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GOLEGCION
DE DOCUMENTOS INÉDITOS
PARA LA mSTOBIA DE ESPAÑA.
COLECCIÓN
DB
DOGVIHENTOS INÉDITOS
PARA LA HISTORIA DE ESPAÑA
POft
EL MARQUÉS DB LA FUENSANTA DEL VALLE
B. lOSi SUCIO KiTOI T D. FRARCISCO DI ZmUDIUl.
TOlO LXIX.
MADRID
illPRSMTA DB MIOUBL OiNBSTA
4 878
Reprintcd with the pemüMion of Academia de la Historia, Madrid
KRAUS REPRINT LTD.
Vaduz
lfi6
Printed In Gennany
Lesring-Drudcerei - Wl.»b.d.n
ADVERTENCIA.
La nrimera parte de las Memorias de Matías de
Novoa ^ se., ^a Historia de Felipe III, vio ya la luz
en los tomos LX y LXI de esta Colección, prece-
dida de un prólogo en el que uno de nuestros más
notables historiadores y hombres políticos , el señor
D. Antonio Cánovas del Castillo , dio á conocer quién
era el verdadero autor de obra tan importante para
nuestra historia patria. Ocupóse también detenida-
mente de todos los manuscritos que de la obra de
Novoa se conocen hasta el dia , de modo que sólo nos
resta decir que la Historia de Felipe IV, segunda
parte de las Memorias del Ayuda de Cámara de este
Rey, que publicamos hoy por vez primera, se ha
impreso con arreglo al manuscrito que existe en la
Biblioteca Nacional.
Nuestro buen amigo el Sr. D. Justo Zaragoza,
tan conocido entre los hombres de letras por sus
trabajos sobre la historia de América, se ha encar-
gado, no sólo de la ingrata tarea de corregir las
pruebas de la Historia de Felipe IV, sino también
de formar un índice biográfico que comprende las
dos partes de las Memorias , y de ilustrarla conve-
nientemente, trabajo que publicaremos al final de
toda la obra, y por el cual le damos aquí público
testimonio de nuestra gratitud.
HISTORIA
FELIPE IV, REY DE ESPAÑA,
NILIMDA ANIU POI Va flIlICIA
COlfFOim AL MS. QUB BI18TI Blf LA B1BL10TIGA IIACIOIIAL.
Á D. JUAN ALONSO HENRIQUEZ,
ALMIRANTE DE CASTIUA.
Mándame V. E. escriba algunas cosas, que aunque no
tocan á la Historia del rey Católico D. Felipe III, faltan en
aquel discurso postrero, dignas de saberse por adversas á
nuestro dictamen, ó para nuestra esperanza poca afortunadas.
Escollos que todo hombre atento encaminara, los que no han
de suceder los debo demarcar ó describir en el teatro del
mundo para huirlos y no peligrar en ellos.
Lo primero de todo, señor, no puedo dejar de represen-
tar á V. E. los miedos en que cada dia me hallo por haber
acometido empresa que, respecto de la grandeza del sujeto,
era más para un ingenio graduado en todo género de buenas
letras, que para un hombre lego y sin ningún átomo de lec-
ción. Combátenme, señor, debajo de esta misma materia di-
versos géneros de desconCanzas; porque dirán los versados en
toda erudición , cuando se opongan á frustrarla y cuando más
2
porgados de pasión y calumnia, que aquella no es Historia,
que aquellas lo son que vienen de grandes varones, y de
aquellos que tuvieron por esclarecidos en la antigüedad, como
Livio, Tácito, Paulo Jovio el venerable, Guichar el divino y
nuestro diligentísimo español Jerónimo de Zurita. Que tiene
innumerabilísimos defectos, y el más capital el introducirme yo
en materias ajenas de mi profesión, y que tocan á los ingenios
peregrinos de esta edad, criados en largos años de estudios
para sólo este intento; que es torpe en la elegancia y estéril
en la cultura, la noticia poca, y esta mendigada; que no so
ha hablado de aquel Rey ni de aquellos Ministros como lo
pedia la majestad y grandeza de sus obras, desvelos, atención,
cuidados y aciertos, mal distribuida y peor dispuesta su ma-
teria, censura es justa á mi insuíicencia; empero dichosa, y que
me daria yo por favorablemente castigado ó favorecido sin cor-
rección, si viese yo mi calumnia puesta de buen aire, no tanto
por mi crédito cuanto por el de aquellos errores, en la boca
de los hombres por que tanto se ha fatigado la envidia que no
86 hablo bien do ellos.
Otros, señor, entran aqui de más severa y rigurosa opinión,
de quien será imposible defenderme, que dirán que hablo con
la pasión ó afecto (|y no dirán con el agradecimiento!), á aque-
llos de quien recibí merced, porque me dieron la honra y la
moderada porción que hoy alcanzo, y con la que tengo á éstos
por la que no me han hecho, antes estorbado, y pretendido ho-
llar cortando mis medios y acrecentamientos; no mereciendo ni
siendo admitido á poder tocar una pluma, tomar una escri-
banía en la mano, acercar un pliego; emolumentos adoptados
á la antigüedad, donde hay rectitud y observancia de reli-
gión y preceptos , ni á lus otras honras en que he visto apo-
yar otros hombres, tan do lodo y polvo como yo; empero
3
oponiéndome á todas estas censuras, en que parece también
peca mi atrevimiento.
A la primera digo, qno si no es historia, que ella y el
tiempo lo dirán; que si no tiene las otras buenas partes, re*
conozco mi terreno por tan rústico y selvático, que no es mu-
cho que no de las mieses tan perfectas y de tan colmado or-
namento como lo pedia obra tal ; que sea mendiga no es
mucho, cuando los papeles, los escritores se encubren, y se
encierran de miedo ó do lisonja por los tiempos que corren;
no atreviéndose nadie á dar un pliego de papel á la prensa
temiendo el castigo, lo que era antes premio engrandecer á
los Principes con las historias, con los elogios, con los pa-
negíricos.
Por otra parte, ¿cómo me habian de conceder á mí los
decretos, los archivos y consejos, si cuando los fuera á pedir
se riyeran de mi y me respondieran si deliberaba, y qué es-
tudios ó parles tenía yo para empresa tan grande? Final-
mente, para lo que no vi, respondo que busqué los papeles
de donde pude; y para lo que sabia no los hubo menester,
como aquel que por más do treinta y dos años de Corte y
veinte de Palacio no le faltaba experiencia. Que no hablé de
aquellos como lo pedia la alteza de los sujetos, concedo; que
soy agradecido, ¿qué parle más noble puedo yo tener para
ejemplo de otros? Ser de balde ruin, es oficio bajo. Hagan
otros otro tanto, que yo se lo envidiaré sin fiscalizarle el in-
tento.
Si he sido tratado como se dice, ¿qué mucho que hable
por todas tres potencias? Menores golpes he visto yo partir las
entrañas de las piedras. ¡ Que haya yo visto á los que entraron
mucho después, cargados de honras y de oficios, y que no
siendo yo, ni mal mirado, ni peor admitido del Príncipe, que
no sea yo admitido ¿ los honores, ni á los oficios, éntos que
se me lase y limito el sustento! desvanecer del crédito, Apo-
carme la honra, cuidar de que no sea nada. ¿Por qué malos
oficios, cometidos en ofensa de tas mcdi>)üs de alguno, paso
yo estas inclemencias? ¿Qué hombre sirviri en aquel cuarto
mds retirado, menos ambicioso, más callado, menos entro-
metido? Cuándo (y no fuera deEpcñarse}, cuándo estando
yo, y habiéndomelo dicho aeí el Valido, mirad que os pongo
alli para q'te me diíjais ¡o que pasa , no sólo no llevaba yo las
palabras dichas de algunos, no reguladas por la verdad sino
por el antojo del vulgo, puestas en las orejas del Príncipe
bastantes á volver en cenizas al que las decía; empero, me
las tragaba y hacia del desentendido, pndiendo hacerle algún
desaire que quizás le tuviera en alguna forlateza antes que
en el mando de la monarquía?
Este cargo le liicc yo en la celda de San Jerónimo , cuando
vimos alli trastornarse el mundo y le vimos pasar de compa-
ñero á superior y á jefe. — Bien sabe V. E. ¡que fué la piimera
vez que le dio este aire que antes le tuvo en tanta afonía do
que no le había de alcanzar y entonces le regaló las sienes),
do la manera que he procedido aquí. Respondió; — Sí, á fe do
caballero, y que no be visto hombre que con tanto seso se
haya portado. — Pasé adelante, y proponiéndolo un oficio y
mi necesidad, cuando vio que quería ascender á acrecenta-
mientos, muy Turioso j desdeñando me dijo, — que ahora no
me mataba la hambre. En este tiempo veia en mis compañe-
ros los acrecentamientos y las honras, y en mí ninguna; dar-
les, á mi nada; viendo que daba voces ta razón, cuando
se daba á los otros quince y tres, y á mi uno ; y de esta ma-
nera todo el discurso de diez años. Empero, señor, ¿para qué
estoy cansando á V. E. con niñería^!, cuando me manda cosas
5
mayores, y cuando podia alguno, ó muchos muy ponderados
de acciones ajenas, decirme que, qué César se queja de que
no es admitido de Pompeyo á la toga del Senado?
Entre todas las cosas que he referido aquí, y la que más
me llega al corazón, es ver que aquel Príncipe, en quien yo
había depositado mis trabajos, la gloria de su padre, el des-
empeño de sus Ministros y confidentes, le veo ahora no con
tanto calor en estos hechos, llevado antes de los halagos del
Valido, que le pretende introducir en la secta de los afi-*
cionados á aquellos tiempos profanos de la fineza, con la li-
sonja, hechizo; que como huela á manejar ó ser manejado del
Privado, no perdona á los mayores Principes, haciéndoles
tropezar por su misma voluntad en esta flaqueza. Ah ! ¡ quién
viera á los Principes, revestidos de ánimos grandes y de
aquello en que les colocó la grandeza de su sangre y de su
fortuna, no abatirse como milanos á humildes polluelos, antes
bien como halcones generosos , criados en regiones y horizon-
tes luminosas, dotados de gran corazón, de ilustres y soberanas
plumas, atreverse á las garzas descolladas que porfian escalar
el ciclo! No pretendo yo premio de mis trabajos, que para nin-
guno de ellos he tomado la pluma , que bien desconfiado estoy
yo de esta empresa, antes para la gloria inmortal de aquel
Rey cuyas obras le harán perdurable y mayor entre los de-
mas. Y condescendiendo con lo que Y. E. me manda, á que
voy con recelos de acertar si ya la obediencia no me enseña
el camino.
DfscBNDBRGU ML CoHDi-DuQOB. Digo , scfior , quo el conde
de Olivares, es Guzman. Su abuelo D. Pedro de Guzman,
salió de la casa de Mcdinasrdonía á cierto pleito, n¡ decente,
ni religiosü, cnnlraido con su lierrtiano D. Juan Alonso do
Giixman, sobre cuál liahia du lltivnr el cstudo. Le dio la lia-
cienda, qmj enlóncrs alcimxó de Olivares, y oirás llenas; sir-
vió en liiíi ComuiiidiiiJos, pe Irando como buen caballero con los
comuneros, de qw. lecibió mucliQs licridas; y en la Jornada
do Túnez y la Golela, queriendo el Emperador formar un
escuadrón de lilulos, le dio el de conde de Olivares. Casó
con Doña Fmnciscn de nivcra Niño, bija del Secretario Lope
de Concliillos, hombre crindo déla pluma: tuvo de este ma-
trimonio ú D. Enri ¡uc de Guzman , que le sucedió en la casa;
á D. Pedro de Guzman , u Doña Leonor de Guzman, que casó
con U. Diego de Vela7.qucz Mcjia, marqués do Loriana, do
donde salió al mundo tí. Diego Mejia , marques on esta era de
Lemanes, y otras cosas; y á Doña Ana Félii de Guzman, quo
casó con Ü. Francisco de los Cobos, marqués do Camarasa,
también parlo de la misma pluma.
í). Enrique de Gnzirtan, sc{^undo conde de Olivares, here-
dando á su padre casó con Doña María Pimcntel de Fonseca,
hija del conde de Monterey, y tuvo en ella á D, Jerónimo do
Guzman, que murió; á D Gaspar de Guzman, que le sucedió en
la casa; á Doña Francisca do Guzman, marquesa del Carpió;
á Doña Injs do Guzman, marquesa do Alcañizas; á Doña
Leonor Haría de Guzman. que casó con D, Manuel de Ace-
vedo , sexto conde de Monlcrey. D. Enrique de Guzman , se-
gundo conde de Olivares en la era del rey D. Felipe II, tuvo
los primeros lugares en llalla, como Embajador de Ruma,
virey de Sicilia y Ñapóles, cuya caSeza dijeron los quo la
experimentaron en aqifellos tiempos, que era considerable
y que trató las materias que sucedieron con discreción y
agudeza. Su hermano D. Pedro, en aquella sitíon era gentil-
hombre de la Cámara del principe D. Felipe MI, cuando don
Francisco do Sandoval y Unjas, marqués de Dcnia, con bene-
plácito y gusto del Itcy su padre, apoyado y favorecido con
su gran provi<lencia y con el oficio do Caballerizo mayor del
Principe, ocupaba el lugar más eminente en su gracia. Ora
fuese, pues, por la emulación á osla furlunu, ó lo que ijuíci-cn
que sea los vii'Jos de aquella ediid , D Pedro se había puesto
en puntos sobre las cortiüías con el ülarqucs, de que él,
como tan confimlo en esta pnilc, si bien era el defraudado, lo
echaba lodo en risa, y D. Pedro, siendo el agresor, salía con
tanto enojo del caso, que más parecía el orcndldo que el
ofensor y el que se tiraba á si la piedra; punto en que so
descubre la cicelencia de un natural á olro.
Sucedió, pues, la muerte del rey D. Felipe U, que referi-
mos en aquella, si podemos con alguna esperanza Mamarla,
historia, y el suceso de Ñapóles, en la venida del conde de Oli-
vares 3 España , sucediéndole en él el conde de Lenius, padre
de D. Pedro: que para venir á describir las cosas que V. E.
me manda, y para encaminarlas mejor á su esfera, es forzoso
tomar tan de ntras la carrera. Vino, pues, señor, el conde de
Olivares de su vireinado, hallando en la corte nuevo Rey
BUevo Valido, con aquella misma presunción que antes; re-
catando la sumisión y escaseando la excelencia á el iiwyor Minis-
tro, antes grande que privado. D. Pedro do Guzíiian, entre
Ktos combates, corría su fortuna, nj ¡litando también con aspe-
reza de condición debajo de la conducía del Marques, como
Sumiller de Corps, y por esta rnzon su jefe.
Hallábase, pues, el conde de Olivares con dos hijos; don
Jerónimo, que murió, y D. Gaspar de Guzman, que con la
iDuerle de su hermano y la poseiíion de la herencia había de-
jado los estudios de Salamanca, no con poca vanidad de
haber sido ánics rector que colegial , ni estudiante en aquella
ciudad. Anhelaba el Conde , su padre, y traíanle con cru-
dezas de intención y vaj>Ídos do cabeza, la ambición de cu-
brirse: proponíalo at Marqués, dando quejas por acá fuera
de no verse ocupado luego y de que lo hicieran estar en la
corte algunos meses sin esta ascensión. El Marqués le respon-
día que lo deseaba ; empero que en casos tan arduos, aunque
.era Valido, no para poder arbitrar en ellos; que hablase á S. H.,
que en cuanto á lo que á él lo tocaba, no dejaría de hacer los
buenos oficios que sus servjcioü merecían; y que por entón-
r
ees fiuplícaria á S. M. le ocupase ea lugur que no desdJjeso
¿ la verdad de sus méritos y las fatigas contraidas, en repu-
lacion áa las Coronas, y ejercidas en Italia. Esto se lució tan
bien, que lo hizo del Consejo de Estado; dignidad entre las
otras que se tienen por de mayor consideración y que es pre-
mio después de grandes lugares y servicios muy escogidos.
Murió el Conde y sucedióle D. Gaspar de Guiman , su
bijo, en la casa, en el estado, en la presunción, en la vani-
dad, en la agonía de cubrirse; rodeado de los dos cuñados,
Carpió y Alcañizas, los parentescos de Camarasa y la Pío.
Era hombre, aunque en veinte años de edad, grueso, corpu-
lento, de aspecto riguroso y contíado ; dado, sin haberlas cor'
rido ni experimentado, á hablar en todas materias, á querer-
las entender y censurarlas, á reputar sus acciones por más
escogidas que las de otros; ¡singular capricho! preciado en la
inventiva á diferenciarse en toda, grande especulador y 6scal
del Gobierno. Diéronle la encumicnda de su padre, que era la
de Víboras en la Orden de Calatrava.
PaETBKSioif BEL co¡<DB DB Olivabrs k LA Gkandkza. Casó en
Palacio con Doña Inés de Zúñiga, su prima, hermana del
conde de Honterey: dándose á solicitar con los validos la pre-
tensión de cubrirse, adolesciendo de este achaque en todas las
audiencias, visitas, corrillos; habiendo quedado solo en la pa-
lestra de su casa , porque D. Pedro de Guzman , su tio, des-
pués de haberse casado con la señora de Baidonqutllo, murió-
Iban corriendo los tiempos con aquella felicidad que diji-
mos, cuando parece que, después de los dias de aquel Mo-
narca, todas las cosas rejuvenecieron con prosperidad y gran-
deza, con lustre y majestad en unas provincias y otras; a(^
mirando el universo mundo los desposorios de nuestra Reina,
en Ferrara, con la asistencia y por mano de aquel gran Pon-
tífice Clemente VIH; la demostración de ciudades, potenta-
dos y repúblicas en sa servicio; la ostentación que hizo la li-
beralidad en triunfos, arcos, representaciones é ingeniosos
presentes, joyas, bordados, atavíos, familias ; las que se bi-
cieroD en Valencia, con aplauso y asombro de los extranje-
9
, viendo florecer nuestra monarquía , cuándo los discursea
[ de los malos afectos, la traducían con diferentes opiniones;
las entradas en ciudades y villas, y Is que se liizo en la corte i
de Castilla; las dádivas á la serenísima Infanta y al Arcliidu-
(|ue; las que se dieron á principes y potentados en Italia y
en las tierras del Imperio para traerlos y conservarlos en la
devoción, y ejercitar el ánimo y liberalidad: potencia más po*
derosa que las armas, y que conserva el mundo en vida y al
arbitrio del Uonarca. Los ejércitos que inundaban tas provin-
cias rebeldes, y los que se rebelaron por mano de altos y es-
clarecidos capitanes, que no dejamos sin memoria en nues-
tros Anales, concitados de! odio y religión prolestantej las ar-
madas que rodearon ambos mares en la eipugnacion de In-
glaterra y desolación del archipiélago Constantinopolilano,
efectos que solicitaron, esforzaron á establecer y confirmar la
paz antes jurada de Enríco con nuestras coronas; la muerte
de Isabela , monstruo de Inglaterra ; la sucesión de Jacobo en
aquellos estados, aficionado á nuestras cosas por el espíritu
generoso de nuestro Rey ; los nacimientos con felicidad suce-
didos de la infjnta Doña Ana, reina hoy Cristianísima de
Francia; el del príncipe D. Felipe IV, tan celebrado y de-
seado en el mundo; la paz de Inglaterra ; el hospedaje hecho
al Embajador, con que volviij él y los suyos afectos á la mag-
L nificencia española, inclinada á mayor rey; la paz de Ho-
I lenda; la venida de tantas flotas; las empresas en Oriente, por
Hurtado y D. Pedro de Acuña, desde Goa y Filipinas hasta el
archipiélago Maluco por otros eicelentes pnrtuguescs y caste-
llanos; la reducción de tantos reyes bárbaros á la verdad del
Evangelio, los que se bautizaron al ejemplo y fama de las vir-
^ tndes maravillosas de nuestro católico rey D. Felipe III ; la
* expulsión de los hijos del mahometismo, que pretendían pro-
fanar de nuevo nuestras tierras y las basas do la Iglesia; difi-
cultad nunca acabada de resolver, si bien platicada y deseada
por la prudencia do Fernando, Carlos y D. Felipe II, y hoy
^ ooncluida por los oficios píos y religiosos de nuestro UontrcQ.
H por quien Dios peleaba: las plazas ganadas en Berbería de
10
Alarache y la Mamorra, donde plantó dichosamente el estan-
darte de la cruz; la muerte de Enrique, cuando premeditaba
invadir con potentados, ingratos á ios benelicios tan envejecí-
dos sobre su casa de nuestras coronas de Ital ia , las tierras im-
periales, con la división do Maximiliano y Matías, debajo de
preieito y pretensión paliada Je asistir á los pretensores de
Clcves y Julieres; el nacimiento de Marta, reina de Hungria;
el de Carlos y Fernando, fundamentos de esperanza y pro-
gresos fortunados; la asistencia á Paulo V, con ejército nume-
roso, contra venecianos (¡padre afeclisimo por la virtud y
grandeza de estos hechos, al rey Católico de pacificación de
Oriente á Occidente , como mayor espada y escudo de la Igle-
sia !}-, la protección de Mantua sobre el estado de Monferrato; la
loma deBarzelli al duque de Saboya, sobre el mismo intento,
obligándole á la obediencia y al respeto ; la defensa de valtelí-
neses contra grisones, que pretendían manchar su religión; los
casamientos de Francia y España celebrados en Biirgos, y las
entregas de Reina y Princesa en el paso de Behovía , con ad-
miración de los franceses por los encarecidos gastos y expensas
del duque de Lerma ; liberalidad nunca escrita de otro Principe,
Referimos, sin embargo, á esto feÜcidad, lo que acaece á
lodos los prOí>resos de que tenemos noticia, y lo que no fué
tan dichoso para ejemplo y desengaño de ambiciosos: la ve-
nida de D. Pedro de Castro, conde de Lemus y de Andrade
del vireinado de Nápotes á la corte de Castilla. Cómo se re-
frescaron las pasiones entre el duque de Uceda, su cunado y
primo y ¿I, sobre ascender á la gracia del príncipe D. Fe-
lipe IV; cómo se hizo á esta hora el conde de Olivares á la
banda del duque de Uceda para deshacer esta pretensión y,
con promesa de adjudicársela, granjearla para sí, procurán-
dolos desavenir á lodos; las llaves que se quitaron sobre este
caso; la retirada del duque de Lerma; la prisión del marqués
de Siete Iglesias; el juicio tan tremendo que se le hizo, en
quien si bien no salió con la vida , salió con su reputación, la
verdad de sus calumnias, acrisolada su honra , exaltada sobre
las mayores y de más respeto.
n
Rcforimos, otrosí, si no con lu elegancia quesc dcbia,
jornaOa del Hey á Potlugal, el nobilísimo Iriunfo de su co- ]
tralla en Lisboa, las niaravillosas cosas que allí obró con su
pruJcncia; la vuelta á Castilla, lacnfcrjncdad en Casa-Itubio!
la restauración de Bolicinia y casi lodo el Imperio con sus 1
armas y tesoros que quitó al Palatino', la inmutación de sus I
mismos estados, que dej<) Juntos á su sucesor con aclama-
cioD pública de las más bcrúícas plumas y de la elegancia
historial, y cuan aprisa le alcanzó la muerte en el Palacio de
Madrid: las cosas que vimos en San Jerónimo; el valimiento
del conde de Olivares; la prisión del duque de Uccda; la de-
posición del conde do Saldaña del oficio de Caballerizo ma-
yor y de gcnlilhomiire de la Cámara, sin saber por qué; la
prisión del duque de Osuna, terror y freno del común ene-
migo del Adriático, y de los demás, aunque menores, que le
circundan ; el fallecimiento en Madrid do D. Pedro de Castro,
oonde de Leinus y de Andrade: la venida del principe de
Gales á lispaña á casar con la serenísima infanta Doña María,
al desabrimiento del duque de Boquingam, almirante de In-
glaterra, sobre puntos mal encaminados do la materia, la
vuelta del Príncipe , cómo se deshizo lo capitulado en este
easo y cómo hizo el casamiento el Boquingam en Francia ; la
muerte del rey de Inglatorní, y cóino pasó al valimiento del
hijo; la liga que tramó en el Parlamento de Paris y los Prín-
cipes que metió en ella para invadir á Iialia; la armada de
oien velas que envió sobre nuestras costas, con que se cerró
aquel discurso.
Pues ahora aquella armada, señor, de que nos desemba-
razó la Providencia divina, y que tanto atormentó nuestros
naturales, hizo juntar en el Palacio de Madrid (porque va-
mos condescendiendo con lo que V. E. manda) á todos los
de) Consejo de Estado. Bl conde de Olivares, descuidado en
io principal y más cuidadoso en lo menos importante y en
aólo la pompa y eiornacion de la oración, y de campar por
este camino de más avisado con los Ministros de más esco-
nda opinión, pareciéndole había armado portentoso argu-
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mentó, soliciló al Rey y á sus hermanos á que le oyesen vo-
tar. Llegó , pues , la hora , y entrados ya todos en el Consejo, o!
Rey dejó á sus hermanos en la ventanilla que cao al Consejo.
Comenzaron á votar los más antiguos, que eran algunos,
habiendo de votar él, como más moderno, el último: jque
cierto seria que su confianza no admitirla esta enmienda! Ha-
biendo, pues, discurrido algunos y ponderado la gravedad del
accidente y que el entilo no había correspondido al hospedaje,
que se debia con atención probar en todo, poner gruesas ar-
madas en la mar, guarnecer las costas, ocurrirá Italia con gente
y dinero, y ñnalmcnte, poner las cosas en sumo terror y asom-
bro para espanto de los enemigos; otro, menos presumido de
palabras, menos afectado y no tan confiado de si, y de enve-
jecidas eiperiencias en las cosas de Italia, dijo que la Liga,
por la diversidad de humorea de que so componía , no surtiría
efecto; y que aquella armada, arrojada una vez de Cádiz,
como se entendía fabricada de gente bisoña , iniítíl y de nin-
gún valor, perecería en los cabos de San Vicente y Finislerro,
donde pretendra guarecerse y esperar la Ilota; y los vientos y
las tormentas, que ya comenzaban recios por la entrada dtil
invierno, la volverían deshecha por el mes de Diciembre á
Londres, con que todo este nublado que nos amenaza sedes-
aparece; y sucedió asi.
Llegó ya aqui la ocasión de votar el Conde , y alirmándose
sobre los pies y metiendo la muletilla por entre la cabellera y
la calva, después de más suspensión de la que pedia el ne-
gocio, dijo: no había para qué espantarse ni poner en ponde-
raciones el poder de muchos Príncipes , porque el de S. U.
era mayor que el de todos ellos juntos ; pues cuando se liga-
ran el rey de Francia y el do Inglaterra, venecianos, holan-
deses, saboyanos y piamonleses, suecos y dtnamarcos, cada
uno de estos ó casi todos juntos no eran tantos como los reinos
que S. M. comprende debajo de sus dominios. — Gl reino de
Castilla ya se reconoce cuan grande es; el do Portugal, de
Aragón , Tatencía , el príncipado de Cataluña , el reino de Sici-
lia, el de Navarra, Ñapóles, estado de Mílan, estado de Flan-
8, las IndíaTOrientalcs y Occidenleles, y otras Islas e
I versos rumbos y demarcaciones considerables. Pues si S. H.
üene solo lo que en varias partes del mundo muchos, ¿porqué
nos ha de causar horror el poder de laníos? Salga S. M. de aquí,
y' porque el reino de Portugal es uno solo, los de Ñapóles y Si-
cilÍa.taD distantes y que piden el pasnr la mar, y los otros es-
tados por el consiguiente, y pase á Aragón y Valencia y Ca-
taluña; jiinlelos en Corles y pídase en ellas, ponderando
cuántos añoa há que Castilla lleva sobre si esta carga, que es-
tos tres reinos socorran á S. M. con dineros y soldados, y á loa
que no pudiesen ir se les obligue con personas prácticas y da
experiencia á que lo hagan ; con que podremos contrapesar
con nuestras fuerzas propias y naturales el poder de tantos
sin andar á mendigar tas extranjeras. ¿Quién duda, prosiguió,
que se sacará de aqui gran socorro y mucha gente, con que
se podran levantar muchos ejércitos y fabricar armadas para
defensa de esta monarquía? Podráse asistir con gran desahogo
á lo de Italia , Flandes y otras parles, á las costas y fronteras
marítimas, y nos temerán nuestros enemigos, y aun depon-
drán de sus intentos. Este es mi parecer en el caso pre-
sente , y lo que me parece conviene para la autoridad y exten-
sión de las materias que yo llevo pensadas, las cuales no mo
Ees licito referír ahora, hasta su tiempo en que deseo suma-
vente servir á S. M.
Esta fué la sustancia; empero la pólvora que gastó sin
fruto fué excesiva, embarcando un rólogo de dos horas en
lo que un consejo era bastantisimo, adolesciendo de grande
eiornador. Calló, y algunos de ellos, ó por miedo ó por lisonja,
aplaudieron el voto y se arrímaron á él; con que en saliendo
de allí se esparció nueva que el Rey qucria hacer jornada al
reino de Aragón. Escribió al Consejo y dio cuenta de ello á
todos los demás; despacháronse convocatorías y escribió á to-
l'dos los reinos , á los nobles . eclesiásticos , universidades , in-
Ilanzones, que en Castilla llaman hijosdalgo, y publicóse la
I ¡ornada á siete de Enero del año , que estaba para entrar en el
T mundo, de mil sciscienlos veintiséis.
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'I62G. — Los aragoneses y lodos tus demás á quien los
agrada saber guardar el dinero mejor que otra nación, que-
daron de nueva tan impensada y lan repentina sobresaltados;
discurriendo los unos con los oíros en cada ciudad, villa,
reino y prinrtpado la causa de accidente tan fuera de sazón.
Discurrían por otra parte, cómo de acá se les dccia cnán á la
ligera iba el Rey, los pocos apáralos que llevaba (en que di-
feria de sus pagados], pocas galas, ni arco para las entradas
de las cabezas y columnas de los reinos, ni salir ante todas
cosas la caballería con el lustre y pompa que se solia hacer,
la religión en que caminaban los Consejos; antes todo de prisa
y atropelladamente : principio en que los más confirmados en
prudencia desconfiaron del acierio.
La iraza que se habia tomado en la jornada era la ligera:
largas jornadas, celebrar Corles á cada reino de por si, y, por-
que no haya nada quo no toquo en novedad, el tiempo seis
meses. Aquí fué donde conocidamente se perdió cuanto se ha-
bia de Irab.ijar. Señalóse á los aragoneses para las Cortes la
ciudad de Barba^tro, á los valencianos á Monzón, á los cata-
lanes á Lérida. Tres Cortes, en tan poco tiempo como seis me-
ses, parecía temeridad ó falta de buen juicio: imposible salir,
con ello, habiéndonos enseñado la experiencia de en tiempo
del rey Católico , el Emperador Carlos V , su hijo y nieto , que
aún juntando los oslados en uno era menester niuciio tiempo y
más tolerancia para moverlo á definir corlas m;ilerias. ¿Cuanto
y más ésta que se les tiraba á la libertad y á tos fueros, que
tanto tienen en los ojos? Oíros, que pretendían oponerse y aun
adelantarse en el discurso ú los pasudos, ó por más delgados
estadistas, ó de más noticia de nqucllos reinos ó del natural
do aquellos vasallos, decian que por más formidables y ca-
rearse con fácil idtid una provincia con olra, serian más impo-
sibles de contratar, y divididos más fácil de reducir y allanar
á cualipiicr pedido. El que lo penetraba y lo nnlovia todo, 1o
parecía ansí y así lo dispuso y ejecutó ; si bien csla jornada,
decian los más viejos, llevaba otro viso y se encaminaba á
■parlar la voluntad más soberana de donde no le convenia.
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Llegado, pues, el dia sétimo de Enero de 1626, salió el
Rey de Madrid con el infante D. Carlos ; dejándose á la Reina,
á la infanta Doña María y al infante D. Fernando en Madrid.
Salió el Conde, el marqués de Liche, que había casado con su
su hija f el almirante de Castilla, el marqués de Castel Ro-
drigo y otros caballeros, que referiré adelante por aligerar el
progreso , y todos los demás oficios de la casa , los forzosos
todos á caballo; dejándose con orden expresa á D. Jaime Ma-
nuel en Madrid, resfriado ya en la correspondencia con el
Conde (puerta por donde comenzó á entrar la desconfianza
de todos en su ánimo, y de cuantos andaban en la Cámara
del Rey), como diremos adelanto; haciendo llamar á Barcelona
al duque do Maqueda, su hermano, con la esperanza del vi-
reinado de Barcelona, que le debia de convenir entonces,
y á la vuelta no consiguió; pretendiendo con este antídoto
templarle el corazón, como hombre que le parecia no conve-
nia se juntase con su hermano, para que no fuese tan crecido
el odio y la murmuración : que ésta al más poderoso en mando
y en lugar, por más alto que esté, no deja de inquietarle el
miedo.
Salió, pues, el Rey á dormir á Guadalajara y á largas jor-
nadas entró en Aragón. Esperáronle en la raya los diputados del
reino, donde ejercieron algunas de sus ceremonias; prosiguió
su camino, y en Cariñena, lugar cerca de Zaragoza, hizo le
saliese á hablar el duque de Cardona: llegó allí, y aquella
noche le encomendó la buena dirección de las Cortes de los
catalanes; que los moviese el ánimo á la concesión del dinero
en que se habian de obligar, y se les habia de pedir para acu-
dir á la guerra de Italia y Flandes y otras partes, ofreciendo
de hacerle merced . El Duque le besó la mano por la que le ha-
cia, y se obligó muy de corazón á hacerlo, y que tomaría por
su cuenta y cuidado el servirle, y muy por llano el que los
catalanes le servirían y obedecerían en cuanto S. M. les pi-
diese y mandase.
Llegó aquí aquella misma noche D. Fernando de Borja,
virey de Zaragoza, besó la mano al Rey, y en lo primero
quo procuró poner el cuidado fué en salir de dcsconSania y
CD ejercer su oficio de gentilhombre de la Cámara; á que no
le le puso embarazo, sabiendo cuan poco le habia de durar y
que babia de quedar en aquel reino, mal de su agrado, con
preceptos inviolables de no salir de allí, ó vivir retirado en
una miserable aldea. Por eso digo yo, que este primer estrago
DO fué del consejo del duque de Uceda , sino del que ahora le
conservaba rigurosamente. Vio aquella nueva cortecilla salir
de prisa arrastrando de Madrid ; vio los amigos que habia de-
jado antes, pocos y de diferente aire; otros que también cono-
cía, y otros que opénas vio, ocupando ios primeros tugares; no
halló allí ninguno de sus parientes, más que al almirante de
Castilla; los más de ellos muertos y retirados, sus hermanos
desvalidos, el uno atadas al Consejo de Portugal las acciones
y el albedrío, y el otro residenciado ásperamente del virei-
nado del Perú; vio al Valido rodeado de la sumisión, de la
adoración y lisonja, y él no poco ufano de que manoseaba
gran presea.
Entraron en hablar de las materias del reino.
D. Fernando le refirió la admiración con que estaban los
naturales de la súbita venida de S. M.. y con el sentimiento
de que no entrase en Zaragoza con las legales ceremonias y
regio acompañamiento que los reyes sus antecesores, y que
no hablan dejado de molestarle para que se lo propusiese á
un Bey tan mozo, que era la primera vez que veía aquellos
reinos y que los vasallos le veian á él. Cosa naturalmente
deseada do todos, que deseaban ejercer las ceremonias quo
en tales casos les toca; lo uno para que su Rey los conoica;
to otro para que con mayor veneración los estime el pueblo:
los nobles, para ocupar sus lugares superiores en tales actos;
los eclesiásticos, para administrarle lo que les loca de religión;
los infanzones ó hijosdalgo para refrendarse en el honor' y
en la posesión quo merecieron con tos servicios heredados,
nuevamente adquiridos. Decia lo que sentiría el reino, la ciu-
dad y los otros magistrados, que solamente están esperando
este día, verlo entrar sin el Palio, el Jurado en capítulo, que
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aquel (lia le loca entrar á su ladu, y lus demás con sus iasig-
nia^ nupcialcü y sus ropas labres ó gramallas carmesíes, que
lería ^rdii üesconsuclo para toilos; no adelantar nmla las Cor-
les sería resfriar el amor de los i|ue las hablan de aleniar; y
&1 contrario, (|ue vícnüulo entrar como Itcy , guardünitole sus
honores y privilegios, loilo se haría bien, con facilidad y
piuvetho.
Cl Conde , á todas estas razones respondía . denegando la
proposición y deseando ánlea quo lü úlil mantener la nove-
dad , que S. M. no venia á gastar el tiempo en ceremonias,
antes á la sustancia que pedían negocias que comenzaban á
brotar en la Europa, en lo cual se babia de poner toda la
atención y el cuidado; y que así le exhortaba que lo encar-
gase a todos, y las personas más principales de ios tres brazos
estuviesen muy prontas y dispuestas á servir oí Rey : que la
demanda era justa, y muy necesaria la conservación y de-
fensa de los reinos á que obliga el amor y lidelidad.
D. Fernando volvió con esta respuesta, a Zaragoza, que
desconsoló mucho á los que la ojeron ; y volvieron á repli-
car afirmando se contravenía á los fueros de ia patria, el de-
jar entrar el Rey como Rey de Aragón en Zaragoza y sin el
Palio; con el cual se hubo de condescender a la fuerza que
bacia la razón poderosa y aun inviolable, en tales acaecimien-
tos, por los e^tatutos y doreclios antiguos observados y como
divinos; los cuales es linaje de profanidad ó tiranía el preten-
derlos dcrogüf. antes seguir el ejemplo de nuestros mayores.
Con lo cual se previno el Rey para entrar en público, y los
ministros ó ciudadanos le pi'epararon un Palio de moderada
ostentación.
Como do prisa, afrontóse á la puerta de la ciudad, donilo
la esperaban: ejercidas alli ulgtinas ceremonias, antes de
entrar en el Patio, disparó algunas piezas de artillería con
prevención misteriosa ia fortaleza , ó Aijuferia que llaman . le-
vantada por el rey D. Felipe li desde lus tumultos de Antonio
Pérez. Prf>guntó el Bey qué era aquello: dijéionlc, refirién-
dole con precisión el principio , que era la fujlaleza de la ciu-
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dad que le hacia salva, á lo cual respondió qua la quitasen
de allí y echasen por lierra. Quisieron con csle principio do
confianza lisonjear el ánimo de los aragoneses para lo ade-
lante, y para lo que se pretendía; mas ellos, si bien se alegra-
ron y lo comenzaron á celebrar desde alli con públicas acla-
maciones, no dejaron de sentir el alma del pensamiento y
adonde se encaminaba el designio; que era muy bajo el halago
■y la lisonja, y do ninguna sustancia, y que antes se lo perdo-
naban porque no les locase en sus fueros. Con lo cual , y con
atperarle allí toda la nobleza con los raaceros y reyes de ar-
mas y las demás personas en tales actns suficientes, hizo la
entrada; no sin grande ale!;r¡a y aplauso de los naturales, y de
todos cuantos de las demás villas y lugares del reino habían
concurrido á aquella antigua y nobilísima colonia á ver é
un Príncipe , de tan excelente aire y compostura , que los dejó
admirados.
Llegó al maravilloso templo, el mayor de aquella cia-
dad, donde le esperaban el Arzobispo, dignidades y canóni-
gos y, cumpliendo con las ceremonias de religioso y católico,
sobre un teatro que allí estaba levantado, en este día ó en el
siguiente, juró los privilegios á los eclesiásticos, nobles, in-
fanzones y ciudadanos; y de alli se fué á aposentar á las
casas del Arzobispo, puestas á las riberas del Ebro: menu-
dencias que dejo de referir por no ser de importancia , y por-
que remito á la curiosidad de estas ceremonias. Con que, vi-
sitando algunos conventos y lugares píos, y aquel de todas
maneras venerable de Nuestra Señora del Pilar, después de
ocho dias que hubo asistido á las ocurrencias y necesidades
de la ciudad, pasó á Barbastro, ciudad corta y de ningún fes-
tejo y de recreación, adonde los tenia convocados.
Concurrieron allí lodos los tres brazos, eclesiásticos, no-
bles, y de hijosdalgo; y en la Iglesia mayor se les hizo la
proposición de las Cortes, y teyó D. Jerónimo de Villanueva,
proionotario de los reinos de Aragón (cuya inteligencia que-
dó reconocida desde entonces para ocujiarJe después en ma-
yor ministerio] , y dijo : que S. H. , compelido de obligaciones
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y necesidades forzosas de acudir á tantos y tan dilatados rei-
nos como Dios le había dado, habíalo hecho asi, los años
que lo habla tocado en su vida, y asimismo por espacio de
más de ciento sus generosos é ínclitos antecesores, con las
fuerzas y sustancia de Castilla y las Indias Orientales y Oc-
cidentales, en que con largo número de millones se habia
hecho guerra á todos los enemigos de la Europa, Asia y
África, y á costa de éstos hablan gozado todos los demás de
paz y tranquilidad, por lo cual se hallaban descansados y Cas-
tilla sumamente afligida y trabajada, tanto que ya no era po-
sible pasar adelante; y que pues todos eran reinos suyos los
que tienen nombre de tales, y era común la ofensa; habia
acordado, no sin gran consejo y con muchas vigilias, fuese
común la contribución : y que asi les pedia , poniéndoles de-
lante tan larga jornada, ejercida con muchos gastos, en el
corazón de un invierno tan rigoroso, ausente de la Reina, y
Princesa su hija la serenísima infanta Doña María, y el in-
fante D. Fernando y sus hermanos, estimadísimos sobre todo
encarecimiento para carecer de ellos; y asi les pedia, con toda
brevedad le concediesen diez mil soldados y el dinero para
pagarlos: y que esto fuese gobernado por ellos mismos, po-
niendo cabos, comisarios y oHcialos para expedición y ma-
nejo tales, cuales los pedia la importancia de la materia.
Que al presente tenia contra sí levantados muchos principes,
con armas y ejércitos formidables : al Rey de Francia á ins-
tancia del de Inglaterra que, habiendo casado con su hermana,
pedídole la suya, y entrándosele por sus puertas, habiendo
querido dársela y hospedádole con todo esplendor y cortesía,
no sólo le habia faltado en la palabra, empero capitulado con
el francés, duque de Saboya y venecianos, bajar sobre Ita-
lia, donde estaba un poderosísimo ejército para entrarla y
obligarle á oponer, como á la hora le mandaba al duque de
Feria gobernador y capitán general del estado de Milán, otro
no menos numeroso para echarles de ella: que los holandeses,
con estas inteligencias, perseveraban y discurrían más inso-
lentes ; que el Rey de Inglaterra , sí bien con mal suceso, ha-
hia enviado sobre 1as costas del Antlaluoía cien bRJeIcs, ayu-
dado de estos mismos enemigos, suecos y dinamarcos para
desolación y ruina de Espnña, que con felicidad habia echán-
dole de Cádiz; que en Alemania, á quien era forzoso acudir,
molestaban proleslaiiles el Imperio; que todas estas cosas
pendían y cargaban do 6. M. y de las fuerzas de Castilla , dig>
ñas todas de ebstener y amparar; que en sus confines, y por
toda la cordillera de los Pirineos, se habla menester poner
gruesas guarniciones, por si acaso liga tan maliciosa, una vez
comentada ta guerra, los quisiere acometer y entrase por
Aragón y Cataluña; que las Indias, aun no bastando su cui-
dado, se las nioloslaban liis enemigos septentrionales, y ahora
con gruesa armada, acabada de reparar la Bahía do Todos
Santos y ciudad del Salvador en el Brasil , se temía de ma-
yores invasiones; quo á todos los demás reinos que se inclu-
yen en la esfera de su gobierno, hacia esta misma propuesta y
proposición, y los compelía á la contribución de dineros y
soldados; que á ellos, por ser todos, y juntos un cuerpo , de
quien sa hallaba lan servido y se prometía socorro considera-
ble parahxcor rostro, los había querido venir á ver, á honrar
y hacer merced; y que pues la causa era común y urgente,
no dudasen de servirle y hacer por su mismo negocio de-
fensa, amplificación y reparo de la monarquía, á que todos
estaban obligados y era justo.
Calló el protonotario, y precediendo las demás ceremonias
en tales casos acostumbradas, se acabó por aquel día la pro-
posición de las Cortes. Señaláronse lugares en que se jun-
taran de por si cada uno do los tres brazos; habilitáronse, para
su intención disponer y alentar los ánimos, al marqués de
Liche, á D. Diego Mejía (de la facción valida, por no dejar
que hacer á otros y que todo so lo debamos al marqués de
Fromista), que allí llaman tratadores de las Curtes, y por pre-
sidente de ellas al conde de Monterey. Díóse la mano al Virey
para qne diese calor y resolución á la materia, no sin gran
cuidado y no poca aOiccion del hecho, y entonces con más
congoja, cuanto conocía el rígido natural de aquellos vasa-
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líos, la materia nueva y nunca oida do ellos mUmos, cuánto
I babian de querer rechazarla y defender sus fueros, y cuánto,
■unque saliese con ello y lo consiguiese con destreza, no se
lo babia de agradecer el primer Ministro, ni aplicar esis
trabajo á su maña y diligencia, antes á la suya , á su cabeza , á
su ingenio, traza y disposición: cosa en que siempre ponia la
mira; antes que se siguiese su con^iejo que el ajeno ; y asi do
hay que espantar que ao errase mucho y se acertase poco, que
Go le atribuyeran la felicidad del suceso, y lo no tan próspero
se lo prohijaran; que aún habia ruinas de la rebelión pasada,
y reciente el fracaso.
Et marqués de Almenara dió^e á discurrir con esta nove-
dad de la gente; cada uno en su posada altercaba sobre el
caso, admirados de tal novedad y de cosa que no se habia
atrevido ninguno de los reyes de Aragón. Acordábanse de
aquel que, por romper sus fueros con su misma daga, se habia
herido rigorosamente la mano, y que sin embargo do esto, pfr-
pecicndole pasaba de tos limites de su poder y soberanía y se
entraba en los de tirano, corrigiendo con el accidente de su
furia y pretendiendo enmendar con más acuerdo aquella ira,
los conBrmó con su sangre : hecho que acumularon , por for-
tunado en su libertad, á las armas, poniendo aquellas cinco
barras coloradas, que signÜIcan cinco dedos de sangre, en
los escudos y en el más principal lugar de eltos, como lo de-
ponen los progresos antiguos de sus crónicas. Finalmente, los
eclesiásticos y los nobles, pocos y medrosos, ó, lo más verCH-
i límil , más fieles, votaron y concedieron á la hora.
Los infanzones ó lidalgos, número infinito y portentoso,
que pora habilitarlos y conocer los que lo eran habla poco
[ tiempo en seis meses, bajó gran copia de ellos de las ciuda-
I des, villas y aldeas en diferentes hábitos y trajes; tanto, que
I más parecían labradores que hidalgos de los Pirineos. jCosa
laravillosa.' Descendían en tropas con sus capotes pardos,
I tlbarcas y alforjas, vendiendo lo que les sobraba de estaocu-
I pación, y con virtiéndolo en trato; despendiendo muchas cosas
I da lino, caza y reees. No babia ponerlos eo razón: divididos
en corrillos, hablando libre y atrevidamente, unos escriba-
nillos á letrados, que llamaban molescs, de nncion francesa
según se decia, se pusieron tetncrariainente á conirftstar con
desvergüenza los decretos y órdenes del Rey, á armar contra
sus mandamientos y resoluciones reales, y á hacer sétjuito, en
que se incluían mucha parle del bra^to; tanlo, que más pare -
cian turba de hombres bajos, que de obligaciones. No dejaron
de señalarse los de prendas, haciendo su oficio la virtud y la
que era verdaderamenle hidalga sangre, resplandeciendo con
su fidelidad los mejores. Esto se hacia, finalmente, con tanta
ceguedad y obstinación, que habilitaban, por confundir el
tiempo ya prescrito con dilaciones, todos cuantos se ofre-
cían, bajos y altos, por no concluir, no reparando que des-
truian ignominiosamente el lustre de su jurisdicción ; empero
paliáronlo y notificándoles, que si pasado el tiempo de las
Cortes pareciese que alguno no era hidalgo, le casligariaD ri-
gorosamente.
Entre tanto que esto pasaba en Barbastro , por ir echando
cuidados aparte y aprovechar el tiempo que volaba, pasó el
Rey á Zíncario, celebrado de la historia romana, y entró en
Monzón, donde le esperaban los valencianos. Juróles sus pri-
vilegios, é hizoseles la misma proposición, en que se les pe-
dia ocho mil soldados y dineros para pagarlos, en la misma
foroia y traza que á los aragoneses. Señaláionse por tratado-
res á D. Luis de Ilaro, sobrino del conde de Olivares, hijo del
marqués del Carpió i al marqués de Bandonquillo, tio del
Almirante; y al conde del Castro, hombre mañoso y entro-
metido y con presunciones de avisado. En esto se vio más
sensible y tratable la materia, por cuanto eran pocos y se
descubrían menos dificultades que vencer, si bien no dejaban
dfi sentir y murmurar el caso: juntábanse cada día, y no tra-
taban ni resolvían nada.
Vuelto el Rey á Barbastm, sintiéndose por horas la ince-
sible dificultad de esta turba, que casi pasaban de ocho-
cientos hombres coando llegaron á votar, era cosa eitraordi-
naria oír ios atrevimienlos y disparates que se dejaban decir.
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Cuál decia , qne tuviese cada uno un arcabuz en su casa y
sirviese á S. H. ; otros apellidaban por la libertad de sus fue-
ros, otros por la vida de la patria, otros que no venian en
lo que se les pedia. El Yirey, y D. Diego Mejia , y los tratado-
res, para ir ganando tierra, viendo al Rey todos los dias en-
cerrado en dos piezas sin salir un punto de casa, ni aun dado
siquiera á un justo entretenimiento, procuraron con la indus-
tria y con las dádivas allanar algunos votos, y éstos los más
desesperados. Excluyeron del brazo al moles desnaturalizán-
dole , y echáronle del reino ; y siendo esto ya casi á los prin-
cipios de la Cuaresma , la maña pudo tanto y la negociación
con el que escribia Ids votos, que en efecto se dio por parte
del Rey concluida y acabada la materia; y si bien no tanto
como se pedia, abrazando lo que se pudo y repartiendo la
cantidad por las casas del reino, honró el Rey con algunas
dignidades y mercedes á los que le habian servido , y pasó á
Monzón á apretar la dificultad y la remisión de los valencia-
nos. Con la presencia del Rey, D. Luis de Haro, mozo para
cualquiera cosa mtiy á propósito, poniendo la fuerza de su
ingenio en la conclusión, y en que surtiese efecto en lo que
se le había encomendado , trabajaba sin cesar de día y de
noche.
A esta hora llegó de Madrid el embajador del Grístianisima
con la concluyen y capitulo de las paces entre Francia y Es-
paña. Habia visto aquel Parlamento el mal efecto de la liga
en -Italia: á el duque de Saboya mal atento á lo capitulado, y
que siendo lo primero acometer el estado de Milán, se había
encaminado á tomar á Genova, anticipando su propio interés
antes que el del Rey , por lo cual , monseñor de la Díguera se ha-
bia vuelto con su ejército á Francia sin efectuar nada ; el Duque
por el ejército del Rey encerrado en Astte , y con ánimo de
acometer y asolar el Piamonte ; la armada de Inglaterra arro-
jada ignominiosamente de Cádiz, derrotada y deshecha; en
Londres, Flandes y Alemania prósperos sucesos; deshechos y
consumidos nuestros coligados en aquellos países y en la riña;
y el rey Católico, dejada su casa, discurriendo por sus rei-
r
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nois, pidiéndoles gente y dinero, cerca tte Barcelona escala
para llalla, mozo y biioso: (liáronse á senlir, como las mate-
rias de estado se palian y componen con singulaics efectos y
pretextos, que no era sólo aquello para lo que liabia salido de
Castilla, (jue otro Gn llevaba su jornada, y que quería po-
nerse sin sentir en Lombardia.óen otra parte, y hacer por su
persona la guerra y amedrentar todos sus enemigas; que era
poderosísimo el Rey de España puesto en campaña, y le se-
guirían muchos, pasando todos sus vasallos á servirle con las
vidas y sus haciendas ; que habia sido él arbitro de coligar los
reinos de esta distancia relevante ; que do era bien , acordán-
dose de Carlos V y el rey Francisco, encender eslos dos I'rín-
cipes mozos en guerras, donde la desolación seria mucha y
contraria la fortuna pnra ellos, como lo pasado habia aconte-
cido; que monseñor Barbcrino, sobrino del Papa, so apres-
taba con galeras y otras prevenciones para España , llamado
y convidado para compadre del Roy y sacar de pila la Prin-
cesa, donde podría ser que el Papa mudase la devoción con
el nuevo parentesco y hospedaje, y se introdujese en nuevas
y diferentes materias con orrccimientos de dádivas y algunas
honras prometidas, con que España do ordinario suele ganar
la gracia del Pontiflco, acrecentando y engrandeciendo á los
Buyos; cosa usada y apetecida en la antigüedad y do ellos
mismos, en que aquella monarquía es prodigiosa y nos lleva
la ventaja. Y asi por esto, y por lodo lo demás qnc ellos no
sin envejecida prudencia discurren, propusieron la paz y la
abrazaron ; y pasó la guerra ¿ los confines de la Bretaña en-
tre ellos y los ingleses.
Pedia el inglés al rey do Francia el cumplimiento y paga
de la dote de su mujer, y viendo no se lo cumplia envió su
gente y bajeles á sitiar la Isla de San Miguel , situada en aquel
canal ; cuyo efecto fué el mismo que el de Cádiz, enviando el
rey Católico la armada Real del Estrecho, con D. Fadríque de
Toledo, en socorro del Cristinnisimo : aiuislad , quo con breve-
dad duró poco, turbándola nigunos accidcnlrs que se espe-
raban en Italia ; empero su salida dcMudríd obró en el ánimo
de los fi-anceses esta paz y csla unión. Tanto importa á los
graneles Príncipes mostrarse alguna vez armijeros, no revolto*
sos; empero soldados en ocasión y cuando el vecino deja sü
casa para insidiarle la suya. Quien ve á los reyes» no permi-
tirse en sus imaginaciones de otra manera que armados, pa-
reciéndole toca y no de otra suerte aquellos arcos á la dig-
nidad» no lo mostraran alguna vez en sus personas y le darán
á temer. El oficio del Rey no es otra cosa que ser soldado , ni
puede caber reputación ni respeto sin este dictamen \ regir en
paz y en guerra enseña el derecho ; no dado á la ociosidad y
á cosas bajas é inútiles, que escarnecerán de ellos los precia-
dos de esta generosa virtud. ¿Cómo le han de temer los ene-
migos« ó cómo se reducirán aF yugo y á la obediencia? Sólo
el Rey en el retiro, en la caza, en los bosques y parques, no
es decencia , y no morirá con gran nombre ; y pocos triunfos
le honrarán el támulo. El Rey soldado en lo licito morirá ce-
Bido y ennoblecido de las esclarecidísimas señas y pompas de
Harte, y dejará gran memoria de si en la posteridad ; en casa,
en sus hijos y en sus nietos dilatado su nombre ^ y sus coro-
nas para vergüenza y afrenta de los pusilánimes y cobardes
que no arriban á la gloría de grandes.
La paz concluida en Francia hizo entrai en discurso á los
nsinos, y decianque pues hnbia espirado la causa , cesasen los
efectos, sin atender que no se habia hecho con todos los ene-
migos, que tiene muchos y grandes la monarquía ; proseguían
adelante y decían que ellos eran poderosos, y que si el Mar-
qués acometiese sus fronteras, que. se lo ostorbnrian y lo sal-
drían al paso, guarneciendo los Pirineos, la parte que es suya
hasta Pcrpifian y Salsay, de gruesos escuadrones. Apretaba-
seles, no obstante, á la concesión: los tratadores no los de-^
jaban descansar un punto , á los obstinados con persuasión y
el ejemplo; con dádivas á los codiciosos, y tal vez con la
amenaza al pertinaz; empero ellos encerrados en sus ayun-
tamientos enmudecian , y cruzadas las manos y los ojos en el
suelo, no hacian nada; con que D. Luis do Haro dio cuenta
de esto , ad virtiendo por lo que callaba que era imposible ó
que no querían conceder, ó que las cosas estaban muy al
principio y denegarlas; con que el Conde , una mañana , Tuera
del lugar y ea el campo les juntó á lodos, particularmente á
los más dificultosos y más principales. Orándoles largamente
y ellos derendiéndose , se dejó decir con aquel natural feroz y
sin clemencia: ¡qué- caballeros! palabra que hizo salir colo-
res á los que la oyeron, é instó y alteró mucho tos ánimos;
de suerte que, cuando se vieron solos, pateaban y se torcían
las manos y miraban al cielo, y hubo alguno que la repitió
diciendo: iqué caballeros! y comenzó á escoger lleno de ira
el progreso del suyo y el de alguno, sacando á luz las man-
chas y los defectos.
Eran ya por estos diae los fines de Marzo, y tres meses
después que salimos de Madrid , y estaban unas Cortes casi en
aborto y otras por acabadas y por comenzar las de Barce-
lona, y habíamos de estar en Uadrid dentro de mes y medio:
la observación de este tiempo hacia á los do las Corles dete-
nerse y apelar para lo futuro que los sacaría del aprieto. Los
catalanes, que ya se bailaban dueños de lodo y por posteros
más bien avisados, escarneciendo del Lecho callaban hasta su
tiempo, engañaban al duque de Cardona en Lérida , y decían
que S. M. fuese á Barcelona y los honrase con su presencia , y
viese aquella ciudad, y que le servirían. Creyólo el Rey, y el
mayor confidente, añadiendo que los ánimos de los catalanes
estaban de manera, si sacase las Cortes de Lérida y las lle-
vase á Barcelona y hacer allí su entrada como lodos lo de-
seaban, que no había duda de conseguir de ellos cuanto se
les pidiese. Querían los catalanes y ciudadanos de Barcelona
hacer meter los pies dentro, para que gastase allí el dinero
que llevaba y enriquecer la ciudad y acuñar los doblones en
trentines; moneda que no sale de su provincia y que, no siendo
de peso de más do un doblón, le suben á treinta y tres rea-
les gente de su codicia y materia de estados miserables en c)
comer y en el cortejo.
En Barcelona se ufanaba mucho : un huésped que yo tuve,
regidor de la ciudad que allá llaman sindico y á quien yo
27
) concediese, decia que quedaba la ciudad
con la venida del Itey rica, con más de doscientos mil escu-
dos; en Hoozon no lo estaban poco unos de hábito de San
Juan á quien había de contribuir ei pueblo gruesa cantidad;
Bnalmente, la concepción se puso de tal manera, y en tanta
desesperación con los valencianos, por estar ya et tiempo tan
adelante, que el Rey hiro prevenir el carruaje para Barce-
lona; á que crecieron las voces y los ruegos. Muchos habian
dado sus velos, y soto uno mantenia la libertad y las de to-
dos: tomóse por expediente tenerlos la noche última encerra-
dos en el consistorio , sin dejarlos salir á valerse del sueño y
del sustento; era ya. muy tarde, y el ruido de las muías y los
cascabeles de las acémilas, y el ver estaba su Principe para
partirse tan aina no les ablandaba. D. Luis de Haro, valién-
dose de su buen ingenio, y poniendo en lodo la fuerza de su
buen juicio, hizo lodo aquello que basló á poner en estado la
pretensión de conseguirla. Amaneció, pues, y aun no estaba
hecho nada; retardando el Rey su ida, esperando por horas
el si plenariamente todos. Esto se obró á las diez del dia , mo-
vidos ya de su fidelidad y de ver al Rey , que queria partirse,
sumamente airado j en su desgracia sin ser senido , ni puesto
en obra su mandamiento: ley más poderosa que las contra-
rías y opuestas á esta materia. Recibió el Rey sumo gusto
cuando le llevaron la nueva de la conclusión , él por partir, el
conde de Olivares por ver aumentado su cebo ; si bien le royó
las entrañas ta gloria del sobrino, viendo con cuanta felicidad
7 cuan en breve había obrado negociación tan ardua, y que
había de crecer en más estimación con el Rey , de que ya te-
nia experiencia , por sus espias, babia dias que esto se comen-
zaba por el Rey. Con esto pasó á la Iglesia mayor, á concluir-
les allí algunas ceremonias, donde estaba erigido el solio:
hizoles algunas mercedes, no grandes ni todas las que se les
prometieron, tomó el camino para Cataluña, dejando & los
valencianos sumamente solos y desconsolados, con arrepentj-
niento y dolor de lo que babian hecho, y de qué dirian los
hombres de su patria: llegó en breves jornadas á Barceloaa,
[os días ya mayores para caminar, el licmpü más liespojiído
y inás alegic cun la vecindüd de la piimavcra; hizo alto cu
Baldonrcllas, monasterio venerable de monjas bernardas,
costumbre de lodos los Reyes ánied do entrar en la ciudad;
salió atli el duque de Cttrdona, caudillo en quien estaba*
fundada la esperanza de la empresa, y otras personas nobles,
caballeros y magistrados de la eiudad : allí besáronle la mano,
usaron de sus ceremonias, grcviniéndose el día siguiente para
la festividad de la entrada.
Ldgarbs ir el coche del lUr. Caminaba el Rey , desde que
salió de Uadrid , con su hermano el csclareciüisimo infaote
D. Carlos; llevando ambos los estribos d^ -coche en el mejor
lugar, y á la mano derecha el conde de Olivares como Pri-
vado, Sumiller de Corps.y Caballerizo mayor; almirante de
Castilla, como el hombte primero de Espnña; al mácqués de
Liche, como yerno y casado con hija del Conde, para quien se
criaban y erigian grandes eoslts; y al maVquós del Carpió,
conjo persona que iba haciendo el oGcio de primer Caballe-
riio. Pues saliendo el Rey de Duldoncellas, yendo á lomar q\
coche (aqui fué donde se perdió la jornada), dijo: — Llaaiea
al duque de Cardona; — y Ik-gando el almirante de Castilla á
tomar su lugar, dijo: — Almirante, idos al coche de la Cá-
mara, que hoy no tenéis lugar aqvi. B( Almirante, asombrado
y suspendido de cosa Lao nuev» y perdido de color, respOii-~
dio: — No pensé yo que en España no habia lugar para mi en
ttíe coche. Con esto se partió á ponerse en el coche de la Cá-
mara, y llamando de nocvakl duque de Cardona, y tardando,
ó desesperados, volvió á mandar llamar al Almirante , y vi-
niendo y apareciéndose á la hora el duque de Cardona, ántu
de poner en duda el negocio, y viendo que ya llegaba, altó
el Almiranlo el estribo- y sentóse; con que, eamudeoidos lo-
dos, quedó en blanco el de Cardona, el Rey disgustado y
acalorado el Conde. Caminó el coche á Palacio, que era la
casa del duque de Cardona juntada con otra para dar mayor
comodidad á los magnates que habian de posar dentro, qué
i'riin rl Conde, el marqués du Liche, y tí Enrique de Guzínan,
89
hijo segundo (Id marques dpi Carpió, quo C8penil)irel"eapolo
dcRomn; di,^niilnd y circunsUncia quo Tallaba ni valimienio,
no pcrdonanito ni excusando ninguna, porque, aunque calum-
niaba liis acciones pasadas y se huiíi de ellas, y se afectaba
modestia y templanza , no !Í lo menos de la grandeza ni dn los
grandes puestos, ni del sumo poder y soberanía -, antes éstas
se buscaban y solicitaban más aína, pretendiendo igualarse y
áiin pasaf á los otros: habínselo cargado encima mtiy gruesas
prebendas y beneficios, lanto, quo dicen los que lo supieron
quo pasnhan sus rentas de veinte mil escudos, con que surcaba
en alta mar la casa de Uaro.
Volviendo, pues, á nuestro cuento, en que dejamos al
Almirante, y discurriendo por el intento de aquel hecho, di-
cen los más atentos al decoro de cómo so ha de tratar á los
mayores, y que no obstante son más templados y benignos en
el ejercicio del agravio, que el conde de Olivares, con los
afectos de celoso y gobernador, quería más alta y mañosa-
mente busCcir aquellos medios que más nina redujesen el tra-
tado de aquellas Cortes al fin que deseoba , por ser ya las pos-
treras, habiendo conseguido las otras. Siendo este el lance en
quien consistía la gloria del intento para volverse con mássa-
lon y más brevedad á Castilla, desempeñándose de un negocio
tan arduo de quo él mismo se había encargado, metido y lla-
mado tanto á él, emprendidole por su consejo, fusirados los
discursos de los principen de la Europa mas atentos á los
nuestros por enemigos y mal afectos a nosotros y que esta-
ban á la mira do lo que había de pasar, y excusar la guerra
viéndole más formidable, ó seguirla viéndole más ílaco; ha-
bía querido con este halago y esta lisonja captar la benevo-
lencia de los catalanes que perdiese, del duque de Cardona
que los allanase, que los prometiese las mercedes ó falsas ó
verdaderas, que este cebo redujese la materia y fuese la ta-
bla en quo se hibia de salvar. Y no queria él dejar su lü^ar
en el coche, porque nadie es tan celoso que quiera perder un
punto de su vanidad , ó ya por Privado ó porque va consi-
deraban on él la segunda persona aquellas gentes, ó porque
no cslá cabal el acto donde falla el primer Ministro; ó por eslo,
ó por lo que quisiere discurrir el más atendido, y consecuen-
temente, no queria que le dejase el marqués de Liclie, su
yerno ó su hijo, porque le habla constituido por sucesor en
su casa y había renunciado en el Conde la cabeza de las Ta-
nilias de Guzman, bocado el más sabroso que habia adqui-
rido su fortuna, y de que estaba tan ufano y no poco falso
contra la casa de Medina Sidonia, que le habia casado con su
hija, que queria que aquella provincia le conociese, le ado-
rase hijo tan recientemente adoptado y sobre quien babiaa
de depositar las medras de la privanza , los dictados ó las dic-
taduras, y Gnalmente todo lo mayor y más soberano del po-
der, conseguido con bizarría y con imperio. Y otrosí, que el
marqués del Carpió tenia concertado con su hijo primogénito
D. Luis de Raro, con hija del duque de Cardona gran casa-
miento, y no poco procurado; que se habia hecho y se hacia
todo lo posible para su conclusión , y quería que la nobleza y
pueblo le viesen en aquel lugar y al lado de los más grandes;
cesamiento en todos trances á su propósito, porque este mozo,
después de su hija, era el más inmediato á sucederle, y que
para dar aquella vanagloría al duque de Cardona queria que
esta acción y este suceso recayese en la persona do! Almi-
rante. Podíalo haber antes consultado con él, reparando eu la
novedad, si quien no repara en las otras debe con respecto
y con decoro atender á ésta , por ser ei Almirante de los prime-
ros y más esclarecidos hombres de España, en no tentarla ó
hacer sí duque de Cardona otra honra , que en la majestad
Real hay muchas , y en que poder escoger , si no se le limita
el poder. Pedia llamarle aparte, y decílle: — Señor, S. H.
viene á estas Corles con la esperanza que vos sabéis; tiene
fundadas tas de Cataluña en la persona del duque de Cardona,
como al más principal de esta provincia; para comenzallaB
con prosperidad queria meter al duque de Cardona en su co-
che, para que los catalanes con este favor le tengan en más
veneración y que le es poderosa para algo, y por aqui pien-
•rn alcántara con su mimo las pretcnsiones que ellos se han
31
prometido; finalmente, quiere con este discurso adelga^r
más la materia y ganarlos á todos y darle calor « para que
con mayor brío las disponga y trabaje. Yo, en acto tan pú-
blico, no queria dejar el lado del Rey, porque parecerá de su
descuido ; mi hijo queria le conociesen todos ; el marqués del
Carpió tiene, ó tengo yo, tratado el casamiento de su hijo y
mi sobrino con hija del Duque; suceso que en todos acaeci-
mientos conviene para el lustre de mi casa , y asi quería lo
viese este pueblo en aquel lugar. S. M. os manda esto y yo
os ruego ; tomad alguna causa aparente para que salga de vos
esto, fingid algún achaque, idos delante con vuestra casa y
entrad con ella en Barcelona; vos sois tan grande y tan concH
cido que no necesitáis de que os vean alli : en las otras ocur-
rencias de la ciudad , os verán en aquel lugar.
Claro está que si el Conde , con toda esta salva de cort^
sia, propusiera esto al Almirante, que ni lo habia de rehusar,
ni decirle no: un Principe verdaderamenie {como ya lo ha t^
nido de tan cerca) suavísimo de condición ^ generoso en d treUo
y en la cortesia, no quería decirle nada de esto ni llegar con él
á tales encuentros; ufanándose siempre y bizarreando de
templado y modesto, podia exponer a su hijo al sacrificio de
esta disposición , ad virtiendo que gozaban de mayores glorias
y le sobraban muchas, antes que rendir á la enemistad el trato
y buena alianza que en fe de cortesía y de gran señor se con-
traía con el Almirante: pareciera en este natural, Guzman. Sa-
ber mantener la correspondencia con decoro, es erigir la ma-
yor junta para mantenerlos vasallos en amor y sosiego; ar-
monía que conviene viva siempre en unión y consonancia , y
que en tanto se conservará aquélla, cuanto ésta tenga vida;
empero, sin prevenirle, guardarle este golpe para que diese
sobre él de repente, en acto y en lugar tan público y donde
tantas gentes, nobles y plebeyos, en la primera entrada de un
principado, lo están notando todo sobre persona tan grande,
era cosa para aterrar y partir un monte, para prometerse ma-
yores desaires y afrentas: cosa porque debe un gallardo es-
píritu colgar las esperanzas y las medras á que está consiga
32
nada una gran casa, por servicios y obligaciones del retiro,
como sagrado donde so salva la reputación de la ofensa del
Valido; cuando no es otro su ejercicio, debiendo estar antes
ajustados los premios con los hechos, en paz y en guerra, que,
trastornándoles y desluciéndoles para esto en templar al Itey,
en serenarse ó disimularlo lodo, pues no habia habido aquí
más delito que volver un gran señor por lo que lo locaba, y
no descaecer de su punto. Paró en decir al Rey : — Seítor, per-
done V. M.; ti Almirante , que es uno de loa mayores vasallos á su
tangre que V. M. /¿ene, desea no perder su lugar; atento que,
bÍ hoy le encomendara el más arriscado que tiene en las pro-
vincias enemigas, le conservara y le guardara en si , paró en
buscar-ai Almirante y decirle: — Perdonad, que tnin ocupa*
cienes me tienen tal,' y tan ajeno de lo que debo que no me
dieron lugar á preveniros esto lance; venid, que os quiero ca-
rear con el Rey y que os olvide esta menudencia; obligación
precisa de Privado con Rey y vasallos.
Pregúnlcse si alguna ocurrencia ó desabrimiento entre el
Rey y algunos señores, ejercida en su casa ó fuera, se valió
de este estilo para adelantarlos en el amor y la esperanza:
antes le parecía que no estaba en aquel lugar bíeio para luchar
con lodos, para encaminar el tiro, para abrir el corazón con
la palabra áspera, con el scmbianlo torcido, con la cortesía
despegada, piíra malograrle el oficio, para desmoronársele y
desangrarle hasta que quedase sin semejanza, y sin nombro.
Pregúntese esio al conde do Bunavente , al duque do Gandía,
al marqués de Caslel llodrigo, al duque de Alcalá, al mismo
duquo de Cardona por quien so estaba obrando este ruido,
al marques de Bolada, al marqués de Belmonto, á su her-
mano D Juan de Cardona, al duque de Nájera y Maqueda, á
Dr Gonzalo de Córdoba y á «u hermano el duque do Sesa, que
saliendo de Madrid para servir al Rey en las Corles le hito
volver deslucidamente, á la esclarecidísima casa dcSandoval,
al duque de Foria, aunqoe hoy está restituido en el estado de
Hilan, dcjándule primero por lo que temió se está armando
■contra 6I-; ul dunuc de Terranova.-salicndole al camino á li-
33
initarle la licencia de su venida á Madrid,, siendo gentilhom-
bre de la Cámara y deseando camplir con la obligación de so
casa en cubrirse, no atreviéndose á pasar los umbrales de los
primeros aposentos de Palacio como si fuera un héroe desven-*
turado. Yávase é las otras casas que dejo de referir, y 4 las
más fuertes de otros reinos y proTincias, níiembros denuos-
tra monarquía, y allí se hallara vivo el agravio, el olvido, la
falta de premio, el desconsuelo, él poco aliento de aspirar á
merecer por el tasado arbitfio que se le da para ello. ¿Paró
esto, finalmente, en encubrirlo, en no acordarse de ello, en
echarlo por alto? No; sino con mayores ignominias y afrentas;
introduciéndolas en aquel pecho Real para sus conveniencias
propias, y mayor y más envanecimiento del poder, y la potes-
tad para aterrar á los otros; oficios indignos de ensayar en
Principe mozo, de natural tan pió, tan generoso y augusto,
magnánimo y verdaderamente Real en todos actos. Paró en
esto, como luego veremos, de que el Almirante, por el rigor
y poco recato del suceso pi^esente, se las dio á creer y á con-
cebir con que entraba menos veces en Palacio, si no es á pa-
recer las que el Rey salia ó se temia que saliese, porque no
le acaeciese otro tanto y no estudiasen para con él, ó se va-
liesen dé alguna ofensa ó trance más duro; con que ya el Al-
mirante , gran señor, de gran casa, y de grandes aspeclativas,
se juzgaba desvalido, arrinconado, mirando la carrera que
habin de tomar para deshonorarse de la vista de su Príncipe,
de servirle, de arribar á altas y esclarecidas cosas, en apoyo
de altas materias, sin saber por qué, ni rastrear qué delitos
suyos le habian puesto asi.
Hizo el Rey su entrada con los municipales; ceremonia
que usa aquel Principado: al otro dia entró en el Palio, y es-
perándole en la plaza de San Francisco un teatro, subido en
él, juró los privilegios de la ciudad; pasó desde alli á la igle-
sia mayor y juró los que alli le tocaban, y otro dia los de-
mas, remitiendo estas cosas, como ya otra vez lo tengo dicho,
á los libros historiales que tratan más difusamente de estas
menudencias. Hízose la proposición de las Cortes, con los
34
mismos artículos y cláusulas quo las pasadas: pedianscles
diez mil hombres, y quo su empadronasen en la cantidad que
le era menester de dinero para sus pagas; solamente que, á
diferencia de los oíros papeles, decía éatc en sus principios:
'tnis cat'ilanes. vuestro Conde tenéis á ttiestras puertas'; cosa
en que ellos repaiHron mucho, admirando el esiilo, y la no-
vedad con que se les habla hecho aquella proposición , jamás
usada de olro Príncipe, ni en otras Corles; tampoco quisieran
que se les hablara con frases ó hipérboles que sonaran á
Conde, echado á puertas, cuando ellos le querían Príncipe
para que se las hiciese mayores, y se les calificase. Creyeron
asirlos por allí; empero ellos que eslabón avisados y entera-
dos de lodo y más rebeldes de lo que nadie pensó , y, con
los clamores recientes de los vecinos que decían ya no res-
piraban sino por las heridas que les habían dejado, recelosos
y aun determinados á no abrir puerta contra su libertad y
derecho, desecharon in frase; diciendo que siquiera los hu-
biera hablado con la grandeza y término de sus mayores,
cuando venían á tenerles y á celebrarles Cortes, y que no hu-
biera usado de aquella novedad, de todas maneras odiosa y
nada apetecible, antes que siguiera el corriente de cuando
les decian: «he venido á este Principado y esta ciudad á
veros y á visitaros, á honraros y haceros merced, y con es-
peranza cierta de que me serviréis en lodo lo que se OS pro-
pusiere n.
Juntáronse, pues, lodos los seíos que tienen por privile-
gio entrar en Cortes, en la iglesia de San Francisco, en la
pieza de capítulo: púsose en la iglesia el solio, que es un
teatro y un dosel, donde se proponen y concluyen con la
presencia Real ; comenzaron á habilitar muchos, eu que gas-
taron tiempo, en que reconocían los catatanes, que era ya
casi por los fines de Marzo, que ya el Rey anhelado había
dado intención de salir á los postreros, creyendo bastaba mes
y medio para vencer cuidado tan grande ; empero salió y ca-
minaba vano el discurso. Habíanselo afirmado asi ios tratado-
res, que fueron el marqués de Líche y n. Diego Mejía, y más
35
qae todos el duque de Cardona, con quien no corría bien la
noblexa por competencias y cortesías, en que él los pretendía
adelantar por demasiado señor y por la vanidad antigua qw
aún resplandecía en d duque de Segorbe; pasión que nunca dejó
arribar á ninguna esperanza. Las Cortes entreteníanle: los de
menor calidad, diciendo concederían, pedíanle ante todas
cosas las mercedes que les prometía ; los plebeyos y gentes
así, hechos todos de un bando y de un parecer, fabricaban
papeles, deseando constituir cuatro barones, con testimonio de
Justicia, para que cada y cuando se les fuese á pedir algo,
aunque fuese con mandamientos y cédulas Reales, sí impug-
nase á su libertad, quitárselas y castigarles por agresores con-
tra las leyes é inmunidades de la patria ; los más nobles, se les
tiraban y no atendían, conservando con mayor tesón el
bando de Narros y Cadelles; los eclesiásticos, de la misma
manera; y si bien los soldados deseaban servir al Rey, los
que eran castellanos; pero algunos canónigos naturales de
Barcelona, y los forasteros, turbaban maliciosamente el pro-
greso de las Cortes. Con esto no se hacia más que gastar el
tiempo y tratar de sólo sus particulares, los cuales decían que
por el derecho de sus fueros habían de ser los primeros. En*
tretenianle, por poseerle, con moderadas fiestas y porque se
quedase allí el dinero entre ellos, como en otra parte lo refe-
rimos, con los gastos precisos y otras cosas; biciéronle las
fiestas de las Carnestolendas, saliendo todos, hombres y mu*
jeres, públicamente y con sus caras descubiertas (como si no
erraran en aquello] á bailar á la- plaza y calles: la de los
saraos verdaderamente contenia esplendor y belleza; jun*
tándose en el salón, ó pasadizo que se habia hecho desde Pa-
lacio al mar, lo más ilustre de la ciudad , donde lo veía el Rey
y el Infante retirados. Haciendo alguna queja de esto , dando
á sentirse de que no se mostrase en público y aun danzase
con las damas (vanidad catalana), esperaban el día último de
Abril, teniendo por fe los habia de dejar y salvarse en él del
asedio en que se hallaban. Juntábalos todos el duque de Car-
dona, sin sacar de ellos cosa de provecho, con que salía casi
al anochecer; encendido y sin paciencia , mostrando ta eipe-
riencia que el arbilrío que se habla tomado salia inútil, de
que estaban contentos los poco aféelos a sus cosas, y de-
seando que se locase así; que si á cualquioFíi de el)os se le
hubieran encargado, manifestabaD. serían más poderosos para
la conclusión; haciendo alguna vez alarde de ser amigos y
confederados, y que el duque de Cardona apenas tenia un
hombre á su lado.
Llegó, por estos días, y dieron fondo en aquel -muelle,
la Real y galeras del Papa con e! nepote que venia á sacar
de pila á la Princesa recien nacida: viérohse en secreto, hi-
ciéronse muchas caricias, olvidando los diferencias pasadas
con el lio, que no duró mucho, volviéndose á ejercitar ma-
yores por nuevas y singulares dependencias. El rey de Fran-
cia, venecianos, y duque de Sdboja, y toda la Ilalia, y los
demás confederados, se estaban quedos y á la mira, espe-
rando en qué pararla esta nueva alianza, y si el suceso re-
ducía al Papa á la amistad y facción española; pareciéndoles
perdían allí dinero y socorros para inquietar y emprender á
Hilan y Ñapóles. Atendíase mucho al hospedaje y ni r<>gaIo
del sobrino, creyendo se metia grande prenda dentro; el Papa
que era sagaz y sumamente estadista, ni quiso desechar el
parentesco, ni dejar descubrir por entonces sus materias y cor-
rer con el nuevo accidente, ó por disimular la pasión fran-
cesa para con los que esparcía por la Europa csla adolescen-
cia, ó fÍErdo en cuan aína habia de espirar la jornada, ó por
cubrir el yerro de haber entregado las plazas de la Baltelina,
puestas en tercería por el rey Católico y los franceses. Cosa,
cierto, digna de sentir y ponderar, que un Vicario de Crisio,
puesto en el lugar p)ra imitarle y ser su semejante en la
tierra, y mediador ánlcs que parcial, hallándose los baltílcne-
scs oprimidos de la ínGdelidad y tiranía de grísoncS; y ocur-
riendo, instigados de sus miserias y trabajos, por el remedio
d las piadosísimas entrañas del rey Católico D. Felipe III, y
sacándoles con la potestad de sus armas de este asedio y ca-
lamidades, como verdaderameAtc grande y religioso y que
37
lo hal)ia Dios puesto en el mundo para tale& cosas, y ajrudado
á Iodos con ellas ; .Saliéndose los grisonee de Luis XUI , rey
de Francia, para qne volviesen ai^uellaa gentes y aquel valle
¿ su jurisdicción, y precediendo en e&te Ínterin la muerte
del re; Católico y sucediéndote el cuarto, y por obrar esta
materia entre las mucbas qus hsllo y exclilyó i Italia de
guerras y decepciones antes de restituirla á.duma paz y tran-
quilidad; solicitándote el rey Cristianisimo á la composición
de esta negocio, y tomando por medio que se pusiesen las
plazas por mano de Urbano VIH, qUe acababa de oeupar la
Silla de la Iglesia, porque ron remedios saludables y católi-
cos te entregasen , ó bien á ellos mismos , para que viviesen
como deseaban debajo del dominio y suavidad de la religión,
ó bien á los grisones, como no les estorbasen el proseguir las
cosas de su libertad, haciendas é industrias; pues estando en
esto, y con algunos fuertes levantados, portados por el rey
D Felipe 111 pura su seguridad, sucediendo el contrato de esta
liga para sus cotfvehtencias propias y para mayor aliento da
la facciOD francesa, y que tuviesen donde meter los pies
en Italia, entregó de scci'tito, y sm tocar caja, las plazas de
la Baltelina á los franceses. Cuan importante es aquel paso
para bajar socorros de ambas Germanias á Italia, ó paca
desde allí enviarlos á ellas, los hombres de mayor nolioia lo
digan, y si esto, debajo de buena fe, alianza ó pretexio reli-
gioso, pudo hacer; y si no, que condénenlos el heobo so ea
mucho, antes tendrá razón de guardarse el reoeloso, temer
ruina ó recelar fracaso, y creer que no desea su comodidad,
entes sacarle de Italia y di^rsela á los franceses, para añadirse
á eí lo que por sus propias fuerzas no puede; que debajo
de este interés camina y se emboca, empero eq e& vano; ayu-
dará Dios nuestras cosas, asegurará nuestras raíces, porque al
más católico toca más legalmsnle ensefiorear toda la tierra.
Entre estas materias políiicas, y entre los cuidados da
Conducir las Cortes y encaminar los marciales de Italia yPid-
tes- Bajos, que parece bablaii de excusar giras, no se olvida-
ban ]as civiles y domésticas de dentro de caM). antes á éstas
r
alendia con mayor vigilancia , y alguna vez perdíamos de
vista aquellas, como lo daban á senlir sus ruines aféelos; pues
ni el audaz genio del mayor Mtnisiro había dejado al Almi-
rante descansar, ni desahogádole un punto de sus premisas,
ui él depuesto de la venganza ni el rencor, cuando inlempes-
tuosatncnle se publicó en Barcelona, bacía el Rey merced al
marqués de Liche de Capitán general de aquella provincia y
sus costas. Discurrió muy bion el Almirante, que se hacia á
Liche la merced por darle pesar; crecerlo y adelantarle, ykél
hundirle; para en caso que allí se ejerciese algún aclo de mar,
anteponérsele , atendiendo que el principal asunto de Almi-
rante es, cuando la Persona Real entra en alguna armada , go-
bernar los bajeles el Almirante. Por esto, cuando el Rey hizo
jornada á la Andalucía y entró en Cádiz, dando intención á
los generales D. Fadrique de Toledo y D. Luis Fajardo quería
visitar la Real y los demás bajeles, atendió el Almirante é
hizo saber á S. M. , al conde de Olivares y las demás personas
que se hallaban alli del Consejo de Estado, como D. Diego
Hejía, D. Fernando Girón yotros, que caso que S. M. entrase
en la mar y en los vasos, le tocaba á él ordenar lo que allí se
había de hacer, y los generales habían de deponer de sus
bastones y él solo le había de tomar. Remitió el Rey et nego-
cio entonces, y consultólo con los del Consejo de Estado; re-
conocieron las circunstancias del título, y de común voto y
parecer dijeron se debía conceder al Almirante lo que pedia:
no le dieron esto tan á su favor, que el gobernante, buscando
sus rodeos, dejó se hiciese saber á los generales, para ver si
había algo que alegar en contra ó de que naciese la dificul-
tad , á ver lo que decían, y propúsoseles : D. Fadrique, reco-
nociendo la grandeza det Almirante, su sangre y tío, y Don
Luis Fajardo por el consiguiente, dijeron que si, y que en
cualquiera ocurrencia naval que se hallase el Almirante, luego
al punto rendirían los bastones y le dejarían gobernar; con
que, viendo cuan á gusto se hallaban todos, se respondió al
Almirante podía tomar el bastón el dia que S. M. entrase en
la Real, y que otro ninguno le tendría sino él.
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Saccdió asi , qae yendo el Rey á visitar aquellos bajeles,
ambos generales se le ofrecieron, y él tomó el de D. Fadrí-
que de Toledo, como de pariente. Esto sucedió allí, guardán-
dole so justicia ; que es digno de honor y nombre el varón
que vuelve con todo cuanto puede por lo que Je toca, como
de vituperio y olvido el que se deshonora y descuida de los
títulos que le han de hacer mayor y más perdurable entro
los exaltados en fortuna. Finalmente, esta herida que dije, no
hizo grande agujero en el pecho del Almirante, porque su
titulo y dignidad dice en Castilla, y el otro no se extendia á
más que en el principado de Cataluña. Pues viendo que no lo
sentia y que su semblante está intrépido á todo trance, ó bien
si él lo habia dicho ó lo leyeron en él , y que estaba resuelto á
volver por lo que le locaba; dentro de breves dias, que eran
ya los de la Semana Santa, tiempo más á propósito para darse
á los misterios que por nuestra salud obró la misericordia y
sabiduría divina antes que á otra vanidad ó venganza, sin
embargo, le armaron otra mayor y más dura, donde les pa-
reció que, aunque más constante, habia de caer y habia de
reconocer jefe , que en todos actos le habia de preceder, y él
se habia de postrar á la sumisión (mas engañáronse): y fué,
que el conde de Olivaros renunciaba el titulo de Sumiller de
Corps en el marqués de Liche. Esto en lo aparente, que en la
verdad no era hombre el otro que se dejaba tomar con un
clavo. Ufanóse mucho el de Liche con la suprema dignidad;
besó la roano al Rey, y es cosa muy de ponderar ver el ánimo
de los que se han criado en pocas cosas ; que hubo Ayuda de
Cámara á quien se llegó y le dijo no so hallaba con fuerzas
para echarles el Tos, mas que procuraría con su padre se to-
lérase en algo esto , dando á todos una ayuda de costa ; ase-
gurándolo asi D. Diego Mejia. Paró todo esto en aire, porque
él se lo debió de decir al Conde, á quien no debió de agradar
el subsidia ni que fuese menester capa para la desvergüenza,
y echándolo por alto, para en llegando á Madríd, á esta
iniserable y mecánica república, como dice D. Antonio de
Mendoza , sin hallar fundamento ni razón , mas de que se
le puso en la cabeza había eitlre ellos algunos apasionados
det Almirante, ponerlos, sin acatar que eran hoiubces do
bien, virtuosos y de partes, y los más de ellos Torzados de sus
obligaciones y atados á ellas, como los más soeces de su co-
rona (si entonces la tenia); y les llegó á decir que mirasen
DO hablasen á alguno de su casa y orden para quedarse en ella.
[A tan leves soplos estaba expneslo lo que no era suyo, sino
déla Persona Beal, dado por servicios y para hacerlos mayo-
res, y los que tocaban á su propia persona ! Hubo alguno más
atento, que esparcida esta, promesa del Duque, no la creyó;
adviniendo que en algunos dias de aquella jornada, sobrán-
dole al Rey-mucho tiempo, porque no salla de casa ni se dio
á otro entretenimiento, pasábalos en jugar y dando un do-
blón de barato á los Ayudas de Cámara, cuando tan tasada-
mente se les habia dado la ayuda de costa á tan larga jor-
nada, dejando sus casas; dándoles, pues, este socorro, fallaba,
y hacia diligencias en las borás retiradas para que no so les
diese; y viendo que el Rey no se enmendaba, cotno si lo
echara eo cosas feas, ó. lo diera á hombres bajos ó de oficio
indecente ó perjudicial á las honestas costumbres, bufando
decía: — ¿Es posible que esto ha de ser así? Nadie lo creyó
como sucedió; y con esta buena acogida, los más de ellos y los
que no eran suyos, jamás ninguno se prometió cosa buena,
ni la tuvo, ni la esperó; deseando hundirlos sin saber por
qué, que ni más callados, ni más humildes, retirados, obe-
dientes y sujetos, no se vieron jamás ní se hallarán escla-
vos, más rendidos á la servidumbre y al imperio y saña del
Privado, en las manmorras de Argel.
i Cuan diferente fué en esto aquel Príncipe , dechado de toda
la bondad y cortesía, el duque de Lerma! Cuando había algo
que avisar (que no so puedo decir reprender], porque todos
eran hombres atentos, de consíderocion y prudencia, les de-
cía: — Advertid que lal y tal cosa se tenga cuenta con ella, y
estéis avisados de lo que os loca, y no haya falla. Esto dicho
con palabras de gravedad, do señor, de Sumiller del Rey
santo, esclarecidísimo, y sumamente en todas materias pros-
41
peradú; empero no bufando, ní con palabns ásperas, donde
no hay para qué, fabricadas por su mismo miedo, por su
mismo antojo, abrazando él y desquiciando la bonra á los
que la amaban y deseaban lanto, sin hallarlos en cosa inde-
cente, en traición, ni en nada: cosa porque Dios le ha do
castigar severamente. La nueva de este hecho, esparcida por
Palacio y por todo el lugar, con brevedad llegó á la posada
del Almirante, donde, sin osar salir de ella, se daba ya por
retirado. Viscurriola y, descogida muy bien, halló que se
buscaban modos eitraordinarios para congojarle sobre el ri-
gor é inclemencias, y que ya era tocarle sobre su reputación,
honra y estado, y que se hacian muchas demasías con él.
No sentía que al de Licbe se le hiciesen colmadas mercedes,
que esto ya sabia que era imperio y adolecencia del Privado;
sentía que se las hiciesen por darle pesar y hacerle uiofa,
como si fuera un hombre ordinario y no tan grande señor de
tan esclarecidos titules y Estados, de la sangro Heal de Cas-
tilla, de Aragón, y otras esclarecidísimas casas de nuestra
Europa; y asi, discurriendo con brevedad en lo que le tocaba
y hacia á su decoro, dando de coces y de bofetones á las al-
tiveces y poquedades, no queriéndolas sufrir, resolvió como
sabio y persistió como grande; y á.la hora de las doce llamó
á sus criados y esperando á que el Rey acabase de comer,
partió á Palacio. Entró en la Cámara, donde el Rey acababa
de retirarse y estaba solo, y llegándose á él (y el Rey, no sin
el semblante mudado, previniéndose la novedad, poniendo
los ojos en él y esperando), le dijo el Almirante: — Señor, yo
entendí que e1 haber entrado ¿ servir á V. M., me antepone
á otros que no tienen los méritos que yo, y roe preGere á los
más modernos: dándoles tos oficios que no les toca El Rey,
que se dio por entendido, atravesándosele y no dejándole pa-
sar, le dijo: — A quiín yo he dado cí oficio de Sutnil¡«r es tan
bueno como vos. A que replicó el Almirante: — Señor, sí esta
llave es causa que V. H. me trate así, roe dé licencia para re-
tirarme á mi casa.
Esto fué lo que pasó; si hubo otras palabras no lo sé, lo
r
cierto íaé que el Almirante salió de nllí y pasó á su posada,
donde todo el tiempo que a!li cíluvimos no salió ni aún para
la iglesia. QueiJó el Rey, no sí» ulleracion do e^te lance, y
sintióle: llegó luego á las orejas del conde do Olivares y todo
Palacio, y no lo creyó, ni acababa de creerlo: tan fuera es-
taba de pensar que el ánimo del Almirante era para tanto;
sin embargo, pateaba y lo sintió; mas de que lo sintió lo
sé bien. ¿No es desazón' descomponer un lan gran señor con
BU Rey, ni otro ningún vasallo? Ei iiir¿inle D. Carlos, lo sintió;
Principe de todas maneras generoso, parecido en la bondad y
clemencia á su gran padre, y en la observación y conoci-
miento de los lionores y preeminencias que so les daban á los
nobles y grandes de Caslílla ; queríale sumamente por su ca
lidad, por señor, y porque tenia partes verdaderamente ama-
bles, Y viósele este accidente en el gusto y en el semblante,
en que repararon muchos, y lo notaron no pocos, aun de los
que sin fortuna quisieran ver al Almirante y desvalido de to-
dos; y por esto t'e armaban estas aseclianzas, porque el Pri-
vado no quiere que haya otra ley, y forzosamente quiera que
domine la suya á las otras, aunque sean las del Soberaoo,
porque él lo quiere á pesar de lodos. Fué notable el ruido
que pasó en Palacio y en la ciudad hi¿o este caso ; discurrióse
largamente entre todos.
£1 Conde no lo acababa de recabar, y decíanle, y aun
él lo pensaba, que suceso tan alentado no habia salido* del
ánimo del Almirante, sino que habla sido aconsejado: pre-
guntaba, informábase con personas, más fácilmente trataba
cuál era el más estrecho amigo suyo, y en fuerte hora le di-
jeron que el marqués de Castel Rodrigo. Comenzó de aqui,
como quien tan bien conocía el genio del Marqués, á darse á
creer que seria muy posible haberle aconsejado este heclio;
comenzó á hacer inquisición y á preguntar quién le habla ha-
blado, é quién habia hablado él, y quién habia andado con
él, y qué había hecho aquella mañana; y cuando oyó á uno
de sus espías que le habían visto salir de la posada del mar-
qués de Castel Rodrigo, dio por cierta y conürmada la sos-
43
pecha, y de aqui á darle culpa, y á conjurar contra él , y á
publicarlo, á mesurarse con él y hacer que el Rey lo hiciese
y se lo mostrase en el semblante, no hablando en otra cosa;
con que comenzó á entrar con él en desconGanza, dejándose
ya las primeras en Madrid, en D. Jaime Manuel, y entrando
por aqui en toda la de los demás del Consejo, y hasta en al-
gunos de sus parientes. Por esto conviene en algún tiempo,
no ser compañero en la (Cámara) con otro. Sabia el Conde
con cuánto desembozo y de buen aire le habia ayudado á
morder y murmurar las acciones pasadas, y que ahora, en la
era presente, tenia por chismes de sus ventores, lo hacia,
si bien con más secreto, con igual gusto: decia que era aquel
su natural, y procuraba deslucirle, y que ésta planta pade-
ciese tormenta y que no quedase en pié ; corriendo la for-
tuna de los que por so desconfianza y miedo deseaba arrastrar.
T porque casi todas sos acciones en el gobierno y las armas
hablan surtido imperfectas, desvariadas y sin fortuna, porque
verdaderamente el sujeto no la tenía, cosa necesaria más que
otra en el Privado, y que defraudado su Principe en esto y de
los buenos sucesos de sus estados, herido de efectos tan si-
niestros, le abriese los ojos algún dia, y poniéndolos en otro
más suficiente, y de mejor astio, le apartase y cargase sobre
aquél el gobierno; pareciéndole que Castel Rodrigo era hom-
bre de seso, de saber y agilidad para gobernar, que esta
opinión la tenian muchos y era bien reputado en ella, y que
era tal la variedad de las cosas humanas, que esto, sin mila-
gro lo podia ver; conjuro, como dije, contra él, y se la guardó
para echarlo de Palacio. Por esto, y por lo que habia concebido
en el particular del Almirante i tan imperioso consideraba,
que sustituyó su conservación , á pesar y aunque costase ia
honra y servicio de los mayores y mejores vasallos, y asi,
entre tanto que esto se llegaba, le procuraba deslucir, di-
ciendo que no sabia, que era un ignorante, bisofio en todas
materias.
Si esto era torcido , mirese como lo halló ahora á propó-
sito para la embajada de Roma , en tiempo que las có&as
tJn de peor talento para coa aquolla Áposlólica Silla, si ya
no es que no halló otro perro má^ bravo que echar al Pon-
tílice, y después el Rey para recobro y reparo do Flandes,
que su gobierno dejó en las manos do, la muerte el año de
cuarenta y tres. Eslo medio estaba ya tan dentro, que si fuera
en estos dias tnviera más razón y más fundamento este juicio;
porque el gobierno de entonces, aunque se ejercitaron en
él las crueldades injustas y sinrazones qiie vimos y se hacía
en el mundo todo lo de potencia, áíjn estaba tan descarnado
como el de hoy, porque gozamos, aunque poco tiempo, de la
benignidad y clemencia de D. Baltasar de Zúñiga, de su tem-
planza y prudencia; de la bondad de Aniouio Aroztegui, se-
cretario do Estado, de su cortesía y sufrimiento, tan necesa-
rio con los pretendientes, en el manejo de negocios; de la
virtud y desembarazo en puertas de Pedro de Contreras, quo
le sucedió, de las buenas respuestas que entonces se daban
á los pretendientes, la vista á tiempo de sus memoriales y
en salir sin menos gravedad y «ubsidío de las mercedes, las
audiencias gralas sin herir las orejas, no tan cercenada, la.
pgrciou de Palacio^ menos gustosa, más reposada ioquísí-
cion en los haberes y alhajas de los subditos, más libertad en
los consejos, menos tributos, que con ser tantos y tan gran-
des los que entonces se trataban y se imponian nos hubié-
ramos dado por dichosos, si esta peste y contagio que va
hundiendo la monarquía,, y lo peor de todo con gusto de
los enemigos, hubiera acabado y tuviera fin. Empero si el
Marqués no se hubiera quebrantado, cogiera ahora el hilo y
discurriera por lo presente y so lamentara con justa razón ; se
podia temer el Conde del juicio que entonces hacia ó del que
después esperaba. Verdaderamente él era del ingenio referido
en el censurar; cansábanle los atrevimientos de algunos y que
no tuviesen castigo las demasiadas mercedes de los rocíen
entradas en Palacio, aunque fuesQn nervios de aquella for-
tuna; decía que cada uno habia de tener lo que le tocaba,
BÍn hacerle agravio ni anteponer al primero el postrero; que
no babia de tener nombre de gran Ministro el que era injosto;
45
que por eso daban las leyes, la razón y la naturaleza las co-
ronas, los mayorazgos, las grandes casas, al'que nació pri-
mero, sin buscarle olra circunstancia, á esta prerogativa; que
esto se ha observado de los Condaves, Dietas ^ Consistorios,
Consejos, Ib^istcádos, Religiones y Escuelas , siendo ^to en
loque consiste la concordia de los Estados, la verdad do
las materias, la esperanza de lás cosas; y tí fundanoeDiO de
{ajusticia; que el que siente el agravio y le impugna, no se
puede dejar de creer que no es benemérito, que aquel será
inhábil que no le picare el corazón: este hecho, y -esto soío
merece que se le antepongan los otros, y cualquiera; que no
habia duda que se atravesaba aquí la conciencia y la buena
administración , á que ha de estar atento el gran gobernador,
quCf ajeno de toda pasión , no ha de arrimar á si ni á los su-
yos los oficios más superiores, que se graduará de tirano.
Refería, otrosí, que el no tener libertad el Principe era la
mayor mengua de la monarquía y de la persona; y que no pu-
diese dar por su voluntad ó á su albedrío siquiera un cabello,
sino que se haya de solicitar primero aquel móvil , y que si
¿I no gusta dé ello, aunque estotro quiera, no se ha de ha-
cer, y sean los servicios de aquellos, hechos en su presencia,
infructuosos; y que se le proponga al Príncipe que no dé,
por quitarle aquella virtud que abre camino por lo más in-
accesible y dificultoso , y que dejando sus fuerzas frecuen «
ten las suyas y las que no habían de tener esta calidad , quizá
porque no le busquen, y se le dejen para sí; y que no haya
Príncipe en la sustancia sino en la figura , y aun en ésta haya
mucho que decir, y lo más infeliz de todo que se dé á per-
suadir por aquí que está bien gobernado, sin mirar que le
despojan de los atributos de la suprema potestad. Ser infor-
mado de los mejores, es altísima virtud de uno solo, y ese
rebelde, en que se ha de seguir sólo su gusto y parecer y for-
zosa voluntad: yerro gravísimo y que hace al Príncipe mal
reputado y de que es para poco; por donde vienen á desesti-
marlo los naturales y extranjeros, y á tenerse por Rey al Valido,
que quiero que le guarden, los ejemplares de sus antecedentes
sin que le Talle punto, y esto cuando proponém mooentcion
de los oíros y que, reformando los ajenos, no reforma los su-
yos, ni le agrada esta ley, ni ta quiere en su saca. Quien si-
gue esta doctrina, por más que blasone de virtuoso, el juicio
humano no lo abona, ni menos que huelle el verdadero ca-
mino y que pretenda enguñar de todas maneras y con todas
mañas, y que se cubra debajo del escudo de la hipocresía
para ser por todas vías dañoso y la hidra del Evangelio. Decía
cuánto convenia al Principe serlo, y usar de sus acciones con
libertad, y hacer al vasallo, vasallo y no imperioso.
Docia esto y mucho más; y Gnalmente , la presunción de
este suceso del Almiranie, los que discurrieron ó se dieron
¿ creer contentos de parecerles hablan hallado con que ca-
lumniarle, no se lo callaron; dijéronselo en la cara, que el
hecho del Almirante había sido por su consejo, que él no era
para ejercer tantos bríos. Rara cosa, que en siendo un Príncipe
rodeado de virtudes, de buen trato, llanera, blandura y cor-
tesía, ya quiere la soberbia y vanidad que no sea de ánimo
para mirar por lo que le toca y que no le huella. El otro ti-
rano pagaba adelante al cargar al Marqués, diciéndole que se
verificaba esto porque vieron al Almirante salír aquella ma-
fiana de su posada. Él decía que era antes y que estuvo con
ét , mas que no le dio parto do su pensamiento , y que si le
apuntó algo, que no lo quiere negar, le dijo, que él sabia muy
bien lo que le importaba, y que asi no le decía nada ; y que,
¿quien dice que el Almirante necesita de que nadie le dé
consejo? que él es de tan gran juicio y discreción que le
puede dar á los más avisados. Sin embargo, se comenzó á
proceder contra él , ponderando que había sido atrevimiento
abandonar el servicio del Rey y la llave; dignidad tan pre-
ciosa. Así se hablaba en ello, y asi se endirecia, como cosa ja-
más en ninguna era vista; mas en secreto se procuró que el
marqués de Monte Claros, del Consejo de Estado y Presidente
de Hacienda, y uno de los de la gavilla ó junta donde se for-
jabar. las máquinas y novedades que se arbilriaban, más
atento á creer en dignidades que al beneficio y utilidad pd-
47
blica, le procurase reducir á lá enmienda y arrepentimiento
de lo hecho ; porque antes querían , por venganza , que se que-
dase y rindiese á la sumisión del nuevo exaltado y le recono-
ciese por jefe, que no se fuese, aunque quedase por Valido
del Infante: que en la oficina de sus propios particulares ha*
bia remedio para todo.
Partió el Marqués, muy hallado en que lo dispondria todo
y ofrecería este sacriGcio al gusto del Valido (dolencia de
ambiciosos y de talentos gentiles que no reconocen más que
este Dios), y entrando en la posada del Almirante, le dijo: —
¿Qué es esto? ¿Qué es lo que habéis hecho? ¿Quién os lo ha
aconsejado? (Luego le picaban aqui, por tirar de paso al mar-
qués de Castel Rodrigo; general flecha en todos los mal inten-
cionados y que le deseaban deslucir.) — Dejaos de estas qui-
meras, que os perdéis. Y prosiguió: — Volveos á los pies del
Rey, que aunque airado con vos, os perdonará: todos han
sentido generalmente esta novedad ; á vuestra casa y á vues-
tros aumentos importa , y yo tengo de acabar esto con vos. El
Almirante, resuelto á lo comenzado, dándoles la razón para
su defensa soGciente, concluia, que él no quería ni deseaba
otra cosa que retirarse á su casa. El marqués de Montes Cla-
ros, viendo no le reducia por la persuasión y el ruego, echó
mano á la siguiente que traia reservada, y apretóle por la
fuerza y por la amenaza. — Mirad que os han de castigar ri-
gurosamente. A que resistia: — O la cabeza ó á mi casa. Llegó
á esta hora D Rodrigo Enriquez, su tio, que se habia quedado
en Monzón para concluir cosas no bien acabadas en las Cor-
tes, fuese al Conde, precepto ante todas cosas observado y
que ha de ser antes á él que al Principe, para coger el aire á
la materia y quedar dueño de ella para que corra á su pro-
pósito; fué al Conde, como digo, como á interceder con él, á
que le respondió, que él no tenía parte en aquello; que sin
embargo de lo sucedido, el Rey estimaba tanto la persona del
Almirante, que siempre que se echase á sus pies lo recibiría
en los brazos. El D. Rodrigo Enriquez, pensando que llevaba
en aquellas palabras la resurrección del Almirante, partiendo
48
á su posada, ücotnetióle por los filos que Montes Clares. Sin
dejarle acabar, levantóse de la silla y encendido de cólera
respondió, no tendría por amigo ní por aleudo al qqc le ha-
blase, resistiese ó apartase de su propósito; que aquello oon-
venia ¿ importaba á su honra, la cual dcTenderia intrépida-
mente á costa de su sangre; que m4rasen los suyos si le
querían con ella: á que no le respondieron, ni babla-
ron más.
Volvió Monte Claros ál aposento del Conde, que le espe-
raba con mas alborozo que el correo de Flandes ni de Italia,
y dándole muy por menudo cuenta da lo sucedido y cuan
constantemente permanecía el Almirante, asió luego del po<
der y forjó un papel, que hizo ir-asladar al Rey y que lirmó
de su mano p<ira el Consejo de Estado, encaminndo á casti-
gar el sucl-so, que decía, habia entre los gentil cshombres de
la Cámara de su Príncipe que había espirado , con su muerte
recibido solamente aquel mozo á la suya: palabra quo ya por
el gusto del insidiador, tiraba á desarmar la dignidad, títulos
T otras honras del Almirante, pues no le nombró asi ; y pro-
seguía, por hacerles honra y merced, que habiendo mostrado
poco agradecimiento á esto, y apartidóse tanto de esta aten>
cion , que habiendo querido meter al duque de Cardona en su
coche y avisándoselo, después de haberle replicado, y es-
tando ya para llegar el Duque, asió el estribo, y so sentó ; y
qae úllímamentc. por enmienda de estos yerros, quería apar-
tarse de su servicio, y dejar la llave ; quo mirase el Consejo
qué castigo merecen estos atrevimientos, y se ejecutase. Es-
parcióse luego este papel ; más por terror, que por satisfacción
ó castigo verdadero, abrióse en el Consejo, y le dejaron así;
porque ó quererse retirar un señor y á sustentar sus preemi—
nehcias y lugares , la razón y la justicia se encogen tliciéron-
selo saber; volvíéronsclo á intimar, á persuadir, y amenazar,
y él respondía que á sn casa, ó la cabeza. Últimamente le
dieron, ó 61 se dio, por preso en su posada : con tan verda-
dera grandeza de ánimo se asió á su estimación, y la mon—
tuvo, que se remontó á todos los demás espíritus quo le
atendisD. La emulsdon de la facción valida,' sé' saBtebtába
sin ver al Almirante, ni enlrar por sus puertas; mostrando
ceño al marqués de Casiel Rodrigo, dejando decir al marcjués
de Alcañizas uno de sus muchos disparates, cuando alguno
le dijo que no atendía á la obligación y af pamnlesco, que él
no era Bnriquez del Almirante , sino del conde de Alba , como
si el conde de Alba no fuera escudero de la casa del Almi-
rante y fuera el origen del blasón de Enriquez en el mundo,
y los qite le poseían le tenian de él. En estas materias tan
poco útiles, se pasó, como dije, aquella Semana Santa, en
este ejemplo y en estas obras, con escándalo público de
aquella ciudad y de Palacio, pareciendo más gentiles que ca-
tólicos. A esta hora, llegó la dignidad cardenalisla para el so-
brino del Conde, hijo del marqués del Carpió, y celebróse el
casamiento de D. Luis de Haro, su primogénito, con la bija
del duque de Cardona. En tan breve espacio de tiempo, que
apenas fué de un mes, consiguió la facción valida cuatro pre-
seas de calidad y valor, que podían servir de premio y de
honra á i;uatro casas ejercitadas en trabajos y servicios por el
bien público: General de aquella provincia y costas, para el
marqués de Liche; el oficio de Sumiller de Corps; el capelo,
para el hijo del marqués del Carpió; el casamiento con la
casa de Cardona, para su primogénito.
Fenecida, bien que no del todo, esta guerra civil de las
pasiones de Palacio, razón será que volvamos un poquito la
pluma á las Cortes, si es así que para ellas venimos y nos
alejamos de nuestra patria y casas cien leguas, por espacio de
seis meses, con descomodidades, rigor de tiempo, necesida-
des intolerables del tiempo, y cansadas jornadas. La materia,
pues, de este tratado, ni ¿un esté en forma, ni principio:
manteníanse los catalanes sin querer conceder, y más aína
entonces cuando ya estaban á las pnertas del término pres-
crito de volverse el Rey ; tabla en que se esperaban salvar de
la vejación y borrasca que corrían: conocíanse las diligencias
por vanas y por imposibles; los ánimos, cada día más duros
y más constantes eo 6U opinión, reforzaban todos; sin em-
bargo, enviándoles el Rey á decir se acordasen le tenían elli
lejos de su corte , privado de la vista de la Reina y de la Prin-
su hija, que tenia allí al Legado y sobrino del Papa y
era Tuerza darle la vuelta con brevedad para celebrar el bau<
tismo do la Princesa, prenda que por el amor que la tenia
no podia tanta enajenación de tiempo; que tenia negocios i
que acudir, como se lo avisaban los Consejos, y materias que
expedir, importantes á las conveniencias de Ilalid y ambas
Germanias; que el Legado era forzoso volverse á tiempo para
navegar, como el PontiQce se lo pedía y avisaba; la propuesta
fué vana. Con el duque de Cardona, estando ya caiei á los
Bnes de Abril , los juntó á lodos, y avisó á los tratadores y mi-
nistros para que estuviesen á punto, é impugnar la dificultad &
la obstinación de los concedientes : ellos lo entendieron y no lo
excusaron, disponiéndose muy prevenidos para contradecir—
aelo y desesperar totalmente el efecto y la esperanza; y
cuando ya se hubieron juntado, y movió el duque de Car-
dona, se levantó tanto ruido que se metió á confusión. Ade-
lantóse el Duque con las palabras, á que fué recibido con las
espadas y algunos pedernales, con que se salió ; dio cuenta al
Rey y al Conde, y tratóse de prevenir la jornada y usar la
treta de Monzón. Salió el Rey de Barcelona, mandando ir al
Almirante preso ¿ Medina de Rioseco: él se adelanto un día,
no sé por cuál más alna, o por et gusto de la incomodidad, ó
la utilidad de la obediencia que se le seguía en el mandato:
el duque de Maqucda quedó burlado en el viretnado de Bar-
celona; sin embargo, á la salida y en el camino se hicieron
refuerzos y se enviaban apretados papeles, haciendo muchas
paradas, á los de las Corles: nada bastó. Pasó aquel dia el
Rey á Nuestra Señora de Monserrate, admiró aquel escollo,
fábrica maravillosa de la naturaleza, erigido para teatro de
aquella estrella luciente y purísima del Mediterráneo, donde
■e ven las amarras, las áncoras y timones de tantos nave-
gantes, surgidos en sus playas, librados de las tormentas por
su abrigo é intercesioii : adoró la milagrosísima Imagen ; visitó
las ermitas, y aquellos prodigios referidos eo la antigüedad
61
de sus ermitaños; edificóse con los religiosos, y á lai^ jor-
nadas, favorecido de su generosa mano aquel templo, llegó
á Monzón, donde concluyó algunas cosas; pasó por Zara-
goza, y de allí á Alcalá, donde le esperaba el infante D. Fer-
nando con toda su casa, y entró en Madrid por la posta,
con general aplauso y gusto de la corte, que nunca le vieron
tan gallardo. Mandó consignar las Cortes de Aragón en Ca-
latayud, llamada antiguamente Bilbilis, patria de Marcial, y
que alli las prosiguiese el conde de Monterey, constituyén-
dole por cabeza y presidente, quien después de algunos meses,
viendo se perdia tiempo, con licencia del Rey las desamparó y
se vino á la corte, y los catalanes á sus casas, no sin grandes
celos de las provincias vecinas, viendo á los catalanes dueños
de su libertad y que habían sabido mejor su negocio que ellos:
con que, pues no se consiguió allí, cuando aun no había por
su reciente materia echado raices la consideración , hoy que
las hay tan profundas, el discurso y la atención más enveje-
cida y más lata, ofuscó el dolor y las voces de los subsidiados,
no hay que esperar, ni tentarlo otra vez, que será en vano.
Asentado ya el Rey en Madrid, se dio principio á la cele-
bración del bautismo de la Princesa, cuyos padrinos fueron
la serenísima infanta Doña María , que la pedia el Emperador
para su hijo con titulo de reina de Hungría , y D. Francisco
Barberino, sobrino de Urbano YIII, Pontífice de la Iglesia;
y se hizo en la Capilla Real de Palacio con lucimiento y
ostentación, dándola el nombre de María. Los meses adelante
adolescíó el nuevo Cardenal, hijo del marqués del Carpió, y
se cayó la dignidad de la casa ; no sin faltar pronóstico del
mayor de los ingenios de nuestro siglo que, celebrándole re-
gladisimamente la ascensión al capelo, por hijo de su patria,
en un panegírico, en la primera estancia en los dos versos
postreros , como se verá en el segundo comento de sus obras»
le predijo pensando aclamarle:
tSi bien toda la púrpara de Tiro
Grano es de polvo
Al último suspiro».
r
De esta manera desapareció este Cadereita, 6 exhalación
qae comenzó á resplandecer, y aquel mnzo, que ilustrado con
aquella dignidad la volvió á la (ierra. Consiguientemente, de
sobreparto dentro de Palacio , \A marquesa de Liche , itija del
Conde, que sintió él y la Condesa amargamente, porque se les
acabó la esperanza de sucesión y recaia la casa en D. Luis de
Haro, su sobrino, hijo de su hermana mayor, marquesa del
Carpió: que también hay estos avisos ó golpes para los pode-
rosos envanecidos en glorias humanas. Trata este mozo entre
los ojos dias habiit, y entonces se acabó de declarar con él; te-
niéndole por mortal enemigo, decia, que nunca fué aficionado
ul marqués de Liche, ni aquella elección habla el mozo de-
seado, este casamiento, y aun dado el Conde intención de vc-
nirEe á él antes de su valimiento, y que as! se lo habla dicho
á su hermana; proseguía que no era afecto á sus cosas, ni
menos á sus acciones, antes que las emulaba y corria con el
dictamen de los que no le eran afectos y se hacia de él aquel
bando , y otras cosas en que no es bien cansar la pluma ; sen-
lia que le mírase bien el Rey, criándose aquí otro nuevo
ruido que causaba en el mundo no poco gusto y admiración,
porque es dar materia á que se entretengan y aGlen las len-
guas cuando no tienen que hacer. A la verdad , cansaba á Don
Luis la primada del de Liche ; habíale visto antes en una baja
fortuna, y no queria rendírsele, ni hacerle cortejo ni sumi-
sión , m' sufrir eí ros ó que por ley del cabeza se había promul-
gado en toda la parentda, por papel é instrucción secreta, cuando
se. contrajo el matrimonio, imponiéndoles á todos en el pa-
ragon y reconocimiento de escuderos. Desmantelada, pues,
esta fortaleza á gusto del pueblo, que es en estas cosas na-
tural enemigo, no faltando otros disgustos en Palacio, los
juntó á todos y les hizo una larga plática , desembozando bs
culpas que tenía contra D. Luís, -á que respondióla condesa de
Monterey, hnciendo cruces: — ¡Hay tal cosa! ¡Hay tal bella-
quería habiéndoles sacado do los terrones del Carpió! Quiso
responder el Marqués, y atajólo el Conde, diciendo: — No so
dice por V. S. que es un ángel, sino es por su hijo que es un
demonio. Exhortólos á la obediencia del de Liche, y á que
reconociesen, aun<lae descaecido del estado en que se vió
por su hijo, cabeía de las familias de Guzniao, y porque SÍ
esperaba con aquel suceso te babian de atrepellar satisfaciese
el pueblo y hacer suertes en él, y habían de hallar consuelo
ó vengania los del valimiento pasado, le hizo Grande otro
dia, cubriéndose por duque de Medina de las Torres'. Que-
brantado, pues, con la muerte de la hija, ó porque algún
religioso le dijo que dichas sin virtud no había , y que Pri-
vado sin Dios era escandaloso y defraudaría 4 los vasallos da
los regalos de su-Hacedor, porque castigaba en ellos los pe-
cados de las cabezas, dio en confesarse y comulgar cada dia.
[Oh si le dijéramos que el agravar los vasallos tan inicua-
mente es (bntar á Dios y la seguridad del Estado ! No sose-
gaba, por esto, aquel ánimo inquieto', ponia espías en et
cuarto del Rey y asechanzas á todos ; decia , ¿ quiéu babla , i
quién mira el Bey , quién asiste más? que aun esto quería que
fuese delito; y para los sucesos nótales, sucedidos, sin aten-
ción y providencia decia, tenia doce enemigos en la Cámara
del Rey, y los señalaba entre gentileshombres y Ayudas de
Cámara ; pretendiendo por aquí cubrirse de los siniestros su-
cesos, como si aquellos tuvieran la culpa de lo de afuera, y
de sus descuidos. Tenía algunos, que le deciao y mantenian
lo que á ellos se les antojaba, y con algunos castigos ejercidos
sobre inocentes , por sola su indignación , sin parecer allí , ni
verlo , se daba por seguro y por temido y con mayor Srméza
en el poder y el mando. ¡ Delirio de au flojedad !
Llegó pop estos dias nueva de la muerte de D. Luis de Ve-
íatco, General de cotxiUem de jFTan'Jes, esclarecido en el ánimo
y en sus hechos, y dio el oGcio en merced á D. Diego Mejia,
so primo, no sin grande sentimiento del conde Eariquex de
Sergas, que tenía la tenencia, soldado envejecido en los tra-
bajos de Flandcs; cuyo agravio le obligóá retirarse ide la pro*
viñeta de Geldres, de donde era Gobernador, no sín recelo de
algún desmán , por estar tan vecino á los enemigos y suma-
mente sentido. El Conde hizo salir á D. Diego Hejía á compo-
r
54
ner esto y ijue pasase a Flandes, ó porque se murmuraba
llevase el sueldo en merced, ó desviarle del lado del Rey;
que lambJen le causaba celo5 la comunicación que tenia con
él de las materias de aquellos Estados. Sin embargo, le tenia
por su adalid y atalaya en aquel cuarto , y por de mayor con-
fidencia que otro pariente, que aun á los más tenia por sos-
pechosos, y para que le avisase de todo loque pasaba; car-
gándole después la presidencia de Flandes, sobre el oGcío de
General de la artillería y los que se re6riesen: hombrees que
en menos de cinco años creció eiorbilüntemente en oficios,
rentas y alhajas y mucha suma de dineros, dando por la
casa en que hoy vive cincuenta mil escudos, no siendo más
que un hijo segundo del marqués de Loriana ; casa bien corta
y alcanzada. Fué, (innlmente, por esto (ó por lo que juzga-
ron muchos) precisado á salir, y aceptar el desano.quese
presumió entonces por el conde de Olivares, que como Mi-
nistro tan importante, y necesario á la vida de las cosas, ni
saldria, ni se le dejarían aceptar, ni tampoco era acertado
dejar el crédito en opiniones, ni era bien que le salvase Don
Diego con sus fuerzas, correspondiendo á las buenas obras y
beneficios referidos. Fué, pues, este suceso, que D. Antonio
Sarmiento, hijo del conde de Gondomar , entró un día en au-
diencia á hablar al Conde y á pedir la resolución en algunas
pretensiones suyas, á que se le hiciese merced. La respuesta
faé que la fuese á pedir al Rey de Inglaterra , á quien había
servido su padre, ó que lomase algunas de las que habia re-
cibido; el intento de esta calumnia era dar á entender al
mundo con este hecho, y con el ruido que alli se levantó, qae
habia tenido la culpa, del descaminado suceso de los casa-
mientos que se trataron con Inglaterra, el mal consejo de su
padre y no el suyo, como si no fuera él; que al conde de
Gondomar le movió el principal actor. Respondióle las razo-
nes que bastaron á defender á su padre , el D. Antonio , y re-
volviendo el Conde con mayor coraje y demasías, hijas de su
natural, el D. Antonio se salió, partió á su posada, tomó un
caballo, y sin llevar consigo, ningún criado ni decir para
55
dónde, se salió de Madrid. Esta novedad corrió tan largamenlo
por la corte, que llegó á los oídos del Rey y del Conde, y es-
parcido este suceso creyeron todos que iba á París á pedir
campo al rey de Francia contra el Conde, ó á otro Principe
Gcl, ó infie), que le diese, y á poner carteles y desafiarle. El
miedo que á todos se les metió en el cuerpo fué grande ; lo
que se dio y se lomó , en las más menudas ocurrencias de la
corle, fué notable ; ya les pareció que veian publicado el reto
y fijados los carteles por las esquinas de Madríd, digo do Pa-
ris, y en las froateras de Francia. Proveyóse de enviar cor-
reos tras él por todas partes basta donde le pudieran hallar,
con cédulas del Rey, con amenazas que no irían sin caricias;
para que volviese, so pena de traidor; alcanzáronle más allá
de Biírgos, y vistas tas cartas volvió ; con que desapareció el
nublado que tanto dio que decir y que naurmurar en el mundo,
y que con tanto gusto se esperó el fin y el suceso , y que se
sialió que pasase.
Había llegado pocos meses antes la nueva de la empresa
de Breda, en los Países-Bajos, por el marqués de Espinóla, y
luego, consiguíenie:ncnte, que el encmi;^o. con ánimo de sa-
tisfacerse, los moleslobii á la cara del Marqués, lomando á
Oidensen ¿ Igrol, plazas importantísimas en la frontera y
cerca de Vesfalía , con que se señoreó de ambas riberas del
Rhin; cosa dañosísima y perjudicial. Despachábanse correos
al Marqués, en que le imponían este descuido; él se discul-
paba que no le enviaban dineros, y que el descuido procedía
de acá, pues no le asistían.
A estos sucesos, todos infelices y poco afortunados, suce-
dió otro en que se víó la monarquía ¿ pique de trastornarse y
de ponerse en estado de calamidad y ruina. Adotesció el Rey,
por el mes de Agosto en el Palacio de Madrid, y llegó tan á lo
último que so temió, y aun se creyó su muerte. No tenía su-
cesión, si bien se bailaba la Reina preñada, empero los infan-
tes D. Carlos y D. Fernando, mozos robustos y de maravílto-
soscntendimientos y virtudes y para cualquier accidente muy
ú propósito: hallábanse, pues, estos príncipes muy en baja for-
tuna con el Conde, porque eran de él para con el Rey calum-
niados y celado? demnsiaüamenlq, y casi oprimidos; habién-
dole quitado antes al infante D. Fernando á ü. Melchor de
Hoscoso, haciéndole obispo de Segovia.á quien quería mucho,
y corria opinión de Privado . hijo de la condesa de Allamira,
su aya y que le crió, hermana del duque de Lerrna, que sin
embargo de la ira de los tiempos contra aquella casa y de su
contradicción , no olvidó estos servicios y el de las personas
que le atendieron y lo criaron con fineza. El inrante D. Carlos
sentia la ausencia del almirante de Castilla , con quien juzgo se
comunicaba de í^ecreto y por cartas ; empero era Príncipe que
por su esclarecidísimo natural lo disimulaba sin darlo á sentir,
ni que se la oyese en su boca, ni en su semblante cosa que
causase desconfianza. El infante D. Fernando, ora que fuese
dotado de mayor ardimiento, ora que \p hiciesen más despierto
los estudios y los libros , ó los hombres doctos con quien tra-
taba, sin embargo de tener por espía al marqués de Camara-
sa, y por Sumiller de Corps, eipriinia alguna vez con graves
razones su sentimiento, y le daba á entender; partes que con
miedo, ó conveniencia le confirmaron en breve en estrecha
amistad con el Conde, y él lo lisonjeó con algunas cosas, y lo
metió en su Cámara á D. Antonio de Moscoso, que casó des-
pués con la bija del marqués de Villanueva del Fresno, desca-
sada á mi ver con injusticia del conde de Puensalida. Este
creció en valía, como digo, después do este suceso con el In-
fante, y con permisión del Conde, que también quiere imperar
sobre esto el Privado, por quien decía el Dr. D. Antonio (que
me admiro que en sangre del duque Jd Lerma , y en el grande
juicio de su madre hubiese este hijo y esta ingratitud) , decía,
después, como buen lisonjero, que había debido más al conde
de Olivares, que á su tío el duque de Lerma. Pregunto: —
¿Quién le hizo hijo do Grande? ¿quién Cardenal á su hennuní}?
¿quién al otro las dignidades que tuvo? ¿quién las rcntus quo
gozaba? El ser reconocido al favor que ahora se le hacia , justa
cosa; empero injuriar á aquellos de quien recibió el ser,
arguye vileza, y no hay para qué sacar en campaña lisonja
67
Tana, con vituperio propio. Finalmente, adolecía el Rey, es-
taban escarapelados los infantes y ofendidos de asechanzas sin
fundamento, y que se les pretendiese atar las acciones ; pues
entre estos embates, para pasar al cuarto del Rey, á asistirá
la enfermedad, hizo quitar la cama del infante D. Fernando, de
una pieza que estaba allí cerca, para poner la suya, ó el Rey
lo mandó, porque era tenido por aposento de Sumiller y en el
tiempo pasado lo fué (y ahora sirve de trucos, y poraquise
conocerá , mas después se hizo en él una pieza ovada de escul-
tura donde hay estatuas de mármol , pinturas y los siete pla-
netas que fingió la astrologia, con otras eGgies maravillosas
do nuestros principes); cosa que sintió y dio á entender y los
puso á entrambos en total desesperación de enemistad, do
que avisado el Conde, ó con tiempo advertido, no puso su cama
alli y el aposento desembarazado se quedó all!.
A esta hora creció tanto la enfermedad del Rey , que los
médicos dijeron estaba apretado y peligroso, con que el Conde
entró en notable miedo y creyó se le venia el mundo tras si.
La Condesa, su mujer, que en la mafia y atención y en la
opresión de la Reina era su semejante , y en tener todo aquel
cuarto sin respiración, se metió con Doña Maria de Benavides,
dueña de honor de la Reina, y que queria mucho, porque desde
que entró en Espafia la asistió, y durmió en su aposento desde
la expulsión de las francesas, y la dijo, haciendo muchas sumi-
siones; que pues tenia á la Reina tan de su mano, la dijese,
que habiendo de gobernar S. M., por estar preñada no so
valiese de otra persona, que de la industria y eiperíeucia
del Conde , porque concurrian en él las partes de noticia y
acendrado Ministro que se veia , y S. H. y ella lo habian visto;
y que caso que Dios llevase al Rey, puesto al lado de S. M. y
dándole calor no habia que temer accidente ni esperarle. La
doefia (juzgo yo) que la dijo se lo diria, y haria todos los bue-
nos oficios con la Reina que fuese necesario: ofreciéronla
montes de oro para ella y sus hijos, si bien la Doña Maria
estaba agraviada (que apenas se tocará en parte donde no
salte esta centella y muchas), de que siendo ella más antigua
no se la hubiese hecho á ella Camarera mayor, y dádosclo á
la duquesa deGandia. Con qué se pagó esta diligencia, presto
lo veremos. Si lu dijo la Doña María á la Reina ó nó, no se
sabe, sólo sé que ya se habia tomado este paso; empero en
aquella esclarecida señora hay tales partes do entendimiento
y valor, que no digo para esle sino para muchos mundos le
sobraba caudal , entendimiento v suma prudencia para gober-
narlos. El Rey, á esta ahora , trabajado de muchos accidentes,
postradas las fuerzas, y con pocas ó ningunas ganas de co-
mer, tenía desconfiados de su vida é lus médicos. El Conde,
pues, en esta sazón, combatido do diversas imaginaciones y
cuidados, creyendo espiraba su fortuna y que se le desqui-
ciaba el firmamento de su soberanía, con aquella chollaza des-
carnada, fingiendo unas tercianas, se fué á tratar y llevar
adelante su imperio, porque en el del Rey no se puede, ni
era posible, por la mucha gente que alli habia, y porque le
babia de entender el juego, que era lo que entonces do con-
venia; y echándose en su cama, cercado de agonías y congo-
jas preguntaba, y le decían lo que se hablaba en el tugar, que
deseaban la muerte al Rey (cosa jamás vista en sucesos seme-
jantes de vasallos españoles), por verse libres de él; que ha-
bían de hacerle pedazos á él y á los suyos, y abrasarles las
casas; que los tenia cargados con intolerables tributos y ga-
belas, sin seguridad en sus haciendas, y defraudados de la
industria y del comercio, porque en entendiéndole, luego daba
eobre ellos; sin crédito los hombres de negocios, por faltarles
en sus asientos, y casi todos quebrados , el trato desfallecido y
más viva la necesidad; que daban voces los ofendidos, los
agraviados en su honra, en sus oficios, casas y rentas; tanto,
que la marquesa de Alcañizas, tapándose las orejas, dijo: — No
pararé yo aquí; ¿por dónde me iré? Pues, en este estado, dis-
currió, y viendo no convenía que gobernase la Reina, porque
por sus ciertos particulares no estaba bien ni corría en lo
interior con sus hechos, y que como matrona verdaderamente
Real, por poner en su lugar las cosas ó por el consejo de
Doña Uaria de Benavides, sustituiría mucha parto del Gobierno
59
eD el cardenal Trejo, como presidente del Consejo, regulando
en esto, lo que por ejemplos y Iradíciones tenernos hicieron
los reyes pasados en Castilla, y se tieno noticia; que éste era
becliura de la casa de Sandoval, y pariente del marques do
Siete Iglesias, y Doña Mana de Benavides deuda y beneficia-
da de la misma casa ; y que seria muy posible volviesen los
pasados á erguir los cuellos y á tomar sacisfaccíon de las ofen-
sas recibidas conita todo dcreclio y razón, y que habla quien
ó por escrúpulo ó de grado los restituyese en sus rentas y en
los oGcios; y que en locante á los infantes era más peligroso
tratar de esto, lo uno por ir contra la fidelidad , lo otro por-
que el uno tenia en su corazón la casa del Almirante , y en el
otro buia la casa de Altamira , en su concepto ambas familias
grandes y ofendidas en los recientes sucesos pasados: pues,
para esto, obró según su instinto de perpetuación é inteligencia,
y llamados del Consejo da Estado los peores y más codicio-
sos, que fueron el marqués de Montes-Claros y el marqués de
)a Hinojosa, y armando contra el gobierno femenil introdu-
cido el viril, les propuso et eslüdo que ya veían tenian las co-
sas, y loque acababa de discurrir. Y así, dijo, impugnasen
porque gobernase el Consejo de Estado y cuatro de ellos, y le
diesen parte; y que esto se le hiciese saber á la Reina, era
más seguro y eCcaz para el Estado, mayor y mejor esperanza
de las cosas, mayor respeto de los ministros y Consejos; y que
si los reyes pasados, en sus ausencias ó por muerte, quedando
los principes pequeños y por esto impedidos, habian cargado
sobre el presidente del Consejo y gobierno de Castilla, era
porque no se habia erigido en tan alto punto el Consejo de
Estado, ni colmádole de tan nobles y eminentes sujetos; que
aquél tiene ya señaladas y limitadas las materias, y éste las
abraza todas en común , por decisión de los más polilicos , con
que los reyes y las provincias habian sido más altamente
gobernadas, y querian más acudir aquí que á otro tribunal,
por ser las personas ordinariamente las quo se han corrido y
gobernado, y tienen noticia de las cosas de Flandes, Alema-
nia, Italia y ambas Indias, y son todos esclarecidos en sangre,
60
heredados en riquezas y estados ; partes necesarias para cual-
quier misterio y ocurrencia.
Oraba con valenlia en su negocio, por no desasirse del
lugar Y apearse de la exaltación donde esta vez con mayor
vendaval le soplaba la vanidad; volvia á peisislir y decia, sin
soltar el hilo, se le propusiese ú la Roiua y la apretasen con-
venia, y que para mayor firmeza la dijesen era voluntad ex-
presa del Rey, y que él lo baria ó lo haría poner en el testa-
mento, con que sería más Verisímil y forzoso su cumpli-
miento: que en cuanto al infante D. Fernando, por último se
le sosegaría, y el marqués de Camarasü, su primo, estaña á
la mira para desarmar é impedir cualquier accidente; que en
cuanto al infante D. Carlos, por asegurarse mejor de los doce
enemigos quede allí so lemiu y se habia dado á publicar, era
de parecer, que en aquel instante que el Rey estuviese para
espirar, se le pusiese la casa, sin admitir ú ella ninguno de
los que estaban allí, sino que todos fuesen amÍ£;os, deudos y
hechuras su^as, y bs que en su opinión militaban en la fo
entonces; y que el marqués de la Hinojosa, como hombre de
ánimo libre y exento pura resistir á los intentos y embates de
los que se levantarían y querían asirse al infante D. Carlos,
juraria el oficio de Mtiyordomo mayor, co:do hombro que
acababa de llegar de Londres, encaminado á ser más su va-
liente que á la embajada contra los baldones del almirante
Boquingan, que con insaciable ira flechaba contra el Conde.
El de Sumiller y Caballerizo mayor quedaría para ¿1, basta
ver en lo que paroba el parto de la Reina, y caso que se
malograse, que seria muy posible, entrase en aquel natural
dócil y blando, y s: llegase á ser Rey, calzársele , quedar en
los oficios, y aun aspirar al manojo de los negocios; y que
esto sena también con voluntad introducida del Rey y con
cláusula de testigos qtio lo haiian firmar, ó firmaría la .es-
tampa cuando él no pudiese, y en lo más desesperado; sin
estar á esta hora trazado su modo, ni dichoselo, ni llamados
ó prevenidos los suficientes y legales para su información, ni
aun hecho lo debido para el alma, ya por lo recio del mal
61
sordo, castigando Dios omnipotente y justiciero en Tó que
más obstinadamente se peca y queda orendído. Por aqui se
echaba fuera al marques de Castel Rodrigo y D. Jaime Ma-
nuel, con quien andaba con mortales desconfianzas, y á todos
los demás los dejaban en la calle. ¡Este premio se trazaba á
tos largos años de servicio, á las vigilias, á tas jornadas, á los
trabajos, á los agravios injustamente recibidos, á lo defrau-
dado de las mercedes y á los más antiguos en ellas! Por aquí
se pretendía rechazar al Almirante, y que subiese ai Infante
ni entrase en el cuarto; antes, valiéndose de los pretextos pa^
sados, harían con la Reina no dejase venir á tos retirados,
como cuando hicieron al Rey, ánles que muriese su padre,
enviase á Cabrera á detener al duque de Lcrma, siendo lla-
mado hicie:?e gobernador á Montes Claros; y repartíanse las
mercedes, cebo para desempeñarlo todo. No se conmovia de
ser para tanto Hinojosa; sin que se acabase de hacer las na-
rices, hablánilole at infante D, Curios, después de algunos
dias y cuando habla pasado este nublado en esta balumba
de cosas, y como se disponian para si y á su gusto el mando,
dijo: — Dios anduvo más misericordioso en dar salud al Rey.
que caso que sucediera lo contrario, biciéi'amos nosotros lo
que quisiéramos.
Pensando y conferido este discurso, llamaron á los demás
de él que eran D. Agustín Mejia, D. Fernando Girón , D. Fran-
cisco de Contreras, que acababa de renunciar la presidencia
del Consejo, y á los demás; y al cardenal Trcjo, que la tenía,
porque en esta ocasión dijo á un médico de Cámara se aten-
diese al testamento del Rey ánles que perdiese el habla y el
sentido, que después se pondría en contingencia su cum-
plimiento, lleg.indo por el médico, que era Nuñez su compa-
triota y hechura, á saberlo, se la guardó para su tiempo.
Concurriendo, pues, allí lodos los del Consejo, como si no se
hubiera hablado de nada, porque no le penetrasen la inten-
ción y diese á los mejores nioli/o de trascender y discurrir
aspiraba á más de lo que le tocaba y era justo, disicuulando
los otros, como debió de quedar acordado, propuso el Conde,
I
afeclandosu celo, lo que era bien que se hiciese; y recrió
superfícialmenle lo que dejamos dicho, diciendo era lo que
convenia, y que era por el consiguiente voluntad de S. M.: y
lo que habla de abrazar el Consejo, que eso observaría la
fleina y los infantes; y que el Consejo gobernase, y fuesen
cuatro. Señaláronse; y si bien él entonces no se señaló, de-
jólo para su tiempo, y ó la venlura y disposición de las cosas,
que después metería bien las manos cuando hubiese des-
peñado lo que traía en su intención, y se viese encastillado
como lo esperaba. Este Consejo fué deshecho con brevedad,
porque no fué más que disponer en la apnrioncla; sin dejar
de atender los prácticos y Icidos , y los estudiosos en la noti-
cia y derechos, que osto locaba á la elección de la Reina, en
cuyas parles se representaba por su preñez la adopción del
gobierno, y en el cardenal Trejo, como presidente de Castilla,
por las consecuencias pasadas ; ya que de dos infantes mozos,
de suficiente edad, opios y para todo trance necesarios, no se
hablase de ellos, y discurriesen era el infante D. Carlos el
inmediato á esta sucesión, por la desconfianza que todos se
prometían de los partos de la Reina, habiéndose malogrado
todos. Finalmente, víéronse varios semblantes en algunos se-
ñores que acudian á la comida del Infante, y se le ponían
delante, como quien dice: aquí estoy-
El Rey no mejoraba el sembianie: los vasallos en junio
deseaban ya las novedades y que espírase el Rey. Pues no en
esta ocurrencia, sino en olra en que después adoleció, si bien
no tan apretadamente, cierta persona y criado del Conde y
que le enserió parte del latín que sabe, corriéndole las lágri-
mas por los ojos, doliéndose de esto accidente, deseándole
toda bienaventuranza, crédito, prosperidad y fortuna en su
gobierno y empresas, le dijo: — Señor; no acabamos de la-
meniarnos de una desdicha, y presagio tan general que tiene
sobre sí. Respondióle: — ¿Cómo? Y revolvió díciéndole: —
Todos los deseos de ios vasallos están contra la salud y vida
de V. M. , deseándole la muerte por librarse de las manos del
conde de Olivares. Si quiere V. M. decírselo y que él me des-
63
troya, dígaselo, qae yo quedaré contento de haberle dicho lo
qae para todas sos cosas le conviene. El Roy lo calló, y lo
guardó el secreto; ennpero, endurecido contra los avisos de
todos, persistia en su tema, pareciendo más esto que necesi-
dad qoe toviese de él , y tan poco enmendado, que habién-
dole otra vez esta misma persona , en cierta cosa que se debia
remediar, el premio de aquel servicio fué decir desazona*
damente : — Dejadlo; qoe no ha de correr por voestra
coenta.
A esta hora, por promisión divina, le dijeron estaba el Rey
mejorado de accidentes: abriéronsele los ojos, y el corazón
ahogado de melancolías y congojas y más desembarazado
respiró, y sentándose en la cama preguntó: — ¿Quién lo dice?
Respondieron: — El Dr. Polanco. — Pues llamádmele, dijo al
mensajero; y yéndoselo á decir al Doctor, que le llamaba,
encogiéndose de dicha tan nueva , y para él no pensada,
respondió: — ¿A mi. Señor? — A vuestra merced, le dijo; y
fué á so aposento. Estaba herido el Doctor , como los demás, de
qoe en algunos lances de la Junta sobre la enfermedad habia
escaramuzado con él , porque no quedase esto sin subsidio, qoe
hasta de lo qoe no sabía se quería hacer dueño. Siendo mé<>
dico de los mejores que el Rey tenía, refirióle el estado de la
mejoría, aunque poca, si bien se temía que si la accesión que
se esperaba entraba con la malicia que la antecedente, no
habia de salir de ella. A esta hora llegó otro más ingenioso
lisonjero, bien dichoso y más vano, diciendo que S. M. se ha-
llaba algo aliviado y que había preguntado por él , diciendo
cómo estaba , y que se holgara de verle ; y que así seria acer-
tado que , según el estado presente , S. E. se esforzase , de-
jase la cama y fuese allá. Él , que estas palabras y nuevas,
por el estado que tenía el aprieto de so corazón , no las espe-
raba tan buenas, con este antídoto sorgió de la cama y partió
allá ; y al entrar en el aposento del Rey , poniendo los ojos en
el infante D. Femando, fué correspondido con los suyos tan
rigorosamente que le pareció habían salido contra él rayos de
foego , y le paró en la acción y qoedó mortal y casi sin sen-
r
lido: quo también los tiay para quien los lira. Llegóse al Rey,
pregQntó!e que cómo estaba, y dijole; — Muy malo, y fallo de
sosiego: ¿cómo estáis vos? Le respondió él y le dijo no estaba
bueno, y que ya podia S. M. juzgar cómo estaña. Puso los
ojos en el infante D. Carlos, de donde no infirió ningún mo-
tivo de rigor; porque no se puede creer cuan sin paéion, ni
demostraciones se portó en la enfermedad, y lo que asistió á
su hermano, y lo que sentia el verle asi.
Retirado el Conde , de ésta pasó á otra pieza : discurría por
la ira el fuego que deberla de baber en el corazón del infante
D. Fernando, que le arrojaba por los ojos; parecióle de todas
maneras remediarlo , y reconciliarse con el, y para esto eclió
mano del Dr. Alvaro de Villegas, gobernador del Arzobispado
de Toledo, de quien el Infante hacia mucha cuenta por su
virtud, lelrns y otras buenas partes. Dijole: — Heos llamado
para quo dispongnis, con vuestro gran juicio, en un caso queú
mi me da cuidado: S. A. el señor infante D. Fernando, parece
no me mira con buenos ojos : la razón jo no la sé. | Sabe Dios
que desde que estoy en este lugar he deseado servir, sin ha-
cer contra cslo la menor cosa del mundo! De su Real ánimo
bien cierto estoy yo que no nace esio, sino de algunos malos
afectos mios que andan aquí: ruégeos mucho vayáis á él y le
propongáis esto , y cómo deseo echarme á sus pi¿s, y qne me
tenga en su gracia. Villegas se ofreció luego de hacer esto;
partió al Infante, dijole lo que el Conde le había dicho, y
como prosiguió no era aquél de los vasallos que habla de cor-
rer asi para sus cosas, ullanóse el Infante. Juntáronlos en una
pieza, y ¿1 haciendo muchas de sus hazañerías y zalamerías,
quedaron ambos confirmados en la amistad y en la gracia, y
Villegas de aqui para en adelante, y desahuciar y llevar ma-
las nuevas á muchos, en alta fortuna.
Rota, pues, esta lanza, con el primer asiento tratado, aco-
did el marqués de la Ilinojosa á todas horas al cuarto del Rey,
muy alentado y con semblante de insotenle; esperando cuándo
había de dar el rayo, tan esperado por momentos, para cal-
carse fli oGcio de Mayordomo mayor y echar á coces los que
65
estaban alli. Ya le parecía que aventaba á Castel Rodrigo, ya
que arrojaba á D. Jaime Manuel, ya que daba de puntillazos
á los otros, que guardaba las puertas del Almirante que se
significaba de secreto en Madrid , y se comunicaba á escondi-
das con el Infante y hablaba á sus amigos. Esperando el tin
de cosas tan extrañas, todos nos considerábamos ya de esta
manera, y de este talante : perdido nuestro Rey, echados, ar-
rinconados, no sin mucha adiccion en los ánimos, faltándoles
á lodos el sueño y aun el gusto en el comer. Los de la facción,
no del todo desconsolados en la trama que ya se dejaba sen-
tir, y aun pasaba á las personas mus atentas y más cuerdas,
pensando arribarían á la soberania y se establecían en el
mundo, como de antes , y campearian á la vista dn todos, dis-
currían más ajeniados, hablaban variamente en todas partes,
y en las más postreras del mundo, esperando el parto de
tantas novedades: los amigos, aunque osados y validos, no sin
miedo, y los enemigos, para ejercitar su venganza y tomar sa-
tisfacción de las ofensas recibidas en su honra, y en sus casas;
las mujeres esperaban ya cuando se lo habían de gobernar
allá todo, y ios ministros, nuevos hombres, nuevas cosas, y
nuevas órdenes. Verdaderamente, las cosas estaban en tal
confusión y estado, que los que por escritos tenían noticia de
muchas muy raras, afirmaban no las haber oído ní visto ma-
yores. Temíanse tumultos en el Gobierno, por ver no estaba
en luz lo que había de suceder, y esperábase, cuando más
próspera la fortuna, que habia de ser hembra, como todos los
demás partos hasta ulli sucedidos; dudábase si viviría, como
al fin sucedió, y que caso que surtiese el contrario, era prenda
por lodos derechos que locaba al infanta D. Carlos, como in-
mediato varón, la Corona de España. Este, aunque se le co-
menzaba á querer tasar las acciones y el albedrio, viéndose
Señor, habla de cargar líi inclinación y la influencia sobre el
almirante de Castilla; que caería la facción del Conde y se
exaltaría aquella; rejuvenecería y cobraría vida la casa de
Lerma , aunque ambos cuñados andaban desavenidos por ma-
terias de hacienda y particiones de la dote do la duquesa do
Tono LXIX. li
k
Medina du Riosoco, sii hermanH; que se ejercitarían bs pa-
siones y las venganzas, so verían nuevas hechuras, levantados
muchos, y oíros precipitados de sus alturas: finalmente, que
daría vuelta el inundo, como tan poco há se v\ó, y los sucesos
de Barcelona tomarían enmienda, sí ya no es que el esclare-
cidísimo ánimo del Almirante y la nobleza de su condirien
lo disimulaba, á imitación de aquel gran varón , cuando entró
á privar, con los que te emulaban , por tener prenda suya en su
casa; que suelen ir envueltas las virtudes en la comunicación
y en la sangre del parentesco contraído, y pasar al que lo
recibe.
Habiendo, pues, arribado á tan gran novedad las cosas, y
á tan prodigioso conflicto, Dios que es maravilloso en sus
obras y en sus actos, el accidente que esperaba para ejerci-
tarlos todos, se remitió trayendo, un religioso descalzo de San
Agustín, aquella admirable y milag'rosa reliquia de los pane-
cillos de San Nicolás, que tomó por la mano del mismo reli-
gioso, con unas oraciones pías y convocatorias del auxilio y
misericordia divina. Mejoró, pues, el Rey; empero no mejoró
la intención del gobernador; embozaron sus discursos los más
atentos á las novedades, y retiróse si alguno babia salido de su
casa con más templanza de corazón ; alegráronse los interesa-
dos, y alegróse el mundo de la salud de su Rey , y tos vasa-
llos, olvidándose de sus miserias, se regocijaron como fíeles;
y el marqués de la Uinojosa cayó de la esperanza donde pen-
saba subir, llevando por este aliento que había manifestado la
presidencia de Indias, que en breve dejó con la vida, do una
conversación del amigo tocante á influencias del oGcío, y
porque le quiso trasladar á otra parte.
Mejorado ya el Rey, y con mayor serenidad do vida los es-
píritus, pagó el Valido los trabajos contraidos en la enfermedad
de los que se hallaban alli, con decirle á solas, vomitando el
veneno concebido de los domas: — Señor, muy malos hemos
estado y muy trabajosos; es menester mirar de aquí adelante
por todo. — Asi es verdad, dijo el Rey. Y pasó adelante. — Ya
me consideraba echado de un corredor abajo: el infante Doo
67
Fernando no anda en buenas manos. T repitió el Rey: — T
Carlos, ¿no anda en mejores? De aqoi pasó á deslucir á todos,
y á contar lo que le había pasado en la sospecha con algu-
nos, sin tenerlo por fe, y á trasladar los semblantes; pecados
que no eran contra su Rey, sino contra lo que pudiese hacer
el tiempo ; cosa porque no debian pena, ni gloría, ni ser cas-
tigados por ello. Tenía lo que le tocaba á él por traición y
desacato, como si fuera persona sngrada ó ungida de Dios, no
en la obra, sino en la sospecha; porque el miedo ó el respeto
del gusto de su Rey era tal en todos, ó por su conservación ó
el acrescentamiento de sus hijos, todos sufrían sus agravios
con alegría y buen corazón , respetando y venerando aquel
sujeto sin que se atreviese hombre, si no es el criado que
dejo referido, á decir nada. Desde aqui pasó á conferir y á
guardar algunos castigos, que veremos con brevedad: des-
vanecióse este nublado, que á tantos tuvo en cruz, malparió la
Reina después, habiéndose portado en este caso con singular
fortaleza, y llegó D. Diego Mejia por sus jornadas á Bruselas,
festejaron las provincias sujetas á la monarquía con Gestas, la
salud del Rey, y todo el efecto que hizo su llegada fué vol-
verse á la primavera siguiente con el Marqués, lisonjeándole
para casar con su hija, dama de Palacio, con premios y mer-
cedes : que tan a la mano tenían el hacer y deshacer en esto,
como si fuera oficina y cosecha suya. Volvieron ambosá tiempo
que Luis XIII, rey de Francia, sitiada la Rochela y estaba para
rendirla: viole el Marqués, y el Rey en persona le enseñó sus
fortificaciones, más para que viese cómo era soldado, que por-
que dudaba de su disposición. Entró el Marqués en Madrid y
rünsiij;uió do D. Diego su pretensión, con el testimonio del
marqués de I^^ganés, y otras mercedes granjeadas á la sombra
del poderoso. Tomó el rey de Francia la Rochela ; y la guerra
de Italia (<|ue se habia comenzado el año de 613 y durado
hasta el de 25 y aún no bien retirada la gente) por estos dias
so volvió á renovar, si bien en diferentes motivos, por haber
muerto el duque de Mantua, Ferdinando, sin sucesión y estar
casada su sobrína Moría , hija de su hermano y nieta del du-
que de Saboya, con el hijo del duque de Nivers Carlos Gon-
laga, Principe de la sangre.
Este accidente hizo mudar los semblantes de la Liga y vol-
ver á poner á Italia en nuevas alteraciones y cuidados. Luego
que el duque de Saboya entendió la novedad, escribió al
Rey ocupase el Mantuano y et Monferralo, y le diese lo que
fuere servido, y no consintiese alli los franceses tan cerca del
estado de Milán ; volvióle á proponer su derecho y que se pon-
dría á su lado; suplicándole pusiese en olvido cosas pasadas.
El rey de Francia pedia al Emperndor y al Rey diesen la in-
vestidura de aquellos Estados al duque de Nivers ; el Duque se
babia apoderado de ellos y reTorzádotos con algunas guarni-
ciones francesas y naturales, gobernando el estado de Miian
entonces D. Gonzalo deCórdova, habiéndole dejado, antes que
Be le quitasen ó le hiciesen algún agravio, después del mal
Buceso del sitio de Berrua , el duque de Feria. A esta propuesta
del rey de Francia, decia el Emperador pusiese aquestas tierras
como feudatarias en sus manos, y que viniese á seguir su jus-
ticia en la Cámara Imperial , que se le daría la que tuviese. Al
Rey no convenia la vecindad de los franceses, y así consultó
i D. Gonzalo de Córdova , lo que le parecía ; él respondió que,
dándole gente y dineros y asistiéndole con cuidado, tenia por
necesaria la guerra y el salir con la empresa do Mantua, y del
Monferrato. El duque de Saboya los encendía á todos con su
natural inquietud, y el de Nivers persistía en no entregar los
feudos , con que se socorrió de dinero á D, Gonzalo y al Duque:
D. Gonzalo cargó sobre el Casal , plaza fortísima y la principal
del Monferralo, y el Duque, con el dinero y la gente del Rey y
la suya, las plazas menores, que con facilidad consiguió en
aquel contorno, y se dio por contento de ocupar aquella pe-
queña parte en que se satisfacia la sed, y la codicia de aquel
Estado y de ensancharse. El rey de Francia , atento á este su-
ceso, y con deseo de poner á su vasallo en lo que ya una vez
se había empeñado, viéndole por tantas parles asediado y que
invocaba á su ayuda, levantó ejército, y con las reliquias que
le habían quedado, de la Rochela las condujo á)[irenoble, su
plaza de armas, y él en persona, esperando los demás, apres-
tando arlilleria y municiones, con 40.000 soldados entre caba-
llos é infuntes, pasó los Alpes, tan descuidado, que no parecía
sino que no se atendía á las inteligencias forasteras, ó no se
ejercitaban Ihs espías ó estaba muerto este cuerpo. Empero,
¿cómo no habia de ser asi, si el cuidado que babia de estar
labrando ó inquiriendo allá fuera, alendia sólo á tas pasiones
de dentro de Palacio, ó se batía eii sólo ellas en los particula-
res propios, medras y conservación del lugai?
Habíanse gastado los meses pasados en hacer venir, por la
TÍa de su madre, al Almirante, que ya so habia pasado á Valla-
dolid , de Ríoseco, con no más capa entonces que de verla , ver
ásu hijo, y aun venirse él; que el cariño de la corte, para los
que están criados en sus delicias, vanidades y tráfago, con
dificultad aparta de allí el gusto y el corazón. Era este el
tiempo en que trataba la eipulsion del marqués de Caslel Ro-
drigo, y aunque el Almirante habia venido otra vez á Madrid,
y procurádole sus deudos, ó algunos del conde de Olivares,
como que salia de ellos y no de él , conducirle al servicio del
Rey, y no salido con ello, tomóse por capa, para echar áCastel
Rodrigo, decir que niiéntrus este caballero estuviese en aquel
cuarto no habiia reducir al Almirante, ni encaminarle á lo
bueno, y que salido él se podría hacer de su apacibilísimo na-
tural lo que se quisiese. Propúsose ni Rey esta gran consulta,
y deciasele cuánto convenía que estuviese en su servicio el
Almirante, tan gran vasallo y de su sangro ; mas que esto no
podía ser en la tranquilidad y sosiego que jqueria, y si no se
apartaba á Castel Rodrigo de aquel cuarto, ó no hacerlo, se
volvería con brevedad á caer en mortales inconvenientes, en
revueltas, y disgustos más peligrosos. Abrazólo el Rey; me-
neándola piscina la marquesa de Alcañlzas, que iba y venta
ácasa de la duquesa de Medina de Rloseco, y alli como reti-
rado cogía al Almirante y le procuraba vencer y apear de su
pretexto; y D. Diego Mejía, para con D. Rodrigo Enriquez, tÍo
del Almirante, y para todos, y D. Rodrigo para con el Conde,
el Almirante y la Duquesa, La cama que se le hizo á Castel
70
Rodrigo, fue enviarle á decir que S. M. le mandaba partiese á
Portugal, d fabricar y disponer una annuda que se andaba
trazando para acudir li las plazas y fuerzas de la India orien-
tal , para despejar aíjuel mar de corsarios , y acrecentar el co-
mercio, y que las naves ruesen y viniesen más carandas y st;—
guras. El Murqucs, que gicnelró luego el aire de la flecha, por
lu que ya se tiubia sospechado y por los encuentros pasados,
respondió que, en cuanto á lo que tocaba obedecer y servir
á S. M., iria á la más remota parte del mundo; mas que en
cuanto á aquella facultad , él no la enlendia ; que él no se ha-
llaba con fuorias de servir á S. M. en lo que ignoraba, porque
siempre había deseado dar buena cuenta de sí, como lo habían
hecho en todas ocasiones él y su padre y los pasados. Pasó con
esto al Conde, y dijole lo que se le habia dicho: el se hizo del
desentendido, como siempre en casos tales lo usaba, tirando
la piedra y escondiendo )a intención, y respondió, que seria
voluntad de S. M., y ól no sabia nada. Replicóle y dijole: —
Señor, no hay para qué usar conmigo de este ardid; yo no ho
deservido a S. M, ni á V. E., ni hecho ni dicho nada contra ella.
Divulgóse esto por la corte; pasó al Bey, y dijole sotamenio
entonces, estimaba la merced que S. M. le hacia, mas que á
lo que se le enviaba él no lo entendía. Calló el Rey, y de se-
creto se le apretaba á la salida.
Era en sazón que el Rey pasó á Aranjuez; y para aliviar
el discurso que se hacia de que era pasión y agravio lo que se
ejecutaba sobre el Marqués, que ú la verdad era bien visto y
estimado de muchos y de los juicios desapasionados, hizo lla-
mar el Conde allí, al conde de Monterey, presidente de Italia,
y nolilicóle que se aprestase para la embajada de Roma. La
causa más etícaz no se sabe, sino es porque se daban al Rey
papeles secretos, en que le decían y avisaban de muchas y
varias cosas del natural ingenioso del Valido, del estado en que
las cosas estaban y de su perdición; papeles y sátiras que
se ponían en las esquinas de la corte, lodo de grande cscán--
dalo, y entre otras cosas, que las presidencias y las embajadas
se habían do dar ú los que las habían cipcrimcntado, no a los
71
que no sabían más que de andar por la corte : celo verdadera-
mente atinado. El Conde saltaba , y la condesa su mujer, como
hermana del Valido; empero ella se ejecutó y lo hubo de abra*
zar. Dejó la presidencia en rehenes sobre el duque de Medina
de las Torres, sobre quien cargaba la de Indias, y después,
por muerte del marqués do Montes Claros, el vicechancillerato
de Aragón, á falta do hombres buenos ; porque se dice necesi<-
taba ya esta edad do ellos. Volvió el Rey á Madrid, y apreta*
ron con más ardor á Castel Rodrigo: él se fué al Rey, y puesto
á sus pies le dijo su sentimiento, y las otras razones en su
abono, disculpándose de las calumnias que le imponían y
cuan injustas eran , con el cuidado que siempre habia deseado
acertar en dichos y en hechos, de lo cual hacia testigo á SM.
Fué escuchado, pero no admitido, siguiendo su curso la in-
fluencia poderosa del Valido, la cual obedecen los reyes de
esta edad sin intermisión ; con que cedió el Marqués, y se rin-
dió al que hace el descuido y flojedad más poderoso.
Esparcido ya esto, como dije, no sin conmiseración en la
corte, y hallándose la marquesa de Alcañizas en visita donde
oyó esta lamentación, y que hacia fuerza Castel Rodrigo para
no salir, sin poderse contener, dijo: — Ha de salir aunque no
quiera D. Diego Mejia ; diciendo al marqués de Baldonquillo
estaba ya el negocio en buen estado, y que era cosa dura, y
esto con ademanes y demostraciones, que no era bien per-
diese el Almirante el lado del Rey por Castel Rodrigo y que-
dase por e^to defraudada la casa de sus medras y acrecenta-
mientos, dijo: — Señor, no es justo que eso pase asi. Llegóse
con esto al punto del Almirante y apretalle con el ruego, de
suerte que, juzgo yo, no pudiendo resistir, que debió decir le
dejasen, é hiciesen de él lo que quisiesen. Partieron con esto
al Conde: lo que do aquí salió decretado fué que el Almirante
dijese por escrito lo que pedia. Él que sintió era misteriosa esta
reí^puesta, y que querían sobre su palabra y su (irma echar
algunos borrones, aconsejado de sus amigos, y los que bien le
querían y de alguno celoso de su autoridad y estimación , do
que le querían hollar y poner con la sumisión á los pies del
72
duque de Medina de las Torres, y hacerle nuevos sinsabores,
y triunfar de ta avilanteza de Barcelona, surtió con el espiritu,
y huyendo de cslos laxos y trampas, volviendo á acordarse de
si, dijo no queria nada, ni escribir nada, sino volverse á su
casa : con que desde esle dia cesó la plática de tratar más do
esto y se cubrió de olvido. Salió Castcl Rodrigo , que es lo que
ya estaba conseguido, y no admitió por este camino al Almi-
rante por echar á todos; preciándose de aquí más de su ca-
beza que de su poder, en que pretendia pasar á los más esco-
gidos, si bien ambas cosas queria siempre estuviesen en grande
altura.
Entretúvose , pues , los meses del verano en esto, y cuando
los holandeses tomaban la (Iota de Nueva España cerca de la
Habana, teniendo noticia que habia salido gruesa armada do
aquellos Estados y que con forzoso discurso bajaban á bs In-
dias, saliendo á la hora cuarenta bajeles de Santander, que á
costa de pocos más bastimentos y municiones fuera acertado
consejo hacerlos correr, y que yendo á puertos y tierra del
Rey para la vuelta los socorrieran de lo necesario, que ya nos
libraran de suceso tan desastrado: en lo que de nuevo se en-
tretuvo, pues, sin embargo de lo dicho, teniendo el Rey gusto
de ir á cazar aquel otoño á los montes dol duque de Escalona,
y queriendo el Duque , honrado del favor , festejarle , y espar-
ciéndose fama prevenia juegos de cañas, máscnras y otras dá-
divas para los señores que acompañnbnn al Rey. á los Ayudas
de Cámara y demás criados; le pidió las Memorias de esto y
se las reformó diciéndote no diese nada , más porque no lo lu-
ciese que por lo que habia de costar; metiéndose á gober-
nar lo que no le tocaba y mayordomeando en las cosas ajenas,
sin asistir á lo de afuera (estando para perderse Ilidia y la
reputación, como la perdimos), haciendo que el Rey no fuese
ú Escalona, sino al Monasterio do Guisando, como si no hu-
biera en las mercedes que recibió D. Juan Pacheco do En-
rique IV para todo. Eulreiúvose on gobernar el presonte
que habia de hacer, de carnes y volatería, que se pudrió de
guardarlo, y en unos ccstillos do niñerías, muy escasas y de
73
civil precio, para el Rey y los Infantes ; en que no pudiéndose
contener de miserable, públicamente dijo no diesen sus Al-
tezas nada á los Ayudas do Cámara, á quien tenia sin causa
atravesados en su corazón, como si aquello fuese para otra
cosa bueno que para que lo tomase el primero que se ha*
llaso alli.
Pasado este suceso , que era por Octubre , en el de No-
viembre siguiente vino la nueva de la toma de la flota, que
dejó aterrados y en suma congoja todos los vasallos, no tanto
por la falta que nos hacia, como que en nuestro tiempo suce-
diese aquella afrenta y se engrosasen los enemigos para acá -
bamos de consumir y destruir en Flandes, como veremos. Sin-
tió esta pérdida España y todas las tierras del Rey, el Coude,
infinito, buscando mañas y dobleces para disculparse, y que
los Ayudas de Cámara tenian la culpa Desplegábase el mundo
con papeles llenos de celo y de buenos avisos , que hombres
prudentes daban al Rey, en que le avisaban su ruina y la de
España", para quienes erigió una Junta, y se abrían las cartas
de los ordinarios y se esperaban los correos en los caminos do
Portugal y Yalladolid. Para ver si estaba el mal en los agra-
viados y sospechosos, llamáronse muchos á la corte, y pre-
guntándoles si tenian noticias de algunas sátiras ó papeles, y
diciendo que no, replicándoles y leyéndoselas decian les: — ¿Es
|)Osible que no ha visto esta? Los que no tenian noticia de
ollas por aquí las sabian y se iban riendo, y si bien sabían
algo, entonces lo supieron todo, con escándalo do la repu-
tación y prudencia española. De aquí le nació grande amis-
tad con D. Francisco de Quevedo, ó por miedo al genio satí-
rico ó por ver si llamándole iba y acertaba por aquí con el
agresor: no surtió á su pensamiento, y el Quevedo, creyendo
arribaba á mayor fortuna y que sacaría de aquí otro pellizco
de dinero, como le sacó al duque de Osuna, armó un librillo
insolente en que satisfacía al Conde ó respondía á las calum-
nias que le cargaban; indigno de juicio heroico, ni aun ple-
beyo.
Entre los papeles que de secreto so daban al Rey , llegó
74
cstti á mis manos, que pongo uqiii por testigo de mi razón,
por descargo dü mis escritos, y para que se entiendo pur
ánlas heridos respiraba este cuerpo, y que habia ésta y mu-
chas más plumas que deseaban aconsejar y descansar por i'sle
camino, y avisar do tos trabajos en que cada dia nos ibatiiüs
metiendo. De tudo tomaba el Qucvedo la mano pura respon-
der y publicar por aquí sus escritos eu librillos que , por pa-
recer de juicios , eran tenidos por desatinados y llenos de di^
parales, más para el fuego que para la prensa; sin embarco,
estaba de tal arte la cabeza, que lo vi á pique de subir á Se-
cretario, quien por su vida, eslüo y blasri:iiiias, que sin cesar
le destilaban por su boca , era más para ministro de los que
introduce en sus obras, que para cosa que debia tener el su-
jeto que conviene, y de todas maneras es necesario al decoro
y á la prudencia. El papel es este:
-SbSok:
■ Traidor fuera á su Iley, no sólo el vasallo que le ocultare
una traición sino tumbicn el que conociendo los prínci[)ios de
su ruina no se lo manifestase, envilecido del temor de lo que
puede perder. Si fuere mal recibida esta verdad, yo, pues,
entre todos, ofrezco animoso ú los augustísimos pies de V. M.
mi celo, para que se sirva de él, y mi vida, para que en ella se
ejecute el castigo de la culpa que se hallare en mi intención.
■£1 mimdu llanja á V. M. grande, justo, generoso Atonarca,
polculisimo, y siento, siendo esto asi, ver su fama con menor
gloria de lo que debiera, y más oscura su memoria para los
siglos venideros, do lo que su gran pecho merece, por un ac-
cidente sin culpa , y perecer sus pueblos por un yerro no co-
nocido. Ama V. M. al conde de Olivares, duque de San Lúcur,
y ama en él su buena intención , su deseo de acertar á ser-
virle, el descanso que en él halla , la rectitud de su concien-
cia, la ca|ia('idad de su ingenio, partes merecedoras del favor
([uc le haco ; y como en lo humano hay siempre imperfeccio-
nes que deshacen los mei'cciuiÍi:nlos, está oponícuduse á cstu
virluil una ambición de gobernar insaciable , para cuyos Unes,
76
con riesgo público de la ruina del mundo, tiraniza á su Rey la
voluntad, no. le aconseja con el Gobierno, dispónele á que
forzosamente le obedezca, consérvale en esta tiranía; celando
á V. M., do suerte, que ninguno puede advertirle de lo quo
pasa, acreditase con V. M. no recibiéndose, porque le tiene á
sus pies; es ruina de su Rey y de su patria, no por mal celo,
que fuera contravenir a la proposición primera, sino por su
presunción y errada política. Lo primero, intenta remediar el
mundo con máquinas imaginarias y fantásticas, sin acudir á
lo material que está pereciendo: lo segundo, por conservarse
pone los ministros mayores de su mano, sin libertad ni suG-
ciencia ; de modo que no hay Consejo con Presidente, ni mer-
ccd hecha con proporción (desechas muchas si): pierde á Es-
pana, y España lo conoce, y jura el mundo que la fidelidad
sola de los españoles valerosos hubiera dejado de hacella pe-
dazos, en cual()uiera de las aflicciones que ha tenido ; ya con
pragmáticas sin fruto (pues debe ser máxima de un Principo
político hacer pocas y éstas inviolables) , ya con la baja do
moneda, tan sin tiempo, ya con pérdida de la flota por su
culpa, pues tuvo avisos de los intentos del enemigo y descuido
de la ofensa, ya con guerras en Italia, comenzadas por su an-
tojo, mal prevenidas y eu peor sazón, sin gente, sin dineros
y sin razón; oprimidos los pueblos, los príncipes de Italia
poco afectos, el Pontífice contrario y el francés victorioso ; ma-
les que han tenido pero no excusado.
•Señor; hónrele V. M., quiérale y gobiérnese por ministros
de satisfacción ; sepa que la parte mejor de Valido á Rey, en
que ^c conoce la intención, es darle consejeros, no en ser
consejero ; porque como la monarquía se extiende á tan dife-
rentes experiencias, no es capaz uno de lo que apenas pue-
den serlo muchos. El que rectamente las hubiese gobernado,
dará noticia de las Indias; de las armadas, el que navegando
en servicio de V. M., hubiese pasado la mayor parte de su
vida en estos trabajos; de los ejércitos, el que desde la pica
hubiese merecido ascender al bastón; para el mayor puesto
de Italia, los que en su gobierno hubieren dado satisfacción
de Roma, de Francia, de Inglaterra. No puede deponer sin
noticia el Conde-Duque el parecer de muchos; resuelvan po-
cos, no uno solo, señor; que para eso tienen los reyes con-
sejeros. V. M. vuelva sobre sí; mire en su sanlisimo padre,
cuan grande hubiera sido su nombre , sí enlre la paz y
virtudes con que resplandeció en el mundo, no se le hubiera
opuesto el rendimiento que tuvo al Privado: no es disculpa
del Principe que el Valido sea bueno ó malo , porque es suerte
de la elección , culpa es del Príncipe sujetarse a uno y fiar de
uno. Imite V. H. á su prudentisimo abuelo, á su invencible bis-
abuelo Carlos, cuya siempre gloriosa sangre bastara (cuando
empezara en él su estirpe) á darle bríos para dominar abso-
luto, y conocimiento para no verse sujeto. V. M. no es Rey,
es una persona por cuya conservación mira el Conde para
usar del oficio de Rey; y es V. M. un Rey por ceremonia,
amado de sus vasallos por sí, desamado por' su Gobierno.
Vuelvo á decir que le honre V. M., quiérale, y gobiérnese por
más que uno: Grandes tiene V. M. y vasallos buenos para
todas horas; entre todos lo hallará todo, acertará á ser Rey y
gustará de serlo. Este aviso, sinceramente dado, admita V. M.:
amor y fidelidad me fuerzan á cumplir con las obligaciones
de mi sangre: á los vasallos de V. H. , sumamente fieles. Rara
serlo en todo, sólo les ha Faltado quien antes suplique á V. U.
mire por la pérdida lastimosa de sus Estados y reinos, á los
cuales parece imposible el remedio, porque júzganlo será el
ponerlo V. M. en obra. Dios que cuida do sus fieles, disponga
á V. M. á que, empezando por este valeroso hecho, tenga vic-
torías infinitas; todo con iguales años de vida».
Como dije, de estos habia infinitos que le atravesaban el
corazón, descogían su natural, su corle, en conservarse y ha-
cerse tirano de todas materias, y que todas se ventilasen en
su aposento, no atreviéndose á parecer en publico de miedo
de las ofensas hechas; lanto, que le faltaba poco para imitar
al tirano que por puente levadizo pasaba al lecho á tomar el
sueño. Tiempo de todas maneras infelicisimo, sin mano oia-
gun hombre, y arrinconado el ministro más puro, porque no
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curia con so opinión ; aunque D. Diego del Corral , del Con-
sejo de Cámara de Casiilla , le propusiese deseaba salvar su
alma ; los ministros del Evangelio, atemorizados, desterrados
algunos, y llamados los otros para que se gobernasen á su
modo, tasándoles la libertad y estilo, y )o peor de todo, que
ellos obedecían , porque ya no habia sino quien por su lisonja
pasase á su conservación. Si estos no son presagios de aca-
barse esta monarquía y esta república, no se puede.dar cré-
dito á otros.
La primavera siguiente, habiendo el rey Cristianisimo pa-
sado los Alpes y afrontádosc con la Saboya, descubriendo In
gente del rey Católico , que eran unos pocos de españoles que
estaban en sus plazas del Piamonic, el ejército del Rey que
pasaba de 40.000 soldados entre infantes y caballos, admira-
dos de aquella novedad y del silencio con que habían pasado,
y dejándoselo decir delante del duque de Suboya, y pidiendo
licencia Ü. Jerónimo Augustin. que estaba allí por cabo de
aquellos pocos españoles, para salir á escaramucear, te dijo
que si salía le haría cortar la cabeza. Sin embargo, el ardor y
coraje do esta nación los hicieron salir, y como eran pocos,
rindieron las vidas á la multitud, y el crédito á la traición. E\
Rey tomóáSusa, y se alojó dentro; corriendo opinión quo
el duque de Saboya, no sólo le abrió paso y le allanó los puer-
tos, empero envió los más prácticos de aquel Estado á que le
enseñasen el paso, á aquel Príncipe do todas maneras glorioso
y acreditado, por aquellas asperiüimas montañas impedidas de
'nieve. Víó el duque de Saboya junto á sí aquel grande ejército
que amenazaba sus tierras, entero y formidable, las fuerzas
del rey Católico salidas, ocupadas las más en sus presidios
por la Liga jurada , las demás en el Estado de Mitán , y la re-
cluta en el Casal de Monferrato, sitiando con D. Gonzalo de
Córdova , que estos aún no pasaban de 6.000 soldados ; y así
le pareció ceder la Qdelidad y el juramento al más arbitro y
poderoso, y redimir sus tierras de la desolación y miseria.
Corrió el Rey con desembarazo, y pasó á Turin, corte del Du-
que, donde le hospedó y festejó. Esta nueva puesta en MP~
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drJd, hizo tanto ruido y más «juc la de la finia; entraron en
consejo, y pretendiendo algunos disminuir oí suceso, y los
más confiados de la facción, docian que era el Rey mozo, y
nuevo soldado , que no había que tc;rier, pues cuando su padro
tenia más gloría consiguió muy poca con armas; á que salló
D. Diego Pimentel, pracüco en las cosas de llalla: — S!; pero
no me ganará nadie, que no lia pasado con muyor reputación
que ninguno de sus pasados. Conseguido esto, el francés en-
vió á decir á D. Gonzalo de Cúrdova que levantase el sitio, ó
pasarla á desalojarle. D. Gonzalo, viéndose con lan pocas
fuerzas, y que tantas voces liahia dado por ellos al duque de
Saboya, traidor al Rey, dueño de la tierra y con fuerzas tan
excesivas, retiró la gente que tenia, y pasó á guardar lo que
le tocaba, que era el Estado de Milán; con que cf Itey metió
6.00Ü franceses en la plaza , se liolgó en Turin , y después de
regalado con ricos presentes de joyas que el Duque ie dio,
compradas con el dinero que el rey Católico le habla dnilo
para la empresa, para levantar gente y ponerse al opósito,
se volvió á Francia, á mi ver, con agradecimiento de nuestra
parte. Y justamente lo debemos estar, de que hallándose tan
superior no pasase adelante, y pasase á intentar nuevas y
mayores cosas, y pusiese en ejecución el deseo suyo y de sus
pasados.
Consiguientemente á este suceso, cargaron los holandeses
con otros casi 40.000 soldados sobre itolduquc, plaza importan-
tísima en el ducado de Orábante, que gobernaba Grnbendonc,
también sin utencion y sin cuidado de nuestra parte: echóse*
sobre ella , levantóla y cubrióse do gruesas trincheras y otras
fortilicacjones; y si bien el Grobendonc la defendía poderosa-
mente, aunque se ha visto á mala sazón, sin ejército compe-
tente para su defensa y hncer levantar al enemigo el asedio,
gobernallo por el conde Enrique de Sergas; hallándose á la
saton en Bruselas D. Carlos Coloina, soldado viejo y venera-
ble por Sus canas, consideración y escritos, cuando el ejér-
cito católico pasó sobre ella, hallando imposible el paso, hon-
dos los pantanos y las trincbcras inexpugnables, pasó n la
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Belba á ver si con esto (liscui'so hacía levantar ni enemigo
de la pl;iz3, iiictirnílolo la guerra y ejércilo tan grande por
üuscnsus. Nada de esto Mirlió erecto, porque se entendió que
los Estados entraron en secretas inteligencias con el conde
Enrique, donde se dijo que faltó tres días de) ejérciio, en que
Be viñ con Enrique de Nasao, General de las armas infieles,
y que para cuando el miedo en la Haya y en Amslerdan era
notable, lamo que querían pasar las haciendas á Inglaterra,
y avisando antes el Nasao se levantaría el ejército á los Esta-
dos, le dijeron se estuviese quedo, que presto vería grandes
cosas. Viendo e>la remisión di;l conde Enrique, que no se ha-
cia nada, que se perdía reputación y empresas y que no cer-
raban con un trueque , que eva á lo que se hubia encaminado
y donde so esperaba salir al aprieto en que estaba Bolduc, y
diciéndolo un cabo español: — ¿Por qué no pasa V. E. de-
lante? respondió muy falso y lorado de su infidelidad: — Pues;
¿lirmns de abnisar la Belba? Con que se pusieron las cosas
en miserable estado, y Grobendonc, falto de vitualla y mu-
niciones, y desesperado de socorro, después de haber en una
emboscada y otras salidas muértole mucha de su gente, rin-
dió la plaza con mortal tristeza de los llamencos; siguiéndose
á esta desdicha otra mayor, y fué que tornaron los enemigos,
por descuido do los nuestros y por poco recalo, á Besel (que
ganó el marqués Espinóla, grande y de todas maneras consi-
derable), puerta en la Besfaiía, y escala para municiones y
bastimentos de los ejércitos que se armaban en Fiandcs y que
bajaban de Alemania:. con que cortado el Enrique de Bergas,
puso más cuidado en la salida que en la entrada, si bien de
todo debia de estar prevenido; con que se deshizo aquel
ejército. Sin efecto ninguno se perdieron dos plazas tan esco-
gidas, y sobre que cargaba el nervio de las provincias cató-
licas; se perdió la reputación, porque lodo lo consiguieron
con la Ilota, que acababan de vender y scibre que hicieron
sus asientos; estando antes tan en miserable fortuna, que
convidaban con la tregua, y con relevantes partidos la acep-
taban, como lo dijo el marqués de Espinóla y lo trujo A Es-
paña, que con melindres y poca alcncion perdimos. Tenían
estas cosas, verdaderamente infelices, apicudo el ánimo del
Bey y de sus miníslros, y así todos los demás de la industríu
y de la hacienda seguían el mismo curso.
Los enemigos estaban con gloria y los amigos para des-
cuadernarse con efectos que amenazaban ruina. El rey de
Francia, viéndose con ocasiones do salir en campaña, siendo
proteclor de los holandeses, quisiera esta vez pagarles el be-
nelicio de tantos años y mosliúrseles poderoso á su lado, aun-
que en distinta acción ; porque claro está que él también les
había de instigar dícíéndoles, que para aquella ocasión k>s
quería, que diesen por otra parte contra el más poderoso, que
no podría acudir con tantas fuerzas , ó divididas le quebranta-
rían sin ser poderoso para asistir á todos; y que todos á una
acabasen de lograr su deseo , que era desmoronar esta monar-
quía. Los venecianos, sí bien estaban á la mira y quedos,
como coligados y de la facción, además de los socorros he-
chos al frailees tenían sus gentes al confin, entre Cérgamo y
Breña, habiendo puesto las fortunas y felicidades do los siglos
pasados en tan gran despeño parientes traidores y vasallos.
Todo el Consejo de Estado decía al Rey castigase al Duque, le
abrasase sus tierras (no podía librar las gu\as de la invasión,
¿cómo había de acometer las ajenas?): el Duque, viendo ya
vuelto el francés y deshechas sus fuerzas, quería volver á la
protección de España, daba sus razones; y para tal empresa
de adelante y enmienda de lo sucedido, fué admitido, que era
lo que él aniíeiuba, iningínándose era de importancia y nece-
sario y que cuanto más inliel era más apetecido y perdonado.
Cargábase ignominiosamente á D. Gonzalo de Córdova (sin
culpa á mí parecer}, de no haber resislido y de hdber levan-
tado el sitio; y para dar que sentir por aquí , que era suya la
culpa y no nuestro el cuidado; acordábanse muchos, leídos en
los acaecimientos de Italia, y decían cuan pocos españoles
habían roto y dcbbaratado muchos escuadrones y ejércitos
franceses, y quisieran que lo hubieran hecho así; refiriéndolo
por calumnia 6 lisonja, delante del Valido. t\ se disculpaba
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(lo lo mal que siempre fué asistido , y escribió al conde de
Olivares viendo le apretaba, en lo cual no habia sido pode-
roso: «y. E. y yo hemos quitado al Rey la corona de la ca-
beza; yo en asegurar la empresa del Honferrat, Y. E. en no
haberme enviado lo que he habido menester para ella».
Esta ignominia y esta afrenta, recibida en el rostro de nues«
tra reputación, se procuró enmendar y salir á la causa con
todo el peso de las fuerzas y de la sustancia del reino, como
se resolvió en el Consejo de E&tado. El Emperador, á quien no
fué menester avisar, porque entrándose por aquellas provin-
cias el suceso puso el cuidado en el que requería la falta de
reputación, avisaba á los Electores del Imperio era causa de
todos este negocio, y asi con venia poner en él el hombro , que
de no hacerlo seria dar ocasión á los demás feudataríos á se-
guir el ejemplo, á faltar á la fe y en el respeto, y se perdería
por aquí la autoridad de los subditos y los que se mantienen
debajo de este nervio. Los Electores, como el duque de Sa-
jonia, el marqués de Brandenburg y el duque de Baviera,
nuevo Elector, la emulación envejecida á la casa de Austria, y
su grandeza, les hacía no atender á esto y faltar á la asisten-
cia, antes á dar intención de no admitir á su hijo por Rey de
Romanos; con que el rey de Francia no perdia los bríos, y se
daba á ser insolente el duque do Nivers, conociendo tenia do
su parte á los Electores herejes y al duque de Baviera , que
habia entrado en pensamientos de Emperador y de entrar en
ligas con el francés para este intento. Cerraban los Electores
las orejas á las propuestas del Emperador, y en España, si
bien el de Nivers antes de comenzar ía guerra ofrecía toda
sumisión al rey Católico, estar á su obediencia y fidelidad y
echar el Casal por el suelo, enviando hoy su Embajador á pro-
seguir algún tratado de paz, porque no se hallaba tampoco
bien con que el Rey hubiese persidido con franceses aquellos
Estados, que parecia los quería ocupar para si, se mandó salir
al Embajador sin quererle oír. Viendo el Emperador, pues, no
hallaba calor en los Electores imperiales, y que el Papa no
socorria lá causa pública, antes seguía el pretexto contrario
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y B6 le cogieron letras de (íinero para oí roy do Francia, luvo
caria del Emperador, que severamente se lo liizo saber, d¡-
ciéndole, se habla crii^ido el Imperio para muro y defensa de
la Silla de San Pedro, y el PonliGce para ocurrir en sus ne-
cesidades á aquella columna y seguir su estandarte , y que hoy
hallaba trocadas las manos y la intención sin ajustarse al de-
recho.
Todas estas voces fueron vanas; con que el Emperador, á
la primavera, cargó con gran golpe de alemanes, en caudillo
do reputación, sobre la cclcbradisima ciudad de Múntua, ocu-
pando los lugares de la Valtelina para tener los socorros y
bastimentos prontos y desembarazados, que habían do venir
de Alemania para In expulsión de la tierra. El marqués de Espi-
nóla salió de Mudrid , acompañado del marques de Santa Cruz,
llevando á su cargo la empresa del Casal de Honfcrrato ; depo-
niendo á D. Gonzalo do Córdova del Gobierno del Estado de
Hilan , Capitán que había conseguido con prosperidad y repu-
Licion tantas victorias en apoyo y defensa del Imperio en Ale-
mania, contra tos herejes protestantes, deudos y confedera-
dos del Palatino. Llevó delante el Marqués, anle todas cosas.
gran suma de dinero, sacado de innumei-able venta daolicios
que en casi todas las tierras del Rey se había hecho, particu-
larmenie en la pobre Castilla, expuesta para tantos años á
llevar sobre si las controversias, movimientos, rencores y
guerras extranjeras; saliendo por todas sus provincias los mi-
nistros del Consejo á vender cuanto habia de consideración,
lugares, escribanías y rcgimienlos, añadiendo á más, en las
ciudades, hidalguías y otras cosas considerables, en que se
sacaron algunos millones de plata , con que ya eslú destruida:
allí las armas y aqu¡ esta saca, con brevedad será la desola-
ción de todo. Llegó el Marqués ú Milán, ajustó las cosas de
aquel Estado, hizo reseña déla gente queliabia, levantándola
que hubo menester, llamó á sí las fuerzas forasteras y auxi-
liares, que se incluyen itebajo de la protección de España, y
cargó con ellas sobre el Casal de Monferrato ; echó du las pla-
zaü pequeñas la guarnición francesa, en que so incluyen 2.000
soUlatlos. y ocupólas; oponiéndose cl cluquo de Saboya con
genlc y dineros iJel rey Calólico á las fuerzas friinccsas, que,
atentas á nneslias prevenciones, habian ya pasado segunda vez
los Alpes, no con lanía foi'Uina como la vez pasada, ni saliendo
el Rey en persona á la empresa, no tpiciiendo aventurar la
gloria que ganó, antes conservarla , va sea porque halló con
más constancia al saboyano. ó que confió sus cosas al arle y
experiencia del Capitán que entonces gobernaba las armasen
Italia. Dieron los Tranceses sobre algunas plazas de la Saboya.
qno, aunque se resistieron gallardamente, las ocuparon. Acsla
hora los alemanes, ó sea por trato ó sea por fuerza . escalaron
los muros de Mantua y la entraron . con estrago falal do edifi-
cios y haciendas, con que cobraron las cosas algún aliento-, si
bien decinn nuestros políticos eran el mismo riesgo para Italia
alumancs que franceses, y que so habian de echar más aina
que estotros, porque una vez metido el pié en ella querrían
ensancharse y aspirar á otros feudos ó miembros del Imperio,
divididos en los años de Carlos V.
Asediada, pues. In plaza del Casal y apretada la villa.
tanlo que ya las naciones con-sus trincheras estaban para des-
embocar en el foso y que ya se picaba la muralla, salieron
ñ parlamentar para rendirse, fallando ya las municiones y vi-
tuallas, que si dentro de treinta ó cuarenta días no eran socor-
ridos, rendiri.in la ciudad ; donde fueron admitidas á tiempo
que el Marqués, con fatiga de los continuos trabajos, so le
había subido la gota á la cabeza, estaba sin juicio y con
pocas esperanzas de su vida ; y el duque de Saboya, ahogado
del estrago que había venido por sus tierras y que se las ibnn
talando, se rindió, cargado de años , & la mucite , no sin pro-
nóstico de los que se lo avisaran y anlevíeron que moriría en
sazón que sus Estados estuviesen para fracasar. A este acha-
que del marqués de Espinóla, á cuyo ruego el marqués de
Santa Cruz, que á los principios le habia dejado en Genova
preparado con orden secreta del Rey para cualquiera tranco ó
acontecimiento, llegó el Marqués al Casal; visitó al Marqués
con aljjuna mejoría, mas sin esperanza de vida, y ésto juntó
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las cabezas principales del ejército, y dijoles que nWi Icnian su
General y dióle el bastón. El Marqués se absluvo de esto, di-
ciendo no le habla de tomar : replicaron algunos que abriesen
las órdenes secretas que deponían de eslo, y hallaron que S. M.
raandalin que gobernase el Marqués, ó por achaque ó muerto
del marqués de Espinóla, con que obedeció: pasó á verlas
trincheras y forliücaciohes, enteróse de todo, abrazó lo ca-
pitulado con el enemigo , y atendió á conseguir la plaza ente-
ramente.
Con los capítulos del Casa!, viendo corria riesgo entre-
garse, los franceses, presidiando Ins plazas ganadas del duque
de Sahoya, que eran Susa, Piñarolo y Babillana, con el resto
que les quedaba, esperando nuevas gentes, anhelaron por eo-
correr el Casal dentro del tiempo prescrito. La gente del duque
de Saboya, donde nsislian gran parte de españoles escogidos
gobernados por D. Felipe Espinóla, General de la cabatieria del
Estado de Milán y primogénito del Marqués, los esperaron en
un puente sobre el Póo.quo llaman de Carinan, paracstorb/ir-
selo; habiendo avisado antes do su enfermedad el marqués do
Espinóla, se atendiese esto con gran prontitud, porque de no
hacerlo se seguirla el ejemplo de D, Gonzalo de Córdova , le-
vantaría el sitio y pasaria á guardar el Estado de Milán. En-
contráronse, pues, ambos ejércitos: dio orden el nuevo Du-
que, ó D. Felipe Espinóla, que nuestra gente pasase á esperar
el enemigo y á escaramucear con él de la otra parle: á mu-
chos pareció osle consejo desviado de toda claridad, porquo
más acortado fuera que peleara el enemigo con la dÜicullad
del paso, corlando el puente, poniéndole acá gruesa y bas-
tante artillcria que le matara mucha do su gente, donde fuera
necesario gastar muchos dias para perder los consignados en
la Iregiia, y que no se llegara á la conducción y una espe-
ranza, tan iitendida por nosotros, y que caso (lue venciera el
paso, esperarle nuestra gente puesta en batalla donde tuviera
que trabajar. Finalmente, obedecido el duque de Síiboya ola
cnbeza que habernos dicho, y haciendo salir los más señalados
r.<=j)añole6, se trabó la batalla , peleando con tanto coraje de la
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una parle y de la otra, que todos quedaron destrozados, y con
muchos de ellos se rompió el puente y cayeron en el agua,
con lo cual se retiraron todos; quedando los franceses, como
mayores en número, para proseguir su jornada , y los nuestros,
que aun no eran 3.000 , á la guarda y conservación del Pia*
monte, desamparados do D. Felipe Espinóla, que afrentosa-*
mente volvió las espaldas ; Injuria no merecida á la gloria do
su padre y á sus esclarecidísimas hazañas y servicios; suceso
que le ocasionó en el sitio del Casal la muerte, subiéndosele
con esto dolor la gota á la cabeza, y dejando en aquel sitio la
memoria de su nombre, si bien con fin poco afortunado, em--
pero triunfando de los enemigos. Llegaron los franceses á la
vista del Casal: el marqués de Santa Cruz, avisado de todo,
sacó la gente de las trincheras, y algunos tercios de españoles
y otras naciones con que se hallaba engrosado « y poniéndola
en forma de batalla dio orden para resistir y pelear: afrenta-*
ronse los franceses, y disparando su arcabucería y mosqu&*
teria sobre lOs nuestros, fueron recibidos y atemorizados; sa-
lieron de su parte á atemorizar y á protestar, diciendo era ca-*
pitulacion asentada si llegaba aquel socorro admitírsele en
la ciudad: el Marqués, usando de ardid y del poder con que
se hallaba, respondió estaba alli no por General del rey Cató^
lico, sino del Emperador, cuya era aquella causa, y que le
habían de rendir la plaza; y cuanto al tratado, le ponia en
duda, sin asistir al tiempo ni acordarse de él, y que había de
morir ó vivir en la demanda. No paraba, etftre estas pláticas,
de tirarse, pasando al legado del Papa, que venia con el ejér-
cito de los franceses, las balas por las orejas; con que los
franceses, poco alentados ó dudosos del suceso, se retiraron.
Rindióse la Síudadóla, ocupóla él Mátqués y entrególa á los
comisarios imperiales y á los monferrines que ja gu:&irdasen:
vino á Españar la nueva , que alegró sin duda , y pasó & Ale
manía obrando el mismo efecto.
En esto sitio andaba aquel gran caballero, nieto de otro
mayor, adelantando la gloria y hechos de sus pasados, porque
un fiscal no se les tachase, y que ya que en la corte no le ad-
milian al lado y servicio du su Rey, en que murieron con Te-
licidad tantos de los suyos, quiso á lo menos que no se lo es-
torbasen en la guerra , puerto abierto para todo fiel espíritu y
ánimo grande, no lanío por acrecentar sus medros y Estados
ó restaurarlos, cuanto por amplificar su honra y que no se la
estragase la emulación envidiosa de los malos en tales olicios.
Habia dejado para esto su mujer, matrona singular en virtu-
des, ejemplo y observancia de sus obligaciones, sus liijos , la
sucesión, su casa y sus Estados, en lo más floreciente de su
edad, y encaminádose, con afrenta de muchos ejercitados so-
lamente en el ocio y en los vicios de que son capitanes, á esta
guerra. Salió de la corte con el marqués de Espinóla, y en
Hilan gobernó un tercio de españoles, que mantenia con su
cortesía y liberalidad-, atribuios heredados del generoso espí-
ritu de su abuelo : en la entrada de su ejércitopor el Monfer-
rato arrojó los franceses de puestos importantes, con orden
del Marqués, exponiendo su persona con semblante intrépido
á los peligros y trances más rigurosos. De esta manera, pa-
reciendo en pocos meses soldado viejo, se prometíun de su
cuidado, asistencia y juicio mayores cosas, si no se las
oscurecía el odio de tos apasionados; en la llegada del ejército
francés, con orden del marques de Sania Cruz, se puso á
recibir las primeras balas del enemigo y reprimió gallarda-
mente su brío; haciéndole reparar y atender en su valor y
gentileza, y tanto más entonces, que oyeron decir era el duque
de Lerma, que estaba en Italia; reconociéronlo los que eipe-
rimentaron la magniroidad de su abuelo en sus obras ; voz que
hizo dejar la guerra á los franceses y rendir las plazas y las
armas. Allí le veían y le admiraban todos, renovando la me-
moria de la prosperidad de los tiempos pasadosry la necesi-
dad de los presentes, cuantos vivieron con desahogo y sin tri-
butos y cxperime.itaron el descanso; alli decian los soldados
viejos y referían, no sin ternura, cuando le veian ó platica-
ban con él : — «En tal sazón me hizo estas honras su abuelo ; en
tal, esU cortesía; en tal audiencia, esta merced*. De esta ma-
nera suspiraban , y se acordaban de aquel Itcy. de aquel siglo,
J
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y do aquel Privado; Eiendo tales nueslras obras y descuidos,
que los que pensamos ver sepultados en olvido y en vituperio,
boy so levantan al esclarecido lugar de la posteridad , á la ala-
banza pública y aclamación: los generales, reconocian los
puestos, las dignidades que les alcanzó, y en su manera solici-
taban al nieto, los que le habían de hacer admirable en la guer-
ra, á proseguirla; pues, y aunque le estimulaban las heroicas
prendas que habla dejado en la corle, tanto más se esforzaba
á proseguir, atendiendo á las de su honra y á no querer pade-
cer el vituperio do los que en Flandcs é Italia , en las más ar-
duas ocasiones habian vuelto la cara y vucllose ú cebar en las
delicias cortesanas. El marqués de Espinóla y el marqués de
Santa Cruz escribían, en las cartas de sus deudos ó amigos , el
proceder loabilísimo del Duque; cómo les pedia le empleasen
donde so pudiese señalar y hacer mayor servicio al [ley, cómo
había procedido en lo que le habian encomendado, y cuan
buena'cucnla daba de s¡ ; pronosticándole en lo de adelanto, si
se le alentaba y no se le hacia agravio, y aunque se le hiciese,
tendría lugar entre los capitanes esclarecidos y do memoria.
No podemos á un tiempo escribir dos sucesos , y así es
fuerza exceder en el tiempo al otro, y para asirle haber de
volverlo atrás é ingerirlo íragmenlos casi referidos por mayor;
que las acciones militares no admiten el suceso del desposorio
de la infanta Doña María, en que pensó dejar esto discurso,
que pasó du esta manera : No habiendo tenido efecto con el rey
de Inglaterra, el Emperador la pidió ahora para su hijo, ha-
ciéndole ante todas cosas jurar por rey de Hungría: aceptóse el
matrimonio, y un día, ó por priesa que daba el Emperador ó
por las causas que yo no alcanzo, hallándose el Rey indispuesto
en la cama, impensadamente llamaron al Patríarca do las In-
dias, y sin dar cuenta á otra ninguna persona principal de la
corte, concurriendo el endjajador del Cósar con poderes que
trujo, se desposó S. M. con la Infanta, íutítulándoso desdo
aquel día reina de Hungría. Señalóse el tiempo para llevarla,
empero sintió, y lo decia , quisiera se hubiera hecho aquella
ceremonia con más aplauso, fií^slas y galas, á imitación do las
r
que se hablan hecTio con sus hermanos , y que vtó con Bumo
esplendor en los tiempos de su auguslísímo padre: asíase luego
do aquí para ia disculpa de la necesidad, que no había, y
cómo cosas lates se hacen siempre á cosía de los vasallos sin
dar alcance á eslas novedades. Ambas reinas, estrechando su
amor y amistad, dicen los de más cerca, murmuraban eslas
cosas Y otras del Ministro , que sabidas por los espías de aquel
cuarto, que en todas partes nos picaban sin dejarnos, como las
plagas de Egipto, y por la Condesa, Camarera mayor, que se lo
avisaba á' su marido, se procuraba con toda fuerza y vigilancia
apartar esta unión; con que se dio priesa á la jornada, bien ó
mal, deslucida, sin prevención de galeras en los tránsitos de
Italia. De los inTantes, le decia también, se regalaban con )a
murmuración de las reinas, y aun que la reina de Hungría daba
al Rey sus puntadas, y que parecióndole estaba este teatro y
sus figuras mal plantadas, procuró disponerlas y mejorarlas á
su modo, y puso lo más iraporlante en que el confesor del Rey,
por achaque de los otros, confesase á todos, con que se ase-
guró mucho de dar en algún bajío que le precipitase. Era el
confesor ú su gusto, como nunca se pudo desear otro hombre;
atento al reinado pasado, asido ó su comodidad y escar-
miento en 5u antecesor Aliaga, desvalido en los principios, por
hechura del duque de Lerma, y después de dada bastante sa-
tisfacción de ser más Ouzman por la religión que profesaba que
realista y padre del bien común, halagado con buenas preben-
das y comisario de la Rula, mano en algunas consultas eclo-
siáslicasdel Consejo de Estado, y de todas juntas timón; que
enderezado por aquí no habia temor á naufragio. Si el duque de
Lerma , sacando de su quicio las cosas, hubiera sabido obser-
var esta circe y demarcarla, y usar de esta maña y novedad,
fuera el Privado más capaz que habría tenido el mundo ; porque
guardó el decoro á los oGcíos y ú los hombres , no quedó con
nombre degradante. De aquí se siguió luego el publicar la di-
visión de tos infantes, porque, le decían, le convenía echar
uno á Flandes y otro á Portugal , que le dejarían libre el lugar
y cl campo, y seguro el Rey de que ni oyese ní lo dijesen.
89
Antes de esto, por privilegio particular del cielo, según se
esperaba, y en sazón que se cantaban en el mundo los años
de 1629, á 17 d<; Octubre parió la Reina un Príncipe, que
alegró á todos los vasallos sumamente: bautizóle el cardenal
Zapata, ea la parroquia de San Juan de Madrid, y dióle por
nombre Baltasar Carlos, y fueron sus padrinos el iaviciísimo
ínTante D. Cjrlos y la reina de Hungria , sus líos, j Quiera Dios
tmileá su tercero abuelo, en el beróico valor militar coa que
se hizo tanto lugar en el mundo y tan perdurable en las his-
torias; y al segundo, en la autoridad y prudencia con que se
constituyó Monarca; y á su primer abuelo, el rey Católico Don
Felipe III, en las virtudes, celo de la religión, pureza de cos-
tumbres, felicidad, conservación y prosperidad en el reinado!
Huellas que si las sigue no baynluda le harán temido, grande
y esclarecido.
Apretaba, pues, el embajador del César en la salida de la
Reina; no sé cuál más aina instigador, ó el Valido ó el Empe-
rador : fioahnenie , en el tiempo más crudo, con descomodidad
y sin lucimiento, y aun sin dinero, salió el Rey de Madrid con
la reina de Hungría y sus hermanos, y pasó aquella noche á
Alcalá , donde le hicieron esperar dinero y mal carruaje; fal-
tando siempre providencia en lo más necesario y forzoso, y
sobrando en lo que no era menester. Encargóse este viaje al du-
que de Alba, para que llevase á la Reina á Tren to, que es lo pri-
mero se pensó, y á D. Diego de Guzman, arzobispo de Sevilla,
para cuyos trabajos se pidió al Papa honrase al Arzobispo con
la dignidad de Cardenal : previ niénronsc lodos con mucho lucí-
mienio, aparato de casas, libreas y familias. Antes que saliese
el Rey de Madrid, no queriendo salir el Conde, le decia: —
Señor; vuélvase V. H-, que hay grandes cosas y materias que
resolver, todas del servicio de V. M. y de su Real patrimonio,
en que le van muchos millones para el desempeño de ¿1, y acu-
dir con más prontitud á las guerras: pieza que siempre jugaba
y de la que se valia para asirse y que no le soltase. Él le decia
que 8Í, que no pasaría de Guadalajara; siendo este el primer
engaño que recibió de él en todo el tiempo de la privanza y
90
que más le abrasó el corazón, y de que la corle y el mundo se
holgó y murmuró, y él desconfió, creyendo que ya el Rey
abría los ojos y le enlendía la maña, y que ya se acababa
para é\ todo, pues le dejaba, habiéndole callado su intento;
cosa hasla allí no vista, Salió el Rey de Alcalá, llegó á Guada-
lajara, y todos con la imaginación que de aqui nos vol venamos,
pasamos por los otros lugares de Castilla , esperando la noche y
la orden de volver atias, hasla que llegamos á la raya de
Aragón ; y creyendo, por razones aparentes, no pasarla de allí,
dejando caer la noche, sín avisar, á la mañana, dio orden de
proseguir á Zaragoza; cosa de que todos se admiraron. ¥ el
Conde, en Madrid , ignorante de todo, y en lo de atrás, si no es
en lo que ahora se le avisaba por las cartas ; con que de tan
extraña novedad, jamás vista ni esperada, se bundia la corte,
y se dio materia de discurrir en toda la Europa, diciendo se
acababa ya el letargo, el dejarse gobernar y lo pesado del Go-
bierno. Luego veremos, que no parece sino que fuó este acci-
dente para subirlo más do punto, afirmarle con más veras y
apartar los estorbos, y que pagasen los vasallos el gusto que
habían recibido de este suceso con cargarlos más.
Entrado el Rey en Zaragoza , pareciendo á los más adver-
tidos no era cosa justa dejase á su hermana deslucida en
miserable lugar, alababan la resolución, y aun quisieran q^ue
si fuera en tiempo á propósito que en Vínaroz o en Barcelona
hubiese gruesa armada de galeras, no la dejara hasta la em-
barcación, y que á la reina de España, para alivio de la soledad,
habia do dejar ta acompañase hasla donde lo permitía la posi-
bilidad de la jornada; á imitación de las bodas de la inTanla
Doña Isabel , y de como la acompañó su hermano el rey D. Fe-
lipe 111 con tanto lustre y grandeza ; si ya no es que él huia de
esta imitación como en lo demás. Llevó al Rey á Zaragoza el
pretexto do no haber podido salir el duque de Alba tan aina , ó
por su poca salud, ó por las prevenciones, oque procuró ex-
cusarse; para quien también habia providencia en lo tocanle
al olicio de Mav urdomo mayor. Era el duque de Alba , d seilor
que de los atttiguos se consercaba en aquella autoridad cii esla
91
corle de escuderas; atendioDdo, pues, el Conde, que por su
poca salud , que enlónces aféelo, ó por huir v\ peso y afán de
tan prolija jornada, ó que sus años ó la mudanza de tierra y
cielo á Ñapóles le harían dejar la esperanza del oGcio de Ma-
yordomo mayor, que antes se le prometió con la vida (aunque
tan gran señor ni tan lucido, no le quería tan dentro de Pala-
cio), porque osando de la libertad del oficio se hiciese amable,
armó una Junta de reformación contra él , que dura desde el
año 25 hasta este de 32, tanto que más parecia Consejo que
Junta, al principio gobernada por el conde d.e los Arcos y en*
caminada á este Gn y á estos dias, y después por dos religiosos
miserables , un consejero y dos mayordomos del mismo jaez.
Asidos á esta lisonja los nobles , por aspirar á mayores puestos,
porque no hay celo tan grande que no se le descubra el vacío
de la codicia, y los medianos, por calzar á sus hijos, ó á
sus hermanos, los hábitos y aspirar á caballeros; ascensión
general de los que no les tocaba esta honra, por donde
entró en descrédito y desestimación en los mayores, y en las
personas para cuya sangre se fabricó esta insignia ; descu-
briéronse por aquí las manchas que antes ni se sabian ni es-
taban públicas; con que á diestro y á siniestro los padres ó
los hermanos, á quienes eran cometidas este género de cosas,
cortaban, sin ningún linaje de piedad, y sin atender como
hombres letrados ó politicos al lucimiento, á la proporción, á
lo licito, si no que se cebaban en quitar honras de carne de
cera y otras menudencias ridiculas, indignas do Palacio y
Casa Real ; no reformándose las exorbitancias de las cabezas
ni de la turba de los secretarios, si no es de las pobres viudas
cuyos maridos perecieron y dejaron las vidas en jornadas y
en largos años de servicios , sin conocer de otra medra más
que de una ración ordinaria, y de otros que nunca cayó en su
casa una escribanía, una alcaidía, ni otra prebenda á este
modo I cayendo en las suyas. ¡T qué admiraba que lo que era
bastaute á remediarse en un año , aun no se habia acabado
en seis! Con que parece tiraba al fin propuesto; y háse de
creer asi , pues con decreto público se prohibió á los mayor-
92
domos no pudiesen entrar ni salir en csla adminíslracion,
tocanlo á £us oíicios, observada antiguamente con derecho
inviolable, con que creyeron los demás, no llamados á esta
Junta, se les echabn fuera y se les quitaban los oficios por
extraño camino; con que abandonaron el entrar en bureo.
El duque de Alba se hallaba atadas las manos, y respondía
con alegro semblante, pasando ligeramente por todo, con-
tentándose con acomodarse al tiempo, á la posada de Pa-
lacio y al ruido de Mayordomo mayor-, quedando, como dice
el Podre Mariana en la Uisloria de España, cuando llega á tra-
tar de la del condestable de Castilla, habla quedado como un
vano, para que nadie estribase en cosa do importancia, si no
es el todopoderoso en los tiempos pasados, porque no se de-
jaba á los dueños de los oficios extenderse y dilatarse, y adju-
dicarse á sí nuevas circunstancias y preeminencias; querían
hundir los tales al Valido, y asaltarle con quejas y tcslímo-
nios, se les quitaba las que les tocaba que hicieran ; como hoy
se hace y se ejecuta, sin miedo y sin reparar en las perso-
nas. ¡ Oh dicha grande adquirida por nuestros pecados!
Cuanta más agraviados, más desposeídos, más sufridos y ca-
llados; empero estaban Ja casi muertos y sin sentido de los
trabajos y el padecer, fulmÍDándoso siempre este cuchillo de
reformación sobre las gargantas de los miserables, quitando
á las mujeres los hijos, á los hombres el sustento, cuando la
necesidad era mayor y más general en los pueblos y en las
provincias, siendo lo que se ahorraba porción miserable, y
la batería que por aquí nos hacen los enemigos eicesíva;
que nuestras voces los ha puesto ya en la campaña, porque,
extendido esto en cartas, en embajadores, en avisos, dicen
que estamos acabados, y que ahora es tiempo de que cum1et)Co
nuestra ruina, como ya se espera, estando para acabarse la
Cristiandad y esta monarquía, con nuevas ligas y enemigos,
sosegados por espacio de más de cien años, y otros que, aun-
que.parientes, se declarasen en Alemania, para destruir el
Imperio y echar de ól la casa de Austria.
Llegado el Rey á Zaragoza y parando allí algunos días,
rué festejado con una justa de á caballo por la nobleza, de-
seando enmendar el descuido que tuvieron en los años pasa-
dos, cuando pasó ú las Corles; si bjcn la prisa que p1 Rey lle-
vaba no-les dio lugar para mostrarse como csla vez lo hicie-
ron , con maravilla y aplauso de la corte. Pasados ocho dias,
encargando la Reina á D, Fernando de Borja, virey de Zara-
goza, sin atreverse á despedir el Rey, n¡ sus hermanos, par-
tieron para Castilla muy de mañana, y porque también supo
que ya llegaba el duque de Alba, que le alcanzó cerca; que
con dejarla en ciudad y con personas á su decoro necesarias,
partió, diciendo, á los que le decían no era tiempo de em-
barcarse, que no habia galeras y pararía mucho tiempo en
Barcelona: — Háme dado esta priesa el Emperador, y dile mi
palabra que saldria por este tiempo la reina de Hungría de
Castilla; y contentóse, aunque fuese dilación prolija, que no
quería más de que salirse y tuviese principio la jornada, por-
que la deseaban en Alemania cojí todas veras. Salió, pues, de
Aragón, y con jornadas rigurosas entró en Castilla: salió el
Conde á recibirle a Torija , y la primera orden que dió fué
que les quitasen las muías del coche, para sus paradas y se-
guir al Rey, á los Ayudas de Cámara, porque no sosegase el
curso de darles pesar; buscando cada uno donde salvarse, por
llegar al descanso de su casa, que el afán de esta jornada
pedia esta vez con más veras que las otras; con voto explí-
cito de no dejar más al Rey, entre él y la Condesa, aunque
fuese por una hora, que no habia para qué aventurar la po-.
sesión ni dar gloria ni guslo al mundo, porque era diferir de
lo asentado en el principio de la privanza.
Entró el Rey en Mudrid, y para asegurarle en lo que antes
do la partida le propuso, y que no pensase era ruido para
detenerle, hizo una Junta prodigiosa, de CHsi pasados de cua-
renta hombres entre prosi.lentes, consejeros, religiosos y otras
personas: allí so batió lo que después salió; que, dijados los
millones, comiesen todos la sal, valiendo á cuatro reales, á
sesenta , con que pereció el ganado , y no había carne ; la me-
dia anata de los oficios, y otras cosas en que aquella sed y
94
aquella cabeza no paraba , con que las merceJés7por no tener
con qué rescatarlo, yacían empantanadas en los oficios; y
comü en los tiempos pasados esperaban los vasallos algunas
mercedes del Principe por las Pascuas ó el principio del año,
ahora nuevos tributos é imposiciones, con que vivían ahoga-
dos en profunda melancolía, ta necesidad era intolerable y
los tiempos imitabnn á los de Enero, quo destruyéndose todo,
no habla quien se doliese de la calamidad; ni se trataba del
remedio, ni se abria los ojos á la miseria ni á la ruina, ¿nles
á cada son de caja nuevo pedido, nueva gabela, nuevo agra-
vio, nuevo despeño de criados y vasallos. Y porque D. Jaime
Manuel se llegó á él, volviendo á entablarse por la via del
chisme, y le dijo se tuviese cuenta con los ¡orantes, á él que
le pareció que era aquella buena ocasión para echarle de Pa-
lacio, y que él mismo se hacia la cama, repitió á los infantes
el chiste, y exasperólos diciéndoles no habia nadie seguro de
los maldicientes, y que pues aun sus altezas no estaban segu-
ros, qué seria de él, Ellos lo sintieron, y dijeron suplicarian
al Rey le cometiese esto á persona que lo averiguase, y si
habia alguna razón ó causa de que ellos se enmendasen ó
abstuviesen, recibirían la corrección; mas que sino, había
de ser castigado ásperamente el que procuraba hacerlos mal-
vistos con su hermano. Fué remitido este juicio al confesor, el
cual lo dispuso sabrosamente para la expulsión, como aquel
que era hecho á medida del gusto del todopoderoso. Los in-
fantes propusieron al Rey, que ya estaría bien informado, su
queja: respondióles que lo haria y castigaría al agresor;
mandó á su confesor, y ellos de allí adelante le miraron con
tan malos ojos, que ya se dio por vencido y avisado que lo
andaban disponiendo la salida de Palacio y que se habían
valido del accidente. Dentro de breves dias averiguó el con-
fesor el hecho, y dijo no hallaba cosa en los infantes que no
fuese digna de su esclarecida Sfingre y virtudes; quo todas
las personas, que habia examinado todas, no sabian cosa en
contrarío, ni contra su Real decoro y estilo, y que asi, á su
parecer, era digno do muy grave castigo el que los había
95
procurado descomponer con S. H. ; con que se pronunció la
sentencia contra D. Jaime saliendo á la hora de Palacio, no
sin lágrimas ; donde yace , basta ahora en Haqueda ó en sus
contornos. A este lance sucedió el resolver aquel gran negó*
cío, premeditado por algunos años, si bien temido, de Sumi-
ller; porque es de aquí donde nace el gusano de los que ha*
bian de ser gentileshombres de la Cámara del Rey. Admitióse
á esta dignidad al gran Condestable de Castilla ^ de donde ado-
lesciamos de deudos, y por el casamiento contraido con la
hermana del duque de Medina de las Torres, al conde de
Niebla, á D. Luis Laso, conde de Añover, y al conde de Alba;
todos bonísimos, y buenos caballeros, ellos por sf, y por
el cuidado con que fueron escogidos ínuy á propósito para la
conservación que deseamos, ya que es justo que todos atien-
dan como cosa de que pende nuestra salud, prosperidad y
buenos sucesos. La primera oración que les hacia era contra
el enemigo común; que se tuviese cuenta con los Ayudas do
Cámara no hablasen con el Rey, que no se llegasen cerca ni
tuviese conversación con ellos, antes mucha mesura, y so
diese cuenta hasta de sus semblantes, movimientos y palabras;
que se les procurase ajar y traer á la melena á todos estos
oGcios: asimilaban ya ser de importancia la vuelta del Rey á
Castilla , y allá nos parecía habíamos colgado la esperanza do
más esfera.
Escribió, otrosí, el marqués de Castcl Rodrigo, había ya
cumplido con la orden que S. M. le díó, de la fábrica de la
armada que habla de ir al Oriente; mas que aquel trabajo no
se había de atribuir al suyo ni á su cabeza, que él ya había
dicho que no lo entendía, mas á ciertas personas á quien S. M.
debía hacer merced, y señalólas; por donde, pasados días, fué
llamado para la embajada de Romu.. Porque no digan que es
todo tirar lanzas, el cardenal Trejo, quien un dia de consulta
hallándose á solas con el Rey, como es costumbre antigua,
narrándole el infelicidísimo estado de nuestras cosas, y cómo
se iban poniendo cada día de peor condición, y que desde
los principios había dado intención do reducir esto cuc^rpo á
F
96
mayor salud, dando salisfaccion ahora de que no se hallaba
con fuerzas para elto, dio por disculpa que no podría obrar,
eí no le -daban' mano. Avisado de esto la suprema cabeza, y
acordándose de lo dicho al médico en la enfermedad del Rey,
y que era más átenlo al Papa de lo que convenía á nuestras
materias, y que había gastado mal aquel raiillo del blanco y
de la consulta, cuando se queda á solas con el Rey, buscán-
dole iropicios; más para correr ligeramente con ellos, que para
calumniarle, voló fama por la corte que leechaban: él, que
en casos tales le pareció examinar su fortuna, y el aire sobre
que estribaba, refirió al Rey lo que se decía, y asi le dijo que
S. M. le diese licencia , si esto había de ser, de retirarse á Má-
laga , de donde era Obisjbo, acabada aquella estación. Privada
le enviaron orden para que se fuese; retiróse á una casa de
placer en lo más retirado de la corte, y luego salió por Presi-
sidente un santo obispo de Solsona, buen hombre y buen
cristiano, mas no para la pompa y vanidad, digo, y majestad
de aquel puesto; en quien poniendo los ojos la corte, y los
ministros uiás graves de ella, echaron menos la persona del
cardenal trejo, su autoridad, su experiencia en tan larga car-
rera de años en aquel Consejo, de donde salió para el Capelo,
y se supo hacer lanío lugar en Roma, donde Paulo V, el que
lo sucedió, y Urbano que hoy tiene la silla de San Pedro, le
estimaron y Garon graves materias; y de todas salía con
aplauso para las demás. Retirado, pues, Trejo, lomando su viaje
para Málaga, murió do repente en el camino: debió de talarle
el corazón la melancolía, rindiéndose á la influencia superior;
que reinaba ya la estrella infelicísima de tantos como en esta
Era pasaron por aquí.
A esto se siguió decirle la Condesa , la gran serenidad que
veía en el cuarto de la Reina, con la salida de la reina de
Hungría;, cuan surto estaba todo y cuan á su sabor, porque ni
tenia con quien murmurar ni discurrir, porque con el Rey ja
sabia cuan cerrada estaba esta puerta; que pusiese así el
coarto del Rey, que con esto se podía echar á dormir: y asi
entró en pensamiento y armó Junta para dividir á los infantes,
como ys intes lo había locado, y que fuese FflrnaDdo i Flan-
des y Carlos á Portugal. Sin embargo, andaba tímido en la
resolución y en el hecbo, porque si bien tenia avisos de que
los hermanos ersn una mismíi cosa , y estrenhisimos en la
amistad, dudaba del efecto y (Je cómo le saldrían allá fuera.
Los que más atentamente ponían el juicio á estas cosas, de-
cían cómo babia dé estar un Príncipe, ya hombre, al lado de
una mujer; qu?, por cesión del revD. Felipe II, su padre, te-
nía aquelloi' Estados , n¡ los querría dejar, ni tampoi;o levant&r
la mano del gobierno; y aun, que era bícn que para la ocasión
estuviese ya capaz de las materias, mas que en el entre tanto
pasaría plaza de pupilo; calumnia, para un varón y de tales
panes , reísima; que ol infante D. Carlos no tenía qué hacer en
Portugal, reino por su providencia y por los principes que le
gobernaron reservado de esta necesidad y asencion. Estas
cosas, las mirttba y latían en su corazón, sin retraerse, oí re-
solver; trayendo los espíritus zozobrando, diciéodoles para
tal día es la jornada, luego para tal mes, para esta primave-
ra, sin darse á creer de ella las personas á quien se les decía
y eran señaladas pnra. ír ; porque nada sosegase y todo andu-
viese inquieto y que salíase: sentíanlo los dejados, y que se
les quitase aquel Principe, que se les dio por premio de afanes
y servicios conseguidos, y en lo político imitar. Los mismos
infanjtes", sí bien lo atendían y discurrían, disimulaban y
corrían como los demás, con el aire de las cosas . tratando de
vivir y dejar obrar el tiempo; en que mostraban , sin duda
ninguna, gran valor y obediencia al Ray , su-iie>mano. Mur-
murábase en el tugar, era para apartarlo; y q'ue no se co~
municascn de tan cerca, como si divididos y por cartas no
se hablasen más libremente y con más claridad.
Volvióle la Condesa á. tocar en esto, y decíale no había que
temer del cuarto de la Reina , po^'que ella había quitado una
cosa perjudícialisima para entrambos, y era la entrada fre-
cuente que tenían los religiosos en él , y el quedarse á solas
con la Reina hablando ( ; que esté en ol cíelo ! ) ; de donde sur-
tiau muchos desasosiegos para los Privados. Ella ea esta era
98
lo habia quitado todo, que ni entraban ni hablaban, ni en
piíbtico ni á solas, no solamente éstos, empero ni otra persona
alguna, antes lodos bus dichos y hechos eran públicos; por
donde no habia que tener sospecha, que ni aun para descan-
sar de los efectos humanos la daban lugar ni se le permitía
lugar.
La reina de Hungria habia ya caminado de Zaragoza á
Barcelona, esperando tiempo y galeras para pasar á Genova,
y de alli á MiUn y á Trcnlo , donde habia de salir Leopoldo,
hermano del líinperador, con casa, para llevarla á Viena de
Austria inferior, corte del César. Llevadas, pues, algunas ga-
leras, con el duque de lursis se hizo á la vela y pa^ó á la
vista de Marsella, porque la reina de Francia, su hermana,
habia avisado al Rey que una forastera la quería ver, y que
cuando llegara á aquel rumbo parase, que saldría. El Rey re-
conoció la enigma y que era la Reina la que queria lograr
aquel deseo ; aceptólo y avisólo á la reina de Hungria : eje-
cutó S. M. y esperó algunas horas, y viendo no salía ningún
bajel de Marsella, siguió su viaje. Estaba reciente el dolor, de
la pérdida del Casal, en los franceses, y parecióles pagarse en
descortesía y en aquel trato tan bojisimo, que etíos acoslumbran.
en que viven siempre mal opinados: no debieron de dejar salir
i la Reina , proponiéndoselo al Rey, por esto y por sus puntos
particulares, en que á mi parecer no habia en qué reparar;
pues en dos reinas y ambas hermanas , más se Inihin de aten-
der al gusto que á las ceremonias; mas parece que había
corrimiento y causa particular, ú otros fines á que atender.
Siguió la Reina su viaje , desembarcó en Genova y Citluvo
alli algunos días, disponiendo por otra pane la Jornada, por
cuanto todo el Estado de Milán se abrasaba en pesie, nn Cic-
lando seguras las provincias y ciudades vecinas, que tudas casi
las arrasaba este contagio y tenía despobladas; no liabícmlo
quedado, en Ferrara y en otros pucblus, casi un hoitihrc,
de achaque, dicen, do unos polvos introducidos por gi'iiles
sin fe ni religión para det^truir o\ mundo, no con poca admi-
ración de no haber tocado en ct ejercito del Rey , si bien entre
99
los alemanes, qae eslabiui en Mantua , habia mocho de eslo.
Guardándose hasta boy nuestros puertos de este achaque, que
va cundiendo, resolvióse , pues, reconocido el peligro, que la
Reina tercíese so derrota y navegase á Ñapóles. Salió de Ge-
nova con todas las galeras , donde iban algunas de Florencia
y de Malta, y surgió con brevedad y buena fortuna en el
muelle de Ñapóles: hicieron la salva los castillos; foé antea
agasajada del gran duque de Toscana, casado con hermana
de su madre; tuvo la Embajada del Papa, potentados y Repú-
blicas, y festejáronla en aquella opulentisima ciudad, la más
peregrina del orbe. A este tiempo los franceses, no acabados de
retirar de los confines del Monferralo, y sacado el marqués de
Santa Cruz el ejército y alojádole en el Milanos, y entregada
la plaza á los comisarios del Emperador y á la guarnición de
los monferrateses , sin atender á la fe de lo capitulado, pare-
ciéndoles se les habia faltado á la palabra en el asiento pri-
mero , de que si dentro de tanto tiempo la socorrían queda-
rían con ella , con este designio y bajo proceder entraron en
el Casal , y le volvieron á ocupar. Enterado el marqués de
Santa Cruz del suceso, atendiendo eran muchos, sin basti-
mentos y sin municiones, ni esperanza para largo tiempo
de que los socorriesen, tomando con la gente los pasos por
donde esto podia ser y ocupando los más importantes ,• los
cerró ; exponiéndolos á que los consumiese la hambre y los
sujetase á rendirse de nuevo. Avisados los enemigos, que es-
taban fuera de esto, procuraron meterles socorro por los ver-
tientes del Póo en el Mediterráneo, con que pensaban hacer
rofucrzo; sobre el cual dio el Marqués y le tomó, con que les
excluyó de la esperanza y tornaron á rendir la plaza. Presi-
dióla el Marqués con gran cuidado, y dióla á quien con re-
solución y constancia la guardase, con que se volvió á salir
do este cuidado.
En tanto que la reina de Hungría estaba en Ñápeles, des-
pedidas las galeras de la religión y de Florencia para sus
puertos, ó porque no podían esperar más por los tiempos, ó
porque se les acabarían los bastimentos, ó porque tenían
100
eala orden, el rey Católico pidió al Papa y á las Ropubíícás
que tienen armadas , que para el verano siguiente socorriesen
con galeras par& llevar á ia Reina, d ese m boca niio al faro de
Mesina por el Adriático, á Trieste en el Fiiuli, provincia de la
Casa de Austria, A esta propuesta replicaron los yenecianos,
que, para llevar la Reina , ofrecia la Señoría sus bajeles ,. por-
que no liabian de consentir qne por su ruar navej-usnn otros.
Túyofieeíi España poi" atrevida é insólenle esta rospiiijsla , y
revolvieron sobro ella, dicíéndoles se acordasen de la capitu-
lación de Carlos V, Emperador invictisimo, en que afirmaron
desistían de osla vez. y de esta pretensión, VolvÍei-on ü por Oar,
que habia muclta diferencia de aquej tiempo á <ísle : disimulóse
esto por entonce,'!, por no poner fes cosas en más discordia de
U que toda la Europa eslubii metida; advÍrtÍ(uido que con-
venia salir de aiquOlla jornada v acabarla, y no revdlver las co-
,sas convocando las fuerzas fbrastcras y poniendo armada en
la mar que vengase este tuerto, cuando rallabnn dineros y.
Fucrziis para tanto, estando las que habia, y las posibles, ocu-
padas cp tantas parles, no surtiendo en FianHi's buenos efec-
tos , y habiéndose apoderado los rebeldes de Pernambuco én
el brasil ron gruesa armada de navios, poniendo en gravísimo
cuidado las cabezas de nuestro Gobierno. Callóse, pues, In in-
juria veneciana y admitióse la oferta y la armada; á mi pa-
recer ingeniosa y advertida gitanería, pues se salicir de este
cuidado y á su costa- Llegóse el tiempo du partir, y atrave-
sando la'Romania, se embarcó eñ Ancóna; dejando la vida en
4q'uel viaje elarzobispo de Sevilla, acabado de tomar el Ca-
pelo; honibre quede principios moderados Mibíóá la dignidad
ma^or de la Iglesia y á las gruesas reiitus-dd arzobispado de
Sevilla. Siendo, pobs, Uamddo para llevar la Reina en cotn-
)}añla lie'l .duque de Alba, y, después do liaTwr gustado en lu-
cirse, en regalar. y banquetear á krReina, dumasy demás per-
ponas de consideración , inticlio dinero y em¡)eriado , y piicstose
el'Capelo. á qué anheló con lutlo su coraron, pagado desús
trabiíjos y de ia fatiga de la jornada , murió cuando esial.'a á la
vista de entregar la Iteinn v derramar toda la ostentación bn
el lance postrero, y á la cara del archiduque Leopoldo, fin para
«joe salió ileCastilia; y híibíeno iiiandado<que después de
eslo partiese á Üoma y asíüliese allí al servicio del Rey, como
se lo habían mandado á los cardenales qoe esUiban en Espa-
ña, Hoscoso, Espinóla y Albornoz (desamparando las iglesias
que lenian), porque dijo un mal judiciario que el Papa mo-
riría aquel año, habiendo mentido [culpa de quien lo creyó).
Después de haberse entendido en Roma el ardid, que pene-
Irándolo el Papa, y crecido en él el odio y mala voluntad
con nuestros gobernadores, declaró que haría y crearia mu-
chos cardenales de la facción contraria. Le sucedió al arzo-
bispo do Sevilla lo que á Moisés después de largas y prolijas
Jornadas, que estando á vistas de la tierra de promisión no la
vio. Estaba ya c^rca de las entregas y de la grandeza de
Roma, Y atajóselola muerte con brevedad j echándose el Papa
sobre los menajes y aparadores de oro y plata que llevaba,
sin que nadie se lo pudiese estorbar.
Eiiibnrcóse la Reina en Ancona en las galeras de Véncela,
llegó á Trieste , donde esperaba su tio Leopoldo, hizo la en-
trega el duque de Alba y dió la vuelta para España, á tiempo
que la Junta de reformación le ataba las manos y le excluía
de la sustancia del oficio, dejándole en una sombra vana y
aparente. Y acabando de reventar la otra con que todos los
hombres que recibiesen mercedes, de oficio ú otra cualquier
cosa, pagasen la media anata, sin reservar á la liceneia de los
libros, con que muchas mercedes estaban empantanadas en
los Consejos por falur á los dueños con qué redimir esta ve-
jación, y dejando los millones por fincu fallida y que se iba
acabando, porque los labradores no los podían pagar, y de^
amparaban las tierras y labranza; se subió la sal de cuatro á
cinco reales la hanega, á sesenta, porque lodo cribtiano que-
dase incluido, no sin discordias y novedades en el reino. Da
aquí se erigían juntas de minas, de población , de donativos,
da suorte que había ya lanías Juntas como consejos; sin parar
la consideración las cabezas, y admirando el inundo de que
laníos arbitrios, tmila saca de dinero, no tuviese siquiera con
k
r
102
alivio y desahogo la monarquía y el Principe, sino que nalu-
ralmente se eiperimenlaba con las manos y con los ojos ser
mayor su necesidad y ruina; y acordándose de los felicísimos
tiempos de nuestro monarca D. Felipe 111, cuando sin andar
en estas cosas, ánles huyendo de ellas, tuvo para pelear,
fabricar templos á Dios, y para dar. lucirse y hücer merce-
des, y conservarse en lustre y respeto, teniendo atentos y re-
frenados los enemigos.
Opónense á esta materia los lisonjeros de hoy, y los del
brazo, que no se ven hartos de morder á los pasados ni do
acabarlos de hundir, y dicen que el progreso del tiempo pa-
sado no dejó sustancia para éste; á que se les responde, que
fii aquellos volviesen hoy á ocupar el lugar que tuvieron , pu-
úeran las cosas eo la manera y forma en que ánlcs estaban.
No es falla do sujetos esta edad, ni de pilotos que saben
sondar nuevos bajíos: la via de las cosas consiste, en que
aquella cabeza, por darse á que es necesario y que es me-
nester, ó á su menester está cebado en esto, no pena por
hacer tan inaccesible el gobierno al Principe. Que se le do-
jen , y no le tome, que asi viviremos siempre en esta calami-
dad y miseria: sin saber por qué, á ojos y á orejas cerradas,
por nuestros pecados ó porque faltiindo la sucesión á este
hombre, quiere que falte en todos. No pudiendo arribar á ella
con el peso de los trabajos , ó que por este camino vive en
esotros y en los venideros su memoria en sus obras, sin fruto
y ascensión, de espíritu más gentil que católico, y más tirano
que JDsto, incidíéndonos siempre con trabajos y miserias,
estándose él con i.OOO ducados de renta de encomiendas
y por cuarenta años más después de sus dias, bin qué, ni para
qué, con 2S.000 de la Chancilleria, ó gran chanciller de las
Indias, y una Tesorería general del reino de Aragón y que
entra en el de Italia, catnbiadn por un vireinado del Perú
[necio el que lo hizo si ya no es, que no se pudo defender
de la sirena, ó de la remora que le tiraba], y otras buenas
alhajas á este andar; no siente el ver padecer á los otros
sus miserias y calamidades, y el perecer de hambre; tasando
103
las mercedes, imposibililándolascon dilaoíoDesrsin convíoar,
prestar, ni reñir pendencias, ni entrar por las puertas de na-
die, cuino si hubiera Junta contra la urbanidad y cortesía de
que se compone el trató, y la correspondencia vive, y se au-
mentan las cosas: y que no se diga que se bambolea ol juicio
y que nos gobernamos sin él. No así lo hizo aquel grande de
Lemuiy religiüsisimo de todas maneras, que después de haber
en sus primeros años gobernado ú Ñapóles, por muerte de su
padre, con esperanzado iguales aciertos á éste, y dejado gran
nombre de sí; ejercido la embajada de Roma, con singular
aprobación y lustre; compuesto á Paulo V con los venecianos,
en que preservó á Italia de grandes incendios, ruinas y deso-
laciones, y después pasado de Roma á Sicilia, en que percibió
con profunda capacidad el gobierno de toda ella, viniendo
después al Consejo de Estado ; por sólo darse al culio de la re-
ligión y á la salud de su espíritu, dejó su casa , sus hijos y Es-
tados, regalos y comodidades, vanidades y ostentaciones, por
una cogulla de San Benito, donde hoy vacc profeso, cerca
de Monferrat de Leuios: que habiéndole tentado, y ofrecido
el Capelo, que dieron al arzobispo de Sevilla , le díó de mano,
diciendo que se había retirado para dejarlo todo y huirlo; y
volviéndole á consultar que á quién le parecía se podía dar,
resolvió diciendo, que como había perdido de vista el mundo,
hacia el conocimiento de los hombres estaba muy lejos de
poder dar su parecer en esto. Varón verdaderamente á propó-
sito, si no escogido para el lado de un gran Príncipe, para el
peso y manejo de gran monarquía, para el desinterés, para la
amplilicacion del Esludo, para el decoro y estimación en que
se debe mantener, pura restauración de grandes pérdidas, para
no fracasar con venganza y vituperio de tos enemigos, y
para restaurarnos á nuestra antigua gloria y reputación en
que fuiuios admirables, y celebradas nuestras hasañas en
largas historias por graves y diligentísimos autores.
Concluyo, Señor, con que la guerra de Italia, habiendo
durado largos diez y seis años, restaurada en parte nuestm
opinión, y después de haber acabado en ella tres grandes
104
capttaneB, ao por accidente, sino de muerte natural, el duque
deSaboya, el marqués de Espínela y el Collalto general de los
alemanes por el Emperador, se campusieron las cosas, más por
recelo de mayores discordias, que por volunlad ; volviéndole
al duque do Nevers á Uániuu y á, Monrerrato, con una paz en-
gañosa que solicitó el francés por obtener lo capitulado en
Ratisbona el Octubre de 630, cun ambas majestades Imperial
y Católica, y ellos lo hicieron por resarcir la guerra, y ase-
gurar la cristiandad ; y á esle fin se restituyeron Mantua , paso
de Grisones, ciudad y ciudadela del Casnl de Monferrato, y se
dio la investidura al duque de Nevers Mas después lo rom-
pieron todo, entrando en ligas, conmoviendo los herejes, en
primer lugar al rey de 3uecia, en el. mismo año, que hemos
comenzado este libro, de 626, y al duque de Saboya sus pla-
zas-, con que salieron franceses y alemanes de Italia, condu-
ciéndola á su antigua paz, y las gentes del rey Católico pasa-
ron á Flandes, debajo de la conducta del duque de Lerma,
-gobernador de las armas de aquellos países, el marqués de
Santa Cruz, y el Estado de Milán, otra vei, el duque de Feria;
pasando esta influencia de Marte á molestar el Imperio, y á
quererle invadir Suecia, Sajonía, Brandemburg y Bavíera, que
anhela á la dignidad, coligado con Francia y otros malafec-
los, no perdonando esta opinión el Papa, que aspira á meter
en la Iglesia el reino de Ñapóles, en que no quiero cansar más
á V. E. , ni ofenderle las orejas ni quebrantarle el corazón, para
decirle que esta para penle^se la cristiandad en nuestros dias:
sin poder arribar Flandes á ningún trofeo, antes peor opinados
que siempre se juntan nuestros enemigos para acabarnos; que
los efectos, que esperamos serán de esta misma manera, sino
peores, ó por nuestros pecados, ó por la infelicidad de nuestros
gobernadores que, tenaces en su opinión, por no seguir las
huellas de los monarcas pasados, que tan admirados efectos
nos dejaron en ellas, erraron incautamente en las suyas; ya
se verán. jOh, no lo quiera Dios! El principio de todo esto,
Señor, es lo que yo he podido referir á V. E. en estos años
postreros, desde el de 1626 hasta el de 32, y lo que he osado
105
diücurrir coa más brevedad y precisión acerca del gobierno
de la monarquía de España ; ijue fuera hacer ofensa á V. E. no
dedicárselos , no tanto porque no ha menester ayos, de que su
lección merece su aplauso y acogida, cuanto porque los alen-
tos y detractores de esta edad , en todo género de materias
venenosos, y que las escudriñan todas para ajarlas, habiendo
en ellas incluido pedazos que tocan á V. E., tentados de esta
inclusión ó adolescencia no los tuerzan, ó los traduzcan á otra
luz ó á otro sentido, y hagan nuestra narración apócrifa, siendo
asi que el acertadísimo proceder de V. E. [no hay duda) me
sacará de este empeño, y á V. E. de peligrar en este escollo;
mereciendo precisamenlo por sus muchas virtudes y grandeza
de ánimo, y por las maravillosas proezas de sus Ínclitos pro-
genitores, los elogios que los más ilustres varones, los anales
que los más esclarecidos príncipes.
Hasta aquí habia yo encaminado mi discurso, y aquí le
pensé dejar; empero los que leyeron el suceso del ^Almirante
de Castilla y cuan envanecido le dejamos, -sabiendo el Gn que
tuvo y que ahora impensadamente acaba de fenecer, ó me
acusarían de poco diligente ó defectuosa la narración. Quise,
pues, enmendarla y i'etirarme de lo dicho, y por una vei
dicho, quise ya que corriese así y que siguiese su fortuna. No
liay, pues, poder hacer juicio de los intentos ó revolacíones de
los hombres: la inconstancia es hija de aquella naturaleza, y
pocos saben morir gloriosos. Referimos en los capítulos pasa-
dos las diligencias que se hacían con el Almirante para que
volviese á la corte y al servicio del Rey, de parte de los Va-
lidos, ó las que hacia la duquesa de Medina, su madre: érase
esto ó aquello, que no quiero adniíar lo uno ni lo otro, ni
descaecer de su punto ó conlianzd á nadie, empero demos
caso que las hacían de su parte; dejemos á los vanos en su
esfera. La duquesa, pues, de Medina de Rioscco, instaba im-
portunamente por la vuelta de su hijo á la corte y á la vista
de su Príncipe; atraviésanse medios ó circunstancias muy
poderosas; las medras de la casa , el arribar á los puestos y á
los magistrados para crecer con el puesto, y el mando en la
autoridad y esplendur. El retiro es vivir aparlodo de la in-
fluencia del mayor planeta, y por eso aquellos dos polos se-
tcnlrional y meridional, bien fuera de toda luz, estériles,
inliabitables, despojados de lodo ornamento, inhábiles para la
creación , son ejemplo que hace á los industriados, codiciosos
de gloria y de altos puestos, apetecer los tórrenos debajo de
aquellas zonas luminosas y más llorccidas del principe de los
astros, para crecer y medrar en ellos. Hacía , pues, sus dili-
gencias, ó por tenerte aquí porque viese á su Rey y casarle
con los Validos (achaque común de grandes y pequeños); y
aunque el año de 39, cuando se tomó por expediente, para res-
títuirle, la eipulsron de Castel Rodrigo, atendiendo el Almirante,
no correspondía con las obligaciones de cortés, de sangre y
de amigo en entrar por esta puerta, cuando se decía que por
su causa y por haber sido su consejero echaban á Castel Ro-
drigo por la otra , no le pareció abrazar el modo , antes correr
la fortuna del amigo (parece que lo leyó en Séneca), y entro
tanto que estaba retirado estarlo él, y no volver hasta que
volviese ó le diesen puesto considerable á sus méritos, con
que quedase desempeñado de la deuda á la obligación , y
de la queja; y asi, abandonando el modo, se volvió á Va-
llsdolíd.
Repelí muchas veces, que querían que volviese para po-
nerle la ceniza, y obligarle á que reconociese superioridad,
como dije; para lo cual, y ablandar esta dureza, llamaron al
marqués de Castel Rodrigo para la embajada do Roma. Vino
el Marqués á la corte, cumplió con su obligación , estuvo al-
gunos meses en ella , y pasó á Roma con las instrucciones que
le dieron; y cuando ya se supo que el Marqués estaba eo
aquella ciudad, corrió voz por Madrid que el Almirante en-
traba por Palacio á besar la mano al Rey y asistir en la corte.
Preguntaban muchos en esta sazón si el Almirante , sin em-
bargo de venir á b corte , venia ú servir: ntuchos lo dudaban
y lo ignoraban muchos. Los que traducían el caso y dis-
currían cómo había de ser, decían quo el Almirante quería es-
tar en la corte, ver á su Rey . y estarse en su casa, como á los
107
priocipios se lo oyeron decir, y que no querís pasar por lo
profano do la servidumbre, escarmentado de las indignidades
qae se hicieron con el, ostentando la deidad de gran señor
con soberiTnla y sin ofensa. Otros decían, le hablan admitido á
la corle por borrar aquella queja de retirado, en que pareco
vivia con mas estimación que la que querian los émulos (que
ha^ta en eslo pone sus asechanzas la malicia); que le dejarian
asi, porque á quien hubia querido dejar el servicio del Rey
por su propio albedrio y con tanto denuedo, era bien , aunque
arrepentido, castigarle para dejar con más claridad y derecho
el escarmiento y el ejemplo: proseguian, que pur la unión del
infante D. Carlos y suya se huiria do esto, por no caer en
manifiestos y mortales inconvenientes; cosa en que está más
atento y más á caballo el Valido, si bien corría con menos
riesgo este cuidado, con el Príncipe qne ya posee España , y se
vivia fuera de toda duda y sospecha. Discurriase, pues, en
esta materia, y en esto se dudaba el asiento del Almirante,
calumniándole tos de más seso y cordura y los más estirados
en su estimación, que un caballero, que asi había peleado y
mantenido su decoro, hubiese caido de aquella veneración que
le daba el estar como señor retirado y en su casa. Estuvo pri-
mero el Almirante en Medina de Rioseco, lugar en Castilla de
aquel porte de los mejores, cerca de Vatladolid y de Burgos,
de recreación apacible, suficiente población y autorizada vi-
Tienda, favorecido de los pueblos de Galicia, Asturias y San-
tander con sus mercaderías y regalos, con que no envidiaba
la abundancia y felicidad de las otras colonias., porque no le
faltaba ninguna de días: de éste pasó ¿ Valladolid , dando
motivos de inestabilidad, á vivir en aquellas ilustras y anti-
guas casas, que tan respetadas fueron en los siglos pasados, y
coando las casas en Castilla corrían fortuna: aqu!, pues, era
cortejado de la nobleza, atendido de la Chnncilteria y tribu-
nales y reverenciado de los plebeyos.
El Almirante en Valludolíd , so decía en la corte, es rey,
es señor, es adorado y reverenciado por tal , y aplaudido de
todos: dábase á la cata y á los otros ejercicios ciudadanos,
r
valiéndose de él los ciudadanos meneslerosdi ,'í óífquefele-
íi\an por primero y por cabeza; conservaba allí sus brios. su
autoridad y estimación, y los de más canas y consejo le mira-
ban con reverencia, concibiendo de aquella primersT resolu-
ción Y - al ienloá grandes cosas en lo adelante, y que sena Prín-
cipe [ain .duda ) ventajoso á muchos. Si los que nacieron con
prosperidad de la fortuna y de los méritos, heredados con
grandes estados y poi^esiones, meditasen esto, y más cuando
no. los Tuerza la necesidad á cosas domésticas, qué cierlo es
no irocarian su suerlu de soberanía y de bien reputados por
otra ! A los criados en el tráfago y bullicio de la corte , con difi-
cultad les hace conservar en lo mejor, prevalecer en la virtud
de la conslancia y en aquello á que una vez se dispusieran,
por no descaecer del crédito, por no doblarse á la sumisión
indecente y miserable de los vanos ni permitirles aquella
gluria caduca. Con la vuelta del Ahuiranle lodo esto se per-
dió de vista, y ya le consideraban de otro talento y de otras
esperanzas, y desvanecido ya aquel consejo; y de aquí for-
maban su juicio los más cuerdos, y de más asentada prudencia
en nuestra opinión. Corriendo, pues, osle rumbo las cosas del
Almirante, viéndole entrar en Palacio , sin hacer otra cosa más
que arrimarse al lado de los Grandes y cubrirse, la satisfac-
ción que de él se quería tomar de lo pasado, no dormía; y
asi se arrastró todo lo demás, en que podía fracasar el miedo
ó juicio humano de parle del Valido [que gozar del deleite de
la venganza es porción sabrosa á los poderosos), concediéndo-
selo todo por bacer mayor el triunfo. Y así, dentro de un
mes de su entrada en la corte, le mandaron sirviese el oficio
de gentilhombre de la Cámara, y abrazólo ; y viéndolo ya en
tu red, desenvolviendo el rencor encubierto y no olvidado
por espacio de seis anos, en que se pudieran haber perdido
de vista por la gravedad de las ocupaciontis y del tiempo
grandes cuidados, se salió á la ejecución.
Pur()ue, primero veremos, en la mayor seguridad de las
materias y cuando el juicio más claro apenas las puede an-
tever y en la ma^or tian(|u¡l¡dad de nuestros pueblos, con-
J09
jurarse enemigos, jamás de la opinión conocidos, y trastornar
el Estado. Bajar el sueco con portentosos ejércitos de lo más
escondiiio y retirado, donde apenas callenta el sol seis meses,
y atravesar Alemania, y romper las formidables y potentisí—
mds legiones imperiales , dejando aun sospechoso en la fe ai
Tilliry se verá al de Sajonia, conservado por mis de cien
años en la devoción de los Césares de la Casa de Austria , y al
de Brnndt.'mbiir^, ponerse al lado de este enerniso, y tantear
la expulsión delCésnr. ó por odio, ó por admílír á otro Prin-
cipe en la Corona; y todo esto por no seguir las huellas de
nuestros pasados, que la supieron conservar. Y otrosí, pasar
con esclarecida reputaüion y victoria el sueco, y calarse por
Bohemia, llegar á Braga, entrarla con lastimoso estrago de
las imtigenes y cosas sagradas , pasar el Rliin y enseñorear el
Palatinado inTeríoi'; y ser cabeza de esta Liga el rey de Fran-
cia, por inteligencias del duque de Baviera , olvidado de la
celi.qion \ del parentesco con el Emperador, por la codicia do
mayores Estados: entrar el francés sujetando las plazas del
contin del Imperio, con ánimo de invc«Ur la Corona y Jia—
cerse Rey de Romanos, glorioso de que tiene en esla demanda
por general un rey de Suecia (cosa jamás leida en historias),
y que se lo van rindiendo los pueblos,, con gusto y calor de
los Electores : los eclesiásticos Tréveris y Colonia de la facción
francesa ; Maguncia asolada porque no sigue este pretexto ; los
holandeses con socorros v gruesos regimientos siguiendo el
tratado de la Liga; el rey de Inglulerra, infiel conservador de
los capítulos de la paz con España, .enviar 6.000 hombres á
Holanda para prosiguir hi invasión y la ruma de todo: mu-
chos rumores y mayores inquietudes en Italia; el Papq, des-
atento á la dignidad, auxiliando al francés de todas maneras,
reforzándole de dineros y consejos para asir con I» Romanía
el reino de Nápolés por feudos de la Iglesia ; los potentados de
wla provincid solicitados del duque de Salmya , alianzado con
el francos, y conlirmado eh la Liga con la entrega de las pla-
zas de Piñarolo y Susa: bajar á la deshilada diferentes nacio-
nes forasteras por ol Deliinado a ocupar los más importantes
puestos de Taitelina y otros puestos; los doce cantones de es-
guizaros solicitados, grisones á la mira, y venecianos no fal-
tando con sus inteligencias : no armarse ei Papa para ponerse
al lado del Emperador y ecliar los herejes del Imperio y so-
licitar los principes católicos , aunque pocos, por esta empresa;
no reprender los Electores de Tréveris y Colonia , porque fo-
mentan esto, ni al duque de Baviera, porque como Críslianisimo
abriga y da calor á herejes , para destrucción de la crisliandadi
porque, ¿quién dice que si se destruyese Alemania se asegu-
rarifi Roma? Todo esto se verá, y todo lo alcanzaremos en
nuestros dias; y procederemos en lodo como si nos faltara la
prudencia y el seso, sin atención y providencia, y tan des-
apercibidos que los enemigos, no hallando nuestras armas ea
BU opósito , consigan más de aquello á que se extendió su am-
bición y pensamiento. Todo esto se verá, porque no nos con-
viene antes otra felicidad y todo lo perderemos; emp>ero no
que un envanecido, un imperioso, un tirano se descuide, ó
pierda un alomo de su venganza y soberbia, ó de preferir al
que más razón tiene, para entrar con él en los limites de la
templanza y modestia.
Vamos al caso y al negocio de los poderosos, cual el que
vemos exaltado y en estimacioR, antes que á la causa pública.
Sirvió su oíicio el Almirante, y la mañana que le tocó la
guarda ó el vestir al Rey, no madrugando jamás para este
ministerio el d'uque de Medina de las Torres, ni cuidando do
las circunstancias de su oficio más que de tenerle , ni del lus-
tre ni ornamento de aquel cuarto (que cierto hace compasión
su desamparo , y el de los que le asisten , y poca autoridad de
las Reales ceremonias, y luego campamos de vigilantes, y ce-
losos, dundo sólo á uno lo que podía ser preriiio para mu-
chos}, madrugó aquella mañuna, ostentó contra el Almirante
la primacía, lo do Jefe y Sumiller, y pidiendo el Rey la ca-
misa, dándosela los donas dias el gentilhomlire de la Cámara
que está alli, se la dio el Duque y arrimó el Almirante, ha-
ciéndole reconocer superioridad; logró la fiiccion Valida su
Imperio y abatió el Almirante sus banderas, que fué sobre lo
111
que primero se peleó, y dimos que discurrir al muudo. No
fué esto sin atender á ello, ni sin penetrarlo todos: lo enten-
dieron cuantos se hallaron alli, y se admiraron, y aun les pa-
reció demasiada obstinación; empero todo lo creyeron de
aquel natural , á que todos tenian sujetas las cervices. Este fin
tuvo aquel encuentro, sucedido en el año de 4626 por los
meses de Marzo y Abril en Barcelona , y de esta manera lo^
gran y satisfacen sus pasiones los que están en los lugares
altos, debiendo antes resplandecer en las virtudes de la hu-
manidad y cortesía. Celebróse aquel dia este hecho con grande
alborozo en la parentela, á quien agradó ante todas cosas la
venganza ; pareciéndoles habían deshecho y destrozado gran
tuerto y domado gran cabeza: y diérase todo por bien em-
pleado si aquel corazón, insidiador del bien común, se hubiera
satisfecho de aquellos nuestros afanes y entrara en la toleran-
cia de nuestras miserias ó en el uso justo y templado con que
fuimos gobernados las eras pasadas ; antes abandonando aque-
llos ejemplares preceptos, prudentes y piadosos en que se vio
esta monarquía en sumo respeto, lustre y tranquilidad, bus-
cada de extranjeros y naturales, la habia arrastrado á ser
ahora aborrecida y huida de todos.
[T que digan de él en nuestros anales que tiene sujetas
las acciones y la voluntad del Principe por sus conveniencias
y comodidades propias ! Que tanta variedad de cosas como
introduce, es por tenerle y suspenderle, haciéndoselas in-
accesibles para que se las deje; que arrebata las materias á
los Consejos para que se las atribuyan á su trabajo y tirani-
zarlas todas, dejando las no tales á su poco afecto y á Iqs que
sabe se oponen al curso de ellas por perjudiciales y temerarias
á la autoridad ; que no se hace merced ninguna sino á quien
quiere y como quiere , y á sus deudos solos, que si el Principe
gusta ó se da por servido de alguno, si él lo quiere, aunque lo
quiera ; y aun , que si comete á personas ajustadas y de con-
ciencia el examen de algunas consultas, es por adularlos y
suspenderles el juicio, para que no digan la verdad y desenga-
ñen al Príncipe del estado de sus cosas, y so establezca el suyo,
y af cabo, no haciéndose! las mercedes sino deliberadas por su
antojo, le aconseja que trabaje; y no dejando en qué, ni que-
riendo se haga dueño de esto , le suspende con decirle lo dé á
entender; baciéndoie encerrar, más porque no hable con los
que le asisten , que por otra virtud más esenciül ; que le tasaba
las mercedes, porque no tas hiciese; hablándolc siempre con
su necesidad y asombrándole con que no tenia; haciéndole
guardar hasta un dobJon, porque viéndole tan csc-aso le de-
jasen y no acudiesen á ¿I ; porque la grandeza de ánimo atrae
los vasallos, y los bace agradar en las cosas arduas y más
menudas, y por aqui se abren camino, osan y emprenden.
Por donde los grandes, ni otroj títulos do acudían á Palacio,
jntes frecuentaban solamente sus puertas, y lisonjeaban sus
errado? antes que los del Rey, no cayendo sobre ninguna cosa
considerable; en su cuarto se daban las secretarias, y en
sus deudos las presidencias; y las audiencias, aunt^uc qnería
que pásasete primero por el Principe que por él , era porqne
bubláodole pocos no le fatigasen muchos, y fuese más des-
agrado lo que él babia de dar : que ponia gabelas en las mer-
cales para deshacer los pretensores de la virtud de arriba, y
crecer discurriendo los más, si le importaba para alguna se-
creta loteiigencia el .verlos acabados y consumidos; con que le
tenian por enemigo capital de la naturaleza humana y del
descanso y prosperidad de los subditos: que tenia en conti-
nuas asechanzas y cautelas el cuarto del Rey, y amedrenta^
dos con los castigos sip fundamento , y por su antojo sólo , por
ser temido, á los que por sus oRcios asistían en él ; que le pla-
cía el desconsuelo y bailaba descanso en la aüiccion y gusto
en la miseria. Y aunque todo era afectar necesidad y despojo
en su cuarto, no pagnndo casa, ni caballeriza, ni comida, y
pasando sus rentas, encomiendas y oíicios de más de ciento
cincuenta mil escudos, no gastando diez, ¿no podria creer
nadie que no tuviese en Sevilla , ó en otra parte , cerca de un
millón? admirándose del celo de que tanto se blasonaba, que
cuando por la necesidad ó por la invención se pedia á los
vasallos, rigurosamente lo que aun no tcnian, no ofreciese
113
él este donativo para la? guerras, quizás contraidas ó inven-
tadas por su capricho, ó por introducir en los Estados de los
otros principes materias ó diseños contra la seguridad y su
conservación; de que está ludo para correr ruina, y cons-
pirando con armas poderosas contra la nuestra.
Pregunto yo si en historias humanas ó divinas babrá ha-
bido otro sujeto tíin prodigioso ni tan horrendo, y con todas
estas cosas, tan honrado, remunerado, favorecido, exaltado, j
puesto en lugar eminente. Y lo que más hace fealdad y pro-
voca la ira y castigo del cielo, que se palia con capa y sombra
de virtud, no surtiendo los efectos á la candidez y pureza de
la verdad ¡ porque el que verdaderamente ama á la virtud, la
apetece y se entra por sus puertas, deja la libertad á las ac-
ciones y á los oGcios, no atrepella las leyes, ejercita la huma-
Didad, la misericordia, la templanza en los afectos, alivia á
los vasallos, descansa los pueblos, solicita las mercedes, abre
las puertas de su Príncipe para los grandes, para los presi-
dentes y para los medianos y pequeños; procura la prosperi-
dad común. Empero, cuando se ve un Rey usurpada la potes-
tad, profanada la religión y libertad del gobierno, pasando la
majestad «in decoro, la autoridad sin el lustre con que fuimos
temidos y venerados y buscados de todos los principes det
Orbe, dúdase (y con justa razón] de la claridad de aquella
virtud: una Reina, otrosí, puesta en suma estrecheza, y con
ninguna libertad, y que apenas la pueda hablar un religioso,
ni tratar las cosas de su espíritu con él, aole lodo cautelado
para saberlo todo y para entenderlo, y sí no es á propósito para
su dictamen, aunque lo sea el del Principe, apartarlo: dos
infantes, si bien el uno dado á las letras, con flojedad eV otro,
sin ningún ejercicio militar y virtuoso, sin perniiitrle manejac
un caballo ni las demás armas competentes á un Principe y sin
cursar siquiera los dos maestros de la Geografía ; cosa impor-
tantísima para el gobernador y capitán, ó para el que ha de
regir ejércitos y Estados. En lo que antes parece se buscaba la
felicidad en el saber, hoy quieren se consiga con la ignoran-
cia; cargando la mano eo que nadie pueda nada, nadie me-
114
(Ire, nadie lenga, ninguno sepa nada, calle el Ministro, en-
mudezca el predicador, obedezcan todos, perezcan las leyes
y sólo lo sean el poder, y el mando, la necesidad y el siiTri-
miento: estén cerca los lisonjoros, á ios que lodo lo conceden
por entrar en todo y el gran consejero, ^i tiene opinión, con
estar apartado no ocupado, y desfavorecido, no lo parezca, y
vaya otro á embajadas, cuando el Príncipe se Haiisface de sus
consejos, podiendo bastar otro menos suficiente para aquel
ministerio, y con estar ausente, d¡ arribe ¿ aquella gran for-
tuna y muera sin nada, porque se dalvc el particular de un
solo poderoso.
Querría acabar, empero los sucesos vienen tales y proceden
tan sin freno que no dejan la pluma para no ser referidos. Par-
tió D. Gonzalo de Córdoba á París á notificar al rey de Fran-
cia, se declarase por enemigo ó amigo, y que con brevedad sa-
case la gente de la Alsacía, y la quede secreto y á la deshilada
babía metido en Italia para ascender al Imperio. A mi juicio,
este hecho más camina á inquietar y añadir gastos, que por-
que pueda ser Emperador en Alemania ; siendo forzoso el asis-
tir allá , para afirmarse en la dignidad, y s¡ esto ha de ser
así, con dificultad será rey de Francia, ni desde París ser
Emperador. No está aquel reino como en tiempo de Carlo-
Hagno : inúndanle no pequeña parte la herejía y diversos hu-
mores tocados de infelicidad, entre los cuales hay alguno que
te parece en su derecho más legitimo al reino de Francia.
Cánsase en vano el que le parece que el tiempo, ó los yerros
de nuestras materias, ó su avilanteza, le podrán colocar en el
Imperio; ni es bastante un potentado solo á poderlo hacer,
aunque el Pápalo quiera; sin los limites de Baviera, Casel,
^ajnnia y Drandemburg y los electores eclesiásticos, quieren
más el Emperador alemán que francés; nación aborrecida en
toda la tierra y en todos los siglas por su trato y vil correspon-
dencia. Esto se ventiló largamente en los tiempos de Carlos V,
cuando Francisco, rey de Francia, pedia la Corona imperial,
y decían los más atentados que el Imperio se habia de dar á
alemán y á quien hablase la lengua alemana, y asi prevale-
116
ció la pretensión de Carlos á la de Francisco. Si el dominio de
los dos de la Casa de Austria en Alemania fuera corto, como
el de algunos de sus potentados, aunque le ampararan las
fuerzas de España, aun parece se podria entrar en conGanza;
empero rey de Bohemia, de Hungría, reinos poderosísimos,
aunque consumido el uno de los turcos, pueden hacer frente
al más poderoso: la Austria superior é inferior hacen mésfor-
midables estas dos coronas, y con la Silesia y Moravia, la Sti*
ria, Corintia y Carida , y la Istría que posee Leopoldo, hermas-
no de Ferdinando , Emperador , podrían por si solas alterar el
elector más envanecido y descollado; los estados dé FlandeSi
plaza de armas sobre todas las de nuestros orbes y tan juntas
aquellas provincias, hará á todo enemigo vivir con cuidado
y meter los pies en el recato, y mirar por su casa.
T más, sí armásemos al duque de Orleans, hermano del
rey de Francia, que desavenido yace en Bruselas, y le hí-
ci^emos entrar por Picardía, ¿quién duda que serla de cui-
dado, y que se le juntarían muchos monsieures, á los cuales
agrada aquel Principe, desconfiados de la sucesión del otro?
Si acometiese el Emperador con sus fuerzas por el ducado de
Luxemburg, con asistencia de loreneses; si el rey Católico, por
Perpifian , con caudillo y maeses de campo de reputación; el
marqués de Villafranca, con gruesa escuadra de galeras, por
Marsella; D. Fadrique de Toledo, su hermano, por la Rochela,
con navios, todavía le pusieran en contingencia el ser rey de
Francia. Aun en Italia es más aborrecido este nombre, y en
tanto conserva allí sus confederados, cuanto no le vieran atra-
vesar sus términos, ni tentar nuevos movimientos; la Tiara
pontifical se conserva y se autoriza mejor á la sombra de
nuestros castillos y leones , tanto más que no de las Uses
francesas. Invadir á Ñapóles, lo hallo por dificultoso : lo uno,
por lo que acabamos de decir, que no hay Príncipe que
apetezca el señorío francés: hasta el mismo veneciano, in-
teresado ahora, si le viese dentro se le opondría: ni aquellos
potentados quieren militar ni alojarse debajo de sus bande-
ras. Las primeras guerras de Carlos Ylll acreditan bastante-
116
mente este discurso, que si bien los sujetos con presteza tos
echaron, abrazando uiás aina la dulzura del yugo español
áotes que el soberbio y tirano de los franceses, cuando le po-
seyera la Iglesia , que lo dudo, era itnposible conservarle, y
fuera motivo de desolaciones y ruinas implacables. Háse de
conservar el mayor Principe, más religioso y católico, por la
mayor necesidad de la Iglesia : á éste le toca manejar la es-
pada contra los cismáticos, y á aquel el breviario para invo-
car el auxilio, como lo hizo y estableció el primer Vicario de
Cristo, á quien siguieron lus mejores y más verdaderos Pon-
tífices, gobernados por el Espíritu Santo.
Cuánto importa conservar. la paz y no alterarla, fracasos
acaecidos en semejantes intentos lo digan; empero digamos
ilel rey deSuecia, sus derrotas y discursos, cuyo progreso
antes nos pono en admiración que conflicto. Un Rey tenido
por soldado, ni en tierras, ni en gentes, ni en tesoros propor-
cionado, antes inferior á todos los de la Europa, deseender
desde lo más alto de ella y de lo más septentrional, común ene-
migo poderoso por vecino, como lo es el polaco, que á pocas
jornadas le podría deshacer y aun defraudarle de la dignidad
de Rey, atravesar Alemania y solo encaminarse al Palatínado;
parece confederación de ingleses y holandeses, y aun permi-
sión del discurso estadista de España para restituir al Palatino
por este modo, no podiendo de otra manera reslítuirle en el
Palalinado superior y titulo do Elector, que tiene el duque de
Daviera, cuyo proceder debe provocar la enmienda; y tam-
bién creo se invoca por aquí mejor el ardid, si bien me per-
suado que aun el secreto no ha podido cubrirle; llegar, pues,
al Palalinado, decirle el rey de Francia que no prosiga ade-
lante , parece que hace fe en lo que discurrimos, y que invoca
ol auiilio francés, el bárbaro, para no ser defraudado en es-
lados y preseas. Ser el rey de Francia Emperador por su mano,
es desatino, sí quien lo ha trabajado lo hade querer antes
para sí que para otro ; el liüber maltratado algunos electores
eclesiásticos, pone en duda el discurso, y lo otro, para lo to-
cante al Palalinado, do verle con brevedad asistido con las
117
armas de la Bretafla y de Holanda . antes nos dieea las cartas
; los correos eslá sin gento, y tanto, que no pasan los suyos
de 8.000 soldados; corto caudal para las grandes levas que
hace el César y las que presumen se harán en España, 6 con-
tra él si pretende llevarse el Imperio, ó contra el francés si
quiere insidiar nuestra monarquía. Creo que nuestras juntas,
aparatos y contribuciones los hará retirar, si ya no es que por
esta puerta los llaman nuestras quejas, y fian de aquí su atre-
vimiento; empero, trocando lus manos y haciendo aliento de
nuestro dolor y esfuerzo, á toda vía cuidadosos nosotros, los
pondrá en cuidado: dos tercios de infantería y uno do caballe-
ría , y otros tres reservados, podrían sacudir de nuestros hom--
bros el peso de este accidente, y retirar ó prender el suceso,
pues no está tan .«egura la vuelta.
Esencial cosa es en los grandes capitanes, que aspiran á
la gloria y alabanza militar y hacerse en todos los siglos in-
mortales con ella, el valor, el ánimo y las fuerzas; empero á
mi ver, en primer lugar y en lo que más se ha de poner el
juicio y el estudio, y de lo que más necesitan es del consejo
Poco me aprovecharía á mi ser dolado de valiente , si con mal
discurso emprendiese cosas, llevado solamente del vigor cor-
poral y de I» virtud del ánimo, que me desvaneciesen y de-
jasen sin crédito ; de donde se sigue que ha de ser ante todas
cosas más aina el juicio y la prudencia que no lo orgulloso y
arriscado del espíritu, porque éste sin aquél no valen nada, y
con aquél, en sujetos muy débiles y Oacos, hemos oido y visto
maravillosas cosas obrar. Y si supuesto que es tan importante
la atención y el seso en el capitán, si viese yo alguno que
pretendiese aclamación, que temerariamente se aparta del
verdadero camino militar y de lo justo, aunque los suyos ó
sus confederados ó conBnantes por lisonjearle ó despeñarle,
que esto es lo más propio, le pretendiesen dar el lauro, si
fundamos en derecho la materia, como se debe, ó en buena
6losoría el arte si hemos de guardar el decoro á los preceptos
de razón y de justicia , si les quitáramos erraríamos , 6 yerran
todos los que dicen que es buen soldado; y dejar un Rey
118
iú easa eipaesta á los riesgos del vecino más poderoso,
es gran delirio, y atreverse al Imperio, aunque sea con los
alientos de oiro, que no pudo por su vasallo [ó pariente)
obtener una plaza en Ilalia, y naáe Cuando, ellos desarma-
dos, está para salir el César este Marzo, como dicen, con
100.000 soldados entre caballos é infantes. Y á esto, ¿qa¿
no harán las fuerzas de España? Gran locura alargarse tanto;
que embarazándole los socorros se loe rompan y á él sea for-
loso apresarle y cogerle en los pasos, y cortárselos , desatino.
Hablo , finalmente, sin haber acabado el suceso ó el fin de
la guerra,, ni retiolver; asi el principio se concierta con mi
discurso, y sí este intento le mueve y España , Inglaterra y Ho-
landa (gran fortuna) lo consienten, y por deshacer del huésped
y restituirle , castigan al duque de Baviera , ó por si ha tenido
intento de aspirar á la dignidad cesárea, ó á nuevas ligas ó
movimientos con el francés, ó para él, ó para si, cosa que
admira siendo el pariente más cercano de la Casa de Austria
que hay en aquellas provincias, digo que asi milita esto;
pues vemos que el sueco antes que á otras plazas se enca-
mina a las del Palatinado, siendo lo derecho, si es que se en-
dereza ala dignidad Imperial, entre en el Francofort,y allí con-
voca la secta y electores para coronarse por Rey de Romanos.
Cualquiera cosa que ella sea nos la dirá el lieropo, porque
nuestros desaciertos ó tos ajenos no se encubren mucho ; y en
mi opinión, ni el sueco quedará con nombre de soldado,
yerro de quien antes de moverse no antevé el fin de la em-
presa, ni nosotros por acertados, si introducimos guerras sin
propósito y con armas infieles, rí el francés con la ascensión
al Imperio, cuando en París aun no tienen seguridad los reyes
ni se pueden ocultar de los cuchillos de sus vasallos, ni de sus
cautelas y traiciones; y más cuando la madre y el hermano
están fuera, desavenidos, en Flandes, quita para tomar eaiis-
faccion de quien pretende alterar la paz, la religión, el Es-
tado, y ambas monarquías cesárea y católica ; pues aun el rey
Francisco, más Rey de vasallos, más soldado, más puderoso,
no lo pudo hacer ni conseguir.
119
A esto, y á lo que dijimos primero, dicen va D. Gonzalo
de Córdoba : él lo procuró rehusar, recordando al Rey que lo
que había ganado en Alemania lo perdió sobre el Casal en
Italia; entonces ni le dimos calor allí, y le trujimos de allí, y
ahora va á esto por no detenerle aquí, y porque su consejo se
aventaja al del más presumido ; y asi conviene tenerle lejos,
no nos desarme la comodidad , que la bachillería y lisonja
llama celo.
El duque de Lerma, á esta sazón, impensadamente y por
la posta se vino de Flandes, porque no faltando guerra en
todo el mundo, en Alemania y España, allí, en los pueblos,
aquí en las haciendas, le faltó á él, por no darle en qué me-
recer. No dejó de admirar, que cuando todo el mundo estaba
en asombro por las muchas armas que entraban en Alemania
y se esperaban en Iialia, y cuando se decia que marchaba
hacia Colonia con 40.000 soldados, hallársele en la corte, no
respondiendo , á los que le preguntaban lo de aquellas pro-
Tincias y su venida , que no habia guerra. Alguno , cuando le
vio llegar á sus canceles , cuando mis rodeado de teólogos
para sacar dineros, le pesó, porque le pareció habia de desva-
necer mucho el ardid y la cautela ; y asi lo procuró inspirar
para que dijese venia áe prisa y á negocios de aquellos Esta-
dos, y que luego se habia de volver. Reconocieron muchos la
corteza de esta enigma, porque era otra el alma.
Batiéndose á toda furia el sacar dinero, estaba ya decre-
tado un pedido general, que no reservaba á las mujeres ni
é los niños, incluyendo en él hasta los mismos criados.
Habíase llamado á Cortes para jurar al Principe, y despa-
chado convocatorias á todas las ciudades , con orden expresa
y forzosa para que enviasen con sus procuradores los po-
deres decisivos: muchos lo rehusaron, otros temieron la
furia del poderoso y otros lo resistían , para quien no faltó
durísima reprensión ; que ya se tiene por vituperio la defensa
y amparo de la patria, habiendo sido en las horas pasadas de
grande opinión y esplendor para los protectores. Temíase en
estas Cortes la subida de los Juros, á treinta, la de la plata y el
r
120
tributo de la harina , cuando el de la sal estaba para arruinar á
Castilla y á to(}o el reino. Senlido el Papa por la prisión de los
clérigos de Sevilla , con que no se oia otra cosa por calles y
por plazas si no es lamentos, miserias, aflicciones, congojas, lá~
grirans y otras cosas, presagios qoe prescribían nuestra ruina;
con que los hombres celosos y más fieles, para consuelo de su
llanto y enjugar sus lágrimas , invocar ó persuadir el remedio
y la misericordia, desplegaban los archivos, los nacimientos,
tas historias antiguas, los juicios de las estrellas, y me asegu-
raron hnbía testimonios y certiíicac iones de que babia nacido
,este hombre, cuando su padre fué embajador en Roma, en
la casa do Nerón , el peor de los hombres y más escandaloso,
y aun debajo de sus mismos astros é inlluencias. ¡Tales obras
hacen desenterrar, tales observancias y figuras, y pronosticar-
nos de tal sujeto mayores trabajos é infortunios, ei los hay ó
los puede haber mayores!
1tí33. — Para jurar el Rey al principe Baltasar Carlos, pasó
con la Reina, el Principe, el infante D. Carlos y D. Fernando,
el día antecedente, sábado seis de Marzo del año de mil seis^
cientos treinta y dos, al convento Real de San Jerónimo , obra
de Enrique IV, rey de Castilla. Algunos di as antes se había
ventilado la forma y manera de cómo se lomaria el pleito ho-
menaje á los infantes D. Carlos y D. Fernando, y qué persona
haría eslo. Faltaban ejemplares en nuestros tiempos , y aun en
lo pasado se carecía de noticia: buscáronse papeles en la Se-
cretaria de Cámara, y en el Archivo de Simancas, y apenas se
hallaron, y aun en las historias con dificultad, de suerte que
Be arbitró se le tomase el Rey ; ejemplar que quedará para en
lo adelante. También se preguntaba quién tomaría el pleito
homenaje á los prelados, grandes, títulos, caballeros y ciuda-
danos; y aquella misma noche se llamó muy de secreto á Don
Fernando Afán de Rivera Gnriquez. duque de Alcnlá, retirado
de la corte por las desavenencias que en Nápoics tuvo con el
duque de Alba, cuando llevó la Reina á Alpiiianiíi , siendo en-
tonces el duque de Alcalá Virey en aquel reinado; diósele or-
den aquella noche de que lo hiciese, premeditado antes con el
m ^
conde do Olivares, por desagraviarle, ó por hacer con esta
ocurrencia las amistades con el duque de Alba^ ó porque los
grandes de la Andalucía y los que tienen sus casas en Sevilla
nos deban esto en la posteridad : besó la mano al Rey, y be-'
sáronsela los que se hallaron allí, y besósela el duque de
Alba ; uso común en casos semejantes, si bien le movió el fa-
vor del émulo, El dia siguienie, domingo, puesta la iglesia de
San Jerónimo con el lustre ; decencia que en lo^ actos pasa-
dos se habia ejercido, y concurrido ¿ ella prelados, embaja-
dores,'grandes, títulos, caballeros, criados y ciudades, bajó
el Rey, la Reina y los infantes D. Garlos y D. Fernando, los
caales traian al Príncipe, entraron en la cortina, dijo la misa
el cardenal Zapata, ministróle el Sacramento de la ConGr-
niaclon , lo cual, acabado, juró el infante D. Fernando y Don
Carlos, sobre la cruz y el misal, que tenía delante de sí el
cardenal Zapata depuesta la casulla y revestido con capa
para este ministerio, y tomóles el Rey el pleito homenaje.
Juraron los prelados, los grandes, los títulos y aiiuellas fa-
milias que alcanzan este privilegio en Castilla, por antigüedad,
por sangre ó hechos hazañosos, y las ciudades; lomándoles
homenaje como quedó acordado. El duque de Alcalá tomó-
sele al duque de Alba, ejerciendo la ceremonia del estoque el
conde de Oropesa; al Cardenal lo' tomó el juramento el pa-
triarca D. Alonso Pérez de Gnsman , y fué á hacer el pleito
homenaje en las manos del duque de Alcalá; besó la mano al
Rey, á la Reina y al Principe, que no admitieron, por la ro^
ligion y soberanía de la dignidad. Volviéronse aquella noche á
Pahcio, y publicóse al otro dia el vireinado de Sicilia para el
duque de Alcalá , con otras mercedes para personas de su casa;
debiendo de restituirle el vireinado de Ñapóles ante todas co-
sas, porque las que pasaron alli entre ambos duques no eran
pnra deponerte. Estaba en Roma el conde de Hontercy, y era
jufto pasarle por esta clase, y que ya que estaba en Ñapóles,
no se le desalojase del vireinado, que aunque estaba guar-
dado el agravio, para muchos no se entiende ha de tocar en
la parentela.
H
^B chas
^f fresca ro
Dolió mucho al duque de Alba los honores y mercedes he-
chas al duque de Alcalá ; las pasiones pasadas y presentes re-
frescaron el odio; dióse el duquo de Aiba á quejas, á repre-
sentar sus servicios, y que era él el que con eicesivos gastos
y largo tiempo había llevado á la reina de Hungría, pasando
el Adriático, á las fronteras de Alemania que por aquella parte
se comienza. En la historia decía que no le habian hecho mer-
ced y héchosela á su enemigo, y que aquel vireinaüo en tos
años pasados se le había prometido á su hijo (afectando por
aquí razón), y que no se le había cumplido la palabra. Jugó
del cerrión , y descolgando lo que tenía en Palacio , se fué á su
casa con achaque de falta de salud.
Verdaderamente, parece ajeno de toda razón no concer-
tar un hombre sus pasiones con la prudencia, y moderarlas
con la razón, y querer obl¡;jar á los reyes á que las conserve
contra el que quiere su vasallo, aunqUH sea grande , siendo su
oficio el regirlos y componerlos , y que no haga merced al que
le parece digno de hacérsela. No pecó aquí el Privado, empero
pasó este disgusto por los que le recibimos: esta queja, sin
duda, era fructuosa, debiendo quejarse antes de que se le
limitó la potencia en el oficio de Mayordomo mayor, que se
le armó una Junta para rerormársele. y que no pudiese dar
una onza de azúcar que no se la pusiesen en su cuenta, de-
jándosele sólo en la apariencia y en la estatua. ,- Qué cosa para
D. Juan de Mendoza, duque del Infantado, que cuando veía
menudencias en Palacio, poquedades y miserias, decía: —
Andad, Señor, no traigáis aquí esas porquerias! ¡Luego pasaría
él porque le pusieran guardas al oficio!
A esta hora llegó la desastrosa nueva de la pérdida de la
flota de Nueva España, que atormentó el reino y el mundo,
estremeció el trato, hizo temblar los hombres de negocios y
confundió el caudal de todos: llegó aquella mañana que
vino de Roma la concesión que el Papa hacia al Rey de 80.000
ducados sobre los clérigos: que lo hundió la mar el día que
se hizo la gracia. Referían las cartas, y aviso que se tuvo de
esto, que pasaban los navios de mercaderes do diez y seis ó diez
y ocho, sin la almiranU ó capitana del Rey; qoe se pnáieroD
diez ó doce millones, y tres de pÍBta del Rey, de donativo y
venta de oGcíos de aquella provincia, sin los derechos que le
habían de tocar al llegar a Sanlúcar. Fué el Gonlimíento nota-
ble, y la satoD infeliz, por estar los enemigos en Alemania é
Italia COD más bríos y fuerzas de las que convenía. El pueblo
decía á voces, que la administración sin fortuna del Conde le
había sepultado en el centro de las arenas, y el haber sacado
el viaje de su curso nativo. Asi lo daba á entender el conde
de la Puebla del Maestre, presidente de aquel Consejo, por
donde casi se rugió que se to bamboleaba el oBcio, envlandole
k Sevilla á prevención de Ilotas, que no surtió á efecto por
obligaciones que le asisten , y de quq él se descendjói empero,
sin embargo, poco después le alargó, signíGcando al Rey no
tenia ánimo para ejecutar el orden de S. H. en quitar la plata
á los mercaderes, porque los llantos y las voces eran infinitas,
y las maldiciones innumerables y dignas de temer ; que S. H.
enviase otra persona para su ejecución y aun para la presi-
dencia de Indias, si no le acertaba á servir, se nombrase la que
fuese servido. El Conde daba voces con esto, creyéndolo asi, y
que era para esta monarquía infausta su fatiga, porque los ciu-
dadanos no asistían fuera sino dentro ya desarmar hombres.
Dicen que hizo un papel, ó que llamó algunos del Consejo
y comenzó á exclamar diciendo, que pidiesen licencia ¿ S. M.
para retirarse, que su mala suerte y peor gobierno eran la
causa de esta y otras muchas calamidades y desdichas, que
por espacio de once años habla padecido esta monarquia,
tanto, que estaba para correr ruina: el papel, dicen, fué más
ponderado que verdadero, á todo el Consejo pleno, en que
decía, era el Consejo, digo, el vasallo, que más había deseado
servir al Rey, y que ésto sólo sustentaría con su sangre; mas
que su dicha había sido tan corla que no lo había podido con-
seguir: que quería dejar el manejo de papeles y negocios, y
asi propusiese el Consejo.sobre qué persona podria cargar S.M.
eate cuidado, que ya no se hallaba con fuerzas para pasar
adelante; y que sólo atenderla á servirle en los oGcios de Su-
124
miller de Corps y' Caballerizo mayor Los del Consejo, dicen,
doblaron el billete y callaron, anteviendo que aquella propo-
sición tiraba solamente á tentar los ánimos, mus no á la ver-
dad' y á ver lo que sentían los más recios de aquellos sena-
dores; percibiendo de aquí y aun lemiénilosc coirer obligación
aquel Senado de corregir al Rey. los siniestros sucesos aviár-
selos, rcmcdiur los pasados, y prevenirle los présenles, los
prósperos y los que convienen á la salud del reino y bien pú
blico. Callaron, pues; empero hubo alguno que reHríu, que si
volvía á proseguir la propuesta, que abandonando cuanto
tenía y cuanto le podía suceder, anteponiéndolo á todo la
utilidad de su Rey, su crédito, su fortuna , su descanso y toda
buena andanza, respondería que S. M. no tenia necesidad de
hombre, sino de sí sólo; que trabajase por su persona, que eso
bastaba para recobrarse, para sacudir y frustrar los malos su-
cesos, volver en si, resucitar esle cuerpo, y hacerse temido,
grande y de esclarecida reputación entre lodos los reyes de la
tierra; y quo eso lo conseguiría con su trabajo y aquel Con-
sejo : recurso que le dejaron sus mayores, para cualquier si-
niestro accidente.
\63\ .—Estrago del volcan dé Atípoíes.— Tras esta pérdida de
la flota , se lamentaba la gente , quo ya por cartas de Italia lo
tenía la Europa y casi las otras dos parles del mundo y sus
conGnantcs, de la ruina y miserable estado del reino de Ñapó-
les: referían que había vomitado tanto fuego y ceniza la mon-
taña del Soma, puesta a dos leguas de la ciudad de Ñapóles, ó
Vesubio, como lo escribe la erudición antigua, que enterró mu-
chos lugares, jardines, viñas y heredades de su contorno, tanto,
que se llegó á reconocer su pérdida en cada año por millón y
medio de escudos; dejando toda> aquellas campiñas infruc-
tuosas , los lugares más luengos atormentados, los moradores
medrosos, poniéndose al amparo y acogiéndose al sagrado de
las iglesias; tanto, que les pareció se acercaban \a los últi-
mos diag del mundo. Sucedió este estrago, dos horas antes del
día, á 16 de Diciembre del año pasado 1631 : fué tremendo
el ruido y el asombro causado de los terremolos , la ceoíia lan
125
densa y tanta, que embarazaba la vista del Sol, y casi de
color de algodón crespado. Invocaban los naturales la miseri-
cordia Y auxilio divino, acudiendo á la vt'nerable y milagrosa
reliquia de San Jenaro, patrón de aquella colonia, entre las
mayores la más esclarecida, y aBrman muchos que le vieron
oponerse á la ruina, como otra vez le vieron, por los años de
472, que volaron las cenizas llevadas de losvientos hasta la otra
parte del Adriático, que baña el cabo de Otrento, á las pro-
vincias de Barí, Capitana y el Abruzo; y vomitó tanto fuego y
^gua desi\que como torrente impetuoso corrió al Mediterráneo
arrasando cuanto topaba, de suerte que algunos lugares cor-
rieron fortuna, y se vio el humo de la materia por tres dias
hirviendo dentro de la mar, y á las galeras que estaban en el
mbelle de Ñapóles, con el ímpetu, les faltó el agua quince
dias.
Re6eren las relaciones, que estuvieron en suma congoja
los naturales, y toda aquella parte del reino, que alinda con
la montaña, en no menor cuidado. De siete veces deponen las
historias, y esta será la octava , que ha sucedido este espec-
táculo: en tiempo de Augusto César fué la primera, y después
en tiempo de Tito, como se lo escribió Plinio el segundo á
Cornelio Tácito, que fué la más prodigiosa, destruyendo las
dos ciudades sentadas á la orilla de la mar. Hercúlea y Pom-
peyana, y hoy torre del Greco y torre de la Anunciada, pe-
reciendo ambas aquella vez: otra en tiempo de León, em-
perador de Constantinopla ; del Papa Benedicto II, do Be-
ncdito VIH, de Benedicto IX, y esta que acabamos de oir en
nuestros dias, que son ocho. Todas estas ruinas é infelicidades,
observadas por muchos varones de prudencia y canas, decian
era querer Dios acabar esta monarquía, porque no eran su-
cesos estos que se oian en las tierras de los otros principes,
sino en las nuestras. En nuestros mares los robos y pérdidas
de las flotas, en Nápolcs aquella exhalación tan lamentable;
el incendio de la Plaza, en la corte do Madrid ; la inundación
de armas confederadas para derribarnos; los siniestros suce-
sos, la falta de todo, la miseria, la calamidad, la esterilidad
126
de los años y los inmenEOs tributos ; en que parecemos pupilos
de holandeses y pasantes de lag más tiranas repúblicas del
mundo, y de quien se dice que cuando comenzaron á entrar
eo esta plaza, entraron en su ruina y acabarse. ¿Qué se hi-
cieron aquellos tiempos pasados? ¿Qué se hizo aquel Rey
gloriosísimo para sus vasallos? ¿Qué de aquellos ministros
dotados de tanta liberalidad y cortesía? Por eso dije en sa
historia , que los dejé con vida ; porque no voy á templo, plaza
y calle, casa particular, palacio, que no oiga á los nobles y
plebeyos: ]Ah, qué grande y qué piadoso fué nuestro rey
Felipe III para nosotrosl ;Y qué prósperos fueron sus diasl
[Qué dichoso su reinado 1 En él florecierou todas las cosas; la
religión estuvo exaltada; las armas tuvieron su reputación,
los vasallos tuvieron descanso, aliento y padre, sus ministros
nos aliviaron, y dieron honra y autoridad. Esto, como digo,
decian y se oia, suspirando por él cada instante: quisieron,
cuando acabo, hundirle los malos, aspirándoselo al colmo
de su ambición; empero hoy ha vuelto Dios por esta parte,
porque lo aclaman asi sus virtudes: era bueno y nosotros no
tales, y confundiónos, y lo peor de todo, ¡qué lejos estamos
del desengaño !
Sobre estos dos sucesos, dei reino de Ñápeles y de la dota
de Nueva España, ideó de repente una jornada á Valencia y
Barcelona, que dio mucho que hablar y que discurrir, enca-
minada antes que acudir á las armas y defensa de Italia y
Alemania al particular del Valido, y á moüíGcar sus celos;
que es lo que más nos conviene, y que, antes que otro bien,
tengamos éste como remedio universal, y con esta novedad
enmudecer aquel yerro , y también , ó para que no se hablase
en lo de la flota, ni le entrasen por alli al Principe los gemi-
dos y la lástima de sus cosas y la del bien público, y pasase
de alli al remedio, ó para sacarle de los predicadores; que
jamás los he visto tan celosos y picantes. Predicador hubo,
que relirió debajo de la teología cuantos acaecimientos hemos
visto en estos once nños de nuestro gobierno, porque quiere
ol demonio que, en el tiempo que es justo darnos á la conlem-
127
placion de ios misterios de nuestra reputación, se introduzcan
materias que diviertan nuestro espíritu por este camino, que
nos lleva á la bienaventuranza; arrastrándose, pues, de aqui
gran gente. Habíase apoderado de la voluntad del Principe
infante D. Carlos, D. Antonio de Moscoso; habíale hecho el
Conde gentilhombre de su Cámara por acallar al Infante de
la expulsión de D. Melchor de Moscoso, hermano de D. Anto-
nio, que salió para obispo de Segovia, porque también tenía
la misma gracia; habíale criado su madre la condesa de Al-
tamira, hermana del duque de Lerma, y en esto cumplía con
los oficios de Principe: habíase mostrado el D. Antonio agra-
decido al Conde, y casi quería que corriese por su mano la
confidencia de aquel cuarto , y habia metido al Rey en esto, y
que fuese con voluntad suya, y aun de hacer muy aficionado
al Infante para con el conde de Olivares, de algunos disgus-
tillos que ya dejo referidos en lo pasado, de que el Conde de-
cia que no habia tal hombre ni que tal pensó, y que habia
salido muy diferente de lo que se habia concebido de su na-
tural, y que no parecía gallego; halagándole con algunas co-
sillas con que pudiese entrar en el cuarto del Rey, unas en-
comiendillas de Indias de hasta 4.000 ducados de renta, todo
de bien poca consideración, y no lo que le dejase con descanso
y con lustre por ser contra los preceptos de sus materias,
sino lo que bastase á engañarle por entonces; con que el
hombre estaba envanecido, surcaba en todos tres cuartos con
bonanza, y decía que habia debido más al Conde que á su
tío el duque de Lerma. Dejo ya respondido á esto, y por eso
paso adelante.
Habíase apoderado de la voluntad del Infante; acudian los
de Toledo , eclesiásticos y seculares, á su casa ; dábanse á su
devoción algunas provi«iioncillas de prebendas, porque las
mayores daba al Conde, que también quería ser arzobispo de
Toledo, como todos los demás oficios: arrimábase á esta
ambtad y secreto el infante D. Carlos . y con la venida del Al-
mirante, que era amigo del D. Antonio, habia crecido la ga-
villa y el fuego; y ambos infantes y el D. Antonio y el Almi-
I2S
ranic , tenian en horas privadas conversaciones largas ; secre-
tas, por donde ya pensó el Conde que se hundía el mundo,
80 abrasaba la casa, y le alcanzaban las centellas: lodos de
la casa del duque de Leruia, unos por matrimonios, y oíros
por deudos, y toda ella agraviada. Galló, pues, á los prin-
cipios, y disimulaba su arrepeniimienlo, si bien locaba al ar-
ma continuamente con la salida' del Infante á Flandcs, y
de donde pensaba eicluir lo que ya le luordia el coraron;
abordándose de lo que él hizo con el duque de Uceda, que,
introduciéndose con él por confidente del cuarto del Príncipe,
le salteó la presa, y así temió no fuese castigado del Moscoso
por los mismos 6los; que los acaecimientos de los tiempos son
muy varios, y alguna vez por divina inteligencia forzosos, y
&un semejantes. Vacó el arcedianato de Madrid, y pidiendo el
marqués de Almazan, hermano mayor de D. Antonio, á la
Reina, le pidiese al infante D. Fernando para uno de sus
hijos, y habiéndole dado él de muy buena gana, cnpa pre-
medilada por el gusto do D. Antonio, el Conde, que lo supo,
y que aquel natural de que nadie se aumente le estimuló más
vivamente el espíritu, dio cuenta al Rey de ello, y el Key al
lofanie orden expresa que no le diese á nadie. Respondió que
la Reina se le había pedido á instancia del marqués de Alma-
zan, para hijo suyo; con que resolviendo que, sin embargo,
QO lo diese, los unos no osaron tomarle de miedo, y el Conde
no lo quiso dar, cubriendo su cautela, con que todo quedó
resentido; comcniando á brotar nuevos tropiezos y disensio-
nes en el cuarto, diciéndole los confidentes, la mucha mano
que cada día se tomaba el D. Antonio, que cómo üaba tanto
de los que habia hecho enemigos, que entraba en esta liga
hasta el infante Ü. Carlos, y que había nmcho que remediar
(y tenia razón), y cuando para eso so hiciera cualquiera de-
mostración, habia mucha justicia. Aprelósele, pues, al In-
fante, con que había de caminar muy en breve, qué se
aprestase; lu cuul creído, aunque ú los más atentos les pare-
cía habia mucho embarazo en Flaodes, como la santa In-
fanta, la reina madre de Francia, el duque de Orleans su
129
hijo, todos, madre é hijo, huéspedes y rugítivos, ^e persua-
dían no era á propósito, por las diferencias que de ordinario
se suelen ocasionar , y los disgustos sobre procedencias y cor-
cortesías entre tos príncipes, de que nacen gravísimas disen-
siones.
Creyóselo, pues, el Infante, é hizo un papel al Conde, en
que le pedia que, quedándose Camarasa , se le consintiese dar
á D. Antonio uno do los oíicios mayores, creo que el de Su-
miller de Corps, oficio que en lo de atrás, para desengaños
de esta ascensión , cargaba sobm D. Gonzalo do Córdoba:
fuélc respondido rasamente al Infanta, que no.se le habían
de dar; con que luchó con el Conde valientemente, como
se rugió en Madrid. Declaróse éste por enemigo suyo, do
sus acciones, y de todo escríbió, ó hizo escribiese el Rey
á la señora Infanta, de Flandes escribiese acá no con ve-
nia, si el Infante había de ir á gobernar a Flandes, lle-
vase Privado; que eran muy diferentes aquellas provincias,
en esta parte, que las de España, y no lo llevarían bien
aquellos vasallos que aborrecen el nombre español , cuanto y
más español y Privado. Y conc¿dolo, porque e! que hubiere de
pasar á aquellos países se ha de revestir el ánimo, las cos-
tumbres, voluntad y acciones do flamenco, si los quiere regir
á gusto y bien y ganarles, los corazones. Por pasar á redu-
cir los otros, así lo observó el archiduque Alberto, si bien lo
murmuraban mucho que eso lo tenia de alemán y del haber
nacido allá, con que S9 presumía no era tan afecto á españo-
les, y no se lo podemos reprobar. Por su conveniencia, la se-
ñora Infanta siguió este dictamen; esencialisiraa materia y
preciosa, porque todo es menester para no acabar de perder
aquellos vasallos que tanto nos cuestan. Vino la carta-, ó es-
peróse, y entre tanto hizo consultar el Consejo de Estado al
Rey en esta misma causa, que para todo tenía mano, y para
sacar el clavo con tenazas ajenas y palillos de feria; el Con-
tejo , lo que se pidió en la carta (y aprobaban el intento del
inventor sino todos los más), fabrícó consulta sobre ello. En-
tre tanto se le denegó al Infante la administración del arzo-
130
bispado para el obispo deSegovía, por cuanto el cardenal Za-
pata la lanería dejar, por ver mal atendidas sus consultas ó
porque se le negó una canongla para uno de sus sobrinos; y
quién duda en el D. Antonio la pretensión á cubrirse, por
poseer, por el matrimonio contraído con la casa de Portocar-
rero? ; Eilraña cosa 1 ¡ Qué pertinaz y vigilante era en no dejar
á nadie conseguir nada ! Esto aunque lo quisiesen los infantes;
empero un beneficio, si le pedia alguna de sus criadas , aun-
que lo pidiese la Reina, por la imposición que la Condesa ha-
bia puesto sobre todos los de aquel cuarto de que no pidiesen
nada á la Reina, por tenerlo todo cautelado y con suma ti-
ranía; pero esta ley no hablaba con aquellas. Pregunto yo,
¿por dónde han de respirar los que sirven? ¿No les ha de ser
licito valerse de sus fatigas y de lo que obligan sirviendo? ¿Bd
todo han de estar metidos en un puño esprimiendo sangre?
Resuelta la consulta y ordenada subió al Rey, y de allí
a) Conde, como es uso y costumbre , y de alli pasó hI confesor,
obediente á las leyes del Privado y buen voto en todas Jun-
tas, duras ó blandas ([si Aliaga hubiera seguido esta senda
de qué dichas no gozáratuos hoy ! }. Fué , pues , el confesor coa
orden de decir al infante no diese nombre do Privado á Don
Antonio de Moscoso, que no convenia, do ir á gobernar á los
Países Bajos, que aquellos gcnLes no lo sufíian y lo llevarían
mal. El Infante , suspendido de este mandato, respondió que
él no tenia Privado, ni que le había de tener, y que así haría
lo que S. M. le mandaba ; y para embozar el tiro , prosiguió el
confesor: — Esta es órilen del Consejo de Estado y no do otra
persona. Replicó el Infante, y dijo que así lo creia. Sintiólo, y
á solas prorumpió con el D. Antonio y con el infante D. Car-
los, y derramó su sentimiento; y coda uno, incitado de tan-
tas ignominias, asechanzas y heridas, hablaba sin freno y sin
rienda, de que asi quisiese un Privado, por su comodidad y
por su miedo, atreverse hasta las mismas inteligencias sagra-
das; sentían los desagraciase con el Rey, su hermano, y los
hiciese mal vistos de él : arrimábase aquí el Almirante , y fuera
de Palacio mucha gente. El cuento corrió por el lugar, donde
131
se discurría largamenle, y como esta parte sio duda arrastra
todo lo mayor y más grande de la corte, dio cuidado; y los
malsines, que existían en todas partes, hasta en los tem-
plos, y los que había en el cuarto del Infante y del Rey,
daban cuenta por menudo, si no de lo que oían, de que se
hablaba y había Juntas , y también dirían con el despecho que
estaban todos y en cuanta desesperación era exaltado por
momentos el infante D. Fernando del confesor , y de aquí seria
forzoso volver por sí y hablar algunas palabras con senti-
miento, y de dónde era disparada esta flecha; de las cuales
no puedo yo deponer, porque cosas tan secretas y á tan
pocos reservadas , con dificultad se alcanzan. Finalmente, lle-
varía el confesor por respuesta los sentimientos, las palabra!
dichas con enojo, y retirado el decoro de Principe, que tal
vez excedo de la templanza sin poderse vencer de ta modes-
tia. Quitar á un Principe los criados, es cosa para sentirlo si
es por ofensas cometidas contra la virtud : para casos tales son
reservados los avisos; y sí no hay enmienda, necesario es el cas-
t'S'^t y tal vez la deposición, si para comodidades propias, ó
por emulación de que no crezca el otro , porque es de la casa,
por pnsion propia ha querido hundirle y valerse de la gracia
del Principe para esta maldad execrable: escarapelar los
hermanos, introducirlos en odio , y más entre hermanos tales,
es gran yerro; juzgándolos todos, los de mejor consejo, por
tan buenos y sumamente obedientes.
Pues creyendo el Conde llovían rayos sobre él, y se alte-
raba Palacio, la corte, el mundo y los hombres más graves de
ella , jugó de la carta para cubrirse con ella , y él en persona
fué y se la mostró al infante D. Fernando, dicíéndole que
aquello nacia de haberlo avisado asi la sei^ora Infanta, de
Flandes, y no de otra cosa. El Infante respondió, diciéndole
todo lo que sentía de si y de él, de lo pasado y de lo pre-
sente, de su intención y astuto modo de proceder; de que, me
alinnan, hubo grande refriega, la cual acabada se retiró ásu
cuarto, rodeado y combalido de diversas imaginaciones, lu-
chando consigo mismo del cnmino que tomaria en accidente
tan arduo. DiEcurrJó quo se habia aventurado á mucho, que
ya el Infanlo tenía furiosamente irritado, y aun removidas
todas las dependencias pasadas, y que aquel Privado, que ¿I
artiGciosamente habia lisonjeado y permitidole correr con el
Infante y usar de su valimiento, era fuerza, anteviendo le
cortaba los pasos y atajaba las medras, que todo lo benefi-
ciado se había de convertir en odio, y aun aspirar á la ven-
ganza ó la enmienda, como hombre arrimado y querido de
persona tan grande. Discurrió no desampararía esta unión el
infante D. Carlos, y aun que el Príncipe, en todo enemigo
de manifestar sus afectos, que era sin duda estrechísimo
amigo de su hermano, y por esta parte al Moscoso en estrecha
cabida con entrambos; efectos de algunos progresos de la mo-
cedad, vínculo poderoso en la juventud. Temió sus sucesos, y
el recientemente acabado de suceder, del estrago de los tres
millones de plata, que adjudicaba el mundo á gobierno suyo,
á BU falta do fortuna, y poco valor, y sin ninguna empresa glo-
riosa en estos doce años do absoluto Ministro en la monar-
quía : temió que el Infante no tomase la pluma, ó solicítase á
su hermano y en hora privada le refiriese el lastimoso estado
de sus cosas y su falta de reputación , y que, obrando tales avi-
sos como únicos, ejecutase el ilesengaño; punto hasta donde él
discurre que llega su privanza; hasta que su Rey abrace los
consejos y obre por su entendimiento. Tras esto discurrió quo
el Moscoso arrastraba gran parentela, que el Almirante
campaba con la pretensión del infnnte D. Carlos, y que á es-
tos dos seguían las casas de Sandoval y Moscoso, agraviadas
de malos oficios, desfavorecidas y desacreditadas con su
Rey, y casi hundidas; que tras éstas corrían innumerable
tropa de deudos, lodos do casas grandes y esclarecidas, y
que se podría volver de tai semblante la fortuna, que reci-
biese los denuestos y las coces de aquellos mismos ú quien él
so las díii; persistiendo do aqu!. que ánles quería morir en
otras mnnos que recaer en las de aquéllos. Finalmente, asal-
tado de estas ilusiones é imágenes, resolvió do acomodar esta
quiebra, y desconfianza en que había caído, aunque fuese á
CMláue la persona más sagrada y más digna de aUocioñ y
con quien era justo rehusar la lucha, conocerse, sondar el
riesiío, y no entrar con él en batalla ; empero, ajeno de todo
prudencial conocimiento, no queriendo desistir un punto de
su exallaciun, imperio, vanidad y soberbia, á la hora pri-
vada, pretendiendo escapar de la tormenta en la tabla de
aquel en cuya virtud arma sus cautelas y permanece en des-
atención, dijo y escribió por mano del confesor, que quiere
antes militar en su conservación que en lo justo:
• Señor: Habiéndose V. U. servido, desde que entrón rei-
nar, de poner en mis manos, no sólo la distribución de la
monarquia y las mercedes, sioo también los consejos, y ha-
biendo yo atendido á lo primero con singular rectitud y lim-
pieza, en lo segundo be puesto siempre la vigilancia que pide
Rey tan grande, materias tan grandes, provincias y coronas
tan dilatadas y eitendidas ; y no sólo me he procurado expla-
yar por las de afuera, sino también en las domésticas y de
dentro de casa, basta las más mínimas de este Palacio, que
no son de menor cuidado que aquéllas, antes las que se de-
ben examinar con suma asistencia, y aun temer sin duda. En-
tre muchas y muy varias, de que he confiado , avisado y pre-
venido, y hecho muy largos papeles (que algunos se halla-
rán en los archivos}, servicio, según yo pienso, entre los
grandes el mayor es el de dos Serenísimos Infantes, que V. H.
tiene tan cerca de si. En los años pasados y en algunas ocur-
rencias, ya que he procurado observar sus inclinaciones y
que me avisen de ellas lus más asistentes, he conferido algu-
nas con V. H. , empero con más templada advertencia enton-
ces, por no haber sido los años de tanto cuidado, si bien 90
diferían los remedios para lo de adelante y cuando ellos es-
tuviesen en sazón , que si no se' pudiesen temer , por la virtud
esclarecidisima de los sujetos, se pudiesen prevenir, como lo
enseña la prudencia, maestra y guia de todo efecto altamente
fortunado.
■ Encuentros, sin embargo, ha habido en este caso, y al-
gunos en que reparar ; empero la insuficiencia de los años no
134
ha dado lagar. El uno es ya casi de veinticinco' aíos y eí otra
de veinlilres, edad sazonada para todo; ambos robustos y
bien proporcionados, y en los rostros lo viril del scio, con
veneración y respetos , de claros juicios , ingenio, sagacidad y
prudencia ; pasando de hermanos á amigos , más do lo que en
personas tales es lícito: y si bien el primero no tiene noticia
de las letras, no ignora la parle que le conviene, y no se
descuida la naturaleza de dolarle de circunstancias altamente
aventajadas; el segundo tieae muy grandes principios, así en
letras humanas como en las divinas, acción que perfecciona
mucho el sujeto y le hace adelantar los intentos, y estirarlos
i más de lo que le concede su esfera. No pretendo yo. Señor,
ponderar aquí ni asombrar á V. M. con los ejemplos, repeti-
dos continuamente, de las historias antiguas y modernas, as!
naturales como extranjeras; que en Príncipes tales, y en her-
manos tan ejemplares á otros en la obediencia y respeto, en
el amor y en la fidelidad , no se puede inferir cosa que no sea
digna de la candidez de sus pensamientos, ni se puede regu-
lar por aquellos á quien no concedió el cielo ní prohijó la na-
turaleza, con tan heroicas y esclarecidas costumbres, como i
los dos Serenisimos Infantes. En lo que yo he reparado siem-
pre, y be puesto el cuidado y el aviso, es en aquellos que les
pretenden alterar y hacerse tugar en su gracia, asi grandes
como medianos; unos por necesidad que de ellos tienen, otros
por usar de la gloria del valimiento, y todos estos, no Con lai
costumbres que se requieren , no con el lado de personas ta-
les, ni con las virtudes que aun á ellos mismos les conviene;
cosa sobre que se debe velar mucho.
■ D. Antonio de Hoscoso, después de la expulsión del
obispo de Segovia, su hermano, es dueño absoluto de la gra-
cia del infante D. Fernando, y á ésta se liega el infante Don
Carlos, y ambos son conducidos por el D. Antonio, no con el
estilo y decencia que pide el decoro y reverencia de personas
tan altas, y, como ya otras veces he avisado á V. M. , no con-
viene que ninguno tenga Privado, ni que corran por cuenta
de su Palacio sus excesos. Puestos allá afuera, y en lugar 6
185
provincia apartada, no toca á V. H.. tan de léjoa, examinar por
menudo las acciones y los giasos. Los hombres de prudencia im-
pugnan eslo, los do conciencia agravan la de V. M, en que no
lo remedie, y la mia on que no lo avise, y más cuando V, U,
descansa de estos cuidados sobre mis hombros, y ha renun-
ciiido en mí este derecho. Para obviar esto , ho propuesto
á V. M., con particular desvelo y atención , que conviene en-
viar á Fiandes al infünte D. Fernando; lo uno, porque de
esla manera podrá apartarle ó dejar aquí los criados que no
conviene asistan á su lado; lo otro, será de notable alivio
para la Hacienda, porque no puede llevar sobre si la opulen-
cia tan exorbitanle de criados, como se le pusieron en la
casa; bien que fué yerro mío, pues quise hacer una honrada
oposición á los pasados, de la que á V. M. se le puso vanaglo-
ria, que en variáis ocurrencias vendí yo á S. A., diciendo no
66 habia puesto á Principe casa tan magnífica, si bien eice—
dia á las fuerias del caudal. En esta manera, Señor, se ha to-
cado al arma á S. A. , y se ha avisado á muchos que en esta
novedad han de peligrar, para que suspendiesen la viciosidad
de sus raices y las destroncasen, y óun se seííalaron muchos,
y esos los menos y más útiles. El D. Antonio, excediendo del
nodo con que se debi;> portar, ni ambos infantes corren para
con la opinión con el decoro y templanza que se debe, ni las
cosas del Arzobispo con la limpieza que es justo y la que
V. M. manda profese cualquiera de las jerarquias de su Go-
bierno: las más de las prebendas y dignidades consultan los
ministros eclesiásticos á su devoción, y se dan por su orden,
y S. A. lo quiere asi ; á su puerta acuden todos los clérigos de
su Arzobispado y los seglares que tienen oficios en él, y sale
de su casa con populoso acompañamiento, en que me dicen
está muy aprovechado . y le ha valido grueso número de es-
cudos. Las mejores prebendas pretendo dar mañosamente á
su sobrino, haciendo las pida la Reina, nuestra señora, al In-
fonle, para con estas cautelas dárselas, sin que V. M. las
L pueda repugnar, como los dias pasados lo hizo con el arce-
L dianato de Uadrid, en que fuera justo representara persona
136
en RoniH, que diera alguna pensión á la marquesa de QjU
donquillo ó á sus hijas, por haberle tenido D. Rodrigo Enri-
quez, su marido. Sin embargo de cslo, y como ya V. M. sabe,
pidió S. A. para el D. Antonio uno de los oGcios mayores de
su casa, quo habiéndoselo denegüdo, no quiere creer S. A.
es mandato de V. M. éste, sino que yo lo quiero, y repugno
el defecto y la pretensión.
>De aquí, Señor, nacen discordias é inquietudes en su Pa-
lacio, y en el amor resfriarse, para con V. H., y aun zozobrar
en el respeto y en la obediencia ; y enseñándole la carta, el
otro dia, de la señora Infanta de Flandcs, y la consulta del
Consejo de Estado, en que amorosamente m le avisaba no
Convenia llevase Privado á Flandes , que aquella nación no lo
consiento ni afecta el nombro do español, cuanto y más de
Privado, ni que diese nombro de tal á ningún criado suyo, la
ira fué nolablo, y volviéndose contra mí, me dijo era traza
mía y que yo era el actor de este hecho. De suerte que, para
con S. A. y aun para con nmbos, voy ya corriendo fortuna:
se irritan contra mi, y no dudo harán observar á V. M. que
pretendo alzarme con el mundo, con V. M. y señorearlo lodo.
Señor, mi celo siempre es de aconsejar á V. M. lo que im-
porta á la felicidad de su quietud , descanso y conservación.
El señor infante D. Fernando es muy conjunto y con muy es-
trechos vínculos de amistad al infante D. Carlos; después de
baber vuelto á Palacio el Almirante de CEtstilla , por suprimirle,
es muy conjunto al A1inii'anto;'é5te y'd Hoscoso spn deudos,
y más que todo umígOj ; á éstos se arriman otros sujetos me-
nores, necesitados y codiciosos, con que se corrompo lo más
esencial de todo, que son las virtudes. A estos niuchos.ual
afectos, deudos y parientes, unos ambiciosos y otros castiga-
dos, la misma materia de esto castiga. Esta dudosa liga, tan
en el coraztin y centro de su Palacio y casa, conviene de to-
das maneras dividirla, si , como yo lo he pensado, se ajusta
con el parecer de V. M.(f|ue no lo dudo): lo que so habla, me
dicen, es perjudicial; las juntas secretas muchas y dañosísimas.
Si átras veces he sido de parecer que el señor infante D. Fcr-
1S7
modo pasue i FteftdeK, kiy k» ■ciniíifif ^fae kBneftidr> «v
bre aquellos Estados lo diftcelai . pm tmar as Ubdot w k-w
•oois Reales, cono la leiu Madrv de Fnocu y é! ¿oqnf or
Orleans, so ki)0, doade las drpwMpmMos df ios
cortesías poedes ocaaioBar diígaiaoi
pertar aocadenles y di. siíai aiar maaam : ss im^mij.! ú
berse obserrado áales qat wt en iwiiiiMr fnM?snuu a
señora Iniuta, ettaiiaae ai ariurv ^ aameoer eo«r ut ?^nr->
cipe que parece paode foiienier sayons cae» cor aaar
loavor inooBveoiente ^nra. csasuc' ar oae^er & obbok
lotiota aoltar las ñeadas de aqae: Coiiflrar.. aMBr fniiaaf \
dote soya. Qae al
prooio de ob kaafare.sia iijMiifi,« ;
sejo, las armas de aqaelioE
cosas se poaiaa ea el
digoa so opiaioB de ea» bobmc.. oae S. IL
había sido senida de ad»ai.ie
éste;a9ega
da, y la noticia qae k Umbe
doce años, le kaeaa oapai de mm maimBaL (fm ¿ BL
Cortes peadteBles CK Banaeloaa
i qoe taa fasea arpabanaa y
ouecieBdo el aaceaD y dí aana ■BBflaaflL sBÉa ^ IL
de la corle vde aas'KrviÉBrai a. iafaaK 1 ^aBBaaa
m
las acabase; y qae el ■aamaL . aaHK ^■■Braami ¿
de la corle, á aacany iKaMor ^ aaer mmi waoi a.
nadas, y aüséito qae ena
mayores, cono de pBBrá Fi
dosc deftaadado de la
tidoabre de ka
qoe ao bay tal
aera las caos t
résadoa las
enleoderi por iaa
138
vasallo del servicio de su Rey debe darse por entendido , sus-
penderse y ceder de aquello que le desagrada ; pues ante todas
cosas es primero su Rey que su amo , porque aquél es su ver-
dadero dueño , y el otro es supuesto. Y que caso que quiera ir
y aljandonar la decencia y el respeto, habrá orden eipresa
que arrostre los impulsos de inadvertido y le hundan; que
para apartar al Almirante del infante D. Carlos, Principe
apartado de esta liga , y cerrado y ausento, aquel cuarto será
muy diferente, como se espera de su apacible y clarisinao
natural.
• Supuesto que en los Estados de S. H., asi en los confines
de Italia como en los de Flandes y dentro de Alemania, hay
gruesisimos ejérc¡lo<! en los unos que amenazan tempestades, y
en el otro estrago y desolaciones, se procuren para este efecto
inventar coronistos quo se pongan en cabeza de los grandes;
ordenándoles que vayan á sus Estados á ver la gente que po-
drán levantar para conducirla á la frontera de Perpiñan, ha-
ciendo plaza de armas en Barcelona, asimilando que el in-
fante D. Fernando ha de ser el caudillo y disponedor de esta
gente, cercándole de hombres graves y de canas, para tenerle
más murado y aun preso; porque no deja de ser delito mos-
trar ceño á las órdenes de V. M. y luchar con aquel que es sa
misma voz, su mismo corazón y semblante y persona, y res-
ponderle con saña y aun con amenaza: suceso que en su
manera se debe reprimir y componer, no sin dolor y sen-
timiento del brioso, suponiendo que es en alguna manera
repugnar á los designios de V. M. y objetar sus mandatos;
ejemplo que aun los mayores le toman y aun le temen los
notables.
>En esta fo(;ma, Seüor, saliendo de aquí el Almirante,
también habrá modo como no vuelva; el señor Infante, con
diferente modo, estilo y mejor ocupación quedará en Barce-
lona; el señor infante D. Carlos, más quieto y mejor opinado,
en el cuarto de V. H.; D. Antonio en su casa , sin sor instru-
mento de disgustos; el Almirante, sin patrocinar la cuadrilla, y
todos los demás, 6 encogidos en sus trazas ó amedrentados en
él BIK
139
f ~qUd vor deponer á los otros no es cosa para no ~
abrazar la enmienda y dejar los t
. Part
IOS binicslrus.
i dentro de su Palado,
y se las bo vjsio yo afear y aun fulminar el castigo contra tos
asesores; parte se las be diciio, avisado y prevenido; parle ha
recibido en los consejos de su confesor. Este recuerdo no es
dado de repente , sin consideración y sin tiempo ; despacio so
ha pensado , á costa de mucbas vigilias se ha madurado, y di-
rigido á lo que conviene; á V. M. le ama quien le aquieta
y compone, atiende á su seguridad, avia á su sosiego, ad-
vierte al decoro de su autoridad; por tanto, conviene usar
presto de la regla principal de Estado, la cual enseña, que
pues este punto se ha pensado despacio se ejecute apriesai.
Leido el Rey este papel , ó exornado por el movedor inte-
resado, no dejó de abrazarlo, porque de muchas cosas de es^
tas era sobresaltado y le tenían ofendido; circunstancias que,
aunque las cursaba, no queria que nadie las siguiese, y se pre~
paraba para la enmienda, sin embargo de que no le traia sin
atención la liga y aun le hacian escudriñar los rincones de
la casa y las piezas más retiradas. El inconveniente, sin
duda ninguna, era para recelar, no digo yo que para lemer,
que no se ha de dejar la confianza: el corazón de Principe es
grande, y sus impulsos son temidos de los más osados. Can-
sábate, otrosi, cierta hablilla que lodos los veranos corria por la
corte, y aseguró, do corlar los pasos, poner más cobro en la
custodia de sus llaves: culpa de los ambiciosos y de hombres
ajenos de virtud y sobrados en costumbres estragadas. Si las
leyes humanas y divinas pronunciaron diversos castigos para
enormidad de delitos, á los i]ue cometen el de distraer las per-
sonas Reales, los hablan de establecer rigurosos. Casos había
verdaderamente que remediar; bastaba la corrección, sin po-
ner en público teatro las flaquezas; apartar los pocos atinados,
eraacierto por entonces y bastante, á no poner la salud del Rey
en el trance de doscientas leguas caminadas con fatiga suma,
era digno de reparo, y al Gn nos costó un Infante, el más útil
y el de mayores esperanzas , y lo peor de todo que este hecho
140
DO liabia (le apear al mundo de <|ue no estaba lleno ¿e interés
y amur propiü ilel todopoderoso , y de (jue le traían en cruz el
valimiento del otro, royéndole el coraion que nadie tuviese
sombre de Privado en su liempo, y que por sólo sus particu-
lares acometiese la expulsión de un infante de Caaliila, lier-
mano de su Rey, y que sus miedos fuesen ejecución y castigo
en lo más soberano.
Ue aquí ilió, pues, de repente una jornada, la penúltima
semana de cuaresma, que alteró los curazoneü y los semblan-
tes de los contrayentes; enterneciéronse muchos, y por los
lances tan recientemente sucedidos, lo que se fué simulando
se [louetró, y cada uno le'ó su castigo en la circunspección
aiíada del Principe. Entró en aquella sazón el Moseuso en Pa-
lacio, y ponicndoio delante del Rey , si alguna vez fué reci-
bido con alguna palabra favorosa , aquélla ni aun fué mirado;
cosa en que muchos letrados de iisunomia prescribieron en sus
ideas el estado de las cosas. La voz común fué caminar úTa~
leiicia, sin las obligaciones Reales ni hacer entrada solemne,
pasar á Barcelona, volver á convocar las Cortes, liabilitar al
infante U. Fernando y dejarle aiii, para elevarlas, y al mismo
tiempo una orden para todos los grandes, que estaban en la
corte, para que* partiesen ú sus lugares y viesen la gente da
guerra, no que la levantasen sino que viesen la que podrian
levantar. Si fué tentación ó necesidad , los de más seso lo di-
gan. Aquí fué donde creció la alteración entre -unos y otros,
el discurrir y penetrar la enigma infutigable: unos decian que
el achaque de las Cortes era para que se quedase allá el infante
D. Fernando y dejar en seco ú Moscoso, que ya surcaba en el
aire sin tocar la tierra, y úun con orden de no ir á la jornada,
y áuu de no entrar en Palacio, y apartar sin embargo de esta
liga al infante D. Carlos, de cuyo esclarecidisinio natural les
parecía que sólo eslaria mejor y más sin sospecha; aunque
también diceii los curiosos habia de quedar allá; y que la ida
de los ^rundes era por apartar al Almirante del infauíe D. Car-
los, arrepentido de su vuelta.
Escribieron de orden de S. U. á todos los que estaban en
141
sos easas, y llamaron á los retirados: los que habían de salir
aquí era el Almirante, y, para embozar la maraña y el intento,
que hiciesen la intentona el Condestable y el conde de Niebla.
Aqiii era también donde discurrian delgadamente, y decían no
era razón emprendéroslas levas de gente (y á la vrrdad le
viene bien esto, porque ello verdaderamente más parecía leva
que otra cosa considerable); y proseguian, porque si para en
lo de atrns se habla tratado de meter rjércilo en Picardia,
por Perpiñan, armas por Marsella y la Ttochola. discurrían
que habían de caminar delante, anto todas cosas, municiones,
artillería y vituallas, y que de esto ni se trataba , ni estaba en
ser , que estaban todos alcanzados para emprender por si y ¿
su costa esta facción . que les liabia de costar doscientos mil
escudos; pues la materia militar estaba de olro aire y no tan
caliento como á los principios. El rey de Francia , dejada la
gente que tenía en la Alsacia, vuelto á París, falto de salud,
casi á !a muerte el Diclielieu, su Privado, y por esla causa
menos activo v mas atento á templar la ira de hi Rpína Madre,
y el duque de Orleans, retirados en Brusela* ; el duque de Ba-
viera, reconciliado con el Emperador; el principal movedor ile
estas alteraciones, el rey de Succia, quebrantado y con al-
gunas rolas en su infanlerla y caballería por los capitanes del
César, y tomada mucha do su artillería, desamparado el Pa-
latinado 6 ido á socorrer con presteza uno de sus cabos que
corrió fortuna ; el César, armado y para sollr; ln« cncmii^o.s fa-
llidos y sin dinero ni gente . y todo con esperanza de compo-
nerse: que parecía ardid descaminado lo resuello, y que más
tiraba á apartnr que contlucir armas y soldados; el Palatino
en su casa . si es que ú esto se tiró . y se movió tanto mido;
empero procedió el inglés y el holandés con la misma infide-
lidad que siempre, y lo que antes parecía conveniente recayó
en destrucción do Alemania.
En esta manera se hablaba, y que, cotno dijera querer
retirar al Almiranle. como ya se había tomado salisfaecion
lie los alíenlos de Barcelona, querían rechazar tos celos re-
cién fomcniadns con el infante D. Carlos, y desencuadernar la
142
caadrilla: en esta manera se hablaba, y en esta se combatía
y daba cada uno las causas que tenía para no salir de aqui.
Excusóse el duque de Sesa, y la jornada que estaba publicada
para 1,* de Abril se dejó para el lunes, segundo día de Pas-
cua de Resurrección ; sin embargo, lodos lo tenían por risa y
por chacota- El Privado, desatinado en todas materias, ya
mostraba el coraje , ya la flaquezit de su ánimo , yn le parecia
que todo lo habia menester para conservarse y preíaltcer en
la potestad: porque esto más era miedo de que, desahuciados
de los malos sucesos, no desengañasen al Rey Ioí; infantes y
lo precipitasen , porque, aun me aseguran, que esto lo conocen
lodos, la Reina y hasta el mismo Rey (;y nuestros pecados
quieren corra estas tempestades nuestra monarquía ! }; y ya la
parecia que venia el mundo sobre él, y paraba, y en lo que
ayer metió al Rey en papeles, ya lo acaba, introducien-
do otros. Hoy. que es Jueves Santo y 8 de Abril de 1632.
debiendo emplear tiempo tan misterioso y santo en su con-
templación, tiene junto el Consejo de Estado y en disputa la
jornada, indeterminable, que ya quería que no se hiciese;
asombrándole los aspectos rigurosos de estos dos príncipes, y
pareciéndole eran ya conocidos sus oficios, sus materias, sus
diseños, traíns y cautelas de conservarse, antes que acudir á
lo úlil, al aliento de los vasídlos, ia reputación de las itrmas,
y que via ya sobre su cuello fulminado el cuchillo do la jus-
ticia divina y humana, satisfüciéndose de mandar y ser él
sólo en la silla del Aquilón. No podemos dejar de advertir que
debajo de estos ardides, convenientes al Principe ó al Pri-
vado, se debía observar un yerro gravísimo, y de que me ad-
miro que en juicios tan grandes no se reconociese , y no se ar*
rimase un poco ct juicio af riesgo, ya que no ú la calumnia.
Los embajadores, que asisten en la corte como espías des-
cubiertas, cuando vieron pública la jornada del Rey, si bien
oían lo que se murmuraba, como muchas acciones tienen di-
ferentes motivos y ya habían oído referir nuestros aprestos
de armas y para dónde, y otrosí publicar las coronelías,
escribieron á sus principes. Cruyermí rn Í''ranoi>> que el Rey
143
' iba á bacer invasión por Perpiñan, y lo que acá fué solamente
, novimiento de palabras, en ¿1 fueron obras; despachó á la
bora cuarenta coronelías de cada mil soldados y se previno
de lo necesario, reforzó los confines de sus Estados, y formó
ejército, y aun dos. Si esto fuera en tiempo que las cosas estU'
vieran tan belicosas en toda la Europa, con facilidad se po*
día desvanecer este ruido; empero, en sazón que lodos los
principes están conjurados contra la monarquía y con las ar^
roas en las manos para deshacerla , despertar al cuidadoso,
avisar al avisado, hacer doblar la gente al militar , es proce-
der contra su misma seguridad, y acelerar los Ímpetus de
nuestra ruina. ¿Quién duda que el francés, demás de lo re-
ferido, avisaría á sus confederados y les darla priesa á salir?
A los holandeses, que cargasen sobre alguna plaza para em-
barazar las fuerzas de aquellos paises; al sueco, que proce-
diese con todo ardor en sus empresas ; á los protestantes de
Alemania, fomentasen sin intermisión lo comenzado, y abrie-
sen nuevos caminos para poner en total desesperación lasco-
tas, y él, con la potencia de sus ejércitos, comenzar la expul-
sión de nuestra nación y nuestro gobierno en Italia, y allí
mover poderosamente los ánimos de ios potentados y repúbli-
cas maldfeclas, que esperan y solicitan este dia que, á raí
ver, si alguno se ha temido es el de hoy.
Vergüenza es que nos despeñemos por caminos tan bajos:
mucho diferimos de la prudencia en que fuimos constituidos
por los reyes pasados y venerados de las otras Coronas: dar
materia de escarnio á las cartas y á las plumas para que es-
cribiesen niñerías y poquedades, antes que hechos heroicos,
parece que delira el seso y se quiere dar á caducar todo. No
hay hombre con hombre ; todos irritados, todos heridos en la
reputación y en las haciendas; lo más digno de veneración,
reverencia y respeto profanado; ultrajado el decoro, ajada
la estimación, asaltados de todos los enemigos por públicas
miserias nuestras y por nuestras voces, cuando las habíamos
de cubrir, y todo por tema de que uno sea sólo , sólo Pri-
vado, sólo poderoso, y solamente todo. [Señor soberano;
k
144
mira por lii pueblo y ahrig»)e, líbrale de la opresión do los
malos; mira por tu Iglesia, sácala de la tiranía de la su-
jeción, y que no penda todo de un hombre siilo, pues no
es suyo, que debiendo tener en los hombres y sobrellevándolo
por la virtud de clemencia, de que se debe armar un espíritu
generoso, por su capricho le tiene en dos dedos pendiente en
an hilo para despeñarle! ¡Señor; muestra tus maravillas so-
bre nosotros, como la mostraste sobre aquel pueblo amado
tuyo, por quien tanto hiciste y de quien quisiste descender,
y líbranos de los azotes de Faraón, y sepulta sus trazas,
hinchazón y soberbia en las furiosas olas del mar Bermejo, y
escucha nuestras plegarias, nuestros suspiros, que hasta que
le muevan subirán á tf sin cesar; pues si bien solicitan nues-
tro remedio, son de tu servicio, pues en nosotros, con mayor
liberalidad que en otros pueblos, depositaste tu Iglesia I jCon-
cédenos ahora tu misericordia, pues en ella te veneramos, y
ofrecemos en tus altares holocaustos!
Quedó, como dije, conHrmada la jornada en el ánimo del
Rey, bien que muchos, átenlos á su salud, mejor te preten-
dían disuadir de ella, considerándola larga y prolija y con
Gnes no demasiadamente considerables, ni como lo pedian
otras materias tan cuidadosas, que necesitíiban asistir á ellas
con otras prevenciones, como lo pedían las necesidades del
Imperio y las revoluciones que se esperaban en Italia. Despa-
cháronse cartas y convocatorias á los reinos de Valencia. Ca-
taluña y Aragón, á los eclesiásticos, nobles y universidades,
y otras personas á quien toca usar de esta diligencia: á los ca-
talanes, que estuviesen prontos para las Cortes, y á los va-
lencianos y aragoneses, tan solamente se les daba cuenta
cómo el Rey había de pasar por sus provincias. Dejo, pues,
el cuidado con que entraron muchos que poco antes se consi-
deraban fijos en sus dichas y lugares, lo que se murmuraba
en todo género de materias, y aun se hablaba con más des-
embozo que hasta allí . en las acciones del Privado , y sus tra-
zas, finalmente, en constituirse perdurable. Eran muchas, em-
pero, ostns últimas, con implacable wizobra porque no
146
acababa de asegurarge en bu cooceptú cuál da una de estas
dos cosas le armaba más, ó ver á los infantes fuera, ó tenerlos
dentro, siempre rodeados de sus espiíis y conGdtntes. De esta
última se recataba , no le asaltasen a) Rey con avisos y des-
engaños, y la primera, que allá fuera la podría hacer la plu-
ma con más desembarazo, y ¿un trazar, menos salteado de
malsine», su despeño. El suceso estaba ya hecho, rezada 6
escrita la oración, y reducido al Bey, prosperísimo sujeto en
todos sus 6nes; empero ¿ todo lo obrado le faltaba arri-
mar uno de los mayores sacramentos, que era el dar á en-
tender que él no era el artífice ni movedor de estas cosas,
lino que meramente el Rey las había solicitado de su con-
fesor y de sus particulares propios; trela muy usada en todas
sus empresas, levantarlas y cargarlas á Otros, y darse por
desentendido para quien se tas descubría ó sospechaba. De
esta manera, cuando arrojaba las piedras en la casa de San-
doval y llegaban á ¿I con ellas los ofendidos, se disculpaba
que él no tenia parte en aquello , que su tio D. Baltasar de
Zúñiga lo hacia; de que D. Baltasar, sentido de que se le pro-
hijasen tan malos ¿ injustos oficios, le dijo hiriese en público,
pues mataba en secreto, y corriesen por su cuenta y parle
las ofensas que hacia . y no por la su\».
Para esto, pues, en lo más arriesgado de la resolución y
al tiempo de la jornada, juntó al Consejo de Estado, lo cual
fuese notorio á ambos infantes y aun á otros, para que corriese
la voi de que él no era el autor de aquel hecho. En él se ha-
llaron D. Diego Hejia y el confesor, dueños de la maraña , y el
duque de Alcalá , y el Conde: su voio fué', como más antiguo
de los que allí so hallaban, el primero, ó sea el postrero,
como dicen que es uso de a^uel Consejo, y votó que el Rey
no fuese; D. Diego Mejia y el confesor, que ya esiarian in-
dastríados de lo que habían de hacer, y sobre quién bastaba
cargarse el diseño comenzado, votaron que el Rey fuese; el
duque de Alcalá, recién entrado en aqueste Consejo, aunque
en todas materias caballero, bien informado y con noticia
de libros y ciencias, y con aplauso entre los doctos estadía-
146
las, DO habiéndole dado parte en la materia , ni avisado de
los motivos del intento ni de sus conveniencias, más que en
lo superGcial, dijo, muy fuera de los pensamientos del arbi-
tro, bastaba que S. H. fuese á Valencia; con que los dos
votos prevalecieron y pensó qoedaba sobresanado en la sos-
pecha, el conde de Olivares, en los que , esparcido este Consejo,
decían el Conde lo denegaba, y que por no querer no habia
de sufrir efecto la jomada y que no se babia de hacer. Am-
bos infantes, instruidos en las materias caseras bastante-
mente, a6rmaron era treta suya, que trazaba las cosas y luego
por simularse daba á entender que ni las quería ni las hacia,
y en los Consejos y en las ocurrencias públicas lo afirmaba
por deslumhrar á los que andaban atentos á sos ardides y se
los estudiaban.
Con lo cual, prevenidas las cosas, á 12 de Abril de este
afio de 1632, lunes por la mañana, salió el Rey y los infantes
de Hadríd para Aranjuez, dejando para las cosas del gobierno
de Castilla, con órdenes é instrucciones y en forma de Junta,
á la Reina, al duque de Alba [con que le redujeron á Palacio
y se le acalló de los favores hechos al duque de Alcalá) , al
Presidente del Consejo, y al marqués de Galbes, del Consejo
de Estado. Salió el Rey, como digo, siguiéndole el Conde, el
duque de Medina de las Torres y el Almirante , que, con orden
del dia antecedente para él, y condestable de Castilla y para
el conde de Niebla de que cediesen por entonces de pasar á
BUS Estados á formar sus coronelías, les mandaron fuesen a
servir en la jornada del Rey. Respiró el Almirante, á quien
traia no con poco cuidado el suceso, porque ya que una vez
asió el bílo y besóel azote , no queria perderíe de vista ; ha-
ciendo muchas sumisiones al de Licbe, con pretextos firmísi-
mos de enmendar esta vez en Barcelona el orgullo de )a pa-
sada vanidad, que se le aceptó con gusto y hallándose mejor
con esta bagatela en el desprecio de Palacio y tráfogo do la
corte, que con la pac y autoridad de Valladolid. El conde de
Niebla , si bien habia puesto dificultades en lo primero, rehusó
lo segundo, diciendo era muy corto el tiempo en que le ha-
b!an aviudo,^ que no tenia dispuesto lo neoeufiopañ ptr*
tir, como lo pedían sus obligaciones y bu casa, y masen pro-
vincias en donde era menester asistir al nombre y la opi-
nión. y no deslucirla. £1 Condestable, si no respondió coa
tantas circunstancias, dijo se prevendría y saldría luego, y
alcanzaría áS. M en Valencia, sin embargo de que, cuanto á
los efectos de su coronelía, había tenido sus sinsabores con el
Conde, representándole cuan falida y alcanzada estaba sa
casa , y que acababa de dar con su hermano al nieto del du-
que de Alba 100.000 ducados. Esto, por entonces, pasó así;
quizás avisados del conseja de algún jurisprudente, de cuáo
perniciosa cosa era introducir estos géneros de levas de gentes
en Casiilla, y conceder esta prerogatíva, y circunstancia de
poder á los Grandes ó primogénitos, cuando los tiempoé no
admitían ni estaban de talante de introducirlos en esta permi-
sión arríesgadisima, sabiendo cuánto mis importante era el
avasallarlos é irlos llevando en aquel modo, tan admirable
para el sosiego de Castilla y mayor soberanía de los reyes, en
el que les constituyó la sagacísima política del rey D. Fernando
el Católico, que con tanta felicidad suya y nuestra se con-
serva hoy.
Siguieron al Bey el marqués del Carpió, el marqués de
Gobea, P. Luis de Haro, el marqués de Leganés, lodos gen-
titeshombres de la Cámara de S. H.; el conde de Orgaz, el
marqués de Javalquinlo, su Mayordomo, el Confesor, el Pa-
triarca capellán y limosnero mayor; y para las cosas de Es-
tado, que veremos después, al conde de Oñate, hombre en
esla materia de gran lugar, reconocido esta vei con gusto del
poderoso porque iba para dejarle en Barcelona; que para él
los más lejos eran más suBcicntes y más á propósito, con re-
celo siempre no le infestasen la presea, y él llevado de la ne-
cesidad ó de su miserable estado, no le buscase en los mejores
y de más subido punto para volver sobre si y enmendar los
sucesos más siniestros de su reinado. Al infante D. Carlos,
como servidor de la casa del Rey, seguía lañ solamente fray
Domingo Cano, de )a Orden do Santo Domingo, su confesor:
148
al infante D. Fernando seguían pocos, porque iba por hués-
ped del Rey, y con orden expresa y nombrados lan solamentCi
porque se abstuviesen los demás, el marqués de Orani, el
conde de Salvatierra y el conde de Caniíllana, sacado de Se-
villa, donde estaba retirado, por hacer esta lisonja a los anda-
luces y que nos la retornen á los sucesores en la patria, que
á pocas jornadas, por quiebra de salud, se volvió; al marqués
de Orle como Caballerizo mayor, y por Camarero, en lo to-
cante á to eclesiástico y para el rezo, á D. Manuel de Guzman,
para que explorase los secretos más escondidos y asistiese
á la confidencia del Conde, y á revelarle los secretos y mate-
rias contraidas en su pro ó en contra, cuanto la astucia ó
)a maña lo permiiicse, sin reservar ó fallar á las más mínimas
dependencias; y para todo lo demás de su Cámara , ministerio
muy limitado, dejándose á los demás en Madrid quejosos j
defraudados en la reputación y en los o&cíos , en los gajes y
emolumentos.
Quedóse el marqués deCamai'asa, si bien en la Adminis-
tración de Hacienda empero combatido de disfavores y agra-
vios . y quizás dejado con orden por ir matando los recelos del
cuarto del Infante y que el pnrentesco contraído con la casa
de AUamira no los fomentase, ó los procurase sustentar
dando la mano al Hoscoso en todo aquello que alcanzasen sus
fuenas; porque el hacha estaba ya tal, que todos se temian.
Quedóse el Moscoso, V su opinión al arbitrio do lodos los no-
bles y populares, medroso do lo que baria, porque por no es-
pantar el suceso ni exasperar al quejoso, no le dijeron nada
entonces, ni que fuese, ó se quedase; pretendiendo atarle y
suspenderle con que no era nombrado como los otros gentiles-
hombres, pues no era más ipie uno de ellos y se quedaban
otros. No dfjaron él y el Infante de batallar en esta duda;
ambos le decian que fuese apretando, al infante D. Carlos la
remisión; él se bailaba acobardado, sin saber que hacerse;si
se arrojaba, dccia, iba contra las leyes de lo que debe darse
por entendido un vasallo; si nó, que ponia en contingencia el
dueño, el lugar y la privanza, y que la intermisión es muy
149
¡tos señores de la Casa de Austria, |
curándole á la memoria los ejemplos tan funestos de muchos.
Por otra parle, creo yo que le engañaron y le quisieron sose-
gar, y aun componer al Infante con que después iría, y final-
mente,, su miedo ó su flojedad y la maña del sumamente
astuto, le dejaron en el aire, y le derribaron del lugar y
del oficio. Quedóse el conde de Punonrostro, para cuyo
valimiento antes se torció el ardid del Moscoso, que le arras-
tró, y hoy yacen ambos arrancados de sus puestos y luga-
res; y dejáronle al conde de Viilalba, con resentimiento de la
ÍDJuria y de que á personas de su calidad, sin causa legiti-
ma, las deshonorasen de la dignidad de gentileshombres de
lá Cámara. Muchos ocuTrían con facilidad al consuelo, cuando
veían de cuan larga carrera de leguas los libraban , y otrosí , de
no perder las comodidades de sus casas , recreaciones y ren-
tas, de que por muchos años los enajenaran de su administra-
ción y del dar en manos inicuas que se las devurasen. Entre
estos sucesos no dejaba de causar sentimiento la deposición de
oficios en tantos hombres de calidad y prendas ; tantos mayor-
domos, tantos caballerizos de la boca, acroves y corttilerea,
capellanes, ayudas de Cámara y otros oficios, cuya desespera-
ción y toces causaba conmiseración en la Corte, que decian
los dejaban sin aquel ausiiio y sustento dado por servicios.
Finalmente, habiendo llegado el Rey, el dia que dije, i
Aranjuet , al otro dia , antes de partir á proseguir la jornada,
■e envió orden al marqués de Camarasa para que partiese con
brevedad la casa del Infante á Barcelona, ó por las derrotas
de Valencia, ó Aragón , y no más de aquellos que estaban se-
Salados, que apenas pasaban do dos mayordomos, dos caba-
llerizos, tres ayudas de Cámara, y de los demás oficios de
boca muy pocos; para avisar á los incrédulos, que fueran
recibiendo el dolor á paso tardo, y padeciesen en el martirio
con satisfacción , y escarmiento prevenido á los que habían de
volver á la enmienda y á no introducirse con los infantes contra
el gusto del gobernador. Sacó de aquí el infante D. Fernando,
i|ue verdaderamente no había de volver, y asi decía que aque-
^M llajornad
■ á él de Hi
^f horas qu(
160
lia jornada no se habla forjado para otra cosa que para sacarle
¿él de Madrid á Barcelona. Caminaban él y los inrantes, las
horas que subian á caballo, con dos pistolas cada uno en los
srzones; cosa hasta alU nunca usada. Muchos reparaban en
la novedad , y sí yo do me engaño, me pareció gallardía del
inventor, por tocar aquel ministerio al Caballerizo mayOF, y
debió querer biiarrearde la amenaza; y como le murmuraban
de tímido, y le pareció babia subido de punto esta vez más
que otras el atrevimiento, ó le dijeron algo que oliese á esto
sus espías, quiso obtener el ánimo, pOnieudo las andas en las
manos de aquellos que se las fulminaban , é imitación del que
tomó el veneno, conociendo que se lo daban : tan asegurado
vivía en el concepto de su confianza por considerarse absolu-
tísimo dueño de él y de toda la potestad Real.
En ocho jornadas llegó el Rey á Valencia: aguardábale en
la raya D. Francisco Carroz , con las guardas ; el lunes siguiente
al que salió, paró en San Sebastian, monasterio fuera de los
muros, de religiosos de la Victoria; el día entes, en Cuarto,
lugar puesto á dos leguas de la ciudad , salió el marqués de
los Velez, su virey, é ioformóle'de algunas cosas del reino,
del gobierno de la ciudad , y que , aunque al salir de Madrid se
partió con designio de excusar las ceremonias nunciales de la
entrada , personas que venían allí, ó algunas que quedaban en
la corte celosas en todo a consentimiento de que el Rey cumpla
sin faltar á ninguna de sus obligaciones con el oÜcio Real, sus
ritos, pompas y circunstancias, le decían no seria posible,
j cuánto sentirían los valencianos carecer de esta solemnidad,
cuando sus vecinos, y primero que ellos, la habían gozado y
recibido á su Rey con el palio, con publicidad y con fiestas,
y cuánto impugnarían esta remisión los tribunales superiores ó
inferiores, que esperan este día para lucir sus oficios y lograr
fus fatigas. Decíalo así el Virey, con que se resolvió el Rey á
entrar en público. Vinieron aquella mañana, con este acuerdo,
OOD acompañamiento lucido y en forma y con sus maceres, los
tribunales del gobierno secular y eclesiástico, el de la Real
Atidieocia, pretendiendo preceder al de la Inquisición, em-
1«
ü DUDO ae Vencer ésle por voto de algunos, ocárríéñclo i
los ejemplares pasados: al de la Inquisícioa siguió el opositor,
áéste el tribunal del Goberoador, al del Gobernador el del
Bayle general , á ¿sle el de Justicia civil , todos con sus gra-
ma! las de terciopelo carmesí aforradas en tela de oro; á éste
el de Justicia criaiiiial, el de los Jurados, Diputación, el Jurado
en capitulo noble, y el popular, la Iglesia y el Arzobispo:
concluido lo cual, á las cuatro de la tarde, biza el Rey su en-
trada. Fué á la iglesia mayor, donde le salió á recibir el Ca-
bildo y el Arzobispo vestido de pontiGcal con su cruz, canta-
ron el Te Deam laudamos, y babieodo dado gracias á Dios faé
á aposentarse al Real, palacio magnifico fuera de los muros y
i las márgenes del Turía.
Los infantes hablan ido delante en coche cerrado y abierto
parte del tejadillo, lo que bastÓ para sosegar la ciudad , gozar
de las calles, de su opulencia y lucimiento, que en esta parte
es de las entendidísimas y nobles de la Europa ; la fragancia
del aiahar era notable, y con perpetuo aplauso y suspensión
de alguno de nuestros sentidos naturales, parece que se ex-
tendió allí con mayores delicias y verduras que en otra, y
obró más que en otra prodigíosísimamente las maravillas de
fiu Hacedor: mostróse el tiempo prosperísimo al deseo de los
naturales, porque fué en lo más sazonado de la primavera, y
lo mejor de otros años, y aunque el -cielo, en aquella región,
no es favorable en sus lluvias, el arte tiene tan prevenida esta
folla, que con profundas acequias y acueductos inundan y
fertiliean toda la tierra, de suerte que excede en fecundidad
á las más pródigas: es opulentísima en sus frutas, en los na-
ranjos y azahar admirable, con que es probidisima á todo lo
que puede aspirar la vida humana, con que sus habitadores
DO viven con poca vanidad de que fueron mejorados en ter-
reno y cosecha á los demás vivientes.
Aposentado el Rey en el Real, solemnizaron con heslas su
aiisteneia; vio los más suntuosos edificios y templos de la
ciudad y honrólos con su presencia, y aquel, de todas mane-
ras religioso y magnífico, del patriarca y arzobispo D. Juan de
k
Rivera, varón purísimo y de ardientisimo celo en la venera-
cioD del ailar, ejemplo y dechado de prelados y de donde de-
bían aprender la fidelísima distribución de las rentas eclesiás-
ticas, pues Indas las que tuvo las gastó debajo de los decretos
y estatutos de los Concilios, óniesque en vanidades y circuns-
tancias superOúas. Vino á besarle la mano allí el duque de
Gandía, é hicieron los caballeros de la ciudad una mábcsra,
que apadrinó el Conde á caballo, y con infinito número de
hachas; cosa que pareció muy bien á los fervorosos en el
agasajo y el lucimiento, que se hacia mayor cuánto más coa-
fiado de su persona ó de las de sus émulos , abaudonando los
peligros y despreciándolos.
Después de haber es^do allí el Rey ocho dias, proveído á
las necesidades, del reino y de la ciudad y hecho algunas
mercedes, lunes, que se conUiban diez y seis de Abril, par-
tió para Barcelona. Liego aquel día á Uurvíedro, antiquí-
sima población , y no quiso dejar de ver alli los. vestigios ce-
lebrados en la romana historia. De aquí, por sus jornadas,
llegó áTortosa, donde le esparaba el duque de Cardona; be-
BÓte la mano, é informóse de él por menudo de las cosas de
Barcelona. El Duque le refirió, estaba el ánimo de los catala-
nes en la misma obstinación que antes, sí no más, tenaces en lo
tocante á entrar en concesión de algun servicio, y que en io
tocante á la habilitación del señor infante D. Fernando, que
ya se había conferido con el Consejo de Ciento do Barcelona,
con algunas universidades y otras personas de las Cortea,
y le ioppugnaban y aun oponían á esta resolución inacce-
sibles dificultades, y procedían más insolentes. Alegaban, con
las Cortes y libros antiguos, no haber hecho esto jamás, y que
si algun ejemplar habla, estaba tan remoto que no bacía fe ni
consecuencia , antes era contravenir á sus fueros; lo contrario,
la necesidad de los tiempos presentes pedían, y do dar oídos á
esta novedad; que su Rey era el que les había de asiütír, y
ocurrir á sus causas con espacio y tiempo necesario á su ex-
pedición y gravedad de negocios, de que necesitaba todo
aquel Principado y sus subditos, asi nobles como plebeyos;
158
que el ínfaDte D. Fernando no era daefto de las mercedes, y
caso que se le dejníe poder para eelo, serid muy limitado y
con suma prolijidad, y que. anle lodas cosas, para cual-
quiera resolución ó mínimo iralíido, pedían cuatro meses
de asistencia de S. H. en Barcelona. Para quien no pensaba
estar ocho ó quince dias, á lo más largo, era buena pro-
posición esta, y gastar en toda la jornada apenas dos meses de
tiempo.
No quedó el Rey gustoso con la relación del Duque, y
cuando pasó á darla al Conde, si ya ante todas cosas no la
tenia, tampoco quedó sabroso con ella, porque ^a una vez
resuelto á lo coineniado, lo deseaba concluir, y que su con-
sejo surtiese su efecto, ya que el Infante estaba en Barce-
lona y con desaire los envanecidos. Cuando ambos, Rey y
Conde, se vieron y hablaron sobre lo que el Duque había
dicho, resolvieron que, en caso que los catalanes no saliesen
á la habilitación del Infante y pensasen consumirlos con di-
laciones y sentimientos, ocurriendo á la brevedad de la vuelta,
como era justo, por lo perjudicial del tiempo y sus calores no
molestasen la salud de S. M. , se tomase por arbitrio dejar
á S. A. por gobernador de aquel Principado, con pretexto
de conducir alli gente y formar ejército, para de todas ma-
neras reducirle, con la necesidad que se le ha de dar á en-
tender se tiene de su persona, a la obediencia y conformi-
dad en lo tocante á las órdenes y mandatos de S. U. Para
pnliar este, y anle todas cusas ocurrir á las necesidades de
Genova, temiéndose que sobre aquella república quena dar
el rey de Francia y tentar su invasión, y desde alli la del
Estado de Hilan, se habia ya hecho llamar y venir á Valen-
cia, atravesando las costas de Marsella y Perpiñan, al Ju-
que de Turisis. general de las galeras de aquella Señoría, y
conservación de toda la Liguria, y para prevenir este accidente,
honróle S. H. con hacerle de su Cimi-ejo de Estado. Alli dio
noticia de los movimientos que se dejaban sentir en Italia, la
gente francesa que asistía al conGn del DclGnado, los puestos
<liie pretendían ocupar en Vultelina, los pensamientos del
Papa y de otras repúblicas venecianas. Por esto, decia el
Conde, ó para suspender el ánimo al inrante D. Fernando y
resfriarle en el amor del Moscoso con la diversión, había
hecho saliesen del Puerto de Santa María, con su general el
marqués do Viilafranca, ocho galeras de España con la más
gente que pudiesen ; que de Ñapóles habia cuatro en el
muelle de Barcelona, que de Sicilia se esperaban seis con la
¡nfanteria española que asistía á la conservación de aquel
reino, que al marqués do Montenegro se le habia mandado
venir do Italia, si no tanto por la necesidad que había de su
persona, por quitárselo al Papa, no se valiese de él en sus
acuerdos, y que con este designio pretendía sacar de allí los
mejores soldados y capitanes, como asi lo habia hecho; que
de los hombres de armas de Castilla había ya alojados en Ca-
taluña et pié de 1.500 caballos, y con esta gente y la que
Be esperaba de Sicilia y Ñápeles, pagada y escogida, se acu-
diría á armar al duquo de Orleans, que por el Languedoc ve-
nia á Marsella á levantarse con ella, si perseveraban en la
constancia los naturales; ó si no, era bien, para cualquier ac-
cidente, que por ley y cortesía le esperase S. A. en Barce-
lona, y para lo que no se pudiese acometer por Marsella se co-
menzase por Perpiñan, -y de todas maneras se asegurase la
persona del duque de Orleans, y se le preparase defensa y
hospedaje decente á su persona.
Abrazó el Rey el parecer de dejar por gobernador al In-
fante; y esparciéndose entre todos lo que el duque de Cardona
había dicho al Rey, por su yerno D. Luis de Haro y su coa-
suegro el marqués del Carpió, que introducido en los infantes
dijoles cuan desesperado estaba el admitir, para acabar las
Córtüs, al infante D. Fernando , consiguió el Infante aún alguna
esperanza de volver á Madrid , y aun lo creyeron los criados;
empero no sabia la nueva treta que le habían armado. Esto fui
lo que el Conde dijo en su oración, que para las dudas y difi-
cultades del suceso de la jornada iría pensando: (¡partos de tan
monstruosa cabeza!) El infante D, Fernando decia, que si él
era habilitado y le dejaban para acabar las Cortes, que calla-
166
ría y se ajostaria á la obediencia de hermano tercero , por-
que para utilidades del sosiego público y para servir al Rey
habla nacido ; mas que en el caso que no admitiendo su per-
sona los catalanes, le dejasen , sin embargo, que hablaría á su
hermano y le diría las trazas del Conde y cuanto habia pa-
sado; le representaría el estado -de sus cosas, el de su go-
bierno, y. le diría la ambición tan insaciable de mandarlo
todo, hasta subordinarlas mismas personas Reales , y cuan
ofendida estaba su autorídad de esta sujeción , y el mundo
espantado de la tiranía de tal hombre. Persona bien infor-
mada de todo le respondió , no se diera á creer ignoraba el
Rey lo sucedido, antes se persuadiese estaba enterado de los
más mínimos puntos y circunstancias. — Si , respondió ; mas
DO será con la legalidad que se debe , sino como le conviene
y como le arma mejor al fabrícador. — Como quiera que sea,
le replicó, lo sabe, y Y. A. se vaya previniendo de pacien-
cia y sepa, encaminase todo este ruido á dejarle en Bar-
celona.
Corrió de tal suerte, como queda dicho, la voz de lo que
el duque de Cardona dijo al Rey, y él se dio de manera por
entendido de que ya todos lo sabían , que porque sus desig-
nios no sé tuviesen por desvariados, viendo que en tiempo tan
corto como se llevaba determinado no era capaz de concluir
empresa tan ardua, en la ocasión que más le plugo y cuando
estaban allí los gentileshombres de su Cámara que más pre-r
sumían de entendidos y capaces en esta materia , para sacar
del alborozo á los que lo hablan concebido, dijo: — Yo no
voy á Cortes: y calló; queriendo dar á entender que su jor-
nada llevaba fines y particulares muy diferentes. Sin em-
bargo de que lo más legitimo era dejarse aflá al Infante, y
que la pasión de esta acción subordinaba las otras y las más
esenciales y las que la necesidad de los tiempos pedían , y
todas se dejaban por éstaj ibase paliando entonces todo lo
posible con diferentes -pretextos , hasta su fin y dejarla en
perfección, porque de lo contrarío no naciesen algunas dificul-
tades que lo embarazasen, y no llegase á colmo su cumplí-»
166
miento, dejando en lladrid conBdeoles de la sangre que avi-
sasen de lodas las más mínimas cosas del Hoscoso, de stu-
pensamienlos y trazas; y en los correos se procuraba ioquirir
por las canas parte de sus cosas, y aunque se prevenía para
ponerse en Barcelona, no dió cuidado por enlónces este aviso,
porque para el lance más apretado dejaron su disposición.
Aliorn se ejicftmíi>abaQ á lo primero, como di^o., dándole
á entender al Infante que su persona en Cataluña se deslinaba
para grandes cosas, y así se conduelan aquellos moderador
aprestos de armas , vanos á mi parecer, porque también cre-
yeron sacar de camino, sin embargo de no haberlo pndido
acabar en Paris D. Gonzalo de Córdova , que lo orreció de parte
del Rey, la composición de su madre y hermano, y que el rey
de Francia desistiese de las solevaciones que tenia introduci-
das en la Europa contra la Casa de Austria y desolación de la
monarquía. Acordáronse de la liga del año de veinticinco con
el rey do Inglaterra y Francia, y los demás protestantes, en que
se incluía el duque Carlos de Sáboya, fragtiaiía por el duqoe
de Buquingam , y que consiguientemente, -el de veinte.^ seis,
saliendo el rey de Castilla á las Cortes, do USdoa lre& reinos,
de Aragón, Valencia y Cataluña, recelándose de aquí el francés
que el Rey con esta cautela iba á ponerse en campaña , y que
queiia desempeñar el atrevimiento de haber entrado por
Italia, y que le había de meter grueslsimos eiércitos puf sus
tierras, y que la potepcía'de España puesta con su Rey á la
par es poderosiaima y muy digna de temer, con. brevedad en-
traron en la paz, y el emb^ador del CristianÍBigiO, que es-
taba en la corle, llevó firmadas las condiciones á Monzón;
con que so serenó esta tempestad, y se desapareció la genta,
cuando á la vista del Estado de Milán , atravesó el. Honferrato
y quisn escalar á Genova. No estaba entonces nuestra opinión
tan caida, ni tan en baja fortuna el nombre español como hoy
le han puesto la flojedad de nuestras materias, las pasiones
propias domesticas y caseras, de que vamos escribiendo, con
que ya nos han perdido el miedo, y van preguntando por las
provincias ti aomos aquellos que aplaudió la voz común de
167
las naciones y la variedad de las historias en distintos idio-
mas, por razones de emdielon y elocuencia. T puédese esto
creer muy bien, pues el rey de Francia, informado, como se
debe inferir de un enemigo, del estado de nuestras cosas, per-
siste en sus intentos, alienta sus confederados, da prisa á los
holandeses á que se adelanten en sus términos y embaracen
nuestras fuerzas, hace que el rey deSüecia prosiga la entrada
en el Imperio, carga con gruesos regimientos- los confines de
la Picardía, Loréna, Luiemburgo y el DelGrtado, y a^in por lá
banda de Leocata, con que se hace temido y de superior repu-
tación y fortuna á todos los demás príncipes. De manera que
nuestros ardides todos salián vanos y sin frutos, y aún no los
entendian , ya comenzábamos, á entrar en el desprecio de las
üaciones forasteras. ¡Y aún cluieren recobrar los más t'eligiosos
los feudos que por larga carrera de años teníamos por el valor
y grandeza de ánimo de nuestros mayores!
Seguíase i esto, también, que viendo arrimar algunas ar-
mas á Barcelona creerían era para obligarlos á conceder el
servicio , y querrían antes de eiperimentar el castigo abrazar la
enmienda , con que podría ser se consiguiese el fin de la em-
presa; y en primer lugar, dar calor á la acción, de que ya se
tenía correo, se habia obrado en Roma. Pedia el Rey al Papa,
como veia sus coronas rodeadas de tantos enemigos, no sólo
las suyas empero las de los principes de su casa, que para
obrar á tantos' cuidados como le combatían y salir á ellos con
desahogo, le concediese la media anata de todos los bene-
ficios eclesiásticos de sus estados ó del de Castilla, ú ocho-
cientos mil escudos sobre los clérigos, ú otro subsidio á esta
traza no menos grave. El Papa procedía en esto con remisión
ora fuese por su conciencia, ora por los gemidos de que tenia
noticia se daban en la pobre Castilla , y aun en toda Espafta,
por la intolerancia de sus gabelas, de que ya no podía respirar.
Otros exploradores, más diligentísimos de cualquiera humana
intención , decían era condición suya y fines particulares su-
yos, y aversión obstinadísima á nuestra nación y á las cosas
de España , por ser naturalmente francés. Anrimábasele á esto
15S
que siendo padre de la Iglesia , y viendo la ruina que estaba
para correr la cristiandad por los enemigos que la infestaban,
nos socorriese con sus tesoros; siguiendo en esto á los demás
pontiGces sus predecesores que tan larga y piadosamente lo
hicieron, é hiciese los oficios de tal ; con que, estimulado de
unos y otros infelices sucesos, los cuales se dejan considerar
en esta inscripción, y viéndose desamparado de todo humano
socorro para cualquier accidente que quisiere intentar, resol-
vió de protestarlo en aquel Colegio Apostólico, dando á en-
tender, á todo lo secular y eclesiástico y á cuanto se incluyese
en ambos polos de la tierra, era la condición del Papa la que
tenía el mundo en tales trances y miserias, y que debajo de
su infectuosa inclinación y apoyo rovolvia el rey de Francia
toda la Europa, y estaban orgullosos y con sobradas fuerzas
todos los émulos de la Casa de Austria, asi católi(!05 como in-
fieles, que la pretendían turbar y que corriese fortuna, y aun
estaba para fracasar. Para lo cual , después de haber ordenado
una Oración, la cometió al cárdena) Borja para que la exor-
nase en el Consistorio cuando más pleno se hallase de todos
los cardenales. Llegó, pues, á tas manos del Cardenal, y aun-
que, con orden que para ello tuvo, procuró rehusarlo, y hablar
al Papa en audiencia secreta y reducirle á lo justo la necesi-
dad urgente y la petición del Bey; rehusólo el Papa, por las
quejas de acá dadas á su Nuncio , que debió de avisar de esto
á 8 del mes pasado , que fué Marzo.
Entrados todos en Consistorio, y precedidas algunas cir-
cunstancias forzosas por los Cardenales de diversas condicio-
nes, mandando salir la gente fuera, solos y cerrados, comenzó
el Cardenal á proponer las iglesias vacantes de £spaña que
le locaban por oficio, lo cual acabado, calló por un rato; co-
menzó á proponer su oración en lalin que, porque se lea más
sabrosamente, después de baber referido los lances de esie
caso, pondré aquí como me la enviaron traducida. Prosiguió,
pues, el Cardenal, y alterado el Papa con las palabras, ante-
viendo adonde se encaminaban, le dijo en latin por dos ve-
ci's; — Tace. tace. El Cardenal, humillando la cabeza y modes-
159
lando el semblante, se suspendió un poco; mas viendo para
lo que estaba allí y cuánto importaba á su Rey este hecho,
prosiguió, y asiendo sin perder el hilo de los puntos donde
dejó su oración, la prosiguió. A otro breve número de ra-
zones revolvió el Papa, y con más impaciencia le dijo que
callase, repitiéndoselo por dos veces; mas el Cardenal, persis-
tiendo como fidelísimo español y vasallo de prendas tales, pro-
siguió. Volvió el Papa á mandarle que callase lleno de ira, y
dijole que si hablaba como Cardenal, que no tenia licencia, y
que si hablaba como Embajador, que no era aquel su lugar,
sino donde lo acostumbraban los embajadores; que le pidiese
audiencia, y se la daría. El Cardenal respondió, que hablaba
como Embajador y como protector de España en la causa de
Dios y de la fe ; el Papa le replicó que no lo merecia el amor
que le tenia oficios tales, y que siempre á cualquiers^ de sus
designios se le había mostrado contrario (y prosiguió preten-
diendo herirle y calumniarle el afecto), y particularmente en
lo de la guerra pasada de Mantua, que pidiéndole socorro á
él y á todos los cardenales para ocurrir á las necesidades
públicas y del estado de la Iglesia, sólo él se le habia opuesto
y denegádosele. A esto respondió el Cardenal , que en dos
congregaciones en que se habia propuesto esta materia, en
la primera habia ofrecido toda su hacienda á Su Santidad,
empero que hablando después sobre esto con el conde de
Monterey , le respondió que era supérfluo ^ste socorro que Su
Santidad pedia; advirtiendo que cuando las armas del Rey
Católico y del César están poderosas en Italia, entonces ne-
cesita menos la Sede Apostólica de tales auxilios, pues es
cierto que ambas potencias no le podian faltar, y que de
parte del Rey le habia ofrecido los suyos; y que, en la se-
gunda congregación, representando estas mismas razones, no
le habia parecido yerro excusarse, ni que por esto creia habia
faltado á sus obligaciones.
Encendido , pues , todo aquel Sagrado Colegio con estas
controversias entre el Papa y el cardenal Borja, y habiéndole
tocado á él el entrar en esta batalla por no haber Embajador
IM
en Roma, y no haber aún dejado llegar & ella al marqués de
Casiel-Rodrigo, detenido en Genova por circunstancias poco
favorables á RUS servicios, prosiguió la contienda, y levantán-
dose el cardenal de Sanio Onofre, hermano del Papa . y enca-
minado hacia el cardenal Borja, se le opuso con las mismas
palabraü que el berniano, diciéndole por dos veces que callase.
Ayudó al hermano del Papa el cantenal Colona ; qtie con este
afecto se h.illaron siempre \o3 italianos contra la fe de España,
y de este semblante corren hoy todos. Pretende éate tener
queja de que no favoreció España Ta pretensión de su Capelo,
y que sólo se lo debe al Papa . y también , porque habiéndole
hecho el Papa arzobispo de Milán esta retenido en España el
nombramiento. Es primo hermano del almirante de Castilla,
y habiendo estudo en España a captar la benevolencia de la
primer^ pietension, y habiéndole hecho Suniilter de coriin*,
viendo no arribaba al tin de su deseo, y que no surtia con
calor el ascender á aquella suprema dignidad, él y el Ursino,
dejaron la corte y sus oficios, y mal contentos se volvieron á
Italia á solicitar del Papa lo que con el Rey y el Ministro no
consiguieron. Asi no hay que espantar, que la devoción esté
pronta , y entre nuestros yerros no deja de ser éste el más ca-
pital y el que nos tiene con poca aGcion para con los ex-
tranjeros, y aun para con los naturales nos hará gemir. Siguió,
pues, el cardenal Colona, como dije, Cl dictamen, y con las
mismas palabras del Papa dijo á Borja, que aquel no era lugar
de hablar.
Al cardenal Santo Onofre se opuso el cardenal Sandoval,
que sí supiera como acá le andaban tratando á su hermano
Don Antonio de Hoscoso pudiera ser que entrara con menos
ardor en la palestra r empero á la singularísima virtud del
Cardenal, á su fidelidad , á la constancia y obligación espa-
ñola, no hacoa mudar semblante tales encuentros. Fueron
hechumsambos, SaoduviU.y Borja, de aquel varón admirable
en todas acciones y que no tiene segundo, D. Francisco de
Sandoval y Rojas, duque de Lenna, el grande, que este bipér*
hole han dado en esta edad á alguno, y habiéndole yo rehu-
161
sado en iodás, esta vez se le cayó á la pluma de la boca, ño
sin particular prudencia de la razón, porque para los vasallos
de nuestras coronas, en mi opinión y en la suya, juzgando
dcsapasionadaniente, por la magnanimidad de eus obras y
por la felicidad y prosperidad con que les fué padre ütilisímo
ó todo cuanto pudieran esperar, sin serlos cuchillo, le toca
este título más juslamente que á ningún otro héroe de nuestro
siglo. Fueron el cardenal Sandoval y el cardenal Borja, el
uno sobrino-y el otro primo del Duque, <^ue impetró sus ca-
pelos con Paulo V: semilla que, aunque se afane la envidia,
permanecerá, porque ta sembró su mano en el servicio de la
Iglesia , del Bey y del bien público; porque lo fué en honrar,
gratíGcar, levantar, opinar, ensalzar templos, cdiUcios y hom-
bres; imitador generosísimo del ornato de la naturaleza,
porque siempre estaba produciendo y brotando en beneficio
de los vasallos, y que ánles que ella se borrará del mundo,
de la memoria y de la posteridad otra cosa, y la preservará
ésta de la dañada intención de los malos, y ta colocará á la
par de las mejores y la fecundará en toda bienaventuranza.
Digo, pues, porque vamos corriendo con nuestro suceso,
que al cardenal Santo Onofre , hermano dei Papa , que antes
en sus menores fortunas había sido capuchino, so opuso el
cardenal Sandoval , y le dijo, en el idioma latino que alli se
usa y aquí se traduce: — ¿Tú, capuchino, cou tan gran varón
como el cardenal Borja, tienes atrevimiento y hablas en ese
estilo? El Papa, entonces, solicitado del amor propio y de la
sangre, dijo: — Bien puede hablar. A que revolvió el Carde-
nal:— Vuestra Santidad que está presente, basta para repren-
der y hablar por sí, pues es tan suRciente para todo. A esla
sazón se levantaron ios cardenales Bentinibolio y Escalla, y
con ruegos y palabras amorosas procuraron apaciguar esta
discordia, llegándose el uno al cardenal Moscoso y el otro al
cardenal Sanio Onofre, con que vohieron á sus asientos y á,
sosegarse ; y el Borja, que suspendió pasar adelante por no
encender más la materia é ira del Papa y que le agravase con
alguna censura, en cosas tales muy posible, hallándose con
k
razones roriosisimas para no proseguir en la oración comen-
zada, interrumpida por tres veces, dijo al Papa: — Pues Vues-
tra Santidad roe manda callar, hable por mi este papel. T
dióle el que contenía todo lo que llevaba que proponerle y
manifestarle. El Papa lo tomó, y bajándose de la silla se en-
tró en su cámara. El cardenal Borja, antes que se salieran del
CoDsistorio los sujetos que allí habla, dio un traslado al car-
denal Pío, como á cabeza de los obispos, otro al Ulbaldina, da
los presbíteros, y otro al Dobradino, de los diácQOOS, porque
coDstaso á todo aquel sagrado Colegio la protesta que S. M. le
habia mandado hacer, y que Su Santidad no le dejó acabar.
Las razones tan pías que á esto le movian, las urgentes ne-
cesidades de toda la cristiandad, tan dignas de remedio y de
asistencia, lo digan, y si el que es Vicario de Cristo debe con
más fervor celar esto, por ser la causa más propincua y el
derecho de su dignidad más honorosa. La protestación es esta:
■ Luego que el serenísimo rey Católico do España entendió
la liga de los herejes con el rey de la Suecia, y los estragos
que en Alemania recibiaa los católicos, siguiendo las pisadas
de sus progenitores, que, peleando más por la Religión quo
por el Imperio, ganaron este religioso título, dispuso su con-
sejo y fuerzas para acudir luego á tanto peligro; y así [pos-
poniendo sus mismos intereses en las Indias, en Italia y en
Flandes], socorrió al Emperador con gran suma de dinero, y
en Flandes mandó á su gente que resistiese al sueco mien-
tras apercibía la potencia de sus reinos para enviar mayor
socorro. Pero junto con esto, advirtiendo que las armas de los
herejes, conjurados en todas parles, no se podían remediar
cómodamente sino con las comunes de todos los católicos, acu-
dió á Vuestra Santidad , Padre común de todos, pidiendo hu-
mildemente, con la mayor instancia que pudo, que no sólo am-
parase esta causa, contribuyendo con el dinero que más libe-
ralmente pudiese, sino [lo que más importa) que avisase á
todos los principes y pueblos católicos del peligro, y que los
amonestase con veras que, para defender prestamente la causa
do la Religión en ton presente peligro, uniesen sus fuerzas, y
163
que se mostrase Voesira Santidad en esta ocasión, con aposld-
lica solicitud , tal como m han mostrado sus santísimos y cla-
rísimos antecesores que, levantando á manera de trompeta la
vos apostólica, animaron todas las repúblicas cristianas á glo-
riosas confederaciones, para el reparo y aun para la propaga-
ción de la fe. En lo cual, S. M., con justa razón, se prometía
que Vuestra Santidad se habia de aventajar con ejecutoria por
su prudencia y piedad; pero como cada dia crecen los dafios y
Vuestra Santidad hasta ahora dilata el remedio, me ha man-
dado S. M. que todas estas cosas, que privadamente diversas
veces han sido repetidas á Vuestra Santidad por los reveren-
dísimos señores. cardenales españoles y por mi, las refiera, en^
su nombra también, en este amplísimo Consistorio, para que
cuantos reverendísimos padres se hallan aquí presentes sean
tantos testigos, delante de Dios y de los hombres, de que S. M.
no ha faltado á la causa de Dios, ni de la fe, ni con diligen-
cias, ni con autoridad, ni con obras. T asimismo me mandó
protestar, con la humildad y la obediencia debida , que cual-
quier detrimento que padeciere la religión católica, no debe
atribuirse al piísimo y obedientfsimo Rey, sino á Vuestra San-
tidad.»
Luego que el Papa leyó este papel , no dejó de eiasperarle
el ánimo y ponerle de peor condición; empero, como poco
después de este lance sucedió la salida del Rey de Madrid y
vio las prevenciones de armas que se conducían á Barcelona,
procuró, tolerarse, y con remordimientos de conciencia di-
simular y cubrir sus discursos y satisfacer al Rey; para lo
cual partía de allá un Legado, como se decia, y de acá se
pre venia el Nuncio, y salia á buscar al Rey por el camino de
Aragón. El conde de Monterey, virey de Ñapóles, atento ó
avisado por el Rey de este hecho, viendo la resolución de
Roma, el sentimiento del Papa y desobediencia de cardena-
les, y con recelo de que en ambas naciones española y francesa
no se despertase alguna alteración ó movimiento, ó que el
Papa; como se le antevia , no reventase y pusiese en obra sus
acuerdos con el dinero que dicen tiene recogido, y artillería
14M
fundida de algunas estatuas erigidas en la antigüedad de Ro-
ma fabulosa, ó de algunos esclarecidos varones y por exce-
lentes artífices, reforzó los lugares del confín con gente y
municiones, y seitaló tres plazas de armas, et Aquila, Civita-
ducal y Gaéia, y prevínolas de capitanes y soldados, con lodo
lo demás militar y forzoso. A la misma hora llegó de Alema-
nia, y de parte del César, el cardenal de Estrigonia , acompa-
ñado-de mucha gente húngara, creo yo gue á la misma de-
manda y á las mismas protestas, y á pedir socorro contra los
infieles enemigos áe nuestra santa fe.
Todas estas cosas, no dudo yo que no serian de grande
freno y confu!iíon para el Papa, y más viéndose agravar de
las dos columnas firmísimas de la Iglesia y de los dos polos
formidables de ]a Europa, y en una cosa tan escandalosa
como decirle, que no sólo no socorre las necesidades de la
crÍEtiandad . sino que á su sombra se turban y destruyen los
Estados alemán y español, y los quiere invadir la herejía, que
s6]o se apoya en el auxilio de Francia, cobrando esta osadía
porque no se ha mostrado afecto á esta corona No tienen los
píos Pontífices necesidad de estos avisos, antes á la primera caja
salir á ellos todos los que tienen seña de católicos, contra la
perversión de la canalla^ y pues es el pastor que está en el
otero por facultad divina y providente para dar esta voz y
«ste aviso, no hay que esperar á que se le den que le di-
rán que duerme ó que vacila, y conspirarán ios más fieles á
su disposición, y lo tendrán por justo. Sin embargo, muy digno
es de ponderar este hecho, y de poner en él toda obediente
tolerancia y de ocurrir con paciencia á los preceptos evan-
gélicos. Padre de la Iglesia; los afectos de hombre conviene
que los supla ó los vista la prudencia , asistiendo al ruego y á
la caricia, el más rigido natural, y con estos ingredientes y cor-
roboraciones pasará de intratable á amoroso y blando. Con-
viene también en esto, no degenerar nuestra victoria y de
aquellos en que fuimos estimados, y dar á sentir, á los que
no nos atienden ó conjuran contra nosotros, cuan poco nos im-
porta el desdén de uno á algunos, si seguimos lo justo, si pe-
165
leamos por la verdad y por la religión , y observamos los pre-
ceptos de la ley de Dios; que podia ser que aqui esté nuestra
felicidad. Por no haberlo hecho ó no acudir fervorosamente
á la enmienda, ¿quién duda que saldrá Dios á mantener su
casa y quebrantará la cabeza de sus enemigos, y á conservar
en nosotros la Iglesia? No faltando al derecho divino, no es
grande exceso el inclinarse el espiritu más libre á la devoción
de aiguD particular humano: por donde conviene también ad-
vertir, y sin duda es menester darnos á creer, es alguna vez
forzoso suframos de tan buen corazón , que como las otras na-
ciones llevan que los Pontífices sean favorables á la nuestra,
permitamos que también sean afectos á la suya; pues nues-
tras obras tal vez no lo merecerán, ó no hemos sabido fabri-
carnos mejor fortuna.
Prosiguió el Rey su jornada, y llego á Tortosa; digo, saÜa
de Tortosa, y por Tarragona, corriendo el CoU de Balaguer,
siempre á la viáta y costas de la mar, llegó á Villafranca , lu-
gar á pocas leguas de Barcelona . tan á disgusto de aquellos
pueblos, que era rigurosisimo el despecho con que quedaban
de que no les asistiese un dia sólo: deseaban verle, y que los
viese, y gozar de su presencia; empero era diligentísimo en el
caminar, presuroso en el salir y precipitado en el volver, -tanto
que no parece salia á cosas de importancia niá forzosas; y asi
perdió esto, y áuo perdió algunas, anteponiendo tas- cosas
de su gusto á las útiles. ¡Indigno proceder de Principe, que
debe estar antes atento a las materias prudenciales y políticas,
aunque le sean graves, más que no á las que le regalan, si
son deliciosas; porque son perjudiciales al decoro y á la fa-
tiga en que se debe instruir un buen Principe que ha de mi-
litar en honra y reputación y á la ascensión de gralide, que
sin estos instrumentos no es posible aunque más se lo aplique
la lisonja! Por este modo, los de Tortosa, indignados de-la
presteza de su fuga, porque apenas llegaba á las seis de la
tarde y al amanecer ya no quedaba hombre en et lugar, por
donde les parecia que apenas le vieron, juraban de no ser-
virle en las Cortes de Barcelona.
166
Llegó, como dije, á Villafraoca, y se hospedó en la caía
de UQ caballero, César Babau de Villalonga, que siendo la
casa dejación del rey D. Jaime á sos ascendientes, se la dio
con tributo de que cada vez que por allí pasase Rey de la
Corona, se la había de dejar y salirse do elln, tenerle preveni-
das y aderezadas cuatro camos, y darle doscientas escudillas
de palo, ó diez y seis ó diez y ocho vasos labrados de lo
mismo. Yo lo vi todo esto sobre un bufete , que díó no poco
en qué entender, y ponderar de cuan menudas cosas se com-
ponía el uso y donaciones antiguas. De este lugar entró el
Rey en Barcelona, lunes 3 de Mayo; fuese á hospedar á las
casas del duque do Cardona, deshonorado ya por la venida
del Rey , por lo quo se pensaba hacer con el Infante, en el
oficio de Virey; besóle la mano toda la grandeza eclesiás-
tica y secular, y á otro día se procuró cerrar con las Cortes.
Salieron los tratadores antiguos á la lucha, el marqués de
Liche y el marqués de Leganés; y no se mostró tan fervo-
roso esta vez el duque de Cardona, cansado de algunos par-
ticulares suyos mal despachados,^ y por lo que le obligaron
á dejar la Presidencia de Órdenes en la corlo del Rey. Lleva-
ron, pues, los tratadores su embajada á los brazos, eihortán-
doles al servicio del Rey, no queriendo bablar entonces de
la habilitación del Infante, presintiendo sí en aquellos pocos
días que se habian de estar alli, se podía salir con él y ven-
cer la dificultad; proseguía, pues, la embajada , en que de-
cía S. H. convenía á su salud el estaren Madrid qd todo aquel
mes de Hayo, no se la da&aseo los calores ; pretexto digno de
atender en vasallos,
Diéronse, pues, manos á la obra; mas ellos, tan rebeldes
como de ánles y contentos del tiempo tan corto y preacnpto,
asaron de bus cautelas y ardides, y dijeron era menester se
volviesen á habilitar tas personas Contenidas en las Cortes;
donde no, que no se podían comenzar. Perribáronles este ar-
gumento, diciéndoles que no se comenzaban , sino que se pro-
seguían; que es habilitar reconocer á los que les toca entrar en
las Cortes, ver sus privilegios y títulos si son legítimos, reco-
noeer los libros de las Góries {Mtfadas, si están allí aquellas
familias , y admitir á los qoe en el intervalo han aloanxado de
los reyes esta honra, y darles licencia j>ara qne entren si
presentan papeles que lo jostiBqnen^ Ventilóse, pues, este
punto y vencióse, que no fué poca dicha, porque sino habia
poco tiempo en muchos dias para concluirse y pasar á la sur*
tancia. Habíase encomendado esto al conde de Santa Goloma,
creyendo que por bien visto arrastraría á los pertinaces, des-
oonBados de la emulación que allí tienen al duque de Car-
dona; empero salió en'vano: gastaban el tiempo en cosas me-
nudas y en disentimientos pasados y prolijos. De sentir es
proponer un hombre los agravios que ha recibido , y entre
tanto que no se le satisface, empantanarlo todo, como al fin
se hace, sin pasar adelante, apellidando contra los impugna-
dores que aquello es de sus fueros y estatutos establecidos
en el libro verde. Gastábase, pues^ el tiempo, y estaba ya
-casi al fin de ochp^ias, suspendiendo los cortesanos en fies-
tas, corriendo faquies y otros bailes en que aquella ciudad
es prodigiosa, y en que se gastasen alli el dinero, y los doblo-
nes quedasen para trentines: codiciosos y advertidos en esta
traslación, hicieron grande opulencia de la malicia de su lu-
gar en gruesas compaftias.
A esta hora llegaron ocho galeras de España que venian
para el decoro de aquella playa y para llevar la capitana,
fabricada de nuevo en aquella atarazana, y varar otra galera,
ó ya sea para otros fines, ufo vino alli el marqués de Yilla-
franpa, cosa que dio que admirar, resentido de que habiendo
estado muchos dias en la corte, ni se ocurrió á las circuns-
tancias de su oficio, ni á la falta de provisiones, ni paga de
los soldados y sueldos, principal cuidado en un general, ni
aun á hacerle merced por sus muchos y grandes servicios , y
los de su padre y pasados. Decian que el marqués de Villa-
franca no habia venido á la corte á otra cosa, sino á represen-
tar á S. M. y al Consejo el estado que tenia la escuadra de
Espafta, su mengua, su falta de todo, y cuan deshecha estaba
su milicia; que aquella escuadra era importantísima para
168
defender el Estrecho, ahuyentar los enemigos de toda la Uau-
rítania y Levante- y hacer rostro á los del Seplenlrion. Oíase
todo esto como cosa de hurla, creyendo que más era bene-
ficio do general que de común aquella propuesta. Opinión
miserable en que hoy corren lodos los hombres de bien, y
en que han puesto al Principe para con sus vasallos, y no
ta menor circunstancia de la ruina y calamidad del estado
Real.
Esta misma fortuna corría D. Fadrique de Toledo, su her-
mano, en lo tocante al ministerio de la armada Real del mar
Océano: percibía el primer ministro el mismo concepto, y
dicen , decia era superQua aquella armada para aquel estre-
cho, que no servia sino de- llamar allí los enemigos, gastar
millones, y que el efecto era moderado; y que no por eso
dejaban de pasar los septentriones, esperando tiempo y for-
tuna. SÍ «ste discurso ¿(^ hubiera hecho cuando el enemigo
desembarcó en Cádiz, y no estuviera allí aquella poca milTcia
ni por caudillo el marqués de Villafranca, la tomaran y aun
pasaran afielante Estaba, pues, ofendido D. Fadrique de
verse defrauíJado do la estimación en que estuvo aquella ar-
mada, que se ta habían deshecho, no los enemigos sino las
artes del primer ministro, emulando que medraba y estaba
bien reputado. Si el oficio no es de acrecentamiento para el
dueño, si no se puede honrar en él , adelantarse y subir y as-
pirar con los bcnencios á las empresas, la fatiga, defraudada
de ta utilidad- y de los honores, con dificulUid será apetecible,
ni la buscarán : sí no, mire él por qué quiere tanto el de Pri-
vado, sino por tos buenos bocados, honras, preeminencias,
dictados, encomiendas y oficios que te rodean. Estaba otrosí
D. Fadrique harto de pasar al Brasil á recuperar ta bahía de
Todos Santos y la ciudad del Salvador; de hacerle ir por la
plata y dolos, y á desarraigar de algunas islas, cerca de Cuba
y de la Española , á los mismos que las robaban; y cuanto más
satisfecho de que habia servido en aquellas cosas, más pan
un hombre de otro porte que del suyo, y cuando combalido
de tormentas, de largos rumbos y otros afanes metía la
vida de la monarqafa por b bahfa.de Cádiz y barra da Sañ-
liücar, y cuando esperaba ,* por estas misipas eosas y las ejer-
cidas, que habia de hallar en el agasajo del ministro, como en
la otra era, el premio de sus Tatigas, era esperado de un al-
calde y de uno de la Conladurla mayor de Cuentas, y regis-
trado cuanLo traía, sin perdonarle hasta las mismas faltrique-
ras. Si esto debe sentirse , los que son hombres de prendas lo
digan ; y si esto se bace coa los soldados y. con tos héroes do
tanto valor, y que han peleado tantas veces con holandeses,
deslroiáodoles y echándoles á fondo sus armadas, ¿qué mticho
que se contenten con los humos de sus hogares, con los re-
tiros de sus aldeas y con la moderada porción de sus rentas?
Sentía esto D. Fadrique, y que-el ser general de la armada
'Real del mar Océano le hubiesen desvanecido nuevas ma-
terias, las cuales tenían el Estado en balanza, sin lustre, sin
honor, sin respeto en los enemigos: y asi, ¿qué mucho que
se atrevan á trastornar el esplendor de los que se hacían lu-
gar con sus obras? Estaba informado; los puestos pervertido?,
defraudados del honor y del premio los cabos, atendiendo ú
DO más el ministro, sí fundaba un juro, si anadia un cuarto
á su -casa, si se trataba con ornato: A este tal, aunque hubiese
escalado los muros de Ostende. arrasndo á Barselli, ganado á
los franceses muchas batallas, que sus ascendientes prendie-
ron al duque de Sajonia en Alemania y a Francisco en-Pavia,
00 importaba un clavo. En le que se ponía la mira era en
que nadie creciese ni aspirase ¿los triunfos; á esle tal le
trataban como sí hubiera hecho lo contrario. Y esto viso lle-
vaba el progreso de nuestra jornada ; y asi los dos hermanos
pasaban esta carrera taii lastimosa , y por ésta ínrinitos, y
aun todos: menos aquella parteciUa qíie á él le estaba sujeta y
do[DÍnaba con imperio, los demás, grandes y pequeños, to-
dos morían á hierro , sin consentirles respiración. ¡ Era terri<
ble, y le más infelít que se vio! ¡Y que pase un Rey por ella,
sin reparar en su desestimación y ruina!
Vio el Rey entrar las galeras, á cargo de un cabo sin nom-
bre, faltas de cuanto habían menester; y con haber otras
170
cuatro allí deNápotes. rotas y desaparejadas, creíamos «jut
teníamos algo. Apretóse cuanto se pudo el suceso de las Cor-
tea, y liallándose una mañana en ellas el duque de Cardona,
el conde de Sania Coloiua y los más nobles del Principado,
estos pugnaron á que se votase el servicio, á que se les opu-
sieron parle de hombres muy moderados, diciendo que no se
habia de volar, y empuñaron las espadas y estuvieron para
perderse; con que- cedieron los nobles á los plebeyos. Salie-
ron de la iglesia de San Francisco, diputada para cosas ta-
les, Y esperando el Rey el suceso de aquel día, supo de loa
tratadores el estado, la desesperación y el peligro en que todo
había estado; y viendo pe le pasaban los quince dias forzosos
que el tiempo le permitía y que él eligió, y que no se salía
con el servicio, á toda priesa partió al aposento del Conde, y
allí resolvieron que se retirase \a habilitación de! Infante, que
era el fiíi último para que se salió de Madrid. Lleváronlo á su
cargo los tratadores, y hablóse á los que lo podían facilitar,
y juntos dijeron enviaban por poder á sus ciudades, porque
para este efecto no le tenian. Solicitaron la priesa, y entre
tanto forjaron otra de sus trazas, y á mi ver, de su autori-
dad, todo por paliar la salida de Madrid, y darle algunos
colores de precisión y forzosa para con los quo, atentos á
ella, tenian por vagos sus fundamnntos, y decian que no se
han de mover los reyes de sus casas ligeramente, sino á
grandes cosas, tales cuales sean de ejemplo y dechado para
tos forasteros.
Entró, pues, en las galeras, en las cuales nunca entró el
Conde, porque le hace mal á la cabeza ; de que podemos des-
con6ar que jamás acometeremos ardua ni gloriosa empresa,
si es tan delicado el rector de la monarquía. De esto se ríe el
Richelieu, Privado del Rey Cristianísimo, y el Sueco, barios
de andar á mosquetazos. ¡Y que piense ser heroico ministro
y hombre grande quien no sabe sino de cosas muelles y flo-
jas! Aconseje á su Rey que se arme, se ponga en campaña,
sepa del calor y frío, de la mala cama y peor mesa, del dia
pesado y de la noche fastidiosa; caminos por donde se arríba
m
at esolarecido nombre de famosos, al de temidos, y sí de
enseñorear el mundo. Pasó el Bey á las galeras, prevínose al
duque de Tursi que se hallase allí, preparóse una caña para
baslon, y entrando en la patrona y ocupando la popa, tomó el
bastón el duque de Tursi y dióselo aI Rey, y el Rey se lo dio
al infante D. Carlos, constituyéndole por Principe de la mar
y metiéndole en la posesión del título qve un año antes lo
habia dado; quitóse la capa, tomóle y besóle la mano al Rey,
y todos hicieron lo mismo, y dieron algunos bordos por la
mar, con que se volvieron á Palacio: besaron la mano al In-
fante otro día los capitanes, y mandó darles cadenas de oro.
Esta función, si fuera con cincuenta galeras, enviándole para
imponerle con majestad á alguna facción honrosa, y con cabos
y consejeros de sumo valor, noticia y prudencia, señalándole
BU plata de armas en puesto conveniente y seguro, habría sido
acertada, y sin calumnia de los Principes que nos atienden
y están á la vista de nuestros hechos. Témamenos de lodo y de
todos, que el miedo jamás obró con grandeza ni con aplauso,
sino con mengua y poquedad. Volvió á entrar otro dia en
ellas, al tiempo que subian por el oriente doce bajeles grue-
sos (yo lo vi]: afrontáronse con Barcelona, y llevando las
proas hacia levante las volvieron hacia poniente, y alli esperó
la capitana á los demás, y volviéronse por donde hablan ve-
nido. Un barcón grande que llegó á la playa, dijo que eran
diez y ocho, y que todo el dia le habian dado caía : presumióse
era armada de Argel ó de la Goleta, ó de otra de las fuerzas
de aquel paraje. Si el cabo fuera bizarro y no hiciera más qoe
arrinlarBe y disponer su artiileria, habria logrado famosa oca-
sión, que diera bien que hablar al mundo. [Quiere Dios que
sean corsarios, encaminados solamente al robo y á pescar
algún navio de mercaderes que les pueda ser de alivio ó ga-
nancia, ¿ntes que otra empresa de reputación ni de nombre!
Viéronlos los de las galeras, y hablóse de salir á buscarlos.
Desatino á mí ver. Diet y ocho navios corsarios, que por lo
menos traerían 600 piezas de artillería , 1 .000 hombres, y mu)
buena mosquetería , ¿era buen consejo que salieran ocho gale-
r
172
ras ó vasos grandes y allos , sin municiones , sin caudillos de
consideración, apenas con 600 infantes y iO piezas? Arries-
gado habrían el lance: ó llevárselas ó echárselas á fondo. Si
D. Fadriq'ue de Toledo, contra los consejos mal ciiaentados, cor-
riera con la armada Real del mar Océano aquellos rumbos, no
se atrevieran los enemigos á procederes tan insolentes, y aque-
llas cosías vivieran sin tanto miedo y los mercaderes y pa-
sajeros pasaran de unas parles á otras sin riesgo, y el Rey des-
embarcara menos- enfadado de haber visto aquel suceso á
sus ojos.
Los naturales de la tierra efirioan, que sin freno y sin
vergüenza llegan alli alarbes y turcos, y les llevan á los pes-
cadores las mujeres y ninós y las haciendas , sin poderlo re-
mediar, y sin haber un leño que los defienda. De esto sirven
las armadas fundadas por los reyes D. Fernando y Doña Isabel,
el Emperador, D. Felipe II, y III, en los puertos de España, para
su conservación y guarda de sus fronteras, y para el temor,
respeto y desolación de herejes y mahometanos; y todo lo
demás que no fuere esto, es absurdo. Ellos lo hicieron, y
entendieron, y nosotros los debemos imitar como mayores en
prudencia y en consejo, pues tuvieron la gloria de hechos tales.
Llegaron los pcTüeres de las Universidades, que es lo mismo
que ciudades, y se empezó á votar la habilitación del In-
faole: votó primero la ciudad de Barcelona, que alÜ llaman
Consejo de Ciento, porqUo siguiesen las demás el ejemplo de
ésta, y vinieran á ofrecer á S. M, este servicio; votaron los
demás y todo el resto que se incluye en.la.s Cortes, ydec(^-
mun sentimiento salió habilitado menos por los de Lérida*, que
se mantuvieron pertinaces, si bien sus síndicos, que es lo
mismo que procuradores de Corles, lo volaron, previniendo
ellos que en cuanto les era posible habilitaban á S. A. y remi-
tiéndose en lo demás á su ciudad y á las cabezas de ella. Tra-
jeron los habiliíadores esta nueva á S. M. subiéndola muy de
punto, y que se había vencido y allanado gran dificultad, cosa
en que no habia que dudar, porque ¿qué más podiati desear
ellos de que les quedase en su Principado y ciudad un Pría-
173
cipe (le tan esclarecidas partes para su gobierno, y que liabia
de gastar en ella 200.000 escudos cada año, y que éslos ha-
l)¡an (le salir de Castilla y entrárselos por sus puertas? Punto
para ellos muy considerable y al que antienden con más
prontitud.
Llegó esta nueva á las orejas del Infante y á todos los
demás de su casa, y sintiéronla cuantos se vieron desepcra-
dos de volver á Madrid.Habló en el aposento del Rey. aquella
noche, el Conde al Infante, haciéndole el mismo la escolta:
duró raro rato la plática, y lo que entre aoibos pasó no hay po-
derlo rastrear; sólo sé que fué de paz, y que le diria el Conde
lo dejaba alli S. M. para grandes costs y para más que los
procuradores de Cortes; que desde alli había de hacer empre-
sas de consideración y hacerse señor del Imperio del Oriente;
que por el correo se le avisarían todas las demás materias,
y que por entonces no convenia su disensión, que el servicio
del Rey era ante todos accidentes el primero, y el que habia
do ocupar la mejor parte de sus cuidados, y se habia de an-
teponer antes que otra cualquiera inclinación. Esto es lo que
yo puedo juzgar que le diria, simulando la verdad; [K>rque
claro está que no le habia de decir que le traian alli para
apartarle de la corto y de! Moscoso- Dejóle saboreado con
aquellos humos falsos, y con gusto de haber salido con el in-
tento, si bien la melancolía, á que se dieron por otra parto
ambos hermanos, era profunda: amábanse tiernamente, y sen-
tían apartarse; la snngre, y el estrecho vinculo de comunica-
ción hacian alli su oficio, y solicitaban más profundamente el
sentimienlo. Llegó á esta hora la casa, que se habia mandado
partir de Madrid , y deseando los caballeros de aquella ciudad
hacer al Rey una justa do á caballo, viendo era corlo el tiempo
y que el prescrito de los quince días espiraba , lo redujeron á
correr un faqui en la plaza pública. Entró en él S. M. y el in-
fante D, Carlos, y corrieron con sus mascarillas y con bizar-
ría algunas lanzas; quitáronsela después y prosiguieron en la
carrera, con aplauso y admiración del pueblo: fueron juerea
el duque de Cardona, el conde de Santa Coloma (con que los
174
recODCJliaron á la amistad y á dejar los baodos antiguos), el
duque de Tursi, el conde de Oñate, D. Diego Hejía, marques
de LeganéB, y el marqués de Este; dieron á S. M. el premio de
mejor lanza, y al infanlo D. Carlos de más galán, sin premiar
á otros de los que corrieron; y con esto se feneció lo de Bar-
celona. Dejósele al Infante encargado cuanto tocaba á aquel
Principado, y arrimáronle por guía, custodia y centinela al
conde de Oñate, y para tos consejos de guerra y estado al
marqués de Montenegro, que acababa de llegar de Italia en
una galera, y al duque de Cardona para cualquiera de estas
ocurrencias, si bien defraudado del gobierno, empero en su
casa. Con esto, á más ie la mitad de Hayo, partió el Rey á
Nuestra Señora de Honserrate, hasta donde le fué acompa-
ñando el infante D. Fernando, y en aquellas pocas horas que
queüabau, el Conde acabó de instruir al conde de Oñate, que
sabia ya el suceso y los lances de los riesgos y las convenien-
cias de sus materias y comodidades. Encargóle la vigilancia, la
asistencia, y que no le perdiese de vista, y enseñóle los cria-
dos de quien se habia de recalar y andar sobre ellos, que eran
muy pocos, porque ya quedaban depuestos los sospechosos y
los do más ruido en la corte ; encargóle los correos, y que tras-
cendiesen lo que escribían ambos hermanos, y to que escribia
el Moscoso, y de todo diese aviso, y observase los movimien-
tos- Con esto salió el Rey de Monserrate, y el Infante para
Barcelona; no dejando de dar que discurrir la llegada del mar-
qués de Montengro, por si amenazaba alguna invasión por
Perpiñan, para divertir al francés de los designios de Italia y
Alemania, y porque, no pudiéndole reducir á la concordia y
composición de tas cosas, se meiian inteligencias secretas en
sus estndos, de revolución y levantamiento, para lo cual salia
de Bruselas el duque de Orleans, hermano del Itey, con 3.000
caballos, y por Lorena, haciendo junta allí, tomaba derrotas
para Marsella, que dccian su le entregarla luego que llegase,
y ¡jQrmándose alli y dándolo la mano desde Barcelona con la
gente que se iba juntando ó pasando á ella, comenzar la
guerra por aquella parte.
Proseguía el Rey su jornada, no sin cuidado del calor,
que ya hacia su oficio; dio orden á los que hadan el aposento
K te tuviesen fuera de la ciudad de Lérida, pretendiendo cas-
tigar su atrevimiento y remisión en no enviar poderes á sus
síndicos para habilitar el Infante, coa este disfavor. Luego
que ellos lo sintieron, salieron á esperarla al camino y á su-
plicarle les honrase con entrar en la ciudad; no sólo no los
oyó, empero les mandó que enviasen sus poderes amplios y
suficientes á los síndicos que tenían en Barcelona, para ser-
virle en todo lo que se les mandase, que luego se atendería
su petición. Ellos volvieron á la ciudad , entraron en consejo,
y resolvieron, por redimir su afrenta, de hacer los poderes
como se los pedia; y aposentado el Rey fuera de la ciudad en
el monasterio de San Agustín en una celda muy corta y de
mucho calor, vinieron aquella noche en forma y con sus ma-
zas : juróles sus privilegios , y enviaron los poderes á Barco-
lona como se les mandó; con que otro dia entró en la ciudad
y fué á oír misa á la iglesia mayor. Prosiguió su jornada, y á
esta hora tuvo aviso el Conde, por los confidentes y espías
que dejaba en Madrid , que D. Antonio de Moscoao , con gran-
des aparatos y ruido de privado, juntaba carruaje para partir
á Barcelona con la orden que se le dio, supuesta ó verdadem,
ó con la que él se tomaba. Avisado de esto y del día que sa-
lía, habiendo ya pasado el Rey á Zaragoza, llegó otro correo
de su partida, de la opulencia de criados, libreas, coches y
literas, de suerte que se hundía el barrio de San Martín, y de
que le salían acompañando las familias de Sandoval,-Enrí-
quez , Córdova y Ziiñiga y otras muchas ; advirtíendo que lle-
vaba á su mujer, y que iba de asiento y despacio. Avisado el
Conde de esto, llamó al confesor é instruyóle de lo que habia
de hacer; el confesor partió volando al Hey, refirióle lo que
pasaba, y dijo no convenia pasase D. Antonio, que sabía ha-
bía salido de Madrid para Barcelona, por las causas antes de-
batidas y acordadas, que en este caso despertarían otras ma-
yores en Barcelona, y los catalanes llevarían mal el valimiento
de D. Antonio, como ya lo hablan dado á sentir tos flamen-
176
eos, y sería dar materia á nuevos disgustos, y se turbaría
cuanto allí con estudio y fatiga se dejaba asentado: que los
hombres de más canas y consejo, que se hahiao puesto al
lado de S. A. , no Gurrírían, ni aun lo podrían tolerar, que uo
mozo se les antepusiese, é compás de los otros privados, y re-
tirado con S. A. los dejase acá fuera , los quitase proceder y
¿un llamarVosá su aposento (acciones todas feísimas], y que
les arrebatase la privanza, no excediéndoles en calidad, ni
igualándoles ^n servicios; y aun, que tal vez q_uerria le diesen
parte de las materias, y ascender á todas las circunstancias de
privado por el oso y por la ambición , aclamando los ejem-
plares, que aun había quien los caliGcase, con tanto más brío
entonces, cuanto sabía se le habla dado parte j providencia
de gobernador á S. A.; que ¿un el mismo Principe no se podría
conlencr de esta liberalidad ó tiranía, perjudicial en todos
accidentes en sudominio; y que proponía esto ¿ S, H., como
útilísimo á su servicio, para que lo remedíase. El Rey le
mandó estuviese atento, y cuando llegase el D. Antonio ó se
encontrase «n el camino con ¿I, te dijere de su parte, cediese
del intento y no pasase adelante-, y volvió el confesor al Conde
dándole cuenta de su embajada, y cuan favorable la traía.
Llegó el D. Antonio ¿ Almadrones , lugarcillo del obispado
de Sigüenza, al tiempo que el Rey hacía noche allí ; esperóle
el confesor, y luego cerró con ¿1 y le intimó el mandato:
quedó el D. Antonio suspenso y sumamente aDigido, propuso
al confesor su descrédito, y lo que dirían de él en la corte, y
con qué rostro podría volver ante los que le vieron salir, sí
le quitaban su oBcio y la merced que S. A. le hacía. A esto le
respondió que era orden de S. M,, y que convenia obedecer
sin réplica; y ante todas cosas, que se había eicedído, pues
no habiéndole otdenado otra cosa ni señaládole en el número
de los gentileshombres de la Cámara para la jornada, se atre-
vía á ir a Barcelona. A esto, el Hoscoso dio sus pocas ó nin-
gunas razones: despidiéronse ambos, el confesor se fué á la
posada del Conde á referirte el cuento, y el D. Antonio á la
del Rey. Besóle la mano, y al Infanta; y el Rey, mesurado
IT7
mocho, no Je habló otra palabra, más. de — ¿Coéndo parti-
réis? Él dijo babia de hablar primero al Conde. Respondióle
le hablarla, tard/ porque se recogia luego y no despertaba
hasta las diez de la jioche, porque caminaba con ella y salta
Á las doce ó la una. Hubian.el Infante y el Almirante sabido
ya la orden por el mismo Hoscoso , qoe sintió mucho y pro-
puso de escribirla á su hermano, incitándole á que diese al
Rey sus quejas contra el Conde, y to que por algunas razones
na hablan acabado de resolver , lo hiciese entonces.
El Rey, ¿ otro dia, siguió su jornada-, esperó i\ Conde el
D. Antonio, y fueron hablando por el camiiio ambos, a solas
y en el coche , por espacio de dos horas. Dicen que cada uno,
desnudamente, dio alli sus razones de disculpa, de queja ó
de conveniencia. Decia el D. Antonio cuan belmente habia
procedido eiv iodo en el servicio del Rey y del Conde, y ciián
templado le habla tenido al Infante para cualquiera de suS'
acaecimientos; que si S. A. ó él habian aspirado á algún
puesto mayor, S. A. por favorecerle y él por mejorarse, qué
no era culpa grave, sino para pasar ligeramente por ella ; y dio
otras razones, que se habian calumniado y llevado por chisme
al Conde. A todo le respondió el mismo, con aquella false-'
dad de siempre, que él no sabia nada; que era desgraciado
en que se pensara que él lo hacía todo, y era el Rey el que
to obraba, aconsejado de su confesor; que SS. AA. se le mos-
traban desatrevidos, y no sabia- por qué, y que protestaba
que no habia vasallo que asj los desease servir. Finalmente,
de estas y otras cosas se habló mucho : despidióse D. Antonio
y volvió atrás por su mujer, y pasó el Conde adelante, de-
jando en este lugar el misterio de la jornada; volviendo el
D. Antonio de noche y corrido á su antiguo nido, con tas plu-
mas caídas y mojadas, dando que hablar y que decir en la
corte y al mundo, gloría á los émulos, que son muchos, y
disgusto ¿'los amigos, que son muy pocos. Entró el Rey en
Uadrid, habiendo gastado toda la pólvora de designios y má-
quinas marciales, en que Ha salida. nos procuraron ensayar
en salvas, cohetes y zuiía grandes.
178
Enire IbqU) que atendiamos, con más Tehemeocia de lo
que era juBto, á las pasiones caseras y á los particulares pro-
pios del Privado, á sus comodidades y conservación, Iratando
con libieza las de afuera, el sueco sojuzgaba las plazus impe-
riales y babia tomado la mayor y. mejor de todas, y donde el
emperador Carlos V, en las primeras guerras y discordias do
Alemania, convocando sus ejércitos y Tuerzas contra los pro-
testantes, no inferiores á ellos, sino antes mayores en número,
en ménoB de un año lo allanó todo, y los puso debajo de sus
pies; esto es, la esclarecidisima Augusta, cuyo saco y veja-
ción se redimió por cerca de un millón de escudos: suceso de
iofelicidud para los fúcares, y para que acaben, como ya lo
están, de quebrar, por ser aquella colonia donde yace la ca-
beza y el nervio de su caudal. Los holandeses, viciados de Ib
ocasión y deseo de lograrla, viendo salía D. Gonzalo de Cór-
doba á volver a recobrar las plazas del Palatinado, ocupadas
de au dueño y de este infiel, salieron con el ejército enseño-
reando á Peormunda , á Venelo y otros casares abiertos, y por
trato y venta el fuerte de la Cruz, para hacer punta, cuando
lo resuelvan sus designios, á Amberes; pero en el caso pre-
sente, siguiendo el ardor del expugnar y el progreso de sus
fortunas, se encaminaban á sitiar á Maestrich, consiguiendo
también la diversión de D. Gonzalo de Córdoba, que á estos
terremotos y desolaciones, por consejo de los más expertos,
viendo no quedaban en Flandes fuerzas para hacer el opósito
y asistir á la defensa, pues no pasaban de 5,000 infantes ni
2 000 caballos, le hacían volver. Pero no olvidándose Dios
de nosotros en medio de estas calamidades, fué servido de
que se recobrase á Praga, corte de Bohemia, y que el duqae
de Sajonia se reconciliase con el Emperador y se apartase de la
liga de los confederados ; con que, no hay duda, desfallecerán
las trazas del francés, que anda en los umbrales de la muerte,
entrará en mayor confusión y miedo el Richelieu, su privado;
respirará aquella grande y esclarecidísima provincia; arrojará
de allí á sus enemigos, y entrará en mayor quietud y bo-
nanza ; los rebeldes de Uolauda ae frenarán , y se podrá con
i7g
Í8 desahogo ocurrir i este cuidado; el inglés y los demaft
coligados quedarán corridos de cuan vanos les salieron sus
diseños, y con arrepentimienlo y castigo por los efectos si-
niestros de faltar siempre á la fe de sus tratados ; Italia saldrá
de recelos y sospechas, y perseverará en el señorío y devo-
ción de España, si nosotros dejamos de gastar el tiempo en
pocas cosas, en apáralos bajos y en sola la conservación del
Valido, y seguimos las huellas de nuestros mayores, y aspi-
ramos á cosas alias, como ellos lo hicieron, y creemos qoe
DOS es más saludable su consejo.
Sabido por el infante D. Fernando el suceso de su Valido,
por cartas de su hermano y conGdentes, lo sintió, y acabó
de conlirmarse, como él lo decía, que no para otra cosa ha-
bía sido la jornada que para apartarle al Hoscoso; y aunque
le solicitaba la ira el ánimo y el corazón á tomar la satisfac-
ción y enmienda del agresor, que era justo y merecian las al-
tiveces de sus empresas y penaamienlos, y la caria de su
hermano el infante U. Carlos le provocaba á ello , por enton-
ces to suspendió; avisándote que á su tiempo le díria el cómo
lo habia de hacer, recelándose que le habían de coger la
carta, y que no habia de llegar á manos del Rey. Recibió la
lastimosísima del Privado, retiriéndole, por expresos puntos,
con la ignominia que ie volvieron y con la fuerza que le re-
chazaron; y cada cosa de estas le solicitaba el coruzon á la
venganza. No vivía sin miedo el movedor, desbalijando los
correos en Alcalá de Henares p.ira descubrir esla caria y tor-
cerla , porque ya estaba avisado de todo , y prevenido al Rey,
y aun ilichole á S. M. que se armase para oir grandes males de
él , de sus acciones y gobierno ; que él ya estaba ajustado con
su fortuna y paciencia, y más cuando sabia eran estos traba-
jos por su servicio, por quien deseaba morir, como lo ha-
bía manifestado á los principios de su reinado. Acá cela-
ban los pasos y movimientos del Moscoso; allá avisaban de
todo los confidentes; empero el Infante, guardándose de to-
dos y de las guardas que le hablan dejado, conociendo que
eslaba ea una honrada prisión, disimulaba con prudencia,
k
enviando los carlas/con' artiPicio y con sobrescritos extrava-
ganles, por la viá y carreras de Valencia, y ¿un por allá
discurría que no estaban seguras: y si allá se temia de) in-
fante D. Fernando, acá vivian no con menos miedo de Car-
los, por lo cual se volvió á publicar aquí otra jornada para el
reino de Angón , llamando á Corles á aragoneses y valencia-
nos, á la ciudad de Teruel. Pasó volando este nublado y res-
frióse, con que se tiene por incierto y linalmente no surtió;
empero estes casos terribles -por infructuosos, y por lo que
pueden amenazar alguna cabera por el escándalo y por.su fa-
tiga, redujeron al tufante á una dolencia de que hoy, martes
29 de Junio , se tiene carta queda Con dos crecimientos cada
dia, con sentimiento general de lodos, particularmente del in-
fante D. Carlos, en casa, sin una pieza á propósito para mediar
los calores def tiempo con los accidentes -de la enfermedad,
ni con un médico de opinión, padeciendo por privados ado-
lescencia fatal, que predomina con aspecto riguroso sobre los
principes de toda España.
Fué Dios servido que mejorase por jas oraciones del nre—
nesteroso de sania y religiosa vida, y la carta de que nos te-
miamos, la e.<iCFÍbió. dícenme, con suma decencia, ponde-
rando las causas de haberle sacado de la preseucia de S. H.
y quitádole á D Antonio de Moscoso, y que los fundamentos
que para ello le habían dado pudieran ser de su servicio; era—
pero que ambos á das, jamás se habían apartado de él, antes
militado con prontitud y &deiidiid debajo de esta bandera. Otras
muchas cosas retJeren que escribió al Rey, abonándose á sí y al
criado , y rechazando lo demás. La carta dio el Eley al Conde,
Y le dijo mirase qué satisfaecion se podía dar á lo que expre-
saba; y lo peor de lodo que la dio la Reina, á cuyas manos
la envió el Infante para que la diese al Rey. Alborotóse el
Conde y quiso dar sus descargos; pero lo que más debió
sentir, fué que se hubiese tomado á la Reina por instrumento
de este mensaje, porque era menester darse por entendido
de que no le afectaba que. al ejemplo do esto suceso, como
sagrado de agraviados depositaran otros allí sus quejas. ¡Oh
181
M consagrasen todos sos votos á esta Señora, qué precio^
fucrn para la salud de nuestras Coronas, y qué milagrosa para
el bien universal 1 Y como quiera que no se puede temer de
jornada, ni de que se Id inventen , despreciará las sospeebaa,
¿mes deseará ir á todas, llevándolas con paciencia, que aunque
la sacan prenda por ello, al 6n se la vuelven á casa. ¡De qué
variedad de imaginaciones y^bresallos debe de estar vestido
aquel corazón y aquella cabeza! ¡Sobre qué mulUtudes de
inCbnslancias debe de naufragar! El que á toda vela presume
engolfarse, está expuesto á lodos estos contrastes: si surcáse-
mos aquel mar que toca á nuestra esfera, ¿quién duda' que to
pasaríamos con bonanza y nos conduciría al puerto sin bor-
rasca? Pero, sin embargo-quese escriba contra ¿I, ó no se es-
criba, se-fulmine ó no, él se conserva.
1632. — E!>taban las cárceles de la laquísiciun de Toledo
ilehas de reos, de infames y supersticiosos vicios: hizose esta
¿onsglia al Rey, y deseando castigarlos, quiso hallarse en el
auto por dar ejemplo á sus vasallos y al mundo- de su fe y
religión ; y viendo que el tiempo no daba lugar de hacer jor-
nada, por corta que fuese, por los insufribles calores del ve-
rano y por ser en medio de él, los mandó traer á la corte,
si bien no todos, al menos los que eran más capitales. Le-
vantóse un solemne tablado en la plaza, con los modelos y
circunstancias que en los otros autos, y á 3 de Julio de 1032,
á lab ocho de la mañana, fué el Rey y la Reina, y el infante
D. Carlos á la plaza, á la casa del conde de Barajas, á la hora
que ya entraban por ella los delincuentes, que fueron puestos
en su lugar por los familiares y justicia. En la otra parte del ta-
blado, en medio y en lo más alto , se sentó el cardenal Zapata,
Inquisidor general, en una silla, con todos los de la general In-
quisición, y los del Consejo de Toledo en las gradas del ta-
blado. Concurrieron allí los Consejos de S. M., con muchas per-
sonas nobles, y tos demás ministros. del Tribunal; acompañó
al Consajo de la Inquisición el de Castilla, y tuvo su lugar en
el tablado; y oyó allí el Hey la misa en uo altar que estaba
hecho, en el cual, el dia antes, con suma reverencia y majes-
I8S
tad, todo lo más grande y lucido de la corte, ^M^allíl ona
Oroz de madera verde. Oiiia la misa se llegó el Inquisidor ge-
neral con los demás ministros, á levantar, adonde el Rey es-
taba , casi igual con el tablado; y en nn misal y una cruz, juró
la protestación de la fe, su defensa , estatuios y privilegios de
aqnel santo y justisimo Tribunal; hizo luego el juramento al
pueblo, que repitió á voces fervorosamente, y predicó el ser-
món Fr. Antonio de Sotomayor, de la orden de Santo Do-
mingo, confesor de) Rey; concluido lo cual, se leyeron lai
causas de algunos hnmbres supersticiosos y embusteros, i
quien la codicia y deshonestidad , no abrazándose con la ver-
dad, tesoro de la virtud, los trujo á tan torpisímo precipicio.
Leyéronse otras hechicerías mentirosas de pactos é invencio-
nes con el demonio: algunos por casados dos veces, y herejes
pasados por las escuelas de Ginebra y otras sinagogas heré-
ticas, y por los libros de Catvino y Lutero; oíros blasfemos;
otros judíos, y apóstatas portugueses observantes de la ley de
Hoisen que negaban la segunda persona de la Santísima Trini-
dad. Como si aquel altísimo Profeta no pronosticara la venida
del Bijo de Dios en sus escritos, habiéndosela revelado Dios en
la zarza, y oponiéndose en otra ocasión á la niísma Majestad,
cuando los quiso castigar por la idolatría del becerro, con de-
cirle que habia de descender do aquel pueblo quien los per'
donase, fueron infieles ea sus principios; y cuando más favo-
recidos por Dios y de su magniticencia y hechos heroicos
sacados de Egipto, de la tiranía de Faraón y de sus azotes,
pasándolos por las olas del mar Bermejo, scpullando en ellas
al enemigo, los carros y el bagaje, y después llevándolos
por el desierto, alimentándolos con el maná fresco y enterua
los vestidos, todo en fe de su misericordia, de nuestra reden-
ción y de la venida del Salvador, le negaron innumerables
veces, pasando la religión y la reverencia á los brutos. En
esta misma forma inducidos, no atendiendo en que toda
aquella ley, ritos y ceremonias eran figuras de lo que hoy
gOiaoQOS, y que con la venida de Cristo quedaron muertos y
sepultados. Llenos de errores, ceguedades y desatinos, por
1S3
no querer ajastarse con los preceptos católicos, leguian 84
maldad ; y en la corle del Rey, cerca de una casa del Ca-
ballero de Graci», juntos en sinagoga , caterva de esta gente
tomaron un Cristo, y por varías veces lo azotaron con corde-
les y abrojos, haciéndole otras innumerables ignominias, de
tuerte que fué Su Majeslad servido, por.no faltarles á su mi-
sericordia, de hablarles por aquella imagen, por dos vecm,
diciéndoles: — ¿Por qné me tratáis asi? Respondieron los in-
fieles, con risa y blasremias, á imitación de sus pasados: — Si
00 eres nuestro Dios, ¿por qué no te hemos de maltratar?
¡Cosa digna de pooderaciqn , que viendo un milagro tan
grande y tan portentoso, no se estremeciesen, se echasen por
el suelo, y no pidiesen misericordia á voce« é hiciesen graví-
sima penitencia. Fueron estos dados al fuego, y otros que, si
no se hallaron en este sacrilegio, seguían la misma secta, en-
tre los cuales se incluian cuatro hombres y tres mujeres.
Quemaron dos portugueses en esuiuas, no perdonando aquel
severisimo Tribunal los huesos, que mandó desenterrar para
quemarlos, por haber muerto en las cárceles con la misma
per6dia y errores herélícos; quemaron oíros dos; quemaron
otras dos mujeres fugitivas; degradaron á un religioso; dieron
penitencia á otros de destierros, azotes y gateras, y cárcel
perpetua, y juraron de levi; con que feneció el auto ejemplar
y benignísimo de todas maneras, porque siendo los reos acu-
sados de atrocísimas culpas, no eran equivalentes las penas
por lo mucho que debian padecer; resplandeciendo aquí la
misericordia y la majestad del Rey con este hecho, y con
asistir á acto tan legitimo á su dignidad y o6cio.
Las cosas de Flandes, á esta sazón , eran combatidas de
nuevos y varios accidentes; porque demás de estar los ene-
migos superiores en armas, y en hechos más bien fortunados
que los nuestros, apretaban á Haestrich con trincheras y ba-
terías. El conde Enrique de Sergas, gobernador de Geldres y
maestre de campo general del Rey en Flandes, solicitado de
la poca seguridad de su conciencia, de su infelicidad y de los
sucesos pasados cometidos en deservicio de su Rey, con be-
neGcio de las ¡oteligeDcias franceses, que en eata era no hay
posa que no presuman tentar, diciendo se perdía la provincia
qne estaba á su cargo., y sirviendo así á la señora Infanta, y
qne no quería le hiciesuu los cargos que en lo de la Belba,
que poco bá dejamos referído, se salió de Geldres, de que
era gobernador, y se pasó al pais vecino y libre de Líeja,
adonde se declaró , y promulgó este manifiesto , que bjzo cor-
rer por todos los países, que dice asi:
Enrique,- conde de Bergas, maestre de campo general del
ejército de S. M. — A todos los que las presentes verán, de
cualqiiÍM naciou ó calidad quesean, hacemos saber: Que por
et mal tratamiento que habernos recibido de los españoles, do
obstante de nuestros largos y fieles servicios de cuarenta años,
bien notorios ó todos los soldados aquí empleados en este
tiempo, estamos resuellos, por el bien común de estos países y
conservación de la Tranqueía y privilegios de ellos, conser-
vación de la religión católica aposlólicü romana y para* dar
mejor tratamiento i ios soldados del que hasta aquí han reci-
bído'i viendo asimismo que el pais se pierde, hemos resuelto
de tomar y admitir el cargo de maestra de campo general, j
para este efecto nos hemos relicado á la villa de Lieja, donde
todos los capitanes y alféreces, y otros oficíales y soldados,
serán muy bien venidos y recibidos, de cualquier nación que
*ean (excepto los españoles, los cuales no querrán venir de-
bajo de nuestro cargo), para el cual efecto nos vendrán á ha-
blar y recibir la orden del lugar donde podrán juntarse ; ase-
gurando á los mismos, que cada cuál será tratado según el
cargo que sirve, y si algún teniente ú otro pudiese juntar
doscientos infantes, será hecho capitán, y podrá nombrar su
teniente y alférez; y sí algún teniente y corneta trae cien
caballos ligeros, será hecho capitán de ellos, y podrá nom-
brar su teniente y corneta; y además de eso, cada caballo
ligero recibirá cada día tres cuartos de un patacón, y cada
infante diei plazas basta que hayan pasado muestra, y en-
tonces recibirán un mes de sueldo; y recibidos en servicio
rpcibiráo sus pagas cada mes, como asimismo tos capitanes,
tenienles y otros oficiales, cada uno segua el cargo que tu-
viese, de lo cual todos pueden tenerse por seguros. Por lo
cual, todos los que aman el bien del país, desean su acrecen-
lamienlo, y quieren mejor tratamiento que el que han tenido
hasta ahora , y los quu quisieren ser descargados de la cala-
midad de los españoles, pueden vcnirnus á hablar en la dicha
villa de Lieja, en la Cruz do Oro, ó tonj^er en la celada, donde
habrá alguno de nuestra parte. Fecha en Lieja á H de Junio
de \632..
Ofendidas las provincias obedientes y católicas y los ma-
gistrados de las villas , de que aquel conde Enrique de Bargas
se les atreviese con escritos y manifiestos infieles y engañosos,
vinieron á Bruselas, y en. público consistorio de una misma
unión y voluntad, juraron su lealtad á la serenísima Infanta,
al rey Católico y al Principe. Fué este acto de suma alegría
para tus leales y católicos, y para confusión de los naturales;
y si bien con este oíaniGesto- pretendió en el bit±n de la patria
y seguridad de la religión católica apnstólica romana, sin
pretextos simulados y supuestos, ¿por qué en primer lugar
emprende los primeros rumores y tumultos de Flandes debajo
de la cautela del mal tratamiento de los españoles y del uso
común del gobierno? Estas d<;savenenciasy el levaiit<<r gente,
en el común sentir de los mejores y más fieles al Príncipe,
no le excusan de traidor; porque cuando le confesemos que ha
servido los años que dice, no era para no estimar la confianza
que se hizo de él . que no dándosela á D Carlos Coloma , sol-
dado lie repuiacion y de los más viejos de la escuela de Flan-
des, le dieron el honor y poder de las armas de aquellos paí-
ses; con que debia do huir del estimulo de satisfacerse de
cuando , por muerte de D. Luis de Velasco , general de la ca-
ballería, siendo él subl>>niente, y porque le tocaba de buena
Tjzoa succderle en aquel cargo, se agravió de que en la corte
de España se le diese á D. Diego Mejia, porque era primo del
conde de Olivares. Ni bastaba que alegase, ni para hacer la
retirada tan escandalosa que hizo, proponer sus servicios,
tantos y continuos, en aquellas guerras, su sangre y su valor.
I
180
ni ilccir que D. Diego en la batalla de las Dunas era solamente
paje del Archiduque ó menino de la señora Infanta, que aca-
baba entonces de ceñirse espada, y que como luego fué la tre-
gua , cesaron las armas , entraron en sosiego unas provincias y
otras, se seguía de aquí y era verisímil que le fallaba la dis»
ciplina militar, ta práctica y el ejercicio, y carecía de experi-
mentado, no habiéndose hallado en sitio, toma de plaza , asalto,
y otra circunstancia tnilílar; y que el año de 21, si bien pasó
con un tercio at Palalínado, se volvió Inégo á gozar de tos nue-
vos favores y mercedes de) nuevo exaltado , las cuales han sido
tan crecidas, que parece no había otro benemérito á quien se
hiciesen; que no era soldado ni le competía aquel puesto, que
sólo se lo dio la sangre y carne del poderoso y el ser su pa-
ricnio; cosa que descaece los hombres, y el aspirar á pasar
delante en el servicio del Principe, porque el agravio no le
Bufren los grandes hombres sino los bajos y pusilánimes.
Esta queja, como digo, no era para no acometer á las for-
tiücaciunes de Bulduque el día que le hicieron caudillo de un
ejército Real numeroso y autorizado y que, agraviando espa-
ñoles de tanta ct)nsideracÍon , se le Üaron , pues aquí más se su-
pone que lo deben estar ellos antes que no él ; ni tampoco, si
es asi que no pudo levantar el sitio al enemigo y pasó á la
Belba, dejar de hacer allí el deber, arrasar aquel país, cuando
fin la Haya y en Amsierdan apenas podían sacudir el miedo,
y embarcaban las casas y las haciendas á Inglaterra. Llevado,
pues, de estos sucesos y dfl trato que tuvo con Enrique de
Nasau, general de las galeras, digo, do los Estados, y con
las cabezas de su gobierno, suspendió los progresos, consu-
mió el ejército, ocasionó la pérdida de Bcsel, la de Bulduque,
la de la reputación española, como mal vasallo é Inñel capi-
tán, y volviendo á Bruselas, agraviado de tan malos oficios,
cuales no los hizo traidor tan perverso á su Rey, discurriendo
que estaba sentido é indignado contra él , y que donde hay
soldados malos es fuerza que hubiese ministros que velasen,
mandaba se le averiguase el hecho y proceder do aquella sali-
da, Y que si no había hecho el deber le cortasen la cabeza, y si
187
habia sido traidor, se le diese un pistoletazo, y esto por voto
de los más doctos do nuestras escuelas. Finalmente, estos suce«
sos le hacen retirar á su gobierno, y queda defraudado por
sus mismos delitos de ser admitido á cargo ninguno, manejar
armas ni otra cosa de confianza; pero no quiere vivir reti-
rado, rebelase, pasa á país neutral y convoca gente contra su
Principe. No hay juicio humano que no discurra que quiero
seguir el principio de los primeros rebeldes, sus deudos; que
le solicita Francia para que, con el dinero y gente francesa
y la de otros alemanes, en los cuales en tiem|)os tan calami-
tosos hallara acogida, se satisfagan de la salida del duque de
Orleans contra su hermano; y que , mal seguro de su cabeza y
acabado de confirmarse en la sospecha, con la llamada del
Rey para la entrada por Perpiñan, á que se excusó, puso los
pies en la fuga y en la traición. Progresos de vida y costum-
bres depravadas, que cuanto más protestamos que queremos
el bien de la patria y la seguridad de la religión católica,
nuestra vida y hechos vilísimos desdicen mucho de las propo-
siciones primeras; y aunque más le quiera fomentar Francia
y Alemania, animarle y hacerle caudillo, como hombre sin
caudal y sin providencia, mal vasallo y mal católico, pasará
á ser vasallo de rebeldes á las provincias de Holanda, donde
ni servirá á la Iglesia ni á la patria, con que saldrán falsos y
apócrifos sus manifiestos.
Los primeros inventores de la rebelión y tirania, como fue-
ron el pricipe de Orange y otros, comenzaron por los pasos y
veredas que el conde Enrique de Bergas, pues hallándose
culpado huía del ejemplo del conde de Agamon y Ornos;
que es muy propio del tirano paliar los vicios con las virtu-»
des, asirse á los malos oficios recibidos de los españoles, y á
que se enderezan sus pensamientos á la conservación de la
religión católica, siendo todo muy al revés de la protestación.
Este hecho, asegura que fué perjudicialísimo en lo pasado
para las cosas de la monarquía, y que no sólo fué favorable
á los holandeses sino también al rey de Francia, embara-
zando nuestras armas, para que él con más desahogo pásate
los Alpes y consígui(<se socorrer Casal de Honferrato, y quo
D. Gonzalo levantóse el sílio, insidiado de parientes y vasa-
llos, del Rey traidores, y veriGcase esta acción, pues recibe
de aquellos menos á quien í\ié fie), faltándose á sí, á Dios y
á la patria. Los e'sfuerzos sobre que hoy carga su maldad , y la
conciencia, también, de sus matas-obras, le esiicnulaban la
desconfianza y que no viniese á manos- del Rey, de su seve-
ridad y justicia, su cabeza ; pues'ya habia llegado á enlenijer
las ói-dL-nes que, acerca de esto, se enviaron á Bruselas, El
haberle llamado á España para entregarle ejército, á que se
disculpó con la edad y achaques, le acabaron de desesperar;
discurriendo se buscaban medios para haberte á las mnnos, y
que no obpando los mañosos y de prudencia, procederían
con escarmiento y claridad. La señora Infanta, sí bien le en-
viaron las órdenes referidas de castigarle ó matarle con reso-
lución, debió de portarle con blandura, para no exasperar más
aquellos vasallos, acordándose de los ejemplos pasados, que
si bien fueron justos aquellos castigos, irritaron más que cor-t
rigieron y no se encaminaron á la templanza que se presumía,
de subditos tan diríciles de sujetar á otro que no es su verda-
dero y natural Principe. Empero este ínGel, viendo le llama-
ban para encargarle el ejército, discurriendo era para su cas-
tigo, le buscó de satisfacción; y como vio el rey de Francia,
y penetró el intento en la publicidad de nuestras trazas, y qua
le llamaban para desolación de sus estados, adelantóse á ga-
narle por la mano, y á ofrecérsele para la seguridad de ambos,
y en perjuicio del rey Católico. Esto es saber entender ver-
daderamente la materia ; y, ¿quién duda que le diria , y pon-
dría en gran ponderación la manera en que el rey de España
le quería premiar aquellos Cuarenta años deservicios, que re-
fiere en el manifiesto que rasamente asegurase su cabeza?
Estos oGcios é inteligencias forasteras, en un sujeto alterado,
dejado, desfavorecido y puesto en retiro, enseñado á mandar
gente, defraudado de los títulos tionoriGcos áa la milicia, entre
los madores los más codiciados, con dificultad se deja morir
en este desamparo y miseria, ni aunque viejo y enfermo
189
quiere abatir el ánimo á tan ignominiosa servidambre. Sólo
este fué peregrino en nuestra era, pues sufriendo el agravio
tantos hombres grandes y algún Principe de relevante opi-
nión, no quiso pasar por él, sacudiéndole de sobre si, y exce-
diéndolos á todos, si bien no en la constancia del ánimo, al
menos en la gallardía del espirito; valiéndose de aquel ada-
gio, «que un bizarro morir honra toda la vida». Sin embargo,
será pesado suceso para nuestras cosas, put^s instando en toda
la Europa con mengua de reputación , y con más zozobras y
sobresaltos de losx|ue pueden llevar las fuerzas, será de total
ruina para lo de Flandes; pues ejército tan vecino,. y que se
arma á no más distancia de tres horas de camino de Maes-
trich, donde hoy carga el poder de nuestros enemigos, siendo
la puntualidad de las pagaa^ue se ofrecen seguras y de con-
sideración, puede desarmar nuestro ejército mal pagado y des-
contento, de muchas cabezas y ningún capitán, confuso, des-
mayado, sin crédito y sin orden, por la variedad de sujetos de
que se compone, y que las naciones mal afectas, que con fa-
cilidad se sujetan á este desorden, por la variedad de sujetos
de que se compone su curso y disciplina militar, pasen á Lieja
ala conducta del conde Enrique de Bergas; porque este hecho
tira á dos luces, á deshacer y amotinar: perjudiciales ambas y
mortales para la vida y continuación de nuestros progresos.
Por mucho que en la era pasada físcalearon las acciones
del duque de Lerma, porque siendo el primer ministro convir-
tió-el mando y e\ poder en beneficio de sus deudos, como lo
refirió el fiscal, no quitó al menos oficio que derechamente
tocaba á otro y le dio á su pariente ó primo, ocasionando á
aquel vasallo» á sus servicios, á su fidelidad, á su religión, á
su paciencia, á que no guardándole su justicia y no dándole
lo que le tocaba, se niegue á esto y lo atraviese todo, admita
las inteligencias francesas y de Holanda, el dinero de aquel
Rey enviado por Gales, levante ejército y se le meta por sus
tierras y que se las acabe de asolar. Aquí era donde debia el
Principe parar la consideración y reconocer por falsas las
virtudes quo le venden ; y que cuando sea feo el agravio pa-
190
eado y se proponía el desagravio presente, eiendo lodo al con-
Irario, falsos y engañosos sus unes, comelido en beneTicios su-
yos y de su sangre, como espero yo que se dirá algún dia,
que no para aquellos solos se guarde la justicia, que sale para
todos como la luz resplandecíenie del Sol; que era por donde
ec hnbia de procurar la enmienda con prontitud y sin tibieza.
Lo que resultará de eslo lo dirá el tiempo. La verdad es que
ambos, conde de Olivares y marqués de Leganés, se entien-
den: mucho quieren los grandes hombres, cuando desde sus
principios han ascendido desde la pica al bastón y pasado
por todas sus clases, hallarla y que le sirva de premio antes
que de ofensa. Si á un hombre que liabia servido tantos años
siendo teniente general de la cabrilleria, á la hora que murió
D. Luis de Velasco, su general , le sucediera en el cargo como
era ju.sto y le tocaba, pudiendn aspirar á otras cosas 0. Diego
Mejia, pues todüs Us tenia á su mandar, ni hoy nos lemiéra-
mris de la queja, ni del rayo que nos amenaza, ni lo diéra-
mos lugar en su protesta, á que malos tratamientos recibidos
(ic los españoles le consuiñen á tales olicios. [Querrá Dios no
surtan efecto sus intentos, ni el de los émulos de nuestra
grandeza, que no llegue á colmo aquel ejército, ni sus nervios,
y que falle caudal ú los niovcdores con que, como hombre
fuliilo de provincia donde arraigarse y sin fundumenlos donde
asirse, vaya ú servir rebelde á los rebeldes, y muera el tirano,
vasallo de la tiranía!
¡Qué fuera estaba yo de pensar que les pudiera sucederá
mi pluma y á mis escritos espectáculo tan lastimoso, ni me-
nos que me pudiera tocar ia narración de su argnmenlo,
cuando acabamos de escribirla enfermedad del infiínte don
Fernando en Barcelona, el cuidado y miedo con que nos
tuvo no nos le malograse la muerte, estando el infiínle don
Curios, su hermano, muy afecto de que le pudiera sobrevenir
estol ItiideaJos de sentimienlos tan justos, aquel Príncipe se
redujo con facilidad á la salud, y éste, por culpas nuestras, á
la muerte y ul sepulcro de San Lorenzo el Reíd, donde yace
entre sus grandes y esclarecidos anf-cesores. ; Desengaño vivo
191
de nuestros descaídos y de la desatención de nuestras obliga-
ciones I ¿Quién vio á aquel Príncipe en la flor de su edad, que
no hubo otra, que apenas lo rodeaban veinticinco años, de
arto y disposición cual no. fué ni se vio otro por los ojos del
pueblo y del mundo? Adornado de innumerables virtudes, sus
manos abiertas y liberales para los que le asistian, y para los
que apenas vio ni tenia noticia de ellos, pareciéndole que
era forzosa esta virtud sobre todas, como la generosidad del
Sol que alumbra á buenos y malos, y por ser la más natural
al Principe: reducido al más miserable estado de los achaques
y de las miserias humanas, frustrado de la mansedumbre y es-
tragos de la muerte, en pocos años y sin salir de los límites de
España, ejercitando esta obra grandes maravillas en la común
esperanza de los más entendidos, se hizo gran lugar entre los
mayores Principes, y consiguió el aplauso con el renombre de
Grande. ¡Tan preciosa es la munificencia y tan forzoso el uso
de ella I Ser de fruto es propiamente tener virtud; ser inútil
no es ser virtuoso. Del progreso de su vida dejamos en nues-
tros anales ó discursos, referidos en sus lugares, algunos frag-
mentos; báme parecido juntarles y probar (si á tanto se atre-
viese á desempeñar la pluma) á dibujarle aquí. Será tan
breve su historia como su vida.
Nació en el Real Palacio de Madrid, á las seis de la ma-
ñana, á 45 de Setiembre del año de 1607, siendo sucesor en
la silla de San Pedro, y de felicidad para las cosas de España,
Paulo V; en el imperio de Alemania, Rodulfo II; en los Países
Bajos, Isabel y Alberto; en Francia, Enrique IV; en Inglaterra,
Jacobo VI (de Escocia); en Polonia y Lituania, Segismun-
do II (III); en Suecia, Carlos IX; en Constantinopla, Acbmel
señor de los turcos; en Pérsia, Sciliabes (Abas el Grande); en
España, Italia y ambas Indias, con autoridad, prosperidad y
victorias, D. Felipe III, y otros príncipes que se incluyen en
la circunferencia de la tierra, que dejo de referir por no
hacer prolija su narración y porque no es fácil el investigar*
los, porque para el dictamen bastan los referidos. En sus
principios, el Infante dio muestra de poca vida, pues pafe-
ciendo nacía sÍd ella, acudió el Rey, su padre, con presteza i
BU Capilla á llamar un eacerdoie que le administrase el Sa-
cramento del Bautismo, de que con brevedad se reparó. Fué
hijo del rey D. Felipo 111 y de la reina Dona Margarita de
Austria; celebró después la» ceremonias del bautismo en la
Capilla Real de Palacio D. Bernardo de Rojas y Sandoval,
cardenal de la Santa Iglesia de Roma y arzobispo de Toledo,
y diéronle por nombre Carlos, á imitación de su potenlísimo
bisabuelo Carlos V, máximo Emperador de Occidente. Fueron
sus padrinos el principe D. Felipe IV, su hermano, y la infanta
Doña Ana, su hermana, hoy Cristianisíma reina de Francia;
llevóle en los brazos, con todos los grandes títulos y personas
nobles de la corte, Juan Fernandez de Vetasco, condestable
de Castilla, del Consejo de Estado y presidiante de Italia, y las
cosas tocantes al bautismo tres títulos de Castilla y tres de
Portugal, que están á las primeras luces, y nació consignado
para el gobierno de aquella Corona por el juicio de su invic-
tisimo padre, y del primer ministro que ocupaba su gracia, m
bien en el de Dios no tuvo lugar este hecho. Fué el cuarto hijo
de su padre, y tuvo, ademas de los referidos , por hermano^, á
la infanta Doña María, reina de Hungria y Bohemia; al in-
fante D. Fernando, de quien fué afectísimo; á Doña Margarila
y D. Alonso: cuidó de su crianza, como lo hacia do los demás,
y fué BU aya, Doña Leonor de Sandoval, condesa de Altamira,
hermana de D. Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Ler-
m^ y como Principe reconocido desde la cuna á la fatiga y
lervicios de la crianza, fué siempre favorable á los hijos de
aquella singular matrona- en sus menores años; como ayo y
Mayordomo mayor del Príncipe, su hermano, ejerció este mi-
nisterio el Duque de Lerma, y fué su maestro en la misma
forma D, Galcerán Albanelli. A los cuatro años de su edad la
faltó la Reina, su madre: hallóse el año de 15 en lu celebra-
ción de las bodas de la reina de Francia, su hermana, en
Bórgos; fué de los hijos que más amó su padre y el que más
le parecía, y de quien se esperaba que lo habia de ser en el
ánimo y en las virtudes, pues mirando el retrato de su gran
193
a de once ó doce afios, era t6~ñ
guQa difereocia que el rostro del infante D. Carlos: el año 630,
en sazón que cumplía catorce años, le pasó el Rej al cuarto
del Principe para que le sirviesen sus criados, y se lo encargó
mucho, sirviéndole de ayo y Mayordomo mayor y Sumiller
de Corps D. Cristóbal de Sandoval y Rojas, duque de Uccda,
que sucedió en estos o6cÍos á su padre; y de Caballerizo ma-
yor Diego González de Sandoval y Rojas, conde de Saldaña,
por serlo del Principe con legitimo titulo y merced becha
por su padre, por su sangre, por las del Duque, sus clarísimos
progenitores.
Servíanle, como digo, ios criados del Principe, teniendo
en su cuarto señalado su aposento, y comía con él á la mesa,
dándole el lado izquierdo, lomando el derecho solamente
cuando el inTante D. Fernando era huésped del Principe.
Aprendió la lengua Latina, la Geografía, y otras materias ím^
portantes á un bueo> Principe; era aOcíonado á la caía y ti-
raba maravillosamente el arcabuz con bata ; en el andar & ca-
ballo contenia bizarría y majestad ¡ favorecióle la naturaleza
más floridamente que á otros, de airosa i-obuslez, de buena
salud, sin sentírsele ningún achaque, gentil presencia, de
rostro admirable, y en las virtudes del ánimo no semejante
i ninguno; prudente, sufrido, callado, humano, como grande,
con todos los que lo asistían ; observador vigilantlsimo de las
Reales costumbres en que le constituyó el glorioso ejemplo de
BU gran padre; liberal con alencíon y sin agravio, de ingenio
agudísimo, pues tal vez admiraron algunos de sus escritos los
más peregrinos de nuestra era; fué de suma apacíbilidad, en-
tretenido Y gustoso con áeco,ro. El año de ü perdió á su
padre, que subió á reinar al Cielo áSI de Marzo, encargán-
dosele con particular amor al Principo, tanto, que en trece
años que le luvaen su cuarto, no le faltó una hora; dióle el
Toisón de Oro el año de 34, y siguióle en la jornadi^ de lá
Andalucía, y en la reseña de la jgente de guerra que se hizo
en Cádiz, lomó el bastón, juntamente con el Rey, su hermano;
amado y aplaudido en cualquier acto y en cualquier provin-
cía por donde pasaba, siguióle, no obstante, en las Cortes que
fué á celebrar á la Corona de Aragón ; bailóse en Barbaslro,
Monzón y Barcelona, siempre modesto, y ajustado y obe-
diente á las órdenes de su bermano, átenlo á los pensamien-
tos tuyos y voluntad con suma serenidad de espíritu y res-
peto, tanto, que por la paz de ánimo con que se mostraba á
todos trances y á todos accidentes y por la tranquilidad de su
corazón, parecía su vida, en el concepto de los de mas seso,
de más de diez y seis lustros (sic). Fué padrino , con la reina de
Hungría, su hermana, en el bautismo del principe de las Es-
pañas Baltasar Carlos, su sobrino, donde lució, con admira-
ción del pueblo, la majestad de su persona; en las fiestas de
máscaras, lanzas y juegos de cañas, era aplaudido. Siguió otra
vez á su hermano á Zaragoza cuando la reina de Hungría
pasaba á aquellas distantísimas provincias, ya casada; sin-
tió su ausencia, y la Reina sintió liernaniente el perderle,
porque ambos á dos se cortejaban con grandes y estrechos
vínculos de amor, siendo el Benjamín de su padre y her-
manos.
Era de altos pensamientos, sin ambición, y dificultoso de
conocérselos, porque no era dado á revelarlos ni á que se los
anteviesen sin causa, sino por forzosa razón de Estado, y en es-
tos años últimos puso esto en cuidado á algún sujeto medroso.
Él y el infante D. Fernando eran una misma cosa , pasando de
hermanos á amigos; acción que hacia desvanscer al dolieme
más de lo que permite el saberse mantener un gallardo espí-
ritu para no dar á sentir de desconfiado aunque sea subdito:
declaró su gracia y su valimiento en el Almirante de Castilla
D. Juan Alonso Enriques, y sintió apretadamente su desave-
nencia con los privados de su bermano en Barcelona, y que
persistiese en no ir á Palacio y dejar el servicio del Rey, por
no carecer de su comunicación y persona ; tan grande obser-
vador .de la constancia, que, aunque ausente y retirado en
Valladolid, no perdió de vista el favorecerle hasta que volvió
á Palacio el año de 631 , habiendo durado esta borrasca bien
casi seis años, con que era invariable en sus hechos y elec-
195
clones. De rentas qoe le señaló su hermano , distríbuia gran
parte, con magnificencia, entre los que le asistían y en los
más remotos y apartados ; daba gruesas limosnas á hospitales
y conventos, viudas y huérfanos; era la esperanza de la
corte, incansable en honrar é interceder por todos con el Rey,
su hermano, por nobles y plebeyos; en los títulos y cédulas
de muchos hábitos y otras mercedes, se ponia: «á instancia del
señor infante D. Carlos». Víviamos por él muchos, y habia
vida, consuelo, y hartura y descanso en las casas por su pie-
dad y conmiseración ; era el amparo de muchos hombres no-
bles y necesitados en la corte , que conservaban su honor y
hábito honesto con el caudal de su ánimo generoso; jamás
se vio Príncipe que con tan poco dinero se hiciese más lugar,
ni obrase tanto en los ánimos de los vasallos, no por otros
fines ni más industria que por virtud propia.
Antes de los veintitrés años se adornó el sexo viril, y le
pobló do barba con majestad y lozanía , que como era libe-
ral , asi la naturaleza lo era con lo que estaba á su cargo ; de
suerte, que el haberle hecho tan gentilhombre, tan desco-
llado, robusto y fuerte, pedían estas circunstancias el ocu-
parlas alta y noblemente. Para esto, el Rey, su hermano, un
año antes que muriese, le habia dado el título de Príncipe de
la Mar, y le tenía destinado al gobierno de Portugal, para que
teniéndole allí armadas de galeras y navios, y poniéndole
hombres de consejo y experiencia, cuales los hay en aquel
reino, rodease ambos mares, se opusiese á los septentrionales,
y desde el África corriese hasta el Levante, amedrentando y
destruyendo el mahometismo en favor y apoyo de la Iglesia y
de la monarquía española, y en servicio del rey Católico , su
hermano, á quien siempre, constantísimamente, fué fiel y
obediente.
Jamás dio lugar á la desconfianza ni al recelo; aquella
sangre, aquel natural y aquellas costumbres, las tenía unidas
á la razón y á la esperanza de quien le regia : siendo Prín-
cipe, ninguno hizo más religiosamente el oficio de vasallo, y
siendo vasallo, ninguno mejor el oficio de Príncipe, sin con-
travenirse ninguna jerarquía á la otra. Si deseara ta idea Ta-
bricar un buen liermano y de buena perfección en todos sus
hechos, se habia de copiar de este Príncipe: eran <te cuidado
BUS acciones y sus virtudes, pero no su inlencton, porque con
la afabilidad de su condición, sin arbitrar en la maña ó la
malicia , arrastraba el mundo y á la hora se llevaba tras e¡ los
corazones y las voluntades: la obediencra y el respeto al Hey
eran ley para él, anteponiendo ésia á todos sus fines particu-
lares, si tenía alguno; razones del todo forzosas en la direc-
ción de buena monarquía: no permitia darse á todos ni á to-
das materias, ni exceder de la clausura en que fué criado; era
llamado á los consejos de Estado, oia y daba su parecer con
agudeza y cordura, leía en la historia con atención y utili-
dad, gustaba de lo bien razonado, y movia pláticas militares
y de prudencia para estar bien ocupado sin ofensa.
En estos años últimos le introdujo el Rey, su hermano,
dándole parte en el gobierno, que viese los despachos que
venian de Alemania y Flandes, Italia y otras partes, sus tra-
zas, disposiciones y respuestas, los votos y pareceres de sus
consejeros, para tenerle bien instruido en las cosas de la
Europa y parle del Asia, para mayor inteligencia del Levante,
para cuando le conviniese hacerle correr allá con las arma-
das. Juró al Principe, su sobrino, en San Jerónimo de Ma-
drid , conduciéndole al acto ambos hermanos, y fué lento
el aplauso que le hicieron al ejercer las ceremonias, y tanto
lo que admiró lo bizarro de su presencia , cuando salió de la
cortina y se encaminó al altar donde estaba el cardenal Za-
pata para recibir el juramento, que suspendió cuanta gran-
deza se halló en la iglesia: los prelados, grandes, embajado-
res y consejeros, y todos los reinos de Castilla llevaron mucho
que hablar de esto y que escribir á sus provincias y ciuda-
des. Platicándolo con el Rey, su hermano, algunos gentiles-
hombres de la Cámara después de su muerte, acordándose
de la celebridad de esta acción y de cuan sobre si estuvo, do
cuan airoso y bizarro galán salió, y de cuan majestuosamente
hito y obró las reverencias que le tocaron , respondió el
197
Rey:-*- Aquel fué eo dia:-hwo el pleito iu>menaje.en las ma-
no6 del Rey.
Alteraciones introducidas en la Europa por la envidia y
emulación francesa para la ruina de nuestros estados ; la sa-
lida de París de la Reina Madre y el duque de Orleans, su
hijo, para Bruselas; la liga» tan sin haber dado ocasión, de
Suecia, Inglaterra, Holanda y principes del Imperio y de Ita-
lia, tramada por el Cristianisimo ; aquel parlamento y confi-
dente , que querrá Dios tlMlunde en azote suyo y desolación
de su pueblo , habiendo enviado con la paz y la unión á Don
Gonzalo de Córdoba, y no aceptando, y sabiendo que el du-
que de Orleans por el Lorenés, corriendo la Francia, venia
con tres mil caballos al desagravio de su causa y la de la
reina Cristiantsima ; su madre , á la provincia de Languedoc,
7 que era forzoso asistirle por las fronteras de Perpifian con
ejército, habiendo mandado levantarle en Italia y llamado al
marque de Montenegro á Barcelona para conducirle, y he-
cho elección del iufante D. Fernando para esta expedición,
y porque halle alli persona Real que le dé la mano en caso
qué (como son los sucesos de la guerra dudosos) le rompa en
los reencuentros, y, por otra parte, para que concluya con su
prudencia y gran juicio las Cortes de aquel Principado, y para
otra cualquiera conveniencia^ que todas se las permiten al
Principe, y le son legitimas y naturales á su gobierno ; para
todaiB estas cosas y las que le armaban mejor, salió el Rey de
Madrid para Barcelona,^ á 43 de Abril de este año de 4633,
llevando en su compañía, como siempre lo hizo, al infanta
D. Carlos, y al infante D. Fernando para lo que dejo referido;
y por Valencia, en breves jornadas, llegó á Barcelona. Por
cualquiera lugar y cualquiera provincia bendecían la persona
del Infante; y como no podemos adivinar la carrera de la vida
si será lai^a ó corta, abrazándonos á aquello que nos pro-
mete la esperanza, los diligentes observadores de heroicas
empresas y fortunas, por los aspectos y maravillosa suerte de
los principes y buen uso de sus inclinaciones, decian que se-
ria grande, valeroso; y como era magnánimo, que seria
198
sefior del mondo, conseguiría arduas hazañas y victoriosas, y
que quedarla en la posteridad , á la par del César, su bis-
abuelo, Carlos V.
AIH, pues, en Barcelona, habiendo llegado la escuadra
de España, queriendo el Rey verla y entrando en la Patrona,
le metió en la posesión de Principe de la Mar , dándole un
bastón que tomó de las manos del duque de Tursis, general
de la escuadra de Genova. Quitóse aquel dia el ferreruelo, y
quedó en cuerpo, con admiración de aquella milicia naval,
que le hito salva; honró otro dia los capitanes con gruesas
cadenas de oro , siguiendo el instinto de su generosa influen-
cia, y entró otra vez en las galeras con todos los arreos y
preseas de soldado. Los que le vieron con los cabos blancos
del vestido, las plumas y el bastón, tan gentilhombre y dis-
puesto, y de rostro tan bien delineado y augusto, dijeron que
seria el terror y asombro de las lunas turcas y berberiscas.
En una fiesta que consiguientemente se hizo, de correr lanzas
por la nobleza de Barcelona en alborozo de la venida del Rey
y por haber habilitado las Cortes de aquel Principado, para
concluir al infante D. Fernando, quiso el Rey hallarse en ella;
y siguiéndole, como en todas ocasiones, el Infante, corrió al-
gunas, y los jueces, que eran el duque de Cardona, el duque
de Tursis , el conde de Oñate , el marqués de Leganés , todos
cuatro del Consejo de Estado; el conde de Santa Coloma, el
marqués de Este, caballerizo mayor del señor infante D. Fer-
nando , dieron al Rey el premio de mejor lanza y al Infante
de más galán. Con la vuelta del Rey á Castilla y el haber de
quedar en Barcelona el infante D. Fernando, su hermano, sin-
tió el perderle, y si alguna vez dio á entender que sabia
sentir, fué ésta, que no colgaba de menores esferas sus cui-
dados, si bien en las ocasiones privadas, de sus más confi-
dentes con ingenuidad y prudencia, esprimió parte de los
afectos de este suceso. En Nuestra Señora de Monserrat se
despidió de él: ambos con dolor y singular tristeza, tal, que
desde aquella hora no la perdió hasta el día de su muerte,
comenzándose él mismo á hacer las exequias : sintió los día-
199
gustos de SQ hermano , volvió á Madrid por Zaragoza , la ma-
yor y mejor colonia de aquellos reinos. La melancolía y otros
achaques en que fuimos dotados de las miserias de nuestra
naturaleza humana, á 4i de Julio, habiendo sufrido en pié
diversos accidentes de calentura, falto de sueño en las noches,
malas ganas de comer, y la nueva que poco antes vino á Ma-
drid de la indisposición algo apretada del infante D. Fer-
nando, le condujeron á la cama; agrávesele con mis rigor la
enfermedad, y esto, y el no poder tomar el sueño, y no hallar
gusto en la comida, y sobrevenirle un rigurosísimo paroxismo,
hizo desconGar, á los médicos, de su vida. No se le apartó el
Rey hasta esta hora de su lado ; trajeron el cuerpo del vene-
rable y antiquísimo labrador de Madrid , San Isidro, y la mi-
lagrosísima imagen de Nuestra Señora de Atocha, y otras
imágenes *, recibió alivio y los Santos Sacramentos, compuso
su alma y su voluntad con fray Domingo Cano, su confesor;
y con muchas confesiones y muchos actos de contrición , re-
signación y humildad en Dios, ordenó su testamento, dejando
las cosas que le tocaban al arbitrio y voluntad del Rey, su
hermano; tan obediente siempre á sus órdenes y mandatos,
que no quiso partir de esta vida sin dejar un ejemplo vivo á
los buenos principes de cómo lo han de ser con los reyes, sus
hermanos. Era forzoso tomar alguna consolación para reparar
las fuerzas y vivificar los espíritus, que los tenía muy decai-
dos, y dijo que no lo podía tomar; replicáronle que lo man-
daba el Rey, y al punto obedeció, diciendo: — Si lo manda,
tomarélo. Apretáronle los paroxismos; fué grande el descon-
suelo en que cayó toda la corte, pronosticándose antes del
suceso su pérdida, porque verdaderamente lo era: las oracio-
nes y plegarias fueron infinitas; los templos estaban abiertos
á todas horas y patente el Santísimo Sacramento; trajeron á
su Cámara «I cuerpo de San Francisco de Borja, duque de
Gandía, Prepósito general de la Compañía de Jesús; á voces
se pedia por las calles su salud ; fueron grandes los votos que
se hicieron y las ofrendas que se consignaron á templos, hos-
pitales, imágenes y cuerpos santos; por los remedios huma-
300
nos y divinos no quedó procurarle la.salud. Estaba destinado
en breve»-años para el Cíelo: en la paciencia con que sufrió
los trabajos de la enfermedad, j en la tolerancia que naostró
en lo duro y acerbo de los remedios, se reconoció su predes-
tinación. En los juicios altos y profundos de Dios, no bay dar
alcance, ni puede el pensamiento humano tentar el vuelo en
esta parte, y así, no sabemos la causa de por qué nó nos
dan lo que pedimos: no debió de convenir; podiasele per-
vertir con los sucesos prósperos, en lo de adelante, su salva-
ción; llegó á sazonarse el fruto, v cogióle la divina mano
para que triunfase el espíritu de la inmortalidad para que fué
criado. Ayudándole á bien morir su confesor fray Domingo
Cano; fray Cristóbal de Torres, de la orden de Santo Do-
mingo, y predicador del Rey; el padre Pimenlel , también
predicador del Rey , y fray Diego, menor descalzo de la Or-
den de San Francisco; confesando la fe católica, y que rooria
debajo del dominio do la Iglesia, rindió su espíritu en las ma-
nos de Dios, viernes á las dos y media de la mañana en que
se contaban 30 de Julio, y del parto de la Virgen 1632 , fal-
tándole de llegar á los 15 de Setiembre para cumplir veinti-
cinco años.
Fué general el sentimiento y el dolor de su pérdida, y tal,
cual no se vio ni se lee de principes en bislorias: sintiólo e^
Rey y la Reina, y la señora Infanta do las Descalzas, que le
amaba sumamente; sintiólo la corte, y de ella todos los pue-
blos adonde llegó la voz lastimosa y lamentable de sn
muerte: fué general el llanto y el luto, y cesaron por esto
todos los ejercicios y entretenimientos festivos do la corte; en
la iglesia de Palacio, que labró su abuelo para vivienda de
sus últimos años, pusieron el cuerpo armado con el bastón,
á la noche, coa acompañamiento funeral y magniSco, con to-
das las religiones de la corte, las guardaste á caballo, caba-
llerizos, cosiilleres, acroes, pajes y otros oficios de la Casa
Real, en unas andas, cubierto con un paño de brocado, y
cuatro faroles. Dando el Rey orden á fray Gregorio de Pe-
dresa, obispo de Patencia, predicador de S. M., al duque do
201
Medios de las Torrea, y al marqués de Légano, para que lo '
llevasen, fué conducido á San Lorenzo el Real, seguido y
acompañado de mucha nobleza. La mafiana siguiente le salió
á recibir el Prior y el convento en la forma y preceptos que
lo dejó instituido el rey D. Felipe II, su fundador; fué puesto
en medio de la iglesia, sobre un túmulo de dos gradas y una
tumba, y después del funeral en el mausoleo de sus anteccrt
sores, hasta la ultima resurrección de los muertos.
Principe de raras é incomparables virtudes, imitador de
las huellas de sus esclarecidisicnos padres, religioso, pru-
dente, misericordioso, limosnero, magnánimo, liberal, am-
paro de menesterosos y necesitados , grande de todas mane-
ras. Los que le comunicaron y recibieron de él, te lloraron;
los que no, por la notioía de esta virtud. Fué su falta general,
en todas partes; en Palacio, en los criados del Rey, en la
corte, en los nobles y plebeyos, en los conventos y hospita-
les, y lo será en lo de adelante: dejó en gran soledad los jui-
cios de los más entendidos, y tos actos públicos carecieron de
su presencia con desmayo; las mayores esperanzas faltaron á la
monarquía; y fué, finalmente, el más amado, el más bien visto,
el más aplaudido, el mayor y mejor de los siglos pasados y
los que se esperan. Deseando un gran pintor retratar con pin-
celes lastimosos el dolor de ana matrona romana en la muerte
de su esposo, hallando dificultad en el intento, y que no con-
seguía con propiedad el suceso ni bastaba el arle á prescribir
el asunto, se rindió y cubrió el rostro con un velo negro;
dando á entender por allí que con aquel artificio lo explicaba
más naturalmente, y dejaba tos ánimos más compasivos para
declarar con razones más condolidas y eficaces el sentimiento
común. En la muerte del serenísimo infante D. Carlos, para
dejar bien dibujado nuestro dolor, lo más legítimo de las fra-
ses y locuciones, y lo más fúnebre del elogio y de In oración,
es cubrir la narración con el silencio, porque verdaderamente
falta caudal al ingenio, y el mayor, y el más delgado y favo-
recido en toda erudición, peligrara en este escollo.
Ponderábase en este trance el sentimiento que haria el
muy alto y el muy eicelente Principe el señor infante D. Fer-
nando. Los que tuvieron por eiperiencia cuan grandes her-
manos eran , cuan amigos y cuan estrechamente una misma
cosa, decían seria terribilísimo , y aun se temia no fracasase
su salud estando tan recientemente convalecido. Aquella
noche escribió el Rey á S. A. , consolándose y consolándole.
Cuando llegó lii carta la abrió y leyó; .Llevó Dios para si á
mi hermano». Beíieren las cartas que vienen de Barcelona,
que fué menester su prudencia, su fortaleza y gran juicio
(lara no Raquear en dolor que tan de repente le sobresalió, y
que se hizo fuerza para no rendirse á los lances de la natu-
raleza. Este, sin duda, es el mayor sentimiento: luchar con
los accidentes, y por las leyes de la dignidad no poder eial-
tarlos, guardarlos y tenérselos para si. ¿A qué pena es com-
parable este cuidado? Destilándose por lae lágrimas y ios ge-
midos, cree la ignorancia que es llegar al sumo estado de
sentimiento [y es sin duda de descanso]: estar ocupado el co-
razón de todas estas inclemencias y desventuras y no brotar-
las, antes consumirse en ellas, es el verdadero padecer, sin
abrir camino al descanso ni quererle; este es el que sulamenlo
padece, el que siente y paga la pérdida.
Referíisc el sentimiento que haria la reina do Hungría,
que lan poco había que le perdió, amándole estrechamente:
la admiración que haria en ambas Germanias, alta y baja, en
Francia, en Italia, en Inglaterra, en toda la Europa y en el
orbe su pérdida. A los ocho días de su muerte, cubierta la
Capillii Real do telas y terciopelos negros, dos gradas y una
lumha encima, y todo esto con majestad y decoro, en me-
dio de ella, con los más ríeos brocndos de San Lorenzo el
Real, sobre la tumba una almohada y una corona, el Toisón
de Oro y las insignias mnrciales de Príncipe de la Mar, como
<•[ bastón y la espada , viernes por la larde . se le hicieron las
vtspertis, y el dia siguiente dijo la Misa D, Francisco de Men-
doza, obispo de Plasoncia y gobernador del arzobispado de
Toledo, é hizo el scrinun fray Gregorio de Pedrosa, obispo de
Palcncia, predicador del Rey y dn los más insignes. La fa-
cuitad ponderó el espectáculo grande de un Príncipe muerlo
en la flor de su cdadj discurrió largamenle de su religiosí-
simo nalural Y generosas costumbres; fué f\ postrero oficio,
el más eficaí que le hizo el Rey, su hermano. Para el alivio
de su espíritu, muchas iglesias, catedrales. Reales fundacio-
nes y convenios, siguieron ei ejemplo, y le hicieron exequias
con funeral pompa y efectos piadosos, dignos de la grandeza
de sus obras.
Esta es la vida de aquel Príncipe, y lo que yo, como
atento á sus acciones, he podido describir para dejarlo por
ejemplo á los hombres. Atrevimiento grande, pues era argu-
mento para mayor pluma. Aquellos años, por nuestra infeli-
cidad pocos; esta narración, que más atentamente informa
á los dalladores en supremos lugares que son polvo, y é los
envanecidos que son nada: la resignación tan pronta do su
vida en las manos de Dios; los actos de penitencia, de fe y de
amor, regulados con atención por los más inculpables religio-
sos; ajustado todo eslo con los fundamentos de nuestra santa
fe, afirman piadosamente que su espíritu está gozando de
Dios: asi lo esperamos y lo sentimos.
¡Qué de inquietudes debió de sosegar esta muerte, y qué
de corazones debió de conducir a salvamento y tranquilidad!
Porque con este suceso se aseguraba el más soberano, y en
éste descansaban los beneficiados del favor y la fortuna, y
afirmaba más establemente el proseguir con sus buenas an-
danzas, y estas verisímiles, á pelear con uno ó con dos. Te-
míase el principal ministro que estos dos príncipes, por haberlo
desazonado y descompuesto con el Roy, su hermano, preten-
dían desvanecerle y arrastrarle del estado que cairipaba con
demasiada bizarría y denuedo, y con más ingenio del que per-
miten materias que se han de unir y templar con la modestia
y reconocimiento del subdito; y que las armas eran refular
sus aciertos , sus acciones, sus consejos, como adversos á la
monarquía; y otrosí, representarle la ruina miserable de ella,
los sucesos siniestros y su poca fortuna. Tuvo alguna tem-
planza esto, como dije, si bien asaltaron otros cuidados y
204
nuevos accidentes la cabeza del gobernador. No le desplacía
la quietud con que quedó el cuarto del Rey y cuan sólo y li-
bre de asecíianzas. asi como n¡ más ni menos el cuarto de la
Reina, con la ausencia de la reina de Hungría; de cuyas pU-
ticas y consejos con los hermanos padeció sus ciertas descoa-
íianzdS y temores, con que aprestó y reempujó la salida. Digo
que te tenian desahogado el espíritu verse rodeado de menos
enemigos; la serenidad del cuarto, pegujar que quiere para
si sólo y que nadie se le entre ni asalte; el desarrimo del Al-
mirante, dueño de la gracia del infante D. Carlos y que en el
aire quedó; la soledad de D. Luis de Haro, que ya no tenía
dondA llevar sus correspondencias ni adonde aQlar su ingenio,
llevar y traer nuevas, repudiar sucesos y empresas del tio, si
bien creo había su trato en esto, y que era echado para que
explorase los ánimos é intenciones de todos y avisase para
desbaratar las marañas y conjuraciones. Los desmanes tan
indecentemente sobrevenidos sobre los amigos, que asegu-
raban perdurables, lo afirman, y dan mayor claridad á esta
sospecha los secretos que después parecían en público, y
que la tierra óun apenas los podía revelar, que sirvieron de
martirio y caida á sus dueños. Por otra parte, se serenaba
más aína ver á D. Antonio de Hoscoso con menos correspon-
dencia y con menos ocasiones para acudir á Palacio, con un
Infaule menos, quien poco antes parecía dueño de dos, y en
la corte defraudado de ambos auxilios y de todos los demás
bolillos, sin airo para navegar, encogidas las vetas, y sín ti-
món; espíritus que fomentaban la correspondencia del vali-
miento en el concepto del mayor ministro, y aun en el de la
[fcrsona Real tenidos por deservidores, porque le ínquietabaa
los hermanos, se los descomponían, y que cuanto trazaban
para concordarlos y asegurárselos, lo desarmaban y desman-
telaban todo. Uiscurriüse más adelante, y considerábase tam-
bién á un Infante solo, sín correspondencia de hermano, que
parecía amigo, y que ya había de luchar por si, sin que le
diese la mano ni el consejo; linalmente, de arte todo, que ai
casi doce años habíamos navegado por sirtes y curipos, ya
205
todo era mar sin sospecha y de rumbos corrientes y apaci-
bles que señalaban el puerto de iris y la esperanza del des-
canso, porque ya no habla que temerse de ¿qué dirán al
Rey de mi?
Entro estas bonanzas, pues, en que ya parecia nos pro-
metíamos un desahogo larguisimo, porque no le falte al oficio
en qué fluctuar por su naturaleza, se dispertaron nuevos dis-
cursos y cuidados. Decíanle los parientes , los procesos en la
confidencia , los beneficiados con mercedes y dignidades, que
era menester abrir las ojos á nuevos pretextos de conserva^
cion ; que el infante D. Carlos era un trincheron donde se
aseguraba de las acometidas, rebatos y mudanzas de los tiem-
pos, y para cualquier accidente tenía donde proseguir su
fortuna , teniéndole en aquel cuarto para mantener y conser-
var sus oficios , como lo quiso hacer cuando el Rey los años
pasados estuvo á la muerte, y que sí ejemplos antiguos no
aseguraran bien esto, que lo que está á cargo del hombre es
arbitrar bien su fortuna y después encomendarse al suceso, y
tal cual fuere , infeliz ó favorable, sufrirle con toda tolerancia:
que el Rey era uno solo, el Principe niño, y con achaque que
ya amenazaba peligro; la Reina, por la infelicidad délos par-
tos pasados, imposibilitada de hacerse preñada, de poca su-
cesión, y forzosa de cuidar lo porvenir; que quitase la casa a
Infante , le trajese á la corte , y le metiese en el mismo cuarlc
del Rey, como estaba el infante D. Carlos, le halagase y sir*
viese, que con esto lo templaría, le haría olvidar los enojos
pasados y aun el Valido; que con facilidad, en naturales que
de otros sucesos ya se conocen, sería muy cierto el conse-
guirlo, viéndose restituido á Palacio á la vista de su hermano
y servido dé sus criados, los más de ellos grandes, cuya va-
nidad no desplace á los mayores principes , antes les sirve de
lisonja y hechizo: que hiciese á los gentileshombres de la Cá-
mara que tenía, víreyes, gobernadores ó asistentes de algunas
provincias, con que no formarian agravio de que los despo-
jaban, pues ios proveían en cargos suficientes, y echase á
Valencia al Moscoso y á otro sujeto, por alto que fu^a, aun-
que estuviese en la Cámara del Rey, si le embarazaba, y á
cualquiera persona menos, á otra parte, según su calídadj y
á las ayudas de Cámara, los que liene en Barcelona y Madrid,
dejase con la recoiripensa ordinaria.
En esto se hablaba y debatía, mas él, sín resolverse ni
acostarse á una ni á otra parte , estaba perplejo: cuáles se opo-
nían y cuáles les decían gozase la tranquilidad que le ofrecía
la fortuna, y no trajese á Palacio persona que había querido
luchar con ¿1 y derribarle; que en Barcelona , donde estaba,
le entretuviese con buenas esperanzas, le engañase, y fiase
más en el tiempo y en los principes que tenia debajo de su
mano, y no se rindiese. Sin embargo, aunque contento con
la posesión de un Estado, atento al otro, y habiendo oído á
los más de sus parientes y hechuras en lo tocante á la venida
del Infante, quiso oír á ios consumados y envejecidos en pru-
dencia y consejo; y asi juntos los de Estado y algunos de las
otras clases, los mejores, y aquellos que sirven y están de-
dicados á los consejos del Príncipe, esta vez, embozando el
modo, los aplicó para si. En este consejo y en otros muchos,
y en algunas juntas, hubo varios pareceres: unos lo aproba-
ban, y otros lo contradecían y encaminaban á diferentes
rumbos, y otros le conduelan á Flandcs. Empero él ya se re-
cataba de esto y de hacerle lan poderoso que fuesen suyas
las armas de la mayor escuela de Europa. Sin embargo,
cuanto bubo de recatar y suspender vino á dar de cubeza, y
ja se publicó en la corto que el Infanlc venia al cuarto del
Rey para el otoño, se despedían las casas, la que dejó aqui y
tenía allá; echaban á Orani, á la Coruña ó a Cerdeña; á Sal-
vatierra, á Sevilla, y al Moscoso á Valencia. Esto díó tanto
que hablar en la corte y que discurrir, que dijeron, los que
tienen costumbre por ociosos ó mal pensados de glosar los de-
signios é intentos de los privados, que el enviar al Moscoso á
Valencia era encaminarle (tor las pisadas que comenzó Don
Francisco Gómez du Sanduval y Rnjüs, marqués de Dénia, y
que asi serian los lines. Teniendo noticia de esto el Privado
paró y temió el pronóstico, resentido de que le hubiesen
207
entendido lus pensamientos y de que navegaba sobre su co-
modidad antes que sobre otro fin, descuidado, como siempre,
del que pertenece al bien común; mas sin embargo, por eetu
misma razón ó causa, no soltaba el discurso de la mano. Vol-
viéronle á referir no despreciase el consejo, trajese al Infante,
que una vez metido en la red, teniéndole por suyo y hacién-
dole su criado, habria modo suGcientisimo para entenderse
con él, captarle la benevolencia y entrársele en la í;racía, ha-
cerle olvidar lo pasado y conducirle á nuevos pensamientos y
materias, y que el tiempo, médico y maestro de todas dolen-
cias y de todas facultades, que babia sabido curar muchas, le
sanaria mucbas y esta, y le enseñaria y pondria en las ma-
nos: que los principes son los que saben con más facilidad de-
poner de sus elecciones y resfriarse en la voluntad, y quo
aquel sólo se los lleva que le ven delante y es frecuente en el
agradar y servir: que de lo contrario, se seguiria quo de la
primera persona Real que se desencuadernase del libro de la
vida, caería en sus manos y en las de la casa de SandovaJ,
cnyas iras experimentaría con rigor, como ellos mismos hoy
las experimentan y sufren de él , donde no faltarían decretos
que le asolasen, fiscal que le censurase las acciones, el go-
bierno, la hacienda y las mercedes, y otros sucesos que hizo
de más relevantes censuras que los pasados; porque no hay
duda que somos hombres y nuestras pasiones no inferiores
á las de los otros: que se diese priesa á desenvolverse y á fa-
bricar ancoras y esparcir nublados, que á raénos larga car-
rera que de dos años, los vería consumir iodos á la fuerza de
los rayos que gobernaba, sin dejar huella ó rastro de lo que
hoy son; y que no se descuidase y los expusiese á todos y á
sí mismo al riesgo de algún siniestro suceso, en los trances
de Id vida humana muy posible de suceder. Quién dice que
abrazó el consejo, si bien remiso, y que lo propuso al Rey coa
las razones y fundamentos que otras veces en cosas que él
dice son convenientes á su persona y á su estado. ¿I'ero que
mucho (diriale á lo que yo imagino], que la falta del infante
D. Carlos había alterado el progreso de la buena expedición
de las demás materias y mudado el orden? que así , era me-
nester arbitrar de nuevo.; y era de parecer, y lo era todo e)
Consejo y aun los más entendidos de los otros, que volviese
el infante D. Fernando al mismo aposento del infante D. Car-
los y al cuarto de S M. para que le sirviesen sus criados; que
)e tendría allí mejor, y más seguro y recogido hasta que el
Principe estuviese de edad y juventud para hacerlo, y que
entonces se podría disponer con más razón de su persona; y
aquella hacienda, ó se guardaría para hallarla más colmada
después, ó se aplicaria á los nuevos gastos acrecentados, ó
de otras partes, de In Reina Madre y del señor duque de
Orleans.
ReGeren que á lodo esto se allanó el Rey, favorable por
naturaleza á los consejos y proposiciones de este hombre, y
que se lo escribieron a) Infante, si bien á la bora.de ahora sé
calla y se encubre, y lo tienen por poco seguro, antes se
piensa que no vendrá. Respondió el Almirante, proponiéndole
qlie qué le parecía de la venida del infante D. Fernando y de.
las juntas que se hacían sobre esto, y dijo: — Que tan presto
estaría hecho como deshecho. Y dijo mahavillosamente; por-
que, ¿quién acabará de entender las trazas de los privados, sus
miedos en acometer y sus atrevimientos en recelar? Este es el
estado que hoy tiene esta maleria; los contrayentes oyen sua
deposiciones, callan y esperan adonde les echo aquel venda-
val á que todo subdito está sujeto, y lo más y mejor de nues-
tros pueblos, por pecados nuestros.
Dejó el cardenal Zapata, ó quitáronle, lo de Inquisidor
general, y dléronlo á fray Antonio de Solomayor, confesor
det Rey,, con un arzobispado de anillo, para excluirse del do-
minio de la religión y.-en todos trances, de superior; que en
lodo cuanto puede ser variable fortuna y adversa, bien es
pertrecharse de manera que no nos hagan pasar por los pasos
del antecesor Aliaga con una orden: •retíraos beis á Huete, y
esperareis alli la orden de vuestro superior*. Finalmente, be-
neficiábase el sujeto por ser á gusto del poderoso: fué, luego
que le hicieron la merced, á visitar al Caraenal, entró muy
■obrado de CDmpliinientos, recibióte y dljole: qae todo habfa
de ser pera servirle, que él habia de ser Inqoisidor general,
y lo había de mandar y hacer todo, como de antes; que él no
lo habia de ser. Respondióle el Cardenal agudísima mente y
con prontitud de iDgenio, que tenia: — Antes pienso que no
lo hemos de ser ninguno. Tanto conocimiesto tenia de la va-
riedad en que militaban los gobernadores. Enviáronle éstos
en cierta ocasión á decir, que S. M. le hacia merced de qae
fuese acompañando al infante D. Fernando hasta que se em-
barcase, cuando estaba muy corriente el pasar á Flandes; y
dijo, que besaba á S. M. la mano por la merced que le hacia,
y á quién se habia de entregar aquella media anata. Tenia
este buen gusto en el decir; no era del gremio de los que
aplauden, porque no profesaba de lisonjert), y aunque era
asi chistoso, decia con libertad su parécete en las consultas y
respuestas de papeles; y asi, porque ni en esto, ni como
gobernador del arzobispado, ni en lo de Inquisidor general^
le dejaban obrar ctín desembarazo, dando' á cada cosa lo qae
le tocaba, en menos de un año perdió ó dejó ambas cosas, y
como virtuoso, se quiso retirar de ellas. Fué buen prelado en
el tiempo que lo fué; en Roma buen Cardenal, y en la corte
HÍDÍstro entero , justificado y prudente.
Cargado, pues, como dije, Haestrich por Enrique de Na-
tau, general de las gentes de Holanda, sin fuerzas nuestros
paisps, por haberlas llevado con orden infelicisimo D. Gonzalo
de Córdoba al Palatinado, si bien, por la necesidad presente,
mandó volver á socorrer la plaza y todo el estado, volviendo
aquel capitán; mas las aguas fueron tantas, que no le dejaron
emprender facción memorable, ni socorrer la necesidad de
plaza tan importantísima. El enemigo, á la sombra de este des-
embarazo, logrando con prosperidad la ocasión, la cerró, ro-
deó de trincheras, y fuertes, metió la mesa dentro para tener
la puerta abierta para socorros -y municiones, sosegándose
dentro, y si bien D. Gonzalo envió á D. Felipe de Silva para
tentar las trincheras y ver si podia escalarlas, habiendo cami-
nado toda la noche , perdió el camino, y al amanecer se halló
210
debajo de ellas; reconoció la dificultad y el camino, y vol-
vióse. A esta hora, para apretar más al enemigo que estaba
sitiando, tomarle los pasos, las municiones, socorros y vitiia'
lias, y aumentar el ejército católico de más gente; para acu-
dir á aquella y á otras plazas, de que se tenia noticia se pre-
tendían sentar para la diversión, ó porque en servicio ds
Flandes salía el enemigo esta vez con más poder que otras,
con intento de acabar con lo de Flandes, ó á lo menos, po-
nerle en estrecha necesidad para que, si no este, se conclu-
yese otro año; á esta hora, como dije, bajaron por la West-
falia doce ó catorce mil alemanes, gente escogida, debajo de
la conducta de Oppenhein, caudillo de consideración enviado
por el César. Toda esta gente y la que teníamos, según la opi-
nión, pasaban de más de cuarenta mil hombres. Por más que
lo queramos inquirir, no podemos acabar de averiguar qué
hacia esta gente, porque si bien las aguas, como dijo D. Gon-
zalo de Córdoba , no le dejaron llegar á impedir que el ene-
migo no acabase de cerrar la plaza, supuesto que no llovió
siempre, ¿en qué tenían ocupados los pensamientos tos con-
Mjos, que no resolvían en la necesidad y mengua de reputa-
ción presente? Tantas buenas cabezas, como D. Gonzalo da
Córdoba, el marqués de Santa Cruz, D. Carlos Coloma y otros
capitanes y soldados, y tanto número de ruido y de milicia,
sin duda ninguna da admiración y espanto ver que dejasen á
un enemigo conseguir cuanto pudo conseguir y desear, como
si en Flandes no hubiera capitanes y soldados.
Viendo, pues, Enrique de Nasau que había vuelto Don
Gonzalo de Córdoba y dejado la jornada del Palatinado, y la
gente que había llegado de Alemania, y la qno, sin embargo
de estos dos ejércitos, había dejado en Flandes, no dejando
de darle cuidado, aprovechándose del que nosotros no tenta-
mos (culpa de pecados nuestros), envió é Maestrich á decirla
al teniente de gobernador, porque el gobernador se hallaba
á la sazón con D. Gonzalo, que ya veía el aprieto en que es-
taban él y la villa y toda la gente, que se rindiese y le con-
cedería todos los partidos do honra y comodidad que qui-
211
siere. El teniente, como fiel y como soldado, le respónSío^
había adelantado mucho á hacerle aquella propuesta ; que se
sosegase un poco y se lo enviase á decir de allí á seis mcsea.
A todos estos lances y sucesos, nuestra gente procedía con
remisión y tibieza, acampaba solamente en algunos puestos
considerables, sin acometer ni aspirar á empresa ninguna; ni
á cerrarle á él , embarazarle los bastimentos , quitarle los so-
corros, ni otra cosa de las que á hombres de milicia solícita
el ardid y el consejo, ya que no el ardor y el coraje, si es que
DOS ha faltado éste y se nos ha resfriado; aunque, á mi pare-
cer, los que atentamente consideraban este hecho, creyeran
que les falto iodo, y que, por nuestros pecados, tenían ocupa-
dos los brazos, el juicio y los ojos la gente que no veía ni
stendia al riesgo y á la afrenta que tenía delante.
Discurríase entre ellos, digo yo, y creíase que eran mu-
chos; que la villa tenia nervio y fuerzas para sufrir el asedio
algunos meses; que el enemigo, aunque sitiaba, también él lo
estaba, no sin cuidado, de los ejércitos de afuera que le ro-
deaban, y que había de mirar por dónde habla de salir; que
se le consumiría y acabaría la gente, que ellos conservaban
la suya, y que podría sobrevenir tal accidente, y las incle-
mencias del cielo y del invierno, que ya estaba cerca, sobre-
vendrían de manera y podrían ser tales, que les desbaratasen
las fortificaciones y les obligasen á levantar el sitio; y al re-
tirarse le cargarían, de suerte que. roto y deshecho, se vol-
vería á las islas sin conseguir nada, y que ellos entonces,
como enteros y unidos, recobrarían á Venelo, Bosmunda, el
fuerte de la Cruz y otras plazas abiertas. Si esto fué nsi, el
enemigo so valió de nuestras pláticas y designios, como es
cierto los sabría por el aviso de sus espías, creyendo que
todo esto podría ser, porque no hay duda, sino que le puso
en cuidado la mucha gente nuestra que había en el contorno
de sus trincheras, y, para divertiría, el magistrado del
Haya acudió con embajada á su mayor protector, y consiguió
de él que gente francesa, en número considerable, se arrí-
mase á Gimbray, frontera entre Francia y Paiscs-Bajos , y
212 _^ -^
donde naestra nación bízo tan memorables becbos en loi
principios de Enrique IV, cuando le ganaron el conde de
Fuentes, D. Pedro Enriquez y D. Agustín Mejía, capitanes de
esclarecida reputación. Creíalo asi , como dije, Enrique de Na-
sau, y obrando diligentemente entre dificultades y rácelos,
para desahogarse de lodo y alcanzar victoria, desembarazarse
j desembarazar la gente, dar honor y vida á si y á su patria,
á la hora'que casi se arrinnaba la gente friincesa á Cambray,
resolvió en asaltar á Haestrich: sacó la más gente que pudú
de las rortiGcaciones, que casi no pasaba ya de diez y ocho
mi) hombres, y con los más gruesos cañones plantó la ba-
tería , ordenando su gente, y poniéndola en batalla en cuatro
escuadrones. Comenzóse, pues, la batería, de que ya sobre-
saltados los nuestros, se pusieron en la defensa pocos, fla-
cos, enfermos y muertos de hambre; empero nada de esto
tes embarazó para no hacer el deber. Vendió el teniente, cau-
dillo y cabo de la defensa, lo que tenía, para alentar y pa-
gar á los soldados; hizo el enemigo tres arremetidas, y de
todas, con sumo valor y valentía, fueron rechazados: estaba
ya el muro, del continuo tesón de la artillería, molido y
abierto por muchas parles; con que el Enrique de Nasau les
envió á decir que dentro de tres horas le rindiesen la villa;
donde no, que acometerla con más fuerza, y, sin respetar á
varón ni á otro sexo , los pasaría á todos á cuchillo. Respon-
dió el cabo le diese término de algún tiempo para avísnr á
D. Gonzalo de Córdoba : fué rechazado esta pedido, y vuelto
á noli&car el aviso primero, reconoció el teniente de gober-
nador el estado miserable en que se hallaba, el muro casi en
el suelo, sin gente p;ira defenderse, sin bastimentos para per-
severar, é imposibilitado de ser socorrido; con que, alcan-
zando aquellos partidos que se suele conceder la milicia
noble y honrosa, salieron, y el enemigo se enseñoreó de la
plaza.
Quién dice que poco antes se concertaron las cabezas
del ejército católico, y que resolvieron asaltar al enemigo
por tres partes; que comenzó el Oppenhein con sus alemanes
313
por el suyo, y que en las otras dos no se oyó caja; que hito
6u esfuerzo, mas como hombre desayudado, no pudo pasar á
meter el socorro en la villa, con que se desesperó de todo
humano remedio i y cuando el Oppenheiu vio tomada la villa,
viendo que allí no bacía nada, ni conseguía honra, ni le die-
ron un jarro de agua , si bien otros dicen que le dieron
200.000 escudos por servir al Cósar , de quien era vasallo, y
aprovechar el tiempo y la gente en la guerra del sueco, con
quien deseaba llegar á las manos, se volvió á buscar este
enemigo, de quien, á la hora, se dice, se bailaba apretado en
Noriembergá, sitiado de casi cien mil hombres por el duque
de Bavíera y Frislan, y aun á pique de coneiuirse aquello con
prisión y destrozo de este infiel. Jomada Maestnch, llega-
ron correos á Madrid del suceso que entristecieron á la repú-
blica, á las cabezas, y áuD á casi todos los pueblos; decíanse
varia» cosas, y entre otras, que no se debia de tratar ve^^ad
al Príncipe , que los ministros no atendían á la reputación de
la monarquía, ^no á conservarse en el mando, j que, aunque
estaba erigida juma de esto (y señalaban los hombres qae eran
los deudos y aliados en beneficios y lisonjas), que no se de-
jaba obrar á los capitanes del ejército de Flandes; que coa
poca gente, mal pagada y letras de dinero íniitiles, se aten-
día á muchas partes, á ínterpresa y otras cosas, dividiendo la
gente, con que no sólo no obraban , empero no se defendían; y
culpaban también á tantas cabezas como había en el ejército,
que parece solamente se caminaba á que no hubiese ninguna.
Quién culpaba al marqués de Santa Cruz, que con los celos
del Córdoba, y porque no le dominase, si D. Gonzalo propo-
nía algún designio ó facción, decía el Marqués que no, y sí
el Marqués, lo reprobaba D. Gonzalo. Donde hay muchas
cabezas ó pareceres, fuerza es que haya confusión, falta de
providencia, de afectos y buenas fortunas.
A la hora, pues, como dije, el enemigo resolvió la ex-
pugnación de Maestrich, llevando nueva de que gente de la
Francia se arrimaba al confin y quería atentar á Cambray,
Pasó allá D. Carlos Coloma con 10.000 soldados, división que
bacía no obrar nada á nuestra gente, y á la hora vinieron por
varias partes, por Dunquerque á Vizcaya, y por Jurón á
Pamplona, correos que despacharon el duque de Ciudad-
Real y D, Luis Bravo de Acuña, virey de Navarra, que el
ejército católico habría recobrado á Rosmunda, degollado
8.000 hombres, tomado las trincheras del Maeslrích, y siliá-
dolo ¿ él dentro. Creyeron todos que el coraje y el estímulo
de la reputación los habla hecho salir de sí, y que, embrave-
cidos, se tragaban al enemigo, volviendo por si. por la patria
y por el nombre español, venerado en toda la antigüedad de
todos los que ahora pretenden adelantarnos y en esla era mi-
serable lo han conseguido. Este alborozo se desvaneció con
brevedad, y con nuevas más lamentables y vergonzosas, cua-
les no las oyó la monarquía; y fueron , que el enemigo se
apoderó á satisfacción suya de la plaza, la fortíGcó y presidió,
basteció y aplanó con muy buen aire las trincheras, y levan-
tóle en torno cuatro fuertes, que la constituían perdurable en
su dominio, sin que se le pusiese un hombre al opósito; que,
ufano y vicioríoso, discurría más descolladamente; que en-
tre el país de Lieja y Luxemburg, se apoderó del de Límburg,
si bien , parte sin defensas, por ser país abierto y lugares no
murados, y que la demasiada honra y provecho ganado le
conducía ya á retirarse á la Haya , dejando cortados los so-
corros y vituallas que bajaban de Alemania para Flandes,
complacidos á los confederados y satisfecho al francés, su pro-
tector, de las ignominias antiguas, del haber acogido á su ma~
dreen Bruselas, y de la Liga con el duque deOrleans, su her-
mano; de que ya, por la nueva, todo aquello de pasar á Len-
guadoc, y tentar el Delfinado, y comenzar la división en la
Francia, está compuesto y ha salido vano el diseño; no ha-
biendo salido ni servido , más que de haber consumido el po-
bre reino de Castilla 60.000 escudos cada mes. Este es el
estado de las cosas de Flandes, y cual él es , será todo lo de-
mas; que parece que nuestros capitanes volvieron por la re-
putación del conde Enrique de Bergas en lo de Bolduc, Besel
y pais de Belba, pues todos han procedido á un andar.
_i
S16
Tace este infiel en Holanda , no habiendo tenido efecto bu
manifiesto, ni el haber podido juntar la gente que presumía
para mayor comodidad de que el Nasau consiguiese la em-
presa del Maestrich. Del sueco , dejamos dicho su estado y el
de ambos hermanos en Francia; y en Flandes, por más que di-
gamos, no acabaremos de lainentarnos; desahuciado de per-
severar aquello, con la pérdida fatal de este año de 32,
donde quería dejar esto; que rompe el corazón ser cronista
de desdichas propias. Y, por concluir, creen que lo que ha
quedado de aquellos estados, por no verse sitiados, puestas al
trance sus vidas, mujeres, hijos y haciendas, se ha de en-
tregar al enemigo, pues no lo podemos defender; que se lo
han de manifestar á la señora Infanta, y que le han de forzar
á retirarse; y perdido aquello de quien nos vendió que nos
habia de hacer dichosos, afrentando injustamente á los pasa-
dos, que no tiene más nuestra dicha de lo que ellos duraron,
ee estremecerá el Imperio y le procurarán invadir; que ha-
biendo echado de Flandes el derecho de España, que tan in-
mensos millones de oro y piala le ha costado, echarán de
Hungría, Bohemia, Austria, Silesia, Horavía y el imperio de
la Istria , lo que hay de la Casa de Austria; poseerá aquella
dignidad otro Príncipe; insidiará con mayores bríos el fran-
cés á Italia , y ya ayudado de este inBel de la casa de Nasau,
se la llevará; bajará con armadas á las Indias y serán suyas,
y sentirán nuestras costas de España la opulencia y estragos
de sus ejércitos. De esta manera, las monarquías de romanos,
medos, persas, asiríos y griegos, cuando comenzaron á ser
ruines, flacos y pusilánimes sus caudillos, ministros y gentes,
7 se dejaron vencer sin consejo y con cobardía, y sin más
atención que á los vicios, se acabaron rápidamente, y pasó
el dominio, el honor y la fortuna á aquellos que mantuvieron
constantemente la virtud del valor, y aspiraron al crédito
con el desinterés y sin amor propio, abandonando las deli-
cias, la flojedad y el descuido de lo más importante. ¡Ya sufri-
rán la mengua aquellas cabezas que sólo aman el vicio, le
premian y le coronan, y que la virtud ande falida, mendi-
gaodb de puerta en puerla. sin apoyo ni amparol ¿Cóalo ha.
de acertar donde son los conseJoB deshisiradoii y rebalidos , y
lOB premias y magislrados para sólo ios vanos, infructuosos y
qiie sólo miran á su conveniencia? ¿Cómo han de adelantar
la autoridad del Príncipe y del Estado si atiende solamente el
poderoso no más que á las materias de adentro y aferrarse en
ellas, sin asistir á las de afuera, tan importantes a) progreso,
reputación y fortuna de la moRarqula?
Admira, y no con poca razón, que cuando le decían se
habían puesto en Flandes tres millones de plata, no habiendo
dado á los soldados ocho reales en todo aquel verano, hu-
biese quien llevase en la corte 50.000 ducados, con no más
derechaqufi con titulo de soldado, ó porque s6 supo, ó le de-
jaron granjear los prímwos puestos en aquella milicia; y tanto
más entonces, que no sólo pooia en admiración sino que irri-
taba, que cuando se habían hecho tantas junlaS de reforma-
ción para pobres y miserables , no atendiese á esto el celo de
los primeros -ministros, ni descabezasen esta, hidra de tan dis-
formes cabezas, y que no les pícase esto en la conciencia.
Guando ep otros, y en diferentes particulares, respondían coó
apafioncias de justificación, debía de ser porque no les tocaba
tanto ni tan en la sangre como éste. Corrían este semblante
nuestras cosas, al tiempo que ya el duque de Orleans se dejó
prender de su hermano el rey de Francia y estrecharse en
una fortaleza, exponiendo al cuchillo al duque de Montmo*
reacy, par de Francia y gobernador de Lenguadoc , qu6
prendieron en un encuentro por haber seguido aquel bando.
Por esto procedían más lentamente las prevenciones de armas
que teníamos al confín de Perpiñan, temiéndose de este ruido
m&b aína las de Italia, Flandes y Alemania, que eran las que
querían arrancar para deshacer la monarquía , y suspendíase
en Barcelona al infante D. Fernando , prevaleciendo esta re-
solución antes que la otra , que ya dejo referida , de traerle
á la corte, bien hallados por la eiperiencia de aquella segu-
ridad, silencio y tranquilidad, y estar en todos sus cuartos sin
faltarle una pieza , apoderado el soberano, y previniéndole con
817
cartas y correos para pasar á Flandes la primavera siguíeníe,
donde había de llevar muchos millones y soldados para ende-
rezar las cosas y recobrar lo perdido; no sin rumores de voI~
ver á Barcelona á proseguir las Cortes, que, fenecido el lieropo
de la habilitación de S, A. , han vuelto á espirar. Sin embargo,
tengo ya esto por vano y por materia que aspira á otras, y
que ésta sirve de paliarlas.
Los vizcaínos, pretendiéndolos incluir ea la pragmática,
decretos y ordenes de la sal, y que la comprasen al precio de
los de Castilla, después de haber reclamado ante el Consejo
Real de la extorsión que se les hacía, procurándose defender
con la antigüedad de sus privilegios, eienciones v libertades
en que cada uno es vasallo, que de otra manera no lo quiere
ser, y respondidos que no era aquello contravenir á sus fue-
ros, y porfiando, sin embargo; viendo los querían suprimir,
resolvieron de abrirse camino, y fueron parte de ellos, y los
que gobiernan aquellas provincias, á las casas de ios comisa-
rios, y, con resolución y brío y no desarmados, les pidieron
los poderes y cédulas Reales que traían para el arbitrio y
venta de la sal, y ellos, dándoselos no sin miedo, los lomaron r
llevaron á la plaza, y públicamente ios quemaron: negaron
otra contribución que se les había pedido, é hicieron parase
la fábrica de dos navios que también se les pidió; afirmán-
dome persona de crédito, que estando un vizcaíno con tercia-
nas, el día que sucedió esto le faltó. Tal debe de ser el albo-
rozo de verse desagraviar y el contento de verse romper las
coyundas de la opresión , pues pudo deshacer los achaques
que agravan la salud. Súpose este accidente en la corte y en
el Consejo de Castilla, y disimulóse por el recelo del ve-
cino que tan armado estaba al confin, si bien no cayeron en
esta sospecha los vizcaínos, que en hechos navales, en fideli-
dad y en sangre, no les iguala otra en el muniloi sin em-
bargo, no podemos dejar de advertir, que el ejemplo no es
de aliento para las cabezas que nos mandan, y podríanlo se-
guir algunas de nuestras provincias en los aprietos en que hoy
K vea , y aspirar á aalírse con él , como les sucedió á aquéllos;
k..
SIS
pues ninguno piensa que es inferíor á los otros en la gran-
deza de ánimo y en el valor, y que su provincia sea menos
bizarra que la suya. Tanto importa ser templados en las ga-
belas y en el dominio. Este, verdaderamenle, más ha dañado
que putjslo en la balanza las cosas y aliviado el peso de acudir
á las necesidades , y ha irritado los subditos y el trato del sus-
tento común, sin haber dejado de exasperar el brazo eclesiás-
tico, y aun la poca devoción del Papa. Pretendiendo ser árbi*
tro en esta parle el secular, acabáronse de desengañar los
arbitristas é inventores; y habiendo dejado por esto los millo-
nes, la bajaron de precio, y volvieron á ellos, en que hoy
han concedido algunos; y debiéranse desengañar en todo to
demás, creyendo que aquel es el verdadero camino que hi-
cieron y siguieron los reyes pasados, que tan encarecidos
son en la opinión de los mayores juicios, y que es mejor una
tregua, y de más reputación en Flandes, aunque nos la fisca-
lizaren, que no dejarse con tanta mengua, flaqueza de
ánimo y mala distribución tomar las plazas.
Dejo las cosas de Alemania en el estado que tengo refe-
rido, y con el sueco, aunque quebrantado, en medio de ella;
á Flandes en el mismo estado, para acabarse, con los enemi-
gos victoriosos; al francés, arbitro en todas ellas, con repu-
tación y séquito de príncipes y potentados contra nuestros
Estados; al Papa, con la misma alianza y afición; y casi toda
la Italia, no dejando de morderlo con libelos y pasquines en
las estatuas erígidas para esta flaqueza en Roma. Referiré uno
que me contaron de mucha gracia y agudeza. Preguntaba
Pasquín á Horfrodio, y decíale: — Este Papa, ¿no es sucesor
de San Pedro? Y respondía ílorfrodio: — Sí es, porque ha ne-
gado á Cristo.
Este es el estado , como digo , de la Europa y el de nuestro
gobierno. Altas voces se dan de su ruina, miseria, calami-
dad, desamparo de subditos, estrago de pueblos, poca huma-
nidad y conmiseración, de aflicciones, disfavor y suma falta
de consuelo en los premios; con que, desfallecido en el
ánimo, entraban en la desconfianzji , y de aquí á faltar en las
219
empresas, á la amplificación y á la esperanza ; pocos soldados,
mas ambiciosos, todo para los validos, sin autoridad la mo-
narquía, sin nombre la nación esnañola, y sin vigor la pluma
para poder proseguir.
Habiéndose llegado, á la hora que esto escribo , los últimos
de Diciembre, en que fenece el año de 1632, me pareció pa-
rar aqui y suspender este discurso, que evita á los buenos
príncipes de los riesgos de su reputación y de los fracasos de
su seguridad, si con particular atención reparan en lo que
yerran, y pugnan más aina por gobernar que por ser gober-
nados; esfera que el que nació con estímulo de grande, jamás
la rindió, deseando ser tanto como ser para todos, y no tan
poco como para uno, poniendo en desamparo á sí y á las
obligaciones de la dignidad. Principe, cualquiera que fuére-
des, si tuviese este tratado la dicha de llegar á vuestras ma-
nos , si se librase de la ignorancia y de la tiranía de los cul-
pados, porque para vuestro servicio se hizo, si leyeres con
atención y reparares en sus hechos con seso, y asistieres con
prudencia á sus oficios , el escarmiento os pondrá en el ca-
mino real, y éste, si no le dejares, á constituiros en toda
bienaventuranza.
lilBRO PRIMERO.
ARGUMENTO.
Refiérese el estado de la guerra en Alemania , y la muerte
de Gustavo, rey de Suecia y otros potentados; el progreso de
las armas en Flandes, y cómo el enemigo tomó á Orso é Irem-
berg. El duque de Orleans rompe la prisión y se vuelve á
Flandes. El infante D. Fernando pasa de Barcelona á Milán, y
el duque de Feria va á la Alsacia con ejército. Sor Margarita
de la Cruz, hija de los emperadores Maximiliano y María,
muere en las Descalzas Reales. Recupérase la isla de Ceilan,
en Oriente. El rey de Francia sale con ejército sobre Nancy,
en Lorena. Restituye Frislan la Silesia á Fernando, empera-
dor, degüella treinta y más cornetas de caballería, destruye
y hace pedazos las cabezas, coroneles del ejército, cabos y
oficiales, y fuerza á que 12.000 infantes que la ocupaban
pasen á servirle debajo de sus banderas. Muere en Bruselas
222
la infanta Doña babel , señora de los Paises-Bajos. T, final-
mente, el estado que tenia la república. Todo esto pasa en un
afio, reinando en España D. Felipe IV.
El rey Católico D. Felipe IV, si bien compuso con faci-
lidad lo de grisones y valtelinenses, pueblos puestos entre
la Lombardia y la Helvecia, poniéndose de parte de los gri-
sones Luis XIll , rey de Francia , como el rey Católico lo ha-
bia hecho por los de la Valtelina , y ambos reyes la diferen-
cia al arbitrio de Urbano VIII, Pontífice de la Iglesia (cuyo
suceso dejo escrito en la historia del rey Católico D. Felipe III);
la liga de Inglaterra y Francia , en que se incluyeron Saboya,
Holanda y Dinamarca , solicitada por el duque de Boquin-
gan, antes irritado del mal efecto y de no haber podido con-
seguir la restitución de Federico, Palatino del Rhin , á su es-
tado y electora to del Imperio, que no de los casamientos
entre Carlos, su Príncipe, y Doña María, infanta de Castilla
(que hoy está casada en Alemania con Fernando III, rey de
Hungría y Bohemia, primogénito de Fernando II, emperador
de Occidente), tuvo el mismo efecto; echando D. Fernando
Girón aquella armada de Cádiz, que se componía de cien
velas, y al ejército de la liga, cuyo caudillo era Carlos, du-
que Saboya, sacándolo del Genovesado y haciéndolo retirar
á Asti , ciudad fortisima en el Píamente , D. Gómez Suarez de
Figueroa, duque de Feria, gobernador y capitán general del
estado de Milán, con ejército formidable, capitanes y solda-
dos de opinión ; á la misma hora en que socorría el mar-
qués de Santa Cruz, con armada de galeras, la ribera de
Genova, para impedir á los enemigos tomar pié en Italia.
Con esto no descaecimos ni menguamos de nuestra honra
antigua , de las obligaciones ni del valor en que tan altamente
fuimos reputados cerca de los mayores y mejores principes
223
do nuestros orbes; mas sí cuando las dependencias é intereses
particulares de los extranjeros, que se despertaron con la
falta de sucesores en Italia, los tocaron en la deposición, en
el acrecentamiento y en la sangre, y pretendimos trastornar*
los de sus conveniencias, y sacar, sin embargo, los mejores
capitanes, envejecidos en la experiencia, en el guerrear y en
el consejo, de nuestras plazas de armas.
Estas dos facciones pusieron de arte el estado de la mo-
narquía, que el crédito, estimación y autoridad que consiguió
por espacio de doscientos años, en poco menos de diez lo
perdió con sucesos afrentosos y de suma infelicidad, con pér-
dida de ejércitos, plazas, flotas y millones de plata; tanto,
que las otras naciones que nos temieron y admiraron, se nos
atrevieron y burlaron de nosotros, se coligaron y unieron en*
tre sí para destrozarnos, sacarnos el imperio de Alemania de
entre las manos, echarnos del dominio prosperísimo de Italia,
dar los Países-Bajos al rebelde, asegurarlos para asolar las
Indias, y no asegurarnos en España. Estas cosas, como digo,
nuestros designios y consejos enderezados contra los princi-
pes y provincias forasteras , resucitaron de tal suerte el odio,
el rencor y la ira, sepultada por algunos años en nuestro fa-
vor con nuestras hazañas, que ahora, no siendo tales por la
poca fortuna de un gobernador ó ministro , les dio calor y
aliento para atentar en detrimento de la seguridad, y estuvo
todo casi para correr ruina. Hace por aquella segunda parte,
y en menoscabo nuestro, el haber sacado al marqués Ambro-
sio Espinóla de los Paises-Bajos, no acudirle con prontitud
de dineros y soldados (que tanto monta) para la prosecución
de aquella tan importante guerra, y no asentir á la tregua
que, con partidos saludables y honrosos, ofrecía el enemigo
y los firmaba; antes burlarse de ellos con falta de consejo y
prudencia; por lo cual apretaron más las armas, duplicaron
las ligas y los auxilios, y luego, no quedando allí persona con-
siderable, sino todo á cargo del olvido y del descuido, fué
causa que el rebelde, fornecido de artillería y municiones,
de gruesos tercios, y regimientos de infantería y caballería,
y reparando, con naeslras flotas, su falta de dinero, encendiese
más vivamente la guerra, se -adelantase, y socorrido y pertre-
chado de ambos protectores y conTederados, heridos de nues-
tros oBcios, disipase las plazas más fuertes y llegase hasta
Bruseliis á darse la mano por el país de Límburgo con el rey
de Francia, para cortar y dejar frustrados los socorros de
Alemania y otros auxiliares necesarios en todo tiempo, por
lener ya usurpadas las potencias de ambos rios, el Ethín y la
MossB. Arrimemos á esto las voces de nuestra necesidad y
miseria, lima sorda que nos va royendo la esperanza y las
buenas fortunas en que nos constituyeron tres reyes y un em-
perador, los mayores y el más exclarecido del mundo.
Y, hablando con más claridad, en los dos fundamentos
que hemos propuesto, el primero fué no entender y dar buena
salida al suceso de Mantua y el Monferrato, por la muerte do
Vicencio Gonzagn, duque de Mantua, hermano de Francisco,
y haber recaído aquel estado, como más propincuo, en Car-
los Gonzaga, duque de Nevers. No se deja de reconocer, y es
ley establecida en el Imperio, que, como estados feudatarios,
los debia poner el Duque en manos del Emperador y electo-
res, y que de allí, visto su derecho, los había de recibir. Re-
presentábanse á estas algunas dificullades: la mayor y más
inaccesible, el que era Trances, cuya guerra y digresión ha
durado en Italia veinte años, y aun la pasó, poresla causa, á
otras partes; desdeñamos las otras gentes, y ellos, por esta
injuria, la pretenden impugnar con otra mayor y con las
armas. Uniéndose á esto, ofrecía él cualquiera sumisión al
rey Católico , como Señor y vecino y más celoso de la nación,
por sus continuas inte1i«encins en Italia, y decia, que le ayu-
dase S. U. á la posesión de aquellos estados, y lo alcanzase
del César en la Cámara imperial, y le aseguraba seria antes
OQás español que (ranees, que echarla por tierra la cíudadela
del Casal de Monferralo y cualquiera otra dilicultad, si la
hubiese.
Dos naciones, á mi ver, habían de poseer aquellos pue-
blos: ó bien franceses, por el sucesor, ó bien alemanes, por
J
225
la gobernación; porque á la prudeocia española no coDvenii
en Irotne terse en la coadyugacion, ni podia el Rey entrar ea
ellos sin expreso consentimiento del Imperio y electores, y
éste no se dará, porque es odiosa á todos la mayor potestad;
la cual, en esta era, estamos muy lejos de alcanzar, por la falta
de nGcion que todos nos tienen, y por la poca que nos hemos
sabido granjear. Cualquiera otro diseño era rasamente en-
irarnos por las puertas de la tiranía y llamar contra nos-
ulros todo el poder de tos principes italianos y alemanes,
cuando el César, por el parentesco, lo disimulara; bajar los
ejércitos franceses, como sucedió por la denegación , y coli-
garse, y recaer con mayores celos todas las potestades de
llalia, que se armarían, para matar estos movimientos y se
unirían por las sospechas que engendraría en ellos este he-
cho, para que no sucediese otro tanto en sus estados. Final-
mente, no conventa al rey Católico convocar tantas armas
contra sí, y más en Italia, donde es tan forzoso asistir á la
paz y á la conservación, cuando en Flandcs no nos dejan so-
segar, ni podemos, ni tenemos fuerzas para sustentar aque-
llos países, y menos para ganar un palmo de tierra.
Supuesto lo dicho, y no dando aquellos estados al de
Nevera, aver¡gi>ado queda que había de recaer en gobierno de
alemanes, queriendo los rigiesen gobernadores ó comisarios
imperiales, á ejemplo de lo que Clemente VIII, Pontífice Ro-
mano, hizo del ducado de Ferrara, que no queriéndolo dar al
bastardo que habla quedado de la Casa de Este, lo incorporó
en la Iglesia, debajo de cuyo gobierno milita hoy; y fambien,
poco há, con el ducado de Urbíno, estableciéndole por ejem-
plar para lodos los pontífices venideros y para lodos los
principes feudatarios, por cuanto quisiera el rey Católico tan
cerca de sí esta nación, este poder y esta soberanía. Sin em-
bargo , no sabemos cuáles nos serian más a propósito para la
seguridad de Italia, alemanes ó franceses, porque todos son
malos; pues aquéllos, como seria posible, querrían pasar
de unos feudos á otros y aquietarlos todos, y no dejar de caer
en alguna guerra molesta, siéndolo también el estado de Hi-
lan, y éstos, también querrían pasar de éste al reino do Ña-
póles. Pero 6Í el duque de Nevers protestaba toda obedien-
cia , sujeción Y rendimiento, y que no tcndria en las platas
guarnición francesa; si al cabo, y después de largos debates,
de mucha etusion de sangre, desolación y ruina de pueblos,
y tesoros y millones consumidos, se los habian de dar ¿por
qué no nos supimos excusar esto al principio y desechónos de
eflas calamidades, y ahorrádonos que el rey de Francia, más
poderoso en aquella ocasión que nosotros, á la sombra de
nuestros descuidos y en tiempo que no dejaba la nieve des-
cubrir los caminos, pasase los Alpes, tomase á Susa, echase
de bII! los pocos españoles que habla, entrase en Turin, con-
sumiese al duque de Saboya el dinero que el rey Católico le
habla dado, volviéndose á él por el mismo interés del Hon-
ferrato, y admitiéndole para el opósito, mientras él sitiaba el
Casal, en dádivas y presentes hacerle más infiel porque no
Be había puesto en sus manos, habiendo estado fuera de elles
y de la devoción de España por espacio de veintisiete años,
más que para volverle á engañar, y porque ninguno de ambos
tomase aquella plaza ni aquel estado, antes por ocupar alguna
parte cuando también lo vio debajo del heredero francés, tta-
hiendo peleado con ellas contra nosotros cuando estuvo en el
de Mantua? No cogeria este ruido de sobresalto á D. Gonzalo
de Córdoba, ni le enviara á decir el rey de Francia que le-
vantase el sitio de Casal ó pasaria á desalojarle; á que hubo
de condescender viendo le habían faltado el saboyano, socor-
ros, dineros y soldados; el abrasar y despojar el reino de
Castilla de la plata y oro que tenia, y los oficios, que en pú-
blico teatro se vendieron para esto: aunque el marqués Es-
pinóla, más á propósito para Flandes, recuperase el Honfer-
rato y los alemanes asolasen la nobilísima ciudad de Mantua,
mereció «I Duque ser apretado con estos rigores, por haber,
antes de la decisión del Imperio, anticipádose con las armas
á lomar aquellos estados por consejo del Valido de la Fran-
cia, y asi, fué- necesario al crédito y reputación de ambos
monarcas el volvérselos á tomar.
Lo vcrJ.idüra matoria prudencial es, cuando queremos ¡o-
vailir un estado y no nos conviene la calidad ó condición de
aquel vecino, antever sí lo podremos conservar, ó, una vez
anoj.idos á las armas y á la guerra, pelear por no volverlo.
Granile ejemplo nos dejó da esto el estadista de los reyes, el
rey D. Fi.'rnando el Católico: tomó á Navarra y la parle que
por confederación y alianza le tocó del rerno do Ñapóles á
D. Fuilrique de Aragón, y la otra, por mal contentadizos, á
lus franceeos, y porque todo era suyo, nunca lo volvió; sufrió
con maravillosa constancia y osadía los golpes tremendos de
la guerra, las grandes y continuas avenidas de tos ejércitos
enemigos; cansáronse, y quedóse con todos. Estos son los
pasos que habíamos de seguir. ¿No nos conviene una cosa?
Morir por ella y por la reputación. ¿No lo podremos conser-
var? Es irritar el mundo, hacer perdurables los enemigos y
la guerra. ¿No hay caudal? Repárese en el fin incierto, como
Diuclias veces lo hacen los prudentes; pues hagámonos amigo
del enemigo; vendámosle bien su pretensión; entonces es
bien jugar de la tacañeria con el forastero, y más cuando ha
servido bien ; saquémusle más partidos y aceptemos lo que
nos ofrece; babrémosle vencido sin fatiga, y quedaremos con
victoria , sin pérdida de soldados ni tesoros, ni estrago mise-
rable de los pueblos y provincias.
Este infiílicisimo suceso a&rman lodos los varones más se-
ñalados de la Europa en juicio y en saber, y dicen que fué el
total descrédito y miseria de nuestra nación, porque viendo
el rey de Francia no le habían valido á su vasallo ó deudo
sus intercesiones y las embajadas de sumisión que había
hecho en España y en Alemania para que le diesen llana-
mente la investidura de aquellos estados, y que después de
muchos trances de guerra y de habérselos ganado se los ha-
bían vuelto deshechos, y destruidos y saqueados, refieren
que fué Inn profundo el odio y rencor en que entraron lodos,
el Rey, el Ríchelieu su conTidenle, el duque de Nevers, el
Parlamento de París y loda la Francia, que no sólo resucita-
ron el pasado, mas le acrecentaron con mayor vehemencia; y
que con toda previsión y.vígilanci.i se juntafon en disfroncr y
platicar cómo procederían en la ruina de toda la Casa de
Austria, en conspirar contra el Imperio y quitársele, y me-
terles un enemigo que tes abrasase las provincias y las casas
hasta la más última y remota. Para eslo, el cardenal de Bi-
ohelieu, primer ministro de la Francia, de gran cabeza y
ninguna piedad y religión , si bien cierto embajador y conse-
jero de Estado, que habia asistido en Paris alguna razonable
carrera de años, me aseguró que, demás de ser hombre ple-
beyo, era un menguado y de ninguna sustancia (yo lo siento
a) contrario), éste, pues, entró en pensamientos de coligar
todos los príncipes de la Europa , así herejes como católicos,
sin perdonar á los de la Asia y la África, como al turco y al
persa y á IdS de ambas Maurílanias, contra las dos Casas. El
primero de quien echó mano Tué de Vilorio, duque de Sa-
boya, porque ya Carlos, so padre, era muerto, pidiéndole en
segundad del tratado (porque suelen variar en él) dos plazas
en el principio del Piíimonte , las más conjuntas al paso de los
Alpes, para tenerle, que estuviesen al arbitrio y gobierno del
rey de Francia, como á Susa y Avillana. Y en esta manera
comenzaron á decorar los principios de la tiranía, y áuD
aquella peste que abrasó mucha parta del estado de Milán,
y dicen se fabricó de venenos y pactos endemoniados para
acabar y consumir á Italia, y que no la gozasen los españoles,
cuando ellos estort^aban tan imperiosamente, no lograsen la
parte que la herencia del derecho ó la gracia concede á las
naciones forasteras. De aqui pasó & los venecianos, los'Cuales,
en todo el tiempo que ha durado la guerra, se han mostrado
neutrales, mañosos, disimulados, obrando más con el secreto
que la publicidad, y al fm no quisieron hacer demostración
ni novedad; pero tan astutos que no se arrojan si no es cuando
ven en tan miserable estado y ruina sus confinantes, que
viéndolos que se pierden, entran ñ la usurpación y á la parte
de los estados, como innumerables años há lo tienen estu-
diado y aun ejercido en el Priuli. Istria y Goricia. Pasó á loa
grisones y á los esguizaros á refrescarlas memorias antiguas;
a excuso ai fioreotio, y al duque de Módena, con'quieh no
, y halló algo eo el duque de Psrma, sin poder
ajustar nadu en Genova; al Papa no había para qué, que ya
al principio de la ascensión al pontificado mostró bien los
efectos í la nación francesa, y con no socorrer al Imperio,
siendo su más legitima obligación, como no lo ba hecho, an-
tee mostrado apoyo á la Liga y á investirse con nuestras
quiebras los reinos de Ñapóles y Sicilia, las otras islas y feu-
dos de Italia , y echarnos de ella { pasión natural en los más
de ellos], se daba esto por entendido y asentador; y final-
mente, todos aquellos que nos demarca 6 insinúa la proso-
grafia.
Inglaterra, que casi por estos dias había hecho y capitu-
lado paces con el rey Católico, con embajada particular que
para estovrno de Londres-, coa no itiás fines ni otros diseños
que melQrnob por Ios-puertos d?Espa£a sus fardos y vender-
nos 6US bayetas, casi le trastornó, aunque no declaradamente,
con decirle era ocasión y se iba disponiendo de poder resti-
tuir á Federico, palatino del ttbin, eu cuñado, en sus tierras,
QOino diese s^orro, gente y navios para contrastar tas costas
de España y las Indias; pero aquel Key se procuró mantener
más sesudamente, aunque en este caso no dejó de hacer lo
que pudo con consejos de Francia y armas de otros amigos.
En Holanda, asentó, como siempre, y los previno para salir,
cuando y el caudillo que habian de eregtr en el corazón del
Jmperio para su fin y remate; de que se dieron por entendi-
dos, y porasentada la confedoraciojí para proseguir en nues-
tro empeño y consumir allí la mejor parle, no dejándonos
para otra apretar la guerra y asediar las plazas; consiguiendo
algunas considerables que dolieron y pusieron en oiiidado.
Conseguido esto, pasó á los electores del Sacro y Romano Im-
perio, y ligó al duque de Sajonia, al marqués de Brandem-
burg, que, como herejes, los halló aprestados; y el duque de
Baviera casi eetuvo para caer, deteniéndote el ser católico, la
mucha sangre y obligaciones que tenía de la Casa de Austria,
proponiéndole grandes avenidas de enemigos que darían sobre
230
las tierras de los que se excusasen , y otras aaíífozSi^tffél
calidad; y como quien tiene poco ó es pequeño y desea con-
servarse, en casos tales í>iempre se halla mal resuelto, y busca
en el tiempo ó mira el vendaval que corre, asi estuvo cuando
TÍ6 la tempestad tan horrenda y prodigiosa quo descendía
sobre el Imperio v la Iglesia. Cosa es muy para ponderar que
no mostrase ceño el Pontífice, viendo oñcíos tan execrables,
contra si y contra loda la Cristiandad, de este hombre y aquel
reino, y que consintiese la púrpura de Cardenal á un ene-
migo tan monstruoso, digno de llamar con graves censuras
delante de aquel sagrado Colegio, como cismático y per-
turbador del mundo, de la Silla do San Pedro y del común
sosiego; hacerle cenizas, y cual el más rebelde y protervo,
demolerle en público teatro la estatua. Este yerro podrá ser
que en el severisimo tribunal de Dios haga gemir y estre-
mezca la Cabeza, por no haber tomado satisfacción de estas
maldades de los electores herejes. Pasó á los eclesiásticos,
como al de Tréverís, Maguncia y Colonia, y aunque lodos, ñ
los dos últimos, se simularon, y quisieron ver ánles de
declararse el estado de las cosas y cuál partido prevalecería,
tengo por cierto que el de Colonia y Maguncia siempre so
mostraron por la parte del Imperio. De nqni corrió á los
protestantes, como arzobispos y obispos y otros principes que
se incluyen en el círculo del Imperio, como Albcsirat, Aspac,
Durlac; á las ciudades libres, que muchas orrecieron se de-
clararían luego que viesen los ejércitos en sus contornos, el
número de armas, dineros y bastimentos que podrían dar; y
finalmente, ligó el Itichclieu, por fray José de Paris, capuchino
en Lipina, veinticinco principes protestantes contra la Casa de
Austria.
Confederados, pues, todos los referidos contra esta augus-
tísima Casa, á quien deGcnde el poderoso brazo del Atiísímo,
DO tentó al rey do Dinamarca , quebrantado en los años pasa-
dos por las armas del César en la batalla de Lutia, que ganó
ul muy esforzado capitán Juan Tserclaes, barón de Tillí , por
haber querido tomar por suya la causa do Fedi-rico, palatino
del Rhtn, dueño do Bohemia, y por esto mnyli pique dé pe^
der sus tierras; tampoco se atrevió al polaco, afectísimo por
sangre y por otras obligaciones al César, hacerle entrar en la
Liga; mas persuadióle, por su embajador Hércules de Chamase,
á la tregua por seis años, eslablecída por Setiembre de 629 en
el campo de Attemorche, con Gustavo Adolfo, rey de Suecia,
por desembarazarle de tan poderoso enemigo como el polaco,
que pretende restituirse en la Suecia, que Carlos, su padre,
duque de Gurdemania, había tiranizado á sus pasados; y con*
TOCÓ á Jorge Ragorqui, nuevo usurpador do Transilvania, y
señalaba por su plaza de armas para que los desolase y destru-
yese, tos grandes y extendidos reinos de Hungría y Bohemia.
Ea esta forma distribuía en hacienda ajena para herejes y
protestantes, vecinos y aliados, las provincias y las tierras
de nuestros príncipes; con lo cual se trató de la cabeza, del
caudillo y capitán que habia de manejar tantas gentes; y ele-
gido ya, no sin premeditación, noticia y estudio, y entre los
más señalados sujetos militantes de la Europa, pusieron los
ojos en Gustavo Adolfo, rey de Suecia, hombre armíjero y
que habia aprendido tas artes de guerrear debajo de la es-
cuela y banderas del conde Mauricio, en Holanda: robusto,
entero, de gallarda presencia, corazón y consejo, entre cua-
renta ó cincuenta años, y de quien decia el marqués Espi-
nóla, que si algún Principe en la Europa podia dar cuidado
era éste, por inclinado á los prodigiosos estruendos de Marte
y á las sublevaciones, y que, como hijo de tirano, apetecía l.i
misma inQuencia y los estados ajenos. Fué hijo de Carlos,
como he dicho, hermano del rey de Polonia; dióle el reino
de Suecia para que le gobernase, alzóse con él, tiranizóle y
fué suyo.
Antes de entrar en coligar el capitán , será bien declarar
la intención y el pretexto del francés , y sus motivos; quo eran
impugnar aquellas dos Casas que estimulaban el corazón do
los ministros franceses acerca de la pretcnsión de Mantua y el
Uonferrato, que le sucedieron. La primera, la respuesta que d
Emperador dio fué que el duque de Nevers sacase la guarní-
Gíon francesa de aquellos esudos,.l0s pusiese en sus manos y
en sus comisarios , y estuviese á derecho, así él como el duque
de GuBstata y todos los demás prciensores, para hacer jus-
ticia; Y la segunda, volvérseles á Mantua, saqueada y des-
truida por los alemanes, el Casal y casi todo el Monferralo,
asolado por las armas del rey Católico, si bien con soldados
pagados y alistados en su nombre con título de imperiales,
y sus comisarios de caudillos. Pero esta justificación crern
más aina nuestros enemigos, y los atentos á nuestras traza?,
está más tocada de estadista, que de obligada ó de impe-
riosa, á que todos se mostraban recelosos y aun con mieilo.
A la primera se conspiraban, á sacar el Imperio esta potestad
y subordinación de la Casa de Austria, porque ya no podjan
tolerar tan grande dominio, ni que estuviese el Imperio tantos
años retenido en ella, y se habían de unir tos Electores de
un ánimo y de una conformidad , y negar al Emperador, que
de dias atrás habia entrado en pretensión de hacer á su hijo
Fernando Id, rey de Hungría y Bohemia, rey de Romanos.
Habia introducido en los Electores, el Emperador, este deseo,
para encaminarle por uso ó autoridad en tales casos, y en la
Dieta que se juntó para estos, levantando mucha gente do
guerra los herejes, usando de su común y natural artificio,
que es engañar, ó porque no les dieron el dinero que antes les
8olian dar, que todo se juntó, y tos mayores príncipes, que
cuanto más soberanos, idolatran el soborno, el presente y la
lisonja. Como éste no procedió, le dijeron, después de trata-
das.algunas materias tocantes al Estado y ^ \a Dieta, al Em-
perador, cómo estaba insinuado por el francés, que en casos
tales no se descuidaría, que desarmase, que aquella elección
era libre y lo habia de ser, y que por aquel camino sería
más á gusto y con más tranquilidad; se asieron de esta voz
libre para justilicarse más con ella, dando lo hecho por tira-
nía, y si repugnase, hacerle la guerra á Fernando; y no
sacando de allí otrd cosa que haberle hecho soltar tas armas,
contra el parecer de sus consejeros y capitanes, desapa-
recieron sin efectuar nada, porque el rey de Francia le
quería y había metido en sus cabezas vivas pretensiones de
dádivas, ejércilos y aliados- Cuando el Imperio Romano,
eon los vicios de sus príncipes primero y después con las
guerras civiles de Galva, Otón y Vitelio, comonzó á declinar,
y Gonslanlino trasladado á la Silla que desde entonces lomó
nombre de Consta ntinopla, á aquélla asolaron varias gentes
setentrionales, y¿ ésta los sarracenos ó turcos; con que el
Imperio de Oriente feneció entonces, perdidas y fallidas todas
sus fuerzas, y sus príncipes abatidos, ó con la infidelidad
y herejía ó con la flaqueza de ánimo. León 111, Pontífice de
la Iglesia, se poso á darle mano, hasta que Gregorio V lo
pasó á Occidente y afirmó en Alemania , instituyendo los seis
electores, Sajonia, Brandemburg y Palatino del Rhin, segla-
res, y eclesiásticos, Tréveris, Maguncia y Colonia; y al rey
de Bohemia para que, en caso que en la elección estuviesen
unos y otros iguales-, la parte á que aquel Rey se inclinase,
tuviese potestad de elegir Emperador y saliese por ¿1; con
que quedó declarado que el Principe que hubiese de ser Em-
perador había de ser alemán y no de fuera de ella, aunque
una vez haya estado en la Casa de Francia. A así lo sintieron
los que se hallaron en la elección de Carlos V, en la muerte
de su abuelo. Haiimiliano; que do un ánimo y un parecer
dijeron todos,- que el que habia de ser Emperador babia de
saber la lengua alemana y babia de ser criado en ella, razón
que impugna á otra cualquiera pretensión.
Ofendia mucho á los herejes Principe tan católico y tan
cristiano y lan amigo de la religión; mas al fin le daban con
el nombre de tirano, y que toda Alemania no era otra cosa
sino una misma opresión, para tomar contra él las amias, di-
ciendo se les procuraba tasar y poner en limite el albedrio y
las acedónos y suprimir el dereeho. Si tes dijeran, querían
poner en aquel lugnn un hereje enemigo de la Iglesia ú otro
que les fuera cabeza , claro está que, dejados aparte otros cua-
lesquier fundamentos, le responderían que si ; mas como los
habia de frustrar lodos y ocurrir á los necesarios y más fieles,
y salir á ellos con todas sus fuerzas y tesoros, y luchar por
234
derribar al enemigo, y solicitar los interesados apostólicos y
ponerse á su lado, y aquellos capitanes que están dedicados
para tales intentos, á extirpar herejes y tremolar el estan-
darte de la Cruz sobre todos sus enemigos; en contra de esta
verdad, era el primer pretexto á que se encaminaba el rey
de Francia: poner en litigio la dignidad imperial á la Casa
de Austria, y que los Electores se la denegasen para el pri-
mogénito; y porque otra vez no le respondiesen estuviese á
derecho el duque de Nevers, no deliberaron entonces en quién
seria el rey de Romanos, aspirando todos á entrar en el des-
barato y á eximirse del yugo católico, para ascender á la
corona el que más puñadas diese. No quiso insinuar el fran-
cés por entonces, que en aquella sazón tan fresca se lo diesen,
por no meterlos en discursos y controversias, ni quién habia
de ser, si les convenia ó no, sino solamente que fuese la
elección libre, y que por aquí aflojasen con la pretensión de
Fernando, quien decia que el duque de Buviera lo quería.
Yo me atrevo á decir que todos, y aun el sueco, á cuyos
pensamientos y empresas aúu no habernos llegado, se la pro-
metió con tas fortunas de las primeras victorias, Lo que aquj
da más qutí maravillar es que unos principes, señores de la
mas florida parte del orbe, de más ricas, prósperas y abasta-
das provincias, de madores y mejores vasallos, soberanos en
lodo, de clarisimos juicios y dotados de ricas villas y colo-
nias, de ediOcios suntuosos, palacios, casas de recreación y
otras innumerables riquezas, dignos de toda reverencia y
respeto, abandonasen la paz y la quietud y las otras delicias,
y se diesen á creer á un sedicioso, engañador y embustero, y
trocasen la felicidad por la suma de las desdichas y miserias,
que es la guerra, y que creyesen que aquello les convenía;
no mirando que lodo cuanto se les vendía y paliaba no ha-
bia de ejercerse en la China, ni en FraueÍB, ni en Inglaterra,
sino en sus casas propias, y que se las ponían al fuego, y á
la disolución, á la luina de vasallos, de pueblos, campos y
labranzas, al malogro sus fortunas, y al extrago de las vidus
de sus hijos y níclof!. ¡V que sin embargo de cslo haya na-
die que por consejo ajeno y por su particular propio admita
su perdición! Digno es mucho de ponderación y aun de
lástima.
El segundo pretexto, y el más venenoso, dañado y de
peor intención , con capa de libertad, meterles un ladrón am-
bicioso y de suma codicia, como dicen lo era el rey de Sue-
cia, como hombre, en 6n, pobre y de miserable tierra, (¡ue
abrasase-no sólo la Bohemia, Hungría, Silesia, y Morabia, y
ambas Autrias y otros paises legítimos y hereditarios de
Fernando, y de sus hermanos y sobrinos; pero las provin-
cias, ciudades libres y anseáticas del Imperio que están entre
el Danubio y el Albis, las más escogidas y populosas del Rhin
y de toda aquella parle, entre las mejores la más admira-
ble y que más ejércitos ha sufrido sobre si , á ejemplo de la
entrada y salida de los alemanes en Mantua; y aun nos coa~
tentariafDos si sólo pasase de aqu¡. Finalmente, los Electores
y todos los demás príncipes (también hay bien que avisar
aquí á los de Italia, que es el tercero teatro de la guerra des-
pués de los de ambas Gennanias) abrazaron esto, los que rero-
ríremos, y de un acuerdo eligieron el caudillo, y al de Suecia
capitán, é bicióronselo saber al rey de Suecia con embajada
particular, diciéndole que Luis XIU, rey Crislianisimo de
Francia, potentisimo en todo el mundo, ofendido de malos
oficios de los principes de la Casa de Austria y de los espa-
ñoles, no solamente éi , sino los mejores de sus antepasados,
con usurpaciones do reinos ricos y extendidas provincias,
asi en Italia como en el confín de España, que no pudíendo
tolerar los de ahora nuevamente recibidos, informado por
historia y por avisos y ocurrido á él las quejas de los otros
principes de la Europa, como los de su Cusa de Italia, Ingla-
terra y ambas Germanias y algunos setentrionales oprimidos
y agravados del sumo dominio y vasallaje, y el quererse ad-
judicar á si y á sus sucesores, forzosamente y con violencia,
la soberana y libre dignidad del Imperio por larga carrera
de años obtenida en su Casa; y últimamente, queriéndola
proseguir ahora el emperador Fernando en su primogénito
del mismo nombre , rey de Hungría y Bohemia , mis con im-
perio y suprema potestad, ruido y aparato ostentoso de armas
que con el ruego y la caricia, entrándose por aquí ambas
Majestades, Cesárea y Católica, á los títulos impiísimos de
tiranos; y que habiendo, con sumo consejo y acuerdo, dis^
ourrido largamente en todo del estado miserable de todos y
cuan en balanza estaba su conservación, medras, títulos y
estados, habían resuello^ de un ánimo y una concordia, ligarse
contra estos dos principes casi todos los demás de la Europa.
En la cual, comenzando por Italia, el primero era Vitorio,
duque de Saboya; bebiendo dado en rehenes de que no torce-
ría su palabra , dos plazas en el cooGn del principado de Pia-
monte, que alindan con los Alpes, para invadir el estado de
Milán, quitado á sus abuelos y antepasados por el emperador
Carlos V, porque después de conseguidas algunas facciones y
otros designios en Alemania, sa hablan de pasar allí laguerca
á restaurar aquello: al reino de NápoleJ, igualmente tiranixado
por el rey D. Fernando el Católico y .el xey D. Alonso, su an-
tecesor y tío, de la Casa de Aragón, pasarían los franceses, j
á'éste seguirían los venecianos en secreto,, sí no en público,
con gruesas sumas de dinero, y aun varias potestades aunque
inferiores de Italia, como el duque de Parma, que habia dado
intención de acomodarse á sus materias y seguirle en cual-
quiera fortuna.
A! Papa no desplacía la Liga ni la guerra; deseando resti-
tuirse en los dos feudos de los reinos de Ñapóles y Sicilia
para su hermano ó sobrino; y por las armas del rey Cristia-
nisifflo, de quien entrañablemente es afecto , persiste, sin em-
bargo, en que aquel Imperio está tiranizado (y queríale para
el rey de Francia), y pagarle con esto los ejércitos y el di-
nero gastado en esta guerra , y sublimar en alta jerarquia la
Casa de Francia, abatiendo la alemana y espaiola, cuyo do-
minio en aquella parte es gravísimo y suiaamenle pesado,
porque no querían ver sus riquezas pasar á ser despojos de
eapaüoles ní que ellos los viniesen á mandar. Sigúenos (uña-
dian los embajadores)- los grísones, ofendidos.de las espaldas
237
que se les hizo i los valielineses cuando, con pretexto
defender la religión cristiana, se la sacaron y procuraron
separar de su jurisdrccion; y por estas y otras legilimas cau-
sas, para servir al Cristianísimo con la alianza antigua, se co-
mienzan á alistar gruesas escuadras de esguizaros, .y él se
aparecerá luego que esté sazonada la ocasión en parte suB-
clente, armado y con potentísimos ejércitos, para dar á S. U,
la mano, en Alemanja, y á todos los demás príhcipes: el ho-
landés apretará la guerra en ios Países-Bajos, y los pondrá al
trence de acabarlos y haceise seTtorda olios á la sombra y
socorro de nuestro Rey y nuestros regimientos: el rey de In-
glaterra enviara con sus armas á Federico, pAlatino del Rhin,
para que se restituya en aquel estado y eche del inferior las
armas católicas, como del superior las imperiales, y dé calor
á la liiga: el duque deSajonia, marqués de Brandemburg,'
landgrave de Kesse, para no dejarlos obrar y elegir libremente
rey de Romanos, cansados también del dominio de la Casado
Austria, cuando V. M. pase, con el Palor que se espera, el
Albis . los hallará armados con ejércitos poderosos al lado. Este
es el diseño y el dibujo de lo acordado; todos estos principes,
y más que todos el de Francia, hacen su caudillo y general á
V. H., y k quieren pop cabeza en esta guerra , informados de
sus mlichas esperanzas, fortuna , valentía , consejo, rara eipe-
riencia y otras maravillosas partes de espíritu militar; eitendcf
puede BU dominio en aquel Imperio y hacerse señor de aque-
llos potentísimos estados, enriquecerse, á si y á los sUyoa, y
salir de la pobreza y miseria de la Suecia, ensalzar su nom^
bre, hacerse famoso, y que los godos vuelvan otra vez a) se-
ñorío de España.
Oida del Rey la embajada y les instancias que aquellos
principes le hacían, no dejó de considerar lo más encendido
y solicitado de la ambición ; aceptó , y se dio principio á los
tratados que, para eictisar exornaciones y arengas, eran ¿SÍS'-
lirlo con dinero y gente para invadir el Imperio, enviando
por primera y sagacísima preiacion informes á los Electores
para conmoverlos y arraigarse que sola la Casa de Francia
238
era digna de aquella corona; el destierro ilc los jiríncípes
austríacos y eilirpacion de la Iglesia Romana; la restitución
del Palatino, y al mismo tiempo, capítulo con el duque de
Baviera, que tenia la parte superior con el titulo de Elector,
dado por el Emperador por haber asistido á la deposición del
Palatino en el reino de Bohemia, de defenderle, no sólo en el
Palalinado superior y en las tierras de su patrimonio, sino
también en el titulo de Elector, De esta manera y con estos
ardides y desigualdad de tratados pretendia confundir lo po-
litica y universal sosiego de Alemania y aun de lo demás, y la
quietud de sus principes, para entrar á la parle y buscar sus
medras en sus ruinas. Y fueron tan ciegos con la codicia y las
promesas que se les liicieron de los estados ajenos, que no
viei-on que á paso lento se les entraba el fuego y la calami-
dad por las casas propias para talárselas; y reconviniéndole,
como obligación precisa, do parte del Emperador por Jorge
Federico, príncipe y elector de Maguncia, si habia hecho liga
con los herejes contra la Cesárea dignidad , lo negó, habién-
dola dispuesto tres meses antes y publicadola en su nombre
por lodos los príncipes de la Europa, y Jorge Guillermo, mar-
qués elector de Brandeniburg: prosigue la capitulación y los
conciertos , y dice que ei rey de Suecia pondría y sustentaría
un ejército de 3.000 infantes y 1.000 caballos, y que Francia
contribuiria con áOO.OOO escudos, puestos en París ó en Ams-
terdan en dos pagas, á elección del Rey; que el fin de sus
srmHs será la libertad de Alemania, la restitución de los
príncipes desposeídos, la demolición do los fuertes hechos
nuevamente en el mar Báltico, en la Vallelina y grisoncs; que
el comercio seria recíproco entre las dos coronas, y conclu-
yóse entre Mr. de Chamase, embajador do Francia, y los co-
misarios suecos Gustavo Corno, Mariscal de campo, y Banier,
General do la infantería de Suecia, y raliGcóse jwr cinco
años entre los dos reyes, al principio del año 1631, en el
campo de Berucldc, en el marquesado de Brandemburg; y
para proceder con desembarazo, después do haber dado la
mano á lodos los herL-jos, convocándolos, y socorriéndolos,
239
ratiücó los asientos antiguos hechos con ios hugonotes, por las
cabezas, por andar algunos vacilando en la lealtad, y dispú-
solos á todos y armólos contra la verdadera religión y sus de-
fensores.
Concluido este tratado y despedido el embajador, vio, de
vuelta, á los príncipes de Aleraania; dióles cuenta del estado
en que dejaba el negocio, corrió á París, refiriólo al Rey, al
confidente y al Parlamento, y, por cartas, á todos los domas,
con que se previnieran aprisa de armas y de soldados. El rey
de Francia envió ejército á la Alsacia con el duque de Rohan,
apoderándose de las plazas mejores del confin; el Palatino
■alió de Holanda, y con genle que alti te dieron, y con 3.000
soldados que le agregó el rey de Inglaterra, su cunado, men-
tiroso siempre á la paz capitulada con España, pasó al Pala-
tinado; y en el inferior, donde estaba gente del Hey por per-
misión del Imperio, y por su cabo D. Felipe de Silva, comenzó
á recuperarse en alguna.parte de él , si bien tibiamente , pero
conservándose mientras bajaba la gente de Suecia. El holan-
dés, reengendado de nuevo en algunas plazas de la Frisa y
del ducado de Geldres, se entraba á toda furia y con ejérci-
tos formidables por el corazón de Brabante, hasta dejarse
caer en la provincia de Flandes, enseñoreándose de parle muy
considerable y más de lo que él pensó, tomando á la caro'de
nuestra gente laS' mejores plazas, como si infaliblemenle hu-
biéramos perdido toda la disciplina militar y no fuéramos
aquellos que llaman españoles Ips otras gentes. £1 mar entre-
gaba nuestras Hotas, con que se había de hacer el opósito; y
publicando miseria se armaban y alentaban todos, porque se
habían dado á creer y habían entrado en la esperanza de que
había llegado el fin de nuestras fortunas, prosperidades y vic-
torias. Y sin acertar en nada , mostrándose Dios ofendido por
nuestros delitos, se veía en los rostros de los vasallos la mi-
serable ruina do la monarquía; cerrábanse las orejas del
Príncipe, y el Valido inventaba materias de todo buen juicio
para que esto no se oyese n¡ se dejase sentir; y siendo el que
había de velar sobre esto, pues se hahia introducido en todo
240
y echáHoselo acuestas, no parecía enlendia en ello, iJormido
en un profcmdo tetaigo. El Papa callaba á las voces que se te
daban del socorro y que se mostrase mediador; Juntaba di-
nero, y fundiendo artillería y poniéndose á caballo para sus
filies particulares, daba á entender el estrago que no se es-
peraba.
He referido algunas de estas cosas, siendo de los aüos pa-
sados, para venir á ponerme en el señalado y dejar bien en-
terado al que leyere, y pasar al argumento. Ct sueco atravesó
el Albis con los suyos,' y hallando de la otra parte á Juan
Tserciaes, barón de Tilli, con ejercito imperial, le dio batalla;
y ofreciéndose á la sazón el duque de Sujonia con e| suyo, y
arrimándose al sueco, y arremetiendo aj Jilli por otro lado,
te rompieron y desbarataron; cuya nueva fué do contento y
alborozo en París, donde* sin ninguna intermisión, voló al
Rey, al Parlamento y al Rjchelicu , i cuya cabeta se prohija-
ban estos buenos oGcios forjados en detrimento de la Cris-
tiandad {por cierto, buen principe de la Iglesia, más á mi vec.
para cabeza del tuteranismo que para otra cosa). Viéndose
logrados, pues, sus intentos y vengados con sus trazas sobre
la quietud pública y quo nos habían metido en nuestras ca-
sas el ladrón y el ejército que las iba talando, expuesto al
aaeo y á la rapifia , pasó adelanté elsueco ocupando y car-
gando hacia el Palatinado ; que era ol princ>p4l pretexto de la
Liga, restituir á aquel tirano que antes había tenido por ene-
migo el fraoces. Y marchó á la Silesia el duque de Sajonia,
haciendo los mismos estragos y desolaciones que los suecos,
con ánimo de tentar el reino de Bohemia, que era la promesa
que se-le había hecho á aquel Elector para hacerle rebelde^é
investirse h corona como>lo5 años pasados lo hizo el Pala-
tino , que este era el instrumento con que se hacia caer á mu-
chos, y este fué el que hizo precipitarse al duque de Frielan,
CBudillo'de las armas imperiales, como nús dirán los hechos
qiie siguen.
Alzáronse muchas ciudades imperiales y juntas; con so-
oorros de alemanés y franceses acometieron á su's mismas
gentes y regimientos y los rompieron, procurando cada uno
adquirir y conquistar su parle; finalmente, no se oía otra
cosa que robos, incendios, sacos, oíaleficios, arrasar templos,
profanar aras é imágenes con la espada de la herejía y da la
impiedad , y de aqui perdernos las demás naciones el respeto,
mofarse de nosotros, inventándonos oprobios, no oyéndose en
todas los dos Germanias y Panonias más que rebeliones, es-
tragos y miserias, y esperar en Italia cuándo comenzaba allí
esta calamidad. Ya he dicho que de esto, en el libro de los
luceros de la monarquia española dejo escrito lo que supe y
lo que pude inquirir antes y en la entrada que hizo en Ale-
mania Gustavo Adolfo, rey de Suecia, á los principios del
año 1632, sucediendo su muerte al íin de aquel año; donde
en esta primera parte, de tos ocho libros que pretendo escri-
bir, me ha parecido referirla, y proseguir en esta y otras ma-
terias lo acaecido en el año 1633, y de éste, todos los demás
que se nos ofrecieren y fueren memorables para la pluma y
la historia.
Antes de entrarnos en la batalla y á referir la muerte del
Bey, será bien hacer un breve discurso del estado que tenía
la Liga.
El rey de Francia, en primer lugar, retiradas parte de las
armas de la Alsacia, si bien'no dejaba las plazas que ocupa-
ron antes los suyos, se procuraba encubrir y simular con
nuevas formas y tratados en lc> comenzado, pareciéndole que
harto .ruido nos habia metido en casa; y como quiera que él
no pudiese, lo tomase otro, como no lo tuviesen los de la
Austria, no dejándonos de poner en sospecha algunas gentes
que, á la deshilada, dejaban el Deltinado y el Borbonois para
Italia, sin embargó de que, en las ocifi'rencias públicas, decia
no quena nada con el rey de España, por tirar primero al
Imperio y supeditar aquel Príncipe, y luego declararse contra
el Católico. El Papa, sordo á las voces y á los desafueros co-
mentados, invocaba también sus designios hasta su tiempo,
diciendo no poJia apretar al francés porque aquel reino no
le perdiese ó fallase á ¡a obediencia. El duque de Saboya , por
el consiguiente, se pondría á caballo, si le tocasen al arma
para salir, si bien poco pronto, á alguna guerra; pero obe-
diente por el casamiento contraido y por no poder más, su-
bordinado á la potestad francesa, entregado en resguardo de
la constancia las plazas referidas, y quién afiade que á Pina-
rolo, y lo mismo hiciera acá, y aun entregara otras tantas pla-
zas si se las pidieran, y si. como aquél nuestro Príncipe, es-
tuviera revestido de tirano y ambicioso y estuviera tan atento
á nosotros como á los franceses, teniéndose de todos lección
antigua y mañosa de Carlos, su padre. Los venecianos, si no
tan culpados, también esperaban á que se les diese lugar para
mostrarse. El duque de Parma, mozo y de ninguna experien-
cia, malcontento y peor aconsejado, seguía los pasos de la
sedición, olvidado del feudo de Milán y lo que debe su casa
áEspaña. El rey de Inglaterra perseveraba en los socorros de
su cuñado cuanto le parecia que el sueco le restituiría. Y los
holandeses el curso de obviar, y se acababan de enscñorear
de Maestrich, de adonde á la hora se partía Oppenhein con
casi li.OOO alemanes y dragones, para hallarse en la batalla
que se esperaba contra el sueco, no habiendo podido obrar
allí cosa considerable en defensa de la plaza y en daño de
holandeses. El duque de Sajunía y marqués de Brandemburg,
resfriados, en parte, en lo comenzado, porque parecia hacerse
contra si, y que el sueco pasaba muy adelante en lo comen-
zado y mejor, avisados del Emperador, defendían sus casas
con osadía y confianza. El Palatino asistía á lo que podían
alcanzar sus fuerzas, fiado en los forasteros; á aquel rey de
Suecia, que iba rompiendo dificultades, acababa de pasar el
Danubio y el Rhin, no reparanito que cuanto tomaba lo tenía
para sí, y aun más adelante. El duque de Oaviera , Haiimi-
líano, habia dejado camino tan dañoso y perjudicial para él
y para su casa y los suyos, y reconciliado con el César y
vuelto las armas en su favor para que le am|)ar3se, cuando
ya el rey de Francia casi estaba arrepentido del capitán,
que era demasiado hombre para vecino, y que quería para sí
el Imperio y no para ayudárselo á lomar, cuando el mismo
rey de Succia, en medio del camino de sus empresas, por
esla causa parece veia aQojar á los franceses en la prosecución
de los tratados. Masé!, colmado de victorias y fortunas de
muchos sacos y riquezas, auntjue algo quebrantado con las
continuas fatigas de la guerra y cuidados, esperaba ponerse
la corona ya con pocos ó ningunos celos del francés, como
dije, y para esto encaminaba su ejército y tropas á buscar los
imperiales; cuyo ejército también estaba acampado en el dis-
trito de Lutzen, cerca ríe Leipsick, en la campaña entre el
ducado de Sajonia y reino de Bohemia, debajo de la conducta
de Alberto Walstein, duque de Frislan, sobre que de caba-
llero y varón particular habla arribado á aquel cargo con tí-
tulos honoríGcos y de grande autoridad en Alemania , habién-
dole hecho el César, señor, soberano y potentado, y encar—
gádole las armas, y sucedido en ellas por la muerte del barón
de Tilli, habiendo fallecido de sus achaques; caballero muy
esforzado y de más fidelidad y valentía quo el que ocupó su
lugar.
Encaminóse el Rey á buscar á Frislan para concluir y
acabar aquella guerra y hacerse señor de Alemania ; y acam-
pado, como (lije, en los lugares referidos, con la llegada del
conde Oppenhein se puso en orden de pelea, con su foso de-
lante, y plantado en buenos puestos su arlilieria; embistióles el
Rey, unidos y ordenados sus escuadrones en número de W.OOO
soldados, no igualándolo en el número el imperial , pero sí en
el valor. Reconociendo el Oppenhein que el sueco venia en el
cuerno siniestro de su vanguardia, deseanito desempeñarse de
las dilaciones y desembarazos de las foriilicacioncs de Maes-
trich, donde ¿1 y su gente hablan perdido lanío tiempo sin po-
der hacer nada, arremetió con los regimientos de caballería
y sus dragones; y diciendo > ¡al del gofran/» que era el Rey,
fué herido de un falconote. no sin grave tristeza y senti-
miento de todo el campo imperial. Prosiguió el enemigo con
notable ardor en el tesón de la batalla, y echó mucha de su
mosquetería dentro del loso que estaba á la frente de nuestro
campo y quo guardaba el regimiento dul coronel Picolomini,
244
qae, con valor y denuedo, arrojó de allí muchas veces; y á
socorrerle, pudiera aer que por aquella parte diera su ardi-
miento algún principio de victoria. Pasó adelante, deshizo y
desbarató un regimiento "del enemigo, sin quedar hombre en
pié; no ayudaron los caballos del Oppenhein, con sentimiento
V pérdida de tan maravilloso capitán , con que nuestros efec-
tos arrimaban poco, al tiempo que se sintió discurrir por el
campo enemigo un rumor encogido y medroso de que era
muerto el Rey, con que se comenzó á retirar, faforecido y
amparado de una niebla espesísima que en breve tiempo le
despareció; con que, por auiilio particular del cielo, ni ellos
acabaron da ser vencedores, ni lOs alemanes de quedar
vencidos.
Deseaba el Frislan , no acabado de saberse el caso, de en*-
terarse de aquella novedad , para lo cual hizo adelantar algu-
nos de sus coroneles, de donde vino á certificarse que el rey
de Suecia era muerto de un mosquetazo en un brazo y de dos
golpes de pistola en el cuerpo, y que había quedado tendido
en el campo, reconociéndole así Inocencio Buce, camarada
del Picolomini; volvieron parte de las gentes enemigas á re-
tirar el Etey muerto, dejándose en el campo pasados de 6.000
hombres entre muertos y heridos, y del Emperador 3.000,
Mataron el caballo á D. Francisco de Mediéis, hermano del
Gran Duque de Toscana, que. con otro hermano suyo, bahía
venido á ejercitarse en esta guerra y á servir al César. Al co-
ronel Picolomini le dieron diez mosquetazos, •chinche en le
arme y chincue en la bitasua', como lo escribía á Milán al
duque de Feria haciéndole relación de este suceso; matáronle
cuatro caballos debajo de las piernas, sí bien atacó aquel día
nueve veces al enemigo: fué esto de gran pesar y congoja
para toda la Liga y para todo el concurso de los herejes. Los
Electores temblaron del potentísimo brazo de Dios; suspendié-
ronse en Holanda y en Inglaterra y los malafectos de Italia en-
mudecieron, porque sus trazas las precipitaba aquel mismo
poder.
El rey de Francia, el Ríchelieu y el Parlamento se cubríe-
946
ron de mortal melancolía por el buen Buoem quelialTa con-
seguido el César, por la alegría de Bspaña, y porque en algu-
nos años no habla lenido nueva más bien aforlunada para toda
Ib cristiandad, y aun para lodo lo que abrazan de poder, ma-
jestad y amigos las dos coronas. Pero el francés, cuanto quiera
que este golpe fué mortal para sus designios y ambición , no
■flojo un punto en persistir li la sedición y á la ruina de todo;
diciendo á los Electores y á los cabos de más reputación que
habian quedado en el ejército, que si bien se habia perdido el
capitán , que no se habia perdido la victoria, ni la batalla , ni
menos la reputación, ni el nombre de valerosos y temidos:
que se hiciesen todos cabezas , levantasen nuevas gentes, y se
dividiesen en varios ejércitos y prosiguiesen ; que no había
quedado desamparada de consejeros ni caudillos la milicia,
donde podía el canciller Ogisteran ministrar con su pruden-
cia y saber las artes y los progresos de la guerra, no embar-
gante que no los ignoraba el gran Gustavo de Horne, regir coa
denuedo y valentía los regimientos y escuadrones, y dar parta
del ejército al muy esforzado en armas duque Bernardo de
Weimar, y parte al landgrave Ludovico, otro terror, todos
tres de Alemania : que el Emperador, sin embargo de lo sa-
cedido, se bailaba quebrantado y confuso con tantos adver-
tarioa, fallo de dineros y socorros, y que de España no »e los
podían dar, respecto del miserable estado que corría lo de
Plandea y sus países, quiebra de consignaciones por los efec-
tos ialidos sin sustancia que para su conservación venían; y que
¿1 acudiría con todas sus fuerzas á todo, y dado que no pre-
valeciesen en la Liga, que él se baria cabeza, se pondría en
campaña ó enviaría muchos de sus famosos capitanes por todo
el conGn de sus estados, que les diesen la mano, vigor y
aliento para acabarlo de eoseñoroar todo; que no era bien
desmayar por la pérdida de un hombre solo, cuando había
tantos que podían conseguir aquel nombre y aquella gloría y
■erle semejantes en proezas.
Sin embargo de este esfuerzo y aliento, fué grande el pa-
vor y el quebranto que cayó sobre todos, y mucha la confusioo
246
en que entraron. Quedó el canciller Ogistcran con las reli-
quias del ejército, se hizo cabo y caudillo, reforzaba y acudía
á todas parles con el manejo de Gustavo de Horne y otros
capitanes, procurando conservar lo ganado y adquirido y pa-
sar adelante; y sucedióle bien por la miserable calamidad de
la herejía de que estaban tocadas, y aun unidas, ambas Ger-
manias y todas las tierras selentrionales, porque todas, para
expedir la religión cristiana, se pretendían á abrigar á este ejér-
cito y efectuar la total expulsión de todos. Porque, demás de
las causas referidas, y de este gravísimo accidente introducido
en Alemania, la mayor de todas y la que sobrepujaba á las
otras, será la de su falsa religión*, que ya lodos peleaban por
ella y por consumir y acabar la nuestra, pero no hay duda
que, con la muerte del Rey, se perdió gran parle ó todo el
intento que se había comenzado. Puso el hombro Ogisteran,
como al de las armas, al amparo de la reina Cristina , insigne
reina viuda, y quedó por tutor de la princesa, su hija, que
no dejó varón; pero por más que el rey do Francia procuró
(luir el aliento en los confederados y protestantes alemanes,
el duque de Sajonia , gran caudillo en esta parte, rindió al
dolor miserable de la pérdida del Rey, á los trabajos y fatigad
de la guerra y al estado calamitoso en que se había enla-
zado al que de tales consejos y sucesos se esperaba; so rindió
á la muerte, y siguió el ejemplo de Federico . palatino del Rhin,
dejando catorce hijos. Tales unes tuvo la sublevación de
Bohemia y su peregrinación, En esto se echará de ver cómo
la misericordíosisima omnipotencia del Altísimo no se olvida
de sa Iglesia ni de los suyos, defendiéndola con su fortisimo
brazo, hollando y acosando á sus enemigos y arrojándolos al
profundo del abismo, cuando los que tenían obligación de ha-
cerlo y estaban en su lugar no lo hicieron. Esta residencia se
pedirá en el día postrero, y aun en los antecedentes, rigurosa
y tremendamente, y se fulminará el castigo justo sobre los
agresores, como hoy so fulmina sobre estas tres cabezas. Es
muy de ponderar qué aprisa, una tras otra, las quebrantó,
como hijas legitimas de aquella hidra que vio Sao Juan. Sin
M7
enibafgóTi eoñ cuan poco escsrmieiito proceden los herejes y
tuimilluarios I
Acudieron á las armas los primogénilos de estos dos prin-
cipes, y Gustenlaban ta sedición y la guerra; y aun el rey de
Francia, por estos días, casi estuvo en los umbrales de la
muerte, trabajado de rigurosísimos achaques, que le obligaron
á decir un dia al Rtchelieu, su Privado, apretándole en la
prosecución de lo comenzado y en las inteligencias de la
Liga: — Dejadme vivir. Petición justa si la reconociera el de-
monio del exalto; que dun hasta esto quieren contrastar,
siendo lo que más les conviene, por no apearse y desistir del
mando que tanto pretenden fundar sobre los hombros del
Principe.
Muchos hablaban variamente sobre el Gn del sueco; cuál le
daba honor y le aplaudia, diciendo no había entrado mayor
capitán en Alemania, ni que más aprisa se hubiese abierto
camino, y rompiese las dificultades y los ejércitos, y ocupase
las plazas, y se hubiese hecho arbitro del Imperio y caudillo
de tan grandes principes. A la verdad, ya que á los princi-
pios procedió como soldado, después se babia de portar
como capitán, y llevar su dictamen hasta lo último, y morir
después de largos años en la posesión de los triunfos, y de-
jarlos á sus hijos y nietos. De esta manera alcanzaron gloria
loe que consiguieron el fin y le colocaron en su casa. Vencer
las primeras dificultades y morir en ellas, no es aspirar á la
fama ni arribar al trono. En las historias verdaderas y en las
fabulosas no se da el nombre de grande á los que acometie-
ron, sino á los que acabaron; sin embargo, es dísono de loa
por el intento y ardor con que le emprendió, si bien cuando
yo oi decir cuánto se arriesgaba en las acometidas, le di por
muerto, y que no permanecería en las empresas. Decía, que
entre los capitanes que reconoció de prudencia y corazón en
Alemania , que ninguno le daba cuidado sino el Oppenhein ; y
al 6n, si él murió en los primeros reencuentros, de esos mis-
mos murió el Rey. Eligieron los polacos á Ladislao por Rey
en aquel reino, principe por religión y parentesco afecto á la
¡■Moe Adstrla ; y con la nueva del tirano que lo había sido
antes en el reino de Suecia, se preparaba con armas y conse-
jos pura recuperarse en él; que asi castiga Dios la infidelidad
y castigará á los que no fueren fieles. Pero el francés, por
todo Id referido, y porque los suecos, con hechos más peli-
grosos ejercidos en la patria, no desistiesen de lo comentado
y abandonasen lo de Alemania, procuraba con artes malicio-
sos que remitiese en parte los intentos el polaco, y que se
acomodase á algunos razonables partidos, por entonces, con
el Canciller y con la Reina. Este estado tenian las cosas de
Alemania, procediendo al paso de las virtudes y cuidado del
C¿6ar, que son las que han de obrar en los gobiernos pru-
denciales.
En Flandes, después de la pérdida de Haestricb, vigilante
siempre el enemigo, por pagar al francés los auxilios y so-
corros, puso los ojos en acabar de enseñorearse de lo que
babia quedado de allá del Rhin , como de Geldres, Rimborg y
Julieres. Para esto, viendo estaba el tiempo muy adelante y
en el corazón de un invierno frió y riguroso, no quiso más de
tentar á Orsoy y llevársela, dejando lo del Rimberg y las
otras plazas para el verano siguiente. Los paises católicos do
vivían sin grande cuidado y sobresalto de las fortunas del
enemigo, y de que poco á poco les babia de ir consumiendo,
y se hablan de ver sus casas, haciendas é hijos, sin perdo-
nar á las mujeres, en los mismos infortunios, conflictos y
daños que los otros que ya estaban debajo de su dominio.
Disputaban y debatían los magistrados sobre esto, que ya se
habían juntado en forma de Estados generales, habiéndolo
pedido á la señora infanta Doña Isabel, que concedió á rue-
gos y súplicas por no poder más, sí bien el rey Católico re-
plicó, y quisiera no se les hubiera concedido esta licencia.
Pero para tratar más latamente esta materia, nos dará la oca~
sion el libro segundo de los cuatro que ingeriremos en esle
tomo. Finalmente, decían las personas que se hallaban en
ellos, en el manifiesto peligro en que estaban, no sólo de los
holandeses, sino también del rey de Francia, que tan con-
junto confinaba ya con ellos por e) país de Límbarg, y irna
por Jas sospechas que cada momento se tenían de qne que-
ría tentar el Cambresi y hacer por alli sus entradas, no olvi-
dándose del Artois, provincia de Flandes y ducado de Luxem-
burg, ora fuese con efecto ó por diversión, para que obrasen
con más potencia los confederados. La Infama, atendiendo á
lo que podia, alentaba á los vasallos y los animaba á la espe-
ranza y á la fe. Ellos veian tan fallidos los ejérciios, guarni-
ciones y presidios, y los ánimos de España tan postrados en
el opósito , según se descuidaban de ellos , que los soldados los
desamparaban, viendo que no fiólo no los pagaban, mas los
reformaban los sueldos con inviolables órdenes y decretos, y
los establecían en forma de ley, como si fueran miserables
criados de la Casa Real en Madrid , con que se venian á la
corte blasfemando de la milicia y sus ministros, huyendo y
dejando los puestos y las b^deras: para lo cual se trató de
enviar personas á propósito á Holanda para introducir una
tregua larga y por espacio de cuarenta años. Propúsose, y
juntáronse en asamblea, Gueldres en primer lugar, como du-
cado, aquella parte digo que está tiranizada, porque la villa
capital está debajo de la obediencia católica; Holanda y Ze-
landa , como condados; y Utrechet, Frisa, Obiriset y Gro-
ninghen, como señónos simples. Oida la proposición, discur-
rieron nunca sus arma3 habían llegado á la altura de reputa-
ción que en aquella era, ni á tan baja éjnferior las de EspaSa
como entonces; y lo peor de todo, ó más saludable para
ellos, cuan airas estaba la esperanza para mejorarse. «Las
armas, drjo el más atento y experimentadlo en muchos y gra-
ves negocios y en la materia de la guerra más apto, están con
mayor coraje que nunca en toda la BUropa, fulminando contra
los españoles y contra toda la Casa de Austria: á nosotros,
además de nuestro gran consejo, atención y disciplina militar,
admirada en todo el mundo, gobierno prudentisimo de ejér-
citos, pagado levas y bastimentos, en que consiste la vida y
ampliGcacion de numerosas provincias, después de nuestra
grao fortuna, siguen las potencias de los ifiayores principes;
250
DOS asiülen con la gente y con el dinero, para acabar de en-
señorearnos de todas las diez y siete provincias y aun adelan-
tarnos á más. Hemos ganado en menos de síele años, después
de la reputación, muchas plazas y puestos considerables, como
Linguen , Oldenseel , Grol , Bolduc , Besel , Rosmunda , Maes-
trich, el país de Limijurgo , Osoy , Rimberg y otras fuertes pla-
zas, y con aliento para ganar las demás. Nuestras armadas so-
juzgan lodo el mar Océano, y en su rumbo sólo son temidos
nuestros bajeles; surcamos toda la Habana y costa de Tierra
Firme, tomamos las (Iotas españolas, y la piala que desem-
barca en Sevilla es nuestra, porque pasa á nuestras provin-
cias, con que la guerra se ha hecho más aína trato y conve-
niencia que odio ni venganza, ó ya sea rebeldia, y sus fatigas,
tráfagos y riquezas son nuestras, y no lográndolas ellos, las
gozamos nosotros y nuestros vecinos. En el remate de Cuba
y la Española , hacia el Mediodía, nos temen ; les asaltamos sus
pueblos y fortalezas, y las fundamos en las Islas Menores, que
sirven de miedo y coyundas; y les sacamos de las manos
las naos de Honduras; sojuzgamos el Brasil y sus drogas, el
palo y los azúcares, y con tener ya alirmado el pié en Fer-
nambuco, y al trance otra vez la bahía de Todos Santos, y á
pique de ocuparla, como en los años pasados hicimos de la
ciudad del Salvador. En las Indias nos temen, y pasamos el
Estrecho de Magallanes; tenemos tierras y puertos en Chile, y
nos admiten al trato y á la amistad tos chilenos y otras gentes
belicosas de aquel Estrecho; ponemos en terror toda la mar
del Sur, y nos huyen sus bajeles. Y si toda la plata, oro y
mercadurías las pasamos á nuestros puortos, ¿quién dice que
no es nuestra la armería, ahorrándonos el sueldo y proviüio-
nes de vireyes y gobernadores, y la fatiga de elegirlos y con-
sultarlos? Robémosles las flotas que van á Filipinas, y pasa-
mos á aquellas islas, mal seguras de nuestra artillería y solda-
dos; entramos en la India, los del Japón nos admiten á contratar
con ellos , y los chinos no nos desprecian ; en las Malucas car-
gamos del davo y la pimienta; corremos con libertad las dos
Javos; rindennos las delicias de la naturaleza Sumatra y
SSi
Trapobana, y todaa aquellas islas; sus principes, vasallos y sus
jefes ge unen con nosotros contra los portugueses que domi-
nan aquellas remotas partes, aprenden la milicia y artilieria
de nuestra escuela, y los hemos hecho guerreadores y solda-
dos; quieren nuestra amistad y la desean, con que casi hemos
fundado tantas fortalezas y factorías como ellos en todo aquel
Oriente; acometemos sus plazas, y se las asaltamos, y los
echamos de ellas, y los mismos principes vienen en nuestra
ayuda con multitud, aunque bárbara, de gentes, armadas de
canoas y corcoss, á hallarse con nosotros en las batallas y &
decir sus dependencias unos con otros. En todo el orbe hay
quien codicie nuestra amistad: allí tenemos compañías y hom-
bres de negocios, en que interesan tos Estados grandes y grue-
sas sumas de dinero; es nuestra su especería, oro, sedas, dia-
mantes, ámbar y porcelanas; pasamos at reino de.Siam y de
^gu, y, corriendo el Golfo, damos vista á Bengala y Aljanfes,
cargamos el marfil y trabamos la África en sus más ricos pue-
blos; de allí pasamos á Ceílan, quitamos la canela á los por-
tugueses, y doblando el cabo de Comorín , nos temen Malaca
y Goa, corte en aquel Oriente de esta nación ; pasamos el De-
can y la Camboya, el Indo, puesto á la boca del seno Pér-
sico, y en su conCn y remate, si le queremos navegar, el
Ufrates; la isla de Ormuz, que ingleses y nosotros restituimos
al persa, sacándola del señorío portugués; de eslas remotísi-
mas partes navegamos al reino de Aden, fundado en la entrada
del seno Arábigo , y dejando la Asia y el mar de la India , no
tenemos pequeQa parte de bienes adquiridos y conquistados
en la África y en las provincias de Uelinde, Uombaca, Quiloa,
Mozambique y Zofala, entre las cuales está la riquísima mina
de oro, de que no nos toca pequeña parte; y doblando el Cabo
de Buena -Esperanza y pasando muchas veces la Equinoccial,
corremos sin dificultad las tierras de los negros, tocamos las
Canarias , damos vista á España, y por ei canal de Inglaterra
entran nuestras Qotas y armadas con todas las riquezas y de-
licias de ambas Indias en Amsterdan; y lo que fué antes
asombro y admiraron todas las gentes, haber la nao Victoria,
por el vizcaico Sebastian de Elcano , deapaes de la muerte
de Magallanes, dado una vuelta al mundo, es ya uso muy or-
dinario y común en nuestros pilotos y maríneros ¿Quien in-
tentó,calando el Conté y el mar Báltico, la navegación de la
Nueva-Zembla en nuestro polo, y que consiguiera á no haberlo
impedido el hielo impenetrable de aquellos climas, para bajar
con más brevedad y con menos contrastes y diñcultades á la
India? ¿Quién dio en tablas y planisreríos demarcado á los
políticos, geógrafos y marciales, el nuevo Estrecho de Maire,
más abajo del que descubrió Magallanes, más extendido y más
navegable, sino nuestra nación, nuestras artes y estudios, y
tas clases, donde por hombres doctos se leen, con las milita-
res de tierra y fortificación? En todo el Levante hay prínci-
pes que nos aman, ayudan nuestras materias y pretextos, y
fomentan nuestras armas; en Italia hay algunos y en Alema-
nia parte de ellos, y en el Setentrion todos. Pues si todo el
mundo está de nuestra parte y nuestros enemigos van tan de
caida, ¿para cuándo dejamos la conclusión de nuestros pen-
samientos? Las costas de España no tienen un navio ni las
Burea una galera; sus fuertes, puertos y plazas están sin pre-
iidios; sus capitanes de mayor reputación y los que boy nos
tuvieron á raya, murieron; los que boy tienen son pocos, y
esos, arrinconados con el desden y falta del premio, muriendo
á manos del agravio y la iniquidad ; sin honra la guerra, dea-
preciada la milicia, malas pagas, y esas cercenadas, y el nom-
bre español entregado y confundido. Cuando les fuimos infe-
riores, nos propusieron la tregua y no la admitimos sino una
vez sola, y esta por tiempo limitado; hoy que les somos supe-
riores, más ayudados, más socorridos , más diestros y diligen*
tes en el guerrear, mayores en fortuna y en fama, ¿por qué
abandonamos la ocasión, y para cuándo dejamos de concluir
un negocio tan premeditado y de sumo deseo de nuestras pro-
vincias y compatriotas? Si los podemos vencer, sujetar y echar
de nosotros, prosigamos la guerra y despídase el tratar de
ooncordia.»
•La muerte de Gustavo Adolfo, rey de Suecia , la Liga ni el
ejército, ni por la falta de uno han desmayado eñ Alemania,
ni los otros han enOaquecido ni dejado de proseguir: las ca-
bezas tan formidables están boy, y con mayores regimieotos
de caballos é infantes, y debajo de su dominio, plazas y tier-
ras muy escogidas donde les sobran las municiones, aloja-
mientos, víveres, y el poder convoyar á su albedrio para ar-
raigarse largo liempo á la sombra de este cuidado, en que es
preciso las fuerzas de ambas potestades, imperial y católica,
padezcan menoscabo y ruina Obremos nosotros con nuestras
gentes, y consiga la patria su deseo y la suprema potestad, y
acabe de enseñorearlo todo, y emendamos los pensamientos y
la esperanza con mayores cosas, como lo hicieron otras repú-
blicas, que, de menores principios, pasaron á grandes monar-
quías. Bastante enemigo tienen dentro, alimentado y favore-
cido de tantos, con que se presume que larde ó nunca saldrán
de otra guerra más nueva, civil y sediciosa que se funda en el
Imperio que la irá asolando, le sacará de la Casa de Austria por
la confederación establecida de sus principes y coligados, de
aquí la introducirán en Italia, como lo esperan, para alentar
los españoles , y aun España no estará segura de este riesgo,
ni ambos orbes y todo el Oriente. Si tan circundados están de
enemigos, de armas y de ejércitos, y con pérdidas gravísimas
de reputación y de tierras, ¿por qué no nos valdremos de esta
fortuna y de estos astros que nos influyen con felicidad, de la
oportunidad de los sucesos; y cuando los vemos que no pue-
den acudir á tanto, que están metidos en ahogo y desolación,
unidos en necesidad y vituperio, no los acabamos de deshacer
y consumir y de satisfacernos de sus ofensas, recibidas por
tanto número de años?*
Esta oración , y debatidas y platicadas otras razones, entre
ellas de conveniencia, los hizo despedir Id proposición de la
tregua; advirtiendo de paso, que esta materia, si no la apo-
yan y dan la mano el rey de Francia y de Inglaterra y no
salen á concertarla , no tendrá efecto jamás. Corrió sus mayo-
res protectores y de quien dependen los holandeses, y á cuyo
arbitrio se someten, con estos motivos, y gobernarles camino,
lo que se hizo el año de 609, vendiéndosela estos dos prínci-
pes al rey Católico D. Felipe 111, pero fué en ocasión que no
estaban enmarañados en armas, como boy lo están, y mes
aina los aguijaban al precipicio por sus particulares propios,
que la dirigían á la paz y al descanso de la monarquía, por in-
troducir á estos enemigos con más amplia noticia en las In-
dias, en su comercio y trato, por engrosarlos y volverlos des-
pués con más brío y nervios á la guerra, y que , entre tanto,
lo que no disipaban en el País-Bajo lo demoliesen en la Asia y
en la América ó por el Estrecho de Gibraltar, por el Cabo de
Buena- Esperanza ó por el Estrecho de Magallanes. Besueltos,
pues, de no admitir la tregua, ta primavera siguiente monta-
ron á caballo y salieron en campaña, y. con ejército nume-
roso, se encaminaron á asistir á Bimberg. Ciñóla de fuertes
reductos y irincherones, y logró la intención y la fatiga, por-
que siendo vecinos y pudiendo inquirir sus pensamientos y
designios, citar á tantos á sus levas y salidas, oir sus cajas,
como lo deben hacer todos los que son verdaderos ministros
y Beles defensores de la patria, y amigos de la honra y de la
vigilancia. Obramos á orejas cerradas y como si estuviéramos
en los últimos fines de la tierra, porque aun no teniamoa
puesta en orden nuestra gente ni en disposición de marchar,
y va Enrique de Nasau, principe de Orange, general de los
rebeldes, efectuaba sus resoluciones; habiéndonos avisado, los
que sienten de coraron nuestras pérdidas y son interesados en
la reputación , que (odas las veces que no saliésemos en cam-
paña á la par del enemigo, ya que por nuestra infelicidad no
puede ser antes, perderemos las plazas, será vana y sin
fruto la fatiga , y el levantar gente y gastar el dinero sin pro-
vecho, y se burlarán de nosotros los que nos atienden.
Viendo la Infanta el estado de Bimberg, juntó la gente
que pudo y dióla al duque de Lerma como á maestre de campo
general de los ejércitos del Pais-Bajo, para que la rigiese, so-
corriese la plaza, si llegase é tiempo, la recuperase, ó hiciese
sombra á las demás do aquel paraje, y se opusiese á los inten-
tos del Orange; y sabido en la corte de Castilla, por los avi-
sos y correos Ó toda diligencia despachados, doliéndoles
aquella hoora y dignidad, adquirida con deseos y fatigas, más
que toda la pérdida de los países obedientes, corrieron con
brevedad á echarle de ella. Si asi lo hubieran hecho con el
enemigo, no hubiera, por entonces, ocupado la plaza. Era
esta influencia poderosa en nuestros tiempos, y todo el cui-
dado y desvelo no se enderezaba á más quo á obrar estos ofi-
cios, quebrantar hombres y casas antes que ejércitos conci-
llados contra la seguridad del Exilado. Dieron las armas ai
marqués de Aitona sin haber visto jamás la guerra, y de no
más eiperíencta que de pocos años de embajador de Alema-
nia; pero decían que era gran cabeza: no sé si nuestros ému-
los, desapasionados y afectos á lo mejor, y al duque dieron
una parte del ejército que se componia de 16.000 infantes y
4.000 caballos. No le desarmó este encuentro, que jra estaba
enseñado ¿ recibir otros mayores, de cuando le quisieron hun-
dir su casa y desquiciársela, quitándole las rentas y donacio-
nes hechas por aquel Rey, de todos maneras grande y mara-
villoso, y no más de que por que la favoreció, asilo y erario de
todas las virtudes; pero parecióle tentación inspirada en
fuerte hora y que era querer hacerle volver atrás, como otros
infames lo hablan hecho, abandonar el crédito y U ocasión.
Pero él, como verdadero descendiente de sus mayores, escla-
recidos por sus hechos en toda la erudición española, afir-
móse en su valor y pasó adelante, y con la gente que le había
locado, deseoso de acertar, que fué el mas evidente dictamen,
que lo llevó á la milicia sacudiendo de sí las afrentosas deli-
cias de la corte de Castilla, cargó á esguazar la mar cerca de
Haestrích, donde el enemigo, con muchas de sus tropas, bajó
para estorbárselo; mas él, habiendo conseguido la diversión,
DO siendo su intento hacer tránsito por allí, y teniéndose por
muy dificultoso el paso del río. acometió el primero, y ani-
mando la gente, esguaza entre Maesliicb y Besel, ocupa aquel
paso, y fabrica un fuerte para socorrer á Rimberg, 6, como
dije, para volverle á tomar y frustrar los socorros que por
allí enviaba el enemigo , como desde su casa , á Haeslrich. P«-
266
saron á una villela del conde Bnrique de Bergas, taláronla y
lomáronle 10.000 vacas, nitis á Líempo tal quo Dl-Dorfe Bor-
goñon. indigno por tan feo caso de tal nombre, eu goberna-
dor, había vendido la villa á Enrique de Nasna. Creían los
nuestros que por una parte flaca y muelle que no estaba bien
forlificada, podrian introducir el socorro; fuéronla á recono-
cer algunas compañías de caballos, y volvieron con la nueva
de la entrega, con que loda la esperanza y fatiga de los nues-
tros desmayó, no habiéndole quedado allí al Rey más que á
Gueldres y la guarnición y castillo de Julieres, porque la villa
es de Golfango, duque de Niemburg, que está dada en aquella
concordia entre el Rey y aquel Príncipe, y eslo con pocas 6
ningunas esperanzas de conservarlo, porque el enemigo iba
con intención de, cada año, madrugar y llevárselas, y que-
dar sepor del Rhin y de la Mesa, en ia mar del Sur. A esta
sazón tomaron la flota que iba a Filipinas, y a6rmábanse, no
obstante, en el Brasil con nuevos fuertes y presidios, con
riesgo verosímil de los puertos y provincias de África, que son
del gobierno y corona de Portugal, de Oriente y Occi-
dente , de la bahía de Todos Santos, y de la ciudad del
Salvador.
Habiendo ya el enemigo ocupado á Rímberg, aplanó sus
trincheras y fortificóla, dejándola dentro presidio considera-
ble; y por apartar de allí á nuestro ejército y divertirle y que
no intentase la recuperación , hizo junta de embarcar su gente
y recaer al Brabante. Desembarcó en la esclusa, y procuró,
para asediar á Brujas, tentar el fuerte de Dame, de donde fué
rechazado por D. Carlos Coloma ; fué en seguimiento el mar-
qués general con la resta del ejército, porque con la parte de
él conservaba el duque de Lerma el paso de la Mosa, impi-
diendo las vituallas, nojdejando hacer nada á las tropas que
por allí campeaban, y otros puestos á Maestrich, con que se
entendió que corría fortuna, poniéndola en tan estrechos lan-
ces y por su falta de víveres y convoyes, tanto, que ya se de-
jiiba sentir pesadamente en la villa. Hizo la Infunta prender al
gobernador de Rimberg y ponerle al trance de corlar la ca-
heía, por no haber suslentado la plaza más tiempo , no fal-
tándole gente, municionos y bastimentos, y teniendo aviso
del socorro tal, no teniéndola el enemigo tan ceñida ni obli-
gada, ni con tanto aprieto como se entendió; antes bieu, se
consideraba flaco él recinto y la circunvalación por muchat
parles, por donde se le podia hacer el. socorro; y también,
que no habia pasado el foso ni dádola ningún asalto, debiendo
esperar muchos y manteniéndose intrépiáo como buen sol-
dado, teniendo -mil españoles dentro, llegando tropas de
nuestra caballería el dia que la rindió, con que no sé falló á
)b deuda ni á la diligencia, también debía de esperar que le
fallasen las municiones y el sustento; y finalmente, á- versa en
aprieto tal , que la raion y la necesidad le obligaran á ren-
dirse, con que parece se descuidó de las obligaciones de no-
ble, constante, fiel y buen soldado, y en las que se debía
mantener un vigilante gobernador, de quien el Rey habia fiado
plata de tanta consideración é imporiancia. El duque de Or-
leaos rompió la prisión en ique lo habia puesto el rey de
Francia, su hermano, y con fuga presurosa se volvió á Bruse-
las al abrigo del rey Católico. Satisfecho el Richelieu de que
ya el Rey, como nos decían lo refirió, no le fiaría ninguna
empresa ni gente, habiendo dado tan mala cuenta de la que
se le entregó los dias pasados con que estando ya estintos les
efectos que se pensaron hacer por la provincia de Lenguadoc,
en Marsella , en detrimento de la Francia , habiendo salido mal
alentado el capitán y habiéndolo de ser monsieur. El infante
D. Fernando, no teniendo que hacer en Barcelona , á mediado
de Abril de este año bizo embarcar 4.000 napolitanos que
habían venido á cargo del principe de Caspuli, marqués de
Campo Latao, selecienlos caballos ligeros que tenia el Prior de
la Batula, sacando la ¡nfaotena do los alojamieolosdel cpndado
de Resellen y la caballería del campo de Tarragona, y con
veintisiete galeras, parte de ellas de España, parte de Sicilia,
Genova y Ñapóles, con orden que para ello tuvo del Rey, su
hermano, partió para el gobierno de Mitán, tocó en Cadaqués
y paró allí tres dias; prosiguió la navegación, corrió el golfo
258
ilol Con y dio fondo ca Villafranca de Niza, Salió Vitorio, du-
que de Saboya, á recibirle y á visitarle á su galera; el Infame
volvió la visita . y al entrar en la pieza de aquel palacio, mandó
cl Duque á sus criados que no se pusieie otra silla que la
en que su Alteza Real so había de sentar; fué á tomarla, y re-
parantJo no habia otra , oo quiso sentarse hasta que trajesen
otra para el duque de Saboya. Sentáronse, y después de otras
cortesías, hablaroff bien largo hora y media en las materias
de cada uno y las que el Infante llevaba á cargo del Rey, su
hermano, y ministros y en las contraidas en Europa ; pero más
agradecido y más reconocido le tuviera \o á los beneGcios de
España si como era francés se mostrara español. Propúsolo
el Infante cuánto deseaba al rey Católico conservarle en su
gracia y verle libre de inteligencias francesas, y cuánto con-
vendría á su estado y á sus cosas. Fué su respuesta toda am-
bigua y mañosa', mas al 0a se declaró: dijo no había Principe
más 6no que él, ni más reconocido á los beneñcios de España
y á la fe que lonia el rey Católico; mas que tenia sobre sí lodo
el francés y que no se hallaba con vigor para resistirle á
las instancias que le hacia. Ofrecióle el Infante las fuerzas del
Bey, su hermano, que oran con las que á su padre y abuelo
habian sacado de semejantes peligros; todo lo admitió por en >
tónces y lo abrazó por el dictamen de la mujer, que le esti-
mulaba á la fuerza y devoción de francesa ; despidióse el In-
famé, y fué el Duque acompañándole á caballo basta la marina,
y al tomar el Infante el suyo, fué el Duque a tenerle el es-
tribo. Todo lo rehusó, porque estas eran más ceremonias que
finezas; hizo algunos presentes á los capitanes y oíros cabos,
envió una sortija de un diamante al marqués de Villafranca,
general de las galeras de España, que no quiso tomar. Navegó
desde aquí S. A. á Genova; salió el Duque á recibirle con
toda la señoría y magistrados, la nobleza y las familias de Oria:
vio la fortificación nueva y prodigiosa de la ciudad, sus cuer-
pos de guardia y baluartes que la ciñen y rodean y hacen
formidable á los émulos más vecinos, y después de haber
estado allí algunos dias partió ú Milau, Llegó ú Cavia, vio el
ÍL
memoraHe y religiosísimo convento de la CerlOH deíOrdcn
lie la Cartuja; recibióle la ciudad de Milán con fiestas y con
arcos. En esta jornada le salió al paso la princesa Marga-
rita, duquesa de Hánlua. hija de Carlos, duque de Saboya;
refirióle el estado de sus cosas, cómo habia sido echada de
Uántua , apartándola de su hija por orden del rey de Fran-
cia por aficionada á las cosas de España, y que el duque de
Saboya, Viiorío, su hermano, y todos tos demasía habian
desamparado, y que se veia apretada de necesidad y mi-
seria; que la socorriese y acogiese debajo de su protección y lo
escribiese á S. H. El Infante, conmovido de la sangre del pa-
rentesco y de ver una Princesa de aquellas partes que casi se
le habia echado á los pies , si asi lo podemos decir sin profa-
nar el derecho de las mujeres para con los hombres, y mujer
de tan esclarecida sangre y que era la suya misma, la admi-
tió y amparó y mandó dar 10.500 escudos cada mes para
su plato. Comenzó S. A. á poner la mano y la atención en el
Gobierno de aquel Estado: eran de su Consejo el duque de
Feria, que hasta alli había sido su gobernador y capitán ge-
neral; el conde de Oñate, el duque de Nochera, el marqués
de Este, fray Juan de San Agustín, de la misma Orden, so
confesor; el principe de Castillon, el duque de Tursi, General
de la escuadra de Genova; fray Lelio Brancacho, y el cardenal
Albornoz, con esperanza de pasar al gobierno de los Países-
Bajos: resolución por ahora indeterminable, porque sí bien
se entendió volvería á Madrid para tomar más seguras der-
rotas, y por estar todos aquellos pasos de Borgofia y Lorena
ocupados de mucha gente francesa para impedir el trán-
sito, volvería á Barcelona y por las faldas de los Pirineos se
pondría en Santander para pasar á Flandes con armada, á que
ofrecía sus bajeles Carlos, rey de la Gran Bretaña; haciaose
diversas discursos y diseños sobre este paso y no agradaban
los referidos. El de Trento y Alemania, aunque largo, pare-
cía más á propósito aunque carecía de enemigos, de ejércitos
y que le habian de obligar á pelear: todos le querían impe-
pedir el paso, por lo que importaba á la amplicacion y segu-
260
rídail'do los Paises-Bajos y ilc oposición á los holandeses; por-
que estas y otras mayores cosas se esperaban depj'incipe tan
grande, y que habia de ser el escudo y la espada, no sólo de
Is una, sino de ambas Germanias, fii no se pretendieran dife-
rentes acuerdos y la emulación no lo volviera todo en cenita
y sedición. .A creer los más finos en el servicio del Rey, era
todo engaño y suspensión , porque el todo poderoso estaba
bien hallado con ct desembarazo y despejo en que se le habia
dejado á Palacio y vivia en él sin sobresalto, registro, ni con-
fusión, ni que le censurasen, ni mordiesen las acciones los'
que se las podían timar algún dia; permaneciendo siempre
constante en su primer designio y presupuesto, que era que-
darse solo y romper aquella Liga antes de la que conspiraba
contra toda la cristiandad'y las dos monarquías, Cesárea y
Católica, porque espulsado el uno y muerto el otro, guardaba
para los demás los castigos, y arrastrarlos con odio y. la \e.n~
ganza, fundando en discurso humano, que era lo que impor-
taba á su conservación.
En Alemania, el duque de Sajonta, el marqués de Bran-
demburgo y sus aliadbs, recelosos de venir á batalla con el Cé-
sor, dudando del fin de la victoria y porque le veían armado
y aprestado al Frislan para entrar en sus Cstndos y recobrar
los del Imperio, y los del patrimonio de la Casa de Austria
con engaño y hccion, como se podría entender del artífice de
la Francia, hablan pedido al Emperador una tregua y sus-
pensión de armas hasta el San Juan de este año, para compo-
ner algún tratado de paz; no siendo su intención otra que
reforzar sus ejércitos de nuevas gentes y municiones, y poner-
les en el equilibrio que el imperial y darle la batalla. Otor-
góseles la tregua , y el rey de Francia , al tratado de la sus-
pensión de armas ocurrió con la misma diligencia, á la misma
hora, creyendo habían de salir engañados sus pensamientos j
pretensiones por los amigos, y que se efectuase la paz y le
dejasen fuera: hizo levantar un ejército de iO.OOO soldados
para en caso que se diese la batalla y fuesen rotos del Fris-
lan, obligar las reliquias ó ruinas de aquellas legiones y ha-
861
cer espalda de la geote de Suecia , para que conservaienl
ganado y entrar por la Alsacia á ser cabeza de caudillo si do
prevalec^en los de su parcialidad. Para esla defensa aalió
de Uilan, con la venia del infanll D. Fernando, D. Goinez
Suarez de Figueroa, duque de Feria, con número competente
de españoles, italianos y caballería: por el Condado do Tírol,
entró en la Alsacia, donde se le juntó mucha gente alemana,
y comenzóse á disponer con suma prudencia y cordura para
r^uperar las plazas ocupadas de franceses, echarlos do la
tierra, conservar y descansar la provincia y limpiarla de ene-
migos; cuyo suceso, por darse la mano con otro, remito á más
extendida relación al que leyere el libro segundo. Rompieron
á la misma sazón los lofeneses el socorro del rey de Francia
que pasaba á Alemania, de que resultaron nuevas diferencias
entre el Rey y aquellos principes CárloS y-Francisco, que ire-
mos discurriendo en su lugar.
En las Descalzas Reales do Madrid, á 6 de Julio de este
año, murió Sor Margarita de la Cruz de edad de setenta años;
fué bija de los emperadores Maiimiliano y Haría, tuvo por
hermanos á los dos emperadores Rodolfo y Matías; á Doña
Ana, reina de España; á Isabel, reina de Francia; al archi-
duque Alberto, señor de los Patscs-Bajos ; i Hernestoy Wen-
ceslao, príncipes de Hungría y Bohemia, y á Leonor: vino
con la Emperatríz, su madre, viuda ya, y dejando á Alema-
nia y atravesando la Italia desembarcó en Barcelona, y de allí
pasó á Lisboa el año que el rey D. Felipe II, su tío, unió
felicísima mente el remo de Portugal á la Corona de Cas-
tilla: vino á Madrid, y preparándola su hospedaje en el con-
vento Real de San Jerónimo, mientras en las Descalzas se
disponía vivienda á propósito y acomodada , que ejecutada en
breves dias pasó á vivir á aquel religiosísimo convento con la
Emperatriz, su madre, ala sazón que el rey D. Felipe 11
había enviudado do la reina Doña Ana, su hermana. Quiso el
Rey tomarla por esposa, viendo cuan fallido estaba de suce-
sión por los muchos hijos que se le habian muerto, pretensión
que la Infanta puso en las manos de Dios, pidiéndole antes
que —Hiifar al mna da B^Mfit y i Im o
dejase morir y vtTÍr en mli^n.
de un Cristo eroeifieada. hablániJoia y oto
porque la dijo coa afccluauu palabras qneria antes ser sn ta-
pota qoe de díd^h Príncipe mortal ; cao esta preroeativa ra-
aaoció los ponifMH y vanidades del manda par el cordón y
anyal de Sao Fraadsro. Vivió alU can la enpcntcii Maris, n
Badre, y perdióla e) año 4603, con (Wor j BtmámieatB tmft
j de todo el orbe por sos escIanaUEanao tírtoJa»; ^ndó
iBta en isa BescaliaB, basta al <£a qao siritiaM» &• atoi;
bé i«tif«a, 7 al lianpo de su nnurta pÑfiá la é^ftmm heme
li laaaa i «a madre, qae yaee fortara y oi Bapifiis aaBaalao
«n el coro de las monjas, y nuodó Atüíawwaia ^am la sepal-
tasen janto á elld. B^ró llena de Tifiada* y niffirfÍMiíaliii.
y según lo que nos enseña auesira asMa fc, sabí» a* alna á
reinar al cíelo: PriacesaeB piedad y «oaataaoB de aaar b
eterno, maraviUosi^dsaaaaamsfady paxaadseaalBHfací;
en religión j pradeaeia adosfable. y aiñafla i Mfaa lea pria-
ceaas de la tierra; hitó aqoel aai^an y «fael aaiflia á la
•arle, y hluron los coosejas para ^aiaa las había aaaealer y
paraqoieQ los tenia; &lióaqael balearte cooira aabieieaas y
aaberbÍQS, porqoe oo (eoiaoKH peor estado de cnanto ooe ibea
dqaado los sniilios.
A Bwdiada ialie viaierea de la India Orieaial dos bajeles
de BKBor parle y base fae lae aaea, ea^adoa de eaaeia y
•tras dragaa. y eoa la reeaperadaa de la ida de Ceflaa,
ñauada ea la anügñedad Taprofaana , qoe I
dido el conde de Bide^erra eo el gobierBe (
qoe toItíó á ¿1 la restaoró con sa Talor y ai de eiras faae-
eos portoxoeaes enseñados ea aqaaUas paitas i tales bása-
las. Recobróse por el consigaiaBie i Mambe^e, paeata en la
eosla de África y en tierra finae, si bien Boleroja bace ida.
y rin la cnal rectiperjcioo do era posible conservar á Zofala
ni la mina ñqoi^ima de oro que hay allí, con qae el reino
de Portugal te volvió i restituir en la canela, de donde se le
sigue grandes isleveses y tesoros i eqoella Corona. A esu
i
283
hora llegaron á Sanlácar losgaleones y Ilota de Occidente, que
ya es menesler hacer memoria de esto como dicha eingular,
que escapó de las manos de ios enemigos, y por lo que se no-
cesiia de su beneficio, conducidos por su general D. Antonio
de Oquendo, que alegró los hombres de negocios, si bien los
que llevaba el marqués de Cadereita corrieron fortuna en la
bahía de Cádiz, y se anegaron diez ú once navios de fióla, y se
anegara el Cadereiía si con el suyo, la almirania y otras naos
no se hiciera á la mar, con que dio principio ¿ su viajo. Culpa-
ban este suceso el haberse detenido su capitán por causa de la
media anata y despachos, que tos han puesto lo Ministros de
tal forma, que es menesler mucbo tiempo para salir con ellos
y algunos los dejan por sus diíicultades y mortal dilación; quo
es mas de temer hoy una merced que un castigo.
Las cosas de Fiandes estaban en tal estado con la prontitud
de nuestra gente, que el enemigo no hacia nada; pero era des-
pués de haberse llevado una plaza, y nosotros haríamos harto
en suspenderle. Conservaba el paso de la Uosa el duque do
Lermay carecía de víveres Haestrich; los tratados de la plaza do
Alemania se reconocieron por falsos, después que la facción dn
protestantes, y por su cabeza el duque de Sajonia y marqués
de Brandemburgo, estaban bien armados y ambos campos igua-
les. El rey de Francia los esforzaba, aunque con embozo y
simulación, en los designios no bien acabados de declararse
en los rompimientos con España, que le habrian acordado los
hechos pasados dignos de memoria y de reparo ; sin embargo,
hacia fuerza á la prosecución y á la guerra introduciéndolos á
que pidiesen partidos exorbitantes y desvergonzados, mas con
industria de penetrar en el ánimo de nuestros Principes quo
de aceptarlos; cargando á la hora sobre Nanci y toda la
Lorena con iO.OOO hombres para tomarla, no más de por ser
aquel Principe afecto y aliado á la Casa de Austria, y porque
el duque de Orleans, que peregrino y fugitivo de las insi-
dias,'desvalido, y pretendiendo abrigarse de aquel Estado, se
casó con Margarita de Lorena, hermana de aquellos duques,
princesa en beldad y otras buenas partes maravillosa , cosa
qoQ desplacía mocho al Re;^ y & los Ministros de la Francia. T
entre los cuidados que le llevaban hacia aquella parte, era en
prenderla, si la podía haber á las manos, y al Gastón también,
para dirimir el matrimonio y castigar el hecho ; pero viendo
él tan cerca el rumor y la invasión y la muchedumbre de los
soldados, partió é toda diligencia de aquel ducado parn Bru-
selas, dejando la esposa en un convento por disimulación ó por
retiro. Pero la dama que se vio ausente de su marido y pene-
tró la ira y pensamientos del Rey^ no atrefiéndose & fiar de
las eiperiencias del riesgo, porque también discurrió que el
Rey queria cogerla, con todo el silencio que pudo se disfrazó,
tiüó el rostro, y lomando un caballo siguió los pasos del ma-
rido, y en breves jornadas se puso en Bruselas á salvarse en el
amparo de la Infanta. Fué cosa de admiración este acontecí—
miento en toda la Europa ,- oyendo que volvían al mundo las
aventuras y hechos fabulosos de los libros de caballería: vino
por cartas á Ig corte de España el suceso, y diúie gusto al Rey
la novedad, si bien se discurrió que los lances de los principes
que en esta erase daban por sus amigos, y todas susdiferencías,
8Í los cometian y se acogían á su amparo y á su casa , no era
otra cosa más iJtíl que condenarle en costas y atlmentarle gastos,
siendo lo que menos había menester, porque eran estos prin-
cipios de nuevas guerras y rompimientos que arderían en
la cristiandad. Sobraban los disgustos, que ya se dejaban ver
y bastaban, sin tirarle al dinero que tan preciso era en tantas
parles , como se le pedían , y por los nuevos celos y sospechas
en que habia entrado el rey de Francia, creyendo que nues-
tras materias le fraguaban estos oficios contra la seguridad y
el estado, siendo diferencias contrarias entre ellos, por el de-
masiado pnder y tiranía ó indecencia á las personas reales del
Privado; que esto parece que es virtud para ellos como vicio
para los otros.
Maria, reina de Hungria y Bohemia, paríó un Príncipe,
que alegró al Emperador, al Rey y á sus vasallos; en España
se recibió gran contento con esta nueva ; celebróse con fiestas
(en un palacio nuevo recien ftibricado junio al convento Real
26S
de^n leróñitnoj de loros, cafin» y lanzas, en que elRey so
señaló con bizarría y destreza. Apretaba poderosa menle el
rey do Francia á Nanci y á toda la Lorena; metió gente en la
Alsacia para aliento y socorro de lo que allí tenía ypara con-
servar las plazas usurpadas , atento Á los afectos de Alemania,
y á qae no cediesen los Electores del ardor de dañar,ní aten-
diesen á los tratados de ta paz con el César, á Tomentar y en-
cender más los ánimos y In malicia de su unión , inobedien-
cia y discordia, saliendo á todos casos y á todos accidentes.
Pedía Frislan la resolución de la paz y de lo acordado á los
príncipes, y no sacando utilidad ninguna, antes respuestas
vanas é insolentes, acometió i la Silesia, provincia grande y
del patrimonio de la Casa de Austria, de que estaban apode-
rados los suecos, con intervención del duque de Sajonia y
de sus gentes, y degolló pasadas treinta compañías de caba-
llos, cabos, coroneles y capitanes, y redujo debajo de sus
banderas y al sueldo del Emperador á H.OOO infantes ale-
manes: persistió en echar todos losemenigos del Imperio,
intento grande, ^ro diliculloso por su natural y ser ellos mu-
chos y poderosos, y recuperar las ciudades libres y Anseáti-
cas, y entraren las tierras de ellos y asolarlas; pero todo esto
prometia gran ruina faltando después ¿ la lealtad, til duque
de Feria, obrando con valentía y gran corazón en la Alsacia,
socorrió á Brisac y Constancia que la querían insidiar los fran-
ceses; lomóles á Rhim-fel, cerca del Rhin y del Palotinado in-
ferior, á Captasqoc, Baldecuc, Seguin, Lautemburg y Fiburg,
plazas de mucha consideración, y degolló i. 000 franceses y
otras gentes intrusas en aquellos estados. Sucesos ejecutados
tan aprisa y con tanto denuedo, que aterró á los orgullosos,
htio temblar los herejes , y dieron voces á la paz los encmi:;os,
es treta jema suya cuando se ven vencidos, y á todos los emba-
jadores que á ta inteligencia de la Liga estabnn en Alemania
para sus principes, lo cual se les denegó á menos (¡ue no rin-
diesen las armas, los ejércitos y las plazas, disponiéndose el
Frislan y el duque de Feria, cada uno en su puesto v paraje,
á proseguir en lo comenzado. Entristecieron mucho estas dos
266
facciones á los conjurados , así alemanes, ingleses como iulia-
nos; el rey de Francia se suspendió, y los que lo vieron dije-
ron quedaba el Ricbelieu caldo de ánimo y rodeado de suma
congoja y Iristeza.
Asi dispone Dios las víboras, que taladren los corazones
revoltosos, por su justa providencia. La fortuna de estas dos
victorias, que volando vinieron á la corte de España, celebró
el Rey con Tt Deum laudamus en el convento de San Jeró-
nimo de Madrid al segundo dia que pasó á gozar de la recrea-
ción de aquel nuevo edificio. En el Diciembre de este año,
cuyos hielos y frios y tiempo crudo para campear, tenían ya
en Flandes, ó alojados ó deshechos los ejércitos de ambos
facciones, si bien el Nasau malcontento de lo que había
obrado, que ya quería más, después de la presa de Rimberg,
y lo intentó por varias veces poniendo la mira en otros pues-
tos y plazas para divenirnos. impidiéndoselo nuestros capita-
nes, pretendió, sin embargo, recuperar el paso del Hosa y que
no se le arrimasen tanto á Maestricb, que sustentaba, á pesar de
las inclemencias del cielo y de la necesidad, el gran nieto da
la Casa do Sandoval; con que desahuciado el enemigo repo-
saban unos y otros al amparo que ofrecían la comunidad for-
zosa de los alojamientos. Pero estos efectos obrados en Ale-
mania con fortuna, con brevedad se trocaron en otra no tan
próspera: faltaba al Frislan la gente, el dinero y las vituallas,
y de la misma manera al duque de Feria, con que todos pro-
cedían remisos y con tibieza. El duque de Sajonia cargó sobre
Rati^bona y tomó la ciudad Imperial y de importancia, asiento
de las Dietas y de coronaciones de reyes de romanos para
ascender al Imperio, puesta sobre las márgenes del Danubio;
y si bien el duque de Baviera y el duque de Frislan se juntaban
para restaurarla, no obraba nada el duque de Feria, rodeado
de necesidad y de descuido de España. Tomaron los franceses
á Nanci, en la Lorena, con que se recobraron en orgullo, y las
materias mudaron forma y semblante, asi en la prosecución
de la guerrn como en los tratados de paz. Oft-ecia el Rey á los
holandeses muchos regimientos do caballería 6 infantería y al-
267
gunos millones de oro para que no aceptasen la paz ó la tre-
gua con el rey do España , que se solicitaba en la Haya de su
parle; sin embargo, hacia esta promesa y otras afectadas y
engañosas al duque de Sajonía y á los otros coligados en Ale-
mania, pero lodos estos se quejaban que les faltaba á la pa-
labra y nada se les cumplía : debíanseles muchas sumas de lo
prometido, con que lodo surlia engaño y cautela, y el pre-
texto no era otro que meterlos en discordia , disensión y ruina,
y ellos tan ciegos que aun fracasaban á la luz y al desengaño
como si no lo tuvieran.
Procedía el Papa con la misma devoción que hasta aqui,
confiado en su inleligencia y en el tesoro que habia juntado
y artillería, y con el fuerte que fabricó entre Uódena y el Bo-
lones. El duque de Parma se liabia declarado por Francia, no
fallando guarniciones de esla gente en Hánlua, Monferrato y
el Pianionte, y nosotros mal vistos, mat afectos con todos, sin
amigos y sin reputación.
Sucedió aquel cuidado tan avisado y temido de los de ma-
yor prudencia y vigilancia en la amplíGcBcíon del gobierno
de los Paises-Dajos. Murió la señora infanta Doña Isabel á
1 ." de Diciembre de este año. Princesa digna , de grandes elo-
gios y panegíricos, y de quien será justo decir algo. Fué hija
del rey D. Felipe II y de la reina Doña Isabel, por cuya línea
materna tuvo derecho al ducado de Bretaña; nació en Bal-
sain á i2 de Agosto en el año ÍS66, y el de 98, el rey D. Fe-
lipe II, su padre, y el príncipe D. Felipe Ili. su hermano, re-
Qunciaron en ella el derecho de los Peíses-fiajos y ambas
fiorgoñas, Du(;ea y Contea, y se loa dieron para que casase
coa el archiduque Alberto, su primo hermano, hijo del em-
perador Maximiliano. Celebró estos desposorios con los de la
reina Doña Margarita y el rey Católico D. Felipe III el Punti-
llee VIH, en Ferrara, con asistencia de casi todos los prínci-
pes de Italia y de lo más ilustre de ella; efectuaron después
las bodas en Valencia, habíemio heredado la monarquía el
Bey, su hermano. Pasó á Flandes desde aquí por Barcelona,
Genova, Milán, Trente y el ducado de Luxemburgo. muy pros-
perada y enriquecida del ánimo generoso del Itey, y fué ju-
rada en todos los Paiscs-Bajos por Si'ñora con singular acla-
mación y ü[iior de aquellos Viitiallos : asisiió con el aféelo y los
consejos al lado de lan gran Príncipe, como el archiduque
Alberto y cotno lo aprendió de üu-padre, cuando la admitía en
las lloras privadas al manejo del despacho y papeles. Fue
ulilisima en todo tiempo: era el alivio y descanso de aquellos
pueltlos, el aliento de los soldados muchas veces, y en oca-
siones muy arduas lució su persona en lodos los ejércitos,
á caballo, sitios y tomas de plazas, animándoles á emprender
y conseguir, ofreciendo sus joyas |iara sus pagas; y en algún
trance adverso, pero glorioso, en que recibió el Archiduque
contradicion y alguna herida en sus empresas, se mostró con
tolerancia y de ánimo varonil en este hecho, lanío que exce-
dió á las más venerables matronas que celebró por heroicas la
antigüedad: era do suma virlud, piedad y gobierno, prudencia,
religión y justicia.
Tuvo aquellas armas todo ct tiempo que vivió el Rey, su
hermano, y algunos años más, en alta reputación, acrecen-
tando muchas plazas en el conlin de la Frisa y la Vestfalia.
entre los dos rios Rbin y Hosa. Perdió el Archiduque á 13 de
Julio del año 1621, pasando de ésta á mejor vida, no ha-
biendo tenido sucesión, con que volvieron á recaer aquellos
Estados en el rey D. Felipe IV, su sobrino. Oizo que lo jurasen
señor y heredero, prosiguió el gobierno y el mando de las ar-
mas con singular cuidado y vigilancia, manteniendo aquello
cuanio pudo con el valor, el consejo y la oración, on que gas-
taba muchas horas, habiendo entrado debajo de la Tercera
Orden de San Francisco: hacia muchas instancias por el in-
fante D. Fernando para que pasase á aquellos paises ánles de
su muerto para conocerlos y entenderlos y para hacerle capaz
del gobierno, de los designios, malcrías particulares de los
enemigos, de sus vecinos y confederados; lo que nunca consi-
guió. Los casos siniestros sucedidos en estos últimos años,
cuando no pudo enderezarlos y abatir su malicia, los suplía
en sus retiros con lágrimas. En este estado la hailó la mucrle.
dejándonos por nuestra infdicidnd sin cl socorro uoBñi avisos
y cuidados, y en esto fué ó gozar de Dios al lietiipo que digo, y
su cuerpo fué puesto en la capilla Real del pulacio de Bruse-
las. Princesa singular, entre las mayores la más esclarecida y
digna de toda alabanza . y en quien todas aprendian el buen
uso de la dignidad y las otras partes de varonil y de grande.
Sintieron los Países la muerte de esta Real señorn, y lodos
los principes sus vecinos, y basta los enemigos hicieron de-
rnostracinnes de sentimienio; en la corte de España sobre-
saltó la pérdida, y el accidente so tuvo por fatnl: mostró el
Rey en su capilla con exequias y con lulos, reconociendo ha-
bía sido descuido y demasiada conlinn^a no haber prevenido
en países tan distantes, que tanto importaban, persona Real
quo llevase adelante á aquel gobierno su amplificación, asi en
lo militar como en In político; conGrmase en la fe aquellos va-
sallos que no quieren ser gobernados por subdito español aun-
que sea grande, sino por alguno de sus Principes, y eso
legítimo, á quien sólo quieren prestar toda sumisión y rendi-
miento, que los aliente con la afabilidad de! trato y las merce-
des ; se opusiese con valor á la fortuna de los holandeses; re-
cobrase lo descaecido de las armas y la reputación; hiciese
rostro á los conlinanles y coligados y les diese á sentir que
había allí hombre, y se restituyese en aquella plaza do armas
su antigua grandeza y decoro, en que fué admirable á todas
las naciones; se recuperase lo perdido, las villa» y puestos
de consideración, y se arrojasen los enemigos de la otra parte
del Rhin, como estuvieron en tiempo del rey Católico don
Felipe Ilf. y se asegurasen todas las dependencias, convenien-
cias y materias que de la vida de aquellos Estados depcmlen.
Quedaron señalados seis gobernadores pnra lo marcial y polí-
tico de aquellos países, por orden y decreto de S. M., antes
enviado, y el más principal de lodos el duque de Arcscol, que
estaba en España á esta sazón.
El rey de Francia, con este suceso ó la dañada intención
del Richelíeu en alligir las tierras católicas, y con la Tilla de
Principo gobernador en los Países-Bajos, entraron en pensa-
270
miento, (tiscurricndo que había do pasiir olla el ínranto don
Fernando, y que aquel joven gallardo, adornado de todas las
graci.ns, aíirmaria en la perseverancia, con las altas virtudes
de valor, juicio y prudencia lodos aquellos pueblos y magis-
trados, y rejuveneceria las cosas y las baria arribar á gran
forluiia y no tendrian efecto sus trazas; advirtiondo que en
aquella ruina consistía las demás de nuestras Coronas. Se díó
él senlir y publicar, embarazando lodos \oí pasos de Valtelina,
Tíiol, Lorena, Borgoña y ducado de Luiemburgo con armas y
soldados, que no había de dar paso por aili á Príncipe ni ejér-
cito de la Casa de Austria, pretendiendo desesperar de socorro
los países obedientes para que se levantasen y saliesen de la
obediencia y acabar con aquel cuidado y aquella plata de armas,
tanto para los enemigos demésiicos como para los forasteros, y
no juntándolos con los rebeldes por no ver junto ásus conCnes
fuerzas que se han dejado senlir en el mundo y que han sido
de cuidado, ni queriendo él enseñorearlos por entonces por
no apetecer ninguna cosa el dominio Trances: esto en cuanto
ahora, que en haciéndolos rebeldes, él los procuraría hacer
subditos, y otrosí hacer las provincias ó países libres, y todos,
los unos y los otros, confederados. Pasó más adelante y avisó,
como aquel es tránsito general para Italia y arabas Germanias,
á los genoveses, que se declarasen debajo de la protección de
Francia, donde no, que irja sobre ellos con ejército y armada
para concluir de una vezesla contienda, y por cerrar también
aquel paso, cortar los socorros de dineros y soldados, desva-
necer tos asientos para Flandes, y dejar sin auxilio el Estado
de Milán, primera y principal condición suya.
Callaron y prevalecieron constantes y con fineza á las obli-
gaciones de España, y á las que por tantos años le deben, y
fabricaron una obra verdaderamete real y magnifica; levanta-
ron una muralla gruesa y porgrande espacio, taf y con tantos
batuaries, qiiesc cubrían y se cerraron con ella en todo aque-
llo que es de la parte do tierra, y forneciéronla de mucha ar-
tillería y soldados, capuz y á propósito para resistir grandes
ejércitos por tierra y gruesa» anuaJas por mar, con que lií-
ciernn incipugnable su ciudad, gastando un millón en fortifi-
carla. Eslas SOR de las obras que ennoblecen las grandes colo-
nias y hacen perdurables en la posteridad sus inventores y los
dejan inmortales, y estas son las que han de acometer los que
quieren ser tenidos por elevados gobernadores.
Proseguia el rey de Francia instigado de los razonables
sucesos de Alemania conseguidos por aquellos capitanes, y
de no haber ya consumido y desbaratado aquel Imperio, para
encender la materia que ya estaba dispuesta en Italia, y para
aterrarlo todo, ponerlo en confusión y ruina y concluir la
sublevación de la monarquía: publicó que, hecha la paz por
9U mano entre el turco y ol persa, bajaría á la primeraveru
siguiente con poderosa armada de galeras sobre los reinos de
Ñapóles y de Sicilia. En nuestras historias hemos leído de los
franceses notables máquinas y rumores militares; pero en nues<
tros días han sido perjudiciales pura el estado universal y la
religión. ¿Mas qué mucho, si les hemos dado ocasión y se han
valido de las voces de nuestra necesidad, del uso de nuestra
miseria, de la poca tolerancia de los uibutos y gabelas im-
puestos sobre los vasallos, de las extorsiones y ofensas ejerci-
das sobre los naturales y forasteros, del disfavor é injuria y
despecho de todos, y que ven que nos perdemos de flojedad
nuestra?
Luego que el Rey supo la muerte de Id ínfunta Doña Isa-
bel, 8¡ bien tenia prevenido que, en caso qne muriese y no
hubiese pasado allá el infante D. Fernando, gobernasen seis
gobernadores, tres flamencos y tres españoles, entre los Qa—
meneos el duque de Arescot y otros dos, obispos, el de Arras
y Malinas, y entre ios españoles el marqués de Aitona, maestre
de campo general, yá cuyo cargo estaban las armas, el mar-
qués de Fuentes, castellano de Cambray, y D. Manuel Pimen-
tel del de Amberes; envió volando correo á Hilan para que
por pasos y vías ignotas, de secreto, á la ligera, disfrazado, con
algunos gentilhombres y ayudas de cámara, pasase á Fjandcs:
el correo llegó á hora que el Infante estaba en la caniii y casi
desuliuciado, con que esta diligencia no tuvo ufcclo. Entró á
272
esta hora el duque de Arescot en la corte de Castilla, que vo>
Día lie Flandcí^ enviado de la Infanta á dar cuenta al Rey del
eetado de aquellos países y á volver á introducir algún tratado
de tregua con los holandeses : cuando llegó, besó la mano al
Itey ú hizo relación al primer Mini&tro do lo que se le habis
encuniendado; bailó también la muerte fie la Infanta pública, y
todo el asiento de los gobernadores ya mudado y ¿1 excluido de
esta preeminencia, Decian era dura cosa tener aquellos Estados
siempre pendientes de gobierno de Principe, donde sería muy
posible que faltase alguna vez, y no siempre los liabria en Es-
paña ni en Alemania á propósito que se redujesen Flandes;
aquellos paiaes á ser gobernados de vasallo español, y tomasen
ejemplo en los otros reinos del Rey, de no menor calidad y
grandeza que sus provincias, que reciben en todo de buen cora-
zón y gusto debajo de ¿1; y quo seis gobernadores procederían
poco diligentes en resolver y votar las materias, dondeseria muy
forzoso introducirse en algunas pasiones y diferencias nacidas
de particulares propios, como suele aconteccren gobernadores
de humores y naturales diferentes y que mandan lejos de su
Principe, caer en desunión, y por esto no conseguirse con fa-
cilidad y prontitud el servicio del Rey, marañado y embebido
en competencias. Propúsole, no sin maña y falsedad, esto al
duque do Arescot, no con otro intento que descubrirlo el áni-
mo y los pensamientos, porque sólo habia sido enviado de
Flandes para tenerle acá, como lo referiremos en su lugar, y
otrosí pusiese su parecer en la oíaleria por escrito. Él dijo
que se jumasen personas prácticas que entendiesen de ella,
delante de los cuales queria decir lo que sentía porque so lo
daba en apoyo del primero, y sí ellos discurrían mejor y más
derechamente en lo quo convenia, no queríale entendiese
miraba por su ínteres. y hablaba en su fayor, y qi\c si no les
parecía y en lo do udelante sucediese de esta novedad alguu
escándalo, corriese por cuenta de los que volasen en contrarío.
Admitiósele, y llamaron á la Junta á los de casa y á los
favorables cu todos nuestros hechos; y llamóse al marqués de
I.c>.gatiés , al marqués do la Puebla, eu hermano, y al conde do
273
Castrillo, quQ estos dos úllimos, n¡ vieron á Flandes oi la
guerra, sino los arrabales de MaJríd , el Carpió y las audicDciaa
(Jo Valtadolid. Hizo su oración el duque de Arescut, y después
de bien cansado, tos deoias llamados para aquello, votaroa
no convenían seis gobernadores en el País- Bajo, que sería da
mucha confusión y controversia , sino que el marqués de Ai-
tona gobernase lo político, lo civil y müílar, con quo quedó
apeado el duque de Arescut de aquella parte y lionor con que
se daba por contenió de sus servicios en aquellos Estados, coa
que estuvo muy en duda y no sin pocas intermisiones el ir
S. A. á Flandes. Aunque se dijo se enviaba al conde de Cas-
trillo con él por su Uayordoino mayor para laconlidencia y
centinela de allá para acá , no Sfí cuál más aína sí al Rey ó al
Validó, al ÍJn, para el más medroso, no acabado de asegurar
de1 ánimo da aquel Principe, por los.olícios que le habia
hecho, publicase ahora de nuevo va el marqués de I^^anés,
DO bailándose otro sujeto más importante para las fortunas dn
que más se necesita ; y aunque el Moscoso antes de la muerto
de la Infanta (üé solicitado por el Valido, y se dijo resucitaba
en la gracia para ir a Milán. con el olicio de Caballerizo ma-
yor, mirando ahora á Flandes con otros ojus, que cada dia
habia mil mudanzas y md novedades, duerme en la promesa
como en la de Barcelona. Decíanse varias cosas acerca de la
salida del Infante de Milán: quién le tornaba á Cuialuña, des-
pués, de convalecido; quién le llevaba á Santander, donde con
armada correría el canal de Inglaterra, ofrecíéndoso aquel
Rey de- tenérsete desembarazado y seguro de todo enemigo,
diciendo no estaba él confederado con el rey de Francia, con
que desembarcaría prósperamente en Dunquerque ó en Mar-
dique para subir al Bravanto; y otros alírmaban ó discurrían,
por la perplejidad del Regento y los embaíos en que le traia
este cuidado tormentoso, no pondtía los piéa en Flandes, y do
esta contrariedad muchos conjeturaban el riesgo en que aquello
se ponia. Pero cada uno limitaba y prevenía el suyo, porque
decia el hacedor haría cuanto podia por servirá su Principe, y
que cuando más seguso estuviese y desahogado y muy pro-
274
sumido en que había becbo mucho, vendriau luego cartas y
quejas que lo descompondrían todo.
Proseguían los nuestros estas dictas, como dije, el riesgo
que correría el Pais-Bajo, por cuanto no permanecería el
gobierno espaSoI , y al primer golpe de Holanda, mal asisti-
dos y socorridos tarde aquellos vasallos, acabaría de re-
ventar la pootoña de los malcontentos; y al contrario, que
so reslituirian los Países con la ida de S. A. R. en alguna
esperanza de mejoría y sucesos, y militarían con más fervor,
amor y fidelidad debajo de su mano, que en la de otro no
nos aseguramos de nada, y todo es temor y variar, recelán-
donos de lo por venir, con que no asciende nada á su esfera ni
á la teltcídad. Hacemos de un Principe sumante fidelísimo des-
confianza, DO osamos ponerte las armas en la mano sin saber
porqué, cuando en la antigüedad se tas fiaron á otro de me-
nos obligaciones, que ni manejó las riendas de aquel gobierno,
tan importante á su calidad y á nuestras coronas, estrechado
en Milán, sin poder ni autoridad, ni con caudal ni facultad
para dar nada ni para hacerse bien visto. El miedo de uno
es azote de lodos y todo es trance de vaivenes deslucidos: va-
liéndose de nuestro descuido y trazas, con otras más riguro-
sas y diferentes, los enemigos, y Dios sobre todo, no dejaban
de obrar en Ftandes, A esta hora y remisión, revolucio-
nes y movimientos, no sólo plebeyos sino nobles, para dar
cuidado, pues este fué el motivo más principal de la rebelión
primera; y ahora , para más confusión , nacidas de los france-
ses, que asisten al servicio de la Reina madre y del Gastón, su
hijo, duque de Orleans. Uno de ellos dijo en ocasión muy pe-
ligrosa jviva el Monsieur! y otros gritaban, que quién podían
tener loa flamencos que los gobernase mejor; dándose por
aquí á ser insolentes y nuevamente bulliciosos, como lo han
profesado con su envejecida inclinación y malicia. No esta-
ban estos tan fuera de la graciu de Etichelieu, aunque fugitivos
de París, que los dispondría con sus cartas y artiHcios á se-
mejantes sublevaciones y rompimientos. Procuró reformar-
los, aunque falsamente, el mismo duque de Orleans; pero más
276
verdaderamente algunos gobernadores y magistrados de pla-
zas y provincias, con que amenazados del castigo abrazaron
la enmienda y el sosiego.
Este continuo tumultuar del rey de Francia y sus minis-
tros en todas las partes de la Europa, alentado, según se mur-
muraba, con la devoción y favores del Papa, los muchos
franceses introducidos en Italia, las revueltas tan porfiadas
en Alemania, y la nueva quo se habia dejado correr de la ve-
nida del turco sobre las costas del reino de Nópoics y Sicilia,
hicieron otra vez resolver al rey Católico el manifestárselo al
Papa por personas graves, doctas, religiosas y de su consejo,
y aun atreverse en aquella Sede apostólica á pedir un Con-
cilio, paliado con necesidad que lenta de él la Iglesia para
obviar tantas revoluciones como se habi^n levantado, y por
aquí, hacerle cargos y deponerle. Simulábase esto con que era
menester se moderasen los derechos de las bulas y otras con-
cesiones que se pagaban en España solamente, y en las otros
tierras, reinos y provincias del rey Católico; pretendiendo
con esto evitar las muchas sumas de dinero en que eran de-
fraudados y entraban en Roma , sí ya no en la casa de algún
confederado, con que los Pontífices juntan tesoros y se alien-
tan para cualquier suceso y prosecución de sus intentos.
Representáronle al Papa, después de otras muchas razo-
nes, el ejemplo de Francia y el de otras partes, donde no se
consiente nada de esto ni lo sufren sus principes; decíanle
otros que era menester reformar los frailes y reducirlos á
menos námero y conventos, porque incluyéndose mucha gente
en ellos faltaban soldados para la guerras justas y para de-
fender la Religión Católica, Apostólica, Romana, y otras cosas
á esta traza para solicitar el intento, y en primer lugar pedir
el Concilio.
Fueron señalados para esta demanda, ó embajada para
hablar con más decente término, fray Domingo Pímentel;
de la Orden de Santo Domingo, obispo de Córdoba, y don
Juan Chumacero de Soloma)or, del Consejo Real de Castilla;
mas á éste decia el mundo le retiraba el Privado por avisos
276
que contra él y gu gobierno daba al Príncipe,, y no le aportó
más cérea ni le arrojó más acá qae hasta tas veriicoles del
Tiher, donde -le luvo desecho y olvidado de sus fortunas y
s crecen lamicn tos por espacio de doce años, muchos para em-
bajadores y pocos para \olver Dios por él, que nunca los
aparta da los principes del bien común por más que se los
retiren.
Partieron ambos á Roma, y bien antes de entraren e1ld,
haciéodolos parar en Civitavechíü , fueron preguntados de los
ministros del Papa de la caiidad d» los títulos y comisión que
traian, y sí eran embajadores, ó qué personajes reprcseTIta-
bán; y como de lodo, por espías y nuncios de España, estaba
enterado el Papa , y nada ignorante en la menor materia, im-
pidió su entrada, á menos que, no cediendo de comisarios, que
aquel erasu filulo. no entrase aTguno de ellos con el d»em-
bajador extraordinario. Avisaron acá, y viendo la repugnan-
cia que hacia el Papa en admilirtoS, por abrir camino al in-
tento resohió entrase Chumacero. y con el Obispo, con voz
de embajador eilraordinaño, que era el que queríamos tener
allá. Entraron, y dejólos entrar el Papa COn el título referido,
acompañados del marq^jés do CasteURodi-igo, que tampoco
se acaba^ja de transceudcr si era embajador ordinario ó ei—
traordinario, porque (ambieñ los celos dé) Ministro la hnbian
arredrado allí; y las culpas que le imponían, -saGánd^la de
la presencia del Rey y de su casa , le habían llevado á pere-
grinar á Roma. ¿Qué habia hecho aquella santa ciudad , Babi-
lonia y lago de leones, do inocentes y de hombrea buenos,
y dé los cardenales espaiioles Borja, Cueva y Espinóla? Hos-
pedólos el Borja; entrando á la misma hora por la otra puerta
de la ciudad, contrapuesta áésta, en la forma de España,
o(ros ministros de este género, y con la misma demanda
de parte del César. Esperólos el Papa en el Sacro [*alacÍo;
'dieron cuenta de las embajadas de sus príncipes, fueron oídos
y respondidos, pidieron el ConcíLio, y nnte todas cosas exor-
naron el estado qu^ tenia la Europa por los movimientos,
codicias y ambiciones de los franceses y sus ministros; cuan
A pique estaba la Iglesia de fracasar, pendíepte sólo de los
hombros de estos dos príncipes, y esos tan combatidos de
tuda la parcialidad herética, innumerable, por pecados nues-
tros, sobre toda la redondea de la tierra, no teniendo más que
estos dos polos en que estribar; el riesgo que estaba para
correr Italia con la bajada del turco, solicitado por el rey de
Francia et verano siguiente, para ruina de todo y áe las
tierras y patrimonio de la de Sart Pedro; que pomo tole-
raba el verle hecho caudillo, cabeza y capitán de herejes y
mahometanos, favorecerlos y fomentarlos, y haberlos metido
con ejércitos en las tierras católicas de los principes do Ale-
mania , para desguarnecer la primera espada de la Iglesia , y
la que le ha de asistir y ponérsele al lado en los casos urgentes
y de necesidad; y últimamente, no contento ni bien satisfe-
cho por no verlo ya todo acabado, confederarse, no solamente
con el turco, pero movidole, aunque sólo con las fuerzas del
mahometismo, venga á ser desolación de los mejores pueblos
de Italia, se- lleve ios hombres, las mujeres; los infantes y
las doncellas de los brazos de sus madres, y presida en ellas
pierdan la religión do la castidad y el conocimiento del ver-
dadero Dios; cosa, pues, esta de mucha ponderación y que-
branto, y do turbar el corazón más endurecido y moverle
cuando mái protervo á conmiseración. Pasaban adelante y
decíanle, cómo no le enfrenaba y fe hacia Oeiible á los dere-
chos de la razón, le enderezaba en sus consejos, pues lo. to-^
caba, le intimaba las censuras y eicomuniones en que tales
príncipes por tan infames hechos y delitos incurren; cómo no
la deshonoraba y quitaba la Corona y el derecho del reino, y
daba la investidura á los principes más puros y católicos para
invalidársele, pues por oGcios tan poco religiosos y por ser
contra el derecho divino y humano le tiene perdido, como lo
deponen los decretos y Sueros Cánones de los Pon linces, esta-
blecidos en los Concilios de bus predecesores, y por la Bula de
la Cena ; y Dio» le había puesto en aquella Silla para obrar y
meditar sucesos tan escandalosos y execrables.
Oyó el Papa la proposición de nuestros embajadores, y
278
respondiendo á todoa, satisñzo á la querella de haber solici-
tado el rey de Francia al lurco y no lo quiso condenar; cu-
briéndose con decirque aquello no se sabía, que en caso que
fuese, pondría la mano en «lio y el remedio que convenia, y
quQ no le podía apretar porque no le perdiese la obediencia y
sucediese á Francia lo que á Inglaterra , ejemplo á que era me-
nester atender con blandura. Aquí, y en lo tocante al Conci-
lio, disimuló y no se dio por entendido. Pedirle modere los de-
rechos de las bulas de arzobispados y obispados, y otras pre-
bendas y concesiones quien es tan liberal con el rey de España
que le concede la cruzada, el subsidio y excusado, y otras
gracias en que se interesan algunos millones, y le da la inves-
tidura del reino de Ñapóles y Sicilia y otras islas, parece que
es irritar el ánimo y querer que se le cierren las puertas de la
liberalidad al pretendiente: no apoyo el pensamiento si ya no
es que se despertase éste pora tirar á otro, ni tampoco es ejem-
plo suficiente el rey de Francia, porque no es tan beneficiado
del Papa como lo es el rey de España, y asi no es mucho
disfrute esto en su reino. Pedirle se reduzcan á menor número
los frailes y los conventos, es lo mismo que si le dijesen á un
principe resuma los pueblos de sus provincias á pocos, se ciña
en el dominio de la potestad: los conventos y las religiones,
son las ciudades y las plazas fuertes de los Pontifices de la
Iglesia militante, los convoca y conduce la triunfante, que por
boca del Salvador mandó que se extendiesen por todo el
mundo, y no se pueden tasar ni poner limite á los impulsos
soberanos de los hombres, ni á las inspiraciones de Dios, ni
á sus acuerdos, que son infinitos é incontrastables á todo hu-
mano juicio Y poder, y estos son los pescadores del Evangelio,
que pescan con la voz y las plumas contra la perversidad de
los apóstatas y heresiarcas. Pedirle et Concilio no es fácil, y es
exasperar más las cosas y arrastrarlas, y no se podria mover
á todos al hacer más alentado at francés y más fino, porque
sepa que se empeña bien, y dar mayor calor y nervios á la
Liga. Pedirle que repugne las materias del rey de Francia y
los hechos tan infieles de su Privado y ministros, que te ame-
W9
nace, anule y castigue, y le haga reconocer loe inoaroerables
yerros cometidos contra los Sacros Cánones él y su pasados,
es petición muy justa, y bastaba saberlo para eamendarto. Las
calamidades y trabajos que toda la FraDCia bs recibido por
larga carrera de años, y por estos maleficios cometidos contra
la cristiandad . y las miserias de la berejia introducidas en sus
pueblos, lo testifican, y la falta de sucesión en los reyes, las
muertes violentas y desastradas de otros, sus guerras civiles
y otras intentadas en los forasteros de que salieron sin crédito
y sin fortuna. El mismo Luis XIII reconoce esto: lamentándose
nn dia, dijo no envidiaba la potencia del rey de España, el
valor de la nación ni las riquezas de ambas Indias, sino de
que cuando peleaban ambos, él se valia de católicos y él no
podía sino de herejes, circunstancia de que no podia des-
asirse la Francia, por lo que le había frecuentado, y porque,
aunque injusta, no tenia otro desempeño de los sucesos pasa-
dos. El primer inventor de ligarse con el turco y hacerle bajar
sobre Italia con poderosas armadas, fué Francisco I, por
envidia y emulación que tuvo á las memorables liazañas del
emperador Carlos V, á su grandeza y poder, y á la gloria y
aumento de la nación española. jCon qué vituperio murió sin
pasar adelante ni prevalecer su estirpe, y qué sin crédito sus
empresas, entrándose por las puertas de sus provincias la h»<
rejia de los hugonotes que comenzó en su tiempo, esparcién-
dose en casi la mayor parte de la Francia I
Esta nueva , pues , de bajar el turco á Italia , tenía suspenso
al Rey y á sns ministros, despachando decretos de nuevos
pedidos sobre los vasallos, no poco congojados y unidos
de estas y otros gabelas y tríbulos, tanto que los que se
acuerdan de tiempos y de eras, decían nunca vieron á la ne-
cesidad tan viva por estas sacas, ni en la contratación tan
pronta la malicia y el fraude para poder obrar y restringir las
imposiciones.
El rey católico D. Felipe III , por los años de 61 5 tuvo un
potentísimo ejército en Lombardia , debajo de la conducta de
D. Juan de Mendoza, marqués de la Hínojosa, contra Carlos,
duque de Saboya; y á la misma sazón otro en la Vestralia,
Eobre la diferencia de laa tierras de Cleves y Julieres, acau-
dillado del marqués do Espinóla. Cuando redujo Aquisgran á
la obediencia del emperador RodüUo y unió á los Paises-Bajos
la gran villa de Besel y otras plazas en aquellos contornos, no
hizo más mudanza ni demostración, publicándose aquella
primavera, como otras y todas las demás, que venia el turco
sobre Italia, que escribir en pocos renglones al marqués déla
Hiñojosa : ■ Procurareis con brevedad concluir esa guerra cas-
tigando al duque de Saboya ó reducirle á que obedezca mis
órdeoea-y mandatos, ^rque vuelvan los tercios de infantería
á sus puestos por las sospechas que hay de que vengan arma-
das de Levante • ; y esto sin dar luego sobre las haciendas y
sobresaltar los vasallos. Poco después, ó si lúmásemos ejemplo
de los ministros do aquel tiempo, y no que por ser rebeldes
y no acabarnos do conocer y sujetarnos, tropecemos en todo
y no nos levantemos á nada, poco después, con facilidad y sin
ahogarse, desvaneció de aquellas costas este ruido, tanto que
basta hoy no Se tía sentido, enviando D. Pedro Girón, duque
de Osuna, virey de Ñapóles, cinco navios y un patache, á
cargo del capitán Rivera, que reconociendo todo aquel Levante
desde la punta de Cilabria hasta el Cante Modoncoron y sus
islas, buscó la armada del turco, que se componía de 55 ga-
leras, las acometió y peleó tres días con todas ellas ^ pane
desbarali) y parte echó á fondo, imposibilitándolos de efectos
ni invasiones y de otra ninguna empresa, y se volvió á Ñapó-
les, diciendo al duque de O^una dejaba ejecutado lo que se le
hebia mandado, y que el turco, por aquel año ni los venideros,
ni vería las costad de los Abruzos ni la Calabria, ni los otros
promontoríos de Sicilia: cosa que á toda la Italia y el Levante
dejó con asombro, y el duque de Osuna nunca más sabroso
que hasta allí, por haber atinado un negocio, que él sólo enlrc
cuantos virreyes y capitanes gobernaron las Dos Sicitias le
halló salida. Sí esto se hacia con tan poco número de vasos,
ruido y ministerio, ¿porqué no lo hacemos y salimos de cui-
dado? Do esta manera so aGrman las coronas, los pueblos, los
281
vasallos, con hechos que los aseguren y les den honor y ca-
lidad y los hagan más reverentes á las ^tras naciones , y con
aliento pirra triunfar de los enemigos; que con la ocupación
de vicios y enajenación de obligaciones y poquedades, se
pierden y no quieren militar debajo de principes y ministros,
que no sirven más que de esquilmarlos, 6Ín saber otras artes
ni otros ardides: por esto muchos quiereu abandonar el do-
minio, sí no ban de ser para otra cosa que para sujetos y mal-
tratados, ya que á ojos abiertos nos perdemos, usando de tal
manera de las alhajas, que nos concedió el cielo, que no pa-
rece sino que las aborrecemos y queremos acabar con ellas
sin dejar alguna á luS que nos han de suceder y esperar el
otro siglo.
El estado de la república no-era mejor ni más dichoso que
el de los años pasados, antes menguando cada dia más en cr¿<-
dito y en fortuna; ninguna empresa descendía sobre nosotros,
y la necesidad y la falta de dinero so iba reconociendo siempre
mayor. Pedíase, tomábase y no se (faba, y lo que era de gra-
cia se hacia de derecho y de justicia, y no retornándole ni en
mercedes, ayudas de costas, ni pagando los sueldos, \oé gajes
DÍ los emolumentos, no lenian cómo volverte, ni contratantes
ni labradores; con que los millones y tributos se habían impo-
sibilitado, y aun se temía totalmente la paga y su cumpli-
miento antes que diesen en una quiebra horrible y miserable:
los nobles faltaban á sus obligaciones ó las llevaban más
pesadamente , y todo era congoja y aflicción , falta de lo nece-
cesarlo y aun forzoso. En lasCórtes eran ionumerables las cosas
que se pedían, rehusando antes el venir ¿ ellas por no agra-
var más el reino, que ya estaba tal, tan exhausto y tan acabado
que se concedían todas, porque era imposible cumplir con
ninguna; y la provincia de Castilla tan despoblada, que no ha-
bía quedado sustancia en ella ni eñ este cuerpo. Por redimirse
de si mismo el poderoso, el cual lo veia de esta suene, se arrojó
a decir había puesto las cosas en tal estado que ya no se acor^-
daban los hombres sino de lo que habían de comer mañana;
queriendo decir, que, aunque hostigados, no-tenian bríos para
volver sobre si, si quisiesen sacudir el yugo. Para una repú-
blica incorregible, rebelde, bárbara, indomable, era menes-
ter haber usado de este medio y este rigor; ¿pero cuándo dio
ocaaion de haberlo menester este pueblo? Parece que fué que-
rer incitarlos antes que componerlos. No son estos los fidelísi-
mos á su Rey, los que le aman y anhelan por servirle; los cons-
tantes en todos trances y en todos accidentes ; los que buscan
los caminos más arduos de adelantar el estado, de ennoblecerle
con victoras y con hazañas. Si se hubieran buscado todos los
modos contrarios á estas virtudes y se hubiera probado cómo
de una Grmisima monarquía, en todas edades gloriosa y feli-
císima, se pudiera haber hecho mudable, vituperosa y desdi-
chada, aunque fueran con particular estudio y trabajo, y aun-
que se hubieran solicitado de los abismos y cóncavos de los
dañados, no se pudieran haber hallado tales.
El Estado lo diga; y tras esto, | con qué unión , con qué paz
de alma se pasa por todo , como si no estuviera para suceder
y recelarse, y sin embargo,' con qué desahogo se vivel El Prin-
cipe perseveraba en su elección, y estaba bien hallado en ella
como si estuviera acrecentado en reputación, en empresas,
tesoros y sucesos, amor y devoción de subditos y confidentes;
y si bien gastaba el tiempo en ejercicios y ocupaciones lícitas,
no las forzosas y suGcientes, y las que pide gobierno 7 aten-
ción en reinos tantos y tan grandes. ¿Y cuánto es más á pro-
pósito traducirse á s! un gran presidente ó famoso consejero,
informarse de él é informarle , saber, preguntar, inquirir, tras-
cender, enmendar, reprobar, admitir, impugnar, que á Felipe
de Comines, señor de Argenten, ó á Guichardino? ¿Pero qué
importa apetecer y leer las historias si no sacamos de ellas la
utilidad y provecho, y aquellos ejemplos vivos que nos insi-
núan y el saber sondar los riesgos y peligros y salvarlos? El
Valido imperaba con la misma soberanía, dando las dignida-
des y magistrados á sus deudos, llamándolos á las materias,
consejos y juntas, de que algunos de ellos no tenían noticia ni
experiencia, ni vieron las provincias ni la guerra.
El conde de Castrillo tenía en juntas y consejos nueve
ocupaciones ó más, como si faltaran hombres y sajeh» dé oit>
lidad y consideración en la patria, y así sucedían todas ó lai
mes. Podrá ser que sea yo mal vasallo, pero no mal criado, y
si todo junto por haber dicho la verdad y dolidome del estado
calamitoso de las cosas: si por ello mereciere castigo (que mu-
chos justos han padecido), haré ofrenda de mi cuerpo á los
venideros para que no peligren en estas suertes y escollos, sí
tomasen el ejemplo en mis escritos, si ellos fueren tales que
lo merezcan, porque no es esta ínBcion para lodos reinados,
sino de algunos , porque si siempre seguimos estas pisadas
Saqueará todo.
Habíase dado ahora el Valido á labrar un edificio junto al
convento real de San Jerónimo, ridiculo y sin provecho y de
todas maneras inútil, de paredes delgadas y de flacos funda-
mentos, desfavorecido de la naturaleza y del cielo, estéril y
arenoso, queriendo forzarle á la fecundidad y al ornamento
de las plantas á peso de dinero, no suyo ni de su patrimonio,
ñno de sisas de la villa, venus de oficios, do gracias y otros
negocios, como si necesitásemos de esta saca, y que tuviese
las propiedades de otros sitios que dieron esto con libertad,
sin interés ni violencia. Una habitación honesta y de sumo
decoro para los retiros y funciones de los reyes, la hizo deli-
ciosa y juglar. El primer nombre que tuvo fuá llamarle Galli-
nero ; y no siendo nuestras empresas ni hazañas las que fue-
ron ni las que babian de ser, tomaron los enemigos ocasión
de burlar de nosotros, y traducían el nombre de español en
el de gallina, y así lo gritaban por toda la Francia cuando
pasaba por ella nuestra gente llamándonos gallinas'.y para en-
mendar este absurdo, por no decir afrenta, mudó el nombre
en otro de su capricho y le hizo esculpir en una piedra, y po-
niéndola en un paso del Prado á la vista de la obra , le llamó
Buen-Retiro, cargando pena al que le llamase Gallinero,
siendo él el que primero se la puso y cayó en este yerro, por-
que nunca aflojase el tormento ni la molestia para los otros,
como si tuviese necesidad este pueblo, y las gracias y oGcios
vendibles del reino consignados para socorros de criados y
soldados, de labrarle á él recreación: esto porque no quede
cosa que no experimenle lo pesado de su dictámeni y desde
eolÓDces no quedó un oficio ni un efecto úon qu6 socorrer
una necesidad. Andaban más hombres en esta obra y más
ÍBslrumentos que en I» de la torre de Babilonia, y en la ma-
ravilla Efesia, que y? si lo fuera era de alabar; pero todo era
tapias. Bienaventurado aquel que yace á la falda de nuestros
montes, cuando no le faltaban á la corle y no carecían sus
contornos ni circunferencias de casas de campo y verjeles
para todos los tiempos del año- El mismo palacio de Madrid
con el Parque, la Priora y la Casa de Campo, ex deleitoso y
acomodado para todos tiempos, y sus obras-son tales y tan
eternas, que bastaba esto para no entrar en otros gastos n¡
ciúdadoS; Aranjucz v otras, si dejásemos correr la pluma, son
de sumo regalo y de perpetua verdura y-primavera y muy
abundantes de caza ; el Escorial, todo el mundo lo sabe y es
yerro verisimil quererle encarecer; pero, sin embargo, es ad-
miración prodigiosa; el Pardo es gustoso y entretenido; y ya
que se ha gastado una cantidad sin suma, no se ha bocho allí
cosa que siquiera parezca algo de esto, sino una confusión sin
traza ni berraosora. Murmurábase este exceso en la corte y
en todos los reinos de la monarquía; dejo ahora la plebe, que
aún ésta discurre sia iatento ni consideración, sino entre
los políticos .y letrados y los hombres de más gravedad y seso,
y deciao que cuando se pedían las haciendas á los vasallos se
exhalase por aquí el caudal, y que cua&do daban comodidad
los años para comer los mantenimientos baratos y los otros
víveres, se comprasen cobrando, como -si no los hubiese en el
mundo, por las inmensas gabelas y tributos que cargaban so-
bre ellos, no perdonando al foro eclesiástico de este rídsgo y
de esta calumnia, viendo en cuántos escollos peligraba so re-
reputación y regencia.
Pasó con arte á salvarse á la sombra del Rey y prohijó'
sele en los principios; oyó que era, y asi se lo dirían, de poco
gasto, y callaba dejándolo correr y pasando, no haciendo caso,
aun cuando oía hablar en ello después de bien exornado y
285
apuntalado bien ,.é inyestidosele para qoe entrase 4 lá parCé
de la calumnia, que un exceso sale mejor lucido sobre "hombros
reales: ya pedia ó se le hacían pedir tas trazas de* la obra,
apropiárselas y dar su parecer, y k entender era el diseño y el
gusto sujo; y á estas espaldas levantat)a y derribaba tapias y
paredones y lo qoe no le parecía tal, y esto sin tasa y sin mise-
ricordia, por no haber en el prancipio ajustado y delineado la
fábrica y lo que habia de ser Un día le oi decir al Rey, ha-
blando con los maestros de las obras r— ¿Cuándo vendremos
aquí que esté esto acabado, sin polvo y sin tierra y libre de
opciales? T otro di9, proponiéndole más embarazos dijO: —
Basta lo hecho: de suefte que por aquf se veían cómo no era
de su inclinación este gasto y cuidado, sino del que quería
que su voluntad imperase en lo más soberano y que fuese Rey.
Trabajaban en la •obra pasados de cuatrocientos hombres,
y hacia ir al Rey aHá y al Principe, sólo para entablar su dic*
iámei^, y que fuesoel edificio suyo y la calumnia de otro, á
quién- le dicen si se quiere holgar f(ue no lo haga, y más no
eostándole nada ; pero si costaba, faltando á causas má9 legi-
timas, y- cuando d natural no ló desmerece. Asi^ con facili-^
dad, consiguió el llevarlos allá cuando le parecía, inventando
sAraos , máscaras , farsas y otras fiestas , en que se perdía el
tiempo y quizás algunos negocios de importancia, y parecia
más á-los de Ninive, á losdiq^ de Nerón y á los últimos de los
romanos en el uso y en el proceder. Estaba muy úf^no de
este hecho, y con este poder hizo á los Consejos labrar una
plaza para fiestas de toros, fahando muchas veces á la obli-
gación del despacho y asistencia de las materias: sacaba pa«
iredones y piezas sin correspondencia, delgadas y poco firmes,
como se lo dictaba su albedrto, sin guardar ni ajustarse a las
reglas del arte; hfzolas alhajar al Consejo de Aragón , en que
el protonotario D. Jerónimo de ViUanueva se mostraba muy
6po, vendiendo en público teatro y á rienda suelta todos los
oficios del reino, sin perdonar á Cerdeña ni á las Mallorcas;
que si fuera labrar vasos para defenderlas hubiera sido más
redentor que ministro.
Siguió esta secta el Consejo de Portngal, también por m
secretario Diego Suarez, buen camino para medraV, que sea
á lo que atienda, aunque pereciese el Estado, como sucedió,
porque todo era abrir tas zanjas para la ruina; y se metió en
labrar una ermita, sin tratar de penitencia, cuya costa dicen
pasaba de 100.000 escudos, no más de por hacer ostentación
de gustos y competencia al protonotarío, echando cada uno por
impugnar al otro. El poderoso holgaba de esta lucha, porque
creciese la obra y el gasto, sin moderar estos desaciertos, que
boy no sirven de nada sino de vergüenza y confusión, porque
para holgarse bastaba y aun sobraba lo que se babia hecho.
Entró también á la parte el Consejo de Indias, por su presi-
dente D. García de Haro, conde de Castrillo; y todos gastaban,
vendían y alhajaban, pagándolo los oficiales de aquel nuevo y
eitendido imperio, atendiendo al poderoso y á su inclinación
y gusto. También entró por aquí José González con las ventas
déla cámara, y lodos iban á porfía & cuál destruía más, y
esto se premiaba por servicio; y era tanto lo que allí se había
juntado de riquezas que llegaron á temerse de ladrones, no de
que se ejercitase este vicio de la opinión ó del atrevimiento,
de la fealdad, y que sonase en palacio, sino de la razón qne
había para que les hurtasen por haberse hecho señores del
caudal común.
No había regidor en la villa que no quisiese tener aquí
BU parte por administradores de sisas, proponiendo para es-
tos todo el dinero del común, reservado para las necesidades
y para comprar el trigo de los años poco fértiles porque no
faltase el sustento á los afligidos miserables, aspirando por esta
lisonja y por esta traición , á medrar y levantarse con detri-
mento general del pueblo que lo padecía.
Era el principal de estos Pedro Martínez, escribano do
la villa, que se babia entrometido á asistir perpetuamente á la
obra, y esto se pagaba con las secretarias, y los perjuicios de
los criados del Rey con olvidarlos. Hizola el hacedor alcaidía
yagregósela asi y perpetuóla en su casa, como si tuviera su-
cesión, excluyéndola del sobrino D. Luís de Haro; mas al fin
287
la vino á asir, ó por pleito ó por herencia, con todos los ahorros
y preseas, que eran mochas y muy notables, así en tapicerías
y colgaduras como en pinturas, tomándolas de los que las
tenian, aunque muchas se pagaban, despojando los camari*
oes, de los que aliñaban para sus retiros. Trajéronse las pin-
toras de Valladolid, de aquel palacio y huerta, y las tapicerías
ricas de Portugal , que tenia aquel reino para su ostentación
y memoria de la grandeza de sus antiguos principes, que es
lo mejor que hay alli, contra lo que se estableció con el rey
D. Felipe II cuando le dieron el reino, de no poder desalhajar
aquel palacio. Hizole de término libre y separado de las otras
justicias y en favor de los delincuentes, y de poder proveer
todos los oficios y quitarlos cuando pareciese, arrimándole
sus ciertas rentas para gajes y gastos. Quitólas del Real Sitio
de Aranjuez y de otras partes, desarmándoles de su go-
bierno y belleza, no advirtiendo que el Sitio del Retiro es el
teatro de las buenas y malas fortunas de las privados, y donde
se recitan las iras para con unos y los halagos de los princi-
pes para con otros, todo á un mismo tiempo; y que ya que alli
se obró el misterio de su exaltación , forzosamente ha de es-
perar el de su descensión ^ y para él no tan favorecido , que
vendrán alli otros, habiendo precisamente, y como es de uso,
de cederles el puesto. Se albergaron en lo que él tenia que los
habia de lisonjear, y si le agradan tendrá modos y maneras
para agregárselo á si , como nosotros lo hicimos de algunos
buenos bocados de otros; pues halagar hoy un precipicio no
deja de parecer yerro confiado; dejársele á los que vendrán,
parece que se forjó con falta de consejo y atención , porque
¿para qué mis trabajos pasarlos á otros, cuando aun no quiero
que me herede mi sobrino, y me disgusto de ello?. Se le esti-
mulaba, y habia largos dias que deseaba apropiarse una casa
de placer para acabar en todos trances y en todos accidentes su
vida como si fuera religioso: yo hiciéralo en otro de los con-
tornos Madrid. Parece que me oyó cuando entró en el edifi-
cio de los coches, pero no alli donde han de ir á despojarme,
ó que forzosamente los lisonjee, los acomode y los dé los pri-
288
meras loares , y ya que no mi caudal se tenga -por per3í Jo
mi liempo, y donde y cuando se desquicie la máquina uni-
versal del cielo, no SCfi forzoso ir á lepar conmigo, sino
adonde m6 dejen y no se acuerden de mí, que esa lo que he-
mos de asistir desde luego, como necesario, -y ultra de esto,
desfavorezca^ aquel verjel , como á otros que los he conocido
yo en aquella misma altura, pero de más juicio y moderación,
y ya no hay quien se digne de mirarlos ni les ha quedado
rama, ni estalua, cuadro, pintura, ni tapicería, que el tiempo
y sus iras nobayan desgajado. Allí vimos á D. Cristóbal de
Hora, y después al gran marqués de Dénia, y ahora le vemos
á él; después, sea por larguísimos años y con mejor fortuna
que los otros y quien le haga mejor paraje, verenaos ó ven-
drán aquellos que dispusiesen las estrellas para mandarnos ó
arrojarnos, que será maravilla si esto faltare de la haz de la
tierra y semejantes movimiento»
Estas cosas, como dije, corrían asi, y en esto se empleaba
el cuidado y hacienda , cuando se muritiuraba en todo el orbe
y en los reinos de los otros príncipes, y en los nuestros con
lástima y sollozos, ni ee pagaban ios soldados, ni habla un
leño en defensa de las costas del Océano y Mediterráneo. Ds
este ffn y por asir la coctratacion otra vez del Levante, se
pdlaron este veranj> por el Estrecho de Gíbraltar cuarenta na-
vios de Holanda, y aun en los recios tempE>rales se abrigaron
muchos á la vista de nuestros puertos, y los vieron en^ Cá-
diz; con tanta confianza y desahogo procedían á la sombra de
nuestro olvido y descuido. Pero toda esta máquir\a del Retiro
y toda«u obra, estando ya parte de ella acabada, queriendo
llevar allá al Rey, siendo cosa que jamás se vio en palacio,
por tocar esto el Ministro de Justicia y á su cuidado, por no
dejar de ofender, sin tocarles, todo lo arrojó sobre la paciencia
de los ayudas de cámara, fabricando un decreto que hizo Gr-
mar al Rey; y sin haber hecho leyes para los cuartos de la
Reina y del Principe, las fabricó para éste y les acumuló á
quien jamás le pertenecía, el cuidar sí, pero no encargarse
(le esto ni que corriese por su cuenta. El cut>Wdecia:
289
« A mi mayordomo y al bareo de la casa de la Reina , se
han enviado órdenes para que los criados de ambas casas ha-
gan lo mismo, el tiempo qae estuviésemos ahora en la casa del
Buen-Retiro, que se hizo la vez pasada que álli estuvimos, asi
en el buen cobro de plata y alhajas de ella como en lo demás
que les tocare; y vos ordenareis también á los ayudas de cá-
mara, que hagan la guarda dos cada dia, advirtiéndoles que ha
de correr por su cuenta todo aquello que estuviere dentro de
mi cámara , y que los que salieren de guarda lo entreguen á
los que entraren, mostrándoles que no falte nada; y que tos
mozos del retrete y barrenderos no han de entrar en mi cámara
sino por cuenta y riesgo de los ayudas de cámara, y el tiempo
que estuvieren regando y barriendo asistan á verlo hacer;
y lo mismo ha de sei' mientras los de la tapicería hicieren su
oficio, que todo esto es lo mismo que os ordené por orden
de 49 de Noviembre del afto pasado de 633, lo cual y lo de-
mas que se contiene en dicha orden , haréis guardar porque
asi es mi voluntad.»
Llamó el duque de Medina de las Torres á los ayudas de
cámara, intimóles el decreto, y hubo quien le dijo se orde«-
nasen las cosas al peso de las fuerzas humanas : oyéronle y
callaron, porque de esta manera eran ya todas las respuestas,
dejando obrar al poderoso á fuerza y peso de paciencia. De-
creto y exornación indecente, injusta y apenas para casa de
escudero cuanto más de Rey, donde asistian tantos hombres
de honra; pero todo era hacer desconfianza y tenerlos siem-
pre con descrédito por no hacer á nadie con fortuna. Ser el
que sirve de vigilante á lo que toca al Principe, al decoro y
guarda de su cámara , pero encargarle y que corran por su
cuenta las alhajas, parece que es decirle que las ha de pagar;
término indecente para cuarto de Rey ; pero habian tomado
ver, cuando el de Locania habia dado llaves á todos sus asis-
tentes y á los que habian ofrecido y daban su dinero para la
fábrica, que eran infinitos, y algunos de ellos hombres de os-
curos linajes que se habian hecho contratando en tiendas pú-
blicas, y todos querían mandar en ella, por aficionarlos con
290
esie cebo & la paga inmensa de loa oGciales, dándoles satis-
facción en la venia general de oficios, dejando exhausto el
reino y BÍn auiilio á los criados, ni en donde pudiesen buscar
nn efecto por ayuda de cosía para socorrerse de sus necesi-
dades, fdlta de pagas y sobras de jornales.
El marqués de Cadereita, aunque ya lo dejamos referido,
pero volviendo ahora á decirlo por aqui , queriendo salir con
la Qoia, una tormenta prodigiosa dentro de la bahía de Cádií
«negó parte de ella, por esperar un soldado que no acababan
de despacharle la media anata ó no tenía para ella. Perdida
considerable que aQigió mucho á los hombres de trato de Se-
villa, y aun dicen que los cinco navios eran de un ministro,
que siendo el que proponía la candidez, la entereza, la lim-
pieza de manos y los otros desintereses, y que amedrentaba y
castigaba el proceder y usos contrarios á estas virtudes, se
metia á cargador por la conduela de Bartolomé Espinóla, en
cuya casa y al tiempo de la nueva so lloraba eslo amarga-
mente; con que pagó la medía anata el inventor. Pasado este
trance, se dijo había peleado el Cadereita en la Habana con
navios de Holanda, y guarecidose de su ariilleria , esto de
vuelta del Perú, y que no tenía el paso llano ni podía salir.
Esta falta do bajeles y marineros y el desamparo del Estre-
cho de Gibraltar, más que otra ocasión, alentaba á nuestros
enemigos y ¿ los corsarios y reyes bárbaros de la África,
díciéndoles no había quien se les opusiese al patto, que aco-
metiesen las tierras españolas y las italianas, que las desar-
masen y se harían señores de ellas. Quería ver todo esle
tráfago, nuestra gente, gasto y multitud de oficiales del Retiro,
ocupados en Flandes ó en otra parle militar, sacando trinche-
ras, levantando fuertes reductos y medias lunas en defeusa
de nuestras plazas, y más cuando el enemigo en aquel país y
en los dcinas circunvecinos no obraba con otros instrumentos
que con la zapa y la pala. Queria, otrosí, ver pagados los
presidios y armadas, defendiendo y ofendiendo, favorecidos
tos cabos y alentados en la esperanza, como lo híio, y otrosí
quería casa de recreación. Hicíérala á su costa, que aun en
291
esto ni en otra cosa ha dejado ver so dinero, ni el de las
mercedes, no teniendo gasto ni casa de ostentación y ruido.
El padre confesor Sotoniayor no discurría en nada de esto
ni si se podía hacer á costa del pueblo y de los oficios, y del
que comiese caro, cuando el cielo y la influencia de las estre-
llas no lo desayudaba. Habíansele cargado, no sin particular
misterio y providencia, demás de la dignidad de confesor, bue-
nas prebendas y abadías, todas las consultas eclesiásticas, jun-
tas y consejos, los oficios de comisario general de las bulas y
el de Inquisidor general , como si faltaran clérigos calificados y
de partes^ en las iglesias catedrales, colegios y universidades,
que viven retirados por esta falta y desabrigo, que los podian
tener, y aun fuera justo que los tuvieran y se les diera parte
en la viña del Señor. Pretendiasele agravar con estos oficios
porque no los hiciese mejores ni estuviese libre y desemba*
razado al aviso, al consejo y á la enmienda, antes al miedo de
perderlos, y que, coma delincuente en la codicia y ambi-
ción , se reconociese reo y enmudeciese. No me podrá dejar
de confesar la Teología, que sobreseimienlos viejos y caducos
no es gran delirio cargar ó cargarse de grandes cosas y de lo
que no se puede llevar, y de lo que es justo se reparta entre
algunos. Quien ha leido á Santo Tomás , no ignorará esto. Es
cosa muy de admirar que nunca hallase este hombre materia
porqué arriesgarse por la* salud de su Príncipe y la de este
pueblo, viendo á luces claras y sin niebla arruinarse todo;
antes, ostentando la bizarría de lo tenido, en los pliegos que
enviaba al Rey ponia en ellos todos los títulos de sus oficios
con desembarazo, y como quien dice no es á hurto, sino á
escala vista, porque sin empacho no los queremos tomar de
esta manera. Aquel cadáver se olvidaba de que era mortal, y
se negaba á la recta distribución, siendo el ministerio prínci*
pal para que fué elegido, debiendo echarlo de si, aun cuando
forzosamente se lo quisieran cargar y ascender-, al ejemplo de
fray Francisco Jiménez de Cisneros, de la orden de San Fran-
cisco, confesor de la reina Católica Doña Isabel, que habién*
dolé elegido y solicitado en Roma el nombramiento para el
292
arzobispado de Toledo, y queriéndole dar las bulas, se las
dejó entre las manos, y luego el convento del Castañar, situado
cerca de la ciudad de Toledo, y no le tomara después si no
le apretaran con notables instancias y diligencias. Trajo la
Reina breve de Su Santidad mandándole que aceptase, y
aunque se lo volvió á S. M. arrojándoselo en las faldas, la ex-
comunión le obligó aceptar, y lo hizo así. Tomar lo lícito y dis*
currir con dictamen libre y desinteresado, es lo qye ha de ha-
cer el verdadero ministro del Evangelio. El estado eclesiástico
tenía también sus desmedros, ios arzobispos y obispos de casi
toda Castilla estaban en la corte y en Roma, sólo á.dar. pesa-
dumbre más que á encaminar las materias á más prósperos
fines, defraudando del auxilio y limosna á los pobres, cuyas
rentas, pues dan para eso, quieren que se gasten allí como
verdaderamente lo disponen los Concilios. [Cuántas voces y
cuan grandes las oi yo dar sobre esto en los tiempos pasados
desde los pulpitos, proponiendo á los prelados la asistencia
para regir los rebaños, de que se nos pedirá estrecha cuental
Desvalidos los soldados, desamparadas las plazas de armas
por no asistidas ní pagadas: retirado D. Fadrique de Toledo,
y que largue uno de los oficios de general de la armada real
del mar Océano, del de capitán general de mar y tierra del
reino de Portugal, dejando el de la armada real, viendo que
allí se le tiraba y se le encaminaba la ofensa para acabar ya
de una vez la lucha del poderoso, diciendo al que le vino á
hacer la propuesta dejaba aquel en que á su parecer habia
errado mas, siendo en el que mejor había servido y navegado
y en el que más importaba, porque con el otro apenas habia
salido á la mar, y con el de la armada real habia pasado de
diez y seis años, corrido ambos mares, hecho muchas presas,
peleado diversas veces con los septentrionales y mauritanos,
tomádoles muchos navios y echádoles otros á fondo, recupe-
rado la ciudad del Salvador y bahía de Todos Santos, en el
Brasil; desalojado de allí á los holandeses, cebadólos de otras
islas, traído la ilota y la plata de las Indias, y otros servicios
que por referidos en otras parles no me alargo aquí , lodos de
mucha consideración y aumenlo para el Estado: residenciado
el marqués de Villafranca, su hermano, no más de porque
lo era, que no porque falló jamás á los progresos de gran
soldado: dejado D. Gonzalo de Córdoba al ocio de Amberes,
ioDuencia lerribilísima Tulmioada sobre los capilanes más es-
cogidos y sobre su reputación, porque no babia ninguno bien
visto por ser de allí donde se origina el mayor efecto para
con el Principe, agradándole los hechos y encendiéndole los
espirilus el amor del vasallo: la nobleza sin lustre y sin
autoridad ; estragada la juventud , dados más aina á los vicios
que á las virtudes, y por éstos rendidos al sufrimiento de
las ofensas, y por más vituperio, lisonjeando la herida: y el
brazo y el inventor abatidos y amedrentados, revestidos de
ánimos plebeyos y miserables, imposibilitados por su des-
maña y flojedad para ninguna empresa gloriosa, visitándo-
les las haciendas y los títulos coa que hicieron reyes, los
mantuvieron y aGrmaron y extendieron su dominio, registrán-
dose éstos, antes negándose aquel derecho y á las veces que
pusieron al trance sus vidas , las de sus hijos y las de muchos
esclarecidos varones progenitores suyos, asistiendo más aina
á los caracteres y sentidos de los pergaminos, terciándolos, do
sin inspiración secreta, para sacar el dinero los fiscales, que los
hacían gemir y pagar poniendo en administración y embargos
loa- mayorazgos, do siendo menores de edad sus dueños, y
que comiesen de alimentos: era el uno de estos el Condesta-
ble de Castilla. Cuando yo leí los hechos de sus mayores ejer-
cidos en varias partes de la Europa, y en los tiempos de las
Comunidades al condestable D. Iñigo Fernandez de Velasco,
tercero de los señores de este titulo y cuarto abuelo suyo, en
Burgos, sosegando la ciudad, los sediciosos y tumultuarios, y
en un acompaña míenlo levantar por tres veces la ballesta para
matarle un comunero, y pasar por esto sin turbación y con gran
serenidad de espíritu y valor, sacrificando la vida por su Prin-
cipe, cosa es digna de grande valor y premio. Vencer en una
batalla los conjurados, ¿qué mayor firmeza de escritura, dona-
ción y privilegio? Lo que escribe la espada, lo que firma la
2U
sangre, eso es lo quo legatmenle so gana y adiiuiere y lo que I
se debe de justicia y de derecho, y esa ee la mayor firmeza del
titulo; no está en la letra el elemenlo, sino en )a obra : esa es '
la que le conviene al Principe y la que le constriño y fuerza
á la satisfacción y al premio en virtud del cual es señor.
Procedía el despncho con tibieza y remisión, dando res-
puestas inútiles y apócrifas á los pretendíenies, llenas todas do
fántasias y de íncertidumbres, teniendo por tiempo perdido, los
que manejaban la distribución de los beneficios, el que se gas-
taba en hacer mercedes y el estar prontos á la eipedicion, y
asi se lucia la labor, el uso de las fatigas y e) de la malicia. Los
otros oficios, concernientes y precisos al Estado, en su apo-
sento y á aus deudos y allegados se daban , y las dignidades y
los oficios, sin caer en el del Rey, y en los que eran no otra
cosa que meramente criados suyos , ni un cabello, una presi-
dencia, una alcaidía, escríbanla ó maestre-dalia, que es lo
mismo en Italia, encomienda de Indias ó secretaria, sino el
vano título de alguna dado sólo por fantasma. Asi lo parecía
el dueño semejándose á aposento del Rey, y aquellos, los quo
estaban sujetos á la asistencia y á la servidumbre, y para los
cuales son las mercedes del Principe, antes abatidos á suma
soledad y desamparo. Que vean los reyes cada dia á sus priva-
dos desangrarse por los suyos, que es este achaque del que
adolece el más moderado oidor, y que siquiera no les mueva
este ejemplo por lo bien que son servidos, sino que estén á la
elección del otro que no le sirve ó no le ptece darse por ser-
vido, por desconfianza que él quiera afectar por pasión pro-
pia, y que, si no se le pone en la chola que á aquel le hagan
merced, por lo que á él se le antoja y delirios que ha puesto
3n ella, ha do vivir, aunque sirva, siempre arrastrado, y que
por e^to, aunque sea criado del Rey, no sea digno de nada,
ejerciéndose on todos los validos, basta en tos de mónosesfera,
en ministros y secretarios, el desden, la condición áspera, el
despego, la ira en lo que no había para qué, triunfando sólo
el favor aun en los que afectaban la virtud, la poca misericor-
dia el no hacer nada por nadie ni por lo mejor, no por otra
295
cosa, al parecer, que por hacer diferencia de lo pasado. Aque-
llos fueron apacibles, bonradores, corteses y blandos; y hoy al
revés, por vivir y morir en su dictamen; cátedra que no pa*
rece sino que la habia leído, la serpiente infernal « ejercitan*
dose esta influencia en toda la Europa. Á este paso proce-
dia todo, era la sementera y el fruto; habia estanco público
de los oficios, que administraban diferentes hombres.de ne-
gocios , y no pequeña parte al arbitrio de las hermanas mar-
quesas de que se sacaban innumerables sumas; y cuando era
menester el dinero , no parecia ni en la más ardua ocasión y
necesidad, y procedíase como si no le hubiera; no habiendo
dejado libre para ambas casas reales más que un moderado or-
dinario, una porción muy limitada , tanto que más parecia do
escudero que de Principe; cosas todas á que estaban vigilantes
los enemigos por sacar de aquí y entender sus fines y moti-
vos para dañamos, creyendo habia ya llegado la hora de
acabarnos, solicitada, antes que por ellos, por la flojedad de
nuestras materias y errados discursos, porque han visto ajada
la nobleza de las tres mayores preseas que ha tenido monarquía
ni imperio en las edades antiguas y modernas : la grandeza
de la milicia en Flandes, la honra de la nación española y la
majestad de palacio para con todos los extranjeros.
Si para sustentar esto en pié no es la cabeza , que tanto
presume de serlo^ aquélla, digo que se ha echado sobre si la
administración para que se canse y no renuncie el peso, siendo
cosa precisa y necesaria y que conviene, y decidida por mu-
chos varones sabios y prudentes, que se excluya uno porque se
salven todos. Dimos muestra, al principio de entrar en la pa-^
lastra del reinado, de guerreros, y después fuimos menos que
soldados ordinarios; armamos los enemigos, pusimoslos en
campaña, crecieron ser deseosos, yahora no podemos desasir-
nos de ellos, como lo iremos narrando, en las inquietas pro-
vincias que parecían columnas de fe y de confianza. Así son
las monarquías,* como quieren los gobernadores; y cuando éstos
quieren llevar á su mano las leyes y los privilegios de los sub-
ditos, sin atender á la raion , pierden los estados. Muchas
r
296
veces los opresores y los tiraoog, mal advertidos, han sido el
fuego de sus propias casas, y viéndole sobre si sin poderlo apa-
gar, gimen de la vergüenza de no baber llevado tos intentos
con la regla que pide el acierto del reinar [Cuántos príncipes
nos enseñan las historías que los dejaron señores sus pasados,
y los que hubieron mal conservado lo natural, se hicieron pe-
regrinos mercenarios, fugitivos desterrados, y acabaron en ma-
yores precipicios I ¡ Oh , plegué á Dios que esto no lo veamos!
Uucho temo los Gnes y lo que nos falta por escribir, y aunque
lo fui haciendo como sucedía , no me pareció que las mise-
rias y los estragos serian tan fatales ; parece que mí miedo fué
presagio de lo porvenir.
Hoy, que es el año que traslado y el de 35, veo muy lejos
y muy desesperado el remedio de nuestros males y la en-
mienda de nuestros yerros. Nos hallamos aborrecidos, y por
esto dificultotias de arruinar las sillas que hemoj perdido y en
las que otros se bap sentado. Tales cuales hemos queríiio ser
así somos; nuestras deliberaciones han sido la lima sorda de
nuestros bienes ; ejemplo quedará á los venideros, y para esto
tomé la pluma, para abrir la puerta al conocimiento y dar la
prudencia del buen obrar en estos reglones.
liíBRO SEGUNDO.
ABGÜMRNTO.
D. Gomes Soaree da Fígnaroa « duqae de Feria , muere
en Baviera an ejército; fiicédele D. Diego Mejla, marqués de
LeganéSf si bien con diferentes fines, y pasa de la corte de
Espa&a á Milán para formarle de noevo. E\ Parlamento de Pa-
rís llama al Gastón, doqaC'de Orleans, hermano de Lois Xm,
rey de Francia , para tratar de sucesor en el reino. La guerra
prosigue con mayor ardor y desconfianza en Alemania. Pi-
dense en Castilla 4 8.000 hombres aprestados para los presi*
dios, y concédense. El duque de Fríslan , general de las legio-
nes y cortes imperialesi muere á hierro en Bgra, habiendo
penetrado la conjuración contra el César; prenden al duque
de Arescot en la corte de Espafia, y á la misma hora otros
nobles en los Pabes^-Bajos « por cosas que tocan al gobierno
de aquellos Estados. El duque de Beimanes, roto por el conde
Matías Gálaso, en Alemania. El Papa da intención de socorrer
al Emperador con 400.000 escudos , pero no se ve el efectd.
dastlgunse en Yiscaya los que impugnaron las órdenes ó cé-
dulas reales en materia de la sal. El in&mteD. Fernando pasa
de Milao a gobernar los Países-Bajos. Un ejército del rey de
Francia se llega al confín de Perpiñan. Recupera el rey du
Hungría á Ralisbona y otras plazas. El infante D. Fernando, y
Ferdinando, rey de Hungría y Bohemia, después de ha-
berse visto en Donabert con ambos ejércitos, dan batalla á
los enemigos del Imperio y son todos rolos, presos y degolla-
dos por ambos principes. La princesa Margaríta viene de Ita-
lia á España. Huye de Bruselas á París el duque de Orleans.
Refiérense algunas controversias entre el Principo y algunos
grandes de Castilla. Quieren componerse las cosas de Alema-
nia , mas el Trances socorre con gran golpe de gente los sedi-
ciosos. Publicase que el rey Católico quiere hacer invasión
por Perpiñan, y pidense para esto gente y dineros, y nóm-
branse coroneles para el manejo y eipedicion. Todo esto su-
cede en el año de 1 6 34.
Yo escribo, en prosecución del año de 33 al de 31, en el
juicio de nuestros mayores estadistas y gobernadores, tenido
y amenazado por fatal y siniestro á nuestra conservación y
materias, por la variedad de accidentes que le sobrevinieron,
inconstancia y desagradecimiento en principes forasteros, que
ponían á trance y á la desunión la fortuna de los progresos
y tratados, negándose el auxilio y á los beneficios cuando se
amparaban en ellos, infidelidad en cabezas de grandes ejérci-
tos y capitanes que conspiraban contra la seguridad del Es-
tado, concitados á su desolación y ruina, locados de la tira-
nía por la consecuencia y el ejemplo más que por la ambi-
ción, ó por todo junto, desfavoreciendo otros y descuidando
los mejores, con que no arribaban al fín glorioso de las em-
p'resas, por descuido en socorros de plazas y soldados, en que
SB9
se perdía la reputación y el dominio; pero al 6n la aUfaima
virluü del Criador mejoró con algunos sucesos felices las tem-
pestades que nos amenazaban. Viniendo como mejor acerta-
remos el fin de nuestro argumento, y en lo que cité al lector
en el libro pasado, porque mucho de esto le tocó, digo que á
poco el infante D. Fernando llegó al estado de Milán. Como
la guerra se ejercia en tantas partes , se hallaron razones para
enviar ejército á la Aleacia, y no habiendo caudillo de consi-
deración, y esperándose una guerra muy posada en Italia, so
reconocieron para enviar al duque de Feria por general del
ejército. Hiciéronselo saber y enviaron órdenes para levan-
tarle, y aunque él dio las razones que le plugo para excu-
sarse, le dieron otras que le forzaron á la obediencia, con quo
él se comenzó á disponer y á formarle; mas como el discurso
humano es dificultoso de atar ni encerrar, los dados á seme-
jantes materias y que tienen por estimulo é inclinacton espe-
cular lo más escondido de las traías ó los designios, referiaD
que el sacar al duque de Feria de Hilan , era porque había
entrado en muy estrecha comunicación y valimiento con el
infante D. Fernando (¿quién lo ínventaria I ), y que murmura-
ban del gobierno. Fué sabido acá por cartas y confidentes , que
DO habia pocos al lado de S. A., particularmente e! conde da
Oñato, que fué á quien se le encargó la persona y casa da
aquel Principe, y el poder avisar de todo con expresas órde-
nes y mandatos, nunque después el premio no surtió conforme
¿ la fatiga, y se le pusieron á pleito, como adelante se veri,
parque nadie tuviese por segura ni por suya la esperanza ni
las promesas en los acrecentamientos y en las mercedes. Dt<-
currian , pues, y dio muchos celos y no poco cuidado á nues-
tro gobernador, que era en loque más nos ocupamos y tenía-
mos por adverso, de que nadie ascendiese á gran lugar ni va-
limiento, por cuanto nos recelamos hablen de nuestros oficios
y penetren nuestras inclinaciones, maña y soberanía.
Todos los que querían disculpar esta acción fiel y desapa-
sionadamente de S. A. R., decion era el duque do Feria persona
de suma prudencia y maravilloso consejo, habiendo heredado
800
do su padre, como el estado las virludes, ejercitado en mu-
chos y muy graves Degoclos, de gran juicio y saber, leído,
notorio en la materia de Estado y en otras muchas, y digno
consejero de un muy esclarecido Príncipe; que informaba al
Infante, como gobernador nuevo, y recien llegado y deseoso
de acertar afectuosamente en el servicio del Rey, su hermano,
en un puesto y plaza de armas tan celado de príncipes y
confinantes, y de aquel que por algunos años lo habia sido
con aplauso y veneración de los más escogidos en el arte de
gobernar, no sólo del estado de la nobleza y del pueblo, sino
de las ciudades, magistrados y gobernadores; de las fuerzas
con que se bailaba entonces, de sus presidios y circunferen-
cia. Informábale, sin etnbargo, del ánimo, indignación y de-
signios de los vecinos; de los que eran enemigos, aScionados ó
neutrales á la corona de España, y en primer lugar, cuánta fe
se guardaba en el genovesado; de tos pensamientos y materias
del duque de Saboya, si bien se las había leído en la visita de
Villafranca de Niza , pero en aquella sazón y en las demás
francesas, como lo confirmaban Piñarolo y Susa, entregadas
á sus guarniciones y capitanes; de la unión, conformidad y
devoción de los cantones de esgtilzaros y otras gentes y valle»
situados en los Alpes, como grisones ó helvicios; y de los otros
dominios y ciudades libres de Italia, del Hantuano y Casal de
Honferrato, vueltos á franceses. Tocó en Parma y Placenta, in-
troducido aquel Duque en la misma Liga; discurrió en las
ciudades fronterizas, el Cremones, Bresano, Verona, Regio,
Hódeua, más fiel que otras, Pádaa, Bolonia y los otros con-
fines de la Iglesia; y de las ciudades, pasó á lo demás de
los venecianos, de quien se informó largamente, si bien en
esta ocasión más cautos aa las revueltas de Alemania y encuen-
tros de la Lombardia y más templados que en otras eras, pero
no sin aviso para lograr sus pretextos ásu tiempo. De todo esto
le avisaba y le bacía dueño el duque de Feria, y él se hacia
capaz, como Príncipe de soberano juicio y entendimiento; y de
cada cosa de éstas y muy por menudo se desperuban pláti-
CAs y discursos muy importantes y á propósito para rehacerse
de la parle He un vigilaniísitno gobernador y de rara pruden-
cia, comn lo pedia aquel Estado. Pero los atentos á la calum-
nia y á la voracidad, y aquellos que estaban erigidos por el
poderoso para avisar de todo, negándose á lo útil y saludable
de esta escuela, traducían esto á su modo de medrar, y no á
lo mejor del estado público, y decian que el Infante y el duque
de Feria tenian muchas y muy secretas pláticas, las cuales
convenia cortar y apartar, y proseguían: grande hombre,
gran cabeza y gran consejero, con Principe grande, insidiado
de asechanzas y de tempestades de Valido.
Atiéndase que luego ocupó el miedo su lugar y no se creyó
se hablaba del servicio del Rey, sino de lo que no habia sido
ó no era servido, que esto para con todos ya se lo habian dado
á beber; con que echaron mano de otra novedad, y muy de
repente dieron sobre la casa de D. Antonio de Hoscoso, con-
valecido ya por retirado de las sirles de palacio, de donde fué
rebatido en tas segundas borrascas, porque lo TultaBa otra y la
postrera de la jornada que intentó á Barcelona el Mayo de
1632, y todo esto con buen regimiento, si bien á su punto la
correspondencia con el Infante. Quizá por desarmar ambos
cuidados y ambos desvelos llamáronle á palacio, de que había
días se había abstenido y acomodádose con su estado y su
retiro á no ver los ceños, las sequedades, los artificios de
los imperios, las puertas cerradas de los ministros, las que no
abría su llave, la soledad de aquellas cuadras y piezas donde
por poco tiempo se vio Valido, y á no ver cortadas sus espe-
ranzas y malogrados sus pensamientos-, y finalmente, á no ver
nada á que se llegasen pocos ó ninguno, y á verso despojado
de la posesión de un Principe sobre que fundó ó fundaría (á mi
ver] máquinas de prosperidad y de lastre' para si y para los su-
yos, y aun que hicieran temblar á alguno porque temió de aquí
la enmienda de sus oficios ejercidos en la misma sangre. Lla-
máronle, como dije, y él fué volando, que á aquel llamamiento
y á aquellas voces no hay espíritu tan descuidado ni tan dejado
de si, ni tan combatido de tos disfavores, que no acuda,
porque pocos hay que sepan aplicar la cora al oido como
Ulises á las sirenas y al encanto. Finalmente, le flijeron que-
rían enviarle á Milán con el Infante; que se previniese. El don
Antonio, con esle ruido y esta novedad, que n¡ aun él creía ni
nadie creyó, se alborozó de manera que comenzó á hacer
sus prevenciones y gastos, y para confirmarle más en la íedo
lo acordado, le dieron 6,000 escudos de ayuda de costa, que
cobró luego en casa de Julio César Escarcola. Dióae cuenta de
ello al Infante por el ministro, para descaecer y meter en
cuidado al duque de Feria , y el D. Antonio avisó de ello para
alegrarle y removerlo de la unión del Duque, pareciéndole al
inventor de estas arles que con esto mudaría semblante lo co-
menzado. No obstante, caminaba esto con tanta tibieza y con
tantos intervalos, que todos naufragaban en la resolución.
El Infante, avisado de todo, agradeció la novedad y la
oferta, y así lo escribió y dio á entender. Osaré decir que el
duque de Feria no paró aquí su juicio, ni le pareció que de lo
que no había le podía resultar ningún cuidado, ni á estaprcten-
EÍon, aunque grande, le estimuló la codicia, n¡ se lo puso en el
corazón. Pero, como digo, sin embargo de lo dispuesto, el in-
ventor luchaba importuna mente con la deliberación de esle
caso, y ya le asombraban las muclias partes del uno y el de-
masiado valimiento del otro; y fomentaba de nuevo aque-
llas últimas reliquias de la era pasada y de la casa de San-
doval, sobre quien él había ejercido toda su potencia y rigor,
irritando al Principo para semejaotas casos, ejemplo fu tal para
otros, y que no le era dado ser adivino, ni arbitraren lo
porvenir ni en los Bnes y remates del hombre más prodigioso
y exaltado, pues otro que lo estuvo tanto no pudo defenderse
de la emulación ni de las víboras de la envidia. Final-
mente, entre estos descuidos, resolvió más aína apartar el ma-
yor hombre y el mas eicelente en partes y virtudes, y dejó
para el olro el encaminarle tan tarde y tan atentas resolucio-
nes y á su modo de obrar, y con tales remedios, que so des-
vaneciese cuando pensase estaba más en la cumbre y más
dueño del Infante; con que dispuso saliese el duque de Feria
de Milán para la Alsaciu, por cuanto aqueil.i provincia y sus
303
plazas las iba disipando el francés con gente y guarniciones
qae tenia dentro. Hizo aprestar, por el consiguiente, alguna ca-
ballería , infantería italiana y española para su viaje, y que la
alemana le esperase en la Retia, confin de Ba viera; mas el
duque de Feria servia , tenia sufrimiento y callaba , esperando
con poco gusto suyo esta jornada, por el poco calor que da-
mos á nuestras empresas y el malogro de algunas , y fué de
suerte que se quiso eximir de ella dando las razones másjeG-»
caces y congruentes que por entonces pudo, y más contando
la mala expedición de la geute y el poco dinero; discurriendo
muchos que eran aquellas prevenciones, tan desfavorecidas,
encaminadas más aina á sacarle del estado de Milán y del lado
del Infante, y que se perdiese , que no á que recobrase, ni á
otra empresa de consideración.
Defendiese el Duque y proponia sus embarazos y dificul-
tades , casi como pronosticando el fin que había de tener y
el que le estaba destinado, y en hora que veía él cuan des-
valida estaba la profesión de la soldadesca. Acordóse cuando
le desampararon sobre Berma , plaza del Píamente, y no lo
socorrieron, y cuando, por el consiguiente, á D. Gonzalo de
Córdoba sobre el Casal de Honferrato y las otras plazas, por
la misma razón perdidas en Flandes; y asi defendíase, por este
recelo más que por otra flaqueza , de aspirar á ninguna jor-
nada, y más de ésta tan lejos y apartada, de poder ser asis-
tido ni de las fuerzas del Rey ni de ninguno de los auxilios de
Alemania, cuando habia tan pocos ó ningunos que no estu-
viesen ocupados de diferentes pasiones y designios contra
nuestra seguridad y esperanza; y asi parece que se avisó con
cuidado, porque ninguno le dio la mano como si no fuera va-
sallo del Rey y vasallo tan grande.
A las defensas del Duque aplicaron acá el superior y ab-
soluto mandar, que era en lo que estaba más puesto y se
afirmaba el gobernador, y antes que á la deshonoracion el ser
obedecido: arrimósele, por darle más calor y forzarle al cum-
plimiento, al cardenal Albornoz, que asistia entonces en el
estado de Milán al lado del Infante. Decíale el Cardenal se
304
diese prisa en salir y marchar, que )o mandaba el Bey, y que
convenia mucho su salida á su servicio, porque así lo pedían
l8s rosas de la Alaacia, y prevenir y tener desembarazado el
paso de S. A. para el Pais-Bajo. Las provisiones y las fuerias
que se le daban eran lales, que el Duque desfallecía en pen-
sar que aquéllas fuesen de ninguna importancia ni para efecto
de consideración. Esto es lo que en esta parte bemos podido
discurrir para condescender con el deseo y parecer de los
más curiososy cortesanos; pero lo cierto era, arrimándonos
como es justo á los sanos de intención y á los m&s sesudos,
que el duque de Feria era sacado de Milán para las ocurren-
cias forzosas y necesarias de la Alsacia, porque se perdía una
provincia de mucha consideración, y convenia para los otros
buenos sucesos y efectos que se pretendían y se iban dispo-
niendo en Alemania, atajar la invasión, y, como se presumia,
para más que todo, fiarle las armas de lodo el Imperio, con
entera satisfacción y consentimiento secreto del César, por
cuanto hablan entrado todos en sospecha de inGdeltdad para
con el Frislan , general de las armas imperiales, y se le iban
tácitamente corlando los designios y progresos de tiranía como
luego veremos; porque sintió el Frislan notablemente, cuando
lo entendió, la venida de dtiquo de Feria; y no sólo esto, pero
con la potestad que tenia de caudillo, hizo con los cabo? que
le llevaban Ins socorros y la parte de alemanes que le habían
ofrecido, sin embargo de contravenir á las órdenes y manda-
tos del César, que no le obedeciesen ni se juntasen con él,
antes que le desamparasen; con que el Duque anduvo Que-
mando entre estos embates y tormentaü sin poder obrar
nada. Pero, no obstante, tozobraba el Frislan en este cuidado,
y más cuando fué advertido y tenía por fama era de tan gran
cabeza y sangre y de no menores esperanzas en la escuela
militar, y que para lo que tramaba no quería cerca de si
hombre tan grande y que se le habían recrecido con las fuer-
zas católicas, sobre quien le sería forzoso contender con más
diticultad, y sobre todo llevar aquel ejército y tenerle pronto
para el paso de S. A. al Pais-Bajo como lo pedía la necesi-
dad do la tierra y de aquellos vasallos, y el marqués de Ai-
tona, quo después que falleció la Infanta daba prisa por su
venida, todo de suma importancia y de cuidado en el Rey y
eo el mayor Ministro; pero los Bnes y Ios-efectos, todos se re-
solvieron en humo, porque así lo es y así pasó cuanto voy es-
cribiendo, ; parece que nuestras fatigas no eran otra cosa,
ni cuanto labramos eo el gobierno: no sé á qué lo pueda atri-
buir, sino á que no bemos trabajado por lo mejor ni para
aquello que nos erigieron, de que daremos estrecha cuenta
en el dia postrero. Finalmente, ora fuese esto, ora fuese
aquello ó lodo junto, con el diseño de esta naeva resolu-
ción y la eipedicion del Duque , la ida del D. Antonio
volvió á dormir, desmayando por horas, sin creerlo nadie,
teniéndolo por fantasma y sueño y cosa imaginaria, ha-
biendo sólo de esperanza y de persuasión el haber contado
los 6.000 escudos en tiempo que la liberalidad andaba tan
retirada, limitada y escasa, y que se buscaba antes que darlo
á quién podérselo sacar. El Infante, metido ya en la promesa,
hacia sos esfuerzos y escribia al Privado se te enviase, y aun
el mismo D. Antonio de Moscoso, cuando se veía más hundido
en el efecto, le escribía y le apretaba diese calor á su partida,
diligencia que hacia reposar más al doliente. Con esto, de
cuando en cuando, y aciertos tiempos, era llamado de nuevo
al cuarto del Valido, y gastándose alli mucho de lisonja y de
palabras sin fundamento, se le iba confirmando, aunque dila-
tada y especiosamente, en que presto se le despacharía. El pro-
tonotario D. Jerónimo de Villanueva le solia preguntar en el
cuarto del Rey á muy largas distancias, no sin linaje de false-
dad para los que lo oían : — ¿Cuándo se va usted? Y él respon-
día:— Señor, cuando me despachen. Luego revolvía el proto-
notario: — No se vaya usted sin un despacho mió. Cosa que
dejaba atónitos á los que estaban allí y oían esto, porque tenia
mortales ansias de partir, y los que le habían de enviar nin-
gunas de despacharle.
La marquesa de Villanueva del Fresno, su mujer, recién
casada con él y con los primeros cariños de la boda, en esta
306
parte siempre hazañeras, afectadas y sÍd prudencia , se fué á
casa de la marquesa de Atcañizas y la pidió dijese al Conde,
su hermano, la diese licencia de ir con su marido á Hilan,
porque de no dársela se la tomaría ella, y en sabiendo que
habia llegado á Alcalá partiría tras ¿1. La marquesa de Alcañi-
zas aseguró qus ee lo diría , y buscándola de allí á algunos días'
la dijo se lo habia dicho, y que su hermano había respondido
que no fuese, porque el señor D. Antonio había de volver luego
y tornar allá más despacio, y que entonces podía iri cosa que
sabida por él y por todos no acababan de entender este mis-
terio D¡ de creerle, ni que esto había de llegar, ni sería; y
asi, los más allegados al Valido le desahuciaban y tenían por de
burla. Pero, sin embargo, las instancias de Milán eran tan
grandes j lo que en esto se discurría en la corte, que por di-
simular sus trazas, y deslumhrar á los entendidos y que tras-
cienden ardides y rodeos, se resolvió su ida con titulo de
Embajador, poniéndole precepto inviolable de no hablar al
Infante en partes privadas, con que por la misma razón se
hacia mayor la fantasma en los ojos y juicios de los cortesa-
nos; y el mismo conde de Altamíra, y sus hermanos el mar-
qués de Almazan y el cardenal de Jaén, no acababan de des-
atar el enigma. Un hombre que no iba , y después que si , que
no acababa de ir, que no habia de perseverar allá, que se
habia de volver y tornar, y Lodo contra el dictamen del Va-
lido, ¿quién habia de asistir con el entendimiento que no fra-
casase en un piélago de tantos contrarios? La mayor materia de
Estado, era tenerle pendiente y en el aire y con poca seguri-
dad en su pretensión , porque nadie ee diese á 6ar de prospe-
ridad en su fortuna áutes de algún precipicio, presagio cierto
de su estabilidad y malogro, y enviarle por Embajador quien
era gentilhombre de la cámara. Pero verdaderamente no estaba
esto ajeno de prudencia y sutileza, pues se tomaba este calor
para dar causa á su ida y para soldar la quiebra de su crédito
de la vuelta pasada, y que fuese con algún designio paliado,
y deslumhrarle como sí fueran ciegos los atentos. De su partida
trataremos en su lugar : concluyamos con el duque de Feria.
307
Aprestó su ejército y compúsole, aunque con el trabajo
ordinario, poco dinero y pocos bastimentos: estaban todos los
príncipes vecinos con mucho cuidado de la expedición , por-
que aunque la voz era que pasaba á la Alsacia, como mu-
chos de ellos se habían ligado de secreto con el francés,
temían que entendido el secreto no diese sobre sus casas con
aqliel color, y creyeron que el rey Católico se anticipaba y
quería tomar satifaccion de las ofensas y atentados, y asi te-
mieron y quisieron asir la ocasión. De aqui, el que más aprisa
derramó el veneno fué el duque de Parma, levantando gente
y esperando la de Francia, que asi se conducía al Monferato
por la Saboya y Piamonte , comenzando aquel Duque á dis-
poner sus levas; pero los demás sin resolución, esperando el
fin, aunque los embajadores y ministros franceses los inquie-
taban y persuadían á la guerra con pretexto de la libertad
de Italia. Finalmente, marchó el duque de Feria á 22 de Agosto
con 10.000 infantes y 1.500 caballos, gobernando la caballe-
ría su teniente general Geraldo Gambascurta, y por general
de la artillería el conde Juan Cervellon, comisario general de
Milán.
Dejó allí á la Duquesa, moza y recien casada y de admira-
bles partes, de la casa de Priego. Logrado ya el pensamiento
del pretendiente, tan desproveído y falto de dinero, que apenas
en una jornada de tanta importancia, y en una ocurrencia tan
precisa y en la entrada de la provincia, pudo dar media paga
á los soldados, cosa bien de notar y de que no se admiró nadie.
Si escribiremos , que parece se encaminaba esto más aína á
sacarle del estado de Milán y de la comunicación del Infante
que á otra empresa de reputación.
Llegó á Fissen , en el Condado del Tírol, y á 18 de Setiem-
bre le llegó el regimiento de alemanes del conde de Althems
y doce compañías de caballos del barón Sebau, y juntósele el
conde de Aldringue con la gente de Alemania y los demás,
donde se comenzó á coger la primera sospecha de traidor en
el general Frislan, que pidiéndole 4.000 caballos para el paso
de S. A. los negó ; fuésele poco á poco consumiendo el ejér-
cilo con los asaltos y reencuentros, con la gente que metió en
las plazas ganadas, como Drisac, Rhim-felt y otras que deja-
mos referidas, y con los beridos, muertos, enfermos y fugiti-
TOS. Últimamente, falto, desproveído de dineros, soldados y
vituallas, tanto que se llegó & decir que sólo se comia vaca
eo la mesa del General y que fallaba el vino; y además de
esto, el mal tiempo y suma aspereza del camino, la falta de
alojamientos, y afligido de verse tan lejos y desamparado de
todo auxilio, y que sí bien envió á España á pedir socorro,
como es de ordinario, no fué oido ni se le enviaron, de suerte
que le vino á quedar de toda la gente con que salió de Lom-
bardia y la que se le juntó en el Condado del Tirol. T.OOO.Ín-
fantes y 1,000 caballos, porque aunque se hallaba con el co-
ronel Aldringue por el Emperador con 10.000 caballos, y
entre ellos 2.000 croatas, persuadiendo le diesen batalla a!
enemigo que le tenían al opósito armado y con muchos y muy
formidables escuadrones, que era ocasión para conseguir al-
gún buen efecto y emplear aquella gente victoriosa, que
deseaba pelear y ganar honra, se disculpó el Aldringue con
decir no tenía orden de pelear ni resolución del genera! Fris-
lan para hacerlo, antes le habia escrito no la diese y se fuese
para él , que tenia ya concertada y en buen estado la paz con
los rebeldes y príncipes de Alemania; con cuya dilación é
intervalo entre ambos capitanes, los enemigos tuvieron como-
didad de cargar á Ratisbona y llevársela. Hizo esto Frislan
por no dar acasion al duque de Feria de que con algún buen
suceso se aumentase en gloria y en reputación, y porque sus
intentos no torciesen ú obligasen á torcer del camino que lle-
vaban; acción que declaró por infiel al general, aunque el
Emperador no lo creía siendo avisado, y se le procuraron
desde allí aplicar los remedios para que no pasase adelanto,
enviando desde Milán á Alemania al conde de Oñate. para que
tratase con los príncipes y electores del Imperio la elección de
Ferdinando por Rey de romanos, primogénito del Emperador,
en que andaban remisos por las contradicciones y tratados
de Francia , y para que con su diligencia y aviso evitase la
909
traición y la mayor ruina que esperaba la Europa; y á él se le
debe aquel descubrimiento, acierto y remedio. El duque de
Feria, viéndose desamparado de socorro y que apenas los sol-
dados hallaban coa qué cubrirse, ni se tes concedian aloja-
mientos, porque todos los ocupaban los'soldadosalemanescomo
diestros y naturales del país; que les faltaba el pan de muni-
ción, y que no podía obrar conforme ásu ánimo generoso; com-
batido de diversos pensamientos y del miserable estado á que
babia llegado la faltado lodo, y el ver padecerá aquel pequeño
ejército de hambre y de descrédito; si bien avisó de todoá Es-
paña, y que de su hacienda le socorriesen con facultad real, no
perdonando sobre fatiga tan grande la media anala, se to-
mase dineros á censo sobre toda ella; cercado de todos estoa
trabajos, adolescíó en £stamberg, á 24 de Diciembre, de una
calentura maliciosa, pasó á Monaco, corle del duque de Ba—
viera, y rindió la vida á las necesidades y trabajos de la
guerra antes que á las balas de los enemigos, depositando
allí las esperanzas que de varón tan grande tenian concebidas
los espíritus de mayor autoridad en la milicia. Fué sentida so
pérdida entre aquellos y en los que tienen por infelicidad el
DO prevalecer los hombres de quien se halla servida la repú-
blica y honrada la patria, con dolor y lástima de todos y de
toda aquella milicia, porque vieron faltar un caballero, un
consejero y un soldado digno de mejor pluma y de más atenta
estimación: jy dejarlo perecer en tan distantes provincias!
pero reinaba esta fatal influencia sobre los mejores. Dióse sa
encomienda á su hijo mayor: quedáronle dos ; el segundo
murió en el camino viniendo la Duquesa de Hilan á España;
el mayor en el Escorial, donde la Duquesa se retiró no que-
riendo entrar en Madrid á tratar de sus negocios y prelensio-
oes; con que , no sólo el hombre , sino también la casa acabÓ
yquedó sumergida en la del marqués de Priego; y con su falta,
elRbingrave Oto vino con gente y ocupó las platas que habia
tomado en la Alsacia.
Habiendo faltado el duque de Feria, se acordó enviar allá
i D. Diego Hejia, marqués de Leganés, para que le sucediese
310
y manejo de aquellas armas, cosá'qüé 2f sínti6
mucho, porque llevaba mal el desacomodarse de sus alque-
rías, dejar su casa, sus regalos, delicias, alhajas y rique-
zas cual vasallo jamás tuvo, ni aun de aquellos que milita-
ron al lado del emperador Carlos V, adquiridas en lan pocos
años. No parece sino que para éste y para el duque de Medina
de las Torres , cuando Tallaba á todos , á ellos sobraba y era
suyo el dinero, y lo despendian generosamente en sug arreos
y personas, porque esta era estos dos solos la disTrutaron, si
bien se acrecentaron los demás de la parentela. No poco dio
BUS razones y sus excusas el O. Diego, y replicó para eximirse,
y no se admitieron . antes bien fué amenazado por el primo
Privado, que si no obedecía le serian quitados y pmvcidos
BUS cargos y oficios, que se componían de grandes y excesi-
vos sueldos, heridas que le llegaron al corazón; con que hubo
de ceder al arbitro que le había exaltado y enriquecido. Obe-
deció, finalmente, pero con partidas y ventajas tan crecidas,
que cualquiera lo podía aceptar y aun solicitarlo: con fatigas
de pretendiente desfavorecido y sin nombre, dijo no habia él
de salir de su casa como lus otros, ni se babia ác exponer al
riesgo y fortuna de los que miserablemente habían perecido,
que se le habia do dar todo lo que pidiese, así de dineros,
gente, mercedes para si y para sus amigos y allegados; y que
el dinero habia de estar tan pronto, que habian de pasar tas
letras y los efectos por su mano primero, y habian de csbr
aceptadas y fijas antes que partiese. Todo se le concedió, como
miembro del poderoso, porque no se habia de entender con
él lo que con los demás, porque nuestras acciones han de ser
siempre tas más bien vistas y validas, y los privilegios que no
concedemos á aquellos no ban de ser de ejemplo para los
nuestros, ni ios hemos de limitar el dinero, nervio con el cual
carga la vida do las empresas. En efecto, escogió como dueño
de la heredad, que cuanto quiera que la ceñimos de cercas y
torres y la negamos á los otros, como si fueran extraños de
ella, ha de estar abierta y de manifiesto para los que nos la he*
nios tomado; ntieslras acciones han de ser relevantes á las de
sil
los otros, y nos ha deobedecer la felicidad, porque en la pros-
peridad de los hechos que nos fabricáramos y que quisiéramos
ayudar, consiste la gloria y la conservación del mandary pro-
seguir en el señorío, y sabremos hacer nuestros soldados de
mayor eiperiencia y nombre que los otros. Y verdaderamente
esto era así, porque estaba tan ventajosamente beneficiado
éite. que parecía eicedia en hazaTtas y viciorias á nuestros
antiguos capitanes y á los que ahora, aunque deslucidos, tene-
mos, cuyos hechos en otra era , por raás que los sepulte el ol-
vido y las tinieblas, lucirán.
Diéronte 30.000 escudos de sueldo sobro 50.000 que tenia
por los ofícios de Flandes, ejercidos en el ocio de la costa,
como general de la artillería de España y olroB consejos y
juntas de utilidad, como presidente de Flandes y junta del
Almirantazgo. Buscáronse, sin embnrgo, 20.000 ducados de
ayuda de costa, que luego los halló el conde de la Puebla , su
hermano, como presidente de hacienda , cuando no se pagaba
un moderado juro, ni unos gajes á un críado, respondiendo no
babia en que librarlos; cuando los descendientes de los Tole-
dos y los Córdobas naufragaban á la injuria y desden del
Privado antes que á la del Príncipe, porque no sünietian sus
juicios y sus acciones.y servicios á la celeridad de su capri-
cho, haciendo delito la disculpa y el descargo de no poder
decir á lo que se les ordenaba, y más cuando pedían lo for-
zoso al servicio del Rey y á la empresa; y cuando pidieron el
premio de sus fatigas, era solicitar mayores servicios al Prin-
cipe. Tantos había hecho este caballero á nuestras coronas,
tantos años babia manejado el bastón él y sus descendientes,
para que sólo en él resplandeciesen las dignidades y los pre-
mios: haber pasado dos veces á Flandes para traer buenas ta-
picerías y pinturas, más parecía impulso de curiosidad que de
soldado é ir á solicitar la presa ¿ntes que la fatiga peligrosa del
asalto.
Dejo aparte esta batalla de Nortiinga, que esa díóla Dios,
la Iglesia y el Imperio para líbraríe de la torpeza de la herejía,
y porque luego haremos meociOQ de los que la ejecutaron y
su
▼alerÓBameote la victoria , y merecieron eT fiónór y el
laurel que por largos siglos vivieron en su frente.
Partió, pues, D, Diego Hejia á Hilan con dos ó tres millo-
nes de resguardo, con el sueldo y ayuda de costa y otras mer-
cedes para si , para sos amigos y criados. Si este pasaje se hi-
ciera á los otros capitanes, ¿qué cierto es no rehusaran la
carrera del bien obrar, antes se abalaDiaran áella,á mayores
y más inaccesibles di6cultades , las pidieran , solicitaran , an-
helaran por ellas y formaran querella de que no se las daban?
Porque veían acrecentado éste y fallidos los otros, era el des-
mayo; porque no parece sino que le beneficiaba el poderoso,
y le cargaba de tesoros adredemente ó con designios para
alguna apetecida y secreta adolescencia suya; y así, pa-
rece que convenia que se salvase uno porque pereciesen
todos,
Pasó á Milán , visitó al Infante, dióle cuenta para lo que
venia, dié las cartas del Rey y del Ministro, y estuvo en su
mano el comenzar á conducir la gentes y escogerlas: lomó en
Hilan la mejor, y sacó de los presidios los soldados viejos y en-
vié por los tercios veteranos de españoles é italianos á Nápo-
lee y Sicilia; de suerte que despojó aquellas plazas de armas
de la mejor y más escogida soldadesca que tenian. Los france-
ses y sus aliados , á estos aprestos no dejaban de hacer los
suyos, ni de encaminar sus inteligencias- y ardides á las partes
que les convenia.
Hablan sentido notablemente el casamiento det Gastón, du-
que de Orieans, hermano del Cristianísimo, con Margarita de
Lorena, y pretendían desasirle y darlo por nulo, teniendo por
cosa fácil el conseguirlo en sus escuelas y letrados. Sentían,
por el consiguiente, verle en Flandes debajo de la protección de
Espafia alimentado á las espensas del rey Católico ; y para sa-
oarle de ambas cosas, y del dictamen de su madre, que seguía
en odio y en oposición del Rícbelieu, Privado de su hermano
(notable aborrecimiento], trataron en la corte de Paris, en el
Parlamento, donde se juntó con particular cuidado lo más po-
deroüo de este Consejo, y alU se debatió largamente la materia.
313
Tomóse por asunto para conducirle á la obediencia del rey
CristiaDisimo, que se quena tratar de sucesor en la corona, por
cuanto había cerca de veinte años (aunque debajo del vinculo
de matrimonio) que no tenia sucesión ; y aunque el duque de
Orleans, su hermano, de segundo matrimonio, tenia solamente
una hija, la Ley Sálica, establecida en aquel reino, lae ex-
cluye de poder suceder.
Ventilóse , como digo, largamente este punto en aquel Par-
lamento, con no más Gnes que por hacer injuria á la Gasa de
Lorena , por tener alianza con el rey Católico , esclarecidísima
ea todo el orbe, apartarlo del Estado de la Reina, su madre,
y sacarle de Flandes; no sé porqué, porque él era tan fino
francés, y de tan cortos pensamientos, que habiendo salido
tan mal de la facción pasada, cuando bajó á la provincia de
Leoguadoc, y malogró 2.000 caballos que le díó la infanta
Doña Isabel para hacerle hombre, que no había que temerle
ni recelarse de él , ni aun que podia hacer alguna división en
el reino ni servicio considerable á la corona de España, ¿otes
parece qOe estaba allí no á otra cosa que un espia general de
nuestros designios en aquellos países, una resolución de los
naturales y á una indecencia pública y descortesía de lo de-
mas decoroso. Finalmente, se le apretó y le hicieron llamar, y
que dentro de tres meses compareciese en París para hacer
elección de Príncipe y heredero, por la indisposición é impo-
sibilidad de su hermano, y donde nó, que seria excluido. Agra-
dáronle, sin embargo, que se habia casado sin acuerdo y vo-
luntad del Rey y del Parlamento, que quiere tener parte en
estos hechos, y que las leyes y decretos establecidos en tales
casos depongan de esto y tengan fuerza para la ejecucioQ.
Pero el Monsieur callaba y se daba por desentendido, creyendo
se enderezaban estos Bnes á no más que quererle recobrar y
á tenerle después preso y estrechado en una fortaleta, y su-
miso al trance y al ardid de un Privado, que pretendia más
aioa ser Rey que Valido, si ya no que esta tiranía ó violencia
es tan á gusto del Principe y tan á sus ojos, que ellos quieren
que sea virtud y buen celo, haciendo depósito del reino en
quioB se le sepa lomar debajo de buen gobierno; pero no to-
das las veces sale bjcn este descuido.
Pretendía el Bichelíeu deshacer este matrimonio del Gas-
ion por no haber querido aceptar el de su sobrina, la viuda
de Combalet, cosa de todas maneras perjudicial y de des-
crédito para ia Francia, y aun que todos lo príncipes se jun-
tasen á castigar este delito. Pero los principes de la sangre
y el Parlamento no lo atinaban ni podian dar alcance á la
paciencia del Rey, ni se entendían en mostrar en este suceso
tanta fe, pues de esta discordia y desconformidad habian de
aspirar á sus medros y acrecentamientos, como lo pretendie-
ron los años pasados, cuando faltó sucesor y se opusieron á
Enrique cuando lo pretendia ser; y esta ocasión era más ur-
gente, por cuanto sobre quien cargaba el mayor derecho,
ni tenia aquellas partes de) padre, ni era tan soldado, y era
muy verisímil asir cada uno de su provincia y meter en di-
visión toda la Francia, y lograr una pretensión tan envejecida
y deseada de las mayores cabezas y de los descendientes del
principe de Conde, En Alemania proseguía la guerra, por la
parte de los enemigos con alienlo y desconfianza de los cató-
licos, enseñoreando cada día puestos y plazas de mucha con-
sideración por la flaqueza y vacilación del caudillo que había
aflojado en las empresas y parádose á pensar cómo entraría
en el señorío de Alemania y en la desolación de los señores de
la Casa de Austria, y entre las codicias de la corona Imperial,
cuál seria el más tirano. Inquietábale el Valido de la Francia;
ambos á él y al duque de Sajonia, ofrecía llanos los reinos de
Bohemia y de Hungría, y después las Austrias, y en rehenes
al Gastón, duque de Orleans, y. todo para revolver y despres-
tigiar la majestad de nuestros principes; por tan llano tenía
el poder usar de él cuando quisiese: aunque estaba en Bruse-
las, no se descuidaba el Elector con estas ofertas de conducir
sus gentes con las otras de sus coligados.
Por este tiempo se despertó un bravo enemigo en Alema-
nia, que habiendo servido al Emperador y tirado sus gajes
volvió contra él, y le armaron para que fuese enemigo capital
eóñliaofívoaerestiluir en sus posesiones á los mslconte titos;
éste era el duque Bernardo de Veimar, iiieto de Federico,
dutjuc de Snjonia, que fué preso y desbaratado en el paso de
Alvis por el mayor y más memorable de los emperadores.
Este, pues, armado y con ejército, talaba y ponia al fuego y
al saco las hermosísimas colonias y ciudades del Imperio.
Gustavo de Orne, caudillo de las gentes do Sueca y otros
herejes alemanes, tomaba las plazas mayores y mejores pues-
tos, ya de las márgenes ilel Danubio, ya del Rhin, en el Pala-
ttnado inferior, queriéndote sacar al rey Católico, que lo tenia
en nombre del Imperio por los gastos hechos de gentes y
ejércitos en ofensa del tirano intruso de Bohemia. El rey de
Francia le quería para sí, como después Gucedió, sacándoselo de
las manos á D, Felipe de Silva; masa esta hora batia la de la
Alsacia y se enseñoreaba de nuevo en las que habia recobrado
el duque de Feria por el Rhingrave , porque el ejército cató-
lico que tas podía defender, aunque á caigo del conde Juan
Cervcllon, quedó por algún tiempo por acuartelar, y ahora so
hallaba, á persuasión de Maximiliano, duque doBaviera, alo-
jado en Monaco y en sus comarcas en medio de los suecos,
asistiendo á la Suecía; con que se defendían las tierras dfl
aquel Duque y no se acabaron de perder. Asistía, sin em-
bargo, el francés á sus confederados, y proseguía en la ruina
del Imperio en socorros de dineros y soldados, aunque éstos
muchas veces fallaban calmando la promesa y el efecto, aun-
que tid vez, y aun en muchas, se quejaban de las ciudades
libres y de las cabezas de los partidos que gobernaban diversas
tropas. Los holandeses pedían los regimientos de infantería
y caballería para salir á la primera campaña y acabar de
comprender lodos los países bajo de su dominio, materia en
que ya se habia discurrido con la cercanía más madura-
mente en el Parlamento de París, y que se les hacia dema-
siadamente poderosos, y más délo que convenia; negán-
doles con la esperanza el efecto y cuanto en los afiOf
pasados se les había asistido con la gente y con el dinero á
la prosecución de la guerra en el Pais-Bajo, porque el fran-
4
316
ees entró en pensamientos de qoerer entrar á la parte, y aun
en el todo, como se irá viendo. Las pérdidas presentes de tan-
tas tierras y platas y el pais de Limburgo más cercano á la
Francia, disuadiéndolos por aquí de guerrear más en aquel
círculo, solicitaron la sorpresa de Treveris y todo lo ad\a-
cenle al Elector eclesiástico, con designio misterioso y falso de
querérsele preservar de la rapiña de los suecos, porque él
sólo podia evitar esto y librársela de la insidia, y queria lo-
mársela para si, para estar más sobre el Pais Bajo, darse la
mano con el holandés por el Limburgo, cerrar los socorros de
Alemania, corlarlos y tomar por si mismo con los holande-
ses, y hacer caudillo de aquella guerra y aspirar á la Urania
del País-Bajo, y aun de todos, como nos lo dirá el año que se
sigue. Para esto los hacia conducir con la persuasión de su
Minislro á conducir armadas de navios, á que pasasen á las
Indias y á su disipación, y á hacer la guerra más vivamente
en aquel ángulo postrero de nuestra monarquía, porque casi
los llegaron á poner en tal estado, que ellos podían ya reca-
larse del francés y do sus entradas. El rey de Inglaterra y los
demás protectores eran de este parecer y consejo, y lo habían
conferido con sus mayores confidentes y estadistas; con que
BD saliendo á la invasión ó no preparándose para ella, este
año enviaron sus armadas á diferentes partes del mundo; mu-
chos bajeles se dejaron calar por el Estrecho gaditano á las
contrataciones de Levante. Sesenta navios corrieron á Oriente
y á Occidente á la frecuencia de )a iráGca y al aumento de
la compañía y factorías; con que robaron largamente y se
aumentaron en riquezas y mercaderías; y pane de ellos espe-
raron en Occidente las flotas y galeones de La Plata, y fortifi-
caron á Fernambuco, y se afirmaban en él para acabar de
sojuzgar, con el tiempo y con los nuevos socorros que espera-
ban de las Indias, todo el Brasil, y hacer rostro desde allí al
Cabo de Buena Esperanza yal Estrecho deMagallanes y volver
sobre la Habana á esperar las armadas de Castilla y Portugal.
Pidiéronse en esta sazón, y para alivio de semejantes cui*
dados, 18,000 hombres pagados en el reino para los presidios,
817
y concediéronse demás de las otras gabelas y tnfraUw'én que
00 Ee dejaba descansar á la pobre Casiilla: sacábanse los la-
bradores de los lugares y labranzas, y se prendían llevándolos
forzados; con qite espiraba la cuUura de las tierras, faltaban
los mantenimienlos á la gente, ó se compraban á eicesivos
precios, circunstancia no menor que las demás en que se pa-
decía sin poder arribar un punto al alivio de la tolerancia.
Estos aprestos y levas tenían no sin atención á los france-
ses, que con las armas y la sedición sublevaban tas cabezas
de los ejércitos, como luego veremos; rumores que estuvie-
ron para hacer mudar semblante á MaiimÜiano, duque de Ba-
viera , que, poco antes, no admitiendo las solicitudes de la Liga
en que estuvo iniciado, se reconcilió oon el César; previniendo
que después de la batalla de Leipsíck ó Lutzen y restauración
de la Silesia , por accidentes de infidelidad , falta de gentes y
dinero, rolas y tomas de plazas y no postrar ó ceder la rebel-
día á la utilidad de los cunsejos y á los avisos de tos más ce^
losos, se babian empeorado las cosas de Alemania, manifestó al
Emperador se tuviese más cuenta con la guerra y con el es-
tado de tas cosas; donde nó, volvería tos pensamientos y la
devoción á Francia, y seguiría aquellos designios, la Liga y la
unión de los confederados, por librar del fuego y la desolación
BUS tierras y estados y todo lo demás que le tocaba; no bas-
tándole para su defensa las pocas gentes del duque de Ferio,
difunto, que alojaban en citas.
Jamás en ninguna era, ni cuando se armaron contra la
potencia de Carióos V. por emulación ó por envidia, los espíri-
tus ambiciosos de Alemania, se vio la maldad y la sedición
más dañosa ni peligrosa, ni más vivo el odio contra sus pro-
genitores que en esta, por la parte solade una cabeza que in-
ficionaba las demás de la Europa, sin aceptar ninguna, y al
paso que la Omnipotencia Divina, por especial providencia
suya y por la amplificación de la Iglesia, obraba contra
sus decretos y caudillos y ponía la esperanza de la religión,
con la prosperidad de aljjunos buenos efectos, en mayores
y más formidables fundamentos; á ese mismo, no des-
318
cacciendo de su protervia y de lidiar locamenle contra en
invenciblo brazo, se temaban medios y se emprendían le^
meridades fuera del lodo buen uso de la guerra, y se abhan
zanjas para trastornar la firmeza y seguridad de nuestros
principes. El infierno parece que abria sus gargantas y quería
tragarse lo cristiandad y acabar de inundar el orbe con el
veneno torpísimo de la herejía; no se elegían las trazas anti-
guas y prudenciales para proseguir la guerra, ni se encami-
naban los ejércitos solarnonto á la gloria militar do los re-
encuentros y batallas ó al asedio de las provincias y las plazas,
sino á rcbelar los mismos caudillos contra sus señores, y con-
jurarlos contra sus vidas y estados, y que la traición predomi-
nase á la potencia del mayor Príncipe, y ésta se- estableciese
en los Consejos, en los Parlamentos y Asambleas, antes que loi
Otros progresos y materias honestas do estado, encaminadas
por varones pies y católicos. ¿A quién, pues, abandonando la
bonra. el crédito, la reputación, la cristiandad, el decoro ver-
dadero de las acciones reales, el uso de las virtudes genero-
sas que resiilandeceii en el Principe, que le hacen admirable y
mayor entre los olios?
Después de la baiulla de Lutzcn y de la muerte de) Gus-
tavo Adolfo, rey do Suecia, que quebrantó el brío y el cora-
ion á los tiranos y opresores de Alemania ; y ilespues de otros
buenos sucesos conseguidos en la Silesia, Morabia y en laa
otras partes del Imperio, y que el partido i\e los enemigos iba
de caida, y que cuii la muerte del tirano mejoraban las cosas
y se desbarataría la Liga y arribaría la espuda del César á ia
satií^faccion y á la enmienda de los malos, el sedicioso de la
Europa , no parando aquí su discurso y viendo prevalecían las
armas católicns sobre los infieles, y que sus pretextos iban de
caída y lodo el cúmulo de sus pretensiones, y que la Hungría,
Bohemia, las dos Austrias y las demás provincias de la Casa
do Auslrin, y aquellas ciudades que se juntan y hafcn forma
de Imperio, aunque parte de ellas perdidas, no se desoncuader-
Ruban de la obediencia del Etnpcrador y que no destroncaba
la dignidad de sus raíces, ni se conseguia el intento do loa
319
primeros tratados de la Liga , viendo no hallaban capitán qué
tomase sobre si la empresa, óá lo menos faltaban esperanzas
sobre los otros para prometérselas, y que no había quien ocu-
pase aquel lugar y aquel vacío que perdió el sueco, desvelán-
dose en varias y distintas quimeras como enemigo conjurado
contra e) común sosiego, contra el sagrado de las leyes y la
reverencia de la religión crisiiana; eligió el último como más
extraordinario y dañoso y el que bastó á trastornarlo todo (si
Dios no pusiera la mano] y volver en cenizas los mayores y
más esclarecidos principes que ha tenido el universo, las co-
lumnas do la Iglesia, los baluartes de la fe y los fundamentos
de la conservación y sosiego de los vasallos. Tentó, finalmente,
al capitán de Alemania, al que manejaba con absoluto poder
las armas del Imperio en nombre del César, al duque de Frie-
lan , en cuya mano estaba todo esto. Habíale levantado el Em-
perador de no más principios que de caballero particular
y de varón pobre, después de la muerte de Juan Tesercias y
barón de Tiltí , que tenía la misma dignidad de Capitán gene-
ral del Emperador, porque era afortunado en hacer gente , en
conducir muchos y muy grandes regimientos, en aquella sa-
zón cosa importantísima y de utilidad, y entregádole las ar-
mas del Imperio y héchole arbitro en la expedición y en el
manejo, y cometida la guerra á su parecer y consejo; héchole
duque de Frislan, de GloBbia la mayor y de Sepchen ; dá-
dole la investidura de duque de Meqiemburg, señor por esta
parte de Rostoc, opulentí>¡ma en mar y en tierra, y de Sismar,
ciudades populosas, y de Lubec, magníQco Imperio de Suecia
y Moscovia; mereció con las armas el Toisón de Oro y el titulo
de Alteza, crecióle en rentas y en vasallos, erigióle en se-
ñor libre, y emparejóle con otros príncipes potentados de Ale-
manta ; acción que, entre las demás causas de disgusto entre
los Electores y las otras potestades de aquella grande y ex-
tendidisima provincia, tuvo su lugar, y que se tes había levan-
lado un hombre, respecto de su calidad de moderados fun-
damentos, y puéstosele á la cara contra su dictamen y contra
el parecer del duque de Baviera. A éste, pues, el que no ha-
330
bia visto prevalecer las armas enemigas contra los imperiales
y sus trazas, sobre aquellas, como digo, le tentó. Le eipuso,
á mi ver, el estado de las cosas de Alemania y el que tenia
Bohemia, aunque la asistía la Hungría y las otras provincias;
que por más que las esforzase y se mostrase osado á defen-
derlas, no podría por la falla de dinero y gente, y que el Em-
perador no había de poder acudir á tanto, ni sus fuertas ni
las de España habían de bastar ó resistir, cuanto y más con-
trastar el poder de una Liga tan opulenta y formidable que ha-
bía de arrastrarlo todo, asi electores, eclesiásticos y seculares,
como á todos los demás principes, y más cuando los holan-
deses, en Flandes y en las Indias, le tenían tan aquejado y
consumido que le faltaba aliento para respirar; que le pa-
recía estaba muy orgulloso y muy vano, porque le había
faltado un enemigo capital y de maravillosa reputación como
el rey de Suecia, que fué fortuna de un golpe, no del valor,
que á no recibirlo del encuentro de Oppenheín ó de los que
acaudillaba, perdiera aquel día la honra y la batalla y se con-
cluyera el Gn glorioso de la Liga y saliera la Casa de Austria
del imperio de sus límites y patrimonio; que discurriese habían
quedado aquellas legiones y cohortes en el mismo vigor y de-
nuedo que antes y con el mismo terror para con los suyos, á
la orden y disciplina del gran Gustavo de Orn, mariscal de
campo de aquel Rey, de no menor fortuna y valor; y aquellos
soldados viejos, en el aspecto y en la ferocidad espantables,
en quien consistía la vida de la empresa, sin haber adojado
en la invasión como al principio; que persistía en proseguirla
guerra el duque deSajonia y sus aliados, y que gobernaba un
gran pedazo de ejército determinado á ofender y dañarle cuanto
pudiese; que el duque Bernardode Veímor llevaba otro con el
mismo intento y otros muy escogidos capitanes confederados
todos á deshacerle; v todos estos y otros muchos, socorridos y
fomentados por grandes principes como el rey de Francia, el
de Inglaterra, toda la Holanda, principes del Imperio, el
Rhingrave y Ludovíco, todos con dinero y gruesos regi-
mientOB de caballería ó infantería; que considerase el mise-
Sil
rabie estado de Alemania , las muchas plazas y Uerraa perdi-
das, la falta de devoción en los subditos naturales, y los mu-
chos confederados; que se salvase y pusiere los ojos en alguna
parte de aquellas provincias, y de su consejo en el reino de
Bohemia, presa digna de premiar un generoso, que se le ayu-
daria á la usurpación; que si el Emperador le había hecho
potentado, el rey de Francia le baria rey, le colocaria en la
dignidad y en la corona; que si no quería valerse de los
ejemplos antiguos, los tomase de los príncipes y electores, que
todos estaban coligados y repartidos entre si los pueblos y
dignidades de la Casa de Austria ; que tan grande confusión
y revuelta, pedia antes que asistir á la fe, á la conservación
de la propia persona y á apoderarse de algo para permanecer
entre los más grandes; que le avisaba con el tiempo con se-
guro augurio y de mayor calidad en los trances adversos; que
pues tenia las armas en la mano y era señor de ellas, imitase
al mayor de los capitanes romanos; que la más principal parle
de aquel ejército estaba á cargo de deudos y parientes suyos
que le seguirían; que les ofreciese los dictados y los pueblos;
y que si bien la otra era gobernada de coroneles alemanes é
italianos, en quien hallarla alguna resistencia, los tentase el
ánimo y sobornase la codicia, que podría ser que con la ro-
tura de las cosas apeteciesen el acomodarse con el tiempo y
la necesidad; que pues estaba en lo interiordela Bohemia, en
Pilce, su plaza de armas, no sacase los píes de ella, se arrai-
gase all! y la embistiese, estuviese por suya, y á su opinión
cabos y oGciates de la artillería, municiones y vituallas, é
biciese más, pues había comenzado;-y que por último aviso
le ofrecía el auxilio y socorros de todos los principes y poten-
tados de la Europa-
Exornaba con este rigor y ferocidad el tumultuario; y
como suele el veneno apoderarse del corazón humano á los
principios de la posesión del cuerpo, así estas ofertas el Al-
berto de Walastain, duque de Fríslan, con su ánimo pro-
celoso, lleno de tempestades y de inconstancias, suspendido y
arrebatado de la codicia , las abrazó, y pareciéndole que pues
322
OD Príncipe extranjero, con el valor y los auxilíoa se
hecho tanto lugar en Alemania, que quién quitaba que no lo
hiciese él , pues tenia ¿ su mandar las armas y el ofrecimiento
de la misma ayuda y socorros. Encendióle la ambición y la
vanidad del reinar, y más de la corona de Bohemia; pero no
discurrió á cuántos en pocos años habia despeñado y puesto
en miserables fatigas, destierro de la patria, pérdida de esta*
dos propios y ajenos , peregrinaciones por provincias foreste*
ras y al tráncela vida y reputación. Hallábase, pues, dentro
de ella, y, como le dijo el insidiador, eon parte del ejército
debajo del gobierno de deudos suyos, luego los convocó y
declaró la oferta y el pensamiento, los redujo y halló de so
parte, y le prometieron el poder sojuzgar todo .el mundo,
mandar y darle leyes, y la potestad y riquezas del reino; coo
que comenzó á resfriarse en los progresos de obrar en servicio
del Emperador, y aun querer salir de allí á darse la mano con
los enemigos, y á comunicar con ellos las trazas de la conjn*
ración y destrozo de su Príncipe. Despachó cartas á toda la
Liga con personas do confianza que tenian la noticia forzosa y
necesaria en Alemania, Holanda, Inglaterra, Francia é Italia;
dando por causa ea la remisión de no salir en campaña á las
inclemencias y rigores del invierno, esto para con el César;
y tomando por achaque el darse por sentido de algunas quejas
que cerca de aquella Majestad Cesárea daban de su persona
en la corte de Viena y del proceder de la guerra, y esto, á
algunos de los más fieles consejeros y cortesanos. Este acci-
dente y el haber ganado este caudillo para si, alborozó mo-
cho á los confederados, porque cuando no se consiguieran otro
fruto de este hecho sino la destrucción del ejército, que de
buena razón se habia de seguir, era bastante para prometerse
la ruina y destrucción de Alemania, la de Bohemia y de Hun-
gría, fundamentos de aquella Majestad, y de todo lo demás
perteneciente al César y á sus sobrinos en el condado del Tirol,
y á los otros parientes austríacos que ya los daban por exclui-
dos de la posesión y derecho, y que era llamado alguno á la
dieta de Ratisbona para ponérsele la corona del Imperio ; y
que se repartían enlrc sí las tierras y enderezaban después los
ejércitos á Italia para echar de ella á los españoles y el do-
minio del rey Católico, que ellos dicen es contra la libertad
de los principes de Italia. Designios que, aunque encubiertos
y embozados, se dejaron sentir por las cartas que se cogie-
ron por los confidentes, puestos en distintos y diferentes
ángulos de la Europa, parlicularmcnle por el conde de
Oñate, embajador del rey Católico en la corte Cesárea; y al
punto que acabaron de llegar los sucesos prósperos de la Si-
lesia, obrados por el Frislan, que so. aplaudieron en el Retiro
de Madrid, persuadidos todos restauraban las cosas tan presto,
se oyó decir á un consejero de Estado, torciéndose las manos,
•este año (que es el que vamos escribiendo) se han de vender
los cálices»; porque ya se habia traslucido la maraña, que fué
para lo que se habia enviado á toda diligencia al conde de
Oñate desde Milán á Alemania, para que deshiciese y penetrase
con toda maña y silencio los intentos del traidor, lo avisase,
; con su prudencia guiase tas cosas á mejores fines, y ma-
tase las inteligencias de aquel capitán íiiñel. Para esto se dio
prisa al duque de Feria, para que llegase con aquel ejército á
la AUacia para que hubiese all! persona conlidente del Rey,
soldados y capitanes con poder para resirtir á aquél , hacerle
rostro, crecerle en gente y que llamase y abrigase á si los regi-
mientos y soldados más infieles del ejército Imperial; porque
sedijobabia sentido el Frislan morlalmenle la llegada del du-
que á Alemania, discurriendo no le fuese de embarazo para los
intentos en que había entrado este gran señor, gran cabeza, es-
pañol y soldado, partes todas dignas de temerlas. La primera
maldad que comenzó á obrar, fué decirle al coronel Aldringe,
cuando estaba en la Alsacia para juntarse con el duque de
Feria y echar de allí á los franceses y á las otras gentes, como
suecos y alemanes rebeldes , que se viniese para él y no diese
la batalla, que tenía concertada la paz con los enemigos. Esto,
y negar los i, 000 caballos que de parte del rey Católico, y
con expreso consentimiento del César, se le pidieron para el
paso del infante D. Fernando al Pais-Bajo, lo confirmaron
por traidor contra e) Principe y contra la patria, pretendiendo
de aquí impedir la fortuna de ambos capitanes, y que no re-
dundase en beneficio y gloria del Imperio si venciesen ; co-
menzando con estas cautelas á servir á la intidelidad y la tira-
nía. La otra fué, que enviándole el Emperador á mandar se
opusiese á tos intentos del duque Bernardo de Veimsr y de-
fendiese al duqae de Baviera, pudiendo socorrer á Ratisbona,
no sólo no lo hizo, pero puso tanta intermisión en su llegada
qae dejó tomar la ciudad iiustrísjma y populosa, consislorio
venerable de Im dietas del Imperio, situada á las márgenes del
Danubio. La otra fué, que siendo de parecer, cuando entró á
gobernar las armas, en los primeros consejos que se hicieron,
qno se tentasen entradas por Francia y se castigasen los tumul-
teosos y dañados o6cios d£ aquel Rey ; y en los que se baciao
■1 presente, cuando se debatía esta materia mostraba indig-
nación. La lültima, verle tan resfriado en el obrar, sin nin-
gunos progresos en la reputación y en el efecto, y su ejército
parado, lardo, remiso, que daba comodidad i los enemigos
para ocuparlo todo,- para destruir el Palatinado inferior y sa-
carlo al rey Católico de las manos, que le tuvo por conquista
después de la tiranía de Federico, Palatino del Rhin, y la Lo-
rana, por la usurpación de los franceses que iban ocupándolo
y abrasándolo todo; y él asida y arraigado en el corazón da
la Bohemia.
Argumentos eran lodos estos de grandes sospechas y prin-
cipios de infidelidad, que ya tocaban en delitos y le conBr-
maban reo de lesa Majestad. Avisaban al Emperador, los mái
celosos del bien universal y de ta salud y vida del estado, de
estos principios tan siniestros; pero el César, atribuyéndolo
todo á envidia y pasión que de él se tenia, muy usada en los
palacios por el puesto y lugar que ocupaba y por lo que le
habia eialtado, no les daba crédito, y á este paso procedía el
obrar, peligrando á la entereía de no dejarse vencer de estos
avisos. Para ser estos señores de la Casa de Austra constantes
en lo que no les conviene, ciegos á las luces de lo que les
iñan, intrépidos á las materias de su deservicio, ao
oreía esto el César, rechazábalo, apartábalo de ai oon oafio y
con enojo, y daba á entender que se disgustaba de ello y da
la introducción de estas páticas.
El Prislao. dueño en todas cosas y en todos avisos, era
enterado largamente de tas más mínimas calumnias que se
rugían y murmuraban en Vieoa, mayor colonia de la Austria
inferiur; con que, dándose por sentido, afectaba para paliar
la traición una melancolía engañosa y un proceder lento y
pesado, agravándose sumamente cuando se decía quería el
rey de Hungría, Ferdinando III, salir en campana y hallarse
en el ejército imperíal y asistirle, diciendo á los cabos y ofi-
ciales dejaría aquel día el bastón. Si de aquí se ha de argüir i
éste Y convencerle de traidor, en mi juicio . y en el de muchos
que penetran y anteven atendidamente estos hechos desdo
el instante de su elección al gobierno de tas armas siempre
lo fué, porque hablando en esta salida de Ferdinando, rey de
Hungría y Bohemia, y de que se introdujese y amaestrase eo
la milicia, y que fuese soldado el que había de ser Rey de ro-
manos y Emperador, como lo pedían las discordias y turba-
ciones molestas de Alemania, que ya según Cl estado eo que
se iban poniendo las cosas, le querían más alna antes que ciu-
dadano militar; digo, pues, que hablando en esta materia, lo
impugnaba y decia no seria general donde otro le mandase:
de esta maocha y del cobrar, pocos le darán por libre. Obró
tan pocas o Jiíogunas hazañas, que en cuanto se puede escri-
bir de él en nada se bailó, ni alentado ni valeroso; la mayor
y más ardua ocasión que tuvo, y cuando los más elavados es-
piritus del orbe se suspendían á los rigorosos trances y novo-
dades de Alemania, nunca se le vió delante de los -escuadro-
068, sino cuando él oyó se retiraba el ejército por la muerte del
Hey, su genera) , y entonces con una pequeña herida , fingida
óbecba, hizo grandes extremos de arriscado y orgulloso, y
afectó valentía, dejando e) campo á los suecos y no proca-
rándoloa romper.
De estos príncípios, pues, y de que se murmuraba de é\
va la corte del Emperador, y eran emuladas sos acciones da
326
que no era soldado, ni valeroso, ni atendía al guerrear con
reputación, y al esclarecido nombre de ta nación Alemana,
ni á la recuperación de tan grandes pérdidas, ni á la honra y
virlud de los caudillos (an venerados en el mundo, ni á la
majestad y gloria del Imperio; fundó los molivos de su trai-
ción y se resolvió á ella antes que del todo fuese sentido y
presupuestas las asentadas inteligencias y tratados que tenia
ya con lodos los príncipes de la Liga y potestades de la Eu-
ropa. Prosiguiendo en nuestra narración, digo, que como ab-
soluto dueño de las fuerzas imperiales, obtenidas con tan am-
plios poderes y Jurisdicciones cuates otro ningún capitán las
tuvo, de suerte que ni el Emperador ni su Consejo de Estado
despachaban ninguna patente, ni se embrazaban en las cosas
tocantes a la guerra, porque todo to hablan dejado á su arbi-
trio y disposición, con lo cual, y con las confederaciones que
con el rey de Francia tenía el elector He Sajonia y Brandem-
burgo y el duque de Veimar, que con los demás cabos go-
bernaba sus tropas de alemanes protestantes; habla entrado
en esta concordia, después de la muerte de Gustavo Adolfo,
rey de Suecia, que fué con las que el año pasado se apoderó
de Ratisbona. Con estos seguros y las fuerzas imperiales, de
que no sólo sojuzgaba gobernador, sino dueño absoluto, de-
mas del reino de Bohemia, y do coronarse en Praga, corte
de aquel reino, aun aspiraba al Imperio y á prometérsele.
Eran los designios del rey de Francia y de los demás electo-
res y principes protestantes, hacer un Emperador á su modo
y á su obediencia, ni poderoso, ni grande, sino moderado
para hacer á su voluntad y albedrío las cosas de Alemania
é Írsela usurpando para podérsela quitar después con menos
dificultad ; y asi admilian á esta ascensión á cualquiera hom-
bre, como fuese tan cruel y tan dañoso que bastase arran-
cársela á los principes de la Casa de Austria y echarlos del Im-
perio.
El rey de Francia guiaba por aquí los electores, mas
ellos por otro rurnho y á dos cosas: á que no fuese tan formi-
dable ni Católico. En el Frislan lo lialiaban todo, porque si
túen consentían que se abalaníase á la temeríJiú^yseM^eee
en él la experiencia del suceso, cualquiera que fuese, por
verlo desde afuera, aunque él escotase sus socorros, en lo de
hereje lo tuvieron por )lano, porque en eus principios lo fué
este hombre y lo mamó en la leche. Las viriudes de Perdi-
aando il cuando eniró á ser Emperador, le hicieron . como á
otros muchos, abjurar la herejia por naturaleza y por san-
gre; y tales principios produjeron tales Gnes. Peleábase en Ale-
mania, demás de los otros motivos y del odio implacable que
todos tenían á aquella suprema potestad, más que por otra
codicia por extinguir nuestra sacrosanta religión, y por exal-
tar la abominable secta do Calvino y Lutero y hundir la
nuestra. ¡Oh, qué maravillosa bondad, gran Dios! Cuanto
quiera que hemos sido castigados por nuestros delitos, no has
permitido esta infelicidad á nueslas esperanzas. Prosiguió,
pues, el Frislan en su inTidelidad y obstinación, y para mejor
conseguirla envió á acuartelar á la Austria inferior algunos re-
gimientos de caballería y de infantería, y que pasasen alli lo
restante del invierno, y por su cabo al general Asemberg, á
quien habia cometido como persona couGdente el modo cómi.
se habla de portar y las muertes que habia de hacer; y ha-
biendo llegado á aquella corle con lodo recato y maña, co-
menzó á disponer las cosas de manera que se consiguiesen , j
en ellas el fin que se deseaba y para lo que era venido, no
prometiéndose poca parle á su codicia y maldad si salla con
el hecho.
Era la primer diligencia allanar las puertas de la ciu-
dad, para que le entrase la gente de socorro que bsbia
menester, y en esta forma dispuso que ocho hombres, los más
escogidos en valor y resolución que tenía, y otros tantos fuera,
se acercasen la noche señalada á la puerta de Hungría, que
es la que queda abierta ha^la la hora de las diez de la noche
(con gente de guarnición para atender á los que entran y sa-
len y á las necesidades forzosas del pueblo y seguridad), y que
k las nueve y media en punto, estando cada uno en su puesto
señalado, al tiempo que los de dentro hiciesen una seña, á la
bora habisn de salir los anos y entrar lo» olñM, ¿ tracin-
dose las manos, y los de afuera degollasen á los soldados de
guardia de la puerta de adentro, y loa que salían á los que
guardaban la segunda puerta, que guarda el puente del foso
y se comunica con el arrabal. Con esto, apoderados de
esta puerta, que se había de haber hecho con gran silencio,
uno de ellos se había de partir á toda diligencia á un paraje
media milla de la ciudad, donde estarían cuatro regimientos
de caballería que, avisados de lo sucedido, marchando á toda
prisa, entrasen en la ciudad al tiempo que su general la hu-
biese hecho pegar fuego por cuatro partes, ganando ante todas
cosas la casa de la Munición; y con el alboroto y revuelta
entrar en palacio j hacerse duefio de ¿I , y defipues de baber
muerto á las personas cesáreas, sin reservará ninguna, ejecutar
lo mismo en todos los españoles, italianos y tas otras gentes
alemanas y la nobleza y coos^eros del Emperador [lo cual
estaba concertado para el día 49 de Febrero}; y que por el
Danubio abajo que bale en las murallas de Viena, corriesen
'Veintinueve barcas con infanteria, despachadas por el duque
Bernardo de Veimar, para asegurar el hecho y fenecer la fac-
ción, y con la demás gente alojada en los contornos allanar
las dificultades que se podían ofrecer, que no serian ningunas
por ser ambos cabos señores de las gentes y armas de aquellos
presidios.
En este estado miserable estaban las cosas de Alemania y
del Imperio, y éste era el que tenían aquellos príncipes au-
gustos: fatales prodigios les amenazaban si no los rebatiera
benignamente el potentísimo brAKo de Dios. No puedo dejar
de discurrir qué falsos y orgullosos estarían los coligados á
esta hora, y qué vano el Richelieu, inventor de estas trazas,
pareciéndole estaba ya lodo acabado y lograda su intención,
desbaratado el Imperío metido al fuego y é la desolación;
pero presto veremos cómo sobre su infidelidad cayó el cas-
tigo y la espada de la verdadera justicia, fulminando para
debelar sus cabezas, como hidras venenosas deA sacrosanto
y verdadero Evangelio, con la división del ejército imperial
(con el pretexto que habla tomado, por las iuclemeocias del
ciólo, de enviarle á invernar ¿ Iob aloja míenlos), y con loque
maliciosamente habla dejado de obrar el Duque general. Rra
avisado el César, asi del conde de Oñale, embajador del rey
Católico, como del marqués de Castañeda, embajador ordina-
rio, y de algunas personas graves y celosas, de coroneles que
hablan dejado sus regimientos por ver con la cautela y mal-
dad con que Iba obrando, y que por su orden se habla des-
membrado y lotalmento deshecho la mayor parle del ejército.
Resistía el Emperador á estas calumnias poderosamente, te-
niendo los avisos y las personas por apasionados, quo extendi-
dos ya por toda la Europa, en París se dejó decir póbllcamentc
el cardenal de Richelieu, que se mirase cómo se hablaba de
Frislan y de sus cosas, porque caso que se le pretendiese ha-
cer agravio, le tomarla el rey de Francia debajo de su protec-
ción y ampararía su persona contra la detracción y la calumnia
de sus émulos. Cosas eran estas que declaraban muy bien el
enigma y lo tramado contra la cristiandad y la fe pública.
Proseguía de aquí el Duque general en su melancolía, si
bien verdadera, por la malicia del pecado afectada, presagio
cierto de su precipicio; y juntando los cabos y oficiales del
ejército, acometió su mayor designio y los quiso por aquí ten-
tar para ver cómo los hallaba en su favor y materias, cuando
ya los que eran deudos suyos y con los que se habla atrevido
i declarar los tenia de su parte y en puestos á su satisfacción
para acometer la maldad referida. Juntólos, pues, y comenzó
á introducirlos en pláticas muy peligrosas, asegurando cuan
poco caso se hacia en la corle de VIena, entre sus principes y
ministros, de la soldadesca, y que por no dejarlos ir á des-
cansar de las fatigas del verano y remitir algún tanto de los
asedios, encuentros, rotas, batallas y asaltos, y gozar do la
comodidad de los alojamientos que l^s tenía preparados, que-
rían acabarlos de consumir mandándoles ir en busca del ene-
migo con el rigor y aspereza del invierno, donde bs faltarían
las vituallas, y ¿un la paja no les seria concedida para el ali-
vio de los cuerpos trabajados, cuando ái<n la pagas y el dinero
330
andaba tan limilado; que lo loás era menesler esperarlo de
España, adonde también faltaba, y era muy pesada su dilación
y muy prolija, y lodo paraba en esperanzas llenas de ambi-
güedad. Dijoles esto y otras razones, con salvedades más á
propósito para un motín y concertarle que pnra alentarlos á la
guerra y proseguirla j con que les dio motivo á escribir todos
juntos una carta al Emperador, llena de quejas y de sentimien-
tos, con términos indecentes, que disimuló con prudencia y
toleró como de soldados, si bien estas inobediencias y otras
acciones anteriores y su forma de proceder en lodo aquel ve-
rano, dieron causas á diferentes sospechas y discursos. En la
junta general que dispuso para acabarse de resolver, que hizo
en Pilce á 1 1 de Enero, de casi lodos los cabos del ejército, se
descubrió más su dañada intención; y sí bien la convocó con
pretexto de querer renunciar el generalato de las armas, ya
tenia dispuesta la mayor parte de las cabezas y sus aliados
para que con iraza y artificio no lo hiciese ni viniesen enello,
ánies que lo impugnasen á no dejar las armas y probar por
aquí el ánimo do los demás. Tanlo fué lo que se debatió en
esto y lo que porfiaron, unos con intención siniestra y otros
con simple y llana afición, que les hizo decir y prometer no
militarían ni servirían debajo de otro general sino de su per-
sona, y salióndole's al paso admitióles la oferta, y quiso que esta
fe y promesa la jurasen por escrito, llegando esto á tanta de-
claración, que no quiso consentir en el papel una cláusula
en que reservaban que esta promesa se habia de entender y
se entendía en servicíodel Emperador, y así la mandó borrar.
Hubo sobre ello grandes debates, por la instancia que hicie-
ron los mejores y más líeles contra los que no lo eran y decían
se excusase esta cláusula ; pero no se apretó más en esto reco-
nociendo la maldad, y por disimular brmaron sin ella, bien que
resueltos al remedio y al aviso. Reforzóse luego con un gran
banquete que se hizo en casa del coronel Lilo, á quien babía
liado y cometido la negociación, porque la fe más pura de
los tratados de los alemanes se firma y se establece con los
brindis, de que hay muy antigua y añeja tradición y muy
asentada ea tófa aquella nación; pero como qoíera qué" esta
felonía tan execrable remordía el corazón ile los más cons-
tantes á su precipicio y al honor y bien de la patria, no le pu-
dieron sufrir ni menos disimular. El primero y más principal
en este hecho y á desmarañarle fué Matías Galaso, su teniente
general: este cahallero, digno de toda estimación y de pre-
mio, so despareció lo más aEtutamente t\ue pudo y se fué á
encontrar con el coronel Aldringe, sangento mayor de batalla
y maestre de campo general, que iba llamado del Frislan, y
dándote cuenta del caso y del uccidcnle que sobre ios demaa
estaba para recaer en el Imperio, le pnreció conveniente par-
tirse á Viena á hacer sabedor de todo al César. Pero con me-
jir acuerdo resolvieron partiese el Aldringe á esta embajada y
quedase el Gal^iso á tolerar cuanto fuese posible los rumores
de la conjuración y tumultuarios y aguardar las órdenes que se
le enviasen; y trataron, por el consiguiente, escribir al Pico-
lomíni, que se hallaba en la Austria superior con orden del *
Duque general para que condujese á Pílce algunas tropas do
caballería, para de nuevo advertirá que estuviese avisado de
la novedad y no obedeciese ba^ta tener otro acuerdo del Em-
perador.
Dispuesto esto en la forma referida, partió el Aldringe
á toda diligencia, llegó á Viena á 15 do Febrero de este año,
y habló al Emperador, dándole cuenta de lodo y del mise-
rable estado que tenian sus cosas y á aquel ejército, arraigado
CD el corazón de la Bohemia, y no en plaza flaca sino en la
mayor y de más fortaleza , y donde se hallaba lodo el poder,
artillería y municiones, y gran número de víveres, arti6-
cios, armas y otros pertrechos recogidos de toda Alemania, y
las mayores legiones conjuradas contra su persona y los seño-
res de BU Casa, y discurriendo en el cabo que estaba en los
contornos de Viena , y que . según lo que se podia conjeturar,
aunque no estaba cometido el hecho, era de la facción y par-
cialidad del Fríslan ([qué hicieran si estuvieran enterados de
la maldad que tan cerca estaba para arder ! ). Dióse orden do
prender al coronel Absemberg, como á In hora se ejecutó, y
loar ó poner en la misma rcclu6Íon á los iniciados de infide-
lidad; acorilóse con providencia y consejo de remediarel daño,
dar nuevas y mejores cabezas al ejército, y alBJar los perversos
designios de U mayor y cortarle Ios-intentos y los pasos ; des-
pachó el César hiégo á la hora órdenes y palenlcs secretas á
lodos los coroneles y cabos de infantería y caballeria para
que no obedeciesen al traidor, pena de ínGeles a su servicio
y corona Imperial , sino tan solamente las suyas y las del
conde Matías Galaso, á quien daba titulo de teniente general;
mandó que con la mejor gente de la Austria superior y la que
alojaba en Bohemia y Morabia, y la que comenzaba á mar-
char con Picolomini, se Tuese acercando á Praga, corte del
reino de Bohemia, para atajar los progresos si los hubiese
cometido el Frislan, temiéndose no lo hubiese entrado con la
gente acuartelada en sus contornos; previniendo cualquiera
rebelión ó le venta miento que en la Bohemia podria causar, y
atajar con maduro acuerdo todos los daños que podrían sobre-
venir, y poniendo en todas las salidas y parajes convenientes
guardas y presidios, para que no llegase al Frislan ningún aviso
de que ya estaba entendida y descubierta su traición, por-
que le cogiese más descuidado lo que se intentaba contra él.
Proseguía el César y los de éa consejo en el remedio do
cosas tan grandes, contendiendo á esta hora, más que con los
enemigos, con aquel vasallo (que tales monstruos producía el
tiempo en esta era) que de fundamentos livianos le había le-
vantado á la alteza de sus armas, á emparejarle casi con los
mayores príncipes de Alemania y adelantarle á los más escla-
recidos de sus vasallos, sin intermisión y con presteza, dónde
se había fraguado aquella secta, aquel prodigio y aquel mons-
truo, y prohijólo, sin hacer ofensa, el movedor infernat de la
Europa, vestido falsamente y paliado, no sin gran confusión,
de aquel Príncipe y Parlamento, de tas insignias gloriosas de
Principe de la iglesia, tan tirano en la dignidad como en los
consejos, y tan inliel á la sagrada religión como á las em-
presas y á su dictamen; y así es cosa introducida en toda la
Europa, y opinión explayada aun en las otras partes del orbe,
que comienza ásenlir aquel Rey en su corazón y en su Rspl-
rilu los remordimientos espantosos de su concienpííi y 1o9
temblores molestos de sus oficios, Talído de la salud y como
imposibilitado de sucesión hasta aliora ¡Y qué maies no le
acarreará ser conciliario y patrocinador de los enemigos de
Dios!
Prosiguió el César, como dije, en la mejora de sus ne-
cesidades y en enmendar los yerros de su caudillo; en opo-
nerse de nuevo y con aUenlo á los consejos siniestros y trazas
de sus adversarios; en conducir imperiosamente sus armas con-
tra losmalos.inobedientes y bullic¡osos;cn trastornar la lietcjia
y sus dogmatizantes, y en exaltar la fe sus profesores, y poner
su justicia en las manos de Dios, de quien lo Haba lodo, como
86 lo habian diclio varones santos. Envió orden al conde Pí~
colomini que, con 2.000 corazas y 3,000 croatas, fuese á
Pilce y procurase con el mayor denuedo que pudiese entrar
dentro de ella y prender al Fiislan . y caso que esto no lo
fuese posible ó se le resistiese, le matase; y que de no darlo
entrada en la ciudad, le cercase con la gente que para el efecto
llevaba.
Partió Picolomini no poco maravillado del caso, y de que
un hombre subido é la mayor altura que se pudo desear de su
parle, y á ser dueñu de las armas de un Imperio, é Imperio tal,
beneficiado de tan grandes titulos y mercedes, respetado en
Alemania y agasajado del rey Católico y su mayor Ministro, so
hubiese querido despeñar y dar en ser rey tan escandalosa-
mente, aventurando vida, honor y hacienda. Ejecutó el Pico-
lomini y obedeció la orden, no sin ali;unas dudas que se opu-
sieron y diRcultades al efecto; consideró la fortaleza y notable
importancia de la plaza como se lo delineaba la experiencia de
las mejores y más fornecidas de Bohemia; que no tenía un ca-
rbón para batirla, estando toda la artillería dentro do ella, to-
das las municiones y pertrechos de campaña con una plaza do
armas general , y además de eso guarnecida de mucha y muy
escogida gente , todos soldados viejos y de valor, y que sería
cosa muy factible, que siendo el enemigo que está circunve-
334
cino poderoso, que avisado vinit-se 3I socorro del Fríslan y á
conservarle en la plaza, y no sólo esto, sino apoderarse de
ella, con que se podría dudar de cualquier suceso bueno. Sin
cmbars-o, entre eslas dudas y dificultades marchó, cuando
ya Frislan entró en los miedos de ser entendido y comenzaba
á recelarse por algunas cosas que le dieron sospecha , consi-
derando que sus cabos mayores Taltaban de allí, y era mucha
y muy peligrosa la tardanza , y ios más fieles al César se ha-
bían ido para él; y dábale no pequeño cuidado quo se comen-
zara á rugir su mal fundada fábrica, y haberle llegado ó la
hora un comisario que habia despachado á algunos alojamien-
tos con órdenes que enviaba á los coroneles, el cual le dijo lo
labia hallado lodo mudado, y que tenían patentes del Empe-
rador para no obedecerle. Con lo cual acabó de hacer su
maldad y del viento en que se habia envanecido, y conside-
rando que alti no estaba seguro, y que la espada del César
tan suspendida con sus traiciones y engaüos se preparaba á
(lobciar la injuria v á desolar la conjuración del ejército que
sin ocasión ninguna se le habia hecho iníiel y apostatado en
la le debida ú su grandeza y á la patria, se puso en la fuga, y
con el carruaje y gente de su séquito, dejando á Pilce, partió
á Ej^ra, que ya tenía elegida para su seguro y defensa si sa-
liera como lo pensó.
Bstá esta plaza situada al paraje de Occidente de la otra
parte de los montes de la Bohemia, que por especial orna-
mento de la naturaleza y del cíelo la ciñen inmensas alturas
y diiicultades en torno; yace, demás de esto, á la margen
del rio Egra. de donde toma el nombre, que desde allí, na-
cido de aquellas montañas ó ya desalado de sus cumbres,
vaá desembocar al Albis. Eligió Frislan este puesto para re-
caer á la banda de los enemigos con quien se había coligado;
y para descender al amparo y socorro auxiliar, tenía en la
iiiano izquierda las tierras del elector de Sajonia. quícn á los
principios de la guerra se liabia congraciado con el César
afectando tidelidades, el que le habia ofrecido una de las co-
ronas de Hungría y Bohemia si dejaba su servicio y rebelando
el ejér(;ito uniese su potencia á la suya y á la del rey de Sue-
cia, y á las otras de herejes y proieslantes, y que habia bur-
lado del hechizo con que el Emperador cslaba muy asido, y
después de la muerte del sueco, pagado de su valor y de am-
bas cosas, de Gel y de valiente, con que fué dificultoso poderle
derribar de esia aprensión y de esle concepto, cuando lo que
56 decia de 6\ era sin género do duda y pasión verdadera.
Di^o que corrió con brevedad hacia aquella parte, por estar
á la vista de la Sajonia la misma Franconía. y en ella mu-
chos de su bando, la Suecia, Palalinado inferior, el Witem-
bcrg y la Alsacia, y las más poderosas ciudades libres y an-
seáticas, donde en parle de ellas estaban introducidos muchos
franceses, lodos consolidados y de una misma li!;a y unión.
Siguióle su cuñado, el conde de Tcrsea, que había gobernado
y era coronel de siete regimientos, dos do infanteria y cinco
de caballería, á cuyos lenienies coroneles envió el Empe-
rador patentes de sus olicios en propiedad, por templar en
parte la malicia de los soldados y en parte :i los sediciosos y
sus cabezas; con i[ue se ase^^uró del mariscal Ulo, general de
la artilleria, y del conde Quinsqui, aliados suyos y sabedores
de sus intentos. Llamó antes de la partida al coronel que go-
bernaba las armas de la ciudad y encargósela, con mandato
expreso que le siguiese la artillería: y sin dar más cuenta ni
razón de su ida, dejando á Pilce resguardada con alguna
gente, marchó á Egra, puesta, como tengo dicho, en las mon-
tañas y circunferencia de Bohemia, puesta la una de la otra á
no más distancia que de diez ó poco más horas de camino, con
esperanzas siempre de asirse á las ciudades y provincias
puestas á sus dos manos derecha é izquierda de Witemberg y
Raiisbona, la una del duque de Sajonía, y la otra, ciudad opu-
lentísima y de insigne población y nombre, tiranizada por los
enemigos, siendo del Imperio.
El día que salió Frisian de Pilce, llegó Pícolomini con lodo
el resto de gente que le siguió, y siendo avisado de su ida,
lavo por más conveniente antes de seguirle asegurar la ciu-
dad; hizo llamar al coronel gobernador, y teniéndole delante
de sí, le dijo que si le conocia, y respondió que sí; el Pica-
loniini enlúnces le mostró la orden del César y le reconvino
con ella á que le abriese las puertas á él y á su gente. El go-
bernador le obedeció diciendo era vasallo del Emperador, en
cuyo servicio viviría y moriría; franqueóle las puertas, alo-
jóse y aseguró aquella plaza de armas, que tanlo cuidado dio
BU liberación y el poderla sacar de la opresión del tirano;
con que desahogado de un cuidado lan grande y puesto allí
la guarda y cobro necesario, partió en compañía del Isolani,
general de los croatas., la vuelta de Egra, con todo el mayor
golpe de gente que pudo, en seguimiento del Fríslan, con deseo
de haberle á las manos antes que se guareciese de los eoe-
migos y se fortificase en ella; pero la mucha gente qu% lle-
vaba no le dio lugar á la marclia tan diligentemente como él
quisiera. Llegó Frislan á Egra, domingo 26 dePebrero, á poco
más de mediodía entró en ella, y luego dio traza de apelli-
dar á los auxilios; avisó al duque de Sajonia y al de Veimar
del estadode sus cosas y de la llegada á Egra, dándose á creer
que en ninguna plaza podia estar más seguro que en aquella,
por tener guarnición el lugar y un regimiento del conde Ter-
Bea, su cuñado, que gobernaba el teniente coronel Cordón,
y también, que todos ios caballeros que alli habia eran fo-
rasteros de diferentes naciones, como irlandeses y escoceses;
donde es de advertir que, para poderse reparar más aína y
llevar el engaño adelante, aun no habian llegado á este pa-
raje las órdenes del César, y los soldados ni los naturales eran
nabedores del caso más que de aquellas sospechas que por
algún espacio de tiempo se babian dejado jsentir en Alemania
y en las provincias vecinas, antes bien, así como llegaron, los
cabos y oficiales usaron desús ceremonias, le salieron á reci-
bir y aposentar á él y á los suyos en las más principales
casas del lugar, no haciéndolo en el palacio ó castillo por poco
suBcienie alan gran corte; con que el coronel Cordón se quedó
eo él, no queriendo cederle á otro, como gobernador y como
é quien le tocaba la diligencia de fuerza,' aunque pequeña,
considerable. Metióle , al punto que se apeó en su posada , una
coDipañía doguarda, ceremonia debidd á la dignidad, é hízole
otros agasajos y obsequios; con que el Frislan porenlónces,
quietó su corazón, si tales oficios le pueden dar, pues no hay
sosiego en el que aspira á más esfera y circunferencia de lo
que le toca y se le permite.
Cercaron varios discursos el espíritu del Cordón con la ta-
lempestiva llegada del general á Bgra, de prisa, sin gente, sÍd
artillería y sin ejército, pareciendo más alna fuga que otro
designio militar ni acción de gdelidad; entró en cuidado da
lo que tenia á su cargo, y ante todas cosas en la conservación
[le la plaza y en tenerla pronta y á la obediencíj del Señor
natural. Resolvió enire estas dudas y perplejidades de aclarar
el intento y tentar el ánimo de los más principales que le
acompañaban: careóse, el primero, con el coronel Butler, caba-
llero irlandés, Lesleo, escocés, y de otros Beles al César; y de
la conversación y de lo que se discurrió en ella, se confron-
taron los ánimos y las inclinaciones at celo de su sei'vicio, y
por aqui discurrieron en las sospechas que cada uno tenia de
esta novedad, lo que se murmuraba de su proceder, el mise-
rable estado de Alemania, y el riesgo que estaba para correr
todo por este accidente; si bien ya miraban al agresor como
fugitivo y arrastrado de su codicia, y le consideraban preci-
pitado de su misma soberbia y hundido en el abismo de las
miserias.
De aqui conGrieron todos pasar adelante y mover pláticas
con BUS más afectos, y enterarse de la verdad y remediar los
rumores y movimientos recientes, y con esta conjuración justa
castigar otra injusta. Juntáronse con él el conde Tersea, Lilio,
Quinsqui y el secretario del Frislan, y el Cordón, con demos-
traciones de ánimo sencillo, les dijo que á qué habia sido la
venilla del señor general- El Tersea y los demás parciales y
traidores, lo más cautamente que pudieron le comunícaroa
algo del veneno que traían, los motivos de su venida y las tra-
zas, cautelándolo todo para moverlo á que les siguiese á le-
vantar la ciudad, ó alzarse con ella y fortificarla, para desde
allí obrar en la rebelión más declaradamente y con mayor
obstinación. Puso silencio el Cordón á la plálica, con que los
demás capitanes con quien habla hablado se dieron por en-
tendidos, y convidó á cenar aquella noche á los traidores por
ser martes de Carnestolendas. Aceptaron ellos, codiciosos de
saiisfacer al vientre y á la gula . creyendo que no hay otros
dias, y despidióse, y en esta forma los demás, y volvió á bus-
car al Butler, Lilio y Debros, y apartados donde les dio co-
modidad el secreto y el silencio, trataron largamente del caso;
y desintiendo de la materia, poniendo y jurando la fe al Prin-
cipe y de castigar ios violadores, tomaron por asunto que en
la cena se tratase más lalamente de esto, que en los brindis
que se hiciesen á la salud del Emperador se declararía más
el ánino y la intención, y si era torcida, siniestra y contra la
seguridad de aquel monarca y de la patria, darles la muerte,
prender al Frislan y enviársele para que tomase satisfacción
de sus deservicios.
Es una acción esta de los brindis en Alemania, en que
se ve y reconoce con claridad y ardid el semblante del amigo
ó del enemigo, y es tenido por un linaje de traición no cor-
responder a ellos con sincerídad y sin cautela: éste es clavo de
aquella tierra; con éste confirman y establecen la seguridad
de sus escrituras y tratados cuando se juntan á hacer la
guerra á algún Príncipe, y se rubrican con este carácter; cuando
se establece la paz, se imprime en los ánimos de todos con este
sello; y asimismo, en los asientos de las conjuraciones, con los
brindis se jura el secreto entre los mayores, medianos y pe-
queños de ambas Germanias. En estos, pues, fundaron estos
.capitanes la resolución de este hecho, y para concluirle, por
redimirse de un cuidado tan grande y que á lodos tenia en
cruz, dispuso Cordón con maña y sagacidad cuanto era me-
nester al fin del hecho, y eligió los seis mejores oficiales de
su regimiento y de quien él se fiaba mucho, aseguróse de ellos
con el juramento, y dijoles habian de cenar con él en et cas-
tillo las personas más príncipales que venían con el duque-
general; que en cualquiera trance ó acometimiento que viesen
hacer á ¿1 , á Butler, su capitán de la guarda , á Lesleo y si ca-
pitan Debros , los siguiesen sin embarazarles nada ; qué estu-
viesen alerta y en la cuadra más afuera de donde se habían
de poner las mesas; y finalmente, hiciesen como buenos en el
caso que se les pusiese delante; y no les quiso revelar más.
Llegó, finalmente, la hora, y concurriendo todos al castillo,
prevenidas las cosas magniScamente y sazonadas, fueron re-
cibidos del Cordón despejada y amigablemente; dio orden que
el puente del castillo se levase y cerrase, y entregado de tas
llaves se sentaron á la mesa. Los manjares eran varios y mu-
chos y los que incitaban á Baco, sin perdonar á ninguno, y
todos muy golosos; con que menudearon los brindis y se les
calentaron las cabezas y comenzaron de la otra parte á hablar
íin freno y sin rienda, á declararse más de lo que fuera justo,
y & mover á su parcialidad á los que referimos eran leales al
Emperador; con que Cordón y los suyos se acabaron de con-
firmar en las sospechas y en el intento de los traidores.
Habiéndose cenado largamente y metidos los postres , Cor-
don, Butler, Lesleo y Debros tomaron sus tazas de vino en las
manos y brindaron á Tersea, Lilio, Quinsqui y el secretario de
Frislan á la salud del emperador Ferdinando y á todos los
buenos sucesos de la Casa de Austria : aquéllos respondieron
que dejasen aquel brindis y le hiciesen á la salud de Alberto
de Walstein , duque de Frislan , y que se lograsen y viniesen á
ejecución sus buenos intentos; á lo cual Cordón y los que se
habían arrimado á su parecer, impelidos del furor y de la ra-
zón, dejando las tazas, asieron de las espadas y los embistie-
ron tan aprisa y tan á tiempo, que los soldados que estaban
afuera de escolta los imitaron. Fué ain duda grande el es-
truendo y el alboroto; rodaron las mesas y los vhsos, y los
asientos no quedaron fijos. El primero que cayó de las hert~
das fué el coronel Quínsqui por el coronel Lesleo, dándole tan
gran golpe en la cabeza, antes que se levantase de la silla, que
le dejó muerto, rematándole después con siete estocadas. AI
Tersea, que para su defensa se valió de un cuchillo déla
mesa, acometiéronle Butler y Cordón, con muchos golpes y
heridas, y no pudiendo ejecutarle con ninguna por la resis-
340
teñera de un coleto fuerte, descargando con ira sobre él los
demás de ellos le remataron, rindiéndola vida miserable-
mente. Derendíase el mariscal Lilio con sobrado valor y
denuedo del capitán Debroa, y recibiendo una herida en un
brazo del Lilio, encendido el Debros en coraje, cerró con él
y le dio las heridas que bastaron á enviarle con los demás,
Queria el secretario, como hombre de pluma, poner la espe-
ranza y la fortuna en los píes y escaparse, y hallóse en tas
manos de Lesleo. que le dio la muerte. Tan encarnizados
los vencedores en herir en ellos, que los hicieran menu-
das piezas aun cuando no habia aliento vital en sus cuer-
pos, tuvieron suerte, en confusión tan grande, que se conser-
vase la luz de una vela en un bufete apartado, para no herirse
los amigos unos á otros y atinar á concluir el caso con la fe-
lidídad que acabó.
Fenecida, pues, la función, entraron en segundo acuerdo
sobre loque se había de hacer del Frislan: fueron diversos
los pareceres, en que se consumieron pasadas de tres horas
de tiempo. Cordón fué siempre de parecer que le matasen,
discurriendo que ya se habían arrojado á grande empresa y
que era bien acabarla. Los muertos qne tenemos presentes
dijo, no pudiendo volver á la casa del Frislan ni á sus posa-
das . es argumento manifiesto do no poderse encubrir lo suce-
dido, y de aqui que Frislan se ponga en la fuga ó amotine la
gente y el lugar, y haga delito nuestra fidelidad , y muy fac-
tible el conseguirlo con trazas, invenciones y marañas, y
llamar en el entre tanto los enemigos, sus vecinos, en su
ayuda, proceder contra nosotros, y lo peor de todo, poner á
r¡e.ego el lugar por no ser fuerte ni de muralla considerable;
que prenderle era dar tiempo para salvarse y para tentar nue-
vas trazas, y que en el concluir con su muerte consistía la vida
de lodos y la justificación do lo comenzado Conviniéronse
los demás con estas razones y siguieron su parecer; salieron
del castillo dejándole cerrado, porijue no entrase y saliese
gente que publicase el hecho sin entenderle y moviese ó mo-
tivasen algún rumor antes de fenecer á lo que iban resuellos,
841
caminaron al fin, entraron en la casa, llegaron al aposeulo
ánies de su cámara, y hallándola cerrada y á él acostado,
porque el miedo de sus malos oücios le hacía vivir en esle
conlliclo Y pasar como el olio tirano por puente levadizo á
tomar el sueño, llamaron, y viendo que no abria acoinelieron
á las puertas y las rompieron. El Frislan, con este sobresalto
j este ruido, adiviuó que había llegado sobre él el último y
mayor de los estragos para los malos, que es la muerte; dejó
el lecho, y turbado arremetió á abrir una ventana que cala á
un patio para llamar su guardia ó para echarse por ella. El
sobresalto y la presteza de los coroneles no le dieron lugar á
arrojarse, y asi, en camisa como estaba, hallándose delante
de sí al Butler, su capitán de la guardia, brioso y alentado, ter-
ciando una partesana, abriendo los brazos, sin hablarle pala-
bra, ni en aquel úllimo trance pedir ni invocar ninguno de
los auxilios que importan para la restauración del alma, en
esta manera le recibió el capitán, ejecutando la voluntad del
cielo, atravesándole el cuerpo con tanto impelo, que le hizo
salir la punta por la espalda. Cayó improvisamente de esta
herida en el suelo, como cuando se ha visto reventar una fiera
inmunda y ponzoñosa, echando gran cantidad de vino por la
boca, que causó horror á los circunstantes: asi lo afirman
personas de crédito y las relaciones que de esto vinieron de
Alemania, y en esta manera lo hemos discurrido.
Este es el fin que tuvo aquel monstruo ingrato y desagra-
decido de Alemania . y este fin asegura que siempre fué infiel,
y que vivió en su pecho la maldad ; que fué adverso á la re-
ligión Católica y á su Príncipe, pues conspiró contra ambos y
los pretendió contrastar: éste el que tuvieron sus parciales.
Entendido, pues, el caso, cuanto fué admiración fué de
aplauso para ios que le cometieron ; ningún soldado ni ciuda-
dano se movió, ni salió de su paso y de su bandera , enterados
de la malicia y exceso de hombres tan perjudiciales al común
sosiego y quietud del Estado. Voló luego la fama del suceso
por toda Alemania; desahogó, en parte, las cabezas del ejér-
cito que le esperaban, contondienHn con ellos, socorrido de tos
1
ésémigMMlire'algttna parte considerable de Bohemia, y fué
alborozo para el corazón del César y sus ministroa, viendo
echado por tierra un enemigo prodigioso y disformidable de
dentro de casa. Causó vergüenza y confusión ¿ todos los he-
rejes de la Liga , que se hablan valido de medios tan inicuos
y detestables y llenos de toda impiedad, aun para sus particu-
lares propios, y Fuera del buen uso y natural de la guerra.
Dolió en Holandaé Inglaterra, porque esperaban de aquí nue-
vas revueltas y disensiones en los Estados Católicos. El move-
dor de Francia adoleció de pena, viendo por los decretos di-
vinos derogadas sus ruines materias. Los malafectos de Italia
enmudecieron, y en España bendícieron el impulso, el consejo
y la mano de los autores; y es muy de notar que aquellos que
delinquían , sin embargo de estar largamente beneficiados de
preeminentes oficiosy dignidades en la guerra contra la Iglesia,
la vida del Príncipe y la salud de los pueblos, eran sus vasa-
llos, y estos que le vengaron, movidos sólo del horror de la
infidelidad, eran extranjeros, á lo menos los dos, y vasallos del
rey de Inglaterra, y aqui procedieron unos compañeros con-
tra otros.
Fué de cuidado para el Emperador y rey Católico la tras-
migración del Frislan, por la desunión en que puso el ejército y
lo que pudo ocasionar su mudanza; pero viéndose sin él, poco
cuidado podia dar un hombre solo, aunque llevara algunos, y
más cuando no poseia á lo último la opinión do gran soldado.
El suceso del conde Enrique de Sergas, gobernador del du-
cado de Gueldres, osaría yo decir fué de eMa calidad y de
estos movedores; dejó aquel gobierno, que le tenía por el rey
Católico, y después de otras maldades, que en otros tratados
dejo referidas, se salió al país de Lieja, y después de publi-
cados sus injustos y falsos manifiestos, llamando á sí y convo-
cándolos soldados deFlandes, losque andaban desbandadosy
los que estaban debajo de orden y obediencia, pretendiéndolos
sublevar y amotinarlos y que se lo fuesen á ¿1, ofreciéndoles
paga y sueldos fuera de su caudal y de sus fuerzas, que no le
tenia para hacer ejército, y conspirar abandonando la fe ju-
343
rada por ir contra el rey Católico, deshacerle el ejército y ha-
cer entradas en Flondes en apoyo de Holanda y de Francia y
d« ios oíros auxiliares; no podiendo salir con nada áa esto ni
arribar á erecto de consideración, deeravorecldo y dejado de
los protectores, porque con un traidor nadie quiere perseve-
rar ni que corran por su cuenta sus delitos, ni encargarse de
su conservación por loque dótales vecindades resulta y hace;
ahora, pues, en Holanda, sin crédito, sin gobierno, sin opi-
nión, sin atreverse á fiarle una jineta ni una moderada com-
pañía de lanzas, cuanto y más ejército ni empresa; con que
arrastrado de indecentes inclinaciones, vicios y delitos come-
tidos contra la Gdelidad de la milicia y de la patria, muere
áa honra, sin opinión y sin fortuna y en desgracia de la no-
bleza y del Principe, que es de quien depende el lustre y el
ornamento del que es verdadero vasallo. Asi de esta manera
fracasaban estos ministros, producidos en esta era por parti-
culares secretos del cielo, al hierro y al brazo de la justicia
divina, sin ser gratos ni reconocidos á las dignidades y
preeminencias en que los habian colocado principes taa
grandes.
Refieren que, para mayor vergüenza y confusión suya, po-
seía el Frislan por merced del Emperador ciento y sesenta y
unas señorías, capaces cada una de por sí de armar y com-
poner un gran señorío, cinco duendos, quinientos mil talleres
de renta, título de alteza y de la Orden esclarecidísima del
Toisón de Oro, y la dignidad de generalísimo, y á su orden
y obediencia todas las armas, legiones y corles del Imperio.
Tanto, pues, conviene y deben mirar los príncipes sobre qué
hombres ceden su potencia, grandeza y majestad, que á las
veces es más temeridad que prudencia fiarlo todo de uno:
la limitación ó la templanza en el subdito, es providencia y
atención discreta de bueno y sabio gobernador el vasallo más
modesto y más frenado de ambición y codicia en dictados y
tesoros y de otras riquezas humanas, cuando se ve dueño de
todo y que todo se lo han puesto en la mano, le estimula la
vanidad y la soberbia de lo mismo que está poseyendo, por-
344
qúé''DO es sayo, á levantarse con ello, á querer ser semejauto
ai hacedor y arrojarle de la silla; ó si no, á tralarle ó disi-
parle de lal arle las malcrías ó los estados, que peligre en ellos
y loe pierda , y en fe de recuperárselos, usurparle alguna
parle en que satisfaga la sed ó el ansia de lo ajeno por no
apearse de todo. Estos, pues, tienen los príncipes por fieles,
y en estos idolatran y depositan cuanto les dieron los va-
sallos á peso de sangre y fatigas. El desengaño de estos ofi-
cios tan fiinislros á la esperanza y al común sosiego del
Estado, tienen por enojo, sus avisas y los consejos por pa-
sión y envidia, y asi , á larga ó á corta carrera , cuando quiere
lograr la luí de esta verdad, entra la muerte impidiendo, con
satisfacción justa de la omisión , los remedios de la enmienda.
Luego que el coronel Cordón hubo ejecutado lo referido, sin
alteración ó sobresalto del pueblo ni de los soldados, dio or-
den do recoger el bagaje, joyas, plata, dinero, ropa y todos las
demás b«lijas y alhajas de los muertos , parte de ellos hurlado
á los Países y parte á los soldados en sus pagas; que ni aun á
estos lances se negaba la lirania, ni se dejaba de ejercitar la
maldad que de tan ruines fundamentos arma^u vigor y poten-
cia. Recogió, por el consiguiente, los papeles de la Cancillería,
las cifras, órdenes é inteligencias secretas del Emperador y
oíros despachas, y metiólo todo en el castillo, haciéndose depo-
sitario de ello hasta tooer- aviso y mandato expreso de á quién
M había de entregar; afirmando que pasaba el valor del dinero
y menaje de más de dos millones de florines. A la misma hora
llegó un trompeta de Francisco Alberto de Sajonia, lambtea
rebelde á la majestad del César pasándose á la Liga y al rey
de Suecia , cuando hubo atravesado el Albis en la primera
victoria que consiguió del barón de Tilli y después de su
muerte el elector de Sajonia, sirviéndole de teniente general.
Traia éste 4.000 caballos en socorro del Fríslan, y esparcida ya
por todas aquellas comarcas, círculos, estados y provincias la
nueva de su fuga, le avisaba que los tenia emboscados cerca
de Egra, y que le enviaba el duque de Sajonia para que se va-
liese de ellos y á esperar su orden. Dejóle entrar Cordón en la
34S
ciudad, y lomándolo los despachos, trataron entreéí y los de-
más camaraüas de prenderle, para lo cual tomó un trompeta
suyo, y vistiéndole de lu librea de Frislan, le euvió á decir con
él al Francisco Alberto, que el duque-general le aguardaría
al anochecer en un paraje cerca de h ciudad (y le señaló]
con alguna de su caballería, que viniese solo, porque la gente
militar y ciudadana no se recelasen de algo y entrasen en
alguna turbación , do suerte que no pudiesen verse. Despachó
en esta forma á ambos trompetas ; el primero llevó la ros-
puesta, y al suyo dio orden para conducirle al lugar. Ala
hora señalada salió Lesleo, Cordón y Butler con alguna de su
caballería al puesto, y habiendo reconocido de lejos quo ve-
nía en un» carroza de seis caballos, con el trompeta delante,
y certlGcados de que era el que le hablan enviado, acercán-
dose á la carroza le rodearon , y llegando Cordón por un lado
de ella, y el coronel Butler por otro, le tomaron por prisionero,
metiéndolo en la ciudad y poniéndole la guardia necesaria.
Avisaron de todo a Viena para remitir á la parte donde man-
dase el Emperador prisionero tan considerable, por ser per-
sona de calidad y prendas militares, y porque con esta astu-
cia se iban suprimiendo y debelando los Infieles y los tiranos
a ambas majestades Divina y humana; con que los 4.000
caballos, preso el cabo se disolvieron. Este es el suceso que
tan atentos tuvo á los mayores espíritus de la Europa, y tan
suspensa toda la demás conferencia del orbe, esperando su Ga
y remate; y en esto paró el exaltado á tan heroicos lugares y
grandeza; el que se negó á si, á la verdad y á la Religión-, el
que conspiraba contra la vida de los principes austriacos, y re-
partía entre si y los suyOs sus estados y provincias.
El ejército imperial á esla sazón se gobernaba por el conde
Hatias Galaso, teniente general y maestre de campo; por don
Baltasar Marradas, español, el conde Horingue Picolomini, y
el barón de Luis; los cuales iban en busca del enemigo, para
alentar los Países y enmendar los descuidos y yerros pasados,
en el ínterin que el Emperador les nombraba cabeza que les
gobernase y les daba general que les fuese caudillo, que como
346
se decía, esperaban lo sería Ferdinando, rey de Hungría y Bo- '
hernia; deliberaciun y consejo de todas maneras acertado, y
que en los grandes riesgos ninguno es más eGcac ni saludable,
previniéndose para todo como Príncipe generoso, que en tanto
lo será cuanto fuere soldado. Sin embargo del auxilio y be-
nignidad con que favorecía el ciólo las causas y la Religión,
la tenacidad y protervia de los enemigos era tal, que aún
pretendían con nueva manera de maquinaciones contrastar y
prevalecer contra su potencia; por donde se verá que declara-
damente eran enemigos de Dios y de la cristiandad. No des-
cansaban, como digo, en sus insidias y asechanzas, ni de en-
caminar á todos por el veneno de la sedición. El rey deFrancia
y el Richelieu, su confidente y Privado, alentaban los ene-
migos de Alemania á la prosecución y la ruina de sí mismos;
y es lan inGel la protervia de la emulación, que peligraban en
eslas sirtes á ojos abiertos á la desolación de provincias lan
dignas por su estimación y grandeza de más dichosos sucesos,
y prometióles numerosos socorros, los Cuales las más veces sa-
lian inciertos. A los holandeses persuadía pasasen a las Indias
á divertir alli parte de la potencia de España; en Italia metía
nuevas inteligencias y conmociones, y dicen que quiso por
alianza ó por fuerza tomar á Ginebra, por aumentarse en
puestos y poner gruesas guarniciones en sus conlines, é ir
disponiendo con sazón y con maña sus intentos; dobló las que
había en el Monferralo, y no perdía la posesión y las que ha-
bía erigido en el Píamente, como de Susa y Píñarolo, gran
vergüenza del duque de Saboya (no al menos lo hubiera su-
frido asi Carlos, su padre); pero eso quiere decir, coligado y
desagradecido á los beneficios recibidos en España; admitió,
por correspondencia, á la devoción al duque de Parma, y
condújole á ligarse por medio de Hondescot, su Privado,
cuando le llamase la caja y el pífano; metió en Módena sus
pretensiones y hallólas contrarias á sus pretextos; corrió al
veneciano, neutral en todas estas tempestades, y trató de con-
mover al gran duque de Toscana, que se supo cautelar de es-
tos lazos; intento enseñorearse y tenor suprema potestad y
S47
dominio, por ser francés, en el Maestre de la isla de Malta, por 1
eslar de la olra banda del reino de Nápoics y Sicilia y ser
puesto á propósito para aconielerlos, á que resistieron pode-
rosamente los caballeros españoles de la religión que allí ha-
bla , y aun estuvo para correr fortuna el Maestre si no mudara
de parecer y templara los impulsos de francés; todo esto le
parecía poco para arruinarnos.
Ansioso é infatigable de trastornarlo todo, pasó adelante,
acordándose de los infames asientos con Suecia, que negó
baber hecho y concertado el arzobispo de Maguncia, cuando
de parte de los católicos del Imperio le preguntó si había or-
denado tales monstruosidades en delrinienio del estado ecle-
siástico y del bien póblico, y cuando la mejor parte de Ale-
mania, destruida de los estragos do los herejes, le pidió se
contuviese en no dar lugar que los inheles inundasen los pue-
blos más puros de aquella rara provincia, profesores de la
Religión verdadera y apostólica, siguiendo en esta parte las
huellas de sus ascendientes y reincidiendo con horror vehe-
mentísimo su imitación. Envió sus embajadores al turco, éstos
más allegados á si y á sus más favorecidos tíranos de las in-
signias y vestiduras eclesiásticas y reglares, Monsieur de
León, obispo y cardenal de aquella ciudad, hermano del R¡-
chelieu, y fray José de París, el uno cardenal y el otro capu-
chino; invocando su auxilio y confederación y solicitándole á
que bajase con sus armadas sobre las costas de Italia. El turco,
dolado de mayor prudencia y consejo que éstos , porque no
está tan ciego en la codicia y desolación, conociendo que
el movedor tenía muy poco que perder en ambos mares, Me-
diterráneo y Adriático, y que no quería más que empelotarlo
con el Emperador y rey Católico , y él muy seguro en París
verlos arder á todos desde sus ventanas, no lo admitió [así lo
hubieran mirado con tan desapasionados ojos los electores del
Imperio), ó porque tenía embarazadas sus fuerzas con el persa,
ó porque no le era fácil romper con dos principes, y ambos
de la Casa de Austria , y cada uno de por sí muy poderoso,
ni posible el contender con ellos, cuando el uno por el reino
de Sicilia y Ñapóles le tenia tan Tormidable cerca do Ib Es-
clabonía, la Albania y la Morea y el Archipiélago, tierras im-
portantisimas á su conservación y dominio; y en las eras pa-
sadas le habían castigado sus corsarios y bajaes, roto y
deshecho sus armadas, cuya eiperiencia le hacia proceder más
cauto y reportado y negarse á tan imprudente petición y de-
manda, no queriendo aventurar la fortuna y seguridad de su
Imperio; y el otro, con la majestad y titulo de César germánico,
con las dos Austriaa y la Hungría por frente, confinando con
la Moldavia y la Valaquia, asistido con amistad y parentesco
del polaco, prodigioso en esta parte, en multitud y escuadra
de las provincias del César, de las corrientes del Drabo, el Ti-
visco y el Danubio, tan caudaloso éste, quo admite y es suQ-
cienie para sustentar y cargarse de grandes leños, y es nave-
gable para el mayor, sobre <]ue le conviene velar con atención
y aviso por estar allí lo más precioso de su defensa y casa. No
le admitió el turco, porque vimos que no quiso ó no se atrevía
á enviar sus galeras, ni en todo el año que vamos escribiendo
se temió Italia ó receló de estas insidias, ni se descubrió un
corsario, teniendo por vana la proposición, ni querer aventurar
su fatiga.
De lodo esto se tenían diligentes avisos en la corte de Es-
paña y en la de Viena, no ignorándolos toda la Europa, ad-
mirando que no so hiciese reparo y que no escandalizasen tan
sacrilegos y perversos oficios las católicas y piadosas orejas
del Papa, á cuya sombra y favores, sentían los niás desintere-
sados, se fraguaban tan enormes cautelas y maldades. Fueron
avisados los embajadores que habia en Roma de hablar con
seotímieolo público de estas cosas, sin exceptuar ninguna, al
Papa, señalando para ello con orden particular y expresa al
Pimentel, obispo de Córdoba, para que lo hiciese. Pidió el
obispo embajador consentimiento y licencia para hacerlo;
el Papa se la dio, y cuando estuvo en su presencia le comenzó
á referir largamente , entre otras muchas cosas , el estado que
tenia la Iglesia; por cuántas partes se hallaba combatida de las
armas infieles y de los dañados consejos de los enemigos; el
estado miserable de Alemania y de la Europa, inundada de la
secta luterana y calvina , y aun muchas de las otras , por la
intención y oficios siniestros del rey de Francia: que le tocaba
por su dignidad reducirle y hacerle desistir de ellos, y caso
que se mostrase rebelde, descomulgarle como lo deponen los
decretos de los Concilios antiguos y las Bulas erigidas en tales
casos que lo insinúan.
El Papa, en esta sazón algo demudado y aun tocado del
impulso de la ira, le respondió, era Príncipe que cumplia con
sus obligaciones, que no lo podía hacer ni queria. Volvióle é
decir el Pimenlel (que por religioso y por sangre le tocaba
el brio y el ser de resolución ) , que su Rey buscarla medios
para eiimirse de tantas vejaciones, y todos los demás príncipes
Católicos que míMiaban debajo de causa tan justa. Replicóle
el Papa con coraje, que qué era lo que habia de hacer su Rey:
repitíóleel Pimentel lo mismo; y volvióle á decir el Papa sí
traía otra cosa que decirle. Dijole que muchas: hizole fuerza que
tas dijese, y dijo que á su tiempo, que venia muy despacio; con
que feneció la audiencia , no sacando otra utilidad de aquí que
irritar á aquel hombre, tocado desde que se sentó en laSilla de
San Pedro, de importunos y diversos pensamientos de resti-
tuirse por los caminos que pudiese en tos dominios deshechos
y meterlos en casa; esto es, los reinos de Ñapóles y Sicilia, y
darlos aun hermano suyo ó sobrino, que aun no se ha preciado
de ascenderá los títulos y honores que los reyes de España han
dado á los tales, de que hay por este camino muchas casas
levantadas en Italia; alzarle al hermano . y héchole general de
la Iglesia, y demás de esta ansia de las dos coronas, investirle
las Islas adyacentes de ellas, y sacudir de las cervices de
aquellos vasallos los tributos de que padecían gravemente;
quejas que acudían á él, padre universal de todos, y más
propiamente aquellos que en lo secreto le representaban que
eran subditos suyos, derraud;jdo3 de su auxilio por rigor de la
tiranía. Por otra parte le tenía desabrido el uso pernicioso
de subsidiar el estado eclesiástico y que le quisiesen residen-
ciar, que no pudiese mostrar su cariño á quien él gustase, y
3S0
rjue en España le quisiesen sujelo ásus materias como si fuera
súbdilo de ella y no fuera su dignidad sobre todas las de los
principes seculares. Era sabedor de todo esto el rey de Fran-
cia, y como tales encuentros, entendía él, eran controverlidos
por su causa, queriendo refrenar las amenazas del celoso y
modificar estos alientos, pretendía el francés mostrarse agra-
decido y satisfacer en parte las finezas de aquel padecer y del
aficionado.
AQrman que á la hora que estos embajadores entraron
por Roma, entraron á la misma, de parte de aquel Rey,
general de ejército de caballería y artillería, tenientes coro-
neles y maestres de campo, capitanes y oficiales, para que se
rehinchiese de gente; y dejando el Lacio ó campiña de Roma,
entrarse por tierra de Labor, batiendo á Terracina y Gaeta, ocu-
par y pasar el Bolturno para recaer sobre la ciudad de Ñá-
peles y concluir de una vez apetito tan deseado de tantos
principes y pontífices. Pero era oferta muy vaga ésta y sin
fruto, porque la verdadera fineza era poder enviársete com-
puesto y armado y abrirse paso porel Píamente, la Lombardía
yToscana, antiguamente llamada Etruria.y ponérsele delante
fornecido y formidable para la facción y descornarla braveza del
amenazador: era todo humo sin fruto lo ofrecido, y fantás-
tico, sin espíritu y sin cuerpo lo presentado. En esta manera se
hallan ofuscados en el efecto los más allcíonados, porque
más atento es en el revolver que el obrar, dando y ofendiendo
con el embuste y la meniira, metiendo en las tierras católicas
losenemigos infieles y forasteros. El Emperador, encaminando
sus ejércitos cuanto le era posible, se recuperaba en algunas
plazas perdidas, haciendo que su primogénito el rey de Hungría
los acaudillase con cabos y capitanes de conlianza y reputa-
ción. Candóse de aquí que cobrarían otro semblante las cosas
de Flandes, Gomo era ya el principio de la primavera, tenía
el rey Católico mucha y muy escogida gente, así en infantería
como en caballos, refiriéndose por cartas y por avisos pasa-
ban estos últimos de 40.000, para acudir con diligencia á
cualquiera de los accidentes de allú del Rhin , por haber que-
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dado en aquella derrota al rey Católico tan solamente Guel~
drcs y Juliares, expuestas éstas al trance, por haberse perdido
todo lo domas de aquel país, y á pique de ser sorpresas por las
muchas y muy gruesas guarniciones que tiene allí el ene-
migo y por las muchas plazas y defensas que habla ganado
más abajo y en la Mosa; tanto que le parecía las tenia como
en su casa, y con esperanza cierta que cada y cuando le pa-
reciese las podía tomar y cargarlas muy á su guslo y llevár-
selas. Estaba esta gente, demás de lo referido, para atender á
los diseños del enemigo y para fines particulares del Rey; para
con ésta y con la demás que le llegarla (como diremos á su
tiempo y con qué caudillo), preparando con guarniciones. los
más importantes puestos del país de Limburg, oponer el asedio
á Haestricb y porfiar á lomarlo si ser pudiese este año, que
era en lo que más consislia el estudio en que persistían nues-
tros estadistas.
Por estos días sucedió un caso verdaderamente digno do
memoria (si yo le acertase á escribir], ejecutado dentro del
palacio de Madrid, que sin duda ninguna admiró y suspendió
no poco los ánimos de los cortesanos, y los dejó sumamente
maravillados por la gravedad y las circunstancias que se le
arrimaron, y por la novedad y forma que se tuvo en él; raras
veces ó nunca acaecido en esta corte y palacio, ignorado en
las eras de la antigüedad y no alcanzado de los más leidos por
historias. Pasó de esta manera: Viernes Santo, que se con-
taban 14 de Abril de este año que voy prosiguiendo de 1634,
impensadamente, por una puerta secreta que está en el corre-
dor del primer palio del Palacio, junto á la de la capilla, que
no se abre si no es el jueves de la Semana Santa para la fre-
cuencia de las estaciones y misterios sacrosantos; aquel dia,
pues, á las diez de la noche, entró el conde de Olivares en la
pieza nueva donde duerme, y preguntándome, ¿dónde está
S. M.? le respondí: Ahora acaba de entrar en el cuarto
de la Reina. (Es costumbre, particularmente en los días de in-
vierno, antes de recogerse el Rey, á la hora de las diez pasar
á ver la Reina y de alli al Príncipe.) Como oyó que habla en-
i
trado alta dentro, volvió por los pasos quo había venido, y
por su cuarto, que está juoto al del Principe, que ha conser-
vado desde sus principios, le alcanzó, y alli le dijo en puridad
lo que traía fabricado ó ya sea lo que estaba ánles. Acababa
de llegar aquella noche del Retiro, donde habia estado algu-
nos dtas de la Semana Santa ocupado en estas meditaciones,
que aun tales dias no estaban sin sobresalto, ni excusan de
zozobra á los vasallos. Hubia, asi como llegó, llamado á junta
ó conversación á algunos de los suyos, dignos sujetos por su
larga noticia y envejecida experiencia, del Consejo de Eslado
y de todos consejos, y de alli salió erigido este caso. El pri-
mero de lodos fué el duque de Alba . por no dejar de dar algo
á los otros para que baga mejor lugar á los nuestros, donde
muy presto le tocará su parte do los trabajos del gobierno; y
los otros dos, el conde de Castrillo, presidente de indias, y el
conde de la Puebla, presidente do Hacienda, este primo
hermano, y el otro hermano de cuñado, que cuando callára-
mos esto, por las dignidades se podian conocer; dos ministros
de fama y relevantes estadistas ejercitados con larga potestad
en muchos y muy graves negocios en las corles de loa mayo-
res y mejores principes de la Europa (¡asi fuera ello!) ¿Pero
quién dice que esto importa? bnsla que sean deudos, que con
esto lo tienen todo y son beneméritos. Digo, que habló con el
Rey en el cuarto del Principe, le dio cuenta de lo resuelto en
aquella junta, y que era ya tiempo do comenzar lo tratado,
por cuanto la persona sobre quien se habia de ejecutar el jui-
cio andaba con sobresalto, receloso y con miedo de que con el
se habia de hacer alguna novedad antes de su partida, por
donde era consejo acertado recelarse de alguna fuga que des-
baratase la justicia y el buen ejemplo que babia de resultar
de aquí. Concluido eslo, el Rey salió á su cuarto y halló alli al
duque de Alba; y conBrieron lo tratado aparte, quizá por dar
qué discurrir á Carlos de Croy, duque de Arescot, gentilhom-
bre de la Cámara del Rey, del Toisón do Oro, que aquella
noche se habia hallado al desnudarse, que era sobre quien
cargaba este negocio. Gra aquel caballero do las esclarecidas
casas del Paie-Bajo, grande en aquella parte, y grande en
España, y entre ios señores de aquel país el más bien visto
por sangre y Jaondad , y habiendo venido los años pasados á
fa corte, el Rey lo hizo gentilhombre de su Cámara.
Con las pérdidas de plazas tan grandes (que en los libros de
airas dejamos referido), así en el Brabante como en Guetdres
y en la Alsacta, toda la nobleza de Flandes, los Magistrados de
la villa y estado eclesiástico, temiéndose de una común y gene-
ral ruina por el ardiente obrar de Enrique de Nassau , príncipe
de Orange, general de los rebeldes, su mucho poder y valor por
si y por la continua asistencia del rey de Francia . de los pro-
testaoies y otros auxilios, la pérdida de la Religión , la de sus
haciendas, estados y vidas, hablaron y se confirmaron entre
sí, y dispusieron, antes de venir á mayor conflicto, de salir
al remedio por la general y particular salud de todos y bien de
la patria: señaláronse algunos de ellos, los mejores y más gra-
ves y de más suprema autoridad , y hablaron á la infanta Doña
Isabel, refiriéndole el estado miserable de Eos países, el que
tenía la guerra, la mengua do soldados y do ejércitos, la falta
de dinero, y, lo peor de lodo, la poca esperanza que había de
remedio, ni que de esto se acordasen en España. Esta fué la
sustancia, hablándola en todo lo demás perteneciente á esto,
no sin larga y prolija exornación y arenga, cual en caso tan
necesario conviene. La Infanta los oyó no sin mucha aflicción,
y aun otros quieren decir que con sobra de lágrimas en su
rostro.
Pasaron adelante los embajadores y dijeron, que pues
S. A. estaba bien informada de todo y veía cuánta era la nece-
sidad, podia mejorar el estado cautelando los ejemplos anti-
guos y lo que deponen en casos tales las leyes y estableci-
mientos de aquellos paises; que, habiéndolo mirado no sin
maduro acuerdo, si á S. A. te parecía , habían deliberado pedir
unas juntas generales para el remedio de lodo, y que asi le
suplicaban les diese licencia para juntarse y ocurrir al caso
presente. La Infanta se hallaba de estos sucesos tan apretada,
que siendo esta materia en el entender de todos los de mayor
354
prudencia peligrosa, y más en aquellos países, la concedió,
porque aún se temia de mayores daños, y éste, segan los que
esperaba ocasionados de pérdidas tan notables como se ha-
bian seguido en delrimento del ^tailo, no le parecia el ma-
yor, y asi hubo de condescender con el ruego de los sub-
ditos y aun se lo agradeció; que es obra de valor mostrar en'
los peligros confianza, y más estando todo para correr for-
tuna. Dióles licencia para ello, despacharon sus convocatorias
y juntáronse los tres estados, eclesiástico, noble y los magis-
trados de las villas, y ios que por oficio y derecho en toles
juntas les toca asistir á ellas. Es inviolable el secreto en tales
ocurrencias y así lo juran, reservándolo ó excluyéndole de él
hasta el mismo Principe; pero lo que se pudo trascender fué,
que después de haber hablado de varias cosas y necesidades,
se trató se pidiese al rey Católico'y á la Infanta los dejase hacer
é ellos la guerra, y que- ^lorriese por su cuenta nombrar {;o-
misarios yoSciales para su expedición y manejo, con alguna
contribución que S. H. les hiciese. Otros más ásperos y rígidos
en el votar y libres en el decir su parecer con claridad, como
alemanes, por la importancia de la materia, dijeron rasamente
que S. M. Católica no los podia defender ni era poderoso para
ellp, ni tenía con qué, por estaf todo su patrimonio totalmente
hundido y acabado; que ellos se defendiesen y saliesen de este
cuidado con presteza antes que viesen sus casas y haciendas
en las manos de los enemigos, y lo peor de todo y más grave,
de sufnr sus hijos y mujeres, que las vidas era lo de menos
que aventurarían, por no caer en tan vergonzosa miseria; que
lo de Alemania estaba tal y los estados de los vecinos en tanta
cuita por las ligas de protestantes y suecos, que no era posible
esperar ningún auiilio del Imperio, supuesto que sus prin-
cipes con sus atentados eran contra la soberana cabeza, con-
solidados todos y socorridos del.rey de Francia, capital ene-
migo de los señores de la.Casa do Austria y de todas sus
coronas.
Era el Rey avisado de estas cosas por la Infanta y por los
espías ó confidentes que allí se tienen, necesarios en todo
355
tiempo: alteró notablemente la deliberación y los motivos de
los congregados , y naestrQs ministros , ponderáronle en los
consejos la disculpa de que por no poder más, toleraba la li-
cencia. Sin embargo, el Rey avisaba por sus cartas, y con ór-
denes inviolables y precisas daba voces se deshiciese aquella
junta y se eitinguiesen sus proposiciones y se despidiesen los
Estados generales ; tomando por última resolución , solicitán-
dolo asi la Infanta, se enviase al duque de Arescot á España
para mediar cualquiera diferencia ó necesidad, y tomase orden
para tratar con los holandeses de alguna importante tregua
con que mejorasen las cosas : siendo ardid éste para sacarle
del Pais-Bajo, porque losenemigos entonces estaban de victo->
riosos tan insolentes, que más apetecían la guerra que la paz ó
la tregua, por los grandes intereses que se les seguia de ella
para la fortuna de sus empresas, y por el instigador de la
Francia, cuyos tratados eran más aína dispuestos para disipa-
ción de pueblos católicos que para otro ninguna esperanza de
alivio ni concordia. Decian que con esto se aseguraria todo el
Pais-Bajo y lo demás hasta la Borgoña , que estaba debajo de
la obediencia, porque se dio á sentir, y muchos lo discurrie-
ron, que parte de los nobles de Flandes se juntaban de se-
creto con el duque de Arescot en una casa de placer suya , y
que allí trataban de unirse y hacer al Duque cabeza; mas que
él, no contraviniendo á la fidelidad ni dando orejas á ello, les
habia respondido que él iba ahora á España' á componer las
cosas y á ver si podia ajustar una tregua con los holandeses;
que si esto se hacia, no tenian más que desear; que caso
que no se hicese, podían tratar entonces de lo que más les
conviniese; y que por estas sospechas y por haber callado esto,
y no haber dado cuenta expresa. al Rey de todo y delatado á
los cómplices, por no dar lugar á algún movimiento con este
pretexto, habiendo avisado de todo le envió la Infanta, advir-
tiendo se tuviese cuenta con él.
Partió el. duque de Flandes^ y pasó por Paris, donde á la
sazón se bailaba fugitivo por cosas tocantes á esta materia, ó
por haberse entendido vacilaba en la fe, el duque de Aga-
356
mont, su cuñado. No halló allí al Rey, que no carece de mis-
terio, porque no quiere el dÍEcurso humano que el Cardenal
Valida tenga su parte en estas conmociones, cuandosu intento
no era otro ni su desvelo que trastornar la seguridad de los
reinos y tentar para esto el corazón de los subditos de mayor
sangre y séquito (sus manifiestos y sus atentados lo digan)
porque primero solicita coa exornaciones y promesas falsas
llenas de suposiciones, y no surtiendo de aquí su deseo y co-
dicia, hace experiencia y obra con la fuerza. Vio el duque dL>
Arcscot á su cuñado fugitivo, como dije, por sospechoso en
la virtud de la constancia , y sin embargo, desamparado y
desvalido en aquella corte del Rey y de sus ministros, nau-
fragando en la necesidad, si ya no es que parece simulación
hipócrita, y demás de esto, de los señores y príncipes de b
sangre, con tanto desembarazo y desahogo en el descuello, que
no tienen ya por agravio esta mancha ni que se la refieran,
D¡ reparando el Duque en llamarte cuñado. Llegó por sus jor-
nadas á Madrid á tiempo que ya la Infanta habia muerto ; hos-
pedóle D. Diego Mejia, marqués de Leganés, en sus alcázares,
renovándose con su venida los brindis de Flandes; vio al Rey
y al Valido, trató de sus materias y embajada, fué oído y
agasajado hasta su tiempo, disimulando poderosamente todo
cuanto de ¿1 y de los demás se argíiia; reposó atgun tiempo,
pretendiendo asegurarle, y porque importa para el caso, aun-
que ya está dicho, lo volveremos á repetir, nigo, que para en
caso que muriese la Infanta antes de pasar el infante D. Fer-
nando á Flandes, como á esta hora no habia pasado (descuido
en que podía haberse arriesgado la seguridad de aquellos pue-
blos y su conservación), se habia mandado por orden secreta,
ó ya sea que fuese ardid, ó para examinarle la conciencia,
porque en esta era no hay cosa que no lo sea, y así se tro-
pieza en todas, con que no nos levantamos de él; digo que no
era resolución secreta gobernasen los Países seis gobernado-
res , tres flamencos y tres españoles , y que entre los flamencos
se habia señalado por más particulary por unodeellosá Carlos
de Croy, duque de Arescot. A los primeros lances, pues, de su
sftr
llegada á nuestra corte, se le preguntó que qué le parecía de
la deliberación de que gobernasen seis gobernadores tos Esta-
dos de Fiandes, y entre ellos tres españoles: él dicen que
respondió ( porque digamos esto más concisamente como cosa
ya referida otra vez) .(llamasen personas que lo votasen, por-
que si daba su parecer en apoyo suyo y de lo acordado, y se
errase en ello, no quería se le diese la culpa, sino que hu—
biese quien le siguiese, y fuese el parecer de muchos y so
diese por algunos, y que sí no convenia, quedase por aque-
llos que lo anteviesen más á propósito, para que quedase la
materia remiüda á los mejores. Aceptáronle la proposición, y
llamando á los dos últimos que volaron su causa, como preve-
nidos dijeron no con venia hubiese seis gobernadores sino uno,
porque seis más seria de embarazo en resolver las materias
que de utilidad en la expedición, importando más alna la pres-
teza que el ser remisos por la contrariedad de los pareceres;
con que quedó defraudado de la dignidad grande de ser uno
de los seis gobernadores del Pais-Bajo, remitiéndolo todo, lo
militar y pülitico, al marqués de Aitona, de la Casa de Moneada,
con loda la suprema potestad. No pudo hacerle buen estómago
osla resolución al duque de Arescot, antes le desazonó; ha~
blándolo en algunas ocurrencias privadas sin el reparo que
conviene á las cortes y los palacios , y más cuando nos rodean
las centinelas que nos han puesto para que nos atiendan y nos
saquen con destreza lo que tenemos en el corazón, y tal vez
hace esto el que se nos vende por amigo y nos acoge en su
mesa y en su casa. Cuando se hablaba de las ruinas de Ale-
mania, decía: «es menester saber llevar aquello por otro ca-
mino»; cuando de Fiandes y sus pérdidas: «que estaba su falta
en el gobierno»; cuando de la toma de Haslrique, y que el Rey
decía había puesto tres millones, que se habían cobrado y no
ee babia dado ocho reates de paga á los soldados en todo
equol verano, respondía: «que lomasen las cuentas».
Estas cosas puestas en las orejas del gobernador, claro
está que le solicitaban el de}>pcño, porque eran flechas que se
tiraban á él ; si bien es verdad , á que más me allano, que ha-
bna forzosísimas razones para cuidar de él. Yo le o¡ decir
' hablando de la era pasada, que para todo le sobraba noticia,
y de cómo tuvo aquello el duque de Lerma , que ese caballero
lué el mayor ministro que había tenido el mundo, grande
hombre y superior gobernador. Cogiéronle en Burgos una
carta, que le enviaban de Flandes desvirtuando las quo traía el
correo, para saber más de cerca su comunicación y lo que le
avisaban de su casa, y si se había entendido por allá el escru-
tinio que se hacia de él ó la información de ,ln Junta que con
tanta viveza le atendía; donde se conjeturaron algunas sospe-
chas. Él solicitaba su vuelta, y daba á entender que convenia
al estado presente y hacer alguna tregua en Holanda, Yo le
dije muchas veces, me atrevería aaegurar-no saldría el enc-
migb este año á campaña ; y preguntándome que cómo lo sa-
bia, le respondí:— -Porque todas sus fuerzas han bajado á las
Indiag; áque replicó: — Todossusdesignios, y todos sus intentos
serán mortales y de notable estrago-, y esto lo dccia por algu-
nas cosas que le hablan avisado de la patria, por dar calor á
tornar ú ella. No vivía sin cungoja ni sin sobresalto;. discur-
Hondo si su silencio ó lo que habia callado era entendido.
Partió á esta hora D, Diego Mejia al gobierno del Estado de
Hilan para defenderle de las armas de los coaligados en Italia,
y quita por no ver en su casa el estrago , los consejeros de Es-
tado, el alcalde , los alguaciles, el rumor, el estruendo, las
cachilladas y la prísion de ¿nados; que no le había de decir:
■salios de ella*. Con la partida de D. Diego Mejia mudó do po-
sada; con que nos volveremos á poner ahora sobro el Vier-
nes Santo, 15 de Abril de este año. Aquella noche, como dije,
vio hablar al Rey con el duque de Alba (mal presagio para
flamencos por las cabezas quo quitó su abuelo en los Países-
Bajos en la primera rebelión de orden del rey D. Felipe 11):
fué aquella vista no sin alteración ; y hay quien dice que
aquella noche le fué á buscar á su casa para hablarle y á ver
si podía trascender algo de sus cosas y que no te halló. Todo
era en su corazón inquieto inquirir y penetrar si había algo
contra él. Resolvióse, pues, el caso, que aquella noche no do—
8SB
bia de «er otro e) debate sino cómo ^e babia de jiacer. Pre-
vino el Rey aquel dia á D. Antonio de Mendoza , secretario de
Cámara, no faltaso de palacio, para el otro convocar al Con-
sejo de Estado y Guerra , al preGÍdenle del Consejo de Cas-
lilla, á los consejeros, á los alcaldes de Casa y Corte, á los
capitanes do las guardas y otras justicias. A. \d mañana vino el
Duq^ie, siendo de guarda, á vestir á1 Rey, y alli se trató de su
jornada, y dijole que le despacharia ántés de P^cua [qué era
el negocio á que tenía que despacharle), de que ¿1, do lo pri-
mero digo, se alborozó mucho y le besó la mano, refiriendo
liabia ido á ver unos toros ccroa do Madrid, por no irse sin
ver una fiesta tnn encarecida por todo el mundo. Yo lo había
dicho sin saber nada, no más que por las dilaciones que hay
en las cortes én materias de despachos, vería los de San Isidro,
San Juan y Sania Ana, y que para Octubre sCrfa muy posi-
ble no haber partido de aquí ', cosa que tomó con grande aspe-
reza y enojo.
Sábado Santo, pues, á las tres de la tarde, vino el pre-
sidente del Consejo con algunos consejeros á besar la mano
al Rey (pareció cosa nueva -por no ser esta ceremonia do
aquella Pascua); y cuando acabaron de besarle la mano, salió
diciendo á Pedro del Hierro, aposentador mayor do palacio, lo
enseñase aquel pasadizo de la Encarnación que le quería ver;
lodo esto con modo de chacota y entretenimiento: llevóle allá
á él y á los demás, y á la de salida fueron llegando los del
Consejo de Estado so capa citados para el caso. El Rey se entró,
á oír la solemnidad de las completas de este dia , en las Iríbu-
nillas; y en acabándolas se entró en la pieza nueva cerca de su
Cámara, en la cual, las puertas juntadas, esperaban aquellos
ministros y consejeros los oídos atentos á lo que rb había do
hablar para juzgar después; no fallando entre ellos el mayor
que nos gobierna. Estaba puesto en la pieza un bufete y una
silla; entró el Rey y sentóse, y dijo: — Mendoza, traedme una
escribanía ; duque de Arescol, entrad ; y volvió á decir á Don
Antonio de Mendoza: — Cerrad esa puerta; y quedóse á solas
con él.
Aquella mañana se habia Iraido el Prolonotario D. Jeró-
nimo de Villanueva algunos papeles concernientes á la mate-
ria; y Efintado, como digo, y ajusfando hacia sí el bufete para
el intento y propósito, y los papeles alli, imitando, si así se
puede decir, el juicio óttimo que lodos esperamos, severo,
mesurado y enojado el semblante, con la pluma en la mano,
le comenzó á interrogar. Púsole por delante algunas justas ra-
zones de honras y mercedes hechas á su casa, á él y á sus
padres, y ostentando más el brío, le dijo: — Duque de Arescot,
decidme quién eran los que concurrian á vuestra casa a tra-
tar y comunicar con vos materias contra mi servicio, y de qué
calidad eran; quiénes fueron los primeros que pidieron la
junta de los Estados generales, y qué se trató en ella; qué per-
sonas nobles de Flandes, ora fuesen amigos ó deudos , se ba-
bian convocado a esto; qué juntas y pláticas secretas habia
tenido en una casa de campo fuera de Bruselas ; si habia ha-
bido ó le habían convidado con alguna conjuración, y quiénes
eran : decídmelo, duque de Arescot. Y repitió esto muchas ve*
ees, que por su Corona Real , que si se lo decía le perdonaría
y le haría mayores y más crecidas mercedes. El hombre, per-
dido de color y como difunto, sobresaltado en juicio tan hor-
rendo y delante de su Principe, á quien parece se le habia
armado aquella celada no para otra cosa que para tirarlo á
la vida, y fué harto poderle contener, negó; diciendo no en-
tendía ni sabía nada de lo que se le habia preguntado, que
era fiel y buen vasallo. Reconvínole el Rey con la carta que
se le había cogido en Burgos: afirmóse, sin embargo, en la
negativa, deponiendo con afecto lo mucho y bien que habia
servido, su fineza y su lealtad, y que si hubiera servido
á Dios como á S. U. , podia prometerse grandes premios en
la eternidad. Volvió el Rey á preguntarle que le dijese la
verdad, que no quería más que saber los cómplices ; y dijo que
no habia pecado contra sí ni contra su servicio. Fué la digre-
sión larga y el controvertir los dos, según yo pienso y á lo
que pude entender, por más de dos horas; pero viéndose
(il Duque agravado y combatida su honra, que para un hoin-
bra grande no hay mayor dolor, y otrosí viéodose constreñido
de especláculo tan ireméndo, se desbocó y habló al Rey con
claridad del estado miserable de los Países-Bajos, del- pro-
greso infelicísinio de la guerra y de la distribución engañosa
del diaero y de los puntos en que había consistido su ruina;
cosa de que el Rey oo quedó sabroso, ni contento alguno quo
lo oía desde donde estaban los demás ministros. Acá afuera se
hundía el mundo, concurriendo á palacio casi todos los señores
de la corte y los que podían entrar en él , y á los patios y cor-
redores los que no tienen entrada, y toda la plebe; con la con-
vocación de capitanes y soldados de la guarda, alcaldes y al-
guaciles dentro de las piezas, sin saber lo que era, ni atinarlo,
ni que tocase al duque de Aroscol, se hablaba indiferente-
mente sobre varias y distintas cosas: quién decía que todo so-
bre lo que se luchaba era prender al embajador de Francia,
que por insolencias de sus criados y habérselos castigado al-
gunos españoles á estocadas y cuchilladas, habia dado en
desabrirse y no quería ir á palacio ni asistir los días solomnea
en la capilla, ó porque ya se trascendía que el rey Cristia-
nísimo quería romper la guerra con España, la concitaba
nuevos émulos y los ligaba con sus gentes ; y habiéndose ido el
Embajador estos días á recoger al Paular de la Cartuja, en los
montes de Segovia, venerabilísimo convento y de suma auste-
ridad, poroso levantaron apócrifamente los inventores de la
corte y los más vulgares en estas materias que se habia ido
de secreto y sin despedirse del Rey á Francia, y era que le
iba imponiendo en estos disentimientos el Richelieu, su ase-
sor, para dar ambigüedad al rompimiento. Oíros, que era pri-
sión de algunas personas graves, por los aprestos que veían
militares y de justicia allá fuera , porque habiad ido aquellos
días decretos al Consejo de Castilla, en que se le preguntaba
qu¿ pena se había de dar ó castigo al vasallo que no obedecía
las órdenes de su Rey ; creyendo el condestable de Castilla
que iba por él , y que se comenzaba á trazar entonces la
üettniccion y ruina de D. Fadrique de Toledo; que no procedía
con menor furor y sangre que ésla el gobernador. Digo que
creyó el Condestable que esto se hacia por ¿1 y por el con-
destable de Navarra, porque habiéndoles mandado admitie-
sen unas coronelias y levanttisen gente para servir á S. H. con
ella, respondieron que estaban alcanzados y en sumo em-
pego, que no tenían con qué ; pero después ninguno de ellos
se fué á ella que no le pagaron, á lo ménoq el de Castilla
con las alcabalas de Berlanga, Finalmenle, toda la corle es-
taba suspensa y admirada, esperando el &n de novedad tan
grande y en que el Rey en persona se había metido; veían
abrir puertas y cerrar puertas, salir de allá dentro, y entrar y
salir al Protonotario, y siempre convocando gente, y puesto y
embarazado el retrute, y hecha custodia por los escuderos en
la antecámara de guardas y otros ministros de centinela.
Viendo el Roy que el duque de Arescot estaba firme en su
propósito, y que jio habla podido con cuanto le había conju-
rado hacerle declarar nada, que le habla forzado por muchos
caminos á ello, y que se habia defendido y alegado sucesos y
razones en favor suyo y de su ñdetidad . le mandó que no se
fuese de alli, y entrándose en su cámara, dijo á los del Consejo
de Estado. y á los de Castilla lo que le habia pasado. Entera-
dos ya ellos, sín embargo de lo que habian oído, y dicholes
también lo antecedente y que votasen lo que se había de ha-
cer cun ello, comenzaron á votar, y todos fueron de parecer
que le prendiesen y se conociese enteramente de su causa:
uno hubo mas rígido que votó le corlasen la cabeza. En estos
intermedios dicen que salió el conde de Olivares allá fuera
donde estaba el Duque y le comenzó á exhortar como do
amigo, y que de oficio dijese lo que se le había preguntado, que
no se pretendía más que saber las personas que le habían ha-
blado en materias referentes á la seguridad del Príncipe; que
no se aventurase, antes que obligase á S. M. á que le perdo-
nase la omisión y le hiciese merced: esto fué, si no á la letra,
en suma la sustancia do la exhortación. Aquél volvió, no sin
grande cólera, á defenderse y á blasonar de los servicios de
su casa, sangre y lealtad. Volvió el conde á entrarse allá
dentro, y aun dicen fueron más las amonestaciones que se le
hicieron, y viendo do se podia conseguir nsda. votada la pri'
sioD y tras algunas circunstancias que referiré, se dio orden
para prender á algunos camaradas que habían vemdo acom-
paüándole de Flaodes. al secretario y demás criados, que se
le visitase la casa , mirasen los escritorios y papeles y se co-
giesen y enviasen á palacio. Salió el Protonotario á dar la or-
den de esto á un alcalde de corte, partió con los alguaciles,
y acotoeüó la casa, que era junto á loe PremOstratenses, donde
se ejecutó todo, no sin algún alboroto y mido de cuchilladas
en que hubo efusión de sangre; y á la hora de las diez de la no<
che, y cuando en la corte estaba divulgado el caso y los te-
merosos redimidos del cuidado, salió el Protonotario, y lle-
vando la orden de prender al Duque le sacó de la pieza, y
llevándole por al retrete, sacando su llave para abrir, se lo
estorbó el escudero de á pié que era de guarda, como se lo ha-
bían dicho, dicióndole : — No puede V. E. salir por aqui ; á que
él calló por el quebranto grande que llevaba eo su corazOn,
y dándose por entendido de que le cerraban aquella puerta,
quiso resistir, previniéndole las iras de los tiempos este lance,
ó porque no estaban allí las personas á quien le habia de en-
tregar, ó porque con esta acción se le daba á entenderse le
exoneraba del o6cÍo y calidades de genülhombre de la Cá-
mara, á los cuales solamente toca et entrar y salir por aquella
puerta, y se fulminaba sobre su persona el ir en desgracia y
onojo del Principe, y que comenzaba á probar sus disfavores;
«extraña cosa habéis de vender á vuestros deudos y sangre, ó
si no 05 harán verter la vuestra >.
Esto io entendió y lo supo decir aquel famoso porlugués
Alfonso de Alburquerque, gloría de la India Oriental, cuando
los ministros del rey D. Manuel de Portugal emulaban sus
acciones, mal con el Rey por amor de los hombres, mal con
los hombres por amor del Rey: ¿á qué lastimosos casos obliga
esta ley de vasallo, y qué raras y extravagantes son las artes
de los príncipes? Tal vez con el ruido de la majestad se sus-
penderán de las obligaciones, y á aquel yerro que causó el
descuido hallaron motivo cn el más Gel para relevarse de
9M
m^- . _ .
la objdcion. Hablan sido grandes las pérdidas, gmndo el
descrédito, y hallaron por convenienle probarle antes á un
escrúpulo de vacilación en lafe que no á la falta de provi-
dencia en el gobierno. Extraña fué también esta invención
do los hombres, y notable su resolución en entregarse á
uno, y á uno con ellos, y hacer inventario de la vida, la
honra, la mujer, los hijos, la hacienda y los demás talentos
dol albedrio y de hombre para entregárselos, y quizá no de
mejores ni mas loables costumbres que otro. En los principios
de la antigüedad, aquol pueblo, que desde la creación del
mundo fué regido y administrado por Dios ó por sus vicarios
que había de sacar de allí la carne para su unigénito hijo,
tropezando y dando de ojos en este devaneo, queriendo aban-
donar ol dominio sacerdotal, no reparando é\ que era el más
piadoso y ajustado á la razón por la dignidad más natural y
legítimo y acomodado de Dios, les avisaron no sin particular
auxilio do las calamidades que les habían de sobrevenir para
esta petición , que todas le salieron ciertas ; que se les servi-
rían de las vidas de las mujeres y los hijos, que usarían con
todo el poder do su albedrio, les lomarían las bestias, se las
arrojarían á sí (que no dijesen las virtudes], conviene á saber:
la legal administración en la justicia, la distribución fiel en las
mercedes, la templanza en el poder, la modestia en los rega-
los, la vigilancia en la grey y la observancia en los preceptos
sagrados, la defensa en la fe, el culto de la religión, y asi
.para que no nos engañen con su erección ni con los vanos
fundamentos, de que lo heredaron sus príncipes antes y des-
pués de este suceso todos arribaron á esta invención por ti-
ranía ó por homícianos. Cuando el varón grande, no por vio-
lencia ni por usurpación, sino por virtudes ó por necesidad
que hay de él, se deja elegir y se atreve á investirse los cui-
dados y fatigas de Príncipe y se convierte en ellos, y todo en
la utilidad por las leyes y por la salud de los pueblos, y vela
sobre su amplificación y descanso, y es el primero á lidiar con
los Violadores de estos derechos, justamente es buen gober-
nador y merece el tilutu de Rey; mas cuando aquel convierte
3«5
lodo loque le dieron aquellos, toda la soberonlDi.el'man^ y
su saber en ocio, vicios y delicias, y en ser no más que el
disfrutador de las cosas más preciosas, alimentándose sin un
instante de intermisión del sudor ajeno, dándose á creer que lo
licito todo le toca y le conviene, éste, cuando algunos do los
subditos se divierten en lo que quiere que le pertenezca, si ¿I
duerme á los progresos de su conservación y gobierno, ce-
diéndolos en otro, ¿qué mucho que caiga en eslos y en otros
mayores inconvenienles? ¡ Quó dichosas son aquellas repúbli-
cas que se gobiernan por los viejos, y no lodos sino los esco-
gidos y los mejores, los prudentes y los sabios, que fuera es-
tán de inclinarse al respeto humano ó al que quiso envanecer
la fortuna, ó al apetito del que por que es mi criado, que lodo
se lo debo, ó que todo se le dé, no crecerán ni serán más en-
tendidos que otros;'pero más gustosos los pueblos, más per-
durables en su posteridad, más larga la estirpe de las fami-
lias, sin atrevérsele la invasión de las naciones forasteras ni
el continuo estruendo y ruido de las armas del peligrar ó zo-
zobrar en ellos!
Digo, pues, volviendo á nuestro discurso, que no deja-
ron al duque de Arescot salir por el retrete: el Protono-
tario le dijo viniese por la antecámara, y en estando allí hizo
señas á U. Francisco Zapata, teniente de la Guarda Española,
que, con la orden que tenia, esperaba alli con la mano y con
los ojos qué llevarse. Salió aquel caballero suspirando y lleno
de mortal congoja y aflicción, tanto que causaba lástima el
verte, y cuando vio á Zapata delante de si, lo dijo: — ¿Adonde
ramos, Sr. ü. Francisco? El le respondió: — Venga V. E., el
marqués de Gelbes lo dirá [que era capitán de la Guarda) , y
añadió: pienso que á la fortaleza de la Alameda de Barajas. A
que él replicó; — Larga será mi prisión; yo no he pecado. Sacólo
el marqués de Gelbes de palacio y entregósele al alcalde Don
Juan de Quiñones, que le llevó á la fortaleza. No quedó el Rey
gustoso aquella noche de lance semejante, como suceso nuevo,
y que tal género de cosas jamás lo babia usado; porque la lu-
cha del Principe y del vasallo no puede ser desazón para oín-
gano, porqufl accidentes somejantcs siempre se remiten al
juicio de los letrados, y sólo queda para él el darle cuenta de
lo que se t& obrando. La corte y toda la nobleza estuvo en
suma admiración: lo que se decía de él , y todo lo demás que
se pudo apurar de esto fué que habia callado, y sabe Dios si
hubo de qué ó fué presunción 6 miedo, y haber tomado esta
Iraza para saberlo; lo cierto es, que aventuraron demasiada-
mente al hombre, y que por entonces fué suerte el do perder
la yida del sobresalto y la congoja, si bien después la rindió
al suceso. A la misma hora en Flandes bizo prender el mar-
qués de Aitona, de orden del Bey, al principe de Barbanzon,
y al obispo de Malinas y á oíros nobles por las causas refe-
ridas; y huyó el principe de Nassau á París, quedando en el
ejército del rey de Francia, principal autor y atizador de este
fuego; pero á la misma sazoo se restituyó á la gracia del rey
Católico el duque de AgamonL
Desnudándose el Rey aquella noche, reféria á los gentil-
hombres de su Cámara, no sin compasión y ternura, algo de lo
sucedido entre S. H. y el Duque, diciendo le quedaban las ma-
Dos abiertas para hacerle merced cuando lo pidiese la oca-
sión. Al otro dia; desde la fortaleza le escribió un papel en que
(asi lo dicen ] relató largamente lo que se le habia preguntado;
de que dijo el Rey, que si á loa principios lo hubiera hecho
no hubiera pasado el caso tan adelante: fuéronle á ver y visi-
tar los grandes y caballeros de la corte, y dentro de muy po-
cos días, después de la vuelta del Bey de Aranjuez aquel Abril,
le pasaron á la fortaleza de Pinto, y siempre con un guarda
mayor y doce guardas; y pasados algunos meses, que en la
mitad del camino de Madrid y Pinto salió el Duque, y el conde
de Olivares, llevando á D. Antonio de Conlreras, del Consejo
Beal, y á Lázaro de los Ríos, secretario de Cámara y de la
causa, le tomaron le confesión, y después se despidieron ei
Conde y el Duque alegremente y con muchos abrazos. Hoy
que hace un año que se ejecutó este suceso . sin embargo
yace en la corle como preso y retirado sin poder trascender
el fin. Novedad que tanto admiró el mundo, un señor rodeado
887
de tantos bienes rerle ahora sin libertad de su Rey, ni ejercicio,
ni posesión de riquezas y honores de fortuna, fuerade su natu-
ral patria, sin su mujer é hijos, deudos, criados y allegados;
esto es ser vasallo en esta era (fortuna que ban corrido y cor-
rerán mucho), afligido y desconsolado, que hay duda si que-
dera para ello, punto que no carece de cuidado, y de c¿mo
saldrá de él , porque tantas cosas podremos remitir al liempo
que no baste la vida á acabarlas. Vino un hermano suyo ca-
puchino, de Flandes, para ayudarle y tratar de su eausa , y
con este ánimo y este valor desvaner el intento y el haberse
concitado contra su persona; porque aquellos vasallos llevan
mal el ser gobernados de otro que no sea alguno de sus prin-
cipes.
En Alemania proseguía la guerra, sin omitir un punto de
descanso al trabajo ni á la fatiga de los vivientes; con tan ri-
gurosa obstinación procedían los enemigos, sin obstarles et fin
miserable de sus caudillos y capitanes, y el malogro vergonzoso
de sus trazas y consejo». Los cabos del ejército del César, síh
embarazo ó turbación de infidelidad, proseguían en el obrar
con gallardía y denuedo, recuperando las tierras perdidas por
la maldad de la cabeza, velando los escuadrones y las tropas
de cabEflleria, en los lugares y puestos que las encontraba , el
conde Matías Gataso, quien, con parte del ejército imperial,
rompió y degolló la gente del duque Bernardo de Veimar y él
se puso en la fuga. En los capítulos pasados dije como ésto es
desoendiente de aquel duque Juan Federico de Sajorna, que
alterando la Alemania y el Landgrave en los tiempos gloriosos
del grande emperador Carlos V, poniendo cada uno de su
parte y en apoyo de su opinión potentísimos ejércitos, el do
Sajonia para echar al emperador de Alemania, el César para
constreñirle y forzarle á la obediencia de ta Religión Católica
y suya, fué desbaratado y preso después de haber pasado el
Atbis y dado los Estados á su hermano; y tal memoria y cas-
tigo vive en la sangre de los descendientes, que hoy, con la
moción de tantos enemigos y otras calamidades de nuestra na-
cion, se han abierto puertas para la venganza, y les ha parecido
propÜsilo éste tiempo para atrevéreenos con la injaría y ¡as
armas. Estos sucesos y otros pretendíanse por el francés en
Flandes y en Italia contra los designios y materias del rey
Católico y contra la seguridad, teniendo entre manos algunos
muy importantes, como veremos en su lugar, y deseando con-
ducirlos con fortuna á su asiento y esfera, porque habían
de conseguirse, no sin mucho afán y fatiga y contra los per-
versos dictámenes de los malos, y so habia de proteger contra
ios vientos de Iüs ambiciosos, tanto con la industria como con
la espada, y se habian de contrastar, sin embargo, sus ardides
y cautelas por muchos y por muy varios caminos hasta arri-
bar á pesar suyo al fin conveniente, y pretendiendo con orden
particular que se les envió para ello, necesilando para todo
como Principe cristiano de tas ocurrencias del cielo y del
auxilio divino. Los embajadores del Rey en Boma, hablaron
otra vez al Papa pidiendo la promulgación de un jubileo en
toda la cristiandad para los buenos sucesos de ella; conce-
dióle y, más humano el Papa á nuestras cosas, un socorra
de iOO.OOO escudos para las guerras de Alemania, echando
sobre todas las rentas de los eclesiásticos en el Estado de la
Iglesia dos escudos por un año sobre cada ciento de renta.
£1 príncipe Tomás, hermano de Viiorio, duque deSaboya,
desabrido con él, no tanto por la liga con el francés, como
por haber consentido una afrenta tan grande como tener fran-
ceses en Piñarolo y otras plazas en forma de presidio y sujeción,
cosa que ninguno de sus pasados sufrió antes que se le toma-
seo por armas; por esto, y oíros particulares suyos que entre
hermanos nunca fallan, ganado, pues, por algún fin pretendido
6 de necesidad ó de agradecimiento por los beneficios en eras
lan antiguas y presentes hechas á sus hermanos , dejó su tierra
y domicilio, y el Duque, su hermano (y plegué á Dios que no
fuese con ardid de espia, por lo poco que duró en el servicio
del Rey], y llevando la princesa de Cariñano, bija del conde
do Suasons, de la sangre real de Francia , pero al fin de esta
nación, y ellos saboyanos, pasó ai Eslado de Hilan para que
quedase alü por cuenta del Rey y á cargo de los gobernado-
rrá, jr el Príncipe pasó á Flaodes ¿ servir, aT miüño tiempo
quo por curiosidad de ver lierras y naciones eitranjeras.
Ladislao, hermano del rey de Polonia , primo hermano de
S. A. el infante D. Fernando, porque las madres de ambos
eran hermanas, hijas de Carlos, archiduque de Austria, y de
Haria de Baviera, en Estiría, afecto por sangre y por religión á
los principes de aquestas augustísimas Casas, pasó también no
té con quó intento: quién dice (así nos lo mintieron] que de-
seaba por esposa á la princesa de Astillano y meter los pies
en el reino de Ñapóles. Los ardides y cautelas de nuestros dias
andaban tan vivos rodeando nuestras Corones , que, por ios mu-
chos que hemos tocado, no se admirará nadie ni lo tendrá por
dislates! reparamos en esta peregrinación. Hospedóle el In-
fante magniGcamente por algunos dias, bisóle muchos y muy
ricos presentes, dióle seis caballos, y joyas á los que le acom-
pañaban , y despedido de allí aquel Principe, con el agradeci-
miento que era justo á la generosidad del hospedaje, regoci-
jado sumamente con justa admiración de las heroicas partes y
virtudes de aquel Príncipe, caminó á Alemania; quién dice
que á hallarse en el ejército del Emperador, si bien en cuanto
hemos leido de aquella jornada, desde el Danubio hasta el
Rhin, no he visto que ninguno de los escritores haga mención
de Ladislao, hermano del rey de Polonia, en ningún regi-
miento de caballería; y lo cierto es, que más aína se encami-
naría á Cracovia , corte de aquel Rey, ó á otra ciudad de Po-
lonia á descansar del largo viaje y de sus discursos; lo cierto
es que la sangre y las riquezas de aquella Príocesa podían
muy bien solicitarle el corazón.
Persistían á esta hora los franceses en el sitio de Brisac, en
la Alsacia. En Piíerto-Ríco, que no hay parte, por remota que
sea, que no eiperimente las iras sanguinosas de muerte, en la
isla de San Juan , situada en el Occidente en el principio de la
Isla Española, el gobernador Brochero tomó en Puerto-Rico á
los corsarios de Holanda trece urcas de á 50O toneladas cada
una: éstos, con la comodidad de lo que han ocupado en el
Brasil y laansiadeestableceralli plaza de armas para loa robos
870
y* usurpaciones He ambas Indios, y llegarse más á la Habana
para acometer á sus tiempos las Ilotas y galeones de la plata,
no sólo se contentan con lomar puertos tan considerables, 9Íno
{jue reconocen las Islas menores y despobladas de aquellos
rumbos, y á las que tienen alguna población las asaltan, y
en las que no, la pretenden establecer y fundar do sus gentes,
fabricando fuerlos en ellas, aunque de obra muelle y delez-
nable, como lo han hecho en la isla de San Cristóbal y en la
de San Martín, do que han sido arrojados tantas veces por
D. Fadrique de Tolelo y algunos de nuestros capitanes, á pro-
pósito y no para otro fin que para ser ladrones (vicio prin-
cipal de la ^irania), como se lo enseñaron sus abuelos y ellos
lo siguen y decoran su imitación.
Como nuestros decretos, aunque encaminados por necesi-
dad forzosa y otras materias de calidad que lo piden, á quo
siempre están sujetas grandes monarquías, son gobernados
por la violencia ánies que por la templanza, y de ordinario
caminan á derogar el sagrado de los fueros y ó pervertir ios
derechos de la libertad (merced de la naturaleza y del cielo),
no es mucho quo los más de ellos no surtan la utilidad que
se desea; antes al contrarío, obligan á atentar contra la ma-
jestad, acción que aunque so lavo con sangre resfria el amor
de los vasallos con tales inconvenientes, y á que se pueda tur-
bar la tranquilidad y el sosiego y la armonía prudencial del
gobierno.
El atrevimiento de los naturales de Bilbao (de algunos de
ellos digo, y los más plebeyos, quo siempre hablé con res^
peto de la nación vizcaína, porque tales marineros y solda-
dos, tales hazañas y su tan antigua fidelidad es justo que la
venere la pluma, y antes que en el vituperio proceda en su
alabanza), digo quo el atrevimiento de Bilbao, apuntado en lo
de atrás y comunmente entendido do todos, como á entrar
en hs casas do los ministros, romper las Cédulas Reales y
otras amenazas y extorsiones cometidas sin reparo y respeto,
como cosa tan pública, si bien se disimuló por algunos días
DO durmió el castigo, que aunque confinante con la Francia en
371
tiempos tan revueltos, para el ejemplo de las otras fronteras no
quisieron disimularles la bravura nj la confianza; aviso que se
tlaba ¿ los catalanes para que se mejorasen de sentimientos:
finalmente, se resolvió en el remedio, porque en otras ocur-
rencias forzosas (como dije] á la calidad de buen guerrero no
despertasen mayores alteraciones, y no se hizo sin junta parti-
cular y consejo. Varios modos se discurrieron y á qué justicias
se comeieria: quisieron enviar á algún alcalde de Corte, de
Castilla; mas pareció, por los más atinados, lo ejecutase alguno
de la nación, con el auiilio y resguardo de bs nobles, porque
no reclamasen segunda vez sus fueros y privilegios, y que
so les castigaba con justicias forasteras. Encargóse mucho el
liento en este caso, y examinar cautamente, antes de entrar en
el castigo, el ánimo de los más fieles: á los nobles se les dijo
era fealdad que delante de si y á sus ojos pocos hombres, y
esos plebeyos y sin prendas, se hubiesen atrevido á contras-
tar las órdenes del Rey y el mayor blasón de su calidad por
estar á cargo suyo y de su sangre este dictamen; que le hi-
ciesen rostro, amparasen los oficiales de la justicia, en cuyo
fundamento consistía toda su seguridad y consonancia de
buen gobierno, que castigasen severamente los agresores y
diesen todo ejemplo de fidelidad á los vecinos. Hallando, pues,
calor en los mejores de la provincia, se resolvió el negocio y
encargó la ejecución al duque de Ciudad-Real, nieto de Don
Juan Idiazquez; y este caballero, sabiendo la voluntad del Rey,
pronto como siempre á su servicio y como sus pasados, á
los 20 de Abril entró disimuladamente en la villa de Bilbao,
tratando más de fiestas y de ser recibido que de otro ningún
cuidado, ni de darle á los naturales. Pasados algunos dias,
y cuando lo pedia la ocasión , comenzó á rondar todas las no-
ches como Alcalde ordinario en aquel distrito, y hallando que
los alborotadores se estaban con la libertad que antes, y más
licenciosos en el hablar y traer armas prohibidas, fué pren-
diendo algunos de los que topaba después de la hora señalada,
y mostrando rigor con ellos, en pocos diae los redujo debajo
de temor, desvaneciendo los discursos de los recelosos que
372
lemian el castigo y esperaban la enmienda, deshaciendo las
sospechas cuando veían echaban algunos de la cúrcel , asegu-
rando por aqui los Iransgresorcs y culpados, y man teniéndolos
más Brmemente en el descuido de sus conciencias. A los ocho
dias de su llegada, ncudiú leda la gente principal del señorío á
ofrecérsele para lodo lo que les quisiese mandar en servicio da
S. H.: eran muy ordinarios en estas recomendciciones, y con
gran fervor en ocho ó diez de los más calilicados; asistiendo
al ayuntamiento y hallándose al salir el Duque de su casa
para acompañarle; costumbre y estilo antiguo que tienen y
han tenido con los predecesores suyos, dueños de las casas de
Buitrón Y Mujica. Viendo que todos se le ofrecían llanamente y
con deseo y calor de castigar la plebe, que habia cobrado más
orgullo del que convenia, para la malicia de algunos trató de
declararse, y dijo : que si S. H, se sirviese de hacer alguna de-
mostración en los actores del desorden pasado, y de la rotura
de las cédulas de cómo se habia de vender y distribuir la sal,
todo hombre de calklad y de obligaciones y del origen y san-
gro de las nobles y antiguas familias do Vizcaya , debiera asis-
tir con prontitud á la ejecución y la ley de vasallo, pena de
faltar al Principe, asi y á la patria, que no tiene más valor
que el que lo da la autoridad real. Fué bien admitida la plá-
tica; con que asegurado de la mayor parte de toda la nobleza
y de (Duchos del pueblo, y reconocidos los bulliciosos, alistó los
que habia de una parte y otra, y halló que eran tnás y mejo-
res los fieles; con que persuadió al Corregidor y á los demás
ministros y criados del Rey, que estaban en Bilbao, que trata-
son de castigar los deservidores, que era obligación precisa de
la lealtad y de la sangro, asegurándoles que sin riesgo ninguno
ee podía hacer. No fué esto muy fácil de dar á entender al
Corregidor ni de hacerle venir en ello, por el recato que
siempre debe conservar un gobernador en los motivos de cas-
ligar, temiendo el Gn, particularmente en hombres de ánimo
feroz y duros de corregir, y más cuando son dados con dema-
siado calor á resguardarac en el sagrado de las leyes con que
se eolregaron al Prmcipe; no sea que de no salir bien con él
373
so le prohije el suceso bí fuere adverso, porque no dejan de
ser de cuidado tales remedios por la noticia de loe ejemplares,
y porque el Corregidor y los demás habían visto y oído tañías
■Dicnazas á sus ojos y tantos tos que eran malos, que ponía
en duda el oslado de las dos balanzas y el poder hacer juicio
de ellas; poro sin embargo de lodo esto, le parccia á él que
era mayor el número de los malos que el de los buenos.
Viendo el duque de Ciudad-Roal que si se dilataba la ejecu-
ción se aventuraba el suceso y el servicio del Rey, que era lo
más que se pretendía, esperando por horas la satisfacción del
atrevimiento, y que, como se babia experimeniadoel año an-
tecedente, por no acudir con brevedad al remedio se podrian
aumentar diOcultades difiriéndolo á más simples dilaciones,
hizo con esfuerzo instancia por escrito al Corregidor, tomando
sobre sí el ries-jo y seguro de los ministros, y de salir á su
defensa, afirmando, con razones que díó para ello, que la eje-
cución seria con toda quietud; con que no pudieron dejar de
condescender con sus pretextos, no obstante que suá temores
eran grandes y tenian señales en qiie fundarse. Ya les parecía
que se alteraba la provincia, que se mctia lodo al fuego y á
la desolación, y que veian sus casas y haciendas abrasadas.
Resuelto, pues, esto á 23 do Mayo, salieron lodos aquella
noche á rondar la villa, el Duque, el Corregidor y su secreta-
rio, sin otra gente ni resguardo, por no dar que sospechar; de-
terminaron con esto la forma que se habia de tener en pren-
der los delincuentes, y fué á las cuatro de la mañana y echó
un bando, en que se mandaba á todos los vecinos que nin-
guno saliese do su casa, pena de la vida. Dlóse orden á los
cabos de las calles, que son como capitanes, que cada uno sa-
liese con la gente de su callea nueve puestos señalados, porque
impidiesen la salida y entrada do la villa. A esta misma hora
acometieron hacer las prisiones D. Alonso de Üría, oidor de
Méjico, y D. Jerónimo de Luna, alcalde de hijosdalgo de Gra-
nada, como lo tenian ordenado , y fueron á casa del Corregidor
á la misma hora, poniendo dos compafíias de guardia para la
seguridad de sus personas. No durmió el Duque aquella noche
874
ai se recogió & su casa; rondando hasta cerca del día ; y tor--
Dando á su casa, á aquella hora volvió á salir en cuerpo con
una bengala on la mano acompañado de nueve cabalieroi,
D. Francisco de Aguirre y Álava, D. Pedro Idíaqucz, el li-
cenciado Juan Buzquitio, D. Martin do MuTiibe, D. Gaspar de
Aldalpe, D. Amonio de Mujica, D. Lope do Basurto,. D. Amonio
de Buitrón, y D. Jitan de Bibetana, teniente de preboste ma-
yor, sus criados y algunos alguaciles; excusando á los demás
caballeros de la villa porque estuviesen prontos á aaiir con la
gente do su calle cuando fuesen llamados.
Dispuesto lodo en esta Forma, cerraron con las casas délos
reos, prendieron dos, derribándoles las paertas, y buscáronse
los que desnudos se habían escondido al primer sobresalta y
raido, pues no viviau sin temor de lo que les había de suce-
der, porque casos tales jamás los dejó la razón sin castigo: es-
capáronse dos y otro fué cogido en su cama¡ prendieron otros
tres, porque era el buscar en diversas estancias con las manos
de los que eran llamados ¿ la ^uardlti de las calles que ha-
bian acudido á sus puestos señalados. Los doce regidores de la
villa y el procurador general salieron á la hora, viendo el es-
tado que tenia el hecho y la revolución de la tierra, con sus
armas de fuego, pero á tiempo que ya estaban hechas las pri-
meras prisiones.
Vióse allí la fidelidad de muchos en el acudir, ea la pres-
teza en ponerse al lado del Duque y de las justicias, en la obe-
diencia de las órdenes, en ponerse \os más estirados con
prontitud al riesgo, á la defensa de la causa del Rey y pública
contra los turbadores del sosiego, en que se descubrió la gran
fineza de la nación ; estimando más aína la lealtad al Principe
que la entera observancia de sus fueros eo aquella ocasión.
Avisaron dias ánies á algunos clérigos, alentados en casos tales
y con mayor ardor que los legos, que hiciesen fuga. Respon-
dieron que si el Rey los quería castigar, querían más aina mo-
rir en la patria que no vivir fugitivos y dilineuenles en la fe,
y muchos de los sospechosos no se movieron , fundados en esta
misma opinión 3 esperanza , y resolvieron esperar eo sus casas
375
conocidos por reos, quizá confiados en la lisia de aus fueros y
franquezas, que ellos intitulan libertades por guarecerse en
ellas; pero esta vez se les pretendió hacer delito, porque la
ira del Principe en estos hechos es de mayor poder que aque*
líos títulos, y los deroga cuando so ve la majestad ofendida
j como raudal impetuoso, originado de tempestad horrenda,
derriba los cimientos más levantados y echa por tierra los
homenajes de la nobleza.
Presos, pues, los actores, á las siete de la mañana fué el
Corregidor á la cárcel , fulminó proceso, y concluida la causa
condenó á muerte á seis de ellos: al licenciado Morga y Sara-
bia y Juan de la Puente, y al secretario del Señorío Martín
Ochoa de Jaravide, y dieron garrote en la cárcel á Juan de la
Rabaster y á dos hemanos llamados Vizcaiganos, los más va-
lientes del común, y ahorcaron públicamente en la plaza loa
primeros, que fueron de los incitadores y los que movigron al
atrevimiento con dos que se huyeron, cuyos nombres fueron
Diego do Arta y Martin de Arauco. A un clérigo llamado Ar-
mona quisieron haber á las manos, mas él se dio tanta dili*
gencia que libró en sus pies su salud. Fué ejecutado este cas-
tigo, no sin miedo ni confusión de los naturales, á 24 de Mayo,
antes de anochecer, en la plaza pública y en la cárcel, con gran
quietud y silencio de la gente popular, hallándose el Idiaqucz
á la vista de todo para mediar cualquiera accidente y dar
autoridad á la justicia.
Refieren las memorias, que aquel castigo le pidió Viz-
caya, y es muy de creer de la fidelidad de familias y casas
tan grandes, ejercitadas por tantos siglos en la fe y en clamor
de su Principe con hechos y hazañas dignas de la perpetuidad
del bronce. Las prisiones hizo la villa de Bilbao, y en su
nombre el duque de Ciudad-Real con su Alcalde, y la causa
sentenció el Corregidor y la ejecutó el teniente de preboste
mayor y dos secretarios del número, sin que interviniese en su
jnrisdiccion ninguna de las justicias forasteras ni de fuera del Se-
fiorio, que fué alguna parte de consuelo que les quedó á los es-
carmentados, y que en esto se les guardasen sus preeminencias,
9tt
aDhafiDiTo m£s aína por esto que por la vida? Dieapites de la
lempestad se vio claro y sereno el cielo, y se les envió al Di-
putado general á decirles, que S. M. les relevaba del decreto de
la sal y quería no se entendiese con ellos, y que de nuevo
les confirmaba sus fueros inviolablemente y daba perdón ge-
neral á los demás culpados; con que se alegró la tierra y
ellos lo celebraron con Gestas. Restituyéronse a Bermeo más de
cien marineros que se hallaron en la revolución, y volvieron
algunos fugitivos á sus casas. Este fin tuvo este arbitrio alli , y
en nuestra tierra que clamó, por ser excesivo, con las voces
que por su carestía daban los pueblos y contratantes, y aun-
que se bajó á razonable precio, todavía pareció pesado, por
haber pocas cosas que no necesiten de este condimento; y de
esta manera castigáronse en Vizcaya, con esta severidad,
prontitud y prudencia, los delitos contra la majestad.
De aquí se pasó, después de largo conocimiento de su
causa en el Consejo de las Indias, á castigar al general D. Juan
deBenavides, por la pérdida de la flota de Nueva España:
jueves á 26 de Hayo le sacaron de Carmena, donde había te-
nido su prisión, y le llevaron á Sevilla; y alli, públicamente,
á D. Juan de Leos, su Almirante, echaron al PeBon perpe-
tuamente, donde también acabó la vida. ¡ Ejemplo para aque-
llos que pudiéndola sacrificar al valor y á la honra, cuando se
acompaña con el derecho divino, y al aliento militar de sol-
dado, no la rindan á la vileza y descrédito de la cobardía, y
podiendo morir á la hidalguía del plomo y de la pólvora no
la abatan á la villanía del cadalso y del cuchillol
Aquel espectáculo que acabamos de referir se recitó en
Vizcaya; aquel horror que por tales sucesos queda en el cora-
zon de los subditos, así en aquellas como en estas coronas,
que por más que sean justos no ayudan, antes resfrian el
amor y los afectos para con el Príncipe, por los motivos que se
les da para ello; aquellas muertes y aquellos asombros, cuando
no la incertídumbre de los fines á dar causas á mayores
riesgos, todo digno de reparo en sujeto dotado de prudencia,
no refrenaron la sed del gobernador en el exceso de tos trí-
377
butos; tocando ya esto nii'is que en nccosidad en vicio, y dando
por causa que el Rey ha de ser ci sobrado y no ol vasallo, quQ
no se podia venir á buena paz si no es haciendo buena guerra,
y que ¿sla habia de ser á su costa, introduciendo los pechos
do Castilla en los demás reinos, y que ellos se gobernasen por
nuestras leyes, entrándose por aquí ú la coadyuvacion de to-
dos; cosa notablemente rara ¡Y que este intento no diese cui-
dado y no hiciese reparar el despeñarse de temerario! Ila-
cianse estas llagas y esperábanse mayores y la destrucción
de todo yerro digno do corregir, porque teniendo el Roy to-
dos sus haberes y rentas de la industria y fatiga de los vasa-
llos, si ellos están fallidos y no tienen que le dar, ¿de dónde lia
de estar rico? De suerte que tan digno es esto de reparo como
de tener reino.
El oGcio de Rey no es otra cosa que una imitación del
labrador de tierras, ora sea en estn ó en aquella mies: si éste
con mano artificiosa, después de la cultura, sabiamente dis-
tribuyere el grano, cogcrálo cien veces multiplicado (lee*
cienes del Evangelio); y si suspendiere la labor y la dejase
desierta , será desfraudador de sus mismos bienes. Quien
quisiere soldados, capitanps, gobernadores, marineros y do-
mésticos, beneficielos; quien quisiera empresas, victorias y
otras buenas fortunasen mar y tierra, solicítelas con los pre-
mios , que eso es aumentarse, y fsecOrclo; quien quisiere mi-
llones, siémbrelos para que se los vuelvan á dar, y aunque
aprecio no sea todo, en los forasteros que muchas veces con
capa de afectos ó de amigos fingidos se los usurpan, y más
cuando allí no se coge lo que so siembra ó no se siembra
pues no se coge.
Digo, pues, que aquel suceso de Vizcaya no refrenó la
sed del gobernador en el exceso de los tríbulos: despertó
uno, y l6 publicó, de que todo lo que se vareaso en los mer-
caderes, así en telas, lienzos y sedas, rindiese el dozavo y se
quítase á la vara. La confusión en la corto y en los demás
pueblos sobre cómo se hablan de haber con él y cobrar esto
tributo ero notable. Luego al punto se cerraron las puertas
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aélos mercacteres, embarazándoles el comercio y midiéndoles
cuanto tenian en las tiendas, con aviso que había de ser cada
mes: extorsión gravísima, pues lodos cuarilos mancebos tenían
para el despacho eran menester, y muchos más, para atender
á esto; con qUe fracasaba la industria y el poderse aumentar,
quebraban los tales, y aunque desoló esto impulso lodo faltaba,
ya «I estudio no era otro entro los artilices, por redimirse do
la vejación, sino cómo se malearían las mercadurías, las tra-
mas y sedas, y que quedasen los compradores dagniGcados en
el precio y en la materia. Replicaron los ciudadanos á esto,
como interesados en lo que les pertenece . del gobierno y co-
mercio, y cerráronse las puertas. Quisieron para apretar más
la codicia, hasta esprimir la sangre, sellar los telares de los
tejedores y lo que 80 lejía. Scgovia no lo llevó á bien, y los
do Toledo, en número do 600 , fueron al ayuntamiento, y con
voces y amenazas, en forma de tumulto o conmoción , dijeron
DO se sellasen los telares, y^uspendieron la labor; daño ptor
quo el tríbulo, porque el ocio, como nos lo habla la experiencia
y nos tiene insinuado, sólo Ríales y peligros acarrea. Dicen que
quisieron arremeter á las casas del ñogidor y Jurado quo lo
votó para quemarlas, porque los dueños estaban en Madrid
con el reino junto en Cortes: con que se suspendió la orden y
el arbitrio, y lo que cslo podía montar so cclió en el vino, y
la vara se restituyó á su antiguo ser. Tras este suceso salió un
decreto en que no se pagíisen los salarios este año á níoguti
consejero, secretario ni otro ministro, quo se los librarían en
ciertos pedidos quo habia concedido ei reino demás de los or-
dinarios, los cuales nadie los hiibia querido comprar, ni los
asciitislas, ni hombres de negocios, ni otro alguno do los quu
andan con su dinero á emplearlo los liabia querido admitir
ni dar un real sobre ellos, por la dificultad de su cobranza y
porque apenas podía ser de efecto ni liabia suslanña en los
primeros. Aunque cslo parece quo podía alegrar al pueblo,
por las muciMS riquezas que esios tienen (de los consejeruü
digo), de grandes fábricas, de casas, posesiones, juros, compras
de lugares y de tierras, cuando en sus pi incipios no tenían za-
palos, y aun se lolcrnra esto sí no fuero)) soberbios y presun-
tuosos y se cODOCiclan y tuvieran huinililaü; poro todavía
corno influencia de quitar, que siempre estaba flechando y pen-
diente sobro nuestros cuollos como ) ugu inlolerablo y pcsodo,
daba que hablar y que gemir á algunos de ellos, y los mejores
por desvalidos, que £Ín duda niní-ut)^ los Imy, no podi
callar que no hay buenos, que seria [leligrar en la justicia lo
contrarío y también en no decirlo. ScniÍanlo,ljnalmctite, aque-
llos, porque sus hijos y sus mujeres sólo pcudian de esto; y en
sus casas y en las de akera so- les vcia sin afectar pobreza y
necesidad que esto les liabia de hacer falla. Los acrecentados
y socorridos continuamente do diversos gajes y ayudas Ao
costa, porque entran en muchos consejos y otras inteligencias
secretas que no faltan á los mañosos y entremetidos, que coq
tener en una picia baja suya, donde reciben á los n«goc¡anles,
unos lampazos antiguos y unas sÜlas viejas, y aun no colora-
das, piensan que hemos de creer en su fulta de hacienda, reci-
biéndola por muchas partes y por inmensos conductos, com-
prando muy gruesos juros y ricas alhajas, sobrando en su casa
cuantos regalos y delicias ha inventado la gula, que se comen
en secreto y aun se venden en las plazas i)úbl¡ca3, no tra-
tando por esto de modiGcar los precios á las cosas ni su am-
bición; labrando pueblos en los contornos do Madrid y en sus
lugares, donde piensan que nadie to ve (como si los mercuria-
les no fuesen diligentes en estas nuevas y las relatasen en todo
el mundo con brevedad), también lo sintieron; pero no atre-
viéndose á la qui^ja, dieron jnuQstras falsas do su necesidad ó
hÍDOcresia.
Estos, como digo, soberbios y letrados, labran palacios y
pensiles, 6 en la corte ó en sus lugares, donde antes los cono-
cieron muy pobres y humildes, sin menos hinchazón y vani-
dad, y ahora, con el soplo de la fortuna, ó por introducidos
ó coníidcnies de! Valido y de cuanto so trata en el Consejo, ó por
espías del presidente ó do aquellos más verdaderos para acon-
sejar, como hombres que tienen su hora reservada con el Prin-
cipe el á'id de la consulta, o para que no haya secreto en nada
cuanto no seo patentoat poderoso; vanos vcon menos letras que
conviene, ni aun cotí las virtuJos que son necesarias, arri-
bando á los allos casartiientüs y á las cruces militares para si,
para sns hijos y nietos, y sabe Dios con i|ué claridad; tan aje-
nos de si y de su nacimiento, quo en los estrados dunde dcbian
imitar á los grandes oradores y legistas, que veneró por es-
clarecidos la antigüedad en Atenas y en Roma, gloria de Gre-
cia y de Italia, de lo primero que echan mano es del denuesto
y de la palabra injuriosa contra los litigantes, y roásaina con-
tra el inocente que tiene justicia pero que no tiene favor, ha-
ciendo muchos ascos de que se deüenda algún criado del Bey,
sólo porque lo es y porque piensa que por allí pasará á Kis
orejas del Principe su severidad para ascender al alto puesto,
siendo reo en los verdaderos términos de la modestia y la tem-
planza en el juzgar. Si el tal criado por beoeücios que b¡>:o
dejó que el otro fuese agradecido y este después fué villano,
se lo pone á pleilo, y no es de creer la mofa y los misterios que
forma y los escrúpulos hipócritas, teniendo él armadas sus tro-
jes de estas regalías, no teniéndolas de su conciencia , no ha-
biendo truto y nrbitrio en que no entre y ande con el dinero,
ni excluyendo empleo ninguno, ni por civil ni mecánico, por
acrecentarse y dejar á su hijo marqués, buscando modos y
bagatelas para quo lo llamen señoría y consintiéndolo; y si
aquel porque tiene razón , aunque en los derechos baile con-
trario y se quiera defender por títulos de su nobleza, y aunqucí
ponga (le su parte lodo lo necesario, en este caso tuerce la
boca y ti semblante y quiere que esto se desmenuce hasta la
creación do Adán. Pues preguntémosle á ét> qué minas de oro
le brotaron, como dijo el autor común, conquién trocaron sus
alhajas, dónde enriqueció y se aumentó tan aprisa iguc en ho-
menajes excedo á la casa del mayor monarca, y en la dolé que
ofrece á sus bijas á la de los grandes señores, y aun quieren
que casen ulli ; de dónde se fabricaron lus edificios, las rentas,
las posesiones lan aprisa; dónde halló los fundamentos pura
ser hidalgo y ponerse á sí y á su hijo la enseña de la nobleza;
y B¡ poco antes no tenia nada de esto, sino que era un razo-
nahic abogndo, ¿por qué ha do rjnerer (usando mal del lugar)
biir'íijar á los otros y poner á pleito sí tiene Ó si es, teniéndolo
él todo y no siendo nad;i?
Corriendo, pues, con brevedad por estas materias, más
profundas hasta de lo que se piensa, habiendo mucho que decir
en ellas , no sosegando el gobernador en los subsidios, entrado
ya en esto y hecha la costumbre, porque en todas partes no
falta.se la guerra, en Portugal so lomó «n tercio de lo ijuese
paf^.iba de rentas, gajes y penüiones, con que se abrieron las
zanjas á ruinas y depconsuelos; en los almojarifazgos de Se-
villa S por I flO de las situaciones que hay alü consignadas; en
Cataluña, demás de los 600.000 escudos que el Papa conce-
dió sobre los clérigos, se pidió el quinto de las haciendas á
los seglares, comisión que se remitió á Parcej o , obispo de Ge-
rona , porque no pensasen dormían en Castilla y se babian ol-
vidado de las Cortes de Barcelona, que no quisieron conceder
teniendo al fiey por dos veces, y aun que el podur no eslá lejos.
Rcliercn que las voces y loe sollozos eran grandes y las mal-
diriones no cesaban ; y no paró esto aquí, porque si con par-
ticular estudio se mirara, cñmo de unos reinos tan Grmea y
seguros y de unos vasallos lan lictes se pudiera seguir una
conmoción y trastornar la naturaleza ilel IÍ?tado y hacerles á
todos rebeldes, osara yo decir que no se pudieran bailar tan
inicuos enemigos á propósito ni lan perjudiciales. Docinse que
era para obviar el gravo peso de las guerras y el de los eno-
niigos que ya anteveian, que de aqui se sacaban fuerzas para
contrastarlos, que se ponian los reinos en balanza y se les
chupaba la virtud y la sangre que les habia de faltar los años
venideros, y que ya era su necesidad y miseria notoria y esta-
ban por Untas sacas para espirar. Perseveraban en la guerra y
en dafiar, discurriendo que si no por alli, que por aqui habían
hallado inf-ilibleinente el punto de nuestra destrucción que la
conseguirían al paso quo esto caminaba, y que más que las
armas serian poderosas las extorsiones difundidas sobre los sub-
ditos para acabarlos y lograr su pretensión ; por donde era di-
ficultoso conducirlos, ni á la tregua los unos ni á ta paz los
, perseverando con obslinacíon en nuesíra rama como de
f¡nicn de aqui la esperaba.
Escribió ül conde de Monlercy, virey de Ñapóles, in-
trodujese cii el reino un pedido; el Conde lo avisó, no sin
parlicular discreción y prudencia, niiraso lo que )e pedia, que
el únimo do lo» napolitanos no estaba para eso, y que era
des|)criar alguno. sedición en el reino. Ln respuesta fué. de-
biendo atenderla y premeditarla , llena do rigores y amena-
zas y de palabras indecentes, que no le tenía el Bey allí para
reparar, sino para ejecutar; que era un no nada, y otras pa-
labras menos limpias con que se suelo motejar á los hombres
chicos; que le babla de quitar el vircinado, y que de poca
cosa le había hecho algo. Llegó esto ú los oidos de la Condesa,
camarera mayor, su hermana, y porque quiso hacer ias partes
del hermano y disculparle de la res|iuesla, con las razones no
más quo de mujer, se levantó discordia entro los dos y aun
dicen pidió licencia al Rey para retirarse á Locches, lugar
adquirido con la privanza, y dondff fabrica una casa y un rno-
nustci'io de monjas para enterrarse ó para refugio de las otras
mudanziis quo hiciere el licnipo, si le valieren, que bien nos
constarán que son muchns y bien notables. Esto se quedó as!.
y el conde de Montcrey, con la rcspueslade su cuñado, publicó
el orden y el pedido a los napolitanos, que para esto á nadie
falto espíritu, que ntlerú gravemente. Comenzaron á dar
voces no queriéndolo admitir; reclamaron al Papa (bien
iiay que reparar aquí, y más cuando á todos les tenemos tan
dcsnzonados y los ánimos desabridos], y fueron muchas las
querellas quo hicieron, representándolas al Papa y dicicndole
quo eran sus subditos y otras razones bien peligrosas, y que los
(lefendii'se y relevase de esta Ciirga y do otras muchas que ha-
bían sufrido, líl Papa los oyó sin descomponerle el conizon ni
alterarlo el semblante, y lo liízo saber ni Rey por su Nuncio
nsislentc en la corle. Con menos ocasiones quo estas hemos
leido mudanzas de príncipes en aquella parle, guerras y estra-
gos miserables, ejercidos por larga carrera de años: quere-
mos la paz ó ¡rriláiiiosla cuu niudíos aliocisímos que alteran
la conservación y la conconlia y nos llevan al dospeñíidero.
Nuevos accidentes despeilaron nuevas contiendas en el
confín do Alemania, por cuanto todos los principes de lo Liga
■controvertían sobre una novtídad quo pretendían desbaratar
yi|ue no llegase á colmo, y esto con más particularidad entra
holandeses y el rey de Francia , porque se habla publicado la
pasada del infante D, Fernando é Flandes, y querianla impedir
haciéndose dueños de los principales caminos, para esto, de la
Europa y para aquellos Estados, y querían embarazárselos al
rey Católico y restringirle el intento sacando de aqui iirande
conveniencia á sus materias. Pero ó esta hora, un socorro que
enviaba el francés por la Lorcna á Maestrich, le rompieron
en el paso los lorcnenscs, porque liabian visto los meses an-
tes la diferencia que habla entro aquel duque Carlos y el
rey Luis, por el casainienio de la princesa Margarita con el
Gastón, duque do Orleans, y el haber pretendido meterle en
la Liga de los protestantes ilc Alemania contra el imperio de la
Casa do Austria, y las amenazas que le hacia el Richclieu de
quo las gentes de Succia y el Rey, ánlcs que muriese, habían
de abrasar sus Esiados, y que no seria posible ser defendido del
César ni del rey Católico. Aquel le costrcñia á que se pasase A
su parcialidad y á proceder contra los dos principes, y no ha-
biendo querido admitir las artes de aquel ministro y las que
rcñcrc después, dio por motivo quo el duque de Lorcna pu-
siese en manos del rey de Francia it Nanci y otras plazas quo
se les guardaría; y no pudiendo defenderse de aquella fuerza,
tiranizándoselas después para calumniarlo, dio por causa que
se había armado el Duque cinco veces contra la Francia á
persuasión nuestra, siendo ¿I el causídíaco y el que con maqui-
naciones fraudulentas quería trastornar aquel Estado, firmísimo
por largas edades, de lo^ principes do la esclarecida Casa de
Lorcna; y antes de poderlos sacar, como lo hizo, de Piñarolo y
Susa, en el Piamonto, !c puso un ejército delante diciendo, con
equivocas suposiciones, era defensor del partido de los ea-
túticos, contradiciéndose do aquí y proponiéndole después las
inteligencias que tenía aquella Corona con los suecos, que ve-
384
nian como rayos violentos dcstruycnrlo á Alemania, y que te-
nía necesidad precisa de aquel Eálndo para asistirlos, y que se
le entregase libre de todas sus fuerzas, y no puüicndo conte-
nerse cedió, lo uno por no dar sospechas, lo otro por no ex-
ponerse á 1q ira del máa poderoso para que se los abrasase.
Pero Kulo era uno si se los hablan de usurpar con estas artes;
pues luego que lo hubo conseguido, fallando á la palabra, á
los prouicsas y á la fe de los juramentos, sorprendió al Du-
que, conlravinicndo á la capitulación antes asentada, haciendo
desconfianza de 61, insinuilndole sus mismas quimeras, y que
le defenderla de todas las invasiones y hostilidades de los sue-
cos, habiendo hecho que aquellas armas infieles rodeasen la
Lorena por todas partes.
Admitió el Duque esto concierto, fiado en la tirtud del
juramento á no poder más, y reconocido por falso entregó las
placas más importantes; mas apenas hubieron logrado su
liranin, cuando comenzaron á usar mal do la liondad de aquel
Príncipe, como lo llevaban premeditado, dando por causa y
por <pierc)lu el matrimonio contraído, sin dar cuenta al P.->rla -
inenlo de París, de la princesa Margarita de Lorena con el Gas-
ton, duijuc de Orleans, como si hubiera casado con alguna
mujer baja; peto era el rencor porque había despreciado, y
con justa razón, la Coinhulet, sobrina del supremo Privado.
Y es muy de maravillar quo no salgan los señores de la Fran-
cia y los príncipes de la sangre con todas sus fuerzas á la de-
fensa dn esta causa, y que no se conjuren los vasallos contra este
delito y tengan armas para sacudir de sí este monstruo insi-
dioso, que quiere poner sus pensamientos en la misma Co-
rona y arribar ú olla, enturbiando la sangre más generosa y
real ile aijue! reino. De este motivo pasó el Hichclíeu á otro
nn menos perjudicial que el primero, y fué, al bailar á ambos
hermanos, Carlos y Francisco do Loicna, constantes á no
querer coligarsn con los suecos y piotesiantcs ní consentir en
la ruina de la Iglesia y del Imperio, que d¡ó nueva órdi>n á
los cabos franceses, que suprimiesen con lodo rigor aquel Es-
tado, oprimiesen ú los duques, intentasen su uiucite con ve-
Denos, y con aqnel ardor y ánimo violento abrasaBen los vi-
ilajes y la nobleza de aquellas plazas, obligando á aquellos
principes á preiender y hacer recurso á Francia y á la recon-
vención y sagrado de los juramentos. Pero siendo respondido
con pretextos y fundamentos políticos, acudió el Duque á los
auxilios de España y Alemania, y dioTormael Ricbelieueómo
el Monsieur repudiase á la princesa Margarita, retirada en
Bruselas , y ausentándose aquellos príncipes hermanos para no
fracasar en los ardides de tan gran tirano, y pasado de aqai á
ejercer la descortesía francesa, siendo Carlos Principe sobe-
rano, con indignidades é indecencias hizo le notlGcasen que
por razón del Estado de Bar, título de los primogénilos de la
Lorena, compareciese en París, obligándole por este camino
¿ retirarse al condado de Borgoña, para desde allí, viendo el
estado en que se hallaba, dar remedio á sus cosas y á la ruina
que corria aquella altisima Casa. Prendió a la esposa de Fran-
cisco y á su hermana la princesa de Faisburg ; pero escapando
de la prisión fué la duquesa de Lorena conducida á Francia,
experimentando las descortesías y rigores de sus ministros,
para que también consintiese en la nulidad de su matrimonio
con el duque Carlos y que cediese á Francia los derechos de
la Lorena para dárselos á Mos de Mollera , con quien de con-
siguiente pretendían casarla y darle la investidura por la
muerte de aquellos príncipes; y que en la misma forma acabase
la princesa Margarita, duquesa deOrleans, ó que Monsieur,
su esposo, dijese fué forzado en el matrimonio; pronunciando
el Parlamento de París sentencia contra el Duque y su familia
como si tuviera potestad para tales hechos. Defendióse el
Monsieur con decir no podía venir en yerros semejantes ni
dirimir el matrimonio, ni su conciencia le daba lugar á casar
segunda vez viviendo su legitima esposa.
El duque Francisco por la Contea de Borgoña bajó á Milán,
donde fué recibido y agasajado del infante D. Fernando, asilo
universal do todos los principes desposeídos, por enseñanza del
rey Católico, su hermano, ep quien desde los principios de su
reinado resplandeció esta virtud con generosa envidia de sus
enSmígos, y después de haber estado allí algunos dias le hito
presente de 6.000 escudos de oro: de alli partió al Genovesa-
do, de donde con armada de galeras navegó ¿ Liorna, y
desde alli caminó á Florencia á pasar la vida retirado á la
sombra del gran Duque , si ya no á quejerse y á <:lamar á las
puertas del Papa de los atrocísimos oBcios de su mas aman-
tisimo y favorecido hijo el rey de Francia, de las tiranías, ro-
bos, incendios, deposiciones de Estados, derramamientos de
sangre, inundación de herejes, ligas injustas, tratados enor-
mísimos contra Dios y los hombres, y á decirle cómo con
su apoyo y capa se fomentaba la sedición que padecía la Bu-
ropa y la cristiandad. Más airosamente se atrevió á decirlo
un.bereje, pues confesándole por derecho divino por padre
universal de los gentiles, le argüyó por aquí (como si estuviera
instruido en los Sacros Cánones] le tocaba ser mediador en
estos hechos; cuya carta anda por ahí manuscrita, prohiján-
dosela á Cirios, rey de Inglaterra. Pero á estas quejas en-
mudecía sin querer darse á entender ni á componer diferen-
cias tan grandes como le tocaba de oGcio, y dolerse como pa-
dre espiritual de las calamidades de las gentes y de la Iglesia,
y de los religiosos echados de Alemania por los herejes, pro-
fanados los altares y los templos abatidos por tierra, de que
era protector y caudillo el rey de Francia; quo á esta misma
sazón, no sin particulares inteligencias suyas, el gran Maestre
de la religión de San Juan había hecho liga con el turco, y ealc
estado tenia el nobilísimo ducado de Lorena y sus principes.
Pero entre lodos estos cuidados, el que más le atizaba el
fuego del corazón, era que el ejército, que ya tenía en forma
en Hilan el marqués de Leganés para las ocurrencias de la
Alsacia, siguiera otro rumbo y derrota y se apercibiese para
nueva materia con la muerte de la infanta Doña Isabel. Ne-
cesitando los Países-Bajos de persona grande para su con-
servación y gobierno, se habia tratado algunos meses antes
cómo pasaría allí el infante D. Fernando; fué muy debatida y
ventilada su forma de los más eipertos de nuestros consejeros,
y al mayor le dio no poco cuidado y le tuvo en desvelo la traza.
3OT
Pareció en los principios qne esto fuese á la sordina y de se-
CPClo, con el disfraz ordinario en caballos y con pocos criados,
y como el francés trataba entonces de acabar de rebelar
aquello, según las inteligencias que tenia, aunque no habia
surtido efecto ia conjuración introducida dentro, y dejar
aquella parte rebelde y á su devoción como lo está Holanda,
no queriéndolos juntar, receloso ya de su poder y tener entre
ellos, y el uno contra el otro y en defensa de sus confines,
aquel trincheron de tierras; pero sin embargo, trabajaban el
Richelieu (y despejaba cuanto te era posible la cholla), y todos
los demás interesados para que no pasase allá el Infante antes
á impedirle los pasos y prenderle, y aun podria seguírsele
de aqui la muerte, y disculparse de que no lo conocieron, atre-
viéndosele algunas tropas en forma de foragidos á que darian,
por embocar la maldad que no dormía, nombre de bandidos,
que tanto monta para esto. Puso gente y espías entre la Bor-
goña y la Helvecia, con retratos muy parecidos á su rostro, y
además de esto en la Alsacia y en el ducado de Luxemburgo,
y en casi toda la ribera del Rhin y parle de la Mosa; que en-
tendido en la corte de! rey Católico, pareció más conveniente,
á los ministros más graves y de canas en la materia de estado,
marchase como príncipe de la Casa de Austria y hermano del
rey de España y como lo habían hecho sus predecesores. Dis-
curriéronse sobre otras vías y caminos mas ignotos y secretos
pura ahorrarse aquel ejército, y que combaliese en la Alsacia
y lIugasQ con más brevedad por lo que se necesitaba de su
persona, ofreciéronse algunos de sus vecinos de ponerle en
Flandes sin riesgo ninguno; mas todavía prevaleció el mejor
parecer, y que llevase el marqués de Leganésel diseño, la traza
y el modo de marchar; que esparcibido ya entre todos los
enemigos de la Liga, con6rieron lo que debían hacer en un
deseo tan premeditado de los enemigos de España.
Los holandeses, viendo la mucha gente de infantería y ca-
ballería que tenia el marqués de Ailona, contenta y bien pagada,
y que ambos ejércitos, cuando llegase el infante D. Fernando
habían de cargar á Mastrich, y que el de Aitona con esta orden
les deponía lospuestos sobre la Hosa y recuperaba algunos del
paisdeLimburgu, como Arquental.yelduque deLerma, maes-
tre decampo general, les había roto un socorro de 600 hombres
que iba á la misma plaza, y tomádoles uu fuerte sobre aquella
ribera que había fabricado el enemigo para su defensa; no
estaban con ánimo de hacer nada este año, porque todas sus
fuerzas las habían enviado por mar á robar las Indias, y por
otras controversias ¿intereses particulares suyos, en que anda-
ban desunidos y discordes, y también porque el francés no les
envió socorro conveniente por algunas razones que en lodo atrás
habernos alegado, y porquela gente que tenia la quería conducir
á dos partes distintas de su ordinario discurro. Lo que daba
más cuidado era la conservación de la Lorena por el ejército
espafiol, que había de marchar, como se presumió, porsus
linderos, y no quería que se le acometiese y le diesen al-
guna rota, que se los hiciesen dejar, por haber tomado ¿.su
cargo e> emperador y rey Católico al duque .Carlos, su legi-
timo señor, por general do la Liga católica que se hacia este
año para procurar su restitución, y otrosí por no apartarse y
desabrigar la Alsacia. donde tenia usurpada parte considerable
y plazas junto al Rhin. Pero, no obstante, lo que más se pre-
tendió era encaminar al Infante por tierras que no le obliga-
sen á pelear, antes excusarle cualquier riesgo, por su poca
edad y notoria inexperiencia de la guerra, y porque no era
acertado empeñar persona tan grande por lo que necesitabiin
de ella los pais obedientes; mas sin embargo, por más que se
previno esto, por haber de marchar por el corazón de Alema-
nia y por los países de los conjurados, no lo pudo excusar,
porque el francés y su gran Valido, enterado de que tomaba
otra derrota , aviSó á tos coligados de Alemania y les dijo, que
ya que á él no le había sido posible lograr la ocasión por el
gran rodeo que había elegido el Infante, lo lograsen ellos, jun-
tasen todas las fuerzas y cuantas se pudiesen bailar, y le aco-
metiesen é hiciesen todo el esfuerzo posible para desbarátale,
que en la rota de aquel ejército consistía la felicidad y virtud
de sus designios.
tos holandeses, por cuanto aquel rayo venia más derecha*
mente á dar sobre sus tierras, hicieroD lo mismo y reforzarOD
con embajadas particulares para que, oponiéndosele, no le
dejasen llegar ni que el Infante metiese los pies en Flandes.
Estaba \a á esta hora el ejército en Lombardía ordenado «n
forma de marchar, compuesto de 4 1 .000 infantes y 2.000 ca-
ballos, en que se incluían algunas personas ilustres que de
Italia y otras parles quisieron acompañar al Infante; 3.000
españoles, lodos soldados viejos y hombres de cuenta y muy
escogidos, y todo lo necesario aprestado de caballería, arli-
lleria, carros, munctones y bagajes, y con razonables millo-
nes de oro para la jornada. A esta bora, aquel negocio tan di-
ficultado y misterioso del marqués de Víllánueva se resolvió,
dándole licencia para que partiese tan á tiempo crudo que le
pusieron en duda que pudiese alcanzar á S. A., y aun hay
quien diga que si no le hallase en Milán, llevaba orden para
no pasar adelante; pero él se dio tanta prisa, que en breves
jornadas llegó á Barcelona, y partiéndose á la hora una galera
la hizo detener un día ó dos con que aprestado navegó á Ge-
nova, y desde alli corrió á Milán con brevedad. Admiró la
suma presteza (que en todas panes hay quien avise de todo, y
DOS siga como fantasma ó como la sombra al cuerpo la cen-
tinela]; no creyó nadie, ni él creyó que podía llegar este dia.
En efecto, entró en Milán vio al Infante , dióle su embajada,
que también le arrimaron este embejeco para cuando quisie-
sen volverle y que no fuese gentilhombre de la Cámara ni
embajador; pero de todo esto se podia ahorrar quien sabía
cuan presto le baria menos que polvo. Cuanto quiera que se
podo disimulóse el alborozo, y aunque dicen llevaba orden
para no hablar al Infante en secreto ni en parte privada,
aquella noche , que no le faltaría llave, entfó en su Cámara, y
toda ella la pasaron en conversación, ¡Quién duda que se dis-
curriría largamente de lo pasado, yque se referirían loslancesy
las pasiones y desconfianzas de la jornada del año de 32, tan
de repente ejecutada aquel Abril por los tránsitos de Valencia
á Barcelona; las trazas con que alli nos dejaron, ó yapara de-
I
390
signios militares ó eipulüioa de la corte y palacio, dando calor
y haciendo necesaria su persona en Perpiñan; la despedida de
Honserrate, el desconsuelo ^ravisimo de la partida, y cómo
y con qué desaire nos hicieron volver de Atinadrones, lugar
ceFca de Guadalajara, cuando nos alentamos ó nos enga-
ñamos por et camino de Zaragoza á pasar á Barcelona; los
asaltos que allí nos dieron y la vergonzosa entrada en Madrid,
y otras cosas más para referir en aquella estación privada
que en este papel; el descrédito con que nos dejaron, desha-
ciéndonos de todo el miedo que por esto cobramos á palacio y
á todas las más envanecidas potestades; lo que por esta causa
se escribió; cómo nos removieron el espíritu incidentemente
Y nos sacaron de la quietud á que nos habiamos sacriGcado, y
nos previnieron para la jornada con designios, medios, pro-
posiciones y materias, ya alentando, ya dilicullando y preti-
riendo, ya ciertos, ya dudosos; la dilación tan premeditada, y
después la presteza tan de corrida; la incredulidad grande en
que toda la corte babia entrado sobre esto, como que ni la creían
au padre, el conde de Altamira, ni sus hermanos, ni él, que
aunque se veía en aquel estado, no la creia del todo! Esto se
hablarla bien distintamente y por menudo , y sería bien me-
nester aquella noche y muchas, porque no ignoraban que
habría algunos que tos atenderían, dejados aparte los conGden-
tes y las centinelas prevenidas para este paso. El capitán que
nos disponía las armas para la jornada general , en aquella oca-
sión de la conGdencia ¿que cierto es no dormiría cuando ellos
velaban, ni dejaría de enviar muy amplia relación de todo, que
no alegraría? ¿pero quién podría en este caso inquirír los altos
y profundos misterios de esta materia? A los prímeros lances do
gentilhombre de la Cámara, invistiéndose la suprema potes-
tad del valimiento que debiera, por los encuentros pasados,
reprimir con discreción, procedió sin acuerdo y tropezó en lo
que más debía de hacer reparo. Parece que había dejado el
escarmiento atrás, siendo forzoso no apartar de él los ojos,
colgando de los arrabales de Madrid; que cuanto quiera que
por la dilación do las tierras, nos damos á creer estamos lejos
381
iTc qüíeñ^M pueda espiar y poner en residencia las accio-
nes, y que podemos surlir efecio con más libertad á nuestro
antojo, y que no nos alconzarán ios rayos de Júpiter por más
fulminantes que sean, y que nuestro juicio se da con impru-
dencia á la desatención, y erremos improvisamente el mando,
aunque sea en lo más remoto, es desatino, por fiar contra
los poderosos.
Finalmente, los primeros lances de su oficio, si le llevaba,
teniendo por orden del ttey y del primer ministro, en la forma
que acá lo hace el protonolario, que el secretario D. Martin
de Aspe llevase á la hora señalada los despachos al Infante
para firmarlos, no digo para resolverlos, que ya en esto ten-
dría el orden que de acá le habian dado, y con mandato ex-
preso que, en entrando el Secretario, como aquí se usa, se ha-
yan de salir fuera los gentilbombres de Cámara y otro criado,
si allí puede estar-, habiendo llegado el D. Antonio, y viendo
que con su venida se entraba á otras horas que no eran las
del despacho, no tocándolo aquello al tal ministro, ó que an-
tes lo hacia y nadie se había atrevido á la empresa, ó que ói
quiso cobrarse la bizarría, ó que no lo había hecho hasta en-
tonces, el D. Antonio, reparó si aquella novedad se hacia por
él, ó si otros le alentaron á ello, por ser circunstancia digna
del oficio, para enmendarla; conviene saber, si es permisión
secreta del mayor móvil, que en tales casos importa abatir la
cresta. Llevado de todo esto, le dijo al secretario D. Martín de
Aspe, que pues los gentilhombres de la Cámara, cuando
entraba á despachar con S. A., como era orden, se salían fuera
y le dejaban sólo, que cuando no habia que despachar se abs-
tuviese de entrar alti, y cuando lo viese con él en otra hora
que DO fuese tocante at ejercicio de papeles, se saliese fuera;
y otras cosas, las que en este caso se suelen decir, de si toca ó
no toca , frase muy común, y de asirse luego á ella en pala-
cio basta en las más mínimas ocurrencias.
Finalmente, de todo esto habría acá muy largas y extendi-
das relaciones, como las suelen escribir los asidos á la frecuen-
ciadel Privado, como asilo y deposito desús medras (ansia co-
mun de lodos los entremetidos como asunto de su codicia), y
cooferiríanlo con el Mejia, el Secretario y con tos otros del se-
creto, y remitirían al tiempo y otros accidentes la enmienda
del descuello y del aviso, que no les pedian. Había llegado
el Moscosotan ujustadamente, como dos días antes que saliese
el Infante, y S. A. salió con el ejército, artillería y municiones,
que estaban prevenidas en el Estado de Hilan, viernes pos-
trero de Junio de este año; serenándose algunos movimientos
á esta hora entre el duque de Saboya y genoveses sobre ma-
terias de jurisdicción y pasiones antiguas, que no faltan entre
tos vecinos, porque cada uno dice que le toca aquello, y et
duque de Saboya quiere falsamente que sea suyo el genove-
6Bdo¡ con que 2 000 borobres escogidos, que para estas depen-
cías tenían los geooveses entre esguizaros, ilalianos y alemanes,
que por la flaqueza en que habia quedado el Estado de Hilan
fueron alistados al sueldo del Rey, pasaron á guarnecer el
Estado y los alojamientos- Quedó por gobernador el cardenal
Albornoz, coa quien se ba de entender lo que dejamos refe-
rido atrás de la salida del príncipe Tomás del Piamonte al ser-
vicio del Rey, descuido que por estar tan adelante la copia
no nos pareció borrar tanto; y vino después por castellano del
castillo de Milán, y por superintendente de aquellas armas, Don
Carlos Coloma, soldado viejo de Flandes y de reputación ad-
mirable en el consejo y en la prudencia.
Antes que S. A. partiese, dejó compuestas muchas cosas
del confín del Estado, aseguró algunos y confirmó otros en el
aféelo del rey Católico, más con la grandeza de sus virtudes
que con el poder del ejército, que tenian levantados siete can-
tones de esguizaros católicos, Altorfe, Escuit, Zug, Lucerna,
Ende, Ubal y Bada, y otro de católicos y pretestantes, como
Apenzel, y el abad de Sangal, renovaron la Liga é hicieron
nueva confederación; fueron agasajados con banquetes, dá-
divas y preseas, entre aquellas gentes prendas muy poderosas
para establecer la amistnd y otra cualquiera alianza. Llegó
á esta sazón el duque Carlos de Lorena del condado de Bor-
goña, para asistir al cargo que se le había dado de general de
. * 39S
la Liga Cftlólica, habiendo escapado del veneno qué le dieron
los perversos ministros de Francia, y estuvo allí algunos días
con S. A. asistido y regaladode su casa: conCrieron ambos mu*
chas cosas pertenecienlesá los progresos de Alemania; conque
lomó su brazo para estar pronto y lograr el tiempo de las em-
presas que se habían de acometer. Marchó el ejército á Cus-
lain, en el conGn de Tirol y Baviera, su plaza de armas, para
comenzar desde all! á marchar en orden y forma de batalla;
cargando, como lo pedian los designios que se llevaban y es-
taban premeditados, hacia el Danubio, y dejando la Borgoña,
la Lorena y el Albis, por desvanecer las sospechas y recelos
en que le pensaba poDet el rey de Francia, por las muchas
gentes que habia conducido hacia aquella parte; cosa que ha-
bía bechoó nuestros estadistas elegir aquel camino y dejar éste,
pues los motivos se dejaban ver bien patentemente, de
impedirle la jornada y no dejarle entrar en Plandes, como
io tenia por aviso y prevenciones, por lo que solicitaba de
los confederados de Alemania que lo estorbasen. La provi-
dencia de Bspaña, diligente á ta reputación del InTante, bus-
caba trazas y caminos contra el enemigo para frustrar sus
materias y abrirle paso por las mayores dificultades, y si bien
fué dar materias á nuevas alleraciones y movimientos lo que
se trazó por infiel natural , del que, o se acogió ó se ofreció al
hecho, no surtió efecto. Fué asi que el Rey, velando atentisima-
mente sobre los progresos de su hermano y de conducirle con
fortuna y reputación á Flandes, viendo que la malignidad
francesa no dejaba por hacer nada en esta parte ni en las
otras, porque pretendía con esto lograr la conjuración que
babia introducido en los Países y de poner lazos en todos los
puestos y parajes por donde habia de caminar, para que en to-
dos hallase estorbo y en alguno peligrase, se trató de ocasio-
narle, por la Galía narbonensc ó la Provenza, tierras que des-
pués de Cataluña lindan con el mar Mediterráneo, algún sinsabor
que le divertiese de sus dañados pretextos. Hay entre Tolón y
Trevis, en este rumbo, dos islotes enfrente de la Provenza , ob-
servados por la noticia y la experiencia de los geógrafos y
8M
paBajfln», llamados Islas de Heres, á propóiíto, ooapindolas,
para fabricar en ellas fuertes, abrigar grande armada , si bien
incapaces para este intento, y tentar por ellas en la Francia di-
versiones y empresas, para bu castigo muy importantes, por la
cercanía de Marsella, y de mayor aptitud para emprenderla, por
ser este puerto y plaza de los mejores que hay alli, así en gente
como en población, por la gran capacidad de admitir bajetes,
orrecido por su comodidad al turco, para bajar á Italia, en
los tiempos pasados cuando no faltaba esta misma sedición de
alterarla Europa.
Vieron allí nuestros abuelos al corsario Barbaroja , traído
por Francisco I, rey de Francia, y enviado por Solimán,
gran turco, para destrucción y asombro de sus costas. La traza
era que el Gastón, duque deOrleans, como la vez pasada, con
la caballería que babia en Flandes, mucba y escogida, vol-
viese á infestar aquellas tierras, se metiese en Uarsella y por
allí se procurase alguna diversión que pusiese la Francia en
conOicto; y que el príncipe Tomás, bermano de Vítorio, duque
deSaboya, que para estos unes, ó para los suyos, dejando á su
bermano, se iba preparando para pasar al País-Bajo para ser-
vir al Rey, ó ya enfadado de la ocupación de Píñarolo y Susa
por los franceses, ó del Duque y de su poca fe á las obligacio-
nes de España, pordesconflar del monsieur, duque de Orleaos,
de su poco valor y crédito, se le diese por acompañado; y caso
que él desmayase ó fallase al tratado, tomase el príncipe To-
más la empresa, la acometiese y ejecutase. Para darle la
mano, socorrerle y meter infantería española, babia de salir de
Sicilia el marqués de Santa Cruz, después de los sucesos de
Flandes, con veinte galeras (quién decía cuarenta y seis baje-
les redondos con 40.000 soldados, entre españólese italianos,
con ladríllo y otros pertrechos y materiales de fabricar], y
echando la gente en ellos, fortificarse, levantar dos fuertes,
municionarlos y abasteceríos de soldados que pudiesen dar la
mano, socorrer y alentar las cabezas. Otros decían que para
hacer un fuerte en la montaña de Uonjuí, para dominar á
Barcelona y hacerla doblar el orgullo y que estuviese más
ronta al servíoío del Rey, y que w había lomado eate expl-
ícate para la ejecución; pero no se vio ni se osó tentar, y A
li ee hubiera hecho lo demás, no la tuviéramos, ni por ene-
miga ni rebelde en lo de adelante. Todo esto, prevenido y
puesto á punto, el fin que tuvo fué como de genio de Francia.
Dio cuenta de todo esto el duque de Orleaos al Rey, so
hermano, ó le forzaron á ello, por los confidentes que le te-
nia puestos á Eu lado en el Pais-Bajo, siendo á un mismo
tiempo huésped y espia; de las trazas y prevenciones erigidas
oontra la seguridad de su Eslado, y del acompaDado que se
le daba, por la desconfianza del rey Católico en el natural
francés ; que si le quería perdonar ¿ él y á todos los que le ha-
bían seguido, dejarla á Flandes y se volvería para él y haría
infructuosa la empresa, donde estaría muy pronto y obediente
i las leyes que quisiere ponerle. El Rey le dijo le perdonarís
á él y á sus criados, que viniese. Y no paró aquí el engaño
de ambos hermanos, sino el duque de Orleans pidió al mar-
qués de Aitona 60.000 escudos adelanudos, de lo que cada
mes se le daba para su casa, que los había menester para la
jornada; él se los dio, y aun pienso que se fingió esta trata
para ecbaríe de alli, y que el infante D. Femando bailase dé
menos aquel embarazo en su gobierno para excusarle de eo-
fkdos y controversias. Ora sea esto , ora aquello, y poniendo
el rey de Francia un ejército á la misma hora en las fronlerai
de PerpiBan, á que luego acudió el duque de Cardona con la
gente de CataluBa ; el Gastón, como lo tenia destinado, huyó i
París abandonando la cara compañía de su esposa, y esposa
tal, cuyas virtudes y hermosura dicen no tiene par en el
orbe; dejando tan feo y abominable nombre de sí en todo el
Pais-Bajo, que no babia persona que no blasfemase de él , de
gn traza, persona, costumbres y proceder, y otros vicios qos
ucusamos por la decencia de estos escrítos. Llegó á la misma
sazón el marqués de Santa Crui á dar vista i Isla de Heres, y
creyendo que ya el fuego estaba metido en la Provenza, siendo
avisado de la fuga del Gastón y del mal estado que tenía la
emprau, de sus dificultades é imposibles, como se le había or-
S86
denado volvió las volas, y dando vista á la Goleta y ¿algunas
plazas de África, por divertir las sospechas de la FranciB, se
tornó á Sicilia, con no más efeclo que gastadas las municiones,
vituallas y dinero, dejando los materiales y los otros pertre-
chos inútiles. Pagó la fineía do este servicio el rey de Francia
con prender á su hermano y estrecharle en una fortaleza fuera
de Pan's y cortar las cabezas á sus más confidentes y criados,
y poner otros en ruedas y en horcas, con pregones de lesa
majestad; pasando de cuatro mil las personas, así nobles como
plebeyos, los que han padecido estas calamidades en Iodo el
tiempo que el Richelíeu tiene la potestad de Privado en la
Francia. Aquella nueva, cogió al infante D, Fernando en el
principio de au camino, y al saber que liabia huido de Flandes
el Gastón, duque de Orleans, escribió al rey Católico, su her-
mano, se habia alegrado, no del mal efecto, mas de que las
cosas se habían rodeado de manera que le bubíesen eicusado
de un embarazo tan grande, que entre los muchos cuidados que
llevaba no era el menor, y con el que pensaba luchar, no
dejándole exceder un punto de lo justo y reprimirle algunas
insolencias y alborotos de su gente, de que habia tenido muy
larga noticia, que se explayaban en perjuicio de la superio-
ridad del Pais-Oajo, y desagradecido al hospedaje, por no
olvidar el dictamen francés. Sin perder tiempo, trató el pri-
mer ministro, volviendo otra vez á su tema, de descasarle,
haciendo que lo lirmasen y fuesen de su parecer todos los
catedráticos, juristas y teólogos de las escuelas de Sorbona, y
que lo aprobasen los obispos del Rey, no tocando aquella
materia y decisión sino solamente al Sumo PontiGce, Vicario
do Jesucristo, cuando hubiera causa; no dando otra más legi-
tima, sino que lo habia hecho sin dar cuenta al Rey ni al Par~
lamento.
Sin embargo de la vuelta de nuestra armada á Sicilia, el
rey de Francia hacía perseverase su ejército al conGn de Per-
piñan, forlicando á Narbona y á Leocata , y entre tanto que no
disponía otra cosa, avisado de los castigos pasados y de los
pronosticados á otras fronteras, tentó probar el ánimo de los
397
vecinos con ponerles las armas y el auiilio delante; mas la
fidelidad vizcaína y catalana, por aKora éjtos, y después
aquéllos, nunca no se movían á ninguno de estos vanos pre-
leitos, apeteciendo antes que otra cosa la virtud de la cons-
tancia y la claridad del ánimo. Ardía con micvo rigor y
denuedo la guerra en Alemania, entre unos y oíros, aperci-
biendo los enemigos todo el nervio y fuerzas de los coligados
para contender con el poder de un nuevo ejército á sus con-
ünes.
Ferdinando, rey de üungria y Bohemia, balia á Ratisbona
con cien piezas de artilleria y con esperanza de tomarla á tos
enemigos, persistiendo con valor y denuedo restituirse en to-
das las que están en las riberas del Danubio y del Rhin; pero
los holandeses en el Brasil se rehacían de fuertes y reductos,
pretendiendo hacerse allí perdurables y divertir nuestras
fuerzas, en partes tan remotas, como se to habian propuesto Jos
reyes de Inglaterra y Francia, sus mayores protectores- No
querían éstos se eílendiesen más en el Pais-Bajo, porque ya el
francés le codiciaba y le quería para si y tenia pensamientos
da emprenderle, y por esto ó por aquello no quería que lo
acabasen de emprender los holandeses, por las nuevas mate-
rias y designios que se podían despertar entre ellos mismos,
dejándonos la guerra á nosotros y pasándose á ellos, conio
suele acontecer y se ha visto en varias edades, pasándose á
muchos ángulos de la tierra, y es muy verosímil entre gentes
tan confinantes, particularmente en nación que tanto lugar so
ha hecho en el orbe, así por mar como por tierra, acaudillando
ejércitos y armadas, en que han conseguido crédito y reputa-
ción y muy gruesos intereses.
)ba marchando, como dije, .el infante D. Fernando, y cl
ejército en trozos, como es de costumbre, por haber de pasar
las estrechuras y pasos angostos de los Alpes, no con poco
desahogo de algunos vecinos malafectos, que los tenía sospe-
chosos y en atención. Salió de Mitán con toda su casa en há-
bito de soldado y fué á acometer á la ciudad de Como; embar-
cóse en doce góndolas, corrió el lago, y entre los muchos
398
cuidados que llevaba no le embarazaron el ver las cosas más
memorables de aquellas tierras y de las que la habían becho
dueño los estudios; vió la fueuM de Plioio, llegó á Gravedoua,
habiendo navegado cuarenta millas la Riba de Cbabena, y
consideró la importancia de su angostura, siempre impor-
tante para las cosas de Lombardía, y para tenerle desemba-
razado de cualquiera ¿mulo ó estadista. Pasó á la frente de
Fuentes, entró en la Valtelina é hizo tránsito por sus mejores
poblaciones; en Morvenga y Sondrio , atravesó el rio Ada, pasó
i Tiran, Bormio, Groseio, agasajado y aplaudido de aquellas
gentes, defendidas con las armas del rey Católico D. Fe-
lipe III, BU padre, contra la herejía de grisones, hallando de-
fensa en sus heroicas virtudes ; ejércitos, muro y apoyo en
sus capitanes: entró en Clares, primera villa del condado de
Tirol, y recibió la embajada de la archiduquesa Claudia, viuda
del archiduque Leopoldo, hermano de Ferdinando 11, empe-
rador de Alemania, por el embajador Cralastein, gran soldado
y muy experimentado en las armas que han investigado aque-
llas tierras.
Llegó á Inspruc, gran colonia y corte de aquel condado:
fué recibido con grandes demostraciones de la Archiduquesa
y de su hijo el archiduque Ferdinando, sn primo hermano, de
no más edad que de seia afios; y comenzó á ver desde aquí los
estragos de los enemigos septentrionales y los propios, intro-
ducidos por las trazas y consejos de los franceses pstra ruina
y desolación del Imperio y de los ministros del Ssnto Evange-
lio. Visitóle el arzobispo de Augusta, desposeído de los sucesos;
hizole relación de sus trabajos y condolióse de ellos, y esfor-
zóle ofreciéndole su persona y que le traia por alli el gran
celo del Rey, su hermano, para deshacer y desarraigar cuanto
pudiese los agravios de los afligidos : recibió la embajada del
arzobispo de Saisburg, ta de Ferdinando 111, rey de Hungría, la
del duque de Baviera, su tio, y la de otros príncipes; y des-
pedido de la Archiduquesa con el justo agradecimiento al hos-
pedaje, marchó á Rotemberg, su plaza de armas, atravesó el
rio Eno, recogió el ejército cansado del largo viaje, informóse
de los dos cabos del estado que (rala y los que faltaban, y
qué tal era la gente alemana que le había enviado el rey de
Hungría.
Recogió las reliquias del ejército del duque de Feria,
alojadas y distribuidas en la Baviera, y sacó del condado del
Tirol el tercio veterano de españoles, que mandó agregar á
la gente que traia D. Martin Idiaquez, de Lombardia. Tuvo
nuevas, y avisó aquí del estado de Baiisbona, y cuan apretada
la tenia Ferdinando; supo que el enemigo habia ocupado ú
Lanchut, puesta y asentada á las márgenes del Iser, en la
Baviera , y sintió más que lodo la muerte del conde Andrique,
lie UD mosquetazo en la cabeza i valentisimo cabo, y de los
escogidos en Alemania, tan fídelisimo al servicio del César,
como lo mostró en la conjuración del Frislan en la Bohetoia
oponiéndose á sus intentos y revelando el secreto á los mejo-
res para que fuese avisado el Emperador. Envió desde aqui
á consultar las cosas de su viaje con el rey de Hungría, cuando
de repente, y sin pensar, embistió talaccidente áD. Antonio de
boscoso, marqués del Fresno, que sin darle lugar á ordenar
sus cosas y las de su alma, dentro de tres dias le arrojó en
la sepultura, con tanto sentimiento y sobresalto del Inlante,
que no era posible poderlo aplacar; pero tanto como era el
sentimiento fué la disimulación, por el veneno de los áspides
que le asistían para adelantar sus acciones tan ceñidas por la
obediencia, y otros temores de esta calidad que había oido y
visto, que casi no era señor de ellas. Este ñn tuvo aquel gran
cuidado, no quedando nosotros de qué temernos ni caute-
larnos en esta materia. El, 6nalmente, murió por morir, suce—
diéndoles á ambos hermanos, contrapuestamente el caso, que
il un Privado le falló el Príncipe, y al otro Principe le faltó
el Privado; y por si no nos hemos dado bien á entender y de-
jamos confuso al lector, que en tales casos es bien declarar-
nos, lo primero se dice por el infante D. Carlos y el almirante
do Castilla, que ambos á dos y el infante D. Fernando y el Don
Antonio, corrieron fortuna muy deshecha, ellos en favorecerlos
y estos otros en verse favorecidos, y también porque tiempo
400
largo estuvieron desposeídos de ellos por enojos y disgustos
del que todo lo quería para bÍ; j cada uno, on las dos prínif^ras
jornadas que se hicieron desde Madrid á Barcelona, y Cuando
el Almirante, después de su vuelta á palacio, creyó había asido
al infante D. Carlos le perdió, pasando de esta á mejor vida,
como dejamos referido; y cuando el infante D. Fernando pensó
que habia recobrado al D. Antonio de Hoscoso, le perdió en
el lugar en que vamos discurriendo con nuestra historia. Mu-
chas cosas se hablaron en esta materia en casi toda la Europa:
quede la verdad para quien le tocare, que yo no se la quitaré.
Rotemberg fué el funesto sepulcro de su vida, y la meta de su
valimiento un banquete, á que fué convidado, ó del marqués de
los Balbases ó de D. Diego Hejia, dicen fué donde salió herido
de muerte, sin obstarle los remedios ni las bebidas que le
dieron.
Finalmente, pagó allí muchas sospechas y otros encuentros
que de él se tuvieron: cierta llave que se reconoció oculta en
palacio, y que no era lícito ¿ otro que al supremo señor, y por
no hacer mancha en lo que no la hay, sino que solamente
servia á la licencia de los mozos para las noches y las calles,
sin embargo, atrevimiento ajeno de toda fidelidad hizo tomar
satisfacción con esta prudencia: que asi castigan los principes
los deservicios de sus vasallos, excusando la nota popular; mas
al Gn se habló de todo y nada se halló. Avisó el duque de
Noguera (que también le alcanzaron sus riesgos) á S. A., que
se parlamentaba en Hatisbona, ciudad en grandeza y situa-
ción maravillosa, y digna de hacer célebre memoria de ella
por las muchas Dietas que han tenido allí nuestros emperado-
res y por estar junto al gcan Danubio , que el ejército de los
enemigos suecos, alemanes, herejes y protestantes, mezcla-
dos con franceses, procedían insolentes por el país con el em-
barazo del imperial en Ratisbona, y quemaban y talaban la
Baviora , no perdonando hasta las raices insensibles de árboles;
pero en Gu, se rindió á Ferdinando Con una gran gloria de su
esclarecidísima casa y de aquella nación que militaba debajo
de los estandartes de la fe. Fué esta nueva de grande alegría
para S. A. y el ejércilo, deseaudo mostrarse, invocando la oca-
sión y la compaña para ejercer el valor y la osadía. Con la
pérdida de Batisbona desamparó el enemigo á Lanchut, cor-
riendo con diligencia á abrigarse de Augusta, y con tanto des-
orden y confusión, que se dejó la artillería y el bagaje en la
campaña; picándole en la retaguardia la caballería del Rey,
que estaba levantada en Uónaco, corte del bavaro, y la del
Duque corrió con diligencia á pillar los bastimentos que ve-
nían de Augusta y á retirar la presa que habían hecho en el
Estado del Elector, que todo fué de muy grande conúde-
racion.
Mandó S. A. dar una paga al ejército y que pasase á In-
glostat para darse la mano con el húngaro, instando al mar-
qués de Grana, general de su caballería, se juntasen ambos
principes, gentes y ejércitos y se dispusiesen á deshacer al
duque Bernardo de Veímar y á Gustavo de Orne, y á los de-
más cabos, que estaban muy poderosos y fornecídos de muy
gruesos escuadrones, asolando la campaña , y otrosí limpiar la
Bavieray todo loque está de la otra parte del Danubio, y correr
á Brisac, y á su amparo á la Alsacia; ofreciendo acompañar
á S. A. con la caballería imperial hasta el Rbin, aunque se
aventurase y pusiese al trance la Bohemia, A esta hora llegó
el marqués do Leganés, D. Felipe Espinóla, marqués de los
Balbases, el consejero Gabarelí y D. Martin de Aspe, secreta-
rio de estado de S. A., de tratar y conferir con el rey de Hun-
gría el mejor modo y manera de pasar S. A. al País-Bajo, que
era á lo que por allí había venido. La resolución por entonces
fué, que desde Inglostat, juntos ambos ejércitos, el católico y
el imperial, marchasen cerca el uno del otro por los víveres,
el rey de Hungría por la mano derecha del Danubio, y Su Al-
teza buscándote por frente; y tomóse muestra á nuestro ejército
y d lósele una paga, y avisó Haría, reina de Hungría, á su
hermano le esperba en Pasau. Llegaron las tropas de Lom-
bardía, el dinero y et trigo para la eipedicíon y mejor como-
didad de nuestra gente, y diéronse á D. Martín Idiaquez 1 .800
españoles y otros 1.200 al conde deFuenclara, con otros 200
8 que vioieron de Itali»; y con el deseo que tenía de ver á
la Reina, su hermana, y alegrarse con su presencia de sus
peregrinaciones, y hablar despacio de sus cosas y de los añoí
en que nacieron , vivieron junios y se amaron reciprocamente,
de los años que no se habian visto y de oíros lances de su
fortuna, en que lanta parte tienen los principes por locarles
la mudanza é investigación de tierras, particularmente los
que nacen de monarcas que las tienen tan explayadas en el
orbe, embarcóse en el Eno, á la ligera, con no más del mar-
qués de Leganés y los criados más Torzosos en tres barcas, y
dio fondo en Rosensein, en la Baviera. Envióle el Duque al
Elector á visitar y á pedirle muy encarecidamente que t^n
Brauna , donde le esperaba , hiciese alto por algunos días para
festejarle, verle y lograr un deseo que había muchos días le
trsia con gusto: S. A. se eicusó con enviarle á decir, que le
esperaba la Reina, su hermana, y no era posible detenerse
por el poco tiempo que se lo permitía á su jornada y á lo mu-
cho que tenia que hacer; que á la vuelta le verla. Durmió
aquella noche en la barca , y al otro dia pasó á oir misa á Ba-
sembourg ; corrió á Gerdinque y desembocó en el Danubio por
acabar alii el Eno, perdiendo el nombre en sus aguas; llegó á
Pasau. adonde dos dias antes, por lograr esta ocasión, habla
llegado la Reina bajando en barcas desde Viena de la Austria
inferior, corte del César, desembarcó el Infante y fué á pala-
cio, bajando la Reina, acompañada del cardenal Diatristan,
para recibirle, mucha parte de la escalera , vestidas las damas
i la española, como si el caminante no llevara ya el corazón
alemán. Recibiéronse en los brazos, y fué grande el guslo y la
alegría de ambos; hablaron en sus cosas y en los sucesos pa-
sados, en sus jornadas, novedad y mudanza de estados, y todo
cuanto les habia sucedido, hasta los más mínimos lances y los
mayores desdo el año de 630, por los fines de Enero, que se
despidieron en Zaragoza.
Fué la llegada de S. A. á esle paraje á 27 de Julio de esle
ano; otros quieren que sea ¿ 1C. Las alegrías y regocijos que
Be hicieron fueron notables, y las que la Reina le tenia prevé-
nidas. Recibió la embajada del César, y entre (anlo ee juntó el
ejército en Consiaío. A esta saton, el duque Carlos de Lorena,
codicioso ya de probar su fortuna y su valor, le fué á buscar
á Rotemberg, y no hallándole allí, informado de la visita á
la reina de Hungria, retrocedió álnspruc por ver i la archidu-
quesa Claudia, y coocluído, en breves dias tornó á Rotem-
berg; Y errándole segunda vez, fué por el Edo á encontrarle,
y no hallando ejecución su deseo, fué á Bruna ¿ esperarle. To-
maron los cabos, por no perder el tiempo, la muestra al ejér-
cito, cuya forma y número era este:
Siete compañías de caballos de lombardos, á cargo del
marqués Florencio, con los de la misma nación D. Andrés
Manrique, D. Pedro Vitlamor, Alonso Filomoriano, y la de
mosqueteros de D. César Taragon, en que había 500 hombres;
las dos compaSiae de caballos de S. A., á cargo del marquéc
de Orani, su gentilhombre de Cámara, en que se incluían 230,
que todos eran 1.317 en veintiséis compañías, aunque otras
relaciones dicen había cerca de dos mil caballos; 1.800 espa-
ñoles, soldados viejos, en veintiséis compañías, á cargo del
maestre de campo D.Hartin Idiaquez; l.&SOespañolesen diei y
sielecompañías, y por su maeatre de campo el conde deFuen-
clara; un regimiento de napolitanos en veinticuatro compañías,
á cargo del principe de San Severo; el tercio de infantería ita-
liana de D. Gaspar Toralto, compuesto de diez compañías, en
que se encontraban 750 infantes; el de D. Pedro de Cárdenas,
de la misma nación, eo quince compañías, i .300 soldados. Otro
levantado por el príncipe de Oria, á cargo del maestre de
campo Carlos Guaseo, en doce compañías, en que había 1.000
infantes, que con la compañía de RafsMsqui, de esguizaros y
otras naciones, habia 9.240 infantes en siete tercios; cinco
compañías de dragones, por número 500 caballos, que hacen
los que hemos referido de caballería y de infantería ; esto sin
los alemanes levantados para agregarlos é este ejército que le
hacia muy Qorido y pujante.
Proveyóseles de vestidos, pan de muDÍ<;ion y todo lo ne-
cesario: era ya, como lo dejamos referido, teniente general
404
ó gobernador deS. A. D. Diego Mejia, marqués de Leganés; y
D. Felipe Espinóla, marqués de los Balbases, su cuñado, ge-
neral de la caballeria ; de la artilleria el conde Juan Cer-
vellón, que hasta ahora habia asistido en la Baviera, gober-
nando la gente que habia quedado del ejército del duque
de Feria; tenientes de maestres de campo generales, Pedro
de León, D. Juan de Padilla y I). Tiberio Brancacho, con
otra mucha gente noble entretenida, particularmente muchos
caballeros españoles que dejaron sus casas y fueron á servir
en esta jornada por lo que amaban al Principe. Habiansele ya
pasado los tres días á S. A. en Pasau, en compañía de la Reina,
entretenido en Gestas y un sarao al uso de Alemania, y todo
ya concluido, no sin mucha terneza se despidió, apresurando
su jornada deseoso de demostrarse y ejercitar su ánimo gene-
roso y ver aquellos rumores recientes, tantos años antes ape-
tecidos de su belicosa inclinación, y seguir las huellas de sus
antecesores, que en aquella parte y en las demás del orbe
dieron tantas muestras de sí que inundaron con sus hechos
las historias.
Habiendo salido de Pasau, caminó á Gerdinch y á Bruna;
salióle al paso Maximiliano, duque y elector de Baviera , su
tio, apeóse para recibirle, entraron en la carroza, llegaron a
Bruna, visitó á la Duquesa, y de alli corrió con brevedad é
hizo noche en Tromburc, y al otro dia pasó á Rosensein, ú
Costain, donde recogió la casa y el ejército, y donde, ü dos
millas más allá de esta población, hizo frente de banderas,
reconoció la gente, y consideró con atención las fuerzas que
llevaba para saberlas disponer y mandar, ejercitando en aquella
edad reciente, que apenas llegaba á veinte años, la maravillosa
virtud de la prudencia; materia importante para saber vencer
diücultades. Tuvo correo de Flandes, y relación del estado en
que el marqués de Aitona tenia las cosas del País— Bajo y cómo
iba acomodando las del país de Limburgo, para luego que lle-
gase asediar á Maestrích; sin embargo de que las cabezas del
ejército discurieron lo que tenia delante, lo mucho que habia
que marchar y aun que acometer, y que sería no pequeña
405
umpresa poder llegar á liempo do alojar la geole y uetei la en
guarniciones, y esperar á la primavera siguiente para poder
obrar.
Escribió desde aquí al Rey los progresos de su jornada,
desde que salió del Estado de Milán hasla aquel día, y la visila
de la reina de Hungria, su hermana. Llegadas las cartas á Ma-
drid alegraron mucho al Rey, por quedar con certeza del buen
estado que lenia la jornada, du la salud de su hermano y del
buen orden del ejército; pero con cuidado del demasiado poder
del enemigo v la gran refriega que se esperaba, según todos
iban prevenidas los brazos > las anuas. Sábado 1& de Agosto,
marchó con el ejército y tomó el bastón y el gobernallo, con
admiración suma do todas aquellas gentes y pueblos, viendo un
Príncipe en lo más Horido de sus años, bizarro, galán y des-
collado, tan introducido y hallado en los deberes y estruendos
(le maestre como si fuera soldado viejo, apeteciendo las des-
comodidades y los cuidados, que á esta hora no le rodeaban
pocos, que no iba tan sobrado que no se Icmieso de necesidad
y hambre en el ejército, por falta do bastimentos y estar la
tierra etbaustadcellosy dannificadade los viveresppr los ene-
migos con sus continuas vejaciones. En esta forma, pues, marchó
por la Ba viera, llegó al Inspruc, yasisliéronle los comisarios del
Duque á los alojamientos. Tomó entretanto el rey de Hungría á
Donabert, sobre el Danubio, y dividiéronse los enemigos y sus
gentes en dos partes, en dos caudillos; y tomó el duque fiar-
nardo de Veimar aquella parte y Gustavo de Orne ésta abri-
gando y fortaleciendo ambaü márgenes. Reparó S. A. algunos
doAilbing, moderó los atrevimientos del ejército, frenando
los bulliciosos y castigando los inobedrentes, á imitación del
germánico, con las legiones y cortes que alojaban oerca del
Rhin; recogió, sin embargo, los bastimentos y municiones que
pudo para que no desfalleciese la gente y se perdiese de ánimo
y fracasase la reputación ; tan á la vista estaba de los enemigos
y la nobleza, de tantos y esclarecidos varones que estaban
prontos á la ocasión y á señalarse en ella.
Avisó el rey de Hungría cómo se iba a poner sobre Nort-
1
406
ling, ciudad imperial situada en la otra orilla del Danubio,
hacia la Francia, y cómo el enemigo se retiraba á Ulma; con
queS. A. se diese prisa á marchar, porque los enemigos iban
Juntando sus tropas para impedirle el sitio, socorrer la plaza
y darle batalla.
Con estos avisos juntó S. A. los cabos para conferir lo
que se debia hacer: todos fueron de parecer se pusiese dili-
gencia en el marchar y se socorriese al Rey. Llegó el ejército
á Hónaco; salióle al encuentro el duque Carlos de Lorena, que
pasaba al campo del Rey para gobernar el ejército de la Liga.
A esta hora ya el enemigo sacaba todas sus tropas y las reser-
vadas para esta ocasión con la noticia de la llegada de S. A., y
aumento de ambos campos imperial y católico, en que ya les
parecía proceder con recato; si bien no se lo pareció al Yei-
mar, parecióle al Orne, como de más juicio y experiencia y
mayor soldado, no solamente para defender, sino también
para conservar sus puestos y plazas y aquellas ciudades que
estaban ásudevocion,rebeldes, ala inlemperie, expuestos i no
pequeSo riesgo para la potencia de un ejército español que
había de pasar á sus contornos, donde sería muy posible y pe-
ligroso tentar su reducción y volverlas á las coyundas y suave
yugo del César: discurriendo, otrosí, cuantos avisos lee babian
dado de que no dejasen pasar á aquel Principe ni al ejército,
por los medios de la sorpresa, de Haestrich, y los otros acciden-
tes que les podrían sobrevenir á los Estados- Un idos con un
nuevo gobernador, qne traía por mayor dictamen y para mos-
trar el ardiente celo y fidelísimo que le estimulaba de servir
á su hermano, ser vigilante, pronto, mañoso, estadista , para
hacerse relevante gobernador y soldado, proseguir la guerra,
conseguir las plazas, ganar estimación y nombre, y poder mos-
trar entre estas virtudes con más resplandor el corazón y la
constancia con claridad, y ser buen hermano á pesar de toda
vana emulación. Sin embargo de todo esto, lo que les había
avisado el rey de Francia, y prímer ministro y Parlamento,
era que desarmasen squellasfuerzasé imposibilitasen la pasada
del Infante al País-Bajo, en que consistía el poder lograr los
407
designios y las secretas pláticas que Iraia con algunos noBles y
cabezas para rebelarlas, y usurpar las provincias, atrayéndolas
á si con medios y paliados engañosos, por cuanto ) a ellos an-
daban fluciuaiido con aquella tema antigua de no querer su-
frir el gobierno español , y que todo esto se quitaría á ta hora
que viesen al Infanle gobernarlos, asistirlos como Principe de
la Casa de Austria y hermano de su Rey y de espíritu lan ge-
neroso.
A esta hora ya el enemigo se había afrontado con el
húngaro y escaramuzaba con sus tropas, y ya que fué avisado
el fufante mandó dar una paga á los soldados, reconociéndolos
de nuevo, no solamente los que tiabia sacado del Estado de
Milán, pero los que habían alojado en la Baviera, el tren de
Ib artilleria, municiones y pertrechos; habiendo ajuntado en-
tre unos y otros 15.640 infantes y 3.300 caballos. Llevaba el
Infante diez piezas de artillería, entre cuartos de cañón, sacres
y culebrinas, gran número de carros, pontones y otras máqui-
nas militares.
Aprestadas todas las cosas en buen orden y disciplina de
guerrear, salió S. A. de Monaco, y con todos sus escuadrones
se puso á dos horas de camino de Augusta, ordenando á los
batidores del campo que batiesen la estrada de la ciudad, á
cuyo miedo y terror se cerraron y fortificaron dentro los bur-
geses, no sin gravísima congoja y miedo. El enemigo, con esta
resolución, se puso á dos horas de camino esperando el so-
corro del ringrave Oto, el de Gran y el de Witlemberg, reca-
tándose por entonces de la prontitud de los dos ejércitos y del
ardiente deseo que tenían de venir á las manos. Alentó el
Infante la gente, con que estaba á la vista de una grande
ocasión; repartió entre los más necesitados gran cantidad de
escudos, y volvió á informarse de nuevo de los nobles y aven-
tureros para el tiempo de las mercedes. Vino á hacer noche á
Par, y avisóle el rey de Hungría con el coronel Contreras de
los designios del enemigo; con que se dio prisa á marchar, re-
parando desdo Monaco hasta allí, poniendo la consideración
en diversos objetos de calamidades en que no había cosa que
408
DO estavlese injuriada de fl3ta canalla, sin labrar las tierras,
podridas y estériles, sembradas de ceniza, quemados los luga-
res, arrasados los domicilios y tos cimientos, muertos los pai-
sanos del hambre y del cuchillo y otras miserias, profanados
lofitemplos ysin culto, y otros estragos tremendos y lastimosos
que pedian enmienda y debida satisfacción. Pasó el ejército el
río Leco por cerca de la villa de Requs y el Danubio á Dona-
hert, donde salió á visitar á S. A. el marqués de Grana de parte
del rey de Hungría. Refirióle el estado de la guerra, la fuerzas
y progresos del enemigo, y que se le hablan juntado de Wit-
tftmberg 6.000 infantes y Gralz con 4.000; que con esta
gente hablan presentado al Rey la batalla, que no la había
querido por esperar á S. A. y vencer con su ayuda y darle
parteen la gloria del triunfo y de la fatiga; y que á toda ríenda
el enemigo, con esta remisión, habia introducido pólvora en
la villa de Nortiing y metidola dentro 600 hombres: enseñó
la planta de cómo se habian repartido los cuarteles de los
tres ejércitos católico, imperial y de la Liga , y que publicaba
Veimar con escarnio y burla babian venido al socorro del Rey
cuatro ó cinco mil españoles é italianos descalzos y muertos
de hambre, y que pedian se les señalase el dia de la batalla
para almorzárselos y no dejar pedazo de ellos. Calló el Mar-
qués, y explayada esta plática por las dos naciones, juraron de
tomar satisfacción del Veimar y darle á sentir á él y á sus
gentes lo que eran las dos naciones.
Visitó á S. A. Borso de Este, hermano del duque de Uó-
dena, y mandó desde Donaberl reconocer sus cuarteles á Don
Martin de Idiaquez y Ageri déla Reina, que ejecutado con
prisa no quisieron venirse sín traer noticia de mucha parte de
tos del enemigo: refirieron el asiento de Veimar y Orne sus
fortiti cae iones y trincheras, número y forma de escuadrones
la abundancia de víveres y otras cosas, cuando en nuestro
ejército andaba el pan y aun el agua muy limitado y á exce-
sivos precios y no se hallaba, estando para correr fortuna los
caballos y valerse de ellos por el hambre que comenzaba á
picar; pero el ánimo y el valor no desfallecían, y se hubo de
poner guarda en ana fuentecilla bien estAsa porqué no Ta'
agolasen la much» sed de la gente de guerra ó la enturbiasen,
quedando para poderla beber: S. A. salió, pues, de Donobert,
con la caballería de vanguardia y la infantería de rctaguar"
dia, y salióle á recibir el rey de Hungría, acompañado de Ma-
tías de Médicis, hermano del gran duque de Toscana, y el
gran maestre de la Orden Teutónica, el mariscal de campo
Picolomini, cabos y coroneles del ejército y otros muchos va-
rones y caballeros alemanes, tropas de corazas y las guardias.
Apeáronse ambos primos hermanos, y abrazáronse é hicieron
sus cortesías y saludáronse, y después de haber hablado al-
guii ralo en eus cosas^ jornada y materias, se despidieron, vol-
vieron á subir á caballo, dando el húngaro el lado derecho al
Infante, que no pudo excusar por las apretadas instancias que
le hizo: acompañados de los príncipes de Francia y Hódena,
caminaron al cuartel del Rey, puesto á cuarto de legua de
Nortiing, apeáronse en su tienda de campaña, comieron jun-
tos y tratarou largamente de sus negocios y dependencias, del
estado de las cosas presentes, y que tenia Alemania y las Pa-
nonias, la Liga de protestantes y sueceses, y la mucha gente
que tenían á ta vista.
Volvió el Infante á su cuartel, divisando los del enemigo
forli&cado en un alto á dos horas de camino: balian entre
tanto los alemanes la villa por tres partes con cuatro medios
cañones y ocho culebrinas, dos á la brecha y uno á las de-
fensas: volvió el Rey & visitar al Infante á su cuartel, juntaron
sus ejércitos, tomando el nuestro la mano izquierda, y habia,
en el de el rey de Hungría y en el de la Liga, que gobernaba el
duque de Lorena, sin los que sitiaban, 9.000 caballos , 3.000
croatas y húngaros 7 8.OOD infantes, alojados cerca del cuar-
tel del enemigo. Quiso verlos S. A., y miró con atención el
orden y concierto que tenían , la forma y disciplina que guar-
daban, la traza y disposición de los cuarteles. Pasó el Rey á
ver el ejército español, aumentado en caballería alentada de
Alemania; hizole tres salvas reales, y, como dije, crecido á
esta hora á 15.500 infantes y á 3.300 caballos, recono-
ciendo el enemigcf por el gran ruido de las salvas y el rim-
bombar del montañas, que la gente era mucha y no tan poca
ni tan descalza. Vino el general Matías Galaso á nuestros cuar-
teles, el gran maestre de los teutónicos, el mariscal de
campo Pícoiomini, el martilles de Grana , los condes de Al-
tifembac y Fúcar, cabos del ejército del Rey de la Liga, y
juntáronse con el marqués de Leganés, con el marqués de los
Balbases, el conde Juan Cervellon, el duque de Nochera,
el marqués de Este y fray Juan de San Agustin, confesor de
S. A., á tratar y conferir el principio de la guerra y el or-
den que se habia de tomar en combatir, porque las muchas
gentes que hablan juntado eran para querer probar for-
tuna, debelar los ejércitos, y redimir del cuidado, con su lle-
gada , las provincias y plazas adquiridas y las de sus amigos y
confederados y otros, ylibrardel asedio áNorllig, como ya lo
pedian los sitiados. Conferidos, pues, y debatidos todos los
puntos que pedia el caso presente, y vueltos todos á sus estan-
cias ó alojamientos, la gente alemana apretaba la plaza de
nuevo con mayor tesón y porfía , notificándoles que se rindie-
sen, enviándoles el general Galaso un trompeta con más apre-
tados requerimientos, y que de no hacerlo se entraría en la
villa y serian degollados. Pidieron dos dias de término para
resolver, de cuya congoja avisaron á los confederados, con dos
piezas de artillería, del aprieto en que estaban, y cómo los com-
pelían con asaltos, baterías y amenazas á la rendición; y ellos
respondieron con humadas, queriéndoles dar á entender, que
presto combatirían con nuestras gentes y los sacarían de aquel
cuidado, comprometiéndose la victoria. No les daba de término
el conde Galaso más que hasta las dos de la tarde, y viendo
que no era ref^pondído, les dio tres asaltos en tres horas, con
pérdida de 500 soldados sin poder entrar en la plaza: subie-
ron los borgoñeses por la balería que se les señaló, siendo la
más dificultosa, y ocuparon una torre en la muralla ; pero aco-
metidos con fuego so la hicieron dejar, quedando algunos
abrasados.
A esta bora avisaron los croatas que el enemigo se ponía
411
en marcha, y decían unos que se retiralja, y ofi^ 'que
quería socorrerá los sitiados, enviando á nuestro campo dos
trómpelas á decir que mañana daría la batalla; y con la re-
solución del enemigo, á 5 de Setiembre, se juntaron en la
tienda el Rey las cabezas más principales de tos ejércitos so-
bre combatir las plazas más recíarnenlc y doblar la gente.
Todos fueron de parecer se le diese oiro asalto, se procurase
desembocar el foso con las balerías, se llenase de fagina y se
hiciese todo el esfuerzo posible para escalarla y lomaría. Pi-
dió el Rey al Infante 1.000 hocr.bres para la facion; mandóles
dar de todas naciones y que los llevase Pedro de íjeoo, te-
niente de maestre de campo; y remítirjse para otro dia el asalto,
por no estar á punto la fagina y otros instrumentos militares
que hablan de perfeccionar la obra y darle el fin que se pre-
tendía.
Sabiendo el enemigo por las espías el grande aprieto de
los sitiados y el asalto que se les preparaba , entraron en re-
solución de redimirlos del accidente y darnos batalla; pero
les cabos de todos tres ejércitos, español, húngaro y de la Liga,
persistieron de acometerle por tres parles y desalojarle, á cuyo
tiempo avisaron los croatas eiploradores, vigilantes en cstn
ocasión, que los enemigos se movían con sus tropas y escua-
drones bajando la montaña, y relumbrando las partesanas
de los capitanes, con generoso denuedo, para herir en nuestra
gente. Tocóse luego una arma viva en todos los reales, con-
vocándolos á sus puesios; pero dejando el enemigo el Danubio
y el camino de Ulma, se avanzó con sus batallones hacía la
mano derecha, arrimándose á unos bosques y enderezando á
los cuarteles de S. A. con parle de infantería y caballería. El
duque de Lorena, el general Galaso, el marqués de Leganés y
el de los Ralbases, Picolomini y otros cabos fueron á recono-
cer el sitio por donde podían venir, observando con atención
y vigilancia lodo cuanto en el sucoso présenle se pudo ante-
ver, no creyendo que el enemigo quisiese arríesgarse á dar
batalla por las muchas fuerzas que babia de nuestra parte, si
bien las suyas no eran inferiores; pero su soberbia, infidoli-
412
dad y tiranía los cegó, deseslimando el ejército caíSlrco y ti»
dernüs y los hrzo resolver y acometernos; que ea buenas re-
glas militares es reprobado el despreciar al enemigo. Encami-
nóse la gente del Rey y del duque de Lorena al llano que
tiabia desde la villa á una colína, adonde los más prácticos
presumieron que habian de cargar por ser puesto á propósito
para vencer y enseñorear la campaña y nuestros escuadrones.
Tenia la gente del rey de Ilungria el cuerno derecho en esta
eminencia , y la de S. A., desde unus altos que con la superücie
llana caían por encima de sus cuarteles y ocupaba el cuerno
siniestro, atríncberúse en las punías del llano para guarnecer
la infanlería, atendiendo á lodos ios movimientos que podían
sobrevenir y saber resguardarse. Arrimóse el enemigo entre
dos bosques y la montaña, y tocóse arma en el cuartel del
Infante, porque creyeron eran acometidos', púsose S. A. en la
plaza de armas, revestido de valor y de grandeza de áoinio,
intrépido á lodo trance como alguno de sus mayores, que->
tiendo emplear al enemigo el primer ardor y el más reciente
Ímpetu de los suyos, por ver si podía responder á los nuestros,
liado en que conseguiría lo demás con medianas fuerzasj por
donde se discurre, que cuajito quiera que nos despreciaba con
la lengua nos estimaba con el coraion y le éramos de cui-
dado.
Pasó el Bey al cuartel de S. A., y formándose de ambas
partes los tercios y regimientos, acometieron 3.000 caballos
imperiales para atacar al enemigo y que no pasase, porque
reconocieron querían socorrer á Nortlíng y obligar al Infante
H retirarse; pero en esta ocasión mandó el marqués de Le-
ganes, antes qoe fuese acometido del enemigo, á Francisco
de Escobar, sargento mayor del conde Fuenclara, que con 200
mosqueteros de su tercio ocupase un bosquecillo. porque no
hiciesen allí pié y reparo los herejes. Ejecutólo con presteza
el Escobar, y viendo cuánta importa asirle luego, le reforzó
con otros ^00 del tercio del maestre de campo D. Gaspar To-
ralto, otros tantos borgoñones y algunas tropas de dragonesde
O. Pedro Santa Sicilia. Andaba muy viva la escaramuza de los
3.u6o cabaíloB, saliendo e) enemigo al opósilo con otros tan-
tos; faeron retirados con pérdida de algunos y muerle del
prior Aldobrandino y del marqués de San Martin, que cayó
de un pislolelazo y mosquetazo, coroneles ambos de caballe-
ria imperial, con lo cual, y con la cercanía de la noche, atacó
el Veimar el bosque, haciéndosele dejar el Escobar, retirando
su gente con la mosquetería, y plantó allí diez piezas ilc
bronce, divididas en tres partes para conservar aquel puesto
y tenerle por suyo, y pusiéronle al opósito otras tantas piezas
de artillería; pero como la oscuridad los despartiese, cada
uno se retiró á su puesto. Pero el marqués de Leganés volvió
á mandar al sargento mayor Escobar recobrase el bosque,
mas el enemigo persistió con mayor ardor el volverle á de-
fender; y S. A., vigilante á todo, mandó al conde de Palma que
con su regimiento ocupase una colina, donde le pareció que
en el progreso del combate consistiría la ventaja de los nues-
tros, y que el enemigo, :i la quería conseguir, se había do ar-
riesgar en ella, ya que no se había podido ocupar la importan-
cia del bosque.
Dióse orden al conde Juan Cervellon, que conducía la ar-
tillería á sus puestos, que con los regimientos de alema-
nes de los coroneles Bormes y Leslierc, en que había 3,000
infantes [sin otros escuadrones que se habían enviado), que
se atrincherase en la eminencia: ejecutóse con presteza sin
poder subir las trincheras más que de tres píes de alto. Reco-
noció el duque de Veimar en persona la obra, arrimando el
oído á los golpes de los picos y de los azadones, y dijo: -Estos
se quieren forti6c3r y no bailan disposición en el terreno y
pican en piedra.» Ordenó que se estorbase la obra con la arti-
llería, y pusíéronsele ante de su designio cuatro piezas de las
nuestras contra las suyas. No daba tugar lo demasiado pedre-
goso de la colína para hacer forLificacion considerable, y ayu-
daba á todo que nuestra gente iba penetrando parte del bos-
que. Envióse el Toralto con su tercio de napolitanos á la
eminencia, y reforzóla con 200 infantes de la misma nación
del principe San Severo; hizo sus fortificaciones de dos píes de
alio, y al tiempo que estaba totalmente perdido el bosque por
nuestra gente, palmo á palmo, quiso el conde Juan Cervellon
empeñarse con obstinación en el intento, y volver á probar
fortuna y salir con él, socorriéndole 200 mosqueteros de To-
ralto ¡ pero el enemigo hizo tal Tuerza con 1 .000 hombres de
á pié y de á caballo, que resueltamente acabó de enseño-
rearse de él y sacar de cuidado a nuestra gente, y prendieron
al sargento mayor Escobar, con que el Cervellon reiiró la suya
á sus puestos. Habiendo visto S. A. el tesón y la porTia de am-
bas partes y con cuánto coraje se hsbia debatido en todas, y
que el enemigo había alojado todo su grueso en el bosque,
mandó al Cervellon asistiese en la colina y á su conservación
con toda la gente que había en ella, y que caso que hubiese
menester más se la iria enviando ; pero entre tanto que unos
ejércitos y otros combatían, no cesaban de tirar la villa ni las
haterías, ejercitándose á esta hora todo género de dañar; y
como para la batalla , que se esperaba al día siguiente, se ha-
bían sacado algunas compañías de bs trincheras, avisado de
todo los sitiados y valiéndose de todo el embarazo de los
ejércitos, hicieron una salida que deshicieron parte de ellas y
quemaron algunas fábricas de madera y cestones. Llevaron
al sargento mayor Escobar delante del duque do Veimar: pre-
guntóle con todo género de desvergüenza: — ¿Qué gente trae
vuestro cardenal? — S. A., respondió, trae 10000 infantes y
2.500 caballos. Dijole que era ntentira , que de Venecía le
habian avisado no traia más de 5.000 infantes y algunos 1 .500
caballos. Replicóle el sargento mayor, dícíéndole que sólo lo
que él le había dicho era verdad ; de que soberbio el Veimar
y arrogante tornóle á llamar estando cenando con Gustavo
de Orne, y dijole que cenase con ellos; y con los estímu-
los que tenía en el corazón del fatal estrago que en breves
horas había de recaerle , volvió á preguntar. RatiGcósc el sar-
gento mayor; amenazóle de nuevo y que le compelcria con el
castigo á decir la verdad , y comenzó como fiera venenosa a
vomitar injurias contra los cabos y cabezas, y a baldona
poner en des[ireciu nuestra nación, más con estilo bárbaro
415
qne decoroso ni decente al estado de soldado y alema n,'doñTe
todas ia$ artes militares y políticas resplandecen. Dijole, mal-
tratándole de palabra: — ¿Qué ejército, qué españoles, quésolda-
dos viejos, dónde está su valor; qué hazañas han emprendido,
pocos, allegadizos y bisónos, y al fin todos descalzos; qué plazas
vienen de tomar, qué sillos han sufrido, qué enemigos han
domado? apenas jumados de ayer, llegados hoy, parte de ellos
echados de la Alsacia sin haber podido afirmar el pié, desfa-
vorecido el capitán y desdeñado, y por esta causa muerto, y
lo restante acorralado en la Baviera y sin coDOcimienlo tos de-
más, ni eiperiencia de nuestra tierra ¡ acaudillados de un
mozo sin doctrina, ni preceptos de guerra, ni ningún uso mi-
litar, ni práctica, apenas entre sus cabos conocido, ni de solda-
dos y de esos italianos; con maña y astucia en el proceso de la
jornada , dejando el camino real y escogiendo el incógnito, to-
mando por asunto visitar una mujer para rehusar el encuen-
tro con los franceses, que le esperaban en el tránsito de la
Borgoña , Lorena , Olut , Cemburg; eligiendo esto como igno-
rante, donde antes de amanecer ha de ser hecho pedazos y
presos ambos príncipes; y el duque de Lorena, que les hubiera
sido más á propósito y mejor haber sabido mantener la honra,
en Flandcs, conservando sus plazas y sus términos y no venir
á perecer por caminos extraordinarios y rodeos, donde como
incautos lo perderán todo y sacarán con brevedad los pies de
ambas Germanias. Galló y suspendió al sargento mayor cou)0
preso y entre muchos y sin ninguna cortesía ; pero su ánimo
estaba intrépido á cualquiera revés. ¡Oh trance de fortuna!
quisiera reventar de coraje y volver por su nación; pero
aguardó del cielo y de los mismos que había injuriado la sa-
tisfacción, que no lardó á catorce htiras, porque á las nueve
de la noche le estaba baldonando, y á las once del día si-
guiente, desbaratados todos por los mismos españoles, iba hu-
jendo infamemente. Pero digámosle al hereje, que si aquella
maña y astucia le quebrantó la cabeza á él y á tos demás, que
no refute por imprudentes nuestros consejos y Jornadas, pu-
diéndole haber sido más á propósito atender al que le puso i
tan miserable ignominia y deshonra, y conocer que sus pretei-
tos DO son otros que trastornar el mundo, tratar la desolación
de amigos y enemigos y descender al consejo del más pru-
dente y soldado como Gustavo de Orne, que le dijo consul-
tándole lo quo haría en el caso presente, y le fué respon-
dido, que 80 rehusase el venir á las manos cuanto la reputación
diese lugar, y se excusase la batalla. Pero él persistió en su
daño y en perderse por la voluntad del cielo, que en estos ca-
ros es invariable, por asistir con particular benignidad á la
causa católica.
A esta hora el Rey y el Infante tomaron algún socorro y
refección en su carroza, destituidos del sueño y del reposo, y
enviaron á la colina sobre que se esperaba contender á la
mañana, a) parecer de los más prácticos, toda la caballería
borgoñesa de los condes de Laloyer y Alberg; siguió la van-
guardia y la caballería del teniente general GeraMo Gamba-
curta , y ésta era la que habia quedado en la Bavíera del ejér-
cito del duque de Feria, y i.OOO caballos imperiales de 8.O00
que tenia el ejército del rey de Hungría, que parte de éstos
con otros escuadrones mandaba el duque de Lorena por el
duque de Bavíera, recayendo en aquella ocasión en el gene-
ralato de la Liga, y cuatro piezas de arlillería que había pe-
dido Picolomini, sargento mayor de batalla que asistía en la
colína con el Cervellon; y supuestas las cosas y lo que se es-
peraba, se juntaron á consejo en la presencia de ambos prin-
cipes, el duque de Lorena y las personas más señaladas do
los ejércitos.
Tomó la mano Galaso, y como su inclinación no es sentir
bien de la nación española, comeníó á decir que ellos ha-
bían querido perder el bosque. Respondió S. A., que lo es-
taba , y que no habia que hacer pié en ello, que dijese su
parecer en lo que restaba. Replicó que le habla dicho su
senlimiento, y cuánto hubiera imporlndo mantener aquel
puesto; y el Infante, algo enfadado, le volvió á impugnar que ya
se había perdido, que no repitiese tantas veces lo que no te-
nia remedio, que lo dejase y dijese lo que sentía en lo que
417
fallaba por hacer. Atravesóse el marqués de Grana, encareció
la ocasión y dijo que todo el debate había de venir á ser sa
la colina, que de los cuatro tercios que bebia eo ella, el uno
era de alemanes; todos bisónos, y que se le procurase enviar
uno de españoles pronto á socorrer, según la necesidad y el ac-
cidente que podía venir: aprobólo S. A., y aunque refutado de
muchos este parecer, sin embargo, dio orden á D. Martin Idia-
quez para que fuese allá y que atendiese al obrar sin ponerse
en disputa ó contención de lugar ó preeminencias con nación
ninguna. Nombró los tercios que habían de socorrer, y mejoró
con otros los puestos de donde habian de salir; previno tas
mangas de mosqueteros, y señaló \a parte de donde se habian
de sacar para la prontitud y la ocurrencia, asombrando á los
cabos forasteros la suma presteza de su expedición, la pru-
dencia y libertad de mandar, como si hubiera tenido más años
á su cargo la experiencia militar; y envió á las dos de la noche
al duque de Nochera á reconocer la disposición y asiento del
enemigo, á rastrear sus intentos y cuanto pudiese trascender
susiBaquiíiaciones. HIzolocon toda- puntualidad, y á la vuelta
re&rió cómo se iban ordenando para embestirnos, y que sin
duda ninguna, alargándose cuanto podia imaginar, que su de-
signio era iuégo que amaneciese darnos batalla. Juntó el ene-
migo, por el consiguiente, su consejo; las más de las cabezas
y el general Gustavo de Orne, fueron de parecer que no se
aventurase todo en un trance loque se tenia ganado, la fe de
los amigos y la unión de las ciudades libres que tenía á la
vista; que se procediese con más tiento y más espacio, á ver
si el tiempo despertaba algún accidente que les pusiese más
sazonada la ocasión en la mano; que la (¡ente era mucha, de
muy buenas cabezas y soldados, particularmente el Gamba-
curta y el Toralio, y que no era consejo acertado no hacer
mucha ciienta del enemigo. Fué de contrario parecer el duque
Bernardo de Veimar y prevaleció el suyo como más arrojado;
suspendióse el Orne, y quisiera guiar la guerra por otro
rumbo, porque este cabo era de mucha autoridad, de valor y
de consejo, á quien el rey de Suecia tenia en alto concepto,
418 ^
y a^orn era como lugarteniente general de Ogisteren , caanci-
ller del Rey muerto, y á cuyo cargo quedaron eus gentes, el
gobierno y ta guerra de Alemania, y todas las ganancias y
usurpaciones, confederar de ligas, pactos y otros asientos-
Llegada, pues, la hora de amanecer, próspera sin duda
para el Infante y cristiandad , como fatal para los infieles, es-
tando todos á punto y en orden de batalla , plantada ta arii-
llerie en sus puestos y el D. Martin Idiazquez arraigado é in-
moble en la colina junto á los regimientos de Salma y Vormes,
alemanes, se plantaron á la mano derecha 1.000 mosqueteros
de la Liga Católica en hileras, al mando de Toralto, maestre
de campo, y de italianos. Habia en el ejército del rey de Hun-
gría, demás de 2.000 croatas y húngaros, 7.000 caballos y
5.000 infantes; en el de S. A., sin los que se reservaron para
la custodia de bagajes, artillería, heridos y enfermos, 2.500
caballos y 25000 infantes: en la otra parte tenía Veimar 4.500
caballos y 5.000 infantes; Gustavo de Orne. 4.000 caballos
y 9.300 infantes; Gratz, SOO caballos y 3.000 infante», y
Wittemberg, 6.000 infantes; de suerte que en su caballería
tenía 9.300 caballos y en su infantería 23.300, Esto dicen b1~
gunas relaciones, y otras, que ellos eran más superiores á nos-
otros, incluyéndose en los de la una parte y de la otra, asi
en caballos como infantes, 65.100 ; acción que pedia el senti-
miento y ternura de Jerjes por haberse juntado tantas gentes
las unas con las otras á debelarse y hacerse pedazos.
No quiso el enemigo, de confiado y de orgulloso, esperar
las tropas del ringrave Ludovico Oto, en que hubiera con-
sistido mucha parte de su salud, por ser socorro de conside-
ración, no estando a más distancia que de una jornada; ó ya
sea que, para cualquiera accidente, quiso reservar aquel trozo
que era de 2.000 infantes y 4.00O caballos. Era el día miér-
coles 6 de Setiembre, cuando embistieron con sus batallones
muy espesos y escuadrones volantes la colina, tomando Gus-
tavo de Orne ta batalla, Gratz la mano derecha y Veimar la
izquierda. Estaba D. Martin Idiaquez á la parte de Orno con
sus españoles; los napolitanos del Toralto y los alemanes del
419
ciiniIciicSulFfia y Vormos y i.OOO cuballosdcl Rey y S. A., fi la
(lo Gratz con el regimiento de Leslícr y otros 1 .000 caballos,
que gobernabiin el Cervellon y Picolomini. Leganés y el de
los Balbuses, se afrontaron con el de Veiinar. El grueso de la
gente del Roy y Liga con algunos tercios de S. A., se avanza-
ron valientemente, no cesando de tirar la artillería; pero el
enemigo atacó los napolitanos de D. Gaspar Toralto por el
cuerno derecho, rompió otrosí los regiinicnlos de alemanes
del Sahna y de Vonnes, y picándolos por tas espaldas la ca-
ballería liuyernn, pretendiéndolos volver los cabos y oíiciales
á cuchillada!)', y Gerardo Gainbacurta . soldado de gran valor,
con la caballería napolitana de su cargo, viendo le venía a
vencer la caballeria de Gratz, cerró con él y le puso en rota,
recobrando el pueblo ilesatnparado de alemanes y- los volvió á
restituir en él. Arrojóse el enemigo consecutivamente con ma-
yor ardor y denuedo sobre la gente del Torallo. que se volvió
á rehacer: pelearon este día cabos y soldados con el aliento de
tan esclarecida nación con un grueso escuadrón de caballos,
siguiéndolo otro de infantería escocesa , que tenia por nombre
el rcgimienlo de Casacas amarillas, reputado por valiente y
belicoso, de quien el rey de Suecia bacía mucha estimación
y acometía con él las más arduas dificultades, soldados víujos
y de corazón ; pero nuestros mosqueteros españoles maltrata-
ban su caballería, empeñándose tanto, que estuvo á pique do
ser rota, pereciendo muchos, no obstante el bote de las picas;
con que refrenado el orgullo de los infantes que los seguían,
cargaron de nuevo á los alemanes del Salma y Vormes, do-
bláronlos cncLDÍgos su caballería, con que volvieron á ser des-
baratados con muerte del coronel Vormes y herido de muerte
el conde de Salma en sus puestos , desamparados de su gente
sin ser posible el detenerlos segunda vez.
Tomaron la fu^a hacía la parte de Toralto, manteniendo
galiardamcnle el tesón de la pelea, y después con más ímpetu
y más contusión y golpe de gente hácia I). Martín Idiaqucz,
que cslüba detrás: pori|ue tos cabos alemanes se le opusie-
ron, queriendo ser los primeros en el puesto y en la acometida,
r kÍM fc dh. ■■■4* al WsqKS alar bs pi-
• i Itt fl^iiale^ 7 él CM h o^ads >tla ea U mano Io«
lipMtódaif pafqafeaeUa ranfriana y faaica de perínicioi
a de los enemigos el paesto
, 1 reeoperó La artillería
I aaestros escoadrones,
• D. Hartin d« Ára-
e oi el Estado de Mi-
1,7 D. DieesdeCMUnrasy LopedeOcboa
[ia Oto; Hevéraala i éttedbtuo derecho de «D balazo ¿kilo
taaoa a«ra é n nti^ealo. Vain6 á eaabestir el Veicoar la
¡■a, liwJa rdMido de atrtfa aaeíoii, daodo lieoipo tei^
a vea á ka alenaae» para jaaune j rebacene á sos es-
I, ja ^aa ae I«1mm podido peraiaaecer al fí«Dte. y per-
I el efigo ea qaerer desbaeor aqad baloarte de
, 7 radanar coa naTor úapeta qae basta ^lí. rebaiea
I caboUeria y ndfa veb casi desordeaado: loraaa i pór&ar
t'y á dápatar d paoato, sieikdo leoaees en la ohrtiaaeioD qae
. BMa coa esa mima eraa eipdidoe y amjadoi;
ja DO ñn adaiiraeioa de aMÍgoa j — *^yt. y de
■ ttacioB ua firaw y laa iamÓTÍl ooaio U aiisaa
■ i los eacseatras y arreaetidas de iepoaea lan bdi-
■ 7 aotabtes, aWMlidea dd laCnto 7 dd ray de Baagría,
qM ea aaa poestoe daban las ócdoaea qae ea aqad tranee taa
Planió el eoeaigo aoeTa y atas graesa artillería ea d boe-
qoe, coa qoe dañaba , j recpoodióseie coo la Doestra. abriJB—
dolé por iDedio sos escoadnMMs; pero ya todos, viendo te
resisteacta del Idisqoez volvienia á cargar la colina con la
mejor gente <\iié se podo; y socerrióeeal Toralio, por estar ya
may Oaco so tercio y ser aqpeUas dos aadooes. española é ita-
liana , las que penaaaoctan soateaieodo ea so peso el com-
bate y sin flaquear na poalo coa desesperadoo mortal de los
enemigos . y eoTíáronsete dos raaagas de iDOsqaeterta de doo
Pedro de Cárdenas, coadocidas por cuatro capiuoec, sigoieodo
4S1
á estas otra dol marqués db Torrecusa. En todas partes andaba
encendida la pelea, no baciéndose olía cosa que herir y aco-
meter, hacer pedazos y destroncar cuerpos, volar caballos, las
ruedas de la artillería, faginas y cestones. Mandó Galaso avan-
zar á la. colina 1 .000 caballos del Rey, sin embargo de las in-
accesibles dificultades de ascender á los puestos, y los volvió á
acometer el enemigo con más gruesas tropas de caballería, que
arrojó de la coliga hasta lo bajo de nuestra gente, donde esta-
ban S. A. y el Rey con lo restante de la caballería é infantería
de los ejércitos, quedando solos el Idiaquez y el Toralio en la
eminencia como valientes capitanes"; pero muy en breve fue-
ron rebalidos de Gambacurta, que perseveraba en acierto y
valentía, sin faltará ta prudencia acostumbrada, con sus tro-
pas. Hiriéronle, sin embargo, perdiendo mucha gente prind-
pal: ganaron tres estandartes, que se enviaron á los dos prin-
cipes, ganados por la caballería napolitana ; mató una bala de
artillcria al coronel Ayuso al lado de S. A., birió otra á don
Pedro Girón en el muslo; yendo á caer, le dio la mano con
intrépido semblante y ánimo nunca visto en los mayores hé-
roes : mandóle que se retirase , y replicó quería morir al lado
de S. A. y poper este renotaHo y trofeo en su sepulcro.
Era cosa de maravillar y muy digna de advertir con qué
discurso y aliento ambos principes andaban entre sus tropaa y
regimientos, en los más flacos alentando los caídos y pusiláni-
mes, si este día habia alguno, que en ocasión tan trabada y de
tanta honra no se reconoció alguno que lo fuese; hasta los de
menores obligaciones eran un asombro de valor. Eren ya las
siete del día sin conocerse ventaja por ninguna de las parles,
antes bien perseveraban lodos en un mismo peso y combate;
pero por ningún caso desistia el enemigo del intento de ex-
pugnar la colína y de enseñorearla, pareciéndole era el diseño
en que consistía la victoria, y poder con más comodidad de-
belar nuestras fuerzas y quedar al trance todo lo restante de
Alemania, que atendiendo era necesario apretar más las ma-
nos y adelantar los designios, se hacia viva fuerza; y á este
intento ordenó el marqués de Leganés que se encaminasen á
la eminencia 1 .000 mosqueteros, los más escogidos de los ter-
cios do S. A., de españoles y napolitanos, lombardos y borgo-
ñoncs, que estaban al pié de ella, y que so fuesen mojoiando
los tercios de Paniguerola y Carlos Guaseo, por las laderas y
faldas de la montaña la vuelta del bosque. A esta horn se co-
mentó á mezclar la caballería enemiga con la de cargo de
Gambacurta: hacia maravillas la napolitana, y fueron carga-
dos con la lombarda y borgoñona de Paulo Dentíque. El duque
de Lorena acomete con sus tropas y algunas del Rey, que
hasta aquel punto habia esperado ocasión de cerrar, aten-
diendo á los movimientos del Veimar y á sus designios . y co-
menzó á escalar la cumbre con una banda de caballeros de
su séquito y estado, y mezclóse peleando como Principe vale-
roso con las escuadras enemigas. Acometía éste con los nom-
brados regimientos azul y negro, soldados veteranos y suece-
scs, que se habían hecho lugar y aun temer en la Gcrmania
superior donde ahora se debatía, y corrieron á darles calnr
mucha caballería; encaminándose á toda diligencia al puesto
de nuestros españoles, ordenóles D. Martín Idínquez que es-
perasen la carga hasta que él les hiciese señal , y que al re-
cibirla se arrodillasen ; y ejecutáronlo asi , pasándoles las balas
por alio; que el ardid en los casos dificultosos siempre fué de
prudencia y felicidad para conseguir victoria. Habiendo, pues,
recibido la carga de los enemigos, dio la señal, y puestos en
pié, la dieron tnl á los competidores que no se perdió bala,
abriéndole los escuadrones con gran mortandad y estrago,
dejándolos encogidos y atemorizados, Dojos y perdidos de
ánimo; de suerte que se les reconoció por los más atentos la
cobardía y el rehusar volver á oiperimenlar el furor de aque-
llos que pocas hora antes habían sido injuriados de miseros y
descalzos. Pero aun no bren desengañados tornaron á rc¡>etir
su precipicio, siendo á esta hora quince las acomotídns que en
poco menos de seis habían dado al idiaqucz y á nuestros es-
pañoles, con los mejores cabos y lo mas florido y tenaz de su
ejército, siendo siempre rechazados del aliento español, insi-
nuados del grande juicio y destreza del caudillo, poniendo
mucho de su parte en reprimir el ardor de tos más particula-
res soldados de las primeras hileras, no dejándolos empeñar
demasiado, y atendiéndolos todas las naciones, no sÍo parti-
cular ejemplo y alabanza ; que en todas estas acometidas del
enemigo, ejecutadas con tanto ardor y tantas gentes, nunca se
vio que les ganasen un palmo de tierra ni sacasen un pié atrás,
antes, no pudiendo contenerse como impacientes de la tem-
planxa del cabo y de estar demasiadamente sijbre sí según su
coraje y como se lo parecía, excedían de )a obediencia ; acor-
dándose, cuando les contaba de los años pasados, que á aque-
llos pretendian adelantarlos en honra, que querían ser godos
como si hubieran llegado á ser españoles, porque aquellos an-
tiguamente, cuando se juntaron con nuestra nación alcania-
rOD nombre, habiéndose ingerido en su militar espirito. Asi lo
sinlieron los romanos y primero que ellos; los de Numidia
sentían eslo, y más cuando querían ser, y lo publicaban,
el estrago de Alemania, de donde tenían Principe, y del ori-
gen sagrado de Austria; y pasaba tan adelante la soberbia
de los combatientes que Ío pensaban ser de Italia, queriéndo-
les oscurecer é, los nuestros la memorable virtud y maravi-
lloso esfuerzo con que la ganaron á la misma nación y dos
veces á los franceses; y que más adelante, se Jactaban, que lo
habían de ser de todo el resto de la Europa; ellos, que apenas
podían ya pasar el Rhín ni el Danubio. Sallan de sus puestos
los españoles, excediendo (sí tes puede ser esta nota de alguna
mancha á su honra y al decoro de buena soldadesca}, como
ya be dicho, el orden del caudillo, y volvían á picazos á los
enemigos, siendo valentía no sin linaje de temeridad, por ex-
ponerse al riesgo de quedar cortados por la caballería del ene-
migo y quedar prisioneros. Halaron á D. Diego de Bustos y
quedó herido Negrete: comiénzase á ver desmayo en el ene-
migo, y viendo no le era posible prevalecer contra los es~
pañoles, tentó al Toralto y á sus napolitanos con mayores
fuerzas, y no pudiendo contrastarlos ni arredrar del que te-
oran, ayudó á cargarlos el Cervellon; y Pícolomini, retirándo-
los, mandó adelantar el tercio y que la manga de Torrecusa
saliese un tira más adelante del escuadrón, refrescándose de
nuevo en la pelea como si se comenzara. A aquella hora llego
la gente que mandó conducir el marqués de Léganos, con que
se reforzó a! Toralto, pasando con diligencia los tercios de Pa-
niguorola y Carlos Guaseo: fué herido Paniguerola de dos ba-
las en el muslo derecho; mandáronle retirar, pero él quiso
perseverar en el combate como bueii'soldado; mas otra que
le hirió en el bcazo derecho le constriñó á obedecer, quedando
el tercio y el manejarle á cargo de su sargento major Alejan-
drq Campi: fué é-sle herido mortalmente en la garganta, y su-
cedióle Juan de Oroico, señalándose maravillosamente; ma-
táronle el caballo, y sin embargo acometió á e) enemigo, siendo
ejemplo de héroes y capitanes.
Eran casi las diez del día, reconociéndoso el valor en todas
partes sin aOojar un punto; mas la caballería de Veimar, que
basta entonces no había salido de su puesto esperando orden
de acometer, se encaminó al cuerno derecho de la batalla,
donde combatia el duque de Lorena v Juan de Berle con ta
gente de la Liga . y atguna asistia a este puesto del marqués de
los fialbases con el resto de la caballería de Paulo Denticfue.
Cerró el enemigo con los de la Liga, y ellos tomaron )a carga
hasta unos casares metidos entre algunos árboles que calan
hacia su mano izquierda, donde emboscados número razonable
de nlosqueieros los- rociaron tan vivamente que los descom-
pusieron : arremetió á esta sazón la tropa de croatas y las de
ambas parles, peleando con maravilloso esfuerzo á la cabeza
de la «uya el duque de Lorena: encaminó hacia esta parte el
rnarqués de Leganés, por rehacer con más robustos nervios, la
caballería y iOO mosqueteros del conde de Fucnclara; trabá-
ronse todos con mayor coraje, peleando incansablemente, con-
tendiendo sin intermisión en la colina y resistiendo á grandes
escuadrones de enemigos; y ofendiendo ocupó el regimiento
viejo de tVartsemburg el cuerno derecho de la montaña, y
este batallón y el de lombardos se adelantaron hacia el bos-
que. Pidió Toralto para este puesto, y para mantenerle por su
importancia, artillería, y avisóle el Cervellon había detras dos
piezas; condújolas á brazos D. Gaspar Toralto por estar «n
caballos, y tiró con ellas á la frenle del ennmigo, descompo-
piéndole y desarmando sus baterías, biriendo gravemente en
sus escuadrones y desconcertándolos, arremetiendo ya sin
aliento y con flojedad á D. Martín Idiaquez, gloria de la na-
ción vizcaína y prez de sus nobles y untiquisimoa soldados,
Cerró el sargento mayor Orozco con los enemigos que ocupa-
ban el bosque y desalojólos: el marqués de los Balbases, coa
BUS tropas de caballería, embistió con la de Veimar, ordenando
quoOcDtiqUG, por el bosque, á la colína llevase cuatro compa-
ñías de caballos y tentase los del enemigo; adelantó Pícolo-
mini dos regimientos imperiales, mejorándose los 400 mosque-
teros de Fucnctara, hacía el bosque, y desalojaron aquella gente
con notable estrago; señalándose entre los más escogidos el
du<]uc do Lorena y Juan de Bertc: pasaron adelante mejo-
rándose en puestos y en Terreno, desbaratando suscombatíen
tes y ganando U artillería que estaba arrimada, y lomó el
Duque el estandarte de Voímar ; volvieron con insaciable ardi-
miento á embestir á los enemigos por todas partes , v entrando
en desorden y miedo, volvieron tas caraa antes de mediodía
los tropas de Orne que combatían en la colína; eon que se
vio al instante palotear las picas con las recías cargas de los
nuestros poniéndose en la fuga, y siendo seguidos y cortados se
perdieron de ániuio abandonando el orden y disciplina míli-
lár, arrojando las armas, banderas y estandartes, aclamando
nuestros soldados en todos los regímienlos y escuadrones vic-
toria. Habíase peleado desde tas cinco de la mañana hasta
las doce de mediodía, y muy dudosos de vencer, como se lo
pareció á muchos, hartas las once, y con poca esperanza do
buen suceso.
Era ya general el aliento y el regocijo entre los soldados, ol
herir y matar por todas parles . y reconocióse que toda la for-
tuna de los ejércitos calolicos estuvo en arribar y mantener la
colína , que si lo ttiibierun hi'cho ios infieles fueran señores de
la campaña y aun de todo lo demás del séquito de Alemania.
Viéronse aquí cortadas y echadas por tierra laa arrogancias do
Veimar. y tanto con piayor dolor sayo, cuantopoGO~^tra 'de
la batalla ae habin portado de vano con Gustavo de Orne y
dichole quería aquel día aventurar su Estado con el resto del
Imperio. Siguió la caballeria de todos tres ejércitos y la de los
croatas al enemigo, haciendo grande estrago y matanza en los
que habiao seguido al alcance, y mucha ó la mayor parle en
el camino de Uima, donde iban á salvarse en sus murallas; pero
enterados del vencimiento y de la rota, tos burgeses y magis-
irados cerraron las puertas á su ciudad, atollando en lo bajo
de la colina, en uno barrancos y pantanos, caballos é infantes,
donde fué notable la matanza. Siguió el duque de Lorena al
alcance pjsadas de tres leguas, y prendieron los nobles que le
seguian al muy esforzado y valiente Gustavo de Orne, grande
rstrago de Alemania y de sus pueblos, y la segunda persona
lie Gustavo Adolfo, rey deSuecia, muerto, y en cuyos hom-
bros y cabeza dejó el progreso y la fortuna do sus intentos en
lodo el circulo de Alemania y aun de toda la Europa. Puso
Dios en las manos del duque de Lorena, y para que lomase
satisfacción de sumuchainBdelidad y traición, al Gratz, capitán
impiísimo, y en quien habia consistido la mayor parte de la
ruina de sus estados por habérsele alzado con 1 50.000 tatlers
que le dio para levantar gente y defenderse de las atrocísimas
usurpaciones de franceses, y pasádose con ellos, demás de ha-
ber sido desleal al Emperador siendo su vasallo , y echóse á la
banda de los protestantes y sediciosos de Alemania por tres
veces, y perdonado oirás tantas por la suma clemencia del
Emperador ; y prendiéronse otros cabos de importancia. Huyó
Veimar, más ejercitado en esta acción que en otra empresa, por
las muchas veces que en lodos trances y reencuentros lo ha-
bia decorado; á lo menos, de cuanto lengo noticia de las
digresiones de Alemania, no han traído otra cosa las postas
y los correos sino que huyó Veimar. Quebrantó el altísimo
brazo de Uios la soberbia de este ínBel, como también la
de sus amigos y confederados, y como holló la del rey de
Suecia y otras muchas, y con él batirá los que se levanta-
ren y opusieren al culto do sus preceptos. Quiso salvarse en
427
üiiDB, y, como ya he dicho, cerráronle las puertas, y corn3
con velocidad y sobresalto ai ducado Wítteti.berg. Brao á esta
hora el número de los muerLos del enemigo cerca de 8.000
hombres , y en el alcance fueron degollados por los croatas y la
domas caballería pasados de 9.000, no viéndose otra cosa en
la campaña, pantanos y caminos que cuerpos muertos, ca-
ballos, armas, banderas y estandartes arrojados, particular-
mente en los de Ulma y Wiltemberg. Murieron tres sargentos
mayores de batalla, ocho coroneles, más de cien capitanes,
sin quedar oficial vivo, y la mayor parte de]la inTanteria: pe-
recieron dos regimientos de franceses, i.OOO prisioneros que
se agregaron y pudieron conducir al servicio del Emperador.
Al otro dia degolló Juan de Berte catorce compañías de caba-
llos que halló encerrados en una villela: lomóse el bagaje
sin escaparon carro, los papeles, municiones y recámara del
Veimar, do Orne y Gralz, y de todos los demás cabos, que
era muy rica : tomáronse seis piezas de artillería, el tren y lo-
dos los caballos, 300 banderas, entre cornetas y estandartes,
entro las cuales había uno carmesí sacado de una iglesia, te-
nicnilo por un laclo á Nuestra Señora de la Concepción y por
d1 otro á San Martin, quo traían atravesado por mofa. Bailá-
ronse ínGniío número do muertos en los árboles, subiendo á
salvarse en ellos con las heridas y acababan allí con ellas;
quedando almorzado el que dijo, injuriando á los españoles y
napolitanos, se los almorzarla sin duda aquel dia. Halláronse
entro heridos y muertos en el ejército de S. A. casi seiscientos
hombres, en el del rey de Hungría y Liga católica 1.000; y
entre personas particulares de nuestro campo que dieron las
vidas admirablemente, no sin grave sentimiento de S. A. y de
las cabezas del ejército, e1 conde de Paniguerola, el coronel
Bormes, el sargento mayor D. Diego de Bustos , el marqués de
Rapalla, D. Pedro Arias, D. Alonso Nogerol, estos últimos ca-
pitanes de caballos; salió herido Gerardo Gainbacurta, el
conde de Stilma, que murió pasados algunos días; D. Tíverlo
Drancacho, herido, teniente de maestre de campo general; y
Carlos Guaseo, también maestre de campo general de la ca-
ballería de Ñapóles; D. Pedro de Ulloa, que mnrió de las he-
ridas de alli á poros días; D. Diego Manrique de Aguaro, Don
Fernando de tleredia, D. Díonieres Carrafa, Octavio Marques,
D Tomás de Abalos, capitán de caballos; Gualtero Gualleri,
el sargento mayor del Guaseo, Alejandro Campi. Lope Ochoa
de Oro, Juan Negrele, que después murieron capitanes de in-
fantería. Murieron del ejército Imperial un sargento mayor de
batalla , el prior Aldobrandino, que pidiendo al Papa esta dig-
nidad parí) Picolomini, no habiendo gustado del suceso la
negó, dándosela á uno de sus sobrinos. Murió el coronel Sil-
vio Picolomini y otros capitanes de cueota y de valor mi-
litar.
Era notable el alborozo y alegría délos ejércitos, abrazán-
dose los cabos y dándose la enhorabuena los unos á los oíros.
Todo era aplaudir victoria por España é Italia, rodeando los
príncipes los escuadrones y cuarteles, y dando las gracias á tos
soldados de lo bien que habían peleado: abrazó S. A. á don
Martin Idíaquez, que aquel dia procedió como buen caballero.
Fundamento en que consistió la gloria del suceso, observán-
dolo así y sintiéndolo derechamente los juicios mejores y mas
desapasionados; gritaban los alemanes y aclamaban de vale-
rosos y magnánimos á los españoles é italianos , especialmente
á los napolitanos. La caballería y las tropas que se iban jun-
tando y conduciendo á sus regimientos, y todos los demás de
las tres faetones ; como iban llegando traian banderas y pri-
lioneros y otras insignias militares, que ponían á los pies de
S. A. y del Rey. Volvieron á sus cuarteles á descansai;, haJtó el
Infante en el suyo los heridos que se habían retirado, dejólos
y fuese á una humilde casilla, ni segura, ni bien cerrada por
su vejez , y por los continuos y recios combates del tiempo y
de la guerra , no habiendo cosa que no hubiese eiperimentado
la injuria y la impiedad de los enemigos; dejando S. A. en
esta victoria asegurada por (>ntónces á Alemania , al Imperio,
á Flandes y toda la cristiandad, nefiriéndola los naturales y los
atentos á las proezas de aquel dia, decían habiao peleado los
es[>8nule5 como demonios, conservando la colína, defendíén-
(lola y rechazando al Veimar catorce ó quince veces, con que se
deseiiperó, valiéndose de los píes; agradeciéndoles el haberlos
librado de grandes miserias y calamidades , de atiocisim
bos, incendios y otras desventuras que habian padecido por
algunos años. Fué para los enemigos y coligados esta victoria
espantosísima; pasó volando á Francia y aterró todas sus pro-
vincias; sintiólo el Roy y puso en mortal congoja al Richelieu
y á todos los ministros franceses . protestantes y enemigos do
aquellas coronas victoriosas; alegró los países obedientes, en-
tristeció los rebeldes, que asombrados do esta felicidad se pre-
paraban de defensas y pertrechos para resistir la fortuna de
UD ejército vencedor, que pasaria en breve el Rhin, se aloja-
rla en sus contornos y ternaria sus plazas y aun lasque esta-
ban en la ribera de Itíossa en Italia y en todas las tres Grisas;
la porción de los malafectos se encogió, pero rejuveneció y
alegróse la Iglesia. El Emperador, cuando nueva de tanta pros-
peridad se entró por las puertas de Vienn y su palacio, dio
gracias á Dios que habia concedido aquella respírucion al
Imperio y á su casa y habia debelado, no sólo lus trazas, pero
los émulos que la pretendían invadir y contrastar. Fué dü sumo
regocijo para España : dio gracias á Dios el rey Cittólico por tan
señalada merced en Nuestra Señora do Atooha, yendo el Rey
á caballo con toda la majestad de la corte.
Finalmente, los buenos se alegraron y ¡os malos se entris-
tecieron: toda la Europa , ó toda aquella parte que es escudo y
muralla fortisima de la religión, cuanto habia estado sus-
pensa antes á los progresos de los herejes, levantó la frente y
sacudió de si el horror y el veneno de tan infame canalla,
y con tanto mayor brio entonces, cuanto veian deshechos y
acabados enemigos que se habian dado á sentir, que habian
adquirido reputación, soldadoslos mas de ellos veteranos, go-
bernados por cabos maravillosos. Perecieron este dia aquellos
regimientos sueceses, sin quedar un hombre, de quien tanta
cuenta hacia el rey de Suecia, y con quien acometió lo más
arduo de sus empresas. Confesó Gustavo de Orne, que en
Guaotas raciones se habia hallado después que militaba en
^
Alemania, jamás habia visto, ni en las otras, pelear tan valien-
lemenie como la nación española y la italiana , y que no se
espantaba que el Rey de tan ilustres gentes hubiese plantado
y llevado á tan remotas partes los troreos y memorias de su
grandeza.
Beferian los demás soldados, corriera fortuna el Imperio
si no llegara á tenerle el brazo de España, y que se podía de-
cir por S. A. lo que de César, que había venido, visto y ven-
cido. Mandó curar los heridos, visitólos y mandó socorrer con
dos pagas y con el dinero de su mano: un español herido de
un mosquetazo en la frente, no queriendo sujetarse á la cama,
movido gravemente de la conmiseración y providencia de
S. A. para con tos soldados, diciéndole que se' dejase curar,
le respondió, que deseaba más ocasiones y más heridas en su
servicio, y que esperaba salir bien de todas: agasajó á los que
traían cornetas y banderas. Llegado el duque de Lorena de
seguir el alcance, fué luego á visitarte: refirióle los prisioneros
que habia hecho, no hablándose de otra cosa sino' del suceso
pasado, de los intentos de los enemigos, del denuedo en aco-
meterles, de sus trazas y ardides en pelear, teniendo este día
por uno de los más señalados de cuantos hablan amanecido á
la Iglesia. Envió S. A. al Rey cincuenta estandartes, y remi-
tióse el de Nuestra Señora de la Concepción á su iglesia: en-
vió dos banderas á Hilan, una á Nuestra Señora de San Félix
y otra á San Carlos Borromeo. Rindióse á la discreción de
los vencedores Nortlíng, preservándola del saco y de los otros
desmanes de la guerra; por haberlo pedido con humildad los
magistrados, dióse paso libre á la guarnición del enemigo,
concediéndole no más que las espadas á los oficiales, que no
salgan con cajas ni artillería , y que no puedan llevar más de
lo que sustentaren los brazos; entró en ella el rey de Hungría
con su gente, día de Nuestra Señora de Setiembre, feliz para
las cosas de España, como se verá en lo de adelante, y al otro
S. A. y el duque de Lorena, restituyendo á la iglesia mayor
la reverencia y el culto profanado antes por los iniieles, y á
los otros templos: echáronse á sus píes los burgomaestres pi-
431
diendo perdón y que les jarase sus privilegios; concedióselos,
y después de haber ajustado todo lo tocante á esta materia,
entraron en consejo sobre lo que se habia de hacer. Resolvióse
que los ejércitos del rey de Hungría y Liga católica marcha-
sen por una parte del Necar y el de S. A. por otra, á dos horas
de camino los unos de los otros, para darse la mano en las
ocurrencias que se pudiesen ofrecer, resueltos á ocupar el du-
cado de Wittemberg, desarmado y sin gente, y regido de un
Principe mozo, fugitivo, sin consejo y rebelde al Imperio,
aliado y fomentador de herejes, publicado asi por bando im-
perial y dado al fisco todos sus estados. Queria el rey de Hun-
gría y todos aquellos caballeros alemanes, que le diese calor
S. A. para entraren la Alsacia y socorrer á Brisac, que con la
rota y pérdida de la gente enemiga aflojarían los sitiadores y
los de adentro se mantendrían algún tiempo con la esperanza
del socorro presente y victorioso, entre tanto que él pasaba á
tentar á Ulma.
Fué S. A. á visitar al duque de Lorena á su alojamiento:
estaba allí Gustavo de Orne, holgó S. A. de verle y alentólo;
quiso besarle la mano y no lo consintió, diciendo el Orne al
duque Nochera (mientras S. A. real y el Duque razonaban en
sus materias y dependencias), que no le quedaba otro consuelo
en lo adverso de su fortuna , sino el haber sido vencido por
tan gran Principe, porque á su ejército y caudillos sin nin-
guna duda se debia el triunfo de la victoria: mandólo S. A. cu-
brir y no lo aceptó. Dicen que preguntó después á quién ha-
bía tocado la pieza de su carroza , y no pudiendo en tan gran
confusión darle más luz que haberla tomado, respondió que
iba bueno el que le tocó, dando á entender que el dinero que
iba dentro era mucho. Cortaron la cabeza al Gratz por orden
del Emperador, pagándolas rebeliones y felonías que habia he-
cho contra aquella majestad, de que era vasallo; hiciéronse
ricos presentes los dos principes. Rey é Infante, y de ambas
partes los cabos y capitanes de unos ejércitos y otros; dio
S. A. ricas joyas de oro y piedras á Galaso y á las personas de
cuenta de aquel séquito, y presentóle Galaso un caballo: al du-
432
que de Lorcna, el estandarte del duque Bernardo de Veiniar
con la empresa y gerogliíico de unu garza volando sobre una
águila como quo la iba venciendo, asimilando á las águilas
íjnperiales que orlan los escudos de aquella auguslisima Casa, y
queriendo él y la Liga ser semejanle á aquella ave, cuyo vuelo
es altísimo, que viéndolo así algunos de buen ingenio y celosos
de la honra de sus principes, de sus insignias y seüales, vol-
viéndola lo de arriba á bajo, reparando agudamente y con
diTerente interprolacíon sobre el caso presente, venia á caer
la águila sobre la garza. En esto quería decir el Veimar 6 insí-'
nuar á las Germaniasy Panonias, que las garzas descolladas,
septentrionales y do Noruega, por el rey de Suecia y sus gen-
tes, abatirían las águilas del Occidente y las doblarían los
cuellos, porque, como dije, se ponen en las orlas de los escu-
dos imperiales de la Cdsa de Austria, y es seña ó divisa de
loa Césares. ¡Qué diferente tiempo ora éste del que poco antes,
soberbio y vanaglorioso, aun despreciando la confederación
con Francia, autora de todos estos movimientos, no queriendo
admitir al Rey á la parle de sus tierras y provincias, adjudi-
cándoselas á sí los protestantes y septentrionales, se pinlab.in
y se repartían las diademas y las coronas y los estados, así
eclesiásticos como seculares! Al rey de Suecia, por los gastos
iieclios Cn ia guerra, estimados en i.OOO OOU de florines, se le
daban los arzobispados y obispados de Magpeburg, Saviburg,
Baniborg. Cheivipolt, Pasaw, Alberslad de Weismar con el
ducado Mequelburg y su puerto de mar, y en recompensa de
su asistencia y para poner en ejecución el intento de los pro-
testantes y otros pretendientes, tantos años ba premeditado, do
eitínguir totalmente la religión católica, traspasar las digni-
dades de los electores catúlicos á los herejes y mudar ol ro-
mano Imperio en una nueva forma calvinista, se le tiublan de
dar los reinos de Hungría y Bohemia, con todas las demjs pro-
vincias y estados de la Casa de Austria, sus adyacentes y
creencias, para que con ellas pudiese llevar la carga del Im-
perio, excluyéndose de aquí los protestantes de señalarlo
rentas ni otros estipendios para la forma de su Casa y go-
433
bierno y para otro cualquiera ministerio, ofreciendo las ciu-
dades infieles de hacerle un ajuar en palacio y castillo á su
costa. Al conde Palatino , por la pretensión tiránica en que em-
bestía con falsos pretextos, cimentársela y adjudicarle la Ba-
viera, y era que el Duque, su natural señor, por haberle echado
del reino de Bohemia y vencídole en Praga, su corte, y lomado
á su cargo aquella empresa como general del Imperio y
dádole el César por éste el eicciorato y palaiinado superior,
querian por aquí satisfacerle, y dábanle, sin embargo, los
obispados de Augusta y Ralisbona, con todos los bienes ecle-
siásticos que se incluyen en el circulo de Baviera, excep-
tuando cinco abadías que el Rey repartía en sus coroneles. Al
rey de Dinamarca se le daba el arzobispado de Brema y los
obispados de Aimden, Berden, Osnaburg, Lubeza, Rateom-
berg y Vicu ; y todos los demás obispados se repartían entre los
protestantes, erigiéndolos principados hereditarios. Los votos
electorales, ya dejamos dicho se trasferian en herejes, conviene
a saber, los que eran católicos, porque el duque de Sajonia y
el marqués de Brandemburg ya tenían sobresi éstos. Al Pala-
tino Aruguálo de Salbac, por los servicios hechos á la Liga de
protestantes, hermano del duque de Nioburg, como director
que fué de la unión y junta del Apisc, se le daba el eleclorato
de Uaguncia y todas sus tierras con los obispados de Soira y
Bormacia: á los Estados Generales de Hoianda, para poder man-
tener mejor la guerra conlra los españoles, se le repartía el
Estado electoral de Colonia, \os obispados de Munster y Lieja,
con pacto de que el principe de Orangey sus herederos tuvie-
sen la ciudad de Colonia con título de Elector y duque de
Westfalia, que tienen por vecino, por todo el tiempo que el
Principe y los suyos asistiesen á los estados; el electoralsto de
Treberis se le comprometió con gran secreto al duque de Os-
iasia de Gotorf , sin embargo de haberse apartado aquel Elec-
tor por las persuasiones de Francia en su principal fortaleza
que tenia sobre el Rhín ; pero destituido por el parecer de los
protestantes y por sus capítulos de ascender al Imperio ni de
arribar á su dignidad, no por otra cosa que por franceses,
I
.434
gente que ninguna nación de la Buropa ni del orbe la ape-
tece ni quiere militar con ella no más que en cuanto á la pro-
tección, abusando del dominio por donde se pueden dasahu-
ciar de esla pretensión, cuyas depravadas costumbres y trato
injustísimo los tiene en este estado y los tendrá ssi hasta el
fin del mundo. Pero todas estas trazas y juntas las desba-
rató Dios con muerte de algunos, vencimientos de ejércitos
y reducción, después de enmienda, de otros, como el rey
de Dinamarca, el marqués de Brandemburg y duque de Sa-
jonia.
Presentó Picotominí la espada de Vcímar á S. A. . que se
bailó en la campaña ó fué quitada de algún soldado. ¿Quién
le diría á este Príncipe, siendo el tercero de sus hermanos,
que cuando todos tres por el mes de Octubre , al principio del
año 1631, cuando en los bosques de San Lorenzo el Real ; los
de Escalona que era á la sazón, y cuando se tramaban estos
rumores y se temían por la insaciable codicia y ambición fran-
cesa, preparada para desolación de la monarquía española y
usurpación del Imperio, capitulando en nombre del rey de
Francia y rey de Suecia en el campo de Berbalde, en el mar-
quesado de Brandemburg, Hos de Camas y Gustavo de Orne,
mariscal de campo del rey de Suecia , éste muerto en la ba-
talla de Lutzen, y aquél preso en la de Nortiing; cuando se
repartían el dominio casi todo de la Europa y estuvo á pique
de ser suyo, y cuando imbuidos, como digo, todos tres en las
delicias de la caza; quién le dijera que ambas espadas, las
más temidas, las mas bien reputadas , las que regían naciones
tan belicosas y armígeras, la del duque Bernardo de Veimar,
la de Gustavo de Orne, que habían de ser suyas y había de
triunfar de ellas, y que habían de ser despojos y trofeo de su
militar espíritu? Pero esta felicidad les da el cielo á los que la
procuren y se hacen dignos de ella; á los que anhelan y ar-
riban á la última y más que gloriosa esfera de las armas,
cuando siguen el Gn excelente de ensalzar la fe y derribar la
herejía, no á los flojos pusilánimes, y hundidos en vicios
miierables; á los que solicitan el desagravio de los oprimidos
con cuchillo de cismáticos, defensa de fieles, ornamenlo y
escudo de la militante iglesia.
No quiso tomar S. A. , de todo el despojo de tos enemigos,
más que doce piezas de artillería, cuatro medios cañones,
cuatro cuartos y cuatro piezas de campaña y 600 caballos
para tirarla , y comenzaron á marchar lodos como estaba or-
denado. Fué á hacer noche S. A. & la villa de Guegoen, y el
del Rey y la Liga prosiguieron el camino de Ulma; rindió
aquél ia caballería borgofiona y saqueóla, usando del sumo
poder los vencedores: rindióse al Rey Laulig, puesta sobre el
Danubio á dos leguas de Ulma-, quiso reducirla, ofreciendo al
magistrado las condiciones que quisiesen; pero ellos no acep-
taron ninguna, queriendo antes ser protervos y rebeldes, con
que todas las diligencias salieron vanas. Iba esperando Su Al-
teza ai ejército del Rey que habia hecho alto, aguardando la
artillería, y por no perder tiempo y gustarle el obrar, envió
tin trompeta á la villa de Aídencin para que se rindiese; res-
pondieron no tenian orden del duque Wirttemberg, su señor
natural, para hacerlo; y díóse orden al coronal Losa, que
con 600 caballos se adelantase y lomase los puestos para po*
nerle el sitio. Estaba ia villa situada en una emineocia y era
muy fuerte, defendida de 40 cañones, de 500 soldados de
goarnicion, socorridos de víveres y municiones en abun-
dancia: siguieron á la cabatleria cuatro tercios de infantería
española y napolitana, lombarda y alemana, con parte de la
artillería; pero antes que llégase la caballería se rindió la villa
y el castillo, ofreciendo pan y otras vituallas para el ejército
con reservación de las vidas y haciendas. Podiase defender bien
veinte días; pero nuestros soldados, sin poderlos refrenar los
cabos, entraron y la saquearon, cometiendo algunos desórdenes
con grave sentimiento de S. A. Remedióse )o mejor que se pudo,
y mandó echar un bando, que pena de la vida que otra vei
no se hiciese; recogiese la presa y restituyese ó los burgeses
todo cuanto estaba en el castillo, é hizo saber al Rey la entrega
de la villa y púsola á presidio de alemanes, tomando sólo una
culebrina de todo el menaje y despojo; mas como el principal
intento de la jornada, antes que divirtiese en otras matenas,
era el pasar á Flandes, como lo pedían el gobierno áe armas y
provincias, necesitando vivamente de esto, cediendo del so-
corro de Brisac, previno con precisión el seguir aquella der-
rota: envíaselo á decir el Rey con el marqués de los Balbases,
y lo que importaba para el aviso del marqués de Aitons para
el asedio de Haestrique, que la tenía casi ablocada á lo largo y
por todas partes, y quitados los bastimentos para el Rhin. A
los 10 de Octubre llegó el do los Balbases al campo del Rey,
dio su embajada, y respondíósele que para disponer con más
acuerdo lo que se debía hacer, se enviarían personas de pru-
dencia al cuartel de S. A. para conferirlo todo: volvió el mar-
qués de los Balbases y dio su respuesta y prosiguió su jornada,
rindiéndose los pueblos por donde pasaba, dejándolos guarne-
cidos con alemanes y cargo de cabos y á la orden del Rey,
dando abundantemente bastimentos para los soldados, so-
brando los que faltaron en la entrada de Alemania y en la
campaña de Norlling; donde dicen los más graves y de au-
toridad , que si el enemigo no se da tanta prisa á querer en-
trar en batalla con nuestra gente y esperar dos días, consi-
guiera la victoria más con la hambre que con el plomo, y que
fuera imposible no desamparar las banderas y seguirse una
ruíoa calamitosa y lamentable para el ejército católico, impe-
rial y Liga, porque aun los caballos estuvieran para fracasar
y para ser alimento de los soldados.
Ibanse, pues , poniendo debajo del yugo de los vencedores
los pueblos de Wittemberg y parte de ellos despoblados, no
queriendo experimentar el riesgo y la ira do los soldados, de*
jándose las casas, las haciendas, las arcas llenas de ropa, las
bodegas colmadas de vino, la carne salada, las cámaras y
trojes abundantes de trigo, avena y cebada y todo género
de grano; con que el ejército discurría contento, abastecido,
sin ser necesario gastar tiempo ni dinero para buscarle, ni
menos el forraje para los caballos. La villa de Guepíngue dio
¿ S. A. 150.000 raciones de pan, 60.000 para su ejército y las
demás para el del Rey y de la Liga ; cosa bien digna de ad-
4S0
mineiOD : y así no es mucho que puedan mantenerse tantos
ejércitos en Alemania, siendo la tierra tan fértil y abundante,
tan copiosa de miesea y de frutos , si bien ;a toda aquella ge-
nerosa provincia, por las continuas guerras, iba decaída, as!
en gentes como en todo lo denuis ; y á esta sazón , por la pér-
dida de sus amigos y aliados, estaba esta provincia en ser
yerma y despoblada de sus habitadores.
Vio el duque de Astraburg, que, con las prisiones que se
habían hecho, muerte y fuga de enemigos, lu cosas de la fron-
tera mejoraban ; y sus principes, con el castigo también del po-
der altisimo ejecutada por los ministros y defensores del Evaa-
genio, daban á sentir querían ceder de las desolaciones y
aprestos de armas, y remitir algún tanto del ardor de la guerra
y de la codicia, y concordarse con el César éstos y algunos de
los castigados, que los otros, rebeldes y protervos, desespera-
dos por la inquietud de sus oficios de hallar misericordia en
la justa indignación del César, tramaban muchas maquina-
ciones y guerras, más crueles y sangrientas que hasta aqui,
nn esperanza de sosiego alguno.
La princesa Margarita, bija de la infanta Doña Catalina y
de Carlos, duque de Saboya, que casó con Francisco Vicen-
ño, duque de Mántna y marqués de Uonferrat. cuyas guerras
y diferencias ejercidas en el Piamoote y en el estado de Mí*-
lan sobre el derecho de aquel marquesado que dejo ya refe-
rido, habiendo después recaído aquellas tierras en poder de
Carlos Gónzaga, duque de Nivers, por derecho que decia tener
i ellas , y para apretar más la acción , haber casado á su pri-
mogénito y heredero, al duque de Roteloes, con la princesa Ma-
ría, bija de Francisco y Margarita, nieta de Garlos y de Cala-
lina , duquesa de Saboya, que es lo mismo que haber dado en
manos de fr3BC8Bes,*Tonio se- verá, cuya cor/espondencia y
trato, cualquiera queét sea, ya le conoce el mundo; siendo
esta señora afectísima por naturaleza y por sangre á las cosas
de España , fué desamparada de sus hermanos y del duque de
Nivers y de Mantua, su yerno, y por esta causa aborrecida de
los franceses , cuyas dependencias al señorío de Hilan y Nápo-
438
aDJíbaa muy vivas. Avisado el rey de Freocta Luis, por los
confidentes en idánlua, de la fe de la princesa Uargariln para
con el rey Católico, deseando resfriar y conmover contra é\
todos cuantos príncipes y potestades hay en iLalia, resolvió
apartar este inconveniente, si le babia en una mujer desva-
lida, que se babia amparado de la grandeza y magnanimidad de
S. A. (como lo dejo ya apuntado), cuando llegó de Barcelona
al gobierno del estado de Hilan, y referidole sus sevicias y mi-
serias, dignas de ponderación en una Princesa de tan esclare-
cida sangre, bija y nieta de tantos principes, reyes y empe-
radores; para que los que nacimos en suerte más humilde no
nos admiremos de que sea más poderosa y rígida la fortuna
con los otros, ni de morir en ella, pues los que nacieron y vi-
vieron en tanta grandeza y prosperidad, ul vez con estos va-
gíos los atrepella y los acosa.
Finalmente, por esta razón y por el odio implacable de los
ministros franceses á los aficionados á España, el Rey, que
en la cortesía á las mujeres debe tener el uso que en las
demás, mandó al duque de Mantua y aun al duque de Saboya,
su hermano, la echase de su casa y del Estado. Viéndose esta
señora en el aprieto referido, se valió de S. A. el Infante,
que la socorrió y agasajó y trató como quien era, y como lo
pedian los vínculos tan estrechos del parentesco que babia en-
tre entrambos, como de primos hermanos; y mandó dar gran-
des sumas para el alimenio y gast(^ de su casa. Había dado
cuenta S. A. del suceso ¿ S. H., que condolido de sus trabajos
y soledad la mandó venir á la corte de España; y dejó á Italia,
y por el tránsito de Genova, con armada de galeras desem-
barcó en Barcelona : para esto la envió el Rey criados y gente
noble que la asistiesen y regalasen con el estilo, reverencia y
majestad que observa España, y- por sus jornadas llegó á Ua-
drid. Salió el conde de Olivares con todos los de su familia á
recibirla al arroyo de Brañigat, y el Rey la esperó en la er-
mita que tiene el Retiro junto al camino de Alcalá de Henares;
apeóse la Princesa y besó la mano al Rey, que la recibió en
los brazos, metióla en el coche, y por fuera del lugar la llevó
á palacio, dándola asiento en la proa, y preguntándola mu-
chascosas, asi de su jornada como las de Italia; reGriendo
el Rey después en su cuarto que era matrona dotada de gran
juicio y enteodimiento. Entraron por la escalera secreta del
zsguaocillo, obra de su abuelo; llegaron al salón grande, sa-
liendo la Reina de su cuarto con sus damas á la pieza nueva y
al salón por una puerta que está antes de comentar á bajar la
escalera, y llegó la Princesa siguiendo al Rey, que acabada de
subir la escalera, adonde la Reina esperaba y acabada de lle-
gar. Se arrojó la Princesa, inclinando las rodillas, á besarle la
nano; la Reina la mandó levantar y la ayudó con los brazos;
besó la mano al Principe, y después de algunos cumplimientos
la llevó á su cuarto; y fenecida la visita de la Reina, por el
pasadizo de la Encarnación la hospedaron en la ca>a del Te-
soro, morada y vivienda antigua de sus hermanos, donde los
tuvo y los alimentó España largo tiempo (beneficio tan mal
agradecido de su padre como correspondido de Vilorio, boy
duque deSaboya),y donde fué regatada y servida con las rea-
les ceremonias que acostumbra la liberalidad española. Por
esto los franceses, más calumniadores que cortesanos y gene-
rosos, viendo a la Reina madre en Bruselas, al duque de Or-
leans.su hijo, y á madama de Orleans, su esposa, aunque
aquél ya había hecho la fuga á París, y después al principe
Tomás, hermano de Vitorto, duque de Saboya, á Uargarita,
su esposa, é hijos en el estado de Hilan ; y allí mismo , poco
intes, hospedados á un hermano del rey de Polonia, á Carlos
y Francisco, duques de Lorena; y ahora en el palacio de
Madrid, á Hargarila, duquesa de Mantua, y entes al principe
de Gales, al duque Niemburg, y al cardenal Francisco Bar-
beríno, sobrino de Urbano VIII, Pontífice de la Iglesia, por
no dejar de injuriar la majestad de España llamaban al Rey
hostalero. Preguntémosles si saben hacer ellos otro lanto, ó
si su cortesía y liberalidad es para que los busquen, ó si
BU comunicación es apetecida en la Europa por los princí^
pes de ella; hágannos relación de los que se han entrado por
su palacio ó por sus provincias, y si há ido algún desvalido,
440
cómo ht mlido de sus manos y qué relación va haciendo de bu
urbanidad.
Esta ventaja , sin ninguna duda, les hacemos como en todo
lo domas; y cualquiera que sea la mudanza de nuestra condi-
ción y nuestro estado en la variedad de los tiempos, siempre
seremos lo que fuimos, y antes se llegarán á nuestras puertas
queá las suyas y nos buscaran los extranjeros por los beneQ-
cioe, agasajos y cortesía que les sabemos hacer. Miren ellos
cómo tratan á los que tienen despojados, presos ó suspendidos
en París y fuera de ella , y á los que tienen presidiados en sus
tierras propias por sus ministros y capitanes, por invadir y as-
pirar al dominio universal de la Europa; qué dicen de los fran ■
ceses los principes de Alemania sus aliados; y cómo, por más
que han forjeado é insidiado de émulos y de armas, les ei-
cluyeron el año pasado, no sólo de admitirle por Emperador,
sino do su repartimiento, pues no le señalaron ni un baluarte,
ni le adjudicaron , por los gastos que ha hecho en ella y dado
á sus amigos, ni un casar abierto ; y lleguémonos á lo que di-
cen los de Italia, temidos hoy mas de tiranos que de benefi-
ciosos. Después de algunos dias que la Princesa estuvo en
Madrid, festejada con &estas y con dádivas, y otras muy par-
liculares y preciosas que el Rey y la Reina dieron á sus cría-
das, la dio el Rey para su hospedaje y vivienda un reino
para que le rigiese, y de los más amados y encarecidos de su
monarquía, y que su abuelo unió dichosamente a la corona
de Castilla, nación tan avisada como belicosa. Preguntóle ahora
si tu Rey puede ó sabe hacer esto, si fué frecuente en tu reino
esta virtud algún dia, ó si se ejerce ahora esta hospitalidad.
Pasó, pues, la Princesa á Portugal, asistida del conde do la
Puebla: porque radie viva sin atalaya, ni se haga nada sin
rencor, quedará esta puntualidad para lo de adelante, para
luz de los venideros y para ejemplar de los que sucedieren.
Del Gastón, duque de Orleans, ya dejo dicho cómo huyó
de Bruselas, como dejó á ta esposa, y la incerlidumbre y falta
de fe en sus tratados (con que se tendrá por uvisado cualquier
ministro, que es mejor gastar el dinero con los franceses en
pólvora y balas que do en dádivas ni on las pensiones que
hemos referido); cómo, por el consiguiente, le prendió el Ruy,
su hermano, y el castigo que biio en sus criados; y ahora pro-
seguiremos cómo trató de anular su malrimonio y lo liiio 6rmar
de los obispos franceses, sin embargo de haber sido &el al mal-
Iralamienlo de su hermano antes que agradecido á la acogida
y defensa en el País- Bajo. El rey de Francia , su hermano, el
Richelieu y los ministros del Parlamento de París, y aun
los demás Parlamentos de las otras ciudades y provincias,
sin embargo de las diligencias hechas en esta materia, preten-
diendo vencer y allanar las dificultades que se podían recre-
cer, y repelian por momentos, para forti6car más su conclusión
y vencer los escrúpulos, si había alguno, donde los mas de los
eclesiásticos ya eran soldados y cabos y caudillos, y gober-
naban los ejércitos y las armadas. Los referidos, pues, con-
sultaban Á las universidades, -á sus doctores y letrados en
ambos Derechos (sabe Dios si todos libres de las herejías y
errores de hugonotes), á los arzobispos y obispos, y les propo-
nían esta y otras muchas veces, por la causa que en lo de atrás
dejamos referido, que siendo ley del reino no poderse casar
ninguno de sus principes sin licencia del Rey, y que caso que
sfl hiciese se diese por nulo el matrimonio, que votasen, y es-
tudiada bien esta materia y esta ley, firmasen la nulidad y la
diesen por ninguna. Víéronlo lodos, y sin atender al Derecho
canónico, que padecía fuerza de miedo, de infidelidad á los
estrechos vínculos de este Santo Sacramento, le firmaron esta
vez y las otras, y lo dieron por inválido en muchos y diferen-
tes Parlamentos; como sí el Derecho secular tuviese potestad
sobre el eclesiástico y le pudiese derogar y estuviese en la
mano de un Roy poder arbitrar en los sacramentos de la
Iglesia, no tocándolo más que hacer guardar su observancia,
culto y respeto, siendo esta causa natural y legitima de la de-
cisión del Pontífice y de la Rota; pues no pueden los preladas,
sin más fundamento que lu tema ó pasión del Principe ó de
su Privado, y aunque no se le hiciese patente, al contrarío, no
habiendo desigualdad en él, ánles siendo tan relevante la
consorte, de sangre tan ilustre de la Casa de lorena, t^mcoae
tlondc Iidii salido tamas raiuas reales que apenas hay ninguna
vn la Europa que no tenga sangre de él Pur esta causa, siendo
la unión recíproca y de la voluntad do entrambos, y de su
libre alhedrio, no Iiü lugar la fuerza humana en poderle dirimir;
y ningún eclesiático lo puede firmar por no haber razón para
ello, si no siguiéndose ó guiándose por tos aranceles de Ingla-
terra y por los dogmas de Enrique Vlli, en quo los reyes, como
en lo secular, quieren lener el primado en lo eclesiástico, y
asi se llaman cabeza de la Iglesia Anglicana. Cerca eslá Fran-
cia de poder hacer esto, según se muestra aféela á la facción de
la herejía, y por el poco escrúpulo que muestra en perpetrar
todo género de maldad y en parecerle, según sus oGcios, que
todo le loca.
Hizo el rey Católico maestro del principe D. Baltasar Carlos
á D. Juan de hasi, descendiente de las nobles y calificadas
familias de Vizcaya, del hábito de Santiago, virtuoso y letrado;
dotado de otras muclias y muy buenas partes, como lo pedía
maestro de tun alto y tan esclarecido Principe.
Iba el ejército católico (como poco há lo dejamos referido)
sojuzgando el riquisínio y opulento ducado de Wurtemberg,
ausente el señor y fugitivo, no atreviéndose á esperar el triunfo
de los vencedores, y en prosecución y por las derrotas que
habla sufrídu; y el ejército real y el de la Liga, aunque a lento
paso, miirchabun al alcance y derrotas del enemigo. £1 duque
Bernardo de Veimar, que después del destrozo habia querido
guarecerse de este estado, medroso del ejemplo presente y por
no ser cogido, como siempre lo temia , ahora, usando de )a
costumbre, dejó la tierra y huyó á Francofurto, ciudad impe-
rial y de las de consideración , en Alemania , situada á las cor-
rientes y márgenes del Meno. Refrescóse nuestra gente con la
sobrada abundancia del pais, discurriendo tan alegre y con-
tenía por las muchas vituallas que se ofrecían, que se asegura-
ban los cabos de poderte conservar pronto y unido, sin recelo,
sin sobresalto de división, rumores de discordias ni motines;
siendo todo hirn menester por lo mucho que había iiuc mai-
ehar, todo por tierra de enemigofl, que, aunque veneiSotí
eran mucbos y prodigiosas las plazas que ocupaban. S. A. lus
entregabd al rey de Hungría y él las fomecia de gruesas es-
cuadras de alemanes; pasaba adelante, pero cuando S. A. y
sus cabos querían refrenar la libertad y licencia de los solda-
dos, do era posible; quemaban algunos lugares, aunque pe-
queños, destruían el pais, y los croatas, como raudal impe-
tuoso y arrebatado nacido de tempestad espantosa, lo asolaban
todo; quisieron dar asalto á la ciudad de Estucarte, corte de
aquel Estado, mas la diligencia de los cabos lo estorburou, y
el rey de Hungría ayudó á que no se hiciera, enviando per-
sonas que también hiciesen estorbo, como heredad suya y que
en la antigüedad había sido de su casa, no se permitió nin-
guna hostil idad; con que abrió la ciudad las puertas, poniéndose
en sus manos los moradores y sometiéndose en todo ¿ la to-
lunlad de S. A. B., y teniendo sus órdenes por ley inviolable.
A esta hora el ringrave Ludovico Oto, ofendido de la pér-
dida de sus amigos, como pesaroso de la gloría qne había al-
canzado nuestra gente contra la que había traído en socorro y
séquito de Veimar, y encerrado en la defensa de Francoforte,
deslravía en cuanto era posible las tierras de los vecinos obe-
dientes al Imperio; y con la embajada que el Infante envió al
rey de Hungría de no poder pasar á Alsacia. vino el marqués
de Grana á persuadírselo, y cuánto importaba acabar de dea-
hacer i los enemigos, perseverar en la unión y juntas de gen-
tes aquel íuvierno. Muchos grandes varones de experiencia mi-
litar y canas, decían que si el ejército de S. A., el del Rey y
Liga, reforzados de nuevos auxilios y socorros de españoles é
italianos, acaudillados con los demás, según el estado de las
cosas y en cuan baja fortuna habían entrado los enemigos,
quedaran juntos, que en poco menos de un año los acabarían
de sojuzgar, y sacudiría de una vez Alemania de sí y de sus
pueblosesta infame sedición, que levantaría la frente á mayores
progresos y victorias y á poder ayudar al rey Católico con más
nervios y potencias contra los rebeldes de Holanda, y las sos-
pechas (|uo se tenían de Italia se podrian refrenar án que pu-
diesen pasar adelante. Pero las cosas del PaÍ»-fiajo estabaD de
manera, y necesitaban tanto de gobierno de Principe y cabeta,
que no daban lugar á las forzosas ocurrencias del Imperio,
siendo aquella parte y su conservacioo de lo que más impor-
taba á la monarquía española. No se ajustó nada con el mar-
qués de Grana, y diferíéndolo lodo á la vista de ambos prin-
cipes y cabos de los ejércitos, llegó á esta sazón el conde de
Fúcar de parte de Maximiliano, duque y elector de Baviera, á
darle las gracias de la victoria que tan en beneficio habia sido
del común de sus estados ; y riodíóscle Guepiog, saliendo á re-
cibir á las puertas los burgeses á los escuadrones con nume-
rosa cantidad de provisoo. Viéronse el Infante y el Rey, y dio
S. A. las causas y razones que tenía para no poder socorrer,
diciendo que desde el principio de su jornada y desde el día
que con aprestos de armas habia el rey Católico, su hermano,
mandado que saliese del estado de Hilan, el cuidado más
particular habia sido el encaminarle al Pais-Bajo, necesitando
de este auxilio aquel Estado y aquel gobierno, que habia mar-
chado hasta alli con prosperidad, y que le habia ayudado en
cuanto habia sido de su parle, y que no podía exceder del or-
den que traía, y que le diese licencia para proseguir en su
jornada. El Rey se lo agradeció con palabras correspondieotes
á las suyas, y viendo que no era posible apretar más en caso
que tanto pendía de obediencia y resolución, ya que S. A. no
podía pasar allá en persona á socorrer á Brisao, procura-
ron enviar socorro dei gente y aprestaron 1.000 caballos,
parte do ellos de S. A. R. y parte del rey de Huogria, y 1 .000
infantes que la archiduquesa Claudia daria de las guarnicio-
nes de Lindau , Consiancid y otros lugares, y el regimiento or-
dinario del condado de Tírol. Dióse esta gente al sargento ma-
yor de batalla Heinao, creyendo bastaría por haber dejado la
Alsacia para unirse en la (acción pasada con Gustavo de
Orne y Veimar de Ringrave, ó porque se tenía por aviso ha-
bia tan poca gente en aquella provincia que no pasaban
de 2.000 hombres; diéronle instrucción y el orden que había
do tener en la jornada, y mandósele que con toda precisioQ
socoriese 6 Brísac; recobrase á Rinfell y Friburg y los ciernas
lugares que alcanzase su poder, y diósele por compañero en \a
empresa al maestre de campo Juan Tomás Blanco, caballero
napolitano y de conocido valor, y dinero para municionar y
meter vituallas en Brisac. Avisóse de todo á la archiduquesa
Claudia, y respondió había nombrado por plaza de armas
para esta gente la villa de Werlinguen, sobre el lago de Cos-
tancia, y que el enemigo en toda la Suebia y en eus contor-
nos hahJB desamparado las más de las ciududes y villas sa-
cando las guarniciones y regimientos, para con lo que habie
quedado de la batalla, si había sido algo, feliz efecto de esta
buena fortuna, juntarlo lodo en Francoforte, y unir este
cuerpo con las tropas del Ringrave y las que se esperaban del
Lantgrave de Esen y la» de Francia, de que corría voz sa-
lían 12.000 soldados, de los que alojaban entre la Lorena y
Borgoña para impedir el paso á nuestro ejército y cerrar por
aquí ó imposibilitar sin ninguna duda el que S. A. consiguiese
la entrada del Pais-Bajo para supeditar su conservación y
sublevarle, como ya 1o disponían sus ministros. Hicieron á esta
hora los de Brisac, desahogados algún tanto de los contrarios,
algunas salidas, por haber pasado, como se refiere, al socorro
de Veimar, que volvía á armarse de nuevas gentes, que formaba
ejército para proseguir la guerra y el dieiámen de la desola-
ción de Alemania ; y metiéronse en Brisac 2.000 sacos de trigo
y 3.000 cabezas de ganado para esperar el socorro y sacudir
Ql.asedío. Despidióse S. A. del Rey y del duque de Lorena
con grande terneza y estrechos abrazos, y asimismo los cabos
unos de otros; prosiguió su jornada, pasó por un lado de la
ciudad de Estrigonia, que se le rindió, y por el Necar al lugar
de Onder Durunquen , y díó ésta 4.000 raciones de pan , carne
y vino. Es el vallo de Necar favorecido de la naturaleza y del
cielo, y abundantísimo de todo cuanto necesita la vida humana
por su amenidad de pastos y verduras. Avisó S. A. al marqués
deAítona, proseguía su jornada y la derrota del País-Bajo,
sin embarazarse en otro inlenio, que le tuviese en Andrenac
puente y lo necesario para el paso del Rhin ; llegó á Asmida,
y diósele la villa de Contal. Había tomado, como se supo por
avisos, Picolomini, con parle del ejército btíngaro, el camíoo
de la Franconia, y el de la Liga, con el duque de Lorena, aigDÍó
otros rumbos y derrotas por haber á las manos las tropas de
tos enemigos desbandadas conánimo do deshacerlas ántesque
se juntasen con otras nuevas. El miedo y la confusión de los
paeblos rebeldes por donde pasaban, su quebranto y lágrimas
era notable, pidiendo misericordia á los principes vencedores:
tomó, por el consiguiente, Picolomini las villas de Dinquis,
Paghel, Rolemberg, Bert, Heimioques, Senflor. plaza y paso
importante sobre el Meno, Entregóse á S. A. Morbac, llegó á
Astaim, á Ondermer, y vínole aviso que Juan de Ubert, ba-
tiendo la campaña hacia los contornos de Heiberon con algu-
nas tropas de la caballería de la Liga, había topado tres com-
paBias de caballea y dos de infantería y que todas las había
degollado, tomado las banderas y cornetas y seis piezas de
artillería que iban á juntarse con el Ringrave, que volvía otra
vez á los designios y las armas á la Alsacia con las sospechas
que se tenían, y habían corrido por aquellas tierras, que Su
Alteza se encaminaba al socorro de Brisac, también, por no
dejar la provincia tan desguarnecida y en prosecución de sos
buenas fortunas.
Encontró el conde Juan de Ubert 6.000 franceses ya pa-
sado el Rhín, que iban de socorro al fugitivo Veimari pero
por hallarse con poca gente, y no la que había menester para
embestirlos, rehusó con prudencia y sin perder reputación el
encuentro : fuéle á buscar el duque de Lorena con la resta de
Liga y á dar calor al Reínac por parecerle llevaba poca gente
sí se había de encontrar con el Ringrave y habían de conten-
der ambos sobre el socorro de Brisac. Marchaba Reinac como
se le habia ordenado, y encaminaba sus tropas y ¿ juntarlas
con las de la archiduquesa Claudia para el socorro pretendido
de la importantisima colonia de Brisac, y después de haberlo
ya conseguido y recobrado otras plazas y desembarazado la
Alsacia en cuanto le fué posible, apoderóse de algunos ra-
zonables puestos de los que habia abandonado el enemigo, i
447
no quedando debajo de su poder sino las ciudades fronteras do
Augusta y Ulma, y éstas cortadas y á pique de pedir miseri-
cordia, porque las guarniciones imperiales que estaban alre-
dedor y sobre el Danubio, las imposibilitaban de contratación^
de la libertad y uso de la campaña, de sus haciendas y trá-
ficos. Habia juntado el duque de Baviera de sus tierras 6.000
soldados con ánimo de cargar á Augusta, y habia entrado en
pensamientos de rendirla quitándola el agua del Lee; pero
su gran fortaleza le hacia desconfiar del intento y aseguraba
del miedo á los paisanos. Volvió el rey de Hungría, sin embargo
de lo apretado, á persistir con S. A. sobre el importantísimo
socorro de Brisac, añadiendo que el grueso que se habia en-
viado no era suficiente y no habia de poder perseverar el
tiempo que se pretendía, y habia de salir inútil y vana la di-
ligencia, que invernase en Alemania y asegurasen ambos
toda la provincia, la desembarazasen de enemigos y después
volviesen los pensamientos y las legiones al País-Bajo, dondo
86 podrían hacer efectos considerables; y volvió S. A. á dis-
culparse con la orden que traía del Rey, su hermano, y la
prisa que le daba el marques de Aitona, refiriéndole por ins-
tantes que consistía en la brevedad de su llegada la vida y
restauración de todo el País-Bajo; con que el Rey aflojó en la
porfía, alentando su gente á la prosecución de la marcha,
atento á los enemigos y á debelar los que anhelaban por vol-
verse á juntar y probar fortuna, si bien asistían todos y forti-
ficados en lugares fuertes, huyendo la cara á nuestros ejérci-
tos por no experimentar su poder, antes á guardar y tener en
defensa lo adquirido y lo que estaba de su parte por no que-
dar expuestos totalmente á la ira y enojo del cielo y de ios
vencedores, aunque aquél siempre estuvo fulminando sobre
ellos como enemigo del verdadero Evangelio. Entró S. A. en
Conquendorf, primera plaza del Palatinado inferior, enfrento
del campo donde ganóla batalla deArtulacel muy esclarecido
capitán D. Gonzalo de Córdoba; llevaba el Infante añadidos á
sucaballería 1.200 caballos que traía el húnganí levantados con
este fin á costa del rey Católico. Rindíósole el fuerte de Cor-
448
bech, ocupándole con su tercio D. Martin Idtaquez, y agre-
gáronse al ejército 150 soldados católicos de aquel pais; pasó
del Palotinadoá laFranconia, reconocieron ISO caballos nues-
tros á 200 del enemigo, y fueron degollados; rindióse la villa
y caslillo de Miltemberg, donde estaban de presidio 200 sue-
cos; prendió á los condes de Istein y Castel, echaron la guar-
nición fuera, y á aquellos hombres raros que con preteilos
vanos y arrogantes, persuadidos incautamente de franceses,
presumen contrastar la Alta Alemania; y más adolanlo llegó
nuestro ejérciio campeando por si solo á las riberas del Heno.
Uandóse al barón de Sibac que esguazase con su regimiento
de caballería, y que 200 mosqueteros de diferentes naciones
batiesen la entrada y se informasen de los diseños del ene-
migo, de que habla opiniones alojaba á los contornos de Fran-
coforle; y dióse vista á la ciudad de AschaiTemburg, corte de
George Federico, arzobispo y elector de Maguncia, ocupada por
los suecos. Avisó el rey de llungiia á S. A. so habia rendido
llbron, que tenia de presidio 1.200 combatientes, fuera de los
burgeses y paisanos, reputándose los que podian lomar armas
por 4 ÜUO. Esguazó nuestra oaballería el Meno, pasó la infao-
leria , la arlillería y el bagaje on barcas ; din vísla el ejército,
y reconociólo para ir enterado de su ajustamiento y composi-
ción, y halló que llevaba poco monos do 8.000 infantes y 800
caballos, y esperó á recoger la gente que quedada atrás, como
enfermos y fatigados del camino; batiendo á esla hora Picolo-
mini el fuerte de Vertcin, que consiguió con maravilloso es-
fuerzo, porque todos los pueblos y fortalezas parece estaban so-
metidas al arbitrio de aquellas armas y á la virtud y poder de
■US gentes. Tomó, por el consiguiente, á Vierec y su castillo,
prosiguiendocondiligencia á la sorpresa de laFranconia, pro-
vincia próspera y de mucha consideración en Alemania, no que-
dándole al enemigo en toda ella sino las plazas de Visburg y á
Inifort, habiendo desaparecido la nobilísima población de Bam-
berg y lodosu arzobispado, y apretó con nervios muy poderosos
i Eorimberg, corriendo los croatas la campaña, no dejando
salir un hombre, ni paisano ni soldado, de sus murallas y fortí-
licaciones. Alaoá nuestra gente nueve compafíias de dragones, '
cinco de alemanes y cuatro de franceses, en que había pa- |
gados de quinientos hombres eulre infantes y caballoB; fueron
degollados 400 y los demás tomaron la fuga: prendieron tres
capitanes franceses, y preguntados de la noticia de los enemi-
gos y del camino y derrotas que llevaban, qué número de
gente y armas se congregaban y hacia qué parte, dijeron
que el canciller de Suecia Ogistereo y el duque Bernardo do
Veimarestiiban encerrados en Francoforte, no sin grave miedo
y confusión del estado de sus cosas, dando por perdido todo
cuanto habían ganado en Alemania, con la victoria que el rey
Católico y el Emperador habian conseguido, y que á aquella
hora no se hallaban con más séquito de gente que con 4.000
soldados, y que esperaban al Lantgrave de Esen con otros
tantos.
Era el canciller Ogisteren la persona más principal y de
consejo sobre quien Gustavo Adolfo, rey de Suecia, para en
cualquier accidente de la guerra , como al 6n sucedió el de
su muerte, dejaba el gobierno, no sólo de Suecia, pero de las
provincias usurpadas en Alemania ; y la dirección de la gente
militar y el manejo de ella á cargo de Gustavo de Orne,
gran cabeza, gran soldado y de grande fortuna , si todas estas
cosas no corrieran por cuenta del cíelo el atropelJarlas como
injustas. Dejó, linalmente, el Rey é cargo de este hombre, no
sólo las materias de la guerra , pero con las de su casa y corte
el apoyo de la Reina, su mujer, y una sola hija que dejó; las
cuales á esta hoia, vieron echadas por tierra las fuerEas y los
caudillos sobre quien se sostenían y pensaban dilatar sus es-
peranzas y ascender á las supremas dignidades de Alemania,
é investirse la púrpura y la diadema instituida por el Principe
de los Apóstoles para columna y amparo de la Religión cató-
lica, pero no para las hidras y cabezas del luteranismo, y las
otras sectas y sus dogmatizantes; y así las holló y supeditará
las demás como lo va haciendo y lo verán los émulos sangui-
nosos, hasta de su misma patria , de los principes de la Casa
de Atistria.
Jli
450
Prosiguiendo, pues. S. A. su jornada, al calor de sus
armas, los pueblos católicos, y los oprimidos y sujetos por
engaños y maldades supuestas y artificiosas, tomaban las ar-
mas para sacudir de si el yugo reciente de los ladrones y ti-
ranos, levantados con superstición fantástica para enseñorear
lo que no les locaba ni era suyo. Contra los primeros que lo-
maron las armas y brotaron su ira fué contra las pocas gen-
tes que babian quedado de sueceses, rolos ya y deshechos sus
caudillos, parte de ellos presos y parte muertos, debelados y
hechos pedazos sus tercios y regimientos de soldados, su ca-
ballería fugitiva, ios alemanes yfrancescs, sus aliados, espar-
cidos y desbaratados, sin orden y disciplina militar, abando-
nadas sus banderas, y los cabos y oficiales que las conducían
y eran sus regentes en el progreso de sus empresas, deshe-
chos y destrozados lastimosamente. Era ya el 2 de Octubre;
el roy de Hungría queria ir sobre Francoforte; haciendo desde
este paraje gran división los ejércitos, rindió S. A. á Archa-
semburg. y agregóse el presidio de alemanes al ejército por no
dejarlos iiue se volviesen á juntar con los enemigos, y marchó
el duque de Lorcna con el grueso y parle que le habia to-
cado, y á pocas jornadas se juntó con Juan de Dcrt. Fueron
ambos en seguimiento del Ringrevc; llevaban cerca de 3.000
soldados entre caballos é infantes, y diéronle vista á una tegua
de Argentina ; Unía ei Ringrave pasados de mil comlialicntcs,
porque le habian llevado las guarniciones del Bodense y es-
taba con el duque de Wiltemberg desposeido por miedo du
aquel estado, y toda la tierra, casi asolada, como lo dejamos
referido en nuestros comentarios, y el man|ués de Turlach, á la
poca gente que truia el duque de Loiena les dio ánimo y va-
lenlia de tentar fortuna y darles batalla; pero el duque, con el
valor y grandeza de ánimo de que era dotado, sin ponérmele
delante ningún embarazo ni otra dificultad, embistió con el
nombrado regimiento del Ringrave, desbaratóle y púsole en
rola, siguiéronlo de miedo las otras tropas dando todos en un
precipicio miserable: duró tres horas el combate, fueron de-
gollados 1.000 hombres y otros muchos en el alcance, y olra
451
parte considerable que pasaron el Rhin se ahogaron, i
brados del valor y del ímpetu prodigioso de las gentes del
duque de Lorena. Metiéronse 300 soldados de los que hicieron
fuga en un casar, rodeáronlos y pegáronles fuego, en que fue-
ron quemados sin escapar ninguno, oyéndoselos gemidos y las
voces de los que ardían , en Argentina ; pero esta ciudad , con
otras que estaban debajo de la secrete protección del rey de
Francia, viéndose rodear de aquellas gentes, en el ahogo y so-
bresalto de perderse y que habla pocas cosas en aquel distrito
que no estuviesen sometidas al poder de ambos principes, le
escribieron cartas lastimosas y lamentables al Parlamento y
confidente, narrando por menor el estrago miserable de las
gentes á cuyo cargo estuvo su defensa y el permanecer con su
devoción, que todo cuanto tenían y el caudal de sus burge-
aes lo hablan gastado en su servicio y en la tolerancia de
ejércitos tan grandes, en seguir su opinión y en las promesas
de arribar á mayores dichas; que las provincias quedaban aso-
ladas y destruidas, reducidas muchas al César y otras con-
quistadas y sujetas, siendo libres, por las leyes y derechos de
laguerra y por haber incurrido en crímenes y delitos contra
el Imperio, el Príncipe y la patria; los pueblos asolados y con
presidios de gentes, si bien naturales, tenidos por enemigos,
juzgándolos por inGeles al Supremo Señor; las campiñas des-
truidas, taladas las mieses y los árboles, y otras cosas que
dejaban de referir por no descaecer del ánimo á quien se le
habían de levantar del suelo, y lodo esto cometido por este in-
solente español (que este nombre habían dado recrudecidos
en la envidia á los que gloriosamente mantuvieron la colina
para dar la victoria); que se declarase, que les enviase gente
que los mantuviese é hiciese abiertamente la guerra, que el
estado de las cosas no podia simularse más ni encaminar los
designios á tan lentos y ambiguos progresos. Llegaron estas
quejas y estas cartas á la Francia, con avisos de nuevas y
aumentadas victorias, que desazonaron y prescribieron el con-
descender con los clamores de las ciudades libres y otras de
provincias sujetas á principes del Imperio, y se reservó para
452
el aflo siguiente con mayores levas de soldadoi, tributos im-
puestos en el reino y junta de dinero en toda ta Francia \ pero
causó risa, como ya dejamos apuntado, el baldón de Argen-
tina , cuando la relación de esta carta llef¡;ó á Castillo y á las
orejas del rey Católico, porque demás do lo que bemos seña-
lado, el decir este insolente español , lo dijo por S. A.; de
donde se arguye en cuánto dolor y aflicción los habia
puesto, pues los obligó i hablar asi de un Principe cuyas vir-
tudes y conmiseración no tenían paren el mundo, y no acaba-
ban de encarecer los bramidos impacientes que hizo dar aquel
fuego ¿ sus defensores en el César. Quedaron en pié de esta
derrota, y de los 7.000 bombrres del Ringrave.apénas 2.000, y
él estuvo á pique de ser preso, porque yendo á asirle se echó
con su caballo de un alto nbaio é un foso y escapó á nado,
quedando el caballo hecho pedazos del gran golpe, metién-
dose al amparo y socorro de Argentina que le abrigó; pero
tiernos y suspendidos á los clamores de la gente muerta en la
campaña, y h los que rindieron las vidas á las llamas del vi-
llaje; quedando todo resuelto en cenizas, imagen propia de tos
estragos y desolaciones de la guerra. Esta era la causa por-
que ios varones de mayor consejo en Alemania, el rey de
Bungria y loscabos del ejército, hicieron vivos esfuerzos para
que perseverase S. A. aquel invierno en aquella gran provin-
cia , porque viendo las utilidades tan grandes y los maravillo-
aos efectos que habian conseguido con su venida , querian
por este camino y con este socorro acabarla de limpiar de
enemigos. Pero á esto respondía, que quedaba todo el Pais-
Bajo expuesto é mortales accidentes, como se iba anteviendo
por las inteligencias Trancesas, que procuraban desazonar et
ánimo de la nobleza y de los demás subditos con la poca to-
lerancia del gobierno español; achaque y adolescencia muy en-
vejecida en aquellos corazones duros y dificultosos en este he-
cho, ni de inclinarse á él ni apetecer. Le quedó con la fortuna
de estos sucesos libre toda la Bavíera y la Suevia, dejando
corladas á Augusta y Ulnia sin ser posible poderse conservar
en su rebelión, conquistado todo el ducado de Witlemberg,
ocupada Ja Franconia, libras y desembarazados loa rioa Mero,
Uer, Leco. Danubio y Necar, y ser señores los ejércitos im-
periales de toda la campaña para castigar los enemigos io-
sidiadorea y protestantes, los que turban y pretenden alterar
el sosiego universal, que fueron arrojados, do obstante, de las
raices de los Alpes hasta la otra parte, dejándolos tan supedi-
tados, que las muy poderosas ciudades de Ulma, Norimberg y
Francoforte cerraron las puertas á los vencidos no queriéndo-
los admitir, abrigar ni dar socorro. Sin embargo, el Langrave
de Esen y el duque de Laneburg les enviaron 3.000 soldados,
para que se rehiciesen, k Viania, juntados, no sin grao fatiga,
de 8.000, y la caballería mal montada , y lo peor de todo bi-
Bofiús, sin disciplina ni preceptos, acobardados y llenos de
miedo con la noticia y hazañas de la gente vencedora. Salieron
Veimar y Ogisteren con aquella la vuelta de Maguncia, y cor-
rieron con brevedad á acuartelarse entre el Rhin y las mon-
tañas circunvecinas, abrigando con ellas los dos lados de la
ordenania, tomando el Rhin por frente, hombres que ya no
cabían en el mundo y que toda la Germanía les parecía corla,
para guarnecerse y para su defensa; recelando y temiéndose
en cada parte que alli les alcanzaban nuestras armas para
debelarlos y que en ninguna parte, estaban seguros de nues-
tros ejércitos: dispusieron en conformidad de esto echar
puente en el Rhin para darse la mano con Francia y con el
principal instrumento de sus trabajos, peregrinaciones, pérdi-
das y estragos, proclamando por insuntes socorros, que no
pudieron conseguir sino cortos, tardos y á pasos lentos, por-
que el francés, usando con ellos de esta simulación y engaños,
atendía más á sus particulares que no al de los que él preoi-
pilaba con llamarlos supuestamente amigos. Trataba de po-
ner en defensa la Lorena, el confin y los demás; tiranizó al
Imperio y á algunos de sus principes con artificios y eslratage-
mas, por todos los contratos de bechos ajenos, y poner en
balanza el estado y quietud de sus confederados; pero Ma-
guncia, reconociendo el aire de las cosas, y deseosa de re-
ducirse al que antes tenía y al suavísimo yugo del Imperio,
454 _
afuera la guarnición de suecos que tenía, pocM y iñiw-
rables y de todo punto acabados y destituidos de las espe-
ranzas mal fundadas con que entraron en Alemania, y entró
en conciertos con Ferdinando, rey de Hungría y Bohemia, para
rendirse y poder con esta acción hallar más gracia en el ánimo
generoso del Rey.
Llegó S. A. por estos días á la ciudad de Ascbafemburg:
necesidades de su ejército y el progreso largo de la jornada,
le compelieron á detenerse alli algunos dias; vió el gran pala-
cio del Elector,que andaba vigilante, por si el enemigo le veniu
á atacar. Repartió el ejército en esta forma: echóla caballería
de vanguardia y lo demás repartió en siete batallones, y fué á
hacer noche á Biquingehen , á una legua de Anau , fuerza del
enemigo; dió vista nuestra caballería á Francofortc, pasó á
Vindec, cerca de Fristberg, y esto con tanta seguridad y con
tan gran quietud , de ánimo tan despejado, y con tanto aliento
nuestra gente, que no se le atrevieron los enemigos; hallaron
heno y cebada y muchos bastimentos para el ejército, y en-
traron en Usinge, primera tierra del condado del Vasao;
envió & D. Francisco Carnero á Colonia á prevenir barcas y
pontones para el paso del ejército por el Rhín y que los traje-
sen á la villa de Andrenac, y avisó al marqués de Aílona de su
llegada, y que con las ocupaciones y ocurrencias de Alemania
no le había sido posible poder marchar más aprísa. Salióle á
recibir el conde Felipe Hansfelt, con tropas de la Liga católica
y otras del elector de Colonia que alojaban por alli, y otras
del Pais-Bajo, que de la misma manera lo estaban en el du-
cado de Lutcemberg, creyendo vendria por la Alsacia; porque
ora sea estratagema, ora por deslumhrar la intención de los
franceses, decía el marqués de Aitona le había escrito que S, A.
había de llegar á Brísac y la Hosela, que le enviase gente y
otros pertrechos militares para la expedición de sus designios
y materias. Había hacia aquella parte cargado el enemigo, y el
rey de Francia había puesto todas sus fuerzas con este cuidado
para defensas de lo obtenido contra derecho; pero S. A., en la
resolución antes acordada de haber enviado allá al Reinac con
45.>
un trozo considerable de ejército fornecido con la gente de la
archiduquesa Claudia, dejando aquel camino tomó éste. Era ya
el 24 de Octubre, y comenzaba por aquellos paises á cargar
lo pesado del invierno, tiempo más á propósito para meter
en guarniciones el ejército que para exponerle por los rigores
del cielo en la campaña, por donde siempre tuvo por vano
poder tentar á Maestrich por este año, por el largo viaje y ser
forzoso llegar tarde, y aun en los años adelante, según el es-
tado de nuestras cosas y gobierno, se puede muy bien des -
con6ar de ninguna empresa en el Pais-Bajo. Marchó el In-
fante á Camerio, tierra del arzobispo de Tréberis, y de allí
corrió á Diste, posesión, si bien tirana, del condado de Nasau.
Salió á la puerta del castillo la Condesa con muchas damas,
viuda del conde Ernesto de Nasau , Maestre de campo gene-
ral de los Estados-Unidos, bija del duque de Brancuiq, so-
brina de los reyes de Inglaterra y Dinamarca: apeóse Su Al-
teza para hacer la cortesía, y como Principe en quien habia
depositado la naturaleza y el arte todo linaje de humanidad
y benevolencia, aun con los enemigos, quitóla el sombrero, y
después de algunos agasajos la dejó soldados de guardia,
para tiue los demás quo fuesen llegando respetasen el lugar
y ol castillo y no se atreviesen á dañar á los burgeses ni sus
campiñas, pretendiendo por aquí insinuar á todos los paises,
asi rebeldes como obedientes, que no venia con estimulo y
ardores de armígero, sino como Principe de paz , y que mos-
traba á los subditos antes la oliva que la espada, cuando traía
el laurel y el triunfo de lo más belicoso de Alemania ; dejando
domadas y vencidas gentes y naciones, asi forasteras como
naturales. Como se pagó esto, el año que sigue nos lo dirá,
siendo acción esta que podía vencer los ánimos más duros y
salvajes á la obediencia natural del señor y á extinguir desde
este día las pasiones antiguas; pues pudo con aquel ejército
que traía, no menos reputado que victorioso, sin que bastara
toda la rebeldía de Holanda, ni todo el auxilio de los protes-
tantes, aun cuando estuvieran poderosos, cuanto y más que*
brantadoa, asolar todas aquellas plazas ó parte de ellas, tiraní-
456
zadas en la Veslfalia y en sus contornos por las armas de aque-
llos ¡afieles y sus fautores, arrasarlas y ponerlas fuego, lomando
una satisfacción legitima á su rebeldía y maleficios. Pasaron
á la vista de Límburg, población del anobispado de Tréberrs,
que tenia de guarnición 200 franceses, gentes introducidas en
aquel país para insidiar los confinantes, como nos lo dirá el
libro siguiente, y además de esto sorprender los príncipes
electores, si no parn arribar á la dignidad, para introducir en
él y tener prendas muy poderosas ó meterlas en su casa y en
las ajenas por ser Príncipe falido en la Dieta y Cámara Im-
perial.
Pidió el coronel Ossa, en nombre del César, paso para el
ejército, y rehusólo el Magistrado, y acometió nuestra gente
los arrabales y saqueólos, y comenzaron á tirar la villa con sus
piezas. Entraron en Diste para pasar el Lan; ofrecieron éstos
de buen corazón el puso, y mandó S. A. á los soldados no so
hiciera daño al pais; pero los ánimos perversos y obstinados
de éstos, usando mal del agrado y corlesia de S. A., después de
haber pasado nuestra gente, degollaron á sangre fria los en-
fermos que quedaban airas; hazaña más infame que generosa,
y más cobarde que valiente, mostrar la saña en los flacos y
desarmados de fuerzas y de salud. Mandó S. A. volver
los 2.000 caballos al rey de Hungría, levantados á costa del
rey Católico en Alemania por el marqués de San Martín, re-
muneró, hizo merced á los cabos y oficiales que le habían
servido, y prosiguió las derrotas del Bolsembalmerod, primer
lugar de Colonia ; llegó á Herlorf, á cuarto de legua del Rbín, y
fué á ver un pontón creyendo había llegado lo necesario para
su pasaje y el de el ejército, como estaba acordado, y que ha-
bia de venir de Colonia. Era este pontón notable, de tanta
grandeza y latitud, que pasaban de una vez 1 .500 infantes y 300
caballos; no habiendo llegado éste, se trazó echar puente en el
Ithin por no haber llegado aún los demás pontones y barcas,
y entre tanto que esto so hacia, pasó S. A. á dar vista á Andrc-
nac y á ver el castillo de Chamelsteín , situado á las márgenes
de aquel cclebradísimo rio, que se ganó el año pasado con la
gente de Plandcs. Tenía de guarnición 300 soldados, y fortrli-
cábanse con loda diligencia por ser de impoilancía para no
dejar pasar las barcas de los onennigos que de ordinario ma-
ten por allí su conlralacion : dejóles seis piezas de anilleria de
las que liabia ganado en Alemania; recibió la embajada dol
arzobispo de Colonia, y ofrecióle su lierra y guiarle por el da
Maguncia y el obispado de Wisburg. Pasó el ejército el Rhín,
feneciéndose aquí los términos de Alemania la Alia, y entrando
en la Baja pasó en dos barcas con sus criados á Colonia: sa-
lióle á buscar el marqués de Aitona con 3 000 caballos; sa-
ludaban lodos los pueblos puestos á las márgenes del Rhin
á S. A., como las cortes y colonias antiguas á Germánico; es-
peróle ánies del lugar de Bona el duque de Nieuburg, que eti
los años pasados fué hospedado por el Rey en la corte de Ma-
drid. Salió con mucha inTanteria y caballería, y recibióle Su
Alteía en los brazos, y díjole el duque le quería ir sirviendo
con su gente, siu que hubiese menester la que traía ni la dol
marqués de Aitona : eran éstos 1.000 caballos y d.OOO infan-
tes. Esperóle antes de llegar á Bona el elector de Colonia;
viéronse en la campaña con muchas y muy notables cortesías;
entraron en la carroza, S. A. en la popa y el Elector en la
proa, como asi lo dice la relación (si para un elector del Im-
perio hubiera quien haga reparo aquí y no entrar con igual-
dad) ; iba al estribo el duque de Nieuburg, y en esta forma y
con mucha y lucida gente, gran concurso de pueblos y ciu-
dadanos que todos habían dejado sus casas por ver un her-
mano del rey de España, llegaron á Bona: hospedóse en pa-
lacio y cenaron juntos aquella noche ; pasó otro dia á Colonia,
ciudad en majestad y grandeza notable, un e<lific¡os, anti-
güedad y religión aiaravillosa: quiso recibirle la ciudad con
fiestas y demostraciones públicas y no lo consintió su pru-
dencia y las instrucciones que llevaba del Rcy.su hermano;
hizo conceder aquellas, de paso , que le permitían su jornada.
Visitóle Jorge Federico, el Elector y arzobispo de Magun-
cia, y fué á hacer oración á aquel memorable templo; veneró
los tres cuerpos de Oriente que guió la estrella á Belén,
458
cuando la mayor de todas estaba entre las pajas del pesebre
para extinguir y borrar las linieblas del linaje humano, por
gran benignidad y misericordia suya; reverenció otros y las
admirables reliquias de las once roí) Vírgenes martirizadas por
los bárbaros enemigos del nombre cristiano, y recibió présenles
que le hizo la ciudad; visitóle públicamente con grande ma-
jestad y acompañamiento el duque de Nieuburg; despidióse
del arzobispo y magistrados, y acompañóle el Duque hasta
la raya düi coniin de Colonia. Caminó á Julieres, donde se le
hizo magnífico y muy solemne hospedaje, no sólo en luci-
miento y opulencia de familias, pero de gente de guerra j sol-
dados, y vio S. A. el castillo con guarnición del rey Católico,
que babia lomado debajo de su amparo y defensa después de
compuesta la diferencia entre el Uuque y el marqués de Bran-
demburg, sobre el derecho al ducado de Cleves y Julieres, por
redimirle de la opresión de holandeses, que el año de 1618 me-
tieron por allí sus armas, y con este achaque, aunque era otro,
que dejamos ya apunlado en la Bisloría átí Tey Don Felipe d ter-
cero, el do 610, en que Enrique IV, rey de Francia, siendo el
sétimo de sus maquinaciones, con que murió deslumhrado con
este pretexto, y mostrándose patrocinador de Brandemburg,
como el rey católico de Nieuburg, quiso tentar la sublevación
del imperio de Alemania y después los Paises-Bajos. Digo que
fué altamente regalado S. A, de aquel Duque . y después de
haber, una de las noches que estuvo allí cenando, iavádose las
manos, le echó la toalla el primogénito y sucesor del Duque.
Llegaron aqui el principe Tomás y el marqués de Aitona con
muchos señores del País -Bajo, cabos y capitanes de la mili-
cia; recibió á Tomás, y besáronle la mano los que venían á
buscarle ; hospedó el Duque é hizo plato á todos tos forasteros,
caballeros , soldados y cabos del ejército, tomó la posesión el
marqués de Aitona de mayordomo mayor de S. A., y llegó á
este paraje el ejército con tropas de la Liga católica que regia
el Uaosfelt, los regimientos de alemanes, la caballería napo-
litana, borgoñona y lombarda y la que tenía del País-Bajo á
su cargo el príncipe de Barbanzon. Salió do Julieres con 1 .000
coraza» del duque de Nieuburg y con los arcabuceros de Ib
guardia del marqués de Aitona, y otro 1.000 caballos del regi-
miento del conde de Bucuc, que se le presentó delante con I
toda esta gente, armado de todas armas. En esta forma le sa-> j
lieron á recibir casi todos tos cabos de ejército del País- Bajo. '
Llegó á tnsberg, donde le esperaba el conde Juan de Nasau,
general de la caballeria, que venia con oíros 1.000 caballos,
gente lucida y bien montada ; y mandó volver á Alemania mu-
cha de su infanteria y caballería levantada en aquellas provin-
cias: llegó á Agrades, adonde se despidió del duque de Nieu-
burg; entró en el País-Bajo y tierras de su gobierno, saliendo
lodos losburgeses y paisanos á verle y alegrarse con su pre-
sencia, llevando mucha y muy lucida gente en la vanguardia
y retaguardia-, pasó á la vista de Rugemunda, plaza del ene-
migo; llegó á laMosa por junto á la isla de Bstebenswcrt, é hizo
tránsito por el rio, pegado al fuerte de Cantelmo, en puente de
barcas. Aqui le esperaban D. Martin Idíaquez y algunos de los
cabos que le habían acompañado en la jornada, soldados y ca-
pitanes; bizo alto y paró, y con palabras dignas de su gran
juicio, y con el semblante apacible y risueño, les agradeció lo
bien que habían servido al Rey, su hermano; encareció sus
hechos y sus fatigas, y que todo lo había hecho saber á sus mi-
nistros y lo haría desde alli adelante; que tendría en la memo-
ria la ocasión pasada para remunerarla y esperaba las merce-
des de España que se estaban disponiendo y serian á gusto de
lodos. Abrazó á Idiaquez como se lo mandaba el Rey, de quien
ya babia tenido carias en respuesta del suceso de Norlliog,
y dijo le habia hecho merced de una encomienda; repar-
tió 500 escudos de renta , parte en su tercio y parte entre los
napolitanos, borgoñones y lombardos, y en los que más se
señalaron en la batalla ; y en las ocasiones del viaje se distri-
buyeron muchos hábitos de las tres Órdenes militares, que
para esto se erigieron en la antigüedad, para premio de sol-
dados, é hiciéronse otras honras y mercedes, y otro reparti-
miento de 5.000 escudos de renla en personas particulares do
calidad.
Plisada la Mosa, corrió con brevedad, lo que no pudo ei-
cusar, por el pais do Lieja, no queriendo parar en la villa
de Haine , por no meler á ios liejeses ni al Magistrado en
ningún género de sospecha, y también por eEtar tocados mu-
chos de ellos de pasión francesa, y reposó aquella noche en la
campaña, comenzando a eiperiiuenlar las fatigas de aquel go-
bierno. Fué al otro día á hacer noche á Groieras del Orden de
los teutónicos: salióle aqui á recibir el gran nieto de la Casa de
Sandoval, el duque de Lenna, maestre de campo general de
los ejércitos de Flandes, con catorce compañías de caballos,
acompañado del duque de Avellana, hermano del principe do
Oria, del maestre de campo D. Andrés Canlelmo. de muchos
capitanes españoles é italianos: besó la mano á S. A. y abra-
zóle, discurriendo cada uno por sí y maravillándose de cuan
arduas y notables habían sido hasta allí las mudanzas y fortunas
de cada uno. Llegó á Nuestra Señora de Hontaga, fábrica de
los archiduqueses Isabel y Roberto, y adoró la milagrosa ima-
gen con venerable y sencilla religión : recibió la visita de la
reina madre de Francia, trayéndola en su nombre D, Gómalo
do Córdoba, esclarecido capitán por las muchas victorias que
consiguió en Alemania de los rebeldes protestantes aliados del
Palatino del Rhin ; y recibiéronle aqui el duque del Boetf, los
principes de Semag y Ligni, los condes de Croes y Copigni, y
loda la nobleza de Bruselas y sus diputados: suplicáronlo hi-
ciese alto S. A. por algunos días para prevenir los deseos y
demostraciones de aquella corte en triunfos y arcos, y res-
pondió estaba ya el tiempo muy adelante para esperar otra
cosa más que para alojarse por ser ya los principios de No-
viembre, y que los cuidados que Iraia y para lo ({ue era en-
viado no pedia más dilación. De este paraje marchó á U)baÍDa,
y recibiéronle los burgomaestres, rectores y universidades con
notables demostraciones de fe y de amor, y todo con suma ale-
gría, porque si bíen venia á manejar las armas, habÍH ya our-
6ado las tetras, y aqui á un mismo tiempo le aplaudían ambas
facultades, soldados y estudiantes: hiciéronle su alojamiento
en los colegios de esta villa, donde los ingenios y la nobleza
4G\
del Pjís-Bajo ejercitan las ciencias y son inslruídoG en ellas.
Pasó S. A. á la gran recreación do Terberen ó Tribur, puesta
á dos leguas de Uruseias, pensil de los archiduques, admira-
ble en edificios, en fuenles, estatuas y pinturas, donde el
pincel y el buril no dejaron más que hacer al arte y á la na>
turalcia parte de los artífices más supremos y ventajosos de
aquellos paises con admiración de los demás. Sábado i de
Noviembre, después de mediodía, partió de Terberen á Bru-
selas para hacer su entrada: era cosa de maravillar ia gente
que le esperaba á la puerta de la vilb; hasta los esiados de los
enemigos y de las otras provincias circunvecinas te aguarda-
ban con alborozo por ver un Principe de quien habían oído
tantas maravillas y virtudes. Esperaba en el castillo toda la no-
bleza; y el principe Tomás con mucha infantería y caballería,
tomó el caballo, que era rucio napolitano, adornado de ricos
paramentos.
Entró en la villa con todo el acompañamiento, vestido de
lama bordada carmes!, con una anguarina ó casaca de lo
mismo, plumas, banda roja y un espadin, pieza de su abuelo
Carlos V cuando debeló los enemigos junto al Albis, y ahora
por S. A. los del Danubio, el cabello largo y una valona ten-
dida porlos hombros á uso del pais como lopedía el traje mili-
tar; de gentil presencia, rostro blanco, y el bozo en sus prime-
ros principios rubio y del origen de su casa, en veintiuno años
y seis meses de su edad. Dióle el Magistrado las llaves, hizole
el Pensionario una oración , dándole la bienvenida y encare-
ciéndole lo mucho que lodo el País-Bajo le habia deseado,
orrecíóle las vidas, los corazones y las haciendas de todos:
respondió que venía de parle del rey Calólico, su hermano y
señor, á gobernarlos y honrarlos, y que esperaba de su fe y
demostraciones que se portarían de manera que conociesen
de su parte su bondad y amor, agradeciendo el que le mos-
traban.
En esta forma llegó á la iglesia mayor, donde le esperaba
el arzobispo de Malinas: hizo también allí su oración en el
modo y la sustancia referida, agradecíóselo, hizo oración,
y volvió á subir á caballo, reservaado la villa sus prevenciO'
nes para cuando, después de haber visitado las provincia
viese á ella. Fué á ver á la Reina madre, que le salió á reci-"
bir á la antecámara, abrazóle, dióle S. A. paz en el rostro;
habiéndole antes conferido este modo de cortesía con los em>
bajadores que le habia enviado, rehusándolo S A., le conclu-
yeron con que era la mayor que le podía hacer, que era in-
eicusable por ser uso de la Francia. Dijole la Heina cuando le
vio, que se hacia aguardar, pero que habia recompensado muy
bien su tardanza con haber ganado una tan singular victoria,
y que su presencia la restituiría en el contento que perdió el
dia que falleció la señora infama Doña Isabel ; respondióle Su
Alteza lo que en este caso le tocaba, mostrándose agradecido
al favor de la Reina. Estaba con S. H., Margarita, princesa de
Orleans, hermana del duque de Lorena. mujer del Gastón,
duque Orleans, hijo de la Reina y hermano de Luis Xlll, rey
de Francia: hizola la misma cortesía y dióla paz en el rostro;
y escribiendo ai Rey, su hermano, el lin de la jornada y cómo
estaba ya en Bruselas y lo que habia pasado con la Reina
sobre darla paz en el rostro, y la novedad que le habia hecho
aquel genero de cortesia, mas que do se le había hecho tan
grande cuando la dio á Madama de Orleans, porque de cuan-
tas damas habia visto en su vida ninguna le habia parecido
más hermosa. Respondióle el Rey se abstuviese de visitarla,
por no dar níngun linaje de sospechas á la Francia cuando las
cosas estaban tan sumamente delicadas, y ellos deseaban asir de
todo, aunque fuese de tan sutil hebra, por paliar sus maldades.
Acabada le visita fué á palacio, donde descansó de cinco me-
ses de jornada, larga, insidiosa y llena de fatigas y cuidados
por las muchas asechanzas de enemigos, diferentes en costum-
bres y en religión, adversos en la inclinación y en los efectos,
armados y prevenidos para impedirle el progreso, que venció
y acabó con niiiravillosa reputación y constancia, saliendo con
el intento y con el orden que le dio el rey Católico, su her-
mano, y el Rey consiguió uno de los más deseados Ones de su
gobierno, á pe&ardc tantas envidias, traías y consejos íntro-
463
ducidos en la Europa por la Inquietud de los minielros fran-
ceses; habiendo sido ésta una de las más memorables jorna-
das que se escribieran de príncipes, porque otros llevaron sus
derrotas por tierras de amigos, deudos, sujetos ó conTedera-
dos ó en tiempos más sosegados y puestos los ánimos en más
quietud, templanza en la ambicien y materias de sus particu-
lares; pero aqui, desde mucho antes del Danubio hasta pasar
la Mosa, todo fué una perpetua contención de contrarios;
marchar entre sus ejércitos y escuadrones, siempre con el son
de la caja y el clarín en el oido y con las acometidas y esca-
ramuzas. Besáronle la mano otro dia todos los consejos, ma-
gistrados y diputados de las villas y provincias, dándotela
obediencia , cabos y capitanes del ejército y castellanos de
fuerzas y castillos, y otros gobernadores de las plazas y tierras
incluidas en toda la circunferencia del Pais-Bsjo. Desde el Cam-
bresi óLucemburgá la Veslfa lia, desde Mosde Nao basta el Ar-
toes. desde Flandes al Brabante, ocupábanse los naturales en
hacerle fiestas, levantándole arcos y pirámides con doctas ins-
cripciones, epigramas y geroglificos, estatuas y otras inven-
ciones notables, hechas por todos los más peregrinos ingenios
de aquellas tierras esclarecidos en todo género de letras y
materias.
Habiendo, pues, concluido con la jornada del señor in-
fante D. Fernando, quedando aún no bien satisfecha la pluma
en su alabanza, remitiéndonos á los de más elevada nar-
ración y espirito, será bien fenecer el libro en que ha sido
fuerza, por la materia y los accidentes, habernos largamente
explayado, por no dividirle en libros, antes que el ano sea
uno solo, y á un solo año un libro. Digo, pues, que die-
ron intención de quererse componer los principes de Alema-
nia con et César; mas como dependientes de franceses, y
éstos de la ambición de suprimir una de las cuatro partes del
orbe, la más principal, por tramar, nuevas ligas y movimientos.
En Italia no surtieron efecto. El rey de Inglaterra acometió,
aunque tibiamente, á la protección del duque de Lorena y dio
indicios de armar en su favor, y lo hizo saber al rey Cristia-
I
nísimo, pero tan neutral que no quería ser amigo de EspaüB,
porque estando cerradas las armas de las contrataciones y
comercios, en aquel norte sólo los su^os prevalecian, y los
holandeses vertían, ó trasportaban por aili sus mercaderías y
todos los septentrionales, y aun pienso que los franceses, en
los navios de Inglaterra encaminaban las suyas; pero el inglé^i
no se inclinaba á otra cosa sino á que le restituyesen á su so-
brino, liíjo de su hermana y de Federico, muerto en el Pata-
tinado del Rhin, en aquel Estado y en el titulo de Elector que
hablan perdido, pretendiéndole, pues, asir poraqui con promesa
y que entrase en la Liga con el Católico. Los franceses hacían
la misma diligencia, prometiéndole ayudar y ejecutar con la
fuerza, pero él se recataba de todos y no creia nada; vendia
sus fardos y sus bayetas, y proseguía inclinándose algo á la
devoción de España por el interés: de aquí entraban más
adentro y discurrían nuestros políticos, y daban por causa
querer introducir en casamientos de sus hijos con los de nues-
tros principes; pero era en vano querer sacar con ellos nin-
gún partido, previniéndoselos franceses con nuevos designios
para nuevas y más peligrosas empresas y en declarado rom-
pimiento con España, como presto veremos. Daba intento el
rey de Hungría, para el año siguiente, de armar en favor del
lorenés, y el rey Católteo estaba en ios mismos acuerdos por
las fronteras del Pals-Bajo. Pedíase gente y dinero en el
reino de Castilla á todos los prelados, señores y grandes del
reino; y refieren que escribiendo al duque de Veraguas, comoá
lodos los demás, para que levantase gente y ofreciese dineros,
y respondiendo el empeño gravísimo en que tenia su hacienda,
y lo que hahia gastado en Flandes, de adonde acababa de lle-
gar, no admitiéndole la disculpa , se le envió á mandar re-
sueltamente enviase poder bastante para cobrar lo que se le
señalase de sus Estados: de aqui debieron nacer después los
poderes decisivos que se pidieron á las ciudades y aquellos de
regalías, inventivas para destruir, y que él envió, visto el terri-
ble aprieto en que se le ponía, poder á D. Gaspar de Guzman,
conde de Olivares, para que hundiese y asolase su casa. Con
4C5
este imperio se pedia para que se resbalasen en la paciencia
aun hasta los de más sufrimiento, no pudiéndose contener del
estrago miserable y de esia piedra en que cada día se tes hacia
tropezar y caer. Pedíase á los caballeros de las Ordenes mili-
tares y á los demás; hasta los miserables criados de la Casa
Real no eran bastantes, no relevándoles de sus fatigas, que
eran grandes, y el no pagar los gajes, á eiimirlos de este sub-
sidio. Publicóse que et Rey en persona habia de hacer jornada,
cuyos sucesos nos diré el ano de 35; pero el rey de Francia,
sordo á los maniiieslos y protestas que se le hacían, conser-
vaba lo tiranizado al Imperio y á la Lorcna, y persistía en al-
terar la Italia y remover contra él tos pueblos y todo el Le"
vanle, cubriendo su malicia y dañada intención con decir en
todas las ocurrencias, y á los embajadores de nuestras coro-
nas, no queria ni era su designio contender con el rey de
España.
Sin embargo de todo esto, le pidió socorro Argentina y to-
dos los demás coligados que se declarasen é hiciesen abierta-
mente la guerra, y resolvió de hacerla para la primavera si-
guiente; y cuando habia dañado en las tierras del Imperio, no
habiendo podido desarmar aquel baluarte, probar estotro en
las tierras y estados del rey Católico por usurparle alguna
parte y ver si le podia destroncar la monarquía, y que la
mengua de alguna fuese ruina de la otra, y hacerse lugar y
ser mayor en todo el ámbito de la tierra, como se lo persuadía
el consejero sanguinoso de la Francia.
Habiendo dicho y discurrido por los estruendos y apara-
tos grandes de Marte ejercidos en la Europa , será bien decir
ulgo de las pasiones domésticas y eiternas ejecutadas en casa
y entre algunos grandes del reino. El primero de todos, el
marqués de Gaste 1- Rodrigo, entretenido en Roma con demos-
traciones de ciudadano romano antes que de embajador, aten-
dido, aunque de legos, y murmurando si era bien visto del
Papa ó no, andaba en balanza y herido de aquellos enemigos
que llaman no excusados los prudentes, que con esto no habre-
mos dado á entender que son criados. Un secretario suyo, á
ijuien ól habla hecho bencQcioa y armado en la enseña militar
(Ja Cristo sin merecerla, aunque esto es ya mny común en
aquel reino, habiendo tenido algunas diferencias con él en
Roma despiíJióle, y viniendo á la corte de España las intro-
dujo en las orejas del primer ministro: quisieron verüicarlo
con detenerle, prendiéronlo en parte secreta, citó á un Da-
mián Martínez que habia sido de la furriera del Rey, que algu-
nos trabajos suyos y travesuras le excluyeron de palacio. Éste
pasó á Roma con él, y le volvió ocupado á Lisboa con inteli-
gencias de su hacienda. Llamáronle, y habiéndole traido de
Lisboa con artes y aun con ¡guardas, y siendo interrogado, al
cabo no dijo nada: sólo so entendió que éste también riñó con
el Marqués iliciéndola algunas palabras, tocanilolo en la in-
tención, si la tenia buena ó mala, con el ministro, que esto 50
castigaba como por delito contra la majestad, y era el tal
tenido por desleal (notable abuso de nuestros tiempos). Ha-
bláronse en Madrid muchas cosas tocante á esta materia, las
cuales, por ser de ninguna verdad ni crédito, antes de pa-
sión, no las refiero. Soltaron al Damián Martínez, aunque man-
dado detener en lu corte; del otro dijeron estaba guardado
con secreto hasta su tiempo ó hasta el día del juicio que le
esperaba. Publicaron que le mandaban venir á Portugal, y qao
allí le dirían para lo que era llamado, con que se iban en-
gendrando malos humores en la nobleza y en el marqués de
Fereira, su cuñado, que no había pocos, como se verá el a&o
de 40. Pero esto en breves dios se sosegó y reposó, y el Mar-
qués fluctuaba junto á la nave de San Pedro porque querían
fuese delito el tenerle afición el Papa, porque la política en-
seña que el Embajador no sea más afecto al Papa que él lo es
con su Principe. Muchos se recetaban no parase esto en algún
mortal golpe por el brazo del poderoso que se sabía cautelar
mucho y simularse y esperar en el tiempo. Pero ¿quién dice
que esiá éste en la mano del que le quiere ni tan á su arbitrio
til mandarlo? Como faltó á otros, puede fallarle á el. A ü. Fa- i
drique de Toledo, habiendo venido el año antecedeute do
Portugal, donde se pensó pasaba otra vez ul Braail y á la re»- |
467
tauracion de Fernambuco con [a armada y soldados , entrado
en la corle, como otra vez lo bemos tocado, se le pidió dejase
uno de los dos oficios, ó el de general de la armada Real del
mar Océano, ó el de general del reino de Portugal. Parece
que premeditó antes que le diesen este último cargo (cuando
se le dieron era para quitarle el primero como más preemi-
nente), y reconociendo le querían limitar Ir fortuna y el esplen-
dor, como se había iiecho con otros capitanes de su tiempo, y
que por varias veces le habian dado muchos tientos para sa-
cársele, no á lo menos por mal soldado ni por haber faltada á
las obligaciones de sangre ni al ardiente celo de servir de sus
mayores, finalmcnle le dejó, diciendo alargaba aquel en que
menos habia servido y entendido, por satisfacer á la ansia del
poderoso y colmarle el deseo.
Tenia D. Fadrique sus quejas, de que babíendo años que
servia de general de la armada Real del mar Océano, en que
habia hecho servicios muy considerables al Rey y á la co-
rona, peleando con los enemigos setenlrionales y corsarios de
África; héchole ir á la boca del Canal de Inglaterra en segui-
miento y á esperar las flota de holandeses que se aguardaba
de Levante, y además de esto á las islas de Eres en favor de
franceses, cuando la controversia con el rey de Inglaterra
sobre particulares suyos; pasada al Brasil, recuperado la ciudad
del Salvador y labahiade Todos Santos; héchole ir por la flota
á las Indias y echar los enemigos de la isla de San Cristóbal
y de las otras ¡síes occidentales; no se le hubiesen hecho mer-
cedes, ni cubierto, como él lo pretendía por sangre y servicios,
mas ánles poco aplaudido, sus hechos desfavorecidos, sus em>
presas corregidas y residenciadas las más de ellas. Por otra
parte, cansado de tanto navegar y reconocida la saeta del go-
bernador, flechando para todo contra lodos los hombres gran-
des; hallándose rico, con hijos, y su hermano el marqués de
Villafranca sin ellos, llegó á apetecer el descanso y á conten-
tarse con aquel oñcio inferior si lo dejaran con él. En este
estado estuvo muchos dias en la corte, hasta que le mandaron
fuese á Lisboa á presentarse para la recuperación de Pernam-
buco, porque los eoeinigos iban aumentándose cada día en
puertos y fortíGcsciones, y á riesgo de perderse todo el estado
del Brasil y aun el Occidenie.sus flotas y galeones y las naos
do Ut Indias, quo á su vista doblan el Cabo de Buena Espe-
rsnia para Lisboa. Pues, ó que á D. Fadrique no se le daban
todoa los navios, soldados, municiones y bastimentos que pedií
para contrastar los nuevos fuertes que habían becbo los bo*
liodMM , dificultándose cnda dia más la empresa ; ó que él dio
tas cautas por los sentimientos de no habérsele hecbo merced;
ó wa lo prioMro que dijimos , cansado de navegar, rico, coa
hijos y con mujer, de casa muy estirada, que le dtria, para
coéndo qMría su descanso, su saber y sa reposo, que diese de
otMO i lodo T descansase, qoe no era tiempo de merecer ai
«qnnr tH prcmo CBaado se negaba y se dificullab* lanío; ó
fm tfmHik «teM de qoilaria el ntejor oCdo le había des-
•Mlíte «1 ONMOB y ba aceioaes de tjmmr serrir, qoe en la
nía Béfi noble, ya ae ve lo qse res-
:, r calo baita pan deabacer m
s y abandouarias; lo qoe antió
•^IMifaednlbMo^qaoalpocfarcaaa lanío, en nás
«BBk qa» Mcandad ^B» aa aeMO ^ ao penen, y qoe se tiraba
A^MMOMOéarln c«B*& las 4eMa«, é seo lodo, £d, fioalmeme,
mW^wMaéiíaiBiaiiiaaarin^i da — podeftawf
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a «I ptém daavaaii sa aapadn y din el
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fey«M«.«fne«MMrvHB
O^taMfctaim tfciil.t if ii <*■
sista; qae la accíoo de la milicia es la más esencial delg
bierno y el instrumento principal de su conservación y del
estado, y que á aquel le toca ministrarla más prontamente que
nació con ella, y la ejerció y recibió los primeros preceptos de
ella de sus padres y abuelos, en que se halla hoy aumentado
y de mayor noticia y experiencia en los progresos navales;
que D. Fadrique de Toledo, representándole antes el estado
que otra vez tenia el Brasil con la pérdida de Pernambuco, lo
que importaba su remedio y cuánto nesgo corría su dilación,
previniéndole y aprestándole lo necesario para su viaje y en-
cargándole con veras la restauración como convenia, no sólo
no sulió á ella, debiéndolo hacer como vasallo y soldado, y que
en la navegación es más apto y suGciente por haber tenido el
cargo más superior y eminente de ella, y ahora el de Capitán
general de mar y tierra del reino de Portugal, debajo de
cuya corona está aquella provincia y le compete su restaura-
ción, mas olvidado de todo esto, se ha disculpado, resistido á
los mandatos, y dicho muchas veces que no puede ó no está
para ir; que al efecto de esto, y al examen de esta causa como
tan importante, se ha erigido y fundado esta Junta, con titulo
de obediencia, para el aviso y escarmiento de los vasallos que
contravinieron á sus justas deliberacioncü , órdenes y decretos;
que con todo el afecto que puede mandarse, esto se atienda,
y á lo que en ella conviene se le exhorte á D. Fadrique, y si eslo
no bastare, se le compela á ello ; y sí ninguna de ambas cosas
surtiese efecto, se vea por las leyes antiguas y modernas que
deponen en materias tales, qué delito comete el vasallo que
no obedece á su Principe, qué penas y castigos merece, y que
se consulten con diligencia. Vieron los que se juntaron allí
con atención el caso, conlrovertiéronle y disputáronle por mu-
chos días; pero lo que más dio que sentir al Rey y al Conde,
fué que con estos medios y pláticas, y con estos sentimientos
lan grandes que de él se tenian , y con todos estos remedios
que se habían lomado para con él, no se allanase y compusiese
consigo, y disculpase de haber errado (si lo es no darle ó pedir
un soldado lo necesario para unu empresa), y no pidiese.
47U
ánlesqueselaorreciesen, la jornada. Quisieron esla prcraccioii 1
de sus deudos, y aun del duque de Alba, Mayordomo mayor, ]
como tan adenlro de las puertas de palacio pnr el oGcio, da í
que rcsenlido el Principe, y algunas otras cosas, juntas con j
esta que diré después, le hicieran fracnsar.
Finalmente, después de haber votado \a Junta de (tedien-
da sobre el caso, salió por todos so le exhortase á D. Fadrique
á la conclusión de la jornadü; mas el todavía se mostró resis-
tente, dando las causas y razones, y apretado de nuevas
embajadas pasó al Retiro, por los Snes de Junio, y allí conten-
dieron el Conde y él largamente. Los que do afuera les oían,
cerliGcaron que las voces hablan sido grandes, y la refriega
notable: de aquí salió, no bastando tantos ruegos, demandas y
respuestas, que le prendiesen. Ejecutóse y lleváronle á la for-
taleza de Santa Olalla, lugar del conde de Oigaz en el reino
de Toledo. Aquí no pudo tanto el ánimo ni el gran corazón,
herido, de tantos valerosos descendientes, ejercitado en cosas
arduas, en peligros y fortunas de mar y tierra, y el desahogo
del lustre y antigüedad de la sangre y la sobra de las altas ]
posesiones y riquezas, ni lo que nos enseña la profunda y mor^ ]
tal filosofía, que es hacer el ánimo á lodos los conos de fortuna, 1
desprecio de honores y dignidades ; creyendo que en nuestra j
casa nos sobran todas por su grandeza, ni apeteciendo otra e
peranza , teniéndolas todas por la inclemencia de nueslroi j
tienipos por vanas: finalmente, no pudo tanto el denuedo ni la I
bizarría de contender con el poderoso, en cuya mano, por lo* I
privilegios dichosos de su fortuna, había de consistir la tein'*l
planza de estos sucesos, y el mediar en ellos sin lucha ni pa-> 1
sion , ni el desprecio de cualquiera contraste, el estar hecho i I
las acometidas de los enemigos, á las balas y á la pólvora yá ]
tas tormentas y borrascas de aquel soberbio elemento. Nada I
de esto bastó para que no se rindiese á la melancolía, y de elli
á la quiebra de la salud , adoleciendo gravemente ; que no hay j
coraion, por robusto que sea, ni varón por grande y esclarecido,
que si se ve estrechado en una fortaleza, limilado en el uso y
ornamento de su casa, apartado de las encarecidas prendas de
fíl
la mujer y los hijos (que en estos asaUos perdió el primogénito,
porque no faltase nada cuando comienzan las iras, que no obre
en opósito de la constancia del varón fuerte); y últimamente,
desfavorecido del Príncipe, residenciado del Privado (gran
dolor que otro hombre más dichoso y no de mejores partes me
pretenda deshacer); despojado do honores y de oficios, do la li-
bertad Y de la nobleza, virtud del albodrio, y de este cielo y
aire que nos circunda y vivifica. ¡Que no le postrasen la gra-
vedad y pesadumbre de otros oficios y le pusiesen en el úl-
timo fin de la vida estas miserias!
Agravado D. Fadriquo de diversos accidentes y con seña-
les ciertas de vivir poco, pasó su causa al Consejo de Caslilla,
y alli le puso el fiscal Riaño demanda al quinto de las presas
que habia hecho en todo el tiempo que habia andado en la
mar y habia ganado de los enemigos (aunque muchos dicen
tenia hecha merced de ellas y cédula despachada en su favor),
y publicóse que la jornada la hacia el marqués do Velada.
Pero nada de eslo tuvo efecto, porque ninguno era comparable
con csle hombre, y la resolución corrió después por algunos
soldados portugueses, que después ellos lo consumieron todo,
y todo el estado y la mayor parte do él saltó do la corona y
paró en manos de holandeses; porque aunque de caballero tal
se podia fiar cualquier suceso, pero la noticia era ninguna, y
apenas le duró un año el gobierno de Oran ni vio el Estrecho
de Gibraltar. Reconocieron los médicos el peligro de D. Fadri-
que, y dejáronle volver á Madrid; pero que no entrase en su
casa ni le viese la mujer, porque se tenia por cosa cierta era la
que más poderosamente le persuadía á que no se rindiese ni
hiciese la jornada, como hija de la Casa de Arcos y de los
Poneos de León, Entre estos lances, tocó su parte al duque
de Alba, porque en las ocurrencias que se ofrecían, donde se
publicaba contra D. Fadrique, se procedía con él en la forma
referida por desobediencia á los mandatos del Principe. Lle-
gando esto á los oídos del Duque , dijo que- aquello no era des-
obediencia. Cuando yo le vi un día pasear por la calle Mayor,
acompañado de D. Francisco de Eraso, conde de Humanes,
472 ^^^H
es su coche , le di por perdido, porque éste eia uno enfl'innBI
machos ventores que echaban maliciosamente á las orejas ds-a
aquellos de quien querían saber qué senlian ó que bablabaiif 1
y lo que obraban; y esto, con destreza particular y liccn-* M
cia permitida del curioso instigador, ayudando á la queja, á I
la murmuración de los gobernadores. Con cautela , sacando I
cuanto habia en el corazón de aquellos, ó muchos lo queriao I
decir para que lo supiesen , era llevado á su noticia y mucho de I
ello compuesto, según que armase la ambición de aquel donde I
á pocos lances y en breves días se ve el castigo y paga la inad- I
venencia el simple, creyendo que [ué cortejo el habérsete ar- 1
rimado aquél, que después surte á muy poderosa lanza y pa— I
dece como incauto rigurosas heridas. Su hermano D. Juan do I
Eraso no se quitaba del lado del duque deMaqueda, si bien cor, I
diferentes sospechas; y en este escollo, porque eran infiinitoS|.l
peligró el marqués de Cas tel -Rodrigo, no oigo del hombre, I
sino del modo, que también habia quien le siguiese las pala- a
bras como la intención; y el cardenal Trejo, presidente dft 1
Castilla , estando siempre asaltado de D. Juan da Vera y Zií— I
oiga, conde de la Roca , y diciendo, el Trejo, cuándo le iban I
á visitar, muy sencillamente y en puridad , que no podia más, I
que pensó encaminar mejor este gobierno, mas que no lo deja- ■
ban hacer nada , le ataban las manos , y quería hacerlo todo el I
Privado, siendo enterado üe esto, y puesto con eiornactOB J
retórica para el benelicio de mayores medras, le preparó tft I
salida con descrédito tal, para el obispado de Mülaga, que 1
le ocasionó la muerte en el camino. Cosa notable es, con qué
facilidad se halla esto en los más de los señores de la corte,
y que viéndolos tan entendidos en otras materias y en las fo-
rasteras, ignoran las suyas propias, y no saben librarse de las
sirtes y sirenas de palacio, do que es particular vicio ó miedo
del poderoso, siempre andar asaltando los que viven en ella;
porque no hay mayor treta de cortesano , n¡ mayor sutileza de
ingenio, que saberse cautelar de losconñdentes do los Validos
que andan siempre liando chismes, sin» antes disimular sus
quejas y pasiones, y hablar con ellos en materias generales
473
concediéndoles lodo cuanto ellos quisieron, como el desenti-
micnto sea su yo, arrimando á su diclámen, aunque no sea justo,
que no lleve nada de qué congraciarse ni de dónde asir, antes
que vayan falidos de cuentos, siquiera por no verlos crecer en
el trato ni darles aquel gusto. Digo, que de esta ocasión ó de
otras, diciendo el duque de Alba no era dcsoliediencia la de
D. Fadrique, sino darle lo que pedia y era menester para la
jornada, le mandaron ir á su casa; que ejecutó luego á ta hora,
yéndose á Alba de Tormes. Tumbien nos relieren, que en
medio dd achaque, cuando de Santa Olalla le permitieron vol-
ver á Madrid, y mejorado algo, le envió el Rey al confesor
Sotomayor y al duque de Villahermosa á decirle que conve-
nia á su servicio y á la tregua de Holanda la restauración de
Pernambuco, que la aceptase. Fueron, pero él estaba ya tal,
que más era su jornada para el purgatorio, si ya no es que le
llevaba de aqui antes que para el Brasil esta resolución. Sin
embargo, se le esperó si acaso quería hacer penitencia de su
pecado, para restituirle á la gracia, y asi lo decia el Rey, que
en su mano estaba su salud ; pero el mal, apoderado ya del
corazón y sobrepujando á las fuerzas, no admitia esperanza.
Envióse ai Consejo una orden contra el Bscal Riaño, para
quien no faltaron después sus embates, que se leyó allí, que
cómo se descuidaba en la causa contra D. Fadrique de Toledo,
que la prosiguiese, ó si no, se proveerla persona que con más
prontitud lo hiciese y atendiese á su conclusión; amenaza con
que otro día obró sobre ella, y como un Cicerón lo ponderó y
apretó, obrando todos con el miedo hasta lo más sagrado y vene-
rable de la toga y el consulado, porque el dictamen estaba más
átenlo al poder que al derecho; con que concluida la causa fué
condenado en perdimientos de honores y mercedes tenidas y
que á la sazón tenía; \ 2.000 escudos para la cámara, y en parte
de los 500, y destierro del reino. Cosa es muy digna de notar,
y de que se advierta con particular atención, que cuando se
estaban fulminando estos impulsos de los juristas, de la sobe-
ranía y del poder sobre este soldado, marinero y capitán, se
atendía con suma prontitud á las medras y conveniencias del
duque de Medina de las Torres; á solicitarle, con todo el favor
real , al casamiento en el reioo de Ñápeles con la princesa do
Aslillano, sucesora de la Casa Carrafa; del mayorazgo gruesi-
Bimo que se le habia de fundar, de los acreceniafníentos del
suegro al pretendiente, y otras mercedes y circunstancias de
mucha calidad de las que se le babian de hacer para mover á
la dama , y que aceptase, y enviarle muy prosperado ; como si
importara esto á la paz de ambas Germanias, á la restaura-
ción del Brasil, al sosiego de Italia y á la quietud de Francia
con España. No le defraudaremos la antigüedad de su bidalguia
para la Casa de los Toledos; tantos Fadriques y Garcías, uno
muerto en África, otro, Fernando, al lado del Emperador, en
Alemania, luego pacificando á Roma desde Ñapóles, luego en
Flandes quietando la sedición , después conquistando el reino
de Portugal yotras hazañas ilustres dignas de veneración y me-
moria; D. Pedro de Tqiedo, marqués de Villafranca, cursando
sus primeros años en la gran batalla de Felipe Estroci , en las
armadas y escuadrones de galeras de Sicilia, Ñapóles y Es-
paña , padre de D. Fadrique, y éste hermano del duque de
Fernandioa, y otros innumerables servicios de sus antecesores,
favorables á los progresos de esta monarquía; y una prima de
su casa , otra duquesa de Florencia , de donde hay sangre real
en Francia; y otras ianumerablea grandexas y servicios de sus
antecesores, fa*orables, como digo, á loa progresos de esta mo-
narquía, tantos Y tales, que éun no los puede comprender la
pluma. Referíanse las mercedes que hacían al duque de He-
dina de las Torres, y decían le daban el castillo de San Telmo
con 12.000 escudos de sueldo por tres vidas; Justicia mayor
del reino por dos; oficio de consideración en aquel Estado;
el VireíDOlo para cuando el Bey señalase el que sucediese
al conde de Monterey, y otras circunstancias y convenien-
cias concedidas al mayorazgo de la Princesa. Porqué ser-
vicios y fatigas ejercitadas en la guerra, qué encuentros del
enemigo en ambos mares, qué recuperaciones de islas y de
tierras en regiones remotas debajo de lonas inclementes, no
hay atinarlo; ai por miembro del Privado, es injuriar ta raiOD.
475
Blasonamos de justos y de fieles gobernadoret , damos oastígo
al que se debía premio, y al que cuando do castigo, no & lo me-
nos hacer viciosa la magnificencia y la tiberud cuando mostra-
mos ser severos con el benemérito ó en el que no lo es tactor
por la misma razón que es sangre propia, debemos insinuar más
legalmente la gran virtud de la templanza y nivelar con gran
prudencia ambas acciones. Eso es propiamente ser recio y
verdadero gobernador, padre y amplificador de las leyes y
observador vigilantisimo de ellas, lus de ta verdad y guía de
la república ¡ lo demás es proceder á ciegas, errar en la jus-
ticia y el gobierno, es tirar la potestad y jugar de ella; es servir
á la carne antes qae al espíritu, y desatinar á la providencia
y ser tirano de las mercedes. Fuéronle ¿ notificar la sentencia
i D. Fadriqae Antes que no hubiese parte en qué hacerla por
tener derecho á la sorpresa. Los qoe le asistían pidieron de
misericordia, pOFqoe el mal le volvió á apretar, lo dejasen mo-
rir en paz y con algún alivio de su espíritu, porque atendiese
con más tranquilidad á las cosas de so tranquilidad, digo de
su salvación: fué consaelo poder conseguir esta clemencia;
dejáronte los minbtros, y fué suerte qae no llevase sabida su
semencia.
Más dichoso fué en este trance D. Pedro Valle de la Cerda,
cuñado de D. Jerónimo de Villanueva, protonotario de la co-
rona de Aragón, casado con hermana soya, que estando en-
fermo y diciendo que de peligro, porque no se perdiese varón
tan señalado y de esencia para la prosperidad de la república,
para espantarle la muerte y conducirte á la vida y é la salud
qoe tanto nos importaba , siendo de ta Contadnría mayor de
cuentas, le enviaron á decir que S. H. le hacia merced de ha-
certe del Consejo de Hacienda ; con cuyo antidoto , & la hora,
se restituyó i la mejoría y luego estuvo bueno. Hombre, ni
consular, ni soldado, intes de bien livianas partes, pero di-
choso por pariente del Valido, que es el mérito mis principal,
y al que es bien atiendan todos antes queá otra virtud. Cuando
aa inventó esU novedad ó prefación déla salud en D. Agustín
de Hejla, esclarecidísimo capitán, por ejercitar ta magnanimi-
476
dad det premio, honrar aquellos ■erviciat y aqdellat oáosié, J
llegando á lo ultimo de bu vida «e le envió á decir que el
Rey le hacia merced de cubrirle y hacerle Grande, porque ¿I
con sus hechos se habia sabido hacer aquel logar, fué sin
duda esta obra y esta acción de aprecio y para estimarla los
militares, y de estimulo á los subditos para apretar la milicia,
y digna de alabania en nuedtros orbes; pero conviene mucho
DO descaecer ni estragar la observancia de estas acciones, ¿li-
tes subirlas más de punto que bajarías, porque cuanto boo
plausibles por la dignidad de uno , son vituperables por la in-
dignidad de otro, y siendo comunes no son estimables. Espiró,
pues, D. Fadrique á 11 de Diciembre de este año que vamos
concluyendo, y previniéndole en el Colegio Imperial de la Com-
pañía de Jesús su sepuioro, honras, túmulo y cotg&duras, no
perdonándole ni ¿un hasta allí, la ira implacable de su es-
trella , este lance , fué exonerado de entierro público , honras y
acompañamiento, y puerta principal de la iglesia, y metiéndole
por la portería baja al depósito , ie dejaron allí ; con dolor no-
table de la corte y de so mujer, que quedó prefiada y después
parió un hijo, porque no se acabase la linea de tan grandes
soldados, y dio esperanzas de llevar adelante la Casa por no
tenerlos tampoco el marqués de Víllafranca, su hermano ; que
este consuelo le quedó. Pero al fin parará todo en la del al-
mirante de Castilla, casando su hija con el conde de Melgar.
Faltó un excelente capitán, en quien consistió por algunoc
años la reputación de esta monarquía; fué terror y freno de
telentrionales y africanos, como sus predecesores, temido y
respetado de holandeses; osaré decir que lo.8inlieroo, porque
era amado por su nobleza de condición de amigos y enemi-
gos, y todos querían militar debajo de su mano. Los porto-
gueses, poco a&cionados á la gente de Castilla y que no reco-
DOcian soldado, no querían ir con otro al Brasil sino con él y
llevarle por caudillo, y decían más: que si iba D'. Fadrique de
Toledo, habría ejército y victorias, y si no, que no habría nada.
Los enemigos percibieron que les habia fallado grande adver-
sano y dejado gran desahogo á sus armadas. Bra su nombre
M
d tn -i-
oonosido en toda el orbe , basta el de los mayorea piratas y
coreanos más ignotos; donde iba D. Fadrique se daba cual*
qniera eiupresa por acabada , j asi le sucedió en todas las que
Te tocaron. Sintiólo gravemente el marqués de Villafranca, su
casa toda, el duque de Alba y el condestable de Navarra, el
conde de Oropesa y todos los Toledos y de la Casa de Arcos.
Fué llamado el marqués de Villafranca después á la corte,
desde -Barcelona, á quien la sagacidad del marqués de Leganés
pudo templar y buscar este camino, por ser de m¿s severa
eondicion que su hermano; pero las cosas se han subido ya á
(al estado de disimulación que hacen virtud de la paciencia y
se tragan las pesadumbres por no esperarlas mayores: final-
mente, le acallaron con hacerle del Consejo de Estado ¡Quién
dijera á D. Pedro de Toledo, su padre, amándole como le
amaba y.viénd,ole hecho soldado, y soldado de estimación y de
nombre, que moriria D, Fsdrique, su hijo, antes que de las
balas y la pólvora, de los enemigos, de los letrados y de sus
derechos, y de la envidia de un Valido, que emulaba las ac-
ciones y los hombres grandes! Tanto conviene perreccionar el
vasallo con el Principe y aun el Principe con el vasallo, cuando
es tal y tan necesario á sus designios y materias, y á la po-
tencia de sus armas, y ceder en parte del rigor de sus precep-
tos á la blandura por lo bien que aquel le sirvió ¡ pues cuanto
quiera que pugnemos en esta parte á defender la acción real,
no podemos dejar de reconocer y confesar que le perdió. Per-
jióle el Rey sin duda no dejándonos ní quedándonos otro para
las empresas navales y diGcultosas. y las que le convienen á
nuestra monarquía. Al duque de Medinacelr, recién llegado á
la corte, le quisieron enviar con embajada parlicolár á Francia,
y porque dio las causas de no poder ir como convenia, también
fué cometido á la Junta de obedienaa. Decía, el duque . estaba
fallido de hacienda, consumido y acabado su pptrimonío, que
le tomasen, y si hallaban quien diese sobre «31 200.000 escu-
dos, aceptaria la embajada: usóse de clemencia ^ dejáronle.
El condestable de Castilla, sobre materias de hacienda que la
pedían y alcabalas de sus lugares, hizo punta para sus estados;
I 478 I
pero luego voWió i la corte, retirado en so casa, desmayado H
en el ejercicio de gentilhombre de la Cámara. Quién daba por |
causa achaques que le obligaron á volver á ella, aunque da
paso, pero luego asentó; quién que la constancia humana no
es más Erme, y pocos saben mantener su decoro, que la corte,
antes les estraga que Jes lima, y pocos habla que nocorrieseB I
fortuna deshecha. |
La reina de Hungría parió una hija en Viena de Austria i
los fines de Diciembre, que en el bautismo la dieron por
nombra Haria; algunos la hacen esposa de nuestro principe
Baltasar Carlos, y lo aciertan mejor otros que se la dan de
Inglaterra, y que la traerán á criar é EspaBa debajo de It <
religión católica, aunque allá la cria la Reina en la misma re- ¡
ligion, como se estableció por contrato del matrimonio, como
el Rey cría los varones debajo de la soya, que, por otra '
parto, está tocado de ta nuestra , y que esto deberia á nuestro
hospedaje y al cielo sí se redujese á la obediencia y confesase
los artículos de nuestra fe. Pero todo esto es falso, antes está '
allí más arraigada que otras veces y á pique de tumultar la
obediencia con aquel Rey, como se verá adelante; con que no
hay que hacer pié en esto aunque sea por materia de ^tado.
Quiero fenecer este libro dejando por estos dias metida
toda la Europa en confusión y grande, puesta en armas, sobre
la restitución de Lorena y las otras plazas de Alemania, que
apretadamente le piden al francés, intimándole la guerra. Son
de esta fuccion el rey Católico, Emperador, rey de Hungría y
de Inglaterra , aunque éste mal descubierto siempre y sin re-
solver. El rey Católico quiere acometer por Navarra y Perpi-
Ban , y con armada por el golfo de León á Provenía , y el in-
fante D. Fernando por la Picardía; el húngaro, con el duque
Lorena, por sus confines; el rey de Inglaterra por la Goiena á
Bretaña con gruesa armada de navios; pero aunque hubo algo,
las cosas de aquí adelante no fueron tan prósperas, y hasta
alioia ningún apresto ha llegado á efecto ni á verse, y el íran-
cCí roii^luiUcmciUf se mantiene en la tiranía de lo que se le
pide, prcvinióndosc oontra todos, sublevando los príncipes de
479
Italia y toda la tierra de grisones, no dejando en Alemania á
ninguna de las potestades de su facción venir en concordia
con el Emperador, surtiendo cuanto se quisiere sacar de las in-
certidumbres y promesas fantásticas sin efecto en ningún trato
de respuestas timbiguas, demostraciones públicas, y para to-
mar satisfacción de aquellos hechos de que el rey Católico ha
de salir en campaña, y nada en la verdad ni en el fundamento,
sino todo apariencias, sin obrar cosa, ni memorable, ni de im-
portancia para revelar el crédito de nuestra nación para con los
extranjeros, no creerlo los enemigos ni verlo nosotros; con que
la reputación, fracasando cada dia más miserablemente, bur-
lando de nuestras trazas y acuerdost solamente prevalecia en
los pedidos y tributos, como inundación de plagas y sabandijas,
que ya nose le puede dar otro sentido ni epíteto, por su inmen-
sidad, que más le cuadre, á la fatiga de los vasallos.. Siempre
flechando, todo rumores y aprestos de armas, coronelías levan-
tadas en Castilla á costa de la nobleza , nuevas empresas y
ligas por los enemigos, temidas cuanto premeditadas; con que
rematando el año de 34, veremos el fin de ellas en los demás;
pero ahora con el de 36, escribiremos sus progresos y fortu-
nan, si diere la vida ó el aliento lugar para tanto.
Fin DCL TOMO sisiirrA T hqivb.
ÍNDICE.
Págínti.
A D. Juan Alonso Hbniiquu, Aliueantb db Castilla 1
Lo que dijo el Valido al autor cuando le pidió un empleo. 4
Ascendencia del Conde-Duque 5
8u pretensión á la grandeza 8
Resumen de la historia de Felipe lü 8
Salida del rey D. Felipe lY de Madrid el aHo 1626 á las
Cortes de Aragón, Valencia y Cataluña. — Continua con
los sucesos de dichas Cortos 15
Lance sucedido en el coche del Rey entre el almirante de
Castilla y el duque de Cardona; y sigue el éxito de
esto lance 28
El Papa Urbano VIII entrega á los franceses las plazas de
la Valtelina que tenia en depósito 36
El Almirante toma el basten de General cuando el Rey
entra en la Real 39
Maltrato del Conde-Duque á los ayudas de cámara del
Rey 40
Quéjase el Almirante al Rey de que hubiese hecho sumi-
ller de corps al marqués de Liche.— Respuesta agria
del Rey 41
Papel del Rey al Consejo del Estado para castigar al Al-
mirante 48
Capelo para el hijo del marqués del Carpió 49
Sale el Rey de Cataluña sin lograr nada.— Vuelve á Ma-
drid.—Celebrase el bautisii de la Princesa. íi que vino
el cardenal Nepote &0
Lance de D. Antonio Sarmiento, hijo del conde de Gon-
domar, coa el Conde-Duque 64
Grave enfermedad que tuvo el fie;.— Estado de la corte. —
Parcialidades de loa infantes D. C&losyD. Femando. -~
Fiojese malo el Conde-Duque, Intenta ganar á Doña
María de BenavideB, dudla de honor K quien la Reina
quería mucho, por si el Re; faltase.— Sana el Rey por
milagro de loa panecilloB de San Nicolás de TolentiDo. 55
Para que el Almirante vuelva & palacio se echa al Marqués
de Castel-Bodrifío 69
Para llbertaraa el Conde-Duque de las sátiras se hac«
amigo de D. Francisco de Quevedo 73
Ventas de lugares, escrlbanlaB y otras cosas pan la guerra
de Italia 62
Gasamieoto de la Infanta Dona María con el rey de Hno-
gria , sin ceremonia ni pompa 87
Viaje del Rey i llevar á la reina de Hungría sin el
Conde-Duque 89
Quéjanse los Infantes al Rey de los mal intencionadoa y
piden satisfacción 94
Al cardenal Trejo. obispo de Málaga, le quitan la presi-
dencia de Castilla y se cQt al obispo de Solsooa 96
Muere el cardenal arzobispo de Sevilla acompafiando k la
reina de Hangrís.— Salea los oardenalea de Espafia
porque un judiciario predijo la muerte del Papa 100
Coude de Lemus, después de embajador de Roma y vlrej
de Sicilia, monje Benito: no quiere el capelo ni ánn áa
BU pnrecer para quien ae habia de dar 103
Vuelve al Almirante á la corte, j vuelve á salir de gentil-
hombre de cámara 106
Es notable esta historia, por lo que dice contra el Conde-
Duque especialmente 113
Nació el Conde-Duque en Roma en el 'palacio de Nerón. 180
Juramento del príncipe D. Balbuinr v cAmn la iuran les
infantes D, Cirios y D. Kcriiaiiao 120
Honciroso estrago de fuego que snliú de la moatarm de
Suma en Diciembre de 1C31 , y las veces que sucedió
lo mismo. 12^
Hncc consulta el Consejo de Estado paro quo el Infante
H. I'cninndomllfvc PriTftdo i'i Klandes ISfí*
483
PiftlMS
Papel del Conde-Duque al Bey aobre pfirado del iafante
D. Feraando 132
Viaje del Rey á Catalufia con loa infantea el afto de 1632. 140
Suceao del cardenal Borja en Roma, y an proteata 168
Lisonja del autor al duque de Lerma 160
Protesta del cardenal Borja que entref^ al Papa 162
Llega el Rey á Villafranca, y hospedaje que le biso un ca-
ballero por concesión y priTíIogio que tenia para hos-
pedar los reyes 166
Declara el Rey al infante D. Garlos por Principe de la Mar
y le da el bastón de su mano 171
Habilitan las Cortes de Cataluña al infante D. Femando
para que se quede á gobernar el Principado 172
Sale D. Antonio de Moscoso, privado del principe D. Fer-
nando, con grande aparato á establecerse con S. A. en
Barcelona, y la forma con que ea detenido en el eamino. 175
Auto de fe en Madrid el afto de 1632 181
Sinagoga de judies cerca de una casa del Caballero de
Gracia 183
Manifiesto del conde de Bergas , Maestre general de cam-
pos en Flandes, cuando dejó el serricio 184
Muere el infante D. Carlos.— Su yida 190
Quitan al cardenal Zapata la Inquisición general y el
gobierno dd arzobispado de Toledo.— Sus dichos gra-
ciosos 206
Resisten los vizcainos el impuesto de la sal y queman las
cédulas reales 217
LiBso fnmwMO.— Argumento. -- Refiérese el estado de la
guerra en Alemania, y la muerte de Gusiavo, rey de
Sueda y otros potentados; el progreso de las armas en
Flandes , y eámo d enenHgo tomó i Orso é tremberg. El
duque de Orleans rompe la pritbm v u mehe á FUmdes.
El infiííitc />. femando pasa de Bavcclom á Milán , y el
duque de Feria va á la Alsacia con ejército. Sor Marga-
rita de la Cruz, hija de los emperadores Maximiliano y
Maria, muere en las Hescahas Reales, Recupérase la
isla de Ceilan , en Oriente. F.l rey de Francia sale con
ejército solnc Kaney, en Lorena, Restituye Frislun la Si-
lesia i Femando, emperador, degüella tremía y mái cor-
netas de cabalteria, destruye ij kaeepedaiosfaaeabetas,
coroneles del ^éreito, et^os y oficiales, y fuena á que
12.000 infantes que la ocupaban pasen á tervirle debajo
de sus banderas. Muere en finue/oi ¡a infatita Doña Isa-
bel, señora de los Países-Bajos. ¥ finalmenií, el estado
que tenia la república. Toda esto ptua en un año, rei-
nando en España D.Felipe IV...., s 221
CoQsplrs el cardenal da Richelieu toda la Europa contra
la csaa de Austria; peste introducida por su medio en el
«atado de Milán 228
Liga de- 25 Príoclpee protestantes por un fraile capuchino. 230
Gustavo Adolfo, hermano del re; de Polonia, que le dio en
gobierno la Suecia j se alzó con ella 231
OoDSideraciones de los holandeses para no admitir la tre-
gua 7 continuar la guerra 249
Parte de Barcelona el Cardenal Infante al gobierno de
Mllau 267
Camplimiento entre el duqae de Saboya ; Cardenal In-
fante 258
Bor Margarita de la Cruz, hija del emperador Maximiliano,
muere en las Descalzas Reales de Madrid 261
Asalta el rey de Francia la Lorena, porque el duque de
Orleahs, su hermano, se casó con Margarita de Lorena. . 263
Huye á Bruselas esta Princesa con notable ardid 264
Muerte de la infanta DoDa Isabel Clara Eugenia 267
Uotivos porque pasaron k Roma D. Juan Pimentel, obispo
de Cordova, y D. Juan Chumacero 375
Fabrica el Conde-Duque el palacio del Retiro que antes se
llamó GaUinero 283
Los regidores de Madrid y Pedro MatUnez, escribano de
Ayuntamiento, lo que Secutaron en la obra de este
Ddacto 968
LiDiiü sEGUMio. — Aigumeiito.~D. Gomen Suarez de Figuc-
roa, duque de Feria, mucre en Daviera sin cjcrcilo; tn-
cédele U. Diego Mejia, marques de Lcgaucs , si bien con
difercitkii futes . y pasa de la corle ile España á Milán
porit fiumarh de nuevo. El Parlamento de París llama
486
al Goiton , duque de Orleam, hermano de Luis XIU,
rey de Francia, para- traíár de eaeesor en e¡ reino. La
guerra prosigue con mayor ardor y deseonfiansM en Ale^
mania. Pidense en CastiUa 18.000 homhres aprestados
para los presidios, y eoneódense. El duque de Pristan,
general de ¡as legiones y cortes imperiales^ muere á
hierro en Egra, habiendor penetrado la con^uraeion eón-
tra el César; prenden al duque de Arescot en la corte de
España^ y á la misma hora otros nobles en tosJHdses-
Bajos, por cosas que tocan al gobierno de aquellos Esta*
dos. El duque de Beimanes, roto por el eondk Matías
Galaso , en Alemania. El Papa da ititeneion de socorrer
al Emperador con 400.000 escudos, pero no se te él
efecto. CasUganse en Viacaya los que impugnaron lae
árdenes ó cédulas reales en materia déla sd. El infwM
D. Femando pasa de Milán á gobernar be Paües-Bafos.
Un ejército del rey dcFrancia se Uega al coi^ de Per^
pifian. Recupera el rey deBungria d BátUbána y drae
plasuu. El infante D. Femando, y Ferdinando , rey da
Hungría y Bohemia, después de haberse visto en Dona*
berí^eon ambos ejércitos^ dan batalla d ¡os enemigos dA
Imperio y son todos rotos, preso^y degollados for ambos
principes. La princesa Margarita viene de ládia á A-
paña, fluye de Brusdas á Paris d duque de Orkans.
Befiérense algunas controversias enke d Prtneipey algu*
nos grandes de Castilla. Quieren componerse las cosas de
Alemaniaimasdfiranees socorre can gran golpe degevíte
los sedieiosos. ^PuNicase que d rey QUáUco quierehaéer
invasión por Perpiñan, y pídeme para^stó gente y di-
ñeros, y námbrmse coroneles para d mat^jo y expeO-
cion. Todo estosucedem d alio de 1994. . . • ».* '• • 907
Maere el ottébre Gknnei Üasnrn de Fíguetoá^ dafoe-dé
Feria, cu Móuaco, costa de Ba viera; mueren después sus
dos hijos, y su casa se incorpora con la de Priego. • . . 309
Traición del duque de Friuslan, Valido general del Em-
perador 321
Con los brindis establecen los alemanes la seguridad do
sus escrituras • 330
^1 obispo de Leoo y Fr. José de ParU , emb^adorea de
Fnmcift al Turco por Luis XÍII 347
Quéjase al Papa el obispo de Córdoba, embajador de Es-
paña, de Ib tolerancia de Su Sautidad sobre lo que eje-
cutaban los franceses contra la religión católica 348
Prisión del duque de Arescot es el palacio de Madrid,
Tlénies Santo de 1639.— Motivos de ella, y lo que sa-
cedlo 361
Ladislao, hermano del rey de Polonia , primo hermano del
In&nte Cardenal, intenta casarse con la princesa de
AstUlano 369
Alboroto de loa vizcaínos aobre contribución de la sal; rom-
pen las cédulas reales y pasa el duque de Ciudad*Beal
i castigarlos 370
Huye á París el duque de Orleans abandonando á su mu-
jer y cometiendo algunas ruindades 395
D. Antonio de Moscoeo. marqués del Fresno, hijo del conde
de Altamira y Valida del Cardenal Infante, muere con
sospecha de yeaeno 399
Viaje célebre del InCsote Cardenal desde Milán áPIandea. 401
Batalla de Nortllngen 407
Sucesos 'de la guerra de M&ntua, y arribo & Madrid de la
princesa Margarita 437
Principes acogidos en Bspafla 439
La princesa Margarita pasa i gobernar el reino de Por-
tugal 440
Dice el autor haber escrito la historia del rey D. Fe-
Upe IH 458
tt^e con que el Cardenal Infante hlxo sa entrada en
Bnuelaa 461
Cortesía del Cardenal & la moda del pais, con la Belna
madre de Francia; y la duquesa de Orleans, que le pa-
reció bien 46S
Junta llamada de o¡)í(ííe(icííi pnra castigar t D. Fadriquc
de Toledo 468
D, Pedro Vallcdc la Cerda, cunado del protouotario dr la
Contaduría, es hcclio Consejero de Hacieuda hallúndosc
muy enfermo. - •. 4'^5
A
487
D. Agostin Mejia es hecho (grande cuando estaba para
espirar 475
Maere D. Fadrlque de Toledo y no permiten que se en«
tíerre en publico 476
El duque de Medinaceli no quiere pasar á Francia por
emlMtjador.-^Bemitese este hecho á la Junta de ote-
477
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3 ""126 939 961
IS7S
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