  nuestra  condi- 
ción y  nuestro  estado  en  la  variedad  de  los  tiempos,  siempre 
seremos  lo  que  fuimos,  y  antes  se  llegarán  á  nuestras  puertas 
queá  las  suyas  y  nos  buscaran  los  extranjeros  por  los  beneQ- 
cioe,  agasajos  y  cortesía  que  les  sabemos  hacer.  Miren  ellos 
cómo  tratan  á  los  que  tienen  despojados,  presos  ó  suspendidos 
en  París  y  fuera  de  ella ,  y  á  los  que  tienen  presidiados  en  sus 
tierras  propias  por  sus  ministros  y  capitanes,  por  invadir  y  as- 
pirar al  dominio  universal  de  la  Europa;  qué  dicen  de  los  fran  ■ 
ceses  los  principes  de  Alemania  sus  aliados;  y  cómo,  por  más 
que  han  forjeado  é  insidiado  de  émulos  y  de  armas,  les  ei- 
cluyeron  el  año  pasado,  no  sólo  de  admitirle  por  Emperador, 
sino  do  su  repartimiento,  pues  no  le  señalaron  ni  un  baluarte, 
ni  le  adjudicaron ,  por  los  gastos  que  ha  hecho  en  ella  y  dado 
á  sus  amigos,  ni  un  casar  abierto ;  y  lleguémonos  á  lo  que  di- 
cen los  de  Italia,  temidos  hoy  mas  de  tiranos  que  de  benefi- 
ciosos. Después  de  algunos  dias  que  la  Princesa  estuvo  en 
Madrid,  festejada  con  &estas  y  con  dádivas,  y  otras  muy  par- 
liculares  y  preciosas  que  el  Rey  y  la  Reina  dieron  á  sus  cría- 
das,  la  dio  el  Rey  para  su  hospedaje  y  vivienda  un  reino 
para  que  le  rigiese,  y  de  los  más  amados  y  encarecidos  de  su 
monarquía,  y  que  su  abuelo  unió  dichosamente  a  la  corona 
de  Castilla,  nación  tan  avisada  como  belicosa.  Preguntóle  ahora 
si  tu  Rey  puede  ó  sabe  hacer  esto,  si  fué  frecuente  en  tu  reino 
esta  virtud  algún  dia,  ó  si  se  ejerce  ahora  esta  hospitalidad. 

Pasó,  pues,  la  Princesa  á  Portugal,  asistida  del  conde  do  la 
Puebla:  porque  radie  viva  sin  atalaya,  ni  se  haga  nada  sin 
rencor,  quedará  esta  puntualidad  para  lo  de  adelante,  para 
luz  de  los  venideros  y  para  ejemplar  de  los  que  sucedieren. 

Del  Gastón,  duque  de  Orleans,  ya  dejo  dicho  cómo  huyó 
de  Bruselas,  como  dejó  á  ta  esposa,  y  la  incerlidumbre  y  falta 
de  fe  en  sus  tratados  (con  que  se  tendrá  por  uvisado  cualquier 
ministro,  que  es  mejor  gastar  el  dinero  con  los  franceses  en 


pólvora  y  balas  que  do  en  dádivas  ni  on  las  pensiones  que 
hemos  referido);  cómo,  por  el  consiguiente,  le  prendió  el  Ruy, 
su  hermano,  y  el  castigo  que  biio  en  sus  criados;  y  ahora  pro- 
seguiremos cómo  trató  de  anular  su  malrimonio  y  lo  liiio  6rmar 
de  los  obispos  franceses,  sin  embargo  de  haber  sido  &el  al  mal- 
Iralamienlo  de  su  hermano  antes  que  agradecido  á  la  acogida 
y  defensa  en  el  País- Bajo.  El  rey  de  Francia ,  su  hermano,  el 
Richelieu  y  los  ministros  del  Parlamento  de  París,  y  aun 
los  demás  Parlamentos  de  las  otras  ciudades  y  provincias, 
sin  embargo  de  las  diligencias  hechas  en  esta  materia,  preten- 
diendo vencer  y  allanar  las  dificultades  que  se  podían  recre- 
cer, y  repelian  por  momentos,  para  forti6car  más  su  conclusión 
y  vencer  los  escrúpulos,  si  había  alguno,  donde  los  mas  de  los 
eclesiásticos  ya  eran  soldados  y  cabos  y  caudillos,  y  gober- 
naban los  ejércitos  y  las  armadas.  Los  referidos,  pues,  con- 
sultaban Á  las  universidades,  -á  sus  doctores  y  letrados  en 
ambos  Derechos  (sabe  Dios  si  todos  libres  de  las  herejías  y 
errores  de  hugonotes),  á  los  arzobispos  y  obispos,  y  les  propo- 
nían esta  y  otras  muchas  veces,  por  la  causa  que  en  lo  de  atrás 
dejamos  referido,  que  siendo  ley  del  reino  no  poderse  casar 
ninguno  de  sus  principes  sin  licencia  del  Rey,  y  que  caso  que 
sfl  hiciese  se  diese  por  nulo  el  matrimonio,  que  votasen,  y  es- 
tudiada bien  esta  materia  y  esta  ley,  firmasen  la  nulidad  y  la 
diesen  por  ninguna.  Víéronlo  lodos,  y  sin  atender  al  Derecho 
canónico,  que  padecía  fuerza  de  miedo,  de  infidelidad  á  los 
estrechos  vínculos  de  este  Santo  Sacramento,  le  firmaron  esta 
vez  y  las  otras,  y  lo  dieron  por  inválido  en  muchos  y  diferen- 
tes Parlamentos;  como  sí  el  Derecho  secular  tuviese  potestad 
sobre  el  eclesiástico  y  le  pudiese  derogar  y  estuviese  en  la 
mano  de  un  Roy  poder  arbitrar  en  los  sacramentos  de  la 
Iglesia,  no  tocándolo  más  que  hacer  guardar  su  observancia, 
culto  y  respeto,  siendo  esta  causa  natural  y  legitima  de  la  de- 
cisión del  Pontífice  y  de  la  Rota;  pues  no  pueden  los  preladas, 
sin  más  fundamento  que  lu  tema  ó  pasión  del  Principe  ó  de 
su  Privado,  y  aunque  no  se  le  hiciese  patente,  al  contrarío,  no 
habiendo  desigualdad  en  él,  ánles  siendo  tan  relevante  la 


consorte,  de  sangre  tan  ilustre  de  la  Casa  de  lorena,  t^mcoae 
tlondc  Iidii  salido  tamas  raiuas  reales  que  apenas  hay  ninguna 
vn  la  Europa  que  no  tenga  sangre  de  él  Pur  esta  causa,  siendo 
la  unión  recíproca  y  de  la  voluntad  do  entrambos,  y  de  su 
libre  alhedrio,  no  Iiü  lugar  la  fuerza  humana  en  poderle  dirimir; 
y  ningún  eclesiático  lo  puede  firmar  por  no  haber  razón  para 
ello,  si  no  siguiéndose  ó  guiándose  por  tos  aranceles  de  Ingla- 
terra y  por  los  dogmas  de  Enrique  Vlli,  en  quo  los  reyes,  como 
en  lo  secular,  quieren  lener  el  primado  en  lo  eclesiástico,  y 
asi  se  llaman  cabeza  de  la  Iglesia  Anglicana.  Cerca  eslá  Fran- 
cia de  poder  hacer  esto,  según  se  muestra  aféela  á  la  facción  de 
la  herejía,  y  por  el  poco  escrúpulo  que  muestra  en  perpetrar 
todo  género  de  maldad  y  en  parecerle,  según  sus  oGcios,  que 
todo  le  loca. 

Hizo  el  rey  Católico  maestro  del  principe  D.  Baltasar  Carlos 
á  D.  Juan  de  hasi,  descendiente  de  las  nobles  y  calificadas 
familias  de  Vizcaya,  del  hábito  de  Santiago,  virtuoso  y  letrado; 
dotado  de  otras  muclias  y  muy  buenas  partes,  como  lo  pedía 
maestro  de  tun  alto  y  tan  esclarecido  Principe. 

Iba  el  ejército  católico  (como  poco  há  lo  dejamos  referido) 
sojuzgando  el  riquisínio  y  opulento  ducado  de  Wurtemberg, 
ausente  el  señor  y  fugitivo,  no  atreviéndose  á  esperar  el  triunfo 
de  los  vencedores,  y  en  prosecución  y  por  las  derrotas  que 
habla  sufrídu;  y  el  ejército  real  y  el  de  la  Liga,  aunque  a  lento 
paso,  miirchabun  al  alcance  y  derrotas  del  enemigo.  £1  duque 
Bernardo  de  Veimar,  que  después  del  destrozo  habia  querido 
guarecerse  de  este  estado,  medroso  del  ejemplo  presente  y  por 
no  ser  cogido,  como  siempre  lo  temia ,  ahora,  usando  de  )a 
costumbre,  dejó  la  tierra  y  huyó  á  Francofurto,  ciudad  impe- 
rial y  de  las  de  consideración ,  en  Alemania ,  situada  á  las  cor- 
rientes y  márgenes  del  Meno.  Refrescóse  nuestra  gente  con  la 
sobrada  abundancia  del  pais,  discurriendo  tan  alegre  y  con- 
tenía por  las  muchas  vituallas  que  se  ofrecían,  que  se  asegura- 
ban los  cabos  de  poderte  conservar  pronto  y  unido,  sin  recelo, 
sin  sobresalto  de  división,  rumores  de  discordias  ni  motines; 
siendo  todo  hirn  menester  por  lo  mucho  que  había  iiuc  mai- 


ehar,  todo  por  tierra  de  enemigofl,  que,  aunque  veneiSotí 
eran  mucbos  y  prodigiosas  las  plazas  que  ocupaban.  S.  A.  lus 
entregabd  al  rey  de  Hungría  y  él  las  fomecia  de  gruesas  es- 
cuadras de  alemanes;  pasaba  adelante,  pero  cuando  S.  A.  y 
sus  cabos  querían  refrenar  la  libertad  y  licencia  de  los  solda- 
dos, do  era  posible;  quemaban  algunos  lugares,  aunque  pe- 
queños, destruían  el  pais,  y  los  croatas,  como  raudal  impe- 
tuoso y  arrebatado  nacido  de  tempestad  espantosa,  lo  asolaban 
todo;  quisieron  dar  asalto  á  la  ciudad  de  Estucarte,  corte  de 
aquel  Estado,  mas  la  diligencia  de  los  cabos  lo  estorburou,  y 
el  rey  de  Hungría  ayudó  á  que  no  se  hiciera,  enviando  per- 
sonas que  también  hiciesen  estorbo,  como  heredad  suya  y  que 
en  la  antigüedad  había  sido  de  su  casa,  no  se  permitió  nin- 
guna hostil  idad;  con  que  abrió  la  ciudad  las  puertas,  poniéndose 
en  sus  manos  los  moradores  y  sometiéndose  en  todo  ¿  la  to- 
lunlad  de  S.  A.  B.,  y  teniendo  sus  órdenes  por  ley  inviolable. 
A  esta  hora  el  ringrave  Ludovico  Oto,  ofendido  de  la  pér- 
dida de  sus  amigos,  como  pesaroso  de  la  gloría  qne  había  al- 
canzado nuestra  gente  contra  la  que  había  traído  en  socorro  y 
séquito  de  Veimar,  y  encerrado  en  la  defensa  de  Francoforte, 
deslravía  en  cuanto  era  posible  las  tierras  de  los  vecinos  obe- 
dientes al  Imperio;  y  con  la  embajada  que  el  Infante  envió  al 
rey  de  Hungría  de  no  poder  pasar  á  Alsacia.  vino  el  marqués 
de  Grana  á  persuadírselo,  y  cuánto  importaba  acabar  de  dea- 
hacer  i  los  enemigos,  perseverar  en  la  unión  y  juntas  de  gen- 
tes aquel  íuvierno.  Muchos  grandes  varones  de  experiencia  mi- 
litar y  canas,  decían  que  si  el  ejército  de  S.  A.,  el  del  Rey  y 
Liga,  reforzados  de  nuevos  auxilios  y  socorros  de  españoles  é 
italianos,  acaudillados  con  los  demás,  según  el  estado  de  las 
cosas  y  en  cuan  baja  fortuna  habían  entrado  los  enemigos, 
quedaran  juntos,  que  en  poco  menos  de  un  año  los  acabarían 
de  sojuzgar,  y  sacudiría  de  una  vez  Alemania  de  sí  y  de  sus 
pueblosesta  infame  sedición,  que  levantaría  la  frente  á  mayores 
progresos  y  victorias  y  á  poder  ayudar  al  rey  Católico  con  más 
nervios  y  potencias  contra  los  rebeldes  de  Holanda,  y  las  sos- 
pechas (|uo  se  tenían  de  Italia  se  podrian  refrenar  án  que  pu- 


diesen  pasar  adelante.  Pero  las  cosas  del  PaÍ»-fiajo  estabaD  de 
manera,  y  necesitaban  tanto  de  gobierno  de  Principe  y  cabeta, 
que  no  daban  lugar  á  las  forzosas  ocurrencias  del  Imperio, 
siendo  aquella  parte  y  su  conservacioo  de  lo  que  más  impor- 
taba á  la  monarquía  española.  No  se  ajustó  nada  con  el  mar- 
qués de  Grana,  y  diferíéndolo  lodo  á  la  vista  de  ambos  prin- 
cipes y  cabos  de  los  ejércitos,  llegó  á  esta  sazón  el  conde  de 
Fúcar  de  parte  de  Maximiliano,  duque  y  elector  de  Baviera,  á 
darle  las  gracias  de  la  victoria  que  tan  en  beneficio  habia  sido 
del  común  de  sus  estados ;  y  riodíóscle  Guepiog,  saliendo  á  re- 
cibir á  las  puertas  los  burgeses  á  los  escuadrones  con  nume- 
rosa cantidad  de  provisoo.  Viéronse  el  Infante  y  el  Rey,  y  dio 
S.  A.  las  causas  y  razones  que  tenía  para  no  poder  socorrer, 
diciendo  que  desde  el  principio  de  su  jornada  y  desde  el  día 
que  con  aprestos  de  armas  habia  el  rey  Católico,  su  hermano, 
mandado  que  saliese  del  estado  de  Hilan,  el  cuidado  más 
particular  habia  sido  el  encaminarle  al  Pais-Bajo,  necesitando 
de  este  auxilio  aquel  Estado  y  aquel  gobierno,  que  habia  mar- 
chado hasta  alli  con  prosperidad,  y  que  le  habia  ayudado  en 
cuanto  habia  sido  de  su  parle,  y  que  no  podía  exceder  del  or- 
den que  traía,  y  que  le  diese  licencia  para  proseguir  en  su 
jornada.  El  Rey  se  lo  agradeció  con  palabras  correspondieotes 
á  las  suyas,  y  viendo  que  no  era  posible  apretar  más  en  caso 
que  tanto  pendía  de  obediencia  y  resolución,  ya  que  S.  A.  no 
podía  pasar  allá  en  persona  á  socorrer  á  Brisao,  procura- 
ron enviar  socorro  dei  gente  y  aprestaron  1.000  caballos, 
parte  do  ellos  de  S.  A.  R.  y  parte  del  rey  de  Huogria,  y  1 .000 
infantes  que  la  archiduquesa  Claudia  daria  de  las  guarnicio- 
nes de  Lindau ,  Consiancid  y  otros  lugares,  y  el  regimiento  or- 
dinario del  condado  de  Tírol.  Dióse  esta  gente  al  sargento  ma- 
yor de  batalla  Heinao,  creyendo  bastaría  por  haber  dejado  la 
Alsacia  para  unirse  en  la  (acción  pasada  con  Gustavo  de 
Orne  y  Veimar  de  Ringrave,  ó  porque  se  tenía  por  aviso  ha- 
bia tan  poca  gente  en  aquella  provincia  que  no  pasaban 
de  2.000  hombres;  diéronle  instrucción  y  el  orden  que  había 
do  tener  en  la  jornada,  y  mandósele  que  con  toda  precisioQ 


socoriese  6  Brísac;  recobrase  á  Rinfell  y  Friburg  y  los  ciernas 
lugares  que  alcanzase  su  poder,  y  diósele  por  compañero  en  \a 
empresa  al  maestre  de  campo  Juan  Tomás  Blanco,  caballero 
napolitano  y  de  conocido  valor,  y  dinero  para  municionar  y 
meter  vituallas  en  Brisac.  Avisóse  de  todo  á  la  archiduquesa 
Claudia,  y  respondió  había  nombrado  por  plaza  de  armas 
para  esta  gente  la  villa  de  Werlinguen,  sobre  el  lago  de  Cos- 
tancia,  y  que  el  enemigo  en  toda  la  Suebia  y  en  eus  contor- 
nos hahJB  desamparado  las  más  de  las  ciududes  y  villas  sa- 
cando las  guarniciones  y  regimientos,  para  con  lo  que  habie 
quedado  de  la  batalla,  si  había  sido  algo,  feliz  efecto  de  esta 
buena  fortuna,  juntarlo  lodo  en  Francoforte,  y  unir  este 
cuerpo  con  las  tropas  del  Ringrave  y  las  que  se  esperaban  del 
Lantgrave  de  Esen  y  la»  de  Francia,  de  que  corría  voz  sa- 
lían 12.000  soldados,  de  los  que  alojaban  entre  la  Lorena  y 
Borgoña  para  impedir  el  paso  á  nuestro  ejército  y  cerrar  por 
aquí  ó  imposibilitar  sin  ninguna  duda  el  que  S.  A.  consiguiese 
la  entrada  del  Pais-Bajo  para  supeditar  su  conservación  y 
sublevarle,  como  ya  1o  disponían  sus  ministros.  Hicieron  á  esta 
hora  los  de  Brisac,  desahogados  algún  tanto  de  los  contrarios, 
algunas  salidas,  por  haber  pasado,  como  se  refiere,  al  socorro 
de  Veimar,  que  volvía  á  armarse  de  nuevas  gentes,  que  formaba 
ejército  para  proseguir  la  guerra  y  el  dieiámen  de  la  desola- 
ción de  Alemania ;  y  metiéronse  en  Brisac  2.000  sacos  de  trigo 
y  3.000  cabezas  de  ganado  para  esperar  el  socorro  y  sacudir 
Ql.asedío.  Despidióse  S.  A.  del  Rey  y  del  duque  de  Lorena 
con  grande  terneza  y  estrechos  abrazos,  y  asimismo  los  cabos 
unos  de  otros;  prosiguió  su  jornada,  pasó  por  un  lado  de  la 
ciudad  de  Estrigonia,  que  se  le  rindió,  y  por  el  Necar  al  lugar 
de  Onder  Durunquen ,  y  díó  ésta  4.000  raciones  de  pan ,  carne 
y  vino.  Es  el  vallo  de  Necar  favorecido  de  la  naturaleza  y  del 
cielo,  y  abundantísimo  de  todo  cuanto  necesita  la  vida  humana 
por  su  amenidad  de  pastos  y  verduras.  Avisó  S.  A.  al  marqués 
deAítona,  proseguía  su  jornada  y  la  derrota  del  País-Bajo, 
sin  embarazarse  en  otro  inlenio,  que  le  tuviese  en  Andrenac 
puente  y  lo  necesario  para  el  paso  del  Rhin  ;  llegó  á  Asmida, 


y  diósele  la  villa  de  Contal.  Había  tomado,  como  se  supo  por 
avisos,  Picolomini,  con  parle  del  ejército  btíngaro,  el  camíoo 
de  la  Franconia,  y  el  de  la  Liga,  con  el  duque  de  Lorena,  aigDÍó 
otros  rumbos  y  derrotas  por  haber  á  las  manos  las  tropas  de 
tos  enemigos  desbandadas conánimo  do  deshacerlas  ántesque 
se  juntasen  con  otras  nuevas.  El  miedo  y  la  confusión  de  los 
paeblos  rebeldes  por  donde  pasaban,  su  quebranto  y  lágrimas 
era  notable,  pidiendo  misericordia  á  los  principes  vencedores: 
tomó,  por  el  consiguiente,  Picolomini  las  villas  de  Dinquis, 
Paghel,  Rolemberg,  Bert,  Heimioques,  Senflor.  plaza  y  paso 
importante  sobre  el  Meno,  Entregóse  á  S.  A.  Morbac,  llegó  á 
Astaim,  á  Ondermer,  y  vínole  aviso  que  Juan  de  Ubert,  ba- 
tiendo la  campaña  hacia  los  contornos  de  Heiberon  con  algu- 
nas tropas  de  la  caballería  de  la  Liga,  había  topado  tres  com- 
paBias  de  caballea  y  dos  de  infantería  y  que  todas  las  había 
degollado,  tomado  las  banderas  y  cornetas  y  seis  piezas  de 
artillería  que  iban  á  juntarse  con  el  Ringrave,  que  volvía  otra 
vez  á  los  designios  y  las  armas  á  la  Alsacia  con  las  sospechas 
que  se  tenían,  y  habían  corrido  por  aquellas  tierras,  que  Su 
Alteza  se  encaminaba  al  socorro  de  Brisac,  también,  por  no 
dejar  la  provincia  tan  desguarnecida  y  en  prosecución  de  sos 
buenas  fortunas. 

Encontró  el  conde  Juan  de  Ubert  6.000  franceses  ya  pa- 
sado el  Rhín,  que  iban  de  socorro  al  fugitivo  Veimari  pero 
por  hallarse  con  poca  gente,  y  no  la  que  había  menester  para 
embestirlos,  rehusó  con  prudencia  y  sin  perder  reputación  el 
encuentro  :  fuéle  á  buscar  el  duque  de  Lorena  con  la  resta  de 
Liga  y  á  dar  calor  al  Reínac  por  parecerle  llevaba  poca  gente 
sí  se  había  de  encontrar  con  el  Ringrave  y  habían  de  conten- 
der ambos  sobre  el  socorro  de  Brisac.  Marchaba  Reinac  como 
se  le  habia  ordenado,  y  encaminaba  sus  tropas  y  ¿  juntarlas 
con  las  de  la  archiduquesa  Claudia  para  el  socorro  pretendido 
de  la  importantisima  colonia  de  Brisac,  y  después  de  haberlo 
ya  conseguido  y  recobrado  otras  plazas  y  desembarazado  la 
Alsacia  en  cuanto  le  fué  posible,  apoderóse  de  algunos  ra- 
zonables puestos  de  los  que  habia  abandonado  el  enemigo,  i 


447 

no  quedando  debajo  de  su  poder  sino  las  ciudades  fronteras  do 
Augusta  y  Ulma,  y  éstas  cortadas  y  á  pique  de  pedir  miseri- 
cordia, porque  las  guarniciones  imperiales  que  estaban  alre- 
dedor y  sobre  el  Danubio,  las  imposibilitaban  de  contratación^ 
de  la  libertad  y  uso  de  la  campaña,  de  sus  haciendas  y  trá- 
ficos. Habia  juntado  el  duque  de  Baviera  de  sus  tierras  6.000 
soldados  con  ánimo  de  cargar  á  Augusta,  y  habia  entrado  en 
pensamientos  de  rendirla  quitándola  el  agua  del  Lee;  pero 
su  gran  fortaleza  le  hacia  desconfiar  del  intento  y  aseguraba 
del  miedo  á  los  paisanos.  Volvió  el  rey  de  Hungría,  sin  embargo 
de  lo  apretado,  á  persistir  con  S.  A.  sobre  el  importantísimo 
socorro  de  Brisac,  añadiendo  que  el  grueso  que  se  habia  en- 
viado no  era  suficiente  y  no  habia  de  poder  perseverar  el 
tiempo  que  se  pretendía,  y  habia  de  salir  inútil  y  vana  la  di- 
ligencia, que  invernase  en  Alemania  y  asegurasen  ambos 
toda  la  provincia,  la  desembarazasen  de  enemigos  y  después 
volviesen  los  pensamientos  y  las  legiones  al  País-Bajo,  dondo 
86  podrían  hacer  efectos  considerables;  y  volvió  S.  A.  á  dis- 
culparse con  la  orden  que  traía  del  Rey,  su  hermano,  y  la 
prisa  que  le  daba  el  marques  de  Aitona,  refiriéndole  por  ins- 
tantes  que  consistía  en  la  brevedad  de  su  llegada  la  vida  y 
restauración  de  todo  el  País-Bajo;  con  que  el  Rey  aflojó  en  la 
porfía,  alentando  su  gente  á  la  prosecución  de  la  marcha, 
atento  á  los  enemigos  y  á  debelar  los  que  anhelaban  por  vol- 
verse á  juntar  y  probar  fortuna,  si  bien  asistían  todos  y  forti- 
ficados en  lugares  fuertes,  huyendo  la  cara  á  nuestros  ejérci- 
tos por  no  experimentar  su  poder,  antes  á  guardar  y  tener  en 
defensa  lo  adquirido  y  lo  que  estaba  de  su  parte  por  no  que- 
dar expuestos  totalmente  á  la  ira  y  enojo  del  cielo  y  de  ios 
vencedores,  aunque  aquél  siempre  estuvo  fulminando  sobre 
ellos  como  enemigo  del  verdadero  Evangelio.  Entró  S.  A.  en 
Conquendorf,  primera  plaza  del  Palatinado  inferior,  enfrento 
del  campo  donde  ganóla  batalla  deArtulacel  muy  esclarecido 
capitán  D.  Gonzalo  de  Córdoba;  llevaba  el  Infante  añadidos á 
sucaballería  1.200  caballos  que  traía  el  húnganí  levantados  con 
este  fin  á  costa  del  rey  Católico.  Rindíósole  el  fuerte  de  Cor- 


448 
bech,  ocupándole  con  su  tercio  D.  Martin  Idtaquez,  y  agre- 
gáronse al  ejército  150  soldados  católicos  de  aquel  pais;  pasó 
del  Palotinadoá  laFranconia,  reconocieron  ISO  caballos  nues- 
tros á  200  del  enemigo,  y  fueron  degollados;  rindióse  la  villa 
y  caslillo  de  Miltemberg,  donde  estaban  de  presidio  200  sue- 
cos; prendió  á  los  condes  de  Istein  y  Castel,  echaron  la  guar- 
nición fuera,  y  á  aquellos  hombres  raros  que  con  preteilos 
vanos  y  arrogantes,  persuadidos  incautamente  de  franceses, 
presumen  contrastar  la  Alta  Alemania;  y  más  adolanlo  llegó 
nuestro  ejérciio  campeando  por  si  solo  á  las  riberas  del  Heno. 
Uandóse  al  barón  de  Sibac  que  esguazase  con  su  regimiento 
de  caballería,  y  que  200  mosqueteros  de  diferentes  naciones 
batiesen  la  entrada  y  se  informasen  de  los  diseños  del  ene- 
migo, de  que  habla  opiniones  alojaba  á  los  contornos  de  Fran- 
coforle;  y  dióse  vista  á  la  ciudad  de  AschaiTemburg,  corte  de 
George  Federico,  arzobispo  y  elector  de  Maguncia,  ocupada  por 
los  suecos.  Avisó  el  rey  de  llungiia  á  S.  A.  so  habia  rendido 
llbron,  que  tenia  de  presidio  1.200  combatientes,  fuera  de  los 
burgeses  y  paisanos,  reputándose  los  que  podian  lomar  armas 
por  4  ÜUO.  Esguazó  nuestra  oaballería  el  Meno,  pasó  la  infao- 
leria ,  la  arlillería  y  el  bagaje  on  barcas ;  din  vísla  el  ejército, 
y  reconociólo  para  ir  enterado  de  su  ajustamiento  y  composi- 
ción, y  halló  que  llevaba  poco  monos  do  8.000  infantes  y  800 
caballos,  y  esperó  á  recoger  la  gente  que  quedada  atrás,  como 
enfermos  y  fatigados  del  camino;  batiendo  á  esla  hora  Picolo- 
mini  el  fuerte  de  Vertcin,  que  consiguió  con  maravilloso  es- 
fuerzo, porque  todos  los  pueblos  y  fortalezas  parece  estaban  so- 
metidas al  arbitrio  de  aquellas  armas  y  á  la  virtud  y  poder  de 
■US  gentes.  Tomó,  por  el  consiguiente,  á  Vierec  y  su  castillo, 
prosiguiendocondiligencia  á  la  sorpresa  de  laFranconia,  pro- 
vincia próspera  y  de  mucha  consideración  en  Alemania,  no  que- 
dándole al  enemigo  en  toda  ella  sino  las  plazas  de  Visburg  y  á 
Inifort,  habiendo  desaparecido  la  nobilísima  población  de  Bam- 
berg  y  lodosu  arzobispado,  y  apretó  con  nervios  muy  poderosos 
i  Eorimberg,  corriendo  los  croatas  la  campaña,  no  dejando 
salir  un  hombre,  ni  paisano  ni  soldado,  de  sus  murallas  y  fortí- 


licaciones.  Alaoá  nuestra  gente  nueve  compafíias  de  dragones,  ' 
cinco  de  alemanes  y  cuatro  de  franceses,  en  que  había  pa-  | 
gados  de  quinientos  hombres  eulre  infantes  y  caballoB;  fueron 
degollados  400  y  los  demás  tomaron  la  fuga:  prendieron  tres 
capitanes  franceses,  y  preguntados  de  la  noticia  de  los  enemi- 
gos y  del  camino  y  derrotas  que  llevaban,  qué  número  de 
gente  y  armas  se  congregaban  y  hacia  qué  parte,  dijeron 
que  el  canciller  de  Suecia  Ogistereo  y  el  duque  Bernardo  do 
Veimarestiiban  encerrados  en  Francoforte,  no  sin  grave  miedo 
y  confusión  del  estado  de  sus  cosas,  dando  por  perdido  todo 
cuanto  habían  ganado  en  Alemania,  con  la  victoria  que  el  rey 
Católico  y  el  Emperador  habian  conseguido,  y  que  á  aquella 
hora  no  se  hallaban  con  más  séquito  de  gente  que  con  4.000 
soldados,  y  que  esperaban  al  Lantgrave  de  Esen  con  otros 
tantos. 

Era  el  canciller  Ogisteren  la  persona  más  principal  y  de 
consejo  sobre  quien  Gustavo  Adolfo,  rey  de  Suecia,  para  en 
cualquier  accidente  de  la  guerra ,  como  al  6n  sucedió  el  de 
su  muerte,  dejaba  el  gobierno,  no  sólo  de  Suecia,  pero  de  las 
provincias  usurpadas  en  Alemania ;  y  la  dirección  de  la  gente 
militar  y  el  manejo  de  ella  á  cargo  de  Gustavo  de  Orne, 
gran  cabeza,  gran  soldado  y  de  grande  fortuna ,  si  todas  estas 
cosas  no  corrieran  por  cuenta  del  cíelo  el  atropelJarlas  como 
injustas.  Dejó,  linalmente,  el  Rey  é  cargo  de  este  hombre,  no 
sólo  las  materias  de  la  guerra ,  pero  con  las  de  su  casa  y  corte 
el  apoyo  de  la  Reina,  su  mujer,  y  una  sola  hija  que  dejó;  las 
cuales  á  esta  hoia,  vieron  echadas  por  tierra  las  fuerEas  y  los 
caudillos  sobre  quien  se  sostenían  y  pensaban  dilatar  sus  es- 
peranzas y  ascender  á  las  supremas  dignidades  de  Alemania, 
é  investirse  la  púrpura  y  la  diadema  instituida  por  el  Principe 
de  los  Apóstoles  para  columna  y  amparo  de  la  Religión  cató- 
lica, pero  no  para  las  hidras  y  cabezas  del  luteranismo,  y  las 
otras  sectas  y  sus  dogmatizantes;  y  así  las  holló  y  supeditará 
las  demás  como  lo  va  haciendo  y  lo  verán  los  émulos  sangui- 
nosos, hasta  de  su  misma  patria ,  de  los  principes  de  la  Casa 
de  Atistria. 


Jli 


450 
Prosiguiendo,  pues.  S.  A.  su  jornada,  al  calor  de  sus 
armas,  los  pueblos  católicos,  y  los  oprimidos  y  sujetos  por 
engaños  y  maldades  supuestas  y  artificiosas,  tomaban  las  ar- 
mas para  sacudir  de  si  el  yugo  reciente  de  los  ladrones  y  ti- 
ranos, levantados  con  superstición  fantástica  para  enseñorear 
lo  que  no  les  locaba  ni  era  suyo.  Contra  los  primeros  que  lo- 
maron las  armas  y  brotaron  su  ira  fué  contra  las  pocas  gen- 
tes que  babian  quedado  de  sueceses,  rolos  ya  y  deshechos  sus 
caudillos,  parte  de  ellos  presos  y  parte  muertos,  debelados  y 
hechos  pedazos  sus  tercios  y  regimientos  de  soldados,  su  ca- 
ballería fugitiva,  ios  alemanes  yfrancescs,  sus  aliados,  espar- 
cidos y  desbaratados,  sin  orden  y  disciplina  militar,  abando- 
nadas sus  banderas,  y  los  cabos  y  oficiales  que  las  conducían 
y  eran  sus  regentes  en  el  progreso  de  sus  empresas,  deshe- 
chos y  destrozados  lastimosamente.  Era  ya  el  2  de  Octubre; 
el  roy  de  Hungría  queria  ir  sobre  Francoforte;  haciendo  desde 
este  paraje  gran  división  los  ejércitos,  rindió  S.  A.  á  Archa- 
semburg.  y  agregóse  el  presidio  de  alemanes  al  ejército  por  no 
dejarlos  iiue  se  volviesen  á  juntar  con  los  enemigos,  y  marchó 
el  duque  de  Lorcna  con  el  grueso  y  parle  que  le  habia  to- 
cado, y  á  pocas  jornadas  se  juntó  con  Juan  de  Dcrt.  Fueron 
ambos  en  seguimiento  del  Ringrevc;  llevaban  cerca  de  3.000 
soldados  entre  caballos  é  infantes,  y  diéronle  vista  á  una  tegua 
de  Argentina  ;  Unía  ei  Ringrave  pasados  de  mil  comlialicntcs, 
porque  le  habian  llevado  las  guarniciones  del  Bodense  y  es- 
taba con  el  duque  de  Wiltemberg  desposeido  por  miedo  du 
aquel  estado,  y  toda  la  tierra,  casi  asolada,  como  lo  dejamos 
referido  en  nuestros  comentarios,  y  el  man|ués  de  Turlach,  á  la 
poca  gente  que  truia  el  duque  de  Loiena  les  dio  ánimo  y  va- 
lenlia  de  tentar  fortuna  y  darles  batalla;  pero  el  duque,  con  el 
valor  y  grandeza  de  ánimo  de  que  era  dotado,  sin  ponérmele 
delante  ningún  embarazo  ni  otra  dificultad,  embistió  con  el 
nombrado  regimiento  del  Ringrave,  desbaratóle  y  púsole  en 
rola,  siguiéronlo  de  miedo  las  otras  tropas  dando  todos  en  un 
precipicio  miserable:  duró  tres  horas  el  combate,  fueron  de- 
gollados 1.000  hombres  y  otros  muchos  en  el  alcance,  y  olra 


451 
parte  considerable  que  pasaron  el  Rhin  se  ahogaron,  i 
brados  del  valor  y  del  ímpetu  prodigioso  de  las  gentes  del 
duque  de  Lorena.  Metiéronse  300  soldados  de  los  que  hicieron 
fuga  en  un  casar,  rodeáronlos  y  pegáronles  fuego,  en  que  fue- 
ron quemados  sin  escapar  ninguno,  oyéndoselos  gemidos  y  las 
voces  de  los  que  ardían ,  en  Argentina ;  pero  esta  ciudad ,  con 
otras  que  estaban  debajo  de  la  secrete  protección  del  rey  de 
Francia,  viéndose  rodear  de  aquellas  gentes,  en  el  ahogo  y  so- 
bresalto de  perderse  y  que  habla  pocas  cosas  en  aquel  distrito 
que  no  estuviesen  sometidas  al  poder  de  ambos  principes,  le 
escribieron  cartas  lastimosas  y  lamentables  al  Parlamento  y 
confidente,  narrando  por  menor  el  estrago  miserable  de  las 
gentes  á  cuyo  cargo  estuvo  su  defensa  y  el  permanecer  con  su 
devoción,  que  todo  cuanto  tenían  y  el  caudal  de  sus  burge- 
aes  lo  hablan  gastado  en  su  servicio  y  en  la  tolerancia  de 
ejércitos  tan  grandes,  en  seguir  su  opinión  y  en  las  promesas 
de  arribar  á  mayores  dichas;  que  las  provincias  quedaban  aso- 
ladas y  destruidas,  reducidas  muchas  al  César  y  otras  con- 
quistadas y  sujetas,  siendo  libres,  por  las  leyes  y  derechos  de 
laguerra  y  por  haber  incurrido  en  crímenes  y  delitos  contra 
el  Imperio,  el  Príncipe  y  la  patria;  los  pueblos  asolados  y  con 
presidios  de  gentes,  si  bien  naturales,  tenidos  por  enemigos, 
juzgándolos  por  inGeles  al  Supremo  Señor;  las  campiñas  des- 
truidas, taladas  las  mieses  y  los  árboles,  y  otras  cosas  que 
dejaban  de  referir  por  no  descaecer  del  ánimo  á  quien  se  le 
habían  de  levantar  del  suelo,  y  lodo  esto  cometido  por  este  in- 
solente español  (que  este  nombre  habían  dado  recrudecidos 
en  la  envidia  á  los  que  gloriosamente  mantuvieron  la  colina 
para  dar  la  victoria);  que  se  declarase,  que  les  enviase  gente 
que  los  mantuviese  é  hiciese  abiertamente  la  guerra,  que  el 
estado  de  las  cosas  no  podia  simularse  más  ni  encaminar  los 
designios  á  tan  lentos  y  ambiguos  progresos.  Llegaron  estas 
quejas  y  estas  cartas  á  la  Francia,  con  avisos  de  nuevas  y 
aumentadas  victorias,  que  desazonaron  y  prescribieron  el  con- 
descender con  los  clamores  de  las  ciudades  libres  y  otras  de 
provincias  sujetas  á  principes  del  Imperio,  y  se  reservó  para 


452 

el  aflo  siguiente  con  mayores  levas  de  soldadoi,  tributos  im- 
puestos en  el  reino  y  junta  de  dinero  en  toda  ta  Francia  \  pero 
causó  risa,  como  ya  dejamos  apuntado,  el  baldón  de  Argen- 
tina ,  cuando  la  relación  de  esta  carta  llef¡;ó  á  Castillo  y  á  las 
orejas  del  rey  Católico,  porque  demás  do  lo  que  bemos  seña- 
lado, el  decir  este  insolente  español ,  lo  dijo  por  S.  A.;  de 
donde  se  arguye  en  cuánto  dolor  y  aflicción  los  habia 
puesto,  pues  los  obligó  i  hablar  asi  de  un  Principe  cuyas  vir- 
tudes y  conmiseración  no  tenían  paren  el  mundo,  y  no  acaba- 
ban de  encarecer  los  bramidos  impacientes  que  hizo  dar  aquel 
fuego  ¿  sus  defensores  en  el  César.  Quedaron  en  pié  de  esta 
derrota,  y  de  los 7.000  bombrres  del  Ringrave.apénas  2.000,  y 
él  estuvo  á  pique  de  ser  preso,  porque  yendo  á  asirle  se  echó 
con  su  caballo  de  un  alto  nbaio  é  un  foso  y  escapó  á  nado, 
quedando  el  caballo  hecho  pedazos  del  gran  golpe,  metién- 
dose al  amparo  y  socorro  de  Argentina  que  le  abrigó;  pero 
tiernos  y  suspendidos  á  los  clamores  de  la  gente  muerta  en  la 
campaña,  y  h  los  que  rindieron  las  vidas  á  las  llamas  del  vi- 
llaje; quedando  todo  resuelto  en  cenizas,  imagen  propia  de  tos 
estragos  y  desolaciones  de  la  guerra.  Esta  era  la  causa  por- 
que ios  varones  de  mayor  consejo  en  Alemania,  el  rey  de 
Bungria  y  loscabos  del  ejército,  hicieron  vivos  esfuerzos  para 
que  perseverase  S.  A.  aquel  invierno  en  aquella  gran  provin- 
cia ,  porque  viendo  las  utilidades  tan  grandes  y  los  maravillo- 
aos  efectos  que  habian  conseguido  con  su  venida ,  querian 
por  este  camino  y  con  este  socorro  acabarla  de  limpiar  de 
enemigos.  Pero  á  esto  respondía,  que  quedaba  todo  el  Pais- 
Bajo  expuesto  é  mortales  accidentes,  como  se  iba  anteviendo 
por  las  inteligencias  Trancesas,  que  procuraban  desazonar  et 
ánimo  de  la  nobleza  y  de  los  demás  subditos  con  la  poca  to- 
lerancia del  gobierno  español;  achaque  y  adolescencia  muy  en- 
vejecida en  aquellos  corazones  duros  y  dificultosos  en  este  he- 
cho, ni  de  inclinarse  á  él  ni  apetecer.  Le  quedó  con  la  fortuna 
de  estos  sucesos  libre  toda  la  Bavíera  y  la  Suevia,  dejando 
corladas  á  Augusta  y  Ulnia  sin  ser  posible  poderse  conservar 
en  su  rebelión,  conquistado  todo  el  ducado  de  Witlemberg, 


ocupada  Ja  Franconia,  libras  y  desembarazados  loa  rioa  Mero, 
Uer,  Leco.  Danubio  y  Necar,  y  ser  señores  los  ejércitos  im- 
periales de  toda  la  campaña  para  castigar  los  enemigos  io- 
sidiadorea  y  protestantes,  los  que  turban  y  pretenden  alterar 
el  sosiego  universal,  que  fueron  arrojados,  do  obstante,  de  las 
raices  de  los  Alpes  hasta  la  otra  parte,  dejándolos  tan  supedi- 
tados, que  las  muy  poderosas  ciudades  de  Ulma,  Norimberg  y 
Francoforte  cerraron  las  puertas  á  los  vencidos  no  queriéndo- 
los admitir,  abrigar  ni  dar  socorro.  Sin  embargo,  el  Langrave 
de  Esen  y  el  duque  de  Laneburg  les  enviaron  3.000  soldados, 
para  que  se  rehiciesen,  k  Viania,  juntados,  no  sin  grao  fatiga, 
de  8.000,  y  la  caballería  mal  montada ,  y  lo  peor  de  todo  bi- 
Bofiús,  sin  disciplina  ni  preceptos,  acobardados  y  llenos  de 
miedo  con  la  noticia  y  hazañas  de  la  gente  vencedora.  Salieron 
Veimar  y  Ogisteren  con  aquella  la  vuelta  de  Maguncia,  y  cor- 
rieron con  brevedad  á  acuartelarse  entre  el  Rhin  y  las  mon- 
tañas circunvecinas,  abrigando  con  ellas  los  dos  lados  de  la 
ordenania,  tomando  el  Rhin  por  frente,  hombres  que  ya  no 
cabían  en  el  mundo  y  que  toda  la  Germanía  les  parecía  corla, 
para  guarnecerse  y  para  su  defensa;  recelando  y  temiéndose 
en  cada  parte  que  alli  les  alcanzaban  nuestras  armas  para 
debelarlos  y  que  en  ninguna  parte,  estaban  seguros  de  nues- 
tros ejércitos:  dispusieron  en  conformidad  de  esto  echar 
puente  en  el  Rhin  para  darse  la  mano  con  Francia  y  con  el 
principal  instrumento  de  sus  trabajos,  peregrinaciones,  pérdi- 
das y  estragos,  proclamando  por  insuntes  socorros,  que  no 
pudieron  conseguir  sino  cortos,  tardos  y  á  pasos  lentos,  por- 
que el  francés,  usando  con  ellos  de  esta  simulación  y  engaños, 
atendía  más  á  sus  particulares  que  no  al  de  los  que  él  preoi- 
pilaba  con  llamarlos  supuestamente  amigos.  Trataba  de  po- 
ner en  defensa  la  Lorena,  el  confin  y  los  demás;  tiranizó  al 
Imperio  y  á  algunos  de  sus  principes  con  artificios  y  eslratage- 
mas,  por  todos  los  contratos  de  bechos  ajenos,  y  poner  en 
balanza  el  estado  y  quietud  de  sus  confederados;  pero  Ma- 
guncia,  reconociendo  el  aire  de  las  cosas,  y  deseosa  de  re- 
ducirse al  que  antes  tenía  y  al  suavísimo  yugo  del  Imperio, 


454  _ 

afuera  la  guarnición  de  suecos  que  tenía,  pocM  y  iñiw- 
rables  y  de  todo  punto  acabados  y  destituidos  de  las  espe- 
ranzas mal  fundadas  con  que  entraron  en  Alemania,  y  entró 
en  conciertos  con  Ferdinando,  rey  de  Hungría  y  Bohemia,  para 
rendirse  y  poder  con  esta  acción  hallar  más  gracia  en  el  ánimo 
generoso  del  Rey. 

Llegó  S.  A.  por  estos  días  á  la  ciudad  de  Ascbafemburg: 
necesidades  de  su  ejército  y  el  progreso  largo  de  la  jornada, 
le  compelieron  á  detenerse  alli  algunos  dias;  vió  el  gran  pala- 
cio del  Elector,que  andaba  vigilante,  por  si  el  enemigo  le  veniu 
á  atacar.  Repartió  el  ejército  en  esta  forma:  echóla  caballería 
de  vanguardia  y  lo  demás  repartió  en  siete  batallones,  y  fué  á 
hacer  noche  á  Biquingehen ,  á  una  legua  de  Anau ,  fuerza  del 
enemigo;  dió  vista  nuestra  caballería  á  Francofortc,  pasó  á 
Vindec,  cerca  de  Fristberg,  y  esto  con  tanta  seguridad  y  con 
tan  gran  quietud ,  de  ánimo  tan  despejado,  y  con  tanto  aliento 
nuestra  gente,  que  no  se  le  atrevieron  los  enemigos;  hallaron 
heno  y  cebada  y  muchos  bastimentos  para  el  ejército,  y  en- 
traron en  Usinge,  primera  tierra  del  condado  del  Vasao; 
envió  &  D.  Francisco  Carnero  á  Colonia  á  prevenir  barcas  y 
pontones  para  el  paso  del  ejército  por  el  Rhín  y  que  los  traje- 
sen á  la  villa  de  Andrenac,  y  avisó  al  marqués  de  Aílona  de  su 
llegada,  y  que  con  las  ocupaciones  y  ocurrencias  de  Alemania 
no  le  había  sido  posible  poder  marchar  más  aprísa.  Salióle  á 
recibir  el  conde  Felipe  Hansfelt,  con  tropas  de  la  Liga  católica 
y  otras  del  elector  de  Colonia  que  alojaban  por  alli,  y  otras 
del  Pais-Bajo,  que  de  la  misma  manera  lo  estaban  en  el  du- 
cado de  Lutcemberg,  creyendo  vendria  por  la  Alsacia;  porque 
ora  sea  estratagema,  ora  por  deslumhrar  la  intención  de  los 
franceses,  decía  el  marqués  de  Aitona  le  había  escrito  que  S,  A. 
había  de  llegar  á  Brísac  y  la  Hosela,  que  le  enviase  gente  y 
otros  pertrechos  militares  para  la  expedición  de  sus  designios 
y  materias.  Había  hacia  aquella  parte  cargado  el  enemigo,  y  el 
rey  de  Francia  había  puesto  todas  sus  fuerzas  con  este  cuidado 
para  defensas  de  lo  obtenido  contra  derecho;  pero  S.  A.,  en  la 
resolución  antes  acordada  de  haber  enviado  allá  al  Reinac  con 


45.> 

un  trozo  considerable  de  ejército  fornecido  con  la  gente  de  la 
archiduquesa  Claudia,  dejando  aquel  camino  tomó  éste.  Era  ya 
el  24  de  Octubre,  y  comenzaba  por  aquellos  paises  á  cargar 
lo  pesado  del  invierno,  tiempo  más  á  propósito  para  meter 
en  guarniciones  el  ejército  que  para  exponerle  por  los  rigores 
del  cielo  en  la  campaña,  por  donde  siempre  tuvo  por  vano 
poder  tentar  á  Maestrich  por  este  año,  por  el  largo  viaje  y  ser 
forzoso  llegar  tarde,  y  aun  en  los  años  adelante,  según  el  es- 
tado de  nuestras  cosas  y  gobierno,  se  puede  muy  bien  des  - 
con6ar  de  ninguna  empresa  en  el  Pais-Bajo.  Marchó  el  In- 
fante á  Camerio,  tierra  del  arzobispo  de  Tréberis,  y  de  allí 
corrió  á  Diste,  posesión,  si  bien  tirana,  del  condado  de  Nasau. 
Salió  á  la  puerta  del  castillo  la  Condesa  con  muchas  damas, 
viuda  del  conde  Ernesto  de  Nasau ,  Maestre  de  campo  gene- 
ral de  los  Estados-Unidos,  bija  del  duque  de  Brancuiq, so- 
brina de  los  reyes  de  Inglaterra  y  Dinamarca:  apeóse  Su  Al- 
teza para  hacer  la  cortesía,  y  como  Principe  en  quien  habia 
depositado  la  naturaleza  y  el  arte  todo  linaje  de  humanidad 
y  benevolencia,  aun  con  los  enemigos,  quitóla  el  sombrero,  y 
después  de  algunos  agasajos  la  dejó  soldados  de  guardia, 
para  tiue  los  demás  quo  fuesen  llegando  respetasen  el  lugar 
y  ol  castillo  y  no  se  atreviesen  á  dañar  á  los  burgeses  ni  sus 
campiñas,  pretendiendo  por  aquí  insinuar  á  todos  los  paises, 
asi  rebeldes  como  obedientes,  que  no  venia  con  estimulo  y 
ardores  de  armígero,  sino  como  Principe  de  paz ,  y  que  mos- 
traba á  los  subditos  antes  la  oliva  que  la  espada,  cuando  traía 
el  laurel  y  el  triunfo  de  lo  más  belicoso  de  Alemania ;  dejando 
domadas  y  vencidas  gentes  y  naciones,  asi  forasteras  como 
naturales.  Como  se  pagó  esto,  el  año  que  sigue  nos  lo  dirá, 
siendo  acción  esta  que  podía  vencer  los  ánimos  más  duros  y 
salvajes  á  la  obediencia  natural  del  señor  y  á  extinguir  desde 
este  día  las  pasiones  antiguas;  pues  pudo  con  aquel  ejército 
que  traía,  no  menos  reputado  que  victorioso,  sin  que  bastara 
toda  la  rebeldía  de  Holanda,  ni  todo  el  auxilio  de  los  protes- 
tantes, aun  cuando  estuvieran  poderosos,  cuanto  y  más  que* 
brantadoa,  asolar  todas  aquellas  plazas  ó  parte  de  ellas,  tiraní- 


456 
zadas  en  la  Veslfalia  y  en  sus  contornos  por  las  armas  de  aque- 
llos ¡afieles  y  sus  fautores,  arrasarlas  y  ponerlas  fuego,  lomando 
una  satisfacción  legitima  á  su  rebeldía  y  maleficios.  Pasaron 
á  la  vista  de  Límburg,  población  del  anobispado  de  Tréberrs, 
que  tenia  de  guarnición  200  franceses,  gentes  introducidas  en 
aquel  país  para  insidiar  los  confinantes,  como  nos  lo  dirá  el 
libro  siguiente,  y  además  de  esto  sorprender  los  príncipes 
electores,  si  no  parn  arribar  á  la  dignidad,  para  introducir  en 
él  y  tener  prendas  muy  poderosas  ó  meterlas  en  su  casa  y  en 
las  ajenas  por  ser  Príncipe  falido  en  la  Dieta  y  Cámara  Im- 
perial. 

Pidió  el  coronel  Ossa,  en  nombre  del  César,  paso  para  el 
ejército,  y  rehusólo  el  Magistrado,  y  acometió  nuestra  gente 
los  arrabales  y  saqueólos,  y  comenzaron  á  tirar  la  villa  con  sus 
piezas.  Entraron  en  Diste  para  pasar  el  Lan;  ofrecieron  éstos 
de  buen  corazón  el  puso,  y  mandó  S.  A.  á  los  soldados  no  so 
hiciera  daño  al  pais;  pero  los  ánimos  perversos  y  obstinados 
de  éstos,  usando  mal  del  agrado  y  corlesia  de  S.  A.,  después  de 
haber  pasado  nuestra  gente,  degollaron  á  sangre  fria  los  en- 
fermos que  quedaban  airas;  hazaña  más  infame  que  generosa, 
y  más  cobarde  que  valiente,  mostrar  la  saña  en  los  flacos  y 
desarmados  de  fuerzas  y  de  salud.  Mandó  S.  A.  volver 
los  2.000  caballos  al  rey  de  Hungría,  levantados  á  costa  del 
rey  Católico  en  Alemania  por  el  marqués  de  San  Martín,  re- 
muneró, hizo  merced  á  los  cabos  y  oficiales  que  le  habían 
servido,  y  prosiguió  las  derrotas  del  Bolsembalmerod,  primer 
lugar  de  Colonia ;  llegó  á  Herlorf,  á  cuarto  de  legua  del  Rbín,  y 
fué  á  ver  un  pontón  creyendo  había  llegado  lo  necesario  para 
su  pasaje  y  el  de  el  ejército,  como  estaba  acordado,  y  que  ha- 
bia  de  venir  de  Colonia.  Era  este  pontón  notable,  de  tanta 
grandeza  y  latitud,  que  pasaban  de  una  vez  1 .500  infantes  y  300 
caballos;  no  habiendo  llegado  éste,  se  trazó  echar  puente  en  el 
Ithin  por  no  haber  llegado  aún  los  demás  pontones  y  barcas, 
y  entre  tanto  que  esto  so  hacia,  pasó  S.  A.  á  dar  vista  á  Andrc- 
nac  y  á  ver  el  castillo  de  Chamelsteín  ,  situado  á  las  márgenes 
de  aquel  cclebradísimo  rio,  que  se  ganó  el  año  pasado  con  la 


gente  de  Plandcs.  Tenía  de  guarnición  300  soldados,  y  fortrli- 
cábanse  con  loda  diligencia  por  ser  de  impoilancía  para  no 
dejar  pasar  las  barcas  de  los  onennigos  que  de  ordinario  ma- 
ten por  allí  su  conlralacion :  dejóles  seis  piezas  de  anilleria  de 
las  que  liabia  ganado  en  Alemania;  recibió  la  embajada  dol 
arzobispo  de  Colonia,  y  ofrecióle  su  lierra  y  guiarle  por  el  da 
Maguncia  y  el  obispado  de  Wisburg.  Pasó  el  ejército  el  Rhín, 
feneciéndose  aquí  los  términos  de  Alemania  la  Alia,  y  entrando 
en  la  Baja  pasó  en  dos  barcas  con  sus  criados  á  Colonia:  sa- 
lióle á  buscar  el  marqués  de  Aitona  con  3  000  caballos;  sa- 
ludaban lodos  los  pueblos  puestos  á  las  márgenes  del  Rhin 
á  S.  A.,  como  las  cortes  y  colonias  antiguas  á  Germánico;  es- 
peróle ánies  del  lugar  de  Bona  el  duque  de  Nieuburg,  que  eti 
los  años  pasados  fué  hospedado  por  el  Rey  en  la  corte  de  Ma- 
drid. Salió  con  mucha  inTanteria  y  caballería,  y  recibióle  Su 
Alteía  en  los  brazos,  y  díjole  el  duque  le  quería  ir  sirviendo 
con  su  gente,  siu  que  hubiese  menester  la  que  traía  ni  la  dol 
marqués  de  Aitona  :  eran  éstos  1.000  caballos  y  d.OOO  infan- 
tes. Esperóle  antes  de  llegar  á  Bona  el  elector  de  Colonia; 
viéronse  en  la  campaña  con  muchas  y  muy  notables  cortesías; 
entraron  en  la  carroza,  S.  A.  en  la  popa  y  el  Elector  en  la 
proa,  como  asi  lo  dice  la  relación  (si  para  un  elector  del  Im- 
perio hubiera  quien  haga  reparo  aquí  y  no  entrar  con  igual- 
dad) ;  iba  al  estribo  el  duque  de  Nieuburg,  y  en  esta  forma  y 
con  mucha  y  lucida  gente,  gran  concurso  de  pueblos  y  ciu- 
dadanos que  todos  habían  dejado  sus  casas  por  ver  un  her- 
mano del  rey  de  España,  llegaron  á  Bona:  hospedóse  en  pa- 
lacio y  cenaron  juntos  aquella  noche ;  pasó  otro  dia  á  Colonia, 
ciudad  en  majestad  y  grandeza  notable,  un  e<lific¡os,  anti- 
güedad y  religión  aiaravillosa:  quiso  recibirle  la  ciudad  con 
fiestas  y  demostraciones  públicas  y  no  lo  consintió  su  pru- 
dencia y  las  instrucciones  que  llevaba  del  Rcy.su  hermano; 
hizo  conceder  aquellas,  de  paso ,  que  le  permitían  su  jornada. 
Visitóle  Jorge  Federico,  el  Elector  y  arzobispo  de  Magun- 
cia, y  fué  á  hacer  oración  á  aquel  memorable  templo;  veneró 
los  tres  cuerpos  de  Oriente  que  guió  la   estrella  á  Belén, 


458 

cuando  la  mayor  de  todas  estaba  entre  las  pajas  del  pesebre 
para  extinguir  y  borrar  las  linieblas  del  linaje  humano,  por 
gran  benignidad  y  misericordia  suya;  reverenció  otros  y  las 
admirables  reliquias  de  las  once  roí)  Vírgenes  martirizadas  por 
los  bárbaros  enemigos  del  nombre  cristiano,  y  recibió  présenles 
que  le  hizo  la  ciudad;  visitóle  públicamente  con  grande  ma- 
jestad y  acompañamiento  el  duque  de  Nieuburg;  despidióse 
del  arzobispo  y  magistrados,  y  acompañóle  el  Duque  hasta 
la  raya  düi  coniin  de  Colonia.  Caminó  á  Julieres,  donde  se  le 
hizo  magnífico  y  muy  solemne  hospedaje,  no  sólo  en  luci- 
miento y  opulencia  de  familias,  pero  de  gente  de  guerra  j  sol- 
dados, y  vio  S.  A.  el  castillo  con  guarnición  del  rey  Católico, 
que  babia  lomado  debajo  de  su  amparo  y  defensa  después  de 
compuesta  la  diferencia  entre  el  Uuque  y  el  marqués  de  Bran- 
demburg,  sobre  el  derecho  al  ducado  de  Cleves  y  Julieres,  por 
redimirle  de  la  opresión  de  holandeses,  que  el  año  de  1618  me- 
tieron por  allí  sus  armas,  y  con  este  achaque,  aunque  era  otro, 
que  dejamos  ya  apunlado  en  la  Bisloría  átí  Tey  Don  Felipe  d  ter- 
cero, el  do  610,  en  que  Enrique  IV,  rey  de  Francia,  siendo  el 
sétimo  de  sus  maquinaciones,  con  que  murió  deslumhrado  con 
este  pretexto,  y  mostrándose  patrocinador  de  Brandemburg, 
como  el  rey  católico  de  Nieuburg,  quiso  tentar  la  sublevación 
del  imperio  de  Alemania  y  después  los  Paises-Bajos.  Digo  que 
fué  altamente  regalado  S.  A,  de  aquel  Duque .  y  después  de 
haber,  una  de  las  noches  que  estuvo  allí  cenando,  iavádose  las 
manos,  le  echó  la  toalla  el  primogénito  y  sucesor  del  Duque. 
Llegaron  aqui  el  principe  Tomás  y  el  marqués  de  Aitona  con 
muchos  señores  del  País -Bajo,  cabos  y  capitanes  de  la  mili- 
cia; recibió  á  Tomás,  y  besáronle  la  mano  los  que  venían  á 
buscarle ;  hospedó  el  Duque  é  hizo  plato  á  todos  tos  forasteros, 
caballeros  ,  soldados  y  cabos  del  ejército,  tomó  la  posesión  el 
marqués  de  Aitona  de  mayordomo  mayor  de  S.  A.,  y  llegó  á 
este  paraje  el  ejército  con  tropas  de  la  Liga  católica  que  regia 
el  Uaosfelt,  los  regimientos  de  alemanes,  la  caballería  napo- 
litana, borgoñona  y  lombarda  y  la  que  tenía  del  País-Bajo  á 
su  cargo  el  príncipe  de  Barbanzon.  Salió  do  Julieres  con  1 .000 


coraza»  del  duque  de  Nieuburg  y  con  los  arcabuceros  de  Ib 
guardia  del  marqués  de  Aitona,  y  otro  1.000  caballos  del  regi- 
miento del  conde  de  Bucuc,  que  se  le  presentó  delante  con  I 
toda  esta  gente,  armado  de  todas  armas.  En  esta  forma  le  sa->  j 
lieron  á  recibir  casi  todos  tos  cabos  de  ejército  del  País- Bajo.  ' 
Llegó  á  tnsberg,  donde  le  esperaba  el  conde  Juan  de  Nasau, 
general  de  la  caballeria,  que  venia  con  oíros  1.000  caballos, 
gente  lucida  y  bien  montada ;  y  mandó  volver  á  Alemania  mu- 
cha de  su  infanteria  y  caballería  levantada  en  aquellas  provin- 
cias: llegó  á  Agrades,  adonde  se  despidió  del  duque  de  Nieu- 
burg; entró  en  el  País-Bajo  y  tierras  de  su  gobierno,  saliendo 
lodos  losburgeses  y  paisanos  á  verle  y  alegrarse  con  su  pre- 
sencia, llevando  mucha  y  muy  lucida  gente  en  la  vanguardia 
y  retaguardia-,  pasó  á  la  vista  de  Rugemunda,  plaza  del  ene- 
migo; llegó  á  laMosa  por  junto  á  la  isla  de  Bstebenswcrt,  é  hizo 
tránsito  por  el  rio,  pegado  al  fuerte  de  Cantelmo,  en  puente  de 
barcas.  Aqui  le  esperaban  D.  Martin  Idíaquez  y  algunos  de  los 
cabos  que  le  habían  acompañado  en  la  jornada,  soldados  y  ca- 
pitanes; bizo  alto  y  paró,  y  con  palabras  dignas  de  su  gran 
juicio,  y  con  el  semblante  apacible  y  risueño,  les  agradeció  lo 
bien  que  habían  servido  al  Rey,  su  hermano;  encareció  sus 
hechos  y  sus  fatigas,  y  que  todo  lo  había  hecho  saber  á  sus  mi- 
nistros y  lo  haría  desde  alli  adelante;  que  tendría  en  la  memo- 
ria la  ocasión  pasada  para  remunerarla  y  esperaba  las  merce- 
des de  España  que  se  estaban  disponiendo  y  serian  á  gusto  de 
lodos.  Abrazó  á  Idiaquez  como  se  lo  mandaba  el  Rey,  de  quien 
ya  babia  tenido  carias  en  respuesta  del  suceso  de  Norlliog, 
y  dijo  le  habia  hecho  merced  de  una  encomienda;  repar- 
tió 500  escudos  de  renta ,  parte  en  su  tercio  y  parte  entre  los 
napolitanos,  borgoñones  y  lombardos,  y  en  los  que  más  se 
señalaron  en  la  batalla ;  y  en  las  ocasiones  del  viaje  se  distri- 
buyeron muchos  hábitos  de  las  tres  Órdenes  militares,  que 
para  esto  se  erigieron  en  la  antigüedad,  para  premio  de  sol- 
dados, é  hiciéronse  otras  honras  y  mercedes,  y  otro  reparti- 
miento de  5.000  escudos  de  renla  en  personas  particulares  do 
calidad. 


Plisada  la  Mosa,  corrió  con  brevedad,  lo  que  no  pudo  ei- 
cusar,  por  el  pais  do  Lieja,  no  queriendo  parar  en  la  villa 
de  Haine ,  por  no  meler  á  ios  liejeses  ni  al  Magistrado  en 
ningún  género  de  sospecha,  y  también  por  eEtar  tocados  mu- 
chos de  ellos  de  pasión  francesa,  y  reposó  aquella  noche  en  la 
campaña,  comenzando  a  eiperiiuenlar  las  fatigas  de  aquel  go- 
bierno. Fué  al  otro  día  á  hacer  noche  á  Groieras  del  Orden  de 
los  teutónicos:  salióle  aqui  á  recibir  el  gran  nieto  de  la  Casa  de 
Sandoval,  el  duque  de  Lenna,  maestre  de  campo  general  de 
los  ejércitos  de  Flandes,  con  catorce  compañías  de  caballos, 
acompañado  del  duque  de  Avellana,  hermano  del  principe  do 
Oria,  del  maestre  de  campo  D.  Andrés  Canlelmo.  de  muchos 
capitanes  españoles  é  italianos:  besó  la  mano  á  S.  A.  y  abra- 
zóle, discurriendo  cada  uno  por  sí  y  maravillándose  de  cuan 
arduas  y  notables  habían  sido  hasta  allí  las  mudanzas  y  fortunas 
de  cada  uno.  Llegó  á  Nuestra  Señora  de  Hontaga,  fábrica  de 
los  archiduqueses  Isabel  y  Roberto,  y  adoró  la  milagrosa  ima- 
gen con  venerable  y  sencilla  religión :  recibió  la  visita  de  la 
reina  madre  de  Francia,  trayéndola  en  su  nombre  D,  Gómalo 
do  Córdoba,  esclarecido  capitán  por  las  muchas  victorias  que 
consiguió  en  Alemania  de  los  rebeldes  protestantes  aliados  del 
Palatino  del  Rhin  ;  y  recibiéronle  aqui  el  duque  del  Boetf,  los 
principes  de  Semag  y  Ligni,  los  condes  de  Croes  y  Copigni,  y 
loda  la  nobleza  de  Bruselas  y  sus  diputados:  suplicáronlo  hi- 
ciese alto  S.  A.  por  algunos  días  para  prevenir  los  deseos  y 
demostraciones  de  aquella  corte  en  triunfos  y  arcos,  y  res- 
pondió estaba  ya  el  tiempo  muy  adelante  para  esperar  otra 
cosa  más  que  para  alojarse  por  ser  ya  los  principios  de  No- 
viembre, y  que  los  cuidados  que  Iraia  y  para  lo  ({ue  era  en- 
viado no  pedia  más  dilación.  De  este  paraje  marchó  á  U)baÍDa, 
y  recibiéronle  los  burgomaestres,  rectores  y  universidades  con 
notables  demostraciones  de  fe  y  de  amor,  y  todo  con  suma  ale- 
gría, porque  si  bíen  venia  á  manejar  las  armas,  habÍH  ya  our- 
6ado  las  tetras,  y  aqui  á  un  mismo  tiempo  le  aplaudían  ambas 
facultades,  soldados  y  estudiantes:  hiciéronle  su  alojamiento 
en  los  colegios  de  esta  villa,  donde  los  ingenios  y  la  nobleza 


4G\ 
del  Pjís-Bajo  ejercitan  las  ciencias  y  son  inslruídoG  en  ellas. 
Pasó  S.  A.  á  la  gran  recreación  do  Terberen  ó  Tribur,  puesta 
á  dos  leguas  de  Uruseias,  pensil  de  los  archiduques,  admira- 
ble en  edificios,  en  fuenles,  estatuas  y  pinturas,  donde  el 
pincel  y  el  buril  no  dejaron  más  que  hacer  al  arte  y  á  la  na> 
turalcia  parte  de  los  artífices  más  supremos  y  ventajosos  de 
aquellos  paises  con  admiración  de  los  demás.  Sábado  i  de 
Noviembre,  después  de  mediodía,  partió  de  Terberen  á  Bru- 
selas para  hacer  su  entrada:  era  cosa  de  maravillar  ia  gente 
que  le  esperaba  á  la  puerta  de  la  vilb;  hasta  los  esiados  de  los 
enemigos  y  de  las  otras  provincias  circunvecinas  te  aguarda- 
ban con  alborozo  por  ver  un  Principe  de  quien  habían  oído 
tantas  maravillas  y  virtudes.  Esperaba  en  el  castillo  toda  la  no- 
bleza; y  el  principe  Tomás  con  mucha  infantería  y  caballería, 
tomó  el  caballo,  que  era  rucio  napolitano,  adornado  de  ricos 
paramentos. 

Entró  en  la  villa  con  todo  el  acompañamiento,  vestido  de 
lama  bordada  carmes!,  con  una  anguarina  ó  casaca  de  lo 
mismo,  plumas,  banda  roja  y  un  espadin,  pieza  de  su  abuelo 
Carlos  V  cuando  debeló  los  enemigos  junto  al  Albis,  y  ahora 
por  S.  A.  los  del  Danubio,  el  cabello  largo  y  una  valona  ten- 
dida porlos  hombros  á  uso  del  pais  como  lopedía  el  traje  mili- 
tar; de  gentil  presencia,  rostro  blanco,  y  el  bozo  en  sus  prime- 
ros  principios  rubio  y  del  origen  de  su  casa,  en  veintiuno  años 
y  seis  meses  de  su  edad.  Dióle  el  Magistrado  las  llaves,  hizole 
el  Pensionario  una  oración ,  dándole  la  bienvenida  y  encare- 
ciéndole lo  mucho  que  lodo  el  País-Bajo  le  habia  deseado, 
orrecíóle  las  vidas,  los  corazones  y  las  haciendas  de  todos: 
respondió  que  venía  de  parle  del  rey  Calólico,  su  hermano  y 
señor,  á  gobernarlos  y  honrarlos,  y  que  esperaba  de  su  fe  y 
demostraciones  que  se  portarían  de  manera  que  conociesen 
de  su  parte  su  bondad  y  amor,  agradeciendo  el  que  le  mos- 
traban. 

En  esta  forma  llegó  á  la  iglesia  mayor,  donde  le  esperaba 
el  arzobispo  de  Malinas:  hizo  también  allí  su  oración  en  el 
modo  y  la  sustancia   referida,  agradecíóselo,  hizo  oración, 


y  volvió  á  subir  á  caballo,  reservaado  la  villa  sus  prevenciO' 
nes  para  cuando,  después  de  haber  visitado  las  provincia 
viese  á  ella.  Fué  á  ver  á  la  Reina  madre,  que  le  salió  á  reci-" 
bir  á  la  antecámara,  abrazóle,  dióle  S.  A.  paz  en  el  rostro; 
habiéndole  antes  conferido  este  modo  de  cortesía  con  los  em> 
bajadores  que  le  habia  enviado,  rehusándolo  S  A.,  le  conclu- 
yeron con  que  era  la  mayor  que  le  podía  hacer,  que  era  in- 
eicusable  por  ser  uso  de  la  Francia.  Dijole  la  Heina  cuando  le 
vio,  que  se  hacia  aguardar,  pero  que  habia  recompensado  muy 
bien  su  tardanza  con  haber  ganado  una  tan  singular  victoria, 
y  que  su  presencia  la  restituiría  en  el  contento  que  perdió  el 
dia  que  falleció  la  señora  infama  Doña  Isabel ;  respondióle  Su 
Alteza  lo  que  en  este  caso  le  tocaba,  mostrándose  agradecido 
al  favor  de  la  Reina.  Estaba  con  S.  H.,  Margarita,  princesa  de 
Orleans,  hermana  del  duque  de  Lorena.  mujer  del  Gastón, 
duque  Orleans,  hijo  de  la  Reina  y  hermano  de  Luis  Xlll,  rey 
de  Francia:  hizola  la  misma  cortesía  y  dióla  paz  en  el  rostro; 
y  escribiendo  ai  Rey,  su  hermano,  el  lin  de  la  jornada  y  cómo 
estaba  ya  en  Bruselas  y  lo  que  habia  pasado  con  la  Reina 
sobre  darla  paz  en  el  rostro,  y  la  novedad  que  le  habia  hecho 
aquel  genero  de  cortesia,  mas  que  do  se  le  había  hecho  tan 
grande  cuando  la  dio  á  Madama  de  Orleans,  porque  de  cuan- 
tas damas  habia  visto  en  su  vida  ninguna  le  habia  parecido 
más  hermosa.  Respondióle  el  Rey  se  abstuviese  de  visitarla, 
por  no  dar  níngun  linaje  de  sospechas  á  la  Francia  cuando  las 
cosas  estaban  tan  sumamente  delicadas,  y  ellos  deseaban  asir  de 
todo,  aunque  fuese  de  tan  sutil  hebra,  por  paliar  sus  maldades. 
Acabada  le  visita  fué  á  palacio,  donde  descansó  de  cinco  me- 
ses de  jornada,  larga,  insidiosa  y  llena  de  fatigas  y  cuidados 
por  las  muchas  asechanzas  de  enemigos,  diferentes  en  costum- 
bres y  en  religión,  adversos  en  la  inclinación  y  en  los  efectos, 
armados  y  prevenidos  para  impedirle  el  progreso,  que  venció 
y  acabó  con  niiiravillosa  reputación  y  constancia,  saliendo  con 
el  intento  y  con  el  orden  que  le  dio  el  rey  Católico,  su  her- 
mano, y  el  Rey  consiguió  uno  de  los  más  deseados  Ones  de  su 
gobierno,  á  pe&ardc  tantas  envidias,  traías  y  consejos  íntro- 


463 
ducidos  en  la  Europa  por  la  Inquietud  de  los  minielros  fran- 
ceses; habiendo  sido  ésta  una  de  las  más  memorables  jorna- 
das que  se  escribieran  de  príncipes,  porque  otros  llevaron  sus 
derrotas  por  tierras  de  amigos,  deudos,  sujetos  ó  conTedera- 
dos  ó  en  tiempos  más  sosegados  y  puestos  los  ánimos  en  más 
quietud,  templanza  en  la  ambicien  y  materias  de  sus  particu- 
lares; pero  aqui,  desde  mucho  antes  del  Danubio  hasta  pasar 
la  Mosa,  todo  fué  una  perpetua  contención  de  contrarios; 
marchar  entre  sus  ejércitos  y  escuadrones,  siempre  con  el  son 
de  la  caja  y  el  clarín  en  el  oido  y  con  las  acometidas  y  esca- 
ramuzas. Besáronle  la  mano  otro  dia  todos  los  consejos,  ma- 
gistrados y  diputados  de  las  villas  y  provincias,  dándotela 
obediencia ,  cabos  y  capitanes  del  ejército  y  castellanos  de 
fuerzas  y  castillos,  y  otros  gobernadores  de  las  plazas  y  tierras 
incluidas  en  toda  la  circunferencia  del  Pais-Bsjo.  Desde  el  Cam- 
bresi  óLucemburgá  la  Veslfa lia, desde  Mosde  Nao  basta  el  Ar- 
toes.  desde  Flandes  al  Brabante,  ocupábanse  los  naturales  en 
hacerle  fiestas,  levantándole  arcos  y  pirámides  con  doctas  ins- 
cripciones, epigramas  y  geroglificos,  estatuas  y  otras  inven- 
ciones notables,  hechas  por  todos  los  más  peregrinos  ingenios 
de  aquellas  tierras  esclarecidos  en  todo  género  de  letras  y 
materias. 

Habiendo,  pues,  concluido  con  la  jornada  del  señor  in- 
fante  D.  Fernando,  quedando  aún  no  bien  satisfecha  la  pluma 
en  su  alabanza,  remitiéndonos  á  los  de  más  elevada  nar- 
ración y  espirito,  será  bien  fenecer  el  libro  en  que  ha  sido 
fuerza,  por  la  materia  y  los  accidentes,  habernos  largamente 
explayado,  por  no  dividirle  en  libros,  antes  que  el  ano  sea 
uno  solo,  y  á  un  solo  año  un  libro.  Digo,  pues,  que  die- 
ron intención  de  quererse  componer  los  principes  de  Alema- 
nia con  et  César;  mas  como  dependientes  de  franceses,  y 
éstos  de  la  ambición  de  suprimir  una  de  las  cuatro  partes  del 
orbe,  la  más  principal,  por  tramar,  nuevas  ligas  y  movimientos. 
En  Italia  no  surtieron  efecto.  El  rey  de  Inglaterra  acometió, 
aunque  tibiamente,  á  la  protección  del  duque  de  Lorena  y  dio 
indicios  de  armar  en  su  favor,  y  lo  hizo  saber  al  rey  Cristia- 


I 


nísimo,  pero  tan  neutral  que  no  quería  ser  amigo  de  EspaüB, 
porque  estando  cerradas  las  armas  de  las  contrataciones  y 
comercios,  en  aquel  norte  sólo  los  su^os  prevalecian,  y  los 
holandeses  vertían,  ó  trasportaban  por  aili  sus  mercaderías  y 
todos  los  septentrionales,  y  aun  pienso  que  los  franceses,  en 
los  navios  de  Inglaterra  encaminaban  las  suyas;  pero  el  inglé^i 
no  se  inclinaba  á  otra  cosa  sino  á  que  le  restituyesen  á  su  so- 
brino, liíjo  de  su  hermana  y  de  Federico,  muerto  en  el  Pata- 
tinado  del  Rhin,  en  aquel  Estado  y  en  el  titulo  de  Elector  que 
hablan  perdido,  pretendiéndole,  pues,  asir  poraqui  con  promesa 
y  que  entrase  en  la  Liga  con  el  Católico.  Los  franceses  hacían 
la  misma  diligencia,  prometiéndole  ayudar  y  ejecutar  con  la 
fuerza,  pero  él  se  recataba  de  todos  y  no  creia  nada;  vendia 
sus  fardos  y  sus  bayetas,  y  proseguía  inclinándose  algo  á  la 
devoción  de  España  por  el  interés:  de  aquí  entraban  más 
adentro  y  discurrían  nuestros  políticos,  y  daban  por  causa 
querer  introducir  en  casamientos  de  sus  hijos  con  los  de  nues- 
tros principes;  pero  era  en  vano  querer  sacar  con  ellos  nin- 
gún partido,  previniéndoselos  franceses  con  nuevos  designios 
para  nuevas  y  más  peligrosas  empresas  y  en  declarado  rom- 
pimiento con  España,  como  presto  veremos.  Daba  intento  el 
rey  de  Hungría,  para  el  año  siguiente,  de  armar  en  favor  del 
lorenés,  y  el  rey  Católteo  estaba  en  ios  mismos  acuerdos  por 
las  fronteras  del  Pals-Bajo.  Pedíase  gente  y  dinero  en  el 
reino  de  Castilla  á  todos  los  prelados,  señores  y  grandes  del 
reino;  y  refieren  que  escribiendo  al  duque  de  Veraguas,  comoá 
lodos  los  demás,  para  que  levantase  gente  y  ofreciese  dineros, 
y  respondiendo  el  empeño  gravísimo  en  que  tenia  su  hacienda, 
y  lo  que  hahia  gastado  en  Flandes,  de  adonde  acababa  de  lle- 
gar, no  admitiéndole  la  disculpa  ,  se  le  envió  á  mandar  re- 
sueltamente enviase  poder  bastante  para  cobrar  lo  que  se  le 
señalase  de  sus  Estados:  de  aqui  debieron  nacer  después  los 
poderes  decisivos  que  se  pidieron  á  las  ciudades  y  aquellos  de 
regalías,  inventivas  para  destruir,  y  que  él  envió,  visto  el  terri- 
ble aprieto  en  que  se  le  ponía,  poder  á  D.  Gaspar  de  Guzman, 
conde  de  Olivares,  para  que  hundiese  y  asolase  su  casa.  Con 


4C5 
este  imperio  se  pedia  para  que  se  resbalasen  en  la  paciencia 
aun  hasta  los  de  más  sufrimiento,  no  pudiéndose  contener  del 
estrago  miserable  y  de  esia  piedra  en  que  cada  día  se  tes  hacia 
tropezar  y  caer.  Pedíase  á  los  caballeros  de  las  Ordenes  mili- 
tares y  á  los  demás;  hasta  los  miserables  criados  de  la  Casa 
Real  no  eran  bastantes,  no  relevándoles  de  sus  fatigas,  que 
eran  grandes,  y  el  no  pagar  los  gajes,  á  eiimirlos  de  este  sub- 
sidio. Publicóse  que  et  Rey  en  persona  habia  de  hacer  jornada, 
cuyos  sucesos  nos  diré  el  ano  de  35;  pero  el  rey  de  Francia, 
sordo  á  los  maniiieslos  y  protestas  que  se  le  hacían,  conser- 
vaba lo  tiranizado  al  Imperio  y  á  la  Lorcna,  y  persistía  en  al- 
terar la  Italia  y  remover  contra  él  tos  pueblos  y  todo  el  Le" 
vanle,  cubriendo  su  malicia  y  dañada  intención  con  decir  en 
todas  las  ocurrencias,  y  á  los  embajadores  de  nuestras  coro- 
nas, no  queria  ni  era  su  designio  contender  con  el  rey  de 
España. 

Sin  embargo  de  todo  esto,  le  pidió  socorro  Argentina  y  to- 
dos los  demás  coligados  que  se  declarasen  é  hiciesen  abierta- 
mente la  guerra,  y  resolvió  de  hacerla  para  la  primavera  si- 
guiente; y  cuando  habia  dañado  en  las  tierras  del  Imperio,  no 
habiendo  podido  desarmar  aquel  baluarte,  probar  estotro  en 
las  tierras  y  estados  del  rey  Católico  por  usurparle  alguna 
parte  y  ver  si  le  podia  destroncar  la  monarquía,  y  que  la 
mengua  de  alguna  fuese  ruina  de  la  otra,  y  hacerse  lugar  y 
ser  mayor  en  todo  el  ámbito  de  la  tierra,  como  se  lo  persuadía 
el  consejero  sanguinoso  de  la  Francia. 

Habiendo  dicho  y  discurrido  por  los  estruendos  y  apara- 
tos grandes  de  Marte  ejercidos  en  la  Europa ,  será  bien  decir 
ulgo  de  las  pasiones  domésticas  y  eiternas  ejecutadas  en  casa 
y  entre  algunos  grandes  del  reino.  El  primero  de  todos,  el 
marqués  de  Gaste  1- Rodrigo,  entretenido  en  Roma  con  demos- 
traciones de  ciudadano  romano  antes  que  de  embajador,  aten- 
dido, aunque  de  legos,  y  murmurando  si  era  bien  visto  del 
Papa  ó  no,  andaba  en  balanza  y  herido  de  aquellos  enemigos 
que  llaman  no  excusados  los  prudentes,  que  con  esto  no  habre- 
mos dado  á  entender  que  son  criados.  Un  secretario  suyo,  á 


ijuien  ól  habla  hecho  bencQcioa  y  armado  en  la  enseña  militar 
(Ja  Cristo  sin  merecerla,  aunque  esto  es  ya  mny  común  en 
aquel  reino,  habiendo  tenido  algunas  diferencias  con  él  en 
Roma  despiíJióle,  y  viniendo  á  la  corte  de  España  las  intro- 
dujo en  las  orejas  del  primer  ministro:  quisieron  verüicarlo 
con  detenerle,  prendiéronlo  en  parte  secreta,  citó  á  un  Da- 
mián Martínez  que  habia  sido  de  la  furriera  del  Rey,  que  algu- 
nos trabajos  suyos  y  travesuras  le  excluyeron  de  palacio.  Éste 
pasó  á  Roma  con  él,  y  le  volvió  ocupado  á  Lisboa  con  inteli- 
gencias de  su  hacienda.  Llamáronle,  y  habiéndole  traido  de 
Lisboa  con  artes  y  aun  con  ¡guardas,  y  siendo  interrogado,  al 
cabo  no  dijo  nada:  sólo  so  entendió  que  éste  también  riñó  con 
el  Marqués  iliciéndola  algunas  palabras,  tocanilolo  en  la  in- 
tención, si  la  tenia  buena  ó  mala,  con  el  ministro,  que  esto  50 
castigaba  como  por  delito  contra  la  majestad,  y  era  el  tal 
tenido  por  desleal  (notable  abuso  de  nuestros  tiempos).  Ha- 
bláronse en  Madrid  muchas  cosas  tocante  á  esta  materia,  las 
cuales,  por  ser  de  ninguna  verdad  ni  crédito,  antes  de  pa- 
sión, no  las  refiero.  Soltaron  al  Damián  Martínez,  aunque  man- 
dado detener  en  lu  corte;  del  otro  dijeron  estaba  guardado 
con  secreto  hasta  su  tiempo  ó  hasta  el  día  del  juicio  que  le 
esperaba.  Publicaron  que  le  mandaban  venir  á  Portugal,  y  qao 
allí  le  dirían  para  lo  que  era  llamado,  con  que  se  iban  en- 
gendrando malos  humores  en  la  nobleza  y  en  el  marqués  de 
Fereira,  su  cuñado,  que  no  había  pocos,  como  se  verá  el  a&o 
de  40.  Pero  esto  en  breves  dios  se  sosegó  y  reposó,  y  el  Mar- 
qués fluctuaba  junto  á  la  nave  de  San  Pedro  porque  querían 
fuese  delito  el  tenerle  afición  el  Papa,  porque  la  política  en- 
seña que  el  Embajador  no  sea  más  afecto  al  Papa  que  él  lo  es 
con  su  Principe.  Muchos  se  recetaban  no  parase  esto  en  algún 
mortal  golpe  por  el  brazo  del  poderoso  que  se  sabía  cautelar 
mucho  y  simularse  y  esperar  en  el  tiempo.  Pero  ¿quién  dice 
que  esiá  éste  en  la  mano  del  que  le  quiere  ni  tan  á  su  arbitrio 
til  mandarlo?  Como  faltó  á  otros,  puede  fallarle  á  el.  A  ü.  Fa-  i 
drique  de  Toledo,  habiendo  venido  el  año  antecedeute  do 
Portugal,  donde  se  pensó  pasaba  otra  vez  ul  Braail  y  á  la  re»-  | 


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tauracion  de  Fernambuco  con  [a  armada  y  soldados ,  entrado 
en  la  corle,  como  otra  vez  lo  bemos  tocado,  se  le  pidió  dejase 
uno  de  los  dos  oficios,  ó  el  de  general  de  la  armada  Real  del 
mar  Océano,  ó  el  de  general  del  reino  de  Portugal.  Parece 
que  premeditó  antes  que  le  diesen  este  último  cargo  (cuando 
se  le  dieron  era  para  quitarle  el  primero  como  más  preemi- 
nente), y  reconociendo  le  querían  limitar  Ir  fortuna  y  el  esplen- 
dor, como  se  había  iiecho  con  otros  capitanes  de  su  tiempo,  y 
que  por  varias  veces  le  habian  dado  muchos  tientos  para  sa- 
cársele, no  á  lo  menos  por  mal  soldado  ni  por  haber  faltada  á 
las  obligaciones  de  sangre  ni  al  ardiente  celo  de  servir  de  sus 
mayores,  finalmcnle  le  dejó,  diciendo  alargaba  aquel  en  que 
menos  habia  servido  y  entendido,  por  satisfacer  á  la  ansia  del 
poderoso  y  colmarle  el  deseo. 

Tenia  D.  Fadrique  sus  quejas,  de  que  babíendo  años  que 
servia  de  general  de  la  armada  Real  del  mar  Océano,  en  que 
habia  hecho  servicios  muy  considerables  al  Rey  y  á  la  co- 
rona, peleando  con  los  enemigos  setenlrionales  y  corsarios  de 
África;  héchole  ir  á  la  boca  del  Canal  de  Inglaterra  en  segui- 
miento y  á  esperar  las  flota  de  holandeses  que  se  aguardaba 
de  Levante,  y  además  de  esto  á  las  islas  de  Eres  en  favor  de 
franceses,  cuando  la  controversia  con  el  rey  de  Inglaterra 
sobre  particulares  suyos;  pasada  al  Brasil,  recuperado  la  ciudad 
del  Salvador  y  labahiade  Todos  Santos;  héchole  ir  por  la  flota 
á  las  Indias  y  echar  los  enemigos  de  la  isla  de  San  Cristóbal 
y  de  las  otras  ¡síes  occidentales;  no  se  le  hubiesen  hecho  mer- 
cedes, ni  cubierto,  como  él  lo  pretendía  por  sangre  y  servicios, 
mas  ánles  poco  aplaudido,  sus  hechos  desfavorecidos,  sus  em> 
presas  corregidas  y  residenciadas  las  más  de  ellas.  Por  otra 
parte,  cansado  de  tanto  navegar  y  reconocida  la  saeta  del  go- 
bernador, flechando  para  todo  contra  lodos  los  hombres  gran- 
des; hallándose  rico,  con  hijos,  y  su  hermano  el  marqués  de 
Villafranca  sin  ellos,  llegó  á  apetecer  el  descanso  y  á  conten- 
tarse con  aquel  oñcio  inferior  si  lo  dejaran  con  él.  En  este 
estado  estuvo  muchos  dias  en  la  corte,  hasta  que  le  mandaron 
fuese  á  Lisboa  á  presentarse  para  la  recuperación  de  Pernam- 


buco,  porque  los  eoeinigos  iban  aumentándose  cada  día  en 
puertos  y  fortíGcsciones,  y  á  riesgo  de  perderse  todo  el  estado 
del  Brasil  y  aun  el  Occidenie.sus  flotas  y  galeones  y  las  naos 
do  Ut  Indias,  quo  á  su  vista  doblan  el  Cabo  de  Buena  Espe- 
rsnia  para  Lisboa.  Pues,  ó  que  á  D.  Fadrique  no  se  le  daban 
todoa  los  navios,  soldados,  municiones  y  bastimentos  que  pedií 
para  contrastar  los  nuevos  fuertes  que  habían  becbo  los  bo* 
liodMM ,  dificultándose  cnda  dia  más  la  empresa ;  ó  que  él  dio 
tas  cautas  por  los  sentimientos  de  no  habérsele  hecbo  merced; 
ó  wa  lo  prioMro  que  dijimos ,  cansado  de  navegar,  rico,  coa 
hijos  y  con  mujer,  de  casa  muy  estirada,  que  le  dtria,  para 
coéndo  qMría  su  descanso,  su  saber  y  sa  reposo,  que  diese  de 
otMO  i  lodo  T  descansase,  qoe  no  era  tiempo  de  merecer  ai 
«qnnr  tH  prcmo  CBaado  se  negaba  y  se  dificullab*  lanío;  ó 
fm  tfmHik  «teM  de  qoilaria  el  ntejor  oCdo  le  había  des- 
•Mlíte  «1 ONMOB  y  ba  aceioaes  de  tjmmr  serrir,  qoe  en  la 
nía  Béfi  noble,  ya  ae  ve  lo  qse  res- 
:,  r  calo  baita  pan  deabacer  m 
s  y  abandouarias;  lo  qoe  antió 
•^IMifaednlbMo^qaoalpocfarcaaa  lanío,  en  nás 
«BBk  qa»  Mcandad  ^B»  aa  aeMO  ^  ao  penen,  y  qoe  se  tiraba 
A^MMOMOéarln  c«B*&  las  4eMa«,  é  seo  lodo,  £d,  fioalmeme, 
mW^wMaéiíaiBiaiiiaaarin^i  da  — podeftawf 
»>  |Bwli,  y  a— ai»- 

a  «I  ptém  daavaaii  sa  aapadn  y  din  el 

•  éln  ■ala»  mm  paw  daifca«a»ti.  S»  ahyé  —  Jama 
■Mdn  y  del  da 

fey«M«.«fne«MMrvHB 

O^taMfctaim  tfciil.t  if    ii  <*■ 


sista;  qae  la  accíoo  de  la  milicia  es  la  más  esencial  delg 
bierno  y  el  instrumento  principal  de  su  conservación  y  del 
estado,  y  que  á  aquel  le  toca  ministrarla  más  prontamente  que 
nació  con  ella,  y  la  ejerció  y  recibió  los  primeros  preceptos  de 
ella  de  sus  padres  y  abuelos,  en  que  se  halla  hoy  aumentado 
y  de  mayor  noticia  y  experiencia  en  los  progresos  navales; 
que  D.  Fadrique  de  Toledo,  representándole  antes  el  estado 
que  otra  vez  tenia  el  Brasil  con  la  pérdida  de  Pernambuco,  lo 
que  importaba  su  remedio  y  cuánto  nesgo  corría  su  dilación, 
previniéndole  y  aprestándole  lo  necesario  para  su  viaje  y  en- 
cargándole con  veras  la  restauración  como  convenia,  no  sólo 
no  sulió  á  ella,  debiéndolo  hacer  como  vasallo  y  soldado,  y  que 
en  la  navegación  es  más  apto  y  suGciente  por  haber  tenido  el 
cargo  más  superior  y  eminente  de  ella,  y  ahora  el  de  Capitán 
general  de  mar  y  tierra  del  reino  de  Portugal,  debajo  de 
cuya  corona  está  aquella  provincia  y  le  compete  su  restaura- 
ción, mas  olvidado  de  todo  esto,  se  ha  disculpado,  resistido  á 
los  mandatos,  y  dicho  muchas  veces  que  no  puede  ó  no  está 
para  ir;  que  al  efecto  de  esto,  y  al  examen  de  esta  causa  como 
tan  importante,  se  ha  erigido  y  fundado  esta  Junta,  con  titulo 
de  obediencia,  para  el  aviso  y  escarmiento  de  los  vasallos  que 
contravinieron  á  sus  justas  deliberacioncü ,  órdenes  y  decretos; 
que  con  todo  el  afecto  que  puede  mandarse,  esto  se  atienda, 
y  á  lo  que  en  ella  conviene  se  le  exhorte  á  D.  Fadrique,  y  si  eslo 
no  bastare,  se  le  compela  á  ello ;  y  sí  ninguna  de  ambas  cosas 
surtiese  efecto,  se  vea  por  las  leyes  antiguas  y  modernas  que 
deponen  en  materias  tales,  qué  delito  comete  el  vasallo  que 
no  obedece  á  su  Principe,  qué  penas  y  castigos  merece,  y  que 
se  consulten  con  diligencia.  Vieron  los  que  se  juntaron  allí 
con  atención  el  caso,  conlrovertiéronle  y  disputáronle  por  mu- 
chos días;  pero  lo  que  más  dio  que  sentir  al  Rey  y  al  Conde, 
fué  que  con  estos  medios  y  pláticas,  y  con  estos  sentimientos 
lan  grandes  que  de  él  se  tenian ,  y  con  todos  estos  remedios 
que  se  habían  lomado  para  con  él,  no  se  allanase  y  compusiese 
consigo,  y  disculpase  de  haber  errado  (si  lo  es  no  darle  ó  pedir 
un  soldado  lo  necesario  para  unu  empresa),  y  no  pidiese. 


47U 

ánlesqueselaorreciesen,  la  jornada.  Quisieron  esla  prcraccioii  1 
de  sus  deudos,  y  aun  del  duque  de  Alba,  Mayordomo  mayor,  ] 
como  tan  adenlro  de  las  puertas  de  palacio  pnr  el  oGcio,  da  í 
que  rcsenlido  el  Principe,  y  algunas  otras  cosas,  juntas  con  j 
esta  que  diré  después,  le  hicieran  fracnsar. 

Finalmente,  después  de  haber  votado  \a  Junta  de  (tedien- 
da  sobre  el  caso,  salió  por  todos  so  le  exhortase  á  D.  Fadrique 
á  la  conclusión  de  la  jornadü;  mas  el  todavía  se  mostró  resis- 
tente,  dando  las   causas  y  razones,  y  apretado  de  nuevas 
embajadas  pasó  al  Retiro,  por  los  Snes  de  Junio,  y  allí  conten- 
dieron el  Conde  y  él  largamente.  Los  que  do  afuera  les  oían, 
cerliGcaron  que  las  voces  hablan  sido  grandes,  y  la  refriega 
notable:  de  aquí  salió,  no  bastando  tantos  ruegos,  demandas  y 
respuestas,  que  le  prendiesen.  Ejecutóse  y  lleváronle  á  la  for- 
taleza  de  Santa  Olalla,  lugar  del  conde  de  Oigaz  en  el  reino 
de  Toledo.  Aquí  no  pudo  tanto  el  ánimo  ni  el  gran  corazón, 
herido,  de  tantos  valerosos  descendientes,  ejercitado  en  cosas 
arduas,  en  peligros  y  fortunas  de  mar  y  tierra,  y  el  desahogo 
del  lustre  y  antigüedad  de  la  sangre  y  la  sobra  de  las  altas  ] 
posesiones  y  riquezas,  ni  lo  que  nos  enseña  la  profunda  y  mor^  ] 
tal  filosofía,  que  es  hacer  el  ánimo  á  lodos  los  conos  de  fortuna,  1 
desprecio  de  honores  y  dignidades  ;  creyendo  que  en  nuestra  j 
casa  nos  sobran  todas  por  su  grandeza,  ni  apeteciendo  otra  e 
peranza ,  teniéndolas  todas  por  la  inclemencia  de   nueslroi  j 
tienipos  por  vanas:  finalmente,  no  pudo  tanto  el  denuedo  ni  la  I 
bizarría  de  contender  con  el  poderoso,  en  cuya  mano,  por  lo*  I 
privilegios  dichosos  de  su  fortuna,  había  de  consistir  la  tein'*l 
planza  de  estos  sucesos,  y  el  mediar  en  ellos  sin  lucha  ni  pa->  1 
sion ,  ni  el  desprecio  de  cualquiera  contraste,  el  estar  hecho  i  I 
las  acometidas  de  los  enemigos,  á  las  balas  y  á  la  pólvora  yá  ] 
tas  tormentas  y  borrascas  de  aquel  soberbio  elemento.  Nada  I 
de  esto  bastó  para  que  no  se  rindiese  á  la  melancolía,  y  de  elli 
á  la  quiebra  de  la  salud ,  adoleciendo  gravemente ;  que  no  hay  j 
coraion,  por  robusto  que  sea,  ni  varón  por  grande  y  esclarecido, 
que  si  se  ve  estrechado  en  una  fortaleza,  limilado  en  el  uso  y 
ornamento  de  su  casa,  apartado  de  las  encarecidas  prendas  de 


fíl 

la  mujer  y  los  hijos  (que  en  estos  asaUos  perdió  el  primogénito, 
porque  no  faltase  nada  cuando  comienzan  las  iras,  que  no  obre 
en  opósito  de  la  constancia  del  varón  fuerte);  y  últimamente, 
desfavorecido  del  Príncipe,  residenciado  del  Privado  (gran 
dolor  que  otro  hombre  más  dichoso  y  no  de  mejores  partes  me 
pretenda  deshacer);  despojado  do  honores  y  de  oficios,  do  la  li- 
bertad Y  de  la  nobleza,  virtud  del  albodrio,  y  de  este  cielo  y 
aire  que  nos  circunda  y  vivifica.  ¡Que  no  le  postrasen  la  gra- 
vedad y  pesadumbre  de  otros  oficios  y  le  pusiesen  en  el  úl- 
timo fin  de  la  vida  estas  miserias! 

Agravado  D.  Fadriquo  de  diversos  accidentes  y  con  seña- 
les ciertas  de  vivir  poco,  pasó  su  causa  al  Consejo  de  Caslilla, 
y  alli  le  puso  el  fiscal  Riaño  demanda  al  quinto  de  las  presas 
que  habia  hecho  en  todo  el  tiempo  que  habia  andado  en  la 
mar  y  habia  ganado  de  los  enemigos  (aunque  muchos  dicen 
tenia  hecha  merced  de  ellas  y  cédula  despachada  en  su  favor), 
y  publicóse  que  la  jornada  la  hacia  el  marqués  do  Velada. 
Pero  nada  de  eslo  tuvo  efecto,  porque  ninguno  era  comparable 
con  csle  hombre,  y  la  resolución  corrió  después  por  algunos 
soldados  portugueses,  que  después  ellos  lo  consumieron  todo, 
y  todo  el  estado  y  la  mayor  parte  do  él  saltó  do  la  corona  y 
paró  en  manos  de  holandeses;  porque  aunque  de  caballero  tal 
se  podia  fiar  cualquier  suceso,  pero  la  noticia  era  ninguna,  y 
apenas  le  duró  un  año  el  gobierno  de  Oran  ni  vio  el  Estrecho 
de  Gibraltar.  Reconocieron  los  médicos  el  peligro  de  D.  Fadri- 
que,  y  dejáronle  volver  á  Madrid;  pero  que  no  entrase  en  su 
casa  ni  le  viese  la  mujer,  porque  se  tenia  por  cosa  cierta  era  la 
que  más  poderosamente  le  persuadía  á  que  no  se  rindiese  ni 
hiciese  la  jornada,  como  hija  de  la  Casa  de  Arcos  y  de  los 
Poneos  de  León,  Entre  estos  lances,  tocó  su  parte  al  duque 
de  Alba,  porque  en  las  ocurrencias  que  se  ofrecían,  donde  se 
publicaba  contra  D.  Fadrique,  se  procedía  con  él  en  la  forma 
referida  por  desobediencia  á  los  mandatos  del  Principe.  Lle- 
gando esto  á  los  oídos  del  Duque ,  dijo  que-  aquello  no  era  des- 
obediencia. Cuando  yo  le  vi  un  día  pasear  por  la  calle  Mayor, 
acompañado  de  D.  Francisco  de  Eraso,  conde  de  Humanes, 


472  ^^^H 

es  su  coche ,  le  di  por  perdido,  porque  éste  eia  uno  enfl'innBI 
machos  ventores  que  echaban  maliciosamente  á  las  orejas  ds-a 
aquellos  de  quien  querían  saber  qué  senlian  ó  que  bablabaiif  1 
y  lo  que  obraban;  y  esto,  con  destreza  particular  y  liccn-*  M 
cia  permitida  del  curioso  instigador,  ayudando  á  la  queja,  á  I 
la  murmuración  de  los  gobernadores.  Con  cautela ,  sacando  I 
cuanto  habia  en  el  corazón  de  aquellos,  ó  muchos  lo  queriao  I 
decir  para  que  lo  supiesen ,  era  llevado  á  su  noticia  y  mucho  de  I 
ello  compuesto,  según  que  armase  la  ambición  de  aquel  donde  I 
á  pocos  lances  y  en  breves  días  se  ve  el  castigo  y  paga  la  inad-  I 
venencia  el  simple,  creyendo  que  [ué  cortejo  el  habérsete  ar-  1 
rimado  aquél,  que  después  surte  á  muy  poderosa  lanza  y  pa—  I 
dece  como  incauto  rigurosas  heridas.  Su  hermano  D.  Juan  do  I 
Eraso  no  se  quitaba  del  lado  del  duque  deMaqueda,  si  bien  cor,  I 
diferentes  sospechas;  y  en  este  escollo,  porque  eran  infiinitoS|.l 
peligró  el  marqués  de  Cas tel -Rodrigo,  no  oigo  del  hombre,  I 
sino  del  modo,  que  también  habia  quien  le  siguiese  las  pala-  a 
bras  como  la  intención;  y  el  cardenal  Trejo,  presidente  dft  1 
Castilla ,  estando  siempre  asaltado  de  D.  Juan  da  Vera  y  Zií—  I 
oiga,  conde  de  la  Roca ,  y  diciendo,  el  Trejo,  cuándo  le  iban  I 
á  visitar,  muy  sencillamente  y  en  puridad  ,  que  no  podia  más,  I 
que  pensó  encaminar  mejor  este  gobierno,  mas  que  no  lo  deja-  ■ 
ban  hacer  nada ,  le  ataban  las  manos ,  y  quería  hacerlo  todo  el  I 
Privado,  siendo  enterado  üe  esto,  y  puesto  con  eiornactOB  J 
retórica  para  el  benelicio  de   mayores  medras,   le  preparó  tft  I 
salida  con  descrédito  tal,  para  el  obispado  de  Mülaga,  que  1 
le  ocasionó  la  muerte  en  el  camino.  Cosa  notable  es,  con  qué 
facilidad  se  halla  esto  en  los  más  de  los  señores  de  la  corte, 
y  que  viéndolos  tan  entendidos  en  otras  materias  y  en  las  fo- 
rasteras, ignoran  las  suyas  propias,  y  no  saben  librarse  de  las 
sirtes  y  sirenas  de  palacio,  do  que  es  particular  vicio  ó  miedo 
del  poderoso,  siempre  andar  asaltando  los  que  viven  en  ella; 
porque  no  hay  mayor  treta  de  cortesano ,  n¡  mayor  sutileza  de 
ingenio,  que  saberse  cautelar  de  losconñdentes  do  los  Validos 
que  andan  siempre  liando  chismes,  sin»  antes  disimular  sus 
quejas  y  pasiones,  y  hablar  con  ellos  en  materias  generales 


473 
concediéndoles  lodo  cuanto  ellos  quisieron,  como  el  desenti- 
micnto  sea  su  yo,  arrimando  á  su  diclámen,  aunque  no  sea  justo, 
que  no  lleve  nada  de  qué  congraciarse  ni  de  dónde  asir,  antes 
que  vayan  falidos  de  cuentos,  siquiera  por  no  verlos  crecer  en 
el  trato  ni  darles  aquel  gusto.  Digo,  que  de  esta  ocasión  ó  de 
otras,  diciendo  el  duque  de  Alba  no  era  dcsoliediencia  la  de 
D.  Fadrique,  sino  darle  lo  que  pedia  y  era  menester  para  la 
jornada,  le  mandaron  ir  á  su  casa;  que  ejecutó  luego  á  ta  hora, 
yéndose  á  Alba  de  Tormes.  Tumbien  nos  relieren,  que  en 
medio  dd  achaque,  cuando  de  Santa  Olalla  le  permitieron  vol- 
ver á  Madrid,  y  mejorado  algo,  le  envió  el  Rey  al  confesor 
Sotomayor  y  al  duque  de  Villahermosa  á  decirle  que  conve- 
nia á  su  servicio  y  á  la  tregua  de  Holanda  la  restauración  de 
Pernambuco,  que  la  aceptase.  Fueron,  pero  él  estaba  ya  tal, 
que  más  era  su  jornada  para  el  purgatorio,  si  ya  no  es  que  le 
llevaba  de  aqui  antes  que  para  el  Brasil  esta  resolución.  Sin 
embargo,  se  le  esperó  si  acaso  quería  hacer  penitencia  de  su 
pecado,  para  restituirle  á  la  gracia,  y  asi  lo  decia  el  Rey,  que 
en  su  mano  estaba  su  salud ;  pero  el  mal,  apoderado  ya  del 
corazón  y  sobrepujando  á  las  fuerzas,  no  admitia  esperanza. 
Envióse  ai  Consejo  una  orden  contra  el  Bscal  Riaño,  para 
quien  no  faltaron  después  sus  embates,  que  se  leyó  allí,  que 
cómo  se  descuidaba  en  la  causa  contra  D.  Fadrique  de  Toledo, 
que  la  prosiguiese,  ó  si  no,  se  proveerla  persona  que  con  más 
prontitud  lo  hiciese  y  atendiese  á  su  conclusión;  amenaza  con 
que  otro  día  obró  sobre  ella,  y  como  un  Cicerón  lo  ponderó  y 
apretó,  obrando  todos  con  el  miedo  hasta  lo  más  sagrado  y  vene- 
rable de  la  toga  y  el  consulado,  porque  el  dictamen  estaba  más 
átenlo  al  poder  que  al  derecho;  con  que  concluida  la  causa  fué 
condenado  en  perdimientos  de  honores  y  mercedes  tenidas  y 
que  á  la  sazón  tenía;  \  2.000  escudos  para  la  cámara,  y  en  parte 
de  los  500,  y  destierro  del  reino.  Cosa  es  muy  digna  de  notar, 
y  de  que  se  advierta  con  particular  atención,  que  cuando  se 
estaban  fulminando  estos  impulsos  de  los  juristas,  de  la  sobe- 
ranía y  del  poder  sobre  este  soldado,  marinero  y  capitán,  se 
atendía  con  suma  prontitud  á  las  medras  y  conveniencias  del 


duque  de  Medina  de  las  Torres;  á  solicitarle,  con  todo  el  favor 
real ,  al  casamiento  en  el  reioo  de  Ñápeles  con  la  princesa  do 
Aslillano,  sucesora  de  la  Casa  Carrafa;  del  mayorazgo  gruesi- 
Bimo  que  se  le  habia  de  fundar,  de  los  acreceniafníentos  del 
suegro  al  pretendiente,  y  otras  mercedes  y  circunstancias  de 
mucha  calidad  de  las  que  se  le  babian  de  hacer  para  mover  á 
la  dama ,  y  que  aceptase,  y  enviarle  muy  prosperado ;  como  si 
importara  esto  á  la  paz  de  ambas  Germanias,  á  la  restaura- 
ción del  Brasil,  al  sosiego  de  Italia  y  á  la  quietud  de  Francia 
con  España.  No  le  defraudaremos  la  antigüedad  de  su  bidalguia 
para  la  Casa  de  los  Toledos;  tantos  Fadriques  y  Garcías,  uno 
muerto  en  África,  otro,  Fernando,  al  lado  del  Emperador,  en 
Alemania,  luego  pacificando  á  Roma  desde  Ñapóles,  luego  en 
Flandes  quietando  la  sedición ,  después  conquistando  el  reino 
de  Portugal  yotras  hazañas  ilustres  dignas  de  veneración  y  me- 
moria; D.  Pedro  de  Tqiedo,  marqués  de  Villafranca,  cursando 
sus  primeros  años  en  la  gran  batalla  de  Felipe  Estroci ,  en  las 
armadas  y  escuadrones  de  galeras  de  Sicilia,  Ñapóles  y  Es- 
paña ,  padre  de  D.  Fadrique,  y  éste  hermano  del  duque  de 
Fernandioa,  y  otros  innumerables  servicios  de  sus  antecesores, 
favorables  á  los  progresos  de  esta  monarquía;  y  una  prima  de 
su  casa  ,  otra  duquesa  de  Florencia ,  de  donde  hay  sangre  real 
en  Francia;  y  otras  ianumerablea  grandexas  y  servicios  de  sus 
antecesores,  fa*orables,  como  digo,  á  loa  progresos  de  esta  mo- 
narquía, tantos  Y  tales,  que  éun  no  los  puede  comprender  la 
pluma.  Referíanse  las  mercedes  que  hacían  al  duque  de  He- 
dina  de  las  Torres,  y  decían  le  daban  el  castillo  de  San  Telmo 
con  12.000  escudos  de  sueldo  por  tres  vidas;  Justicia  mayor 
del  reino  por  dos;  oficio  de  consideración  en  aquel  Estado; 
el  VireíDOlo  para  cuando  el  Bey  señalase  el  que  sucediese 
al  conde  de  Monterey,  y  otras  circunstancias  y  convenien- 
cias concedidas  al  mayorazgo  de  la  Princesa.  Porqué  ser- 
vicios y  fatigas  ejercitadas  en  la  guerra,  qué  encuentros  del 
enemigo  en  ambos  mares,  qué  recuperaciones  de  islas  y  de 
tierras  en  regiones  remotas  debajo  de  lonas  inclementes,  no 
hay  atinarlo;  ai  por  miembro  del  Privado,  es  injuriar  ta  raiOD. 


475 

Blasonamos  de  justos  y  de  fieles  gobernadoret ,  damos  oastígo 
al  que  se  debía  premio,  y  al  que  cuando  do  castigo,  no  &  lo  me- 
nos hacer  viciosa  la  magnificencia  y  la  tiberud  cuando  mostra- 
mos ser  severos  con  el  benemérito  ó  en  el  que  no  lo  es  tactor 
por  la  misma  razón  que  es  sangre  propia,  debemos  insinuar  más 
legalmente  la  gran  virtud  de  la  templanza  y  nivelar  con  gran 
prudencia  ambas  acciones.  Eso  es  propiamente  ser  recio  y 
verdadero  gobernador,  padre  y  amplificador  de  las  leyes  y 
observador  vigilantisimo  de  ellas,  lus  de  ta  verdad  y  guía  de 
la  república  ¡  lo  demás  es  proceder  á  ciegas,  errar  en  la  jus- 
ticia y  el  gobierno,  es  tirar  la  potestad  y  jugar  de  ella;  es  servir 
á  la  carne  antes  qae  al  espíritu,  y  desatinar  á  la  providencia 
y  ser  tirano  de  las  mercedes.  Fuéronle  ¿  notificar  la  sentencia 
i  D.  Fadriqae  Antes  que  no  hubiese  parte  en  qué  hacerla  por 
tener  derecho  á  la  sorpresa.  Los  qoe  le  asistían  pidieron  de 
misericordia,  pOFqoe  el  mal  le  volvió  á  apretar,  lo  dejasen  mo- 
rir en  paz  y  con  algún  alivio  de  su  espíritu,  porque  atendiese 
con  más  tranquilidad  á  las  cosas  de  so  tranquilidad,  digo  de 
su  salvación:  fué  consaelo  poder  conseguir  esta  clemencia; 
dejáronte  los  minbtros,  y  fué  suerte  qae  no  llevase  sabida  su 
semencia. 

Más  dichoso  fué  en  este  trance  D.  Pedro  Valle  de  la  Cerda, 
cuñado  de  D.  Jerónimo  de  Villanueva,  protonotario  de  la  co- 
rona de  Aragón,  casado  con  hermana  soya,  que  estando  en- 
fermo y  diciendo  que  de  peligro,  porque  no  se  perdiese  varón 
tan  señalado  y  de  esencia  para  la  prosperidad  de  la  república, 
para  espantarle  la  muerte  y  conducirte  á  la  vida  y  é  la  salud 
qoe  tanto  nos  importaba ,  siendo  de  ta  Contadnría  mayor  de 
cuentas,  le  enviaron  á  decir  que  S.  H.  le  hacia  merced  de  ha- 
certe del  Consejo  de  Hacienda ;  con  cuyo  antidoto ,  &  la  hora, 
se  restituyó  i  la  mejoría  y  luego  estuvo  bueno.  Hombre,  ni 
consular,  ni  soldado,  intes  de  bien  livianas  partes,  pero  di- 
choso por  pariente  del  Valido,  que  es  el  mérito  mis  principal, 
y  al  que  es  bien  atiendan  todos  antes  queá  otra  virtud.  Cuando 
aa  inventó  esU  novedad  ó  prefación  déla  salud  en  D.  Agustín 
de  Hejla,  esclarecidísimo  capitán,  por  ejercitar  ta  magnanimi- 


476 

dad  det  premio,  honrar  aquellos  ■erviciat  y  aqdellat  oáosié,  J 
llegando  á  lo  ultimo  de  bu  vida  «e  le  envió  á  decir  que  el 
Rey  le  hacia  merced  de  cubrirle  y  hacerle  Grande,  porque  ¿I 
con  sus  hechos  se  habia  sabido  hacer  aquel  logar,  fué  sin 
duda  esta  obra  y  esta  acción  de  aprecio  y  para  estimarla  los 
militares,  y  de  estimulo  á  los  subditos  para  apretar  la  milicia, 
y  digna  de  alabania  en  nuedtros  orbes;  pero  conviene  mucho 
DO  descaecer  ni  estragar  la  observancia  de  estas  acciones,  ¿li- 
tes subirlas  más  de  punto  que  bajarías,  porque  cuanto  boo 
plausibles  por  la  dignidad  de  uno ,  son  vituperables  por  la  in- 
dignidad de  otro,  y  siendo  comunes  no  son  estimables.  Espiró, 
pues,  D.  Fadrique  á  11  de  Diciembre  de  este  año  que  vamos 
concluyendo,  y  previniéndole  en  el  Colegio  Imperial  de  la  Com- 
pañía de  Jesús  su  sepuioro,  honras,  túmulo  y  cotg&duras,  no 
perdonándole  ni  ¿un  hasta  allí,  la  ira  implacable  de  su  es- 
trella ,  este  lance ,  fué  exonerado  de  entierro  público ,  honras  y 
acompañamiento,  y  puerta  principal  de  la  iglesia,  y  metiéndole 
por  la  portería  baja  al  depósito ,  ie  dejaron  allí ;  con  dolor  no- 
table de  la  corte  y  de  so  mujer,  que  quedó  prefiada  y  después 
parió  un  hijo,  porque  no  se  acabase  la  linea  de  tan  grandes 
soldados,  y  dio  esperanzas  de  llevar  adelante  la  Casa  por  no 
tenerlos  tampoco  el  marqués  de  Víllafranca,  su  hermano ;  que 
este  consuelo  le  quedó.  Pero  al  fin  parará  todo  en  la  del  al- 
mirante de  Castilla,  casando  su  hija  con  el  conde  de  Melgar. 
Faltó  un  excelente  capitán,  en  quien  consistió  por  algunoc 
años  la  reputación  de  esta  monarquía;  fué  terror  y  freno  de 
telentrionales  y  africanos,  como  sus  predecesores,  temido  y 
respetado  de  holandeses;  osaré  decir  que  lo.8inlieroo,  porque 
era  amado  por  su  nobleza  de  condición  de  amigos  y  enemi- 
gos, y  todos  querían  militar  debajo  de  su  mano.  Los  porto- 
gueses,  poco  a&cionados  á  la  gente  de  Castilla  y  que  no  reco- 
DOcian  soldado,  no  querían  ir  con  otro  al  Brasil  sino  con  él  y 
llevarle  por  caudillo,  y  decían  más:  que  si  iba  D'.  Fadrique  de 
Toledo,  habría  ejército  y  victorias,  y  si  no,  que  no  habría  nada. 
Los  enemigos  percibieron  que  les  habia  fallado  grande  adver- 
sano  y  dejado  gran  desahogo  á  sus  armadas.  Bra  su  nombre 


M 


d  tn         -i- 

oonosido  en  toda  el  orbe ,  basta  el  de  los  mayorea  piratas  y 

coreanos  más  ignotos;  donde  iba  D.  Fadrique  se  daba  cual* 
qniera  eiupresa  por  acabada ,  j  asi  le  sucedió  en  todas  las  que 
Te  tocaron.  Sintiólo  gravemente  el  marqués  de  Villafranca,  su 
casa  toda,  el  duque  de  Alba  y  el  condestable  de  Navarra,  el 
conde  de  Oropesa  y  todos  los  Toledos  y  de  la  Casa  de  Arcos. 
Fué  llamado  el  marqués  de  Villafranca  después  á  la  corte, 
desde -Barcelona,  á  quien  la  sagacidad  del  marqués  de  Leganés 
pudo  templar  y  buscar  este  camino,  por  ser  de  m¿s  severa 
eondicion  que  su  hermano;  pero  las  cosas  se  han  subido  ya  á 
(al  estado  de  disimulación  que  hacen  virtud  de  la  paciencia  y 
se  tragan  las  pesadumbres  por  no  esperarlas  mayores:  final- 
mente,  le  acallaron  con  hacerle  del  Consejo  de  Estado  ¡Quién 
dijera  á  D.  Pedro  de  Toledo,  su  padre,  amándole  como  le 
amaba  y.viénd,ole  hecho  soldado,  y  soldado  de  estimación  y  de 
nombre,  que  moriria  D,  Fsdrique,  su  hijo,  antes  que  de  las 
balas  y  la  pólvora,  de  los  enemigos,  de  los  letrados  y  de  sus 
derechos,  y  de  la  envidia  de  un  Valido,  que  emulaba  las  ac- 
ciones y  los  hombres  grandes!  Tanto  conviene  perreccionar  el 
vasallo  con  el  Principe  y  aun  el  Principe  con  el  vasallo,  cuando 
es  tal  y  tan  necesario  á  sus  designios  y  materias,  y  á  la  po- 
tencia de  sus  armas,  y  ceder  en  parte  del  rigor  de  sus  precep- 
tos á  la  blandura  por  lo  bien  que  aquel  le  sirvió  ¡  pues  cuanto 
quiera  que  pugnemos  en  esta  parte  á  defender  la  acción  real, 
no  podemos  dejar  de  reconocer  y  confesar  que  le  perdió.  Per- 
jióle  el  Rey  sin  duda  no  dejándonos  ní  quedándonos  otro  para 
las  empresas  navales  y  diGcultosas.  y  las  que  le  convienen  á 
nuestra  monarquía.  Al  duque  de  Medinacelr,  recién  llegado  á 
la  corte,  le  quisieron  enviar  con  embajada  parlicolár  á  Francia, 
y  porque  dio  las  causas  de  no  poder  ir  como  convenia,  también 
fué  cometido  á  la  Junta  de  obedienaa.  Decía,  el  duque .  estaba 
fallido  de  hacienda,  consumido  y  acabado  su  pptrimonío,  que 
le  tomasen,  y  si  hallaban  quien  diese  sobre  «31  200.000  escu- 
dos, aceptaria  la  embajada:  usóse  de  clemencia  ^  dejáronle. 
El  condestable  de  Castilla,  sobre  materias  de  hacienda  que  la 
pedían  y  alcabalas  de  sus  lugares,  hizo  punta  para  sus  estados; 


I  478  I 

pero  luego  voWió  i  la  corte,  retirado  en  so  casa,  desmayado H 
en  el  ejercicio  de  gentilhombre  de  la  Cámara.  Quién  daba  por    | 
causa  achaques  que  le  obligaron  á  volver  á  ella,  aunque  da 
paso,  pero  luego  asentó;  quién  que  la  constancia  humana  no 
es  más  Erme,  y  pocos  saben  mantener  su  decoro,  que  la  corte, 
antes  les  estraga  que  Jes  lima,  y  pocos  habla  que  nocorrieseB    I 
fortuna  deshecha.  | 

La  reina  de  Hungría  parió  una  hija  en  Viena  de  Austria  i 
los  fines  de  Diciembre,  que  en  el  bautismo  la  dieron  por 
nombra  Haria;  algunos  la  hacen  esposa  de  nuestro  principe 
Baltasar  Carlos,  y  lo  aciertan  mejor  otros  que  se  la  dan  de 
Inglaterra,  y  que  la  traerán  á  criar  é  EspaBa  debajo  de  It   < 
religión  católica,  aunque  allá  la  cria  la  Reina  en  la  misma  re-   ¡ 
ligion,  como  se  estableció  por  contrato  del  matrimonio,  como 
el  Rey  cría  los  varones  debajo  de  la  soya,  que,  por  otra  ' 
parto,  está  tocado  de  ta  nuestra ,  y  que  esto  deberia  á  nuestro 
hospedaje  y  al  cielo  sí  se  redujese  á  la  obediencia  y  confesase 
los  artículos  de  nuestra  fe.  Pero  todo  esto  es  falso,  antes  está   ' 
allí  más  arraigada  que  otras  veces  y  á  pique  de  tumultar  la 
obediencia  con  aquel  Rey,  como  se  verá  adelante;  con  que  no 
hay  que  hacer  pié  en  esto  aunque  sea  por  materia  de  ^tado. 

Quiero  fenecer  este  libro  dejando  por  estos  dias  metida 
toda  la  Europa  en  confusión  y  grande,  puesta  en  armas,  sobre 
la  restitución  de  Lorena  y  las  otras  plazas  de  Alemania,  que 
apretadamente  le  piden  al  francés,  intimándole  la  guerra.  Son 
de  esta  fuccion  el  rey  Católico,  Emperador,  rey  de  Hungría  y 
de  Inglaterra ,  aunque  éste  mal  descubierto  siempre  y  sin  re- 
solver. El  rey  Católico  quiere  acometer  por  Navarra  y  Perpi- 
Ban  ,  y  con  armada  por  el  golfo  de  León  á  Provenía ,  y  el  in- 
fante D.  Fernando  por  la  Picardía;  el  húngaro,  con  el  duque 
Lorena,  por  sus  confines;  el  rey  de  Inglaterra  por  la  Goiena  á 
Bretaña  con  gruesa  armada  de  navios;  pero  aunque  hubo  algo, 
las  cosas  de  aquí  adelante  no  fueron  tan  prósperas,  y  hasta 
alioia  ningún  apresto  ha  llegado  á  efecto  ni  á  verse,  y  el  íran- 
cCí  roii^luiUcmciUf  se  mantiene  en  la  tiranía  de  lo  que  se  le 
pide,  prcvinióndosc  oontra  todos,  sublevando  los  príncipes  de 


479 

Italia  y  toda  la  tierra  de  grisones,  no  dejando  en  Alemania  á 
ninguna  de  las  potestades  de  su  facción  venir  en  concordia 
con  el  Emperador,  surtiendo  cuanto  se  quisiere  sacar  de  las  in- 
certidumbres  y  promesas  fantásticas  sin  efecto  en  ningún  trato 
de  respuestas  timbiguas,  demostraciones  públicas,  y  para  to- 
mar satisfacción  de  aquellos  hechos  de  que  el  rey  Católico  ha 
de  salir  en  campaña,  y  nada  en  la  verdad  ni  en  el  fundamento, 
sino  todo  apariencias,  sin  obrar  cosa,  ni  memorable,  ni  de  im- 
portancia para  revelar  el  crédito  de  nuestra  nación  para  con  los 
extranjeros,  no  creerlo  los  enemigos  ni  verlo  nosotros;  con  que 
la  reputación,  fracasando  cada  dia  más  miserablemente,  bur- 
lando de  nuestras  trazas  y  acuerdost  solamente  prevalecia  en 
los  pedidos  y  tributos,  como  inundación  de  plagas  y  sabandijas, 
que  ya  nose  le  puede  dar  otro  sentido  ni  epíteto,  por  su  inmen- 
sidad, que  más  le  cuadre,  á  la  fatiga  de  los  vasallos.. Siempre 
flechando,  todo  rumores  y  aprestos  de  armas,  coronelías  levan- 
tadas en  Castilla  á  costa  de  la  nobleza ,  nuevas  empresas  y 
ligas  por  los  enemigos,  temidas  cuanto  premeditadas;  con  que 
rematando  el  año  de  34,  veremos  el  fin  de  ellas  en  los  demás; 
pero  ahora  con  el  de  36,  escribiremos  sus  progresos  y  fortu- 
nan, si  diere  la  vida  ó  el  aliento  lugar  para  tanto. 


Fin  DCL  TOMO  sisiirrA  T  hqivb. 


ÍNDICE. 


Págínti. 

A  D.  Juan  Alonso  Hbniiquu,  Aliueantb  db  Castilla 1 

Lo  que  dijo  el  Valido  al  autor  cuando  le  pidió  un  empleo.        4 

Ascendencia  del  Conde-Duque 5 

8u  pretensión  á  la  grandeza 8 

Resumen  de  la  historia  de  Felipe  lü 8 

Salida  del  rey  D.  Felipe  lY  de  Madrid  el  aHo  1626  á  las 
Cortes  de  Aragón,  Valencia  y  Cataluña. — Continua  con 

los  sucesos  de  dichas  Cortos 15 

Lance  sucedido  en  el  coche  del  Rey  entre  el  almirante  de 
Castilla  y  el  duque  de  Cardona;  y  sigue  el  éxito  de 

esto  lance 28 

El  Papa  Urbano  VIII  entrega  á  los  franceses  las  plazas  de 

la  Valtelina  que  tenia  en  depósito 36 

El  Almirante  toma  el  basten  de  General  cuando  el  Rey 

entra  en  la  Real 39 

Maltrato  del  Conde-Duque  á  los  ayudas  de  cámara  del 

Rey 40 

Quéjase  el  Almirante  al  Rey  de  que  hubiese  hecho  sumi- 
ller de  corps  al  marqués  de  Liche.— Respuesta  agria 

del  Rey 41 

Papel  del  Rey  al  Consejo  del  Estado  para  castigar  al  Al- 
mirante       48 

Capelo  para  el  hijo  del  marqués  del  Carpió 49 

Sale  el  Rey  de  Cataluña  sin  lograr  nada.— Vuelve  á  Ma- 
drid.—Celebrase  el  bautisii  de  la  Princesa.  íi  que  vino 
el  cardenal  Nepote &0 

Lance  de  D.  Antonio  Sarmiento,  hijo  del  conde  de  Gon- 
domar,  coa  el  Conde-Duque 64 


Grave  enfermedad  que  tuvo  el  fie;.— Estado  de  la  corte. — 
Parcialidades  de  loa  infantes  D.  C&losyD.  Femando. -~ 
Fiojese  malo  el  Conde-Duque,  Intenta  ganar  á  Doña 
María  de  BenavideB,  dudla  de  honor  K  quien  la  Reina 
quería  mucho,  por  si  el  Re;  faltase.— Sana  el  Rey  por 
milagro  de  loa  panecilloB  de  San  Nicolás  de  TolentiDo.       55 

Para  que  el  Almirante  vuelva  &  palacio  se  echa  al  Marqués 
de  Castel-Bodrifío 69 

Para  llbertaraa  el  Conde-Duque  de  las  sátiras  se  hac« 
amigo  de  D.  Francisco  de  Quevedo 73 

Ventas  de  lugares,  escrlbanlaB  y  otras  cosas  pan  la  guerra 
de  Italia 62 

Gasamieoto  de  la  Infanta  Dona  María  con  el  rey  de  Hno- 
gria ,  sin  ceremonia  ni  pompa 87 

Viaje  del  Rey  i  llevar  á  la  reina  de  Hungría  sin  el 
Conde-Duque 89 

Quéjanse  los  Infantes  al  Rey  de  los  mal  intencionadoa  y 
piden  satisfacción 94 

Al  cardenal  Trejo.  obispo  de  Málaga,  le  quitan  la  presi- 
dencia de  Castilla  y  se  cQt  al  obispo  de  Solsooa 96 

Muere  el  cardenal  arzobispo  de  Sevilla  acompafiando  k  la 
reina  de  Hangrís.— Salea  los  oardenalea  de  Espafia 
porque  un  judiciario  predijo  la  muerte  del  Papa 100 

Coude  de  Lemus,  después  de  embajador  de  Roma  y  vlrej 
de  Sicilia,  monje  Benito:  no  quiere  el  capelo  ni  ánn  áa 
BU  pnrecer  para  quien  ae  habia  de  dar 103 

Vuelve  al  Almirante  á  la  corte,  j  vuelve  á  salir  de  gentil- 
hombre de  cámara 106 

Es  notable  esta  historia,  por  lo  que  dice  contra  el  Conde- 
Duque  especialmente 113 

Nació  el  Conde-Duque  en  Roma  en  el  'palacio  de  Nerón.      180 

Juramento  del  príncipe  D.  Balbuinr   v  cAmn  la  iuran  les 

infantes  D,  Cirios  y  D.  Kcriiaiiao 120 

Honciroso  estrago  de  fuego  que  snliú  de  la  moatarm  de 
Suma  en  Diciembre  de  1C31 ,  y  las  veces  que  sucedió 
lo  mismo. 12^ 

Hncc  consulta  el  Consejo  de  Estado  paro  quo  el  Infante 
H.  I'cninndomllfvc  PriTftdo  i'i  Klandes ISfí* 


483 

PiftlMS 


Papel  del  Conde-Duque  al  Bey  aobre  pfirado  del  iafante 

D.  Feraando 132 

Viaje  del  Rey  á  Catalufia  con  loa  infantea  el  afto  de  1632.     140 

Suceao  del  cardenal  Borja  en  Roma,  y  an  proteata 168 

Lisonja  del  autor  al  duque  de  Lerma 160 

Protesta  del  cardenal  Borja  que  entref^  al  Papa 162 

Llega  el  Rey  á  Villafranca,  y  hospedaje  que  le  biso  un  ca- 
ballero por  concesión  y  priTíIogio  que  tenia  para  hos- 
pedar los  reyes 166 

Declara  el  Rey  al  infante  D.  Garlos  por  Principe  de  la  Mar 

y  le  da  el  bastón  de  su  mano 171 

Habilitan  las  Cortes  de  Cataluña  al  infante  D.  Femando 

para  que  se  quede  á  gobernar  el  Principado 172 

Sale  D.  Antonio  de  Moscoso,  privado  del  principe  D.  Fer- 
nando, con  grande  aparato  á  establecerse  con  S.  A.  en 
Barcelona,  y  la  forma  con  que  ea  detenido  en  el  eamino.    175 

Auto  de  fe  en  Madrid  el  afto  de  1632 181 

Sinagoga  de  judies  cerca  de  una  casa  del  Caballero  de 

Gracia 183 

Manifiesto  del  conde  de  Bergas ,  Maestre  general  de  cam- 
pos en  Flandes,  cuando  dejó  el  serricio 184 

Muere  el  infante  D.  Carlos.— Su  yida 190 

Quitan  al  cardenal  Zapata  la  Inquisición  general  y  el 
gobierno  dd  arzobispado  de  Toledo.— Sus  dichos  gra- 
ciosos   206 

Resisten  los  vizcainos  el  impuesto  de  la  sal  y  queman  las 

cédulas  reales 217 

LiBso  fnmwMO.— Argumento. -- Refiérese  el  estado  de  la 
guerra  en  Alemania,  y  la  muerte  de  Gusiavo,  rey  de 
Sueda  y  otros  potentados;  el  progreso  de  las  armas  en 
Flandes ,  y  eámo  d  enenHgo  tomó  i  Orso  é  tremberg.  El 
duque  de  Orleans  rompe  la  pritbm  v  u  mehe  á  FUmdes. 
El  infiííitc  />.  femando  pasa  de  Bavcclom  á  Milán ,  y  el 
duque  de  Feria  va  á  la  Alsacia  con  ejército.  Sor  Marga- 
rita  de  la  Cruz,  hija  de  los  emperadores  Maximiliano  y 
Maria,  muere  en  las  Hescahas  Reales,  Recupérase  la 
isla  de  Ceilan ,  en  Oriente.  F.l  rey  de  Francia  sale  con 
ejército  solnc  Kaney,  en  Lorena,  Restituye  Frislun  la  Si- 


lesia  i  Femando,  emperador,  degüella  tremía  y  mái  cor- 
netas de  cabalteria,  destruye  ij  kaeepedaiosfaaeabetas, 
coroneles  del  ^éreito,  et^os  y  oficiales,  y  fuena  á  que 
12.000  infantes  que  la  ocupaban  pasen  á  tervirle  debajo 
de  sus  banderas.  Muere  en  finue/oi  ¡a  infatita  Doña  Isa- 
bel, señora  de  los  Países-Bajos.  ¥  finalmenií,  el  estado 
que  tenia  la  república.  Toda  esto  ptua  en  un  año,  rei- 
nando en  España  D.Felipe  IV...., s 221 

CoQsplrs  el  cardenal  da  Richelieu  toda  la  Europa  contra 
la  csaa  de  Austria;  peste  introducida  por  su  medio  en  el 
«atado  de  Milán 228 

Liga  de- 25  Príoclpee  protestantes  por  un  fraile  capuchino.     230 

Gustavo  Adolfo,  hermano  del  re;  de  Polonia,  que  le  dio  en 
gobierno  la  Suecia  j  se  alzó  con  ella 231 

OoDSideraciones  de  los  holandeses  para  no  admitir  la  tre- 
gua 7  continuar  la  guerra 249 

Parte  de  Barcelona  el  Cardenal  Infante  al  gobierno  de 
Mllau 267 

Camplimiento  entre  el  duqae  de  Saboya  ;  Cardenal  In- 
fante     258 

Bor  Margarita  de  la  Cruz,  hija  del  emperador  Maximiliano, 
muere  en  las  Descalzas  Reales  de  Madrid 261 

Asalta  el  rey  de  Francia  la  Lorena,  porque  el  duque  de 
Orleahs,  su  hermano,  se  casó  con  Margarita  de  Lorena. .     263 

Huye  á  Bruselas  esta  Princesa  con  notable  ardid 264 

Muerte  de  la  infanta  DoDa  Isabel  Clara  Eugenia 267 

Uotivos  porque  pasaron  k  Roma  D.  Juan  Pimentel,  obispo 
de  Cordova,  y  D.  Juan  Chumacero 375 

Fabrica  el  Conde-Duque  el  palacio  del  Retiro  que  antes  se 
llamó  GaUinero 283 

Los  regidores  de  Madrid  y  Pedro  MatUnez,  escribano  de 
Ayuntamiento,  lo  que  Secutaron  en  la  obra  de  este 
Ddacto 968 

LiDiiü  sEGUMio. — Aigumeiito.~D.  Gomen  Suarez  de  Figuc- 
roa,  duque  de  Feria,  mucre  en  Daviera  sin  cjcrcilo;  tn- 
cédele  U.  Diego  Mejia,  marques  de  Lcgaucs ,  si  bien  con 
difercitkii  futes .  y  pasa  de  la  corle  ile  España  á  Milán 
porit  fiumarh  de  nuevo.  El  Parlamento  de  París  llama 


486 

al  Goiton ,  duque  de  Orleam,  hermano  de  Luis  XIU, 
rey  de  Francia,  para-  traíár  de  eaeesor  en  e¡  reino.  La 
guerra  prosigue  con  mayor  ardor  y  deseonfiansM  en  Ale^ 
mania.  Pidense  en  CastiUa  18.000  homhres  aprestados 
para  los  presidios,  y  eoneódense.  El  duque  de  Pristan, 
general  de  ¡as  legiones  y  cortes  imperiales^  muere  á 
hierro  en  Egra,  habiendor penetrado  la  con^uraeion  eón- 
tra  el  César;  prenden  al  duque  de  Arescot  en  la  corte  de 
España^  y  á  la  misma  hora  otros  nobles  en  tosJHdses- 
Bajos,  por  cosas  que  tocan  al  gobierno  de  aquellos  Esta* 
dos.  El  duque  de  Beimanes,  roto  por  el  eondk  Matías 
Galaso ,  en  Alemania.  El  Papa  da  ititeneion  de  socorrer 
al  Emperador  con  400.000  escudos,  pero  no  se  te  él 
efecto.  CasUganse  en  Viacaya  los  que  impugnaron  lae 
árdenes  ó  cédulas  reales  en  materia  déla  sd.  El  infwM 
D.  Femando  pasa  de  Milán  á  gobernar  be  Paües-Bafos. 
Un  ejército  del  rey  dcFrancia  se  Uega  al  coi^  de  Per^ 
pifian.  Recupera  el  rey  deBungria  d  BátUbána  y  drae 
plasuu.  El  infante  D.  Femando,  y  Ferdinando ,  rey  da 
Hungría  y  Bohemia,  después  de  haberse  visto  en  Dona* 
berí^eon  ambos  ejércitos^  dan  batalla  d  ¡os  enemigos  dA 
Imperio  y  son  todos  rotos,  preso^y  degollados  for  ambos 
principes.  La  princesa  Margarita  viene  de  ládia  á  A- 
paña,  fluye  de  Brusdas  á  Paris  d  duque  de  Orkans. 
Befiérense  algunas  controversias  enke  d  Prtneipey  algu* 
nos  grandes  de  Castilla.  Quieren  componerse  las  cosas  de 
Alemaniaimasdfiranees  socorre  can  gran  golpe  degevíte 
los  sedieiosos. ^PuNicase  que  d  rey  QUáUco  quierehaéer 
invasión  por  Perpiñan,  y  pídeme  para^stó  gente  y  di- 
ñeros,  y  námbrmse  coroneles  para  d  mat^jo  y  expeO- 
cion.  Todo  estosucedem  d  alio  de  1994. . .  •  ».* '•  •    907 

Maere  el  ottébre  Gknnei  Üasnrn  de  Fíguetoá^  dafoe-dé 
Feria,  cu  Móuaco,  costa  de  Ba viera;  mueren  después  sus 
dos  hijos,  y  su  casa  se  incorpora  con  la  de  Priego.  • . .    309 

Traición  del  duque  de  Friuslan,  Valido  general  del  Em- 
perador     321 

Con  los  brindis  establecen  los  alemanes  la  seguridad  do 
sus  escrituras • 330 


^1  obispo  de  Leoo  y  Fr.  José  de  ParU ,  emb^adorea  de 
Fnmcift  al  Turco  por  Luis  XÍII 347 

Quéjase  al  Papa  el  obispo  de  Córdoba,  embajador  de  Es- 
paña,  de  Ib  tolerancia  de  Su  Sautidad  sobre  lo  que  eje- 
cutaban los  franceses  contra  la  religión  católica 348 

Prisión  del  duque  de  Arescot  es  el  palacio  de  Madrid, 
Tlénies  Santo  de  1639.— Motivos  de  ella,  y  lo  que  sa- 
cedlo     361 

Ladislao,  hermano  del  rey  de  Polonia ,  primo  hermano  del 
In&nte  Cardenal,  intenta  casarse  con  la  princesa  de 
AstUlano 369 

Alboroto  de  loa  vizcaínos  aobre  contribución  de  la  sal;  rom- 
pen las  cédulas  reales  y  pasa  el  duque  de  Ciudad*Beal 
i  castigarlos 370 

Huye  á  París  el  duque  de  Orleans  abandonando  á  su  mu- 
jer y  cometiendo  algunas  ruindades 395 

D.  Antonio  de  Moscoeo.  marqués  del  Fresno,  hijo  del  conde 
de  Altamira  y  Valida  del  Cardenal  Infante,  muere  con 
sospecha  de  yeaeno 399 

Viaje  célebre  del  InCsote  Cardenal  desde  Milán  áPIandea.    401 

Batalla  de  Nortllngen 407 

Sucesos 'de  la  guerra  de  M&ntua,  y  arribo  &  Madrid  de  la 
princesa  Margarita 437 

Principes  acogidos  en  Bspafla 439 

La  princesa  Margarita  pasa  i  gobernar  el  reino  de  Por- 
tugal       440 

Dice  el  autor  haber  escrito  la  historia  del  rey  D.  Fe- 
Upe  IH 458 

tt^e  con  que  el  Cardenal  Infante  hlxo  sa  entrada  en 
Bnuelaa 461 

Cortesía  del  Cardenal  &  la  moda  del  pais,  con  la  Belna 
madre  de  Francia;  y  la  duquesa  de  Orleans,  que  le  pa- 
reció bien  46S 

Junta  llamada  de  o¡)í(ííe(icííi  pnra  castigar  t  D.  Fadriquc 
de  Toledo 468 

D,  Pedro  Vallcdc  la  Cerda,  cunado  del  protouotario  dr  la 
Contaduría,  es  hcclio  Consejero  de  Hacieuda  hallúndosc 
muy  enfermo.  -  •. 4'^5 


A 


487 

D.  Agostin  Mejia  es  hecho  (grande  cuando  estaba  para 
espirar 475 

Maere  D.  Fadrlque  de  Toledo  y  no  permiten  que  se  en« 
tíerre  en  publico 476 

El  duque  de  Medinaceli  no  quiere  pasar  á  Francia  por 
emlMtjador.-^Bemitese  este  hecho  á  la  Junta  de  ote- 

477 


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